Módulo: Nuevas miradas, viejos problemas: revolución, independencia y guerras civiles en los orígenes de la nación argentina (1806-1880).
Entre las provin cias y la nación: nación: alternativas en la bús búsqueda queda de un nuevo n uevo orden or den polít po lític ico o (18 (182020-188 1880). 0). ¡Bienvenidos/as! Esta es la última clase que compartimos antes de que entreguen el trabajo final, por lo que creemos conveniente repasar lo que hemos estado trabajando. El recorrido que transitamos juntos comenzó con el examen de las principales interpretaciones y representaciones que se hicieron sobre el proceso revolucionario en estos dos siglos de historia. En ese sentido, pusimos el foco en aquellas que se convirtieron en el sentido común de los argentinos y que consagraron a la Revolución de Mayo como mito de orígenes de la Nación Argentina. En la segunda clase dimos un salto en el tiempo y la dedicamos a examinar los principales rasgos del orden colonial en el área rioplatense. Consideramos que este ejercicio era necesario para poder conocer cómo era la sociedad en la cual se produjo el proceso revolucionario. Pero también porque algunos de sus rasgos se mantuvieron durante el siglo XIX. Estas dos primeras clases nos permitieron contar con mayores elementos para encarar el análisis del proceso revolucionario. Este tema lo trabajamos en tres clases intensas que abarcaron el período que va desde las invasiones inglesas en 1806 hasta la caída del poder central revolucionario en 1820. En esta clase número seis retomaremos el análisis que dejamos en ese momento crítico. Recordemos que en 1820 ya se había declarado la independencia, mientras que la guerra contra las fuerzas españolas había llegado a su fin en buena parte del territorio rioplatense (no así en la región altoperuana y en la salteño-jujeña), pero aún no se había logrado resolver el problema de la organización política. Los procesos desencadenados por la crisis, la revolución y la guerra, habían puesto fin al antiguo orden político, pero no se había logrado crear uno nuevo que tuviera un carácter estable y fuera considerado legítimo por todos los actores sociales. Este estado de cosas se prolongó durante casi todo el siglo XIX, en un marco sumamente conflictivo, pues estaba en disputa el acceso al poder, pero también su definición política, social, institucional y territorial. En ese sentido, eran varias y sustanciales las cuestiones a las que debía darse respuesta y que en buena medida
estaban vinculadas al problema de la soberanía y al de la representación: ¿qué actores sociales podían participar de la política?, ¿a través de qué mecanismos, reglas e instituciones?, ¿quiénes podían gobernar y en nombre de qué o de quién?, ¿qué principios legitimaban el poder político?, ¿sobre qué territorio debía ejercerse el poder? La definición de estas cuestiones se fue produciendo a lo largo del siglo XIX como resultado de acuerdos y de enfrentamientos entre distintos sectores políticos, sociales y regionales. Debemos tener presente que este proceso no fue una particularidad rioplatense, ya que lo mismo sucedió en toda Hispanoamérica aunque con variaciones que obedecían a las particularidades de cada una de las sociedades asentadas en el continente. Más aún, si ampliáramos la lente, también podríamos ver que el mundo de naciones tal como lo conocemos hoy día, se fue configurando en buena medida a partir de la disolución de las estructuras imperiales y coloniales europeas a lo largo de los siglos XIX y XX. No se preocupen, seguiremos concentrados en el proceso histórico rioplatense, en el cual emergerían el Estado y la nación argentina pero no como un hecho inevitable, sino como el resultado de conflictos y de acuerdos que implicaron la derrota de otras alternativas de organización política, institucional y territorial. En esta clase analizaremos algunas de las alternativas que se pusieron en práctica entre 1820, cuando se disolvieron las dos grandes estructuras rivales que habían protagonizado la revolución (el gobierno central que entonces encarnaba el directorio y la liga federal artiguista), y 1880, cuando se consolidó el Estado nacional argentino al derrotar al último poder local que era el de Buenos Aires. A diferencia de las clases anteriores que estuvieron cargadas de información sobre hechos, personas e instituciones, en esta plantearemos algunos ejes y brindaremos algunas herramientas conceptuales e historiográficas que les permitirán enriquecer la interpretación de los sucesos ocurridos en esas décadas.
