8.
La Resurrección.
-01Yo tengo una firme esperanza: que todas las personas humanas (y hasta las nohumanas... pero dejemos eso) resucitaremos a una vida eterna más allá de la muerte. Una esperanza y una fe que han compartido tantas culturas, en diferentes formas. Pero parece que nuestra cultura occidental actual, por rigor empírico, por razón científica y por “fidelidad a la tierra”, la está desechando. ¿Qué puede significar esta “resurrección” para la mentalidad moderna? Desde luego, no puede ser la separación y “pervivencia” de un alma inmortal; ya no podemos aceptar ese dualismo platónico. Tampoco puede ser la revivificación de un cadáver: las moléculas que circunstancialmente constituyeron el cuerpo de la persona en el momento de su muerte, no determinan en absoluto su identidad. (Pensemos que esas moléculas pudieron formar parte anteriormente de los cuerpos de otras muchas personas, y que la persona adquirió y desechó innumerables de esas moléculas en sus células, durante su vida). Tendría que ser una casi inconcebible “reimplantación” de toda la información que estructura, programa y define a una persona –su programa genético, su memoria, lo que capacita sus funciones específicas y la hace persistente: todo su “software”— en un nuevo soporte, material o “espiritual”, un nuevo “hardware”, un nuevo cuerpo.
¿Por qué tendría que ocurrir así? Ninguna mentalidad actual medianamente científica podría concebirlo como un proceso natural. Pero la fe y la esperanza humana...sí. Para muchas culturas y religiones, esto es cierto. Por ejemplo, para judíos y musulmanes. Si se preguntara a un judío o a un musulmán por la resurrección de un ser humano cualquiera, por ejemplo Jesús de Nazaret, contestaría sin duda: ¡resucitará, como todos! ¿En futuro? ¿Por qué no en presente o en pasado? Desde luego, un fenómeno tal no es un fenómeno histórico normal. No pertenece a un momento y a un lugar del espaciotiempo normal, sino a un “punto límite”. Puede pensarse con propiedad que todo fenómeno de resurrección pertenece al “último día” de la historia, al fin de los tiempos. Es un fenómeno escatológico. Para los que lo piensan desde el “exterior”, ocurre en el final, en el umbral de la Emergencia Final, de la Novedad Última. Pero para la persona que resucita, coincide con el instante experiencial de su muerte. Su muerte y su resurrección las experimenta como simultáneas. Por eso, adaptando el punto de vista del “observador externo” al “interno” de la persona resucitada, puede decirse que la persona “resucita” –en presente- o que “resucitó” –en pasado- en el momento en que muere o que murió. Por ejemplo, yo puedo decir que mi padre –que murió hace dieciséis años— “ya resucitó”. Y así, conduciéndolo un poco, un judío o un musulmán podría llegar a afirmar ciertamente que Jesús de Nazaret “resucitó”, ¡como todos! Pero yo NO pienso así. Creo que la resurrección de Jesucristo es absolutamente única. En dos aspectos fundamentales: la necesidad y la certeza. Pienso que la resurrección de Jesucristo es la única resurrección que es necesaria, debido a que Jesucristo es la encarnación de Dios mismo, y el anonadamiento de Dios – que culminó en su muerte— “rebota” necesariamente –con necesidad absoluta— en una restauración, una reparación de su divinidad. Además, pienso que la resurrección de Jesucristo es la única provista de certeza, porque ha sido comunicada por el Espíritu de Dios a los Discípulos, y a través de su testimonio a los que hemos compartido su fe. Es la única resurrección que puede afirmarse en pasado –“resucitó”— en un sentido histórico, porque el Espíritu Santo hizo “coincidir” su momento escatológico con un momento histórico del pasado, trocando la incertidumbre del futuro por la certeza del pasado, en esa afirmación pentecostal “proléptica”: “Cristo ha resucitado”. Y como compartió nuestra naturaleza humana, nos hace compartir –ya, aunque todavía no— su resurrección a la vida eterna; con Él por Él y en Él, en una Nueva Creación. “Dijo Marta a Jesús: ‘Si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano’. (...) Le dice Jesús: ‘Tu hermano resucitará’. ‘Ya sé, le respondió Marta, que resucitará el último día, en la Resurrección.’ Jesús le respondió: ‘Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?’ Le dice ella: ‘Sí, Señor, yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que había de venir al mundo.’” (Juan 11, 21-27).
..................................................................... En mi opinión, la rehabilitación de la víctima Jesús de Nazaret, y con él de todas las víctimas de la historia -presentes, pasadas y futuras-, es el elemento principal y central de la Buena Noticia del cristianismo. “El Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres, ha glorificado a su siervo Jesús, a quien vosotros entregasteis…al Señor que lleva a la Vida hicisteis morir. Pero Dios le resucitó de entre los muertos, y nosotros somos testigos de ello. (…) Vosotros sois los hijos de los profetas y de la alianza que Dios estableció con vuestros padres al decir a Abraham: ‘En tu descendencia serán bendecidas todas las familias de la tierra’. Para vosotros, en primer lugar, ha resucitado Dios a su siervo y le ha enviado para bendeciros”. (Hechos 3: 13, 15, 25) “Porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado. Y esta es la voluntad del que me ha enviado: que no pierda nada de lo que él me ha dado, sino que lo resucite el último día.” (Juan 6, 38-39). Es nuestra principal esperanza. ................................................................... Creo que la muerte de cada ser humano no es una extinción sino un paso a la vida eterna, pero no por necesidad de la naturaleza humana, sino por GRACIA del Amor de Dios. El caso de la muerte/resurrección de Jesucristo, en cambio, es un caso singular. Su resurrección a la vida eterna se debe a la NECESIDAD ABSOLUTA de su naturaleza divina, es decir a la necesidad absoluta del Amor de Dios. La gracia otorgada a la naturaleza humana NO se aplica a la resurrección de Jesucristo, sino que brota de ella. Su naturaleza divina, al resucitar necesariamente por necesidad absoluta del Amor de Dios, “arrastra” a su naturaleza humana, y con ella a todos aquellos con quienes él quiso compartirla.
-02Una persona no está determinada por las moléculas que constituyen su cuerpo. De hecho, esas moléculas van cambiando continuamente durante la vida; se van captando nuevas de los alimentos, y se van desechando otras en las células muertas. Las células muertas van a restituir al medio sus moléculas, que pueden llegar posteriormente a integrarse en alimentos de otras personas. De manera que cualquier persona puede poseer en su cuerpo, en un momento dado, moléculas que han formado parte de los cuerpos de otras personas todavía vivas o ya muertas.
El conjunto de moléculas, organizadas en células, que constituye un cuerpo en un momento dado, es sólo el soporte –el “hardware”— de las funciones y relaciones vitales que realiza la persona según su programa genético, su mente y su memoria –su “software”. Esto último es lo que realmente determina a la persona, y la hace persistente a través de los cambios que experimenta su cuerpo durante su vida. Por eso, resucitar a una persona no sería revitalizar sus células, recogiendo las moléculas que constituían su cuerpo en el momento de su muerte. Eso sería “revivificar un cadáver”. Resucitarla no sería eso, sino volver a hacer “funcionar” su mente y su memoria según la particular programación genética que le era propia, aunque fuese mediante otras moléculas distintas. Las moléculas son intercambiables y renovables; el genoma, la mente y la memoria, son únicos. Resucitar el cuerpo no sería revivificar sus células, sino “resuscitarlo”: reimplantar su “software” propio en un nuevo “hardware”. Entonces, esa “reimplantación”, que sería la “resurrección”, no requeriría recoger ni guardar las moléculas antiguas. Sólo necesitaría de la información acerca de todo el “software” propio y determinante de la persona. Si toda esa información está guardada de alguna manera en una cierta Memoria permanente, entonces podrá estar disponible aunque sea en un futuro muy remoto. Y la resurrección corporal de la persona podrá efectuarse gracias a esa Memoria, aunque las moléculas que poseía cuando murió se hayan perdido definitivamente, o estén por ahí constituyendo otros cuerpos. Pienso que una resurrección de este tipo, si tiene que ser una genuina resurrección para la vida eterna, –no resucitación a esta vida temporal actual, ni revivificación de un cadáver, ni reencarnación, ni reanimación, etc— no es un fenómeno histórico normal. No pertenece a un momento y a un lugar del espaciotiempo normal, sino al “último día” de la historia, al fin de los tiempos. Es un fenómeno escatológico. En el tiempo público universal en que solemos hablar, podemos suponer que el “fin de los tiempos” (lo que llamo “el umbral de la emergencia última”) se sitúa en un remotísimo futuro, digamos (por decir algo) dentro de miles de millones de años. Entonces, el lapso temporal entre una muerte y la resurrección correspondiente, hablando en ese tiempo universal, sería de miles de millones de años (para esta era actual de la historia humana). Lo dicho, a mi parecer, vale para cualquier muerte/resurrección y con mayor razón para la muerte/resurrección de Jesucristo, que es la primicia, el prototipo y la fuente de todas las muertes/resurrecciones. Sin embargo, el punto de vista del tiempo público universal no es el único posible. Desde el punto de vista de la persona que muere/resucita, la cosa es diferente. Pienso que entre su muerte y su resurrección no existe de ningún modo esa persona; no existe un “fantasma” que “perviva” a la muerte y “esté en algún sitio esperando”. No; después de la muerte sólo subsiste la información que determinaba a esa persona, en la “memoria de Dios”. Dios, basándose en esa Memoria, resucita a la persona –reimplanta su información— en el tiempo final; entonces resurge, renace la persona; pero para ella, experiencialmente, no ha habido lapso temporal intermedio: experimenta su muerte y su resurrección como simultáneas, porque no ha tenido conciencia del tiempo transcurrido (como durante una operación en la que ha estado sumida en la más eficaz de las anestesias).
En el caso de Jesucristo, hay también el punto de vista de los discípulos, que fueron testigos de su resurrección. Pienso que recibieron una comunicación especial de parte del Espíritu de Dios, anunciándoles la Resurrección (de Jesús, y en consecuencia de TODOS) y sacándolos del tremendo trauma en que estaban sumidos desde la crucifixión. Ellos experimentaron esa comunicación del Espíritu como vivencias espirituales extraordinarias, que contaron después en forma de visiones y apariciones. Al narrarlo en los evangelios, situaron el comienzo de esas experiencias tres días después (o mejor dicho al tercer día, hablando en días judíos de la época evangélica) de la muerte de Jesús en la cruz. ¿Por qué tres días? Pudo ser porque efectivamente empezaron a experimentar esa comunicación del Espíritu al tercer día, o porque escogieron una cifra simbólica, el 3, (como se hace frecuentemente en la Biblia) para representar esa diferencia temporal cuantitativa y cualitativa que hay entre el momento de una muerte histórica y el “momento escatológico” de la resurrección. Aunque se trate de la resurrección de Jesús, que ellos (los discípulos y las discípulas) conocieron “prolépticamente” –con la certeza de la fe, que troca la incertidumbre del futuro por la certeza del pasado— por gracia especial del Espíritu, que “unió” el momento final de los tiempos con el momento histórico de la muerte de Jesús –pero “3 días después”— en la conciencia de los discípulos, y de sus sucesores y herederos a lo largo de la historia. Para que esto haya ocurrido no fue necesario que el sepulcro de Jesús haya estado vacío. Pudo ocurrir perfectamente en presencia de su cadáver. Lo único que puede objetarse es la dificultad psicológica que pudieron tener los discípulos en aceptarlo así, puesto que ellos no pudieron hacer un razonamiento como el precedente. Por eso, lo más probable es que el cadáver de Jesús haya estado inaccesible para ellos, perdido o destrozado. Sea como sea, ellos creyeron –por gracia del Espíritu— el hecho real de la resurrección de Jesús, y eso es lo que intentaron transmitirnos a su manera. Quisieron dejar bien en claro que no concibieron la resurrección de Jesús como un mero “hecho moral”, ni como una creencia piadosa o un anhelo consolador, o como la continuación en ellos de su causa. No; sino como un hecho completamente objetivo y real, que –por gracia del Espíritu— conocieron anticipadamente en un hecho histórico de su época. -------Que quede bien claro que yo afirmo positivamente la resurrección de Jesucristo –al fin de los tiempos, pero comunicada por el Espíritu Santo desde un hecho histórico hace casi 2000 años, con plena certeza. Y, consiguientemente, la resurrección de TODOS por/con/en él, también al fin de los tiempos, pero experimentada en el momento de la muerte de cada uno. Creo que este acontecimiento “cambió la historia para atrás y para adelante… desde el principio, hasta el final”, por supuesto. Entonces está claro que he querido apoyar que: “en la resurrección de los muertos se siembra corrupción, resucita incorrupción; se siembra vileza, resucita gloria; se siembra debilidad, resucita fortaleza; se siembra un cuerpo natural, resucita un cuerpo espiritual.”
--------- Jesucristo resucitado se nos hace presente, como se hizo presente a sus discípulos en su experiencia pascual, mediante la comunicación de su Espíritu Santo. Por eso podemos decir, no sólo como una anticipación, sino como una realidad actual, que Jesús ‘resucitó’, y ‘vive resucitado a la diestra del Padre’. La prolepsis por vía del Espíritu Santo no es una mera anticipación, sino una auténtica actualización. - Dios no quiso resucitarnos solamente a una vida igual o algo mejor que la antigua, sino comunicarnos su propia Vida divina y eterna. Para esto quiso incorporarnos al Cuerpo Místico de su Hijo, quien compartió la naturaleza divina con nuestra naturaleza humana, por la Encarnación. Una resurrección así, a la Vida eterna de Dios mismo, requiere imprescindiblemente de la resurrección del Hijo de Dios, como primicia y prototipo, para que podamos resucitar por/con/en él. - El verbo “actualizar”, según el diccionario de la RAE, tiene varias acepciones. La primera acepción de ese verbo es “hacer actual algo, darle actualidad”; y esta acepción parece la más natural a cualquiera. Entonces, según esta primera acepción, lo que he querido decir es que nuestra prolepsis, si es por vía del Espíritu Santo, es un auténtico hacer actual la resurrección de Jesucristo para nosotros. O, como afirma una amiga mía muy querida: “la actualización no crea la resurrección sino que nos la hace conocer y nos sitúa en esa realidad, haciéndola actual para nosotros, aunque sea real independientemente de nosotros”. - Para Dios no rige el tiempo. El tiempo es su creatura, que rige para nosotros. Para nosotros hay un “antes” de la Encarnación, puesto que para nosotros ésta es un hecho histórico; pero para Dios no hay ese “antes”. Quiso “desde toda la eternidad” salvarnos mediante su encarnación, libérrimamente, desde el “principio”; y así lo hizo, dentro de su creación. Por eso es omnipotente. “Lo último en la realización es lo primero en la intención de Dios”. - Dios no necesitó de un ‘prototipo’ para guiarse en su ‘trabajo’ de resucitarnos. Lo que quise decir usando ese término es que la resurrección de Jesucristo es la única necesaria –a causa de su naturaleza divina—, y que es la fuente de posibilidad de todas las demás resurrecciones –a causa de su naturaleza humana solidaria con todas las naturalezas humanas. Tampoco aquí hay un “antes”: Dios ‘supo’ siempre cómo hacerlo, pues así lo planeó “desde toda la eternidad”. - Crear y encarnarse se realizan en un mismo acto intemporal, para Dios (no para nosotros). Dios es “acto puro”; todo lo que Él ha hecho lo ha hecho “desde toda la eternidad”. Como dice también mi ya citada amiga: “Dios no cambia, es siempre el mismo, el creador y redentor; y para Él las dos cosas vienen juntas y su Espíritu está en ambas.”
-03Se refiere alguien a mi aparentemente extraña idea de la “supervivencia de la información concerniente a cada ser humano en la memoria divina”. Pero lo que yo he pretendido expresar es una idea mucho menos extraña, a una mentalidad moderna y cristiana, que la consabida idea tradicional de “alma inmortal” (o “corporeidad espiritual natural que pervive a la muerte del cuerpo”). Ésta sí, la de “alma inmortal”, es una idea platónica que puede remitirse a un arquetipo que “ya estaba desde el inicio en la memoria divina, en el Hombre Primigenio”, pero resulta totalmente incompatible con la antropología moderna no-dualista, e incompatible también con la auténtica fe cristiana, a pesar de que históricamente se haya pretendido – y conseguido, en la creencia popular— amalgamarlas. Para ilustrar este último punto, el de la incompatibilidad entre la fe cristiana y la idea de “alma inmortal”, puede ser útil leer el interesantísimo escrito del famoso teólogo luterano Oscar Cullmann, titulado “¿Inmortalidad del alma o resurrección de los muertos?”, de donde voy a citar lo siguiente: “La fe en la inmortalidad del alma no es una fe en un acontecimiento que revolucione todo. La inmortalidad, en realidad, no es más que una afirmación negativa: el alma no muere (continúa viviendo). La resurrección es una afirmación positiva: el hombre entero, que está realmente muerto, es llamado a la vida por un nuevo acto creador de Dios.” La concepción de “supervivencia de la información concerniente a cada ser humano en la memoria divina” quiere ser un lógico hilo conductor entre la muerte total y completa que corresponde a la antropología no-dualista moderna, y la resurrección en el concepto cristiano de acto creador renovador de Dios. Si no fuera por el largo hábito histórico de aceptar la fe cristiana conjuntamente con el “alma inmortal”, este “hilo conductor” que apela a la “memoria de Dios” parecería mucho menos extraño al cristianismo que el concepto habitual. Aunque, desde luego, sigue siendo algo misterioso, imposible de explicar para el conocimiento científico actual. La “información que determina y caracteriza a cada ser humano” es un concepto abordado por la ciencia que estudia la genética y la relación mente-cerebro, entre otras cosas. Claro que la ciencia actual no puede explicar –por ahora- como podría conservarse esa información después de la muerte física, en “la memoria de Dios”. Yo no soy nada amigo de teorías extravagantes a-científicas, pero como no es posible – todavía— ofrecer una explicación científica reconocida y aceptada, y no quiero que se relacione esta concepción con un antiguo idealismo platónico sino con desarrollos modernos, voy a remitir a un interesante libro de Ervin Laszlo que trata del tema: “El cosmos creativo”. En todo caso, quiero dejar en claro que mis ideas van por el camino del emergentismo, no del idealismo. ............................................................... Para mí, el pasaje de la “resurrección de Lázaro” –que a pesar de su importancia decisiva en el evangelio de S.Juan no aparece en los sinópticos (lo que es difícil de aceptar si se tratara de un hecho histórico)— es un teologúmeno destinado esencialmente a destacar que la fe personal en Jesucristo es fuente de vida eterna.
Sin embargo, Lázaro no resucita a una vida eterna; su “resurrección” no es sino una metáfora de la verdadera Resurrección. En realidad, pienso que todo el pasaje tiene un fuerte sentido metafórico, alegórico. Explico a continuación lo que me sugiere. Las palabras de Marta y de María: “Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto”, suenan como un justificado reproche a Jesús, sabiendo que “Jesús quería mucho a Marta, a su hermana y a Lázaro. Sin embargo, cuando oyó que éste se encontraba enfermo, se quedó dos días más en el lugar donde estaba.” A mí me parece que esto alude alegóricamente al sentimiento que muchos expresan diciendo: “Si Dios existiera, estas desgracias no ocurrirían”. Un sentimiento que está justificado por la aparente ausencia de Dios, por el silencio de Dios ante las terribles injusticias y catástrofes que nos angustian. Sin embargo, Jesús dice: “esta enfermedad no es mortal; es para gloria de Dios… Nuestro amigo Lázaro duerme, pero yo voy a despertarlo… Y Jesús lloró. Los judíos dijeron: ‘¡Cómo lo amaba!’. Pero algunos decían: ‘Este que abrió los ojos del ciego de nacimiento, ¿no podría haber impedido que Lázaro muriera?’”. Me parece que alude a que Dios quiere atender a nuestras angustias con el propósito de curarlas. Dios llora, solidarizándose con nosotros, porque nos ama. Pero algunos preguntan: “Si Dios es todopoderoso, y bueno y amoroso, ¿no podría haber hecho un mundo justo y feliz?” La respuesta definitiva de Jesús está en su acto: “‘Quiten la piedra’. Marta, la hermana del difunto, le respondió: ‘Señor, huele mal; ya hace cuatro días que está muerto’. Jesús le dijo: ‘¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?’… gritó con voz fuerte: ‘¡Lázaro, ven afuera!’. El muerto salió”. Alude a la respuesta definitiva de Dios, que hará “un cielo nuevo y una tierra nueva” cuando manifieste abiertamente su gloria y nos resucite a todos para participar de su Vida eterna por su Espíritu en el Cuerpo Místico de su Hijo. Una Resurrección que empieza aquí y ahora, por la fe personal en Jesucristo. La acción resucitadora de Dios se efectúa por medio de Jesucristo. La resurrección de TODOS es por/con/en Jesucristo. ................................................................... Es comprensible que alguien no quiera pensar en la muerte. ¿Para qué, si no tiene remedio? Dos principios suelen guiar su pensamiento y su acción: la utilidad práctica de sus actos para consigo mismo y para con los demás, y el aprovechamiento del momento presente (“Carpe Diem”). Lo que caiga fuera de esto, mejor no pensarlo ni tenerlo en cuenta. Sin embargo, la mente humana es más inquieta. Quiere comprender el universo, quiere entender los porqués de la existencia, quiere averiguar el pasado y el futuro. Quiere preguntarse (y responderse): ¿por qué tiene que sufrir el inocente mientras disfruta el perverso? ¿Hay rehabilitación y justicia para las víctimas del pasado? ¿Podré volver a encontrar a mis queridos familiares y amigos ya muertos? ¿Tiene sentido el esfuerzo de la historia? Etc, etc.
Durante muchos siglos, millones de personas han buscado respuesta a esas preguntas. Algunas en la filosofía, pero la inmensa mayoría en la religión. Muchísimas en el cristianismo. Según Ferrater Mora (en la entrada “muerte” de su diccionario), “Platón afirmó que la filosofía es una meditación de la muerte. Toda vida filosófica, escribió después Cicerón, es una commentatio mortis. Veinte siglos después Santayana dijo que «una buena manera de probar el calibre de una filosofía es preguntar lo que piensa acerca de la muerte»”. ¿Les diremos que es inútil ocuparse de hacer esa filosofía? Para Ernst Bloch, según Braaten, “la clave de la existencia humana está en las esperanzas que tiene el hombre acerca del futuro de la humanidad y del mundo. Lo que enciende el espíritu del hombre en la actualidad es la radiación que emana de “la promesa de una patria ‘trascendente’, donde todos los que ahora sufren, se esfuerzan, y se sienten inacabados, encontrarán su verdadera identidad. Se intenta descubrir el significado último de la existencia humana”. ¿Le diremos que estas preocupaciones son absurdas porque no tienen valor práctico inmediato? ¿No será más bien que las respuestas que han hallado muchos, cada uno a su manera, han conseguido modelar y dar sentido a sus vidas, y les han dado ánimo para obtener logros respecto de sí mismos y de los demás? ¿No será tener una visión demasiado estrecha opinar otra cosa? ¿No tendríamos que “abrir el zoom” para entender todo esto, y entender así mejor el auténtico cristianismo?
-04Es notable que cuando se habla de la salvación, de la resurrección a la vida eterna, todo el mundo piensa en su salvación propia particular, y coincide en que le parece algo poco preocupante. Acabamos de verlo en este hilo: María Pilar: “ni la muerte ni la salvación me preocupan en absoluto”. Javier: “creo que cuando se ha vivido a satisfacción completa, plenamente, se necesita menos o nada pensar en otra vida después de ésta, porque estás disfrutando muy a gusto de ésta, y en esta vida es de lo más natural morirse cuando llega el momento en que el cuerpo lo solicita. (…) Si luego hay otra vida en la que el Reino se perfecciona con nosotros, no es cosa de darle ahora muchas vueltas” . Pepe S.: “dejé de pensar (no tenía tiempo para ello) en la salvación de mi alma. Si alguna vez acudía la idea, simplemente la desechaba… constato la gran inquietud que sigue creando el tema de la salvación. Y constato también que a mí no me supone ninguna inquietud”.
Con eso demuestran tener un talante filosófico diferente del de los filósofos que he citado: Platón, Cicerón, Santayana, Bloch…, y tantos otros que no he citado, como p.ej. Unamuno. Sin embargo, lo comprendo. Lo que no comprendo es que no piensen también en la necesidad que tienen de salvación, de justicia y de rehabilitación, tantas víctimas inocentes que vieron malogradas sus vidas. No se trata de que nos asuste o no nos asuste demasiado pensar en nuestra propia extinción. Se trata de que sí nos asusta y nos angustia pensar en esas ¡tantísimas! víctimas inocentes que se habrían extinguido sin obtener la justicia y la felicidad que les correspondía. ¿No creen que las víctimas, tales como: -un niño muerto de hambre en un país del tercer mundo -una mujer asesinada a golpes por su cónyuge -un emigrante ahogado al naufragar su patera -un feto abortado antes de nacer -un muerto de SIDA o de cáncer -un inmigrante quemado a lo bonzo para pedir acogida para su familia etc., etc., etc., deben inspirarnos el deseo de que sean rehabilitadas, salvadas a una vida que no pudieron tener? (Además de que debemos plantearnos hacer algo para evitar que eso siga ocurriendo, por supuesto). ¿Será que esto no lo pensamos porque lo consideramos imposible? ¡Pero si el mensaje cristiano afirma que Dios mismo se hizo víctima en Jesucristo, para rehabilitar y salvar con/por/en él a todas las víctimas! Y Pablo nos recordó que: “¡Si solamente para esta vida esperamos en Jesucristo, somos los más lastimosos de todos los hombres!” (1 Corintios 15, 19). ................................................................... Escribe Hans Küng, en su libro “¿Vida eterna?”: “Muy de otra manera que entre los egipcios, donde la momia necesariamente debe permanecer intacta para la vida eterna, para el Dios de Israel no hay límites establecidos, ni siquiera por mutilación corporal o por destrucción física. Estos textos veterotestamentarios muestran que la fe en la resurrección de los muertos es una consecuencia de la fe en el Dios creador. Aquí se pone de manifiesto lo particular, lo distintivo de las expectativas judías de la resurrección, que tan distintas son -no obstante sus coincidencias en cuanto a una existencia celeste inmediatamente después de la muerte- de las expectativas helenístico-platónicas de la inmortalidad. Pues para el Antiguo Testamento el alma humana no sobrevive por sí misma, en razón de su esencia espiritual y divina; el hombre entero es más bien resucitado por obra de Dios: por el milagro de una nueva creación, milagro que se basa en la fidelidad de Dios a su criatura. De esta manera nada, ni siquiera el mundo inferior o sheol se sustrae a la soberanía de quien es el creador de todo.
(…) Podemos encontrar una infinidad, un tanto desconcertante, de concepciones apocalípticas sobre la resurrección y el juicio final: Unos anunciaban la resurrección de todos antes del juicio final, para recibir la sentencia de salvación o condenación; otros, únicamente la resurrección de los justos tras el juicio final, para participar en la salvación eterna. Distintas también eran las concepciones de la edad dorada, que se esperaba inmediatamente después de la inminente transición y se pintaba con rasgos cada vez más concretos: Unos pensaban más en un reino terreno-mesiánico-nacional (eventualmente también universal); otros, en cambio, bien por la conservación, bien por la destrucción o transformación de este mundo, en un reino cósmico, en un nuevo cielo y en una nueva tierra. Todas las posibles variaciones y combinaciones tenían aquí cabida.” Pero, para los discípulos-as de Jesús, la experiencia de Jesús resucitado fue una inmensa sorpresa y revelación. No de que era posible la resurrección de los muertos como alternativa a la extinción, sino de que: -El “último día”, el “juicio final”, ha comenzado ya. Ya, aunque todavía no del todo. El reino/reinado de Dios es realmente presente además de futuro. -La resurrección de Jesucristo es la primicia y el prototipo de la resurrección de todos; la resurrección es por él, con él, en él. La muerte/resurrección de Jesús ha sido “por nosotros”, para hacer posible la resurrección y la salvación de TODOS. -El criterio de salvación no es el cumplimiento de la Ley y la descendencia de Abraham, sino la fe en Jesús y el seguimiento de Jesús, el judío marginal defensor de los marginados y de los pecadores, que fue condenado y ejecutado por rebelde y blasfemo. -La resurrección no es ‘revivificación’ ni ‘espiritualización’. Es ‘nueva creación’ obrada por Dios “ex-vétere”: a partir de la creación antigua. Abarca a la creación entera y nos compromete como co-creadores y co-redentores. --------Por él, con él y en él. Si fuera sólo en el sentido simbólico de que habla Mariano, como expectativa y reconocimiento de la justicia divina merecida por un hombre que entregó su vida a los demás, como otros muchos, entonces la resurrección sería para los “hombres de buena voluntad”, que experimentan esa ansia de justicia. Pero yo creo que la resurrección es intención e iniciativa de Dios. Depende exclusivamente de Su benevolencia, no de la buena voluntad de los seres humanos. Realiza esta obra de benevolencia tomando Él la iniciativa y solidarizándose con TODOS los seres humanos, por mala voluntad que tengan (tengamos). Por eso, la resurrección que ofrece Dios por Jesús, con Jesús y en Jesús no es a los “hombres de buena voluntad”, sino a los “que Dios ama”, es decir a TODOS, empezando por los más menesterosos e indignos. No es un símbolo experimentado por la expectativa y la confianza de la buena voluntad humana, sino una acción gratuita dispensada por iniciativa de la benevolencia divina.
...................................................................... Un conocido aforismo dice: “vive de tal manera que tu muerte sea una injusticia”. La muerte de una persona cualquiera puede ser considerada fácilmente una injusticia desde el punto de vista de los que la han amado: su madre, su padre, su pareja, sus hijos, sus amigos, etc. La muerte de muchas personas puede ser considerada injusta desde el punto de vista de su sociedad, de su cultura, de su moral. Pero la muerte de un individuo humano no es nunca una injusticia desde el punto de vista global del proceso cósmico, sino un bien necesario. Una persona no tiene la importancia cósmica suficiente para hacerla inmortal. Un individuo es sólo una minúscula instancia de la vida, en un minúsculo planeta del inmenso universo. Después de haber vivido su minúscula vida –bien o mal— es conveniente que desaparezca para hacer sitio a otras y que así el proceso continúe. Para que la muerte de un ínfimo y efímero individuo humano pueda ser considerada objetivamente una injusticia, y esa injusticia pueda ser reparada, es necesario que Dios mismo “apueste” por ese individuo, por encima de las leyes del proceso cósmico. Es necesario que Dios se solidarice con ese individuo humano cuya vida haya sido tal que su muerte sea una injusticia desde el punto de vista de Dios. Esto es lo único que puede garantizar que esa muerte individual sea transformada en nueva vida, porque sólo Dios es el Señor de la Vida. Jesús es ese individuo humano –hijo de hombre (“bar-nasha” en arameo)— cuya vida fue de tal manera que su muerte fue una injusticia desde el punto de vista de Dios. Así lo experimentaron sus discípulos-as, en contra de la “justicia” de su sociedad, en contra de lo que esa sociedad consideraba la justicia de Dios. Pero fue así porque Jesús –y Dios en él— quiso considerar una injusticia el sufrimiento y la muerte de cualquier persona, especialmente de las víctimas más evidentes. ................................................................... Cada persona recibe de Dios el don gratuito de la salvación, de la resurrección. Y lo recibe porque Dios se entrega a ella, y a TODOS, haciéndose cercano, prójimo, rebajándose con inmenso respeto y amor-ágape para preservar la libertad de la persona. Su entrega llega hasta la más profunda solidaridad con la condición humana ínfima y efímera, “caída” no respecto de un estado mítico pasado (“proto-lógico”) sino respecto de su ideal de plenitud futuro (“escato-lógico”). Dios, apenado y preocupado intensamente por los males y sufrimientos de sus criaturas, escucha –desde toda la eternidad, desde el “principio” (y el “fin”)— el clamor de las víctimas, que gimen en su condición precaria y limitada. Dios es consciente de los males físicos y morales de todo tipo que deben soportar en el mundo –su Creación— como coste inevitable de la libertad. Y decide –desde el “principio” (y el “fin”) eterno de los tiempos— no mantenerse al margen, sino implicarse personalmente en el rescate. Actúa en la historia. Se hace hombre, para
solidarizarse con las luchas y los sufrimientos de los seres humanos dentro de su propia historia. Jesús de Nazaret es el mismo Dios hecho ser humano. Su vida discurre como la de un ser humano que actúa según el criterio de Dios, según el juicio de Dios sobre los asuntos humanos. Su muerte es el desenlace violento, inevitable debido a la brutal contradicción entre el criterio de Dios y los criterios humanos. En su muerte, en virtud de su naturaleza de “Dios encarnado”, Jesús “arrastra” al mismo Dios –cumpliendo la propia voluntad de Él— a correr la suerte más extrema de la condición humana, haciéndole víctima, como sus criaturas. Pero un tal anonadamiento de Dios implica necesariamente una restauración, una reparación de su divinidad. Esta es la NECESIDAD por antonomasia, la más fuerte necesidad, el origen de toda necesidad. Y como la suerte de Dios ha sido unida por Jesús a la suerte de los seres humanos –en virtud de su completa solidaridad con ellos— éstos se verán ahora “arrastrados” por la restauración divina: la resurrección de Jesucristo es la primicia de la resurrección general de TODOS a una Nueva Creación, en plenitud de solidaridad íntima y eterna con Dios por/con/en Jesucristo. En su glorioso Cuerpo Místico por gracia del Espíritu. Esta Nueva Creación es un inmenso “plus” sobre la Creación Antigua, pero no ocurre al margen e independientemente de ésta, sino que emerge de ella como una obra de transformación en la que estamos llamados a colaborar todos –aunque sea infinitesimalmente-, siguiendo el ejemplo de Jesús.
-05La muerte de Jesús en la cruz significó la culminación de la doble “kenosis” de Dios (redentora y creadora). Pero por tratarse DE DIOS, a esta kenosis le sucede necesariamente, con necesidad absoluta, una restauración (reparación, “anaplerosis”) que también es doble: La restauración redentora es re-suscitación de Jesús y culminación de la restauración creadora: re-suscitación, por/con/en Jesús, de todos los seres humanos a una Nueva Creación escatológica. Todo ello efecto de la completa solidaridad de Dios en Jesús. En otras palabras, al haber sido la vida/muerte de Jesús la solidaridad completa DE DIOS, es absolutamente necesaria la re-suscitación gloriosa de Jesús que “arrastra” consigo, en virtud de esa solidaridad, a todos los seres humanos y a la Creación entera. ................................................................. Dios escribe derecho sobre renglones torcidos. Para preservar la autonomía y la libertad de sus criaturas, ha debido soportar que ellas le “tuerzan los renglones”, haciéndole trabajar duramente para “escribirles derecho”.
Pero eso no significa, naturalmente, que Él quiera renglones torcidos. Ni que quiera enderezarlos a la fuerza. Al contrario. Nos pide que procuremos nosotros, voluntariamente, enderezárselos en la dirección de su escritura. ................................................................. El problema no está en aceptar que Jesús fue un abnegado amante de la vida, de la felicidad, de los necesitados, de Dios. Ni en comprender que un abnegado así acabe pereciendo ante el poder. El problema está en entender por qué un abnegado así tiene que ser re-suscitado por Dios y por qué su re-suscitación es para ser compartida por todos los seres humanos, incluidos “los ingratos y los perversos”. La única respuesta es que Dios mismo lo ha hecho. Que la abnegación de Jesús representó plenamente la abnegación de Dios mismo por amor a todos los seres humanos, incluidos los ingratos y los perversos. Por eso fue Jesús necesaria y ciertamente re-suscitado, y por eso su re-suscitación se comunica a todos los humanos. Sólo así tiene sentido. Sin esto, todo habría sido inútil. El ejemplo de abnegación más sublime puede servir de guía al perfeccionamiento de los más capaces y esforzados, pero no sirve para la salvación eterna de todos los seres humanos, incluidos los ingratos y los perversos. Jesús no fue sólo un ejemplo de abnegación humana, sino la salvación gratuita de lo humano ofrecida por un Dios abnegado y solidario. --------Si Jesús era la abnegación solidaria de Dios mismo, entonces su re-suscitación fue absolutamente necesaria, y también la de todos los seres humanos con los que se solidarizó, incluídos los ingratos y los perversos. Pero esa frase (condicional) es sólo el reverso de la experiencia (incondicional) de que: Jesús se manifestó como cierta y necesariamente re-suscitado, por la obra actualizadora del Espíritu en la experiencia pascual de sus testigos. Entonces es que Jesús era la abnegación solidaria de Dios mismo, para comunicar la re-suscitación suya a todos los seres humanos, incluídos los ingratos y los perversos. ¡Aleluya! Porque la re-suscitación de Jesús implica la plena confirmación y ejecución, por Dios, de su profecía escatológica. ¡Aleluya!
................................................................. Me parece que muchas personas modernas, de mentalidad científica, pensarán que eso de que “el amor nos salva para la vida eterna” es sólo la expresión de un bello deseo, una ilusión completamente infundada. Dirían: “No basta con desearlo para que sea cierto. Si lo hemos de creer así, tiene que ser por algún motivo que pueda considerarse objetivo.” Si replicamos que se basa en nuestra confianza en un Dios infinitamente bueno y justo, que si nos ha creado con ese deseo tiene que ser para satisfacerlo, entonces debemos aceptar que nuestro deseo se satisfará de la manera que Dios quiera: Su proyecto, no el que a nosotros nos parezca. Y si algo decimos de cierto acerca de ese proyecto, será lo que Dios nos haya querido comunicar. Si creemos que Dios nos ha comunicado un plan para hacerlo realidad, es que tenemos fe, y podemos hablar de esa fe. (Es mi caso, a partir de la fe de las primeras comunidades cristianas del siglo I). Si pensamos que Dios no nos ha comunicado nada, entonces nada podemos afirmar. Confiamos en saber el “qué”, pero no sabemos el “cómo”. Si no tenemos fe en la comunicación de Dios, no sabemos nada. La evidencia y la racionalidad nada nos dicen acerca del “cómo”. Lo que afirmemos serán puros “buenos deseos”. Buenos deseos puede tener cualquiera, pero no constituyen base de una esperanza firme, como la de los primeros cristianos-as, que dieron su vida por ella. Ellos se basaron en su experiencia de la resurrección de Jesús; creyeron y expresaron el valor salvador único de la vida y muerte de Jesús tal como fue (e, hipotéticamente, cualquiera que fuera circunstancialmente, si estuviera dentro de la fidelidad total a su misión). Los primeros cristianos-as nos transmitieron la Buena Noticia de que la salvación para la vida eterna es posible por/con/en Jesús, gracias al Amor salvador de Dios hacia TODOS los seres humanos, manifestado y dispensado en Jesús. Esa Buena Noticia ha logrado ser transmitida a través de los siglos, y ha llegado hasta nosotros. Por eso creo yo (como muchos) en el poder salvador (para TODOS) del Amor, y, gracias a éste, incluso de cualquier amor, se sepa o no, se crea o no. Por cierto, yo también rechazo decididamente la interpretación “expiatoria” o “propiciatoria” de la vida/muerte de Jesús; pero creo en la interpretación “solidaria”, que mantiene incólume su pleno sentido salvífico. Y rechazo el pensamiento (anticientífico, neo-pelagiano) de que la salvación eterna de las personas está incluida en el proceso evolutivo sin necesidad de esta redención solidaria en Jesús por parte de Dios.
-06Para muchos piadosos judíos del siglo I, la resurrección de un héroe que había muerto por defender la causa de Yahvé frente a sus enemigos, era cosa cierta. Tal como lo explica Lenaers, “se pensaba que Dios quedaba en deuda consigo mismo, en razón de su promesa de devolverles de alguna manera una vida plena a estos asesinados”. Esa resurrección ocurriría en el “último día”, como se afirma en este famoso pasaje del evangelio de Juan: “Dijo Marta a Jesús: ‘Si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano’.(…) Le dice Jesús: ‘Tu hermano resucitará’. ‘Ya sé, le respondió Marta, que resucitará el último día, en la Resurrección.’”. Ese “día” era también el “día del juicio”, en que Yahvé intervendría para juzgar a las naciones y restaurar a Israel. Era el “día” que había sido anunciado por Juan el Bautista. Sin duda, en la imaginación de los judíos, caía en un futuro remoto. Pero Juan el Bautista lo había anunciado como inminente. Y Jesús había afirmado que ya había comenzado. Los discípulos de Jesús habían esperado que se cumpliera cabalmente de un momento a otro en vida de Jesús, y con esa esperanza le habían seguido. Es lo que dicen los de Emaús, exactamente. Pero Jesús había muerto crucificado, entregado por las propias autoridades judías. ¿Seguía siendo inminente todavía ese “día” esperado? ¿Y resucitaría Jesús ese día? Muy dudoso, porque, al parecer de las autoridades religiosas, Jesús no había sido un héroe defensor de Yahvé, sino todo lo contrario. Era probable, pues, que todo hubiese sido un error; que el “último día” fuera todavía remoto, no inminente. Que, en todo caso, llegado ese día, Jesús no resucitara, sino otros. Que el “Reino de Dios” no fuera el predicado por Jesús, del que se sentían parte. Que los que iban a resucitar en el día del juicio serían los absueltos según el criterio de los sumos sacerdotes, no según el criterio de Jesús. Que ellos, sus discípulos, que esperaban ciertamente entrar a su Reino por haberlo seguido ilusionados, no fueran admitidos. Este era seguramente el estado anímico de los discípulos-as. Lo describe así Lenaers: “Los discípulos de Jesús primero habían pasado por una noche terrible de decepción, desatino y miedo, luego del prendimiento y la ejecución de su Maestro. Su sueño del Mesías victorioso y, especialmente, el sueño asociado de un éxito del pueblo y sobre todo de ellos mismos, había sido destrozado, y ahora estaba aniquilado. Estaban completamente por los suelos.” Hasta aquí todo es lo “normal”, lo esperable. Pero entonces viene lo extraordinario, lo inesperado. Un cambio radical, absolutamente sorprendente. Así lo cuenta Lenaers: “Pero después de un tiempo -quizás no exactamente al tercer día del calendariotuvieron una experiencia muy especial. La certeza inexplicable de que el Jesús que ellos veneraban, a pesar de su final lamentable, no era sin embargo un perdedor, sino que vivía, y aún con más intensidad y mayor plenitud que nunca. Esta experiencia los hizo conscientes de que la muerte de Jesús no marcaba el final de su expectativa mesiánica, y que en él se había cumplido lo que dice la Sagrada Escritura”. Este “tercer día según las Escrituras” quiere decir simbólicamente el “último día del mundo” (el ésjaton) hecho presente. Y en este día último/presente, Jesús se muestra vivo en plenitud. No sólo como se esperaba que se mostraran vivos los héroes de Israel,
con una “segunda oportunidad de vida en la tierra”, sino “exaltado a la diestra del Padre” en Su gloria eterna. ¿Qué produjo en ellos esta experiencia especial, esta certeza inexplicable que expresaron después no como una mera esperanza subjetiva de algo preformado en sus mentes, sino como la evidencia objetiva de algo que les costaba reconocer, que se les imponía y les apelaba con iniciativa? -Lo que lo produjo fue -en mi opinión como en la de Lenaers y en la de tantos, incluyendo a los mismos discípulos y sus sucesores- el misterio de la Fuerza de Dios, el Amor de Dios, el Espíritu de Dios, capaz de infundir Su Vida a “una realidad que supera cualquier bioquímica”: Jesús viviente. Y capaz de comunicarlo, actualizarlo, hacerlo presente por Su propia iniciativa en la mente de los discípulos-as. Fue por obra del Espíritu Santo que los discípulos-as llegaron a entender paulatinamente, con una convicción irreprimible, que: -El “último día”, el “juicio final”, ha comenzado ya. Ya, aunque todavía no del todo. El reino/reinado de Dios es realmente presente además de futuro. -La resurrección de Jesucristo es la primicia y el prototipo de la resurrección de todos; la resurrección es por él, con él, en él. La muerte/resurrección de Jesús ha sido “por nosotros”, para hacer posible la resurrección y la salvación de TODOS. -El criterio de salvación no es el cumplimiento de la Ley y la descendencia de Abraham, sino la fe en Jesús y el seguimiento de Jesús, el judío marginal defensor de los marginados y de los pecadores, que fue condenado y ejecutado por rebelde y blasfemo. -La resurrección no es ‘revivificación’ ni ‘espiritualización’. Es ‘nueva creación’ obrada por Dios “ex-vétere”: a partir de la creación antigua. Abarca a la creación entera y nos compromete como co-creadores y co-redentores. --------¿Cómo es posible entender una resurrección (re-suscitación) con una mentalidad moderna? Lenaers no se esfuerza demasiado, porque sabe que se trata de una realidad que queda más allá de cualquier compresión humana normal que funciona en base a un conocimiento empírico inmediato y habitual. La comprensión heterónoma de los antiguos tenía que quedarse corta, naturalmente. Lenaers rechaza convincentemente las ideas de “revivificación”, “alma inmortal reunificada al cuerpo”, “despertar”, “subir al cielo”, etc. Pero su explicación teónoma, en base a “proyecciones”, “fuerza que da vida y que no sigue estando encerrada en el tiempo y el espacio” de manera que “el ser humano que ama se vuelve un solo ser con él [Dios viviente] en la medida de su amor y participa en la misma medida en su riqueza de vida creadora”, no me parece suficientemente clara, sino más bien poética. Otras explicaciones en términos más prosaicos pueden complementarla, como esta del famoso físico y teólogo anglicano John Polkinghorne: “La materia de nuestros cuerpos por ella misma no puede ser de significación permanente para lo que significa ser una persona, porque esta materia está en continuo
cambio por el desgaste, la comida y la bebida. Tenemos muy pocos átomos en nuestros cuerpos que estuvieran hace cinco años. Lo que permanece es el patrón (pattern) dinámico y en desarrollo en que dichos átomos están ordenados. El alma –el yo real— es el patrón portador de una casi infinita y compleja información, constituido por la materia del cuerpo. En una palabra, el alma es la forma del cuerpo (notemos que en el sentido explicado, no en el aristotélico). El patrón, obviamente, se deshará en la muerte, pero me parece que es una esperanza perfectamente coherente que Dios recuerde el patrón que yo soy, manteniéndolo en el espíritu divino, para reconstituirlo entonces en un acto de resurrección. El contexto para este acto sublime de reencarnación será la nueva creación, un reino escatológico inagurado en el evento seminal de la resurrección de Cristo. En otras palabras, la esperanza cristiana no es la supervivencia, como si fuera la expresión de una inmortalidad humana intrínseca, sino la resurrección, la expresión de la eterna fidelidad de Dios.” --------“Si aceptamos los postulados de Einstein, el tiempo no es absoluto: lo que un observador mide es su tiempo, y otros observadores pueden medir tiempos diferentes del suyo si se mueven respecto a él. Pero una consecuencia interesante de la teoría es que no es ya la duración de un intervalo lo que varía de observador a observador: también lo hace el concepto de sucesos simultáneos. Dicho de otra manera: no tiene sentido decir que dos cosas ‘ocurren a la vez’. Podemos decir que yo veo dos sucesos ocurrir a la vez, pero no ir más allá. Tal vez yo sea el único que los vea ocurrir a la vez, y todos los demás observadores vean una cosa suceder antes que la otra. Sin embargo, lo que siempre se cumple en todos los sistemas de referencia es la causalidad: es decir, si algo es la causa de otra cosa en un sistema de referencia, ese algo siempre ocurre antes que su consecuencia en todos los sistemas de referencia.” Claro que para hablar de la resurrección no puede aplicarse simplemente la física de Einstein, porque no se trata de fenómenos físicos normales; pero pienso que puede hacerse el siguiente símil: De cada persona, la muerte y la resurrección son dos sucesos distintos, y puede decirse que –por gracia de Dios— la muerte es “causa” de la resurrección. Por lo tanto, no tiene sentido decir que sean sucesos simultáneos en términos absolutos, aunque sí tiene sentido decir que la muerte precede a la resurrección. Desde el punto de vista propio de la persona que muere, su resurrección puede verse simultánea a su muerte; sin embargo, desde el punto de vista del mundo (que sigue “moviéndose” –digamos— respecto de la persona muerta), ambos sucesos pueden distar muchísimo tiempo entre sí; y esto es tanto más cierto si aceptamos que toda resurrección ocurre -desde el punto de vista del mundo- al “fin de los tiempos”, en “el último día” según el evangelio (Juan 6, 39-40; 11, 24), tal como corresponde a un fenómeno no plenamente histórico sino lindante con la eternidad. En el tiempo público universal en que solemos hablar corrientemente, podemos suponer que el “fin de los tiempos” se sitúa en un remotísimo futuro, digamos (por decir algo) dentro de miles de millones de años. Entonces, el lapso temporal entre una muerte y la
resurrección correspondiente, hablando en este tiempo universal, sería de miles de millones de años. Pero desde el punto de vista de la persona misma que muere/resucita, la cosa es diferente. Pienso que entre su muerte y su resurrección no existe ya esa persona; no existe un “fantasma” que “perviva” a la muerte y “esté en algún sitio esperando”. No; después de la muerte sólo subsiste la información que determinaba a esa persona, en la “memoria de Dios”. Dios, basándose en su “memoria”, re-suscita a la persona (reimplanta su información estructural en un nuevo “cuerpo espiritual”) en el tiempo final; entonces resurge, renace la persona; pero para ella, experiencialmente, no ha habido lapso temporal intermedio: experimenta su muerte y su resurrección como simultáneas, porque no ha tenido conciencia del tiempo transcurrido (como durante una operación en que ha estado sumida en la más eficaz de las anestesias). A mi juicio, la realidad se ordena en una especie de gigantesca “escala” o “cadena”, cada uno de cuyos “peldaños” o “eslabones” es un nuevo nivel de existencia. Los seres humanos formamos el nivel más alto (más reciente, más complejo) conocido hasta ahora, pero seguramente pueden ir surgiendo muchos niveles adicionales en el futuro. Pienso que puede concebirse un Nivel Último, una Novedad Última, una Emergencia Final, en que se alcanzará –el “último día”— la trascendencia absoluta, la plenitud, más allá del tiempo y del espacio, más allá de la finitud, la multiplicidad y la contingencia. Imagino, y creo, que la resurrección a la vida eterna consiste en pasar directamente, por obra del Espíritu de Dios que re-suscitó a Jesús, de este limitado nivel humano que conocemos, a ese nivel último de plenitud ilimitada que es la Nueva Creación, el Cuerpo Místico de Cristo, la plenitud del reino/reinado de Dios que se inicia en germen en el presente -cualquier presente-.
