Aysén: muertes en dictadura
HISTORIAS HIST ORIAS DE AUSENCIA AUSENCIA Y MEMORIA ME MORIA
Aysén: muertes en dictadura
HISTORIAS DE AUSENCIA Y MEMORIA
Claudia Andaur Andaur Jeimy Fontecha Jiménez Verónica Venegas Quintana [Investigación y redacción]
Aysén: muertes en dictadura / Historias de ausencia y memoria © Agrupación de Derechos Humanos de Coyhaique, 2014
Proyecto nanciado por el Programa de Derechos Humanos del Ministerio del Interior y Seguridad Pública Primera edición: octubre de 2014 Investigación y redacción: Claudia Andaur, Jeimy Fontecha y Verónica Venegas Fotografías y reproducciones: Jonathan Gómez Sánchez Edición de textos: Anselmo Portugués Diseño y diagramación: ©MandrágoraDiseña Registro de Propiedad Intelectual N°246735 ISBN: 978-956-9114-18-2 Agrupación de Derechos Humanos de Coyhaique Kilómetro 7, Camino Los Alamos, Cerro Negro Coyhaique
Libro editado por La Mandrágora Ltda. www.lamandragora.cl Impreso en Gráca Maval
Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida, en todo o en parte, ni registrada o transmitida por sistema alguno de recuperación de información, en ninguna forma o medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia o cualquier otro, sin permiso previo, por escrito, del autor.
[Herminio Soto]
[Ser gio Os val do Al varad o]
[Julio Cárcamo]
[J o rge V il ugr ón]
[J uan B auti s ta Vera]
[El vin A lt amiran o]
[Jo sé L uis Felme r]
[ Moi sé s Ayan ao]
[Juan Vera]
[Jo s é Ros en do Pérez]
[Nés to r Ca s till o]
[Fl avio A rq uímed es Oyar zún]
[ Humb er to Co rd an o]
[A n anía s Z apata]
[ R u b é n A r m a n d o A n t i m á n]
[Li dia E s ter Vel os o]
Índice Prólogo Presentación Introducción Car pintero, subdelegado, padre de 11 hijos 1/ Carpintero, [Hermin [H erminio io Soto Gatica] 2/ El Cachorro y el Alicate [Sergio Osvaldo Alvarado Vargas y Julio Cárcamo Rodríguez]
9 10 13 19 29
3/ El profesor que buscó nueva vida en la Patagonia [Jorge Vilugrón Reyes]
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4/ La matanza del bueno de Juanito [Juan Bautista Vera Cárcamo]
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Puyuhuapi huapi 5/ El regidor de Puyu [Elvin [El vin Altami Altamirano rano Monje]
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coyhaiquino uino 6/ El universitario coyhaiq [José Luis Felmer Klen Klenner] ner]
80
7/ Un inocente joven campesi campesino no [Moisés Ayana yanaoo Montoya]
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desaparecidos idos de Coyhaique 8/ Los desaparec [Juan Vera Oyarzún Oyarzún,, José Rosendo Pérez Ríos y Néstor Casti Castillo llo Sepúlveda]
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9/ La familia aniquilada [Flavio Arquímedes Oyarzún Soto y Cecil Cecilia ia Migueli Miguelina na Bojanic Abad Abad]]
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10/ La gar garra ra del Cóndor [Humberto [H umberto Cordano López]
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fronteras as 11/ El gaucho libre y sin fronter [José Anan Ananías ías Zapata Zapata]]
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Asesinado ado en el ocaso de la dictadur dictaduraa 12/Asesin [Rubén [R ubén Armando Anti Antimán mán Nahuelquín]
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13/El más triste Día de la Madre de Villa Ñirehuao [Lidia Ester Veloso Meri Meriño] ño]
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PRÓLOGO
Reconstruir las biografías de Herminio Soto, Elvin Altamirano, Moisés Ayanao, José Ananías Zapata, Rubén Antiman Nahuelquin, Lidia Veloso y Humberto Cordano López, y de otras diez personas asesinadas por la dictadura es un acto de justicia destinado a dignicar la memoria de quienes fueron víctimas de brutales e inaceptables actos de injusticia y salvajismo. Los hombres y mujeres de la Patagonia han sabido siempre llevar una vida sacricada, de abnegado trabajo bajo las duras condiciones climáticas y de aislamiento en que se encuentra la región de Aysén. Las historias recogidas en este libro conrman aquello, pero hablan también de mujeres y hombres de familia, valientes, dignos, solidarios, que merecen el reconocimiento de sus contemporáneos como seres ejemplares que pueden inspirar a las nuevas generaciones. El libro contiene relatos en que no se omiten los nombres de los criminales. Es una decisión valiente y que ciertamente va a contribuir a que la justicia haga su labor, o a que al menos caiga una sanción moral sobre los perpetradores de estos actos de violencia injusticada. Agradezco a Ninón Neira, amiga de muchos años, que me haya solicitado esta breve presentación. Retribuiré esta distinción asegurándome que los testimonios contenidos en este libro se resguarden para el conocimiento de todos los chilenos y especialmente para las futuras generaciones. Que todos sepan que esto que pasó en Chile no puede volver a ocurrir.
Ricardo Brodsky Director
Museo de la Memoria y los Derechos Humanos Santiago, 7 de octubre de 2014
PRESENTACIÓN
Las historias de vida de 17 compatriotas víctimas de la política represiva de la dictadura militar nos llevan a conocer episodios personales, familiares y políticos que unen un antes esperanzador y pleno de proyectos con un presente que, a través de páginas y letras, nos reeren a episodios violentos e irreparables, sobre los cuales aún pesa un manto de impunidad, negación y silencio que los hace aún más dolorosos. Aysén, una región que se acerca al confín, con vientos que arrecian y se introducen en la piel lacerando la alegría en que convivimos los mil días de la Unidad Popular, donde cada uno creó una forma de construcción de un país más justo, solidario y nuestro. Aysén y sus víctimas u héroes o simplemente ausentes del fogón invernal, del aserradero, del cuidado de los hijos, de la responsabilidad política, de la reciedumbre de la sobrevivencia. Aysén, de inviernos blancos, que nos arrebató rostros de pura vida y conanza en un futuro de dignidad y alegría. Aysén, donde 17 familias quedaron mirando el horizonte con los ojos nublados de lágrimas, preguntándose cada día dónde están, dónde su cuerpo, dónde su vida, dónde su muerte. Me detengo en la historia de una mujer, madre, dueña de casa, a quien luego de la celebración del cumpleaños de su padre y su hijo le cayó la oscuridad de la noche al impactarle en su rostro una bala asesina. Este acto criminal tuvo una motivación, reiterada y replicada cientos de veces a lo largo de nuestro país: la prepotencia y el abuso de poder. Lidia Ester murió sin saber por qué un agente de la CNI, el 9 de mayo de 1987, llegó hasta su hogar a destruir una familia que horas antes reía. Sus hijos crecieron sin madre, con el horror en las retinas al verla desplomarse para siempre. Cada relato de este libro conmueve y perturba. Plantea también interrogantes que a 41 años del golpe de Estado tintinean en la conciencia digna de miles de chilenos que con tesón han sido capaces de mantener la memoria viva y transmisible de generación en generación. Tal vez ese es el triunfo de la vida que intentaron acallar en la oscuridad, soledad y dolor de miles de familias que debieron rearmarse sin dejar nunca de clamar por justicia. 10
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Esta obra memorial es fruto del trabajo persistente y tenaz de la Agrupación de Derechos Humanos de Coyhaique y éste es el momento oportuno para reconocer en una mujer, Ninón Neira, su loable compromiso con la vida, la verdad y la justicia. Construir memoria es un acto de amor y compromiso. Ellas y ellos brillan hoy con la moralidad y el ejemplo que nos da fuerza para seguir enarbolando las banderas de la justicia por cada ejecutado, por cada detenido desaparecido, por cada torturado, por cada familia desmembrada. Por ellos y ellas la lucha continúa. Mireya García Vicepresidenta Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos
Historias de ausencia y memoria
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INTRODUCCIÓN
La presente publicación nace por interés e iniciativa de la Agrupación de Derechos Humanos Comuna de Coyhaique. Entre sus miembros siempre estuvo la idea de editar un libro que diera cuenta de los arbitrarios y delezna bles hechos ocur ocurridos ridos luego de la irrupción ir rupción de los mil militares itares en el poder, que terminaron por cobrar la vida de 16 habitantes de la Región de Aysén. La agrupación tiene una larga trayectoria en la defensa de los derechos humanos y la búsqueda de justicia en la región. Su historia se remonta al Capítulo Coyhaique de la Comisión Chilena Chi lena de Derechos Humanos, creada c reada el 10 10 de diciembre del 1985 en el contexto de la Conmemoración de la Declaración Universal de Derechos Humanos. Esta comisión nacional, que cumplía su misión en momentos difíciles de la ofensiva dictatorial, fue dando paso a otras instancias ciudadanas en defensa de los derechos de las personas, como es el caso de Coyhaique. Sus miembros más activos estimaron darle continuidad fundando el 18 de agosto de 2005 una organización comunitaria autónoma de carácter funcional. Actualmente la agrupación es liderada por su histórica presidenta, Ninón Neira Vera, en compañía del Ariel Elgueta Velásquez, como secretario y coordinador del presente proyecto, y como tesorera, Patricia Pérez Aguilar. En la suplencia de la directiva se encuentran María Vera, Hernán Ríos Saldivia y Flor Quiroz Vidal. Como directores se desempeñan, en el Área Jurídica, Iván Moscoso Gatica y, en Comunicaciones, Juan Pablo Gálvez Rebolledo, que junto a otros quince socios dieron vida a lo que fue nalmente la actual agrupación comunal. Con el apoyo apoyo del Programa de Derechos Humanos del Minister Mi nisterio io del Interior, la agrupación ha logrado materializar este antiguo anhelo de la creación de esta publicación. Del mismo modo, hace algunos años se concretó un primer proyecto destinado a recordar y testimoniar a los detenidos-desaparecidos y ejecutados mediante la construcción de un memorial emplazado en el bandejón central de Avenida Baquedano con calle Sargento Aldea, justo frente a la entrada del cementerio de Coyhaique: ésta fue la primera expeHistorias de ausencia y memoria
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riencia regional de construcción de una memoria en relación al terrorismo de Estado y la represión ocurrida en dictadura. El presente libro viene por tanto a contribuir en la ardua tarea de mantener vivos en la memoria a las víctimas de los aparatos represivos en dictadura. dict adura. El trabajo de rescatar la memoria y el recuerdo rec uerdo respecto a lo vivido fue encomendado a un equipo de tres profesionales: una periodista, una socióloga y una sicóloga. El libro se elabora a partir de más de 40 testimonios orales recogidos en entrevistas con familiar fam iliares, es, amigos y testigos de la época. El trabajo de investigación se inicia con un proceso exhaustivo de búsqueda de información en diversas fuentes, que nalmente logra recopilar gran cantidad de antecedentes que estaban en manos de la Agrupación de Derechos Humanos de Coyhaique y de los propios familiares. Este fue un hallazgo asombroso y bello. Los padres, madres, hermanos, herma nos, hijos, esposas y esposos, espos os, durante estos e stos largos años de búsqueda de verdad verdad y justicia, y en un intento i ntento por reconstruirreconstru irse, han ido guardando trozos de esa vida rota: recortes de diario, copias de informes judiciales y sentencias, fotos, cualquier indicio de esa existencia que fue tratada de borrar. Por otra parte, el equipo de investigación trabajó con un fotógrafo que se encargó de realizar registro visual y una recopilación y restauración de fotografías fotografía s de la época. Es así como paralelamente a este libro se elabora un archivo digital que reúne los antecedentes recogidos que se le reconoce como un material de dominio público. El libro se ha estructurado en base a trece capítulos que están narrados utilizando las técnicas de la novela de no-cción; el uso de la rigurosidad pe riodística y recursos literarios, para llevar a cabo una reconstrucción lo más detallada de los casos reales. El objetivo consiste en ofrecer una descripción objetiva, completa, más algo que los lectores siempre tienden a buscar en las novelas o en los relatos cortos: la vida subjetiva o emocional de los personajes. Para esta publicación se aplicaron en el trabajo los recursos narrativos y literarios que tradicionalmente se utilizan en la literatura de cción. La nalidad de esto es otorgar a los textos periodísticos una calidad estilística y narrativa. Estos relatos son parte de las historias de vida de estas personas y sus familias. Están elaborados a partir de la memoria, poniendo énfasis en tres momentos de la historia de vida de las víctimas: antecedentes biográcos, circunstancias de detención y muerte y los procesos de justicia y reparación. La memoria debe ser entendida como una representación y reconstrucción del pasado a partir de la recuperación rec uperación que se hace desde el presente, presente, por tanto no solo remite a lo experimentado sino también a los principios que operan 14
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en la selección y organización de lo vivido. Es así como este libro se construye a partir del recuerdo de sus protagonistas, de sus verdades personales, la que no siempre es la verdad jurídica o histórica. Las historias aquí narradas llevan el recuerdo y los matices de una memoria un poco debilitada y fragmentada por el paso y la carga de los años, tránsito a veces doloroso por traer al presente sus tristes momentos de angustias. Son también un acto de coraje y generosidad de todos aquellos que se atrevieron a brindar su testimonio, compartiendo sus sentidas vivencias y experiencias de vida, venciendo la secuela del miedo. El libro se estructura en trece capítulos que narran la historia de 17 personas que murieron en manos de los organismos represivos de la dictadura (una de ellas no era aysenina). La represión política en el país se desató inmediatamente ocurrido el golpe militar de 1973 como una forma de consolidar y legitimar el poder, de acuerdo a la adscripción del gobierno autoritario a la Doctrina de la Seguridad Nacional que planteaba la existencia de una guerra permanente en contra de la subversión marxista y sus aliados. A partir de ese momento y durante los 17 años de dictadura fueron cometidas sistemáticas violaciones a los derechos humanos que consistieron en prisión política, tortura, ejecuciones y desapariciones. Se limitó la libertad de expresión; se suprimieron y prohibieron los partidos políticos; el Congreso Nacional fue disuelto; se interrumpió el proceso de Reforma Agraria; fueron perseguidos y reprimidos campesinos, trabajadores, estudiantes, dirigentes sindicales, funcionarios de gobierno, militantes y simpatizantes de los partidos políticos; se clausuraron federaciones, asociaciones y sindicatos; se allanaron ocinas; se quemaron libros y obras de arte; se conscaron documentos y propiedades a lo largo de todo el país. En la joven provincia de Aysén muchos funcionarios del gobierno de la Unidad Popular y líderes de los partidos políticos que habían respaldado a Allende fueron perseguidos, detenidos, torturados, exiliados, relegados, exonerados de sus trabajos. Los principales centros de detención y tortura fueron la Segunda Comisaría de Carabineros en Puerto Aysén; y el gimnasio del Regimiento N° 14 Aysén y el criadero de Las Bandurrias (ambos lugares a cargo del Ejército) y la Cárcel Pública en Coyhaique. Se impuso el terror como mecanismo de control social, a través del toque de queda, allanamientos, intervención de los medios de comunicación y la justicia. Especialmente en pueblos pequeños en que se detuvo por horas a todo el pueblo, se realizaron escarmientos públicos y simulacros de bombardeo. Historias de ausencia y memoria
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De los 17 casos de fallecidos por responsabilidad del Estado, 13 de ellos son asesinados al interior de la Región de Aysén y tres fuera del territorio regional. 15 casos corresponden a hombres y dos casos a mujeres. Siete casos de ejecutados políticos, seis detenidos desparecidos y tres asesinados por abuso de poder de funcionarios del régimen militar. Cuatro eran militantes o simpatizantes socialistas, tres militantes comunistas, tres pertenecían al Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) y uno al Movimiento de Acción Popular Unitario (MAPU). Sin embargo, la mayoría de las víctimas fatales no tenían ninguna aliación partidista, lo que no signica que las víctimas no tuvieran posturas políticas, sino que no hay antecedentes sobre su aliación o ésta no era determinante. Estos casos en su mayoría son desconocidos por los habitantes de la Región de Aysén. Se trata de personas comunes, campesinos, pobladores, trabajadores, estudiantes, funcionarios públicos que no han tenido reivindicación y no han sido restituidos en su dignidad ni reconocidos como víctimas inocentes de la tiranía que asoló nuestro país. Es responsabilidad fundamental de todos como sociedad lidiar para so breponernos al olvido, que llega no solo como resultado inevitable del paso del tiempo sino que fue otras de las acciones criminales de la dictadura, que consistió en borrar la evidencia, negar los hechos, invisivilizando a las víctimas y negándoles sus derechos. Una condición primordial en el proceso de elaboración del duelo es el reconocimiento de la muerte. En cambio aquí el derecho de los familiares de conocer la verdad sobre lo sucedido y de obtener justicia respecto de las violaciones a los derechos humanos cometidas por la dictadura militar fue entorpecido por la impunidad en que tales crímenes se perpetraron. Durante la dictadura, los familiares de algunos ejecutados y desaparecidos sufrieron la sistemática negación del hecho de la detención, la desinformación intencional, el silenciamiento acompañado de la represión y amenaza constante por la búsqueda y denuncia que hacían. Luego en democracia deambularon por una justicia militar ineciente y largos procesos obstaculizados por pactos de silencio entre los militares, que terminan con penas muy inferiores a la gravedad de los crímenes cometidos. De esta manera, el proceso de elaboración de la pérdida vivido por familiares de los desaparecidos ha estado agravado por el largo proceso vivido en búsqueda de justicia y nulas o bajas sanciones a los culpables. Los familiares, en algunos casos, han tenido acceso a la verdad, pero no a la justicia; y en el caso de los tres detenidos desaparecidos de Aysén aún no 16
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se ha logrado saber dónde están. Con respecto a la desaparición de Cecilia Bojanic, ocurrida en Santiago, es desconocido el destino del hijo de 5 meses que llevaba en el vientre su madre. En estos casos la elaboración del duelo ha quedado aplazada por la imposibilidad de tener los restos y efectuar los ritos funerarios que constituyen un reconocimiento público de la muerte, haciendo persistir las secuelas traumáticas en los familiares sobrevivientes y en la sociedad en general. Finalmente, el espíritu de esta publicación es restituirles a las víctimas a través de la memoria un lugar en la historia de nuestra región. Se espera que las víctimas de la dictadura militar en Aysén no sean olvidadas ni invisibilizados, reivindicando su condición de víctimas y la de sus familiares. Se pretende hacer consciente a la sociedad entera de su responsabilidad en los procesos de memoria y la construcción de una nueva identidad postdictatorial y democrática que facilite los procesos de transmisión, reexión y aprendizaje colectivo para que nunca más hechos como estos se repitan. Estos casos con desenlace fatal pueden no ser todos los acaecidos en Aysén, pero son aquellos en que la Agrupación de Derechos Humanos de Coyhaique ha tenido conocimiento y/o participación. Durante el trabajo de investigación que dio por resultado el presente libro se encontró información de otros casos que ni siquiera fueron denunciados o reconocidos como crímenes políticos, como el del dirigente agrícola Miguel Cumian. Otro caso es el hijo de una conocida familia de Puerto Aysén: Luis Alejandro Largo Vera, estudiante y simpatizante socialista que, a los 26 años, el 14 de septiembre de 1973 salió cerca de la hora del toque de queda desde su casa en calle Gorbea, centro de Santiago, en dirección a la casa de amigos que vivían muy cerca en Plaza Los Héroes y del que nunca más se tuvo información. Este caso es reconoc ido por la Comisión Rettig, que llega a la convicción de que Luis Alejandro Largo Vera desapareció por motivos políticos sin tenerse conocimiento de las circunstancias exactas en que ese hecho habría ocurrido. Hoy, con esta publicación, se pretende hacer presente una parte de las miles de historias de vida que fueron golpeadas por la dictadura cívico-militar en Chile, con la esperanza que sea un aporte para las nuevas generaciones y que nunca más ocurran hechos como estos en el país. Agrupación de Derechos Humanos de Coyhaique Coyhaique, octubre de 2014 Historias de ausencia y memoria
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1/ Carpintero, subdelegado, padre de 11 hijos [Herminio Soto Gatica]
La mañana del 11 de septiembre de 1973 Herminio Soto Gatica se dirigió al aeródromo Teniente Vidal de Coyhaique para abordar una avioneta e iniciar su viaje con destino a Tortel. Su travesía era de carácter urgente, ya que portaba un repuesto para reparar la máquina del aserradero de la localidad. Herminio vivía junto a su esposa Ulda Caro y a sus once hijos en Coyhaique, pero se había establecido por un tiempo t iempo en Tortel Tortel por razones de trabajo. t rabajo. Por lo tanto se trasladaba con regularidad entre ambos lugares. Había sido nombrado subdelegado de la localidad en 1972 por su compañero Lisandro Illezca, quien se desempeñaba como gobernador de la provincia Capitán Prat. Habían entablado entablado amistad amist ad desde hacía mucho mucho tiempo, unidos por su militanmil itancia en el Partido Socialista. Social ista. Herminio, Hermin io, de ocio carpintero, ayudó a Lisandro a realizar una construcción en un campo que poseía cerca de Coyhaique. Al llegar al aeródromo, el encargado le informó la situación a Herminio: –Están cancelados todos los vuelos –noticó con gravedad. Preocupado, el subdelegado decidió volver a su casa ubicada en calle Li bertad, en el sector alto de Coyhaique. Segura Seguramente, mente, durante ese retorno, mientras iba subiendo por calle 21 de Mayo, Mayo, se encontró con sus compañeros, los hermanos Ninón y Noel Neira. Herminio caminaba a paso veloz. –Voy apurado, apurado, parece que me vienen siguiendo sigu iendo –les dijo al pasar y casi sin si n mirarlos. Historias de ausencia y memoria
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La familia Soto Caro vivía en Coyhaique desde hacía algunos años, cuando decidieron probar fortuna y trasladarse desde Los Lagos hasta Aysén. Nacidoo el 27 de junio de 1929, Nacid 1929, en 1973 1973 tenía 44 años y una ascendente asc endente carrera en política y el servicio público. Llevaba 24 años de casado con Ulda Caro: habían contraído nupcias cuando él era un joven de 20, en 1949. Recién casados, se asentaron en Puerto Chico, C hico, en la comuna de Puerto Varas. Varas. Al iniciarse in iciarse los años 60 se mudaron al caserío de Alerce. Ahí toda la familia, que crecía rápidamente, rápid amente, tuvo la oportunidad oport unidad de conocer a Salvador Allende durante sus campañas por la senatoria y Presidencia. El médico socialista los visitaba en su casa y compartía con ellos el almuerzo o comida, sin importar el entorno humilde en el que era recibido. Sus conocidos lo describían como una persona muy respetuosa, amable y calmada, de gran trayectoria dentro del campo sindical y poseedor de un profundo compromiso compromiso social. socia l. En el aspecto físico, Herminio Soto Gatica era un hombre de contextura normal, un poco gruesa; medía aproximadamente un metro 60 y lucía un delineado y abundante bigote terminado en punta, acorde a la usanza de la época. De tez morena, frente ancha y pelo crespo peinado hacia atrás, siempre andaba bien presentado y vestido de manera impecable. Además, le gustaba la música: tocaba la guitarra y el acordeón. Tenía escasa educación formal, pues llegó sólo hasta tercero de preparatoria. Sin embargo, era un hombre muy inteligente, interesado en leer y cultivarse. Por tanto contaba con una sólida formación política que le daba las herramientas para expresarse expresa rse con uidez. Los que lo recuerdan dicen que era capaz de dar emotivos discursos llenos de palabras de esperanza y ansias de un Chile distinto, más justo. Sus hijos mayores lo acompañaban a muchas de estas actividades políticas que se hacían en el Cine Colón y en el Gimnasio Fiscal de calle Magallanes, en Coyhaique. A pesar de casi romperse el lomo trabajando, lo que Hermi Herminio nio reunía reun ía a n de mes, mientras vivió en Alerce, no era suciente para alimentar a tantas ta ntas bo cas. El carpintero había escuchado que en Aysén habían más oportunidades para los de su ocio. Le pidió a Rigoberto, su hijo mayor (entonces de 16 años), que lo acompañara a buscar nuevos horizontes a esta tierra austral. Fue así que en 1966 1966 dejó su empleo en los Molinos Mundial y ambos ambo s se adentraron en la Patagonia Patagonia a probar suerte. Luego de dos años de esfuerzo, lograron obtener un sitio y comenzaron a construir una amplia pero sencilla casa en Coyhaique que los pudiera refugiar a todos. Finalmente, Ulda y el resto de los hijos se trasladaron a la Patagonia para permanecer unidos.
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* Luego de volver del aeródromo y albergarse en casa con su familia, la noche del 11 de septiembre Herminio escuchó por radio que habían detenido a un campesino que, coincidentemente, se llamaba Herminio Soto y que además vivía a pocas cuadras de su casa. En ese momento se convenció de que los militares habían detenido por error a ese pobre hombre que tuvo la mala suerte de llamarse como él. El subdelegado de Tortel sabía que su tendencia política y el ser parte del gobierno de la Unidad Popular eran razones más que sucientes para que tarde o temprano se concretara su detención. Como subdelegado de Tortel trabajó con compromiso y convicción, su principal rol tenía que ver con facilitar la llegada de los incentivos del programa del gobierno de Salvador Allende a la localidad. En ese contexto, se ocupó de implementar y administrar un aserradero perteneciente a la Corporación de Fomento a la Producción (Corfo). El proyecto contemplaba tener a su cargo a dos trabajadores y, como parte de la misma política, se ocupaba de entregar a los campesinos algunos insumos de trabajo como motosierras y alimentos. En busca de unos repuestos para el aserradero de Tortel lo sorprendió el Golpe en Coyhaique. Llegar a Tortel en aquella época era una odisea. Se debía ir en avioneta a Chile Chico. Luego, a lomo de caballo, cruzar las montañas que rodean el lago General Carrera e ir por el paso de La Leona. Una vez en el Valle Chacabuco, y después de varios días, se llegaba a Cochrane para descender por el río Baker hasta llegar a su destino. El periplo podía tardarse hasta quince días. Por lo tanto, era de suma urgencia para Herminio volver con los repuestos a Tortel, ya que no podía darse el lujo de tener el aserradero de la comunidad sin funcionar como corresponde. Sin embargo, ante la extrema situación del país, el subdelegado tuvo que tomar una decisión. El 12 de septiembre, a eso del mediodía, Nelson y Orlando Illezca, hijos de su amigo y compañero Lisandro, llegaron de improviso a la casa de los Soto Caro. La visita tenía dos motivos: tener alguna noticia sobre el paradero de su padre (que, según se supo, el Golpe lo encontró haciendo su trabajo de gobernador en terreno) y consultarle a Soto sobre qué acciones podían hacer en favor del gobierno depuesto. Herminio fue enfático: no se podía realizar ninguna acción de apoyo a la Unidad Popular. –Sería una locura. No hay nada qué hacer. Los militares, a punta de bayoneta, ya tienen el control de todo el país –les dijo. Historias de ausencia y memoria
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Los hermanos Illezca, de 15 y 17 años, eran unos laboriosos militantes de las Juventudes Socialistas. No les gustó la respuesta de Soto. Sentían que no se podían resignar así de fácil. A pesar los elocuentes hechos, los jóvenes no lograban dimensionar los alcances y profundidad del golpe de Estado, menos conseguían prever el horror que la dictadura militar traería consigo. En el caso de Herminio, la situación era distinta, pues siendo muy joven había conocido la persecución política durante el gobierno de Gabriel González Videla. Herminio intentó una vez más persuadir a los jóvenes advirtiéndoles de lo arriesgado e inútil de cualquier intento de resistencia. En esa conversación, Soto, con un aire sereno, confesó a los jóvenes Illezca su decisión: –No pretendo entregarme. Intentaré salir hacia Argentina lo antes posible. Lamentablemente, los Illezca muy pronto conocerían en carne propia la bestialidad de la represión militar. Días más tarde, fueron apresados por una patrulla y trasladados al Regimiento N° 14 Aysén de Coyhaique. En el lugar, sufrieron semanas de encarcelamiento, maltrato y tortura. En el gimnasio del recinto reconocieron a los militares que alguna vez fueron colegas de su padre, pues el gobernador Lisandro Illezca era un subocial jubilado. Sus cono cidos Ewaldo Redlich y Juan José González Andaur no tuvieron un gramo de consideración con ellos. Nelson y Orlando conocieron también la crueldad del capitán Joaquín Molina, quien parecía disfrutar las golpizas y torturas sicológicas, especialmente cuando se aparecía bebido en el gimnasio en medio de la noche. En medio de la desesperanza, se reencontraron con su padre Lisandro, quien no tardó en ser detenido. La horrorosa experiencia, cuando aún eran unos niños, los marcaría para el resto de sus vidas. A su vez, Herminio Soto estaba determinado a no entregarse a los militares. Cerca de las 18 horas del 12 de septiembre decidió partir antes de que empezara a correr el toque de queda. Pidió a su mujer y a sus hijas que le prepararan un bolso para irse con lo esencial. Unas medias, su sombrero de cuero, una chaqueta forrada con chiporro por dentro, una manta de castilla negra, unos cigarros y chocolates… eso fue todo lo que portaba al salir de su hogar en dirección a la casa de su pariente Teresa Báez Bórquez, quien vivía con su marido e hijos pequeños. Fue la última vez que su mujer y sus once hijos lo vieron. Al momento de despedirse, sus hijas recuerdan que Herminio usaba una chaqueta de color café con cuello de piel, pantalón y zapatos negros y su reloj con pulsera metálica. 22
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Salió justo a tiempo porque esa misma noche una patrulla –en la que participaba el cabo Juan José González Andaur– allanó con violencia la casa, revisaron cajones, dieron vuelta todo, desparramaron y rompieron muebles. A gritos descontrolados y violentos, los militares preguntaron por el paradero de Herminio. Los hijos menores y las mujeres estaban aterrados. El cabo iracundo persistió en su misión de obtener algún indicio del paradero del “marxista”, increpó a las mujeres con lascivos insultos y amenazó con llevárselos detenidos a todos si no confesaban el escondite del subdelegado. Aterrorizada Herna, una de las hijas, decidió confesar. Cuando llegaron a la casa de Teresa, Herminio ya no estaba. * El coronel Humberto Gordon Rubio ocupó el cargo de comandante del Regimiento de Infantería Reforzado, Motorizado y de Montaña Nº 14 Aysén, ubicado en Coyhaique, desde 1971 a 1974. Hasta antes del golpe de Estado, el coronel Gordon Rubio, en su calidad de comandante del regimiento, se relacionaba frecuentemente con las autoridades políticas del gobierno de la Unidad Popular. Nacido en 1927, desde joven el militar destacó por su pericia social y su habilidad para desenvolverse en el ambiente político. Comentada sería su cercanía al Partido Demócrata Cristiano que comenzó desde que se desempeñó como edecán militar del presidente Eduardo Frei Montalva. Dada su ación a las estas, la vida social, el rodeo y el boxeo, entabló amistad con muchas familias de Coyhaique y encontró más de algún cómplice de juerga entre los locales. Algunos lo recuerdan como un hombre que, por un lado le gustaba cultivar tanto el buen trato como los modales elegantes y la cortesía, y por otro era asiduo a la vida nocturna. Una vez ocurrido el Golpe, Humberto Gordon fue designado a través del Bando Ocial N° 5 del 11 de septiembre de 1973 como jefe de la Región Mili tar, quedando como Jefe de Plaza, comandante de Guarnición e intendente, convirtiéndose a los 45 años en la máxima autoridad regional con amplias atribuciones. Apenas bombardeada La Moneda, la Junta Militar instaló la represión como una forma de control y legitimación. Para poner en marcha el sistema de persecución y miedo se alteró la estructura normal del funcionamiento de las instituciones. Por orden de Humberto Gordon, y según declaraciones de testigos, Carabineros y Ejército actuaron en la región de Aysén de manera conjunta desde el comienzo de la dictadura. Se armaron comisiones mixtas, con miembros de ambas instituciones que tenían por misión el desplazarse Historias de ausencia y memoria
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hacia las zonas apartadas, e incluso por el territorio argentino, para detener a personas contrarias al régimen. Coyhaique quedó bajo control del Ejército, pero Puerto Aysén y el borde costero a cargo de Carabineros. Se reestructuraron los mandos y funciones. Varias compañías fueron enviadas a Santiago para apoyar la estructura represiva. Al interior del Ejército, adquirieron mayor relevancia los servicios de inteligencia, Fiscalía Militar y Sanidad. El mismo 11 de septiembre, al igual que en el resto del país, militares y carabineros quedaron acuartelados. Gordon reunió a los militares del Regimiento N° 14 en el gimnasio del recinto y les comunicó sobre el Estado de Guerra Interna llamando a pasar al frente a los que no estaban de acuerdo. A pesar de la dureza del carácter de Gordon y de su certeza de que los militares salvaban el país del “germen marxista”, el coronel tomó algunas contadas veces concesiones con sus conocidos, dejando a unos en libertad o autorizando salvoconductos. Mucha gente se le acercó para pedir por sus familiares, pero casi nadie tuvo éxito. Cierta vez, Ninón Neira, cuyo esposo y hermano habían sido detenidos, estaba junto a otras mujeres que también pasaban por esa situación cuando fueron amenazadas por Gordon quien, visiblemente molesto y con una actitud prepotente, les dijo que tenían que “cuidarse con lo que hicieran porque las podrían detener”. La ocina que utilizó Gordon luego de ser designado Intendente fue el edicio que correspondía a la antigua gobernación de Coyhaique, ubicada al frente de la Plaza de Armas, la actual Intendencia de Aysén. Después del 11 de septiembre los uniformados detuvieron a algunos funcionarios, la mayoría fueron despedidos y un número muy reducido siguió ejerciendo sus funciones. Como intendente, Gordon gobernaba con determinación. Tenía un carácter explosivo y voz imponente. Los funcionarios de la gobernación escuchaban desde lejos sus gritos cuando daba una orden o algo no le parecía. Tiempo más tarde unos hombres vestidos de civil aparecieron en las dependencias de la gobernación. Sin pedir permiso registraron todas las oci nas, archivos, bodegas y escritorios. Ingresaban sin anunciarse a la ocina de Gordon, como dueños del mundo. Era un escuadrón de la Dirección Nacional de Inteligencia (DINA), cuyos miembros se presentaron torpemente vestidos de huaso, seguramente intentando pasar desapercibidos, creyendo que los pobladores de la Patagonia vestían igual a los de las regiones de O’Higgins o el Maule e ignorando que el campesino en Aysén se viste, en general, de gaucho. Desde la llegada de los forasteros, Humberto Gordon cambió su actitud. Se 24
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demostró incómodo e incluso molesto con su presencia. Eran tipos groseros, de trato duro y, lo más grave, pasaban a llevar su autoridad. Además se sentía espiado y controlado. Su capacidad de dirigir la región estaba tácitamente siendo cuestionada. El hombre, preparado en la Escuela de las Américas, debía dar pruebas de lealtad a Augusto Pinochet y al nuevo régimen. Eran necesarias muestras claras de que comprendía el Estado de Guerra Interna. Se convenció de que no podía dar señales de debilidad y complacencia hacia el enemigo. De un momento a otro, Gordon se volvió un individuo más duro y distante con su entorno. Pronto se iría perlando el carácter del hombre que entre julio de 1980 y octubre de 1986 llegaría estar al frente la Central Nacional de Informaciones (CNI) y que en 1987 llegaría a ser miembro de la Junta Militar de Gobierno. Ya en el poder, la conocida doble vida de Gordon Rubio se exacerbó, llevándola a cabo sin pudor. Se aparecía al interior de los locales nocturnos acompañado de su patrulla armada y, si el ambiente estaba decaído, a punta de fusil los militares ordenaban que se animara la esta. Mientras tanto, la mayor parte de la gente del pueblo permanecía al interior de sus casas presa del miedo. El hombre más cercano a Humberto Gordon era el scal militar Gustavo Rivera Toro, quien se encargaba de subrogarlo en las decisiones de Comandancia pues el coronel debía realizar también las labores de intendente. Posteriormente, Rivera ocuparía este cargo en Aysén. Otro de sus cercanos era el teniente coronel Daniel Gastón Frez Arancibia, quien se desempeñó como gobernador de Coyhaique, segundo comandante del regimiento y jefe del Departamento de Inteligencia. En sus declaraciones armó que ocupó dicho cargo solo hasta comienzos de 1973 y después se le trasladó a Santiago, siendo reemplazado por Gustavo Rivera Toro. Sin embargo, hay varios testigos civiles que señalan haber sido interrogados por el propio Frez Arancibia y otros testigos militares arman que estuvo hasta octubre de 1973. Otro funcionario de su entera conanza era el capitán Joaquín Molina Fuenzalida, quien recibía órdenes directas del coronel y al que se le sindica como su principal colaborador. Molina estaba al mando de la Compañía de Artillería, pero también participaba en labores de inteligencia; estuvo a cargo de las detenciones, interrogatorios y torturas de personas opositoras al régimen imperante. Como buen comando, tenía un carácter duro e inquebranta ble, violento y explosivo. También dependía directamente de la Comandancia, el Servicio de Inteligencia o S-2, repartición que cumplía labores de investigación, vigilancia, contrainteligencia, interrogación y control dentro del Historias de ausencia y memoria
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regimiento. Sus integrantes requerían de una preparación especial para estas funciones, entre ellos estaban el subocial Ewaldo Redlich Heinz, el sargen to segundo Rigoberto Martínez Ramírez, el sargento segundo Miguel Ángel Rondón, el sargento segundo Joel Yévenes Inostroza, Héctor Yáñez, Gastón Muñoz, Juan Martínez Osses e Ignacio Bascuñán Pacheco, además de otros funcionarios. También pertenecía al círculo próximo de Humberto Gordon el ocial de Sanidad, médico José María Fuentealba Suazo, quien tenía grado de capitán de Ejército. Desde el golpe de Estado comenzó a usar uniforme militar y a cumplir funciones adicionales, diferentes a las propias de un médico, como hacer rondas al regimiento, control de horarios y estar presente en las torturas. Además, Humberto Gordon Rubio disponía de un guardia personal, tam bién llamado PPI (Protección de Personas Importantes). A él se le sumaba una especie de mozo y un chofer, todos militares. Raúl Bahamonde, conocido como Che Bahamonde , era el conductor del coronel y hacía el trabajo de ir a buscarlo a su casa y trasladarlo al regimiento, luego a la Intendencia y adonde él le indicara. En los lugares de detención (que eran Las Bandurrias, el gimnasio del Regimiento N° 14 Aysén y la Cárcel Pública de Coyhaique) al capitán Molina se le solía ver escoltado por cinco o seis personas, entre los que estaban Ewaldo Redlich, Juan González Andaur, Yévenes y Jorge Núñez, más conocido como El Mono. * El golpe de Estado de 1973 cambió la vida de muchos coyhaiquinos y ha bitantes de Aysén marcando un antes y un después. Una de las mayores acusaciones pesaba sobre un grupo de servidores públicos de gran compromiso político, entre los que estaba el intendente Norberto Añasco; sus colaborado res Orhi Donoso y Fernando Dasencic; Juan Morales Landaeta, Noel Neira, Joaquín Real y muchos otros, que fueron detenidos y duramente interrogados y torturados con el propósito de obtener una confesión. Otras historias terminaron en muerte producto de fusilamientos, ejecuciones, abuso de poder y desapariciones forzadas. Pero el primer caso de detenido desaparecido del que se tiene conocimiento en Aysén es el de Herminio Soto Gatica. El paradero y destino de Herminio Soto aún es desconocido desde que salió de la casa de su pariente Teresa. Desde ese momento en adelante todo lo que se ha dicho no pasa de ser meras especulaciones. 26
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Las versiones son variadas. Que pasó por el Cuadro del Carbón (un sector de la antigua Sociedad Industrial de Aysén) y se encontró con un tal Luis Cárcamo que le prestó un poncho y un sombrero. También se rumoreó que había pasado por el campo de la familia Neira donde el cuidador le habría dado víveres. Del mismo modo, se dijo que habría cruzado por Cuesta Colorada o por Coyhaique Alto. Y que mientras estaba en Argentina, supuestamente alguien le habría avisado que su familia estaba esperándolo en la frontera, lo que era una trampa, y al acercarse al sitio de encuentro, lo habrían atrapado los militares para asesinarlo y luego introducir el cuerpo a un camión del Ejército. No obstante, los nebulosos antecedentes de las historias y los datos recogidos hasta la fecha, permiten deducir que probablemente fue delatado y después detenido camino a la frontera. De lo que sí se tiene evidencia es sobre la pobreza en la que vivió la familia Soto Caro de ahí en adelante. Ulda tuvo que dejar a sus niños y comenzar tra bajar en lo que pudo; incluso participó en los programas de Empleo Mínimo (PEM) y de Ocupación para Jefes de Hogar (POJH), rudimentarias iniciativas de la dictadura para enfrentar la crítica situación de cesantía del país (se llegó al 30%). Lenin, uno de los hijos de Herminio, recuerda que el hambre era recurrente en sus vidas: “Para una navidad, ni sal teníamos para echarle al agua”. El desamparo y la soledad los acompañaron por años. No tenían amigos, los que habían sido sus cercanos, desaparecieron víctimas de la represión y algunos no se acercaban por miedo. La pena de Ulda crecía ante la incertidumbre y la soledad. Con el tiempo, cada uno de los hijos e hijas del matrimonio buscaron tempranamente su destino y la familia se disgregó. Cuando terminó la dictadura, algunos de los hermanos se fueron a buscar el sustento a Argentina. El deceso de Herminio Soto Gatica fue inscrito como muerte presunta el año 1994 por su esposa Ulda, con fecha de muerte el 12 de septiembre de 1975, pero en el ambiente familiar otaba la dolorosa idea de que había desapare cido por su propia voluntad. Inclusive se llegó a barajar la posibilidad de que Herminio tenía una nueva mujer y familia en Argentina. Sus hijos, con pena y esperanza, cruzaron la frontera y lo buscaron en Esquel, Bariloche, Pico Truncado, Caleta Olivia y Comodoro Rivadavia. Siguieron muchas pistas. En algunas partes les hablaron de un chileno llamado Herminio Soto, pero al investigar más a fondo descubrían que siempre se trataba de un alcance de nombres. Con sorpresa constataron que llamarse Herminio Soto era bastante más frecuente de lo que pensaban. Su hijo Lenin en algún momento creyó haberlo visto entrando a un local comercial en Comodoro Rivadavia. Cuando supuestamente lo alcanzó, ya no Historias de ausencia y memoria
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estaba. Herminio Soto Gatica era un espectro que sus hijos veían entre la gente. Resultó ser una obsesión con una mezcla de tristeza y rabia. El sentimiento de abandono les había marcado el alma. Si hubiese estado vivo ¿cómo habría sido capaz de abandonar y dejar en el desamparo a once hijos pequeños y a su sacricada esposa y compañera? Luego de que el caso de su padre fuera parte del Informe Rettig, un hermano le avisó a Lenin de una indemnización. Con ese dinero se pudo independizar, compró una embarcación y una casa en Puerto Río Tranquilo. A pesar de lo adversa que habían sido las circunstancias de su vida, con esfuerzo y mucho trabajo salió adelante. Hoy tiene otras embarcaciones de turismo y se siente feliz con su familia e hijos. Su madre, Ulda Caro, falleció producto de un agresivo cáncer el 19 de julio del 2001. Hasta sus últimos años se la vio muy triste, murió esperando saber en qué lugar estaba su marido y padre de sus hijos. La investigación en busca de justicia y del esclarecimiento de la verdad con respecto a la desaparición de Herminio Soto, al igual que muchas otras en Coyhaique, se inicia recién tras la llegada de la democracia y nada más con la designación del magistrado Luis Sepúlveda Coronado como juez exclusivo. A pesar de ello, esta investigación no alcanzó a identicar imputados, ya que solo se logró establecer y constatar que estuvo en casa de su familiar Teresa Bórquez y desde ahí no se ha podido determinar qué pasó con él. Se siguieron todas las pistas y no fue posible comprobar que hubiese estado en la Argentina, como tampoco se pudo establecer que hubiese estado detenido en el Regimiento Nº 14 o en Las Bandurrias. Pero la Comisión Rettig sí se formó la convicción que en la desaparición de Herminio estuvieron involucrados agentes del Estado. De esta manera, su viuda y sus hijos fueron beneciarios de las compensaciones y medidas de reparación que el Estado chileno dispuso para los familiares de las víctimas de la dictadura. El año 2007 se sobreseyó la causa temporalmente por no existir, por el momento, antecedentes que permitieran continuar la investigación.
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2/ El Cachorro y el Alicate [Sergio Osvaldo Alvarado Vargas y Julio Cárcamo Rodríguez]
Segunda Comisaría de Puerto Aysén.
