LIBRO SEXTO: EXAMEN DE LAS VIRTUDES INTELECTUALES Capítulo I: Virtudes intelectuales La recta razón siempre debe dirigirnos al justo medio y no a los excesos porque como ya sabemos, en los extremos se encuentra el vicio. Como ya nos hemos explayado lo suficiente con los hábitos y las costumbres correspondientes a la virtud, ahora veremos las virtudes que convienen a la razón. Capítulo II: Objeto de tales virtudes Sabemos que el alma tiene dos partes; una racional e irracional. Primeramente, nos enfocaremos en la racional donde tenemos por lo menos tres cosas que regulan la acción y la verdad:
Sensibilidad
Razón
Deseo
De estas tres cosas la sensibilidad no corresponde a una acción, pues consiste más en recibir que en hacer. La virtud moral es una cierta disposición hacia las cosas que se hace de manera voluntaria; aquí es donde se encuentra el deseo. Si es así, entonces tenemos al deseo como acción pues surge de una deliberación que progresará en acción. La razón también es acción porque es ésta la que afirma la deliberación del deseo. No confundamos esta razón con la razón contemplativa la cual no se sigue de una acción ni producción. La buena acción La buena acción es una combinación del intelecto y el carácter, es decir, de la virtud dianoética y ética. Es el intelecto el que nos mueve a realizar las acciones y dirigirnos a un fin; y este fin es el mismísimo bien. Por lo tanto, la acción y la verdad estarán entrelazadas con el intelecto y el carácter. Capítulo III: En busca de las virtudes intelectuales Comencemos a averiguar cuáles son las virtudes intelectuales que nos acercan a la verdad. Según Aristóteles son las siguientes:
El arte
La ciencia
La sabiduría
La prudencia
El intelecto
La idea de analizar estas virtudes es a lejarse de la subjetividad que podamos tener con respecto de ellas, es por esto por lo que Aristó teles nos dice que dejemos de lado la opinión y el parecer. Estaría demás decir que el método al cual se recurrirá será el inductivo (por eso se enumeran las virtudes específicas).
Capítulo IV: El arte El arte es un tipo de producción que depende de un agente y no de la cosa que es producida. No tiene nada que ver con la naturaleza porque ésta tiene su producción en sí misma, el arte se realiza siempre por producción humana. Así como es parte del hacer, el arte se guía por la recta razón para producir y es así como tenemos la primea virtud de todas. Capítulo V: La prudencia La prudencia se ve reflejada en aquel hombre que es capaz de deliberar sobre cosas importantes y útiles para sí, pero no sobre cosas temporales sino más bien permanentes. El hombre prudente es el que está más dedicado a la reflexión y a la buena elección porque siempre tiene la decisión correcta. Este tipo de virtud no es una ciencia porque no es necesaria, sino más bien contingente. Tampoco es un arte porque el hacer y el actuar son distintos. Finalmente, la prudencia es una de las virtudes más importantes, pues es la que guía al hombre en el recto camino para evitar el malo. Capítulo VI: El intelecto La diferencia con las demás virtudes mencionadas es que el intelecto se encar ga de conocer los principios de las cosas. Con el intelecto nunca nos engañaremos con respecto a lo que estamos haciendo. Capítulo VII: La sabiduría Sin embargo, hay algo que va más allá del intelecto y esto es la sabiduría. Es decir, el sabio no solo conoce el principio de las cosas, sino que también conoce cada uno de ellos específicamente. La sabiduría es la combinación de la ciencia y el intelecto. ¿Puede vincularse la prudencia con la sabiduría? No precisamente, pues los animales salvajes tienden a tener cierta prudencia al pronosticar qué es lo mejor para ellas. La sabiduría es algo que pertenece exclusivamente a los hombres. Capítulo VIII: La prudencia y la política Estos conceptos se complementan mutuamente, pero sus esencias son distintas. La prudencia nos sirve para gobernar bien la república y su principal función es hacer leyes y legislar. En cambio, las acciones particulares de la república tienen que ver con