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Violencia simbólica, violencia v iolencia invisible María Cristina Rother Hornstein 1
Un psicoanálisis contemporáneo contemporáneo nos desafía desde diversos ángulos. Cada coyuntura sociocultural propone intercambiar con diferentes disciplinas sin dejar de profundizar en la propia, siendo un requisito insoslayable que la teoría tiene que estar anclada en la clínica. De esta manera evitamos perder especificidad y rigor. Un pensamiento pensamiento complejo supone, sobre todo con espíritu creativo, perforar las fronteras de otras disciplinas, siempre que haya algo para p ara explorar, explorar, cuestionar y transt ransgredir, porque Cuestionar el determinismo no es anularlo, sino articular determinismo y aleatoriedad, orden y desorden, realidad y representación, representación, permanencia y cambio, repetición y resignificación, construcción y reconstrucción. A mayor complejidad mayor mayor es el número de posibles respuestas ante las exigencias del mundo, de la vida, de la clínica. Retomemos de la teoría freudiana el lugar y la función que asigna al deseo, tanto en la organización de nuestro mundo, como en la del campo social que nos rodea. Sean cuales sean se an las teorías a las que adscriban las diferentes corrientes del pensamiento pensamiento psicoanalítico en referencia a cómo piensen la configuración de la subjetividad, ninguna puede puede estar al margen de la importancia del deseo por es e hijo de una pareja que anhele ocupar la posición de madre o padre. Condición necesaria para que un sujeto pueda asumirse tanto en su singularidad como en su lugar de ciudadano de pleno derecho en ese campo socio-cultural del cual no puede ser excluido. Agregamos Agregamos el discurso social s ocial que decide cual cu al será el lugar que uno podrá o no ocupar en tanto elemento del sistema de parentesco, y, en tercer lugar, el deseo propio. El yo desde el principio confrontará confrontará con la difícil tarea de encontrar el método para que esas partes heterogéneas se mantengan unidas, ya que la exclusión de una de las tres significaría el derrumbe de la construcción identificatoria. Si partimos de la base que el psiquismo es un continuo reordenamiento de representaciones, y, por lo tanto, que la historia de cada sujeto no es pura repetición, ni sólo es transformación a partir de remodelaciones de las fantasías, no se puede predecir cómo será el futuro del recién nacido, cuando sea un adolescente, un joven, un adulto, ni las respuestas que tenga ante los escollos que pueda encontrar, se sobreponga o no exitosamente exitosamente a ellos. Porque como dice Atlan (1979) las organizaciones vivas son “fluidas y móviles” y todo intento de inmovilizarlas inmovilizarlas es matarlas. El devenir del yo requiere de una serie de transformaciones, transformaciones, de metamorfosis, de nuevas propuestas, permitidas y valorizadas 1.
[email protected] / Miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina.
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por el campo social, tanto en los personajes que desean para ese hijo placer erógeno, sexual, narcisista, identificatorio, como en el propio yo, que tiene que autorganizarse acorde a sus posibilidades. Desde esta perspectiva el abanico de respuestas del sujeto ante experiencias significativas depende de su historia libidinal e identificatoria. Violencia simbólica
El ejercicio de la violencia simbólica requiere de al menos dos sujetos en los que haya en uno cierta condición de indefensión, de dependencia, de asimetría, sea esta total o parcial, como ya veremos cuando me refiera también a la violencia simbólica que todo analista puede ejercer en su práctica. Durante la década del 60 y del 70, Pierre Bourdieu desarrolló el concepto de violencia simbólica, que hace extensible a lo social a lo económico y a la educación. Habla de “poder simbólico” para referirse no tanto a un tipo específico de poder, sino más bien a un aspecto de la mayoría de las diversas formas de poder que se despliegan rutinariamente en la vida social y que rara vez se manifiestan en forma abierta como fuerza física. El poder simbólico es un poder invisible que no se lo reconoce como tal, sino como algo legítimo que presupone cierta complicidad activa por parte de quienes están sometidos a él. Y requiere como condición de su éxito la creencia en su legitimidad. Su concepto de dominación simbólica lo hace extensivo a diferentes campos como el educativo, el lingüístico, el religioso, el científico, el cultural, el familiar y el político. La violencia simbólica se ejerce sin coacción física desde las diferentes formas simbólicas que configuran las mentes y dan sentido a la acción. Actúa a través de las psiques