de su superación. Koselleck ciertamente comparte con Werner Conze y Otto Brunner – los otros componentes del comité editorial original de los GG – la idea de que la historia social está relacionada con estructuras, con procesos complejos y globales, es decir, que implican dimensiones institucionales, sociales, jurídico-administrativas y económicas, el reconocimiento de cuya «historia» no soporta reducciones de espectro o aislamiento de segmentos a los cuales atribuir un peso determinante. Analizada a través de la referencia a «estructuras» constitucionales cuya complejidad agota la posibilidad de referir la representación del proceso político y social a tipos o modelos abstractos e impide referirla simplemente a secuencias evenemenciales que resuelvan el problema de la casualidad histórica aplastándolo contra proyecciones lineales y continuistas de la transformación, la «historia» se hace necesariamente «historia social». Koselleck asume esta perspectiva sobre la guía de la historiografía constitucional alemana 22. Y, precisamente por los motivos antes indicados, denuncia y critica sus límites de derivación historicista que corren el riesgo de restringir sus posibilidades interpretativas en relación al análisis del proceso. También polemizando directamente con Brunner 23. El punto nuclear, una vez más, es el de reivindicar operatividad al desfase de los planos temporales que la anticipación (una teoría determinada de la transición que impone la modernidad) produce respecto al horizonte teórico investigado. No sólo porque, como algunos críticos han tenido ocasión ya de objetar al propio Skinner, la hipótesis metodológica que parte de la «situación» y de la irreductibilidad del contexto como cuadro de referencia exclusivo para la localización y para la identificación del «significado» de un acto lingüístico, de un texto o de un sistema conceptual, acaba por disolver la diferencia sobre la cual se determina la función específica de la textualidad y de su intérprete 24, sino también, y sobre todo, porque practicar la historia constitucional como aislamiento de ordenamientos sociales e institucionales recíprocamente no transferibles dentro de los cuales contextualizar el significado de cada mecanismo conceptual (textos, sistemas de pensamiento, fuentes normativas), acabaría por acallar las propias posibilidades de palabra de la « Begriffsgeschichte»25.
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E.W. Böckenförde, Die deutsche verfassungsgeschichtliche Forschung im 19. Jahrhundert. Zeitgebundene Fragestelleungen und Leitilder , Berlin, Dunker & Humblot, 1961; trad. it. de P. Schiera, La storiografia costituzionale tedesca nel secolo decimonono. Problematica e modelli d‟epoca , Milano, Giuffrè, 1970; P. Schiera, Otto Hintze, Napoli, Guida, 1974. 23 R. Koselleck, Begriffsgeschichtliche Probleme der Verfassungsgeschichtsschreibung , Berlin, Dunker & Humblot, 1983 (Beiheft zu «Der Staat», Heft 6), pp. 8-21, pp. 12 y ss. Recientemente Koselleck ha podido reiterar la propia posición anti-historicista (y anti-brunneriana) en la intervención: A Response to Comments on the Geschichtliche Grundbegriffe , en M. Richter - H. Lehmann (Eds.), The Meaning of Historical Terms and Concepts. New Studies on Begriffsgeschichte cit., pp. 59-70, p. 62. 24 Cfr. P. Leslie, «In Defence of Anachronism», Political Studies, XVIII, 1970, pp. 433-447; P.L. Jenssen, Political Thought as Traditionay Action: The Critical Response to Skinner and Pocock , «History and Theory», XXIV, 1985, pp. 115-146; M. Viroli, “Revisionisti” ed “ortodossi” cit., pp. 128-129; M. Bevir, The Errors of Linguistic Contestualism, «History and Theory», XXXI, 1992, pp. 276-298; Id., The Logic of the History of Ideas, Cambridge, Cambridge University Press, 1999. 25 R. Koselleck, Begriffsgeschichtliche Probleme der Verfassungsgeschichtsschreibung cit., p. 13. La posición aquí expresada contra Otto Brunner es reiteraa por Koselleck contra Quentin Skinner. Cfr. A Response to Comments on the Geschichtliche Grundbegriffe cit., p. 62. Pero sobre el punto véase también: R. Koselleck - H.G. Gadamer, Hermeneutik und Historik , Heidelberg, Carl Winter Universitätsverlag, 1987; trad. it. de P. Biale, Ermeneutica e Istorica, Genova, Il Melangolo, 1990, p. 14. Para una análoga crítica al historicismo brunneriano: F. Hartung, Zur Entwicklung der Verfassungsgeschichtsschreibung in Deutschland , in Staatsbildende Kräfte der Neuzeit , Berlin, Dunker & Humblot, 1961, pp. 431-469, pp. 467 y ss. X X
Introducir la instancia programática de la historia de los conceptos en el cauce historicista y, con esto, revocar el presupuesto que entiende siempre abierta, a partir de la productividad del anacronismo y del descarte marcado por el « Vorgriff » que anticipa una teoría de la modernización, la posibilidad de definir una representación en condiciones de conectar los tiempos, de adjudicar un sentido a la transformación, de identificar un progreso, significa, por Koselleck, agotar la propia posibilidad del hacer historia. Antes que nada porque el resultado de una « Begriffsgeschichte» que pretenda restituir objetivamente el contexto asumido como tema de investigación ligándolo irrevocablemente a sus estructuras de sentido, no podría sino renunciar a la posibilidad de pensar la relación que media entre uno y las otras y, luego, con lo que precede (o que sigue) a la sección temporal, la «época», que se aísla e identifica por medio de una intraducibilidad en otra cosa de los conceptos y de la «lengua» de sus fuentes (se trata para Koselleck de todo lo que se pone de relieve críticamente en Brunner); y, en segundo lugar, porque si no es constantemente focalizada por la asunción de una instancia de la perspectiva productiva precisamente porque es anacrónica, la constante re-problematización de la relación entre fuentes de «historia» acabaría por provocar la disolución del objeto histórico en un vórtice con carácter regresivo indeterminado incapaz de establecer el proceso y de identificar las estructuras implicadas en él 26. Es, precisamente, a partir del desfase entre representación historiográfica y léxico de las fuentes cuando es, en cambio, posible, para Koselleck, hacer resbalar productivamente el plano de la recomposición historicista de los vocabularios de época en dirección a un análisis histórico-conceptual del paso hacia la modernidad 27. El «Vorgriff » teórico que permite liberar (y así poder re-conectar el uno al otro) el tiempo de la historiografía (o de la representación) y el tiempo de la historia, ofrece también la posibilidad de recuperar la íntima estructuración temporal de los conceptos, de restituirla como multiversum de sentido y «contemporaneidad de lo no contemporáneo», acceder a aquella profundidad de una experiencia social del tiempo que es el motor mismo de la historio-génesis. Investida por el descarte anticipador de la teoría – el que reconoce en la «Satterlzeit » el momento de interna dinamización y politización de la política y de sus disposiciones conceptuales – la «espacialidad» de la representación historiográfica es superada en el sentido de una más plena restitución de la pluridimensional temporalidad de la historia. No «épocas» intraducibles; no contextos aislados el uno del otro y representados como espacios intransitables; no circunscripciones y confinamientos de los sistemas de pensamiento por cómo son expresados por el lenguaje de las fuentes, sino densidades que unen visiones pertenecientes a diversas experiencias del tiempo y que hacen resbalar al uno sobre el otro, y con diferentes velocidades de fluencia, « Zeitschichten», «estratos de tiempo», que restituyen la compleja estratigrafía del presente al cual
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Estimulantes reflexiones sobre el tema en N. Auciello, Vortici e forze (storiografia e riflessione), en N. Auciello - R. Racinaro (a c. di), Storia dei concetti e semantica storica, Napoli, Esi, 1990, pp. 19-91. 27 R. Koselleck, Über die Theoriebedürftigkeit der Geschichtswissenschaft , en W. Conze (Hrsg.), Theorie der Geschichtswissenschaft und Praxis der Geschichtsunterrichts , Stuttgart, Klett-Cotta, 1972, pp. 10-28, en part. pp. 14-15. Sobre la relación problemática de la historia de los conceptos con el historicismo: I. Veit-Brause, A Note on Begriffsgeschichte, «History and Theory», 1, 1981, pp. 61-67, pp. 62 y ss.; G. Valera, «Storia delle scienze e analisi della società: qualche considerazione di metodo», Scienza & Politica, 1, 1989, pp. 7-25, p. 21.
pertenecemos28. A la coercitiva topología historicista se contrapone así una dinámica de las experiencias del tiempo 29, que no coincide con el plano de la cronología. En el descarte anacrónico producido por el presente de la anticipación teórica (una figura de la modernidad que organiza una teoría de la modernización), es superado el atomismo en el que se fragmenta y se hace imposible la representación general del proceso histórico (la idea, esto es, de que una relación transparente y adecuada con las fuentes impone la asignación de cada concepto a su «época», de cada «intención» significante a su autor) y, contemporáneamente, se obtiene un punto de vista estructural en condiciones de valorar, dentro del proceso histórico de modernización, la presencia contemporánea de tiempos distintos, la huella de experiencias sociales pertenecientes a genealogías diferentes y en diferentes modalidades de duración, la compleja superposición de campos políticos, jurídicos, económicos y sociales en la circunscripción (nunca «simple», nunca lineal) de las áreas semánticas ocultas por las series conceptuales. «Conceptos que abrazan situaciones, conexiones y procesos del pasado» pueden entonces convertirse, en las manos del historiador que se sirva de ellos con la debida sagacidad, en «categorías formales, que son puestas como condición de historias posibles»30. Y es exactamente en este plano en el que se hace posible para Koselleck realizar una composición entre «historia social» (análisis de estructuras del tiempo des-naturalizadas y condensadas, «hechas plenas», por la experiencia colectiva de la duración; representación auto-reflexiva de identidades parciales; agregación no lineal de dimensiones individuales, sociales e institucionales de la memoria) e historia de los conceptos (que registran y expresan, haciéndolo representable también en el plano de su «historia», el complejo multiversum de la experiencia social del tiempo). Es la plena consciencia de la infiltración, de la no-adhesividad, entre los conceptos de los cuales se sirve el historiador y los conceptos de las fuentes que investiga lo que abre el espacio para la – y la posibilidad de la – historiografía. El presupuesto para una « Begriffs-geschichte», la posibilidad de una historia de los conceptos, reposa para Koselleck sobre la asunción de la indefinibilidad de los contextos mismos (porque definirlos querría decir poderlos sustraer a la historia, hacer abstracción de esta última, fortificarlas en modelos atemporales, y, por tanto, en cuadros universales y abstractos para la interpretación «científica», o normativa, de la política) y sobre la idea de la noneutralidad de su restitución; aquella neutralidad que pretendería anular (con Ranke, por ejemplo) el descarte subjetivo sobre el cual se funda la representación del proceso y, por tanto, la posibilidad de la historia. Inquieta y desestabilizante resuena aún potente en las páginas de Koselleck la admonición de Nietzsche, que asigna a la potencia de desarraigo de la interpretación la tarea de rescatar la vacía apología del hecho en el que se ejercen de forma pedisecua los «enfermos de fiebre histórica»: «solo con la máxima fuerza del presente podéis interpretar el pasado» 31.
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R. Koselleck, Zeitschichten, in Zeitschichten. Studien zur Historik , Frankfurt a. M., Suhrkamp, 2000, pp. 19-26. 29 29. R. Koselleck, Rappresentazione, evento, struttura, in Futuro passato cit., pp. 123- 134, p. 130; Id., Practice of Conceptual History: Timing History, Spacing Concepts, transl. by T. Samuel Presner and Others. Foreword by H. White, Stanford, Stanford University Press, 2002. Sobre el tema: G. Motzkin, On Koselleck‟s Intuition of Time in History , en M. Richter - H. Lehmann (Eds.), The Meaning of Historical Terms and Concepts cit., pp. 41-45. 30 R. Koselleck, Rappresentazione, evento, struttura cit., p. 132. 31 F. Nietzsche, Unzeitgemässige Betrachtungen I-IV , trad. it. de S. Giametta - M. Montanari, Considerazioni inattuali, Torino, Einaudi, 1981, II, Sull‟utilità e il danno della storia per la vita , pp. 79161, in part. pp. 112-115 e p. 124. X
En el concepto (« Begriff »), o en el espacio de tensión y constante dinamización entre lenguaje ordinario («Wort »), experiencia del tiempo (« Erfahrung ») y significato (« Bedeutung »), se deposita todo el espectro operacional y expresivo de la lengua («Sprache») y se hacen historiográficamente recuperables – representables, entonces – la transparencia sobre la contextualidad y la predisposición morfogenética, el sistema de transformaciones, que esta hace posible y registra en el arco global de su historia. Sincronía y diacronía determinan la posibilidad de una representación general de la historia del concepto. Si el «lenguaje conceptual» (la modalidad con la que la «lengua que hablamos» se pliega a algo extra de significación) representa, como escribe expresamente Koselleck, «un medio coherente para tematizar las capacidades de experiencia» del actor/locutor histórico «en vista de la historia social», llega a hacerse claro, entonces, cómo puede asumirse como método adecuado de investigación precisamente la « Begriffsgeschichte»: esta última valora de hecho el «concepto» tanto como un «indicador» de los procesos sociales que han depositado en él una experiencia determinada, como también como un «medio», un «factor», a través del cual se ha actualizado una específica modalidad de relación entre subjetividad y experiencia 32. Por este motivo, la hipótesis de Koselleck diseña un plano de gran consistencia entre historia de los conceptos e historia social. Y, siempre por este motivo, pueden parecer mezquinas las críticas que Niklas Luhmann ha hecho a la « Begriffsgeschichte». Si bien es cierto que la historia de los conceptos, con un respeto quizás demasiado inclinado hacia la sociología del saber, se arriesga a tratar los conjuntos semánticos como «hechos», sin asumir la exclusión que de todos modos subsiste entre lenguaje y realidad, no es quizá tan cierto que esta agote, como entiende Luhmann, el problema de la imputación entre saber y sistema social en la forma unidireccional y simplificada que él le reprocha y que le llevaría a tratar la semántica de los conceptos sólo localizando estos últimos en el firmamento de la teoría o en la destilación pura de los saberes 33. En las intenciones de Koselleck no se trata de asignar a las fuentes cultas (filosóficas, literarias, académicas) inmediata representatividad sobre los escenarios de época – lo que los mismos editores del HGF evitarán programáticamente, por ejemplo, eligiendo mantener las voces del léxico político francés en textos y en fuentes iconográficas que exhiban la relevancia «social» de los cambios de «mentalidad», antes que las modalidades «altas» de reordenación de los saberes de la política y el derecho 34 – , tanto 32
Cfr. R. Koselleck, Storia dei concetti e storia sociale cit., pp. 102-103. N. Luhmann, Gesellschaftsstruktur und Semantik , Frankfurt a. M., Suhrkamp, 1980; trad. it. de M. Sinatra, Struttura della società e semantica , Roma-Bari, Laterza, 1983, pp. 11-13. Críticas análogas en D. Busse, Historische Semantik. Analyse eines Programms, Stuttgart, Klett-Cotta, 1987, pp. 71-72; J. Guilhaumou, Discours et événement. L‟histoire langagière des concepts , Besançon, Presses Universitaires de Franche-Comté, 2006. 34 R. Reichardt, Einleitung , in Handbuch politisch-sozialer Grundbegriffe in Frankreich 1680-1820, hrsg. von R. Reichardt und E. Schmitt, München, R. Oldenbourg Verlag, München, 1985, Heft 1/2, pp. 39 -148; Id., Zur Geschichte politisch-sozialer Begriffe in Frankreich zwischen Absolutismus und Restauration , in «Zeitschrift für Literaturwissenschaft und Linguistik», 47, 1982, pp. 49-74; Id., Pour une histoire des mots-thèmes sociopolitiques en France de 1680 à 1820 environ , en Actes du 2e Colloque international sur la lexicologie politique du français moderne (E.N.S. de Saint-Cloud, sept. 1980), publ. sous la direction de M. Tournier, Paris, 1982; Id., Revolutionäre Mentalitäten und Netze politischer Grundbegriffe in Frankreich (1789-1795), en R. Koselleck - R. Reichardt (Hrsg.), Die Französische Revolution als Bruch der gesellschaftlichen Bewußtseins, München, R. Oldenbourg Verlag, 1988, pp. 186-214; Id., Wortfelder - Bilder - semantische Netze. Beispiele interdisziplinärer Quellen und Methoden in der historischen Semantik , en G. Stolz (Hrsg.), Die Interdisziplinarität der Begriffsgeschichte, Hamburg, Meiner, 2000, pp. 111-133; F. Hermanns, Sprachgeschichte und Mentalitätsgeschichte. Überlegungen zu Sinn und Form und Gegenstand historischen Semantik , in Sprachgeschichte der Neuhochdeutschen: Gegenstand, Methoden, Theorien, (Germanistiche Linguistik, Bd. 156), hrsg. von A. Gardt - K.J. Mattheier - O. Reichmann, Tübingen, 1995, pp. 69-101. 33
como, en cambio, reconstruir las formas por medio de las cuales se ha contextualizado históricamente el proceso de intercambio – nunca lineal, nunca directo – : aporético, contradictorio, plural, más bien – entre la experiencia colectiva y su auto-reflexión en el plano de la representación y de la comunicación social. Es esto lo que explica porqué Koselleck asigna una relevancia decisiva a las configuraciones de orden de la modernidad – en las cuales no sólo se produce la definitiva estabilización del léxico político por cómo lo conocemos y usamos, sino que se reestructura definitivamente también la relación entre subjetividad e historia, entre pasado y conquista de dimensiones proyectuales que permiten calificar como apropiable el futuro35 – y por qué todo el proyecto de los GG ha sido concebido manteniendo programáticamente abierto el problema de la relación dialéctica (y no de imputación lineal) entre cambio conceptual, acción política y construcción social de la realidad 36. Lo que de nuevo resulta decisivo, sin embargo, es el dato de la exclusión que también en este caso es necesario que sea preventivamente operada entre la «decisión» del historiador (un movimiento evidentemente «weberiano», como veremos en otro capítulo de este libro) y los conceptos a partir de los cuales él se dispone a reconstruir la historia. Solo en la diferencia que existe entre la lengua de la representación historiográfica y la de las fuentes que recortan el contexto a la atención del historiador se puede asignar a los conceptos su territorium37 . Territorializarlos, esto es, dentro del mecanismo imaginativo y material que coinciden en articular y mantener en movimiento. El área imaginaria de significado de los conceptos puede identificarse circunscribiéndola dentro de una serie transformativa en la cual la identidad del soporte semántico (la palabra-concepto) puede asumir las escansiones que marcan el cuadro de las diferencias o de las asonancias que trazan la historia del concepto. Es, así, el concepto moderno, aquel cuyo uso contemporáneo interesa «aclarar» y hacer unívoco, para ser proyectado sobre las fuentes para localizar en ellas la secuencia de sus transformaciones. Estas se animan solo si están «avivadas» por la afilada luz del presente que las interroga. Aunque desde un «punto de vista» que permanece como propio. Y que no coincide – porque rechaza hacerlo en ejecución del propio dictado anti-historicista38 – con lo que las fuentes tendrían que decir de por sí. Este es el motivo por el cual no me parece inmediata – no obstante los esfuerzos de Melvin Richter y la mucho más radical posición de Karin Palonen, por la cuan la historia de los conceptos representaría una ulterior versión del « linguistic turn» en las ciencias históricas y, precisamente por esto, una forma de crítica de los lenguajes
Pero sobre el punto veáse también lo que oportunamente pone de relieve M. Richter, The History of Political and Social Concepts cit., pp. 81 e ss. 35 Cfr. R. Koselleck, “Historia magistra vitae”. Sulla dissoluzione del topos nell‟orizzonte di mobilità della storia moderna, en Futuro passato cit., pp. 30-54; Id., Geschichte (storia) Geschichten (storie) e le strutture formali del tempo, ivi, pp. 120-122. 36 Sobre la relación entre historia de los conceptos y cambio de los horizontes de experiencia, cfr. también: H. Lübbe, «Begriffsgeschichte als dialektischer Prozeß», Archiv für Begriffsgeschichte, XIX, 1975, pp. 8-14; y, desde otro punto de vista: H.U. Gümbrecht - H.J. Lüsenbrink - R. Reichardt, «Histoire et langage: travaux allemands en lexicologie historique et en histoire conceptuelle», Revue d‟histoire moderne et contemporaine, 30, 1983, pp. 185-195; T. Ball, Transforming Political Discourse: Political Theory and Critical Conceptual History, Oxford, Blackwell, 1988. 37 I. Kant, Kritik der Urteilskraft (1790), Einleitung , II. Vom Gebiete der Philosophie überhaupt . Sobre el tema: R. Esposito, «Termini della politica», Micromega, 1, 1994, pp. 147-164. 38 Véase R. Koselleck, Punto di vista e temporalità. Contributo all‟esplorazione storiografica del mondo storico, en Futuro passato cit., pp. 151-177.
académicos linealmente compatible con los proyectos de Dunn, Pocock y Skinner 39 – la posibilidad de integrar la « Begriffsgeschichte» de los GG y la historiografía del discurso político. 2. «Words are deeds»
También Wittgenstein asume, de hecho, el problema de la «ciudadanía» lingüística de los conceptos de la filosofía: el movimiento anti-esencialista de las Philosophische Untersuchungen reconoce en el lenguaje ordinario, en el «empleo cotidiano» de las palabras, la única «patria» de los propios nombres por los cuales lucha la filosofía 40. Asimilado a una «máquina» (§§ 193-194), el sistema lingüístico es descrito en función de su posibilidad de ser usado: solo cuando éste «hace fiesta» (« feiert », escribe Wittgenstein) pueden surgir los problemas de la filosofía (§ 38). Esto comporta que, para Wittgenstein, el problema del significado debe ser reconducido a una cuestión de pura «técnica», a modalidades de uso y de institucionalizaciones (reglas, acciones, esquemas) a la relación entre locutor y lengua, cuyo vínculo puede ser «descrito» – y no «explicado», como en el encantamiento en el que subyace la filosofía (§ 109) – así como puede ser laicamente descrito el modo en que un jugador de ajedrez mueve sus propias piezas sobre el tablero. Desde este punto de vista, la filosofía «deja todo tal y como está». Imposibilitada para fundar el sistema de reglas del cual consta el lenguaje e incapaz de hacer mella en sus usos (§ 124), la filosofía no puede sino despedirse de la nostalgia del nombre y del significado: «el significado de una palabra es» – simplemente, y en consecuencia de un movimiento de decisiva confusión de las relaciones de denominación entre lenguaje y mundo – «su uso en el lenguaje» (§ 43). Por esto Wittgenstein intuye en definitiva una correspondencia última entre «significado» y «regla». El mismo concepto de «significado» sufre, en el último Wittgenstein, una drástica torsión en dirección funcionalista41. El reajuste de la secuencia lógica que dispone una inmediata identificación entre «significado» de una palabra y el «modo de su empleo» dentro de una concreta situación («sistemas completos de comunicación humana», los llama Wittgenstein 42), permite volver a 39
K. Palonen, Conceptual History as a Perspective to Political Thought , en I.K. Lakaniemi - A. Rotkirch - H. Stenius, “Liberalism”. Seminars on Historical and Political Keywords in Northern Europe , The Renvall Institute, Univesity of Helsinki, Helsinki, University Printing House, 1995, pp. 7-33, p. 11; Id., Quentin Skinner. History, Politics, Rhetoric , Cambridge, Polity Press, 2003; Id., Die Entzauberung der Begriffe. Das Umschreiben der politischen Begriffe bei Quentin Skinner und Reinhart Koselleck , München-Hamburg-London, Lit Verlag, 2004. Cfr. S. Chignola, «Redescribing Political Concepts. History of Concepts and Politics in a Recent Book by Kari Palonen », Contributions to the History of Concepts, 2, 2005, pp. 243-251. 40 L. Wittgenstein, Philosophische Untersuchungen, Oxford, Blackwell, 1953; ed. it. cuidada por M. Trinchero, Ricerche filosofiche, Torino, Einaudi, 1980 (1967), § 116: «cuando los filósofos usan una palabra – «saber», «ser», «objeto», «yo», «proposición», «nombre» – e intentan captar la esencia de la cosa, nos debemos siempre preguntar: ¿Esta palabra es efectivamente usada así en el lenguaje, en el que tiene su patria? Nosotros llevamos de nuevo las palabras, dese su uso metafísico, hacia atrás a su uso cotidiano» (p. 67). 41 «Confronta el significado de una palabra con la ―función‖ de un empleo y ―diferentes significados‖ con ―diferentes funciones‖»: L. Wittgenstein, On Certainty, Oxford, Blackwell, 1969; trad. it. cuidada por M. Trinchero, Della Certezza. L‟analisi filosofica del senso comune , Torino, Einaudi, 1978, § 64 (p. 13).[trad. esp. de Josep L. Prades y Vicent Raga, Sobre la certeza, Barcelona, Gedisa, 1987]. 42 L. Wittgenstein, Philosophische Grammatik (1932-1934), edited by R. Rhees, Oxford, Blackwell, 1969, § 56. Sobre el punto: M.B. Hintikka - J. Hintikka, Investigating Wittgenstein, Oxford-New York, Blackwell, 1986; trad. it. de M. Alai, Indagine su Wittgenstein, Bologna, il Mulino, 1990, pp. 281 y ss.; A.J. Ayer, Wittgenstein, London, Weidenfeld and Nicolson, 1985; trad. it. de L. Sosio, Wittgenstein, Roma-Bari, Laterza, 1986, pp. 97 y ss.
centrar la atención sobre la cotidianeidad del vocabulario de la lengua «que hablamos» y de los sistemas de reglas que gobiernan sus mecanismos de comprensión y de uso: «por esta razón entre los conceptos de ―significado‖ y de ―regla‖ subsiste una
correspondencia» (Sobre la certeza, § 62). Se convierten en centrales, así, los mecanismos de uso de las palabras: las «acciones» argumentativas que el locutor puede y tiene la intención de realizar sobre el tablero del lenguaje según el sistema de reglas que, cada vez, las «gobierna». La relación entre «palabra» y «concepto» no se determina en el no-lugar de una hiperuránica taxonomía de los significados, sino en la inmanencia de las prácticas y de los esquemas de aprehensión por medio de los cuales se aprende a jugar un determinado juego. El «significado» de los conceptos, al cual no corresponde ninguna esencia, ningún contenido «ideal», muta según el juego que se elige jugar: exactamente como las piezas se mueven de manera diferente si se usa el tablero para jugar al ajedrez o a las damas. «Cuando cambian los juegos lingüísticos cambian los conceptos, y, con los conceptos, los significados de las palabras», escribe Wittgenstein ( Sobre la certeza, § 65). Es extremamente significativo el modo en que esta posición del último Wittgenstein se filtra – vía Grice, Austin, Searle – en la propuesta metodológica de la historiografía del discurso político. Desde el famoso ensayo de John Dunn de 1968 43, por otra parte, el asalto a los procesos de entificación y de hipostatización puestos en marcha por la historiografía analítica de las ideas (que habla de la «libertad», de la «democracia» o de los «valores del liberalismo» como de «cosas» reales a las cuales corresponde una especie de sustancialidad atemporal, por ejemplo) o, como sucede en cambio en el caso de Leo Strauss 44, al mitologema de la inalterable identidad y de la intrínseca, férrea coherencia del «texto», que al intérprete le es dado como el deber de localizarlo y reforzarlo, se acompañaba, en la puesta en primer plano, por el contrario, del irreductible sistema de relaciones en el que «ideas» e «intenciones de autor» actúan las unas sobre las otras en la contingencia de la situación. Quentin Skinner, por su parte, desde sus primeros escritos metodológicos había contribuido a denunciar y sepultar la profunda anti-historicidad de un método – el de una historia de las doctrinas políticas que desde Arthur O. Lovejoy había derivado en perspectivas continuistas, el reduccionismo por el cual la idea corresponde a un núcleo esencial inmodificable que se transmite sobre el eje longitudinal de su historia y la celebración de la capacidad de significación de un texto en relación a la representatividad de una época o de un autor (he aquí entonces la posibilidad de una historia del totalitarismo (idea-cosa) que se hace remontar a Platón (autor significativo en condiciones de «representar» la época clásica y de acreditar esa idea-cosa «totalitaria») y dibujada a través de una serie de textos linealmente ligados unos a otros por el hecho de decir, en el fondo, algo parecido combinando de nuevo cada vez los elementos inalterables de los cuales la idea-cosa se X 43 J. Dunn, The Identity of the History of Ideas , «Philosophy», 43, 1968; trad. it. de G. Giorgini, «L‘identità della storia delle idee», Fiosofia politica, 1, 1988, pp. 151-172. Pero de John Dunn véase también: The History of Political Theory and Other Essays, Cambridge, Cambridge University Press, 1996 (ed. or. Storia delle dottrine politiche, Milano, Jaca Book, 1992). Sobre el punto y como un apoyo decisivo de ulteriores articulaciones de mi razonamiento, cfr. M. Merlo, La forza del discorso cit., pp. 40 y ss. 44 L. Strauss, Persecution and the Art of Writing , New York, The Free Press, 1952; trad. it. de G. Ferrara e F. Profili, Scrittura e persecuzione, Venezia, Marsilio, 1990. Sobre Leo Strauss cfr. al menos: M. Piccinini, Leo Strauss e il problema teologico-politico alle soglie degli anni trenta, en G. Duso (a c. di), Filosofia politica e pratica del pensiero, Milano, FrancoAngeli, 1988, pp. 193-233; C. Altini, Leo Strauss. Linguaggio del potere e linguaggio della filosofia, Bologna, il Mulino, 1990; M. Farnesi Camellone, Giustizia e storia. Saggio su Leo Strauss, Milano, FrancoAngeli, 2007.
compone) – que terminaría por acreditar la ilusión de que las ideas políticas, «entificadas» y «cosificadas» por el gesto que las separa de sus concretos «portadores», pudieran hacer algo como «alzarse» y «dar batalla por cuenta propia» 45. Doble, desde el principio, le había parecido a Skinner el error de la historia de las doctrinas de matriz idealista: por un lado, la complejidad de la historia del discurso político acababa por resolverse a través de vías ideal-típicas o categoriales que absorberían cada excedencia (el «contranaturalismo, contrattualismo [la doctrina del contrato social] el «constitucionalismo», la «doctrina de la separación de poderes», la idea de «igualdad», etc.) y se perdería el aspecto pragmático, concreto, de la textualidad política; mientras, por el otro, asumir la continuidad de una historia del pensamiento habría podido inducir – y era cuanto continuaba sucediendo en las prácticas de la academia – vistosos efectos de aplastamiento de un autor sobre otro y de feroz comprensión compressione, dal verbo comprimere, comprimir de las especificidades de la relación que cada autor, asimilado a un «hablante», a un «participante político», más que a un «filósofo» auto-confinado en el cielo de la pura teoría, mantiene con su propio tiempo, con el resultado de expropiarlo, de hecho, de sus originarias capacidades de acción. Reducidas a menudo a asumir la relevancia sólo porque son clarividentes «anticipaciones» de otra cosa, o a ser censuradas porque no son coherentes con el trazado ascendente y progresivo de la modernidad, las «doctrinas» del pasado (o completas áreas culturales tachadas de exterioridad o de primitivismo respecto al circuito de los valores occidentales 46) no habrían conseguido poder ser consideradas en la realidad de su historia 47. «Mitología de las doctrinas» (el hecho, por tanto, de que cada autor tenga una «filosofía de la política – o no la tenga cuando en cambio debería tenerla – en consecuencia e integrada en el resto de su «sistema»); «mitología de la coherencia» (o de la obsesiva coartación de un autor en la jaula de un sistema coherente en todas sus partes 48); «mitología de la prolepsis» (cuando un historiador está más interesado en el significado retrospectivo de una determinada obra o acción histórica, que en su significado para el sujeto que la ha realizado); «mitología de la patriotería» [check the word!: engl. = «parochialism». Il termine torna anche più sotto] (la reducción del significado intencional de un texto, el referido a lo que su autor pretendía hacer con él, en nombre de remisiones a otras obras y a otros autores, del juego de las influencias, sobre las cuales el historiador, y no el autor, fija la coherencia de la propia interpretación); la inconsciente relevancia del «punto de vista» del intérprete al establecer las prioridades problemáticas y las jerarquías de relevancia desplegadas en 45
Q. Skinner, Meaning and Understanding in the History of Ideas (1969), ahora en J. Tully (Ed.), Meaning and Context cit., pp. 29-67, p. 35. Este ensayo de Skinner, junto con otros de los más importantes, está ahora a disposición en la traducción italiana de R. Laudani, en Q. Skinner, Dell‟interpretazione, Bologna, il Mulino, 2001. Sobre Skinner, en general: J.F. Spitz, «Comment lire les textes politiques du passé? Le programme méthodologique de Quentin Skinner», Droits, 1989, 10, pp. 133-145. 46 Para la crucialidad de la cuestión véase al menos: R.J.C. Young, Postcolonialism. An Historical Introduction, Oxford, Blackwell, 2001; además de los importantes: D. Chakrabarthy, Provincializing Europe. Postcolonial Thought and Historical Difference, Princeton and Oxford, Princeton University Press, 2000; S. Mezzadra, La condizione postcoloniale, Storia e politica nel presente globale , Verona, ombre corte, 2008. 47 Q. Skinner, Meaning and Understanding in the History of Ideas cit., p. 35. Así escribe, con indudable ironía Quentin Skinner: «sometimes even the pretence that this is history is laid aside, and the writers of the past are simply praised or blamed according to how far they may seem to have aspired to the condition of being ourselves» 48 Vuelve para Skinner en este asunto de la coherencia – como su resultado último y refinadísimo – también la «hermenéutica de la reticencia» de Leo Strauss.
las estrategias argumentativas internas de una obra, de un texto o de un discurso (de nuevo: el acortamiento « parochialist », patriotero, por el cual lo que «cuenta» en un texto no es lo que el autor quería expresar con ello, sino lo que interesa a quien se dispone a estudiarlo), representan para Skinner el resultado de los límites impuestos a la historia de las doctrinas políticas por elecciones metodológicas irreflexivas y, en todo caso, inadecuadas 49. Que, como para Wittgenstein, las «palabras» son en sí mismas «hechos» («words are deeds» es la cita wittgensteiniana puesta como epígrafe a Meaning and Context ), es el único presupuesto que puede asumirse, en cambio, para poder declinar igualmente la relación entre «discurso» y «acción». Disponerse a comprender un texto, significa de hecho, para Skinner, replicar la jugada de Robin G. Collingwood 50, «repensar el pensamiento» de su autor, intentar recuperar su matriz lingüística, la de argumento en situación, e identificar sus componentes intencionales. Analizar los efectos de acción y de retroacción entre el texto y el sistema de convenciones que definen su plano contextual51. Skinner asume firmemente la teoría austiniana de los « speech-acts». «Decir» algo es «hacer» algo. Según John L. Austin durante demasiado tiempo los filósofos han dado por descontado el hecho de que el deber de una aserción pudiera ser sólo el de «describir» un cierto estado de las cosas, o el de «exponer algún hecho», cosa que la aserción misma debería hacer de manera verdadera o falsa. No todos los enunciados, sin embargo, entran en la clase de los enunciados de hecho sin que puedan por ello, sin embargo, ser tachados de «insensatez». Es posible encontrar enunciados que no describen nada, que no pueden ser subsumidos en la pareja verdadero/falso, que no constatan absolutamente nada y en los cuales el acto de enunciar las frases constituye la ejecución, o es parte de la ejecución, de una acción que no sería normalmente descrita como «decir» algo. «Tomo a esta mujer como mi legítima esposa»; «bautizo esta nave como Titanic»; «juro que lo haré»; «dejo mi reloj en herencia a mi hermano»; «apuesto que mañana lloverá», son todos casos en los cuales enunciar la frase, no significa describir lo que se está haciendo, sino hacerlo diciéndolo. Me comprometo con una promesa, participio en un rito, me vinculo a una decisión que la aserción anticipa 52. En todos estos casos, el lenguaje, en cuanto sistema de enunciación, no «refleja» el mundo, sino que lo produce, como espacio «político» de una praxis53. Austin llama «acto ilocutorio» a la ejecución de un acto en el decir algo y lo diferencia del acto de decir algo. Proferir un enunciado significa usar las palabras de un modo que puede ser explicado solo por el contexto en 49
Q. Skinner, Meaning and Understanding in the History of Ideas cit., p. 35; Id., Dell‟interpretazione, pp. 20 y ss. Cfr. también M. Viroli, “Revisionisti” ed “ortodossi” cit., pp. 127 y ss. 50 Cfr, R.G. Collingwood, An Autobiography, with a new introduction by S. Toulmin, Oxford and London, Clarendon, 1999. Pero véase también Id., Il concetto della storia, Milano, Fabbri, 1966. 51 Cfr. Q. Skinner, Some Problems in the Analysis of Political Thought and Action (1974), ahora en J. Tully, Meaning and Context cit., pp. 96-118, p. 112 y ss. Precisamente en relación a los problemas que surgen en relación a la asunción en términos exclusivamente lingüísticos del contexto (y no sociales, normativos o económicos), se apuntaron como conocidas las críticas a Skinner de C.D. Tarlton. Cfr. C.D. Tarlton, Historicity, Meaning and Revisionism in the Study of Political Thought , «History and Theory», 1973, pp. 307-328, en part. pp. 317 y ss. Pero sobre el problema de una excesiva «textualización» de los contextos históricos, véase también el más reciente: G.M. Spiegel, «History, Historicism and the Social Logic of the Text in the Middle Ages», Speculum, 65, 1990, pp. 59-86, pp. 69 y ss. 52 J.L. Austin, How to Do Things with Words, Oxford-New York, Oxford University Press, 1962; trad. it. de C. Villata, ed. it a c. di C. Penco - M. Sbisà, Come fare cose con le parole. Le «William James Lectures» tenute alla Harvard University nel 1955, Casale Monferrato, Marietti, 1988, pp. 8-10. 53 Extrae las consecuencias más radicales en este sentido: P. Virno, Quando il verbo si fa carne. Linguaggio e natura umana, Torino, Bollati Boringhieri, 2003 pp. 38 y ss.
el que son pronunciadas en un intercambio lingüístico determinado. Para una clase entera de enunciados – vale la pena hacerlo notar: aquellos con una estricta finalización «practica» – llevar a cabo un acto locutorio significa hacer una pregunta o responder a una, proporcionar información, asegurar o advertir, evidenciar un veredicto o una intención, pronunciar una condena, asignar una nómina, pronunciar un llamamiento o presentar una crítica, por ejemplo. En todos estos casos, decir significa actuar en un contexto de reglas, conocer las convenciones, explotar los recursos del lenguaje para obtener efectos, en la ejecución de la intención del locutor, en quien lo escucha 54. Y las palabras adquieren un «significado» sólo sobre la base de la fuerza que exhiben al producir cuanto quien habla se había propuesto o había deseado. Convencer, comprometer, conquistar un consenso, desacreditar a un adversario 55. Skinner extrae de esto un modelo de explicación del texto que se libera de las hipotecas de la historia de las doctrinas o de las ideas políticas y de cualquier teoría idealista del significado. Un texto es un acto lingüístico y lo que el historiador debe proponerse «comprender», encontrando en su fondo las intenciones originales del autor, es lo que aquél autor quería hacer escribiéndolo o pronunciándolo como un discurso. Lo que el historiador debe aislar es la «fuerza ilocutoria» de un «acto lingüístico, reinclinándose siempre hacia «el presente» 56 – y, por tanto, fuera de cualquier secuencia lineal de transmisión, referencia o influencia de los textos unos sobre otros – el sistema de «agency» que pone en correlación el discurso político (el texto), el locutor (su autor) y el más amplio contexto de convenciones lingüísticas que los implica y que gobierna el sistema de respuestas y de efectos que quieren obtener y que efectivamente obtienen. Esto permite a Skinner no asignar relevancia – de ahí las acusaciones de «revisionismo»57 – al análisis histórico-social del contexto en el que actúa el discurso (porque el contexto, indagado según la forma de la convención lingüística, representa sólo el trasfondo respecto al cual puede ser mesurada, en términos de fuerza enunciativa, la potencia o la debilidad comunicativa de « statements» que no se pueden remitir a la pareja verdadero/falso de la crítica de la ideología, por ejemplo); y traducir la cuestión del «significado» de un texto en la de la recuperación de la intención del autor 58. Deshacer la rígida contraposición entre historia social y textualidad significa, entonces, para Skinner poder disponerse a esa « recovery of intentions», que permite fluidificar y singularizar la relación entre acción y discurso en la contingencia de una situación: «any statement is», escribe él, «inescapably the embodiment of a particlar 54
J.L. Austin, Come fare cose con le parole cit., pp. 75 e ss. J.G.A. Pocock, Political Ideas as Historical Events: Political Philosophers as Historical Actors, en M. Richter (Ed.), Political Theory and Political Education, Princeton, Princeton University Press, 1980. Desde una perspectiva original, crítica del «intencionalismo» skinneriano: L. Jaume, Il pensiero in azione: per un‟altra storia delle idee politiche. Un bilancio personale di ricerca , en S. Chignola - G. Duso (a c. di), Sui concetti giuridici e politici della costituzione europea , Milano, FrancoAngeli, 2005, pp. 47-64; Id., Questions d‟interprétation: le texte comme producteur d‟idéologie , en L‟architecture du droit. Mélanges en l‟honneur du Professeur Michel Troper , ed. par D. de Bechilou - P. Brunet - V. Champeil- Desplats, Paris, Economica, 2006, pp. 519-537. 56 56. Q. Skinner, “Social Meaning” and the Explanatio n of Social Action, en J. Tully (Ed.), Meaning and Context cit., pp. 79-96, pp. 80 y ss. Pero veáse también: J. Tully, The Pen is a Mighty Sword: Quentin Skinner‟s Analysis of Politics , ivi, pp. 6-25, en part. pp. 16 y ss. 57 Cfr. C.D. Tarlton, Historicity, Meaning and Revisionism in the Study of Political Thought , «History and Theory», 1973, pp. 307-328; J. Femia, « An Historicist Critique of “Revisionist” Methods for studying the History of Ideas», History and Theory, 20, 1981, pp. 113-134. 58 Q. Skinner, Meaning and Understanding cit., pp. 61-63; Id., Dell‟interpretazione cit., pp. 43 y ss. Sobre el tema: M. Viroli, “Revisionisti” ed “ortodossi” cit., pp. 126 y ss.; M. Merlo, La forza del discorso cit., pp. 46 y ss.; M.L. Pesante, «La cosa assente. Una metodologia per la storia del discorso politico», Annali della fondazione Luigi Einaudi, XXVI, 1992, pp. 119-180, pp. 148 y ss. X 55
intention, on a particular occasion, addressed to the solution of a particular problem and thus specifc to its situation in a way that it can only ve naive to try to trascend». Cualquier intento de cargar un texto de expectativas, peticiones o, simplemente, de cuestiones que no sean las «suyas», significa para Skinner no sólo traicionar el compromiso que un historiador asume en su relación con el propio objeto de investigación, sino, más radicalmente, comprimir la singularidad de una intención del autor, su vitalidad y su energía, dentro de series que la neutralizan, que la desposeen y que la entierran en los polvorientos archivos de la metafísica. «The vital implication here is not merely that classic texts cannot be concerned with our questions and answers, but only with their own. There is also the further implication that [...] simply are no perennial problems in philosophy: there are only individual answer to individual questions, and as many different questions as there are questioners», escribe Skinner 59. De este planteamiento general deriva una serie de consecuencias. Entre las más relevantes: 1. El hecho de que un texto político lo es antes que nada no por el «campo» disciplinario o por la serie que lo incluye, sino por su estar inmerso en una «praxis» comunicativa en la cual es enunciado con el preciso objetivo de inducir efectos (convencer, criticar, legitimar o desacreditar una elección, mover a la acción); 2. El hecho de que no existe ninguna idea a cuya historia los diversos pensadores hayan contribuido, sino que existen solo situaciones singulares dentro de las cuales múltiples pensadores ejecutan actos de enunciación múltiples que ejecutan intenciones múltiples; 3. El hecho de que la supuesta existencia de «problemas perennes» de la filosofía depende (además de la pereza intelectual de los historiadores) de una especie de «fetichismo de las palabras» que debe ser definitivamente desmitificado: a la «persistencia de las palabras» no corresponde de ningún modo una «persistencia de las cuestiones en las que el uso de la expresión ha intentado responder» 60. Individualizar, a través de la recuperación de su irremediable contingencia, el problema del «significado» de un texto, significa, en la perspectiva de Skinner, trazar sus dinámicas concretas, el lado más exquisitamente «argumentativo» y, con esto, disolver la niebla del ontologismo por la cual los conceptos, separados por quien los usa y por el concreto motivo de su empleo (es lo que sucede para Skinner precisamente en el protocolo metodológico de la « Begriffsgeschichte»61), se ven impuestos de la carga de tener que devolver la plena transparencia de un «estado de las cosas», idealizado como escindido por la suma de los «usos» lingüísticos que lo recorren y que contribuyen a constituirlo 62. Liquidar la idea de la persistencia de «problemas eternos»
59
59. Q. Skinner, Meaning and Understanding cit., p. 65. Q. Skinner, Dell‟interpretazione cit., p. 52. 61 Carta de Quentin Skinner a Melvin Richter, june 4th 1985 cit. en M. Richter, Reconstructing the History of Political Languages cit., p. 64, 62 La cuestión es abiertamente avanzada por Dietrich Busse en su relación con Reinhart Koselleck. Cfr. D. Busse, Historische Semantik cit., p. 84. Pero cfr. también: J. Guilhaumou - D. Maldidier, Effets de l‟archive. L‟analyse de discours au côté de l‟histoire , «Langages», 81, 1986, pp. 43-56; J. Guilhaumou, L‟histoire des concepts: le contexte historique en débat , «Annales E.S.C.», 3, 2001, pp. 685-698. SSobre los usos «retóricos» y «argumentativos» que caracterizan el discurso político: C. Malandrino, Tra pensiero-discorso e «nuova retorica»: un metodo ed un possibile risultato per la storia del pensiero politico, en E. Guccione (a c. di), Strumenti didattici ed orientamenti metodologici per la storia del pensiero politico cit., pp. 117-127. Sobre el tema, véanse también los importantes: Q. Skinner, Reason and Rhetoric in the Philosophy of Hobbes , Cambridge, Cambridge University Press, 1996; Id., Visions of Politics, vol. I, Regarding Method , Cambridge, Cambridge University Press, 2002, pp. 157 e ss.; y K. Palonen, «Quentin Skinner‘s Rhetoric of Conceptual Change», History of Human Sciences, 10/2 1997, pp. 61-80; Id., «Rhetorical and Temporal Perspectives on Conceptual Change», Finnish Yearbook of Political Thought, 3, 1999, pp. 41-59; M. Richter, Conceptualizing the Contestable: Begriffsgeschichte 60
de la filosofía – presupuesto por la hipostatización de ideas y conceptos a su vez, si no eternos, cuanto menos «timeless» – permite a Skinner reasignar a los autores – entendidos como conscientes ejecutores de sus propias «intenciones» – plena titularidad de ejercicio sobre los «movimientos» lingüísticos predispuestos en los – y ejecutados por los – textos que se examinan y confirmar, así, el principio que constriñe a enfrentarlos sobre su propio terreno. Es a partir del resultado de los efectos y de los ecos que un discurso – como cualquier interpretación 63 – se demuestra en condiciones de provocar (en la triple forma de conseguir asegurarse una recepción; de poder – eventualmente – institucionalizarse en un nuevo género o en un nuevo paradigma; o de su determinación de la necesidad de respuestas en el registro discursivo que éste impone), por lo que es al fin imposible, para Skinner, recuperar el auténtico «significado» de un texto. Si una acción social (y cualquier «texo» es una «acción») tiene un significado, este significado lo tiene para el sujeto que la ejecuta 64. Una «historia de las ideas» es posible sólo como recuperación de intenciones, estrategias, tácticas comunicativas; como concatenarse de series argumentativas que pueden ser reconducidas siempre a la singularidad de una «situación». Al modelo «estereoscópico» de Koselleck – resultado de una densa composición volumétrica de historia social, semántica histórica y presente de la representación o de la anticipación teórica – , Quentin Skinner opone una instancia lineal de conexión «plana» entre el autor/locutor histórico y los esquemas de recepción (falta de comprensión, aceptación o contestación) de su intención comunicativa. Es más bien evidente, a mi parecer, cómo con esto nos alejamos irremediablemente (y, en lo que más importa, con una consciente toma de distancia) de la reflexión metodológica de los GG y de la « Begriffsgeschichte». 3. Problemas
En la fundación metodológica de Skinner hay todavía más de un problema. Aún prescindiendo del hecho de que él traspone, linealmente y sin problemas, al análisis de un texto un conjunto de deducciones que Austin y Wittgenstein remiten a la comunicación oral 65, otras cuestiones me parecen dignas de mención. El problema fundamental es el de la constante disponibilidad del lenguaje y de su plena subsumibilidad del lado del objeto [dal lato del soggetto, non dell’oggetto. Come se cioè il soggetto potesse fare sempre quello che vuole con il linguaggio, intendo…]
Resuelto siempre en la forma de la «convención lingüística», el contexto se asume como el lugar transparente de un intercambio horizontal entre la «intención» del locutor – imaginado como siempre en plena posesión de sí mismo respecto a la totalidad del acto locutorio – y la suma de las operaciones que él llega a cumplir llevando a cabo instrumentalmente, y con plena consciencia, la permanente inclinación del lenguaje hacia su disposición. Desde esta perspectiva, nada resiste a la total resolución
and Political Concepts, en G. Stolz (Hrsg.), Die Interdisziplinarität der Begriffsgeschichte, Hamburg, Meiner, 2000, pp. 135-144. X X 63 J.L. Austin, Come fare cose con le parole cit., pp. 86 e ss.; J.R. Searle, Speech Acts: An Essay in the Philosophy of Language, Cambridge, Cambridge University Press, 1969; trad. it. de G. R. Cardona, Atti linguistici. Saggio di filosofia del linguaggio , Torino, Bollati Boringhieri, 1992, pp. 93 y ss. 64 Q. Skinner, Dell‟interpretazione cit., p. 59. 65 Cfr. J. Feres Jr., Taking Texts Seriously: Remarks on the Methodology of the History of Political Thought, «Contributions to the History of Concepts», IV, 1, 2008, pp. 57-80.
teleológica del acto lingüístico 66. Estructurado como «campo» de organización del sentido a partir de la centripeticidad de la consciencia respecto a todo el lenguaje, el acto lingüístico, el « speech-act » en el que se resuelve el «texto», representa el punto de resolución escatológica de la intención consciente (y predeterminada a la acción) del locutor. Se produce de este modo un doble efecto de saturación. Por un lado, la imputación que asigna al «querer decir» del autor una sustancial univocidad elimina los efectos de proliferación y de diseminación de los que la textualidad resulta investida en el curso de su historia. Una historia a menudo hecha, en cambio, de «prestaciones no queridas», como escribe el propio John G.A. Pocock 67. Mientras, por el otro, la individualización de las prácticas discursivas – siempre contingentes al « speech-act » que organizan – acaba por aislar segmentos sincrónicos y no comunicantes de la temporalidad histórica, dentro de los cuales se instruye, siempre «en el presente», el «proceso» que permite imputar al autor individual las «intenciones» puestas en correlación a la pronunciación de un determinado enunciado. En la «dinámica de las experiencias del tiempo» de Koselleck, que recaba la historia de los conceptos desde el análisis de los procesos de constante re-contextualización de los elementos fundamentales del léxico político, la historiografía del discurso opone una parataxis judicial de las «intenciones originarias» que, si es empujada hasta el límite, acaba por hacer imposible la representación del proceso histórico 68. Un resultado, este último, paradójicamente compartido con el historicismo de la « Verfassungsgeschichte» criticado por Koselleck y Hartung en Otto Brunner. Desplegada en la inmediatez del «presente» en el que opera la intervención intencional del sujeto, la historiografía del discurso defiende ciertamente el presupuesto de la unicidad evenemencial de los individuales « speech acts», pero aboliendo de ese modo la duración – el ritmo de las continuidades, los módulos de recepción y de dispersión que impregnan la textualidad, los esquemas de la repetición 69 – ese riesgo de terminar por neutralizar el propio pragmatismo lingüístico plegándolo a la obsequiosa reconstrucción de juegos lingüísticos individuales en los cuales un solo y determinado significado se asigna a un solo y determinado acto de lenguaje. 66
Sobre este punto decisivo Derrida critica al propio Austin. Cfr, J. Derrida, Signature événement contexte (1971), en Marges de la philosophie, Paris, Minuit, 1972; trad. it. de A. Marinelli, «Firma evento contesto», Aut aut , 217-218, 1987, pp. 177-199, pp. 191 y ss. X 67 J.G.A. Pocock, The Concept of Language and the métier d‟historien: some Considerations on Practice , en A. Padgen, The Language of Political Theory in Early-Moderm Europe , Cambridge, Cambridge University Press, 1987, pp. 19-38. Este ensayo, junto con otras importantes contribuciones metodológicas de John G.A. Pocock, está ahora a disposición del lector italiano en la recopilación: J.G.A. Pocock, Politica, linguaggio e storia. Scritti scelti, Milano, Comunità, 1990 (pp. 187-212. Cfr. en part. pp. 201202). Su Pocock: A. Lockyer, «―Traditions‖ as Context in History of Political Theory », Political Studies, 27, 1979, 201-217; D. Boucher, «Language, Politics and Paradigms: Pocock and the Study of Political Thought», Polity, XVII, 4, 1985, pp. 761-776. 68 Extremamente sintomático es que Terence Ball y John G.A. Pocock se hayan expuesto – exactamente en este sentido – en una llamada «for a jurisprudence of original intentions» che assume il modello dell‘istruzione giudiziaria. Cfr. T. Ball - J.G.A. Pocock, Introduction, a Conceptual Change and the Constitution, edited by T. Ball - J.G.A. Pocock, Lawrence, The University Press of Kansas, 1988, pp. 111, pp. 8-9. 69 Para un importante desarrollo del tema cfr. R. Jauss, Estetica della ricezione, a c. di A. Giugliano, Napoli, Guida, 1988; R.C. Holub, Reception Theory: A Critical Introduction, London, Methuen, 1984; Id., Crossing Borders: Reception Theory, Poststructuralism, Deconstruction. Madison, University of Wisconsin Press, 1992. X
Para Koselleck un enrarecimiento tal de la acción, un aplastamiento así de la «Tiefgliedrung » temporal de la lengua, inducen una total imposibilidad de la historia. Hacer una « Begriffs- geschichte», al menos en su hipótesis, significa valorar el flujo de las «revisitaciones» y de las «re-conceptualizaciones» de la experiencia; concentrar la atención sobre las continuas re-contextualizaciones de las palabras y de los elementos lingüísticos que marcan la vida de la lengua, su fluir, a través de campos semánticos en los cuales viejas palabras asumen específicas, e innovadoras, valencias conceptuales. Solo sobre el arco que permite vincular históricamente los diferentes usos conceptuales cruzando diacronía y sincronía, análisis de la transformación y contextualización radical de las fuentes en su «lugar» de significación, puede producirse para Koselleck un auténtico respeto de la irreductible singularidad del significado. La historia de los conceptos comienza precisamente allí donde se agota el efecto del contra-encantamiento que la pretende, como dice Skinner, imposible 70. Skinner opera explícitamente con un mecanismo de imputación que da un vuelco a la relación entre lenguaje y realidad. No queriendo dejar espacio a hipótesis mecanicistas de reflejo entre cambio social y discurso (el primero no influencia en términos directos, causales, el plano de la lengua, también porque con tal hipótesis, además de un «sociologismo» que Skinner reputa metodológicamente ingenuo y en todo caso deterior, acabaría por ser reintroducida la dualidad entre «realidad» y «código lingüístico» que el «lingustic turn» pretende cancelar 71) Skinner asigna en cambio al discurso, a la convención lingüística en la que actúa el locutor («to the prevailing moral language of the society in which he was acting»), el deber de reorientar la punta de lanza causal («causal arrow» que indica el sentido de la transformación y de la dislocación argumentativa72. Y, sin embargo, tratándose de un vuelco simétrico, existe el riesgo de que en la posición defendida por Skinner acabe por reproducirse una determinación holística y coercitiva de la relación entre «discurso» y «acción». En la versión « hard » de Pocock esto aparece con una cierta evidencia 73. Pocock parte de la existencia de «lenguajes» 70
«The history of concepts may be reconstructed through studying the reception, or, more radically, the translation of concepts first used in the past but then pressed into service by last generations. Therefore, the historical uniqueness of speech-acts, which might appear to make any history of concepts impossible, in fact creates the necessity to recycle past conceptualizations. The record of how their uses were subsequently maintained, altered, or transfomed may properly be called the history of concepts». R. Koselleck, A Response to Comments on the Geschichtliche Grundbegriffe cit., pp. 62-63. Pero veáse también J. Fernandez Sebastian - J.F. Fuentes, «Conceptual History, Memory and Identity: an Interview with Reinahrt Koselleck», Contributions to the History of Concepts, 1, 2, 2006, pp. 99-127. 71 Recientemente, este presupuesto ha llevado al intento de acercar críticamente a Quentin Skinner y la arqueología del saber de Michel Foucault. Cfr. O. Tschannen, «Archéologie et histoire de la sociologie. Michel Foucault et Quentin Skinner», Revue européenne des sciences sociales, 1991, n. 90, pp. 179-194; P. Kjellström, «The Narrator and the Archaeologist: Modes of Meaning and Discourse in Quentin Skinner and Michel Foucault», Statsvetenskaplig Tidskrift , XCVIII, 1995, pp. 21-40. Sobre la importancia de Michel Foucault como historiador: Q. Skinner, «The Role of History», Cambridge Review, 1974, pp. 102104. 72 Q. Skinner, Language and Social Change (1980), en E. Tully (Ed.), Meaning and Context cit., pp. 119132, pp. 130 y ss. No es imposible que en esta posición de Skinner actúe el eco del § 63 de Sobre la certeza de Wittgenstein: «se ci immaginiamo gli stati di fatto diversamente da come sono, allora certi giochi linguistici perdono di importanza, altri diventano importanti. E così cambia, e cambia gradualmente, l‘uso del vocabolario della lingua» [tradurre o togliere]. Cfr., críticamente, B. Parekh - R. Berki, «The History of Political Ideas: a Critique o f Q. Skinner‘s Methodology», Journal of the History of Ideas, XXXIV, 1973, pp. 163- 184; E. Äsard, «Quentin Skinner and his Critics: some Notes on a Methodological Debate», Statsvetenskaplig Tidskrift , XC, 1987, 101-116. 73 Cfr. M. Bevir, The Errors of Linguistic Contextualism cit., pp. 281 e ss.; M.L. Pesante, La cosa assente. Una metodologia per la storia del pensiero politico cit., pp. 159 y ss.
impuestos a la intención de autor. Lenguajes – a partir de ese momento los llamará, retomando la expresión de Thomas S. Kuhn, «paradigmas» 74 – que circunscriben el espacio dentro del cual se produce, según reglas del juego determinadas, el acto lingüístico, y que son constantemente por éste re-determindas. Los «paradigmas», las estructuras del discurso que actúan en este último como lenguajes («constelaciones conceptuales» que cumplen «funciones autoritarias dentro del lenguaje político de una sociedad»75: cánones argumentativos, tradiciones discursivas, léxicos específicos), constituyen para Pocock la natural urdimbre «plural» de la política. Estos son los «lenguajes compartidos» por una comunidad de hablantes dentro de los cuales se produce el intercambio entre un mecanismo de captura (el intento de imponer una agenda política, un argumento, una jerarquía de prioridades, la centralidad de un «género» literario de la política) y un excedente (la polémica, la contestación, los efectos de torsión y de modificación crítica con los cuales el público restituye al emisor el discurso que intentaba imponerse). Desde la perspectiva de la reconstrucción de estos complejos «juegos lingüísticos», el historiador debe «ponerse a sí mismo al mínimo» y tener la sensibilidad necesaria para captar el sistema de reenvíos que marcan un «contexto» de recepción y de relanzamiento de un argumento 76. Para Pocock, la historia del pensamiento político y la historia de «actividades desarrolladas con medios literarios» 77. Una historia en la cual la retórica desarrolla un papel decisivo respecto a aquella «comunidad de los contendientes» (los escritores y sus lectores) en la cual se agota lo político 78. El historiador considera los textos y documentos como medios para un discurso político en el que los autores cumplen actos verbales sobre los lectores, que replican cumpliendo actos que llevan a la disputa y a la reflexión. Tal discurso tiene lugar en un contexto de lenguajes compartidos, que consiste en una variedad de juegos lingüísticos que surgen en el curso del tiempo y que son especializados – canalizando normativamente las posibilidades de expresión de los actores históricos, vale la pena hacer notar esto – al desarrollar funciones retóricas y paradigmáticas relativas a la restitución en conceptos y a la conducta de la política, y que se convierten en medios tanto de la expresión de una idea como de su contestación, desde el momento en que están en condiciones de ser modificados por los actos verbales que se ejecutan en su interior, «como también por cualquier otra acción formativa que pueda entrar en la constitución del lenguaje» 79, escribe Pocock.
