HISTORIA Y CULTURA I
GIEDION, Sigfried, El presente eterno: los comienzos del arte. Una aportación al tema de la constancia y el cambio , Madrid: Alianza Editorial, 1995, 4ta. Reimpresión, pp. 26-27.
El arte apareció con el Homo sapiens, cuando el cerebro humano alcanzó sus dimensiones plenas. Sucedió esto en el período 2 auriñaco-perigordiense ; pero ya antes debió percibir el hombre las siluetas e impresiones que sus pies y dedos dejaban en la arcilla blanda que recubría los techos, las paredes y los suelos de las cavernas, y los arañazos hechos en las paredes de roca por los osos cavernícolas. Pero habría que esperar al pleno desarrollo del Homo
EL ARTE PALEOLÍTICO.-
˂http://www.culture.gouv.fr/culture/arcnat/lascaux/fr/index3.html>
El arte es una experiencia fundamental. Surge en los albores de la necesidad de expresión del hombre. Precede a la arquitectura. El período que hubo que transcurrir entre los primeros intentos del hombre de destilar sus sentimientos a través de formas visuales (perfil y color) y el nacimiento de la arquitectura en los comienzos de las civilizaciones sumeria y egipcia, fue varias veces más largo que el período histórico entero. De hecho, al menos diez milenios antes de ser moldeado el primer ladrillo rectangular, la pintura había alcanzado ya un alto grado de monumentalidad, según vemos en las 1 cavernas abovedadas de Lascaux y Altamira .
˂http://museodealtamira.mcu.es>, respectivamente.
NOTA TÉCNICA Nº 2
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y
Algunos investigadores, como H.Breuil, han propuesto dos grandes
períodos para la difícil datación del arte rupestre, basándose en las superposiciones de los trazos hallados: el Auriño-Perigordiense y el Solutreo-Magdaleniense. Durante el primer ciclo, los trazos serán simples, obteniéndose, entre otras, figuras de manos y siluetas de animales (en ocasiones, incompletas). Una de las características será que las representaciones en “perspectiva torcida”, esto es, b uena parte del cuerpo
del animal será diseñado de perfil, mientras que algunas partes del cuerpo de este (como orejas, pezuñas, entre otras) aparecen de frente. Su cenit lo
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Los primeros descubrimientos de Arte Paleolítico se producen en el siglo
encontramos en las Cuevas de Altamira.
XIX, cuando la Prehistoria ya se concibe como una ciencia. En 1879, Marcelino Sanz de Sautuola, descubre casualmente en la cueva de Altamira
Durante el Solutreo-Magdaleniense -correspondiente al segundo ciclo-
(Cantabria, 1879) arte parietal (arte realizado sobre los muros del abrigo
encontraremos imágenes con cierta bicromía, bajorrelieves y el grabado de
rocoso –para diferenciarlo del arte mueble) el cual fue tachado por un
trazo estriado.
sector de la ciencia, de falso o carente de autenticidad, llegándose a pensar que sólo eran objetos de producción contemporánea.
A medida que
fueron saliendo a la luz nuevos descubrimientos, se dejó atrás esta concepción errónea del arte rupestre.
Hoy en día, la tecnología tecnología nos
permite realizar una visita virtual, preservando así esta herencia de la Prehistoria que podría verse afectada por un ingente número de visitantes, a
través
de
los
siguientes
sitios
Este sistema de periodificación del arte paleolítico, ha sido luego superado por el propuesto por A. Leroi-Gourhan quien incluye comparaciones de estilo para clasificar estas manifestaciones artísticas. Cf. V. CABRERA et alli, “El arte Paleolítico”. En: Manual de Historia Universal , “Prehistoria”,
Madrid: Historia 16, 1992, vol. I, pp. 159-182.
internet:
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sapiens para que el hombre sintiera la necesidad apremiante de trazar en la arcilla líneas y formas cargadas de significación simbólica.