y de los cuerpos. El orden social se escribe en los cuerpos en una confrontación permanente que otorga un lugar destacado a la afectividad, y, más precisamente, a las transacciones afectivas con el entorno social. La escuela y la educación lugar donde se reproduce el sistema social fue particular tema de investigación en tanto es un ámbito en donde se ejerce de modo especialmente intenso y sutil la violencia simbólica. En nuestra disciplina, fue Piera Aulagnier quien retomó el concepto para pensar la configuración de la subjetividad, la construcción identificatoria, desde lo que teorizó como “violencia primaria” y, “violencia secundaria”, cuando hay abuso de poder. “Vuelvo a luchar en este libro contra un error muy difundido: la unificación clínica del narcisismo para cuadros diferentes. Así no se trasciende una psiquiatría descriptiva [...]. No busco un término unívoco, sino una teoría del narcisismo lo suficientemente compleja que no encasille la clínica.” (Hornstein, L., 2006). Para salir de esa unificación errónea, el autor postula sus cuatro modelos: patologías del sentimiento de sí (borderline, paranoia, esquizofrenia); patologías del sentimiento de estima de sí (depresiones); patologías de la indiscriminación objeto fantaseado-pensado con el objeto actual (elecciones narcisistas, diversas funciones del objeto en la economía narcisista); patologías del desinvestimiento narcisista (clínica del vacío). 2.
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El inacabamiento con que los humanos venimos al mundo obliga al recié n nacido a apropiarse, nutrirse y sostenerse de los enunciados que recibe en el encuentro con los progenitores. Hay apropiaciones vitales y necesarias para construir el capital libidinal e identificatorio, pero también las hay mortíferas. También lo heredado psíquico debe ser apropiado, no solo para preservarlo, sino también para transformarlo. El psiquismo se constituye a partir de lo que toma prestado de lo oído, de modelos y potencialidades identificatorias que son transmitidas por el discurso parental y social. En los comienzos de la vida, la familia, los personajes significativos que inter vienen en la crianza son espejos con los que el niño se identifica. Es del conjunto de sensaciones visuales, olfativas, auditivas, cenestésicas como este recibe los sostenes de su identidad simbólica, indisociablemente ligada al amor, a la ternura, a la sexualidad. La serie de interacciones, de momentos cruciales en el encuentro con esos personajes que lo asisten producen modificaciones simultáneas entre los partenaires y dan cuenta de la complejidad constitutiva del narcisismo, del yo y de la construcción identificatoria. Proceso que exige un trabajo de metabolización, de duelo, de elaboración de todo el capital recibido. Es un juego de apropiación-desapropiación entre la madre y el niño. Dije que hay dos conceptos que aportó Aulagnier para entender la manera en que se configura el capital identitario. Violencia primaria y secundaria. La madre es literalmente “portavoz”, introduce la voz de la cultura. Provee al niño de una historia que es testimonio de sus deseos y sus anhelos sobre su devenir y que incluye la historia de la cultura. Le provee una serie de anticipaciones. Anticipaciones que en los comienzos son un exceso de todo. De amor, de gratificación, de frustración, de palabra, de sentido. Proviene de un psiquismo que ha sido atravesado por la represión y, se dirige a alguien, el recién nacido, que no tiene organización psíquica para procesar tantos estímulos. Esa violencia primaria es necesaria y estructurante. En la manera de dirigirse al niño, de interactuar con él, en cómo lo piensa, cómo le habla, cómo interpreta lo que supone que este le demanda, se anticipa en mucho a la capacidad del niño de reconocer la significación de la palabra, las acciones, los afectos. Significación que la madre tampoco conoce en su totalidad en tanto y en cuanto en toda acción se incluye lo reprimido. No hay madres totalmente buenas, ni totalmente malas; hay madres suficientemente buenas. Pero también hay progenitores que infantilizan, que no ayudan a crecer, ni a conquistar autonomía. Cuando el niño piensa y se expresa y los progenitores insisten en seguir interpretando lo que ellos suponen que el niño siente, desea, piensa, espera, ejercen una “violencia de interpretación” que entorpece el crecimiento. Se trata de padres que no quieren ceder el poder que el desvalimiento del niño les otorga y desean mantenerse como prótesis o donantes exclusivos de sus necesidades. No pueden desapropiarse de su producto para una propuesta exogámica, caen en lo que Aulagnier conceptualiza como “violencia secundaria”, en tanto ataca la autonomía del pensamiento del niño.
