Estructuralismo, posestructuralismo y deconstrucción: continuidad y divergencias
El término posestructuralismo presenta una serie de dificultades. Se puede afirmar que esto es así porque, en primer lugar porque no parece haber surgido de la boca y la letra de los propios investigadores que habitualmente se mencionan como referentes de esta corriente (como Julia Kristeva, Jacques errida o !illes eleu"e, para citar algunos de los e#emplos m$s célebres%, sino que fue utili"ado &desde afuera' con respecto a tales autores y sus obras, como una denominacin que r$pidamente se mostr fértil en su design des ignac acin in cla clasif sifica icator toria ia en el int interi erior or de las uni univer versid sidade adess an anglo glosa# sa#ona onass y que r$pidamente se fue e)tendiendo, y encontr eco y aceptacin en $mbitos similares de otras tradiciones nacionales. Ese tipo de operacin de designacin, y los problemas que trae asociados para la comprensin y el an$lisis, nada tienen de nuevo por otra parte, puesto que ya se conocen desde larga data dentro de los la literatura y los estudios literarios, en particular en lo que respecta a su desarrollo a lo largo del siglo veinte como lo ilustra claramente lo ocur oc urri rido do co conn el formalismo ruso y el estructuralismo. En re rela laci cin n a es este te *l *lti timo mo sustantivo, vale la pena se+alar la parado#a que envuelve el hecho de que varios de los autores a los que aquí se hace referencia dedicaron un buen esfuer"o para despegarse de su alcance y cuando creían haber resuelto la cuestin pasaron autom$ticamente, como si hubieran atravesado una aduana, a formar parte del posestructuralismo, es decir que fueron recogidos por el capítulo siguiente del manual y de la historia de la crítica literaria, y posibilitaron, de paso, que los suplementos culturales de los diarios pudieran preparar ya una nueva nota central. central. uede claro que aquí posestructuralismo interesa simplemente a los fines pr$cticos de &ponerse de acuerdo' sin demasiados pre$mbulos en relacin a un cierto universo del discurso a partir del término con que m$s com*nmente se lo designa en los $mbitos universitarios y también fuera de ellos, en artículos periodísticos, bibliotecas y librerías. -ero por su naturale"a es también obligado se+alar el presupuesto de que se trata de una calificacin en el m$s alto grado de generalidad, lo cual supone necesariamente que el an$lisis concreto de conceptos, obras, artículos y autores tiene entre sus cometidos b$sicos obligatorios precisar los predicaciones que en cada caso encierra (y qui"$s obtura% tal designacin. Entre las virtudes, si puede usarse tal sustantivo, que pueden enlistarse a favor de su antecesora, la corriente estructuralista, est$ la de haber generado, incluso antes de que fuera percibida como una escuela fuerte y definible, un sinn*mero de críticas y polémicas, casi todas ellas bien interesantes interesantes y de rica proyeccin conceptual en los a+os posteriores. El término posestructuralsimo tiene, de esta manera, la particularidad de recoger un singular fenmeno que ocurri con la corriente que se considera como su inmediata antecesora, una de esas parado#as que Jacques errida solía denominar &esc$ndalo'. -orque el estructuralismo se despla" desde su origen francés hacia otras "onas del mundo con la característica de que pr$cticamente en todas partes su arribo coincidi con
las duras críticas que recibía. e tal modo ocurri en uenos /ires, por e#emplo. /sí, loss un lo univ iver ersi sita tari rios os y es espe peci cial alis ista tass al mi mism smoo ti tiem empo po qu quee ac actu tual ali" i"ab aban an aq aque uell llos os cono co noci cimi mien ento toss so sobr bree lin ling0 g0ís ísti tica ca y fo fono nolo logí gíaa qu quee le less po posi sibi bilit litar aría íann pe pene netr trar ar el vocabulario que el estructuralismo traía consigo, entraban en contacto con artículos y obras de otros ling0istas, filsofos, filsofos, psiclogos, socilogos socilogos y mar)istas que se dedicaban dedicaban a demoler el dogma de la estructura. -or lo general lo hacían de una manera muy especial. Es decir, en el sentido de que pretendían volver ese combate productivo desde una perspectiva metodolgica y terica, pero incluso también política, ra"n por la cual la crítica, por lo general quedaba claro, m$s o menos implícitamente, suponía el rescate de aquellos componentes que se consideraban valiosos y que el estructuralismo traía consigo1 como si entre ortodo)os y heterodo)os e)istiera un acuerdo o consenso e)plícito determinado por la certidumbre de que, cualquiera fuera su resolucin, se asistía a un capítulo fundamental en la moderni"acin y consolidacin de las ciencias sociales. Este fenmeno de crítica y recupe rec uperac racin in es par partic ticula ularme rmente nte not notori orioo en un lib libro ro com comoo La estructura ausente. Introducción a la semiótica del italiano 2mberto Eco, una obra cl$sica de su época y a la ve" bien emblem$tica de lo que se acaba de afirmar. afir mar. La struttura ausente es de 3456 (aquí
la citamos seg*n la versin espa+ola traducida por 7rancisco Serra 8antarell, arcelona, 9umen, 34:6%. En uno de sus *ltimos apartados y a mo modo do de ba bala lanc ncee cr críti ítico co el au auto torr ita itali lian anoo re real ali" i"ab abaa el si simp mple le se se+a +ala lami mien ento to epistemolgico de que una cosa es que la nocin de estructura fuera #u"gada como presupuesto ontolgico, y por lo tanto estimada como una suerte de esencia oculta propia del ob#eto que se pretende estudiar, y muy otra que se la tomara como una necesidad metodolgica, metodolgica, de car$cter inevitable y fatal a #u"gar por los dichos de algunos investigadores, pero, como toda herramienta, revisable y cuestionable en cuanto a sus verdaderos alcances1 alcances1 un medio como otros, no una meta a alcan"ar. alcan"ar. /sí, Eco concluye; /l estar ausente, la estructura no puede ser considerada como el término ob#etivo de una investigacin definitiva, sino como un instrumento hipotético para ensayar fenmenos y trasladarlos a correlaciones m$s amplias. (p$g. <=>% 2na est estruc ructur tura, a, ent entonc onces, es, deb debía ía ser ent enten endid didaa b$s b$sica icamen mente te en co conso nsonan nancia cia a los componentes de un modelo e)plicativo; Estos modelos pueden ser tericos, en el sentido de que han de ser postulados como los m$ss c m$ cmo modo doss y &e &ele lega gant ntes es'' an anti tici cip$ p$nd ndos osee as asíí un unaa re rece cens nsi inn em empí píri rica ca y un unaa reconstruccin inductiva que en otro caso serían utpicas dadas las dimensiones del territorio y su diacronicidad. (p$g. <5?% El punto que Jacques errida pone en discusin alrededor de la idea de estructura tiene Tratad atado o de semiót semiótica ica otra dimensin y direccin que la planteada por el autor del Tr general , tanto en lo que respecta a su fundamento filosfico como, si puede decirse así, a sus alcances en el territorio de la cognicin, pero no es necesariamente contrario a
ellas. @ es así si se tiene en cuenta la sencilla pero definitiva observacin de Eco en relacin al salto epistemolgico Aque es también ideolgico y políticoA que supone postular &de contrabando' algo que no se ha demostrado y se pretende aceptar sin m$s (una esencia% a partir de la demostracin de la eficacia de unos ciertos procedimientos para detectar y aislar unidades mínimas y enunciar a partir de ellas las normas que determinan los modos de sus relaciones prototípicas (una metodología, orientada por algunos postulados heurísticos%. ui"$s el estructuralista haya querido argumentar que tales postulados metafísicos se desprendían como presupuesto obligatorio para cimentar el con#unto de su arquitectura terica y operativa, y que si se los tacha de poco serviría una metodología tan ciega y de corto alcance, en otras palabras buscaba fundamentar ciertas decisiones arbitrarias de inicio como necesidades lgicoAepistemolgicas, pero para los investigadores que seguían atentamente aunque a prudente distancia sus pasos fue evidente desde el vamos que aceptar una operacin de tal tipo involucraba de manera e)tensiva aceptar un mundo a imagen y seme#an"a de los requerimientos de un con#unto de met$foras constructivistas y funcionales que decían &postergar' los problemas del sentido cuando en realidad los auspiciaban y los volvían urgentes. El pensamiento b$sico de errida sobre este punto comien"a a plasmarse de una manera clara en una conferencia dictada originalmente en la 2niversidad de @ale, en los Estados 2nidos, y que, a #u"gar por los historiadores y la leyenda, abri para el pensador francés las puertas que posibilitarían el avasallador despliegue de la teoría de la deconstruccin en el sistema académico norteamericano, y de allí al mundo. 8onvertido en artículo con el título de &9a estructura, el signo y el #uego en el discurso de las ciencias humanas' integr L’Ecriture et la Différence, publicado originalmente en 345: por la editorial !allimard (y que aquí citaremos en la versin espa+ola de -atricio -erisher, arcelona, /nthropos, 3464, pp. B6BA?%. En él, errida busca develar el procedimiento por medio del cual deba#o del concepto de estructura en realidad se hace pasar un principio de ordenamiento de sentido *nico y est$tico. e tal modo, la estructura, en lugar de abrir una vía novedosa para el an$lisis y la comprensin de los fenmenos sociales, no hace sino segar nuevamente esa posibilidad en su encarnacin contempor$nea y remo"ada por la ling0ística, y lo hace en funcin de un cierto principio vertebrador del orden de lo metafísico. 9os estructuralistas buscaban leer &por deba#o' de los fenmenos sociales para encontrar esa estructura *nica, simple y universal que los e)plica en su funcionamiento y también en su reproduccin. Cal la novedad que el estructuralismo traía consigo. En una suerte de reduplicacin irnica errida copia el gesto de los estructuralistas y lee &por deba#o' de la nocin de estructura para enunciar también un par de postulados sencillos y definitivos; uno re"a que la nocin de estructura nada tiene de nuevo, el otro que desde siempre la nocin de estructura ha estado encadenada a una norma de organi"acin que es e)terno a la estructura misma y la cierra de manera definitiva. En las palabras del autor;
