Teoria del Habitar / Cátedra Doberti-Iglesia / FADU-UBA LOGICAS Y ANALOG ANALOGIAS IAS – EXPLORANDO EL HABITAR HABITAR.. Por Roberto Doberti.
Territorio y cartografía del habitar La arquitectura, se constituye como un acto de imaginación, de anticipación, de prefiguración. Imaginar las ciudad es y los salones, las plazas y las fachadas, los portales porta les y los balcones, es un componente conceptual y operativo claramente reconocible en la disciplina arquitectónica. Sin embargo, no suele ser tan precisa la función decisiva a la que está est á destinada esa produc ción de formas concretadas a través de muy diversas y va va riadas técnica s y materiales. Lo propio y definitorio de la arquitectura es ser habitada, y lo propio y específico del habitar humano es su carácter histórico, mutable y múltiple. En los modos de ocupar el esp acio para habitarlo se ponen en juego cuestiones políticas y sociales, biológicas y simbólicas, organizativas y rituales. En definitiva, podemos decir que los modos de habitar, propuestos y dispuestos por las conformaciones que nos circundan, definen rasgos esenciales de nuestra identidad personal, grupal y cultural. cultural. Vamos a atender, entonces, ese juego de interrelaciones entre las configuraciones espaciales y las actividades o comportamientos que en ellas se desarrollan. En En otras palabras, palabras, vamos a indicar y ejemplificar sucintamente ciertos caminos destinados a realizar algunas exploraciones en el terreno del habitar. Se trata de adentrarnos en ese campo, a la vez tan disponible y tan complejo pa ra reconocer y calificar algunas de sus manifestaciones manifestaciones concretas. Para hacer más coherentes y eficaces las exploraciones proponemos guiarnos por algunos conceptos y criterios -a los que entenderemos como rutas- que organicen los recorridos. Originalmente, la palabra palabra ruta significaba un camino abierto cortando el bosque, se podría dec ir atravesando atravesando el terreno. Se trata, entonces, de atravesar el habitar, habitar, de encontrar sentidos y direcciones que pasen a través de los tiempos, las escalas dimensionales, los grupos, sociales, las idiosincrasias regionales; regionales; no para ignorarlos sino, por el contrario, para que la ruta muestre sus similitudes y sus diferencias internas, sus vetas de organización y sus intrincadas relaciones. Delimitamos y elegimos cuatro rutas, cuatro caminos desde donde observar el habitar: la ruta de las densidades, la ruta de las focalizaciones, la ruta de las especificaciones y la ruta de las veladuras. Creemos que se trata de rutas que se internan profu ndamente en el territorio por explo rar, que lo lo recorren en largos derroteros. Cada una de ellas muestra facetas o aspectos diferentes de esa historia y esa lógica vivencia! en que consiste el habitar. Hay también muchos cruces, nudos o puntos de encuentro entre las rutas, hay momentos en que las visiones parecen acomodarse casi hasta la superposición superposición y otros, en que las miradas se contrastan y diferencian abruptamente. Se trata, trata, sin embargo, de hacer lugar en cada recorrido a lo que tiene de propio y específicamente irreductible. El resultado de las exploraciones se complementa con unos algunos documentos gráficos. Estos documentos -que resultan importantes en el marco de nuestras intenciones- son una especie de testimonio, son un reaseguro reaseguro de la verosimilitud y el sentido de los recorridos. Dichos documentos son apenas muestras o ejemplos y, en consecuencia, pueden verse como elementos de una serie latente y casi infinita que contenga el conjunto de posibilidades que el documento insinúa. La exploración de las rutas toma el carácte r de anotaciones, de señalamientos, es decir de aquellos rasgos más salientes o significativos. Podríamos decir que se trata de comentarios, de ejercicios mentales para ser compartidos, porque estas exploraciones constituyen un texto necesaria y voluntariamente inconcluso, dispuesto para su ampliación y enmienda y, también, para las coincidencias coincidencias o las impugnaciones. También hemos acotado voluntariamente el territorio concreto -ya no metafórico- de nuestros documentos gráficos: estamos mirando el habitar en Latinoamérica. En este caso, el territorio no es sólo el lugar lugar físico donde aposentamos aposenta mos nuestra existe ncia, sino la marca o rasgo más prominente y ostensible de un carácter identificatorio plasmad o en los hitos construidos a lo largo de una larga historia y en los múltiples proyectos que elaboramos según nuestra pertinaz esperanza. Junto a estas razones, podríamos señalar otras más cercanas a criterios; turísticos, o para ser más precisos, al esplendor y maravilla de muchas de las conformaciones -plazas, cúpulas, edificios edificios y barrios enterosenteros- que son parte sustantiva de la memoria y el presente de nuestras ciudades y aldeas. No es menos merecedor de admiración el enorme abanico de modos diversos de habitar -variados en intensidad y extensión- que se desarrollan sobre la geografía americana. Dicha diversidad es testimonio de un sentido de unidad que no se funda en la monotonía o la reiteración mecánica sino en el entrelazamiento de innumerables matices y direcciones. 1/5