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Cuando el niño es capaz de pensar, le confirma a la madre el éxito o el fracaso de su función, ya que pensar es el primer instrumento de autonomía y el que da la posibilidad de un rechazo que no pone en peligro la supervivencia. Mientras que el niño no habla, la madre puede tener la ilusión de una concordancia entre lo que ella cree que piensa y lo que piensa el niño. Al mismo tiempo, este descubre que es también una ilusión atribuirles a los padres el poder de adivinar sus pensamientos. Momento decisivo. Recordamos lo anterior cuando abordamos un paciente que presenta algunas de las patologías del narcisismo,2 psicosis, cuadros borderline en sus distintos grados de gravedad y en los cuales al hacer la anamnesis encontramos carencias afectivas, historias traumáticas, diversas violencias ejercidas por parte de los adultos “responsables”. La violencia primaria es una “acción necesaria” que se requiere para configurar el yo, mientras que la violencia secundaria se ejerce contra del yo. De ahí que, como veremos más adelante, el discurso y el delirio del psicótico es, en parte, una respuesta a esa violencia padecida, que intenta oponerse al cambio, a que el sujeto en devenir apele a su propia capacidad de transformación, en respuesta a su deseo. La apropiación mortífera hace referencia a esa violencia de apropiación de la sub jetividad que amenaza la integridad psíquica, corporal o la vida misma. Situación que puede ampliarse al orden social por actos de violencia extrema, genocidios, masacres, terrorismo, que rompen con códigos de cultura, con “contratos narcisistas” (Aulagnier, 1975) a los que apela todo sujeto para sostener su identidad grupal, social. Apropiación mortífera de la subjetividad del otro cuando no se lo reconoce como diferente, extensible a todo actor social que tenga alguna relación de poder sobre otro. Apropiación de la intimidad, de la identidad, de la privacidad. ¿No es por cierto una devastación de la subjetividad del otro, el “ninguneo”, la indiferencia frente a la pobreza, a la indigencia? No reconocimiento del otro que en su desubjetivación los deja como excluidos del mundo. Cuestiones de orden social a las que no me voy a referir. La lista es larga y en este mundo globalizado, redes sociales mediante, están a la orden del día. Toda organización social, sean cuales fueran sus particularidades puede dar prueba de un abuso de poder, imponer un exceso de prohibiciones, de reglas, que no responden más que al interés de un grupo a expensas del conjunto. El discurso social proyecta sobre el recién nacido la misma anticipación que el discurso parental: mucho antes que el sujeto nazca el grupo le otorga el lugar que supondrá tendrá que ocupar con la esperanza que él trasmita el modelo socio-cultural. (Aulagnier, 1975). Cuestión que no debe hacernos olvidar la necesidad que representa para el sujeto, la interiorización de una prohibición fundamental, que prohíbe a los padres y al niño hacerse objetos de goce recíproco el uno para el otro lo que fijaría para siempre su deseo a un solo y único objeto. Esta interiorización es una condición necesaria para la representación de esa parte del deseo inconsciente cuya realización solo podría concluir en una lucha a muerte entre deseantes persiguiendo ciegamente sus objetivos (Aulagnier, 1989).
