RENÉ DESCARTES LA GEOMETRIZACIÓN COMO RAZÓN
Esb ozo bi og ráfic o. Cartesius, su nombre latinizado, nació en La Haye el 31 de marzo de 1596 y murió en Estocolmo el 11 de febrero de 1650. Su madre murió cuando contaba con sólo un año de edad y parece que de ella heredó su mala salud. Tuvo problemas con una tos crónica, cuando ésta le atacaba, sus maestros, los padres jesuitas de La Fleche, le permitían permanecer en cama cuanto quisiera. De allí adoptó la costumbre de trabajar en la cama. En 1633, al enterarse de la condena de Galileo por parte de la inquisición, abandonó un libro que estaba escribiendo, en el que aplicaba la teoría de Copérnico. Perteneció al ejército mas no participó en nada ni marcial ni bélico. Forzado por la inminencia de que sus estudios cayeran bajo la sospecha de la iglesia, se trasladó a la Holanda protestante donde con mayor tranquilidad pudo proseguir sus estudios y escritos. En 1649 aceptó la invitación de la reina Cristina de Suecia para que impartiera sus conocimientos en la corte. Pero esta reina ha sido una de las más excéntricas y su idea de sacar fruto de Descartes consistía en hacerle levantar a las cinco de la mañana para que la orientara en los recovecos de la filosofía. Los delicados pulmones de Descartes no pudieron aguantar el invierno sueco, pero sobretodo las visitas mañaneras al castillo de la regente, con lo que falleció antes que terminara el invierno. Su cuerpo íntegro, a excepción de la cabeza volvió a Francia. El cráneo en 1809 pasó de Berzelius a Cuvier, quien por fin hizo que todo Descartes reposara en suelo francés. Un nuevo fu ndam ento, una nueva razón. razón.
Descartes es el primer pensador influido por la nueva física y la nueva astronomía. Es el primer filósofo moderno y con él se revisa el sistema de pensamiento escolástico válido hasta ese momento. La perspectiva de René Descartes arranca de pretender identificar un nuevo fundamento para comprender la realidad. Con Galileo y Kepler, Descartes estaba también convencido que la estructura del mundo constituía una estructura matemática, que por tanto era la matemática el instrumento para penetrar y comprender la armonía del universo. Es la matemática la ciencia de la naturaleza y, aún más, el hombre produce saber natural de la misma forma que emplea el saber matemático. La idea directriz de Descartes, desde donde critica la escolástica, desde donde sugiere el método, desde donde propone la función y el objeto de la ciencia, es la identidad entre materia y espacio, igualdad entendida y regulada por el saber matemático geométrico. La modernidad se establece sobre las ruinas del sistema metafísico y lógico heredado de Aristóteles y los medievales. Para Descartes tal sistema sólo le trajo errores y dudas, y en vez de alcanzar de sus manos la certeza y el conocimiento ―no había conseguido otro provecho provecho que haber descubierto cada vez más mi ignorancia‖.
En cuanto a la lógica, a los procedimientos silogísticos, le reconoce un valor didáctico-pedagógico, pero tal instrumento carece de fuerza fundacional o carácter heurístico, es decir, no servían para novedosos procedimientos y saberes, no anticipan positivamente un proceso de investigación. Creada por los dialécticos medievales ―mediante tal procedimiento ellos no conocen nada nuevo y,
en consecuencia, la dialéctica común es del todo inútil para quien anhela indagar la verdad de las cosas‖. Así, la lógica tradicional, en el mejor de los casos, se limita a servir de ayuda para exponer la verdad, pero no es útil para conseguirla.
Proponer un nuevo fundamento para el pensamiento nos lleva en Descartes al método. Se debe sostener el nuevo sistema en una verdad no heredada o asumida de la autoridad. Dicha verdad debe ser producida tras un devastador proceso de cuestionamiento de o, hasta el momento, tenido por cierto. El camino es el método racional. Pero tal método relaciona dos dimensiones. La primera de carácter negativo y crítico, de orientación más bien escéptica, aplicada a todo proceder y todo saber hasta el momento establecido como seguro e intocable. El segundo aspecto del método es su
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afinidad con el método geométrico-matemático, del cual dirá: “Gracias a este medio veo con m ás claridad todo lo que hago”. L as R eg las del m é to do .
Descartes propone unas pocas reglas, pero que seguidas con rigor, llevan a mejores resultados que muchas, en donde por su incoherencia solo se llega a pretextar a favor del vicio y la ignorancia. Descartes cimenta un método general de la investigación en contra a las muchas reglas y artificios de la silogística, que ya no podía ser considerada instrumentación del saber sino modelo de retórica. 1ª. Regla. Regla de la evidencia . “nunca acoger nada como verdadero, si antes no se conoce que lo es con evidencia: por lo tanto evitar con cuidado la precipitación y la prevención; y no abarcar en mis juicios nada que esté más allá de lo que se presentaba ante mi inteligencia de una manera tan clara y distinta que excluía cualquier posibilidad de duda” . Esta, más que regla, es el principio directriz fundamental, todo debe conducir a la
claridad y la distinción, rasgos de la evidencia. Se persigue un concepto no dudoso, nacido de la razón y mucho más cierto que la deducción misma. Constituye al mismo tiempo, punto de partida (no tomar nada por cierto) y punto de llegada (idea clara y distinta, evidente en sí misma y libre de duda).
