NEUMONIA La neumonía (pulmonía) es la enfermedad infecciosa más habitual y aparece, sobre todo, durante la época más fría del año. El riesgo de sufrir una pulmonía es especialmente alto en aquellas personas cuyo sistema inmune se encuentra debilitado, en ancianos y en niños de corta edad. La neumonía está causada en la mayoría de los casos por bacterias. Entre estas, las más habituales son las llamadas neumococos, responsables del 49% de todas las neumonías que se producen en España. Con menor frecuencia la enfermedad está provocada por virus u hongos. Los organismos patógenos penetran en los pulmones y desencadenan una inflamación del tejido pulmonar. Su contagio suele efectuarse a través de gotitas respiratorias expulsadas al estornudar, hablar o toser.
La neumonía es una infección del pulmón. La neumonía, también conocida como pulmonía, es una infección en el pulmón que afecta cada año a entre 7 y 15 personas de cada mil. Los alveolos de los pulmones, que en una persona sana se llenan de oxígeno al respirar, en un enfermo de neumonía contienen líquido y pus, dificultando la respiración. Los gérmenes infecciosos tienen varias vías de entrada. Los gérmenes (virus, bacterias y hongos) que provocan la neumonía pueden llegar a los pulmones de varios modos. Uno de ellos es a través de las vías respiratorias (por la boca, la nariz o la faringe). Suele ser la vía habitual de entrada de estreptococos, neumococo y Haemophilus. También se contagia por inhalación. La neumonía se contrae, asimismo, a través del aire inspirado, cuando en él están presentes los microorganismos infecciosos que dan lugar a la enfermedad. De este modo, los agentes causantes llegarían directamente a los pulmones. Ocurre, por ejemplo, en las neumonías provocadas por micoplasmas. O el microorganismo puede estar en el propio cuerpo. En ocasiones, los gérmenes que provocan la neumonía proceden de otras partes del organismo, desde donde acceden a los pulmones recorriendo el torrente sanguíneo. Uno de sus síntomas es la tos. La tos es uno de los síntomas de la neumonía. Si se trata de una neumonía típica, esa tos será con expectoración (amarillenta, verdosa y, a veces, con sangre). Por el contrario, si es una neumonía atípica, la tos es seca y sin secreciones. Puede aparecer fiebre, cansancio, dolor de cabeza... Además de la tos, hay otros síntomas de la neumonía como: fiebre (con o sin escalofríos), dolores articulares o musculares, dolor de cabeza, inapetencia, dificultades respiratorias, naúseas, vómitos... No hay un solo patrón de síntomas, puesto que existen muchos tipos de neumonías, según el agente causal. Los fumadores están más expuestos. El tabaco y, en general, todos los factores que afecten negativamente a las defensas del organismo son un factor de riesgo para la aparición de la neumonía, ya que los gérmenes tienen el acceso más fácil hacia el pulmón. Beber alcohol también predispone negativamente a la neumonía. Los enfermos crónicos, más expuestos. También los enfermos crónicos con problemas renales, cardiacos, pulmonares o hepáticos tienen más probabilidades de contraer una neumonía. Igualmente, las personas mayores, que tienen las defensas más debilitadas, están más expuestas. Una auscultación puede dar la voz de alarma. La neumonía supone un sobreesfuerzo en la capacidad respiratoria del pulmón, por eso, cuando el médico hace una auscultación detecta ruidos no habituales que le pueden hacer sospechar de la existencia de la neumonía. El diagnóstico se confirma mediante Rayos X. El diagnóstico de neumonía suele confirmarse a través de una radiografía de torax. Además, se pueden hacer otras pruebas, como punción pulmonar, broncoscopia, gasometría arterial, cultivo de muestras respiratorias o analíticas de sangre, algunas de las cuales sirven para determinar el germen causante. El dolor torácico, una señal de alarma. De un catarro se puede pasar a una neumonía, por eso conviene estar alerta de los síntomas que pueden indicarlo. Entre ellos: dificultades respiratorias que van a más, incluso con dolor en las inspiraciones, dolor torácico cada vez que se inhala, y respiración agitada. La neumonía puede acabar en un derrame pleural. La neumonía se puede complicar con un derrame pleural, un abceso en el pulmón, o incluso llegar a ser mortal. Se estima que es la sexta causa de muerte en el mundo. Se trata con antibióticos. La neumonía suele curarse en la mayoría de los casos con antibióticos por vía oral sin más complicaciones. Solo cuando se complica, hace falta un ingreso hospitalario, lo que ocurre entre el 3 y el 10% de los casos.