Al anochecer del 2 de octubre de 1973 el carabinero Óscar Carrasco Leiva, de 28 años, pidió autorización al capitán de Ejército Aquiles Vergara Muñoz para ir hasta su casa a dejarle dinero a su esposa, Florentina. Desde hacía algunas semanas el Ejército se había hecho cargo de la Segunda Comisaría de Puerto Aysén y su personal estaba acuartelado recibiendo adoctrinamiento en “seguridad nacional”, cuyo n consistía básicamente en convencer a los uniformados de que “el país estaba en guerra” y que los enemigos estaban entre sus propios vecinos y parientes, muchos de ellos peligrosos subversivos y temibles terroristas contrarios al nuevo régimen. Según la versión del carabinero Carrasco, él salió de la comisaría caminando y sin compañía. Agregaría muchos años después que iba desarmado, lo que resulta difícil de creer bajo la lógica militar del Estado de Guerra interna. La ciudad era pequeña, compuesta por un conjunto de casas de madera a orillas del grandioso río Aysén, por lo que su casa quedaba solo a unas pocas cuadras de la comisaría. Óscar Carrasco vivía desde hacía más de cuatro años en el pueblo, y a esas alturas ya se había adaptado y era parte activa de la comunidad. Incluso de vez en cuando, al igual que el resto de sus colegas, jugaba una pichanga con los civiles. La ciudad que lo acogió a él y a su familia, hasta septiembre de 1973, era una zona apacible en la que todos se conocían. Después del golpe de Estado se sintió ajeno y distinto a los habitantes del pueblo. Poco a poco la Historias de ausencia y memoria
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Sector de las caballerizas de la Segunda Comisaría de Puerto Aysén.
desconanza y el miedo comenzaron a corroerlo. Mientras caminaba, a pasos de su casa, en una calle oscura y desierta, el carabinero Carrasco habría visto dos siluetas que se acercaban; la sonomía y el cuerpo de uno de ellos le pareció intimidante. No tardó en ser interceptado por los sujetos, y de inmediato reconoció al Cachorro Alvarado y a su amigo el Alicate Cárcamo. Los conocía demasiado. Con frecuencia se encontraban e incluso algunas veces compartían en los bares de la ciudad, pues Carrasco también era asiduo a las cantinas; de hecho, su ación al alcohol le había cos tado unos cuantos castigos de sus superiores y varias peleas con su esposa. El Cachorro y el Alicate estaban en evidente estado de ebriedad. Al tenerlos en frente, Carrasco temió que lo atacaran. El Cachorro Alvarado envalentonado le lanzó un insulto: –¡Paco de mierda! ¡Te voy a matar! Palabras que para Alvarado no tenían más valor eso: insultar a los traidores que derrocaron al Gobierno Popular y que hoy reprimían al pueblo. Sin embargo, Óscar Carrasco temió que su amenaza se concretara. Con rapidez huyó en dirección a la casa de otro carabinero amigo para refugiarse. Temeroso esperó un buen rato agazapado en la oscuridad hasta que se aseguró de que ambos hombres se hubiesen ido. Luego se fue hasta su casa y contó lo sucedido a su mujer. En este punto, posteriormente surgirían distintas versiones entre los vecinos de Puerto Aysén. Algunos decían que habían visto al Cachorro y al Alicate pelearse con el carabinero en un bar mientras éste se tomaba un trago. Otros decían que la discusión surgió cuando el Cárcamo le cobró a gritos un trabajo de gastería que le debía Óscar Carrasco. Lo cierto es que, una vez de vuelta en la comisaría, el carabinero Carrasco informó de estos acontecimientos a sus compañeros y posteriormente al capitán de Ejército Aquiles Vergara, ocial a cargo del recinto, quien consideró 30
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que lo sucedido era un agravio inaceptable, por lo que ordenó la detención de Alvarado y Cárcamo. –Esto no lo podemos permitir, hay que ir a buscarlos de inmediato –les dijo a sus hombres. * Luego del Golpe del 11 de septiembre de 1973, la Segunda Comisaría de calle Mosso en Puerto Aysén se encontraba abarrotada de gente. Desde ese día, y por semanas, el personal pernoctó acuartelado en el lugar. Las dependencias contenían decenas de detenidos que a diario se aglomeraban en los precarios calabozos de la añosa y estrecha estructura de madera y, por si fuera poco, habían llegado a apoyar más de diez militares provenientes del Regimiento de Infantería Reforzado y Motorizado N° 14 de Aysén. A cargo del recinto se encontraba el mayor de Carabineros Sergio Ríos Letelier. Sin embargo, y por órdenes expresas del coronel de Ejército Hum berto Gordon Rubio, el día 28 de septiembre el mayor partió al mando de una comitiva mixta de militares y carabineros a recorrer el litoral de la provincia con el objetivo de apresar a los elementos contrarios al régimen. Durante su ausencia en Puerto Aysén, la segunda autoridad pasó a estar en manos del subcomisario, el capitán Fuentes Yagostera, quien era seguido por el teniente Rojas Quiroga. No obstante, dado el “Estado de Guerra” en el que se encontraba la nación, la comisaría de Carabineros quedó estrictamente al mando de un militar, el mentado capitán Aquiles Segundo Vergara Muñoz. La función de los militares era especíca: realizar patrullajes, aprehensio nes y custodiar las detenciones en la unidad policial, además de apoyar en cualquier situación a los carabineros en temas de la denominada “Seguridad Nacional”; es decir, aniquilar cualquier oposición al régimen recientemente im puesto. Se desplazaban en un jeep y la escuadra a bordo de un camión Unimog. Los militares se hicieron notar en Puerto Aysén desde que llegaron e informaron por megáfonos que la localidad se encontraba en Estado de Guerra. Diariamente los militares patrullaban y allanaban las viviendas de los vecinos, tanto a reconocidos adeptos del gobierno de la unidad Popular como de cualquiera que les resultara sospechoso. Se hacían llamar “Los Banana Split” (en alusión a un programa de humor infantil norteamericano que se daba en la televisión de la época) y se les distinguía por su violencia. La comisaría de Puerto Aysén igualmente operó como centro de tránsito para los detenidos de las apartadas localidades de todo el extenso y poco habitado territorio aysenino a las que también llegó la fuerte represión. Pobladores de lugares como Puyuhuapi, Puerto Cisnes, Puerto Chacabuco y Aysén Historias de ausencia y memoria
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eran trasladados desde allí a la Fiscalía Militar y a los centros de detención en Coyhaique. * Sergio Osvaldo Alvarado Vargas, más conocido como Cachorro Alvarado, nació en Puerto Montt el 20 de abril de 1943. Sus padres eran Felipe Alvarado Mansilla y Palmira Vargas Villarroel. Por la precaria situación económica de su familia, Sergio Alvarado no pudo completar sus estudios, ni siquiera los básicos. Se ganaba la vida haciendo pequeños encargos como obrero. En 1973 las cosas habían mejorado ya que encontró, junto a su hermano Mario, un trabajo estable en la Corporación Urbana más conocida como la COU, lo que luego sería el Servicio de Vivienda y Urbanismo. La gran pasión del Cachorro era el boxeo. Para los años 60 y principios de los 70, este deporte era muy popular entre los habitantes de Puerto Aysén y Coyhaique. Con frecuencia se organizaban campeonatos en los gimnasios de ambas ciudades a los que asistía gran cantidad de variopintos espectadores. Los boxeadores más reconocidos tenían eles adherentes que todos los nes de semana se reunían para alentarlos. A pesar de su aparente carácter pendenciero, Sergio Alvarado Vargas no tuvo grandes problemas. Nunca hizo daño y jamás tuvo antecedentes judiciales. A comienzos de 1972 decidió dar un salto y canalizar su reconocida habilidad. El Cachorro se arrimó al Club Deportivo Estrella Verde para boxear. En ese lugar conoció y estableció amistad con el deportista Samuel Cortés, quien además se desempeñaba como práctico de primeros auxilios de Carabineros. En esos días ninguno de los dos sospechó que más tarde se encontrarían en circunstancias muy ajenas al pugilismo. El Cachorro , con sus 68 kilos y estatura mediana, peleaba en la categoría de peso mediano ligero. A la hora de enfrentarse en el cuadrilátero, su principal característica, por la que todos los asiduos al boxeo lo recuerdan, era su voluntad inquebrantable, casi fuera de la razón y de toda prudencia. Nunca se entregaba en un combate y, por más que lo botaran a la lona, el Cachorro Alvarado se paraba y continuaba con la pelea sin darse por vencido. No pasaba inadvertido: peculiarmente, y como sello distintivo, salía al ring usando unos parches de tela adhesiva en el pecho. Nunca explicó la razón de esa extraña marca. Como buen boxeador, Alvarado estaba convencido de que las cosas entre hombres se arreglaban con los puños, razón por la cual jamás circulaba armado, ni siquiera con un cuchillo verijero, artilugio popular entre los pobladores. El boxeo, decía el Cachorro , es aquella habilidad y seguridad en sí mismo 32
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de no necesitar de un arma para defenderse. El 24 de octubre de 1972, cuando Sergio tenía 29 años, nació su primer y único hijo: Leopoldo Enrique Alvarado Jara. Un mes más tarde se casó con la madre del pequeño, Gladys del Carmen Jara Valenzuela, de 21. La joven familia fue acogida por la madre de Sergio, Palmira Vargas, quien vivía con su otro hijo, Mario, en su casa ubicada en calle Prat esquina Condell, cerca de la plaza del puerto. Su vida transcurría entre la familia, el trabajo y el deporte. En la noches siempre frecuentaba el conocido bar El Porteño. Allí se encontraba con su vecino Julio Antonio Cárcamo Rodríguez, más conocido por todos como el Alicate. Poco se sabe de este hombre de 37 años que muchos describen como un sujeto alto, delgado, moreno, de rostro alargado, ojos grandes y pelo crespo. El Alicate era muy reservado. Nunca se le conoció un familiar por estos pagos. Alguna vez contó a sus conocidos que venía de Santiago, ciudad en la que nació el 4 de marzo de 1936. Las razones que lo trajeron en 1970 a estas alejadas tierras se desconocen. Jamás habló de su familia, salvo una vez que mencionó que tenía una hija en el norte, por ahí por Antofagasta. Hasta el día de hoy, y a pesar de los esfuerzos del equipo de Investigaciones del Departamento Quinto de Derechos Humanos, se desconoce el paradero de los suyos. En Puerto Aysén, Julio Cárcamo tomaba pensión en casa de Gregorio Arcos y se ganaba la vida como gáster, ocio que lo llevó a ser conocido entre los habitantes del pueblo. Las personalidades de estos amigos contrastaban y a la vez se complementaban. El carácter desaante del Cachorro y la necesidad de demostrar que no le temía a nada, ni a la muerte, se contraponía con la pasiva personalidad del Alicate , que era un hombre de carácter tranquilo, un tanto melancólico, que solía reservar para sí sus anhelos, secretos y soledades. * La noche del 2 de octubre llovía, como es usual en Puerto Aysén. A eso de las 20 horas, estando ya oscuro, la tranquilidad que imponía el toque de queda se vio alterada por el rugido del motor de un camión militar que avanzaba por la calle Prat. El vehículo traía una patrulla de carabineros y militares, quienes pasaron preguntando casa por casa por el paradero de Sergio y Julio. Llegaron a la casa donde alquilaba pensión el Alicate. Los vecinos, escondidos detrás de las ventanas y entre las rendijas, vieron que sacaban a Cárcamo con violencia, a punta de patadas y culatazos, para luego lanzarlo a empujones arriba del camión. Sin siquiera sospechar lo que se vivía en esos momentos en la calle, SerHistorias de ausencia y memoria
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gio Alvarado dormía profundamente en su cama. En la vivienda además se encontraban su hermano Mario, su esposa Gladys y el pequeño Leopoldo, de solo 11 meses de edad. Parte de los funcionarios del Ejército y Carabineros que realizaban el operativo rodearon la vivienda mientras otros irrumpieron furiosamente rompiendo la puerta de entrada. Ingresaron al dormitorio matrimonial y a gritos preguntaron por Alvarado. Al intentar ser detenido, el Cachorro ofreció resistencia y trató de defenderse a trompadas mientras su esposa gritaba con descontrol. Ante esta reacción, la patrulla en pleno comenzó a golpearlo en todo el cuerpo. Uno de los militares perdió la paciencia y con furia desproporcionada hizo callar a Gladys a golpes y patadas, lo que posteriormente le provocaría la pérdida del bebé de dos meses y medio de gestación que esperaba. –¡Cómo le pegas a una mujer, cobarde de mierda! ¡Milico culiao! –gritó Sergio Alvarado, recibiendo como repuesta una lluvia de culatazos. Lo sacaron de la casa. En la calle continuaron los golpes sin descan so hasta que lo subieron en la carrocería del camión que se dirigió de inmediato a la Segunda Comisaría de Puerto Aysén. Una hora más tarde, una patrulla volvió a la casa de la familia Alvarado y se llevaron a su hermano Mario, que posteriormente fue llevado detenido hacia Coyhaique. * El 11 de septiembre de 1973 el coronel Humberto Gordon Rubio ordenó que la Compañía del capitán Aquiles Vergara Muñoz se trasladara en avión con destino a Santiago con la nalidad de prestar apoyo a las fuerzas que se encontraban en la capital. El ocial de operaciones del Regimiento N° 14, mayor Gustavo Rivera Toro, fue el encargado de informar a Vergara de su traslado. El capitán se negó rotundamente a viajar y, por desobedecer la orden del comandante Gordon, quedó con arresto domiciliario hasta que se decidiera su destino. Aquiles Segundo Vergara Muñoz era un atlético hombre de 33 años y tez morena, usaba bigote, pelo negro, delgado y alto, de aproximadamente un metro 80 de estatura. Llevaba siete años casado y llegó a tener cuatro hijos: Igor, Tatiana, Andrés e Ivette, quien muchos años después llegaría a ser un conocido rostro de la televisión nacional. Vergara era muy apegado a su familia. Hijo de un contador de Ferrocarriles del Estado, su madre se desempeñaba como empleada contable en Laboratorios Chile. Siempre fue un correcto alumno apegado a las reglas y cánones. Al salir del colegio ingresó al Ejército de Chile y, luego de ser destinado a 34
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Puerto Montt en 1970, fue ascendido a capitán y al año siguiente fue trasladado al Regimiento de Coyhaique. Al momento de recibir la orden de partir a Santiago y dejar solos a su mu jer e hijos pequeños, Vergara tomó una decisión inusual en él: desobedeció a sus superiores y se negó rotundamente a irse. No quería alejarse y dejarlos solos y sin protección en Coyhaique. Su rebeldía le costó un castigo que se materializó en un arresto domiciliario por unos días. Finalmente, el coronel Gordon Rubio decidió levantarle la sanción por la desobediencia cometida y lo destinó a la ciudad de Puerto Aysén para apoyar al personal de Carabineros. * En aquella época, la Prefectura de Carabineros de la cual dependían las comisarias también tenía su base en la comuna de Puerto Aysén. El prefecto de Carabineros, y posterior agente de la DINA, era el teniente coronel Raúl Ducassou Bordes; como subprefecto se desempeñaba el ten iente coronel Juan Alberto Pradel Arce, quien ejercía como scal, y el ayudante en la Prefectura era el capitán Mario Miano Morales. En esta comisaría de Carabineros de Puerto Aysén, Sergio Osvaldo Alvarado Vargas y Julio Antonio Cárcamo Rodríguez fueron ingresados a los calabozos. En una de las celdas contiguas estaba Froilán Granadino, detenido en Puyuhuapi junto al regidor del Partido Socialista Elvin Altamirano y otros. El Cachorro y el Alicate compartieron la celda con René Andrade, pero no alcanzaron a cruzar muchas palabras ya que prontamente fueron sacados para ser interrogados. El interrogatorio estuvo a cargo del capitán Aquiles Vergara y se ocializó en presencia del prefecto Raúl Duccasou, que acababa de llegar al lugar. Sergio Alvarado, con su carácter desaante y temerario, no se dejaba insultar y respondía con otro improperio similar a cada grito de Vergara, lo que desencadenaba más la ira del militar. En un arrebato de cólera, el capitán sacó su pistola de servicio, una Styer de 9 milímetros, y lo golpeó con la empuñadura del arma. El combativo hombre del ring no se amilanó. Por su parte, el Alicate Cárcamo comprendió que su amigo, con esta actitud provocadora, estaba rmando la sentencia de muerte de ambos, pero parecía no importarle, pues quizás desde hace tiempo que esperaba el n, resignado en el destierro autoimpuesto. Terminado el interrogatorio, fueron llevados nuevamente a los calabozos. Andrade y sus otros compañeros de celda intentaron prestarles asistencia puesto que venían muy mal heridos, pero poco y nada pudieron hacer ante la gravedad de las lesiones. De hecho, el Cachorro tenía un hombro dislocado. Historias de ausencia y memoria
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Después de la tortura, el capitán Aquiles Vergara, al margen de todo procedimiento legal, llegó a la conclusión de que se debía fusilar a estos hombres e informó de su decisión a Ducassou. El militar consideraba que matarlos sería un ejemplo aleccionador para la gente de Puerto Aysén: así nadie se atrevería a faltarle el respeto a las nuevas autoridades del país. –Además, la vida de estos pobres huevones no vale nada –señaló con desprecio. Vergara se dirigió a la sala de radio donde se encontraba el funcionario a cargo de las telecomunicaciones, el cabo de Ejército Ricardo Albarrán, de 22 años, y le ordenó preparar a unos tres soldados de conanza con municiones de guerra y esperar sus órdenes en la misma estancia, dándole a entender que no quería involucrar a más personal militar en el fusilamiento. En ese momento, el cuarto turno de carabineros estaba formado en otro patio, listo ya para salir a la calle para realizar patrullaje de servicio, cuando se les ordenó formar parte del pelotón de fusileros en el sector de las caballerizas, al fondo del recinto de la comisaría. Los prisioneros fueron nuevamente sacados de los calabozos con uso de la fuerza y trasladados a patadas a ese sector de las caballerizas. La noche estaba clara, con una luminosa luna en el cielo que permitía tener una buena visibilidad. Así a las 23 horas del 2 de octubre de 1973, el Cachorro y el Alicate fueron ubicados de espaldas, frente al galpón donde se guardaba el forraje de los caballares. El capitán Aquiles Vergara se dirigió hacia ellos y sin previo aviso desenfundó su pistola. La preparó pasando la bala a la recámara, se acercó a uno de los detenidos, lo atrajo hacia si de las ropas y apoyó el cañón de su arma al costado de la cabeza, cerca de la sien. Sin dudar un segundo, efectuó un certero disparo en la cabeza que provocó que el hombre cayera al suelo fallecido al instante. Mientras el segundo detenido pedía clemencia, Vergara se dirigió a él y desde una distancia algo mayor le disparó sin decir palabra. Esta vez, el impacto le llegó en el brazo, cerca del hombro. Al ver que había errado, Vergara dio la orden de disparar al pelotón. –¡Apunten!...¡Arrr! –gritó enérgico. Los fusileros, en su mayoría carabineros, se encontraban distribuidos en distintos puntos del patio, por lo que abrieron fuego con sus carabinas Mauser desordenadamente generando una matanza caótica, sangrienta y desproporcionada. La sangre se diseminó por todo el recinto dejando una enorme laguna roja y salpicaduras por doquier. 36
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Una vez ocurrida la matanza, el practicante de carabineros Samuel Cortés Bruna, de 31 años, se acercó a los ejecutados y constató su muerte. –¿Por qué, mi capitán? –le preguntó el practicante a Vergara, quien lo miró y sin inmutarse se dio media vuelta y se alejó. En ese instante se le acercó el teniente de Carabineros Rojas Quiroga, tomó a Cortés violentamente por el cuello con el brazo y lo arrastró fuera del lugar. –¿Quieres que te maten huevón? –le advirtió. El prefecto Duccasou llamó al cabo Ricardo Albarrán, que se encontraba en la Sala de Telecomunicaciones, y le ordenó levantar los cuerpos para llevarlos al hospital dándole una advertencia. –No se separe ni pierda de vista un segundo los cuerpos y asegúrese que el director certique la muerte –le ordenó el prefecto. Los cuerpos fueron subidos al vehículo militar y de inmediato los funcionarios comenzaron con la limpieza del patio. Ignorando lo sucedido, en ese momento ingresó por el lugar, en calidad de detenido, el hermano del Cachorro , Mario Alvarado, quien vio a los carabineros barriendo los charcos de sangre. Más tarde se enteraría de la muerte de Sergio cuando, estando en un calabozo, un uniformado le dijera: –¿Quieres terminar igual que tu hermano? A eso de las 2 de la madrugada, personal de la comisaría fue enviado a buscar a su domicilio de forma urgente al capitán Mario Miano, de 27 años, ayudante en la Prefectura de Carabineros. Apenas llegado, el jefe de la Prefectura, Raúl Ducassou, lo llevó hacia donde yacían los ensangrentados cuerpos de Alvarado y Cárcamo. Junto a Duccassou se encontraban el capitán de Ejército Vergara y el subcomisario de Carabineros Rodolfo Fuentes. A un lado, Duccassou le comentó en privado al ayudante Miano que los fallecidos eran “unos borrachos que habían sido detenidos por intentar agredir a una pareja de carabineros y que en la comisaría habían intentado quitarles las armas a unos militares y que estos habían reaccionado disparándoles”. Luego Duccassou le ordenó elaborar un criptograma para informar lo sucedido a la Dirección General y a la Jefatura de Zona en Punta Arenas. * Lo primero que le llamó la atención al panteonero a Juan Dunker Mendoza, de 42 años, fue que el portón de entrada del cementerio estaba hecho Historias de ausencia y memoria
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pedazos. Era la fría mañana del 3 de octubre de 1973 y Dunker, que trabajaba en el lugar desde 1972, como de costumbre llegó a trabajar al camposanto que estaba ubicado en el sector del río Los Palos. Al ver el semejante destrozo, siguió el rastro de las huellas de al parecer un gran camión que claramente había pasado por el lugar desmembrando varias tumbas y sus respectivas cruces. Preocupado, el hombre vio además en el suelo manchas de oscura sangre que lo llevaron en dirección al lugar donde, el día anterior, había excavado tres fosas. Constató que una de estas estaba tapada con tierra. Decidido a averiguar qué había pasado, el panteonero se dirigió a la bodega donde guardaba sus herramientas. La puerta estaba destruida, y al interior le faltaban dos palas y una carretilla. Resuelto, Dunker tomó la pala que le quedaba y se dirigió a la fosa cubierta y comenzó a excavar hasta que encontró dos cuerpos que reconoció de inmediato: uno era el Cachorro Alvarado y el otro difunto era el Alicate Rodríguez. Ambos estaban desnudos y presentaban considerables perforaciones de bala en el cuerpo. De inmediato, el panteonero fue a informarle lo sucedido a su jefe, el inspector de Obras Municipales Carlos Gallardo, quien a su vez informó al alcalde de Puerto Aysén, Armando Hernández Alvarado, quien al escuchar la historia se dirigió al cementerio para ver en persona si semejante cuento era cierto. Al vericar que efectivamente alguien había inhumado ilegalmente los cuerpos de Sergio Alvarado Vargas y Julio Antonio Cárcamo Rodríguez, el alcalde se dirigió, acompañado de Juan Dunker, a informar lo sucedido a la Segunda Comisaría de Puerto Aysén. Cuando llegaron al lugar, Armando Hernández ingresó a una ocina a conversar con dos carabineros, mientras Dunker lo esperó en la habitación posterior. El panteonero escuchó que conversaban, pero por más que agudizó el oído no pudo distinguir las palabras, oía solo murmullos. Finalmente, al momento de la despedida, oyó con claridad que uno de los carabineros le daba una recomendación al alcalde: –Estamos en guerra. Oblíguelos a trabajar. Los hombres se fueron de la comisaría en dirección al cementerio. Mientras caminaban, el alcalde le explicó brevemente a Dunker la situación. –Esto es cosa de milicos, así que vaya y vuelva a tapar esas fosas. * A sus 30 años de edad el médico general de Zona, Oscar Concha Navia, se había graduado hacía poco, en 1971, de la Universidad de Chile y se encontra38
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ba dando sus primeros pasos en la medicina en el Hospital de Puerto Aysén. La noche del 2 de octubre se encontraba de turno cuando fue mandado a llamar por su jefe, el director del hospital, Carlos Vega Guiñez, con el recado de que lo acompañara a ver a unos fallecidos. Concha se encontró con el doctor Vega y ambos caminaron por los pasillos del nosocomio hasta llegar a una dependencia que había sido habilitada como morgue. Mientras se trasladaba al lugar, Concha se dio cuenta que varios militares deambulaban por el recinto realizando labores de vigilancia. Al ingresar a la estancia, el joven médico vio recostados dos ensangrentados cuerpos de sexo masculino de mediana edad. Estaban vestidos y eran evidentes las múltiples marcas correspondientes a heridas de proyectil. Los cadáveres del Cachorro y del Alicate habían sido trasladados en la ambulancia hacia el hospital, lugar en el que fueron recibidos por el director Carlos Vega. Vega le encargó a Concha que rápidamente llevara a cabo el procedimiento de revisar los cuerpos y emitir el correspondiente certicado de defunción. El joven médico sintió la presión y no tuvo el coraje para negarse, a pesar de incurrir en una ilegalidad. Concha, fuera del procedimiento legal que rige para certicar una muerte, se remitió solo a constatar que los hombres no tuvieran signos vitales. Supuestamente, ni siquiera se atrevió a sacarles la ropa, ni menos a realizar la autopsia de rigor. Apresuradamente Concha Navia emitió un certicado en el que se señalaba como causa de muerte “herida por proyectil” y “anemia aguda”, y se lo entregó a su jefe. Los cuerpos de Sergio Alvarado y Julio Cárcamo fueron arrojados nuevamente adentro de la ambulancia por los uniformados al mando del cabo Albarrán. Sin embargo, esta vez los cadáveres estaban desnudos envueltos en bolsas plásticas, junto a lo que quedaba de sus vestimentas. El chofer de la ambulancia, en un acto que intentaba darle algo de dignidad a los fallecidos, intentó vestirlos, pero los militares se lo impidieron. Querían irse rápido hacia el cementerio. El cabo Albarrán y su patrulla se dirigieron también al camposanto en el camión militar. Como era de esperarse, el portón se encontraba con llave. Albarrán decidió embestir la entrada con el imponente camión militar. Entró empujando las rejas y rompiendo el candado. Los soldados que lo acompaña ban bajaron los cadáveres y los lanzaron uno sobre otro al interior de una fosa común que ya estaba cavada, al lado de un gran árbol de pino. Luego fueron enterrados por los mismos militares. A un costado del cementerio, los lancheros de Aguas Muertas observaron en silencio los sospechosos movimientos de los militares desde el interior de sus lanchas ocultas en la penumbra. De regreso en el cuartel de Carabineros, el cabo Albarrán informó de todo Historias de ausencia y memoria
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lo anteriormente sucedido al capitán Aquiles Vergara y al coronel Ducassou. * Ni los familiares del Cachorro Alvarado ni los cercanos al Alicate Rodríguez fueron informados de su muerte. Desde el mismo día de la violenta detención, la madre y la esposa de Sergio en vano intentaron obtener noticias y así descartar lo que se rumoreaba entre los vecinos. Por todos los boliches, almacenes, esquinas y de casa en casa, corría la voz de que se había efectuado un fusilamiento en las caballerizas de la comisaría y que los cuerpos estaban enterrados en una fosa del cementerio. Con estos antecedentes, la familia de Sergio, ya resignada ante su muerte, reclamó sin descanso el cuerpo ante las autoridades. En cambio, Julio Cárcamo no tenía ningún ser querido o pariente con paradero conocido que se interesara por reclamar por sus restos. Pero un par de amigos no se conformaron ante la tragedia y se animaron a pedirlo para poder realizarle un sepelio. Luego de días de peregrinación por las ocinas de las autoridades del pue blo, Gladys y su suegra consiguieron la autorización para la entrega de los difuntos. Ambas se presentaron en el cementerio acompañadas de Mario y el inspector de Higiene Ambiental del Hospital de Puerto Aysén, Juan Novoa Castillo, quien fue el encargado de actuar como testigo de las exhumaciones. El panteonero Dunker los guió por los senderos de tierra del cementerio y les indicó la fosa en la que se encontraban los cuerpos. En silencio, los hombres comenzaron a excavar hasta que nalmente encontraron los restos de ambos asesinados. Estaban desnudos, en la misma fosa; el cuerpo de Julio Cárcamo estaba sobre el de su amigo Sergio Alvarado. Los familiares de Sergio, entre sollozos, lo tomaron y sacudieron la tierra adherida a su cuerpo con sus propias manos. El cadáver del Alicate Cárcamo fue entregado a su colega y amigo gáster Gregorio Arcos Guzmán. Al n, después de semanas, ambas víctimas pudieron ser colocadas en unas urnas artesanales de madera que Gregorio había confeccionado. –Hay que enterrarlos como se entierra a la gente –con determinación les dijo Arcos. Acto seguido, le dieron sepultura a ambos amigos, esta vez en fosas separadas. Gregorio se encargó de su querido colega; lo enterró en la sepultura N° 5 de la manzana 3 del cementerio y el Cachorro fue ubicado muy cerca de ahí. Recién el 19 de octubre de 1973 el comisario titular, Sergio Ríos Letelier, solicitó a la ocina de Registro Civil e Identicación la inscripción de la defunción con el certicado médico de Oscar Concha Navia extendido hacía 18 días atrás. 40
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Sin superar el dolor, Gladys Jara se trasladó hacia Coyhaique con su pequeño hijo Leopoldo. Nunca más se volvió a casar ni tuvo más hijos. No tuvo a quien recurrir para buscar justicia. Resignada con el inmenso dolor de la muerte y la injusticia, intentó seguir su vida, luchó en soledad contra el olvido. A ratos creyó perder la razón, pero su hijo y el recuerdo de su compañero le dieron fuerzas para seguir luchando. Se prometió que Sergio siempre viviría en ella y en su hijo. En el pueblo la historia del Cachorro y el Alicate circuló por mucho tiempo por debajo del manto de silencio que impuso la dictadura. Quedó entre sus amigos y conocidos, los que los recordaban con nostalgia, especialmente en bares y clubes de boxeo. Han pasado más de 40 años, y el tiempo y la impunidad han hecho lo propio. Las historias y el recuerdo nalmente decayeron casi al punto de desaparecer. Años más tarde, ya recobrada la democracia en el país, un sacerdote recibió una carta anónima de parte de un ex conscripto testigo de la muerte del Cachorro y el Alicate. Por medio de la misiva, la Agrupación de Derechos Humanos de Coyhaique obtuvo los primeros antecedentes que dieron pie a la investigación que implicaría al capitán Aquiles Vergara y al resto de los encubridores. * En septiembre de 2014, la Corte Suprema falló en última instancia por varios casos de derechos humanos de la Región de Aysén, entre ellos, el llamado “Episodio Puerto Aysén”. La Sala Penal conrmó las condenas de tres años y un día de presidio en contra de Aquiles Vergara Muñoz, como autor del delito de homicidio, con el benecio de la libertad vigilada; y de 541 días de presidio en contra de Miguel Rojas Quiroga, como encubridor del delito, con el benecio de la remisión condicional de la pena. Por otra parte, existe una causa por el asesinato de Sergio Osvaldo Alvarado Vargas, actualmente en plenario, que fue ingresada con fecha de 19 de Marzo de 2007 al Juzgado de Letras, Garantía y Familia de Puerto Aysén y que tiene como procesados por homicidio calicado a Aquiles Alberto Segundo Vergara Muñoz, José Roberto González Mejias, Ricardo Albarrán Espinoza, José Delmiro González Mansilla y Elizardo González Meza y Miguel Ángel Rojas Quiroga, como cómplice.
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3/ El profesor que buscó nueva vida en la Patagonia [Jorge Vilugrón Reyes]
Lo primero que vio el profesor Reinaldo Carrasco al ingresar a la ocina de guardia del retén de Puerto Cisnes fue la gura de un carabinero al lado de un mesón. Estaba sentado en una silla y reclinado hacia atrás, con las piernas estiradas y los pies muy cómodos apoyados en otra silla. Supuso de inmediato que era el mayor Sergio Belisario Ríos Letelier, quien lo había mandado a llamar. Pero extrañamente Ríos no movió ni un músculo cuando entró Carrasco a la habitación. Absorto e inmóvil, parecía no percibir la presencia del recién llegado. Su mirada se perdía en las siempre verdes montañas que se divisaban a lo lejos por la ventana. El ambiente era hostil y amenazante. En cada esquina de la habitación había un soldado apuntándolo a la cara con su fusil. Parecían listos para disparar. Reinaldo apenas se atrevió a respirar. Después de esperar unos incómodos minutos –que a Carrasco le parecieron días– el mayor Ríos de pronto levantó su puño y con rabia contenida golpeó el mesón, lanzándole una mirada animal. –¡Sepa que a usted y a su amigo un Consejo de Guerra los ha condenado para ser fusilados al amanecer! –vociferó exaltado. El profesor no se atrevió a decir nada. Y esto enfureció más al mayor de Carabineros. –¡Dime, marxista de mierda: ¿cuáles son los planes guerrilleros que tienen 42
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con Vilugrón?! –gritó salpicando saliva mientras volvía a golpear la mesa con el puño. El profesor Carrasco no podía creer lo que escuchaba. No tenía idea de qué planes guerrilleros hablaba. Siempre había sido una persona pacíca, tal como su gran amigo de la infancia Jorge Vilugrón Reyes, quien detestaba las armas y el gusto por la caza. –Mira, Carrasco, si me cuentas de tus actividades extremistas podré salvar a tu hermano y a ese otro amigo tuyo, Guillermo Urra. Si no conesas, ¡pon dré a los cuatro huevones en el mismo ataúd! ¿Entiendes? –lo amenazó. Nuevamente Reinaldo no supo qué decir. Solo atinó a negar las acusaciones. No entendía cómo y en qué momento se vio envuelto en esta delirante pesadilla. Se le vino a la mente la imagen de su mujer y su pequeña hija de tres meses, y temió no verlas más. El interrogatorio duró horas. Ríos se vio iracundo y violento, desvarió infatigablemente. Al nal, el ocial de Carabineros perdió la paciencia. –¡Traigan unos alambres y amarren a este huevón! –ordenó a sus subalternos, quienes ataron a Carrasco de pies y manos rodeando además estrechamente con el material, uno a uno, los dedos de sus manos impidiendo la circulación. El dolor era intenso. Mientas lo ataban, Carrasco escuchó a Ríos ordenar la transmisión de un mensaje a Coyhaique: “Comunico a usted que los guerrilleros Jorge Vilugrón Reyes y Reinaldo Carrasco Carrasco en Consejo de Guerra han sido declarados culpables de los cargos que se les imputan y serán fusilados antes del amanecer del día de hoy”. Luego lo llevaron en andas al calabozo y lo tiraron amarrado al suelo, no sin antes advertirle que no dijera nada. Le quedaba solo una angustiosa noche de vida antes de morir fusilado. * Jorge Orlando Vilugrón Reyes nació el 19 de Julio de 1946 en Puerto Saavedra, en la Araucanía. Era el menor de seis hermanos: Ninfa, Graciela, Erna y Pedro, además de la fallecida Enriqueta. De su hermana mayor, Ninfa, lo separaban 19 años, y para Jorge fue como una segunda madre que siempre lo acogió y apoyó incondicionalmente. En esa época, siendo muy pequeño, le gustaba que su hermano mayor, Pedro, lo llevara a las excursiones de pesca que organizaba con sus amigos. Las del lago Budi eran sus preferidas. Historias de ausencia y memoria
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Copia del original Certicado de Defunción de J orge Vilugrón.
Al cumplir Jorge 4 años, en 1950, y ante el delicado estado de salud de su madre, su padre, Pedro Vilugrón Salinas, junto a su mujer –Marcelina del Carmen Reyes Utrera– decidieron instalarse en el pueblo de Villarrica, a orillas del lago del mismo nombre. Entre los verdes y lluviosos paisajes de esta precordillerana ciudad de la Araucanía transcurrió la infancia de Jorge. Siendo un niño, conoció a Guillermo Urra y a los hermanos Gabriel y Reinaldo Carrasco, formando un estrecho lazo de amistad, en especial con este último. Desde muy joven Jorge demostró ser de carácter tranquilo e introvertido. Amaba la naturaleza y la lectura. A diferencia de su amigo Reinaldo, Jorge no era asiduo a los deportes 44
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que requerían uso de fuerza o gran destreza física, pero sí era un gran amante de la naturaleza: prefería las caminatas, excursiones y la contemplación del bosque. Por ello siempre mantuvo a mano su mochila y equipo de acampar. Otra de sus aciones principales era escuchar música clásica. Durante la juventud lo apasionó indagar sobre su familia y comenzó la confección del árbol genealógico. Se dedicó bastante tiempo a visitar parientes lejanos y así saber de sus raíces. Sus cercanos recuerdan también sus actos de solidaridad con los más necesitados; siempre demostró tener una gran sensibilidad ante la pobreza y las condiciones de vida de campesinos y trabajadores. Más de alguna vez sorprendió a su familia volviendo a la casa empalado de frío sin abrigo, pues solía regalarlo a quien, según él, lo necesitaba más. No soportaba ver las in justicias ni el sufrimiento ajeno. Después de realizar sus estudios primarios, el joven se trasladó por un periodo a Concepción a vivir con su hermano Pedro para continuar sus estudios en el liceo scal de la ciudad. Al tiempo, decidió volver a Villarrica, donde terminó sus humanidades en el liceo nocturno. Su vocación por enseñar siempre los distinguió, y lo llevó a prepararse para ser profesor rural a través de cursos de verano pues creía en la educación como una comprometida labor social. Por su parte, su amigo Reinaldo Carrasco se tituló de profesor básico y comenzó a trabajar en distintas escuelas rurales. Con el paso del tiempo la amistad entre Jorge y Reinaldo se fortaleció, por lo que éste siempre invitaba a Jorge a visitarlo en las localidades donde se desempeñaba como profesor. Ambos eran jóvenes llenos de ideales y anhelos de un mundo más justo. Por lo mismo, simpatizaban con las propuestas del gobierno de Salvador Allende y los cambios que éste estaba impulsando. Jorge se comprometió con la vía chilena al socialismo y se hizo militante del Partido Socialista en Temuco. En el año 1970 Reinaldo llegó a ejercer como profesor básico a la Escuela N° 17 de la localidad de La Junta, un aislado poblado de no más de cuarenta casas ubicado a 252 kilómetros al norte de Coyhaique, en la región de Aysén. El pueblo había sido ocialmente fundado hacía pocos años, en 1963, y tenía serios problemas de conectividad y abastecimiento. Sin embargo, y a pesar de estar en el n del mundo, por su belleza, tranquilidad y su gente, para Reinaldo vivir ahí valía la pena. Se sentía un hombre privilegiado. La vida le había deparado momentos muy felices. Los niños de la escuela eran maravillosos y pudo comenzar con un pequeño negocio instalándose con un aserradero. En el verano de 1972 se casó en Villarrica con una profesora, trasladándose con ella a La Junta. Por Historias de ausencia y memoria
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falta de plaza en el lugar, su esposa no pudo trabajar en la escuela con él. En junio de 1973 nació su hija. Seguía más que satisfecho con su vida: vivía ahora con su familia en un entorno de ensueño y lleno de oportunidades. Durante las vacaciones de invierno del mismo año Reinaldo visitó a su familia en Villarrica. Como era su costumbre, le ofreció a su amigo Jorge Vilugrón conocer La Junta. –Jorge, podrías ayudarme a trabajar el negocio del aserradero –le propuso Carrasco. Su amigo aceptó la invitación. No tenía razón para negarse. Había dedicado tiempo a viajar por Latinoamérica y ahora, a sus 27 años, no le resultaba cómodo vivir al alero de sus hermanas mayores. Un tiempo atrás también había recibido una invitación para conocer y probar suerte en la Patagonia; un amigo suyo le habló del campo de su padre y de la posibilidad de trabajar en Aysén, así que ahora decidió aventurarse. Además, Reinaldo no paraba de comentar sobre de la belleza de estas tierras inhóspitas y de las enormes oportunidades que ofrecía. Al llegar a La Junta, luego de un extenso y agotador viaje, Jorge se dio cuenta de que la vida en Aysén era mucho más dura que en el resto del país. Su amigo, el profesor Carrasco, vivía junto a su familia en una precaria pieza en la sede social del poblado, lugar donde también funcionaba la escuela. Por tal razón, no se podía hospedar con ellos. –Jorge, no te preocupes: eres mi invitado, te quedarás en una pensión en la casa de un conocido que vive justo al frente de la escuela –le ofreció Reinaldo. El joven afuerino se instaló en la casa de Marcos Lagos, que estaba ubicada en la esquina de las calles Antonio Varas con Patricio Lynch. Ahí le tocó compartir habitación y conocer a Bernardo Flores, otro pensionista, un joven profesor que trabajaba en la escuela con Reinaldo. Con el pasar del tiempo, y después de compartir el día a día, Flores llegó a conocer al joven e introvertido forastero. Le pareció que un muchacho tranquilo, educado, culto y colaborador con sus semejantes: un buen tipo. Durante los primeros días de estadía, ambos amigos disfrutaron de la tranquilidad del lugar y de las bellezas naturales que ofrecía la deshabitada localidad. Reinaldo recurrentemente salía a pescar y a cazar; abundaban las aves como patos, caiquenes y avutardas. Jorge disfrutaba de la naturaleza de una manera más contemplativa, daba largas caminatas por los alrededores del rio Rosselot y Palena, cuya conuencia es la que da el nombre original al pueblo La Junta. 46
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Inmediatamente después de ocurrido el golpe militar, y a pesar del aislamiento, el ambiente entre los lugareños presentó un rotundo cambio. El miedo se instaló alrededor de los fogones y entre las conversaciones que se daban, mientras se tomaban los mates, surgió un rumor: un vecino al que apodaban el Cruz de Palo aseguraba a sus conocidos que el profesor Reinaldo Carrasco y su amigo que vino del norte, el tranquilo Jorge Vilugrón, “adiestraban guerrilleros”. Las habladurías llegaron a tal punto que el dueño de la pensión le solicitó a Jorge que abandonara su casa. Los chismes cobraron mayor fuerza cuando, a nes de septiembre de 1973, llegaron de visita a La Junta el hermano de Reinaldo, Gabriel, y su otro amigo de la infancia, Guillermo Urra. Los jóvenes viajaron al lugar atraídos por la pesca y la caza, ya que según lo que les había contado Reinaldo el sector era privilegiado para su práctica. Al amanecer del viernes 5 de octubre de 1973 el pequeño pueblo bruscamente despertó alarmado por el ensordecedor sonido de explosiones. Al salir de sus viviendas, los vecinos de La Junta vieron fuego y explosiones por todos lados. El pánico se apoderó de la gente, que nunca había vivido situación similar. Algunos corrían aterrados, muchos gritaban y lloraban con desesperación. Los jóvenes amigos de Villarrica despertaron a sobresaltos. En medio del caos, una voz por alto parlante ordenaba a los lugareños reunirse en el gimnasio de la localidad. –¡Por orden de la autoridad militar se le ordena a todos los habitantes de La Junta, sin excepción, acudir con sus documentos de identicación al gim nasio. El que desobedezca la orden será detenido y procesado como subversivo! –amenazó la voz del megáfono. En ese momento se dieron cuenta de que los estallidos y bombazos eran a causa de las granadas, morteros y ametralladoras de los militares, quienes las habían lanzado para “tomarse” el pueblo de La Junta. La patrulla que había desembarcado en el pueblo provocando tamaño escándalo estaba compuesta por militares y carabineros. Al Ejército pertenecían el subocial al mando del grupo, sargento Luis Conrado Egaña Salinas, el cabo de Reserva y boina negra José Erwin Maricahuin Carrasco y seis soldados conscriptos. Los tres carabineros que los acompañaban pertenecían a la Tenencia de Puerto Cisnes y eran Eladio Zárate, Pablo Leiva y Luis Oyarzo. Luego de aterrorizar a la población con las detonaciones de granadas y morteros, los uniformados mantuvieron a todo el pueblo –mujeres, niños, ancianos, y enfermos incluidos– por más de dos horas encerrados en el gimnasio. Uno a uno los pobladores fueron interrogados en el lugar, mientras parte Historias de ausencia y memoria
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del contingente allanaba las viviendas en busca de “material subversivo”. La misión era clara: buscaban guerrilleros y sus armas. * El 11 de septiembre de 1973 el jefe de la Zona Militar, Humberto Gordon Rubio, ordenó la formación de una comitiva mixta de militares y carabineros que tenía por misión recorrer el litoral de la provincia de Aysén (Puerto Aguirre, Puerto Cisnes y Puyuhuapi) para detener personas contrarias al régimen. El comisario de Carabineros de Puerto Aysén, mayor Sergio Ríos Letelier, fue nombrado al mando y jefe operativo de la provincia por coronel Humberto Gordon. –Mayor, realizará una operación rastrillo en toda la jurisdicción CostaAysén para limpiar la zona de subversivos –ordenó Gordon. El mayor Ríos, un experimentado carabinero de 42 años, rápidamente organizó en grupos a su contingente para que ninguna localidad quedara sin ser inspeccionada. Se comunicó por radio con las distintas tenencias del litoral y alrededores para organizar la operación. Así comenzó un periplo que duró varios días de viaje por cielo, tierra y mar. Una de las primeras medidas para cumplir la misión fue el requisamiento de la lancha Indap VI con tripulación y todo. El bote era una embarcación menor, de 14,85 metros de eslora, 3,20 metros de manga y un puntal de 1,70 metros. Era utilizada en general para transporte de personal, especialmente trabajadores del servicio y rondas médicas. Los tripulantes eran el motorista Cesar Humberto Henríquez Reuquén y el marinero Ramón Hernán Cárcamo Pérez, ambos funcionarios de Indap (Instituto de Desarrollo Agropecuario). Como patrón de lancha se desempeñaba el cabo de Carabineros Héctor Leoncio Andrade Calderón. La nave zarpó el 28 de septiembre desde el puerto de Chacabuco con destino a Puyuhuapi. A bordo iba el propio mayor Ríos con su ayudante, Osvaldo Gajardo. Además, bajo sus órdenes estaba el grupo de militares liderado por el sargento Luis Egaña y el cabo Erwin Maricahuin, acompañados de una escuadra de soldados conscriptos. El cabo Maricahuin generaba rechazo en casi toda la gente que lo conocía. Era una persona ruda, de modales toscos, de carácter prepotente y desconado, de estatura baja y contextura ancha y maciza. Incluso al mayor Ríos, persona ajena a las sensibilidades, le pareció, según dijo, “mal agestado y brusco”. Llegaron de amanecida a Puyuhuapi, lugar en el que los esperaba otra patrulla proveniente de Puerto Cisnes conformada por los carabineros Pablo 48
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Leiva, Luis Oyarzo y Alfredo Stange Dietz, quienes habían llegado a la localidad también vía marítima a bordo de una lancha llamada Aurelia. La comitiva tenía por misión guiar a los recién llegados por la inhóspita geografía y colaborar en la detención de algunas personas. En Puyuhuapi, por instrucciones del mayor Ríos Letelier, la “agrupación mixta” se volvió a dividir; esta vez en tres grupos. El primer grupo tenían por misión realizar la detención de algunas personas. Quedó al mando del sargento Luis Egaña, quien junto al resto de los militares y carabineros de la Tenencia de Puerto Cisnes se trasladaron hasta el pueblo de La Junta por tierra en algunos caballos que consiguieron entre los pobladores. Luego irían a Raúl Marín Balmaceda en bote por el río Palena. El segundo grupo, conformado por los tripulantes de la lancha Indap VI, estaban a cargo del traslado marítimo: debían llevar la embarcación hasta Raúl Marín Balmaceda y esperar el regreso de la patrulla de Egaña con los detenidos para luego trasladarlos a Puerto Cisnes. El tercer grupo estaba compuesto por el mayor Ríos con su ayudante personal, Osvaldo Fajardo, y el carabinero Alfredo Stange. Este grupo se adelantó y regresó a Puerto Cisnes en la lancha Aurelia. Muchos de los pobladores de Puerto Cisnes recuerdan hasta el día de hoy el arribo del mayor Sergio Ríos Letelier los primeros días del mes de octubre de 1973. Cómo no recordar a aquel hombre de poderoso vozarrón y carácter prepotente. Apenas llegado, ordenó que se le habilitara una cama en la ocina del jefe de la tenencia, ya que ese lugar iba a ser su cuartel. Una vez instalado, reunió a los funcionarios. –Desde ahora paso a dar las órdenes personalmente y todos ustedes de berán cumplirlas. El que llegue a desobedecerme será condenado a la pena máxima. Ustedes saben que el país se encuentra en tiempo de guerra y todo lo que se está haciendo es lo necesario para salvar al país –advirtió sin miramientos. * La comitiva montada, al mando de Luis Egaña, llegó al atardecer del 4 de octubre hasta la casa del poblador Alfredo Schilling, ubicada a un kilómetro del poblado de La Junta. Le solicitaron al dueño de la vivienda alojamiento y comida. Estaban hambrientos y cansados ya que el viaje había sido agotador. Descansaron y a la mañana siguiente, a eso de las seis, se levantaron y se dirigieron hasta el pueblo. Como La Junta era una localidad pequeña compuesta por un puñado de casas, a los uniformados les fue muy fácil rodearla y comenzar un simulacro Historias de ausencia y memoria
