PANCHA GARMENDIA Y ELISA LYNCH Ópera en cinco actos
ÍNDICE Prefacio………………………………..9
Algunas reflexiones y sugerencias sobre la sinopsis argumental……….15 Navidad 1855………………………..21 Acto 1 Año Nuevo 1860…………………….27 Acto II (El gran teatro del mundo) Vida Nueva – 1860 …………………41 Acto III (La ópera de dos centavos) Guerra 1865……………………….43 Acto IV ( ¡Vencer o morir!) Navidad 1869……………………..51 Acto V (¡Ay de los vencidos!)
PREFACIO Pancha Garmendia y Elisa Lynch. Milagros EZQUERRO Institut de Recherche Études Culturelles Université Paul Valéry Valé ry-- Montpellier III En 1995, poco antes de salir de Toulouse para establecer de nuevo en su patria de donde había salido en 1947 hacia el exilio, Augusto Roa Bastos me había entregado el dactilograma de un texto titulado: Pancha Garmendia (Ópera en cinco actos), que acababa de escribir. Se trata de un texto breve, de un género muy particular que el autor define como “Sinopsis y estructura del argumento”, o sea una suerte de forma embrionaria que, según lo precisan las “reflexiones y sugerencias” preliminares, “está pensada para su adaptación y desarrollo en tres versiones diferentes: ópera lírica, pieza de teatro o película cinematográfica (incluso la versión en video para miniseries televisivas), según el género que se adopte”. En 2002 la sinopsis
sigue inédita y Augusto Roa Bastos, con su acostumbrada generosidad, me ha autorizado a publicarla en un número especial de IRIS : quiero agradecérselo de todo corazón. Esta presentación no pretende ser un análisis cabal del texto, sino que más bien propone algunas pistas de reflexión en torno al personaje epónimo. La figura histórico-legendaria de Francisca Garmendia aparece en El Fiscal, novela escrita entre abril y julio de 1993 en Toulouse, y evidentemente su tratamiento novelesco no había agotado la curiosidad y el interés que el personaje había despertado en el escritor. En la novela, la figura central es la de Francisco Solano López, el mariscal presidente de Paraguay, protagonista de la Guerra de la Triple Alianza (18651870), que fue un verdadero holocausto del pueblo paraguayo. En la sinopsis volvemos a encontrar los cuatro personajes importantes de la novela: López, el Padre Maíz (el fiscal de sangre que da su título a la novela), Madama Lynch (la amante irlandesa que López se trae de su gira por diversos países de Europa) y Pancha Garmendia, la belleza
paraguaya que López había acortejado de joven, antes de su viaje europeo, y que, por no haber querido ceder al acoso apasionado del apuesto heredero del presidente Carlos Antonio López, sufrirá hasta el suplicio final su venganza implacable. El enfoque de la versión operística es diferente ya que privilegia las dos figuras femeninas en una oposición exacerbada y ambigua que ponen de relieve las “reflexiones y sugerencias” preliminares: “Bajo la extrema tensión de la rivalidad en la oposición de los contrarios, se insinúa la misteriosa atracción, como de cristalización amorosa, que Panchita ejerce sin saberlo sobre Madama Lynch”. Esta rivalidad es, aparentemente, una rivalidad entre dos mujeres que quieren al mismo hombre, pero, si vamos un poco más allá de las apariencias, el cuadro puede ser muy diferente. El texto explora algunos episodios de los años que van desde la Navidad de 1855, año de la llegada a Asunción de Madama Lynch en compañía de Francisco Solano López de regreso de su gira por Europa, hasta la Navidad de
1869, en vísperas de la derrota y muerte de López, al final de la sangrienta Guerra de la Triple Alianza. Estos episodios ponen de relieve la oposición de los dos personajes femeninos que van a desempeñar papeles y funciones simbólicas muy diferentes, tanto en relación con Francisco Solano López, figura del poder absoluto, como con relación a la nación paraguaya. Elisa Lynch, irlandesa casada con un francés, conoció a López en Francia, en el ambiente frívolo y cosmopolita de la corte de los emperadores Napoleón III y Eugenia. López regresó a su país en compañía de su hermosa amante que fue, como aparece en la escena primera del Acto I, muy mal acogida por la alta sociedad asunceña: su condición de extranjera y sus sueños de grandeza imperial suscitan una reacción de rechazo violento. Este rechazo se extenderá también a los hijos que tiene con López y que el Padre Maíz se niega a bautizar en la Catedral: a pesar de la pasión que la une al ambicioso presidente, nunca será la esposa oficial y nunca será adoptada por los paraguayos. Sin embargo, es una mujer valiente que
se enfrenta con aplomo a la hostilidad que la rodea, y que, cuando estalla la guerra, decide acompañar al Mariscal hasta el final trágico de la contienda. Francisca Garmendia aparece en una humilde escena de fiesta navideña en la Casa de las Muchachas Recogidas y Huérfanas que dirige, en contraposición explícita con la figura señorial de Madama Lynch: canta un villancico y es alabada y festejada por todos los presentes como reina de hermosura, alabanzas que rechaza sacándose la corona dorada que le han colocado en la frente. Esta contraposición apertural de las dos mujeres les confiere los atributos esenciales que el texto va a desarrollar: Madama Lynch es soberbia, implacable, ambiciosa, representa la figura femenina del poder político, doble del personaje de Solano López, en perfecta armonía con él, como se verá en el Acto II; Panchita (así denominada de entrada) es humilde, piadosa, bondadosa, es la figura de la hija perfecta, como se comprobará en la primera escena del Acto II. Ambas son de una deslumbrante belleza, una rubia, la otra morena, y el uso de máscaras idénticas en la escena evocada (II, 1)
subraya un parentesco que no me parece de gemelidad, como lo sugiere el término de “hermanas gemelas” y el “hermana siamesa” utilizado en la escena final del texto (V, 4), sino más bien de otra índole simbólica, inaparente porque no se señala diferencia de edad entre ellas. En el Acto II, cinco años más tarde (1860), con la presencia de López y del hijo Panchito, Madama Lynch cobra definitivamente la función de Madre solidaria del Padre poderoso y cruel, mientras que Panchita que da fijada en su función filial con la evocación de la escena en la cual López trata de conseguir por la fuerza la posesión física de Panchita (fantasma de la seducción de la hija por el padre); siempre aparece rodeada de figuras maternas (madres, tías) que, en vez de protegerla, la exponen. Si consideramos que la rivalidad de Lynch y Pancha es, simbólicamente, la rivalidad de la madre y de la hija con relación al amor del padre, pero también con relación al tipo de poder que éste quiere imponer, la situación y su alcance ideológico aparecen de otra manera.