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Th. S. Kuhn, The Structure of Scientific Revolutions , Chicago, the University of Chicago Press, 1962; trad. it. de A. Carugo, La struttura delle rivoluzioni scientifiche, Torino, Einaudi, 1978. 75 J.G.A. Pocock, On the Non-Revolutionary Character of Paradigms: a Self-Criticism and Afterpiece , en Politics, Language and Time. Essays on Political Thought and History, Chicago and London, The University of Chicago Press, 19897, pp. 273-291; trad. it. Sul carattere non-rivoluzionario dei paradigmi: un‟autocritica e un postcritto , en Politica, Linguaggio e storia cit., pp. 90-110, p. 95. 76 J.G.A. Pocock, «The Reconstruction of Discourse: Towards the Historiography of Political Thought», Modern Language Notes: a Periodical by John Hopkins University Press (Baltimore), XCVI, 1981, pp. 959-981; trad. it. La ricostruzione del discorso: verso la storiografia del pensiero politico, en Politica, Linguaggio e storia cit., pp. 111-137, p. 130. 77 Ibid , p. 129. 78 Cfr. J.G.A. Pocock, Political Ideas as Historical Events: Political Philosophers as Historical Actors, en M. Richter (Ed.), Political Theory and Political Education cit. 79 J.G.A. Pocock, La ricostruzione del discorso: verso la storiografia del pensiero politico, in Politica, Linguaggio e storia cit., pp. 129-130. Pero cfr. también: Id., The History of Political Thought: a Methodological Enquiry, en Philosophy, Politics and Society, Second Series, edited by P. Laslett and W.G. Runciman, Oxford, Blackwell, 1962, pp. 183-202. X
No solo, sin embargo, el problema de la innovación política acaba, desde esta óptica, por ser neutralizada con una simple «variación» interna en un códice pre-constituido cuya existencia representa un molesto apuro, un límite insuperable, para la productividad de la imaginación, sino que el propio excedente del mundo (prácticas sociales, relaciones productivas, nodos de la acción colectiva y de la praxis) acaba por ser integralmente reabsorbido por el canon del discurso o relegado a la marginalidad residual de las «prestaciones no queridas» por medio de las cuales el «texto» de todos modos lo produce. Si bien es cierto, de acuerdo con lo que John R. Searle ha llamado el «principio de expresabilidad», que «todo lo que se quiere decir, puede ser dicho» 80, es igualmente verdad que la ecuación que hace del texto un evento (también en la versión más extendida de la «tradición» 81), no puede pretender agotar el problema – político, antes aún que historiográfico – de la relación entre acción y temporalidad. El mundo no es un hecho cumplido 82. Y su materialidad, junto con la productividad de la acción política que lo constituye, no puede ser lingüísticamente abrogada 83. Es quizá precisamente éste el punto en el que con más evidencia resalta la distancia entre el proyecto de los GG y el de la historiografía del discurso político. Para la « Begriffsgeschichte», lo que se debe asumir para poder remitir a ésta la historia de los conceptos individuales del léxico político es la continuidad de la transformación en la que se produce aquella «metacinética de los horizontes de sentido» 84 que anticipa la conceptualización y que implica dimensiones sociales e imaginativas, procesos institucionales, modificaciones materiales de los contextos históricos y de la experiencia. Para Quentin Skinner y John G.A. Pocock, que no están dispuestos a abstraer conceptos o estructuras identificables de la « living entity» que hace del lenguaje un «organismo» sincrónico, móvil y complejo 85, es, en cambio, la inmediatez de la relación que une, en términos de performatividad y de «uso», al locutor y la lengua, la que agota el problema de la juntura entre historia y discurso 86. Así, a una «historia de los conceptos» dentro de la cual recomponer el movimiento tectónico del sentido a través del análisis estratigráfico de los diferentes campos semánticos en el que se ha articulado la experiencia social de la historia, puede oponerse una «historia de las cosas hechas con el lenguaje» («history of things done with language» 87) auto-referencial que 80
J.R. Searle, Atti linguistici cit., p. 44. J.G.A. Pocock, Texts as Events: Reflections on the History of Political Thought , en K. Sharpe - S.N. Zwicker (Eds.), Politics of Discourse. The Litterature and History of Seventeeenth- Century England , Berkeley-Los Angeles-London, University of California Press, 1987, pp. 21-34; trad. it. Testi come eventi: riflessioni sulla storia del pensiero politico , in Politica, linguaggio e storia cit., pp. 240-258, pp. 251 e ss. 82 P. Ricoeur, La sémantique de l‟action, I, Le discours et l‟action, Paris, Éditions du Centre National de la Recherche Scientifique, 1977; trad. it. a c. de A. Pieretti, La semantica dell‟azione , Milano, Jaca Book, 1986, p. 60. 83 Cfr. P. Virno, Parole con parole. Poteri e limiti del linguaggio, Roma, Donzelli, 1995, pp. 84-86. 84 La expresión es recurrente – como modalidad correctiva e integradora para la « Begriffsgeschichte» – en H. Blumenberg, «Paradigmen zu einer Metaphorologie», Archiv für Begriffsgeschichte, 6, 1960; trad. it. de M.V. Serra Hansberg, Paradigmi per una metaforologia, Bologna, il Mulino, 1969, pp. 8-9. Cfr. B. Maj, Il progetto di metaforologia e l‟«Historismus» di Hans Blumenberg , en A. Borsari (a c. di), Hans Blumenberg. Mito, metafora, modernità , Bologna, il Mulino, 1999, pp. 65-96; F. Rigotti, Metafore della politica, Bologna, il Mulino, 1989. 85 J.G.A. Pocock, Concepts and Discourse. A Difference in Culture? cit., p. 51. 86 Sobre el punto me parece que cae también en el tentativo de contaminación entre «historia de los conceptos» e «historia del discurso» del que se hace portavoz J. Farr, Understanding Conceptual Change Politically cit., pp. 40 y ss. 87 J.G.A. Pocock, Concepts and Discourse. A Difference in Culture? cit., p. 53. 81
hace que, en términos de pragmática comunicativa, las resistencias de la historia se resuelvan en el «discurso». Como por otra parte Melvin Richter ha oportunamente hecho notar, es en el espacio de tensión entre historia social y la semántica histórica donde la « Begriffsgeschichte» construye su propia propuesta metodológica 88. El problema del cambio conceptual es reconducido a sub-movimientos generales (con múltiples lados, no lineales) de estructuras indisponibles que preceden, que recomprenden y articulan los procesos de conceptualización. Los conceptos representan el punto de intersección y de consistencia que organiza el mapa topológico de una época captada en transición entre el pasado del que procede y el futuro que la abre de par en par más allá de sí misma; la selección actual entre las posibilidades y las virtualidades del proceso que libera esas posibilidades hacia nuevas configuraciones 89. Y es precisamente entonces la forma del léxico (no repertorio o diccionario de los términos-concepto, sino mecanismo que engrana los efectos de respuesta entre una concepción de la política, sus referentes productivos y la «máquina» institucional), en la cual no es central, como parece temer Pocock, el aspecto de artificiosa separación de la orgánica «interrelatedness» del lenguaje 90, sino más bien la localización y el trazado del plano de recíproca consistencia entre los conceptos, lo que garantiza coherencia al proyecto de los GG. La reconstrucción diacrónica de la historia de los conceptos individuales se liga en el Lexikon al reconocimiento de los mecanismos sincrónicos de conexión y de inserción (mentalidad, instituciones, movimientos sociales) que concurren en la definición de cuadros constitucionales de conjunto. Temporalidad de la acción política y adaptaciones institucionales, transformaciones histórico-sociales y desplazamientos de las estrategias de significación, pueden ser recompuestos en la materialidad del sistema de relaciones que une conceptos e historia, imaginación política y campos de tensión descritos de las batallas constitucionales. Si hay un riesgo, en esta perspectiva, éste no se adscribe a la posible cristalización de la lengua que aísla y «objetiviza» en su interior los elementos sobre los cuales fundamentar la representación del cambio y de la transformación. Aquél se adscribe más bien, al menos en mi opinión, a la excesiva proyección de continuidad y a la búsqueda de constantes y de homogeneidades entre sistemas conceptuales no siempre, en concreto, comunicantes entre ellos sino en la mediación externa producida por el historiador 91. Vale la pena detenernos un instante sobre esto, creo yo, antes de concluir. 4. El umbral de la modernidad
Si aquello a lo que se encamina el trabajo sobre el léxico es a una genealogía de las redes de conexión plana y de contigüidad lógica entre los conceptos que han contribuido a producir la férrea configuración del orden de la modernidad, entonces una « Begriffsgeschichte» coherente con las propias premisas debería quizá deshacer la ambigüedad residual que permanece en la asunción como garantía propia de la identidad del lema de referencia. Trazar la historia del concepto a través de la peripecia de sus transformaciones históricas puede también querer decir – y muchas de las voces de los GG muestran haber corrido de cerca este riesgo – aproximar las modalidades, y los 88
M. Richter, The History of Political and Social Concepts cit., pp. 28 e ss. Cfr. el importante G. Deleuze - F. Guattari, Qu‟est ce que la philosophie? , Paris, Minuit, 1991, pp. 2324. 90 J.G.A. Pocock, Concepts and Discourse. A Difference in Culture? cit., p. 55. 91 Véanse las observaciones de G. Duso en el quinto capítulo de este volumen. X 89
límites expositivos, de la historia de las ideas. Asumir, por tanto, como «constante», también en el proceso de sus modificaciones, un núcleo conceptual identificado en la «palabra» que se transmite entre los diferentes contextos sobre el arco de la parábola lineal que va desde la antigüedad clásica a la contemporaneidad. Es el propio objetivo genealógico de la « Begriffsgeschichte» – así como, al menos, lo entiendo personalmente – lo que resulta, de este modo, traicionado. Si el objetivo general de la « Begriffsgeschichte» es el de la definición del significado de los conceptos políticos modernos, entonces este no puede ser alcanzado con la producción de un simple inventario de las variaciones internas de un léxico político asumido como fundamentalmente estable. Lo que debe ser radicalmente problematizado es el carácter de umbral de la modernidad política; la lúcida consciencia con la cual los textos de la ciencia política moderna proyectan el sistema de las propias referencias, desestructurando la política, la antropología clásica, y programando y circunscribiendo otro plano de consistencia para el dispositivo de organización que estos realizan. Es el movimiento instituyente del contrato social lo que pone en marcha la modernidad política 92. Todo el cuadro conceptual de esta última y del Estado moderno («igualdad», «conflicto», «consenso», «poder político», «representación», «soberanía», etc.) es acuñado según una lógica que deconstruye primero el cuadro de la política antigua (el hombre, « politikon zoon»; el orden simbiótico de la « philia» y de la «consonancia» de las partes 93; la dirección de la política en la plena realización – «eudaimonia» – de las facultades lingüísticas, cognitivas y relacionales del hombre) que lo transcribe de nuevo después (el hombre: peligroso animal de presa que merodea como una amenaza entre sus semejantes, «homo homini lupus»; la «enemistad» como pre-condición ontológica de la disociación de los individuos; no un « summum bonum» a realizar, sino un « summum malum», la muerte, a evitar 94) y que vincula, al final, la ciencia política con una tarea de organización de la praxis que parte de una teoría determinada de la acción 95. El antecedente inmediato de la modernidad es la desertificación absoluta de las relaciones sociales y políticas, realizada por el estado de naturaleza hobbesiano; lo que permite la puesta en marcha del mecanismo conceptual moderno. Con éste es aniquilado, ninguneado, todo el horizonte clásico y antiguo de la política. Insertando entre las dos modalidades de reflexión, entre las dos «épocas», la fractura que las hace recíprocamente intraducibles, imposibles de ser referidas la una a la otra, imposibles de posicionar en el plano de una misma «historia». En la «warre of every man against every man», en la guerra de cada uno contra todos y de todos contra cada uno dentro de la cual «whatsoever man», el hombre cualquiera, se convierte en la medida de referencia de una relación política que debe ser reestructurada sobre la base de una igualdad que serializa al sujeto y que no posee ninguna connotación positiva, así se pierde la «medida» del Político. Su ser ordenado para un resultado «feliz» si es capaz de 92
Th. Hobbes, Leviathan, II, Chap. 18: «a Common-Wealth is said to be Instituted when a Multitude of men Agree and Covenant , every one with every one, that to Whatsoever Man, or Assembly of Men, shall be given the Major Part, the Right to Present the Person of them all, that is to say, to be their Representative». 93 Cfr. L. Spitzer, Classical and Christian Ideas of World Harmony, Baltimore, John Hopkins University Press, 1963; trad. it. de V. Poggi, L‟armonia del mondo. Storia semantica di un‟idea , Bologna, il Mulino, 2006. 94 A. Biral, Storia e critica della filosofia politica moderna , Milano, FrancoAngeli, 1999. 95 G. Duso, Patto sociale e forma politica, en Il contratto sociale nella filosofia politica moderna, a c. de G. Duso, Milano, FrancoAngeli, 19942; Id., «Fine del governo e nascita del potere», Filosofia politica, VI, 3, 1992, pp. 429-462. X
valorar las diferentes actitudes de los hombres y de armonizarlas según su «justa» proporción. A hombres que se piensan «como» iguales deberá hacerse corresponder un mecanismo de incorporación que contenga sus pulsiones destructivas en un orden de integral y simétrica subordinación. Iguales en el sometimiento al soberano, los lobos serán sometidos a su ley y, así, hechos «libres». Libres e integralmente sometidos – en cuanto sujetos de derecho – a una fórmula impersonal de obligación respecto a la cual «nadie» manda, si el soberano «representa» la voluntad de todos. En el agujero negro de las guerras de religión – y en el febril laboratorio del individualismo burgués – implosiona un ordenamiento de la política, el de la tradición vetero-europea, y se forja uno diferente, constreñido a hacer presión, para elaborar el duelo de la propia ausencia de fundamento («to this warre of every man against every man, this also is consequent; that Nothing can be Unjust. The Notios of Right and Wrong, Justice and Injustice have there no Place. Where there is no common Power there is no Law: where no Law, no Injustice» 96), sobre la propia potencia de organización lógica. Cada concepto político de la modernidad debe ser, por tanto, genealógicamente reconducido a la fractura originaria que decreta su génesis. Y, por el mismo motivo, cada uno de ellos, una vez desautorizado el continuismo sobre el cual se sostiene la historia de las ideas, puede volver a ganar su propio espacio de significación y, de este modo, su más auténtico significado histórico, sólo si es investigado favoreciendo en él la lógica radial de conexión y de resonancia con los otros conceptos que definen el específico tejido constitucional de la modernidad. Todo esto comporta quizás una rectificación y una adecuación de la « Begriffsgeschichte» respecto a cómo se ha venido realizando concretamente en los GG y a como ésta ha sido teorizada por Reinhart Koselleck: una drástica antedatación de la «Sattelzeit » en dirección al nacimiento del Estado moderno; una mayor atención a los umbrales de crisis y de recomposición del léxico político, más que a las hileras de continuidades localizables en la transformación de los conceptos individuales; el coraje de considerar como no significativa, en relación a la «historia del concepto», la constancia del soporte semántico, de la palabra, asumido como descriptor del proceso. Pero todo esto haría necesario una ampliación del discurso respecto a todo lo que me he propuesto discutir aquí, partiendo del meritorio trabajo de Melvin Richter.
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Th. Hobbes, Leviathan, I, Chap. XIII. Sobre el problema de la anarquía semántica del estado de naturaleza y sobre el «soberano definidor» en Hobbes, cfr. S.S. Wolin, Politics and Vision.Continuity and Innovation in Western Political Thought , New York, Little Brown, 1960; trad. it. de R. Giannetti, Politica e visione. Continuità e innovazione nel pensiero politico occidentale , Bologna, il Mulino, 1966, pp. 381390.
3. Aspectos de la recepción de la Begriffsgeschichte en Italia
de Sandro Chignola 1. Begriffsgeschichte: R. Koselleck y el Lexikon de los conceptos históricos fundamentales
Discutiendo sobre el problema y sobre el estatuto metodológico de la historia de los conceptos, Reinhart Koselleck, en un ensayo ya famoso, distinguía al menos tres fases principales en su desarrollo. En su nacimiento, la historia de los conceptos se presenta como un riguroso instrumento hermenéutico para la interpretación de las fuentes históricas, asumiendo así un papel simplemente «auxiliar» en relación a la historia social. Sólo en un segundo momento ésta se utiliza, en la historiografía constitucional alemana, con el fin de impedir la incorrecta aplicación al pasado de expresiones y conceptos de la vida presente del derecho. Esta se ha propuesto finalmente como crítica en relación a la historia de las ideas, vaciando de sentido el presupuesto según el cual las «ideas» podían entenderse como «baremos constantes que sólo se articulaban en diferentes configuraciones históricas sin modificarse esencialmente» 1. Con esta distinción de Koselleck, no sólo se ha esbozado tres fases diversas, a través de las cuales se ha ido constituyendo paulatinamente el paradigma de la historia de los conceptos 2, sino que se reflejan también algunos de los principales puntos de la discusión. Por un lado, de hecho, la historia de los conceptos, tal y como ido definiéndose según la perspectiva de Koselleck y del Arbeitskreis de Heidelberg, en el cual se han gestado las bases de la empresa monumental del Lexikon de los conceptos fundamentales del vocabulario político alemán 3, quiere ser también un instrumento de 1
R. Koselleck, Storia dei concetti e storia sociale, ahora en Futuro passato. Per una semantica dei tempi storici, Genova, Marietti, 1986 (ed. or. Vergangene Zukunft. Zur Semantik geschichtlicher Zeiten, Frankfurt a M. Suhrkamp, 1979), pp. 91-109, pp. 97-98. Una nueva edición de Futuro passato está de ahora a disposición del lector italiano (Bologna, Clueb, 2007). [Trad. esp. R. Koselleck, «Historia conceptual e historia social», ahora en Futuro Pasado. Para una semántica de los tiempos históricos, Paidós, Barcelona, 1993, p. 113 . 2 Sobre este punto véase H. G. Maier, Begriffsgeschichte, en Historisches Wörterbuch der Philosophie, Stuttgart, 1971, vol. I, pp. 788-808. 3 O. Brunner, W. Conze, R. Koselleck (eds.), Geschichtliche Grundbegriffe. Historisches Lexikon zur politisch-sozialen Sprache in Deutschland , Klett Cotta, Stuttgart, 1972-1987. Sobre éste y sobre el seminario de Heidelberg, además del testimonio de W. CONZE, «Zur Grundung des Arbeitskreis für moderne Sozialgeschichte», en Hambürger Jahrbuch für Wirtschafts- und Gesellschaftspolitik , 24 (1979), pp. 23-32; Cfr. K. Tribe, «The Geschichtliche Grundbegriffe Project: From History of Ideas to Conceptual History», en Comparative Studies in Society and History , 31 (1989), pp. 180-184; J. J. Sheehan, « Begriffsgeschichte: Theory and Practice», en Journal of Modern History, 50 (1978), pp. 312319; M. Richter, The History of Political and Social Concepts. A critical Introduction , Oxford University Press, Oxford, 1995; Id., « Begriffsgeschichte Today. An Overview», en Finnish Yearbook of Political Thought , 3 (1999), pp. 13-27. C. Dipper, I «Geschichtliche Grundbegriffe: dalla storia dei concetti alla teoria delle epoche storiche», en Società e storia, 72 (1996), pp. 385-402; P. De Boer, «The Historiography of German Begriffsgeschichte and the Dutch Project of Conceptual History», en I. Hampppsher-Monk, K. Tilmans, F. Van Vree, History of Concepts: Comparative Perspectives, Amsterdam University Press, Amsterdam, 1998, pp. 13-22; K. Palonen, Die Entzauberung der Begriffe. Das Umschreiben der politischen Begriffe bei Quentin Skinner und Reinhart Koselleck , Münster – Hamburg – London, Lit Verlag, 2004 (cfr. en part. pp. 22-32 y pp. 229 y ss.). Algunas de las voces del Lexikon ( Fortschritt, Freiheit, Politik, Demokratie) han sido editadas en traducción italiana, al cuidado de L. Ornaghi y V. E. Parsi, para la editorial Marsilio, Venecia, 1991 -1993.
reconstrucción de los usos históricos concretos del vocabulario político y se propone como contribución de «aclaraciones» del significado que los conceptos políticos asumen en nuestro uso cotidiano con el fin de permitir un mayor control sobre él 4. Por el otro, desde sus inicios, la historia de los conceptos se propone la tarea de elaborar una teoría de la historia y del concepto global dirigida a desmantelar los presupuestos historicistas de la historiografía de la cultura alemana. El concepto del léxico político no es una «idea» – no representa, esto es, un conjunto con un núcleo teórico inmodificable destinado a declinarse en figuras diferentes en el plano «objetivo» de la historia – y su «historia», que reclama en cambio necesariamente el problema de la experiencia histórica y una diferenciada ontología social de la temporalidad, no coincide con el plano homogéneo – en sí mismo privo de historia – del discurso cronológico natural. No todas las « palabras» son, de hecho, en la interpretación de Koselleck, «conceptos» históricos (tanto menos conceptos fundamentales, Grundbegriffe). Y no todas las experiencias del tiempo, sino sólo aquellas en las que se produzca una fractura entre «espacio de experiencia» y «horizonte de expectativas» («expresiones polares» estas últimas, que fijan el sistema de condiciones de posibilidades de las diferentes historias 5), producen concretamente «historia». Koselleck, que reelabora en este sentido tanto problemáticas derivadas de la hermenéutica existencial heideggeriana (aunque algunas atravesadas por fuertes influencias gadamerianas), como del análisis de lo Político de Carl Schmitt, parte de una definición prelimiar que diferencia la «historia» (Geschichte) de la «histórica» ( Historik ). Mientras la primera, la ciencia histórica o la historiografía empírica, se ocupa «de las realidades pasadas, presentes y quizá furutas », inventariando y elaborando datos recogidos sobre el plano de los testimonios históricos, la segunda, la «histórica», ciencia histórico-reflexiva entendida como reconstrucción casi-trascendental de los «criterios formales del actuar y del padecer histórico»6, representa la «teoría de las condiciones de cada posible historia»7. Mientras el plano de la «Geschichte» acoge en sí el conjunto 4
R. Koselleck, «Einleitung», en Geschichliche Grundbegriffe, cit., vol. I, p. XIX. « Espacio de experiencia y horizonte de expectativa, dos categorías históricas», en Futuro pasado, cit., p. 336. 6 Sobre este punto, véase el informado L. Scuccimarra, «La Begriffsgeschichte e le sue radici intellettuali», en Storica, 10, 1998, pp. 7-99, p. 57; K. Palonen, Die Entzauberung der Begriffe. Dans Umschreiben der politischen Begriffe bei Quentin Skinner und Reinhart Koselleck, Münster, Lit Verlag, 2004, en part. cap. IV; pero también cfr. P. De Boer, The historiography of German Begriffsgeschichte and the Dutch Project of Conceptual History , cit., p. 15, que reconoce a Carl Schmitt, y a su Verfassungslehre, el papel de padre putativo del proyecto de la Geschichtliche Grundbegriffe y del modelo historiográfico de Koselleck. Más que a Heidegger, reconoce, en la línea de Christof Dipper (op. cit., p. 388), también gran importancia a H. G. Gadamer. Para la relación entre Gadamer y la Begriffsgeschichte, cf. H. G. Gadamer, « Begriffsgeschichte als Philosophie», en Archiv für Begriffsgeschichte, 14, 1970, pp. 137-151; y Begriffsgeschichte und die Sprache der Philosophie , Opladen, Westdeutscher Verlag, 1971. Sobre este punto, veáse S. Chignola, «Storia concettuale e filosofia politica. Per una prima approssimazione», en Filosofia Politica, IV, I (1990), pp. 5-35, pp. 25 y ss. 7 R. Koselleck, «Historik und Hermeneutik», en R. Koselleck-H. G. Gadamer, Hermeneutik und Historik , Winter, Munich, 1987; trad. it. de P. Biale, Ermeneutica e istorica, Genova, Il Melangolo, 1990, p. 17; trad. española a cargo de F. Oncina, en Paidós, Barcelona, 1994, con introducción de F. Oncina y J. L. Villacañas, «Sobre el concepto de historica y su desarrollo». Pero sobre el concepto de Historik y sobre su desarrollo cfr. también la voz correspondiente en Historisches Wörterbuch der Philosophie, cit., vol. 3, pp. 1132 y ss. Para el tema de la Historik en la reflexión de Koselleck, véase también R. Koselleck, «Im Vorfeld einer neuen Historik, Neue politische Literatur, 1961, p. 578 y ss.; Id. «Über die Theoriebedürftigkeit der Geschichtswissenschaft » en W. Conze (ed.), Theorie der Geschichtswissenschaft und Praxis des Geschichtsunterrichts, Klett, Stuttgart, 1972, pp. 10-28, sobre todo pp. 11 y ss. X 5
de los hechos, la «Historik » recompone el sistema de los presupuestos de la posibilidad de la historia. Para Heidegger, que en la Sección segunda de la Parte I de Sein und Zeit investiga en la temporalidad el fundamento ontológico originario de la existencialidad del Ser, la historicidad pertenece a lo fundamental del ser. Y es en este presupuesto en el que radica la posibilidad de la historiografía 8. El problema de la historia, y la posibilidad de la historiografía, desarrollan el tema de la historización del Ser y de la temporalización de la experiencia como partes del análisis existencial. Heidegger : «como la historia puede constituir un objeto posible de la historiografía, puede ser establecido solo a partir del modo de ser de lo que es histórico, de la historicidad y de su radicación en la temporalidad»9. Qué es la historia , cómo son sus modos y cuál la cualidad específica de la temporalidad de la experiencia que escinde cronología natural e historicidad, es el problema que Koselleck retoma de Heidegger. El tiempo, que es «invisible en cuanto tal»10, adquiere espesor y cualidad histórica solo en la intersección con aquellas coordenadas político-existenciales que lo hacen visible a los ojos de la representación historiográfica en cuanto portador de sentido y de significatividad, y en cuanto catalizador de experiencias colectivas. Cinco son las parejas antitéticas que, en su función de «categorías trascendentales» de una ontología de lo finito, abren el camino, para Koselleck, a la historización de la experiencia del tiempo: 1) la pareja «deber-morir/poder-matar»; 2) la pareja amigoenemigo; 3) la pareja interno-externo (que con su subdivisión secreto-público, representa la modalidad por medio de la cual la «histórica» asume el presupuesto heideggeriano de la «espacialidad del ser como cooriginaria en su ser-en-el-mundo); 4) la pareja padres-hijos (o bien, para Koselleck, que comparte con Hannah Arendt la categoría de la «natalidad» como integración posible del «estado de yecto» (Geworfenheit ) del Ser heideggeriano, el desequilibrio constitutivo del tiempo que reproduce la finitud y la alternancia entre las generaciones como condiciones necesarias de infinitas historias posibles); 5) las parejas antitéticas de la relación jerárquica (arriba/abajo, patrón/esclavo, fuerte/débil , etc.), como articulaciones existenciales del problema del poder, y como modalidades organizativas y auto-interpretativas de las expectativas de liberación y de contra-poder 11. Éstas son las «categorías trascendentales» que, en cuanto «determinaciones existenciales»12, por medio de las cuales se realiza la historización de la experiencia, determinan la posibilidad de la historia. Estas categorías definen el campo de acción en el cual se consuman las expectativas y en el que se realiza (auténtica o inauténticamente; junto a los otros, con los otros, o bien en contra de ellos) el surplus de posibilidad asignado al sujeto de la propia finitud. Las definiciones antitéticas son necesarias porque «evocan aquella finitud temporal en cuyo horizonte surgen tensiones, conflictos, fracturas, inconsistencias que, en su calidad de situaciones, siempre son 8
M. Heidegger, Sein und Zeit , I, 2, § 45. Edición española con el título Ser y Tiempo en FCE, México, 1944, y en Trotta, Madrid, 2003. 9 M. Heidegger, Sein und Zeit , I, 2, cap. V, § 72. 10 R. Koselleck, «Storia dei concetti e concetti della storia », en Contemporanea, I, 1 (1998), p. 11-30, p. 12. 11 R. Koselleck, Histórica y hermenéutica, cit., pp. 73-85. Sobre la lógica de los Gegenbegriffe koselleckianos y su límites: J. COLEMAN Coleman [di questi maiuscoletti nella citazione dei nomi ce ne sono molti. Alcuni li segnalo.] , «The practical use of Begriffsgeschichte by an historian of European pre-modern political thought: some problems», en History of Concepts Newsletter , Huizinga Instituut Amsterdam, 2 (1999). 12 R. Koselleck, Histórica y hermenéutica, cit., p. 84.
insolubles, pero en cuya solución diacrónica deben participar y activarse todas las unidades de acción, ya sea para continuar viviendo, sea para decaer con ellas» 13. Por tanto, son necesarias en cuanto que producen historia. El problema del tiempo histórico se abre, a juicio de Koselleck, entre las fisuras y las densas penumbras existenciales de la experiencia de lo finito (Heidegger) y dentro del sistema de las líneas de fuerza — la fusión de la amistad o los sobresaltos, las envidias y fracturas de la absoluta enemis tad — que definen las coordenadas existenciales de lo político (Schmitt 14). En el magma hirviente de la desnuda temporalidad de la lucha política, y en la experiencia del tiempo como matriz ontológica de la finitud — y en ambos casos, solo sobre el carácter irresoluble de la contradicción como estructura de lo originario — , hunde sus raíces la posibilidad misma de la historia como espacio que engloba las infinitas historias posibles. Con esto, ha desaparecido uno de los presupuestos lógicos de la historiografía de las ideas. No existe, para Koselleck, la posibilidad de proyectar sobre el plano lineal de la cronología el conjunto de las transformaciones de los cuadros formales con los que se representa la época. Ya que la experiencia del tiempo histórico (o aquella de la contradicción como figura de la división histórico-genética entre presente, pasado y futuro) afecta a la definición de aquellos mismos cuadros formales, el mismo tiempo histórico ya no puede ser considerado como vector de la continuidad de transmisión del núcleo temático de «magnitudes constantes» como son las las unidades de la historiografía de las ideas. Ni siquiera puede ser asumido como simple indicador de su proceso de transformación histórica 15. Y no sólo eso. En el proceso de divergencia entre «horizonte de experiencia» y «espacio de expectativa», ideas, palabras y metáforas, que soportan la articulación de la historización del tiempo, se convierten en instrumentos y soportes necesarios para la misma conceptualización de la experiencia histórica. «La historia conceptual — escribe Koselleck — tiene que ver siempre con situaciones o sucesos políticos o sociales, claro que a condición de que hayan sido concebidos conceptualmente y articulados en el lenguaje de las fuentes. Este procedimiento interpreta la historia en un sentido estricto mediante los conceptos que la han atravesado en los diferentes momentos» 16. La dimensión del concepto es inherente a la historia. Koselleck reconoce plenamente el estigma hegeliano de la fórmula «historia de los conceptos»; y lo corrobora con la lógica kantiana, según la cual no hay experiencia sin concepto, ni concepto sin experiencia 17. La historia se convierte en representable sólo en la medida en que la experiencia histórica ya haya sido conceptualizada y esté, por tanto, disponible en los testimonios y en los documentos. Por ello, la historia de los conceptos — para Koselleck completamente diferente de una 13
Ivi, , pp. 28-29. Cf. C. Schmitt, Il concepto de lo político (1927, 1932), en Le Categorie del politico, ed. a cargo de G. Miglio y P. Schiera, Il Mulino, Bolonia, 1972. Sobre Schmitt, cf. C. Galli, Genealogia della politica. Carl Schmitt e la crisi del pensiero politico moderno , Il Mulino, Bolonia, 1996 (sobre el tema schmittiano aquí tratado, véase las pp. 773 y ss.). Es interesante notar cómo los responsables de la recepción de Schmitt — la primera en Italia — son también aquellos que han introducido en el debate italiano la historiografía constitucional alemana y la Begriffsgeschichte, estimulando, en los casos en los que no lo hayan hecho personalmente, la traducción de Brunner, Böckerförde, Hintze y Koselleck. A los discípulos de Miglio se debe también el cuidado de la edición italiana de las voces de la Geschichtliche Grundbegriffe. 15 Cfr. M. Richter, «Begriffsgechichte and the History of Ideas», en Journal of the History of Ideas, 48 (1987), pp. 247-263. X 16 R. Koselleck, «Historia conceptual e historia social», cit., p. 118. 17 R. Koselleck, «Historia de los conceptos y conceptos de la historia», cit. 14
mera disciplina auxiliar, «Hilfsdisziplin», de la historia social 18 — asume relevancia y autonomía. El problema, en el modelo de Koselleck, es el de renovar y autonomizar la historia de los conceptos respecto al modo en el que ésta había sido concebida en el paradigma de la historiografía constitucional alemana. Si, para esta última, prestar atención a la especificidad y autonomía del léxico de las fuentes significaba, ante todo, disponerse a recuperar la originalidad de los contextos semánticos y de las estructuras constitucionales investigadas, evitando proyectar sobre ellas la moderna forma de entender el derecho y la constitución (unidad y soberanía del poder constituyente, monopolio estatal de la fuerza, diferencia público/privado, etc 19.); para Koselleck, que en este punto recupera precisas indicaciones weberianas, tal utilización de la historia de los conceptos resultaría del todo vacío o simplemente opcional. Por una parte, de hecho, — y aquí se halla el motivo teórico de la polémica entre Koselleck y Otto Brunner — tal advertencia crítica correría el riesgo, si se despliega hasta sus últimas consecuencias, de «hacer enmudecer » a la misma ciencia histórica; la cual, en nombre de la autonomía y de la especificidad de las fuentes históricas, debería reproducirlas tal como son y renunciar a interpretarlas o a esbozar «historias» que partan de ellas 20. El presupuesto teórico en juego está evidentemente implícito en la lógica de las ciencias de la cultura. Lo que Koselleck sostiene, a este propósito, no es muy diferente de lo que escribió Max Weber: «no hay ningún análisis científico puramente ―objetivo‖ de la vida cultural – lo que quizá está más restringido, pero que no quiere decir ciertamente nada para nuestro objetivo – de los ―fenómenos sociales‖, independientemente de los puntos de vista específicos y ―unilaterales‖, de acuerdo con los cuales estos — expresa o tácitamente, consciente o inconscientemente — son seleccionados como objetos de investigación, analizados y organizados en la exposición» 21. El problema, que Koselleck 18
Así viene originariamente interpretada la Begriffgeschichte. Cf. H. G. MAIER, Begriffsgeschichte, cit.; S. Chignola, Storia concettuale e filosofia politica cit. 19 Cf. O. Brunner, Neue Wege der Verfassung und Sozialgeschichte, Vandenhoeck and Ruprecht, Göttingen, 1968, 2.ª ed., trad. it. De P. Schiera, Per una nuova storia constituzionale e sociale, Vita e Pensiero, Milán, 1970; Id., Land und Herrschaft, Grundfragen der territorialen Verfassungsgeschichte Österreichs in Mittelalter , Viena, 1965; trad. it. de G. Nobili Schiera y C. Tommasi, Terra e Potere. Strutture pre-statualil e pre- moderne nella storia costituzionale dell‟Austria medievale , Giuffrè, Milán, 1983; Id., Sozialgeschichte Europas in Mittelalter , Vandenhoeck and Ruprecht, Göttingen, 1978, trad. it. G. Corni, Storia sociale dell‟Europa nel Medioevo , Il Mulino, Bolonia, 1980; E. W. Böckenförde, Die deutsche verfassungsgeschichtliche Forschung im 19. Jahrhundert. Zeitgebundene Fragstellungen und Leitbilder , Duncker & Humblot, Berlín, 1961 (trad. it. a cargo de P. Schiera, La storiografia costituzionale tedesca nel secolo decimonono. Problematica e modelli d‟epoca, Giuffrè, Milán, 1970). 20 R. KOSELLECK, «Begriffgeschichtliche Probleme der Verfassungsgeschichtsschreibung», en H. QUARITSCH (red) Gegendstand und Begriffe der Verfassungsgeschichtsschreibung , Beihefte zu Der Staat , Heft 6, Duncker & Humblot, Berlín, 1983, pp. 7-21, p. 13. «Meine these lautet, daß auch eine stringente, gerade eine stringente Begriffsgeschichte ohne gegenwartsbezogene Definitionen auskommt. Das ergibt sich auch aus Brunners Werk. Eine quellensprachlich gebundene Darstellung der Verfassungsgeschichte wird stumm, wenn die vergangenen Begriffe nicht übersetzt oder umschrieben werden. Sonst handelt es sich um eine Textwiedergabe alter Quellen in Verhältnis von 1:1». Pero sobre este punto, el de la suposición de una perfecta univocidad de relación entre fuentes e interpretación de las mismas como siempre posible residuo historicista de la historia de los conceptos, cfr. también I. VeitBrause, A Note on Begriffsgeschichte, «History and Theory», 1/1981, pp. 61-67. X 21 M. Weber, «Die Objektivität sozialwissenschaftlicher und sozialpolitischer Erkenntnis» (1904), ahora en Gesammelte Aufsätze zur Wissenschaftslehre, ed. de J. Winckelmann, Mohr, Tubinga, 1922; trad.it. L„«oggettività» conoscitiva della scienza sociale e della politica sociale en M. Weber, Il metodo delle scienze storico-sociali, a.c. di P. Rossi, Torino, Einaudi, 1974, pp. 54-141, p. 84; trad. española «La objetividad cognoscitiva de la ciencia social y de la política social», en Ensayos sobre metodología sociológica, Amorrortu, Buenos Aires, 1973, p. 61.
asume de Weber, es el del «Vorgriff » teórico que debe preceder a la aproximación a las fuentes, para trazar historias (también de conceptos) que sean que sean significativas para «nosotros». Volveremos sobre este argumento . Por otra parte, para Koselleck, el verdadero problema consiste en autonomizar la historia de los conceptos del papel auxiliar que mantenido respecto a la historia social. «Separar » los conceptos de su contexto original — después de haber analizado el significado particular que han asumido históricamente en el interior de ese mismo contexto — , para poder seguir la sucesión de significados que han adoptado con el paso del tiempo y poder ligarlos entre sí, significa para Koselleck elevar el método históricofilológico al nivel de la historia conceptual y emancipar esta última del papel subordinado a ella asignado, en cuanto simple instrumento de crítica de las fuentes, dentro del cuadro global de las ciencias históricas 22. Una vez analizado el significado original asumido por los conceptos en el marco de experiencia cuya conciencia articulan, lo que Koselleck considera necesario, para poder llegar a un tratamiento científico del objeto, es integrar el cuadro del análisis sincrónico — donde se detiene, a su parecer, la historiografía constitucional brunneriana — con la composición de historias en un registro diacrónico que permita seguir el conjunto de transformaciones padecido por las diferentes constelaciones conceptuales. Sólo esto permite trazar su «historia». Decisivo es el hecho de que tal integración del plano sincrónico (o la irreductibilidad semántica del contexto de uso de los conceptos y su autónoma significatividad) y el plano diacrónico (el sistema de las traducciones y de las variaciones, de los malentendidos y de las dislocaciones de significado de los conceptos originales, a lo que se presta necesariamente también la «ciencia histórica» si quiere comprender los conceptos del pasado o «describirlos») debe, según Koselleck, producirse a partir de una «anticipación» teórica (Vorgriff ), que sea productivamente anacroónica. Sin ella, esto es, sin la perspectiva determinada por la hipótesis histórica a verificar, no existiría ni siquiera «historia»23. Los puntos que hecho, a mi parecer, Koselleck recupera y retiene de Weber son, en consecuencia, al menos, los siguientes: 1) el presupuesto de la distinción entre cronología e historia, y el presupuesto en base al cual la cultura se piensa como una sección finita «de la infinitud desprovista del sentido del acaecer del mundo, a la cual se atribuye sentido y significación desde el punto de vista del hombre» 24; 2) la idea, 22
R. KOSELLECK, «Historia conceptual e historia social», cit., p. 118. Sobre este punto, I. Hampsher-Monk, «Speech-Acts, Language or Conceptual Histories?», en I. Hampsher-Monk, K. Tilmans, F. Van Vree, History of Concepts: Comparative Perspectives, cit., pp. 3750, en especial pp. 47-48. Éste es, al parecer de quien escribe, uno de los puntos que hace irreconciliables e intraducibles el programa de investigación de Koselleck y el de Pocock y Skinner. Para el debate sobre las dos perspectivas véanse los artículos recogidos en The Meaning of Historical Terms and Concepts. New Studies on Begriffsgeschichte, editado por H. Lehmann y M. Richter, German Historical Institute, Occasional Paper , Washington D. C., 15 (1996). Los ensayos de Koselleck, Pocock y Richter han aparecido en traducción italiana en Filosofia politica, 3 (1997). Para la radical polémica de Koselleck con la teoría de los actos de habla, asumida a veces como fundamento de la historiografía del discurso político (y de Skinner), cf. Koselleck, «Social History and Begriffsgeschichte» (1986), ahora en History of Concepts: Comparative Perspectives, cit., pp. 23-35, p. 26: «No speech-act is the act itself». La consecuencia de esta posición es tratada por Koselleck en las pp. 34-35: la Begriffsgeschichte, en cuanto ligada al lenguaje, debe quedar, según Koselleck, en una posición subordinada a la historia social que se interesa por los hechos y las cosas. Quentin Skinner, por su parte, ha denunciado recientemente el malentendido implícito en las interpretaciones que le adscriben (aunque, conviene recordarlo, sobre la base de sus explícitas tomas de posición) una refutación llena de prejuicios de la «historia de los conceptos». Cfr. Q. Skinner, «Rhetoric and Conceptual Change», en Finnish Yearbook of Political Thought , 3 (1999), pp. 60-73, en particular pp. 62-63. 23
24
M. Weber, «L‘oggettività conoscitiva della scienza sociale e della politica sociale», cit. p. 96, pero
también pp. 101-102: «La corriente del acaecer inconmensurable fluye de manera incesante hacia la
consecuencia de la primera, de que los «hechos», las conexiones de «hecho» de las «cosas», no están en la base del campo de trabajo de las ciencias, sino que están más bien en esta base las «conexiones conceptuales de los problemas »25; 3) la tematización fuerte del problema del « punto de vista» en base al cual se organiza el campo de investigación y las fuentes son obligadas a hablar 26. Si en la representación historiográfica está en cuestión un significado, este significado es el que la historia narrada asume « para nosotros»27; 4) Una idea de «ciencia», y, por tanto, de «ciencia histórica», que asume los códigos lógicos de la ciencia moderna y que recompone, a partir del punto de vista de su significatividad « para nosotros», las diferentes historias de los conceptos en el ámbito de una más general teoría de la modernidad. En tal contexto «weberiano», Koselleck inserta su propuesta metodológica 28. Y a este contexto queda constitutivamente ligado, como veremos. Esto significa, sin embargo, por el momento, y sobre esto deberemos detenernos para poder ver sobre cuáles hipótesis metodológicas se sostienen las historias de los conceptos propuestas por el Lexikon de los conceptos históricos fundamentales dirigido por Koselleck, que la historia de los conceptos debe necesariamente partir, en primer lugar, de una «anticipación» teórica fuerte; que debe desarrolar, en segunda instancia, un interés determinado y motivos de significación orientados hacia el presente; y que debe, finalmente, centrarse en la porosidad del tiempo colectivo en el que se produce el desequilibrio histórico-genético entre «espacio de experiencia» y «horizonte de expectativa» que obliga a los actores históricos a conceptualizar, atribuyendole un significado «cultural», la propia experiencia del tiempo, elaborando una percepción del propio « presente» , de lo que, en relación a este, estas pueden definir el propio « pasado» histórico, o que pueden organizar, en términos de acción colectiva, el propio «futuro». Es así como el Lexikon de los «conceptos históricos fundamentales» , inicialmente dirigido por Otto Brunner, Werner Conze y Reinhart Koselleck, pero cada vez más identificado con este último, quien, además, ha suministrado las coordenadas teóricas definitivas29, se esfuerza por conjugar una hipótesis historiográfica fuerte — en base a la cual los materiales vienen organizados y las «historias» de los conceptos se tornan eternidad. Siempre de nuevo y de maneras distintas se configuran los problemas culturales que mueven a los hombres, mientras permanece fluido por esto también el ámbito de lo que adquiere sentido para nosotros y significado de esa infinita, y siempre igual, corriente del devenir y que se convierte en un ―individuo histórico‖» (Ibidem, p. 73). 25
Ivi, p. 79. Ivi, p. 84; p. 97. 27 R. Koselleck, Storia dei concetti e storia sociale cit. p. 98 [«Historia conceptual e historia social» cit. p. 113]: «Tal procedimiento se encuentra con la exigencia previa de traducir los significados pasados de las palabras a nuestra comprensión actual. Toda historia conceptual o de las palabras procede, desde la fijación de significados pasados, a establecer esos significados para nosotros. Por ser un procedimiento reflexionado metódicamente por la historia conceptual, el análisis sincrónico del pasado se completa diacrónicamente. Es una exigencia metódica de la diacronía la de redefinir científicamente para nosotros la clasificación de los significados pasados de las palabras.» 28 Es lo que también ha observado J. L. VILLACAÑAS en «Historia de los conceptos y responsabilidad política: un ensayo de contextualización», en Res Publica, 1 (1998), pp. 141-174. 29 R. Koselleck, «Rechtlinien für das Lexikon politisch-soziales Begriffe der Neuzeit», en Archiv für Begriffsgeschichte, 1967. Sobre la prehistoria del Lexikon debe verse también W. Conze, «Histoire des notions dans le domain socio- politique (Rapport sur l‘élaboration d‘un lexique alleman d)», en Problèmes de stratification social: Actes du colloque international (1966), Publications de la Faculté des Lettres et Sciences Humaines de Paris-Sorbonne, Série Recherches, vol. 43, París, 1968, pp. 31-36. Sobre este tema, cf. M. Richter, The History of Political and Social Concepts , cit., pp. 26 y ss.; L. Scuccimarra, «La Begriffsgeschichte e le sue origini intellettuali», cit., pp. 44 y ss. De Luca Scuccimarra véase también la importante «Semantics of Time and Historical Experience : Remarks on Ko selleck‘s Historik, Contributions to the History of Concepts , 4, 2008 (en prensa). , pp. 160-175 26
significativas e identificables — con una postura de verificación que mantenga unidas semántica histórica e historia social 30. Los conceptos, a partir de los cuales se desarrollan y son analizadas las historias, no constituyen, para Koselleck, voces o simples semas de una vacía «colección» (Sammlung ). Ya que estos operan como índices del cambio histórico, pero también, y al mismo tiempo, como concretos factores del mismo — contribuyendo de hecho a la «formación de la conciencia» y «al control de los comportamientos» de los actores sociales — , el análisis lexicográfico se vincula inmediatamente a la historia social 31. El proyecto completo de Koselleck parte del presupuesto de que no todas las « palabras» son «conceptos» — desde el momento en que «conceptos históricos fundamentales » pueden ser definidos sólo aquellos en los que se deposita la densa materialidad de una experiencia colectiva del tiempo — ; y del reconocimiento de que objeto de la «historia de los conceptos no puede ser, por tanto, la historia de las palabras ( Wortgeschichte), sino sólo aquella sutil zona de «Konvergenz» entre «concepto» e «historia» en que se condensa, se perpetúa o se renueva una concreta modalidad de experiencia histórica 32. Partiendo de aquí, Koselleck considera posible registrar, en el marco del estudio estratográfico de los significados sedimentados por el uso de los conceptos, la variación de las diferentes posiciones colectivas en relación a la historia y a la conexión de sucesos y estructuras, así como la superposición de lógicas antinómicas y de fragmentos dispersos de experiencia según una dirección que es la de la progresiva emergencia del mundo moderno. Esto es lo se puede exigir — para Koselleck — del análisis de la historia de los conceptos individuales, y de las modalidades de su progresiva inserción dentro del sistema de coordenadas político-constitucionales de la modernidad. Y es justamente esta teoría de la transición, entonces, la que interpreta el papel de «Vorgriff » teórico que permite llevar a cabo, a través de la «historia de los conceptos», la recomposición de la historiografía como ciencia. Si es verdad, de hecho, que el fin primario del Lexikon – según lo que escribe Koselleck – es el de proporcionar una ayuda para el control del uso lingüístico contemporáneo, haciendo al mismo tiempo disponible una masa de informaciones acerca de la historia del vocabulario político alemán 33, hecho igualmente importante es cómo estas mismas informaciones permiten, por medio de la historia de los conceptos individuales, poner de relieve la existencia de una precisa cesura en el seno de la del léxico político alemán. Una cesura que no sólo proporciona sentido y orientación para la reconstrucción de la historia de los conceptos singulares, sino que acaba incluso dirigiéndola. 30
El hecho de que la propuesta histórico-conceptual de Koselleck — como estamos viendo muy atraída por instancias recompositivas y por una clara autonomía de la investigación del «significado» — pudiese asociarse a la historia social fue objeto de ataques decisivos por parte de H. U. Wehler, «Geschichtswissenschaft Heute», en J. Habermas (ed.), Stichworte zur «Geistigen Situation der Zeit », Suhrkamp, Frankfurt, 1979, vol. 2, pp. 709-753, esp. 725; Id., «Probleme der modernen deutschen Sozialgeschichte», en Krisenherde des Kaiserreichs, Vandenhoeck & Ruprecht, Gotinga, 1970, pp. 313323. Para la posición de Wehler cfr. H.U. Wehler - J. Kocka: Sulla scienza della storia, Storiografia e scienze sociali, De Donato, Bari, 1983 [trad.esp? è citata nel cap 1] 31 R. Koselleck, «La storia sociale moderna e i tempi storici», en P. ROSSI, La teoria della storiografia oggi, Il Saggiatore, Milán, 1983, pp. 141-158; p. 157. 32 R. Koselleck, «Einleitung», cit., p. XXIII; e «Historia de los conceptos e historia social», cit., p. 121. Para seguir la importante discusión crítica que ha suscitado el «concepto» en la Begriffsgeschichte de Koselleck, cf. H. E. Bödeker, «Concept-Meaning-Discourse. Begriffsgeschichte reconsidered», en I. Hampsher-Monk, K. Tilmans, F. Van Vree, History of Concepts: Comparative Perspectives , cit., pp. 5164, en especial las pp. 54 y ss. 33 R. Koselleck, «Einleitung», cit., p. XIX.
