Freud armoniza la secuencia temporal de una y otra, diciendo que al comienzo la conciencia moral (primero angustia y luego conciencia moral), es por cie rto causa de la renuncia de lo pulsional, pero esta relación se invierte después. Cada renuncia de lo pulsional deviene ahora una fuente dinámica de la conciencia moral. De esa forma, la conciencia moral es la consecuencia de la renuncia de lo pulsional; de otro modo: la renuncia de lo pulsional (impuesta a nosotros desde afuera), crea la conciencia moral que después reclama más y más renuncias. El efecto que la renuncia a lo pulsional ejerce ej erce sobre la conciencia moral se s e produce de este modo: cada fragmento de agresión de cuya satisfacción nos abstenemos es asumido por el superyó y acrecienta su agresión (contra el yo). En esto Freud advierte que hay una discordancia: La agresión originaria poseída por la conciencia moral es continuación de la severidad de la autoridad externa, osea nada tiene que ver con una renuncia. Pero se elimina la discordancia si se supone otro origen para esta primera dotación agresiva del superyó. Así entonces señala que respecto de la a utoridad que estorba al niño las satisfacciones primeras, tiene que haberse desarrollado en él un alto grado de inclinación agresiva. También pretendiendo explicar las dos concepciones de la génesis de la conciencia moral (genética y sofocación de una agresión) este punto, Freud indica que en la f ormación del superyó y en la génesis de la conciencia moral cooperan factores constitucionales congénitos, así como influencias del medio, del contorno objetivo (real) y esto e n modo alguno es sorprendente sino la condición etiológica universal de los procesos de es ta índole. Dice que si el niño reacciona con agresión hipertensa y una correspondiente severidad del superyó frente a las primeras grandes frustracions fr ustracions (denegaciones) pulsionales, en ello obedece a un arquetipo filogenético y sobrepasa la reacción justi ficada en lo actual. Tampoco prescinde de que el sentimiento de culpa de la humanidad desciende de un complejo de Edipo que se adquirió a raíz del parricidio perpetrado por la unión de hermanos y en este tiempo no se sofocó una agresión, sino que se la ejecutó Ahora bien, señala que si se tiene un sentimiento de culpa por infringir algo, más bien debería llamarse arrepentimiento, por lo que Freud se cuestiona de dónde proviene y considera que permitirá esclarecer el secreto del sentimiento de culpa. Ese arrepentimiento fue el resultado de la originaria ambivalencia de sentimientos hacia el padre, los hijos lo odiaban pero también lo amaban, satisfecho el odio tras la agresión, en el arrepentimiento por el acto salió a la luz el amor; por vía de identificación con el padre, instituyó el superyó, al que confirió el poder del padre a modo de castigo por la a gresión perpetrada contra él y además creo las limitaciones destinadas a prevenir una repetición repetici ón del crimen. Y como la inclinación a agredir al padre se repitió en siguientes generaciones, persistió también el sentimiento de culpa que recibía un nuevo refuerzo cada vez que una agresión era sofocada y transferida al superyó. s uperyó. Considera entonces que hay una participación del amor en la génesis de la conciencia moral y el carácter fatal e inevitable del sentimiento de culpa. Lo que no es otra cosa que la lucha eterna entre Eros y la pulsión de destrucción o muerte. VIII.