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El sujeto, a su vez, busca y debe encontrar en ese discurso referencias que le permitan proyectarse hacia un futuro para que su alejamiento del primer soporte libidinal y narcisista, que ofrecen los progenitores, no se traduzca en la pérdida de todo soporte identificatorio. Violencia identificatoria en la psicosis
En las psicosis la violencia secundaria es extrema. Testimonio de heridas narcisistas padecidas precozmente, de odio, sobre todo en el caso de la paranoia; de indiferencia o no deseo por ese hijo en la esquizofrenia; no hay aceptación de la diferencia. Terreno apto para la acción de desinvestidura, propia de la pulsión de muerte. Hay una falla libidinal en el discurso parental que evoca fisuras en la historia edípica de los padres, lo cual les dificulta la propuesta de un proyecto identificatorio para ese hijo que con su sola presencia impone una alteridad casi intolerable. A veces, en la clínica, los relatos del paciente confirman la hipótesis de esa violencia parental que, más que a la constitución de un yo, apunta a su demolición, presente en los enunciados con los que se dirigen al niño. El yo psicótico queda preso de un conflicto interno entre el yo identificante y el yo identificado. La violencia pasa por la apropiación del otro, a quien no se le otorga el derecho de ser un diferente (Aulagnier, 1985). Aun así, la carencia, el deseo de la madre, la opresión social o la locura de los otros no determinan la psicosis. Estos factores son condiciones necesarias pero no suficientes. Y en el intervalo entre lo necesario y lo suficiente se sitúa no solo lo que no sabemos, sino también lo que convierte a la psicosis en un destino en el que el sujeto tiene un rol propio, que no responde a un determinismo lineal ni tampoco a una sumatoria azarosa de acontecimientos sino más a un trabajo de metabolización, de reelaboración, de auto-organización psíquica. Esta propuesta es una opción metapsicológica en tanto pone en evidencia los fundamentos que hacen a la constitución del psiquismo: el lugar que ocupa la historia, el estatus del acontecimiento, el compromiso con el tiempo y el valor que otorgamos a las series complementarias. En este sentido importa tener en cuenta tres puntos porque implican diferencias teóricas que modifican la manera en que abordamos las psicosis: 1) el análisis que uno haga de los mecanismos de defensa más precoces y las consecuencias de su abandono o su prolongación; 2) la importancia que se les otorgue a los factores exteriores en la respuesta que tenga la psiquis a la frustración, la separación y la castración, siempre presentes en un encuentro; 3) el rol que se les acuerde a los efectos retroactivos al encuentro que a lo largo de la infancia se imponen al yo. Nadie puede prever qué conflictos, qué duelos, qué sorpresas beneficiosas impondrán al yo los otros y la realidad, ni cuál será la manera en que el yo responderá. El análisis da cuenta que es en el curso de la infancia donde se produce ese abanico de respuestas de las que es posible disponer para afrontar o para huir de las situaciones de violencia padecidas en esos primeros tiempos.
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El a posteriori tiene un efecto organizador y promotor de lo nuevo en tanto actúa retroactivamente sobre el pasado. El segundo acontecimiento determina la significación del primero. Cada quien reescribirá su historia en las sucesivas tentativas de puesta en sentido a lo largo de la vida. Convengamos que estas propuestas metapsicológicas no son exclusivas de la psicosis, sino cómo pienso la constitución de la subjetividad y su capacidad de transformación. La historia de un sujeto no está escrita de una vez y para siempre, y por supuesto la infancia no es un fatalismo. Al respecto habría dos posiciones extremas. Algunos psicoanalistas no le dan ninguna importancia a la realidad que el sujeto encuentra, sino que consideran solamente el propio funcionamiento psíquico, sus fallas, su constitución, como única medida de posibilidad para enfrentarse con la realidad. Mientras que a otros poco les importa el potencial psíquico, sino que piensan que es la organización preexistente del “mundo” lo que viene a determinar su estructura. (Rother Hornstein, 2015) Ambas posiciones son reduccionistas. Al respecto dice Aulagnier: Dos ejemplos característicos de esta tendencia reduccionista lo constituyen la forma en que se utiliza el concepto kleiniano de identificación proyectiva y el concepto lacaniano de perclusión del nombre del padre. […] la falta de respeto que implica una cierta pretensión de saber en relación con aquel al que se le impone una interpretación que no hace más que repetir, de otro modo, la violencia y el abuso de poder de los discursos que lo han precedido(1975).
Es de la realidad de los acontecimientos encontrados de donde la psique toma en préstamo los materiales para construir su mundo representacional y afectivo. Pero no es menos cierto que la historia de un sujeto implica romper con cierto criterio de simetría entre un antes y un después. Pensar el concepto de temporalidad es pensar que siempre hay un devenir, el antes no lo dice todo. La historia se va construyendo de coherencias y acontecimientos. La coherencia es efecto de referentes que pueden resistir el impacto desestructurante de algunos acontecimientos si, con el trabajo de metabolización, se vuelven insignificantes. En el caso de una potencialidad psicótica, esos mismos acontecimientos pueden poner en evidencia las perturbaciones ya padecidas por el yo en un tiempo anterior. Pero también los acontecimientos pueden hacer surgir nuevas versiones de esa historia. Como se pregunta Najt (2006): “Por qué muchos niños/niñas que presentaron una organización psíquica cuya problemática fue considerada grave logran defensas y formulaciones identificatorias que organizan su novela familiar”. 3
Véase el trabajo “Novelas adolescentes” (Najt, 2006), en do nde muestra la evolución y los logros de una psicosis infantil a partir de identificaciones con figuras terroríficas de la literatura universal que le posibilitó a ese adolescente dar otro sentido a sufrimientos vividos y reorganizar su novela familiar. 3.