Entre finales del siglo XVIII y la primera mitad del siglo XIX, de hecho, se asistió — y es esta observación la que se centra en una línea de definitiva recomposición del conjunto de los individuales tratamientos histórico-conceptuales del Lexikon — a la puesta en marcha de un proceso de progresiva democratización de los conceptos políticos (cuya semántica se aleja del mundo «ständisch» de la antigua constitución europea), y a la legitimación filosófico-política de la crítica como un auténtico tribunal donde el individuo racional convoca a la historia y lleva así al Antiguo régimen a su definitiva crisis34, a la puesta en marcha de aquel formidable mecanismo de temporalización de la experiencia que, en coordinación con el esquematismo de la filosofía de la historia, convierte la captación del presente en prognosis sobre el futuro. La drástica «aceleración del tiempo» que impregna a los distintos órdenes del pensamiento europeo a lo largo del siglo XVIII, priva de hecho «al presente de la posibilidad de ser experimentado como presente y se escapa hacia un futuro en el que el presente, convertido en inexperimentable, ha de ser alcanzado mediante la filosofía de la historia», para poder ser, al menos así, anticipado, dominado y comprendido 35. Es este proceso de aceleración de la experiencia el que destruye los hitos conceptuales por medio de los cuales la historia ha sido vivida e interpretada, y el que la reinventa a partir del desconcertante descubrimiento de la dimensión futura del pasado 36. Este conjunto de transformaciones irreversibles — perceptible en los procesos de «democratización» ( Demokratissierung ), «temporalización» (Verzeitlichung ) y «aceleración» ( Beschleunigung ) de la experiencia histórica que son registrados por los cambios de significado de los conceptos, que, por su parte, se exponen a ser « politizados» e «ideologizados»37 — define para Koselleck el proceso de transición que instituye la modernidad. Y es precisamente el problema de la institución de la modernidad – el sistema de transformaciones por esta inducidas, la renovación de la experiencia pretendida por ella, y, sobre todo, el problema de la misma autoconciencia de lo Moderno como una «época» entro del plano universal de la «Weltgeschichte» – lo que determina el espacio en cuyo interior las historias de los conceptos individales ? [controlla!] puestos a disposición por el Lexikon deben ser elaboradas y organizadas. Estas son movilizadas con el fin de verificar una precisa hipótesis de investigación que permita a la narración histórica ir más allá para una comprensión científica típico-ideal: «la historia conceptual abraza aquella zona de convergencia en la que el pasado y sus conceptos entran en relación con los conceptos modernos. Ella necesita, por tanto, de una teoría sin la cual no es posible comprender qué divide y qué une en el tiempo» 38. En este sentido, la construcción de la historia de los conceptos y de la historia social ha sido determinada como efecto de un análisis realizado sobre la profundidad y sobre el espesor semántico de los conceptos, que asume estos últimos como los catalizadores y los organizadores de experiencias específicas de la historia dispuestas sobre un eje dotado de sentido por ese «Vorgriff » teórico anticipado por la teoría de la 34
Cfr. el ya «clásico» R. Koselleck, Kritik und Krise. Ein Beitrag zur Pathogenese der bürgerlichen Welt, Freiburg-München, Karl Alber Verlag, 1959; trad. it. de G. Panzieri, Critica illuminista e crisi della società borghese, Bolonia, Il Mulino, 1972; trad. esp. Crítica y crisis del mundo burgués, Rialp, Madrid , 1965. 35 R. Koselleck, «Futuro pasado del comienzo de la modernidad», en Futuro Pasado, cit., p. 37 36 R. Koselleck, « Historia magistra vitae. Sobre la disolución del topos en el horizonte de la agitada historia moderna», en Futuro Pasado, cit., pp. 41-66. 37 «Politisierung» y «Ideologisierbarkeit» del léxico político, son las características que registran, en el modelo de Koselleck, tal cambio de la experiencia histórica. 38 R. Koselleck, «Historia conceptual e historia social», cit., p. 108. De hecho, como ha observado Dipper, en la redacción material del Lexikon casi nunca se ha tenido en cuenta este presupuesto teórico como «fuerte».
transición a la modernidad. Los conceptos desgranan de forma diferenciada, no lineal y quizás antinómica, las etapas del « proceso de conmutación» en virtud del cual los conceptos de la experiencia política antigua y del mundo estamental se transfieren al léxico político moderno (lo que Koselleck define como «Umwandlungsprozeß zur Moderne»)39, cambiando así radicalmente de significado (quizás sobre la base de un soporte léxico idéntico y aparentemente permanente, como en el caso de palabras como «democracia», « pueblo», «derecho», «libertad», «Estado», etc.) y contribuyendo a definir la autointerpretación de la época moderna. Analizar la historia de los conceptos significa, desde esta perspectiva, hacer visible el proceso social y colectivo en el que se ha realizado una fase determinada – la moderna – de la experiencia histórica. Y, a partir del tipo-ideal de esta última, elaborar por diferencia específica el tipo-ideal de aquellas que la han precedido. El « proceso de conmutación» afirma, por consiguiente, aquel plano de traducibilidad lineal entre los diferentes significados asumidos históricamente por los conceptos, que permite proyectarlos hacia el interior de la «historia» y adquirir plena visibilidad historiográfica sobre la totalidad del proceso. Desde el enfoque de la «ciencia» histórica, lo que resulta de ello es una lectura típico-ideal del proceso — por fuerza abstracta, desde luego — que parte de un presupuesto de carácter histórico que coincide con nuestro tiempo y con la relevancia relevancia que, para éste, poseen las historias pasadas en cuanto elementos fundamentales de su constitución. Como escribe Weber, «qué pasa a ser objeto de la investigación, y en qué medida se extiende en la infinitud de las conexiones causales, estará determinado sólo por las ideas de valor que dominen al investigador y su época; En cuando al cómo, es decir al método de investigación [...], el ―punto de vista‖ en el que se inspira es determinant e para la elaboración de los instrumentos conceptuales que éste emplea – mientras en el modo de su aplicación, el investigador está evidentemente ligado, en este como en todos los casos, a las normas de nuestro pensamiento» 40. Esto comporta – por lo que respecta a la propuesta metodológica de Koselleck y al modo en el que ésta actúa en la historia de los conceptos – que la especificidad y la autonomía de los contextos no-modernos penetrados por el análisis acaben por ser paradójicamente abandonadas, precisamente con el fin de poder inferir una «historia» que vincule presente, pasado y futuro en un proceso de «conmutación» único (aunque antinómico, quebrado y no lineal) destinado a restituir, mediante la aproximación retrospectiva a la representación historiográfica, la densa genealogía del presente. Incluso conceptos y contextos de experiencia que desconocen el moderno concepto de «historia» — como, por lo demás, ha demostrado el mismo Koselleck 41 – son, por tanto, «historizados» porque se hallan inmersos dentro del cauce de un proceso orientado por el concepto moderno de historia (o de «historia de la ciencia») « para nosotros» significativo42. De esta manera, el intento de Koselleck de superar los límites de la historiografía constitucional brunneriana – caracterizada en cambio por una función agresivamente antimoderna y por tener el objetivo de subrayar la historicidad limitada de las cateorías políticas liberales 43, y por una interpretación de 39
R. Koselleck, «Einleitung», cit., p. XIX. M. Weber, L‟oggettivita conoscitiva della scienza sociale e della politica sociale cit., p. 100. 41 Cfr. R. Koselleck, «Historia magistra vitae» cit. 42 Cfr. R. Koselleck, Storia dei concetti e storia sociale , p. 98: «Es una exigencia metódica de la diacronía la de redefinir científicamente para nosotros la clasificación de los significados pasados de las palabras.» («Historia conceptual e historia social», cit., p. 113). 43 Cf. J. Nicholas, «New Path of Social History and Old Path of Historical Romanticism. An Essay Review on the Work Otto Brunner‘s», en Journal of Social History, 70 (1969), R. JÜTTE, «Zwischen Ständestaat und Austrofachismus. Der Beitrag Otto Brunners zur Geschichtsschreibung», en Jahrbuch des Instituts für deutsche Geschichte, 13 (1984); O. G. Oexle, «Sozialgeschichte- Begriffsgeschichte 40
las estructuras pre-absolutistas de los territorios alemanes a las que resultan cognoscitivamente inaplicable la moderna conceptualidad del Estado – alcanza el punto de máxima condensación. El intento consciente «reabrir » en la historicización de los conceptos el problema de la transición entre los diferentes órdenes conceptuales, conduce a una recomposición de las «diferentes historias» que puede llamarse científica, porque es capaz el circuito típico-ideal de imputación entre los conceptos, el significado por ellos asumido en los diferentes contextos históricos y el complejo sistema de transformaciones que ha contribuido a la formación del mundo moderno. Sólo el plano de generalizaciones de la historia de los conceptod hace posible, para Koselleck, identificar la «relación temporal entre el suceso [controlla: evento = 44 suceso?] y la estructura, y la coexistencia de duración y cambio» . Trazar la historia de los conceptos significa identificar y poner de relieve el plano de continuidades y de cambios sobre el que se enraízan las estructuras de larga duración de la experiencia política occidental, en la perspectiva de la definitiva emergencia del mundo moderno. Por eso, lo que Koselleck establece como meta de la historia de los conceptos, en el fondo, es la contribución a la definición de un repertorio de conceptos «bastante formales y generales» (justo porque está realizado a partir del «depósito empíricamente disponible de posibles significados» históricamente realizados), que nos permita «describir posibilidades constitucionales duraderas, pero también mudables y entrecruzadas», que hagan historiográficamente percebtibles, en su identidad inmanente y en su recíproca transformación, las estructuras históricas, con el fin de que la historia social pueda proceder con exactitud . Exactamente, esto es lo que Koselleck reconoce a Weber 45. La propuesta histórico-conceptual de Koselleck demuestra ser al final, y justo por estos motivos, una «alta» aplicación de la herencia metodológica weberiana: «el aparato conceptual que el pasado ha desarrollado a través de la elaboración, esto es, en realidad, la transformación conceptual de la realidad inmediatamente dada y su inserción en aquellos conceptos que correspondieron al estado de sus conocimientos y a la orientación de su interés, está en permanente contraposición con aquello que podemos y queremos obtener de la realidad en un nuevo conocimiento. En esta lucha, se cumple el proceso del trabajo de las ciencias de la cultura»46. A partir de esta apuesta weberiana acerca de las posibilidades de avance o retroceso de las ciencias de la cultura en base a la elaboración del aparato conceptual del pasado en función del presente – o bien a partir de la posibilidad de recibir o de excluir la herencia weberiana en los órdenes lógicos de la historia de los conceptos – se han desarrollado, también en Italia, diferentes perspectivas de investigación. 2. Historia de los conceptos e historia de las doctrinas políticas
Wissenschaftsgeschichte. Anmerkungen zum Werk Otto Brunners», en Vierteljahrschrift für Sozial und Wirtschaftsgeschichte, LXXI, 1984, pp. 305-401; H. Boldt, «Otto Brunner. Zur Theorie der Verfassungsgeschichte», en Annali dll’Istituto storico italiano-germanico di Trento, XIII (1987); J. van Horn Melton, «From Folk History to Structural History: Otto Brunner (1989-1982) and the Radical Conservative Roots of German Social History», en H. Lehmann-J. Van Horn Melton, Paths of Continuity. Central European Historiography from the 1930s and the 1950s , Cambridge, U.P., 1994. X 44 R. Koselleck, Storia dei concetti e storia sociale cit. p. 109 [«Historia conceptual e historia social», cit., p. 109]. 45 Ibidem. 46 Max Weber, L‟oggettività conoscitiva della scienza social e e della politica sociale cit., p. 127 [«La objetividad cognoscitiva...», cit., p. 94].
Método y perspectivas de la historia de los conceptos se han introducido en Italia a través de la historiografía constitucional alemana 47. Preeminente, en una fase en la que la atención de los historiadores se centraba en la constitución material y en las estructuras complejas de la estatalidad moderna, era el interés por los métodos de investigación que conjugaran historia cultural, historia jurídica, historia de las instituciones e historia económica, desde una perspectiva comparativa, para investigar la lógica compleja y multiforme de la experiencia política occidental. En este contexto, la historia de los conceptos ha servido sobre todo como instrumento para la «historización» de las categorías jurídicas con las que se interpretaba la noción misma de «constitución» ( Konstitution), y como paradigma para ampliar, más allá de los límites del derecho formal, el campo de las investigaciones en dirección fundamentalmente a la historia social. Por lo que respecta al siglo XIX y al Estado de derecho burgués, es decir, – ésta es la primera contribución importante de la historia conceptual – , categorías como «derecho», «individuo», «separación de poderes», « privado/público» o «sociedad/Estado», no podían ser aplicadas a realidades políticas e institucionales precedentes, y que no conocían tales categorías 48. Lo que entraba así en juego — según una distinción conceptual que procede de Constantino Mortati y Carl Schmitt, autor este último que en estos años entró con fuerza en el debate italiano — era una diferente, y más amplia, concepción «material» de constitución (Verfassung ), que podía ser utilizada para investigar el problema de la unidad política en contextos ideológicos e institucionales que habían precedido la formación del sistema de coordenadas jurídico-políticas del Estado de derecho. De este modo, la política podía ser estudiada independientemente de los supuestos de universalidad y omnipresencia que se hallan en la base de los conceptos propios del Estado de derecho y reconstruida alrededor de sistemas de conceptos específicos, propios en cambio del contexto — entendido obviamente en el sentido material — «constitucional». La referencia a la complejidad de las estructuras investigadas, fruto de las diferentes historias especializadas, podía además ser usada (también y, sobre todo, por los ex-marxistas o post-marxistas) para denunciar, durante la crisis atravesada por el marxismo, el mecanicismo o las restricciones impuestas por la visión del Estado como «superestructura» y para neutralizar, concentrando la atención sobre las estructuras de larga duración de la experiencia política occidental, los problemas, conflictos y contradicciones derivados de la asunción de la lucha de clases como factor autónomo del proceso social 49. Pero no es esta la ocasión para abordar el núcleo de esta cuestión. 47
Desde esta perspectiva, la historia de la recepción de la Begriffsgeschichte en Italia es mucho más compleja y ha producido mucho más (en términos de ediciones, interpretaciones y organización cultural) de lo que indica la visión panorámica, principalmente marcada por la experiencia académica italiana, propuesta por A. D‘Orsi ( Guida alla storia del pensiero politico , La nuova Italia, Florencia, 1995), para quien «la historia de los conceptos puede ser considerada una derivación de la Ideengeschichte» (p. 65), cuyos resultados, incluso en Italia, se reducirían a «la interpretación de la historia del pensamiento político como historia del léxico político» (p. 222). Sin embargo, los primeros resultados en Italia de la reflexión sobre la Begriffsgeschichte procedían de una matriz puramente filosófica. Cf. N. Auciello, R. Racinaro (ed.), Storia dei concetti e semantica storica, Edizioni Scientifiche Italiane, Nápoles, 1990; y el número dedicado a la historia de los conceptos de la revista Filosofia Politica, IV, 1 (1990): ensayos de S. Chignola, M. Merlo, L. Ornaghi. 48 O. Brunner, Land und Herrschaft , cit.; Id., «La storia costituzionale del medioevo», en P. Schiera (ed.), Per una nuova storia costituzionale e sociale , Vita e Pensiero, Milán, 1970, pp. 1-20, sobre todo pp. 10 y ss. C. Schmitt, Verfassungslehre, Duncker & Humblot, Berlín, 1928, p. 36; H. Freyer, Theorie des gegenwärtigen Zeitalters, Klett, Stuttgart, 1955. 49 Para la formulación del mismo problema en el seno de la historiografía social alemana, cf. H. G. Haupt, «Classi e Stato nella moderna storia sociale tedesca», en B. DE Gerloni (ed.), Problemi e metodi della storiografia tedesca contemporanea, Einaudi, Turín, 1996, pp. 237-249.
La historiografía constitucional alemana se introdujo en Italia gracias a las traducciones de Böckenförde, Brunner, Hintze y Koselleck, y a la proliferación de investigaciones sobre el Estado moderno 50. En aquellos años fue decisivo con respecto a esta operación el papel jugado por Pierangelo Schiera, por sus colaboradores y alumnos, y por el Instituto Italo-Germánico de Trento. Con la traducción y estudio de aquellos autores 51, se inauguró en Italia una línea de investigación sobre la historia global del Estado moderno que implicaba perspectivas abiertamente comparativistas, y asumía respecto de los conceptos políticos, y su historia, el «valor de uso» material de estas doctrinas. Se trataba, por muchos motivos, de producir una profunda renovación de los estudios histórico-políticos en Italia. Por un lado, lo que estaba en cuestión, era a sustraer el tema del Estado del dominio (a menudo de altísimo nivel, por otra parte) de la historia jurídica52. Por otro, se trataba de insertar la historia de las doctrinas políticas dentro del más amplio ámbito de la historia de las estructuras ideológico-políticas, desligarla de las retóricas idealistas por entonces hegemónicas en la historia del pensamiento, y anclarla en la complejidad de las vivencias políticas, administrativas, económicas y teórico-políticas concernientes a la moderna estatalidad 53. El ejemplo de las investigaciones llevadas a cabo por Otto Hintze juega, en este sentido, un papel decisivo. En su obra, no sólo se evidencia una aproximación dinámica a la experiencia político-institucional europea, capaz de integrar las diferentes aportaciones de las disciplinas históricas especializadas y de polemizar con la vacía metafísica, en particular en su segunda fase abierta con la positiva asunción del canon metodológico weberiano, se podía apreciar cómo la historiografía constitucional se transformaba mediante la inserción de la noción histórico-historiográfica de «desarrollo» en el interior del modelo sociológico de Weber, y se posibilita una valoración «global» de las líneas de fuerza y de tensión de la historia constitucional occidental. Por simplificar y esquematizar, quizá en demasía, el punto en cuestión, se puede decir que Hintze ha revitalizado con «sangre histórica» el tipo-ideal weberiano – tipo-ideal que, en sus palabras, aún siendo útil para el análisis estructural, no podía ser usado para la 50
Además de las obras ya citadas antes en la nota 19, cfr. también O. Hintze, Stato e società, ed. de P. Schiera, Zanichelli, Bolonia, 1980; O. Hintze, Storia, sociologia, istituzioni, ed. de G. Di Costanzo, Morano, Nápoles, 1990; R. Koselleck, Preußen zwischen Reform und Revolution (1791-1848), KlettCotta, Stuttgart, 1981, trad. it. de M. Cupellaro, La Prussia tra Riforma e Rivoluzione (1791-1848), Il Mulino, Bolonia, 1988. Entre los trabajos de edición y traducción que han introducido en Italia los temas, argumentos y métodos de investigación de la historiografía constitucional, conviene recordar sin duda: P. Schiera (ed.), Società e corpi. Scritti di Lamprecht, Gierke, Bloch, Lousse, Oestreich y Auerbach Bibliopolis, Nápoles, 1986; G. Oestreich, Filosofia e costituzione dello Stato moderno, ed. de P. Schiera, Bibliopolis, Nápoles, 1989; y E. Rotelli-P. Schiera (eds.), Lo Stato moderno, vol. I, Dal Medioevo all’età moderna, Il Mulino, Bolonia, 1971; vol. II, Principi e cetti, Il Mulino, Bolonia, 1973; vol. III, Accentramento e rivolte, Il Mulino, Bolonia, 1974. Sobre esta fase de la historiografía italiana, y sobre su importancia, cf. A. M. Hespanha, Introduzione alla storia del diritto europeo , Il Mulino, Bolonia, 1999, pp. 36 y ss. 51 Además de las importantes introducciones de Schiera a las ediciones italianas de Land und Herrschaft de Otto Brunner y de Stato e società de Otto Hintze, vale la pena recordar, por lo menos: P. Schiera: Otto Hintze, Guida, Nápoles, 1974; y «Max Weber e Otto Hintze: storia e sociologia o dottrina della ragio di Statto?», en G. Duso (ed.), Weber: razionalità e politica, Arsenale, Venecia, 1980, pp. 77-89. 52 Entre los trabajos de investigación que, aunque no explícitamente orientados hacia la Begriffsgeschichte, tienen una clara matriz brunneriana o koselleckiana, y han tenido una gran influencia en la renovación de la historiografía jurídica italiana en la dirección de la historia de los conceptos, deben ser mencionados los dirigidos por el grupo florentino de Paolo Grossi. Sobre este punto, particularmente significativo, cfr. P. Grossi, L’ordine giuridico medievale , Laterza, Roma-Bari, 1995. 53 Tal aproximación compleja a las experiencias de la estatalidad moderna y a sus «conceptos», resalta también en N. Matteucci, Lo Stato moderno. Lessico e percorsi, Il Mulino, Bolonia, 1993. X
«construcción sintética de grupos homogéneos de fenómenos» – , proponiéndose elaborar, a través de una creativa «anschaulichen Abstraktion», el material anteriormente aislado en la observación política y el estudio histórico, con el objeto de restituir un conjunto unitario y caracterizado por su complejidad 54. La posibilidad de inferir una generalización histórica – y por tanto no sólo estático-tipológica – de la consideración de los eventos y de las estructuras que interactúan en la historia constitucional occidental, es el primero de los elementos que han contribuido a la renovación de los paradigmas de las ciencias histórico-políticas. También en Italia. El análisis no habría podido reproducir una diferenciación entre saberes, prácticas y conceptos, de hecho inexistentes en el objeto histórico, ni disolver éste en prácticas narrativo-evenemenciales que eludieran la responsabilidad de inferir un modelo estructural de la acción histórica a partir de sus propias observaciones. El segundo habría sido la asunción de la constitutiva «circularidad» y «globalidad» del fenómeno estatal, según la más propia especificidad de la «apertura de horizonte» hintzeana. Si es verdad de hecho que muchos de los predecesores de Hintze en el camino hacia la renovación de las ciencias histórico-políticas en Alemania (desde Droysen a Waitz y Schmoller) ya habían pretendido hacer una reconstrucción de conjunto de esa «unidad sintética» que es la vida del Estado – en tanto concreta «Lebensform» política, esta última dotada de significatividad autónoma y de capacidad de acción propia, en cuanto capaz de organizar en un conjunto articulado e históricamente vivo todos los múltiples factores jurídicos, económicos y culturales que contribuyen a su definición – , Hintze es, de hecho, el fundador de una ciencia histórico política que nos ofrece una visión completamente «global» (porque está hecha de motivos internos y de factores externos, de elementos sociales y culturales, de ocasiones de política interna y de eventualidades de política externa, de estructuras constitucionales y de prácticas administrativas, propuestas, estas últimas, como auténticas formas de la «lebendige Verfassung») una ciencia histórico-política a la altura de la complejidad del fenómeno de la moderna estatalidad 55. Es en el contexto de la recepción de la historiografía de Hintze — menos aceptado que Weber por su explícito y sustancial conservadurismo político, y, sin embargo, enormemente influyente en la renovación de la escuela histórico-social alemana de la segunda postguerra 56 — , donde debe situarse el origen de la atención italiana por la historia de los conceptos. Dentro del contexto de esta recepción, se define, de hecho, cada vez más claramente los límites de la historiografía jurídica «liberal» en su aproximación a la realidad material del Estado, mientras, por otro lado, se diluirán cada vez más las intenciones interpretativas de la historia del pensamiento alentadas por asunciones disciplinares rígidas – como si fuese posible una diferenciación previa entre las fuentes históricas y sus «tipos», cuando todos los aparatos del pensamiento influyen simultáneamente en la definición política de los cuadros de la época – o producidas en el espacio «vacío» de la pura teoría. De hecho, lo que la lección de Hintze y de la ciencia histórico-social alemana evidenciaba era la imposibilidad de aislar el pensamiento de las condiciones materiales en las que se había producido, y la imposibilidad de prescindir de las configuraciones 54
O. Hintze, «Max Weber Soziologie», en Gesammelte Abhandlungen, vol. II, Soziologie und Geschichte. Gesammelte Abhandlungen zur Soziologie, Politik und theorie der Geschichte , ed. de G. Ostreich, Vandenhoeck and Ruprecht, Gotinga, 1964, p. 146; cfr. también O. Hintze, «Soziologische und geschichtliche Staatsauffassung», ivi, p. 256. 55 Cfr. P. Schiera, Otto Hintze, cit., p. 130. 56 54 Cf. H. Bruhns, «Stato, economia e società: Otto Hintze e Max Weber», en B. de Gerloni (ed.), Problemi e metodi, cit., pp. 209-233.
que el propio pensamiento contribuía a producir. Analizar estructuras constitucionales a partir de su desarrollo histórico, significaba necesariamente, desde esta perspectiva, valorar la sucesión de los esquemas del pensamiento como índices de una racionalidad — la del Estado moderno, naturalmente — en constante cambio y descubrir en esos esquemas algunos de los auténticos y más concretos factores activos de esa misma racionalidad. La asunción de una perspectiva que sobre todo valorase en el pensamiento los factores productivos del intercambio con la realidad constitucional, permitiría descubrir los préstamos, las dislocaciones teóricas o los mecanismos lógicos por medio de los cuales, en una fase determinada del proceso constitucional del Estado moderno, la experiencia política se había conceptualizado, activado, o había sido legitimada por la práctica institucional. Es en este sentido que Pierangelo Schiera ha colocado en el centro de la reconstrucción de los procesos de la estatalidad alemana el nexo ciencia/política/constitución57 . La «ciencia» — ya sea la ciencia del Estado, el derecho administrativo, la ciencia jutíica — viene estudiada junto con sus conceptos, como auténtica estructura constitucional. Este es lo que produce el nexo funcional entre la emergencia de procedimientos científicos para la investigación político-social y la aunción de concretas capacidades de gestión y/o «administrativas». Y es esto lo que reproduce constantemente este nexo como asunción de concreta responsabilidad política. En los procesos de su institucionalización en Academias de las Ciencias, Univesidades, Grandes Écoles, en las que se hace más estrecho el intercambio entre análisis del presente, invención teórica y innovación política – Schiera y sus colaboradores han descubierto el conjunto de las práctivas a través de las cuales se hacen, más allá de las formales declaraciones de principios del derecho constitucional, los órdenes constitutivo-materiales de la época moderna 58. Los conceptos de las ciencias histórico-sociales, desde esta perspeciva, se analizan como indicadores de las líneas de demarcación y de conceptualización de las problemáticas de época y como verdaderos «Kampfbegriffe» sobre cuya lógica convergen, para alinearse en la batalla, las fuerzas que se disputan la hegemonía sobre los procesos constitucionales 59. Lo que de esta forma se tematiza es la fluidez y la ausencia de neutralidad de las prácticas disciplinares con las que se construye el objeto histórico, así como el conjunto de los procesos dinámicos y temporales que configuran – exactamente igual que como para Koselleck, a partir de la segunda mitad del siglo XIX — la síntesis estatal. No es un azar que Schiera, en este sentido, haya concentrado su propia investigación en la relación entre sociedad y Estado, y sobre las realidades de mediación histórica, y de regulación política, de aquella relación.
57
Cfr. P. Schiera, Il Cameralismo e l’assolutismo tedesco , Milano, Giuffrè (Archivio dela Fondazione Italiana per la storia amministrativa), 1968; P. Schiera, Il laboratorio borghese. Scienza e politica nella Germania dell’Ottocento , Il Mulino, Bolonia, 1987. 58 Cito, entre otros, P. Schiera, «Max Weber e la scienza tedesca. Con alcuna considerazioni sull‘organizzazione degli studi in Germania dalla fondazione dell‘Università d i Berlino alla prima guerra mondiale», en B. De Gerloni, Problemi e metodo, cit., pp. 113-130; L. Blanco, Stato e funzionari nella Francia del Settecente: gli «ingénieurs des ponts et chaussées» , Il Mulino, Bolonia, 1991; A MazzacaneP. Schiera (ed.), Enciclopedia e sapere scientifico. Il diritto e le scienze sociali nel’En ciclopedia giuridica italiana, Il Mulino, Bolonia, 1989. Sobre este punto se debe ver también P. Schiera, «Lo Stato moderno e il rapporto disciplinamento/legitimazione» (1986), ahora en Specchi della politica, Disciplina, melancolia, socialità nell’ Occidente moderno , Il Mulino, Bolonia, 1999, pp. 29-57, pp. 48 y ss. 59 Cfr. en este sentido M. Ricciardi, «Linee storiche sul concetto di popolo», en Annali dell’Istituto Storico Italo-Germanico in Trento, XVI (1990), pp. 303-369. X
Un análisis histórico-conceptual del problema no puede dejar de asumir, ante todo, la radical diferencia semántica que existe entre el antiguo concepto de societas civilis — encarnada en los aparatos corporativos-estamentales de la constitución del Antiguo Régimen — y el emergente concepto, intrínsecamente dinámico y conflictivo, de sociedad (bürgerliche (bürgerliche Gesellschaft; Gesellschaft ) separada del Estado. En la estructura lógica del concepto se produce una escisión que, al mismo tiempo, es huella de la necesi necesidad de nuevas formas de mediación. Lo social, una vez perdida la antigua forma de simple división del orden natural natural de las relaciones relaciones metafísicamente fundadas, se convierte, a mediados de siglo, en el lugar donde se construyen las relaciones de fuerza entre las clases y se descompone progresivamente el vínculo social. Y se convierte, precisamente por esto, en un «ámbito autónomo autónomo de observaciones científicas» en el preciso instante en que una «pretensión programática de cientificidad invade el mundo del saber y de la acción política» 60. La aceleración de la experiencia histórica y la imposición de un contexto de referencia en el que, en lugar de los modelos estáticos «naturales» naturales» de la hermenéutica política clásica, se impone por primera vez la primacía del «movimiento» movimiento» y «la dinámica» dinámica» como resultante como resultante del irreversible triunfo tri unfo de la sociedad industrial, caracterizan a la nueva revolución de la ciencia – obligada obligada a historizar y temporalizar sus propias categorías y a producir paradigmas interpretativos basados en las leyes del movimiento – y y con ello una drástica revisión de los aparatos conceptuales por medio de los cuales se había interpretado hasta ese momento la realidad. Lugar del «conflicto» y, al mismo tiempo, «de la acción del gobierno », lo social representa el marco a través del cual la ciencia se introduce en el cuadro de la constitución olvidando la escisión constitutiva entre las nuevas relaciones sociales determinados por la industralización y la personalidad del Estado y ofreciendo instrumentos para la elaboración de proyectos que puedan «racionalizar » su carácter tumultuoso 61. En segundo lugar, la valoración estricta de la relación «material» material» que, a causa de aquel conjunto de transformaciones, se instituye entre «saberes» saberes » y prácticas de gobierno, abre una ulterior instancia de confrontación con la historia de los conceptos 62. Si el proceso de «dinaminación» dinaminación» de la experiencia experiencia histórica, determinada por los conflictos inmanentes a las relaciones de clase propias de la sociedad industrial apenas descrito, se refleja – confirmando así de hecho los elementos cualificadores de la hipótesis de Koselleck – en en la estructura de significación de los conceptos políticos, la relación de «tensión» tensión» entre doctrinas, conceptos y constitución (tanto en términos de legitimación, como en términos de de polémica política) política) define, desde el el punto de vista del método, método, la necesidad metodológica de una ulterior especificación. Desde esta perspectiva, de hecho, en los «conceptos» conceptos» no podrán asumir los elementos atemporales o permanentes con que se considera tradicionalmente tejida la historia de las ideas, ni los asépticos elementos lógicos de la filosofía política 63. Y, ni siquiera, las voces individuales para la simple composición de un léxico político futuro. f uturo. 60
borghese, cit., p. 55. P. Schiera, Il Schiera, Il laboratorio borghese, Ivi, pp. 57-60; M. Ricciardi, «Linee storiche sul concetto di popolo», cit.; «Lavoro, cittadinanza, costituzione. Dottrina della società e diritti fondamentali in Germania tra movimento sociale e rivoluzione», en R. Gherardi-G. Gozzi (eds.), Saperi della borghesia e storia dei concetti fra otto e Novecento, Novecento, Il Mulino, Bolonia, 1995, pp. 119-159. 62 Cfr. G. Valera, «Storia della scienze e analisi della società: qualche considerazione di metodo», en Scienza & Politica, Politica, I (1989), pp. 7-25. 63 R. Gherardi, G. Gozzi, «Introduzione», en I concetti fondamentali delle scienze sociali e dello Stato in Italia e Germania tra Otto e Novecento, Novecento , Il Mulino, Bolonia, 1992, p. 7; R. Gherardi, G. Gozzi, «Introduzione», en Saperi della borghesia e storia dei concetti fra Otto e Novecento , cit., p. 9. 61
Si el centro de la reconstrucción reconstrucción se convierte en la clave constitucional de la política, saberes y prácticas de gobierno sobre las que se despliega y se temporaliza t emporaliza el sistema político, es evidente que los «conceptos» conceptos», modalidades por medio de las cuales se filtra concretamente y se organiza la experiencia de la historia, se estudiarán por los «valores de uso» uso » que asumen en el espacio intermedio entre la teoría y la praxis. Los conceptos «asumidos como elementos constitutivos de las doctrinas» y, por eso mismo, orientados en dirección a la práctica y a la lucha política cotidiana, «se revelan factores decisivos de la realidad constitucional en su conjunto» porque son «formas representativas» representativas» en las que se condensa la experiencia histórico-política de una determinada fase histórica, y lo son en tanto que son «fuentes de legitimación y lugar de fijación de los objetivos de la acción política» 64. De este modo, los conceptos, si queremos reconstruir su historia, no pueden ser aislados unos de otros, ni separados de los discursos políticos a cuya complejidad han contribuido. Y todo ello – junto junto con la necesidad de mantener los conceptos en un plano de análisis histórico-social – para para que los conceptos sean investigados exclusivamente según esta perspectiva, en el cuadro político-ideológico de la «doctrina» doctrina»65. En la «doctrina» doctrina», los conceptos políticos establecen cada vez — tanto tanto en el plano de las estrategias políticas, como en el más exquisitamente epistemológico de la fundación de saberes 66 — los los códigos de articulación de la experiencia histórica y el sistema de líneas de fuerza destinado a una provisional composición con la síntesis constitucional. Las «doctrinas» doctrinas», por tanto, ni conocen la rarefacción de la filosofía – en en la medida que están permanentemente permanentemente «contaminadas» contaminadas» por la flexibilidad de uso de los conceptos propia de la acción político-estratégica – ni ni reproducen esos cuadros «ideales» ideales» destemporalizados de los cuales sea posible trazar historias lineales. Las doctrinas contribuyen a clarificar el «campo de explicación de la ideología» i deología» 67. Justo por esto, las doctrinas desarrollan secuencias argumentales en cuyo interior los conceptos deben ser analizados según el concreto valor de significación cada vez asumido, mientra que las doctrinas representan modalidades irrenunciables — situadas en precisamente porque estaban históricamente históricamente situadas en el corazón de las estrategias de conquista de la hegemonía política — para para analizar «las fuerzas sociales y políticas, las doctrinas de las que ellas se hacen portadoras, las instituciones en que aquellas doctrinas encuentran su realización» 68. Los cambios de significado de los conceptos aparecen, aparecen, por tanto, «estrechamente vinculados a las transformaciones de las relaciones de fuerza y las 64
R. Gherardi, G. Gozzi, «Introduzione», en I Concetti fondamentali delle scienze sociali e dello Stato in Italia e Germania tra Otto e Novecento..., Novecento... , cit., p. 7. 65 Esto representa una realización directa de lo que J. Dunn propone metodológicamente para acreditar la Begriffsgeschichte. Begriffsgeschichte. Cf. J. Dunn, Storia delle dottrine politische, politische , Jaca Book, Milán, 1992, pp. 39-41; J. Dunn, «The History of Political Theory», en The History of Political Theory and other Essays, Essays , Cup, Cambridge, 1992, pp. 11-38, pp. 20 y ss. Pero véase también K. Palonen, Conceptual History as a Perspective to Political Thought , en Y. K. Lakaniemi, A. Rotkirch, H. Stenius (eds.), Liberalism. Liberalism. Seminars on Historical and Political Keywords in Norther Europe , The Renvall Institute of the University of Helsinki, Univ. Printing House, Helsinki, 1995, pp. 7-23. 66 Cfr. G. Gozzi, Modelli Gozzi, Modelli politici e questione sociale in Italia e Germania fra Otto e Novecento , Il Mulino, Bolonia, 1988, p. 11. 67 R. Gherardi, G. Gozzi, «Introduzione» a I Concetti fondamentali delle d elle scienze sociali e dello Stato in italia e Germania tra Otto e Novecento , cit., p. 7. 68 R. Gherardi, G. Gozzi, «Introduzione», en Saperi della borghesia s storia dei concetti fra Otto e Novecento, Novecento, cit., p. 9. Resulta evidente la deuda directa ( y casi literal) contraída con Koselleck, para quien «los análisis histórico-conceptuales» van unidos a los «análisis sociológicos de las situaciones» con el fin borghese , de recavar «la evidencia política de las ideas». Cf. R. Koselleck, Critica e crisi della società borghese, cit., p. 10.
formas de dominio que operan en el interior de la constitución material» 69. Pero también, y justo por esto, son historiográficamente representables sólo si se relacionan con la escena de una opinión pública ya constituida, en cuyo seno únicamente pueden darse conflictos fundados sobre la potencial movilización colectiva de las ideas. Un proceso, este este último, que, en su su forma completa, tiene tiene lugar a partir del siglo siglo XVIII 70. En este sendio sentido?, la historia de los conceptos se halla conscientemente ligada a la historia constitucional. La «constitución» constitución», dinamizada como el lugar donde se pueden reconocer las instancias proyectivas y estratégicas que se disputan la victoria desde el punto de vista político, es de nuevo aislada como el terreno del cual partir para reconstruir el significado de los conceptos. Esta perspectiva, estrictamente vinculada a metodologías de la investigación sociológica-jurídica o histórico-social y, en muchos aspectos, estrechamente ligada al modelo koselleckiano (por el respeto a la matriz histórico-constitucional; por el problema de la «dinamización» dinamización» de la síntesis constitucional de mediados del siglo XIX; por la constante verificación de los préstamos disciplinarios y conceptuales entre el léxico jurídico-político alemán y el italiano; por el «weberianismo» weberianismo» implícito en una teoría de la historia que pretende reconstruir el «tipo ideal« ideal« del desarrollo de la historia constitucional occidental), no reconoce, por tanto, autonomía de la dimensión conceptual del discurso filosófico-político, el cual se desvelan de todos modos las aporías y los umbrales de ruptura de las capactidades de contenido lógico de los conceptos políticos modernos, ni especificidad a la imaginación teórica por medio de la cual se ha pensado históricamente — y y no sólo, por tanto, a través del filtro de las categorías modernas — el problema el problema de de la política. Dirigida a reconstruir los procesos históricos reales, con respecto a los cuales se mide la fuerza argumentativa de los conceptos, la historia conceptual desarrolla una interpretación de la historia que nos aclara el juego de los nexos, de las problemáticas y de las categorías con las cuales históricamente se ha expresado el problema político, para recomponerlo según tiempos y modalidades derivados de la centralidad de la referencia a la constitución. O bien a las prácticas de legitimación y deslegitimación, de inclusión y exclusión, de acceso o censura que han determinado el discurso político en la medida en que este último ha obtenido (o ha dejado de obtener) reconocimiento constitucional en la intersección, históricamente condicionada, con las coordenadas teóricas y los aparatos disciplinarios del Estado moderno. En la cual, o bien se ha hecho ciencia que desarrolla la innovación constitucional, o bien se ha hecho ideología política que se opone a esta innovación en nombre del pasado o de una diferente concepción del futuro. Los conceptos, desde esta perspectiva, no pueden ser pensados fuera de aquella área de intercambio entre « palabra» palabra» y «concepto» concepto» producida por las ideológicas prácticas colectivas de ideologización que cargan el lenguaje l enguaje ordinario con una plusvalía política. Y este mismo presupuesto el que vacía de significado la referencia a las fuentes «cultas», cultas», equiparadas así, en cuanto un simple reservoir semántico más 71, a cualquier otra forma de testimonio histórico. 69
R. Gherardi, G. Gozzi, «Introduzzione», «Introdu zzione», en Saperi della borghesia s storia dei concetti fra Otto e Novecento, Novecento, cit., pp. 9-10. 70 Cfr. J. Habermas, Strukturwandel der Öffentlichkeit, Neuwied, Luchterland, 1962; trad. it., Storia e critica dell opinione pubblica, pubblica , Roma-Bari, Laterza, 1971; R. Koselleck, Critica illuminista e crisi della società borghese cit. borghese cit. 71 El punto de vista de la no-exclusividad de las fuentes es, por lo demás, compartido por el mismo Koselleck y por otros teóricos de la Begriffsgeschichte, Begriffsgeschichte, cf. R. Koselleck (ed.), Historische Semantik und Begriffsgeschichte, Begriffsgeschichte, Keltt-Clota, Stuttgart, 1979. X
La versión histórico-constitucional de la historia de los conceptos no se interroga sobre aquella versión que – precisamente asumiendo un punto de vista radicalmente histórico-conceptual – emerge como la condición histórica de una aproximación a la política (y a sus mismas fuentes teóricas) basada en la ideologización y en la conexión entre teoría y praxis. Dicha conexión aparece desde luego necesaria, ya que sobre ella se va a constituir el cuadro de referencias lógico-conceptuales de la ciencia política moderna, pero, al mismo tiempo, tal conexión se considera históricamente determinada justo porque hace referencia a una cesura en la imaginación teórica que inaugura el modo específicamente moderno de entender la política. En otras palabras, y como veremos pronto, la figura de la ideologización del pensamiento — o de su «natural» vinculación al dispositivo estratégico teoría-praxis — no es natural (porque está del todo ausente, por ejemplo, en el pensamiento político clásico), y, además, se presenta, desde el punto de vista histórico-conceptual, como el fruto de una construcción históricamente condicionada del «objeto» político72. Una secuencia epistemológica, esta última, que es muy anterior a la «Sattelzeit» koselleckiana y que debe ser interpretada — como veremos — más allá de la continuidad del proceso de «conmutación» lineal que «ideologiza» y « politiza», bajo la forma de «doctrina política», contenidos semánticos más antiguos. En fin, esta primera versión de la «historia de los conceptos» aparece fuertemente inclinada a acentuar el primero de los dos términos. El de la historia. Asumiendo los conceptos como simples elementos de las doctrinas, la historia conceptual los historiza contextualizándolos en el conjunto de estrategias argumentativas y disciplinares catalizadas por el cuadro de la representación constitucional de las fuerzas sociales, y después interpreta su «valor » en relación a situaciones «sociológicamente» determinadas del discurso político 73. Precisamente porque está dirigida metodológicamente al análisis histórico-social de los procesos de hegemonía reflejados en la «constitución material» de una fase o de una época histórica, la historia conceptual se mantiene subordinada a una interpretación más «global» de los procesos históricos, y les reconoce un papel auxiliar con respecto a una reconstrucción más intensa del contexto de referencia. En resumen, esta primera idea directriz de la recepción y de la reelaboración italiana de la historia de los conceptos — que, a nuestro parecer, queda muy connotada en sentido histórico-social precisamente a partir de la matriz hintzeana que le sirve de punto de referencia inaugural — despliega coherentemente, y con importantes resultados en la investigación, las siguientes premisas históricas: 1) valora los elementos del léxico político (o bien los conceptos) en permanente relación dinámica con los contextos sociales de referencia, y los asume sólo en cuanto partícipes del juego de fuerzas y de los conflictos por la hegemonía en los que se expresa la constitución material (Verfassung ) de una época histórica; 2) asume en consecuencia los conceptos, como un resultado coherente de la historcización, como mecanismos fundamentales para entender el paso de la teoría a la praxis que se produce en el seno de una específica fase 72
Valga desde a hora, a este respecto, la referencia a O. Brunner, «L‘epoca delle ideologie. Inizio e fine», en Per una nueova storia..., cit., pp. 217-240. 73 Sobre este punto, son clarísimas las obervaciones de P. SCHIERA, «Considerazioni sulla Begriffsgeschichte a partire dai Geschichtliche Grundbegriffe di Brunner, Conze e Koselleck», en Società e Storia, 72 (1996), pp. 403-411, para quien la aplicación de la Begriffsgeschichte al campo de las «doctrinas» («a la que se vincula el universo entero comprendido entre la producción científica y la ideología») representa, dentro del contexto europeo, la auténtica novedad de esta aproximación metodológica, hasta el punto de reclamar una historia que, «entre otras cosas, debe estar escrita en italiano» (p. 411). X
histórica; 3) concede, con el propósito de comprender el sentido histórico que tiene la conexión entre la teoría y los procesos de estatalidad moderna, una relevancia fundamental al cuadro de la ciencia, o al proceso de reconocimiento constitucional de las doctrinas y de los saberes; 4) atribuye a la historia de los conceptos un papel auxiliar respecto la historia social o a la historia constitucional, con vistas a una reconstrucción «global» de los mecanismos lógicos y de las estrategias políticas, económicas e institucionales que han determinado la transición constitucional producida entre los siglos XVIII y XIX; 5) todo esto, en definitiva, persigue coherentemente el objetivo de una historización cuidada del pensamiento con vistas a una reconstrucción más precisa, «típico-ideal», de la experiencia constitucional del Estado moderno. Se trata de una reelaboración directa de las distintas manifestaciones históricosociales de la ciencia histórica alemana, cuyo objeto consiste en la reconstrucción de los momentos fundamentales de la historia constitucional europea. En este sentido, se aprecia una filiación directa, aunque tal vez sólo reconocida parcialmente, con el modelo de Koselleck. Un modelo que desea excluir, justo por su implícita herencia weberiana, la segunda versión interpretativa de la historia de los conceptos. 3. Historia de los conceptos y filosofía política
Partiendo de las aproximaciones constitucionales de la filosofía política moderna (especial relevancia tiene el modo en que ésta ha anticipado, comprendido o proyectado el sistema de referencias lógicas de la estatalidad moderna)y, actuando así sobre el cauce de la perspectiva inaugurada por los trabajos de Schiera, para apoyarse a su vez en los historiadores que este último ha introducido en Italia (Brunner, sobre todo, pero también Hintze, Conze y Koselleck), una segunda dirección de la investigación italiana ha respondido en un sentido más marcadamente filosófico al problema de la formación del léxico político europeo. Para esta segunda perspectiva, la referencia a la historia de los conceptos no es tanto la consecuencia de una elección metodológica previa, cuanto más bien como el « producto» de la conexión que se establece entre, de un lado, la empresa genealógica de reconstrucción de los aparatos y de los órdenes lógicos fundamentales de las categorías políticas modernas y, de otro, el descubrimiento de la imposibilidad de traducir estas últimas a esquemas universales y, weberianamente, «objetivos», que reduzan a ecuaciones regulares oa constantes, modalidades y conceptos de la experiencia política occidental. La época de los conceptos políticos modernos — aislada por la investigación de los textos de la tradición filosófico-política occidental y organizada, a partir de esta última, como históricamente determinada — requiere necesariamente la reconstrucción en términos históricos de los propios tiempos conceptuales; mientras la adopción de esta misma perspectiva deja sin sentido el presupuesto relativo a la continuidad de los procesos de transformación que experimentan los elementos y estructuras lógicas del léxico político. Si se asume que la política moderna no coincide con una sustancia permanente, y que consiste más bien en un apretado sistema de conceptos organizado lógicamente para llenar un «vacío»74 – la ausencia de valores fundacionales, el retrait del Fundamento, la
74
Cfr. C. Galli, «Politica: un‘ipotesi di interpretazione», en Filosofia Politica, III, 1 (1989), pp. 19-39; Id. La «macchina» della modernità. Metafisica e contingenza nel moderno pensiero politico, en C. Galli (a c. di) Logiche e crisi della modernità, Bologna, Il Mulino, 1991, pp. 83-141. Sobre este tema debe verse del mismo autor, Genealogia della politica, Carl Schmitt e la crisi del pensiero politico moderno , Bologna, Il Mulino, 1996.