Propósito del ensayo: Situar al sentimiento de culpa como el problema más importante del desarrollo cultural y mostrar que el precio del progreso cultural debe pagarse con el déficit de dicha provocado por la elevación del sentimiento de culpa. El sentimiento de culpa no es el fondo sino una variedad tópica de la angustia y que en sus fases más tardías coincide enteramente con la angustia frente al superyó. La angustia muestra las mismas extraordinarias variaciones en su nexo con la conciencia. Las religiones no han ignorado el papel del sentimiento de culpa en la cultura y en efecto sustentan tal pretensión de redimir a la humanidad de este sentimiento de culpa que ellos llaman pecado. También hace algunas precisiones terminológicas, indicando que el superyó es la conciencia moral y tiene entre otras funciones la de vigilar y enjuiciar las acciones y los propósitos del yo, ejerce una actividad censora. El sentimiento de culpa, la dureza del superyó, es entonces lo mismo que la severidad de la conciencia moral, es la percepción deparada al yo al ser vigilado de esa manera, la apreciación entre sus aspiraciones y reclamos del superyó. La necesidad de castigo (angustia) es una exteriorización pulsional del yo que ha devenido masoquista bajo el influjo del superyó sádico, que emplea un fragmento de la pusión de destrucción interior, preexistente en él en una ligazón erótica con el superyó. El arrepentimiento es una designación genérica de la reacción del yo en u caso particular del sentimento de culpa, contiene el material de sensaciones de la angustia operante detrás, es él mismo un castigo y puede incluir la necesidad de castigo por lo que puede ser más antiguo que la conciencia moral. Por otro lado, se aclaran posibles contradicciones en rela ción con el sentimiento de culpa como consecuencia de las agresiones, así como que la energía agresiva de que se concibe dotado al superyó constituía de acuerdo con una concepción la merca continuación de la energía punitoria de la autoridad externa conservada par la vida anímica, mientras que la otra opinaba que era agresión propia contra la autoridad inhibidora, pero resulta de ambas que se trata de una agresión desplazada al interior. En relación con la fórmula Eros y pulsión de muerte y la rela ción con el proceso cultural y el desarrollo del individuo, señala que el proceso cultural de la humanidad es una abstracción de orden más elevado que el desarrollo del individuo, por eso resulta más difícil aprehender intuitivamente y la pesquisa de analogías no debe ext remarse compulsivamente. Pero dada la homogeneidad de la meta (introducción de un individuo en la masa humana y producción de unidad de masa a partir de muchos individuos), no puede sorprender la semejanza entre los medios empleados para alcanzarla. Un rasgo que los diferencia es que en el desarrollo del individuo se establece como meta principal el programa del principio de placer. En el desarrollo individual se pude decir una aspiración egoísta y al reunirse con los demás en comunidad puede hablarse de un afán altruista. El proceso de desarrollo del individuo puede tener pues, sus rasgos particulares, que no se reencuentren en el proceso cultural de la humanidad; solo en la medida que en que aquel primer proceso tiene por meta acoplarse a la comunidad coincidirá con el segundo. La lucha entre individuo y comunidad no es un retoño de la oposición inconciliable entre Eros y Muerte, implica una querella doméstica del líbido, comparable a la disputa en torno de su distribución entre el yo y los objetos y admite un arre glo definitivo en el individuo
como esperamos lo admita también en el futuro de la cultura, por más que en el presente dificulte tantísimo la vida de aquél. Un punto de concordancia que resalta Freud entre el superyó de la cultura y el del individuo, se produce en el hecho de que los procesos anímicos correspondientes nos resultan más familiares y accesibles a la conciencia vistos del lado de la masa que del lado del individuo. En este último solo las agresiones del superyó en caso de tensi ón se vuelven audibles como reproches , mientras que las exigencias mis mas a menudo permanecen inconscientes en el transfondo. Si se les lleva al conocimiento conciente se demuestra que coinciden con los preceptos del superyó de la cultura respectiva. Por eso numerosas exteriorizaciones y propiedades del superyó puedes discernirse con mayor facilidad en su comportamiento dentro de la comunidad cultural que en el individuo. Señala Freud que si el desarrollo cultural presenta tan amplia semejanza con el del individuo y trabajo con los mismos medios, no se está justificado diagnósticar que muchas culturas y aun la humanidad toda, han devenido neuróticas bajo el influjo de las aspiraciones culturales.? La cuestión decisiva para destino de la especie humana: si su desarrollo cultural logrará y en caso afirmativa en qué medida, dominar la perturbación de la convivencia proviniente de la humana pulsión de agresión o aniquilamiento. Hoy los seres humanos han llevado tan adelante su dominio sobre las fuerzas de la naturaleza que con su auxilio les será fácil exterminarse unos a otros. Los seres humanos lo saben, de ahí buena parte de la inquietud contemporánea de su infelicidad; por lo que resta espera r que el Eros haga un esfuerzo por afianzarse en la lucha contra el enemigo igualmente inmortal. (El compilador del ensayo, señala que este párrafo hace referencia a la amenaza que representaba Hitler ya en ese momento). Importante este capítulo, Freud habla de los rasgos de la cultura. Tipo de carácter, sublimación y renuncia de lo pulsional son los factores que participan en el proceso cultural.
