FREUD: EL MALESTAR EN LA CULTURA. Apartado I.
No podemos eludir la impresión de que el hombre suele aplicar cánones falsos en sus apreciaciones, pues mientras anhela para sí y admira en los demás el poderío, el éxito y la riqueza menosprecia, en cambio, los valores genuinos que la vida le ofrece. No obstante, al formular un uicio general de esta especie, siempre se corre peligro de olvidar la abigarrada variedad del mundo humano y de su vida anímica, ya que existen, en efecto, algunos seres a quienes no se les niega la veneración de sus coetáneos, pese a que su grandeza reposa en cualidades y obras muy aenas a los obetivos y los ideales de las masas. !e pretenderá aducir que sólo es una minoría selecta la que reconoce en su usto valor a estos grandes hombres, mientras que la gran mayoría nada quiere saber de ellos" pero las discrepancias entre las ideas y las acciones de los hombres son tan amplias y sus deseos tan dispares que dichas reacciones reacciones seguramente no son tan simples. #no de estos estos hombres hombres excepci excepcional onales es se declara en sus cartas amigo mío. $abiéndol $abiéndole e enviado yo mi peque%o trabao que trata de la religión como una ilusión, me respondió que compar compartía tía sin reser reserva va mi uici uicio o sobre sobre la relig religión, ión, pero pero lament lamentaba aba que yo no hubier hubiera a concedido su usto valor a la fuente <ima de la religiosidad. 'sta residiría, seg&n su criterio, en un sentimiento particular que amás habría deado de percibir, que muchas personas le habrían con(rmado y cuya existencia podría suponer en millones de seres humanos" un sentimiento que le agradaría designar )sensación de eternidad*" un sentimiento como de algo sin límites ni barreras, en cierto modo )oceánico*. !e trataría de una experiencia esencialmente subetiva, no de un artículo del credo" tampoco implicaría seguridad alguna de inmortalidad personal" pero, no obstante, ésta sería la fuente de la energía religiosa, que, captada por las diversas +glesias y sistemas religiosos, es encauzada hacia determinados canal canales es y segura seguramen mente te tambi también én consum consumida ida en ellos. ellos. !ólo !ólo gracia gracias s a éste éste sentim sentimien iento to oceánico podría uno considerarse religioso, religioso, aunque se rechazara rechazara toda fe y toda ilusión. 'sta declaración de un amigo que venero quien, por otra parte, también prestó cierta vez expresión expresión poética al encanto de la ilusión me colocó en no peque%o aprieto, pues yo mismo no logro logro descubri descubrirr en mí este sentimiento sentimiento )oceánico*. )oceánico*. 'n manera manera alguna es tarea tarea grata grata someter los sentimientos al análisis cientí(co- es cierto que se puede intentar la descripción descripción de sus manifestaciones (siológicas" (siológicas" pero cuando esto no es posible y me temo que también el sentimiento oceánico se sustraerá a semeante caracterización, no queda sino atenerse al contenido ideacional que más fácilmente se asocie con dicho sentimiento. i amigo, si lo he comprendido correctamente, se re(ere a lo mismo que cierto poeta original y harto inconvencional hace decir a su protagonista, a manera de consuelo ante el suicidio- )/e este mundo no podemos podemos caernos*. caernos*. 0ratarías rataríase, e, pues, pues, de un sentimie sentimiento nto de indisolub indisoluble le comunión, de inseparable pertenencia a la totalidad del mundo exterior. /ebo confesar que para para mí esto esto tiene tiene más bien bien el cará carácte cterr de una penetr penetraci ación ón intel intelect ectua ual, l, acompa acompa%a %ada, da, naturalmente, de sobretonos afectivos, que por lo demás tampoco faltan en otros actos cognoscitivos de análoga envergadura. 'n mi propia persona no llegaría a convencerme de la índole primaria primaria de semeant semeante e sentimie sentimiento" nto" pero no por ello tengo derecho derecho a negar negar su ocurrencia real en los demás. 1a cuestión se reduce, pues, a establecer si es interpretado correctamente y si debe ser aceptado como fons et origo de toda urgencia religiosa.