«nada» que pone en relación singularidades iguales y recíprocamente in-diferentes 75 – , entonces resulta posible (y necesario) interrogarse también sobre los límites76 , o bien sobre la condicionalidad espacio-temporal y sobre la contingencia histórica de los conceptos políticos modernos. La política no puede ser vista, desde esta perspectiva, como un orden continuo en sus divisiones históricas y temporales, ni puede ser representada dentro del marco de la propia historia, más allá de las categorías que se encargan de producirla. Esta consiste, en su declinación moderna, en una secuencia organizativa lógica e históricamente determinada. Inluida, por tanto, dentro de un espacio teórico del que se puede trazar la circunferencia y reconstruir los procedimientos de constitución. Es a partir de esta asunción cuando una segunda modalidad de reelaboración de la historia de los conceptos interroga al léxico político moderno. Motivada no por intentos de recomposición – la reconstrucción de una mapa de los conceptos fundamentales, la composición de las líneas históricas de los conceptos desde la antigüedad a la época contemporánea, la tarea de proporcionar más refinados instrumentos para la elaboración teórico-política a partir de una cuidada historización de los usos lingüísticos – , sino más bien de una potente instancia de crítica y desconstrucción. Si los conceptos políticos modernos poseen una historicidad específica, entonces será posible denunciar su pretensión de vigencia «universal» y «objetiva». Será posible reabrir la discusión en torno a ellos y a su intrínseco carácter aporético. Valorar la universalidad y objetividad de los conceptos políticos modernos por aquello que son en realidad: resultado de un proceso de sustancialización de los constructos lógico-teóricos de la ciencia moderna, constructos que pueden ser desconstruidos en la medida en que de dicha ciencia – y de sus conceptos – podamos trazar la genealogía. Esta segunda línea de interpretación y de investigación, elaborada en particular por el «Grupo de investigación de los conceptos políticos modernos» activo a partir de finales de los años 70, bajo la dirección Giuseppe Duso 77 en el Instituto de Filosofía de la Universidad de Padua, desarrolla una doble crítica a la Begriffsgeschichte de matriz koselleckiana. Ante todo, a la propuesta metodológica de Koselleck se le achaca su falta de radicalidad. La historia de los conceptos, levantada sobre una noción de «ciencia histórica» sobre la que jamás se discute su contingencia (a pesar de que el mismo Koselleck es el autor de una importante historia del concepto de «historia»78), no resulta, en ese modelo, obligada a actuar frente a sus propias categorías. Koselleck, por el contrario, atribuye necesariamente valor fundacional a categorías metahistóricas generales (las categorías rigurosamente formalizadas y, por tanto, «modernas» del 75
Cfr. la reelaboración de motivos de J. L. Nancy y P. Lacoue-Labarthe, en R. Esposito, Communitas. Origine e destino della comunità, Torino, Einaudi, 1998. 76 Sobre el tema del límite, y de los «términos» de la política moderna, cfr. R. Esposito, «Termini della politica», en Micromegas, 1 (1994), pp. 147-174. 77 Las contribuciones colectivas del grupo de investigación de Padua son las siguientes: AA.VV., Per una storia del moderno concetto di politica, Cleup, Padua, 1977; AA.VV., Il concetto di rivoluzione, De Donato, Bari, 1979; G. Duso (ed.), El contato social en la filosofía política moderna, Res Publica, Murcia, 2002; G. Duso (ed.), Il potere. Per la storia della filosofia politica moderna, Carocci, Roma, 1999 (20012); G. Duso (ed.), Filosofia politica e practica del pensiero. Eric Vogelin, Leo Strauss, Hannah Arendt , Angeli, Milán, 1988; G. Duso (a c. di), Oltre la democrazia. Un itinerario attraverso i classici, Roma, Carocci, 2004. [togliere la nota!] 78
R. Koselleck, «Historia magistra vitae. Sulla dissoluzione del topos nell‘orizzonte di mobilità della
storia moderna», en Futuro pasado, cit., pp. 30-54. Pero cfr. también Id. «Einleitung» a la voz Geschichte, Histoire en Geschichtliche Grundbegriffe, cit., vol. 2, Stuttgart, Klett-Cotta, 1975. X
tiempo histórico: por ejemplo, pasado, presente, futuro, o «experiencia» y «expectativa») que solas permiten establecer el «marco» histórico dentro del cual englobar historias que atraviesen diferentes contextos histórico-semánticos. Incluso aquellos, como la antigüedad clásica, que como desconocen la distinción filosóficohistórica (escatológico-cristiana, primero, y moderna después) entre «experiencia» y «expectativa» deberán, en cambio, permanecer constitutivamente «impermeables» a tales instancias interpretativas. En otros términos, la historia de los conceptos jamás viene estimulada por Koselleck hasta el punto de preguntarse por el proceso histórico de aquella misma «cientifización de la historia»79, que ha permitido al Lexikon de los Geschichtliche Grundbegriffe homologar experiencias históricas drásticamente diferentes, trazando historias de los conceptos que recomponen la parábola que nos lleva desde la antigüedad al mundo contemporáneo. Al contrario, de hecho, el problema de la historia de los conceptos, desde los exordios brunnerianos, es el problema de la historia no de todos los conceptos políticos, sino de los conceptos políticos modernos. O de cómo se ha producido la síntesis lógica (o la revolución, si se prefiere) de la Modernidad política. Volveremos sobre este tema. En segundo lugar, el modelo koselleckiano prescinde de la acentuación históricosemántica. Lo que está aquí en cuestión no es la historia social de las « palabras», o el proceso de valoración que, dotándolas de plusvalía política, transforma las « palabras» en «conceptos», en el plano de la acción colectiva. Y ni siquiera la intención de disolver la potencia lógica de los conceptos políticos modernos a través de extenuantes procedimientos de contextualización. No es una perspectiva exquisitamente historicista. El verdadero problema, al que sólo se puede ofrecer una solución en términos históricoconceptuales, es el de la génesis de la filosofía política moderna como ciencia política moderna.Desde este punto de vista, lo que asume el modelo de Koselleck, para ser ulteriormente radicalizado en sus consecuencias lógico-teóricas, es esencialmente el presupuesto nietzscheano según el cual los «conceptos no tienen historia» 80. Que los conceptos no tengan historia y, sin embargo, contengan una historia, significa fundamentalmente que los conceptos no pueden ser asumidos como entidades idénticas a sí mismas o, en todo caso, permanentes, que se proyectan, evolucionando y cambiando su significado en relación con los contextos históricos atravesados, sobre el plano cronológico y temporal de la «historia». Una advertencia, esta última, a menudo «traicionada» por las propias voces en las que los Geschichtliche Grundbegriffe recogen las «historias» de los conceptos individuales81. 79
A. Biral, «Koselleck e la concezione della storia», en Filosofia politica, 1 (1987), y ahora en Storia e critica della filosofia plitica moderna, Angeli, Milán, 1999, pp. 251-257. Este planteamiento crítico de Biral ha jugado un papel casi fundacional en la recepción filosófico-política de la Begriffsgeschichte por parte del grupo de Padua. 80 R. Koselleck, «Begriffsgeschichtliche Probleme der Verfassungsgeschichtsschreibung», en W. Conze (ed.), Theorie der Geschichtswissenschaft und Praxis des Geschichtsunterrichts , Klett-Cotta, Stuttgart, 1972, p. 14: «Begriffe als solche haben keine Geschichte. Sie enthalten Gescichte, haben aber keine ». El tema se recupera con intenciones de fundación en G. Duso, «Storia dei concetti como filosofia política», en Filosofia politica, XI, 3 (1997), pp. 396-426, ahora en La Logica del potere. Storia concettuale como filosofia politica, Laterza, Roma-Bari, 1999 (ahora: Monza, Polimetrica, 2007 open access), pp. 3-34, especialmente pp. 5 y ss (cfr. aquí, capítulo cuarto). 81 Baste la referencia a la voz «Herrschaft» (Geschichtliche Grundbegriffe, vol. 3) citada muchas veces en el contexto del debate sobre la Begriffgeschichte como el ejemplo más logrado ( Cfr. M. Richter, The History of Political and Social Concepts, cit., pp. 58 y ss). Secundar la premisa que quiere la semántica del poder, construida lógicamente sobre la relación mando/obediencia, significa proyectar indebidamente hacia atrás, recalcando de manera inconsciente la categorización weberiana, una modalidad exclusivamente moderna de interpretar la relación política. Sobre este punto, cfr. O. Brunner,
Los conceptos no tienen historia porque no vehiculan un núcleo racional constante del que pueda ser extraída la historia. Partir de este presupuesto significaría contradecir la premisa teórica misma de la Begriffsgeschichte, y asumir de nuevo los conceptos como entidades universales generales, en cierto modo «constantes», aunque en movimiento o en transformación. Sólo de los conceptos modernos es en verdad posible decir que han tenido una «historia». Porque su génesis es históricamente determinable; y porque, además, sólo con ellos comparecen las categorías formales de la representación histórico-historiográfica. Y aún más. Si la historia de los conceptos se limitase a esto, entonces no haría sino asumir acríticamente y como «objetivo» el cuadro de referencias y de coordenadas de la ciencia moderna, proyectándolo retrospectivamente sobre la historia a través de la historia de sus componentes conceptuales individuales. Como si, por tanto, al dispositivo teórico de la modernidad se le pudiera adscribir historicidad sólo con subsumir a sus categorías toda la historia, universalizándo el dispositivo lógico de la modernidad – y produciendo así «objetividad» del mismo – , y ajustando a él toda diferencia que pueda desvelar sus aporías constitutivas y sus aspectos condicionales. Sin interrogarse, entonces, sobre la legitimidad histórica de los conceptos modernos, sobre su relatividad y sobre su determinación. En este sentido, y justo por esto, la historia conceptual no puede ser, como ha podido escribir Duso, «la recopilación de los diversos significados que los conceptos han tenido en el curso del tiempo, sino más bien la reconstrucción de la formación del significado que tienen los conceptos modernos»82. Por estos motivos, esta segunda propuesta italiana de la Begriffsgeschichte en Italia renuncia a algunos de los aspectos más significativos del modelo de Koselleck (la forma del léxico, la teoría del « proceso de conmutación», el anclaje en la historia social), y, además, utiliza un dispositivo teórico diferente y más radical. Esta segunda propuesta indaga la cesura que abre la modernidad política, y que sólo puede ser asumida analizando críticamente — y desde el interior — la constelación de los conceptos y de las categorías políticas modernas históricamente determinadas. Sólo partiendo del problema histórico-conceptual del origen y del significado históricamente determinado de los conceptos políticos modernos resulta posible, según esta perspectiva, trazar los límites de amplitud (en sentido histórico-conceptual) y de contenido (en sentido lógico) del dispositivo conceptual por medio del cual se ha pensado en términos modernos el problema de la política. Para sacar de la jaula de acero de sus modalidades de representación «otras» formas de pensamiento – o, de forma más sencilla, históricamente irreductibles a las primeras – sobre la política o sobre lo que se ha representado antiguamente como lo «común» (koinón). Un primer efecto de este planteamiento es, por tanto, vaciar de sentido aquel presupuesto tácito de la representación historiográfica destinado a eternizar — y a pensar «weberianamente» como objetivos — categorías y conceptos que son propios del horizonte del dispositivo cuyos componentes y lógica tratan ahora de estudiarse. En este sentido, a conceptos como «Estado», «sociedad» o « pueblo» no les corresponde ninguna realidad «objetiva» – ya que tan sólo son modalidades (típicamente modernas) a través de las cuales se construyen formas históricamente determinadas de relación política entre los hombres – mientras que a conceptos como «derechos humanos», «libertad», «igualdad» o «democracia» – pensados, en general, bajo la forma del valor, y por ello sustraídos al condicionamiento histórico, se les deberá retirar toda vaga «Osservazioni sui concetti di dominio e di legitimità» (1962), en Filosofia politica, I, 1 (1987), pp. 103120. 82 Cfr. G. Duso en el quinto capítulo, § 2 de este volumen.
connotación de atemporalidad 83. ¿Es posible, por lo demás, que solamente se pueda pensar algo así como la «libertad» — en el sentido de la autonomía individual de una voluntad que es reconocida a todos como autonomía universal — dentro del mundo clásico cuyo horizonte está basado en la esclavitud y sobre una noción esencial de «naturaleza», según la cual «las cosas son necesariamente como son»? 84. Las consecuencias de este planteamiento del problema son evidentes. De un lado, se reabre lo que Max Weber había cerrado. Al sistema de conceptos de la ciencia política moderna no le corresponde ninguna realidad inmediata o sociológicamene relevante; además, esta misma «realidad», que se nutre de conceptos históricamente condicionados, no es más que el fruto de una construcción teórica precisa. No hay «objetividad», por tanto, a la cual se pueda acudir para resolver el problema conceptual de la política moderna. De otro lado, la eliminación genealógica de la atemporalidad de los conceptos (supuestamente universales) los torna «históricos» y los expone a su vez a la investigación genealógica. Con esto, el weberianismo de fondo es completamente eliminado del modelo de Koselleck. El problema no consiste aquí en lograr, a través de la reconstrucción de las historias de los conceptos individuales, la recomposición del léxico político europeo. Ni en salvaguardar, gracias al plano universal de la «ciencia histórica», la perfecta traducción lógica de los conceptos antiguos en modernos, para poder valorar las instancias de continuidad y de transformación que intervienen en el proceso de conceptualización de la experiencia occidental 85. Lo que está en juego es más bien el problema de la especificidad (o de la parcialidad) de las categorías políticas modernas, así como el montante de crítica que es posible reivindicar con respecto a tales categorías, una vez que hayan renunciado a su pretensión de universalidad. Este cambio se ha producido en un movimiento de dos tiempos. En primer lugar, recogiendo el presupuesto de Koselleck según el cual el problema por excelencia de la historia de los conceptos es la «disolución» del mundo antiguo y el «nacimiento» del moderno (die Auflösung der alten und die Entstehung der modernen Welt )86. La historia de los conceptos debe preguntarse a partir de ahora por el «lugar » de aquella fractura, por su colocación temporal, y por «cuáles y de qué tipo son las condiciones» que la han producido87. En segundo lugar, y una vez superado el presupuesto « brunneriano», en virtud del cual se ha criticado la irreflexiva atribución de un carácter científico al concepto de historia con el que trabaja Koselleck 88, la interrogación históricoconceptual del léxico político moderno no podrá detenerse en el descubrimiento de la fractura que contrapone los horizontes de sentido recíprocamente irreductibles (aquel «antiguo» y aquel «moderno»), sino que debe llegar a una radical «problematización del 83
Cfr. G. Duso, Historia conceptual como filosofía política, p. V. Aquí, capítulo cuarto de este volumen. Aristóteles, Met ., V, (D), 1015b 5. 85 Este presupuesto ha sido atacado por la continuidad que se establece entre los conceptos de «político», «moderno» y «estatal», y en nombre de la incompleta asunción de la política por parte del Estado. Cfr. L. Ornaghi, «Sui concetti e le loro propietà nel discorso politico moderno», en Filosofia politica, IV, 1 (1990), pp. 57-73, sobre todo las pp. 59-63, también Id. «Prefazione» a R. Koselleck, CH. Mayer, Progresso, Marsilio, Venecia, 1991, pp. IX-XVIII. 86 Cf. R. Koselleck, «Einleitung» al Lexikon dei Geschichtliche Grundbegriffe, cit. p. 14. Sobre este punto, G. Duso, Historia conceptual..., cit., p. 12. P. De Boer, en su obra The Historiography of German Begriffsgeschichte and the Dutch Project of Conceptual History (cit., pp. 14 y 24) hace notar, por lo demás, que este problema koselleckiano – o el de la Sattelzeit – que inaugura la modernidad, ha sido directamente tomado de O. Brunner y de su Land und Herrschaft . 87 G. Duso, Historia conceptual..., cit., p. 13. 88 A. Biral, Storia e critica della filosofia politica moderna , cit., pp. 255-256. 84
presente» «que debe siempre ser reiniciada desde el principio», y de esta manera asumir una premisa teórica fuertemente antihistoricista, la cual no puede ser satisfecha con la simple asignación de los propios conceptos a una época determinada, y que pretende operarse siempre de nuevo con la plena conciencia de los condicionamientos que el presente — o bien nuestro horizonte lógico — impone sobre nuestro modo de pensar la política y sus conceptos 89. El trabajo sobre el léxico político no puede ser, si seguimos esta dirección de investigación, más que un trabajo crítico desplegado sobre el horizonte de sentido de lo moderno y sobre la modalidad por medio de las cuales el dispositivo lógico de las categorías y de los conceptos modernos, eternizados y naturalizados como conceptos universales de la moderna y científica historia, sigue condicionando la aproximación a la pregunta filosófica por la acción política. Por tales razones, esta perspectiva históricoconceptual se ha movido en una dirección doble: 1) ha desarrollado investigaciones sobre la «Trennung» entre antiguo y moderno que debe comenzar antes de la «Sattelzeit» (o «Schwellenzeit», como ahora parece preferir Koselleck) entre los dos tiempos históricos90; 2) ha problematizado el carácter de «cumplimiento» de la modernidad, y reabierto el problema filosófico de lo Político a partir de la crítica realizada al sistema lógico de los conceptos modernos. El proceso que inaugura a la revolución de la modernidad política tiene lugar con la filosofía moral y política del mecanicismo y con las doctrinas del pacto social. En este contexto – que ha de entenderse en términos sustancialmente lógicos y no históricotemporales puesto que lo que se forja es el dispositivo de categorías y de conceptos con los que se pensará la política hasta la época de la crisis del siglo XIX 91 – , cambia radicalmente el sistema de referencias antropológicas sobre las que se funda la reflexión ético-política. Lo que se produce es el fin del larguísimo período dominado por un aristotelismo cristiano difuso, y el triunfo, a partir de las guerras de religión y del naciente individualismo burgués, de una nueva fundación epistemológica, la cual se basa tanto en la irreductibilidad física de la acción, como en la necesidad de una mediación política de la crisis capaz de descomponer toda topología consolidada de los ordenes naturales. La ciencia política moderna nace como consecuencia de la desautorización consciente y científica del sistema lógico de gobierno que partía de la estructura del alma del individuo — sabio, en cuanto capaz de «autogobierno» — , se extendía englobando progresivamente las formas naturales y políticas de socialización humana, y discurría sobre las líneas propias de diferenciación interna. Puesto que es natural que, «en todas las cosas que resultan de una pluralidad de partes y forman una sola entidad común», exista «quien manda» y «quien obedece» – así como en el ser vivo, compuesto de alma y cuerpo, es natural que la primera mande sobre el segundo 92 – , en el interior del oikos y luego de la ciudad, en la cual se aplica el arché a hombres libres, es igualmente natural que rija un conjunto de relaciones jerárquicas (en virtud de las cuales «el alma domina el cuerpo con la autoridad del señor» 93) que se esfuercen en reconocer 89
Éste es el resultado más radical del razonamiento programático desarrollado por G. Duso, Historia conceptual ... cit., pp. 27-29. 90 Una datación previa de la «Schwellenzeit» en el siglo XVII tardío ha sido propuesta para el léxico político francés. Cf. R. Reichardt, E. Schmidt, G. Van Den Heuvel, A. Höfer (eds.), Handbuch politisch sozialer Grundbegriffe in Frankreich (1680-1820), Oldenbourg Verlag, Munich, 1985. 91 Cfr. G. Duso, «Pacto social y forma política», Introducción a El contrato social en la filosofía política moderna, cit., p. 47; Id. La rappresentanza: un problema di filosofia politica, FrancoAngeli, 1988. 92 Aristóteles, Pol . Y, (A) 1254a 35. 93 Pol . Y, (A) 1254b 5.
a los mejores su supremacía. Alrededor de estas figuras del arché racional donde se organizan los diversos tipos de intercambio político en el mundo clásico y premoderno. Basándose en el presupuesto de la natural desigualdad de los hombres (que, en el orden de su convivencia, difieren entre sí de un modo similar a como difieren «las partes» de un conjunto); y en la vigencia de una serie de relaciones que exige de quien gobierna, si es que quiere dominar, la pericia y la sabiduría práctica propia de aquellos que siempre están en condiciones de dominar la situación. Como es fácil de ver, pericia y sabiduría práctica, así como el «autogobierno» del sabio94, tienen mucho más que ver con el mundo de la «virtud» que con el de la ciencia. Por ello se puede explicar la insistencia — de Cicerón a Jean Bodin — en la metáfora del gubernator rei publicae como timonel de la nave del Estado 95. Durante siglos, el topos alude a la apología de un orden político que, precisamente por referirse a un complejo conjunto de partes (las diferencias naturales entre los hombres, entre padre e hijo, entre macho y hembra, entre noble y plebeyo, entre los diferentes órdenes y éstats de la sociedad corporativo-estamental), requiere del gobernante la virtud de la sabiduría y de la mediación. Y es el aspecto práctico, prudencial, de la virtud, lo que desaparece de escena con la revolución — anticipada por el derecho natural — que introduce la igualdad y destruye la posibilidad de un orden fundado sobre la inmediata legitimidad del «gobierno» de los mejores. Las investigaciones de Alessandro Biral se han centrado en los aspectos unitarios de esta crisis. Montaigne es el primero en aclarar esa confusa interpretación de la política que tradicionalmente se ha fundado en el primado de la virtud y de la sabiduría, y en comprender el estimulante reto planteado por una dimensión histórica que reclama la necesaria neutralización política de las pasiones, y no la simple exigencia de moderación o la mesura de los individuos privados. Frente a las imposiciones de un mecanismo jurídico – el de la obligación político-moderna – que se basa en la neutralidad del mecanismo mando/obediencia asociado a la forma- ley, «el ‗sabio‘», como ha escrito Alessandro Biral «ya no es la figura de un buen padre de la casa o de un buen gobernante, sino exclusivamente la de un individuo privado» 96. La genealogía de todas esas distinciones fundamentales sobre las cuales se sustenta la fundación lógica de las categorías y de los conceptos modernos, esa distinción entre « público» y « privado» discurre a lo largo de la despolitización de la virtud (desde Montaigne hasta Charron, los libertinos y Bodin), y opera a favor de la Ersatz que defiende la sustitución de la sabiduría práctica por la «razón pública» encarnada en el soberano 97. La virtud pasa a ser exigible únicamente en la esfera de las opiniones y de los comportamientos privados, mientras también el sabio, por lo que respecta a su participación en la vida política, deberá, a partir de ahora, someterse forzosamente al imperativo « público» de la ley. De este modo, la completa fundación teórica e institucional de la antigua constitución europea — por retomar la expresión de Otto 94
Es, este, un tema que aflora en la última fase de la investigación de Michel Foucault como alternativa a la identificación del sujeto de derecho realizada en dependencia (como sometimiento, esto es) con el poder. Véase: M. Foucault, Le gouvernement de soi et des autres, Cours au Collège de France 19821983, Paris, Gallimard-Seuil, 2008. 95 Sobre el uso político de las metáforas y sobre la metáfora de la nave del Estado, cfr. F. Rigotti, Metafore della politica, Il Mulino, Bolonia, 1989, pp. 41-60; pero también cfr. Id., Il potere e le sue metafore, Feltrinelli, Milán, 1992. 96 A. Biral, Montaigne e Charron. Etica e politica nell’epoca delle guerre di religione (1982), ahora en Storia e critica della filosofia politica moderna , cit., p. 72. 97 A. Biral, Per una storia della sovranità (1991), ahora en Storia e critica della filosofia politica moderna, cit., pp. 275-318.
Brunner 98 — comienza a vacilar. Confinado en el ámbito de lo « privado», el Hausvater , el macho libre, adulto y «sabio» de la tradición aristotélica, deja de ser el fundamento de la cadena política que parte de la «casa como complejo» 99 para llegar hasta la esfera de participación ciudadana, y se convierte ahora en un simple súbdito del Estado. Sabio, en el contexto de las guerras de religión, ya no es aquél que intenta imponer un discurso público caracterizado por su moderación y buenos consejos, sino el hombre que ha comprendido que la anarquía y la revuelta sólo pueden ser superadas con la ayuda de un poder unitario, soberano y capaz de definir — del mismo modo y para todos — los criterios « públicos» de la buena acción. Por una feroz ironía de la historia, la legalidad se convierte así en la forma terrena — la única posible — de la justicia. El Estado en el garante de la paz y de la igualdad de los súbditos. La cesura entre «interno» y «externo», entre « público» y « privado» también sirve para explicar la «Trennung» entre el mundo antiguo y el mundo moderno. Sólo en el mundo moderno los individuos, iguales ahora gracias a un poder que les ha liberado del sometimiento y de la dependencia de otros hombres, pueden llegar a ejercer la razón de manera « privada» — a menudo también objeto de una áspera crítica política, como ha recordado el mismo Koselleck 100 – y no de interferir los unos con los otros en virtud de un poder que impone la paz entre ellos. La sociedad de los modernos, a diferencia de la sociedad de los antiguos ( politiké koinonía, societas civilis), ya no puede ser representada como un cerrado compuesto al que se aplica una lógica prudencial de gobierno, pues se ha convertido en un espacio dentro del cual los individuos, una vez liberados del sometimiento y del dominio, pueden conducir libremente su propia vida, pero con la condición de que obedezcan las leyes y respeten la igualdad y libertad de los otros101. La distinción entre la moderna societas sine imperio – libre «federación de egoísmos racionales», «multiplicidad de libertades escindidas», que se reconocen recíproca igualdad en la «igual independencia de todos» gracias a la forma de la ley – y la antigua societas cum imperio de la que el «gobierno» sanciona la interna diferenciación basada sobre la desigualdad 102, es la distinción fundamental que se halla en la base del dispositivo lógico del pacto social — cuya «época» coincide, para esta segunda interpretación italiana de la Begriffsgeschichte, con la «época» de los conceptos políticos modernos 103 — , van a ser decisivas para comprender la temática constitucional de los últimos siglos. Y uno de los resultados, en apariencia más desconcertantes, de tales planteamientos interpretativos consiste en haber hecho notar
98
Cfr. en particular O. Brunner, Adeliges Landesleben und Europäischer Geist , Otto Müller Verlag, Salzburg, 1949; trad. it. de G. Panzieri, Vita nobiliare e cultura europea, Il Mulino, Bolonia, 1982. Se trata de la investigación con la que Brunner abandona la Volksgeschichte germánica — también con la finalidad de conseguir su rehabilitación teórica en una época de desnazificación — e intenta abrirse a la Strukturgeschichte comparada con ambiciones europeas. 99 Hago referencia, como es obvio, a O. Brunner, «La casa como complesso e la antica economica europea», en Per una nuova storia, cit., pp. 133-164. 100 R. Koselleck, Crítica y crisis del mundo burgués, cit. 101 G. Duso, «Fine del governo e nascita del potere», en La Logica del potere, cit., p. 55-85; A. Biral, «Hobbes, La società senza governo» (1987), ahora en Storia e critica della filosofia politica moderna , cit. pp. 83-143, en particular pp. 108-109. 102 A. Biral, «Hobbes, la società senza governo», cit., p. 109. 103 G. Duso, «Pacto social y forma política», cit., pp. 9 y ss. X
que los efectos de esta lógica, la cual alcanza su expresión más estricta y potente con el absolutismo y con Hobbes, llegan hasta la Revolución Francesa e incluso más allá 104. Todo el mecanismo de los concetos políticos modernos parte, según el modelo de la la Begriffsgeschichte propuesto por Biral, de la revolución de la igualdad y la cientifización de la ética. Esto sustituye el autodomino del sabio por la regularización impuesta por los mecanismos normativos del Estado. Modifica el estatuto de la ética clásica – centrado centrado en la flexibilidad de la acción fronética – replanteando replanteando el problema ético a partir de las leyes de movimiento de la mecánica. Regularizar y hacer previsible el comportamiento de los hombres, garantizar la seguridad de de los ciudadanos privados, y no su felicidad , son los fines que asume la nueva ciencia política. Y, además, coordinar dicha búsqueda de seguridad con el presupuesto revolucionario de la igualdad. De este modo, las teorías del contrato social – o o el sistema de los conceptos y de las lógicas sobre las que se basa el discurso de la soberanía – se se encuentran en el origen de las constelaciones de conceptos políticos modernos. El problema de lo justo desaparece y es sustituido por el de la legalidad. Los hombres son libres porque son iguales en cuanto a su voluntad. El cuerpo colectivo, que se deriva de la unión de las libertades individuales, no podrá, por tanto, tolerar ninguna diferencia ni privilegiar perspectivas parciales. Por este motivo, la expresión política de la voluntad del cuerpo colectivo deberá ser única. La unicidad de la voluntad soberana no podrá ser producida más que a través de la representación; y se legitimará exclusivamente con argumentos racionales, ya que con el presupuesto de la igualdad se ha desvanecido también la legitimidad de las lógicas del gobierno «natural» natural», las cuales organizaban las pulsiones divergentes de las diferentes partes del cuerpo político y de sus intereses parciales. «Fin del gobierno y nacimiento del poder» es otro modo de expresar, según la fórmula de Duso, la disolución del mundo antiguo y el nacimiento del moderno 105. «Individuo» Individuo», «igualdad» igualdad», «sujeto» sujeto», «libertad» libertad», «voluntad» voluntad», «derechos» derechos», «representación» representación», «legitimidad» legitimidad » y «soberanía» soberanía» – entre otros – son los conceptos fundamentales de la modernidad que, según esta propuesta, se hallan estrechamente relacionados con una política que parte de la transformación de la ética en ciencia, en la medida en que esta empieza a pensarse según la cientifización de la ética (que produce, a su vez, aquella conversión de la historia en ciencia discutida por ser irreflexivamente asumida, según el propio modelo de Kosellec) 106, y según las categorías de la forma jurídica moderna. Lo Político coincide coincide ahora con lo Jurídico. El léxico político moderno moderno genera un dispositivo lógico en el cual cada uno de los conceptos hace referencia a los otros, y ninguno de ellos a una realidad fundacional externa. No hay valores, ni realidad histórica objetiva, a los que se pueda exigir el deber de otorgar una «sustancia» sustancia» a los procesos constituyentes por medio de los cuales los conceptos políticos modernos produce su efecto de efecto de ordenamiento de la realidad. Y así, por ejemplo, al concepto de « pueblo» pueblo» no se le puede asignar ninguna referencia sociológica. Algo como el « pueblo» pueblo» no existe fuera del cono de sombra proyectado por 104
A. Biral, «Rivoluzione e costituzione: la costituzione del 1791», en Storia e critica della filosofia politica moderna, moderna, cit., pp. 207-225; G. Duso, «Rivoluzione e costituzione del potere», en Id. Il potere, potere, cit., pp. 203-211. Que Hobbes pudiese ser considerado «el padre de todos los jacobinos» era un dato ya sabido por K. L. Von Haller, La Haller, La restaurazione della scienza scienz a politica (1816-1834), ed. de M. Sancipriano, UTET, Turín, 1963-1981, vol. I, p. 153. 105 Cfr. G. Duso, «Fine del governo e nascita del potere», cit.; Id. (a c. di) Il potere cit. potere cit. 106 Cfr. A. Biral, «Koselleck e la concezione della storia», cit., pp. 252 ss. Es el pasaje que traduce la ética en ciencia social. X
las categorías políticas modernas, las cuales construyeron la subjetividad del « pueblo» pueblo» gracias a la erosión de la sociedad corporativa y a la asunción de la universalidad del querer. El « pueblo» pueblo» existe, en el léxico político moderno, como portador de «voluntad» voluntad» y, así, como «sujeto» sujeto» político, sólo en cuanto se trata de un compuesto in-diferenciado en el propio interior (lo que es lógicamente posible después de que se produzca el agotamiento semántico — en en nombre del principio de igualdad — de la articulación social en estamentos, órdenes o clases ) clases ) y como entidad política, por tanto, construida en en términos exclusivamente representativos. Sólo en nombre de la soberanía del pueblo es posible en sentido moderno legitimar actos de d e gobierno. Y, sin embargo, la existencia de algo así como la «soberanía del pueblo» pueblo» es únicamente posible por la acción del «representante» representante»; o bien al precio de una radical despolitización de despolitización de las posibilidades de acción de los individuos singulares o concretos. En el corazón de la modernidad aparece así un dispositivo lógico que expropia al individuo de su propio poder , el cual es transferido a los aparatos jurídicos que garantizan la seguridad a través de la certeza del derecho. Especialmente Especialmente en el tema de la propiedad. pr opiedad. Como se puede deducir con facilidad del ejemplo propuesto, sería imposible, por otra parte, trazar la historia del concepto de « pueblo» pueblo» sin hacer referencia a los conceptos de «representación» representación», «derecho» derecho», «voluntad» voluntad», «legitimidad» legitimidad» o «soberanía» soberanía», que entran benjaminianamente, en necesario efecto de resonancia con él. Ello comporta que esta segunda segunda dirección interpretativa, interpretativa, a pesar de asumir asumir como problema propio propio el léxico político europeo de la edad moderna, no pretende reconstruir la historia de los conceptos singulares, sino más bien privilegie en cambio el análisis del dispositivo lógico que forja su significado unitario; y desde este cuadro unitario, que esta recaba de la investigación de los conceptos empleados en los textos clásicos del pensamiento político moderno, investiga su complejo contenido y su expresión constitucional 107. Se trata de una cuestión fundamental que se repite en varias ocasiones. Desde esta directriz de investigación, la perspectiva histórico-constitucional, como hemos tenido ocasión de recordar, no opera como simple opción metodológica. «Instrumentos» Instrumentos» (los conceptos) y exigidos por el «modalidad» modalidad» (la perspectiva histórico-conceptual) de investigación son exigidos por mismo «objeto» objeto» (el léxico político moderno) que debemos investigar. Este «objeto» objeto» de la investigación es el que nos lleva a elaborar un mapa de los elementos fundamentales – o a establecer el elenco de los conceptos necesarios para comprender las distintas formas de la política moderna – y y a reclamar una perspectiva hermenéutica que asuma su absoluta discontinuidad con respecto a cuanto la precede históricamente. Una discontinuidad que parte de la revolución que implica el nuevo dispositivo lógico encargado de poner en relación (y en recíproca tensión) los conceptos políticos modernos. No por causalidad, el segundo efecto de torsión del léxico político — después después de la reducción científica de la ética que se encuentra en la base de la distinción entre « público» público» y « privado» privado» — se produce por la ideologización del pensamiento que transforma los conceptos en vehículos aptos para organizar la realidad. Exclusivamente moderna es la institución de una relación prescriptiva entre «teoría» teoría» y « praxis» praxis»108. La 107
También en el caso del volumen titulado Il potere. Per la storia della filosofia politica moderna – así así como en los volúmenes que recogen el resultado de las investigaciones histórico-conceptuales de Alessandro Biral y de Giuseppe Duso – la la reconstrucción se articula a través de problemas y autores, y no a través conceptos, pues se pretende privilegiar el análisis de un dispositivo lógico, y no la reconstrucción histórica de los semas de un léxico. X 108 Esta es una de las diferencias fundamentales entre este segundo modelo de recepción y el estudiado en el §2. Entre las fuentes que le inspiran cabe mencionar O. Brunner, «L‘epoca delle ideologie. Inizio e
fine», cit.
modernidad política, a diferencia del pensamiento antiguo, parte del presupuesto de que de la acción es posible extraer un modelo racional y perfecto, que debe ser después aplicado a las relaciones histórico-sociales. Una vez más, la «Trennung» Trennung» se sitúa a la altura de las teorías del contrato social: «un escenario radicalmente nuevo se abre a partir de las teorías políticas que, de Hobbes en adelante, consideran al pacto social como el origen de la sociedad civil y la constitución del poder político. Este nuevo pensamiento se impone la tarea de construir una teoría racional y rigurosa que tenga como modelo las exactas ciencias matemáticas, y que sea capaz de justificar mediante este modelo racional la diferencia que se crea entre soberano y súbdito» 109. De la geometría de la disciplina ética se deriva una geometría del pensamiento que, en la medida que puede producir modelos racionales en condiciones de proporcionar demostraciones matemáticas de la exactitud de sus propios presupuestos, resulta capaz de axiomatizar la relación del hombre con la realidad. El pensamiento – la la «teoría» teoría» – como lugar de destructración de la experiencia política cotidiana en la que se rea firma la transcendencia de las ideas de lo justo y del bien, tal y como sucede en la experiencia platónica, se afirma ahora como vehículo vehículo de organización de la praxis, y se convierte convierte en el principio que estructura y legitima la obligación política. No puede existir aquí — en en el espacio moderno — una relación de mando/obediencia que no esté legitimada en términos exclusivamente racionales. Ni organización de la política que no proceda, directamente, de un modelo «teórico» teórico» cualquiera. La revolución epistemológica de la ciencia política moderna (y moderna (y de sus conceptos) parte de este hecho. Todo esto comporta, al menos, dos importantes consecuencias para la metodología histórico-conceptual. La primera consiste — una una vez más — en la imposibilidad de acceder al pensamiento antiguo si evitamos hipostatizar las categorías de la ciencia política moderna. No existe algo así como la «teoría política antigua» antigua», si es que con estas palabras entendemos algo parecido al dispositivo lógico a través del cual el pensamiento moderno plasma la realidad. Por el contrario, la experiencia del pensamiento filosófico-político antiguo sólo podrá ser explicado como una formulación de aquella pregunta acerca de lo justo y del bien, que había sido descartada y ocultada – porque potencialmente subversiva o desestabilizadora – por por la ciencia política moderna.Esta es la vía elegida por Alessandro Biral, que recupera, al final del recorrido históricoconceptual, la dimensión estrictamente filosófica de la investigación 110. La segunda consecuencia se refiere al hecho de que las fuentes investigadas desde este enfoque serán tan sólo aquellas en las cuales ha cristalizado con mayor fuerza el flujo constituyente de la teoría política moderna. Lo que resulta de esto es un recorrido a modo, desde través de los autores y de los textos t extos de la filosofía política moderna ( grosso ( grosso modo, Hobbes a Weber y Schmitt), en la investigación de las fases relativas a la imaginación, consolidación y crisis del crisis del dispositivo teórico de la ciencia política moderna. Por tanto, no se trata de una historia de los conceptos, ni de una investigación centrada en aislar los lemas para componer un léxico de los conceptos políticos modernos, sino más bien 109
G. Duso, «Pacto social y forma política», cit., p. 23. Cfr. A. Biral, Platone Biral, Platone e la conoscenza di sé, sé , Laterza, Roma-Bari, 1997, p. 178: «Más allá de la ciencia política no cabe apreciar ningún otro saber y, desde luego, ningún otro saber del cual la política pueda extraer las reglas que hacen justo y verdadero su gobierno. La política no es un saber que se aplique a la ciudad, como si la ciudad fuese un objeto sobre el cual es posible una comprensión externa y sobre el c ual es posible intervenir desde el exterior, sino que, por el contrario, se trata de un saber inseparable de quien ha encontrado, y sabe encontrar siempre de nuevo, su propia medida, y a esto sólo se puede llegar viviendo dentro de la ciudad y manteniendo un diálogo ininterrumpido con sus ciudadanos.» Pero véase también: A. Biral, La felicità. Lezioni su Platone e Nietzsche, Nietzsche , a c. di L. Morri, Saonara (Pd), Il prato, 2005. X 110
de un análisis crítico de la lógica que ha presidido, sobre la base del fin de la polítiké epistéme de los antiguos, la constitución de la teoría política moderna, centrado en los autores y lugares de mayor densidad teórica, en los que más han influido sobre la praxis constitucional de la época moderna. Es en esta elaboración crítica del léxico político moderno, del cual se desvelan las aporías y descartes constitutivos, y negadas sus pretensiones de universalidad y de vigencia objetiva, donde se afirma, por otro lado, la coincidencia de la historia de los conceptos con la filosofía política. Ésta es la tesis de Giuseppe Duso, quien nos recuerda el vínculo extrínseco permanente que se da entre las categorías políticas modernas, cuya unidad de fondo se afirma sobre el oximoron libertad/poder (o bien sobre la igualdad y la tutela de la libertad que hace posible la juridización del Estado), y la posición de la filosofía, siempre centrada en abordar críticamente el problema de la neutralización moderna de la cuestión de la justicia y del bien111. En resumen, esta segunda modalidad de aproximación a la Begriffsgeschichte, a partir de premisas radicalmente histórico-conceptuales, interesada por la crítica del léxico político moderno (de las pretensiones de universalidad y de objetividad de sus categorías, ante todo, y tras los efectos de despolitización y de expropiación de la acción que estas hacen posible en nomre de las garantías concedidas al nacimiente individualismo propietario), evidencia lo siguiente: 1) la necesidad de tratar, no la historia de los conceptos individuales, sino el proceso de formación del dispositivo lógico-unitario formado de los efectos de recíproca resonancia de los conceptos políticos modernos; 2) la necesidad de reconducir tales procesos a un conjunto de transformaciones (la cientifización de la filosofía moral, la distinción « público»/« privado», la escisión entre «teoría» y « praxis»), que pretenden enterrar la ética y la política clásicas, y que inauguran el cuadro de la ciencia política moderna; 3) la necesidad de tratar este proceso analizando sus fases de constitución en los lugares de mayor «altura» de la filosofía política moderna, en las cuales se sedimentan los cuadros teóricos que tendrán una rápida y evidente expresión constitucional; 4) una aproximación a la filosofía — más allá de la crisis de la ciencia política moderna — por ser el núcleo lejano de la moderna juridización del problema político. Este modo de aproximarnos a la historia de los conceptos políticos modernos tiene como efecto desestructurar, pro-duciendo la genealogía de las modernas categorías de lo político, el bloque ideológico que se produce entre la ciencia política moderna y su propia representación retrospectiva de los tiempos conceptuales. Lo que – a través de este procedimiento – se desconecta es el presupuesto koselleckiano (y, antes, de Max Weber) que pretende trazar las historias singulares a partir del anacronismo de la representación historiográfica. De este modo, la referencia a la historia es sacrificada en nombre de la coherencia teórica que expone la Begriffsgeschichte de los conceptos políticos modernos a la vuelta de la pregunta filosófica sobre sus aporías y sobre los límites de su formalización en la praxis. Ésta es, en suma, la fuerza de sus innovaciones. Y su riesgo. 111
Cfr. G. DUSO, «Storia concettuale come filosofia politica», cit. El retorno, en el corazón de las aporéticas categorías de la ciencia política moderna, de las temáticas esencialmente filosóficas ha sido tratado, por parte del «Grupo de investigación sobre los conceptos » también gracias al estudio de autores (Leo Strauus, Eric Vögelin, Hannah Arendt) que han vuelto a proponer, como consecuencia de la crisis sufrida durante la primera mitad del siglo XX por la ciencia política postweberiana, la irreductibilidad de lo Filosófico. Cf. G. Duso (ed.), Filosofia politica e pratica del pensiero. Eric Vögelin, Leo Strauss, Hannah Arendt , Angeli, Milán, 1988; AA.VV., «Crisis della scienza politica e filosofia. Voegelin, Strauss e Arendt», en Il potere, cit., pp. 429-448; S. Chignola, Pratica del limite. Saggio sulla filosofia politica de Eric Voegelin, Unipress, Padua, 1998, pp. 183 y ss.
4.Historia conceptual como filosofía política
de Giuseppe Duso 1. Más allá de la alternativa entre investigación histórica y análisis teórico
El debate sobre los conceptos de la vida política y social, en relación con su determinación y con el ámbito histórico en el que son significativos y aplicables, ha conquistado hoy una relevancia fácilmente perceptible. Así, se ha difundido una atención crítica cuyo síntoma es, por ejemplo, el uso cada vez más raro del término Estado para referirse a la polis griega o a la filosofía política de Platón o Aristóteles, o el de sociedad del medievo para referirse a las presuntas relaciones exclusivamente sociales carentes de contenido político. Análisis de historia de los conceptos acompañan también muchos trabajos científicos sobre temas sociales y políticos. Sin embargo, no es un asunto sencillo entender qué se quiere decir con historia de los conceptos o historia conceptual , y a qué se apunta o cómo se organiza el trabajo que tales expresiones pretenden explicar. Puede también parecer que, refiriéndonos a la Begriffsgeschichte específicamente alemana, delineada a partir de los trabajos de Otto Brunner, Werner Conze y Reinhart Koselleck, los autores que han dado vida al Geschichtliche Grundbegriffe1, muchos autores, que tienden a producir historia de los conceptos, se mueven, en realidad, en un plano bastante diverso, si no enteramente opuesto. Queremos aquí reflexionar sobre la corriente historiográfica de la Begriffsgeschichte, sobre el modo en el cual ésta se ha venido configurando, no sólo en el trabajo y en la explícita metodología de Koselleck, sino también, de un modo muy relevante, en una serie de indicaciones que proceden de las obras de Otto Brunner. Como justificación de tal elección están no solo las características críticas de la historia de los conceptos, que constituyen su modo indispensable de aproximación a los conceptos políticos, como se podrá enseguida ver, sino también el hecho de que es en la referencia que prevalece en la Begriffsgeschichte donde ha tomado cuerpo un trabajo de investigación desarrollado en el arco de más de veinte años, del cual queremos ahora recordar las líneas fundamentales. Lo que intentamos es, por tanto, presentar un modo de entender y practicar la historia conceptual, que tiene su dimensión específica y en la cual el elemento filosófico resulta determinante; tal aproximación histórico-conceptual está intrinsecamente ligada a los resultados conseguidos en los trabajos de investigación sobre los conceptos y sobre los autores modernos y a una comparación crítica con autores como Koselleck y sobre todo Brunner. El intento es también el de avanzar una propuesta relativa a la estructura y a la práctica de la filosofía política. Se trata de la propuesta de una estrecha conexión entre historia conceptual y filosofía política, e incluso su identidad, si el trabajo históricoconceptual se entiende en su dimensión crítica y radical, y si la filosofía política no se entiende como una construcción abstracta de nuestra mente, en la que nos sentimos autorizados, como dice Hegel, casi a no pensar (come se non fossimo costretti a pensare) en el ámbito concreto de una realidad ( Wirklichkeit ) en la que se dan las 1
Geschichtliche Grundbegriffe. Historisches Lexicon zur politisch-sozialen Sprache in Deutschland, hrsg. von O. BRUNNER -W. CONZE -R. KOSELLECK, Stuttgart, Klett Cotta, 1972- 1992 (en adelante GC o Lexicon. Para una presentación de la obra, cf. mi nota «Historisches Lexicon e storia dei concetti» , «Filosofía política, 1994, n. 1. pp. 109-120.
relaciones políticas 2. Pero la identidad propuesta nace también de una interrogación dirigida a aquellas posiciones de filosofía política que pretende desarrollar una reflexión teórica sobre la política usando los conceptos sin una determinación propia, como si fuesen universales, y por tanto significantes de un modo unívoco para todas las épocas. Se intentará demostrar cómo, si se lleva a cabo una reflexión, pongo por caso, sobre el poder , sobre la libertad o sobre la democracia, sin que estos conceptos sean determinados de modo específico, — que se clarificará como histórico-conceptual — no sólo se cae en la indeterminación y la confusión, sino, todavía más, en una falta de conciencia crítica de los conceptos que usamos en nuestra reflexión: ¿De dónde vienen, qué presupuestos tienen, cuál es su lógica y qué aporías se revelan en ellos? Éstas son verdaderamente las preguntas que una reflexión teórica debe asumir para ser tal, según mi opinión. La identidad de filosofía política e historia conceptual choca contra el orden académicamente consolidado y justificado por fuentes autorizadas de las disciplinas científicas, que se diferencian precisamente en históricas y teóricas. Pero es precisamente la posibilidad de un conocimiento histórico independiente y objetivo, como también de una reflexión teórica que reflexione por modelos y que pueda comparar en un plano unitario lo que el conocimiento histórico nos ofrece, que debe ser problematizado, más llá de su aparente obviedad. Cuando se tiende a determinar la filosofía política como plano teórico, en el que se pueden comparar y valorar las producciones del pensamiento político que han tenido lugar en la historia (por ejemplo la polis de Aristóteles, la commowealth de Hobbes, el Estado de Hegel), en realidad se cristalizan, extendiéndolos a una validez universal, los conceptos políticos modernos, y se pierde la especificidad de aquello a lo que queremos referirnos. Igual resultado tiene también la historia del pensamiento político, que plantea siempre en un plano unitario las divesas posiciones y no se interroga sobre los conceptos que usa para hacer historia. En ambos casos lo que no se tematiza es precisamente lo filosófico, en el sentido platónico del término, como pregunta originaria y como actitud de la maravilla (del thaumazein) que se suscitan en el interior de lo que parece obvio 3. La aproximación histórico-conceptual al problema político, en la propuesta que intento avanzar aquí, cuestiona básicamente las dos vías de análisis, aquella teórica (que se basa en realidad sobre los conceptos históricamente determinados) y aquella sólo histórica (que implica en realidad conceptos de los que es necesario dar una razón). 2. ¿Los conceptos tienen una historia?
