Historia de Europa Oxford Editor de la colección: T. C. W. Blanning
Historia de Europa Oxford Editor de la colección:
T. C. W. Blanning
PLAN DE LA OBRA:
La Grecia clásica (publicado) Robin Osborne
Europa, 1900-1945
Los romanos (pub!. prevista: 2004) f. Bispham La alta Edad Media (publicado) Rosamond McKitterick El cenit de la Edad Media (pub!. prevista: 2004) DavidPower
La baja Edad Media (pub!. prevista: 2004) Malcolm Vale
Edición de Iulian Iackson Traducción castellana de Luis Noriega
El siglo XVI (pub!. prevista: 2004) Evan Cameron El siglo XVII (publicado) Iosepti Bergin
El siglo XVlIl (publicado) T. C. W. Blanning El siglo XIX (publicado) T. C. W. Blanning Europa, 1900-1945 (publicado) [ulian [ackson Europa desde 1945 (publicado) Mary Fulbrook
CRÍTICA Barcelona
Prefacio del editor de la colección
Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo públicos, Potocomposición: Pacmer, S. A. © Oxford Uníversity Press 2002
Europe, 1900- 1945 was originally publisbed in English in 2002. 'I'his translation is published by arrangement with Oxford University Press. Europa, 1900-1945 se publicó originalmente en inglés en 2002. Esta traducción se publica por acuerdo con Oxford University Press. © 2003 de la traducción castellana para España y América: CRITrCA, S. L. Diagonal, 662-664 08034 Barcelona e-mail: editorfalwed-cntica.es http://www.ed-critica.es ISBN: 84-8432-433-8 Depósito legal: M. 5479-2003 Impreso en España 2003. - BROSMAC, S. L., Polígono Industrial, 1, Calle C, Móstoles (Madrid)
Escribir una historia general de Europa es una tarea que presenta muchos problemas, pero lo más dificil, sin duda, es conciliar la profundidad del análisis con la amplitud del enfoque. Todavía no ha nacido el historiador capaz de escribir con la misma autoridad sobre todas las regiones del continente y sobre todos sus variados aspectos. Hasta ahora, se ha tendido a adoptar una de las dos soluciones siguientes: o bien un único investigador ha intentado realizar la investigación en solitario, ofreciendo una perspectiva decididamente personal del período en cuestión, o bien se ha reunido a un equipo de expertos para que redacten lo que, en el fondo, es más bien una antología. La primera opción brinda una perspectiva coherente, pero su cobertura resulta desigual; en el segundo caso, se sacrifica la unidad en nombre de la especialización. Esta nueva serie parte de la convicción de que es este segundo camino el que presenta menos inconvenientes y que, además, sus defectos pueden ser contrarrestados, cuando menos en gran parte, mediante una estrecha cooperación entre los diversos colaboradores, así como la supervisión y encauzamiento del director del volumen. De esta forma, todos los colaboradores de cada uno de los volúmenes han leído el resto de capítulos, han analizado conjuntamente los posibles solapamientos u omisiones y han reescrito de nuevo sus aportaciones, en un ejercicio verdaderamente colectivo. Para reforzar aún más la coherencia general, el editor de cada volumen ha escrito una introducción y una conclusión, entrelazando los diferentes hilos para formar una sola trenza. En este ejercicio, la brevedad de todos los volúmenes ha representado una ventaja: la necesaria concisión ha obligado a centrarse en las cuestiones más relevantes de cada período. No se ha hecho el esfuerzo, por tanto, de cubrir todos los ángulos de cada uno de los temas en cada uno de los países;lo que sí les ofrecemos en este volumen es un camino para adentrarse, con brevedad, pero con rigor y profundidad, en los diferentes períodos de la historia de Europa y sus aspectos más esenciales. T. C. W. Blanning
Sidney SussexCollege Cambridge
Introducción [ulian Iackson
Escribir la historia del siglo xx Escribir la historia de la primera mitad del siglo xx plantea sus propios problemas particulares. Se trata de un período que, es innegable, pertenece al «pasado», pero nos es tan cercano que la forma en que lo vernos está en constante cambio. A medida que nos alejamos de los acontecimientos, diferentes partes del paisaje adquieren mayor relieve; y mientras intentamos encontrar respuestas, las preguntas en sí mismas parecen cambiar. Esto es verdad para toda tentativa de escribir historia, pero es especialmente cierto respecto a una época que todavía se encuentra en una zona nebulosa entre la historia y la memoria. ¿Cómo podemos conseguir la distancia crítica necesaria para considerar un período cuyo significado es aún materia de discusión y afecta los debates políticos y sociales contemporáneos de una manera en que no lo hacen, por ejemplo, la cruzada albigense, la guerra de los Treinta Años o, incluso, la Revolución Francesa? Nada muestra mejor estos problemas que las diferentes formas en que hemos visto lo que se ha llamado «el Holocausto». Cuando en el otoño de 1947 el químico italiano Primo Levi publicó Si esto es un hombre, un recuento de sus experiencias en Auschwitz, el libro despertó poco interés y fue un fracaso comercial. Se imprimieron dos mil quinientos ejemplares, y los que no llegaron a venderse estuvieron pudriéndose en un almacén hasta que fueron destruidos por la inundación del río Arno en 1966. Una traducción inglesa de 1959 fue recibida con similar indiferencia. Desanimado por su fracaso, Levi dejó de escribir durante trece años; y su reputación sólo empezó a crecer en la década de 1960. Hoy sus escritos sobre Auschwitz se consideran verdaderos clásicos, y él mismo es para muchos una de las voces literarias más importantes del siglo. El paso de Levi de la oscuridad a la celebridad formaba parte -y era a la vez causa y síntoma-e-
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de un cambio general de percepción que convirtió el Holocausto en un hecho central para nuestra forma de entender el siglo xx. Ahora vemos el Holocausto; durante cerca de veinticinco años no lo hicimos. Hoy nos parece notable que cuando en 1956 el cineasta francés Alain Resnais dirigió el primer documental sobre los campos de concentración, Noche y niebla, pasara por alto casi por completo la presencia de los judíos en los campos y el destino que en ellos tuvieron; sería necesaria la llegada de otro cineasta francés, Claude Lanzmann, para tener, veintinueve años después del trabajo de Resnais, otro documental, esta vez dedicado totalmente a la exterminación de los judíos, Shoah. En 1952, el Holocausto sólo ocupaba tres páginas en la biografía de Hitler escrita por AJan Bullock; cuarenta y ocho años después, el Holocausto es un tema central en la de Jan Kershaw. En general, hoy se considera que el Holocausto ha sido único en su horror. Sin embargo, en los últimos años algunos historiadores han cuestionado si nuestra actual obsesión por él no ha causado distorsiones tan engañosas como antes lo hizo nuestro descuido. Se ha señalado que cada acontecimiento o serie de acontecimientos históricos es único de una manera particular, y que no hay razón para que determinado conjunto de circunstancias únicas deba necesariamente ser privilegiado sobre cualquier otro. Si la singularidad del Holocausto reside en que representó una política deliberada para exterminar a todos los miembros de un solo grupo étnico, ¿significa esto que los gitanos y los homosexuales, que también fueron asesinados por los nazis, no pueden ser incluidos entre sus víctimas? y si pueden ser incluidos, ¿cómo debería ser revisada la definición de Holocausto para tenerlos en cuenta? Otros historiadores se preguntan si la «sacralización» del Holocausto no nos lleva a minimizar otros horrores, como el de los campos de la Unión Soviética. Otros se preguntan si sería posible) sin negar en ningún momento el horror del Holocausto, escribir una descripción del régimen nazi que no le atribuya algún tipo de centralidad. Por ejemplo, ¿sería posible, desde una perspectiva diferente, considerar las políticas sociales del régimen como parte de un desarrollo alargo plazo del estado de bienestar que se extendería desde Bismarck, pasaría por Weimar y alcanzaría el período posterior a 1945? ¿O sería semejante intento de dar una perspectiva histórica al nazismo una forma de perder de vista lo que es esencial en él y de favorecer en cambio lo que es periférico? ¿En qué debemos basarnos para decidir cuestiones de este tipo? Hay incluso quienes consideran que los acontecimientos del siglo xx ponen en duda la totalidad de la empresa historiográfica. Si, como Modris
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Eksteins escribe en este volumen) el siglo XIX fue la gran época de la historia corno disciplina -la época que convirtió a la historia en «la principal herramienta intelectual para interpretar la existencia humanas-c-, el siglo xx hizo añicos la confianza y la seguridad que hacían posible la narración histórica. ¿Qué palabras pueden explicar los horrores aparentemente sin sentido de los que fue testigo la primera mitad del siglo? Eksteins nos recuerda la famosa observación de Theodor Adorno sobre la imposibilidad de escribir poesía después de Auschwitz. Con todo, ya en 1916 el poeta armenio Avetik Ishakian había escrito en una linea similar sobre los sufrimientos de su gente durante el genocidio armenio que tuvo lugar en el Imperio Otomano desde 1915: «Tan grande es la agonía ... de los armenios, tan horrible y sin precedentes, que la infinitud e inconmensurabilidad del universo deben ser tenidas en cuenta para calcularla; no hay palabras en el diccionario para calificar lo espantoso de los terrores. Y ningún poeta puede encontrarlas», Con seguridad, el siglo xx nos ha hecho más escépticos frente a los relatos sobre el progreso; nos ha hecho conscientes, como Richard Bessel dice en su ensayo, de «el rostro de Iano de la modernídad». Esto es muy evidente, por ejemplo, en la variada fortuna de la llamada ciencia de la eugenesia, que pretende el mejoramiento racial. En los primeros años del siglo, la eugenesia tenía considerable aceptación en círculos progresistas y de izquierda, entre figuras como Webhs, Keynes, Shaw y H. G. Wellsj la primera cátedra de eugenesia fue creada en el University College de Londres en 1909; y en 1922 se fundó un Instituto de Biología Racial en Uppsala, Suecia. La esterilización de los discapacitados mentales fue introducida en dieciséis estados norteamericanos, empezando por Indiana en 1899, y hacia 1941 había sido aplicada a 36.000 personas. Estos orígenes intelectuahnente «progresistas» de la eugenesia son algo que preferiríamos olvidar a la luz del horror al que condujo la idea de mejoramiento racial bajo Hitler, que pasó de aplicar la esterilización en 1933 a practicar la eutanasia en 1939 y el genocidio en 1941. Pero tampoco debería olvidarse que los nazis fueron pioneros en la organización de campañas de prevención de enfermedades, particularmente en contra del cáncer. Lanzaron campañas antitabaco intensivas -la propaganda precisaba que mientras Roosevelt, Churchill y Stalin fumaban, Franco, Mussolini y Hitler no lo hacían-, limitaron el uso de asbestos e impulsaron la producción de pan integral. Los nazis eran tan «modernos» que incluso publicaron propaganda electoral en braille. Esto no quiere decir que en algunos aspectos los nazis eran «progresistas» y que en otros eran «bárbaros», sino que lo que en ellos había de más «progresista» estaba liga-
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do ala que en ellos había de más «bárbaro». Los doctores y los expertos médicos eran tan importantes para el nazismo como los torturadores y la policía secreta. Es evidente que no hay que ser un partidario extremo del posmoderniSIDO para sentirse insatisfecho con las polaridades que, alguna vez, se presentaron como formas de organizar la historia del siglo xx. Una de tales polaridades podría ser, por ejemplo, el conflicto entre la democracia liberal, por un lado, y las diferentes variantes del fascismo, por otro; un conflicto que habría culminado con el triunfo de los valores humanos del modelo democrático liberal en la mayor parte de Europa occidental después de 1945. Sin embargo, como sostiene Kevin Passmore en este volumen, la democracia liberal no fue siempre pluralista o tolerante, en especial frente a las diferencias étnicas y religiosas. Irónicamente los movimientos conservadores antifeministas ofrecieron a menudo a las mujeres oportunidades más significativas de activismo que sus opositores liberales (consiguiendo que las mujeres renunciaran a solidarizarse con las mujeres de otras razas); y el fascismo ofreció oportunidades a grupos sociales que habían sido excluidos de la política liberal tradicional. Las fronteras entre la democracia y el fascismo pueden ser borrosas. Durante el siglo xx, gran parte del conflicto político no se dio entre demócratas y antidemócratas sino que surgió alrededor de 10 que debería significar la democracia en si. Aunque a comienzos de la centuria tal vezhaya sido axiomático para los «progresistas» que el futuro descansaba en la democracia liberal, en los años de entreguerras ésta no era la opinión de muchos artistas e intelectuales de vanguardia, y figuras tan diferentes como T. S. Eliot, D. H. Lawrence, Le Corbusier, Maurice Blanchot, Giuseppe Marinetti, Salvador Dalí y W. B. Yeats, por nombrar sólo a unos pocos, no la hubieran compartido. En 1939 la democracia parecía frágil y agotada en Europa, y en ningún caso «moderna» o «progresista». Es interesante observar la manera cómo en los últimos años algunos historiadores han intentado dar sentido al siglo xx. Para EricHobsbawm (1994) el siglo xx fue «la era de los contrastes», siendo el período que abarca hasta 1945 «la era de la catástrofe». Su tema central es el conflicto entre el fascismo y la democracia, con el comunismo apareciendo, paradójicamente, en rescate de esta última. Para Mark Mazower (1998), cuyo titulo «la Europa negra» es ya un argumento, las fronteras son más borrosas: considera contingente el triunfo de la democracia en 1945, y dedica mucho espacio a sacar a la luz el lado más oscuro de la democracia liberal. Para Clíve Ponting (1998) el siglo «demostró que la barbarie y el progreso
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pueden coexistir». Por último, Richard Vinen (2000) evita hacer una interpretación global y nos ofrece una «Europa en fragmentos», mientras advierte que la historia de este siglo no debe verse sólo en términos de catástrofe. También es interesante observar qué fecha eligen estos historiadores como comienzo del siglo xx: Hobsbawm, 1914; Mazower, 1918; Ponting y Vinen, 1900. Podrían proponerse otras. Es famoso el comentario de Virginia Woolf según el cual «más o menos en diciembre de 1909 el carácter humano cambió» (la escritora pensaba en la exposición postimpresionista de ese año). El Manifiesto Futurista de 1909 declaraba que «el Tiempo y el Espacio murieron ayer». De manera más prosaica uno podría sugerir como momento decisivo 1917. Éste fue el año en el que la ocasión de una paz negociada se frustró definitivamente, el año en el que Estados Unidos entró en la guerra, el año en el que los bolcheviques tomaron el poder en Rusia.
La sombra de la guerra Cualquiera que sea el año que elijamos como comienzo del «corto» siglo xx, por lo general se acepta que la Gran Guerra representa una línea divisoria, el fin de un mundo: «Nunca semejante inocencia otra vez», como señaló Philip Larkin en su poema «MCMXIV». Después de la guerra, el historiador liberal británico G. M. Trevelyan escribió: «contemplando aturdidos las ruinas del mundo que conocimos, no estamos hoy en mejor situación que un grupo de criaturas prehistóricas que hubiera sobrevivido al diluvio de fuego. Nuestra confianza en lo permanente ha desaparecido». El poeta francés Paul Valéry escribió en 1919 que la guerra había dado a conocer la «mortalidad» de las civilizaciones. Pero si bien hay un acuerdo en que la guerra representa cierto tipo de ruptura, no está tan claro de qué tipo de ruptura se trata. En las artes, por ejemplo, la ruptura con el siglo XIX -de hecho, con toda una tradición del arte occidental que se remonta hasta el Renacimiento- ocurrió antes de 1914, en esos siete extraordinarios años que, entre 1905 y 1912, fueron testigos del surgimiento del fauvísmo, el cubismo, el futurismo.la abstracción, el vorticismo y la atonalidad. Desde este punto de vista) el periodo que siguió a la guerra"representó, en cierta medida, el retorno a la tradición de algunos artistas, como Picasso y Stravinski, que en la década de 1920 bus-
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caran inspiración en el clasicismo. Uno de los efectos de la guerra fue pro-
yectar un vago brillo de nostalgia sobre la Europa anterior a 1914. Pero seria un error subestimar las tensiones de clase, las inestabilidades estructurales y la violencia política de la Europa de la belle époque. El capitulo de
Passmore analiza minuciosamente las tensiones, apenas contenidas, entre liberales de izquierda, nacionalistas, feministas, socialistas y liberales que había en la política europea antes de 1914. Y respecto a la tranquilidad de la Europa anterior a 1914, qué puede decirse de la masacre de quinientos mineros en los yacimientos de oro del río Lena en Rusia en 1912; o de la violencia, siempre a punto de estallar, entre los campesinos y los terratenientes de Andalucía en España o de Letanía en el Báltico; o de la sublevación de campesinos rumanos en diciembre de 1907, cuya represión costó más de once mil vidas; o de las masacres de armenios en el Imperio Otomano en 1905 y 1908, en cada una de las cuales perecieron cerca de veinte mil personas; o de las guerras balcánicas de 1912-1913, que fijaron un nuevo estándar para el horror; o de los pogromos contra los judíos en Rusia; o de los horrores que los alemanes infligieron a las poblaciones indígenas en su conquista del suroeste africano en 1904, por no hablar de las atrocidades de los belgas en el Congo. Como Raj Chandavarkar observa en su capítulo, dos historiadores no han estudiado de forma suficiente la violencia que sustentó las misiones civilizadoras de Europa». Pese a todo el douceurdevie del período que precedió a 1914, Europa era también un continente del que mucha gente deseaba escapar. En las dos décadas anteriores a 1914, cerca de tres millones y medio de polacos se marcharon a Estados Unidos; y casi dos millones de italianos hicieron lo mismo entre 1900 y 1909. El número de bajas británicas en la Gran Guerra fue inferior al número de ciudadanos británicos que había emigrado a América en las tres décadas anteriores. Muchos de los avances que transformarían la vida diaria en el siglo xx -el automóvil, el cine, el teléfono, el avión, la prensa de masas- hicieron su primera aparición mucho antes de 1914. El final del siglo XIX también contempló el aumento del trabajo organizado, la aparición del sector servicios y los empleados de oficina, el desarrollo de un nuevo estilo de nacionalismo de derechas, populista y antisemita, y de una rebelión intelectual contra el positivismo y el racionalismo. Nietzsche murió en 1900, pero en cierto sentido su siglo sería el xx. El escritor francés Charles Péguy escribió en 1900: «el mundo ha cambiado más en los últimos treinta años que en los últimos dos milenios». Es bien conocido que un historiador fechó la «extraña muerte» del liberalismo en Gran Bretaña en el período anterior a 1914; pero esto también podría ser cierto para el resto de Europa. Recorde-
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mas que Hitler tenía 25 años en 1914, Mussolini 31, Lenin 34. Para cuando estalló la guerra, sus maneras de ver el mundo, en gran medida, ya habían adquirido forma. Dondequiera que uno escoja comenzar el siglo xx, no hay duda de que uno de los hechos centrales de la historia europea en sus primeros cincuenta años ha sido la experiencia de la guerra -especialmente después de un siglo en el que no hubo en Europa ningún conflicto internacional de importancia-o La destrucción y la catástrofe deben ser uno de los hilos conductores de este período. Aparte de las dos guerras mundiales que involucraron a la casi totalidad del continente europeo (sólo España, Suecia, Holanda, Noruega, Dinamarca, Portugal y Suiza permanecieron fuera de la primera; y sólo España, Portugal, Suecia, Suiza y Turquía no entraron en la segunda), tenemos también la guerra civil rusa (1918-1921), que debido a la intervención, poco entusiasta, de británicos y franceses no fue solamente una guerra civil; la semiolvidada guerra ruso-polaca de 19191921, que fue una guerra devastas movimientos que implicó a cerca de un millón de combatientes; y la guerra greco-turca (1919-1923). De esta forma, la guerra proporciona una penosa unidad a este período. De Gaulle habló de una «guerra de los Treinta Años» que empezaba en 1914 y terminaba en 1945. Se refería al conflicto entre Alemania y Francia, pero el término se podría aplicar con mayor precisión al conflicto entre Alemania y Rusia, donde tuvo lugar, con diferencia, el mayor número de muertes. Otros han hablado de una «guerra civil europea», designación que resulta útil para subrayar la dimensión ideológica del conflicto internacional, dimensión ya presente en la primera guerra mundial (ecivilisation» contra «Kultur», un «conflicto existencial» según las palabras del Káiser) y aún más en la segunda (fascismo contra bolchevismo, guerra racial, Weltanschauungskrieg*). La internacional «guerra civil europea» también desencadenó una serie de conflictos intestinos de tipo étnico, ideológico y religioso. Se superpuso a una serie de guerras civiles, o convirtió en guerras civiles tensiones étnicas, sociales y políticas preexistentes. En Armenia los turcos masacraron a los armenios entre 1915 y 1916; en Yugoslavia los ustasi croatas asesinaron a cientos de miles de serbios, judíos y gitanos en 1941; en Bucovina y Besarabia los rumanos mataron a unos doscientos mil judíos en 1941 con una violencia que impresionó incluso a >1- Literalmente «guerra de visiones del mundo», el término hace referencia al uso de todos los medios a disposición del estado (propaganda, terror, campañas de desinformación) para obtener una victoria ideológica sobre sus enemigos. (N. del t.)
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los nazis: Antonescu, el líder rumano, habló en octubre de 1941 de «limpiar» su país de judíos. Esta estrecha relación entre conflicto internacional y conflicto interno queda ejemplificada en la internacionalización de la guerra civil española (1936-1939), una confrontación en la que alemanes, italianos y rusos se enfrentaron a través de representantes, preparándose para la guerra internacional que estaba por venir. La guerra civil fue en sí misma una suma de diversos enfrentamientos: en Andalucía, entre los campesinos y los señoritos; en Asturias, entre los mineros y los dueños de las minas; entre los monárquicos y los republicanos, entre los anarquistas y los comunistas, entre los católicos y los anticlericales, entre los partidarios del centralismo castellano y los autonomistas. Con seguridad, otros europeos podían reconocerse en estos conflictos. Como escribió Auden: «tan crudamente soldado a la inventiva de Europa / '" I Nuestros pensamientos cobran cuerpo; las sombras I amenazantes de nuestra fiebre / tienen vida y precisión». * En este período los europeos encontraron razones sin límite para odiarse. El precio en vidas humanas de estos conflictos fue inmenso: nueve millones de muertos en la Gran Guerra, cerca de un millón (sólo en el lado de los bolcheviques) en la guerra civil rusa, un millón en la guerra civil española, 55 millones en la segunda guerra mundial. En términos de desarraigo los costes humanos también fueron enormes: éste fue el siglo del refugiado. Seestimaba que hacia 1926 había nueve millones ymedio de refugiados en Europa; y esto no incluía el masivo intercambio de población entre Grecia y Turquía (que afectó aproximadamente a un millón y medio de personas) de acuerdo con los términos de la convención de Lausana de 1923, que puso:fin a la guerra greco-turca De los dos millones de griegos que vivían en Turquía en 1914, falleció cerca de un millón y el resto fue obligado a marcharse en 1923. Es posible que en 1945 hubiera treinta millones de desplazados en Europa; lo que iba a convertirse en la República Federal de Alemania absorbió a unos diez millones de refugiados, tres millones y medio de los cuales habían sido expulsados de Checoslovaquia. De las dos guerras mundiales) la segunda fue la más sangrienta y la que supuso mayor destrucción, y sin embargo la primera nos obsesiona de una manera que la segunda -aparte del Holocausto- no consigue hacerlo. Casi desde el comienzo del conflicto existía la idea de que algo irremediable estaba a punto de ocurrir. Cuando los bombardeos alemanes destruyeron la famosa biblioteca de Lovaina, Henry James afirmó que se trataba ><
Del poema «España» según la versión castellana de Bernd Dietz en Un país donde lu-
ciael sol, Hiperión, Madrid, 1981, p. 41. (N. del t.)
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del «crimen más atroz que se hubiera cometido nunca contra la mente humana». La herencia inmediata de la Gran Guerra fue una sensación de agitación, fragmentación e inseguridad. El texto clave de la vanguardia de los años de la posguerra, La tierra baldía de T. S. Eliot, se lee como una colección de retazos, los fragmentos de un mundo perdido. La primera mitad de la década de 1920 estuvo marcada por la inflación y el temor a la revolución, ambos resultado de la guerra. Pero incluso cuando hacia la segunda mitad de la década se alcanzó cierta estabilidad y prosperidad económica) la guerra continuó ensombreciendo el panorama: cada sociedad inventó rituales de memoria y duelo; los veteranos de guerra se atribuyeron una autoridad moral que aspiraron a convertir en influencia política. Al final, resultó ser más difícil desmovilizar a las masas que movilizarlas; la cultura de la guerra no podía ser repentinamente eliminada. La guerra había tenido como consecuencia un endurecimiento de la política, y hasta cierto punto los europeos se habían insensibilizado ante el horror y la violencia. La matanza industrializada de la primera guerra mundial prefiguró -y acaso hizo imaginable-lo que Ornar Bartov llamó «genocidio militarizado» del Holocausto. De hecho, ya en la primera guerra mundial hubo bastante violencia antisemita y buena parte de la confrontación en Europa oriental se dio en la zona de residencia en donde a lo largo de un siglo se había concentrado a gran cantidad de judíos. Sospechosos de ser espías, los judíos fueron expulsados de sus hogares o masacrados. El antisemitismo no nació con la primera guerra mundial, pero ciertamente fue agravado por ella. Las dos nuevas ideologías de la primera mitad del siglo, el fascismo y el comunismo) fueron resultado de la guerra. El fascismo fue, en cierto sentido) una transposición de los valores culturales de la guerra a la política de los tiempos de paz. En Italia, el fascismo fue un intento de lograr, en un momento de paz, el tipo de movilización de masas que se había buscado durante la guerra pero que nunca se había conseguido por completo. El fascismo estaba empapado de la imaginería y la estética de la guerra: su retórica de lucha y batalla y combate (<
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durante la guerra civil, y crearon lazos entre sí en tanto compañeros de armas. Sus primeros planes económicos se inspiraban, de forma considerable, en la economía de guerra de Alemania, donde el gobierno había ampliado su control sobre la industria hasta extremos sin precedentes: en ese momento éste era el único modelo económico «socialista» disponible. Fuera de la Unión Soviética, después de 1919 el clima era favorable a desmontar los controles impuestos durante el período bélico, pero la guerra había hecho comprender a todos los gobiernos la necesidad de aprovechar el mayor conocimiento técnico y de demostrar mayor eficiencia. Wichard van Moellendorff, uno de los oficiales a cargo de la economía de guerra alemana, había sido influenciado por las técnicas de administración científica del taylorismo. En la década de 1920 existía una fascinación general, y en algunos casos un fascinado horror, por las posibilidades de la mecanización y la tecnología. Los modelos tecnocráticos de gestión social resultaron especialmente atractivos en un momento en que las instituciones representativas no parecían funcionar bien. El ingeniero yel «experto», un personaje que en principio no tenía relación alguna con la política, se convirtieron en los nuevos héroes de la época. Los modernos métodos de producción de lo que se conocía como «fordismo» ----cadenasde montaje, estandarización- fueron considerados por muchos como una manera de amortiguar los conflictos de clase a través de la prosperidad y de disolver los odios de clase en la Werksgemeinschaft (ecomunídad del trabajo»}. Mussolini pidió una alianza de «productores» y «veteranos», La guerra ofrecía lecciones para la paz. André Cítroén había comenzado su carrera en 1915 aplicando los modernos métodos de producción a la fabricación de proyectiles; después de la guerra empleó los mismos métodos en la producción de coches.
El avance del estado Citroen, el epítome del ostentoso nuevo mundo que la tecnología y la modernidad parecían presagiar --en 1929 instaló anuncios de neón en la torre Eiffel-, fue también uno de los ejemplos más espectaculares del colapso de esa breve oleada de optimismo cuando quebró en 1935 como resultado de la crisis económica que sacudió a Europa después de 1929. La Gran Depresión de principios de los años treinta fue, junto con la guerra, la otra gran calamidad de la primera mitad del siglo xx, Los aspectos económicos y sociales.de esta catástrofe son descritos en este volumen por
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Harold James y Richard Besse!. En términos culturales y politicos, la Depresión pareció representar la bancarrota final del liberalismo dellaissez[aire. Los gobiernos respondieron a la Depresión de manera improvisada, con soluciones contradictorias y ad hoc: imponiendo aranceles y cuotas para mantener los precios, distribuyendo ayudas sociales para salvar del hambre a los desempleados, proporcionando inversión estatal a las industrias arruinadas. El análisis más complejo sobre lo que los gobiernos podían hacer para paliar la Depresión se realizó en Gran Bretaña bajo la influencia de Keynes. Aunque en este momento sus ideas no influían en la política británica, las que más adelante serían conocidas como medidas «keynesianas» fueron aplicadas en Suecia por el gobierno socialdemócrata. Sin embargo, la mayor parte de los socialistas rechazaron soluciones de este estilo, bien sea porque no creían que les correspondiera hacer funcionar el capitalismo, bien sea porque, como buenos marxistas, creían que eso era imposible. Probablemente la recuperación económica que empezó después de 1933 deba poco a algnna de las politicas aplicadas, pero las ideas sobre la relación entre estado y sociedad habían cambiado para siempre. En Italia, por ejemplo, el fascismo, siempre reinventándose a sí mismo, se volvió económicamente intervencionista en un sentido en el que no lo había sido en los años veinte. De esta forma, el fascismo, nacido tras la primera catástrofe del siglo, adquirió forma con la segunda, sólo para derrumbarse durante la tercera. Más allá de la extraordinaria movilización de recursos que tuvo lugar durante la segunda guerra mundial, ésta vio desarrollarse la idea de que el estado tenía un importante papel en la administración y el bienestar económicos. «La guerra y el bienestar iban tomados de la mano», para citar al historiador Michael Howard. El planeamiento económico alcanzó su apoteosis en Gran Bretaña durante la segunda guerra mundial, cuando el gobierno de coalición de Churchill se convirtió en la economía planificada más exitosa de la historia. Tras la guerra, sólo voces aisladas intentaron oponerse a esta nueva corriente, como el economista liberal Hayek, quien advirtió que era un Camino de servidumbre. «Ahora todos nos dedicamos a la planificación», declaró el economista británico Evan Durbin en 1949. El papel cada vez más importante del estado en este período nos ofrece otra forma de contar la historia del siglo xx, un siglo caracterizado no por la catástrofe sino por el progresivo aumento del intervencionismo económico y del bienestar social patrocinado por el estado: pensiones, asistencia sanitaria, vivienda asequible y ocio organizado. Esto podría aplicarse a la Suecia socialdemócrata, a la Gran Bretaña conservadora, a la Alemania
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nazi, a la Italia fascista y a la Rusia soviética. El desarrollo del estado de bienestar tuvo diferentes raíces y muchas ramificaciones. Fue estimulado por el miedo de los conservadores al desafío del empleo, por el deseo tecnócrata de aumentar la eficiencia en los lugares de trabajo y por la ambición nacionalista de promover la salud y el aumento de la población. En Italia, el régimen desarrolló el Dopolavoro (edespués del trabajo»), organismo que proporcionaba actividades recreativas y vacaciones; la versión alemana de esta institución fue la Kraft durch Freude (efuerza a través de la alegría»). En Francia, el gobierno democrático del Frente Popular proporcionó vacaciones pagadas a la clase obrera. Junto con las políticas del estado del bienestar aparecieron los controles de la moral y la sexualidad. Por todo el continente, el aborto y la homosexualidad fueron reprimidos, tanto en regímenes liberales como en regímenes dictatoriales, aunque con mayor severidad en estos últimos. La aparición del estado del bienestar trajo consigo normas y regulaciones. Es por ello que cualquier discusión sobre el creciente poder del estado en el siglo xx también debe tener en cuenta la palabra «totalitario», otra de las invenciones de la primera mitad del siglo. Para muchos, Ioseph K de Franz Kafka podria ser considerado el personaje más emblemático del siglo xx, un ciudadano inocente atrapado en la pesadilla de una burocracia despiadada y sin sentido. El término «totalitario» fue utilizado por Mussolini en 1925, y aunque no ha contado siempre con el favor de los historiadores, se ha repetido hasta la saciedad desde entonces. Un problema es que, si bien el término surgió en Italia, el modelo totalitario no se aplica realmente a este país -aunque sólo sea por el enorme poder social y cultural de la Iglesia Católica-o Otro problema es que los polemistas de la guerra fría se apropiaron del término, definido de manera descontextualizada y ahistórica, y lo utilizaron como arma contra la Unión Soviética. Otro problema es que parece hacer redundante la noción de fascismo. Si resulta más significativo comparar el nazismo y el estalinismo en tanto regímenes totalitarios que comparar Italia y Alemania en tanto regímenes fascistas, ¿qué utilidad tiene entonces el término «fascismo» como concepto genérico? Otro problema es que el término totalitario no es lo suficientemente sensible a la dinámica relación entre estado y sociedad. Da por sentado que ciertas sociedades son infinitamente maleables y postula una relación unidireccional entre el estado y la sociedad. De esta forma, pasa por alto hasta qué punto los llamados regímenes totalitarios consiguieron movilizar el apoyo popular: incluso el terror descansaba en un apoyo y una complicidad muy grandes, bien fuera porque la gente com-
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partía sus metas, bien fuera porque esperaba obtener algún beneficio de él. Un reciente estudio sobre la Gestapo ha demostrado que ésta dependía en gran medida de las denuncias de la población. A pesar de todas estas advertencias, el término totalitario resulta útil si se emplea de forma general como expresión de las ilimitadas ambiciones utópicas de los estados fascista y soviético, de su deseo de responsabilizarse de todas las áreas de la existencia, de encarnar una nueva religión civil, de crear un «nuevo Hombre» y de derribar los límites entre lo público y lo privado. La Unión Soviética fue con seguridad la tentativa más radical de remodelar por completo una sociedad. Pero, ¿tuvo éxito? No se puede dudar del alcance de la capacidad represiva del estado estalinista, cuyo punto culminante llegó con el terror de 1936-1937 (aunque sigue siendo poco claro hasta qué punto éste había sido buscado por el centro); ni sobre su enorme capacidad de destrucción, como pone de manifiesto la terrible hambruna de 1929-1930; y menos sobre su también enorme capacidad de creación, como lo atestigua la construcción de una economía industrial en un lapso de diez años. Es verdad que muchos ciudadanos soviéticos aprendieron a «hablar bolchevique», según la expresión de Stephen Kotkin, pero es necesario preguntarse si también aprendieron a pensarlo. Los especialistas todavía discuten hasta qué punto la población interiorizó los valores del régimen. Algunos consideran que los ciudadanos de la sociedad estalinista sólo fueron víctimas; otros sostienen que el régimen redefinió la identidad social de los individuos y que, en consecuencia, definió también la manera en que pensaban sobre sí mismos. El estalinismo fue una cultura que intentó destruir el vocabulario conceptual para pensar «fuera» del sistema. Hay testimonios personales que prueban que en algunos casos tuvo éxito: tenemos el diario de un hijo de un kulak que por sí mismo reconstruye su identidad como «verdadero ciudadano». El horror de una de las grandes novelas visionarias del siglo :xx, El cero y el infinito de Arthur Koestler, surge no tanto de la persecución del héroe, Rubashov, un comunista juzgado por delitos que no ha cometido, sino de su incapacidad para pensar que el partido puede equivocarse. Ha interiorizado su propia persecución. También hay pruebas de que en la Alemania nazi, donde se habia decretado que, en palabras del ministro de trabajo Robert Ley, «sólo el sueño será privado», los valores del régimen fueron en cierta medida interiorizados. Estudios recientes de las cartas de los soldados alemanes de la Wehrmacht en el frente oriental han mostrado que su visión del mundo estaba enmarcada por conceptos como Führer, raza y Volk, mientras que
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los soldados de la primera guerra mundial vivían en un mundo absolutamente diferente: cristiano, monárquico y nacionalista. El académico judío Víctor Klemperer, que sobrevivió al régimen nazi, escribió un estudio sobre la manera en que el nazismo corrompió el lenguaje cotidiano. En febrero de 1935 recogió en su diario una conversación con sus dos últimos estudiantes) a quienes describe como «totalmente anti-nazis», Discutían sobre un juicio reciente que había dado lugar a la ejecución de dos mujeres en Berlín. A pesar de que el juicio había sido completamente secreto y de que a las acusadas se les habían negado todos sus derechos legales) los estudiantes no veían nada equivocado en ello y creían que el veredicto había sido «del todo apropiado». En muchos aspectos la gente podía haberse hecho más «nazi» de lo que se daba cuenta.
Los límites del estado El debate sobre el poder del estado, sin embargo, no debe ser llevado demasiado lejos. Respecto a la Unión Soviética puede decirse que, al proponerse redefinir la humanidad, el experimento estalinista no demostró el poder del estado sino los limites de ese poder o, al menos, la capacidad de la sociedad para resistir y distorsionar las intenciones de quienes pretendían moldearla. La noción de totalitarismo parece inadecuada para abarcar las diferentes formas de vida cotidiana que se dieron bajo el estalinismo. Por su rapidez, el estalinismo fue una revolución social como posiblemente no haya habido otra en la historia de la humanidad; sin embargo, la «nueva sociedad de arenas movedizas», en palabras de Moshe Lewin, que creó el estalinismo, se volvió contra quienes intentaban transformarla: podían llevar al campesino ruso a las ciudades, pero era imposible cambiar sus valores de la noche a la mañana. El resultado fue, citando una vez más a Lewin, una «ruralización de las ciudades» paralela a la urbanización de los campesinos, una sociedad de Oblomovs tanto como de Stajanovs, de campesinos que, ajenos a la propaganda oficial, reconstruían en las ciudades una cultura de religión, embriaguez y folclore, y subvertían los canales oficiales a través de redes de relaciones patrón-cliente. En cuanto a la Alemania nazi, el régimen fue siempre más pragmático de lo que la retórica permitía, y los individuos que no caían en una de las categorías perseguidas por él podían continuar con sus vidas sin que éstas se vieran perturbadas en gran medida. Incluso las campañas nazis contra el tabaco tuvieron poco
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efecto: el consumo aumentó durante sus primeros siete años de gobierno, y sólo la guerra invirtió esta tendencia. Con el tiempo, resulta sorprendente lo resistentes que fueron las tendencias sociales a la política estatal en el siglo del «totalitarismo». A pesar de dedicar sus mejores esfuerzos a animar a las mujeres a dar a luz, los nazis, como los fascistas italianos, no pudieron invertir la tendencia secular a la reducción del tamaño de las familias. Como Richard Bessel observa, trátese de Italia, Alemania, Gran Bretaña o Francia, encontramos en este periodo pautas bastante similares en empleo femenino, demografía y estructura familiar. Uno podría entonces sugerir una tercera forma de contar la primera mitad del siglo xx: la aparición en Europa occidental de una cultura masiva del ocio que se abre camino entre nuestros dos relatos anteriores, la catástrofe y el aumento del poder estatal, y prefigura el consumismo de las décadas de 1950 y 1960. Después de 1918, Europa era ya la Europa del automóvil, de la radio, del cine, de las revistas ilustradas y de la publicidad dirigida a las masas. Era testigo del comienzo de su norteamericanización y del antiamericanismo que le servía de antítesis. El personaje más conocido en el mundo de entreguerras era Charlie Chaplin. Wrigley, el fabricante de chicles norteamericano, abrió su pr~mera planta en Alemania en 1925, y Coca-Cola lo haría en 1929. A los nazis no les gustaban las películas estadounidenses, pero demasiado prudentes como pa~a intentar prohibirlas por completo; en su lugar procuraron crear su propIO estilo Hollywood. y lo mismo ocurrió con el jazz. La radio, que era por supuesto una poderosa arma de control estatal, era también una arma contra él. Goebbels no pudo evitar que los alemanes sintonizaran la popular Radio Luxemburgo, y la Francia de Vichy no pudo impedir que sus ciudadanos escucharan las transmisiones de la BBC. Resulta evidente que la concepción de este período en términos de una naciente cultura del consumo masivo no es aplicable a la mayor parte de Europa central y oriental o a la península Ibérica, pero curiosamente es hasta cierto punto aplicable a la Unión Soviética, donde después de 1935 empezaron a desaparecer los austeros valores cultu~ales del pri~e~ plan quinquenal. Los valores del consumismo fueron elogiados por el regnnen, Los grandes almacenes Macis de Nueva York fueron alabados y hubo una campaña para promover y ampliar este tipo de establecimientos: ~e les animó a utilizar plantas en su decoración, colgar cortinas blancas y disponer de música ambiental. En 1936 la Unión Soviética presumió de haber sobrepasado a Francia en producción de perfume, y se abrió en Moscú un Instituto de Cosmética e Higiene. Lenin había dicho alguna vez que el so-
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cialismo era la suma de «los sóviets más la electricidad»: ahora parecía más bien la suma de los sóviets más la zaraza. Podemos decir entonces, para terminar, que si bien es cierto que la primera mitad del siglo xx demostró hasta extremos espantosos el poder de destrucción del estado moderno al mismo tiempo que su capacidad para mejorar la vida de las personas, también es cierto que demostró, lo que puede resultar más inesperado y de algún modo más tranquilizador, el potencial subversivo de la modernidad y, aun en las circunstancias más extremas, la extraordinaria capacidad de la gente para resistir, eludir o sortear las mejores y peores intenciones de quienes se esfuerzan por decirles cómo deben vivir. Por lo tanto, si uno tuviera que elegir el personaje más emblemático del siglo xx tal vez no debería escoger a Ioseph K., sino al «buen soldado Svejk»,la creación de otro escritor checo, Iaroslav Hasek. Svejk es un hombre a la vez astuto e ingenuo, que es reclutado por el ejército austrohúngaro en 1914. Nunca está del todo claro si es más ingenuo que astuto o más astuto que ingenuo, pero no hay duda de que los mejores esfuerzos de burócratas, jueces, oficiales, policías, sacerdotes y capellanes por disciplinarlo o adaptarlo a las normas sociales resultan inútiles.
