JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder Escaneado y corregido por ADRI Página 1 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder JANET DAILEY Nacido Calder Calder born Calder bred (1983) 4° de la Serie Los Calder
ARGUMENTO T: El último de los los Calder se debate debate entre dos pasiones. pasiones.
Ty llevaba en la venas la raza de la familia Calder pero jamás conoció de cerca el gran imperio que le pertenecía por herencia: El rancho y las tierras que se perdían en el horizonte, bajo el cielo de Montana. La joven Jessy fue quien le enseñó todo lo que debía saber acerca de la vida en el rancho, que conocía tanto como a su propio corazón de niña. Pero Ty veneraba a "la mujer", Tara, turbia y sofisticada, hija del "Nuevo Imperio Económico del Oeste", pujante, poderoso. Mas cuando Tara lo sedujo con el afán de convertirse en la dama del clan Calder y apoderarse de la fortuna que yacía debajo de la pradera, fue Jessy quien estuvo a su lado, desafiando a la muerte para salvar todo lo que le pertenecía por haber nacido de la sangre de los Calder.
SOBRE LA AUTO T RA: Janet Anne Haradon, conocida como Janet Dailey, nació el 21 de mayo de 1944 en Storm Lake, Iowa. Se graduó en 1962 en la Jefferson High School de Independence, Iowa. Acudió a una escuela de secretariado en Omaha, Nebraska, y en 1963 marchó a trabajar para una empresa de construcción
propiedad de su futuro marido, Bill Dailey. En 1974, asegurándole que podía escribir una novela romántica mejor que las que leía, el marido de Dailey la retó a que lo probase. Ella rápidamente vendió un libro a la multinacional Harlequin y 57 novelas más, incluyendo la serie "Janet Dailey Americana,". También fue una figura de primera fila para crear la colección Silhouette, para la que escribió 12 títulos. En 1979, Janet presentó su primera novela romántica dirigida al mercado masivo, que entró en la lista de libros superventas del New York Times, igual que sus libros posteriores. Hay cerca de 325 millones de ejemplares de sus obras, con traducción a 19 idiomas para 98 países. Janet fue demandada en 1997 por la también escritora romántica Nora Roberts, que la acusó de robarle su obra durante siete años. Se llegó a un acuerdo, y Nora Roberts donó la cantidad obtenida a causas literarias. Dailey atribuyó el plagio a un problema psicológico, provocado en parte por la muerte de dos de sus hermanos por cáncer y la batalla de su esposo contra un cáncer de pulmón.
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JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder CAPÍTULO 01 El cielo se cernía helado sobre la monotonía rala de las planicies de Montana. Sólo una delgada capa de escarcha había sobrevivido al azote del viento embravecido, el cual al arrastrar la nieve, teñía las curvas del terreno ondulante de un castaño eterno. La región era implacablemente hostil con quienes la desairaban; a quienes la comprendían, se obsequiaba con toda la magnanimidad de sus riquezas. Pero a aquellos que osaran depredarla de su tesoro, les haría pagar un precio fatal. La desnudez del paisaje tenía una belleza primitiva y aquella infinita ausencia de movimiento parecía continuarse hasta el confín de los tiempos. El invierno había sorprendido con crudeza el paraje y se empeñaba en permanecer en esta tierra solitaria en donde el ganado superaba en
número a la población humana. Esta desnudez de miles de hectáreas albergaba al ganado que llevaba la estampa de fuego del rancho Triple C, Compañía Chase Calder, el fundador. Una camioneta rompía la soledad de uno de los tantos senderos, ahora escarchados, que cubrían la extensión de cuatrocientos kilómetros para interconectar el rancho Triple C. Una nube de vapor se elevaba del caño de escape del vehículo como una pluma gris que, al igual que el camino, se perdía en el horizonte. No parecía haber destino posible en esa quietud hasta que la camioneta trepó a una pequeña elevación que se prolongaba hacia abajo en una depresión que la naturaleza había dibujado en la desalentadora chatura del terreno. El campamento denominado Ala Sur se emplazaba en esta porción de tierra y con otros seis, formaba un círculo alrededor del núcleo del rancho. Esa denominación era un resabio de los antiguos campamentos establecidos allí para ofrecer resguardo a los vaqueros que trabajaban en los campos alejados del rancho central. Había una cierta solidez y permanencia en las construcciones del Ala Sur; eran estructuras concebidas por manos empeñosas para que duraran una eternidad. Stumpy Niles, encargado de
ese distrito del rancho, ocupaba la gran cabaña de madera, junto a su esposa y sus tres hijos. Otra casa de troncos, achaparrada y bastante grande se alzaba en una de las colinas, no muy lejos del establo y la cuadra de parición. La camioneta se detuvo cerca de las cabañas y Chase Calder descendió. Con un movimiento lento se subió el cuello de piel de cordero de la chaqueta para protegerse del viento helado. Al igual que su padre y su abuelo, los destinos del rancho Triple C descansaban en sus manos. Debía poseer la fortaleza para sosegar lo indómito, la seguridad para dirigir las operaciones y la lucidez para resolver las dificultades. Hacía tiempo que ostentaba esta autoridad y había aprendido a ejercerla correctamente. La tierra que llevaba el nombre de su familia lo había marcado, le había arrugado la piel y endurecido los rasgos como consecuencia de las experiencia difíciles que había debido atravesar; le había aguzado los ojos castaños que debían acechar lo que se agazapaba más allá del lejano horizonte. Los casi cuarenta años de trabajo de la vida de Chase habían dejado su sello. Jamás abandonó, en todos esos años la tierra de los Calder, que estaba integrada a su alma del
mismo modo que su esposa Maggie moraba en su corazón. La portezuela del lado del pasajero al cerrarse resonó en el hondo silencio del
lugar. Los ojos de Chase se detuvieron sobre el muchacho alto y delgado que rodeaba la camioneta para ir a su encuentro. Pero no había distracción alguna en aquella mirada: este muchacho de dieciséis años era su hijo. Ty había nacido Calder, pero no había crecido como un Calder. Chase lamentaba
Escaneado y corregido por ADRI Página 3 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder mucho más esto que el motivo por el que se había separado de Maggie, dieciséis años atrás. Fueron años de larga soledad perdidos para siempre. La muerte del padre de Maggie había
despertado demasiado odio hacia cualquiera que llevara el apellido Calder. No había intentado detenerla cuando se marchó; tampoco trató de saber dónde había ido. No tenía sentido hacerlo; o al menos, era lo que pensaba en ese entonces. Pero no supo de la existencia de su hijo hasta que el oven, de quince años apareció en su vida afirmando que Chase era su padre. A pesar de lo mucho que amaba a Maggie, en ciertos momentos le dolía que jamás le hubiera hablado de Ty. Durante los años de la separación, Ty vivió en un ambiente nada severo, al sur de California. Esta tierra inmensa sería de Ty algún día, pero años preciosos de entrenamiento se habían perdido. Chase sentía que debía recuperar para su hijo esos quince años de experiencia en el menor tiempo posible. El muchacho tenía capacidad. Lo había intentado antes, pero no era más que un niño, un potrillo que no conocía el jinete que llevaba en el lomo, o que no sabía lo que se esperaba de él. Chase trataba de aprovechar al máximo la época de vacaciones escolares para hacer conocer a Ty otra faceta de la vida en el rancho: la parición de primavera. Los vaqueros solían trabajar de sol a sol hasta que la última de las vacas terminaba de parir, y esto se repetía en
todos los distritos del Triple C. Como Stumpy Niles le había informado que faltaba personal, Chase decidió traer a Ty para ayudar y a la vez, aprender más secretos del trabajo en el campo. Ty arqueó los hombros para protegerse del viento punzante que azotaba las planicies. En un gesto de camaradería, Chase palmeó el hombro de su hijo, enfundado en una gruesa chaqueta de invierno. —Ya conociste a todos los muchachos cuando trabajaste en el rodeo del otoño pasado. —Un destello de orgullo iluminó los ojos de Chase cuando miró a su hijo, sin reparar en el íntimo parecido familiar que guardaban sus ojos oscuros, el cabello moreno y la rudeza de sus rasgos. Únicamente vio la fuerza interior y el gesto desafiante de las facciones de Ty. Pero el muchacho no recordaba con mucho agrado el rodeo del otoño anterior, de modo que asintió en silencio para no manifestar la opinión que le merecían "los muchachos". Le habían hecho la vida imposible. Le habían dado los peores caballos del rancho para que aprendiera a cabalgar. Cuando no arrojaban los sombreros por debajo de las patas del caballo, lo molestaban para que cayera o encabritaban al animal con una cuerda. Si olvidaba
controlar la montura, seguramente se la habían aflojado. Le habían contado tantas historias descabelladas acerca de cómo atrapar un novillo que Ty sentía que si le hubieran dicho que pusiera sal en la cola del animal para inmovilizarlo, él habría sido tan ingenuo de creerlo. Le habían gastado más bromas de lo que se molestaba en recordar. Sin duda la
peor fue despertar una mañana y encontrar una serpiente de cascabel enroscada sobre el pecho. Había estado hibernando y el frío la paralizaba, pero Ty no lo sabía. Se llevó un susto increíble y todos los "muchachos" se retorcieron de la risa cuando comenzó a maldecirlos. Era como ser el chico nuevo del barrio. Claro, Ty nunca decía esa frase en presencia de su padre. Chase pensaba que la vida de ciudad hacía débiles a los hombres. Ty quería, más que nada en el mundo, probar a su padre que no era un muchacho débil, pero en el fondo no sabía cuánto más podría soportar. Uno de los trabajadores más antiguos del rancho, Nate
Moore, le había afirmado que todos los nuevos pasaban por aquellas pruebas, pero a Ty le pareció otra broma más. Ahora sintió el apretón de la mano sobre el hombro cuando su padre comenzó a hablar. —Stumpy debe estar en el establo. Vayamos a buscarlo para que puedas instalarte.
Escaneado y corregido por ADRI Página 4 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder —Bueno. —Con reticencia, Ty dirigió la mirada vacilante vacilante hacia donde parecía haber alguna actividad. Una niña como de diez años cruzó agachada entre las vallas de madera de la cerca y corrió hacia ellos. Una gruesa chaqueta de invierno le abultaba la figura delgada, al igual que los vaqueros metidos en el interior de las botas gastadas. Una bufanda de lana le rodeaba la cabeza sosteniéndole el sombrero del que salían hacia los costados un par de trenzas del color de la miel oscura.