En las opiniones acerca del origen del arte se aprecian amplias divergencias. G. H. Luquet, un autor de obras filosóficas y prehistoriador de la década de 1920, explicaba el origen del arte como una especie de invención espontánea, acaecida cuando, de improviso, al contemplar ciertos trazos casuales el hombre percibió su semejanza con fragmentos de animales o figuras humanas, y sintió el impulso de completarlos. Ese impulso, según Luquet, tenía sus raíces en el deseo humano de adorno. Otra teoría sobre el origen del arte brotó tal vez de la inseguridad psíquica sentida a finales del siglo XIX. Fue plenamente expuesta ya en 1906 por Wilhelm Worringer en su tesis doctoral, traducida al inglés (1953) con el título de Abstraction and Empathy [Abstracción y empatía]. A su juicio, las fuentes más profundas de la creación artística eran la ansiedad y el miedo del hombre, su angustia cósmica, conforme a las palabras de Estacio: “Primus in orbe Deos fecit timor” (fue el temor lo que primero puso dioses en el mundo). Herbert Read, tanto en sus notas introductorias a una exposición londinense (“40,000 Years of Modern Art”) como en Icon and Idea, su curso de conferencias Charles Eliot Norton dictado en la Universidad de Harvard, ampliaría la tesis de Worringer y aludiría a la “ansiedad cósmica” como denominador común del arte prehistórico y contemporáneo (1955, pág. 42). En pleno auge de la interpretación materialista, alguien propuso una teoría que refutaba la reiterada opinión de que el arte era meramente un pasatiempo o entretenimiento, y situaba sus orígenes en el rito y la magia. El hombre que se atrevió a presentar esa teoría, en los primeros años del siglo, fue Salomon Reinach,
entonces director del Musée des Antiquités Nationales (de SaintGermain-en-Laye, cerca de París), arqueólogo y prehistoriador. En su ensayo titulado L´art et la magie (1903) había indudablemente influencias de las ideas de J. G. Frazer, y sobre todo de las comunicaciones de etnólogos como B. Spencer y F. J. Gillen sobre los aborígenes australianos: “Sería muy exagerado pretender que la magia sea la única fuente del arte, y negrar el papel desempeñado por el instinto de imitación o adorno, o por el empeño de comunicar pensamientos. Pero parece ser que el impulso principal del arte en 3 la âge du renne [edad del reno] fue ligado al desarrollo de la magia” (Reinach, 1903, pág. 206). Reinach alude a ciertas tallas de pequeños fragmentos de hueso que muestran cabezas de caballo desolladas, y que ahora 4 conocemos con el nombre de formes découpées ; dice que estas cabezas “servían de amuleto para atraer a otros caballos a las proximidades de la caverna” (p. 265). Partiendo de esa conjetura, afirmaba la necesidad de contemplar el arte prehistórico desde un ángulo distinto del prevalente en el siglo XIX: “Calificarlo de obra de arte, en el sentido moderno de la palabra, necesariamente de 3
El nombre de “edad del reno” procede de la e levada presencia de vestigios de este animal en la Europa del período glaciar de Würm, en comparación con las glaciaciones precedentes. Esta designación se utilizó en los años iniciales de la Prehistoria como una ciencia stricto sensu (primera mitad del siglo XX), empleándose como sinónimo del Paleolítico Superior. 4
La forme découpée (forma cortada, literalmente) hace referencia a una técnica empleada en el arte del Paleolítico por la cual se empleaba la forma natural del soporte sobre el que se grababa la imagen del animal. Generalmente se aprovechaba la forma peculiar del hueso hioides de los animales, sobre el que se trabajaba, en bajo relieve, la representación de una cabeza de caballo de pequeña dimensión, generalmente.
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agradar , sino la de evocar . Es, de hecho, esta idea mística de la evocación mediante un dibujo o relieve, análoga a la invocación mediante la palabra, lo que debemos buscar en los orígenes del arte en la âge du renne” (pág. 265). En la prehistoria, con el pensamiento del hombre centrado en su relación con fuerzas invisibles, el impulso más hondo a la creación artística residía en los poderes de la magia: allí el arte se convertía en el auxiliar más precioso del hombre. El arte nacido del rito y la magia; el arte nacido de una angustia cósmica; el arte como invención repentina, enraizada en el empeño de ornamentación; el arte como producto del empeño de juego del hombre; el arte por el arte: todas estas teorías, y quizás otras más, contienen algún elemento de verdad. La necesidad apremiante del arte no se puede reducir a un solo impulso. La naturaleza del impulso dominante cambia conforme a los conceptos cambiantes que el hombre tiene del mundo. El arte es una experiencia fundamental. Brota de la pasión innata del hombre de construir un medio de expresión de su vida interior. Es indiferente que el impuso básico de estos sentimientos surja de una angustia cósmica, de la necesidad de jugar, del arte por el arte, o, como hoy día, del deseo de expresar en signos y símbolos el reino de lo inconsciente.
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Pericot- Maluquer, La Humanidad Prehistórica . Madrid, Biblioteca Básica Salvat. Pág.107-150. LA REVOLUCIÓN NEOLÍTICA 5 De la economía destructiva a la de producción. 6 Durante el pleistoceno, el hombre, con el pleno desarrollo de su madurez mental, había alcanzado el máximo nivel de civilización que permitan las condiciones del medio en que se movía. En la esfera vital incluso había conseguido unas bases de cierta estabilidad económica cuando, superada la simple actividad recolectora vegetales y caza pluralista, aparece, en los últimos estadios del Paleolítico Superior la gran caza especializada, fruto de las diversas posibilidades ecológicas de cada zona. La caza del caballo, del bisonte, del reno, de la gacela, etc., constituye la actividad preferente de grupos humanos que viven en áreas de condición óptima para el desarrollo de estas especies animales. El carácter gregario de las mismas, agrupadas en manadas o rebaños, facilita la idea de la especialización, que, por otra parte, es fruto de una preocupación del hombre para obtener una base económica más segura, más estable.