Caudillo s y Estados provin ciales El fracaso de la Constitución centralista de 1819 y la disolución en 1820 del Directorio, marcaron el fin de una etapa e hizo evidente la dificultad para erigir un orden político que desconociera la soberanía de los pueblos. Pero ahora la situación era diferente, pues esos pueblos soberanos ya no eran las antiguas ciudades coloniales representadas por sus Cabildos, sino entidades que eran novedosas en más de un aspecto: las provincias. Para entender el proceso de constitución de las provincias, debemos tener en cuenta la convergencia de dos procesos. El primero fue la desintegración de las Intendencias, ya sean las virreinales como Buenos Aires, Córdoba y Salta, o las creadas durante la revolución como Cuyo. Esta división se debió a que las intendencias eran estructuras administrativas recientes que en buena medida dependían de un gobierno central, y que no lograban expresar verdaderas unidades políticas, sociales y económicas como sí lo hacían las ciudades que tenían una historia más larga. El segundo proceso tuvo un sentido contrario, pues implicó el fin de la exclusividad con la que las ciudades ejercían el poder político, social y económico, al producirse la incorporación de las zonas rurales a la representación
política. Dicho de otro modo: las provincias se construyeron a partir de las ciudades que incorporaron a una misma estructura política al área rural sobre la que antes ejercían su poder. Para poder apreciar ese proceso los invitamos a que realicen un pequeño ejercicio: consideren los nombres de las 14 provincias que se constituyeron a partir de 1819 -la más tardía fue Jujuy que se separó de Salta en 1834-, y verán que con la excepción de Entre Ríos, en todos los casos mantienen el nombre de las ciudades a partir de la cual se crearon y que se convirtieron en sus capitales (Córdoba, La Rioja, San Luis, Corrientes, etc.). Durante siglos, el mundo rural rioplatense había permanecido bajo el control de las ciudades. Pero esto cambió en poco menos de una década, durante la cual la campaña comenzó a tener un rol más destacado. Esto se debió a la revolución, pero sobre todo a la guerra que requirió la movilización de su población, el acceso a recursos (comida, transporte, ropa) y el control de esos territorios. En ese marco resultaba decisivo el apoyo de líderes locales como los Comandantes de Campaña quienes, como contrapartida, incrementaron su poder y dejaron de tener un rol subordinado. Como habrán podido advertir, nos estamos refiriendo a unos actores políticos clave del siglo XIX rioplatense: los caudillos. Los caudillos y el orden político En las últimas décadas, se planteó una revisión del papel de los caudillos y de la naturaleza de su poder. A continuación reproducimos un texto en el que la historiadora rosarina Marcela Ternavasio se refiere a estas nuevas interpretaciones:
“A la luz de los nuevos estudios sobre los casos provinciales, se comprueba que aquellos caudillos -tan denostados o celebrados por ensayistas, literatos e historiadores desde el siglo XIX- ejercieron su poder en el marco de un creciente proceso de institucionalización política. En este sentido, se registran experiencias muy diversas según la región y la coyuntura. Así, por ejemplo, se observan casos de mayor estabilidad institucional como en Buenos Aires, Salta, Mendoza o Corrientes durante la década de 1820- que contrastan con otros donde las legislaturas parecían ser meras juntas consultivas y electoras de segundo orden para designar al gobernador -como en Santa Fe o Santiago del Estero, donde sus gobernadores permanecieron en el poder durante décadas-, o con experiencias en las que prevaleció la completa inestabilidad política -como la entrerriana, donde se sucedieron más de veinte gobernadores en el término de cinco años-. No obstante, sobresale el hecho de que, si bien la vocación de hegemonía y supremacía demostrada por algunos gobernadores o caudillos regionales aparecía reñida con los principios plasmados en sus entramados jurídicos, casi nadie podía eludir la invocación de algunos de tales principios a la hora de legitimarse en el poder. Así, el sufragio coexistió con revoluciones armadas o la amenaza del uso de la fuerza, y el principio de división de poderes convivió con el empleo de instrumentos que parecían negarlos, como la
delegación de facultades extraordinarias en los ejecutivos, o con situaciones de tal fragilidad institucional que volvían directamente impensable su traducción en la dinámica de funcionamiento del sistema político respectivo. Las guerras civiles y los conflictos armados entre caudillos u hombres fuertes de distintas provincias que asolaron el territorio en esos años no se dieron en un vacío institucional, sino en un espacio en el que muy trabajosamente intentaban imponerse las nuevas reglas del arte de la política”. Historia de la Argentina. 1806-1852, Buenos Aires, Siglo XXI, 2009, pp. 132/3.