La automedicación es peligrosa. Aunque se sospeche de una neumonía, el enfermo no debe automedicarse nunca ni con antibióticos ni con fármacos para la tos. Hay que tener en cuenta que toser ayuda a limpiar los pulmones y no conviene evitar ese mecanismo natural a no ser que el médico así lo prescriba. La neumonía se puede prevenir. Hay muchos tipos de neumonía, pero existe vacuna para algunos de ellos. Vacunarse contra el neumococo, el sarampión, la tos ferina y el Hib es una forma muy eficaz de protegerse contra la neumonía. La lactancia materna protege. Mantener una adecuada nutrición ayuda a protegerse frente a la neumonía. Además, según recuerda la Organización Mundial de la Salud, tomar lactancia materna exclusiva durante los seis primeros meses de vida protege frente a la neumonía y reduce la duración de la enfermedad. Controlar los factores ambientales. Los factores ambientales son también importantes a la hora de luchar contra la neumonía, por eso es importante respirar aire lo más limpio posible y facilitar una correcta higiene en el entorno. Más sobre la neumonía. La neumonía es una infección del pulmón. La neumonía, también conocida como pulmonía, es una infección en el pulmón que afecta cada año a entre 7 y 15 personas de cada mil. Los alveolos de los pulmones, que en una persona sana se llenan de oxígeno al respirar, en un enfermo de neumonía contienen líquido y pus, dificultando la respiración. En España 14 de cada 1.000 personas padecen una neumonía al año y más de un 20% requieren tratamiento hospitalario. Para tratar esta enfermedad, se utilizan mayoritariamente medicamentos específicos que contienen principios activos que combaten de forma activa los agentes patógenos desencadenantes de la infección. En caso de neumonía bacteriana son efectivos, por ejemplo, los antibióticos. En las personas jóvenes y sanas, lo más habitual es que la neumonía remita sin dejar secuelas. Sin embargo, en personas inmunodeprimidas existe la posibilidad de que surjan complicaciones, que en determinadas circunstancias pueden suponer un riesgo para su vida. Las neumonías causadas por agentes patológicos hospitalarios, cuyo contagio se produce durante ingresos en centros de atención sanitaria (infecciones nosocomiales), son difíciles de tratar. La razón es que estos organismos son resistentes a los medicamentos actuales. Hoy en día existen vacunas contra los agentes desencadenanates de esta enfermedad , los neumococos. La vacuna antineumocócica está especialmente recomendada para los niños menores de dos años, los mayores de 60 años y las personas que padecen inmunodeficiencias congénitas o adquiridas (por ejemplo infección del VIH) y enfermedades cardiovasculares. La neumonía consiste en una inflamación del tejido pulmonar provocada, en la mayoría de los casos, por bacterias y, con menor frecuencia, por virus u hongos. Asimismo pueden existir estímulos químicos o físicos, como por ejemplo la inhalación de gases tóxicos o la ingestión de algún objeto, que agreden el tejido pulmonar y derivan en una neumonía (pulmonía). En estos casos, los médicos hablan de neumonitis. En los pulmones se lleva a cabo el intercambio de gases imprescindible para la vida: el oxígeno pasa del aire respirado a la sangre, y determinados desechos del metabolismo, como el dióxido de carbono, pasan de la sangre al aire para ser expelidos. Si una enfermedad como la pulmonía afecta a la respiración, se puede dar una situación en la que peligre la vida del afectado, ya que el cuerpo no recibe suficiente oxígeno ni exhala suficiente dióxido de carbono. En función de la zona afectada por la inflamación (localización) Se puede clasificar la neumonía según la zona afectada por la inflamación, es decir, por la localización. Dependiendo de la parte del tejido pulmonar aquejada, los médicos diferencian dos tipos de neumonía: Neumonía intersticial: en este tipo de neumonía, se inflama el tejido que rodea los alveolos pulmonarest. Neumonía alveolar: en este caso, la inflamación afecta a los propios alveolos pulmonares. En función de la extensión Otra forma de clasificar la neumonía toma en consideración las zonas a las que se ha extendido la inflamación: Neumonía segmentaria: la pulmonía se extiende dentro de un segmento pulmonar. Pueden existir uno o varios focos inflamatorios. También recibe el nombre de neumonía lobulillar. Neumonía lobular o lobar: afecta a un lóbulo pulmonar. Imagen de los alveolos y los bronquios
En función del lugar de contagio Otra forma de clasificar la neumonía consiste en tomar como referencia el lugar donde se ha producido el contagio del agente patógeno: Si el contagio tiene lugar en un hospital, nos encontramos ante una neumonía nosocomial. La neumonía adquirida en la comunidad o extrahospitalaria es consecuencia de una infección contraída fuera de un centro de atención sanitaria. En función del agente patógeno La neumonía puede clasificarse, según los síntomas y el organismo patógeno desencadenante, en neumonía típica y atípica. La neumonía típica suele estar provocada por bacterias. El primer síntoma de la pulmonía es en numerosas ocasiones un episodio de escalofríos que puede durar hasta una hora. A continuación aparecen fiebre y tos. El afectado presenta una tos con esputo inicialmente de color marrón-rojizo y que suele tornarse amarillo-verdoso más adelante. En muchos casos, está precedida por una infección de la parte superior de la garganta o la faringe. La neumonía típica aparece con mayor frecuencia en invierno y los afectados suelen sentir malestar general. La neumonía atípica es menos habitual. Normalmente está provocada por viry¡us y/o micoplasmas. La enfermedad tiene un curso más lento que la neumonía típica y tarda varios días en desarrollarse por completo. La cefalea y el dolor articular son los síntomas más importantes, y rara vez se producen escalofríos. La tos es persistente y dolorosa, si bien no suele generarse esputo. Por lo común los afectados experimentan menos malestar que aquellos aquejados de neumonía típica. Esta clasificación, que atiende al lugar donde se ha contraído la enfermedad, es importante para determinar el tratamiento de la enfermedad, ya que los agentes patógenos hospitalarios son en muchas ocasiones resistentes a los medicamentos, como por ejemplo determinados antibióticos
La neumonía causada por bacterias o virus aparece con mayor frecuencia en invierno. Entre los organismos patógenos más habituales de esta enfermedad se encuentran los llamados neumococos: estas bacterias son responsables del 49% de las neumonías en España. La neumonía conlleva un riesgo especialmente alto en el caso de personas con un sistema inmune debilitado, ancianos y niños de corta edad. La neumonía es la enfermedad infecciosa de mayor incidencia a nivel mundial. Cada año entre tres y cuatro millones de personas mueren en todo el mundo a consecuencia de ella. En Europa occidental la neumonía es la principal causa de muerte por infección. Los agentes etiológicos principales de la neumonía son las bacterias, virus, hongos oder parásitos. La mayoría de las neumonías se deben a una infección bacteriana. Sobre todo, por los llamados neumococos, responsables del 49% de los casos de neumonía en España. Agentes patógenos La siguiente tabla ofrece un resumen de los diversos tipos de neumonía y los organismos patógenos que las causan. Los virus y los hongos son agentes patógenos que pueden desencadenar esta enfermedad especialmente en personas inmunodeprimidas. La resistencia inmunitaria puede debilitarse después de un trasplante de órganos o a consecuencia de enfermedades del sistema inmune (por ejemplo, infección del VIH).
