la doctrina de Séneca, dentro de la enseñanza general del estoicismo. Pero Séneca adopta un compromiso más positivo que la Estoa: el suicidio –dirá– no es lícito como una solución al dolor, al cansancio, al hastío, a la repugnancia de la vida. Para el filósofo cordobés, el suicidio es la respuesta a una situación en que la fidelidad a sí mismo se pone a prueba, y antes de sucumbir al mal, el sabio “ejecuta” el acto supremo de la libertad y de la derrota de la fortuna: la muerte sin tristeza y sin pedir misericordia, porque la misericordia “es una enfermedad del espíritu que se contrae al contemplar las desgracias de los demás, o una depresión causada por los males de los demás, que cree que suceden a quienes no lo merecen. Y la enfermedad no recae sobre el sabio: su mente está serena y no puede sucederle nada que le ofusque. Nada le es tan adecuado a un hombre como la grandeza de ánimo, y la grandeza no puede coexistir con la tristeza. La tristeza destroza la mente, la degrada, la reduce. Esto no debe suceder al sabio, ni siquiera ante una calamidad propia; rechazará las iras de la fortuna y las destrozará ante él. Siempre conservará el mismo aspecto, plácido, inalterable, cosa que no podría hacer si diera cabida a la depresión” ( Sobre la clemencia, II, 5, 4-5). La forma de afrontar la experiencia de la muerte es la que pone a prueba la virtud del sabio. De hecho, la vida del sabio no ha de ser otra cosa que una “ meditatio mortis”: “Quien tema la muerte no hará jamás nada a favor de la vida, pero quien sepa que arrastra esta condena desde que fue concebido vivirá en armonía con ella y, al mismo tiempo, procurará con igual fortaleza de ánimo que nada de lo que ocurre le resulte inesperado. Pues haciendo consideración de todo lo que puede suceder como si en realidad fuera a suceder, se tornará más suave la embestida de todos los males, pues éstos nada nuevo aportan a los que están preparados y los aguarda, mientras que se hacen insoportables a los que confían y sólo esperan lo favorable” ( Sobre la tranquilidad del alma, 11, 6). En este contexto, la fortaleza tiene como fin ayudar a superar con serenidad los grandes males –el mayor de todos es la muerte–, y hacer así que el hombre sea libre. He aquí las palabras de Séneca: “A donde quiera que mires, allí está el fin de tus males. ¿Ves aquel precipicio? Por allí se desciende a la libertad. ¿Ves aquel mar, aquel río, aquel pozo? Allí, en el fondo, reside la libertad. ¿Ves aquel árbol pequeño, reseco, de mal augurio? De él pende la libertad. ¿Ves tu cuello, tu garganta, tu corazón? Son los escapes a la esclavitud. ¿Te propongo salidas demasiado gravosas, que requieren mucho valor y ánimo? ¿Me preguntas cuál es el camino hacia la libertad? Cualquier vena de tu cuerpo” (Sobre la ira, III, 15, 4).
1.3. ¿Espiritualismo ontológico? 1.3.1. ¿Espiritualismo psicológico? ) El hombre