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de bombardeo con granadas y morteros. Las explosiones cumplían el claro objetivo de infundir miedo y atemorizar a los habitantes del tranquilo caserío. Luis Egaña llamó por megáfono a todos los lugareños y les ordenó abandonar sus casas y dirigirse al gimnasio de la localidad, bajo amenaza de muerte en caso de no cumplir. La gente acudió amedrentada. Reinaldo fue sacado de la escuela cargando a sus pequeños alumnos, que lloraban aterrados y se agarraban de sus piernas y brazos. Fue escoltado hasta la ECA (la estatal Empresa de Comercio Agrícola), lugar en el que se le sumaron Guillermo, Gabriel y Jorge. Los militares dejaron ir primero a los niños y a las mujeres para que prepararan el almuerzo. Concluido el interrogatorio se les permitió a los hombres retornar a sus casas, con la estricta prohibición de salir de ellas. En ese momento Luis Egaña se dirigió al profesor Reinaldo Carrasco y le informó sobre su situación. –Señor Carrasco, no hemos encontrado nada que lo comprometa a usted y a su amigo Jorge Vilugrón. No existen evidencias que comprueben eso que se decía de ustedes, que adiestraban guerrilleros –le dijo tranquilamente el sargento. Solo ahí Reinaldo cayó en la cuenta que eran los rumores lanzados por algunos vecinos los que habían llegado a los oídos de las nuevas autoridades militares. –Sin embargo, para tomar una resolución en cuanto a su persona debo esperar la resolución de mi mayor Ríos en una comunicación que se establecerá más tarde –agregó Egaña antes de dejarlo ir. Horas después, Luis Egaña lo mandó a buscar y lo recibió con una actitud completamente distinta. Le comunicó de forma lacónica que a partir de ese momento, y por orden del mayor Ríos, él, Jorge Vilugrón, Gabriel Carrasco y Guillermo Urra quedaban detenidos. –Los cuatro serán trasladados por nuestro personal hasta el centro operacional en Puerto Cisnes para ser interrogados por mi mayor Ríos –le dijo sin dar más detalles. Reinaldo Carrasco caminó contrariado hasta la escuela, lugar en el que se encontraba su hermano y sus amigos. Ya reunidos en ese lugar, los uniformados les informaron que desde ese momento se encontraban en calidad de detenidos. De ahí en adelante permanecieron custodiados por las fuerzas militares. La patrulla se paró un par de metros más allá de la puerta del re50
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cinto. No se les permitió salir, por lo que esa noche tuvieron que dormir en la escuela. A la madrugada del día siguiente –ya era 6 de octubre– fueron llevados hasta la orilla del río Palena para dirigirse en lancha al puerto Raúl Marín Balmaceda, que en ese entonces se conocía como Bajo Palena. El profesor Bernardo Flores fue con los niños y algunos pobladores a despedirse de ellos. Al momento de decir adiós, Jorge Vilugrón le dirigió una extraña mirada, como si en sus ojos se pudiera leer el triste destino que se avecinaba. A los detenidos se les negó la posibilidad de llevar ropa de abrigo. Salieron con lo puesto de la escuela rumbo al embarcadero ubicado aproximadamente a dos kilómetros de distancia. Ya cerca del río se les formó y obligó ponerse chaquetas militares para luego colgarles armas del brazo. Uno de los militares les dijo que era para “soportar mejor el frío”, pero de forma inexplicable les tomaron una serie de fotografías vestidos y armados de esa forma. Los jóvenes amigos tenían ya la certeza de que más que algo no andaba bien. Durante el traslado al embarcadero, se percataron de que el sargento Egaña se comunicaba permanentemente por radio con alguien que al parecer era el mayor Ríos, ya que respondía escueto con las típicas frases castrenses: “sí, mi mayor”; “lo que usted ordene, mi mayor”; “conforme, mi mayor”. Subieron a bordo de una lancha que operaba Sergio Bustamante. Luis Egaña, el sargento, se quedó en tierra para irse directo a Puyuhuapi y abordar la Indap VI y encontrarlos en Raúl Marín. Durante la travesía, los jóvenes detenidos comenzaron a temer por su vida. Al ver el profundo río Palena, de aguas oscuras y lecho plagado de cavernas, pensaron que sería el lugar con las condiciones ideales para hacerlos desaparecer sin dejar rastros. No sabían que su destino sería otro y se deniría en Puerto Cisnes. El viaje duró alrededor de diez horas. Al atardecer atracaron en la playa de Raúl Marín Balmaceda. En ese entonces no había muelle, por tal razón la lancha debió llegar hasta la orilla y los ocupantes saltar peligrosamente uno a uno desde la proa de la embarcación a tierra. Reinaldo Carrasco fue el primero en lanzarse al vacío; la distancia de la lancha al suelo era considerable y debido al largo viaje sintió como sus piernas no respondieron con rmeza. El profesor recordó que su amigo Jorge Orlando era más enclenque por lo que se volteó para ayudarlo a saltar. Su reacción fue tardía. En una fracción de segundo, vio a Jorge volar por el aire y luego escuchó un sonido sordo, como si un palo seco se quebrara, seguido de un grito desgarrador. Reinaldo vio a su amigo tirado en el suelo retorciéndose de dolor. Su pierna izquierda se había partido al saltar del bote. Guillermo Urra se acercó a ayudarlo y arremangó el pantalón de Jorge: con horror vio que en medio de mucha sangre la Historias de ausencia y memoria
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pierna se había fracturado en dos partes y uno de sus huesos había traspasado su carne y piel. Vilugrón fue trasladado de inmediato a la posta de Bajo Palena (o Raúl Marín Balmaceda), donde fue atendido por el cabo primero de Carabineros Héctor Olmedo González, quien además actuaba como paramédico encargado de la posta. Olmedo lo sedó y luego le entablilló la pierna. El resto de los detenidos fueron trasladados al retén de la localidad. Jorge Vilugrón pasó su segunda noche de detención en la posta de Raúl Marín separado del resto de sus compañeros, quienes pasaron una aterradora noche en el recinto de Carabineros escuchando los vejámenes de los que eran víctimas los detenidos locales. El 7 de octubre, cerca del mediodía, el sargento Egaña llegó en la lancha Indap VI a Raúl Marín, el puerto uvial, junto a los tres tripulantes. Al bajarse de la embarcación, Luis Egaña hizo explotar un par de granadas en la playa como una señal de amedrentamiento. Quería que su llegada atemorizara a los sencillos pobladores de la pequeña caleta. El sargento se reunió con el contingente y se dispuso a esperar la orden de partida. A pesar del mal tiempo y condiciones desfavorables para la navegación, Egaña recibió la expresa orden de zarpar de parte del mayor Ríos. El viaje fue complicado, en medio de una tormenta y con el mar embravecido. Los militares, no acostumbrados a la navegación, vomitaban sus entrañas por la borda, despreocupados de todo decoro y seguridad. Las granadas rodaban libremente de un lado a otro con el movimiento del barco y sus fusiles estaban tirados por toda la embarcación. * En Puerto Cisnes, mientras esperaba a su patrulla, el mayor Ríos Letelier ordenó al subocial Pineda que citase a las autoridades y funcionarios pú blicos del pueblo para que presenciaran las ejecuciones de dos profesores de La Junta, que se llevarían a cabo al día siguiente. Le solicitó a Rolando Rio, ocial civil de dicha comuna, que asistiera sin falta ya que tendría la función de inscribir las defunciones. El sacerdote católico de origen italiano Giampiero Viganole daría la extremaunción a los condenados y un tal Poblete, como encargado de la posta, debía certicar la causa de muerte. A todos ellos se les comunicó que debían presentarse de amanecida en la sala de guardia de la Tenencia de Puerto Cisnes Luego, el mayor Ríos mandó a cavar en el cementerio local dos fosas, pidió que se confeccionaran dos capuchas negras, dos discos rojos de cartón para ser ubicados en el corazón de los condenados, y que se llenaran unos sacos 52
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pequeños con arena. A su vez, ordenó al carabinero Stange Dietz que mandase a confeccionar dos ataúdes en la Obra Don Guanella, lugar en el que la persona encargada se negó a realizar el pedido, argumentando que nadie le iba a cancelar el tra bajo y los materiales. Stange, sin poder hacerlo cambiar de parecer, le pidió al encargado que concurriera a la tenencia a conversar con el mayor Ríos, quien arregló el problema rápidamente y a su manera. –Mire señor –le espetó–: si no hace lo que la autoridad le solicita, usted mismo puede ser puesto en uno de los ataúdes. ¿Me entiende? Ante tal respuesta, el encargado realizó el trabajo de inmediato. La noticia de que al día siguiente se llevaría a cabo el fusilamiento de unos profesores detenidos en La Junta se expandió por el pueblo con la rapidez de un parpadeo. Detrás de las ventanas, los habitantes de Puerto Cisnes vieron los preparativos de la ejecución. De una calle para otra y durante todo el día, el carabinero Stange se paseaba en un tractor que acarreaba un coloso con dos féretros de color madera. Proveniente de Raúl Marín, y después de más de diez horas de viaje, llegó al anochecer del 7 de octubre de 1973 la lancha Indap VI, con la patrulla y los cuatro jóvenes detenidos de La Junta. En el muelle los esperaba el mayor Sergio Ríos y sus ayudantes. El sargento Egaña informó a Ríos del estado de los detenidos. –Mi mayor: los detenidos que vienen a bordo son el profesor Reinaldo Carrasco, su hermano Gabriel y sus dos amigos Guillermo Urra y Jorge Vilugrón, el que viene con una pierna quebrada, porque tuvo un accidente al bajar de la lancha –explicó Egaña. Al escuchar los nombres de los detenidos, a Ríos inmediatamente le llamó la atención el apellido “Vilugrón” por ser inusual. –Sargento, baje a los detenidos para interrogarlos en la tenencia y deje a Vilugrón en la embarcación –le ordenó Ríos. En la tenencia, Gabriel Carrasco junto a Guillermo Urra fueron encerrados en una celda y Reinaldo en la contigua. Desde los calabozos podían distinguir la voz inconfundible del mayor Ríos. Casi no hablaba, siempre daba las órdenes a gritos. Ríos reunió a los carabineros y militares que dormían en la tenencia y les ordenó que se presentaran a las seis de la mañana en la guardia. Los prisioneros llegados desde La Junta fueron sometidos a lo que Ríos Historias de ausencia y memoria
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llamó un “Consejo de Guerra”. Sin embargo, la parodia que hizo para condenar a muerte a Vilugrón fue, por decir lo menos, irregular. Al parecer rmó él mismo un documento redactado de su puño y letra y ordenó a sus subalternos rmarlo también. De acuerdo a sus instrucciones y facultades, Ríos señaló más tarde que informó al mando superior de dicho Consejo de Guerra, dando antecedentes y pidiendo instrucciones. Supuestamente, recibió desde Temuco los antecedentes de que Jorge Vilugrón era un “peligroso guerrillero que pertenecía a un grupo operativo del sector de Valdivia y que se encontraba en el sector de Aysén promoviendo la insurrección armada”. Hasta el día de hoy no se ha logrado probar la existencia de este Consejo de Guerra. Los mismos carabineros de Puerto Cisnes posteriormente señalaron que nunca se supo nada sobre un Consejo de Guerra, ni menos quién lo integró ni dónde funcionó. Cerca de las once de la noche, el mayor Ríos mandó a buscar a su calabozo a Reinaldo Carrasco. El ocial ya tenía la decisión tomada y todo preparado para fusilar a los jóvenes la mañana siguiente, pero antes debía interrogar al profesor para que “confesara”. Después de horas de un agresivo interrogatorio efectuado por el mayor Ríos, Reinaldo Carrasco, fuertemente atado con alambres, fue devuelto a la celda. Se le ordenó no transmitir ninguna palabra a su hermano, que permanecía en la celda contigua. Ya sentenciado a muerte, a Reinaldo Carrasco poco le importó obedecer; no importaba que lo mataran momentos antes o después. Esperó un instante y comenzó a rasguñar la pared para obtener la atención de su hermano Gabriel y de su amigo Guillermo. –Gabriel, nos van a fusilar mañana –le confesó a su hermano. Le pidió además que en su nombre se despidiera de sus seres queridos, especialmente de su esposa e hija. Tirado en el suelo sobre las inmundicias y excrementos de los detenidos que ocuparon la celda con anterioridad, Reinaldo no logró conciliar el sueño en toda la noche. Sentía un profundo dolor e intensos calambres en sus manos y extremidades debido a las ataduras con alambres. La noche fue larga y tortuosa. Por su parte, Jorge Orlando estaba solo y herido en la lancha Indap VI. En la madrugada, los prisioneros escucharon los pasos de botas militares por el pasillo y un suave toque en una puerta. –Mi mayor, son las 5:15 –dijo una voz con tono de cautela. –Hábleme en un momento más –respondió Ríos. Al rato, nuevamente escucharon pasos y un toquecito en la puerta. 54
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–Mi mayor, ya son las 6:10 –susurró la voz. –Ya. ¡Qué se muevan rápido todos! –ordenó Ríos. Los jóvenes prisioneros, desde sus celdas, escucharon el estruendo de las botas militares que iban y venían y el sonido de motor de lo que parecía ser un tractor andando a las afueras de la tenencia. Al instante, los pasos se dirigieron a las celdas; alguien descorrió el cerrojo del calabozo de Carrasco y entraron dos o tres carabineros que lo desataron y lo condujeron nuevamente a la sala de guardia donde volvieron a amarrarle las manos y lo vistieron con un poncho. Cada policía y militar tomó su fúsil y salieron con Reinaldo hacia la calle. Tal como fueron citados, llegaron a la tenencia el ocial civil, Rolando Rio, el padre Giampero y el encargado de la posta de apellido Poblete. Todos se dirigieron caminando en silencio hacia el muelle en una lenta y funesta procesión en medio de la oscura y densa niebla. El paredón quedaba en el muelle a unos 800 metros de la tenencia. Reinaldo llevaba sus manos amarradas a la espalda y una la del pelotón de fusi lamiento marchaba a su derecha y otro grupo a su izquierda. Delante iban el mayor Ríos y el sargento Luis Egaña. Luis Alberto Pineda conducía el tractor con las dos urnas de color madera. En cierto momento los adelantó para dejar el tractor con la carga al nal del muelle. Luego, se volvió a pie al encuentro del mayor Ríos y se formó al nal de la la. La Indap VI llegó al sector del muelle y atracó a metros de la orilla. Ubicaron la embarcación de proa hacia el canal de Puyuhuapi y la popa hacia el pueblo, a unos 20 metros retirada de la playa. El sargento Luis Egaña se dirigió hacia la lancha. –¡Saquen al prisionero número uno! –gritó con fuerza. De inmediato, bajaron al malherido Jorge Vilugrón sobre una frazada, sostenida por cuatro personas. Cuando lo dejaron en tierra, Jorge Orlando no logró mantenerse en pie debido a la fractura. No se quejó ni dijo nada, permaneció en silencio. Los uniformados lo amarraron fuertemente al penúltimo poste del muelle, mirando hacia el camino y dándole la espalda al mar. Le pusieron una bolsa negra en la cabeza y el disco rojo en el pecho. Reinaldo Carrasco estaba al frente de su amigo Vilugrón, a un metro y medio suyo, de espalda al cerro y con la vista al mar, apuntado por dos soldados. Sería la última vez que vería a su delgado amigo de pelo castaño claro y tez blanca. Historias de ausencia y memoria
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Los uniformados formaron un pelotón de fusilamiento que estaba compuesto por cuatro militares, entre los que se encontraba Erwin Maricahuin, acompañado de unos conscriptos, y dos carabineros: José Tocol y César Letelier. Todos se ubicaron vueltos hacia la pared. El resto de los carabineros se quedaron en silencio cerca del grupo de civiles. El sacerdote Giampiero Vigano conversó brevemente con Vilugrón y le dio la extremaunción. Luis Alberto Pineda tenía su sable en el aire, dispuesto a bajarlo para dar la orden de abrir fuego a los fusileros. Titubeó por unos segundos, miró nervioso a Carrasco y a todos los asistentes, como si hubiese estado esperando el arrepentimiento del mayor Ríos. Esos instantes a Reinaldo le parecieron una eternidad. No entendía la razón de Pineda de alargar más la agonía de él y de su amigo. Con un gesto de la mano y sin palabra alguna Ríos Letelier le ordenó que bajara el sable. En ese momento Vilugrón le gritó a su amigo: –¡Reinaldo! ¡Dile a mi familia la injusticia que están cometiendo conmigo! –fue lo último que alcanzó a decir. El pelotón descargó sus armas y el estruendo hizo eco en las siempre verdes montañas que abrigan al pueblo de Puerto Cisnes. La cabeza de Vilugrón cayó hacia el pecho y comenzó a gemir lastimosamente. Unos hilillos de sangre comenzaron a correr desde la altura de su clavícula derecha. Todos los presentes se percataron de que el joven seguía con vida. Ante el nerviosismo de la tropa, el mayor Sergio Ríos Letelier se acercó a Vilugrón, desenfundó su revólver español marca Rubi (de empuñadura de madera y 25 centímetros de largo) y le dio un certero disparo en la cabeza por el lado de la sien izquierda, rematándolo en el acto. Reinaldo Carrasco estaba impactado, temblaba al borde de la convulsión. Lloraba en estado de shock. No lograba dar crédito a la barbarie que estaba viviendo. Se sintió también asesinado, quebrado en lo más profundo de su ser; su alma estaba destruida y el brillo de sus ojos en ese instante se esfumó para siempre. Algo de él había partido junto a su amigo del alma. Su vida nunca más sería la misma; perdería a su familia y jamás se recuperaría del trauma. Al mayor Ríos también se le observó inquieto y descompuesto, como si el hecho de apretar el gatillo para liquidar al joven le hubiese tocado con un haz de lucidez y cordura. Se dio la vuelta hacia Carrasco y lo increpó: –¡¿Ve usted dónde terminan sus ideas fanáticas?! ¡Los jóvenes marxistas como usted no merecen caer a la tierra porque la van a infectar con sus ideologías! –gritó Ríos. 56
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Aterrado, Reinaldo se levantó de hombros sin poder responder. Luego el mayor se dirigió hacia su tropa. –¡Pelotón! ¡Media vuelta y de regreso al cuartel! ¡Desaten al preso número dos y muévanse rápido! –ordenó a gritos, como era su costumbre. Inexplicablemente Ríos le perdonó la vida a Reinaldo Carrasco. Al parecer su familia recurrió a contactos y conocidos para salvarlo y lo lograron. Pero Jorge y sus cercanos no alcanzaron a apelar a nadie. Por esos días, los Vilugrón fueron allanados en Villarrica por personal de la Policía de Investigaciones: “Es una orden que viene del sur”, dijeron los detectives, mientras buscaban armas. Se fueron con las manos vacías, pues nadie en la familia Vilugrón tenía algún tipo de armamento. Ríos decidió dejar al profesor Reinaldo Carrasco en condición de relegado en la escuela de Puerto Cisnes y envió a su hermano Gabriel a La Junta. Después de la ejecución, los uniformados pusieron el cuerpo de Jorge Vilugrón en el ataúd artesanal construido en la obra Don Guanella y se prepararon para llevarlo a la fosa que se había mandado a cavar el día anterior en el cementerio. El mayor Ríos informó que ahora los planes habían cambiado. Ordenó su bir el féretro a la embarcación e instruyó a los tripulantes de la Indap VI con la indicación expresa de internarse en el mar hasta llegar justo al medio del canal y arrojar el ataúd al agua. –No quiero animitas a las que después le estén prendiendo velas –les dijo con desprecio. También amenazaría de muerte al cura Vigano, por hacer misas por el descanso del alma de Jorge Vilugrón. La tripulación recibió el ataúd de manos de un grupo de militares y a pulso lo llevaron hasta la cubierta en la parte de la proa. La Indap VI zarpó en dirección al canal de Puyuhuapi, con el padre Giampero Vigano a bordo como testigo. Después de poco andar se detuvieron, Henríquez y Cárcamo tomaron la urna por los costados, ya que no poseía manillas, y el patrón de lancha empujó el cajón por detrás hasta que cayó al agua. El féretro no se hundió y quedó otando, a pesar de que contenía sacos de arena. Los tripulantes se acercaron al ataúd y le rompieron una tabla para meter piedras en su interior. Finalmente, y con el peso adicional, el cuerpo del joven Jorge Orlando Vilugrón Reyes, de 27 años, se hundió en las profundidades del frío mar de los ordos de Aysén. A llegar a su ocina, el ocial civil Reinaldo Rio certicó la defunción Historias de ausencia y memoria
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del joven rellenando su libro de registro con los datos de la muerte de Jorge Vilugrón. Al encontrarse con la casilla de “Será sepultado en el cementerio... “, Rio titubeó, confundido por un momento. Luego tarjó la palabra “cemente rio” y escribió con su redondeada caligrafía: “En el mar”. * En abril de 1976 un colega y amigo de Erna Vilugrón, que trabajaba en el Registro Civil, le envió una copia del certicado de defunción en el que se indicaba que Jorge había sido fusilado y “enterrado en el mar”. Esa fue la única información concreta que la familia pudo obtener de lo sucedido en la Patagonia. Las hermanas Vilugrón decidieron no darle la noticia de la terrible muerte de Jorge a su madre. Marcelina Reyes se encontraba delicada de salud, razón por la cual ellas consideraron que enterarse de la tragedia podía ser fatal. No se sabe si fue la mejor decisión porque la incertidumbre de lo que había pasado con su hijo, y el “porqué Jorgito no se comunicaba con ella”, fueron de todas maneras mermando su estado, muriendo al tiempo sin saber la verdad. Recién en 1990, con la creación de la Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación, Pedro Vilugrón se comunicó con Raúl Rettig, a quien conocía personalmente pues había sido su profesor años atrás. Le solicitó que incluyera el caso de Jorge en el informe. Así se iniciaría lo que para Pedro ha sido una misión de búsqueda de verdad y justicia a la que decidió dedicarse por completo. Viajó a Coyhaique y por primera vez se contactó con unos familiares políticos que vivían en la región. Comenzó a indagar entre la gente que conoció a Jorge y entre los que conocían su historia. Así logró conversar con el profesor Bernardo Flores y otros más. Buscó y consultó hasta lograr hacerse una imagen de lo sucedido con su hermano, llegando a la conclusión de que la responsabilidad apuntaba directo al que había sido coronel Humberto Gordon Rubio. También se comunicó con Ninón Neira, del Capítulo Coyhaique de la Comisión Chilena de DDHH, y con a la Iglesia de Aysén. Además, accedió a los servicios legales de Marcelo Rodríguez Avilés, quien lo acompañó en todo el proceso. Cuando se empezó a investigar el caso, Pedro declaró frente al ministro exclusivo de la causa, el juez Luis Sepúlveda Coronado, y estuvo al tanto de los avances del proceso. Pudo enterarse de que los directamente involucrados en la ejecución de Jorge estaban todos confesos del homicidio. Al menos como familia los Vilugrón pudieron saber la verdad. 58
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En una ocasión Pedro, mientras fue citado a declarar en Santiago, se encontró con Reinaldo Carrasco, pero no le habló ni le preguntó nada. Al verlo, quedó impresionado con la imagen del amigo de su hermano: “es un hombre destruido, lo vi muy mal”, hoy recuerda. Pedro valora que la verdad se haya establecido, pero siente que la justicia no ha llegado y la ve muy lejana. Lo que más le preocupa es que no ha existido una reivindicación para su hermano. En Villarrica nunca nadie se ha acercado para saber de él ni han solidarizado con la familia. Pedro siempre ha tenido la certeza de la inocencia de Jorge Orlando, y siente que fue despojado de su dignidad como ser humano y que ésta no ha sido restituida. * En septiembre de 2014 la Corte Suprema dictó sentencia por el homicidio de Jorge Vilugrón Reyes. En este caso, se mantuvieron las condenas de tres años y un día de presidio, con el benecio de la libertad vigilada, dictadas en contra de José Tocol Navarro y Luis Pineda Muñoz, como autores del delito de homicidio; y de 541 días de presidio, con el benecio de la remisión condicional, en contra de Carlos Henríquez Reuquén, Héctor Andrade Calderón y Ramón Concha Pérez como cómplices. Sergio Ríos Letelier alcanzó a comparecer ante la justicia no demostrando ningún grado de arrepentimiento, pero falleció antes de terminado el proceso.
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4/ La matanza del bueno de Juanito [Juan Bautista Vera Cárcamo]
Fernando Opazo no ha olvidado jamás el día en que de improviso llegó su cuñado Felidor Vera Cárcamo a su casa en el fundo “El Mirador”, ubicada a unos diez kilómetros al interior de Valle Simpson por el camino al lago Los Palos. Felidor tenía en el rostro la mirada confusa y la expresión abatida. Lo primero que le preguntó a Fernando era si había visto a Juanito. –No, no le he visto, pero debe estar por ahí. Ayer escuché que pasó un camión que descargó madera –respondió Fernando. –¿Sabes que por radio dijeron que los militares lo mataron ahí en el puesto? –agregó Felidor, como si hablara consigo mismo. –¡¿Qué?! ¡No puede ser! Debes estar equivocado –rebatió Fernando, con un tono que mezclaba la incertidumbre con la certeza. –Acompáñame, vamos a ver –propuso Felidor, apelando al último reducto de esperanza que le quedaba en el interior. De inmediato ambos campesinos partieron caminando por el campo, queriendo descifrar lo que sucedió con el joven Juan Bautista Vera Cárcamo, quien se encontraba empezando la construcción de una cabaña en un terreno cercano al hogar de su hermana mayor, Herminda, y su cuñado Fernando, en un sector cercano a Valle Simpson. Al acercarse al puesto –a más o menos unos 300 metros– los perros pastores que los acompañaban se abalanzaron a olfatear un rastro de sangre que 60
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manchaba el suelo. Espantados, aún sin poder creer lo que veían, Fernando y Felidor inspeccionaron el lugar. Las evidencias de la escena eran más que elocuentes. Encontraron casquillos de balas, al parecer de fusil. Fernando tomó uno en su mano, lo miró con una mirada muy honda y luego recogió el resto mientras Felidor lo seguía. En total encontraron catorce, que Fernando decidió prudentemente esconder en el hueco de un tronco viejo. Los campesinos continuaron con su recorrido por el lugar. Cerca, en un trozo de madera de lenga, se podían observar impresas unas claras marcas de tiros y en el suelo las huellas de un camión. Felidor hundió su rostro en ambas manos, ya no cabía duda: Juanito debía estar muerto. Ahora tenían que comunicarle al resto de la familia lo sucedido y tratar de averiguar en qué lugar estaba el cuerpo para poder darle sepultura. Ellos sabían que no iba a ser fácil recuperar el cuerpo de Juanito, los militares estaban en todas partes, controlándolo todo; la dictadura había impuesto el nuevo orden a punta de represión. Sin embargo, el desconsuelo y el amor por su hermano fue mucho más fuerte que el temor a correr la misma suerte y eso le dio el valor para buscarlo, para reclamarlo y para sortear cualquier obstáculo. Ambos tomaron la decisión de que Felidor fuera al Regimiento N° 14 de Coyhaique a pedir información y, si era necesario, rogar al comandante que entregara los restos. A su vez, Fernando tendría que darle la mala noticia a su mujer. El dolor los había inundado: el pequeño Juanito había partida víctima de un crimen cruel e inexplicable. Y ni siquiera se hallaba su cuerpo. * Al momento de su muerte, Juan Bautista Vera Cárcamo era un alegre joven de 23 años. Nació el 3 de junio de 1950 en el seno de una modesta y trabajadora familia de campesinos del sector de ensenada en el Valle Simpson, en los alrededores de Coyhaique. Fue el menor de seis hermanos: Sofía, Herminda, Segundo Leonardo, Felidor y María Magdalena. Sus padres eran Leonardo Vera Castro y Elba Cárcamo Vera. Cuando Juan Bautista tenía solo un año, víctima de una repentina enfermedad murió prematuramente su madre. De inmediato Herminda y Sofía, las hermanas mayores, a sus 14 y 15 años, asumieron las labores de la casa y la responsabilidad del cuidado de los más pequeños. Leonardo Vera se dedicó con tesón a la dura tarea de sacar adelante a sus hijos. Trabajó arduo en las faenas campesinas junto a sus hijos mayores para mantener a la familia. Los niños Vera debían ayudar a su padre en las exigentes tareas del campo en un clima hostil. En un principio, las labores que realizaban eran las más livianas, como tirar la yunta de bueyes o cooperar en el corte de pasto. A meHistorias de ausencia y memoria
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dida que iban creciendo las dicultades aumentaban y realizaban los trabajos más duros. En este contexto, los hermanos Vera Cárcamo no pudieron asistir a la escuela con regularidad. Juan Bautista llegó solo hasta segundo básico; aprendió a leer y escribir, pero tuvo que retirarse ya que la escuela quedaba demasiado lejos del hogar y las inclemencias del tiempo y los precarios caminos hicieron imposible que pudiera continuar estudiando. A pesar de la temprana ausencia de su madre y de la vida sencilla, los hermanos crecieron en un ambiente rodeado de afecto y calor de hogar. Juan Bautista o Juanito, como le llamaba su familia, por ser el más pequeño de la casa era prácticamente un hijo para sus hermanas y hermanos mayores. Fernando Opazo llegó a vivir al sector de Valle Simpson en 1957. Ahí conoció a los Vera Cárcamo y a Juanito cuando éste tenía 7 años. Más tarde seguiría ligado a la familia al casarse con Herminda. Fernando recuerda que era un muchachito muy delgado, rubio, de tez blanca, pelo crespo y ojos verdes “Era un joven alegre, le gustaba tocar la guitarra y andar a caballo. Siempre andaba cantando o silbando por el campo”, rememora. Cuando Juan Bautista tenía 14 años, fallecíó su padre. Entonces el joven dejó atrás bruscamente su infancia para hacer frente a la vida como ya lo hacían sus hermanos mayores. Segundo Leonardo, el mayor de los varones, como muchos campesinos de la época, se vio obligado a emigrar en busca de mejores oportunidades. Para la época, éstas estaban al otro lado de la cordillera, en la pujante ciudad argentina petrolera de Comodoro Rivadavia. Por su parte, Juan y Felidor siguieron en casa haciendo frente a las difíciles condiciones sociales del campo, trabajando en los predios aledaños al sector de Valle Simpson. Pronto Juan se convirtió en un espigado joven de gran estatura y alargado rostro en el que destacaban sus grandes ojos verdes. De personalidad socia ble, sus amigos y familiares lo conocían como el Güite , apodo del que nadie recuerda signicado o razón de ser. La juventud de Juanito transcurrió en una época de grandes transformaciones económicas, políticas y sociales. El proceso de Reforma Agraria fue la transformación más signicativa para el agro, los campesinos y trabajadores agrícolas. Se había iniciado en 1965 cuando Eduardo Frei Montalva era Presidente, pero había tomado mayor fuerza durante el gobierno de la Unidad Popular. Juan, al igual que otros pequeños campesinos y peones de la época, abrazó la lucha por la tenencia y la producción tierra y acunó la esperanza de llegar a ser dueño del fruto de su esfuerzo. Su bajo nivel de escolarización jamás lo amilanó. Veía en esta serie de cam62
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Restos de Juan Bautista Vera Cárcamo, siendo enterrados por sus familiares en el cementerio de Villa Frei en 2014.
bios que el gobierno de la UP estaba impulsando la posibilidad de progresar, de educarse, de conocer y salir adelante. Salvador Allende, con sus políticas, trató de mejorar las condiciones de alfabetización del país, masicar la ense ñanza, mejorar los niveles educacionales básicos y dar acceso a la cultura a los sectores populares postergados. De esta forma, sus inquietudes llevaron a Juan a sintonizar con las nuevas ideas, demandas y luchas del movimiento campesino de la época. A comienzos de los años 70 comenzó a tener anidad con las ideas del Partido Socialista y empezó a trabajar en la Corporación de Reforma Agraria (CORA). Ahí conoció a Juan Morales Landaeta, jefe de área de dicho servicio en Aysén, de quien más tarde se le acusaría ser su guardaespaldas. Juan Bautista se propuso trabajar para cumplir sus sueños y aspiraciones, por lo que decidió construir una “rancha” para instalarse en el campo y comenzar con la crianza de animales en las 33 hectáreas del fundo “El Mirador” que había heredado de sus padres. Así podría independizarse y dejar de tra bajar como peón en campos ajenos. * Apenas ocurrido el golpe de Estado, y declarado el Estado de Guerra Interna a lo largo y ancho del país, Juan Bautista fue requerido por un bando militar para presentarse ante las nuevas autoridades. Pero decidió no presenHistorias de ausencia y memoria
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tarse. Partió y buscó refugió en el campo que lo vio crecer, aquel terruño en el que siempre se sintió protegido. Una vez en el lugar, siguió trabajando en la construcción de la casa que tenía planicada erigir para establecerse de nitivamente. Por esa fecha, Juanito había encargado la madera necesaria para cumplir su objetivo. El camión con el material llegaría pronto, solo le quedaba esperar muy poco para comenzar la construcción de su anhelada vivienda. * La madrugada del miércoles 10 de octubre de 1973 el cabo primero Juan José González Andaur –después de haber recibido órdenes de su superior el capitán Joaquín Molina, y éste del propio coronel Humberto Gordon Rubio– irrumpió en uno de los dormitorios del Regimiento Reforzado Motorizado N° 14 Aysén de Coyhaique. En el lugar pernoctaban tranquilamente unos 40 jóvenes conscriptos distribuidos en literas de tres cuerpos. Con voz rme y autoritaria, como era su costumbre, González Andaur despertó a nueve soldados, entre ellos a Tomás Paredes Venegas, Luis Klenner Cofré y José Silva Gutiérrez. Les ordenó que se formaran y subieran a un camión Unimog marca Mercedes Benz que se encontraba listo para llevarlos a cumplir una misión en la localidad de Valle Simpson. El cabo González era conocido entre los conscriptos por su carácter déspota y violento, por lo que sus órdenes debían cumplirlas con rapidez y sin cuestionamientos. Era también uno de los hombres de conanza de Molina y Gordon Rubio. –¡Soldados! Tenemos que ir a buscar a un subversivo y ojalá traerlo frío de vuelta a Coyhaique –gritó González, mientras les entregaba uno a uno fusiles SIG y dos cargadores completos con 25 tiros cada uno. Cuando ya se había asomado el alba, la patrulla militar llegó al predio de los hermanos César y Manuel Millar en las cercanías de Valle Simpson. González ordenó a parte de su patrulla allanar la pequeña vivienda en busca de armamento o algún documento que comprobara alguna militancia política. Encontraron dos oxidadas y antiguas balas de carabina y un par de hachas. Obvio que sin poseer orden judicial alguna, el cabo decidió detener a los hermanos Millar y subirlos al camión para que lo guiaran por el sector en busca de su objetivo: el guardaespaldas del terrorista Morales Landaeta. So bre Morales, funcionario de la CORA, el intendente Añasco, Harold Felmer y otros funcionarios de gobierno pesaba la acusación de tener armas escondidas. 64
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* Cortando madera con su hacha estaba Juan Bautista cuando fue emboscado por la patrulla comandada por el cabo González. Luego de reducirlo con violencia, los soldados allanaron el puesto del joven campesino encontrando solo sus herramientas de trabajo. –¡Dime, huevón, ¿dónde tienes escondidas las armas?! –lo increpaba una y otra vez González entre gritos y culatazos. Juan, el alegre campesino de sueños libertarios, solo tenía consigo un hacha y un cuchillo verijero. Pasaron los minutos y el cabo perdió la paciencia. Ordenó a Juan Bautista correr a campo traviesa. El joven se resistió. No era difícil suponer que si se alejaba de la patrulla le podían disparar. González insistió, impaciente: -¡Corre, mierda! Juanito nuevamente no obedeció la orden. El cabo lo empujó con violencia. El campesino no tuvo más opción que alejarse al mismo tiempo que González Andaur daba la orden a sus soldados. Los conscriptos abrieron fuego apuntado al aire. González, con feroz e incansable terquedad, nuevamente gritó a Juan que se alejase corriendo. Esta vez sería la última. Con frialdad, el cabo tomó su arma y sin miramientos le disparó al joven por la espalda, y al mismo tiempo reiteró su orden a los conscriptos de abrir fuego. Al recibir la estampida de balazos de fusil, Juan se desplomó boca abajo. El cabo González con tranquilidad se acercó, lo volteó y le dio un último disparo luego de comprobar que Juan Bautista aún estaba con vida. –¿Ven? Así se hace –ostentó con la convicción de verdugo experto. Subieron el cuerpo a la carrocería del camión para trasladarlo a Coyhaique. Lo dejaron en el suelo y lo taparon con una frazada. Los conscriptos iban sentados con sus pies apoyados sobre el tibio cadáver. González estaba satisfecho, había cumplido su misión y les había enseñado a los soldados cómo se debía tratar con el enemigo. –Acostúmbrense a oler y a impregnarse de la sangre del ejecutado –les dijo a los soldados. Al llegar al regimiento, la patrulla fue recibida por el capitán Joaquín Molina. El cabo González, orgulloso de su hazaña, informó a su superior que la Historias de ausencia y memoria
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misión estaba cumplida y que la persona venía muerta, tal como se le había solicitado. El ocial lo felicitó con efusividad, y luego iría él mismo a informar al todopoderoso Gordon sobre los avances en la eliminación de los opositores. Molina se dirigió a los soldados: –Ustedes, pico de pato –les dijo a modo de advertencia mientras hacía un gesto con la mano a la altura de su boca como sellándola. * A eso de las 14:30 horas del miércoles 10 de octubre Herminda salió de su casa a buscar agua. A no más 500 metros del lugar, su hermano menor Juan se encontraba trabajando en la madera para su construcción. Repentinamente, escuchó unas fuertes detonaciones a lo lejos. Su mente, acostumbrada a la inalterable tranquilidad del campo, fue incapaz de imaginar la terrible escena que unos metros más allá se llevaba a cabo, por lo que construyó su propia explicación lógica. “Debe ser el sonido de la madera al ser descargada del camión”, se dijo. Más tarde, su marido, Fernando, al llegar a casa le comentó que había visto las huellas de un vehículo grande. Conversando, llegaron a la conclusión que debió tratarse del camión con la madera para la casa de Juanito. Al día siguiente, luego de la visita de su hermano Felidor, su marido le comunicó que Juan Bautista había sido asesinado por unos militares. Y vino el más grande dolor. Herminda rompió en amargo llanto. Juanito, el hermano que crió, cuidó y amó como a su propio hijo desde que tenía un año de edad, no podía irse así. Él era un niño bueno, trabajador, cariñoso e inofensivo. Se preguntaba, sin hallar respuesta, ¿qué cosa tan mala podría haber hecho su hermano para que lo asesinaran de una forma tan cruel? Si de algo se le acu saba, ¿por qué no se le juzgó y se le reconoció su derecho a defenderse como se hace con todos los seres humanos? ¿Por qué se le mató así, como si su vida no valiera nada? Ese mismo día Fernando y Felidor se dirigieron al Regimiento N° 14 y a las comisarías, principales centros de detención, en busca de información o algún indicio sobre Juan. Se sabían desamparados, eran solo unos campesinos, no tenían a quien recurrir ni dónde reclamar justicia, y el ambiente en las calles del pueblo era más que hostil. Se habían implementado puestos de control militar en distintos puntos de la ciudad. Coyhaique era más pequeña y aislada que en la actualidad, gobernaban los militares, los mismos que habían dado muerte a su hermano y tenían a toda la población atemorizada. En las veredas se respiraba el miedo y desconanza. Pero el amor por su ser querido y la dignidad aprendida de sus padres les dio la fuerza y el coraje 66
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para persistir en sus averiguaciones. Luego de deambular sin respiro, y ante las insistentes gestiones, Felidor encontró el cuerpo de su hermano menor en la morgue del Hospital de Coyhaique. No hubo forma de que los militares les negaran el brutal crimen o que hayan podido ocultar el cuerpo. Felidor sabía, con la certeza que proviene de su corazón, que no lo perdería dos veces y estaba dispuesto a no moverse hasta que le devolvieran el cuerpo de su hermano. A los soldados poco parecía importarles la determinación de Felidor pues sabían que podían seguir actuando en impunidad. Las autoridades les permitieron ver el cadáver junto a Paulo Saúl Vásquez, el marido de una prima. Al ver en las condiciones en las que se encontraba el delgado cuerpo sin vida del Güite , los hombres se conmovieron. Fernando recuerda que por lo menos tenía 14 oricios producto de los impactos de bala, y se notaba que le habían disparado por la espalda. Tenía el tórax casi destruido. El certicado de defunción señalaba la causa de muerte: “Impartida por la autoridad militar–herida a bala”. María Magdalena Vera Cárcamo era la hermana más cercana en edad a Juanito. Tenían solo un año de diferencia, por lo que juntos compartieron innumerables momentos y aventuras de infancia en los extensos campos, lomas y montañas del fundo “El Mirador”. Trabajaba en esos años como asesora de hogar en Coyhaique. El día 12 de octubre recibió sorpresivamente en su lugar de trabajo la visita de su vecino, Luis Millar Aguilar, quien le comunicó lo ocurrido a su hermano. María no podía creer lo que Millar le relató. Sintió un profundo dolor, pero igual se unió a Felidor y a sus cuñados en la morgue. Pero alí a ella los encargados no le permitieron ver el cuerpo de su hermano. En la morgue, un militar con desprecio, frialdad y prepotencia les ordenó bajar de un camión la urna rústica, de madera sin pulir, pintada con alquitrán, y meter al difunto al interior de ella. Como Juanito era muy alto, el ataúd le quedó chico y tuvieron que acomodar el cuerpo un poco doblado. Los militares les impidieron vestir el cuerpo; solo pudieron envolverlo en una frazada. María Magdalena, Felidor, Fernando y Paulo fueron trasladados, junto al cuerpo de Juan, en un camión militar con destino al cementerio del Claro, en las afueras de Coyhaique. En todo momento fueron amenazantemente apuntados por los soldados que los custodiaban, por lo que hicieron el viaje en silencio y cabizbajos. El cuerpo, como otros, sería inhumado de manera ilegal. Cuando llegaron al cementerio, a punta de fusil, entre gritos, empujones y culatazos, se les ordenó a los mismos familiares cavar una fosa poco profunda y enterrar rápidamente la urna con el cuerpo de Juanito. Al terminar, les negaron el Historias de ausencia y memoria
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derecho a poner cruz ni lápida, ni en ese momento ni después. Antes de irse los uniformados advirtieron a los Vera Cárcamo que no volvieran y les dieron cinco minutos para desaparecer del lugar, sino “les vamos a correr bala”, amenazaron. María observó muy bien el sitio y buscó algún referente que le permitiese reconocer más tarde donde quedó sepultado su hermano. La determinación de esos hermanos que apenas tuvieron noticias de su muerte que Juan Vera Cárcamo no se convirtiera en uno más de los detenidos desaparecidos. * Diez días más tarde, apareció la versión ocial en el diario El Llanquihue de Puerto Montt. La información emitida por la autoridad militar señalaba que se había dado muerte a un “activista de extrema izquierda”, ya que “intentó agredir a los funcionarios militares con un hacha” y que éstos procedieron al uso de sus armas. El artículo también lo sindicaba como guardaespaldas de Juan Morales Landeta, otro supuesto “activista de extrema izquierda”. Por su parte, Sofía Vera Cárcamo vivía en un asentamiento ubicado en el sector de Ensenada Calle Simpson. Estaba casada con Miguel Cumian González, un dirigente agrícola con quien tenía cuatro pequeños hijos. La pena de Sofía fue tan grande como la de sus otras dos hermanas. Desde entonces ha vivido un punzante dolor del que nunca pudo reponerse y que se acentuó el día en que su marido murió en extrañas circunstancias. Un día que Miguel se trasladó a la ciudad, en horas de la noche cinco hombres lo asaltaron y golpearon con brutalidad hasta dejarlo inconsciente. No pudo reconocerlos porque estaban encapuchados. Más tarde, y luego de agonizar durante varios días en el Hospital de Coyhaique, falleció el 5 de enero de 1979 producto de la golpiza recibida. La familia nunca presentó la denuncia, pues después de lo vivido con Juan Bautista poca conanza quedaba en la justicia. Se vivían tiempos de abuso e impunidad. A pesar de la advertencia, los hermanos Vera Cárcamo siempre regresaron al cementerio del Claro. Elegían momentos de auencia de gente, para con fundirse entre la muchedumbre. Se acercaban tímidamente, temiendo ser vigilados, y poco a poco fueron poniendo nuevas señales sobre el montículo de tierra. Al inicio delimitaron la fosa con palitos y piedras, pues tenían presente la prohibición de los militares de poner una cruz. Después fueron haciendo pequeños arreglos en la tumba y, con el pasar del tiempo, hicieron un cerco alrededor de la sepultura. Sin embargo, debieron esperar hasta bastante después de recobrada la democracia para buscar justicia. Recién en marzo de 2012 el ministro en visita 68
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Luis Sepúlveda Coronado decretó la exhumación del cuerpo desde el cementerio Río Claro de Coyhaique, con el objetivo de enviarlos a Santiago al Instituto Médico Legal. Estos peritajes lograron corroborar la identidad de Juan Bautista Vera Cárcamo y las causas y circunstancias de su deceso. A pesar del tiempo transcurrido, sus hermanas, ya ancianas, mantienen sus recuerdos nítidos y el dolor intacto. Han hecho su vida con la herida siempre abierta y la pena constante. Sus ojos claros se humedecen cada vez que recuerdan al querido hermano menor. Su mayor anhelo todos estos años ha sido poder realizar un funeral como corresponde y darle cristiana sepultura, como Juan se lo merecía. Finalmente, a más de 40 años desde su muerte, los restos fueron devueltos a la familia a mediados del año 2014. Después de una larga espera por n pudieron ofrecerle a su hermano y tío un velatorio y funeral de acuerdo a sus creencias religiosas. Esta vez fueron sus familiares quienes escogieron el lugar donde descansarán para siempre sus restos; el lugar escogido fue el cementerio de Villa Frei, en las cercanías de Coyhaique. Su alma ya podrá descansar en paz, susurra Sofía con la voz quebrada. No obstante, más allá de los resultados de la investigación, el esclarecimiento de la verdad y el enjuiciamiento de los responsables, éstos han vivido su vida entera sin castigo, como si fueran ciudadanos respetables. Más de alguna vez hermanos y sobrinos de Juan Bautista se han encontrado con González, el entonces cabo que dirigió la matanza, caminando libremente por la ciudad de Coyhaique. Para ellos los años de impunidad han sido una herida abierta. El 28 de abril de 2011 ingresó una querella al Primer Juzgado de Letras de Coyhaique por los delitos homicidio de Juan Bautista Vera Cárcamo y otra por asociación ilícita, en la Fiscalía Judicial de la Corte de Apelaciones de Santiago. La causa atualmente se encuentra en etapa de sumario y t iene a cinco procesados: Juan José González Andaur, Tomás Ernesto Paredes Venegas, Luis Fernando Klenner Cofre, José Sergio Silva Gutiérrez y Luis Octavio Loi Gómez, acusados como autores del delito de homicidio calicado, cometido en la persona de Juan Bautista Vera Cárcamo: el bueno de Juanito.
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5/ El regidor de Puyuhuapi [Elvin Altamirano Monje]
Elvin Altamirano y su esposa Lidia Fuentes en un viaje a Santiago.