En el caso de la neumonía, existen varios métodos de contagio. Uno de ellos es a través de las vías respiratorias: los agentes patógenos, procedentes del espacio nasofaríngeo del propio paciente o de las gotitas de tos o estornudos de otra persona infectada, penetran en los pulmones. Otra posibilidad de contagio consiste en que los patógenos lleguen a los pulmones desde otros órganos a través del torrente sanguíneo, aunque esto es infrecuente.
En general los pulmones disponen de mecanismos de defensa que impiden la entrada de sustancias extrañas u organismos patógenos: la tráquea y los bronquios poseen en su superficie pequeñas vellosidades (llamadas cilios) que se mueven constantemente y expulsan el moco desde los pulmones hacia la boca. De esta forma, evitan que las partículas de polvo de mayor tamaño penetren y se depositen en los alveolos. Por tanto, al inspirar sólo las partículas más pequeñas, con un tamaño de entre 0,3 y 5 micrómetros, llegan a los alveolos. En situaciones normales estas partículas son destruidas por el sistema inmunitario. Un trastorno de este sistema de defensa puede desempeñar un papel muy relevante entre las causas de la neumonía. El sistema de defensa puede estar afectado por enfermedades de los pulmones, como por ejemplo el asma o la bronquitis crónica: éstas debilitan las defensas al limitar la eliminación de partículas de polvo, entre otras, a través de las membranas mucosas hasta la boca. La consecuencia es que se posibilita que cuerpos extraños de mayor tamaño lleguen a los alveolos, se depositen en ellos y ataquen a los tejidos, lo que puede desembocar en una neumonía. Si, además, el sistema inmune de la persona afectada está debilitado, como ocurriría si padece por ejemplo una gripe, la inflamación puede seguir extendiéndose por los pulmones. Además de los agentes patógenos que provocan la neumonía, existen diversos factores de riesgo que desempeñan un papel importante en la aparición de esta enfermedad. Las personas con un sistema inmunitario deprimido tienen un riesgo superior de desarrollar una neumonía, ya que su cuerpo no se defiende de los organismos patógenos como bacterias y virus con la eficacia de uno sano. Entre las posibles causas del debilitamiento del sistema inmune se encuentran: El alcoholismo La diabetes mellitus El cáncer linfático (linfoma) El cáncer hematológico (leucemia) Los tratamientos con inmunosupresores o citostáticos. Por ejemplo, personas que se han sometido a un trasplante de órganos o que han sufrido una enfermedad cancerosa La infección del VIH En aquellas personas que presentan uno o varios de estos factores de riesgo, existen patógenos no habituales que pueden desencadenar una neumonía. Estas causas atípicas son: Hongos, por ejemplo, Pneumocystis carinii Virus, por ejemeplo citomegalovirus, virus del herpes o virus varicela zóster Micobacterias atípicas Otras enfermedades de base o determinados factores de riesgo pueden aumentar la probabilidad de una persona de contraer una neumonía. Por ejemplo: Tumores pulmonares (cáncer del pulmón) Cuerpos extraños que llegan a las vías respiratorias: un cuerpo extraño puede obstruir un bronquio, con lo que los alveolos no reciben una ventilación suficiente y se crean las condiciones idóneas para que se asienten las bacterias. Una neumonía se puede provocar por aspiración. Retención de secreciones: en las personas postradas en cama, se genera con frecuencia una congestión de líquido en la parte inferior de los pulmones. Esto dificulta la ventilación y la irrigación sanguínea, lo que permite que aniden gérmenes con facilidad. Insuficiencia cardiaca del lado izquierdo del corazón (insuficiencia cardiaca izquierda): este trastorno provoca que se acumule sangre en el pulmón. La presión sanguínea aumenta en los vasos pulmonares y los daña. Como resultado se produce la llamada neumonía hipostática. Embolia: Un coágulo (trombo) que se ha formado en un lugar del sistema sanguíneo, como por ejemplo en las venas de las piernas) se desprende y viaja por el torrente sanguíneo hasta los pulmones, donde bloquea el riego, aumentando por consiguiente el riesgo de padecer una neumonía. Infecciones de las vías respiratorias: durante una gripe por ejemplo, las vías pulmonares se encuentran ya dañadas. En estos casos puede aparecer fácilmente una neumonía como infección secundaria. Los síntomas de la neumonía dependen del agente patógeno que la haya provocado: Neumonía bacteriana Normalmente, las bacterias son las causantes de la neumonía. La neumonía bacteriana aparece con mayor frecuencia durante el invierno. Los primeros síntomas suelen ser los escalofríos, que pueden tener una duración de entre treinta y sesenta minutos, seguidos de fiebre y tos. Es habitual, que los afectados sientan malestar general, presenten una tos con esputo inicialmente de color marrón-rojizo y que suele tornarse amarillo-verdoso. En muchos casos, la tos está precedida por una infección de la parte alta de la garganta o la faringe.