En el diálogo (III, 4) entre Lynch y López se revela parte de la complejidad de las relaciones entre las dos mujeres. Primero, Madama Lynch comprende el sentimiento de amor-odio que Pancha siente hacia López (que es parecido al que siente López hacia Pancha, aunque finja la indiferencia), que los llevará a ambos a padecer una muerte idéntica: “Ella de un lanzazo en el corazón. Yo, con otro, en el vientre”. Luego augura la dimensión legendaria que Pancha va a cobrar en el imaginario colectivo: “Ella será la única heroína en la memoria de tu pueblo representando a todas las demás… Después que todos seamos polvo, Pancha Garmendia tardará aún mucho en morir”, por eso la admira y la envidia: “¡El doble perfecto que toda mujer admira y teme!”. Se da pues una situación paradójica: los personajes que tienen el poder de destruir a los demás admiran y temen al personaje inerme y desprotegido que será calumniado y escarnecido, perseguido y maltratado hasta el límite de la resistencia humana. No hay duda que Pancha, tal como aparece en este texto, tiene un destino crístico: el interminable viaje a través del
país de la caravana del éxodo de las “destinadas”, a la zaga del séquito presidencial, es un verdadero vía crucis que se termina en el Gólgota donde Pancha, agonizante, recibe el lanzazo de gracia, medio Cristo, medio San Sebastián. En la escena final, Elisa Lynch aparece como una Mater dolorosa al pie del árbol-cruz donde está atado el cuerpo de Pancha que luego cae a su lado como el cuerpo de Cristo en un descendimiento de la cruz. Aquí es donde aparece, de manera clara, la atracción que ejerce Pancha sobre Elisa Lynch, atracción que hará todavía más insoportable para ésta el rechazo y el odio que Pancha le manifiesta desde su primer encuentro. Así pues, la persecución que sufre Pancha por la voluntad de la pareja parental proviene de un doble sentimiento de humillación y despecho. López, enamorado de Pancha en su juventud, quiere imponerle su voluntad de macho dominador, se siente humillado al ser rechazado y quiere, a toda costa, que Pancha confiese una supuesta traición para poder castigarla (“Ejecuten con ella la justa pena…”);
Elisa Lynch, deslumbrada por la belleza y la entereza moral de Pancha, quiere hacer de ella su protegida (II, 1), al ser rechazada, se siente humillada y enciende las sospechas de López a propósito de la Casa que dirige Pancha que, según sus espías, “se ha convertido en un foco subversivo”. Ambos le hacen pagar a Pancha su superioridad moral, su virtud, en el sentido más fuerte de la palabra, su inquebrantable voluntad de hacerse respetar, aún cuando se ha convertido en una piltrafa humana. En una terrible escena (V, 2) López descubre que Pancha, para estar segura de no confesar bajo tortura lo quieren sus verdugos que confiese, se ha cortado la lengua y las dos manos en el calabozo: una vez más López se siente humillado al comprender que ningún poder, ninguna violencia pueden quebrantar a Pancha, sólo puede terminar de destruirla poco antes de morir él mismo bajo las lanzas enemigas, después de haber sacrificado su pueblo a su propia visión del poder, de la patria y del honor. López ha creído identificarse con su pueblo, imponiéndole su voluntad por la violencia, como lo hizo con Pancha, y
prefiere arrastrarlo con él al holocausto antes que reconocer otras formas de amar y servir a su patria. Pancha, invitada a sumarse a la conjura contra López (IV, 3), rechaza lo que considera como una traición contra el presidente electo de la nación, y rechaza también la posibilidad de entregar a los conjurados, aún bajo tortura. Así, negándose a todo compromiso, a toda bajeza, a toda claudicación, a toda violencia, se vuelve víctima propiciatoria, como el pueblo paraguayo con el cual, simbólicamente, se identificará en la leyenda. La figura de hija perfecta de Pancha se contrapone, en el imaginario colectivo, con la figura de Madama Lynch, la madre mala, la madrastra odiada que ejerce “su dominio diabólico sobre el Mariscal”, permitiendo así disculpar en parte al Padre y hacer de él la víctima del gran sacrificio colectivo de la guerra. El texto de Roa Bastos no pretende ser fiel a ninguna versión, oficial o no, de la Historia, como lo expresa claramente en las “reflexiones y sugerencias” liminares. En esto sigue fiel a su postura ideológica de novelista frente a la Historia: lo que le interesa es
precisamente lo que la tradición oral y el imaginario colectivo han construido a partir de unas vivencias que no siempre se hallan reflejadas en la historiografía. Al rescatar el personaje de Pancha Garmendia, rinde homenaje a las mujeres paraguayas que, después de mucho sufrir en los largos años de la Guerra Grande, asumieron solas la ingente labor de reconstruir un país asolado por una de las guerras más cruentas de la historia americana.
Algunas reflexiones y sugerencias sobre la hipnosis argumental 1. El tema o asunto de esta obra no es de riguroso carácter histórico, aun cuando está inspirado en el legendario personaje de la guerra de la Triple Alianza (1865-1870). Una figura arquetípica de aquel éxodo de cinco años. 2. Es una versión extraída del imaginario colectivo en el que el personaje de Pancha Garmendia se ha transmutado en una imagen mítica en permanente metamorfosis. Es pues, con relación a la historia oficial, una obra “antihistórica”, transgresiva, que se mantiene sin embargo fiel al sentido de la historia vivida y a su viviente expresión en la tradición oral. Los perfiles legendarios e imaginativos, simbólicos, permiten seguir puntualmente el destino de la protagonista y “leer” al revés de la trama que la historiografía le quiso asignar fijando sus rasgos de una manera inmutable en virtud de una cierta ideología del etnocentrismo y
patrioterismo paraguayo generalmente maniqueos, y según provenga de los enemigos o de los partidarios de Francisco Solano López. 3. Desde el ángulo técnico y artístico, es decir, desde el punto de vista de los posibles lenguajes expresivos, la obra que se da aquí en forma de síntesis y de la estructura general del relato, está pensada para su adaptación y desarrollo en tres versiones diferentes: ópera lírica, pieza de teatro o película cinematográfica (incluso la versión en video para miniseries televisivas), según el género que se adopte. La presente versión ha privilegiado en esta sinopsis el lenguaje y el tratamiento operísticos. 4. Los esbozos, tanto de los diálogos como de las escenas, son, por tanto, provisorios. Su deliberada extensión servirá sólo como referencia para una utilización y condensación posterior de los elementos pertinentes y adecuados al lenguaje expresivo del género que se elija (ópera, teatro o filme). 5. Algunas de las ideas básicas de la obra son, entre otras: a) El poder que se quiere absoluto, pero que está limitado por la relatividad
de la historia y de la realidad, sometidas a leyes de azar o de necesidad que el poder absoluto no controla ni determina. En estos sistemas puede advertirse-a través de la historia de las sociedades humanas-que el poder absoluto, en choque contra la relatividad histórica, se muestra, a partir de un punto límite, como la expresión de la debilidad extrema, de su destrucción y ruina. Por ello, la naturaleza del poder absoluto es la de ser frágil y corruptora. b) Otro de los núcleos generadores del sentido o de los sentidos de la obra, es la idea de que el hacedor del mal sea considerado como víctima propiciatoria de un gran sacrificio colectivo. c) El dictador Francia utilizó este poder para construir un Estado Nación, al precio de su duro despotismo ilustrado. Carlos Antonio López, primer presidente constitucional, utilizó el poder, también omnímodo pero más temperado, para abrir el país “cerrado como una isla rodeada de tierra” al mundo, para insertarlo en la modernidad del capitalismo preindustrial, al punto de convertirlo en la nación más adelantada de la época en América del Sur. Su hijo
y sucesor dinástico, Francisco Solano López, se identifica con la patria como su caudillo supremo (en el polo opuesto del Dr. Francia y de su padre), y decide que “la patria muera con él”, según la exclamación verdadera o apócrifa que se le atribuye, “¡Muero con mi patria!”. d) El héroe transformado en antihéroe (o a la inversa), se expresa en los personajes del Mariscal López y del Alférez Aquino enfrentados en una de las últimas escenas, en la que intercambian, simbólicamente sus roles. e) El concepto de identidad a través de la lucha extrema de caracteres opuestos y adversos (simbolizado en la oposición entre Madama Lynch y Pancha Garmendia). f) La ambigüedad de sentimientos y comportamientos generan actitudes duales, como en el caso de las relaciones de Madama Lynch con Pancha Garmendia. Bajo la extrema tensión de la rivalidad en la oposición de los contrarios, se insinúa la misteriosa atracción, como de cristalización amorosa, que Panchita ejerce sin saberlo sobre Madama Lynch. Ésta ama en Panchita lo que a ella le
falta: femineidad suma, coraje y valor en la resistencia pasiva del silencio impuesto a sí misma para no traicionar. Sensual y carnal, Madama Lynch ama secretamente en Panchita la genuina virtud de su castidad y pureza de espíritu: su resistencia indomable a prostituirse o degradarse, su desinterés, su infinita capacidad de renuncia y sacrificio. g) Algunas escenas acentúan esta posición ambivalente de Madama Lynch, al mismo tiempo simbólica y real. Por ejemplo, la escena en la que Saturio Ríos pinta el retrato de Madama Lynch y en la que ésta ve reflejado en el espejo frontero, no su cuerpo de Maja Vestida, sino el de Pancha Garmendia, tendida en la misma posición, como Maja Desnuda. Y sobre todo, la escena final, ante el cuerpo atravesado de lanzas de Pancha Garmendia. h) El martirio consagra a este ser de trasmundo y sólo entrega a los brazos de Madama Lynch el cuerpo salvajemente torturado y muerto por soldados-niños que juegan, con la que pudo ser su madre, un juego de masacre del que la
propia Madama Lynch es responsable, más que el propio López. i) Anacronismos, contrastes o semejanzas de épocas y de estilos son frecuentes en la obra (sin caer en las formas del grotesco, o de lo meramente farsesco). Un ejemplo de esto sería la escena primera cuya atmósfera y rapidez podrían sugerir ciertas reminiscencias de las películas del cine mudo de los años ‘30. j) Desde esta escena del comienzo — así como en todas las que hagan falta— convendría utilizar máscaras acordes con la concepción de la puesta en escena, de la escenografía y de la música, como expresión de un arte de vanguardia en ruptura con los tópicos y modelos del falso realismo o naturalismo latinoamericano, de lo meramente folklórico, nativista o costumbrista, como también en ruptura con el realismo naturalista de la tradición operística clásica. k) Deberían evitarse las máscaras clásicas, convencionales, utilizando en cambio las máscaras estilizadas y creativas en función del vestuario y la escenografia.
