BIOGRAFÍA DE JUAN BAUTISTA AGUIRRE Nacido en 1725 en la ciudad de Daule, hizo su profesión solemne de cuatro votos en 1758 como miembro de la Compañía de Jesús. Enseñó en Quito en la afamada Universidad de San Gregorio Magno hasta que los jesuitas fueron expulsados de Hispanoamérica en 1767. Hallábase entonces en Guayaquil de donde partió el 20 de agosto a Panamá y un año después desembarcó en Cádiz y siguió hasta Faenza, Italia, lugar de confinamiento para los jesuitas quiteños. Superior del convento jesuita en Rávena y rector del colegio en Ferrara donde fue nombrado asesor canónico del arzobispo. Extinguida la orden de los jesuitas por el Papa Clemente XIV en 1773, fijó su residencia en Roma bajo el pontificado de Pío VI. Hizo amistad con el obispo de Tívoli, monseñor Gregorio Bamaba Chiaramonti, futuro Pío VII. Allí murió a los 61 años de edad en 1786. Estudios recientes han puesto en claro la calidad docente de Aguirre, su agudeza para la Metafísica, su equilibrio para la Moral, y sobre todo su mente abierta para incorporar en el estudio dé la Física (Ciencias) los avances adquiridos por observación directa y lecturas actualizadas y con el trato a los académicos franceses que estuvieron en Quito por el sistema métrico decimal. En 1757, cuando Espejo tenía 10 años de edad, Aguirre afirmaba que "toda enfermedad y peste tiene como causa única los malignos versículos, es decir, los malignos gusanillos que se ven en el microscopio" Algo había de encantador en el trato social de Aguirre. Cuando no estaba poseído por el demonio de la melancolía o cuando no se dejaba llevar de cierta vulgaridad campesina, era un personaje que atraía por su carisma, agradaba por su gracejo, causaba admiración por su ciencia y era el consejero buscado por la gente común, la nobleza italiana, los obispos y el Papa. De él quedan seis obras publicadas, tres inéditas en latín y noticias de siete perdidas. El propio Aguirre sintetizó su vida: "Yo clavel bello un tiempo me miraba/ desdén hermoso de plebeyas flores/; más de la envidia el huracán airado/ marchito me ha dejado". Murió en Tivoli el 15 de Junio de 1786. OBRAS Poesías A una dama imaginaria (Qué linda cara que tienes) A unos ojos hermosos (Ojos cuyas niñas bellas) Breve Diseño de las Ciudades de Guayaquil y Quito (Dichoso paisano en quien) Carta a Lizardo (¡Ay, Lizardo querido!) Sonetos A una rosa (En catre de esmeraldas nace altiva) Soneto moral (No tienes ya del tiempo malogrado) ...
JUAN BAUTISTA AGUIRRE: CARTA A LIZARDO ¡Ay, Lizardo querido! si feliz muerte conseguir esperas, es justo que advertido, pues naciste una vez, dos veces mueras. Así las plantas, brutos y aves lo hacen: dos veces mueren y una sola nacen. Entre catres de armiño tarde y mañana la azucena yace, si una vez al cariño del aura suave su verdor renace: ¡Ay flor marchita! ¡ay azucena triste! dos veces muerta si una vez naciste. Pálida a la mañana, antes que el sol su bello nácar rompa, muere la rosa, vana estrella de carmín, fragante pompa; y a la noche otra vez: ¡dos veces muerta! ¡oh incierta vida en tanta muerte cierta! En poca agua muriendo nace el arroyo, y ya soberbio río corre al mar con estruendo, en el cual pierde vida, nombre y brío ¡Oh cristal triste, arroyo sin fortuna! muerto dos veces porque vivas una. En sepulcro suave, que el nido forma con vistoso halago, nace difunta el ave, que del plomo es después fatal estrago: Vive una vez y muere dos: ¡Oh suerte! para una vida duplicada muerte. Pálida y sin colores la fruta, de temor, difunta nace, temiendo los rigores del noto que después vil la deshace.
¡Ay fruta hermosa, qué infeliz eres! una vez naces y dos veces mueres. Muerto nace el valiente oso que vientos calza y sombras viste, a quien despierta ardiente la madre, y otra vez no se resiste a morir; y entre muertes dos naciendo, vive una vez y dos se ve muriendo. Muerto en el monte el pino surca el ponto con alas, bajel o ave, y la vela de lino con que vuela el batel altivo y grave es vela de morir: dos veces yace quien monte alado muere y pino nace. De la ballena altiva salió Jonás y del sepulcro sale Lázaro, imagen viva que al desengaño humano vela y vale; cuando en su imagen muerta y viva viere que quien nace una vez dos veces muere. Así el pino, montaña con alas, que del mar al cielo sube; el río que el mar baña; el ave que es con plumas vital nube; la que marchita nace flor del campo, todo clama ¡oh Lízardo! que quien nace una vez dos veces muera; y así, joven gallardo, en río, en flor, en ave, considera, que, dudando quizá de su fortuna, mueren dos veces por que acierten una. Y pues tan importante es acertar en la última partida, pues penden de este instante perpetua muerte o sempiterna vida, ahora ¡oh Lizardo! que el peligro adviertes, muere dos veces porque alguna aciertes.