la política la cual es práctica y deliberativa. En realidad, la política es una especie de prudencia pero que es más particular. La prudencia no puede ser ejercida por los jóvenes, ya que solo los que tienen larga experiencia pueden hacerla. Si está vinculada con la experiencia, entonces se relacionará con la sensación. Capítulo IX: La buena deliberación Empecemos por entender que la deliberación no es una ciencia porque en el fondo es una especie de consulta, y la ciencia no consulta pues ya tiene el conocimiento de las cosas. Tampoco es una conjetura porque ésta es una deducción a partir de indicios o sospechas, mientras que la deliberación es algo que ya se ha pensado. Y así como no procede de indicios y
sospechas, la deliberación tampoco es opinión porque ésta puede ser tanto mala como buena (y la deliberación que describimos es sólo buena). La buena deliberación consiste en un tipo de rectitud que nos ayuda a alcanzar un fin. Capítulo X: El entendimiento El entendimiento no es una ciencia porque, así como en la opinión existe un entendimiento bueno y un entendimiento malo, pero tampoco es una opinión. En este sentido el entendimiento y la prudencia son muy similares, pero difieren en el objeto que estas tienen. Por ejemplo, a la prudencia le toca mandar sobre lo que conviene o cualquier cosa que se haga, mientras que el entendimiento juzga y aprueba lo que se hace. Lo que implica este concepto de entendimiento, es el juicio sobre lo que hace la prudencia. Capítulo XI: La prudencia y la experiencia Todas las virtudes juntas con la misericordia tienen relación con la prudencia. Por lo demás la prudencia es algo que se adquiere de manera natural a través del tiempo, es decir, el que es maduro tiene más prudencia que alguien que no lo es. Capítulo XII: Utilidad de las virtudes ¿Qué puede darnos de útil la sabiduría, el entendimiento, la buena deliberación o la prudencia? En el caso de la sabiduría y el entendimiento, estos nos sirven para conocer las cosas, pero no nos sirven en términos realmente prácticos. Por lo tanto, la utilidad no está en el conocer las cosas, sino más bien en el obrar conforme al conocimiento que se tenga. La prudencia pareciera ser la más apta para las prácticas en las obras, pues es la acción que ocurre luego de tener mucha experiencia. Es lo que nos lleva a tener buena salud o buena educación. ¿Qué pasa con las demás virtudes? Las virtudes que están aparte de la prudencia deben elegirse por su valor y el honor que en ellas subyace. Todas ellas son dignas de apreciar fuera de que no otorguen ningún servicio práctico. Por otro lado, estas virtudes sí pueden hacer feliz a un hombre, pues ningún ignorante podría ser feliz con todas las cosas que le faltan por conocer. Capítulo XIV: Virtud por naturaleza La prudencia no puede existir sin la destreza, pero la destreza sí puede estar sin la prudencia, aunque si es así entonces la destreza se consideraría como sólo una habilidad más. Muchas personas dicen que la prudencia, la destreza o el carácter son cosas que se tienen desde niños. Sin embargo, los que no lo tienen desde niños lo comienzan a buscar al saber que no la tienen. Y en efecto, hemos dicho que la prudencia y el entendimiento son cosas que se alcanzan por medio de la experiencia, sólo así se alcanzará la virtud perfecta. Entonces, tenemos dos especies de virtudes; una por naturaleza y otra por excelencia. Ciertas personas pueden tener virtudes por naturaleza, pero en esta virtud no se encuentra la prudencia porque ésta pertenece a la virtud por excelencia.
Conclusión Me impresiona la realidad con que Aristóteles relata cada una de las virtudes. Ninguna subyace en nosotros como lo señalaba Platón; al contrario, estas se adquieren como lo muestra la teoría de las virtudes por excelencia. Nada puede alcanzarse sin esfuerzo y sin experiencia. Es de suma importancia ejercer de esta manera si queremos alcanzar la virtud en nuestra vida. Con esto terminamos una parte de la descripción y análisis de las virtudes intelectuales, sigamos con el apéndice que le sucede.