Las relaciones internacionales David Stevenson
En la primera mitad del siglo xx, las relaciones internacionales estuvieron dominadas por las dos guerras mundiales. Ninguna otra serie de acontecimientos políticos afectó de manera más profunda la vida de los europeos. Más que volver a contar otra vezla historia detallada de estos conflictos, este capítulo se centrará en una serie de preguntas cruciales. ¿Por qué estalló la guerra en 1914? ¿Por qué se intensificó y se extendió, y terminó con la victoria de los aliados? ¿Por qué se desvanecieron los acuerdos posteriores a 1918 y empezó una segunda guerra en 19391 ¿Ypor qué también esa guerra se intensificó y terminó con una Alemania derrotada y una Europa dividida? De forma casi natural, el período se divide en cuatro secciones: los años anteriores a 1914, la primera guerra mundial y los acuerdos de paz firmados entre 1919 y 1920, los años de entreguerras y, por último, la segunda guerra mundial.
El camino a la primera guerra mundial,
1900-1914 El que las grandes potencias decidieran ir a la guerra en 1914 tendría repercusiones a lo largo de todo el siglo. La decisión fue tomada por dos coaliciones opuestas: la Triple Alianza, formada por Austria-Hungría, Alemania e Italia hacia 1882, y la'Triple Entente, formada por Rusia, Francia y Gran Bretaña entre 1891 y 1907. Aunque durante la crisis de julio de
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191410s llamados Imperios Centrales (Austria-Hungría y Alemania) fueron los que tomaron la iniciativa, ambos bandos estaban más dispuestos a luchar que a ceder el paso. La crisis de julio comenzó como una confrontación entre AustriaHungría y Serbia desencadenada por el asesinato en Sarajevo de Francisco Fernando de Habsburgo, el heredero al trono de la Monarquía Dual, el 28 de junio. Los asesinos eran originarios de Bosnia, provincia administrada por Austria- Hungría desde 1878, y partidarios de su unión con Serbía en una federación eslava del sur. La inteligencia militar serbia había entrenado a los conspiradores en Belgrado, les había proporcionado armas y les habia ayudado a cruzar la frontera. El 23 de julio, los lideres austriacos, sospechando que Serbia estaba implicada y exasperados por la ayuda que los separatistas bosnios recibían de simpatizantes serbios, enviaron un ultimátum diseñado para que resultara inaceptable. En él. Austria-Hungría exigía a Serbia amplios poderes sobre su sistema educativo, sus medios de comunicación y sus tribunales. El 28 de julio, después de que Serbia respondiera que no podía acceder a todas sus peticiones, Viena declaró la guerra. Los líderes austriacos creían que las soluciones pacíficas a su problema con Serbia se habían agotado. Desde que en 1903 una dinastía hostil se híciera con el poder en Belgrado, los austriacos habían impuesto un boicot económico al país) pero Serbia había encontrado mercados de exportación alternativos. En 190810s austriacos se anexionaron Bosnia, pero esto sólo sirvió para que la agitación panserbia se hiciera allí más intensa. En las guerras balcánicas de 1912-1913, Serbia y sus aliados derrotaron y prácticamente expulsaron de Europa al Impero Otomano, antes de aplastar a Bulgaria, su antiguo socio contra Turquía. Serbia dobló su tamaño) y hacia 1914 Austria-Hungría parecía a punto de perder Rumania, su último aliado en los Balcanes. Los alemanes austriacos y los magiares) las dos nacionalidades dominantes de la Monarquía Dual, formaban entre ambas menos de la mitad de su población, y las autoridades temían que una secesión bosnia propiciara la disolución del imperio. No obstante) temían menos el malestar interno que la posibilidad de una agresión serbia o rumana con el apoyo de alguna de las grandes potencias. Italia era nominalmente aliada de Austria- Hungría) pero había ochocientos mil italianos viviendo bajo dominio austriaco y los lideres de Viena consideraban que Roma no era de fiar. Rusia, la protectora tradicional de los eslavos del sur, había sido derrotada por Japón entre 1904 y 1905 y, por lo tanto, no pudo tomar represalias por la anexión de Bosnia en 1908. Pero desde entonces su economía
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y gasto militar se habían recuperado, y su influencia en los Balcanes superaba con diferencia la de Austria- Hungría. Ante este sombrío panorama, en 1913 los líderes austriacos concluyeron que la guerra con Serbia era inevitable. Pero incluso así, ellos no habrían forzado este desarrollo de los acontecimientos sin el «cheque en blanco» que los alemanes entregaron al enviado austriaco entre el 5 y el6 de julio de 1914. El emperador alemán, Guillermo II, y su canciller, Theobald van Bethmann-Hollweg, animaron a Austria-Hungría a utilizar la fuerza contra Serbia, y prometieron total apoyo si Rusia intervenía. Esta promesa fue la condición previa de la guerra europea. Aunque se ha sostenido que los líderes alemanes asumieron el riesgo de ir a la guerra para estabilizar su régimen dentro de su propio país, esto sólo es verdad de manera indirecta. No obstante, habia sido en parte para consolidar el apoyo nacional que Guillermo había inaugurado entre 1897 y 1898 su denominada Weltpolitik o «política mundial», que ímplicaba la afirmación de los intereses alemanes en contra de Gran Bretaña) Francia y Rusia fuera de Europa, al mismo tiempo que la construcción de una flota en el Mar del Norte. Las desastrosas repercusiones de esta política son fundamentales para entender los acontecimientos de 1914. En primer lugar) al contribuir a la formación de la Triple Entente, la Weltpolitik había ayudado a provocar el «cerco) de Alemania. Rusia y Francia habían sido aliados desde 1891-1894, pero ambas tenían disputas extraeuropeas con Gran Bretaña. Sin embargo) el acuerdo de 1904 conocido como «la entente cordial» permitió que Londres y París llegaran a acuerdos respecto a la mayoría de sus diferencias, y en 1907 Londres y San Petersburgo convinieron sobre sus respectivas esferas de influencia en Asia central a través de la entente anglo-rusa. Gran Bretaña colaboró con sus nuevos socios durante la crisis bosnia de 1908. Y lo hizo nuevamente en las crisis marroquíes de 1905-1906 y de 1911,provocadas por los infructuosos desafíos alemanes alas esfuerzos de Francia por hacerse con el control de Marruecos. Cuando Bethmann-Hollweg intentóminar estos convenios y cortejar alas británicos para que prometieran permanecer neutrales en caso de una guerra europea a cambio de que la construcción de la flota alemana se desarrollara de forma más lenta, se encontró con una negativa. La falta de confianza que les inspiraba Italia dejó a los alemanes con Austria-Hungría como único aliado de importancia. En 1914) temían que si no eran capaces de apoyar a la Monarquía Dual, ésta podia desintegrarse o pasarse al bando contrario. En segundo lugar, la Weltpolitik había hecho que Alemanía fuera milítarmente más vulnerable. Para concentrarse en su carrera naval contra
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Gran Bretaña, los líderes alemanes habían privado a su ejército de recursos, y una vez que empezó la carrera armamentista entre los bloques austro-alemán y franco-ruso, centrada en los ejércitos de tierra, la resistencia interna a impuestos todavía más altos había dejado al gobierno alemán atado de pies y manos. En 1913 se aprobó el presupuesto más grande de la historia alemana destinado al ejército, pero sus dirigentes sabían que no podrían repetir semejante esfuerzo, y en Berlín el Estado Mayor consideraba que para 19171a ventaja alcanzada por Francia y Rusia se habría hecho insuperable. Por lo tanto, aunque autes de julio de 191410s líderes alemanes no hubieran decidido en ningún momento lanzar una guerra europea, es verdad que cada vez más la consideraban como una opción. Cuando Austria- Hungría los consultó tras lo sucedido en Sarajevo, ellos animaron a su aliado a atacar a Serbia, con la esperanza de ayudar a mantener en el poder a la Monarquía Dual y de dividir la Triple Entente en caso de que Gran Bretaña y Francia contuvieran a Rusia. El único plan de guerra de los alemanes (conocido engañosa y generalmente, de acuerdo con el nombre del principal responsable militar de su elaboración, como Plan Schlieffen) preveía atravesar Bélgica para desbordar las defensas de la frontera francesa y derrotar al país en el plazo de unas cuantas semanas, antes de dar la vuelta hacia el este para enfrentarse a los rusos, cuya movilización sería más lenta. Guillermo y Bethmann-Hollweg conocían la situación) por lo que, si Rusia iniciaba preparativos militares) ellos estaban listos para empezar una guerra europea de forma inmediata, antes de que pudieran perder toda oportunidad de ganarla. Por lo tanto) el que la guerra austro-serbia se convirtiera en el comienzo de un conflicto europeo general dependió en gran parte de la Rusia zarista, que respondió al ultimátum de Viena a Serbia ordenando tomar precauciones militares contra Austria-Hungría y Alemania el 26 de julio y movilizándose contra ambas el 31. Los alemanes advirtieron a Rusia que debía detener toda movilización, y a Francia que debía prometer permanecer neutral frente a un conflicto ruso-alemán, y cuando ninguno de los dos países accedió a sus peticiones, declararon la guerra y pusieron en práctica el Plan Schlieffen. El zar Nicolás II había sido advertido de que la guerra podía desencadenar una revolución en Rusia, pero su ministro de Asuntos Exteriores, Sergei Sazonov; insistió en que si decidía no apoyar a Serbia tendría que hacer frente a una violenta reacción nacionalista. Sazonov sabía que Alemania apoyaba a Austria, y argumentó que, si en Berlín estaban decididos a involucrarse en una confrontación, una posición de debilidad rusa sólo serviría para posponerla. El rearme de Rusia seguía
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siendo incompleto, pero los franceses eran optimistas respecto a las perspectivas militares y su embajador afirmó que mantendrían su alianza. Nicolás II sabía que una movilización general equivaldría a una declaración de guerra, pero cuando la ordenó creía que la guerra estaba en camino y pensaba que su obligación era estar preparado para ella. Una vez que los franceses recibieron el ultimátum alemán, no había ninguna duda de que preferirían luchar antes que rechazar una alianza con Rusia, a quien consideraban esencial para el mantenimiento de su independencia. Sin embargo) en bien de la unidad nacional, prefirieron parecer las víctimas de la agresión y esperar hasta que Alemania declarara la guerra. Los británicos, por su parte, tenían más libertad de acción. Los tideres alemanes no deseaban una guerra con Gran Bretaña) pero estaban más dispuestos a aceptarla que a rectificar tras la movilización de Rusia) y el Plan Schlieffen sirvió de detonante. Gran Bretaña y Alemania habían firmado en 1839 el tratado de Londres, que protegía a Bélgica de cualquier ataque, y la invasión alemana de Bélgica fue en apariencia la razón por la que Gran Bretaña entró en la guerra. Ahora bien) aunque salvaguardar la costa del canal era una preocupación tradicional de Gran Bretaña) y aunque la defensa de tratados y naciones pequeñas fuera una causa oportuna para conseguir el apoyo de la opinión pública, el Gabinete británico no creía que Gran Bretaña estuviera obligada legalmente a ello. Para las principales figuras del gobierno, lo que estaba en discusión era menos la neutralidad belga que la agresión alemana) una década de antagonismo anglo-alemán los había convencido de que Gran Bretaña tenía un interés vital en evitar la derrota francesa. Esta revisión de la Europa de 1914 se ha centrado en las élites gobernantes. Las muchedumbres que vitoreaban entusiasmadas sólo aparecieron en las capitales europeas después de que las decisiones habían sido tomadas. Sin embargo) fue importante (aunque de forma negativa) que los socialistas de la Segunda Internacional estuvieran por lo general unidos en el apoyo a sus gobiernos. La mayoría aceptaba que la autodefensa era legítima, y precisamente la guerra parecía ser cuestión de autodefensa. Igualmente inútil fue el Concierto de Europa, considerado casi como el precursor de la Sociedad de Naciones y las Naciones Unidas antes de 1914. Su razón de ser era la buena voluntad de las potencias para reunirse en tiempos de crisis, pero cuando Gran Bretaña propuso una conferencia, Alemania y Austria-Hungría la bloquearon. El Concierto dependía de un consenso entre las grandes potencias que se había evaporado. Con todo, la división de Europa en bloques opuestos no fue en sí misma lo que causó
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la guerra. La causa de la guerra fue más bien el desarrollo de una carrera armamentista de los ejércitos de tierra, puesto que la recuperación de Rusia tras su derrota frente a Japón alteró el equilibrio entre los bloques, y mientras la Triple Entente se hacía más fuerte, la Triple Alianza se hacía más débil. Hacia 1914 los rusos y los franceses sentían menos necesidad de ser conciliadores, mientras que los militares alemanes advertían que la victoria todavía era posible, pero que no lo sería por mucho más tiempo. Las guerras de Bismarck habían demostrado que jugar con el uso de la fuerza podía solucionar problemas políticos. Era el momento de que Alemania volviera a apostar.
La guerra mundial y los acuerdos de paz, 1914-1920 Las investigaciones más recientes han socavado la opinión tradicional segúnla cual los militares alemanes preveían una rápida victoria. Sin embargo, es cierto que la mayoría de los líderes políticos y de los ciudadanos comunes esperaban una guerra corta. El conflicto subsiguiente tuvo un impacto tan devastador precisamente porque esas expectativas demostraron ser infundadas. Los gobiernos fueron incapaces de detenerlo incluso después de que evolucionara hacia una matanza sin precedentes y adquiriera un carácter radicalmente diferente del que habían anticipado. Es necesario analizar a continuación el punto muerto político y militar que dominó los primeros tres años de hostilidades, antes de estudiar cómo después de 1917 se acabó con este estancamiento y se dio por terminada la matanza. La primera razón para el estancamiento fue que las ofensivas iniciales fracasaron. El ejército francés se movilizó tan rápido como el alemán, era casi igual de grande y poseía en el general Ioseph Ioffre un comandante sólido. Incluso aunque los alemanes hubieran alcanzado París, los franceses no habrían tenido ninguna razón para rendirse. De igual forma, las precipitadas ofensivas de rusos y franceses en agosto de 1914 tampoco tenían posibilidades de redundar en un avance significativo. Las razones por las que después de 19141a guerra en Europa occidental se empantanó eran en parte tecnológicas y logísticas. Atrincherados con fusiles de repetición, ametralladoras y fusiles de fuego rápido, los defensores podrían aplastar a
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la infantería atacante. Ejércitos que eran mucho más grandes que los de 1870 y estaban provistos de una densa red de ferrocarriles podían establecer un frente continuo; ya pesar de la enorme cantidad de bajas, ambos bandos podían cubrir los vacíos reinsertando a los heridos y enviando hombres jóvenes al frente a medida que alcanzaban la edad de combatir. Hacia finales de 1915 ambos bandos podían fabricar inmensas cantidades de equipo militar. Además, incrementando la emisión de moneda y pidiendo préstamos en el país y en el extranjero ambos podían financiar la guerra. Las compras de Alemania a países neutrales minaron el bloqueo aliado, mientras que las protestas americanas refrenaron los ataques de los submarinos alemanes, los U-boats, a las embarcaciones aliadas. Aunque otros frentes, en Polonia y los Balcanes, tenían más movilidad que el occidental, hasta que Rusia se derrumbó en 1917 ninguno de los dos bandos consiguió dejar fuera de combate a ninguna de las grandes potencias enemigas. Otra de las condiciones que hicieron posible el estancamiento fue la cohesión del frente interno. Las treguas políticas que se declararon en la mayoría de los paises beligerantes cuando estalló la guerra sobrevivieron hasta 1917 y 1918. Los gobiernos de ambos baudos alegaban que la guerra era necesaria y defensiva, y que debía continuar hasta que la agresión hubiera sido castigada. Prolongaron el conflicto a través de sucesivas decisiones de seguir luchando por unos pocos meses, y la opinión pública compartía su esperanza de que la victoria llegaría con rapidez. La inicial «ilusión de una guerra corta» no murió en 1914. Además, la incompatibilidad entre los propósitos políticos (u «objetivos de guerra») de ambos bandos frustró las negociaciones. Los líderes alemanes deseaban crear una serie de estados tapón bajo su control militar y económico en Bélgica, Polonia y a lo largo de la costa del Báltico; anexionarse la cuenca siderúrgica francesa de Briey-Longwy, Luxemburgo y una «franja fronteriza» en su frontera oriental; y establecer además una unión aduanera en Europea central, un imperio colonial en África yunared mundial de bases navales. Como canciller, Bethmann-Llollweg estaba dispuesto a comprometerse en una paz separada con uno u otro enemigo, pero tal solución se hizo imposible cuando Paul van Hindenburg y Erich Ludendorff asumieron el control del Alto Mando en 1916: ambos se oponían a concesiones semejantes y en 191710 destituyeron. Al contrario, por el pacto de Londres, firmado en septiembre de 1914, la Triple Entente se convirtió en una alianza y sus miembros se comprometieron a rechazar cualquier paz separada y se apresuraron a formular sus propios objetivos de guerra.
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Gran Bretaña quería apoderarse de las colonias alemanas, destruir su flota naval y liberar Bélgica; Francia quería recuperar las provincias de Alsacia y Lorena (ganadas por Alemania en 1871) y crear estados tapón en Renania; Rusia deseaba convertir todo el territorio habitado por los polacos en un reino satélite bajo su control. Después de que, en noviembre de 1914, el Imperio Otomano entrase en el bando de Alemania, los aliados acordaron repartir entre ellos sus posesiones en Oriente Próximo (que hoy corresponden a Siria, el Líbano, Israel, Iordania e Irak), Italia se unió a los aliados en mayo de 1915 y, a cambio, éstos le prometieron parte de las posesiones de Austria-Hungría en los Alpes y Dalmacia. Los alemanes intentaron dividir a sus enemigos en 1915, sacando a Rusia de Polonia, y en 1916, «chupando la sangre» del ejército francés (según las palabras de su comandante) en la batalla de Verdún. En 1917 lanzaron una campaña de guerra submarina «sin restricciones» (10 que significaba que estaban dispuestos a hundir cualquier embarcación mercante sin hacer ninguna advertencia) con la que esperaban privar de alimentos a Gran Bretaña y obligarla a abandonar la guerra. Sin embargo, esta campaña no sólo no consiguió cumplir su objetivo, sino que provocó la intervención del presidente americano, Woodrow Wilson, que había decidido que una victoria sobre Alemania le proporcionaría la influencia que necesitaba para imponer a ambos bandos sus proyectos para un nuevo orden internacional basado en los principios de la seguridad colectiva y la autodeterminación. En contraste con el constante aumento de la violencia entre 1914 y 1917, entre 1917 y 19181a guerra terminó, primero en el este y luego en el oeste. Tras el levantamiento de marzo de 1917 que expulsó al zar Nicolás Il.Ia negativa del breve gobierno provisional ruso a hacer las paces por separado fue en gran parte una forma de sellar su destrucción. Después de derrocarlo en noviembre, uno de los primeros pasos de los bolcheviques fue firmar un armisticio, antes de someterse a los términos de paz dictados por alemanes y austriacos en el tratado de Brest-Litovsk, firmado en marzo de 1918. Cedieron Polonia, la costa del Báltico y Ucrania. El derrumbamiento de la disciplina en el ejército ruso había hecho imposible la resistencia, y la prioridad de Lenin era salvar su régimen. Con todo, pocas semanas después de firmar el tratado (yen parte por haberlo hecho) debió hacer frente a una guerra civil contra sus oponentes «blancos» (es decir, anti-bolcheviques) así corno a desembarcos aliados en Arcángel y Vladivostok, que tenían como objetivo reconstruir un frente contra los alemanes. A diferencia de Rusia, y pese a que en 1917 el ejército francés se amotinó y los soldados italianos se rindieron en masa en la batalla de Caporetto,
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en el oeste los aliados lograron librarse de un derrumbamiento similar. Los líderes británicos y franceses contaban con ganar la guerra con ayuda norteamericana, y rechazaron las propuestas de paz enemigas. A pesar del creciente malestar interno, los Imperios Centrales también perseveraron, Hindenburgy Ludendorff consideraron que la derrota de Rusia les permitía un ataque total sobre Francia. Pero si la revolución rusa fue lo que acabó con la guerra en el este, en el oeste el factor decisivo fue la derrota militar de los alemanes. Sus cinco grandes ofensivas en elfrente occidental de marzo a julio de 1918 supusieron un millón de bajas, y no consiguieron alcanzar sus objetivos. Hacia el otoño,los envíos masivos de tropas norteamericanas habían restablecido la superioridad numérica de los aliados, y sus ejércitos avanzaban de forma cautelosa pero implacable. La economía de guerra alemana estaba paralizada y sus ciudadanos prácticamente morían de hambre. Sus aliados estaban agotados, y a finales de octubre Austria-Hungria se dividía en nuevos estados basados enlas diferentes nacionalidades que la componían. En estas circunstancias, Ludendorff decidió solicitar una paz de acuerdo con los principios, relativamente indulgentes, expuestos por Woodrow Wilson en su discurso de los «Catorce Puntos» en enero de 1918. Hasta cierto punto, este último intento alemán de dividir a sus enemigos tuvo éxito. Wilson presionó a sus socios para que aceptaran un acuerdo de armisticio basado en su programa, que incluía la creación de una Sociedad de Naciones así como restricciones a la expansión territorial de los aliados. Pero las cláusulas militares del alto al fuego permitieron que Gran Bretaña controlara las colonias alemanas y su armada, y que Francia ocupara Renania, y mientras esto ocurría, Alemania quedaba reducida a la impotencia por la revolución de noviembre de 1918, que sustituyó el régimen de Guillermo II por una república. Tanto Estados Unidos como sus aliados obtuvieron beneficios provisionales, y pospusieron el balance entre ellos a la conferencia de paz. La conferencia de paz se reunió en París en 1919-1920 y fijó gran parte del orden del día para la diplomacia europea de entreguerras. Los tratados menores se pueden resumir de forma más o menos rápida. El tratado de Sevres impuesto por los aliados a Turquía demostró ser imposible de poner en práctica y fue reemplazado por el tratado de Lausana, negociado con el triunfante nuevo régimen de Kemal Ataturk en 1923. La importancia de los tratados con Austria, Hungría y Bulgaria residió principalmente en que en ellos se trazaban las nuevas fronteras del sureste de Europa: los aliados no hubieran podido reinstaurar la Monarquía Dual incluso si lo hubieran querido. Una alianza de posguerra acordada entre 1920 y 1921
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y conocida como la «Pequeña Entente» unió a los nuevos estados de Checoslovaquia y de Yugoslavia con una Rumanía muy ampliada, y mantuvo a raya con éxito el revisionismo húngaro. Sorprendentemente, los acuerdos demostraron ser más duraderos en los Balcanes que en Occidente. Con todo, en un primer momento los aliados parecían bastante firmes. Esperando ser tratados como socios en igualdad de condiciones, los nuevos líderes democráticos de Alemania pusieron su confianza en Estados Unidos y se negaron a cooperar con Moscú. Pero los aliados descubrieron que llegar a un acuerdo entre ellos mismos era muy difícil y no se atrevieron a arriesgarse a negociar en una misma mesa con sus enemigos; por ello, el tratado de Versalles de junio de 1919 fue esencialmente un Diktat, una paz impuesta. La única concesión de importancia a la representación alemana fue un plebiscito que repartió la provincia de Silesia superior, que estaba en disputa, en vez de asignarla en su totalidad a Polonia. Rusia fue marginada de manera similar, y los bolcheviques fueron excluidos de la conferencia de París. Después de tentativas poco entusiastas de negociar un alto al fuego, los aliados reconocieron parcialmente a los blancos y les proporcionaron ayuda militar, aunque se retiraron cuando la guerra civil rusa se volvió favorable a Lenin. Finlandia, Polonia y los estados del Báltico consolidaron su independencia, dejando a la recién creada Unión Soviética con muchos motivos para el descontento territorial, aparte de su hostilidad ideológica al capitalismo. Entre los estados victoriosos, Japón tomó el control de los territorios alemanes en China y el norte del Pacífico, pero su influencia en Europa fue insignificante. Italia obtuvo una frontera en el paso del Brennero y se anexionó el puerto de Fiume en el Adriático, aunque en este último caso sólo después de una lucha larga y amarga contra la resistencia yugoslava, apoyada por los norteamericanos. Incluso con esto, Italia consiguió mucho menos de los yugoslavos de lo que se le había prometido contra AustriaHungria, y la decepción resultante de la llamada «victoria mutilada» contribuyó al ascenso del fascismo. Roma, además, tuvo muy poca influencia en el acuerdo con Alemania. Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia, representados respectivamente por el presidente Wilson y los primeros ministros David Lloyd George y Georges Clemenceau, eran los jugadores más importantes. El programa de Wilson había sido supuestamente aceptado en el armisticio y las finanzas de sus socios dependían de él. Pero Wilson era un negociador pobre y de ideas vagas: incluso la Sociedad de Naciones del proyecto debía buena parte de sus detalles a Gran Bretaña. En materia económica, Estados
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Unidos ejerció una influencia negativa decisiva al insistir en que se desmontaran los controles sobre el comercio aplicados durante la guerra y al negarse a cancelar las deudas de guerra aliadas. Esto impulsó a los aliados a presionar a Alemania para obtener de ella reparaciones de guerra (aunque es necesario señalar que habrían hecho esto de todos modos). Los norteamericanos, que habían sufrido pocos daños, querían un acuerdo rápido sobre una suma de indemnización total que fuera modesta y que preparara el terreno para Una reconstrucción de Europa financiada a través de préstamos privados americanos. Pero, de hecho, lo que el tratado de Versalles hizo fue convertir a Alemania en responsable no sólo de los daños a la propiedad sino también de las pensiones de guerra. Una Comisión de Reparaciones tuvo hasta Icz l para establecer la deuda de indemnización de Alemania, deuda que sería cubierta mediante pagos anuales que podrían prolongarse durante décadas. Por otra parte, el tristemente célebre Artículo 231, o «cláusula de culpabilidad de guerra», afirmó que en principio los Imperios Centrales eran los responsables de todas las pérdidas y daños infligidos por su agresión, una acusación que durante los siguientes años resultó ser ferozmente polémica. Con respecto al tema de las reparaciones, Gran Bretaña y Francia cooperaron entre sí para oponerse a Estados Unidos. En los temas de territorio y seguridad, Francia tomó la delantera, Lloyd George y Wilson sólo en raras ocasiones se unieron contra Clemenceau. Los tres convinieron en que Francia debía recuperar Alsacia y Lorena, pero Wilson se opuso a la demanda de Clemenceau para anexionarse la cuenca carbonífera del Saar, que fue puesta bajo administración francesa (y supervisión de la Sociedad de Naciones) hasta que se realizara un plebiscito quince años después. Sin embargo, a los alemanes del nuevo estado de Austria, cuyo parlamento había votado para unificarse con Alemania, se les prohibió hacerlo, y los alemanes de los Sudetes fueron incorporados a Checoslovaquia. Como ninguno de estos grupos había formado parte de Alemania antes de 1914, su destino causó menos resentimiento en este país que el «corredor» creado como salida polaca al Báltico, que separó Prusia oriental del resto de Alemania. Sin embargo, gran parte de este corredor era de hecho étnicamente polaco, y de acuerdo con la iniciativa de Lloyd George se utilizaron plebiscitos para hacerlo más angosto; por otra parte, el puerto de Danzig, en su desembocadura, no fue asignado a Polonia sino que fue declarado ciudad libre bajo control de la Sociedad de Naciones. Además, hay que tener en cuenta que los Catorce Puntos habían prometido una Polonia independiente y con un acceso seguro al mar. En general, en lo que se refiere a
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los acuerdos territoriales, Alemania tenía pocos argumentos justificados para sentirse agraviada. La conferencia subrayó el contraste entre la premisa de Clemenceau según la cual Alemania no cambiaría y por tanto debía ser debilitada, y la mayor clemencia mostrada por Lloyd George y Wilson. Con todo, Lloyd George no estaba preparado para sacrificar las exigencias coloniales y navales de Gran Bretaña, y Wilson pensaba que Alemania debía experimentar varios años de castigo antes de que pudiera ser rehabilitada. En consecuencia, los aliados procuraron mantener sus principios excepto cuando el hacerlo favoreciera a Berlin. Versalles fue de hecho un tratado discriminatorio, pero sólo hasta el punto en que debía serlo, dado que una Alemania completamente soberana sería, de forma inevitable, más fuerte que sus vecinos. Los aliados y los norteamericanos acordaron limitar el ejército alemán a cien mil hombres, confiscar la mayor parte de su flota, prohibirle tener una fuerza aérea propia y crear una agencia que supervisara el desarme, la Comisión de Control Militar Interaliada (IMCC). Clemenceau también quería una ocupación permanente de Renania y crear estados tapón controlados por Francia en esta zona. A cambio de un ofrecimiento angloamericano de proteger Francia ante cualquier agresión, Clemenceau acordó la desmilitarización de Renania y fijó la duración de la ocupación en por lo menos quince años. Estas disposiciones aseguraban suficientemente que Alemania no podría comenzar otra guerra. Por otra parte, la ocupación podía terminar antes y las reparaciones reconsiderarse si una Alemania democrática convencía a sus vecinos de su buena fe. El tratado de Versalles fue más flexible de 10 que se reconoce a menudo, y hubiera podido ser utilizado para mantener a Alemania inofensiva y al mismo tiempo como marco para la reconciliación. Gran parte de ello dependería de cómo fuera puesto en práctica.