Sentada en la ocina de entrada de la comisaría de Puerto Aysén, Lidia Fuentes Acuña divisó fugazmente la robusta e inconfundible gura de su marido, el regidor Elvin Altamirano Monje, en el pasillo que daba a los estrechos calabozos del centro policial. Él no la vio y ella no imaginó que sería la última vez que vería con vida al padre de sus hijos. Se conocieron cuando ella tenía 14 años. Sus padres la enviaron junto a su hermana Leontina a cursar los estudios básicos en la escuela de Puerto Cisnes. Las casualidades del destino la dejaron como pensionista en la casa de la familia Altamirano Monje. En esa época, Elvin pronto cumpliría los 18 años y mientras ella vivió en su casa tuvieron un corto, secreto y adolescente noviazgo que se resumió a algunas conversaciones, miradas y recaditos. Todo se terminó al año siguiente cuando Lidia cumplió 15 años y, debido a los aprietos económicos de su familia, la mandaron a buscar para que ayudara a trabajar el campo ubicado en las cercanías de Puyuhuapi. A su vez, Elvin partió a cumplir con su servicio militar. Durante años no se vieron ni hablaron y cada uno siguió con su existencia sin sospechar lo que más adelante les tocaría vivir. La vida en la Patagonia nunca ha sido fácil y el matrimonio conformado por Roberto Fuentes y Juana Acuña no era la excepción. Tuvieron doce hijos, de los cuales sobrevivieron ocho. En un principio –antes de adquirir sus tierras en Puyuhuapi– trabajaban errantes por los campos. Roberto cuidaba ove70
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jas en la estancia Río Cisnes y Juana cuidaba a los niños de los estancieros. Las necesidades eran muchas, y por eso algunos de sus hijos andaban descalzos, pero nunca les faltó el alimento. Lidia solo conocería el fantasma del hambre después de que repentinamente se transformara en una joven viuda madre de cinco pequeños. La familia de Elvin Altamirano también se dedicaba a las arduas labores del campo. Alfonso, su padre, trabajaba para los colonos alemanes y su madre se dedicaba a otras tareas también rurales y de los hijos. Al correr algunos años –mientras Lidia trabajaba en el predio familiar y un veinteañero Elvin se dedicaba a ayudar a sus padres– los jóvenes se reencontraron. El que creían un romance olvidado, renació. Ella vivía en Puyuhuapi y él en Puerto Cisnes, por lo que no se podían ver muy seguido y el escaso contacto se restablecía cuando Elvin le enviaba una carta con algún viajero. Un día Lidia recibió la misiva que le cambiaría el destino. Su novio la pediría en matrimonio. Al poco tiempo la fue a buscar y rápidamente, sin mayores trámites, se casaron el 5 de septiembre de 1964. Ella tenía 23 años y él 26. Los recién casados se instalaron cerca de la residencia de los padres de Lidia en Puyuhuapi. Para los años 70 solo se podía llegar al poblado por vía marítima. El pueblo había sido levantado en la década de 1930 por un puñado de colonos, principalmente alemanes, que luego de entusiasmarse al leer de los viajes de Hans Steen, y aprovechando las regalías que proporcionaba el Estado chileno, llegaron a la desmembrada costa aysenina buscando una nueva vida. Así fue como Otto Uebel, Karl Ludwig, Walter Hopperdietzel y Ernesto Ludwig, movidos por la aventura y el temor a la guerra, viajaron al n del mundo, apoyados por el explorador Augusto Grosse. El lugar elegido fue una pequeña, deshabitada y protegida bahía ubicada al norte del ordo Puyuhuapi. En un principio, la tarea de instalarse resultó ser demasiado dicultosa. El sitio estaba muy aislado, el clima era lluvioso y el terreno inhós pito. Demoraron años en despejar la tierra de la exuberante vegetación de un profundo verde perenne que llegaba hasta la misma playa. Para cuando Elvin y Lidia se habían casado, la villa de Puyuhuapi, a pesar de su aislamiento y de sus pocos años de existencia, ya era una pequeña pero próspera población que contaba con una lechería, un aserradero, un almacén y una prestigiada fábrica de alfombras. La mayor parte de su fuerza trabajadora provenía de Chiloé y se dedicaban a la navegación, el trabajo en madera, la pesca y la ganadería. Como era de esperarse, la joven pareja al poco tiempo trajo al mundo a su primogénito. El 10 de noviembre de 1965 Lidia dio a luz a un niño al que llamaron César Elvin. Luego le siguieron Mariluz del Carmen, Patricia VeróHistorias de ausencia y memoria
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nica, Juana Verónica y Jaime Hipólito. En un principio la joven familia se instaló a trabajar un pequeño campo ubicado en el valle del César. Los padres de Lidia les dieron algunos animales para empezar. Fue por esa época en que se empezó a concretar el interés de Elvin por los temas sociales al ser elegido presidente de la junta de vecinos de Puyuhuapi. Lidia no estaba totalmente de acuerdo. Creía que su marido perdía oportunidades de trabajo por la política, como le sucedió con un puesto que le ofrecieron en la ocina de correos. Pero Elvin no consideró ni la oferta laboral ni la opinión de su esposa. Su nueva pasión fue mucho más fuerte. Cada vez se interesaba más por los asuntos sociales. Comenzó a militar en el Partido Socialista y luego fue elegido regidor de Puerto Cisnes. Como representante socialista en el municipio, Elvin tomó su labor con tanta seriedad que su labor de campesino pasó a un segundo plano. Se apasionó con su nueva tarea. Periódicamente se contactaba por correspondencia con las autoridades del gobierno de la Unidad Popular. Viajaba de manera constante a Coyhaique a realizar gestiones, incluso llegó por lo mismo a via jar junto a Lidia a Santiago. Para Elvin y Lidia la elección de Salvador Allende como Presidente fue un jolgorio. Entonces el recién electo regidor trabajó con más ahínco por su gente pues lo imbuía el sueño de cambiar el país. Tardes completas se dedicaba a redactar cartas y documentos que enviaba a Santiago y a Coyhaique para gestionar mejoras para los pobladores. Elvin creía que Puyuhuapi debía tener un acceso terrestre y todas las condiciones de un pueblo civilizado. Se reunía día a día con la gente del pueblo para trabajar en estas mejoras y era muy respetado como líder. El aislamiento en el que se vivía en esos parajes impedía calibrar la efervescencia que se fraguaba en el centro del país, pero Lidia comenzó a sospechar que las cosas no andaban bien un día al escuchar las informaciones que se emitían por la radio. Oyó que un partidario del gobierno habría sido torturado por un grupo de ultraderecha. Espantada por la noticia, temió por su marido y le habló con el n de persuadirlo en dejar la política: –Está mala la cosa, Elvin –le advirtió–. Mira lo que están haciendo los otros: quieren agarrar el mando y derrocar al Presidente. –¡Es que tú estás en contra de Allende!– le contestó molesto el marido regidor. Lidia entendió que no iba a poder hacer cambiar de idea a su esposo, así que dejó de hacer comentarios y se quedó con la muda esperanza de que ojalá sus miedos no se volvieran realidad. 72
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* Para octubre de 1973 Elvin llevaba varios días detenido en Puerto Aysén. Pocos después del golpe militar, durante la madrugada del 22 de septiembre, una patrulla de Carabineros de la Tenencia de Puerto Cisnes –conformada por Enrique Stange Dietz, Luis Oyarzo y César Letelier– llegó en lancha a la casa de la familia Altamirano Fuentes, ubicada en el sector del Paso Guacolda, a ocho kilómetros de Puyuhuapi. En el lugar encontraron solo a Lidia y a sus cinco pequeños hijos. Tras registrar la casa y las inmediaciones, se embarcaron rumbo a Puyuhuapi para buscar al regidor entre sus parientes y conocidos. Ya en el pueblo, y dando violentas patadas, los carabineros Stange y Letelier abrieron la puerta de entrada de la casa del hermano de Elvin, Víctor Altamirano Monje, quien estaba con su mujer, Leontina Fuentes Acuña (también hermana de Lidia), ubicada en calle Circunvalación esquina Juan Pedro LLautureo. Eran las ocho de la mañana y el matrimonio se encontraba en la cocina conversando y tomando mate con la persona buscada: el regidor mismo. Al interior de la casa, los carabineros los apuntaron con sus fusiles y de inmediato se abalanzaron sobre Elvin para detenerlo a punta de golpes con sus lumas. El regidor en ningún momento opuso resistencia. Lo registraron buscando armas y, no encontrando nada, a empujones lo sacaron hacia la calle. Leontina no lo pensó un minuto y los siguió. Su cuñado caminaba apuntado por detrás en dirección al muelle del pueblo. Luego de media cuadra de camino, la mujer decidió volver a su casa a cambiarse de ropa. Cuando volvió, su esposo estaba inmóvil preso del miedo. Le aterraba que lo detuvieran, razón por la cual no se atrevió a salir tras su hermano. Leontina, lo más rápido que pudo, se arregló y salió nuevamente de su casa en dirección al muelle, pero la lancha que llevaba a su cuñado ya había partido. * César Altamirano Fuentes tenía ocho años la última vez que vio a su padre con vida. Cerca del medio día se encontraba con su madre cerca de la entrada de la casa en el paso Guacolda. A unos cien metros ambos divisaron la embarcación Indap IV, y de lejos pudieron distinguir la gura de Elvin erguido, con las manos hacia atrás, seguramente amarrado a la baranda de la cubierta. El chico reconoció la vestimenta de su padre: su pantalón gris y el suéter de lana de oveja que le había tejido Lidia. Nunca supieron si Elvin los vio a lo lejos. Ninguno de los tres hizo un gesto o dijo nada. Los temores de Lidia se habían hecho realidad. Sabía que a su marido lo Historias de ausencia y memoria
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podían detener por su condición de regidor y por su militancia en el Partido Socialista. También estaba el antecedente de que meses antes del Golpe el regidor acusó de contrabando al encargado de la Tenencia de Carabineros de Puerto Cisnes, el teniente Miguel Ángel Rojas Quiroga. Elvin Altamirano sostenía que esta actividad ilícita perjudicaba a los lugareños y en su calidad de regidor no avalaría alguna práctica que menoscabase la ya difícil vida de la gente de su aislado pueblo. La denuncia motivó el traslado del teniente Rojas Quiroga a la comisaría de Puerto Aysén: allí se encontrarían. Elvin Altamirano estaba consciente de todo aquello. Había sido llamado por bando a presentarse ante las nuevas autoridades y por todo Puyuhuapi se rumoreaba que irían tras él y habría represalias. Sus familiares y amigos le aconsejaron que huyera hacia Argentina. Sin embargo, decidió permanecer junto a su familia pues consideraba que nada tenía que esconder porque nada malo había hecho. Se quedó en su casa, escuchando por onda corta Radio Moscú, medio que comenzó a transmitir el mismo 11 de septiembre, desde la Unión Soviética, los horrores de la instalación de nuevo régimen militar. Recientemente conscada por militares, la lancha Indap IV tenía como patrón al funcionario de Indap Osvaldo Miranda Díaz y como motorista a Pedro González Goio. También iban a bordo los carabineros que custodiaban a los detenidos con destino a Puerto Cisnes. En esta condición estaban, además del regidor Altamirano Monje, los vecinos de Puyuhuapi Froilán Granadino Mayorga, Leoncio Llana, Sergio Osses, Gerardo Torres, Tulio Oyarzo y otros acusados de izquierdistas. Para ese entonces, la Tenencia de Puerto Cisnes se encontraba a cargo del sargento Luis Pineda Muñoz, de cuya autoridad dependía también la municipalidad y la subdelegación. Luego de navegar unas horas llegó al muelle la lancha Indap IV con los detenidos provenientes de Puyuhuapi. En el pueblo ya se había esparcido el rumor de que había llegado una embarcación con detenidos, entre los que se encontraría el regidor Elvin Altamirano. Ante los murmullos, Juvenal Nieto, marido de la hermana del regidor (María Altamirano Monje), fue a consultarle al subocial Pineda por la presencia de su cuñado. El sargento, sin dar mayores explicaciones, señaló que efect ivamente Elvin estaba detenido y lo dejó hablar con él un momento. El regidor se encontraba tranquilo, no había sido agredido durante el viaje y tenía la esperanza de que todo se terminara en poco tiempo. En Puerto Cisnes también esperaban otros detenidos: Humberto Cordano, Guido Gómez, Armando Antiñanco y Luis Adasme Román. Todos fueron embarcados junto a los prisioneros provenientes de Puyuhuapi en el navío de la Empresa Marítima del Estado con nuevo personal de custodia y con des74
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tino a Puerto Chacabuco. Los prisioneros iban custodiados por carabineros armados hasta los dientes, por lo que ni Juvenal ni nadie pudo comunicarse con alguno de ellos. Luego de unas horas, el barco llegó a Puerto Chacabuco. Cerca del muelle, los esperaba un camión del Ejército al que rápidamente fueron subidos para perderse en el camino que une Chacabuco con Puerto Aysén. Por esos días la comisaría de Carabineros de la ciudad porteña guraba con una híbrida organización compuesta por personal de Carabineros y del Ejército de Chile. La dependencia estaba bajo el mando del capitán de Ejército Aquiles Vergara. También eran parte del sta el teniente de Carabineros Mi guel Ángel Rojas Quiroga y una serie de soldados, entre los destacaría José Maricahuín Carrasco. La bienvenida a los prisioneros fue un indicio de lo que signicaría su estadía en la comisaría de Puerto Aysén. De inmediato fueron recibidos a golpes por un subocial de Carabineros de apellido Tomkowiack. El sujeto, que destacaba por su contextura alta y gruesa, les propinó palizas a los recién llegados manifestando una simple y personal razón: –Por culpa de estos comunistas de mierda estoy de turno –dijo con rabia. Muy a su pesar, Elvin se encontró en la comisaría con el ex jefe de la Tenencia de Puerto Cisnes, teniente Miguel Ángel Rojas, quien estando en una posición de poder omnímodo le amenazó en presencia del resto de los detenidos. –Ahora arreglaremos las cuentas pendientes... Luego de las primeras golpizas, los detenidos fueron ubicados bajo la vigilancia de jóvenes conscriptos en los estrechos calabozos de dos metros cuadrados de la unidad. La comisaría era una especie de casona de madera de un piso con una ocina de recepción, un pasillo largo que conducía a los calabozos y unas caballerizas en el patio de atrás. El sitio era pequeño, por lo que pronto se generó una condición de hacinamiento entre los detenidos por delitos comunes de carácter común, los prisioneros políticos y los que habían sido arrestados en toque de queda. Para el personal de la comisaría, Elvin Altamirano y sus compañeros eran sospechosos de esconder armamento en Puyuhuapi y de planicar un ataque a las nuevas autoridades militares. Con regularidad el regidor fue torturado para dilucidar el destino de las supuestas armas. Según recordaría Granadino, que fue su compañero de cautiverio, la acusación que pesaba sobre ellos era que habían recibido y escondido armas de fuego entregadas por el intendente de Aysén, Norberto Añasco Ruiz. Historias de ausencia y memoria
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En general, las declaraciones eran tomadas por el teniente Rojas y el teniente coronel Juan Alberto Pradel Arce, subprefecto de la Prefectura de Puerto Aysén. En medio de los interrogatorios, una noche los prisioneros escucharon con nitidez los gritos del regidor de Puerto Cisnes desde el sector de las caballerizas: –¡Mátenme conchas de su madre! –¡Para eso te trajimos, huevón! –respondía su verdugo. Adolfo Osses compartió unas semanas la celda con Elvin. El sistema carcelario era sencillo: los mantenían con grilletes en las manos, la mayor parte del tiempo unidos a un compañero. Osses estaba atado a Gerardo Torres y Elvin a Llana. Cuando querían interrogarlos, los llevaban a las caballerizas de la comisaría, ubicadas al nal del recinto. Esta tarea estaba a cargo de Rojas Quiroga y de Aquiles Vergara Muñoz. Adolfo Osses recordaría después el lamentable estado en el que quedaba Elvin Altamirano tras las múltiples jornadas de torturas. Lo devolvían muy herido al calabozo –algunas veces inconsciente–, con un ojo en muy mal estado y, al parecer, una muñeca fracturada pues se quejaba constantemente de dolor y de no poder moverla. Mientras Elvin soportaba el tormento de las torturas, su esposa Lidia también comenzó a vivir un calvario que duraría décadas. Luego de que lo arrestaran, tuvo que esperar ocho días para poder abordar la siguiente em barcación hacia Puerto Aysén. Dejó a los cinco niños a cargo de su hermana Leontina, preparó una muda de ropa para su marido y llenó una malla de comida para llevarle. Después de horas de viaje en barco, nalmente Lidia desembarcó en Puer to Chacabuco y se presentó en el recinto policial de Puerto Aysén. Los cara bineros de la guardia le corroboraron que su marido estaba detenido en la unidad, pero no la dejaron verlo aunque aseguraron que le harían llegar la ropa y la comida que ella le había llevado. Lidia no tuvo más remedio que volver a la villa resuelta a insistir hasta poder ver a Elvin. Durante las siguientes semanas Lidia repitió varias veces el viaje entre Puyuhuapi y Puerto Aysén. A todas sus preocupaciones, se sumaban las penurias económicas. Apenas contaba con los recursos para alimentar a los niños y los constantes viajes la tenían sin recursos. A pesar de ello, continuó preocupada de su esposo llevándole periódicamente comida y ropa limpia. El personal de la comisaría nunca la dejaría ver a su marido. Aunque en una de esas visitas lo divisó caminando al fondo del largo pasillo que conducía a los calabozos. Esa imagen le quedaría para siempre: era la última de 76
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su marido vivo. Recordaría también la tensión que se respiraba en la unidad policial, y la hostilidad, desprecio y prepotencia del personal que la recibía en sus visitas. Paulatinamente, los prisioneros fueron trasladados a la cárcel de Puerto Aysén y otros quedaron en libertad. Sin embargo, el regidor de Puerto Cisnes siguió detenido. Los acontecimientos dieron un giro abrupto cuando el 16 de octubre de 1973 el diario La Prensa Austral de Punta Arenas tituló: “Ultimado en Aysén ex regidor del PS que emprendía fuga”. La noticia se esparció veloz por la región. Leontina Fuentes escuchó sobre la violenta muerte de su cuñado por la radio y le comunicó a su marido la mala nueva. De inmediato, éste le contó a la joven viuda, quien al recibir la noticia quedó devastada, pero de inmediato la rabia se apoderó de ella al recordar el cinismo del carabinero que la había atendido el día anterior en la Comisaría de Puerto Aysén. El funcionario recibió la comida y la ropa que regularmente ella llevaba con mucho esfuerzo prometiendo entregársela al detenido. Con impotencia, Lidia cayó en la cuenta que, para ese entonces, su marido ya había sido asesinado. * Las circunstancias de muerte de Elvin Altamirano Monje son inciertas hasta nuestros días. La versión ocial de los efectivos uniformados consistió en que el regidor fue ultimado al intentar fugarse cuando era trasladado hacia Coyhaique. Según el mayor de Carabineros Ríos Letelier, el nuevo intendente de la dictadura (Humberto Gordon Rubio) ordenó enviar al prisionero al Comando Militar de Coyhaique. Según las autoridades militares, en el sector del Balseo, ubicado en el kilómetro 20 del camino Aysén-Coyhaique, el vehículo militar que realizaba el traslado habría sufrido un desperfecto mecánico por lo que se tuvo que detener. En ese instante Elvin Altamirano habría intentado huir de sus captores, por lo que la patrulla no tuvo más opción que dispararle, muriendo el prisionero en el acto. Para la familia, amigos y conocidos ésta fue la única versión de los sucesos que tuvieron por mucho tiempo. Sin embargo, ante la presencia de otros testimonios y antecedentes, surgió la tesis consistente de que fue sacado de un calabozo de la comisaría para posteriormente ser llevado a las caballerizas y, encontrándose indefenso e incomunicado, fue ejecutado mediante el uso de armas de fuego. El certicado de defunción proporcionó algunos antecedentes. Según el documento, Elvin Altamirano habría fallecido el 12 de octubre de 1973 a la 20:45 horas por una “anemia aguda, herida por proyectil”. El joven padre de Historias de ausencia y memoria
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familia tenía solo 34 años y cinco niños que criar. Respecto a los culpables de la ejecución, una nebulosa de posteriores declaraciones aún no ha dado claridad de quién fue el asesino. * El cementerio de Puerto Aysén se encuentra a las afueras, en el sector de Aguas Muertas. Caminando por el terreno irregular del camposanto, Lidia Fuentes, su hermana Elisa, su suegro Alfonso Altamirano y sus cuñados Santos, Silvia, María y Juvenal, buscaron la fosa común en la que estarían los restos de Elvin. Los acompañaron también dos funcionarios municipales y un carabinero que los llevó hacia un montículo de tierra sin ninguna identicación. Finalmente, luego de casi dos meses de gestiones, los familiares del regidor podrían darle sepultura. Al enterarse de la muerte de su marido, Lidia se presentó lo más rauda que pudo en la unidad policial para exigir el cadáver del padre de sus hijos. Ahí le conrmaron que Elvin ya estaba sepultado en una fosa común del cementerio de la ciudad. No le dieron más detalles del lugar exacto. Lidia volvió a Puyuhuapi a comunicarle lo sucedido a la familia de Elvin. Después de innumerables gestiones de parte de toda la familia, Silvia Altamirano consiguió hablar con el intendente subrogante en la inauguración del Aeródromo de Puerto Cisnes, a quien le solicitó la devolución del cuerpo de su hermano. Con la autorización verbal de este funcionario, en diciembre de 1973 acudieron al cementerio para recuperarlo. Luego de pagarles a los dos panteoneros para que excavaran la fosa, nalmente encontraron el cuerpo de Elvin a poca profundidad debajo del montículo de tierra que había señalado el carabinero. El olor a putrefacción era tan penetrante que uno de los funcionarios municipales no soportó el hedor y tuvo que retirarse. Los asistentes lo reconocieron de inmediato, a pesar del estado de descomposición. Se encontraba sin ataúd, boca abajo, semidesnudo, vestía solo un pantalón y con ambos brazos hacia atrás. Al voltearlo se dieron cuenta de que le faltaba un ojo y que se encontraba por completo golpeado. Encima del cuerpo, estaba el resto de sus ropas: una camisa, un suéter azul que le había tejido su esposa, calcetines y sus zapatos café, que tenían unos elásticos. Con rapidez lo pusieron en un ataúd, lo enterraron en la misma fosa y le incorporaron una cruz.
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* Luego de perder al padre de familia, la situación para los Altamirano Fuentes se complicó en todos los sentidos. Durante meses fueron sorpresivamente allanados por carabineros durante las noches. Decían que continuaban buscando el supuesto arsenal que escondía el regidor socialista en su predio, pero la violencia con que el mayor de los niños, César Elvin, recordaría después los procedimientos policiales se explicaban más bien como una suerte de amedrentamiento hacia ellos. De manera intempestiva ingresaban a la casa y daban vueltas a los niños con colchón y todo para buscar lo que se sabía no existía. Con frecuencia además los pequeños mientras jugaban escuchaban los silbidos de las balas que disparaban los efectivos en las cercanías de la casa. Durante la dictadura, los niños Altamirano Fuentes sufrieron también una serie de situaciones discriminatorias. Algunas veces en el colegio no les repartían benecios como zapatos y útiles escolares por ser “hijos de comunis ta” y mucha gente del pueblo los ignoró por mucho tiempo. Pasaron de ser los hijos de una autoridad, como lo era un regidor, a ser los hijos de un subversivo muerto. Para Lidia, sacar a su familia como viuda signicó años de esforzada lu cha. Por tanto viaje a Puerto Aysén se descuidaron sus animales, que terminaron muriendo, por lo que tuvo que concentrarse en trabajar y producir para alimentar a sus hijos. Para llevar a los niños al colegio debía remar sola su bote durante horas los ocho kilómetros de distancia que separaban su casa del Puyuhuapi. Recién en el año 2004 el cuerpo de Elvin Altamirano Monje pudo ser trasladado al cementerio de Puyuhuapi para ser sepultado junto a sus familiares. En la actualidad se está realizando una investigación judicial para acreditar a los culpables.
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6/ El universitario coyhaiquino [José Luis Felmer Klenner]
A la derecha, José Luis Felmer Klenner.
“Pepe preso en Puerto Montt, me estoy preocupando. Mila”. Con estas pocas palabras Jovita Klenner pudo comprobar el paradero de su hijo José Luis. El mensaje era un telegrama de servicio extra rápido enviado por su hermana desde Puerto Varas y fechado el 14 de octubre de 1973. Las noticias eran terribles, por lo que Jovita se preparó de inmediato para viajar desde su casa en Coyhaique a Puerto Montt para poder ver a Pepito y solicitar su libertad. José Luis Felmer Klenner, Pepe o Pepito , como lo llamaban cariñosamente sus familiares y amigos, en 1973 tenía 20 años y estudiaba agronomía en el campus Chillán de la Universidad de Concepción. Era el tercero de cuatro hermanos; los mayores eran Harold y Mario y la pequeña de la familia era Marianela de 13 años. Pepe Felmer era un joven rubio, muy alto –medía aproximadamente un metro 98–, tenía ojos claros y, a causa de sus largas extremidades, era de andar desgarbado. Desde pequeño había sido tranquilo y muy alegre, sus compañeros de curso recuerdan que le gustaban las bromas y que siempre demostró tener un espíritu solidario. Muy inteligente y curioso, como estudiante siempre guró entre los mejores. Le gustaba la lectura, escuchar música y estar en casa con sus hermanos y amigos cercanos. Se caracterizaba por su sencillez para vivir, indiferente a los aspectos mundanos como el buen vestir: nunca le pedía a su madre que le comprara ropa o zapatos; Jovita tenía que renovarle sin aviso las prendas al 80
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ver a su hijo usando ropas estrechas y cortas. Sus padres, Carlos José Felmer Potho y Jovita Klenner, eran unos respe tados, valorados y muy activos vecinos de Coyhaique. Ambos eran conocidos en el ambiente político pues militaban en el Partido Radical. José Felmer padre era un ocial de Carabineros retirado que se dedicaba al comercio de la madera. Muchos recuerdan que fue fundador del pueblo de Futaleufú: cuando era un joven teniente, a nes de los años 20, Felmer se adentró a lomo de caballo en la inmensidad del bosque húmedo al este de Chaitén y, encomendando por un coronel de la misma institución, el intendente Luis Marchant González, instituyó el estratégico poblado que hoy es un reconocido polo turístico de aproximadamente dos mil habitantes. Jovita Klenner, su esposa, se desempeñaba como una destacada funcionaria del Hospital de Coyhaique. Los hijos del matrimonio tuvieron una infancia apacible y segura en una casa familiar de hermoso jardín –esfuerzo de Jovita– ubicada en calle Ignacio Serrano Nº 33, al llegar a Baquedano. A medida que los hijos fueron creciendo, una preocupación agobiaba al matrimonio Felmer Klenner, al igual que a otros padres de Coyhaique. Ante la falta de un liceo público, pues existía solo un incipiente liceo dependiente de la Iglesia católica, desde muy jóvenes los estudiantes que tenían las posibilidades dejaban sus hogares y a sus familias para viajar, por lo menos durante dos días, a alguna otra región, en general la actual de Los Lagos, para poder seguir con sus estudios secundarios. Harold y Mario tuvieron que tomar este camino y se fueron a cursar las Humanidades a casa de unos familiares en Puerto Varas. Ante esta situación José Felmer padre, junto a otras familias coyhaiquinas, comenzaron a realizar las gestiones para que la ciudad contara con su propio liceo y así los niños no se vieran obligados a dejar sus casas a tan corta edad. Muchos en Coyhaique aún recuerdan esta cruzada: los vecinos se comunicaron con las autoridades, viajaron a Santiago y se presentaron en el Ministerio de Educación; recorrieron casa a casa buscando a los adolescentes en edad de enseñanza secundaria para que la creación del plantel estatal se justicara. Incluso el matrimonio Felmer Klenner donó la madera necesaria para concretar la construcción del liceo. Finalmente, el año 1963 se fundó el Liceo Fiscal de Coyhaique, hoy llamado Josena Aguirre Montenegro. Varias de las familias que fueron parte de esta conquista también fueron perseguidas en dictadura como los Felmer. Entre ellas los Vidaurre, Neira, Bate-Peterson y los familiares de la primera rectora del establecimiento, Josena Aguirre. Acorde a los tiempos, la vida política era intensa, inclusive para los jóHistorias de ausencia y memoria
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Telegrama enviado a Jovita Klenner por su hermana.
venes estudiantes que rondaban apenas los 15 años. Muchos ya a corta edad tenían compromisos partidarios y se enfrentaban en largas discusiones donde primaban los argumentos, la tolerancia y el respeto a las ideas. “Jamás vi una pelea en serio o violenta”, recuerda Hernán Ríos, ex compañero de liceo de Pepe. Pepe egresó en 1970. Dentro de sus compañeros del Liceo Fiscal estaban los hermanos Memo (su mejor amigo) y Rodrigo Yoyo Cifuentes, además de Flavio Oyarzún Soto, quienes posteriormente ingresarían a las las del MIR. Era la época en que era común ver a jóvenes idealistas con un rme compro miso social. Con todo, esta sería una generación truncada con violencia: José Luis moriría con solo 20 años y Flavio Oyarzún desaparecería en Santiago junto a su esposa Cecilia Bojanic, quien estaba embarazada de cinco meses. Yoyo Cifuentes, luego de perder parte de su oreja a causa de las torturas, tampoco abandonó sus principios ante la brutal experiencia represiva. Con el tiempo se trasladó a El Salvador para seguir luchando por sus ideales hasta su último suspiro. Llegó a transformarse en un combatiente internacionalista falleciendo en 1988 en la guerrilla de ese país siendo hoy recordado como un 82
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héroe. Rodrigo Cifuentes eligió homenajear y perpetuar la memoria de su amigo Pepe Felmer, por lo que en la lucha era conocido con el alias de “José Luis, el chileno”. Pepe, mientras vivió en Coyhaique, antes de partir a estudiar a la universidad, siguió la senda política de sus padres, ingresando a la Juventud Radical Revolucionaria. En sus tiempos de liceo, los jóvenes vibraban con la Revolución Cubana, Fidel Castro y el Che Guevara. La lectura era de inspiración marxista, y tal vez el libro más valorado por ellos era el Diario del Che en Bolivia. Al mismo tiempo, hacían trabajos voluntarios en los sectores altos de Coyhaique. En esos lugares, codo a codo con los pobladores, los estudiantes levantaban casas y compartían esperanzas. En otras ocasiones pintaban consignas en las murallas de Avenida Ogana o hacían campaña para la senatoría de Salvador Allende. Es así como el compromiso y la conciencia social de la familia Felmer Klenner se traspasó a sus hijos, quienes fueron formados con profundos valores democráticos y de respeto por la dignidad humana. El verano de 1973 fue la última vez que la familia Felmer Klenner se reunió completa en la casa de Coyhaique. Marianela, la hija menor, vivía con sus padres; Harold trabajaba en el Servicio de Seguro Social de la ciudad; Mario estudiaba en la Universidad de Chile; y Pepe en la sede Chillán de la Universi dad de Concepción. Estos último viajaron a Coyhaique desde sus respectivas lugares de estudio para reunirse con la familia. La travesía se concretó con mucho esfuerzo económico por parte de sus padres, pues era muy costoso el traslado hasta Aysén. La situación del negocio familiar no era de las mejores. José padre había invertido casi todo su capital para importar unas maquinarias desde Alemania, pero desafortunadamente el negocio había derivado en pérdida total ya que los artefactos venían con fallas. * Cerca de la localidad de Fresia, en la región de Los Lagos, especícamente en el sector del Cañal, se ubicaba el Centro de Reforma Agraria “Luciano Cruz”, desde donde se coordinaban tres asentamientos, entre los que se encontraba el del fundo El Toro. El Toro no era productivo y había estado abandonado por mucho tiempo, razón por la cual nueve familias lo ocuparon con la determinación de comenzar a trabajar la tierra. Con el correr del tiempo, y luego de trabajar mucho, los campesinos consiguieron la regularización y apoyo de la CORA y para 1973 la tierra ya estaba produciendo. Las familias habían comenzado a surgir por lo que pudieron Historias de ausencia y memoria
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José Luis Felmer Klenner, de niño, con sus padres: Jovita y Carlos José.
acceder a maquinarias y animales. Como parte del proceso, las familias asentadas contaban con la presencia frecuente de jóvenes militantes que hacían labores de educación política y soporte técnico para la producción. Entre ellos se encontraba el estudiante de agronomía, y ya militante del MIR, José Luis Felmer Klenner. No obstante los avances, la llegada de los campesinos al fundo El Toro no fue muy bien recibida por algunos vecinos. Aunque eran terrenos scales, el dueño de las tierras contiguas, Evaldo Rehbein Neumann, decía ser propietario de los terrenos donde se encontraba el asentamiento. Sin embargo, mientras la CORA controlara la situación Rehbein poco y nada podía hacer en contra de los pobladores, aparte de protestar y manifestar su descontento a sus amigos y conocidos. Uno de los amigos de Rehbein era el teniente de Carabineros de Fresia René Isidro Villarroel Sobarzo, quien sería conocido más tarde como Juan Metralla debido a su brutalidad y mal trato que se acentuó cuando los uniformados tomaron el poder y el teniente era el mandamás de la localidad. El principal dirigente del asentamiento, Oscar Arismendi, mientras caminaba por el sector con sus hijos pequeños, el mismo día 11 de septiembre, se encontró de frente con el teniente Villarroel, quien no dudó en amenazarlo: –Te llegó la hora: así que ándate para tu casa y espérame ahí que te voy a llenar el trasero a balazos –le advirtió Juan Metralla. Pocos días después, el teniente Villarroel cumplió su promesa y apareció por el asentamiento de El Toro junto a los hijos de su amigo Evaldo Rehbein, Luis y Antonio, además de otros civiles. Todos estaban armados… y borra84
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chos. Buscaban a Óscar Arismendi y a los demás hombres, pero se encontraron solo con las mujeres y los niños, por lo que se retiraron despotricando amenazas. Desde ese día, se quedaron haciendo guardia en El Toro los hom bres y las mujeres con los niños se fueron a quedar en casas de familiares. En esta situación, de constante amenaza, se hallaban los campesinos cuando el 19 de septiembre llegaron al asentamiento José Luis Felmer, Mario Torres, Francisco Avendaño, José Cárcamo Garay y Mario Soto. En el fundo fueron bien recibidos y a nadie le extrañó la visita pues ya los conocían. José Luis Felmer era un militante comprometido, disciplinado, organizado e idealista, y lo fue desde la época en el Liceo Fiscal y de militancia en la Juventud Radical Revolucionaria. Luego, en la Universidad de Concepción, se había incorporado al Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), dirigido por líderes surgidos en esa misma casa de estudios. Por lo mismo, desde el 11 de septiembre esa universidad fue ocupada e intervenida por contingente militar. En ese complejo panorama, José Luis con algunos de sus compañeros miristas se dirigieron a Puerto Montt en búsqueda de instrucciones. Al llegar al puerto sureño se quedaron en la casa de su amigo Mario Soto. Desde la orgánica del MIR en Llanquihue se les indicó que debían reunirse con otros compañeros en el asentamiento El Toro a la espera de nuevas noticias. Los jóvenes, luego de una larga caminata a campo traviesa, se instalaron con los hombres del asentamiento a esperar la comunicación. Al transcurrir las horas, y luego de no recibir información alguna, José Luis y Mario tomaron la decisión de salir en búsqueda de noticias a Llanquihue. Acordaron que Mario fuera hasta el pueblo para aprovechar de visitar a su novia embarazada. En Llanquihue Mario Soto se enteró de que su contacto había sido detenido, por lo que se dirigió a Puerto Montt. Al llegar allá se enteró de que los militares habían allanado el asentamiento El Toro llevándose a varios detenidos. Rota la conexión con la orgánica del MIR y con sus compañeros aprehendidos, Mario se sintió desesperado, acorralado. Entonces su familia preparó rápidamente, antes de que vinieran por él y corriera igual suerte, su salida fuera del país junto a su novia y futuro hijo. * Al amanecer del jueves 20 de septiembre de 1973 un grupo de aproximadamente cien uniformados pertenecientes a todas las ramas de las Fuerzas Armadas y de orden se dirigió al asentamiento El Toro para detener a los “elementos subversivos” que operaban en el lugar. El Comando de Área Jurisdicción Interior (CAJSI), conformado por todas las ramas armadas de Osorno, Historias de ausencia y memoria
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Puerto Montt y Chiloé, había decretado el allanamiento a cargo de un ocial de Ejército. Con la cara pintada con pasta de zapatos, en una caravana de camiones Unimog y a bordo helicópteros, los uniformados llegaron al asentamiento a eso de las 6 de la mañana. Silenciosamente rodearon el lugar a la espera de la señal de ataque. Luego de lanzar bombas, los soldados realizaron el asalto sobre los lugareños. En El Toro no había muchas construcciones; solo algunas casas y un gal pón. Los uniformados comenzaron a detener a los pobladores entre gritos, insultos y humillaciones. Los sacaron y los tiraron al suelo. Algunos en vano trataron de huir, pero estaban rodeados. Fueron llevados al galpón, lugar en el que empezó el inerno. Comenza ron a golpearlos sin contemplaciones: les fracturaron huesos e incluso algunos perdieron sus dientes y quedaron orinando sangre. Las patadas y culatazos destrozaron los cuerpos de los trabajadores y estudiantes. Otro grupo quedó fuera del galpón, amarrados a los árboles, y también fueron golpeados con brutalidad. Muchos recuerdan al teniente de Carabineros Villarroel, o Juan Metralla , liderando las golpizas. Igual recuerdan cuando cobró su palabra contra el dirigente Oscar Arismendi, al realizar un disparo de fusil al lado de su cabeza reventándole ambos oídos al instante. Mientras estaban en el lugar, los soldados estaban desesperados por no encontrar las armas y el material subversivo que esperaban. Dispusieron fusiles, lanzacohetes y un mortero para fotograarlos con la nalidad de demostrar que ese material era parte del “arsenal escondido” en el asentamiento. La tortura y el montaje mantuvo ocupado al contingente hasta las 5 de la tarde, cuando subieron a los nueve detenidos en un helicóptero para dirigirse a Puerto Montt. Juan Metralla continuó el ensañamiento contra Óscar Arismendi: durante un tramo del traslado lo colgaron de los pies para azotarlo contra la copa de los árboles. Pero todavía lo peor estaba por venir. Lo que pasaron los detenidos en las manos del Servicio de Inteligencia Militar (SIM) y otros agentes está entre el horror y la locura. Los mantuvieron aproximadamente 24 horas en un hangar para luego ser trasladados al Regimiento Sangra en Puerto Montt. A los pocos días fueron llevados al Cuartel de Investigaciones La Patilla, lugar del que eran sacados, de noche, para ser llevados a la Fiscalía Militar o al regimiento para ser interrogados en medio de incesantes torturas. Por este medio, los uniformados lograron que los detenidos confesaran haber realizado un ataque a la Tenencia de Fresia y un plan para atacar otras comisarias y personas, acciones que serían parte del “Plan Z”. 86
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María Cristina Stockmann Torres era dueña de la fuente de soda Rex, ubicada en la calle Egaña de Puerto Montt. Unos detectives que eran asiduos clientes de su local le comentaron que un sobrino suyo había sido detenido; se trataba de Mario Torres Velásquez. La mujer averiguó la identidad de los encarcelados y, en una actitud arrojada y valiente, comenzó a visitar uno a uno a quienes creía eran sus familiares. Así llegó a la casa de Edith Klenner, tía de José Luis, en Puerto Varas. Pero le negaron el parentesco. María Cristina insistió varias veces, hasta que mencionó que los dentenidos iban a ser pasados a Consejo de Guerra. Entonces la tía de José Luis reaccionó y decidió enviar un telegrama a su hermana Jovita a Coyhaique avisándole sobre la situación de Pepe. Por esos días el carabinero conocido como Juan Metralla se trasladó desde la Tenencia de Fresia al Regimiento Sangra para participar activamente en los salvajes interrogatorios liderados por los funcionarios de la SIM. Para cuando los detenidos fueron derivados a la cárcel de Chin Chin, quedando en manos de Gendarmería, no tenían un centímetro del cuerpo que no hubiese sido quemado, reventado, herido o magullado. Apenas podían mantenerse en pie y algunos de ellos solo pedían morir para acabar con el tormento. * Hugo Ocampo Paniagua ejercía la abogacía en Puerto Montt. Tenía 43 años cuando a principios de octubre de 1973 fue citado en su domicilio por las nuevas autoridades para asistir a la Fiscalía Militar. El 9 ó 10 de octubre se presentó ante el abogado y carabinero Eduardo Bravo Elgueta, quien estaba acompañado del auditor de la FACH, Patricio Rodríguez Encalada. Ambos informaron a Ocampo que había sido designado defensor de ocio para unas personas detenidas en Fresia acusadas de infracción a la ley de armas. El abogado no intentó negarse. Sabía que habían muchas personas detenidas y el ambiente no estaba para contradecir a los militares. Pidió entonces poder revisar la causa. Al revisar los antecedentes, pudo constatar que eran nueve los acusados, a seis de los cuales se les solicitaba la pena de muerte. El caso era complejo y claramente no era posible hacerse cargo de la defensa de todos, por lo que manifestó su inquietud a los abogados Bravo y Rodríguez. En la Fiscalía Militar le manifestaron que revisarían la situación. Como era de esperarse, la petición de Hugo Ocampo fue ignorada. El 17 de octubre le avisaron que no tenían más abogados disponibles y que de inmediato se realizaría el Consejo de Guerra. El defensor nunca pudo entrevistarse con los acusados. Historias de ausencia y memoria
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Ese mismo día, aproximadamente a las 10 de la mañana, en el segundo piso de la Intendencia (hoy edicio de la Gobernación), se llevó a cabo el Con sejo de Guerra. Fue presidido por el comandante del Regimiento Sangra, Sergio Leigh Guzmán, jefe de la Plaza y jefe supremo del CAJSI. Su hermano Gustavo, comandante en jefe de la FACH, era miembro de la Junta Militar que había provocado el Golpe en contra del gobierno constitucional. El auditor de la FACH Patricio Rodríguez expuso los cargos en contra de los acusados. Con las declaraciones de dos carabineros, tres ociales y cua tro subociales de Ejército, más las confesiones obtenidas bajo tortura, en 12 minutos se determinó que eran culpables de los cargos todos los acusados. Se sentenció a pena de muerte a Óscar Arsimendi Medina, de 46 años; Mario César Torres Velásquez, de 33; José Antonio Barría Barría, de 23; Francisco del Carmen Avendaño Bórquez, de 20; José Mario Cárcamo Garay, de 26; y José Luis Felmer Klenner, de 20. Uno de los asistentes nunca pudo olvidar las risas del comandante Sergio Leigh al momento de escuchar la parte nal de la sentencia. Los detenidos estaban bajo custodia de gendarmes en la cárcel de Chin Chin, por lo que, acorde a sus reglamentaciones, el día 18 de octubre personal de Gendarmería les concedió a los condenados a muerte el permiso de escri bir una carta a sus seres queridos, y para lo ello les pasaron lápiz y papel. Jovita Klenner después de recibir el telegrama de su hermana, manifestándole su preocupación por la detención de Pepe, partió rauda a Puerto Montt. De inmediato visitó la Fiscalía Militar, la Jefatura de Plaza y Gendarmería, y contactó a todos sus conocidos para que le ayudaran a recuperar la libertad de su hijo. Finalmente, solo le permitieron visitar a Pepe el 18 de octubre en la cárcel de Chin Chin. De ese desgarrador encuentro es muy poco lo que se sabe hoy. Fue una triste despedida. Ambos sabían que pronto sería ejecutado pues ya estaba condenado a muerte y, por más que Jovita rogó e imploró por la vida de su hijo, el comandante Leigh no tuvo clemencia. Jovita vivió el resto de su vida con el corazón desgarrado al encontrar a su Pepito tan mal físicamente producto de las torturas y golpizas. Lo que vio la mujer se lo guardaría en su interior para siempre. Después, para no sembrar más dolor, le contaría a sus hijos que Pepe se encontraba bien y tranquilo al momento de despedirse. El 19 de octubre de 1973 los detenidos del fundo El Toro fueron sacados de la cárcel de Chin Chin en un transporte de Gendarmería. Fueron conducidos hacia Chamiza pues se consideró que ese sector, en donde estaba emplazado un recinto de la FACH, era “seguro y discreto”. El lugar de ejecución era un campo lleno de arbustos y matorrales en el 88
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que se habían instalado tres banquillos, hechos artesanalmente de troncos. Los condenados fueron sentados y se les amarró el pecho y las piernas. José Luis pidió que no lo vendaran, deseo que le fue concedido por el ocial a car go. Cuando estuvieron preparados, el médico les colocó un disco en el pecho. Entre los árboles y matorrales se encontraban parapetados los uniformados, quienes a la orden del ocial a cargo dispararon asesinando a los seis hombres. Luego de ello, el médico que se encontraba en el lugar se acercó a las personas para vericar si estaban muertas. * Marianela Felmer Klenner en 1973 tenía sólo 13 años en el macabro instante en que su vida dio un giro completo. Estaba pasando una temporada en casa de unos parientes en Papudo cuando en noviembre su hermano mayor, Mario, la fue a buscar. A Marianela le costó reconocerlo, pues vestía extremadamente formal, con el cabello muy corto y afeitado. Mario Felmer estaba clandestino, pues era un reconocido dirigente universitario perteneciente al PS y, como muchos jóvenes de la época, antes usaba una larga cabellera y una despreocupada barba. Mario estaba muy serio, por lo que la niña intuyó que algo pasaba. Le dijo que por un problema familiar debían viajar a Puerto Montt. Una vez en el terminal de buses le hizo una advertencia: –Vamos a viajar separados y si me pasa algo tu haz como si no nos conociéramos –dijo serio, lo que Marianela encontró extraño, pero le hizo caso. Solo una vez en Puerto Montt Mario le confesó que Pepito estaba muerto y que iban a recibir el cuerpo. El 12 de noviembre de 1973 los restos de José Luis Felmer Klenner fueron entregados a su hermano Mario. El joven universitario fue sepultado en el cementerio católico de Puerto Varas. La familia Felmer había conseguido entre sus conocidos que les entregaran a Pepe, situación que les fue imposible lograr al resto de los familiares de los fusilados de Chamiza, quienes muchos años después los encontrarían sepultados ilegalmente en un sitio eriazo. Luego de la ejecución de Pepe, la familia Felmer Klenner se dispersó para siempre. José Luis padre cayó en una profunda depresión y se trasladó a Argentina, donde falleció sumido en la tristeza en 1980. Mario se exilió en Alemania, para no volver a Chile hasta 1986, cuando se le permitió ingresar al país porque su madre estaba muy enferma. Harold consiguió un salvoconducto con el que pudo partir hacia Argentina, país en el que se estableció, hasta la actualidad, en Caleta Oliva. Jovita continuó viviendo sumergida en Historias de ausencia y memoria
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el dolor, y al poco tiempo enfermó y con posterioridad cayó postrada hasta fallecer a los 65 años. Marianela se estableció en Puerto Varas y con el tiempo se decidió a buscar la verdad y la justicia. Comenzó a hacer las gestiones para que se abriera un proceso judicial que aún se encuentra vigente. A pesar de que han pasado más de 40 años, José Luis Felmer Klenner todavía es recordado. Pepe dejó una marca entre los que lo conocieron. La injusticia de su muerte solo puede ser entendida en el marco de horror que cubrió a muchas familias chilenas durante los 17 años de dictadura militar.
