En su libro Tres ensayos sobre la teoría de la sexualidad, el padre del psicoanálisis, Sigmund Freud, formuló una hipótesis que ha traído problemas a la autoestima de muchas mujeres. En él, el austriaco afirmaba que la sexualidad femenina solo era plena si el orgasmo se obtenía a través de la vagina. La otra forma de llegar al clímax, la estimulación del clítoris era, así, definida como un orgasmo “de segunda”, y eso no era todo. A partir del
trabajo de Freud, investigaciones mucho más recientes afirmaron que las mujeres que declaraban disfrutar de orgasmos vaginales usaban menos “mecanismos de defensa psicológicos inmaduros”. Así, se ha llegado a
calificar a los orgasmos vaginales de reales, frente a los clitorianos, asociados “solamente” a la masturbación.
Ahora, un trabajo publicado en el Journal of sexual medicine refuta al psicoanalista austriaco y a sus discípulos Stuart Brody y Rui Miguel Costa, autores de los trabajos más recientes. La investigación pretende desmontar un estigma que tacha de “frígidas” a las mujeres que no logran alcanzar
orgasmos vaginales que, según distintos estudios, son la mayoría. La autora principal del trabajo es Nicole Prause, una psicóloga y sexóloga que fundó en 2015 una “biotecnológica sexual”, Liberos, para centrarse únic amente en la
investigación en este campo.
Ni blanco ni negro
Prause quería aclarar de una vez por todas si las mujeres que estimulaban su clítoris para alcanzar el orgasmo durante el coito tendrían peor salud mental que las que llegaban al clímax solo a través de la estimulación vaginal y, para ello, diseñó un experimento con 88 mujeres de entre 18 y 53 años. El test no
solo desmintió la hipótesis principal, sino que desveló otras cosas sobre la dicotomía orgasmo vaginal-clitoriano.
Así, la mayoría de las participantes -a las que se preguntó por su vida sexual habitual, pero a las que también se les proyectaron películas sexuales y se les animó a intentar alcanzar el orgasmo del modo que quisieran- declararon que tanto la estimulación de la vagina como la del clítoris es importante a la hora del lograr el clímax.
A las encuestadas también se les evaluó su salud sexual y la calidad autopercibida de sus orgasmos. Y, por si había alguna duda, esta se despejó: en las que el orgasmo clitoriano era más frecuente (la mayoría tanto puntualmente como de forma acumulada), no había más trazas de ansiedad ni de depresión.
Pero, además, las féminas que se excitaban más a través del clítoris respondían también más a las películas sexuales. Es decir, estas imágenes les afectaban más que a las que lograban el orgasmo sobre todo por la estimulación de la vagina.
Eso sí, la intensidad autopercibida del orgasmo era similar en los dos grupos, como tampoco variaba la satisfacción general con la vida sexual o el porcentaje de problemas sexuales.
¿Acabar con la clasificación?
A pesar del diseño del estudio, Prause y sus colaboradores se preguntan si es hora de acabar con la dicotomía orgasmo vaginal versus clitoriano. La razón: la mayoría de las participantes, aunque declararan que la estimulación del clítoris era la principal fuente de placer, también señalaban la vagina como contribuyente a la obtención del clímax. “Las mujeres experimentan
orgasmos con distintos patrones muy variados, una complejidad que a menudo se ignora con los métodos actuales de identificación de fuente de obtención del mismo”, escriben.
Eso no quita para que el estudio desvelara más ventajas del tipo de orgasmo más frecuente. “Las mujeres cuya orgasmo más reciente había sido causado
en primer lugar por la estimulación del clítoris indicaron tener un mejor funcionamiento sexual en varios dominios”, se puede leer en la revista científica. Así, no solo se excitaban más al ver las películas eróticas, sino que eran más capaces de excitarse cuando se les indicaba que lo hicieran y declaraban tener más motivación para masturbarse. Sin embargo, los investigadores también reconocen que puede haber un fallo en el diseño de este experimento y es, sencillamente, que el orgasmo vaginal puede ser más habitual en el contexto de una pareja que en un solitario experimento en un laboratorio.
Eso sí, lo más importante para los autores del trabajo es el mito que hay que derribar de una vez por todas: ni una sola mujer debe de sentirse mal o sexualmente incompleta por no llegar al orgasmo solo a través de la penetración; algo que, desgraciadamente, es muy habitual.
Y un aviso a investigadores de este tema: “El estudio del orgasmo seguirá
estando en pañales hasta que los científicos consigan superar con éxito los desafíos tanto científicos como morales, algo necesario para fortalecer el uso de métodos empíricos en este campo”, concluyen.