De una guerra a otra, 1920-1939 La política internacional en la década de 1920 fue eclipsada por el legado de la primera guerra mundial. En los primeros años de la posguerra proliferaron los conflictos derivados, entre los que sobresalieron especialmente la gnerra ruso-polaca, que tuvo lugar entre 1919 y 1921, Yla guerra greco-turca, ocurrida entre 1919 y 1923. Los mismos años fueron testigos de una guerra fría franco-germana, que tuvo como tema central el cumplí-
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miento de los acuerdos de paz. Las reparaciones eran el problema crucial. En 1921 los aliados aprobaron el calendario de pagos de Londres, que fijaba la responsabilidad total de los paises derrotados en 132.000 millones de marcos oro (es decir, anteriores a 1914) y programaba pagos anuales en efectivo. Estos últimos incluían además intereses y amortizaciones sobre 50.000 millones de marcos oro en bonos -c-dejando a los aliados la decisión de cuándo serían emitidos los 82.000 millones restantes, en caso de que lo fueran-c-. Las anualidades del calendario de Londres ascendían a un 7 por 100 de la renta anual de Alemania. Aunque se trataba de una cifra bastante grande, no era absolutamente imposible de pagar. Sin embargo, los alemanes no tenían ninguna intención de hacerlo. Su ministerio de Asuntos Exteriores orquestó una campaña de propaganda para minar el artículo 231 negando que la responsabilidad de la guerra correspondiera únicamente a Alemania y asegurando que el calendario era imposible de aplicar. Al retener las indemnizaciones, los alemanes pusieron a los aliados en un dilema; ningún aspecto de Versallesdividió más a los vencedores. En sus intentos por hacer cumplir el calendario, Francia se encontró aislada. Entre 1919 y 1920, Wilson no habia conseguido que el tratado de Versallesfuera ratificado por el Senado de Estados Unidos, que se oponía a comprometerse incondicionalmente en el Convenant, el pacto institucional de la Sociedad de Naciones. Estados Unidos quedó fuera de la Sociedad y de la Comisión de Reparaciones, y la oferta anglo-americana de proteger a Francia contra cualquier agresión alemana se derrumbó. Con todo, la administración republicana que asumió el mando en 1921 se comprometió más que Wilson en el reembolso aliado de las deudas de guerra. Los británicos se negaron a cancelar sus propios préstamos de guerra a Francia a menos que Estados Unidos hiciera lo mismo, yuna vez que la economía británica cayó en una aguda crisis económica en 1921, la prioridad de Lloyd George pasó a ser la de restablecer las exportaciones a Alemania más que la de exigir reparaciones. Benito Mussolini, que dirigió el gobierno italiano desde 1922 y asumió poderes dictatoriales en 1925, no ocultó su descontento con los tratados de la paz y tampoco su antagonismo hacia Francia. Entre tanto, los soviéticos intentaron mantener dividido el mundo capitalista cooperando con Alemania. Las tropas alemanas practicaron maniobras militares ilegales en territorio soviético, y de acuerdo con el tratado de Rapalla, firmado en 1922,Moscú y Berlín renunciaron a hacerse demandas financieras. La subversión promovida por la Internacional Comunista (Comintern) y los partidos comunistas occidentales hicieron aún más difícil el mantenimiento de buenas relaciones con Londres y París. Aunque Francia
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firmó pactos de seguridad con Bélgica en 1920, con Polonia en 1921 y con los tres países de la Pequeña Entente, Checoslovaquia, Rumanía y Yugoslavia, entre 1924 y 1927, estas asociaciones eran un pobre sustituto de una alianza con las grandes potencias y podían convertirse en problemáticas si Alemania revivía. A los franceses no sólo no les gustaba la idea de que Alemania pudiera recuperarse mientras su propia seguridad no estuviera garantizada, sino que además su situación financiera era desesperada. Los alemanes hicieron únicamente un pago de acuerdo con el Calendario de Londres antes de solicitar una moratoria. En enero de 1923,la Comisión de Reparaciones juzgó que se encontraban en mora y el gobierno francés, dirigido entonces por Raymond Poincaré, envió tropas a ocupar los yacimientos de carbón del Ruhr. Bélgica colaboró con los franceses, pero Gran Bretaña se mantuvo al margen. En protesta, los trabajadores del Ruhr fueron a la huelga durante ocho meses con el apoyo del gobierno alemán. El coste de subvencionar esta política de «resistencia pasiva», que de algún modo representaba la última gota tras una inestabilidad monetaria prácticamente continua desde 1918, condujo a Alemania a la hiperinflación. En septiembre de 1923 un nuevo ministerio alemán dirigido por Gustav Stresemann suspendió la resistencia. Pero de aquí en adelante Francia perdió la iniciativa. Los alemanes introdujeron una moneda nueva y estable mientras que los franceses apoyaron frustradas sublevaciones separatistas en Renania. Tras negarse a aceptar una propuesta alemana para celebrar negociaciones bilaterales, Poincaré aceptó una oferta americana para que una comisión de expertos en finanzas, presidida por el banquero de Chicago Charles Dawes, hiciera una investigación. Para cuando la comisión terminó su informe, la presión que el franco había tenido que soportar había sido enorme y Poincaré había sido sustituido por el inexperto Edouard Herriot, con el resnltado de que cuando en 1924 se adoptó el plan Dawes los franceses habían sido claramente superados. De acuerdo con el plan Dawes, un préstamo internacional (cuya mayor parte provenia de inversionistas privados norteamericanos) permitiría a Alemania reasumir el pago de sus obligaciones, aunque a una tasa mucho más baja. Los franceses desalojaron el Ruhr y perdieron la posibilidad de volver a declarar en mora a Alemania. Su capacidad para hacer cumplir el tratado de Versalles de forma unilateral se vio aún más debilitada por los tratados de Locarno, firmados en 1925. Según éstos, Francia, Alemania y Bélgica acordaban respetar sus fronteras comunes y Gran Bretaña e Italia servían como garantes del acuerdo. Las fronteras del este de Alemania no fueron protegidas de manera semejante, y como Gran Bretaña
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simultáneamente daba garantías a Francia en caso de conflicto con Alemania y a Alemania en caso de conflicto con Francia, Locarno estaba lejos de ser la alianza de grandes potencias que París anhelaba. Sin embargo, el plan Dawes y los tratados de Locarno aliviaron temporalmente los dilemas financieros y de seguridad de Francia, y los últimos años de la década de 1920 estuvieron marcados por la recuperación económica, la disminución del extremismo político y la reducción de las tensiones internacionales. Alemania ingresó a la Sociedad de Naciones en 1926,y los antiguos aliados negociaron con Berlín como socio en igualdad de condiciones. Los movimientos que apoyaban la seguridad colectiva y de unidad europea se hicieron fuertes, y los gobiernos dejaron entrever cierta inclinación hacia estos objetivos. De acuerdo con los términos del pacto Kellogg-Briand de 1928,la mayoría de los estados prometieron renunciar a la agresión bélica. El plan Briand de 1930 fue una propuesta del ministro de Asuntos Exteriores francés para una confederación y un mercado común europeos, aunque se hundió frente a las objeciones de alemanes y británicos. Las bases de este optimismo eran frágiles. El ejército alemán se encontraba ya preparándose para la guerra, y el interés de Stresemann, ministro de Asuntos Exteriores hasta 1929, en mantener unas relaciones distendidas con Occidente fue esencialmente una estratagema. Al desmantelamiento de Versalles siguió el de Locarno. En 1926, la Comisión de Control Militar Interaliada fue cancelada, y en 1930, cinco años antes de lo previsto, las últimas fuerzas aliadas abandonaron Renania a cambio de un nuevo y supuestamente definitivo calendario de indemnizaciones, el plan Young. El renacimiento después de 1924 de la implicación diplomática anglo-americana en Europa no fue ningún sustituto de Versalles como fundamento de la seguridad de Francia. La garantia británica dada en Locarno no fue seguida ni por el rearme británico ni por la elaboración de un plan militar de emergencia. Estados Unidos siguió mostrándose políticamente no comprometido, y aunque entre 1924 y 1928 los inversionistas americanos colocaron en Alemania dos veces lo que Alemania pagaba en indemnizaciones de guerra, después del desplome de Wall Street en 1929 los préstamos norteamericanos fueron cobrados y esto intensificó la caída alemana en la depresión económica y ayudó a que los bancos de Europa central se hundieran en la insolvencia. Después de Locarno, las potencias vencedoras confiaron la estabilidad europea a la supervivencia de los moderados alemanes, pero mucho antes de que Adolf Hitler llegara al poder en 1933 ésta parecía ya improbable. Tan pronto como las tropas francesas abandonaron Renania, la diplomacia alemana se hizo más firme y enérgi-
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ca. El año 1931 fue testigo del más alto gasto militar alemán, de una iniciativa de Berlin para una unión aduanera con Austria (iniciativa a la que dio fin la presión financiera de Francia sobre Viena) y de una nueva solicitud de moratoria de las reparaciones de guerra. Tras la congelación de los pagos de las reparaciones y de la deuda de guerra iniciada por Herbert Hoover, se celebró en 19321a conferencia de Lausana, en la que se dieron por terminadas las reparaciones. Con todo, las substanciales concesiones que los aliados hicieron a la República de Weimar entre 1919 y 1933 no consiguieron salvarla, y es dudoso que más concesiones de este tipo hubieran logrado mantener viva la democracia alemana. En el proceso, los aliados habían desmontado la mayor parte de la maquinaria creada en 1919 para evitar que Alemania reanudara las hostilidades, y las consecuencias de sus acciones pronto pasaron a ser graves. Después de 1933,tres circunstancias condujeron Europa a un nuevo desastre: el impulso hacia la guerra de la Alemania nazi; el «apaciguamiento» de las demás potencias que le permitieron crecer hasta ser lo bastante fuerte para emprenderla; y el abandono final de ese apaciguamiento que condujo a Gran Bretaña y a Francia a ofrecer garantías a Polonia en 1939 y a declarar la guerra a Alemania cuando Hitler invadió el país. Hitler quería la guerra. La consideraba inevitable y deseable, el motor de una renovación racial. Esto no significa, sin embargo, que él planeara o deseara la guerra con Occidente que comenzó en 1939. Hay que tener en cuenta que, a comienzos de la década de 1920, Hitler había estado más interesado en lanzar un ataque sobre la Unión Soviética que erradicara el bolchevismo y dotara al pueblo alemán de autosuficiencia económica y territorios para colonizar. Siendo un hombre cuya experiencia vital más profunda era su servicio militar entre 1914 y 1918, Hitler había sido llevado a la política por la derrota de Alemania. El programa de política extranjera esbozado en su Mein Kampf, escrito entre 1924 y 1925, consistía en la recuperación mediante la fuerza de la posición internacional de Alemania, aunque evitando los errores de la guerra pasada. Al ganar a Gran Bretaña e Italia contra Francia, esperaba acabar con las limitaciones del Tratado de Versalles,antes de lanzarse a conquistar un «espacio vital» en el este. Al ser nombrado canciller en 1933, Hitler declaró que sus propósitos eran pacíficos y limitados, pero en privado continuó considerando la expansión hacia el este como uno de sus objetivos, y en los meses que siguieron a su designación emprendió el rearme secreto y masivo de Alemania. Con todo, Hitler no tuvo en sus primeros años el completo control de la política que tendría después, y se sentía menos arrogantemente confia-
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do en sus cálculos de lo que estaría más adelante. Estaba al tanto de la vulnerabilidad alemana y temía que franceses y polacos organizaran un ataque preventivo. En 1934, cuando después de un intento de golpe nazi en Austria Mussolini desplazó tropas hacia el paso del Brennero, Hitler retrocedió. Por 10 menos hasta que remilitarizó Renania en 1936, fue posible disuadirlo de emprender cualquier acto de agresión. Los vencedores de 1918 tuvieron durante poco tiempo una tercera opción entre el apaciguamiento y el librar otra guerra importante. Pero si elegir una acción preventiva había sido difícil antes, después de 1936 sólo las peores opciones quedaban disponibles. Hay épocas, como Maquiavelo advirtió a su príncipe, en las que la inacción es el más peligroso de todos los caminos. Los años que van de 1933 a 1938 fueron testigos de una serie de acciones unilaterales por parte de Alemania a las que los antiguos aliados sólo respondieron con pasividad (por no decir que las estimularon). En 1933 Alemania abandonó la Sociedad de Naciones y la conferencia de desarme de Ginebra; en 1935, después de recuperar el Saar en el prometido plebiscito, Hitler anunció que restablecía el reclutamiento y que había creado una fuerza aérea; en 1936 reocupó Renania y envió fuerzas de combate para ayudar a Francisco Franco y los nacionalistas en la guerra civil española; en marzo de 1938 se anexionó Austria y luego los Sudetes, en poder entonces de Checoslovaquia, tras obtener el consentimiento de Gran Bretaña, Francia e Italia en septiembre, durante la conferencia de Munich. Hitler no sólo rearmó a Alemania y consiguió hacerse con fronteras más defendibles, sino que también incentivó la formación de un frente revisionista contra el status quo posterior a 1918 en el que participaron Japón, Italia y, finalmente, la Rusia soviética. La coalición anti-alemana de la primera guerra mundial pareció hacerse pedazos sin posibilidad de reparación, y el nuevo patrón de las alineaciones era mucho menos favorable a Occidente. Sin embargo, para entender el origen del apaciguamiento en Europa es necesario considerar antes lo que ocurría fuera de ella. La depresión económica que tuvo lugar entre 1929 y 1933 debilitó las fuerzas favorables a Occidente en Tokio y consolidó a quienes deseaban un bloque en el este asiático dominado por los japoneses. Durante la crisis de Manchuria de 1931-1933, los japoneses establecieron un estado marioneta en la región y abandonaron la Sociedad de Naciones después de ser censurados por ella, mientras que las potencias occidentales se limitaron a hacer protestas diplomáticas. Es dudoso que el ejemplo de Manchuria haya inspirado directamente posteriores agresiones en Europa, aunque la retirada japonesa de la Sociedad pudo haber animado a Hitler a hacerlo
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siete meses más tarde. No obstante, tanto en la crisis de Renania de 1936 como en la de los Sudetes de 1938, los jefes del Estado Mayor británico advirtieron a su gobierno que una guerra contra Alemania significaría probablemente una guerra contra Italia y Japón, y que Gran Bretaña no podía ganar una guerra semejante. Incluso antes de que los japoneses firmaran el pacto Anti-Comintern con Hitler en 1936, habían minado las posibilidades de ofrecerle resistencia. Lo mismo habia hecho Estados Unidos al aprobar tres Leyes de Neutralidad entre 1935 y 1937. La tercera yde más amplio alcance, estipulaba que en caso de que una guerra, civil o entre naciones, afectara a la seguridad norteamericana, el presidente debía prohibir los préstamos y la venta de armas a los beligerantes, así como que los norteamericanos viajaran en sus embarcaciones. Además, el presidente podía hacer depender el comercio de otras mercancías del sistema «cash and carry»: es decir, las mercancías debían ser pagadas al ser recibidas y debían ser transportadas en las propias naves de los beligerantes. Aunque esta última disposición beneficiaba a Gran Bretaña más que a Alemania, la legislación fue pensada para evitar que Estados Unidos fuera conducido a una segunda guerra mundial de la misma forma que había sido llevado a entrar en la primera. La leyera reflejo del temperamento vehemente pacifista y aislacionista del Congreso norteamericano, temperamento al que el presidente de Estados Unidos, Pranklin Roosevelt, no se resistió; Roosevelt, además, necesitaba que el Congreso aprobara su programa «New Deal» y simpatizaba con las Leyes de Neutralidad siempre y cuando éstas le dieran vía libre. Hitler veía a Estados Unidos como un enemigo a largo plazo, pero creía que había sido debilitado por la Depresión y prácticamente no lo tuvo en cuenta en sus cálculos. Los británicos, en cambio, se encontraban en un aprieto, sin ayuda no podían ganar una guerra corta contra Alemania y tampoco pagar una larga, y la posibilidad de librar otra guerra larga con el apoyo de los americanos parecía ahora descartada. Esto reforzó todas las opiniones que desaconsejaban por completo arriesgarse a entrar en una nueva guerra. Dentro de Europa, la decisión de actuar o no contra Hitler residía en primera instancia en los franceses, pero su sistema de alianzas después de 1918 se encontraba en una avanzada decadencia. Hitler le dio un duro golpe cuando firmó en 1934 un pacto de no agresión con Polonia, que neutralizaba el peligro de una acción preventiva franco-polaca contra él. La depresión disminuyó la capacidad de Francia para ayudar a sus socios económicamente, y la remilitarización de Renania hizo que fuera casi impo-
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sible colaborar militarmente. Además, entre 1936 y 1937, Yen parte debido a la presión interna de la población flamenca para que asumiera una posición más neutral y menos francófila, Bélgica se retiró de su acuerdo militar de 1920 y dejó a Francia expuesta a una nueva invasión alemana por el norte. Con todo, las nuevas posibilidades de cooperación con la Rusia soviética y la Italia fascista compensaron potencialmente la evolución de estos acontecimientos. Por algún tiempo pareció que ambos, Rusia e Italia, estaban dispuestos a unirse a Francia y Gran Bretaña para contener la agresión alemana, pero hacia 1939 los dos países habían empezado a reconsiderar sus posiciones respectivas. Es probable que este desenlace hubiera podido evitarse. Después de que Hitler llegara al poder, la Unión Soviética experimentó con la política de la «seguridad colectiva» defendida por el comisario de Asuntos Exteriores de Stalin, Maxim Litvinov. La Unión Soviética ingresó en la Sociedad de Naciones en 1934 y firmó acuerdos de protección con Francia y Checoslovaquia, con el objetivo declarado de disuadir a Hitler de iniciar cualquier tipo de agresión. La Internacional Comunista apoyó la política del «Frente Popular», que promovía la cooperación entre partidos comunistas y no comunistas contra el fascismo. Ahora bien, 10 que hizo posible este cambio de enfoque fue la ruptura de Hitler con la amistad soviéticoalemana que habia sido inaugurada en el tratado de Rapallo. Con todo, Stalin continuó intentando acercarse a Berlín, y es posible que tan sólo hubiese tolerado las iniciativas de Litvinov porque la actitud de Alemania le dejaba pocas alternativas. Pero la conformidad de Gran Bretaña y Francia con la expansión de Italia y Alemania, y su incapacidad para unirse a Stalin en ayuda de los republicanos en la guerra civil española, pone en duda el valor de su asociación incluso antes de que pusieran fin a la crisis de los Sudetes en una conferencia a cuatro bandas con Hitler y Mussolini a la que Stalin, a pesar de sus acuerdos con París y Praga, no fue ni siquiera invitado. Mussolini, por su parte, poseía al igual que Hitler una visión de la política exterior que se remontaba a comienzos de la década de 1920 y que tenía como centro la dominación italiana del Mediterráneo. Sin embargo, Mussolini deseaba contener el avance de Alemania, como demostró con su oposición al control nazi de Austria y nuevamente, en abril de 1935, al unirse a Gran Bretaña y Francia en el llamado «frente de Stresa» para condenar el rearme alemán. Pero la insinuación de que Londres y París estaban dispuestos a concederle partes de Abisinia (Etiopía) pudo haberlo animado a invadir este país en septiembre de 1935 suponiendo que podía absorberlo
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y,al mismo tiempo, mantener el frente de Stresa. Desafortunadamente para el líder italiano, la fuerte reacción de la opinión pública británica contra esta agresión condujo a británicos y franceses a desarrollar una política de dos caras, y mientras secretamente ofrecían partir Abisinia, públicamente promovían sanciones económicas contra Italia a través de la Sociedad de Naciones. Sin importarle lo que pudiera suceder, Mussolini conquistó Abisinia, y la crisis despoj6 a la Sociedad de lo que le quedaba de credibilidad y, al mismo tiempo, arrojó a Roma a los brazos de Berlín. A principios de 1936, Mussolini dijo a Hitler que él no continuaría cumpliendo con su obligación, según el tratado de Locarno, de mantener desmilitarizada Renania y que estaba dispuesto a reducir su apoyo a Austria. Pero incluso después de hacer esto, Mussolini habría podido reconstruir sus lazos con Londres si no hubiera sido por el estallido de la guerra civil española en julio de 1936 y los casi tres años de ayuda italiana y alemana a los rebeldes nacionalistas, en oposición a los esfuerzos de británicos y franceses por mantener una fachada de no intervención. Después de alinear su política exterior con la de Alemania en el Eje Roma- Berlín de noviembre de 1936, Mussolini no hizo nada para salvar a Austria en 1938 y firmó una alianza con Alemania en mayo de 1939, el llamado Pacto de Acero. Aunque en privado todavía recelaba de Hitler, el líder italiano había decidido proteger sus intereses mediante la expansión, en paralelo con Alemania, antes que conla contención, en asociación con un Occidente incapaz. La respuesta de Francia a la toma del poder de Hitler fue, por lo tanto, buscar alianzas disuasorias en lugar de emprender una intervención preventiva. La crisis de Renania de 1936 puso de relieve las razones para esta pasividad. Después de que la libra esterlina y el dólar se devaluaran entre 1931 y 1933, el franco qued6 expuesto y una acci6n militar habría ejercido una presión aún mayor sobre la divisa que la de 1924. La economía de Francia se recuperó de la Depresión de forma más lenta que la de Alemania, y el déficit de las finanzas públicas francesas era persistente. En el momento en que Hitler reocupó Renania en marzo de 1936, el gobierno francés sólo podía pagar sus cuentas gracias a la ayuda de un préstamo de la Hacienda británica. Mientras que Alemania tomaba la delantera sin contemplaciones, Francia había puesto límites a su presupuesto de defensa (y antes que a aviones y tanques, los fondos disponibles se destinaron a las fortificaciones fronterizas de la Línea Maginot). La crisis económica había intensificado el conflicto interno, beneficiando con ello tanto a los comunistas como a la derecha paramilitar, y cuando Hitler atacó, Francia tenía un gobierno provisional y estaba a pocas semanas de realizar unas elecciones cruciales.
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Como los líderes del ejército francés 1).0 tenían ningún plan de contingencia para un ataque repentino y sobrestimaban-acaso deliberadamente-la capacidad militar alemana, sólo pudieron recomendar una movilización completa y advirtieron que Hitler estaba ya en condiciones de repeler un ataque francés. La guerra contra él sería una empresa larga y costosa, enla que Francia debía tener a Gran Bretaña de su lado. De la misma forma en que Londres no se arriesgó a tomar represalias reales contra la reocupación de Renania, tampoco lo hizo París. Tras la crisis del Ruhr en 1923, los líderes franceses habían aprendido muy bien los peligros de una acción unilateral. Los acuerdos de Locarno eran suficientemente vagos como para permitir que Gran Bretaña evadiera cualquier compromiso sobre represalias militares, pero de todos modos las posibilidades de que Francia asumiera tal tarea eran mínimas. y después de marzo de 1936, cuando Hitler pudo fortificar su frontera occidental, Francia fue consciente de que en futuras crisis sería incluso menos capaz de emprender acciones de manera independiente. Tanto al abandonar a su suerte ala República Española en 1936 como alos checos en 1938, París se sinti6 obligado a seguir el ejemplo de Londres. Las razones para el apaciguamiento no eran menos poderosas en Londres, y el apaciguamiento británico no significó simplemente conformidad ante los fait accomplis de Hitler sino la búsqueda activa de un acuerdo, a menudo a costa de terceros. En junio de 1935 Gran Bretaña rompió con el frente de Stresa al firmar un acuerdo naval con Hitler; y más tarde, en 1936, en vez de oponerse a la reocupación de Renania, emprendió inútiles negociaciones para un pacto sobre el espacio aéreo. Después de convertirse en primer ministro en 1937, Neville Chamberlain ofreció concesiones comerciales y coloniales a Alemania y toleró-las ampliaciones territoriales de su frontera oriental. Esta persistente búsqueda de acuerdos no se debía sólo a la presión de la opinión pública británica. Aunque es cierto que durante los primeros años de la década de 1930 ésta dio un giró bastante marcado hacia el aislacionismo, en 1938, cuando se firmó el pacto de Munich, los sondeos de opinión revelaban que había un gran escepticismo respecto a la política de Chamberlain. Los ministros ingleses compartían tanto la aversión por la guerra como la francofobia de sus ciudadanos, pero fueron mucho más lejos de lo que la opinión pública los forzó y utilizaron su influencia sobre la prensa y la BBC para que no se prestara atención a las voces contrarias al apaciguamiento. Además, pese a resultar bastante convincentes, las consideraciones económicas y estratégicas tampoco resultan suficientes para explicar el apaciguamiento. Los recortes de Gran Bretaña a su presupuesto de defensa en la década de 1920 y sus compromisos en todo el mundo
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la habían dejado con demasiadas obligaciones financieras para enfrentarse contra la «Triple Amenaza» que formaban Alemania, Japón e Italia. De acuerdo con el punto de vista del Ministerio de Hacienda, Gran Bretaña no debía correr el riesgo de agotar sus reservas de moneda extranjera en un rearme prematuro. Pero incluso si decidía rearmarse, estaba claro que no tendría forma de responder a los bombarderos alemanes que, se esperaba, reducirían Londres a escombros si estallaba la guerra. Chamberlain, por lo tanto, tenía excelentes razones para evitar un conflicto innecesario: pero era también un hombre con una misión y no puede ser exonerado de los cargos de ingenuidad y excesiva confianza en el Führer. En Munich apremió a los franceses y a los checos para que accedieran a una capitulación que debilitó estratégicamente a Occidente y que, sin conseguir satisfacer a Hitler, les distanció de Stalin. Si las razones para el apaciguamiento eran tan abrumadoras, ¿por qué al final Gran Bretaña y Francia renunciaron a él en favor de una estrategia que pretendía contener y disuadir a Alemania pese a no contar con un factor -c-una alianza con la Unión Soviética-s- que pudiera haberla hecho efectiva? El 15 de marzo de 1939 Hitler rompió los acuerdos de Munich ocupando Praga y el resto de Checoslovaquia; dos semanas más tarde, Gran Bretaña y Francia sirvieron como garantes de la independencia de Polonia. Pero esto no disuadió a Hitler, quien atacó Polonia el 1 de septiembre, animado por un pacto de no agresión firmado con Stalin el 23 de agosto. Dos días después de la invasión de Polonia, Gran Bretaña y Francia declararon la guerra a Alemania. Necesitamos examinar a continuación a cada uno de los bandos: el alemán, el occidental y el soviético. Hitler no sabía cuándo detenerse. Que fuera incapaz de conformarse con lo que había ganado tras el pacto de Munich se debió menos a las necesidades de la economía alemana (que había tenido que soportar mayores presiones por causa del rearme entre 1935 y 1936 que entre 1938 y 1939), que a las obsesiones de su propia personalidad. Era un hipocondríaco inquieto, consideraba que el tiempo estaba contra él y sentía que en Munich lo habían engañado quitándole una guerra. Durante la conferencia «Hossbach» (que debe su nombre al oficial que levantó el acta) en noviembre de 1937, Hitler había dicho a sus jefes militares que su propósito era derrotar a Austria y Checoslovaquia antes de enfrentarse a Gran Bretaña y Francia y antes de emprender una guerra por el espacio vital hacia mediados de la década de 1940. Después de Munich, empezó a negociar con Polonia, no sólo sobre Danzig y el «corredor polaco», sino también con el objetivo de alinear las políticas exteriores de Berlín y Varsovia. Cuando los polacos re-
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chazaron sus términos, Hitler decidió utilizar la fuerza antes de las lluvias de otoño. Si el ataque de Austria-Hungría contra Serbia fue el detonante de la primera guerra mundial, el ataque de Alemania a Polonia fue el detonante de la segunda. Sin embargo, a diferencia de 1914, el que Gran Bretaña y Francia ofrecieran garantías a Polonia aclaraba -o debió haber aclarado-e- de manera inequívoca que esta guerra no podría circunscribirse a un escenario limitado. Los dos gobiernos occidentales habían comenzado a reaccionar contra el apaciguamiento casi al mismo tiempo que firmaban el pacto de Munich, estimulados por el endurecimiento de la opinión pública en sus países y por el rumor de que en invierno los Países Bajos podían convertirse en el siguiente blanco de Alemania. Sin embargo, el acontecimiento clave fue la ocupación de Praga, para la que no había ninguna justificación por razones de autodeterminación o de legítima revisión de un tratado, e implicaba que las ambiciones de Hitler no tenían límite. Para ese momento, las campañas de rearme de británicos y franceses habían empezado a funcionar y el radar y los cazas monoplanos habían comenzado a ofrecer una defensa creíble de Londres, pero en realidad la principal razón para que la política occidental se modificara fueron las acciones de Hitler en sí mismas. En los días que siguieron a la caída de Praga, se informó de que Alemania estaba amenazando a Polonia y de que podría tomar el control de la producción de petróleo de Rumanía. Fue entonces cuando Gran Bretaña y Francia sintieron que debían actuar sin demora y ofrecieron garantías de ayuda a Varsovia y a Bucarest en caso de que fueran atacadas. Su propósito, si la guerra estallaba, era mantener la existencia de un frente oriental y conseguir que Alemania siguiera siendo vulnerable a un bloqueo, aunque su verdadera prioridad era disuadirla de emprender posteriores expansiones hasta que las circunstancias favorecieran una vez más la negociación. Hitler, sin embargo, tenía en poca consideración la fuerza de voluntad de británicos y franceses, y el único acontecimiento que lo hubiera podido hacer vacilar era una alianza anglo-franca-soviética. El pacto nazi-soviético descartó esta posibilidad. Hacia 1939 la acumulación de decepciones administradas por Occidente habían minado la posición de Litvinov, a quien Stalin sustituyó por Viacheslav Molotov en mayo, y el pacto de Munich reforzó las sospechas de Moscú de que Gran Bretaña y Francia pensaban que, tal y como dijo Stalin, la Unión Soviética estaba para sacarles las castañas del fuego. Pero la principal diferencia era que ahora Hitler quería un acuerdo. Un pacto con Stalin le permitiría atacar Polonia con la esperanza de disuadir a Oc-
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cidente de intervenir y con la seguridad de que si la disuasión fallaba podría evitar un bloqueo occidental. Hitler estaba dispuesto a prometer a Stalin todo el territorio que éste deseara; un protocolo secreto, adicional al pacto, estipulaba que en caso de una «reorganización territorial y política» el este de Polonia, Finlandia, los países bálticos y Besarabia (en Rumanía) caerían dentro de la esfera de influencia de la Unión Soviética. Gran Bretaña y Francia estaban negociando con Moscú al mismo tiempo, pero su situación era diferente y vacilaban entre aprobar la intervención soviética en los paises bálticos o llegar a un acuerdo que permitiera a las tropas soviéticas atravesar territorios rumanos y polacos. No tenían ningún plan para una acción militar conjunta y, dadas las purgas que había sufrido el Ejército Rojo desde 1937, dudaban de! valor de Stalin como aliado. Por lo tanto el pacto fue firmado, y es probable que Stalin esperara que Alemania y Occidente se machacaran mutuamente como habían hecho entre 1914 y 1918 mientras él se rearmaba sin correr riesgos. Como había sucedido en 1914, lo que había empezado como una guerra local se amplió. Larazón para ello fue que los gobiernos británico yfrancés creyeron que una mayor expansión alemana destruiría el equilibrio del poder y que si ellos se mantenían al margen, tarde o temprano les llegaría su turno. Una vez más los alemanes creyeron que tenían una ventaja temporal en la carrera armamentística, y aunque por su parte Gran Bretaña y Francia estaban mejor preparadas que antes, no estaban en condiciones de permitirse mantener una alta preparación por mucho tiempo. Es probable que, en cualquier caso, la intención de Hitler fuera atacar a Occidente, quizá en una fecha tan temprana como 1940, y mientras él mantenía a sus enemigos divididos, sus tropas estaban preparadas para conflictos cortos, claramente localizados. Las democracias, por el contrario, esperaban que el bloqueo y el bombardeo les trajeran una victoria relativamente fácil.· Una vez se hubieron convencido de que tenían que correr el riesgo de ir a la guerra, comenzaron a sentirse más seguras de que podían ganarla.
La segunda guerra mundial y el día después, 1939-1945 Para empezar, la segunda guerra mundial pareció en Europa una continuación de la primera. Mientras que entre 1914 y 1918, Alemania triunfó
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en el este y fue derrotada por un estrecho margen en el oeste, entre 1939 y 1945 triunfó primero enel oeste y luego fue derrotada en el este, en gran parte por la Unión Soviética, mientras que los estratégicos bombardeos anglo-estadounidenses y la campaña en el noroeste de Europa también se encargaron de garantizar entre 1944 y 1945 que esta vez Alemania fuera derrotada por completo. La primera diferencia espectacular en el desarrollo de ambos conflictos se dio con la caída de Francia. Los franceses contaban con un ataque alemán, y su primera prioridad era detenerlo. A diferencia de lo que sucedió en 1914, en esta ocasión planearon no emprender ofensivas inútiles, y se propusieron proteger el territorio francés mediante la línea Maginot. En mayo de 1940, cuando Alemania atacó a través de los Paises Bajos, las divisiones de franceses y británicos no eran muy inferiores a las alemanas yel ejército francés tenía más tanques o al menos de una calidad comparable, aunque es cierto que en el aire los aliados eran mucho más débiles. Después de enviar gran parte de sus mejores unidades hacia el norte, los franceses fueron sorprendidos cuando los alemanes perforaron sus defensas en Sedán. Enfrentados a un ritmo de combate mucho más rápido de lo que habían esperado, no pudieron tapar el boquete hasta que los británicos, y muchas de sus propias fuerzas, habían sido interceptados o habían tenido que ser evacuados. Si bien hay razones militares y técnicas que pueden explicar la derrota francesa, la decisión de buscar un armisticio y otorgar plenos poderes al mariscal Philippe Pétain, en lugar de continuar la lncha desde e! extranjero, fue e! resultado de factores politicos y psicológicos profundamente arraigados. Estos factores incluían el terrible coste de la victoria en la primera guerra mundial, la ausencia de aliados en el continente, la falta de confianza en los británicos y el miedo a una revolución en el país. Gran parte de la población saludó el armisticio con alivio. En Londres, en cambio, el gobierno entrante con Churchill a la cabeza resolvió (para exasperación de Hitler) rechazar los intentos de acercamiento de Alemania y seguir adelante al menos para explorar si podía mejorar su posición para negociar. La combinación de la derrota francesa con la resistencia británica puso en movimiento una serie de procesos que entre 1940 y 1941 globalizaron la guerra. En esta fase de globalízacíón, hubo tres acontecimientos sobresalientes. El primero fue la entrada de ltalia en la guerra en junio de 1940. En septiembre de 1939 Mussolini no se sentia preparado para las hostilidades y evitó embarcarse en una empresa sobre la que había sido someramente consultado; y en 1940 sólo declaró la guerra cuando la derrota de los franceses
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era evidente y no los atacó hasta que hubieron solicitado un alto al fuego. Mussolini no actuaba movido por una solidaridad ideológica con Hitler ni por consideración personal hacia él, sino como parte de su programa de seguir el paso marcado por Alemania mediante expansiones paralelas. De hecho, como había sucedido en 1915, Italia supuso que el fin del conflicto estaba mucho más cerca de lo que en realidad estaba, y esta vez ni siquiera se unió al bando ganador. Las ofensivas italianas contra Grecia y Egipto en otoño fracasaron de forma estrepitosa, y para continuar luchando, Mussolini tuvo que aceptar la dependencia de Alemania que, precisamente, había esperado evitar. No obstante, su intervención llevó primero a Gran Bretaña y luego a Estados Unidos a una campaña mediterránea que dominó su estrategia hasta 1944. En segundo lugar, la caída de Francia fue la condición previa para la invasión de la URSS iniciada por Hitler en junio de 1941. La operación «Barbarroja» marcó el punto culminante de ambiciones que había alimentado durante dos décadas. Aunque en Mein Kampfhabia advertido de la locura que suponía librar una guerra en dos frentes, en el verano de 1940 Hitler habló por primera vez a sus generales de la invasión de Rusia corno un medio de forzar a Gran Bretaña a solicitar la paz. No puede saberse con seguridad si Hitler se tomó con seriedad este razonamiento o si de verdad su preocupación central era la guerra en el oeste, pero el hecho es que pasó por alto formas menos indirectas de presionar a Gran Bretaña, como intensificar la producción de U-boats o enviar más fuerzas contra Egipto. Más relevante para la decisión de Hitler fue que tras la caída de Francia (que probablemente había afectado de manera muy grave los cálculos de Stalin) la Unión Soviética aceleró su rearme, y la rivalidad entre Berlín y Moscú se extendió por toda Europa. Los soviéticos habían tomado el este de Polonia, los paises bálticos, Besarabia y parte de Finlandia entre 1939 y 1940; pero también se habían apoderado de Bucovina (algo que el pacto nazi-soviético no les prometía), lo que los había llevado peligrosamente cerca de los campos petrolíferos de Ploesti en Rumanía. Tanto éstos como las minas de níquel de Petsamo en Finlandia eran vitales para el esfuerzo bélico alemán. A lo largo de 1940, tropas alemanas fueron desplazadas a Rumanía y Finlandia, y Bulgaria se convirtió en aliado alemán. En diciembre, después de un fracasado intento de renegocíar las esferas de influencia de ambos bandos cuando Molotov visitó Berlín, Hitler ordenó iniciar la invasión de Rusia en 1941. Con todo, las fricciones diplomáticas con Moscú fueron probablemente menos cruciales para esta decisión que la hostilidad ideológica de Hitler hacia los soviéticos, su propio exceso de
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confianza y el de sus generales, así como la opinión de todos ellos de que la caída de Francia proporcionaba una oportunidad que no duraría mucho tiempo. Estarían atacando a un adversario que los excedía de forma substancial en el número de tanques, aviones y hombres. Aunque Rusia tenía bastante más espacio para maniobrar que Francia, los alemanes previeron que conseguirían la victoria en una batalla de encerramiento en la frontera. Esperaban avanzar tan rápido que podrían ganar intactos el trigo y el petróleo que, de forma tan generosa, les había estado suministrando Stalin; y no hicieron ningún tipo de preparativos para una campaña de invierno. La tercera consecuencia de la caída de Francia fue la alianza atlántica entre Estados Unidos y Gran Bretaña. La Ley de Neutralidad que Estados Unidos había aprobado en 1937 se hizo efectiva cuando estalló la guerra, y (más allá de hacerla menos rígida para permitir la ventas de armas y los préstamos) Washiugton poco hizo al principio para ayudar a los aliados. Pero la ley había sido aprobada pensando que Gran Bretaña y Francia podían evitar que Alemania amenazara el hemisferio occidental, y el derrumbamiento de Francia tuvo como consecuencia una nueva y radical revaluación de estas expectativas. Roosevelt se puso en marcha para fortalecer las defensas del hemisferio occidentaly para mantener a Gran Bretaña en la lucha como si en efecto fuera un representante de los norteamericanos. En septiembre de 1940, vendió a Londres cincuenta viejos destructores a cambio de poder construir bases en territorios británicos del Canadá y el Caribe; en marzo de 1941, la ley de Préstamo y Arriendo lo autorizó a proporciouar hasta siete mil millones de dólares en mercancías a una Gran Bretaña que se acercaba a la bancarrota; y pronto se aprobó que buques de guerra norteamericanos sirvieran de escolta a los convoyes británicos y que buques mercantes estadounidenses viajaran directamente a los puertos británicos. La Ley de Neutralidad quedó hecha trizas, y en la conferencia atlántica de agosto de 1941, Roosevelt y Churchill hicieron pública una declaración de principios conjunta sobre los acuerdos de la posguerra. De una postura discreta y no provocadora, Estados Unidos había pasado a tener una posición de importancia en el conflicto. Ninguno de estos hechos significaba que Roosevelt hubiera decidido intervenir o que deseara hacerlo. Por el contrario, la ley de Préstamo y Arriendo para Gran Bretaña (y después de agosto de 1941 también para Rusia) era una alternativa a una declaración de guerra norteamericana que ni el Congreso ni la opinión pública apoyarían todavía. Dado que Hitler, con una contención que no le era característica, vacilaba entre responder y no,
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lo que precipitó la intervención norteamericana fue al final otra de las consecuencias de la caída de Francia: el vado de poder en el sureste asiático. Con Francia y Holanda derrotadas y Gran Bretaña contra la pared, una franja de colonias europeas ricas en recursos quedaron desprotegidas, y los líderes de Tokio decidieron realizar un «avance hacia el sur» en la región. Aunque el pacto Tripartito de septiembre de 1940 entre Italia, Alemania y Japón tenia como propósito cubrir esta expansión y disuadir a los norteamericanos de intervenir, de hecho confirmó las sospechas de Washington de que Occidente se enfrentaba a una agresión coordinada del Eje. Tanto para salvaguardar el acceso británico a las materias primas de Malaya como para aliviar a la Unión Soviética de la presión de dos frentes, Roosevelt apretó las tuercas a Toldo. El proceso culminó en julio de 1941 con un embargo comercial que amenazó con llevar a Japón al agotamiento de sus reservas de petróleo y lo condujo a arremeter en diciembre contra Malaya y contra las Indias Orientales holandesas, que poseían yacimientos petrolíferos, así como contra la flota americana en Pearl Harbor. Hitler, que creía entonces que la guerra con Estados Unidos era inevitable y deseaba ganarse la buena voluntad de los japoneses, rechazó a sus consejeros y declaró la guerra a Washington. Con la entrada de Estados Unidos se completó la globalización del conflicto, y la coalición anti-alemana de 1917-1918 renació. En vez de representar nuevamente el callejón sin salida de la lucha anterior, la segunda guerra mundial se asemejó más a un ir y venir: una rápida expansión del Eje seguida de una larga retirada. En muchos sentidos este conflicto fue más total que su predecesor. Mientras que la guerra de trincheras, con todos sus horrores, había concentrado la lucha en la zona limitada por la matanza, entre 1939 y 1945 fueron ocupadas y devastadas partes mucho mayores de Europa. Los civiles tenían muchas más probabilidades de sufrir bombardeos aéreos y, también, de participar en movimientos de resistencia y en la guerra partisana. Características de este conflicto, en gran parte del continente, fueron las expediciones de castigo a aldeas desafortunadas. Ésta fue también una guerra ideológica en la que los desacuerdos entre los regímenes occidentales, fascistas y comunistas eran mucho más profundos que los que habían vivido los estados liberales y autocráticos entre 1914 y 1918. Estas circunstancias le dejaron pocas oportunidades a la diplomacia. Las principales tentativas de paz se dieron entre 1939 y 1940, con los países neutrales intentando mediar y Hitler tanteando a ambos aliados occidentales, a Francia, antes de que cayera, y a Gran Bretaña, antes de que decidiera continuar con la guerra. Después de esto, la incom-
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patibilidad radical entre los objetivos bélicos de ambos bandos redujo el número de posibilidades de acuerdo. La doctrina angloestadounidense de la «rendición incondicional», anunciada en la conferencia de Casablanca en enero de 1943, impidió pactar la paz con los regímenes del Eje existentes. Aunque los líderes occidentales concedieron un alto al fuego a un gobierno dirigido por el rey y los militares italianos después de que expulsaran a Mussolini en julio de 1943, no había posibilidad de que ellos negociaran con Alemania hasta que hubieran destruido al gobierno nazi. En cambio, parece ahora que Stalin, enfrentado a la formidable tarea de reconquistar gran parte de su propio país a un coste inmenso, ofreció a través de Suecia alguna tentativa de paz a los alemanes en el invierno de 19421943, aunque éstos no respondieron a ella. Pero no eran solamente los gobiernos enfrentados en la segunda guerra mundial los que estaban más polarizados que en la primera. Los frentes nacionales eran más sólidos. En Alemania, la Unión Soviética y Japón esto se debió en parte a la represión, pero en ambos bandos era también reflejo de los altos costes de la derrota, así como de un manejo de la opinión pública y de la economía mucho mejor que el de 1914-1918. Incluso se invirtieron porcentajes más altos del producto nacional bruto en la producción orientada a la guerra, si bien fueron las economías británica, norteamericana y alemana las que más éxito tuvieron en su lucha contra la inflación y en su intento de proteger el nivel de vida (aunque en el caso de Alemania, con la ayuda del saqueo de los territorios ocupados y el uso generalizado de mano de obra esclava). En la Unión Soviética el nivel de vida, que ya era lamentablemente bajo, descendió de forma considerable, pero la barbarie de la invasión nazi y la desesperación ante los problemas que afrontaba el país le proporcionaron la voluntad necesaria para ganar. De manera inversa, el miedo a las represalias rusas alentó la resistencia alemana durante el lento repliegue de Stalingrado a Berlín que tuvo lugar entre 1943 y 1945. La globalización de la guerra no hizo que el triunfo aliado fuera inevitable. Tal era la pérdida de territorio y de capacidad industrial inflingida a la Unión Soviética y tan sin preparación estaban los Estados Unidos, que en 1942 los ejércitos del Eje no eran mucho más pequeños que los de los aliados y eran mucho más efectivos. Hasta bien avanzado ese año, los logros aliados estaban apenas por encima de la derrota, y en las batallas que dieron la vuelta al conflicto no tenían una ventaja abrumadora. Pese a todos los errores de los líderes del Eje, los aliados tuvieron que luchar para alcanzar la victoria: no se la sirvieron en bandeja (Overy, 1995). Sin em-
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bargo, entre noviembre de 1942 y febrero de 1943, los rusos detuvieron en Stalingrado el avance de los alemanes y los hicieron retroceder hacia el Cáucaso, y luego, en agosto de 1943, en Kursk, pusieron fin de manera definitiva a la blitzkrieg, la guerra relámpago. Los aliados occidentales derrotaron a los submarinos alemanes en el Atlántico en mayo de 1943, conquistaron la superioridad aérea en Europa occidental en la primavera de 1944, expulsaron al enemigo del norte de África y del sur de Italia antes de practicar una abertura en la «muralla del Atlántico» y acabar con las fuerzas alemanas en Francia en la batalla de Normandía. Estos triunfos aliados fueron en parte triunfos de producción, porque aunque la producción militar alemana se triplicó entre 1942 y 1944, fue aventajada por las fábricas de armas soviéticas y la sorprendentemente exitosa transformación militar de los Estados Unidos. Además, diferentes progresos tecnológicos resultaron cruciales y fueron de gran ayuda para los aliados: el desciframiento del código «Enigma» que los alemanes utilizaban para sus transmisiones de radio, los tanques T-34 rusos, los bombarderos Liberator, que los americanos utilizaron en el Atlántico, y los cazas Mustang, que utilizaron sobre Alemania, y el conjunto de innovaciones en la guerra anfibia que hizo posible el desembarco de Normandía. En cambio, los trabajos alemanes en propulsión a chorro, cohetes y fisión nuclear desviaron recursos de manera improductiva de sectores más importantes en el esfuerzo bélico. Ninguno de estos factores hubiera sido suficiente sin la mayor habilidad política que demostraron los lideres aliados y el valor y la resistencia de sus civiles y combatientes, especialmente en la Unión Soviética, cuyos 27 millones de muertos superan cien veces a los de Gran Bretaña, Francia o Estados Unidos. Es verdad que el bombardeo estratégico aliado acabó con la fuerza aérea alemana y que la producción para la guerra en el aire absorbía buena parte del esfuerzo industrial alemán, al mismo tiempo que las entregas americanas de acuerdo con la ley de Préstamo y Arriendo proporcionaron al Ejército Rojo un apoyo logístico inestimable. Sin embargo, en una fecha tan tardía como junio de 1944 había 250 divisiones alemanas luchando en el frente del este mientras que sólo 90 lo hacían en el oeste. Las fuerzas soviéticas, de acuerdo con la frase de Churchill, «arrancaron las tripas del ejército alemán», y pagaron un precio aterrador. A diferencia de lo sucedido en la primera guerra mundial, en la segunda la alta probabilidad de una victoria aliada resultó evidente mucho antes del final. Planear el futuro de Europa pareció algo más que un ejercicio hipotético, y los ganadores podían llegar a un acuerdo entre ellos mismos. Sin embargo, los gobiernos aliados se encontraban divididos por diferen-
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cias ideológicas y culturales que se remontaban al menos a 1917, así como por los rencores que habían dejado tras de sí el pacto de Munich y el pacto nazi-soviético. Únicamente la agresión de Alemania los había unido, y combatieron con un ojo mirando hacia el futuro. Entre 1944 y 1945, Stalin siguió una estrategia política diseñada para garantizar el control de los Balcanes y de Polonia. Por su parte, Roosevelt le prometió que realizaría un ataque a través del canal de la Mancha en 1942, pero tal ataque no se produciría hasta dos años más tarde. Las razones del retraso fueron en parte técnicas: hasta 1944 los aliados carecían de tropas y vehículos para el desembarque y también de superioridad aérea. Pero además, aunque con este aplazamiento no se pretendía maximizar las bajas soviéticas, sí se buscaba reducir al mínimo las occidentales y mantener la moral y los recursos británicos. A diferencia de Churchill, que quería una invasión por los Balcanes para impedir la dominación soviética del sureste de Europa, los líderes del ejército norteamericano creían que un desembarco en el oeste tenía la ventaja de seguir la línea de ataque más directa y mejor provista contra las posiciones fundamentales del enemigo. Por otra parte, la operación «Overlord- (Jefe Supremo) permitiría consolidar las relaciones con Stalin si la cooperación con él era factible, y en caso de no serlo permitiría al menos que los puertos del Canal, los Paises Bajos y el Ruhr quedaran bajo control occidental. Con tales ideas en mente, los norteamericanos pasaron por alto la opinión de Churchill y en noviembre de 1943, en la conferencia de Teherán, convinieron con Stalin en que la operación «Overlord) seguiría adelante. Si entre 1942 y 1943 la estrategia fue la principal fuente de discordias entre los aliados, entre 1944 y 1945 la sustituyeron los desacuerdos sobre el futuro de Europa. Estos desacuerdos sugieren que la posterior confrontación este-oeste pareció entonces posible, aunque más debido a que entraban en conflicto lo que cada uno pensaba eran sus necesidades de seguridad nacional, que al hecho de que cualquiera de los bandos deseara imponer su sistema político y social al otro. El objetivo de los soviéticos no era simplemente exportar el modelo estalinista a cada uno de los territorios disponibles, y es más probable que los consideraran como una serie de círculos concéntricos, que se volvían más negociables cuanto más distantes estaban de la patria. Pronto Stalin aclaró a sus nuevos socios que deseaba mantener la frontera soviética de junio de 1941, es decir, ampliar su frontera de entreguerras con la anexión de los territorios que había absorbido entre 1939 y 194ü.Al final de la guerra, era esa linea, con la adición de los extremos orientales de Alemania y de Checoslovaquia, lo que de hecho
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había ganado. Más allá de esto) su segundo objetivo era el establecimiento de «gobiernos amistosos» en sus fronteras occidentales) lo que significaba derechos para establecer bases militares y control sobre la política exterior de sus vecinos. De acuerdo con estos requisitos) Stalin estuvo dispuesto a tolerar algunas libertades políticas y una economía mixta en) por ejemplo) Finlandia y Checoslovaquia, e incluso en Polonia alentó a los comunistas locales a proponer un «frente amplio» antes que la dictadura de un solo partido. El tercer objetivo era Alemania en sí misma. En las conferencias celebradas durante la guerra en Teherán y Yalta, Stalin quería que Alemania fuera dividida (su parte este le correspondería a Polonia), que sus industrias bélicas fueran desmanteladas y que se pagaran reparaciones. Con todo) los exiliados comunistas alemanes en Moscú deseaban una Alemania unida bajo su control) y el mismo Stalin dudaba de si sería posible mantenerla dividida y hacer caso omiso del sentimiento nacionalista (después de su rendición, Stalin proclamó que deseaba verla unida). En cuarto lugar, a medida que la victoria se acercaba y más allá de lo que hacía referencia al destino de Alemania) hubo signos de que los soviéticos se proponían ciertas expansiones de manera oportunista (por ejemplo) sus demandas sobre Spitzbergen y de bases en el estrecho turco) pero Stalin parecía haber aceptado que fueran sus aliados quienes dominaran la Europa mediterránea y occidental. Cualesquiera que fueran sus dudas sobre la posibilidad de mantener la cooperación con Occidente, le dio más prioridad a ésta que a la expansión revolucionaria. Durante la guerra firmó alianzas por veinte años con Gran Bretaña y Francia) y se convirtió en miembro fundador de la Organización de las Naciones Unidas, del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial. En el «acuerdo de los porcentajes» que el líder soviético alcanzó con Churchill en octubre de 1944, este último aceptó el predominio soviético en Rumania, Bulgaria y Hungría, mientras que Stalin asignó Grecia a la esfera de influencia occidental y se comprometió a no «incitan> a los comunistas italianos. El acuerdo de los porcentajes es una prueba de que Occidente estaba preparado para tolerar el predominio soviético en el este de Europa. Aunque los norteamericanos no formaron parte del acuerdo, Roosevelt y el Departamento de Estado estaban dispuestos, en privado, a aceptar una esfera de influencia soviética «abierta», es decir, que Moscú podría proteger sus intereses de seguridad legítimos si esto no interfería de forma demasiado evidente en los asuntos internos de la región. Gran parte del plan norteamericano estaba dirigido no a Europa específicamente sino a crear nuevas instituciones globales tales como el FMI y la ONU, y Roosevelt creía
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que la tarea esencial era mantener juntos a quienes habían vencido en la guerra. Estados Unidos, Gran Bretaña) la Unión Soviética y China, propuso, debían ser los «cuatro policías» del nuevo orden de la posguerra. Europa sería sobre todo una responsabilidad anglo-soviética) y en YaltaRoosevelt le dijo a Stalin que las tropas estadounidenses abandonarían el continente en un plazo de dos años. Desalentó los planes de una federación europea) que habían ganado un fuerte apoyo entre los movimientos de resistencia, porque ésta era un anatema para Stalin y podía poner en peligro la amistad con la Unión Soviética. Aunque es verdad que no dijo nada sobre el proyecto de la bomba atómica a los soviéticos) y que detuvo su solicitud de un préstamo de reconstrucción. Puede que si Roosevelt no hubiera muerto en abril de 1945 también habría tenido lugar la ruptura entre norteamericanos y soviéticos) pero habría sido más lenta, porque mientras vivió) una de sus prioridades fue mantener un acuerdo con Stalin. Mucho autes del Día VE (Victoria en Europa) estaba claro que el proyecto de Roosevelt se encontraba en apuros. El presidente no fue capaz de conquistar la confianza de los soviéticos) como demostró la furia de Molotov en febrero de 1945 cuando los estadounidenses discutieron de forma separada un armisticio con las fuerzas alemanas en Italia. Yen Polonia, que fue excluida del acuerdo de los porcentajes, no pudo alcanzarse ningún acuerdo sobre esferas de influencia «abiertas». El país era vital para Stalin como «corredor de invasión» hacia Alemania) y se proponía moverlo en masa hacia el oeste, de modo que tomara territorios de Alemania y cediera sus provincias del este a la Unión Soviética. Tal reacomodación resultaba aceptable en buena parte para Roosevelt y Churchill, pero no para el gobierno polaco en el exilio. Cuando Stalin creó un gobierno comunista rival en el país, y sus tropas fueron incapaces de intervenir para apoyar una sublevación no comunista en Varsovia en agosto de 1944) la confianza occidental sufrió una fuerte sacudida. Gran Bretaña había ido a la guerra aparentemente para proteger a Polonia, y en Estados Unidos se trataba de un asunto al que eran sensibles seis millones de polaco-estadounidenses así como la Iglesia Católica y la oposición republicana. El incumplimiento por parte de Stalin de los acuerdos alcanzados en Yalta sobre un gobierno polaco en el que participaran todos los partidos) motivó su primer choque con el sucesor de Roosevelt, Harry S. Truman. Incluso así) ni Gran Bretaña ni Estados Unidos estaban dispuestos a luchar por Polonia, y finalmente aceptaron en ella a un gobierno dominado por los comunistas. Pero tampoco estaban dispuestos a luchar por Alemania. En la conferencia de Potsdam, desarrollada entre julio y agosto de 1945) las tres potencias parecieron
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acordar que debía ser dividida sólo de manera temporal en zonas de ocupación, quedando pendientes la reunificación y un tratado de paz con un gobierno democrático que representara a toda Alemania. Tanto Estados Unidos como Gran Bretaña todavía esperaban continuar cooperando, pero no a cualquier precio, y ambos preveían la posibilidad de un conflicto. Stalin también parece haber querido mantener las buenas relaciones, por lo menos a corto plazo, y su determinación de dominar Europa oriental se puede interpretar sobre todo como una decisión anti-alemana más que como una decisión anti-occidental. Éste era el estado de las relaciones cuando terminó la segunda guerra mundial en Europa. Como año para concluir esta revisión, 1945 puede parecer una elección obvia; sin embargo, como había sucedido después de la primera guerra mundial, se necesitó más de una década para construir un acuerdo político en Europa tras la segunda. Pero así como el acuerdo de la década de 1920 se vino abajo casi tan pronto como se consiguió, el de la década de 1950 sobrevivió durante más de una generación, y sus elementos más importantes han continuado vigentes hasta el nuevo milenio. En retrospectiva, la primera mitad del siglo XX parece caracterizarse sobre todo por su inestabilidad y por la destrucción de la que fue testigo, aspectos que aparecen intercalados entre dos largos períodos de paz. La ausencia de guerra entre las grandes potencias antes de 1914 y después de 1945 no implica la ausencia de tensiones, de carreras armamentísticas o de confrontaciones entre bloques opuestos. Tampoco implica la ausencia de represión interna, que hasta cierto punto fue la condición previa de la paz internacional. Con todo, la caracterización del periodo comprendido entre 1914 y 1945 como una era de excepcional violencia todavía se sostiene con bastante firmeza. Buena parte de esta violencia se remonta a las decisiones de 1914. Mucho más allá de los diez millones de hombres que vio morir, la primera guerra mundial dio la vuelta por completo a la ley humanitaria del conflicto armado, desestabilizó la economía europea y debilitó el centro politico moderado en beneficio del extremismo. Sin ella, ni Hitler ni Mussolini ni Stalin hubieran podido llegar al poder. La primera guerra mundial no hizo que la segunda fuera inevitable, pero fue la condición previa esencial para que tuviera lugar y dificultó extraordinariamente el restablecimiento de una paz duradera. Abrió una fase de terrible brutalidad en el interior de las sociedades europeas así como entre ellas. Por supuesto, las decisiones de 1914 fueron en sí mismas el resultado de un sentimiento de inseguridad cada vez mayor entre las grandes potencias cuyos orígenes eran más o menos anteriores (desde la Weltpolitik alemana, el golpe de
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Belgrado de 1903 y la gnerra ruso-japonesa). Las guerras balcánicas de 1912-1913 y la carrera armamentística europea llevaron la confrontación a un umbral crítico. Hasta cierto punto, la violencia engendró más violencia y ésta a su vez engendró todavía más, pero las soluciones pacíficas no se agotaron en Europa en 1914, y una excepcional proporción de la responsabilidad recayó en los gobernantes que las rechazaron. Si la primera guerra mundial dejó al genio de la violencia masiva fuera de la botella, ¿podrían volver a meterlo? El conflicto no terminó en Europa después de 1945: los cinco años siguientes fueron testigos de la guerra civil griega, de luchas políticas en Francia e Italia, y de deportaciones masivas y purgas políticas al este del Elba. Crisis internacionales hicieron erupción en Berlín entre 1948 y 1949 Yentre 1958 y 1961. Sin embargo, hacia mediados de la década de 1960, Europa, a diferencia de muchas otras partes del globo, había logrado una extraña pero perdurable estabilidad internacional por primera vez desde el cambio de siglo. En las raíces de esta transformación estaban dos acontecimientos que se habían puesto de manifiesto con fuerza antes de 1914 y que, en comparación, fueron oscurecidos durantes las décadas de 1920 y 1930: la globalización y la integración. Yaantes de la primera guerra mundial, Estados Unidos eclipsaba industrialmente a las potencias europeas y la Rusia zarista crecía con mayor rapidez que Alem~ nia, al mismo tiempo que la interdependencia económica en Europa OCCIdental alcanzaba unos niveles que no serían igualados hasta la década de 1950. Pero entre una y otra guerra, el comercio y las inversiones entre los estados europeos declinaron, mientras que el retraimiento de Estados Unidos en el aislacionismo supuso que, en la década de 1930, la diplomacia entre los estados europeos ocupara (por última vez) el escenario central de la política mundial. En cambio, después de 1945 las dos superpotencias, ambas estados victoriosos con poco interés en más agitaciones, ampliaron su presencia en el corazón de Europa, mientras que los países de Europa occidental y central eran inauditamente débiles. Esto último se aplicaba incl~ so a Gran Bretaña, cuyas dificultades económicas obligaron a Estados Unidos a asumir unas responsabilidades en el extranjero mucho más grandes y más permanentes de lo que Roosevelt y Truman habían previsto. En este sentido, el momento crucial fue menos 1945 que 1947, y por encima de todo el lanzamiento del plan Marshall, después del cual la Unión Soviética reprimió toda actividad política dentro de su esfera de influencia y la mayor parte de una Alemania considerablemente debilitada pasó a formar parte, por su propio consentimiento, de Occidente. La buena voluntad norteamericana para proporcionar a Europa occidental ayuda económica y ga-
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rantías de seguridad hizo posible el acercamiento franco-germano y abrió el camino para la integración económica y política, diseñada para contener tanto el poder alemán como el soviético. El miedo a otra guerra con armas aún más poderosas apuntaló la paz, pero esa paz descansó sobre una compleja serie de acuerdos políticos y no solamente sobre los misiles nucleares. Aunque ha habido trágicas excepciones (la más notable en la antigua Yugoslavia) y no hay razones para la autocomplacencia, hasta ahora los acontecimientos que han ocurrido desde la caída del muro de Berlín han subrayado la durabilidad de la reconstrucción después de 1945, incluso en ausencia del sistema bipolar de grandes potencias que le dio lugar. La mayoría de los demonios internos del continente europeo son ahora materia de pesadilla y no de la vida real.