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7/ Un inocente joven campesino [Moisés Ayanao Montoya]
En octubre las ovejas se van a parir al monte. Por ello en ese mes de 1973, a sus 13 años, el niño Héctor Ainol Saldivia tenía la concreta tarea de recorrer los cerros aledaños a su hogar para no perder lanares durante la temporada de parición. Vivía en el fundo Río Negro, a unos 10 kilómetros al interior del sector de Villa Los Torreones. Su madre –Carmen Saldivia Barrientos– y su padrastro –Segundo Montoya– eran trabajadores del campo. La familia también compartía vivienda con el hermano mayor de su padrastro –Honorio– y con el adolescente sobrino de estos: Moisés Ayanao Montoya, un muchachito de 19 años, moreno, de contextura media y muy ágil para correr. La casa de los campesinos era pequeña y rústica, pero se las arreglaban bien. La familia completa trabajaba duro y sin descanso en las labores del campo para lograr el sustento. En Aysén la vida para los campesinos es así. Mucho esfuerzo y poca recompensa, pues la tierra y el clima son hostiles a estas labores. Se trabaja de mañana a noche solo para conseguir comer. La mañana del 25 de octubre, después de tomar unos mates, Carmen y Segundo se pusieron manos a la obra para preparar la tierra del huerto cercano a la casa. Como todos los años, iban a sembrar papas. Decidido y afanoso, se les unió el joven Moisés, quien llegó al huerto con sus botas de goma puestas ya que la intensa humedad siempre calaba hasta los huesos. Todos los años la familia vendía varios sacos del tubérculo a una clientela Historias de ausencia y memoria
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que ya era el y a la que no se podían dar el lujo de perder. Las papas del sector son de muy buena calidad y algunos creen que se debe al húmedo terreno. Villa Los Torreones queda a 26 kilómetros de Puerto Aysén, una de las comunas más lluviosas del país. El profundo verde de sus paisajes, los espesos bosques que cubren las laderas de los cerros y la gran cantidad de arroyos, riachuelos y mallines le dan a esta zona una belleza soñada. Durante la faena, Segundo Montoya se percató de que le hacían falta algunos sacos y otros enseres para continuar con su trabajo. No podían detenerse para ir a Puerto Aysén a comprar las cosas. Entonces decidió ir a pedirle prestado lo faltante a su vecino Manuel Jiménez Álvarez, que vivía unos pocos kilómetros más allá. Más tarde se daría cuenta de que esa decisión le salvaría la vida. Mientras, el pequeño Héctor se encontraba desde muy temprano en el alto de un cerro aledaño a la casa buscando a las ovejas que estaban pariendo. De pronto, el niño observó que cuatro personas se acercaban caminando hacia su casa. Enfocó la vista y se dio cuenta de que era una patrulla compuesta por cuatro militares. Claramente se notaba que uno de ellos daba las órdenes. Héctor sintió miedo, por lo que decidió esconderse un poco más arriba, en el mallín, para no ser descubierto. Desde esa distancia no podía ver los rostros de los desconocidos, pero sí distinguía perfectamente que con sus armas apuntaban hacia la tranquera del corral, en dirección contraria hacia donde él se encontraba. En ese instante, escuchó la descarga de unos cuatro balazos, seguido del inconfundible griterío de los teros. Acto seguido vio que los militares se retiraban, lo que lo hizo salir de su escondite y bajar a casa. Al acercarse se dio cuenta de que se había equivocado. Los militares se encontraban en el interior de la vivienda. Sintió nuevamente el deseo de huir, como un animalito ante su depredador, pero ya había sido descubierto. –¡Oye tú, baja! –oyó que lo llamaban, mientras le apuntaban con sus ar mas. Asustado, obedeció de inmediato y se acercó a ellos. –¿Escuchaste los tiros? –Sí. –Matamos a un peuco que se quería llevar las gallinas: ahora no va a molestar más –dijo uno y Héctor, cabeza gacha, no se atrevió a decir ni a preguntar nada. –¿Tú sabes dónde se metió Segundo Montoya? –Se fue caminando a la casa de Manuel Jiménez, en el kilómetro 30 – respondió el atemorizado niño. Entonces llegó, montando a caballo, su vecino Enrique Ramírez. Los 92
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uniformados le ordenaron que se bajara del animal y le solicitaron a la familia una lona que tenían a un lado de la casa. –Éntrense a su casa y ni se les ocurra salir –les dictaminaron a punta de fusil. Después de unos minutos, y al ver que los militares se alejaban, la curiosidad fue más fuerte que el miedo. Salieron a mirar al patio de la casa y, agazapados detrás de un cerco, vieron que la patrulla sacaba un bulto a la altura de un arroyo que quedaba en la parte baja de la propiedad. El misterioso paquete fue envuelto en la lona y puesto atravesado en la cangalla de la montura. Dos miembros de la patrulla se fueron hacia el camino principal acompañados del vecino Enrique Ramírez, quien tiraba del caballo con la carga. Los otros dos se prepararon para ir a buscar a Segundo a la casa de Manuel Jiménez por un camino interior. Pero antes se devolvieron y caminaron hacia a la casa de los Montoya. * El 25 de octubre de 1973 una patrulla militar –integrada por el sargento Luis Egaña Salinas, el instructor de Artillería cabo Juan José González Andaur, el cabo de Reserva José Maricahuin Carrasco y el conscripto Nelson Hernán Ojeda Soto– llegó a orillas del río Simpson, a la altura del kilómetro 26 del camino Puerto Aysén-Coyhaique. Se movilizaban en el camión Unimog del Ejército, que conducía Juan José González. Esa madrugada el capitán Joaquín Molina les había designado la misión especíca de arrestar y trasladar a un “elemento guerrillero” hasta el Regimiento N° 14 de Coyhaique. En persona, Molina le dio una orden por escrito al sargento Egaña con los detalles del individuo y su dirección: Segundo Montoya, poblador del sector de Los Torreones. Luego de llegar a la ribera del río Simpson, a la altura del kilómetro 26, el cabo González estacionó el camión Unimog en la orilla. Cruzaron en una pequeña balsa que se encontraba en el sector para que los pobladores pudieran trasladarse. Los militares no tenían una referencia exacta de cómo llegar a la propiedad de la familia Montoya, por lo que caminaron sin rumbo por un sendero hasta llegar a la casa del campesino Daniel Contreras, quien los salió a encontrar. Daniel Contreras San Martín y sus hijos Margarita y Timo vivían a aproximadamente un kilómetro del río Simpson. Avanzada la mañana, mientras se preparaban para sembrar avena, vieron a los cuatro militares camino a su hogar. Timo, de 17 años, acompañó a su padre y juntos fueron a recibir a la desorientada patrulla. Historias de ausencia y memoria
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Al momento de acercarse, inmediatamente reconoció a uno de ellos: era Juan José González Andaur, un militar al que todos por el sector conocían como el Johny y que con frecuencia asistía a jugar pichangas de fútbol con los jóvenes de los alrededores en la cancha de Villa Los Torreones. Los uniformados dijeron que estaban perdidos. Buscaban a Segundo Montoya, pero se cuidaron de no dar razones. Daniel Contreras le ordenó a su hijo Timo que guiara a la patrulla por el monte hacia la casa de la familia Montoya. El joven conocía el sendero a la perfección. Caminaron por un par de horas unos 6 kilómetros, subiendo por una huella maltratada y pedregosa, hasta llegar a una explanada desde la que se divisaba a lo lejos una humilde casa de madera con un antejardín. Era el hogar de Segundo Montoya y su familia. –Ahora devuélvete rápido para tu casa –le ordenó el cabo González al joven. Timo obedeció sin chistar y rápidamente enló cerro abajo hasta llegar a su casa. Volvió a trabajar en la siembra de avena con su padre, tal como lo habían planicado. En eso estaban cuando escucharon a lo lejos el sonido de tres o cuatro disparos. –Deben haber matado al vecino Segundo –comentó su padre con honda inquietud. * Los miembros de la patrulla estaban cansados. La búsqueda de Segundo Montoya había sido lenta y trabajosa. Las horas de trayecto en camión, bote y a pie por senderos montañosos los tenía hastiados. Al acercarse a la vivienda de madera encontraron a tres personas: un hombre mayor, de unos 65 años, que se identicó como Honorio Montoya; una mujer, Carmen Saldivia, pareja de Segundo Montoya; y un joven, que aparentaba la edad del conscripto Ojeda, llamado Moisés Ayanao Montoya. Los apuntaron con sus fusiles. –¿Acá vive Segundo Montoya? –preguntaron. –Sí, pero mi tío no está –respondió Moisés. –Tenemos que detener a ese huevón por extremista. ¿Dónde se metió tu tío? –Salió a hacer unos trámites –respondió un temeroso Moisés. –¡Si no está tu tío, tú también debes estar metido en política! –le gritó encolerizado uno de los militares al tiempo que lo golpeaba. 94
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En un acto de protección hacia su sobrino Moisés, Honorio se interpuso para defenderlo. Los cuatro miembros de la patrulla se abalanzaron sobre el anciano. La paliza que recibió fue bestial. De un golpe lo tiraron al suelo. A punta de culatazos, golpes de puño y patadas en todo el cuerpo llegaron a dejarlo inconsciente. Después obligaron a entrar al anciano y a la mujer a la casa, dejándolos encerrados. Afuera, dando insultos, golpearon a Moisés mientras lo interrogaban sobre supuestas actividades subversivas. –¡Habla, mierda! ¿Dónde están las armas? El joven campesino, aterrado, no entendía por qué los militares le hacían esto a él y a su familia. Nunca había hecho nada más que ayudar a sus tíos en el campo. De política, poco y nada entendía. La vida para Moisés y sus hermanos no había sido fácil. Acababa de celebrar su cumpleaños número 19. Había nacido el 20 de octubre de 1954 en Puerto Aysén. Su madre, Nieves del Carmen Montoya Muñoz, y su padre, José Ayenao Huilipán, luego de tener tres hijos (Ariela, Vicente y Moisés) terminaron su conictiva relación cuando este último tenía sólo 2 años. José Ayenao se fue para nunca más volver. Nieves Montoya tuvo que partir en la búsqueda del sustento con sus niños y se trasladó desde Coyhaique a Puerto Aysén, ciudad en la que vivieron seis años hasta que en 1963 –cuando Moisés tenía 8– su madre lo dejó al cuidado de su hermano mayor, Honorio Montoya, quien vivía en su campo en el sector de Villa Los Torreones. Honorio lo recibió y cuidó como a un hijo. Nieves partió a trabajar a Coyhaique con sus hijos Vicente y Ariela. Moisés creció como un muchachito sano y cooperador en las labores del campo. Medía aproximadamente un metro 75. Su gura era musculosa debido a la gran actividad física que realizaba a diario por su trabajo. Su cabello y sus ojos eran negros y tenía el rostro alargado que despuntaba en una pera prominente y la nariz delgada. Ese día de octubre vestía camisa celeste, suéter de lana cruda de oveja, pantalones café oscuro de trevira, botas de goma y un vistoso cinturón de cuero artesanal que él mismo se había fabricado. Cuando dejaron de golpearlo, uno de los militares le gritó que corriera hacia el sector más bajo de la propiedad. Moisés no lo pensó dos veces. Con gran agilidad el jovencito corrió despavorido y resuelto a alejarse lo más rápido posible de la crueldad de los forasteros que invadieron su casa y lo maltrataron a él y a su familia. La patrulla en pleno –Egaña, Ojeda, Maricahuin y González– apuntó con sus fusiles hacia el campesino. Maricahuin se apoyó en un tronco para Historias de ausencia y memoria
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mejorar su puntería. Mientras Moisés arrancaba, comenzaron a dispararle. Luego de tres tiros, no dieron con el chico. Corría sorprendentemente rápido. Ya varios metros más abajo, Moisés se encontró con el cerco del corral. Paró y se encaramó para saltarlo. En ese momento le llegó uno de los impactos en el tórax. Cayó al suelo como una gacela herida. Los teros, aves siempre sensibles ante los sonidos, volaron dando sus característicos alaridos ante el estruendo de los disparos. Un miembro de la patrulla se acercó y vericó que Moisés ya estaba muerto. Minutos más tarde un atemorizado niño llamado Héctor Ainol bajó del cerro. Los militares decidieron encerrarlo en la casa con el resto de la familia. En ese momento, y por orden de los militares, Enrique Ramírez llegó en su caballo a la casa de los Montoya. Mientras la familia permanecía en la vivienda, los uniformados fueron a recoger el cadáver del joven que estaba tirado al costado de un arroyuelo. Lo envolvieron en una lona y lo cargaron atravesado arriba de la montura del caballo. Dos de los miembros de la patrulla bajaron hacia el camino principal con Ramírez a cargo de tirar las riendas del animal. Los otros dos decidieron quedarse en la propiedad para intentar buscar a Segundo Montoya. Luego de aproximadamente una hora, la comitiva llegó hasta la casa de Daniel Contreras. Con horror la familia completa vio que cargaban un cadáver puesto boca abajo y envuelto en una lona. La patrulla le pidió al dueño de casa un caballo manso para trasladar el cuerpo y un bote para cruzar el río Simpson. Nuevamente Timo fue el encargado de ayudarlos. Entre los tres bajaron el cuerpo de Moisés del caballo de Ramírez y lo pusieron en el pasto. A Timo nunca se le olvidaría la imagen. Moisés, que tenía uno o dos años más que él, era su amigo de infancia. Venía semidesnudo de la cintura hacia arriba por lo que alcanzó a ver que tenía una herida debajo de la tetilla izquierda. Además, de su boca salían cuajos y chorros de agua mezclados con sangre. Su cuerpo estaba blando, es decir, sin lividez, lo que indicaba que había fallecido hacía poco. Tenía las botas de goma puestas y su cinturón de cuero. En silencio y atemorizado, Timo llevó el caballo a tiro hasta el embarcadero cercano a su casa. Entre los tres bajaron el cuerpo del animal, lo arrastraron por la orilla y lo subieron al bote de los Contreras. Timo remó por unos minutos hasta dejarlos en la ribera norte del río Simpson y lo más rápido que pudo se devolvió a su casa. Los dos uniformados quedaron a la orilla del río con el cuerpo de Moisés a sus pies. Tenían que cargarlo al camión Unimog que estaba estacionado un poco más abajo y volver al Regimiento N° 14 de Coyhaique. 96
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* Para octubre de 1973 Ariela Ayanao Montoya tenía 18 años y llevaba poco tiempo de casada. Vivía con su marido en el sector de Viviana, en el kilómetro 20 del camino Aysén-Coyhaique. Villa Los Torreones quedaba cerca, por lo que con frecuencia visitaba a su hermano Moisés. Él era la única familia que le quedaba. A su padre prácticamente no lo conocía, su hermano Vicente se había ido a vivir a Argentina y a su madre Nieves, desde que había hecho nueva vida en Coyhaique, casi no la veía. Al día siguiente, un vecino le fue a contar que los militares habían matado a su hermanito Moisés. El murmullo de la noticia había corrido rápido entre los campesinos del sector. Ariela partió de inmediato al fundo Río Negro a ver a su familia y constatar con sus propios ojos lo que había ocurrido. Después de unas horas caminando llegó a la casa. Sus tíos Honorio y Carmen le contaron que una patrulla de militares había llegado y después de golpearlos habían matado a Moisés a tiros. Carmen también le condenció que después de irse dos de ellos con el cuerpo de su hermano, los dos que quedaron volvieron a la casa y le pidieron que les preparara comida. Luego tomaron alcohol a destajo, la llevaron al dormitorio, la maltrataron y violaron. Ariela estaba desolada. Habían matado a su hermanito. Él era un niño inocente. No tenía idea de política, solo sabía trabajar duro en el campo. La joven se trasladó a Coyhaique y le rogó a su madre que fuera a reclamar el cuerpo. Nieves, ante las advertencias de los vecinos, no se atrevió a ir al regimiento a pedir el cadáver de su hijo Moisés. Se le dijo que si iba un familiar de ejecutado a pedir información éste también era asesinado. * Ya caía la tarde cuando Segundo Montoya iba llegando a Villa Los Torreones después de visitar a su vecino Manuel Jiménez cuando se encontró con un camión militar. Al identicarse, los militares le informaron que quedaba detenido y lo subieron a la carrocería del camión. En la soledad de ese campo agreste, Segundo no se imaginó que lo apresarían por ser simpatizante del Partido Comunista. Lo tuvieron encerrado unos días y luego lo soltaron. Lo primero que hizo la patrulla fue presentarse ante la autoridad máxima de la región, el coronel Humberto Gordon Rubio, para informarle lo sucedido durante la misión. El cuerpo del inocente Moisés fue dejado en la morgue del hospital de Coyhaique mientras se decidía cuál iba a ser su destino. Se extendió un certicado de defunción cuya causa de muerte estipula “impartida por la autoridad militar, herida a bala”. El documento también maniesta que el requirente de la inscripción era un ocial del Ejército y el médico que certicó Historias de ausencia y memoria
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el fallecimiento había sido José María Fuentealba Suazo. El doctor Fuentealba fue un ferviente colaborador del Ejército entre 1972 y 1982. Su fanatismo era tal que, apenas ocurrido el Golpe, asistía a atender los partos en el Hospital de Coyhaique vestido con tenida de combate, fusil incluido. Luego de dos días, Maricahuin y Ojeda, en compañía de otros soldados, trasladaron el cuerpo de Moisés al cementerio del Claro de Coyhaique para enterrarlo en la oscuridad de los gallos y la medianoche. El conscripto Nelson Ojeda Soto estuvo a cargo de cavar una pequeña fosa en la que pusieron a Moisés con dicultad. Se cuidaron de no poner cruz ni marca alguna. Días más tarde, se percataron de que lo habían enterrado en un pasillo del camposanto. Ariela Ayanao estaba destrozada con la dramática pérdida e ignoraría el paradero del cuerpo de su hermano hasta muchos años después. Solo luego de que comenzaran las investigaciones lo encontraron en la misma fosa del cementerio del Claro, enterrado al lado de la sepultura del ejecutado Juan Bautista Vera Cárcamo. Estaba con las mismas botas de goma y el cinturón artesanal de cuero que se había puesto la mañana del 25 de octubre de 1973 para salir a trabajar en la siembra de papas. En la actualidad Luis Egaña se encuentra fallecido, llevándose a la tumba parte de los antecedentes del caso. Maricahuin se encuentra viviendo en la zona sur del país. Juan José González Andaur aún vive en Coyhaique y trabaja de guardia de seguridad en una ferretería en el sector alto. Y Nelson Ojeda es propietario de un café en el centro de la ciudad. Últimamente se lo ha visto protestando por las cotizaciones previsionales que no se le cancelaron durante su extenso servicio militar. Ariela Ayanao Montoya, después de una serie de trámites y pericias, pudo descansar algo al ser reconocido el cuerpo de su hermano menor y así darle una digna sepultura. A pesar de recibir una indemnización por parte del Estado, la paz nunca va a llegar. Nada revivirá a Moisés. Está enferma del corazón, y está segura que es a causa de la pena que ha cargado por más de 40 años. El 4 de septiembre de 2014 la Corte Suprema conrmó el fallo que condenó a cinco años de presidio de José Maricahuin Carrasco como autor del delito de homicidio, con el benecio de la libertad vigilada; y de 541 de presidio para Juan González Andaur y Nelson Ojeda Soto, también con el benecio de la libertad vigilada.
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8/ Los desaparecidos de Coyhaique [Néstor Castillo Sepúlveda, José Rosendo Pérez Ríos y Juan Vera Oyarzún]
“Soy la hija de Juan Vera”, dijo a viva voz y llena de orgullo la niña María Vera Vera, de solo 13 años, cuando se presentó en el Regimiento N° 14 Aysén de Coyhaique acompañada de su madre, Erita. Al escucharla, el soldado que las recibió en la guardia de inmediato cambió la expresión amable de su rostro. –Ah, quédense ahí nomás –les dijo con voz seca y con un ademán despectivo. Luego de un rato, no muy largo, las escoltaron en dirección al casino del regimiento. El conscripto que las conducía les aguijoneaba la espalda con su bayoneta. –Oye, me estás pinchando, ¿por qué no te vas al lado mejor? –alegó la niña. –Cállate o te pego un balazo –recibió por respuesta María. La niña optó por hacer caso y enmudeció. Al mirar a su madre, que caminada a su lado, se dio cuenta de que estaba temblando de miedo. Cuando llegaron al casino, las hicieron esperar un momento, incluso les ofrecieron un té que no aceptaron. Al instante, llamaron a María. Erita se acercó para acompañar a su hija. –Señora, que pase la niña sola –le indicó un militar con falsa gentileza. Historias de ausencia y memoria
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En silencio, impotente y con el corazón apretado, Erita Vera vio como su pequeña hija entraba sola a la ocina del scal militar Gustavo Rivera Toro para ser interrogada. Nunca había sentido tanto miedo en su vida. * La última vez que la pequeña Maruja había visto a su padre había sido el 11 de septiembre de 1973, entre las 10 y 11 de la mañana. Aquel funesto día, Juan Vera Oyarzún se había levantado temprano, como era su costumbre. Lo primero que hacía al levantarse era encender el fuego, poner la tetera con agua en la estufa y poner la radio. Fue así como no tardó en enterarse de los graves hechos que estaban ocurriendo en el país. Luego de escuchar el último discurso del presidente Salvador Allende, Juan vislumbró con claridad lo que se avecinaba para él, su gente y el pueblo chileno. Alguna vez había sufrido la persecución política cuando era un joven dirigente en Punta Arenas. El presidente Gabriel González Videla había cazado incansablemente a los comunistas a lo largo del país avalado en la Ley de Defensa de la Democracia, más conocida como “Ley Maldita”. Por esta razón, Juan vivió por cerca de cinco años en la clandestinidad. María dormía profundamente en su cama, ya que ese día martes tenía clases solo en la jornada de la tarde. Juan se acercó para despertarla. –Hija, quiero que te levantes –le dijo. –No quiero, tengo sueño –rezongó la niña. –Hija, necesito que te levantes ahora porque hay un golpe de Estado –le insistió tajante su padre. María, medio somnolienta aún, pudo notar que él estaba demasiado serio y que algo importante estaba pasando. –Por favor, levántate –insistió Juan–. Hija, están a punto de bombardear La Moneda. Maruja se sentó en la cama sorprendida, tratando de entender que signi caba lo que le decía su padre. –Anda ver a tu mamá y verica si está en la casa o ya se fue al hospital a operarse. Si no está, te vuelves de inmediato y que Julio te lleve conmigo – dijo, reriéndose a su compañero de militancia Julio Cantin, que lo acompaño y movilizó todo ese día en su camioneta verde. –Papá, yo me quiero quedar contigo –protestó María. La niña era los ojos de su padre. Un lazo especial los unía. De hecho, cuan100
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do sus papás decidieron amigablemente separarse, en el año 1971, ella quiso quedarse a vivir con él. Eran inseparables. Juan la miró jo y le explicó con claridad lo que pasaba: –Hija, quiero que entiendas una cosa: la situación está muy fea. Esto es peor que lo que pasó con González Videla porque ahora están metidos los milicos… Hija, si no nos volvemos a ver, quiero que tú sepas que yo no me voy a entregar. Si a mí en la calle me dicen que me detenga, yo no me voy a detener… preero que me maten de un balazo a que me torturen y me hagan hacer o decir cosas que no quiero. Yo ya lo pasé mal en esa época y ya estoy muy viejo para pasar por algo así o peor. La gente no se imagina lo que se viene –le explicó su padre. A regañadientes, Maruja aceptó dejar a su padre querido. Se levantó rápido y se dirigió a la casa de Erita ubicada en calle Almirante Simpson. Cuando llegó a su destino, su madre se disponía a salir a buscarla. Erita se había fugado del hospital esa mañana. Estaba lista en la sala de operaciones para ser intervenida de la vesícula cuando se enteró de que hubo un golpe de Estado al ver que un funcionario celebraba bailando con las enfermeras en un pasillo del recinto. Pensó en Juan y en su hija, por lo que a hurtadillas se vistió y se fue para su casa. Erita salió al encuentro de su hija y, conociendo la determinación de la Maruja, le advirtió: –Tú de aquí no te mueves. Ahora serías un estorbo para tu papá. * Una vez que Maruja se marchó de la casa, Juan Vera se dirigió a la sede del Partido Comunista para reunirse con sus compañeros y tomar decisiones cruciales. El golpe de Estado era un hecho consumado y no existía posibilidad alguna de resistir. Durante la tarde, las emisoras locales llamaron por bandos a una serie de personas para que se presentasen ante las nuevas autoridades; entre ellos sonó el nombre de Juan Vera Oyarzún. Era lógico, pues era un connotado dirigente sindical y secretario regional del Partido Comunista, y además había sido secretario general de la Central Unitaria de Trabajadores (CUT) y presidente de la Unión de Obreros Municipales. Públicamente había aparecido antes con connotados personajes que luego del Golpe se consideraban peligrosos como Pablo Neruda y Salvador Allende. “El papá daba el 200% por su partido”, recuerda hoy María. Juan Vera en 1973 tenía 53 años. Poseía una personalidad carismática y su Historias de ausencia y memoria
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familia tenía origen modesto, de clase obrera. Era hijo de pioneros de Aysén. Su madre se llamaba María Oyarzún Bilbao y su padre José Vera Márquez, que se desempeñó como capataz de la Sociedad Industrial del Aysén, más conocida por los pioneros como “la SIA”. Tenía el pelo cano, una estatura aproximada de 1,70 metros, bigotes y unos llamativos y profundos ojos color azul cielo. Con fuertes convicciones y compromiso, Juan contaba con una importante trayectoria de lucha sindical. En la ciudad era muy conocido, respetado y apreciado por quienes le conocían. Destacaba por su inteligencia, su gusto por la lectura y su afán de perfeccionamiento permanente. Por esto, y a pesar de que su educación formal había llegado solo hasta tercero básico, Juan era un hombre muy culto e insaciable lector. Se desempeñaba como obrero municipal recogiendo basura en un camión y su ación por leer era tal que recogía papeles mojados, arrugados y sucios que encontraba algunas veces en la calle o entre los desperdicios, y los secaba alrededor de la cocina a leña para leerlos después. En la antigua casa de sus padres, ubicada en calle Baquedano a la altura del 700, tenía una gran biblioteca; libros de temas tan variados como historia, medicina, astronomía, arte, cine, literatura y economía formaban parte de su colección. Luego de los frecuentes allanamientos de los militares, los textos fueron quemados por los soldados en una hoguera improvisada en el patio trasero de la casa. Ardieron sin control cerca de una semana. Erita y Juan se conocieron en los años 50 en Punta Arenas. Ella era una empeñosa joven de origen chilote que trabajaba en el hospital de la ciudad. Luego de una infancia llena de privaciones y mucho esfuerzo, Erita había conseguido un buen trabajo con el que se podía costear una vida tranquila y estable. Por esa época comenzó a frecuentar reuniones políticas hasta que comenzó a militar en las Juventudes Comunistas. Un día, en tiempos de González Videla, reunidos clandestinamente alrededor de una cocina a leña avisaron que venía un compañero del Comité Regional. Era Juan Vera Oyarzún. Luego de conocerse, comenzaron un noviazgo que duró algunos años hasta que en 1958 se casaron. Los novios tenían 14 años de diferencia, por lo que cuando nació María, en 1960, Juan ya tenía 40 años. El matrimonio tuvo tres hijos, pero uno de ellos falleció de ocho meses. Luego de vivir por algunos años en Punta Arenas, ciudad en la que Juan llegó a ser regidor, el dirigente decidió renunciar a su trabajo en la mina Lautaro y trasladarse a Coyhaique para estar junto a su familia. Su padre y hermano mayor habían muerto recientemente y su anciana madre no estaba nada bien de salud. Erita no estaba de acuerdo con mudarse, pero su marido la convenció. Para ella esta decisión marcó el comienzo de su desgracia como 102
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familia y nunca nadie pudo convencerla de lo contrario: “Si nos hubiésemos quedado en Punta Arenas, nada de esto nos habría pasado”, le decía a su hija hasta el n de sus días. Siempre recordó la solidaridad de los magallánicos pues, cuando lo comunistas fueron perseguidos, una familia escondió a su marido durante cinco años en su casa. Erita aseguraba que si hubiesen estado allá para el Golpe Juan se podría haber salvado gracias a la ayuda de la gente de Punta Arenas. Cuando volvieron a la región Aysén, los Vera se instalaron en la casa de los padres de Juan. Él comenzó de inmediato a buscar trabajo, pero durante mucho tiempo no tuvo éxito, por lo que comenzaron a pasar pellejerías. La gente del pueblo estaba llena prejuicios hacia Juan porque era comunista, por lo tanto nadie le daba trabajo. Erita tuvo que empezar a vender los enseres y muebles que había traído desde Punta Arenas. Ella, con lo que ganaba en su antiguo trabajo en el hospital, pudo comprar todo lo necesario para dotar una casa completa, e incluso y se daba ciertos gustos: todos los meses se compraba una tenida completa en la tienda El Arte de Vestir, desde el sombrero hasta los zapatos, todo nuevo. Por lo mismo, para Erita pasar miserias en Coyhaique fue como retroceder en el tiempo y volver a su infancia llena de carencias en Chiloé. Con todo, la familia unida se las ingenió para tener ingresos. Arrendaron una quinta en el sector de la Escuela Agrícola. Erita fue siempre una mujer trabajadora y empezó a sembrar verduras que después vendían. Hizo negocios con el dueño de un carretón con caballos para distribuir sus productos y hacer etes. Al tiempo tuvieron uno propio, bien pintado, que con grandes y vistosas letras decía: “Juan Vera”. Los domingos, el matrimonio sacaba a los orgullosos niños a pasear por las calles de Coyhaique. La amplia y antigua casa de madera y dos pisos heredada por Juan –de las primeras construidas en Coyhaique en la época de los pioneros– la transformó ella en pensión, pues existía una gran demanda de alojamiento en el pueblo debido a la construcción de algunos edicios como el del Banco del Estado y el Mercado Municipal, ubicado donde hoy se encuentra el Centro Cultural de Coyhaique. Las cosas fueron mejorando para la familia. Juan entró a trabajar en la Municipalidad de Coyhaique. Estaba feliz con su nueva ocupación y también con los avances políticos que se estaban concretando en el país. María recuerda la alegría de sus padres cuando se concretó la elección de Salvador Allende como Presidente. En el ambiente estaba esa sensación de sueño cumplido y en las concentraciones se derrochaba felicidad, alegría y esperanza. Juan comenzó a ser funcionario del partido, lo que implicaba una Historias de ausencia y memoria
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retribución mensual por su trabajo político. Cargaba mucha responsabilidad porque era secretario regional y miembro de la Comisión Nacional de Organización, y tenía que viajar todos los meses a Santiago, ocasiones en la que aprovechaba de visitar al hermano menor de Maruja, José Luis, que vivía y estudiaba en una Escuela Especial Nº 1 de Sordomudos en La Cisterna. La llegada de Allende a La Moneda fue un hecho auspicioso para Juan Vera, pero esto no se reejó en la vida familiar. A nes de 1971 Juan y Erita decidieron separarse. El férreo compromiso social y trabajo partidario del dirigente terminó erosionando la relación de pareja. Erita, aun siendo militante, se sintió por años desplazada por la vocación política y social de su esposo. Acordaron que él se quedaría en la casa de calle Baquedano y ella se mudaría a una propiedad interior ubicada en calle Almirante Simpson, que pertenecía a un matrimonio cercano compuesto por el médico Jorge Ibar y Natividad Hernández. Erita continuaría con sus ventas y al cuidado de Maruja, pero luego de una serie de tretas y maromas la niña consiguió que su madre le diera autorización para irse a vivir con su padre, con la condición de no perder el contacto a diario con ella. Mientras vivió con Juan, María era la niña más feliz de la tierra. El dirigente, por el hecho de vivir solo con ella, y para no separarse por mucho tiempo de su pequeña, realizaba las reuniones partidarias en su propia casa, muchas veces con su hija en brazos y durmiendo envuelta en una frazada. La niña era la consentida de los miembros del Partido Comunista, especialmente de los jóvenes de la Jota, quienes incluso ayudaban a cuidarla. La pequeña Maruja sentía que tenía cierto estatus entre la gente del partido porque era la regalona “hija de Juan Vera”. Así, despreocupada y llena de alegrías, era la vida de María hasta que esa mañana del 11 de septiembre de 1973 su nervioso padre la despertó para pedirle que se fuera a la casa de su madre. Esa misma tarde María y Erita escucharon por radio que Juan Vera Oyarzún tenía hasta las 5 de la tarde para presentarse ante las autoridades militares. Ambas sabían que eso no iba a suceder. Las mujeres estuvieron unos cuatro días encerradas en la casa, temiendo salir, llenas de incertidumbres y sin tener noticia alguna de Juan. Finalmente María, autorizada por su madre, decidió ir a echar un vistazo a la casa de calle Baquedano. Pero allí ya no quedaba nada: entre la quema de libros, los allanamientos y personas que aprovechándose de la situación se habían llevado parte de los muebles y enseres, la casa había quedado como un cascarón vacío y mientras no se deniera la situación de Juan y Erita no sabían si podrían volver a vivir allí. 104
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Los vecinos en calle Simpson, la familia Ibar, alertaron a Erita de que la pequeña Maruja estaba siendo buscada por personal del Ejército. No teniendo donde esconderse ni huir, y para no agravar más la situación, tomaron la decisión de presentarse voluntariamente en el Regimiento N° 14. * Al ingresar a la ocina de Gustavo Rivera Toro, María vio a un hombre alto, delgado, de unos 50 años, que vestía uniforme color gris con botones dorados. Estaba de pie absorto envolviendo un regalo puesto encima de un escritorio. A su lado había dos militares. Rivera levantó la vista y al verla sonrió. –¿Y esta niña de ojos tan bonitos? –le dijo. María no había heredado el color azul cielo de los ojos de su padre, pero sí la profundidad de su mirada. El contraste de sus ojos verdes y el cabello negro la hacían una niña muy llamativa. –Soy la hija de Juan Vera –respondió la niña casi desaante. –Siéntate –le ordenó Rivera Toro. –No, preero quedarme de pie –poró María. –¡Siéntate! –le gritó uno de los escoltas de Rivera tironeándola de un brazo. El ocial de Ejército dejó cuidadosamente su paquete de lado. Se sentó en su escritorio, tomó una gruesa carpeta llena de papeles y comenzó a hojear unos documentos. Con un tono tranquilo y amable empezó a interrogar a Maruja. –¿Dónde está tu papá? –le preguntó sin rodeos el militar. –No sé. –¿Has tenido contacto con él? –No. –¿Tú ibas a reuniones con tu papá? –Sí. –¿Con quiénes se reunía? ¿Qué hablaba? –No sé, me quedaba siempre dormida –esquivó la niña. En ese momento, María se dio cuenta que los militares manejaban gran cantidad de información sobre su padre y comprendió que los habían espiado por mucho tiempo. –¿Tu papá cruzó la frontera? –No sé. –¿Con cuántas personas cruzó la frontera? ¿Iba una mujer en el grupo? ¿Por dónde cruzó? –las preguntas no cesaban, dando nombres, lugares y fechas. Historias de ausencia y memoria
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María no supo qué contestar. No obstante, la niña no tenía un pelo de tonta, y con las preguntas que formulaba el scal Rivera pudo atar cabos y reconstruir los supuestos pasos de su padre durante el último tiempo. En su interior se tranquilizó: él estaba a salvo en Argentina. –Ah, no quieres hablar –le dijo Rivera, cambiando el tono de amabilidad. Evidentemente había perdido la paciencia al no llegar a ningún lado con el interrogatorio. Años más tarde, María comprobaría que mientras Rivera la interrogaba su padre continuaba en el país y que habría salido de Coyhaique unos días después, el 20 de septiembre. El scal militar, ya desencajado, amenazó a la niña. –Mira, tu papá es un terrorista, cometió un delito y tú, al no decirnos lo que sabes, al protegerlo con tu actitud, estás cometiendo el mismo delito que él. –Pero si no sé nada –protestó María. Gustavo Rivera Toro la miró jo y pensativo. Apretó la mandíbula y frun ció los labios en un gesto de impaciencia. –Está bien, salga nomás, váyase y después veremos si la llamamos de nuevo –le dijo. María se levantó de su asiento y salió tan rápido como pudo. Apenas cruzó la puerta comenzó a sentir que el miedo la invadía: se le debilitaron las piernas y no se podía mantener en pie. Afuera de la ocina de Rivera Toro estaba su madre esperándola, también a punto de desmoronarse. –Pueden retirarse –les dijo el funcionario que custodiaba el recinto. –¿No me van a interrogar? –consultó Erita. –Usted señora váyase, no tiene ningún problema. –¿Puedo volver a mi casa? –Sí, ocupe su casa nomás –contestó el soldado luego de consultar al scal. Erita abrazó a su hija y la condujo hasta la salida del regimiento mientras sentía que el peligro las perseguía. * El 6 de septiembre de 1973 la joven Judith Aguilar dio a luz a una robusta y sana niña en el Hospital de Coyhaique a la que llamó Patricia. El trabajo de parto había sido complicado por lo que la joven madre y la recién nacida tuvieron que permanecer en el recinto para recibir mayores cuidados. Allí las sorprendió el golpe de Estado. Su marido, José Rosendo Pérez Ríos, era un 106
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joven de 24 años que trabajaba como recepcionista y ayudante contable en la Honsa, hotel estatal ubicado en el sector céntrico de Coyhaique. Judith conoció a José Rosendo cuando ambos estudiaban en la escuela nocturna. Él era un joven simpático, agradable y atento. A Judith le gustaron sus ojos verdes y su inteligencia. Pololearon cuatro meses y, cuando el padre de ella empezó a poner problemas para que se vieran, José Rosendo le pidió matrimonio. Judith soñaba con formar una familia y se sentía enamorada, así que aceptó la propuesta. Los jóvenes se casaron el 1 de agosto de 1972; ella tenía 19 años y él 22. José Rosendo era trabajador, empeñoso y protector, y no quería que su esposa siguiera laborando. Después de celebrar la ceremonia de matrimonio, Judith dejó sus tareas como empleada y se instaló a vivir con su marido en la casa de su suegra, María Pedrosa Ríos. La familia de José Rosendo era sencilla. Su madre, de origen chilote, tra bajaba como lavandera. En 1973 María Pedrosa ya era una mujer de edad madura y, hasta que llegó su nuera, vivía sola con José Rosendo, el menor de sus ocho hijos y el más apegado a ella. José Rosendo Pérez Ríos había sido desde muy joven afín a las ideas de igualdad social que planteaba el gobierno de la Unidad Popular; frecuentaba círculos de jóvenes interesados en política y el mundo social. En 1973 se incorporó al Movimiento de Acción Popular Unitaria (MAPU): le gustó el partido y su propuesta. Además, pensó que conociendo más gente podrían abrirse nuevos horizontes. El joven soñaba con superarse, seguir estudiando y conocer el mundo. Leía y se preocupaba de prepararse. Para él, la presentación personal era de suma importancia. Andaba impecablemente vestido, con terno o ambo, siempre pulcro y formal. De tez blanca, ojos claros, cara redonda, pelo castaño y estatura media, José Rosendo Pérez soñaba con un mundo más justo e igualitario y estaba lleno de sueños y aspiraciones para mejorar su futuro y el de su familia. Pero no fue así: solo estuvo en cuerpo presente catorce días en la vida de su hija Patricia, pues no alcanzó verla crecer. El 20 de septiembre José Rosendo le manifestó a su esposa y a su madre que las cosas estaban complicadas, razón por la cual había decidido irse para Argentina en compañía de su cuñado José Miguel Gómez. Las mujeres prepararon unas bolsas con algo de ropa y alimentos y ambos hombres partieron ese mismo día. Unas horas más tarde José Rosendo y José Miguel llegaron a la casa de su pariente Julia Pérez, en las cercanías del lago Frío. Ella era hija de una de las hermanas mayores de su mamá. A pesar de ser sobrina de José Rosendo, tenían casi la misma edad, por lo que la relación era muy cercana. Esa noche ambos durmieron en el lugar y al día siguiente, el 21 de septiemHistorias de ausencia y memoria
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bre, en horas de la tarde se fueron rumbo a la frontera: tenían la intención de cruzar al vecino país por el sector del lago Cástor. Luego de una esforzada travesía por los montes y campos, ambos hombres llegaron a Argentina. Se hospedaron en un restorán llamado El Cóndor, cuyo dueño les aconsejó que se entregasen a Gendarmería Argentina y así poder pedir asilo. *
El 20 de septiembre Juan Vera, Efraín Ruiz, Néstor Castillo Sepúlveda y José Miguel Chacón Coliagüe salieron de Coyhaique con la intención de pedir asilo en Argentina. Todos ellos eran dirigentes de los partidos políticos perseguidos por el régimen militar. Al saberse buscados, algunos se refugiaron en casas de seguridad. Desde ahí coordinaron planes para dejar el país. Para despistar, Sara Solís, una militante comunista, le tiñó el canoso cabello a Juan la noche anterior a su partida, además le cambiaron sus ropas, pasándole unos pantalones de mezclilla, pues Juan acostumbrara a vestirse con terno aunque sin corbata. Vera, Ruiz, Castillo y Chacón caminaron dos días hasta llegar a territorio argentino, luego de cruzar clandestinamente por un paso fronterizo no habilitado cerca del lago Cástor. Ya al otro lado de la frontera, llegaron a la casa de un poblador de apellido Millar, en el sector denominado El Triana, donde pidieron ayuda, alimentos y un lugar para descansar. Mientras los cuatro chilenos descansaban, Millar les avisó que iría a Aldea Beleiro a dar cuenta de lo sucedido a los gendarmes argentinos. Desde allí quedaron bajo la custodia de Gendarmería por haber ingresado irregularmente al país. De Chile los hombres habían salido aconsejados de que era mejor que se entregaran y pidieran asilo político, por lo que todos portaban sus documentos de identidad. Al día siguiente, el 23 de septiembre de 1973, en horas de la mañana, desde Aldea Beleiro fueron trasladados hasta la localidad de Río Mayo en la parte trasera de un camión que transportaba madera, siempre custodiados por gendarmes armados. Llegaron al cuartel de Gendarmería de Alto Río Mayo y la primera noche se les permitió dormir en el lugar, para lo cual se les hizo entrega de unas colchonetas. En este escenario, se encontraron con los otros dos chilenos que habían llegado en circunstancias similares, solicitando asilo político: el joven José Rosendo Pérez y José Miguel Gómez, su cuñado. Durante la mañana del 24 de septiembre los gendarmes subieron a los seis chilenos al interior de un camión militar y los llevaron a un regimiento de Gendarmería de Comodoro Rivadavia para iniciar los trámites del asilo político. Sin embargo allí se negaron a recibirlos, por lo que fueron enviados al 108
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cuartel de la Marina en el mismo camión… pero tampoco fueron admitidos. Las autoridades argentinas decidieron devolverlos a Alto Río Mayo, no sin antes pasar por Sarmiento y otros lugares que hasta el momento no se han podido precisar. El periplo se efectuó porque nadie sabía cuál era el procedimiento exacto para estos casos. Así fue como los seis chilenos regresaron el 28 de septiembre de 1973 al Escuadrón Nº 38 de Río Mayo, lugar en el que permanecieron en calidad de detenidos por cerca de un mes. Ya instalados en esta localidad argentina, un ocial de Gendarmería de apellido Oliva, casado con la chilena Ramona Ba rros Medina, les propuso trabajar en la restauración de un inmueble que funcionaba como restorán. José Miguel Chacón se hizo cargo de la faena en calidad de contratista, eligiendo como colaboradores a José Gómez y Efraín Ruiz, por la experiencia que ambos tenían; uno como obrero de la construcción y el otro como carpintero. Fue así como los seis detenidos quedaron divididos en dos grupos: Chacón, Gómez y Ruiz comían y dormían en la misma casa en refacción. En cambio Vera, Castillo y Pérez pernoctaban en el cuartel del Escuadrón N° 38, lugar en el que ayudaban en las labores internas, tales como cocina, aseo y cortar la leña. Además trabajaban en pintura y ornato en la Municipalidad de Río Mayo. La primera persona que tendió una mano solidaria a los seis refugiados chilenos fue Guillermo Ardao, un español republicano que, huyendo de Franco, se había instalado como mueblista en la localidad. El “vecino Ardao”, como le decían los chilenos, tenía amigos en Gendarmería y les llevó ropa interior y útiles de aseo. A pesar de estar físicamente separados, los seis chilenos hicieron un compromiso de ayuda y lealtad mutua ante cualquier circunstancia en la que se encontraran. Acordaron que el dinero que reportaran sus trabajos en Argentina sería para todos. Así se cumplió: el primer pago que ganaron lo utilizaron para comprar ropa interior para los seis. Pronto los ciudadanos chilenos, a la espera de sus papeles de asilo, fueron teniendo más libertad de movimiento, pero nunca dejaron de estar bajo la custodia de Gendarmería. * Desde que los seis hombres salieron de sus respectivos hogares con destino incierto, desobedeciendo a la autoridad militar, los familiares de los refugiados en Río Mayo esperaban con ansias cualquier mensaje, señal o indicio que les conrmara que se encontraban sanos y salvos. A pocos días de la partida de Juan Vera, su hija María se paseaba por la Historias de ausencia y memoria
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casa de su madre ansiosa por noticias. Erita le había dicho ya repetidas veces: “Estoy segura de que tu padre tratará de comunicarse con nosotros”. Pero pasaban los días, que a María le parecían eternos, y no recibían ninguna señal. Una mañana, la niña, ya agotada del encierro, le pidió permiso a su madre para tomar un poco de aire. –Bueno, pero no se te ocurra salir más allá del portón: es muy peligroso –le advirtió Erita. María salió al frontis de la casa y se apoyó en la reja para mirar hacia la calle Simpson. De pronto, distinguió una gura conocida que venía cami nando rápido hacia ella. La niña anó la vista y pudo identicar a la persona: era Eduardo Vargas, un conocido miembro de las Juventudes Comunistas de Coyhaique. –¡Lalo! –exclamó la niña con alegría. –¡Hola Maruja! –le respondió el joven sin parar de caminar a paso rápido y resuelto. Con la rapidez de un pestañeo, al pasar frente a la niña, Eduardo estiró su brazo y le entregó con disimulo un papelito en la mano para proseguir su camino sin mirar hacia atrás. Maruja, con el corazón agolpado, miró el papel y reconoció la inconfundible y delineada caligrafía de su padre. Corrió emocionada hacia el interior de la casa. –¡Mamá, mamá! ¡El papá escribió! Ambas leyeron el breve mensaje que decía: “Estoy bien, no se preocupen”. Lo releyeron varias veces. Luego Erita instintivamente lo metió al fuego de la estufa. El 20 de octubre María y Erita recibieron nuevamente noticias: se trató de una carta y 400 escudos que Juan envió por intermedio de una conocida que andaba de viaje por Argentina. Ella iba rumbo a Comodoro Rivadavia en el taxi del chileno Lito Barría cuando se detuvo en Rio Mayo. Allí visitó a Juan Vera y los demás. Barría seguramente aprovechó de visitar al gendarme Oliva, pues los unía una fuerte amistad. Siempre se ha sospechado que esa relación es el primer eslabón que terminaría con la entrega de los chilenos. En la misiva, fechada el 12 de octubre de 1973, Juan relataba algunos detalles de sus días en Argentina señalándoles que se encontraba lleno de esperanzas trabajando en la municipalidad. Pronto se terminaría de gestionar su solicitud de asilo político y la única condición era que tendría que elegir entre cuatro provincias que no fueran fronterizas con Chile. Escribió sus buenos 110
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deseos para Erita, preguntaba por su hijo José Luis y por la situación de la casa. Por último, le pedía a María que le escribiera. La mujer que les trajo la carta conrmó que había visto personalmente, y en buenas condiciones, a Juan Vera en Río Mayo. Habían estado almorzado juntos, lugar lugar donde donde Juan aprovechó aprovechó de termi terminar nar de escribi escribirr la cart cartaa en la mesa mesa que ambos compartían mientras comían. Ella contó que para ello se puso sus lentes de marco grueso gr ueso con su nombre grabado en relieve. Durante el encuentro, la mujer advirtió que por la calle se paseaban vehículos sospechosos, sin patentes y de procedencia chilena. Le comentó a Juan sus aprehensiones con respecto a esta presencia. –Siempre hay movim movimiento, iento, pero no hay problema problema porque estamos seguros seg uros acá en el Escuadrón N° 38 de Gendarmería –le respondió Juan, restándole importancia. Los chilenos c hilenos se sentían sentí an protegidos; su petición de asilo estaba en trámite y contaban los días para irse de Río Mayo. Sin embargo, es probable que ese día haya haber sido el último en Argentina. Luego de leer la carta de su padre, María emocionada escribió una respuesta, enviándola nuevamente por mano. La misiva nunca fue recibida por Juan, ya que al volver volver la persona encargada de realizar contacto en Argentina notó que que el dirigente comunista se había esfumado. Por temor a los allanamientos, Erita ocultó la carta enviada por el padre de sus hijos en un tarro bajo los tablones del viejo piso de madera de la casa de calle Baquedano. Luego de muchos años, María y su madre intentaron recuperarla, pero fue imposible. Al parecer, el paso del tiempo la destruyó. * Juan Vera Vera no fue el único que se contactó con sus cercanos. María Pedrosa Ríos, la anciana madre de José Rosendo Pérez, también recibió noticias de su hijo. Se lo comentó a su nieta, Julia Pérez, la dueña de la casa en lago Frío donde se hospedaron la noche antes de cruzar la cordillera. Judith, Judi th, la joven esposa de José Rosendo también recibió una cart cartaa por mano en la que su marido le comentaba que se encontraba bien y con trabajo. Además, le informaba que había pedido asilo político y le pedía que no se preocuparan por él. Igualmente, en octubre del año 1973 la familia de Néstor Castillo, el joven compañero de viaje y de partido de Juan Vera Oyarzún, recibió en su casa un misterioso telegrama. telegra ma. En breves breves palabras un tal Arturo Salas Sala s avisaba que estaba bien:: para pasar desape bien desapercibid rcibido, o, Nésto Néstorr rmó el el mensaje mensaje con su alias o “chapa chapa””. Néstor Castillo Sepúlveda tenía entonces 23 años y era un disciplinado y comprometido dirigente del Partido Comunista que había llegado a vivir en Historias de ausencia y memoria