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¿Qué pasaría si… o qué hubiera pasado si...? Son preguntas del historiador, del físico, del psicoanalista cuando se enfrentan con un sistema complejo. Son preguntas que no remiten a una ignorancia contingente ni superable, sino que definen la singularidad de momentos de encrucijada en los cuales el comportamiento del sistema se hace inestable, pudiendo, por lo tanto, frente a determinados hechos significativos, evolucionar de acuerdo con una amplia gama de posibilidades. La violencia en la práctica clínica
1- Cuando predomina el deseo de curar y no el deseo de pensar junto con el paciente. O cuando predomina el deseo de certeza y no la curiosidad y la duda. Hacer el duelo por la ilusión de certeza implica no solo rehusarle el saber al paciente sino también rehusarnos al saber como analistas. (Laplanche, 1988). Al comienzo de la actividad psíquica saber y certeza coinciden, pero para que el saber siga desarrollándose es necesario separar ambos conceptos. En todo pensamiento científico, mítico, religioso, lógico y en el delirio habrá siempre nostalgia de una certeza perdida. La pulsión de saber no existiría sin la esperanza de alcanzar una verdad que confirme lo enunciado. El conflicto identificatorio del neurótico en parte tiene que ver con que su duda concierne a la de su verdad y a la de sus afectos. El analista da cuerpo a una ilusión de encontrar en la escena de lo real a otro que le garantice la certeza de los enunciados por medio de los cuales el sujeto define su modelo de realidad. Ilusión que es causa y no efecto de la transferencia. El modelo que cada cultura ofrece de la realidad difiere de una a otra al igual que los hitos identificatorios del yo, pero la relación que deben respetar entre sí el sujeto singular, el discurso y la realidad es universal y muestra una misma función metapsicológica pivote del proceso identificatorio. Condición para que el yo tenga criterios de verificación que le permitan asegurarse un punto de certeza (un origen) únicos, a partir del cual pueda cuestionarse y dudar, como algo inherente a la función del discurso. Freud define en 1911 el principio de realidad como paso capital en la evolución de la psique, correlativo con la decepción experimentada por el bebé al descubrir la no coincidencia entre satisfacción alucinada y satisfacción real y el fracaso que la persistencia de la necesidad y su repetición imponen a la alucinación. “En su lugar, la psique debe decidirse a representar el estado real del mundo exterior y a tratar de aportarle una modificación real. Lo representado ya no es lo agradable, sino lo que es real a pesar del displacer que puede producir”(Aulagnier, 1974). Se abandona el placer inmediato que es incierto al servicio de un placer seguro y diferido. En principio tenemos la realidad corporal: el cuerpo demanda a la psique un conocimiento de sus necesidades para su subsistencia (dimensión pragmática del concepto de realidad).
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Hay otra realidad que es la realidad psíquica, aquí se trata de un conocimiento acerca de la economía libidinal, y que el a posteriori que sigue a todo placer sea pre visible. También es necesario para la supervivencia pactar con la realidad psíquica. Plantea Aulagnier: El principio de realidad no pretende ser definición de ningún real objetivo: no es sino el conjunto de las categorías a las que el proceso secundario debe plegarse a fin de tener conocimiento de una realidad del cuerpo, del mundo y de la psique que el yo encuentra, inviste, remodela, interpreta pero que no es su construcción autónoma (Aulagnier, 1974).