-07La Vigilia Pascual del Sábado Santo comienza tradicionalmente fuera del templo, alrededor de una fogata que es “el fuego nuevo”. El templo queda atrás, silencioso, vacío y oscuro. Para mí, eso puede tener un significado cósmico-escatológico. El templo oscuro representa al universo llegado a su fin, y el “fuego nuevo” representa a la Novedad Última, emergida finalmente del cosmos, al fin de los tiempos y de la historia. Cuando se habla del fin del universo -de “escatología cósmica”- en la cosmología científica actual, se barajan varias hipótesis, la más admitida de las cuales es por ahora la del “universo plano”, que conduce a una nada final perpetua, a la disolución de toda la materia y la disipación de toda la energía útil. A una especie de excremento final. Pero es posible, creo yo, que la física actual no esté tomando en cuenta todos los factores, al atender reductoramente sólo al nivel físico más básico de la realidad. Puede que en la escatología cosmológica –acerca de las últimas cosas del proceso cósmico— ocurra algo similar a lo que pasa en la “escatología digestiva” –acerca de las últimas cosas del proceso digestivo— : se olvida que el producto final del proceso es la energía que constituye al organismo, y se atiende únicamente a los excrementos que son sus desechos.
Cuando los físicos hablan de las últimas cosas del proceso cósmico, del supuesto estado final del universo, sólo ven una enorme nada, un universo en que ya no hay sino vacío y más vacío. Desorden puro, entropía pura, desecho puro. Como los excrementos que parecen ser el final del proceso digestivo. Pero el verdadero final, la verdadera meta del proceso digestivo, es la energía que se obtiene de los alimentos y pasa a constituir el organismo. Así, análogamente, en la “escatología física cosmológica” también puede haber un error similar: el de ver solamente esa nada o entropía final, y no el verdadero producto último del proceso cósmico: la “Omega” o Fin del universo, que sirve de base para la construcción de la Nueva Creación de Dios. Yo veo ese estado final escatológico simbólicamente representado –y sacramentalmente anticipado— en el templo vacío y oscuro, por un lado, y la fogata del “fuego nuevo” por otro. El templo silencioso y oscuro es el estado final vacío y oscuro del universo, y la fogata es la plena y luminosa Omega, la Novedad Última que emergerá como verdadero producto final del tiempo y de la historia. En este “fuego nuevo” se enciende un gran cirio, el “cirio pascual”, mientras se recitan las siguientes palabras: “Cristo ayer y hoy, Principio y Fin, Alfa y Omega. Suyo es el tiempo y la eternidad.” El simbolismo es claro: en la Novedad Última el Padre ha resucitado a Jesucristo, por el fuego nuevo de Su Espíritu. El cirio pascual encendido que entra al templo oscuro y vacío para iluminar y llenar todo su espacio y encender todas las velas que estaban apagadas, simboliza y anticipa sacramentalmente a Jesucristo resucitado, que entrará al universo final oscuro y vacío para iluminar y llenar todo su espacio, y resucitar todas las vidas que estaban muertas desde hace siglos y siglos, haciéndolas revivir a una nueva creación eterna. “La 1uz de Cristo, que resucita glorioso, disipa las tinieblas”. “Despierta, tú que duermes; levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz”. “Este es el día en que actuó el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo”. ................................................................. Mi intención ahora es comunicar el significado que en mi concepto tiene la expresión “descendió a los infiernos”. Pienso que es una manera mítica (y heterónoma, claro) de expresar una verdad teológica profunda. ¿Qué verdad es ésa? Ha sido muy discutida; unos han interpretado que alude a una muerte total y completa. Otros han interpretado que quiere decir que Jesús sufrió el abandono del Padre hasta el punto extremo de padecer las penas del infierno en expiación de los pecados del mundo. Yo lo veo de otra manera. Prefiero con mucho la interpretación “solidaria”. Que Jesús, en su muerte, se solidarizó completamente con la muerte de todos los seres humanos, también con la de
todos aquellos que hubieran sido condenados “a los infiernos” en caso de haberse aplicado una justicia rigurosa (distributiva o retributiva). Es decir que se solidarizó también con los criminales, con los paganos, con los infieles y traidores, con los que no quisieron o no pudieron creer en él ni en Dios (ni quieren o querrán, ni pueden o podrán), con los que no llegaron (ni llegan o llegarán) a conocer y aceptar su mensaje, con los que no fueron (ni son o serán) capaces de abrirse al amor, etc. Se solidarizó también con ellos para darles una oportunidad eterna de justificación. De manera que –en mi concepto— afirmar que Jesús, ya muerto, “descendió a los infiernos”, significa afirmar que Jesús, en su muerte, se solidarizó completamente con todos, también con los injustos o no-justos, con los necesitados de justificación. Se quiere decir así que murió por TODOS, para justificar y salvar a TODOS sin excepción, haciéndolos solidarios de su muerte, y con ello de su futura re-suscitación. ............................................................... No se trata de ser re-suscitados COMO él, por haber vivido COMO él (aquí cabrían muy POCOS). Se trata de ser re-suscitados POR/CON/EN él (aquí cabremos TODOS los que queramos). ............................................................... Sea en términos que podrían considerarse reduccionistas o mejor en otros emergentistas, acepto la hipótesis de que la conciencia humana requiere de un sustrato físico, bioquímico. Sin embargo, no creo que nadie esté actualmente en condiciones de afirmar tajantemente que “nuestra conciencia no puede de ninguna manera sobrevivir tras la muerte”, como hace Lenaers en el capítulo 12 de su libro “Otro Cristianismo es posible”. ¡Pero si todavía no sabemos bien qué es la conciencia! Pues, como dice Francis Crick (el famoso físico y bioquímico, premio Nobel de medicina en 1962 junto a James D. Watson por su descubrimiento de la estructura molecular del ADN): “Creo que la forma correcta de conceptualizar la conciencia no se ha descubierto todavía, y que lo único que estamos haciendo es abrirnos camino hacia ella.” Sin saberlo tampoco -yo el que menos- pero especulando por mi cuenta, supongo que cada conciencia individual humana –cada “yo”— es una realidad querida en sí misma por Dios, que depende indudablemente de sus relaciones con la totalidad del universo, y muy especialmente de su entorno natural y social que incluye los demás yoes, pero que no carece de una identidad real distinta –al ser una emergencia— de su sustrato físico o social. En esta variadísima riqueza individual, pero relacional y por eso personal, tiene que basarse nuestro amor al que somos llamados, que requiere de “yoes” y “túes” dotados de libertad –a imagen y semejanza del “Dios personal” de la teonomía. El amor une, reúne, unifica; pero no confunde ni diluye a los amantes entre sí. Las diferencias, si son para donarse voluntaria y mutuamente, constituyen parte imprescindible del amor. Este debe ser el sentido profundo de la existencia de los
individuos: constituir un gran “nosotros” en una verdadera síntesis, que no una simple suma. No otra cosa debe ser la auténtica totalidad. Por lo tanto, creo que Dios, que es Amor, es un “Nosotros” que nos ha creado para incorporarnos a Su intimidad relacional de manera que lleguemos a participar libre y conscientemente de ella. Para eso querrá preservar nuestras conciencias, que nacieron ínfimas y efímeras por necesidad de origen, más allá de la pérdida de sus sustratos biológicos, más allá de la muerte. Nos conoce y nos “recuerda” a cada uno en nuestra particularidad, en nuestra personalidad propia, que Él ha creado y amado de antemano en proyecto, pero que ha dejado a nuestra responsabilidad construir con mayor o menor acierto. Con nuestro consentimiento, Él podrá acabar la labor que habremos dejado a medias al fin de nuestras vidas, transformándonos para llegar a ser “nosotros mismos”: lo que Él quiso que fuésemos, y hubiésemos podido y debido ser, pero que no pudimos conseguir debido a nuestras limitaciones. Este tiene que ser el sentido de nuestra re-suscitación. Suscitar otra vez nuestras conciencias a partir de las antiguas, “recordadas” por Él precisamente para ser restauradas, re-creadas, re-novadas, re-nacidas, re-suscitadas. Siendo finalmente in-corporados nuestros yoes al Cuerpo de Su “Tú”, Su “Hijo”, para ser nosotros también “túes” suyos, “hijos” suyos, miembros siempre vivos –y plenamente conscientes— en su Relación de Amor eterno, que será también relación de amor entre nosotros todos, aportando cada uno lo suyo a nuestra divina totalidad. -------Lenaers dice que “uno se ha despedido de la imaginación del otro mundo, no queda más que este cosmos… no hay un segundo mundo hacia donde pudiéramos mudarnos más allá de las fronteras de esta existencia”. Se refiere a “la idea de que este mundo nuestro depende absolutamente de otro mundo, al que se lo piensa y representa de acuerdo al modelo nuestro… se piensa que ese mundo está colocado «sobre» el nuestro, por eso se lo llama sobrenatural y también cielo, aunque en un sentido distinto al del firmamento… nuestro mundo es completamente dependiente de aquel otro (en griego: héteros) que produce prescripciones (en griego: nomos) para el nuestro. Sin embargo la existencia de aquel otro mundo es un axioma, esto significa: un postulado que es tan imposible de probar como de contradecir”, como escribió en su capítulo 2. Estoy de acuerdo con él en rechazar este axioma heterónomo. No creo en otro mundo que exista “paralelamente” a éste, y que intervenga desde fuera sobre él, continua o intermitentemente. Sin embargo, por otra parte, acepto el ‘emergentismo’: la capacidad de la realidad de crear auténticas novedades en niveles sucesivos, de manera que cada nivel supera o “trasciende” a los anteriores, como por ejemplo el mundo de la vida supera al mundo de lo inanimado. Así es como puedo concebir que “existen otros mundos… pero están en éste”, en frase feliz de Paul Éluard. Y si, consecuentemente, postulo la posibilidad de un Nivel Supremo en que emergerá la Novedad Última que trascenderá finalmente al espacio y al tiempo y a la multiplicidad y la finitud, entonces me encuentro hablando de un Mundo Nuevo, de “un ‘cielo’ nuevo y
una ‘tierra’ nueva, donde el ‘mar’ no existe ya”. Pero que no es una realidad “paralela” a esta, ni que se encuentre espacialmente “sobre” esta, sino que constituye su culminación, su plenitud definitiva. Me descubro hablando de que “hay Otro Mundo… pero está en éste”. Entonces hallo extremadamente sugerente pensar en el ‘umbral’ de esa emergencia final a la Novedad Última. Me parece que allí habrá una especie de “transición asintótica del mundo hacia la eternidad”. Y pienso en estas famosas palabras de Miguel de Unamuno: “A ello responde la Anacefaleosis, la recapitulación de todo, todo lo de la tierra y el cielo, lo visible y lo invisible, en Cristo, y la Apocatástasis, la vuelta de todo a Dios, a la conciencia, para que Dios sea todo en todo. Y ser Dios todo en todo, ¿no es acaso el que cobre todo conciencia y resucite en ésta todo lo que pasó, y se eternice todo cuanto en el tiempo fue? Y entre ello, todas las conciencias individuales: las que han sido, se dan y se darán, en sociedad y en solidaridad.” --------¡Claro que es posible vivir sin la esperanza de una salvación eterna! Muchos lo hacen. Y Lenaers incluso recomienda conformarse con “desaparecer, aunque con la condición de que el mundo se volviera, en un tiempo prudente, aquella comunidad humana liberada con la que Dios sueña.” Pero, por otra parte, Lenaers habla de “una necesidad humana profunda: nuestra hambre de justicia. Sin recompensa y castigo en otro mundo, tanto mal resultaría impune, y tanto bien quedaría sin premio, lo cual es un pensamiento insoportable y, además, irreconciliable con la justicia de un Dios bueno.” ¿Lo menciona sólo para rechazarlo por infantilismo? Yo estaría de acuerdo en rechazarlo como él si concibiera esa necesidad sólo como de una autojustificación presuntuosa, como querer “vivir uno mismo para siempre”. Y comparto su crítica mordaz de esta actitud cuando señala que “en este tema, cada uno tiende a reservar la justicia castigadora para los demás y la que otorga el premio para nosotros.” Pero si me pongo a pensar en las incontables víctimas de la historia, como hicieron desde los antiguos judíos hasta recientemente Horkheimer (entre otros muchos), pienso que, si hemos de creer en alguna Justicia, es necesario que haya una rehabilitación final de las víctimas inocentes. Este mundo, y su historia, está lleno de víctimas patentemente inocentes, y de verdugos flagrantes. ¿Quedarán esas víctimas sin ser jamás resarcidas? ¿Habrán prevalecido para
siempre los verdugos? Si existe una verdadera Justicia, no puede ser así. El Amor tiene que prevalecer finalmente sobre la Muerte, y las víctimas ser rehabilitadas. Esto no lo considero infantilismo, de ningún modo. Pese a ello, Lenaers insiste en que “deberíamos estar dispuestos a construir aquí una existencia plena de sentido y significado, aún sin vida eterna, y a dejar de lado todas las expectativas y pretensiones respecto a un tal futuro”. Pero en ese otro futuro más o menos remoto, en “aquella comunidad humana liberada con la que Dios sueña” que sería el resultado de nuestros esfuerzos “en un tiempo prudente”, ¿podrán estar, ya rehabilitadas, todas las víctimas de la historia? O puesto que ya fueron, ya existieron, ya sufrieron, ya lucharon, ya murieron… ¿no serán NUNCA rehabilitadas? ¿Habrán sido definitivamente vencidas por la muerte? ¡Por supuesto que NO podemos decir que eso no importa, porque sólo eran individuos, y lo importante es la humanidad! Aun en el pensamiento teónomo, Dios es también el Dios de los individuos. “Un tú, que nos dice tú a nosotros y le importa cada individuo humano”, como escribe Lenaers en su capítulo 7. Es el “Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, y no es un Dios de muertos sino de vivos”. Por eso, aun “quien piense que el deseo de Dios y la felicidad de la humanidad son más importantes que su propia felicidad” no puede dejar de pensar que en el deseo de Dios y en la felicidad de la humanidad entra también, necesariamente, la rehabilitación de todas las víctimas. Nuestro impulso humanista, producto de la recta conciencia humana antes que de la fe, puede y debe llevarnos a esforzarnos por construir “en un tiempo prudente, aquella comunidad humana liberada con la que Dios sueña” e incluso a aportar –si bien infinitesimalmente— al Fin del universo; pero me apoyo sólo en mi fe cristiana para complementar eso con la esperanza imprescindible de una rehabilitación universal, creyendo firmemente que Dios se ha hecho víctima en Jesucristo para re-suscitar a todas las víctimas de la historia, haciéndose solidario Él de su sufrimiento y muerte, para hacerlas solidarias a ellas de su gloriosa resurrección. Me queda añadir que, a mi parecer, TODOS somos víctimas en el fondo, incluso los peores verdugos. Y pienso que TODOS seremos transformados -con nuestro consentimiento (no creo que nadie se resista indefinidamente a ello)-, cada uno según su historia y condición, para ser incorporados al Cuerpo Místico de Cristo, la nueva y eterna creación, la verdadera comunidad humana/divina soñada por Dios desde siempre. "Esta es la morada de Dios con los hombres. Pondrá su morada entre ellos y ellos serán su pueblo y él, Dios-con-ellos, será su Dios. Y enjugará toda lágrima de sus ojos, y no habrá ya muerte ni llanto, ni gritos ni fatigas, porque el mundo antiguo ha pasado.” (Apocalipsis 21, 3-4)
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¿Cómo es posible NO VER la necesidad imprescindible de la redención de todas las víctimas de la historia el “último día” para triunfar al fin de toda precariedad o mal físico y moral por/con/en Jesucristo? Quizá algunos responderían así: -1. No la veo porque eso no me debe interesar. No me interesa lo que pueda ocurrir el “último día” (si es que lo hay), sino lo que ocurre “aquí y ahora”. No me deben interesar “todas las víctimas de la historia”, sino las víctimas cuya condición puedo mejorar en el presente con mi dedicación y esfuerzo. Lo que ocurra, ocurrió u ocurrirá a las víctimas que no están a mi alcance, es irremediable para mí. Pensar en lo irremediable no me sirve más que para distraerme de dedicarme a remediar lo remediable. -2. Todas las víctimas han podido y pueden salvarse por sus propias capacidades, que Dios les dio al crearlas. En caso contrario, Dios habría creado seres humanos incompletos, “pasiones inútiles”, anhelos sin satisfacción. Como no puede ser así, tengo que suponer que todas las víctimas han sido capaces de lograr su salvación, aunque aparentemente hayan muerto sin ser resarcidas de una vida desgraciada hasta el último momento. Cómo ha podido ser esto, eso no lo sé; pero sé que no puede ser en el “último día” sino en el momento de su muerte, y no gracias a Jesucristo sino gracias a sí mismas por el don de Dios en su naturaleza. -3. Las víctimas pueden ser salvadas por los que trabajan por amor a ellas. Así pueden dejar de ser víctimas, pueden tener una vida feliz; en eso consiste su ‘salvación’. Los que aman a las víctimas -de hecho, no sólo de palabra- ‘salvan’ a esas víctimas y se ‘salvan’ a sí mismos, pues consiguen, unos y otros, su felicidad completa, aunque no pueda ser eterna. Las víctimas de la historia que no han tenido quien las amase y les hiciera justicia, no han podido salvarse así; pero Dios, que es misericordioso y quiere que todas las víctimas se salven, las salva de otro modo, misterioso. Sólo Dios sabe cómo; yo no lo sé ni puedo saberlo, ni pretendo averiguarlo; pero sé que no puede ser en el “último día” gracias a Jesucristo. Jesús sólo actuó en su época, ya definitivamente pasada, para darnos ejemplo de trabajar por amor a las víctimas. Por eso, la acción de Jesús tiene enorme importancia para nuestra acción salvadora; pero no tuvo ni tiene nada que ver con esa acción misericordiosa salvadora de Dios, porque en ese caso no habría sido sólo un ‘Jesús’ sino un ‘Jesucristo’, y eso yo no lo veo ni lo creo. -4. Las víctimas son seres humanos individuales. Forman parte de la Humanidad, de la Tierra, de la Creación. Los individuos humanos pueden alcanzar su ‘salvación’ mediante la ‘salvación’ de la Humanidad, del Mundo al que pertenecen. Durante sus vidas colaboran y aportan al bien común, mejor o peor. Cuando mueren, ‘viven’ en lo que perdura de su aporte, de su amor; en sus descendientes, en sus obras, en los que las recuerdan. No hay otra ‘salvación’ posible, no nos engañemos. La existencia de las víctimas de la historia quedará justificada por la existencia, al fin y al cabo, de un Mundo perfecto, de una Sociedad justa y pacífica, de una Humanidad feliz, que las recordará, las llorará y las honrará. Eso es lo que quiere Dios (si lo hay); a eso es a lo que colaboró Jesús, con su ejemplo de entrega al bien común y la construcción de una Sociedad mejor. Esa Sociedad seguirá siendo humana, finita, claro, no puede llegar a ser divina, no puede acabar con todo el mal físico presente inevitablemente en la finitud. Pues en caso contrario querría decir que Dios mismo asume a la Sociedad humana en su
Seno; e incluso que Dios re-suscita a todas las víctimas pasadas para hacerlas formar parte de una Sociedad realmente perfecta, no como un triste recuerdo sino como una alegre realidad. Pero eso es un sueño imposible; el de los que ingenuamente creen en la ‘redención por/con/en Jesucristo’. Pararé aquí, aunque pienso que puede haber muchas otras maneras de NO VER esa necesidad, además de las cuatro que he intentado esbozar. ¿Alguna es la suya? Por supuesto, ninguna es la mía; a mí me parece (y quiero) SÍ VER esa necesidad imprescindible. -------Comprendo que se rechace el concepto de “redención” si se lo asocia con los de “expiación” y “propiciación”. Esto, que hoy no es aceptable, es lo que repele a la mentalidad moderna, con razón. Pero pienso que no tiene que ser así. La redención cristiana debe significar la solidaridad salvadora de Dios-en-Jesús con la condición humana, víctima del mal moral y del mal físico. La solidaridad de Jesucristo con todas las víctimas, al representar plenamente la de DIOS mismo, conlleva necesariamente la re-suscitación, la re-habilitación, la restauración y la in-corporación de todas las víctimas a la Vida de Dios. --------Es necesario insistir hasta el cansancio, aceptando la justa crítica humanista y marxista, que no podemos creer en una salvación futura que nos exima del trabajo, del progreso, de la lucha por la justicia, incluso del entusiasmo de vivir plenamente nuestra vida humana. Y que antes de predicar la redención debemos predicar la dignidad, la autonomía, la responsabilidad de las personas, la liberación de los oprimidos. Pues la Redención supone la Creación. Se realiza en ella, con ella, por ella. Y el desarrollo responsable humano es parte fundamental del proceso de Creación. Dios, con su conmovedor y estremecedor anonadamiento, ha hecho que la venida de su Reino sea dependiente de la labor humana; nos ha hecho co-creadores y co-redentores. Pero, siendo conscientes de nuestra libertad y de nuestras capacidades, y rebelándonos contra toda resignación y sometimiento cobarde y perezoso, debemos reconocer nuestras limitaciones. Nuestros esfuerzos, nuestros logros, no satisfacen ni de lejos nuestras esperanzas. Ni a nivel individual, con nuestros pequeños éxitos personales, ni a nivel colectivo, con nuestras imperfectas organizaciones sociales. Y si pensamos en lo que parece ser el lugar de la humanidad en el vasto universo, la visión es desoladora. "Que el hombre es el producto de causas cuyo fin es imprevisible; que su origen, su crecimiento, sus esperanzas y temores, sus amores y creencias, son sólo el resultado de colisiones accidentales de átomos; que no hay fuego, ni heroísmo, ni profundidad de
pensamiento o sentimiento que tenga vida propia después de la muerte; que todo el esfuerzo de la historia, toda la devoción, toda la inspiración, toda la luz de mediodía del genio humano están destinados a la extinción en la muerte del sistema solar; y que todo el templo de las hazañas del hombre debe quedar inevitablemente enterrado bajo los restos de un universo en ruinas...” (Bertrand Russell) “Cuantos más conocimientos tiene el hombre sobre el Mundo de la materia y de la vida del que ha salido -mundo que se le revela de una inmensidad sin límites en el espacio y en el tiempo-, tanto más se descubre a sí mismo ínfimo y efímero… ¿no será simplemente un fenómeno accidental de conciencia, extremadamente improbable, un fenómeno privado en sí mismo de sentido en un universo cuya sóla razón de ser es la de existir?” (Marcel Légaut). Así parece ser; pero nuestra fe cristiana nos proporciona una esperanza escatológica. No nos deja con el sentimiento de ser “una pasión inútil”. Nos asegura que al final del proceso cósmico está Dios, y que Él nos aporta un inmenso plus de redención, que nos lleva a una Nueva Creación de vida eterna. A mi parecer, TODOS somos víctimas en algún grado, al menos en el grado más básico y “original” de participar de la precariedad de lo finito. Por supuesto, hay víctimas inocentes en grados particularmente impactantes, que hacen mucho más evidente la necesidad de su “plenificación”, por justicia; pero es una necesidad que tenemos TODOS. -------[De un comentario de Pepe S.] Si me lo permites, Gabriel L., cambiaré un poco la redacción de tu mensaje: “deben inspirarnos el deseo de que estas víctimas sean rehabilitadas, salvadas a una vida que no pudieron tener.” Yo diría: debemos ACTUAR para que las victimas tengan la Justicia que merecen para que puedan tener la vida DIGNA de cualquier ser humano. (...) Y todo ello con las miras puestas en ESTA VIDA, la otra ya se verá y allí nos veremos, si es que de verdad hay algo sobre esa supuesta “ salvación”. Puede que haya alguna sorpresa inesperada. Tienes toda la razón, Pepe S. (incluso en lo de la “sorpresa inesperada”). Pero lo que tú dices no se opone a lo que yo he dicho. He dicho que “debemos plantearnos hacer algo para evitar que eso siga ocurriendo, por supuesto”, y también que “no podemos creer en una salvación futura que nos exima del trabajo, del progreso, de la lucha por la justicia”. Además, reconozco que debemos dar prioridad a los esfuerzos “con las miras puestas en ESTA VIDA”. En otra ocasión he comentado que “admiro muchísimo a la persona que dedica todo su tiempo y toda su atención a la necesaria y urgente justicia del ‘más acá’. No le reprocho nada, al contrario, la admiro. Pero pienso que el común de las personas puede compatibilizar esa dedicación urgente e inmediata con plantearse el sentido profundo de la realidad”.
Cuando he puesto esos ejemplos, ha sido pensando en esas personas concretas, con nombres y apellidos, que ya murieron, victimadas tan trágicamente. Las medidas que tú propones (y yo apoyo) para evitar esas tragedias en el futuro, ya no les sirven a ellas. Ellas, y tantísimas otras, puesto que ya fueron, ya existieron, ya sufrieron, ya lucharon, ya murieron… ¿no serán NUNCA rehabilitadas? ¿Habrán sido definitivamente vencidas por la muerte? Este es el pensamiento que me lleva a plantearme la necesidad de la redención, el deseo de que estas víctimas sean rehabilitadas, salvadas –en justicia— a una vida que no pudieron tener. ¿Debería responderme que “lo que ocurra, ocurrió u ocurrirá a las víctimas que no están a mi alcance, es irremediable para mí. Pensar en lo irremediable no me sirve más que para distraerme de dedicarme a remediar lo remediable”? (Como en mi punto 1). ¿O debería “suponer que esas víctimas han sido capaces de lograr su salvación, aunque aparentemente hayan muerto sin ser resarcidas de una vida desgraciada hasta el último momento…, salvadas gracias a sí mismas por el don de Dios en su naturaleza”? (Como en mi punto 2). ¿O pensar que “Dios, que es misericordioso y quiere que todas las víctimas se salven, las salva de otro modo, misterioso. Sólo Dios sabe cómo; yo no lo sé ni puedo saberlo, ni pretendo averiguarlo”? (Como en mi punto 3). ¿O que su trágica no-vida “quedará justificada por la existencia, al fin y al cabo, de un Mundo perfecto, de una Sociedad justa y pacífica, de una Humanidad feliz, que las recordará, las llorará y las honrará”? (Como en mi punto 4). ¿O que “Dios mismo asume a la Sociedad humana en su Seno; y Dios re-suscita a todas las víctimas pasadas para hacerlas formar parte de una Sociedad realmente perfecta, no como un triste recuerdo sino como una alegre realidad”? (Como yo creo, por creer en la redención por/con/en Jesucristo que he recibido como maravillosa Buena Noticia, imprescindiblemente necesaria.) -------[De un comentario de Pepe S.:] La única REDENCION ( rehabilitación) justa que se debería perseguir en homenaje a esas víctimas es tratar de que “RESUCITEN” en nuestra vida mientras luchamos por conseguir las metas que a ellos les costó la vida, la represión, la cárcel, el martirio. La única forma de que Jesucristo RESUCITE diariamente en cada cristiano (quien lo sea) es que ése cristiano-a siga los consejos e intente plagiar la vida que le llevó al martirio a Él. (...) La forma en que yo (algunos más) interpreto la redención de mis víctimas es muy simple: intento hacer lo que esté en mi mano para que su ejemplo de lucha RESUCITE en mi lucha. No encuentro mejor forma de honrar su memoria.
Amigo Pepe S.: Comprendo y respeto tu punto de vista. Pero no lo comparto. Tú hablas de “resucitar” las víctimas en sentido metafórico, válido para ti, para tus intenciones y para tu acción. Pero, en realidad, sin metáforas, a esas víctimas concretas ese tipo de “resurrección” no les sirve. Tu punto de vista corresponde, me parece, a lo que yo intenté describir en mi punto 4: “[Las víctimas] ‘viven’ en lo que perdura de su aporte, de su amor; en sus descendientes, en sus obras, en los que las recuerdan. No hay otra ‘salvación’ posible, no nos engañemos. La existencia de las víctimas de la historia quedará justificada por la existencia, al fin y al cabo, de un Mundo perfecto, de una Sociedad justa y pacífica, de una Humanidad feliz, que las recordará, las llorará y las honrará.” Yo creo en una resurrección real, no metafórica. Que les sirve, de verdad, a esas queridas víctimas concretas del pasado. Mi firme esperanza es “que Dios re-suscita a todas las víctimas pasadas para hacerlas formar parte de una Sociedad realmente perfecta, no como un triste recuerdo sino como una alegre realidad.” Según la Buena Noticia recibida, que corresponde a la misión completa de Jesús.
-09Los judíos que fueron seguidores y seguidoras de Jesús ya sabían, sin necesidad de que se lo contara Jesús, acerca de la resurrección de los muertos. Esto queda claro, por ejemplo, en lo que puso Juan en boca de Marta: “Dijo Marta a Jesús: ‘Si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano’.(…) Le dice Jesús: ‘Tu hermano resucitará’. ‘Ya sé, le respondió Marta, que resucitará el último día, en la Resurrección.’” Lo que no sabían esos discípulos-as, pero llegaron a saber luego por su “experiencia pascual”, es lo que puso Juan en boca de Jesús a continuación: “Jesús le respondió: ‘Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?’” Esa fe (en lo que ERA Jesús, no sólo en lo que CONTABA) fue lo que transmitieron a todos los cristianos posteriores, expresada así por Juan en boca de Marta: “Le dice ella: ‘Sí, Señor, yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que había de venir al mundo.’” A una judía como Marta, que ya creía en la resurrección de todos “el último día”, ¿qué sentido tiene que Jesús le diga que no morirá el que cree EN ÉL (no A ÉL, no a lo que él dice solamente, sino en su persona)?
(Nótese: le dice que ése así NO MORIRÁ para siempre; no que ése así SABE QUE NO MORIRÁ para siempre.) Está claro que los discípulos-as, luego de su experiencia pascual, a pesar de que ya creían antes en la resurrección como judíos piadosos que eran, llegaron a entender que esa resurrección de todos es por/con/en Jesús, porque Jesús es “el Cristo”, Dios-Hijo. .................................................................... Los antiguos judíos habían llegado a creer, en su mayoría, desde por lo menos dos siglos antes de Jesús, en la resurrección de los “justos” (los “hombres de Dios”, los héroes o mártires de Yahvé) por obra de la justicia reparadora de Dios. Como lo pone el evangelista Juan en boca de Marta: ‘Ya sé, le respondió Marta, que [mi hermano Lázaro] resucitará el último día, en la Resurrección.’ Por eso, creer de esa manera, en la resurrección de un hombre que fue justo pero que sufrió y murió injustamente, no tenía nada de novedoso ni de sorprendente. Lo creían así muchos antiguos judíos piadosos (como también los de muchas otras religiones y culturas), y particularmente los discípulos y las discípulas de Jesús. Pero NO fue así como creyeron los discípulos-as de Jesús en la resurrección de Jesús, en su experiencia pascual. Su experiencia fue de algo absolutamente novedoso y sorprendente, para ellos-as y para el mundo entero, que expresaron después no como una mera esperanza subjetiva de algo preformado en sus mentes, sino como la evidencia objetiva de algo que les costaba reconocer, que se les imponía y les apelaba con iniciativa. Consistió esencialmente en que la resurrección de Jesucristo es la primicia y el prototipo de la resurrección de todos; la resurrección es por él, con él, en él. La muerte/resurrección de Jesús ha sido “por nosotros”, para hacer posible la resurrección y la salvación de TODOS, incluídos los “ingratos y los perversos”. Lo afirma Andrés Torres Queiruga en “Repensar la cristología” (citando él a Schillebeeckx): “El núcleo del cristianismo está en la experiencia de la ‘salvación-de-Dios-enCristo’. (...) En los textos de la tradición Q aparece que Jesús mismo estaba convencido” de ser ‘un profeta que tiene la pretensión de traer un mensaje definitivo, válido para toda la historia’. Es más, todo lleva a suponer que, incluso antes de la pascua, los discípulos leyeron en la actitud de Jesús su identidad como profeta escatológico; y que esa actitud estaba en él íntimamente relacionada con la experiencia del abbá… No es de extrañar entonces la afirmación de Schillebeeckx de que, tomado en toda su densidad significativa, ‘este concepto es la matriz de la que surgieron los cuatro modelos neotestamentarios de credo’.” -10-
Me gustaría saber qué es lo que sostiene, literal y exactamente, el famoso físico y teólogo J.Polkinghorne, al sugerir, como se le atribuye, que “el sepulcro de Jesús haya quedado vacío, por alguna especie de ‘transmutación’ de los átomos”. Como cité en otra ocasión, he leído de Polkinghorne que: “La materia de nuestros cuerpos por ella misma no puede ser de significación permanente para lo que significa ser una persona, porque esta materia está en continuo cambio por el desgaste, la comida y la bebida. Tenemos muy pocos átomos en nuestros cuerpos que estuvieran hace cinco años. Lo que permanece es el patrón (pattern) dinámico y en desarrollo en que dichos átomos están ordenados. El alma –el yo real- es el patrón portador de una casi infinita y compleja información constituido por la materia del cuerpo. En una palabra, el alma es la forma del cuerpo (notemos que en el sentido explicado, no en el aristotélico). El patrón, obviamente, se deshará en la muerte, pero me parece que es una esperanza perfectamente coherente que Dios recuerde el patrón que yo soy, manteniéndolo en el espíritu divino, para reconstituirlo entonces en un acto de resurrección. El contexto para este acto sublime de re-encarnación será la nueva creación, un reino escatológico inagurado en el evento seminal de la resurrección de Cristo. En otras palabras, la esperanza cristiana no es la supervivencia, como si fuera la expresión de una inmortalidad humana intrínseca, sino la resurrección, la expresión de la eterna fidelidad de Dios.” Por lo tanto, yo habría esperado que Polkinghorne sostuviera que Dios ha reconstituído el “patrón” de Jesús, no sus átomos sino su in-formación, en un acto (si bien “seminal”) de resurrección, inaugurando así la Nueva Creación universal escatológica. El que la resurrección de Jesús haya sido percibida en un momento concreto de la historia por los discípulos-as en su experiencia pascual, no requiere de ningún tipo de revivificación o “transmutación” material y presencia física, sino sólo de la acción actualizadora/anticipadora del Espíritu Santo en la mente de los discípulos-as, induciéndoles la experiencia histórica del hecho escatológico, no-histórico pero sí absolutamente real. Me extrañaría que Polkinghorne se haya contradicho sosteniendo lo contrario. --------[Comentario de Maddi:] Gabriel, Respondiendo a lo que comentabas ayer cuando decías que te gustaría saber qué es lo que sostiene literal y exactamente Polkinghorne, respecto de que “el sepulcro de Jesús haya quedado vacío, por alguna especie de ‘transmutación’ de los átomos”, aquí tienes un copypaste que creo que puede responder: “La índole de la relación entre la antigua y la nueva creación durante estos períodos de intersección puede ser analizada con ayuda de una pregunta que muchos considerarán verdaderamente ingenua: ¿respiraba el Cristo resucitado? Si lo hacía, entonces tenía que darse un intercambio entre la materia de este mundo y la ‘materia’ del mundo venidero que formaba el cuerpo glorificado del Resucitado. Por supuesto, dos de los evangelios presentan en sus relatos de aparición una forma aún más intensa de intercambio material: la ingestión de alimentos (Lc 24,41-43 y quizá Jn 21,13-15ª) el tacto (Lc 24,39; Jn 20,27).
Muchos teólogos modernos rechazan estos detalles como embarazosas adiciones legendarias. Yo no estoy tan seguro. Lo normal sería que los relatos primitivos tuvieran un tono más material y que los más tardíos fueran haciéndose cada vez más espirituales; pero aquí parece que las cosas ocurren al revés. En los juicios contemporáneos que tratan con desdén estas narraciones se percibe una tendencia a exaltar lo espiritual a expensas del reconocimiento de la realidad y el valor perdurable de lo material. Parece importante optar por una senda intermedia entre el craso materialismo y el sentimiento cripto-maniqueo de que la materia no tiene más que una significación efímera. Una inclinación similar alienta también en las sospechas que se expresan sobre la idea de la resurrección corporal o la tumba vacía. Esta última la entiendo yo como resultado de la transmutación de la materia del cadáver de Jesús en la ‘materia’ de su cuerpo resucitado y glorificado. Lo cual tiene una relevante implicación teológica, a saber, que en Cristo se inaugura un destino más allá de la caducidad, no sólo para la humanidad, sino para el conjunto de la creación material (véase Rm 8,1; Col 1,20). Si el Cristo resucitado respiraba, es innegable que debió de existir alguna forntera de intercambio en la que se producía la transformación de materia a ‘materia’” (J. Polkinghorne, Explorar la realidad, Sal Terrae, Santander 2007, p. 194-195). Gracias, Maddi. Buen trabajo. Tengo que pedir disculpas a José Arregi por haber dudado de su afirmación. Ha sido obviamente debido a mi conocimiento sólo parcial de J. Polkinghorne, y a mi admiración por muchas de las ideas de éste, tales como esas que cité. Dije que me extrañaría que Polkinghorne se autocontradijera, y digo ahora que me extraña. Lo que me gustaría saber entonces es cómo compatibiliza él mismo esas ideas suyas que yo cité, con las que tú citaste (siendo éstas aparentemente posteriores a aquéllas). En mi modesta opinión, no hay posible conciliación entre las primeras, que sigo suscribiendo, y las segundas, que me parecen completamente absurdas. Me reafirmo en lo que antes escribí, acerca de que: El que la resurrección de Jesús haya sido percibida en un momento concreto de la historia por los discípulos-as en su experiencia pascual, no requiere de ningún tipo de revivificación o “transmutación” material y presencia física, sino sólo de la acción actualizadora/anticipadora del Espíritu Santo en las mentes de los discípulos-as, induciéndoles la experiencia histórica del hecho escatológico, no-histórico pero sí absolutamente real. Por otra parte, aunque estoy dispuesto a reconocer cierta necesidad psicológica de los discípulos-as, de que el sepulcro de Jesús estuviese vacío (o ilocalizable) en el tiempo impreciso de su experiencia pascual, pienso que existen claramente otras explicaciones muchísimo más realistas, plausibles y satisfactorias de eso, que aquéllas que se empeña en buscar Polkinghorne aceptando algo tan inaceptable (sobre todo para un físico como él) como es “alguna frontera de intercambio en la que se producía la transformación de materia a ‘materia’”. Y esto en base a una interpretación, a mi modo de ver totalmente fundamentalista, de los relatos de las apariciones (¡las respiraciones y las comidas!) de Jesús resucitado.
En cualquier caso, creo que la ‘materia espiritual’ del cuerpo glorificado de Jesús no necesita corresponder a ninguna “transmutación” (¿?) de la materia ordinaria que constituía su cadáver, sino -de alguna manera- al “patrón informador” de su cuerpo viviente, como tan claramente explica, a mi entender, el propio J. Polkinghorne. -------Quiero agregar que los relatos de las “apariciones” de Jesús resucitado (con sus comidas y bebidas, y su disposición para ser tocado), me parecen indicativas de la intención de los evangelistas, de comunicar que la experiencia pascual de los discípulos-as fue de algo absolutamente novedoso y sorprendente, expresándola no como una mera esperanza subjetiva preformada en sus mentes, sino como una evidencia objetiva que les costaba reconocer, que se les imponía y les apelaba con iniciativa. Una intención que fue haciéndose cada vez más decidida, clara y precisa, como señala Polkinghorne al decir que los relatos son más “materiales” cuanto más tardíos. --------Muchas gracias, Asun, por tus interesantísimas citas de Enrique Martínez Lozano. Constato con cierta sorpresa que estoy muy de acuerdo con ellas. Sobre todo con esto: “la iniciativa pertenece a Jesús: es él quien se hace presente, se muestra o se deja ver. Buscan expresar, de ese modo, que la experiencia no nace de la fantasía de los discípulos ni es fruto de su devoción al Maestro. Insisten, por el contrario, en que se trata de una realidad que se les “impone”, provocando en ellos reacciones mezcladas de sorpresa, asombro, miedo, duda, paz, fortaleza y alegría. (…) siendo totalmente real, es claro que no puede tratarse de una experiencia física –un ser resucitado está fuera de las coordenadas del tiempo y del espacio-, sino –si queremos usar este término- transpersonal o mística. (…) los testigos insisten en que la misión se inicia a partir de la experiencia del encuentro con el Resucitado: una experiencia que se les grabó indeleblemente y que los transformó”. Claro que en lugar de hablar de una “experiencia transpersonal o mística” yo he hablado de: “la acción actualizadora/anticipadora del Espíritu Santo en las mentes de los discípulos-as, induciéndoles la experiencia histórica del hecho escatológico, nohistórico pero sí absolutamente real” y también de que: “gracias al Espíritu de Jesucristo, yo –como cualquier cristiano— ya lo he recibido como anticipo en mi ‘tiempo personal’”. ¿Es posible que sean dos maneras distintas de expresar lo mismo? ¿La manera de Martínez Lozano se refiere a un fenómeno interno atemporal que ocurre en los estados superiores de la conciencia (místico, transpersonal), mientras que la mía se refiere a la toma de conciencia inducida de un fenómeno externo que ocurre al límite de la historia y de los tiempos (escatológico)?
¿O es que ambas son dos puntos de vista complementarios, dos caras de una misma “moneda”? .............................................................. Estoy totalmente de acuerdo en que la resurrección de Jesús es un hecho OBJETIVAMENTE CIERTO, que no “brotó” de las mentes de los discípulos sino que se les impuso, a pesar de su desconcierto y asombro. Sin embargo, cada “aparición” fue un hecho que puede considerarse subjetivo, de revelación obrada por el Espíritu Santo a los discípulos-as que la experimentaron. Hay que distinguir, a mi parecer, entre el hecho revelado: la resurrección de Jesús, y el hecho de la revelación: la aparición o experiencia en que se conoce la resurrección. Hay diversos relatos de “aparición” y todos son diferentes. A mi modo de ver, la resurrección en sí es un hecho objetivo escatológico, que el Espíritu Santo –por su iniciativa— reveló a los discípulos-as en esos hechos históricos subjetivos que fueron sus experiencias de aparición. De esta manera, para los discípulos-as, y para todos los creyentes en su testimonio a lo largo de la historia posterior –entre los que nos contamos nosotros— la resurrección de Jesús viene a ser un hecho/anticipo histórico (proléptico) del hecho escatológico.