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Coyhaique solo tres meses antes del Golpe, Golpe, por lo que era poco conocido entre la gente del pueblo. Nacido en Victoria, luego de una serie de mudanzas por asuntos laborales de sus padres, la familia de Néstor se asentó en Mulchén, lugar en el que ingresó a estudiar estudia r a la Escuela Nº 1. Desde pequeño se destacó por ser muy buen alumno, el primero de la clase, y también por ser un gran lector: devoraba libros y le encantaban las historietas. Tenía tres hermanas (Nelly, Doris y Olga), pero la primera había fallecido muy pequeña producto de una enfermedad. enfer medad. Al ser el único hijo h ijo varón, Néstor vivía muy apegado a su madre. Su familia era de origen humilde; hum ilde; su padre padre se desempeñaba como ron dín y zapatero y a duras penas le alcanzaba alcan zaba para mantenerlos. Por Por intermedio de él, el joven se interesó en la política y en especial en el Partido Comunista. El zapatero era simpatizante del PC, algunas veces participaba en reuniones y cooperaba repartiendo el periódico El Siglo. Néstor tenía una relación estrecha con su padre; entablaban largas conversaciones y nunca dejaron de estar conectados. Compartían rmemente los mismos ideales. Néstor se fue de Mulchén para realizar su servicio militar y después emigró a Santiago. En la capital participó activamente en el PC y estaba decidido a surgir para sacar a su familia de la pobreza. Estudiaba de noche y trabajaba de día en un colegio. Pero su verdadera vocación era la política y la lucha social. Para ello se preparaba de manera incansable; en la noche leía mucho en voz alta y hacía que sus hermanas lo escucharan lo durante horas. Practicaba una y otra vez sus discursos y con el tiempo comenzó a destacarse entre los miembros de la Jota por su compromiso, trabajo y oratoria. Algunas veces invitó a Olga, su hermana pequeña, a visitarlo en Santiago y la llevaba para que lo acompañara a sus actividades partidarias. Néstor y los miembros de la Jota se desplazaban hacia otras ciudades donde hacían actos culturales, peñas y compartían con las familias más humildes en poblaciones y campos realizando labores de educación popular. También, por el partido, los jóvenes hicieron una fuerte campaña ca mpaña para la elección presidencial de Allende Al lende.. Cuando nalmente, nal mente, y después de tanto esfuerzo, Salvador Allende llegó a La Moneda, la vida para Néstor y para su familia comenzó a cambiar. Se trasladaron desde Mulchén a Santiago instalándose en una casa que el mismo Néstor había construido para su madre en un sitio tomado perteneciente a una antigua hacienda de la familia Hermida donde hoy se encuentra la comuna c omuna de Peñalolén. –Mamá, esto es para ti, para que tú la arregles como quieras. Es para que ustedes tengan donde vivir –le dijo a su familia cuando les mostró la casa nueva. La principal preocupación para el joven Néstor era el bienestar de su gente y el futuro de sus hermanas. 112
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En medio del gobierno de Allende, y por intermedio del Partido ComunisComunis ta, Néstor fue becado para estudiar Ciencias Políticas en la Unión Soviética. Estando allá nunca dejó de preocuparse por su familia y les enviaba constantemente cartas desde Leningrado y Checoeslovaquia. Cuando volvió, en marzo de 1973, les trajo regalos a todos: un collar de piedras checoeslovacas para su madre y una muñeca y un peluche para cada una de sus hermanas, entre muchas otras cosas. Al volver, Néstor demostró estar fascinado con el sistema soviético y contaba c ontaba maravillas de la vida de la gente que habitaba esas repúblicas socialistas. Alcanzó a estar un tiempo corto en Santiago con sus padres y hermanas, y enseguida fue enviado por su partido a Aysén como secretario político del Regional de las Juventudes Comunistas, y a trabajar en funciones propias del PC. Fue en ese contexto en el que llegó como pensionista a la casa c asa de la familia famil ia Anabalón en Coyhaique. Poseía una cámara cáma ra fotográca, que luego de una concentración de jóvenes a favor de Allende realizada pocos días antes del Golpe despareció misteriosamente de la sede del partido. Se cree que algún inltrado la sustrajo para revelar las fotos e identicar a los que apoyaban al gobierno. La estampa del joven comunista llamaba lla maba la atención en Coyhaique, ya que que para protegerse del frío del invierno patagón usaba un largo abrigo negro que había adquirido en la Unión Soviética. Destacaba, además, por presentarse siempre impecablemente vestido de terno y corbata. Era muy formal y serio en su rol político, pero a la vez muy afectuoso con sus su s amistades. amist ades. Néstor Néstor medía alrededor de 1,80 metros, era delgado, de caminar medio inclinado debido, tez blanca, ojos café y pelo liso color castaño claro. Poseía un carácter tranquilo y, además de leer mucho, disfrutaba de la música clásica y tenía un tocadiscos con el que escuchaba unos vinilos que había traído de Rusia. * José María Mar ía Fuentealba Suazo, Sua zo, quien para 1973 tenía 35 años, año s, se desempeñaba como médico ginecólogo en el Hospital de Coyhaique y desde 1971 era ocial de sanidad del Ejército. Entre los funcionarios del recinto hospitalario, era conocido por su postura acérrima y contraria al gobierno de la UP y su cercanía a la Democracia Cristiana. De hecho, desde el mismo 11 de septiem bre, además de presentarse en el hospital vestido con uniforme un iforme militar, mi litar, amenazó a algunos de sus colegas con enviar a allanar sus casas. En octubre de 1973, mientras Fuentealba almorzaba con su mujer en su casa ubicada en la esquina de las calles Ignacio Serrano con Barroso, se presentó de improviso el capitán de Ejército Joaquín Molina Fuenzalida. Fuenzal ida. El ocial ocial Historias de ausencia y memoria
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le comunicó que el coronel Humberto Gordon necesitaba de él y de su vehículo para un cometido militar fuera de Coyhaique. Fuentealba se dirigió al Regimiento Nº 14 Aysén para recabar la orden que le habían dado. El propio Gordon le raticó el mandato de integrar una comitiva con destino a la localidad de Río Mayo, Argentina, para ir a buscar a unos chilenos fugitivos y retornarlos al país. Preocupado, el ginecólogo se dirigió al Hospital de Coyhaique para reunirse con su amigo, su colega médico Jorge Luis Montecinos Soto, a quien le pidió un favor: sospechando que la misión encargada por Gordon sería peligrosa, le hizo entrega a su colega de una carta cerrada dirigida a su pareja, la matrona Isabel Riquelme, con quien vivía y estaba próximo a casarse. Fuentealba, sin dar mayores detalles, le dijo a Montecinos que debía hacer un viaje corto y que si algo le llegaba a suceder, le hiciera llegar la misiva a Isabel. Con esta medida el médico quería asegurarle el traspaso de algunos de sus bienes a su futura esposa. Después Fuentealba se dirigió al pensionado del hospital para visitar a su paciente Margarita Marchant Contreras, quien había sido internada días antes porque estaba en fecha de parto y no presentaba síntomas. Años más tarde, Margarita recordará claramente el día en que su médico se ausentó: la tarde del 27 de octubre tuvo un sufrimiento fetal y debió ser atendida por el doctor Silva pues Fuentealba no estaba en la ciudad. En el mismo recinto hospitalario, y antes de partir, Fuentealba se reunió con su pareja para despedirse y también con el objetivo de dejar algunas indicaciones médicas para atender a la embarazada. Volvió a su casa para preparar el viaje. Se cambió el uniforme militar, pues se le había indicado expresamente que debía ir vistiendo de civil para no llamar la atención. Enseguida llamó por teléfono a su ayudante de sanidad del Ejército, Jorge Salazar Peñailillo, para avisarle que ese día no iba a atender ya que estaría en comisión de servicio. Luego se subió a su camioneta Ford, de una cabina, color burdeos, y condujo hasta el Regimiento N° 14 para reunirse con el resto de la comitiva de efectivos con quienes iría hasta Río Mayo. La expedición era comandada por la misma persona que había ido a buscar a Fuentealba a su casa: el capitán Joaquín Molina Fuenzalida, quien, según la versión de variados testigos, era el brazo derecho de Humberto Gordon Ru bio: su hombre de conanza, ayudante y de quien recibía órdenes directas. El capitán Molina en 1973 tenía poco más de 30 años. De estatura media, moreno y delgado, usaba un pequeño bigote. Desde que los militares se tomaron el poder, demostró tener una personalidad violenta, explosiva y cruel. Se encargaba de interrogar a los presos políticos que se encontraban en el campo 114
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de concentración ubicado en el Regimiento Las Bandurrias de Coyhaique y de los detenidos del Regimiento N° 14. Parecía disfrutar con sadismo la realización de estas tareas; de hecho, le gustaba ser conocido entre los deteni dos como “el capitán más malo de Chile”, fama que él mismo difundía. Con bestialidad los torturaba incansablemente. Algunos de ellos recuerdan que Molina estaba acompañado por el médico Fuentealba durante las sesiones de tortura. Ambos eran muy cercanos y anes. Se ha acreditado que Fuenzalida y Molina en conjunto torturaron de manera salvaje a una detenida. Molina la golpeó hasta dejarla inconsciente. Luego Fuentealba, como médico, le realizó una intervención, provocándole graves hemorragias internas. Muchas veces Joaquín Molina llegaba intempestivamente en evidente estado de ebriedad en medio de la noche al gimnasio del regimiento y, como parte de un ritual, se hacía sacar los guantes con lentitud antes de darle una feroz paliza a alguien. También los obligaba a correr sin descanso por el recinto cargando pesados sacos o los forzaba a mantenerse parados día y noche. Otro de sus pasatiempos era mandar a vendar a los detenidos, llevarlos a las afueras del gimnasio y simular una ejecución o fusilamiento: daba la orden, los militares disparaban al aire. El objetivo era atormentar a los presos una y otra vez. Saboreaba su poder amedrentando a las personas. Se paseaba por los servicios públicos e inspeccionaba a los funcionarios, quienes debían recibirlo formados. Cuando veía a una mujer usando pantalones, montaba en cólera y les advertía que debían usar falda. Al igual que Humberto Gordon, luego de un tiempo en Coyhaique Molina emigraría a la capital y desarrollaría una prometedora carrera entre los organismos represores del régimen militar. También se hizo conocido a nivel nacional cuando en los años 70 se casó con la cantante y comediante Gloria Benavides, a quien conoció en octubre de 1973 precisamente en Coyhaique, cuando ella realizó una presentación artística para los militares junto a Marcelo (Hernández), el reconocido conductor del programa infantil de la década de los 80 “Cachureos”, y a un desconocido mago. El espectáculo era parte del show que recorrió el país bajo el lema de la “Reconstrucción Nacional”. Humberto Gordon y Rivera Toro estimaron que a Juan Vera debían “retornarlo” a Coyhaique para ser interrogado, ya que era uno de los más importantes líderes de la Unidad Popular en la zona. Así fue que entre los ociales escogieron cuidadosamente a los integrantes de la comitiva: durante las investigaciones realizadas posteriormente se ha podido comprobar que el grupo de agentes chilenos que se desplazó hacia Río Mayo estaba integrado por el capitán Joaquín Molina Fuenzalida, el ocial de sanidad José María Fuen Historias de ausencia y memoria
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tealba Suazo, el sargento primero Ewaldo Redlich Heinz, el sargento Miguel Ángel Rondón, el cabo primero y mecánico Raúl Bahamonde (conocido por la gente como Che Bahamonde), el teniente de Carabineros Eduardo Carlos Salinas Willer y varios soldados que hasta la fecha no han podido ser identica dos, pero se sabe que cumplían su servicio militar en el Ejército en esa época. La hora de partida de la patrulla hacia Argentina fue después de almuerzo, cerca de las 3 de la tarde. Todos iban vestidos de civil y equipados con armamento corto. Se trasladaron por tierra desde Coyhaique hasta Río Mayo utilizando tres vehículos, dos operativos y un apoyo mecánico para la comitiva. El primer automóvil era la camioneta Ford de una cabina con cúpula metálica cerrada de José María Fuentealba Suazo, quien la conducía. A su lado iba el teniente de Carabineros Eduardo Salinas y en la ventana estaba el capitán Joaquín Molina. En este vehículo viajaban solo ociales y eran los encargados de liderar la caravana. El teniente de Carabineros Salinas Willer cumplía la función de ocial de enlace. El otro vehículo era una camioneta Chevrolet requisada, de propiedad de uno de los detenidos en el Regimiento N° 14: el dentista Juan Videla Carbone. Era conducida por el subocial Ewaldo Redlich Heinz y llevaba de acompa ñantes a otros uniformados; entre ellos a Miguel Ángel Rondón. Este grupo tenía la misión de brindar seguridad a la camioneta de los ociales; por lo tanto venían en segundo lugar. La tercera camioneta era de cabina simple, marca Ford F-100, en la que viajó solo el cabo Raúl Bahamonde, mecánico del grupo, razón por lo cual cargaba una caja de herramientas, ruedas de repuesto e implementos de primeros auxilios. La caravana salió desde el Regimiento N° 14 con rumbo hacia Coyhaique Alto. Al llegar a dicho paso fronterizo, se detuvieron y desde la camioneta del médico uno de los ociales se bajó, seguramente Salinas, y conversó con un carabinero del retén. Luego pasaron la aduana sin ser controlados –ni los vehículos, ni sus ocupantes–, pues no se les solicitó la cédula de identidad: fue un trámite muy breve que no demoró más de tres minutos. Siguieron la marcha, hasta el control de aduana argentino, donde el ocial se bajó a conversar con el personal de Gendarmería. El trato fue muy afable, al igual que en Coyhaique Alto, y no se realizó inspección alguna al vehículo ni se controló a los pasajeros. También fue un tiempo de espera breve: no más de diez minutos. Luego de unas horas de viaje, el contingente llegó a su destino. En el Regimiento de Gendarmería argentino fueron bien recibidos, pero de bieron esperar ya que los seis chilenos buscados no estaban en el escuadrón. Los ociales de la camioneta del doctor Fuentealba descansaron un momento 116
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en el casino de ociales; los subalternos no se bajaron de los otros vehículos. Pasado un momento, Fuentealba, Molina y Salinas salieron con un funcionario de Gendarmería y se subieron a la camioneta. Todos los vehículos se pusieron en marcha hasta que llegaron a un lugar poco poblado, casi sin casas, en el que había mucha madera apilada cerca de un río. Estaba atardeciendo, no había mucha luz. El doctor Fuentealba frenó el vehículo y permaneció con el motor en marcha mientras el ocial de Ejército Joaquín Molina y el carabinero Salinas se bajaban de la camioneta. * El sábado 27 de octubre los seis chilenos refugiados en Río Mayo, ignorando lo que les esperaba, habían estado tranquilamente almorzando y pasando la tarde reunidos. El gendarme Oliva les había organizado unos “tijerales” en el restorán donde trabajaban. El policía invitó a los chilenos a un asado en el que les dio abundante comida y bebida que compartieron hasta alrededor de las 18 horas. Cuando los hombres celebraban, se cree que los gendarmes Oliva y Risopatrón hicieron los últimos arreglos de la transacción que llevarían a cabo, pues los argentinos habían pedido dinero en efectivo a los militares chilenos para entregar a sus compatriotas. El grupo que integraban Juan Vera, Néstor Castillo y José Rosendo Pérez regresó guiado por gendarmes a descansar a su lugar de detención. Los otros tres continuaron con el festejo pues dormían en la misma obra. Entrando la noche, Vera, Castillo y Pérez sorpresivamente fueron detenidos y sacados por la fuerza del recinto de Gendarmería y llevados a las afueras del poblado, donde se encontraban las tres camionetas chilenas y el contingente compuesto por Fuentealba, Molina, Salinas, Redlich y Rondón, entre otros. Cerca del río los tres chilenos fueron entregados a los uniformados chilenos por los gendarmes Oliva y Risopatrón. Vera, Pérez y Castillo pusieron resistencia, y a lo lejos se escucharon forcejeos, gritos e insultos. Risopatrón y Oliva hicieron aspavientos con la nalidad de montar un show para hacer creer a los posibles testigos que estaban siendo encañonados por los efectivos chilenos. A pesar de que se resistieron con fuerza al secuestro, los tres hombres fueron reducidos por sus aprehensores: se les ató las manos por la espalda y se les cubrió la cabeza con una capucha de arpillera. A golpes los subieron y tendieron en el suelo de la carrocería de la camioneta del doctor Fuenteal ba. La detención fue breve, efectiva y brutal: no duró más de cinco minutos. Historias de ausencia y memoria
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También es probable que Fuentealba, al reducirlos, les haya inyectado alguna droga o fármaco. Los vehículos, con los detenidos ya reducidos en la camioneta de Fuenteal ba, iniciaron el retorno rumbo a Coyhaique. Todos regresaron en los mismos vehículos, a excepción del sargento Miguel Ángel Rondón, que se trasladó a la camioneta que conducía el mecánico Raúl Bahamonde. La caravana se detuvo en Aldea Beleiro, a 5 kilómetros del límite con Chile, para comprar comida en un local comercial que la familia Beleiro tenía por entonces. El dueño del negocio reconoció a uno de los visitantes, Raúl Bahamonde, quien le relató que venían de Río Mayo con un grupo de chilenos que se habían fugado. Al argentino se le quedó grabado lo que le dijo el chofer: –Los traemos de vuelta, pero no llegarán vivos a Coyhaique: en la laguna del Toro seguramente les dan la baja. El contingente continuó su camino sin inconvenientes. Pasaron tranquilamente por la frontera argentina y luego siguieron hacia el paso chileno: allí Joaquín Molina solo hizo una seña a los carabineros de guardia, quienes no ejercieron control alguno. Así los efectivos ingresaron a territorio chileno con los tres detenidos, quizás inconscientes, en la carrocería del auto del médico. Los vehículos siguieron la travesía sin detenerse hasta llegar a Coyhaique: al Regimiento N° 14. En la guardia del recinto pasaron de largo, estacionando a un costado del pabellón donde funcionaba el Departamento de Inteligencia, o S-2, donde bajaron a los tres detenidos. Desde allí se pierde su rastro, pero hay varios conscriptos que aseguran haberlos visto en los calabozos de ese recinto, donde quedaron a disposición de torturas e interrogatorios. * Mientras, en Argentina el propio gendarme Oliva comentó a Chacón, Gómez y a Ruiz que sus compañeros Vera, Pérez y Castillo se habían fugado. Los chilenos no dieron crédito a esta noticia debido al pacto de honor que tenían. Por lo demás resultaba inverosímil, pues no tenían motivos lógicos para arrancarse ya que el asilo político estaba en trámite. Cerca de las 11 de la mañana Oliva volvió a presentarse ante los chilenos con otra sospechosa historia: esta vez les dijo que sus compañeros habían sido entregados a una patrulla de militares chilenos que la integraban tres o cuatro ociales. Les indicó que dicha entrega obedecía a que sus familiares los estaban esperando en el lado chileno. También dejó entrever que en ese procedimiento hubo dinero de por medio y que ellos también corrían peligro. Ante lo relatado, Chacón, Gómez y Ruiz decidieron pedir protección en la 118
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Municipalidad de Río Mayo. El alcalde les comentó que los gendarmes esta ban divididos, unos a favor y otros en contra, con la entrega realizada, y que el nivel de tensión entre ambos bandos había llegado a tal punto que incluso se escucharon disparos al interior del cuartel. El escándalo no pasó inadvertido para la prensa de Comodoro Rivadavia, que ya había informado de la presencia de estos chilenos en territorio argentino a la espera de asilo político. Los diarios La Crónica y La Época publicaron algunos antecedentes de la detención de los tres chilenos. Por su parte, la información que entregó Gendarmería al Ministerio del Interior consistió en que Vera, Castillo y Pérez salieron pidiendo permiso para comprar artículos personales y que, al no regresar, se hizo una “Operación Rastrillo” por todo Río Mayo concluyendo que supuestamente se habían vuelto a Chile. Los principales promotores de esta teoría fueron… los gendarmes Oliva y Risopatrón. El hecho sirvió para que Chacón, Ruiz y Gómez fueran llevados a Comodoro Rivadavia y entregados a la Policía Civil. Se les otorgó una tarjeta provisoria de asilo político y se les dejó libres a su propia suerte. * El último rastro que se sabe de la vida de Vera, Pérez y Castillo es de cuando los tienen en el pabellón del Servicio de Inteligencia del Regimiento N°14 de Coyhaique, lugar de acceso absolutamente restringido, incluso para personal del recinto militar que no perteneciera a ese cuerpo operativo. Sin embargo, existen algunos antecedentes más que permiten construir algunas hipótesis sobre su paradero. Muchos años después, un ex conscripto recordó que mientras se encontraba haciendo el servicio militar, a nes de octubre o principios de noviembre de 1973, le correspondió hacer guardia por un solo día a tres personas detenidas. Ellos no estaban con el resto de los prisioneros en el gimnasio, sino en el “S-2”. Cada uno permanecía en un calabozo individual con la puerta cerrada, de tal forma que no podía verse desde afuera. Las celdas se encontraban a unos tres a cinco metros de lugar en el que eran interrogados. Al soldado le tocó durante su guardia sacarlos del calabozo para que los interrogaran. Lo hizo de a uno. Los sujetos eran de sexo masculino, contextura normal y de una estatura mayor a la de él, que mide 1,63 metros. No les vio el rostro porque estaban encapuchados y se encontraban con sus manos atadas. Esa fue la única vez que los pudo ver. Sabe que los sacaron del regimiento como a los tres o cuatro días después, pero ignora quién los sacó y hacia dónde se los llevaron. Tanto detenidos como soldados recuerdan que Historias de ausencia y memoria
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era habitual que ingresara gente con capuchas y después los aislaran. Varios detenidos en el gimnasio del Regimiento N° 14 rememoran que a nes de 1973, en algún momento en que unos 30 ó 50 de ellos habían sido reu nidos en un ala del gimnasio, el capitán Molina se rerió al destino de Juan Vera, o así lo interpretaron : –Matamos a este comunista de mierda –habría dicho con orgullo el ocial. Los que ya estaban privados de libertad en el Regimiento N° 14 no tuvieron contacto con los tres desparecidos. Con respecto a los detenidos en Las Bandurrias, Noel Neira Vera, del regional Aysén del Partido Socialista, recuerda que en aquel entonces, aproximadamente en el mes de noviembre de 1973, un subocial de Ejército llamado Gastón Muñoz, quien en esa época realizaba la labor de custodio, en actitud de amedrentamiento les indicó que debían tener cuidado con sus actitudes sino querían correr la suerte de Juan Vera Oyarzún. Por tanto, la muerte de estas personas era un rumor que se acrecentaba. Circularon de igual forma comentarios que decían que habían estado detenidos en el Criadero Las Bandurrias antes de sus desapariciones. Sin em bargo, no existen testigos que conrmen esta versión, ni centinelas ni prisioneros. Ninguno de los presos políticos de Las Bandurrias vio a alguno de los desaparecidos, ni tampoco oyeron o tuvieron algún indicio que les hiciera suponer su presencia en el lugar. * Una mujer que se desempeñaba en la lavandería del Hospital de Coyhaique, y un colega auxiliar de servicio del mismo recinto, trabajaban de lunes a viernes allí y los nes de semana hacían turno de urgencia como camilleros. Una de sus funciones era preocuparse de que la morgue se abriera cuando se requería; esto era cuando llegaban cadáveres o algún médico lo necesitaba. En ese entonces, la lavandería quedaba a un costado de la morgue y no existía el Servicio Médico Legal. En una ocasión, a nes del 73, mientras ambos estaban en la lavandería, esperando la llegada de la ambulancia que los iría a dejar a sus casas porque ya se había iniciado el toque de queda, sintieron la llegada de un vehículo. Por curiosidad salieron a mirar a la puerta y advirtieron que se trataba de un camión militar Unimog que se había estacionado frente a la morgue. Estaba empezando a oscurecer. El camión estacionado tenía las luces prendidas y estaba embarrado. Los funcionarios reconocieron a la persona que se bajó del interior del vehículo: el doctor José María Fuentealba, que vestía uniforme militar y llevaba consigo un fusil SIG en la mano y una pistola al 120
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cinto; sus botas estaban llenas de barro y se le notaba nervioso e intranquilo pues caminaba de un lado a otro. Lo acompañaba una patrulla compuesta por unos cinco o seis funcionarios militares. La mujer se atrevió a preguntarle a uno de ellos qué sucedía. –Encontramos a unos muertos en el camino –fue la respuesta. Asustada, la mujer decidió regresar a la lavandería. En cambio, su colega se quedó afuera junto a los militares. Fuentealba le pidió que le abriera la morgue y que le ayudara a bajar unos cadáveres que estaban en el camión. Entre todos –incluyendo los militares y el propio doctor Fuentealba– trasladaron los cuerpos desde los vehículos. Los cuerpos estaban envueltos en frazadas del Ejército y vestidos con ropa normal. En un momento en que el doctor Fuentealba salió de la morgue a despedir a los militares, la funcionaria se aventuró a ingresar. En el lugar no había nadie más que ella y su colega de trabajo. Al ver uno de los cadáveres en el piso la mujer le propuso a su colega: –Tomémoslo y pongámoslo sobre la mesa quirúrgica. Su compañero aceptó. Ella lo tomó de los pies y el auxiliar lo levantó por debajo de los hombros. Entre los dos subieron al fallecido a la mesa dejándolo boca arriba. Aprovecharon el momento para destaparle la cara: la mujer no conocía al fallecido, en cambio su colega quedó impactado al reconocer a su compañero de curso en la Escuela Nº 1 (actualmente Pedro Quintana Mansilla). Se trataba de José Rosendo Pérez Ríos, el Chendo. El joven tenía la cara llena de sangre; vestía un suéter de lana gruesa, camisa y pantalón. Su ropa estaba empapada de rojo. El funcionario le corrió un poco la camisa y pudo observar que José Rosendo tenía una herida de bala en la espalda, lo que le causó gran impresión y tristeza. Siguieron revisando los cadáveres, impactándose también al reconocer a una persona muy famosa en Coyhaique. El auxiliar lo ubicaba muy bien desde niño, porque vivía en calle Baquedano, cerca de donde él solía jugar: se trataba de Juan Vera Oyarzún. Su ropa también estaba totalmente ensangrentada. No alcanzaron a revisarlo porque todo fue muy rápido y temían ser sorprendidos. En eso estaban cuando entró el doctor Fuentealba, los sorprendió hurgando los cadáveres. No alcanzaron a ver el tercer cuerpo. El médico miró a la mujer con frialdad y le advirtió: –No seas intrusa –le dijo, haciendo un ademán amenazante con las manos y dedos, como quien apunta con una pistola. Y agregó:– Aquí no has visto nada. Historias de ausencia y memoria
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La funcionaria se dio media vuelta y volvió a su sector de trabajo y su colega cerró la morgue. El doctor Fuentealba le solicitó al hombre que le entregara las llaves del local. Él se las dio, recordándole que dichas llaves debían quedar siempre en Urgencia. Al día siguiente, el auxiliar pasó por el Servicio de Urgencia, donde encontró, como de costumbre, las llaves de la morgue en el tablero. Supuso que el doctor Fuentealba las había dejado en ese lugar. Una vez con las llaves en su poder el funcionario abrió la morgue constatando que los cadáveres ya no estaban, por lo que llegó a la obvia conclusión de que los tuvieron que haber retirado de madrugada. * La vida para las familias de los detenidos Vera, Pérez y Castillo, desde el momento en el que desaparecieron, se fracturó sin remedio. Por años han buscado incansablemente sus restos, la verdad y la justicia. Patricia Pérez Aguilar, la pequeña niña recién nacida que dejó José Rosendo Pérez, ocupó el espacio que había dejado en el corazón de María Pedrosa ese hijo desaparecido. La única hija de Rosendo se crió con su abuela y los me jores recuerdos de su vida son los de su infancia. Vivían humildemente con lo que “la abuelita”, como la conocían en el barrio, juntaba trabajando como lavandera, a veces incluso con encargos para las esposas de los militares. María Pedrosa Ríos había llegado a la región de Aysén algunos años antes de 1973 proveniente de Chiloé, huyendo de un marido maltratador y acompañada por algunos de sus ocho hijos. José Rosendo era el menor de ellos, su eterno compañero y la luz de sus ojos. Por eso, cuando su hijo se fue para nunca más volver, la salvación y fuerzas para vivir provenían de su nieta Patricia. Apenas desaparecido Rosendo, las tres (con Judith y la bebé) vivían solas. Aceptaron la desaparición del joven sin protestar y sin reclamarle a nadie. Llevaron su luto y su dolor en la soledad y al interior de su casa. María Pedrosa continuó su vida con el miedo a que algo terrible, tanto como la desaparición de su hijo, les pudiera pasar. Desconaba de casi todo el mundo. Luego de algún tiempo, Judith –la joven viuda– rehizo su vida con una nueva pareja y no tuvo el corazón para separar a su suegra de su adorada nieta, por lo que dejó que la niña viviera con la abuela. Patricia creció sin saber la historia de su padre. Su “mamita”, como le decía a la abuela, le explicó, sin mayores detalles, que su papá se había ido, que nunca más iba a volver y que probablemente había muerto. Patricia imaginaba a José Rosendo junto a ella cuando veía a otras niñas con sus padres o fantaseaba con la idea de que al salir de la escuela él iba a estar esperándola o que 122
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algún día inesperado de improviso iba a llegar. Nunca se preguntó nada más allá de lo que le decían. A los 17 años egresó del liceo y supo por Ninón Neira, del Capítulo Coyhaique de la Comisión Chilena de Derechos Humanos, que podía estudiar en la universidad gracias a su padre. La joven, sorprendida, le preguntó a su querida “mamita” sobre lo que le habían dicho. María Pedrosa en un principio no le dijo nada, pero al día siguiente le confesó la verdad: –Si quieres estudiar, yo te apoyo –le dijo, y le explicó:– Esta gente de los Derechos Humanos también te va ayudar porque parece que a tu papá lo mataron el 73. Patricia había escuchado muy a lo lejos ese comentario, pero su reacción era siempre muy pasiva. La joven ingresó a estudiar Licenciatura en Literatura y Pedagogía en Castellano en la Universidad Austral de Valdivia. Pronto la contactaron otros becados, familiares de víctimas de la dictadura, poco a poco fue comprendiendo el contexto y la gravedad de lo acontecido con su padre. Comenzó a interesarse y a averiguar un poco más sobre su padre y ese periodo oscuro de la historia de Chile, pero siempre con cautela, ya que le había prometido a su “mamita” no involucrarse en nada. –Si te vas a estudiar, nada de andar en reuniones, ni en política –le había advertido María Pedrosa, temiendo de que su nieta corriera la suerte de su hijo. Siendo mayor, Patricia comprendió que su “mamita” le ocultó su enorme dolor. Pero a medida que avanzaba en su edad María Pedrosa demostraba más abiertamente su sufrimiento. Cuando la joven cursaba el tercer año de la carrera su abuela se mudó a vivir con ella a Valdivia. Por las noches Patricia la escuchaba desde su dormitorio mientras lloraba amargamente por su hijo menor. A pesar de que sabía que José Rosendo estaba muerto, la mujer no se conformaba. * Luego de recibir la carta de su padre, María Vera sentía estar en las nu bes otando de felicidad. Se ilusionaba porque al n podría reencontrarse con Juan en Argentina. Por mientras, Erita, pragmática como era, se dedicó a solucionar los problemas de orden práctico que se le presentaron. Uno era el título de propiedad de la casa de calle Baquedano. Los militares tuvieron la intención de requisarla, pero afortunadamente, con los recibos de las contri buciones y el apoyo del abogado Juan Soto Quiroz (quien la ayudó y defendió sin cobrarle un solo peso), en tres meses Erita obtuvo el título de propiedad a su nombre. Historias de ausencia y memoria
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El otro gran problema era la desamparada situación de José Luis, el hijo sordomudo de 11 años que se encontraba tan lejos y sin comunicación estudiando en Santiago. Juan siempre había sido el nexo con el colegio, por lo que Erita, sin perder tiempo, le pidió a su hija que le escribiera una carta al director del establecimiento explicándole la situación y solicitando que apoyen a su pequeño hijo mientras veían la forma de traerlo de regreso a Coyhaique. Desde el colegio respondieron que se harían cargo y que José Luis, desde el día 11 de septiembre, no paraba de llorar porque, cuando vio las not icias de la muerte de Allende, lo asoció inmediatamente a su padre. En diciembre, una vez de regreso en Coyhaique, en cuanto José Luis ingresó a la casa comenzó a buscar a su papá. Escudriñó todas las habitaciones de la casa, incluso buscó hasta debajo de las camas. El niño tenía la esperanza de encontrarlo, pero al no tener éxito abrazó a su madre y su hermana llorando desconsoladamente. En ese momento el niño comprendió que nunca más lo vería. Una noche Erita oía el programa “Escucha Chile” de radio Moscú cuando se enteró de que habían entregado a un grupo de chilenos en Río Mayo a una patrulla de militares. Entre los detenidos se encontraba el secretario regional del Partido Comunista. Le informó a su hija lo sucedido: –Hija, parece que a tu papá lo detuvieron. María sintió rabia contra su madre porque, en el fondo, no quería escuchar la verdad. –¡No! ¡Es mentira! Mi papá dijo en su carta que estaba bien. Un día, su tío Benito Vera, que trabajaba de peoneta, las visitó para mostrarles la noticia que había leído en un diario argentino y que un camionero le había pasado: –Cuñada, a mi hermano lo trajeron. Acá el diario dice que entregaron a Juan Vera junto a otros chilenos a una patrulla militar. Erita leyó la nota de prensa. Ella no se quedó con el diario y Benito se encargó de mostrarlo por todo el pueblo a quien quisiera leerlo. Esto le costó una monumental golpiza por parte de los militares, quienes también le quitaron el ejemplar. María y Erita continuaron con sus vidas sin tener alguna pista del paradero de Juan. La niña ingresó a estudiar a la Escuela del Claro, lugar en el que conoció la discriminación por ser “la hija de un comunista”, pero Maruja, determinada e inteligente, se ganó un lugar destacado gracias a su excelente rendimiento. 124
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Pasaron los años sin tener noticias de Juan. Durante su adolescencia, cuando estudiaba en el liceo, María aún se negaba a creer que su adorado padre estuviera muerto. Pensaba que podía estar vivo, pero sin poder comunicarse con ella. En 1980 se fue de Coyhaique para estudiar Dibujo Industrial a la Universidad del Biobío, en Concepción. María se propuso cursar una carrera corta y después trabajar para pagarse otra más larga, ya que tenía bien claro que apenas le alcanzaría para costear sus estudios y estadía lejos de su casa. Su mamá vendía verduras y el Tata, su padrastro, trabajaba en la constr ucción para poder educarla. La joven sabía que debía honrar la memoria de su padre y estudiar con ahínco; Juan siempre dejó bien claro que no quería que su hija lavara platos. Partió a Concepción llevando una maleta y una carta de recomendación del compañero Osvaldo Alinco, para ser entregada a Marcos Ramírez, un renombrado miembro del Partido Comunista del Biobío más conocido como el Abuelo Marcos. María siempre recordaba las palabras de su padre: “Nosotros necesitamos a los hijos de nuestra gente educados”. Y también el Abuelo Marcos le decía una y otra vez: “Usted es la hija de un gran dirigente. No puede ser menos que otros. Usted tiene que militar, tener conciencia revolucionaria y, además, tener buenas notas para que todos la respeten y la escuchen”. La joven no lo pensó mucho: lo más natural para ella fue inscribirse en las clandestinas Juventudes Comunistas. En Coyhaique, Erita trabajaba incansablemente para enviarle dinero a Concepción. Además de vender sus verduras durante el día, la esforzada madre trasnochaba tejiendo frazadas hasta las dos o tres de mañana. María era consciente del monumental esfuerzo que realizaba su familia para que ella tuviera educación superior, por lo que apenas titulada volvió a su ciudad para poder trabajar, ayudar a su madre y también para dedicar tiempo buscar a su padre. A los pocos días de estar de vuelta a casa, alguien necesitó un dibujante industrial y la contrató de inmediato. Con este trabajo pudo solventar sus gastos y aportar a su familia. Apenas llegada comenzó a participar en el partido, llegando a ser secretaria regional de la Jota. Erita se le unió retomando su militancia con nuevos bríos, a pesar de que el Tata se oponía porque le deba mucho miedo. Después de un tiempo, aún en dictadura, María recibió una carta desde Canadá: era de Miguel Chacón Coliagüe, una de las personas que cruzó la cordillera junto a su padre. En la misiva se detallaban algunos antecedentes sobre la travesía de Juan que María desconocía. En 1986, trece años después de lo ocurrido, la joven viajó a Comodoro RiHistorias de ausencia y memoria
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vadavia en busca de pistas sobre la desaparición de su padre. Concurrió al diario La Crónica , lugar en el que se encontró con el periodista Ricardo Cantin, también conocido como “el Pelao Cantin”, hijo del compañero de su padre Julio Cantin. Él le ayudó a buscar en los antiguos archivos del periódico. De esta forma María pudo dar con la información de la época. Por primera vez tuvo acceso a parte de los antecedentes de lo sucedido con Juan y sus compañeros. El artículo de La Crónica señalaba que los detenidos habían sido entregados por dinero a una patrulla chilena compuesta por Redlich, el doctor José María Fuentealba, el capitán Molina y un teniente de Carabineros, desconociéndose que sus derechos de asilo estaban en proceso. En esta oportunidad María también pudo conversar con Efraín Ruiz y José Luis Gómez, quienes le relataron los pormenores de su salida de Chile. Ella tomó apunte de cada palabra del relato. También Maruja se entrevistó con Guillermo Ardao, el Vecino Ardao , quien le contó que en ese entonces era amigo del telegrasta de Gendarmería. Recién ocurrida la fraudulenta entrega de los chilenos, el funcionario le fue a contar lo sucedido pues sabía que eran amigos. Ardao le detalló a María la confusión que hubo en el cuartel y cómo al telegrasta lo obligaron a enviar un telegrama a Buenos Aires diciendo que los detenidos se habían escapado. Con una copia del mensaje, el Vecino Ardao se comunicó personalmente con el gobernador de la Provincia, el que a su vez informó al senador Hipólito Solari Irigoyen, presidente del Comachi (Comisión Argentina de Solidaridad con Chile), quienes al día siguiente se presentaron en Río Mayo en compañía de la prensa. Una vez de vuelta en Coyhaique, Maruja y su compañero de partido Juan Llanos organizaron y ordenaron cronológicamente toda la información recolectada en Argentina. Una vez que la tuvieron sistematizada se la fueron a presentar a Ninón Neira, la presidenta del Capítulo Coyhaique de la Comisión Chilena de Derechos Humanos. De allí en adelante Maruja y Ninón comenzaron si descanso a trabajar juntas. En 1990 se presentó la primera querella por “homicidio calicado”, con la ayuda del abogado Mario Alarcón. Pero ésta no prosperó porque el juez que la revisó, Gerardo Rojas, la envió directamente a la Justicia Militar, donde no se investigó nada. Maruja insistió en sus viajes a la Argentina pues tenía la convicción de que más personas debieron ver o saber sobre el secuestro de su padre y sus compañeros. Guillermo Díaz, un funcionario público de militancia socialista, se comprometió con esta búsqueda y en su vehículo fueron en cinco ocasiones siguiendo la ruta que realizó su padre y sus compañeros en territorio argentino. El costo de estos viajes lo asumieron solidariamente el mismo Guillermo 126
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y otros compañeros. Con copias de las fotos de Juan Vera que repartió por todo Río Mayo, Aldea Beleiro y alrededores, María logró reunir más antecedentes. Golpeó decenas de puertas y recorrió archivos en todos los pueblos fronterizos a los que pudo ir. Incluso intentó abrir un juicio en contra los gendarmes ante la justicia argentina, con respaldo del juez federal de Comodoro Rivadavia. Sin embargo, la no existencia de registro alguno del suceso en Gendarmería impidió que se llevara a cabo. Durante uno de estos viajes, en Aldea Beleiro encontró a uno de los dueños del negocio al que pasaron a comer y comprar los militares antes de salir de Argentina. El comerciante le contó lo sucedido el año 73 pues recordaba perfectamente la conversación que tuvo con el Che Bahamonde , a quien conocía desde años, cuando trabajaba como chofer en los Transportes Giobbi. En paralelo a la primera querella, en julio de 1990, se publicó un reportaje en la revista Hoy (N° 667) titulado “La guerra de Gordon en Coyhaique”, en el que se entrevistó a María. El abogado Jorge Gamboa Cornu lo leyó con especial atención y decidió escribirle una carta a Maruja para proporcionarle nuevos antecedentes para el caso. Gamboa había sucedido a Juan Vera en el cargo de secretario provincial de la CUT de Aysén y también tenía una estrecha amistad con el matrimonio integrado por Alejandro Roempler y Margarita Marchant, la paciente del ginecólogo José María Fuentealba que estaba por tener a su hija por esos días de octubre de 1973. Gamboa relató que todos ellos se informaron por la mujer de Fuenteal ba que el médico había sido comisionado por el Ejército para ir a Argentina. Cuando por n volvió, el 27 ó 28 de octubre de 1973, el mismo Alejandro Roempler le comentó a Gamboa que le había llamado la atención ver unos lentes gruesos que tenían escrito en relieve el nombre de “Juan Vera” al interior de la camioneta del ginecólogo. La información proporcionada por el abogado permitió la presentación de la segunda querella, que se presentó a mediados de los 90, por el delito de “inhumación ilegal”, pero lamentablemente tampoco prosperó pues no es posible probar nada sin el cuerpo del fallecido. La investigación de una tercera querella, presentada en 2001 por “secuestro permanente e inhumación ilegal”, logró la confesión de todos los involucrados en el secuestro de los chilenos en Río Mayo. El recurso fue presentado con el apoyo de la Comisión de Derechos Humanos de Coyhaique y con los abogados del Ministerio del Interior. Hace algunos años, junto a la diligencia de reconstitución de escena, los familiares de las víctimas hicieron varios llamados públicos para pedir que Historias de ausencia y memoria
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los que tuvieran información la entregaran. María recibió algunas cartas anónimas. Una de ellas era de un ex soldado del Regimiento Nº 14, quien le relató en la misiva que, por esa época, un día le ordenaron ir al segundo piso y bajar a dos detenidos. Conversó con uno de ellos, que estaba muy mal físicamente producto de los maltratos. Al preguntarle su nombre, él contestó: Juan Vera Oyarzún. Luego de esa conversación, comenzó una nueva sesión de tortura. El ex conscripto recordó que en esa ocasión estaban presentes tres o cuatro personas, y que una de ellas era el subocial Ewaldo Redlich. Cuando termi naron de torturar a Vera, fue el turno del otro detenido, quien dijo ser sastre de ocio. Cuando terminaron, el soldado los llevó de vuelta a un calabozo que medía tres por cuatro metros. Otro día que estaba de guardia, detalló el soldado anónimo, como a las 2 ó 3 de la madrugada vio que personal del regimiento se llevó a los detenidos maniatados. Desde ese momento no los volvió a ver más. La carta anónima quebró a Maruja, pues Juan Vera había huido hacia Argentina para evitar las torturas y vejámenes a los que él sabía sería expuesto si era detenido por los militares. Constatar que su querido padre sufrió, que estuvo en manos y a disposición de los militares para ser pisoteado y humillado, la destrozó. María Vera se ha transformado en una incansable luchadora y símbolo de la batalla por la verdad y justicia para las víctimas de violaciones a los derechos humanos en Aysén. Está desilusionada de la justicia, pues se obtuvo una muy pobre resolución en la Corte de Apelaciones de Puerto Montt y también en la Corte Suprema. Sabe que prácticamente casi todos los implicados están confesos del secuestro, pero ninguno ha confesado dónde están los cuerpos. Para ella esto es reejo del desprecio que los criminales demostraron por la vida de Juan Vera y sus compañeros y asegura esto se ha traspasado a sus hijos, a los que han sido incapaces de dar la paz y la reparación de un luto. Maruja siempre recordará a su padre como un gran luchador social que amaba su pueblo y a su gente; un hombre entregado por entero a la causa que él consideraba más justa: el bienestar de la gente humilde. Por su parte, María Pedrosa Ríos falleció a los 93 años el año 2000, con el corazón lleno de dolor y tristeza por la pérdida de su hijo José Rosendo. A pesar del sufrimiento, Patricia recuerda que su abuela la crió sin odio ni rencor, y que siempre le decía que debía comprender que los militares eran mandados. Antes de partir, la anciana mujer le pidió a su amada nieta que comprara dos tumbas en el cementerio para tener un espacio libre y listo para cuando encuentren a su pequeño. Pero su deseo no se ha cumplido. Ella se fue con la tristeza de no haber cerrado un ciclo esperando que se supiera la verdad y que se hiciera justicia. 128
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Al morir su abuela, Patricia Pérez cayó en una profunda y larga depresión. Se sentía fuera del mundo pues no podía superar la partida de su “mamita”. Ser ahora ella madre y tener la certeza de que María Pedrosa estaba descansando fueron las principales razones que le permitieron salir del pozo profundo de la tristeza. A sus más de 40 años, Patricia sigue con la esperanza viva en el corazón, indagando y cooperando en lo que se pueda para esclarecer lo sucedido pues “en unos cuantos años se sabrá la verdad y quizá mis hijos la sepan. Saben de su abuelo y espero que su semilla se plasme en ellos y perdure por siempre”. En cuanto a la familia de Néstor Castillo, la última vez que tuvieron noticias de él fue por ese telegrama enviado desde Argentina. En vista de que su hijo no daba señales de vida, la madre se entrevistó con el Cardenal Raúl Silva Henríquez, quien hizo averiguaciones e incluso le ofreció unos pasajes para que se trasladara a Coyhaique, pero por razones de salud no pudieron viajar. De a poco la familia Castillo Sepúlveda se fue enterando de las cosas. Cierta vez su padre, leyendo el diario Fortín Mapocho , vio el nombre de su hijo en una lista de detenidos desaparecidos. La noticia le provocó una trombosis, quedando postrado a causa de una parálisis. Su hija Olga lo cuidó por los ocho siguientes años hasta que falleció sumido en la tristeza. Su madre tam bién tenía una salud frágil y, al perder a su hijo regalón, se deterioró aún más falleciendo en 1983. Actualmente Olga es la única sobreviviente de la familia directa de Néstor que se encuentra con vida, pues su hermana Nelly también falleció. Olga tenía 12 años cuando su hermano Néstor desapareció. Antes de morir, su padre, le pidió que se integrara a las reuniones de los familiares de detenidos desaparecidos. Ella lo hizo en una agrupación de Concepción. Hoy se declara orgullosa de su hermano y considera que lo que más hay que resaltar de Néstor son sus ideales y por lo que él luchó: un mundo mejor para su propia familia, pero también para su pueblo. Olga supo que Néstor murió sacricándose por sus compañeros, pues un contacto del partido le aseguró que el rol del joven era trasladar gente desde Coyhaique hacia Argentina. Pero todavía espera poder llevarle una or al cementerio. * En la investigación liderada por el ministro en visita de la Corte de Apelaciones de Coyhaique, juez Luis Sepúlveda Coronado, se realizaron gran cantidad de diligencias. Se buscó en el cementerio de El Claro, la Tenencia de Coyhaique Alto e incluso en la Reserva Nacional Coyhaique. Pero la mayor parte de los directamente involucrados en el operativo que implicó la desaparición Historias de ausencia y memoria
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de Juan Vera, José Rosendo Pérez y Néstor Castillo Sepúlveda fallecieron llevándose el secreto de la ubicación de los cuerpos a la tumba. Humberto Gordon Rubio, José María Fuentealba Suazo, el subocial Ewaldo Redlich Heinz, el cabo Raúl Bahamonde y el ocial de Carabineros Eduardo Carlos Salinas Willer murieron en medio de un pacto de silencio que no ha podido ser que brado en 40 años. A pesar de estar en medio de investigaciones y peritajes, ninguno de los involucrados dio su brazo a torcer ni reveló alguna pista que ayudara a vislumbrar el paradero de los desaparecidos. El capitán Joaquín Molina Fuenzalida no alcanzó a comparecer ante la justicia, pues falleció asesinado en 1988, cuando se disponía a tener una tranquila vida de mayor de Ejército en retiro. Mientras realizaba una celebración de cumpleaños en su casa, ubicada en la comuna de La Reina en Santiago, el novio de su hija, Manuel Contreras Valdebenito (hijo del general Manuel Mamo Contreras) por celos atacó a uno de los invitados porque estaba con la joven. Molina se interpuso en la pelea y el Mamito –como se conocía al hijo del mentor y mandamás de la DINA– sacó un arma de la guantera de su auto y sin titubear le disparó en doce ocasiones a Joaquín Molina, quien murió tras días de agonía y tres operaciones para sacarle los proyectiles de las entrañas. Actualmente los familiares de los desaparecidos del “Caso Coyhaique”, como se le conoce, siguen con la esperanza de encontrar los restos de sus seres queridos y con la ilusión de que algún día la verdad saldrá a la luz. El 4 de septiembre de 2014 la Corte Suprema dictó sentencia denitiva para varios casos de violaciones a derechos humanos de Aysén. Los ministros de la Sala Penal Milton Juica, Hugo Dolmestch y Carlos Künsemüller acogieron los recursos de casación por el llamado episodio Coyhaique y se dictó sentencia de reemplazo por los secuestros calicados de Juan Vera Oyarzún, José Rosendo Pérez Ríos y Néstor Hernán Castillo Sepúlveda, ocurridos a partir del 27 de octubre de 1973, condenando a Miguel Ángel Rondón a 10 años y un día de presidio, sin benecios, por su responsabilidad como autor de tres secuestros calicados. También se condenó a Gustavo Rivera Toro a 3 años y un día de presidio por su responsabilidad como encubridor, con el benecio de la libertad vigilada.
