AMÓS, EL PROFETA DE LA JUSTICIA SOCIAL Dios actúa en la historia para liberar a su pueblo. Los profetas expresan cómo modela Dios la existencia humana para forjarla a su imagen y semejanza. Amós y Oseas son dos profetas contemporáneos que predicaron en el Reino del Norte en el siglo VIII a.C. y deben leerse al unísono porque ambos reflejan un momento privilegiado de la intervención de Dios en el corazón humano. Amós proclama la exigencia divina divina de la justicia social y Oseas refleja la identidad de Dios: el Señor que reclama justicia, tiene entrañas de misericordia.
Contexto histórico de Amós A la muerte de Salomón (931 a.C.), el reino que habían construido con su padre David se dividió en dos: Reino del Norte y Reino del Sur. El Reino del Norte se llamó “Israel” y, con el tiempo, en el siglo IX estableció su capital definitiva en Samaría. El Reino del Sur se llamó l lamó “Judá” y conservó su capital en Jerusalén. El Reino del Norte tenía un territorio territ orio más grande y más fértil que el de Judá, cuyo territorio era mucho más pequeño y en su mayor parte desértico, por eso pudo prosperar rápidamente que el Reino del Sur. La desigualdad social entre el norte y el sur dio lugar a una emigración desesperada. Muchos habitantes de Judá buscaban una solución a su miseria emigrando emigrando hacia el norte, a Israel. Allí esperaban iniciar una nueva vida y encontrar la acogida de sus hermanos de religión, pues tanto los habitantes de Israel como los de Judá creían en el mismo Dios. Pero los emigrantes del sur no sólo eran mal acogidos en Israel, sino que sufrían la explotación de los poderosos del país. La desigualdad social en Israel alcanzó alcanzó su punto más alto durante el reinado de Jeroboam II (784-744 a.C.). Como Jeroboam ya no tenía la presión del reino de Siria, ocupado en la lucha con los asirios que pronto se convertirían en potencia mundial, conquistó nuevos territorios, reconstruyó ciudades, desarrolló el comercio y embelleció los palacios, pero a costa de una desigualdad social escandalosa: los los ricos eran cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres. El libro de Amós describe sin tapujos la injusticia social de Israel y especialmente de su capital, Samaría. Los palacios de las familias adineradas estaban decorados con marfil (Am 3,15), material que además de riqueza denota ostentosidad. Los poderosos no sólo explotaban a los pobres sino que abofeteaban con la riqueza ostentosa de sus casas la pobreza y el dolor de los humildes. En contraste con el lujo de los ricos, el texto bíblico señala la miseria de los pobres, que de bían venderse por un par de sandalias (Am 2,6). El papel de la religión era triste, porque no condenaba la extrema injusticia, sino que mantenía el orden establecido. Parafraseando el texto podríamos imaginar su manera de pensar: los ricos son ricos y los pobres son pobres porque Dios lo determinó así desde el principio y no queda otra alternativa. Los ricos agradecían a Dios los l os bienes que disfrutan y los pobres acudían a Dios para que aliviara su miseria. ¡Habían convertido la religión cimentada en el Dios liberador en instrumento de opresión! Al mismo tiempo los cultos cananeos a Baal y Astarté estaban en su esplendor, ya ya que a pesar de que los profetas Elías y Eliseo habían luchado por desterrarlos en el siglo anterior, no habían desaparecido y muchos muchos israelitas “cojeaban con ambos pies”, es decir, daban culto a Yahvé pero buscaban a Baal para que satisficiera sus necesidades materiales. Otros vivían sumergidos en el disfrute de los bienes materiales y se olvidaban de Dios. A pesar de la desidia religiosa, la Sagrada Escritura es muy clara: cl ara: Dios no abandona al pobre que clama justicia. j usticia. Dios escuchó escuchó al pueblo oprimido en Israel y suscitó dos profetas: Amós y Oseas. Amós, un campesino rudo, rudo, con el tono encendido y directo de sus palabras, palabras, expondrá expondrá la voluntad divina: divina: ¡El -12-
Señor exige justicia social! El testimonio de la vida de Oseas nos permitirá conocer el interior del corazón del Dios liberador: ¡El Señor tiene entrañas de misericordia!