(D% el concepto de estructura, e incluso la palabra estructura tienen la edad de la episteme, es decir, el mismo tiempo de la ciencia y la filosofía occidentales, (D% hunden sus raíces en el suelo del lengua#e ordinario, al fondo del cual va la episteme a recogerlas para traerlas hacia sí en un despla"amiento metafrico. Sin embargo, hasta el acontecimiento al que quisiera referirme, la estructura, o m$s bien, la estructuralidad de la estructura, aunque siempre haya estado funcionando, se ha encontrado siempre neutrali"ada, reducida; mediante un gesto consistente en darle un centro, en referirla a un punto de presencia, a un origen fi#o. (p$g. B6B% 8omo ya casi forma parte del mito, cuando con el andar de la década del sesenta del siglo pasado el estructuralismo se convirti en un tema interesante para el debate a #uicio de las universidades de los Estados 2nidos, una de ellas, John opFins, se apresur a organi"ar una conferencia que se dict finalmente en el a+o 3455. El encargado de darla fue Jacques errida y sus dichos, como se di#o, fueron recogidos en el artículo &9a estructura, el signo y el #uego en el discurso de las ciencias humanas'. El impacto que produ#o fue profundo, entre otras cosas por el esc$ndalo que suponía, como se desprende evidentemente de la lectura de la cita anterior que corresponde a la introduccin del artículo, que alguien que se esperaba que hablara m$s o menos celebratoriamente de una corriente en realidad e)puso una crítica fuerte a los fundamentos conceptuales de la misma. 9a e)posicin de errida se organi"a b$sicamente en dos cuerpos. En el primero el autor de De la gramatología se dedica a revisar los orígenes del concepto de estructura y el modo en que fue usado y abusado a lo largo de la historia occidental, desde cuando se sometía a dicho concepto a una cierta m$)ima metafísica que lo congelaba y detenía, pasando por una utili"acin similar en la Edad Gedia ba#o la hegemonía de la idea de un diosAcentro hasta llegar a la contemporaneidad donde otras dominancias Auna cierta consideracin acerca del hombre, alguna cosmovisin moral o políticaA cumplieron el mismo papel ena#enante y cosificador. El cuerpo segundo est$ dedicado a la elaboracin y el uso de ciertos conceptos por parte de 8laude 9éviHStrauss. Es importante destacar, sobre todo para que se perciba el car$cter simblico de aquella conferencia derridiana, que 9éviAStrauss, fundamentalmente a través de su artículo &9as estructura elementales del parentesco' y sus libros Antropología estructural , El pensamiento salvaje yTristes trópicos, se había convertido en la principal figura de referencia del pensamiento estructuralista. Esto es así, principalmente, porque el resto de los autores fundamentales que aparecen relacionados a esta corriente AJacques 9acan, Gichel 7oucault, y Ioland arthesA nunca terminaron de sentirse cmodos dentro de los límites del estructuralismo y con e)traordinaria rapide" se despo#aron de lo que consideraban que era un ropa#e demasiado pesado como para transitar el camino que habían prefigurado. 7rente a esos vaivenes 9éviAStrauss aparecía como el m$s slido representante del estructuralismo, e incluso de su encarnacin m$s ortodo)a (es decir, no de aquellos investigadores que
pueden haber recurrido ocasionalmente a la idea de estructura de una manera m$s alegrica y general, sino de quien la piensa a partir del modelo de la fonología de Crubet"Foi% y es por ello que no puede considerarse casual la eleccin de errida. Sin embargo, incluso si se tienen como referencia y medida otros intercambios polémicos que errida ha desarrollado, el modo en que trata a 9éviAStrauss es e)cesivamente amable. o se cansa de, m$s o menos e)plícitamente, ponderar la &honestidad intelectual' de 9éviAStrauss sobre todo en lo que se relaciona con la sinceridad que este desconfía de las herramientas metodolgicas y los conceptos por él mismo utili"ados y cada tanto subraya la imperfeccin de los mismos. En ciertas "onas de De la gramatología errida va a retomar la figura de 9éviAStrauss, así como las de 7erdinand de Saussure y JeanAJacques Iousseau con un cierto giro dram$tico, en tanto los pinta como pensadores que ya aceptan ciertas determinaciones de lo que errida denomina el &logocentrismo' propio de la episteme occidental ya desconfían y se ale#an de tales certidumbres con adem$n de constructivo1 es ese vaivén, pues, el que puede caracteri"arse como digno de drama. e alguna manera las conclusiones con que errida cierra su artículo, esa especie de &final abierto' al que lo somete y que se nutre de la constatacin de que los conceptos que se &deconstruyen' no por ello de#an de ser los *nicos que tenemos, en tanto y en cuanto son aquellos que la historia y la cultura han de#ado como herencia y son por lo tanto una necesidad del entendimiento, una conclusin de tal tipo supone una vacilacin en cuanto al camino a seguir (algo que errida e)plicita%. El posestructuralismo carga con esa tensin y el debate que subyace, puede decirse para cerrar, supone como consecuencia una liberacin de la nocin de estructura, habilita su variada utili"acin como herramienta de an$lisis y posibilita pensar las comple#as relaciones que sostienen la significacin pero siempre alentando la posibilidad de la multiplicacin, el uso &t$ctico' de la herramienta orientado hacia los despla"amientos hori"ontales y m$s o menos fugaces antes que hacia la profundidad y la certe"a de los universales del sentido.
El posestructuralismo y la teoría de la deconstrucción
1. osestructuralismo es
una denominacin a la ve", y qui"$s necesariamente, *til e
imprecisa. G$s all$ de cualquier discusin sobre el mencionado término lo cierto es que ba#o su superficie se amontona una problem$tica a la ve" e)tensa y comple#a, pero que se #u"ga indispensable en su tratamiento para relevar, evaluar y aprovechar algunos de los conceptos, presupuestos tericos y metodolgicos, debates ideolgicos y hasta políticos m$s interesantes que han sacudido la arquitectura de la crítica literaria en las *ltimas cuatro décadas.
Se trata de un espacio disciplinario que, desde comien"os del siglo veinte y hasta la e)pansin de la escuela estructuralista, apuntalada por las certidumbres y herramientas que le fue procurando una ling0ística epistemolgicamente bien asentada, pareci atreverse a tocar el cielo de la ciencia con las manos, para que, unos a+os m$s tarde viera nacer de su propia entra+a a aquellos investigadores y pensadores que con $nimo parricida se empe+aron en devolver el total de la problem$tica del arte y la literatura a las incomodidades e incertidumbres de la vida sobre la tierra, dicho sea esto en los términos generales de unas ciencias sociales reconocibles en las formas de la comprensin y la interpretacin. ui"$s haya quien todavía mencione con nostalgia aquel intento de cientificidad como vía de fortalecimiento para los estudios estéticos, aquí se parte m$s bien de la presuncin contraria. ue quede en entredicho el estatus científico de la disciplina, por otra parte, no supone necesariamente que se disipe todo anhelo de rigor1 de que sus límites y los contornos del ob#eto a estudiar se hayan difuminado tampoco se sigue de manera lgica que se haya abandonado toda necesidad metodolgica. El enfrentamiento con el estructuralismo, se podría agregar y como lo permite entrever el simple #uego de palabras que encierran las denominaciones clasificatorias, no es tan fuerte como para que no puedan anotarse ciertas persistencias. -or e#emplo la de aquella muletilla de 7erdinand de Saussure, que luego tomaron en herencia mile enveniste y los semilogos europeos de &primera generacin', que porfiaba en que una de las primeras tareas que le competía a la naciente ciencia de la ling0ística era la de autodefinirse como ciencia y en las proporciones de su ob#eto de estudio y su metodología1 la diferencia estriba en que Saussure estimaba que se trataba de una labor que debía llevarse a cabo una ve" y para siempre, mientras que los posestructuralistas m$s bien han subrayado la productividad que encierra volver permanentemente al espacio y el tiempo que contiene dicha interrogacin1 una suerte de eterno retorno a un pensamiento que se fortalece y comple#i"a cada ve" que se pone en frente del mismo problema. En fin, se lo piense en los términos de una mayor o menor demarcacin, lo cierto es que los territorios del posestructuralismo son amplios y est$n atravesados por versiones y definiciones en muchos casos antitéticas1 aquí se ha privilegiado cierta homogeneidad, una suerte de &superficie de igualacin', necesaria incluso a los fines de que el traba#o se vuelva materialmente posible. 2na observacin obligada, en el medio de la proliferacin de los &pos', es que si bien en cierto registro amplio Apara la descripcin y la impugnacinA hay quienes asocian al posestructuralismo con el posmodernismo, en realidad no hay ninguna ra"n evidente para hacerlo, m$s all$ de la intencionalidad de aquel que reali"a la identificacin, y en muchos casos m$s bien debe entendérselas como denominaciones antitéticas. G$s all$ de la acotacin, es cierto que si Loody /llen bauti" a su película de 344: Deconstructing !arr" , se utili"a la palabra &deconstructiva' para ad#etivar ciertas tendencias de la moda, la arquitectura o la gastronomía, y hasta es posible advertir en el suplemento #uvenil de alg*n diario que se valora a cierto grupo de rocF por el modo en
que &deconstruye' las formas tradicionales de la cancin pop, pues se vuelve evidente que es posible registrar una &inflacin' del término Ahasta podría hablarse de una populari"acin a través de cierto registro de divulgacinA que e)cede lo que aquí se intenta. En tal campo, pues, todo recorte supone y coloca en evidencia la arbitrariedad. ienvenida sea. El primer tramo a recorrer es aquel que encierra la obra de Jacques errida y su teoría de la deconstruccin. #.