Para reflexionar: ¿Qué relaciones plantea la autora entre orden institucional y caudillismo? La crisis del orden político revolucionario y el proceso de provincialización suelen asociarse con la desintegración de la Nación Argentina y con el caudillismo. Los caudillos son figuras emblemáticas de la historia argentina que han sido objeto de interpretaciones simplistas y dicotómicas. Por un lado, están quienes se inscriben en la tradición de Sarmiento y los repudian por considerarlos como una expresión de la barbarie. Por otro lado, se encuentran quienes desde una posición nacionalista o localista los reivindican como líderes populares y defensores de los derechos de las provincias y de los sectores populares frente a una dirigencia extranjerizante. Tras estas divergencias se oculta, sin embargo, una coincidencia sustancial: considerar que los caudillos erigieron su poder a partir de relaciones personales basadas en la violencia, el carisma o el clientelismo y que esto fue posible por la ausencia de instituciones políticas nacionales. De ese modo, al destacarse los vínculos personales, se omite que el ascenso de los caudillos en la década de 1810 se dio en el marco de las estructuras políticas y militares revolucionarias (en la clase anterior pudimos ver el caso de Güemes) y, más importante aún, que durante la década de 1820 se produjo un proceso de institucionalización del poder político. El problema es que este proceso no tuvo un carácter nacional, ya que se circunscribió a las provincias que se constituyeron en Estados soberanos y autónomos que actuaban como sujetos de derecho internacional. Esto nos puede parecer confuso, pues hoy en día las provincias forman parte de un todo que es la nación. Pero ese “todo” no existía así definido durante la primera mitad del siglo XIX. Y si bien cabía la posibilidad de que pudiera constituirse una nación (o varias naciones), para ello debía contarse con el consentimiento de las provincias. En cuanto a la organización interna de las soberanías provinciales, si bien hubo variaciones importantes, todas contaban con constituciones o, al menos, con leyes fundamentales. Estas establecieron sistemas republicanos y representativos que, para los parámetros de la época, tenían una base electoral muy amplia basada en la extensión del voto masculino. En todas las provincias se estableció la división de poderes con un gobernador que ejercía el poder ejecutivo; una legislatura unicameral que era depositaria de la soberanía provincial y que, a diferencia de los
Cabildos que fueron suprimidos, estaba integrada por representantes tanto de la ciudad como de la campaña; y una justicia que en general no era autónoma respecto de los otros dos poderes. Además de estas instituciones, las provincias contaban con milicias, aduana, moneda y un sistema fiscal propio. El republicanismo Cuando la revolución dio sus primeros pasos lo hizo en nombre de Fernando VII, el rey cautivo. Seis años más tarde, mientras se proclamaba la independencia, algunas figuras prominentes sostenían que la mejor forma de gobierno era la monárquica. Sin embargo, al comenzar la década de 1820 la monarquía había dejado de ser una opción para todas las fuerzas políticas: en muy poco tiempo se había impuesto el republicanismo.