— ¡Qué tal, señor Calder! —saludó a Chase con el respeto que profesan los óvenes por los mayores, con un tono servil. — ¿Cómo estás, Jessy? —Una sonrisa débil suavizó la gravedad de los labios de Chase al reconocer a la hija mayor de Stumpy. Jessy Niles siempre se había comportado como un varón. Stumpy decía que se debía a que le habían dado un pedazo de rienda de cuero viejo para morder, cuando la niña desarrolló los primeros dientes. Jugaba con cuerdas y frenos de caballo cuando las demás niñas se entretenían con muñecas. Prefería acompañar a su padre antes que ayudar a la madre en la cocina o cuidar de sus dos hermanos menores. No era una niña primorosa exactamente. Era como una pequeña pandillera, de brazos y piernas largos y demasiado desgarbada para lucir un par de botas o un vestido, siquiera. No era delicada; sus rasgos eran demasiado pronunciados: pómulos prominentes y mandíbula de ángulos precisos. El color de su piel era ligeramente pálido, el moreno de su cabellera parecía lavado y sus ojos castaños no tenían nada especial, a excepción de un brillo inteligente y una
mirada directa y a veces penetrante. —Vi que se aproximaba la camioneta —anunció Jessy mientras se volvía hacia Ty para observarlo—. Ya le avisé a papá, de modo que vendrá en unos momentos. Ty se estremeció un poco frente a la mirada aguda de la niña. Si bien estaba acostumbrado a que los adultos lo compararan con su padre, le resultaba exasperante que esta niña lo estudiara como a través de un microscopio. Apretó los dientes; estaba harto de tener que dar un examen ante cada nueva persona que conocía. —¿Conoces a la hija de Stumpy? —Chase hizo las presentaciones.— Ella Ella es Jessy Niles. Este es mi hijo Ty. Ella alargó una mano enguantada y él la estrechó de mala gana. —Me han hablado de ti —declaró la niña y Ty pensó con dolor qué habría querido decir. Le disgustaba pensar que una niñita de trenzas se riera de las estupideces que pudiera haber cometido—. Tenemos muchas vaquillonas primerizas este año, de modo que necesitaremos de toda la ayuda posible. —Jessy hablaba como si fuera ella la encargada del establo—. ¿Sabes ayudar
a parir a una vaca? Parecía como si ambos esperaran una respuesta afirmativa, tanto el padre como la niña. Pero Ty ya había aprendido a no hacer alarde de los conocimientos que no poseía. —No, pero he ayudado mucho con los potrillos —contestó secamente. No pareció impresionar a la joven. —No es lo mismo. Las contracciones de una yegua son mucho más fuertes que las de una vaca y el nacimiento es más rápido. —Brindó la información como si fuera algo de conocimiento público. —¿Y cómo va todo? —inquirió Chase.
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JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder —Hasta ahora hemos perdido un ternero —dijo Jessy con un movimiento de hombros que parecía indicar que era demasiado pronto para hacer cualquier pronóstico
definitivo. Luego se le iluminaron los ojos—. Tres de los muchachos ya le han avisado a papá que dejarían de trabajar a fin de mes y que quieren que les paguemos para que puedan ir al sur. Se han adelantado mucho. El año pasado quisieron irse mucho después. Chase esbozó una sonrisa; sabía que los vaqueros amenazaban con retirarse durante la época de parición mucho más que en cualquier otra, aunque muy pocos lo hacían en realidad. La mirada de Chase se apartó de la niña cuando advirtió que Stumpy se aproximaba. Los pasos del hombre hacían crepitar la hierba escarchada. Stumpy Niles era un hombre bajo; con los cuatro centímetros de los tacos de sus botas apenas llegaba al metro sesenta de estatura. Pero lo que le faltaba en altura le sobraba en energía y pragmatismo. Tenía una gran dosis de sentido del humor pero a la vez era muy responsable con el trabajo. Al igual que Chase, había nacido y se había criado en el rancho. Su abuelo había trabajado para el abuelo de Chase, tradición que se continuó en las generaciones posteriores. Hubo muchas familias en el rancho que jamás conocieron otro hogar. Nadie se retiraba
cuando envejecía; sólo se le asignaban tareas más livianas. A los diez años, Jessy Niles ya alcanzaba el hombro del padre. No había un parecido que los señalara como padre e hija. Ella era delgada, de piernas largas; él en cambio era compacto, pequeño. De cabello y ojos oscuros, Stumpy parecía poseer dinamismo y energía inagotables; ella, por el contrario, se mostraba calma, sosegada y contenida. Se intercambiaron saludos y Stumpy comentó: —Necesitaremos toda la ayuda posible. Por suerte escogieron esta época para dejar que los niños salgan de la escuela. Los hijos de casi todos los que viven en el Triple C están trabajando en el establo —acotó Chase —. Ty no tiene por qué ser una excepción. Tan sólo dile dónde quieres que trabaje y qué quieres que haga. Stumpy miró a Ty. —Bueno, muchacho, puedes llevar tus cosas a la casa de troncos donde duermen los vaqueros y descansar un poco. Trabajamos en dos turnos; te tocará el de la noche, de modo que comenzarás a
las cinco de la tarde y quedarás libre a las seis de la mañana. "Demonios", pensó Ty, pero se tragó la angustia. Si había una tarea desagradable o un horario incómodo se lo asignaban a él. Su padre le había advertido que tendría que pasar por todo eso hasta tanto no probara que era bueno para el trabajo, pero nunca hubiera imaginado que la prueba sería tan larga. De él se esperaba que soportase lo más difícil, pero una gran impotencia le oprimía el pecho, y las presiones externas no hacían más que exacerbar esta sensación. Lo único que deseaba era que su padre se sintiera orgulloso de él, pero le parecía algo inalcanzable. —Deja que le enseñe la casa de troncos, papá —se ofreció Jessy—. Le mostraré el resto de las cosas. —Está bien —concedió el padre con una sonrisa. —¿Dónde está tu ropa? —Jessy se volvió hacia Ty y le dirigió otra de sus miradas inquisidoras. Aunque no lo demostraba, le gustaba este muchacho de rasgos definidos y musculoso.
— En la camioneta. —El frío parecía que lo obligaba a hablar entre dientes, o así pensaba Jessy sin advertir la exasperación que le apretaba la mandíbula—. La traeré.
Escaneado y corregido por ADRI Página 6 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder Después de que Ty recogió la mochila y el saco de dormir, Jessy fue hacia la casa dormitorio de los vaqueros y giró la cabeza hacia atrás para asegurarse de que el muchacho la seguía. — Regresaré el domingo por la tarde para recogerte, Ty —informó Chase mientras su hijo se alejaba; éste respondió con un movimiento afirmativo. Chase observaba cómo caminaban los dos óvenes en silencio hacia la casa de troncos mientras hablaba a Stumpy—. Mucha gente cree que los rancheros dejamos las vacas a merced de la suerte cuando tienen que parir, sin importar los extraños, los animales de rapiña y las complicaciones del alumbramiento. Era una indirecta que aludía a lo que Ty había creído. Así fue cómo se hacía cien años atrás, pero
le había explicado que ahora se tomaban precauciones y cuidados especiales. —Una vaca y su ternero cuestan demasiado como para dejarlos librados sólo a la naturaleza. Ocho de cada diez vacas no tienen problemas, pero bien vale prevenir esas dos posibilidades de dificultad, aunque cueste mucho —declaró Stumpy y luego se echó a reír y su aliento dibujó una nube bamboleante de vapor—. Demonios, la mayoría de los tipos de la ciudad creen que todo lo que hace un ranchero o un vaquero es juntar una vaca con un toro, mirar luego cómo tienen su cría, hacer el rodeo de primavera para volver a marcar y en el otoño llevarlos al mercado. Jamás piensan en el trabajo de capado, vacunación, asistencia médica y alimentación, sin contar todo el trabajo que nos dan además de eso. —Sí, Stumpy, llevamos una vida muy fácil y no lo sabemos. —Sus —Sus labios ampliaban la sonrisa mientras observaba a los dos jóvenes—. ¡Vaya hija que tienes! Se parece a la madre, ¿no es cierto? En realidad no era una pregunta puesto que Chase conocía a Judy Niles casi tanto como a Stumpy. Era una mujer afable, de cabellera del color de la arena, un poco más alta que el esposo y atractiva en muchos aspectos.
—Tendría que verla ayudando a la vaca a parir, tirando del ternero en temperaturas muy bajas —dijo Stumpy con cierto tono de orgullo—. Los dos muchachos, Ben y Mike se pasan más tiempo cabalgando que ayudando. Claro que son muy pequeños todavía. Pero Jessy está siempre allí, sin que se lo pida. Si ella quiere, no la detendré. Es una pena que no sea varón. Tiene todas las dotes para ser un vaquero de primera. —Bueno, dejará estos modales de varón cuando descubra a los muchachos — pronosticó Chase con un guiño de complicidad. —Tal vez —asintió Stumpy. La llegada de ese día le provocaba una profunda inquietud—. Sé que a su madre le gustaría que la ayudara en la casa. Hablando de madres... — Hizo una pausa y levantó la cabeza para mirar a Chase—. ¿Cómo está Maggie? —El doctor dice que está bien; que no debemos preocuparnos por nada. —Un cálido destello pareció emanar de la profundidad de los ojos castaños, como un orgullo interior que pugnaba por salir. —Ya le falta poco, ¿no? —preguntó Stumpy y entrecerró los ojos como para recordar.
—Para el primero de mayo, de modo que faltan dos meses para que nazca el
bebé. —Pero no se sentía tan despreocupado como aparentaba—. El senador vendrá con otra gente que quiere presentarme. Será mejor que me apure. Cuando Ty cruzó el umbral de la casa dormitorio que la niña le había enseñado, escuchó el motor de la camioneta y miró sobre su hombro. El vehículo dio marcha atrás y retomó el camino que lo alejaba del campamento. Supo que quedaba solo una vez más. Sus sentidos se aguzaron al máximo cuando cerró la puerta y se volvió hacia el interior de la habitación.