RESUMEN 1 En la mente todo se conserva de alguna manera y puede volver en circunstancias favorables, lo pretérito puede subsistir en la vida psíquica. (p.13) Esto justificaría el “sentimiento oceánico” que
sería la fuente última de la religiosidad, un sentimiento subjetivo confirmado por generalidad que bien podría ser de eternidad, de comunión con el Todo; y sólo con él puede considerar la religiosidad un ateo (Freud no lo encuentra en sí mismo) Pertenecería a una fase temprana del sentido yoico. Pero un sentimiento para Freud sólo puede ser fuente de energía si a su vez es expresión de una necesidad imperiosa y la religiosidad la concibe como el resultado el desamparo infantil y la nostalgia por el padre; todo reanimado por la omnipotencia del destino. Más bien podría tender al restablecimiento del narcisismo ilimitado. 2 Quien posee Ciencia y Arte También posee Religión; Quien no posee una ni otra ¡Tenga Religión¡1 Enfrenta la religión con las dos máximas creaciones del hombre y afirma que pueden representarse o sustituirse mutuamente en cuanto a su valor para la vida. (p.19) Habría tres tipos de lenitivos: * Distracciones poderosas que hacen parecer pequeña nuestra miseria. * Satisfacciones sustitutivas que la reducen. * Narcóticos que nos tornan insensibles a ella. No conocemos si la vida admite sentido, si no lo tuviera carecería de valor; y éste solo puede existir en función de un sistema religioso. Mejor sería preguntar qué es lo que esperamos de la vida: la felicidad, que tendría un fin negativo que sería evitar el dolor y el displacer; y otro positivo que corresponde a experimentar el placer. El principio de placer es quien fija el objetivo vital, desde el origen del aparato psíquico. Este objetivo no es realizable pues el orden del universo se le opone, en el plan de la Creación no se incluye el propósito de que el hombre sea feliz. La felicidad surge de la satisfacción, que es episódica; solemos gozar con el contraste y no con lo estable. La desgracia nos amenaza por tres lados: * Desde el cuerpo, condenado a la decadencia y a la aniquilación. * Desde exterior, con sus fuerzas destructoras implacables. * Desde la relaciones con otros seres humanos, que es el más doloroso. ------------------------------------------------Ante tanto dolor el hombre baja sus pretensiones de felicidad hasta el punto de sólo pretender evitar el dolor y el placer pasaría a segundo plano. 1 Goethe, en Die zahmen Xenien, IX (De las poesías póstumas) La supresión de los impulsos naturales es causa de displacer y los impulsos perversos son seductores como también lo es cualquier tipo de prohibición. Para evitar el sufrimiento, los impulsos pueden reorientarse para que eludan la frustración a la que son sometidos por el exterior, por ejemplo hacia el placer del trabajo intelectual. Pero la satisfacción que proporciona no puede compararse con la de los impulsos primarios. La búsqueda de satisfacción en los procesos internos para independizarse del mundo exterior hace que éste no pueda prescindir del goce. La imaginación surge al buscar salida a deseos que
difícilmente pueden hacerse efectivos. La visión de la realidad como único enemigo hace preciso romper con ella para ser feliz (Ermitaños). Se puede intentar cambiar el mundo para que sea más ameno pero la realidad es más fuerte. La religión puede considerarse como un delirio colectivo. El “arte de vivir” aunque persiga la independencia del destino, traslada la libido hacia el mundo
interior, pero sin apartarse del exterior, hallando la felicidad en la vinculación afectiva con sus objetos, dejando de prestar atención a eludir el sufrimiento. Hace del amor el centro de la vida; el amor sexual nos proporciona el placer más poderoso y subyugante, para establecer el prototipo de nuestras aspiraciones. Pero jamás nos encontramos más expuesto al sufrimiento que en el amor, cuando perdemos el objeto amado. El refugio en la experiencia estética no cura pero puede indemnizar por nuestros sufrimientos pues nos embriaga. El designio de ser felices que nos impone el principio del placer es irrealizable, más no se debe abandonar su búsqueda (aspecto positivo) o al menos a evitar el dolor (aspecto negativo). Pero sólo la felicidad limitada es posible y es un problema individual que se soluciona equilibrando lo que se espera del mundo exterior y de la independencia de éste; también la fuerza atribuida a modificarla según el deseo. “Quizás toda sabiduría nos aconseje no hacer depender toda satisfacción de una única tendencia, pues su éxito jamás es seguro” (p. 29).