-11A mi juicio, ignorar el mensaje escatológico de Jesús, o suponer que en esto Jesús se equivocaba, para reducirlo a ser sólo un maestro de ética (”amaos unos a otros”) para el presente –cualquier presente—, es no entender el verdadero sentido de su vida/muerte/resurrección. Sobre todo de su resurrección, que tuvo el efecto principal de confirmar, para sus discípulos y los sucesores de éstos a lo largo de la historia, la realidad de su mensaje escatológico. Pretender que sean efectivamente salvadas –en la Sociedad humana final que perseguimos— TODAS las víctimas de la historia, de manera que nunca más las haya, ni causadas por el mal físico (enfermedades, catástrofes, sufrimientos y muertes) ni por el mal moral (crímenes, injusticias, abusos, maltratos, opresión), y que todas las víctimas concretas que hubo de hecho en cualquier pasado histórico sean resarcidas por completo de los males que padecieron injustamente, para esto no puede bastar ningún esfuerzo humano. Es necesaria la salvación ofrecida por Dios por/con/en Jesucristo. Pero esta salvación que sabemos que ofrece Jesucristo –por sus testigos— es una salvación que NO hace inútil, sin embargo, el esfuerzo histórico humano; porque cuenta con él y parte de él, para complementarlo y darle su sentido pleno. La inminencia de todo esto, que Jesús anunció, tiene un significado discutido. Muchos dicen que se equivocó; yo no lo pienso así, porque creo que Jesús se refería a una inminencia en “tiempo personal”, no en “tiempo público”.
Su muerte/resurrección era ciertamente inminente, en el “tiempo personal” de Jesús. Fue en su muerte/resurrección cuando se realizó para él esto que anunciaba; y así se realizó también en anticipo [“en germen”] para sus discípulos-as y para todos-as los que recibieron su Espíritu y creyeron en él. Tiene que realizarse todavía en el proceso histórico/cósmico, como lo “último” de ese proceso, lo escatológico a alcanzar al “fin de los tiempos” (la Omega) por obra de Dios y colaboración nuestra [“en fruto”]. Para eso faltan probablemente millones de años en “tiempo público”, pero, gracias al Espíritu de Jesucristo, yo –como cualquier cristiano— ya lo he recibido como anticipo en mi “tiempo personal”; y por eso quiero colaborar con entusiasmo a realizarlo [“en lo posible”] “aquí y ahora”. ............................................................... Quienes hayan tenido la paciencia de leer mis comentarios, sabrán que me interesa el problema de cómo pueden ser rehabilitadas y resarcidas las innumerables víctimas del pasado, que ya murieron sin haber podido disfrutar de una vida mínimamente satisfactoria. (Mencioné varios casos como ejemplo; ahora sólo pondré dos: un niño de corta edad muerto de hambre o de peste, y un feto abortado. Piensen ustedes en muchísimos otros, por favor.) Ya que se está hablando aquí de la posibilidad de conseguir una sociedad verdaderamente humana, justa, amorosa, feliz… ¿Podrían explicarme cómo se logrará rehabilitar y resarcir, en esa sociedad perfectamente justa y feliz, a todas las víctimas del pasado? ¿O es que la felicidad será sólo para los afortunados a quienes les toque vivir cuando esa sociedad se consiga por fin? Y entonces, ¿podrían ser plenamente felices esos afortunados viviendo con el recuerdo de esas incontables víctimas del pasado, por mucho que las honraran póstumamente (lo que a ellas no les serviría de nada)? ¿O es que este tema no interesa porque no viene a cuento? --------El reino/reinado de Dios tiene una consumación plena futura que es un regalo gratuito de la gracia de Dios, pero ese Reino –que es nueva creación— no se realiza a partir de la nada (ex-nihilo), como ocurre con la creación actual. El Reino de Dios está creándose a partir de la creación antigua (ex-vétere), es una “re-creación”, un “hacer nuevas todas las cosas”. Por eso, todo lo que ocurre en el universo, en el mundo, en la historia –grande o pequeña-, es preparación (u obstáculo) de la llegada del Reino. Participar del proceso histórico, construir el mundo, conseguir sociedades humanas justas y pacíficas, es crear junto con Dios; y también es redimir junto con Él: preparar y comenzar a construir el Reino que sólo alcanzará su realización plena en Dios mismo, más allá del universo pero no independientemente de él sino como culminación suya, aunque inmensamente aumentada por el don libérrimo y gratuito de Dios.
La resurrección no es ‘revivificación’ ni ‘espiritualización’. Es ‘nueva creación’ obrada por Dios “ex-vétere”: a partir de la creación antigua. Abarca a la creación entera y nos compromete como co-creadores y co-redentores. .................................................................... Según Vitorio Mancuso: “la vía de la interiorización, del trabajo honesto consigo mismo mediante la exposición a la luz del bien y de la justicia, es la única vía (la única) para entrar en la auténtica dimensión del ser, para vencer las ilusiones del tiempo y alcanzar la eternidad”. No lo entiendo. ¿Entonces sólo pueden alcanzar la eternidad los pocos seres humanos que son capaces de eso? ¿Y qué pasa, por ejemplo, con un niño de corta edad que ha muerto de hambre o de peste? ¿Qué pasa con los criminales, o los indolentes, o los deficientes… etc? ¿Qué pasa con la inmensa mayoría de las víctimas de la historia que no supieron o no pudieron hacer ese “trabajo de interiorización”? ¿La gran mayoría de los seres humanos no consiguen (conseguimos) entonces desarrollar un “alma espiritual inmortal”? No lo creo así, enfáticamente. Para mí la salvación no puede ser “de élite”. Lo veo completamente de otra manera: El ser humano tiende a auto-convencerse de su inmortalidad individual. Considera tan valiosa su conciencia personal que le atribuye la capacidad de una existencia independiente de la materia, del cuerpo y del mundo: el “alma inmortal”. Según este auto-convencimiento, sería un alma individual lo que anima provisionalmente un cuerpo humano, y podría subsistir por sí misma cuando éste muere, o reencarnarse en otros cuerpos sucesivamente, o persistir por la eternidad junto a las demás almas y fundirse con ellas en un alma única, en un supra-universo inmaterial. Pero algunos ya no lo podemos ver así. Puesto que pensamos que nuestra conciencia individual NO podría subsistir por sí misma independientemente de nuestro cuerpo, al ser una “emergencia” de éste. Más allá del enfoque materialista-mecanicista que afirma que la mente humana es sólo un epifenómeno del cuerpo, y más acá del vitalismo que postula una especie de “aliento vital” añadido misteriosamente a la materia, pensamos que es la organización, de gran complejidad, del cuerpo humano, lo que hace que emerja una realidad radicalmente nueva y superior: la mente, la razón, la personalidad. En el cuerpo se descubre un programa genético que determina su identidad y funciones, en el cerebro se descubren las capacidades que sirven de base al pensamiento y a la memoria. Falta mucho por descubrir –casi todo— pero nos estamos convenciendo cada vez más de que hay algo estructural que nos define que es más esencial que nuestro cuerpo (cuerpo que varía continuamente, puesto que sus células se van renovando
durante la vida), y que puede describirse en nuestra época con este símil: es nuestro “software”. Cuando morimos, cuando se destruye nuestro “hardware”, nuestro “software” –¿nuestra alma?— pensamos que NO puede seguir subsistiendo “por sí mismo”, sin ningún soporte, en el espacio ni en el tiempo; pero también creemos que, como información que es, NO desaparece, sino que se conserva de alguna manera en la “memoria” omnisciente de Dios, para ser reimplantado al fin gratuitamente, según Su voluntad salvadora misericordiosa, en un nuevo “hardware” incomparable, en un nuevo “cuerpo espiritual” in-corporado eternamente al Cuerpo Místico de Jesucristo por obra del Espíritu de Dios. ---------La del “alma inmortal”, es una idea platónica (y neoplatónica) que resultó útil a los primeros cristianos para hacer aceptable la “resurrección” en el mundo helenístico (incluso en el mundo judío de esa época, influido por el helenismo), pero que resulta incompatible hoy con la antropología moderna no-dualista, e incompatible también con la auténtica fe cristiana a pesar de que históricamente se haya pretendido –y conseguido, en la creencia popular- amalgamarlas. La concepción de “supervivencia de la información concerniente a cada ser humano en la memoria de Dios” es un lógico hilo conductor entre la muerte total y completa que corresponde a la antropología no-dualista moderna, y la “resurrección” en el concepto original cristiano de acto creador renovador obrado por Dios. Si no fuera por el largo hábito histórico de aceptar la fe cristiana conjuntamente con la idea de “alma inmortal”, este hilo conductor que apela a la “memoria de Dios” parecería mucho menos extraño al cristianismo que el concepto habitual. Recordemos nuevamente las palabras del famoso físico y teólogo anglicano John Polkinghorne: “...me parece que es una esperanza perfectamente coherente que Dios recuerde el patrón que yo soy, manteniéndolo en el espíritu divino, para reconstituirlo entonces en un acto de resurrección. El contexto para este acto sublime de re-encarnación será la nueva creación, un reino escatológico inagurado en el evento seminal de la resurrección de Cristo. En otras palabras, la esperanza cristiana no es la supervivencia, como si fuera la expresión de una inmortalidad humana intrínseca, sino la resurrección, la expresión de la eterna fidelidad de Dios.” ---------G.Haya: “Mancuso argumenta que la dimensión espiritual deriva de la materia, como ya afirmaba Teilhard de Chardin.” Teilhard: «No existen concretamente la Materia y el Espíritu, sino que existe solamente una Materia que se hace Espíritu. No hay en el mundo ni Espíritu ni Materia: la ‘Tela del Universo’ es el Espíritu-Materia. Ninguna otra sustancia podría producir la molécula humana»… «No el Espíritu por evasión fuera de la Materia, ni el
Espíritu yuxtapuesto incomprensiblemente a la Materia (¡tomismo!), sino el Espíritu emergente (mediante operación pan-cósmica) de la Materia.» Continúa Haya: “Por consiguiente la inmortalidad del alma también proviene del mundo, siguiendo la lógica de evolución inscrita en el mundo.” Mancuso: “El alma se hace divina en la medida en que se deja habitar por la esencia divina, es decir por el bien, el bien objetivo como relación ordenada que es el principio del mundo. El alma que se expone al bien, que se hace modelar por el bien, y que a su vez comienza a generar bien, lleva a cumplimiento la lógica que preside la construcción del mundo por parte de la naturaleza-physis y se hace sobre-natural, esto es divina, y por tanto inmortal.” Pienso que el emergentismo teilhardiano (que acepto como un paso muy importante del pensamiento emergentista) se aplica aquí indebidamente al plano ético individual. Me parece que Mancuso emplea un lenguaje confuso en que mezcla indebidamente los planos cósmico-individual, científico-filosófico, físico-ético, descriptivo-poético… No creo que por la “lógica de evolución inscrita en el mundo” –en términos científicos— un “alma” humana individual pueda hacerse nunca inmortal gracias únicamente a su conocimiento y su ortopraxis. ¿Es concebible –dice D. Edwards que se pregunta J. Moltmann- que el futuro de Dios para la creación, la salvación final de Dios, se alcance por la vía de la evolución o auto-trascendencia? La respuesta de Moltmann es ‘NO’, porque, dice él, la evolución ocurre en el tiempo y no conduce a la inmortalidad de las criaturas individuales. Su salvación sólo es concebible como un evento escatológico. Ve el movimiento escatológico de redención como ocurriendo a contrapelo de la evolución. La resurrección de los muertos, el rescate de las víctimas, y la búsqueda de los que estaban perdidos, procuran una redención del mundo que ninguna evolución [ni conocimiento ni praxis individual] puede nunca alcanzar. ................................................................... Nuestros cuerpos serán destruidos por la muerte. Pero la información que definía nuestra identidad: el programa genético que determinaba la estructura y funciones de nuestros organismos, la memoria y la mente que nos permitían ser conscientes y persistentes, todo nuestro “software”, -nuestra “alma”—, será accesible al conocimiento de Dios. No habrá almas que subsistan como entes autónomos, incorpóreos, como fantasmas que “vivan” en un ultra-mundo esperando el fin de los tiempos. No; simplemente desapareceremos después de nuestra muerte y volveremos a aparecer en el umbral de la emergencia final. Para nuestra conciencia personal no habrá transcurrido plazo alguno entre ambos instantes: la muerte y la resurrección coinciden en el tiempo personal, aunque en el tiempo propio del universo estén separadas por miles de millones de años. Esto ocurrirá a todas las personas que existen, hayan existido, y existirán hasta ese momento final. Dios, desde la cima del proceso de evolución cósmica, verá, conocerá completa y exactamente, toda la información universal de todos los tiempos, en particular toda la información que nos determinaba, a cada uno, como personas. Y querrá, y podrá, re-suscitarnos; reimplantar nuestro “software” en un nuevo “hardware”,
nuestras “almas” en nuevos “cuerpos”, pero cuerpos diferentes a los antiguos para vidas diferentes de las antiguas, cuerpos espirituales para vidas eternas. Esto lo hará Dios por intermedio de Jesucristo resucitado, el primero, la primicia, entre los que resucitan. Él será el aglutinador, el dispensador, el centro irradiador, el atractor, el impregnador, la fuente, la puerta, el camino, la razón, la ocasión, la cabeza de un “Cuerpo Místico” del que nosotros estamos llamados a ser miembros. “Él es la vid, nosotros los sarmientos”. El Espíritu Santo llenará el Cuerpo Místico, fluyendo hacia sus miembros como sangre vivificante, como agua viva, como fuego purificador, como luz iluminadora, como gracia edificante y santificante, desde Jesucristo; y así el Cuerpo Místico vivirá hacia Dios, se entregará a Dios, para ser uno con Él, para que “Dios sea todo en todas las cosas”. La recaudación o recapitulación de todos nosotros, de todas las personas existentes – incluso de todas las personas, humanas o no, cuya existencia sea posible— en el Cuerpo Místico de Jesucristo, se llama “anacefaleosis”. Y la unión del Cuerpo Místico con Dios, para que Dios sea todo en todo, se llama “apocatástasis”. Más allá del umbral de emergencia final, se habrá producido ya la apocatástasis: Dios será todo en todo; sólo habrá Dios trascendente, uno, eterno, perfecto, inmutable; todo cuanto haya sido en el universo - nosotros incluidos, naturalmente - estará integrado en Él, en el único Ser, el único Bien, la única Verdad, la única Belleza. Entre el momento de la resurrección y la apocatástasis hay el proceso de la anacefaleosis: la incorporación [previa transformación consentida] de todo en Jesucristo, en su Cuerpo Místico. Este tiempo se extenderá hasta que todo lo incorporable haya sido incorporado; entonces Jesucristo “someterá todo a Dios”. La anacefaleosis durará para siempre en términos del tiempo personal, vivencial, humano. Estaremos por siempre acabándonos de incorporar al Cuerpo Místico; Dios estará siempre presente pero “más allá”; será siempre el límite hacia el que nos aproximaremos. El tiempo, inagotable, de la anacefaleosis, será la beatitud, la felicidad más completa, la bienaventuranza cumplida. Al fin seremos “nosotros mismos”, unidos en el Espíritu de Amor, hacia el Padre, con el Hijo; “con Él, por Él, y en Él, mediante el Espíritu Santo, glorificando al Padre por los siglos de los siglos”.
-12Juanel, me alegro de que coincidamos en mucho; yo también tengo esas tendencias tuyas a ser “optimista radical” y a incluir a TODOS sin excepción. Por eso, estoy dispuesto a considerar posible lo que propones: que el desarrollo tecnológico humano pueda vencer a la muerte en un futuro remoto. Incluso puedo llegar a imaginar que la tecnología y la buena voluntad de la humanidad futura llegaran a resucitar a todas las personas de todos los tiempos y darles cabida en su sociedad ultraevolucionada (lo que es muchísimo decir: pensemos en un “cro-magnon”, una “dama medieval”, un “mongol” y un “obrero del siglo diecinueve”, integrados juntos en una misma sociedad!)… Pero estoy dispuesto a aceptarlo hipotéticamente, y hasta a aceptar que las condiciones sociales y materiales en que vivieran fueran tan evolucionadas que no se sintieran inclinadas, esas personas junto a todas las que han existido en todo
tiempo pasado, a cometer ningún crimen, ni estuvieran expuestas a padecer ninguna catástrofe o contratiempo de cualquier clase. Sin embargo, veo una diferencia fundamental entre esa “Plenitud Humana” y la Plenitud que espero de Dios por Jesucristo. Una diferencia que es como la que hay entre la “resurrección de Lázaro” (que estimo alegórica; pero supongámosla real para esta comparación) y la resurrección de Jesucristo. Lázaro resucitó para una nueva vida humana en la misma realidad espaciotemporal de antes; pero Jesús resucitó para vivir eternamente “a la derecha del Padre” (lo que cualquiera puede ver que es una metáfora para indicar su exaltación divina). Para decirte más claramente lo que pienso al respecto, voy a copiarte lo que puse en un comentario anterior: “Dios no quiso resucitarnos solamente a una vida igual o algo mejor que la antigua, sino comunicarnos su propia Vida divina y eterna. Para esto quiso incorporarnos al Cuerpo Místico de su Hijo, quien compartió la naturaleza divina con nuestra naturaleza humana, por la Encarnación. Una resurrección así, a la Vida eterna de Dios mismo, requiere imprescindiblemente de la resurrección del Hijo de Dios, como primicia y prototipo, para que podamos resucitar por/con/en él.” No obstante, creo que tienes razón en proponer una “Plenitud Humana” como logro común de creyentes y no-creyentes, pues lo que se construya por el esfuerzo humano será la base de la Nueva Creación eterna (“ex-vétere”) de Dios. Puede ser que esa PH de que hablas sea la fase previa que le sirva de base, como tú mismo has afirmado. También estoy de acuerdo contigo en “despejar cualquier separación o discriminación por pequeña que sea entre grupos humanos con respecto a la Plenitud Humana que nos es común, a causa de ideologías o creencias o religión o pueblos o condición” y admito que deben evitarse las actitudes triunfalistas y de privilegio que por desgracia han sido tan habituales entre los cristianos. Para comentarte cuál es la actitud de que soy partidario, te copiaré otro texto: Es cierto que el amor humano puede reconocer y dar a cada ser humano una vida plenamente humana. Pero no parece que pueda tener capacidad salvífica para dar a cada ser humano, a TODAS las víctimas –presentes, pasadas y futuras— de la historia, una rehabilitación plena. Sin embargo, creemos que Dios ha querido otorgar al amor humano también esa capacidad, mediante Su Amor solidario, que nos ha hecho a TODOS los seres humanos prójimos Suyos. Dios quiso cumplir la regla de oro con nosotros. Se nos hizo prójimo en Jesucristo para participarnos Su Vida eterna, y nos pide en consecuencia que ampliemos nuestra regla de oro para incluirlo a Él: Que nuestro amor mutuo –lo sepamos o no— es Su Amor, de manera que nuestra regla queda ampliada de una manera NUEVA: “Amaos unos a otros como Yo os he amado”, con un amor humano que es también Amor salvífico para la Vida plena. A esta regla “ampliada”, implícita en la “regla de oro” por obra de Dios mediante Jesucristo, sí que puede y debe reducirse el cristianismo. Y así podrá y deberá dialogar con las demás religiones (y no-religiones) sin necesidad de hacerla explícita para ellas, pareciendo atenerse a la regla de oro común, por guardar el “secreto mesiánico”. Es más: incluso debe ser un secreto, en cierto modo, también para el cristiano. Pues el cristianismo debe actuar, conjuntamente con las demás religiones (y no-religiones), “como si Dios no existiese”, en humilde servicio de la Humanidad. Si no es así, el
“secreto” parecerá mentira. En cambio, si es así señaladamente, los demás tendrán interés de conocer y compartir el “secreto”, que les revelará el pleno sentido salvífico de su propia acción humanitaria. ................................................................. -La re-suscitación que yo concibo es una reimplantación de la información personal en un “soporte” que no pertenece al espaciotiempo del proceso cósmico normal, sino al “proceso asintótico hacia la trascendencia” que ocurre en el “umbral de la emergencia final”. No se trata pues de un cuerpo normal sino de algo muy diferente, que San Pablo llamó (metafórica y paradójicamente) “cuerpo espiritual”. Este nuevo soporte es único y definitivo. Me parece que por todo esto se diferencia claramente de lo que suele llamarse una “reencarnación”. -La información que se reimplanta en la re-suscitación no es sólo la información genética, sino “toda la información determinante de la persona” (que la ciencia está camino de descubrir, pero le falta mucho, casi todo). Toda esa información, que incluye la mente y la memoria, es completamente propia y específica de cada persona, en tanto que conciencia humana individual. Me parece que esto aclara que la re-suscitación no puede tomarse ni remotamente por una clonación, y que asegura la continuidad del individuo. Comprendo, en todo caso, que no puedo pretender otra cosa que una leve y discutible aproximación metafórica al tema. ................................................................. Todos resucitaremos juntos, en el umbral de la emergencia última. A la expresión de la voluntad de Dios, a su voz, al “son de la trompeta”, todos despertaremos de la muerte para ser así juzgados y transformados. Todos experimentaremos a la vez el “juicio personal”. El mundo humano de los siglos pasados, lo que comenzó en el planeta Tierra y se extendió después por todo el Universo, habrá alcanzado su acabamiento, habrá sido superado. El universo entero se estará consumando; no habrá ya galaxias; todo: materia, energía, espacio, tiempo, se estará “sumiendo”, o “sublimando”, en la emergencia de Dios. Y las personas resucitadas sentiremos, junto a una alegría indescriptible, la tristeza del arrepentimiento, la vergüenza por nuestros pasados crímenes, la ira por nuestra estupidez, por nuestra mezquindad, por nuestra maldad, por nuestra injusticia. Éste será el llamado “día de las lágrimas y de la ira”. El “día del Juicio Final Universal”. Pero la gracia reparadora, consoladora, indulgente, bondadosa, acogedora, de Dios, nos estará llamando para separar nuestro lado “oveja” de nuestro lado “cabrito”; para conducirnos a la reconciliación y la paz; para mejorarnos y llevarnos a la vida eterna, depurados, convertidos, transformados, inmaculados, salvados, vueltos a nacer. A nuestro verdadero “hogar”, a nuestra verdadera “patria”.
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Lo que hizo Jesús fue pretender, en la línea de los profetas, restaurar la esencia más auténtica del judaísmo, que se había perdido entonces, como en tantas otras ocasiones en la historia de Israel. Esto le costó discusiones y enfrentamientos con las distintas corrientes de pensamiento judío, en distintos grados, hasta provocar la reacción del poder judío que le causó la muerte a manos de los romanos. No fue por oponerse al judaísmo más auténtico sino al contrario: por querer darle cumplimiento cabal; pero lo hizo con tal radicalidad y profundidad que significó una discontinuidad dentro de la continuidad. Quitando todo lo accesorio, lo circunstancial, lo falso y lo superfluo, la Ley/Torá es simplemente la voluntad de Dios. Pero ¿qué es la voluntad de Dios? Los intérpretes de la Ley, en tiempos de Jesús, discutían buscando qué era lo más importante de ella, en cuanto lo central de la voluntad de Dios. Y Jesús, como paladín del judaísmo más auténtico, les respondió. Los evangelistas “reinterpretaron la interpretación de Jesús” acerca de la Ley, claro. ¿Cómo podía haber sido de otra manera? Pero lo hicieron siguiendo su línea fundamental, puesto que eran seguidores suyos. No hay por qué suponer que cambiaron esa línea. Y nos transmitieron, en general, una oposición entre la interpretación de Jesús y la de los “escribas y maestros de la Ley”. Esto tuvo que ser históricamente cierto. No en todos los detalles de las discusiones que nos cuentan los evangelios, respecto de guardar el sábado y las normas de pureza, etc. Pero sí, al menos, en el espíritu de descubrir el sentido auténtico de la voluntad de Dios y darle prioridad por encima de las prácticas legalistas. “No se ha hecho el hombre para el sábado...”. Tuvo que ser así, porque si no... ¿como pudo haber sido condenado Jesús por la suprema autoridad legal, en un proceso que no tuvo “nada de ilegal ni incorrecto”, en palabras de Meier? Seguro que los evangelistas han reinterpretado a Jesús en muchos aspectos de detalle, pero tiene que ser verdad que, como dice también Piñero, “Jesús estaba siempre intentando buscar la voluntad profunda de Dios. En ese sentido pudo creerse el Jesús histórico superior en algún momento a Moisés mismo”. Jesús pudo sostener un punto de vista nuevo, entre los muchos que había en esa época, y pudo dar la razón a unos en contra de otros (entre Hillel y Shammai, por ejemplo); nada de eso le hubiera costado que las autoridades legales decidiesen acabar con él; pero considerarse Jesús superior a Moisés mismo... eso ya era mucho más grave, y causaba escándalo y alboroto, sin duda. ¿Irían por aquí los tiros? Voy a leer lo que dice Meier. Efectivamente, Meier dice (en la Conclusión del tomo IV (pág. 654)) lo siguiente: “A lo largo del presente volumen hemos señalado el tono de remisión implícita a la propia autoridad (“esto es así porque lo digo yo”). Como hemos visto repetidamente en los cuatro tomos de ‘Un judío marginal’, Jesús era con toda certeza un líder religioso carismático. (...) El carismático religioso conoce de manera intuitiva la voluntad de Dios en general y en particular, y eso le autoriza suficientemente para emitir dictámenes y mandamientos. La fórmula “en verdad os digo” –sorprendente y, en su tiempo, sin paralelo-, que Jesús empleó para introducir diversas declaraciones, resume ese argumento del líder carismático y (más concretamente en el caso de Jesús) del profeta escatológico. Como es obvio, esta afirmación difícilmente podía granjearle al carismático las simpatías de las autoridades religiosas reconocidas, ya fueran sacerdotales o escribales”.
Lo importante no es que el Jesús haláquico (maestro de la Ley) haya sido el fundador de un determinado moralismo, sino que el Jesús haláquico era, por sí mismo, el representante legítimo de la voluntad de Dios, y era el profeta escatológico ungido por Dios. Como dice Meier, “la combinación en Jesús de su papel de profeta escatológico como Elías con el de intérprete de la Torá”. Estoy convencido de que fueron los sumos sacerdotes judíos, en especial Caifás, los que llevaron la iniciativa de detener, entregar y acusar a Jesús ante Pilato. La actuación de Jesús en general, y en particular durante su “entrada triunfal” y la “purificación del Templo”, tuvo connotaciones políticas, es obvio, y eso fue lo que impulsó a Caifás a actuar, probablemente. Sin embargo, creo que la intención primordial de Jesús en esas acciones fue profética-escatológica, y creo también que Caifás, para conseguir llevar adelante el proceso ante otros miembros del Sanedrín, tuvo que acusar a Jesús de violar la Ley (la Ley interpretada a juicio del Sanedrín, claro) con alguna base en sus enseñanzas y actitudes conocidas, desde el punto de vista de los sanedritas. En caso contrario, el proceso no habría sido tal que “no tuvo nada de ilegal ni incorrecto” como afirma Meier. Está claro que no pudo basarse abierta y exclusivamente en que Jesús atacaba el poder romano; no todos los sanedritas serían colaboracionistas hasta ese extremo, con seguridad (algunos lo demostraron apoyando a celotas en otras ocasiones). “Con toda probabilidad, Pilato recibió la acusación de Caifás, hizo flagelar a Jesús y lo interrogó brevemente, y, cuando sus respuestas no fueron completamente satisfactorias, lo envió a la cruz sin pensárselo dos veces.” (E. P. Sanders, en “La figura histórica de Jesús”). Quiero aclarar que, cuando puse que Caifás tuvo probablemente que “acusar a Jesús de violar la Ley” ante el Sanedrín, no me refería a acusar a Jesús de haber enseñado o practicado algo contrario a lo prescrito por la Ley. Se trató más bien de la actitud conocida de Jesús de ponerse él por encima de la Ley, como señalan Meier y Sanders, entre otros, y hasta el propio Piñero. Esto era más grave aún. Y, en cierto modo, si se piensa bien, se corresponde con el tema de la “blasfemia” desarrollado por Marcos después en términos cristianos. No fue este el motivo de la decisión de Caifás, y menos de la de Pilato, pues el motivo de ambos fue político, sin duda; pero fue un elemento de peso decisivo en el proceso de Jesús. ................................................................................. “Al tercer día” era una expresión estereotipada para significar “al último día” (“en el ésjaton”, “en el fin del mundo”). Se decía que la resurrección de un justo ocurriría “al tercer día”, “al último día”, para significar que se trataba de un fenómeno escatológico, no histórico. No quería decir tres días cronológicos contados justo después de la muerte. Muchos judíos creían en el siglo I que los justos, especialmente los “héroes mártires de Yahvé”, serían resucitados por Dios “al último día”. Probablemente lo creían así Jesús y sus discípulos. Pero un justo, un héroe de Yahvé, tenía que ser, por supuesto, un intachable cumplidor de la Ley de Moisés. Había varios criterios de interpretación diferentes acerca del cumplimiento correcto de la Ley; pero el juicio del Sanedrín era el supremo (aunque
costara llegar a consenso entre los diversos grupos sanedritas; la mayoría saduceos, pero también fariseos). Un celota era ciertamente un defensor de Yahvé y de la Ley, tanto a ojos del pueblo como a juicio del Sanedrín. Y todos los que creían en la resurrección de los justos, incluidos seguramente muchos integrantes del Sanedrín (¿fariseos?), creían que un mártir celota resucitaría, por obra de Yahvé, al “tercer día según las Escrituras”, es decir “al último día”. Pero Jesús NO fue un defensor de la Ley, a juicio del Sanedrín. Aunque la intención de entregarlo fuese política (mantener el orden), y Caifás lo tuviese ya decidido de antemano, probablemente tuvo que justificarlo ante los miembros del Sanedrín que se resistían a que este judío fuese ejecutado por el poder romano. No todos eran colaboracionistas hasta ese extremo. Si hacemos caso a los textos del evangelio de Juan que aluden a la decisión del Sanedrín (como hacen muchos exegetas), vemos que Caifás tuvo que convencer primero a un grupo más íntimo de consejeros: “Vosotros no sabéis nada, ni caéis en la cuenta de que es mejor que muera uno solo por el pueblo y no que perezca toda la nación”. Después tuvo que convencer a un grupo mayor, tras el prendimiento. Seguramente había varios consejeros importantes (¿fariseos?) que se oponían a entregar a Jesús sin que se probara que había infringido gravemente la Ley. Entonces Caifás, que no pudo probar ninguna infracción puntual a gusto de todos (ni siquiera la de haber amenazado Jesús al Templo durante el incidente que provocó su ulterior detención), tuvo que apelar al hecho de que Jesús se ponía por encima de la Ley, disponiendo sobre ella por sí mismo, como quien posee autoridad directamente recibida de Dios. Es lo que dice Meier: “Jesús era con toda certeza un líder religioso carismático. (...) El carismático religioso conoce de manera intuitiva la voluntad de Dios en general y en particular, y eso le autoriza suficientemente para emitir dictámenes y mandamientos. (...) Como es obvio, esta afirmación difícilmente podía granjearle al carismático las simpatías de las autoridades religiosas reconocidas, ya fueran sacerdotales o escribales”. Y lo que acepta Piñero: “Jesús estaba siempre intentando buscar la voluntad profunda de Dios. En ese sentido pudo creerse el Jesús histórico superior en algún momento a Moisés mismo”. Esto era mucho más grave que cualquier infracción puntual de la Ley; en eso estuvieron seguramente de acuerdo todos los grupos sanedritas. Hasta pudo ser histórico, quizá, el gesto melodramático de Caifás de “rasgarse las vestiduras” para impresionar a los que seguían reacios. Fuere como fuere, el tribunal del Sanedrín, la suprema autoridad legal judía, decidió (aunque no haya sido en un juicio formal sino en una reunión informal) entregar a Jesús a Pilato y acusarlo ante éste para ser ejecutado por rebelde celota. Lo que no habría decidido nunca respecto de un genuino líder celota defensor de la Ley.
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Escribe Mosterín: “Yeshúa, muerto como un facineroso sin haber liberado a Israel, no era el mesías esperado. [y, sigue directamente:] Yeshúa y sus discípulos eran judíos, hablaban arameo y vivían en Israel, sobre todo en Galilea. Tras la muerte de Yeshúa, algunos judíos helenizados de la diáspora, que vivían fuera de Israel y que nunca lo habían visto, se interesaron por sus enseñanzas y se hicieron jesusitas.” ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué, después de la muerte oprobiosa de Jesús, hubo “la predicación de los discípulos fuera de Israel”? ¿Por qué la emigración de “jesusitas”? ¿Por qué “se forjó la creencia...”? El autor no parece dar motivo alguno, después de afirmar que “Yeshúa, muerto como un facineroso sin haber liberado a Israel, no era el mesías esperado.” Pues, aunque se piense que afirma implícitamente que a pesar de todo algunos discípulos creyeron obstinadamente que ese Jesús crucificado era efectivamente el mesías de Israel, ¿por qué iban a creer y hacer creer que “Jesús habría sido nombrado por Dios el mesías que habría de venir a juzgar a todos los humanos"? ..... Una cosa es creer que: ‘este hombre Yeshúa –vivito y coleando- es el mesías que ha de liberar a Israel’. Otra cosa es creer que: ‘este Yeshúa –muerto crucificado- sigue siendo el mesías judío, a pesar de todo’. Y otra cosa más diferente aún es creer que: ‘este judío Yeshúa muerto crucificado ha de venir a juzgar a todos los humanos’. El paso de una cosa a otra, por judíos que le conocieron y por judíos helenizados de la diáspora que no le conocieron, requiere explicación: ¿Por qué? Ahí está la gracia de la historia. ................................................. Mi padre murió hace años. Yo puedo tener una alucinación de él, provocada por el cariño que le tuve, y trastornarme hasta el punto de afirmar que él es quien ha de venir a salvar al mundo. Pero dudo que mis amigos, o los que fueron amigos y admiradores de mi padre –porque fue una gran persona— me creyeran hasta dedicar su vida a difundir este mensaje. Sería necesaria, por lo menos, una gran congruencia con lo que hizo y dijo efectivamente mi padre en vida; que fue una gran persona, sí, pero no para tanto. Los detectives franceses, cuando se enfrentan a un caso aparentemente irresoluble, tienen un principio al que suelen recurrir (un poco machista quizá, pero no lo cito con esa intención): “¡cherchez la femme!”. Los creyentes, ante el “caso” misterioso de Jesús-salvador-del-mundo, recurrimos a un principio análogo: “¡cherchez la Ruah!”.
........................................ Alguien afirma: “Jesús era un judío ortodoxo que se consideró Mesías y esperaba reinar (no está tan claro que sin actos violentos previos), creía además que estaba próximo el fin del mundo y de la ocupación romana. No dió una.” Me da pena, sinceramente, leer unas frases que revelan tanta pequeñez de criterio y miopía para comprender a quien dijo: “el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por la Buena Noticia, la salvará”. “Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos; vosotros sois mis amigos.” Jesús salvó su vida para un reinado incomparablemente mayor al que pueda imaginar un miope, e hizo próximo el fin del mundo a incontables personas, para liberarlas definitivamente –no de “la ocupación romana”, sino— de todo mal físico y moral. Por no entender eso, las autoridades judías lo entregaron al poder romano para ser ejecutado, acusándolo de pretender ser un “rey de los judíos” al estilo de este mundo. Y los miopes de entonces, y de ahora, creyeron esta acusación, y no a Jesús. ¡Qué pena! ............................................ Comprendo que algunos piensen que en mi comentario anterior he hecho afirmaciones de fe que han sido falsadas por la investigación histórico-crítica. Pero se equivocan. No “ven” (o no quieren ver) que: -La exégesis crítica considera posible que Jesús, hacia el final de su vida, en vista de los acontecimientos que precedieron inmediatamente a su detención, haya pensado que era muy probable que tuviera que ser inmolado por la causa del reino de Dios (la Buena Noticia). Entonces, pudo expresarlo con dichos como ésos que cité, si no con esas exactas palabras, sí con otras parecidas, pero con el mismo sentido. -La exégesis crítica acepta que Jesús realizó actos de curación y exorcismo que él consideró signos precursores del reino/reinado de Dios. Esos actos tenían que ver, en el concepto de Jesús, con la liberación de las enfermedades y de los pecados, que trae el Reino. Por lo tanto, el reino de Dios no significó, para Jesús, liberación de la ocupación romana, al menos no solamente, sino sobre todo de los males físicos y morales de la gente. -La exégesis crítica admite que Jesús creía en la resurrección al “último día”, esto es, al “fin del mundo”. Según esa creencia, al que resucita, el fin del mundo le llega en ese mismo momento de su resurrección. Si se acepta que el tiempo terrestre no corre ya para el que ha muerto, entonces, para quien ha de morir inminentemente –como era el caso de Jesús—, desde SU punto de vista personal, su resurrección, y por lo tanto el “fin del mundo”, era ciertamente inminente. -Puesto que toda vida humana es muy corta en proporción al tiempo universal, cualquier persona puede considerar -con razón- inminente su muerte; y si cree además que va a resucitar y acepta que el tiempo público terrestre no corre ya para los muertos, tiene que creer inminente su resurrección al fin del mundo, desde SU punto de vista personal. Y si
su resurrección la cree posible sólo por participación de la de Jesús, entonces quiere decir que es Jesús quien le ha hecho inminente (o próximo) el fin del mundo. -La exégesis crítica acepta como probable que –aunque la decisión de entregar a Jesús fuese política (mantener el orden público), y se debiera a Caifás— participaron de este hecho, aprobándolo por diversos motivos, otros miembros del Sanedrín. De lo que resulta que Jesús fue entregado a Pilato por un conjunto de autoridades judías, y fue acusado por éstas ante Pilato de ser un sedicioso que pretendía ser “rey de los judíos” enfrentándose al poder romano. La decisión última y la condena concreta fue de Pilato, como no podía ser de otra manera, y por motivos políticos (sedición); pero las autoridades judías, con sus propios motivos, tuvieron un papel central en ello. Los que no “ven” (o no quieren ver) estos puntos, y piensan, por el contrario, que la exégesis histórico-crítica los contradice, son “miopes”, a mi juicio. ............................................................................. No es posible aceptar hoy en día lo que cuentan los evangelios al pie de la letra. Probablemente no hubo un juicio formal ante el Sanedrín como el prescrito en las disposiciones posteriores de la Misná. Pero que hubo una reunión de consejeros de Caifás para decidir la entrega de Jesús, lo aseveran la mayoría de los exegetas. Por ejemplo, Bart Ehrman, aunque no aprueba la idea de un juicio ante el Sanedrín en la forma que describe Marcos, acaba diciendo: “quizás lo mejor sea concluir que Jesús debió comparecer ante algún cuerpo de autoridades judías, que decidieron entregarlo a Pilato después de un interrogatorio inicial, pero que no sabemos exactamente qué sucedió en el procedimiento inicial.” Me parece que la opinión de “que Jesús se ponía por encima de la Ley o de que dijese que era [o más bien que actuase como] superior a Moisés” la han sustentado Meier y Piñero, repectivamente, en más datos que los aportados por el evangelio de Juan. Sin embargo, este evangelio es una base adecuada para la hipótesis plausible de que Caifás tuvo que convencer a algunos consejeros reacios, y pudo ser esa la acusación (de un delito muy grave ciertamente) a que recurrió Caifás para convencer a esos miembros reacios del Sanedrín. Esta suposición es congruente con lo que cuentan los sinópticos utilizando terminología teológica cristiana (¿quién puede considerarse a sí mismo superior a Moisés sino quien se considera representante directo y auténtico de Dios, el Hijo de Dios?), y no contradice la afirmación de que Jesús haya sido ejecutado por motivos políticos (Caifás: mantener el orden público; Pilato: combatir la sedición). Pilato lo decidió por la acusación de Caifás y el Sanedrín, pero esa acusación NO fue de lo que realmente movió al Sanedrín a presentarla, sino de lo que quería Caifás que creyese Pilato para que ejecutara a Jesús, y así se mantuviera el orden, como era su responsabilidad. ..... Mosterín escribe: “La muerte de Jesús en la cruz, como un rebelde o facineroso cualquiera, resultaba infamante e inaceptable para sus discípulos. Había que inventar alguna explicación escatológica para salvar la reputación del grupo de sus seguidores.”
¡Como si Jesús mismo no hubiese profetizado la “explicación escatológica” y su papel en ella! Lo esencial del mensaje profético de Jesús era la venida del reino/reinado de Dios (“malkuta’ Yahvé”), un acontecimiento que era para él futuro/inminente en cuanto a su realización plena, y a la vez presente como anticipo en su misión. Según su predicación, “ese reino era en cierto modo trascendente, ya que superaba las barreras de este mundo, como el tiempo, el espacio, la hostilidad entre judíos y gentiles y, finalmente, la misma muerte” (Meier). No se trataba de que Jesús esperara que, como fruto de su enseñanza, sus seguidores fueran a implantar el Reino por una transformación de la sociedad de su época. Ninguna acción humana podía nunca lograr las características trascendentes que Jesús esperaba (por ejemplo la reunificación de las doce tribus de Israel, diez de las cuales estaban perdidas irremisiblemente). Sólo podía ser obra de Dios mismo. Y Jesús creía que esa obra de Dios era inminente, aunque misteriosa. Por otra parte, el papel que se atribuía Jesús en ello no era el de un mero anunciante, o enseñante, acerca de cómo recibir –y mucho menos traer o construir— el Reino. Sus hechos y sus palabras eran ya realización en ciernes del Reino, su persona era portadora y puerta del Reino, los elegidos por él –los “doce”- eran los destinados a ser los “jueces” del Reino (“sentándose en doce tronos para juzgar a las doce tribus de Israel”). Por lo tanto, es evidente que Jesús se concebía a sí mismo como el “virrey” de ese Reino futuro, cuyo “rey” era Dios mismo, y esperó participar él mismo del banquete escatológico junto a los patriarcas de Israel, es decir resucitados (Meier, “Un judío marginal”, tomo II/1 cap. 15, pág.424): “Llegar a compartir mesa con Abrahán, Isaac y Jacob implica trascender la misma muerte, trascendencia que se hace personal en Mc 14,25 parr., cuando Jesús profetiza que Dios lo arrebatará de la muerte y lo sentará al banquete final (...) la plenitud de la salvación llevada a cabo por Dios más allá del mundo presente. Cuanto hemos visto permite entender con claridad que la salvación futura, trascendente, era una parte esencial de la proclamación que Jesús hacía del reino. Por eso debe rechazarse como fundamentalmente inadecuada cualquier reconstrucción del Jesús histórico que no dé a ese componente de su mensaje toda la importancia que tiene.” (Sanders, “La figura histórica de Jesús”, pág. 262): “en el Reino, sus seguidores serían los jueces. Esto le convierte, presumiblemente, en virrey: a la cabeza de los jueces de Israel, subordinado únicamente a Dios mismo.” Los discípulos NO esperaban la resurrección de un Jesús que estimaban “maldito”, pero cuando la experiencia asombrosa de su resurrección cambió su disposición, el recuerdo de la profecía escatológica de Jesús les sobrevino. No tuvieron que inventarse nada.
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Para los judíos que reconocían la autoridad del Sanedrín y conocieron su decisión, la muerte de Jesús NO pudo significar la muerte de un mártir celota defensor de Yahvé y de la Ley de Moisés, destinado a ser resucitado al tercer día por Dios. NO; porque, al margen de la opinión privada de algunos, era la autoridad legal suprema la que lo había examinado, hallado culpable y condenado, en un proceso que no tuvo “nada de ilegal ni incorrecto” (en palabras de Meier). Esto valía incluso para los discípulos de Jesús, que eran judíos piadosos y reconocían la autoridad legal del Sanedrín (por encima de consideraciones políticas). Y si les quedaba alguna duda... veían que Yahvé no había apoyado finalmente a Jesús. Por lo tanto, ni siquiera los discípulos de Jesús esperaron la resurrección del “héroe” Jesús, “al tercer día”. Fue la resurrección del “maldito” Jesús, “aquí y ahora”, la que los pilló por sorpresa. Yo, como creyente que soy, creo en la acción del Espíritu Santo (la Ruah, la Exhalación de Dios, la Fuerza inmanente de Dios, la Iniciativa de Dios), que me parece lo más fundamental en lo que sigue. Los discípulos y discípulas de Jesús, aterrorizados y desmoralizados, se mantuvieron ocultos, probablemente en Galilea, durante un tiempo indeterminado. Comenzaron a reunirse en secreto y a comentar entre ellos lo que había pasado, lo que tenían siempre presente en su recuerdo emocionado y conmocionado. Buscaron explicaciones en las Escrituras, para explicarse aquello tan terrible e incomprensible... y las hallaron. El Espíritu de Jesús, “empezando por Moisés (La Torá) y continuando por todos los profetas, les explicó lo que había sobre él en todas las Escrituras”. Así fueron descubriendo, y recordando, y comprendiendo, quién había sido ese Jesús que había caminado y compartido con ellos y ellas por los campos y aldeas de Galilea. Hallaron textos alusivos en los Salmos y los Proverbios, en Isaías, Reyes, Daniel, Zacarías, Malaquías,... etc. Textos como este que pongo a continuación, tomado del libro de la Sabiduría (2, 11-22; 5, 1-6), escrito casi UN SIGLO ANTES de Cristo: “Los impíos... se dicen, discurriendo desacertadamente: ... ‘sea nuestra fuerza norma de la justicia, que la debilidad, como se ve, de nada sirve. Tendamos lazos al justo, que nos fastidia, se enfrenta a nuestro modo de obrar, nos echa en cara faltas contra la Ley y nos culpa de faltas contra nuestra educación. Se gloría de poseer el conocimiento de Dios y se llama a sí mismo hijo del Señor. Es un reproche de nuestros criterios, su sola presencia nos es insufrible, lleva una vida distinta de todas y sigue caminos extraños. Nos tiene por bastardos, se aparta de nuestros caminos como de impurezas; proclama dichosa la suerte final de los justos y se ufana de tener a Dios por padre.
Veamos si sus palabras son verdaderas, examinemos lo que pasará en su tránsito. Si el justo es hijo de Dios, él le asistirá, le librará de las manos de sus enemigos. Sometámosle al ultraje y al tormento para conocer su temple y probar su entereza. Condenémosle a una muerte afrentosa; pues, según él, Dios le visitará.’ Así discurren, pero se equivocan; los ciega su maldad; no conocen los secretos de Dios (...) El justo se mantendrá en pie con plena seguridad en presencia de los que le afligieron y despreciaron sus sufrimientos. Al verle, quedarán consternados, sobrecogidos de espanto, estupefactos por lo inesperado de su salvación. Se dirán mudando de parecer, gimiendo con el espíritu angustiado: Este es aquel de quien entonces nos burlábamos, a quien ultrajábamos, insensatos, con nuestros sarcasmos. Locura nos pareció su vida y su muerte una ignominia. ¿Cómo pues es contado entre los hijos de Dios y participa en la herencia de los santos? Luego equivocamos el camino de la verdad”. De esta manera, por obra en ellos del Espíritu Santo, los discípulos-as fueron comprendiendo lo que en realidad había pasado. “Había sido necesario que el Cristo padeciera eso para entrar en su gloria.” Jesús no había sido “un maldito” sino “el Justo”. Su profecía escatológica se cumplía, ratificada por Dios mismo. Jesús se les manifestó resucitado, vivo en plenitud. No como se esperaba que se mostraran vivos los héroes de Israel, con una segunda oportunidad de vida sobre la tierra, sino “exaltado a la diestra del Padre” en Su gloria eterna. El “tercer día”, el “último día”, el “día del Señor”, había comenzado YA (aunque todavía no). .............................................................................................. La creencia en la resurrección de las personas individuales era algo relativamente insólito y reciente en la sociedad judía del siglo I. Había surgido en la época de las persecuciones de Antíoco Epífanes, al ponerse en cuestión que la justicia divina debía resucitar a los héroes defensores de Yahvé (c.f. II libro de los Macabeos). Pero los tradicionalistas no querían aceptar esto, que les parecía una alteración de la Torá por influjos foráneos. Ellos creían en la “resurrección” de Israel, después de los exilios y las ocupaciones, pero de ninguna manera entendían la resurrección de las personas concretas individuales. Así pensaban los saduceos, que eran los judíos tradicionalistas por antonomasia.