Como lo sitúa Juan B. Ritvo en su segundo texto sobre las paradojas del goce en Imago-Agenda de Junio del 2003, el fragmento del Seminario de la Identificación que elige para comentar es realmente interesantísimo. Lo que llama la atención es que se lo atribuye, si no entendí mal, a Lacan, cuando pertenece a una charla llamada “Angustia e Identificación”, que expone Piera
Aulagnier en el Seminario ese día. Sea como sea, como el tema del orgasmo no suele ser tomado con asiduidad en los textos psicoanalíticos, voy a permitirme algunas glosas sobre su comentario en direcciones que lo amplíen, aunque a veces diverjan en algún sentido. Espero relanzar así la discusión –creo que esa es la intención de estos textos de Juan, por otro lado –.
Para empezar se concede en el fragmento que hay una diferencia entre la masturbación y el coito, pero que ésta no sería discernible en el plano fisiológico. No dudo de que sobre las peculiaridades de la fisiología podríamos aprender cosas importantes de l os estudios de “Respuesta sexual humana” de Masters y Johnson. Pero lo corporal no es lo fisiológico: si nos
extendemos más allá de lo organísmico puro y pensamos un poco más en lo que ocurre a nivel de la experiencia del cuerpo en el coito ya no todos los autores estarían tan de acuerdo con ella y creo que la clínica psicoanalítica demuestra que tienen buenas razones.
Para empezar recordemos el tema de las neurosis actuales en Freud – especialmente los síntomas de la neurastenia –. Luego citemos al más lúcido analista en este tema, S. Ferenczi, quien en varios textos de Sexo y psicoanálisis establece, a partir de relatos de pacientes, cómo el sufrimiento del masturbador radica en las profundas alteraciones que el circuito corporal normal del coito experimenta al ser reducido al autoerotismo. Incluso sitúa la
diferencia entre el coito en el que está implicado realmente el cuerpo del otro y aquél que se acompaña con una imaginería típicamente masturbatoria Coincide en esto, creo, con Jean Allouch cuando en El psicoanálisis, una erotología de pasaje, éste diferencia el “coger propiamente dicho” del “coger con el fantasma”. También E. Jones en su texto sobre la pesadilla explora las
relaciones entre angustia, sueño y masturbación haciendo intervenir un factor diverso en cuanto a la castración, que describe cómo una forma de angustia con manifestaciones somáticas diversas en sujetos cuya sexualidad sería –de no mediar la represión cultural – eminentemente masturbatoria. Ni qué decir si exploráramos de nuevo –leyéramos en serio, en realidad – sin prejuicios La función del orgasmo y los libros más desatados y “enloquecidos” del último W. Reich.
Dejando asentado este punto voy a ir a un comentario de Lacan sobre el orgasmo en el Seminario de la Angustia. Dice allí que –en lo que, por entonces, situaba como “piso 3” de los objetos a– la angustia fálica, es decir, la del orgasmo, es la única “que se completa”. Entiendo por ello que la
detumescencia marca más claramente aquí la cesión del objeto. El orgasmo ocupa el mismí simo lugar de la angustia, absorbiendo “completamente” su certeza, en tanto que deseo-en-acto –y no deseo como defensa-inhibición neurótica –. El circuito de resolución de la angustia no finaliza en un actingout o en un pasaje al acto, donde habría mera redundancia, digamos, sino que el goce sexual tiene un carácter claramente conclusivo. Algo del falo queda “en estado reventado”, devenido ahora “un trapito”, “un recuerdo de ternura”, “un testimonio” para la partenaire – son todos términos de Lacan –.
Ese algo ha sido cedido, metamorfoseado, agotado. Con lo que, tras una recuperación del imaginario atravesado, el sujeto se resitúa posteriormente en el campo del Otro. Por el contrario, es fácil imaginar al sujeto todavía parcialmente angustiado con su pene semi-erecto tras una insatisfactoria masturbación, listo para una segunda “ronda” un lapso de tiempo más tarde.
Es decir, lo que esas líneas, en su contexto, implícitamente dicen es que ese recorrido sólo se realiza en el coito, pues la masturbación relanza, en el seno de una angustia persistente, boyante, suspendida, irresoluta, a la repetición – se ve en los episodios de masturbación “coital” o manual compulsiva, con lo
que estos tiene de acting-out –. La angustia se completa, entonces, y el sujeto se dispara metonímicamente hacia el Otro del significante. El sueño, esa forma de dormir en los brazos del Otro, por ejemplo, encuentra en el coito el mejor somnífero, mientras que la masturbación, que siempre tiene algo de descomposición subjetiva, más bien lo dificulta y llama a la reiteración. Ahora bien, si el instante de detención, al decir de J. Ritvo, se supera, preguntémonos de qué modo se da esta “expansión (épanouissement)” yoica en lo que yo llamaría sexo -en-acto –bastante más infrecuente de lo que se supone y confiesa –.
Mi hipótesis es la siguiente: en la salida del coito no se trata del reconocimiento de que el sujeto representa al falo simbólico para el otro –lo que recuerda a una de las flechas que parten de la mujer (con el “La”
tachado) en el conocido esquema del Seminario Veinte –, es decir, de que su goce en el abrazo reconoce en “él” lo que es en tanto que sujeto barrado y
representado por el significante fálico, sino que cuando la experiencia sexual es lograda –lo que para Reich era casi una excepción en Occidente, por eso hablaba de una impotencia orgásmica casi universal – algo del goce suplementario debe ser vivido más allá del falo, en un éxtasis que no es una estasis, es decir, un estancamiento libidinal, sino su superación efectiva.