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comienzo del nuevo siglo fue una época de interconexión global (hoy diriamos «globalizada»), en la que la integración y el progreso iban de la mano. Al principio de su gran novela sobre el cambio de siglo, El Stechlin, el novelista alemán Theodor Fontane describe el remoto lago que da título a la obra: «Todo aquí está en calma. Y sin embargo, de vez en cuando, algo sucede. Cuando en algún sitio ahí afuera, en el ancho mundo, sea en Islandia o en Java, comienza a retumbar, o cuando una nube de cenizas de un volcán hawaiano se adentra en el océano Pacífico, entonces este lugar cobra vida. Un chorro de 'agua se levanta y se hunde nuevamente en las profundidades del lago». Fontane veía los cambios de su época con un tono elegíaco y, en ocasiones, nostálgico. Era un hombre muy viejo. La mayoría de sus contemporáneos eran mucho más optimistas, y miraban «siempre adelante y arriba». No obstante, este mundo dinámico y seguro de sí mismo estaba a punto de venirse abajo. Su desintegración destruyó la creencia optimista en la cooperación más allá de las fronteras nacionales y en el progreso humano.
Las bases de la integración El mundo estaba integrado mediante la movilidad del capital, las mercancías y las personas. El capital se desplazaba libremente por estados y continentes. En buena medida, el comercio no tenía obstáculos, incluso en estados que en apariencia eran proteccionistas, como el imperio alemán. Pero por encima de todo destaca la movilidad de las personas. Los individuos no necesitaban pasaportes, y en Europa apenas había discusiones sobre ciudadanía. Buscando libertad, seguridad y prosperidad -tres valores es-
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trechamente relacionados entre sí- personas de Europa y Asia dejaron sus hogares y emprendieron viajes, a menudo incómodos, a pie, en tren o a través del océano, en busca de una nueva vida y de nuevos destinos. Entre 1871 y 1915, treinta y seis millones de personas abandonaron Europa. En los países que acogían esta inmigración, la afluencia supuso un crecimiento económico substancial. Al mismo tiempo, en los paises que los emigrantes dejaban tras de si, su partida dio lugar a grandes aumentos de la productividad a medida que desaparecían los (poco productivos) excedentes de población. Tales flujos aliviaron la terrible pobreza de países como Irlanda o Noruega. Las grandes corrientes del capital, del comercio y de las migraciones estaban relacionadas entre sí. Sin los flujos de capital habría sido imposible construir las infraestructuras -ferrocarriles, ciudades- para los inmigrantes; y los nuevos centros urbanos crearon grandes mercados para los productos de ingeniería europeos así como para bienes de consumo, productos textiles, vestidos e instrumentos musicales. Estos flujos interrelacionados ayudaron a asegurar un cierto nivel de estabilidad económica global. Hace más o menos cuarenta años, el economista Brinley Thomas demostró de manera brillante la presencia de una correlación inversa entre los ciclos económicos de Gran Bretaña y Estados Unidos: la ínfima demanda en Gran Bretaña contribuyó a hacer del paso al otro lado del Atlántico una opción más atractiva. Los nuevos inmigrantes estimularon la economía estadounidense y, por tanto, a su vez, las exportaciones británicas, lo que permitió que la economía británica se reactivase. Este mundo integrado se parece mucho al nuestro, en el que se debate apasionadamente sobre la «globalización». Los economistas que han intentado encontrar un fundamento estadístico para comparar esta primera época de globalización con la nuestra quedan, por lo general, impresionados con elnivel que alcanzan las semejanzas. ¿Cómo podemos medir la integración internacional? Una forma es observar el tamaño de los movimientos netos de capital. En relación con el PNB, tanto las importaciones como las exportaciones de capital eran mucho mayores que las actuales: entre 1870 y 1890, Argentina importó una suma de capital equivalente al 18,7 por 100 de su renta nacional, y Australia al 8,2 por 100. Compárense estas cifras con las de la década de 1990, donde a estas grandes importaciones de capital corresponden, respectivamente, unos exiguos 2,2 por 100 y 4 por 100. Las cifras para las exportaciones de capital son aún más espectaculares. En vísperas de la Gran Guerra, Gran Bretaña exportaba el 7 por 100 de su renta nacional. Después de 1945, no hay un solo país que
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Países del sur y del este de Europa: Rusia, Polonia, Finlandia y los países bálticos
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GRÁFICO 2.1. Migración bruta de europeos al extranjero, 1881-1939 Fuente: Ingvar Svennilson, Growth and Stagnation in the European Economy (Ginebra, 1954).
se haya acercado a semejante nivel, ni siquiera Japón o la República Federal de Alemania anterior a 1989. Las comparaciones en el ámbito del comercio no son menos dramáticas. Pese a todas las mejoras en los medios del transporte, la mayoría de
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países no volvieron a alcanzar los niveles de comercio del período anterior a la guerra hasta la década de 1980. En la Gran Bretaña de 1913, las exportaciones representaban cerca del 30 por 100 de! PNB. EllO por 100 de Alemania en 1913)una cifra más bien baja, sólo se volvería a alcanzar en la década de 1970. Sin embargo) las cifras no son los únicos indicadores del nivel de integración de los que disponemos. También podemos pensar en la estandarización de un mundo en el que los ferrocarriles de los países civilizados corrían sobre vías de un ancho de 1.435 milímetros (el hecho que el imperio ruso eligiera un ancho de vía más amplio fue una temprana señal de que no deseaba seguir el camino de Occidente)." Hubo además una estandarización de los productos que anticipó el apogeo de las hamburguesas McDonalds como símbolos de la globalización. Todo un mundo se vestía con un tipo de textiles de algodón baratos (e higiénicos) que habia sido desarrollado originalmente en Manchester. Las mujeres cosían en casa con las máquinas fabricadas por la compañía Singer. Otro acercamiento a esta primera oleada de globalización mundial se basa en un examen de las actitudes hacia el internacionalismo. El optimismo de la época nos puede servir como testimonio de su internacionalismo o cosmopolitismo. En su momento, algunos analistas creyeron que la dinámica de la integración era tan grande que nada podría detenerla y) de hecho) consideraron que ésta hacia imposible la guerra entre estados industriales altamente desarrollados. El escritor británico Norman Angell formuló brillantemente esta idea atractiva aunque engañosa en un libro publicado por primera vez en 1910) Lagrandeilusión. Los capitalistas pensaban que su versión del internacionalismo había hecho a los estados tan dependientes del mercado de bonos que éstos no podían permitirse dar ningún golpe a la confianza de los inversores. Los socialistas creían que la existencia de un proletariado internacional consciente de sí mismo lograría frustrar los planes de los militaristas. Lainterconexión supuso el desarrollo de formas complejas de organización social a medida que los gobiernos y las compañías iban dando respuesta al problema de cómo mantener el control a larga distancia. El surgimiento de las grandes corporaciones fue una respuesta a la expansión y el crecimiento económicos del mundo anterior a 1914)y al mismo tiempo facilitó estos procesos. La aparición de la compañía implicó la sustitución de
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También España eligió un ancho de vía más amplio e idéntico al ruso. (N. del t.]
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los mecanismos de control por el mercado. En vez de intentar determinar la calidad de los productos que compraban a los proveedores) las compañías procedieron a hacerse dueñas de ellos para imponer sus controles. De esta forma) las compañías desarrollaron la concentración vertical: el control simultáneo por parte de proveedores y compradores de sus productos. Asíaparecieron gigantescos consorcios empresariales) especialmente en Estados Unidos yAlemania. Hacia 1907.Ia firma alemana Krupp (acero)ingeniería y municiones) tenía 64.300 empleados. Paísescomo Francia y Gran Bretaña) donde las circunstancias socialesfavorecían a las empresas familiares, lo que por lo general limitaba las posibilidades de expansión) descubrieron que sus industrias perdían competitividad en relación con sus nuevos rivales. Una institución semejante) en la que las acciones de miles de individuos necesitaban ser controladas y coordinadas) tenía un precedente: el estado y) en particular) el ejército. La primera organización comercial de envergadura capaz de rivalizar con el ejército fue el ferrocarril. Los ferrocarriles seguían siendo únicos en su complejidad y tamaño yen los problemas administrativos que planteaban: hacia finales de la primera guerra mundial, el ferrocarril alemán era la empresa con más trabajadores del mundo. Las empresas reconocieron su deuda con el estado cuando comenzaron a llamar a sus oficinistas Beamte o Privatbeamte: el Beamte era el funcionario público) cuya pirámide organizativa había hecho posible ese milagro de ordenación social que constituye el estado moderno. La gran corporación tenía una deuda doble con el estado: no sólo tomó prestada su estructura, sino que también desarrolló una simbiosis económica con él. En la Alemania imperial, la existencia de aranceles facilitó la formación de cárteles que controlaban los precios y las cantidades) puesto que se dejaba abierta la posibilidad de que las empresas desarrollaran entre sí una estrategia cooperativa de doble fijación de precios: precios internos más altos, protegidos por el régimen arancelario) y precios de exportación más bajos, para luchar por cuotas de mercado. Alemania) donde en 1895 había 143 cárte!es, tema 673 hacia 1910, momento en e! que la Asociación de Productores de Arrabio, creada en 1897, y la Asociación de Accrcrías, creada en 1904, dominaban el mercado de los productos centrales de la actividad industrial. Las industrias más nuevas del cambio de siglo ~la química) la farmacéutica, la electrotécnica- se habían desarrollado a partir de una importante inversión pública en el sector educativo: en institutos técnicos y en escuelas de comercio y de ingeniería. El resultado del surgimiento de las grandes empresas bajo el protector caparazón del gran estado convenció a muchos observadores de que la or-
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ganización estaba sustituyendo al mercado, o bien, de que la era de los comerciantes y negociantes estaba dando paso a la era de la burocracia. En 1915) el economista de orientación socialista Rudolf Hilferding formuló una nueva teoría para describir esta nueva fase como «capitalismo organizado».
La primera guerra mundial La primera guerra mundial reforzó esta lección. Una de las grandes y terribIes ironías del siglo xx es que un conflicto que fue iniciado por las élites tradicionales al menos en parte como medida de control social (la idea era que una «guerra breve y victoriosa» calmaría a la oposición política) demostró al final la viabilidad del socialismo. El modelo de aplicación exitosa del «socialismo de guerra» fue Alemania, incluso a pesar de que perdiera la guerra. Casi inmediatamente después de que estallara el conflicto, el gobierno alemán creó dentro del ministerio de Guerra un Departamento de Materias Primas, que bajo dirección de Walther Rathenau y Wichard von Moellendorff comenzó a elaborar la planificación económica. La observación sistemática del mercado de trabajo, de los precios y los salarios, del comercio exterior y el crédito, permitieron una distribución de recursos más racional quela que hada posible un mercado anárquico y sin coordinación. Los demás países beligerantes no tardaron en comprender la necesidad de tomar medidas similares para construir una economía de guerra. En 1916, el primer ministro británico, David Lloyd George, desechó los compromisos con el liberalismo pasado de moda de sus predecesores con la promesa de introducir un «nuevo colectivismo». Uno de los ministros responsables de la guerra económica, sir E. H. Carson, advirtió que «la industria británica seria derrotada en un enfrentamiento mano a mano con la alemana, que estaba organizada y contaba con el apoyo del estado», si el gobierno continuaba aferrándose «con rigidez al viejo sistema dellaissez[aire y se negaba a aprender la lección de que en el comercio moderno, como en la guerra, las asociaciones organizadas que persiguen una política firme tienen la capacidad de liberarse con rapidez de la competencia no regulada de la empresa privada». El ministro de Comercio francés, Etienne Clémentel, deseaba crear consejos económicos como los alemanes para que fijaran precios y se encargaran de la distribución de materias primas.
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La guerra creó expectativas de redistribución y justicia social. Rathenau sostuvo que el sacrificio de las trincheras no se podía recompensar con reducciones salariales durante la posguerra. Sin embargo, dado que en cada país tales expectativas sobrepasaban con creces lo que se podía pagar con los recursos nacionales, cuanto más se alargaba la guerra, mayor era la demanda de unos términos de paz que -mediante reparaciones, indemnizaciones, cesiones territoriales o transferencias de patentes- compensaran las pérdidas de la guerra. Uno de los legados de la guerra fue la creación de nuevos estados y nuevas fronteras. Los gastos en prestaciones sociales aumentaron. Para muchos de los paises beligerantes,la posguerra supusola continuación de las finanzas inflacionarias de tiempos de guerra. Gran Bretaña y Estados Unidos tenían una cohesión social que les permitió estabilizar el presupuesto en 1920,aunque a costa de una importante crisis económica. En Europa central, sólo Checoslovaquia siguió la misma estrategia, que era extremadamente impopular (en especial porque, al mismo tiempo, los países vecinos se apresuraban a depreciar sus monedas y se concentraban en lanzarse ala ofensiva como exportadores). Alois Rasin, el ministro de Hacienda checo que había conseguido este «éxito», fue asesinado. En otros países como Austria, Alemania, Hungría y Polonia, la inflación continuó aumentando a medida que los empresarios persuadían al gobierno para que permitiera precios administrados más altos y los trabajadores exigían que también fueran más altos sus salarios. La inflación se convirtió en hiperinflación, y sólo se estabilizaron las distintas monedas hacia mediados de la década de 1920 a un gran coste (una vez más, la depresión económica) y con la colaboración externa que prestaron comités, préstamos internacionales y la recién creada Sociedad de Naciones. Incluso para países que no sufrieron la hiperinflación, y que se estabilizaron con tasas de cambio infravaloradas (como hizo Francia entre 1926 y 1928), el camino hacia la estabilidad supuso un duro golpe politico. Los países estabilizaban sus monedas sobre todo porque esperaban poder tener acceso a los mercados de capitales recién fortalecidos. Pero esos mercados se encontraban en dificultades a causa de la complejidad internacional del problema de la financiación retrospectiva de la guerra (es decir, el sistema de deudas y de reparaciones de guerra). Al final, estos problemas tuvieron una influencia al menos' parcial en el colapso total de los flujos de capital al comienzo de la década de 1930. Sin embargo, es demasiado simple sostener, como hace Peter Temin, que la Gran Depresión fue simplemente el resultado de la primera guerra mundial. La Gran Depresión es el acontecimiento central de la historia económica del siglo xx, y gran parte del resto del siglo se invirtió en procurar sa-
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car las lecciones adecuadas de un colapso económico de una magnitud sin precedentes. La Depresión fue, en parte, consecuencia de estrategias de protección contra las fuerzas de la integración internacional que habían sido formuladas ya, con significativo éxito, a finales del siglo XIX: protección del trabajo y los aranceles, estado del bienestar, intervención en los mercados de capitales. Pero la magnitud de los problemas que semejantes legislación y política proteccionistas estaban destinadas a resolver había crecido de forma inconmensurable con el legado de la primera guerra mundial.
Las frágiles bases de la prosperidad de la década de 1920 ¿Habían acabado las armas, en agosto de 1914, con la creencia en el carácter inevitable del progreso económico y moral? Ciertamente era más dificil ser optimista) pero después de los horrores de la guerra también era dificil no sentir nostalgia del internacionalismo y de la seguridad del mundo de la preguerra. La esperanza de quienes habían firmado la paz era una «vuelta a la normalidad»: debían restaurarse las viejas certezas. Sin embargo) también había que afirmarlas e institucionalizarlas mediante organismos internacionales -el Covenant y la Sociedad de Naciones- y de tratados como el de Renuncia a la Guerra) concluido en 1926 por iniciativa del secretario de estado de Estados Unidos, Frank Kellogg, y el ministro de Asuntos Exteriores francés) Aristide Briand. Tal marco permitiría que los mercados funcionaran) y de hecho el flujo internacional de capital se reanudó. El artista alemán George Grosz, en una caricatura memorable) mostró al dólar como el sol que calentaba el continente europeo. Las migraciones se reanudaron) y se asumió que éstas y los mercados construirían la paz: los observadores de la década de 1920 se sorprendieron) por ejemplo) al comprobar cómo la dependencia de las importaciones de capitales extranjeros convertía incluso a personalidades excéntricas, destructivas y beligerantes como el líder italiano Benito Mussolini en hombres de estado responsables e incluso pacíficos. A muchos observadores les impresionó también la fuerza del renacimiento europeo (con excepción de Gran Bretaña) donde durante la década de 1920 el crecimiento económico fue muy lento). Las técnicas de produc-
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ción y administración norteamericanas, en especial el fordismo (producción en cadenas de montaje) y taylorismo (estudio de tiempos y movimientos de procesos industriales individuales) fueron adoptadas como la mejor práctica por algunos empresarios europeos. En particular) se «racionalizaron» la minería de carbón y la producción de automóviles. Hacia 1929) el 83 por 100 del carbón del Ruhr se extraía por medios mecánicos. En gran medida) esta racionalización era un reflejo de la difusión internacional de la tecnología) en parte gracias a las corporaciones transnacionales. De esta forma, las plantas de la Ford en Colonia y la fábrica de la Adam Opel en Rüsselheim, adquirida por la General Motors, proporcionaron los modelos de la futura producción europea de automóviles. Con el tiempo) la búsqueda de nuevas formas de garantizar la integración terminó con una serie de crisis a finales de la década de 1920. En Europa) la política internacional cargaba con un conflicto insoluble de deudas y reparaciones de guerra. Insoluble porque cuantos más créditos fluían) más inextricable se hacía la situación. Se suponía que Alemania tenía que pagar una parte substancial de los costes de la guerra con las reparaciones impuestas por el tratado de Versalles.Francia necesitaba estas reparaciones no sólo para reconstruir el país) sino también para pagar las deudas que durante la guerra había contraído con Gran Bretaña y Estados Unidos. Alemania -esto es, tanto las corporaciones como el sector público alemán- recibió en préstamo importantes sumas que) en gran parte) provenían del mercado estadounidense; al menos de forma indirecta) estos préstamos financiaban el pago de las reparaciones de guerra. Pero a medida que se efectuaban los pagos durante la segunda mitad de la década de 1920, se hizo evidente que éste no era un juego al que se pudiera jugar eternamente: en algún momento se tendría que elegir si los Estados Unidos continuarían cobrando pagos financiados por la deuda contraída a causa de la guerra) o si se satisfarían los intereses de los préstamos privados hechos efectivos por los acreedores estadounidenses. Al menos algunos de los encargados de las decisiones políticas en Alemania) en particular Hjalmar Schacht, presidente del Reichsbank, hicieron este cálculo con un cinismo total) creyendo que la debacle resultante demostraría la locura de las reparaciones. En 1929) la revisión de la carga de las reparaciones a través del plan Young, en el que fma1mente se establecía un último término para el pago de éstas (se esperaba que los pagos continuaran hasta 1988) hizo que muchos inversores se diesen cuenta de la naturaleza imposible de su apuesta y las oportunidades de Alemania de obtener créditos externos se redujeron de forma espectacular.
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GRÁFICO 2,2. Flujos de capital, 1924-1937 Fuente: Charles H. Feinstein y Catherine Watson, «Prívate Internacional Capital Flows in the Inter-war Period», en Banking, Currency; and Finance in Europe between the Wars, Charles H. Feinstein, ed. (Oxford, 1995).
La caída de los precios de las mercancías trastornó aún más los mercados internacionales. Desde mediados de la década de 1920, los precios de las materias primas habían descendido, en parte como consecuencia de la extensión del área de producción durante la primera guerra mundial, y en parte como resultado de inútiles planes de manipulación de precios, como el plan Stevenson, que tenía como objetivo mantener de manera artificial un alto precio para el caucho. Este descenso de los precios hizo que la situación para muchos países importadores de capital se tornara más difícil. Sin embargo, desde la perspectiva de los países industrializados, los resultados parecieron ser benéficos puesto que las materias primas y los alimentos (en ese momento, un componente del presupuesto familiar mucho más importante que en la actualidad) se hicieron más baratos. Teniendo ingresos adicionales disponibles, los consumidores podrían comprar nuevos productos. Tales fueron las estimaciones que sostuvieron el aturdidor brillo de la era del jazz. Otra debilidad residía en qne, dnrante la década de 1920, todos los países tendían a responder a sus problemas económicos mediante medidas comerciales, como ya había ocurrido antes de 1914. Con los precios fluctuando de manera más dramática, los resultados fueron mucho más perjndiciales de lo qne habían sído en el relativamente estable mundo de preguerra. De esta forma, en 1925, cuando finalizaron los límites impuestos
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por el tratado de Versalles a su autonomía en materia de aranceles, Alemania volvió a aplicar de forma inmediata las tasas arancelarias Bülow, aprobadas en 1902. Pero con la caída de los precios de los productos agrícolas, estas tasas no tardaron en resultar inadecuadas como respuesta a los grupos de presión del sector agrario. Durante esta década, muchos estados diseñaron sus medidas arancelarias de manera que tuvieran la flexibilidad necesaria para permitirles elevar las tasas a la luz de las circunstancias. El modelo de esta legíslación fue la ley Fordney-McCumber sobre aranceles aduaneros aprobada por Estados Unidos en 1920, que preveía una comisión de expertos apolítica encargada de tomar decisiones rápidas. En la práctica, sin embargo, esta flexibilidad supuso un obstáculo que mantenía los precios en alza. La intensidad de la protección no era especialmente alta al principio (la mayoría de los analistas consideran ahora que el nivel general de protección estaba en realidad por debajo del que había antes de la primera guerra mundial). Sin embargo, la posibilidad de que tales medidas fueran aplicadas como respuesta a otras, los problemas financieros y la creciente popularidad de las protecciones no arancelarias (las cuotas) provocaron una mayor restricción del comercio. La política arancelaria no fue la única herramienta con que los estados respondieron a una situación de mercado que cambiaba con rapidez. A escala nacional, muchos estados vieron en la cartelización un medio para estabilizar los precios y las expectativas. Alemania, que había tenido cerca de setecientos cárteles en la víspera de la primera guerra mundial, tenía en 1925 dos mil quinientos y en 1930 tres mil. Este tema también se convirtió en un asunto internacional: ¿no podían los cárteles ayudar a estabilizar los precios y la producción también en el ámbito internacional? Los intentos de reconstruir la amistad francogermana sobre bases económicas giraron alrededor de acuerdos tales como el Cártel Internacional del Acero de 1926, que en ocasiones se considera el acontecimiento diplomático central de un año bastante optimista. La Sociedad de Naciones siguió el debate con gran interés y en 1927 organizó una Conferencia Económica Mundial, en la que los cárteles fueron presentados como la mejor solución al problema del orden internacional. En respuesta a unas mayores expectativas sociales de «protección», los estados también se propusieron aumentar la redistribución a través del presupuesto. En cierta medida, esta nueva demanda simplemente era un reflejo de los costes humanos de la guerra, la necesidad de ofrecer ayuda a las viudas, a los huérfanos y a quienes habían quedado lisiados. Pero en parte, esta demanda reflejaba también que, ante la amenaza que represen-
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taba la propagación del bolchevismo, se había empezado a considerar necesario comprar cierta paz social. En Francia, los servicios sociales suponían un 4,3 por 100 del gasto del gobierno central en 1912, pero hacia 1928 era ya un 21,7 por 100; en Alemania las cifras equivalentes son de un 5 por 100 y un 34,2 por 100. En consecuencia, las cifras totales del gasto gubernamental aumentaron. Las dificultades para exportar hicieron que fuera más complicada una de las soluciones propias del siglo XIX para el problema del «exceso de población». Ya en 1890, el canciller del Reich alemán, Leo van Caprivi, había defendido sus intentos de liberalizar la política comercial diciendo que la alternativa sería la pauperización del país y el incremento de la emigración. «Debernos exportar: o exportamos nuestras mercancías o exportamos a nuestra gente.» Tanto en los países receptores de las masas de inmigrantes como en algunos delos países industrializados, restringir el movimiento de las personas fue en este periodo una de las respuestas a las crisis comerciales y financieras. La ciudadanía y la nacionalidad, y los derechos que traían con ellas, se convirtieron entonces en elementos centrales de la discusión política en algunos países de inmigración. En Australia y Estados Unidos un crecimiento más bajo y las crisis financieras de la década de 1890 provocaron protestas masivas contra la inmigración. Australia comenzó su estricta política de la «Australia blanca». Los estadounidenses se quejaron de que los nuevos inmigrantes sustituían a los trabajadores calificados nativos. En 1897 el Congreso de Estados Unidos discutió la aplicación de una prueba de lectura a los inmigrantes. Diez años más tarde, se creó una comisión encargada de encontrar una manera de restringir la entrada de «nuevos inmigrantes», que supuestamente llegaban sólo por razones económicas y por corto tiempo. Un resentimiento semejante contra los trabajadores inmigrantes extranjeros también encontró arraigo en algunos países europeos. Alemania en particular se había convertido a finales del siglo XIX en un país de inmigración, con más de un millón de trabajadores extranjeros, especialmente en el sector agricola del este y en la minería. Había una demanda clara: de hecho, el Ministerio de Agricultura de Prusia había solicitado en 1890 un estudio sobre la viabilidad de emplear a campesinos chinos en Alemania. Sin embargo, simultáneamente se intensificaron los esfuerzos para detener este flujo de inmigrantes durante las décadas de 1880 y 1890. En 1885, el ministro de Interior prusiano, von Puttkamer, había ordenado la exclusión de los temporeros polacos, y después de 1887 la inmigración fue rigurosamente controlada. El gobernador de Westfalia solicitó «medidas
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apropiadas» para garantizar una «drástica» reducción del número de polacos en el área industrial westfaliana. Quizás el crítico más famoso de las consecuencias de la política laboral que supuso la globalización de finales del siglo XIX fue Max Weber. Éste basaba sus objeciones a la inmigración en la existencia de diferentes propensiones al consumo: puesto que los trabajadores polacos se sentían satisfechos con una alimentación más pobre, su empleo seria un peligro para el nivel de vida de países más ricos. «Hay una particular situación de las economías, desorganizadas al estilo capitalista, en la que la cultura más elevada no es la que sale victoriosa, sino la que a menudo es derrotada en la lucha por la existencia» Tras la primera guerra mundial, en muchos países industrializados de Europa occídentalla alarma que producía la posibilidad de salir perdiendo en esta lucha darwiniana se exacerbó por el miedo al estancamiento demográfico. Los índices de natalidad habían caído de forma espectacular en la década de 1890 en casi todos los países. Aparte de Francia, donde esta «transición demográfica» ocurrió mucho antes, a comienzos del siglo XIX, el proceso se dio de forma sorprendentemente simultánea en Europa occidental, Norteamérica y algunos estados latinoamericanos (Argentina y Uruguay). La mayoría de los países europeos experimentaron un descenso de la fertilidad marital entre 1890 y 1910: Alemania y Hungria en 1890, Suecia en 1892, Austria en 1908 e Italia en 1911. La primera guerra mundial dio un nuevo golpe a la fertilidad (lo que se sumaba a la pérdida de una parte substancial de la población de adultos masculinos en Europa). Al descubrir que hacia la década de 1930 los modernos estados democráticos ya habían caído de forma significativa por debajo de las tasas de reproducción neta, muchos observadores creyeron que éstos llegarían finalmente a extinguirse. En Francia, los índices de natalidad habían sido durante largo tiempo motivo de preocupación y habían dado lugar a comentarios sobre la decadencia o el declive nacional. En la década de 1930, el economista Alfred Sauvy demostró que la estructura de edad del país hacía prever que el declive llegaría a hacerse más rápido en un futuro cercano y que la población francesa se reduciria en un cuarto entre 1955 y 1985. Como reacción a una preocupación ampliamente extendida, los gobiernos franceses emprendieron tentativas no muy acertadas para aumentar el índíce de natalidad. En otros lugares se expresaron inquietudes similares. Ernst Kahn predijo que hacia 1975 la población alemana habría pasado de 65 millones a 50 millones de habitantes. En lo que respecta a Inglaterra y Gales, Eníd Charles elaboró un pronóstico optimista que demostraba que habría un
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descenso de 40 millones de habitantes a 38,5 millones para 1975 y a 20 millones para 2035, y un análisis a partir de bases más pesimistas que hablaba de 31,5 millones en 1974 y de 4,4 millones en 2035. Estas interpretaciones tuvieron consecuencias políticas en tanto que las propagandas fascista y nazi comenzaron a insistir en la conveniencia de una reserva demográfica «saludable». En 1938, durante unas conferencias en Harvard, el economista progresista sueco Gunnar Myrdal afirmó, en vísperas de una nueva guerra mundial, que «desde mi punto de vista ningún factor (ni siquiera la paz o la guerra) resulta tan enormemente decisivo para los destinos a largo plazo de las democracias como el de la población. La democracia, no sólo como sistema político sino con todo su contenido de ideales cívicos y de vida humana, debe encontrar solución a este problema o perecer». En febrero de 1937 la Cámara de los Comunes británica discutió una moción en la que se afirmaba que «esta Cámara opina que la tendencia de la población a disminuir puede constituir un peligro para el mantenimiento del Imperio Británico y el bienestar económico de la nación». A pesar del miedo al descenso de la población, y en respuesta a las preocupaciones por la disolución étnica, por lo general se restringió la inmigración más que antes de la guerra. La legislación más sorprendente fue la aprobada por Estados Unidos en 1921, la Ley de Emergencia sobre Cuotas, que para fijar el límite de nuevos inmigrantes según el país de origen utilizaba como base las proporciones de la población estadounidense en 1890, es decir, antes de las grandes oleadas de inmigrantes procedentes de la Europa mediterránea y oriental. Canadá elaboró una lista de países «preferidos» (Bélgica, Dinamarca, Francia, Alemania, Holanda, Noruega, Suecia y Suiza), cuyos ciudadanos eran admitidos en iguales términos que los de Gran Bretaña, y de países europeos «no preferidos), cuyos habitantes sólo podían ser admitidos para trabajar como campesinos o criados. Después de 1930 Sudáfrica prácticamente puso fin a la inmigración de cualquiera de los países «no preferidos». Australia negoció límites a la expedición de pasaportes a inmigrantes procedentes de Italia y de países de Europa oriental. El resultado de las nuevas politicas y leyes fue una reducción espectacular de la emigración proveniente de aquellas zonas con altos incrementos de población y que habían tenido un importante papel en las estadísticas de emigración anteriores a la guerra. La consecuencia fue que grandes partes del este y del sudeste de Europa y de la Europa mediterránea, donde los índices de natalidad seguían siendo muy altos, intentaron buscar estrategias alternativas para la utilización del «exceso de pobla-
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ción». El desarrollo de la industria y la búsqueda de mercados de exportación fue uno de esos enfoques. Sin embargo, era necesario abrir los mercados de exportación (cada vez más amenazada) y, también, los mercados de capital. En Polonia, por ejemplo, el crecimiento de la mano de obra fue tal que para absorberla hubiera sido necesario que el crecimiento del empleo industrial se triplicara (alcanzando un índice anual de al menos un 6,6 por 100). Dado el aumento de la productividad, la producción industrial habría tenido que elevarse incluso de forma más rápida. Pero se trata de metas que son difíciles de alcanzar en el mejor de los momentos, y que el clima de entreguerras hacia imposibles debido a la inestabilidad de los mercados de exportación y de los mercados de capital.