La religión perturba la libre adaptación imponiendo un camino único para alcanzar la felicidad reduciendo el valor de la vida, intimidando previamente la inteligencia. Esto puede evitar que muchos caigan en neurosis participando en el delirio colectivo, pero nada más. El creyente sólo puede paliar el sufrimiento con la sumisión como único consuelo. 3 Aunque la supremacía de la Naturaleza y la caducidad de nuestro cuerpo sean innegables, nos negamos a aceptar que no haya remedio para llevar a buen puerto las relaciones humanas, pero observando los resultados históricos sospechamos que aquí se oculte también la indomable Naturaleza, la nuestra propia. La cultura tendría la culpa de nuestra miseria, pero es innegable que a ella debemos los recursos para combatirla. Cree que el inconformismo, con el respectivo estado cultural, es el causante de la condena a la cultura. Esto habría influido en el triunfo del Cristianismo, por su depreciación de la vida terrenal. Y al establecerse contacto con otras culturas se empieza a creer que los pueblos con culturas menos avanzadas son más felices. El ser humano caería en la neurosis al no soportar las imposiciones culturales a su ideal personal de cultura, por lo que se deduce que se podría recuperar la felicidad eliminando o atenuando la cultura. El hombre ve con decepción que los adelantos no han servido para ser más felices. ¿De qué nos sirve una larga vida, si es tan miserable y pobre en alegrías que sólo podemos saludar a la muerte como feliz liberación? ¿Eran más felices los hombre de antaño? La felicidad es algo profundamente subjetivo. (p.34) Cultura designa la suma de las producciones e instituciones que distancian nuestra vida de la de nuestros antecesores animales y sirven a dos fines que son protegernos de la naturaleza y regular las relaciones entre nosotros mismos. (p.35) Aceptamos como culturales todos los bienes útiles para el hombre, con ellos se perfeccionan sus órganos o se eliminan barreras que se oponen a su acción. Con ello se ha convertido en un “Dios con prótesis” (p.36), pero tampoco en su semejanza con Dios se siente feliz. También son
culturales cosas inútiles pero, normalmente, buscan una belleza exigida al hombre civilizado. Cuando pensamos en culturas anteriores o externas que no cumplen una serie de normas de
orden o de higiene lo consideramos como barbarie (antítesis de la cultura). La forma más característica de la cultura son las actividades psíquicas superiores (ciencia, arte) que el hombre considera directrices de la vida, las ideas. Estas regulan las relaciones humanas cuando son aceptadas por una mayoría que se impone a todos. Se convertirá en Derecho y se enfrentará al individuo que anteponga sus intereses al cumplimiento de éste. Esta sustitución del poderío individual por el de la comunidad representa el paso decisivo hacia la cultura. (p.41) Suprime los instintos para contribuir a la vida en sociedad, la libertar individual no sería un bien de la cultura, más bien una máxima antes de toda cultura. El anhelo de esta libertad perdida se dirigiría contra las exigencias culturales y parece que jamás dejará de defender su pretensión de libertad individual contra la voluntad de la masa. ¿Sería irrealizable el equilibrio entre libertad y cultura? La cultura supone la opresión de los instintos naturales, cuya satisfacción es la finalidad económica de nuestra vida. El interés por la función excretora sería transformado en orden y limpieza, constituyendo el carácter anal. Tanto orden como limpieza son preceptos esenciales de la cultura y nos presenta por primera vez la analogía entre proceso cultural y la evolución libidinal del individuo. La sublimación de los instintos desempeña un papel fundamental en la vida de los pueblos civilizados. La insatisfacción de los impulsos genera frustración que desemboca en la hostilidad hacia la cultura y si no se recompensa será motivo de grandes trastornos. 4 El hombre primitivo ve la necesidad de asociarse para sobrevivir con otros hombres; anteriormente la familia representaría el primer auxiliar para la supervivencia, tal vez surgida por la necesidad de satisfacción genital; pero en la familia primitiva aún faltaría un elemento esencial de la cultura, las alianzas fraternas. La fase totémica se basa en las restricciones que los hermanos hubieron de imponerse para consolidar este nuevo sistema que ayudaría a controlar mejor el mundo exterior y humano, por lo que no es fácil entender con ello la falta de felicidad de sus miembros. En el amor hacia alguien el hombre se desplazaría hacia la acción de amar mitigando la primitiva querencia de ser amado. También hay concepciones éticas que pretenden ver en el amor por la humanidad y el mundo la