Los invitamos a compartir el fragmento de un video en el que la historiadora Hilda Sabato se refiere a esta cuestión y que pueden encontrar en el siguiente enlace
La economía rioplatense durante la primera mitad del siglo XIX La revolución, la guerra y la apertura comercial provocaron transformaciones en la economía rioplatense y consolidaron el proceso de reorientación hacia el Atlántico iniciado en el siglo XVIII que ahora tenía a Inglaterra como nueva metrópoli comercial y a la exportación de cuero vacuno como principal fuente de ingresos. En las siguientes líneas, el historiador Roberto Schmit presenta una síntesis de la estructura económica rioplatense posrevolucionaria, en la que destaca el impacto desigual que tuvieron esos cambios en las distintas regiones y las dificultades para constituir un mercado nacional. Resulta importante que tengamos presente esta cuestión, ya que fue una de las causas que obstaculizaron la consolidación de un orden político nacional a lo largo del siglo XIX: “(…) las provincias del actual territorio argentino luego de la Revolución tuvieron una orientación bifronte, en la que convivieron las economías fuertemente vinculadas al mercado atlántico con otras constituidas fundamentalmente por modestos mercados locales y regiones, que se abastecían de los productos ultramarinos a través de los puertos chilenobolivianos y más ocasionalmente desde Buenos Aires. La zona litoraleñabonaerense se volcó con bastante éxito hacia la economía atlántica. La expansión de la producción ganadera fue el eje sobre el cual se movió este vínculo mercantil, aunque también se completaba en algunos casos con volúmenes importantes de productos cuyo destino era el mercado doméstico. Esta orientación arrastró incluso algunas economías, como la correntina y la cordobesa, que lentamente fueron disminuyendo su perfil productivo diversificado para insertarse con más fuerza en su nuevo rol de exportadoras de bienes pecuarios. Aquí también se involucraron los tucumanos, que volcaron sus bienes hacia Buenos Aires pero sin perder totalmente sus vínculos con el Alto Perú y Chile, (…) las economías de la provincias del Noroeste y Cuyo reestructuraron sus vínculos mercantiles con los mercados boliviano-chilenos, manteniendo un contacto más débil con el mercado atlántico. Estas provincias no alteraron demasiado los perfiles productivos heredados de la época colonial; se mantuvieron como proveedores de ganado en pie, textiles, aguardiente, vino y frutas secas en los mercados locales y regionales. Esto fue posible gracias a una compleja y extensa red de circuitos mercantiles que unían una significativa cantidad de provincias del Interior. Al mismo tiempo que exportaban sus bienes se surtían de los productos ultramarinos a través de los puertos de Arica, Cobija, Valparaíso y Buenos Aires. A partir de 1840, con el resurgimiento de la minería boliviana este circuito recuperó su inserción en los mercados mineros altoperuanos. La tensión entre las diferentes orientaciones de las economías y los circuitos mercantiles se mantuvo durante las primeras seis décadas poscoloniales; sin embargo, la potencialidad de ambas estrategias no eran equiparables: mientras los mercados regionales eran modestos e inestables, el mercado atlántico mostraba una vitalidad creciente. La situación comenzaría a cambiar drásticamente, adquiriendo una nueva fisonomía hacia 1870-80, cuando se integraban las economías provinciales y se consolidaba la construcción del Estado nacional argentino”. “El comercio y las finanzas públicas de los Estados provinciales” en N. Goldman (dir.), Revolución, República, Confederación (1806-1852) , Nueva
Historia Argentina, t. III, Buenos Aires, Sudamericana, 1998, pp. 142-3. A continuación, les presentamos un mapa de los circuitos mercantiles durante la primera mitad del siglo XIX en el que se puede apreciar la “orientación bifronte” señalada por Schmit:
M. Lobato y J. Suriano, Nueva Historia Argentina. Atlas Histórico, Buenos Aires, Sudamericana, 2000, p. 203.