La caída de los mercados de capital y la Gran Depresión ¿Qué les ocurrió a los mercados de capital? ¿Por qué el renacimiento de la confianza que se dio durante la década de 1920 demostró al final ser tan breve?El patrón oro, que antes de la guerra había sido la base de políticas monetarias y financieras creíbles y estables, había sido abandonado al inicio de las hostilidades, y los siguientes diez años fueron un período de caos monetario. Restablecido el patrón oro internacional, se consideró que los bancos centrales independientes eran la clave para la restauración de la confianza, aunque para ello debían funcionar de una manera absolutamente nueva. Se consideró que su papel era dirigir la política monetaria no de acuerdo con las prioridades internas, sino con los requisitos del sistema internacional. Los bancos centrales debían ser creados antes de que los países estabilizaran sus monedas con el oro con el objetivo de preparar el terreno institucional y servir como garantía de confianza al restringir las posibilidades de la intervención gubernamental y, en particular, sus intentos de comprar popularidad mediante la monetización de las deudas. Las nuevas instituciones debían ser independientes de los gobiernos. Tal y como se sostuvo en 1920 durante la Conferencia de Bruselas: «Los bancos, y en especial los bancos emisores, deben estar libres de toda presión política y deben ser conducidos solamente por posturas financieras prudentes». Aunque los nuevos bancos centrales de los años de entreguerras abarcan aquellos asociados con los programas de estabilización monetaria en
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Austria, Hungría y Alemania, el principio se extendió por todo el mundo. Donde ya había bancos centrales, se esperaba que los ásperos paquetes de medidas destinados a la estabilización, a menudo con una divisa sobrevalorada, produjeran confianza y, con ello, atrajeran capitales extranjeros. Quizá el caso más destacable fue el de Italia en 1927. Mussolini fijó como meta la prestigiosa «quota novanta», noventa liras por una libra esterlina, aunque esto supuso un importante coste para los negocios italianos. Como se acostumbraba en la época, se pudo ayudar a las industrias más afectadas mediante la aplicación de aranceles proteccionistas y acuerdos sobre cuotas (límites cuantitativos a las importaciones). En evidente contraste con el mundo anterior a 1914,los presidentes de los bancos centrales se veían ahora a sí mismos como miembros de un club y establecían relaciones amistosas e íntimas con los demás. «Eres un viejo terco y extravagante y al parecer uno de mis deberes es darte sermones de vez en cuando», escribió Benjamin Strong, presidente del Banco de la Reserva Federal de Nueva York, a Montagu Norman, presidente del Banco de Inglaterra. En particular Strong, Norman y Schacht, su colega alemán, tenían actitudes y comportamientos similares. Esta armoniosa relación, construida sobre la base de estrechos vínculos personales, fue sometida a una gran presión debido a que los excedentes de los pagos hechos a Estados Unidos se reciclaban como capitales exportados. Gracias a la confianza recién conquistada, y sobre todo al impacto de los préstamos estadounidenses, la banca comercial se extendió con rapidez fuera de Estados Unidos. En Austria, el total de los depósitos bancarios aumentó a una tasa anual del 6 por 100 entre 1925 y 1929; para Francia, la cifra es del 13 por 100; para los grandes bancos alemanes, del 25 por 100; para los principales bancos italianos, del 28 por 100; y para los bancos polacos, del 34 por 100. La rapidez de estos incrementos se puede juzgar comparándolos con lo ocurrido en Estados Unidos y Gran Bretaña. Durante el mismo período, el total de los depósitos bancarios de Estados Unidos aumentó a una tasa anual del 3,2 por 100; y en Inglaterra y Gales del 1,3 por 100. Estos incrementos parecían ser expresión de unas finanzas inflacionarias, y no podían ser controlados por medios ortodoxos. Si los bancos centrales hubieran intentado retener el dinero aumentando los tipos de interés (el clásico remedio bajo el patrón oro para la contención del desarrollo acelerado), habrían incrementado con ello los incentivos para la entrada de dinero rápido, con lo cual también habrían reducido su control sobre el mercado. La doctrina según la cual el control y la autonomía del
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banco central eran condiciones previas para la confianza y los flujos de capital tuvo que enfrentarse con el hecho de que cualquier decisión que el banco central pudiera tomar sobre los tipos de interés podría acabar siendo iuútil. Pero aparte de éstas, los bancos centrales tenían pocas armas en su búsqueda de la estabilidad monetaria. En Estados Unidos, Gran Bretaña y Japón, los bancos centrales podían comprometerse en operaciones de mercado abierto (la compra o venta de valores del estado con el fin de incrementar o reducir, respectivamente, la liquidez del sistema), pero en otros países los estatutos prohibían tales procedimientos debido al miedo de que pudieran ser utilizados como mecanismo para desencadenar una nueva inflación. Incluso en Estados Unidos (donde, se podría haber pensado, existía mayor espacio para maniobrar) el sistema de la Reserva Federal fue de hecho extremadamente cauteloso en su politica de mercado abierto hasta 1933;en otras palabras, hasta después de la catástrofe de la Gran Depresión. En Europa central, la manera convencional de contener el desarrollo fue mediante el racionamiento del crédito en el banco central. «El banco central está intentando, en principio, funcionar fijando, no el precio del servicio que ofrece, sino la cantidad del servicio que ofrecerá.» Pero en realidad, un banco central sólo podía cumplir con ello durante períodos de estrechez o de crisis; y por esto, en tanto instituciones, los bancos centrales de Europa central necesitaban estas crisis para poder controlar el desarrollo de sus mercados. De repente, las mismas instituciones que habían de frenarlas tenían más interés en las sacudidas que en la estabilidad. No debe sorprender que, durante los años que siguieron a las primeras estabilizaciones, los encargados de los bancos centrales se volvieran bastante pesimistas sobre el nuevo mundo que habían construido. En marzo del año en el que las exportaciones de capital de Estados Unidos alcanzaron su nivel más alto, el presidente del Banco de la Reserva Federal de Nueva York, Benjamin Strong, escribió: «1927 va a ser un año estéril y decepcionante para Europa ... la estabilización y la reconstrucción, que han estado en boga desde que la Sociedad de Naciones trató por primera vez con Austria, están quedándose pasadas de moda». De hecho, el vigor de los mercados de capital durante la década de 1920 paralizó la capacidad de los bancos centrales para actuar. Pero es importante observar que el malestar no fue el resultado de los movimientos a corto plazo en sentido estricto (el alcance de semejantes movimientos hacia finales del siglo xx era sin duda mucho más grande), sino de las reacciones de los mercados a las políticas inadecuadas y a las falsas señales.
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Antes de la dramática caída de Wan Street en octubre de 1929, había muchos problemas económicos en el mundo. Países como Australia, demasiado dependiente de sus exportaciones de lana, o Brasil, que dependía casi exclusivamente de la exportación de café, se encontraban en una profunda crisis. En Alemania, los indicadores del ciclo de producción ya habían empezado a dísminuír en el otoño de 1927 (la debilidad del mercado de valores se evidenció incluso antes). No obstante, qué condujo a la crisis de 1929 en Estados Unidos sigue siendo un tanto misterioso, al menos para quienes creen en la racionalidad de los mercados. ¿Qué sabían los inversores del mercado de valores el «jueves negro» que no hubieran sabido el martes o el miércoles? Había habido «malas noticias» desde principios de septiembre, y la evidencia se había acumulado hasta tal punto que la probabilidad de una futura caída en los precios de las acciones producía pánico. Para quienes buscan una explicación racional del derrumbamiento del mercado de valores, la única respuesta plausible es que los inversores norteamericanos estaban considerando la posibilidad de que una nueva legislación,conocida bajo el nombre de Hawleyy Smoot, fuera aplicada. Este proyecto de ley arancelaria había tenido origen durante la campaña presidencial de 1929, cuando Herbert Hoover prometió mejorar la situación de los campesinos estadounidenses (con el derrumbamiento de los precios agrícolas, se habían convertido en los grandes perdedores en la prosperidad de la era del jazz). Sin embargo, en el curso del debate parlamentario cada representante intentó agregar nuevos artículos (sólo en el senado hubo 1.235 enmiendas). El resultado final-un arancel con 21.000 posiciones arancelarias- fue el proteccionismo extremo; aún peor, hasta junio de 1930, cuando tuvo lugar la última y reñida votación, la incertidumbre sobre el futuro de la política comercial fue permanente. Pero si la historia de la Depresión no comienza con la caída del mercado de valores y el arancel Smoot-Hawiey, tampoco termina con ellos. Hubo algunas muestras de recuperación en 1930:los precios de las acciones repuntaron en Estados Unidos, y el bajísimo nivel del mercado hizo nuevamente atractivas las inversiones en el extranjero. Lo que hizo que la Depresión fuera la Gran Depresión más que un breve problema del mercado de valores o una crisis para los productores de mercancías fue una cadena de enlaces que funcionaba a través de los mercados financieros. La desesperada situación de los productores de mercancías junto con los problemas provocados en Alemania por el pago de las reparaciones de guerra desencadenó una serie de efectos dominó. En este
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sentido la Depresión fue un producto del desorden de los mercados financieros. Fueron los acontecimientos de 1931, cuando el contagio financiero llevó a todo el continente a la crisis, los que hicieron «grande» a la Gran Depresión. Al principio de Ana Karenina, León Tolstoi hizo su famosa afirmación sobre cómo todas las familias felices se parecen unas a otras, mientras que cada familia infelizlo esde una manera particular. A comienzos de 1931, todas las economías de Europa central tenían problemas, pero éstos eran bastante especiales. Hungría era, por encima de todo, una víctima del colapso mundial de los precios agrícolas, que habían disminuido inicialmente de forma lenta entre 1925 y 1928 para después desplomarse. La situación se había convertido en una crisis presupuestaria debido a dos esquemas para estabilizar el precio del trigo que resultaron muy costosos y, al final, se revelaron inútiles: una regulación de las existencias y un subsidio de precios directo. Amedida que el precio del trigo continuaba cayendo, estas operaciones requerían mayores subsidios. Los acreedores nacionales y extranjeros -quienes en noviembre de 1930 todavía estaban dispuestos a comprar a un buen precio deuda húngara a corto plazo- empezaron entonces a preocuparse por la capacidad del gobierno para pagar los intereses de su deuda, yprevieron que incumpliria sus obligaciones. Retiraron el dinero de los bancos húngaros, y el país tuvo un problema bancario. Los retiros involucraron cambios de divisas (los acreedores convirtieron el pengo en moneda extranjera) y de esta forma la crisis amenazó el mantenimiento de su relación con el patrón oro. Lo que había comenzado como un problema presupuestario se transformó por sí mismo en una crisis bancaria y de moneda extranjera. En el caso de Austria la cadena de causas y efectos fue completamente diferente: el banco más grande del país, el Creditanstalt, fue incapaz de mostrar sus cuentas a tiempo y sus ahorradores fueron presa del pánico. Era evidente que el gobierno no podía permitir que una institución de semejante envergadura quebrara, y el estado tuvo que asumir el coste de su rescate. Con cada semana que pasaba, la suma de ese coste aumentaba. Los ahorradores, tanto del Creditanstalt como de otros bancos austríacos, también retiraron su dinero en moneda extranjera, y el Banco Nacional perdió sus reservas. De esta forma, una crisis bancaria se convirtió en una crisis presupuestaria. En Alemania, pocas personas tenían alguna idea de lo perjudiciales que eran en realidad los préstamos de instituciones como el Darmstadter
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Bank. Pero estaba ampliamente extendido el temor a que el debate sobre las reparaciones pudiera conducir a una crisis cambiaria. La cantidad de dinero retirado debilitó a los bancos, y sacó a la luz problemas latentes en sus carteras que de otra manera habrían podido seguir sin ser expuestos. La debilidad de la posición cambiada afectó a su vez al mercado de capital, de modo que el gobierno no pudo financiar por más tiempo incluso déficits a corto plazo relativamente pequeños. Esta financiación había dependido antes de los bancos, pero a medida que éstos perdían sus depósitos renunciaron a ello. En este caso una crisis cambiaría, evaluable en términos de las reservas que perdió el Reíchsbank, dio origen a una crisis bancaria y a una crisis presupuestaria. Sin embargo, aunque la secuencia de los distintos aspectos de la crisis fue diferente en cada una de las economías de Europa central, sus resultados fueron asombrosamente similares. En cada caso, los movimientos de capital a través de las fronteras destruyeron un sistema bancario que ya había sido debilitado por los efectos de las inflaciones de la guerra y la posguerra. Y en cada caso, además, el encadenamiento de los problemas produjo una parálisis política. Hace años, el historiador económico alemán Knut Borchardt analizó las pocas posibilidades para maniobrar que había en la época, y advirtió contra el optimismo retrospectivo, que hace que todos los problemas parezcan de fácil solución. La característica más asombrosa de la depresión mundial fue la velocidad con que esta parálisis superó las fronteras nacionales. Un mecanismo de contagio similar pudo observarse en Latinoamérica. Los problemas de los paises deudores dieron lugar a crisis en los países acreedores. En Gran Bretaña, no había problemas importantes con los bancos. Pero muchas casas de inversión padecieron el congelamiento de sus créditos en Europa central, y sus inversores temieron una posible insolvencia. El cierre de los bancos alemanes en julio de 1931 ejerció gran presión sobre la libra esterlina; los rumores de un inminente incumplimiento de pagos latinoamericano dieron la última estocada al patrón oro en Gran Bretaña. El Banco de Inglaterra se negó a utilizar todas las herramientas de las que disponía (aumentar los tipos de interés, usar sus reservas) para defender la paridad porque temía que al permitir posteriores transferencias por encima del cambio haría que se vinieran abajo por lo menos los bancos londinenses más débiles. La devaluación estabilizó el sistema financiero británico gracias a la habilidad con la que fue manejada. El que la libra cayera de forma tan brusca creó la expectativa de que, antes que bajar aún más, el siguiente movimiento la llevaría a empezar a
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recuperar su valor, con lo cual se impidió que los ahorradores pudieran darse cuenta de sus pérdidas. Es importante hacer notar, en particular a aquellos que sugieren que esta solución habría podido ser apropiada para Europa central o Suramérica, que en estos casos habría sido imposible encontrar una tasa de cambio que hubiera podido elevar las expectativas de recuperación. El pánico británico tuvo en común con las anteriores crisis de las naciones deudoras un abrupto cambio de las expectativas. Los ahorradores e inversores descubrieron que corrían el peligro de quedar atrapados en un particular compromiso, y al ver que la puerta se cerraba, se apresuraron a salir. Una vez que este mecanismo había funcionado en un país acreedor, podía aplicarse a otros. Estados Unidos era vulnerable, no porque tuviera problemas con su cuenta corriente externa, sino porque resultaba evidente que sus bancos eran sensibles a las pérdidas en otros lugares del planeta. Los movimientos de capital resultantes, que empezaron de forma bastante repentina tras la devaluación de la libra esterlina en septiembre de 1931, modificaron la posibilidad de tomar medidas anticíclicas. Antes de septiembre de 1931, el presidente Hoover había considerado medidas muy amplias para estimular la economía por medio del gasto gubernamental. Pero después del pánico, durante el cual y como resultado de la experiencia de otros países los déficits gubernamentales pasaron a ser sinónimo de falta de confianza, el presidente comenzó a afirmar que era necesario equilibrar el presupuesto. Sorprendentemente, eso fue lo que hizo su oponente en las elecciones presidenciales de 1932, el demócrata Franklin Delano Roosevelt, quien convirtió la critica del déficit de Hoover en el punto central de su campaña. Sólo se dejó de retirar dinero y se acabó con los golpes a la confianza cuando Roosevelt, tras ver fracasar todas las demás alternativas, abandonó el patrón oro el 20 de abril de 1933, y anunció después (el tres de julio) que no tenía ninguna intención de estabilizar el valor externo del dólar puesto que todo lo que importaba a los estadounidenses era el valor interno de su moneda, su poder adquisitivo. Una vez más, el dólar cayó de forma brusca, lo que alimentó la creencia de que podría estabilizarse o, incluso, recuperarse. La crisis continuó entonces en los países que mantenían el patrón oro -Bélgica, Francia, Holanda y Suiza- hasta que, finalmente, también ellos llegaron ala conclusión de que el abandono del régimen de paridad era la única manera de terminar con las continuas presiones al presupuesto y los pánicos bancarios. El desempleo se convirtió en el azote de la época; en 1932, en el punto más alto de la crisis, se registraron más de seis millones de parados en Ale-
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estructuras bancarias son vulnerables a los golpes deflacionarios. En segundo lugar, los mecanismos de contagio financiero transmiten la debilidad de estos países a países acreedores con sistemas bancarios sólidos. En tercer lugar, el mecanismo de transmisión más obvio fue el compromiso con una tasa de cambio fija. Tan pronto como Gran Bretaña o Estados Unidos, Bélgica o Suiza, abandonaron su relación con el patrón oro, sin modificar la ortodoxia fiscal, desaparecieron las amenazas al sistema bancario, uno de los primeros mecanismos de transmisión de la crisis económica. Sin embargo, la mayoría de los contemporáneos sacaron una lección mucho más simple y mucho más cargada de ideología: en primer lugar, que el orden internacional había fracasado; en segundo lugar, que la ínternacionalización era el resultado de los mecanismos del mercado y que era necesario y saludable reemplazarlos para concentrarse en el ordenamiento y la planificación internos.
Nacionalismo económico: cuotas y aranceles octubre
GRÁFICO 2.3. La contracción de la espiral del comercio mundial entre enero de 1929 y marzo de 1933: total de las importaciones de 75 países (valores mensuales en términos de viejos dólares oro americanos [millones]). Fuente: Charles Kindleberger, The World in Depression 1929-1939 (Berkeley, 1986).
manía y más de doce millones en Estados Unidos. Pero nadie -al menos en el estamento político tradicional- pareció capaz de proporcionar, como mínimo, la esperanza de una solución social aceptable. El primer ministro británico, Ramsay MacDonald, captó el clima de pasividad e inacción política de estos años cuando en la Navidad de 1929, apenas iniciada la Depresión, hizo la siguiente observación en su diario: «El desempleo nos desconcierta. El simple hecho es que nuestra población es demasiado grande para nuestro comercio.... Estoy sentado, solo y en silencio, en mi habitación en Downing Street. La copa ha sido puesta en mis labios, y está vacía». Es posible sacar algunas lecciones generales de la experiencia de la Depresión. En primer lugar, los países con grandes deudas exteriores y débiles
Los componentes del nuevo nacionalismo económico incluyeron todos los elementos que antes habían sido centrales para la economía mundial integrada: controles sobre el comercio, sobre el movimiento de las personas y sobre el capital. Ahora todo debía ser nacional: el trabajo, los bienes, el capital. Iohn Maynard Keynes describió de manera brillante esta tendencia en su ensayo de 1933, «La autosuficiencia nacional». «Por un tiempo, y al menos mientras dure esta etapa transitoria y experimental, deseamos», sostiene Keynes, «ser nuestros propios amos y ser tan libres como podamos de la interferencia del mundo exterior.» De los mecanismos para el manejo del comercio en la década de 1930, el más famoso fue el conocido como «schachtíanismo», concepto que proviene del presidente del Reichsbank en la década de 1920, nombrado nuevamente por Hitler en 1933 y a quien al año siguiente le sería confiado también el Ministerio de Economía. El schachtianismo implicó una restricción y una bilateralización del comercio. De hecho, la bilateralización del comercio había comenzado antes del nombramiento de Hitler como canciller alemán en enero de 1933: se trataba de una respuesta a la crisis financiera de 1931, y Alemania había cerrado ya seis tratados bilaterales con los países del sureste de Europa en 1932. Schacht simplemente amplió estas medidas, y desarrolló un completo sistema de control comercial (el
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«Flan Nuevo» de 1934). Tales operaciones tendieron a disminuir el comercio. Dado que en un mundo multilateral pocos países tienen balanzas comerciales equilibradas con cada una de las naciones con las que tratan (sino que, por el contrario, tienen excedentes y déficits que se corresponden con relaciones comerciales con otros países), el intentar equilibrar cada balanza comercial bilateral redujo el volumen total del comercio. Los encargados de la elaboración de las políticas en Alemania también suscribieron una idea que era corriente en las discusiones económicas de la época. Muchos analistas contemporáneos, entre otros Keynes y Werner Sombart, esperaban que la participación en el comercio internacional entrara en una fase de declive secular a medida que se industrializaran los países que antes eran agrícolas y productores de materias primas. La división internacional del trabajo disminuiría cuando muchas zonas dejaran a:rás su dependencia de las exportaciones de materias primas, y esto ero~lOnaría la preeminencia de los países industrializados. Hitler adoptó esta Idea: en 1933, comentó que «si estas exportaciones de medios de producción continuaran de forma indefinida, sería simplemente el final del prerrequisito vital de la industria europea. Por lo tanto, es necesario un acuerdo internacional que limite la exportación de medios de producción». La contribución de los nazis a esta doctrina fue la introducción de un importante elemento político en las relaciones comerciales: al ofrecer a algunos productores del centro-sur de Europa un acceso favorable a los ~ercados alemanes, Schacht facilitó la creación de una dependencia políuca que arrastró a estos estados a la órbita alemana. Francia y Gran Bretaña desarrollaron modelos de protección arancelaria que favorecían a sus posesiones coloniales (<
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perio. «No hay ningún alimento en vuestra comida», dijo al pueblo británico, «no hay materia prima en vuestro comercio, no hay necesidad en vuestras vidas ni lujo en vuestra existencia que no pueda ser producido en uno u otro lugar del Imperio Británico.» Legislaciones aduaneras de emergencia en noviembre y diciembre de 1931 impusieron altísimos impuestos a toda una gama de productos manufacturados, y el nuevo enfoque se consolidó en 1932 con una ley de impuestos a la importación. En julio de 1932, durante la conferencia imperial en Ottawa, los estados miembros de la Commonwealth británica acordaron una serie de tratados comerciales preferenciales. Francia también amplió su régimen de aranceles y cuotas como respuesta al trauma financiero de 1931. La respuesta francesa inmediata fue un decreto legislativo que imponía gravámenes especiales a los países con monedas devaluadas (12 de uoviembre de 1931); además, durante la segunda mitad de ese año, se amplió el sistema de cuotas para que cubriera también productos agrícolas. Esta legislación proteccionista eximía al imperio francés, y el resultado de ello fue que la participación del imperio en las importaciones francesas se elevó de un 12 por 100 en 1931 a un 33,6 por 100 hacia mediados de 1936. La combinación de las medidas francesas y británicas para proteger sus posesiones imperiales empeoró la situación de los productores balcánicos y de Europa oriental, que como consecuencia se encontraron dependiendo aún más de Alemania.
Nacionalismo económico: planificación y racismo Para la mayoría de los países, la lucha contra la miseria de la Depresión fue una lucha contra la peste del desempleo. La utilización más destacada y exitosa de 10 que llegaría a conocerse como medidas ekeynesianas» -expansión fiscal antidclica- tuvo lugar en Suecia. El ministro de Hacienda Ernst Wigforss consiguió combinar su sensibilidad frente a los progresos de la economía contemporánea con una visión de la clase de coalición política (entre agricultores y trabajadores industriales) que podía apoyar la reflación y la expansión. Tales coaliciones eran probablemente más fáciles de lograr en los países pequeños que se sentían cada vez más amenazados por el hostil ambiente internacional de la década de 1930. En Suiza, patro
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nes y trabajadores alcanzaron un acuerdo en 1937, después de que la devaluación del franco de 1936 hubiera acabado con las limitaciones que antes habían hecho imposible la expansión fiscal. En Francia, durante el gobierno del Frente Popular, los acuerdos de Matignon introdujeron mejoras substanciales para los trabajadores franceses (semana laboral de cuarenta horas, vacaciones pagadas, convenios colectivos e incrementos salariales de hasta un 15 por lOO), pero hicieron poco para crear la solidaridad yestabilidad sociales que medidas similares habían producido en Suecia o Suiza. Estos modestos éxitos de consenso político y expansión fiscal fueron eclipsados por el desempeño económico de dos dictaduras que se propusieron de forma más explícita la movilización del «trabajo nacional». Para Alemania, la «batalla del trabajo» también asumió la forma de grandes proyectos de ingeniería civil, como la construcción de carreteras divididas (Autobahnen), grandes presas, edificios del partido y de prestigio. Pero el propósito de las políticas de recuperación estuvo cada vez más subordinado al rearme y a los objetivos militares. Estar preparados para la guerra fue una meta explicita del Plan Cuatrienal lanzado en 1936. El título del proyecto económico alemán deja claro hasta qué punto los alemanes, y otros, estaban impresionados por la envergadura y el éxito de la campaña de industrialización soviética, iniciada por el primer Plan Quinquenal (1928-1932). En 1921, Lenin había dado marcha atrás al «comunismo de guerra» y durante ocho años el estado soviético había tenido una economía mixta bajo lo que llegaría a ser ampliamente conocido como la NPE (Nueva Política Económica). Muchas empresas de pequeña y mediana escala fueron desnacionalizadas, y la agricultura quedó en manos del sector privado. Los resultados habían sido decepcionantes; los niveles de inversión, por ejemplo, fueron muy bajos y la escasez de alimentos en las ciudades aumentó, ya que los campesinos cultivadores no sabían si debían o no hacer circular sus productos en los mercados. El propósito de los planificadores era escapar de este callejón sin salida mediante un alto nivel de inversión en la industria de bienes de capital, que permitieran una posterior (pospuesta) expansión del consumo. Había proyectos grandes y de prestigio, como la presa en el Dniéper o los enteros complejos industriales nuevos, como el de Magnitogorsk («Montaña Magnética») en los Urales. De esta manera, la Unión Soviética procuró cumplir con el objetivo fundamental de todo el programa: alcanzar al capitalismo y luego superarlo. La planificación de la década de 1930 no era muy científica, y en gran parte confiaba en descubrir obstáculos en la producción que después pudieran ser resueltos mediante métodos más o menos radicales. La particu-
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brutalidad con que se desarrolló el primer Plan Quinquenal se debió campaña para colectivizar la agricultura que se puso en práctica de simultánea. Millones de campesinos abandonaron sus granjas y esto hizo que la industria soviética se encontrara, no con insuficientes trabaja
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que el sistema se hubo derrumbado en 1914 y después de que los gobiernos tuvieran que hacer frente a las insuperables dificultades de la época de la posguerra, los movimientos a corto plazo comenzaron a seguir una estrategia de entradas y salidas rápidas. El resultado lógico de dar tanta importancia a un objetivo económico difícil fue que el especulador se convirtió en un enemigo de la nación. En algunas ocasiones, los ataques a esta figura estaban relacionados con conflictos de clase: en Francia) la izquierda atacó a las deux cent familles que frustraron en 1924 las reformas emprendidas por el gobierno de centroizquierda (el llamado Cartel des gauches). El Partido Laborista británico creyó que había sido debilitado por una conspiración de los banqueros. Otras veces las objeciones se basaron en argumentos raciales: se identificó a los especuladores con los cosmopolitas, los judíos o los extranjeros. Los estereotipos y el comportamiento de las minorías vulnerables se reforzaron mutuamente. Enfrentados al aumento del antisemitismo, los judíos intentaron sacar su capital de muchos países centroeuropeos; y como estaban en contra de la nueva legislación para el control de la especulación, reforzaron el estereotipo del especulador «judío» (en 1937 en Ilungría, un año antes de la introducción de leyes antisemitas, los judíos cometieron 112 de un total de 187 delitos monetarios). Tras el estallido de las principales crisis financieras de 1931, los bancos centrales se transformaron una vez más: no siendo ya los apóstoles del internacionalismo, se aseguraron una raison d'étre felizmente burocrática como los encargados de poner en práctica y supervisar los cada vez más complejos modelos de control cambiario. Una modificación de ciento ochenta grados en el pensamiento económico facilitó el que asumieran este papel, y esto no ocurrió sólo en Alemania -donde la autarquía se convirtió en la directriz para la elaboración de políticas- sino en casi todos los demás países. En general, el colapso de la economía conllevó en esta ocasión un alejamiento del mercado. Incluso analistas moderados y pragmáticos como el director de la Sección Económica y Financiera de la Sociedad de Naciones, sir Arthur Salter, creían que el futuro residía en la regulación y el control. En 1931 la Iglesia Católica buscó proponer una «tercera vía» entre capitalismo y socialismo en la encíclica Quadragesima Anna. El aumento de la regulación y la planificación animaron a los que consideraban que la función del estado era «exteriorizar» los costes del ajuste económico, es decir, imponer esos costes a quienes se encontraban fuera de la comunidad nacional. El deber del estado consistía en proteger a sus ciudadanos,
y garantizar que los habitantes de otras comunidades nacionales sufrier~n tanto como fuera posible. Resulta evidente que esto era todo lo contrano de la tradición del liberalismo económico clásico, en el cual hay siempre beneficios comunes. El alejarse del mercado y optar por los controles fue también una. vía hacia la dictadura política. Los ejemplos más obvios son los de RUSia y Alemania. Pero la idea de que la democracia había sido incapaz de satisfacer las necesidades sociales básicas era ampliamente compartida por muchos demócratas. Tal es el caso de André Gide, que en febrero de 1940 apuntaba en su diario: «Debernos estar preparados para el hech? de que d~ pués de la guerra, incluso si somos los vencedores, el caos sera tal que solo una firme dictadura podrá sacarnos del pantano». Durante estos años, se creía que el estado-nación y sus mecanismos de control eran una garantía contra las amenazas de la economía mundial. No obstante, la protección llegó a ser más peligrosa y destructiva que la amenaza.
La guerra y la planificación de un mundo mejor Durante la segunda guerra mundial, apareció una nueva filosofía. Únicamente el internacionalismo económico podía proporcionar un remedio contra el mundo del nacionalismo político y la guerra. Incluso los alemanes comenzaron a hablar sobre la restauración de un sistema multilateral de pagos sobre una base europea, en lugar del bilateralismo de la década ~e 1930. Pero tales planes -anunciados de forma grandilocuente por el rmnistro de Economía Walther Funk en el verano de 1940, cuando los ejércitos alemanes parecían triunfar en todas partes- eran poco más que propaganda, puesto que en las circunstancias de la guerra mundial Alemania no podría sobrevivir sin los créditos implicados en las cuentas de compensación bilaterales. La trayectoria de las creencias alternativas sobre la economía y su administración se puede contemplar a través de los ojos del economista más importante de la época, Keynes. Gran internacionalista, Keynes había estallado de rabia por la forma en que se hicieron los acuerdos de paz al final de la primera guerra mundial, para luego dar un giro hacia el naciona-
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lismo económico en la década de 1930 (dado qnela interconexión mundial había fracasado de forma tan clara), y sin embargo, ahora cambiaba nuevamente de dirección y viraba hacia el internacionalismo económico. El gobierno británico le pidió que formulara el plan para un nuevo orden económico internacional en respuesta a la campaña de Funk en 1940. Keynes tenia claro que fuera cual fuera su respuesta, ésta no podría ser simplemente. un retorno al viejo liberalismo económico del siglo XIX (el llamado «manchesterismo»). Por otra parte, el nuevo orden requeriría cierta cantidad de cooperación internacional. La mayor parte de estas discusiones se centraron en cómo evitar el «schachtianismo» en el mundo de la posguerra, y en cómo podia crearse un orden comercial liberal. Las suspicacias frente a los movimientos de capital internacionales eran tales que incluso los fabricantes del orden económico de la posguerra, reunidos en el hotel Mount Washington en Bretton Woods, New Hampshire, en julio de 1944, creían que era poco probable que se reanudaran los flujos de capital y que al ser intrínsecamente desestabilizadores debían ser regulados y controlados. El acuerdo liberal de la posguerra es impensable sin la enorme preponderancia de Estados Unidos. La guerra mundial no simplemente permitió la recuperación económica del país tras la Gran Depresión, sino que también le proporcionó un grado absolutamente único de preeminencia económica. Hacia 1945, Estados Unidos producía más de la mitad de los productos manufacturados del mundo, tenía las tecnologías más productivas y representaba cuatro quintas partes de las exportaciones mundiales de productos manufacturados. Cuando los encargados de diseñar la política norteamericana expusieron, con una claridad sin precedentes, su idea de una economía mundial interconectada, también hablaban desde una posición de muchísima fuerza. Dirigiéndose a la conferencia de BrettonWoods, el secretario del Tesoro Henry Morgenthau afirmó: «Espero que esta conferencia centre su atención en dos axiomas económicos elementales. El primero de ellos es el siguiente: la prosperidad no tiene límites fijos. No es una sustancia finita que disminuya al ser dividida. Por el contrario, cuanto más disfruten de ella otras naciones, tanto más disfrutará de ella cada nación ... El segundo axioma es un corolario del primero. La prosperidad, como la paz, es indivisible. No podemos permitirnos esparcirla por aquí y por allá entre los afortunados o disfrutarla a expensas de otros». En 1945, la Europa continental estaba destruida física y politícamente. Dejando de lado los países neutrales, Suiza y Suecia (dos países que habían participado de alguna manera en la economía de guerra nazi), todos los
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demás estados habían tenido que hacer frente a la invasión y a la derrota militar. Buena parte de la historia de la recuperación europea después de 1945, así como de la integración europea, está relacionada con la importación de las ideas, la tecnología y el capital estadounidenses. De este modo se reconstruyó el mundo globalmente integrado que existía antes de la Gran Guerra y la Gran Depresión: pieza a pieza. Pero eso, como se suele decir, es otra historia.
3 La política Kevin Passmore*
Si el siglo XIX.~io nacer buena parte de los «Ismos» políticos que ahora nos re~u~tan familiares -el liberalismo, el socialismo, el nacionalismo, el fe-
mInISmO y ,el conservad~risrno--) las últimas décadas del XIX y primeras del xx los vle~on convertIrs,e en aspirantes institucionalizados al poder estatal y, ad.emas, fueron ~estIgos del surgimiento de dos más: el fascismo y el cornums~o. Los part~d~s emergieron no sin contratiempos. Algunos li~erales temían que la disciplina de partido comprometiera la libre expres:~n de la, opinión, mi~n:ras que algunos conservadores creían que la política debla ser el dom~o exclusivo de las clases altas. La manipulación ele:toral era ?arte ese~clal de la política en Hungría, Italia meridional, Espana, Bulgar~a y Grecia. Con todo, hacia 1914, tanto la izquierda como la de:ech~ consIderaban la democratización Como un proceso históricamente inevitable al que t~~os debían adaptarse si no quedan caer en el olvido. Por o~ra par:e, la política de masas parecía ser la consecuencia necesaria de C~blOS sociales sin precedentes: de los avances en las comunicaciones gracias a l~~ carreteras, el tren, la imprenta, el teléfono y la radio, y de la gradual expansión de la educación. '; No sin razón,.lo~ historiadores están de acuerdo en que hay una conexion ~ntre el. crecimiento de los partidos y de los grupos de presión y estos carn~lOs S~CIal~S. Más discutible resulta en cambio la relación, tal vez dema~Iado s~phsta, entre cambio social y política que tiempo atrás los histO:lado~es dieron por sentada. Los historiadores liberales sostenían que la existencia de una burguesía fuerte garantizaría la democratización política. Contaban con que, en última instancia, la burguesía triunfaría sobre aquellos que se oponían a la «modernización»: la aristocracia terratenien>1-
autor.)
El autor quisiera agradecer G thi '" 11 " a al' me wa
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te, los campesinos, los artesanos y el proletariado de las fábricas. Se afirmó que estos últimos grupos defendían ideologías antidemocráticas que iban del fascismo al comunismo, en un esfuerzo inútil por detener el progreso de la economía de mercado y de la democracia liberal. Los historiadores sociales, en cambio, esperaban que la «experiencia» de la lucha de clases en una economía industrial convenciera a los trabajadores de que el socialismo era su verdadero «interés». A pesar de sus grandes diferencias, los historiadores liberales y los sociales compartían la suposición de que la historia se dirigía, de forma inevitable, hacia un fin 'predeterminado. Ambos derramaron mucha tinta intentando encontrar explicaciones convincentes para todo aquello que se apartaba de lo esperado. Si la burguesía no era capaz de dirigir el movimiento hacia la democratización, entonces el «espíritu aristocrático» debía haberla corrompido; si los trabajadores no abrazaban el socialismo, era porque ocupaban una posición atípica en la estructura de clases o porque su estado nacional era «peculiar». Los estudios recientes sobre la política de comienzos del siglo xx han revisado estos viejos relatos de tres formas importantes. En primer lugar, ahora se considera que la relación entre los proyectos políticos y las condiciones sociales es contingente. En consecuencia, la predilección de gran parte del proletariado industrial por el socialismo marxista sería considerada ahora producto de circunstancias históricas y no como la respuesta «normal» a la concentración de trabajadores en grandes fábricas y ciudades. En segundo lugar, aunque se continúa poniendo énfasis en la manera en que la clase da forma a los proyectos políticos, la investigación histórica reciente pone en juego también otras diferencias sociales: el género, la religión, la pertenencia a una etnia o a una nación, por ejemplo. En tercer lugar, más que ver a los activistas del partido como meros reflejos de las fuerzas sociales, los historiadores subrayan ahora el papel que los activistas desempeñan en la definición y determinación de sus potenciales electores. Por lo general, los activistas consideraban que una forma particular de diferenciación social, bien sea la religión, la nación, la clase o el género, era fundamental, y procuraban organizar su acción política alrededor de ella. Su tarea era dificil porque otras formas de identidad interferían constantemente, y los mismos activistas tendían a definir su causa de una manera tal que excluía a quienes pretendían representar (los socialistas, por ejemplo, hablaban para el proletariado, pero excluían a ciertos trabajadores de su defmición de proletariado). De hecho, la lucha de los activistas para mantener la primacía, o incluso la pureza, de la religión, la clase, la nación o el género que deseaban representar fue una gran fuente de con-
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flictos políticos, especialmente en una época como ésta, en la que grandiosos proyectos de ingeniería social, eugenésica o racial parecían llegar a ser realizables. CUADRO 3.1. Concesión del derecho a voto masculino Francia Grecia Alemania
Bélgica Noruega Dinamarca Finlandia Austria Suecia Rusia Holanda Gran Bretaña Italia Polonia Checoslovaquia
Yugoslavia Rumanía España Hungría
1848 1864 1871 1893 1898 1848,1901 1906 1907 1907 1917 1917 1918 1919 1919 1919 1919 1919 1930 1945
¿Cómo afectan estas consideraciones a nuestra comprensión de los titánicos enfrentamientos políticos de principios del siglo xx? Es evidente que en los primeros años del siglo habia un amplio movimiento en favor de la democracia. En algunos países, los partidos democráticos de la izquierda liberal estaban en el gobierno. Los viejos y elitistas regímenes conservadores de Suecia y de Europa central y oriental se encontraban internamente divididos, carecían de amplio apoyo y con frecuencia dependían de medidas coercitivas para permanecer en elpoder. En Europa occidental, los conservadores habían comenzado, a su modo, a adoptar una política de masas, aun a costa de más conflictos internos. La Gran Guerra debilitó enormemente a los opositores de la democracia, hizo pedazos a los imperios austriaco, alemán y ruso, y fortaleció a la izquierda en toda Europa. Sin embargo, a menos que el viejo orden hubiera sido destruido por completo, como había sucedido en Rusia, su capacidad para resistirse a la democracia liberal continuó siendo grande. Por otro lado, a la vieja derecha se unió una nueva de corte fascista, que pervirtió los ideales democráticos y los incorporó a un movimiento masivo diseñado para aplastar a la izquierda. Pronto, la demo-
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cracia liberal se descubrió a la defensiva, en gran medida porque sus propios partidarios se sintieron decepcionados por la experiencia ~ráctica d~ l~ ~e mocracia. Los años de entreguerras pusieron en evidencia los preJUIcIos subyacentes a la democracia, en apariencia, universalista. Muchos de los que hasta entonces habían apoyado la democracia buscaron en la extrema derecha una forma alternativa de hacer realidad las promesas que la democracia había alguna vez resumido.