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Término acuñado por el prehistoriador australiano Gordon Childe para indicar los numerosos avances técnicos que se producen al inicio del período Neolítico. Dicho investigador compara los logros derivados del suministro asegurado de alimentos con los logros que provocaría la revolución industrial. 6 Se denomina Ple istoceno a una época geológica que se encuentra comprendida entre los 1,8-1,6 millones y los 10.000 años antes del presente. Es la época más antigua del Período cuaternario. Abarca la mayor parte de las últimas glaciaciones. El final del pleistoceno se corresponde con el final del paleolítico arqueológico. http://www.taringa.net/posts
La caza especializada requiere un gran desarrollo de la capacidad de observación, y hay un abismo entre esa actividad inteligente y la recolección indiscriminada que practicaban las hordas primitivas, guiadas exclusivamente por el instante. Un grupo humano, al vincularse a una actividad concreta, tiende al aprovechamiento total de la especie cazada. No será únicamente la busca de alimento, sino que interesa esa caza también para la obtención de pieles para abrigarse o para la construcción de refugios, chozas o tiendas. Las astas o huesos, a su vez, constituirán la materia propia para sus industrias, y por ello el utillaje y el armamento sufrirá asimismo una fuerte especialización. Frente a la simple economía destructiva inicial, se inicia una economía de conservación. Para los grupos de cazadores especializados es vital el mantenimiento de la especie cazada, y la necesidad de conservarla llega a ser una preocupación que exige la limitación del número de reses sacrificadas, puesto que la caza en sí misma no ofrece ya dificultades cuando se ha creado un armamento (arcos, jabalinas, dardos) que permite dominarla a voluntad. Esa nueva preocupación da origen probablemente a una buena parte del arte rupestre, cuyo carácter de magia de conservación ofrece pocas dudas y puede documentarse con prácticas análogas entre muchos pueblos primitivos actuales. En esas condiciones, la vida de un grupo humano se halla totalmente vinculada a la de determinadas especies de animales y la propia circulación está determinada por los movimientos de las distintas manadas, e incluso las relaciones entre los diversos grupos. En esa preocupación aparece implícita la idea de la propia domesticación de los animales, conseguida sólo más tarde. Pero los cambios climáticos al final del Pleistoceno, que marcan las oscilaciones neotermales, provocan una honda transformación del paisaje vegetal y, en consecuencia, de la
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distribución de las especies animales. Algunas de ellas llegan a extinguirse. Otras se rarifican, y la población que vive a su costa tiene que enfrentarse con graves y crecientes limitaciones. En las zonas templadas del hemisferio norte, al desaparecer las masas glaciares, el espacio habitable se amplía extraordinariamente, pero al mismo tiempo el desarrollo del bosque sirve de factor limitador y los rebaños de herbívoros son empujados hacia las praderas eurosiberianas en formación y relegados en último término a la linde de las regiones árticas. De modo análogo, en las zonas subtropicales un gradual proceso de desertización tiende a concentrar la vida humana y animal hacia las cuencas de los grandes ríos. La limitación, por un lado, y la concentración de la vida, por otro, agudizan el problema básico de la substancia y el hombre, en busca de soluciones inteligentes, utiliza las experiencias y observaciones acumuladas durante milenios, practica los primeros y cultiva y ensaya la domesticación de los animales. La agricultura y los animales domésticos constituirán la base de una nueva economía de producción de consecuencias trascendentales para el desarrollo de la civilización. Estas nuevas formas de vida serán designadas como economía neolítica. Toda esa nueva actividad iniciada a partir de una tecnología aún paleolítica aboca a la invención de nuevas técnicas. En primer lugar, el cultivo de plantas exige un instrumental peculiar no ya para la simple recolección, sino para el laboreo de la tierra. No se trata sólo de obtener alimentos necesarios, sino de alcanzar una base de seguridad que debe ser ampliada en lo posible, y por ello y en la misma línea de la anterior economía de conservación, no se regatearán esfuerzos para conseguir la acumulación de reservas. Nace así el concepto de riqueza anejo al de producción, cuya consecuencia inmediata es la aparición de la desigualdad entre las
diversas sociedades que en lo sucesivo regulará las relaciones entre ellas. La actividad agrícola vincula estrechamente el hombre a la tierra. El hábitat se transforma. El refugio temporal o el campamento nómada ceden lugar al poblado estable, cuya situación está ligada necesariamente a la tierra que se cultiva. Esa permanencia ofrece problemas que deberán solucionarse en la línea de obtener mayores comodidades, lo que implica una racionalización del t rabajo. El esfuerzo acentúa su carácter colectivo, puesto que toda la colectividad es beneficiaria de los resultados obtenidos. No sólo es necesario obtener una producción, debe conservarse y defenderse, y la solución de todos estos aspectos incide sobre el desarrollo técnico con la creación de almacenes y defensas y, en consecuencia, sobre la misma estructura social. Las consecuencias de la implantación de la economía neolítica de producción son tan extraordinarias que con frecuencia se habla de la “revolución neolítica”, y si comparamos el largo camino recorrido por la humanidad hasta conseguirla, con los escasos milenios que merced a ella el hombre consigue crear las primeras civilizaciones urbanas históricas, el concepto de “revolución” se impone. Zonas primarias de agricultura y domesticación Para el origen de las primeras formas neolíticas se admite como premisa lógica que tanto la domesticación como los primeros cultivos debieron realizarse en aquellos territorios en que crecían de modo espontáneo y en óptimas condiciones las primeras especies que se cultivaron o los animales salvajes que primeramente fueron domesticados. Ambas condiciones apuntan hacia un amplio territorio del Próximo Oriente, que abarca la meseta del Irán con las
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zonas montañosas del Zagros, el Luristán, y se extiende por el norte hasta las costas meridionales del mar Caspio, por el sur a la región de Siria y Palestina, y por el oeste a la meseta de Anatolia. Condiciones muy similares ofrecen el sudeste de Europa y la zona meridional de la península de los Balcanes.
que el hombre estimulará. De modo similar la domesticación arranca de la necesidad de mantener como reserva ciertas especies de animales creando si es preciso las condiciones necesarias para su conservación a medida que la degradación climática amenaza su existencia.
En todos estos territorios una similitud de condiciones naturales originaba durante el Pleistoceno una gran unidad ecológica con predominio de amplias praderas de gramíneas, cuya recolección nunca fue desdeñada por las poblaciones paleolíticas. También en estas mismas zonas, a juzgar por los restos óseos de los yacimientos paleolíticos, se había organizado una economía de la caza especializada con formas análogas a las mejor conocidas del occidente de Europa, tanto en la región del Zagros como en Palestina.