Si la neumonía bacteriana ha sido provocada por Streptococcus pneumoniae, llamados neumococos, uno de los síntomas habituales es la fiebre alta. Es frecuente que los pacientes superen los 40 grados de temperatura. Otros síntomas típicos de una neumonía causada por neumococos son: dificultad respiratoria, respiración rápida y superficial, así como dolor al inspirar. Este dolor se debe a que en muchos casos existe al mismo tiempo una inflamación de la pleura ( pleuritis). La disnea causa con frecuencia un movimiento rápido de las aletas nasales durante la respiración (aleteo sincrónico con la respiración). Este síntoma de la pulmonía es un indicador importante de la enfermedad, sobre todo en niños pequeños. En ocasiones puede producirse una falta de oxígeno en determinadas partes del cuerpo. Principalmente en los labios, lengua o extremidades como los dedos de las manos y los pies y en la nariz. La piel de las personas afectadas suele adquirir una coloración azulada o violácea ( cianosis). Neumonía viral Las neumonías provocadas por virus son mucho menos frecuentes. Este tipo de pulmonía tiene un curso más lento que la neumonía bacteriana. El cuadro sintomatológico completo no aparece hasta trascurridos varios días. Los síntomas principales son la cefalea y el dolor articular. Rara vez se sienten escalofríos. La tos es persistente y dolorosa para el paciente. La neumonía viral no suele producir esputo pero si se produce éste es trasparente o blanquecino e incoloro. Por regla general, la temperatura corporal aumenta despacio y en pocas ocasiones se superan los 38,5 grados Celsius. La disnea aguda aparece con mucha menos frecuencia en la neumonía viral, y el dolor al respirar se da en muy pocos casos. Normalmente, los afectados sienten menos malestar general que aquellos aquejados de neumonía bacteriana. Las molestias que sufre el paciente constituyen los primeros indicios para el diagnóstico adecuado de la neumonía. Al efectuar un examen físico, el médico ausculta principalmente los pulmones y el corazón, ya que existen determinados sonidos que pueden indicar la presencia de la enfermedad. Si se tiene la sospecha de que el paciente tiene una neumonía, se utilizan los siguientes métodos de exploración para completar el diagnóstico: Examen radiológico: de darse los síntomas que hagan pensar en una neumonía, el facultativo realiza una radiografía de los pulmones. En caso de neumonía, se pueden detectar posibles signos de inflamación en la radiografía porque aparecen zonas con un color más claro en la imagen. En una radiografía el aire se ve negro, muy oscuro y cuando hay un infiltrado neumónico este se ve más blanco. Esto ayuda a determinar el lugar donde ha surgido la neumonía y las causas que la han provocado.
En una radiografía, el médico detecta posibles signos de inflamación. Analíticas: sirven para detectar agentes patógenos ( bacterias, virus oder hongos) en la sangre y en el esputo. Hemograma: puede contribuir a elaborar el diagnóstico de la neumonía, ya que indica la existencia de una inflamación en el cuerpo. Además determinados valores sanguíneos permiten definir el tipo de patógeno: si la neumonía está causada por bacterias, suele aparecer un recuento muy elevado de glóbulos blancos (leucocitos), mientras que en el caso de neumonía viral la concentración de leucocitos es normal, e incluso algo baja. Consejos y medidas Existen una serie de medidas sencillas que ayudan a mejorar la evolución de una neumonía. Es recomendable cuidarse y, sobre todo, descansar. Además, es importante beber mucho líquido como agua, zumos de fruta e infusiones. Es aconsejable realizar ejercicios respiratorios específicos porque éstos facilitan la inhalación y la exhalación. Atendiendo al estado general de cada paciente existen ejercicios determinados para cada caso que ayudan al tratamiento farmacológico de la neumonía. Tratamiento farmacológico El tratamiento para la neumonía se puede complementar con medicamentos específicos recetados por el médico. Dependiendo del tipo de organismo patógeno que haya causado la inflamación, el facultativo prescribe los siguientes fármacos: Antibióticos en caso de neumonía bacteriana Fármacos fungicidas en caso de neumonía por hongos Medicamentos contra parásitos
Si la neumonía ha sido causada por virus, en la mayoría de los casos el curso de la enfermedad no se ve alterado por los medicamentos. En dichas situaciones, el objetivo del tratamiento es evitar complicaciones. La mayor parte de las neumonías están provocadas por bacterias. Entre estas la típica neumonía por neumococos responde bien al tratamiento con penicilina. Si la neumonía se debe a micoplasmas, legionelas o clamidias (neumonía atípica),suelen emplearse antibióticos macrólidos. Con frecuencia resulta necesario comenzar el tratamiento contra la neumonía antes de conocer el agente patógeno causante. De esta manera, se busca evitar posibles complicaciones. En este caso, se suelen recetar antibióticos de amplio espectro porque son muy eficaces frente a numerosos gérmenes. Tan pronto como se determina el patógeno concreto de la neumonía, es frecuente, que el facultativo cambie el tratamiento a un medicamento específico. En algunos casos la neumonía puede conllevar disnea, que hace necesaria la administración de oxígeno. Si se produce una insuficiencia pulmonar aguda, puede