La izquierda, 1900-1914 Antes de 1914, la mayoría de los grupos nacionalistas, socialistas y, cada vez más, los feministas estaban de acuerdo en que la obtención de sus metas dependía de la existencia de una democracia parlamentaria. La democracia fue concebida en términos universalistas, y se pensaba que conduciría de forma casi automática a la libertad y la igualdad. Pero en realidad, las nociones de democracia anteriores a 1914 eran implícitamente excluyentes en términos de identidad nacional y étnica, de género, de clase y de religión. El momento de afrontar las consecuencias de ello llegó en los años de entreguerras.
Nacionalismo Hacia 1914, el nacionalismo tenía una gran fuerza en los principales estados multinacionales. Los irlandeses eran la más nacionalista de las nacionalidades de las islas británicas. En el Imperio Habsburgo, el nacionalismo era fuerte entre polacos, rumanos, serbios, croatas y eslovenos, y en el imperio ruso lo era entre polacos, lituanos y fineses. Los nacionalistas eran generalmente liberales, y consideraban corno sinónimos autodeterminación y democracia: cuando la mayoría ganara el derecho a elegir su propio destino, la nación sería libre. Pocos eran conscientes de que había una contradicción entre, por un lado, la idea según la cual la nación descansaba en el ejercicio del derecho a voto por parte de individuos libres y, por otro, las nociones de nacionalismo de inspiración étnica, cultural, religiosa y, sobre todo, lingüística, Estas concepciones implicaban que los individuos no tenían opción respecto a la nación a la cual pertenecían, y que algunos podían ser excluidos o incluidos sin importar sus deseos. El potencial autori-
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tario de estas ideas fue subrayado por la tendencia de muchos exponentes del nacionalismo a considerar la democracia como una afirmación continua, emocional y casi religiosa de la nación. El nacionalismo lingüístico prosperó debido al agresivo asimilacionismo de los gobiernos húngaro y ruso (los estudiantes polacos tenían que leer a los autores polacos en traducciones rusas). Austria era más tolerante con la diversidad lingüística, pero los diferentes grupos lingüísticos estaban atrapados en una amarga competencia por trabajos, educación e influencia politica. La introducción del sufragio universal masculino en el Imperio Habsburgo llevó a más y más gente a entrar en este conflicto. El nacionalismo lingüístico tenía un lado oscuro, y los nacionalistas liberales creían que sus propias lenguas eran vehículos de progreso mientras que las demás eras las portadoras de la reacción. Exhibiendo una fe liberal en el poder de la educación, los nacionalistas pensaban que los individuos podrían ser asimilados dentro de una nacionalidad progresista mediante el aprendizaje de su lengua. Un anticipo de lo que estaba por venir se pudo observar en Hungría, donde un movimiento liberal nacionalista había ganado el poder en 1867 y había emprendido una campaña para magiarizar el nuevo estado. En 1906 el liberal húngaro Széll declaró: "Cada ciudadano es igual ante la ley, y su única limitación es la lengua». Las minorías rumanas, serbias y croatas en Hungría fueron llevadas a la oposición, de la misma forma en que la consolidación de nuevos estados nacionales después de 1918 crearía por toda Europa nuevas minorías oprimidas. Lasreivindicaciones aparentemente universales del nacionalismo liberal estaban también atenuadas por la clase. El nacionalismo liberal era por lo general burgués, y los checos fueron el mejor ejemplo de ello. Para los movimientos nacionalistas, fue muy difícil conseguir el apoyo de los campesinos y la clase obrera. Mientras los campesinos polacos sospechaban del nacionalismo por ser un movimiento de intelectuales y terratenientes urbanos, los campesinos bielorrusos carecían casi por completo de conciencia nacional. Con todo, hubo algunas excepciones. En Irlanda y Ucrania, los nacionalistas, con la ayuda del clero, movilizaron a los campesinos que disfrutaban de mejores condiciones contra los terratenientes ingleses y los terratenientes (y los habitantes de las ciudades) rusos, judíos y polacos respectivamente. Aunque los partidos obreros estaban lejos de ser indiferentes a la cuestión nacional, el nacionalismo y el socialismo sólo estuvieron unidos explícitamente en Letonia y Finlandia (yen ambos casos porque la oposición a la rusificación se cruzaba con la antipatía hacia las clases dirigentes, en un caso alemanas y en el otro suecas).
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Las mujeres desempeñaron un papel significativo en la mayoría de los movimientos nacionalistas (en la Polonia rusa, un pequeño número incluso perteneció a grupos terroristas). Con todo, estaban limitadas a áreas «femeninas» tales como la defensa de la educación en lenguas minoritarias y del bienestar laboral. En las brigadas terroristas, se encargaban de llevar mensajes y esconder armas en su ropa, más que de participar en los combates. La idea de que las mujeres eran pasivas y las responsables del hogar estaba tan arraigada en los movimientos nacionalistas como en cualquier otra parte de la sociedad burguesa. Los símbolos nacionales asociados con la idea de sacrificio eran generalmente femeninos, pero eran los hombres los que en la práctica encarnaban el ideal nacional; según el himno nacional noruego: «todo aquello por lo que los padres han luchado y las madres han llorado». Los nacionalistas lucharon de manera activa por el sufragio femenino, sólo donde pareció un medio útil para atacar a sus rivales. En 1912, por ejemplo, los nacionalistas checos patrocinaron la candidatura, ilegal, de una mujer a la Dieta de Bohemia para mostrar a los alemanes como ignorantes y reaccionarios. Los nacionalistas irlandeses, sin embargo, se opusieron a los proyectos de ley del sufragio femenino con el argumento de que su derrota podría llevar al poder en Londres al antinacionalista Partido Conservador. En principio, los nacionalistas no eran hostiles al sufragio femenino, especialmente en tierras checas, donde existía una fuerte tradición liberal; más bien esperaban que las mujeres subordinaran las reivindicaciones feministas ala causa nacional. Estaban preparados para conceder el voto a las mujeres, pero no iban a permitir que fueran las feministas quienes lo consiguieran.
Feminismo Como el nacionalismo, el feminismo fue un producto de los desarrollos socioeconómicos de finales del siglo XIX, una causa y una consecuencia del aumento de las oportunidades para las mujeres enla educación y el empleo. El feminismo también se parecía al nacionalismo en que era un «movimiento imaginado» cuyos limites eran materia de discusión. Lasfeministas «igualitarias» minimizaban las diferencias de género; algunas fueron tan lejos como Christabel Pankhurst en Gran Bretaña y Madeleine Pelletier en Francia y exigieron ser liberadas del parto y el matrimonio. Las feministas igualitarias eran generalmente individualistas liberales. Pedían igualdad de derechos y una minoría cada vez mayor daba prioridad al sufragio. Las
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feministas «familiares», en cambio, consideraban que la especificidad biológica daba derecho a las mujeres a disfrutar de protección legislativa como madres, esposas y trabajadoras. Estas distinciones no eran impermeables. Algunas sufragistas afirmaban que las mujeres llevarían el idealismo femenino a la política; algunas feministas familiares sostuvieron que el voto permitiría la promulgación de una legislación de bienestar. El feminismo liberal era dominante antes de 1914 y, como tal, formaba parte de un movimiento de reforma democrática más amplio. No debe sorprender que las feministas compartieran las ideas preconcebidas de los movimientos con los cuales estaban asociadas. En Gran Bretaña y Alemania, algunas feministas liberales aprobaban el voto basado en la tenencia de la tierra. Las feministas checas lucharon contra el uso exclusivo del alemán en las conferencias femeninas internacionales. Las feministas checas y rumanas hicieron campaña a favor del sufragio femenino, pero las austro-alemanas y, especialmente, las magiares temieron que la ampliación del derecho a voto beneficiara a las minorías. Como educadoras) las mujeres estaban en la vanguardia de los esfuerzos destinados a asimilar a los hablantes de dialectos «inferiores», y como trabajadoras sociales intentaron convencer al proletariado de que la independencia nacional resolvería los conflictos de clase. CUADRO 3.2. Concesión del derecho a voto femenino
Finlandia Islandia Noruega Dinamarca Rusia Gran Bretaña Austria Alemania Hungria Holanda Polonia Suecia Checoslovaquia Bélgica España Francia Italia Portugal Yugoslavia Rumanía
1906 1908,1911 1913 1915 1917 1918,1928 1918 1918 1918 1919 1919 1919-1921 1919-1920 1920,1948 1932 1944 1945 1945 1945 1946
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El feminismo no era, sin embargo) sinónimo de liberalismo. En lo que respecta a la izquierda, como veremos) había defensores de los derechos de la mujer dentro de los partidos socialistas. En lo que respecta a la derecha, las iglesias,aunque eran hostiles al feminismo, ofrecieron una oportunidad a las mujeres de organizarse fuera del hogar. Entre tanto, las mujeres de las clases media-baja y trabajadora se unieron a los sindicatos católicos que estaban en contra de los socialistas, pero a menudo eran favorables a la protección de la mujer trabaiadora y al voto. Algunas organizaciones de mujeres, tales como la Liga Patriótica de Mujeres Francesas y la Liga de Amas de Casa Noruegas -ambas ligadas a los partidos conservadores- eran francamente antifeministas. Tales movimientos se basaban en una visión positiva de la domesticidad burguesa. En el hogar, las mujeres controlaban la educación de los hijos, dirigían al servicio doméstico y proporcionaban el punto de partida de una cruzada destinada a moralizar a la sociedad a través del trabajo voluntario. Estos grupos consideraban que el rechazo liberal feminista de la vida doméstica (a menudo una cuestión más aparente que verdadera) subvaloraba sus propias vidas, y pensaban que las campañas que alentaban el empleo no doméstico de las mujeres afectaban a la disponibilidad de criadas. En el Congreso Femenino Internacional de 1900, la
propuesta de conceder a los criados un día de descanso semanal produjo serios enfrentamientos. En ocasiones, este antifeminismo llevó a las mujeres a participar en los nuevos partidos de masas de la derecha.
Socialismo
El gran avance electoral del socialismo después de 1890 pareció confirmar la exactitud de la idea de Marx según la cual la concentración de trabajadores en pueblos y ciudades conduciría de forma natural a la socialización de la producción. Sin embargo, no existía una simple correlación entre los niveles de industrialización y la fuerza del socialismo. Gran Bretaña, el país más industrializado de Europa, tenía poco socialismo del que hablar, mientras que en la semiindustrializada Finlandia, el socialismo se basaba en los trabajadores sin tierra y los granjeros arrendatarios. Por otra parte, el que los trabajadores se identificaran con sus compañeros proletarios, con los patrones o con grupos religiosos o nacionalistas estaba determinado por sus circunstancias. A uno y otro lado del Rin, en Bélgica, en Holanda yen partes de Alemania y Francia, una importante proporción de la clase obrera votaba por partidos católicos, mientras que en Escocia, Gales e
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Irlanda, la llamada «franja celta» de Gran Bretaña, el liberalismo seguía siendo fuerte entrela clase trabajadora en 1914, y el apoyo de los liberales a la «autonomía para todos-" no era la razón menos importante para ello. En realidad, era inusual que no existiera cierta idea de clase en los movimientos obreros, independientemente de su color político. Los partidos católicos se encontraban por lo común divididos por conflictos entre el ala sindical y la burguesa. En el sur de Gales, los «Iib-Iabs» (liberales-laboristas) combinaron el apoyo al liberalismo con el desprecio que sentían hacia sus activistas burgueses. Un periodista lib-lab escribió en 1902 que los trabajadores se habían convertido en los verdaderos portadores de los principios liberales, que han dejado de ser la «basura arrastrada por esos individuos políticamente insignificantes cuyas deleznables actuaciones hacen que el apelativo "liberal" resulte nauseabundo a todos los hombres y mujeres», La conciencia de clase estaba presente en los movimientos trabajadores no socialistas, pero los intereses de la clase obrera se definían de forma diferente y la lealtad a la clase no era ella única o primaria fuente de identidad. Los socialistas sí dieron prioridad a la clase (según su propia defmición de clase) y enfatizaron el profundo abismo que separaba a la burguesía del proletariado. Con excepción de Gran Bretaña y Suiza, el reformismo, esto es, la idea de que el capitalismo podía ser mejorado mediante intervenciones legislativas, era débil en Europa. El socialista alemán Edward Bernstein sostenía que las condiciones de la clase obrera estaban mejorando bajo el capitalismo, que su derrumbamiento final resultaba inverosímil y que el reformismo representaba la única manera de seguir adelante, pero sus ideas no fueron recibidas favorablemente. Frente a los reformistas, aquellos que como Lenin y Luxemburg intentaban acelerar la destrucción del capitalismo, eran más numerosos. Sin embargo, en cualquier caso, ni los patrones ni el estado estaban dispuestos a tolerar reformas significativas (de hecho, los sistemas políticos de Alemania, Rusia y Suecia se basaron en la exclusión de socialistas). Los gobiernos liberales de izquierda en Italia y Grecia carecían de la fuerza y los recursos necesarios para cumplir con las promesas que habían hecho al movimiento obrero. La corriente dominante dentro del socialismo rechazaba tanto el reformismo como la toma violenta del poder. Consideraba que la demo>1- El movimiento por la autonomía de Irlanda (Home Rule) consiguió el apoyo de los liberales durante la década de 1880, en la que también se solicitaba la autonomía para los demás países del Reino Unido (el-lome Rule all round»}. (N. del t.)
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cracia era necesaria para la construcción de un partido que estuviera preparado para aprovechar el fin del capitalismo, una estrategia que se basaba en la creencia de que el estado podría serle arrebatado, «capturado~>, a la burguesía y utilizado para fines socialistas. La mayoría, personificada en Alemania por Karl Kautsky, pensaba que la defensa de la organización era primordial, y temía que una acción prematura pudiera desordenar al partido. Los socialistas, por lo tanto, participaban de forma entusiasta en campañas a favor de la democracia en Bélgica, Finlandia y Austria. En Rusia, Alemania y Suecia, los socialistas sostenían que la debilidad de la burguesia hacia que llevar a cabo la revolución burguesa fuera obligación suya. Y cuando parecía que la derecha amenazaba la democracia, los socialistas estaban preparados para defender las libertades fundamentales, como ocurrió en Francia durante el caso Dreyfus. Incluso socialistas de izquierda como lean Allemane en Francia y Karl Renner en Austria esperaban que el sufragio universal forzara a la burguesía a unirse contra el proletariado, de tal modo que precipitara la revolución. Muchos socialistas rechazaron el nacionalismo con el argumento de que era burgués. Con todo, su participación en la lucha por la democracia y la convicción de que el estado podía ser utilizado por el proletariado implicaban que, de alguna manera, aprobaban la idea del estado-nación. Como anotó lean Iaures, las naciones eran la condición previa de la libertad. Por ello no resulta sorprendente que en julio de 1914 los socialistas franceses y alemanes estuvieran dispuestos a defender sus patrias contra la «reacción» prusiana y rusa. Los socialistas asumieron que las rivalidades étnicas desaparecerían con el progreso de la democracia y la igualdad. En ocasiones, sin embargo, los extremos coincidían. En el Imperio Habsburgo los socialistas se vieron envueltos en los conflictos lingüísticos. Aunque en las elecciones de 1901 el partido checo condenó de tal forma al nacionalismo burgués que éste perdió el 80 por 100 de sus escaños, en 18971as relaciones con los socialistas austro-alemanes se habían deteriorado hasta el punto de que el partido socialdemócrata austriaco tuvo que ser federalizado de acuerdo con líneas étnicas (los checos acusaron a los austro-alemanes de darles largas en la campaña por el sufragio universal). Los socialistas estaban de acuerdo con Auguste Bebel en que no podría haber «emancipación de la humanidad sin independencia e igualdad sexual». Las mujeres se unieron en gran número a los partidos socialistas finlandés y alemán, y las contribuciones de mujeres como Rosa Luxem-
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burg, Clara Zetkin y Alexandra Kollontai al socialismo no tiene paralelo en los movimientos liberales o conservadores. Con todo, los socialistas descartaban el feminismo al considerar que, al igual que el nacionalismo, era un movimiento burgués; e hicieron poco para promover el sufragio femenino. Detrás de esta paradoja se encuentra la insistencia en que la clase tiene precedencia sobre cualquier otra forma de solidaridad. Zetkin condenó el feminismo por considerarlo una distracción burguesa que alejaba a las mujeres de la lucha de clases, y sugirió que puesto que los hombres de la clase obrera no tenían ningún tipo de riqueza, no podían ser sexistas. Los socialistas definieron al proletariado en términos masculinos y relegaron a las mujeres trabajadoras a una posición secundaria. La participación de las mujeres en el mundo del trabajo asalariado se consideró temporal, y se dijo que carecían de la habilidad y la fuerza de los trabajadores masculinos. Del liberalismo burgués, los socialistas también tomaron la idea de que el socialismo permitiría el florecimiento completo de individuos racionales y autónomos, y compartieron con él la vieja opinión de que la mujer es más emocional que racional y que, por tanto, está más preparada para la vida doméstica. Las activistas femeninas fueron encauzadas hacia áreas en las que sus «sensibilidades» fueran más valiosas, por ejemplo el movimiento pacifista. De la misma forma en que los nacionalistas asumieron que la democracia nacional superaría los conflictos de clase y género, los socialistas se convencieron de que la socialdemocracia resolvería las tensiones de género y nacionales. De hecho, el advenimiento del sufragio masculino universal animó a los partidos socialistas a concentrar sus esfuerzos en esos trabajadores que podrían votar, es decir, en los hombres.
Liberalismo de izquierda En muchos países los liberales de izquierda estaban a la vanguardia del movimiento democrático. La primera década del siglo :xx vivió el apogeo del Partido Radical Socialista francés, del Radical Venstre danés, del nuevo liberalismo británico, de Giolitti en Italia y de Venizelos en Grecia. Los liberales de izquierda consideraban que el individuo autónomo era la base de una sociedad capitalista y democrática organizada de acuerdo con los dictados de la razón y la ciencia. Esto explica su oposición a las iglesias establecidas, que eran vistas como instituciones que defendían los privilegios e impartían una educación oscurantista. El liberalismo de izquierda,
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por 10tanto, se dirigía a los no conformistas en la franja celta de Gran Bretaña, * a la burguesía anticlerical en Francia y los Países Bajos y a masones aislados en las ciudades del católico sur italiano. Mientras que los liberales más conservadores rechazaban cualquier forma de interferencia estatal en el libre juego de los intereses individuales, los liberales de izquierda permitían que los trabajadores defendieran sus intereses a través de sindicatos. Creían además que el estado debía intervenir para asegurar que los menos favorecidos pudieran desarrollar su potencial como individuos, de allí su apoyo a la reforma educativa y social. Debido a su defensa de la igualdad y la libertad, los liberales de izquierda consiguieron el apoyo de nacionalistas, socialistas y feministas; pero tuvieron problemas para reconciliar los desafíos representados por estos movimientos con su fe en el individuo. Los liberales de izquierda no estaban a favor del socialismo. Esperaban incorporar a los trabajadores en la sociedad capitalista al convertirlos en propietarios, proporcionándoles minifundios o pequeñas parcelas. Les desagradaba la palabra «clase» yen su lugar preferían hablar de «pueblo». Confirieron derechos a los sindicatos para estimular la colaboración y no los conflictos de clase (Venizelos, por ejemplo, concedió abundantes derechos a los sindicatos, pero prohibió el uso de la palabra «proletariado», que consideraba inmoral, en sus nombres). Cuando los sindicatos defendieron intereses colectivos con demasiada fuerza, como sucedió en Francia en 1906 durante el gobierno Radical de Clemenceau, se utilizó todo el peso del estado contra ellos. En Gran Bretaña, la resistencia de los comités del Partido Liberal a las candidaturas de la clase trabajadora condujeron a los sindicalistas hacia el Partido Laborista. En Suecia, los liberales consiguieron llegar al gobierno en 1905, pero no pudieron aprovechar su victoria porque algunos preferían un derecho a voto amañado de tal forma que los trabajadores de las ciudades quedaran excluidos. Para los liberales de izquierda resultó igualmente difícil tratar con el reto que representaban las minorías nacionales. Su creencia en la autodeterminación podía conducirles a simpatizar con los movimientos autonomistas. En Gran Bretaña, los liberales estaban a favor de conceder la autonomía a Irlanda, en parte porque necesitaban el apoyo de los nacionalistas irlandeses en el Parlamento, y en parte porque la noción del estado como indivisible era menos fuerte entre los liberales británicos que entre sus homólogos continentales. Los radicales franceses desarrollaron de forma di>1-
Se refiere a Jos disidentes de la Iglesia Anglicana de Escocia, Gales e Irlanda. (N. del t.]
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ferente la doctrina de la soberanía popular. Para ellos, la democracia y el gobierno de la mayoría implicaban la unidad del estado nacional. Desconfiaban de los católicos y de los socialistas por su lealtad a una autoridad extranacional. La desconfianza que los radicales sentían por el particularismo lingüístico era tan fuerte como la de los liberales húngaros. En 1906, un gobierno Radical prohibió la enseñanza del catecismo en bretón por considerarlo un idioma «atrasado». Los liberales de izquierda no sentían especial entusiasmo por la concesión del derecho a voto a las mujeres. Definían al individuo en términos masculinos y no creían que las mujeres fueran lo suficientemente racionales como para ejercer este derecho. En Francia, la irracionalidad de las mujeres parecía ser confirmada por su gran religiosidad, y los radicales eran opositores convencidos del sufragio femenino; en Gran Bretaña, los liberales temían que las mujeres votaran por los conservadores. Por otro lado, los liberales de izquierda favorecieron políticas diseñadas para «mejoran) la población de manera cualitativa, a través de proyectos eugenésicos de reproducción saludable y eliminación de los «no capacitados», y cuantitativa, estimulando los nacimientos. Estos modelos asumían que el primer deber de una mujer era dar a luz. En ningún lugar el liberalismo de izquierda estuvo en posición de crear una alianza entre las distintas fuerzas democráticas. En Gran Bretaña, el descontento de los trabajadores, la protesta de las sufragistas y la oposición a la autonomía irlandesa provocaron un cierto malestar entre los gobernantes liberales; en Francia, los liberales conservadores eran cada vez más influyentes en los gobiernos de la coalición centrista; Giolitti perdió el poder en Italia en 1914, asfixiado por la oposición de socialistas, católicos y conservadores. En otras partes, los liberales de izquierda nunca habían sido fuertes. En los Países Bajos, los partidos religiosos excluyeron del poder a los liberales de izquierda anticlericales; la península Escandinava estaba dividida por conflictos entre el campo y la ciudad; en Alemania y Suecia, la oposición de la burguesía al socialismo privó al liberalismo de izquierda de un posible apoyo; en Rusia, los sueños liberales de una colaboración de clases se vinieron abajo en 1912 con el levantamiento de los trabajadores industriales provocado por la masacre en las minas de oro del Lena; en el Imperio Habsburgo, elliberalisrno se diluyó entre los movimientos nacionalistas. A pesar de las divisiones y de las contradicciones del movimiento democrático, la historia parece haber estado de su lado. Además, la derecha estaba igualmente dividida por cuestiones de clase, religión o etnia. Y con
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excepción de Rusia, se había visto obligada a comprometerse con la democracia, aun a costa de dividirse todavía más.
La derecha, 1900-1914 Políticamente, la derecha estaba dividida en dos tendencias. Los conservadores liberales predicaban la libertad del individuo para definir su propio futuro según sus capacidades (asumidas, para variar, según la clase, la herencia y el género). Para los conservadores liberales, era el individualismo el que sostenía la economía de mercado y las instituciones representativas, y el que posibilitaba que el gobierno estuviera en manos de los más capacitados. Los conservadores, en cambio, consideraban que la iglesia, la aristocracia terrateniente hereditaria, el monarca y la cámara alta eran los pilares de una sociedad jerárquica en la que el individuo se definía por su pertenencia a una familia, una profesión y una nación. Estas dos derechas tenían mucho en común. Ambas defendían unánimemente la preeminencia social y política de la clase dirigente, y se oponían de manera resuelta al socialismo, el feminismo y el separatismo nacionalista. A menudo esto las llevó a unirse. En Gran Bretaña el crecimiento del nuevo liberalismo empujó a muchos votantes del Partido Liberal hacia los tories. De forma similar, los republicanos moderados franceses aceptaron el apoyo de ex monárquicos en la década de 1890. En 1911, en Italia, el pacto Gentiloni entre liberales y católicos demostró que el miedo al socialismo había moderado la oposición clerical a un estado fundado sobre las ruinas del poder temporal del papa. En Alemania, los conservadores, los liberales nacionalistas y el centro católico formaron un frente común contra el socialismo. Las derechas conservadora y liberal-conservadora también estaban unidas por una idea masculina del honor. Había en este período una verdadera obsesión por las condecoraciones (honores) y las mujeres no eran por lo general elegibles para ellas. Más llamativo todavía resulta el hecho de que el duelo político -más una prueba simbólica de virilidad que una batalla a muerte- seguía siendo generalizado en España, Alemania, Francia y Austria-Hungría (el primer ministro húngaro István Tisza participó en tres mientras estuvo en el cargo). La masculinidad, en realidad, se había hecho más explicita en la derecha politica desde la década de 1890. En un momento en que las ideas sobre genética, raza, salud pública y poder na-
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cional se hacían populares, algunos representantes de la derecha exigieron una masculinidad nueva, propia de guerreros o soldados. El reverso de la moneda era su insistencia en la maternidad como vocación femenina. En Gran Bretaña, Francia, Alemania e Italia, los políticos se preocupaban por la, supuestamente, gran fertilidad de los vecinos hostiles, mientras que en Austria-Hungría cada uno de los grupos étnicos temía que sus rivales pudieran superarlos en la producción de recién nacidos. Esta inquietud se amplió por la atracción de muchas mujeres de clase alta por el feminismo, el cual, se pensaba, las distraía de su vocación maternal y, además, desafiaba el monopolio masculino de la vida pública. Las alianzas entre las derechas conservadora y liberal-conservadora fueron reforzadas también por la convicción de que el separatismo nacionalista, el feminismo yel socialismo eran tres caras de un mismo mal: el colocar el propio interés por encima del bienestar público. La derecha, por lo tanto, estableció relaciones entre los peligros a los que se enfrentaba: las huelgas fueron desdeñadas por ser obra de muchedumbres sujetas a pasiones «femeninas»; las lenguas minoritarias consideradas «degradantes»: el socialismo y el feminismo pensados como manifestaciones de una conspiración judía, etc. Ahora bien, si la derecha asimiló mentalmente los peligros a los que se enfrentaba, no tenía en cambio demasiado claro qué debía hacer al respecto. No había acuerdo ni sobre la naturaleza de la amenaza ni sobre lo que debía ser defendido, y en ocasiones cuanto más serio era el peligro, mayor temor sentían los más conservadores de que las soluciones de sus rivales agravaran la situación. De hecho, los representantes de la derecha no estaban de acuerdo ni siquiera en la naturaleza del honor. En Alemania) los aristócratas ostentaban sus condecoraciones como símbolos de una superioridad inherente) mientras que los conservadores liberales creían que el respeto sólo se ganaba con sobriedad y trabajo duro. Los conservadores liberales condenaban el duelo por considerarlo una manera irracional de solucionar los conflictos. Los católicos rechazaban el duelo porque ofrecía un mal ejemplo a las clases más bajas: Gróber, activista del Partido de Centro alemán) sostuvo que nadie podrá «lograr que los trabajadores abandonen sus rudas maneras mientras quienes son mejores que ellos continúen matándose a veinte pasos». Muchas feministas estaban de acuerdo con ello) e incluso las aristócratas húngaras hicieron campaña para la supresión del duelo. Mezcladas en la discusión sobre el duelo había entonces formas muy diferentes de concebir el orden social.
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Por otra parte) los conservadores veían las amenazas que tenían delante a través de las lentes de identidades religiosas y étnicas preexistentes. En Italia, la persistencia de la religión como fuente de división entre los ricos fue simbolizada por la naturaleza limitada (y secreta) del antes mencionado pacto Gentiloni. En Alemania, el Centro Católico se preocupó por corregir la poca representación que los católicos tenían en la vida pública) y en 1905 el nombramiento en una cátedra de historia católica de Martin Spahn, hijo de un político católico) provocó un enfrentamiento entre la Alemania protestante y la católica. En Francia, los conservadores monárquicos) republicanos y católicos sólo formaban una derecha unida en el sentido en que las patatas de un saco forman un saco de patatas. * Aunque en Europa meridional y oriental el socialismo era más débil, el miedo a la democratización pudo haber unido a las élites. La realidad de estas regiones estaba compuesta de complejas luchas entre las distintas facciones administrativas) la burguesía y los terratenientes, condicionadas además por las fracturas religiosas y étnicas y las predilecciones de los monarcas. El zar Nicolás II veía a Rusia como estado territorial que le pertenecía y que la aristocracia manejaba. Le molestaban los administradores reformistas como Piotr Stolypin (primer ministro entre 1906 y 1911) a los que consideraba barreras entre él y su pueblo. En cambio, el rey Carol 1de Rumanía se alió con los burócratas liberales en contra de los terratenientes conservadores. En otras partes de los Balcanes, la aristocracia de la tierra no tenía importancia política al haber sido expulsada tras el final del dominio otomano) y por ello eran las facciones burocráticas y profesionales las qne lnchaban por el poder. En Austria, la introdncción del sufragio universal en 1907 puso fin a lo que quedaba de influencia aristocrática. Sin embargo) como el parlamento estaba paralizado por las disputas étnicas) el despotismo ilustrado de la burocracia todavía dominaba el sistema político. Albert Gessman, líder del Partido Socialcristiano, no consiguió crear una alianza contra los socialistas en Austria al no entender que, para los burgueses checos, alemanes o eslavos meridionales) los grupos étnicos rivales representaban una amenaza tan grande a sus intereses (tal y como los concebían) como lo eran los socialistas. En Hungria, la aristocracia era dominante. Lejos de ser conservadora) defendía con ostentación un parlamentarismo forjado en una lucha histórica por su propia nación contra el absolutismo de los Habsburgo. La éli,. La expresión es de Karl Marx, quien en E/lB brumario de Luis Bonaparte la aplica a las relaciones entre los campesinos franceses. (N. del t.)
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te magiar promovió el acceso de todos los grupos étnicos a las profesiones, al comercio e incluso a la aristocracia, con la condición de que se asimilaran a su cultura. El liberalismo húngaro, sin embargo, estaba cada vez más acosado por el Partido Nacional y el Católico Popular. Estas organizaciones, que reclutaban a sus miembros entre la pequeña burguesía y las clases comerciales y administrativas, criticaban a las élites por no ser capaces de buscar la asimilación con la fuerza necesaria. El surgimiento de un conservadurismo popular, desde la década de 1890, agravó las dificultades de la derecha. La nueva derecha no estaba claramente separada de la vieja. El Partido Conservador alemán adoptó el antisemitismo demagógico del radicalismo campesino en la conferencia de Tívoli, en 1893; en Francia, los progresistas liberal-conservadores asimilaron el nacionalismo y el antisemitismo durante el caso Dreyfus; mientras que en 1911 el conservador británico Willoughby de Broke aseguró que «si nuestros actuales lideres no tienen cuidado, serán aplastados por una alianza de tories que sepan actuar con seriedad ». Las nuevas yviejas derechas percibían las mismas amenazas a la sociedad: en Alemania, la derecha nacionalista incluía una unión para luchar contra la emancipación de la mujer, una unión imperial contra la socialdemocracia y albergaba organizaciones destinadas a defender a los alemanes como grupo étnico frente a las minorías. Sin embargo, estas coincidencias no deben ocultar el hecho de que la nueva derecha castigó al conservadurismo oficial en nombre de «el pueblo», La nueva derecha descansaba sobre su propio y deformado idealismo democrático, al que articulaban sus antipatías religiosas y étnicas, de género y de clase. Los campesinos alemanes denunciaron a los judíos y a los «junkers», la aristocracia terrateniente; los funcionarios y profesionales húngaros se sentían molestos por la competencia judía por los empleos; los nacionalistas franceses condenaron el sesgo anticlerical de los nombramientos estatales; a los pequeños comerciantes de Budapest, París y Viena no les gustaban las grandes tiendas y los grandes almacenes judíos. La derecha radical consideró que para cambiar la clase gobernante era necesaria una reacción exitosa. Los Cien Negros en Rusia exigían una autocracia popular y la Unión Pan-Alemana, un káiser del pueblo. La mezcla de radicalismo y reacción en la nueva derecha se resume en su actitud hacia las mujeres. Los derechistas radicales deseaban restaurar la virilidad del sistema político. Consideraban que las clases dominantes eran «afeminadas», y por ello éstas se convirtieron en el fetiche de combate del nacionalista francés Paul Déroulede y del «desprecio de la mujer» de
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Marinetti, el futurista italiano. Con todo, la nueva derecha se debatía entre su oposición a la participación de las mujeres en la politica y su deseo de utilizarlas para llenar asientos en las reuniones públicas. Como consecuencia de esto, las mujeres se sintieron atraídas por movimientos tan diversos como la Primrose League y la Unión Pan-Alemana, pues su carácter masivo parecía ofrecerles una apertura politica que por 10 general no estaba a su disposición. La división femenina de la Sociedad Colonial Alemana se esforzó por contratar criados para las familias de las colonias, con el objetivo de reducir al mínimo el contacto de los bebés alemanes con las nodrizas nativas. La vida doméstica, el interés de clase y el racismo fueron acoplados a la política de masas de la derecha. Algunos nuevos movimientos de derecha, como la Prirnrose League británica y, de manera creciente, los socialcristianos en Austria, eran constitucionalistas. Otros, como los Cien Negros, la Unión Pan-Alemana, la Asociación Nacionalista italiana y los Voluntarios del Ulster de Carson prefiguraban el fascismo. Antes de 1914, sin embargo, la mayoría de ellos deseaba más revitalizar el sistema existente que llevar a una élite alternativa al poder a la cabeza de un partido de masas. No obstante, el conservadurismo popular, cualquiera que fuera su forma, demuestra hasta qué punto las nociones de soberanía popular y reforma habían permeado la derecha, y evidencia la maleabilidad de estos eslóganes. Incluso el káiser Guillermo II sentía que la intervención militar en la política no tenía ninguna importancia en Alemania, porque la legitimidad dependía de la lealtad de las masas. Cuando la democracia liberal tocó fondo en los años de entreguerras, los conservadores estaban listos para intervenir, porque, de algún modo, las explicitas exclusiones de los políticos de la extrema derecha podían hallarse implícitas también en la política democrática.
El impacto de la Gran Guerra En 1914 Europa era el hogar de un amplio movimiento para la democratización y la igualdad que encontraba expresión en el liberalismo de izquierda, el socialismo, el nacionalismo y, cada vez más, en el feminismo. Con todo, antes de 1914 pocos preveían transformaciones inmediatas. Los socialistas se concentraron en acumular votos, y es sabido que Lenin no esperaba que la revolución tuviera lugar durante el curso de su vida. Los nacionalistas, por lo general, limitaban sus demandas a una mayor auto-
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nomia. Las feministas intentaban principalmente mejorar su posición dentro del orden patriarcal. El brote revolucionario más significativo del período ocurrió en Rusia en 1905, y fue derrotado con relativa facilidad una vez que el gobierno consiguió dividir a la oposición. Como tenía suficientes tropas leales, pudo eliminar una a una las aldeas que participaron en la masiva sublevación campesina. Sin embargo, lo ocurrido había demostrado qué cosas podían lograrse en un régimen debilitado por la derrota militar. La Gran Guerra alteró de forma dramática el equilibrio del poder político y social. Para organizar el esfuerzo bélico, la autocracia zarista se vio obligada a recurrir a las habilidades de la burguesía liberal Se necesitaba a los trabajadores para las fábricas de armamentos; en Gran Bretaña, Francia, Italia y Alemania los socialistas entraron en el gobierno. Las mujeres organizaron servicios sociales y asumieron trabajos masculinos en fábricas y oficinas. Para alentar el espíritu de lucha, los gobiernos hicieron extravagantes promesas de tierra para los campesinos, de reformas para los trabajadores y de independencia para los nacionalistas en un momento en el que la guerra había reducido su capacidad de cumplir con ellas. La autocracia rusa se derrumbó por completo bajo la presión de la guerra, la revolución estalló en los países derrotados y no hubo estado victorioso o neutral que se salvara de! descontento. Entre 1918 y 1919 las mujeres obtuvieron el derecho a voto, se aprobaron reformas agrarias, los derechos de los sindicatos fueron reconocidos y los socialistas participaron en los gobiernos de Alemania, Dinamarca, Suecia, Checoslovaquia, Hungría, Rusia y Austria. De las ruinas de los imperios multinacionales se crearon naciones-estado democráticas; en Gran Bretaña y los países escandinavos la democratización avanzó. España fue el único país en el que la democracia no echó raíces. Con todo, la victoria de la democracia liberal dependió de un frágil equilibrio de poder. Éste fue debilitado seriamente por la negativa de Estados Unidos o Gran Bretaña a apoyar la democracia económica o políticamente. Además, la guerra insensibilizó la vida política en una forma que afectó a la izquierda. Seguramente, la victoria de los bolcheviques en Rusia debió mucho a la voluntad de sus militantes, que, armados y vestidos con chaquetas de cuero, decidieron aprovechar la ola de violencia contra las clases dominantes que recorrió el país en 1917, para luego suprimirla sin piedad, una vez el Ejército Rojo hubo derrotado a los blancos en la guerra civil. Sin embargo, en aquellos lugares en los que las clases dominantes no habían sido destruidas, resultó difícil sacarlas. Sus ejércitos machacaron invariablemente las insurrecciones populares, siempre peor armadas. No
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hubo un solo levantamiento comunista que tuviera éxito en la Europa de entreguerras, y la resistencia de la izquierda a la intervención militar en política y a la violencia fascista fue en gran parte inútil. Mussolini consiguió cumplir con su deseo de «escribir la historia con el puño, no con la pluma». Con frecuencia, el recurso a la violencia y a la coacción estaba implícito en el entusiasmo por la ingeniería social. La guerra total había reforzado la idea de que los individuos podían y debían ser moldeados según los objetivos de la sociedad y de la nación, y pareció ofrecer nuevos medios para alcanzar semejante meta a través de la intervención de estado y de técnicas científicas para administrarlo todo, desde las fábricas hasta las tareas domésticas. El interés por la «ciencia» de la eugenesia llegó a estar bastante extendido en los círculos políticos, y se concibieron elaborados modelos para elevar los índices de natalidad y mejorar la pureza étnica y la capacidad militar de la nación. Los socialistas se sintieron atraídos por la eugenesia gracias a dudas apenas reconocidas sobre la idoneidad del «rudo y violento» proletariado para el histórico papel que tenía asignado. La repugnancia provocada por el «barbarismo asiático» de las masas rusas fue la fuente de los programas soviéticos de ingeniería social. En la extrema derecha, la eugenesia estaba a menudo emparentada con el racismo biológico, que comenzó a desplazar al asimilacionismo liberal. La eugenesia asumió diferentes formas: positiva y negativa, de izquierda y de derecha, racista en Gran Bretaña y Alemania, familiarista en Italia y Francia. Muchos eugenesistas y natalistas consideraron que los «charlatanes» parlamentarios eran poco apropiados para la tarea de endurecer la nación para participar en la lucha internacional. La difusión de la violencia política, de la obsesión por el poder nacional y del interés por la ingeniería social contribuyó a un retroceso general del liberalismo en los años de entreguerras. Los socialistas, que eran los defensores más firmes de la democracia, perdieron votos que fueron a parar a los comunistas y a la extrema derecha. Los partidos de la izquierda liberal, como el Partido Liberal británico, e! Partido Popular alemán y en menor grado el Partido Radical francés, declinaron. Las élites liberal-nacionalistas en Hungría y en los Balcanes abandonaron sus proyectos para integrarse a las naciones-estado industrializadas en el mercado mundial, y en cambio idealizaron a la familia campesina y saludable. El feminismo liberal sucumbió a la polarización política y al peso del familiarismo. En Hungría, el movimiento feminista, históricamente liberal, hizo las mismas demandas de la derecha radical para que se excluyera a los judios de las profesiones. En Gran Bretaña, las seguidoras de Ernmeline Pankhurst se
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entregaron con patriotismo al trabajo de guerra, y sus relaciones con las sufragistas irlandesas, que en un tiempo habían sido amistosas, se deterioraron. Muchos de los nuevos estados de Europa oriental fueron llevados hacia el autoritarismo de derechas a medida que el intento de crear naciones homogéneas originó conflictos con las minorías nacionales. La asimilación de las minorías descansó sobre todo en la obligación, y se combinaba cada vez más COil un excluyente racismo biológico. Las escuelas ucranianas fueron cerradas en Polonia; la escuelas eslovenas lo fueron en Austria. Las principales víctimas eran los judíos, que entre 1938 y 1939 se encontraron excluidos legalmente del empleo en Alemania, Hungría, Italia y Rumanía. El nacionalista polaco Roman Dmowski habló del «fin del capítulo judío de la historia». La desilusión con la democracia liberal fue exacerbada por su incapacidad para satisfacer a muchos de los que habían puesto grandes esperanzas en ella. Algunos países rechazaron conceder el voto a la mujer, y donde el sufragio femenino fue puesto en práctica pocas cosas cambiaron con él. En 1930, las mujeres sólo representaban el 3,3 por 100 del parlamento polaco; y durante el período de entreguerras sólo 36 ingresaron en la Cámara de los Comunes en Gran Bretaña. Únicamente en Finlandia las mujeres tuvieron un verdadero impacto en el parlamento, yen 1924 el primer gobierno socialista de Dinamarca designó a una mujer como ministro de Educación. De igual manera, los trabajadores se sintieron decepcionados. Los partidos socialistas fueron excluidos con rapidez de las coaliciones de gobierno en Suecia, Austria y Alemania. Aunque la mayoría de los estados pusieron en práctica importantes medidas de reforma social, las coaliciones de socialistas, liberales de izquierda y reformistas católicos que las habían hecho posibles pronto se disolvieron. La experiencia de la democracia fue para muchos trabajadores la del desempleo real o potencial. Algunos estados de Europa oriental y de los Balcanes llevaron a cabo una exitosa reforma agraria, especialmente dónde fue posible aprovechar para ello las propiedades de las nacionalidades antes dominantes, tal como sucedió con las de los húngaros y alemanes en Checoslovaquia. En cambio, en Rumanía, Polonia y Hungría, el fracaso de la reforma agraria envenenó la vida política. La situación de la Europa de entreguerras puso en evidencia el carácter excluyente de la democracia, en apariencia universalista. A las mujeres, los campesinos, los trabajadores y las minorías étnicas no se les concedieron derechos en tanto ciudadanos o en tanto seres humanos iguales, sino porque, tras haber «probado» su patriotismo durante la guerra, se habían
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«ganado» el derecho a poseer tierras, a tener «hogares apropiados para los héroes». Dada esta jerarquización implícita de los ciudadanos, no debe sorprender que la concesión de derechos políticos hubiera ido acompañada de una renovada insistencia en el carácter doméstico de las mujeres, o que se hubiera esperado que los trabajadores y los campesinos sacrificaran una vez más sus «intereses egoístas» por el bien de la nación cuando la situación económica se deterioró. El predominio de una noción lingüística o étnicamente unitaria del estado-nación hizo que las dificultades de las minorías fueran aun peores, y a menudo fueron miradas como quintacolumnistas de las potencias extranjeras. La decadencia del liberalismo coincidió con la consolidación de la hostilidad de la derecha hacia la democracia, que fue considerada demasiado favorable a los socialistas, a las feministas y a las minorías nacionales. No obstante, la esperanza de los conservadores de restaurar el status quo ante bellum pronto se desvaneció. Las familias reales depuestas, por ejemplo, pronto desaparecieron de la escena política. Entre los blancos rusos, la adhesión a la monarquía era débil, y en Austria era insignificante. Las élites se vieron obligadas a negociar con una reacción masiva, compuesta por todos aquellos que se sentían amenazados por la agitación social de la posguerra. Este movimiento de masas se caracterizó por un odio profundo al socialismo, el comunismo, el feminismo y las minorías étnicas, pero también por su resentimiento contra las élites e incluso por su aspiración de cambio. De hecho, es posible entender la política de entreguerras como una lucha para conseguir que la promesa de reforma una veZ encarnada por la democracia fuera ahora representada por el comunismo, el fascismo o la socialdemocracia.