Siguiendo algunos trabajos de Koselleck y de Brunner se puede hacer el intento de precisar el sentido de la Begriffsgeschichte en una dirección que muestre hasta qué punto algunos modos hoy habituales de impulsar la historia de los conceptos resultan extraños a aquélla. Una primera aproximación, aunque pueda parecer paradójica, si bien resulta esencial para el planteamiento del problema, es aquélla, expresada varias veces 2
Cfr. G.W. Hegel, Lineamenti di Filosofia del diritto, al cuidado de G. Marini, Laterza, Bari, 1987, Prefazione, p. 6.[trad. esp. de Carlos Díaz, Fundamentos de la filosofía del derecho, Libertarias, Madrid 1995, Prefacio. p. 6.]. 3
Piénsese por ejemplo en la distinción, corriente en la ―filosofía política‖ disciplinariamente entendida, de la pareja de adjetivos opuestos ―descritptivo‖ y ―prescriptivo‖, que es típica de un modo tal como para
entender la filosofía política, y alude a un plano de la realidad, histórica o científicamente describible, y uno de las ideas, filosófico precisamente, en el cual se avanzan normas, indicaciones sobre el qué hacer. Tal distinción pretende entonces ser válida para clasificar las obras y el pensamiento del pasado, decidiendo precisamente el plano en el cual se colocan. Véase a este propósito en el presente volumen el § 2 del cap. IX, La historia de la filosofía política entre historia conceptual y filosofía.
por Koselleck, de que los conceptos no tienen historia4. Esta afirmación no se apoya sólo sobre la idea filosófica, ya expresada por Nietzsche y reclamada tambén por Koselleck, de que «definible es aquello que no tiene historia» 5, sino también sobre la clara conciencia de que son justamente los conceptos los que permiten recoger en un contexto la multiplicidad de una experiencia histórica. Esta función del concepto, junto a aquella que posteriormente reconoceremos como su historicidad, esto es, el hecho de que el concepto obtiene un significado concreto en relación con un determinado contexto, lo que impide que exista una historia del concepto. Los trabajos que se mueven en el horizonte en el que la historia de los conceptos se reduce a una descripción de los cambios históricos experimentados por los conceptos en el tiempo, implican, de una parte, el tiempo histórico, con su cambio, y de otra, paradójicamente, una identidad del concepto que cambia. Histórico es el cambio, pero la identidad del concepto es racional, esto es, configura aquel sustrato que permite el cambio de las diversas declinaciones históricas. De ese modo, se tendría un concepto universal, válido en sí, y, por tanto, indeterminado según el contexto: Este planteamiento es radicalmente diferente del de la historia conceptual 6. Cuando se pretende hacer historia de los conceptos políticos (y en Italia muchos podrían ser hoy los ejemplos) en el sentido del recorrido a través de las diversas manifestaciones que históricamente un concepto ha tenido, no sólo no nos movemos en el camino de la Begriffsgeschichte, no obstante a menudo van en este sentido las declaraciones explícitas, sino que tiene lugar una operación historiográfica que es explícitamente criticada por la historiografía alemana y denominada ‗historia de las ideas‘. En esta actitud historiográfica está la raíz de un radical malentendido de las
fuentes. De hecho, cuando se distinguen acepciones distintas del concepto, por ejemplo, una antigua y una moderna, tiene lugar una distinción que es posible sólo en el ámbito de una presupuesta identidad: si no hubiera un núcleo identitario del concepto no se podrían de hecho mostrar las diferencias que históricamente se han determinado en él. Tal núcleo identitario no consiste en otra cosa que en la hipostatización del concepto moderno. Piénsese por ejemplo en conocidas distinciones como la de libertad de los antiguos y libertad de los modernos, y aquella ligada a la primera entre democracia de los antiguos y democracia de los modernos. En la primera distinción el presupuesto es que la liberad es independiente de la voluntad, que tendría una carácter público y colectivo en los antiguos y sería en cambio relativa a la esfera privada en los modernos 7. Pero este es el concepto moderno de libertad, que como se verá es precisamente el que produce el concepto moderno de poder político en la forma de la soberanía 8. También a propósito de la democracia sucede algo análogo. La distinción entre la forma antigua y la moderna, que a menudo se viste de democracia directa y democracia representativa, 4
«Begriffe als solche haben keine Geschichte. Sie enthalten Geschichte, haben aber keine»; esto es lo que dice R. KOSELLECK, «Begriffsgeschichtliche Probleme derVerfassungsgeschichtsschreibung», en Theorie der Geschichtswissenschaft und Praxis des Geschichtsunterrichts, hrgs. von W. CONZE, Stuttgart, Klett, 1972, p. 14. 5 Cfr. «Storia dei concetti e storia sociale» , en Futuro passato, Genova, Marietti, 1986, p. 102 (ed. or. Vergangene Zukunft. Zur Semantik geschichtlicher Zeiten , Frankfurt a. Main, Suhrkamp, 1979). (c‘è una traduzione spagnola?) 6 No es la identidad del concepto lo que permite la unificación de pasado y presente, de lo moderno y de lo que le precedió. El problema de la comunicación con las experiencias pasadas, sobre todo con aquellas que se dan en un contexto diferente de lo moderno, es un problema que el propio Koselleck plantea, justo contra Brunner: Acerca de este problema, véase lo que diremos después. 7 Recuérdese el famoso ensayo de Benjamin Constant, La libertà degli antichi paragonata a quella dei moderni, tr. it. Einaudi, Torino, 2001 (citare la traduzione spagnola). 8 Cfr. del cap. V, el § 4: La nascita della sovranità sulla base dei concetti di uguaglianza e libertà .
implica un núcleo identitario constituido por el sentido que se atribuye a la palabra ―democracia‖, esto es al poder del pueblo. Se usan así dos conceptos como el de pueblo, entendido como la totalidad del sujeto colectivo, y el de poder , en el sentido de una decisión última y soberana, que en realidad han surgido solo en el interior de la ciencia política moderna: son conceptos característicos del contexto conceptual de la soberanía9. La hipostatización de los conceptos modernos que subrepticiamente se determinan en estas ―historias de los conceptos‖, comporta el malentendido de las
fuentes y al mismo tiempo, como se verá, la aceptación acrítica de los conceptos modernos, como presupuestos de los cuales no se da razón 10. Con frecuencia, cuando se atribuyen cambios históricos a los conceptos, nos encontramos en realidad frente al nacimiento de nuevos conceptos que usan para comunicarse viejan palabras, ya conocidas. Esto sucede, por ejemplo, con palabras que son significativas para el modo moderno de entender la política. Palabras como ‗sociedad‘, ‗Estado‘, ‗soberanía‘, ‗pueblo‘, ‗economía‘ — el elenco podría continuar — se pueden encontrar en contextos lingüísticos anteriores a la ciencia política moderna, en los que designan realidades diversas. Por ejemplo, el término societas, que para una larga tradición del pensamiento se ha referido a la comunidad de los hombres fundada sobre la politicidad de la naturaleza humana, viene a usarse en el moderno jusnaturalismo para indicar una realidad que se basa en el presupuesto del individuo y de su papel fundamental en la construcción del cuerpo político, el cual, una vez constituido, hace posible la relación entre los hombres únicamente gracias a la constitución del poder político y de su ejercicio, y por tanto, únicamente en virtud de una concepción que entiende como actuar político el actuar público de quien ejercita el poder para todos 11. Aquí no asistimos tanto a la modificación histórica de un concepto eterno – aquel de ‗sociedad‘ – , que es eterno y está connotado por una realidad objetiva, sino más bien al nacimiento de un concepto que obtiene su significado determinado en relación con la época moderna y con contexto conceptual de conjunto 12. Lo mismo se puede decir para los otros términos anteriormente referidos: pueblo, economía, soberanía, Estado. Son usados todavía como palabras, pero los conceptos que esas palabras comunican son nuevos: estos pueden únicamente plantearse solo con la pretensión de eliminar una forma milenaria de pensar el hombre y la política. Podemos deducir de esto entonces que historia de los conceptos es una expresión equívoca, que nos puede extraviar, y sólo por pereza intelectual podemos tranquilizarnos con este término continuamente usado: esto mismo hace por tanto necesaria de nuevo su clarificación 13. Una de las características de la Begriffsgeschichte, derivada de lo dicho, consiste en que la historia conceptual no es historia de las 9
Cfr. sobre esto la Introducción a G. Duso (al cuidado de), Oltre la democrazia. Un itinerario attraverso i classici, Roma, Carocci, 2004, pp. 9-29. 10 En relación al concepto de poder y a la conocida distinción entre modelo jusnaturalista y modelo aristotélico, véase en el capítulo sucesivo, el §3. 11 Remito, para aclarar este ejemplo mediante el análisis de los textos de los autores, en particular de Althusius y de Pufendorf, al capítulo Alle origini del moderno concetto di società civile , en G. Duso, La logica del potere. Storia concettuale come filosofia politica , ahora en Polimetrica, Monza, 2007 2, pp. 123156 (véase también www.polimetrica.com). 12
De tipo diverso es el cambio que el término de ‗sociedad civil‘ sufre entre el XVIII y el XIX, cuando, en contraposición al término de ‗Estado‘, indica la realidad pre -política y apolítica de las relaciones
humanas. Mientras el concepto jusnaturalista de societas civilis se puede abrir camino en tanto priva de validez un modo anterior de entender el hombre y la sociedad, esta nueva aceptación de sociedad civil contrapuesta al Estado tiene su base propiamente en aquella construcción de la societas civilis que nace con el jusnaturalismo. 13 Cfr. Koselleck, R., «Begriffsgeschichtliche Probleme», cit. p. 14. (ed. spagnola?)
palabras, historia de los términos. A veces, palabras diversas se refieren a un mismo contenido, mientras, como hemos visto, la misma palabra se refiere a realidades diversas, que no pueden formar parte de un horizonte conceptual común. Koselleck excluye además una posibilidad, que alguien podría adscribir a la historia conceptual, a saber, que la Begriffsgeschichte sea historia del lenguaje: no lo es, ni siquiera como parte de una historia social global 14. Más bien, ella se ocupa «de la terminología político-social, relevante para la experiencia que está en la base de la historia social» 15. Se confirma entonces que los trabajos que se reducen a una historia de las palabras (a veces, también los ensayos contenidos en el GG parecen correr este riesgo) no son historia conceptual, según el modo de entender la Begriffsgeschichte que profesan sus propios fundadores16. La historia conceptual puede incluso incluso puede alimentar un cierto desinterés por la palabra: lo que importa es entender el concepto que se expresa a través de aquella palabra. Es singular que tal deseinterés se puede rastrear en Brunner, que ha sido acusado, incluso por el mismo Koselleck, de querer permanecer rígidamente fiel al lenguaje de las fuentes, como lenguaje diferente del nuestro, hasta el punto de hacer casi imposible el trabajo del historiador 17. En muchos de sus ensayos se puede ver que a menudo estamos obligados a usar palabras en las que se han sedimentado significados conceptuales modernos: esto sucede para muchas palabras que se usan en el trabajo histórico. Importa entonces tener conciencia de la específicidad de los conceptos modernos que connotan hoy la palabra que usamos y la incorrección de su uso en contextos de pensamiento distintos, incluso cuando se usa la misma palabra. El problema no es terminológico, sino conceptual: para entender estos contextos debemos tener conciencia de que a ellos resulta inaplicable la estructura conceptual moderna 18. No es, por ejemplo, relevante usar las expresiones ‗estado estamental‘ o ‗sociedad estamental‘ para la situación precedente al Estado moderno, con tal de que se entienda
que no pueden valer las nociones de Estado y sociedad como contrapuestas y relacionadas entre sí, esto es, como el conjunto de las instituciones políticas, por una parte, y de las relaciones sociales, estos es culturales, económicas, religiosas, y en cualquier caso no determinadas por las obligaciones políticas, por otra. Brunner recuerda oportunamente que la realidad que se indica con ‗Estado estamental‘ se
encuentra todavía en el interior de un contexto conceptual en el que la societas civilis o 14
Esto es, en mi opinión, importante para un debate sobre la historia conceptual y su relación con la historia constitucional. Más allá del modo en que tal relación pueda ser determinada, es preciso afirmar que la historia conceptual no es una parte que hay que sintetizar con las otras en una historia social global, que se extienda a la totalidad. Si la estrecha relación que intentaré demostrar entre historia conceptual y filosofía política es verdadera, entonces esta última no es una parte de las ciencias del espíritu, que haya que poner al lado de otras disciplinas y a los procesos económicos y sociales para una reconstrucción global de la historia, sino que sale al encuentro de la historia social en el punto más elevados de los conceptos que la hacen significante y que permiten su propia formación. 15 Cf. Koselleck, R., «Storia dei concetti e storia sociale», cit. p. 92. 16 Quiero limitarme solo a algunos elementos, en mi opinión fundamentales, que están en la base de los GG. 17 Koselleck ha vuelto continuamente sobre esta crítica: véase como ejemplo «Begriffsgeschichtliche Probleme», cit. p. 13, y el ensayo «Una risposta ai commenti sui «Geschichtliche Grundbegriffe», traducido en Filosofia politica, diciembre 1997, n.3, pp. 383-393. La crítica de Koselleck a Brunner está ligada al problema de la posibilidad y del significado de nuestra relación con las fuentes; sobre ello volveremos pronto. 18 Cfr. por ejemplo O. BRUNNER, Land und Herrschaft , Wien, 1939, tr.it. Terra e potere al cuidado de G. Nobili Schiera – C. Tommasi, Giuffrè, Milano, 1983, en particular el capítulo sobre Estado, derecho, constitución.(c‘è traduzione spagnola?)
civitas o respublica que traduce la koinonia politiké — y que, por tanto, es política — se contrapone no el Estado, sino la esfera del oikos, o sociedad doméstica; y las disciplinas que se refieren a esta realidad, la política y la economía, son ambas dos disciplinas éticas y constituyen la ciencia práctica (a veces junto con la monástica) 19. Y es preciso añadir que todas estas esferas sobre las que reflexiona la ética, aquella individual, la de la casa, y la de la respublica, están señaladas por una doctrina de la señoría ( Herrschaft ), del rey en la respublica, del padre de familia en la casa y de la razón sobre los instintos20. En este contexto no puede entonces valer ni un concepto de sociedad en tanto privada de imperium, ni un concepto de Estado caracterizado por el poder moderno o la soberanía, con la consiguiente noción de monopolio de la fuerza. Una vez que se comprende esto, que se tiene conciencia de los contenidos que están sedimentados en la palabra que se usa y del ámbito de su aplicabilidad, pierde relevancia el uso del término sociedad para indicar la diversa realidad de la sociedad premoderna. No podemos entonces no referirnos a la conocida definición que Koselleck ofrece del concepto y de su relación con la palabra: «una palabra se convierte en concepto cuando toda la riqueza de un contexto político-social de significados y de experiencia, en el que y por el que se usa un término particular, entra en su totalidad en aquella misma y única palabra». Los conceptos son entonces ‗concentrados‘ de muchos contenidos se mánticos y, en ellos, se identifican tanto los significados como lo que significan, en cuanto la multiplicidad de la experiencia histórica viene expresada justo a través del significado del concepto 21. El concepto tiene entonces que ver con la realidad histórica, con la realidad de las relaciones humanas, con la historia social. La afirmación de que los conceptos no tienen historia, no lleva consigo que las palabras, como portadoras de conceptos, produzcan de forma autónoma, mediante una simple operación intelectual, nuevos significados. La historia conceptual nace en el seno de la historia social o de la historia constitucional, y está atenta a las estructuras de los grupos humanos, a su constitución. 3. Historia conceptual e historia social
En la visión de la Begriffsgeschichte, al menos en una primera aproximación, los conceptos resultan ligados a una determinada época histórica, emergen en un contexto histórico y son al mismo tiempo necesarios para la comprensión del mismo. Son índicadores de los cambios y de las transformaciones sociales y vienen entendidos correctamente en cuanto son introducidos en las estructuras sociales en las que actuan 22. Historia conceptual e historia social aparecen así como complementarias. Pero en las indicaciones sobre los aportes que la historia conceptual ha ofrecido a la historia social 19
Cfr. «I diritti di libertà dell‘antica società per ceti», en Per
una nueva storia costituzionale e sociale, trad. di P. Schiera, Vita e pensiero, 1968 (II ed. 2000), p. 202. Este exto traduce muchos ensayos aparecidos en Neue Wege der Verfassungs- und Sozialgeschichte, Vandenhoeck & Ruprecht, Göttingen, 19682. (c‘è traduzione spagnola?) 20 Como indicaré en lo que sigue, este contexto está caracterizado por una concepción del gobierno, que no sólo no puede ser identificado con el poder , sino que impide justamente pensar en una relación como la específicamente moderna de poder. 21 «Storia dei concetti e storia sociale», cit. p. 102. A causa de este significado del concepto y de la relativa homogeneidad de los procesos sociales y de los modos de pensar que se tienen en la tradición europea, se puede comprender cómo, a pesar de existir intereses específicos en el análisis de los lenguajes sociales y políticos de las diferentes áreas lingüísticas, existan también historia comunes y comuncables: por eso tiene para nosotros un gran relevancia la empresa de los GG. 22 Idem, p. 95.
y las ventajas reunidas por la primera, Koselleck ilumina el aspecto de la historia conceptual que ya apareció con motivo del posicionamiento de Brunner en relación con las fuentes. Una primera valencia crítica de la Begriffsgeschichte — dice Koselleck — ha sido la crítica a una aplicación inadvertida al pasado de expresiones propias de la vida constitucional23. La referencia directa es aquí un ensayo de 1961 de Böckenförde 24, pero se debe recordar que, en la base de tal conciencia, se halla el trabajo de Brunner, tal y como había aparecido en Land und Herrschaft (Tierra y poder ) y en el ensayo metodológico en el que recoge sus resultados, Il moderno concetto di costituzione e la storia costituzionale del medioevo (tradurre in spagnolo) 25. Aquí resulta evidente que la comprensión del medioevo consiste, de una parte, en la interpretación correcta y penetrante de las fuentes, y de otra, en el conocimiento de la situación científica contemporánea: más precisamente, en la conciencia de hasta qué punto la problemática científica que se orienta al pasado se ha formado a partir de una serie de nexos y de un modo de entender la constitución que son típicos de la edad moderna. El aparato conceptual de los estudios de la constitución medieval, preñado de conceptos como ‗soberanía‘, ‗poder estatal‘, ‗límites del poder‘, ‗pueblo del Estado‘, ‗distinción entre lo público y lo privado‘, ha originado pseudoproblemas y ha hecho imposible la
comprensión del medioevo. Si se reflexiona sobre este ensayo de Brunner, se puede decir no sólo que, por acercarnos a un contexto diferente del nuestro, es necesario entender bien las fuentes y conocer nuestro aparato científico, sino también que la intelección de la fuentes es posible sólo si tenemos conciencia de la determinación y de la epocalidad que caracteriza a las palabras que usamos. Esta conciencia puede llevarnos más allá de los significados sedimentados en el término — en este caso específico, el de ‗constitución‘— , para poder entender una realidad que se estructura de modo diverso a la moderna. Esto nos lleva a una conclusión, que puede parecer paradójica, pero que a mí me parece el núcleo más esencial de la historia conceptual: no es posible entender el pensamiento y la realidad medieval, como la griega, sin llevar a término un análisis crítico de los conceptos modernos, sin haberlos estudiado. En caso contrario sucede que la más diestra filología, teniendo que usar términos ( che veicolano concetti moderni, resta condizionata da questi ultimi modernos, se comporta acríticamente respecto a su propio aparato conceptual, en modo subrepticio, produciendo un maletendido radical de las fuentes — aunque estén filológicamente analizadas. Piénsese, por ejemplo, en el uso de términos como Estado, soberanía, poder , mando, ley, que son usados en las traducciones de las obras de Aristóteles, o piénsese hasta qué punto pesan los significados modernos de pueblo o de democracia en las aproximaciones al problema de la democracia en Aristóteles o en Grecia. La relación de los análisis conceptuales con la historia social global ha significado, para Koselleck, una segunda ventaja: la crítica a la ‗historia de las ideas‘ y su tendencia
a presentarlas como grandes constantes aptas para articularse en figuras históricas diversas, sin modificar su núcleo. La historia de las ideas se constituye según el modo que algunos tienden a atribuir a la historia de los conceptos, como si éstos fueran universales, eternos, idénticos a sí mismos, declinándose luego en figuras históricas diversas. Para dar un ejemplo, podemos referirnos a un uso muy amplio, que reconoce en el concepto de Estado, en cuanto dimensión política universal de los hombres, 23
Idem, p. 98. E. W. Böckenförde, Die deutsche verfassungsgeschichtliche Forschung im 19 Jahrhundert. Zeitgebundene Fragstgellungen und Leitbilder, Berlín, 1961 25 Tr. it. en Per una nuova storia constituzionale, cit. pp. 1-20. (traduzione spagnola?) 24
diversas configuraciones históricas, como la polis, el imperio medieval, la ciudadEstado, el Estado estamental y el Estado moderno. De esta forma, no sólo el concepto universal amenaza con ser totalmente indeterminado, y por lo tanto, con ser una imagen confusa y no un concepto, sino que aún más, tal historia de la ideas, de forma consciente o no, entiende el concepto según las determinaciones que tiene en la época moderna, y después lo proyecta hacia atrás en otros contextos, falsificándolo totalmente 26. Una crítica a una historia del espíritu o de la cultura, desencarnada de una historia social global, se tiene muy explícitamente en Brunner, quien indica cómo la autonomía de tal historia sólo puede ser entendida sobre la base de la separación del espíritu y de la realidad, del ser y del deber ser, de idea y sociedad, de factores ideales y de factores reales. Pero tales separaciones son, una vez más, el producto de conceptos relativamente recientes y tienen en su base la distinción de idea y realidad propia de algunas posiciones inaugurales de la filosofía moderna. En este contexto se pueden declinar tesis idealistas, que hacen de la realidad expresión de la idea, o tesis materialistas, que hacen de la idea expresión de la realidad 27, pero ambos tipos de tesis son inaceptables si se tiene en cuenta su origen y el hecho de que realidad y espíritu son abstracciones. Debemos tener presente todo esto cuando se dice que los conceptos tienen su significado dentro de la realidad histórico-social. No pretendemos de este modo dar el primado a una realidad social, en tanto que verdadera realidad que las ideas y las ideologías reflejarían: tal ‗realidad social‘ es, de hecho, una abstracción intelectual, y
por lo tanto resultado de un objeto recortado de la realidad global, de unas operaciones posibles sólo mediante un procedimiento ideológico; otra y más compleja es la historia social a la que mira Brunner 28. Además, si es verdad que los conceptos tienen su significado en relación con la realidad histórico-social, y la historia conceptual no se ocupa de los sistemas políticos producidos por los intelectuales, sino de los conceptos que tienen su terreno en la vida político-social, es también verdad que entre concepto y realidad histórica puede no haber una inmediata pertinencia, sino más bien tensión29, y que su caída o relevancia para la historia conceptual debe considerarse desde la perspectiva de periodos temporales amplios30. Pero, antes de reflexionar sobre la relación entre concepto e historia, debemos preguntarnos qué significa historia de los conceptos, si los conceptos no tienen historia. Necesitamos determinar el núcleo de la historia conceptual, con la conciencia de que, al hacerlo, será todavía más evidente una modalidad específica de entender y de preguntar a estos autores alemanes, ligada a un concreta práctica del trabajo histórico-conceptual. 26
En el ejemplo del texto, que tiene en cuenta ya sea el uso común del lenguaje, ya sean trabajos
‗científicos‘ o históricos, el concepto universal de Estado lleva consigo el concepto de poder, como
relación formal de mando y obediencia, típico del modo moderno de entender la política, y con esto se pretende entender realidades como aquella de la polis o del medioevo, en las cuales, como he recordado arriba, el contexto del pensamiento hace impensable este concepto de poder (véase sobre esto el capítulo sucesivo). 27 Cfr. Brunner, «II problema di una storia sociale europea», en Per una nuova storia costituzionale, cit. p. 24. 28 Para el cruce entre expresiones del pensamiento y procesos sociales es significativo el trabajo de P. Schiera, que ha introducido en Italia los trabajos de Brunner: para la formación y la transmisión de las disciplinas cien tíficas vistas como ‗factores constitucionales‘ y para su cruce con la historia social y política, cf. P. Schiea, Scienza e politica nella Germania dell‟Ottocento, II Mulino, Bologna, 1987. 29 Cf. Koselleck, «Storia concettuale e storia sociale», cit. p. 103. (tr. spagnola?) 30 Este es el caso, como se verá, del jusnaturalismo, que no identifica un contexto teórico simple entre los otros, sino el ligar de la formación de los conceptos modernos.
4. Historia y crítica de los conceptos modernos
Si el objeto de la Begriffsgeschichte no son los conceptos y su historia, y si los contextos pasados, como se ha visto a partir de las indicaciones de Brunner, se pueden entender sólo teniendo conciencia de las determinaciones y de la parcialidad de los conceptos modernos (esto es, — en este nivel del discurso — de su aplicabilidad no universal), se puede entonces decir, quizás resueltamente, que el verdadero centro focal de la historia conceptual son los conceptos político-sociales modernos. En suma, el problema es ver cuándo nacen los conceptos políticos que nosotros usamos, cómo han llegado a nosotros, qué contexto epocal y qué presupuestos encierran, qué función recíproca se desarrolla entre ellos. Lo que caracteriza una aproximación históricoconceptual a los problemas políticos es la conciencia, expresada repetidamente por Brunner, de que el verdadero obstáculo para la comprensión de los contextos pasados, diversos del nuestro, es el hecho de que el aparato conceptual que usamos no es universal, sino condicionado por el nacimiento del mundo moderno: «el lenguaje, el mundo conceptual con el que hoy operamos, deriva de una precisa situación histórica, aquélla del nacimiento del mundo moderno y todavía hoy está sustancialmente condicionado por ella» 31. Aquí me parece que reside el núcleo central de la historia conceptual, lo que costituye su fuerza y delinea su propósito. Tal conciencia de la necesidad de comprender los conceptos modernos se encuentra en la «Introducción» a la obra monumental constituida por los Geschichtliche Grandbegriffe, en la que se colocan en el centro de la investigación los conceptos que, desde el siglo XVII, llegan hasta nuestra contemporaneidad. En estos conceptos se dan transformaciones, cambios, diferencias, pero se permanece sustancialmente en el interior del mismo horizonte conceptual. El problema central del Lexikon está constituido por la «Auflösung der alten und die Entstehung der modernen Welt» («disolución del mundo antiguo y el surgimiento del mundo moderno») 32 y se pretende reconstruir el significado y la lógica de los conceptos que llegan hasta hoy. Se ve aquí la conciencia de las transformaciones que se dan en ella, y también de la particularidad de nuestra contemporaneidad, que requeriría un trabajo ulterior, respecto al cual la historia de los conceptos modernos es sólo un trabajo preliminar. El contexto que se delinea aquí es, por lo demás, el de los conceptos que llegan hasta nuestra contemporaneidad y parten de la disolución del mundo antiguo. Cuando — advierte Koselleck — en el Lexikon se persiguen las palabras a través del mundo antiguo y medieval, esta persecución no se lleva a cabo según la lógica de la reconstrucción de una larga historia del concepto, sino por el intento de seguir en el mundo pre-moderno 33 aquella palabra que sirve de vehículo al concepto moderno, y eso para mostrar que ella se refiere a un contexto de pensamiento y de realidad distintos. La verdadera determinación del
31
Cfr. O. Brunner, «Città e borghesia nella storia europea», en Per una nueva sotira costituzionale, cit. p. 117.(tr. spagnola?) 32 R. Koselleck, «Einleitung», GG, cit. vol. I, p. XIV. 33 Téngase presente que la palabra pre-moderno, no se refiere a un modo de considerar el pasado propio de las ciencias históricas modernas, que, sobre la base de la determinación abstracta y moderna de un ámbito discoplinar, valoran la historia precedente como una prehistoria (cf. sobre esto las páginas siguientes), y por eso no implica un juicio de valor y un itinerario prefigurado, sino que más bien quiere indicar la alteridad de aquel contexto que no es comprensible sobre la base hermenéutica de los conceptos modernos.
concepto — tal y como llega hasta nosotros — se inicia con aquella edad moderna, en la cual cambia la relación del hombre con la naturaleza, con la ciencia, con la historia 34. No hay por tanto conceptos políticos que atraviesan épocas diversas y que se connotan en ellas de modo diverso, sino que hay más bien época de los conceptos modernos, en la que los conceptos tienen una específica construcción y se unen entre sí en un sistema de relaciones. Fuera de esta época, se da un modo diverso de pensar el hombre y la sociedad. Es curioso que, para el historiador Brunner, exista un modo de entender las relaciones humanas que, a pesar de las evidentes transformaciones de la realidad, sin embargo, está determinado por un cuadro de referencias homogéneas, que se mantiene durante dos mil años 35. Las cosas cambian radicalmente con «la explosión del mundo moderno»36, en el que se instaura un modo diverso de entender el hombre, el saber y, consiguientemente, la política. También para Brunner, éste es el contexto que es preciso entender, en su especificidad y también en su unilateralidad, no sólo para poder comprender correctamente realidades diversas, sino también para comprender una realidad que continúa en el mundo moderno sin poder ser captada con los ojos reducidos de los conceptos modernos. Si la historia conceptual es la comprensión histórico-epocal de los conceptos modernos, y lleva a consciencia el hecho de que el sentido específico de los conceptos que usamos está ligado a las condiciones y a los presupuestos de la época moderna, entonces se puede comprender que el punto central de la indagación sea determinar dónde se coloca la ruptura, la Trennung , con el modo de pensar de la tradición, cuáles y de qué tipo son las condiciones en las que ha quedado determinada la Auflösung der alten Welt y la Entstehung der modernen Welt . Pero, antes de intentar identificar tales condiciones, es preciso referirse al momento de la ruptura. Este viene identificado por Koselleck (y esto se repite también en la «Introducción » al Lexikon) en la famosa Sattelzeit , en aquel momento de transición y de cambio, que con buenas razones hemos traducido en otras ocasiones con la expresión ‗umbral epocal‘ 37. Esta época se determina en la segunda mitad del siglo XVIII, cuando se difunde un nuevo mundo conceptual, y se asiste al nacimiento de palabras nuevas, mientras las viejas adquieren un significado totalmente nuevo, son, así, portadoras de nuevos conceptos 38. Será útil, para el razonamiento que iniciamos, no olvidar los ejemplos aportados por Koselleck: Demokratie (democracia) , Revolution (revolución) , Republik (república), y, además de estos términos, el de Geschichte (historia); y esto porque se tratará de comprender en qué se puede reconocer los elementos fundamentales de los nuevos conceptos que en estas palabras se manifiestan, cuáles son sus presupuestos y dónde encaramos su aparición por primera vez. Respecto a este propósito, se puede avanzar una propuesta que problematiza el umbral epocal identificado por Koselleck. Pero antes es necesario 34 35
R . Koselleck, «Einleitung», cit. p. XV.
uropea», en Per una nuova storia costituzionale, cit. p. 146. Es verdad que dentro de este escenario hay muchas diferencias que requieren para ser entendidas, un estudio atento de las fuentes, pero en todo caso, justo este estudio da sus frutos gracias exclusivamente a la comprensión de la alteridad del cuadro global en el que se sitúan, frente a nuestro modo de pensar. 36 De esta misma irrupción habla Brunner, que identifica la época moderna como la época de las ideologías, gracias a la fractura establecida entre realidad e idea. ( cfr . «L‘epoca delle ideologie. Inizio e fine», en Per una nuova storia costituzionale, cit. pp. 217-240). 37 Nos conforta en esto Koselleck que, recientemente, ha propuesto hablar de Schwellenzeit mejor que de Sattelzeit (cfr. «Una risposta ai commenti sul Geschichtliche Grundbegriffe» en el número 3 de Filosofia Politica, 1997, esp. p. 391). 38 Cfr. R. Koselleck, «Einleitung», cit. p. XV. Cfr. el ensayo fundamental «La ‗casa come complesso‘ e l‘antica ‗economica‘ e
plantearse la cuestión de cómo se ha de entender la afirmación de que el mundo moderno constituye el ámbito en el que nacen estos conceptos. La primera respuesta que inmediatamente se presenta, y que ha sido avanzada desde los comienzos de la Begriffsgeschichte, es que se trata de los procesos constitutivos del Estado moderno, proceso histórico del cual los conceptos serían un reflejo. Tal respuesta no me parece en consonancia con el horizonte de la historia conceptual, al menos en la forma en que ha sido practicada por Brunner 39. 5. El concepto de historia es un concepto moderno
Me parece significativo a este respecto intentar un itinerario, quizás parcial y arriesgado, a través de algunos trabajos brunnerianos, para entender cómo se ha problematizado el concepto de historia y cómo puede ser reductora una solución de la cuestión propuesta que haga depender, de modo simple e inmediato, los nuevos conceptos de la nueva realidad económica y social del mundo moderno. En el ensayo de 1958, admirable para entender en qué consiste el trabajo histórico conceptual de Brunner — Das „ganze Haus‟ und die alteuropäische „Ökonomik‟ ( La casa como complejo y la antigua economía europea), donde se muestra la inadecuación de la ciencia moderna económica para entender el mundo de la antigua ―economía‖, se indica
como presupuesto histórico del nacimiento de la ciencia moderna de la economía el «profundo cambio estructural que se verificó en torno a la mitad del siglo XVIII» 40; y añade: «se trata de un proceso que se origin amucho antes y que conduce a la construcción del Estado moderno y de la sociedad industrial». Con anterioridad había señalado el nacimiento de la economía en el Estado moderno 41 como causa del cambio de significado del término economía, ocurrido en el curso del siglo XVIII, al igual que de la nueva ciencia económica. No sólo queda aquí identificado aquel umbral epocal de la mitad del siglo XVIII, anteriormente referido, ahora considerado como producto de un largo proceso, sino que puede parecer que el nuevo concepto de economía resulta considerado como producto de la realidad económica moderna históricamente descriptible. Tal soluciónsería propia, sin embargo, de un punto de vista materialista que, como el idealista, tiene su raíces en aquella época moderna de la ideología que Brunner critica. Es preciso tener presente, de hecho, que Brunner, cuando habla de modificaciones estructurales, no se refiere a una realidad económica o social que se obtiene mediante una abstracción de la realidad, sino más bien a una transformación global, en la que se entrecuzan elementos económicos, sociales y espirituales; de tal modo se excluye que el cambio del término ‗economía‘ sea «un simple ‗reflejo‘ en el pensamiento económico
de una estructura económica transformada» 42. Los cambios estructurales son complejos e implican horizontes de pensamiento comunes y difusos, que permiten a los términos obtener su significado. Como se evidencia en el ensayo, y como se ha recordado antes, la antigua economía es comprensible sólo si se entiende el horizonte en el que se piensa la esfera del oikos — económica precisamente — y la de la polis como partes de un saber práctico, de la ética, según el pensamiento de Aristóteles, que permanece durante 39
No se pretende aquí ni dar una interpretación del autor más ‗correcta‘ que otras, ni tematiza r
o juzgar su trabajo global o las intenciones culturales que pueden haberlo acompañado, sino sobre todo subrayar algunos elementos críticos de su punto de vista, que me parecen fundamentales para una aproximación a los conceptos políticos. 40 Brunner, O., La “casa come complesso” en Per una nuova storia concettuale cit., p. 152. 41 Idem, p. 138. 42 Idem, p. 152.
mucho tiempo como punto de referencia para pensar la esfera práctica, como testimonia el ejemplo, muy querido por Brunner, representado por la obra de Wolf Helmard von Hohberg, Georgica curiosa oder Adeliges Land und Feldleben, de 1682. Los procesos económicos y sociales, que caracterizan el tiempo en el que está escrita esta obra, son muy diversos de aquellos de la polis aristotélica, y sin embargo la economica está pensada todavía en referencia a la esfera del oikos, y comprende la totalidad de las relaciones humanas y de la actividad de la casa. No se tiene aquí un modo todavía confuso, inespecífico y no científico, de entender la economía, como recita la moderna historia de la economía, sino que este término tiene una valencia diversa y no comprensible con los medios conceptuales de la economía moderna. Esta aproximación de Brunner al mundo moderno a través del tema de la economía, o para ser más exactos, su aproximación a la antigua economica mediante la conciencia crítica y la problematización de los presupuestos de la ciencia económica moderna, y por tanto, mediante la liberación de su hipoteca a la hora de aprehender el significado del mundo antiguo, comporta problemas de un doble orden: el primero hace referencia al concepto de historia y a su relación con la ciencia, el segundo tiene que ver con el horizonte complejo de referencias que permite a los términos obtener significado. Es siempre a partir de finales del siglo XVIII, ese tiempo de umbral epocal, cuando, como ha reconocido Theodor Litt, el sentido de la historicidad de la existencia humana se afirma43. A partir de entonces el elemento de la historicidad se convierte en un dogma, un absoluto, y penetra no sólo la ciencia histórica en sentido estricto, sino también las ciencias del espíritu, la ciencia de la lengua, de la literatura, del arte, de la música, de la religión y de la filosofía: toda ellas se convierten en buena medida en ciencia históricas, y buscan en la historia su legitimación. Se asiste a una verdadera y propia fe en la historia, y a su absolutización, como se manifiesta en el cortocircuito entre un concepto absoluto de historia, la historia en singular ( Geschichte), sin determinaciones, y la filosofía de la historia 44, con su idea del progreso, de desarrollo necesario, o también de decadencia. A este horizonte se vincula la proliferación de las ciencias históricas especiales: todo este proceso (y por tanto la historia en el sentido moderno) está condicionado conceptualmente y ligado a las transformaciones del mundo moderno: es su producto. El carácter condicionante de la historia moderna aparece evidente a propósito de las historias especiales, que se desarrollan a partir del siglo XVIII. Éstas encuentran su motivación en la determinación de una nueva ciencia, y de su objeto, mediante un proceso de abstracción de la realidad global. A partir de tal acto de abstracción, reconstruyen una historia del propio objeto. Por ejemplo, económica es fruto de los economistas, y la historia del derecho constitucional de los juristas. Tales historias especiales, productos típicos del moderno concepto de ciencia, no son simplemente negadas o refutadas por Brunner, pero, al enfrentarse a ellas, él realiza una doble consideración. La primera consiste en la conciencia de que la historia, producida por las ciencias modernas del espíritu, viene condicionada por conceptos que ellas han elaborado y que llevan a considerar las complejas situaciones del pasado — en las que tales conceptos no han emergido todavía, siendo muy diversas tanto la realidad de las relaciones humanas como el lenguaje en que se expresan — como mera prehistoria, como una fase aún incompleta y no científica de un desarrollo que posteriormente se ha 43
Cfr. Brunner, O., Il pensiero storico occidentale, en Per una nuova storia costituzionale cit., pp. 51 y ss Esta relación es para Brunner mucho más compleja e importante de lo que se ha entendido. Sobre este tema merecería una reflexión el ensayo sobre «Il pensiero storico occidentale», en Per una nuova storia costituzionale, cit. pp. 51ss. 44
ido concretando. De este modo, sin embago, como se ha visto, para la historia de la economía no se llega a entender la realidad del pasado. La moderna ciencia histórica, como las ciencias sociales, nacidas en estrecha conexión con la formación del mundo moderno, «hablan la lengua de este último, que no puede ser aplicada de modo indiferenciado a la Europa más antigua» 45. La segunda consideración consiste en entender estas historias especiales como «historias no suficientes» y, por tanto, insertarlas en un tiempo que resulta caracterizado como el propio del historicismo46 . De esta manera, historia moderna, historias especilizadas, e historicismo como su cauce, vienen a perder aquella realidad que, para Brunner, debe aspirar a tener una historia global. Aunque no se abra camino una actitud de total rechazo de tales historias, ya que sus resultados son utilizados no sin adicciones, y por eso pueden tener utilidad 47, resulta claro en todo caso que la historia social a la que Brunner aspira no es ciertamente la suma de todas las historia especiales: la suma de varias historias insuficientes, de varios procesos de abstracción, no lleva a un resultado suficiente, a la aprehensión de lo concreto. La tentativa de reunir tales historias especilizadas en una historia de la cultura global, puede dar noticias culturales de carácter anticuario, en sí útiles, pero ciertamente no la historia social que Brunner intenta practicar 48. Ésta parece más bien constituirse como crítica de la historia moderna, en cuanto que problematiza la ciencia moderna y, por tanto, el modo de entender el hombre, la naturaleza y la sociedad que sustituye a la antigua ciencia práctica49. Estas consideraciones adquieren una mayor relevancia cuando conciernen a la historia de la instituciones y a la historia política. Ellas también sufren, de hecho, los límites de abstracción y parcialidad ya indicados 50. Siguiendo el Entstehung des historismus (Origen del Historicismo) de F. Meinecke, Brunner se da cuenta de que en la base del fenómeno del historicismo, y del modo moderno de hacer historiapolítica, existe un nuevo concepto de política, entendida como técnica de la lucha por el poder, como se ha desarrollado a partir de Machiavelli, esto es, como «idea de la razón de Estado»51. Esto debe ser integrado en el concepto de Estado soberano propio de la edad moderna. Si el nuevo concepto de política se sitúe aquí entre Machiavelli y el Estado moderno, puede ser tema de discusión 52, pero ahora importa indicar que la historia política nace del nuevo concepto — moderno — de política y, por ello, se manifiesta 45
BRUNNER, O., «Il problema di una storia sociale europea», cit. p. 29. Idem, p. 25. 47 Idem, p. 26. 48 Idem, p. 25. 49 Que problematizar la historia significa problematizar la ciencia moderna, y en particular la ciencia inaugurada por Hobbes, que sustituye el problema ético del actuar bien y de la virtud con una ciencia de las relaciones sociales — por tanto, externas — es una tesis sostenida por Biral, que entiende el trabajo de Brunner como típico de una historia conceptual. Tal problematización no se tendría en Koselleck, que, contraponiendo la antigua historia y la historia moderna, corre el riesgo, justo sobre la base del moderno concepto de historia, de colocar las dos en un continuum, que se desprende de las categorías formalizadas del tiempo histórico, como pasado y futuro, experiencia y expectativa (cfr. la recensión a Futuro passato, en Filosofia politica, 1987, n. 2. pp. 431-436, ahora también en A. Biral, Storia e critica della filosofia politica moderna, FrancoAngeli, Milano, 1999, que recoge la mayor parte de los ensayos de Biral sobre la filosofía política moderna). 50 Cfr. Brunner, O., «Il pensiero storico occidentales», cit. pp. 54-55. 51 Ibid. 52 Se puede quizás sostener que Machiavelli no abre un mundo conceptual nuevo y un modo totalmente distinto del antecedente de entender la política. Como se verá más adelante — también sobre la base de trabajos de investigación ya realizados — puede resultar más convincente identificar este umbral del nacimiento de la ciencia política moderna en Hobbes, entonces, más que en Machiavelli. 46
también esta parcial e incapaz de entender la realidad compleja de las relaciones humanas en el tiempo premoderno. Pero este punto, en el que nos hemos detenido hasta aquí, a saber, la incapacidad de los conceptos modernos de entender el pasado, es sólo un aspecto de la Begriffsgeschichte: Si nos quedamos aislados en él corremos el riesgo de no entender todo el alcance crítico y, al mismo tiempo, productivo, que puede tener este modo de operar sobre los conceptos políticos. Koselleck reconoce a la Begriffsgeschichte, tal y como es practicada por Brunner, el mérito de una correcta comprensión de las fuentes, en cuanto que las libera de los prejuicios modernos. Esta posición se resolvería en un historicismo consecuente, en el que las fuentes se mantienen vinculadas a la realidad y al lenguaje de su tiempo 53. Sin embargo, este resultado, si se absolutiza, es peligroso, y, según Koselleck, debe ser superado. De hecho, puede parecer que, de una parte, Brunner inserta simple y aproblemáticamente los conceptos en su época y, por otra, que así nos privamos del elemento que permite una relación entre nuestro presente y el pasado que se reconstruye. Dejando aparte este problema, por el momento, que posteriormente afrontaremos, podemos detenernos en el primer punto, esto es, en el momento de la inserción pacífica de los conceptos en su época, que equivaldría a decir: la filosofía práctica y la disciplina ética están en consonancia y son adecuadas a la realidad antigua, medieval, feudal, o estamental, y los conceptos modernos lo son a la realidad del mundo moderno. Koselleck pretende salir de este ‗historicismo‘ intentado individuar un plano
unitario entre los diferentes contextos y, con miras a una Verfassungsgeschichte que capte la complejidad de la realidad presente, indica la necesidad de superar el hiato entre la historia premoderna del derecho y la moderna historia constitucional 54. Pero con mayor razón todavía se coloca Brunner más allá de tal historicismo, por un camino que me parece bastante diverso: de hecho, la historia social a la que él tiende va más allá de una posible autosuficiencia de los conceptos modernos en relación con la comprensión de la realidad del mundo moderno. De hecho, si parecen insuficientes el concepto moderno de historia (y la práctica relativa), las historias especiales y la historia política para entender la historia social del pasado, esto vale también para el mundo moderno y para nuestro presente. La historia social que Brunner practica, y que no queda limitada al medioevo o al Estado de estamentos, es posible sólo mediante la conciencia del carácter reductor del modo anteriormente referido de hacer historia, y en particular de la historia política. La historia social está interesada «en la construcción interna, en la estructura de las asociaciones humanas, mientras que la historia política tiene por objeto el actuar político, la autoconservación» 55. La historia social es historia estructrural; no niega la historia política, sino que la integra 56. Sin embargo, no se da aquí una yuxtaposición o una integracion simple: más amplia es la relevancia crítica, al hacer historia, que la posición de Brunner sugiere. Significativo es el comentario que sigue a su afirmación precedente: «en ambos casos, el objeto de observación es siempre el hombre y se trata siempre de la ‗política‘, si se 53
Cfr. Koselleck, R., «Begriffsgeschichtliche Probleme», cit. pp. 12-13. Idem, p. 11. 55 Cfr. Brunner, O., «Il problema di una storia sociale europea», cit. p. 23. 56 No se puede ignorar la relevancia que tiene en Brunner el concepto schmittiano de constitución ( C. Shmitt, Verfassungslehre, Duncker & Humblot, Berlín, 1928, indicare la traduzione spagn. che sicuramernte c‘è....... , especialmente la primera parte), como conjunto concreto de elementos sociales y políticos. Brunner se vincula, por lo demás explícitamente, al concepto schmittiano, que permite superar la separación abstracta y unilateral de lo social y lo político. (Cf. «Il problema di una storia sociale europea», cit. pp. 5-7). 54
me concede por una vez usar el término no sólo en el significado propio de la edad moderna, de lucha por el poder, sino en el sentido más amplio, vagamente aristotélico» (cursiva G.D.). Por lo tanto, un trabajo de historia social implica un modo de entender la política diverso y más amplio que aquel específicamente moderno, concentrado en el poder. Y esto hace referencia no sólo a la historia del pasado, sino también a la historia de la realidad moderna. Esto significa que aquel modo diverso de entender la política complica y supera el carácter reductor de la política moderna, concentrada sobre el poder, y la historia unilateral que se construye a partir de ella. Aquí se plantea el problema de cuál es nuestra relación, ya sea con los conceptos políticos modernos, ya sea con el modo en que la tradición precedente ha pensado las relaciones entre los hombres, si es verdad que las dos modalidades son radicalmente distintas. Antes, sin embargo, es preciso aclarar cuál es el horizonte global de referencia en el que los conceptos modernos se forman y son significativos. 6. Filosofía política moderna y conceptos políticos
En el ámbito de las transformaciones estructurales, Brunner considera relevante aquélla que se centra en el modo de considerar la realidad y las relaciones entre los hombres: tal modo de pensar se traduce en doctrina, en formaciones culturales, y no sólo está ligado a la constitución global de la sociedad, sino que él mismo es factor constitucional . La transformación del pensamiento, que expresa la realidad social y política, se entrecuza con la transformación de algunos procesos materiales, pero no coincide con ella de un modo simple e inmediato, no es su ‗reflejo‘. La antigua ‗economica‘, por ejemplo, ha determinado la consideración de la realidad durante dos
milenios, aunque no faltaba una economía de mercado ampliamente desarrollada; y del mismo modo, la nueva ciencia económica nace cuando una serie de procesos ‗capitalistas‘ apenas se han iniciado57. Para entender la transformación de los conceptos no es entonces suficiente observar algunas transformaciones económicas y sociales, sino que es preciso entender el horizonte teórico general, el principio organizativo en el interior del cual los conceptos tienen un significado preciso y concreto. Cuando cambia este horizonte complejo, se asiste al nacimiento de nuevos conceptos, aunque persistan las viejas palabras. Entonces se entiende qué sea la determinación histórica de los conceptos. Reconducir los conceptos a la época significa insertarlos en el proceso histórico que los haya generado (lo que no puede entenderse reductoramente como mundo de los hechos y de la realidad empírica) y, sobre todo, en su horizonte conceptual global , y en su principio organizativo: sin ello, los conceptos son deformados inevitablemente en su significado. Como se dijo antes, en el mundo que va desde la polis al umbral de la modernidad, se tiene una concepción del ámbito práctico que recibe su impronta de la ética aristotélica, donde la esfera del oikos y la de las polis son distintas, pero ambas situadas en el interior de una ética global, en cuyo centro está la virtud que, por lo que respecta al gobierno de la ciudad, se identifica con la phronesis. El principio organizativo es aquí una doctrina de la señoría o del gobierno que se extiende a toda realidad práctica: desde la vida del hombre singular hasta la de la ciudad. Este principio organizador está ligado al concepto aristotélico de organismo, muy diverso del moderno, y tiene como transfondo la ontología griega y la idea de un cosmos, con su realidad y su orden 58. Ahora bien, todo esto se quiebra con el nacimiento del mundo moderno. Un ejemplo, que resulta particularmente iluminador para mostrar tal cambio radical del 57 58
Cfr. O. Brunner, «La ‗casa come complesso‘ e...», cit. p. 146.
Idem, pp. 146-149.
cuadro global, consiste en lo que sucede con la distinción clásica de las formas de gobierno. Monarquía y aristocracia no nos dicen hoy ya nada, y la democracia tiene un significado completamente diverso del que tenía en el pensamiento antiguo. En este, desde luego, el término indica la señoría del demos, una parte de la polis y que, por esto, puede gobernar a las otras: estamos pues en el seno de una doctrina global del gobierno. Cuando en cambio el pueblo toma el sentido del concepto moderno, significando la totalidad de los individuos, la forma de gobierno democrático deviene un absurdo lógico: todos ciertamente no pueden gobernar a todos. En este caso no tenemos ya como principio organizador el de la señoría (mejor, se prodía decir el del gobierno), dice Brunner, sino algo radicalmente nuevo, el principio de la igualdad entre los hombres 59, que rompe aquel conjunto de diferencias, las cuales, junto a la existencia de un cosmos global real, están en la base del principio de gobierno. Se puede decir que el nuevo horizonte está caracterizado por entender la Herrschaft no ya en el sentido de señoría o de gobierno, sino en el de poder , en el sentido moderno del término, del monopolio de la fuerza legítima, como dirá Weber. Se trata de aquel concepto de poder que condiciona toda la teoría política moderna, confiriendo al término de política un significado radicalmente otro de aquél que había tenido durante un largo periodo de dos milenios60: este está determinado, ante todo, por la constitución y por el ejercicio del poder, entendido como fuerza legítima de todo el cuerpo político, y sucesivamente se extiende a la «lucha por el poder».
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Cfr. Idem, p. 145. Brunner se refiere a Rousseau, pero, como se verá después, tal modo nuevo de entender el hombre y la política comienza mucho antes de Rousseau, con Hobbes y el nacimiento de la ciencia política moderna. 60 Cfr. sobre la transformación de la Herrschaft el ensayo de Brunner, Bemerkungen zu den Begriffen „Herrschaft‟ und „Legitimitat‟ , de 1962, después en Neue Wege, cit. pp. 64-74; trd. it. al cuidado de M. Piccinini e G. Rametta, Filosofia politica, 1987, n.1. pp. 101-120. Propongo entender el cambio que se da en la palabra alemana Herrschaft dándole el significado de gobierno, para el largo periodo de la tradición de la filosfía práctica, y el de poder , en el sentido que se explicitará en la definición weberiana, para el contexto que se inicia con la moderna ciencia política (es preciso recordar que el mismo Brunner, en Neue Wege, cit. p. 113, habla de herraschaftliche Prinzip e inmediatamente después entiende como afín a este pricipio la tradicional distinción de las formas de gobierno que él llama Herrschaftsformen o Regiereungsformen). Tal cambio no puede ser entendido como una mutación del concepto de Herrschaft , que por ejemplo podría decir que el poder está fundado en los individuos, mediante una construcción artificial, según la filosofía moder na del contrato social, mientras que estaría fundado ‗por naturaleza‘ en los griegos (si en realidad es pensable que el principio de gobierno sea natural , es impensable que lo pueda ser el poder, como relación forma de mando y obediencia); se trata más bien de horizontes de pensamiento radicalmente diversos que atraviesan la misma palabra (me parece en cambio que resbala en la dirección de un cambio de concepto la forma de tratar el concepto Herrschaft que se encuentra en los GG, vol. 3, pp. 1-102; véase sobre esto el § 2 del capítulo siguiente). Por lo que respecta a una profundización de la propuesta que concierne a la radical diversidad entre el principio del gobierno, con el modo de pensar la política ligado a él, y el nuevo concepto de poder político, que sólo puede pensarse en tanto se elimina la validez de aquel antiguo principio de gobierno, reenvío a mi ensayo «Fine del gobierno e nascita del potere» en La logica del potere cit. pp. 83-122. Particularmente incisivo para mostrar la diferencia entre un mundo en el que se plantea el problema del buen gobierno, y el mundo moderno basdado en el poder, es el trabajo de Hasso Hofmann dedicado a la iconografía, Bilder des Friedens oder Die vergessene Gerechtigkeit. Drei anschauliche Kapitel der Staatsphilosophie , Siemens Stifftung, München, 1997, en el cual se analiza la famosa alegoría sienesa del buen gobierno y del mal gobierno de Ambrogio Lorenzetti y, por el contrario, la conocida imagen del frontispicio del Leviatán de Hobbes, donde es evidente cómo la imagen del poder ( Herrschaft ), comporta ya la desaparición del mundo basado en la justicia y en el problema de la virtud, en el cual se planteaba el problema del ―buen gobierno‖. (cf. esp. el II cap.; sobre esto cfr. G. Duso, Die Aporien der Repräsentation zwischen Bild und Begriff en Philosophie des Rechts und Verfassungstheorie, ed. H. Dreier, Duncker & Humblot, Berlín, 2000, pp. 6585).