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Por la ruta de las densidades En la elección de esta ruta -de esta multiplicidad ligada de puntos desdé donde reconocer, palpar y observar el habitar- no se nos escapa que el habitar toma cierto carácter de sustancia. No en el sentido ontológico o filosófico del término, sino en uno más directo y cotidiano: en un sentido metafórico que lo aproxima a la materia, digamos a la piedra, la harina o la esponja. Más aún, podemos precisar la idea asimilando el habitar con un cuerpo material, entendiendo que se trata de un cuerpo muy complejo compuesto por diferentes partes o sectores que presentan densidades variables; tan variables que van desde lo espeso, duro y pesado a lo liviano, fluido, poroso y etéreo. El habitar no tiene así un único modo o rango de densidad sino densida des disímiles, abiertamente categorizadas. En el abigarramiento de las multitudes urbanas o en la dispersión casi solitaria de ciertos campesinados rurales se puede leer una diferencia notable en una dimensión importante del habitar: proximidad o distanciamienlo. P ero aun con el mismo distanciamiento físico entre las personas, el habitar resulta distinto, toma una den sidad dife rente, si se trat a de un grupo que se comunica fluidamente, recibe diaria información sobre decenas de temas, escucha por medios técnicos cientos de voces y sonidos o, si hablamos de un grupo que elige o al que se le impone, la introspección o la atención exclusiva sobre lo que lo rodea y exige sus decisiones cotidianas. Ya se ha hecho palpable, con estas pocas menciones que junto a las formas de habitar se alinean permanentemente las formas de hablar, componiendo en conjunto el ordenamiento de nuestro universo simbólico, de nuestro mundo vivido. Como ejemplo básico, podemos ver cómo el compartir una comida cambia profundamente de sentido según el ámbito que lo alberga, la separación de los comensales de acuerdo con las dimensiones de la mesa y el ceremonial que se adopte, los temas de conversación que la ocasión h abilita o promueve, los niveles de las voces, las maneras de mesa que se c onsideren apropiadas, el número y ubicación de las personas y muchos más rasgos diferenciales. Las densidades del habitar parecen organizarse según una amplia gama de criterios o parámetros: densidades espaciales -que tratarían acerca de la cercanía concreta de los cuerpos, de la ocupación mayor o menor del espacio por edificios, utensilios, ornamentos o escrituras- densidades temporales relacionadas con la velocidad con que se ejercen los comportamientos, con el número cíe sus reiteraciones, con la pausa o la aceleraciórc- densidades de estímulos -desde el privilegio del sosiego en el límit e del anona damiento, hasta la necesidad del paroxismo de las sensaciones visuales, sonoras o corporales-. No se pueden agotar los tipos o modos de densidades con que se habita sino apenas indicar algunas de sus posibilidades e indicar de qué manera d ecisiva establecen alternativas de habitar. Con todo, hay que señalar una dirección adoptada por la historia reciente: parece inclinarse hacia la acentuación de la densidad, hac ia la concreción o la ilusión de un plus de habitar a umentando su densida d. Un rasgo similar puede reconoc erse en el hablar: actuacione s y discursos más variados, más rápidos y hasta supuestos son exigencias que parecen emanar de la concentración urbana y la proliferación comunicacional, los que a su vez son canales, medios o res ultados de la acentuación de las densidades del hablar y el habitar. Un decisivo desafío para la sociedad contemporánea es lograr que ese aumento de densidad, que ese plus de habitar y hablar no tenga como contrapartida la dispersión del sujeto, la porosidad rala de la consciencia, el deshilachamiento de la cultura, la atenuación o eliminación de la actitud básica de comprensión, valoración y cuestionamiento de lo real.