El fracaso de la izquierda, 1919-1933 A pesar del gigantesco miedo al comunismo que existía en la Europa de entreguerras, habia pocas posibilidades de que los bechos de 1917 se repitieran fuera de Rusia, y hacia finales de la década de 1920 Stalin proclamaba con cinismo que en los siguientes cien años la Internacional Comunista no provocaría una sola revolución. La Revolución de Octubre había tenido éxito debido a la fragmentación de la clase gobernante, el derrumbamiento del ejército y la decisión de Lenín de apoyar las demandas de la clase obrera sobre el control de las fábricas, el deseo de los campesinos de
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un gobierno autónomo de la tierra y los pueblos, la autodeterminación de las minorías, las aspiraciones de las mujeres y la desesperación de los soldados que querían la paz (incluso a pesar de que el partido tenía serias dudas sobre cada uno de estos temas). Los bolcheviques consiguieron de esta forma extender su atractivo mucho más allá de las filas del proletariado. La actitud favorable de los campesinos hacia el bolchevismo pronto disminuyó debido a las requisiciones y el reclutamiento, pero los blancos eran aún más despiadados con ellos. De esta forma, el apoyo del que disfrutaron los bolcheviques en los pueblos inclinó la balanza a su favor durante la guerra civil. Posteriormente, y como había hecho el estado zarista antes que ellos, los bolcheviques utilizaron su superioridad militar para acabar con la resistencia campesina aldea por aldea. Y a continuación, en 1921, Lenin introdujo la Nueva Política Económica para contrarrestar la crisis de alimentos y reconciliarse con los campesinos. Los drásticos cambios de postura de Lenin, de la pureza proletaria a las concesiones oportunistas, proporcionaron una herencia ambigua al movimiento comunista internacional. Por un lado, el leninismo estaba gobernado por una idea inflexible del interés de la clase obrera encarnado en un movimiento de revolucionarios profesionales. En ¿Qué hacer?, publicado en 1902, Lenin habia dudado de la capacidad revolucionaria del proletariado, y había puesto más énfasis en el papel de la inteüigentsia (la burguesía progresista); de hecho, Lenin negaba que fueran distintas. El agente de la revolución era un partido que hablaba en representación de una noción abstracta del interés de la clase obrera, y no los trabajadores en sí mismos. Por otra parte, la mala opinión que Lenin tenía del proletariado coexistía con una fe en el potencial revolucionario intrínseco de las minorías nacionales y del campesinado pobre. De hecho, el comunismo parecía con frecuencia más una suerte de populismo revolucionario dirigido por una élite y definido por su pureza doctrinal que un movimiento de clase. En la Unión Soviética, el resultado de estas tensiones, nunca inevitables, fue la revolución estalinista. Aunque Stalin puso en práctica la colectivización y las purgas forzadas, alimentó y agravó el odio de la gente hacia los ricos, la burguesía, los ingenieros, los funcionarios del partido, los intelectuales y los campesinos adinerados (a menudo sólo levemente adinerados). Más que en la clase en el sentido marxista, este movimiento popular se basó sobre todo en la noción de «nosotros», los trabajadores, contra «ellos», los parásitos (identificados a menudo con los judíos y los extranjeros). Aunque este odio populista demostró ser dificil de controlar,
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proporcionó gran parte del ímpetu que animó la revolución. de S~alin. Esto fue especialmente cierto cuando Stalin se volvió contra los mgemeros e intelectuales entre 1928 y 1929, Ydurante la gran purga del partido que tuvo lugar entre 1936 y 1937. Durante esta última, Stalin habló de «enemigos del pueblo» más que del proletariado, y alentó a la gente normal a denunciar a altos funcionarios y oficiales del ejército. Al dejar cargos líbres en la burocracia, las purgas crearon oportunidades de ascenSO social para trabajadores y campesinos, que en su momento se convirtieron también en blancos del resentimiento popular. Irónicamente, Stalin utilizó la aversión popular por la jerarquía bolchevique, que a menudo se extendía hasta él, para obtener un control absoluto sobre el partido, en el nombre de la pureza ideológica de la vanguardia de la revolución proletaria. En el movimiento comunista internacional, las tensiones dellenínismo nunca fueron resueltas. La República Soviética de Hungría de Béla Kun fracasó en parte debido a una interpretación estrechamente proletaria del leninismo. La revolución de marzo de 1919 había sido el resultado de la unión del malestar entre los trabajadores de Budapest y de la esperanza de que el Ejército Rojo de Trotski expulsara de Hungría a los ejércitos checos y rumanos. Sin embargo, el que los comunistas prefirieran la nacionalización de las fábricas a su control por parte de los trabajadores, y la creación de granjas estatales por encima de la distribución de la tierra entre los campesinos, hizo que perdieran con rapidez el apoyo de las masas. Al atacar los símbolos nacionales, los comunistas perdieron además el apoyo de los nacionalistas, y el destino de la revolución quedó sellado cuando fue incapaz de derrotar a los rumanos. Las élites gobernantes, que no habían sido debilitadas en la misma medida en que lo habían sido sus equivalentes en Rusia, regresaron en el equipaje del ejército rumano. Los comunistas no ignoraban que los aliados no proletarios eran necesarios, y los aprovecharon siempre y cuando pudieran conservar la dirección del partido. En la década de 1920 la Internacional Comunista insistió en que cualquier alianza semejante debía ser de naturaleza revolucionaria, y los resultados fueron diversos. Siguiendo a Lenin, se prestó mucha atención a las minorías nacionales. En la misma Unión Soviética, la administración de repúblicas como Ucrania fue confiada a ucranianos, porque se pensaba (en cierto sentido, de manera poco realista) que la construcci~n del socialismo reduciría la lealtad nacional a un fenómeno secundano. Irónicamente, la Unión Soviética promovió sin advertirlo, o incluso creó, sentimientos nacionalistas entre distintos grupos como sucedió con los
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bielorrusos. La Internacional Comunista también suscribió la causa de las minorias nacionales fuera de la URSS, y obtuvo cierto apoyo de los eslovacos en Checoslovaquia, de los ucranianos, bielorrusos y judíos en Polonia, de los judíos en Rumanía y de los inmigrantes italianos en Francia. Con frecuencia esto tuvo como consecuencia la pérdida del apoyo del grupo étnico dominante entre la clase obrera, en especial dada la insistencia de la Internacional Comunista en que los estados fronterizos se incorporaran a la URSS. Otro peligro era que los comunistas vieran la lucha nacional como una causa por derecho propio. En la Unión Soviética, el partido ucraniano se convirtió en objeto de sospechas. En Francia, los comunistas alsacianos identificaron al agente de la revolución con el volk alsaciano y denunciaron a los enemigos gemelos: el capitalismo y el imperialismo francés. Los disidentes alsacianos fueron expulsados del partido en 1929, por haber llevado a su conclusión lógica la idea de Lenin de que los movimientos de liberación nacional eran objetivamente revolucionarios. Los comunistas tampoco tuvieron mucho éxito intentando conquistar el apoyo de las mujeres. El problema era una más vez que la Internacional Comunista defendía los derechos de las mujeres) pero buscaba subordinar los problemas de género a la revolución proletaria tal y como la definía el partido. La Unión Soviética había establecido derechos sin precedentes para las mujeres) desde el aborto hasta cuotas de representación en los sóviets. La notoriedad de activistas comunistas como Kollontai, Zetkin, la rumana Anna Pauker y la española Dolores Ibárruri («la Pasionaria» ) hizo mucho para realzar a ojos de la burguesía la imagen del comunismo como destructor de la familia. Con todo) las mujeres participaron en organizaciones comunistas solamente con la condición de que subordinaran sus «burguesas» preocupaciones feministas a la revolución. Es sabido que Lenin amonestó a Zetkin cuando escuchó que había estado discutiendo con mujeres sobre «sexo y matrimonio» en un momento en el que «el primer estado proletario del mundo está luchando contra los contrarrevolucionarios del mundo entero». Por otra parte, se esperaba que las mujeres mostraran su adhesión a las ideas masculinas sobre cómo debía comportarse un revolucionario profesional. Los científicos marxistas animaron a las mujeres a hacerse más parecidas a los hombres proletarios. Los comunistas se concentraron en movilizarlos en su lugar de trabajo, y la imagen de los musculosos trabajadores del metal y mineros se convirtió en central en la propaganda del partido. Y mientras que las estereotipadas opiniones sobre las mujeres como portadoras de armonía les habían permitido desempeñar un importante papel en el movimiento pacifista dirigido por los so-
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cialistas antes de 1914, los comunistas tenían una actitud completamente diferente respecto a la violencia. En 1921) el comunista francés Maurice Laporte se jactaba de que «nosotros no nos quejamos por la guerra y sus horrores como hacían 10 participantes de la Segunda Internacional. Abajo el pacifismo humanitario y lloriqueante». . Dentro de los límites que imponía la dominación masculina del partrdo)las mujeres a menudo utilizaron la ideología del partido de manera creativa. Kollontai rechazó tanto el feminismo «burgués» como la idea «hipócrita» de que el problema sexual se debía relegar al campo de los asuntos de familia. Pero como unirse a los comunistas o votar por ellos implicaba desobedecer las convenciones sociales, la mayoría de las mujeres sentían rechazo por el movimiento. En 1920, las mujeres constituían sólo el 7,4 p~r 100 de los miembros del partido comunista soviético; y tampoco el partrdo comunista alemán tuvo éxito entre las votantes. En cualquier caso, los comunistas distinguían implícitamente entre las mujeres del partido) que habían subordinado su feminidad a la política, y las que estaban fuera de él, a las cuales se aplicaban las nociones más convencionales de feminidad. La mayoría de los activistas bolcheviques) incluido Lenin, pensaban que la igualdad femenina fortalecería a la familia. . . Mientras que los comunistas dieron prioridad a la lucha revolucionaria, los socialistas seguían convencidos de que la democracia parlamentaria proporcionaba una forma viable de acceder al poder (una creencia casi unánime desde que sus minorías insurrectas habían sido ganadas por el comunismo). Lossocialistas alemanes se identificaron por completo con la constitución de Weimar. Tras haber sido llevados al gobierno) los partidos socialistas deseaban decretar medidas como la jornada laboral de ocho horas. Pero la corriente dominante dentro del socialismo seguía aún convencida del inevitable derrumbamiento del capitalismo. Su mentalidad del «todo o nada» obligó a los socialistas a combinar las reformas ~de las que la burguesía se resentía enormementev - con políticas financieras convencionales. Experimentos importantes en política de bienestar en municipios como Avesnesen Francia y Ia «Viena roja» fueron concebidos como «realizaciones parciales del socialismo dentro del seno de la sociedad burguesa» más que como reformas al capitalismo. Incluso en Gran Bretaña) el Partido Laborista, entonces en el poder) rechazó los modelos reformistas propuestos por Keynes y Mosley como meros retoques) 10que dejaba casi como única alternativa el apoyar las opiniones del Ministerio de Hacienda sobre política financiera. El socialismo no consiguió ampliar de forma significativa su apoyo. El socialismo municipal se interesaba sobre todo por el proletariado. Los
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socialistas alemanes (el SPD) perdieron el favor de los campesinos y los pequeños empresarios al insistir en que «el capitalismo organizado» crearía grandes unidades económicas a las que sería posible administrar de acuerdo con el socialismo. El feminismo se convirtió en una palabra sucia para el Partido Laborista británico, mientras que el SPD puso mayor énfasis en la maternidad y sus secciones femeninas declinaron. En Avesnes se introdujeron guarderías en las fábricas no para liberar a las mujeres, sino para mejorar la salud de la población. Los peligros del dogmatismo socialista habían quedado cruelmente expuestos durante la revolución rusa. Los socialistas moderados se negaron a aprobar que el poder soviético sancionara las demandas de tierra de los campesinos, terminara la guerra o satisficiera las reivindicaciones de las minorías nacionales considerando que sólo una asamblea democráticamente elegida podía resolver tales cuestiones. En Italia, los socialistas defendieron un programa «rnaximalista», iguahnente dogmático, que prohibía las coaliciones con la burguesía o los antifascistas católicos, lo que dejó libre el camino para que los conservadores se aliaran con los fascistas de Mussolini en una coalición parlamentaria. Las ideas preconcebidas de los socialistas hicieron que fuera igualmente difícil responder con eficacia a la Depresión y al ascenso del nazismo. Los socialistas alemanes advirtieron el atractivo que el anticapitalismo nazi tenía para muchos trabajadores, pero su convicción de que únicamente ellos conocían los intereses «reales» del proletariado los persuadió de que los trabajadores favorables al nazismo se darían cuenta al final de que solamente el SPD ofrecía una alternativa genuina al capitalismo. La necesidad de evitar que el comunismo atrajera a parte de su electorado, animó aún más a los socialistas a insistir sobre la primacía de la clase e hizo que fuera difícil comprometerse con los partidos burgueses en alianzas antifascistas. La mayoría de los partidos socialistas hicieron campaña para defender la legalidad constitucional, que consideraban condición previa del socialismo, y las divisiones dentro del movimiento giraron en torno a cuál era la mejor forma de hacerlo. Los socialistas alemanes procuraron apoyar al gobierno semiautoritario de Brüning con el objeto de defender de los nazis los últimos vestigios de constitucionalismo. Los austriacos vacilaban entre apoyar el mal menor que representaba el régimen de Dollfuss contra los nazis austriacos o apoyar la defensa armada de la constitución. Ninguna de las dos estrategias tuvo éxito. Los comunistas fueron igual de ineficaces. Antes de 1928, su acercamiento al problema era caprichoso. Bordiga insistía en que el fascismo era
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una etapa necesaria del capitalismo y un precursor de la revolución, mientras que Gramsci, Dimitroff y Zetkin sostenían que representaba un peligro potencialmente mortal para el proletariado. Después de 1928, la línea de Bordiga triunfó cuando la Internacional Comunista anunció que la revolución era inminente y declaró fascista a todo aquel, socialistas incluidos, que ocultara esta verdad al proletariado. Esta política de «clase contra clase» tuvo cierto éxito en Alemania, en donde el control socialista sobre el gobierno y la policía prusianos hizo que la socialdemocracia pareciera un aliado del capitalismo. Pero en Francia, donde había una tradición de cooperación de izquierdas, el comunismo quedó marginado, y en Grecia incluso el ala revolucionaria del partido rechazó el análisis del Comintern. Aunque es posible poner en duda que los partidos comunistas, a menudo con un número de afilados minúsculo, apoyados en los desempleados en Alemania y enfrentados a la antipatía general de los demás movimientos, hubieran podido hacer mucho para resistir al fascismo por sí mismos, el sectarismo que aplicaron entre 1929 y 1933 hizo poco para facilitar la formación de movimientos antifascistas amplios.
Fascismo y conservadurismo La extrema derecha representaba una amenaza a la democracia liberal bastante más importante que la izquierda. Pero las dictaduras conservadoras eran mucho más comunes que el fascismo, yaun en Alemania e Italia el fascismo sólo pudo llegar al poder con el apoyo de los conservadores. Los conservadores y los fascistas compartían su hostilidad hacia el comunismo, el socialismo, el feminismo, el liberalismo, las minorías y el parlamentarismo, y ambos daban prioridad a la nación sobre la clase. Sin embargo, los fascistas estaban de igual forma convencidos de que la vieja derecha representaba un obstáculo para la regeneración nacional, debido a su supuestamente blanda actitud hacia la subversión, su cosmopolitismo y su poca virilidad. La hostilidad fascista hacia la clase dirigente se ponía de manifiesto en su uso de la movilización masiva, su afiliación de descontentos provenientes de las bases del partido conservador y su esfuerzo por crear a las nuevas comunidades nacionales (a menudo definidas por la raza) que acabarían con los conflictos de clase y de género. El conservadurismo autoritario, en cambio, representaba el gobierno no democrático del ejército, de la burocracia y, en ocasiones, de la iglesia (aunque por lo general en nombre del
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pueblo y usualmente sin la completa destrucción de las instituciones parlamentarias). La vieja derecha procuró cooptar a los fascistas, pero temía que el fascismo representara una variante del bolchevismo. Muy lejos del fascismo estaba el régimen de PiJ'sudski en Polonia. En un principio, éste no era Con claridad un gobierno de derechas, y había sido apoyado por los sindicatos, los socialistas y las minorías nacionales. Con el tiempo, sin embargo, el régimen dio un giro hacia la derecha y dependió cada vez más de los funcionarios y los terratenientes. En Rumanía, Carol II intervino en 1930 para desahuciar a un gobierno que era percibido COmo demasiado favorable a las minarias nacionales, y entre 1937 y 193810 hizo una vez más contra el peligro representado por la Guardia de Hierro. Carol estableció un gobierno bajo el gobierno del patriarca de la Iglesia Ortodoxa rumana, que introdujo un estado corporativo. De igual forma, en Hungría) el regente, el almirante Hcrthy; aseguró la preeminencia política de la vieja derecha hasta que en 1932 la crisis económica y social lo obligó a designar al profascista G6mb6s para el cargo de primer ministro. El poder de Cómbós estaba circunscrito, yposteriormente Horthy regresó a la vieja derecha. Con todo, el resultado fue una especie de doble gobierno) pues oficiales menores del ejército, ingenieros y asociaciones médicas fascistas interfirieron en la administración. El fascismo en Europa oriental era, en conjunto, más dinámico que el conservadurismo autoritario. Su radicalismo derivaba del esfuerzo de los nacionalistas por construir estados étnicamente homogéneos. En Polonia, los endeks, miembros del partido protofascista de Dmowski, exigían la creación de clases comerciales y profesionales polacas, en gran medida a expensas de los judíos. De manera similar, la Guardia de Hierro rumana consiguió el apoyo de los estudiantes y los.intelectuales que se consideraban a sí mismos la vanguardia de la nación rumana en su batalla contra los húngaros y los judíos. En Hungría) los doctores y los ingenieros exigieron restringir la influencia judía en las profesiones. El fascismo también aprovechó el descontento de los campesinos. En Rumanía y Hungría, los campesinos se habían opuesto a los gobiernos liberales y conservadores de la década de 1920 por sus políticas fiscales y su oposición a la reforma agraria La Guardia de Hierro y, en Hungría, la Cruz Flechada prometieron regenerar la nación a través de la autarquia económica, la reforma agraria y el fortalecimiento étnico de las familias campesinas de sus respectivos países mediante métodos eugenésicos. Ambos movimientos también obtuvieron considerable apoyo de la clase trabajadora al saber explotar su oposición a los patrones judíos. En Hungría, la Cruz Flechada restó bastantes
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votos a Ios SOClialistas y la huelga nacional de mineros de 1940 estuvo diriida por los fascistas. 1 fu g Este radicalismo hizo que el fascismo no pudiera formar con as onservadoras las alianzas necesarias para llegar al po~er, pese a~ue e al comunismo era endémico (bajo la forma dIe m merutnes i día sobre el expansionismo ruso y 1a búusquedaa JU 1 de a d ommaci enencon-. 'n de las empresas s dial) En los países en que una gran proporcio . trab~ en manos de los judíos, el antisemitismo amenazó con convert~se en un ataque general contra la propiedad privada. En 1939, el co~serva ~r . . t o de Justicia húngaro dimitió tras considerar que las medidas antim:::a: re resentaban da expropiación de la riqueza creada por otros». se lp .. Hitler estaban más dispuestos a restar importancia a sus Musso tm y . . al' desa posturas ra diica Ies. En el ínviemo de 1920-192110s .fascistasd it d ranos 1928 h -
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rrollaron una destructiva campaña con:ra el sociah~mo;i:ciesalearnenaz:s~ ta 1933 los nazis presentaron al comunismo co~o a p p . _ . , Mussolini aprobó la rectitud financiera, rechazó el republica I a. nacron. .. f 1. ero estaba pre. tió msmo y se convtr 1 al catolicismo. HItler no ue tan ejos, .p d . arado ara buscar el apoyo de los empresarios. Ambos dicta ,o~es ~uscn duraderas con los couservadores. La monarquta italiana s: l mantuvo en su ugar y el ejército continuó siendo leal a ella;li la. iglesia, fi al pot . il . En 1925 cuando Musso uu m men e . ' . miembros de lo que su parte, conservó sus pnv eglOs. bé con la democracia parlamentaria, los antiguos 1 . hacabí o sido la Asociación Nacionalista Italilana, que buscó usco m ás popu. anzar d fu . f1 tes como los fascistas e a la . e en Italia, la monarquía que sustituirla, eron tan m uyen , d bil ' dura. En Alemania) los conservadores eran mas é • es qu . lmea.. teniendo influencia hasta el final. Las políticas raciales yexpero siguieron , did er en práctica sin la pansionistas de los nazis no se habnan po 1 o pon ayuda del ejército y de la administración pública. .. , l .' No obstante, sería un error considerar la disposición con q~e a VIeja
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basado en la primada de la nación definida biológicamente. Los votantes comunistas eran en gran medida inmunes a este populismo, y la gran mayoría de quienes votaban por los nazis eran burgueses o campesinos protestantes. Con todo, en julio de 1932 aproximadamente el 27 por 100 de los trabajadores votaron por los nazis, y para entonces uno de cada seis votantes del SPD habían desertado al partido nazi. Mientras que el SPD rechazó en nombre de la pureza doctrinal un programa de obras públicas elaborado por los sindicatos, los nazis se hicieron cargo de él y lo unieron al nacionalismo racista. De hecho, los conservadores llevaron a Hitler al gobierno porque, enfrentados a la subversión comunista y nazi, sentían que no tenían suficiente apoyo popular para establecer una dictadura de derechas. Tanto el deseo de utilizar alos fascistas contra la izquierda, como el miedo a las masas del movimiento fascista, dieron forma a las actitudes de la vieja derecha. Incluso es posible decir que la convicción de las derechas alemana e italiana de que el gobierno requería de la aprobación popular explica por qué el fascismo triunfó más en esos países que en Europa oriental, donde la tradición de un gobierno representativo era más débil. Algunos historiadores van más y lejos, y consideran el fascismo Como una forma de nacionalismo revolucionario. Esto quizá sea excesivo, puesto que el fascismo dio prioridad a los intereses de la nacionalidad dominante. Pero los fascistas estaban preparados para adoptar los intereses establecidos allí donde ellos parecían frustrar los intereses nacionales, y es imposible entender la naturaleza del fascismo sin tomar esto en cuenta. Su radicalismo resultaba evidente en los esfuerzos de los partidos fascistas por suplantar a los ejércitos y a los funcionarios públicos, en el intento de combinar la destrucción de la izquierda con la incorporación de los trabajadores a la comunidad nacional, y en la indiferencia a las objeciones económicas o militares al asesinato de los trabajadores de guerra judíos a manos de las SS. En Italia, los cultivadores socialistas y católicos fueron obligados a unirse a sindicatos fascistas. Se convocaron huelgas en contra de los recortes salariales, y un patrón fue asesinado en nombre de la «colaboración de las clases». En 1925, corno resultado de una ola de descontento en la que los sindicatos fascistas habían desempeñado un importante papel, los patrones fueron obligados a conceder a estos sindicatos el monopolio de la representación de los trabajadores. Que esta victoria resultara luego vacía no reduce las ambiciones radicales de muchos fascistas. Los regímenes fascistas de Alemania e Italia no consiguieron convencer a la gran mayoría de los trabajadores industriales del igualitarismo de la nue-
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va comunidad nacional, pero sus innovadores programas de ocio y bienestar, unidos a la represión, pudieron haber despolitizado temporalmente al proletariado. Las políticas fascistas hacia las mujeres fueron igualmente complejas. Apenas es necesario hacer énfasis en la agresiva masculinidad de movimientos que, en parte, nacieron como respuesta a lo que se consideraba como el desmoronamiento, durante la Gran Guerra, de las relaciones de género normales. Mosley exigía «hombres que sean hombres y mujeres que sean mujeres». Hitler pensaba que el feminismo era una invención de los judíos, y puso fin a la prohibición del duelo aprobada por la República de Weimar. Turati, el lugarteniente de Mussolini, era campeón de esgrima, y saldaba sus cuentas por este medio. En España, los soldados franquistas se consideraban a sí mismos ascéticos cruzados y, sin embargo, eran capaces de emplear una gran brutalidad contra las mujeres republicanas, a sus ojos sólo «putas rojas». El deseo de una nación guerrera, de un alto índice de natalidad y, en Italia, la influencia de la Iglesia Católica, favorecían una dicotomía estricta entre lo público y lo privado en el discurso fascista. Ambos regímenes introdujeron políticas diseñadas para sacar a las mujeres del mercado laboral y para fomentar en ellas el matrimonio y el alumbramiento (siempre y cuando se tratara de mujeres arias). Con todo, el desestructurado espíritu anti-establishment de quienes formaban las bases del fascismo inicialmente parecía ofrecer a las mujeres aquellas oportunidades de acción política que no estaban disponibles en la vieja derecha. El fascismo reunió al activismo antifeminista de las mujeres de la derecha con parte de las electoras que alguna vez habían apoyado el feminismo liberal. Lo que había atraído a las primeras fue el énfasis en la familia del fascismo, la esperanza de que las madres promovieran modelos fascistas de comportamiento entre sus hijos las había ya politizado y la participación en organizaciones de masas afiliadas al partido las llevó a salir fuera de casa. Hacia 1940 más de tres millones de mujeres italianas poseían acreditaciones en tales grupos. Especialmente importante fue el espacio que esto abrió a las voluntarias católicas de clase media y a las trabajadoras sociales, cuyos esfuerzos habían sido ignorados por el estado liberal italiano. De igual forma, las profesoras, las doctoras y las abogadas italianas consiguieron ser eximidas de las leyes contra el trabajo asalariado femenino. Inevitablemente, las mujeres fascistas obtuvieron estas y otras ventajas a expensas de otros. La movilización de las mujeres por parte de los nazis era parte integral de una visión racial más amplia, y las mujeres que no eran arias fueron consideradas incapaces de abrigar genuinos
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sentimientos maternales. El Sindicato de Mujeres Húngaras, favorable al fascismo, luchó contra los intentos de excluir a las mujeres de la educación universitaria, pero exigieron que hubiera un límite para los judíos. En la mente de los fascistas, y también en la de los conservadores, las amenazas a la familia, la propiedad, la nación y la raza apenas podían distinguirse. Las opiniones sobre la naturaleza exacta del peligro variaban. Los conservadores católicos de Francia, España e Italia consideraban que los protestantes, el materialismo ateo de los masones y, en ocasiones, los judíos, eran responsables de socavar la propiedad, el patriarcado, la iglesia y la nación. En Alemania y grandes partes de Europa oriental los temores de los conservadores se reunían en la figura del judío. Los rumanos advirtieron una conspiración de bolcheviques, húngaros y judíos para debilitar su nación, violar a sus mujeres y saquear sus propiedades. Los nacionalistas polacos vieron en el comunismo una conspiración judía y en el judaísmo una conspiración comunista. Como se creía que la República Soviética de Hungría de Béla Kun era obra de doctores y abogados judíos, el retirar a los judíos del ejercicio de las profesiones se convirtió en la piedra angular del programa de renovación nacional de la extrema derecha. En ningún movimiento la raza tuvo un lugar más central que en el nazismo. Incluso donde la raza no fue explícitamente mencionada condicionó el discurso político. Tomemos el programa agrícola de 1931, elaborado por Walter Darré en un momento en el que los nazis daban prioridad al anticomunismo en un intento por ganar las simpatías de los conservadores. Los únicos enemigos del campesinado mencionados de forma explicita por Darré son el marxismo y el liberalismo, y no hay referencia a los judíos. Sin embargo, sostiene que el destino del campesinado dependerá de «una lucha a vida o muerte contra el avance del este» y que los campesinos se convertirían «en la fuente para una renovación sanguínea del cuerpo del pueblo», por lo que Darré exigía una ley para la protección del campesinado alemán. De esto no puede concluirse que el asesinato sistemático de los judíos estuviera predeterminado en 1933 o, incluso, en 1938. En cambio, puede decirse que los nazis siempre estuvieron decididos a emprender un experimento radical de ingeniería racial, lo que era inseparable de sus esfuerzos para erradicar el marxismo y para incorporar al proletariado y al campesinado a la comunidad nacional. Los nazis estaban de igual forma decididos a conquistar un espacio vital, a expensas de la Rusia judeo-bolchevique. El genocidio potencial se convirtió en real debido a que la opción de la emigración quedó clausurada, al fracaso de la búsqueda de una paz separada con Gran Bretaña y Estados Unidos (para lo que
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hubiera sido necesario atenuar las medidas antisemitas) yallanzamiento de la campaña rusa. Con todo, es muy probable que el Holocausto pudiera haber surgido también de otras circunstancias.
Antifascismo Como era de esperar, la capacidad de destrucción del fascismo apenas fue advertida antes de que Hítler llegara al poder. Sin embargo, la despiadada persecución de la izquierda alemana por parte de los nazis, su campaña para deshacerse de las ataduras impuestas por el tratado de Versalles y el estímulo consiguiente de la belicosidad de Mussolini obligaron a reconsiderar el tema. De hecho, después de que Hitler ascendiera al poder, la lucha entre el fascismo y el antifascismo se convirtió en un aspecto central de la política nacional e internacional de aquellos países que aún seguían siendo democráticos. No hay explicación simple de por qué la democracia demostró ser más resistente en unos países que en otros. En 1926 y 1936 respectivamente, Gran Bretaña y Francia experimentaron una serie de huelgas que podian haber sido interpretadas como una amenaza a la civilización burguesa (especialmente en Francia, donde, en efecto, muchos lo vieron de esta manera). La presencia de una tradición autoritaria tampoco es explicación suficiente. Pese a tener una tradición de autoritarismo similar a la de Alemania, Suecia no produjo ningún movimiento de extrema derecha importante, y en cambio Francia, que poseía una larga experiencia democrática, sí lo hizo. Por un lado tenemos que, dada la permeabilidad ideológica de las fronteras nacionales, el fascismo era una de las opciones disponibles en cualquier país (incluso en aquellos en los que el fascismo autóctono era escaso). Por otro, que la magnitud del movimiento fascista y sus posibilidades de llegar al poder en un país en particular estaban determinadas por una compleja serie de circunstancias. En Alemania, Italia y Europa oriental, la democracia tenía probablemente pocas oportunidades de sobrevivir. En contraposición, las posibilidades de la extrema derecha eran escasas en los países escandinavos y en Gran Bretaña. En Francia y España, movimientos de extrema derecha importantes tuvieron que enfrentarse a fuertes movimientos de defensa de la democracia, y en gran medida el resultado fmal dependió más que en otras partes de decisiones puntuales y contingencias. En muchos países fue fundamental la capacidad de los antifascistas para recuperar ellide-
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razgo en aquellos sectores que habían sido atraídos por la extrema derecha, y de hacerlo sin provocar una reacción significativa en las filas conservadoras. El que entre 1934 y 19351a Internacional Comunista cambiara su posición respecto al fascismo fue una eventualidad importante. Varios hechos provocaron este cambio: el deseo de Stalin de conseguir el apoyo militar de Occidente contra el expansionismo nazi, la destrucción del comunismo alemán, el movimiento espontáneo hacia la unión de los comunistas y los socialistas franceses como consecuencia de los «disturbios fascistas» del seis de febrero de 1934 y, en ese mismo mes, la resistencia de los socialistas y los comunistas vieneses a la represión fascista. El Comintern consideraba ahora que la democracia burguesa era preferible al fascismo) y estaba preparado para aliarse en «frentes populares» prácticamente con cualquiera, socialista o burgués, que estuviera dispuesto a oponerse al fascismo. Para gran parte de Europa, esta nueva política llegaba demasiado tarde, y en Alemania el odio entre los comunistas y el SPD era tan grande que un acuerdo resultaba imposible. Con todo, el Frente Popular francés sí jugó algún papel en la derrota del fascismo local. En junio de 1936, con el comunismo ganando terreno electoral, un gobierno de izquierda en el poder y millones de trabajadores ocupando las fábricas, Francia parecía estar a punto de experimentar una reacción por parte de la derecha. Sin embargo, cuando el gobierno disolvió la principal organización fascista, la Cruz de Fuego, hubo poca resistencia. Las razones para este desarrollo de acontecimientos arrojan cierta luz sobre la supervivencia de la democracia en el noroeste de Europa de forma más general. Para empezar, mientras que los nazis habían conseguido al mismo tiempo provocar violencia y presentarse como defensores de la civilización contra la barbarie comunista, los antifascistas franceses consiguieron hacer frente al fascismo en las calles y convencer a amplios sectores de la opinión pública de que eran los fascistas quienes amenazaban la leyyel orden. Las manifestaciones anti-nazis en Suecia y Dinamarca en 1933 y los enfrentamientos entre fascistas y antifascistas en Londres entre 1934 y 1936, también permitieron que la izquierda se presentara como una fuerza de restauración del orden frente a la subversión fascista. El éxito de esta oposición se debió en parte a que la violencia que siguió a la llegada del poder de los nazis alarmó a muchos conservadores en los países democráticos, y también a que en Gran Bretaña y Francia algunos sectores de las clases medias consideraban que el fascismo era el principal peligro.
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El Frente Popular francés también consiguió apoyo fuera del proletariado masculino. Los comunistas eran especialmente activos tratando de introducir al «pueblo) en su lucha, definida, por su puesto, en términos comunistas. Los resultados fueron ambiguos. El partido logró ampliar el apoyo que tenía entre la elase obrera local, pero el tono n~cio~alistade su llamada a resistir al nazismo desconcertó a muchos de los inmígrantes que hasta ese momento 10habían apoyado. Entre tanto, el partido se olvidó del antimilitarismo y se concentró en el ocio como medio de atraer a los hombres y mujeres jóvenes. Iacques Duelos dijo a las mujeres jóvenes que «el que seáis comunistas no implica que debáis desatenderos de la moda y de las cuestiones de amor y psicología que afectan a vuestras hermanas», Paradójicamente este giro hacia una visión más tradicional. de la fem~idad consiguió atraer más mujeres a la causa. Lo mismo ocurnó en Espana durante la guerra civil: los comunistas restringieron la participación de las mujeres en los puestos de combate, que en un principio habían estado abiertos a ellas, pero permitieron su politización en la Agrupación de Mujeres Antifascistas de la Pasionaria, asociación relacionada en gran parte con trabajos de apoyo. Los comunistas no consideraron estos compromisos como un asunto simplemente defensivo, y todavía menos previeron la reforma del capitalismo. En enero de 1936, Maurice Thorez declaró que el del Frente Popular «será un gobierno que permitirá preparar la total toma del poder por parte del proletariado». Donde los nazis ligaron las reformas a u~ progr~ma nacionalista de ingeniería racial, los comunistas con frecuencia combinaron la agitación para la defensa de la democracia y las «exigencias inmediatas>, con la revolución. En el campo de los socialistas, la década de 1930 fue testigo de los primeros intentos de lo que hoy conocemos como socialdemocracia: un sistema político basado en la negociación y en el compromiso entre la industria, los sindicatos y la agricultura. La introducción de una semana .de cuarenta horas por parte del Frente Popular francés no acabó con el soctalismo tradicional. Más importante fue su aprobación de acciones para mantener el precio del trigo. La medida fue inmensamente popular entre el campesinado, y los intentos de la derecha para movilizar al campo contra esta «sovietización» fracasaron. En Checoslovaquia y los países escandinavos surgieron coaliciones «rojiverdes» más formales entre partidos de trabajadores y de campesinos. Los socialistas suecos, que desde 1917 habian estado con regularidad en el gobierno, habían abandonado gradualmente sus ideas sobre socialización o incluso nacionalización, y en 1932
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aceptaron que su tarea era dirigir el capitalismo. En 1933 los socialistas consiguieron llegar a acuerdos con los granjeros en los que se garantizaba el mantenimiento de precios a cambio de obras públicas y de una reforma del estado del bienestar. Pero la derecha sueca se había resistido durante mucho tiempo a la democratización y la percepción que tuvo de estos progresos no fue más positiva que la que tuvo la izquierda de logros similares en Alemania y otros lugares. Sin embargo, los conservadores carecían de apoyos masivos, no poseían ningún bastión, ya fuera bajo la forma de una monarquía fuerte o de una cámara alta, y fueron confrontados por una izquierda unida, que contaba con el apoyo inquebrantable de los granjeros. La única alternativa de la derecha era desarrollar una resistencia inconstitucional o bien acomodarse a la nueva situación. En 1938 los acuerdos de Saltsjobaden sobre negociaciones colectivas demostraron que la última opción había sido la elegida. Sin embargo, diseñar políticas «correctas» que pudieran servir como base para la democracia no fue suficiente para los antifascistas. En la década de 1920 los socialistas austriacos intentaron sin éxito atraer a los partidarios de la Liga Agraria. Una alianza de comunistas, socialistas y agricultores tampoco pudo prevenir en Grecia el golpe de Metaxas de agosto de 1936. Incluso alli donde los antifascistas habían conseguido un amplio apoyo, existía siempre el peligro de que la extrema derecha recurriera a la acción anticonstitucional. La derecha sueca no escogió este camino, pero en España, donde había una tradición de intervención militar en política, Francisco Franco inició una sublevación militar en julio de 1936. El equilibrio de fuerzas era favorable a la derecha, porque el anticlericalismo y el programa de reforma agraria del Frente Popular español habían motivado la oposición de un amplio sector del campesinado. La experiencia española, sin embargo, no afecta al argumento general de que la democracia era considerablemente más fuerte donde la izquierda era capaz de construir grandes coaliciones e involucrar en ellas a la burguesía, Fueron necesarios tres años de guerra civil y la intervención militar de Italia y Alemania para derrotar a los republicanos españoles.
