El pecado original ha trastocado de tal manera nuestra alma, que nos cuesta enorme trabajo este doble movimiento de atracción y repulsión. De ahí que para restablecer el orden y equilibrio del hombre, se requiera gran sacrificio y esfuerzo. Hay que reconstruir todo un edificio derrumbado y de preservarlo de posteriores derrumbes. Hay que arrancar y apartar constantemente los pensamientos mundanos mediante la vigilancia, la renuncia y la mortificación; hay que reformar el propio carácter y seguir el ejemplo de Cristo, hay que luchar contra la disipación, la ira, la vanidad, el orgullo, la dureza de corazón, el egoísmo, etc. Es toda una naturaleza corrompida que hay que purificar. Hay que resistir a los incentivos inmediatos del placer, esperando una felicidad eterna, a la que todavía no hemos llegado. Hay que desprenderse de todo lo que nos resulta apetecible sobre la tierra; sacrificar los deseos terrenos, las codicias, concupiscencias, los bienes exteriores, la voluntad propia, los criterios personales... por los bienes eternos, ¡qué trabajo más colosal! Y, sin embargo, todo esto no es sino la parte negativa de la vida interior, la lucha cuerpo a cuerpo que hacía gemir a San Pablo (Rom 7, 22-24) y que el P. Ravignan expresaba con estas palabras: «Me preguntáis que he hecho en el noviciado. Se lo voy a decir: Éramos dos, he arrojado al otro por la ventana y me he quedado solo». Tras este combate sin tregua contra un enemigo siempre dispuesto a atacar, viene la parte positiva: reparar los ultrajes hechos al Señor, aficionar el propio corazón a las bellezas invisibles de las virtudes, imitar en todo a Jesucristo, esforzarse por vivir siempre confiando en la Providencia… Es todo un vasto trabajo el que se presenta a nuestros ojos. Trabajo espiritual, aplicado y constante, mediante el cual el alma adquiere una facilidad maravillosa y una asombrosa rapidez para ejecutar cualquier trabajo apostólico. Únicamente el hombre de vida interior posee este secreto.3 3
La actividad del cristiano debe ser iluminada y dirigida por el Espíritu
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