Por la ruta de las focalizaciones Si imaginamos el habitat como un plano resulta que este no se presenta como una entidad homogénea, pareja, lisa. Por el contrario, es parte fundamental de su estructuración mostrar puntos notables, focos o nodos que se oponen a otros lugares menos marcados, más propensos a una continuidad reiterativa. En general, los focos se vinculan, real o virtualmente -sea por medio de avenidas o circuitos espaciales, sea a través de evocaciones o asociaciones mentales- de manera que se impone la idea de lineas o ejes que dibujan el plano definiendo puntos de encuentros o intersecciones -los focos- y sectores enmarcados o eventualmente atravesados por las lineas -las áreas generales o no marcadas-. Por otra parte, no todos los puntos notables tienen la misma jerarquía y también existen permanentes procesos de generación o calificación de los nodos, de manera que podemos pensar en gradientes que van desde lo claramente focal, lo fuertemente destacado, a lo más constante o estabilizado. 2/5
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El foco es tal por contrastar con lo que no lo es, por estar rodeado y sostenido por zonas que en ese sentido son relativamente parejas, homogéneas. En el habitar hay focalizaciones personales -el rey, el héroe o el ridículo-, hay focalizaciones de lugares y objetos a muy diferentes escalas -ciudades, cúpulas, joyas - y hay focalizaciones temporales -desde años a segundos que se constituven en momentos culminantes-. Es particularmente ostensible la importancia, variedad y sutileza de las focalizaciones que pulsan el habitar. La ciudad ha sido muchas veces compuesta o leída por la articulación de sus monumentos es decir, sus prodigios, gloriosos o monstruosos - y de su tejido -es decir, los lugares de la reiteració n, de la previsibilidad-.Y es la misma ciudad la que suele organizar sus vías de transporte, sus circuitos comerciales, sus canales de distribución y aprovisionamiento, sus ámbitos de recreación, sus ejercicios culturales, según nodos y redes. Con todo, si las focalizaciones constituyen una ruta adecuada para explorar el habitar, es porque ellas se manifiestan en la estructura íntima y primaria del habitar, en la organización de las contormaciones y los comportamientos que contcxturan cada práctica social. Actuantes privilegiados, notables, centro de las expectativas y las miradas; conformaciones distrib uidas según principios de orientación que califi can y destacan, parecen constituir el sustento y el objetivo de los modos de habitar. Estos modos de habitar son tan ricos y variados, tan decisivos y tensionales que la imagen no debe simplilicarse. Pueden estar al unísono en juego, uno o varios focos: competir, aliarse o alternarse. Puede haber focalizaciones fuertes y contundentes y otras tenues y sutiles, pueden generar transformaciones o determinar formas estables. En el habitar las focalizaciones pueden convocar y ser entonces lugares de reunión -centrípetas- o dispersar y ser entonces concentraciones fugaces que sirven para orientar los recorridos -centrífugas-; pueden verse como la posibilidad de la creatividad y la libertad o como la representación de la imposición o la restricción despótica. La ruta de las focalizaciones se adentra en el tiempo del habitar hasta sus orígenes mismos. El foco es el fuego alrededor del cual se instituyeron los principios de la socialidad, la superación de la oscuridad natural de la noche, se cocinaron los alimentos y se desarrollaron las técnicas que nos hicieron propiamente humanos.