Jonathan 8uller ubica a la deconstruccin como &la tendencia mayor' del posestructuralismo ($o%re la deconstrucción, Gadrid, 8$tedra, 346<%. Mbliga de tal manera a pensar a esa corriente difusa y de tan dificultosa demarcacin, como ya se di#o, que se re*ne ba#o la denominacin de &posestructuralismo' a partir de las obras y la teoría de Jacques errida. El autor de De la gramatología se convierte en un principio de ordenamiento, en un clave para acceder a una cierta arquitectura terica y metodolgica. 2n prlogo y qui"$s también un epílogo, puntos entre los cuales conviven las polémicas m$s fértiles y diversas. El argumento m$s o menos e)plícito que conduce a 8uller hacia tal afirmacin es la solide" terica de errida1 lo cual no de#a de ser una parado#a, puesto que si bien tal aseveracin puede surgir de la confrontacin con otros autores, como por e#emplo Julia Kristeva y el &*ltimo' Ioland arthes que qui"$s no se pueden reconocer en el calco de un dogma tan claro e influyente como el derridiano, es cierto también que el propio errida se ha opuesto a que se identifique al deconstrucconismo, a contrapelo de lo que la eleccin de 8uller podría sugerir, con un con#unto de ideas enunciables y fi#as. Iesulta difícil saber a ciencia cierta si 8uller tiene o no ra"n, lo suyo es, en definitiva, una #erarqui"acin que esconde, aunque no mucho, una cierta opinin, un punto de vista. Si se acuerda con él, Nse lo hace desde el convencimiento que supone la opcin de una determinada perspectiva terica o m$s bien se est$ cediendo a los brillos de un cierto &estrellato' académico, un derramamiento de prestigioO Es preciso anotar que la obra de errida no fue *nicamente saludada con alabatorios fuegos artificiales, sino también muy cuestionada, y desde perspectivas diferentes, como fue particularmente notable en los te)tos de &balance' terico de su obra aparecidos en el momento de su muerte. Seg*n apunta -eter Krieger (&9a deconstruccin de Jacques errida', en Anales del Instituto de Investigaciones Estéticas, n. 6<, 2niversidad acional /utnoma de Gé)ico, >??<, pp. 3:4A366%; Su marca registrada en el mercado de los pensamientos filosficos se llam &deconstructivismo', un instrumento controvertido de lectura de te)tos, que seg*n la evaluacin irnica de !eorg Steiner, un a+o antes de la muerte de errida, se caracteri" por el %luff (la patra+a% y el absurdo del movimiento vanguardista ada (&er gan"e -oststruFturalismus und die eFonstruFtion Fommt vom adaismus her, von ugo all und seinen 2nsinnA!edichten. Es ist ein dadaistisches Spiel'. 8ita de
!eorge Steiner en una entrevista del peridico $&ddeutsc'e (eitung , edicin del 36 de mayo de >??B1 traducida del alem$n al espa+ol por -eter Krieger%. e hecho, uno de los obituarios, en un rgano de central importancia para los educados estadounidenses, el )e* +or, Times (Jonathan Kandell, &Jacques errida, /bstruse Cheorist, ies at :<', en )e* +or, Times, 3? de octubre de >??<% descalific al filsofo muerto con el título como &terico abstruso'. El autor de ese obituario Auno entre cientos en la prensa mundialA reduce el alcance del método deconstructivista al demostrar que &toda escritura estuvo llena de confusin y contradiccin'. /l respecto Jorge -anesi escribi para la revista de la 2niversidad de uenos /ires unos meses después de ocurrida la muerte de errida y como para demostrar que la polémica es cierta; Jacques errida fue un filsofo de la afirmacin y no Acomo una superficial mirada miope de uso corriente en ciertos $mbitos periodísticos anglosa#ones quieren creerA un &relativista' o un &nihilista'. Su combate contra la &metafísica occidental', al igual que eidegger, tuvo en cuenta que todo lo que pensamos y hemos pensado pertenece a este dominio, y que revolucionar un sistema no es solamente invertirlo (esta operacin favorece al sistema que quiere atacar%, sino efectivamente transmutarlo1 por lo tanto, la deconstruccin (su invento% prefiere despla"ar internamente el pensamiento metafísico sin el cual nada podría ser pensado. (&Jacques errida (34B?A>??<%. El deconstructor', en -%a Encrucijadas. /evista de la -niversidad de 0uenos Aires , B?, mar"o de >??=, pp. 56A:?% Jacques errida naci en 34B? en ElAiar, /rgelia, hi#o de una familia #udía, y muri en un hospital de -arís en octubre de >??<. 7orma parte de un con#unto de pensadores europeos, especialmente franceses, cuyos artículos y libros tuvieron una fuerte influencia en la segunda mitad del siglo veinte. Esa importancia se nota, en primera instancia, en el lugar destacado que, por lo menos, debe asignarse a tres libros de su autoría como son De la gramatología, 2rgenes de la filosofía y La escritura " la diferencia. -or otro lado, son también ya de referencia obligada dentro de las ciencias sociales contempor$neas algunos de los debates y polémicas que supo llevar a delante con (contra% Gichel 7oucault, Jacques 9acan o John Searle, para destacar los m$s &publicitados'. / veces resulta bien difícil de e)plicar que la perspectiva marcadamente antiinstitucionalista de sus escritos terminara catapult$ndolo hacia el &estrellato' académico, uno m$s de ese e)clusivo &mandarinato' intelectual del que forman parte un selecto grupo de habitantes de las m$s destacadas universidades europeas y, en primer lugar, de los Estados 2nidos. -articip originalmente de la ya cl$sica revista Tel 3uel , cuyas p$ginas comparti con figuras como Julia Kristeva, Ioland arthes, !illes eleu"e y -hilippe Sollers (director de la publicacin y quien prolog De la gramatología%, donde, sinteti"ando, se puede
decir que naci y tom fuer"a el posestructuralismo que errida traduciría a los términos de una teoría de la deconstruccin. Tel 3uel (el mismo nombre que el poeta -aul Paléry le dedic a sus vol*menes de ensayos breves de 34<3 y 34
%. Se trataba de una revista trimestral de escritores, que surgi en 345? y que particip activamente en lo que acontecía en el terreno cultural francés de su época. Era un período menos conformista que el actual y Tel 3uel ayud en la transformacin de muchos aspectos. 7ue una especie de unin entre la literatura, la filosofía y el psicoan$lisis, seg*n sinteti" el propio Sollers en un reporta#e que le concedi a /braham de /mé"aga ( érgola, n. 33, ilbao, diciembre de >??B%. 2n tiempo &menos conformista', define informalmente y en tra"o grueso Sollers1 la observacin no puede de#ar de subrayarse en tanto y en cuanto en buena medida, de manera m$s o menos directa, parte del prestigio del posestructuralismo es producto de la asociacin que puede establecerse entre su génesis, el Gayo francés y las grandes movili"aciones que en esos a+os sacudieron a 7rancia, Europa y buena parte del mundo, y fue visuali"ado (en alg*n punto todavía lo es% como un modo renovado de practicar la protesta y refle)ionar sobre la transformacin y el cambio sin caer en las formas &tradicionales' de la política. -or este camino hay que pensar también la asociacin, si bien difusa, con el &discurso' mar)ista antes que con su pr$ctica (que histricamente est$ orientada por la forma del partido revolucionario%. En los escritos de los posestructuralistas, errida entre ellos, y siguiendo de alguna manera las indicaciones de 9ouis /lthusser o, m$s atr$s, Cheodor /dorno, puede detectarse el armado de una antología de te)tos mar)istas seg*n un criterio que impone, como no podría ser de otra manera, presencias y ausencias, premios y castigos, amigos y enemigos, fle)iones filosficas antes que program$ticas o &pr$cticoApolíticas'. Cal conte)to biogr$fico y epocal ha sido tomado, un tanto unilateralmente es cierto, por algunos críticos para identificar las raíces que nutrieron la empresa de la deconstruccin; Esta figura del pensamiento indudablemente contiene una dimensin política, es la lucha contra todas las instancias que centrali"an el poder y e)cluyen la contradiccin. urante su adolescencia en /rgelia, cuando el régimen derechista de Pichy en 34<> impuso una política antisemita, JacFie (posteriormente JacFie errida afrances su nombre; &Jacques'% errida e)periment la brutalidad de un sistema político que pretendi erradicar la diversidad étnicoAreligiosa a favor de un poder totalitario; por su procedencia #udía tuvo que salir de la preparatoria temporalmente. 8on esta e)periencia,
errida aprendi una leccin sobre la unidimensionalidad del autoritarismo, lo que hace entendible que posteriormente, en varias ocasiones, el filsofo se comprometi con los derechos humanos, apoy a elson Gandela en Sud$frica con un comité antiA apart'eid a partir de 346B y, en uno de sus *ltimos ensayos, critic la desastrosa y antidemocr$tica monopoli"acin del poder en Estados 2nidos ba#o la administracin de !eorge L. ush (Jacques errida, 4o"ous, -arís, !alilée, >??B%. 9a condicin del argelino e)iliado en 7rancia, país de la represin colonialista hasta los 5?, adem$s de su diferencia religiosa frente a la mayoría cristiana, casi otorgaron una dimensin teolgica al pensamiento deconstructivista. J0rgen abermas, en la necrolgica de su colega, constat que &ba#o su mirada intransigente se fragmenta cualquier coherencia', lo que en consecuencia revela la inhabitabilidad del mundo; un mensa#e religioso de un e)iliado permanente, escribi el ya mencionado Krieger (ob.cit., p$g. 36?%. Codas las observaciones anteriores se tensan y potencian cuando llega el momento de hacer mencin al &estilo' derridiano. En la cita que se hi"o de su reporta#e Sollers destac también esa mi)tura de literatura m$s filosofía y psicoan$lisis que conform la lengua de quienes aparecieron en las p$ginas de Tel 3uel ; gran parte de las &dificultades' de lectura (y los malos entendidos% de los te)tos de autores como errida proviene en parte de estos cruces y mi)turas. En el artículo denominado &El cartero de la verdad' (en La tarjeta postal. De $ócrates a 5reud " m2s all2, Gé)ico, Siglo QQR, 3465, p$g. B45%, que dedica a polemi"ar con el famoso $eminario so%re 6La carta ro%ada7 de Jacques 9acan, errida dice sobre los dichos del psicoanalista; 9a lgica del significante interrumpe el semantismo ingenuo. @ el &estilo' de 9acan estaba hecho para frustrar mucho tiempo todo acceso a un contenido aislable, a un sentido unívoco, determinable m$s all$ de la escritura, donde hablando en apariencia sobre el estilo del otro en realidad errida parece estar refiriéndose al propio, o al menos así se puede interpretar. G$s all$ del ensayo y a un cierto &saber filosfico', en el sentido habitual del término, el &estilo' derridiano convoca reiteradamente, en su intento por e)asperar los protocolos de la escritura y la lectura tradicionales, procedimientos propios casi de las e)periencias de vanguardia. /l respecto se puede convocar como caso e)tremo a 8las (-arís, enolT!onthier, 34:<%, te)to concebido para poner en cuestin la forma &libro' y las formas de produccin, propiedad y lectura que encierra. 8las es un bricola#e, una me"cla incesante de fragmentos, de recortes, de columnas y de columnas de columnas donde a la vo" propia se suma la vo" que habla de otros, que se desdibu#a tras las pistas de egel en di$logo polémico con Jean !enet en cuanto a las problem$ticas asociadas a la lengua y la literatura. /sí errida intenta desli"arse en equilibrio provocador en el filo que separa (y une, como ocurre ancestralmente, porque de manera oculta o a los o#os de todos
siempre ha sido así% al discurso filosfico y el discurso literario. 9a idea, siempre, est$ orientada m$s hacia la direccin de una apertura m$)ima (de desborde de sentido, de interpretacin, de incomodidadD% antes que a la clausura. Ese gesto diferente marca bien la distancia que separa a errida de la b*squeda estructuralista con la que a veces algunos manuales lo confunden. En la marcada e)ageracin del gesto reside también la imposibilidad de la identificacin, allí est$ el obst$culo que impide convertirse en &derridiano'; de hecho quienes lo han intentado y lo intentan por lo general se han condenado a una e)trema pobre"a terica y de an$lisis, como si la *nica manera de la copia fuera la de la inmediata precipitacin en la aplicacin bastarda, vulgari"ada. En relacin a una manera de la escritura que aquí se est$ denominando globalmente como &estilo' errida dedica parte de asiones a refle)ionar sobre los modos en que intenta llevar adelante su pr$ctica hermene*tica, dice; NEn lugar de ahondar la cuestin o el problema de frente, directamente Alo que sin duda sería imposible, inapropiado o ilegítimoA, deberíamos proceder oblicuamenteO 9o he hecho a menudo, y he llegado a reivindicar la oblicuidad ba#o este nombre, incluso confes$ndola, pensarían algunos, como una falta de deber, puesto que se suele asociar la figura de lo oblicuo a la falta de franque"a o de rectitud. -ensando sin duda en esta fatalidad, una tradicin de lo oblicuo en la que, de alguna manera, me encuentro inscripto, avid Lood para invitarme, incitarme u obligarme a participar en este volumen, me ofrece titular estas p$ginas &9a ofrenda oblicua'D ( assions, -arís, !alilée, 344B, traduccin de Jorge -anesi para material pedaggico utili"ado en la 2niversidad de uenos /ires% /sí, se trata de un &estilo' pero también de un &método', o me#or un discurrir que responde a ciertos presupuestos ideolgicoAfilosficos que pretenden no sedimentar ni de#ar simiente. Si se utili" la palabra &método' para de inmediato corregirla es con el fin de tratar de definir la pr$ctica derridiana a partir de apro)imaciones1 en ese sentido &método' algo dice pero lo dice de manera insuficiente en tanto se derrama m$s all$ de su definicin en el $mbito de la ciencia que, por su misma naturale"a, ronda la pretensin de una ob#etividad, de un asordinamiento de la indeseable intromisin sub#etiva, que en el pensamiento de errida poco interesa. Rnsiste en asiones; / la refle)in, lo oblicuo no parece ofrecerle la me#or de las figuras para los recorridos que traté de calificar de esa manera. Siempre me sentí incmodo con esta palabra que, sin embargo, tanto utilicé. /un cuando la haya empleado siempre de manera negativa, para romper y no tanto para prescribir, para evitar o decir que se debería evitar, para decir que, por otra parte, no se podía no evitar la confrontacin directa, el aborda#e inmediato.