Se enfrentaban en este tema a los fariseos, que sí creían en la resurrección de las personas fieles a la Torá, porque Yahvé les haría justicia más allá de la muerte, con su omnipotencia. En esta controversia se manejaban argumentaciones de uno y otro bando. Así como los fariseos apelaban a la justicia omnipotente de Dios, los saduceos ideaban argumentos para hacer ver lo absurdo de tales creencias. El argumento esgrimido por los saduceos ante Jesús, a quien suponían afín al bando fariseo, fue uno preparado con todo cuidado para demostrar lo ridículo de la resurrección personal, de forma aplastante. Habría bastado con mencionar dos maridos sucesivos, pero para hacerlo más aplastante recurrieron a ¡siete! Apelaron a una disposición de la Ley de Moisés –el levirato-, para hacer inobjetable la validez del caso. Y plantearon la resurrección como una vuelta de las personas a su vida anterior sobre la tierra, corporalmente, de forma normal, como se esperaba que resucitarían los héroes de Yahvé. Pero Jesús los desconcertó totalmente, haciéndoles saber que la resurrección era a un tipo de vida completamente diferente a la normal y terrestre, donde no habría matrimonio ni muerte ni el mismo tipo de corporalidad. Por lo que su argumento supuestamente aplastante carecía de sentido, en realidad. Y además, Jesús esgrimió su propio argumento aplastante, ahora a favor de la resurrección de las personas. Para ello apeló a uno de los textos más sagrados para los saduceos: la revelación de Yahvé en la zarza ardiente a Moisés. Hizo ver que el propio Yahvé se había identificado como “el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob”, y lo relacionó con algo que para los tradicionalistas saduceos era una verdad indiscutible: que “Yahvé es un Dios de vivos, no de muertos”. Entonces los saduceos se vieron enfrentados a un dilema mucho más grave que el que ellos habían propuesto. La única solución, desde su propio punto de vista, era pensar que Abraham, Isaac y Jacob tenían que estar vivos cuando Yahvé habló a Moisés, es decir, resucitados. Se quedaron sin habla. Esta es la conclusión de la perícopa: Jesús afirma rotundamente que Dios no es sólo el Dios de Israel, como entidad colectiva. También es el Dios de las personas individuales. Y puesto que es el Señor de la Vida, resucitará a las personas individuales, como tales, a una vida muy diferente. Esa resurrección no es imposible, sino posible, y más aún, es segura, en opinión de Jesús. Es una conclusión de suma importancia, ante la cual palidece cualquier otra deducción ingeniosa que se quiera extraer. Meier, en el tomo III de su “Un judío marginal”, hace notar que, según esta perícopa, “la creencia en la resurrección está basada no en la antropología, es decir, en una determinada concepción de aquello de que están hechos los humanos (v. gr., un cuerpo mortal y un alma inmortal), sino en la teología, en unas ideas particulares de quién es Dios y qué puede hacer.” (pág. 437). Meier afirma que el debate con los saduceos sobre la resurrección refleja un episodio real del ministerio del Jesús histórico (pág. 456). Además, escribe que “es un único y precioso vestigio, que nos permite conocer mejor qué pensaba Jesús sobre lo que iba a significar la futura venida del reino. El Jesús histórico creía que, en cierto punto del drama escatológico, las generaciones pasadas resucitarían de entre los muertos y que los israelitas fieles participarían de un tipo de vida similar al de los ángeles, vida en la que quedarían atrás los antiguos vínculos por matrimonio y las relaciones sexuales.
Por tanto, el estadio final del reino entrañaría una trascendencia del presente mundo, no simplemente una mejora (págs. 456-457). ...... Aquellos que, ante la promesa de una resurrección personal a la vida eterna, reaccionan diciendo que eso “no les interesa”, porque “no les preocupa”, porque “les basta con esta vida”, porque “eso no tiene sentido”, etc. , creen estar demostrando grandeza de espíritu y altura filosófica, e incluso humildad. Pero no es así. Lo que están demostrando en realidad es un egocentrismo inconsciente, una frivolidad de señorito (que eso eran los saduceos) satisfecho de sí mismo e incapaz de pensar en los demás. Pues no piensan en las innumerables víctimas que han vivido una vida desgraciada e injusta, y han muerto sin obtener satisfacción de sus más legítimos y básicos anhelos. Quizá en un futuro pueda lograrse que ya no haya víctimas así, y a eso debemos colaborar, claro, pero... ¿qué pasa con las víctimas del pasado? ¿No podrán obtener ya NUNCA justicia y rehabilitación? Quien no piense en eso, o no le preocupe, es un egocéntrico frívolo e inconsciente. La promesa de resurrección personal que nos ofrece Dios en Jesucristo es una respuesta a esa preocupación por las víctimas. Una promesa de rehabilitación y justicia definitiva para todas ellas. No para satisfacer las ansias de un egocéntrico, sino las de un altruista interesado por el sufrimiento de los demás. Hay teólogos que piensan que a los egocéntricos así, que no quieren resurrección para ellos, Dios les hará caso, dejándolos que se autoaniquilen, aunque también sean víctimas (sin saberlo o reconocerlo ellos mismos). Pero yo no lo creo así. Yo pienso que Dios los hará recapacitar, en esta vida y más allá, para hacerlos reconocerse víctimas e interesarse por las demás víctimas, y pedir y aceptar la resurrección que les ofrecerá siempre gratuitamente. Así, finalmente, Dios habrá cumplido su promesa hecha en Jesucristo, haciendo justicia y rehabilitando plenamente a TODAS las víctimas, a una vida libre de todo mal, moral y físico. ..... La resurrección salvífica de Jesucristo, y todo lo que ella implica, por cuya verdad dieron la vida sus discípulos y seguidores y que ha originado la religión universal más importante de la historia, me resulta mucho más plausible que el absurdo de una “pasión inútil”.
-16Por lo que yo entiendo (que no es mucho; seguro que mejor lo entiende y podría explicarlo un biólogo), la conciencia reflexiva humana es un “comportamiento emergente” de la compleja organización corporal (principalmente del cerebro, pero no únicamente), dirigida por información genética. Sobre la base de esta conciencia (o conSciencia, ya que es reflexiva), se construyen la mente y la personalidad, de un modo que la ciencia está investigando. Por “debajo” de esta construcción está el “cuerpo”, la comunidad de organismos (cada uno de los cuales es a su vez comunidad), que le sirve
de sustentación energética y de interfaz con el entorno (la alimentación, los sentidos, la locomoción, la manipulación, el habla, etc.). Por “encima” está el entorno físico y relacional, el “medio” con el que interaccionan cuerpo y consciencia, según su experiencia, para construir la personalidad, la mente, el espíritu humano. Al resultado lo llamamos “persona”. Es un emergente dinámico, es decir que varía continuamente, relacionalmente, vitalmente. Tiene una cierta duración programada intrínseca, y es vulnerable a las condiciones y circunstancias del medio. Nace y muere, por naturaleza. Naturalmente, si la persona es una construcción basada en una emergencia a partir del cuerpo, tiene que desmoronarse cuando el cuerpo se deshace, ya sea por agresiones externas o por agotamiento interno de su ciclo vital. A la muerte del cuerpo sucede necesariamente la destrucción de ese “comportamiento” que es la consciencia, y por lo tanto el derrumbe de la mente y la memoria que constituyen la personalidad. La persona deja de existir cuando su soporte físico deja de vivir. Aunque pueda haber un corto lapso “transiente” entre la muerte de ciertos órganos vitales y su impacto final sobre la consciencia (el derrumbe puede parecerse a un “efecto dominó”), el resultado inevitable es la muerte total de la persona. Pero la persona podría sobrevivir a transformaciones importantes de su cuerpo. No sólo a los cambios del crecimiento y el envejecimiento, y al efecto de enfermedades o mutilaciones, sino también a modificaciones en vistas a hacerlo funcional en un medio físico o relacional distinto. Pensemos, por ejemplo, en las modificaciones que podrían efectuarse (por una tecnología médica futura) para hacer funcionar el cuerpo en un medio submarino: transformación de los pulmones en branquias, de las extremidades en aletas, etc. Lo que actualmente consigue parcialmente la técnica mediante trajes e instrumentos especiales, pudiera obtenerse más completamente en el futuro mediante trasformación biológica. Si no para vivir en un ambiente submarino, para vivir en otros planetas de condiciones muy diferentes a las terrestres, y posiblemente en estaciones orbitales, en satélites artificiales, colonias espaciales autosubsistentes, etc., etc. Recientemente ha afirmado el físico S. Hawking que la humanidad tendrá que emigrar de la Tierra y adaptarse a condiciones muy diferentes si quiere sobrevivir a largo plazo; y lo mismo han opinado antes y después otros científicos. Pensemos entonces en el caso en que a una persona se la someta a transformaciones importantes de su cuerpo. ¿Seguirá siendo la misma persona? – Parece que sí, si esas transformaciones guardan la suficiente continuidad de su consciencia, mantienen la continuidad de su mente y su memoria. Esto es, si se preserva el núcleo esencial de la persona, que actualmente se investiga en qué consiste, y que podemos seguir llamando “alma” para guardar similitud con el lenguaje tradicional, pero dándole este sentido diferente. La muerte del cuerpo, que no es su mera transformación controlada sino su disfunción total, acaba indudablemente con el alma, al menos en mi opinión (y la de muchos). Sin embargo, si una tecnología suficientemente poderosa (hasta un punto hoy inimaginable) pudiera recuperar toda la información acerca del “alma” de una persona muerta y re-implantarla en un nuevo cuerpo, adaptado a unas condiciones ambientales radicalmente diferentes, aunque el cuerpo hubiese sido transformado completamente respecto del cuerpo original, la persona habría sido re-suscitada si su información esencial guarda continuidad con la original (el “alma” es la misma). Y quizá ahora, con
este nuevo cuerpo adecuadamente transformado, podrá ser inmortal y relacionarse de una manera incomparablemente más plena con las demás personas re-suscitadas y con el universo. Ahora copiaré un párrafo de la “Introducción al cristianismo” de J. Ratzinger, que en mi opinión tiene bastante que ver con lo que he dicho. “...de qué habla propiamente la predicación de la resurrección bíblica. Su contenido esencial no es la representación de una restitución de los cuerpos a las almas después de un largo período intermedio. Su sentido es más bien decir al hombre que él mismo sobrevivirá, no por poder propio, sino porque Dios lo ha conocido y amado. Mediante la resurrección y frente a la concepción dualista de la inmortalidad, expresada en el esquema griego cuerpo-alma, la forma bíblica de inmortalidad ofrece una concepción completamente humana y dialógica de la inmortalidad: La persona, lo esencial al hombre, permanece; lo que ha madurado en la existencia terrena de la espiritualidad corporal y de la corporeidad espiritual, permanece de modo distinto; permanece porque vive EN EL RECUERDO DE DIOS; porque el hombre es quien vive, y no el alma separada. El elemento co-humano pertenece al futuro, por eso el futuro de cada uno de los hombres se realizará plenamente cuando llegue a término el futuro de la humanidad.” (Mayúsculas mías). ..... ¿Por qué nos “recuerda” Dios, y nos resucita? –Por su solidaridad salvadora obrada en Jesús. Jesús fue “recordado” y resucitado necesariamente, por haber sido él el representante pleno de Dios. Y por él, con él y en él, lo seremos todos nosotros. Esto fue revelado a los discípulos (y las discípulas; quizá empezando por éstas) después de la muerte de Jesús, en su “experiencia pascual”. Jesús se les apareció resucitado, con un “cuerpo espiritual”, y esto lo interpretaron acudiendo a las Escrituras. Pero si la resurrección no consiste en la revivificación del cuerpo muerto, ¿por qué iba a estar vacía la tumba de Jesús? Seguramente, cuando los discípulos (y las discípulas) volvieron a Jerusalén varias semanas después de haber huído a Galilea, no encontraron la tumba de Jesús o la hallaron vacía por motivo desconocido. Los relatos de una “tumba vacía” hallada dos días después de la crucifixión seguramente no son históricos; son maneras de contar la experiencia cierta y objetiva de la resurrección (escatológica) de Jesús, que se escribieron muchos años después. ..... (J. Ratzinger, en su “Introducción al cristianismo”): “tanto para Juan (6,63) como para Pablo (1Cor 15,50) la resurrección de la carne. es la resurrección de las personas (Leiber), no de los cuerpos (Körper). Según el pensamiento moderno, el modelo paulino es mucho menos ingenuo que la tardía erudición teológica con sus sutiles ideas sobre el problema de si son posibles los cuerpos eternos. En pocas palabras, Pablo no enseña la resurrección de los cuerpos, sino de las personas; esto no se realiza en el retorno del cuerpo carnal, es decir, del
sujeto biológico, cosa según él imposible (la corrupción no heredará incorrupción), sino en la diversidad de la vida de la resurrección, cuyo modelo es el Señor resucitado.” ..... Sofía, si tú crees que es histórico lo de la tumba vacía, ¿dónde crees que estaba el cadáver de Jesús? (Comentario por Sofía): “Vaya usted a saber. Mi cadáver acabará reducido a unas pocas de cenizas en nada y menos. El de Jesús, si bien no pasaría nada porque se lo llevara alguien, lo mismo que no pasaría nada si la tumba vacía fuera sólo una narración simbólica, también pudo ser -como caso especial y único y primero- transformado desde ya en lo que los demás lleguemos a ser alguna vez. Como no sé lo que es un cuerpo glorioso difícilmente puedo explicarlo. Pero es que el caso de Jesús no es como el de los demás, sino la causa de las demás resurrecciones. No creo que la sábana santa de Turín sea auténtica -no lo parece-, pero sí puedo imaginarme algo parecido a lo que nos narran sus huellas, con una especie de irradiación inexplicable dando lugar a un cuerpo diferente.” ..... Bueno, Sofía. Cada uno cree en lo que cree. Me parece perfecto. Pero yo pienso más bien en la línea de Ratzinger, cuando habla de que “esto no se realiza en el retorno del cuerpo carnal (...) (la corrupción no heredará incorrupción), sino en la diversidad de la vida de la resurrección, cuyo modelo es el Señor resucitado.” Es decir, pienso que nuestra resurrección será como la suya; y si en nuestro caso no hará falta que nuestro cadáver pase por una “irradiación inexplicable dando lugar a un cuerpo diferente” para transformarnos dándonos un “cuerpo espiritual”, tampoco en el suyo. Para mí, creer otra cosa sería seguir manteniendo la creencia tradicional de que la resurrección –o al menos la de Jesús— implica de alguna manera la revivificación del cadáver, esto es, de las moléculas que formaban parte del cuerpo en el momento de la muerte; esto a mí me parece absurdo. La continuidad de la persona la baso en la información que constituye el “alma” (en el nuevo sentido que expliqué) que Dios recuerda y reimplanta en un nuevo "cuerpo espiritual", no en la continuidad del antiguo cuerpo muerto. (Comentarios por Sofía): “Yo no he dicho que haga falta esa continuidad, pero sí representa mejor la continuidad de la persona, así que no veo por qué no se iba a hacer así, para una mejor comprensión por parte de los discípulos de que el resucitado es el crucificado. Y no se trata de la revivificación de un cadáver, ni se trata del mismo cuerpo aunque se transformara directamente. Pero esa imagen de la resurrección es importante para la comprensión de que es la misma persona y que no es un alma sin cuerpo.” “Está claro q la "resurrección de la carne" nadie la entiende como 1 revivificación del cuerpo, sea incinerado, comido x "gusanos" o x buitres o como 1 lo quiera imaginar, yo he estado de acuerdo en q no era necesaria la tumba vacía. Pero digo q tampoco era necesario q el cadáver fuera comido x perros en una tumba común, ni robado por nadie, ni colocado en lugar desconocido, sino q realmente pudo estar en esa tumba y
pudo sufrir un proceso distinto al normal, no porque fuera necesario q se transformase x una especie d irradiación en el "cuerpo glorioso", sea lo q sea, pues yo no veo la necesidad, sino xq parece la manifestación histórica idónea de la resurrección a sus discípulos. Si alguien lo rechaza x parecerle 1 intervención d Dios en la historia con "milagros" aclaro q no es un "milagro" de revivificación de un cadáver, sino manifestación d algo q pertenece a la misma categoría inexplicable q la creación como "acción" d Dios, no algo "natural" Nada sabemos” Yo pienso, Sofía, que “la manifestación histórica idónea de la resurrección a sus discípulos” fueron las “apariciones”, quizá no tal como (mucho después) fueron descritas en el N.T., pero sí como revelaciones del hecho objetivo (escatológico), un hecho absolutamente inesperado, que se les impuso a pesar de su desconcierto inicial, y que les hizo acudir a las Escrituras para interpretarlo. La experiencia de encontrar la tumba vacía juntamente con una aparición angélica que interpretaba ese vacío como resurrección, pudo ser una revelación también, o fruto de la reflexión provocada por otras apariciones. En todo caso, el hecho en sí de que la tumba estuviera vacía pudo deberse a cualquier motivo (y este motivo, a mi parecer, no tiene importancia); en los evangelios canónicos no se da ninguna descripción del “proceso de resurrección”; ni por “irradiación” ni de ninguna otra manera. Asociar la tumba vacía a un proceso físico de resurrección procede sólo de una interpretación, la expresada por el ángel, no procede de fenómenos físicos que hayan ocurrido para “manifestar la resurrección de manera idónea” a los discípulos. ..... (Comentario por Sofía): “Galetel, definitivamente no estamos de acuerdo, pero yo no digo que fuera necesaria la transformación de la materia, sino que si alguna vez se va a producir algo semejante no veo por qué no pudo introducirse una primicia en ese mismo instante, tanto como las "alucinaciones". De lo que no me cabe duda como creyente es de que Jesús VIVE, aquí y ahora y que realmente resucitó, y no pongo límites a Dios en la forma de realizar algo tan incomprensible desde el punto de vista de la naturaleza. Como nos da igual la tumba, mejor lo dejamos :)”. Poco a poco vamos comprendiendo mejor la verdad del Evangelio, entre todos, con el auxilio indispensable del Espíritu de la Verdad. Todos nos equivocamos en parte, y en parte todos acertamos; la cosa es ir aportándonos unos a otros con humildad y apertura. Gracias al Espíritu, la resurrección de Jesús se hace actual, aquí y ahora, para los creyentes, de manera que Jesucristo VIVE para nosotros, por su Espíritu, y participamos de él. (Comentario por Sofía): “Gracias por la última puntualización sobre lo de Jesús VIVE realmente. Creo que eso es lo importante para el cristiano.”
-18Por otra parte, yo pienso que la resurrección -cualquier resurrección- es un fenómeno escatológico (que ocurre en el fin de los tiempos). Claro que creo que también puede decirse que la resurrección de Jesús es histórica y “ocurrió hace unos dos mil años”, pero únicamente gracias a la acción actualizadora del Espíritu Santo en la mente de los discípulos y los demás creyentes, no porque haya incluido realmente un fenómeno físico histórico como sería esa “irradiación inexplicable”. Citando nuevamente a J. Ratzinger en su “Introducción al Cristianismo”: “Esta última etapa de .evolución. y de .mutación. no sería ya un estadio biológico, sino el fin del dominio del bios que es también el dominio de la muerte; se abriría el espacio que la Biblia griega llama zoe, es decir, vida definitiva que deja tras sí el poder de la muerte. Este último estadio de la evolución, que es lo que necesita el mundo para llegar a su meta, no caería dentro de lo biológico (...) Es evidente que la vida del resucitado ya no es bios, es decir, la forma biológica de nuestra vida mortal intrahistórica, sino zoe, vida nueva, distinta, definitiva, vida que mediante un poder más grande ha superado el espacio mortal de la historia del bios. Los relatos neotestamentarios de la resurrección ponen bien de relieve que la vida del resucitado ya no cae dentro de la historia del bios, sino fuera y por encima de ella; también es cierto que esta nueva vida se ha atestiguado y debe atestiguarse en la historia”. Aclaro, por si quedara alguna duda, que yo creo firmemente que la resurrección de Jesús, no obstante ser escatológica, es un HECHO OBJETIVO REAL que se ha atestiguado históricamente por obra del Espíritu Santo, y así se sigue atestiguando; por eso lo creo. ..... Alredol: “no quedaria de la Resurrección más que un proceso psicológico”, como dices, a juicio de quien NO cree en lo escatológico, NI en la acción real y eficaz del Espíritu Santo, NI en otra forma de resurrección que no sea la revivificación milagrosa del cadáver. Pero eso no nos pasa a muchos creyentes que sí creemos en eso. Sobre la posibilidad de una alucinación colectiva, reputados exegetas, basándose en el conjunto de los relatos del N.T., la han rechazado como explicación razonable (p.ej. Sanders, Küng), y yo mismo he escrito: “Contaron que habían tenido visiones, cada uno por separado y en conjunto. ¿Alucinaciones? ¿Autosugestión provocada por la necesidad de consuelo? ¿Delirio colectivo? Desde luego, tuvieron que ser unas alucinaciones extremadamente vívidas para crear esa recuperación, esa confianza extraordinaria. Si locura había sido seguir antes a ese Maestro, ¿qué sería ahora, en presencia de su cadáver? Y no se reconfortaron por unos días, sino por el resto de sus vidas, hasta entregarlas al martirio por su fe. Esta inmensa convicción, no de un solo hombre sino de todo un grupo, no pudo haber sido alcanzada basándose en dudosas visiones propias ni ajenas. ¿Qué ocurrió entonces?
Nosotros creemos en lo que ellos mismos afirmaron: que su convicción fue obra del Espíritu de Dios, actuante en sus mentes, como antes actuó en las mentes de los profetas de Israel. La capacidad creativa de los apóstoles, que transformaría al mundo, no era sino la capacidad creativa de Dios, inspirada de una manera directa y especial en ellos, para seguir realizando la obra de la Redención.” ..... Me parece, Alredol, que lo que tú crees es en “fenómenos de sugestión, alucinación”, y en la falta de un hecho objetivo que les aporte un sentido real de verdadera resurrección. Tienes todo el derecho del mundo de verlo así, naturalmente. Pero eso no es en absoluto lo que yo pienso y he intentado decir. En mi opinión, basada en la de reputados exegetas (y también en mi fe), NO hubo alucinaciones, sino revelaciones por obra del Espíritu Santo. Y SÍ hubo un hecho objetivo, ciertamente, sólo que no fue histórico sino escatológico. Las revelaciones fueron históricas, claro, y por ellas puede decirse que la resurrección de Jesús ocurrió en ese momento histórico, para los creyentes (que suelen situarla mediante la expresión “al tercer día”, sin tener en cuenta que esta expresión quiere decir “el último día”). ..... Escribe Piñero que: “Sin la creencia en la resurrección de Jesús, y de que precisamente por ello iba a volver a la tierra para cumplir con su misión mesiánica no se explica ni el judeocristianismo ni el cristianismo paulino. (...) dentro del marco de la creencia general del judaísmo apocalíptico en la resurrección de los elegidos, justos judíos (...) Lo notable, sin embargo, en sus seguidores, fue creer en la resurrección única de Jesús fuera de ese contexto de resurrección general.” ¿Por qué creyeron los discípulos “en la resurrección ÚNICA de Jesús FUERA de ese contexto de resurrección general”? –Porque el caso de Jesús NO se ajustaba a “la creencia general del judaísmo apocalíptico en la resurrección de los elegidos, justos judíos”. Si el caso de Jesús hubiese sido el de un héroe defensor de la Torá y de la nación judía, sus discípulos habrían esperado para él una resurrección igual a la de los demás justos judíos, dentro del contexto de resurrección general. El que fuese considerado un caso único, fuera del contexto general –como afirma el Prof. Piñero— demuestra que sus discípulos NO vieron la muerte de Jesús como un ajusticiamiento injusto, aplicado por el poder romano a un héroe nacionalista judío, SINO como el caso de un “maldito”, condenado por iniciativa de sus propias autoridades judías por ponerse por encima de la Torá (*), en un proceso en el que no hubo nada de ilegal ni incorrecto (Meier). Por eso, precisamente, la resurrección de Jesús, en la concepción de sus discípulos, fue un caso especial, sorprendente, único, que caía fuera del contexto de resurrección general. No la esperaban; se les impuso por revelación en contra de sus expectativas; les pilló por sorpresa.
(*) Naturalmente, como he explicado en otras ocasiones, eso no contradice el que Jesús haya sido ejecutado por motivos políticos (Caifás: mantener el orden público; Pilato: combatir la sedición). Pero la iniciativa de (una parte al menos de) el Sanedrín, al aprobar entregarlo y acusarlo a Pilato, fue lo que lo hizo posible. ..... NO fueron alucinaciones sino revelaciones del hecho real escatológico. No tienen parangón con ninguna otra experiencia. Es cierto que los relatos evangélicos contienen datos que parecen “EVIDENCIA de la PRESENCIA de JESUS en CARNE y hueso”, pero también contienen otros datos que parecen evidencia de lo contrario: aparece y desaparece repentinamente atravesando puertas cerradas, no es reconocido al principio por sus amigos, se transporta inmaterialmente.... “No pasó nada que pudiera fotografiarse y registrarse.”, dice Küng en “Ser cristiano”, y dice también: “Eso es lo que sucede en los relatos evangélicos de las apariciones, que llegan al límite de lo imaginable: no es un fantasma, pero tampoco algo aprehensible; es visible-invisible, reconocibleirreconocible, palpable-impalpable, material-inmaterial, inmanente y trascendente con respecto al espacio y al tiempo.” (Recomiendo leer entero el capítulo V, “la nueva vida”, de esta obra de Küng). La intención de los evangelistas fue dejar bien en claro que las experiencias de los discípulos (años antes) no habían sido alucinaciones ni habían visto un fantasma. Pero también quisieron dejar bien claro que no se trató del mismo cuerpo físico de Jesús que había vuelto a la vida y que se manifestaba normalmente en el espaciotiempo habitual (cf. Sanders, “La figura histórica de Jesús”, cap. 17 “La resurrección”, pág. 301). “Una experiencia que no se ajusta a ninguna categoría conocida”, concluye Sanders. En mi opinión, fue una revelación, una actualización, un anticipo (prolepsis) del hecho escatológico absolutamente real de la resurrección de Jesús, obrado por el Espíritu Santo para los creyentes.
-19Ratzinger no coincide –o no coincidía- con el Catecismo, en un punto muy importante. El Catecismo afirma que “En la muerte, separación del alma y el cuerpo, el cuerpo del hombre cae en la corrupción, mientras que su alma va al encuentro con Dios, en espera de reunirse con su cuerpo glorificado.” Repetiré lo que escribió Ratzinger en su “Introducción al cristianismo”: “...de qué habla propiamente la predicación de la resurrección bíblica. Su contenido esencial no es la representación de una restitución de los cuerpos a las almas después de un largo período intermedio. Su sentido es más bien decir al hombre que él mismo sobrevivirá, no por poder propio, sino porque Dios lo ha conocido y
amado. Mediante la resurrección y frente a la concepción dualista de la inmortalidad, expresada en el esquema griego cuerpo-alma, la forma bíblica de inmortalidad ofrece una concepción completamente humana y dialógica de la inmortalidad: La persona, lo esencial al hombre, permanece; lo que ha madurado en la existencia terrena de la espiritualidad corporal y de la corporeidad espiritual, permanece de modo distinto; permanece porque vive en el recuerdo de Dios; porque el hombre es quien vive, y no el alma separada. El elemento co-humano pertenece al futuro, por eso el futuro de cada uno de los hombres se realizará plenamente cuando llegue a término el futuro de la humanidad. (...) Tanto para Juan (6,63) como para Pablo (1Cor 15,50) la resurrección de la .carne. es la resurrección de las personas (Leiber), no de los cuerpos (Körper). Según el pensamiento moderno, el modelo paulino es mucho menos ingenuo que la tardía erudición teológica con sus sutiles ideas sobre el problema de si son posibles los cuerpos eternos. En pocas palabras, Pablo no enseña la resurrección de los cuerpos, sino de las personas; esto no se realiza en el retorno del cuerpo carnal, es decir, del sujeto biológico, cosa según él imposible (la corrupción no heredará incorrupción), sino en la diversidad de la vida de la resurrección, cuyo modelo es el Señor resucitado.” Yo estoy de acuerdo con Ratzinger, no con el Catecismo, a menos que éste se entienda desde el concepto de “alma” que ya expliqué: la información que determina el núcleo esencial de la persona, que NO subsiste por sí misma después de la muerte del cuerpo, sino recordada por Dios; y NO se reúne con el antiguo cuerpo glorificado en la resurrección, sino recibe un nuevo “cuerpo espiritual”. La continuidad de la persona es la de su “alma”, no la de su cuerpo; no obstante, la persona resucitada lo es por la reimplantación de su “alma” en un nuevo cuerpo, el “último día”. Durante el tiempo intermedio entre la muerte y la resurrección, tiempo que sólo existe visto desde el mundo, no visto desde la persona muerta, el “alma” pervive en la Memoria de Dios, como información, pero no como un ser consciente. Todo esto puede afirmarse también de la resurrección de Jesús, que es el Modelo. Claro que la resurrección de Jesús es distinta, porque es necesaria y cierta como no lo son las otras sino en virtud de ella, y se revela y actualiza anticipadamente por obra del Espíritu Santo, para los creyentes. Pero por lo demás, es igual, pues es su modelo. ..... Mi intención es y ha sido la de afirmar resueltamente la resurrección corporal. Creo que resucita el “cuerpo”, no únicamente un “alma espiritual”. Pero se trata de un cuerpo renovado, el que S. Pablo llama paradójicamente “cuerpo espiritual”. Hay pues discontinuidad dentro de la continuidad, de una manera casi imposible de expresar con palabras que nacen de nuestra experiencia habitual, como no sea en términos paradójicos o metafóricos; sin embargo, se quiere expresar una realidad completamente objetiva. He pretendido explicar que el “cuerpo” que resucita, para ser una realidad material que guarde continuidad con la identidad del resucitado, no necesita ser la revivificación de las células que constituían el cuerpo en el momento de la muerte; no reside en esas células la identidad de la persona, sino en la información que conllevan, y toda la información global que caracteriza unívocamente a la persona. Esto –que he buscado sugerir con el símil “software”— sería el “cuerpo espiritual” o “alma corporal” (alma y cuerpo como unidad indisoluble en una persona) que resucita.
..... Sofía: No sé si te entiendo bien. ¿Dices que el “nuevo cuerpo espiritual incorruptible” puede considerarse que es el mismo “antiguo cuerpo corruptible muerto glorificado” aunque no haya en el nuevo ninguna molécula del antiguo? ¿Sólo porque el “alma” es la misma? En mi opinión, la que es la misma es la persona, pero no el cuerpo. De acuerdo en que, una vez resucitada, “La persona sigue viviendo en Dios y la persona no es un alma sin cuerpo, aunque el cuerpo no sea corruptible.” El “alma” sola es información únicamente, recordada por Dios. El cuerpo “corruptible” solo es un conjunto de moléculas (dispuestas en células vivas, y éstas en órganos, cuando el cuerpo está vivo). Repito lo que dice Ratzinger: “Pablo no enseña la resurrección de los cuerpos, sino de las personas; esto no se realiza en el retorno del cuerpo carnal”. ..... A mi modo de ver, dos estados diferentes del cuerpo de una persona viva puede decirse que son “el mismo cuerpo”, aunque no estén compuestos por las mismas moléculas, sólo porque ambos estados corporales tienen la misma estructura básica, que organiza esas moléculas diferentes de manera similar (en profundidad, salvo aspectos secundarios). Sin embargo, cuando la persona está ya muerta, su cadáver es sólo un conjunto de moléculas que ha perdido su estructura anterior (al menos en parte, y progresivamente). Por lo tanto, según ese criterio de identidad, pudiera decirse que el “cuerpo espiritual” o “glorioso” es el mismo cuerpo VIVO (glorificado), pero no el mismo cuerpo MUERTO. En todo caso, hablar así significa que se está considerando la estructura como parte del cuerpo y no del “alma” aunque la estructura exista por el “alma” in-formadora; algo no muy preciso a mi parecer. Por otra parte, el cuerpo glorioso, incorruptible, no sabemos lo que es; pero si es algo diferente del “alma”, entonces puede decirse que es “materia espiritual” (algo tan paradójico como lo de “cuerpo espiritual”, pero por decirlo de alguna manera). Lo que corresponde a lo que dice Ratzinger: “Existe también una última unión entre la materia y el espíritu en la que se realiza el destino del hombre y del mundo, aun cuando nosotros no podamos definirla con más precisión.” Por supuesto, pienso que no puede haber persona (ni consciencia) solo con “alma”; el “alma” es únicamente in-formación (una especie de software) que requiere imprescindiblemente de soporte (una especie de hardware) para constituir la persona, incluso gloriosa e incorruptible. Creo que Dios puede crear “materia espiritual” ex-nihilo, sin basarse en las moléculas del cuerpo muerto, aunque el “alma” sea en cambio ex-vétere y por lo tanto también la persona. Las moléculas sueltas, fuera ya de la antigua estructura corporal, son completamente intercambiables con otras moléculas de los mismos compuestos químicos; además, las moléculas de una persona muerta pueden haber pertenecido a otras personas, o pertenecer en el futuro.
Pudiera ser que la “materia espiritual” del “cuerpo espiritual” de una persona no sea creada por Dios ex-nihilo sino ex-vétere a partir de moléculas materiales, pero éstas no tienen porqué ser exactamente las del cadáver de esa persona. Son completamente indistinguibles de otras moléculas de los mismos compuestos químicos.
-20(J.L. Ruiz de la Peña, “La pascua de la creación”, cap. V, III, 3 “El problema de la identidad corporal”, págs.171-174): « La fe de la Iglesia exige para la resurrección la identidad corporal numérica: el mismo y propio cuerpo de la existencia terrena es el de la existencia resucitada. (...) El problema de la identidad ‘corporal’ se complica desde el momento en que la concepción del ‘cuerpo’ no es unívoca; varía en los distintos esquemas antropológicos. (...) Que la identidad numérica se logre únicamente si el cuerpo resucitado consta de ‘la misma materia bruta’ que componía el terreno, es una opinión resueltamente indefendible; primero porque de esta suerte la idea de resurrección se aproxima peligrosamente a la de “recuperación del cadáver”; además, y sobre todo, porque ni siquiera durante la existencia temporal se verifica esa identidad, como notara agudamente Orígenes. Por ello, la teoría suscrita por la mayoría de los teólogos actuales es la de una identidad numérica ‘formal’, no material. Según Santo Tomás, el cuerpo es el resultado de la información de la materia prima por el alma; es ésta la que confiere a la materia todas las determinaciones. La materia indeterminada deviene ‘cuerpo’, cuerpo ‘humano’, cuerpo ‘mío’, al ser informada por ‘mi’ alma; deja de ser todo eso al cesar la función informante del alma, para convertirse en ‘cadáver’ (que no es lo mismo que ‘cuerpo’). La identidad corporal es, pues, independiente de su composición atómica, celular o molecular; reside exclusivamente en la identidad del principio formal. La importancia que la noción de ‘estructura’ reviste en la física contemporánea parece conceder un aval no desdeñable a esta teoría. (...) Toda la cuestión cambia de sentido si se la enfoca desde la óptica “ser –y no ‘tener’— cuerpo”; entonces resulta claro que lo que promete la esperanza cristiana no es la recuperación de una ‘parte’ de mi ser humano, sino un ‘ser hombre para siempre’; ser “yo mismo” y serlo cumplidamente. Ese yo es ‘cuerpo’; el cuerpo es la totalidad del hombre-uno asomándose al exterior, mostrándose y diciéndose (como el alma es esa misma totalidad una e indivisa en su interioridad y profundidad). Resucitar “con el mismo cuerpo” significa, en consecuencia y por de pronto, recobrar la propia vida en todas sus dimensiones auténticamente humanas; no perder nada de todo aquello que ahora constituye y singulariza a cada hombre. (...) Resucitar “con el mismo cuerpo” significará por tanto, además de lo ya dicho, resucitar con un cuerpo ‘propio’, esto es, un cuerpo que transparenta la propia y definitiva mismidad, ya sin posible equívoco; un cuerpo que es más ‘mío’ que nunca, en cuanto supremamente comunicativo de mi ‘yo’. El cuerpo glorioso (sôma pneumatikón) del que habla Pablo es el ‘yo’ irradiando la vida del Espíritu, libre de todo automatismo inconsciente, depositario de una plenitud integral que nace del núcleo más íntimo de la persona y alcanza y transfigura su corporeidad. »
Sofía: Me parece que Ruiz de la Peña aclara que los dos, tú y yo, teníamos parte de razón. El “cuerpo” puede considerarse que es la “estructura”. Pero las moléculas del cadáver no desempeñan ningún papel especial en la resurrección. ¿No crees? ..... (Comentario por Sofía): “Gracias Galetel, me ha parecido muy interesante esto último que has escrito. Son cuestiones difíciles de imaginar, pero sí que parece que al ir viendo "pegas" vamos comprendiendo mejor lo que NO es la resurrección. Realmente no creo que las moléculas del cadáver tengan nada que ver con el cuerpo glorificado. Ni se me pasa por la imaginación que la persona que muere se encuentre en el cementerio, pienso que está en Dios. No es poco llegar a tener claro lo que no es un cuerpo glorioso, aunque no llegue a comprender lo que puede ser. Siempre es interesante pensar sobre estas cosas. Aunque básicamente me baste saber que la vida no termina, se transforma y el amor es más fuerte que la muerte.” Tienes razón, Sofía. Gracias. Pienso que ahora sólo nos falta tratar de entender eso de que la persona muerta/resucitada “está en Dios” sin admitir “otro mundo” espacialmente paralelo y temporalmente sincronizado al nuestro. Y luego aplicarlo todo (también) al caso de la muerte/resurrección de Jesús. Estamos de acuerdo en rechazar esa idea de “otro mundo paralelo”. Pero no debemos olvidar que mucha gente de nuestra Iglesia la creyó durante siglos, y mucha la cree todavía hoy en día. Se decía que el “alma” pasaba a ese “otro mundo” inmediatamente después de la muerte, era sometida a un “juicio personal” que la destinaba al cielo o al purgatorio o al infierno, y allá “esperaba” el “juicio final universal” que ocurriría al fin de los tiempos. De manera que mucha gente creía –y cree incluso actualmente— que sus muertos están “ahora” en uno de esos “sitios” (presumiblemente en el cielo o el purgatorio, si se trata de seres queridos). También mucha gente ha (hemos) dejado de creer en todo eso, porque actualmente resulta absurdo. Pero debe intentar representárselo de alguna manera, si sigue teniendo fe en la resurrección. O piensa que no debe intentar imaginarlo, porque es algo incomprensible para nosotros actualmente; o se da unas respuestas vagas, conformándose con pensar: “ahora están en Dios, en la eternidad, y puedo comunicarme con ellos como me comunico con Dios”. Sin embargo, los teólogos no se conforman con eso, porque encuentran datos en el Evangelio que permiten ir más allá. Por ejemplo, en el Evangelio se dice que la resurrección es “al último día”, y que hay entonces una “Nueva Creación” de la que los resucitados participan. También que la resurrección no es individualista, sino en comunidad: “en la comunión de los santos”, “en el Cuerpo Místico de Cristo”. Por otra parte, si los resucitados son o tienen “cuerpos” y si la Nueva Creación es la glorificación (ex-vétere) de la Creación actual, entonces hay que imaginarla en un cierto espaciotiempo, aunque no sea el actual ni paralelo al actual. Es “la consumación o culminación de lo actual, en el último día”.
Dios es Trascendente y Eterno; pero los resucitados corpóreos y la Nueva Creación, por glorificados que sean, no son trascendentes y eternos en el mismo sentido. Dios les provee de un nuevo tipo de espaciotiempo (llamado a veces “nuevo eón”), que respecto al nuestro está en el futuro final (“escatológico”). (J.L. Ruiz de la Peña, “La pascua de la creación”, cap. III, VI, págs. 117-118): “Por de pronto, según el Nuevo Testamento, el éschaton no implica el fin del mundo. Y lo que es aún más sorprendente: tampoco implica el fin del tiempo, puesto que la historia sigue. Aquí es donde radica la originalidad de la doctrina escatológica del Nuevo Testamento: en mostrarnos que no sólo la historia es proceso, sino que también el éschaton reviste un carácter procesual, y no un carácter puntual. El acontecimiento escatológico ha perforado la historia para madurarla desde dentro y pilotarla hacia su término. El éschaton se implanta con la encarnación, vida, muerte y resurrección de Jesucristo, se desarrolla en un arco temporal de duración indeterminada, pero que puede ser llamado «la última hora», «los últimos días», «el nuevo eón», y se consuma con la parusía del Señor resucitado. Lejos, pues, de anular el mundo y el tiempo, lo que hace el éschaton, tal y como lo describe el Nuevo Testamento, es encarnarse en ellos. Como resultado de esa encarnación, el mundo comienza a ser realmente «nueva creación», no por aniquilación de —o yuxtaposición a— la antigua, sino por su transformación. De forma análoga, el tiempo puede ser ya receptáculo de la vida nueva y eterna («el que cree, tiene vida eterna»), no por anulación de su contextura física, sino por una mutación de su función histórica que lo convierte, de espacio exclusivo del ‘todavía no’, en habitat del ‘ya’. No puede decirse, por tanto, que el Nuevo Testamento ha espiritualizado un éschaton concebido materialísticamente por el Antiguo Testamento. Más bien habría que decir lo contrario: el objetivo menos «materialista» de la esperanza de Israel («vosotros seréis mi pueblo, yo seré vuestro Dios») es resueltamente materializado —es decir, introyectado en la carne, el tiempo y el mundo— por el Evangelio; la más espectacular inmanentización del éschaton sucede en el Nuevo Testamento, no en el Antiguo. Ahora bien, el don escatológico revelado en el Nuevo Testamento es de tal magnitud que, asumiendo carne, tiempo y mundo, los rebasa; los delata como estructuralmente incapaces de contenerlo en su perfil definitivo. Cuando éste se alcance, no podrá menos de importar el desbordamiento de la caducidad inherente a la historia, e iniciar una forma inédita de duración, ya no histórica, ya no temporal, que llamamos —por cierto, impropia o ambiguamente— eternidad.” http://es.scribd.com/doc/24619804/ruiz-de-la-pena-juan-l-la-pascua-de-la-creacionescalotogia En mi opinión, y apoyándome en lo que dicen muchos teólogos a partir del N.T., cualquier resurrección es escatológica: ocurre en el “último día” de nuestro mundo y “primer día” de la Nueva Creación. Lo que no son simplemente metáforas, sino realidades. El “alma” de una persona muerta pervive en el recuerdo de Dios, y la persona es resucitada el “último día”, cuando –conjuntamente con todas las demás “almas”— Dios la reimplanta en un “cuerpo espiritual” que pertenece a la Nueva Creación ex-vétere, para pasar a ser miembro del Cuerpo Místico de Cristo si acepta la redención transformadora que le ofrece en Jesucristo.