1) Las máscaras clásicas (las que cubren todo el rostro) se usarán solamente en los dos encuentros encue ntros entre Pancha Garmendia y Madama Lynch (escena segunda del acto primero y escena última del acto quinto), a fin de poner en evidencia el parecido idéntico de ambas: hermanas siamesas opuestas, unidas por la tragedia. m) En el caso de la versión operística, las máscaras y los efectos de sonido recaerán igualmente sobre la estructura de la musicalización y de los parlamentos cantados (arias del acto cuarto, y dúos de Madama Lynch y Pancha Garmendia, de Madama Lynch y Francisco Solano Sola no López). López). n) Sugerencia para la versión operística: tanto en los cantables como en la coreografía, juntamente con los motivos contemporáneos, sería deseable que algunos núcleos o células de la partitura polifónica se apoye, para la coloratura coloratura musical, musical, en los los aires y ritmo rit moss de época, tales como la Cuadrilla, el Lancero, la Palomita, el London Carapé, la Caledonia, Mamá Cumandá, el canto marcial de Cerro-León Cerro- León,, etc.
(Consultar: Mundo Folklórico Paraguayo, de Mauricio Cardozo Ocampo, primera parte. También las Danzas Tradicionales Paraguayas, de Celia Ruiz Domínguez.)
NAVIDAD 1855 Acto 1 Escena 1 Cubierta, en la proa de una elegante y blanquísima embarcación de excursiones que hace honor a su nombre Flor de Lys. El clíper remonta la corriente del río Paraguay. A la sombra de artísticos toldos, una veintena de empingorotadas damas de la alta sociedad se dispone a merendar en torno a una mesa colmada de dulces, refrescos y primores de repostería. Es evidente que están cumpliendo un penoso de haber. Hay un silencio tenso, casi hostil, que nadie se atreve a romper.
Figuras tiesas, malhumoradas. Sus atuendos sólo se destacan por sus rústicos perifollos y sus vestidos recamados de mostacillas. Casi todas van descalzas, salvo madame Cochelet, esposa del cónsul francés. Guardan rígida compostura con los brazos cruzados sobre el pecho. Algunas cambian comentarios en voz baja, evidentemente referidos a la anfitriona, que no es otra que Madama Lynch. Un gran piano de cola negro que ocupa casi todo lo ancho de la cubierta. Madama Lynch canta un aria de su predilección como sí se sintiese inspirada en medio de un paisaje idílico. Al terminar, se levanta y ocupa su lugar en la cabecera de la mesa. Nadie, excepto la señora Cochelet, ha aplaudido. Madama Lynch, de pie ante sus invitadas, explica el sentido de la excursión por el gran río que ha dado su nombre a la patria. Con motivo de la inauguración de la colonia francesa de Nueva Burdeos, en la ribera opuesta del río, el presidente de la República ha declarado feriado, en honor a Francia. La comitiva viaja para asistir a la ceremonia
oficial. Madama Lynch pide la amistad y colaboración de las damas paraguayas. Un murmullo de desaprobación recorre el concurso, excepción hecha por madame Cochelet que agradece el homenaje a su país y abunda en conceptos elogiosos de la propia Madama Lynch, a quien llama la “bella embajadora de la cultura y la elegancia de Francia en el Paraguay”... Paraguay”... Madama Lynch se apresura a aclarar que, si bienes de origen irlandés y francesa de adopción, ahora se siente plenamente ciudadana del Paraguay. Madame Cochelet entona el aria cuya melodía une los motivos centrales de los himnos de los dos países. Una voz chillona, en un extremo de la mesa, interrumpe los elogios de la Cochelet. Es la de doña Pura de Bermejo, esposa del director de Cultura, Ildefonso Bermejo, a quien se le oye decir en su cuple cuplet:t: “ de la cultura y la elegancia de Francia...! ¡Mañana querrá ser reina o emperatriz de este infortunado país!”.
Doña Pura: Escribiré en mis Memorias que he tenido el honor de
ser invitada de una cortesana francesa... ¡en el Paraguay!... Madama Lynch, que ha oído y entendido claramente el exabrupto de la ofensiva copla, no se inmuta en lo más mínimo. Altiva y serena hace un gesto a la fila de servidores que esperan en torno a la mesa con las fuentes tapadas. Uno tras otro, avanzan en fila militar hacia la barandilla y con gesto casi ritual, arrojan por la borda los contenidos de las fuentes. Cuando el rumor de estupefacción se calma, Madama Lynch, dirigiéndose a Pura Bermejo, exclama: “¡Y yo escribiré en mis Memorias que me negué a servir a una arpía española en mi mesa!”. Ordena al capitán de la embarcación el regreso inmediato a la capital. Otra fila de mozos va colocando macetas con enormes cactus espinosos delante de cada una, menos delante de la anfitriona y de madame Cochelet. Un episodio regocijante, muy propio del temperamento de doña Pura, se desarrolla a continuación. La fogosa y malhablada española, con gesto
melodramático y grandes alaridos corre con su maceta de cactus hacia la barandilla arrojándola por la borda. Se trepa luego a la barandilla amenazando con arrojarse ella misma al río. El capitán y varios marineros se lanzan a detenerla y la traen a rastras hasta embutirla de nuevo en su asiento. Hay aplausos, risas y llantos histéricos. Al girar el barco, la puesta de sol se va reflejando en las cinceladas y vacías fuentes que emiten caricaturescos reflejos sobre los rostros de las damas que se asemejan ahora a verdaderas muñecas pintadas. Con sus demudadas y tragicómicas facciones, Pura Bermejo chilla sus últimos dislates. Madama Lynch no ha hecho el menor mohín, como si no hubiera visto volar una mosca. Tal una reina ante vasallas alborotadas contempla a lo lejos, ensimismada, el hermoso paisaje fluvial. De pronto se vuelve rígida y mira fijamente un punto con las facciones demudadas. En medio de una franja de niebla se ve la silueta de Pancha Garmendia de espaldas. Vestida con su blanco typoi y
la mantilla que le cubre la cabeza, está erguida e inmóvil durante algunos instantes. Luego desaparece.
Escena II Casa de las Muchachas Recogidas y Huérfanas, de la que Panchita es directora. Está vestida del mismo modo que en la breve aparición de la escena anterior. Se festeja la Noche Buena. En el espacioso zaguán de entrada han armado un gran pesebre en el estilo paraguayo de la época. Una decena de muchachas rodean a Panchita y atienden a los visitantes, les sirven refrescos y les reparten las confituras que cuelgan de las ramas. Están también la Madre, las tías Petrona y Angela, gente del pueblo, mendigos, etc. Nota a esta esta escena: En contraposición al ambiente de ópera cómica de la primera escena, ésta respira sincera ingenuidad como en las estampas coloreadas de los pesebres en los cromos antiguos. Es otro ejemplo de las contraposiciones de estilo, o del sincretismo de varios estilos entre lo
naïf, lo expresionista y lo figurativo, como base y expresión del arte escénico de van guardia. Se rehuye rehuye lo fo lklórico, lklóri co, naturalista o regionalista en favor de los elementos míticos o simbólicos más genuinos que expresa la realidad. Panchita está terminando de cantar un villancico: …Sobre un hermoso arenal de sol y luna dorado dicen que en tiempo pasado lloraba el Niño Jesús... A la sombra perfumada de tres matas de pindó, en una sillita de oro dicen que el Niño durmió... Coro: Oé... oé... dicen que el Niño durmió, oé... oé... dicen que el Niño lloró, y que en su llanto pidió a Dios que nos diera amor... Oé... oé... yekó raka’é... Todos corean el estribillo, como arrobados ante la imagen del Niño que también lleva una máscara alusiva. Aplauden, abrazan y besan a Panchita parecida a una talla de la Virgen de la Asunción, de tamaño natural.
Un anciano y encorvado payador, cuya patriarcal barba blanca cae por detrás de la guitarra y barre el suelo, pide permiso a Panchita y entona a su vez una improvisada copla en honor a la Pesebre jára: …Pido a la Reina del Cielo y a su Hijo Soberano tengan por siempre en su mano a doña Panchita pura, la reina de la hermosura... Oé... oé... yekó raka’é oikóva ñanendive… Todos aplauden también con mucho entusiasmo al payador a quien retribuyen con apetecibles obsequios. Las Huérfanas y Muchachas Pobres miman una escena en la que coronan a Panchita como Reina de Hermosura del Paraguay. Le colocan en la frente una corona dorada que han sacado de entre los adornos del pesebre. pesebre . Panchita Panchita se resiste y en actitud de súbito impulso supersticioso, se saca la corona y la vuelve a colocar en una de las ramas silvestres de la que pendía.