&-ara romper y no tanto para prescribir', escribi errida para que quedara claro el por qué de las dificultades de pensar al deconstruccionismo como un método y por lo tanto como una descendencia. Es en ese sentido que tanto errida como el con#unto de los posestructuralistas parecen haber sacado una leccin del devenir estructuralista y su obsesin técnicoAcientífica. El desafío se orienta en otra direccin que alimentan los vientos de la filosofía y el psicoan$lisis, principalmente, y, en todo caso, aires ling0ísticos ale#ados del estructuralismo (en su debate con John Searle puede advertirse bien hasta qué punto errida se muestra decidido a echar mano seg*n sus necesidades a la pragm$tica ling0ística sin alterarse en lo m$s mínimo frente a la indicacin de que no respeta la acu+acin originaria de los conceptos que toma &prestados'%. En la eleccin de esa suerte de &aAmetodismo' pueden encontrarse también las ra"ones de muchas de las impugnaciones que la teoría derridiana ha padecido y todavía padece. -anesi subraya la intencionalidad con que el propio errida supo insistir acerca del car$cter &no prescriptivo' de sus an$lisis, pero indica que no necesariamente tal eleccin debe ser leída como la carencia absoluta de metodicidad (vacío, por lo dem$s, impensable al calor de cualquier teoría%; 9a deconstruccin no es un método (nos lo ha repetido siempre%, pero algo tiene de camino, un camino de lectura que pone al te)to del otro no tanto para destruirlo o demorarlo, sino para integrarlo selectivamente a una tarea infinita y futura, luego de apartar lo que tiene de connivencia con la metafísica. El tiempo de la deconstruccin no es el tiempo del derruir, sino la preparacin del oído para hacer posible el discurso de una melodía futura. 2na tarea previa y necesaria, o también, un di$logo de lectura te)tual donde el pasado se redime. (ob. cit., p$g. 54% En el ya mencionado artículo sobre 9acan, a la hora de reconocerle méritos al psicoanalista francés errida escribi; Si la crítica de cierto semantismo constituye una fase indispensable en la elaboracin de una teoría del te)to, se puede entonces reconocer en el Seminario ya un avance muy nítido en relacin con toda una crítica psicoanalítica posfreudiana. El deconstruccionismo abreva en la vertiente m$s radical que el llamado giro ling0ístico imprimi a las ciencias en general y a las ciencias sociales en particular casi desde los inicios del siglo veinte. 9a &consigna' derridiana que sostiene la imposibilidad de que el hombre pueda concebir el universo por fuera de los signos que él mismo ha creado y reproduce de manera ena#enada, se toca con las proposiciones surgidas de las tres categorías y las formas de los signosApensamientos de 8harles -eirce, con el 9udUig Littgenstein que sostuvo que
los límites del lengua#e son necesariamente los límites del mundo o con Jacques 9acan y su ordenamiento de lo simblico y la &tiranía' del significante. 9a deconstruccin, seg*n re"a ya la leyenda, naci la conferencia dictada por errida en 3455 en la universidad Johns opFins, en los Estados 2nidos, con el nombre &9a estructura, el signo y el #uego en el discurso de las ciencias humanas'. En dicha conferencia errida supo poner en tela de #uicio al estructuralismo cuando esta escuela se encontraba en su punto m$s fuerte, y lo hi"o asoci$ndola, si bien con matices, con las tradiciones de manipulacin y sometimiento del sentido que han sido desde siempre hegemnicas en la cultura occidental. / partir de ese momento el desconstruccionismo irradi sobre el con#unto de la vida académica y logr una fuerte descendencia en el $mbito norteamericano, particularmente a través de figuras como illis Giller, !eoffrey artman y, en primer lugar, -aul e Gan. En ese conte)to los límites precisos de la prédica deconstructiva fueron difumin$ndose. Se entrela"aron, m$s ac$ o m$s all$ de las intenciones y la letra de errida y e Gan, por i"quierda y derecha, con parte de los estudios culturales, con los escritos de la posmodernidad, los &pensamientos de la diferencia' o &débiles', con las neohermenéuticasD En fin, un comple#o territorio que le vali a esta corriente evaluaciones muy diversas, que en muchos casos se alimentaron primariamente de las simpatías na"is de e Gan en su #uventud o en la sospecha que proporcionan un devenir tan e)itoso dentro del mundo académico m$s cerrado. /firma -anesi; Dqui"$s el mayor malentendido de la deconstruccin haya sido su enclaustramiento y generali"acin en el mundo universitario norteamericano, en esa empresa de reproduccin académicoAcomercial que el mismo errida llam la &deconstruccin en /mérica'. Galentendido porque su amigo -aul e Gan, el cabe"a de las filas de constructivistas americanas, había celosamente ocultado el pasado colaboracionista en la élgica natal ocupada. Galentendido que errida no logr aclarar del todo, enredado a la fidelidad que le debía a su amigo. (ob. cit., p$g. 54% /quí nos interesa m$s describir y evaluar, aprovechar el posestructuralismo y la teoría de la deconstruccin en los términos de una &manera' del an$lisis te)tual, antes que en las dimensiones m$s discutibles de una filosofía o, si se quiere, una visin política. En tal sentido interesa subrayar en el comien"o la particular atencin que errida y los posestructuralistas de con#unto prestaron al problema del nacimiento de las disciplinas y los discursos. 9a influencia, en esta direccin, proviene de la renovadora tradicin que en el siglo veinte lan"aron las especulaciones fenomenolgicas de Edmund usserl y su descendencia &e)istencialista' en la obra de Gartin eidegger. Guchos de los te)tos de Gichel 7oucault apuntan en este sentido. En lo que respecta a errida, y para que se observe el comple#o entramado que est$ detr$s de tales elecciones, se puede citar también que el propio 9ouis /lthusser lo
impuls para que investigara sobre los &orígenes materiales y sociales de saberes y conocimiento'. 9a obsesin derridiana por el &origen', es decir, por la necesidad de todo discurso de postular de manera espectacular o camuflada un punto de nacimiento, es directamente proporcional a su advertencia acerca de hasta dnde dicha operacin ha te+ido el con#unto de las pr$cticas críticas en el $rea de las ciencias sociales y, m$s all$ de ella, es reconocible también en las formas de la religin, de la ciencia y de la política. Rnstituir un origen &de sangre', natural, es imponer un sentido y una cierta manera de pensar y de actuar1 al contrario, el quehacer deconstructivo Aque estima en una dimensin amplia se toca con la b*squeda de otros autores que se suelen englobar en el posestructuralismo, en primer lugar 7oucaultA apunta a denunciar esa impostura, a desbro"ar los afeites que ti+en lo que no es m$s que una imposicin para que se advierta su car$cter histrico y cultural. Iemont$ndose por esta senda se comprende su interés y relectura de la nocin de &genealogía' acu+ada por 7riedrich iet"sche.
9.