PANORAMA DEL LIBRO DE AMÓS Foco
ocho profecías
tres sermones
cinco visiones
cinco promesas
Referencia bíblica
1,1---------------------3,1-------------------------7,1-----------------------9,11------------------9,15
División
Juicio sobre Israel y las naciones circundantes
Pecado de Israel: pasado, presente y futuro
Cuadros del juicio sobre Israel
Restauración de Israel
Anuncios de juicio
Provocaciones para el juicio
Futuro del juicio
Promesas después del juicio
Tema
JUICIO
Lugar Época
Naciones circundantes
ESPERANZA Reino del Norte (Israel)
Aproximadamente del año 760 al 745 a.C.
¿Quién era Amós? El inicio del libro nos dice que era venía de Técoa, una pequeña población de Judá y predicó en el Reino del Norte en el santuario de Betel. No era un profeta de profesión vinculado a un santuario, sino un campesino, pastor de ganado y cultivador de higueras. En el capítulo 7 durante su enfrentamiento con el Amasías, sacerdote de Betel, Amós alega que no es profeta profesional sino que ha sido forzado por Dios a ir a profetizar a Israel (Am 7,14-15). Amós pronuncia durísimas palabras de juicio contra el rey Jeroboam II y contra la gente del Reino del Norte: les dice que pe rderán la tierra, serán llevados el exilio y sus líderes serán asesinados. Amasías por supuesto no estaba contento con estas palabras y amonesta a Amós y le dice que se vaya a predicar a su propio país, pero nunca da a entender que Amós no estaba predicando la palabra de Dios. Claramente se ve que la división política entre el sur y el norte no significaba que los dos reinos rechazaban la idea de que seguían siendo el único pue blo de Dios. Como Amós hace una referencia al ataque de Asiria, podemos suponer que vivió poco antes de la subida al trono del rey asirio Tiglat-Pileser III (745-727), tal vez entre el 760 y el 745 a.C. El libro contiene numerosos mensajes que él pronunció en distintas ocasiones. El libro no sigue el orden en que fueron pronunciados los oráculos ni contiene los temas agrupados ordenadamente por capítulos, sino que se mueve de forma dramática condenando primero la maldad de las otras naciones (capítulo 1), pasa luego a condenar la terrible injusticia y maldad de Israel (capítulos 2 a 6) y termina con una serie de visiones sobre el castigo divino que va a caer sobre el pueblo (capítulos 7 a 9). En su mensaje, Amós enfatiza la soberanía de Dios sobre el mundo entero y sus exigencias de justicia y defensa de los pobres y oprimidos. Amós tiene un universalismo sorprendente en su perspectiva de fe. Dios cuida de cada nación: “¿No son ustedes para mí como los etíopes, hijos de Israel? ¿No saqué yo a Israel de Egipto, a los filisteos de Creta y a los sirios de Quir?” (Am 9,7). Sin embargo, Dios ha escogido especialmente -13-
a Israel y estableció con ellos una relación profunda de conocimiento y de amor con ellos (Alianza) y por eso hace particularmente responsables a los israelitas de vivir una vida según el derecho y la justicia: “De todas las familias de la tierra sólo a ustedes los elegí, por eso los castigaré por todas sus maldades” (Am 3,2). Amós conecta la injusticia que ve a su alrededor a una sociedad israelita decadente amarrada a la riqueza y a la prosperidad que se ha olvidado del auténtico culto a Dios. Nunca se ha escuchado una condenación tan fuerte como la que se encuentra en las palabras de Amós contra Israel: “Son tantos los crímenes de Israel, que no lo perdonaré. Porque venden al inocente por dinero y al necesitado por un par de sandalias; porque pisotean en el polvo de la tierra la cabeza de los pobres y no hacen justicia a los indefensos; porque hijo y padre se acuestan con la misma muchacha, profanando así mi santo nombre; porque se echan junto a cualquier altar sobre ropas tomadas en prenda y beben en la casa de su dios el vino confiscado a los multados.” (Am 2,6-8). Amós condena el lujo egoísta de