El proyecto unitario Al comenzar la década de 1820, Buenos Aires logró superar la crisis provocada por la disolución del poder central y se constituyó en el más poderoso de los Estados provinciales. A las ventajas políticas que le otorgaba el hecho de haber sido capital del Virreinato y sede de los gobiernos revolucionarios, les sumó las que provenían de contar con recursos económicos muy superiores a los de las otras provincias. Para ello fue decisiva la expansión territorial hacia el sur que le permitió ampliar la producción de ganado y la exportación de cueros, pero también el hecho de controlar el puerto y la aduana a través de los cuales se producía la mayor parte del intercambio comercial con otros países y, en particular, con Inglaterra. Estos recursos le permitieron encarar a partir de 1821 un ambicioso plan de modernización social, política, cultural e institucional conocido como las “reformas rivadavianas”. Algunos de los dirigentes que se destacaron en esta etapa serían quienes crearían poco tiempo después el partido unitario. Además de la identificación entre centralismo y porteñismo producida en la década 1810, esta es una de las razones por las cuales se suele asociar el unitarismo con la defensa de los intereses de Buenos Aires. Sin embargo, como veremos, los grupos dominantes porteños se opusieron al unitarismo, precisamente porque afectaba sus intereses. El hecho de haberse constituido en un Estado autónomo y soberano fue sin duda beneficioso para Buenos Aires. Sin embargo, no podía mantenerse aislada de lo que le sucedía al resto de las provincias con las que mantenía relaciones económicas y políticas más o menos conflictivas que requerían algún tipo acuerdo. A fines de 1824 se reunió un Congreso Constituyente para darle un nuevo ordenamiento institucional a las provincias rioplatenses. Además de este propósito, en la convocatoria también pesaron otras dos cuestiones. La primera fue la necesidad de constituir un poder soberano que estuviera en condiciones de firmar u n tratado con Inglaterra para que esta reconociera la independencia de las Provincias Unidas (hasta entonces solo lo habían hecho Brasil y Estados Unidos). El tratado se aprobó a comienzos de 1825, y a cambio de ese reconocimiento, a Inglaterra se le otorgaron algunas ventajas comerciales y se le garantizaron derechos a sus súbditos que vivieran en las provincias rioplatenses. La segunda razón era el incremento de las tensiones con el Imperio de Brasil por la ocupación de la Banda Oriental. El conflicto se convirtió en una guerra que culminó en 1828 con una mediación británica, tras la cual se constituyó la República Oriental del Uruguay como nación independiente. En sus primeras reuniones, el Congreso reconoció el carácter soberano de las provincias. Esa línea, sin embargo, fue dejada de lado cuando una mayoría de diputados creyó que podía crear un poder capaz de situarse por encima de las provincias. En esas circunstancias surgió el partido unitario que en 1826 creó un Poder Ejecutivo Nacional que encomendó a Bernardino Rivadavia, y dictó una Constitución centralista en la que por primera vez se utilizó en forma oficial el nombre de República Argentina. Estas decisiones que promovían una vez más la centralización del poder político, concitaron rechazos en el interior, destacándose en ese sentido algunos líderes federales como el cordobés Juan Bautista Bustos, el santafesino Estanislao López y el riojano Facundo Quiroga. Pero también encontró una fuerte oposición en Buenos Aires, ya que el Congreso decidió nacionalizar la aduana y el puerto y dividir a la provincia para erigir a la ciudad como capital de la nación. Esto afectaba los intereses de los porteños o, al menos, de las clases
propietarias que para ese entonces habían encontrado una nueva fuente de riqueza y de poder en la expansión ganadera. El extendido rechazo hizo evidente que no alcanzaba con la voluntad para constituir un Estado nacional, si no existían intereses en común o un sector con capacidad para imponerse sobre los otros. En medio de una grave crisis política potenciada por una torpe negociación con Brasil, se produjo la disolución de las autoridades nacionales y el recrudecimiento de las luchas políticas y militares entre unitarios y federales en las que se impusieron estos últimos al comenzar la década de 1830. Su líder, sin embargo, ya no sería una figura del interior como Bustos, López o Quiroga, sino el porteño Juan Manuel de Rosas. Durante los años siguientes Rosas aprovecharía su condición como gobernador de Buenos Aires y máximo líder del partido federal para extender su influencia y concentrar el poder como nadie lo había hecho hasta entonces.