Por la ruta de las especificaciones Es plausible, verosímil y hasta casi seguro, que Jos sistemas de hablar y habitar hayan empezado a funcionar en las primeras comunidades con muy pocas unidades, con repertorios restringidos. También podría espejarse la frase diciendo que fueron las comunidades las que empezaron a funcionar a partir de la construcción y la distribución d e primitivos sistemas de hablar y habi tar. En cualquier caso estaríamos en un momento germinal que nos pondría frente a unas pocas voces diterenciadas, asociadas a un pequeño número de concentos, menciones o referencias; y frente a unas pocas conformaciones en correspondencia con unos pocos comportamientos caracterizados, distinguidos, convenidos y convalidados. La historia de la torre de Babel presupone un momento de dispersión de los lenguajes, que contiene un modo de explicitación de su convencionalidad. Sin embargo, no se ha hecho suficiente hincapié en que su emprendimiento no sólo exigía un momento previo con lenguaje común, sino que también requería que sólo existiera un único y compartido modo de construcción. La historia posterior la podemos ver como un complejo mecanismo de especificaciones, realizado siguiendo los principios de la proliferación y la derivación. Por un lado, cientos y cientos de operatorias productivas de voces, constituyendo y ampliando los consecuentes sistemas de hablar y una similar apertura de operatorias productivas de conformaciones con la generación de disímiles sistemas de habitar. Lógicamente, ello implicó que en el interior de cada una de las codificaciones se desarrollaran de manera incesante intrincados procesos de diferenciación, subdivisión, jerarquizaciones y calificaciones. Todos estos movimientos y procedimientos de especificación generan resultados muy notables y variables cuando atendemos el campo del habitar. La exploración por esta ruta reconoce procesos de especificación, los que también suponen progresivas especializaciones, en todas las escalas de con sideración: desde la escala de la ciudad -ciudades comerciales, turísticas, industriales- hasta la escala de los utensilios y artefactos de uso domésticos o técnico -particularización de la vajilla y los cubiertos, de las butacas y asientos o de los instrumentos técnicos-. También se descubren especificaciones de funciones o roles en cada práctica social, muchas veces marcadas por diferencias de indumentaria o de gestualidad, de límites discursivos o de posi ciones y ocupación en los 3/5
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distintos ámbitos. La nómina sería enormemente extensa, aun teniendo en cuenta que no son relevantes las variantes esporádicas, personales y caprichosas, sino sólo las diversas variedades que ingresan en la sistemática del habitar, es decir que resultan habituales, reiteradas, tipificables. En rigor puede pensarse el desarrollo de la civilización como el crecimiento continuo e incesante de las especificaciones en el interior de los sistemas de hablar y de habitar, es decir como la progresiva partición, ampliación y diferenciación tanto de la masa conceptual como de la masa conductal. Cada vez más especies o clases de voces y mensajes, y cada vez más es pecies o clases de objetos y comportamientos, que crecen inexorable y permanentemente sugieren imágenes inquietantes: por ejemplo, bosques asfixiantes donde no quedaría resquicio que no fuera invadido por una vegetación desbordante, o bien, un espacio en expansión en aumento cuantitativo constante. Aceptemos que la oposición de las imágenes en algún sentido las aplaca. Afortunadamente, hay algo aún más decisivo: la socialidad en la que se reconfiguran permanentemente el hablar y el habitar tiene también sus mecanismos compensatorios. Arcaísmos de voces y objetos convenientemente recluidos en diccionarios o museos evitan o disminuyen la sobrecarga pero, especialmente, acciones todavía más eficaces, orientadas por irreductibles voluntades personales y comunitarias; acciones que insisten en la existencia y posibilidad de síntesis, que insisten en pensar alguna coherencia y sentido para la disposición de las cosas y las voces, en definitiva que insisten en una tarea necesaria e imposible: la vol untad de comprender el mundo. Indican un camino que nos permita apreciar con cierta tranquilidad el juego - a la vez maravilloso y peligroso- de las especificaciones y aperturas del habitar.