requerirse respiración asistida. Una neumonía puede remitir tras una fase aguda o acabar convirtiéndose en una neumonía crónican. Pronóstico La evolución de la neumonía depende de varios factores: el agente patógeno causante de la enfermedad, las defensas del paciente y el tratamiento. En el caso de personas jóvenes y sanas, la pulmonía suele curarse sin que surjan complicaciones. La edad avanzada y los problemas de salud, por ejemplo en el corazón o pulmones, empeoran el curso de la infección. Las personas que contraen la enfermedad durante una estancia hospitalaria (neumonía nosocomial) pueden tener un peor pronóstico. La razón es que los gérmenes hospitalarios son muy resistentes a los medicamentos disponibles en la actualidad. Un 50% de los afectados que desarrollan una neumonía durante un tratamiento en la unidad de cuidados intensivos de un hospital ven peligrar su vida a causa de la neumonía. Una neumonía puede derivar en las siguientes complicaciones pulmonares: Cabe la posibilidad de que la neumonía dificulte la respiración de tal modo que el paciente no reciba oxígeno ni expulse dióxido de carbono en cantidad suficiente, con lo que se produce una falta de oxígeno (insuficiencia respiratoria). Las bacterias responsables de la pulmonía pueden propagarse por todo el cuerpo a través de la sangre y provocar el fallo de diversos órganos (por ejemplo el corazón o los riñones). Esta infección sanguínea (septicemia) es potencialmente mortal. Una neumonía grave puede causar la acumulación de líquido entre los pulmones y la caja torácica ( derrame pleural). Si el derrame pleural dificulta la respiración del afectado. Existe la opción de extraer el líquido mediante una punción pleural. Otra posible complicación de la neumonía es la acumulación de pus en la cavidad pleural (empiema pleural). La cavidad pleural es el espacio entre la pleura visceral, que recubre los pulmones, y la pleura parietal. Como consecuencia puede ocurrir que se adhieran la pleura visceral y la pleura parietal. Además, cabe la posibilidad de que se forme una cavidad delimitada y llena de pus en el pulmón (absceso pulmonar). Si la neumonía es de curso largo (crónica), los bronquios pueden dilatarse con el tiempon ( bronquiectasia). En algunos casos surgen otras complicaciones: por ejemplo, hemorragias en los pulmones o inflamaciones recurrentes. Estas últimas en ocasiones provocan la cicatrización del tejido pulmonarn ( fibrosis pulmonar). Si el tejido pulmonar cicatriza, le resultará más difícil expandirse, con lo que la respiración se verá limitadat. Complicaciones fuera de los pulmones Cuando los agentes patógenos de la neumonía se propagan por el cuerpo, pueden surgir complicaciones fuera de los pulmones. Entre las posibles infecciones en otros órganos se encuentran las siguientes: Inflamación de las meninges (meningitis) Inflamación del endocardio (endocarditis) Inflamación del pericardio (pericarditis) Acumulación de pus en el cerebro (absceso cerebral) Inflamación de las articulaciones (artritis) Infección ósea (osteomielitis) Una neumonía de larga duración requiere reposo. Este reposo prolongado en la cama puede provocar la aparición de coágulos (trombos) que llegan al cerebro o a los pulmones a través del torrente sanguíneo y obstruyen un vaso sanguíneo ( embolia). Existen ciertas medidas que contribuyen a prevenir la neumonía. Por ejemplo, resulta recomendable evitar el contacto físico directo con personas afectadas por una neumonía aguda. De esta manera se evita que los agentes patógenos se propaguen a través del aire respirado. Además, existe una vacuna contra un patógeno habitual de la neumonía: Vacuna antineumocócica
En la mayoría de los casos, la neumonía está provocada por bacterias, sobre todo por los llamados neumococos. Hay disponible una vacuna antineumocócica para prevenir las infecciones por este tipo de bacteria. Los neumococos anidan en las vías respiratorias y pueden provocar una neumonía. También pueden ser causantes de otras enfermedades como la meningitis o la otitis media. Las personas cuyo sistema inmune está debilitado. Por esta razón, para prevenir las infecciones por neumococos se recomienda la vacunación contra esta bacteria a los siguientes grupos: Todos los niños hasta el 24 mes de vida Todas las personas mayores de 60 años Todos los niños mayores de dos años, jóvenes y adultos que tengan un mayor riesgo de sufrir infecciones por neumococos. Entre estos se incluyen: Personas con una inmunodeficiencia congénita o adquirida (por ej. como consecuencia de un trasplante de médula ósea, infección de VIH, disfunción del bazo o anemia de células falciformes) Personas con enfermedades crónicas (por ej. enfermedades cardiovasculares, enfermedades del sistema respiratorio, diabetes, enfermedades neurológicas, enfermedades renales crónicas) En el caso de niños que aún no han cumplido los dos años de vida, la eficacia de la vacuna contra los neumococos está generalmente aceptada. Para niños de más edad o adultos, se utiliza otra vacuna: la vacuna antineumocócica polisacárida (PPV, por sus siglas en inglés), que protege frente al 50-80% de las enfermedades provocadas por neumococos. Sin embargo, no está claro hasta qué punto esta vacuna puede prevenir la neumonía. Se recomienda acudir al médico para determinar si es conveniente vacunarse o no de la neumonía.