Entra el P. Maíz, revestido de casulla y estola, seguido por seis monaguillos para bendecir el pesebre, como patrono de la Casa. Lo rodean con respeto y simpatía mientras con el hisopo de agua bendita va asperjando el pesebre. De los incensarios brota el humo que cubre el pesebre de una niebla rosada, ante las exclamaciones de las Muchachas y Huérfanas.
P. Maíz (con entonación evangélica): Celebremos con unción el Nacimiento del Niño Dios hecho hombre. Jesús quiso nacer en un pesebre para enseñarnos a no poner nuestra felicidad en los honores, pompas y riquezas de este mundo. En esta Casa de Muchachas Recogidas y Huérfanas la pobreza, el trabajo, el amor a Dios y a nuestros semejantes son las mejores virtudes. Pidámosle a su Madre, María Santísima, que sea nuestro escudo y protección...
Todos entonan de nuevo el coro del villancico, en él modo del jahe’o soro.
AÑO NUEVO 1860 Acto II (El gran teatro del mundo) Escena I Noche. Calle frente a la casa iluminada de Madama Lynch. Dos mujeres, cubiertas con mantos oscuros avanzan por la calle. Una de ellas porta un farol. La otra lleva puesta una máscara. Se nota que están muy nerviosas Un piquete de guardias Acá Vera irrumpe sobre ellas y las rodean. El oficial las interpela: “¡Quién vive!...”. “Buscamos un médico...” —responde
una de las mujeres con voz trémula—. “¿No han escuchado el toque de queda? El tránsito por esta calle está prohibido. Descúbranse...”. Las mujeres apartan el manto de sus rostros. Es Panchita en compañía de su tía Ángela. El oficial arranca el farol a la anciana y alumbra el rostro de Panchita cubierto por la máscara. Madama Lynch se ha asomado a la ventana, atraída por el grito de los guardias y el ruido de armas. Lleva también una máscara. Sale del corredor e interviene de inmediato en el incidente callejero. Ordena al oficial que retire los guardias y le pide el farol. El oficial se lo entrega. Hace la venia y se va con los esbirros. Sus recargados uniformes y morriones empenachados de flores producen el efecto de disfraces de carnaval. Madama Lynch se aproxima a Panchita alumbrándola con el farol. Sus máscaras son exactamente iguales. Se diría dos hermanas gemelas. Solamente la cabellera de la una es negra; la otra, de un rubio rutilante. Con tono amable, la dueña de casa: “Buenas noches. Usted es la señorita
Pancha Garmendia, ¿no es así?”. Panchita contesta afirmativamente con un movimiento de la cabeza. “Oí que buscan un médico”. Tras una pausa, hesitando, Panchita vuelve a asentir con un gesto. “Déjeme ir. Tengo mucha prisa”. Madama Lynch: “Puedo enviarle de inmediato a mi médico”. Panchita, secamente: “No. Gracias. Tenemos nuestro propio médico... Vamos... “, dice a la acompañante. La tía Ángela vacila un instante, pero luego la sigue. Madama Lynch, algo humillada, en actitud pensativa las ve perderse en la penumbra de un recodo. Son extraordinariamente parecidas. Sólo que la larga cabellera oscura, que le cae en cascada sobre los hombros, contrasta con los cabellos rubios de Madama Lynch, casi platinados a la luz de la luna. Suenan las campanadas de la Catedral dando la hora. En alguna parte surge una melodía tristísima como un canto oracionero, despertando ladridos lejanos.
Escena II Sala de estar en casa de Madama Lynch. El pintor Saturio Ríos pinta el
retrato de la dueña de casa en una pose idéntica a la de la Maja Vestida. Madama Lynch contempla, trasoñada, en el espejo frontero no su silueta de Maja Vestida sino la de Panchita como Maja Desnuda. Entra el general López. Abstraída, ella no lo ha sentido entrar. Él se le acerca por detrás del canapé y le da un beso en el hombro desnudo, que le hace dar un pequeño brinco de sorpresa. (familiarmente cordial): Francisco Salud, Saturio. Buenas noches, Saturio: Excelencia. Francisco: (observando la tela, con cierto equívoco) Excelente. Pero aún está por debajo del original. (guiñando un ojo a Ela) El Saturio: original es inimitable. Francisco: Me refiero a la tela de Goya. Goya también es inimitaSaturio: ble, señor. Si Madama no me lo hubiera pedido... Francis, déjalo trabajar a Ela: nuestro nuestro retratista.
Francisco:
Saturio:
Con tal de que no te pinte sin ropas. En esta sociedad no ha entrado aún el desnudo. (Palmeando a Saturio) Es una broma. Gracias, Excelencia. Mi familia me espera. (Recoge sus pinceles y paleta). Buenas noches, Madama. Que lo pase usted bien, Excelencia... (Se va.)
Francisco la besa largamente en la boca, susurrando el apodo amoroso Ela, con el que acostumbra llamarla en la intimidad. Al verlo con tan buen humor, acariciándolo a su vez, en actitud de comunicarle un secreto guardado por largo tiempo.
Ela:
En vista del frustrado viaje a Citerea se me ha ocurrido un proyecto monumental. Construiremos en Asunción un Teatro de la
Ópera semejante al de París... Sigue un breve diálogo en el que Ela le habla de las cartas cambiadas con Eugenia de Montijo, que le promete ayuda para la realización del proyecto. Francisco trata de disuadirla. Tiene que acabar de formar su ejército ante los graves riesgos que se ciernen sobre el país. Ela no ceja en su “ofensiva” de seducción.
Ela:
Tendrás el ejército más poderoso y tendremos el teatro más bello y moderno de América del Sur. Nuestro país será conocido y respetado en todo el mundo.
La idea de Ela es celebrar una fiesta fastuosa y dar en ella la noticia de fundación del Teatro de la Ópera de Asunción.
Francisco:
(bebiendo su aperitivo) No te contagies de los
Ela:
delirios de tu amiga, la condesita andaluza Eugenia de Montijo y de su marido. Napoleón III está queriendo poner un emperador en México. Tú no eres Carlota, ni yo Maximiliano de Habsburgo. Estamos en nuestra América. Y el Nuevo Mundo no volverá a caer jamás en manos de ningún imperio de la tierra. (enfurruñada) Napoleón III es un rey demócrata. Lo eligió su pueblo. Como a ti. No creo que pretenda subyugar a ningún pueblo de la tierra. Además, te tiene en alto aprecio. Ante la estupefacción de todos, te cedió el mando del desfile militar en París. ¡Ceremonia inolvidable!... Yo, aquí, necesito ocupar el lugar
que me corresponde para honrarte y honrarme... Francisco le dice que comprende muy bien su malestar y lucha. Los altos círculos de una sociedad, rústica y cerrada, en especial las damas de la aristocracia, orgullosas de sus apellidos aunque carentes de toda cultura y de buenos modales, no ven con buenos ojos a la “bella dama extranjera”. Madame Sans Merci, según la llama la esposa del cónsul francés.
Ela:
Francisco:
Ela: Francisco:
No soy más que la concubina del Presidente... En mi honor circulan pasquines y canciones satíricas... Soy el primero en condenar esta situación. Voy a hacer que esto cambie. Y juro que va a cambiar. ¡Me odian...! ¡Su rencor va a durar siglos...! (tratando de calmarla) Ten un poco de paciencia. Es una sociedad
Ela:
demasiado inculta todavía. Mezcla de segundones españoles orgullosos y de incultos naturales, vive aún a flor de la misma tierra. (burlona): Claro, por eso hasta las mujeres de las clases más altas andan descalzas. No han podido despegar todavía sus plantas. Se adecentan desde las rodillas para arriba...
Se sienta en un diván. Francisco la abraza con cierta rudeza dominadora de un verdadero “amante latino”. Escena de idilio algo paródica de los grabados de época en los magacines de París.
Ela:
(se acurruca en sus brazos. Exaltada, sin querer dar el brazo a torcer, insiste) Tenemos que levantar ese teatro, traer celebridades del exterior, llevar nuestra propia expresión de
Francisco:
Ela:
Francisco: Ela:
cultura fuera de nuestras fronteras. Esta será una manera de dar a conocer el Paraguay en el mundo entero. Es lo que comenzó a hacer tu padre. Debes completar su obra. El Paraguay será conocid conocidoo por sus s us hech ec ho s . No creo en la fantasía. Lo que cuenta es lo que se hace. Tú estás haciendo la historia de tu patria. Como tu padre don Carlos. Como el Supremo Dictador Francia, antes que él. Pero tu padre abrió el país al mundo. Tú sigues su camino. (orgulloso): Yo hago mi propio camino. Ellos hicieron el suyo... Cierto. Pero el Paraguay es un solo país. Representemos los hechos más significativos de esta historia a través del milagro del arte.