Escaneado y corregido por ADRI Página 7 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder Era un cuarto sencillo, pequeño. Había en una esquina una colección de sillas y una mesa; un
sofá y un par de sillones que exhibían cicatrices de la indiferencia de los vaqueros, ocupaban la otra esquina. Un barril convertido en estufa dividía la habitación, y refulgía con un fuego rojo al combatir las bajas temperaturas exteriores. Contra una del las paredes se apoyaba una silla rota, que se utilizaba para avivar el fuego. Una diversidad de láminas, fotografías del Oeste y de chicas formaba en las paredes una abigarrada decoración. — El baño está detrás de aquella puerta. —Jessy señaló a la derecha y se acercó a la estufa para entibiarse las manos—. Las camas están allí adentro. —Indicó la dirección opuesta con un movimiento de la cabeza; aún llevaba puesto el sombrero—. De las que están vacías, puedes elegir la que quieras. Ty se acomodó la mochila en la espalda y se encaminó a la puerta abierta que estaba a la izquierda. El dormitorio estaba dividido en pequeños cuartos con camas de metal vacías, que los vaqueros ocupaban con sus sacos de dormir para que les sirvieran de manta y colchón. Los primeros camastros, los más próximos a la habitación común, y por tanto, los que más se
beneficiaban con el calor de la estufa, estaban todos ocupados, tanto por las diferentes pertenencias como por los mismos dueños que, en bultos informes, dormían plácidamente. Se detuvo frente a la primera cama vacía, descargó sobre ella la mochila y el grueso saco de dormir. En la pared había ganchos para ropa, que le servirían para colgar el sombrero y las pocas prendas que traía. —¿Has encontrado una ya? —se oyó la voz inquisidora de la niña. —Sí. —Se puso de espaldas a la puerta y comenzó a desembarazarse de la chaqueta pesada. Con la ropa interior térmica y la camisa de lana no pasaría frío en la relativa calidez de la casa dormitorio. Los pasos de Jessy se detuvieron frente a la puerta. — Si no tienes ganas de descansar ahora, hay café caliente en la cocina. —No, gracias. —Ty colgó la chaqueta pero se dejó el sombrero puesto y comenzó a desatar el saco de dormir para extenderlo sobre la cama. La divisó por el rabillo del ojo; estaba apoyada contra el marco de la puerta, con la chaqueta desabotonada y la bufanda que le colgaba del cuello. Deseó que lo dejara de
examinar con esos ojos penetrantes; lo incomodaba. Vio que llevaba en la mano, ahora sin guantes, una taza de café humeante. Se la acercó a la boca ancha, soplando para que enfriara sin dejar de sorber el café caliente y bien oscuro. Ty todavía no podía digerir el café tan fuerte que se bebía en el rancho, a
menos que lo alivianara con leche. —No deberías tomar eso. —Ty abrió el saco y lo extendió—. Te Te atrofiará el crecimiento. —He bebido café desde los seis años. —Una cierta diversión animaba su voz —. No quiero pensar cuánto mediría si no lo hubiera hecho. —Hizo una pausa, luego agregó: —Además, no me ha erizado el cabello ni me han crecido en el pecho. Cuando acabó de acomodar el saco de dormir, Ty dispuso la mochila con su ropa y la máquina de afeitar en un extremo de la cama, a modo de almohada. Como la niña no mostraba intenciones
de irse, Ty se estiró en la cama y se tapó la cara con el sombrero. —Voy a descansar un poco —dijo, en caso de que la niña no hubiera recibido el mensaje. El sombrero apenas le ahogaba la voz. —Bueno, hasta la noche —respondió Jessy Niles, sin que el comportamiento del muchacho le
Escaneado y corregido por ADRI Página 8 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder resultara chocante o impertinente y se alejó de la puerta. Como los pasos se perdieron, Ty apartó un poco el sombrero de la cara, se puso las manos debajo de la nuca y fijó los ojos en el cielorraso. Sentía una agitación que llegaba casi al dolor. No tenía nadie a quien acudir, nadie a quien confesar sus frustraciones. Era demasiado grande para correr llorando a los brazos de su madre y puesto que lo que más deseaba era ganarse el respeto de su padre, era una locura ir a contarle sus problemas. Quería resolverlos por sí mismo, pero hasta ahora nadie parecía darle esa posibilidad. Había tanto que aprender que cuando apenas
sentía que conocía los rudimentos de una tarea, siempre aparecían cosas nuevas que ignoraba o que los demás se empeñaban en que no comprendiera hasta que se sentía como un verdadero idiota. El regreso a El Colono, nombre con que se apodaba la parte central del Triple C, llevó más de dos horas. El suntuoso bimotor detenido en la pista de aterrizaje privada próxima a El Colono advirtió a Chase que el senador Bulfert había arribado durante su ausencia. Luego de detener la camioneta frente a la casa lujosa de dos plantas, Chase cruzó el amplio porche que cubría toda la extensión de la entrada sur y llegó hasta la puerta doble de madera. La casa había sido construida con el cuidado de las manos de un artesano hacía muchas décadas y poseía la rara virtud de la personalidad propia. Aunque pasaran dos siglos, todavía se mantendría perfecta, y si Chase lo lograba, aún la habitaría uno de los Calder. Cuando penetró en el gran vestíbulo abierto, Chase escuchó voces que provenían del estudio que se encontraba a su izquierda. Doug Trumbo, uno de los empleados del rancho cargaba varias maletas abultadas en dirección a la escalera que desde la sala conducía a la
segunda planta donde se hallaban los cuartos de huéspedes. Se dirigió hacia las puertas abiertas del estudio y no bien entró buscó con la mirada a Maggie. Estaba sentada junto a la ventana, el cabello negro relucía bajo la luz del sol y uno de sus brazos descansaba, sobre el vientre henchido. El sólo verla siempre le despertaba las ansias más sedientas y a la vez una dulce sensación de profunda ternura. Lo recibió con una sonrisa cuando Chase se aproximó a la ventana. El se quitó los guantes y los guardó en un bolsillo de la chaqueta. Aunque debía su atención al resto de los invitados, se inclinó sobre la esposa para tomarle la mano. — Lamento no haber estado aquí cuando llegó —se disculpó Chase mientras repasaba con la mirada a los cuatro invitados. Ya le era familiar la cara regordeta del senador y la del secretario, Wes Govern. —No se preocupe. Vinimos más rápido de lo que pensábamos. Volamos con viento a favor — repuso el senador, que hablaba apresuradamente. Los años ya le marcaban las mejillas redondas y tenía bolsas debajo de los ojos—. Llegamos hace sólo unos minutos. Wes no ha tenido tiempo de
servir una vuelta de whisky todavía. —Con un leve movimiento de cabeza dirigió instrucciones precisas al asistente. —Chase bebe whisky, Wes. — Lo recuerdo —asintió el hombre y agregó otra copa a la bandeja. — ¿Cómo ha ido todo? Bien, espero —inquirió el senador sin dar lugar a que Chase respondiera—. ¡Ya no necesita de mi ayuda para comprar las tierras, ¿verdad?! —tanteó con un guiño, a modo de conspiración. —No. —La mirada de Chase pareció endurecerse ante la alusión al arreglo arreglo de la compra de varios miles de hectáreas de tierras fiscales en el que Bulfert había participado hacía unos años. Era la última parcela de tierra arrendada que había pasado a manos de los Calder.
Ahora Chase era
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El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder propietario de todas las tierras que constituían el rancho Triple C. —Chase, quiero que conozca a Eddy Joe Dyson. —El político palmeó los hombros del hombre de contextura menuda; este gesto y un lenguaje tácito sugirió a Chase que los dos hombres estaban unidos en una misma causa, cualquiera fuese su naturaleza—. Tenía mucho interés en que se conocieran. E.J., te presento a Chase Calder. Chase se apartó un poco de la esposa para estrechar la mano del hombre, ya algo entrado en años, quien vestía un costoso traje azul marino con ribetes blancos. Chase calculaba que superaba los cuarenta años. Tenía la mano suave y sin callos y su piel no exhibía el color reseco de los hombres de campo, aunque llevaba un sombrero de fieltro blanco, a la usanza ganadera. —Bienvenido al Triple C, señor Dyson. —El estilo estilo vaquero con que vestía era sólo un disfraz, aunque la mirada que le devolvió no tenía nada de superficial. Es más, Chase detectó en ella un inconfundible destello de sagacidad. —Gracias. Todos mis amigos me llaman E.J. Me complacería mucho que
usted y su esposa me llamaran de igual modo. —El hombre se volvió para presentar a su acompañante —. El es mi socio, George Stricklin. Alto, rubio, diez años más joven que el otro, el segundo hombre usaba un par de anteojos de oro que se quitó y guardó dentro del bolsillo superior del traje con un movimiento preciso. A pesar de su aspecto atlético, tenía un aire estudiado y circunspecto. Sus dedos eran afinados y largos y sólo asintió con un gesto cuando estrechó la mano de Chase. Dyson volvió a hablar luego de dirigir a Maggie un gesto de cortesía. —Confieso haber pensado que la belleza de las mujeres de Tejas no podía igualarse, pero al conocer a su encantadora esposa me vi obligado a cambiar de opinión. —Creo que no podría contradecirlo —murmuró Chase y cruzó una mirada con los intensos ojos verdes de Maggie. Ahora que el malestar matinal había pasado, se veía espléndida. Jamás quiso creer aquello de que las mujeres se ponían más hermosas durante el embarazo, pero Maggie nunca le había parecido tan hermosa como en este instante. —¿Usted es de Tejas? —intervino Maggie desviando con habilidad la
conversación para evitar más halagos. Por más feliz que se sintiera, aún guardaba cierta inseguridad y timidez que la llevaban a desoír los cumplidos. —Así es —contestó el hombre con una lentitud que lo hacía atractivo—. Ese Ese par de cuernos me hace sentir como en casa —dijo refiriéndose a la cornamenta que decoraba la repisa del gran hogar de piedra que dominaba la habitación, con leños de cerezo ardiendo en el interior. —Pertenecieron a un novillo de Tejas. Hasta podría decirse que este rancho ha sido fundado sobre cuernos tejanos —admitió Chase a la vez que aceptaba una copa con una medida de whisky y hielo de manos del asistente del senador. —Creo recordar que su padre me dijo que su familia provenía de la zona de Fort Worth. —El senador extrajo del bolsillo un puro y dirigió a Maggie una mirada inquisidora. La mujer concedió el permiso con gesto silencioso—. La tierra predilecta de E.J. —Se tanteó los bolsillos en busca de un encendedor, pero el secretario le ofreció lumbre antes de que el senador lo
encontrara—. Algunos capitales en juego, ¿no es así, E.J.? La relación entre Dyson y su socio siempre le había resultado inusual al senador. Alguna vez había definido a Stricklin como el cerebro de la compañía y a Dyson como la fuerza emprendedora. Cada uno de los movimientos del silencioso Stricklin estaba deliberadamente calculado por aquella
Escaneado y corregido por ADRI Página 10 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder mente que se asemejaba a una computadora. La lógica pura dictaba cada una de sus decisiones. En cambio, Dyson actuaba por instinto y se jugaba entero por una corazonada. Era una sociedad muy particular, un equilibrio perfecto, cuyo dominio aparentaba descansar en manos de Dyson.
—No puedo negar que tengo algunos intereses comerciales —admitió Dyson y echó una mirada a Chase como si fuera el objeto de un próximo negocio. —Si piensa embarcarse en el negocio ganadero, necesitará invertir capitales nada despreciables —adelantó Chase secamente. El político y el tejano intercambiaron una breve mirada. —Podríamos decir que estoy más interesado en lo que está debajo de la tierra que en lo que se encuentra por encima de ella. Y es por eso que pedí al senador que nos presentara. Entre otras actividades, me dedico al negocio de la explotación del petróleo y el gas natural. Chase arqueó una ceja en un gesto de curiosidad. Se produjo un silencio. Dejó la copa sobre la mesa que estaba junto a su esposa y se quitó la chaqueta. Sólo se oía el crepitar de los leños. —Creo que se equivoca. Esta zona de Montana no es la más apta para sus propósitos. —Chase rompió el largo silencio—. Debe poner la mira en el área de Badlands o en el condado de Powder River. —Estas tierras ya están siendo explotadas por otras compañías —repuso Dyson —. Bueno, no
soy ningún experto, pero trataré de arrendarlas. Quiero apostar mi dinero a encontrar nuevas tierras, para no competir con las grandes compañías. —¿Debo suponer, entonces, que ha venido hasta aquí porque cree que encontrará petróleo en las tierras del Triple C? —inquirió Chase algo confuso. —Si está al tanto de lo que sucede en Badlands y en Powder River, debería saber, entonces, que se han hallado nuevos pozos cerca de la base de las Rocallosas. Y eso está muy cerca del límite occidental de sus tierras —le recordó E.J. con tono calmo y casi desafiante—. Podría haber venido con el geólogo de mi empresa para que le hablara de las capas rocosas y de lo prometedora que parece una porción de sus tierras. Pero supongo que le resultaría tan incomprensible como a mí. Ahora bien, Stricklin ha hecho todos los cálculos y dice que es muy probable que encontremos petróleo. De modo que he venido para concretar la adquisición de esos derechos. Chase no hizo gesto alguno que indicara lo que sentía en realidad. Dirigió una mirada a Maggie y bebió un sorbo de whisky. Cuando volvió a mirar al hombre, sus ojos se habían aguzado. —Sin duda deberá pensarlo con tranquilidad. Estoy abierto a toda propuesta
— prosiguió el hombre. Era una decisión que requería algún tiempo.