A mi entender, el YA (de que habla Ruiz de la Peña) es efecto anticipado del futuro escatológico que TODAVÍA NO vivimos plenamente, pero sí una vez resucitados en la Parusía final. Este anticipo/prolepsis es obra actualizadora/proléptica del Espíritu Santo. Estamos de acuerdo en que la resurrección de Jesús ocurrió fuera del tiempo, y tampoco en un espaciotiempo paralelo. Por eso, a mi parecer, sólo tiene sentido asignarle un tiempo desde nuestro punto de vista en sus interacciones con el nuestro. Sus interacciones conocidas son: las apariciones, las sacramentales (digamos), y la que esperamos en la Parusía. Entonces, sólo tiene sentido decir que “ocurrió” por primera vez en la primera aparición, que “ocurrió” a continuación en las apariciones siguientes, que “ocurre” en los sacramentos y experiencias de fe, y que “ocurrirá” en la Parusía. Pero las apariciones fueron experiencias de creyentes, objetivas únicamente para ellos (y para nosotros en tanto creyentes por ellos) por obra del Espíritu Santo; lo mismo pasa con cualquier otra experiencia sacramental o de fe. La Parusía es/será el único momento objetivo para todo el mundo. ………………………………………………………………….. Es curioso que pienses que mi “ya pero todavía no” deja totalmente de lado el YA, cuando yo siempre me he esforzado por comunicar lo contrario, es decir, lo mismo que dices tú: “para nosotros la resurrección de Jesús ha ocurrido YA y sus efectos comienzan a operar YA y su gracia nos hace capaces de ir transformándonos YA y la nueva creación ha empezado YA, con Jesucristo y María ya en la plenitud y con la certeza de que nos vamos incorporando a esa nueva creación.” Debe ser que me explico rematadamente mal, o que tú me entiendes ídem. Para mí, lo proléptico va unido a lo escatológico, en la fe; de modo que, gracias a la acción actualizadora del Espíritu Santo, lo escatológico ocurre anticipadamente, pero realmente, YA para los que tenemos fe. Esto es absolutamente esencial en lo que quiero y suelo decir. …… Pienso que no entiendes que el tiempo NO es absoluto, ni siquiera en nuestro universo, y menos para aplicarlo a hechos escatológicos. Y que no entiendes que la acción del Espíritu Santo es una comunicación/actualización completamente REAL. ¿Por qué no lo entiendes? –A mi parecer, porque aplicas el sentido común a cosas que NO son de sentido común. El tiempo NO es absoluto. El sentido común nos engaña en esto, de manera análoga a como engañaba a los antiguos que pensaban que la Tierra era plana e inmóvil. NO existe un tiempo absoluto en nuestro universo, ni mucho menos para sincronizar este espaciotiempo nuestro con el del “nuevo eón” (aunque tal vez no creas que exista realmente un “nuevo eón”, una nueva realidad de nueva creación; pero sí existe, sólo que no pertenece a nuestro espaciotiempo). Entonces, NO TIENE SENTIDO pensar o decir que la Resurrección y otras cosas escatológicas han sucedido YA, salvo por la acción actualizadora del Espíritu Santo, es decir como hechos prolépticos de fe. NO TIENE SENTIDO, piénsalo bien y convéncete. La ÚNICA forma de pensar que han ocurrido YA es por la acción del Espíritu. No hay otro tipo de “YA” que sea más real. Tu frase: “Pero yo creo que hay que insistir en que Jesucristo YA ha resucitado, no resucitará en un futuro del que participamos por el espíritu, sino que participamos por
el espíritu de esa realidad de su resurrección porque YA es real” NO TIENE SENTIDO, piénsatelo. Elimina de tu mente la idea falsa de un tiempo absoluto, común a nuestro eón y al nuevo, en que un hecho de allá pueda simultanearse con uno de aquí, para decir que ha ocurrido “YA” sin el auxilio del Espíritu. Por otra parte -y esto es de importancia fundamental- lo que actualiza el Espíritu Santo para nosotros, hay que creerlo completa y absolutamente real. Espero que hayas hablado EN SERIO cuando decías: “la actualización no crea la resurrección sino que nos la hace conocer y nos sitúa en esa realidad, haciéndola actual para nosotros, aunque sea real independientemente de nosotros”. Pero “real” no significa que sea sincronizable con un momento de nuestro tiempo, o con un evento de nuestro espaciotiempo. Son cosas que van mucho más allá del sentido común (que está adaptado a nuestra realidad local habitual) pero que se pueden entender con un poco de esfuerzo. …… A mí me parece evidente que la frase teológica “ya pero todavía no” se refiere al punto de vista del creyente, no al punto de vista de Jesucristo, ni a un pretendido punto de vista absoluto-que-es-el-mío. Por eso, si el “YA” es dicho desde el pdv del creyente que acoge la acción actualizadora del Espíritu Santo, afirmarlo equivale a “creerlo” y “pensarlo”, y, para el verdadero creyente, eso NO tiene una connotación de inseguridad ni de subjetividad, sino todo lo contrario. Lo mismo vale para el “todavía no”, que significa, naturalmente, que lo que se cree firmemente “no ha ocurrido todavía plenamente” DESDE EL PUNTO DE VISTA DEL CREYENTE QUE LO AFIRMA, esto es, para su experiencia. Toda afirmación espacio-temporal remite necesariamente a un marco de referencia, y el marco de referencia de las afirmaciones personales se fija, claro, en la experiencia vital de la persona que afirma; pero esta persona no tiene por qué pensar que sus afirmaciones son meramente subjetivas e inseguras, porque su fe le asegura lo contrario. Y hay que tener en cuenta que se trata de una fe compartida con muchos en una Iglesia, por lo que no son afirmaciones individuales; pero no pueden tener la pretensión de ser afirmaciones absolutas, salvo por la fe. ……………………… Yo creo que la fe cristiana incluía, y sigue incluyendo, la esperanza en la Parusía. Es decir que un cristiano, aunque cree que Jesucristo YA ha resucitado (por su experiencia de fe por obra del Espíritu), cree también que esta resurrección TODAVÍA NO se ha manifestado por completo, públicamente a todos. Esa Parusía se espera en el FUTURO de nuestro espaciotiempo (salvo en opinión de cristianos presentistas o existenciales, que no comparto). Claro que puede pensarse que se habla sólo del futuro personal de los que pasaremos por la muerte, es decir que la Parusía se realizará cuando todos los seres humanos hayamos muerto, y por lo tanto, no en este espaciotiempo sino en el del nuevo eón. Pero S. Pablo escribió que “no todos moriremos, pero todos seremos transformados”; yo creo que cuando sobrevenga la Parusía, lo hará tanto para los que hayamos muerto como para los que no hayan muerto (que los habrá), o sea que implicará a este espaciotiempo además de al del nuevo eón.
De modo que HAY un evento universal, en el futuro de este espaciotiempo, que es común a ambos eones, en el que se realizará la Parusía. Pero si creemos que los que habían muerto no habían resucitado antes de ese evento, y que en el ínterin no tenían consciencia, sino que eran “almas” recordadas por Dios para ser re-incorporadas, resuscitadas, durante la Parusía, ¿qué sentido tiene decir que la resurrección de Jesucristo había ocurrido ANTES, más allá de que haya sido revelada antes por el Espíritu a las consciencias creyentes? ¿En qué otro sentido podía haber ocurrido “antes” en este espaciotiempo? -Es únicamente en la Parusía, en el evento final de este eón e inicial del nuevo, que puede considerarse con verdadero sentido que se realizan todas las resurrecciones, incluida la de Jesucristo, y precedidas y causadas por esta. La manifestación pública de la resurrección de Jesucristo coincide con el hecho-de-la-resurrección-en-sí, que había sido comunicada antes, en este espaciotiempo, mediante un hecho-histórico-de-revelación (RVA) obrado por el Espíritu en quienes estuvieron dispuestos a acogerlo. Estos creyeron que la resurrección de Jesucristo había ocurrido YA, en el momento en que experimentaron la RVA, y luego también los que la heredaron (heredamos), y DESDE SU PDV TENÍAN RAZÓN, pero no podían (podemos) sostener válidamente la pretensión de que ese PDV suyo fuese absoluto, hasta el momento futuro final de la Parusía. .............................................................................................. Señala Ruso : “quienes fallecieron en gracia, YA gozan de la compañía del Señor en comunión con este y apoyándonos desde el cielo”. No voy a extenderme sobre ello, pero quiero indicar unas creencias mías al respecto: No podemos hablar situándonos en un tiempo absoluto, pues este no existe. Tampoco existe un mundo paralelo, un “otro mundo” en que discurra un tiempo que pueda sincronizarse con el nuestro, en donde estén YA situadas las almas de los muertos. (Como podría alguien imaginar pensando en otra galaxia u otra dimensión, etc.) El “cielo” es escatológico. Sin embargo, la frase de Ruso la suscribo en otros dos sentidos diferentes: -Esos difuntos YA experimentaron desde SU propio punto de vista la resurrección en su tiempo personal, desde el momento de su muerte, como intenté explicar. -Nosotros podemos comunicarnos con ellos atemporalmente, porque el Espíritu de Dios, que compartimos con ellos, nos lo hace posible. Porque la acción del Espíritu Santo nos hace participar anticipadamente (prolépticamente) del hecho (objetivo) escatológico. ..... Nadie puede -ni pudo- “ver” a Jesús Resucitado, y nadie puede decir “Jesús es el Señor”, si no es por la acción del Espíritu Santo. Es el Espíritu el que hizo/hace conocer la resurrección escatológica de Jesucristo y participar de ella. Y NO por eso es menos real, sino MUCHO MÁS, que si se hubiese tratado de la revivificación de su cadáver para llevarlo a un “otro mundo” paralelo. Gracias al Espíritu, y sólo gracias a Él, pudieron y podemos encontrarnos los cristianos con Jesucristo Resucitado.
-21“La experiencia del resucitado es algo completamente distinto del encuentro con un hombre de nuestra historia”. (J. Ratzinger, “Introducción al cristianismo”). No obstante ser “experiencia” de los discípulos, no fue “mera experiencia subjetiva”, sino una experiencia histórica objetiva de un hecho absolutamente real pero trascendente (no empírico), gracias al Espíritu Santo. No fue como “el encuentro con un hombre de nuestra historia” con un cuerpo físico como el nuestro perceptible por los sentidos habituales como un fenómeno normal, sino con un “cuerpo espiritual” o “glorioso” que necesariamente tiene que ser percibido en este mundo como una experiencia espiritual que va más allá de los sentidos corporales . Creer los relatos de los evangelios de forma literalista (comidas de Jesús resucitado, etc.) es hacer una lectura fundamentalista, que, como define un documento del Magisterio, “confunde ingenuamente el estadio final de esta tradición (lo que los evangelistas han escrito) con el estadio inicial (las acciones y las palabras de Jesús en la historia). Descuida por eso mismo un dato importante: el modo como las primeras comunidades cristianas han comprendido el impacto producido por Jesús de Nazaret y su mensaje.” ...... “Tanto para Juan (6,63) como para Pablo (1Cor 15,50) la resurrección de la carne. es la resurrección de las personas (Leiber), no de los cuerpos (Körper). Según el pensamiento moderno, el modelo paulino es mucho menos ingenuo que la tardía erudición teológica con sus sutiles ideas sobre el problema de si son posibles los cuerpos eternos. En pocas palabras, Pablo no enseña la resurrección de los cuerpos, sino de las personas; esto no se realiza en el retorno del cuerpo carnal, es decir, del sujeto biológico, cosa según él imposible (la corrupción no heredará incorrupción), sino en la diversidad de la vida de la resurrección, cuyo modelo es el Señor resucitado.” (J. Ratzinger, en su “Introducción al cristianismo”). La resurrección de Jesucristo es absolutamente única. En dos aspectos fundamentales: la necesidad y la certeza. Es la única resurrección que es necesaria, debido a que Jesucristo es la encarnación del mismo Dios, y el anonadamiento que culminó en su muerte “rebotó” necesariamente –con necesidad absoluta— en una restauración, una reparación de su divinidad. Además, la resurrección de Jesucristo es la única provista de certeza, porque ha sido comunicada por el Espíritu de Dios a los discípulos, y a través de su testimonio a los que hemos compartido su fe. Es la única resurrección que puede afirmarse en pasado –“resucitó”— en un sentido histórico, porque el Espíritu Santo hizo “coincidir” su momento escatológico con un momento histórico del pasado, trocando la incertidumbre del futuro por la certeza del pasado, en esa afirmación pentecostal “proléptica”: “Cristo ha resucitado”.
Y como compartió nuestra naturaleza humana, nos hace compartir –ya, aunque todavía no— su resurrección a la vida eterna; con Él por Él y en Él, en una Nueva Creación. La muerte de cada ser humano no es una extinción sino un paso a la vida eterna, pero no por necesidad de la naturaleza humana, sino por gracia del Amor de Dios. El caso de la muerte/resurrección de Jesucristo, en cambio, es un caso singular. Su resurrección a la vida eterna se debe a la necesidad absoluta de su naturaleza divina, es decir a la necesidad absoluta del Amor de Dios. La gracia otorgada a la naturaleza humana no se aplica a la resurrección de Jesucristo, sino que brota de ella. Su naturaleza divina, al resucitar necesariamente por necesidad absoluta del Amor de Dios, “arrastra” a su naturaleza humana, y con ella a todos aquellos con quienes él quiso compartirla. ...... Pienso que la fe en la resurrección de Jesús como un hecho real y singular que se manifestó objetivamente a los discípulos en un momento de la historia, es lo clave y central de la fe cristiana. Yo lo creo así, firmemente, y pienso que lo debe creer cualquier cristiano. Esa fe, a mi parecer, debe basarse en el testimonio que nos transmiten los escritos del NT. Fundamentalmente, que Jesús es Dios-Hijo (por lo que su resurrección fue absolutamente necesaria) y que su resurrección fue revelada a sus discípulos en un acontecimiento histórico extraordinario (por lo que sus herederos tenemos certeza de ella). Transmitir eso fue la intención de los relatos evangélicos, y los cristianos debemos creer en ellos. Pero la forma en que lo explican esos relatos no es necesario creerla en todos sus detalles al pie de la letra. Puede y debe ser sometida a exégesis y hermenéutica haciendo análisis crítico, y el resultado de este análisis puede conducir a diversas interpretaciones de lo que ocurrió, sin poner en duda que Jesús resucitara realmente. Esto es aceptado por la Iglesia, pues un documento del Magisterio rechaza hacer una lectura literalista que “confunde ingenuamente el estadio final de esta tradición (lo que los evangelistas han escrito) con el estadio inicial (las acciones y las palabras de Jesús en la historia), que descuida por eso mismo un dato importante: el modo como las primeras comunidades cristianas han comprendido el impacto producido por Jesús de Nazaret y su mensaje.” Nuestro modo de comprensión actual puede y debe ser otro, porque el pensamiento moderno es muy distinto al del siglo I. Nuestro pensamiento actual acepta la fe en la resurrección corporal, pero la interpreta de otra manera que como la reanimación o revivificación del cadáver. Esto tiene que ser así, porque actualmente sabemos, por ejemplo, que el cuerpo de una persona varía durante su vida, de manera que se renueva al cabo de unos cinco a diez años, y además contiene probablemente moléculas que han pertenecido a otras personas en el pasado y pertenecerán a otras personas en el futuro. De manera que las moléculas de un cadáver no constituyen el “cuerpo propio y particular” de la persona que murió con él, sino que debe entenderse que el “cuerpo propio de la persona” es la estructura (la in-formación) que organizaba las moléculas del modo particular que correspondía a esa persona, y únicamente a ella. Por lo tanto, lo que necesita la resurrección corporal es que Dios recuerde y reimplante esa estructura, no las
moléculas del cadáver. No importa lo que pase con esas moléculas; Dios no las necesita para resucitar el cuerpo. Todo esto puede aplicarse a la resurrección de Jesús, que es absolutamente única y singular por su necesidad (Jesús es Dios-Hijo encarnado) y por su certeza (fue un acontecimiento comunicado a sus discípulos y proclamado por ellos), pero no se diferencia en el modo de resucitar. Los relatos del Evangelio son ciertos en su profundidad, no en su superficialidad; no deben ser leídos en forma literalista. Quien acepte lo esencial de ellos pero discrepe en detalles secundarios, hace posiblemente una hermenéutica correcta y necesaria para entenderlos con una mentalidad actual. Lo decía Ratzinger: “Las grandes verdades son las mismas: el pecado original, la creación, la redención, la vida eterna... Pero muchas de estas cosas se expresan aún con un pensamiento que ya no es el nuestro, y es necesario hacerlas llegar al pensamiento de nuestro tiempo”. ..... Ambas cosas, las apariciones y el sepulcro vacío, pudieron ocurrir sin la revivificación del cadáver (aunque no sin la resurrección, que es distinto). El cuerpo glorioso de las apariciones no tuvo que, ni pudo, estar constituído por las moléculas del cuerpo muerto en el sepulcro. Lo del sepulcro no era ya el cuerpo vivo de Jesús; el cuerpo glorioso resucitado, sí. El cuerpo muerto de Jesús pudo desaparecer del sepulcro por otro motivo, probablemente. Es mucho más creíble que Dios lo haya hecho así. Mi cuerpo actual no está constituido por las mismas moléculas que hace diez años; es la “estructura” lo que ha perdurado en grado suficiente para que digamos que se trata del “mismo cuerpo”. Pero las moléculas de mi cuerpo de hace diez años no sé dónde están, ni me importa.
-22Mi padre murió hace veinte años. Eso significa que desde entonces ya no forma parte de nuestro tiempo empírico, de “nuestro eón”, salvo como un cadáver corrompido en su sepulcro: unas moléculas que antes constituyeron sus células, y que ahora se han reintegrado al medio o perduran provisionalmente en unos restos escasos. Esos restos NO son mi padre, para mí está muy claro. En el momento mismo de morir, se abrió para la consciencia de mi padre un “nuevo eón”, gracias a la resurrección que le otorgó Dios en Jesucristo. Pues mi padre se encontró a sí mismo inmediatamente resucitado en un “cuerpo espiritual” (su propio cuerpo renovado, que no simplemente revivificado) y recibiendo una oferta de transformación para una purificación inicial que prosigue hasta la beatitud indecible que significa incorporarse al Cuerpo Místico de Cristo, en una Nueva Creación eterna, junto a todos sus seres queridos o conocidos, renovados como él. Entonces, en este
estado de beatitud que alcanza después de su purificación gracias al Espíritu, mi padre es “santo” y se incorpora a la Comunión de todos los santos como él. Pero “nuestro eón” no es simultáneo ni paralelo al “nuevo eón” de mi padre resucitado. Lo que ya ocurrió o está ocurriendo a mi padre en su “nuevo eón”, no ha ocurrido ni ocurre en “nuestro eón”. No hay un “tiempo absoluto” en que poder sincronizarlos. Por eso., mi padre no es ya una realidad empíricamente existente en nuestro eón, sino que “ya no existe”, salvo como unos restos insignificantes en una pequeña caja, durante cierto tiempo. Aquí no está mi padre; está en el “nuevo eón”. Hay tres formas en que podemos considerar válidamente que ambos eones se “encuentran”. La primera consiste en considerar que durante nuestro eón el recuerdo de mi padre se conserva, no parcial y efímeramente, como en mi cariñosa memoria o en la de los demás que lo conocimos en vida, sino completa y permanentemente en la “Memoria de Dios”. Esto es, la esencia de mi padre, su mente, su memoria, su estructura corporal, sus actos, sus relaciones, sus sentimientos, su vida... su “alma” entera, que pervive recordada por Dios; aunque no todavía como un ser consciente, porque por ahora – durante el resto de nuestro eón— ya no es sino información carente de cuerpo, y por lo tanto carente de consciencia. Pero será la información que utilice Dios para resucitar a mi padre en el “nuevo eón”, cuando Él lo disponga. La segunda consiste en considerar que nuestro eón “desembocará” finalmente en el nuevo eón. Llegará el “Día de Dios”, cuando Él disponga, en que culminará nuestro eón en un “Punto Omega”, una “Emergencia Final”, un “ésjaton”, donde acabará el antiguo eón y se iniciará el nuevo. En ese punto límite, entre ambos eones, comenzará la plenitud del Reino de Dios, la Parusía que incluye la Resurrección, en la que Dios resucitará a mi padre, junto con todos. Por lo tanto, puesto que nuestro eón avanza hacia ese su fin, podemos decir que el “alma” de mi padre “espera” (aunque no en el sentido platónico), durante lo que queda de este eón, a que llegue el fin, como información no consciente pero realmente presente en la Memoria de Dios. La tercera consiste en considerar, y creer firmemente, que el Espíritu Santo actúa como mensajero y puente entre ambos eones, actualizando las realidades del nuevo eón (“escatológicas”) para que puedan participar anticipadamente de ellas los creyentes, ya en el antiguo eón, de una manera sacramental. El Espíritu Santo es capaz de comunicar realmente las consciencias de los eternamente-vivos en ese nuevo eón, con las consciencias de los efímeramente-vivos en este nuestro eón. O sea que yo puedo comunicarme con mi padre ahora mediante el Espíritu Santo, que me hace participar sacramentalmente de la Comunión a la que pertenecemos mi padre y yo (y ojalá todos), YA, aunque todavía no. ..... (Franz-Josef Nocke, “Escatología”): « En la tradición de la fe católica, con frecuencia la muerte se describió como separación de cuerpo y alma: mientras el cuerpo muerto se queda aquí y se deshace, el alma inmortal llega hasta Dios. Al final del tiempo, en la resurrección de la carne, se reunirá de nuevo con su cuerpo. De esta manera se intentaba tomar en serio la realidad de la muerte y el retorno del hombre al polvo (cf.
Gen 3,19) y asimismo formular la fe en que los difuntos ya están ahora con Cristo y que el hombre resucitado es idéntico con el hombre que vivió sobre la tierra. La escatología actual pone serias dudas a esta manera de hablar. (...) Actualmente se discute en la teología católica sobre distintos modelos de representación. Una comparación algo simplificada de los mismos podría ser: Un modelo —el corriente en la teología tradicional— parte de la separación de cuerpo y alma. Después de la muerte existe el alma (inmortal) sin cuerpo hasta el fin del mundo. Luego resucitan los cuerpos y se unen de nuevo con sus almas. Con otras palabras: la resurrección de los muertos acontece en el fin del mundo después de un tiempo intermedio. El otro modelo —preferido en la teología actual— habla de resurrección en la muerte. Todo el hombre (no sólo una parte de él, el “cuerpo”) muere, y todo el hombre “con cuerpo y alma” (uno preferiría poder prescindir de esta distinción) es resucitado por Dios en el momento de la muerte. No hay ningún tiempo intermedio entre muerte y resurrección. Tampoco hay necesidad de ello, porque al otro lado de la línea fronteriza de la muerte ya no hay ninguna sucesión temporal. Así el individuo al morir puede experimentar su resurrección y al mismo tiempo la resurrección de todos los muertos, incluso de las generaciones que han de vivir después de él. Ya nos encontramos con estos dos modelos teóricos, cuando tratamos la cuestión de si hay que distinguir entre un juicio “universal” y otro “particular”. El primer modelo distingue dos juicios realmente distintos entre sí: el juicio particular (individual) inmediatamente después de la muerte (para el alma) y el juicio universal (general) en el fin del mundo (para toda la humanidad); en el segundo modelo se supone un solo juicio, que a la vez es individual y universal. (...) En vez de la fijación apocalíptica en el fin, el evangelista indica lo que se ha de llevar a cabo en la historia: el anuncio del evangelio a todos los pueblos, y promete la presencia del Espíritu Santo en los momentos críticos (...) Precisamente con este último motivo, se suprime una característica esencial del género apocalíptico: el tiempo de la actuación de Dios no empieza después de este eón malo, sino que en medio de la tribulación, el poder de Dios se hace experimentar; mientras transcurre el eón antiguo, el nuevo ya ha empezado. (...) a diferencia de la representación apocalíptica de que el reino de Dios sólo vendrá después de que se haya eliminado totalmente el viejo eón, Jesús predica que éste ya ha irrumpido en medio del mundo. “El reino de Dios ya está en medio de vosotros” (Lc 17,20s). El nuevo eón no viene simplemente después de acabar el viejo, sino que ya ha empezado, mientras el viejo sigue existiendo. Por esto, la conducta correcta no consiste en esperar el reino de Dios, sino en convertirse a él, asirlo y dejarse asir por él. » (El Dr. Franz Josef Nocke es profesor de teología dogmática en la Universidad de Duisburg-Essen. Está especializado en antropología teológica, teología de los sacramentos y escatología. EDITORIAL HERDER 1984 - IMPRÍMASE: Barcelona 23 de junio de 1983 RAMÓN DAUMAL, Obispo auxiliar y vicario general.) .....
(J. Ratzinger, “Introducción al cristianismo”): « ...de qué habla propiamente la predicación de la resurrección bíblica. Su contenido esencial no es la representación de una restitución de los cuerpos a las almas después de un largo período intermedio. Su sentido es más bien decir al hombre que él mismo sobrevivirá, no por poder propio, sino porque Dios lo ha conocido y amado. Mediante la resurrección y frente a la concepción dualista de la inmortalidad, expresada en el esquema griego cuerpo-alma, la forma bíblica de inmortalidad ofrece una concepción completamente humana y dialógica de la inmortalidad: La persona, lo esencial al hombre, permanece; lo que ha madurado en la existencia terrena de la espiritualidad corporal y de la corporeidad espiritual, permanece de modo distinto; permanece porque vive en el recuerdo de Dios; porque el hombre es quien vive, y no el alma separada. El elemento co-humano pertenece al futuro, por eso el futuro de cada uno de los hombres se realizará plenamente cuando llegue a término el futuro de la humanidad. (...) Si el cosmos es historia y si la materia es un momento en la historia del espíritu, no puede darse una eterna y neutral yuxtaposición de materia y espíritu, sino una .complejidad. última en la que el mundo encuentre su omega y su unidad. Existe también una última unión entre la materia y el espíritu en la que se realiza el destino del hombre y del mundo, aun cuando nosotros no podamos definirla con más precisión. Hay también un .último día. en el que se lleva a perfección el destino de los individuos, porque se realiza entonces el destino de la humanidad. » ..... Yo pienso que ambos puntos de vista son válidos. La “inmediatez” para el que ha muerto y se halla ya en el “nuevo eón”, y el “proceso” para los vivos que lo observamos desde el antiguo eón. La cosa se complica, y se completa, cuando los observadores vivos somos cristianos, que participamos del Espíritu Santo que hace irrumpir el nuevo eón en nuestro eón. Entonces, para un cristiano, lo que ha de ocurrir en el nuevo eón es accesible sacramentalmente, “prolépticamente”, aun estando todavía en el eón antiguo, pero sin anular los distintos puntos de vista sino haciéndolos compatibles entre sí. (J. L. Ruiz de la Peña, “La pascua de la Creación”): « a) Los datos dogmáticos a retener son, de un lado, la inmediatez de la retribución esencial y la índole escatológica de la resurrección. Precisamente el cotejo de ambos datos es lo que genera el problema: ¿cuál es el estatuto ontológico del sujeto de la retribución inmediata? ¿Se da una situación de alma separada a lo largo de un período temporalmente extenso (el que se intercalaría entre la muerte y la resurrección)? Tal ha sido la interpretación tradicional, tenida por válida hasta el primer tercio de nuestro siglo, tanto por católicos como por protestantes, pero en la que hoy se detectan serias dificultades. b) Ni la revelación ni el magisterio eclesial aportan elementos resolutivos; la cuestión debe considerarse, pues, como teológica, no dogmática. El escrito de la Congregación para la Doctrina de la Fe sobre algunas cuestiones escatológicas, contiene ciertas precisiones al respecto. Tales precisiones no parecen incompatibles con alguna de las teorías presentadas como alternativa a la tesis tradicional. De todas formas, dado el nivel magisterial de este documento, sus observaciones no pueden aspirar al rango de doctrina vinculante; tendrá a lo sumo un carácter orientativo, que debe ser ponderado por los teólogos, pero que no puede considerarse como dirimente.
c) Tanto la tesis de una resurrección, por así decir, bifásica (incoada en la muerte, consumada en el éschaton) como la que sostiene que muerte y resurrección son dos acontecimientos distintos y sucesivos, mas no necesariamente distantes (esto es, separados por un continuum temporal), respetan los datos dogmáticos involucrados en el problema. Su plausibilidad puede ser discutible; no lo es su ortodoxia. » La confusión proviene de suponer que existe un “tiempo absoluto” en el que se pueden sincronizar ambos eones; no es así.
-23Creo que a todos los seres humanos de todos los tiempos y lugares, una vez resucitados, Dios nos concederá la oportunidad de aceptar una transformación personal y social (purificadora, reparadora, plenificadora) para poder incorporarnos definitivamente al Cuerpo Místico de Cristo. La transformación personal será más o menos intensa y profunda según la pre-disposición de cada uno. Si accedemos a aceptarla, estaremos “en el purgatorio” y continuaremos “en él” durante una primera fase de nuestra transformación; las fases siguientes ya son “el cielo”: nuestra incorporación a la Comunión de los Santos en la Nueva Creación eterna. Si alguien no llegara a aceptar nunca la transformación, a pesar de que Dios siga invitándole siempre, “estaría en el infierno”. Pero yo espero que la gracia de Dios consiga que todos la aceptemos, para que “sea Dios Todo en todos”. Desde el punto de vista del que ya ha muerto, la resurrección y la transformación ocurren inmediatamente después de su muerte. No puede tener consciencia de una duración intermedia. Desde el punto de vista de los que siguen todavía vivos, la resurrección y la transformación, propia y de todos, ocurrirán en el “fin de los tiempos”, en el “ésjaton”. Y desde el punto de vista del cristiano, la resurrección y la transformación han empezado ya, porque el “ésjaton” ha irrumpido en su vida gracias al Espíritu Santo, haciéndole participar sacramentalmente de la Comunión de los Santos. Estos tres puntos de vista son compatibles entre sí. ..... Creo que la salvación eterna NO es un premio, ni la condenación eterna un castigo, que se haya podido merecer inexorablemente en el momento de la muerte. Creo, en cambio, que Dios ofrece a todos la posibilidad de aceptar una transformación purificadora después de la muerte, por Jesucristo, y mantiene siempre su oferta. Naturalmente, la intensidad de la transformación será adecuada a la pre-disposición de cada cual. Pero el que se condene será sólo porque no quiera aceptar nunca esa transformación reparadora a pesar de la insistente invitación de Dios; esto es el infierno.
No creo pues que la condenación de alguien pueda consistir en que Dios no le oferte la transformación debido a la gravedad de sus pecados, o en que Dios no le resucite por ese motivo. Me parece que estas alternativas serían contrarias al Amor misericordioso de Dios, que vence a la Muerte, no “tira la toalla”, y ve algo positivo hasta en la más pecadora de sus creaturas. Una condenación inexorable, ya sea a ser resucitado sin posibilidad ninguna de acceder a Dios (sufrimiento eterno), o a no ser resucitado (aniquilación), no me parece que pueda ser merecida por los pecados de una creatura, por graves que sean, ni que pueda serle aplicada por un Dios que “ama a sus enemigos, es bueno con ingratos y perversos, y es padre indulgente de sus hijos pródigos”. ..... Iñigo: Creo que no existe un alma consciente entre la muerte y la resurrección. Durante ese lapso sólo existe la información que estructuraba a la persona, conservada en la “memoria” de Dios; ese conjunto de información podría bien ser el “alma” (en otro sentido que el platónico), pero no sería consciente. La consciencia requiere que dicha información (una especie de “software”) “funcione” en un cuerpo (un “hardware”) para que se produzca el fenómeno emergente que llamamos “consciencia”. Esto ocurrirá nuevamente cuando Dios la reimplante en un nuevo cuerpo (el “cuerpo espiritual” o “glorioso”) en la resurrección durante la Parusía. Pienso que sólo entonces, después de la resurrección, cuando ya exista consciencia, Dios ofrecerá una “transformación consentida” a la persona, que en sus primeras fases será lo que se ha llamado “purgatorio” (si no hubiese consentimiento, sería “infierno”), y en sus fases siguientes será ya “cielo”, que continuará eternamente, incorporando a la persona en el Cuerpo Místico de Cristo, en una Nueva Creación. Esa Nueva Creación podrá incluir también a los seres vivos no-personales, renovados también, siempre en relación a la resurrección de las personas; porque las personas no se entienden aisladamente del mundo en que vivieron, y la Nueva Creación es “exvétere” (a partir de la Antigua, que “espera ansiosamente la manifestación de los hijos de Dios”). El tema de la “intercesión de los santos” me parece incluido en el tema general de la “oración de petición”; la creo posible gracias a la acción del Espíritu Santo, que hace posible la relación entre las consciencias resucitadas y las actuales, para promover la aceptación de la redención y el consentimiento a la transformación, pero sin que pueda haber intervención directa de Dios en el mundo, sino acción de su Espíritu en las consciencias. Naturalmente estas son únicamente opiniones mías, muy especulativas, que sin embargo –pienso- no se apartan demasiado de las creencias tradicionales, sólo pretenden concebirlas de una nueva forma más ajustada a la mentalidad moderna, sin ánimo de negar o contradecir lo que se quería expresar en la forma antigua. Por supuesto, pueden estar equivocadas, y aun deben estarlo, lo admito; pero no sé en qué. ¿Me lo dirás tú, estimado Iñigo, u otro amable interlocutor amigo? .....
Iñigo: ¿Qué es el “alma” para ti? Si fuese el concepto platónico de “alma inmortal”, entonces discrepamos. Pero yo he dicho que pienso que el “alma” es la información que determina completamente a la persona: su estructura corporal (no las moléculas), su mente, su memoria, etc. He dicho también que creo que esa información se conserva más allá de la muerte física en la “memoria” de Dios, como dicen muchos destacados teólogos (incluido Ratzinger, al que he citado de su “Introducción al cristianismo”). Por lo tanto, he afirmado que pienso que el “alma” no muere si es concebida de esta forma, aunque no pervive como ser consciente porque para eso necesita imprescindiblemente de un cuerpo, que le será devuelto renovado en la resurrección. Yo creo que el Espíritu Santo es el “vehículo” que hace posible la comunicación en la oración de los creyentes, entre otras cosas, basándome sobre todo en San Pablo, pero también en más textos del NT. Por supuesto, estas opiniones mías pueden estar equivocadas, y tienes todo el derecho del mundo a discrepar. ..... Para contribuir a iluminar más el tema, pongo esta cita de J.L. Ruiz de la Peña (“La pascua de la Creación”): “La oposición a la concepción occidental del purgatorio (a raíz del concilio de Lyon, en 1274, DS 856) se concretó en tres de sus elementos: el carácter local del mismo (los griegos lo entendían como un mero estado, no como un lugar), la existencia del fuego (que les recordaba la herejía origenista de un infierno ad tempus) y, sobre todo, la índole expiatoria, penal, de un estado que ellos consideraban más bien como purificatorio, de suerte que los difuntos maduraban para la vida eterna por los sufragios de la Iglesia, y no por la tolerancia de una pena. Es este último elemento el que nos da la clave del desacuerdo; se trata, en última instancia, de un corolario del modo diverso de concebir la redención subjetiva. Para los orientales, en efecto, la justificación se piensa no tanto en clave de expiación de pecados cuanto en clave de divinización progresiva, que va devolviendo al hombre la imagen de Dios por un proceso paulatino de purificación. La cuestión fue abiertamente afrontada en el concilio de Florencia. Largas discusiones mostraron que las discrepancias no eran insalvables; algunos de los componentes de la interpretación occidental del purgatorio, que desagradaban a los orientales, procedían de la especulación teológica, y podían por tanto ser considerados como no vinculantes. La definición conciliar (DS 1304), que sigue con mínimas variantes el documento antes citado del concilio de Lyon (DS 856), deja caer [renuncia a] dos de estos componentes, reconociendo así la parte de razón que correspondía a la crítica de los griegos: a) que el purgatorio sea un lugar; b) que entre sus penas se cuente la del fuego. Se define, en cambio: a) la existencia de un estado en el que los difuntos no enteramente purificados «son purgados» (purgari); b) el carácter penal (expiatorio) de ese estado (los difuntos son purificados «poenis purgatoriis»); en este punto la Iglesia no ha creído poder ceder a los requerimientos de los orientales, si bien no se precisa en qué consisten concretamente las penas; c) la ayuda que los sufragios de los vivos prestan a los difuntos en ese estado.
Estas tres notas, en suma, y sólo éstas, integran la noción dogmática del purgatorio. (...) En el Vaticano II, el c. VII de la Lumen gentium contiene varias referencias al estado de purificación postmortal: hay fieles difuntos que «se purifican» (purificantur) (n.49); la comunión de todos los miembros del cuerpo de Cristo fundamenta la costumbre, que se remonta a «los primeros tiempos de la religión cristiana», de guardar «con gran piedad la memoria de los difuntos» y ofrecer «sufragios por ellos»; a continuación se cita 2 Mac 12,46 (versión de la Vulgata) (n.50). En el número correspondiente a las disposiciones pastorales (n.51), se insiste en la idea del «consorcio vital con los hermanos... que todavía se purifican (purificantur) después de la muerte» y se confirman los textos conciliares de Florencia y Trento”. ..... Los primeros cristianos creyeron firmemente en la resurrección de Jesús y en su venida futura, en la Parusía. Y creyeron en la resurrección y transformación de sus muertos y de ellos mismos, para participar eternamente de la Vida de Dios, en la Comunión de los Santos, en el Cuerpo Místico de Cristo. Nosotros, los cristianos actuales, que somos sus herederos, ¿creemos como ellos? Las creencias escatológicas de los primeros cristianos, en coherencia con las profecías escatológicas de Jesús y con el hecho real de su resurrección, fueron fundamentales para su praxis de amor cristiano. No se basaron sólo en principios humanistas, ni pensaron sólo en el presente. Nosotros, los cristianos actuales, que somos sus herederos, ¿practicamos como ellos? ..... Estoy de acuerdo en que ha habido demasiada especulación teológica. Para superarla creo que debemos volver a hablar simplemente de la “transformación” posterior a la resurrección, en que creyeron los primeros cristianos. Esa transformación no sabemos cómo será, pero es lógico pensar que se trata de una purificación y plenificación para poder participar de la Vida de Dios en Jesucristo, como creyeron los primeros cristianos. Esto no es especulación teológica indebida, es fe cristiana. ..... (J.L. Ruiz de la Peña, “La pascua de la Creación”): “Es absolutamente inconcebible que tanto Jesús como la primera comunidad no estuviesen interesados en lo que, a fin de cuentas, se quiere significar en realidad con la idea de resurrección: la definitividad y plenificacion de la vida humana, comunitariamente articulada y entrañablemente fundida con el resto de la realidad creada. La resurrección, como evento biológico de reanimación de un cadáver, seguramente no interesaba a los primeros cristianos, al igual que no nos interesa tampoco a nosotros La resurrección como acontecimiento eclesiológico, como cristificación de una humanidad transfigurada por la parusía, tenía que interesar a la primera comunidad, si de verdad estaba interesada en la misma parusía.
«No todos moriremos, todos seremos transformados» Transformados, he ahí lo que importa en el mensaje bíblico de la resurrección En puridad, eso es lo que importa también en el mensaje neo-testamentario de la parusía, que es la redundancia en nosotros de la manifestación de Cristo glorioso.” ..... Bienaventurados los que no deseen el infierno a nadie, porque les será leve su purgatorio.
-24Dios no interviene mágicamente en la historia. No puede intervenir, porque es un Dios “kenótico”: que se ha anonadado para permitir la autonomía de su Creación y la libertad humana. No puede ir contra esta su propia decisión creadora; por eso tiene que “esperar”, a costa de admitir provisionalmente el mal físico y moral, a que se desarrolle completamente el proceso cósmico hasta su fin. Este fin del proceso cósmico es el “ésjaton”, el llamado “último día”. En este Fin se hará manifiesta la acción redentora de Dios, por su Nueva Creación a partir de la antigua, cuando serán rehabilitadas todas las víctimas del pasado a una vida eterna libre de todo mal, moral y físico, gracias a la solidaridad salvadora (restauradora, resucitadora) de Dios-hecho-víctima-en-Jesucristo. La acción redentora del Espíritu de Dios no es de ningún modo intervencionista, ni antinatural, ni milagrera, ni mágica; pero sí es un PLUS al proceso cósmico natural. Que viene a salvar lo que estaba perdido según la mera ley natural de ese proceso: al individuo consciente, para hacerlo hijo de Dios –no ya siervo suyo- y darle una participación en Su Vida eterna. Un añadido sobre-natural que puede considerarse, si se quiere, parte de la Creación como renovación de ella, pero no parte del proceso cósmico, pues éste es limitado. (J.P. Meier, “Un judío marginal” Tomo III cap. 29 pág. 457): “El Jesús histórico creía que, en cierto punto del drama escatológico, las generaciones pasadas resucitarían de entre los muertos y que los israelitas fieles participarían de un tipo de vida similar al de los ángeles, vida en la que quedarían atrás los antiguos vínculos por matrimonio y las relaciones sexuales. Por tanto, el estadio final del reino entrañaría una trascendencia del presente mundo, no simplemente una mejora. Haciendo realidad ese mundo nuevo, el Dios de la creación y la alianza, el Dios de Abrahán, Isaac y Jacob, cumpliría su compromiso de mayor entidad con el pueblo de Israel: ser su salvador y protector, incluso más allá de la muerte.” ¿Resulta posible esto en una “realidad terrena” como la que conocemos? Visto ahora por los creyentes actuales, si en verdad hay un Dios del universo, su manifestación final y plena, su Reino escatológico, no puede ser un mero acontecimiento histórico de la humanidad en la Tierra. Tiene que ser, por lo menos, un acontecimiento cósmico, a escala cósmica, que involucre a todo el cosmos. Y que admita innumerables “cuerpos espirituales” inmortales.
La “segunda venida” tiene que ser escatológica, no histórica. Pues se trata de un Dios “kenótico”, que no atropella la autonomía del cosmos con intervenciones históricas. Pero sí en el Fin del cosmos. Aunque, por exquisita benevolencia, se hace presente humildemente para los seres humanos que quieran conocerlo y recibirlo anticipadamente, “prolépticamente”. Esto no lo podían entender los antiguos que esperaban la “parusía” para “un día de estos”; pero nosotros, ahora, sí (más o menos). (Juan Luis Ruiz de la Peña en “La pascua de la creación”, cap. VI, IV): “La esperanza cristiana, que no es degradable a la categoría de custodio del (des)orden establecido, tampoco se deja reducir a cualquiera de las múltiples utopías intramundanas. Su ideal no puede identificarse adecuadamente con un determinado proyecto político o socioeconómico; ha de reclamar siempre algo más de lo que proyectos de este tipo ofrecen. De otra forma, la escatología resultaría secuestrada por la correspondiente ideología; quedaría amordazada por su opción temporal; se aliaría con los ensayos de cerrar la historia, característicos de las cosmovisiones arreligiosas; se vería forzada a declarar eterno a lo temporal, permanente a lo transitorio, confundiendo además (como diría Bonhoeffer) lo penúltimo con lo último. Sin embargo, y en todo caso, la reserva escatológica no ha de empañar la sinceridad y operatividad del compromiso temporal cristiano, como repetidamente enseña la ‘Gaudium et spes’: el creyente sabe que sólo quien se ha esforzado por realizar lo posible (lo penúltimo) tiene derecho a esperar lo imposible (lo último); sabe además que el inmenso esfuerzo de transformación del mundo, lejos de caer en el fondo perdido de una pretendida conflagración cósmica, dispone los materiales con que Dios levantará la nueva creación.” ..... Los textos apocalípticos del NT fueron escritos en medio de grandes crisis catastróficas para las comunidades cristianas (la destrucción de Jerusalén y las consiguientes “guerras judías”, las persecuciones de algunos emperadores romanos...) y aludiendo a los escritos apocalípticos judíos anteriores que también se referían a terribles crisis (el exilio en Babilonia, las persecuciones en tiempos de Antíoco Epífanes...). La acción de Dios se ponía en contraste con las desdichas de estos tiempos catastróficos, para generar esperanza y consuelo. Pero ahora sabemos muy bien que esas calamidades no provocaron la acción de Dios, ni fueron predicciones de “paroxismos” futuros (como los que ocurren actualmente) que pudieran provocarla. La humanidad ha experimentado, experimenta y experimentará muchos paroxismos y crisis así, que parecen ser “el fin del mundo” a los pueblos que los padecen y les hacen desear y esperar la intervención inminente de Dios. Pero Dios no actúa así; si actuase de ese modo habría intervenido para evitar la crucifixión de Jesús, o para evitar las atrocidades históricas que todos conocemos en distintas épocas del pasado, o las atrocidades no menores que afectan a tantas personas particulares (enfermedades espantosas, crímenes abominables, etc.) Pero Dios no ha intervenido ni interviene ni intervendrá para evitarlos, porque se ha propuesto respetar la autonomía y la libertad a todo costo, como precio inevitable de un Bien mayor que alcanzará al final, con la libre colaboración de las conciencias.