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9/ La familia aniquilada [Flavio Arquímedes Oyarzún Soto y Cecilia Miguelina Bojanic Abad]
En una tibia tarde primaveral la joven Cecilia Bojanic Abad, de 23 años, esperaba en casa, junto a su pequeño hijo Leonardo, a su marido Flavio Oyarzún Soto para compartir un té luego de la jornada de trabajo. El pequeño niño de un año y medio corría y jugaba por la sencilla vivienda que la pareja habitaba en calle Paraguay 1156, en el paradero 22 de Santa Rosa en la comuna de La Granja en Santiago. Ese día miércoles 2 de octubre de 1974 había transcurrido con normalidad, como cualquier otro. Flavio, de 27 años, salió temprano en la mañana para trabajar en la casa de Mary Walker, una amiga y vecina de su cuñada Ximena Bojanic, en Las Condes. Cecilia lo esperaba mientras cuidaba a Leonardito, quien cada día aprendía a hacer más travesuras, llenando el hogar de alegría y ternura. A pesar de que la situación era crítica, pues sabían que eran perseguidos por las nuevas autoridades de facto, el joven matrimonio vivía con felicidad. Cecilia estaba con casi cinco meses de embarazo. Faltaba muy poco tiempo para que llegara el segundo hijo y Leonardito tuviera así un compañero o compañera de juegos con quien crecer. Alrededor de las 6 de la tarde una vecina de los Oyarzún Bojanic, que vivía en la casa de en frente, vio que dos tipos armados y vestidos de civil se presentaron en el hogar de sus amigos. Luego de entrar y permanecer en el interior por un momento, los hombres salieron llevándose a Cecilia y al pequeño Leonardo a punta de pistola. Utilizando la fuerza amenazaron a la Historias de ausencia y memoria
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vecina con el arma en el pecho: –Usted no ha visto nada –le advirtieron. Al llevársela, Cecilia le alcanzó a gritar a su amiga: –Dile a mi mamá que no sé cuándo volveré, y que no alcancé a lavar la ropa del niño… Los sujetos armados, que eran agentes de la DINA, la obligaron a subir a un automóvil junto a su pequeño hijo. Los trasladaron hasta la casa de su hermana Ximena Bojanic, en Plaza Sanfuentes N° 252, comuna de Las Condes, donde Flavio se encontraba trabajando. Los agentes ingresaron sin decir nada y aprehendieron al joven padre y luego lo llevaron junto a Cecilia. El pequeño Leonardo quedó con su tía Ximena. Al día siguiente Eliana Abad –la madre de Cecilia– encontró en la casa los vestigios de la apresurada salida forzosa de su hija y su nieto: las tazas servidas, la mamadera que Leonardito no alcanzó a tomar, el pan y café de la once que había preparado Cecilia… además de un gran desorden en toda la casa. * Flavio Arquímedes Oyarzún Soto nació el 8 de septiembre de 1947. Vivió su infancia y adolescencia en Puerto Aysén y Coyhaique. Su padre era el encargado de la ocina del Servicio de Seguro Social de Puerto Aysén. Era el mayor de tres hermanos varones; los otros eran Sergio y Marcos. Flavio fue parte de una de las primeras generaciones que egresó del Liceo Fiscal de Coyhaique y que hoy se llama Liceo Josena Aguirre Montenegro. Fueron educados con mucho esmero por sus maestros, quienes veían en este semillero de jóvenes el anhelado sueño de un liceo laico para la ciudad. Sus congéneres lo recuerdan como un muchacho carismático, entusiasta, de gran sensibilidad social, muy educado e inteligente, que destacaba por ser un hábil jugador de básquetbol. A pesar de que no tenía una gran una estatura, corría con agilidad por la cancha. Los tres hermanos Oyarzún Soto eran conocidos entre sus amigos como “Los Oyita”, apodo nacido como abreviación de su apellido. Una vez que egresó de la enseñanza media, tuvo que emigrar para continuar con sus estudios superiores. En 1967 se trasladó a la capital del Biobío para estudiar Pedagogía en Español en el Instituto de Lenguas de la Universidad de Concepción. Salir a estudiar fuera de la región era un cambio radical para los ayseninos. Se veían bruscamente enfrentados a la vida de las grandes ciudades. En el caso de Flavio, Concepción le mostró más rudos los rostros de 132
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la pobreza y la injusticia social. Comenzó entonces a fundarse en él un compromiso con los cambios que creía eran necesarios en el país. Y esto deniría su futuro. Los hogares estudiantiles al interior del barrio universitario de Concepción eran espacios de reencuentro para los jóvenes de Aysén que estudiaban lejos de sus familias. Ahí se reunían de tarde en tarde en torno a un mate o a una partida de truco, recordando con nostalgia la lejana Patagonia. Ariel Elgueta, estudiante de Sociología en esos años, recuerda que eran alrededor de quince los estudiantes de la región, entre los que estaba Flavio Oyarzún. Pertenecían también al grupo dos profesores vinculados a la región: Licer Viveros, de Sociología, y Arsenio Morán, de la Escuela de Química y Farmacia. Los ayseninos conformaban una cohesionada familia; se brindaban apoyo y juntos se sentían más cerca de casa. Flavio no solo encontró recepción y amistad entre sus coterráneos, sino también compartían ideas revolucionarias para el país. Estudió allí aproximadamente tres años. La ciudad de Concepción, y en particular su universidad, ha sido referente en el desarrollo de ideas revolucionarias y de gran actividad en el ámbito de la cultura y el deporte. En estas actividades, como muchos otros jóvenes, Flavio se hizo parte del Movimiento Universitario de Izquierda para terminar ingresando al Movimiento de Izquierda Revolucionario (MIR), liderado por estudiantes de esta misma casa de estudios desde 1967. Comenzó su trabajo con organizaciones de base, donde conoció de cerca el sacricado trabajo de los mineros del carbón, de obreros y campesinos. Con este compromiso se trasladó a la ciudad de Santiago, para profundizar en su trabajo político. En la capital Flavio conoció a la que sería su esposa, Cecilia Bojanic Abad, una hermosa y alegre joven de tez blanca, ojos claros y cabello rubio. Por esa época ella tomaba clases de canto y terminaba su último año de estudios secundarios en un liceo nocturno. El encuentro se habría concretado en una de las fábricas en las que Flavio desempañaba su trabajo político y social y en la que ella trabajaba como secretaria. Compartían la gran pasión por la anhelada transformación social. Cecilia, como Flavio, no lograba aceptar la injusticia patente en el Chile de esos años, y eso los hacía militar en el MIR. La pareja contrajo matrimonio en 1971: ella tenía 20 años y él 24. El 27 de mayo de 1973 nació Leonardo. Cecilia Miguelina Bojanic Abad nació el 7 de mayo de 1951. Desde pequeña fue una niña de gustos sensibles que disfrutaba de las artes, como el dibu jo, el canto y la literatura. Le gustaba escribir cuentos, algunos de los cuales Eliana, su madre, guardó como preciados recuerdos. Cecilia era además aleHistorias de ausencia y memoria
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gre y sociable; le gustaba compartir y ayudar a los más pequeños y era parte activa en las actividades culturales escolares. La familia Oyarzún Bojanic vivía humildemente junto a su pequeño hijo en una casa que mantenían muy arreglada. Luego del Golpe todo cambió y, a pesar del amor mutuo, la persecución y la represión recrudecían, alcanzándolos a ellos. Flavio era un muy buen joven; en palabras de la madre de Cecilia, era “brillante y generoso”. Trabajaba en la fábrica Easton Muebles, que integraba el Cordón Industrial de Vicuña Mackena. Su trabajo político, al igual que el de otros miristas, estuvo centrado en este cordón. Durante el gobierno de la Unidad Popular, trabajadores, pobladores y estudiantes se organizaron territorialmente para mantener la producción y defender el gobierno creando los denominados “cordones industriales”. Sin embargo, una vez ocurrido el golpe militar, estos cordones fueron desarticulados y sus dirigentes y activistas cayeron detenidos o fueron despedidos. Fue así como el 12 de septiembre de 1973, cuando su hijo Leonardo tenía poco más de tres meses de vida, Flavio Oyarzún fue detenido y recluido primero en el Estadio Nacional, luego en el Estadio Chile y después en la Penitenciaría de Santiago. Fue procesado por el scal militar Horacio Ried Undurraga, por “infracción a la Ley de Control de Armas”, junto a otros tra bajadores de Easton Muebles. El 22 de octubre de 1973, mientras se encontraba detenido, el scal Ried abrió un sumario en su contra acusándolo de “extre mista”. Después de seis meses de encierro, en marzo de 1974 salió en libertad bajo anza desde la Penitenciaría de Santiago. Debía presentarse a rmar to dos los días sábado. Como muchos miristas, se resistió al asilo porque creía que era necesario permanecer en el país y fortalecer la resistencia al gobierno de Pinochet. * Una vez que los agentes de la DINA salieron de la casa de la hermana de Cecilia, trasladaron al matrimonio al “Cuartel Ollagüe”, nombre con que la DINA llamaba al centro de detención y tortura ubicado en José Domingo Cañas 1305, esquina con República de Israel, en Ñuñoa. Flavio y Cecilia fueron uno de los cuatro matrimonios que pasaron por este centro de tortura y uno de los 24 secuestrados por la DINA ese año. Entre ellos se encontraba la pareja conformada por los también miristas Lumi Videla y Sergio Pérez, detenidos el 21 de septiembre de 1974, pocos días antes que los Oyarzún Bojanic. La casa de José Domingo Cañas fue hasta el 11 de septiembre de propiedad del cientista social brasileño, exiliado en Chile, Theotonio Dos Santos, crea134
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dor de la “Teoría de la Dependencia”, un análisis marxista de las sociedades latinoamericanas. Luego del Golpe, la puso a disposición de la embajada de Panamá, como una extensión de ésta, pues sus instalaciones no daban abasto para la gran cantidad de perseguidos políticos en busca de asilo. Se estima que pasaron pasaron por allí unos 300. Luego, la casa José Domingo Cañas quedó desocupada y la DINA se apoderó de la edicación, y ya a nes de julio de 1974 la había convertido en un centro clandestino de detención y tortura. Era un lugar estrecho y mal acondicionado: se calcula que serían unos 54 los detenidos desparecidos que pasaron por este cuartel. Fue un centro de tortura muy brutal. Mantenían a los detenidos con casi nada de comida y agua; sus alimentos eran sobras que llegaban solo algunos días y el agua era la que aprovechaban de beber cuando los sacaban al baño. Por los días que se realizó la detención de Cecilia y Flavio, Miguel Enríquez, máximo líder del MIR, era intensamente buscado. Se había producido un rebrote de detenciones de miristas, pues la DINA recababa información que pudiera dar con el paradero del dirigente y de sus colaboradores y contactos más cercanos. Varios de ellos fueron llevados al “Cuartel Ollagüe” y sometidos a salvajes torturas. En este contexto, el 3 de noviembre de 1974 la mirista Lumi Videla Moya murió en medio de una de las sesiones de tortura. Al día siguiente, el cuerpo de esta estudiante de la Universidad de Chile, de 26 años, apareció al interior del patio de la embajada de Italia, lugar al que había sido arrojado por los agentes de la DINA. La prensa indicó que “había sido asesinada en una trifulca entre asilados al interior de la embajada en el marco de una orgía”. Versión negada desde la embajada y que quedó totalmente descartada luego de la investigación judicial hecha posteriormente. Desde su conformación, uno de los principales focos de exterminio para la DINA fue el MIR. Se dedicaron a identicar su estructura, militantes, sim patizantes y amigos para luego dar inicia a la salvaje cacería. Organismos de Derechos Humanos identican varios periodos de persecución del MIR. El primero fue inmediatamente después del Golpe, y hasta enero 1974. Durante este embate se estima que murieron 104 militantes y 73 resultaron detenidos y desaparecidos. Al pasar el tiempo, la DINA, ya con más poder y recursos, enfocó su acción represiva en la desarticulación del MIR durante 1974 y 1975. En esos años el número de miristas asesinados y desaparecidos por la DINA tuvo su máxima expresión. La acción del organismo represor resultó ecaz: hubo 585 víctimas fatales, de los que 272 aún están desparecidos. Varios sobrevivientes que estuvieron en el cuartel de José Domingo Cañas constatan la presencia de Flavio y Cecilia. Entre ellos, Edmundo Lebretch, Historias de ausencia y memoria
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quien los vio llegar aquel 2 de octubre de 1974 con el evidente estado de embarazo de Cecilia. Por su parte, la detenida Rosalía Martínez Cereceda también los vio llegar, Y después incluso pudo conversar con Cecilia, y compartió su profunda preocupación por su hijo Leonardito: la joven esperaba que el niño estuviera bien junto a sus abuelos. Asimismo, la mirista Marta Caballero Santa Cruz compartió con Cecilia en el “Cuartel Ollagüe” y también en “Cuatro Álamos”. Ella recuerda que era de mediana estatura, ojos claros, pelo corto y liso, muy expresiva, alegre y espontánea. Siempre entonaba una melodía para que Flavio la escuchara desde su celda, y así era pues a veces se escuchaba una canción en respuesta. Un guardia, al que llamaban Mauro, era el más humanitario y permitió que Cecilia fuera a ver a Flavio e incluso le consiguió una guitarra para que pudiera cantar con él. Tal vez por ese tipo de gestos con los detenidos le costó la vida: Mauro, el guardia, posteriormente también fue asesinado. El compañerismo y la fraternidad entre ellos les permitía hacer frente de mejor manera al horror que enfrentaban al ser torturados. Un día después de que Miguel Enríquez cayera abatido en San Miguel por agentes de la DINA, el 5 de octubre de 1974, Flavio y Cecilia fueron trasladados al centro de detención “Cuatro Álamos”, ubicado en el paradero 5 de Vicuña Mackenna, en la calle Canadá, a la altura del 3.000. Cecilia y Rosalía Martínez se encontraron nuevamente en la misma celda en “Cuatro Álamos”. El centro era administrado por la DINA y se utilizaba como lugar de detención transitoria y de incomunicación. El lugar tenía doce celdas, un calabozo grande y ocina. Cecilia y Rosalía estaban en la número 2. “Cuatro Álamos” se encontraba al interior de “Tres Álamos”, centro de detención de dependencia de Carabineros. En ese lugar los detenidos podían tener visitas que aparecían en una lista. En cambio en “Cuatro Álamos”, los detenidos siempre ingresaban vendados y estaban incomunicados. Como era de esperarse, no se reconocían como detenidos y su destino era incierto: podían ser devueltos a la tortura en otro cuartel o podían desparecer. Algunos pasaban luego a “Tres Álamos” para ser reconocidos y eventualmente liberados. En “Cuatro Álamos” las condiciones de vida eran decientes, pero un poco mejor que en otros centros, lo que ayudaba mucho a los detenidos que venían, en su mayoría, de largas sesiones de interrogatorio y tortura llegando muy deteriorados físicamente. Este fue un lugar de detención e incomunicación que funcionó durante todo el periodo de existencia de la DINA: desde abril de 1974 hasta 1977. Incluso el régimen llegó a reconocer su existencia como pabellón de incomunicados de “Tres Álamos”. 136
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Rosalía recuerda que vio en buen estado a Cecilia: no presentaba signos de tortura y estaba de buen ánimo. La joven continuaba cantándole a Flavio y conaba que podría salir porque ella no era militante de grandes responsabi lidades. Se le veía ilusionada con su nuevo hijo y siempre estaba recordando a su Leonardo. Estando en “Cuatro Álamos” fue revisada por un médico del recinto, que le recetó vitaminas. En el lugar también Edmundo Lebretch se reencontró con Flavio Oyarzún, pues compartían celda. A mediados de octubre de 1974, a las 11 de la mañana, según lo señalado por testigos, los agentes de la DINA sacaron de “Cuatro Álamos” a Cecilia Bojanic y a Flavio Oyarzún con destino desconocido. Y no volvería a saberse más de ellos. * Luego de su desaparición la familia de ambos –y en particular sus valientes madres: Herminia Soto y Eliana Abad– realizaron todo tipo de gestiones en búsqueda de sus hijos y nieto que venía en camino. Fueron a los centros de detención, a la Secretaría Nacional de Detenidos, escribieron y visitaron a autoridades y organismos internacionales, ministros de la cortes de Apelaciones y Suprema. Pero no lograron saber nada de lo que había sucedido con los tres. Eliana Abad interpuso un recurso de amparo el 14 de octubre de 1974, en la Corte de Apelaciones de Santiago, haciendo saber el estado de embarazo de Cecilia y los riesgos de perdida que corría. Pero el recurso fue rechazado una semana después porque las autoridades negaron conocimiento de la detención de ellos. La mujer insistió, en agosto de 1975, incluyendo una nota: “A esta fecha debe haber nacido su guagua en una prisión. ¿Usted puede imaginar, señor, mi angustia? ¿En qué estado estará mi niña y su hijito?... Todo ha sido inútil, nadie me ha dado una respuesta, nadie se apiada de mi desesperación”. Después de un mes, el recurso fue rechazado, tras consultas del tribunal a distintas autoridades. El propio Ministerio del Interior respondió que no se encontraban detenidos. En noviembre de 1974 el Comité Pro Paz presentó un recurso de amparo colectivo para 129 desparecidos en que los incluía. Ese mismo mes también fue rechazado. Por su lado, Herminia Soto (la madre de Flavio), en julio de 1975 presentó una denuncia por secuestro de Cecilia Bojanic y Flavio Oyarzún en el 4° Juzgado del Crimen de San Miguel. Allí indicó todas las infructuosas gestiones que habían realizado y que siempre se había negado su detención. Eliana también participó en esta denuncia, indicando que su nieto debiera haber cumplido 4 meses de vida. Se inició una investigación sin poder recabar anHistorias de ausencia y memoria
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tecedentes, y entre 1975 y 1976 se anexaron las declaraciones de Marta Caballero y Edmundo Lebretch como testigos. Sin embargo, tampoco prosperó. En 1977 se cerró el sumario y se sobreseyó la causa por no haber podido probar la existencia del delito. Extraña e irregularmente, tres meses más tarde de su desaparición, en enero de 1975, el scal Rolando Melo reactivó el sumario en contra de Oyar zún, y tres meses después solicitó el cierre temporal del caso hasta que se presentaran nuevas pruebas. En julio de 1975 el juez militar aprobó el so breseimiento y ordenó que fuera noticado el acusado. No obstante, Flavio Oyarzún llevaba nueve meses desaparecido. La causa en el Segundo Juzgado Militar fue archivada en agosto de 1975. Cecilia Bojanic es una de las diez mujeres que fueron detenidas embarazadas de las que hasta hoy no se conoce el paradero. Estas mujeres presentaban distintos periodos de embarazo; algunas iniciándolo y otras bastante avanza dos. Sus edades se encontraban entre los 20 años, de Nelva Rosa Mena, y los 29, de de Reinalda del Carmen Pereira. Seis de estas mujeres fueron secuestradas junto a sus esposos, que hoy también siguen desaparecidos. Muchas de ellas sufrieron abuso y fueron torturadas con su hijo en el vientre. Del paradero de los hijos o hijas aún no se ha logrado establecer la verdad. Se desconoce si el niño o niña de Cecilia nació o no mientras se encontraba recluida. De haber nacido, estaría próximo a cumplir 40 años. Existen cuantiosos casos de niños nacidos en cautiverio durante las dictaduras militares latinoamericanas que fueron apropiados o dados ilegalmente en adopción y sus identidades cambiadas. Es el caso de numerosas detenidas en Argentina, en donde, hasta la fecha, 114 hijos de desaparecidas han sido recuperados. En cambio en Chile no se tiene información alguna sobre estos diez casos. Al parecer la dictadura chilena no tuvo contemplación con las embarazadas detenidas y prisioneras por los aparatos represivos. Las investigaciones realizadas no han arrojado información que pueda determinar qué fue lo que sucedió con estos niños debido a los pactos de silencio y ocultamiento de información de los declarantes. * El pequeño Leonardo debió vivir sin sus padres, al cuidado de parientes que, junto a intentar sobreponerse al dolor de la pérdida, buscaban y lucha ban por verdad y justicia. Leonardo creció con sus abuelos, llevando consigo las cicatrices de su detención y de la desaparición de sus padres y hermano, encontrando dentro de sí y de su medio la resiliencia que le permitiera enfrentar el trauma vivido a tan temprana edad. Según informes de organismos 138
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de Derechos Humanos, el régimen militar dejó alrededor de 700 niños huérfanos. Víctimas inocentes del gobierno militar y de sus aparatos represivos, constituyen la infancia dañada que debieron sobreponerse prácticamente solos a esos años de horror. Recién reestablecida la democracia en Chile, y a partir de 2006, se vieron resultados del largo peregrinaje de la familia en busca de justicia, dictándose las primeras sentencias condenatorias. El general (r) Juan Manuel Guillermo Contreras Sepúlveda –quien fuera jefe de la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA)– fue condenado, el 29 de septiembre de 2009, a 10 años de cárcel como autor de secuestros calicados de Cecilia Bojanic Abad y Flavio Oyarzún Soto. Desde la sentencia por el asesinato del ex canciller Orlando Letelier en Washington, pesan sobre él innumerables condenas al constatarse su participación y responsabilidad en violaciones a los derechos humanos que lo tienen recluido: hasta el año 2011 Contreras sumaba más de 360 años de cárcel y dos presidios perpetuos. Osvaldo Romo, torturador y agente civil de la DINA, fue condenado en cuatro causas, una de ellas es la de Cecilia Bojanic y Flavio Oyarzún. Falleció a los 69 años, el 4 de julio de 2007, mientras cumplía su pena en Punta Peuco (antes había estado recluido en la Penitenciaria de Santiago). Los ociales del Ejército Francisco Maximiliano Ferrer Lima (quien llegara al grado de teniente coronel), Marcelo Luis Moren Brito (quien llegara a coronel), Miguel Krassno Martchenko (llego al grado de brigadier) y Fernando Laureani (llegó a ser coronel) fueron condenados a cuatro años de presidio menor en su grado máximo, con el benecio de libertad vigilada, como autores de los secuestros calicados de Cecilia y Flavio. Sobre ellos pesan gran cantidad de condenas que los tienen recluidos. El único ex agente de la DINA que obtuvo la libertad vigilada fue Orlando Manzo, quien recibió una pena de tres años como cómplice.
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10/ La garra del Cóndor [Humberto Cordano López]
Humberto Cordano López nació el 8 de noviembre de 1952, siendo el mayor de nueve hermanos. Siguiendo la tradición, decidieron nombrarlo igual a su padre, un férreo militante comunista. Su madre, Carmen López Rodríguez, era una dedicada dueña de casa. La familia había llegado a Puerto Cisnes desde Santiago para echar raíces en ese apartado lugar de no más de 1.500 habitantes. Humberto Cordano padre llegó a ser muy conocido y respetado en el pue blo, ya que era el técnico paramédico encargado de la posta; esto lo convertía en el único funcionario de salud en el área. Muchas veces debió atender y responder a situaciones complejas, pues la ronda médica en aquella época pasaba cada tres meses y el traslado a los centros urbanos más cercanos – Coyhaique y Puerto Aysén– quedaba a más de nueve horas de navegación. Humberto hijo asistía a su padre en estas tareas: fue así como aprendió el ocio de paramédico o practicante. Beto , como le decían sus cercanos, siguió la senda de su padre en todo sentido e ingresó muy joven a las Juventudes Comunistas, abocándose al funcionamiento de esta organización en el pueblo. Las JJ.CC. en Puerto Cisnes contaba con 22 militantes, entre jóvenes obreros, campesinos, pescadores y estudiantes de la única escuela que había y que solo era de enseñanza básica. Pronto se convirtió en el secretario de las JJ.CC. de la localidad e integró el comité local Puerto Aysén, instancia que cubría sectores del litoral como Puerto 140
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Chacabuco, Puerto Aguirre, Estero Copa, Puerto Cisnes y Puyuhuapi. Estos sitios eran habitados por gente de gran temple que trabajaba arduamente luchando contra las inclemencias del tiempo, el aislamiento y el desamparo. Atender a estos comités locales, dada la poca conectividad y lejanía, requería de gran compromiso, lo que lejos de desalentar al joven Humberto aumentaba sus anhelos de ser protagonista en los cambios políticos y sociales del país. Para realizar su trabajo partidario, Humberto y los otros jóvenes del comité local debían trasladarse en barco y navegar entre cuatro y nueve horas cada tramo. La frecuencia era baja: una vez por semana. Los temporales, los infaltables contratiempos, la hospitalidad recibida y los compañeros de part ido que encontraran entre los navegantes hacían de estos viajes una aventura permanente. Cordano realizaba esta labor con profundo compromiso, mostrando importantes cualidades que lo perlaban como uno de los dirigentes emergentes de las Juventudes Comunistas. Sus amigos y compañeros de la época lo describen como un joven alto, de tez clara, ojos verdosos y pelo ondulado color castaño claro, pero por sobre todo destacan que era un valiente luchador, sacricado y comprometido marxista, siempre de buen humor y con más de alguna travesura a or de piel. En los comicios de 1969 Humberto trabajó arduamente en la campaña para senador de Salvador Allende por la décima circunscripción que comprendía las provincias de Chiloé, Aysén y Magallanes, saliendo elegido con la primera mayoría. En 1970, año de las elecciones presidenciales, a Humberto Cordano López le correspondió realizar el servicio militar obligatorio y, si bien debió renunciar a su cargo en el comité local, nunca dejó su militancia. Por sus conocimientos y competencias, fue asignado a la enfermería del Ejército, reforzando sus conocimientos en el área. En 1971 se convirtió en miembro titular del comité provincial de las JJ.CC. Ese año el secretario, Enrique Anabalón, fue llamado a trasladarse a Santiago para asumir otras responsabilidades. Se produjo una reestructuración y Bernardo Tapia asumió como encargado de organización, segundo en responsa bilidad, pero un año más tarde también fue llamado a Santiago, quedando Humberto Cordano en esta función y el recién llegado Néstor Castillo Sepúlveda, como secretario provincial de las JJ.CC. Beto estaba contento. Sentía que estaba siendo parte en la construcción de un Chile distinto más justo, libre y solidario. El 8 de enero de 1972, con motivo de la celebración de los 50 años del Partido Comunista, viajó a Santiago y asistió a un Estadio Nacional repleto. Junto a 80 mil personas, escuchó emocionado los discursos de Luis Corvalán, secretario general del PC, y del presidente Salvador Allende. Historias de ausencia y memoria
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Además de su vida partidaria, el joven de 20 años estaba enamorado: quería casarse para formar una familia con la mujer de su vida. * Para el 11 de septiembre de 1973 Humberto vivía en Coyhaique como pensionista en la casa de los Anabalón, una familia comunista que había sido relegada a la zona durante el gobierno de González Videla. Otro huésped de la casa era el recién llegado Néstor Castillo quien no tardó en entablar amistad con Beto pues ambos tenían muchas cosas en común, especialmente el compromiso con el PC y una vida de lucha por sus ideales. Fue en donde los Anabalón cuando Beto conoció a Ana Delia Barría, quien vivía a unas pocas casas de la familia. Luego de un tiempo, los jóvenes se enamoraron. Desde el mismo día del golpe de Estado, los militares llamaron por bandos a muchos de los dirigentes y militantes de partidos pertenecientes al gobierno de la Unidad Popular. Al mismo tiempo, los golpistas comenzaron a realizar allanamientos y detenciones por toda la región. Los Anabalón no tardaron en ser visitados por los uniformados y en los días posteriores Humberto fue detenido en la casa de sus amigos junto a la hija de los dueños de la pensión, Cupertina. Fue llevado, como todos los detenidos de Coyhaique, al gimnasio del Regimiento N°14, donde estuvo incomunicado por ocho días, durante los cuales fue sometido a torturas e intensos interrogatorios. En el regimiento no solo se encontró con sus compañeros de partido, dirigentes y autoridades políticas del gobierno de Allende, sino también con militares con los que muy poco tiempo atrás había compartido vida cuando hizo su servicio militar. Fue más de alguno de ellos que le recomendó que, por su bien, no se quedara en Coyhaique. Su padre igualmente había sido detenido y enviado, bajo constante control policial, a Puerto Aguirre, en las islas Huichas. Una vez que recobró su libertad, Humberto hijo viajó junto a su novia Ana a esa isla para saber cómo se encontraba su padre. En el lugar no pasaron desapercibidos y eran continuamente sacados de su domicilio a distintas horas para ser interrogados. En medio de este acoso militar, el 5 de octubre de 1973 en Puerto Aguirre los jóvenes contrajeron matrimonio para luego dirigirse a Puerto Cisnes, donde se quedaron unos días en casa de familiares. La familia Cordano López era dueña de un campo en las cercanías de Puerto Cisnes, especícamente en la isla Magdalena, a una hora de navega ción. El lugar era paradisíaco, de un verde frondoso y una hermosa vista al mar, pero no contaba con infraestructura ni condiciones básicas para ningún 142
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Humberto Cordano López con su uniforme mientras realizaba su servicio militar.
tipo de asentamiento. A pesar de ello, los Cordano decidieron que era un buen lugar para quedarse mientras pasaba la persecución de los militares. Aquí permanecieron un año, viviendo en duras condiciones. En isla Magdalena, y asistida por su esposo y su suegro, Ana Barría dio a luz a una niña el 21 de enero de 1974. La llamaron Ana María y sería la única hija del matrimonio. La vida con una recién nacida se hizo aún más complicada, teniendo en cuenta las condiciones de vida de la joven pareja, por lo que decidieron dejar la isla y regresar a Coyhaique. En esta ciudad se instalaron a vivir en casa de los abuelos de Ana. Humberto fue nuevamente detenido y volvió a sentir el peso del hostigamiento militar. Por las noches, sus suegros tapaban las ventanas con frazadas para no llamar la atención de los militares que con frecuencia rondaban las calles. Bajo esa penumbra, muchas veces curaron las heridas y magullones con los que llegaba Humberto luego de alguna de sus tantas detenciones. Las cosas no andaban bien y el joven matrimonio comenzó a ahorrar con el claro objetivo de dejar el país. Historias de ausencia y memoria
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* El 7 de febrero de 1976 Humberto ingresó por vía terrestre a territorio argentino. Lo hizo sin su familia y en calidad de turista. Su intención era quedarse en Comodoro Rivadavia, lugar en el que se refugiaron gran cantidad de chilenos perseguidos. Una vez en allí, Beto tomó contacto con sus compañeros comunistas, quienes lo recibieron y acogieron. Luego de un mes, cuando estaba ya radicado y con permiso para permanecer y trabajar, Ana Delia llegó con su pequeña hija para instalarse junto a su marido. El joven padre podía hacerse cargo de su familia pues había encontrado empleo como enfermero en el Sanatorio Cruz Azul. La familia Cordano Barría vivía en una modesta casa que contaba con sólo dos habitaciones. A pesar de ser el espacio muy pequeño, cada vez que venía uno o varios compañeros en busca de ayuda Humberto lo recibía y alo jaba incluso compartiendo su propia cama. En Comodoro Rivadavia estuvieron un poco más de un año, tras lo cual se mudaron en búsqueda de mayor seguridad. En Caleta Córdova, a 10 kilómetros de Comodoro, Humberto comenzó a trabajar en un barco pesquero y mandó a buscar a sus padres y hermanos. Una vez que los Cordano López estuvieron juntos, retomaron sus compromisos partidarios. Beto , al igual que muchos otros chilenos, se abocó a difundir lo que sucedía en Chile a causa de la dictadura de Pinochet y a solidarizar con los compatriotas que seguían resistiendo dentro del territorio nacional. Integró la Comisión Argentina de Solidaridad con Chile (Comachi), trabajó junto a los chilenos Iván Zúñiga (procedente de Chile Chico), Luis Rubén Leiva (oriundo de Puerto Aguirre), Sergio Muñoz Luna, Sergio Barría y Humberto Velázquez. A ellos se le sumaban los argentinos Mario Morejón e Hipólito Solari Irigoyen. El Comachi se preocupó de denunciar crímenes, como el de Juan Vera, Néstor Castillo y José Rosendo Pérez; a revelar persecuciones; a reunir dinero para enviar a Chile; y a socorrer a los chilenos desterrados en Argentina. En abril de 1976 un golpe de Estado también estremeció a la Argentina. La Comisión de Solidaridad siguió trabajando, pero ahora en la clandestinidad. En el vecino país comenzó a implementarse la misma salvaje y sistemática represión en contra de los diversos grupos políticos de izquierda. Cordano y sus compañeros empezarían a recibir noticias de detenciones de compatriotas y de argentinos opositores al nuevo régimen militar. La situación empeoró para todos. Los chilenos radicados en Argentina comenzaron a ser despedidos de sus empleos y a ser hostigados. Incluso en una oportunidad la policía se presentó en una reunión del Comachi. 144
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Humberto se enteró que agentes chilenos estaban realizando cada vez más detenciones en aquel territorio y en otros países de Latinoamérica. Los chilenos comenzaron a vivir un ambiente de preocupación, ya que sentían que el peligro los acechaba nuevamente. A mediados de 1976 en Comodoro Rivadavia fueron detenidos por la Prefectura Marítima Argentina los hermanos y militantes comunistas Abel y Luis Levicoy, oriundos de Chile Chico. Los militares los deportaron a Chile. Para proteger a su esposa y a su pequeña hija, Beto prefería no entregarles antecedentes de su actividad política y de los peligros reales que enfrentaban. Con frecuencia le decía a Ana Delia: “Entre menos sepas, mejor para ustedes”. A pesar de ello, en más de alguna vez le comentó que lo vigilaban. Con esta misma intención, y en vista de que Ana extrañaba su familia, decidieron que ellas regresaran a Chile a mediados de marzo de 1977. Para ello viajó desde Coyhaique la madre de Ana a buscarlas. Una vez en Chile, Ana Delia recibió una carta de Humberto en la que le comentaba que las extrañaba mucho; que a pesar de que la distancia lo entristecía, era lo mejor para ellas. Les contó además que estaba realizando gestiones para regularizar su asilo en Argentina, por lo que debía esperar. Días más tarde, Ana recibió la visita de su conocida Elena Zúñiga, quien trajo un mensaje de su suegro: Humberto habría sufrido un pequeño accidente, nada grave, solo se había herido un brazo, por lo que tendría que viajar a Buenos Aires para realizarse un tratamiento. El 24 de mayo de ese año Ana Delia volvió a tener preocupantes noticias de su marido, ya que su suegro le envió un telegrama que indicaba que Hum berto no habría regresado desde Buenos Aires. Se encontraba desaparecido. Al mes siguiente, una tía de Ana Barría que reside en Argentina recibió un extraño telegrama rmado por Cordano que decía “Dejen todo igual, vuelvo”. * Cuando los miembros de la Comisión de Solidaridad con Chile se enteraron de que los servicios de inteligencia andaban tras los pasos de Humberto Cordano López decidieron sacarlo del país lo más rápido posible y sin levantar sospechas. Para ello idearon una excusa con el objetivo de que Humberto pudiera viajar a Buenos Aires. Fue así como inventaron lo de la lesión en el brazo, siendo el propio Humberto quien, utilizando sus conocimientos en enfermería, se enyesó. Un día antes de partir se fue a despedir de su amigo y compañero Sergio Zúñiga. Fue la última vez que se vieron. Otro miembro del Comachi, Rubén Leiva, fue el encargado de llevarlo hasta la agencia de viajes Seferino, que estaba en calle Rawson, entre las calles Historias de ausencia y memoria
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Belgrano y España, en Comodoro Rivadavia. Desde allí viajaría por tierra a Buenos Aires. La idea era que Humberto llegara a la capital, se refugiara en la delegación de Naciones Unidas y luego saliera al extranjero. Para ello debía tomar contacto con Fanny Edelmann, una dirigente del PC argentino. Fernando Dasencic era un chileno, también militante del Partido Comunista, bastante conocido por los habitantes de la provincia de Aysén ya que había sido secretario del intendente al momento del golpe militar. Residía también en calidad de refugiado político desde hacía un par de años en Necochea, provincia de Buenos Aires. Un día recibió un llamado de Rubén Leiva, quien le avisó que en un bus interprovincial llegaría Humberto Cordano. Fernando lo fue a buscar al terminal y lo alojó en su departamento. Al tercer día, luego de volver tarde de su trabajo, Humberto ya no estaba. El lugar no presentaba rastros de haber sido allanado o revisado, todo estaba ordenado y las pertenencias de Cordano tampoco se encontraban. Supuestamente, Dasencic encontró una nota donde Humberto decía que debía irse porque ya estaban por alcanzarlo, sin poder despedirse ni señalarle dónde. Desde ese momento, el difuso rastro de Humberto Cordano se pierde. Luego de años de indagaciones, se ha podido constatar que el último registro que de él se tiene es su paso por la Comisión Católica Argentina de Migraciones, a la que habría asistido el 30 de mayo del 1977 para solicitar el asilo. Éste fue aprobado pocos días después, el 9 de junio, pero Humberto no alcanzó a enterarse. Al no tener noticias de su marido, Ana Delia dejó a su hija encargada con familiares y viajó a Buenos Aires en busca de Humberto. Recorrió en vano la capital argentina e intentó rehacer los pasos de su marido. Regresó a Chile con un par de cabos que no lograban hilar la trama de su paradero. Se fue a vivir con sus abuelos, quienes le ayudaron a criar a la pequeña Ana María mientras ella trabajaba. El terror se instaló en su mente y la atormentaba el fantasma de que un día llegarían los militares por ella y su hija. Así pasaron los años y transcurrió la infancia de la pequeña hija de Humberto Cordano, a la que nadie le contó lo ocurrido con su padre. Por su parte, los Cordano López permanecieron en Argentina. Una vez recobrada allí la democracia, en 1983, Humberto padre inició las gestiones para que se pudiera establecer lo ocurrido con su hijo al estampar la denuncia por la desaparición de Beto en la seccional II de la Policía Federal de Comodoro Rivadavia.
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* Hasta que cumplió los 8 años, Anita María Cordano Barría vivió con su madre en la casa de sus bisabuelos maternos. Su primera infancia transcurrió tranquila, sin recibir mayores detalles sobre su padre: solo sabía que se llama ba Humberto y que estaba muerto. Con el tiempo, su madre se volvió a casar, extrañamente con un militar, y el tema de Humberto Cordano pasó a estar por completo vetado. Anita María pasó a ser la hija de un militar y se crió rodeada de escudos e imágenes castrenses, sobre todo de Augusto Pinochet. Con el tiempo se enteró de que su padre era un detenido desaparecido en Argentina, pero no tenía fotos, ni menos recuerdos. A esto se sumó que su familia materna vivía en el vecino país, en Caleta Córdova, por lo que fue difícil y lento proceso el construir la imagen de Beto y armar el puzle de su desaparición. Cuando era una adolescente de 17 años se realizó el plebiscito en Chile y Ana María comenzó a dimensionar quién era realmente Augusto Pinochet. Luego, tomó por primera vez conciencia de su situación cuando la llamaron del Instituto de Normalización Previsional (INP), por ser hija de un detenido desaparecido y tener derecho a algunos benecios económicos como tal. El caso de Humberto Cordano estaba en el informe Rettig. Anita María constantemente soñaba con un portón verde de lata: cuando le hablaban de su padre, esa era la imagen que se le venía a la mente. A los 18 años viajó con su madre a conocer a sus abuelos paternos que vivían en Argentina. Ana Barría siempre había evitado volver pues le daba un terror casi irracional experimentar nuevamente lo que vivió junto a Beto. Rayaba, incluso, en la paranoia, pues constantemente miraba por encima de su hombro segura de que la seguían. Al llegar a Caleta Córdova, al hogar de sus abuelos, Anita María vio que efectivamente había un portón verde. La última vez que había estado ahí ha bía sido a los 3 años y un borroso recuerdo todavía se adhería a su retina. A medida que fue pasando el tiempo, Ana María fue tomando valor y comenzó a investigar más sobre su papá. Después de 37 años se atrevió a preguntarle algunos detalles a su abuela materna, pues siempre había querido mucho a Beto. Entonces ella le relató algunos detalles sobre su padre. Le contó que había sido detenido muchas veces, quedando en muy mal estado después de las golpizas y torturas realizada por los militares, incluso le dijo que una vez le tuvieron que sacar unas espinas enterradas por todo su cuerpo. Recoger los antecedentes de la vida y obra de su padre ha sido para la joven un descubrimiento progresivo muy triste. Cuando niña, y en su nuevo contexto familiar, llegó a responsabilizarlo de lo que le había sucedido: que Historias de ausencia y memoria
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algo debería haber hecho; quizás él mismo se lo había buscado. Después en tendió las razones del compromiso de Beto para seguir luchando hasta perder la vida en ello. Anita María descubrió que su padre desaparecido era un hombre lleno de vida, de ideales y sueños. Supo que Humberto era una persona pacíca, lejos de la imagen del terrorista que la dictadura y sus seguidores intentaron imponer. Llegó a la conclusión de que lo que más hizo fue ayudar a muchas personas y entendió que, gracias a él, ella y su madre estban vivas. Con el tiempo fue corroborando lo que le pasó a su papá en Argentina antes de desaparecer. Hoy tiene claro que su muerte fue injusta y que su lucha no fue un sinsentido o un acto egoísta; que, por el contrario, fue un acto heroico y consecuente. Se ha podido conrmar que la desaparición de Humberto Cordano López ocurrió en el marco de los planes de colaboración para el exterminio de opositores de las dictaduras sudamericanas a través de la denominada “Operación Cóndor”. Éste es el nombre con el que es conocida la acción de coordinación de operaciones realizada en las décadas de 1970 y 1980 entre las cúpulas de los regímenes dictatoriales del Cono Sur, con amplia participación de la CIA, de los Estados Unidos. Esta relación se tradujo en el seguimiento, vigilancia, detención e interrogatorios con tortura a los opositores a las dictaduras militares. Además, implicó el traslado entre países y la desaparición o muerte de estas personas consideradas como subversivas del orden instaurado o contrarias al pensamiento político o ideológico impuesto. La “Operación Cóndor” se constituyó en una organización clandestina internacional para la práctica del terrorismo de Estado que cometió el asesinato y desaparición de decenas de miles de inocentes. La mayoría de las víctimas pertenecían a movimientos de izquierda política. El caso de Humberto Cordano López, junto al de otras víctimas de esta operación, logró que se detuviera a Pinochet en Londres y también mantiene en prisión a Jorge Videla en la Argentina. Luego de algunos años de investigación judicial, el 17 de junio de 2014 el caso de Humberto Cordano, junto a otros trece más, se sobreseyó temporal y parcialmente hasta que se presenten mayores antecedentes.
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11/ El gaucho libre y sin fronteras [José Ananías Zapata]
A unos pocos minutos de la frontera con Argentina se encuentra Chile Chico, un apacible y soleado pueblo de la ribera sur del majestuoso lago General Carrera. En Aysén, Chile Chico es famoso por su agradable microclima, similar al de la zona centro sur del país, y por sus fértiles chacras en las que se dan sabrosas frutas reputadas por su tamaño y dulzor. A principio de los años 70 el poblado contaba con menos de dos mil habitantes. Todos se conocían o estaban emparentados. Luego del 11 de septiembre de 1973 hubo un quiebre en la vida cotidiana de este pacíco lugar pues entre los vecinos se propagó el miedo y la desconanza. Los que ayer eran amigos, al día siguien te ya no lo eran y se instauró un nuevo orden en que la única autoridad era la uniformada. La situación empeoró cuando en noviembre del mismo año aterrizó un helicóptero cargado de comandos Boinas Negras bajo las órdenes del en ese entonces capitán Alfredo Nilo Floody, quien años más tarde sería conocido por crear un centro de inteligencia militar en la región del Bíobío cuya nali dad era perseguir y aniquilar a los miembros del MIR en la zona. Los militares se instalaron en la Tercera Comisaría de Chile Chico. El capitán Nilo portaba una inquisidora lista bajo el brazo, que contenía la identidad de todos los posibles opositores al régimen. La nómina había sido elaborada por el Servicio de Inteligencia del Ejército en Coyhaique pues se formaría un Consejo de Guerra para enjuiciar a los sospechosos de actividades subversivas. Historias de ausencia y memoria
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Los carabineros de Chile Chico fueron los encargados de señalar los domicilios de los vecinos buscados por los comandos del Ejército. Uno a uno los individualizados en la lista fueron pasando por las caballerizas de la comisaría para ser interrogados en medio de crueles vejaciones y torturas, para luego ser arrojados como un trasto inservible a la calle, no sin antes rmar alguna exculpación y compromiso de no involucrarse en actividades de tendencia política contraria al gobierno militar. Los pobladores que eran testigos de estos abusos no se atrevieron a salir a socorrer a sus vecinos convertidos en bultos malheridos. * El martes 16 de junio de 1981 el cielo amaneció despejado. El sol resplandecía, pero irradiaba poco calor y, aunque se asomaba el invierno, igual el día era agradable. Luisa Medina era una joven madre de 19 años que vivía en el sector de Bahía Jara junto a su esposo y a su pequeño hijo de un mes de vida. Estaba muy preocupada: el pequeño sufría una afección en sus ojitos y por lo que tendría que llevarlo de urgencia al hospital de Chile Chico, a 17 kilómetros de allí. Mientras decidía cómo trasladarse, advirtió que pasaba un jeep de color rojo en dirección al lago. Luisa pensó que esta era una oportunidad de pedir un aventón hacia el pueblo para llevar a su bebé al médico. En el acto, la joven fue a pedir ayuda a la casa de sus vecinos, la familia Vargas, a quienes les pidió que atajaran al vehículo y le solicitaran a sus ocupantes llevarla junto a su hijo hasta el hospital. El abuelo de la familia, Galvarino Vargas Pérez, de 62 años, ofreció su ayuda y salió al camino a esperar. En la vivienda, además del abuelo Galvarino, estaba su hija Inés y sus nietas Elba y Nilsa, de 17 y 21 años. Junto a ellos se encontraban de visita los jóvenes Leopoldo Oyarzún Vásquez y Sergio Becerra. En la cocina, conversando con Elba, estaba José Ananías Zapata Carrasco, de 28 años, amigo de la familia y también poblador del sector de Bahía Jara. Recién habían terminado de almorzar cuando José Ananías había llegado a ver a las mujeres de la casa premunido con de harina, sal y levadura. –¿Ustedes me harían un poquito de pan? –les pidió con una sonrisa. Elba aceptó gustosa. Ananías era un cercano amigo de la familia y la solidaridad entre vecinos es algo natural entre los campesinos de la Patagonia. En eso estaban cuando el jeep rojo se estacionó en el camino cerca de la casa. Traía a dos ocupantes: un sujeto de contextura alta y delgada y otro más bajo y robusto. Luego de conversar con Galvarino, el segundo se acercó a la casa y tocó la puerta. 150
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Al verlo en el umbral de la puerta, de inmediato los pobladores lo reconocieron. Era conocido en el pueblo como el paco Schaaf , que ahora andaba “de franco”, vestido de civil. El carabinero pidió permiso para entrar a la casa, que le fue concedido. Ya adentro, se dirigió a José Ananías. –Oye, Zapata, ¿puedes salir para que conversemos? –le preguntó sin dar razones. El joven asintió sin decir palabra. Salieron y se ubicaron a un lado del cerco de alambre que rodeaba la vivienda de los Vargas. * El matrimonio conformado por Heriberto Zapata Sánchez y María Luisa Carrasco Mera tuvo nueve hijos, entre los que se encontraba José Ananías. Vivían en Bahía Jara, sitio de un paisaje privilegiado, con una hermosa playa de aguas quietas y na arena clara a orillas del lago General Carrera y con un clima es incluso más agradable que el de Chile Chico debido a su estratégica y protegida ubicación que la protege del implacable viento. Con nueve bocas que alimentar, y en medio del aislamiento, la vida para la familia Zapata Carrasco era sinónimo de enorme esfuerzo. El trabajo en el campo exigía casi romperse la espalda trabajando de sol a sol. Por ello, en cuanto los niños tenían la fuerza suciente para levantar alguna herramienta se les fabricaba una más pequeña y salían a trabajar la tierra. Poco tiempo quedaba para que los niños jugaran; solo de vez en cuando Ananías y sus hermanos se arrancaban un rato para jugar a la pelota. “Cuando teníamos 15 años, entre los dos pudimos comprarnos una”, recordó un amigo de infancia. Al cumplir 18, José Ananías tuvo que presentarse en el Regimiento de Coyhaique para hacer su servicio militar. La ocasión era importante: de ahí en adelante podría mandarse solo y ser autónomo. Pero no quedó seleccionado. De vuelta en Chile Chico comenzó a trabajar de manera independiente, se dedicó a las labores agrícolas, pero su verdadera pasión eran los caballos y las carreras a la chilena. Hacia 1980, por orden de las autoridades, se restringió el tráco en la frontera con Argentina. Chile Chico queda a sólo 14 kilómetros de Los Antiguos, en la provincia de Santa Cruz, tierra de estancias y gauchos. En los pueblos fronterizos de la Patagonia históricamente ha existido una relación estrecha, pues durante muchos años el vital abastecimiento se produjo desde Argentina. Por lo mismo, entre los pobladores era frecuente el uso de pasos no habilitados, sobre todo si se pensaba en buscar trabajo. La situación se complicaba cada vez más de este lado de la frontera pues las alternativas laborales eran supervisadas por las autoridades del régimen y resultaban ser con desfavoraHistorias de ausencia y memoria
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bles condiciones económicas. Por lo tanto, los trabajadores chilenos creían que de manera independiente podían conseguir mucho mejores ofertas. En este rígido contexto, José Ananías se desenvolvía libre y desenvuelto, a la usanza de los pobladores de antaño. Ajeno al exacerbado control que la dictadura ejercía, el joven transitaba, como muchos otros, libremente hacia Argentina. Esta actitud era tomada por las autoridades como una rebeldía o desacato. Para peor, tenía otras características que generaban antipatía en algunos: vestía como gaucho, con boina, bombachas, botines y pañuelo al cuello, como hacían los argentinos. Esta costumbre (habitual en la Patagonia, por lo demás) molestaba la chovinista autoridad militar pues la catalogaba de “conducta antipatriota”. A lo anterior se sumaba que su padre, Heriberto Zapata, era un reconocido dirigente campesino democratacristiano. Para algunos esta era razón suciente para considerar a la familia Zapata Carrasco como “de tendencia comunista”. Aunque en rigor, bien poco se le podía recriminar a José Ananías. Todos en su entorno se acuerdan de él como un muchacho tranquilo que nunca fue violento o irascible. Solo vivía su vida como a él le parecía. Sin molestar a nadie. * En la casa de los Vargas, y desde la ventana de la cocina, todos pudieron ver que José Ananías estaba conversando con el sargento segundo de Cara bineros Víctor Schaaf Igor junto al cerco de alambre que rodeaba la vivienda. No podían escucharlos, pero por su forma de gesticular era fácil deducir que ambos mantenían una charla aparentemente calmada. El joven vestía chaqueta azul, bombachas café, botas de cuero negro y un sombrero que había traído de uno de sus viajes al país vecino. En medio de la conversación, pacícamente y con tranquilidad José Ana nías sacó un cuchillo de unos 30 centímetros de la parte de atrás del cinto y se lo entregó sin problemas al carabinero. En ese instante, el acompañante del paco Schaaf , el capitán Fernando Vidal, bajó del vehículo rojo y se acercó a los hombres. Luego de unos pocos minutos de conversación, los tres se dirigieron hacia el bajo cercano a la casa. Es ese instante cuando los testigos quedaron atónitos al observar que, en un repentino movimiento, Schaaf trató de tomarle el brazo a José Ananías, quien, asustado ante el gesto, se puso a correr a tranco largo dirigiéndose hacia el lugar en donde tenía su yegua atada. El campesino alcan zó a avanzar unos pocos metros hasta que ambos carabineros sacaron sus armas y con la rapidez de un rayo abrieron fuego. Le dispararon por lo menos cuatro tiros por la espalda y sin advertencia. José Ananías se derrumbó y cayó suelo. En 152
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ese instante una joven madre, Luisa Medina, se paró en el cerco de la casa para ver mejor lo que pasaba, por lo que pudo ver que José Ananías había caído boca abajo. Aún estaba consciente, porque se sacó su gorrito nuevo y levantó la parte de arriba de su ropa mostrando su cuerpo ensangrentado. En ese instante uno de los dos carabineros se acercó y sin piedad, y a sangre fría, le dio un certero tiro en la cabeza. Enseguida, su compañero acercó el jeep al lugar y ambos subieron a José Ananías al vehículo. Los testigos alcanzaron a escuchar claramente que grita ba: –¡Papito querido, ven a defenderme…! * Desde que ingresó a Carabineros, el capitán Fernando Vidal adquirió fama de tener privilegios… no por nada era hijo de un general. A su vez, Víctor Schaaf era un sargento reconocido por ser astutamente “el amigo de los jefes”, ya que siempre estaba a sus órdenes y dispuesto a acompañarlos. Cada vez que se realizaban operativos y patrullas, el joven capitán de 28 años elegía al sargento Schaaf como apoyo. Además de anidad en el trabajo, ambos carabineros compartían intereses y aciones. Regularmente, juntos salían tardes enteras de caza y pesca por los alrededores de Chile Chico. Con todas estas acciones, era de esperarse que los colegas del robusto sargento de 42 años lo vieran como el lambiscón de los ociales y no conaran en él. En ese entonces, era bastante frecuente el ingreso de caballares sin los papeles en regla por los pasos a campo libre de la frontera. El sargento Schaaf escuchó de la lugareña Ana Jara Sánchez que José Ananías Zapata habría ingresado al país con una tropilla de caballos presumiblemente robados: al salir de uno de sus turnos de punto jo en la Gobernación Provincial, Manuel Rodríguez Berrocal, propietario de una charquería, le manifestó que había comprado tres caballares de dudosa procedencia a un tal Luis Mansilla y éste a su vez los habría adquirido a José Ananías Zapata. Schaaf informó la situación a su capitán Vidal, quien le ordenó que se vistiera de civil y lo acompañara a realizar las averiguaciones del caso. Visitaron a todos los involucrados en la cadena de compra, quedando para el último José Ananías Zapata, quien se encontraba esa tarde en la casa de la familia Vargas en el sector de Bahía Jara. Los carabineros se subieron al jeep rojo del capitán y partieron en la búsqueda del “cuatrero”.