Por lo tanto no debe asimilarse principio de realidad a la realidad y reconocer que al analista como todo sujeto inviste un modelo de realidad que lo precede y debe a su cultura. 2- El criterio de analizabilidad no puede estar limitado a un diagnóstico psicopatológico. Es una simplificación reducir la historia de una vida a una nosografía. No pueden ser tratados de la misma manera quienes padecen predominantemente de síntomas fóbicos, de una anorexia, de una neurosis obsesiva, de problemáticas con el cuerpo, de antiguos duelos no elaborados, de un delirio, no solo porque se trata de modalidades diferentes de sufrimiento psíquico, sino también porque sea cual fuere el sufrimiento siempre se inscribe en una historia singular. La motivación que nos guía es la de iluminar el conflicto inconsciente que está en la base de todo sufrimiento con la finalidad de modificar, en lo posible, objetivos elegidos acorde a la singularidad de la problemática y de la historia de quien consulta y siempre al servicio de Eros: más placer de pensar, de investir, de amar, de trabajar, de existir. La forma en que el analista piensa la tópica, las pulsiones, las identificaciones, el narcisismo, la historia, condicionan la práctica. Es en el escenario de la transferencia que se constituye en el proceso analítico en donde podemos desplegar todas las herramientas con las que contamos para acceder a esas metas y objetivos que nos proponemos. Y es también en este escenario de la relación transferencial en la cual el analizando tiene una asimetría respecto al analista, que hace de esta relación una condición óptima para que en una práctica inadecuada, el analista pueda ejercer violencia secundaria. Pacientes con patologías en las cuales la dependencia afectiva, la baja autoestima, la fragilidad del yo, la tendencia a la alienación sean problemáticas predominantes puede pasarse de una relación en donde más que amor de transferencia el paciente despliegue una pasión transferencial y un estado de alienación sostenida por ambos partenaires que hace de ese análisis una práctica iatrogénica. 3- La interpretación a ultranza, o el silencio mortífero, así como el uso abusivo de la identificación proyectiva. En el caso de la psicosis hablar en su nombre o interpretar lo que uno cree que
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el paciente piensa, es negarle una vez más su derecho a dejarse oír, como ocurrió en su infancia. La psicosis nunca podemos reducirla a la proyección de una fantasía sobre una realidad neutra. De ahí que al igual que en la neurosis escuchar al paciente en lo que nos dice, en lo que siente, respetar su realidad psíquica y lo que relata de su realidad material es una obligación que nuestra práctica y nuestra ética obliga. 4- Un mal uso de la contratransferencia. La contratransferencia no pueda ser abolida por decreto ya que en cada análisis está implicada nuestra subjetividad. Pero esto requiere tramitar nuestros afectos, no entregarnos a ellos. ¿Cómo intervenir desde la palabra y el afecto, no ser intrusivos con interpretaciones prefabricadas ni estar ausentes ante ciertas resistencias o reacción terapéutica negativa, frecuentes en pacientes que han sufrido traumatismos, heridas narcisistas precoces, que nos obligan a hacer un trabajo de elaboración paralela sin quedar paralizados por la desesperanza al mismo tiempo que evitamos no quedar atrapados en una impostada neutralidad? Apelamos a diferentes recursos, diseñamos estrategias en función del paciente y de su problemática con plasticidad y tolerancia a la incertidumbre. Nuestro abordaje apela a la invención. No es la resolución de un programa. 4 Pero no por ello descuidamos el análisis de lo preconsciente por considerarlo superficial (Green, 1972). Lo preconsciente es un tránsito para poner en palabras las representaciones-cosa, los afectos reprimidos para “procurar a los procesos inconscientes una tramitación y un olvido. [… ] El preconsciente es el que consuma ese trabajo, y la psicoterapia no puede emprender otro camino que el de someter al Icc. al imperio del Prcc”. Y así lograr un trabajo analítico compartido. Provocar un forzamiento continuo de las interpretaciones, como algunos análisis kleinianos que intentan abordar “el inconsciente” sin mediación, lleva al paciente, tras un período de resistencia, a un vínculo terapéutico caracterizado por un falso self o a su erotización masoquista, dice Green al respecto: Por el contrario acompañar al paciente en sus tiempos y en lo que es capaz de comprender de lo que le decimos, permitirle elaborar e integrar dentro de un proceso de regresión-progresión, y así pasar de lo más superficial a lo más profundo, evita bloques de resistencia prematuros y duraderos o –a la inversa- quebrantos psicóticos, psicosomáticos y psicopáticos (Green, 1972).
Hay terapias que apelan solo a la sugestión y proponen un campo de ilusión y de apaciguamiento, perdiendo de vista la singularidad del paciente y la diversidad de
4.