Por otra parte, si Dios es el creador de todo el universo, su manifestación no ocurre sólo en función de las contingencias históricas de la humanidad. Pensar así es ridículo; como lo era pensar que la intervención de Dios estaba determinada por las tribulaciones de Israel exclusivamente, o incluso del mundo grecorromano, sin tener en cuenta las otras regiones del mundo. Y también es ridículo pensar que la acción de Dios se produzca en respuesta a situaciones críticas de la humanidad en un determinado siglo de su historia sobre la Tierra, cuando sabemos que la humanidad ha vivido durante muchos siglos y vivirá probablemente durante otros muchos (quizá bastantes millones de años más) y seguramente en otros muchos lugares del universo, tal vez relacionándose con otros seres conscientes de otros mundos. En estas condiciones, hay que pensar que la acción final del Dios del universo entero afectará a todo el cosmos, y no será por reacción a paroxismos locales terrestres, aunque a nosotros estos nos parezcan “el fin del mundo”. El Culmen se realizará a una escala ENORMEMENTE mayor de lo que podía suponerse por el Germen. La parusía que se esperaba como una intervención milagrosa de Dios en Jerusalén, se hará realidad por la emergencia renovadora de Dios en el Universo (con nuestra infinitesimal colaboración). El Hijo-del-Hombre que viene en las nubes a la diestra del Padre, se hará realidad en el Cristo cósmico que traerá la Emergencia Final, la Nueva Creación, a su Cuerpo Místico resucitado. Lo que se imaginaba ingenua y míticamente en esos días de la Antigüedad y del cristianismo primitivo, se realizará ciertamente, pero de una manera nueva, inimaginable, sorprendente, en el futuro emergente del Universo. ..... Iñigo, gracias. Me parece muy lógico pensar que la humanidad está accediendo a un nuevo nivel de conciencia gracias a la “noosfera” terrestre; pero encuentro difícil aceptar que ese sea el último y definitivo nivel de la “cristogénesis”. A pesar de las dificultades actuales, e incluso para superarlas en el futuro, parece más probable que la humanidad se expanda primero por el sistema solar, y luego quizá –muy a la larga— por nuestra galaxia y aun más lejos. Esto no invalidaría la “cristogénesis” que conduce al “Punto Omega”, sólo ampliaría el marco espacial y temporal del paleontólogo Teilhard hacia nuevos marcos de evolución previstos por los cosmólogos actuales. La humanidad cambiaría con esas experiencias en el transcurso de los siglos, tanto o más que como cambió en los millones de años que transcurrieron entre los primeros homínidos y nosotros. Y habría quizá una escala ascendente de nuevos niveles de conciencia emergentes, en la línea de Teilhard. Me has recordado mis lecturas de hace más de cuarenta años, cuando, como tantos jóvenes de mi época, leía con entusiasmo las principales obras de Teilhard de Chardin: “El fenómeno humano”, “La aparición del hombre”, “El medio divino” y otras. Eso me condujo después a interesarme por el “emergentismo”, la corriente filosófica-científica que discurre desde los años veinte del siglo pasado hasta la actualidad, de la cual P. Teilhard fue un destacado miembro y precursor. Tanto me ha influido que adhiero actualmente a la “teología emergentista” inspirada por la teología de Teilhard (y otros como p.ej. Whitehead). Pero esa teología, que desarrollan ahora teólogos como Clayton, ha sido muy matizada desde los tiempos de Teilhard. Hay una matización hecha por Moltmann que me gusta citar a menudo, y que no me resisto a volver a poner aquí:
“[Moltmann] ve al ‘Cristo evolucionador’ de Teilhard como tema de vencedores. Sobre todo, no encuentra en Teilhard una teología de la redención de la evolución y sus víctimas: ‘Si se debe pensar a Cristo conjuntamente con la evolución, entonces debe ser pensado como el redentor de la evolución.’ Las críticas que hace Moltmann a Rahner son del mismo estilo. Halla que Rahner no presta atención a las víctimas de la evolución. Sugiere que el antropocentrismo de Rahner le impide incorporar el cosmos y un real respeto por la naturaleza. Rahner supone una visión evolucionaria, sin adoptarla de un modo crítico. No consigue descubrir su lado trágico. Se ve a Cristo como la cúspide del desarrollo evolutivo, pero no como el redentor de este desarrollo de sus ambigüedades. Sin embargo, Moltmann acepta claramente la concepción de Rahner de auto-trascendencia evolutiva, cuando se la une con la teología de Cristo como redentor de la evolución.” (...) El énfasis propio de Moltmann [en comparación con Teilhard y Rahner], es en Cristo como redentor de la evolución. ¿Es concebible -pregunta- que el futuro de Dios para la creación, la salvación final de Dios, se alcance por la vía de la evolución u autotrascendencia? La respuesta de Moltmann es ‘no’, porque, dice él, la evolución ocurre en el tiempo y no conduce a la inmortalidad de las criaturas individuales. Su salvación sólo es concebible como un evento escatológico. Ve el movimiento escatológico de redención como ocurriendo a contrapelo de la evolución. La resurrección de los muertos, el rescate de las víctimas, y la búsqueda de los que estaban perdidos, procuran una redención del mundo que ninguna evolución puede nunca alcanzar. La salvación de Dios puede venir sólo escatológicamente, como ‘nueva creación’, el ‘traer de regreso a todas las cosas desde su pasado y recogerlas en el reino de la gloria’, el ‘resurgir de los muertos y de la naturaleza entera’.” (Denis Edwards en el capítulo 6 de su libro “El Dios de la evolución”) Quizá te interese echar un vistazo a estas páginas de mi ‘web’ y mi ‘scribd’: http://galetel.webcindario.com/id42.htm http://galetel.webcindario.com/id94.htm http://es.scribd.com/doc/31227316/12-El-Emergentismo-Comentarios-de-TeologiaEmergentista ..... [Comentario por Cosmico:] “Una vez leído todo esto del blogger, y los comentarios, haría una observación a quien me pueda responder. Se entiende que la resurrección de los muertos que nos dijo Jesús, tiene que ser fuera del Universo porque el Universo se sabe que colapsará y además así quedaría fuera de sus leyes, porque sean las que sean son deterministas, por lo menos en su inmensa mayoría, ¿esto lo creéis así?” Te respondo citando (otra vez) a J. Ratzinger en su “Introducción al Cristianismo”: “Esta última etapa de .evolución. y de .mutación. no sería ya un estadio biológico, sino el fin del dominio del bios que es también el dominio de la muerte; se abriría el espacio que la Biblia griega llama zoe, es decir, vida definitiva que deja tras sí el poder de la muerte. Este último estadio de la evolución, que es lo que necesita el mundo para llegar a su meta, no caería dentro de lo biológico (...) Es evidente que la vida del resucitado ya no es bios, es decir, la forma biológica de nuestra vida mortal intrahistórica, sino zoe, vida nueva, distinta, definitiva, vida que mediante un poder más grande ha superado el espacio mortal de la historia del bios. Los relatos neotestamentarios de la
resurrección ponen bien de relieve que la vida del resucitado ya no cae dentro de la historia del bios, sino fuera y por encima de ella". [Comentario por Cosmico:] “Muchas gracias Galetel por tu apreciación, pero en el pasaje, que ya conocía de I. al Cristianismo, y del II de J. de Nazaret, la Resurrección se posiciona fuera del bios, (aunque solo es conocido el bios en la Tierra), en otra dimensión, pero no puede estar en otra dimensión universal, porque al Univ. se le suponen aprox sin descubrir 7 dimensiones, por tanto la Resurrección de los muertos (como la de JC) deberian estar fuera del U., porque este U. al final se sabe que colapsa (y mucho antes el Sol). Me ha interesado la apreciación de Iñigo en cuanto a la posibilidad de esos reencuentros. Si creo que Dios creo el U. desde fuera y por tanto puede estar en los dos sitios, pero nosotros, al pertenecer al bios y estar sometidos a las leyes de aquí, somos ignorantes a lo que es fuera del U, sino que serían los resucitados en Cristo, los que si pudieran "tener acceso" a nosotros. Galetel: ¿Tiene esto algo que ver con alguna de las teorias de T. de Chardin? el P.Omega...” No creo que Ratzinger se refiriera a otra dimensión del universo (o multiverso), sino al “nuevo eón”, de que hablé en un post anterior en comentarios que ya han desaparecido; ¿alcanzaste a leerlos? Puse allí mi opinión acerca de la no-sincronicidad de ambos eones -el nuestro y el nuevo de los resucitados- y de tres maneras de considerar un “encuentro” entre ellos, una de las cuales tiene relación con el Punto Omega de Teilhard. [Comentario por Cosmico:] “De lo que dices Galetel: "no creo que Ratzinger se refiriera a otra dimensión del universo (o multiverso),...", Sin embargo en la pg 285, del J. de N. II, se puede leer: "Y solo si la entendemos (la resurrección) como un acontecimiento universal, como inauguración de una nueva dimensión de la existencia humana, estamos en el camino justo...." Entiendo que "acontecimiento universal" y "nueva dimensión" pertenecen a este Universo (entiendo que en su mayoría determinista y para los científicos absolutamente) que según vamos sabiendo, tiene caducidad. No se si es que yo lo entiendo de otra manera o tengo algún error en el planteamiento.” Tal vez pudiera concebirse que el “nuevo eón” comienza en una “singularidad” en la que acaba el “eón antiguo”. En esta singularidad dejan de estar vigentes las leyes físicas que regían al universo (o multiverso). El universo y sus leyes “caducan” en la singularidad, pero –por obra de Dios— se renuevan en otra forma más allá de ella. Entonces puede imaginarse que los muertos, desde su punto de vista, “viajan” allí instantáneamente pasando por la singularidad donde resucitan, y que el Espíritu Santo facilita la comunicación en el sentido inverso. Puede decirse que el nuevo eón es una “nueva forma” universal y que lo que ocurre en la singularidad (la Resurrección) es un “acontecimiento universal”, pero es inexacto decir que se trata de “una nueva dimensión” del universo antiguo. “Una nueva dimensión de la existencia” no quiere decir lo que los físicos cuando hablan de las dimensiones del universo actual. [Comentario por Cosmico:]
“Galetel, He buscado "eón" y tiene muchos significados variopintos. No se exactamente el preciso que has aplicado. No se si he entendido bien: ¿Quieres decir que la hipótesis podría ser que nuestro U. se renueva en otro U. y así, sucesivamente? y que aunque las leyes de los U. serían distintas, ¿los resucitados quedarían entonces como singularidad dentro de esta sucesión? Podría ser, pero entonces siempre quedarían a merced de sus leyes fuera el U. que fuera, porque aun siendo singularidad, sería un acontecimiento "universal" (perteneciente al U.) como dice Ratzinger y también se suponen en "una nueva dimensión de la existencia", pero siempre dentro del U. Por otra parte, sería necesario para sostener esto, que al menos haya una hipótesis seria científica que lo sustente.” Por supuesto que no he estado hablando de una hipótesis científica, sino haciendo unas aventuradas suposiciones teológicas en la línea de lo que dicen Ratzinger y Nocke (entre otros teólogos). El “nuevo eón” correspondería a la “Nueva Creación” de que habla la teología, y sus leyes serían las de la Vida eterna de Dios mismo, que no suponen “quedar a merced” de ninguna limitación, al contrario, y que, si se puede llamar “universo”, es en un sentido totalmente distinto que no pertenece a ni es continuado por ninguna sucesión.
-25Los primeros cristianos vivían en la esperanza de la Parusía, lo que era fundamental para su fe. Pero cuando empezaron a morir los que así esperaban, resultó crucial para ellos plantearse si los queridos hermanos muertos resucitarían para participar también de la Parusía. Algunos decían que no podía haber resurrección de los muertos, que la “resurrección” debía entenderse como una manera entregada, confiada y entusiasta de vivir los valores cristianos en esta vida, porque eso era lo importante. Pero Pablo intervino escribiéndoles para explicarles que la resurrección de los hermanos muertos era importante, como lo había sido la resurrección de Cristo. Les dijo que si los muertos no podían resucitar, tampoco lo había hecho Cristo, y entonces la fe cristiana era vana. Que los que sólo creían en Cristo pensando en esta vida, eran los más lastimosos de los hombres. Y les explicó cómo veía él la resurrección, como una transformación cierta de los cuerpos mortales para ser cuerpos “espirituales” revestidos de inmortalidad. Así, con su explicación, hizo posible que los que dudaban afirmaran su fe. Otro tanto es necesario hacer actualmente, sin duda, para seguir esperando la Parusía todavía, como aquellos primeros cristianos que no quisieron ser “lastimosos”. Actualmente, las explicaciones de Pablo no son suficientes. Y otras explicaciones basadas en lecturas fundamentalistas de los evangelios, tampoco. Abundan los que quieren vivir su fe como “lastimosos” e incluso se plantean de manera “lastimosa” la resurrección del propio Jesucristo. Por eso es necesario que los “Pablos” actuales les den una explicación acorde con “el pensamiento de nuestro tiempo” como decía Ratzinger. La fe en la resurrección es esencial para la fe cristiana, como decía Pablo.
..... (J. Ratzinger, “Introducción al Cristianismo”): “Tanto para Juan (6,63) como para Pablo (1Cor 15,50) la resurrección de la .carne. es la resurrección de las personas (Leiber), no de los cuerpos (Körper). Según el pensamiento moderno, el modelo paulino es mucho menos ingenuo que la tardía erudición teológica con sus sutiles ideas sobre el problema de si son posibles los cuerpos eternos. En pocas palabras, Pablo no enseña la resurrección de los cuerpos, sino de las personas; esto no se realiza en el retorno del cuerpo carnal, es decir, del sujeto biológico, cosa según él imposible (la corrupción no heredará incorrupción), sino en la diversidad de la vida de la resurrección, cuyo modelo es el Señor resucitado. (...) Es evidente que la vida del resucitado ya no es bios, es decir, la forma biológica de nuestra vida mortal intrahistórica, sino zoe, vida nueva, distinta, definitiva, vida que mediante un poder más grande ha superado el espacio mortal de la historia del bios. Los relatos neotestamentarios de la resurrección ponen bien de relieve que la vida del resucitado ya no cae dentro de la historia del bios, sino fuera y por encima de ella; también es cierto que esta nueva vida se ha atestiguado y debe atestiguarse en la historia. (...) nos revelan los evangelistas que el encuentro con el resucitado tiene lugar en otro plano completamente nuevo (...) La experiencia del resucitado es algo completamente distinto del encuentro con un hombre de nuestra historia”. ..... Yo creo firmemente en la resurrección real de Jesucristo. Pero no creo que su cadáver tuviera nada que ver con ella. Me remito a las palabras de Ratzinger que he citado, aunque lo he explicado muchas veces en este foro. Si -como es muy probable para que pudieran aceptarla- los discípulos hallaron vacío el sepulcro, creo que fue por alguna causa completamente normal, sin importancia. Y si nosotros halláramos el cadáver en algún sitio, no tendría importancia ninguna; podríamos seguir creyendo igual en la resurrección absolutamente real de Nuestro Redentor. También creo que lo más probable es que Jesús no pudiera hablar cuando estaba crucificado, debido a la asfixia y al dolor; gemidos y gritos, sí, pero no frases inteligibles. Las que conocemos como “palabras de Cristo en la cruz” son interpretaciones teológicas –perfectamente válidas para nosotros— inspiradas a los evangelistas por el Espíritu Santo y por la vida de Jesús. Tampoco me parece que sea histórico el relato de S. Juan acerca de la presencia de María y el discípulo amado al pie de la cruz; ningún otro evangelista lo menciona, y tiene toda la pinta de un desarrollo teológico, cuyo sentido es completamente válido para nosotros los cristianos, y está explicado convincentemente por eminentes exegetas. ..... Los evangelistas, que escribieron unos cuarenta años o más después de los hechos, y no fueron testigos oculares de ellos, se basaron en tradiciones orales y escritas, pero incluyeron también desarrollos teológicos y catequéticos, pues su intención no era narrar fielmente hechos históricos sino transmitir su fe. No se engañaron ni engañaron; nos transmitieron válidamente su interpretación de los hechos, pero no los hechos mismos, que en muchos casos (no todos) no pudieron saber
ni contar con exactitud. Lo importante es su interpretación, inspirada por el Espíritu Santo, absolutamente válida para nosotros los cristianos. ..... La semilla no es el cadáver (por mucho que se entierre), sino la persona. El cadáver se corrompe y sus moléculas se dispersan en el medio. Lo dice Ratzinger: “Pablo no enseña la resurrección de los cuerpos, sino de las personas; esto no se realiza en el retorno del cuerpo carnal, es decir, del sujeto biológico, cosa según él imposible (la corrupción no heredará incorrupción), sino en la diversidad de la vida de la resurrección”. Actualmente sabemos que las moléculas del cadáver no eran lo que caracterizaba a la persona, sino la estructura de su cuerpo vivo; esta es la “semilla” que Dios transforma en un cuerpo nuevo, “glorioso”, como parte de una nueva Creación. El cuerpo resucitado pertenece a una nueva realidad, mientras el cadáver se disuelve en la realidad antigua. ..... Yo también creo que la Nueva Creación es “ex-vétere”, es decir, a partir de la antigua. Pero en lo que atañe al papel de los cadáveres en la resurrección de las personas, me parece que lo que es “vétere” no son las moléculas del cadáver, sino la estructura que caracterizaba al cuerpo de la persona. Copio a continuación lo que ya he dicho en posts anteriores: Actualmente sabemos que el cuerpo de una persona varía durante su vida, de manera que se renueva al cabo de unos cinco a diez años, y además contiene probablemente moléculas que han pertenecido a otras personas en el pasado y pertenecerán a otras personas en el futuro. De manera que las moléculas de un cadáver no constituyen el “cuerpo propio y particular” de la persona que murió con él, sino que debe entenderse que el “cuerpo propio de la persona” es la estructura (la in-formación) que organizaba (in-formaba) las moléculas del modo particular que correspondía a esa persona, y únicamente a ella. Por lo tanto, lo que necesita la resurrección corporal es que Dios recuerde y reimplante esa estructura, no las moléculas del cadáver. No importa lo que pase con esas moléculas; Dios no las necesita para resucitar el cuerpo. Las moléculas sueltas, fuera ya de la antigua estructura corporal, son completamente intercambiables con otras moléculas de los mismos compuestos químicos. Pudiera ser que la “materia espiritual” del “cuerpo espiritual” de una persona no sea creada por Dios ex-nihilo sino ex-vétere a partir de moléculas materiales, pero éstas no tienen porqué ser exactamente las del cadáver de esa persona. Son completamente indistinguibles de otras moléculas de los mismos compuestos químicos. ..... Por supuesto que los que comentamos, yo el primero, no tenemos certezas; yo opino acerca de lo que me parece más probable, a partir de lo que he leído de reputados exegetas; pero claro que pudo ser de otra manera, faltaría más. Respecto de las palabras de Jesús en la cruz, pienso que lo más probable es que sea histórico lo que dicen Marcos y Mateo: “Había allí unas mujeres mirando DESDE LEJOS” (Marcos 15 40 // Mateo 27 55)
(Mayúsculas mías). Es decir que las mujeres habrían podido oír gritos, pero no palabras entrecortadas musitadas entre gemidos y jadeos (me duele tener que escribir esto). Lo que me parece mucho más probable que lo que dice el cuarto evangelista. Pero, por supuesto, pienso que lo que pasaba por el pensamiento de Jesús en esos terribles momentos, está descrito acertadamente, para nosotros, por los cuatro evangelistas, apoyándose en textos del A.T., gracias a la inspiración del Espíritu Santo y sus recuerdos de la vida de Jesús. ..... [Sofía:] “yo sí creo en la historicidad de la tumba vacía”. [Xabi:] “me convence más la tumba vacía”. De acuerdo, yo también lo considero lo más probable. Lo que no creo es que la causa de ello haya sido el hecho de la resurrección. Por eso he escrito: “Si -como es muy probable para que pudieran aceptarla- los discípulos hallaron vacío el sepulcro, creo que fue por alguna causa completamente normal, sin importancia.”. Es lógico pensar que si los discípulos hubiesen tenido delante el cadáver de Jesús simultáneamente a las apariciones, o si hubiesen tenido al menos la certeza de que su cadáver yacía al mismo tiempo en su tumba, eso habría sido una contradicción insuperable para su entendimiento, un obstáculo insalvable para su fe. Es lógico pensar que cuando los discípulos percibieron a Jesús resucitado pudieron suponer sin contradicción que percibían su cadáver revivificado –que era el único modo en que ellos podían entender una resurrección— y pudieron confirmarlo antes, durante o después, hallando su tumba vacía, o no hallándola en su (o algún) sitio llena. Claro que el hecho de que fuese efectivamente así, que hallaran la tumba vacía o no la hallaran llena, pudo deberse verosímilmente a alguna causa normal, no necesariamente a un milagro; y que esta causa, si fue normal, carece de importancia para nosotros ahora. No fue el hallar la tumba vacía lo que les hizo creer en la resurrección, pero al hallarla vacía –o al no hallarla— pudieron creer en lo que se les revelaba de otra manera, sin tener que afrontar una contradicción insuperable para su psicología. Pero nuestra psicología y nuestros conocimientos ya no son actualmente como los suyos. Nosotros actualmente podemos comprender que la resurrección es de la persona, en cuerpo y alma, no del cadáver. ¿Entonces, preguntarán algunos, el “cuerpo” no es el cadáver? –No, ¡claro que NO! “la teoría suscrita por la mayoría de los teólogos actuales es la de una identidad numérica ‘formal’, no material. Según Santo Tomás, el cuerpo es el resultado de la información de la materia prima por el alma; es ésta la que confiere a la materia todas las determinaciones. La materia indeterminada deviene ‘cuerpo’, cuerpo ‘humano’, cuerpo ‘mío’, al ser informada por ‘mi’ alma; deja de ser todo eso al cesar la función informante del alma, para convertirse en ‘cadáver’ (que no es lo mismo que ‘cuerpo’). La identidad corporal es, pues, independiente de su composición atómica, celular o molecular; reside exclusivamente en la identidad del principio formal. La importancia que la noción de ‘estructura’ reviste en la física contemporánea parece conceder un aval no desdeñable a esta teoría.” (J.L. Ruiz de la Peña, “La Pascua de la Creación”.) .....
(A. Torres Queiruga, “Repensar la Resurrección”, págs. 217, 222): « De hecho, ha sido preciso que la nueva visión del mundo y los resultados de la crítica bíblica rompiesen los cuadros míticos y objetivantes en que se movía la concepción tradicional, para que la misma teología contemporánea empezase a desprenderse, lenta y dificultosamente, de aquellos presupuestos. De entrada, se superó la visión literalista de las apariciones. A continuación ha venido —al menos para muchos— la comprensión de la no solidaridad entre la resurrección y el destino del cadáver, de suerte que está cada vez más extendida la aceptación de la resurrección-en-la-muerte. Sólo ahora se han creado, en realidad, las condiciones para este tercer paso: la primacía de la resurrección de Jesús no como comienzo cronológico, sino como revelación plena de la superación de la muerte, que el «Dios de vivos» estaba y está realizando desde siempre. (...) cuando de Jesús confesamos que Dios lo ha resucitado de la muerte, no estamos diciendo que Dios empiece entonces a resucitar a los muertos, sino que —igual que sucedía con la filiación— en Jesús se realiza con una plenitud única lo que el «Dios de vivos y no de muertos» (Mc 12, 27) estaba realizando desde la muerte del primer hombre y la primera mujer, de sus primeros hijos e hijas. También para ellas y para ellos morir era ser resucitados por el Dios que, habiéndolos creado por amor, no los abandonaba al poder de la muerte. Lo verdaderamente ‘novum’ en la experiencia cristiana es el hecho de que la intensidad única de la vida de Jesús y el hondísimo dramatismo de su muerte abrieron los ojos para comprender en toda su fuerza, radicalidad y actualidad ese amor resucitador de Dios. Esto permite además abrirse generosamente al diálogo de las religiones, porque de ese modo la resurrección enlaza desde dentro, desde sí misma, con la idea de inmortalidad. » A mi modo de ver, hay aquí una FALACIA. “Resurrección-en-la-muerte” NO significa que el hecho de la resurrección se produzca, en sentido objetivo, en el mismo momento en que se produce el hecho de la muerte. NO, porque el hecho-de-la-resurrección NO ocurre en la misma realidad espaciotemporal “normal” en que ocurre el hecho-de-lamuerte. NO hay un “tiempo absoluto” común, en el que puedan sincronizarse los dos eventos para afirmar objetivamente que se producen “en el mismo momento”. “Resurrección-en-la-muerte” significa solamente que los dos eventos son simultáneos desde el punto de vista subjetivo de quien muere y resucita. Yo pienso que la manera objetiva de relacionar temporalmente ambos eventos consiste en admitir que el espaciotiempo normal desembocará finalmente –a través del “ésjaton”- en esa nueva realidad en que ocurre la resurrección. Entonces, si se supone que eso sucederá al final de nuestro tiempo normal, debe pensarse que TODA resurrección ocurrirá –sincronizándola, así sí— en ese momento final futuro; incluso la resurrección de Jesucristo. Por lo tanto, hablando cronológicamente -y no sólo ontológicamente-, NO hay, ni ha habido, ni habrá, ninguna resurrección antes de la de Jesucristo. Porque la resurrección de Jesucristo inaugura esa nueva realidad escatológica, y es, así, previa a cualquier otra resurrección; más aún, es requisito imprescindible de cualquier otra resurrección. Todos los seres humanos, de todos los tiempos y lugares, resucitaremos “por” él, hayamos sido cristianos o no, hayamos sabido de él o no, hayamos vivido después de él o no.
No hay ninguna resurrección que no sea “por” Jesucristo, porque sólo con ocasión de Jesucristo crea Dios esa nueva realidad donde son posibles las resurrecciones. Esto no quita que haya sido la intención de Dios “desde el principio”, “desde antes de la creación”, pero afirma que Dios la EJECUTÓ (y no sólo la reveló) mediante su encarnación histórica concreta en la vida/muerte/resurrección de Jesucristo; sin ello, toda esperanza de resurrección, o de inmortalidad, sería un mero “buen deseo infundado” (wishful thinking) pues esa posibilidad no se da por naturaleza (o no hay fundamento para asegurarlo). ¿Entonces –preguntarán algunos—, hablando en nuestro tiempo normal habitual, nadie ha resucitado todavía, ni siquiera Jesucristo? –Sería una pregunta sin sentido, o habría que contestar que sí, si no fuera por la acción del Espíritu Santo que ha hecho actual la resurrección de Jesucristo en un momento histórico de nuestro pasado: el de la experiencia pascual de los discípulos; y a nosotros, sus herederos, nos permite comunicarnos sacramentalmente con él y con los que resucitan por él en esa Nueva Creación. De manera que Jesucristo está “ahora” VIVO, realmente, para los que participamos de su Espíritu Santo, y también, por eso mismo, para nosotros están “ahora” VIVOS los que resucitan por él. Si este planteamiento es correcto, TQ está equivocado en el suyo: cae en una falacia temporal. ..... No hay escándalo en la acción concreta y particular de Dios en y dentro de la Historia, para la redención de todos en todos los tiempos y lugares. La universalidad de la Redención se realiza a través de la particularidad y la elección concreta, pues se trata de genuina Encarnación del propio Dios. Es curioso; para afirmar esto me he basado a menudo en textos del propio TQ: “La verdadera universalidad sólo puede realizarse ‘a través de la mediación históricoparticular’. (…) La particularidad sería escandalosa, si obedeciese a una elección divina arbitraria; no, si es el único modo de avanzar lo más honda y eficazmente posible en las condiciones de la finitud histórica. Nada en la historia puede producirse por igual para todos, al mismo tiempo y en todas partes. (…) Por la intrínseca historicidad de la revelación –otro nombre de la particularidad– la culminación sólo podía realizarse en una única persona. Pero, dado que lo descubierto en ella afecta a la raíz más profunda de lo humano, puede valer para todos.” Lo que está en el fondo es el “escándalo de la particularidad” que implicaría favoritismo y privilegio intrínseco en las concepciones de “elección” y de “encarnación”. Pero TQ debería aplicarse sus propias palabras.
-26“Dijo: ‘Todo está cumplido.’ Inclinó la cabeza y entregó el espíritu.”, (Juan 19, 30). Inmediatamente a continuación, ¿qué experimentó Jesús? –Con un atrevimiento insólito de mi imaginación, me sitúo en el punto de vista de Jesús. Imagino que en ese preciso momento y lugar, sobre la cruz en el Gólgota a eso de las tres de la tarde del viernes 7 de Abril del 30, se abrió para su consciencia un nuevo momento-y-lugar en una nueva realidad. Era el instante inicial de esa realidad nueva, en el sitio fundante de ella, primordial. Su cuerpo ya no estaba crucificado, sino consumado, glorificado, plenificado. A su entorno -de él- emergía una nueva creación, en consumación de la antigua. Empezaba la renovación de todas las cosas; la resurrección de todas las personas provenientes de todos los tiempos y lugares de la Historia (incluso yo, modestamente, entre ellas). Jesús era como un enorme Cristal incandescente, refulgente, que provocaba la cristalización (cristificación) de todo su entorno: Nosotros todos estábamos allí, como cristalitos renacidos, a su busca y a su encuentro. El momento de su resurrección fue para él simultáneo con el momento de su muerte. Eran dos momentos distintos, de tiempos distintos, de realidades distintas, uno de la realidad nueva consumante, el otro de la realidad antigua consumada. Pero para él se dieron sincronizados en uno solo, simultáneos. Sin embargo, para el resto del mundo no fueron momentos simultáneos: en la realidad antigua siguió corriendo el tiempo antiguo, y se vio el cadáver de Jesús pendiente de la cruz, descolgado después y sepultado. Nadie vio a Jesús resucitado hasta que comenzaron a Verlo días después sus discípulos, por revelación especial del Espíritu, que les hizo actual ese momento inicial de la realidad nueva, adaptado a sus mentes para que pudieran irlo entendiendo, en lo posible. El resto del mundo tendrá todavía que esperar mucho para poder Verlo, pero nosotros, los herederos de sus discípulos, ya hemos empezado a Verlo VIVO entre nosotros, antes de poder llegar a ser sus cristalitos plenamente. Y queremos que todo quien quiera empiece a Verlo como nosotros, con nosotros. .................................................................................................... [Comentario por sofía 04.04.12 | 23:44] Está claro que la resurrección es suprahistórica, pero de ahí a afirmar que no pueda tener una manifestación histórica, hay un trecho. Lo que sí reconozco es que no es lo mismo negar que hubiera una manifestación histórica que negar que hubiera resurrección. Él [Torres Queiruga] afirma claramente que Jesucristo resucitó REALMENTE. Y no podemos decir que niegue la resurrección sólo porque niegue su manifestación en la historia -al margen de que se pueda discutir si en eso tiene razón o no. Sofía:
Estoy completamente de acuerdo con tu comentario. El problema no es que TQ no crea en la resurrección real de Jesús; el problema –me parece a mí— es que no le dé a su resurrección el carácter único, primordial y causal de todas las demás resurrecciones habidas y por haber. La resurrección de Jesús, según TQ, sería sólo la manifestación más plena de la resurrección de todos, que ya había venido ocurriendo y seguiría ocurriendo debido al amor de Dios, desde el principio de su Creación. La resurrección de Jesús habría servido para revelarlo (para hacerlo saber; para “caer en la cuenta” de ello), pero no para ejecutarlo mediante Jesucristo en un tiempo concreto, con repercusión en todos los tiempos. ............................................................................................... Creo que el cadáver de Jesús se corrompió, pero no obstante Jesús no conoció la corrupción, gracias a su resurrección. Porque Jesús no era su cadáver; lo que resucitó no fue su cadáver sino su cuerpo vivo. Pero comprendo que esto no lo podían entender los antiguos, si ni siquiera lo entienden muchos hoy en día. Nosotros sí podemos entenderlo. El cuerpo tiene muchas “bases materiales” durante su vida; la materia se va renovando, va cambiando, durante la vida; el cadáver es una base material desechada, porque el cuerpo vivo ha sido resucitado con una base material nueva. ..... Creo que toda resurrección es como la de Jesús y por la de Jesús. La diferencia está en que la de Jesús es “primicia” de todas las demás, y así ha sido comunicada históricamente en un acontecimiento de revelación a sus discípulos, que nosotros hemos heredado. Pero la resurrección de Jesús, como todas las demás que ocurrirán por la suya, no ocurrió objetivamente en este espaciotiempo “normal” sino en una realidad nueva. Es distinto el hecho objetivo suprahistórico de su resurrección al hecho histórico de su revelación y actualización. La resurrección de Jesús es “primicia” no sólo en sentido cronológico (en el tiempo nuevo), sino también, y sobre todo, ontológico. Es el modelo, el prototipo, la causa, de todas las resurrecciones. A mi modo de ver, puede pensarse válidamente que todas las resurrecciones –incluida la de Jesús— ocurrirán en el momento final de esta realidad actual, que es a la vez el inicial de la realidad nueva. Pero decimos válidamente –sin contradicción— que la resurrección de Jesús ocurrió en el pasado, en un momento histórico de hace dos mil años, para referirnos al hecho de su revelación y actualización por obra del Espíritu Santo en la experiencia pascual de los discípulos. Este hecho de revelación fue absolutamente real, en mi opinión. ..... La falacia en que incurre TQ es suponer que una resurrección –cualquiera de ellas, incluida la de Jesús— ocurre objetivamente en el mismo momento (del tiempo normal, considerado como absoluto) en que ocurre la muerte. En realidad, toda resurrección ocurre objetivamente en un tiempo nuevo, de una realidad nueva, aunque sea simultáneo subjetivamente al momento de la muerte en el tiempo antiguo, desde el punto de vista de la persona que muere y resucita. ¿Me explico?
............................................................................................. Yo creo lo que me parece que afirma mayoritariamente la teología cristiana: que Dios, con la resurrección de Jesucristo, creó una Nueva Creación, inaugurada por Jesucristo resucitado, para salvar (consumar, renovar, plenificar) su Creación antigua. Toda otra resurrección ocurre en esta nueva realidad creada por Dios (que no es Dios mismo, aunque participa de su Vida, de su Espíritu), por/con/en Jesucristo resucitado. ........................................................................................................ Pienso que de entrada hay que tener en cuenta que en los evangelios canónicos NO se narra el hecho de la resurrección de Jesucristo. Lo que se narra es la comunicación de ese hecho, en hechos-de-revelación. Hay que distinguir pues, cuidadosamente, entre el hecho-de-resurrección y el hecho-derevelación-de-la-resurrección. El hecho-de-resurrección no ocurre en nuestro espaciotiempo “normal”. A mi entender, tiene mucho que ver con la Encarnación, pero no como un “segundo momento” de ella, sino como “movimiento inverso” de ella. Es algo bastante obvio: si la Encarnación es el movimiento de Dios hacia el Hombre (por la vida y muerte de Jesús), la Resurrección es el movimiento del Hombre hacia Dios (por la resurrección de Jesús). Por supuesto, este movimiento inverso –una especie de “rebote”— puede considerarse incluido en la Encarnación, porque esta no habría tenido sentido sin él. En realidad, corresponde a la necesaria restauración de Dios implicada por su kenosis, indispensablemente. PORQUE Jesús era la encarnación de Dios; por eso resucitó necesariamente (y por eso su vida y su muerte fueron como fueron, dadas sus circunstancias concretas). Pero, así como la Encarnación fue un “novum” en la Creación, la Resurrección fue un “novum” inaugurante de una Nueva Creación, y no pudo ser perceptible en la antigua. Lo que fue perceptible por los discípulos no fue el hecho-de-resurrección mismo, sino su revelación en un nuevo movimiento de Dios hacia el Hombre por obra de su Espíritu Santo, que puede a mi juicio considerarse un “segundo momento”, este sí. Destinado a hacer conocido, presente, actual, experimentado, constatado, aceptado, el hecho-deresurrección, a partir de un momento concreto de la Historia consecutivo a la muerte de Jesús, para ser proclamado y comunicado en el curso siguiente de esa Historia. Persigue, en mi opinión, hacernos partícipes desde ya, en nuestro tiempo habitual, a quienes recibimos esa comunicación del Espíritu, para impulsarnos a colaborar en este mundo, aquí y ahora, como co-redentores de la Redención consumada por Jesucristo, y reforzar además nuestra colaboración como co-creadores que ya poseíamos como don natural. ..... Antolín: Vd. habla de “metáforas de un acontecimiento constatable,según los Evangelios,en tanto que experiencia no sólo interior o mística”, y tiene razón, me parece a mí.
Claro que los discípulos tuvieron que tener una experiencia que no les dejara dudas acerca de la realidad de la resurrección de Jesús -el mismo hombre que ellos habían conocido y que había muerto crucificado-, en términos comprensibles para ellos, que no podían concebir su resurrección sino como una revivificación de su cadáver. Las realidades de la “nueva creación” seguramente son enormemente diferentes de las que conocemos en esta creación actual, aunque sean transformaciones “ex-vétere” a partir de realidades homólogas de esta. Probablemente, un cuerpo glorioso inmortal no se desgasta, y por lo tanto no necesita respirar ni comer; y si es capaz de atravesar paredes, es lógico que no pueda palparse como un sólido normal. Por otra parte, una revelación que se haga para ser entendida tiene que ser adaptada a las capacidades de comprensión de sus destinatarios. Si pudiéramos comunicarnos con una persona de hace diez siglos, no podríamos hacerle entender lo que es un automóvil, por ejemplo, mostrándoselo o explicándoselo tal cual es; tendríamos que hablarle de algo análogo de su época, un carro tirado por caballos de fuego, o algo así, que pudiera imaginarse. Y si tuviéramos el poder de hacerle ver y oír un carro tirado por caballos de fuego, de manera que creyera verlo y oírlo en realidad aunque fuera sólo en su mente por obra nuestra, por fantástico que le pareciera, le sería mucho más comprensible que ver y oír un automóvil tal cual. Pienso que lo que creyeron ver, oír y tocar los discípulos, y que describirían más o menos fielmente cincuenta años después sus sucesores evangelistas, fue la revelación de un hecho absolutamente real en otro plano de la realidad, en el “nuevo eón” no en el plano empírico normal, pero presentado de una manera analógica como hecho empírico en esta realidad, gracias a la acción redentora del Espíritu Santo en sus mentes. El cuerpo de Jesús que percibieron por obra del Espíritu fue el mismo cuerpo que conocieron en vida, pero resucitado y transformado. Era un cuerpo real de otra realidad nueva, presentado a su experiencia de manera que pudieran comprenderlo, percibiéndolo como presente y actuante en su realidad habitual, pero con unas características tan extraordinarias que tampoco dejaban dudas acerca de su pertenencia a una realidad diferente. ............................................................................................... Pienso que en toda meditación cristiana debe ocupar el lugar central la fe en la Resurrección del Crucificado, como un hecho real y objetivo manifestado en un momento concreto de la historia. Esto es lo que debe impulsarnos a la praxis jesuánica, según sus enseñanzas, para colaborar a instaurar su Reino de Vida eterna, que exige, pero supera, el implantar una sociedad justa. No debe reducirse a un humanismo que, valorando sólo el ejemplo ético jesuánico, desestime como secundaria su Resurrección. ..... Creer y pensar primordialmente en la Resurrección de Jesucristo no nos aleja de actuar en nuestra realidad concreta. Al contrario. Si la entendemos bien, resulta en un refuerzo indispensable de nuestro humanismo y nuestra praxis jesuánica.
............................................................................................... Creo que el hecho-de-la-resurrección de Jesús, en sí, real y objetivo, ocurrió, pero no en su tumba. La suposición de que ocurrió allí brota naturalmente de pensar que lo que resucitó fue su cadáver, pero es una suposición errónea. Lo que resucitó fue su cuerpo vivo, no su cadáver. Dondequiera que estuviese su cadáver, NO ocurrió allí la resurrección de Jesús. Tampoco fue en su cruz, ni “en una experiencia mística”, ni “en los corazones”, ni “en la praxis jesuánica”, ni “en la fe”, ni “en su causa”, ni “simbólicamente”, ni “en otro mundo o dimensión” de este universo (o multiverso). Ni en ningún lugar ni momento del pasado. Ocurrió (u ocurre, u ocurrirá, -porque no se le puede aplicar el tiempo habitual, ni un supuesto tiempo absoluto) en una nueva realidad creada para ese efecto, inaugurada por ese hecho, por Dios. Nadie de la realidad “normal” pudo presenciarlo, ni el NT lo describe. El NT dice que Dios comunicó sorpresivamente el hecho a los discípulos, de tal manera que fuese comprensible, cierto e indudable PARA ELLOS, con el auxilio de las Escrituras, en unos momentos consecutivos a la muerte de Jesús. Esto es lo que queremos significar cuando decimos que Jesús “resucitó” en un momento histórico concreto del pasado, en base a lo que está contado con mayor o menor fidelidad en los evangelios. Este hecho-de-revelación es lo que hizo y hace que Jesús esté realmente VIVO para nosotros actualmente, sacramentalmente, como herederos que somos de la experiencia pascual de los discípulos. El Espíritu Santo ha hecho actual PARA NOSOTROS, en la historia, la resurrección real y objetiva de Jesús que ocurrió/ocurre/ocurrirá en otra realidad de creación nueva. Lo Vemos VIVO y presente actualmente sólo de esa manera. Y queremos que todos puedan Verlo como nosotros, en nosotros, con nosotros, porque lo Vemos en ellos. Pero después de nuestra muerte (inmediatamente después, para nuestra consciencia), resucitaremos como él, por él, a esa Nueva Realidad, y lo veremos VIVO empíricamente porque nosotros también estaremos Vivos como él, con él, por él y en él. Y cuando esta Creación antigua desemboque finalmente y sea consumada en esa Creación Nueva, el evento límite común a ambas realidades -final de la antigua e inicial de la nueva— será precisamente el evento en que ocurra el hecho-de-la-resurrección de Jesús, seguida de la nuestra. ¡ALELUYA! Feliz Pascua a todos. Un gran abrazo. ..... [Iñigo:] “Desde una perspectiva emergentista evolutiva, también la materia ha de ser asumida en una nueva creación.” Sí, Iñigo, de acuerdo. Por eso dije: “cuando esta Creación antigua desemboque
finalmente y sea consumada en esa Creación Nueva, el evento límite común a ambas realidades -final de la antigua e inicial de la nueva— será precisamente el evento en que ocurra el hecho-de-la-resurrección de Jesús, seguida de la nuestra.” No obstante, por obra en nosotros del Espíritu Santo, la Resurrección YA ocurrió, realmente. Esta es mi fe. “Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de Vida”. Su obra no es mera “inspiración” nuestra. La iniciativa es suya. Se nos impone sin forzarnos, como se impuso a los discípulos a pesar de su predisposición adversa a una resurrección de Jesús pues habría sido un “maldito por la Torá” y un “abandonado por Yahvé”. La Encarnación fue “por obra y gracia del Espíritu Santo” según nuestra fe, y la Resurrección también. Realmente. Como hecho suprahistórico futuro y también histórico pasado y presente. “Nadie puede decir que ‘Jesús es el Señor’ si no es por obra del Espíritu Santo”. Si no creyera en la presencia real de Jesucristo resucitado, presente por obra del Espíritu Santo en la experiencia pascual de los discípulos, tampoco creería en su presencia real en la Eucaristía. Pero creo firmemente en ambas, porque creo en el Espíritu Santo.
-27[Sofía:] “tal vez sí necesitaran la desparición del cadáver los discípulos para pensar en la resurrección”. De acuerdo, Sofía. Pero eso no quiere decir que el cadáver desapareciera a causa de la Resurrección. ¿O sí, crees tú? ..... [Iñigo:] “la Resurrección de Cristo ocurrió reasumiendo la materia del cuerpo que estaba en la tumba (energizando esta materia, con propiedades nuevas) [... Pero...] estoy de acuerdo contigo, cuando afirmas lo siguiente, sobre la Resurrección: ‘Tampoco fue [...] en ningún lugar ni momento del pasado.’” ¿No es contradictorio? ..... “La materia del cuerpo que estaba en la tumba”, es decir las moléculas que constituían el cadáver de Jesús, pudieron –al menos algunas de ellas— haber pertenecido antes a otras personas. Y ninguna haberle pertenecido a él diez años atrás. Y no eran distinguibles de cualesquiera otras moléculas de los mismos compuestos químicos. ¿Verdad?
..... El cadáver –opino yo— pudo desaparecer (al conocimiento de los discípulos) por muchos motivos normales, desconocidos pero fácilmente imaginables. Y muchos, incluidos yo mismo y Sofía entre otros, hemos declarado que no nos perturbaría en absoluto que aparecieran sus restos. El cuerpo resucitado de Jesús -y de cualquier resucitado- puede (incluso estaría yo de acuerdo en que debe) tener una base material, pero no tiene por qué ser la materia de su cadáver, pues estas moléculas son COMPLETAMENTE intercambiables con cualesquiera otras de los mismos compuestos químicos. ..... (Ratzinger en su “Introducción al cristianismo”): “La persona, lo esencial al hombre, permanece; lo que ha madurado en la existencia terrena de la espiritualidad corporal y de la corporeidad espiritual, permanece de modo distinto; permanece porque vive en el recuerdo de Dios; porque el hombre es quien vive, y no el alma separada. El elemento co-humano pertenece al futuro, por eso el futuro de cada uno de los hombres se realizará plenamente cuando llegue a término el futuro de la humanidad. (...) Tanto para Juan (6,63) como para Pablo (1Cor 15,50) la resurrección de la .carne. es la resurrección de las personas (Leiber), no de los cuerpos (Körper). Según el pensamiento moderno, el modelo paulino es mucho menos ingenuo que la tardía erudición teológica con sus sutiles ideas sobre el problema de si son posibles los cuerpos eternos. En pocas palabras, Pablo no enseña la resurrección de los cuerpos, sino de las personas; esto no se realiza en el retorno del cuerpo carnal, es decir, del sujeto biológico, cosa según él imposible (la corrupción no heredará incorrupción), sino en la diversidad de la vida de la resurrección, cuyo modelo es el Señor resucitado.” ..... (JL Ruiz de la Peña, en “La Pascua de la Creación”): “Que la identidad numérica se logre únicamente si el cuerpo resucitado consta de ‘la misma materia bruta’ que componía el terreno, es una opinión resueltamente indefendible (...) Por ello, la teoría suscrita por la mayoría de los teólogos actuales es la de una identidad numérica ‘formal’, no material. (...) La materia indeterminada deviene ‘cuerpo’, cuerpo ‘humano’, cuerpo ‘mío’, al ser informada por ‘mi’ alma; deja de ser todo eso al cesar la función informante del alma, para convertirse en ‘cadáver’ (que no es lo mismo que ‘cuerpo’). La identidad corporal es, pues, independiente de su composición atómica, celular o molecular; reside exclusivamente en la identidad del principio formal. La importancia que la noción de ‘estructura’ reviste en la física contemporánea parece conceder un aval no desdeñable a esta teoría.” ..... [Antolín:] “La verdad es que parece requerir ésto un grado de sutileza intelectual y espiritual más propia de alguien de nuestra época que de gentes de aquel tiempo y lugar (...) no bastará la sublimidad del mensaje de un derrotado,se requerirá un signo efectivo, no metafórico ni simbólico”.
Estoy completamente de acuerdo en esto con Antolín. Pero la aparición del cadáver revivificado, objetiva y empírica, no pudo ser, por varios motivos que alega nuestra mentalidad actual, pese a que habría sido lo único realmente convincente para la mentalidad de los discípulos, que además estaban fuertemente predispuestos a NO esperar su resurrección especial. ¿Entonces qué fue? -Mi posición huye de ambos extremos, pero exige creer en el Espíritu Santo. Por supuesto, creo que lo que resucitó fue la persona absolutamente singular de Jesucristo, divina y humana. Incluido su cuerpo humano, el mismo cuerpo que vivió y murió crucificado. Pero no su cadáver, sino su estructura corporal propia y singular resuscitada en un cuerpo glorioso. Manifestado como objetivo y empírico a los discípulos por obra en ellos del Espíritu Santo. Yo creo que el Espíritu Santo actúa en las consciencias por su acción redentora, pero no en las realidades físicas en que actúa por su acción creadora. No puede haber oposición, en la historia, entre la acción redentora y la creadora. Pero sí una consumación final, suprahistórica, de la acción creadora, por la acción redentora, en una nueva creación. ..... No estoy hablando de demostraciones ni de certezas. La fe me parece indispensable. Y, por supuesto, la fe no depende de asentir a una u otra explicación; pero la fe puede razonarse para afirmarse y explicarse mejor. El caso de Pablo, y el de todos los cristianos posteriores a los discípulos que tuvieron la experiencia pascual, no requiere que el Espíritu Santo les manifieste la resurrección como algo objetivo y empírico, porque implica ya una fe, una adhesión a la experiencia pascual de los discípulos. Hay una acción complementaria “sacramental” condicionada a la fe. Pablo adhirió a la experiencia pascual anterior. “¿Por qué ME persigues?”, Ananías, etc. No sólo ni principalmente a una experiencia propia de revelación. ¿Y quién dice que no sean experiencias propias de revelación? No yo, que sólo digo que son experiencias de otro tipo, que implican la adhesión (antes o después) a la experiencia pascual de los discípulos, única y singular. Para discernirlo me baso en que los discípulos dijeron (como transmitieron después los evangelistas) que habían percibido objetiva y empíricamente a Jesús resucitado. Era cierto PARA ELLOS. Y los demás que tuvieron experiencias propias, como Pablo, se remitieron a ese testimonio fundamental fundador y único. No tengo pruebas de lo que creo, pero lo creo por convicción y adhesión personal. Ninguna otra experiencia, aunque sea válida, tiene ese valor para mí, como pienso que pasa con los demás cristianos. .....