las mujeres de la nobleza: “Escuchen esta palabra, vacas de Basán, que viven en la montaña de Samaría: oprimen a los indefensos, explotan a los necesitados, dicen a sus maridos: “Tráigannos de beber” (Am 4,1). Fustiga a los mercaderes que no pueden esperar a que termine el sábado o el día de fiesta para seguir estafando en sus negocios (Am 8,4-7). Sus graves crímenes claman al cielo. Aunque Amós nunca menciona explícitamente los diez mandamientos, sus acusaciones los reflejan en cada capítulo de su libro. La gente viola las exigencias de Dios hechas en la solemne Alianza sobre el monte Sinaí. Sus palabras ponen el dedo en la llaga del fracaso moral de todos los sectores de la sociedad: la ley, el gobierno, la vida económica y hasta el culto a Dios. El Reino del Norte es un pueblo confiado en que Dios los protegerá no importa lo que hagan gracias a la alianza que los vincula con Dios. Pero Amós entiende la alianza de manera distinta: él habla una y otra vez de las épocas en que los israelitas sufrieron ataques enemigos y de los desastres naturales como castigo por sus maldades y sin embargo, siguen sin convertirse a Dios (Am 33,3-8; 4,6-12), canta un lamento fúnebre sobre el pueblo para anunciarle la cercanía de la muerte (Am 5,1-5) y ataca sus más queridas celebraciones litúrgicas. En un conmovedor pasaje (Am 5,18-20), Amós contradice tajantemente la esperanza proclamada en los días de fiesta de que Yahvé vendría como Dios guerrero a pelear en favor de Israel contra todo s sus enemigos y a ponerlo a la cabeza de to das las naciones; al contrario, el “Día del Señor” será un día en que Dios se volverá contra ellos y los destruirá por sus pecados (Am 5,18-20). Amós dice que Dios no se complace en el culto y los sacrificios que no están respaldados por una rectitud de vida: “...Aparten de mí el ruido de sus cánticos, no quiero oír más la música de sus arpas. Hagan que el derecho corra como el agua y la justicia como río inagotable” (Am 5,21-24). Como el panorama de infidelidad a la alianza le parecía tan terrible, Amós se vio obligado a usar un lenguaje duro para confrontar a la gente a fin de que corrigieran sus actitudes de orgullo y conformismo. Toma prestado el lenguaje de batalla y maldición propio de las antiguas tradiciones y habla de ciudades envueltas en llamas, casas aplastadas, mujeres y niños llevados con ganchos en las narices y cadáveres sin sepultar y pudriéndose, el país devastado y abandonado. Amós se da cuenta de que Dios no permanece indiferente y observa que la maldad va a seguir. Para Amós, las maniobras políticas de Asiria y sus pavorosas victorias militares no son accidentes de la historia sino acontecimientos permitidos y dirigidos por Dios para castigar a Israel. Israel no logrará escapar del castigo y casi nadie sobrevivirá: “...como un pastor rescata de la boca del león dos patas o la punta de una oreja, así serán rescatados del enemigo los hijos de Israel, que habitan en Samaría...” (Am 3,12). Podría pensarse que el mensaje de Amós es sólo un anuncio de desgracia y que no hay esperanza; sin embargo, en el centro del libro (capítulo 5),después del lamento fúnebre inicial, hay claramente una luz de esperanza para el pueblo de Israel. Amós anuncia también la posibilidad de que Israel tome en serio sus palabras, se convierta a Yahvé y obtenga el perdón: “Así dice el Señor al pueblo de Israel: Búsquenme y vivirán. No acudan a Betel ni a Guilgal, no pasen a Berseba... Busquen al Señor y -14-
vivirán...Busquen el bien y no el mal para que vivan; así estará con ustedes el Señor todopoderoso como pretenden. Odien el mal y amen el bien, restablezcan el derecho en el tribunal; quizás el Señor todopoderoso tenga piedad del resto de José” (Am 5,4-5.14-15). Sin embargo, el pueblo no hizo caso a las palabras de Amós, porque los versículos 16-17 vuelven a retomar el tono de lamento fúnebre.