Francisco: Ela:
Francisco:
Ela: Francisco:
Ela:
(con énfasis) Nuestra historia ya es nuestra, definitivamente. La estaremos viendo y oyendo a medida que tú la vayas forjando en la realidad. Podremos anticiparla, recordarla, vaticinarla, a través de esa otra historia que es el arte. (sin tomarla en serio y riéndose como de un buen b uen chiste) Pero tú quieres meter la realidad en algo tan fugaz como la música... Ya estamos representando en ese Teatro... sin que nos demos cuenta. (sin entenderla) Nuestra música es marcial y acompaña un gran destino nacional. Esta es la gran ópera real y al mismo tiempo fantástica que el Paraguay debe crear para creer en sí
mismo... para saber quién es... Francisco ha quedado con el rostro serio y grave.
Escena III Penas de amor perdidas Antesala. Mismo momento. Ela le menciona el encuentro que acaba de tener con Pancha Garmendia.
Ela:
Francisco:
Ela:
He visto esta noche a la (con cierto retintín) virtuosa Pancha Garmendia... (falsamente displicente) Yo dejé de verla hace exactamente un siglo y medio. (con sincera envidia) Es realmente muy hermosa esa muchacha... Podría ser reina de la hermosura en cualquier lugar de la tierra.
Francisco: Ela:
Francisco: Ela:
Francisco: Ela:
(tratando de desviar el tema) Tú lo eres mucho más. (cerrando los ojos) A la luz del farol parecía una visión irreal. Su rostro era despiadado e impasible. Sólo reflejaba su odio, su desprecio por mí... ¿Por qué ha de despreciarte ella? ¡Porque entre ella y yo estas tú! Fue tu primera novia. Y el primer amor a veces suele ser eterno. (evasivo) No fue más que un idilio fugaz de la juventud. Esa mujer sigue enamorada de ti. Se cortaría la lengua y las manos si tú se lo pidieras. Te seguirá amando hasta que la muerte le corte el aliento...
En laterales se enciende un óvalo de iluminación. Surgen las imágenes de
Panchita y Francisco (esta vez sin máscaras). En el mismo diván en que estaban sentados Ela y Francisco, éste la tiene estrechamente abrazada. Panchita está semidesnuda y desgreñada, como si Francisco acabara de arrancarle la blusa y desgarrarle el corpiño. Francisco: (anhelante, como para intimidarla). . .de una vez para siempre... (serena pero inflexible, Panchita: conteniendo su indignación, se pone de pie abrochándose el corpiño) Jamás seré tuya como un simple pasatiempo. (Con fuerza casi sobre humana lo rechaza y lo va empujando lenta pero inexorablemente hacia la puerta.) Vete. Todo ha terminado entre nosotros. Francisco murmura algo, implorante. No se escucha lo que dice.
Panchita:
Madre:
(cortándole) En lugar de forzar como a esclavas a las mujeres de tu patria, deberías defenderlas y honrarlas. (Lo aparta y lo empuja hacia el exterior. Cierra la puerta y permanece apoyada de espaldas contra ella, presa de sordos y convulsivos sollozos. Se va desmoronando, cae de rodillas y toca el piso con su frente. Aparece la Madre, consternada). (entre sollozos) ¡Hija mía!... (Se arrodilla junto a ella y la abraza.)
La escena se esfuma.
Escena V Francisco:
No, ma chérie, eso duró muy poco y acabó hace mucho tiempo. Olvida a esa mujer. Para mí nunca contó ese romance adolescente...
Ela: Francisco: Ela:
Francisco: Ela: Francisco:
Ela: Francisco: Ela:
Por ello mismo te ama y te odia. Total, nada entonces entre dos platos... Esa muchacha es una fuerza de la naturaleza. Y no se detendrá hasta obtener lo que quiere. ¿Qué es lo que quiere de mí, según tú? (agorera) Verte muerto. (igual) No es gran triunfo yerme muerto. Todos lo estaremos algún día. Ella de un lanzazo en el corazón. Yo, con otro, en el vientre. No hay más que esperar. ¿Qué distancia crees que hay entre el vientre y el corazón? ¡Ah... el infinito! (Mirándola fijamente):A veces, se confunden... (sin oírlo, siguiendo su propia idea) Esa mujer es la única en este país que sabe quién es... ¡Ah si yo
Francisco:
Ela:
Francisco: Ela:
Francisco:
pudiera arrancarle su máscara...! Hazlo. Invítala a tu fiesta de disfraces. Arráncale esa máscara delante de todos. (como para sí misma) El parecido entre las dos es extraordinario. En un primer momento, quedé estupefacta. Por un embrujo incomprensible tenía ante mí a una figura gemela. ¡El doble perfecto que toda mujer admira y teme! Te rebajas al compararte con esa mujer rústica y simple. (tras una pausa): Ella será la única heroína en la memoria de tu pueblo representando a todas las demás... (falsamente festivo y molesto) Te estás pareciendo al P. Maíz en uno de sus sermones sagrados.
Ela:
Francisco: Ela: Francisco:
Ela:
Francisco: Ela:
(sin oírlo) ¿Sabías que esa Casa de Muchachas Pobres donde ella trabaja como directora, se ha convertido en un foco subversivo? (autosuficiente) Si eso fuera verdad, la policía ya lo sabría. Tengo mis propios espías. Cuidado con ellos. Son los más traicioneros. De todos modos, mandaremos cerrar esa Casa. (sigue con lo suyo) Después que todos seamos polvo, Pancha Garmendia tardará aún mucho tiempo en morir... ¡Ah imaginación! Es una bella frase para un aria. Ponla en tu ópera. Ya la puso el destino... Esa mujer también está representando esta ópera sin saberlo y sin conocer su final... (tras una pausa).
Francisco:
(cortando el tema y poniéndose de pie): Vamos a cenar. Estoy muerto de hambre, Ela. El día ha sido muy duro. Pero sobre todo estoy hambriento de ti.
Pasan a la antecámara donde un niño de corta edad duerme en una lujosa cuna. “Antes debo saludar a nuestro hijo. Hoy no he visto aún en todo el día al señor Panchito López, futuro oficial de nuestro ejército”. Se inclinan ambos sobre el infante dormido. Francisco lo besa tiernamente en la frente.
Escena VI En laterales se enciende el óvalo de iluminación. Madama Lynch y una nodriza se hallan ante el P. Maíz, en la sacristía de la Catedral. Máscaras alusivas, no realistas.
Madama Lynch: Ruego a Su Reverencia quiera fijar la hora para el bautismo. (denegando con la cabeza P. Maíz: lentamente): En su casa, sí, a la hora que usted fije. En la iglesia, imposible. Madama Lynch: Creí que siendo usted Deán de la Catedral y habiendo sido ayo y preceptor del General López, padre del niño, podía allanar las convenciones. (entrelazando los dedos) P. Maíz: Nada puedo hacer. Su Excelencia sería el primero en censurarme si lo hiciera. Madama Lynch:¿Es una ley de la iglesia?
P. Maíz:
Es una ley de la Nación. Además, es una ley de las buenas costumbres. (Con una sonrisa un poco cínica) Por desdicha usted es Madame Lynch... pero no Madame López. Madama Lynch:(indignada y furiosa) Está bien. Quédese usted con sus normas, señor Maíz… La escena se esfuma.
Francisco:
(con el ceño fruncido y recorriendo la habitación agrandes zancadas retoma la frase anterior) Ese Maíz es el hombre más ilustrado del Paraguay y el mejor orador sagrado de toda América a la redonda. Pero lo vuelven idiota la ambición y el orgullo. Cree que en su mente está encerrado el secreto del universo. Quiere ser obispo. No lo será. Habla al P. Palacios,
Ela: Francisco:
Ela:
de mi parte. Es cura de la parroquia de la Trinidad. Es el hombre más estúpido del clero. A él lo haré obispo. El bautizo de nuestro hijo no será el precio del obispado en Paraguay... El curita borracho y bobalicón bautizará a nuestro hijo con toda la pompa que ha ya menester. Y ante el altar mayor de la Catedral... (le interrumpe en un cambio súbito de actitud y decisión) No hace falta. No pensarás que voy a hacer bautizar a Panchito con el miembro más estúpido del clero. Dejemos a la Iglesia en paz aunque también nos haga la guerra. Panchito será bautizado en la fiesta que voy a dar próximamente en el Club Nacional para anunciar la fundación del Teatro de la
Francisco:
Ela:
Francisco: Ela:
Ópera. Así estaremos en paz con Dios y con el diablo, con la Iglesia y con la sociedad. (enérgico) No puedes bautizar a Panchito en el Club Nacional. Es un antro donde los oligarcones haraganes celebran sus misas negras... (interrumpiéndole) Es el templo laico de la más selecta sociedad asunceña. Es terrible convivir convivir con la gente que ignora lo que es. Acaba uno mismo por no saber quién es. Por otra parte, es una medida de seguridad. ¿A favor de quién? A favor de ti mismo. Ya he mandado repartir las invitaciones indicando a cada uno, hombres y mujeres, el disfraz que deberá llevar...