No me interesa especular sobre esto, pero voy a hacerlo para apoyar mi opinión de que la tumba pudo estar vacía por un motivo normal, que no tuvo nada que ver con la resurrección. Intentaré ser lo más breve posible. Supongamos que HUBO una tumba perteneciente a un sanedrita fariseo, José de Arimatea, que sentía cierta simpatía por la predicación de Jesús acerca del Reino (entendido como un sanedrita fariseo podía entenderlo), donde José sepultó a Jesús apresuradamente después de obtener autorización para ello. Supongamos también que HUBO una guardia romana custodiando el sepulcro, a petición de miembros del Sanedrín. Supongamos que los discípulos y discípulas de Jesús huyeron a Galilea después de la crucifixión, como yo creo, y no volvieron a Jerusalén sino hasta varios días después. Supongamos que en el ínterin, José, quizá influido por otros miembros del Sanedrín, o por su propio parecer personal, haya llegado a la conclusión de que era mejor ocultar el cadáver en otro lugar, porque podía ser fuente de disturbios, o ser profanado o robado una vez que la guardia se retiró. ¿No pudo José de Arimatea trasladar entonces el cadáver a otro sitio conocido sólo de él, y mantenerlo en secreto después, incluso cuando los discípulos empezaron a proclamar la resurrección, por simpatía de José hacia su causa? ¿No pudieron encontrar así vacío el sepulcro los discípulos, cuando volvieron a Jerusalén días después? ¿Iban a ir unas mujeres al sepulcro, solas, sin hablar antes con José de Arimatea para pedirle ayuda, sabiendo de su buena disposición hacia Jesús? ¿Les habrá dicho José de Arimatea a las mujeres y a los discípulos que el cadáver no estaba ya en su sepulcro (verdad) y que él no sabía dónde estaba (mentira), para evitar problemas? Puede ser una explicación “normal”, entre otras muchas imaginables. ..... Queridos amigos contertulios: Los comprendo perfectamente. Yo también creo firmemente que Jesús resucitó realmente, en cuerpo y alma, con el mismo cuerpo con que vivió y fue crucificado, transformado y glorificado... Pero no su cadáver. ..... Yo pienso que no es lógico que un cuerpo resucitado, inmortal, que no se desgasta, que atraviesa paredes, etc., pueda estar constituido de la misma manera que uno terrenal. No necesitaría respirar, ni comer, ni funcionar de la manera que exige nuestro entorno físico habitual. Si se manifiesta de una manera análoga es solo para poder ser entendido y reconocido. Como he dicho, yo creo firmemente en la resurrección real y corporal de Jesús, con el mismo cuerpo que tuvo en vida y fue crucificado. En mi fe, su resurrección es cierta y es la única causa y modelo de la nuestra, pienso que sólo esa es la diferencia en el modo de resucitar. Situándome en la línea de muchos destacados teólogos, como Ratzinger (“Pablo no enseña la resurrección de los cuerpos, sino de las personas; esto no se realiza en el retorno del cuerpo carnal, es decir, del sujeto biológico, cosa según él imposible”) y Ruiz de la Peña (“‘cadáver’ -que no es lo mismo que ‘cuerpo’-. La identidad corporal
es, pues, independiente de su composición atómica, celular o molecular”), no creo que el cuerpo que resucitó haya precisado del cadáver para ser “el mismo”. Comprendo que es difícil de entender y aceptar; he intentado explicarlo, desde mi punto de vista, pero no lo he conseguido; tal vez otros comentaristas lo puedan explicar mejor, como Sofía, aunque parece que ella no quiere aplicarlo a este caso modélico de Jesús. Comprendo que cuesta aceptarlo, y, claro, no es necesario hacerlo; es una mera opinión teológica, aunque sostenida por muchos grandes teólogos, pero no demostrable. Algunas personas pueden sentirse perturbadas, por eso he dudado en poner esa especulación acerca de José de Arimatea, y más todavía he dudado en poner el comentario que sigue a continuación de este, que no añade nada nuevo a esa especulación, pero la hace más explícita. Admito que es una especulación infundada, no afirmo que haya ocurrido así, pero lo pongo como ejemplo de lo que PUDO ocurrir, con sepulcro vacío pero sin que la desaparición del cadáver haya sido a causa de la resurrección. Naturalmente, me baso en una lectura creyente de los evangelios, pero no literalista, no al pie de la letra. Pongo pues, a continuación, un nuevo comentario especulativo, imaginativo, sin pedir a nadie que esté de acuerdo con ello y pidiendo disculpas de antemano por si a alguien le choca. ..... Posiblemente, los discípulos huyeron aterrorizados a Galilea después de la crucifixión y de que unas discípulas vieran cómo José de Arimatea sepultaba el cadáver de Jesús en un sepulcro suyo. José estaba acompañado de romanos, por eso sólo miraron desde lejos; después huyeron junto con los demás discípulos. Desolados y derrotados, llegaron a sus aldeas de Galilea. Allí se reunían para consolarse mutuamente y meditar acerca de lo que había sucedido. Entonces comenzaron las apariciones; tal vez primero a algunas discípulas o a Pedro, luego a varios, luego a todos juntos... Las apariciones fueron vívidas e indudables; fueron aparentemente objetivas y empíricas PARA ELLOS. Las interpretaron con ayuda de las Escrituras. Llegaron a la conclusión de que Jesús había sido resucitado por Yahvé, y que se manifestaría pública y triunfalmente como Mesías en Jerusalén para restaurar a Israel, instaurando desde allí su Reino universal definitivo. Volvieron jubilosos a Jerusalén, para participar de la “parusía” gloriosa. Pero quizá algunos albergaban todavía dudas. Cuando llegaron a Jerusalén, buscaron a José de Arimatea para que los llevara al sepulcro. Pero José de Arimatea había trasladado el cadáver a otro lugar más seguro, y había decidido guardarlo allí en secreto, para evitar problemas. Quizá fueron mujeres las que contactaron con José. Este les habrá dicho “¿Buscáis a Jesús? No está en el sepulcro. No sé dónde está. Venid conmigo, mirad donde lo habíamos puesto; no está ahí.” Entonces ellas, muy emocionadas, le habrán contado que habían visto a Jesús vivo en Galilea. Y José, compadecido pero sin demostrarlo, no queriendo desilusionarlas, les habrá dicho: “Buscadlo pues en Galilea; allí lo encontraréis”. Y ellas se volvieron,
tremendamente impresionadas, adonde estaba el resto de los discípulos en una casa de Jerusalén. Se mantuvieron reunidos para esperar la Parusía, leyendo las Escrituras, meditando, y orando. Quizá hubo más apariciones, hasta que cesaron. Semanas más tarde, en la fiesta de Pentecostés (Shavuot), a la que acudía mucha gente de todas partes, se sintieron fuertemente impulsados a salir y proclamar públicamente la resurrección de Jesús y su inminente venida gloriosa. José de Arimatea, que simpatizaba con su causa, no dijo nada.
-28Gracias a la Resurrección, la persona no se corrompe. El cadáver, que no es ya la persona, sí. Pero la corrupción no es más que la devolución de la materia al depósito común de la naturaleza. Esas moléculas no son “propias” de la persona; surgieron en el corazón de unas estrellas y pertenecieron a muchas cosas y muchos seres vivos antes de pertenecer durante un corto lapso (cinco a diez años a lo sumo) a la persona que las poseía al morir. Pasarán a reintegrarse al medio de donde esa persona las obtuvo; nada sino eso es la corrupción. La persona que resucita no es afectada por ello. Y la materia en general también será re-suscitada, en la Nueva Creación, pero globalmente considerada; cuando se re-distribuya definitivamente a las personas resucitadas, en el evento final entre ambas creaciones. Cuando la Biblia habla de la corrupción, como en “no dejarás que tu siervo conozca la corrupción”, etc., se refiere a la corrupción de la persona, a la disolución o extinción irremediable de la consciencia personal. La Resurrección de Jesucristo acaba con esa terrible posibilidad que había por naturaleza. La persona, recordada por Dios, recibe una base material al ser re-suscitada, pero esa materia no tiene porqué ser exactamente de la que constituía su cadáver al morir; puede ser también de la que constituyó su cuerpo en otras fases de su vida, o de la que constituyó otras cosas u otros cuerpos, antes y después de su muerte; del depósito general de la naturaleza, en suma. Las moléculas son completamente intercambiables, sólo las estructuras son propias. Lo que hace que “mi” piel “mis” ojos sean los “míos” no son las moléculas sino la estructura. “Mi carne” no son mis moléculas sueltas (cadáver) sino estructuradas por mi in-formación personal característica (cuerpo). La estructura no se corrompe; su información subsiste recordada por Dios y es re-suscitada en un cuerpo nuevo, gracias a la resurrección de Jesucristo, nuestro Redentor. Bien sé yo que mi Defensor vive, y que él, el Último, se levantará sobre la tierra. Después con mi piel me cubrirá de nuevo, y con mi carne veré a Dios. ¡Yo, sí, yo mismo le veré, le mirarán mis ojos, no los de otro! (Job 19 25-27)
..... Hace un mes tuve el gusto de participar en la interpretación de “El Mesías” de Händel. Yo era uno más en el coro, pero escuché emocionado a la solista soprano cantar esta maravillosa aria que combina Job 19, 25-26 con 1 Corintios 15, 20 (según la selección de Charles Jennens): I know that my Redeemer liveth, YO SÉ QUE MI REDENTOR VIVE And that he shall stand at the latter day upon the earth; Y QUE ÉL SE LEVANTARÁ EL ÚLTIMO DÍA SOBRE LA TIERRA And though worms destroy this body, Y AUNQUE LOS GUSANOS DESTRUYAN ESTE CUERPO, Yet in my flesh shall I see God. AUN ASÍ, EN MI CARNE, VERÉ A DIOS. For now is Christ risen from the dead, PORQUE AHORA ESTÁ CRISTO RESUCITADO DE ENTRE LOS MUERTOS, The first fruits of them that sleep. COMO PRIMICIAS DE LOS QUE DUERMEN. http://www.youtube.com/watch?v=qtU1c5JZf0k (No somos nosotros, claro.) ..... Iñigo: “Especulaciones mías” eran las que puse en otro post, acerca de José de Arimatea. Esto que he comentado aquí -si es que son especulaciones- no son sólo mías; es también opinión de destacados teólogos. ..... Mucha gente no cree actualmente en la resurrección real de Jesucristo; la encuentran absurda. ¿No será porque se la explicamos de manera demasiado “sencilla”? ..... Antes he citado a Ratzinger y a Ruiz de la Peña; ahora citaré a H. Küng (“Credo”, cap. IV, pág. 115) “Nosotros, hombres de hoy, formados en las ciencias de la naturaleza, necesitamos que se nos hable un lenguaje claro: para que se conserve la identidad personal, Dios no necesita los restos mortales de la existencia terrena de Jesús. Se trata de una
resurrección a una forma de existencia completamente distinta. (...) ¿Pero a qué queda vinculada entonces la resurrección? Ni al substrato, que cambia desde un principio constantemente, ni a los elementos de ese cuerpo determinado, pero sí a la identidad de esa persona inconfundible. La corporeidad de la resurrección no exige –ni entonces ni ahora— que el cuerpo muerto vuelva a la vida. Pues Dios resucita a una forma nueva, ya no concebible, como dice paradójicamente Pablo...”. ..... ¿Diría Vd. que quienes son partidarios de la incineración de sus cadáveres, o de los de sus familiares, consideran la materialidad de sus cuerpos como un aspecto secundario, y tienen tendencias gnósticas, si esperan en su resurrección? ¿Por qué ha de ser distinto tratándose de Jesucristo, el modelo de toda resurrección? ..... Otra especulación mía, en línea con las anteriores: Supongamos que José de Arimatea, en vez de ocultar el cadáver de Jesús en otra tumba más segura, lo haya incinerado (quizá en la “gehenna”, el crematorio de Jerusalén). ¿Qué pasaría entonces? ..... “Modelo” no significa especial, al contrario, significa igual. Igual en todo menos en el pecado. Por otra parte, se dice que “la muerte de Jesús fue la que fue”. De acuerdo, sabemos cómo fue su muerte, pero no sabemos lo que pasó con su cadáver. Sólo podemos suponerlo. PUDO haberse corrompido, PUDO ser incinerado... Pero, aunque su cadáver se haya corrompido o fuese incinerado, su cuerpo no fue destruido. El cadáver NO es el cuerpo. PUDO resucitar con su mismo cuerpo, como cualquiera de nosotros como él, gracias a él.. El mismo cuerpo, pero transformado. ..... [Manuel_RH:] “No afecta que el cuerpo (ni el de Jesús ni el nuestro) pudiera ser incinerado ó destruído por completo”. Totalmente de acuerdo, Manuel. ..... No creo que la convicción de que Jesús estaba VIVO, hasta el punto de que un número considerable de discípulos (quizá más de 200) dedicara el resto de sus vidas a proclamarlo con tan grave riesgo, pueda haber brotado espontáneamente en la mente de unas discípulas, o discípulos. Estimo que, para ser como fue, tuvo que haber una revelación “externa”, objetiva, que se les impuso, no a favor de su disposición de ánimo sino a pesar de su predisposición adversa.
Ellos pensaban que Jesús había muerto derrotado, crucificado a instigación de sus máximas autoridades religiosas, maldito pues en nombre de la Torá. Y Yahvé no había intervenido para evitarlo, como probablemente habían esperado ilusionados; había muerto abandonado por Yahvé. Aunque fuese tremendo para ellos, que amaban a Jesús, tuvieron que rendirse a la evidencia. No pudieron esperar una resurrección de Jesús como la que su fe judía esperaba para los justos al último día, ni mucho menos una resurrección especial para él aquí y ahora. No pudieron creerla, todo el grupo y tan firmemente, de no ser por una evidencia objetiva, indudable, externa, que se les impuso muy a pesar de sus expectativas. Y todo lo que predicaron de Jesús estuvo impulsado por esa creencia en su resurrección objetiva y real, no por la admiración que sentían por sus enseñanzas ni por el ansia de recordarlo y retomar su causa. No alteremos el orden de las cosas pensando que fue al revés. ..... Tampoco creo que los discípulos interpretaran la resurrección ideológicamente, como una hermosa presencia simbólica, o un estado de inspiración espiritual, o una misión sociopolítica, o algo por el estilo. Pienso que creían efectivamente en la resurrección real de la persona corporal de Jesús, y en su inminente venida gloriosa para instaurar su reinado desde Jerusalén, materialmente y terrenalmente, aunque con proyección trascendente. No creían en algo tan etéreo como un perfume, creían en una presencia resucitada concreta dotada de poder divino sobre el mundo. ..... Los discípulos, por su probable mentalidad, tuvieron que suponer que el cadáver de Jesús fue preservado de la corrupción. En contra de su predisposición adversa, de creerlo maldito por la Torá y abandonado por Yahvé, tuvieron que experimentar la resurrección de Jesús como un hecho objetivo que se les impuso de tal manera que la vieron como la aparición indudable, corpórea, empírica, del mismo Jesús en carne y hueso que ellos habían conocido y había muerto crucificado. Si no, no se explica su convicción tan extraordinaria, que les impulsó, a todo el grupo, a dedicar el resto de sus vidas a proclamarlo esperando su venida gloriosa. Sin embargo, el que PARA ELLOS fuese así no implica que para nosotros sea así. Nosotros podemos concebir que el cadáver de Jesús se corrompió sin detrimento alguno de su resurrección corporal, y concebir que su aparición haya sido aparentemente empírica para los discípulos, quienes habrían hecho una suposición por un lado errónea y por otro cierta, en base a hallar su tumba vacía (que estaba vacía por otro motivo). Porque nosotros no podemos ni necesitamos aceptar la revivificación del cadáver para entender la resurrección corporal, y en cambio sí podemos explicarnos su experiencia real por la acción del Espíritu Santo EN ELLOS y en nosotros. ..... [Comentario por Manuel_RH 12.04.12 | 14:17:] "... Porque nosotros no podemos ni necesitamos aceptar la revivificación del cadáver para entender la resurrección corporal..." ¿Pero tenemos indicios ó motivos serios que
inviten a rechazar la glorificación del cadáver de Jesús; aunque no fuera necesario para creer en la resurrección HOY? Sí, Manuel. Ya he intentado explicarlo antes: las moléculas que componen el cadáver no son el “cuerpo”; son completamente intercambiables con otras; no han pertenecido a la persona sino en la última fase de su vida, no en toda; seguramente han pertenecido también a otras personas; no determinan a la persona; no son “propias” de la persona. Y el caso de Jesús no fue una excepción sino el modelo, también de aquellos cuyo cadáver se ha corrompido o ha sido incinerado pero resucitarán corporalmente. No hay motivos para rechazar la glorificación del cuerpo, es más yo la creo y la afirmo; pero sí del cadáver. Y tengo otro motivo más: yo creo que el Espíritu de Dios actúa realmente sobre las consciencias con su acción redentora, como creo que actuó sobre las consciencias de los discípulos para revelarles la resurrección real y corporal de Jesús, pero no interviene actuando sobre los objetos físicos –como son las moléculas— porque sería interferir con las leyes físicas, en las que actúa sólo con su acción creadora. Hasta que, finalmente, la acción redentora y la creadora se encuentren, en la Nueva Creación. Es verdad que la Nueva Creación ya ha empezado con la resurrección de Jesús, pero sólo como anticipo y germen (prolépticamente) como experiencia de fe y esperanza (sacramentalmente) en los creyentes; la realización plena se efectuará al fin de los tiempos (escatológicamente) y será pública y manifiesta para todos (parusía). El anticipo o germen de la Nueva Creación requiere de la acción redentora del Espíritu Santo, particularmente en el hecho-de-revelación de la resurrección (real y corporal) de Jesús, pero la realización plena de la Nueva Creación requiere además de la acción creadora del Espíritu, no particular sino general, universal, en la que se realiza el hechode-resurrección de Jesús como primicia, pero conjuntamente con la resurrección general de la que es única causa. ..... Pienso que cuando se afirma que la resurrección real y corporal de Jesucristo ha ocurrido YA (afirmación temporal), y que por ella también la de María su madre ha ocurrido YA (Asunción), hay que aclarar que esas afirmaciones NO se deben interpretar en el tiempo público universal (donde es evidente que no son ciertas) ni en un supuesto tiempo absoluto (que sabemos que no existe). Tampoco aluden a otro mundo espacial paralelo, o a otra “dimensión” en este mundo. Aluden al “tiempo” de una realidad enteramente distinta, del “nuevo eón” de “nueva creación”, que sólo es dado a conocer a los creyentes por obra y gracia del Espíritu Santo. Ese “YA” implica la revelación del Espíritu Santo, en el pasado y en el presente, a los creyentes; de unos hechos completamente reales en esa otra realidad, pero que en esta realidad actual son hechos “espirituales”, revelados para ser creídos por quienes quieran. En el caso de Jesús, se trata de la revelación de su presencia corporal en la Nueva Creación, como hecho inaugural y causal de esta, y modelo de toda otra resurrección a
ella; en el tiempo histórico de nuestra realidad habitual, es pues una primicia y el germen de la Resurrección general. En el caso de María, se trata de la revelación de la presencia corporal resucitada suya, gracias a la de su Hijo, en representación y anuncio de la Resurrección de toda la Humanidad, a la Iglesia escatológica de Jesucristo. Son entonces, por ahora, sólo hechos-de-fe (no por eso menos reales), que se harán públicos y notorios en la Parusía que esperamos en el evento final de esta realidad actual e inicial de la Nueva.
-29A mi modo de ver, el relato de Marcos sobre el hallazgo por tres mujeres del sepulcro vacío, fue escrito desde la fe en la Resurrección, no como fuente de ella. Considerado como relato histórico, me parece inverosímil. Tres mujeres aldeanas galileas, que han asistido conmocionadas a la crucifixión de su amado maestro y han visto huir a sus compañeros acobardados y confundidos, que han pasado dos noches insomnes, destrozadas, abatidas (¿en Betania?), que han visto cómo sepultaban a Jesús en un sepulcro rodeado de guardias, fuertemente cerrado por una gran piedra, ¿van a acudir solas y confiadas de madrugada al sepulcro sin hablar con nadie que las protegiera y les facilitara la labor? ¿No tendrían miedo de ser detenidas por guardias romanos o de los sumos sacerdotes? Y cuando ven la piedra retirada y a un joven sentado dentro del sepulcro, ¿no iban a pensar inmediatamente que se trataba de un servidor de José de Arimatea que se había llevado el cadáver? ¿Iban a creer en su explicación de que “Jesús ha resucitado”, algo que, para unas judías que sólo esperaban (si acaso) la resurrección de los justos al último día, les resultaría ininteligible e increíble? Desde luego, una declaración así, de parte de un joven servidor de José de Arimatea que se había llevado a Jesús, sólo les podía provocar rabia, mezclada de temor y espanto. No es lógico que no lo hubiesen denunciado en seguida, furiosas, a los discípulos, para que fueran a reclamar el cadáver de Jesús a José de Arimatea. Quizá los discípulos no habían huido a Galilea, sino estaban en Jerusalén (¿en Betania?). Hacia allí se habrán encaminado las tres mujeres, llenas de furia y espanto, a contarles lo ocurrido en el sepulcro. Pero en un alto del camino, mientras estaban llorando –“¡No sabemos dónde han puesto a nuestro Señor!”— tuvieron una revelación del Espíritu Santo: vieron a Jesús resucitado... y esto lo explicó todo PARA ELLAS, aunque lo del sepulcro tuviese otra explicación. O quizá llegaron las tres adonde los discípulos, les contaron que se habían llevado el cadáver y ellas no sabían dónde, y partieron juntos, ellos y ellas, al sepulcro. Mientras los discípulos inspeccionaban la tumba, María Magdalena experimentó una aparición de Jesús, que contó emocionada a continuación. Sin creer todavía, volvieron todos ¿a Betania?, donde experimentaron juntos una nueva aparición de Jesús resucitado. Ya no les quedaron dudas. Siguieron en Jerusalén, aguardando su manifestación pública y gloriosa. No lo afirmo; lo pregunto: ¿pudo ser así?
O quizá los discípulos habían huido ya a Galilea, y las mujeres fueron a reunírseles sin contarles nada de lo ocurrido en el sepulcro, por temor, o sin que hubiesen ido en realidad al sepulcro todavía. Entonces, en Galilea, habrían experimentado todos juntos la aparición de Jesús resucitado, la habrían interpretado según las Escrituras y deducido que Jesús iba a manifestarse públicamente, en poder y gloria, en Jerusalén, y hayan partido todos otra vez hacia allá. Llegados a Jerusalén, habrían acudido al sepulcro, pero no habrían encontrado el cadáver de Jesús, confirmando así su experiencia, definitivamente. No lo afirmo; lo pregunto. Tuvo que ser de una manera u otra. Pero de cualquier manera que fuese, creo que tuvieron una experiencia real de la resurrección corporal de Jesús, por obra del Espíritu Santo, hecha empírica e indudable PARA ELLOS, y para quienes lo recibiesen de ellos, entre los que (modestamente) me cuento. ..... “Percibir” no significa aquí necesariamente conocer a través de los sentidos (vista, oído, tacto...) un fenómeno u objeto del espaciotiempo normal, sino que puede referirse a recibir una revelación de algo que no pertenece al espaciotiempo habitual (por lo que no es “empírico”) mediante una acción directa de Dios en la mente, que no es pues una mera idea que brota de la mente (una imaginación, ilusión, visión, alucinación...) sino el conocimiento verdadero de algo completamente real en otro plano distinto de la realidad, gracias a una acción redentora del Espíritu Santo. Los cuerpos resucitados no pertenecen al espaciotiempo normal, sino a otro plano de la realidad, a un “nuevo eón”, a una “nueva creación”, por definición. Las realidades de la “nueva creación” seguramente son enormemente diferentes de las que conocemos en esta creación actual, aunque sean transformaciones “ex-vétere” a partir de realidades homólogas de esta. Probablemente, un cuerpo glorioso inmortal no se desgasta, y por lo tanto no necesita respirar ni comer; y si es capaz de atravesar paredes, es lógico que no pueda palparse como un sólido normal. Por otra parte, una revelación que se haga para ser entendida tiene que ser adaptada a las capacidades de comprensión de sus destinatarios. Lo que creyeron ver, oír y tocar los discípulos, y que describirían más o menos fielmente cincuenta años después sus sucesores evangelistas, fue la revelación de un hecho absolutamente real en otro plano de la realidad, en el “nuevo eón” no en el plano empírico normal, presentado de una manera analógica en que pudieran comprenderlo, gracias a la acción redentora del Espíritu Santo en sus mentes. El cuerpo de Jesús que percibieron por obra del Espíritu fue el mismo cuerpo de Jesús que conocieron en vida, pero resucitado y transformado en cuerpo glorioso a partir de su información estructural recordada por Dios, no a partir de las moléculas que componían su cadáver. Era un cuerpo real de otra realidad nueva, presentado a su experiencia de manera que pudieran comprenderlo, percibiéndolo como presente y actuante en su realidad habitual. Hay gente que parece creer en cambio que el cuerpo resucitado de Jesús pudo aparecer como una realidad empírica de este espaciotiempo, percibida por los discípulos con sus sentidos sensoriales habituales como un fenómeno u objeto físico normal, mediante una
intervención milagrosa de Dios que revivificó el cadáver de Jesús. Y este punto de vista es fundamentalista, a mi juicio; producto de una lectura literalista (más que literal) de los evangelios. En rechazar ese fundamentalismo estoy de acuerdo con Torres Queiruga. Pienso como él que “La Resurrección no es un milagro, «en el sentido de acontecimiento empíricamente verificable», no es un «acontecimiento histórico». Situada en el espacio de la acción trascendente de Dios carece de visibilidad en el mundo”. Pero creo que el Espíritu Santo la hizo actual y visible para los discípulos (no todavía para el mundo), en un acontecimiento histórico de revelación, que hemos heredado de ellos como fundamento imprescindible de nuestra fe. Difiero de TQ porque él no se refiere explícitamente a un acto redentor del Espíritu Santo, sino a un proceso de auto-convencimiento que brotó de las mentes de los discípulos. ¿Quiere decir lo mismo que yo de otra manera (o viceversa)? Puede ser, pero a mi parecer él es confuso en esto. Para afirmar lo que yo debería partir de la imposibilidad de un proceso psicológico de los discípulos que les haya conducido a esta convicción tan cierta de haber visto, oído y tocado algo que no brotó de sus mentes sino que se les impuso a pesar de su disposición adversa. Y aceptar expresamente -por esola acción del Espíritu Santo. En cuanto a la visión de X. Pikaza, respetuosamente afirmo que me parece que él ha dado prioridad a lo sociológico-parenético (“Galilea” versus “Jerusalén”) por sobre la realidad en sí de la Resurrección como acontecimiento en la creación nueva y en la actual; ha puesto quizá la carreta antes de los bueyes. ..... [Antolín:] La Resurrección ¿“podría o no entrar de algún modo en intersección o tangencialidad con la historia”? Yo pienso que sí, Antolín. Creo que lo hace de dos maneras complementarias: 1) A través de los que recibimos la Buena Noticia de ella por obra del Espíritu, principalmente en nuestra Iglesia, y la hacemos impulso de acción en la historia. 2) En el evento final de la historia, que coincide con el inicial de la Nueva. Allí ocurren los hechos-de-resurrección, de Jesucristo, nuestros y de todos, de los que nos había hecho partícipes anticipadamente el Espíritu: allí serán públicos y notorios y empíricos, en plenitud. En ese evento final/inicial, la Creación entera será asumida y transformada en la Nueva Creación “ex-vétere”, a causa de la resurrección de Jesucristo. Toda la materialidad de la antigua será asumida y transformada en la “materialidad espiritual” de la Nueva. Esto nos lo ha anticipado y actualizado el Espíritu en el hecho-de-revelación. ..... Yo nunca le pondría comillas al Espíritu Santo, ni pretendería hablar en tiempo absoluto. .....
En pleno siglo XXI, ya es hora de ir desechando los conceptos físicos obsoletos de “materia bruta” y “tiempo absoluto”, para pensar de otra manera. ..... No soy “espiritualista”. Ni lo que expongo son teorías mías; yo sigo a grandes teólogos. Recomiendo leer “La venida de Dios” de Jürgen Moltmann, y otras obras similares de escatología. Para lo más central de la fe cristiana no puede bastar con el tradicionalismo de cuño fundamentalista. Lo ha dicho el propio Ratzinger, por lo menos antes, en su "Introducción al cristianismo" (leerlo también). ..... (J. Ratzinger, “Introducción al Cristianismo”): “Es evidente que la vida del resucitado ya no es bios, es decir, la forma biológica de nuestra vida mortal intrahistórica, sino zoe, vida nueva, distinta, definitiva, vida que mediante un poder más grande ha superado el espacio mortal de la historia del bios. Los relatos neotestamentarios de la resurrección ponen bien de relieve que la vida del resucitado ya no cae dentro de la historia del bios, sino fuera y por encima de ella; también es cierto que esta nueva vida se ha atestiguado y debe atestiguarse en la historia. (...) nos revelan los evangelistas que el encuentro con el resucitado tiene lugar en otro plano completamente nuevo (...) La experiencia del resucitado es algo completamente distinto del encuentro con un hombre de nuestra historia”. (Hans Küng, “Credo”): “La mayor parte de quienes se adhieren a la exégesis crítica de la Biblia llegan a la convicción de que las historias en torno a la tumba son ilustraciones legendarias del mensaje de la resurrección, al estilo de las epifanías del Antiguo Testamento, y que fueron escritas muchas décadas después de la muerte de Jesús. (...) No cabe duda de que nuestros conocimientos relativos a las experiencias de orden espiritual, visiones, audiciones, dilatación de la conciencia, éxtasis, vivencias ‘místicas’, son todavía muy limitados como para poder dilucidar lo que, en último término, había de real en todos esos relatos. Y también es seguro que los discípulos se sirvieron de los modelos interpretativos que se conocían entonces. Pero no se pueden rechazar como alucinaciones tales vivencias ni tampoco se querrá aplicar inversamente un esquema supranaturalista, y explicarlas como una intervención, desde arriba o desde fuera, de Dios. Probablemente se trató de visiones que tuvieron lugar en el interior, no en la realidad exterior. Pues la actividad ‘subjetiva’, psíquica, de los discípulos y el obrar ‘objetivo’ de Dios no se excluyen en absoluto mutuamente; Dios puede actuar también a través de la psique del hombre. (...) Resurrección no significa regreso a esta vida espacial y temporal: la muerte no es anulada (no es la revivificación de un cadáver) sino definitivamente superada: es la entrada en una vida totalmente distinta, imperecedera, eterna, ‘celestial’. La resurrección no es un ‘hecho público’.” (Jürgen Moltmann, “La venida de Dios”): “La categoría de lo ‘novum’ domina el lenguaje teológico en todo el Nuevo Testamento. La razón de ello podría estar en las apariciones pascuales del Cristo crucificado. Dirigen la mirada de los que las presenciaron hacia una intervención creadora de Dios, hacia una intervención escatológicamente nueva. La resurrección de Cristo de entre los muertos no tiene analogías en la historia experimentada, y
únicamente es comparable con el milagro de la existencia misma (Rom 4, 17). Por eso el futuro del Resucitado es nada menos que una nueva creación.” (Tomado de mi web): “Con el emergentismo quedan superados tanto el dualismo materia-espíritu como el monismo materialista o espiritualista. Cada nivel de emergencia determina un nuevo aspecto de la materia, o del espíritu que es su contrapartida. Así se define una especie de pluralismo emergente, que va más allá del monismo sugerido por la relativa continuidad del proceso. Esa continuidad no es realmente tal, debido a que cada nivel trasciende radicalmente a los anteriores. Puede, entonces, concebirse a la materia como aspectos -inmanentes- del espíritu, o al espíritu como aspectos -emergentes- de la materia.” ....................................................................................... ¿Abandonar una concepción equivocada (de doxia y praxis) de la Iglesia actual, que no es ya fiel a Jesucristo, (la “Jerusalén” de la tumba vacía) por una nueva concepción de la Iglesia que sea fiel a lo original (la “Galilea” donde se ve a Jesús, porque allí empezó)? -Sí, hay que procurarlo, sin duda; pero para eso no es necesario afirmar que Marcos escribió su evangelio pensando en eso. Lo que de verdad pensó Marcos acerca de la Resurrección es más importante, incluso para eso. Los bueyes van antes de la carreta, tirando de ella. ....................................................................................... Aplaudo el esfuerzo de TQ por combatir el tradicionalismo fundamentalista de muchos de nuestra Iglesia. Reconozco además su intención de no caer en el extremo opuesto. Por ejemplo, quiere combatir el exclusivismo tradicionalista con la sana intención de no caer en la teología pluralista (o “pluratonta” más bien, como dice una aguda comentarista de este blog), y por eso desarrolla un “pluralismo asimétrico”. Corre el riesgo de no contentar a unos ni a otros, pero, a mi parecer, ese riesgo hay que correrlo, porque la razón no la lleva ninguno de los dos extremos. Algo similar ocurre con su visión de la Resurrección. Pero, a mi juicio, debería afinar su hipótesis de que la revelación de esta, igual que toda revelación o acción divina, consiste en un mero “caer en la cuenta” de lo que Dios ya otorgaba “desde el principio” y “para todos”. Esto le ha llevado a suponer que los discípulos “cayeron en la cuenta” de la resurrección que Dios ya otorgaba para todos “desde el principio”, patente para ellos ahora en el caso particular emblemático de Jesús, que sin embargo no era un caso cualitativamente distinto. TQ tiene que afirmarlo así, de acuerdo a su teoría de la revelación “sin favoritismo ni privilegios ni discriminaciones” por parte de Dios. Pero no pudo ser así. Los discípulos no pudieron “caer en la cuenta” de una resurrección como las otras para Jesús. No, porque ellos esperaban la resurrección de los justos judíos según la Torá, y el caso de Jesús fue el de un “maldito por la Torá y abandonado por Yahvé” desde su punto de vista, evidentemente. El caso de Jesús fue único, singular, pero salvífico para todos, primicia y modelo de todas las resurrecciones, posteriores y anteriores a la suya (Dios es Señor del tiempo); y en eso no hay favoritismo por parte de Dios, sino encarnación en lo concreto como medio para realizar lo universal. Dios ha
actuado y actúa mediante lo particular y lo concreto, en la historia; esto lo ha afirmado en ocasiones el propio TQ, pero parece que no acaba de sacar las consecuencias de ello para su teología de la revelación y de la acción divina, y por ende de la resurrección. Me parece que está en riesgo de caer en el extremo opuesto, a pesar de toda su buena intención. Dios realizó la Resurrección de toda la Humanidad, de todos los tiempos y lugares, solidarizándose con cada ser humano individual y concreto, en el ser humano concreto Jesús. Sin la resurrección de Jesús, cualquier otra resurrección, anterior o posterior, sería un mero buen deseo infundado (wishful thinking); con el caso de Jesús, Dios ha hecho posibles todos los casos. Su resurrección lo EJECUTÓ, no fue un mero “hacer caer en la cuenta”. ….. Basar la fe en los milagros es la manera más efectiva de perder la fe. Sólo hace falta tener una buena cabeza y un buen corazón para empezar a preguntarse: ¿por qué en este caso y no en todos? ¿Por qué a este y no a los otros?, y empezar así a dudar de que ocurra en cualquier caso. Es típico de la “mala conciencia” de quien se siente privilegiado viviendo en una sociedad favorecida respecto del resto del mundo, y en una Iglesia que se ha considerado la única dispensadora de la salvación. Empieza a pensar: ¡no puede ser! Y tiene razón. Pero fácilmente puede pasarse al otro extremo, de negar la genuina encarnación de Dios en la historia, en lo concreto, en lo particular. Porque lo ve como el gran favoritismo que ha hecho de él un privilegiado, y no quiere serlo. Ni cree que el Dios de todos pueda ser así. Es un buen sentimiento. Pero corre el riesgo de equivocarse, a mi juicio. Pienso que es verdad que Dios no hace milagros para privilegiar a nadie, ni los hace para contradecir sus propias leyes creadas ni la libertad que ha otorgado irrevocablemente (incluso a ingratos y perversos); pero sí actúa a través de lo particular y lo concreto, en las consciencias, respetando siempre la autonomía creada, pero superándola y renovándola para el bien de todos. Lo ha culminado con Jesús. Este es el gran “Milagro”, no aquéllos. Por rechazar aquéllos, no hay que rechazar este.
-30Sofía: Yo creo que hablas de la comprensión TUYA, no de la de los discípulos. Para la de los discípulos fue conveniente que la tumba estuviera vacía, de acuerdo, pero pudo estar vacía –cuando la buscaron— por otro motivo muchísimo más plausible, sin que cambiara nada. Por otra parte, me has entendido perfectamente: el cuerpo humillado y torturado de Jesús fue el mismo (transformado) resucitado, pero no el cadáver.
[Comentario por sofía 16.04.12 | 23:09] “No, mi capacidad de comprensión no necesita el cadáver, pero tampoco necesita rechazar su transformación en un cuerpo diferente. Cierto que la tumba podía estar vacía por otras causas, pero también es cierto que pudo transformarse el cadáver -no veo por qué no. La única razón es que eso se considera un milagro q contradice las leyes de la naturaleza, pero yo creo que el concepto de milagro no está claro y desde luego la resurrección no es un milagro en el sentido normal que se da al término, aunque sí es algo que procede directamente de Dios, perteneciente a la nueva creación, y no se puede decir que vaya contra las leyes de la creación, simplemente no se rige por esas leyes, se sale de sus esquemas. Así que no tengo ni idea de si puede un hecho suprahistórico dejar huellas en la historia aparte de dejarlas en la mente de los seres humanos inspirados por el Espíritu. Es posible que sí, y yo no me atrevo a negarlo, aunque no sea necesario afirmarlo.” Es muchísimo más plausible que la tumba estuviese vacía por cualquier otro motivo. Desde el punto de vista de la comprensión de los discípulos, sólo habría sido conveniente que Dios interviniera especialísimamente para resucitar el cuerpo de Jesús a partir de su cadáver -sin que fuera necesario para resucitar el cuerpo- y hacerlo así desaparecer, si la tumba no hubiese estado vacía por otro motivo cuando la buscaron los discípulos. A mí me resulta esta la alternativa menos plausible. Incluso me parece más plausible que Dios actuase inspirando a José de Arimatea la idea de trasladar el cadáver en secreto, aunque tampoco lo veo necesario. Por supuesto, tampoco fue necesario transformar el cadáver para que la resurrección de Jesús sea el prototipo y la causa de todas las demás resurrecciones. No hay que forzar las cosas inclinándonos por lo que es menos plausible, para hacerlas coincidir con nuestras creencias tradicionales, por queridas que nos hayan sido. Sin embargo, yo pienso que es esencial que el cuerpo resucitado de Jesús sea el mismo cuerpo que él tuvo durante su vida y con el que murió crucificado. Que quede bien claro que estoy completamente de acuerdo en esto. ….. Yo creo que el hecho-de-revelación de la resurrección de Jesús fue un hecho histórico, y fue un hecho aparentemente objetivo y empírico PARA LOS DISCÍPULOS, en el que ellos percibieron de manera indistinguible de una experiencia normal ( ver, oír y tocar) el mismo cuerpo de Jesús que ellos conocieron en vida crucificado (aunque transformado, glorificado). No fue PARA ELLOS un acontecimiento “espiritual” (aunque sí provocado por el Espíritu, no por su fe ni por su disposición de ánimo, que era adversa), ni subjetivo, ni simbólico, sino material, objetivo, real. Pero, -sin saberlo ellos y sin poder comprenderlo entonces como nosotros ahora- fue la revelación, adaptada a su comprensión, del hecho-suprahistórico-de-la-resurrección de Jesús a otra realidad distinta de nueva creación. Y no tiene sentido decir que el hecho-suprahistórico-de-resurrección y su hechohistórico-de-revelación hayan sido consecutivos ni simultáneos, porque pertenecen a tiempos distintos de realidades distintas y no existe un tiempo absoluto en que puedan ser sincronizados, aunque desde el punto de vista absoluto (de Dios, Señor del tiempo) estén causalmente relacionados.
….. TQ distingue entre el hecho-histórico-de-revelación (HRV) y el hecho-suprahistóricode-resurrección (HRS) de Jesús, muy acertadamente, en mi humilde opinión. También desliga el HRS de un supuesto hecho-de-revivificación-y transformación-del-cadáver (HRC) ocurrido en algún momento en el sepulcro (no presenciado por nadie ni narrado en el NT). Pero, ingenuamente, en mi opinión, TQ liga el HRS al hecho-de-la-muerte-en-la-cruz (HMC). Dice que la resurrección de Jesús ocurrió en la cruz, en el momento de su muerte. Esto no puede decirlo objetivamente, hablando en un inexistente “tiempo absoluto”, sólo puede hablar de simultaneidad subjetiva para la consciencia de Jesús, en su tiempo personal. El HRS es suprahistórico, en otro tiempo de otra realidad; por lo tanto no puede simultanearse ni sincronizarse objetivamente con ningún hecho histórico ocurrido en el espaciotiempo normal, como el HMC. Salvo que supongamos que hay un evento escatológico común a ambas realidades, final de la Creación antigua e inicial de la Nueva. A mi modo de ver es acertado suponerlo, y decir entonces que el HRS ocurre/ocurrió/ocurrirá precisamente en ese evento, siendo su causa y su inauguración. Pero no puede decirse objetivamente que ese evento escatológico haya sido el HRV, ni el HRC, ni el HMC; porque es evidente que tiene que ser público, pero no es público todavía; por ahora es sólo un evento escatológico vivido en anticipo (proléptico) y sacramentalmente por los creyentes, a partir de los discípulos y heredado por todos los que lo han (hemos) creído por ellos; pero que se hará público sólo en la Parusía, como dice el NT. ….. Obviamente, creer y vivir la Resurrección es algo asequible a todos; entenderla, no. Pero esto no es necesario para aquello; procurar entenderla, en lo posible, es cosa sólo de teólogos y de quienes se interesen por leerlos y comentarlos. Claro que si se entiende mal y se transmite peor, puede perjudicar a vivirla bien; por eso, intentar entenderla y transmitirla mejor, puede ayudar, pienso. ………………………………………………………………. Yo creo que, si los discípulos vieron y oyeron a Jesús de un modo parecido a como lo contaron mucho después los evangelistas (aunque no igual, por supuesto), no les quedaron dudas de que Jesús estaba Vivo en cuerpo y alma, y que les pedía difundir la Buena Noticia de que había resucitado, por obra de Yahvé evidentemente, y en refrendo de su predicación que ellos ya conocían por su ministerio. Tampoco les habrán quedado dudas acerca de que Jesús Vivía en otra realidad, con un cuerpo que era el mismo que ellos habían conocido pero transformado, glorificado, y que vendría a manifestarse públicamente a todo el mundo. Pero había algo esencial sobre lo que tuvieron que tener muchas dudas (que incluso persisten hoy): ¿Por qué había permitido Dios que Jesús padeciera y muriera crucificado? ¿Por qué había sido condenado a instigación de las autoridades en nombre de la Torá? ¿Por qué resucitó antes de la resurrección general de los justos en el último día? ¿Había llegado ya el último día? ¿Había sido “el Justo”?¿Qué tipo de justicia era esta? ¿Cuál era la relación de Jesús con la Torá, con el judaísmo, con las profecías? El
Dios que había resucitado a Jesús ¿era el mismo Yahvé de las Escrituras? ¿Cuál era la relación entre Jesús y Yahvé? ¿Había sido el Mesías prometido? ¿Qué significaba todo esto para el futuro de Israel y el mundo, y para las personas, como ellos, buenas y malas? Etc., etc. Para aclarar todo eso –y más- tuvieron que acudir a las Escrituras e interpretar el significado de la resurrección de Jesús; el resultado está plasmado y transmitido en el NT y en la Tradición. Pero no creo que hubieran acudido a las Escrituras con esa intención sin el impulso externo de la experiencia aparentemente objetiva y empírica de Jesús resucitado en cuerpo glorioso. Pienso que su predisposición era adversa, porque lo habían creído fracasado y derrotado, maldito por la Torá y abandonado por Yahvé. Las apariciones les demostraron, les impusieron, que no era así; pero no era inmediato ni fácil entenderlo. ….. Estoy de acuerdo en que no sabemos con exactitud cómo fue esa experiencia. Coincido en que les fue causada por el Espíritu Santo, y no espontánea. Y que fue de un hecho en otra realidad, suprahistórica. Pero tengo claro que la revelación del Espíritu tuvo que ajustarse a sus capacidades de comprensión, de ellos, que no eran las nuestras. Su capacidad de comprensión era la de unos campesinos, aldeanos y pescadores casi analfabetos, de esa época. Para que les quedara claro que se trataba de Jesús, el mismo que ellos habían conocido y que había muerto crucificado, que había resucitado a una vida eterna exaltado a la diestra de Yahvé, totalmente en contra de sus expectativas puesto que lo habían considerado maldito y abandonado por Yahvé, ¿pudo ser otra cosa que una experiencia que ellos consideraran indudable, objetiva y empírica, y equivalente PARA ELLOS a la revivificación? ….. Por si puede haber alguna objeción respecto de que yo hable del “Espíritu Santo” y no del “Espíritu de Jesús”, diré que me parece que son exactamente lo mismo, y añadiré que creo que las acciones divinas son todas trinitarias, es decir, que implican a las tres Personas conjuntamente, inseparablemente. Claro que en cada acción hay una de ellas que “destaca”, digamos, y en este caso es Jesucristo, la Segunda Persona, la que “se aparece”, pero lo hace “por obra del Espíritu Santo” y “exaltado a la diestra del Padre”. Es decir, que no tiene sentido separarlas. Que no se piense que al referirme a la acción del Espíritu quiero decir que fue una mera idea “espiritual” inspirada a las mentes de los discípulos, y no la presencia real de Jesús resucitado hecha manifiesta por el Espíritu, en “carne y hueso”, en “cuerpo y alma", de un modo que les fuera comprensible y creíble a los discípulos. ….. Muchos sobreentienden que “resucitar” significa “revivificar”, hacer volver a la vida. Este es el significado habitual, que recoge el DRAE. Entonces les resulta absurdo que se hable de “resucitar un cuerpo vivo” (hacer volver a la vida a lo que ya la tiene), y piensan que el verbo “resucitar” se aplica necesariamente a lo que está muerto, es decir al cadáver. Sin embargo, puede entenderse mejor, pienso, que “resucitar” significa “re-suscitar”,
esto es, volver a “suscitar”, a levantar, promover, producir, hacer existir, hacer funcionar, re-crear. Entonces resulta lógico pensar que lo que Dios re-suscita es justamente lo que estaba vivo, no lo que está muerto. Re-suscita el cuerpo vivo (la misma estructura que funcionaba sobre una base material variable), no el cadáver (la última base material ya desechada, desestructurada). Además, la re-suscitación puede incluir transformación y plenificación. Aplíquese esto a Jesús, a nosotros, a todos, y a la Creación entera. Por supuesto, la re-suscitación requiere de una nueva base material, que no tiene porqué ser la última que fue desechada. La estructura re-suscitada no puede funcionar sin base, pero esta base puede ser nueva, renovada, radicalmente transformada, aunque siga siendo material; es “materia espiritual”. Y todo es posible sólo gracias a la re-suscitación de Jesús, porque toda re-suscitación es con él, por él y en él.