Nada puedo aportar que sea susceptible de decidir la solución de este problema. 1a idea de que el hombre podría intuir su relación con el mundo exterior a través de un sentimiento directo, orientado desde un principio a este (n, parece tan extra%a y es tan incongruente con la estructura de nuestra psicología, que será lícito intentar una explicación psicoanalítica vale decir genética del mencionado sentimiento. 2l emprender esta tarea se nos ofrece al instante el siguiente razonamiento. 'n condiciones normales nada nos parece tan seguro y establecido como la sensación de nuestra mismidad, de nuestro propio yo. 'ste yo se nos presenta como algo independiente unitario, bien demarcado frente a todo lo demás. !ólo la investigación psicoanalítica que por otra parte, a&n tiene mucho que decirnos sobre la relación entre el yo y el ellonos ha ense%ado que esa apariencia es enga%osa" que, por el contrario, el yo se contin&a hacia dentro, sin límites precisos, con una entidad psíquica inconsciente que denominamos ello y a la cual viene a servir como de fachada. 3ero, por lo menos hacia el exterior, el yo parece mantener sus límites claros y precisos. !ólo los pierde en un estado que, si bien extraordinario, no puede ser tachado de patológico- en la culminación del enamoramiento amenaza esfumarse el límite entre el yo y el obeto. 4ontra todos los testimonios de sus sentidos, el enamorado a(rma que yo y t& son uno, y está dispuesto a comportarse como si realmente fuese así. /esde luego, lo que puede ser anulado transitoriamente por una función (siológica, también podrá ser trastornado por procesos patológicos. 1a patología nos presenta gran n&mero de estados en los que se torna incierta la demarcación del yo frente al mundo exterior, o donde los límites llegan a ser confundidos- casos en que partes del propio cuerpo, hasta componentes del propio psiquismo, percepciones, pensamientos, sentimientos, aparecen como si fueran extra%os y no pertenecieran al yo" otros, en los cuales se atribuye al mundo exterior lo que a todas luces procede del yo y debería ser reconocido por éste. /e modo que también el sentimiento yoico está sueto a trastornos, y los límites del yo con el mundo exterior no son inmutables. 3rosiguiendo nuestra re5exión hemos de decirnos que este sentido yoico del adulto no puede haber sido el mismo desde el principio, sino que debe haber sufrido una evolución, imposible de demostrar, naturalmente, pero susceptible de ser reconstruida con cierto grado de probabilidad. 'l lactante a&n no discierne su yo de un mundo exterior, como fuente de las sensaciones que le llegan. 6radualmente lo aprende por in5uencia de diversos estímulos. !in duda, ha de causarle la más profunda impresión el hecho de que algunas de las fuentes de excitación que más tarde reconocerá como los órganos de su cuerpo sean susceptibles de provocarle sensaciones en cualquier momento, mientras que otras se le sustraen temporalmente entre éstas, la que más anhela- el seno materno, logrando sólo atraérselas al expresar su urgencia en el llanto. 4on ello comienza por oponérsele al yo un )obeto*, en forma de algo que se encuentra )afuera* y para cuya aparición es menester una acción particular. #n segundo estímulo para que el yo se desprenda de la masa sensorial, esto es, para la aceptación de un )afuera*, de un mundo exterior, lo dan las frecuentes, m<iples e inevitables sensaciones de dolor y displacer que el a&n omnipotente principio del placer induce a abolir y a evitar. !urge así la tendencia a disociar del yo cuanto pueda convertirse en fuente de displacer, a expulsarlo de sí, a formar un yo puramente hedónico, un yo placiente, enfrentado con un noyo, con un )afuera* aeno y amenazante. 1os límites de este primitivo yo placiente no pueden escapar a reaustes ulteriores impuestos por la experiencia. 6ran parte de lo que no se quisiera abandonar por su carácter placentero no pertenece, sin embargo, al yo, sino a los obetos" recíprocamente, muchos sufrimientos de los que uno pretende desembarazarse resultan ser inseparables del yo, de procedencia