En consecuencia, tanto la agricultura como la domesticación no son estrictamente inventos individuales, sino el último resultado de un largo proceso cuyo comienzo no puede ser asignado a un lugar único ni a un momento concreto. Las investigaciones de los últimos años, gracias a la aplicación del método de análisis polínico, que permite seguir con detalle la gradación de las distintas especies vegetales, como los análisis del carbono radiactivo que nos ofrecen fechas de cronología absoluta, nos indican que en estas zonas del Próximo Oriente este proceso comienza alrededor del 9000 para adquirir una gran amplitud hacia el 7000 a.C. Ya hacia el 6000, la nueva economía neolítica ha sido implantada en amplias zonas para convertirse en un nuevo género de vida.
Esas condiciones cambian radicalmente al declinar la última glaciación. La aparición de una persistente sequía origina el nacimiento de zonas áridas que tienden a la desertización y fraccionan la antigua unidad ecológica. Floras subdesérticas substituyen la antigua pradera, que se conserva en zonas más restringidas favorecidas por la presencia de lluvias de convección que permiten el mantenimiento de un índice de pluviosidad suficiente. A su vez, una fauna típica de desierto hace su aparición. Entre las poblaciones que habitan esos territorios, la necesidad de mantener unas condiciones de vida no inferiores a las habituales ofrece el estímulo necesario para proceder a los primeros cultivos de aquellas especies cuya recolección era tradicional entre la población cazadora. El cambio climático colabora también como un factor importante al permitir unos porcentajes de mayor predominio de unas u otras especies, iniciando una selección natural
HACIA EL DESARROLLO DE LA VIDA URBANA. AVANCES TÉCNICOS Y ESPIRITUALES. 1. La navegación y el transporte. La economía neolítica adquiere su mejor carácter revolucionario con las creaciones técnicas, que exigen un nuevo utillaje y la distribución de los productos. Por primera vez se realiza la fabricación de manufacturas no destinadas a los propios productores, sino a la venta exterior, lo que requiere la organización de su distribución y el uso de un sistema adecuado de transporte. El hombre se enfrenta con esas nuevas necesidades mediante el desarrollo de dos principios, la navegación y la rueda.
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En cuanto a la navegación, es difícil conocer en qué momentos el hombre construye la primera embarcación, aunque su plena utilización es ya neolítica. El mar y los ríos caudalosos constituían grandes barreras que limitaban la circulación humana. Las islas alejadas de las costas permanecieron deshabitadas hasta la época postpleistocena. Las áreas cubiertas por determinadas industrias paleolíticas aparecen delimitadas por esas barreras acuáticas, que el hombre no puede franquear. Es incluso frecuente en un mismo valle que aparezca una disimetría cultural entre una y otra orilla del río que lo recorre. No puede descartarse la posibilidad de que el hombre del Paleolítico hubiera utilizado eventualmente algún sistema de navegación. Su actividad recolectora y pesquera le habría permitido observar el principio de la flotación. Incluso la presencia de inundaciones imprevistas en periodos pluviales podría haber agudizado en su defensa la posibilidad de utilizar troncos flotantes o balsas. Pero de un modo lógico las poblaciones del Mesolítico, que en muchas zonas desarrollaron unas actividades ceñidas a la pesca y caza de aves acuáticas, en áreas de pantanos y marjales, inventaron los primeros medios de navegación. Tal principio habrá de ser completo con diversos desarrollos técnicos como los remos, el timón o la yela. En las zonas de bosques y lagos, como el centro y norte de Europa, las primeras embarcaciones fueron piraguas o canoas vaciadas en troncos de árbol. La prehistoria europea nos ofrece muchos ejemplos mejor o peor conservados de estas embarcaciones procedentes de las zonas suizas y del sur de Alemania o de las tierras danesas y bálticas. El análisis de estas canoas nos muestra que se utilizaron indistintamente toda clase de árboles según el tipo de bosque que predominaba en cada región. La encina y el roble, a pesar de su densidad y dureza, se utilizaron ampliamente junto a otras maderas más ligeras y más fáciles de trabajar, como el abedul,
el álamo, el chpo o el olmo. Hoy podemos conocerlas por haberse conservado en ciertos casos embebidas en el fango del fondo de lagos y pantanos. Por lo mismo, no conocemos ningún ejemplar procedente de los países mediterráneos, cuyas condiciones geográficas no permiten su conservación. Unas veces las piraguas se vaciaban en los troncos mediante una pesada labor de azuela y luego se les daba la forma exterior. Otras veces se utilizaban maderas menos duras y se partía del principio de abrir el tronco y ensancharlo progresivamente mediante la repetida utilización de agua hirviendo y cuñas de madera para ejercer la presión necesaria. Se utilizaban mediante pértigas, palas o remos. También se utilizaron otros muchos materiales para la construcción de embarcaciones. En Oriente hallaremos las barcas de papirus, en Egipto, o juncos y cañas, en Mesopotamia. A veces un costillaje de madera era recubierto con pieles, como las barcas utilizadas en los territorios atlánticos de Galicia, Bretaña, Irlanda y Escocia, que según los escritores de la antigüedad eran usadas principalmente en el comercio marítimo del oro y el estaño. El sistema embarcaciones de costillaje y quilla recubiertas de cueros de foca, morsa o ballena, adquirirán un gran desarrollo entre los pueblos árticos hasta nuestros días. Canoas y piraguas se utilizaron en la Europa prehistórica para la pesca con redes y para comunicaciones. Durante la Edad del Bronce el nuevo utillaje metálico facilitó en gran manera su construcción, y pronto aparecen las barcas con timón, que facilita enormemente su manejo.