Ocupación y resistencia Si la guerra civil española demostró que el futuro polttico pertenecía a quien pudiera conseguir y emplear el mayor número de fusiles, el hecho
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vino a ser confirmado por la conquista fascista de buena parte de Europa. La victoria permitió a los nazis poner en práctica un programa sin precedentes de homogeneización política, ingeniería étnica y, en última instancia, genocidio. En los territorios ocupados, los nazis se encontraron con grupos dispuestos a convertirse en sus aliados. Los fascistas croatas, los ustasi, aprovecharon la ocupación nazi para matar a machetazos a serbios y judíos. En las zonas fronterizas de la Unión Soviética, las milicias comenzaban a asesinar a los bolcheviques y sobre todo a los judíos tan pronto como llegaban las tropas alemanas. Al sur, los judíos fueron deportados y masacrados en masa por el ejército rumano. Los gobiernos francés y húngaro todavía establecían diferencias (hasta cierto punto) entre judíos asimilados y judíos extranjeros, pero ambos estuvieron dispuestos a deportar a estos últimos a instancias de los nazis. Por otra parte, entre los estados ocupados, el gobierno de Vichy se distinguió por ser el único que utilizó la derrota como pretexto para una «revolución nacional», que tenia como objetivo convertir a Francia en digno participante del Nuevo Orden propuesto por Hitler. Los nazis decidieron no capitalizar la simpatía que provocaban en ciertos cuarteles. Rechazaron los ofrecimientos de colaboración franceses; y pronto perdieron el apoyo de las diferentes nacionalidades de Europa oriental en la medida en que sólo supieron tratarlas como explotables y desechables. Mientras la magnitud y el horror de la ocupación nazi aumentaban, en muchos paises se desarrollaron movimientos de resistencia. En unos pocos países, la resistencia tendía a la derecha, y en tales casos la línea que separaba la colaboración de la resistencia era en cierto sentido borrosa. La resistencia ucraniana luchó tanto contra los nazis como contra los comunistas. La resistencia polaca -una alianza de partidos de centroderecha y socialistas- y su brazo militar, el llamado «Ejército del Interior», demostraron ser incapaces de superar el prejuicio según el cual el judaísmo y el comunismo eran sinónimos. Su negativa a proporcionar la menor ayuda al levantamiento del gueto de Varsovia en febrero de 1943, fue el resultado de la absurda convicción de que ello favorecería a Stalin y pondría en peligro la existencia del estado polaco tras la guerra. Roman Knoll, un funcionario del gobierno en el exilio, calificó de «monstruoso» el «asesinato en masa» de los judíos en Polonia, pero sostuvo que «el lugar antes ocupado por los judíos en los pueblos y ciudades de Polonia, ha sido llenado por la población no judía, y esto ha provocado cambios fundamentales que redundarán en el bien del país». Inicialmente, el líder de la
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resistencia francesa, Henri Frenay, era renuente a condenar el régimen de
Vichyy llegó a declarar que «los judíos servirán en nuestras filas sólo si en verdad han luchado en una de las dos guerras». En otros casos, las bases conservadoras rechazaron el colaboracionismo y el antisemitismo de sus antiguos líderes, y fueron captados por la Democracia Cristiana, que heredó una versión democrática de la tendencia populista y reformista de la derecha europea que puede rastrearse hasta la «nueva derecha» de 1890-1914. En la década de 1930, algunos conservadores católicos descontentos habían dado un giro hacia el fascismo, y de hecho, en Francia, Bélgica, Holanda y Croacia, algunos habían visto la ocupación, en un primer momento, como una oportunidad para encontrar una tercera vía entre el capitalismo y el comunismo. Posteriormente, muchos de estos católicos se unieron a la Democracia Cristiana, que tras la guerra se convirtió en una fuerza importante en Francia, Holanda, e Italia. En 1945, los democratacristianos estaban dispuestos a participar en coaliciones con los socialistas y los comunistas, pero a largo plazo los elementos anticomunistas llegaron a ser dominantes. En un principio, los grupos de izquierda también habían sido tentados por las posibilidades que abría la victoria de Hitler. Algunos socialistas habían participado en regímenes favorables al Eje en Bélgica y Francia, mientras que los socialistas daneses se unieron sin entusiasmo a un gobierno de unidad nacional que ejerció el poder bajo protección alemana. En Finlandia, la administración socialista apoyó la invasión nazi de la Unión Soviética. En Austria y Checoslovaquia la presencia de los socialistas en la resistencia era insignificante; en Francia, era más numerosa; y en Italia, por su parte, los socialistas fueron un componente esencial de los Comités de Liberación Nacional. Por lo general, los partidos comunistas dominaron los movimientos de resistencia izquierdistas. En Francia, y de acuerdo con el pacto nazi-soviético, los comunistas sólo habían criticado a los nazis de forma indirecta. Sin embargo, más que «colaborar» como algunos historiadores han sugerido, lo que la Internacional Comunista hizo fue acogerse a la tendencia ultrasectaria vigente entre 1928 y 1933 Ydenunciar la guerra en tanto enfrentamiento de bloques imperialistas, al tiempo que esperaban que, como había sucedido en 1917, la revolución siguiera a la guerra. La invasión de la Unión Soviética en junio de 1941 provocó un retorno a 1934 yala idea de un frente popular, que no obstante ahora fue concebido de una manera diferente. Más que a defender la democracia simplemente para preservar la posibilidad de una revolución futura, Stalin invitaba a la creación de una «demo-
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popular», que proporcionaría el máximo nivel de igualdad posible en una sociedad capitalista. La democracia popular no significaba lo mismo para todos los comunistas, y su éxito dependió de las condiciones locales. En Polonia, el intento de Gomulka de crear un frente antifascista fracasó por completo porque el Ejército del Interior rechazó cualquier contacto con el comun~sm~ (el que la Unión Soviética se negara a renunc~ar a sus demandas t:rntonales sobre Polonia no era el menor de sus motivos). En consecuencia, algunos comunistas fijaban sus esperanzas en el Ejército Rojo; y un militante criticó a aquellos camaradas que no habían comprendido que se trataba de una «fuerza de liberación revolucionaria». En Yugoslavia, los partisanos de Tito combinaron una estrategia revolucionaria de socialización inmediata con una solución federalista del problema de las nacionalidades. En Francia e Italia, los comunistas formaron parte de alianzas más amplias. En Francia, se beneficiaron del hecho de que el conservador Charles de GauHe, líder de la resistencia, necesitaba la ayuda de la Unión Soviética para combatir las amenazas aliadas a su liderazgo. En Italia, donde Togliatti había apoyado durante largo tiempo la idea de un frente popular, los comunistas se unieron a los Comités de Liberación Nacional junto con socialistas, liberales, partidarios de la monarquía y cristianodemócratas. El tener como objetivo prioritario la liberación nacional y la necesidad de conseguir un amplio espectro de apoyos tuvo un precio. La resistencia fue en pocas ocasiones una reproducción exacta de la nación que decía representar. En Yugoslavia, por ejemplo, los comunistas insistieron en las demandas de croatas y eslovenos sobre territorios italianos para reforzar su propio estado multinacional. Como de costumbre, la agitación política y social llevó a las mujeres a la acción política. La resistencia g~i~ga, el EAM-ELAS, inició la educación política de mujeres a las que tradicionalmente se les había prohibido involucrarse en cualquier actividad pública. En Francia e Italia, la naturaleza no estructurada de la resistencia permitió que algunas mujeres participaran al principio en unidades de combate y, en ocasiones, llegaran a ocupar posiciones de responsabilidad. Pero a medida que la resistencia se hizo más militar, las mujeres fueron gradualmente confinadas a las tareas de apoyo. Las mujeres también tuvieron que hacer frente al conocido temor de que cualquier forma de organización femenina promovería el feminismo. En Croacia, a pesar del enorme papel que desempeñó en la resistencia la organización antifascista de las mujeres comunistas, la AFZ, su importancia no fue valorada por los comunistas, que tampoco hicieron nada para animar a las mujeres a unirse al partido
132
EUROPA, 1900-1945
mismo. Cuando en la AFZ aparecieron muestras de cierto feminismo, el partido se apresuró a reorganizar el movimiento para garantizar su subordinación a los Comités de Liberación Nacional, obviamente dominados por hombres.
Conclusión Antes de 1914 la oposición abierta al proceso de democratización era cada vez más inusual, y la lucha entre derecha e izquierda giraba alrededor de los distintos intentos de apropiarse y de definir la idea democrática. Tras la Gran Guerra, los conservadores empezaron a asociar la democracia liberal con el avance de las minorías nacionales, las mujeres, los trabajadores y los campesinos. Sin embargo, la posterior reacción de la derecha no buscó acabar con la noción de soberanía popular. La mayoría de los conservadores (estuvieran o no en lo cierto) estaban ahora convencidos de que la estabilidad política requería alguna especie de sanción popular, y las esperanzas de cambio entre las masas siguieron siendo altas. Aquellos conservadores que dieron un giro hacia el fascismo consideraban que la elitista política al viejo estilo era en parte responsable de las amenazas a las que tenían que hacer frente. El fascismo también obtuvo el apoyo de muchos hombres desilusionados por la democracia liberal. De hecho, la incapacidad de los demócratas para satisfacer las expectativas que habían fomentado simplemente evidenciaba la limitada noción de democracia que defendían: aunque los demócratas hablaban en términos universales, a menudo negaban los derechos de muchos. La atracción que el comunismo despertó entre algunos trabajadores, campesinos y minorías étnicas debilitó aún más la democracia liberal. Como los fascistas, los comunistas buscaron llevar a un amplio número de electores potenciales a un movimiento disciplinado, pero dieron prioridad a la clase antes que ala nación. Los socialistas suecos, mientras tanto, intentaron que los granjeros y los trabajadores se incorporaran a una democracia parlamentaria revitalizada. De esta forma, los años de entreguerras se caracterizaron por los intentos del comunismo, el fascismo y la socialdemocracia de apropiarse de los ideales de democracia, soberanía popular y justicia social, monopolizados previamente por liberales, demócratas y socialistas. De la misma forma en que la primera guerra mundial había dado lugar a un cambio en el poder social y político, la segunda también lo hizo.
LA POLÍTICA
133
Exceptuando en el Báltico, reaparecieron estados nacionales en toda Europa oriental y los Balcanes, los partidos socialistas y comunistas aumentaron sus votos de forma masiva, y hacia 1946 las mujeres habían obtenido el derecho al voto en todos los países con excepción de Suiza. Después de que se revelara el vacío que había tras la pretensión fascista de personificar la soberanía nacional y las aspiraciones de reforma, el centro de gravedad político se desplazó hacia la izquierda. Con todo, 1945 no representó una ruptura radical con el pasado. La democracia siguió siendo una noción tan problemática como antes: ahora la socialdemocracia, la democracia cristiana y la democracia popular comunista luchaban por la posesión del campo y, como siempre, los estamentos militares, políticos y económicos podían jugar un gran papel en la determinación del resultado. Aunq~e los valores humanistas, tolerantes y pluralistas habían logrado hacer ciertos progresos durante la guerra -en particular en el Partido de Acción italiano y en la solicitud de Blum de «un socialismo a escala humana»-, la democracia siguió siendo para muchos un absoluto. Los estados de Europa oriental fueron homogeneizados étnicamente mediante transferencias de población (sorprendentemente, el gobierno nazi apeló a la Cruz Roja y al Vaticano con la esperanza de detener la deportación de los alemanes de Rumanía a la Unión Soviética). Habiendo estado en la vanguardia dela resistencia, los partidos socialistas consiguieron parte de lo que querían, pero las mujeres fueron menos afortunadas. Muchas más mujeres ga~aron el voto, pero su posición social y política apenas sufrió algún cambio. En la comunista Europa oriental, el feminismo continuó siendo rechazado como algo burgués, mientras que en Occidente los programas eugenésicos de asistencia social, con su énfasis en la maternidad, fueron retomados por las democracias reestablecidas. En Italia, por ejemplo, la impresionante legislación producida por el estado fascista (y nunca aplicada por completo) sirvió como base para la asistencia social de la posguerra. En Italia, como en otros lugares, las prácticas abiertamente discriminatorias fueron suprimidas de las disposiciones del bienestar social, pero siguió habiendo desigualdades más sutiles. La frontera que separaba la democracia del fascismo nunca había sido impermeable.
Bibliografía recomendada General
Hay un buen número de historias generalespublicadas recientemente que tratan todo el período cubierto en este volumen o parte de él: Eric Hobsbawm,Age ofExtremes: the Short Twentieth Century 1914-1991 (Londres, 1994;hay traducción al castellano: Historia del siglo xx, Crítica,Barcelona, 1998): Mark Mazower, Dark Continent: Europe in the Twentieth Century (Londres, 1999; hay traducción al castellano: La Europa negra, Ediciones B, Barcelona, 2001); Richard Vinen, A History in Fragments: Europe in the Twentieth Century (Londres, 2000; hay traducción al castellano: Europa en fragmentos, Península, Barcelona, 2002); Clive Ponting, Progressand Barbarism: the World in the Twentieth Century (Londres, 2000). Todavia hay mucho que aprender de James Jo11, Europe since 1870: an International History (Londres, 1980; hay traducción al castellano: Historia de Europa desde 1870, Alianza, Madrid, 1983). Norman Stone, Europe Transformed 1878-1919 (Londres, 1983; hay traducción al castellano: La Europa transformada 1878-1919, Siglo XXI, Madrid, 1984) es excelente para el período que va hasta 1919. Las relaciones internacionales W. Keylor, The Twentieth-Century World: an International History (3." edición, Londres y Nueva York, 1996) es el mejor estudio sobre la historia internacional del siglo xx. Sobre los origenes de la Gran Guerra, James [oll, The Origins of the First World War (2.' edición, Londres y Nueva York, 1992) es la mejor sintesis, y Huw Strachan, ed., The Oxford Illustrated History ofthe First World War (Oxford y Nueva York, 1998) es probablemente la mejor introducción en un solo volumen a la historia de la guerra en sí. M. F. Boemeke, G. Feldman y E. Glaser, eds., The Treaty of Versailles: a Reassessment after 75 Years (Washington DC y Cambridge, 1998) es una importante recopilación de nuevos ensayos sobre los acuerdos de paz. Sobre las relaciones del período de entreguerras, Sally Marks, The Illusion of Peace: International ReZations in Europe, 1919-1933 (Basingstoke,
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232
I
BIBLIOGRAFÍA RECOMENDADA
EUROPA, 1900-1945
1976) es muy útil en lo que respecta a la década de 1920, pero en ciertos aspectos ha quedado anticuado y debe ser leído conjuntamente con Jan Iacobson, «Is There a New International History of the 1920s?~> en American Historical Review, 88, 3 (1983), pp. 617-645, que resume gran cautidad de nuevas investigaciones, y Stephen Schuker, «Prance and the Rernilitarization ofthe Rhineland, 1936» en French Historical Studies, 14,3 (1986), pp. 299-338, que es más amplio de lo que su título sugiere y muy importante en relación a los orígenes del apaciguamiento francés. Philip Bell, The Origins of the SecondWorld War in Europe (2.' edición, Londres y Nueva York, 1997) esla mejor síntesis sobre el tema (se encuentra en la misma colección que el volumen de JaU), y Robert Boyce, ed., Pathsto War: New Essays on the Origins of the Second World War (Basingstoke, 1989) contiene muchas contribuciones valiosas. Gerald 1. Weinberg, A Worldat Arms:A Global HistoryofWorld War II (Cambridge, 1994; hay traducción al castellano: Un mundo en armas, Grijalbo Mondadori, Barcelona, 1999) es la introducción más completa y actualizada a la segunda guerra mundial. David Reynolds, «1940: Fulcrum of the Twentieth Century» en InternationalAftairs, 66, 2 (1990), pp. 325-350, es excelente en lo que se refiere al significado global de la caída de Francia; V. S. Mastny, Russia's Road to the Cold War: Diplomacy, Warfare, and the Politics ofCommunism, 1941-1945 (Nueva York, 1979) es todavía el mejor estudio de los objetivos de guerra de la Unión Soviética; y Richard Overy, Why the AlIies Won (Londres, 1995) es una revaluación muy interesante, aunque todavía polémica.
La economía El mejor estudio general de la economía anterior a 1914 es W. Arthur Lewis, Growthand Fluctuations 1870-1913 (Londres, 1978). Sobre el período de entreguerras, véase W. Arthur Lewís, Economic Survey 1919-1939 (Londres, 1949), que sigue siendo el mejor estudio «keynesiano» de esta época, y Charles P. Kindleberger, The Worldin Depression, 1929-1939 (2.' edición, Berkeley, 1986; hay traducción al castellano: La crisis económica, 19191939, Folio, Barcelona, 1997), que trata los mecanismos de transmisión internacional de una forma fascinante y esclarecedora, como 10 hace también el libro de Barry Eichengreen, GoldenFetters: The GoldStandard and the GreatDepression 1919-1939 (Nueva York, 1992). Más reciente y autorizado, Peter Temin, Lessons from the Great Depression (Cambridge Mass., 1989), es estimulante y provocativo. Beth A. Simmons, Who Adjusts? Do-
233
mestie Sourees of Foreign Eeonomie Policy During the InterwarYears (Princeton, 1994) permite comprender el problema desde el punto de vista de la ciencia política. Sobre las migraciones, véase Brinley Thomas, Migratian and Eeonomie Growth (Cambridge, 1954) y Dudley Baines, Emigration from Europe, (Cambridge, 1995). Sobre los cambios tecnológicos, véase David Landes,
The Unbound Prometheus: Technological Change and Industrial Development in Western Burope from 1750to the Present (Cambridge, 1969). Sobre el desempleo, véase W. R. Garside, ed., Capitalism in Crisis: Responses to the GreatDepresston (Nueva York, 1992). Entre las historias nacionales de la Depresión, véase, para Gran Bretaña, H. W. Richardson, BconomicReeovery in Britain, 1932-1939 (Londres, 1967); para Francia, lulian Iackson, The Politics ofDepression inFranee 1932-1936 (Cambridge, 1985), Kenneth Mouré, Managing the Franc Painearé: Eeonomic Understanding and Political Constraintin Freneh Monetary Poliey 1928-1936 (Cambridge, 1991); para Alemania, Gerald D. Feldman, The Great Disorder, Politics, Economies, and Society in the German Inflation 1914-1924 (Nueva York, 1993), Harold James, The German Slump: Politics and Economics, 19241936 (Oxford, 1986). La historia más detallada dela planificación soviética es E.Zaleski,Planningfor Economie Growth in the Soviet Union 1918-1932 (Chape! Hill, Carolina del Norte, 1971). Un recuento menos técnico puede encontrarse en Alec Nove, An Economie History ofthe USSR 1917-1991 (Londres, 1992). Por último, tal vez la mejor forma de entender la economía del período es estudiar al principal economista del siglo, una de las personalidades más importantes en lo que en ese momento era todavía la economía central del mundo, el británico, nacido en Cambridge, Iohn Maynard Keynes. La fuente tradicional son los tres volúmenes de su biografía escritos por Robert Skidelsky: Iohn Maynard Keynes: Hopes Betrayed1883-1920 (Londres, 1983), [ohn MaynardKeynes: The Economistas Saviour1920-1937(Londres, 1992) Y Iohn Maynard Keynes: Fightingfor Britain 1937-1946 (Londres, 2001).
La política Dos famosas obras, cada una de las cuales ofrece tesis polémicas pero solidamente argumentadas, son Amo J. Mayer, The Persistence of the Old Regime: Europe to the GreatWar (Londres, 1981; hay traducción al castellano: Lapersistencia del antiguo régimen, Altaya, Barcelona, 1997), que sostiene que antes de 1914la política europea estaba dominada por la nobleza de!
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BIBLIOGRAFÍA RECOMENDADA
EUROPA,1900-1945
antiguo régimen y que la burguesía liberal había sido corrompida por su espíritu aristocrático,y Charles Maier, Recasting Bourgeois Eutope: Stabilization in France, Germanyand Italy in the DecadeAfterWorldWar 1 (Prmceton, Nueva Iersey, 1975; hay traducción al castellano: La refundación de la Europa burguesa: la estabilización en Francia) Alemania e Italia después de la primera guerra mundial, Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales, Madrid, 1989), que sostiene que la burguesia restableció su poder después de la primera guerra mundial mediante el abandono del liberalismo tradicional y la adopción de negociaciones «corporativistas» entre intereses organizados. Sobrelasmujeres y la política, Richard J. Evans, TheFeminists: Women's Emancipation Movements in Europe, America and Australasia 1840-1920 (Londres, 1977;hay traducción al castellano:Lasfeministas: movimientosde emancipación de la mujer en Europa, Siglo XXI, Madrid, 1980), es un instructivo estudio que propone excelentes comparaciones, aunque comparte el mismo acercamiento de «modernización-liberal» a la historia que Mayero A pesar del exceso de optimismo poscomunista que caracteriza las observaciones de algunos colaboradores, Women in Central and Eastern Europe, edición especial de Women's History Review LouiseA. Tilly, ed., 5, 4 (1996), contiene útil información sobre la influencia politica de las mujeres. Victoria De Grazia, How Fascism RuledItalian Women: Italy, 1922-1945 (Berkeley, Los Ángeles y Oxford, 1992) es esencial para cualquiera interesado en la actitud del fascismo ante las mujeres y en el papel de éstas en los movimientos fascistas. Respecto al socialismo y las mujeres, véase Helmut Grubery Pamela M. Graves, Women and Socialism, Socialism and Women (Providence, Rhode Island, 1998). Peter Fritzsche, «Did Weimar Fail?» en [ournai 01Modern History 68, 3 (1996), pp. 629-656, ofrece una revisión de recientes trabajos sobre el nazismo que invita a la reflexión. George Luebbert, Liberalism, Fascism, or
Social Democracy: Social Classes and the Political OriginsofRegimesin InterwarEurope (Oxford, 1991: hay traducción al castellano: Liberalismo,fascismoo socialdemocracia: clases sociales y origenes políticosde losregfmenes de la Europa de entreguerras, PrensasUniversitariasde Zaragoza, Zaragoza, 1997) es un estimulante acercamiento comparativo a las «basessociales» de los regímenes europeos en las primeras cuatro décadas del siglo xx que muestra cómo las divisiones políticas, religiosas y de clase y la oposición campo-ciudad influenciaron el curso de la historia política en la primera mitad del siglo. Mária M. Kovács, Liberal Professions and nliberal Politics: Hungaryfrom the Habsburgs to the Holocaust (Londres y Washington DC,
235
1995) es un brillante informe sobre lastensiones étnicas y profesionales durante el colapso de la politica liberal en Hungría. Véase también Tim Kirk y Anthony McElligot!, eds., OpposingFascism: Community, Authority and Resistance in Europe (Cambridge, 1999). Para una breve exposición de la historia del fascismo, véase Kevin Passmore, Fascism: A Very Short Introduction (Oxford, 2002). Sobre trabajo y política, véase Stephen Saltery Iohn Stevenson, TheWorking Class and Politics in Europe and America, 1929-1945 (Londres, 1990) y Marcel van der Linden, ed., The Formation of Labour Movements, 18701914, 2 vols., Contributions to the History ofEuropeanLabour and Society (Leiden, 1990). Sobre la Unión Soviética, véase Sheila Fitzpatriek, ed., Stalinism: New Directions (Londres.Züüü), una fascinante colección de nuevas e innovadoras investigaciones sobre el estalinismo, y Ronald Grigor Suny, «Nationality and Class in the Revolutions of 1917: a Re-examination of Social Categories» en NicleLamperty GáborT.Rittersporn, eds., Stalinism: Its Natureand Aftermath. Essays in HonourofMoshe Lewin (Londres, 1992), pp. 211-242.
La sociedad Paul Thompson, The Edwardians. The Remaking of British Society (2.a edición, Londres, 1992) es uno de los primeros estudios importantes basados en historias orales, un trabajo pionero que ha llegado a convertirse en un clásico. Sobre el impacto de la primera guerra mundial, véase Richard Wall y Iay Winter, eds., The Upheaval ofWar. Family, Work and Welfare in Europe, 1914-1918 (Cambridge, 1988), una excelente colección de ensayos sobre los efectos sociales y demográficos de la guerra en toda Europa, y [ay Winter, The GreatWarand theBritish People (Londres, 1986), una obra fundamental sobre los efectos de la primera guerra mundial en la salud y la demografia de la población británica. Sobre las repercusiones de la guerra, véase H. Clout, After the Ruins. Restoring the Countryside ofNorthern France after the GreatWar (Exeter, 1996), un magnifico estudio sobre la reconstrucción del norte de Franciadespués de la devastación sufridadurante el conflicto de 1914-1918, y George L. Mosse, Fallen Soldiers. Reshaping the Memory of the WorldWars (Nueva York y Oxford, 1990) es una estimulante e innovadora reflexiónsobre la forma en la que el «mito» del soldado caído y la memoria de la guerramundial fueron creados y manipulados. Orlando Figes, A People's Tragedy. The Russian Revolution 1891-1924 (Londres, 1997; hay traducción al castellauo: La revolución rusa: la trage-
CRONOLOGÍA
241
Manifestaciones de sufragistas en Gran Bretaña.
Cronología 1912
Comienza el protectorado francés en Marruecos. Masacre en los yacimientos de oro del Lena en Rusia.
1899-1902
Guerra delos Boer.
1912-1913
Guerras balcánicas.
1900
Sigmund Freud publica La interpretación de lossueños.
1913
Se estrena La consagración de la primavera en París.
1902
Victoria del Partido Radicalen las elecciones generalesfrancesas.
1914
Estallido de la primera guerra mundial (agosto).
1915
1903
Giolitti se convierte en primer ministro italiano. La dinastía Karagjorgjevié torna el poder en Belgrado. Primer vuelo de los hermanos Wright en Kitty Hawk, Carolina del Norte.
Campaña de los Dardanelos (abril-noviembre). Italia entra a la guerra (mayo). Nace el Dadá en Zurich.
1916
Batallas de Verdún y del Somme. Rebelión de Semana Santa en Dublin. Tratado Sykes-Picot.
1917
Estados Unidos entra a la guerra (abril). Revolución rusa. Declaración Balfour (noviembre).
1918
El presidente Wilson expone sus «Catorce Puntos» (enero). Alemania solicita el armisticio (noviembre). Reformas Montagu-Chelmsford en la India.
1918-1921
Guerra civil rusa.
1919-1921
Guerra ruso-polaca.
1919-1923
Guerra greco-turca.
1919
Revolución en Alemania. Fundación de la República de Weimar. Tratados de Versalles (Alemania), de Saint-Germain (Austria), y de Neuilly (Bulgaria). Revuelta wafdista en Egipto. Masacre de Amritsar. Walter Gropius funda la Bauhaus en Weimar.
1920
Tratados de Trianón (Hungría) y Sevres (Turquía). El Senado de Estados Unidos no ratifica el tratado de Versalles. Rebelión en lrak. Estreno de El gabinetedel DoctorCaligari.
1904
1905
1906
1907
Estalla la guerra ruso-japonesa. Entente cordial anglo-francesa (abril). Levantamiento de los hereras contra el imperio alemán. Primera crisis marroquí. Separación oficial de la Iglesia y el Estado en Francia. Revolución en Rusia. La Conferencia de Algeciras pone fin a la crisis marroquí (marzo). Victoria liberal en Gran Bretaña. Reformas Minto-Morley en India. El sufragio universal conduce a una mayoría eslava en el Consejo Imperial de Austria. Entente anglo-rusa (agosto). Picasso pinta Las señoritasde Avignon.
1908
Bélgica asume el control del Congo. Revolución de los Jóvenes Turcos.
1908-1909
Crisis desatada por la anexión de Bosnia.
1909
Se funda la Anglo-Persian Oil Company. Marinetti publica el Manifiesto Futurista.
1910
Conformación de la Unión de África del Sur.
1911
Segunda crisis marroquí.
CRONOLOGÍA
EUROPA,19 0 0- 1945
1921
Formación de la «Pequeña Entente», Partición de Irlanda. Se adopta la Nueva Politica Económica (NPE) en la Unión Soviética. Insurrección de Abd -el- Krim en Marruecos.
1922
Tratado germano-soviético de Rapallo (abril). Mussolini llega al poder en Italia (octubre). Se publica e! Ulises de James Ioyce en Paris. Se publica La tierra ba/dia de T. S. Eliot.
1929
Se aprueba el plan Young (sobre reparaciones de guerra). Se establece la dictadura monárquica en Yugoslavia. Crash de Wall Street (octubre). Disturbios entre árabes y judíos en Palestina. Se publica Sin novedad en elfrente, de Erich Maria Remarque. Se difunde el cine sonoro.
1930-1931
Conferencia de la Mesa Redonda sobre la India en Londres.
1930
Briand presenta un plan de Unión Europea. Los aliados abandonan Renania. Se establece un gobierno monárquico en Rumanía. Se establece la Segunda República en España. Desobediencia civil en la India.
1931
Quiebra de! Creditanstalt, el banco más grande de Austria
LaBBCcomienza a transmitir.
1923
Francia y Bélgica ocupan e! Ruhr. Golpe de estado de Primo de Rivera en España.
Hiperinflación en Alemania. Rodesia del Sur consigue el autogobierno.
1924
(mayo). Hoover aprueba una moratoria para el pago de las repara-
Se aprueba el plan Dawes para el pago de las reparaciones
ciones. La libra esterlina abandona e! patrón oro para (septiembre). Formación del «Gobierno Nacional» en Gran Bretaña. El Estatuto de Westminster define la condición de «dominio» dentro del imperio británico.
de guerra. MuereLenin. Se publica el Primer Manifiesto Surrealista.
MuereFranz Kafka.
1925-1927
Rebelión de los campesinos drusos en Siria.
1925
Gran Bretaña regresa al patrón oro (abril). Se :strenan El acorazado Potemkin, de Sergei Eisenstein y La quimera de oro de Charlie Chaplin. Se estrena la ópera Wozzeck de A1ban Berg en Berlin. Se firman los tratados de Locarno (diciembre).
1926
Se funda la Étoile Nord-Africaine en Paris. Alemania ingresa a la Sociedad de Naciones. Golpe de estado de Pilsudski en Polonia. Golpe de estado de Smetona en Lituania. Estabilización (de facto) del franco francés.
1927
Lindbergh atraviesa volando e! Atlántico.
1928
Se firma el pacto Kellogg-Briand (agosto).
Unificación nacionalista de China. Estreno de Elperro andaluz, de Luis Buñue! y Salvador Dali.
243
1932
Gombos se convierte en primer ministro de Hungría. La conferencia de Lausana pone fin a las reparaciones. La socialdemocracia vuelve al gobierno en Suecia. Dictadura de Salazar en Portugal. Conferencia Económica Imperial en Ottawa. Irak consigue su independencia.
1933
Hitler se convierte en canciller de Alemania (enero). Alemania abandona la Sociedad de Naciones y la conferen-
cia de desarme (octubre). Se establece la dictadura de Dollfuss en Austria (mayo). Estados Unidos abandona el patrón oro (abril). Conferencia Económica Mundial en Londres.
1934
Disturbios de extrema derecha en París (febrero). Dictadura de Pats en Estonia. Golpe de estado militar en Bulgaria. Dictadura de Ulmanis en Letonia.
244
CRONOLOGÍA
EUROPA, 1900-1945
Pacto nazi-soviético (23 agosto). Gran Bretaña y Francia le declaran la guerra a Alemania (3 de septiembre). Muere Sigmund Freud.
Intento de golpe nazi en Austria. Fundación del Partido Neo- Destour en Túnez. 1935
1936
Plebiscito en el Saar (enero). Frente de Stresa (abril). ltalia invade Abisinia (octubre). Leyes antisemitas de Nuremberg en Alemania. Dictadura de los coroneles en Polonia. Devaluación de franco belga (abril). Laley sobre el gobierno de la India proporciona autonomía provincial.
Alemania remilitariza Renania (marzo). El Frente Popular es elegido para el gobierno en Francia (mayo). Comienza la guerra civil en España (julio). Metaxasestablece la dictadura en Grecia. Comienzan las grandes purgas en la Unión Soviética. Keynes publica su Teoria General. Francia abandona el patrón oro (septiembre). Tratado anglo-egipcio. Se crea la Comisión Peel para estudiar el caso de Palestina. Estreno de Tiempos modernos de Charlie Chaplin.
1937
Italiase une al pacto anti-comintern. Conferencia Hossbach (noviembre). Guernica es bombardeada (abril). Los nazis organizan una exposición de arte degenerado. Elecciones provinciales en la India: el Congreso Nacional Indio gana en siete provincias.
1938
Alemania se anexiona Austria (marzo). Crisis de los Sudetes y pacto de Munich (septiembre). Pogromo de la «noche de los cristales rotos» en Alemania (noviembre). Se termina la base naval de Singapur.
1939
Alemania invade Checoslovaquia (15 de marzo). Los nacionalistas ganan la guerra civil española (1 de abril). Gran Bretaña y Francia ofrecen garantías a Polonia (31 mayo).
245
1940
Churchillse convierte en primer ministro británico (mayo). Alemania vence a Francia(mayo-junio). Italia entra en la guerra (10 de junio). ltalia invade Grecia (octubre). Se estrena Elgran dictador de Chaplin.
1941
Ley de Préstamo y Arriendo (marzo). Alemania invade Yugoslavia y Grecia (abril). Alemania invade la Unión Soviética (junio). Se firma la Carta del Atlántico (agosto). Japón ataca Pearl Harbor (diciembre). Shostakóvich escribe su Sinfonía No. 7 durante el asedio a Leningrado.
1942
LaConferencia de Wannsee da carácter oficial al Holocausto (enero). Siugapur cae (febrero). Comienza la batalla de Stalingrado (octubre). Batalla de El-Alarnein (octubre). Los norteamericanos desembarcan en el norte de África bajo dominio francés (noviembre). El Congreso Nacional Indio lanza el movimiento «Quit India». GreerGarson actúa en Laseñora Miniver.
1943
En la Conferencia de Casablanca se decide que el objetivo es la rendición incondicional (enero). Los alemanes se rinden en Stalingrado (febrero). Levantamiento del gueto de Varsovia (abril). Los aliados vencen a los submarinos alemanes (U -boats) en el Atlántico (mayo). Batalla de Kursk (julio -agosto). Los aliados invaden ltalia (septiembre). Mussolini cae (septiembre). Hambre en Bengala.
246
1944
EUROPA,1900-1945
Alemania ocupa Hungría (marzo). Desembarco de Norrnandía (juma). Conferencia de Brazzaville.
1945
Conferencia de Yalta (febrero). Muere Roosevelt (abril). Alemania se rinde (mayo). Conferencia de Potsdam (julio-agosto). Estados Unidos arroja dos bombas atómicas sobre Japón
(agosto). Guerra civil en China.
Masacre de Sétif en Argelia (mayo).
Mapas
-MAPAS 248
EUROPA. 1900-1945
estados multinacionales )(
autoritarios
•
liberal-conservadores
•
liberales de izquierda
11 confesionales
+ conservadores O
nacionalistas fronteras internacionales, 1914
Mar del Norte
OCÉANO ATLÁNTICO
Mar Mediterráneo
MARRUECOS
ARGELIA
(Francia)
(Francia)
Mapa 1. Europa en 1914.
249
250
l
EUROPA, 1900-1945
Fronteras internacionales,
c. 1926
Plebiscito del sear (bajo control de la Sociedad de Naciones, 1919-1935)
en
Fronleraslnlernacionales, 1914
2. Lfmñes de la zona desmilitarizada Zona de Renania bajo ocupación aliada después de 1919
de Renania después de 1919 3. Ciudad Ubre de Danzlg
6. Burgenland (pasó a A'"",¡, en 1921) 7. Estado libre de Fiume (1920-1924)
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4. Territorio de Memel (pasó a Uluania en 1923)
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Mapa 2. Cambios territoriales en Europa después de 1918. FUENTE: D. Stevenson, The FirstWorldWar and InternationalPolitics (Oxford, 1988).
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MAPAS 252
EUROPA,1900-1945
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Dominios británicos
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Imperio británico en 1914
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Adquisicionesbritánicasen la primeraguerra mundial
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Imperio francés en 1914
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Adquisiciones francesas en la primeraguerramundial
Mapa 4. Los imperios británico y francés en 1930.
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253
MAR DEL NORTE
Moscú UNiÓN SOVIÉTICA e
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Estambul
Alemania 1934 VY{;f)!!Y/Cl\E,1 Fronteras de Alemania el 3 de septiembre
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11I Satélites fascistas *1932 Progresos realizados por la derecha autoritaria o fascista
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Lista de colaboradores
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RICHARD BESSEL es profesor de Historia del siglo xx en la Universidad de York. Sus publicaciones incluyen Germany after the Pirst World War (Oxford, 1993) y, como editor, Fascist Italy and Nazi Germany: Comparisons and Contrasts (Cambridge, 1996), Die Grenzen der Diktatur (en colaboración con Ralph Iessen, Gotinga, 1996) y Life in the Third Reich (edición revisada, Oxford, 2001). Es también co-editor de la revista German Hís-
tory.
de Historia y Política del sur de Asia, director del Centro de Estudios del Sur de Asia de la Universidad de Cambridge y miembro del Trinity College. Es autor de The Origins oflndustrial Capitalism in India: Business Strategies and the Working Classesin Bombay, 1900-1940 (Cambridge, 1994) y de Imperial Power and Popular Politics: Class, Resistance and the State in India, 1850-1950 (Cambridge, 1998).
RAJNARAYAN CHANDAVARKAR es Reader
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es profesor de Historia en la Universidad de Toronto en Scarborough. Sus libros incluyen The Limits of Reason: The German Democratic Pressand the Collopse ofWeimar Democracy (Londres, 1975), Rites of Spring: The Great War and the Birth of the Modern Age (Londres, 1989) y Walking Since Daybreak: A Story of Bastern Europe, World War JI, and the Heart ofthe 20th Century (Londres, 2000).
MODRIS EKSTEINS
JULIAN JACKSON es profesor de Historia Francesa en la Universidad de Gales en Swansea. Sus publicaciones incluyen The Politics of Depression in Prance I932-1936 (Cambridge, 1986), The Popular Front in France 19361938: Defending Democracy (Cambridge, 1988), De Gaulle (Londres, 1990) y France: the Dark Years 1940-1944 (Oxford, 2001).
HAROLD JAMES es profesor de MAR
Mapa 7. Cambios territoriales en Europa oriental, 1939-1947. Whee1er-Bennett y A. Nicholls, The Semblance ofPeace: Politícal Settlementafter the Second WorldWar (Londres, 1972). Reproducido con autorización de Palgrave Macmillan.
FUENTE: ].
Historia en la Universidad de Princeton y autor de International Monetary Cooperation Since Bretton Woods (Oxford, 1996), The End of globalization: Lessons from the Great Depression (Harvard, Massachusetts, 2001; hay traducción castellana: El fin de la globalización: lecciones de la gran depresión, 2003) YThe Deutsche Bank and the Nazi Economic War Against the fews (Cambridge, 2001).