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JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder CAPÍTULO 02 Maggie despertó por un ruido en la oscuridad de la habitación. Se incorporó sobre un codo para alcanzar el interruptor de la lámpara. —Chase, ¿eres tú? —preguntó cuando la luz reveló la figura del esposo sentado en un sillón, quitándose las botas. —No quería despertarte. —Dejó una bota en el suelo junto a la compañera y comenzó a desabotonarse la camisa. El cansancio apagaba los severos rasgos masculinos. Se veía preocupado
a pesar de la mirada cálida que dirigió a su mujer. —¿Te has quedado conversando hasta ahora? —Las manecillas del reloj estaban por dar la medianoche. Maggie se había retirado mucho antes; su embarazo le exigía largas horas de reposo. —Sí. Maggie percibió un dejo de exasperación en la respuesta monosilábica. Si bien Chase no solía excluirla de los asuntos de negocios, conservaba aún la costumbre del Oeste por la que un hombre amás debía buscar el consejo de una mujer. —¿Y bien? —había cierto desafío en la voz de la mujer; quería que le dijera qué pensaba porque resultaba imposible saberlo cuando se escondía detrás de esa máscara impasible —. ¿Qué piensas de la propuesta de Dyson? Los labios de Chase dibujaron un rictus seco. —Te lo diré luego de que haya investigado al hombre personalmente. El senador tiene grandes intereses en todo esto, de modo que no haré caso a sus recomendaciones acerca de él. —Hizo una pausa; sabía que no le había dicho nada de importancia—. Pero no rechazaré
la posibilidad de arrendarle parte del rancho para que se efectúen las excavaciones. Hace ya mucho tiempo que pasó la época en que los ganaderos se negaban a que se buscara petróleo en las tierras de su propiedad. —De modo que piensas decidirlo luego. —El brazo se le había acalambrado de sostener el peso del cuerpo y se acomodó sobre las almohadas. —No debemos apresurarnos. Si hay gas o petróleo debajo de esta tierra, seguirá estando allí de aquí a dos meses... o dos años. —Chase se puso de pie y comenzó a vaciar los bolsillos de los pantalones. Se dirigió a la mesita que estaba junto a la silla y advirtió que le esperaba una pequeña pila de correspondencia—. ¿Qué es esto? —Llegó un informe del psiquiatra que atiende el caso de mi hermano, él también escribió unas líneas. —Si bien Maggie lo dijo sonriendo había un destello de preocupación en sus ojos verdes. Sabía que aquel instituto para enfermos mentales era el mejor; pero Culley era el único familiar que tenía—. El doctor dice que ha mejorado bastante. Hasta cree que pronto podrá recibir visitas. —Pero no hasta después de que nazca el bebé, Maggie —dijo con cierta
severidad—. No me interesa si el médico dice que puedes verlo mañana mismo. —Esperaré. —Pero no lo hacía porque él se lo ordenaba—. Según el doctor, sería contraproducente en esta etapa del tratamiento, que Culley supiera que estoy esperando un hijo tuyo. Y no es algo que pueda ocultar con facilidad. —Las últimas palabras intentaron ser una broma, pero se cubrió el vientre en actitud protectora. El odio obsesivo e irracional hacia todo lo que tuviera relación con el nombre de Calder fue lo que había llevado a la locura a Culley.
Escaneado y corregido por ADRI Página 12 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder Chase recorrió con un dedo el sobre que exhibía impresa la dirección del instituto, pero no sacó la carta.
—¿Qué dice Culley en la nota? —Me pregunta por el rancho y el ganado. Quiere saber cómo pasó el invierno. —El hermano creía que el pequeño rancho de la familia O'Rourke aún estaba en manos de Maggie. Se resolvió que no era conveniente informarle que el rancho que limitaba al norte con el Triple C, producía para los Calder. Chase profirió un sonido incomprensible, a modo de respuesta, mientras dejaba el sobre y luego terminó de desvestirse. Maggie se hizo a un lado para que pudiera usar la mitad de la almohada cuando se introdujo desnudo en la cama. El quería sentirla más cerca y la atrajo hasta sí. El calor del cuerpo masculino inundó la suavidad de la piel de mujer. —¿Cómo te sientes? —Chase acercó la cabeza a la de ella para rozar rozar con la nariz los bucles negros que le rodeaban las sienes. —Embarazada. —Maggie giró la cabeza para mirarlo y dibujó una sonrisa débil. Chase recorrió con las manos el bulto del vientre de la mujer, apenas cubierto por un delgado
camisón de seda blanca. Los ojos le brillaron cuando sintió un leve movimiento. —Parece que nuestro hijo será muy activo. La expresión de Maggie se tornó seria. —Si es una niña, me gustaría llamarla Cathleen, como mi tía. —Cathleen Calder. —Chase lo repitió varias veces en silencio silencio y luego lo aprobó con un gesto—. Me agrada. —¡Qué bien! —Suspiró complacida y sus labios se separaron en una sonrisa amplia. —Pobre Ty, le tocó el turno de la noche. Tendrá que trabajar en el establo — murmuró Chase mientras recorría con la mirada los pechos henchidos que la puntilla del camisón apenas podía contener. —Debe estar helado afuera. —Maggie sintió un escalofrío y se acurrucó unto al cuerpo musculoso de Chase. —Te amo, Maggie —musitó y cubrió la boca de su mujer con un beso sediento. El aire frío de la medianoche trajo el aullido solitario de un coyote. El cielo que envolvía la cuadra de parición era una masa de estrellas de hielo que parecían fundirse con las planicies
escarchadas de Montana. Un viento polar se arremolinaba en las construcciones erigidas en una depresión del terreno, bajando la temperatura hasta hacerla insoportable. Entumecido por la crudeza del frío Ty se arrebujó en la chaqueta y hundió la mandíbula y la boca en la espesura del cuello de oveja para calentar el aire que respiraba. Apenas sentía las piernas, lo cual le dificultaba el paso, pero debía seguir caminando para activar la circulación de la sangre. El frío le hacía gotear la nariz y debía respirar casi exclusivamente por la boca. Iba con los brazos cruzados y llevaba las manos enguantadas debajo de las axilas para que no se congelaran. La capa de polvo que cubría las débiles bombillas de luz apagaba aun más el magro destello. La paja seca se hacía oír debajo de las patas de los animales intranquilos y los mugidos se confundían con las sordas maldiciones de los vaqueros.
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JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder Ty volvió a mirar la vaca que Stumpy Niles había dejado a su cuidado, puesto que él debía ayudar a otros vaqueros que atendían a un animal que rechazaba al ternero recién nacido. Tenía que observar el trabajo de parto. Cuando Ty se presentó a trabajar esa noche, Stumpy lo llevó con él para que estudiara cada uno de los partos y le dio instrucciones y consejos. Todos los partos habían sido normales, de modo que Ty casi no debió intervenir. No había habido mucho revuelo entre los muchachos, debido principalmente a la presencia de Stumpy. Cuando aparecieron los del turno de la noche, dos de los vaqueros que Ty había conocido en el rodeo de otoño comenzaron a fastidiarlo. Ty trató de ignorarlos. Echó una mirada dentro de la cuadra de parición, pero no había señales de que Stumpy hubiera regresado. Volvió los ojos a la vaca. El parto estaba muy avanzado; había mucha dilatación pero hasta ahora nada sucedía. La vaca tenía los ojos desencajados, rodeados por unos círculos blancos.
Ty presintió que algo malo estaba pasando. Trató de generar calor saltando en un pie y luego en el otro. Sentía que las orejas se le desprenderían en cualquier momento a pesar de la espesa bufanda de lana que las cubría. Jamás había sentido tanto frío como cuando se acercó a la vaca y se arrodilló junto a la cola. —¿Por qué no sale tu ternero, linda mamita? —Las palabras de preocupación no pasaron de un murmullo; tenía los músculos faciales demasiado entumecidos para articular bien las palabras. —¿Está sufriendo mucho la pobre? Cuando Ty levantó la cabeza, vio las mejillas rozagantes de Jessy Niles, enfundada en un grueso ropaje que motivaba un gracioso vaivén al caminar. Le desagradaba que una niña de diez años mirara por sobre su hombro, en especial porque no estaba muy seguro de lo que debía hacer. —¿Qué haces aquí afuera? Deberías estar en la cama, ¿no? —No podía dormir y me levanté. —La chaqueta abultada ocultó el movimiento que hizo con los hombros—. El ternero deberá salir en cualquier momento. Ty había pensado lo mismo unos minutos antes, pero hasta ahora no había señales del ternero. La vaca tenía problemas. Un sudor frío comenzó a correrle por la piel. Luego
vio algo y sintió un gran alivio. —Aquí viene —anunció a la vez que una contracción expelía otra porción del oscuro objeto embolsado. Un momento después volvió a estremecerse de desesperación. En lugar de un par de patas, emergió la cabeza blanca del ternero. Cerró los puños de impotencia. —Será mejor que traigas a tu padre. Dile que se apure. Lo Lo primero que saldrá es la cabeza. Jessy Niles no precisó que se lo repitiera para salir corriendo a localizar a su padre e informarle de la situación. La espera se tornaba angustiante. El animal necesitaba ayuda puesto que la dilatación no era suficiente para permitir el paso del cuerpo y las patas delanteras. En un parto normal, salían primero las patas y luego la cabeza. Cuando Jessy regresó, casi sin aliento debido al frío excesivo, Ty la miró con desesperación. Ella se detuvo a su lado e hizo un gesto negativo con la cabeza mientras trataba de recuperar la voz. Cayó arrodillada sobre el colchón de paja. —No puede venir —dijo cuando recobró el aliento. Un profundo temor se
apoderó del muchacho—. Dijo que... deberás encargarte tú.