Francisco: Ela:
Francisco:
Ela: Francisco: Ela:
(encolerizado) ¡Pero eso es una locura! Tengo la lista con la distribución de los disfraces. Puedo identificar por ellos quién se esconde bajo una peluca o bajo una hoja de parra... ¿No me has dicho que la policía ha descubierto algunos atentados contra tu persona? Sí, desde el primer día en que fui electo presidente de la República. Pero yo no iré a tu fiesta. (quejosa) No puedes hacernos este desaire, a tu hijo y a mí. (firme): El bautizo se hará en la Catedral. En la fiesta Ya verás a tus futuros asesinos disfrazados de guerreros y sarracenos, de Dux de Venecia, de mosqueteros de Flandes, de reyes de España, de princesas del
Francisco:
Ela:
Rey Sol, de infantas de Castilla, campesinas de Nápoles, zagalas de Portugal... Y hasta de paraguayos ilustres. La policía tendrá copia de la lista y sabrá también quién es quién bajo los mentidos ropajes... (devolviéndole la burlona intención): Su pongo que habrás indicado a cada uno el menos favorecedor para el físico y la edad de cada uno de tus invitados... (sin inmutarse) Deber de toda reina de una fiesta es descollar sobre sus vasallos...
VIDA NUEVA – 1860 Acto III (La ópera de dos centavos) Escena Escena I Escena a oscuras al levantarse el telón. La música y el atronador estrépito del baile de máscaras baten en todo su apogeo dando la sensación de que se está en medio de ella. Al encenderse gradualmente la iluminación y al atenuarse el ruido de la fiesta como si se alejara, se descubre un velorio en sala de la casa de Panchita.
Ésta y unos familiares velan el cuerpo de la Madre que reposa en un tosco ataúd entre dos hileras de cirios. Entre las recurrentes lamentaciones de las plañideras, sólo se oyen los retos en el monótono desgranar del rosario. De tanto en tanto las ráfagas de viento traen oleadas de la música y del borroso estrépito de la fiesta.
Escena II Las dos tías de Panchita la retienen de los brazos. Los ojos secos y brillantes, el cuerpo crispado sobre sí mismo, como poseída de un extraño sentimiento, semejante a un delirio de trasmundo, Panchita intenta huir de su asiento, junto al féretro. Las dos ancianas tratan de sujetarla con ternura y compasión. Panchita vuelve a forcejear como intentando huir en dirección a los sonidos. Toda la tensión de su actitud es la de salir volando en dirección a esa música que parece atraerla como un sortilegio demoníaco. Las tías se miran entre ellas, consternadas, sin saber qué sucede a la
joven. La amarran con un gran rosario de Quince Misterios, y la rocían con agua bendita.
Escena III Nuevamente la música y el estrépito de la fiesta invaden la escena. Se apaga la escena del velorio. Se enciende, en laterales, óvalo de iluminación. Aparece borrosa la silueta de Panchita. Luego la de Francisco en traje de gala, también borrosa. La silueta de Panchita se contonea insinuante ante él como invitándolo invitándolo a danzar. Aparece Madama Lynch con su máscara idéntica a la de Panchita. Se la arranca. Descubre el rostro horriblemente viejo de una desconocida. La escena equívoca culmina bajo una salva de aplausos. Sube el volumen de la música hasta el paroxismo y decrece de golpe alejándose. Se apaga el óvalo de iluminación. Nuevamente la escena del velorio. Panchita se desmorona sobre el piso, presa de convulsivos e inaudibles sollozos. Sube la lamentación de las lloronas y oracioneras mientras cae sobre la escena la oscuridad. Sólo brillan las
llamas de los cirios hasta el silencio absoluto.
GUERRA 1865 Acto IV (¡Vencer o morir!) Escena I Salón del comandante en jefe, atestado de planos y de mapas, contorneado por jefes y técnicos militares. Ambiente bélico muy tenso. Mensajeros, en uniforme de campaña, entran y salen llevando órdenes. Se nota en ellos el polvo y el cansancio de largas marchas.
En largas mesas, en actitud rígida y solemne, se hallan sentados los representantes del Congreso. La escena tiene la reminiscencia de los grabados de época de los grandes acontecimientos históricos. Se escuchan, como fondo, las salvas regulares de los cañones que re tumban como bajo tierra en el salón. Francisco Solano López en traje de gran gala ha convocado la presencia de los representantes del Congreso, del obispo recién nombrado, de miembros del clero, de altos funcionarios de la capital y de la campaña. En tono seco y enfático, que restalla como órdenes militares, explica brevemente la dramática situación. Enseñando un estrujado papel, anuncia que es la copia del tratado secreto de la Triple Alianza por el que el Imperio del Brasil, las autoridades centrales de Buenos Aires y del Uruguay han declarado la guerra al Paraguay. López pide la colaboración de todos en una lucha que va a ser larga y cruenta y que él va a conducir personalmente. Una delegación del Congreso se adelanta hasta el estrado. Uno de ellos en un breve y exaltado discurso entrega al
presidente el nombramiento de Mariscal de Campo del Ejército del Paraguay. Destaca la gran injusticia histórica que el gobierno de Buenos Aires comete contra el país y contra su presidente quien, el año anterior, fue el mediador y artífice de la reconciliación y pacificación de los argentinos. Destaca el orador, asimismo, el despropósito del Brasil cuyo emperador ofreciera hace poco tiempo la mano de una de las princesas, a elección del presidente López, para que el matrimonio dinástico uniera los imperios del Brasil y Paraguay. “¡Felonía del amo de Buenos Aires!... —clama con voz estentórea el presidente del Congreso—. Firma un tratado secreto de guerra para asestar por la espalda una puñalada trapera a su reciente pacificador y salvador, el Mariscal Francisco Solano López, y a su pacífico pueblo... “(grandes ovaciones). “.. . ¡Felonía más oprobiosa aún la del emperador del Brasil! No pudiendo maniatar a nuestro Presidente con tiras arrancadas a las sábanas de sus prostituidas princesas, ensaya ahora la intimidación con su inexistente ejército...
¡Viva por siempre nuestro Mariscal Presidente don Francisco Solano López! ¡Viva...! Una gran ovación cierra el abrazo del flamante mariscal y del presidente del Congreso. Una delegación de las Damas Patricias se adelanta ahora y entrega al Mariscal un bastón de oro como insignia de su nuevo y máximo rango militar. El abrazo y la ovación se repite con más fuerza aún. El mariscal-presidente da término a la reunión en medio de un indescriptible tumulto de entusiasmo. Escena II Antecámara del salón, después de la ceremonia. Francisco y Madama Lynch.
Ela:
Francisco:
(con una voz neutra) Acabo de oír cosas muy interesantes en esta reunión. Has oído la voz misma de nuestro pueblo en la decisión más importante de su historia.
Madama Lynch: (auscultándole) No me habías dicho nada sobre el ofrecimiento del emperador del Brasil. Francisco: No valía la pena mencionar este pequeño juego de tahúr del viejo emperador. Hubiera sido humillarte con una zoncera que ni siquiera tenía la razón de una razón de Estado. Madama Lynch: Razón de Estado es tomar estado nupcial con la princesa de un imperio... Francisco: Rechacé esa trampa indigna. Tengo una jugada que puede ser decisiva. Díaz, mi mejor general, me ha propuesto apoderarse y secuestrar a toda la familia imperial en su residencia veraniega de Petrópolis. Me ha pedido 5.000 hombres que adiestrará como sólo él sabe hacerlo para esa operación de comando.
Madama Lynch (admirativa) ¡Sería formidable! Francisco: El plan de acción es impecable. En 15 días Díaz ha prometido traer a todo el clan imperial. Sano y salvo y con olor a ovejitas cebadas. Traerá más cuenta negociar con el emperador en Asunción que en Río de Janeiro. ¿No es un buen tema para tu Ópera Magna?... Madama Lynch (devolviendo la ironía): Claro que lo es. A condición de que las princesas vayan a alojarse en... la Casa de Recogidas y Huérfanas. Francisco toma el bastón de oro que las Damas Patricias acaban de obsequiarle en su flamante rango de mariscal y se lo tiende.
Francisco:
Te hago donación del cetro para tu futuro imperio de opereta... mi Bella Despiadada.