/l comien"o de su libro De la gramatología, errida anali"a y critica aquello que él llama logocentrismo, y que e)plica en los términos de una metafísica de la escritura fonética que, a su ve", est$ enrai"ada en la tradicin de Mccidente, desde los griegos de la época cl$sica hasta nuestros días, con una cierta manera de concebir al hombre, la ra"n, la sociedad, el conocimiento y el arte. -ese a las diferencias y vaivenes de los diversos modelos Aes obvio qui"$s destacar que tal imperatívo cobra diversas formas, por e#emplo, en la Edad Gdia cristiana y en el capitalismo tardíoA, la metafísica occidental siempre se las arregl para encontrar en el logos el origen de la verdad en general. El logocentrismo, e)plica errida, dirige;
a% El concepto de escritura1 b% la historia de la metafísica que, como se di#o, siempre asign al logos el origen de la verdad1 c% el concepto de ciencia o de los presupuestos que posibilitan estimar la &cientificidad' de la ciencia. /sí la escritura se ve encerrada (y su poder &diferido'% por una consideracin de la lengua que coloca en primer plano la oralidad en tanto y en cuanto la reali"acin de la misma supone el encadenamiento e)istencial e inevitable de las palabras a una cierta idea de su#eto. -ara errida, la foneti"acin de la escritura ha sido la condicin de la episteme, el elemento que otorg orden y sentido a la estructura del pensamiento filosfico en Mccidente. Seg*n e)plica en el artículo compilado en La escritura " la diferencia que ya semencion, &9a estructura, el signo y el #uego en el discurso de las ciencias humanas', siempre se neutrali" la estructura mediante la operacin de otorgarle un centro, cuya funcin era organi"ar y limitar el #uego de dicha estructura. El pensamiento cl$sico entiende que el centro, si bien rige y determina la estructura, escapa a la misma, por lo tanto de alguna manera la sobredetermina, se convierte en su causa y a la ve" la e)plica. El centro se constituye en una certe"a tranquili"adora; nada puede ser pensado m$s all$ del límite impuesto, el #uego de las articulaciones posibles se desarrolla siempre dentro de unas fronteras pautadas Afi#asA por ese punto central. Esta reduccin de la estructura es concebida a partir de una presencia plena y fuera del #uego, la presencia del centro que, mediante tal operacin asignativa, se convierte en origen y fin. / lo largo de lo que habitualmente se denomina historia del pensamiento occidental, el centro ha tenido nombres alternativos; logos, ra"n, ios, hombre, etc., pero tama+a variedad remite a una funcin *nica y homogénea cuando se advierte que se relaciona con una misma estructura fi#a de pensamiento. Entonces es posible advertir también que se orienta en todos los casos hacia el mismo fin; delimitar las fronteras del conocer, establecer los límites epistemolgicos de la actividad filosfica, tranquili"ar limitando las posibilidades de recreacin del sentido. 9a filosofía, seg*n e)plica Jonathan 8uller parafraseando a errida en $o%re la deconstrucción (Gadrid, 8$tedra, 344>%, ha sido siempre una &metafísica de la presencia'; los distintos nombres del centro siempre designan una presencia. 8ada uno de los conceptos mencionados en esa posicin central ha figurado entre los intentos filosficos de describir lo que es fundamental y ha sido tratado como centro, fuer"a, base o principio ordenador. En oposiciones como significado y forma, alma y cuerpo, intuicin y e)presin, inteligible y perceptible, etc., &el término superior pertenece al logos y el término inferior se+ala la caída', resume 8uller. El logocentrismo asume la prioridad del primer término y concibe el segundo en relacin con éste, como complicacin, negacin o desborde. -roducto directo del pensamiento logocéntrico es el fonocentrismo que impone la primacía del habla y relega a la escritura a un segundo plano. 9a filosofía, se+ala 8uller,
trata a la escritura como un medio de e)presin, que en el me#or de los casos es irrelevante para el pensamiento que e)presa y en el peor una barrera. Seg*n este mismo autor, la filosofía se define a sí misma como la VdisciplinaW que trasciende la escritura, e intenta de#arla de lado, consider$ndola un mero sustituto del habla. El fonocentrismo, que supone una relacin directa AnaturalA con el sentido, reposa sobre esta premisa. 9a primacía del habla parte de una concepcin dualista que divide el ser en cuerpo y alma (y de allí otras dicotomías como las que se se+alaron antes; formaTe)presin, sensibleTinteligible, etc.%. /sí, frente a lo que ligaría indisolublemente la vo" al alma o pensamiento del sentido significado Ala cosa mismaA, todo significante escrito sería derivado. Siempre, sigue errida, sería técnico y representativo. En el habla hay mediacin, pero los significantes desaparecen tan pronto como se acaban de emitir. errida e)plica que, de este modo, la época del logos reba#a la escritura, &pensada como mediacin de mediacin y caída en la e)terioridad del sentido'. Es en la escritura donde los aspectos negativos de toda mediacin se hacen visibles; la escritura presenta al lengua#e como una serie de marcas físicas que operan en ausencia del hablante. 9a amena"a de opacidad es constante; la materialidad de la palabra escrita puede oscurecer la claridad de un pensamiento. / la época del logos pertenece también la distincin entre significado y significante. Iecordemos que el fundador de la ling0ística moderna, 7erdinand de Saussure, propone como unidad de an$lisis al signo y aclara que éste no es la unin de una cosa y un nombre sino de una idea (significado% y una imagen ac*stica (significante1 no el sonido material, físico, sino la huella psíquica de ese sonido%. / su ve", el signo no tiene un valor positivo, sino que se define en funcin de los dem$s elementos del sistema; un signo es aquello que no son los otros signos. Esto significa que la lengua es un sistema cerrado de puras diferencias, un sistema de valores puros. errida le reconoce al ginebrino dos aportes fundamentales para el estudio del lengua#e. -rimero, que demostr que el significado era inseparable del significante1 posibilit cuestionar de esta manera la consideracin cl$sica de la tradicin metafísica occidental, para la cual el significado (lo inteligible; ideas, pensamiento, contenido% es anterior al significante (lo sensible; la forma, las letras, los fonemas%. ste, el plano de la e)presin fonética, no sería m$s que una herramienta para e)presar a aquél, una mera traduccin. En otras palabras, para la concepcin cl$sica la escritura es una traduccin del habla y ésta del pensamiento. -or el contrario, para Saussure no son dos entidades paralelas sino las &dos caras de un *nico fenmeno', el signo ling0ístico; Guchas veces se ha comparado esta unidad de dos caras con la unidad de la persona humana, compuesta de cuerpo y alma. 9a comparacin es poco satisfactoria. G$s acertadamente se podría pensar en un compuesto químico, el agua, por e#emplo; es una
combinacin de hidrgeno y de o)ígeno1 tomado aparte, ninguno de estos dos elementos tiene las propiedades del agua. (:urso de ling&ística general , uenos /ires, 9osada, 34<=, edicin y traduccin de /mado /lonso, p$g. 3>>% En segundo lugar, errida indica la importancia que revista el hecho de que, al enfati"ar el car$cter diferencial y formal del sistema de la lengua, Saussure desAsustanciali"a tanto el contenido significado como la &sustancia de e)presin'. 9a lengua no es ni contenido ni sonidos materiales, sino *nicamente un sistema de diferencias. La lengua es una forma se convirti desde Saussure en el eslogan fundante de la ling0ística como ciencia. Sin embargo, errida le crítica a Saussure el hecho de no que no hubiera desarrollado todas las consecuencias que encierran sus tesis, que se mostrara impotente de llevar sus conclusiones hasta las *ltimas consecuencias, y que, de ese modo, hubiera terminado ratificando la tradicin metafísica. 9a primera crítica que errida lan"a sobre la teoría saussureana es que al mantener la distincin entre significante y significado, al traba#ar con un cierto concepto de signo, Saussure abra la puerta a que pueda especularse acerca de la e)istencia de un &significado trascendental' (ios, logos, hombre...%. Esto es, un significado que se basta a sí mismo, que ya no remite a ning*n otro significante y que, por lo tanto, sería independiente de la lengua (sistema de significantes%. Este significado trascendental se convierte, de tal modo, en el centro de la estructura, la base que determina todos los elementos y que, al mismo tiempo, se mantiene fuera de la misma porque no funciona como significante, esto es, no participa del #uego de sustituciones, de alguna manera se las ha ingeniado para quedar fuera de las reglas del sistema. 9a segunda crítica se orienta hacia la identificacin que reali"a Saussure entre lengua y lengua oral. /unque Saussure Acomo ya vimosA reconoci que el car$cter fnico del signo no era lo esencial de la lengua, al recurrir concepto metafísico de signo debi privilegiar la palabra hablada. Saussure le otorga preeminencia a la substancia fnica (habla, vo"%; /sí, aunque la escritura sea por sí misma e;tranico verdadero= el del sonido . (Mb. cit., p$g. =B1 el resaltado es nuestro%
@, al hacerlo, relega la escritura a un papel secundario, la condena a convertirse en un simple mediador; 9engua y escritura son dos sistemas de signos distintos1 la >nica ra?ón de ser del segundo es la de representar al primero1 el ob#eto ling0ístico no queda definido por la combinacin de la palabra escrita y la palabra hablada1 esta *ltima es la que constituye por sí sola el ob#eto de la ling0ística. (ob. cit., p$g. =31 el resaltado es nuestro% -or este camino de derivacin especulativa la vo" finalmente aparece como una sustancia que remite a la conciencia misma, sin mediacin alguna; &un significante que oigo tan pronto como emito, que parece no e)igir el uso de ning*n instrumento', sinteti"a errida. e este modo, el significante termina por ser borrado Ase hace transparenteA para posibilitar que el concepto se presente a sí mismo, se convierta en su sola presencia y no remita a nada fuera de él, nada que le sea e)terno. -ara errida, esta reduccin de la e)terioridad del significante es una ilusin en la que se apoyan los presupuestos de la metafísica occidental. Justamente, el filsofo deconstructivista busca hacer pie y desplegar las consecuencias lgicas de la teoría ling0ística moderna que Saussure no complet, y para ello comien"a por cuestionar el concepto mismo de signo, aunque advierte que no se puede abandonarlo por el gran arraigo que tiene. 2no de los conceptos clave y fundante de la teoría de la deconstruccin es el dedifférance, un neologismo creado a partir de dos palabras francesas que le posibilitan a errida fusionar las ideas de &diferenciar' y &diferir'. El principio de la diferencia elaborado por Saussure permite inferir que no hay por qué privilegiar una sustancia AfnicaA y e)cluir a otra Agr$ficaA, sino que el punto est$ en considerar el proceso de significacin como un #uego formal de diferencias (errida habla de &huellas'%. Este #uego supone que en ning*n momento un elemento est$ presente en sí mismo y que no remite m$s que a sí mismo; siempre remitir$ otro elemento, tal la definicin &natural' y necesaria de cada uno de los elementos que forma parte de un sistema de valores. Este encadenamiento hace que cada elemento Afonema o grafemaA se constituya a partir de la 'uella que han de#ado en él otros elementos del sistema. o hay nada presente o ausente, sino slo diferencias, huellas y huellas de huellas. Es así que errida propone la nocin de grama como el concepto m$s general de la semiología y se+ala que su venta#a es que neutrali"a la tendencia fonologista del signo. El grama como différance es, a la ve", una estructura y un movimiento que no se de#an pensar desde la oposicin presenciaTausencia. 9a différance es el #uego sistem$tico de las huellas de las diferencias, del espaciamiento por el que los elementos se relacionan unos con otros. 9as diferencias no se inscriben en un sistema cerrado, en una estructura est$tica, sino que son los efectos de las transformaciones.