2ª. Regla. Regla del análisis . “Dividir todo problema que se someta a est udio en tantas partes menores como sea posible y necesario para resolverlo mejor”. Esta regla establece el carácter analítico del método, el único capaz de alcanzar la evidencia dado que logra descomponer lo aparentemente caótico y complejo en lo sencillo y particular, disipando de esta forma todo sombra de confusión y ambigüedad. Simple es aquello que ya no es susceptible de subdividirse más. Esta fase del método es preparatoria pues la intuición racional, la claridad, exige la identificación y caracterización de lo simple. Lo genérico, lo totalizante, lo propuesto como generalidad, siempre será una mezcla de evidencias y error, de claridad y confusión. Es indispensable la revisión de esas grandes afirmaciones y conceder a la verdad la posibilidad de ascender paso a paso, etapa por etapa. 3ª. Regla. Regla de síntesis . “La tercera regla es la de conducir con orden mis pensamientos, comenzando por los objetos más simples y fáciles de conocer, para ascender poco a poco, como a través de escalafones, hasta el conocimiento de los más complejos; suponiendo que hay un orden, así mismo, entre aquellos cuyos objetos no proceden naturalmente a los objetos de otros” . La síntesis se entiende aquí como re-composición de
elementos cuya solidez e identidad, cuya función y comprensión, les da el carácter de absolutos. De ellos se sigue a esos aspectos, a esos elementos, que exigen necesariamente nexos, dependencias, interrelaciones funcionales, eventuales o teológicas. Continuando este camino ascensional es posible dar razón de las conexiones de conjuntos que hacen de esa realidad, de ese objeto, de esa circunstancia, un todo comprensible por la articulación de sus partes. Hemos descompuesto para admirar con claridad el gran principio de orden que rige la unión de los elementos. Se ha conseguido aglutinar lo simple en torno a la clave directora de las relaciones internas del objeto. 4ª.
Regla. Regla de enumeración y revisión . “La última regla es la de efectuar en todas partes enumeraciones tan complejas y revisiones ta n generales que se esté seguro de no haber omitido nada”. La intención de esta última regla es la evitar la injerencia de la precipitación, madre de todos los errores. Se debe acertar en el control de cada paso y cada etapa. La enumeración atestigua la pertenencia de cada elemento aparecido en el análisis. La revisión prueba la transparencia del principio de orden establecido en la síntesis. Descartes apela a la cautela como seguro contra toda superficialidad, por ello el pensamiento recorre continuamente todos los niveles y componentes, mediante una dinámica de inspección suficiente y organizada.
Con estas reglas Descartes quiere que ejerzamos crítica, reduzcamos a lo simple, visualicemos el encadenamiento riguroso de los elementos, revisemos, para así llegar a lo evidente. Las reglas previenen contra la adopción de conceptos aproximativos, imperfectos o fantásticos. Así nos ofrece una dinámica investigativa abstraída del proceder geométrico. Su efecto es contundente, substituye lo universal abstracto del método aristotélico-escolástico por las naturalezas simples y la intuición, planos fundantes del pensamiento matemático.
Epistemología 49 La dud a metódica y el yo pienso .
Dispuesto el método y sus reglas, Descartes legitima la validez de tales fundamentos realizando su aplicación, si esta probación nos lleva a una verdad indubitable, el fundamento cobrará el status de certidumbre que lo inspiró. Ataca entonces el saber tradicional para establecer un nuevo paradigma de investigación y conocimiento. El primer contenido en ser sometido a examen es el basado en la experiencia sensible: “Dado que
los sentidos algunas veces nos engañan, decidí suponer que ninguna cosa era tal como no la representaban los sentidos”. Pero además el saber tradicional se funda en la razón y en su poder discursivo, saber no exento de obscuridad e incertidumbre, “puesto que hay quien se equivoca al razonar y comete paralogismos... rechacé como falsas todas las demostraciones que antes había aceptado como demostrativas”. Por último, el saber matemático también cae en cuestión: “quién me impediría pensar que exista un genio maligno, astuto y engañador... supondré, pues, que exista no ya un Dios verdadero, fuente soberana de verdad, sino un cierto genio maligno, no menos astuto y engañador que potente, que empleó toda su industria en engañarme”.