Luis de Góngora y Argote (Córdoba, España, 1561-id., 1627) Poeta español. Nacido en el seno de una familia acomodada, estudió en la Universidad de Salamanca. Nombrado racionero en la catedral de Córdoba, desempeñó varias funciones que le brindaron la posibilidad de viajar por España. Su vida disipada y sus composiciones profanas le valieron pronto una amonestación del obispo (1588). En 1603 se hallaba en la corte, que había sido trasladada a Valladolid, buscando con afán alguna mejora de su situación económica. En esa época escribió algunas de sus más ingeniosas letrillas, trabó una fecunda amistad con Pedro Espinosa y se enfrentó en terrible y célebre enemistad con su gran rival, Francisco de Quevedo. Instalado definitivamente en la corte a partir de 1617, fue nombrado capellán de Felipe III, lo cual, como revela su correspondencia, no alivió sus dificultades económicas, que lo acosarían hasta la muerte. Aunque en su testamento hace referencia a su «obra en prosa y en verso», no se ha hallado ningún escrito en prosa, salvo las 124 cartas que conforman su epistolario, testimonio valiosísimo de su tiempo. A pesar de que no publicó en vida casi ninguna de sus obras poéticas, éstas corrieron de mano en mano y fueron muy leídas y comentadas. En sus primeras composiciones (hacia 1580) se adivina ya la implacable vena satírica que caracterizará buena parte de su obra posterior. Pero al estilo ligero y humorístico de esta época se le unirá otro, elegante y culto, que aparece en los poemas dedicados al sepulcro del Greco o a la muerte de Rodrigo Calderón. En la Fábula de Píramo y Tisbe (1617) se producirá la unión perfecta de ambos registros, que hasta entonces se habían mantenido separados. Entre 1612 y 1613 compuso los poemas extensos Soledades y la Fábula de Polifemo y Galatea, ambos de extraordinaria originalidad, tanto temática como formal. Las críticas llovieron sobre estas dos obras, en parte dirigidas contra las metáforas extremadamente recargadas, y a veces incluso «indecorosas» para el gusto de la época. En un rasgo típico del Barroco, pero que también suscitó polémica, Góngora rompió con todas las distinciones clásicas entre géneros lírico, épico e incluso satírico. Juan de Jáuregui compuso su Antídoto contra las Soledades y Quevedo lo atacó con su malicioso poema Quien quisiere ser culto en sólo un día... Sin embargo, Góngora se felicitaba de la incomprensión con que eran recibidos sus intrincados poemas extensos: «Honra me ha causado hacerme oscuro a los ignorantes, que ésa es la distinción de los hombres cultos». El estilo gongorino es sin duda muy personal, lo cual no es óbice para que sea considerado como una magnífica muestra del culteranismo barroco. Su lenguaje destaca por el uso reiterado del cultismo, sea del tipo léxico, sea sintáctico (acusativo griego o imitación del ablativo absoluto latino). La dificultad que entraña su lectura se ve acentuada por la profusión de inusitadas hipérboles barrocas, hipérbatos y desarrollos paralelos, así como por la extraordinaria musicalidad de las aliteraciones y el léxico colorista y rebuscado.
Su peculiar uso de recursos estilísticos, que tanto se le criticó, ahonda de hecho en una vasta tradición lírica que se remonta a Petrarca, Mena o Herrera. A la manera del primero, gusta Góngora de las correlaciones y plurimembraciones, no ya en la línea del equilibrio renacentista sino en la del retorcimiento barroco. Sus perífrasis y la vocación arquitectónica de toda su poesía le dan un aspecto oscuro y original, extremado si cabe por todas las aportaciones simbólicas y mitológicas de procedencia grecolatina. Su fama fue enorme durante el Barroco, aunque su prestigio y el conocimiento de su obra decayeron luego hasta bien entrado el siglo XX, cuando la celebración del tercer centenario de su muerte (en 1927) congregó a los mejores poetas y literatos españoles de la época (conocidos desde entonces como la Generación del 27) y supuso su definitiva revalorización crítica.