TUBERCULOSIS La tuberculosis (TB), también denominada tisis, es una enfermedad infecciosa crónica. La tuberculosis es una enfermedad infecciosa que está extendida por todo el mundo. En los países en vías de desarrollo es una de las patologías infecciosas más comunes. La incidencia está disminuyendo en los países industrializados aunque en los últimos años se ha detectado un ligero aumento de casos de tuberculosis debido, sobre todo, a los flujos migratorios. El SIDA también juega un papel muy importante porque esta enfermedad debilita el sistema inmunitario y aumenta el riesgo del afectado de contraer la tuberculosis. En España, la tuberculosis (tisis) es una enfermedad de declaración obligatoria por lo que existe obligación de informar de todos los casos de tuberculosis y fallecimiento que se producen. Según fuentes oficiales, la tuberculosis afecta a un tercio de la población mundial. Los síntomas, sin embargo, solo se presentan en un 15% de los pacientes. Cada año fallecen aproximadamente 2 millones de personas en todo el mundo por tuberculosis, principalmente, en los países en vías de desarrollo. La nutrición deficiente, las malas condiciones sociales y un sistema inmunitario debilitado aumentan el riesgo de que se produzca la infección y se desarrolle la enfermedad. El principal causante de la tuberculosis es la bacteria Mycobacterium tuberculosis, que se transmite por gotitas. Normalmente, los pacientes de tuberculosis contraen una tuberculosis primaria al poco tiempo después de que se haya producido la infección. Esta patología se caracteriza por un solo foco de inflamación, que se encuentra principalmente en los pulmones (tuberculosis pulmonar) y en cuya evolución posterior puede quedar aislado. El agente causal de la tuberculosis también puede propagarse, pasando desapercibido por el cuerpo, a otros órganos, además de los pulmones (TB extrapulmonar). Incluso varios años después también puede haber una reactivación de las bacterias de la tuberculosis produciéndose una tuberculosis post-primaria. La tuberculosis afecta, principalmente a los pulmones, pero también puede ir asociada con inflamación a nivel de los riñones, los huesos u otros órganos. Los síntomas de la tuberculosis no son específicos de la enfermedad. Esto significa, que los afectados por tuberculosis tienen síntomas que se pueden asociar a otras enfermedades. Por este motivo, para realizar un diagnóstico correcto de TB se precisa una anamnesis completa, una exploración física y la realización de pruebas microbiológicas e inmunológicas. Además, existen pruebas como la prueba de la tuberculina o la prueba de interferón gamma que son específicas para detectar la tuberculosis. La tasa de curación de la tuberculosis depende, entre otras cosas, de los órganos que han sido afectados y a la rapidez con la que se ha diagnosticado y tratado la enfermedad. La tuberculosis (tisis, TB) es una enfermedad infecciosa crónica provocada por el Mycobacterium tuberculosis. Los síntomas de la enfermedad no se producen después de cualquier contacto con gérmenes de TB (infección tuberculosa latente). Los síntomas afectan al 15 % de los afectados por Tuberculosis. La enfermedad se puede dividir en dos etapas:
Tuberculosis primaria: incluye los síntomas de la tuberculosis en el contexto de la infección primaria con bacterias de la tuberculosis. Tuberculosis post-primaria: una reactivación tras la recuperación de una tuberculosis primaria, también llamada enfermedad de reactivación. Se distingue también entre la forma activa y contagiosa de la tuberculosis y la forma inactiva, no contagiosa. Para una persona que está infectada con la bacteria de la tuberculosis, hay alrededor de un 10% de probabilidades de que la TB se active de nuevo más tarde. La tuberculosis es una enfermedad de declaración obligatoria en España. Historia En la época de la revolución industrial, muchas personas morían de tuberculosis ya que debido a la alta densidad de población la enfermedad se propagaba de forma rápida en las ciudades. Las causas de la tuberculosis se han debatido desde hace mucho, y se sabía desde hace bastante tiempo que las condiciones de vivienda y de vida de los capas más desfavorecidas de la sociedad favorecían la propagación de la tuberculosis. Por lo tanto, la tuberculosis ha sido llamada a menudo una “enfermedad social”. También se ha planteado una posible causa hereditaria de la tuberculosis. Robert Koch puso fin a esta discusión en 1882 con el descubrimiento de la bacteria de la tuberculosis. No obstante, incluso en la actualidad, el factor social juega un papel importante porque las personas bien alimentadas enferman de tuberculosis con mucha menor frecuencia que las personas en condiciones sociales con alimentación deficiente. Unos 40 años tras los descubrimientos de Koch apareció por vez primera una vacuna eficaz contra la tuberculosis, y seguramente fue una de las razones de que se pensara erróneamente hasta la década de 1980 que la tuberculosis estaba eliminada y que menos en los países desarrollados no volvería a tener importancia. El número de enfermos y fallecimientos en cambio, ha continuado aumentando en todo el mundo. En los países desarrollados la infección por el VIH y la inmigración desde países en desarrollo y de Europa oriental ha favorecido la propagación de la tuberculosis. En España ha vuelto a crecer en los últimos años el número de nuevos casos de tuberculosis. Los agentes patógenos de la tuberculosis son en los países desarrollados más resistentes a uno o varios de los antibióticos utilizados. Además, se disminuye el regreso de la enfermedad. Según el Centro Nacional de Epidemiología en 2009 se registraron 6131 nuevos casos de tuberculosis en España. La misma fuente señala, que la tuberculosis tiene una mayor incidencia en hombres que en mujeres. La mayoría de los afectados de tuberculosis en España sufrieron tuberculosis pulmonar, especialmente la forma abierta y contagiosa. La tuberculosis en los órganos (tuberculosis extrapulmonar) ocurre considerablemente menos a menudo que la tuberculosis pulmonar. Anualmente, nueve millones de personas padecen tuberculosis y alrededor de dos millones de afectados fallecen como consecuencia de la enfermedad. Se supone que un tercio de la población del mundo está infectada con las bacterias de la tuberculosis, pero la mayoría no sufren los síntomas. En el tercer mundo mueren muchas personas de tuberculosis. Aproximadamente el 80% de los afectados por la tuberculosis viven en África, Asia meridional y la región del Pacífico Occidental. Aunque el número de enfermos ha disminuido en los últimos años en Europa occidental, los países de la antigua Unión Soviética han sufrido un fuerte aumento de la tuberculosis, especialmente con agentes patógenos resistentes. La situación en las cárceles de estos países es particularmente crítica. Se supone que en muchas prisiones un alto porcentaje de los presos está infectado por la bacteria de la tuberculosis. Aquellas personas que tienen contacto frecuente con enfermos de tuberculosis activa tienen un riesgo más alto de contraer tuberculosis, esto también ocurre en los pacientes con una tuberculosis previa mal tratada, así como en las personas con el sistema inmunológico debilitado de forma permanente como, por ejemplo, los infectados por el VIH, las personas inmunosuprimidas (es decir, personas cuyo sistema inmunológico está suprimido por la medicación), los alcohólicos y los drogodependientes. Los niños se ven afectados por la tuberculosis, sobre todo, en los países donde la tuberculosis es frecuente. En países donde la incidencia de la tuberculosis es menor porque existe menos riesgo de contraer la enfermedad los afectados suelen ser adultos. La causa principal de la tuberculosis es la infección por agentes patógenos específicos como las bacterias de la tuberculosis. Se trata de bacterias inmóviles estables a los ácidos, en forma de barras (bacilos), cuyo término médico es Mycobacterium tuberculosis. La infección sucede generalmente por contacto directo con las personas que sufren tuberculosis activa. Según el lugar donde esté localizada la tuberculosis, las bacterias alcanzan el exterior a través de la tos con el esputo (tuberculosis pulmonar), los jugos gástricos, la orina (tuberculosis de las vías urinarias) o las heces (tuberculosis intestinal). Los agentes patógenos se transfieren normalmente por gotitas, es decir, al hablar, estornudar o al toser.