Con este proceder no simplemente toma una actitud escéptica. Su duda es metódica, es decir, radica negando cada paso, cada aspecto y cada contenido del saber tradicional. Pone en crisis el dogmatismo imperante en el sistema aristotélico-escolástico. La razón, empero, no es absolutamente de corte negativo, la duda se orienta hacia un objetivo creativo, imaginativo y novedoso, instaurar una nueva afirmación, una certeza auténtica, un saber más seguro. Tras dudar de todo aquello que estaba a la base de lo que se pensaba, de lo que sabía, si todo ello era falso, él que pensaba, debía de ser algo. Lo único que realmente era seguro es que él dudaba, es decir, que piensa. Dice Descartes en su Discurso del Método: “era por fuerza necesario que yo, que así pensaba, fuese algo. Y al observar que esta verdad “pienso, luego existo” era tan firme y tan sólida que no eran capaces de conmoverla ni siquiera las más extravagantes hipótesis de los escépticos, juzgué que podía aceptarla sin escrúpulos como el primer principio de la filosofía que yo b uscaba”. ¿Qué significaba ―pienso, luego existo‖? A pesar de formularse como un silogismo, esta afirmación
no es un razonamiento resultante del antiguo esquema deductivista. La afirmación posee la naturaleza de una intuición pura. Es la certeza de la presencia de lo existente en el espacio irreductible del yo, sin ninguna mediación discursiva. El ser, el existente, surge de entre esa manifestación íntima, individual e irrebatible que se aprecia a sí misma intuitivamente. Pienso, luego existo es, antes que nada, la conversión rotunda al sujeto, la pre-eminencia del yo como fundamento de todo saber. Para Descartes ―pensamiento‖ refiere a todo aquello que en el yo está hecho de forma que nos
permita ser inmediatamente conscientes de ello. Pensamiento cobija y procura las opciones y decisiones de la voluntad, las operaciones de la imaginación y del intelecto. Descartes distingue la inmediatez generadora que es característica del pensamiento, de los pensamientos como correlatos intelectivos que se aplican en la realidad. Cuando realizo una opción de mi voluntad, esa acción en sí misma no es pensamiento, pero su origen sí fue inmediatez del pensamiento. El producto de esta certeza racional son las ideas claras y distintas. “Juzgué que podía tomar como regla general en que las cosas que concebimos de manera clara y distinta son verdaderas en todos los casos”. Serán verdaderos aquellos conocimientos, aquellas afirmaciones, que resulten del mismo proceso metódico que supuso análisis, síntesis y control. Descartes realiza un traslado fundamental, la filosofía deja de ser esencialmente una ciencia ejercitada sobre la realidad del ser en general, pasa a convertirse en doctrina metódica acerca del conocimiento. El lugar de validación del saber ya no son las normatividades silogísticas con su retórica un tanto de juego mental. El nuevo lugar es el yo, el sujeto cognoscente, se humaniza la sabiduría y se dispone un nuevo carácter crítico del pensamiento: desde hipótesis sometidas a crítica se debe intuir el orden que conecta los elementos constitutivos del objeto, de la realidad. El yo pienso como fundamento no legitima cualquier afirmación. En Descartes no se puede ofrecer como cierto todo aquello que se piense, por el solo hecho de pensarse. No estamos bajo un caprichismo intelectivo. Las ideas claras y distintas se identifican como tal luego de someterse al rigor de las reglas del método. En el sistema cartesiano será válido aquello que se postule como producto de un camino de pensamiento estricto, concreto, perfilado y sólido como el pensamiento geométrico.
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Tales ideas son claras y distintas como lo son y se manifiestan los principios geométricos matemáticos. Lejos se está de justificar cualquier elucubración o cualquier emanación retórica y ambigua acaecida en el intelecto. Lo claro y distinto es formal y anticipatorio, lleva al hombre hacia construcciones reales más auténticas e incontrovertibles. Para Descartes, las matemáticas se desarrollan gracias a un método que tiene alcance universal. Los resultados de la ciencia matemática han sido provechosos y auténticos por la claridad y distinción de sus procesos, de su método de conocimiento. Desde este momento, todo conocimiento, para que sea tenido como cierto, debe inspirarse en el método de la matemática. Se da el paso a una nueva radicalización, un nuevo horizonte de comprensión: la realidad es tal y es cognoscible porque un sujeto intuitivo, riguroso, metódico, concreto, es capaz de matematizar lo existente. La razón es la misma en la comprensión de los distintos objetos. El método que se debe aplicar guarda las mismas condiciones y exigencias en todas las ciencias particulares. Descartes propone una misma sabiduría, de horizonte matemático, como principio de unidad, validez y certidumbre de todas las ciencias particulares. Con Descartes se ha cuestionado y socavado la autoridad y la certidumbre del sistema aristotélicoescolástico. Se ha dado una conversión al sujeto, ignorando tanto lo cosmológico objetivista como lo teológico dogmático, ejes del saber tradicional. Conocer significa comprender y transformar la realidad mediante el método matemático-geométrico. La realidad se ha matematizado y por ello las ideas verdaderas aparecen como los elementos del saber exacto, claras y distintas. De la mano de Descartes, se ha emancipado el saber de las cadenas que un método anti-investigativo; y la certeza nacerá ahora por una razón que logra la matematización de la realidad. La historia conoce desde aquí, la modernidad, la supremacía de lo racional, lo numérico y lo subjetivo. Descart es y el con oc imien to ci entífic o.