ARGUMENTO DE LA FÁBULA DE POLIFEMO Y GALATEA, OBRA ESCRITA POR LUIS DE GÓNGORA Galatea era una ninfa que habitaba en el mar que bordea la isla de Sicilia. Polifemo el enorme ser monstruoso de un solo ojo, está enamorado de la joven y la sigue en silencio, pues no he correspondido. Galatea está enamorada del bello Acis, pastor de la región que era hijo del Dios Pan y de una ninfa. Un día estaban ambos jóvenes descansando a la orilla del mar. Ella posaba su cabeza en el pecho de su amante. Esta romántica escena fue repentinamente alterada, cuando Polifemo desde lejos los descubrió, despertando en él una furia incontenible. Acis intentó huir pero el gigante le arrojó una enorme roca que lo aplastó. Galatea suplicó al Dios Neptuno por su amado y éste convirtió al joven en un río de límpidas aguas, conocido como Acis y que nace al pie del volcán Etna. Rafael Alberti. Biografía Rafael Alberti Merello. (El Puerto de Santa María, Cádiz, 16 de diciembre de 1902 - El Puerto de Santa María, Cádiz, 28 de octubre de 1999). Poeta español de la Generación del 27. Empieza el bachillerato en el Colegio de los Jesuitas del Puerto de Santa María. En 1917 se traslada a Madrid, donde abandona el bachillerato por la pintura, que ejerce una gran influencia en su obra; en 1922 realiza una exposición en el ateneo. Por motivos de salud se traslada, poco después, a vivir en las sierras de Guadarrama y Rute, donde empieza a escribir sus primeras poesías, recogidas bajo el título de Marinero en tierra. Con este libro obtiene el Premio Nacional de Literatura (192425), otorgado por un jurado que integraban Antonio Machado, Menéndez Pidal y Gabriel Miró. A esta obra siguieron La Amante (1925) y El alba de alhelí (1925-26). En sus primeros libros se aprecia claramente la influencia de Gil Vicente, del Cancionero y Romancero españoles y de otros autores como Garcilaso, Góngora, Lope, Bécquer, Baudelaire, Juan Ramón Jiménez o Antonio Machado.
Su poesía es "popular" -según Juan Ramón Jiménez-, "pero sin acarreo fácil, personalísima, de tradición española, pero sin retorno innecesario, nueva, fresca y acabada a la vez, rendida, ágil, graciosa, parpadeante: andalucísima". La etapa neogongorista y humorista de Cal y canto (1926-1927) marca la transición de este autor a la fase superrealista de Sobre los ángeles (1927-1928). A partir de entonces, y tras afiliarse al partido comunista, su obra adquiere tono político. Este giro le lleva a considerar su obra anterior como un cielo cerrado y una contribución irremediable a la poesía burguesa. La poesía de Alberti cobra cada vez más un tono irónico y desgarrado, como los poemas burlescos Yo era un tonto y lo que he visto me ha hecho dos tontos (1929), Sermones y moradas (1929-1930) y la elegía cívica Con los zapatos puestos tengo que morir (1930). A partir de 1931 aborda el teatro, estrenando El hombre deshabitado y El adefesio. Posteriormente recorre varios países de Europa, pensionado por la Junta de Ampliación de Estudios, para estudiar las nuevas tendencias del teatro. En 1933 escribe Consignas y Un fantasma recorre Europa, y en 1935, 13 bandas y 48 estrellas. En 1939, al terminar la Guerra Civil española, emigra a la República Argentina, desde donde se traslada a Roma en 1962. En 1945 publica, en Buenos Aires, A la pintura: poema del color y la línea, y además un volumen que abarca la casi totalidad de su obra lírica, Poesía, donde se muestra cierta nostalgia por la patria. Regresa finalmente a España en 1977. Su producción poética continúa con la misma intensidad en estos años, prolongándose sin fisuras hasta muy avanzada edad. A su vuelta a España es elegido diputado por el Partido Comunista de España, pero renuncia a su escaño para proseguir su tarea literaria y dar recitales por toda España. Sus libros de memorias cosechan grandes éxitos en las distintas ediciones, cada vez más completas, de los diferentes volúmenes de su Arboleda perdida. Entre las numerosas distinciones y homenajes que se le dedican destaca el Premio Miguel de Cervantes, que le es concedido en el año 1983.
"Marinero en tierra", de Rafael Alberti La nostalgia del mar se halla sujeta, de forma indisoluble, a este poemario de 1924, uno de los más difundidos de Rafael Alberti, y quizá también uno de los más estudiados. En efecto, lo que da la pauta de estos versos de Marinero en tierra es la distancia de una orilla gozosa («El mar. La mar. / El mar. ¡Sólo la mar! / ¿Por qué me trajiste, padre, / a la ciudad?»); distancia que el poeta exterioriza en cada momento como un anhelo («Si mi voz muriera en tierra, / llevadla al nivel del mar / y dejadla en la ribera»). No es casualidad que ese lamento por la lejanía del mar de su infancia, proclamado en un momento de dolor íntimo y físico, haya sido contemplado por diversos autores como una premonición de futuros destierros.