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El uso de la vela es muy antiguo y aparece documentado en Egipto en tiempos predinásticos. Conocemos muchas representaciones de naves egipcias que de las ciudades del Delta remontaban a vela el curso del Nilo. También el Eufrates sirvió de importante arteria de transporte fluvial, mientras el Tigris, al parecer, sólo era utilizado para el descenso de las embarcaciones y el transporte de maderas a favor de la corriente. En el Mediterráneo la navegación facilitó la expansión de las ideas neolíticas, y desde fines del VI milenio una población llegada necesariamente por mar pobló las principales islas. No conocemos las primeras embarcaciones mediterráneas, pero con el desarrollo de las culturas cicládicas y minoicas hallaremos una abundante iconografía marinera que nos muestra como las naves desarrollan muy pronto una alta proa para hacer frente al embite del oleaje y para facilitar su varado en las playas. Estas representaciones nos muestran el uso de remos y velas desde el primer momento. En el mundo egeo la embarcación que se mueve en el agua se concibe como un ser viviente, por la cual se la perfila como un auténtico animal marino. Su proa se levanta con una cabeza y la popa como la cola. Las barcas de los antiguos gaditanos poseían una popa en forma de cabeza de caballo, por lo que se las llamaba “caballitos”, y fácilmente se las identificaba en todo el Mediterráneo. Idéntica concepción hallaremos entre las embarcaciones del norte de Europa, representadas con proas zoomorfas en muchos grabados rupestres de Escandinavia. Una idea semejante presidirá las barcas rituales, formadas con protomos de aves acuáticas, cisnes y patos, concebidas como las barcas que arrastraban al sol en su viaje diurno por el horizonte y cuyas representaciones alcanzaron un extraordinario desarrollo en el
mundo etrusco y celta, del que pasaron a los pueblos nórdicos como simples temas decorativos. El desarrollo de la construcción naval impulsó extraordinariamente el transporte. A pesar de los indudables peligros y de la limitación de la navegación a ciertas épocas del año, el transporte marítimo era mucho más seguro que el terrestre. Era también mucho más rentable no sólo por el mayor volumen de mercancías que podían transportarse, sino porque, en una ruta larga a través de países y pueblos diversos, la franquicia de paso sólo se obtenía mediante constantes regalos y presentes a las autoridades locales, lo que mermaba considerablemente el renglón de los beneficios.
2. La tracción animal y la rueda. En el transporte terrestre existe también una clara evolución. Desde los primeros momentos hallaremos documentando en el círculo de culturas árticas el uso de esquíes y patines en trineos para facilitar la circulación por las superficies heladas. Su primer uso remonta a los propios pueblos paleolíticos, que lo inventarían para facilitar el arrastre de las piezas cobradas lejos de los campamentos y refugios habituales. Cuando se aplica el transporte la tracción animal, el sistema de trineos y plataformas deslizantes adquiere gran desarrollo. Sobre el origen de la tracción animal poseemos datos incompletos y escasos. En realidad, no sabemos cuándo los animales empezaron a utilizarse como montura y si esa utilización antecede o no a su uso como fuerza de arrastre. La domesticación del caballo, por ejemplo, se realizó más para su aprovechamiento directo (leche, carne, cueros) que como montura, y hubo pueblos criadores de caballos que nunca fueron grandes jinetes. El uso del caballo como
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montura va unido al desarrollo de toda una serie de elementos, como bocados, frenos, riendas, cabezadas, etc., los cuales, por construirse con materiales perecederos, no se han podido conservar hasta que en plena Edad del Bronce se fabrican en metal. La verdadera revolución la originan la aplicación de la rueda al transporte y la aparición del carro. En el Antiguo Oriente lo hallaremos en el periodo de Tell Halaf, mucho antes del comienzo de las primeras dinastías sumerias. En Sumer se utilizaron los carros con ruedas macizas traídos por onagros o bueyes. Carros o carretas se utilizaban preferentemente en las ceremonias del culto, y los hallaremos, por ejemplo, en las famosas tumbas reales de Ur. Más tarde, con la introducción del caballo por la llegada de los pueblos indoeuropeos, aparece el carro ligero de guerra y caza con ruedas de varios radios, que en lo sucesivó constituirá el arma principal de los ejércitos de las grandes potencias de la época (Egipto, Babilonia, los hititas). En las aparatosas batallas libradas entre Ramsés II y los reyes hititas, el carro de combate jugó el papel principal. En el área mediterránea la introducción del carro es bastante antigua. En Creta se usa desde el comienzo del periodo Minoico medio, a juzgar por una pequeña maqueta de barro hallada en Palaikastro que representa una carreta con dos ruedas macizas. En el mundo micénico el carro de combate, utilizado también para la caza, aparece representado con frecuencia en el arte. Los aqueos conocieron el carro por sus relaciones con los hititas y los egipcios. Durante la Edad del Bronce el carro con dos o cuatro ruedas es un signo de riqueza y patrimonio de los grandes jefes. Se utilizaron preferentemente con fines religiosos como carros procesionales en ceremonias lustrales o funerarias. Los carros se adornaban con flores, cintas, colgantes y campanillas. Entre los pueblos de las estepas del sur de Rusia, al morir un jefe, su cuerpo era paseado en