Descartes asumió una postura mecanicista, tanto en la consideración del mundo como en la de los cuerpos biológicos, apropiándose de las concepciones de Besalia y de Harvey, quienes experimentaron con acierto en las funciones circulatorias del cuerpo humano. Para Descartes el nivel ontológico de la res extensa poseía autonomía funcional del nivel ontológico de la res cogitans. Es decir, los cuerpos materiales tienen un principio mecánico autónomo que les procura el movimiento y la sincronización de sus funciones. El hombre es el único ser en el cual se da la res cogitans, y la conexión entre pensamiento y materia en movimiento se da en la glándula pineal, sede de las funciones atribuidas al alma. Descartes creía que tal glándula no existía en los animales, con lo que saldaba el problema de la relación entre cuerpo y alma. Stenon descubriría unas décadas después que algunos reptiles la tienen, y de mayor tamaño que la del ser humano, sin ser por ello su capacidad intelectiva superior a la de ningún hombre. La mayor contribución de Descartes a la ciencia fue la invención de su famoso plano cartesiano. Aunque el sistema de coordenadas ya era usado en el planisferio para identificar un lugar geográfico mediante la latitud y la altitud, Descartes por medio de su sistema de coordenadas podía representar cada punto del plano por un sistema de dos números. En cualquier ecuación algebraica, una variable 2 y se hace depender de una variable x , de acuerdo con una ley, como por ejemplo y = 2 x -5, donde para cada valor de x un valor fijo de y . De esta manera la sucesión de la asignación de esos puntos en el plano nos dará como resultado la construcción de una curva, en este caso una parábola. De esta manera cada curva se representa en una ecuación y cada ecuación representa una curva. En otras palabras, se logra la fusión entre geometría de figuras y álgebra, y con ello la posibilidad de construir algebraicamente cualquier cuerpo. Descartes consiguió así fundir en un solo horizonte – la geometría analítica - las disciplinas de la geometría y el álgebra, enriqueciendo a ambas y facilitando el cálculo del movimiento de cuerpos susceptibles de traducirse geométricamente. (Tomado de: Descartes, René. Discurso del método. Norma, Bogotá:1996. Y de Küng, Hans. ¿Existe Dios? Herder, Barcelona: 1983.)
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FRANCIS BACON, LA TEORÍA DE LOS ÍDOLOS Y LA INDUCCIÓN
ESBOZO BIOGRÁFICO Nacido en Londres un 22 de enero de 1561 y muerto allí mismo el 9 de abril de 1626, Francis Bacon nació en el seno de una prominente familia de la corte inglesa. Tuvo gran éxito como cortesano dada su habilidad para situarse, en las disputas y crisis de la corte, siempre de parte del que i ba a salir vencedor, abandonando al cortesano eminente en el justo momento en que fueran cesando sus triunfos. Confidente del conde de Essex, se apartó de él cuando acabó su favoritismo ante la reina Isabel y no dudó en hacer parte de la comisión que l o condenó a muerte, ello, por una muy buena razón personal: Francis pasó a ser el nuevo favorito de la reina. Ocupó muy importantes cargos en medio de la realeza, cuentan que todo ello comprando las preferencias de los personajes ilustres y poderosos con exquisitos regalos, en un despliegue de falta de dignidad, de honra y de principios, para realizar cualquier trabajo sucio que le consiguiera algún beneficio personal.
Con todo, fue un filósofo influyente y efectivo, contribuyó a la crítica del misticismo, la magia y el espiritismo. Por su incisividad, la ciencia experimental se puso de moda entre los caballeros ingleses luego de presentar su obra el Novun Organum en 1620. En ella quería establecer un nuevo método para alcanzar generalizaciones válidas a partir de un gran número de observaciones específicas. En 1621 fue acusado de recibir sobornos en sus funciones como juez, y, ante la evidencia aplastante, fue declarado culpable, por lo que su prestigio y su rutilante carrera política se fue al piso estrepitosamente.