9a consecuencia de este planteo es que la lengua Ay los cdigos semiticosA son efectos que no tienen por causa un su#eto, una sustancia o una presencia que puedan escapar al movimiento de la différance. ada precede a la différance(sistema de diferencias%; la relacin con el presente y la referencia a una realidad actual est$n siempre diferidas. El principio de la diferencia implica que un elemento no significa ni funciona m$s que remitiendo a otros elementos pasados yTo futuros que se ensamblan en cadenas infinitas, la estimacin de cuyos límites suman una problem$tica que errida también ha contemplado en otros escritos. -or el contrario, todas las oposiciones metafísicas (significadoTsignificante, inteligibleTsensible, palabraTescritura, lenguaTpalabra, actividadTpasividad, etc.% subordinan el movimiento de la différance a la presencia de un valor o de un sentido que sería anterior a tal diseminacin y la dirigiría. El posestructuralismo implic una radicali"acin de los postulados estructuralistas. 9a teoría de la decontsruccin ocupa un lugar de privilegio dentro de esta corriente. Si Saussure separaba la palabra de la cosa Ael signo del referenteA, el posestructuralismo escinde el significado del significante y abre nuevas posibilidades para la consideracin semitica de los &significantes' como cadenas y despla"amientos y los &significados' como produccin de sentidos. 9as consecuencias de tal reorientacin conceptual y metodolgica se hacen sentir hasta el día de hoy en el campo de la terica y el an$lisis literarios. 8omo ya se di#o, los territorios diversos que ocupa la corriente posestructuralista e)ceden Ay a veces hasta enfrentaA los planteos de errida1 aquí, por ra"ones pedaggicas y e)positivas, hemos optado casi por yu)taponer unos y otros. igamos, como final, que en cierta medida, la guía implícita que sigue esta e)posicin toma al pie de la letra el &conse#o' tantas veces repetido en sus te)tos por !illes eleu"e en el sentido de orientar el quehacer intelectual en los términos de una m$)ima pragm$tica que re"a que se debe tomar lo que se quiera (y lo que se pueda% seg*n se lo requiera. e alguna manera, el uso es el *nico significado real de la comprensin.
(Sobre)Textos La selección de ejemplos @ue siguen tiene como o%jetivo ilustrar de una manera introductoria " general las maneras en @ue en an2lisis literario se 'a nutrido de los postulados %2sicos de la corriente posestructuralista " de la teoría de la deconstrucción= aun cuando los propios investigadores se preocuparon por alertar una " otra ve? so%re el 6peligro7 de traslaciones " 6aplicaciones7de este tipo. En el primer caso se trata de una interpretación pu%licada por ac@ues Derrida= en los restantes se reproducen fragmentos de una serie de especialistas argentinos= no sBolo del campo de los estudios literarios= para @ue se pueda estimar el impacto m2s o menos directo @ue estas ideas 'an tenido so%re la pr2ctica crítica.
1.
En el volumen La filosofía como institución (Barcelona, Granica, 1984, pp. 95114) se encuentra el artículo titulado “a!"a# $nte la %e&' ue acues *errida dedic+ a re!leionar sore todo lo “escondido' en ese reve relato de ran/ a!"a ue !orma parte de su c0lere novela El proceso. $ continuaci+n se transcrie primero la istoria de a!"a & se2uida se o!rece una síntesis de las oservaciones ue sore el mismo reali/a *errida. En ellas ueda claro por u0, pese a cimentar una concepci+n !ilos+!ica vasta, ue puede reclamar para sí diversos o3etos de re!lei+n, la literatura ocupa un especial lu2ar de tratamiento para de la teoría deconstruccionista. 5ran? Caf,a= 6Ante la le"7
/nte la ley hay un guardi$n. 2n campesino se presenta al guardi$n y le pide que lo de#e entrar. -ero el guardi$n contesta que de momento no puede de#arlo pasar. El hombre refle)iona y pregunta si m$s tarde se lo permitir$. AEs posibleA contesta el guardi$n A, pero ahora no. 9a puerta de la ley est$ abierta, como de costumbre1 cuando el guardi$n se hace a un lado, el campesino se inclina para atisbar el interior. El guardi$n lo ve, se ríe y le dice; ASi tantas ganas tienesA intenta entrar a pesar de mi prohibicin. -ero recuerda que soy poderoso. @ slo soy el *ltimo de los guardianes. Entre saln y saln hay otros tantos guardianes, cada uno m$s poderoso que el anterior. @a el tercer guardi$n es tan terrible que no puedo soportar su vista. El campesino no había imaginado tales dificultades1 pero el imponente aspecto del guardi$n, con su pelli"a, su nari" grande y aguile+a, su larga barba de t$rtaro, rala y negra, lo convencen de que es me#or que espere. El guardi$n le da un banquito y le permite sentarse a un lado de la puerta. /llí espera días y a+os. Rntenta entrar un sinfín de veces y suplica sin cesar al guardi$n. 8on frecuencia, el guardi$n mantiene con él breves conversaciones, le hace preguntas sobre su país y sobre muchas otras cosas1 pero son preguntas indiferentes, como las de los grandes se+ores, y al final siempre le dice que no, que todavía no puede de#arlo entrar. El campesino, que ha llevado consigo muchas cosas para el via#e, lo ofrece todo, aun lo m$s valioso, para sobornar al guardi$n. ste acepta los obsequios, pero le dice; A9o acepto para que no pienses que has omitido alg*n esfuer"o. urante largos a+os, el hombre observa casi continuamente al guardi$n; se olvida de los otros y le parece que éste es el *nico obst$culo que lo separa de la ley. Galdice su mala suerte, durante los primeros a+os abiertamente y en vo" alta1 m$s tarde, a medida que enve#ece, slo entre murmullos. Se vuelve como un ni+o, y como en su larga contemplacin del guardi$n ha llegado a conocer hasta las pulgas de su cuello de piel, ruega a las pulgas que lo ayuden y conven"an al guardi$n. 7inalmente su vista se debilita, y ya no sabe si realmente hay menos lu" o si slo lo enga+an sus o#os. -ero en medio de la oscuridad distingue un resplandor, que brota ine)tinguible de la puerta de la
ley. @a le queda poco tiempo de vida. /ntes de morir, todas las e)periencias de esos largos a+os se confunden en su mente en una sola pregunta, que hasta ahora no ha formulado. ace se+as al guardi$n para que se acerque, ya que el rigor de la muerte endurece su cuerpo. El guardi$n tiene que agacharse mucho para hablar con él, porque la diferencia de estatura entre ambos ha aumentado con el tiempo. ANué quieres ahoraO Apregunta el guardi$nA. Eres insaciable. ACodos se esfuer"an por llegar a la leyA dice el hombreA1 Ncmo se e)plica, pues, que durante tantos a+os slo yo intentara entrarO El guardi$n comprende que el hombre va a morir y, para asegurarse de que oye sus palabras, le dice al oído con vo" atronadora; Aadie podía intentarlo, porque esta puerta estaba reservada solamente para ti. /hora voy a cerrarla.
Derrida so%re Caf,a
El an$lisis que Jacques errida reali"a de &/nte la 9ey' es un buen e#emplo de su traba#o deconstructivo aplicado a un particular te)to literario. 9a interpretacin parte de considerar el &sistema de convenciones' que rodea e integra al relato. Se trata de un con#unto de a)iomas o postulados implícitos que determinan; 3Aun marco o límites que &nos parecen garanti"ados por un cierto n*mero de criterios establecidos. (D% por leyes y convenciones positivas'1 >Ala ad#udicacin del te)to a un cierto autor, y BA9a pertenencia del te)to a la esfera de la literatura. En relacin con el punto tercero errida establece una doble pregunta; &NXuién decide, y ba#o qué determinaciones, la pertenencia de este relato a la literaturaO' El autor observa al respecto; &Del conte)to en el cual leí Y/nte la 9eyX. Se trata de un espacio en el que es difícil decir si el relato de KafFa plantea una potente elipse filosfica, o si la ra"n pura pr$ctica guarda en sí misma algo de la fantasía o de la ficcin narrativa'.