un carro por todos sus antiguos dominios y luego recibía sepultura. Estas costumbres, que conocemos por el historiador griego Herodoto, han sido confirmadas por los hallazgos de tumbas reales en la zona de Maikop, estepas en el centro de Europa introduce al final de la Edad del Bronce el uso de los carros fúnebres. Con la expansión de los pueblos indoeuropeos, el carro alcanza el Occidente. En España son f recuentes las representaciones de carros en las pinturas rupestres extremeñas, como las de Peñalsordo, en Badajoz. Al mismo tiempo representaciones análogas en estelas funerarias de grandes jefes extremeños indican la gran extensión de este sistema de transporte. Muchos tipos de carros y carretas de dos ruedas usadas en el país vasco y en el norte de España, o los carros –galeras- de cuatro ruedas de la cuenca media del Ebro son una supervivencia de los modelos introducidos durante las invasiones célticas. 3. El desarrollo industrial y comercial; el trabajo del sílex y de la piedra. Las industrias tradicionales del sílex y de la obsidiana se transforman gracias al desarrollo de una verdadera minería . El hombre no se limita a recoger esos materiales donde los encuentra, sino que los busca y organiza su explotación. En Egipto, durante la época predinástica, eran explotadas regularmente las vetas del sílex tabular de formación lacustre para la fabricación de magníficos cuchillos rituales. Las delgadas láminas eran recortadas en la forma apetecida (de puñal con dos filos, de cimitarra, de media luna o de caprichosas formas bíficas en cola de pez o de golondrina, etc.) y labrados mediante leve presión horizontal que permitía conseguir ejemplares perfectos. Entre los pueblos semitas el cuchillo de piedra se mantuvo durante mucho tiempo como instrumental obligado en algunos ritos, como en la circuncisión. También en la Europa
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occidental encontramos utilizado el sílex tabular, y alrededor de sus yacimientos aparecen siempre grandes talleres, como en Salinelles (sur de Francia). De mucha mayor envergadura son las explotaciones mineras de sílex de Inglaterra y Francia. En Grimes Graves, Norfolk, una explotación minera cubre más de trece hectáreas. En Francia, el yacimiento del Grand Pressigny alcanza más de 20 km. En estas minas se practicaba un doble sistema de explotación mediante pozos verticales o con galerías que permitían alcanzar las vetas de sílex de mayor profundidad y facilitaban la extracción. Desconocidas al comienzo las herramientas metálicas, estas explotaciones se realizaban mediante picos y azadas de asta de ciervo, de los que se conocen cientos de ejemplares, utilizándose como palas los omóplatos del mismo animal. Durante la Edad del Bronce la explotación del sílex decae rápidamente y buena parte de lan antiguas minas serán abandonadas. La extracción de sílex da lugar a una potente industria en las proximidades de las explotaciones, y el sílex, desbastado en bloques de fácil manejo, era exportado a territorios muy alejados de los centros de producción. Materiales del Gran Pressigny aparecen en todo el occidente de Europa. También la obsidiana fue objeto de una industria específica. También en la región del lago de Van la explotación de la obsidiana se desarrolla desde los primeros tiempos neolíticos. En el Egeo, la obsidiana de la isla de Melos dio origen a la riqueza de la ciudad de Filakopi, y en el Mediterráneo central la explotación de la obsidiana de Lipari origina la cultura particular de las islas eolias, cuyos productos se exportaron a toda Sicilia y hasta el norte de Italia, en Liguria. De modo análogo, la industria de la obsidiana se documenta
en distintas partes del mundo. En las Canarias los materiales del Teide dieron lugar a la interesante industria de las tabonas. Entre las culturas mexicanas y mesoamericanas la obsidiana jugó un papel importantísimo. Otra técnica que alcanza gran desarrollo es la labra y pulimento de la piedra. Aunque existen algunos objetos de piedra pulida en las culturas paleolíticas, como el famoso punzón solutrense de la cueva del Parpalló, en Valencia, la técnica del pulimento es propiamente neolítica. En el Próximo Oriente la fabricación de vasijas y objetos de todas clases alcanzó un altísimo nivel, y las vajillas de alabastro, serpentina, basalto y calizas varias, incluso cuarzos, jaspes y cristal de roca, suplantaron a la cerámica. En la Europa prehistórica la fabricación de instrumental variado en rocas duras constituyó uno de los grandes recursos en ayuda de la agricultura al facilitar los sistemas de deforestación y el perfeccionamiento de las labores agrícolas. Se fabricaron variados tipos de hachas, azadas, azuelas, cinceles, picos y martillos, que más tarde se copiarán en metal. La gran dispersión de rocas aptas para el pulimento da lugar a un comercio amplio, pero de valor local. Por el contrario, la aplicación de la técnica del pulimento a la fabricación de gemas, joyas, cuentas de collar y amuletos de piedras preciosas o semipreciosas, alcanza un extraordinario volumen en el renglón comercial de las manufacturas prehistóricas. 4. El ámbar y otras materias de lujo En ese aspecto merece destacarse el gran valor que alcanza el comercio del ámbar, resina fósil recogida en las playas del mar del Norte y del Báltico y que también en menor escala se halla en las costas mediterráneas. Sus cualidades intrínsecas de ligereza, belleza