Francis Bacon es el primer gran pensador de la modernidad. Junto a Galileo y Copérnico constituye el más fuerte ariete que atacó con éxito los sistemas de conocimiento tradicionales fundados en el deductivismo universalista de la filosofía aristotélico-tomista. Con Bacon se derrumba la legitimidad de todos los saberes no experimentales. Nace el culto a la exactitud y el utilitarismo. De ahora en adelante, más que conocer el ser, la ciencia será tal en cuanto suministre principios de comodidad y bienestar práctico al hombre. De aquí en lo sucesivo ―Saber es poder‖. Por ello se reconoce a Bacon ser el
primer filósofo de la era industrial. Su discurso crítico está contenido en el planteamiento de los ídolos, criterios de comprensión fuertemente arraigados en las rutinas de investigación y definición del conocimiento tradicional. Para Bacon es necesario identificar y destruir los efectos de tales ídolos para aspirar a un saber verdadero y confiable. Una vez superada la forma medieval de pensar la ciencia, Bacon propone un esquema para alcanzar por un nuevo método, la inducción legítima, las afirmaciones científicas que sí establezcan válidamente un conocimiento universal y útil. Estaremos frente a un doble movimiento, crítico para instaurar unos nuevos referentes de pensamiento, y procedimental, para respetar la experiencia concreta, base de todo saber real y verdadero. Mediante el método de la filosofía antigua el hombre llegaba a ANTICIPACIONES de la Naturaleza, es decir a suposiciones sobre lo que es la Naturaleza. Estas Anticipaciones son nociones construidas de un modo prematuro y temerario y llevan una a visión falsa de la realidad. Por el nuevo método científico se llegaría a INTERPRETACIONES de la Naturaleza. Estas interpretaciones son las que permiten un verdadero conocimiento de la Naturaleza. Hay que buscar una nueva manera de hacer ciencia y esto supone:
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1. PARS DESTRUENS (parte crítica o destructiva): quitar los ídolos que no permiten el conocimiento. 2. PARS CONSTRUENS (parte constructiva): colocar las reglas del verdadero método científico. Una vez que el hombre se libera de los ídolos, puede ceñirse al estudio de la naturaleza. Para Bacon la obra y el propósito de la ciencia reside en el descubrimiento de la forma de una naturaleza en particular, es decir, su fuente de emanación, y en engendrar e introducir en un cuerpo determinado una nueva naturaleza o varias naturalezas distintas. Esto implica: a. Conocer la forma (causa formal): penetrar en los íntimos secretos de la naturaleza. b. Engendrar una nueva naturaleza: transformar la naturaleza para beneficio de la humanidad (por ejemplo: hacer un cristal irrompible, un metal que no se oxide o un proceso para que no se dañen las frutas). El objetivo de la ciencia sólo se puede lograr mediante un método en dos partes que suponga extraer los axiomas a partir de la experiencia y deducir nuevos experimentos a partir de los axiomas. L a t eo ría d e lo s íd o lo s
Enfrentemos entonces la formulación que hace Bacon de la pars destruens con el planteamiento de los ídolos.« Los ídolos y las nociones falsas que han invadido el intelecto humano, echando profundas raíces, no sólo bloquean la mente humana de un modo que dificulta el acceso a la verdad, sino que, aunque tal acceso pudiese producirse, continuarían perjudicándonos incluso durante el proceso de instauración de las ciencias, si los hombres, teniéndolo en cuenta, no se decidiesen a combatirlos con todo el denuedo posible .» Por lo tanto, la primera función de la teoría de los
ídolos consiste en hacer que los hombres tomen conciencia de aquellas nociones falsas que entorpecen su mente y que les impiden el camino hacia la verdad. En pocas palabras, descubrir dónde están los ídolos es el primer paso que hay que dar para poder desembarazarse de ellos. ¿Cuáles son estos ídolos? Bacon responde en estos términos a dicho interrogante: «La mente humana se ve sitiada por cuatro géneros de ídolos. Con un objetivo didáctico, los denominaremos respectivamente ídolos de la tribu, ídolos de la cueva, ídolos del foro e ídolos del teatro. Sin ninguna duda, el medio más seguro para expulsar y mantener alejados los ídolos de la mente humana consiste en llenarla con axiomas y conceptos producidos a través del método correcto que es la verdadera inducción. Sin embargo, descubrir cuáles son los ídolos representa ya un gran beneficio.»
1) Lo s ído lo s d e la tr ibu («idola tribus») (Son los prejuicios propios del género humano, por los cuales se subjetiviza lo objetivo). « Están fundamentados en la misma naturaleza humana y sobre la familia humana misma o tribu [...]. El intelecto humano es como un espejo desigual con respecto a los rayos de las cosas, mezcla su propia naturaleza con la de las cosas, que deforma y transfigura». Por ejemplo, el intelecto humano «por su estructura misma» se ve empujado a suponer que en las cosas existe «un mayor orden» que el que poseen en realidad. « El intelecto [...] se imagina paralelismos, correspondencias y relaciones que en realidad no existen. Así surgió la idea de que "en los cielos todo movimiento se produce siempre de acuerdo con círculos perfectos", nunca (excepto de nombre) según espirales o en forma de serpentín .» Más aún: « El intelecto humano, cuando encuentra una noción que lo satisface porque la considera verdadera o porque es convincente y agradable, lleva todo lo demás a legitimarla y a coincidir con ella. Y aunque sea mayor la fuerza o la cantidad de las instancias contrarias, se las menosprecia sin tenerlas en cuenta, o se las confunde a través de intenciones y se las rechaza, con perjuicio grave y dañoso, para mantener intacta la autoridad de sus primeras afirmaciones. » En pocas palabras: el intelecto humano tiene