— ¿Yo? —Ty miró a la vaca con impotencia. Jessy no tardó en comprender que el muchacho no sabía qué hacer. De inmediato se hizo cargo
Escaneado y corregido por ADRI Página 14 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder de la situación. Le habían contado que había visto el primer parto de un animal cuando tenía cuatro años de edad. Desde entonces, había presenciado infinidad de alumbramientos y observado las situaciones más complicadas. —Primero tienes que empujar la cabeza hacia atrás entre una contracción y otra. Rápido, quítate la chaqueta y los guantes. —Las instrucciones de la niña no se
hicieron esperar. Ty vaciló un momento. La serena fortaleza de la voz de la niña era una herencia de su padre. Los dedos entorpecidos por el frío se apresuraron a desabotonar la chaqueta. La situación era demasiado urgente como para reparar en el aire helado cuando por fin se arremangó la camisa hasta el codo. Siguiendo las instrucciones de Jessy, Ty logró empujar el feto hacia el interior del vientre de la vaca y luego lo hizo girar para ubicarlo en la posición de parto normal. Cada movimiento lo atemorizaba hasta la fibra más íntima y el corazón parecía galoparle dentro del pecho. Se sentía débil y torpe y el estómago se le retorcía con una enfermante intensidad. Un sudor helado le cubría la piel. A intervalos regulares, las contracciones musculares le aprisionaban el brazo y hasta lo obligaban a veces, a esperar que cesara la presión. Pero, paulatinamente las contracciones se debilitaron. Una vez que hubo logrado ubicar al feto en la posición correcta, la joven madre estaba demasiado extenuada para ayudarlo a dar a luz. Ty respiraba con gran dificultad y sus músculos tensionados jalaban y
descansaban, alternativamente. Por fin emergieron las manos y la cabeza del animalito, luego la mitad del lomo. —De prisa —urgió Jessy con una vehemencia que Ty no llegaba a comprender. Al instante vio que Jessy se abalanzaba sobre la vaca para asistir en el alumbramiento. Una vez que el ternero acabó de salir, Ty se sentó un instante para calmarse. Pero Jessy no se detuvo; comenzó a limpiar de las narices del recién nacido la membrana mucosa del saco que lo envolvía. —¡No te quedes allí sentado! —Un destello de impaciencia le iluminó iluminó los ojos castaños—. Aún tiene el cordón enroscado al cuello. Después de la odisea del alumbramiento, no podía permitirse perder el ternero. La apartó con el codo y levantó la cabeza del animal para desenroscar el cordón umbilical. Se inclinó sobre la cara húmeda y velluda y sopló dentro de las narices del modo como le había visto hacer a un cuidador de caballos con un potrillo recién nacido para limpiar los conductos de aire. —¿Sentiste algún movimiento mientras acomodabas el ternero dentro de la vaca? — Jessy había buscado un paño y frotaba con fuerza el cuerpo del ternero para estimular la circulación.
—No recuerdo. —Ty apoyó la mano para ver si sentía algún latido cardíaco mientras intentaba recordar si el feto lo había pateado. —Está muerto —concluyó Jessy decididamente y dejó de frotar. Ty apretó los dientes; no quería admitir que el ternero había nacido muerto. Se sentía culpable. Si hubiera tenido más conocimientos, tal vez lo habría salvado. Ya vencido, bajó la cabeza.
—Toma. —Jessy le extendió el paño—. Será mejor que te limpies el brazo. De pronto advirtió que tenía el brazo pegoteado y el frío coagulaba el líquido sobre la piel desnuda. Tomó el paño y se refregó hasta que sintió un ardor agudo. Luego se bajó la manga y buscó la chaqueta para combatir el frío que ahora se hacía sentir, con rigor. —Al menos la vaca está bien —dijo la niña a modo de consuelo.
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3° de la Serie Los Calder La mirada de Ty era sombría y compungida cuando se encontró con la de Jessy. Observó al ternero color terracota con cabeza y patas blancas, inmovilizado por la muerte. Era, en efecto, algo consolador pensar que podría haber perdido también a la madre. Dejó escapar una sonrisa amarga cuando advirtió que ni siquiera sabía qué hacer con el animal muerto. La tierra estaba demasiado helada como para enterrarlo. Tal vez debía arrojarlo a los coyotes para que lo devoraran. —Tienes frío —observó Jessy por el color blanquecino que había adoptado la piel de sus pómulos y mandíbula—. Será mejor que bebas un poco de café. Hay un termo junto a la puerta. Tendremos que esperar un buen rato hasta que salga la placenta. Si quieres ir a buscar una taza, yo me quedaré. —No. —Los dientes comenzaron a rechinarle, pero Ty se había empeñado en terminar él mismo el trabajo. Stumpy le había dicho que se encargara de todo y no iba a permitir que hablaran mal de
él por dejar el trabajo a medias. Pero, demonios, no había duda de que la niña podía hacerlo mejor que él. —¡Eh, chico! —una voz anunció la llegada de uno de los muchachos. Ty se puso de pie de un salto cuando reconoció a Sid Ramsey, uno de los vaqueros que siempre lo fastidiaba—. Stumpy dijo que necesitabas ayuda. —Ya no. El vaquero esbozó una sonrisa, y su aliento se dispersó en el aire helado como bocanadas de humo. Sin embargo el frío parecía resultarle insignificante por la soltura con que caminaba. —¿Ya has aprendido por cuál de los agujeros sale el ternero? —Está muerto —repuso Ty en tono tajante—. Se estranguló. estranguló. —Se supone que no debes matarlo para que salga, chico —bromeó el vaquero al aproximarse al ternero muerto. —Tenía el cordón enroscado al cuello —le informó Ty en tono defensivo e irritado. —Al menos nos has conseguido señuelo para los coyotes, de modo que tengo que admitir que sirves para algo. —El vaquero giró la cabeza para escupir jugo de tabaco sobre la paja y luego se
secó la boca con una mano enguantada. Dirigió a Ty una mirada burlona. —¡No tienes derecho a decir eso, Ramsey! —dijo Jessy a modo de reprimenda. Conocía bien a los vaqueros como para saber que tenían un sentido del humor que a veces rozaba el límite de la crueldad. En su opinión, el hombre no tenía derecho de provocar a Ty Calder y no podía quedarse callada frente a una injusticia. Que lo defendiera una niñita de trenzas que ni siquiera alcanzaba la pubertad fue la gota que derramó el vaso para Ty. —¡No te metas en esto, Jessy! —Bueno, bueno —se mofó el vaquero—. ¡Qué carácter! Sentía fuego en las venas. Estaba a punto de explotar. —Cierra la boca, Ramsey —musitó Ty entre dientes y fue hacia la puerta.
Necesitaba salir de allí. —Eh, ¿por qué tanta prisa? — El vaquero le interrumpió el paso—. ¿Dónde crees que vas?
—No es cosa tuya, de modo que apártate de mi camino. — A pesar de que el vaquero le llevaba diez años Ty lo aventajaba físicamente, sin importar su falta de experiencia. Sin la menor vacilación, lo empujó de los hombros con las dos manos contra uno de los postes
Escaneado y corregido por ADRI Página 16 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder centrales que sostenían el techo. La agresión tomó, por sorpresa al vaquero. Ty llegó a la puerta, sin ver que el vaquero se había enderezado. —Eh, ¿qué te he hecho? —preguntó confuso—. Sólo estaba bromeando. Ty se detuvo y se volvió enfurecido. —Tus bromas no me hacen reír, así que esfúmate. —¿Qué se supone que debo hacer? —dijo el vaquero en tono desafiante. —Todo lo que quiero es que no me molestes ni un minuto más y que me dejes en paz. —Había crudeza en su voz—. Déjame en paz. Ramsey lo miró con ojos aguzados pero no atinó a responder. Ty comenzó a caminar hacia el
otro extremo del cobertizo; aquel estallido de ira le quemaba las venas. Estaba exhausto, se sentía culpable e inútil. Se sirvió un tazón de café y se sentó junto a los termos. En realidad no le gustaba el café tan fuerte, pero era una buena excusa para salir del paso del vaquero. Se dejó caer sobre unos fardos de paja que había contra la pared, apoyó los codos sobre los muslos y separó las rodillas para sostener el tazón con las dos manos. Sentía un nudo en la garganta, le ardían los ojos y apenas podía contener las lágrimas. Apretó los dientes en un esfuerzo por sosegar toda aquella angustia que lo embargaba. Nada había salido como había pensado aquel día que escapó de su casa en California hacía un año y había cruzado el país en busca del hombre que parecía ser su padre. En un comienzo todo se veía tan perfecto; hasta sus padres habían vuelto a unirse, casándose y formando una familia. Idolatraba al padre y deseaba ser como él, pero parecía imposible. ¿Qué más podía haber deseado que vivir en un rancho del tamaño del Triple C y ser el hijo del dueño? Pero no era su lugar. Nadie tomaba en cuenta las medallas que había ganado en las exhibiciones de destreza sobre el caballo
que se realizaban en California; nada de lo que alguna vez lo había enorgullecido tenía importancia en este lugar. Más que nada en el mundo, quería que lo aceptaran. No obstante, no parecía importar lo que hacía o el empeño que ponía en las cosas; siempre acababan mal. Había complicado el alumbramiento y el ternero estaba muerto. Y como si esto fuera poco, se había enemistado con Ramsey. Todo le parecía difícil. Se aproximaron unos pasos y espió por debajo del sombrero. Era Stumpy. Volvió a bajar la cabeza y se preparó para el reto silencioso, táctica que utilizaban los veteranos del rancho y que resultaba más demoledora que cualquier grito o insulto. —No hay nada mejor que una taza de café caliente en una noche como esta — exclamó Stumpy mientras vertía el líquido renegrido. Ty miró el centro de la taza que sostenía entre las manos, se enderezó y bebió un sorbo del amargo brebaje. Sintió un escalofrío. —Ya te gustará. —Había cierta ligereza en la voz de Stumpy. —El ternero está muerto —anunció Ty.
—Suele suceder. Siempre queremos que vivan todos, pero siempre se pierde un
par. —Stumpy no se apartó de los termos. —Venía de cabeza y no supe qué hacer —admitió Ty sin dejar de mirar el interior de la taza de café—. Si no hubiera sido por su hija... Demonios, esa niña de diez años sabe más que yo. —Ha vivido aquí mucho más tiempo que tú —le recordó Stumpy. —No hay caso. —Encogió los hombros en actitud de derrota cuando levantó la cabeza para
Escaneado y corregido por ADRI Página 17 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder mirar a su nuevo maestro. Tenía en los ojos una profunda tristeza—. Será mejor que abandone todo esto. Nunca podré hacerlo.