El programa es fijo y tiene soluciones predecibles, aun cuando su resolución implique complicación.
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sentidos. Algunas aplican técnicas que infantilizan en nombre de un psicoanálisis que no discrimina que el saber teórico no sólo corresponde a los contenidos sino a los modos en que se enuncian. La terapia sugestiva y la moral pretenden suprimir los síntomas sin interrogarlos. La sugestiva apelando al poder que emana de la transferencia. La moral inculcando ideas consideradas superiores para educar, modificar creencias y así transformar el conjunto de la personalidad. 5- El negarse a implementar diversos dispositivos terapéuticos en función de las necesidades y posibilidades de cada paciente. Si establecemos reglas de juego no rígidas preservando la singularidad de cada paciente evitamos arbitrariedades en el trabajo con los analizandos. Reglas de juego, legalidades que se modifican acorde a las diferentes estrategias a plantear con cada analizando y en diferentes momentos del devenir de su proceso terapéutico. Algunos analistas consideran encuadre el número de sesiones, el tiempo de cada una, los honorarios, las interrupciones programadas, “el estuche”. “La matriz activa” (Green, 2003), en cambio, refiere al método, lo propio del psicoanálisis (asociación libre, teorización flotante, en el seno de la transferencia-contratransferencia). Definir el psicoanálisis por el número de sesiones ¿no es una minucia? En el encuadre están presentes lo tópico, lo económico y lo dinámico. La metapsicología no es un teoricismo. El juego de fuerzas en el despliegue pulsional y afectivo entre los conflictos intra e intersistémicos posibilita el montaje de un escenario donde cobran vida los personajes del yo y los personajes reales del paciente. Aparecen, se entrecruzan, a veces se instalan por largo tiempo y trabajar con ellos permite procesar las situaciones de máximo sufrimiento como un juego en el que participan todos los personajes de la novela familiar del analizando. Padres, hermanos, parejas, amigos, colegas, algunos circunstanciales que tan solo evocan un encuentro pero que también posibilitan desplegar afectos de distinto orden prototípicos para esa persona en la vida y que nos ayudan a encontrarnos con lo reprimido. Desde este modelo de escenas vivas intentamos acercarnos al método. Pero el paciente hace y dice lo que puede. El encuadre así entendido es sostén del proceso. Las alteraciones, las disrupciones son indicadores de algo subterráneo que al igual que al sueño o al acto fallido les damos la bienvenida. Exigencia de trabajo como la pulsión. Freud se opone a la mecanización de la técnica, dada “la extraordinaria diversidad de las constelaciones psíquicas intervinientes, la plasticidad de todos los procesos anímicos y la riqueza de los factores determinantes” (Freud, 1913) . Todo lo dicho induce a pensar en técnicas psicoanalíticas en vez de una técnica. Cada psicoanalista puede desplegar varias en función de cada paciente. La diversidad y la complejidad actuales lleva a que ningún psicoanalista pueda proporcionar un panorama global de las técnicas.
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Resumen
El ejercicio de la violencia simbólica, requiere al menos dos sujetos en los que haya en uno cierta condición de indefensión, de dependencia, de asimetría, sea esta total o parcial. Bourdieu habla de “poder simbólico” como un poder invisible que no se lo reconoce como tal, sino como algo legítimo que presupone cierta complicidad activa por parte de quienes están sometidos a él. Requiere como condición de su éxito la creencia en su legitimidad. Dominación simbólica extensiva a diferentes campos: el educativo, el lingüístico, el religioso, el científico, el cultural, el familiar y el político. En nuestra disciplina, fue Aulagnier quien retomó el concepto para pensar la configuración de la subjetividad, la construcción identificatoria, desde lo que teorizó como “violencia primaria” y “violencia secundaria”, cuando hay abuso de poder. La violencia primaria es una “acción necesaria” que se requiere para configurar el yo. La violencia secundaria se ejerce contra del yo. Cuestión que también es posible en la práctica: cuando predomina el deseo de curar y no el deseo de pensar junto con el paciente; cuando predomina el deseo de certeza y no la curiosidad y la duda; cuando el criterio de analizabilidad se lo limita a un diagnóstico psicopatológico; en el escenario de la transferencia en la cual el analizando tiene una asimetría respecto al analista, que hace de esta relación una condición óptima para que en una práctica inadecuada, el analista pueda ejercer violencia secundaria; en la interpretación a ultranza, o el silencio mortífero, así como el uso abusivo de la identificación proyectiva y cuando hay un mal uso de la contratransferencia. Negarse a implementar diversos dispositivos terapéuticos en función de las necesidades y posibilidades de cada paciente y finalmente refiere a terapias que apelan solo a la sugestión y proponen un campo de ilusión y de apaciguamiento, perdiendo de vista la singularidad del paciente y la diversidad de sentidos. DESCRIPTORES : VIOLENCIA / PODER / DEPENDENCIA / ASIMETRÍA / ABUSO / VIOLENCIA PRIMARIA