Las visiones de Amós Las cinco visiones de Amós que ocupan la tercera parte del libro (7,1–9,4), son cada vez peores y muestran la gravedad del castigo son: la plaga de langosta (7,1-3), el juicio por el fuego (7,4-6), la “plomada” (’anak) (7,7-9), la canasta de frutas maduras (8,1-3) y el terremoto (9,1-4).
Amós es expulsado por Amasías Amasías, sacerdote de Betel, no toleró las palabras de Amós, entera al rey de lo que está sucediendo y expulsa a Amós del santuario por hablar en contra del rey, del culto y de la gente dirigente del país (7,10–17). El mensaje fue despreciado por la gente opulenta del país pero caló en el corazón de los pobres. En este pasaje, Amós encarna la voz del Dios liberador que ve el sufrimiento de los débiles y se enfrenta al despotismo de los fuertes, representado por Amasías. La disputa se encuentra en medio del discurso de las visiones (7,1–9,4), donde Amós encara la solidez de la justicia contra la sinrazón de la maldad y anuncia el fracaso de la injusticia y la falta de solidaridad humana. El texto deja entrever cómo el sacerdote Amasías estaba más al servicio de los intereses del rey y de la clase dirigente que al servicio de los intereses de Dios. La acusación de Amasías es falsa, pues afirma que Amós conspira contra el rey (7,10). Si leemos el libro de Amós desde el principio, advertiremos que Amós en ningún momento se ha referido directa y personalmente contra el rey, sino que ha condenado la injusticia, la corrupción de Samaría, el lujo desmedido, la opresión de los pobres y, especialmente, la falsedad del culto de Betel. Amós condena globalmente la sociedad opulenta y el culto que la sostiene. Un segundo motivo resalta la falsedad de la denuncia: “el país no puede ya soportar todas sus palabras” (v.10b). ¿A qué se refiere el término “país”? Evidentemente no puede referirse a los pobres vendidos por un par de sandalias ni a los débiles aplastados contra el polvo de la tierra (2,6-7), que verían en el profeta Amós al defensor de sus derechos. Quienes no soportaban la voz del profeta eran los opulentos. La palabra profética era para ella como una espada afilada que ponía al descubierto la rapiña de su riqueza y el embuste de su religiosidad. Amasías es quien, con su culto pomposo y vacío, justifica el poder de los ricos a costa de la miseria de los pobres. Amasías sabe que Amós está diciendo la verdad, entiende que sus palabras descalifican el sistema corrupto sobre el que los poderosos descansan plácidamente. Por eso el sacerdote no se enfrenta directamente con el profeta, sino que intenta provocar la ira del rey para expulsar a Amós, y dice: “Amós anda diciendo; Jeroboam morirá a espada e Israel será deportado lejos de su tierra” (v.11). La acusación es indirecta, pues Amasías le manda decir al rey esas cosas sobre el profeta, la acusación del falsario siempre es por la espalda, mientras que el grito profético, la palabra capaz de transformar la realidad, se dice de frente y sin miedo, como lo hizo Amós. El proceder de Amasías evoca la conducta de los sumos sacerdotes para detener a Jesús: usan la traición de Judas (Mt 26,47), lo acusan mediante falsos testigos en el sanedrín (Mt 26,60-61), provocan su condena comprando al pueblo por dinero (Mt 27,20) y amenazando a Pilatos con acusarlo como enemigo del César (Jn 19,12). Pero es el mismo Jesús, el profeta por excelencia, que desenmascara la falsedad de Anás, sumo -15-