actitud más excelsa a que puede elevarse el hombre, pero un amor que no discrimina pierde su valor ya que comete injusticia frente a su objeto, ya que todos los hombres no merecen ser amados. El amor genital lleva a la formación de nuevas familias, el de fin inhibido a las amistades; pero el divorcio entre amor y cultura es inevitable. Comienza como conflicto entre familia y sociedad, pues la familia no está dispuesta a renunciar al individuo, que a su vez encontrará en la sociedad la facilidad de desprenderse de la familia que le impide hacer efectiva sus tendencias incestuosas. La discordia femenina hacia la cultura se produce porque la obra cultural se ha convertido en una tarea masculina por sublimar los impulsos de los machos, para lo cual las mujeres están poco dotadas. La parte de libido sustraída en las tareas culturales sería consumida de la mujer y la vida sexual, ya que es necesaria la convivencia con otros hombres. La mujer relegada a segundo plano por las exigencias culturales adoptaría la hostilidad frente a la cultura. La sociedad occidental delimita la vida sexual dejando sólo la posibilidad de una sexualidad con meros fines reproductivos en monogamia y que poco espacio deja al placer que estaría limitado a la vida heterosexual. 5 El psicoanálisis demuestra que los neuróticos son quienes menos soportan esas limitaciones de la sexualidad. La cultura pretende ligar a muchos individuos también con lazos libidinales, poniendo
en juego la máxima cantidad de libido con fin desinhibido para la amistad. Pero esto sin utilidad es desaconsejable y va en contra de nosotros mismos y de nuestra propia familia que vería con desagrado nuestro amor a alguien que si le reportara beneficio iría en nuestro perjuicio. Por lo tanto existen discrepancias innegables en el cumplimiento de unos preceptos éticos que no tienen en cuenta nuestra naturaleza. El hombre tiene en su instinto una buena porción de agresividad que sería saciada volcándola sobre otro individuo. Esta necesidad espera a que le la provoque para realizarse y la cuál es la perturbación máxima de una civilización que empuja hacia su destrucción y que la cultura intenta evitar con todas sus restricciones. Esta agresividad ha sido volcada a lo largo de la historia hacia otros hombre (judíos, homosexuales..) con el fin de crear amor entre un sector importante de la sociedad. Esto puede comprobarse en la hostilidad entre vecinos, “el narcisismo de l as pequeñas diferencias”.
Si la cultura impone sacrificios es evidente por lo que al hombre le cuesta sentirse feliz en ella y por lo que piensa que el hombre primitivo era más feliz. El hombre ha trocado felicidad por seguridad, pero en la antigüedad solo el jefe gozaba de libertar por lo tanto no eran más felices tampoco. Con esto la cultura no nos sería tan hostil y quizás se pueda modificar para satisfacer mejor nuestras necesidades, pero también hemos de familiarizarnos con la idea de que existen impedimentos inherentes a nuestra propia naturaleza y de que el Estado sea la “miseria psicológica de las masas”.
6 La neurosis sería la solución de una lucha entre interés de autoconservación y las exigencias de la libido que, al salir triunfante el Yo, habría pagado el precio de graves sufrimientos y renuncias. Le quedaba la convicción indemostrable de que los instintos nos podrían ser todos de la misma especie. Además del instinto conservador de la vida y condensador en unidades mayores (Eros), existiría otro antagónico tendente a disolver estas unidades hasta un estado inorgánico, el Thanatos. Para demostrarlo acepta que una parte del Thanatos se orienta hacia el exterior a través de agresividad y destrucción para evitar perjudicarse a sí mismo; y al querer reprimirlo, se convertiría en autodestrucción que en el sadismo se uniría al Eros. En la fuerza del Thanatos reconoce su poder narcisista, ya que ofrece al Yo la realización de sus más arcaicos deseos de omnipotencia. (p.65) A partir de entonces lo adopta como impulso autónomo en el hombre y que tropieza con la cultura que sería un proceso al servicio del Eros, destinado a condensar en la humanidad a los individuos aislados, luego a las familias, las tribus, los pueblos y las naciones; y acepta que estas se vinculen libidinalmente ya que ni las ventajas de la comunidad de trabajo bastarían para mantenerla unida (p.66). La evolución cultural sería la lucha entre el Eros y el Thanatos y podría definirla como la lucha de la especie humana por la vida. 7 ¿Por qué en los animales no existe esa lucha cultural? No lo sabemos, quizás hayan alcanzado esa organización bregando con la libertad individual. Quizás el impulso de destrucción en el hombre sea por un empuje concreto de la libido. El impulso se tornaría inocuo para la sociedad al ser proyectado contra el Yo, incorporándose como parte de éste en calidad de Super-yo opuesto a la parte restante y ejerciendo la función de conciencia (moral) que arremetería contra el Yo y evitaría en muchos casos que la agresividad se volcase hacia el exterior. La tensión que nace entre Super-yo y Yo subordinado al mismo, lo califica de sentimiento de culpabilidad y se manifiesta con la necesidad de castigo. Esta visión de la maldad sería fruto del desamparo y dependencia de los demás, ya que al perder el amor del prójimo se pierde protección frente a peligros. Pero al