el vicio que hoy calificaríamos como errónea tendencia verificacionista, opuesta a la adecuada actitud falsacionista, para la cual, si se quiere que haya progreso científico, hay que estar dispuestos a descartar una hipótesis, una conjetura o una teoría siempre que se hallen hechos contrarios a ella. Sin embargo, las perniciosas tendencias del intelecto no
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se limitan a suponer unas relaciones y un orden de los que carece este complejo mundo, sino que tampoco tienen en cuenta los casos contrarios. El intelecto se ve llevado asimismo a atribuir con superficialidad aquellas cualidades que posee una cosa que le ha impresionado con profundidad a otros objetos que, en cambio, no las poseen. En definitiva, «el intelecto humano no sólo es luz intelectual, sino que padece el influjo de la voluntad y de los afectos, y esto hace que las ciencias sean como se quiera. Ello sucede porque el hombre cree que es verdad aquello que prefiere y rechaza las cosas difíciles debido a su poca paciencia para investigar; evita la realidad pura y simple, porque deprime sus esperanzas; substituye por supersticiones las supremas verdades de la naturaleza; la luz de la experiencia, por la soberbia y la vanagloria [...]; las paradojas las elimina, para ajustarse a la opinión del vulgo; y de modos muy numerosos y a menudo imperceptibles, el sentimiento penetra en el intelecto y lo corrompe ». Los sentidos engañadores también nos plantean obstáculos: con frecuencia « la especulación se limita [...] al aspecto visible de las cosas, y falta -o se reduce a muy poco- la observación de lo que hay en ellas de invisible». «El intelecto humano, por su propia naturaleza, tiende a las abstracciones, e imagina que es estable aquello que, en cambio, es mutable.» Éstos son, por consiguiente, los ídolos de la tribu. 2) Los ído lo s d e la cu eva («idola specus») (Son las ideas personales favoritas en las que los hombres se suelen encerrar para ver la realidad según su propia lente). « Proceden del sujeto individual. Cada uno de nosotros, además de las aberraciones propias del género humano, posee una cueva o gruta particular, en la que se dispersa y se corrompe la luz de la naturaleza; esto sucede a causa de la propia e individual naturaleza de cada uno; a causa de su educación y de la conversación con los demás, o debido a los libros que lee o a la autoridad de aquellos a quienes admira u honra; o a causa de la diversidad de las impresiones, según que éstas se encuentren con que el ánimo está ocupado por preconceptos, o bien se encuentra desocupado y tranquilo ». El espíritu de los
individuos «es diverso y mudable, y resulta casi fortuito». Por ello, escribe Bacon que Heráclito no se equivocaba al afirmar: « Los hombres van a buscar las ciencias en sus pequeños mundos, no en el mundo más grande, idéntico para todos. » Los ídolos de la cueva, por lo tanto, «tienen [...] su origen en la naturaleza específica del alma y del cuerpo del individuo, de la educación, de los hábitos de éste, o de otros azares fortuitos ». Puede suceder, por ejemplo, que algunos se aficionen a sus especulaciones particulares «porque se crean autores o descubridores de ellas, o porque hayan colocado en ellas todo su ingenio y se hallan acostumbrado a ellas». También es posible que, basándose en un trozo de saber construido por ellos, lleguen a extrapolarlo, proponiendo sistemas filosóficos completamente fantásticos: «Incluso Gilbert, después de haberse dedicado al estudio del imán, pasó sin más a construir una filosofía que se derivaba únicamente del argumento específico que había atraído su atención.» De igual modo, «los alquimistas construyeron una filosofía natural del todo fantástica, y de un alcance mínimo, porque se encuentra fundada en unos cuantos experimentos de laboratorio». Asimismo, hay otros « que se ven dominados por la
admiración hacia la antigüedad, y otros, por el amor y el atractivo de la novedad; escasos son los que se arriesgan a defender un camino intermedio, sin despreciar lo que haya de adecuado en la doctrina de los antiguos sin condenar lo que los modernos hayan acertadamente descubierto». 3) Lo s ído los del fo ro o d el merc ado («idola fori»). (Consisten en que el hombre está inclinado a creer y repetir las palabras que oye, sin pensar lo que significan y sin examinar su valor de verdad). Bacon escribe « También hay ídolos que dependen, por así decirlo, de un contacto o del recíproco contacto entre los integrantes del género humano: los llamamos ídolos del foro, refiriéndonos al comercio y a la relación entre los hombres.» En realidad «la vinculación
entre los hombres tiene lugar a través del habla, pero los nombres se imponen a las cosas de acuerdo con la comprensión del vulgo, y esta deforme e inadecuada adjudicación de nombres es suficiente para conmocionar extraordinariamente el intelecto Para recuperar la relación natural entre el intelecto y las cosas, tampoco sirven todas aquellas definiciones y explicaciones que a menudo emplean los sabios para precaverse y defenderse en ciertos casos». En otras palabras, Bacon parece excluir lo que hoy llamamos «hipótesis ad hoc», hipótesis elaboradas e introducidas en las teorías en peligro, con el único propósito de salvarlas de la crítica y de la refutación. En cualquier caso dice Bacon, «las palabras ejercen una gran violencia al intelecto y perturban los razonamientos, arrastrando a los hombres a innumerables controversias y consideraciones vanas». En opinión de Bacon, los ídolos del foro son los más molestos de todos « porque se insinúan ante el intelecto mediante el acuerdo de las palabras; pero también
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sucede que las palabras se retuercen y reflejan su fuerza sobre el intelecto, lo cual convierte en sofísticas e inactivas la filosofía y las ciencias ». Los ídolos que penetran en el intelecto a través de las
palabras son de dos clases: se trata de nombres de cosas inexistentes (por ejemplo, la suerte, el primer móvil, etc.), o bien son nombres de cosas que existen, pero confusos e indeterminados, y abstraídos de manera impropia de las cosas.