La serena comprensión de Stumpy se tornó seria y cortante. —¡Nunca digas eso! —profirió en voz baja—. Te ha sido difícil, difícil, está bien; pero si lo dejas ahora, te arrepentirás toda la vida. Tienes que seguir, cueste lo que cueste. —¿Para qué? Nunca seré un hombre como mi padre. —Pero, demonios, claro que no —observó Stumpy con vehemencia—. Y si es eso lo que te propones, cometes un grave error. Eres Ty Calder y tienes que ser tú mismo. —Ser Ty Calder no es ninguna maravilla —musitó el muchacho. Fue Fue muy tonto al pensar que Stumpy comprendería. —Eres un Calder, ¿no? —dijo con voz desafiante—. Y eso ya es un orgullo. ¿Qué piensas hacer? ¿Quedarte sentado y lamentarte por lo que eres? ¿O despegar el trasero de una buena vez y regresar al trabajo? Stumpy dejó la taza vacía junto a los termos y se dirigió a la puerta sin mirarlo. Ya había dicho lo que pensaba; ahora la decisión estaba en manos de Ty. Se quedó sentado sobre los fardos con la cabeza gacha durante un minuto, que le pareció una eternidad. A Stumpy le era muy fácil decir esas cosas; pero él no podría
hacerlo. Estaba indeciso, buscaba otra salida. Demonios —musitó y levantó la cabeza para terminar el café. Se había enfriado bastante, pero ni siquiera así resultaba potable. Se puso de pie para dejar la taza junto a la de Stumpy y caminó pesadamente alrededor de la habitación. Pero todo seguía igual; aún se sentía perdido. Debía tomar una decisión; no sabía qué hacer. —¡Eh, muchacho! — se escuchó una voz que provenía de donde había dejado a Jessy—. Ven a ayudarme. Tiny Yates, uno de los vaqueros casados, sostenía en brazos a un ternero recién nacido. La madre los observaba temerosa. Ty dudó, no sabía qué broma le harían esta vez, pero acudió al llamado de todas maneras. —Este ternero endemoniado todavía no sabe usar las tetas de la madre y la está lastimando — el vaquero informó de mal modo—. Y la pobre tiene tanta leche que ya no puede más de dolor. Le
pondré el ternero y tú te agacharás para sacarle un poco de leche. Eso le enseñará a mamar. La idea no fue bien recibida, pero luego de los insistentes mugidos del ternero y de los quejidos de la vaca, pusieron manos a la obra, Ty se frotó la pierna que le había pateado el animal y miró cómo el ternero mamaba con desesperación mientras la vaca le lavaba con la lengua los restos del saco rojo que lo cubría. —Todo un acontecimiento, ¿no? —exclamó Tiny y se apartó luego de palmear la
espalda de Ty. Ni siquiera le agradeció la ayuda prestada. Nadie acostumbraba a hacerlo. Un hombre hacía un trabajo porque era su deber. No había por qué agradecérselo. Ty dejó escapar un largo suspiro y se volvió para salir.
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El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder CAPÍTULO 03 Había un silencio extraño cuando Maggie entró en la casa. Se detuvo en el vestíbulo para escuchar la quietud de la tarde. Con una sonrisa retomó el paso y oyó los tacones altos repicar sobre la madera maciza del suelo. Encima de la mesa de cerezo la esperaba una pila de correspondencia; la del rancho separada de las cartas personales. Se detuvo junto a la mesa, se quitó la chaqueta de gamuza, especial para la época de primavera, y la dejó en el respaldo de una silla de la sala. Se quedó con un vestido clásico de seda color borravino. El corte de la prenda la hacía más alta y disimulaba las curvas maduras de su figura esbelta. Uno de los sobres estaba dirigido a Ty. Buscó con curiosidad el remitente. Se estremeció al ver que provenía del Departamento de Ingreso de la Universidad de Tejas, en Austin. Se mordió el labio inferior de ansiedad: quería abrirlo para saber si lo aceptaban. Estaba tan absorta en el sobre
que no reparó en que Ruth Haskell venía desde la cocina. —Creí escuchar a alguien, pero no sabía que era usted, Maggie. Pensé que no vendría hasta la noche. —Cuando Maggie escuchó la voz de Ruth, se sintió culpable de que la hubiera sorprendido con la carta en la mano. Ruth lo notó y se disculpó con cierto nerviosismo del que ya no podía deshacerse—. Lo siento. Pensaba ordenar la correspondencia mucho antes, pero tuve que hacer otra cosa. —No tiene importancia —aseguró Maggie con una sonrisa. La mujer quien en un tiempo había sido ama de llaves y cocinera de La Principal, ahora sólo venía para cuidar del nuevo integrante de la familia Calder cada vez que Maggie debía ausentarse. Al igual que muchos, Ruth descendía de uno de los arrieros que trajeran el ganado desde Tejas a Montana con el primer Calder y que se habían quedado para ayudar a construir el rancho. Así, la tradición se continuó durante años y los vínculos familiares aún seguían siendo muy estrechos. Maggie estudió a la mujer y no pudo dejar de advertir el paso del tiempo. La cabellera que alguna vez había sido rubia, ahora se veía encanecida y las marcas de su piel evidenciaban el peso
de la edad. Los ojos habían perdido aquel destello azul tan profundo. Los nervios la habían consumido hasta la más magra delgadez. Tenía en las manos un temblor constante, que se agudizaba en algunas ocasiones. Quienes la conocían como Maggie, sabían que la razón de su deterioro no era otra que su hijo Buck. Luego del intento de matar a Ty y a ella misma, el verano pasado, como parte de un plan urdido para obtener el poder del rancho, Buck Haskell fue sentenciado a una larga condena en prisión. Como es costumbre en el Oeste, este nombre ya no se incluía en las conversaciones. Si bien Ruth lo visitaba con regularidad, nadie preguntaba por él ni se aludía a las horas que su madre pasaba fuera del rancho. Era ya una costumbre en esta tierra; lo mismo sucedía cuando moría una
persona. Nadie mencionaba al difunto puesto que los sentimientos más hondos, en especial la pena y el dolor, no debían demostrarse. Hacerlo era admitir una debilidad. A veces Maggie pensaba que podría ayudar a Ruth si lograba hacer que hablara del hijo, que
manifestara, en voz alta toda la culpa que tal vez sentía, así como también todo el amor de madre que acaba siempre por perdonar al hijo. Pero a pesar de lo mucho que compadecía a Ruth, Maggie no podía sentir lo mismo hacia su hijo, porque no hallaba perdón en su corazón; ni siquiera lo nombraba.
Escaneado y corregido por ADRI Página 19 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder Lamentó que sus pensamientos hubieran tenido un vuelco tan desagradable y volvió su atención hacia la correspondencia. De mal modo, apartó de las demás cartas la que estaba dirigida a Ty. —¿Cathleen está arriba durmiendo la siesta? —preguntó a Ruth con una leve sonrisa. —No, está con el padre. Maggie levantó la cabeza y se volvió con curiosidad hacia la mujer. —No debe haber dormido mucho. —Aún no ha dormido la siesta —se apuró a informar Ruth—. Chase se la la
llevó poco después del almuerzo. Lloraba tanto cuando él estaba a punto de salir, que no pudo dejarla. Ya sabe cuánto la consiente. —Ya lo sé —murmuró con ligereza. Su esposo, recio y fuerte, no era más que un muñeco en las manos de la pequeña hija de tan sólo dos años de edad—. ¿Dónde fueron? —A las excavaciones de Broken Butte. Tenía que dar unos mensajes al capataz de máquinas. — Dirigió una mirada nerviosa al reloj que llevaba en la muñeca—. Dijo que no tardaría mucho. Maggie suspiró y siguió revisando la correspondencia. —Estoy segura de que no quería retrasarse tanto. Se abrió la puerta de la entrada y trajo el retintín de una risita. —Baja la cabeza, Cat —sonó la voz de Chase a la vez que Maggie se volvía hacia ellos. Cathleen iba en los hombros del padre y le abollaba el sombrero de fieltro con las manitas. Chase la sostenía de las piernas enfundadas en un pantalón de pana. Al ver a Maggie, sus rasgos varoniles se suavizaron—. ¿No te he dicho que mamá estaría en casa? —preguntó a la niña de pelo azabache
que cargaba en los hombros. Mientras Chase cruzaba el vestíbulo en dirección a la sala, la impaciencia de Maggie por recriminarle que hubiera dejado a la niña sin siesta acabó por desvanecerse. El hombre irradiaba una fuerza poderosa, como si estuviera hecho con la tierra de Montana, a la que tanto amaba. Como advirtió la presencia de Ruth, Chase no besó a su esposa. Pasó, en cambio, un brazo sobre la niña y le dio una vuelta en el aire mientras ella reía deleitada. —Da un beso a mamá —Chase vio con satisfacción cómo las dos se aproximaban para besarse; tenían el mismo color azabache en el cabello y el mismo verde esmeralda en los ojos. —Mírate un poco. —Maggie observó las manchas de tierra en los pantalones de Cathleen y la grasa de la blusa blanca, sin mencionar las manos y la cara ennegrecidas—. Parece que hubiera ugado en un chiquero. —Un poco de tierra no le hará daño. Además, es tierra Calder —señaló —señaló Chase con una sonrisa —. Había un poco de barro en la excavación. Pero se divirtió mucho jugando
allí. Tendrías que haberla visto antes de que la lavara. —Me alegro de no haberla visto entonces —repuso la madre. —Quiero bajar —pidió Cathleen y le dirigió al padre una de aquellas penetrantes miradas verdes mientras éste la hamacaba en sus brazos. —Ven con Ruth, Cathleen. —La mujer abrió los brazos para recibir recibir a la niña —. Subiremos a lavarte un poco. —No —se opuso la niña con un gesto desafiante. —¿No te gustaría tomar un baño? Podrás hacer muchas burbujas en la bañera — ofreció Ruth
Escaneado y corregido por ADRI Página 20 JANET DAILEY El Cielo de los Calder
3° de la Serie Los Calder como un soborno. La niña estudió la propuesta un momento hasta que alargó los brazos hacia la mujer. Chase escuchaba a la hijita parlotear con Ruth mientras subían y el orgullo transformaba la expresión habitualmente severa de su rostro. —Sabe muy bien lo que quiere, ¿no lo crees? —murmuró a Maggie. —Y tú procuras que lo consiga —repuso en el mismo tono. —El privilegio de ser padre... —puntualizó Chase a la vez que inclinaba la cabeza para besar los labios de ella—. ¿Cómo estaba Culley? —Bien. —Siempre se angustiaba al ver al hermano en aquel instituto, instituto, pero la reconfortaba saber que lo estaban ayudando a sanar—..Me permitieron que le mostrara una fotografía de Cathleen hoy. Dijo que se veía igual a cuando yo era pequeña. —No podía dejar de notar el parecido. Eres tú en miniatura. —Pero jamás me malcriaron tanto como a ella —repuso Maggie—. Algún Algún día te arrepentirás de darle todo lo que quiere. Crecerá con la idea de que es la dueña del mundo y que puede disponer de él a su antojo. —Advirtió que había comenzado a hablar de la hija para desviar la conversación y
retomó el tema inicial—. Volviendo a Culley, el doctor dijo que reaccionó bastante bien frente a la fotografía de Cathleen. Parece que no lo ha perturbado el hecho de que sea una de los Calder. —Tal vez porque se parece a ti más que a mí. —Chase esbozó una de sus típicas sonrisas. —Tal vez —concedió ella—. De todos modos es un buen comienzo. —Así lo espero, Maggie, y lo digo por ti. —El cuñado no le había causado más que problemas, de modo que no podía tener ningún interés personal en la recuperación de Culley. Conocía el odio perverso que había tenido hacia los Calder y que había contagiado a Maggie durante largo tiempo. No hacía mucho, Buck Haskell había utilizado aquella maldad del cuñado para convertirlo en un peón de su juego mortal. Chase no lograba olvidarlo, aunque jamás hablaba de ello. Maggie sabía lo que el marido sentía y le devolvió la sonrisa antes de volver a mirar las cartas que habían quedado sin clasificar. —Ruth dijo que has ido a Broken Butte. ¿Cómo va la excavación? —Esperan llegar a la profundidad deseada en menos de dos semanas. — Chase espió sobre el hombro de Maggie mientras ella separaba las cartas personales de las dirigidas al rancho
específicamente—. No esperes nada excepcional esta vez —le advirtió Chase —. Los resultados de la primera perforación y los últimos estudios indican que el suelo tiene muy poca profundidad, con capacidad para no más de doce perforaciones, de modo que no tenemos muchas posibilidades de convertirnos en magnates del petróleo. Con suerte extraeremos lo suficiente para
hacer algunas mejoras en el rancho. Necesitamos reparar todos los caminos y renovar parte de la cerca. También precisamos mejorar las casas de los vaqueros con familia. —Pensaba en un automóvil nuevo o en empapelar las habitaciones de arriba. — Muy pocas de las ganancias del Triple C se destinaban a artículos de uso personal. Todo parecía reinvertirse en el rancho. Maggie decía que el rancho era muy egoísta; no se quejaba de que no tenía todo lo que deseaba, pero las prioridades del rancho no dejaban lugar a las personales.