/ continuacin cita a Sigmund 7reud; &En 364: 7reud e)presaba su Yconviccin de que no e)iste en el inconsciente indicio alguno de realidad, de tal forma de que es imposible distinguir la verdad de la ficcin cargada de afectoX. Si la ley es fant$stica, si por entrela"amiento original y su advenir se empare#a con la f$bulaD'. /unque un poco después a+ade; &G$s por le#os que pudiésemos ir en este sentido no e)plicaríamos la par$bola de un relato definido como YliterarioX con la ayuda de contenidos sem$nticos de origen filosfico o psicoanalítico' e allí, pues, la característica esencial del an$lisis deconstructivo y sus declarados límites, impuestos también por un &conte)to' m$s general que son las formas del pensamiento con los que fatalmente se debe operar m$s all$ de cualquier reparo. / partir de allí errida convoca la idea freudiana de represión y, con ella, desarrolla su estudio cru"ando las perspectivas que se nutren del psicoan$lisis, el erecho, la ciencia, la filosofía y el saber específicamente literario. o debería e)tra+ar el m*ltiple cruce puesto que el término &ley' a todos esos discursos involucra y cita de manera directa, pocos términos hay en ese sentido tan emblem$ticos. -or e#emplo, a partir de la mirada de 7reud liga simblicamente la represin a la figuracin de lo elevado, del guardia erecto, de la puerta erecta, que determinan la actitud (y el intercambio% de sumisin del campesino. Rnsiste, por otra parte, en que la narracin testimonio de manera elíptica el car$cter de la ley como &intolerante respecto de su propia historia, interviene como un orden absoluto y desligado de toda procedencia1 dicha &naturali"acin' determina en *ltima instancia el car$cter esencialmente inaccesible de la ley. En tanto f$bula literaria &/nte la 9ey' vuelve sobre sí. &El te)to sería la puerta. (D% nada concluye El relato Y/nte la 9eyX no contaría o no describiría otra cosa que a sí mismo en cuanto te)to. Es, precisamente, la apertura y el ofrecimiento del concepto mismo de te)to; &Estamos ante un te)to que, no diciendo nada claro, no presentando ning*n contenido identificable m$s all$ del te)to, sino una diferencia interminable hasta la muerte, permanece no obstante rigurosamente intangible. Rntangible; entiendo por esto, inaccesible al contacto, no susceptible de ser tomado y finalmente no previsible, incomprensible'. errida e)tiende la comparacin indicando que todo aquel que enfrente a la identidad original del te)to deber$ obligatoriamente comparecer ante la ley (que dice que eso es un te)to, que dice que es literatura y posibilita, por tanto, el desarrollo de un cierto protocolo de lectura y de comprensin%; &esto puede ocurrirle a todo lector en presencia del te)to, al crítico, al editor, al traductor, a los herederos, a los profesores. Codos son, por lo tanto, ante la ley, guardianes y campesinos'. e acuerdo a la e)plicacin analítica aquello que obliga a ir difiriendo de una obra en otra no es el contenido ni la forma, sino los &movimientos de encuadre y referencialidad'. Son ellos los necesarios para hacer que una obra &apare"ca'. errida se remonta por este camino hasta fines del siglo QPRRR y comien"os del QRQ donde surge histricamente este &derecho' que permite establecer un cierto concepto de
literatura que, sin embargo, nunca fue (porque no podía serlo en definitiva% de una e)posicin clara de las proposiciones conceptuales que lo constituyen1 su origen, en consecuencia, ha sido siempre y siempre ser$ oscuro. ui"$s porque la literatura Asostiene erridaA oscurece a la literatura, de alg*n modo la literatura debe no ser literatura. En condiciones histricas que no son *nicamente ling0ísticas, la literatura ha nacido para ocupar una suerte de comprensin suspendida. 8oncluye el autor de De la gramatología; &En estas condiciones la literatura puede hacer de ley, reponerla al rodearla o soslayarla. Estas condiciones, que son también las condiciones convencionales de toda operatividad, no son, sin duda, puramente ling0ísticas, a pesar de que toda convencin puede, a su ve", dar lugar a una definicin o a un contrato de orden ling0ístico'.
>. La filósofa argentina Est'er Día? 'a dedicado %uena parte de sus li%ros " su pr2ctica docente a dar cuenta de los diversos autores de la escuela francesa @ue integran lo @ue a@uí glo%almente denominamos posestructuralismo. !a escrito especialmente so%re la o%ra de ic'el 5oucault= pero tam%ién las figuras de 8illes Deleu?e "= en menor medida= ac@ues Derrida= asoman 'a%itualmente en sus ensa"os. Lo @ue sigue a continuación es un e;tracto del apartado primero= llamado 6El sentido m>ltiple de la verdad7= @ue pertenece al capítulo inicial de su li%ro Entre
la tecnociencia y el
deseo 0uenos Aires= 0i%los= #FG= donde puede verse la particular manera en @ue Día? toma un relato " la intencionalidad e;positiva con @ue lo 'ace.
3. El sentido m*ltiple de la verdad Japn, siglo QRR, senderos en el bosque. 2n samurai camina lentamente delante de un caballo blanco al que conduce por las riendas. 8anto de p$#aros. Iayos de sol que atraviesan el folla#e y bailan en la male"a. 9os medallones de lu" tornan trasl*cido el velo de una mu#er posada en la montura. 9a tela se desli"a hasta los peque+os pies, que delatan la noble"a de su due+a. 9a montura y el armamento brillan. 2na especie de pa" emana de la armonía de las cosas. -ero el delicado equilibrio se quiebra. 9a narracin
interrumpe su secuencia. ay algo que la c$mara no capt y al encenderse nuevamente nos devela el caos. El hombre muerto, la mu#er violada, las armas no est$n, el sombrero de él en el suelo, el de ella cuelga desgarrado de un arbusto solitario. 8omien"a /as'omon, de /Fira KurosaUa. El #urado a cargo del caso Hque no se de#a verH escucha diferentes versiones del acontecimiento; Z 2n humilde le+ador dice haber encontrado al samurai sin vida. /grega que no vio a la mu#er, tampoco al caballo, ni las armas. Z 9a viuda declara no saber cmo muri su marido y acusa a un desconocido de haberla ultra#ado. Z 2n mal viviente atrapado en el bosque asume haber violado, pero no matado. Z 7inalmente el muerto, cuyo espíritu se e)presa a través de una médium, acusa a su esposa y al delincuente. Codos difieren y todos, hasta el fantasma, despiertan sospechas. Slo coincide cierto estado de las cosas; la desaparicin del caballo y las armas, la mu#er violada y el samurai muerto. Sin embargo la verdad de lo acontecido se pierde en el misterio. ay m*ltiples testimonios creíbles pero contradictorios entre sí. Esperamos ansiosos que finalmente se devele la incgnita. -ero el film termina y las incertidumbres se acrecientan. En la película el #urado no aparece. Sin embargo, su ausencia intensifica su presencia. Ge#or dicho, nos imaginamos que est$ presente porque los persona#es que declaran miran al frente mientras tratan de demostrarles a los #ueces la veracidad de sus relatos. En realidad los actores observan el o#o de la c$mara y, al proyectarse la película, parece que esos persona#es miraran a los espectadores. En cierto modo, el #urado de /as'omon ocupa nuestro lugar. Es como si saliera de la proyeccin, en la que nunca se refle#a, y se instalara en la butaca. Esos representantes de la #usticia habitan un punto ciego y mudo en esta obra. El p*blico no los ve ni los oye. 9os #ueces son opacos para nosotros, pero no para los persona#es de ficcin que los miran con énfasis y respeto. 2na lu" atraviesa la pantalla, emerge de las pupilas de los actores y choca con las nuestras. Esa flecha de intensidad nos incluye en la trama. 9os testigos se dirigen al #urado que es al mismo tiempo el espectador. Se siente la impotencia de ocupar el lugar del #ue" y no poder #u"gar. Ge#or dicho, no poder contar con elementos que aseguren ob#etividad. KurosaUa brinda una estremecedora leccin acerca de la verdad. Ese discurso que construimos a partir del estado de las cosas, pero que no encuentra manera de corresponderse con ellas de modo ecu$nime. e cada relato fluye un sentido diferente; se alternan diversas perspectivas, que seme#an destellos de un diamante tallado que emite diferentes colores seg*n los haces que lo iluminan. 9a no correspondencia entre las versiones de los persona#es diluye la posibilidad de dirimir una verdad clara y distinta. 9a multiplicidad de #ueces es otro impedimento para for#ar un #uicio un$nime. -ues, adem$s de los que suponemos en la obra, e)isten tantos #ueces como espectadores. 9a ilusin de verdad absoluta se pulveri"a. En su lugar,
titilan fragmentos de sentido. 9os testimonios, por contradictorios, desconciertan. En lugar de una verdad *nica, hay fuga de sentido. El sentido se produce en una dimensin incorporal (entiendo &incorporal' en sentido deleu"eano1 el concepto est$ tomado de los estoicos quienes repararon que el sentido no reside en las cosas, tampoco en las palabras1 se produce como efecto de choque entre cuerpos%. 9a proverbial indiferencia de los acontecimientos provoca #uicios disímiles. -rovoca sentido que surge de choques de fuer"as y se desli"a por la superficie de las palabras. El sentido no se encierra en proposiciones; deviene a través de ellas.
B.
Josefina Ludmer, especialista argentina en teoría literaria y culturas latinoamericanas, ha estudiado las estructuras básicas que sostienen las narrativas, lo cual la ha llevado a descubrir los hilos conductores de algunas de las obras fundamentales de la literatura latinoamericana, por ejemplo la genealogía de la novela Cien !os de "oledad, de #abriel #arcía $árque% o las claves de construcción de los relatos de Juan Carlos &netti' Josefina Ludmer no se conforma con una lectura inmanente del te(to tal como lo proponen los análisis estructuralistas) ella misma ha escrito *sobre la necesidad de trascender a una lectura unitaria y unificante, y de construir otro concepto de conte(to+' Esta bsqueda, de alguna manera está en relación con los estudios posestructuralistas en general y más en particular con las propuestas de figuras como #illes -eleu%e y Jacques -errida' Su an$lisis de la obra de 7elisberto ern$nde", seg*n se desarrolla en &9a tragedia cmica' Escritura, PRR, 3BA3<, 8aracas, eneroAdiciembre de 346>%, constituye una buena muestra de la anterior afirmacin. 9udmer destaca en la obra del uruguayo la singularidad y rare"a de sus narradoresA protagonistas. stos se desvían de su &propia' funcin social (&doméstica en las mu#eres, comercial en los hombres; los lugares de la peque+a burguesía son pensados como naturales'% y parecen desdoblarse y transformarse en su complemento antagonista, o en su met$fora. 9o cual, en líneas generales, determina que los ob#etos se
personifiquen o las personas se cosifiquen. Es el caso del protagonista de &adie encendía las l$mparas' que lee un cuento ante un auditorio peque+oburgués &/ mí me costaba sacar las palabras del cuerpo como de un instrumento de fuelles rotos'. ay un descentramiento, una e)tra+e"a y una &ob#etivacin' del propio su#eto narrativo. 9udmer agrega;
*os posiciones sicas & correlativas 2eneran !icci+n en eliserto ernnde/# la primera deriva de la pore/a del artista & su imposiilidad de comprar o3etos deseados6 la se2unda, de la pore/a del mercado del arte# di!icultad para venderlo. Sin embargo esta dificultad se soluciona &con el mecena"go o la privati"acin de lecturas o espect$culos' (lo cual es una primera marca del é)ito buscado%. 9udmer menciona también los dos rdenes que se registran en los relatos de 7elisberto. -or un lado, el orden de lo cotidiano y pr$ctico representado por los lugares comunes, el lengua#e, la estética popular para construir la caricatura. El otro orden es la analogía del sue+o, que remite Aentre otras cosasA a asociaciones por seme#an"a y contig0idad. 9os dos rdenes est$n representados en el cuento mencionado cuando se da una vuelta de tuerca, un despla"amiento, a la f$bula de la gallina y el "orro (la gallina es la sobrina y el "orro es el protagonista, que habr$ de quedarse con ella%. -or todas estas condiciones, 9udmer toma a &adie encendía las l$mparas' como &una síntesis y un manifiesto' de la forma de narrar de 7elisberto ern$nde". En tal sentido destaca en esta narracin; El cuento leído. El sentido de la oralidad es fundamental en 7elisberto; su registro escrito, uniforme y sin matices, requiere no slo ese modo familiar de contar un cuento, sino también la modulacin de la vo" para otorgar valores tonales, cmicos e irnicos1 en la intimidad de la sala pe@ue
cuento de c$mara &alto', fuera de la circulacin indiscriminada. El p*blico se ve, no es annimo1 con ruptura %rusca de todo pat'os en
la historia de la suicida que huye cuando un
hombre la aborda; tragedia cmica1 de%e >nicamente desencadenar la risa. El
te)to leído e)cluye todo sentimiento, elocuencia y, sobre todo, todo didactismo, &ra"n' y sentido. /nte la pregunta sobre los motivos del suicidio el autor no sabe, &sería tan imposible como preguntarle algo a la imagen de un sue+o'1 a la lectura siguen conversaciones triviales " caricaturas de persona#es seg*n el modo
en que se peinan y, finalmente; la segunda marca del é;ito
que es el escritor.
la sobrina que se transforma en &gallina' frente al &"orro'
<.