Unitarios y federales Para poder comprender mejor los conflictos y las guerras civiles que se produjeron en el siglo XIX, debemos considerar que la dirigencia política tenía un carácter provincial, y que si bien en algunos casos podía trascender a un nivel regional, no alcanzaba para articular una posición común capaz de abarcar a todas las provincias. Asimismo debemos tener en cuenta que en muchas ocasiones la utilización de denominaciones como unitario y federal no permite caracterizar las posiciones de los distintos actores políticos. En relación a este punto deben despejarse algunos malos entendidos, comenzando por el hecho de asociar al unitarismo con los intereses porteños y al federalismo con los del interior. Si esto fuera así, no podría explicarse que un notorio defensor de los intereses de Buenos Aires como Rosas fuera federal o que un líder unitario de la envergadura del general José María Paz fuera cordobés. Es que bajo esas denominaciones se agrupaban distintas posiciones e intereses ya que no todos los unitarios pensaban igual ni tenían el mismo proyecto político y lo mismo sucedía con los federales. En ese sentido resulta necesario distinguir dos planos: el de los proyectos de organización política y el de las disputas facciosas. En relación a la organización política las cosas parecen más claras. Los unitarios promovían la creación de un Estado que debía centralizar el poder y cuyo fundamento era la existencia de una única soberanía, la nacional. Los federales, por su parte defendían la soberanía de los pueblos, por lo que rechazaban la creación de un Estado central, sin que necesariamente acordaran entre sí en cómo debían organizarse. En el plano de las disputas facciosas las cosas ya no son tan claras, pues en muchas ocasiones los unitarios podían defender el carácter soberano de las provincias para consolidar sus propias posiciones, mientras que los federales de una provincia más poderosa no dudaban en intervenir en los asuntos internos de otra, tal como lo hizo Buenos Aires durante los mandatos de Rosas. Para sumar más confusión, el régimen rosista apeló a la estrategia de calificar como unitarios a todos sus opositores, aunque muchos de estos fueran federales. Los invitamos a leer un breve texto del historiador José Carlos Chiaramonte referido
a algunas de estas cuestiones y al que pueden acceder a través del siguiente enlace: http://www.revistaenie.clarin.com/ideas/Portenos-provincianos-enfrentamientosiglo-XIX_0_887911217.html
Los proyectos de organización política En el período que estamos analizando las alternativas de organización política eran las siguientes opciones: a) la creación de un Estado central fundado en una soberanía única nacional, y que tras el fracaso de los unitarios a fines de la década de 1820, dejó de considerarse como una alternativa válida; b) el mantenimiento de la autonomía de las provincias fundada en su carácter soberano, pudiendo celebrar pactos o acuerdos entre ellas, que fue la política adoptada durante gran parte de la década de 1820; c) la unión de algunas o de todas las provincias en una confederación, manteniendo así su carácter soberano y delegando algunas atribuciones como las Relaciones Exteriores en un ejecutivo provincial tal como sucedió en las décadas de 1830 y 1840; c) la unión de algunas provincias con Estados como Uruguay, Paraguay o Bolivia, que si bien no se concretó, fue una alternativa planteada en diversas ocasiones; d) la construcción de un Estado federal que reconociera a la vez la soberanía de las provincias y la nacional con preeminencia de esta última, que es la solución que se terminaría imponiendo tras la sanción de la Constitución de 1853, aunque recién se pudo efectivizar un cuarto de siglo más tarde tras arduas luchas.
La Conf ederación Argentina: 1830-1852 El triunfo del partido federal a comienzos de la década de 1830 afianzó aún más a las soberanías provinciales como ámbito de institucionalización del poder. Pero esto no implicó en modo alguno su aislamiento. Por un lado, porque a pesar de las disputas interprovinciales, las élites locales siguieron manteniendo fuertes vínculos entre sí. Por el otro, porque la mayor parte de las provincias tenían dificultades políticas y económicas para poder sostener una autonomía plena. Si bien no existían condiciones para lograr la organización nacional, tampoco las había para que los Estados provinciales pudieran funcionar como tales. La tensión entre el mantenimiento del status soberano y la necesidad de crear una instancia mayor que las contuviera se expresó en la organización de una Confederación que tuvo como base el Pacto Federal . El Pacto reconocía la independencia y la autonomía de las provincias que delegaban algunas atribuciones soberanas en el gobernador de Buenos Aires como el manejo de las relaciones exteriores. El acuerdo fue firmado por los gobiernos de las provincias del litoral en 1831, y durante los años siguientes se fueron adhiriendo el resto de las provincias,
ya sea por convicción de su dirigencia o por imposición, pues la Confederación fue progresivamente hegemonizada por la facción federal rosista que contaba con los recursos de Buenos Aires para imponerse incluso por la fuerza, como lo hizo en más de un caso. El poder con el que contaba Rosas al comenzar la década de 1840 le hubiera permitido organizar a las provincias en una nación que estuviera bajo su mando. Sin embargo, Rosas sostenía que no estaban dadas las condiciones y que la convocatoria a un Congreso reavivaría los conflictos y la guerra civil. Más allá de este tipo de apreciaciones, lo cierto es que en caso de sancionarse una Constitución su poder y el de la provincia de Buenos Aires se habrían visto limitados, tanto en términos políticos como económicos. La organización confederal, por el contrario le permitía mantener el control del puerto y la aduana de Buenos Aires, mientras que a través de alianzas y el uso de la fuerza extendía su hegemonía sobre el resto de los pueblos.