/ PSICOANALISTA
Summary Symbolic violence. Violence invisible The exercise of symbolic violence, requires at least two subjects in which there is one certain condition of helplessness, dependence, asymmetry, be it total or partial. Bourdieu speaks of "symbolic power" as an invisible power that is not recognized as such, but as legitimate to assume some active complicity by those who are subjected to it. It requires as a condition for its success the belief in its legitimacy. Symbolic domination extended to the different fields: education, language, religious, scientific, cultural, family and politics. In our discipline, it was Aulagnier who took up the concept to think t he configuration of subjectivity, identifying construction, from what theorized as "primary violence" and “secondary violence” when there is abuse of power. Primary violence is a "necessary action" is required to set the Self. Secondary violence perpetrated against the self. Issue it is also
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possible in practice: when the predominant desire to heal and not the desire to think together with the patient; when the predominant desire for certainty and not curiosity and doubt; when the criteria analyzability it limited to a psychopathological diagnosis; on stage transfer in which the analyzing has an asymmetry with respect to the analyst, which makes this relationship an optimal condition for an improper practice, the analyst can exert secondary violence; in interpreting extreme, or the deadly silence, and the abuse of projective identification as there is a misuse of countertransference. Refusing to implement various therapeutic devices based on the needs and possibilities of each patient and finally refers to therapies that appeal only to suggestion and propose a field of illusion and appeasement, losing sight of the uniqueness of the patient and the diversity of ways. KEYWORDS: VIOLENCE/ POWER / DEPENDENCE/ ASSYMETRY/ ABUSE/ PRIMARY VIOLENCE/ PSYCHOANALYST
Resumo A violência simbólica. A violência invisível O exercício da violência simbólica, requer pelo menos duas pessoas em que há uma certa condição de desamparo, dependência, assimetria, seja ele total ou parcial. Bourdieu fala de "poder simbólico" como uma força invisível que não é reconhecido como tal, mas como legítima para assumir alguma cumplicidade activa por aqueles que estão sujeitos a ele. Ela exige, como condição para o seu sucesso a crença na sua legitimidade. Dominação simbólica estendido a diversas áreas: educação, língua, religião, científico, cultural, familiar e política. Em nossa disciplina, era Aulagnier que assumiu o conceito de pensar a configuração da subjetividade, identificando a construção, a partir do que teorizada como "violência primária” e “violência secundário”, quando há abuso de poder. Violência primária é uma ação necessária" é necessária para definir o Self. A violência perpetrada contra secundária do self. Emissão é possível na prática: quando o desejo predominante para curar e não o desejo de penso em conjunto com o paciente; quando o desejo predominante para a certeza e não curiosidade e dúvida; quando os critérios analisabilidade limitada a um diagnóstico psicopatológicos; na transferência de fase em que a análise tem uma assimetria em relação ao analista, o que torna esta relação uma condição ideal para uma prática abusiva, o analista pode exercer violência secundário; na interpretação extrema, ou o silêncio mortal, e do abuso de identificação projetiva como há um desvio de contratransferência. Recusando-se a implementar vários dispositivos terapêuticos com base nas necessidades e possibilidades de cada paciente e, finalmente, refere-se a terapias que apelar apenas para sugestão e propor um campo de ilusão e de apaziguamento, perder de vista a singularidade do paciente e da diversidade de formas. PALAVRAS-CHAVES: VIOLÊNCIA / PODER / DEPENDÊNCIA / ASSIMETRIA / ABUSO / VIOLÊNCIA PRIMÁRIA
/ PSICANALISTA
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María Cristina Rother Hornstein
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