sacerdote: “Yo he hablado siempre en público... pregunta a mis oyentes y ellos podrán informarte” , y responderá con decisión al criado que lo abofetea: “Si he hablado mal, demuéstrame en qué; pero si he hablado como se debe, ¿por qué me pegas?” (Jn 18,19-24). Amasías expulsa a Amós como si fuera un charlatán o un profesional de la profecía. Sin embargo Amós arremete contra Amasías: “Yo no soy profeta ni discípulo de prof eta, sino que me dedicaba a cuidar el ganado y a cultivar higueras. Pero el Señor me tomó y me ordenó que dejara el rebaño diciéndome: ‘Vete y profetiza a mi pueblo Israel’” (Am 7,14-15). Amós es el profeta “tomado”, literalmente “agarrado” por Dios y enviado a profetizar a Israel. En el Antiguo Testamento es bastante raro que Dios “agarre” a alguien; cuando así lo hace, debemos interpretar el verbo “agarrar” como sinónimo de “elegir”. Así, Dios “agarra” a Abraham (Gn 24,7), David (2Sam 7,8), Amós (7,14) y Zorobabel (Ag 2,23). Cada uno de estos personajes fue “agarrado” para una misión importante, y concretamente Amós, para profetizar a Israel, para proclamar la justicia y exigir la solidaridad. Dios no le da a Amós una potencia mágica para aniquilar a los opulentos. El Señor lo envía a “profetizar”, es decir, a dar testimonio, con la coherencia de su vida y la fuerza de su palabra, de que una realidad pervertida puede transformarse en un ámbito de justicia y equidad. Los dirigentes de Israel constituyen una sociedad corrupta, pero el Señor los llama todavía con cariño “mi pueblo Israel” (7,15). Y desea su conversión, no su destrucción; por eso Amós no cesa de repetir a los pudientes: “Busquen al Señor y vivirán” (5,6). ¿Qué significa buscar al Señor? Ciertamente no significa pretender encontrarlo en el culto ostentoso de los santuarios de Betel o Guilgal (5,5). Entonces, ¿dónde está el Señor? Dios no está en el culto vacío ni en la limosna mal entendida de los ricos. La fuerza transformadora de Dios está palpitante en el clamor de los pobres. Sólo quien opta decididamente por Dios y por reconocerlo en los pobres encuentra la ternura del Dios liberador. Así lo dice Jesús en el evangelio: “Dichosos los pobres en el espíritu porque suyo es el Reino de los cielos” (Mt 5,3). La profecía de Amós no consiste en adular o lisonjear a Amasías ni en decirle mentiras al pueblo. La profecía de Amós afirma que Dios está con los pobres y exige, en nombre del Señor, la transformación del orden social injusto en una realidad basada en la justicia y la solidaridad.
Israel no escuchó a Amós Amós predicó durante el reinado de Jeroboam II (782-753 a.C.), cuando los ricos amontonaban fortunas a costa del sudor de los pobres. El hijo de Jeroboam II, Zacarías (753 a.C.) sólo reinó 6 meses, pues Salún conspiró contra él, lo mató y reinó en su lugar. Salún permaneció en el trono un mes (753 a.C.), porque Menajén le dio muerte y lo sucedió en el trono (752-741 a.C.). Menajén perdió la cabeza: arrasó la ciudad de Tirsá, abrió en canal a las embarazadas y entregó al rey de Asiria treinta y cuatro mil kilos de plata para que le ayudara a consolidar su poder en Samaría (2Re 15,8-22). Lo sucedió en el trono Pecajías que llegó a reinar dos años (741-740), pues Pecaj (740-731 a.C.) lo asesinó y usurpó el trono. El orgullo de Pecaj lo enfrentó al rey de Asiria, Tiglet-Pileser III. Pecaj fue derrotado por Asiria y perdió gran parte de su territorio (2Re 15,23-31). Después subió al trono Oseas, hijo de Elá, después de matar a Pecaj (731-722 a.C.) pero no le quedó más alternativa que someterse al vasallaje de Asiria pagando fuertes tributos. Años después, el rey asirio lo sorprendió traicionándolo y lo encarceló. El año 722 a.C., Tiglatpileser III, el rey asirio conquistó Samaría y deportó a sus habitantes dispersándolos en las ciudades de su imperio (2Re 17,1-6). El mismo afán de poder y riqueza que embruteció a los poderosos de Samaría los llevó al desastre. La Biblia -16-