-os fragmentos de %a traici+n de 7ita a&ort de $anuel .uig/ RRR. Coto, 34B4 Son tres mu+equitos, con la dama antigua, peinada de alto con peluca grande, y la pollera inflada m$s cara de seda, los tres mu+equitos tienen medias blancas largas hasta el bombachn de seda hasta la rodilla, las mu+ecas con tra#e de seda y los mu+ecos con tra#e de seda también, mami, y la pechera blanca los hombres igual que la tuya, con la puntillita, y la peluca blanca, son de porcelana y est$n parados en una repisa, de la madre del chico de enfrente, que son duros, no se comen, con el mismo tra#e que los mu+ecos con caras de tontos, son buenos, miran todos a una sentada en la hamaca, dibu#ados en la tapa de tu ca#a para carreteles, guardada al lado del mantel y las servilletas, la ca#a que antes traía bombones. 8on el mismo tra#e, iban disfra"ados, en el eneficio de la Escuela B el n*mero de los chicos m$s grandes bailaron vestidos como los mu+ecos, la gavota, el n*mero m$s lindo de la Escuela B [mami\ Npor qué no vinisteO con papi, porque mami de turno en la farmacia se perdi todos los n*meros que hicieron los chicos de la Escuela B. Era un mu+equito, y una mu+equita, y un arbolito y una casita, todos que terminan en una punta de escarbadiente para pincharlos en la torta de nue"O (...% -api; [ganas de hacer pis\ &podés irte solo', [no alcan"o a la lu"\ pero mami, en el cine en el intervalo se prenden todas las luces y con vos &vamos a aprovechar a hacer pis ahora' al ba+o de las mu#eres porque al de los varones las mu#eres no entran, pero si mam$ no tuviera ganas de hacer pis en el patio del cine hacen pis los nenes y las nenas. 2na nena grande. 8on el vestido de tul almidonado duro que pincha, pincha con el vestido, la ru#a de lancanieves pincha con la nari" de pico, est$ sentada en la mesa de al lado [papi, no, no le digas nada\ &querida Npodés acompa+ar a mi nene al ba+oO' una nena grande con cara de mala, pap$, ella no puede llevarme al ba+o de varones &llev$lo al ba+o de mu#eres, no importa' [no, vení vos\ &Na qué ba+o te lleva mam$ en el cineO'.
El escritor " crítico Alan auls pu%licó en 1HJ 0uenos Aires= !ac'ette= 0i%lioteca :ríticaG un li%ro %reve pero interesante so%re
9a traicin de Iita ayUorth 1HJG= la
primera novela del escritor argentino anuel uig. A@uí= vamos a comentar dos o tres aspectos claves @ue auls= empapado de las teorías posestructuralistas= en particular
provenientes del li%ro Gil
mesetas = de 8illes Deleu?e " 5éli; 8uattari= anali?a en la
o%ra de uig.
9o primero que se+ala -auls y todos aquellos que leen La traición , es la ausencia de un narrador. 9a novela, entonces, est$ constituida sobre la pura enunciacin de sus persona#es. e esta manera, se deconstruye una de las instancias m$s criticadas por errida; la nocin de un origen o autoridad que otorgue un significado absoluto y que cierre el proceso de significacin, en este caso la figura del narrador. & La traición es un a#uste de cuentas con la narracin, y con esa funcin que preside toda descripcin narratolgica; la funcin narrador. Rnaugurando una de las consignas fundamentales del programa literario de -uig, la pulveri"acin de la instancia narrativa, La traición decreta la acefalía del lugar cl$sico de la enunciacin; no hay su#eto de la narracin, y esta vacancia es uno de los principios de disolucin de la &historia'. En La traición slo hay voces; de sus 35 capítulos, once se presentan como la reproduccin del discurso directo de los persona#es (del R al QR%, y los restantes son transcripciones de te)tos escritos. (...% e ahí que en La traición, la trama (en el sentido narrativo de la palabra% sea en realidad una trama en su sentido te)til; un te#ido de voces, monta#e de discursos sin cuerpo, estructura coral que se despliega m$s all$ de la mirada *nica del narrador y la subvierte con su polifonía. o hay un &yo' que cohesione esas voces, ning*n principio de homogeneidad que las abrace.' (p$g. >?% Guerto el narrador, ya no e)iste una funcin que organice el te)to (slo apareceuna indicacin que encabe"a cada &capítulo', en la que se indica quién habla y el lugar y fecha A&En casa de erto, Palle#os 34BB' o &Coto, 34<>'A%, que otorgue un sentido, una direccin posible de lectura. Guerto el narrador, es el lector, que asume la mayoría de edad, quien tiene que hacerse cargo de los posibles sentidos del relato. /sí, el efecto que produce la lectura de La traición es similar al que siente el espectador de /as'omon. & La traición introduce siempre otros discursos. 9a relacin nombreAdiscurso nunca es directa, tampoco natural. En cada una de las voces del te)to, nada singular, ninguna originalidad (...% 8ada vo" es en sí misma un mosaico de rumores, una conflagracin de ecos. 9a vo", en La traición , no plantea circuitos simples de emisin; siempre establece mediaciones, siempre pantallas, siempre citas. 8ada vo" retoma, refiere, deforma o reproduce las voces de los otros.' (p$g. >>% Esta segunda característica se complementa con la anterior; en la novela no hayuna autoridad, slo voces1 o me#or dicho, enunciados, que son, por definicin, sociales. 9a segunda deconstruccin que -auls advierte en el te)to de -uig es la del paradigma se)ual; La traición implica una ruptura con la lgica maniquea que capta el mundo en dos polos separados, bien diferenciados, y aun antagnicos; masculinoTfemenino, altoTba#o, adentroTafuera, blancoTnegro, etc. -auls dice que -uig, en su literatura, pone entre dicho ciertas oposiciones binarias (cultura altaTcultura ba#a, FitschTcamp%, las denuncia y subvierte.
&-ara que el se)o tenga sentido es preciso establecer, primero, un paradigma, una oposicin binaria, un par. El discurso infantil de Coto es una maquina prodigiosa de producciones de pares (...% /sí, el enigma del se)o es equivalente al enigma del sentido. o hay sentido sin paradigma1 no es casual, pues, que la cuestin del sentido (y% del se)o se plantee para Coto en forma de alternativas binarias. Gu+ecosTmu+ecas, mu+equitoTmu+equita, chicoTchica, y toda la cadena de pares que metafori"an esta oposicin genérica y se)ual b$sica (arbolitoTcasita, aceituna verdeTaceituna negra, etc.%. 8omo se ve, se)ualidad y sentido van unidos por efecto de una estructura ling0ística; el paradigma gramatical de género. 9a oposicin de las desinencias aTo, paradigma morfolgico que designa los dos géneros, es literali?ado en La traición1 o me#or; -uig se)uali"a el paradigma gramatical, de modo que toda decisin de sentido es al mismo tiempo, e inevitablemente, una decisin sobre la se)ualidad. Sin embargo, esta manía de los pares y las oposiciones tiene un punto de fuga1 siempre hay, en esta clasificacin binaria del mundo, un momento tercero, una instancia que escapa al paradigma y lo desactiva, anulando la diferencia que lo funda. En La traición nunca hay dos sin tres. Gu+ecas y mu+ecos visten el mismo tra#e de seda, y para todo chico o chica hay una careta rosa detr$s de la cual ocultar la identidad se)ual. La traición traba#a neutrali"ando los paradigmas, poniendo en evidencia la fragilidad de las diferencias. Siempre se puede hacer que la diferencia vacile, hacer temblar las discriminaciones, pervertir los repartos. El arte de -uig es precisamente un arte del tercer término, lo que no significa un arte de la síntesis. Si se desactiva un paradigma, denunciando lo que de político hay en su gramaticalidad, no es para refugiarse en una hibride" apacible, ni para reivindicar los beneficios de la complementariedad. El primer gesto del traba#o de -uig consiste en se)uali"ar cada término del paradigma, desAinocenti"arlo, arrancarlo de la asepsia de la gram$tica de la lengua para inscribirlo en un uso que remite siempre a una política. 9a diferencia chicoTchica nunca es sólo gramatical, o en todo caso La traición siempre empie"a por delatar el orden político que sostiene el orden gramatical. La traición es una crítica de los usos1 postula que todo uso de las categorías de la lengua es un uso a la ve" se)ual y político, y que la diferencia gramatical (la oposicin masculinoTfemenino% es el soporte de una diferencia que se instaura en el campo de la se)ualidad social.' (p$g. >=A>5% 2n momento de la novela que e#emplifica lo dicho hasta aquí, es aquel en que erto debe llevar a su peque+o hi#o, Coto, al ba+o (est$n en un lugar p*blico% y no sabe a cu$l de los dos; si al de mu#eres o al de hombres. 9o irnico de la situacin es que erto reniega de los gustos de su hi#o por considerarlos &inadecuados' para un varn y constantemente e)ige de éste un comportamiento &masculino'.