La con fli cti va organi zación nacional (1852-1880) Rosas era considerado por sus enemigos como el mayor obstáculo para lograr la organización nacional. Por eso muchos suponían que si acababan con su poder, ese objetivo se lograría de inmediato. Sin embargo, lo que ocurrió fue algo diferente, ya que había causas más profundas que obstaculizaban esa posibilidad. En febrero de 1852 las fuerzas rosistas fueron derrotadas en la batalla de Caseros por una alianza entre Corrientes, Entre Ríos, Uruguay y Brasil que lideraba el entrerriano Justo José de Urquiza. Rosas renunció y se exilió en Inglaterra. Las provincias reconocieron el liderazgo de Urquiza y apoyaron el proyecto de sancionar una Constitución. Para eso se reunió un nuevo congreso, esta vez en Paraná, que creó un Estado federal en mayo de 1853. Pero la dirigencia de Buenos Aires resistió esa decisión, ya que al igual que buena parte de su población, no quería resignar el control de la aduana y el puerto. Además de desconocer a las autoridades nacionales, Buenos Aires decidió mantener su soberanía y su autonomía dictándose su propia Constitución en 1854.
Mapa de la Confederación Argentina (1858) Si bien las provincias argentinas se organizaron como un Estado federal, este siguió denominándose Confederación Argentina, tal como se puede apreciar en el mapa que presentamos a continuación que fue realizado en 1858
Las relaciones entre la Confederación Argentina y el Estado de Buenos Aires fueron tensas, con momentos de acercamiento y otros de enfrentamiento. En 1859 las tropas nacionales derrotaron a las de Buenos Aires en la batalla de Cepeda. Este resultado motivó que al año siguiente Buenos Aires se incorporara a la Confederación tras proponer reformas a la Constitución nacional. Los conflictos sin embargo no finalizaron, y nuevamente se recurrió a las armas. En septiembre de 1861 Buenos Aires logró imponerse en la batalla de Pavón a las fuerzas nacionales que estaban debilitadas por diferencias internas y dificultades económicas. Esto permitió que Bartolomé Mitre asumiera la Presidencia de la nación unificada. Tras la batalla de Pavón parecía haber quedado abierto el camino para la organización política de la Nación Argentina. Sin embargo, debieron pasar dos décadas para que pudieran constituirse instituciones nacionales cuyo poder fuera reconocido en todo el territorio argentino y, por lo tanto, se consolidara el Estado nacional. Para ello fue decisivo, entre otros factores, el fortalecimiento del ejército nacional que durante esas dos décadas participó en numerosos hechos de armas como: a) la represión de los alzamientos federales producidos en las provincias andinas y mediterráneas bajo el liderazgo del Chacho Peñaloza y Felipe Varela, y en la provincia de Entre Ríos bajo la dirección de Ricardo López Jordán; b) la represión
de una revolución encabezada por Mitre en 1874 que abarcó a varias provincias; c) la Guerra de la Triple Alianza o Guerra del Paraguay (1865-1870); d) la ocupación de vastas áreas de la región pampeano patagónica y de la chaqueña, y el sometimiento de los pueblos indios que hasta entonces habían controlado a esos territorios. Muchas veces se sostiene que la consolidación del Estado nacional se logró por la imposición de Buenos Aires sobre el conjunto de las provincias. Se trata sin embargo de una simplificación, pues Buenos Aires también debió resignar parte de sus intereses. Tanto es así, que el último conflicto importante en torno a la organización nacional y a las atribuciones de los poderes provinciales, se produjo en 1880 cuando la dirigencia porteña desconoció al tucumano Julio Argentino Roca como Presidente de la Nación. Tras sangrientos combates, las milicias porteñas fueron derrotadas por el ejército nacional. Este desenlace permitió la federalización de la ciudad de Buenos Aires. Por primera vez la ciudad pasó a estar bajo el control de las autoridades nacionales como Capital Federal de la República Argentina (por eso se decidió que la provincia de Buenos Aires tuviera como capital una ciudad nueva: La Plata). La derrota de Buenos Aires en 1880 significó la consolidación del Estado nacional argentino, pues ya no había fuerza alguna en condiciones de disputarle el poder.
