LAS PALABRAS DE LOS ASESINOS (o una interpretación sobre la investigación en Temporada de Machetes)
“En Auschwitz no caben historias de amor”
[Primo Levi]
¿Cuáles son las particularidades de los verdugos en un conflicto? Y si el conflicto es el genocidio de Rwanda, ¿cómo ellos asumen su posición ante el conflicto? Reconociendo que se asesinó a diestra y siniestra, de manera metódica, ante los ojos de niños (hijos) y de mujeres (parejas), asesinando a paisanos, conocidos, compañeros… ¿Cuál es su visión del papel como asesinos de sus coterráneos y vecinos y cómo se puede reconstruir desde el discurso del asesino, dicho acto salvaje, para poder comprender la humanidad de un conflicto de tal magnitud? ¿Es más, hay humanidad posible? A esto, accede Jean Hatzfeld. Estas preguntas busca responder el investigador francés en su trabajo etnográfico. Debe explicarse que Hatzfeld es un periodista y como tal, su interés primo es dar cuenta de los sucesos de dicho fenómeno y su discurso en boca de los protagonistas, verdugos en este caso. En prime ra instancia, Jean Hatzfeld cubre los testimonios de las víctimas del genocidio rwandés, y luego motivado por la increíble circunstancia de que el silencio cubriera por igual a verdugos y víctimas en el proceso de reconciliación nacional, quiso darle visibilidad a la otra parte del conflicto, los verdugos, los asesinos. El autor, entra con la curiosidad propia del investigador, y se encuentra
con lo que Arendt hubiese llamado la banalidad del mal, una situación de violencia ‘normalizada’, diaria, cotidiana, casi natural. Hatzfeld inicia con una posición un
tanto periodística de curiosidad por el dato, por el protagonista y luego con cada confesión (¿conversación, entrevista?) empiezan a develarse los machetazos que ante el lector provocan náuseas no por la crudeza (¡que en este mundo violento ya no asombra!) sino por la simpleza como son contados. Le toca entonces, al investigador, dejar correr el río de historias sangrientas de asesinatos por la mañana y vida normal en las tardes, con bebida por las noches, con camaradería para el trabajo: matar; y sobre todo con la aprobación de todos: “…teníamos la seguridad de matar sin que nadie nos mirase mal …” El Investigador no hace uso de elementales juicios categóricos del bien o del mal, algo que llama la atención poderosamente, pero puede percibirse en la crudeza de la transcripción, la complejidad que envuelve al escuchante privilegiado de tener ante sí a los asesinos de miles, que incluso no presentan ningún grado de arrepentimiento, aún a consciencia total de saber lo que hicieron. La crudeza del interlocutor, deviene en una asepsia tal de poner en el papel toda la profundidad de lo más siniestro de la condición humana, que termina horrorizándonos al producirnos el miedo de darnos cuenta, que los asesinos son tan como tú y como yo. Esa horripilante posibilidad de convertirnos en asesinos de nuestros vecinos, de la noche a la mañana, no requiere ningún vudú. Es una mezcla de variables presentes en mayor o menor medida, en todos los ámbitos: conflicto, diferencias sociales, luchas políticas, manejo de los medios de comunicación, jerarquías de poderes, avaricia… Hatzfeld se aviene ante la historia, como la otra mitad de la historia, para darse cuenta que es ésta no la justificación del cuadro general, sino el complemento, la otra mitad faltante, sin la cuál es imposible entender, el conflicto étnico africano en este caso. Su conocimiento del genocidio, de mano de las víctimas se ve totalmente contrastado con el detalle y pensamiento de los asesinos. ¿Puede esto, ser
sustentado con alguna teoría? O por el contrario, ¿Crea esta crudeza una nueva teoría? O simplemente, sustenta lo que Hannah Arendt a lo largo de su obra sobre totalitarismo y holocausto [La condición Humana, Eichmann en Jerusalén, Los orígenes del totalitarismo] ha dado a revelar como un nuevo nivel de inconsciencia colectiva: la rutina de la muerte, la normalidad del genocidio, la trivialidad y puerilidad de la masacre… Para el periodista, identificar, ubicar y sentarse a ‘conversar’ con los protagonistas fue un asunto tal vez más difícil, dado el contexto de su acercamiento: procesos judiciales, señalamientos internacionales (¡vaya ironía!), convivencia nacional con sus víctimas, proceso de reconciliación. Eso sí, una vez sentidos en camaradería, en la turba, en la gallada, en la banda (aún después de estar encarcelados), la sensación de grupo respalda y motiva a declarar cada detalle, a brindar hasta los más escabrosos intereses personales en matar y en definir el asunto como algo justificado, primero por el mandato gubernamental, luego por el pasado étnico y por último hasta por una