-31[Pikaza:] “En un caso (judaísmo), ella [la resurrección] aparece como garantía de futuro para el pueblo y como expresión de justicia escatológica para las víctimas de la historia, empezando por los mártires. En el otro (Islam), ella es signo de la soberanía de Dios al que todo vuelve, en quien todo culmina. Sin negar esos aspectos, el cristianismo la entiende como experiencia del triunfo de Jesús, expresión del valor salvador de su muerte y garantía de la llegada de su Reino. Sólo los cristianos afirman, según eso, que la resurrección ha comenzado a realizarse ya, por Cristo, en medio de la historia. (…) la Vida que permanece y alcanza valor personal allí donde cada uno se recibe y regala, de manera que existe en sí siendo en los otros, superando así la muerte. (…) el descubrimiento del valor pleno de la vida concreta de Jesús, entendida como gratuidad, donación completa para bien de los demás.” En mi opinión, están aquí (lo ve Pikaza) todos los elementos de la fe cristiana en la Resurrección. Esta fe debe incluir la rehabilitación de todas las víctimas de la historia (lo ve el Judaísmo), muertas ya irremediable e inexorablemente, al parecer, por naturaleza. Las víctimas, en cuanto personas concretas únicas e irrepetibles que merecen justicia y felicidad para ellas mismas, más allá del rastro que hayan podido dejar por sus obras, en su descendencia, y en el recuerdo. Eso sólo es posible para la soberanía de Dios, que quiera dar un valor así a las personas, por encima de lo aparente en la naturaleza creada (lo ve el Islam), porque si no fuese así, el individuo no podría aspirar a tanto, tendría que aceptar disolverse en el Todo, como un elemento ínfimo y efímero (lo ven las “religiones de la interioridad”). ¿Cómo saber que Dios ha querido efectivamente dar ese valor tan inmenso a las personas? –A mi modo de ver, no hay manera de reconocerlo si no es en que Dios se ha
solidarizado en la historia con las personas concretas, encarnándose en una víctima concreta para redimir a todas. Esto puede parecer excesivo, tremendamente excesivo, pero es la única manera, a mi juicio, de entender que Dios es Amor y que se involucra responsablemente para remediar la victimización que han sufrido Sus creaturas en Su Creación (lo ve el Cristianismo). De otro modo, Dios estaría tan lejos de sus creaturas, que su salvación final parecería un sarcasmo, después de tanto sufrimiento y muerte que habría consentido Dios desde arriba y desde afuera. No se puede echar toda la culpa a las creaturas (mal moral); ante el mal físico, Dios sólo se disculpa con Jesús hecho-víctima-con-las-víctimas en plena encarnación suya, para redimirlas. Y el que así lo entiende y lo cree, no puede menos que intentar imitar a Dios-en-Jesús, haciendo lo que esté a su alcance por las víctimas próximas, y por aquellas de las que se debe hacer próximo. ….. Por cierto, una resurrección a una vida eterna, plena y feliz, ¿la esperan los judíos sólo para los justos y buenos judíos? ¿Y los musulmanes sólo para los justos y buenos musulmanes? ¿Y hay cristianos que la esperan sólo para los justos y buenos cristianos (o incluso católicos)? -Yo, no; como muchos cristianos, yo la espero para todos (pero no lo sé, claro). ….. Es de sentido común desear la resurrección de los justos, por eso la esperan tantas religiones. Pero la religión cristiana va más allá. Lo vieron claro los discípulos en la resurrección de Jesús: la resurrección no es para premiar a los justos, sino para rehabilitar a las víctimas. No todos somos justos, pero todos somos víctimas (en distinto grado, por supuesto). Un “justo” es alguien que se ocupa de evitar que haya víctimas y de auxiliar a las que hay sin que pueda evitarlo; esta es su colaboración a la resurrección de todos, no el mérito suficiente para su propia resurrección. Todas las víctimas resucitaremos/resucitamos a un vida plena, gracias a la justicia justificante de Dios-en-Jesucristo, con la colaboración de los justos. …………………………………………………………… Ahora, cuando ven a Jesús resucitado, es cuando los discípulos comprenden toda la enorme eficacia del “perdón de los pecados” que ofrecía Jesús durante su ministerio. Ven claramente que ese perdón significa promesa irrevocable de vida plena y feliz, no condonación momentánea de castigo a condición de penitencia. Los discípulos lo han comprendido por fin: se trata de que Dios es el Padre amoroso de todos los pródigos del mundo, y así deben proclamarlo a todos. Los que acojan su predicación, comprenderán desde ya que han sido perdonados para siempre si se deciden a creerlo (de doxia y praxis); los que no lo crean, no empezarán a saberse y sentirse perdonados todavía: sus pecados les serán retenidos hasta más tarde.
Los sucesores de los discípulos, ¿han comprendido siempre así el perdón, como mensaje feliz de resurrección, o lo han convertido en un acto judicial que intimida más que alegra? ¿Se imaginan que el padre del hijo pródigo le hubiese dicho: “Hijo, te perdono si me cuentas en detalle todas las maldades que hiciste con el dinero de tu herencia, y te levanto el castigo que te mereces si cumples la penitencia que te voy a imponer”? Pero no fue así, ya lo saben… bueno, algunos parece que no. ….. A la frase de arrepentimiento del hijo pródigo no siguió una frase del padre como la que yo puse, eso no se puede negar. ….. Un hijo pródigo no necesita humillarse ante el poder de su padre para obtener su perdón, como haría un criminal ante el juez o un súbdito ante el soberano. El padre lo ama y lo estaba esperando, y le basta con verlo venir compungido para perdonarlo sin más; aunque sea al final, después de muchas fechorías. ……………………………………………………………. He de insistir una vez más en que me parece completamente inaceptable considerar la resurrección de Jesús como un fenómeno natural y plausible desde el punto de vista psicológico y sociológico de los discípulos. Comprendo que se quiera rehuir la idea de un fenómeno sobrenatural, y una discontinuidad radical y especial, pero afirmo que no se puede. Pienso que la resurrección de Jesús se trata precisamente de esto: una acción absolutamente singular de Dios, sobre-natural por lo tanto, que no pudo originarse en ninguna pre-disposición psicológica ni sociológica de los discípulos que nos explique convincentemente su experiencia, su enorme convicción y acción posterior. Insisto enfáticamente en algo que parecen no tener suficientemente en cuenta Pikaza, Torres Queiruga y otros: la experiencia pascual de los discípulos fue completamente diferente de la experiencia de fe nuestra, y de la de cualquier cristiano posterior (incluido Pablo). La convicción de todo un grupo de varias docenas de personas, que les llevó a dedicar el resto de sus vidas a proclamar la certeza de la Resurrección con tan grave riesgo y entrega de sus vidas, no pudo basarse en la ilusión esperanzada de algunas discípulas que le habían amado, ni de algunos discípulos que le habían admirado y querían continuar su causa. No, porque esas discípulas y discípulos le habían seguido con la esperanza de que Jesús fuera apoyado pública y terrenalmente por Yahvé ante sus enemigos político-religiosos, y se encontraron con el hecho evidente de que Yahvé le había abandonado, había permitido que fuese maldito en nombre de la Torá y crucificado por los opresores de su pueblo, no como un héroe defensor de Israel (como otros), sino por instigación de Israel mismo. Un “maldito y abandonado por Yahvé” vergonzosa y definitivamente derrotado, no sólo por gentiles, sino por su propia fe judía. Las discípulas y los discípulos le habían seguido con la esperanza de su triunfo terrenal, mesiánico davídico, material y concreto,
no un triunfo espiritual, moral, universal, trascendente, que a nosotros puede parecernos plausible y deducible de experiencias místicas. Nosotros partimos de lo que desarrollaron ellos -los discípulos- posteriormente, y también de dulcificaciones culturales y artísticas, además de universalizaciones y espiritualizaciones que nos lo hacen psicológica y sociológicamente aceptable. Pero ellos, NO. Ellos partían de CERO; del cero a que la crucifixión había reducido sus esperanzas en Jesús. Incluso desde antes, cuando le vieron excesivamente confiado e iluso, ya habían perdido casi toda su esperanza y su entusiasmo; la cruz colmó la medida de su desesperación. Desde ese “escándalo” y esa “necedad”, según su criterio y cualquier criterio razonable, tuvieron que remontar hasta esa opuesta convicción extraordinaria que cambió el mundo. Jesús no había sido un líder de una idea, de una causa, de un movimiento que pudiera continuar sin él; en su predicación se había implicado personalmente hasta el punto que no había continuidad posible sin su presencia viva, y menos en el concepto de esos rudos campesinos y pescadores galileos. Para hacer posible la continuidad tuvo que ocurrir una discontinuidad (paradoja: discontinuidad en la continuidad, y viceversa); tuvo que darse una singularidad absolutamente sobre-natural, mucho más allá de cualquier explicación psicológica, sociológica e histórica, porque estas resultan imposibles. Esto es claro para la fe cristiana en la acción real de Dios por iniciativa propia, que se llama “Espíritu Santo”. Si rehuimos esta fe por “sobrenatural”, no podemos explicar el cristianismo, y acabamos reduciendo la Resurrección a la “resurrección” bien intencionada pero insuficiente en que creen los más lastimosos de los hombres. La obra del Espíritu Santo es una verdadera y real actualización (hacer actual) de la presencia Viva de Jesucristo resucitado. Que no por anticipada es menos real y presente, como creemos de toda presencia sacramental suya, especialmente en la Eucaristía. La plenitud no la tenemos todavía, pero la vivimos real y anticipadamente (prolépticamente), actualmente, con la certeza de la fe. Sin esta fe/confianza/esperanza en el Espíritu Santo, y a través suyo de la presencia real del Hijo y el Padre, para nosotros y en nosotros, pero que no brota de nosotros sino de Él, no hay fe cristiana verdadera. ….. Participar de la Resurrección es tarea nuestra, es misión de nuestra Iglesia, como consecuencia insoslayable para esta vida de aquí y ahora, en este mundo, especialmente para las víctimas del presente, por antonomasia; así debe ser, y hay que recalcarlo, sin duda. Pero, como consecuencia que es, eso brota de una causa: la Resurrección obrada por Dios, por su propia iniciativa y la acción sobre-natural de su Espíritu, que lo hizo y hace posible por/con/en Jesucristo para nosotros, en herencia recibida de sus discípulos. Y que incluye imprescindiblemente la re-suscitación y re-habilitación definitiva de todas las víctimas del pasado (TODOS) a una nueva creación de plenitud futura. El significado de la Resurrección debe ser así de completo, por lo menos, para ser cristiano (en mi opinión).
….. [Antolín:] “si bien entiendo imprescindible y consustancial a lo cristiano su inserción en el aquí y el ahora del mundo, pienso que no debe dejarse de lado ese aspecto de ‘vida futura’ en la Casa del Padre que la Resurrección también representa.” Totalmente de acuerdo. Más aún: la inserción aquí y ahora es la CONSECUENCIA (o debe serlo) de la fe en esa Vida futura hecha presente en esperanza cierta, gracias al Espíritu. Si no, la inserción no tendría base suficiente para ser cristiana y, por lo tanto, para ser plenamente eficaz. ….. Está claro que cuando hablamos de “la experiencia pascual de los discípulos” nos referimos a la experiencia espiritual que ellos tuvieron en ese año concreto en que murió Jesús (probablemente el 30), a partir de la Pascua judía (Pésaj) y hasta el Pentecostés judío (Shavuot) de ese mismo año. No estamos hablando de otras experiencias espirituales que tuvieran los discípulos antes o después, ni menos de las innumerables experiencias espirituales que tuvieran otros seres humanos durante la historia en períodos contemporáneos, o anteriores o posteriores a ése. Yo creo que LA Experiencia Pascual que así se entiende determinada unívocamente, fue un hecho histórico absolutamente singular, diferente de cualquier otra experiencia espiritual que pudiera considerarse como “una experiencia pascual” por analogía, herencia, o similitud, aunque fuera en alusión a otras pascuas de esos mismos discípulos, o de discípulos –en grado “n”— de esos discípulos (como somos nosotros). Yo creo que el Espíritu de Dios actúa continuamente en el mundo y en la historia, en todas las cosas y todas las consciencias, para ejecutar la Creación y la Redención; por eso nunca negaría que hay múltiples experiencias espirituales de todo tipo para todas las personas en todos los tiempos y lugares. Si queremos llamar “pascuales” a ciertas experiencias espirituales de esas, podemos hacerlo por analogía, pero siempre teniendo presente que son diferentes cualitativamente a LA Experiencia Pascual fundacional de que hablamos. ¿En qué consiste esa gran diferencia cualitativa? –No, a mi parecer, en que se trate de Espíritus diferentes, pues admito que estoy hablando de experiencias causadas por el mismo Espíritu Santo del mismo Dios único, que siempre actúa de modo trinitario, aunque según el caso “destaque” una u otra de las Personas divinas. Ponerme a explicar esa diferencia por completo me sería imposible, sólo quiero señalar que LA Experiencia Pascual destacó a la Persona de Jesucristo de una manera especial, única y fundante, mediante un SALTO gigantesco de las consciencias de los discípulos, desde la profunda SIMA en que se hallaban sumidos hasta la altísima CIMA que alcanzaron por ella. Posteriormente, otros –como Esteban y Pablo, entre muchos más— seguirían elevando esa Cima al participar del mismo impulso, pero nadie partiría ya desde la Sima inicial. Claro que para Ver a Jesucristo y al Padre, y reconocerlos íntimamente cercanos, necesitamos de nuestra experiencia espiritual personal además de la tradición histórica, cultural y eclesial que nos ha transmitido LA Experiencia Pascual a nuestra
circunstancia; pero esa larga herencia de fe comunitaria es indispensable y básica, a mi juicio, para poder encontrar efectivamente al Jesucristo concreto cuya resurrección fue revelada de ESA manera concreta, y poder situar nuestra pequeña revelación particular en la línea adecuada, que va desde ESA abisal Sima inicial hacia la celestial Cima final que contribuimos a alcanzar, personal e infinitesimalmente, con la guía del Espíritu. ….. Con sorpresa, me he enterado, después, de que el término hebreo “pésaj”, que denomina la Pascua judía, significa literalmente “salto”. Alude seguramente al “salto” histórico de Israel desde la esclavitud de Egipto hacia el disfrute de la Tierra Prometida. Pero es curioso que coincida con ese SALTO al que yo aludía en mi comentario anterior, desde la Sima hasta la Cima... ¿verdad? Bueno, ya sé que “pésaj” alude a que el ángel exterminador se “salta” las casas untadas con la sangre del cordero pascual. Pero si ese ángel simboliza la Muerte, y toda la Precariedad, todo el Mal físico y moral que puede exterminarnos, y el cordero es Jesús, entonces…
-32Nuestro único Buen Pastor es el Crucificado/Resucitado. Así debe entenderlo nuestra Iglesia. Quien quiera ser buen pastor en su nombre, debe ser también un crucificado/resucitado como él, en solidaridad divina con las víctimas del mundo. Para eso, y sólo por eso, tiene el poder de hacer presente sacramentalmente al único Buen Pastor; en caso contrario, es sólo un asalariado que no da la vida por sus ovejas. Únicamente quien ama de veras –de dicho y hecho— apacienta a sus ovejas por su encargo. Y viceversa: quien ama de veras como él, es un buen pastor que tiene el poder de hacerlo presente sacramentalmente a sus ovejas. ….. Quien preside una ceremonia para administrar un sacramento, es un “oficiante” nombrado y reconocido como tal por su comunidad eclesial; pero no es por eso un “buen pastor”. Distingamos. ….. “Dice Jesús a Simón Pedro: ‘Simón de Juan, ¿me amas más que estos?’ –Le dice él: ‘Sí, Señor, tú sabes que te quiero.’ Le dice Jesús: ‘Apacienta mis corderos.’” (Juan 21,15) “Muchos me dirán aquel Día: ‘Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre expulsamos demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: ‘¡Jamás os conocí; apartaos de mí, agentes de iniquidad!’” (Mateo 7 22,23)
……………………………………………………………………. Pienso que la Resurrección es una Buena Noticia de posible redención para TODOS; que para nadie es mala noticia de condenación inexorable. Me es imposible creer que un Dios que ama a TODOS resucite a alguien sólo para condenarlo eternamente, por perverso que haya sido. Una pena así sobrepasa a cualquier culpa, y Dios es bueno con los ingratos y los perversos. Mi convicción brota de lo que me parece evidente en el Evangelio; las parábolas de los trabajadores de la Viña, del hijo pródigo (Padre Bueno), el pasaje de Lucas (6, 35), el de 1 Timoteo (2,3)… y podría seguir. Yo no creo que ninguna muerte “en oposición a Dios” pueda merecer irrevocablemente “un estado de soledad infinita” y eterna, sin remisión, a juicio del Dios que es Amor y que quiere que todos los seres humanos se salven. Yo creo que Dios jamás “se da por vencido”, porque su Amor es más fuerte que la Muerte, y sigue concediendo oportunidades, infinitas oportunidades, de aceptar su redención transformadora, a TODOS, incluso a los que hayan “muerto en pecado mortal”. Hay pues para TODOS, una vez resucitados, un “tiempo de Dios” en el que se les concede la oportunidad de decidir por la Vida; si llegan a aceptarla, habrán “estado en el purgatorio” (y continuarán en él durante una primera fase de su transformación; las fases siguientes ya son “el cielo”); si no llegan a aceptarla nunca, “están en el infierno”. Pero yo espero que la gracia de Dios consiga que todos la acepten finalmente, para que “sea Dios Todo en todos”. (Juan L. Ruiz de la Peña, “La Pascua de la Creación”, cap. 8, III, 1., pág. 239): “Los cristianos no podemos excluir categóricamente que la gracia va a triunfar de hecho (por supuesto respetando la libertad humana) en todos y cada uno de los casos, que el mortalmente pecador va a dejarse tocar por la misericordia perdonadora de Dios para ‘convertirse y vivir’. No tenemos derecho a excluirlo; pero tampoco tenemos derecho a exigirlo. Lo único que podemos –y debemos— hacer es esperar y rogar a Dios para que así sea. Nos es lícito nutrir, no ya la certeza, pero sí la esperanza de la salvación de todos.46 (...) 46 Von Balthasar, L’Enfer..., 25: “creo poder esperar... que la luz del amor divino será finalmente capaz de atravesar toda oscuridad y todo rechazo del hombre”; cf.ibid.,5967 (“El deber de esperar por todos”). Lo mismo piensa Rahner: “como cristiano, el hombre tiene el derecho y el ‘deber’ sagrado de esperar que la historia de la libertad tendrá para él y para todos los demás... un desenlace feliz”. Nota: Queda claro que Ruiz de la Peña está hablando de la “Muerte Eterna” -título de este capítulo de su obra—, no de posibles arrepentimientos anteriores a la muerte física. La “apocatástasis”, como creencia en la salvación final de TODOS, ha sido profesada por numerosas e importantes figuras de la Iglesia (el más conspicuo fue Orígenes) y fue condenada por la Iglesia en el sentido de afirmarla con seguridad. Pero no está de ninguna manera condenada en el sentido de tener firme ESPERANZA en la salvación final de TODOS. Como dice Juan A. Ruiz de Gopegui: “Esperar la salvación de todos es un deber de todo cristiano, pero eso no se debe confundir con el ‘saber’ sobre esa salvación, que sólo pertenece a Dios”.
….. Repetiré lo que he comentado hace tiempo sobre la salvación y la condenación, que no serían como muchos las han malentendido (aunque fuesen ilustres Padres y teólogos de nuestra Iglesia), sino una transformación ofrecida a TODOS desde ahora y eternamente, para ser consentida y poder recibir así el don gratuito de la felicidad plena. Aquí va: La base debe ser el Evangelio. Y sobre esta base, muchos pensarán que es absurdo e inútil pretender hacer especulaciones sobre un “más allá” que sobrepasa nuestros posibles conocimientos e incluso lo que Jesús quiso transmitirnos al respecto. Estaría de más, entonces, presumir de poder decir algo. Sin embargo, la verdad es que los cristianos hemos recibido ya hecha una interpretación muy elaborada, de tipo “judicial”, que habla de ¡tormentos eternos! que serían aplicados por Dios a quienes la muerte “pille no confesados” de las faltas contempladas en el riguroso código moral establecido por la autoridad. Esta interpretación causa hoy el escándalo de muchos, y la irrisión de otros tantos, quienes se preguntan (nos preguntamos) si no se trata –ésta sí— de una especulación interesada sin base real en los evangelios, sino encaminada a favorecer y justificar que el poder religioso y político obtenga la sumisión incondicional de sus “súbditos” mediante la intimidación más extremada. En efecto, si examinamos los evangelios buscando los pasajes que puedan servirle de base, poco encontraremos puesto en boca de Jesús. Solamente algunas frases que corresponden a las creencias apocalípticas habituales de la época, en contextos parabólicos, y que pueden considerarse verosímilmente como añadidos posteriores a las auténticas palabras de Jesús. Poca base pues para establecer una imagen de Dios iracunda, feroz, implacable y vengativa, dispuesto a aplicar penas enteramente desproporcionadas a las faltas humanas. Que ha servido para que la autoridad religiosa y política haya aniquilado sin remordimientos a sus enemigos y disidentes, a los “herejes”, los “hechiceros y brujas”, los “judaizantes”, los “incrédulos”, etc., mediante atroces tormentos y ¡pretendiendo piadosamente salvar sus almas! Con la bendición de los representantes del Dios de Jesús, para mantener atemorizados, angustiados, reprimidos y sumisos a los fieles cristianos. ¿Puede extrañarnos la reacción escandalizada de tantos y tantas? Debemos, claramente, combatir esas imágenes y prácticas tradicionales. Pero, a mi juicio, no es suficiente con negarlas, y sólo afirmar vagamente que Dios es Amor y que el castigo lo sufrirán quienes se lo hayan buscado libremente al rechazar voluntariamente su amor. Ni me parece satisfactorio afirmar que es un tema sobre el cual nada puede saberse. Pues hay mucha base en el NT para una imagen enteramente opuesta y una explicación completamente diferente. Por eso he pretendido proponer un planteamiento diferente, basado en lo que considero el principal texto de que disponemos los cristianos sobre el tema: I Corintios 15. Allí nos habla San Pablo de la TRANSFORMACIÓN obrada en los resucitados por el
Espíritu de Dios. Esa transformación es benevolente y benéfica para TODOS, pero puede ser vista –con toda lógica- como un “premio” por quien esté predispuesto en su mismo sentido por su vida anterior, y como un “castigo” por quien esté predispuesto en sentido contrario. A partir de este supuesto basado en S. Pablo y en la imagen auténtica del Dios/Abbá de Jesús, lo que he dicho me parece una deducción muy probable. Y muy necesaria. ….. “El Espíritu de la Verdad nos guía a la Verdad completa”, pero para eso no sirve mantenernos a distancia, sin pronunciarnos, asignando el mismo valor a una u otra interpretación. Hay que tomar partido -pacífica y respetuosamente- a favor de lo que nos parece la Verdad del Evangelio. ……………………………………………………………………... Pienso que todos tenemos un “lado bueno” y un “lado malo”. La Resurrección de Jesucristo es como una Luz que disipa las tinieblas, como un Agua que lava las suciedades; crea una nueva realidad donde (cuando) se eliminan los “lados malos”, y se plenifican los “lados buenos”, con el libre consentimiento de las personas. Creo que todas las expresiones bíblicas de condenación se refieren a esa extinción o depuración de los “lados malos”, no a la de las personas correspondientes. Porque esas personas tienen –cada una en mayor o menor medida— además unos “lados buenos” que se plenifican, se salvan, con su consentimiento, gracias a la acción redentora transformadora del Espíritu Santo, por la misericordia del Padre otorgada en el Hijo. La Transformación empieza aquí y ahora, y culmina allá. ….. Si una persona no da su consentimiento, su transformación no puede efectuarse; pero Dios se la ofrece SIEMPRE, incluso más allá de la muerte, aunque la haya rechazado, “setenta veces siete”. A todas las personas de todos los tiempos y lugares, hayan conocido o no a Jesucristo, hayan creído o no en él. ….. La Transformación no se ejecuta individualmente, sino en comunidad. Para hacer posible el consentimiento de todos, Dios ha querido y solicitado la colaboración de muchos. ….. Mi creencia no es según “el modelo emergentista” (sino según s. Pablo), no es “una reducción a una mera explicación existencial”, y sí es perfectamente asumible dentro de la fe de nuestra Iglesia, como han sostenido grandes teólogos. Aunque, ciertamente, hay otras creencias que rechazo de plano por incoherentes con el Abbá de Jesús.
….. Esta idea de la condenación eterna inexorable, junto con la explicación expiatoria/propiciatoria/satisfactoria de la redención, han sido las interpretaciones más gravemente contradictorias con los mismísimos dichos y hechos de Jesús. Ambas interpretaciones -estrechamente relacionadas entre sí- han sido nefastas para el cristianismo, han dado pie a atroces y tremendas injusticias, y corresponden a una idea completamente equivocada de Dios (una teología equivocada) construida con una mentalidad “juridicista” que debemos rechazar enérgicamente. Pienso que muchos grandes teólogos cristianos lo tienen claro en la actualidad – Ratzinger entre ellos— y que la exégesis histórico-crítica actual da base más que suficiente para establecerlo con seguridad como enteramente contrario a la auténtica predicación de Jesús. Muchos creyentes cristianos-católicos lo entendemos así, pero mientras la autoridad eclesiástica no lo afirme inequívocamente y erradique con decisión esas ideas tan gravemente erróneas, apoyadas sin embargo en nombres ilustres, muchos no lo creerán, y seguirán pendientes de esas teologías caducas, tanto para aceptarlas como para criticarlas, con enorme perjuicio para nuestra Iglesia y nuestra fe. ….. Tienes toda la razón, Graciela. Has dicho muy bien que “no son cuestiones meramente ‘académicas’ sino que influyen enormemente en la vida espiritual de los fieles, mucho más de lo que se piensa. Yo lo traduciría en ‘dime en qué dios crees y te diré cómo son tus relaciones con el prójimo...’. Se predica cotidianamente de acuerdo a todo este bagaje deformado de nuestra fe.” Probablemente es difícil que la autoridad se pronuncie claramente porque no tiene clara la alternativa. Teme que sea abandonar ideas esenciales de nuestra fe, como por ejemplo la divinidad de Jesucristo y la eficacia trascendente de la Redención. Ya se ha visto que existe el riesgo de reducir el cristianismo a un humanismo y a un pluralismo sin inclusión en Jesucristo como único Redentor de todos los seres humanos sin excepción. Debemos trabajar entonces, también los laicos –y acaso principalmente—, en difundir una alternativa teológica genuinamente fiel a Jesucristo, entre ambos extremos deformantes. ….. Claro. Hay creyentes y no-creyentes. Y hay distintos tipos de creyentes. ¿Y qué? Eso no impide que los creyentes de un determinado tipo busquen razonar su fe de acuerdo al Evangelio, eliminando contradicciones en las creencias que ellos estiman de fundamental importancia para su vida. Sin imponerlo a nadie, pero proclamando su manera de entender la Buena Noticia –no como mala noticia- para bien de todos los que quieran aceptarla. Yo soy un creyente de este tipo, y Vd… sea lo que Vd. quiera, naturalmente. …..
[Fernando:] “la sustentación del edificio teológico de la salvación elimine por simple buena voluntad la existencia de aspectos terribles” Por supuesto que sí; pero no sólo por buena voluntad, sino por coherencia y fidelidad con lo central del Evangelio. Ningún edificio sólido puede sustentarse en la radical incoherencia con su “piedra angular”. Si el argumento es que históricamente ha sido así, y que la historia no se puede cambiar por simple buena voluntad, diré que los católicos debiéramos reconocer claramente – incluso a nivel de máxima autoridad- que esos “aspectos terribles” y las teologías en que se han apoyado, no eran cristianas; y tener entonces la decidida buena voluntad de eliminarlos para la historia futura, por elemental coherencia con la Buena Noticia de Jesucristo. ….. Fernando: Creía que quedaba claro. Cuando dije “piedra angular” me refería a Jesús, a los mismísimos dichos y hechos de Jesús según el análisis histórico-crítico de exegetas fiables (p.ej. J.P. Meier). Nada que sea contradictorio con los genuinos dichos y hechos de Jesús, puede ser cristiano, lo haya dicho quien lo haya dicho. Esto, justamente, es lo que debe revisarse. Nótese que he escrito “CONTRADICTORIO”. Por supuesto que los desarrollos teológicos y prácticos posteriores han sido indispensables para interpretar a Jesucristo, y los católicos debemos aceptarlos; pero siempre que hayan sido coherentes, y no contradictorios, con su fuente original.
-33Se está hablando de que alguien sea resucitado por Dios (no que no sea resucitado) sólo para ser condenado eternamente sin posibilidad alguna de remisión. Yo pienso que eso sería contradictorio con el Dios/Abbá de Jesús; que si Dios resucita a alguien es para seguir ofreciéndole su amor transformador redentor; otra cosa es que esa persona decida libremente aceptarlo o no (queda claro que una vez resucitada, es decir, después de la muerte, no antes) esta sería la posibilidad del infierno, en mi creencia: rechazar siempre el amor redentor que siempre sigue ofreciendo Dios. Quiero preguntarte directamente, Sofía, porque me interesa tu opinión. ¿Crees que es posible que Dios resucite a alguien sólo para condenarlo eternamente a penas infernales, sin posibilidad ninguna de remisión? ¿En qué “mismísimas palabras de Jesús” podría basarse eso? [Sofía:] “No Galetel, no creo eso, ni he dicho nada ni siquiera parecido a que Dios resucite a nadie para la condenación, eso sería predeterminación frente a libertad que
es lo que yo postulo. He dicho que existe la posibilidad teórica de elegir con libertad la Vida o la Muerte, en esta vida y en la otra, no que Dios condene a nadie, sino que da la posibilidad de rechazarle, de rechazar el Amor, la Vida, si uno quiere conscientemente hacerlo. Como nuestras elecciones en esta vida no las tenemos muy claras y nuestra libertad tiene muchas limitaciones, me parece que una elección clara y definitiva sólo sería posible en la otra vida. Dios no te resucita a la vida eterna, obligatoriamente, sino a la posibilidad de aceptar el amor y la vida o el rechazo de Dios y la muerte. Claro que no creo que nadie vaya a rechazar la Vida de Dios conscientemente, pero eso no lo sé. Recalco la libertad de elección y la no determinación.” Entonces estamos totalmente de acuerdo, Sofía. Yo jamás he afirmado –con optimismo temerario— que todos vayan a aceptar la Vida de Dios; siempre he dicho que no lo sé, pero lo ESPERO. Nuestra Iglesia ha condenado la afirmación, no la esperanza. Lo que sí suscribo es la opinión, que he citado en este post, de teólogos como Rahner (“como cristiano, el hombre tiene el derecho y el deber sagrado de esperar que la historia de la libertad tendrá para él y para todos los demás un desenlace feliz”) y Juan A. Ruiz de Gopegui (“Esperar la salvación de todos es un deber de todo cristiano, pero eso no se debe confundir con el ‘saber’ sobre esa salvación, que sólo pertenece a Dios”). “Saber” y “afirmar” la salvación de todos, sería de un optimismo indebido, pero “esperarla” es más que optimismo, es un deber de cristiano. Lo suscribo. Y me alegro de que tú no adhieras ya a la teoría de la “extinción”. Como sabes, yo no la veo aceptable porque me parece que eso implicaría que la persona extinta no tenía ningún “lado bueno”, o que Dios habría decidido “tirar la toalla” respecto de rescatar y plenificar su “lado bueno”. Yo creo que Dios resucita a todos, porque todos tenemos algún “lado bueno” –incluso los peores pecadores— y que Dios no se da nunca por vencido, ni siquiera por la muerte. ….. Ahora pienso que has podido referirte a una extinción después de una decisión negativa definitiva, tomada puntualmente en una única oportunidad después de la resurrección. Tampoco me parece aceptable por lo que ya te he dicho: porque implicaría que Dios “tira la toalla” respecto de salvar el “lado bueno” de esa persona. Pienso que Dios sigue interpelando a la persona, siempre, “setenta veces siete”. La posibilidad de NO aceptar nunca la Vida que Dios ofrece siempre eternamente, yo la admito, siempre lo he dicho. Este sería el infierno. Posibilidad real, aunque yo no la ESPERE para nadie, por deber de cristiano, no sólo por optimismo. Una persona que, después de su resurrección, ha rechazado la oferta de Vida de Dios, no queda por eso extinta, no pierde totalmente la existencia. Sigue existiendo y sigue recibiendo nuevas ofertas de Dios. El rechazo no puede implicarle la extinción, porque la extinción sólo puede ejecutarla Dios, que es el Señor de la Vida, y Dios no quiere extinguir el “lado bueno” de esa persona, sino salvarlo, aunque ella no quiera. Dios no impone la salvación a la persona, pero tampoco acepta que ella le imponga su extinción. La persona no puede extinguirse a sí misma, eso sólo corresponde a Dios, pero Dios no quiere extinguir a nadie. Hay un estado de existencia resucitada que no es ni salvación ni extinción, para poder recibir la oferta de Dios una y otra vez, “setenta veces siete”. Si
este estado se mantuviera indefinidamente, siempre, sería el infierno. Termina sólo con la aceptación de la oferta por parte de la persona. Esto creo yo. ….. Entonces, según lo que he explicado, existirían tres estados posibles, sucesivos, de un resucitado: llamémoslos “estado de juicio”, “estado de purificación” y “estado de plenificación”. En el “estado de juicio”, Dios hace conocer a la persona su auténtica condición moral en relación a Jesucristo, y le ofrece una transformación que elimine su “lado malo” y desarrolle su “lado bueno”. Si la persona acepta, pasa al estado siguiente; si no acepta, continúa en este estado. En el “estado de purificación”, empieza la transformación consentida por la persona, purificándola hasta eliminar completamente su “lado malo”. Cuando esté totalmente purificada, pasa al estado siguiente. En el “estado de plenificación”, Dios desarrolla el “lado bueno” de la persona hasta su plenitud. El “infierno” sería el “estado de juicio” mantenido indefinidamente, siempre, por falta de consentimiento de la persona e insistencia misericordiosa de Dios. (Se afirma como posibilidad real, pero no con seguridad para nadie; lo más probable es que no se dé para nadie, y eso puede y debe esperar todo cristiano.) El “purgatorio” sería el “estado de juicio seguido del estado de purificación”, gracias a la misericordia de Dios y el consentimiento de la persona. (Sería adecuado a la condición y predisposición de cada persona, en calidad y duración. Habría personas en que sería casi nulo, y otras en que sería muy largo.) El “cielo” sería el “estado de plenificación”, que dura indefinidamente, progresando acelerada y asintóticamente hacia la plenitud propia de cada persona en particular y de toda la Nueva Creación en general. Todas las expresiones temporales, en lo que acabo de decir, deben entenderse en el “tiempo de la Nueva Creación”, el “tiempo eterno” del “nuevo eón”, llamado “evo”. Este tiempo no es sincronizable con el tiempo “normal” de la Creación actual, salvo suponiendo que hay un evento final de la Creación actual (ésjaton) que coincide con el evento inicial de la Creación Nueva; en este evento ocurren todas las resurrecciones y comienzan todos los “estados de juicio”. Hay que tener en cuenta que esta explicación es inevitablemente esquemática y metafórica. ….. Algunas frases de J.L. Ruiz de la Peña (“La Pascua de la Creación”, págs. 244-246) que pueden ser de interés: “La versión a) [aniquilación como efecto de una acción positiva de Dios, procedente bien de su justicia vindicativa (?), bien de su misericordia (que dispensaría una suerte de eutanasia activa…)], defendida en el pasado por diversas herejías, es insostenible. Como hemos visto repetidamente, la Escritura no se cansa de repetir que no es Dios
quien quiere la muerte del hombre, al que ha creado como persona, esto es, como valor absoluto; si procediese a su aniquilación, estaría contradiciendo su designio original sobre él. La cuestión se centra, pues, en la variante b): no acción aniquiladora de Dios, sino ‘autoaniquilación’, suicidio metafísico del pecador. Esta versión se hurta al supuesto que hace inaceptable la versión a) –Dios, aniquilador de una criatura querida por él como valor absoluto—, y es la que cuenta hoy con diversos partidarios. En ella se explican bien varios rasgos constitutivos de la muerte eterna: la exclusión de la comunión con Dios (la ‘no-vida’), su índole irrevocable y definitiva (la ‘eternidad’), su génesis en la culpa humana, y no en la voluntad divina (infierno como creación del hombre, no de Dios). Queda sin embargo abierto un interrogante: a más de la exclusión de la vida eterna (que seguramente ha de considerarse como la esencia de la situación de perdición), los textos bíblicos y magisteriales ¿no inducen a pensar en una cierta positividad de tal situación, que consistiría por tanto en algo más que en una mera reducción a la nada? De todas formas, sobre la validez de la autoaniquilación pende todavía otra dificultad, de carácter más especulativo: la radical dependencia de Dios por parte del hombre ¿se tiene en pie si éste termina por poder dar buena cuenta, él solo, de su vida? ¿Cabe otorgar al ser humano la total disponibilidad sobre algo que él no se ha dado, sino que ha recibido; de lo que, por consiguiente, no es dueño y señor, sino mero administrador y gestor? “¿Puede una libertad ‘finita’ y, por tanto, ‘condicionada’ tener una opción tan ‘absoluta’ que la lleve a escoger la ‘nada’?” 75 (…) 75 Torres Queiruga (…) propone un infierno como “condenación de lo malo que hay en cada uno”; Dios “salva cuanto puede,… cuanto la libertad humana le permite. Dado que ésta no es total, ‘Dios salva aquel resto de bondad que parece no poder quedar nunca anulado por ninguna acción mala’. Así pues, se salvará “lo bueno que hay en cada uno, y se perderá, anulándose, lo malo”. ….. Es cierto, Antolín, que el tema me interesa. No como mera especulación, sino porque estimo muy necesario cambiar la imagen de “Juez terrible” y de “condenación” que se ha transmitido tradicionalmente, y que perdura en la imaginación de tantos cristianos actuales. Si no proponemos una alternativa, colaborando al proceso de “repensamiento” del tema (que deberá ratificar la autoridad algún día y en lo que están empeñados muchos grandes teólogos, pero que puede y debe contar con nuestro granito de arena), se seguirá identificando a nuestra Iglesia con ese dios equivocado, con el escándalo y la deserción consiguientes que están a la vista. Estas ideas tradicionales de tipo “juridicista” llevan aparejada una concepción de Dios radicalmente alejada de la del Padre del Evangelio; y una idea equivocada de Dios tiene consecuencias gravísimas en las relaciones con el prójimo, como indicó Graciela con mucho acierto. Es verdad que en la imagen bíblica de Dios, incluso en el NT, hay contradicciones y “flecos sueltos”; a mi parecer esto debe resolverse dando preponderancia sin la menor duda al Dios-Abbá de Jesús, que, como un padre/madre de familia bueno y amoroso, corrige a sus hijos para hacerlos responsables, sí, pero siempre con la meta de que se realicen y sean felices. Ningún padre y ninguna madre amorosos castigarían a sus hijos con tal severidad, hasta el punto espantoso que se nos ha transmitido en el concepto de “infierno”. A mi parecer, hay pasajes más que suficientes en el NT que aluden al mismísimo testimonio de Jesús, culminado patentemente en su solidaridad con las víctimas en la cruz, no sólo con los justos sino también con los injustos, que nos deben
bastar y sobrar para revisar profundamente esos conceptos erróneos que han causado y causan tanto daño a nuestra Iglesia. Una pista para la evaluación del mal moral: ¿no será que, al contrario de aquella idea mítica del “pecado original” que achacaba al mal moral el ser causante del mal físico, es al revés, el mal físico (condicionamientos y circunstancias) el que puede ser en gran medida causante del mal moral? La libertad humana existe, pero está muy condicionada y limitada; hay siempre una responsabilidad que Dios toma en cuenta para hacernos conscientes de ella, pero Dios también toma en cuenta, mucho más allá de lo que podemos saber e imaginar, las limitaciones de todo orden que pueden habernos inducido al mal; y aun por encima del balance, si resultara negativo, nos ofrece un escandaloso perdón incondicional con el solo requisito de que lo aceptemos. Esto está meridianamente claro en el Evangelio, con gran estupor de los fariseos, de entonces y de ahora. "Si tu corazón te condena, Dios es más grande que tu corazón". ….. [Sofía:] "Dios toma en serio nuestra libertad, pero no veo ninguna contradicción entre el Abba de Jesús y el respeto a la libertad". Totalmente de acuerdo, Sofía. El Amor es respetuoso de la libertad, por eso espera siempre, hasta que el pródigo tome conciencia y vuelva. Entonces lo recibe con los brazos abiertos, y no le pide cuentas de sus maldades, ni lo castiga por su desobediencia e insolencia. Le pone un anillo y le ofrece un banquete. Si el hijo pródigo hubiese decidido no volver nunca, el padre lo habría aceptado con tristeza, esperándolo siempre... ………………………………………………………….. Me basta con creer que después de cada muerte -inmediatamente en “tiempo personal”, y al cabo de un largo lapso indeterminado de “tiempo público”, imperceptible para la consciencia muerta-, Dios produce la resurrección de la persona a una nueva realidad eterna inaugurada por la resurrección de Jesucristo, mediante la reimplantación de la consciencia personal –recordada por Dios- a un nuevo cuerpo –suyo- que será renovación inicial del antiguo. Entonces la persona resucitada experimentará lo siguiente en este su nuevo espaciotiempo vital (“nuevo eón”, “evo”): Una oferta de transformación que puede aceptar o rechazar, para incorporarse a la Redención alcanzada por Jesucristo para todos. Si la oferta es aceptada, comienza la transformación en primera fase. Si la oferta es rechazada, continúa proponiéndola Dios a la consciencia afectada, sin cesar. (En el caso -sumamente improbable pero no imposible- de que nunca fuese aceptada, este desgraciado estado de la consciencia sería el llamado “infierno”). La primera fase de la transformación será de purificación (o depuración), personal y social, de los “aspectos malos”. Su duración e intensidad variaría en cada caso, según la predisposición alcanzada por la persona en su vida anterior. (Este estado sería el
llamado “purgatorio”). Las siguientes fases de la transformación serán de desarrollo -personal y social, físico y moral- de los “aspectos buenos”. Para cada persona según su predisposición y capacidades particulares. Un desarrollo de duración eterna, progresivo e inagotable, “asintótico”, hacia la Comunión Plena con Dios en Jesucristo por su Espíritu. Felicidad completa. (Este estado sería el llamado “cielo”). …… Por supuesto, para un cristiano, "resucitar" es revivir, después de la muerte física, a una Nueva Creación eterna que es renovación de la Antigua, en un sentido real, físico y moral, inaugurada por la resurrección de Jesucristo. …… Me siento completamente en desacuerdo con XP en este tema. De sus palabras (p.e.: “Resucitar es trasformar este mundo, esta historia, en lugar de amor que permanece de un modo distinto…”), parece desprenderse que resucitan quienes, por sus propios méritos, alcanzan una influencia moral benéfica en este mundo, más allá de su muerte física. Pero yo creo que resucitamos todos, después de físicamente muertos; todos los seres humanos sin excepción (incluso los más perversos), por los méritos de Jesucristo, a una nueva Vida física y eterna en el “Mundo Futuro”, como afirma nuestro Credo. Pienso que XP anda muy despistado en este tema fundamental de nuestra fe. …… Creo firmemente en la resurrección de Jesucristo como un hecho completamente real. Pero creo que la resurrección de Jesucristo no pudo ser un hecho ocurrido en el espaciotiempo que conocemos. Por lo tanto, Jesús NO resucitó en el año 30 en Jerusalén, ni en otro año, ni en su tumba, ni en su cruz, ni en ningún lugar ni momento de esa época. Lo que sí ocurrió en unos lugares y momentos de la Palestina de entonces, fueron unos hechos de revelación de la resurrección de Jesús, a sus discípulos. Pero esto NO implica que su resurrección haya tenido que ocurrir antes de esas revelaciones, en el espaciotiempo normal. La única manera coherente de situar la resurrección de Jesús en este espaciotiempo, es situarla en la Parusía que esperamos (para quizá dentro de millones de años). No obstante, creemos que Jesucristo ya vive resucitado y está presente, gracias a la acción de su Espíritu Santo en nosotros los creyentes. Es una acción totalmente real, pero privada, no pública ni absoluta todavía, antes de la Parusía. Ninguna resurrección ha ocurrido ni ocurrirá antes de la resurrección de Jesucristo. Porque la suya es la única causa eficiente de todas las resurrecciones posibles, habidas y por haber. Todos los seres humanos, de todos los tiempos y lugares de la Historia,
resucitaremos sólo gracias a su resurrección, que es la “primicia”, la primera y la causa de todas las demás. Por él, con él, en él; de ningún otro modo; hayamos sabido de él o no, hayamos creído en él o no. …… La fe cristiana es en la resurrección física corporal de Jesús de entre los muertos, como primicia y causa de todas las resurrecciones (e inmortalidades) posibles, revelada privadamente en la historia y esperada para manifestarse públicamente al fin de la historia, inaugurando una nueva creación universal y eterna. Sin esta fe no puede haber cristianismo; el cristianismo nació con ella y perdura en ella. 1. El cristianismo cree en una resurrección FÍSICA, no sólo moral. No basta con la adhesión a la doctrina moral de Jesús y a su influencia en el presente y el futuro. Es imprescindible la resurrección física de Jesús y de todos los muertos del PASADO en consecuencia de la de Jesús. 2. La resurrección es corporal y concreta, de cada ser humano en particular, como en el caso de Jesús. Conserva y mantiene la IDENTIDAD PERSONAL del que había muerto, y la plenifica; sin embargo, no se basa en la revivificación del cadáver sino en la RE-INCORPO-RACIÓN de la persona. Los restos que se guardan en las tumbas, o sus cenizas, NO son la base para la resurrección; las moléculas del cadáver no son necesarias para la reincorporación de la persona. 3. La resurrección de Jesús fue la PRIMERA de todas y es la CAUSA de todas las demás. Nadie ha podido, ni puede, ni podrá nunca, alcanzar la vida eterna más allá de la muerte física si no es por efecto directo participativo de la resurrección de Jesús. La resurrección de Jesús es la única causa eficiente de toda resurrección, habida o por haber; NO sólo en revelación de la idea de que las resurrecciones han sido o serán posibles por otro motivo, para hacer “caer en la cuenta de ello”. No. La revelación de la resurrección de Jesús fue la revelación asombrosa de un HECHO SINGULAR NOVEDOSO inimaginable, con toda su inmensa trascendencia universal, no de una idea antigua concebible por mero buen deseo infundado (“wishful thinking”). 4. La REVELACIÓN-de-la-resurrección de Jesús fue un acontecimiento histórico ocurrido en la Palestina del año 30 (u otro año próximo a este, p.e. el 33), pero el HECHO-de-la-resurrección en sí, no fue histórico sino suprahistórico. La resurrección de Jesús NO ocurrió en el espaciotiempo normal; no ocurrió en un lugar ni en un momento de la historia del siglo I. Ninguna resurrección puede ocurrir en el espaciotiempo normal, sino en otro NUEVO. 5. El cristianismo, desde su inicio, creyó que la resurrección de Jesús, y la de todos con él, se haría pública y notoria en un acontecimiento histórico futuro que causaría el fin de la historia, llamado la “PARUSÍA del Señor”. La ESPERANZA de esta parusía física (no sólo moral), de una NUEVA REALIDAD universal por obra de Dios mediante la “venida” gloriosa de Jesús resucitado, en la que resucitarán con él todos los muertos del pasado, fue y es esencial a la fe cristiana. En mi opinión, no se puede pretender profesar y confesar la fe cristiana sin creer todos y cada uno de estos puntos, en la línea trazada por el cristianismo del siglo I, según el NT.
Sin esto, nuestra fe sería vana, y nuestro seguimiento de Jesús sería propio de los más lastimosos de los hombres. Pero con esto, nuestra fe fructificará por la eternidad, y nuestro seguimiento de Jesús es propio de los más agraciados, que se saben contribuyendo a hacer felices a todos los hombres. :::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::