El período de incubación de la tuberculosis, es decir, el tiempo entre la infección del patógeno y la aparición de los primeros síntomas puede durar de semanas a meses, y en la tuberculosis primaria irrumpen por lo general a partir de unas seis a ocho semanas tras la infección con la bacteria de la tuberculosis. La tuberculosis post-primaria puede comenzar incluso años después de la infección. El riesgo de infección es más alto mientras el patógeno es detectable en el microscopio. Un tratamiento eficaz es capaz de eliminar la presencia de la bacteria tras dos o tres semanas. En un porcentaje muy pequeño de todos los casos de tuberculosis la causa es la bacteria “Mycobacterium bovis”. Las
bacterias de esta cepa suelen ser transmitidas por ganado infectado. El contagio a los seres humanos se produce a través del consumo de la leche no pasteurizada. La población bovina en Europa Central está muy controlada y libre de tuberculosis por lo que esta forma de contagio de la tuberculosis no es relevante. La tuberculosis primaria Si los agentes patógenos de la tuberculosis llegan por inhalación a los pulmones, son destruidos allí por las células defensoras (macrófagos) del sistema inmunitario, que normalmente matan a los agentes patógenos. Debido a que la pared exterior de las micobacterias tiene una estructura especial, puede sobrevivir a los macrófagos y multiplicarse. Tras el inicio de descomposición de los fagocitos los agentes patógenos se liberan de nuevo, creando un foco de inflamación llamado foco primario. Los patógenos migran al nodo linfático más cercano, que se hincha por la formación de células inmunitarias específicas. El foco primario y la infección de los ganglios linfáticos se combinan en el llamado complejo primario. Los patógenos se pueden aislar dentro de la reacción inflamatoria en el tejido conectivo y calcificar. Este complejo primario calcificado se puede detectar en la radiografía. Dentro del grupo de patógenos encapsulado existen bacterias de tuberculosis con capacidad de vivir incluso décadas después, y que se pueden reactivar, por ejemplo, debido a un sistema inmune debilitado y producir una tuberculosis post-primaria La tuberculosis primaria En la etapa de la tuberculosis primaria, suele haber pocos síntomas, o estos no son específicos, como por ejemplo un ligero aumento de la temperatura, tos, sudores nocturnos o pérdida de apetito. Especialmente con un sistema inmune debilitado, se pueden desarrollar a partir del complejo primario las siguientes enfermedades: Tuberculosis ganglionar: cuando las bacterias de la tuberculosis se propagan a través de la linfa a los ganglios linfáticos más distantes del pecho. Los bronquios son presionados y algunas partes de los pulmones reciben poco oxígeno. Pleuritis exudativa (llamada pleuresía húmeda): se crea por la asociación de la pleura en la reacción inflamatoria del complejo principal. La retención de líquidos en los pulmones puede causar problemas respiratorios. Tuberculosis miliar: ocurre cuando las bacterias de la tuberculosis se propagan a través de la sangre y se extienden a otros órganos. Estos patógenos no causan molestias, pero pueden posteriormente ser punto de partida de una tuberculosis secundaria. Los órganos afectados son el hígado y el bazo, pero más comúnmente la tuberculosis miliar se manifiesta en los pulmones. Meningitis tuberculosa: cuando se propagan los de agentes patógenos de la sangre a la duramadre. Los focos de patógenos que se forman pueden desencadenar allí una meningitis. Tuberculosis post-primaria Si las bacterias de tuberculosis se extienden al torrente sanguíneo y de allí al resto del cuerpo pueden causar focos de tuberculosis en diversos órganos. Si éstos no se curan tras algún tiempo, se desarrollará una tuberculosis diseminada en los órganos. Entonces se licúan los patógenos y se forma una cavidad llena de líquido, llamada caverna. Si por la fusión del foco patógeno se forma una conexión de la caverna con un “sistema de canales”, como son los vasos
sanguíneos, o linfáticos, los bronquios, o el uréter, entonces las bacterias se pueden transmitir a otras zonas y establecer un nuevo foco, o bien llegar a través del esputo o la orina al medio ambiente (tuberculosis activa). Si se lesionan los vasos sanguíneos en este proceso, puede haber hemorragia pulmonar con tos sangrante. Además de a nivel del pulmón, que es aproximadamente el 80% de la tuberculosis diseminada, se produce también tuberculosis en los riñones, huesos, corteza de las glándulas suprarrenales, ojos y cerebro. Realizar un diagnóstico certero de la tuberculosis es difícil porque los síntomas no suelen ser característicos y, frecuentemente, no se produce ningún síntoma. Por esta razón, los diagnóstico erróneos son relativamente comunes.