—Y yo pensaba que si nos quedaba algún resto de dinero, podría comprar un helicóptero. Será de gran ayuda para el rodeo —dijo en tono burlón. —Ahora lo tomas a broma, pero cuando llegue el momento, deberás ponerte muy serio — retrucó Maggie.
Escaneado y corregido por ADRI Página 21 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder —¿Por qué separaron esta carta? —preguntó Chase al pasar y extendió el brazo para tomarla. Maggie se estremeció. —Es para Ty. —Por el rabillo del ojo vio que las facciones del esposo se endurecían cuando acabó de leer el remitente del sobre. —¿Qué es? —preguntó frunciendo el entrecejo—. ¿Por qué una universidad de Tejas le envía una carta a Ty? —Sucede que E.J. Dyson es graduado de esa universidad de Tejas y cuando estuvo aquí el invierno pasado habló de ello con Ty. Le dijo que tal vez estaría interesado en
estudiar allí. —A Maggie le resultaba imposible hablar con naturalidad debido a la tormenta que se cernía en la mirada de Chase—. E.J. ha usado ciertas influencias para ver si aceptaban a Ty. Supongo que esta carta es la respuesta. —¿Por qué no se me informó? —inquirió con una voz que evidenciaba un creciente malestar. —Cuando lo conversamos, tú también estabas presente. El enfrentamiento se venía gestando desde hacía mucho tiempo: Maggie quería que Ty recibiera educación universitaria y Chase se oponía con toda firmeza. Ella sentía que amás podrían llegar a un acuerdo razonable en este tema. Había esperado este momento con ansiedad, pero no estaba dispuesta a echarse atrás ahora. —Estuve allí, es verdad —admitió Chase a regañadientes—. Pero Pero nadie me dijo que no pasaba de una simple conversación. —Chase dobló el sobre al medio con fuerza—. Maldición, Maggie. Hay expertos en el Triple C que saben muchas más cosas que cualquier profesor de la universidad. ¡Este es el mejor lugar para él!
—También tiene derecho a recibir la mejor educación que podamos ofrecerle — objetó ella con igual vehemencia—. Y no solamente debe aprender a montar un caballo. También necesita divertirse un poco; ¡algo que tú y yo jamás hemos hecho! Nunca tuvimos más que trabajo y esfuerzo. No quiero que Ty crezca a la fuerza, como nosotros. —Quieres hacer de él un hombre blando —la acusó—. ¡Y los blandos no pueden estar al frente del Triple C! Para que un hombre sepa administrar esta tierra tiene que haber nacido en ella y Ty no tuvo esa ventaja. No hace más de tres años que ha llegado y sólo a partir del año pasado ha demostrado que puede considerárselo como uno más de los vaqueros. Necesita aprender y adquirir experiencia en las actividades de un rancho tan grande como éste. ¿Cómo demonios puedes esperar que lo aprenda en los libros? —Se puede aprender mucho de los libros —dijo Maggie con voz temblorosa y debió contenerse para no gritar—. Uno de los Calder piensa lo mismo que yo; de otro modo, el estudio no estaría repleto de libros.
—No es el tiempo, Maggie —insistió Chase con gravedad—. Aún no es tiempo de que Ty abandone el rancho. Perderá todo lo que ha aprendido. Deja que se quede tres años más. No lo alejes de mí todavía. —Si accedo ahora, dentro de tres años inventarás otra excusa para que Ty no se marche. No, no esperaré más. —Sacudía la cabeza en un gesto firme y desafiante—. Quiero que comience la universidad este año. —Maggie... —Hace cuatro años, me diste tu palabra de que respetarías la decisión que Ty tomara con respecto a la universidad. Te haré cumplir tu promesa al pie de la letra — afirmó con resolución.
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Chase suspiró echando la cabeza hacia atrás. La expresión de su rostro era severa e impenetrable. El aire estaba cargado y la tensión casi podía tocarse con las manos. —Sabes muy bien que cumplo mis promesas —le recordó con cierta porfía —. Y cumpliré ésta, también. Pero si Ty asiste a la universidad —dijo como si fuera algo remoto —, lo hará aquí en Montana y no a trescientos kilómetros de distancia. —Ty es quien deberá decidirlo. —Maggie se resistía a ceder terreno aun en este punto y se apoderó del sobre que Chase aprisionaba entre las manos. —No intentes influir en esa decisión, Maggie —advirtió él. —Tampoco tú intentes influenciarlo —contestó sin vacilar—. Bien Bien sabes que eres como un dios para él. No necesitas más que una palabra para que él haga tu voluntad, Chase. Por favor, no la digas, deja que él solo lo resuelva. —Este era su particular modo de advertencia. Ya no había más que hablar. El conflicto había llegado a su máxima tensión. Cualquiera fuese la decisión de Ty, ninguno de los dos podría evitar aquel problema. Chase giró
sobre los talones y se dirigió a la puerta. Maggie sintió un profundo dolor al verlo desaparecer después de un portazo. Cuando Ty entró al comedor aquella tarde, percibió la tensión del aire y el silencio extrañamente profundo. Estudió con detenimiento al hombre y a la mujer que con tanta obstinación se eludían las miradas. Tenía la certeza de que, de algún modo, se relacionaba con la carta que había encontrado sobre la mesa de su habitación cuando había subido para asearse antes de la cena. Maggie clavó la mirada en su hijo que se acercaba para sentarse a la mesa. De hombros amplios y musculatura firme, el muchacho había superado el metro ochenta de estatura y el andar calmo y cadencioso propio de los vaqueros se había hecho natural en él. El rostro bronceado había adquirido esa textura de cuero curtido que resulta de la exposición prolongada al sol y al viento. Los rasgos, que aún exhibían la frescura de la juventud, tenían el sello de los Calder, de estructura rústica y severa. —¿Dónde está la parlanchina de Cathie? La hermanita había llegado al mundo en una época muy difícil para él.
Durante un tiempo había envidiado la falta de disciplina con que la educaban y hasta había sentido celos del afecto que el padre tan abiertamente dispensaba a la más pequeña de la familia. Pero la encantadora traviesa había terminado por conquistarlo también y todo aquel resentimiento acabó por tornarse en un gran afecto. —Tu padre se la llevó esta tarde, de modo que no durmió la siesta —explicó Maggie mientras servía una espesa crema de espárragos—. Regresó tan cansada que cenó temprano y se fue a dormir de inmediato. La cena transcurría en un clima de tensa opresión. Era palpable a pesar de las pocas palabras que intercambiaban los padres. Trataban de desenvolverse con naturalidad frente a Ty, pero el muchacho no podía dejar de percibir la falsedad de sus movimientos. El momento inevitable había llegado; y nada lo haría más sencillo. Si algo había aprendido en la vida, era que posponer algo desagradable no ayudaba en nada a hacerlo desaparecer. Ty dejó que la cuchara se hundiera en el plato de sopa. —Recibí carta de la Universidad de Tejas. —Lo —Lo dijo con voz firme y serena,
pero había un
Escaneado y corregido por ADRI Página 23 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder silencio sepulcral, como si hubiera entrado alguien con una pistola cargada —. Fui aceptado para comenzar este año. —Hemos... visto la carta y queríamos saber qué decía —admitió la la madre espiando la expresión del rostro de Chase. Ty observó a los padres con la certeza de que estaban enfrentados, lo cual lo dejaba en una posición muy incómoda. —Sé que siempre has querido que vaya a la universidad, mamá —admitió Ty —. Sé que es muy
importante para ti. —El rostro del padre permanecía inexpresivo, excepto por la inusitada tensión del músculo que le atravesaba la mandíbula cuando Ty se dirigió a él—. Me dijiste una vez que tenía muchísimas cosas que aprender si quería hacerme cargo del rancho algún día. En ese momento no comprendí muy bien lo que decías. Pero aunque me quedara toda una vida aprendiendo, el rancho tiene hombres que saben mucho más que yo. —Me alegro de que así lo entiendas —murmuró el padre con satisfacción. —Creo que algunos de ellos nacieron sabiendo. — Esbozó una sonrisa irónica y suspiró profundamente—. He pensado mucho en todo esto antes de recibir esa carta, hoy. Nunca llegaré a saber de ganado, de tierra y de rancho tanto como el resto de los hombres del Triple C. Y como no podré, he decidido que debo aprender lo que ellos no saben. Me anotaré en la Universidad de Tejas este año. —¿Esa es tu decisión? —preguntó el padre en un tono insosteniblemente calmo. Ty se preguntaba si el padre llegaría a comprender todo lo difícil que le había sido tomar esa decisión. Tuvo que luchar contra el sentimiento de que, de algún modo, decepcionaba a su padre,
pero sentía que era la elección correcta, aun a pesar del padre. De modo que precisó de todas sus fuerzas para encontrar la severa mirada de Chase. —Sí, es mi decisión —profirió y tuvo que pelear para no bajar la la cabeza. Chase, luego, giró la cabeza. —Pásame las galletas, Maggie. —Y con aquel pedido, dio por terminada la discusión del tema. La madre tuvo el tino de no manifestar su aprobación. Sólo habría servido para exacerbar la sensación de angustia que dominaba la mesa. Cuando la cena hubo terminado, el padre no se quedó a tomar café, como de costumbre. Ty escuchó los pasos que se dirigían al estudio y apartó la silla en la que estaba sentado para seguirlo. —Ty —objetó la madre. Se detuvo cerca de la puerta y se volvió. —Tengo que hablar con él. — Ty no soportaba el silencio que se cernía entre ellos. Era demasiado importante para él que el padre no dejara de aceptarlo. La expresión de la madre dejó entrever que no estaba de acuerdo, pero sólo le advirtió: —No dejes que te convenza de no ir. Una risa silenciosa y grave escapó de la garganta del muchacho como un suspiro.
—Soy mitad Calder y mitad O'Rourke, y no sé cuál de los dos es más obstinado cuando se les mete algo en la cabeza. ¿Eso no me da más fuerzas, acaso, para llevar adelante mi decisión? —Ty la miró entristecido, pero firme—. No fuiste tú quien me convenció para que fuera; tampoco él lo hará para que deje de ir.