Consideraciones finales La existencia de una autoridad política reconocida en todo el territorio no era sin embargo suficiente para constituir una nación. Hacían falta otros factores materiales y simbólicos, desde la integración territorial a través de redes de transporte y comunicación, hasta la creación de una historia nacional compartida por todos los habitantes de la República Argentina. Como vimos en la primera clase, para dotar de mayor legitimidad a ese Estado que debía gobernar a una sociedad en acelerado proceso de transformación por la inmigración y la expansión del capitalismo, los historiadores comenzarían a plantear la existencia de un pasado nacional cada vez más lejano, y a la Revolución de Mayo como un momento fundacional en el que la nacionalidad cobró conciencia de sí para sacudir el yugo colonial. La Revolución de Mayo se convirtió así en el mito de orígenes de la Nación Argentina y, por lo tanto, en motivo de disputa sobre su sentido y proyección, tal como lo sigue siendo hoy en día.
Repaso general Esperamos que el trabajo realizado durante estas semanas les haya podido brindar mayores elementos de análisis, ya sea para poder ofrecer nuevas respuestas a viejos interrogantes o para plantearse nuevas preguntas sobre el proceso revolucionario y la historia del siglo XIX. Les proponemos que, como actividad de repaso general, miren el capítulo “La formación de un país” del ciclo Argentina. Historia de un país al que pueden acceder a través del siguiente enlace: http://www.encuentro.gov.ar/sitios/encuentro/Programas/ver?rec_id=50002
Actividades
Foro de cierre: Tras haber compartido estas semanas de intenso trabajo, llegó el momento de realizar un balance colectivo. En ese sentido habilitamos el foro para que cada uno exponga en uno o dos párrafos cuáles fueron a su juicio las cuestiones planteadas en el módulo que les permitió enriquecer su conocimiento sobre el proceso revolucionario e independentista. Foro de consultas: este espacio estará disponible durante toda la cursada para compartir y resolver las dudas o inquietudes que se presenten a lo largo de la cursada.
Elaboración del trabajo final conforme a las orientaciones proporcionadas aquí.
Recursos y lecturas recomendadas •
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(no obligatorias)
Goldman, Noemí (ed.) Lenguaje y Revolución. Conceptos políticos clave en el Río de la Plata, 1780-1850, Buenos Aires, Prometeo, 2008. Halperín Donghi, T., De la Revolución de la Independencia a la Confederación rosista, Historia Argentina, Tomo III, Buenos Aires, Paidós, 1971. Sabato, Hilda, Historia de la Argentina, 1852-1890, Bs.As., 2012. Ternavasio, M. Historia de la Argentina, 1806-1852, Bs.As., Sudamericana, 2009.
Otros recursos •
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Línea de tiempo con los gobiernos 1810-1880 y resumen de cada período en: http://vocesbicentenario.educ.ar/?page_id=10 Fuentes documentales en: http://archivohistorico.educ.ar/ Unitarios. Los proyectos de nación. Recuperado de: http://www.encuentro.gov.ar/sitios/encuentro/Programas/ver?rec_id=10107 9 Federales. Los proyectos de nación. Recuperado de: http://www.encuentro.gov.ar/sitios/encuentro/Programas/ver?rec_id=10108 0 Generación del 37. Los proyectos de nación. Recuperado de: http://www.encuentro.gov.ar/sitios/encuentro/Programas/ver?rec_id=10108 1 Sarmiento y Alberdi: los proyectos de nación. Recuperado de: http://www.encuentro.gov.ar/sitios/encuentro/Programas/ver?rec_id=10108 2 Mitre y Hernández: los proyectos de nación. Recuperado de: http://www.encuentro.gob.ar/sitios/encuentro/Programas/ver?rec_id=1010 83
Cómo citar este texto: Enseñanza de las Ciencias sociales en la escuela primaria, INFD (2015). Nuevas miradas, viejos problemas: revolución, independencia y guerras civiles en los orígenes de la nación argentina (1806-1880): Clase 06: Entre las provincias y la nación: alternativas en la búsqueda de un nuevo orden político (1820-1880). Especialización docente en la Enseñanza de las Ciencias Sociales en la escuela primaria. Buenos Aires: Ministerio de Educación de la Nación.
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