interna. 4on todo, el hombre aprende a dominar un procedimiento que, mediante la orientación intencionada de los sentidos y la actividad muscular adecuada, le permite discernir lo interior 7perteneciente al yo8 de lo exterior 7originado por el mundo8, dando así el primer paso hacia la entronización del principio de realidad, principio que habrá de dominar toda la evolución ulterior. Naturalmente, esa capacidad adquirida de discernimiento sirve al propósito práctico de eludir las sensaciones displacenteras percibidas o amenazantes. 1a circunstancia de que el yo, al defenderse contra ciertos estímulos displacientes emanados de su interior, aplique los mismos métodos que le sirven contra el displacer de origen externo, habrá de convertirse en origen de importantes trastornos patológicos. /e esta manera, pues, el yo se desliga del mundo exterior, aunque más correcto sería deciroriginalmente el yo lo incluye todo" luego, desprende de sí un mundo exterior. Nuestro actual sentido yoico no es, por consiguiente, más que el residuo atro(ado de un sentimiento más amplio, aun de envergadura universal, que correspondía a una comunión más íntima entre el yo y el mundo circundante. !i cabe aceptar que este sentido yoico primario subsiste en mayor o menor grado en la vida anímica de muchos seres humanos, debe considerársele como una especie de contraposición del sentimiento yoico del adulto, cuyos límites son más precisos y restringidos. /e esta suerte, los contenidos ideativos que le corresponden serían precisamente los de in(nitud y de comunión con el 0odo, los mismos que mi amigo emplea para eempli(car el sentimiento )oceánico*. 3ero, 9acaso tenemos el derecho de admitir esta supervivencia de lo primitivo unto a lo ulterior que de él se ha desarrollado: !in duda alguna, pues los fenómenos de esta índole nada tienen de extra%o, ni en la esfera psíquica ni en otra cualquiera. 2sí, en lo que se re(ere a la serie zoológica, sustentamos la hipótesis de que las especies más evolucionadas han surgido de las inferiores" pero a&n hoy hallamos, entre las vivientes, todas las formas simples de la vida. 1os grandes saurios se han extinguido, cediendo el lugar a los mamíferos" pero a&n vive con nosotros un representante genuino de ese orden- el cocodrilo. 'sta analogía puede parecer demasiado remota, y, por otra parte, adolece por que las especies inferiores sobrevivientes no suelen ser las verdaderas antecesoras de las actuales, más evolucionadas. 3or regla general, han desaparecido los eslabones intermedios que sólo conocemos a través de su reconstrucción. 'n cambio, en el terreno psíquico la conservación de lo primitivo unto a lo evolucionado a que dio origen es tan frecuente que sería ocioso demostrarla mediante eemplos. 'ste fenómeno obedece casi siempre a una bifurcación del curso evolutivo- una parte cuantitativa de determinada actitud o de una tendencia instintiva se ha sustraído a toda modi(cación, mientras que el resto siguió la vía del desarrollo progresivo. 0ocamos aquí el problema general de la conservación en lo psíquico, problema apenas elaborado hasta ahora, pero tan seductor e importante que podemos concederle nuestra atención por un momento, pese a que la oportunidad no parezca muy usti(cada. $abiendo superado la concepción errónea de que el olvido, tan corriente para nosotros, signi(ca la destrucción o aniquilación del resto mnemónico, nos inclinamos a la concepción contraria de que en la vida psíquica nada de lo una vez formado puede desaparecer amás" todo se conserva de alguna manera y puede volver a surgir en circunstancias favorables, como, por eemplo, mediante una regresión de su(ciente profundidad. 0ratemos de representarnos lo que esta hipótesis signi(ca mediante una comparación que nos llevará a otro terreno. 0omemos como eemplo la evolución de la 4iudad 'terna. 1os historiadores nos ense%an que el más antiguo recinto urbano fue la ;oma quadrata, una población empalizada en el monte 3alatino. 2 esta