interiorizar estas normas como Super-yo se pasaría a otro nivel ya que éste intervendría en el temor a ser descubierto y ni siquiera los pensamiento escapan al Super- yo, que hace el papel parental en nuestro mundo interior. El miedo a la autoridad, que obliga a renunciar a los instintos; y el temor al Super-yo, que nos impulsa al castigo; son los dos orígenes de la culpabilidad. Existiría una relación entre renuncia y sentimiento de culpa; el Super-yo nos atormentaría no ya reprimiendo instintos sino incluso pensamientos y nos sentiremos culpables al hacer algo y al pensarlo dado la lucha entre Eros y Thanatos. Por lo tanto la cultura crece cuando lo hace el sentimiento de culpabilidad, lo que es difícilmente soportable por el individuo. 8 El sentimiento de culpabilidad sería el factor más importante de la evolución cultural, pagando por ella con la pérdida de la felicidad y se impone a la conciencia con exceso en afecciones como las neurosis obsesivas, también puede permanecer inconsciente sin que sus efectos sean menos intensos. En los enfermos se expresa por una necesidad de castigo y es en el fondo una variante tipográfica de angustia, que en sus fases ulteriores coincide con el miedo al Super-yo. Por esto se concibe que el sentimiento de culpa permanezca inconsciente o se exprese como malestar. Las religiones lo conocen como pecado, pretendiendo librar de éste a la humanidad. El cristianismo obtiene redención a través de la muerte de Cristo que asume la culpa de todos, ocasión que sería también origen de esa cultura. (p.80) El Super-yo es una instancia psíquica inferida por nosotros, la conciencia, una de las funciones que le atribuimos y que está destinada a vigilar los actos e intenciones del Yo, juzgándolo y cesándolo. El sentimiento de culpabilidad es la percepción que tiene el Yo de la vigilancia que se le impone por las exigencias del Super-yo. De ello subyace la angustia que es debida al miedo a la instancia superior, la necesidad de castigo es una manifestación instintiva del yo que se ha tornado masoquista bajo la influencia del Super-yo sádico. El miedo al Super-yo deriva del miedo a una autoridad exterior, el remordimiento es la relación del Yo en un caso especial del sentimiento de culpabilidad y puede ser también anterior al desarrollo de la consciencia moral. Cuando un instinto sufre represión, sus elementos libidinales se convierten en síntomas y sus componentes agresivos en sentimiento de culpabilidad. La lucha entre Eros y Thanatos estará justificada en el proceso cultural y en la evolución individual al ser mecanismos vitales que participan del carácter más general de la vida. El proceso cultural es una abstracción de orden superior al de la evolución individual que tendría como fin la felicidad individual y el proceso cultural hacia la felicidad de la sociedad, con la adaptación en la comunidad como medio. (p.85) La felicidad individual queda relegada a segundo plano por el objetivo de la vida en sociedad. La lucha entre individuo y cultura es hija del conflicto por el reparto de libido entre el Yo y los objetos. La comunidad también genera un Super-yo con el que se produce la evolución cultural, formado por las impresiones de hombres que han sobresalido individualmente. La diferencia radica en que en el individuo la angustia provocada por el Super-yo puede ser inconsciente. Las normas que establece el Super-yo cultural están comprendidas como ética, que debe ser concebida como terapia para conseguir la restante labor cultural. (p.89) La cultura con la severidad de sus preceptos y censuras se despreocupa de la felicidad del Yo, ya que no tiene en cuenta la resistencia que le ejerce la energía instintiva del Ello y las dificultades del mundo real. Nuestro objetivo es luchar contra el Super-yo cultural que se preocupa de nuestra constitución psíquica, que no siempre puede luchar contra lo instintivo del Ello que al sobre pasar
las exigencias del individuo se produce la neurosis que lo hace infeliz. De nada serviría la pretendida ética “natural” que para la satisfacción narcisista de sentirnos mejores que los demás.