Madama Lynch (tomándolo y, en cómico gesto, husmeándolo con desconfianza) Por primera vez las damas paraguayas me han hecho caso... En ese bastón están fundidas las joyas de la aristocracia. Guárdalo. A mí no me serviría sino como mango de mi sombrilla... Francisco: (arrojando el bastón contra la pared en un estallido de cólera) No es oro todo lo que relumbra, ni luz de gloria toda oscura bajeza... Madama Lynch: Siempre es así. Vivimos en la luz del sol que es la sombra de Dios. Ya lo dijo Shakespeare... Francisco: (dando un puñetazo sobre la mesa) ¡Traición! Acabo de descubrir la punta del ovillo de una conspiración...! ¡Y en esa miserable conjura está metida la flor y nata de la
Madame
sociedad asunceña! ¡Van a caer cabezas como frutas maduras! Lynch: (levantándole y alisándole el mechón que le cae sobre la frente) Puede ser una invención de tu jefe de Policía para hacerse valer. Por ahora ocupémonos de hacer rodar las cabezas del enemigo. (Tras una pausa. Desde lo hondo de sí, en su tono habitual, profundo y afectuoso) Francisco, chéri... Nos juramos estar juntos en la vida y en la muerte. Te acompañaré al campo de batalla...
Francisco la abraza en silencio. Salen con aire marcial. Al salir, Francisco tropieza con el bastón de oro sin prestarle la menor atención.
Escena III Sala de estar en casa de las tías de Panchita. Es de noche. A la luz de un quinqué Panchita, las dos tías y un desconocido mantienen una conversación reservada. Su estado de ánimo es, con toda evidencia, de temor y nerviosidad muy grandes. hablando de Desconocido: (está espaldas)…Las figuras más eminentes están comprometidas. Incluso la madre y los hermanos. (A Panchita): Su concurso puede ser muy valioso..,como la antigua novia del presidente... Hasta la ley de Dios y de la Iglesia legitiman la muerte de los tiranos... (Tras una pausa, tratando de ser convincente): El puñal de Bruto será menos clemente que el que empuñe sus manos...
Panchita:
(serena pero firmemente) Ninguna causa de muerte me tendrá de su lado. Desconocido: ¿Y entonces la guerra? La sangre correrá a raudales... Puede haber un arreglo Panchita: pacífico. Desconocido: El tratado secreto de la Triple Alianza es contra el propio López, no contra el Paraguay. Las naciones amigas van Panchita: a intervenir... Desconocido: López no tiene amigos. Es un tirano y un bastardo. Va a llevar al país a una hecatombe terrible. Con la sangre de todo un pueblo quiere lavar la mancha de su bastardía. (Tras una pausa): ¿Sabía usted que no es hijo del viejo presidente López sino del hacendado Lázaro Rojas? Don Carlos Antonio tuvo que cargar con el mochuelo engendrado por
los amoríos del estanciero con doña Juana Paula... ¿A ese bastardo vamos a defenderlo? (muy molesta, pero con Panchita: gran dignidad) No recoja usted los chismes de sus enemigos. Es el presidente de nuestra nación. Desconocido: …A su bastardía de origen ha sumado su unión con la bastarda extranjera. Ella es quien verdaderamente manda por su dominio diabólico sobre el Mariscal... Tía Petrona: Se está apoderando de todos nuestros bienes, de nuestras joyas y hasta de las propiedades particulares y fiscales... Tía Angela: …Nos va a convertir en una nación de mendigos... o de muertos... Desconocido: (queriendo hacer un elogio a Panchita) Usted debió estar en lugar de esa aventurera insaciable
y perversa... Entonces otro hubiera sido el destino del Paraguay... (poniéndose de pie y Panchita: cortándole con contenida indignación) ¡Basta, señor! Le pido que se retire... de Tía Angela: (tratando contemporizar) El señor no ha querido ofenderte. Tía Petrona: Te hemos recogido y te queremos como a una hija. No deseamos hacer pesar sobre ti ningún riesgo. Tía Angela: Han mandado cerrar la casa de las Muchachas Pobres. Esas muchachas han sido detenidas. Varias de ellas están siendo torturadas. Tú eres seguida por los espías... No es el temor lo que me Panchita: impide sumarme a la conjura. Vosotras me conocéis.
Petrona:
Tú decidirás en conciencia lo que debas de hacer. Guardar silencio... Panchita: Tía Angela: (mostrándole un anillo) Este es el santo y seña de la causa... (en el momento en que va a tendérselo a Panchita, se le cae de las manos) Hay como un fogonazo. A una luz irreal el anillo se ha transformado en un aro de suplicio. La silueta espectral de Panchita ha entrado en el círculo que fosforece en medio de la escena. Se arrodilla dentro de él, en medio de la niebla que crece. Soldados, también espectrales, con los uniformes hechos girones, la someten a la tortura del cepo de Uruguayana. Le colocan un fusil bajo las corvas. Sobre los hombros van colocando otros fusiles hasta formar una pila. Tiran del lazo que une los extremos del fusil colocado entre las corvas corva s y de los los que pesan pesan sobr sobree los hombros de Panchita. Esta va siendo doblada en dos. Se oye el crujido de los huesos cuando la frente
se hunde entre las rodillas. No se escucha ninguna queja. Ningún grito, ningún sollozo, mientras la niebla crece y borra la figura de la supliciada.
NAVIDAD 1869 ACTO V (j Ay de los vencidos!...) Escena I En medio de la niebla de los esteros, una caravana goyesca de siluetas encorvadas se arrastra lentamente, vigiladas por soldados armados de lanzas. Son mujeres, niños y ancianos. Famélicos, semidesnudos y esqueléticos, comidos por las llagas y las heridas. Se escuchan sorda mente sus quejidos y llantos.
Pasa un grupo de prisioneros atraillados con cadenas. Tienen vagos harapos de uniforme paraguayo. Van custodiados por un pelotón de soldados que tratan de apresurar su marcha a empellones y a culatazos de sus fusiles. Cuando se disipa un poco la niebla, aparecen el Mariscal y Madama Lynch, flanqueados por la guardia presidencial. El Mariscal lleva su famoso poncho rojo con flecos de oro y su célebre fusta. Madama Lynch, con elegante traje de amazona inglesa. El P. Maíz forma parte del séquito en inescrutable y silenciosa actitud. A un costado, la cabaña del cuartel general. Sobre una alzaprima, el piano de cola de Madama Lynch, en seres, restos de esplendor y riqueza. Un oficial, a López, señalando el grupo de prisioneros:
Oficial: Francisco:
Allá va el traidor ex alférez Aquino. (suena su silbato de oro y ordena a la patrulla) Tráigalo.
El grupo de prisioneros es conducido a presencia de López. Aquino lleva las manos atadas a la espalda. Francisco: ¿Qué tal, Aquino? (sereno, sacando fuerzas Aquino: de flaqueza) Aquí vamos, señor. Hacia la tierra del Marane’y Si existe esa Tierra sin Mal después de esta vida…como creen los indios. Francisco: Los indios son más paraguayos que ustedes. Me ofrecieron refugio en sus selvas. Porque ellos no están bajo Aquino: su mando, señor. Ellos son libres... Francisco: ¿Así que usted quiso matarme? Sí, señor. Aquino: Francisco: (señalando el grupo de prisioneros) Y conspiró con esta manga de traidores. Les salió el tiro por la culata. Nos ganó de mano usted, Aquino: señor... Por un pelito
Francisco: Aquino:
Francisco:
Aquino:
nomás... Pero no han de faltar otros que tengan más suerte. ¿Por qué quisieron matarme? Por su culpa ya hemos perdido nuestra patria. Y sin embargo, día a día, V. E. es más tirano. Han muerto más paraguayos por su orden que por las balas de los negros... (interrumpiéndolo con un estallido) Y ustedes son más negros que los negros... ¡Macacos de alma y de corazón! Queremos a nuestra patria como usted, señor. Por eso hemos venido acompañándole hasta aquí... Pero ya no hay más patria ni gente ni esperanza ninguna... Todo sabido... Todo perdido... Todo cumplido...
Francisco: Aquino:
Francisco:
(mascullando su cólera) ¡Traidores…conspiradore s!... Usted es el mayor conspirador, señor... Pero no podemos mandar lancearlo ni fusilarlo a usted... (cruzándole el rostro con un fustazo que da por tierra con el infeliz) ¡Manden pegar cuatro lanzazos a esta banda de traidores!
Oficial se cuadra, hace la venia y se va, precediendo al grupo de prisioneros.