primera fase siguió la del !eptimontium, fusión de las poblaciones situadas en las distintas colinas" más tarde apareció la ciudad cercada por el muro de !irvio 0ulio, y a&n más recientemente, luego de todas las transformaciones de la ;ep&blica y del 3rimer +mperio, el recinto que el emperador 2ureliano rodeó con sus murallas. No hemos de perseguir más leos las modi(caciones que sufrió la ciudad, preguntándonos, en cambio, qué restos de esas fases pasadas hallará a&n en la ;oma actual un turista al cual suponemos dotado de los más completos conocimientos históricos y topográ(cos. arelli veríamos de nuevo, sin tener que demoler este edi(cio, el templo de ?&piter 4apitolino, y no sólo en su forma más reciente, como lo contemplaron los romanos de la época cesárea, sino también en la primitiva, etrusca, ornada con ante(os de terracota. 'n el emplazamiento actual del 4oliseo podríamos admirar, además, la desaparecida /omus aurea de Nerón" en la 3iazza della ;otonda no encontraríamos tan sólo el actual 3anteón como 2driano nos lo ha legado, sino también, en el mismo solar, la construcción original de . 2grippa, y además, en este terreno, la iglesia aría sopra inerva, sin contar el antiguo templo sobre el cual fue edi(cada. @ bastaría que el observador cambiara la dirección de su mirada o su punto de observación para hacer surgir una u otra de estas visiones. 'videntemente, no tiene obeto alguno seguir el hilo de esta fantasía, pues nos lleva a lo inconcebible y aun a lo absurdo. !i pretendemos representar espacialmente la sucesión histórica, sólo podremos hacerlo mediante la yuxtaposición en el espacio, pues éste no acepta dos contenidos distintos. Nuestro intento parece ser un uego vano" su &nica usti(cación es la de mostrarnos cuán leos de encontrarnos de poder captar las características de la vida psíquica mediante la representación descriptiva. 2&n tendríamos que enfrentarnos con otra obeción. !e nos preguntará por qué recurrimos precisamente al pasado de una ciudad para compararlo con el pasado anímico. 1a hipótesis de la
conservación total de lo pretérito está supeditada, también en la vida psíquica, a la condición de que el órgano del psiquismo haya quedado intacto, de que sus teidos no hayan sufrido por traumatismo o in5amación. 3ero las in5uencias destructivas comparables a estos factores patológicos no faltan en la historia de ninguna ciudad, aunque su pasado sea menos agitado que el de ;oma, aunque, como 1ondres, amás haya sido asolada por un enemigo. 2un la más apacible evolución de una ciudad incluye demoliciones y reconstrucciones que en principio la tornan inadecuada para semeante comparación con un organismo psíquico. Nos rendimos ante este argumento y, renunciando a un ilustrativo efecto de contraste, recurrimos a un símil que, en todo caso, es más afín a lo psíquico- el organismo animal o el humano. 3ero también aquí tropezamos con idéntica di(cultad. 1as fases precedentes de la evolución no subsisten en forma alguna, sino que se agotan en las ulteriores cuyo material han suministrado. 's imposible demostrar la existencia del embrión en el adulto" el timo del ni%o, sustituido por teido conectivo durante la adolescencia, ha deado de existir" es verdad que en los huesos largos del adulto podemos trazar el contorno del infantil" pero éste ha desaparecido al alargarse y engrosarse para alcanzar su forma de(nitiva. 3or consiguiente, debemos someternos a la comprobación de que sólo en el terreno psíquico es posible esta persistencia de todos los estadios previos, unto a la forma de(nitiva, y de que no podremos representarnos grá(camente tal fenómeno. 3ero quizá vayamos demasiado leos con esta conclusión. Auizá habríamos de conformarnos con a(rmar que lo pretérito puede subsistir en la vida psíquica, que no está necesariamente condenado a la destrucción. 2un en el terreno psíquico no dea de ser posible como norma o excepcionalmente que muchos elementos arcaicos sean borrados o consumidos en tal medida, que ya ning&n proceso logre restablecerlos o reanimarlos" además, su conservación podría estar supeditada en principio a ciertas condiciones favorables. 0odo esto es posible, pero nada sabemos al respecto. No podemos sino atenernos a la conclusión de que en la vida psíquica la conservación de lo pretérito es la regla más bien que una curiosa excepción. 2sí, pues, estamos plenamente dispuestos a aceptar que en muchos seres existe un )sentimiento oceánico*, que nos inclinamos a reducir a una fase temprana del sentido yoico" pero entonces se nos plantea una nueva cuestión- 9qué pretensiones puede alegar ese sentimiento para ser aceptado como fuente de las necesidades religiosas: 3or mi parte esta pretensión no me parece muy fundada, pues un sentimiento sólo puede ser una fuente de energía si a su vez es expresión de una necesidad imperiosa. 