Si nos preguntamos por cuándo se inició el nuevo modo de entender el hombre y la política que es indicado por Brunner y Koselleck como moderno 61, se puede quizás avanzar — como ya he hecho en otro ocasión, aunque brevemente 62 — una oferta de integración de las propuestas de estos dos autores, ligada a un modo específico de practicar la historia conceptual y los resultados a los que ha llevado. Koselleck tiene razón al proponer la Sattelzeit para la época moderna en la segunda mitad del XVIII (periodo que hemos visto también indicado por Brunner), si se refiere a los conceptos en relación con su difusión en la vida social, cultural y política. No obstante, si concentramos la atención sobre la génesis de estos conceptos, teniendo en cuanta la relativa autonomía propia de la historia conceptual, junto con el hecho de que se puede dar un desfase entre el nacimiento de los conceptos y la inmediata realidad histórica, hay que concluir que la Trennung en relación con un modo milenario de entender el mundo, el hombre y la política, nace antes de la segunda mitad del siglo XVIII. Todos los conceptos que se difunden al final de este siglo, y llegan a ser comunes en él, están ya elaborados y determinados en la nueva ciencia política que tenemos con Hobbes a partir de la mitad del XVII. Es en este contexto en el que el ámbito temático de la antigua política (el buen vivir, el buen gobierno, la virtud necesaria para ello), una vez perdido el mundo objetivo que sirve de orientación, es sustituido por la problemática del orden, — de un orden que hay que constituir, porque no existe en la realidad — y de la nueva ciencia que puede rigurosamente llevar a ello: el derecho natural. La enseñanza de la política, a menudo sobre la base de la doctrina aristotélica, continuará en el periodo sucesivo, también en la universidad 63, pero el nuevo modo de entender el problema de la convivencia entre los hombres, una convivencia que es posible sólo mediante un poder creado y querido por todos, es asumido por la nueva ciencia del derecho natural. Durante el arco de la época moderna, lo político se comprenderá en el sentido de la forma política, y por tanto jurídicamente. A partir de las doctrinas modernas del derecho natural se inicia aquel proceso que llevará a la identificación de lo político y lo estatal, sobre el que ha reflexionado, en unos años críticos y de superación epocal del siglo XX, Carl Schmitt 64. Si es verdad que el ‗mundo noble‘ del que habla Brunner se rompe con el
nacimiento del mundo moderno y que la prueba de ello la tenemos en el origen de las 61
Aclaro de una vez por todas que, en el contexto de nuestra discusion, el problema no es aquél de la siempre debatida cuestión de cuando se inició la edad moderna, y de qué sea lo verdaderamente moderno. Aquí la cuestión es completamente distinta, y mucho más concreta, y es una cuestión que se impone: se trata de comprender cuándo y con qué presupuestos teóricos nacen aquellos conceptos fundamentales que condicionan nuestro modo de entender la política , que se encarnan en nuestras constituciones modernas y llegan, aunque sea con muchas modificaciones, hasta nuestra contemporaneidad: cuál es en el fondo, el origen y la lógica de nuestros conceptos (sobre esto volveremos enseguida). 62 Cfr. mi «Historisches Lexikon e storia dei concetti», cit. donde se anticipan algunas de las observaciones aquí desarrolladas. 63 Cfr. sobre esto el trabajo clásico de H. Maier, Die Lehre der Politik an den älteren deutschen Universitäten, ahora en Politische Wissenschaft in Deutschland , München-Zürich, 1985, pp. 31-67, y del mismo autor Die ältere deutsche Staats – und Vewaltungslehre, Beck, München, 1980 2, pp. 164ss.; véase por lo demás el trabajo analítico y ponderado de M. Scattola sobre sistemas políticos del siglo XVII en Alemania, Dalla virtù alla scienza. La fondazione e la trasformazione della desciplina politica nell‟età moderna, Milano, FrancoAngeli, 2003. 64 Respecto a lo imprescindible y también a lo limitado de la reflexión schmittiana sobre los conceptos modernos, véase G. Duso, Teologia politica e logica dei concetti politici moderni in Carl Schmitt , en La logica del potere cit. pp. 185-213, y sobre todo el completo trabajo de C. Galli, Genealogia della politica. Carl Schmitt e la crisis del pensiero politico moderno, Il Mulino, Bologna, 1996.
nuevas ciencias y en el completo cambio del lenguaje conceptual científico, que se verifica en la segunda mitad del XVIII, es preciso añadir que en este periodo se concluye y se difunde un proceso que tiene su punto determinado de inicio con la ciencia política moderna, según aparece con Hobbes. En resumen, la nueva ciencia política, y la estructura conceptual que están en la base del Estado y de la sociedad moderna, encuentran en el derecho natural y en la doctrina del contrato el nuevo «principio organizador» y el horizonte que determina su significado 65. Y esto se expresa entrecruzándose con los procesos de formación del Estado moderno, pero ciertamente antes de que la realidad del Estado adquiriese aquella dimensión y estructura que luego se concentró en el concepto de Estado que surgió en el periodo de la Revolución francesa, y que permite indicar la diferencia de tal forma política respecto a la forma de relacionarse políticamente de los hombres en el periodo precedente, que se manifiesta con términos tales como ‗Antiguo régimen‘ o ‗Estado de clases‘. Con Hobbes tenemos explícitamente el intento de derrumbar el modo de pensar la política propio de la antigua ciencia práctica: ésta es considerada privada de todo rigor científico y, justo por eso, no en condiciones de lograr el fin propio de la vida en común de los hombres, esto es, aquella autoconservación de los individuos que es posible sólo mediante la paz. La eliminación del pensamiento de la filosofía práctica viene acompañada por la negación del papel que la experiencia interpretaba en el modo antiguo de pensar la política. La realidad de las asociaciones humanas no es ulteriormente significativa y éstas son consideradas como irregulares e injustas. Nace de aquí un nuevo modo científico de considerar al hombre, la sociedad y la política sobre la base de una racionalidad formal. Si, en relación a la antigua cuestión de la justicia, han nacido doctrinas diversas y a menudo contrapuestas entre ellas, se trata según Hobbes de relegar todas aquellas doctrinas en el ámbito de las falaces opiniones y de dar a esta cuestión una respuesta unívoca, connotada por un rigor geométrico, que no puede no valer para todos. A través de la estratagema del estado natural se niega ese cosmos objetivo que estaba implicado por un modo de pensar la política que implicaba la relación de gobierno66. Hobbes parte en su construcción del principio de la igualdad de los hombres, que son considerados no según las diferencias y los diversos status en los que se encuentran, sino más bien todos como individuos, y esto es lo que está en la base de esta construcción. A esto parece estar vinculado un nuevo concepto de libertad, entendido como falta de obstáculos y como idependencia de este individuo que tiene una función estratégica en la construcción teórica. Estas características de igualdad y libertad que connotan a los individuos, no permiten ya considerar la relación de gobierno de otra manera que como situación en la que los hombres son injustamente dependientes de los demás, se encuentran en una situación de esclavitud 67. Viene así a negar el problema que había sido central para una larga tradición de pensamiento, esto es, que en la sociedad se da necesariamente una relación, según la cual algunos
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Todo lo dicho hasta ahora se basa sobre los resultados del trabajo colectivo El contrato social en la filosofia politica moderna, tr. sp. di Martha Rivero, ―Res publica‖, Leserwelt, Valencia 2002 . 66 Como es evidente, en la metáfora antigua de la gubernatio navem rei publicae, la acción de gobierno es posible en relación a la existencia de un mundo en el que se nos orienta; cfr. sobre esto Fin del gobierno cit., el cap. sucesivo del presente volumen. 67 Es significativo que Hobbes para referirse a la relación de gobierno, en la IX ley natural se refiera a la relación entre esclavo y patrón como es descrita por Aristóteles, sin tener en cuenta por otra parte que Aristóteles distingue muy bien el orden despótico que se tiene en el ámbito del oikos, del orden político que se tiene sobre los ciudadanos que tienen el status de libres (cfr. el cap. sucesivo).
gobiernan y otros son gobernados, y precisamente esto era lo que debía pensarse, y era pensado de manera distinta por las diversas concepciones políticas. Entonces, ya no hay más gobierno del hombre sobre el hombre; lo que parece necesario es, en cambio, la construcción por parte de todos los individuos de un cuerpo político dotado de poder inconmensurable con ese que es natural para los individuos y, por tanto, capaz de realizar el orden y la defensa de todos por los recíprocos atropellos. Este poder es ejercido por alguien, pero no en virtud de prerrogativas que le son propias, pero solo en cuanto que él confiere voz y acción a la persona civil que ha sido por todos constituida y que los contiene a todos. La sociedad resulta así fundada racionalmente y regulada por un mecanismo conceptual caracterizado por una racionalidad formal, que tiene como polos la libertad de los individuos por una parte y la soberanía del commonwealth por la otra, soberanía que en el Leviatán se concentra en la figura del soberano-representante. Es solo la sumisión a este poder la que hace a todos finalmente libres y sustraidos al gobierno de cualquiera 68. Para entender la soberanía moderna es necesario tener bien presente este aspecto formal, que comparece no con Bodin, sino solo con Hobbes: no hay más elementos objetivos a los que referirse para juzgar los contenidos del orden político; no se puede discutir si la ley es justa porque se recaería en el conflicto al que llevan las diversas opiniones sobre la justicia: justo es obedecer la ley, y, por tanto, la orden del soberano. Pero soberano es aquel que por todos ha sido instituido y autorizado, y su orden es indiscutible precisamente porque está basada en la voluntad de todos, de todos aquellos que obedecerán. Son aquellos que lo han autorizado a expresar la voluntad común, por eso la orden no proviene en realidad de aquel que ejerce el poder, sino de todos aquellos que lo han autorizado a hacerlo y que constituyen el cuerpo político. Hay que recordar la figura del frontispicio del Leviatán: los ciudadanos no están frente al soberano, sino que constituyen, sin diferencias, su cuerpo: por tanto, su voluntad política es aquella que expresa el soberano, cuya orden es su propia orden. La racionalidad formal que caracteriza al poder comporta que la relación orden-obediencia no está ligada al juicio sobre los contenidos de la orden sino solo al puesto que se ocupa en la relación de poder; y comporta también que la absolutidad de la orden sea tal solo en tanto en cuanto en la base de la orden están aquellos que obedecerán. En este cuadro global se pueden pensar aquellas distinciones de ‗derecho privado‘ y ‗derecho público‘, ‗poder del Estado‘ y ‗soberanía de los individuos privados‘, que
están en la base del concepto moderno de constitución y que son a menudo usadas para confrontarse a la realidad medieval de aquellos constitucionalistas que no son conscientes del cambio radical del principio de organización que, en el mundo moderno, ve nacer conceptos nuevos, confiriendo un significado diverso a las palabras antiguas. Sobre la base del cuadro aquí trazado, se puede entender que no tenga sentido ya la antigua distinción de las formas de gobierno, y que la democracia (término usado como revelador de la Sattelzeit de Brunner o de Koselleck) tenga ahora un significado nuevo, que reposa sobre la igualdad y la libertad de los individuos y el poder del pueblo, esto
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Retomo estas indicaciones en el cap. sucesivo al §5, pero para la interpretación de Hobbes, véase sobre todo A. Biral, Hobbes: la società senza governo, en El contrato social, pp. *** (ahora también en Storia e critica cit.), y también del mismo autor el ensayo «Per una storia della sovranità» en Filosofia politica, 1991, n. 1, pp. 5-50, (ahora en Id., Storia e critica della filosofia politica moderna cit., Milán, FrancoAngeli, pp. 275-318), fundamental para entender en el pensamiento hobbesiano este cambio global del principio organizador que confiere sentido a los conceptos.
es, cuya soberanía es expresión de su voluntad absoluta, y no una presunta posibilidad de gobernar: el pueblo, así entendido, no puede ser ya un sujeto real de gobierno69. Esto vale también para los otros ejemplos aducidos por Koselleck como síntomas de la Sattelzeit . El término de ‗revolución‘ surge en el periodo de la Revolución francesa con un significado nuevo, que no es ya asociable al que se refería antes la palabra por su propia base etimológica — esto es, como movimiento circular, que retorna a sí mismo — , sino que es comprensible en relación con la instauración de un orden nuevo y, por tanto, en relación con una filosofía de la historia con su idea de evolución y de emancipación 70. Tal cambio es, sin embargo, fruto de un largo proceso, impensable a su vez sin los conceptos elaborados por la nueva ciencia política moderna. Recuérdese el papel que tienen en la Revolución los dos conceptos de igualdad y de libertad , que están en la base de la forma política moderna y del modo en que se piensa la societas civilis, o piénsese también en el concepto de pueblo y en su dimensión constituyente, en el de soberanía, en aquel nuevo de representación como representación de toda la nación, esto es, no de estamentos, órdenes, partes, sino de la unidad política. Piénsese en cómo se ha difundido en la opinión común, y en el debate político, la idea de que, en la base de la constitución del cuerpo político, están los derechos de los individuos iguales: que los hombres tenemos derechos en cuanto tales, y que la forma política sólo se puede construir sobre la base de estos derechos, se ha convertido en sentido común, en conceptualidad difusa. Incluso el nuevo significado de revolución sólo puede pensarse sobre la base de la ciencia, aparecida mucho antes de finales del siglo XVIII. Lo mismo se puede decir del concepto nuevo de república. Aquí también nos podemos referir al final del siglo XVIII, al modo kantiano de entender el término, en el que reencontramos un distanciamiento respecto de un pensamiento más antiguo de la res publica, como aquello que une asociaciones, grupos, estamentos diversos, que los pone en común y que constituye el ámbito de sus relaciones. En este caso se tiene unificación de partes diversas, como muestra la antigua iconografía, en la cual el cuerpo de la república se forma con las partes que, en su colaboración y bajo la guía de la cabeza, se reencuentran en el todo. El principio organizador es aún el del gobierno, que, ya en la antigüedad, con Cicerón, se expresa unificando república y gobierno en la metáfora del gubernare navem rei publicae. El concepto kantiano es pensable, a su vez, sólo gracias a la eliminación de las partes en el cuerpo común, a la igualdad de los individuos y al entrecruzamiento fundamental de la soberanía y la representación: es, de 69
También Koselleck, aclarando los significados del término democracia, señala la novedad que, según él, se obtendría en el siglo XVIII, debida a «la apelación a la soberanía de las leyes, o al principio de la igualdad» («Historia de los conceptos e historia social», p. 100): de este modo, viejos significados vendrían «retomados y modificados». Pero justo el ejemplo de la democracia muestra la diversa práctica de la historia conceptual entre Brunner y Koselleck: mientras que el primero captura el cambio del principio organizativo y del horizonte global, dejando, en mi opinión, espacio para la contribución sobre la nueva ciencia política de que se ha hablado aquí, el segundo tiende a insertar los cambios en un continuum, en el cual es posible referirse aún al sentido griego de «democracia», que, en su diversidad, indica una de las formas de constitución de la polis («dada de una vez por siempre», se dice, usando aún las categorías formales que sirven para entender la historia antigua y la moderna Geschichte). Por eso Koselleck se fija en «determinaciones, método o regularidad que se pueden encontrar también en las democracias actuales» ( Ibid.). El riesgo es que se abandone así la idea inicial de la historia conceptual como captación de la determinación de los conceptos modernos y se postule un núcleo sustancialmente idéntico del concepto que se declina de modos diversos en las mudables situaciones históricas. 70 Cfr. «Criteri storici del moderno concetto di revoluzione», en Futuro passato cit., esp. p. 63. Sobre todo véase también la voz Revolution en el GG y K. Griewank, Der neuzeitliche Revolutionsbegriff. Entstehung und Entwicklung, Weimar, 1955, Frankfurt a. M. 1969 2, trad. itl. al cuidado de C. Cesa. La Nuova Italia, Firenze, 1979.
hecho, el principio representativo en sentido moderno, como representación de la unidad política el que constituye el centro y determina el significado de la forma de gobierno republicana, la cual no es comprensible, entonces, sino sobre la base del concepto moderno de soberanía 71. Si lo dicho hasta ahora está motivado, o mejor, si lo es el trabajo que lleva a estas conclusiones, entonces se puede decir que, así como en la filosofía aristotélica (en sentido más amplio, y para algunos aspectos, se puede decir en la griega) se puede localizar el principio organizativo que reconduce a la unidad, y por un tiempo muy amplio, las diversas doctrinas y que confiere un significado a los términos usados relativos a la esfera práctica, así, en el jusnaturalismo moderno, y in primis en la construcción política de Hobbes, se puede descubrir el principio organizador y el horizonte global en relación con los cuales, solamente, los nuevos conceptos políticos vienen a asumir un determinado significado. Desde el inicio de la ciencia política el poder será el concepto que determinará el sentido de la política, pero sobre la base de un giro radical, que ha colocado en el lugar de la antigua cuestión de la justicia, como base de la teoría política, al nuevo concepto de libertad 72. De este modo se nos presenta en una primera aproximación la relación entre historia conceptual y filosofía política; no de una forma apriorística, sino como resultado de un trabajo de investigación históricoconceptual. Los conceptos modernos resultan así nacer en aquella filosofía política moderna, aquélla que se presenta como la nueva ciencia política. Esto no significa volver a la dimensión de una historia de las ideas; bien al contrario, desde luego, por cuanto nos referimos a un conjunto conceptual específico y a su vínculo con las estructuras sociales de las relaciones humanas (historia social y constitucional, entonces). El punto de referencia no es aquí a todo aquello que se ha producido en el mundo moderno como pensamiento político o como filosofía, sino más bien a aquellos conceptos del jusnaturalismo que se han entrecruzado con los procesos constitucionales y se han convertido en presupuestos de la conceptualidad del Estado moderno y del modo de pensar la política y las relaciones entre los hombres 73. No sólo 71
Remito para la explicitación de esto al §5 del cap. III de Fine del governo e nascita del potere cit., pero para una interpretación más compleja de la idea republicana en Kant y para la diversidad de su modo de concebir la representación en relación al modo hobbesiano que tendrá su peso en las constituciones modernas, véase G. Duso, Idea de libertà e costituzione republicana nel pensiero di Kant , Cleup, Padova, 2004, y el §11 de Genesi e logica della rappresentanza politica moderna en Id., La rappresentanza politica: genesi e crisi del concetto, Milano, FrancoAngeli, 2003, pp. 96 ss. 72 Cfr. también sobre esto Hofmann, Bilder des Friedens cit., esp. p. 49, pero también Id., Introduzione alla filosofia del diritto e della politica , Roma-Bari, 2003, esp. pp. 133ss. 73 Véase, también para este propósito, cómo Brunner indica los lazos entre el cambio lingüístico al que se asiste a propósito del término Herrschaft y el cambio de estructura social, que comporta, a partir del final del siglo XVIII, la demolición de las viejas formas de dominio: con ello se refiere a la modificación de la esfera de la altes Haus, al nacimiento de la más estrecha familia moderna, a la emancipación de la mujer, al final de la esclavitud, a la estructuras de la nueva economía, al cambio de los servicios, que toman carácter objetivo perdiendo un significado ligado a la persona, al final de la autonomía de las corporaciones, que pasan del ‗autogobierno‘ a la autoadminsitración bajo la ley del Estado (cf.
«Osservazioni» cit. p. 108). Si se identifica por lo demás el nacimiento del concepto de Herrschaft como poder , en la nueva ciencia política, esto no aparece como una simple recaída de las transformaciones sociales: la relación es más compleja y en muchos casos tenemos una anticipación de la teoría en relación con las modificaciones sociales y constitucionales. La unidad y homogeneidad que caracterizan los conceptos de la forma política moderna difícilmente pueden ser afines a la complejidad y pluralidad que caracterizan la situación del segundo XVII y de la primera mitad del siglo XVIII. No es un azar que en los GG, para definir la esfera conceptual del Estado — que es naturalmente Estado moderno — se debe referir al periodo de la revolución francesa: aquí la palabra parece transmitir un Grundbegriff (cf. la voz Staat Souveranität en el vol. VI y en particular la parte que escribe Koselleck. Cf. sobre esto mis anotaciones en «Historisches Lexikon e storia dei concetti», cit. esp. pp. 116-118). Piénsese también en el concepto
se trata pues del modo de pensar, o de un proceso histórico de legitimación, sino también de las organizaciones de estas mismas relaciones. Piénsese, de hecho, en las constituciones modernas, en al aspecto legitimador de los conceptos contenidos en ellas, pero también en los proceos reales por ellas alimentados, como el sistema legislativo, la unidad del ejército, la formación del órgano representativo de la soberanía popular, etc. Se podrían señalar de forma resumida los dos elementos fundamentales del pensamiento jusnaturalista que se encarnan en las constituciones modernas: el concepto rousseauniano del pueblo soberano, entendido como potencia constituyente, y aquel que determina la forma política, con el que se entrecuza paradójicamente el primero 74, esto es, el principio representativo de origen hobbesiano, sin el cual no se da la actuación política. 7. Un plano más radical para la relación entre historia conceptual y filosofía política
La relación entre filosofía política y conceptos políticos sería malentendida si se agotase en la imposibilidad de suprimir un horizonte filosófico general, en el cual los conceptos nacen y toman su significado: este podría identificarse en la filosofía griega para la política antigua, o en la filosofía moderna para los conceptos políticos de la época moderna. No sólo en tal caso existiría un presupuesto historicista que viciaría el proceso lógico — a cada época, su filosofía — , sino que además se determinaría también un procedimiento de ‗historia de la ideas‘, que la historia conceptual en su significado
más crítico y radical excluye explícitamente. De hecho, emergería una actitud que es típica de la historia de la filosofía como disciplina, la cual, sobre la base de la unidad del concepto de filosofía, examina todas las diversas declinaciones que se han dado en la historia. Como se ve, se presupone aquí la identidad del concepto de filosofía e igualmente la de un concepto de historia, que nada tiene que ver con el desarrollo de la llamada ‗filosofía‘ durante milenios. La historia de la filosofía, que viene implicada en
el momento que en se ligan los conceptos de cada época a su filosofía, es un producto típico de la ―historia de las ideas‖, que se resiente con prejuicios propios del modo de hacer historia especializada que, como hemos visto, es típica del mundo moderno 75. moderno de representación política, como representación de la unidad del cuerpo político y del pueblo, concepto inventado en el Leviatán de Hobbes, pero que tiene su aparición desde el punto de vista de los procesos «constitucionales», incluso en relación con la carta constitucional, sólo con el paso que va desde el 1789 a la constitución francesa de 1791, donde la representación de los diputados del pueblo substituye a un modo diverso que se resumía en la representación por estamentos (Genesi e logica della rappresentanza politica moderna cit., pp. 59-61). 74
La paradoja consiste en el hecho de que la soberanía del pueblo se plantea en Rousseau como negación del principio representativo (sobre esto véase Genesi e logica della rappresentanza politica moderna cit. pp. 92ss). 75 Se puede fácilmente intuir cómo es posible por este camino el examen del nacimiento de la historia de la filosofía que se tiene — también en este caso — en la segunda mitad del siglo XVIIII: disciplina moderna que pretende capturar la estructura del pensar que se da fuera de sus presupuestos. Es interesante notar el entrecruce que se tiene entre el procedimiento histórico conceptual y la problemática filosófica: se podría desarrollar el discurso en la dirección del modo aristotélico de hacer historia de las posiciones de los filósofos precedentes, y tematizar el significado que tiene la filosofía en el caso de esta historia y de la moderna historia de la filosofía (a este propósito, hay que recordar M. Gentile, Se e come è possibile la storia della filosofia, Padova, Liviana, 1964). El procedimiento histórico conceptual, como lo hemos enten dido, parecer tener una valencia teórica, y como el problema filosófico parece cruzarse necesariamente con el problema propuesto por la historia conceptual, en el momento en que la filosofía, y más específicamente, la filosofía política, se hace hoy, en una situación que quizás se encuentra al final de una época, pero no lleva todavía todo el peso de ella.
Ya Brunner nos estimula a superar tal planteamiento, desde el momento en que problematiza el concepto moderno de ciencia y los conceptos con los que el hombre moderno piensa no sólo su pasado, sino también a sí mismo. Si él tiende a una historia social que puede ser política en cuanto se supere el concepto de política que está en la base de la historia moderna — y se ve obligado a referirse a un concepto de política «más amplio, vagamente aristotélico» 76 – , entonces se comprende que su trabajo histórico-conceptual tiene un valor crítico frente a los conceptos modernos, que no son equiparados y yuxtapuestos a presuntos coneptos antiguos, y que son vistos como inadecuados también de cara al objetivo de comprender la concreta realidad moderna. Ésta, para ser aprehendida, reclama no la negación de la estructura conceptual de la modernidad, sino la superación de su aspecto de presupuesto necesario e indiscutible del rigor de nuestro procedimiento. De este modo, sin embargo, emprendemos un camino – del cual es preciso asumir toda la responsabilidad – que tiende a permitir que emerja lo que caracteriza a lo filosófico: entonces ya no se mantiene en pie ya la referencia a Brunner, sino más bien a aquel modo de entender y practicar la filosofía que permite acercarlo de un modo fructífero y aprender mucho de su práctica del trabajo histórico. Es preciso entonces tematizar qué es filosofía, no identificando bajo este término dos prácticas de pensamiento radicalmente diferentes, como son aquella de la ciencia o filosofía política moderna, y la reflexión filosófica sobre el ámbito práctico que se desarrolló entre los griegos. Pero, para llegar a enfrentarnos a este tema, si bien sea de una forma puramente esquemática, es útil volver por una última vez a la citada crítica de Koselleck a Brunner. Según esta crítica, Brunner, no obstante sus méritos, correría el riesgo de caer en un historicismo extremo, que quiere, de forma contradictoria, captar las fuentes tal y como han sido, objetiva y autónomamente de la estructura conceptual moderna y de toda referencia al presente. No se puede dar cuenta de las fuentes del pasado como si la relación entre nuestro dar cuenta de ellas y el texto fuese de 1:1; no se puede obviar en una historia conceptual el uso de una forma cualquiera de traducción y reescritura de los conceptos pasados 77. Tal necesidad se puede encontrar también, para Koselleck, en los propios trabajos de Brunner, como muestra por ejemplo el uso del término Verfassung ; Sin embargo, la crítica permanece y se repite: quizás ésta sea una línea espiral para entender cómo se han propuesto direcciones diversas en la práctica del trabajo histórico-conceptual. Tal crítica puede sorprender si se tiene presente la conciencia expresada por de Brunner de que «la historia no es posible sin referencia al presente» 78: de hecho «es desde el presente desde donde surgen las problemáticas, desde él se refuerzan y se reducen a expresiones convencionales: éstas continuan viviendo en un presente que es diverso de aquél en el que se han originado». Y, también, allí donde se afirma la 76
Es interesante aquí observar de modo determinado la expresión de Brunner: de una parte, el concepto de filosofía en el que se inspira es denominado como «más amplio», y por ello más comprensivo (y ciertamente tal puede ser sólo si es también crítico de lo moderno), no «radicalmente otro», que no se coloca por ello en otra parte, en una otra época; de otra parte la falta de determinación que se podría identificar en la expresión «vagamente aristotélico» viene corregida si se ve en ella la voluntad de expresar algo que es pensable sólo en cuanto se superan los confines y la estructura del concepto moderno, abriéndose a una dimensión en la que es comprensible el concepto de política aristotélica, pero al mismo tiempo no se quiere simplemente negar la conceptualidad moderna, ni reproponer de modo inmediato el concepto aristotélico de política para la historia social y el análisis también de la realidad moderna. 77 Cfr. R. Koselleck, «Begriffsgeschichtliche Probleme» , cit. p. 13. 78 O. Brunner, «Feudalesimo. Un contributo alla storia del concetto» en Per una nuova storia costituzionale, cit. p. 115.
necesidad, para una historia social, de no extraer los propios conceptos de un estadio cualquiera de la sociología para aplicarlos a los temas del pasado, sino más bien elaborarlos basándose en el material originario y partiendo de las fuentes, Brunner añade que «esto no es posible, para cualquier trabajo histórico que no quiera ser simple recogida de materiales, sin referencia alguna al presente, un presente descrito científicamente»79. Entonces, la relación con el presente es imprescindible, según Brunner, para el trabajo del ―histórico‖ social, tal y como él lo entiende: no se puede
partir sino del presente, y de su estructura conceptual, de sus problemas y también de su ciencia, de la misma manera que no se pueden usar las palabras en las que inevitablemente se han sedimentado los conceptos modernos, como se ha visto para el término constitución referido al medievo, o sociedad o Estado en las expresiones ‗sociedad estamental‘ o ‗Estado estamental‘.
Lo esencial en el procedimiento de Brunner es lo que surge en la conclusión final del discurso, relativa a la necesaria relación con el presente: «así, sólo permanece abierto el camino de analizar las problemáticas que provienen de la vida misma, reconociendo sin embargo sus condicionamientos». Dos son los elementos que se deben retener aquí: por una parte, la relación con la concreción de la vida misma y de la situación en la que nos encontrarmos nosotros, los que miramos el pasado; por otra, la conciencia de los condicionamientos propios de nuestra óptica, que son también condicionamientos del significado que tienen los términos usados por nosotros: condicionamiento, por tanto, de los conceptos modernos, sin cuya conciencia no comprendemos esto que es lo otro de nuestro presente. También aquí este trabajo del ‗historiador‘ social muestra un parentesco con el movimiento del pensamiento propio de
la filosofía: de hecho, la conciencia de los condicionamientos no puede ser resuelta de una vez por todas, ni en clave metodológica, ni en aquélla de una solución formal, sino que se trata de un «procedimiento que debe ser siempre reiniciado desde el principio» 80. Pero, si la relación con el presente, como el uso necesario de los términos que canalizan los conceptos modernos, son elementos de los que Brunner tiene plena conciencia, entonces nos podemos preguntar por el objetivo verdadero de la crítica de Koselleck. Me parece que éste consiste en el hecho de que Brunner identifica no una simple transformación o pasaje, sino una radical ruptura entre conceptos modernos y la realidad del mundo precedente, lo que él llama ‗nobiliar‘, que tiene necesidad, para ser
comprendido, de referirse a aquel principio organizador del saber que se puede rastrear en la filosofía griega. Entre este modo de pensar y aquel implicado en los conceptos modernos no hay un plano homogéneo y unitario en el cual se pueda comparar el pensamiento de la ciencia práctica antigua y la ciencia política moderna. Entonces a Koselleck le parece que falta la posibilidad de entender los movimientos ocurridos, esto es, «la dinámica histórica» 81. Koselleck busca de hecho un plano unitario en el que colocar, aunque sea simplemente en su diversidad, conceptos del pasado y conceptos todavía presentes, y por eso entiende la historia conceptual como mediación entre lenguaje de las fuentes y lenguaje científico82. La historia conceptual se plantearía, entonces, como entender conjuntamente el plano de los conceptos del pasado y el de los conceptos modernos: «la historia conceptual abraza aquella zona de convergencia en el que pasado y sus conceptos entran en los conceptos modernos. Necesita por eso de una teoría, sin la cual 79
Cfr. «Il problema di una storia sociale europea», cit. p. 49. Brunner, O., «Feudalesimo» cit. p. 115. 81 Cfr. Chignola, S., Historia de los conceptos y de la filosofía política. Sobre el debate en Alemania, cap. I del presente volumen, esp. el § 2. 82 Cfr. Koselleck, Storia dei concetti e storia sociale cit., p.108. 80
no es posible comprender qué divide y qué une el tiempo». El problema es el de encontrar una medida unitaria, categorías teóricas — científicas — capaces de entender el cambio y la duración. Entonces, en el uso de los conceptos modernos para el pasado (por ejemplo, ‗Estado‘ para la alta Edad Media) o de conceptos anteriores para
fenómenos posteriores (como sucede con el uso ligüístico actual del término ‗feudalismo‘) se sobreentiende afirmada ya «al menos hipotéticamente, la existencia de
características comunes mínimas en la esfera objetiva» 83. Significativo para entender la posición de Koselleck, y su divergencia respecto de la aproximación de Brunner, es el modo en que entiende el uso weberiano del concepto de legitimidad . Se ve a Weber ir más allá de los diferentes niveles semánticos expresados en el término para elaborar un «concepto científico bastante formal y general, para poder describir posibilidades constitucionales durables, pero también mudables y entrecruzadas, capaces de revelar la estructura en devenir de las ‗individualidades‘ históricas»84. Como se puede entender, resulta así legitimado el uso weberiano de tipos ideales para entender realidades diversas, modernas o premodernas, y esto gracias a la abstracción y a la generalidad del concepto. Bien distinto es, a este propósito, el punto de vista de Brunner, para quien la amplia utilidad de un concepto
(p.e. el de ‗feudalismo‘) se obtiene mediante el logro de una validez general que
finalmente acaba en «no decir más nada», que ya no tiene un sentido determinado, y que por tanto ha perdido toda eficacia respecto a la reconstrucción interna y a la dinámica de las estructuras a las que se refiere 85. Esto sucede por el modo en que Weber entiende el feudalismo como una «forma de soberanía ( Herrschaft ) de tipo feudal». En realidad los tipos de poder ( Herrschaft ) weberianos y su concepto de legitimidad establecen distinciones que tienen sentido sólo en el proceso de formación del mundo moderno: esto vale también para el tipo ‗tradicional‘ del poder, que es significativo sólo en relación con la falta de racionalidad . Los siglos más antiguos no conocen la tradición o la historia como fuente de la legitimidad, y el ordenamiento antiguo se consideraba que duraba por su bondad: esto es, como se ha dicho en otro contexto, el buen derecho antiguo no era bueno porque antiguo, sino antiguo porque bueno 86 . Se puede concluir que, para Brunner, los tipos weberianos de poder no son conceptos aptos para comprender fenómenos diversos que se han dado en la historia. Este es un tipo de análisis que se cuestiona desde una aproximación histórico-conceptual. Weber de hecho ya usa conceptos que se forman sobre la base de los presupuestos modernos para entender realidades diversas, no apresables con estos conceptos. Los tipos de poder y la legitimidad, de los que Weber habla, son elementos propios del poder moderno y no identifican un plano conceptual unitario que permita entender las relaciones políticas modernas y aquéllas que se tenían anteriormente 87. Esta crítica del pensamiento 83
Idem, p. 109. Ibid. 85 Brunner, O., «Feudalesimo...» cit., pp. 115-116. 86 Idem, pp. 110-111 e Id., «Osservazioni sul concetto di ‗dominio‘ e ‗legittimità‘, cit. pp. 115-116. Téngase presente, para evitar confusiones, que, cuando en las diversas traducciones italianas de Brunner 84
se habla de ‗dominio‘, de ‗signoria‘ (señoría) y, en relación con los tipos weberianos, de ‗potere‘ (poder),
se nos remite al término alemán Herrschaft . Como ya he tenido ocasión de decir, me parece que se puede hablar de poder cuando nos referimos al cambio radical del término que tiene lugar con la modernidad. Sobre la traducción del término Herrschaft, pero también, en general, sobre el uso de los conceptos por parte de Brunner, véase G. Schiera, «A proposito della traduzione recente di un‘opera di Otto Brunner»,
en Annali dell‟Istituto storico italogermanico in Trento, IX, (1983), pp. 391-410. 87 Basta pensar en la definición weberiana de la Herrschaft, como relación mando-obediencia, basado por tanto sobre el carácter absoluto de la voluntad, relación que no es pensable en aquel horizonte en el que el principio organizador del saber en la esfera práctica es aquel que anteriormente ha sido indicado como
weberiano nos muestra entonces que el verdadero problema de Brunner es la conciencia crítica de la irrupción del mundo moderno y del concepto de ciencia, razón por la cual su historia social no se sitúa en un plano de reconstrucción, sino que se basa sobre la problematización de la historia moderna. En contra, Koselleck parece eludir el problema de la historia como ciencia, y tiende a una reconstrucción histórica que comprenda y supere a la vez las particularidades que en ella se han sedimentado 88. El rechazo de un plano unitario, tal y como se presenta ya sea en el caso de las historias del pensamiento político, ya sea en el de una teoría pura en el ámbito de la cual confrontarse con los clásicos de la política, no comporta incomunicabilidad con el pasado o la insignificancia de este último para nuestro presente. Comunicación y significado se encuentran en tanto que, para captar la experiencia de lo que precede al sistema de los conceptos modernos, se va a las fuentes, operando a la vez sobre los conceptos modernos y sobre el léxico que está a nuestra disposicion. Éste aparece así franqueado y criticado: ya no es el metro y el presupuesto de nuestra ciencia, y por eso se nos abre a la vez la posibilidad tanto de comprender un significado distinto de política y del modo de vivir en común de los hombres, tal y como ha tenido lugar antes de la época moderna, como de confrontarse con ésta última y con su aparato conceptual. Todavía queda una consideración por hacer, teniendo presente que nuestro tema no es la historia social, sino la relación entre historia conceptual y filosofía política. Se ha dicho que una aproximacion histórico-conceptual no lleva más allá de una concepción unitaria y homogénea de la filosofía antigua que se desarrollaría en la historia, como sucede en la ‗historia de la filosofía‘ como disciplina. Desde la premisa de que no se
pretende hacer un juicio general, que pretenda extenderse a todo lo que en la modernidad se presenta como filosofía política, sino más bien referirse a ese sentido concreto que la filosofía política y sus conceptos tienen en el ámbito de la nueva ciencia política que caracteriza el mecanismo racional del derecho natural o jusnaturalismo, me parece que se puede identificar en esta filosofía política, o ciencia, la dimensión constructiva de una forma, de un modelo, del que depende una dimensión normativa, ya que es preciso aplicar este modelo para lograr la paz y el orden. Podremos definir como teórica esta forma de pensamiento, que produce una ruptura con la filosofía precedente, la cual es considerada incapaz de resolver el problema de convivencia común de los hombres, a causa de su referencia a la experiencia y a la virtud y, por tanto, de la falta de claridad y de la universalidad propias de la ciencia. Con el término de teoría se puede entonces señalar el aspecto constructivo y normativo de la ciencia o filosofía política moderna. Es la problematización de la estructura propia de tal construcción teórica la que hacer surgir otra dimensión del pensamiento, que peude ser entendida como más propiamente filosófica89. Radicalizando el discurso se puede decir que, si bien es filosófico el trabajo de problematización de los conceptos modernos propio de lo principio de gobierno. Sobre esto reenvío a «Tipi del potere e forma politica moderna in Max Weber», en La rappresentanza politica cit. pp. 120-144. 88
Cfr. S. Chignola, Los conceptos y la historia (sobre el concepto de historia) ahora cap. VI del presente volumen, y, aún antes, la citada reseña de Biral de Futuro passato. 89 Me parece que este sea el modo de entender la filosofía política que es criticado en los trabajos de Roberto Esposito (cf. sobre todo Categorie dell‟impolitico , Bologna, Il Mulino, 1988 y Nove pensieri sulla politica, Bologna, Il Mulino, 1993) y de los autores por él recorridos, en primer lugar, Hannah Arendt: filosofía como teoría, construcción teórica, por tanto, saber normativo. La crítica compartida por una forma tal de saber político, o de esto que con Sócrates se podría definir como «pretensión de saber», en que consiste la filosofía política moderna, no resuelve, sin embargo, el problema de la filosofía política, sino que lo hace más bien resurgir.
histórico-conceptual, y si filosófico es el gesto del pensamiento de los griegos, esa filosofía política a la que aquí nos referimos para la génesis de los conceptos políticos modernos, para el aspecto de elaboración de esos conceptos que constituyen el teórica. mecanismo para pensar la política, no es filosofía, sino sobre todo construcción teórica. La conciencia crítica, en la que resurge de nuevo lo más específicamente filosófico filosófico,, consiste en entender cómo, en la férrea construcción en la cual significan los conceptos modernos, se muestran algunas aporías fundamentales, algunas contradicciones, que no nos permiten reposar en las soluciones que tal ciencia nos ofrece 90. Esta nace sobre la base del problema del bien y de lo justo, que había ocupado el pensamiento por dos milenios, pero al mismo tiempo ti empo ofrece una solución que tiende a liquidar li quidar este problema, a exorcizarlo, porque es considerado peligroso y causa de conflicto de guerra. Al problema de la justicia se le ofrece una solución formal, aquella de la forma política moderna,, en la cual es justo obedecer a quien da aquella orden que es ley, en cuanto moderna éste está autorizado por todos y es su representante: por eso su voluntad es la voluntad de todos. El problema de la justicia aparece exorcizado del nexo libertad-poder, que tiene sentido en el momento en que, en un mundo relativizado, sólo la voluntad tiene significado vinculante. Tener conciencia de la especificidad y de las aporías de esta construcción, esto es, pensarla filosóficamente, pensarla filosóficamente, radicalizándola, poniéndola en cuestión, no aceptándola como presupuesto, comporta la reapertura del problema que comparecía, de modo diverso, en el interior del mundo pre-moderno. Lo que permite la comunicación de los diversos contextos de pensamiento no es, por tanto, un plano que los comprenda todos, sino la captura de un problema originario originario que – justo por originario – comparece entre los mismos conceptos modernos y su contradicción, y nos permite al mismo tiempo la relación con la filosofía antigua. Tal elemento filosófico sólo se plantea problematizando la teoría política moderna moderna (siempre entendida entendida dentro de los límites y en el sentido preciso que aquí se ha indicado, como la lógica de los conceptos del jusnaturalismo moderno), criticando su no ser filosofía, identificando en ella un problema innegable, pero también su exorcización, su puesta entre paréntesis. Esto no significa que actualicemos un modelo modelo antiguo, antiguo, ni que el pensamiento y la realidad del mundo vetero-europeo sean entendidos como la verdadera realidad, que los conceptos modernos no captan. No se puede entender el presente usando como modelo (esto sería una actitud típicamente moderna) una reflexión sobre una realidad tan diversa de la nuestra, cual era la de la polis o la del mundo medieval. Se trata más bien de pensar radicalmente los conceptos modernos (derechos, igualdad, libertad, pueblo, poder, democracia), recomponiendo así un gesto del pensamiento que era también el de los griegos clásicos, y relacionándolo con nuestra realidad, más allá de la pretendida teoría.. solución ofrecida por los esquemas de la teoría El trabajo de historia conceptual, visto desde esta óptica y con esta radicalidad, me parece expresar un sentido de la filosofía política que evidencia todo su compromiso teórico, compromiso que me parece desde luego traicionado cuando se propone una reflexión sobre unos conceptos considerados eternos, los cuales revisten una universalidad sólo en tanto que son todos ellos genéricos y, sin embargo, capaces de comportar una subrepticia aceptación de la parcialidad y de los presupuestos de la conceptualidad moderna. Tal práctica de la filosofía política, como historia conceptual, me parece que puede hacer posible, de una parte, un trabajo sobre filósofos clásicos y sobre sus conceptos políticos, y de otra, contemporáneamente, la reapertura del problema de la justicia y de una relación con la realidad que vaya más allá de la 90
Sobre las aporías de la teoría jusnaturalista y del contrato moderno cfr. la Introduzione a Il contratto sociale nella filosofia politica moderna cit. moderna cit. y el cap. V del presente trabajo.
reducción de estos conceptos políticos modernos, que también aparecen epocalmente epocalmente en crisis. Resurrección del problema filosófico, y relación con una realidad cuya complejidad no es reducible a modelo alguno (¿y quizás entrecuzada con una historia social y constitucional?) aparecen ligados en este nexo de historia conceptual y de filosofía política.
5. El poder y el nacimiento de los conceptos políticos modernos de Giuseppe Duso 1. La relación con la Begriffsgeschichte
Si se quiere intentar iluminar el momento constitutivo del modo moderno de pensar la política, que tiene en su centro el concepto de poder, parece útil recordar la deuda que una operación así tiene en relación a la Begriffsgeschichte (de Begriffsgeschichte (de ahora en adelante BG adelante BG), ), y, al mismo tiempo, la especificidad del trabajo de investigación sobre la génesis de los conceptos políticos modernos fundamentales, que, más allá del uso de los conceptos en la vida cotidiana y política requiere, por una parte, una atención a los textos de la filosofía política moderna habitualmente denominada como jusnaturalismo, y en particular a las doctrinas del contrato social, y, por otra, una postura filosófica que sepa comprender, más allá de las explícitas intenciones que están en la base de la construcción de estos conceptos, su lógica, y también sus aporías 1. De la BG BG son relevantes en particular algunas novedades: sobre todo la comprensión de que los conceptos modernos operan una ruptura, una Trennung , en relación al pensamiento político precedente y presentan caracteres de novedad que se sedimentan en las palabras que usamos para pensar la sociedad y la obligación política. Tales conceptos, que viven aún en nuestras palabras, no son entonces eternos y universales y no pueden ser utilizados para comprender las experiencias políticas precedentes así como el pensamiento filosófico y político de una larga tradición. Todo esto puede ser expresado a través de aquella ventaja que Koselleck reivindica para la historia de los conceptos frente a aquella que llama «historia de las ideas». Muchas tentativas actuales de hacer historia de los conceptos, en cambio, como se ha recordado, recaen en una esa dimensión de la historia de las ideas, careciendo de la conciencia crítica de la Trennung y del hecho de que, cuando hacemos la historia de un concepto desde la antigüedad a nuestros días, en realidad nos basamos en la identidad de la palabra, la cual se carga de una valencia conceptual sobre la base de la hipostatización del concepto moderno. Con esta operación intelectual resultan malentendidas precisamente aquellas fuentes que se intentan iluminar y comprender. Entonces, el núcleo del trabajo histórico-conceptual consiste en tener siempre presente no sólo el contexto conceptual dentro del cual piensa el autor que es objeto de nuestra investigación, sino también los conceptos que viven en las palabras que nosotros mismos usamos al acercarnos a él. Si la historia conceptual reconstruye la génesis y la lógica de los conceptos modernos, significa que es esencial para el trabajo «historiográfico» la conciencia crítica de la modernidad de aquellos conceptos que se usan a menudo para la 1
Como se ha intentado mostrar en el precedente capítulo, Historia conceptual como filosofía política. política .
comprensión del pasado y que se han sedimentado en las palabras que usamos. El hecho de que es necesario partir de nuestro presente lo afirma Koselleck y – a a mí me parece con mayor fuerza teorética – también Brunner: pero tal afirmación hay que comprenderla en toda su dimensión. Esta no tiene un carácter genérico y la postura que requiere es precisamente la opuesta de la que se podría suponer: no se trata, esto es, de investir de la luz del presente, y de sus problemas, al pasado, por el hecho de que nosotros vivamos en el presente y, por tanto, no podamos abstraernos de él. Más bien – y esto está claro en la reflexión de Brunner – se se trata del hecho de que no se puede entender correctamente el pasado si no se tiene la conciencia crítica de la determinación, de la parcialidad y de la génesis de la época (y, por tanto, también de la imposibilidad de su aplicación al pasado) de los conceptos que inevitablemente se han sedimentado en las palabras que usamos y que tendemos a considerar universales. De esto deriva una conclusión que puede parecer paradójica: no se puede comprender el pasado si no se tiene conciencia crítica del presente y de su génesis, si, por tanto, no se atraviesan críticamente los conceptos modernos. La relevancia de esta última afirmación, y de la conciencia crítica sugerida por Brunner, se hace evidente si fijamos nuestra atención sobre el hecho de que, usualmente, y a veces casi inevitablemente, para la comprensión y para la traducción de las fuentes antiguas se usan palabras que inmediatamente vehiculan conceptos modernos, como Estado, como Estado, sociedad, poder, soberanía, pueblo, etc. El problema que aquí se plantea es el que surge de la crítica que Koselleck dirige a Brunner, que aparece en el centro también de otras propuestas contemporáneas, como la de Foucault, y que, en cualquier caso, atañe al trabajo del historiador: cómo, por tanto, es posible, si nos movemos dentro de los conceptos modernos que condicionan nuestro lenguaje, entender un modo distinto de pensar qué está presente en las fuentes del pasado. Volveré sobre este tema al final del recorrido que aquí seguimos. Otro elemento que es útil tener presente de la BG es BG es la relación del concepto con la realidad social y política, con una dimensión que podemos definir constitucional , si este término es entendido más allá de la reducción formal moderna al texto constitucional para indicar el modo en el que está constituida la sociedad sociedad y el modo en el que se piensa piensa la obligación política, según el sentido que tiene el intento de historia constitucional (Verfassungsgeschichte) Verfassungsgeschichte) de los historiadores alemanes aquí recordados. Además nuestras investigaciones sobre los autores y sobre los conceptos políticos modernos no van tanto en la dirección de la reconstrucción de las doctrinas que se han producido en la época moderna, sino que dirigen más bien su atención al nexo que los conceptos tienen con la concreta organización de la vida en común de los hombres. Sin embargo, como se ha dicho, en el momento en el que se opera un desplazamiento del umbral de época en el que tiene lugar la ruptura con el pasado (la Sattelzeit ), ), cambia la modalidad de la investigación, la cual, no sólo produce una serie de resultados con el fin de comprender la lógica y las aporías de los conceptos modernos, sino que opera también una torsión en relación al sentido que tiene el mismo término de concepto. concepto. Lo que se niega no es tanto la definición koselleckiana de qué es el concepto y su relación con la palabra: «una palabra se convierte en concepto cuando toda la riqueza de un contexto político-social de significados y de experiencias, en el cual y para el cual se usa un término concreto, entra, en su conjunto, en esa misma y única palabra». De ese modo, los conceptos son entonces «concentraciones» de muchos contenidos semánticos y, en ellos, los significados y lo que significan se identifican, en cuanto que la multiplicidad de la experiencia histórica se expresa precisamente a través
del significado del concepto 2. Tal definición indica la relación entre el concepto y la realidad social y política que, como se ha dicho hace poco, hay que tener presente en un trabajo de historia conceptual. Sin embargo, en el momento en el cual se desplaza la atención a la génesis teórica de los conceptos que se condensan en una realidad histórica, también el término concepto asume un significado más abstracto y unívoco. Por ejemplo, el concepto de Estado, típico para la definición koselleckiana, que tiene su plena determinación con la Revolución francesa, como se puede verificar en el tratamiento de la voz relativa de los Geschichtliche Grundbegriffe (de ahora en adelante GG o Lexikon)3, muestra formarse precisamente sobre la base de una serie de conceptos (individuos, libertad, igualdad, soberanía, representación, etc.) que son el producto de la teoría moderna y tienen un significado unívoco y determinado. Estos no se pueden aislar entre ellos: nacen juntos y toman su significado a partir de la conexión que los une, en lo que se presenta como un verdadero mecanismo lógico, que sirve para pensar – y después servirá para organizar – el espacio político. Entonces, un concepto que koselleckianamente aparece como un concentrado de muchos contenidos semánticos, muestra su génesis en conceptos que están determinados, pero se vinculan en un conjunto, en un mecanismo, que encontrará en el concepto de Estado su concreta síntesis. Tales conceptos no pueden ser entendidos si se tratan individualmente y de ellos no pueden hacerse historias separadas. Además, hay que tener presente que, si bien es cierto que tales conceptos recaen en la realidad constitucional, sin embargo, cuando nacen en el ámbito de una nueva ciencia política, estos no se derivan de la realidad concreta; al contrario, nacen precisamente en oposición a la experiencia histórica, mediante un acto de abstracción intelectual. Un trabajo de investigación que ilumine los conceptos de este mecanismo teórico no será sólo colateral o sucesivo al de la BG alemana, sino que tenderá a su reorganización y comportará una serie de críticas al modo en el cual ésta se ha llevado adelante, en particular a través de la iniciativa del Lexikon, el trabajo que desde Brunner, Conze y Koselleck ha tomado forma. La tentativa que aquí se intenta llevar a cabo de evidenciar sintéticamente el significado del moderno concepto de poder, su novedad en relación al pasado, su génesis desde los conceptos, que parecen no políticos u opuestos al de poder, de igualdad y sobre todo de libertad , su lógica y la raíz de sus aporías, puede ser útilmente precedido de un análisis crítico de todo lo que, en relación con los temas del poder y de la soberanía, contienen los GG: no es casi ni siquiera necesario recordar que la determinación esquemática del mecanismo conceptual que gira en torno al concepto de poder es posible y tiene su motivación en los trabajos de investigación sobre las doctrinas del contrato social, sobre el poder y sobre la democracia que serán más adelante recordados. 2. Reflexiones críticas sobre la voz Herrschaft de los Geschichtl iche Grundbegri ffe 2
R. Koselleck, Storia dei concetti e storia sociale , en Futuro passato, Marietti, Genova, 1986, p.102 (c‘è una traduzione spagnola?) (ed. or. Vergangene Zukunft. Zur Semantik geschichtlicher Zeiten , Suhrkamp, Frankfurt a. Main 1979). 3
Me refiero a los Geschichtliche Grundbegriffe, Historisches Lexikon zur politisch-sozialen Sprache in Deutschland, hrsg. O. Brunner, W. Conze, R. Koselleck, Klett Cotta, Suttgart 1972-1992 (de ahora en adelante GG). Una primera dificultad que este Léxico muestra en relación a lo que se está diciendo es resultado del planteamiento mismo de los GG, que preveen tratamientos separados para los conceptos individuales. Evidencia bien este problema Sandro Chignola en el momento en que usa la expresión «mecanismo de los conceptos modernos» o «mecanismo lógico» por lo que respecta al conjunto de los conceptos que están en la base de la forma política moderna (véase el cap. III del presente volumen, Aspectos de la recepción de la Begriffsgeschichte en Italia).
Un breve itinerario a través de la voz Herrschaft contenida en el célebre Léxico alemán, parece ser particularmente significativo, por cuanto se trata de uno de los conceptos más relevantes de la empresa e implica un tratamiento coral; es, por tanto, también indicativa del método usado 4. Esta comparación nos permitirá entender por una parte si el concreto análisis de los conceptos más importantes es coherente con la dirección de fondo de la investigación presentada por Koselleck y con el planteamiento de Otto Brunner, cuyo alcance es infravalorado en todo el debate reciente sobre la BG, y por otra, evidenciar ya sean las deudas que nuestro trabajo de investigación tiene en relación a la línea historiográfica alemana, ya sean las diferencias en relación a esta última por lo que se refiere al análisis de las fuentes y a los resultados obtenidos. Naturalmente será necesario tener presente, junto a la voz Herrschaft , también el de Souveränität , por cuanto, como se comprenderá enseguida, es el nacimiento del concepto moderno de soberanía lo que permite identificar dentro de la palabra Herrschaft , que tiene una tradición antigua, un significado completamente nuevo, y, por tanto, un concepto nuevo, que no se coloca en una dimensión de continuidad con lo que la primera palabra vehiculaba. La determinación propia del concepto – como llega hasta nosotros – comienza con esa edad moderna, en la cual cambia la relación del hombre con la naturaleza, con la ciencia, con la historia 5. La voz Herrschaft debe ser examinada entonces para comprender si tal planteamiento respecto a la novedad del concepto moderno, que, como se verá, me parece fundada, se materializa en el tratamiento a varias manos presente en los GG, o si esta última patina en la postura que la BG quiere denunciar, esa segunda en la cual se eterniza el concepto y se ven las diversas formas que éste históricamente ha asumido: casi, entonces, como si entre la voz Herrschaft de la tradición pre-moderna y la de la moderna hubiera un núcleo racional constante tal que hiciera pensar en la transformación del mismo concepto. El examen de la voz Herrschaft es significativo también en relación a la dificultad arriba expuesta de dar lugar a tratamientos que intenten mirar un concepto individual. Comprender la génesis y el significado del concepto en cuestión (pero esto sucede también para los demás) es posible sólo si se capta la red de relaciones entre los conceptos en la cual sólo el concepto individual asume su significado determinado. El riesgo que se puede reconocer en los discursos concernientes a un solo concepto es que se pase del plano conceptual al de la historia de la palabra, haciendo coincidir la unidad de la palabra con la unidad del concepto. Se trata de ver si también el discurso de la voz Herrschaft corre ese riesgo. En la introducción de Koselleck que abre el análisis histórico de este específico concepto, se pueden identificar algunos aspectos típicos de la historia conceptual. Recuerdo sobre todo el punto de partida, constituido justamente por nuestro presente, por cuanto la propia reconstrucción de la génesis del concepto no puede prescindir de la conciencia de lo que se ha sedimentado en el lenguaje contemporáneo. El término, como se ha dicho bajo la guía también de las reflexiones de Sternberger, o es exorcizado o entendido casi como un tabú, o es usado con un significado negativo. La causa de esto puede hallarse en el hecho de que el étimo del término manifiesta la diferencia entre los hombres que comporta un status de superioridad, a diversos niveles, de aquel que es precisamente Herr en relación a aquellos que están sometidos a él. En relación al uso de la forma lingüística Herr se describe de hecho el paso, sucedido entre la primera mitad del siglo XVIII y mediados del XIX (según los cánones de la Sattelzeit propia de la 4
A esta voz ha dedicado de hecho un amplio análisis M. Richter, en The History of Political and Social Concepts, A Critical Introduction, New York, Oxford University Press, 1995, pp. 58-78. 5 Koselleck, Einleitung cit., p. XV.