El destino de la humanidad será decidido si el desarrollo cultural lograra hacer frente a las perturbaciones de la vida colectiva, emanadas del instinto de agresividad y autodestrucción. Sólo cabe esperar que el eterno Eros pueda vencer a su inmortal adversario. REFLEXIÓN Poco o más bien nada conozco a cerca de todo lo que la psicología moderna puede decir acerca de los impulsos del Eros y el Thanatos que, según Freud, mueven al ser humano en la tarea de la vida, en la lucha por la supervivencia. Como para hacer la reflexión de un tema tan complejo requeriría años de estudio, sólo puedo fundarla en mi corta experiencia vital, así que ruego se me disculpe por mi ignorancia. En cuanto al recurso del sentimiento oceánico para explicar la fuente última de la religiosidad, pienso que lo explicaría mejor un sentimiento de eternidad que se produciría ante la imposibilidad que tiene el ser humano de concebir su desaparición. No podemos concebir nuestra No- existencia, aún pensando que era efectiva antes de nacer; o quizás sea un sentimiento procedente de nuestra misma procedencia de una sustancia anterior, lo cual se asemejaría más al término oceánico. La cuestión de que si la vida admite o no sentido, es para mí algo en que toda fundamentación procedente de algo externo a nuestra experiencia – como puede ser la religión que se basa en la Fe, en un destino marcado que resulta imposible de discutir, pues la Fe no tiene que atender a razones- no procede a ninguna discusión intelectual. Pero en cambio me parece que la vida se carga de significación en su desarrollo mismo y de forma claramente subjetiva, o quizá, como la Fe, esto no sea más que el consuelo buscado para poder dejar de atormentarme ante el posible vacio de la existencia humana. Desde luego la felicidad es nuestra meta y estoy de acuerdo con que es episódica, yo diría casi momentánea, y que brota más bien en el contraste. A nivel de sociedad, esto puede comprobarse mirando el desencanto que siempre se oc asiona después de cualquier tipo de conquista social. Después de la euforia colectiva, vuelve de nuevo el desengaño para volver a volcar la esperanza en otra futura conquista. Cada vez que pienso en la felicidad plena, solo puedo concebirla como el legado de un platonismo que no creo que nunca haya tenido nada que ver con la realidad de la “Creación” aunque haya
influido en la nuestra. La Naturaleza y la sociedad siempre estarán para evitar nuestra felicidad, que tampoco es más que un producto de nuestra imaginación. ¿Cómo podemos cumplir normas sociales, una ética en definitiva, si no somos capaces de cumplir con las normas que nos imponemos a nosotros mismos? Como otros tantos, pienso que todo producto humano lleva implícito la semilla de su propia destrucción. La falta de valores absolutos, las circunstancias de cada sociedad y cada individuo, hacen imposible erigir ningún sistema universal. Si la agresividad innata del hombre censurada por el Super-yo puede crear displacer y sufrimiento, lo mejor sería que todos participáramos, por ejemplo, en deportes de contacto para librarnos de que esa agresividad se vuelva contra nosotros mismos; que aunque parezca una tontería yo vivía más tranquilo cuando jugaba al rugby. Desde luego sería mucho mejor que pasar por la cámara de gas a millones de personas o mandarlos a Siberia. En nuestra naturaleza el amor al prójimo no tiene un papel importantísimo que digamos, visto está en la Historia; y las imposiciones sociales, como bien dice Freud, no se adaptan siquiera a muchas de nuestras necesidades instintivas que no van en contra de otros individuos.