'n cuanto a las necesidades religiosas, considero irrefutable su derivación del desamparo infantil y de la nostalgia por el padre que aquél suscita, tanto más cuanto que este sentimiento no se mantiene simplemente desde la infancia, sino que es reanimado sin cesar por la angustia ante la omnipotencia del destino. e sería imposible indicar ninguna necesidad infantil tan poderosa como la del amparo paterno. 4on esto pasa a segundo plano el papel del )sentimiento oceánico*, que podría tender, por eemplo, al restablecimiento del narcisismo ilimitado. 1a génesis de la actitud religiosa puede ser trazada con toda claridad hasta llegar al sentimiento de desamparo infantil. 's posible que aquélla oculte a&n otros elementos" pero por ahora se pierden en las tinieblas. 3uedo imaginarme que el )sentimiento oceánico* haya venido a relacionarse ulteriormente con la religión, pues este serunoconel todo, implícito en su contenido ideativo, nos seduce como una primera tentativa de consolación religiosa, como otro camino para refutar el peligro que el yo reconoce amenazante en el mundo exterior. 4on(eso una vez más que me resulta muy difícil operar con estas magnitudes tan intangibles. Btro de mis amigos, llevado por su insaciable
curiosidad cientí(ca a las experiencias más extraordinarias y convertido por (n en omnisapiente, me aseguró que mediante las prácticas del yoga, es decir, apartándose del mundo exterior, (ando la atención en las funciones corporales, respirando de manera particular, se llega efectivamente a despertar en sí mismo nuevas sensaciones y sentimientos difusos, que pretendía concebir como regresiones a estados primordiales de la vida psíquica, profundamente soterrados. 4onsideraba dichos fenómenos como pruebas, en cierta manera (siológicas, de gran parte de la sabiduría de la mística. !e nos ofrecerían aquí relaciones con muchos estados enigmáticos de la vida anímica, como los del trance y del éxtasis. as yo siento el impulso de repetir las palabras del buzo de !chiller- C2légrese quien respira a la rosada luz del díaD
Resumen: Ereud empieza a relacionar la discusión sobre la religión como ilusión, pues un amigo le ha indicado que la religión es un sentimiento que prefería llamar sensación de FeternidadG, sin límites y sin barreras que prefería llamar oceánico, el cual es puramente subetivo. 2l respecto, Ereud considera que no puede descubrir en sí mismo ese sentimiento oceánico, que no puede medirse (siológica o cientí(camente y que más bien por asociación puede considerarse como un sentimiento de atadura indisoluble, de la copertencia con el todo del mundo exterior. 4ita a 4hristian /ietrich para eempli(car- F/e este mundo no podemos caernosG. 'n su criterio, no puede convencerse de tal sentimiento, pero por ello no impugna su efectiva presencia en otros. !e%ala que la idea de que el ser humano recibiría una noción de su nexo con el mundo circundante a través de un sentimiento inmediato dirigido ahí desde el comienzo mismo suena extra%a y se entrama mal en el teido de nuestra psicología que parece usti(cada una derivación psicoanalítica. Normalmente no tenemos más certeza que el sentimiento de nuestro símismo, de nuestro propio yo. 'ste yo aparece autónomo, unitario y deslindado de todo lo otro. Aue esta apariencia es un enga%o que el yo más bien se contin&a hacia adentro, sin frontera taante, en un ser anímico inconsciente que designamos FelloG y al que sirve como fachada. 3ero hacia fuera el yo parece a(rmar unas fronteras claras" las cuales parecen desvanecerse en el enamoramiento, porque el enamorado asevera que yo y tu son uno y está dispuesto a comportarse como si así fuera. !e%ala entonces Ereud que lo que puede ser cancelado por una función (siológica, naturalmente tiene que poder ser perturbado también por procesos patológicos. 1a patología dice Ereud nos da a conocer gran n&mero de estados en que el deslinde del yo respecto del mundo exterior se vuelve incierto o en que los límites se trazan de manera efectivamente incorrecta" casos en que partes de nuestro cuerpo propio y aun fragmentos de nuestra propia vida anímica percepciones, pensamientos y sentimientos nos aparecen como aenos y no pertenecientes al yo, y otros aun en que se atribuye al mundo exterior lo que mani(estamente se ha generado dentro del yo y debiera ser reconocido por él. 3or eso el sentimiento yoico está expuesto a perturbaciones y los límites del yo no son (os. 