muestra las raíces profundas de esta catástrofe: “Esto sucedió porque los israelitas pecaron contra el Señor, su Dios, que los había sacado de Egipto..., se fueron tras dioses inconsistentes... y adoraron a todos los astros del cielo” (2Re 17,7-23). Los israelitas adoraron a todos los astros del cielo” (2Re 17,16), es decir el sol, la luna y las estrellas, que son símbolos de los ídolos que seducen el corazón: el sol simboliza el poder; el idólatra no se inclina sólo ante un astro, sino que pretende hacerse con el poder que simboliza. La luna, que cambia de cara con frecuencia, encarna a la apariencia. El adorador de la luna representa al soberbio que muestra un rostro distinto según le convenga, con tal de alcanzar sus intereses. El número incontable de las estrellas representa el afán de tener más y más cosas, sabiendo que por muchas que se posean nunca quedará colmada la ambición humana. La idolatría consiste en el afán de poder, el ansia de tener y el deseo de aparentar. La idolatría que provoca la opresión de los pobres resecará a Israel hasta la muerte (Am 7,17). Pero en la profecía de Amós permanece todavía un rasgo que amarga aún más el error de entregar la vida a los ídolos: la vana esperanza en el “día del Señor”, que ofrecía a los pobres una falsa esperanza en la oscuridad de su miseria y permitía a los opresores acallar, con esa fingida promesa, el clamor de los pobres. Amós echa por tierra esa idea falsa. El “día del Señor” en contra de lo que piensan secretamente los poderosos, vendrá, pero no será para ellos un día de luz sino de oscuridad (5,20). Ciertamente llegará ese día pero servirá para destruir el poder de los fuertes adquirido con la explotación de los humildes y devolver a los pobres la libertad que les fue robada.
Síntesis final y aplicación a la vida El clamor de los pobres del Reino del Sur que sufrían la opresión de los opulentos de Samaría llegó a oídos del Dios de la misericordia. El Señor suscitó al profeta Amós para que proclamara la exigencia divina de la justicia social. La voz de Amós no tuvo eco en el corazón de los ricos, aunque les ofreciera el perdón de Dios y los animara a vivir la solidaridad con los pobres. Pero la palabra de Amós no cayó en saco roto. Afirmó con decisión que el deseo de Dios es la justicia y que sus preferidos son los pobres. Anunció el fin de la corrupción y de la riqueza robada al sudor de los débiles. El mensaje de Amós es muy claro: un sistema social basado en la explotación no tiene capacidad de sobrevivir. Solamente la solidaridad tiene futuro, porque Dios quiere que todos los seres humanos trabajemos por la solidaridad y la justicia para transformar el mundo en algo más fraterno. El tiempo que nos corresponde vivir presenta aspectos muy parecidos a la época de Amós. Muchos hombres y mujeres del sur huyen de la miseria desesperada para recomenzar su vida en las tierras del norte; igual que en vida de Amós los habitantes del sur (Judá) emigraban al norte (Israel) para poder sobrevivir. Depositaban su confianza en la acogida fraterna, pues los habitantes de Judá e Israel creían en el mismo Dios. Pero los emigrantes se encontraban con la ostentación de los palacios revestidos de marfil y la explotación de los pobres por los de la clase dirigente. Aquella sociedad opulenta se desmoronó aplastada por el peso de la soberbia y la codicia de su dinero. ¿Sucederá lo mismo hoy con la nuestra? La voz de Amós denunciaba la injusticia, exigía la solidaridad, permanecía al lado de los pobres y reclamaba la conversión. Nuestro Dios exige justicia social y sus entrañas de misericordia mantienen la esperanza de que optemos por la solidaridad en el tiempo de globalización que nos corresponde vivir. -17-