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de color y propiedades “eléctricas” fueron ya descubiertas por los primeros pobladores mesolíticos, que al comienzo del periodo Neotermal ocuparon las regiones del norte de Europa liberadas de los hielos. De ámbar se fabricaron cuentas para collares, brazaletes y amuletos. Su exportación originó un gran comercio, pues fue muy apetecido y dio origen a importantes rutas comerciales que unían el Báltico al Cáucaso y los Urales. Otras, desde el mar del Norte, por las cuencas del Elba, Vístula y Oder, alcanzaban el territorio de Silesia y la Europa central, desde donde a través de los Alpes llegaba a la cuenca del Po y el mar Adriático, donde era adquirido por los comerciantes micénicos. Con el descubrimiento de la metalurgia, esas antiguas rutas del ámbar cobran nuevo valor y constituyen las principales líneas de circulación europeas. Otros materiales adquieren también un gran valor y dan origen a un dilatado comercio. La calaíta o falsa turquesa se utiliza durante toda la primera Edad del Bronce del Occidente. También las conchas fueron objeto de comercio. La progresión neolítica hacia el centro de Europa aparece jalonada por la exportaciones de una concha del mar Egeo, el Spondylus gadaeropus, con el que se fabrican brazaletes y anillos. Idéntica finalidad se observa con el cardium o el pecten en el Mediterráneo occidental. El coral no será apreciado hasta la Edad del Hierro y se utilizará en gran escala en la cultura de La Téne para embellecer fíbulas, broches y otras joyas. Otras técnicas, como la cerámica, dieron origen a extensas y variadas industrias en todos los países. Su producción permaneció durante mucho tiempo como una actividad familiar y artesana, hasta que la aplicación del torno de ceramista en Oriente permitió su rápida industrialización en las culturas históricas. En el Mediterráneo centro-occidental la cerámica se industrializará como impacto de las colonizaciones históricas fenicias y griegas. También
el tejido arranca del estadio neolítico. La práctica del hilado de lana, lino,cáñamo y esparto se documenta des épocas muy tempranas. 5. El descubrimiento de la metalurgia La búsqueda de piedras preciosas o raras y la observación de sus diversas cualidades lleva al hombre al descubrimiento de los metales. Oro, plata, electrón, cobre nativo y hierro meteórico utilizados como otras tantas piedras particularmente apreciadas por su colaboración o peso. Se descubren luego su maleabilidad y sus posibilidades de fusión, con lo cual pasan a constituir un material nuevo singularmente apto para la fabricación de joyas, útiles y armas. El oro y la plata se usaron principalmente para el adorno y la fabricación de vajillas y objetos de lujo. El cobre, para toda suerte de útiles y armas. Cuando se agotaron las reservas de cobre nativo, siempre escasas, la gran demanda exigió su obtención a partir de minerales cupríferos, lo que da origen al descubrimiento de la metalurgia.
Tanto la reducción del cobre como la obtención de la plata o del hierro requieren conocimientos técnicos especializados cuyo descubrimiento debió requerir numerosas experiencias y fracasos antes de disponer de unos procedimientos que debieron ser constantemente renovados y transmitidos de generación en generación. Algunos descubrimientos, como el del hierro, constituyeron secretos guardados celosamente durante muchos siglos, por lo que su conocimiento tardó muchísimo tiempo en difundirse. Por el contrario, la obtención del cobre, quizás por hacer competencia al metal nativo en circulación, se extendió muy pronto. En su utilización se desarrollaron técnicas variadas, como la forja en el hierro, el martillo para el oro, plata y cobre, y la fusión en moldes del cobre y luego el bronce.
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La necesidad de endurecer el cobre exigió constantes ensayos de aleaciones con otros metales, como plata, plomo, antimonio, arsénico, hasta que se efectuó el descubrimiento del estaño y la obtención del verdadero bronce. La rareza del estaño constituyó un constante estímulo de viajes y exploraciones que contribuyeron en buena parte a la incorporación del Occidente de Europa a la civilización histórica. El descubrimiento de la metalurgia se realizó seguramente en las tierras que se extienden al este de Armenia, norte del Lago de Van y sur del Cáucaso, región denominada Colquide por los griegos. La extensión de la metalurgia del cobre fue muy rápida. En Oriente se usará desde el periodo de Tell Halaf y en Egipto durante el desarrollo de la civilización badariense. En el Mediterráneo oriental, la isla de Chipre constituyó la reserva de cobre más importante. Su posesión fue disputada sucesivamente por egipcios, hititas, micénicos, fenicios, asirios y griegos. Todos los metales adquirieron muy pronto un gran valor en relación con su volumen. Por sus cualidades intrínsecas de inalterabilidad, fácil transporte y divisibilidad, adquieren el carácter de verdadero instrumento de cambio, que además podía ser atesorado. En forma de barras, lingotes o anillas, constituye en realidad la primera moneda, puesto que pronto se asimila la idea de valor y peso. Desde el III milenio a.C. circularon lingotes en forma de barras, marcadas o no, de oro, plata y cobre en Anatolia, Mesopotamia o el valle del Indo (Mohenjo Daro). Como unidades de peso podrán afectar formas distintas, como discos, bolas, anillas, o incluso formas de utensilios y armas, como lanzas, hachas o bipennes, asadores, etc. 6. La vida espiritual
Los avances neolíticos no habrían alcanzado gran difusión sin una transformación profunda de las relaciones entre los grupos humanos y un gran incremento de la circulación. El cazador paleolítico había limitado su nomadeo al de los animales que constituían su sustento y a las mínimas necesidades de recogida de materiales para la fabricación de su utillaje y armamento. Con la práctica de la agricultura, la exploración de nuevas tierras cobra un gran valor. La diversa fertilidad y posibilidades de unas y otras, muy pronto observadas, orientan hacia una selección de la tierra y sólo en un momento más avanzado el hombre descubrirá el modo de conseguir que la tierra agotada recobre su productividad mediante el barbecho, el incendio o el estercolado. El diverso rendimiento de la tierra según la intensidad de la lluvia entra dentro de sus observaciones primerias, que llevan al hombre