'l sentimiento yoico del adulto no fue así desde el comienzo, habrá recorrido un con desarrollo que si bien no puede demostrarse, sí puede construirse con bastante probabilidad. 'l lactante no separa su yo de un mundo exterior como fuente de las sensaciones que le a5uyen y aprende a hacerlo poco a poco, sobre la base de incitaciones diversas. 0iene que causarle la más intensa impresión el hecho de que muchas de las fuentes de excitación en que más tarde discernirá a sus órganos corporales pueden enviarle sensaciones en todo momento, mientras que otras entre ellas la más anhelada- pecho materno se le sustraen temporariamente y solo consigue recuperarlas reclamando. 2sí por primera vez se contrapone al yo un FobetoG como algo que se encuentra FafueraG y solo mediante una acción particular es forzado a aparecer. ;econocer ese mundo exterior es la que proporciona las frecuentes e inevitables sensaciones de dolor y displacer, que el principio de placer ordena cancelar y evitar. Nace la tendencia de segregar del yo, todo lo que pueda devenir fuente de un tal displacer, a arroarlo hacia fuera a forma un puro yoplacer al que ase contrapone un ahíafuera aeno, amenazador.
2sí entonces, se aprende un procedimiento que mediante una guía intencional de la actividad de los sentidos y una apropiada acción muscular, permite distinguir lo interno lo perteneciente al yo y lo externo lo que proviene del mundo exterior. 4on ello se da el primer paso para instaurar el pincipio de realidad, destinado a gobernar el desarrollo posterior. 'l hecho de que el yo para defenderse de ciertas excitaciones displacenteras provenientes de su interior no aplique otros métodos que aquellos que se vale contra un displacer de origen externo, será luego el punto de partida de sustanciales perturbaciones patológicas. 'ntonces, podría decirse que el yo lo contiene todo, más tarde segrega de sí un mundo exterior, por lo que el sentimiento yoico de hoy es solo una parte de un sentimiento más abarcador, ese sentimiento yoico primario se ha conservado en mayor o menor medida en la vida anímica de muchos seres humanos y acompa%aría a modo de un correspondiente al sentimiento yoico de la madurez que es más estrecho y entonces, los contenidos de representación adecuados a él serían ustamente los de la ilimitación y la atadura al todo, los mismos con los que se ilustra el sentimiento FocéanicoG. 'n el ámbito del alma es frecuente la conservación de lo primitivo unto a lo que ha nacido de él por transformación, este hecho es casi siempre consecuencia de una escisión del desarrollo . #na porción cuantitativa de una actitud, de una moción pulsional, se ha conservado inmutada mientras que otra ha experimentado el ulterior desarrollo. '- /esarrollo de la 4iudad 'terna 'volución de ;oma como ciudad y su visualización en un momento de diferentes tiempos. 'sto nos muestra cuán leos estamos de dominar las peculiaridades de la vida anímica mediante una (gura intuible, es decir, la conservación de todos los estadios anteriores solo es posible en lo anímico y no estamos en condiciones de obtener una imagen intuible de ese hecho. 'stando ya tan enteramente dispuestos a admitir que en muchos seres humanos existe un sentimiento FocéanicoG, e inclinados a reconducirlo a una fase temprana del sentimiento yocico, se nos plantea la pregunta de 9qué título tiene se sentimiento para ser considerado como la fuente de las necesidades religiosas:" sobre lo que Ereud no lo considera un título indiscutible, sino que es que un sentimiento solo puede ser una fuente de energía si él mismo constituye la expresión de una intensa necesidad y en las necesidades religiosas identi(ca el caso del desvalimiento infantil y la necesidad de un 3adre que lo protea. 'ste sentimiento oceánico ha entrado con posterioridad a las religiones y este ser#no con el 0odo, que es el contenido de pensamiento que le corresponde, se nos presenta como un primer intento de consuelo religioso, como otro camino para desconocer el peligro que el yo discierne amenazándole desde el mundo exterior.