BG), desde aquel uso que utiliza el término casi como sinónimo de dominus e indica una diferencia de clase – por ejemplo los doctores académicos son llamados Herren, mientras los artesanos tienen el título de Meister (Zedler, 1783) – , a aquel en el que, progresivamente, se convierte en una forma léxica que indica una persona de sexo masculino6. El término de Herrschaft en el Edad Media y en la sociedad estamental aparece connotado por una dimensión personal, aunque no pueda reducirse a un significado unívoco, como se puede fácilmente entender si se piensa que a menudo traduce palabras latinas diferentes como dominum, imperium (entre los dos términos si determina en la tradición una diferencia relevante por el modo de pensar la política), potestas, auctoritas. En este contexto no sólo el término se refiere a concretos Herren, sino que no se plantea como concepto autosuficiente y absoluto: está vinculado al derecho, no sólo a los derechos que debe defender, sino también al derecho del que depende. Progresivamente, con la edad moderna, se difunde la exigencia de decretar el final de la relación personal de Herrschaft , que es considerado como una cosa del pasado. De ahí el uso negativo del término y la dificultad para legitimarlo tras la Revolución francesa. Pero Koselleck, en el contexto de esta introducción, recuerda también que la palabra se convierte en una categoría cientítifca con la cual, a partir de Max Weber, se busca entender los más diversos fenómenos. Tal referencia a Weber constituye una huella para comprender el significado que el término viene a tener en nuestra contemporaneidad; no por casualidad está dedicado a Weber buena parte del Ausblick final7. Sin embargo, lo que no parece claro en esta introducción es dónde se coloca el punto del cambio y dónde se determina el final de la relación personal, por el nacimiento de una dimensión impersonal del sometimiento político, que viene a tener un significado radicalmente distinto, el de una sumisión que no es ya a alguien en particular, sino, en el fondo, sólo a sí mismos, una Herrschaft , por tanto, pensada sobre la base de aquella igualdad y de aquella libertad de los hombres que se han convertido en dogmas en la modernidad y que excluyen que se pueda hablar racionalmente de sumisión del hombre al hombre y, sobre esta base, se pueda pensar la sociedad, como se ha hecho durante muchos siglos de pensamiento político 8. Para verificar qué respuesta dan los GG a este propósito, es necesario examinar el tratamiento que dan al periodo de la Neuzeit , y en particular de la frühe Neuzeit . Como se verá en el momento en el que se retomará la propuesta que resulta de nuestras investigaciones, es precisamente el de la primera edad moderna el momento en el cual se determina ese cambio radical en el cual nace el nuevo concepto. Si no se entiende esto, dificilmente se puede comprender el concepto en su determinación y se arriesga a hacer la operación intelectual que la BG denuncia como incorrecta. Si examinamos el tratamiento de la Herrschaft en la primera edad moderna, nos damos cuenta de que, siguiendo un esquema interpretativo muy común, se colocan Bodin y Hobbes por un lado, como exponentes del poder absoluto y, por el otro, Althusius y Rousseau, como autores que se oponen a la absolutidad del poder e identifican en el pueblo el sujeto detentor de una soberanía inalienable. Muchas consideraciones se podrían hacer aquí, en relación a esta interpretación que ve el contrato en Althusius como estipulado por los 6
Cfr. Die Verallgemeinerung der Anredeform « Herr » (Koselleck), en Herrschaft , GG, Bd. 3, pp. 61-63. Como se verá, es de hecho precisamente desde Weber desde donde es necesario partir para entender el significado que se ha sedimentado en las palabras que usamos en relación al poder . 8 Bien se comprende que no es significativa de por sí, para el paso del sentido que el término tenía en la Edad Media al concepto nuevo de la edad moderna, la distinción entre el carácter peronsal e impersonal de la relación, porque si nos detenemos en esto, podría parecer que en todos los casos se trata de la misma relación de sometimiento; en cambio, es el significado de la relación el que cambia radicalmente en la distinción que aquí se representará entre el principio del gobierno y el concepto de poder . 7
individuos que se obligarían así recíprocamente y resultarían, en cuanto pueblo, detentores de la soberanía y, entonces, en relación al juego (típico de la moderna soberanía) que sería identificado en Althusius entre sujeto individual y sujeto colectivo 9. Pero lo que es importante subrayar en este punto es que el imperium de Althusius se traduce con el término Herrschaft , que aparece entendido según el significado de la soberanía moderna, que caracteriza el pensamiento de Hobbes y de Rousseau. Entonces todos estos autores son leídos a través del concepto de soberanía, que se atribuye a una persona, es decir al monarca, en Bodin y en Hobbes, y al pueblo, en cambio, en Althusius y Rousseau. Una distinción de este tipo es posible sólo con la atribución de los conceptos modernos de poder y de pueblo no sólo a Hobbes y en Rousseau, sino también a Bodin y Althusius, mediante una hipostatización de los conceptos modernos (esto es de aquellos que llegan hasta nosotros, por parafrasear a Koselleck) de poder y de soberanía: se permanece de este modo en el ámbito de una perspectiva que es precisamente aquella que la BG critica justamente en sus presupuestos teóricometodológicos. Falta, por tanto, la consciencia del carácter particular y determinado del poder moderno, nacido con Hobbes y con Rousseau, que, como veremos, implica una fundación y una legitimación que no puede venir de otro sitio que de la voluntad de los individuos, que se encontrarán sometidos a él. Gracias a esta inexistente consciencia es posible considerar a Althusius y Rousseau como opositores de la Herrschaft absoluta en cuanto que, mediante la soberanía del pueblo intentarían eliminar la diferencia entre los hombres que se manifiesta precisamente en la relación en la que cualquiera es señor en relación a aquellos que están sometidos. Se verá en cambio, más adelante, por una parte, que, en Althusius está presente la noción de superioritas, y una dimensión de mandato, aunque esto está bien lejos de dar lugar a una dependencia estable y formal entre los hombres (precisamente en todo lo que hay que entender en la dimensión del gobierno y no en aquella del poder ), y, por otra, que en Hobbes se tiene más bien el absolutismo del poder, pero sólo en cuanto que el punto de partida es la igualdad de los hombres, que niega que cualquiera pueda ser sometido a otro, y la legitimación del poder, que se manifiesta en su absolutismo, está precisamente en su fundación desde abajo, en un proceso de autorización. El problema que se presenta en el tratamiento de la primera edad moderna contenido en la voz Herrschaft se representa también en el tratamiento del periodo histórico en cuestión que se encuentra dentro de la voz dedicada a la soberanía10. Aquí viene justamente indicado el malentendido, muy difundido, que se manifiesta en el uso de la conceptualidad típica de la soberanía moderna para entender la maiestas medieval, y esto atañe en particular al significado que se confiere a la expresión «soberanía popular», que también Otto von Gierke usa a propósito de Althusius. También aquí 9
Esta parte, sobre « Herrschaft desde la primera edad moderna a la Revolución francesa» es obra de Horst Günther: véase especialmente p. 28, donde la interpretación aquí recordada pasa a través de una cita de la Política di Althusius en la que se atribuyen los iura maiestatis a la totalidad del cuerpo político, lo que por otra parte equivale a coniuctim universis membris, según la concepción típica de la asociación universal, según la cual (y no sólo para el reino, sino para todas las asociaciones públicas menores, como la ciudad o las provincias) no son los individuos los que son miembros, sino los grupos, las asociaciones. Por lo que respecta a la diferencia de la doctrina althusiana de la conceptualidad relativa a la soberanía moderna y a las doctrinas jusnaturalistas remito a mi introducción a Il contratto sociale cit., esp. pp. 1321, y a G. Duso, La maiestas populi chez Althusius et la souveraineté moderne , en Penser la souveraineté à l‟epoque moderne et contemporaine , dirigido por de G.-M. Cazzaniga et Y.-C. Zarka, Pisa, Edizioni Ets e Paris, Vrin, 2001, pp. 85-106. 10 Véase espec. VIII. «Der neuzeitliche Souveränitätsbegriff bis zum Ende des 18. Jahrhunderts ( El concepto moderno de soberanía hasta el final del siglo XVIII )»,escrito por Diethelm Klippel, GG, Bd. 6, pp. 107 ss.
Bodin y Hobbes son alineados, aunque con diferencias, dentro de la concepción absolutista de la soberanía, mientras a Althasius no se le atribuye la soberanía unitaria e indivisible del pueblo, que comparece solamente con Rousseau, sino más bien, contra Bodin, una concepción dual del poder, típica de la sociedad estamental, según la cual la maiestas populi serviría como legitimación de un poder dividido entre el rey y las clases («zwischen König und Ständen geteilten Herrschaft») 11. No obstante esta justa separación del contexto de pensamiento althusiano de la soberanía popular de matriz rousseauiano no nos sustrae, sin embargo, del malentendido que consiste en considerar que se trata siempre de diferencias internas al concepto de soberanía y que, en todos estos casos, desde un punto de vista conceptual, se trata siempre del mismo concepto de Herrschaft , que es visto de una manera más o menos absolutista, más o menos unitaria (precisamente en Althusius la Herrschaft sería geteilte), pero que se caracteriza siempre como la posiblidad y la capacidad de expresar una orden y la fuerza para hacerla respetar. Tal unidad conceptual se confirma por el hecho de que la soberanía popular de Rousseau es considerada como una alternativa a la Fürstensouveränität y a la Ständesouveränität : se trataría siempre de soberanía, por tanto, como de voluntad decisiva y sumo y único poder en el Estado 12. La relación con Althusius me parece de gran importancia para la determinación de los conceptos de soberanía y de Herrschaft , precisamente porque, como intentaré mostrar, su pensamiento está aún ligado a la tradición política que parte de lejos y que viene en cambio anulada por la doctrina moderna de la soberanía. Así que un malentendido sobre este punto puede comportar la incomprensión del concepto y la puesta en marcha de una línea de investigación no sólo criticable, sino también en contraste con aquella que resultaría del mismo programa inicial de los GG. En cualquier caso, esta comparación entre las dos voces muestra cómo desde la óptica de los autores, por lo que respecta al periodo de la primera edad moderna, los dos lemas se cruzan y se confieren recíprocamente significado. La Herrschaft tomaría un significado que no está ya ligado a las relaciones entre personas dotadas de status distinto, y la soberanía consistiría en el poder sumo dentro de la sociedad, un poder no condicionado y que necesita ser racionalmente justificado, legitimado: se trata del poder político. Elementos relevantes para nuestro cruce están contenidos en la sección dedicada al Derecho natural de los siglos XVII y XVIII. Aquí, de hecho, Ilting pone de relieve el aspecto racional, jurídico, que viene a connotar la Herrschaft dentro de las doctrinas jusnaturalistas, y así también la relevancia que los derechos, en particular libertad e igualdad, tienen en el propio Hobbes, para la deducción del derecho de coacción, del Herrschaftsrecht . La coacción resulta de tal modo fundada y legitimada a través de una racionalidad formal, en cuya base se pone el consenso por parte de aquellos que deben obedecer 13. Viene así indicado el carácter de legitimación que está necesariamente 11
Idem, p. 124; aquí el autor sigue las justas indicaciones de H. Hofmann relativas a la doble representación en Althusius, Repräsentation. Studien zur Wort- und Begriffsgeschichte von der Antike bis ins 19. Jahrhunderts, Berlin, Duncker & Humboldt, 1974, esp. pp. 352 ss. (ahora Rappresentanzarappresentazione. Parola e concetto dall‟antichità all‟Ottocento , tr. it. C. Tommasi, Milano, Giuffrè, 2007, pp. 435 ss., pero también las páginas precedentes dedicadas a los monarcómacos). 12 Idem, p. 126. 13 Debemos ciertamente compartir esta indicación de Ilting sobre la relevancia del proceso de legitimación que caracteriza al poder moderno. Naturalmente se trata no de un consenso relativo a los singulares y concretos contenidos de cada orden: este significado del consenso es eliminado en la raíz de la concepción moderna que sin embargo plantea – y precisamente en cuanto que plantea – la voluntad del individuo en la base de la constitución de la sociedad y del poder político: se trata más bien de una expresión previa de voluntad, una voluntad que autoriza acciones y órdenes futuras, a la cual se promete obediencia. Paradójicamente es necesario concluir que una forma tal de autorización viene a negar aquel significado del consenso que era propio de una larga tradición y que implicaba la posibilidad de disentir:
ligado a la palabra Herrschaft , si ésta tiene un significado positivo y racionalmente fundado. Esta adquisición, que se da ya con la doctrina hobbesiana, sería perfeccionada a través de la relevante distinción pufendorfiana entre dominum e imperium, que conferiría a la Herrschaft , entendida como una relación conforme a derecho, una credibilidad desconocida para Hobbes. Hay que tener esto presente en el momento en el cual se reflexiona sobre aquel pensamiento ilustrado que se opone a la Herrschaft del hombre sobre el hombre sobre la base de la razón y de la idea de libertad: tal negación de la sumisión del hombre al hombre, que tiene como fundamento la libertad del individuo14 va a la par – es decir que no se opone, sino que incluso coincide, constituye el propio proceso – con la construcción racional de la Herrschaft en el sentido de la soberanía moderna. Resulta claro ya de este modo lo que se intentará argumentar a continuación: es decir, que no sólo no hay continuidad conceptual entre los dos significados que se pueden reconocer aquí en el uso de la propia palabra, sino que el segundo se plantea como radical negación del primero. También en el tratamiento del concepto en la época de las revoluciones, del que es autor Dietrich Hilger 15, se puede identificar una serie de adquisiciones útiles en relación a la reconstrucción del concepto. En particular, es clara la consciencia de que el concepto de igualdad – cuya raíz, por otra parte, se ve en Rousseau, mientras una mayor focalización del concepto resultaría de la confrontación en la que está presente y juega un papel determinante en el pensamiento de Hobbes – no sólo no es contrario a la dimensión de la Herrschaft , sino que, al contrario, constituye su fundación. Análogamente el concepto de libertad como autonomía, que comporta la identidad de aquellos que ejercen la coacción y aquellos que son sometidos al mando, en cuanto que los ciudadanos concurren en la formación de la voluntad colectiva, no produce un debilitamiento de la Herrschaft , sino en una theoretische Steigerung , más allá de cuanto podía ser pensado por el absolutismo propio de una fürstliche Gewalt 16 . Para nuestro razonamiento es útil detenerse sobre la indicación relativa a aquella distinción entre soberanía y gobierno que surgiría con Rousseau. Ésta no está presente en el pensamiento de Hobbes, en el que resulta, sin embargo, eliminada toda diferencia en relación a la soberanía y en el cual la distinción entre las formas clásicas de gobierno pierde significado y viene a indicar sólo una diferencia relativa a los Trägern del poder (yo diría los representantes). Justamente se considera la crítica a la democracia en Rousseau como una crítica que atañe a la forma de gobierno, que resulta muy poco relevante sobre la base de la identificación entre Herrschende y Beherrschte, y, por tanto, de la afirmación de la soberanía – Herrschaft – como perteneciente al pueblo en cuanto sujeto colectivo. Rousseau aparece así como el punto conclusivo de un proceso de nivelación que hace progresivamente perder significado a la inicial distinción aristotélica de las formas de gobierno ( Herrschaftsformen): ahora el poder pertenece al cuerpo colectivo en su totalidad y la distinción puede ser relativa sólo a la forma de gobierno, que es entendido como poder ejecutivo, y, por tanto, de mera ejecución, dependiente de la voluntad del pueblo que se expresa en al soberanía. en las doctrinas jusnaturalistas del contrato social frente a la ley, y por tanto a la orden d e aquel o aquellos que han sido autorizados a expresarla, no hay ya posibilidad de disentir... y, por tanto, no hay consenso en el significado que el término tenía en la tradición precedente. 14 Herrschaft , GG, Bd. 3, p. 49. 15 Der Herrschaftsbegriff im Zeitalter der Revolutionen: Grundzüge seiner Geschichte (el concepto de Herrschaft en la época de las Revoluciones: elementos para su historia ), en Herrschaf, GG, Bd. 3, pp. 64 ss. 16 Una tal indicación no parece, sin embargo, consciente de la novedad de la conceptualidad moderna que tiene lugar con el jusnaturalismo.
Sale a la luz aquí el problema del cambio radical que asumen las tradicionales formas de gobierno, sobre la base de novedades como las expresadas por Otto Brunner en el momento en el que afirma que el concepto de democracia, que tiene en su base los conceptos modernos de igualdad y libertad de los hombres, nada tienen ya que ver con la democracia como forma de gobierno17 . El problema en la modernidad tiene que ver con la soberanía del pueblo: tal soberanía excluye el significado del término gobierno sobre el que se basaba la distinción entre las distintas formas de gobierno, y el gobierno se entiende como poder ejecutivo, esto es, como el órgano que lleva a cabo la orden del soberano, como se deduce del párrafo del Contrat Social dedicado a la democracia como forma de gobierno, que es considerada peligrosa y, en el fondo, impensable. Una tal consciencia no parece estar, sin embargo, presente en el tratamiento que estamos examinando, en el cual, precisamente en el momento en el que se opera una distinción entre Regierung y Herrschaft , y esta última asume evidentemente el significado del moderno concepto de soberanía, se usa, en referencia a las formas de gobierno que ocupan el pensamiento político de una tradición milenaria, a partir de los Griegos, y en particular desde Aristóteles, el término de Herrschaftsformen. Esto significa que, aún indicando ese cambio que la concepción unitaria e indiferenciada de la soberanía moderna comportaría en relación a la concepción en que se determinan los Herren de la polis según la tradicional distinción de monarquía, aristocracia y democracia, sin embargo, se entiene como utilizable, en relación a las formas de gobierno el concepto moderno de soberanía, como si en la tradición precedente del pensamiento político las diversas formas de gobierno indicaran los diversos depósitos de la decisión última, del poder soberano. Se determina así una constante del concepto con una diversidad de formas que se manifiestan en la historia y no se entiende que el término Herrschaft , que está presente en la expresión que indica las formas de gobierno, es algo muy diferente de la Herrschaft en el sentido de la soberanía. Podemos detenernos aquí en el análisis del tratamiento del concepto presente en el Léxico alemán, también porque nuestro problema atañe a la génesis y a la lógica de los conceptos políticos que nacen en torno al de poder, y, por tanto, es relevante precisamente el periodo de la primera edad moderna para verificar la fractura que tiene lugar en relación a la tradición y al hecho de que las palabras viejas vehiculan conceptos nuevos y no relacionables con el pensamiento que las propias palabras transmitían antes. 3. Posibles malentendidos en relación al concepto de poder
Puede ser útil, sin embargo, poner otros dos ejemplos para entender cuál es el uso de los conceptos que una conciencia histórico-conceptual, a mi entender, debe necesariamente superar. El primero está relacionado con Manfred Riedel, un autor relevante, que también está muy implicado en la empresa de los Geschichtliche Grundbegriffe, desde el momento en que entre las diversas voces cuidadas por él figuran aquellas importantes relativas a la sociedad civil ( Bürgerliche Gesellschaft ) y a la Sociedad-comunidad (Gesellschaft-Gemeinschaft )18, las cuales tienen evidentemente 17
Cfr. el ensayo de O. Brunner, magistral para hacer entender qué es la historia conceptual y qué perspectivas abre, La «casa como conjunto» y la antigua «economía» , en Per una nuova storia costituzionale, cit., pp. 133-164; para la afirmación relativa a la democracia, p. 147. Sobre la imposibilidad de entender democracia antigua y democracia moderna como modificaciones del mismo concepto, cfr. G. Duso, La logica del potere, esp. pp. 218-228, e Id., (al cuidado de), Oltre la democrazia. Un itinerario attraverso i classici, Roma, Carocci, 2004. 18 GG, vol. II, respecticamente pp. 719-800 y 801-802; por otra parte relevantes son las otras voces: Nihilismus, System-Struktur, Technik-Kunst .
un significado estratégico en la tarea de la reconstrucción de la génesis y de la especificidad de los conceptos político-sociales modernos. Además, se trata de un estudioso que ha intervenido con autoridad en el debate surgido en Alemania en relación a la rehabilitación de la filosofía práctica, aportando en concreto una contribución específica a la reconstrucción del aristotelismo político 19. Es, sin embargo, singular que, precisamente dentro del intento de comprender el pensamiento aristotélico más allá de la perspectiva ofrecida por la conceptualidad moderna y de un uso inmediato y demasiado algre de ésta para resolver las dificultades de la ciencia política moderna, no obstante, se arriesgue a quedar condicionado por los conceptos modernos, utilizándolos con el fin de comprender un punto central de la política aristotélica. De hecho, aun habiendo afirmado justamente la imposibilidad de separar en Aristóteles política y ética, casi como si constituyeran dos ámbitos del saber y de la realidad 20, sin embargo, retoma tal distinción en el momento en el que identifica en el poder coercitivo la fuerza que es necesario presuponer para la existencia de la polis y para la vida en común de los individuos. Es, de hecho, en relación al problema del mando y del uso de la fuerza en la polis donde Riedel ve surgir una aporía en el pensamiento político aristotélico, porque, por una parte pone en la base una «ley» que los hombres buenos están obligados a seguir, y por otra, tiene necesidad de postular una fuerza que tenga la posibilidad de constreñir a aquellos que no actúan espontáneamente según la justicia. Ahora un poder tal de coerción no aparece fundado sobre esa ley y faltaría en Aristóteles una justificación cualquiera. En definitiva, tendremos en su pensamiento una carencia de legitimación del poder. Se puede notar que, en este razonamiento, se da una división lógica que es típica del Leviatán y de los tratados jusnaturalistas del siglo XVIII: la razón nos dice que debemos vivir en paz y qué debemos hacer para vivir en paz (las leyes de la naturaleza o morales); pero no todos usan bien la razón (y, por tanto, se comportan bien), y, entonces, es necesaria una fuerza que constriña a todos, aquellos que tienen buenas intenciones y aquellos que no las tienen. Está aquí la distinción-separación de moral y política: la moral no es suficiente para vivir en la sociedad; es necesario el poder, el monopolio de la fuerza. Ahora está claro que un poder tal debe estar fundado racionalmente. Pero no se puede identificar tal poder en Aristóteles21. Una actitud de este tipo en relación al pensamiento antiguo emerge, con mayor razón, en quien, más allá de cualquier aproximación histórico-conceptual, intenta confrontar el pensamiento político antiguo y el moderno para mostrar sus diferencias y, sin embargo, también la unidad que permite plantearlos como objeto de la teoría y de la valoración. Me refiero a la conocida comparación que Norberto Bobbio propone entre el «modelo aristotélico» y el «modelo jusnaturalista». El fin es el de definir (y también valorar, juzgar) la diversidad de las dos concepciones; pero esto sucede a través de su colocación dentro de una denominación común, que es aquella de la teoría del Estado o de su elemento específico, el poder sumo, o poder político. Las diferencias tienen que ver de hecho con el modo diverso de entender «origen», «naturaleza», «estructura», «fundamento» «de aquel poder sumo, que es el poder político en relación a todas las 19
Véase la Introducción de F. Volpi a la traducción italiana de M. Riedel, Metafisica e metapolitica. Studi su Aristotele e sul linguaggio politico della filosofia moderna, Bologna, Il Mulino, 1990 ( Metaphysik und Metapolitik, Studien zu Aristoteles und zur politischen Sprache der neuseitlichen Philosophie , Suhrkamp, Frankfurt a. Main, 1975). 20 Cfr. Riedel, Metaphysik und Metapolitk , cit., p. 101-102 (tr.it. 128-129). 21 Para la propuesta de entender el arché según el significado del gobierno antes que en aquel moderno concepto de poder, remito a mi Fine del governo e nascita del potere , en La logica del potere cit. pp. 5661.
formas de poder del hombre sobre el hombre» 22. Bien se entiende que una distinción tal se hace posible precisamente sobre la base del elemento unitario, constituido por el Estado y por el poder de coacción que lo caracteriza, un poder, que, como veremos, es el producto característico de las teorías jusnaturalistas modernas, y nace precisamente sobre la base de la negación del modo precedente de concebir la política. Se trata de la dependencia de los súbditos en relación al mando que se expresa en la ley, una dependencia estable, que prescinde de los contenidos que se expresan en la ley. Una vez planteada la cuestión en estos términos, es evidente que las motivaciones que están en la base del modelo jusnaturalista son no sólo más creíbles, sino también las únicas verdaderamente pensables. No parece de hecho fruto de un discurso racional afirmar que el poder es justificado por la realidad de los hechos. La doctrina aristotélica parece obviamente carecer de la fundación racional y del proceso de legitimación que se expresa en la figura moderna del contrato social, y es precisamente esta carencia la que da lugar a aquella que se pretende como una concepción de la naturalidad del poder y de una fuerza de las cosas que estaría en el lugar de la expresión de voluntad racional de los individuos. Como se ve, ¡Una vez que es hipostatizado el concepto de poder moderno, el pensamiento aristotélico resulta incomprensible, irracional y ya pre -juzgado en relación a su validez! Pero, debemos preguntarnos si tal hipostatización permite comprender el pasado, y además, si ésta no comporta una subrepticia y dogmática valoración y absolutización de la racionalidad formal (que no coincide ciertamente con la fuerza de la razón) que caracteriza la ciencia política moderna. Lo que se puede deducir de estos ejemplos y de las dificultades con las que se topan a menudo las voces de los GG, más allá de las asunciones de las cuales parten, es que se pone en marcha una operación que resulta mucho más peligrosa por un doble aspecto. Si, precisamente en el momento en el que se quiere demostrar la diferencia entre un pensamiento que es distinto del moderno y este último, se usa, más o menos subrepticiamente, el aparato conceptual que se ha sedimentado en las palabras modernas, entonces non sólo no sw consigue entender las fuentes, sino que también se arriesga a hacer eternos, universales y a priori válidos conceptos que son en cambio fruto de procesos culturales particulares, que han determinado presupuestos para nada necesarios y que contienen quizá en sí contradicciones y aporías. Es lo que sucede en el momento en el que se piensa que el de poder es un concepto universal, que determina una dimensión que siempre se da, en el pasado, ahora o en el futuro, en la relación entre los hombres. Pero hay que preguntarse entonces de dónde o cuándo nace tal convicción. 4. La concepción contemporánea del poder
Para intentar determinar el concepto de poder y para entender su época, me parece oportuno – en base al criterio de que es necesario, para una investigación rigurosa, tener conciencia del propio presente en el sentido antes recordado – antes que nada evidenciar qué se ha sedimentado en este término de poder en el lenguaje socialmente difundido de nuestra contemporaneidad y en el propio lenguaje culto y científico.
22
N. Bobbio, Il modello jusnaturalista, en N. Bobbio, Michelangelo Bovero, Società e Stato nella filosofia politica moderna, Milano, Il Saggiatore, 1979 (se trata de la voz Jusnaturalismo, en Storia delle idee politiche, economiche e sociali , Torino, Utet, 1980, IV/1, pp. 491-558; pero ya antes, «El modelo jusnaturalista», Rivista internazionale di filosofia del diritto, 1973, pp. 603-622), esp. p. 44: no es difícil distinguir cómo, en la cita extraída, el horizonte teórico esté constituido por los conceptos de Herrschaft y Macht , como se encuentran en el contexto del pensamiento weberiano, que, como se dirá más adelante, constituye el fundamento, más o menos consabido, del modo contemporáneo de referirse al poder .
Podemos comenzar por indicar dos aspectos que parecen connotar el uso del término, en consonancia con el modo en el que habitualmente se usan los conceptos relativos al ámbito de la praxis, y del cual una historia conceptual intenta tener una conciencia crítica. 1) Por una parte con él se quieren indicar realidades objetivas: piénsese en la referencia constante al poder político, militar, religioso, de los medios de comunicación, etc. Esta pretensión de expresar realidades, tiene que ver no sólo con el lenguaje común, sino también con el científico, como muestra la gran cantidad de volúmenes que, con un trasfondo sociológico, hallan poderes en todos los campos de la vida asociada de los hombres. No sólo, sino la realidad de la relación que se indica con el término poder se entiende eterna, connatural, esto es, a la vida humana por cuanto es relativa a las relaciones entre los hombres. 2) Por otra, en relación a este término estalla una actitud de valoración, de juicio, que en general no concede inmediatamente al término un significado ética y racionalmente positivo. Este debe remitirse a valores que se afirman de por sí, como fruto del uso recto de la razón. Por lo que respecta al uso político del término, la tendencia es la de purificarlo del elemento de dominio que parece contener a través de la justificación racional, según la cual no sólo el poder debe tener como fin el bien y el interés de todos, sino que debe también, de alguna manera, coincidir con el poder de todos. Piénsese en el efecto de reducción o eliminación del dominio y de la sumisión que se identifica normalmente en aquella forma que aparece como el cumplimiento del concepto de poder legítimo, es decir, la democracia, no obstante la propia etimología del término esté caracterizada por el elemento del poder : poder del pueblo, precisamente; pero, en cuanto poder del pueblo sobre el pueblo, parece que el poder pierda su naturaleza de mando, de obligación y de dominio. El problema no consiste tanto en el hecho de que puedan, en la abstracción del punto de vista del sujeto que se plantea en el plano del sentido común o también en el de la ciencia particular, encontrarse relaciones que se marcan como «poder», sino en el hecho de que estas relaciones pensadas como realidades, incluso como la verdadera realidad, más allá de justificaciones, finalidades, indicaciones de concretas situaciones, que son, en consecuencia, a menudo relegadas al ámbito de la ideología. Hay que preguntarse de dónde nace tal concepto y qué sucede en el pensamiento cuando se quiere algo como «poder»; cómo es posible indicar una serie de cosas muy distintas con el mismo concepto, ya sea especificado por adjetivos o por genitivos diferentes; cuáles son las condiciones que hacen posible algo como la historia del poder o de los poderes. Hay que comprender, además, cuál es la relación entre el concepto general de poder y aquella forma al mismo tiempo particular, pero relevante, que es el poder político. A este propósito parece necesario hallar, según la enseñanza de Brunner, el nexo existente entre la historia del poder y la ciencia política moderna. En el caso, además, de que en esta última se revelaran algunas aporías radicales 23, se trata de entender si no debe cuestionarse el modo de pensar la realidad exclusivamente en términos de poder , modo de pensar que está sedimentado en el lenguaje socialmente difundido, en los principios constitucionales, en el modo de relacionarse lo social y los político de los hombres y en el propio lenguaje científico relativo al ámbito social y político. En relación al lenguaje científico, social y político, podemos referirnos, como ejemplo significativo, a la voz poder de Stoppino en el Dizionario di politica24. Aquí, 23
Esto parece el resultado del camino de investigación que ha visto a sus puntos de paso fundamentales en los clásicos del pensamiento jusnaturalista, la reflexión de la filosofía clásica alemana, el momento de lúcida reflexión de las categorías modernas en el periodo de los años 20-30, Schmitt en particular, la problematización de los conceptos modernos en autores como Voegelin, Strauss y Arendt. 24 M. Stoppino, Poder , en Dizionario de politica, al cuidado de N. Bobbio, N. Manteucci, y G. Pasquino, Torino, Utet, 1983, pp. 864 y ss.
«poder» es la capacidad de operar, de producir efectos y, en el ámbito de las relaciones humanas, capacidad de determinar la conducta de otro hombre: entonces, poder del hombre sobre el hombre, condicionamiento y coacción en relación a la voluntad de los demás. Y también se dice que se trata de uno de los fenómenos más invasivos de la vida social, presente en los más diferentes aspectos de la sociedad. El campo en el que el poder adquiere el papel más crucial es el de la política. Éste entonces concebido como una relación entre voluntad, capacidad de coacción sobre la voluntad y la conducta de los otros y actualiadad de tales posibilidaes. Intentaré indicar (mucho más amplio sería el espacio necesario para una demostración, o para una justificación analítica) que tal modo de entender la realidad de las relaciones entre los hombres es fruto de la ciencia política moderna: no es, por tanto, una realidad objetiva descubierta por la ciencia, sino un punto de vista ligado a presupuestos determinados y particulares. A esto se llega a través de dos etapas fundamentales: la constituida por la formación de la conceptualidad propia de la soberanía moderna, que tiene su efectiva génesis en el pensamiento de Hobbes, y la constituida por el cambio epistemológico weberiano. Es dentro de este cambio donde la ciencia relativa al ámbito práctico pierde el carácter de fundación, que aparece connatural aún a la ciencia política moderna en el momento de su nacimiento, y asume el de ciencia de realidad , connotada por una actitud descriptiva. El cambio weberiano es particularmente relevante porque es la dimensión científica de la sociología la que ha ocupado el espacio de la ciencia política comtemporánea. Para una reconstrucción de la génesis del uso del concepto de poder apenas considerado, como, es decir, manifestación de una realidad de las relaciones sociales, el punto de partida no es tanto Hobbes, como, más bien, Weber. Ciertamente él es crítico en relación con una concepción metafísica de la realidad y consciente de que el trabajo científico no puede prescindir de la óptica del sujeto que investiga, y del instrumental que consta de elementos conceptuales, que, en cuanto tales, no pueden ser ingénuamente intercambiados con datos objetivos de la realidad. Esto se manifiesta con claridad en su tratamiento de los tipos ideales 25. Sin embargo, es a través de estos tipos como intenta entenderse la historia, y la subjetividad propia del punto de vista del investigador no impide la objetividad de la ciencia y el hecho de que la ciencia social se plantee como «ciencia de realidad». Por lo que respecta a nuestro problema, es necesario tener en cuenta ante todo la definición del concepto de Macht , que «designa cualquier posibilidad de hacer valer en una relación social, también frente a una oposición, la propia voluntad, sea la que sea la base de esta posibilidad»26. Como se ve poder ( potenza (potencia) , en la traducción italiana) es una relación entre voluntad, capacidad de ejercer dominio y coacción sobre la voluntad de otros, independientemente del contexto, del fin, de los contenidos particulares de la relación. Dentro de un concepto tal se determina la especificación del poder político, de la Herrschaft , que consiste en la «posibilidad para específicas órdenes (o para cualquier orden) de encontrar obediencia por parte de un determinado número de hombres»27. Una definición así no puede no reclamar otra, relativa a aquella disposición a la obediencia que permite a la orden imponerse como orden política. «La obediencia indica que la acción de aquel que obedece se desarrolla esencialmente como si él, por su propia voluntad , hubiera asumido el contenido de la orden por precepto de 25
Cfr. Tipi del potere e forma politica moderna in Max Weber, en G. Duso, La rappresentanza politica: genesi e crisi del concetto, Milano, FrancoAngeli, 2003, pp. 120-144. 26 Cfr. M. Weber, Wirtschaft und Gesellschaft , ed. J. Winckelmann, Mohr, Tübingen, 1976 5, I Bd., p. 28 (tr. it. Economia e società, al cuidado de P. Rossi, Milano, Edizioni di Comunità, 1974 2, ahora 1981, vol. I, pp. 51-52. 27 Id. I, p. 122 (tr. it., p. 207).
la propia actitud – y esto simplemente a causa de la relación formal de obediencia, sin relación con la propia opinión sobre el valor o sobre el no valor de la orden en cuanto tal»28. Tales pasos son fundamentales para comprender la dimensión del poder. Antes que nada, las definiciones recordadas muestran cómo la relación es formal, en el sentido de que la relación de orden-obediencia no es dependiente de puntos de referencia considerados objetivos, o del juicio sobre los contenidos de la orden, sino del lugar que ocupan en la relación el que manda y los que obedecen. Pero la definición de la Herrschaft muestra cómo es de relevante para la relación política la disponibilidad a obedecer de aquellos que obedecen la orden: de otra forma no hay poder político, sino sólo uso de la fuerza. La disponibilidad para obedecer es, por tanto, el secreto del poder. Pero entonces la definición de obediencia indica de modo claro qué significa la legitimación del poder, aquella legitimación sin la cual no hay poder político. Si esto consiste en una relación que va de arriba abajo, tal, esto es, que en ella se ejerce coacción en relación a la voluntad de aquellos que obedecen, sin embargo, esa es posible sólo en cuanto que encuentra su fundamento en una relación de signo opuesto, en la cual es precisamente la voluntad de quien obedece la que tiene una función fundadora: de hecho, aquellos que obedecen aceptan la orden como regla del propio comportamiento sobre la base de su propia voluntad ; su obediencia a la orden de aquel que ejerce el poder es en el fondo obediencia a la propia voluntad . Se elimina de ese modo la relación personal entre sometido y señor que caracteriza en la tradición premoderna la palabra Herrschaft . Este elemento de la voluntad de aquellos que son sometidos parece ser, por tanto, el secreto de la legitimación del poder, una legitimación que tiene el carácter de la formalidad: de hecho, la relación entre orden y obediencia no depende del juicio sobre los contenidos individuales de la orden, sino más bien de la relación que liga a quien manda y a quien obedece, una relación fundada, en última instancia, en la voluntad de aquellos que son sometidos 29. El poder puede tener una dimensión formal y, por tanto, requiere obediencia en relación a cualquier orden, sólo sobre la base de esta función de la legitimación, que muestra en aquel que obedece también a quien está en la base y que autoriza el mando. 5. El nacimiento de la soberanía sobre la base de los conceptos de igualdad y libertad
Una relación entre voluntades que dé lugar a un comportamiento estable y previsible y que tenga una dimensión formal – como sucede en el concepto de poder – no puede ser entendida si no es a través de una indebida hipostatización, como una dimensión propia de la naturaleza humana y de las relaciones entre los hombres. Cuando se entiende como objetivo y universal el concepto de poder, en realidad no se hace otra cosa que absolutizar el producto de la ciencia moderna, cosificarlo, con la consecuencia de que el pensamiento político de la tradición pre-moderna es automáticamente reducido a la medida de una tentativa ideológica que, avanzando razones y fundamentos diversos (diferencias entre los hombres, verdades religiosas, costumbres, tradiciones del derecho, etc.), acaba por enmascarar aquella relación de poder que constituye la verdadera realidad de las relaciones. El concepto de poder político requiere entonces su justificación racional, su legitimación, como emerge en las definiciones weberianas de la Herrschaft y de la 28
Id. I, p. 123 (tr. it. p. 209). Como se ha intentado mostrar, se trata de la estructura y de la función de la representación política moderna (cfr. Tipi del potere e forma politica cit., esp. pp. 136-144). 29
Gehorsam. Aun en el cambio epistemológico antes indicado, tales definiciones muestran implicar aquel concepto de soberanía que, junto con una serie de conceptos fundamentales, nace en aquel mecanismo lógico que parece esencial para el desarrollo del modo moderno de entender la política y que caracteriza la ciencia política moderna, la cual se presenta en el lejano siglo XVII bajo el ropaje del derecho natural. Es en este ámbito cultural en el que se opera el cambio radical en el modo de entender al hombre, el saber y la sociedad, que hace que palabras usadas por una larga tradición, a partir de la antigüedad a menudo, se conviertan en vehículos de conceptos nuevos, encaminados a eliminar contenidos de pensamiento que las propias palabras antes vehiculaban. Es en este contexto en el que nace el concepto de poder político, como poder del cuerpo colectivo, que no debe encontrar resistencia por parte de quien obedece, precisamente porque se basa en la esfera constituida por el individuo y por sus derechos. Un poder tal que no sólo no es una modificación de la relación de sumisión y de mando que se expresaba hasta el siglo XVII mediante el término imperium, sino que es su negación y su pretendida superación. A este propósito me parece que la propuesta de Otto Brunner de entender el ámbito de la vida social y las disciplinas que atraviesan una milenaria tradición, hasta el siglo XVII, como ética, económica y política, a através de la óptica ofrecida desde el principio del gobierno (Brunner usa el término Herrschaft en su sentido antiguo), hay que acogerla en toda su extensión, por la capacidad que tiene de iluminar y hacer comprender una serie muy distinta de contextos del pasado 30. El poder aparece como la dimensión que necesariamente se ha impuesto en el momento en el que se ha negado la razonable presencia de una relación entre los hombres que podríamos llamar gobierno, entendiendo el término en ese sentido antiguo de regere, gubernare, que confiere al mando y a la sumisión un significado radicalmente distinto del que surgía de la definición weberiana de poder político apenas considerada. Este es entonces el centro de nuestro razonamiento, basado sobre los resultados de diversas investigaciones. El concepto de poder es moderno y entre el pensamiento de la tradición y el moderno no asistimos a una transformacion del concepto de poder (en alemán: un cambio del concepto de Herrschaft ), sino más bien al nacimiento de un concepto, o mejor de un mecanismo conceptual , que sustituye a un modo de pensar la política que implicaba necesariamente, esto es racionalmente (no hay naturalidad en la polis aristotélica, sino en el sentido de la expresión racional de la esencia del hombre), una relación de gobierno en la sociedad y en cada forma de comunidad humana. Por esto, con el concepto de poder (de Herrschaft en la acepción moderna de coacción de voluntad) no conseguimos comprender la dimensión que Platón y Aristóteles expresaban mediante el arché o el politeuma y que una larga tradición medieval y de la primera edad moderna expresa mediante el término de imperium. Se puede intentar evidenciar la novedad del concepto de poder y el hecho de que éste nace como negación de la dimensión de gobierno y no como su modificación, refiriéndose a la paradoja que parece presentarse en un punto clave del Leviatán de Hobbes. Dentro de esta paradoja se puede también entender la verdadera función y el verdadero significado de la afirmación hobbesiana de la igualdad de los hombres. Esta, que sale a la luz mediante la estratagema lógica del estado natural , como estado en el que el hombre se encontraría fuera de la relación de sociedad, no consiste en una paridad de poder desde el punto de vista físico o intelectual, ni en una paridad en las condiciones de vida y en la capacidad de procurarse bienes; ni siqueira da lugar a una situación de solidaridad sobre la base del reencuentro de una condición común. Al contrario, es precisamente la posibilidad de perjudicarse recíprocamente, de dar la 30
Cfr. Fine del governo e nascita del potere, G. Duso , La logica del potere cit. cap. 3.
muerte al otro, lo que se afirma con tal igualdad. Me parece que puede decirse que el verdadero fin de la afirmación de la igualdad – el papel propio que el concepto desarrolla en el procedimiento científico que Hobbes pone en marcha – consiste en la negociación de aquel principio de gobierno que, en formas diversas, se había siempre manifestado como central en el pensamiento político precedente, en relación ya sea con la sociedad, ya sea con la propia acción del hombre indivudal 31. Esto se ve claro si se observa precisamente la paradoja que parece presentarse en el proceso de pensamiento que va, en el Leviatán, de la novena ley natural a la institución del soberano a través del pacto. En el tratamiento de la novena ley natural, Hobbes se lanza en contra de la actitud soberbia atribuida a Aristóteles, según la cual, sobre la base de la diferencia existente entre los hombres, es necesario y racional que alguien gobierne a los demás 32. Al contrario, los hombres piensan que tienen suficiente sabiduría como para preferir gobernarse a sí mismos antes que ser gobernados por otros. Este concepto del autogobierno de los individuos llega a tener el significado de la negación de que entre los hombres se da una relación como la de gobernar y ser gobernados. Por esto, mediante la división lógica que caracteriza el procedimiento de la ciencia hobbesiana, se pasa del estado natural, a la racionalidad de las leyes morales, a la construcción del cuerpo político con su inmanente poder ejercido por el soberano. Con la constitución del commonwealth mediante el pacto, inmediatamente, uno es el soberano y todos los otros se convierten en súbditos. Ahora bien, si no se tiene presente la diferencia que aquí se intenta reclamar entre gobierno y poder , puede parecer que nos encontramos frente a una contradicción evidente, porque, precisamente partiendo de la negación de la sumisión de los hombres a uno o a algunos que gobiernan, se llega al sometimiento de todos en relación al soberano. Pero si nos detenemos en esta constatación no se comprende la lógica de la construcción hobbesiana. En realidad, no hay contradicción si la construcción que parte de la negación del principio aristotélico de gobierno conduce, mediante el contrato, y por tanto mediante la expresión de la voluntad de todos, a una forma politica en la que todos son súbditos en relación a un soberano, que no es otra cosa que representante de todo el cuerpo político. 33 Para comprender la lógica del razonamiento hobbesiano es 31
Para una representación sintética del pensamiento de Hobbes en relación al poder véase M. Piccinini, Potere comune e rappresentanza in Thomas Hobbes, en G. Duso (al cuidado de), Il potere. Per la storia della filosofia politica moderna, Roma, Carocci, 2001 2, pp. 123-141. 32 Cfr. Th. Hobbes, Leviathan, The English Works, ed. W. Molesworth, vol. III, réimpr. Scientia Verlag, Aalen, 1966 (tr. it. al cuidado de A. Pacchi, Roma-Bari, Laterza, 1989), cap. XV. Es significativo que en este contexto Hobbes haga un todo de lo que en Aristóteles son cosas claramente distintas: esto es, el gobierno despótico que es propio del ámbito del oikos y el político que se actúa sobre hombres igualmente libres. Esto significa que él entiende el gobierno como simple dominio sobre la voluntad de los otros, capacidad de disposición sobre otros y de condicionar el comportamiento según el propio arbitrio. De este modo, el vuelco se ha producido ya: la relación de gobierno se reduce a una relación de constricción entre voluntades, una relación formal entre voluntades (lo que no era, como se verá más adelante): exactamente lo que con Hobbes se afirmará: pero entonces una relación tal sin su legitimación parece una cosa monstruosa e inaceptable; una relación tal puede ser afirmada solo sobre la base de un proceso de legitimación, que consiste precisamente en esa expresión de voluntades por parte de los individuos que comparece en la figura del pacto social. 33 La afirmación de que no hay contradicción a este nivel, no coincide con un juicio de aceptación de la construcción hobbesiana: en ella se manifiesta una aporía fundamental, pero esta puede ser captada sólo si se entiende el significado específico de los conceptos y de la construcción, y entonces no se confunde entre la naturaleza del gobierno, principio que Hobbes niega, y aquella del poder politico que él inaugura. Se puede aquí recordar el proceso que Brunner indica en su ensayo sobre el entramado entre poder moderno y legitimidad: él identifica en el siglo XVIII la transformación social que se conjuga con el nuevo modo de entender la Herrschaft , la cual no es más un dominio global y personal, sino que se
necesario entender porqué la relación de obligación política que se instaura con la soberanía (con la Herrschaft en sentido moderno) es el único modo de negar la relación de superioritas y de sumisión que caracterizaba el gobierno precedentemente (la Herrschaft en el sentido pre-moderno del término). El imperium del que se hablaba en la tradición precedente de pensamiento político no es una forma de poder, sino exactamente lo que el concepto de poder pretende eliminar definitivamente; por esto, cuando se entra en la época en la que la política es determinada por el concepto de poder, no se puede ya hablar de gobierno en el sentido fuerte y antiguo del término, y el gobierno se convierte en algo secundario, poder ejecutivo precisamente, como resulta claro con Rousseau, esto es, como mera ejecución del verdadero poder de mando que se expresa mediante la ley. No es aquí posible volver a recorrer los textos hobbesianos para evidenciar en sus pasajes y en sus motivaciones el mecanismo lógico que aquí nace y que marcará el destino del pensamiento político moderno 34: recuerdo sólo algunos aspectos para hacer comprender la propuesta antes avanzada. Si la igualdad, que se afirma mediante esa abstracción de la experiencia que es realizada por la imaginación del estado natural, hace irracional el ser del gobierno entre los hombres, esa está, sin embargo, en la base de una construcción que debe exorcizar el conflicto que caracteriza un estado no civil. Puede parecer paradójico, pero en esta concepción de la política, que es considerada a menudo como absolutista, juega precisamente un papel fundamental el concepto de libertad. También este, como el de igualdad, niega que pueda existir una dimensión de gobierno, que es considerada por Hobbes como una sumisión de la voluntad, un condicionamiento del gobierno desde el exterior. Esto determinaría una negación de la convierte en impersonal y objetivo, de manera que reduce al mínimo el elemento del dominio. «Así el conjunto de dominio vetero-europeo pudo ser entido como ‗feudalismo‘ a superar. Pudo parecer que la desaparición del viejo estilo pudiera conducir al fin del dominio en general» (en esta traducción el término «dominio» traduce el alemán Herrschaft ). Tras los procesos del siglo XIX él ve la doctrina de Saint Simon, según el cual la asociación se deriva de la decisión voluntaria de los individuos (cfr. Osservazioni sui concetti di «dominio» y de «legitimidad» cit. pp. 108-109). Sobre la línea de la contribución a la que se hace referencia en el presente volumen, se podría decir que tal idea del fin del dominio tiene una coherencia propia si se realiza la distinción propuesta entre «gobierno» y «poder», distinción que me parece por otra parte acorde con el planteamiento lógico de Brunner y con el cambio de significado del término Herrschaft por él indicad. Además, hay que observar que la concepción que ve nacer la asociación de la libre voluntad de los individuos es muy anterior a la difusión que tiene en el siglo XIX y también a la doctrina de Saint Simon, y tiene sus raíces en las teorías modernas del contrato social. Brunner por otra parte deja abierta la posibilidad de una consideración tal: en su intento de mostrar cómo el concepto de legitimidad, que caracteriza al poder político o Herrschaft , como Weber la define – con sus tres tipos, del poder legal, tradicional y carismático – esté ligada a la situación post-revolucionara del siglo XIX, él llega a pensar que esto es el «resultado provisional», que requiere una profundización sobre los presupuestos que hacen posible el paso al mundo moderno, volviendo de ese modo a cuanto Weber mismo indica como proceso de «radicalización», o otros como proceso de secularización ( Idem, p. 120). Me parece que en la irrupción de la teoría hobbesiana emerge ese principio organizador científico que permite entender el cambio radical del término Herrschaft al que Brunner se refiere, y que en este entonces se puede identificar uno de los presupuestos del nacimiento del mundo moderno: un presupuesto por otra parte fundamental para entender el significado mismo de los nuevos conceptos. Tal conclusión constituye, a mi parecer, uno de los notables resultados de la lectura del pensamiento hobbesiano por parte de los ensayos citados en el cap. precedente de Biral sobre Hobbes y sobre la historia de la soberanía. 34 Para esto no puedo sino remitir a trabajos míos citados en este ensayo y a los del grupo de investigación, en particular a los volúmenes de la colección Il Contratto sociale nella filosofia politica moderna cit., con los ensayos fundamentales sobre Hobbes y Rousseau de Alessandro Biral (al que soy deudor también por lo que respecta a la conciencia de esta distinción entre gobierno y poder ), y G. Duso (al cuidado de), Il Potere. Per la storia della filosofia politica moderna cit., Roma, Carocci, 2001 2, G. Duso (al cuidado de), Oltre la democrazia cit.
libertad, que es entendida como la falta de obstáculos en relación a una fuerza que se expande y, para el ser humano, como la independencia de su voluntad en relación a los demás. Sobre la base del punto de partida constituido por el individuo y por su derecho – y, como se sabe, el derecho, indebidamente confundido con la ley, es inmediatamente vinculado por Hobbes a la libertad 35 – es necesario pensar en una situación en la cual tal derecho sea tutelado... antes bien, por primera vez realizado. Hay que recordar que la libertad es definida como «la ausencia de impedimentos externos» 36 y, en un estadio más avanzado, esto encuentra su determinación en relación al hombre: «un hombre libre es aquel que, en las cosas que es capaz de hacer con su propia fuerza y su propio ingenio, no se ve impedido para hacer aquello que tiene la voluntad de hacer» 37. Si esto es la libertad, es fácil llegar a la conclusión de que, en un estadio del procedimiento científico en el que no ha sido aún deducido el cuerpo político con el poder que lo caracteriza, y, por tanto, en un estado en el que se piensan los muchos individuos no vinculados aún entre ellos en la sociedad civil, no se puede hablar de una libertad tal porque la expansión de las fuerzas de cada uno crea obstáculos por todas partes, y, entonces, determina un estado de no-libertad. El problema que se plantea aquí no es sólo el de realizar la libertad, sino, por encima de eso, el de conseguir pensarla! Este concepto de libertad no es, llegados a este punto, un concepto completo: es más bien definido antes e independientemente de la deducción del cuerpo político, pero para ser efectivamente pensado necesita de la deducción de este último. La condición de su posibilidad está constituida precisamente por la ley, que impide que los individuos, dependiendo únicamente de su voluntad choquen entre ellos provocando obstáculos el uno contra el otro. Esto parece paradójico, porque Hobbes decididamente indica la oposición entre el concepto de ley, que significa oposición y mando, y el de derecho, que consiste en la «libertad de hacer o de abstenerse de hacer», hasta el punto de que ley y derecho, difiriendo entre ellos como obligación y libertad, son incompatibles en la misma situación38. Es a este propósito ilumidadora la imagen hobbesiana de la carrera de los atletas en el estadio dentro de los carriles asignados a cada uno, delimitados por los setos: este es el modo para poder imaginar el desarrollo de la potencia propia de los individuos sin que esta dé lugar a obstáculos: es necesario, esto es, impedir que se crucen entre ellos. Fuera de la metáfora, están las leyes que determinan estas obligaciones que no sólo son compatibles con la libertad, sino que la hacen, antes incluso que realizable, pensable. Y las leyes son las órdenes del soberano. Sólo de este modo la libertad de cada uno es compatible con la de los otros y, así, se puede pensar algo como la libertad de los individuos. He aquí por qué el poder no es una instancia que se opone a la libertad, sino que es más bien su consecuencia lógica... la otra mitad del concepto. De este modo se puede entender la coherencia del procedimiento lógico de Hobbes, aunque esto no significa haber eliminado la contradicción, sino haberla desplazado (es en un ámbito más profundo donde surge la aporía). Pero entonces es necesario comprender que no hay parentela entre este poder, la forma de la Herrschaft moderna expresada por la soberanía, y la relación de gobierno que se escondía en el término de imperium. El poder no niega la libertad como sucedía – sólo, por otra parte, desde la óptica de esta nueva ciencia, y, por tanto, ya a la luz del nuevo concepto de poder – en la relación de 35
Cfr. Leviathan, cap. XIV, p. 116 (tr. it. p. 105). Ibid. 37 Leviathan, cap. XXI, p. 196-197 (tr. it. p. 175). 38 Leviathan, cap. XIV, p. 116 (tr. it. p. 105). 36
gobierno, sino que la hace posible y pensable: emancipando a los hombres de la relación de gobierno y de la sumisión a él, los hace finalmente libres. En este punto se podría, sin embargo, pensar aún que el poder sea condición necesaria pero externa, heterónoma en su relación con la libre voluntad de los individuos. Pero no es así. Es precisamente en cuanto se intenta superar esta heteronomía cuando nace el poder moderno. Es en la identificación de Herrscher y Beherrschten donde nace el poder moderno como superación de las antiguas relaciones de Herrschaft ; y esto sucede, antes que en Rousseau, en el propio pensamiento hobbesiano. En esto consiste el secreto y también la aporía, no sólo del pensamiento de Hobbes, sino también del modo moderno de pensar la política. Me refiero al hecho de que la otra voluntad de quien expresa el mando debe mostrarse como la voluntad misma de aquellos que son sometidos al mando, como se ha visto en Weber, debe mostrarse, por su voluntad, su propia voluntad . Es este un elemento indispensable del poder político en el significado que toma a causa del concepto de soberanía, y este elemento sale a la luz precisamente con el pensamiento hobbesiano. Por eso me parece que se puede decir que la historia del poder moderno tiene como puntos fundamentales para su determinación a Hobbes y Weber y que la historia de la soberanía se inicia propiamente a partir de Hobbes. Lo que es típico del concepto moderno de soberanía es que se elimina la dependencia en relación a la persona particular de quien sea, y, por tanto, la obediencia que se crea no puede ser debida a nadie más que al cuerpo colectivo. Es en este último donde reside el poder, y por eso es a este al que obedece; y también esto sucede no sólo con Rousseau, sino también con Hobbes. De hecho la obediencia se debe al soberano sólo en cuanto que él es representante y, por tanto, expresa la voluntad del cuerpo político y actúa para el cuerpo político: su acción y su valor son los del cuerpo político. Es precisamente gracias a la naturaleza del principio representativo por lo que Hobbes puede decir que en una monarquía el pueblo no puede dirigirse contra el rey, porque frente al rey no está el pueblo, sino solamente los súbditos, desde el momento en el que es el rey, en su función de representante, el que es expresión del sujeto colectivo 39: tal vínculo necesario entre el sujeto colectivo entendido como totalidad de los individuos y su expresión representativa es lo que está en la base de las dificultades que tendrán los pensadores que a continuación pensarán la dimensión del control del poder 40. El concepto de representación es indispensable en Hobbes para poder ponerse a pensar el concepto de soberanía: sólo comprendiendo cómo es posible una persona artificial , cómo es posible que esta exprese voluntad y acción – cosa que Hobbes hace en el capítulo XVI del Leviatán – es posible hipotizar la constitución de la sociedad mediante el pacto, y, por tanto, la creación del soberano – contenido éste del capítulo siguiente, el XVII. Sin el soberano-representante no es posible el cuerpo colectivo 41. El nuevo concepto de representación no implica solamente la identidad de soberano y representante, sino que muestra también cómo se realiza la identidad entre los súbditos y el soberano. La dialéctica del concepto implica de hecho el proceso de constitución de la autoridad, mediante el cual todos se convierten en autores de las acciones que el actor realiza. Consecuentemente, en la base de la acción pública del 39
Naturalmente aquí la monarquía no es ya, en sentido propio, una forma de gobierno, sino una modalidad de ejercicio del poder, de representación esto es del sujeto colectivo. 40 Ejemplar a este propósito es el intento de pensar el control del poder que Fichte cumple en el Naturrecht , a través del eforado como instituto constitucional y a través del eforado natural que comparece en la revolución (cfr. G. Duso, Libertà e Stato en Fichte: la teoría del contrato social , en Id., Il contratto sociale cit., esp. pp. 292-301), y La rappresentanza politica cit., pp. 104-109. 41 Tal indistinguible entramado de representación y soberanía se manifiesta con plena evidencia en el Leviatán, donde Hobbes expone la lógica del nuevo concepto de representación.