En esta dirección, dice Concha Zardoya que el escritor añora la costa desde la sierra castellana adonde lo ha conducido su enfermedad, y esa separación «crea la nota honda y doliente que traspasa estos poemas de alegre y joven apariencia». («Poesía y exilio de Alberti», Cuadernos Hispanoamericanos, n.º 485-486, nov.-dic. 1990, p.177). Es cierto que Marinero en tierra supone un retorno a la infancia. Pero, curiosamente, también es un modo de perpetuar por escrito sus imágenes, devolviendo a la memoria la frescura del momento, la intensidad acuática de su escenografía, cruzando los tiempos en que se conjuga cada acción. Despojada de esa servidumbre temporal, el recuerdo se idealiza y penetra en una dimensión mítica, inabordable aunque perenne. Quizá por ello el cuadro que nos presenta es el de un mar benéfico, permanente, que se afirma a sí mismo a pesar de la historia y de los acaeceres de la vida. Un mar al cual sólo cabe regresar verbalizándolo, indagando en su significado esencial, prestándole sentido a través de símbolos que acaban por convertir la infancia en una modulación del sentimiento lírico. En lo que se refiere al lenguaje poético, la obra queda lejos de la espontaneidad irreflexiva. Muy al contrario, analizado en las sucesivas ediciones — y mudanzas— que Alberti revisó, Marinero en tierra es un conjunto ligado mediante un alto sentido de la madurez poética. Es Jesús Fernández Palacios quien destaca las virtudes del engranaje: «Desde “Sueño del marinero”, como prólogo en tercetos encadenados, pasando por los diez sonetos de la primera parte, las treinta y tres canciones de la segunda hasta los sesenta y cuatro poemas de la tercera —introducida esta última parte por una hermosa y alentadora carta de Juan Ramón Jiménez, fechada el 31 de mayo de 1925 —, la obra entera se resume como un compendio de tradición y modernidad, donde se mezclan versos endecasílabos y alejandrinos con los de arte menor, las estrofas clásicas con las nuevas canciones, el lenguaje convencional con el experimental, los usos normales con los juegos de palabras, y las comparaciones más elementales con atrevidas, alógicas metáforas». («Marinero en tierra», Cuadernos Hispanoamericanos, n.º 485-486, nov.dic. 1990, p. 288). El poeta domina los recursos expresivos del cancionero y reclama la herencia de Gil Vicente y de otros creadores como él. Ahora bien, nada tiene de extraño que éste sea también un festejo de la ribera gaditana, símbolo de libertad frente a los rigores castellanos. Para Robert Marrast, responsable de una edición crítica que cabría considerar canónica (Marinero en tierra. La amante. El alba del alhelí, Madrid, Castalia, 1972), ese contraste es calibrado por Alberti sin un modelo metafísico preconcebido. Él mismo es quien acuña su marco interpretativo, hecho de asombro y conocimiento. Parece inevitable recordar acá los versos de La amante donde el poeta define esa dialéctica de los paisajes: «Castilla tiene castillos, / pero no tiene una mar. / Pero sí una estepa grande, / mi amor, donde guerrear. / Mi pueblo tiene castillos, / pero además una mar. / Una mar de añil y grande, / mi amor, donde guerrear».
Esta es una versión expandida de un artículo que escribí en el Centro Virtual Cervantes (www.cvc.cervantes.es), portal en la red creado y mantenido por el Instituto Cervantes para contribuir a la difusión de la lengua española y las culturas hispánicas. Año luz Un año luz es la distancia que recorre la luz en un año. Equivale aproximadamente a 9,46 × 1012 km = 9 460 730 472 580,8 km.1 2 Más específicamente, un año luz es la distancia que recorrería un fotón en el vacío durante un año juliano (365,25 días de 86 400 s) a la velocidad de la luz (299 792 458 m/s), a una distancia infinita de cualquier campo gravitacional o campo magnético.1 Un año luz es una unidad de longitud (es una medida de la longitud del espacio tiempo absoluto einstenio). En campos especializados y científicos se prefiere el pársec (unos 3,26 años luz) y sus múltiplos para las distancias astronómicas, mientras que el año luz sigue siendo habitual en ciencia popular y divulgación.1 También hay unidades de longitud basadas en otros períodos, como el segundo luz y el minuto luz, utilizadas especialmente para describir distancias dentro del Sistema Solar, pero también se suelen restringir a trabajos de divulgación, ya que en contextos especializados se prefiere la unidad astronómica (unos 8,32 minutos luz). Carece de símbolo, aunque en inglés es frecuente ver la abreviatura l. y. o ly (light year), y en español a. l. o al.