4) Lo s ído lo s d el teat ro («idola theatri») (Son las ideas que se mantienen porque son tradición de una escuela de pensamiento, en vez de dar la razón a los hechos). « Entraron en el ánimo de los hombres por obra de las diversas doctrinas filosóficas y a causa de las pésimas reglas de demostración». Bacon les llama ídolos del teatro porque considera «todos los sistemas
filosóficos que han sido acogidos o elaborados como otras tantas fábulas aptas para ser representadas en un escenario y útiles para construir mundos de ficción y de teatro». No sólo hallamos fábulas en las filosofías actuales o en las «sectas filosóficas antiguas», sino también en «muchos principios y axiomas de las ciencias que fueron afirmados por tradición, fe ciega y descuido». Bacon con todo esto no pretende ser infiel a los antiguos ni dañar su respetabilidad. Según él, se trata de un nuevo método, desconocido por los antiguos, que permite a ingenios menos notables que los antiguos, llegar mucho más allá en los resultados: « También un cojo, si se halla en el buen camino, puede superar a un corredor que
se haya salido de su ruta; porque quien está fuera de la ruta, cuanto más rápido corre, más se aparta y más se equivoca.» La caza de Pan, a la conqu ista de las leyes n aturales
Indicamos ahora los esbozos que Bacon hiciera de la pars construens, de la operativización de una forma de investigar, registrar, valorar y enunciar conclusiones científicas a partir de la experiencia. El nuevo método por el que Bacon aboga para la regularización científica del trato directo con la naturaleza es el método inductivo, fundado en la observación empírica, y que, sobre el análisis de los datos observados, infiera hipótesis, verificadas mediante continuas observaciones y experimentos, en un proceso que va de los experimentos iniciales a axiomas que indiquen o delimiten («designent») nuevos experimentos (BACON: De dignitate et augmentis scientiarum, 5, 2). Bacon ve su punto de partida, consecuentemente, en lo que él llama «la caza de Pan»: la búsqueda y acopio de las más variadas experiencias en relación con el fenómeno que sea objeto de estudio: acumulación de observaciones y experimentos que no ha de limitarse al empleo de medios tradicionales, sino que ha de ensayar otros nuevos (como, por ejemplo, el uso de los «espejos ardientes» para concentrar el calor de un fuego, y no sólo de los rayos solares); o la prolongación de un experimento (por ejemplo, la destilación) más allá de lo que se necesita para lograr un efecto ya conocido. “En toda generación y transformación de cuerpos hay que indagar lo que se pierde y desaparece, lo que permanece y lo que es añadido, lo que se dilata y lo que se contrae, lo que se une y lo que se separa, lo que se mantiene y lo que se interrumpe, lo que ayuda y lo que obstaculiza, lo que domina y lo que es dominado y otras muchas cosas. Y no sólo en la generación y la transformación, sino en todas las alteraciones y movimientos.” (BACON: Novum Organum, II, 6)
De ese modo, Bacon esperaba que la acumulación de datos apresados a la naturaleza por la energía insaciable de Pan, llevaría por sí sola al hallazgo de las regularidades naturales que busca la ciencia; una confianza que le hizo desestimar la importancia de la teoría rectora, lo que el progreso mismo de la ciencia nos obliga a reconocer como un error, y así lo reconocen hasta los historiadores más proclives al empirismo (HULL: 1961, páginas 232-235 y 306). Bacon divide la philosophia naturalis en speculativa y operativa, que será la aplicación de la «especulativa». Esta, a su vez, comprende lo que él llama «física especial» (que
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estudia tipos específicos de materia en un determinado «campo de causas») y «metafísica» (que considera las leyes más elevadas y generales). Una ciencia destinada al dominio de la naturaleza ha de proponerse el conocimiento de las causas, porque la ignorancia de la causa priva del efecto (BACON: Novum Organum, I, 4). La «física» investigará las causas eficientes y materiales, mientras las otras dos causas de la tradición aristotélica, la formal y la final, queden para la «metafísica». Pero Bacon descarta pronto la causa final, porque su indagación es estéril y, ― como una virgen consagrada a Dios, nada pare‖ (De dignitate et augmentis scientiarum, 5). Un
dictamen absolutamente consecuente con el propósito que él asigna a la ciencia, pues el conocimiento de la «causa final» en nada ayudaría a la producción (o evitación, o modificación) del fenómeno: lo que interesa conocer de éste no es su «para qué natural» (aunque existiera y fuera conocido, como podría ser, por ejemplo, el caso de la digestión), sino el cómo y por qué tiene lugar, el mecanismo que lo produce, si es que el conocimiento científico ha de servir para regularlo luego en vistas a nuestros fines.