Por la ruta de las veladuras Esta última ruta que hemos elegido para mirar el habitar parece ser de una naturaleza diferente de las anterioies, tener una dirección o una traza de otras características. Se la avizora más particularizada, más intuitiva o gustosamente seleccionada. Y en rigor es así; respondiendo a dos motivos bien diferentes: uno de los motivos ya lo anunciamos, nos place y nos cautiva, nos sugiere observaciones inesperadas; el otro motiv o es mostrar, en función de su relativa arbitrariedad, la diversidad de los caminos de exploración que pueden ser recorridos, la infinidad de apariencias y contornos que pueden encontrarse. De las rutas que transitamos es la más escabrosa, en el doble sentido de la palabra. Es la ruta más despareja, con pendiente s más abruptas y suelo más áspero y es también escabrosa por estar al borde de lo inconveniente o lo inmoral. La veladura en el habitar, que se desarrolla de mil maneras distintas, es esa característica que hace del habitar una entidad muchas veces atisbada, una entidad q ue interpone velos, transparencias relativas que conjugan sus requerimientos de privacidad e intimidad, con su condición de código, de comportamientos regulados, de necesaria socialidad estructural. Las veladuras son ocultamientos simbólicos, disminuciones de la nitidez, enunciación dudosa del recato, incitación a una observación desde afuera. Lo que está tras el velo está, en alguna medida, tapado pero, en otra medida, está potenciado en su valor o interés. Las tan matizadas formas de habitar operan, precisamente, para alcanzar esos matices, con multiformes veladuras, con mediaciones entre la transparencia y la opacidad, entre la ostentación y el ocultamiento. Lo notable es que de esta manera el habitar no se hace más indeciso o aflojado sino más intenso; no olvidemos que entre las amenazas más temibles figuran las amenazas veladas y que no hay insinuación más provocativa que la velada insinuación que desasosiega y persuade. En el habitar hay, desde el punto de vista de las veladuras, un momento crucial: la invención del teatro. Aquí el velo, que separa el escenario de los espectadores, es estrictamente simbólico. Cierto grupo de actuantes del ha bitar se impostan, se artificializan -deviniendo en actores- en quienes reiteran comportamientos en cada representación como si cada vez fueran originales, en quienes repiten discursos y simulan sufrimientos, sorpresas o goces, simulando no ser observados por otro grupo, quienes tras la simbólica veladura, observan esa representación del habitar conviniendo expresamente en no interferir en esos comportamientos. Sin embargo, es a través de esa veladura, tan inmaterial y tan determinante -requirió su concreción en telón para simplificar su comprensión que se alcanza un recurso extraordinariamente eficaz para reconocer y hasta para orientar nuestros comportamientos. Mucho más tarde otro invento, Ia novela, mixturó los sistemas de hablar y habitar; se presentó como ventanas, con las discretas cortinas o veladuras que ellas suponen, a través de las cuales toda una 4/5
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sociedad fisgoneó habitares construidos en palabras, poblados de gestos, objetos, sentimientos, comportamientos, todos ellos asignados a personajes, es decir a ficciones literarias pero también a personajes en tanto formas prototípicas de ser personas. Es difícil medir las consecuencias que para nuestro humano devenir tie nen el cine y la televisión, otra vez como ventanas, como velos que seleccionan, parcializan y sobrevaloran lo que a través de ellos se puede observar. Desde otra perspectiva, a través de los siglos y con diferentes procedimientos en cada comunidad, las veladuras -atenuación de la mirada y, a la vez, acentuación del deseo- sé hicieron indumentaria, ventana, persiana, tules, opalinas, fachada de edificio, concretando así la ciudad de la modernidad y, casi en aparente sinonimia, máscara de los actuantes como distancia inexorable entre nuestros roles funcionales y el sujeto que los sustenta. La ruta de las veladuras, diferente y distanciada de las anteriores se manifiesta, sin embargo, como uno de los muchos atajos sinuosos e inesperados que la exploración del habitar requiere para intentar un mapa inevitablemente complejo, fascinante pero también siempre precario e incompleto.
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