Se produce una difusión de la energía que deslocaliza el goce fálico, con una feminización desfalizante, por decirlo así, muy bien descripta por Reich, que en la masturbación es imposible, de allí la angustia flotante. Esto se traduce también fisiológicamente, por ejemplo, en los diversos síntomas físicos de la neurastenia.
Planteo la siguiente paradoja: esta experiencia, en el hombre, es más difícil – casi no reconocida/reconocible como tal –, pero, no por ello, se puede decir que sea algo “fácil” de vivir en cada ocasión para la cada mujer.
Se me preguntará cuál es, entonces, la diferencia entre lo que ocurre en cada uno de los sexos –una pregunta que Juan deja en suspenso –. Creo que en el hombre el falo es más bien obstáculo, índice de recogimiento, mientras que para la mujer es puente, apertura a lo inexpresable. Cuando hay fracaso, en el hombre la salida es –tan frecuentemente – depresiva y desolada, mientras que en la mujer la angustia reina por doquier, apenas disimulada por una vestimenta de insatisfacción.
En la masturbación el cuerpo goza solamente “en frío”, diría Ferenczi, sin
caldeamiento previo –como dirían los psicodramatistas –, recortado y sustraído con respecto al roce de dos cuerpos posibles. En el coito, por el contrario, el flujo es fricción, es decir, fruición de los cuerpos, un restregar que toca y diferencia, contacta y expele los dos cuerpos en una “fusión” que
se constituye, de este modo, gracias al exilio mutuo de los goces –cedidos pero divergentes – como imposible. Cada uno de los amantes se aposenta, habita durante un rato en un cuerpootro. Y de este modo el goce propio en el otro se torna una apoyatura para el propio salto. Lo que ocurre en cada partenaire acontece –a la inversa, pero no recíprocamente – en el otro: ambos en fuga hacia un goce itinerante.
Si hay un reconocimiento de la subjetividad, es siempre poscoital, y sólo posterior a que el cuerpo del otro permita-sostenga ese goce –al que con la masturbación no se accede –. Creo que sería este goce no localizable el que lanza de algún modo –hay sugerencias de Lacan al respecto – al sujeto a regenerar su alienación en la significación fálica. Es desde el goce suplementario que brota el Nombre-del-Padre. Se trataría de una operación
de nombramiento pos-coital del orden del creacionismo más cotidiano. Por lo tanto, me pregunto: ¿hay sublimación en el goce d el sexo? Exceptuada una forclusión del Nombre-del-Padre,, el Otro es regenerado, recreado, a partir de ese momento intermedio y el sujeto sale disparado a la metonimia del deseo. Esto sólo es posible en la presencia de ánimo del sujeto ante un goce más allá de la roca viva, que atestigua la imposibilidad de la relación sexual, pero que acontece sólo si se “cumple” la función sexual, es
decir si y sólo si opera la castración, lo que en el autoerotismo no es posible. Por eso siempre repito que el encuentro fallido con el objeto no es el desencuentro neurótico ni la degradación de la vida amorosa. “Coger realmente bien”, como solemos decir, inscribe una pérdida como letra
personal: es un escrito sexual en la historia de cada cual, más allá del síntoma neurótico.
Pero este flujo, al decir de Juan Ritvo, extático, digo ahora yo, me recuerda – además del tema del goce femenino – un concepto oriental invalorable, el de la misteriosa forma de legalidad llamada li. Por ejemplo, la del agua, cuando al deslizarse por una montaña, cuesta abajo, encuentra en los espontáneos meandros de su recorrido un sendero que no es arbitrario ni prefijado, sino un curso que obedece a su propia naturaleza, única forma de posible manifestación de su “verdad” acuática en acto.
Es en el cuerpo del otro, en el éxtasis encendido del deseo llevado a sus consecuencias más subjetivantes –haya o no amor, pero siempre castración –, donde un goce abierto, sin bordes, imprevisto, anonadante, nos reintegra al significado fálico –del que el masturbador, en su leve roce genital, no ha podido siquiera salir –. Y ya en el poscoito, solos, pero unidos por y en la diferencia unaria, los amantes retornan a la alienación de la que partieron, tras “rebotar” en el cuerpo del otro como sostén del goce propio no
mensurable. Porque recién entonces –y sólo entonces – el Nombre-del-Padre tempera y zanja aquello que en el “a solas” del masturbador se restituye
como mera culpa, es decir, una sufriente ajenidad.
Lejanía que es el resultado de no soportar la responsabilidad sexuada de cada uno en la declaración, ante el otro, de su propio sexo. Declaración que es sólo posible si la causa del Nombre-del-Padre proviene del no-todo, en este caso sexual, de la feminidad de cada ser parlante.