representante está la voluntad de todos aquellos que se declaran autores de sus acciones: por tanto, un proceso de autorización. En base a este proceso – que por ahora es proceso lógico, pero estará destinado a convertirse en la época moderna también en procedimiento constitucional – nadie podrá oponerse a la expresión de voluntad y de acción del representante porque, a través de él, es la voluntad común la que se expresa, la voluntad de aquel cuerpo político que todos han querido constituir. La voluntad soberana es legitimada por el hecho de que en su base está la voluntad de todos. Obedecer al soberano es necesario si no se quiere incurrir en el absurdo de no querer aquello que se ha querido. Una obediencia tal significa entonces obediencia a la propia voluntad42. Todo esto tiene un carácter formal, en cuanto que no está relacionado con lo concreto del ejercicio del poder o los contenidos diversos de la ley, sino con la relación en la que se encuentran aquellos que obedecen y aquel o aquellos que mandan (como se ha visto en Weber): el mando, en un horizonte en el que no hay más referencias objetivas compartidas, no puede encontrar su legitimación si no es en la voluntad de aquellos que obedecen. La ley no expresa ya un contexto dentro del cual se dirige y se guía la vida de la sociedad, sino que es la orden de aquel que ha sido autorizada a darla. El poder, por tanto, no puede estar fundado sino desde abajo: pero la orden proviene siempre de lo alto, en cuanto que la voluntad que debe expresar el representante no es aquella particular de los individuos que lo autorizan, tomados individualmente, sino aquella unitaria del cuerpo político que es necesariamente otra en relación a aquella de los individuos y que no es deducible de esta última. La fundación del poder desde abajo y la proveniencia del contenido de la orden de lo alto son dos aspectos del poder moderno lógicamente interdependientes entre ellos: no se puede pensar el uno sin el otro. Si en este contexto se quiere hablar de consenso, se debe tener presente que el significado del término no es ya el del periodo medieval, cuando la acción de gobierno la permitía quien podía también disentir de ella, porque ahora el consenso no implica la posibilidad de juzgar la justicia o menos del contenido de la ley, sino que tiene más bien el significado de la promesa voluntaria de someterse a ella a causa de su aspecto formal de representante y, esto es, de autorizado, que connota la figura de quien la emana. El poder político moderno hace su aparición sólo con la racionalidad que connota aquella creación del jusnaturalismo que es la forma política. Si queremos referirnos a categorías a menudo usadas, se puede decir que el contrato del que hablan las doctrinas jusnaturalistas modernas es un contrato de asociación al mismo tiempo que es un contrato de sumisión, en cuanto que no hay sociedad si no es a través de la voluntad normativa y la fuerza ordenante de la soberanía. El poder político es entonces generado por el pacto: determina una realidad nueva no presente antes: no se determina de hecho con el contrato una transmisión del poder , porque no hay poder político en los sujetos contrayentes que son los individuos. Un poder tal comporta una relación muy distinta de la que caracterizaba los Herrschftsverträge típicos de la historia medieval y de la primera edad moderna, en los cuales se estipulaba un acuerdo sobre la base del cual el pueblo prometía obediencia, pero, no obstante esto, permanecía como un sujeto político realmente presente y en condiciones de actuar también más allá del
42
Cfr. Leviathan, cap. XIV, p. 119 (tr. it. p. 107). No puedo aquí seguir las modificaciones que este entramado entre soberanía y representación sufre en el pensamiento y en la realidad constitucional moderna: remito sobre esto a La rappresentanza politica, cit., sp. pp. 80-91, pero véase todo el capítulo (Genesi e logica della rappresentanza politica moderna ) para la historia del concepto moderno de representación entre Hobbes y Hegel.
contrato43. Esto es impensable en un contexto en el que el soberano no es tanto parte contrayente que tiene al pueblo frente a sí, sino más bien producto del pacto: aquí no hay en realidad pacto entre pueblo y soberano, sino que el pueblo se constituye precisamente en el momento en el que es creado el soberano, esto es, aquel que expresará representativamente la voluntad del sujeto colectivo. Un dispositivo lógico tal, en el que una serie de conceptos asumen un significado propio determinado por la relación recíproca y por la función que desarrollan, encontrará en el pensamiento posterior a Hobbes muchas modificaciones; por ejemplo, no habrá ya una identificación entre soberano y representante, y en lugar de soberano-representante se hablará de representantes de aquel soberano que, tras Rousseau, no puede ser otro que el pueblo. Además, se asistirá a la difícil, y a menudo aporética, tentativa de hacer emerger la voluntad real del pueblo más allá de la de los representantes, y esto sobre todo con el fin de poder satisfacer la exigencia del control del poder, que aparece como necesario, si es cierto que la constitución desde abajo de la autoridad por una parte no comporta una participación efectiva del individuo en la formación de la voluntad común y, por otra, no obstaculiza la posibilidad del uso del poder público para fines e intereses privados. Sin embargo, el mecanismo que nace con Hobbes y el concepto de poder que se plantea en su centro condicionarán el significado mismo que viene a tener en la modernidad el término política y los desarrollos que se determinarán también en las modalidades de organización de los Estados a través de las constituciones. El concepto de poder político, contrariamente a cuanto habitualmente se ha considerado, se presenta entonces como el producto de una construcción teórica, que tiene en su base otros conceptos, y que puede ser entendido sólo en relación a estos conceptos, entre los cuales es fundamental el de libertad . Los resultados de los trabajos llevados a cabo con argumentación histórico-conceptual, nos han llevado a cruzar y compartir todo lo que emerge de los últimos trabajos de Hasso Hofmann 44. En el desarrollo del pensamiento político moderno el concepto de libertad, entendido como independencia de la voluntad subjetiva, asume un papel central y sustituye a la relevancia que revestía la cuestión de la justicia en el pensamiento político de la tradición precedente. He tenido ocasión ya de poner en evicencia que no se trata de una simple sustitución de un concepto por una cuestión, sino del intento de resolver esta última mediante una respuesta que tiene en los conceptos de libertad y de poder los polos de una forma política estable y regular , con la cual se impide que se presente de nuevo esa pregunta, que parece perturbadora y peligrosa a causa de las diversas respuestas dictadas por las convicciones de los hombres. La racionalidad formal que de este modo se afirma comporta que no nos debamos preguntar más si la ley es justa o qué es lo justo de la y en la sociedad, porque la prestación de la teoría consiste en haber eliminado esta pregunta mediante la solución científica que comporta una determinación unívoca de la justicia: justo es obedecer la ley, que debe ser hecha por aquél que ha sido autorizado por todos 45. Pero entonces, precisamente la cuestión de la justicia que está en el origen del propio intento científico hobbesiano y, por tanto, es su condición, es 43
Esto es lo que sucede en el modo de entender el contrato social de la concepción política de Althusius (para una presentación sintética de esta véase mi trabajo Il governo e l‟ordine delle consociazioni: la Politica di Althusius, en Id., Il potere cit., pp. 77-94, o también La logica del potere, pp. 91-99 y 130-143. 44 Véase en particular H. Hofmann, Bilder des Friedens oder Die vergessene Gerechtigkeit. Drei anschauliche Kapitel der Staatsphilosophie, Siemens Stiftung, München, 1997, e Id., Einleitung in die Rechts – und Staatsphilosophie, Wissenschaftliche Buchgeselschaft, Darmstadt, 2000 (tr. it. al cuidado de G. Duso, Introduzione alla filosofia del diritto e della politica, Roma-Bari, Laterza, 2003, esp. pp. 133203. 45 Cfr. G. Duso, «La libertà moderna e l‘idea di giustizia», Filosofia Politica, XV (2001), n. 1, pp. 5-28, esp. p. 9.
eliminada, exorcizada y cancelada por la reflexión, mientras es precisamente dentro de esta cuestión el lugar en el que se ha interrogado durante siglos el pensamiento político, aquel pensamiento en el que tenía un significado cargado el principio del gobierno. 6. El antiguo principio de gobierno
Para evidenciar la novedad del modo de pensar la política centrado en el concepto de poder (y, por tanto, por lo que se ha dicho, en el de libertad) y la ruptura que se dio con el pensamiento precedente, es útil dar alguna indicación relativa a aquel principio antiguo del gobierno, que determinaba precedentemente el horizonte del pensamiento político. Ya se ha dicho que el gobierno del hombre sobre el hombre sufre un malentendido en el mismo momento en el que se convierte en verdadero objetivo polémico de Hobbes. Este se reduce, de hecho, a causa del mismo horizonte nihilista en el que se impone el concepto de poder, a la simple coerción de las voluntades de los demás por parte de alguien. Se resuelve en una relación de voluntad, que, en cuanto que está basada sobre la diferencia entre los hombres, se muestra injustificada y racional: se podría decir que se convierte en algo como el poder sin legitimación. Pero la dimensión del poder – relación estable y formal entre voluntades – que asuma una caracterización personal y no esté justificada por la voluntad de quien obedece es absurda. Decir, por tanto, cómo a menudo sucede, que, antes de la ciencia política moderna era natural y justificado de hecho por la realidad aquel poder que en el jusnaturalismo se legitima racionalmente, y sobre la base de la voluntad de los individuos, lleva consigo la incomprensión de la dimensión de gobierno que ha ocupado durante siglos el pensamiento político. Demasiado ardua sería la tarea de aclarar aquí aquello en lo que consiste el pensamiento del gobierno: podría también dar lugar a un malentendido, si se produjera la imprensión de que se puede, también en este caso como en el del mecanismo moderno, determinar un conjunto de conceptos que forman un todo lógicamente coherente, bajo la forma de un modelo teórico. En cambio, como se verá, aquí no tenemos conceptos en el sentido de los conceptos modernos, sino un modo distinto de pensar el hombre y la política. Además, si fuese cierto que, como dice Brunner, es milenario este modo de pensar la política, se comprendería bien que no es posible ni justificable reducir a unidades una gran variedad de concepciones y de doctrinas: sin embargo, parece perdurar un cuadro común de referencia consistente en la concepción del carácter político del hombre, de la diferencia que caracteriza a las partes de la sociedad y de la racionalidad del hecho de que se dé en la sociedad una relación según la cual alguien gobierna y otros son gobernados. En cualquier caso, por las diversas doctrinas que implican la idea del gobierno no parece utilizable el contexto coneptual moderno centrado en el poder. También la otra indicación de Brunner es relevante: que el principio del gobierno permite entender el ámbito de la ética individual, el de la ciencia económica y el de la política: lo que significa que estamos en este lado de la escisión moderna de moral y política que caracteriza al jusnaturalismo y que la política no comparece como ciencia particular y autónoma 46. No es una casualidad que, no obstante las diferencias existentes entre Platón y Aristóteles y las críticas que el segundo dirige al primero precisamente 46
Que la identificación aristotélica del hombre como animal político y la propia política aristotélica tengan que ver con la naturaleza del hombre que con lo específico de la política es convicción de Giovanni Sartori (cfr. Politica, en Elementi di teoria politica, Bologna, il Mulino, 1987, p. 241): naturalmente esto es cierto si lo «específico de la política» se identifica con el resultado de la ciencia poítica moderna.
por la falta de diferenciación de la esfera de la polis de la del oikos, sin embargo, en ambos el arché comparezca en la vida del hombre, ya sea por lo que respecta a la guía del cuerpo, que corresponde al alma, o en ésta a la parte más alta, la razón, ya sea por la conducción de la casa, ya sea por el gobierno de la ciudad. Si se traduce y se entiende el arché como mando – entendida en su autosuficiendia – o como poder , y el politeuma en el sentido de la soberanía, se malentiende el pensamiento griego sobre la base de aquella absolutización de la voluntad que es precisamente el producto del nihilismo moderno y de la ciencia teórica que ha intentado construir la sociedad a partir de una tabula rasa. He intentado avanzar la propuesta de que se puede alcanzar mayor comprensión si se entiende el arché como gobierno, según el significado antiguo del gubernare, que implicaba guía, dirección, administración de la sociedad y, sólo en el contexto de esta acción, naturalmente también mando; pero la dimensión del mando no puede ser abstraída del significado global del gobierno, y hecha autónoma y absoluta 47. A la naturaleza del gobierno, que se puede identificar en el uso platónico y aristotélico del término arché, parecen propios algunos elementos. Antes que ninguno el de la pluralidad de las partes que constituyen un conjunto, ya sea éste el alma, el ámbito de al casa, o el de la polis. Es precisamente esta pluralidad la que hace necesaria una acción de guía y de coordinación, a fin de que las varias partes cooperen y se realicen con equilibrio en un contexto común, en lugar de imponerse como únicas e independientes, disgregando el conjunto en el que se encuentran 48. Además de aquel de las diferencias existentes entre los hombres: puede haber gobierno entre los hombres si no hay indiferencia entre ellos. Es en cuanto que hay diferencia entre las partes por lo que es necesaria la guía y, por tanto, una acción de gobierno; y si esta se ejerce por una parte49, ésta no niega o domina a las otras (de este modo se realiza un mal gobierno, en interés de una parte, que va contra el principio del gobierno que debe comportar utilidad y felicidad dentro y no a quien gobierna), pero debe tener la capacidad de coordinarlas por su mejor funcionamiento: así en el alma está la razón para gobernar el apetito y no viceversa. Para gobernar son necesarias dotes, conocimientos, experiencia, virtud, capacidad de comprender el momento y el contexto en el que se actúa: por esto no es indiferente que sea uno u otro quien gobierna. Es lógico entonces pensar que sean los mejores los que deben gobernar. Según Aristóteles también en la democracia, que está caracterizada por la concepción de la igualdad de los ciudadanos, según la cual todos pueden gobernar, no es, sin embargo, todo el demos el que gobierna, sino aquellos que cada vez ostentan los cargos. Tal práctica, si por una parte se basa en la convicción de que todos los ciudadanos libres pueden y deben gobernar, por otra, comporta también una forma de reconocimiento de la diferencia entre gobernantes y gobernados: de hecho «una parte de los ciudadanos gobierna y la otra es gobernada, como si ambas se
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Cfr. Fine del governo e nascita del potere cit., esp. pp. 83-99. A. Biral muestra bien como el arché del logismos no comporte la aniquilación o la imposición, el dominio, la coacción de las otras partes del alma, sino, al contrario su feliz y armónico desarrollo, la realización de su mejor parte (cfr. Platone e la conoscenza di sé, Roma-Bari, Laterza, 1997, esp. pp. 161 y ss., pero todo el texto es fundamental para la comprensión de la dimensión del gobierno (del mismo véase también «Platone: governo e potere», Filosofia politica, VI (1992), n. 3, ahora en A. Biral, Storia e critica della filosofia politica politica , Milano, FrancoAngeli, 1999, pp. 319-347). 49 Que sea una parte la que gobierna se puede quizá decir para los filósofos griegos; no será más así cuand el pueblo indique no ya a una parte, sino a la totalidad de la realidad política: también entonces, sin embargo, no serán todos los que gobiernen, sino la pluralidad que distingue la realidad corpórea y plural del pueblo, requerirá que se exprese una instancia de gobierno. 48
hubieran hecho diferentes»: el turno de los cargos es, por tanto, una imitación de la situación en la que son los mejores los que gobiernan 50. Hay una imagen recurrente en la historia del pensamiento de la política, que me parece que evidencia la radical diferencia existente entre el modo de pensar el mando que es propio del gobierno y la relación de orden-obediencia que caracteriza el concepto moderno de poder. Es la del capitán de la nave, de la acción de gubernare navem reipublicae, que se halla en Platón, en Aristóteles, en Cicerón y que tendrá una historia milenaria. En tal imagen resulta evidente cómo en la nave hay funciones diversas y cómo es necesaria la coordinación y el mando de estas. Aún en ella emerge que son necesarias las virtudes, los conocimientos y la experiencia de quien guía la nave: no es indiferente que sea uno u otro el capitán. La guía es para el bien de la nave y de todos, pero se puede atribuir sólo a aquel que gobierna, no a la totalidad de los embarcados. Tanto menos podrá, mientras se piensa de este modo, ser entendido como valor el simple hecho de que sean muchos, o todos los que gobiernen (que sean todos los que gobiernen es entonces impensable y la democracia como forma de gobierno no comporta ciertamente una tal convicción, sino más bien el posible acceso de todos los ciudadanos a los cargos de gobierno): bien se entiende que en tal concepción democrática, en la que todos quieren gobernar y no ser gobernados, en la que parece preferible que cada uno se gobierne a sí mismo, sería precisamente el gobierno y la conducción del timón la que entra en crisis, y el peligro sería el de la tendencia a la falta de arché, esto es a la anarquía51. El problema es en cambio el del buen gobierno de la nave, no resoluble sobre la base de la legitimidad formal de quien gobierna. Igualmente no se puede pensar que los contenidos del mando sean indiferentes, y, por tanto, justos en cuanto impartidos por el capitán. No sólo, sino que es la dimensión del mando y de la voluntad la que no puede ser considerada independiente, abstraída de la realidad concreta. Esto puede ser gobierno sólo en cuanto que nos encontramos en un cuadro de realidad que no depende de la voluntad, ni de la del gobernante ni de la de los gobernados. Lo que caracteriza la noción de gobierno y que será en cambio neutralizado y convertido en indiferente por la concepción de la soberanía moderna es, por una parte, el horizonte de cosas compartidas y condicionantes de la acción de gobernantes y gobernados y, por otra, la relevancia de lo concreto de la acción y de la virtud necesaria para esta acción: es sobre el plano de la acción concreta y no de un modelo formal donde se juzga cada vez el buen gobierno y su capacidad de referirse a la idea de justicia. Entonces, como muestra esta metáfora, además del hecho de que el gobierno es necesario en relación a la pluralidad que distingue a la sociedad y a la diferencia entre sus partes, se puede y se debe hablar de gobierno dentro de un cuadro de realidades y dentro del problema siempre presente de la justicia, problema irreductible al modo formal de entender la relación de orden-obediencia52. Naturalmente, así como muchos y 50
Aristóteles, Politica, II, 2, 1261 b 1-6. Tal paso es de hecho introducido en el contexto en el que Aristóteles sostiene la pluralidad como característica de la polis, y afirma que esta está constituida por hombres específicamente distintos. El turno de los cargos puede, sin embargo, ser considerado también desde otro punto de vista, ese segundo en el que en la democracia todos, en cuanto que igualmente libres, piensan que son iguales en todo y, por tanto, que pueden todos indiferentemente gobernar. 51 Cfr. G. Duso, «La costituzione mista e il principio del governo: il caso Althusius», Filosofia Politica, XIX (2005), n. 1, pp. 77-96 (pero todo el número dedicado a la constitución mixta, fruto de un trabajo de seminario, es relevante para evidenciar cómo en la figura de la constitución mixta sean las categorías de pluralidad y gobierno las que son fundamentales), y la Introducción a G. Duso, Oltre la democrazia cit. 52 Se puede recordar la posición que tiene en la famosa alegoría del Buen gobierno de Ambrogio Lorenzetti la figura de la justicia, a la cual gobernante y gobernados deben mirar: cfr. sobre esto H. Hofmann, Bilder des Friedens cit., pp. 12-31 (sobre esto cfr. G. Duso, Die Aporien der Repräsentation
muy diversos son los modos de entender la acción de gobierno y la relación entre gobernantes y gobernados, muchos y diversos son los elementos que connotan tal realidad. Por ejemplo, en el pensamiento de Althusius, que hace referencia a la tradición que, pensando en la política, piensa en la naturalidad y racionalidad de la sociedad con la comunión y comunicación que comporta, y contemporáneamente a la acción de guía y gobierno que connotan el imperium político, este cuadro está constituido por una serie de cosas no presentes en la concepción clásica de la polis, como el buen derecho antiguo, los textos sagrados, los miembros que constituyen el reino, la figura del imperio. Sin embargo, no obstante la muchas diferencias que se pueden identificar en su Política en relación al pensamiento de Aristóteles, a menudo citado como una autoridad, el contenido de su pensamiento político se malentiende si no se comprende la irreductibilidad del imperium en la conceptualidad que se ha condensado en el término de poder 53: me parece, en cambio, que es la noción antigua de gobierno la que permite una mejor comprensión de su pensamiento. Si esto es cierto, entender el núcleo central de su doctrina como el de la formación del poder desde abajo, o la atribución casi obsesiva, en la Política, de los derechos de magestad y de la summa potestas al pueblo en el sentido de aquella soberanía del pueblo que comparece solo con las doctrinas jusnaturalistas del contrato social, especialmente con el pensamiento de Rousseau, da lugar a un malentendido total. Como he intentado mostrar, el significado de la maiestas es irreductible a esa voluntad autónoma que decide sin vínculos, quizá legítimamente, en cuanto que se trata de la voluntad de todo el cuerpo político: el cuadro de realidad que se ha indicado y el horizonte propio del principio de gobierno hacen imposible de proponer la absolutidad de la voluntad que constituye la lógica del concepto moderno de soberanía, y, por tanto, de Herrschaft en el significado moderno54. Más bien, la reivindicación del pueblo como realidad política primaria y suprema muestra cómo, en un pensamiento político que implica el principio de gobierno, la aceptación de la diferencia y de la superioritas que caracteriza a quien debe gobernar no comporta una posición pasiva y sumisa de los ciudadanos. Al contrario, el pueblo, que se expresa a través de sus órganos colegiales, es realidad prioritaria en relación al sumo magistrado, lo instituye, lo controla, y puede también deponerlo 55. Esto es posible precisamente en cuanto que el mando no proviene del cuerpo colectivo, como sucede en la concepción moderna de la soberanía, donde el pueblo es el verdadero sujeto del mando, también en cuanto que éste pasa necesariamente a través de la mediación del zwischen Bild und Begriff, en Philosophie des Rechts und Verfassungstheorie, ed. H. Dreier, Duncker & Humblot, Berlin, 2000, esp. pp. 71-75. 53 Para una nueva prueba de la irreductibilidad de la historia conceptual a historia semántica téngase presente que el imperium, en un contexto de pensamiento históricamente no muy lejano, como el de Pufendorf, es en cambio comprensible precisamente mediante la conceptualidad de la soberanía moderna (cfr. G. Duso, «Sulla genesi del moderno concetto di società: la «consociatio» in Althusius e la «socialitas» in Pufendorf», Filosofia Politica, X (1996), n. 1, pp. 5-31 (ahora cap. IV de La logica del potere); pero véase toda la parte monográfica del número dedicado a « societas-socialitas». 54 Cfr. G. Duso, La maiestas populi chez Althusius et la souveraineté moderne cit. e Id., «Una prima esposizione del pensiero politico di Althusius : la dottrina del patto e della costituzione del regno», Quaderni fiorentini per la storia del pensiero giuridico moderno , n. 25 (1996), pp, 65-126. 55 La afirmación de una real actividad del pueblo en la dirección del derecho de resistencia como se puede encontrar en Althusius, no está ciertamente presente en muchas doctrinas que implican un carácter más fuerte y menos controlable del mando: piénsese por ejemplo en la doctrina política de Arnisaeus (sobre la diversidad de las concepciones del gobierno cfr. la imponente monografía de M. Scattola, Dalla virtù alla scienza. La fondazione e la trasformazione della disciplina politica nell‟età moderna , Milano, FrancoAngeli, 2003, esp. pp. 242-300). Pero, en todos los casos, también cuando el gobierno es entendido en modo fuerte y poco controlable por parte de los gobernantes no es nunca concebido en el sentido de la absolutidad y de la formalidad del mando que caracteriza el moderno concepto de soberanía y que está sedimentado en el término de poder político.
representante. En este caso, no es ciertamente el pueblo como sujeto colectivo lo que se puede oponer al mando, desde el momento en que éste es, como se ha visto, el sujeto que emana del mando. En el horizonte del gobierno, en cambio, aquel que gobierna y que expresa también en su acción mando, lleva la responsabilidad de su acción, que no puede ser atribuida al pueblo, el cual es pensado siempre como distinto al gobernante. La voluntad y la acción del pueblo no pasan, por tanto, a través del gobierno, ni siquiera en la forma democratia de gobierno, donde son siempre pocos aquellos que ejercen el gobierno, pero se expresan, en cambio, a través de los órganos colegiales frente a aquel que gobierna56. Es entonces precisamente en cuanto que no gobierna que el pueblo puede estar siempre políticamente presente, cosa que no se llegará a pensar más a partir del nexo moderno entre soberanía y representación, y por la concepción del pueblo como totalidad de individuos iguales. El fundamento del derecho de resistencia no reside entonces en la absolutidad e independencia que caracterizarían su voluntad soberana sino, más bien, en la falta en este contexto del concepto de soberanía, en favor de un cuadro, considerado objetivo, de realidades que permite a los gobernados indicar el error de los gobernantes y juzgar si las acciones de estos últimos son justas. 7. ¿Los conceptos son sólo modernos?
Tras intentar evidenciar el contexto de conceptos que nacen dentro del mecanismo que se centra en el poder y que constituye la base de ese modo moderno de pensar la política – que se mantiene como horizonte común y presupuesto, también cuando en su interior se contraponen posiciones diversas – es útil volver a algunas observaciones sobre el problema teórico-metodológico de la historia de los conceptos políticos y jurídicos y de la comprensión del pasado que constituye un punto de reflexión central del presente volumen. En el itinerario aquí recorrido y en los trabajos de cuyos resultados se ha dado esquemática indicación se puede notar cómo algunas novedades de la Begriffsgeschichte alemana, de Koselleck y sobre todo de Bruner, han sido relevantes para nuestra investigación y, contemporáneamente, cómo ésta se ha movido por un camino que tiene su independencia y sus características determinadas, un camino en el cual el elemento filosófico asume una relevancia que no está presente en la BG. Parece útil, como conclusión, hacer algunas consideraciones sobre el significado y sobre el uso del concepto, y sobre el problema de la relación con el pasado que ocupa no sólo la BG (piénsese en la crítica de Koselleck a Brunner) 57, sino todos los intentos de
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He intentado clarificar la diferencia existente entre la presencia del elemento popular a través de los órganos colegiales y del «gobierno democrático», que para Althusius es una forma poliárquica en la que se puede configurar el sumo magistrado – por tanto, representa el elemento unitario, monárquico, de la constitución, que no puede ser sino mista – en La costituzione mista e il principio del governo cit. 57 Sobre tal crítica, según la cual Brunner tendería a una reproducción de las fuentes ingenua e inmediata, privada de la consciencia del hecho de que nosotros que intentamos esta operación histórica estamos todos situados en el presente, ha vuelto recientemene L. Jaume, en su contribución Il pensiero in azione: per un‟altra storia delle idee politiche , en S. Chignola y G. Duso, Sui concetti giuridici e politici della costituzione dell‟Europa cit., pp. 47-63. Me parece que es la crítica de Koselleck la que está viciada por una proyección moderna de la historia sobre el pasado y la que no entiende el pensamiento de Brunner sobre la relación con las fuentes y sobre la necesidad de tener conciencia crítica de nuestro presente y de la ciencia moderna. Cfr. sobre esto Storia concettuale come filosofia politica , cap. IV del presente volúmen, esp. § 7, donde se intenta también mostrar cómo es precisamente comprendiendo la radical diversidad del pensamiento antiguo en relación a los conceptos modernos, al mismo tiempo que los conceptos modernos son interrogados y no aceptados como presupuestos necesarios de nuestro saber, que es posible relacionarse verdaderamente con éste dando de nuevo voz a las cuestiones que plantea, sin deformarlo, actualizándolo, mediante la conceptualidad moderna.
reconstrucción histórica del pensamiento que son conscientes del condicionamiento que proviene del punto de partida que constituye nuestro presente. También para Koselleck, la verdadera tarea de una historia conceptual es la de entender la génesis y la lógica de los conceptos modernos. Son aquellos conceptos que llegan a nosotros, quizá ya agotados, aunque de una manera que condicionan aún nuestro modo de pensar y que están sedimentados en el lenguaje socialmente difundido, y, a menudo, también en los lenguajes de las ciencias políticas, jurídicas, sociales e históricas. La situación de impase en la que nos encontramos se evidencia por el hecho de que, si por una parte la permanente presencia de los conceptos nacidos en el lejano siglo XVII y connaturalizados en el cuadro del jus publicum europaeum está acompañada por la consciencia ya difundida de su incapacidad ya sea para comprender los procesos en los que nos encontramos viviendo, ya sea para orientar nuestra praxis, por otra, sin embargo, son a menudo precisamente los conceptos de ese contexto – a veces algunos de ellos contra otros que surgieron precisamente sobre la base de los primeros (por ej. libertad contra poder) – los que se usan aún en un intento de salir de la situación de dificultad y de asentamiento. Como se ha observado anteriormente, un horizonte histórico-conceptual implica un análisis crítico de los conceptos modernos contra aquella absolutización que paradójicamente se manifiesta precisamente en las investigaciones que tienden a hacer la historia de las modificaciones que el concepto ha tenido desde la antigüedad a nuestros días. Pero, así como no se puede hacer de este modo la historia de un concepto, al mismo tiempo, la afirmación de la especificidad de la conceptualidad política moderna no comporta una contraposición de presuntos conceptos antiguos o propios de una tradición pre-moderna a los conceptos modernos. Me atrevería a decir que la época de los conceptos es la moderna: existen sólo los conceptos modernos. Naturalmente en una afirmación tal el término de concepto tiene un significado preciso y tiene presente lo que se ha sedimentado en el término de «concepto» tal y como nosotros lo usamos. En la contraposición de conceptos antiguos y conceptos modernos se cumple una operación de historia del concepto de concepto, como aquella que ha sido antes criticada; esto es, nos arriesgamos a adscribir al pensamiento, en cuanto tal, una concepción moderna del concepto, hipostatizándolo entonces, con el resultado de malentender el pasado. Este discurso, que puede parecer demasiado amplio y genérico, recoge entornos más determinados y precisos si lo remitimos al pensamiento político e intentamos comprender la especificidad que el concepto asume, en relación al pensamiento precedente, dentro de aquella ciencia política moderna que intenta resolver, precisamente mediante una propuesta científica por todos aceptable, el problema de la paz y del orden a través de la solución a la pregunta de qué es justo para y en la sociedad 58.
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Para no dar lugar a malentendidos hay que recordar que hablando de conceptos políticos modernos no pretenden implicar a toda la filosofía política moderna: al contrario, el elemento filosófico aparece en lo moderno como problematización de aquellos conceptos: pero, sin embargo, son precisamente aquellos conceptos los que se sedimentan en el modo común de entender la política (cfr. sobre esto también el § 2 de Pensare la politica oltre i concetti moderni). Hay que tener presente también que la referencia al concepto comporta en la presente reflexión, como antes se ha indicado, un descarte en relación al significado que el concepto tiene en la BG, descarte ligado al desplazamiento de la Sattelzeit y al hecho consiguiente de privilegiar la filosofía o la ciencia política moderna. La no univocidad del concepto del que habla Koselleck puede en nuestro caso ser entendida en el sentido de la complejidad propia de la constelación de conceptos necesarios para constituir lo que hemos llamado el mecanismo lógico de lo político. Pero dentro de esto los conceptos individuales llegan a tener una función determinada que tiende a la univocidad.
También por esta cuestión, la referencia al texto hobbesiano resulta particularmente iluminadora. Hobbes, de hecho, denuncia lo que a sus ojos aparece como falta de cientificidad de toda la reflexión sobre la filosofía práctica que le precede: precisamente tal carencia de ciencia y, por tanto, la expresión de opiniones diversas y opuestas (opinión se convierte para Hobbes en el razonamiento que no tiene ni la univocidad ni la imposibilidad de ser contradicho propias de un saber matemático), de modos diversos de entender lo que es justo, ha sido la causa de continuos conflictos. Sólo una racionalidad por todos reconocida, como la que han sabido construir los geómetras, puede llevar a eliminar tal conflictividad. Un saber tal es un saber condicional , que liga las conclusiones del discurso a las asunciones iniciales, asunciones que coinciden con una definición de los nombres, con la indicación, esto es, unívoca de su significado. La ciencia parte entonces de definiciones que están ligadas entre ellas en los silogismos, en un procedimiento que lleva hasta las conclusiones. En este contexto, el concepto produce la estructura de la definición y desarrolla un papel preciso, connotado por la imposibilidad de ser contradicho, en el proceso científico, que consiste entonces en la relación que los conceptos muestran tener entre ellos 59. Si se observa la construcción teórica que se deriva del estado natural, a través de las leyes naturales, hasta el pacto social, se puede notar la función que los conceptos desarrollan en el vínculo que tienen entre ellos, con el fin de construir lo que hemos llamado el mecanismo lógico a través del cual se piensa la política. Tal mecanismo está connotado por una racionalidad formal que hace que se pueda pensar el orden más allá de las situaciones concretas y de la determinación de objetivos, bien y justicia que excedan tal forma. La justicia se reduce, como antes se ha recordado, al resultado de la lógica que liga estos conceptos entre ellos. Para comprender que no se puede mantener la unidad de significado del término concepto articulándolo desde la diferencia entre antiguo y moderno es útil reflexionar sobre la opinión difundida de que el nacimiento de la filosofía conincide con el descubrimiento del concepto realizado por Sócrates 60. Cuando se hacen tales afirmaciones, teniendo presente la pregunta socrática sobre «qué es», se entiende el concepto en el sentido de la definición, esto es de una determinación del pensamiento en ella incluida y autosuficiente. Pero, si tenemos presentes los Diálogos de Platón, no tardamos en darnos cuenta de que, si la naturaleza de la actividad filosófica de Sócrates coincide con cómo usa la pregunta qué es, sin embargo, difícilmente se pueden encontrar respuestas que se estructuren a partir de las modalidades de la definición: al contrario, todas las respuestas de este tipo se ven disueltas por la confutación que cada vez muestra las contradicciones internas de la pretendida posesión de la verdad. Si fuera entonces verdad que Sócrates es el descubridor del concepto se debería, por otra parte, reconocer que ésto no coincide con la fijeza y la autosuficiencia de la definición. Ni se puede decir que en Sócrates hay sólo una exigencia que sería satisfecha con Platón, porque la falta de definiciones de las ideas atañe también a los Diálogos después de Platón. Si se quiere identificar un problema del concepto en los Diálogos de Platón – y esto se puede sostener si se da al término concepto un significado filosófico distinto del que tiene comunmente en la modernidad – , es necesario referirse a un sentido distinto 59
Cfr. Hobbes, Leviathan, cap. VII y IX. Es útil recordar que también la obediencia a la ley, y por tanto la reducción de la justicia a la obediencia a la ley está ligada por la ley férrea de la imposibilidad de ser contradicha (cfr. la indicación textual de la nota 43 del presente ensayo). 60 Retomo aquí lo que escribí en Struttura speculativa del concetto e filosofia politica (en Marino Gentile nella filosofia del Novecento, al cuidado de E. Berti, Napoli, Edizione Scientifiche Italianae, 2003, pp. 161-178; en particular me refiero a las agudas observaciones sobre las dos características de abstracción y operatividad propias del concepto moderno evidenciadas por M. Gentile, Trattato di filosofia, Padova, Cedam, 1987, esp. pp. 25-40.
de la actividad del pensamiento, o si se quiere de la conceptualización, de aquella que coincide con la definición y con una función unívoca y no contradictoria de los conceptos típica de una ciencia como la hobbesiana. La dialéctica platónica es más bien un movimiento riguroso del pensamiento, pero lo es de una manera que revela, precisamente en el momento en el que se muestra la contradicción de las definiciones que pretenden poseer lo verdadero, el problema de la verdad y la necesidad de la idea 61. Si nos preguntamos sobre los carácteres fundamentales que están impresos en el concepto moderno, dos son los elementos que emergen: el de la operatividad y el de la abstracción, o de la pureza en relación a la experiencia. Estos elementos, o estos aspectos del concepto, están solo aparentemente en contradicción entre ellos, porque es precisamente el hecho de no verse implicados por el movimiento continuo de la experiencia lo que permite operar eficazmente en ella. Por operatividad de la ciencia no hay que entender sólo su directa finalización en realizaciones técnico-prácticas, sino, más bien, el carácter intrínsecamente productivo del saber. Nos ayuda paradójicamente a comprender esto precisamente la célebre distinción que Platón presenta en la República entre saber dianoético y saber noético y la actitud distinta que estas formas de saber tienen en relación a las hipótesis: mientras la primera utiliza las hipótesis como principios para llegar a conclusiones, la segunda consiste en considerar las hipótesis como tales y en hacer emerger en el proceso de pensamiento el anipotheton, el principio, el cual no es conclusión de la operación científica y ni siquiera se puede plantear con la determinación y la objetivación que están implicadas en las hipótesis 62. El segundo carácter está constituido por la autonomía que el concepto, como instrumento de la ciencia, tiene en relación a la experiencia 63. Si la experiencia es fluctuante y siempre mutable, el concepto, por contra, aunque entendido como un instrumento provisional y no válido de manera absoluta, aparece caracterizado por una fijeza y una determinación que no dejan nada en el ámbito de lo no dicho. También cuando está en relación a la experiencia y tiende a operar en ella, éste mantiene su autonomía y no está implicado por la complejidad y por el movimiento continuo de la experiencia. Esto no significa que los conceptos estén revestidos del carácter de verdad, o mantengan su absolutidad; es más bien lo contrario, científicamente el concepto es operativo precisamente en cuanto que deja de lado la cuestión – que se arriesga a convertirse en paralizante – de la verdad, o de la verdadera comprensión de la experiencia a la que se dirige y en la que opera. La determinación conceptual parece más bien dependiente de la constructividad propia del sujeto de la ciencia y del carácter de hipótesis, que siempre puede ser cambiada. Sin embargo, no obstante el continuo cambio epistemológico, las hipótesis resultan útiles para poner orden en la multiplicidad y en la complejidad de la experiencia, precisamente en cuanto, en su determinación, reducen esa complejidad y el efecto de ser inaprensible que esta produce. Estos dos carácteres del concepto moderno pueden hallarse con claridad si volvemos nuestra atención al ámbito de la práctica y del mundo humano. Los conceptos fundamentales relativos a la vida social y a la política que se han difundido en nuestro modo de pensar y que sirven de base legitimadora a la organización de las sociedades modernas, de las constituciones estatales, tienen su origen en los procesos de la ciencia política moderna, en la que el concepto aparece precisamente con las características aquí recordadas. Podemos, antes que nada, referirnos a un momento fundamental de cambio epistemológico, que aún me parece que condiciona nuestro presente: aquel 61
Cfr. M. Bontempi e G. Duso, P latone e l‟immagine della città. La filosofia platonica tra giustizia e governo, Padova, Cleup, 2007. 62 Me refiero a la bien conocida parte final del VI libro de la República. 63 Gentile, Trattato, p. 27.
constituido por la noción weberiana de ciencia de realidad (Wirklichkeitswissenschaft ) y por la función que en ella tienen los tipos ideales. La renuncia a la prerrogativa de la verdad en relación a la realidad no conlleva una pérdida de determinación del concepto; al contrario, la determinación de los tipos ideales nos puede permitir movernos y operar en el ámbito de la experiencia, que no es nunca reductible a la fijeza y a la precisión de los tipos ideales y en estos últimos no se presentan nunca con la pureza que tienen en el trabajo científico. Pero, por lo que respecta a la comprensión de la sociedad, la acción de los hombres y la esfera del poder, el cambio epistemológico de Weber no es pensable, como se ha visto, sino es dentro del largo proceso de racionalización que tiene su génesis en la nueva ciencia política que sale a la luz con Hobbes. Y, en Hobbes, las dos características del concepto emergen muy claramente. Nombre, concepto, definición y relación entre las definiciones constituyen ese movimiento de la ciencia que es sustraído al flujo de la experiencia, y que da lugar a una concatenación lógica rigurosa. Mientras la experiencia constituía para el pensamiento político clásico un elemento indispensable y el terreno mismo del propio ejercicio, el deber que esta nueva ciencia política se impone es precisamente el de sustraerse al caótico mundo de la experiencia, que aparece caracterizado por una serie de relaciones irregulares de gobierno del hombre sobre el hombre, para construir una teoría pura que, por su racionalidad, pueda o deba ser aceptada por todos y que ofrezca una solución racional al problema del orden. Aquí el concepto tiene un carácter de constitución para el saber. Y, es precisamente una ciencia así concebida, la que nace de un rechazo de la indispensabilidad para la política de la experiencia y de la virtud, la que hace que pueda operar positivamente en la experiencia, poniendo en práctica el modelo racional que la ciencia, en su independencia, consigue construir. Decir que en la tradición del pensamiento político precedente no hay conceptos en el sentido específico aquí indicado – de definiciones que desarrollan un papel preciso en un mecanismo lógico, en un sistema global – no significa ciertamente subestimar el alcance de ese pensamiento; al contrario, esta afirmación está dirigida a evidenciar una dimensión del pensamiento que no recae en las contradicciones a las que lleva la pretensión científica de los conceptos modernos fruto de la teoría. El pensamiento de la filosofía práctica no tendía a la construcción de un modelo que resolviera con su simple actuación el problema político, reducido a la dimensión de un orden formal, entendido como simple exorcización de la guerra y del conflicto, pero era un pensamiento que se colocaba dentro de la experiencia y de la realidad y tenía como punto de referencia una instancia como la de la justicia y el bien común que había siempre que pensar e interpretar de nuevo. El buen gobierno era pensado como fruto de la virtud y no como producto de la teoría. Ciertamente, la falta de un modelo formal no permitía aquella seguridad que aparece como el fin fundamental de las doctrinas del contrato social. Me parece que se puede decir que en la política que se obtiene a la luz del principio de gobierno no se presentan, en relación a la época moderna, significados distintos de los mismos conceptos (sociedad, poder, derecho, soberanía, representación) y ni siquiera otros conceptos, sino más bien un modo de pensar que no implica este uso moderno del concepto, o el concepto en sentido moderno. No es ciertamente necesario entender la conciencia como la entiende Hobbes; al contrario, la conceptualidad que nace con aquella ciencia puede revelar aporías constitutivas – este es el resultado de nuestro trabajo de investigación – , pero a la luz del tipo de cientificidad que caracteriza la nueva ciencia del derecho natural, Hobbes puede decir con razón que, en la filosofía práctica, que tiene su origen en Platón y Aristóteles, no es de esta ciencia de la que se
trata: naturalmente esta constatación está bien lejos de traducirse en un juicio de valor, como en cambio parece pasar en el pensamiento hobbesiano. No hay entonces en la filosofia política precedente a Hobbes una prestación científica de la filosofía como Hobbes tiende a proponer 64: la tarea de la filosofía es la de comprender la dimensión de la acción – irreductible a la abstracción de la teoría – y pensar la experiencia a la luz del problema de lo bueno y lo justo: préstese atención, del problema, no de la pretendida verdad ni de una doctrina que ofrezca una definitiva solución65. Filosofía política y saber en relación a la praxis tienen en Hobbes y en la tradición precedente un significado radicalmente distinto. Mientras antes la acción política estaba orientada por el pensamiento y puesta en manos de la virtud de quien actúa, y no se podía resolver ciertamente mediante un modelo que se deba y se pueda aplicar en la realidad – la praxis no es, por tanto, deducible de la teoría, sino que está siempre abierta al riesgo – , la ciencia política a partir de Hobbes, mediante los conceptos antes indicados, ofrece un modelo no para una vida buena y feliz, sino para la posibilidad de convivencia de los individuos que tienen planos de vida y modos de entender el bien muy distintos entre ellos. El discurso en torno al bien y a lo justo es relegado a la esfera de la opinión y, entonces, para actuar es necesaria una teoría del carácter formal, en la cual los conceptos, en el sentido que se ha precisado, desarrollen su función. A través de estas consideraciones, que tienden a excluir una comparación entre presuntos conceptos antiguos y conceptos modernos, se evita hacer una historia del concepto de «concepto», según aquel modelo hoy difundido de hacer historia de los conceptos que ha sido antes recordado, y que describe las modificaciones que aquella identidad, que caracterizaría al concepto, registraría entre antiguo y moderno. Estamos más bien frente a dos modos radicalmente distintos de pensar y de entender la filosofía. Si son conceptos los conceptos modernos, no lo son aquellos que se indican como conceptos antiguos. Coherentemente con esto la pregunta también atañe a la unidad de la filosofía que permite construir las historias de la filosofía como un continuum en el que se suceden y se acercan entre sí las diversas doctrinas. También en este caso se pueden mostrar las diferencias entre las diversas filosofías en cuanto que la filosofía queda como algo que tiene un significado, en el fondo, idéntico en su desarrollo 66. Pero una operación así implica un presupuesto según el cual filosofía es construcción doctrinal y teórica, cuyo carácter filosófico es independiente en relación al movimiento de pensamiento que se pone en marcha. Si no fuera así no podrían entenderse como «filosofías» las posiciones de los Sofistas, que consisten en afirmaciones sobre lo que se entiende como verdadero, y aquella socrático-platónica, que consiste en hacer emerger la idea precisamente a través del movimiento de confutación y de las aporías que se hallan en la pretensión de saberes de los sofistas. O no podría ser considerada igualmente filosofía la construcción teórica del jusnaturalismo y del filosofar platónico, o bien aquello que se manifiesta en el movimiento de la superacion dialéctica ( Aufhebung ) por parte de Hegel de las posiciones jusnaturalistas consideradas. Esta 64
Es inútil recordar que a la luz de la ciencia práctica aristotélica es precisamente una tal teoría, rigurosa como las matemáticas, la que no tiene el carácter del saber en relación a la praxis humana. 65 Muy a menudo quien queda apresado por los presupuestos de la conceptualidad moderna tiene a contraponer lo que parece el necesario relativismo debido a la diversidad de las concepciones de la verdad, un periodo pre-moderno totalmente reducido a una pretendda posesión de la verdad: de este modo por una parte se razona dentro de un presupuesto débil y no demostrado como el del relativismo, que no puede no tener las características de una pretendida verdad absoluta, y por otra no se consigue entender lo que hay de auténticamente filosófico, y, por tanto, que hay que pensar siempre de nuevo, en el pensamiento que precede al sistema moderno de conceptos políticos a los cuales nos hemos referido. 66 Cfr. M. Gentile, Se e come é possibile la storia della filosofia , Padova, Liviana, 1964.
problematización de la historia de la filosofía está ligada también a la constatación de que la historia de la filosofía no se resuelve en un trabajo objetivo y válido en los diversos tiempos históricos, sino que nace precisamente en ese arco temporal en el que nacen las historias de las disciplinas especiales, sobre la base del cortocircuito entre historia y ciencia moderna, del que nos habla Brunner 67, en el interior, entonces, de precisos presupuestos que no son ciertamente universalmente válidos. La consideración de la radical diversidad de la estructura de lo que se entiende como filosofía en Platón y Aristóteles, por una parte, y en la construcción teórica de la forma política moderna, por otra 68, no lleva a una concepción relativista (a cada época sus conceptos o su filosofia), ni siquiera a la afirmación de un modelo verdadero, el antiguo, frente a uno falso, el moderno. Si se remite el concepto al acto de conceptualizar y al ser intrínseco de este acto en la experiencia presente, no puede ser ciertamente un modelo antiguo la solución de nuestro problema. Esto sería un modo de referirse a todo el concepto condicionado por aquellos presupuestos modernos que se quieren interrogar y poner en movimiento: operar el concepto se reduciría a los contenidos de una doctrina. En cambio, es en el movimiento del pensamiento en su concreción y actualidad, en la interrogación de la doxa y en la actitud de preguntar y de dar razones en lo que consiste el sentido de la filosofía. Si es así, la conceptualidad moderna, que, en el caso de los conceptos políticos fundamentales, no es solamente una construcción que se pueda limitar al plano teórico sino que ha dado lugar también a procesos reales y constitucionales, se mostraría como el ámbito en el que reflexionamos críticamente, pero no por ello el presupuesto necesario del rigor de nuestro pensamiento. Es a través de la interrogación crítica de los conceptos políticos modernos como parece posible una relación menos deformada con la experiencia de nuestro presente y, al mismo tiempo, la obtención no tanto de un modelo como de un gesto filosófico que encontramos también en la antigüedad clásica. Se puede plantear la cuestión también de este modo: si, cuando nos referimos al concepto, pensamos necesariamente en el concepto moderno, con su definición y su función lógica en un conjunto científico (y este significado vive hoy en la palabra «concepto»), se puede entonces decir que los conceptos son sólo modernos y el acto filosófico consiste no tanto en su construcción como más bien en su interrogación y en la localización en esos conjuntos de un movimiento de pensamiento y de una cuestión originaria, de la que estos tienen necesidad para plantearse, pero dentro de cuya lógica no parece posible tematizar y pensar. Es este movimiento de pensamiento el que resurge en la crítica a los conceptos modernos, y es la cuestión originaria de lo que es justo que se piense. Si en tal pensamiento se puede hablar de concepto y de conceptualización (por ejemplo en Hegel: Begriff y Begreifen), tal sentido del concepto no es el que comunmente se atribuye al término «concepto» cuando se habla de los fundamentales conceptos políticos modernos. Me parece entonces, en conclusión, que un rasgo característico de un trabajo histórico-conceptual como el que se ha intentado indicar aquí, en relación al nacimiento del contexto en el que se piensa la forma política en la época moderna, está constituido por la conciencia de la especificidad de estos conceptos, de su temporalidad y de la relativa imposibilidad de entender, a través de ellos, el pensamiento y la realidad que se 67
Cfr. en este volumen Historia conceptual como filosofía política, § 5. Para evitar malentendidos hay que recordar que no se intenta ciertamente implicar de este modo todo lo que ha tenido lugar en el pensamiento moderno, sino sólo referirse al ordenamiento conceptual que nace con el jusnaturalismo y se orden en la moderna doctrina del estado, por tanto, en aquella construcción que parte por la absolutización de la voluntad del individuo y llega a la formación del poder político entendido en el sentido de la soberanía. 68
manifiestan en las fuentes del pasado. La interrogación de los conceptos que abitan las palabras que usamos me parece, entonces, el carácter esencial de un trabajo así. Se trata de un ejercicio del pensamiento muy distinto de aquel, más difundido, que entiende el pasado mediante conceptos modernos, a menudo actualizando entonces el pensamiento del pasado así traducido y traicionado haciéndolo preparatorio y, por tanto, aún incompleto en relación a lo que para nosostros es ciencia. La conciencia de las aporías internas de ese mecanismo de conceptos que se sedimentan aún en el modo actual de entender la legitimidad del poder puede permitirnos captar dentro de los mismos conceptos modernos un problema como el de la justicia, que, por una parte, constituye el punto de partida de su construcción, pero, por otra, parece abolido y no tematizable a través de ellos. Contemporáneamente, la comprensión de la parcialidad de los conceptos modernos nos permite entender mejor el pensamiento precedente con los problemas que plantea y con las particularidades que cada vez lo caracterizan. Permite también hacer que los textos antiguos aún nos hablen y nos impliquen, pero sólo a condición de que no se nos planteen en esa postura de actualización aquí recordada. La mejor comprensión del pasado parece, de ese modo, vinculada al intento de obtener una mirada amplia que, liberándose de la coacción de los conceptos modernos, pueda ayudarnos a afrontar con menos prejuicios también los problemas de nuestro presente.