al convencimiento de la posibilidad de un cultivo. De ahí que la idea de proporcionar artificialmente el agua necesaria mediante la irrigación naciera muy pronto. Sin embargo, había un aspecto no explicado en el desarrollo de la vegetación: la germinación y crecimiento de una semilla escapaba a la comprensión humana, que conocía el desarrollo y se aprovechaba del ciclo agrícola, al que ajustó gran parte de su vida. Pero, del mismo modo que reconocía que la humedad favorecía la germinación, tuvo siempre la convicción de que existían unas fuerzas misteriosas de las que en último término dependía el éxito de un cultivo con independencia de su propio trabajo y esfuerzo. Es decir, que el hombre admitió la existencia de un factor sobrenatural que regía los destinos de la Naturaleza y, en consecuencia, su propia vida. El origen de este convencimiento es muy antiguo. Probablemente podríamos hallarlo ya en el Paleolítico medio y una
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idea parecida se hallaría en base del desarrollo de la magia entre las sociedades primitivas. Pero entre aquéllas y las neolíticas había una diferencia esencial. Estas gozaban con la producción agrícola de una “seguridad” que las liberaba del temor y el miedo irracional de su futuro que atenazaba a la sociedad paleolítica. Con una libertad mental totalmente nueva, el hombre contempla la Naturaleza, que comienza a dominar, intenta penetrar en los secretos sobrenaturales y busca una explicación a lo desconocido, y para ello utiliza el único recurso posible: la experiencia de su propio contorno. La fuerza sobrenatural cobra un perfil humano y un ropaje formal. Imagina fácilmente la necesidad de un proceso de fecundación previo al crecimiento. El vehículo de la vida es femenino, aunque pronto reconoce la necesidad de un principio masculino anejo. La fuerza sobrenatural que da existencia a la vida vegetal será también femenina y será la Tierra, de donde brota la nueva vida, el vehículo apropiado. Y la Tierra se transforma en la diosa de la vida, la diosa madre, que será representada como mujer, y por lo mismo aparecerán constantemente las figuritas femeninas de esa diosa madre en todas las primeras culturas campesinas. En el ciclo agrícola, tras el crecimiento y el desarrollo viene la muerte, para renacer y renovarse incesantemente. Por ello la diosa de la vida lo es también de la muerte y de la resurrección. En todo proceso normal pueden interferirse elementos extraños. También en la concepción de las fuerzas sobrenaturales pueden aparecer esos elementos, aunque el ciclo vital acabará imponiéndose siempre. Con la aplicación de la experiencia humana los elementos externos intrusivos pueden ser canalizados, desvirtuados, anulados o estimulados mediante ritos, ceremonias, dádivas, es decir, mediante cultos apropiados. Cuando se reconoce que esos principios intervienen como factores decisivos en la vida
humana, aparecerán en seguida las primeras religiones propiamente dichas. La sociedad neolítica será profundamente religiosa y el mismo ritmo de diversificación cultural marcará las concepciones religiosas, que en poco tiempo se diversifican y enriquecen entre los diversos pueblos. Siempre empero podrá observarse en todas las creencias protohistóricas o en las primeras religiones de las altas culturas históricas la pervivencia y reconocimiento del principio de la diosa madre, que permanecerá muy vivo incluso entre las sociedades más sofisticadas. Entre las diversas poblaciones neolíticas esa diosa madre adquirirá características locales o llegará a vincularse a determinados accidentes geográficos, como montañas, fuentes, bosques, ríos, cuevas o astros, como la luna. La sociedad creyente se sentirá cada vez más vinculada a su diosa, que se transforma en su patrona y protectora y, en consecuencia, en la orientadora de toda su actividad. Todo éxito, todo progreso, todo estímulo proceden de esa divinidad y por ello también todo principio de autoridad. Quien está más cerca del corazón de la diosa tiene mayor ascendiente en ella queda aureolado por un prestigio que la comunidad reconoce. La diosa será en lo sucesivo la dispensadora de toda fuerza, de toda autoridad. Otra consecuencia inmediata de la agricultura es el desarrollo tecnológico. El palo cavador o el cuchillo de sílex, necesarios para la simple recolección primeria, se hallaban dentro del patrimonio cultural heredado del Paleolítico. El pulimento de la piedra y el enriquecimiento del instrumental necesario en la lucha contra el bosque, en la labra de la madera o en la labranza, exigían una selección de materiales que no siempre se hallaban a mano. La propia distribución de la piedra más útil aparece en razón inversa a
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las tierras más favorables para el cultivo, como son los depósitos aluviales o loésicos. Muchas veces será necesario procurarse estos materiales en zonas muy alejadas de los propios campos, y la división de actividades se impone como la consecuencia más lógica. La división de actividades entraña ya el principio de la especialización en el trabajo. La aceptación de ambos principios impone un nuevo concepto de la producción. Aparece el convencimiento de que no es una simple tarea individual, sino colectiva, y cuando se abre camino esa noción la población neolítica se hace apta para franquear los límites de una pura vida rural y entrar en el camino de la aparición de la vida urbana, en la que tomará parte toda la comunidad mediante un ordenamiento del esfuerzo colectivo bajo una dirección inteligente. En el Próximo Oriente observaremos repetidas veces ese proceso que da nacimiento a la vida urbana, premisa necesaria para la aparición de las grandes civilizaciones históricas.
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