indiferencia nacional e internacional: “Todos cerraron los ojos a nuestras matanzas ”. ¿Cuál podría ser la posición moral de un investigador ante el convivir con una docena de asesinos desalmados? ¿Se ríe ante sus chistes? ¿Los cosifica como monstruos ante los detalles de las matanzas? ¿Tiende a comprenderlos o a justificarlos? Hatzfeld nos deja entrever, que no es menos humano que sus lectores y que aunque en pasajes es tan inverosímil la situación que parece ficticia, nos regresa cada tanto a la repulsiva y execrable situación que nos plantea: salimos, rodeamos y matamos a tantos niños, mujeres, viejos y hombres como se puedan, solo por ser tutsis, y cumpliendo con un deber impuesto por la facilidad de conseguir ganancias y de agradar a las arengas políticas y a los mandos políticos, gubernamentales. Es así de sencillo, pero no simple, muy complejo. El trabajo etnográfico presente en la obra, hace que el investigador conviva a la par con escalofriantes testimonios en una cárcel de Rilima, sur de Rwanda, haciendo
que de primera mano, conozca las atrocidades acometidas por los hutus, sino observar y percibir de directamente, la convivencia posterior al genocidio entre víctimas y verdugos, oler el enrarecido aire de la mentira que pretende en estos casos, ocultar lo mefistofélico, para que el poder pueda seguir señalando, juzgando, procesando, pero no asumiendo su papel como instigador; descubrir cómo la verdad propia se constituye en un legitimador de las acciones y de paso se constituye en algo universal, horizontal que padece de propios sentimientos hacia el otro, pero sí de justificación ante el proceder … El mero hecho de recolectar estos datos, le permite al investigador conocer de primera mano en cada entrevista al otro, al ser humano tras del asesino, luego analizar, sistematizar y organizar la información para transmitir el concepto de la investigación es una ardua tarea del autor, en ella está obligado a dar cuenta de su profesionalidad, de su profunda visión y de su análisis del hecho. Porque la alteridad, aparece ante nuestros ojos, de manera desdibujada: el francés establece una representación conmovedora, a sabiendas que prestando su voz, su letra, a los bárbaros asesinos le encumbra como investigador, pero corre el riesgo de servir como vínculo cómplice de mentiras, falsedades y justificaciones. Hay silencios muy dicientes y momentos nimios que hablan más fuertes que muchas declaraciones, producto de la experiencia vivida del autor al lado de las víctimas (su primer libro) y poner en contexto las versiones, los discursos, las justificaciones de los sediciosos. ¿Puede alguna investigación científica, develar cuáles son las condiciones mentales para que una comunidad de agricultores, pasare a ser unos expertos en segar la vida? En Temporada de Machetes, la investigación se torna una vivencia dolorosa, textos y pasajes que arrasan con nuestra incredulidad y acaban en ocasiones con la esperanza que tenemos de ser buenos totalmente para y por siempre. La barbarie devasta cada esperanza al paso de cada párrafo, en cada entrevista, en cada anécdota. El salvajismo brutal tan cándido no deja de ser doloroso a pesar de ser
vacuo, frívolo, fútil... vacío. “En el estado en que estábamos no nos importaba nada pensar que andábamos rajando a nuestros vecinos, hasta el último. Se había convertido en lo más natural…” Tener la capacidad de acceder a lo más profundo del pensamiento de los actores verdugos del genocidio, es una tarea fundamental en esta obra, utilizar la memoria y el discurso para develar las acciones, sondear propósitos y poner en escena pensamientos diversos, diversidad humana unida sólo en el propósito de matar. “Yo me doy cuenta de que los supervivientes y los asesinos no recuerdan las cosas igual, ni mucho menos…” según uno de los protagonistas. Lo que obviamente, lleva al entendimiento del contexto y de las razones, sin entrar en ello al campo moral de la justificación o de la satanización. “Los supervivientes no se llevan tan bien con su memoria. No deja de hacer eses con la verdad por culpa del miedo o la humillación de lo que les sucedió.”[ … ] “Los asesinos, cuando acceden a hablar en voz alta, pueden decir la verdad acerca de todos los detalles de lo que hicieron”. Unos y otros, intentan retrotraer la experiencia, pasada por un tamiz de la comprensión propia y de la justificación posterior. Sólo la cadencia de la historia, puede descubrir las inconsistencias del texto y del pensamiento. “Cuando pienso en el genocidio en momentos de tranquilidad, reflexiono para saber dónde colocarlo dentro de la existencia, pero no encuentro ningún sitio. Quiero decir sencillamente que no es nada humano.”
Por: Eduardo Páez H.