El capítulo II vuelve nuevamente sobre la religiosidad del hombre, donde él se representa en un padre de grandiosa envergadura. Y este Padre es Dios evidentemente. Este Padre es una entidad del Supéryo. La religión hace creer al hombre que necesita de un ser superior que lo guié, escuché sus necesidades, que les de un premio y un castigo por su conducta. Todo esto es evidentemente infantil. Pienso en las palabras de Enmanuel Kant, hay que salir del estado de minoridad. El hombre en estos aspectos sobre la religión sigue siendo un niño. Freud comienza en su prólogo adelantando cuál será el tema de fondo: la felicidad. Al respecto señala: “ Uno no puede apartar de sí la impresión de que los seres humanos suelen aplicar falsos deseos; poder, éxito y riqueza es lo que pretenden para sí y lo que admiran en otros, menospreciando los verdaderos valores de la vida. Más e n un juicio universal de esa índole, uno corre el peligro de olvidar las variedad del mundo humano y de su vida anímica. Con este comienzo Freud pone en evidencia que la felicidad es lo que busca alcanzar u obtener todo ser humano. El tema principal es el irremediable antagonismo entre las exigencias pulsionales y las restricciones impuestas por la cultura. hasta que sus investigaciones sobre la psicología del yo, lo llevaron a establecer la hipótesis del superyó y su origen en las primeras relaciones objetales del individuo. Por lo que en los capítulos VII y VIII se dedica a indagar y dilucidar la naturaleza del sentimiento de culpa y Freud declara su propósito de situar al sentimiento de culpa como el problema más importante del desarrollo cultural y sobre ello se edifica la segunda de las cuestiones colaterales tratadas: la de la pulsión de destrucción. Sobre esto, se dice que hasta que Freud no estableció la hipótesis de una “pulsión de muerte” La cultura para poder realizarse tiene que sofocar los instintitos primarios, primitivos , esenciales del hombre, los instintos q naturalmente surge del hombre la sociedad los tiene q sofocar las tiene q maniatar para poder construir la cultura, entonces al cultura vive en completo malestar dice Froid, xq la condición de posibilidad que exista una cultura es que los ombres sofoqen aten, sujeten sus instintos ams primarios aqellos q arian de ellos bestias feroces. La cultura se basa en la reprensión de nuestros instintos(los mas ricos, los q arian de elloseres plenos, vitales, saludables, entregados ala gloria de la vida) por el contrario están sometidos al malestar de la cultura, es decir matan en ellos lo mas exaltado mas primario y valioso q podrían tener .saludables instinto sexual es el que mas se debe de repremir según Froid. Las 3 fuentes de sufrimiento: Las fuerzas de la naturaleza, la Fragilidad del cuerpo humano, y las instituciones quenosotros mismos creamos que no nos dan seguridad no nos dan nada. La evolución cultural sería la lucha entre el Eros y el Thanatos y podría definirla como la lucha de la especie humana por la vida. ( El miedo a la autoridad, que obliga a renunciar a los instintos; y el temor al Super-yo, que nos impulsa al castigo; son los dos orígenes de la culpabilidad. Existiría una relación entre renuncia y sentimiento de culpa; el Super-yo nos atormentaría no ya reprimiendo instintos sino incluso pensamientos y nos sentiremos culpables al hacer algo y al pensarlo dado la lucha entre Eros y Thanatos. Por lo tanto la cultura crece cuando lo hace el sentimiento de culpabilidad, lo que es difícilmente soportable por el individuo.
El sentimiento de culpabilidad sería el factor más importante de la evolución cultural, pagando por ella con la pérdida de la felicidad y se impone a la conciencia con exceso en afecciones como las neurosis obsesivas, también puede permanecer inconsciente sin que sus efectos sean menos intensos. En los enfermos se expresa por una necesidad de castigo y es en el fondo una variante tipográfica de angustia, que en sus fases ulteriores coincide con el miedo al Super-yo. Por esto se concibe que el sentimiento de culpa permanezca inconsciente o se exprese como malestar.
l sentimiento de culpabilidad es la percepción que tiene el Yo de la vigilancia que se le impone por las exigencias del Super-yo. De ello subyace la angustia que es debida al miedo a la instancia superior, la necesidad de castigo es una manifestación instintiva del yo que se ha tornado masoquista bajo la influencia del Super-yo sádico. El miedo al Super-yo deriva del miedo a una autoridad exterior, el remordimiento es la relación del Yo en un caso especial del sentimiento de culpabilidad y puede ser también anterior al desarrollo de la consciencia moral. Cuando un instinto sufre represión, sus elementos libidinales se convierten en síntomas y sus componentes agresivos en sentimiento de culpabilidad. El destino de la humanidad será decidido si el desarrollo cultural lograra hacer frente a las perturbaciones de la vida colectiva, emanadas del instinto de agresividad y autodestrucción. Sólo cabe esperar que el eterno Eros pueda vencer a su inmortal adversario. Poco o más bien nada conozco a cerca de todo lo que la psicología moderna puede decir acerca de los impulsos del Eros y el Thanatos que, según Freud, mueven al ser humano en la tarea de la vida, en la lucha por la supervivencia.