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* Mientras dormía, Heriberto Zapata supo que su hijo José Ananías había sido asesinado. Esa tarde estaba en Puerto Guadal, a 115 kilómetros de Chile Chico, y después de almorzar la modorra se apoderó del campesino y se tomó una pequeña siesta. En medio del sueño, un desesperado grito lo despertó. La voz clara de su hijo le pedía ayuda en sueños. –¡Papito, deéndeme, que me pegaron un balazo en la cabeza! –clamaba. Desesperado por la sensación de realidad que le dejó la pesadilla, Heri berto corrió hacia la ocina de Correos de Guadal a llamar por teléfono para vericar que todos en su familia estaban bien. Contestó uno de sus yernos: –Suegro, véngase lo antes posible que aquí hay un problema –le transmitió con voz grave. Heriberto supo que su pesadilla se había vuelto realidad. –¿Qué problema? ¡Dime! ¡Si ya sé que mataron a mi hijo! –gritó impotente de rabia y pena por el teléfono. El angustiado padre tomó la barcaza para volver cuanto antes a Chile Chico. La embarcación tuvo problemas. por lo que no le quedó más alternativa que esperar hasta el día después. Finalmente, llegó al pueblo y desembarcó justo al medio día. Tomó rumbo hacia la casa de una de sus hijas cuando se encontró con el mayor de Carabineros Luis Marcelo Gattoni Valdés, quién trató de calmar al desconsolado con el objetivo de que no se generaran más problemas. No era conveniente para él ni para la institución algún escándalo. –¡Ustedes mataron a mi hijo sin justicación! –vociferó. Y juró no descansar hasta encontrar justicia. * Luego de subirlo al jeep rojo del capitán Vidal, los carabineros llevaron a José Ananías al hospital del pueblo. El único médico que atendía en el recinto recibió al campesino inconsciente y agonizando. Luego de examinarlo, el doctor vericó que el campesino tenía las marcas con salida de varios proyectiles en el cuerpo. Intentó hacerle radiografías, pero los equipos del hospital eran tan arcaicos que fue imposible interpretar los exámenes. Debido al estado crítico del paciente, se decidió efectuar un traslado de urgencia en avioneta con destino al Hospital de Coyhaique. José Ananías llegó vivo a la capital regional. Sin embargo, y pese a los esfuerzos del equipo médico, falleció un poco después de las 10 de la noche solo, lejos de su pueblo y de su familia. 154
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Heriberto contactó a una conocida en Coyhaique para que lo ayudara con los trámites. Le depósito la cantidad suciente de dinero para que comprara una urna y también para que los restos de su hijito fueran trasladados a Chile Chico. El cuerpo de José Ananías Zapata fue entregado a la familia, pero las autoridades no les permitieron verlo, forzándolos a enterrarlo sin poder despedirse como corresponde. * Heriberto Zapata –todavía con el eco de las palabras de su hijo en la ca beza– decidió buscar justicia. Se trasladó a Coyhaique para pedir audiencia a todas las autoridades y exponer su caso. Desde que llegó a la capital regional dejó bien claro, a quien lo quisiera o no escuchar, que lo que había sucedido era una injusticia y un abuso de poder. En una ocasión, lo atendió el gobernador de Coyhaique, quien le preguntó por qué creía que habían matado a su hijo. Heriberto respondió más seguro que nunca: –Fue por cobardía. Se abrió un proceso en la Fiscalía Militar. Llamaron a todos los testigos que ese día estuvieron en la casa de los Vargas. Paralelamente, Heriberto comenzó su propia investigación de los hechos. Con los antecedentes recolectados declaró varias veces en Coyhaique. Fue así como se enteró de algunos de los detalles de las circunstancias de muerte de su hijo. Una de las versiones es que el sargento Segundo Víctor Schaaf habría disparado a sangre fría a la ca beza del joven. También se rumoreaba entre la gente de Chile Chico que había sido el capitán Vidal quien mató a Zapata, pero que esto se habría encubierto para que no se viera involucrado el hijo de un general de Carabineros. Incluso se decía que Vidal le habría pedido a su protegido Schaaft que se culpara y que él con sus contactos en el mundo castrense lo ayudaría a salir libre de la investigación. En denitiva, y a pesar de sus esfuerzos, Heriberto Zapata falleció sin en contrar justicia. Como ha sido frecuente en los crímenes ocurridos en dictadura, la investigación en el Juzgado Militar de Coyhaique determinó que no existía responsabilidad penal en lo sucedido. Luego de 25 años, y con fecha 28 de abril de 2011, en el Juzgado de Letras, Garantía y Familia de Chile Chico se interpuso una denuncia “por el delito de homicidio” en la persona de José Ananías Zapata Carrasco. Hasta hoy se encuentra en sumario, consta de dos tomos y no existen personas procesadas.
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12/ Asesinado en el ocaso de la dictadura [Rubén Armando Antimán Nahuelquín]
La paz y tranquilidad en la vida de Selfa Antimán Nahuelquín desapareció el día en que el padre Doménico Sartori o Nico , como le decían sus conocidos, tocó la puerta de su casa en calle Sargento Aldea de Puerto Aysén. Era una mañana de verano, comenzaba el amable febrero de 1986. La mujer, que conocía desde hacía ya tiempo al sacerdote, no imaginaba la funesta noticia que le traía el también capellán del Hospital de Coyhaique. –Tu hermano Rubén está hospitalizado grave en Coyhaique. Debes ir a verlo, yo te acompaño –le dijo con un marcado acento italiano, su nacionalidad. De inmediato, y con el corazón en la garganta, Selfa recorrió con el sacerdote los 65 kilómetros que separan ambas ciudades para ver a su hermano hospitalizado. La última vez que había visto a Rubén Armando fue cuando éste las visitó a ella y a su hija –Julia Bórquez Antimán– la navidad pasada. Ese día Rubén estaba de cumpleaños y, como todos los años, se jactó en broma que las celebraciones navideñas eran por su causa. Luego de esta visita, pasaron los días y las semanas sin que Rubén diera alguna señal sobre su paradero. Selfa intentó infructuosamente averiguar sobre su hermano. Para ese entonces, Rubén vivía con su madre –Vitalia– y con su hija –Doris– de 19 años. La relación entre Selfa y su madre era distante, por lo que no pudo enterarse por ella sobre el destino de Rubén. 156
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Certicado de defunción de Rubén Antiman.
Selfa y Rubén desde la infancia habían sido muy unidos y los momentos más importantes de la vida los compartieron juntos. También tenían ideales en común: ambos creían que debía existir una sociedad más justa e igualitaria. Desde hacía unos pocos años que Selfa veía a su hermano cada vez más esporádicamente: la cesantía, acompañada del alcoholismo, había empeorado la frágil condición de Rubén en el último tiempo. Incluso de vez en cuando se perdía su rastro durante días o semanas. Esta situación angustiaba a Selfa, quien no encontraba la manera de ayudar a su hermano para salir de la espiral de autodestrucción en el que estaba, pues Selfa adoraba a su Negro , como cariñosamente lo llamaba, y su condición nunca fue motivo de menoscabo o falta de cariño: su amor de hermana era incondicional. Siempre recordaría que Rubén tenía un alma generosa, que con regularidad pasaba por su casa Historias de ausencia y memoria
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para saludarla y cada vez que con mucho esfuerzo el Negro compraba algo lo compartía con ella y su familia. Ya en Coyhaique, Selfa se dirigió al Obispado y el obispo le aconsejó que se fuera rápido a ver a su hermano al hospital y vericara su estado en detalle ya que la condición de Rubén era en extremo delicada. La acompañaría el padre Nico , quien como capellán del hospital podría ser de gran ayuda. Selfa siempre reconocería el gran apoyo que recibió de la Iglesia, en Coyhaique y más tarde en San Felipe. Al llegar al hospital, el personal médico le prohibió ver a su hermano. Las normas del establecimiento eran estrictas: el paciente estaba grave en la Unidad de Cuidados Intensivos, por lo que las visitas no se permitían. Selfa insistió una y otra vez, incluso intentó en vano meterse a hurtadillas. Finalmente, y ante tanta insistencia, el médico a cargo la autorizó a verlo por breves instantes, no sin antes advertirle lo delicado de la situación. –No creo que sea buena idea. Tu hermano ha sido cruelmente torturado: tiene el esófago cortado y reventados los pulmones y estómago. Seguro que lo sumergieron en agua para que sus hematomas no aoren, pero una vez fallecido estos aparecerán –le explicó sin rodeos el médico. Selfa ingresó a la sala acompañada del padre Nico. La imagen de Rubén se le quedaría grabada para siempre en el corazón y la mente: estaba semi sentado en una camilla y su cuerpo cubierto por una maraña de sondas y cables que a su vez estaban conectados a unos aparatos. Tenía muchos tapones de algodón por los que se ltraba sangre. Con solo mirarlo Selfa constató que la situación era crítica. Ante el impacto de la escena, a la mujer se le doblaron las rodillas, casi se desvaneció, pero sacó fuerzas y se reincorporó. Se acercó y levantó la sábana que lo cubría para observarlo por completo y en detalle, tal como le había recomendado el obispo. Con pena constató la delgadez extrema de Rubén, al punto que se le asomaban los huesos. De acuerdo a lo que le había dicho el médico antes de ingresar a la sala, la piel no se veía amoratada. A pesar de su deplorable estado, Rubén Armando estaba consciente y su mirada era lúcida, clara y limpia. Luego de un rato, Selfa le preguntó: –Rubén, ¿reconociste a los que te hicieron esto? –Sí –le contestó a media voz. El primer nombre que dio Rubén Selfa no lo ha podido recordar, pero los siguientes siguen resonando en su cabeza. –Fue Cuevas –le dijo– y otro era el Zorro. Selfa no dijo nada. Su hermano nombró a dos carabineros como responsa bles de la tortura que lo había dejado moribundo. Lo que más la sorprendió 158
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fue que Cuevas estuviera metido en el crimen, pues lo conocían desde hacía mucho tiempo. –No te preocupes, Negrito , que vas a salir de esta –le dijo para darle aliento. –No, si yo ya no tengo vuelta… –le refutó un resignado Rubén. Esa sería su última esforzada conversación. Esa misma noche Rubén falleció producto de las secuelas que le había dejado la feroz golpiza propinada supuestamente por carabineros de Puerto Aysén. Al momento de morir, estuvo acompañado por el padre Doménico. Selfa supo por el sacerdote que su partida había sido en paz. Ella estaba segura de que sería así: la mirada pura y limpia de su hermano al despedirse se lo había transmitido. * Rubén Armando nació el 25 de diciembre de 1940 en Puerto Aysén. Era hijo de José Eligio Antimán y Vitalia del Carmen Nahuelquín. Se padre fue regidor y era conocido por su militancia en el Partido Radical. Rubén tuvo una infancia y juventud tranquila, como la de cualquier joven de esa ciudad. Desde pequeño se destacó por ser muy bueno para el fútbol y ya a los 16 años era conocido como el “Pelé” Antimán. Pertenecía al Deportivo Aysén e incluso llegó a jugar por la Católica de Coyhaique, motivo de orgullo para su familia. Cuando tuvo la edad suciente para trabajar de forma seria y responsa ble, comenzó a desempeñarse en la empresa estatal de Correos de Chile. Fue durante esa época que el país comenzó a cambiar. Rubén, junto a su padre y hermana Selfa, vio con gran esperanza la vía chilena al socialismo. Esos fueron esos buenos tiempos: Rubén encontró el amor y se casó con la joven Eliana Jara. Y tuvieron cuatro hijos: Arturo, Doris, Miguel Ángel y Claudia. El conocido “Pelé Antiman” se mantuvo siempre relacionado con el deporte, pues seguía siendo un entusiasta futbolista. Con los años, su trabajo en Correos prosperó y le pudo dar a su familia tranquilidad económica. Las vacaciones las pasaban en Chile Chico, especícamente en el sector de Bahía Jara, lugar de donde era originaria su esposa. Eran hermosos recuerdos. Luego del golpe militar los servicios públicos, incluyendo a Correos de Chile, sufrieron profundos cambios y reestructuraciones. Rubén Armando fue despedido, al igual que miles de personas a lo largo y ancho del país. Sin el trabajo que tantas satisfacciones le había dado, Antimán se hizo cargo del restaurant familiar El Arriero, ubicado en la calle Eusebio Ibar de Puerto Aysén. Gracias a esto, por unos cuantos años pudo mantener a su familia. No se sabe bien cuáles fueron los motivos que llevaron a Rubén Armando Historias de ausencia y memoria
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a caer en el alcohol. Luego de algunos malos negocios, El Arriero quebró, quedándose Rubén sin sustento para su familia. A la crisis económica se sumó la familiar, cuando a principios de la década de los 80, el matrimonio se disolvió y Eliana partió con algunos de sus hijos a Comodoro Rivadavia, en Argentina. Solo su hija Doris se quedó en Puerto Aysén, ya que estaba emparejada y pronto formaría una familia. Ante las extremas necesidades, a Rubén no le quedó más opción que tomar cualquier trabajo esporádico que encontrara por ahí. Incluso fue beneciario de los planes de empleo precario del gobierno militar para paliar la cesantía como el PEM y el POJH. Realizar este tipo de trabajos, con la pala y en plena calle, lo avergonzaba. Cierta vez se encontró con una buena amiga de la familia que lo saludó con afecto, pero él se sintió tan humillado que al otro día no volvió a la faena. Con el pasar del tiempo, los trabajos fueron escaseando, haciéndose cada vez más esporádicos y precarios. Y Rubén fue llenando su vacío existencial con cada vez más frecuentes borracheras. De esta forma, terminó viviendo de allegado en la casa de su madre Vitalia del Carmen Nahuelquín con su hija Doris (de 19 años) junto a uno de sus pequeños nietos, en calle Serrano Montaner 318 de Puerto Aysén. Vitalia Nahuelquín era una persona de carácter fuerte y algunas veces en extremo dura con todos los que la rodeaban, en especial con su hijo Rubén, ya que reprobaba su forma de vida. * A las 20:30 horas del 26 de diciembre de 1985 Doris Antiman estaba en el dormitorio cuando oyó los pasos de su padre al ingresar a la casa. Escuchó con claridad la conversación que mantuvo Rubén con su abuela Vitalia, quien le pidió a su hijo que le entrara algunos leños del patio para echarlos al fuego de la cocina. Rubén, que al parecer venía con algunas copas, simplemente regañó ante la orden. La actitud desencadenó la rabia de la estricta anciana que, en un arrebato, golpeó con su bastón de madera en la cabeza a su hijo. En ese momento y al escuchar el golpe, Doris se incorporó dirigiéndose a la habitación contigua a su dormitorio, lugar en el que estaban discutiendo su abuela y su padre. –¡Qué te pasa vieja! –le gritó con actitud amenazante Rubén. Ante la agresiva respuesta de su hijo, Vitalia, asustada, retrocedió perdiendo el equilibrio en un desnivel del suelo, cayendo cerca de la puerta de la habitación. Doris la ayudó a levantarse. –¡Te voy a ir a denunciar a Carabineros, Rubén! –amenazó. 160
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Luego la madre se fue a su dormitorio y después de unos 15 minutos salió. Pasaron las horas. Después de la media noche una ambulancia la trajo hasta la puerta de la casa. Al ver que su madre volvía, Rubén se escondió en el baño para no enfrentarla. Vitalia se bajó del vehículo con el brazo enyesado y acompañada por una pareja de carabineros. –Doris, ¿está tu papá? –consultó Vitalia. –No, abuela, él salió –mintió la joven. La mujer se fue a acostar, sin enterarse de que su hijo estaba escondido en el baño. Rubén esperó que su madre entrara en sueño profundo y se instaló a dormir en la cocina para escabullirse de amanecida. Al día siguiente, Rubén volvió cerca de las 11 de la mañana. Doris lo reci bió. Estaba completamente sobrio. Durmió en la habitación de su hija hasta las 6 de la tarde. Cuando se levantó, Vitalia escuchó sus pasos desde su pieza por lo que de inmediato se levantó y fue hacia la comisaría para avisar a Carabineros que estaba en su casa. Rubén Armando, intuyendo a su madre, nuevamente se fue. A las 19:30 horas, tres carabineros llegaron a la casa en un vehículo policial para hablar con Doris y preguntarle sobre su padre. –¿Su papá viste una casaca negra con blanco? –Sí –mintió Doris, con la clara intención de despistar. –¿Qué lugares frecuenta su padre? –Siempre anda por el sector de la Balsa –mintió nuevamente. –Andamos buscando a su padre porque agredió a la señora Vitalia –le dijeron. Doris entregó información falsa porque vio que la verdadera intención de los carabineros era dar una especie de escarmiento a su padre. Al día siguiente la joven esperó todo el día sin tener alguna pista sobre el paradero de Rubén. Durante la noche, a eso de las 23 horas, por la ventana que daba a la calle divisó que Rubén venía a paso lento por la costanera en dirección a la casa. Un perro se le acercó ladrando amenazante y el hombre tomó una piedra y se la tiró para ahuyentarlo. Miró hacia la vivienda y, al ver luz en la ventana del dormitorio de Vitalia, se dio media vuelta y se alejó rápido por donde venía. Doris no lo volvió a ver hasta el día siguiente. El domingo 29 de diciembre de 1985, a la una y media de la tarde, Doris recuerda con nitidez que estaba viendo por televisión el programa “Magnetoscopio musical” cuando llegó su padre. Caminaba lento, con dicultad y semi agachado. A duras penas le salió un hilo de voz. Historias de ausencia y memoria
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–Ay, mijita, me pegaron los pacos –se quejó–. Me agarraron cerca del restorán El Cafetal, en la Población Pedro Aguirre Cerda, y me llevaron en la cuca a la comisaria… Me pegaron entre varios... Rubén dijo que uno de los autores era Alberto Daniel Velásquez Barría, conocido como el Zorro. –Me pegaron combos, patadas y con churros de goma –agregó, transpirando helado. Entre quejidos, admitió que le dolía mucho la espalda. Doris lo llevó a su dormitorio, lo ayudó a desvestirse y lo acostó. La joven pudo ver que su padre solo tenía hematomas en los brazos. Un rato más tarde, Vitalia fue a ver a su hijo. Al constatar el estado deplorable en el que se encontraba, salió a un negocio vecino a llamar a una ambulancia. Rubén, a pesar del dolor, se negó a irse en el vehículo. Luego de varios intentos por convencerle que fuera al hospital, a las 22:45 horas nalmente aceptó. Al momento de partir, presentaba inten sos dolores y suplicaba por un poco de agua. * En el Hospital de Puerto Aysén Rubén Armando Antimán Nahuelquín fue ingresado el 29 de diciembre. Cuando llegaron con el paciente, el médico de turno se encontraba en cirugía, por lo que después de esperar un momento se llamó al doctor Silva para que lo atendiera de urgencia. Al ver el estado crítico de Rubén, el médico le preguntó a Doris por lo sucedido, a lo que ella explicó que carabineros lo habían golpeado. El diagnóstico fue lapidario: policontundido, schock hipovolémico secundario y fracturas costales, ingresado en completo estado de inconsciencia. Ante la gravedad de las lesiones, en el centro hospitalario el personal médico llegó a la conclusión de que poco y nada podían hacer por Rubén Armando. El jueves 2 de enero de 1986 fue trasladado al Hospital Regional de Coyhaique. En Aysén el doctor Silva le informó a Doris la supuesta causa de la derivación: –Tu padre tienen neumonía, por lo que lo trasladamos a Coyhaique. * Leonardo Medeiros, director del Hospital de Coyhaique, llamó su par de Puerto Aysén, Francisco Otárola, para informarle del fallecimiento de Rubén Armando Antimán Nahuelquín. En Coyhaique el paciente había sido sometido a tres intervenciones quirúrgicas para salvarle la vida. Pero los esfuerzos no fueron sucientes, pues sus pulmones estaban reventados y tenían mucha 162
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sangre, así también el estómago. Esto, sumado a que su condición de salud era lastimosa, no permitió que superara las lesiones muriendo el 8 de febrero de 1986. El doctor Medeiros se comunicó con Otárola pues se debía llevar a cabo el procedimiento legal porque el paciente ingresado venía con lesiones atribui bles a terceros. Trámite que en el Hospital de Puerto Aysén inexplicablemente no se había realizado. El personal de Aysén arguyó que no se habría tenido la forma de establecer cuándo y cómo se habían causado las lesiones y, como el paciente estaba en tan mal estado, tampoco pudo ser interrogado. El director del Hospital de Puerto Aysén le explicó a Medeiros que como el paciente había ingresado grave, y con lesiones que no eran recientes, se habría omitido de manera “involuntaria” hacer la denuncia de rigor. Leonardo Medeiros no se amilanó y denunció el fallecimiento de Rubén Armando Antimán Nahuelquín por lesiones atribuibles a terceros. Con esto, se inició la primera investigación por cuasidelito de homicidio. * Después de la muerte de su hermano, comenzó el calvario para Selfa. Fue muy engorroso el trámite de la entrega del cuerpo, pero tuvo apoyo de gente ligada a la defensa de los derechos humanos y de la Iglesia de Aysén. Selfa sospechaba que las autoridades lo querían enviar directo al cementerio, sin permitir que la familia le diese cristiana sepultura. Apenas supo que su hermano había fallecido en el hospital, Selfa sintió la necesidad de despedirse de su Negro y verlo por última vez. Decidida, entró a la morgue a escondidas acompañada de su madrina. Cuando destapó el cadáver, lo primero que pensó era que Rubén había sido pintado con alguna especie de pintura negra. Pero luego se dio cuenta de que, producto de las lesiones sufridas, su cuerpo había tomado casi en su totalidad un color oscuro. Sin habla, Selfa le besó las piernas. Con el corazón aniquilado, constató con sus propios ojos que su hermano Rubén había sido brutalmente torturado. Luego del entierro, para Selfa la vida en Aysén se hizo insoportable. Se sentía acosada por los carabineros, quienes no la dejaban de seguir y molestar. Su padre había emigrado a Santa María, cerca de San Felipe por lo que Selfa decidió mudarse también a esa región. Una vez instalada en San Felipe, nuevamente comenzaron las persecuciones, razón por la cual empezó a sentirse mal y su salud comenzó a fallar. Cierta vez, la detuvo personal de la Policía de Investigaciones para luego soltarla en un lugar lejano, sin dinero ni documentos. Desesperada se refugió en una parroquia. Historias de ausencia y memoria
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Con el correr de los años, Selfa ha buscado justicia y verdad. La investigación que se realizó en la época, luego de la denuncia del Hospital de Coyhaique, no llegó a ningún resultado. Poco a poco, y con el apoyo de la Iglesia, Selfa encontró un algo de paz. Incluso el Obispado de San Felipe le ayudó a interponer una querella. Hay ciertas cosas que Selfa jamás olvidará y a las que nunca les encontrará explicación. Por ejemplo, siente una profunda rabia con el actuar de los funcionarios del Hospital de Puerto Aysén, pues se enteró de que Rubén había sido trasladado a Coyhaique como un NN, sin informar el estado de su salud y sin dar parte de su agresión. Rubén nació y se crió en un pueblo tan pequeño como Puerto Aysén y era imposible que no supieran su identidad. Buscando mayores antecedentes, Selfa se enteró de los nombres de los carabineros que estarían involucrados, todos pertenecientes a la Segunda Comisaría de Puerto Aysén: Víctor Cuevas Seguel, Alberto Velásquez Barría (el Zorro), Aliro Quinay Tecai, Juan Villegas Barrientos, Jorge Talma Talma, José Salas Vera y tres más, todos al mando del capitán Héctor Julio Soto Soto. Hasta la fecha, Selfa no ha descansado. La causa para investigar el asesinato de Rubén Antimán ingresó el 4 de febrero de 2011 al Juzgado de Letras, Garantía y Familia de Puerto Aysén, por los delitos de “homicidio calicado y asociación ilícita”. La denuncia fue hecha por la Agrupación de Familiares de Ejecutados Políticos (AFEP). Consta de tres tomos y actualmente se encuentra en sumario y sin procesados.
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13/ El más triste Día de la Madre de Villa Ñirehuao [Lidia Ester Veloso Meriño]
Lidia es la joven sonriente de la izquierda.
Por muchos años, Roberto Eliecer Vidal Aburto repasaría en su mente los detalles de los acontecimientos ocurridos aquel 9 de mayo de 1987. Era un día de esta, pues se celebraban los cumpleaños del padre de su esposa –Lidia– y los 8 años de su hijo menor Jhonny… Además, era el “Día de la Madre”… Como ameritaba la ocasión, Roberto había carneado un cordero que asó parado hasta que quedó como corresponde. El ambiente era animado y participaba gran parte de los vecinos de Villa Ñirehuao, una pequeña comunidad aledaña a Coyhaique que no contaba con luz eléctrica. Roberto Vidal o Beto , como lo llamaban sus cercanos, había conocido a su esposa Lidia Ester Veloso Meriño cuando eran adolescentes. Al poco tiempo de noviazgo, la joven de 15 años le comunicó a Roberto que estaba embarazada, por lo que decidieron casarse inmediatamente e irse a vivir juntos a una casa que les prestó un pariente. Los jóvenes tuvieron que dejar el colegio y dedicarse a sus nuevas responsabilidades familiares. Beto buscó trabajo y Lidia se ocupó de cuidar el hogar. Al poco tiempo nació una hermosa niña. La llamaron Jenny, pero con solo cinco meses la bebé enfermó bronconeumonía falleciendo repentinamente. Lidia y Roberto quedaron devastados por la pérdida de su hija. Sin embargo, en 1977 nació Nelson y dos años después Jhonny. Lidia no trabajó fuera de la casa y se enfocó por completo a la crianza y bienestar de los niños; Beto se dedicó a trabajar duro para mantener a la familia. Historias de ausencia y memoria
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El año 1984 Roberto encontró trabajo en la estancia Baño Nuevo de Ñirehuao. Se dedicaba a las labores del campo, como reparar cercos y tranqueras. Como cada vez le iba mejor y estaba más estable en su nueva ocupación, en 1985 trasladó a su esposa e hijos desde Coyhaique a Villa Ñirehuao. Allí tam bién vivían sus suegros, que acompañarían a Lidia y a los niños. A pesar de que Ñirehuao era una comunidad pequeña, ubicada a 60 kilómetros de Coyahique, aislada y sin luz eléctrica, tenía lo básico para desarrollar una vida tranquila: una escuela, una posta y un retén de Carabineros en Puesto Viejo, cerca de la frontera con Argentina. Apenas llegados a la localidad, los Vidal Veloso se insertaron con rapidez en la vida comunitaria pasando a ser miembros activos. Beto era un fanático del deporte y todos los nes de semana que podía jugaba partidos de fútbol con los hombres del sector, incluso a veces con la participación de los carabineros de Puesto Viejo. Lidia colaboraba con la pequeña escuela rural de Ñirehuao, a la que asistían sus hijos Nelson y Jhonny. Estaba muy comprometida con el establecimiento y la educación de los niños, siempre aportando en las actividades. Era una madre cariñosa y preocupada por el bienestar de sus hijos. Se preocupaba de detalles como tejerle a su familia chombas de lana de oveja y prepararles comidas que les gustaran. Los que la conocieron la recuerdan como una joven alegre, buenamoza, alta y delgada a la que le gustaba la música y compartir con su familia y amigos, pero principalmente como una muy buena madre. Las únicas autoridades que conocía esta apacible localidad eran los funcionarios públicos: el técnico a cargo de la posta de salud rural, Ernesto Igor; y el director de la escuela de Villa Ñirehuao, Luis Vladilo Vásquez. Ambos más tarde tuvieron que ejercer esa autoridad y ayudar a sus vecinos ante el descabellado crimen que ocurriría. * Tulio Oyarce Muñoz era un ex funcionario militar ya jubilado, de 53 años, que conducía un destartalado microbús que hacía el recorrido entre Coyhaique y Ñirehuao con una frecuencia de dos veces a la semana. Los poco mas de 60 kilómetros de recorrido eran dicultosos para su caduca máquina pues el camino era de ripio y con abruptas variaciones. La situación se hacía crítica sobre todo en invierno: la nieve tapaba el camino y la escarcha lo transforma ba en algunos tramos en pista de patinaje, por lo tanto en esa época del año aumentaba al menos al doble la duración del recorrido. El sábado 9 de mayo de 1987 Tulio Oyarce salió en su microbús en Coyhaique, a eso del mediodía, con destino a Villa Ñirehuao. Le esperaban dos 166
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horas de viaje, pero esta vez no sería tan aburrido conducir pues lo acompañaba un amigo. Los pasajeros –entre los que se encontraban las hermanas de Lidia: Sandra y Marisol– recordarían al desconocido amigo del chofer como un hombre joven, de unos 35 años, de gran estatura, frondosa barba y cabello largo tomado en un moño. Por su descuidada imagen, ni los pasajeros del bus ni los habitantes de Ñirehuao sospecharon que quien conversaba animadamente con Oyarce era un funcionario civil del Ejército: un agente de la temida Central Nacional de Informaciones (CNI). La amistad entre Tulio Oyarce y Francisco Ceciliano Santis Arancibia venía forjándose desde hacía varios años. Se habían conocido durante las frecuentes visitas que hacía el general Augusto Pinochet a la región. Aysén era uno de los pocos lugares del país en el que el dictador respiraba tranquilo y despreocupado. Incluso recorría las calles de Coyhaique libremente sin el aparataje de seguridad al que estaba acostumbrado. Sin embargo, igualmente la zona se daba vueltas cada vez que era visitada por Pinochet. Toda una maquinaria de militares, agentes de la CNI, uniformados y adeptos al régimen se preocupaba de todos los detalles para que la visita del dictador estuviera exenta de inconvenientes. En estas ocasiones, Francisco Santis Arancibia se preocupaba de la seguridad de Pinochet y Oyarce orgullosamente cumplía la labor de trasladar su equipaje por la región. De seguro Oyarce y Santis ya habían recorrido juntos el camino a Ñirehuao acompañando al general en sus frecuentes visitas al sector de El Gato, donde era recibido por sus más incondicionales amigos con grandes asados y atenciones. Luego de un lento avance a causa del añoso vehículo y las decientes condiciones del camino, Tulio Oyarce, su amigo Francisco Santis y los pasajeros llegaron a Villa Ñirehuao pasadas las 2 de la tarde. El chofer pasó a dejar a las hermanas Veloso Meriño a casa de sus padres, Humberto Veloso Alvarado y Lidia Meriño Martínez. Al ver a Oyarce, los dueños de casa, como cortesía y tal como lo dictan las hospitalarias costumbres campesinas de la Patagonia, lo invitaron al asado de celebración. –Muchas gracias, ¿podría ir con mi amigo? –les consultó Oyarce. –Por supuesto, Oyarce, no hay problema –le respondió el dueño de casa, ignorando la peligrosidad de su invitación. Los amigos fueron a dejar el microbús y sus pertenecias a la casa del po blador Díaz, lugar en el que Oyarce solía pernoctar. Tomaron prestada una guitarra y se dirigieron al hogar de los Veloso Meriño. Al llegar a la esta, Historias de ausencia y memoria
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Funeral de la joven madre Lidia Ester Veloso Meriño en Coyhaique.
los forasteros fueron bien recibidos por los presentes, quienes estaban en el patio alrededor del fogón en el que se cocía a fuego lento un asado de cordero parado. Santis mintió sobre su identidad, al presentarse con el nombre de Mauricio Garay, y se instaló a tocar la guitarra para amenizar la velada. Luego de compartir el cordero, Tulio Oyarce se dirigió a la cocina. En el lugar se encontraba Roberto Vidal. En cuanto se vieron, ambos recordaron que hacía aproximadamente un año, durante el invierno, habían tenido un altercado cuando iban en el microbús por el sector de Bajo Hondo. Con la nieve, ese tramo del camino era muy difícil de sortear para la destartalada máquina de Oyarce. En uno de esos viajes Oyarce solicitó a todos los pasajeros, incluidos los ancianos, que bajaren a empujar. –¡Bájense todos a ayudar, los huevones! –les gritó como siempre acostum braba a hacerlo. Pero esta vez, uno de los pasajeros, Roberto Vidal, no tendría la actitud pasiva que demostraban los campesinos del sector. –Mira, me voy a bajar a ayudar, pero si lo pides de buenas maneras –le dijo un molesto Beto delante de todos. –Mira, huevón, ésta me la vas a pagar –lo amenazó al rato después un enojado Oyarce. Luego siguieron el camino y Beto olvidó el incidente sin darle mayor importancia hasta el día en que se encontró con Tulio Oyarce en la casa de sus suegros. –¡Oye tú! La otra vez me pegaste una buena “pará” –le dijo Oyarce a Vidal. –Bien merecido te la tenías por pedirle de esa forma a unos pobres viejos que se bajen de tu micro vieja a empujar –le respondió Vidal. –Mira, huevón: no me huevees porque yo trabajo en el regimiento y te puedo mandar detenido –le amenazó Oyarce. –No le tengo miedo a los milicos –contestó Beto. –¡Lo que pasa es que tú estás en contra del presidente Pinochet y el gobier168
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no militar! ¡Te voy a sacar la mierda por insolente! –espetó Oyarce. –¡Qué me vas a pegar tú, pobre viejo! –le gritó Vidal, despectivo y con la seguridad que le daban la vitalidad y fuerza de sus 28 años. Ante tal respuesta, un crispado Oyarce se paró de su silla con la intención de pegarle a Beto , a la vez que lo llamaba “bruto”, pero el joven se adelantó y le asestó un certero golpe de puño en el ojo. En ese momento, los padres de Lidia intervinieron y los separaron antes de que se agravara la situación. Roberto decidió retirarse de inmediato y se fue raudo hacia su casa con su señora e hijos. Mientras caminaban, el amigo de Oyarce, el tal Garay que tocaba la guitarra, le salió al paso. –¡Puta que la cagaste huevón! Haz de cuenta que le pegaste a mi padre. Esta huevada no va a quedar así –le amenazó. –Eso es problema tuyo –le dijo Beto sin darle importancia. Luego se dio la media vuelta y partió con la familia a casa. * Una intensa luz en los ojos despertó repentinamente a Beto mientras dormía en su cama plácidamente junto a Lidia. La familia arrendaba en Ñirehuao una sencilla casita de madera cubierta de tejuelas que tenía tres habitaciones, un living comedor (con una cocina a leña en la esquina), una pieza para los niños y la habitación matrimonial. Los dos dormitorios estaban comunicados por una puerta con sus hijos Nelson y Jhonny. “Yo soy muy conado, nunca hemos dejado las puertas cerradas”, recor daría Beto después. Eran como las 10 de la noche y la luz de una linterna en la cara lo acababa de despertar. Beto vio que también lo apuntaban con un arma. –Te voy a matar concha de tu madre –le dijo la persona que lo encañonaba y agregó:– Soy de la CNI. Beto se incorporó de súbito y se abalanzó para intentar quitarle el revólver al atacante quien de inmediato disparó. Beto sintió el escozor de la quemadura de la bala en el brazo cerca de la muñeca derecha. Con el rabillo del ojo vio que Lidia se levantaba y se dirigía a la pieza de los niños. –¡Beto , Betito! –alcanzó a escuchar que le decía su esposa. Ya con la tranquilidad de que su mujer estaba con los niños, Roberto se ocupó de reducir al CNI, que resultó ser el tal Mauricio Garay, el guitarrista amigo de Oyarce del asado. Lo golpeó con fuerza y en medio del forcejeo lo agarró de la oreja para inmovilizarlo. Luego de reducirlo, le pudo quitar el arma y le asentó unos buenos golpes de pies y puños hasta dejarlo tirado en el suelo. Historias de ausencia y memoria
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–¡Carreta, carreta! ¡Ven a buscarme que este tipo es incontrolable! –gritaba el agente de la CNI, pero nadie acudió en su ayuda.
Beto tomó el revólver y lo guardó bajo la almohada. Revisó los documentos del atacante y se sorprendió al constatar que Garay tenía por lo menos quince cédulas de identidad con distintos nombres. Uno de los documentos llamó su atención: era una credencial de color blanco que tenía estampada con letras rojas la sigla CNI a nombre de Mauricio Garay. Beto decidió quedarse con ésta. En ese momento, Ernesto Igor, practicante de la posta de Villa Ñirehuao, pasó por fuera de la casa y escuchó la fuerte discusión entre Santis y Vidal y vio a Tulio Oyarce apoyado en el cerco, afuera de la casa de los Vidal Veloso, como en actitud de espera. –¡Concha de tu madre, le disparaste a mi señora! –alcanzó a escuchar Igor desde la calle. Mientras revisaba los documentos de Santis, llegó el mayor de los niños, Nelson, a advertirle a su padre que Lidia no estaba bien. –¡Papá! ¡La mamá está botada en el suelo! –gritó. –Anda corriendo a la posta y dile a Ernesto que venga a ayudarnos –le encomendó a su hijo de solo 10 años.
Beto creía que su esposa se había desmayado a causa del disparo. Pasaron los minutos y, ante la demora del niño, se impacientó, tomó el revólver y lo escondió en la parte de atrás del cinto, se puso los zapatos, se abrigó y dejó a Garay –o Santis- tirado y a medio maltraer en su dormitorio. Caminó la cuadra que separaba su casa de la posta y encontró a Igor en el lugar. A tropezones le contó la historia. El practicante al principio no creyó lo que le decía. Sin em bargo, y al ver el revólver que Beto traía, Igor no tuvo dudas, por lo que juntó lo esencial en su maletín de primeros auxilios, metió en una bolsa de papel el arma y la dejó en un cajón para luego dirigirse junto a Beto hasta su casa. Beto le pidió su hijo a Nelson que se fuera con su hermano pequeño (Johnny) a la casa de sus abuelos y que se quedaran ahí hasta que todo se solucionara. Al llegar a la casa, Beto y el practicante se dieron cuenta de que Santis ha bía desordenado todas las cosas del dormitorio, seguramente buscando con desesperación el revólver y su credencial. Ernesto Igor se acercó a Lidia, que estaba tirada en el suelo de madera del dormitorio de los niños. Junto a su cabeza se podía ver un charco de oscura sangre de unos 20 centímetros de diámetro. La joven vestía un pantalón de 170
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cotelé color rosado y un suéter de lana, la misma ropa que que portaba para el asado. El practicante vio que Lidia tenía sangre en la boca y en la nariz y un oricio de alrededor de cuatro milímetros a la altura del pómulo izquierdo. Igor la conocía bien: eran amigos y tenían casi la misma edad. Al verla en ese estado constató que ya nada se podría hacer, por lo que no hizo más que romper en llanto y abrazar a Beto. La verdad es que a todos los habitantes de Villa Ñirehuao les costó mucho creer que en su tranquila y aislada comunidad pudiera llegar a ocurrir un crimen así y más encima que estuviera involucrado un agente de inteligencia de la dictadura: un CNI. Francisco Santis Arancibia, agente de la CNI, cobardemente había entrado en medo de la oscuridad al dormitorio de esta familia de campesinos y disparó en dirección a Roberto Vidal, pero falló impactando el rostro de Lidia Veloso. La bala ingresó al cerebro de la joven por el pómulo izquierdo, sin salida de proyectil. Los médicos más tarde dirían a Beto que ese tipo de herida de bala provoca la muerte inmediata, pero lo cierto es que Lidia logró caminar algunos metros hacia el dormitorio de sus niños, lugar en el que pudo hablar con su hijo Nelson antes de desplomarse para no levantarse nunca más. –Nelson, tranquilo que no pasa nada, el papá viene altiro –alcanzó a decirle para tranquilizarlo. Hasta el día de hoy, Beto está convencido de que el amor de madre le habría dado ese soplo de vida y las fuerzas necesarias para poder caminar e ir a consolar y proteger a sus dos niños. Cuando Roberto supo que el hombre que los atacó había asesinado a su esposa se abalanzó sobre él para matarlo con sus propias manos. Ernesto Igor intervino para evitar que el joven padre no cometiera una locura. –Tu señora está muerta, por lo tanto vas a tener que hacerte cargo de tus hijos. Si matas a éste, te vas a ir preso y tus niños van a quedar solitos –le argumentó el practicante. Pensar en el futuro de sus hijos le hizo reaccionar y decidió denunciar el hecho a Carabineros. –Tú eres una autoridad acá, así que ayúdame. Yo voy por los carabineros a Puesto Viejo. Tú te quedas en la casa resguardando que nadie entre y que no se escape el CNI –le dijo, y partió corriendo por las casas de la villa a pedirle a alguien que tuviera un vehículo que lo llevara hasta el retén. Ernesto Igor se quedó solo en la casa con el detenido y aprovechó de curarle la oreja que estaba muy herida. Los vecinos comenzaron a llegar, entre ellos los padres y hermanas de Lidia, quienes ingresaron a ver a la joven. Ernesto no permitió la entrada de absolutamente nadie más. A las 12:30 horas se apareció Tulio Oyarce. Historias de ausencia y memoria
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–Vengo a buscar mi sombrero, es de huaso color té con leche. Se lo presté a mi amigo que está adentro –explicó el ex uniformado. Ernesto Igor se negó una y otra vez, pero ante la persistencia de Oyarce decidió entregarle el famoso sombrero para que se vaya rápido de la casa. Apenas tuvo su sombrero en la mano, Oyarce olvidó su amistad con Santis: tomó su microbús y partió presuroso de vuelta a Coyhaique en medio de la oscuridad de la noche. Mientras sucedía esto, Roberto Vidal se dirigió a la casa de Luis Vladilo, el director de la escuela, para que lo llevara al retén de Puesto Viejo. Era tan tarde y tan inverosímil la historia que contaba a tropezones el joven poblador, que la esposa de Vladilo le dijo a su marido: “Este cabro anda borracho”. El profesor, al escucharlo igualmente encontró tan irracional el cuento que tampoco quería creer lo que le decía el desesperado Beto , pero el campesino fue tan insistente que lo convenció de que lo ayudara. –Ya, te llevo al retén, pero antes iremos a vericar a tu casa –le dijo. Se subieron al auto del director, un Toyota Corolla color azul, en compañía del profesor de la escuela, Walter Vargas. Volvieron a la casa y vieron con sus propios ojos y con espanto que la historia era cierta y que la joven Lidia Ester Veloso Meriño, de solo 27 años, estaba muerta en el suelo del dormitorio de sus hijos. Inmediatamente salieron los tres en dirección a la frontera a buscar a los carabineros. Ya eran cerca de las 7 de la mañana cuando volvieron a Villa Ñirehuao acompañados de tres carabineros, quienes se transportaban en un jeep. La primera reacción de los policías –al igual que la mayor parte de las personas– fue de incredulidad ante la historia, pero al ver la credencial de CNI del atacante que traía Beto , dieron crédito a las palabras de los pobladores y decidieron bajar con ellos a Villa Ñirehuao. Al llegar a la casa, levantaron el cuerpo, lo subieron al jeep, detuvieron a Santis y se dirigieron a Coyhaique junto a Roberto con Santis detenido, sentados frente a frente, separados a los pies por el cuerpo de Lidia. En el camino, Santis pidió orinar y al bajar hizo un desesperado intento por recuperar su arma que estaba en la guantera del vehículo. No lo consiguió, por lo que se ganó ser esposado por los policías. En Bajo Hondo se toparon con Oyarce en su microbús. Había quedado nuevamente botado en ese sector. Pero él los vio pasar y se hizo el desentendido. Los policías no se detuvieron y pasaron por su lado ignorándolo. Al llegar a Coyhaique llevaron el cadáver de Lidia para que se le realizara 172
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la autopsia de rigor. Luego su cuerpo fue entregado a los familiares, quienes la enterraron en el Cementerio Municipal de Coyhaique en una emotiva y concurrida ceremonia. Con posterioridad, también en Coyhaique, la Fiscalía Militar se hizo cargo del caso y se realizó una investigación en la que declararon todos los involucrados. Finalmente, se condenó a Francisco Ceciliano Santis Arancibia a 5 años y un día por “homicidio calicado” y al pago de una indemnización por daño moral. El agente de la CNI cumplió su condena en el Regimiento N° 14 Aysén, el mismo lugar de detención y tortura para muchos ayseninos los primeros años después del Golpe. Roberto supo por comentarios de conocidos que Santis gozaba de muchas comodidades y ciertas libertades. Mucha gente lo vio con frecuencia disfrutando de la vida al aire libre y de la pesca junto a otros militares que lo escoltaban. En 1990 Francisco Santis obtuvo el benecio de la libertad condicional y al tiempo su libertad denitiva. Actualmente vive junto a su familia en Santiago. Para Roberto y sus hijos vivir sin Lidia fue muy difícil y doloroso. Ella era el pilar y espíritu de la familia. De improviso Roberto, que se había dedicado únicamente a trabajar fuera de la casa, se quedó solo sin saber cómo vivir y de qué manera criar a sus hijos, por lo que se apoyó en su familia para que lo ayudaran. Con el tiempo pudieron salir adelante, pero siempre con el vacío en sus corazones. Beto ha vivido todos estos años con la culpa y muchos cuestionamientos por parte de algunos de sus cercanos. A los niños, la pérdida de su madre les fragmentó la vida, dejándoles un trauma imborrable. Les costaría años dejar de tener pesadillas y terrores nocturnos y hablar del tema es para ellos todavía doloroso. Con frecuencia Beto visita a la tumba de Lidia en el Cementerio Municipal de Coyhaique. Le lleva algunas ores y se sienta a conversarle. Le cuenta del trabajo, de su vida y en especial le habla de los hijos y los hermosos nietos que han llegado. A pesar de que han pasado muchos años, Beto nunca ha dejado de extrañarla. La causa por el delito de homicidio de Lidia Ester Veloso Meriño, y tam bién por asociación ilícita, fue ingresada al Primer Juzgado de Letras de Coyhaique, por denuncia de la Agrupación de Familiares de Ejecutados Políticos. Fue sobreseída total y denitivamente el 15 de diciembre de 2012.
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LOS 17 CRÍMENES DE AYSÉN 1. HERMINIO SOTO GATICA, 44 años. Desaparecido el 12 de septiembre de 1973 [Responsable: personal del Ejército] 2. SERGIO ALVARADO, 30 años. Ejecutado el 2 de octubre de 1973. [Responsables: personal del Ejército y Carabineros] 3. JULIO CÁRCAMO, 37 años. Ejecutados el 2 de octubre de 1973. [Responsables: personal del Ejército y Carabineros] 4. JORGE VILUGRÓN, 27 años. Fusilado el 8 de octubre de 1973. [Responsables: personal del Ejército y Carabineros] 5. JUAN BAUTISTA VERA CÁRCAMO, 23 años. Ejecutado el 10 de octubre de 1973. [Responsable: personal del Ejército] 6. ELVIN ALTAMIRANO MONJE, 34 años. Ejecutado el 12 de octubre de 1973. [Responsable: personal de Carabineros] 7. LUIS FELMER KLENNER, 20 años. Fusilado el 19 de octubre de 1973. [Responsable: Fiscalía Militar FACH] 8. MOISÉS AYANAO MONTOYA, 19 años. Ejecutado el 25 de octubre de 1973. [Responsable: personal del Ejército] 9. NÉSTOR CASTILLO, 23 años. Desaparecido el 27 de octubre de 1973. [Responsable: personal del Ejército] 10. ROSENDO PÉREZ, 24 años. Desaparecido el 27 de octubre de 1973. [Responsable: personal del Ejército] 11. JUAN VERA, 53 años. Desaparecido el 27 de octubre de 1973. [Responsable: personal del Ejército] 12. FLAVIO OYARZÚN SOTO, 27 años. Desaparecido en octubre de 1974 [Responsable: personal de la DINA] 13. CECILIA BOJANIC ABAD, embarazada, 23 años. Desaparec ida en octubre de 1974. [Responsable: personal de la DINA] 14. HUMBERTO CORDANO LÓPEZ, 26 años. Desaparec ido el 23 de mayo de 1977. [Responsable: personal de la DINA] 15. JOSÉ ANANÍAS ZAPATA CARRASCO, 28 años. Ejecutado el 16 de junio de 1981. [Responsable: personal de Carabineros] 16. RUBÉN ARMANDO ANTIMÁN NAHUELQUÍN, 45 años. Golpiza el 8 de febrero de 1986. [Responsable: personal de Carabineros] 17. LIDIA ESTER VELOSO MERIÑO, 27 años. Baleada el 9 de mayo de 1987. [Responsable: personal de la CNI] 174
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Este libro, realizado por la Agrupación de Derechos Humanos de Coyhaique, se terminó de imprimir en octubre de 2014, en Gráca Maval, en Santiago de Chile.