Escena II Mismo lugar y .situación. La caravana del éxodo de las “destinadas”, arrastrándose en medio de remolinos de niebla. En último término, Panchita, con una cuerda al cuello, es conducida por un soldado menos que adolescente, mucho más pequeño que ella. Va envuelta en una sábana manchada de sangre. Apenas
puede andar sólo como bajo el impulso de un esfuerzo sobrehumano. Otro oficial, al Mariscal López: “Aquella es la traidora Pancha Garmendia...”. Francisco vuelve a hacer sonar su silbato y ordena con un gesto al que la conduce de la cuerda que la haga venir a su presencia. Al límite de sus fuerzas, Panchita se acerca a la comitiva presidencial casi asfixiada, arrastrada por el lazo del que tironea el imberbe soldado, apurándola. La siguen las tías Ángela y Petrona, destrozadas por la larga marcha.
Francisco:
(a Panchita, en un tono de voz completamente diferente, casi amable, pero sincero y cordial) Me he permitido interrumpir su marcha para hablarle de un asunto de extremo interés para usted, de urgencia absoluta. (Tras una pausa. Sondeándola): Usted ha comparecido ante los jueces de los Tribunales
militares y se ha negado a declarar... Panchita permanece con los ojos cerrados. Trémula, inerme, en su soledad absoluta. Tía Angela: (en un estertor) ¡No puede... hablar! Francisco: (sin oírla) Todas las pruebas están contra usted. Hasta ahora he interpuesto mi valer para que no sea ejecutada. Hable usted a los jueces. Declare usted lo que sepa de la conspiración. Si así lo hace, comprometo desde ya ante los señores presentes mi palabra de jefe supremo de la Nación de que usted será absuelta y recobrará su más completa libertad. (Volviéndose hacia el P. Maíz) Registre usted esta Orden Suprema, señor Fiscal.
El P. Maíz se inclina con las manos cruzadas sobre el pecho.
Francisco:
P. Maíz:
Francisco: P. Maíz:
(volviéndose de nuevo hacia Panchita) He aquí al presidente del Tribunal, su antiguo director en la Casa de Muchachas Huérfanas. Él dará fe de mis palabras y hará cumplir mi orden, en el acto. (con extrema cautela) La reo de traición Pancha Garmendia no puede hablar, Excelencia. (con enfado y sorpresa) ¿No puede o no quiere hablar? (al oficial) Mándele abrir la boca.
El oficial cumple la orden. La lengua de Pancha Garmendia aparece cortada de raíz.
Francisco:
(barbotando) ¿Quién hizo eso?
P. Maíz: Francisco: P. Maíz:
Ella misma en el calabozo, Excelencia. (como un tiro) ¡Pues que escriba y firme su declaración! (de nuevo al oficial) Descubra sus manos...
Oficial libera los brazos atados a la espalda y los levanta. En lugar de las manos sólo existen dos muñones llagados. Panchita no ha abierto en ningún momento los ojos. Su actitud es como si se hallara en algún lugar de trasmundo. Torpemente recoge una punta de la sábana con la que se cubre. En una de las puntas hay un nudo. Lo desata con los dientes, saca un anillo y con un gesto lentísimo se lo tiende al P. Maíz. Al irlo a tomar éste, el anillo cae y desaparece entre la arena. Hay un rumor de sorpresa general Todos los hombres del séquito presidencial, incluso Francisco y Madama Lynch contemplan, lívidos, en sus dedos, el inmenso anillo, contraseña de la conspiración, con las iniciales bien visibles F. S. L.
Sacuden sus manos frenéticamente pero no pueden desembarazarse del anillo que los tiene a todos como en un cepo.
Francisco:
(humillado y tremendamente encoleriza do, al P. Maíz) Ejecuten con ella la justa pena...
Se va con sus oficiales. Madama Lynch, con el cuerpo tenso y el rostro rostro desencajado, entre la consternación y el espanto, se aproxima a Panchita.
Escena III Se enciende el óvalo de iluminación. Se reproduce la escena primera del segundo acto con el primer encuentro de Panchita y Madama Lynch. Ambas de nuevo con las máscaras gemelas.
Madama Lynch: …Hace catorce años, delante de mi casa, le ofrecí a usted mi médico particular para que atendiera a su madre moribunda. Usted me
rechazó. No rechace ahora el generoso ofrecimiento que le hace Su Excelencia. De ello depende su vida... Cuando obtenga su libertad, yo la tomaré bajo mi protección... Voz de Panchita: (como lejana y con resonancias) No gracias. Tengo mi propio médico... Se esfuma la escena.
Escena IV Un claro del bosque. Una vieja esquelética y arrugada “lee” las manos a Madama Lynch.
Vieja:
(con voz de ultratumba) Ah... mi Señora... Usté tiene una larga vida por delante... Su compañero, que tiene más poder que el Señor del Gran Poder, morirá crucificado como el Cristo... Es el Cristo
paraguayo... como ya dijo de él el pico de oro de nuestro púlpito... el santo y adulón Paí Maíz... Lo crucificarán los infieles, más negros que el demonio... Usté lo bajará de la Cruz y le dará cristiana sepultura... Juntamente con su hijo... el pequeño hombre hecho Dios... Ponga sobre los dos toda la tierra que pueda... pero solamente la que pueda caber en sus manos... (Con un gesto picaresco, juntan do índice y pulgar.) Pero no se vaya a llevar kená ni un puñadito de esta tierra maldita... No más el olor a sangre que sale de ella podrían matarla a usted, mi señora Madama, por más lejos que se vaya usté... Y muy lejos no va a poder irse luego porque el mundo es muy chico luego…
Madama
Lynch: (mirando a su alrededor) ¿Por qué hay tantos fuegos fatuos a todas horas del tía y de la noche? Parece que uno caminara sobre llamas que zigzaguean como víboras… Ay... mi señora ama... Vieja: Madama... El cielo está lleno de estrellas buenas... Pero esta tierra está llena de fuegos malos... Son las estrellas enojadas que nacen de la putrefacción de las osamentas... Madama Lynch: (como sondeándola con curiosidad y temor) ¿Sabe usted de una muchacha muy hermosa que iba entre las destinadas y que debía ser lanceada con los otros reos de la conspiración? (como si enunciara una Vieja: profecía) Ah sí, señora... Como no... ¡La pobrecita Pancha Garmendia ..! Ahí nomás lancearon su
cuerpo unos muchachitos que podían ser sus hijos…Son como monos o pomberos del monte... Sólo quedan ellos porque en esta tierra... sabe usté, mi señora ama... ya no hay más hombres... Ya se murieron toditos luego... Esos mita’i no se cansaron de jugar con ella a lanzazos... Pero estaba ya tan muerta que un solo golpe de viento hubiera podido matarla... (señalando un punto) Ahí nomás está la pobrecita... Ahí está su cuerpo agujereado y roto... No más su cuerpo... Menos que una hilachita de mi manto... Porque su lasánima subió luego a los cielos... (mientras gorgotea sus últimas palabras se persigna) ...y está sentada a la diestra de Dios Padre, del hijo y del Espíritu Esp íritu Santo... Santo...
Madama Lynch gira la vista en la dirección que ha indicado la Vieja. Con una exclamación de horror ve atado a un árbol el cuerpo de Pancha Garmendia, atravesado por varias lanzas como en el martirio de San Sebastián, de Mantegna. El tronco bífido del árbol forma una especie de trono natural entre el follaje. El cuerpo de Panchita pareciera como que estuviese sentado en el espacio ahorquetado del árbol. Está cubierto de reverberaciones como por las chispas de los fuegos fatuos que alumbran el claro. Madama Lynch se acerca y ve la cabeza del cadáver cubierta por la máscara del primer encuentro. Por última vez, Madama Lynch contempla a su hermana siamesa, más allá de la vida. Se arrodilla delante de ese cuerpo sacralizado por el martirio. Le besa los pies. Hunde el rostro en la tierra y con las uñas escarba en ella como si quisiera estar sepultada a los pies de la mártir. El cuerpo hendido de lanzas cae a su lado. Madama Lynch besa los labios del cadáver. Queda como muerta abrazada al cuerpo inmóvil de Panchita.
Hay un largo alarido, un ulular de fiera herida, que se propaga en la naturaleza salvaje y retumba en el claro con resonancias y ecos que repiten borrosamente el nombre de ¡…PANCHA GARMENDIA…! Sube ahora un tumulto como de una multitud que se viene acercando. Madama Lynch huye despavorida. Se apagan las luces. Sólo queda el cuerpo de Pancha Garmendia como flotando ingrávido en medio de destellos espectrales.
TELÓN
Se terminó de imprimir en el mes de mayo de 2006 en los talleres gráficos de la EDITORA LITOCOLOR SRL Cap. Figari 1115 Telefax: 213 691 -203 741 E-mail:
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