En cuanto a la causa «formal», o forma, única que queda para ser estudiada por la physica generalis («metafísica»), hay que advertir en seguida que no tiene nada que ver con su homónima aristotélica. En Bacon, «forma» quiere decir ley y, en efecto, usa ambos términos como sinónimos. Las « fo rm as-ley es»y la in du cc ión
Las «formas-leyes» y la inducción constituyen el objeto del Novum Organum. Por mucha fuerza demostrativa que pueda tener el silogismo aristotélico, si los términos que componen sus proposiciones (premisas) expresan conceptos confusos, producto de una mala abstracción, la deducción que parta de tan inseguras premisas no podrá garantizar la verdad de la conclusión. Sólo una inducción digna de confianza puede sacarnos de esa dificultad. Pero no sólo el origen de la inducción ha de ponerse en la observación de los hechos; todo el proceso ha de atenerse a ellos. Necesitamos una historia natural y experimental suficiente y correcta basada en los hechos (BACON: Novum Organum, II, 10). Para esta exigencia de fidelidad a los hechos es imprescindible el nuevo instrumento, porque ni la mano desnuda ni el entendimiento abandonado a sí mismo pueden mucho y los instrumentos no son menos necesarios para el entendimiento que para la mano. Bacon propone sus famosas tablas para garantizar que esa necesaria observación sea suficiente y fidedigna. No son propiamente las técnicas de laboratorio para la investigación de las causas en que más tarde pudieron convertirse por la reelaboración que de ellas hizo J. Stuart Mili en el siglo XIX, cuando la ciencia era ya una realidad madura. En Bacon pretenden servir más bien al descubrimiento de las «leyes» que él llama «formas». Para mejor entender la versión baconiana originaria convendrá seguir su tratamiento de una de esas «formas». Veamos pues, una descripción somera de un proceso baconiano de inducción: Si queremos descubrir, por ejemplo, la del calor, lo primero será construir una lista de casos en los que se registre la presencia de éste, como los rayos del sol, la chispa encendida con el pedernal, el cuerpo vivo de un animal —tabula essentiae et praesentiae— (BACON: Novum Organum, II, 11). Una segunda lista registrará casos que, aun siendo tan semejantes a los anteriores como sea posible, estén privados de calor, como los rayos de la luna o de otros astros (ibíd., 12): tal será la tabula declinationis, sive absentia in proximo. Finalmente, una tabula graduum registrará casos en los que la «naturaleza» cuya forma investigamos esté presente en grados diversos (ibíd., 13), como las diferencias en el calor corporal cuando el animal se esfuerza, o en los casos de fiebre. Las tablas baconianas pueden, pues, quedar resumidas en el siguiente esquema: • «de presencia»: lista de casos que registran la presen cia del objeto de estudio; • «de ausencia»: lista de casos, tan semejantes a los primeros como sea posible, en los
que aquél, sin embargo, este ausente, y
• «de grados»: los distintos casos en que se presente en grados diversos.
Epistemología 56
La comparación de estas tablas nos permitirá descubrir si hay algo siempre presente cuando lo está la naturaleza estudiada y que falte siempre que ésta esté ausente, y qué es lo que varía en correspondencia con las variaciones de la misma (ibíd., 15). El primer paso a dar será la exclusión, como forma de la naturaleza en cuestión, de aquello que no la acompaña siempre, mientras que, por el contrario, aparece a veces en su ausencia, o no varía en correspondencia con sus variaciones —proceso de reiectio o exclusio— (ibíd., 16-18). Pero la inducción sólo es completa cuando «e puede llegar a una afirmación positiva (ibíd., 19), si bien ésta, al principio, sólo es inchoata o provisional (ibíd., 20). Así, en el caso del calor, Bacon encuentra su forma en el movimiento expansivo e impedido o contenido ( «cohibitus» ) que se esfuerza en proceder a través de las partes más pequeñas. La afirmación «incoada» tiene aún que revalidarse, pues siempre cabe esperar que se den casos negativos aún no descubiertos. Tenemos ya, pues —detalladamente expuesto —, un «método» empírico que se corresponde a la «tendencia» empirista de acuerdo con las mayores exigencias de ésta. Y el Novum Organum acaba con la exposición de lo que su autor considera el medio principal para la «revalidación» del hallazgo; a saber, la «vía de los ejemplos privilegiados» ( instantiae solitariae , aquellos ejemplos en los que la naturaleza en cuestión es lo único que tienen en común una serie de cosas por lo demás heterogéneas). Las «ayudas al entendimiento» todavía restantes, deberían ser examinadas en la parte del Novum Organum que no llegó a aparecer. Bibliografía GARCÍA-BORRÓN, J. C. Empirismo e ilustración inglesa. De Hobbes a Hume. Cincel, Madrid: 1985. REALE, Giovanni y Dario ANTISERI. Historia del Pensamiento Filosófico y Científico. Tomo II, 2ªed., Editorial Herder, Barcelona, 1992, 294-297 ASIMOV, Isaac. Enciclopedia de la ciencia y la tecnología. Tomo I. Alianza, Madrid:1987).