Los primeros indicios de tuberculosis se basan en al historia médica propia, de la familia o el entorno cercano, o un cuerpo con defensas debilitadas debido a otras enfermedades, las molestias del momento y los rayos X. En casos de sospecha de tuberculosis, el diagnóstico final sólo puede hacerse mediante pruebas clínicas y químicas específicas para el agente patógeno. El material a examinar, según la ubicación de la sospecha, pueden ser esputos de tos, jugos gástricos, secreción bronquial o la orina. Mediante el uso de colorantes especiales (tinción de Ziehl-Neelsen, colorante fluorescente) el material primero se examina microscópicamente buscando bacterias de tuberculosis y al mismo tiempo se realiza un cultivo bacteriano, porque con una concentración baja de patógenos el microscopio es menos fiable. Para la detección de la infección del patógeno de la tuberculosis, sin tener ya la enfermedad, se puede realizar la llamada prueba de tuberculina. Ésta se realiza con empleando el método de Mendel-Mantoux, inyectando una pequeña cantidad de virus muertos, o tuberculina, en la piel. Si en las siguientes 24 a 72 horas se produce una hinchazón con enrojecimiento de más de seis milímetros de diámetro debajo de la piel, la prueba es positiva. Una prueba de tuberculina positiva puede ser indicar una infección, pero también haber sido vacunado previamente. Desde el año 2005 existe el procedimiento alternativo de la prueba inmunológica (llamada ensayo de liberación de interferón gamma), con el que se puede detectar la presencia de interferón-gamma en una muestra de sangre, en el laboratorio bajo ciertas condiciones, esto indica una infección con bacterias de la tuberculosis. Esta prueba en el futuro podría sustituir a la prueba de la tuberculina. Un resultado negativo de la prueba de tuberculosis no excluye con seguridad la existencia de la enfermedad, ya que el patógeno puede no ser detectable en el momento de la investigación o durante la evolución de la enfermedad. La tuberculosis activa requiere siempre un tratamiento. En la tuberculosis abierta el tratamiento se suele lleva a cabo de forma estacionaria. La tuberculosis se trata siempre combinando diversos antibióticos y esto se debe a varias razones. En primer lugar existe la posibilidad de que algunos agentes patógenos sean resistentes a las sustancias activas y por otra parte, los fármacos actúan de diferentes maneras. Algunos matan a los agentes patógenos y otros impiden que continúen reproduciéndose. Una combinación adecuada de diferentes drogas puede ser especialmente eficaz. El tratamiento estándar por breve tiempo de la a tuberculosis pulmonar es la administración de antibióticos durante seis meses. Los médicos lo denominan quimioterapia, pero esta no es la quimioterapia que se utiliza para el tratamiento del cáncer. Al comienzo de la terapia, en la fase inicial, se administra al paciente durante dos meses la combinación de sustancias activas de isoniazida, rifampicina, pirazinamida y etambutol o estreptomicina. En la fase de estabilización, que dura cuatro meses se usan como sustancias activas la isoniazida y rifampicina. Simultáneamente al tratamiento contra los agentes patógenos, se pueden administrar medicamentos para suprimir la tos. Además, para tratar de atenuar enfermedades paralelas que disminuyen la inmunidad es aconsejable abstenerse del alcohol y del tabaco, a fin de fortalecer el cuerpo. Aunque el tratamiento estándar de la tuberculosis se produzca sin complicaciones, durante dos años el paciente debe ser examinado regularmente por el médico. La interrupción prematura del tratamiento de la tuberculosis puede conducir a cepas de patógenos resistentes. Los fármacos usados entonces ya no tienen efectos si la tuberculosis se reproduce nuevamente. Esto ocurre también en las personas infectadas después del tratamiento con bacterias resistentes. La evolución de la tuberculosis depende, entre otras cosas, de la rapidez con que se detecte y se trate. Con un diagnóstico precoz y una duración suficientemente larga del tratamiento el pronóstico de la tuberculosis es bueno. En la mayoría de los casos la enfermedad se cura sin secuelas. Si el diagnóstico se realiza demasiado tarde, o el sistema inmunológico se debilita, los pulmones y otros órganos quedan gravemente dañados. En estos casos, la tuberculosis también tiene una evolución grave y puede incluso provocar la muerte. Utilizando la vacuna existente, llamada BCG (Bacilo de Calmette-Guerin) la tuberculosis se puede prevenir en parte. Sin embargo desde 1998 ya no se recomienda por sus efectos secundarios y, sobre todo, por el descenso de la incidencia. En España esta vacuna no está incluida en el calendario vacunal y no está muy extendido su uso. Para el control eficaz de la tuberculosis es decisivo detectar rápidamente las personas enfermas e infectadas, y comenzar el tratamiento inmediatamente, en lugar de una vacuna contra la tuberculosis. Esto se realiza mediante la llamada estrategia DOTS (tratamiento observado directamente, de corta duración). El objetivo es utilizar un sistema de gestión sanitaria moderna de la enfermedad de la tuberculosis, para detectarla y curarla lo antes posible y para reducir el riesgo de desarrollo de resistencia