Cuando Ty entró en el estudio, el padre estaba de pie frente al gran hogar de piedra. Cabizbajo,
Escaneado y corregido por ADRI Página 24 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder contemplaba la chimenea fría y ennegrecida. Por la pesadumbre que exhibían sus hombros Ty comprendió lo mal que había recibido su decisión. Agradeció, en este momento, no poder verle la cara. —Papá... —comenzó a decir y notó que los hombros amplios y el cuello
varonil se erizaban al punto—. Sé que te he decepcionado. —¡Decepcionado! —El hombre cuya palabra era ley en el reino del Triple C se volvió hacia Ty y quedó erguido y gallardo. Dentro de sí se libraba una cruenta batalla entre sus sentimientos y su intento por dominarlos. Cuando volvió a hablar, lo hizo con voz contenida, aunque severa—. Prometí a tu madre que respetaría tu decisión, y lo haré. Pero no puedo aceptar algo que considero equivocado. —Lo sé —asintió Ty con un gesto duro. —Son buenas las razones que me has dado —concedió el padre a regañadientes —. Pero no son suficientes. —Apretó los labios hasta hacerlos desaparecer en una línea rígida —. ¡Maldición, Ty! ¿Crees que nunca tuve dieciocho años? ¡Era igual que tú! ¡Pensaba que sabía más que mi padre! Casi siempre lo escuchaba con una sonrisa burlona porque creía que exageraba en sus advertencias. ¡Demonios, no sabía ni la mitad de lo que me decía! ¡Y tú no comprendes ni una
palabra! La demoledora recriminación hizo que Ty se defendiera. —Comprendo más de lo que tú piensas. —¿De veras? —dijo el padre en tono desafiante—. Mira ese mapa. —Y —Y señaló con un dedo acusatorio el mapa trazado a mano, enmarcado y colgado de la pared encima del escritorio. El paso de los años había dejado su marca amarillenta sobre la tela en la que se delineaban, desprolijos, los límites del rancho Triple C—. Ya está viejo, Ty. Está viejo, pero no ha perdido vigencia. ¿Tienes alguna idea de la cantidad de ranchos, importantes que había en ese entonces? Hoy son muy pocos los que pueden afirmar con orgullo que aún existen... y la mayoría pertenece a una corpora-ción de inversiones desconocidas. Todos tuvieron sus días de gloria, pero los Calder sobrevivieron porque han sellado un compromiso con la tierra y todo lo que vive en ella, hombres y animales. —Lo comprendo perfectamente —insistió Ty con exasperación y un dejo de resentimiento. No necesitaba escuchar un sermón. En los últimos tres años, no había oído más que prédicas—. Soy
capaz de pensar por mí mismo. —Entonces, será mejor que empieces a razonar —conminó el padre—. Un lugar tan extenso como éste corre el riesgo de desaparecer ante cualquier fuerza externa, y se desmoronará como un castillo de naipes si el hombre que lo dirige no sabe lo que hace. ¡Y será mejor que te lo grabes bien en la cabeza! Si el corazón de algo, cualquier cosa, es débil, no puede retener lo que lo rodea. —Pero estoy peleando por algo que creo correcto —dijo con los dientes apretados—. ¡Maldición! Eso debe tener algún valor para ti. —Sí, lo reconozco —concedió el padre—. Pero sé que esta tierra tierra te hará el hombre que el
rancho necesita. Y jamás podrás convencerme de que unos cuantos profesores endemoniados harán eso de ti. No te lo impediré, Ty —ahora respiraba agitado—, pero tampoco levantaré un dedo para ayudarte. Nada aprenderás de la vida en un aula; ¡todo está allí afuera! —Alargó un
dedo tensionado en dirección a la ventana. —Con el tiempo, te probaré que tengo razón. —Ty estaba herido por la negativa del padre de apoyarlo, pero no lo demostraba.
Escaneado y corregido por ADRI Página 25 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder —¡Por Dios, sí que tendrás que hacerlo! El movimiento descendente de la cabeza de Ty fue imperceptible. Se volvió para salir del estudio. La firmeza de su convicción se había debilitado, pero aún estaba empeñado en llevar adelante su decisión. La obstinación de su orgullo le dictaba que debía probar
que tenía razón.
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JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder CAPÍTULO 04 A fines del verano, más de doscientas personas —entre empleados del rancho y familiares— se dieron cita en la casa central del Triple C para despedir a Ty, antes de que partiera para la universidad. No hubo discursos, pero si una profusión de palmadas en la espalda y bromas inocentes acerca de las muchachas universitarias. La cerveza fría corría libremente y los más óvenes robaban sorbos de los vasos de papel sin dueño de las largas mesas cubiertas de infinidad de ensaladas, estofados, tartas dulces y saladas y tortas de toda clase preparadas por las mujeres del rancho. Tucker, el cocinero calvo del rancho, se esforzaba por imponer su supremacía frente a la invasión de mujeres pero acabó por retirarse al reino de la carne asada. La gente se acercaba y alejaba de las mesas de comida dispuestas debajo de una lona gigantesca enrollada a los lados para permitir el acceso por los cuatro costados. Se improvisaron mesas con
planchas de madera calzadas sobre caballetes dispuestas debajo de la escasa sombra que obsequiaban las copas de los árboles. Quienes no comían o bebían se reunían junto al corral. Parte de los festejos de la tarde incluía algunos juegos de competición entre vaqueros, quienes ponían a prueba su destreza con el lazo, la lucha de cuerda sobre caballos, carreras de embolsados y escalamiento del palo enjabonado. Ty participaba en muchos de los juegos sin ánimo de ganar pero como invitado de honor, se esperaba que tuviera un buen lucimiento. Al final, tuvo la satisfacción de haber dado una buena demostración en los números que intervino. Uno de los vaqueros abrió el portón del corral para que Ty saliera con su alazán de pintas en la cara y terminara de enrollar el lazo. Era la competencia de enlazado. Se diferenciaba del enlazamiento de novillo que se practicaba comúnmente en que el vaquero sólo tenía que enlazarlo por el cuello, sin que debiera tumbarlo ni atarlo de las patas. Ya fuera del corral, Ty dio vueltas con el caballo alrededor de la cerca para observar al
participante siguiente. Los espectadores hacían uno o dos comentarios dirigidos a él, de quien no esperaban más que un gesto de asentimiento o una sonrisa como respuesta de aprobación. Sid Ramsey estaba en el corral, arreando las vacas. En uno de los intervalos detuvo su caballo unto al de Ty. —De modo que te largas de aquí para conocer el gran estado de Tejas, ¿no? —Así es. Saldré en el avión de Dyson pasado mañana —informó Ty. Se escuchó el crujido del cuero de la montura cuando el vaquero se inclinó hacia adelante para escupir cerca de las patas del caballo—. Te diré una cosa, yo y el resto de los muchachos ya no tendremos que cargar con tu trabajo. Siempre dejaste mucho que desear como vaquero. —Demonios, mira los maestros que tuve —repuso con una sonrisa burlona. Comprendía que el comentario despectivo era el modo solapado que Ramsey tenía para decirle que lo echaría de menos. Era un código especial propio de estos hombres, el de hablar con dureza cuando sus sentimientos eran profundos. Y quienes más lo habían fastidiado parecían sentir
más la partida. Ramsey rió satisfecho, se llevó una mano al sombrero y azuzó el caballo hacia el bullicioso espectáculo que se desarrollaba dentro del corral. Ty sintió un nudo en la garganta al advertir que también él echaría de menos todo aquello. Miró por bajo el ala del sombrero el infinito cielo abierto y trató de grabar cada imagen y cada sonido: el repiqueteo de las herraduras sobre la tierra
Escaneado y corregido por ADRI Página 27 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder dura, el quejido de los animales apretujándose, el chasquido de las espuelas, el olor rancio del estiércol y del sudor de los cuerpos. Había tanta armonía en este lugar; una perfecta conjunción entre el hombre, los animales y la tierra. Le parecía difícil recordar que había conocido otra clase
de vida. Una lluvia de aplausos y de gritos de aprobación obligó a Ty a volver su atención sobre el corral. Una figura esbelta recibía la ovación arriba del caballo mientras daba vueltas para recuperar el lazo que en ese instante sacaban del cuello de un imponente novillo. —¡Diablos! ¿Has visto eso? —exclamó el vaquero de la derecha—. Apuesto a que lo hizo en menos de cinco segundos. Cuando la figura se irguió sobre la montura y Ty vio el rostro sonriente, reconoció a Jessy Niles. No la había visto más de unas pocas veces desde que había dejado de trabajar en el establo del ala sur, dos años atrás. No había cambiado demasiado, salvo que estaba más crecida. Ahora parecía más muchachona que antes, pensó Ty. Cuando Jessy se dirigió al portón del corral, Ty vio el caballo sobre el que cabalgaba y su interés creció súbitamente. El animal azul grisáceo tenía los rasgos inconfundibles de Cougar, el padrillo que había dado los mejores caballos del lugar. Ty estaba casi seguro de que aquel hermoso animal ceniciento era Mouse. El había sido uno de los primeros en cabalgar ese animal.
Recordaba ahora haber escuchado que en el ala sur habían adoptado a Mouse para eventos especiales. —Jessy —la llamó Ty mientras la muchacha cruzaba el portón del corral. La esperó hasta que dio la vuelta con su caballo color gris para ubicarse a su lado—. Parece que les has ganado. —Tuve suerte —contestó con modestia, pero ostentaba una orgullosa mirada que parecía natural en sus rasgos marcados y su boca ancha. Acarició el cuello inclinado del caballo—. Mouse todavía no conoce bien esto de enlazar. Sale disparado tan rápido del portón que casi siempre deja el ternero atrás. Tuve que arrojar el lazo enseguida y esperar que el ternero se metiera en él. Y así fue, por suerte. —Yo ayudé a domarlo —dijo Ty—. Siempre quise saber quién lo tendría. —Está con mi padre, pero me ha dejado que cabalgue en él este verano. — Cuando lo miró, buscó en la expresión del muchacho algo que confirmara o desmintiera los rumores que le habían llegado. Las grandes distancias del Triple C no eran impedimento para que las noticias y los chismes
corrieran como el viento. Todos ponían gran interés cuando el tema de conversación era un Calder. Jessy casi nunca se molestaba demasiado en escuchar las habladurías acerca de los problemas de los demás y aunque reconocía la jerarquía de que gozaban los Calder dentro del rancho, nunca le
habían interesado demasiado, hasta que conoció a Ty. Jamás se puso a pensar la razón de esto. Pero Ty era quien más se le acercaba en edad, además de ser el único miembro de la familia Calder con quien había pasado mucho tiempo. Con vehemencia habría negado sentirse atraída por él, pero podría decirse que estaba enamorada, a pesar de que consideraba, en realidad, estúpidos e infantiles los romances de sus contemporáneos. —¿Por qué te marchas? —preguntó desprejuiciada y sin conciencia de lo que hacía. —Iré a la universidad. —Ya lo sé —repuso en tono paciente—. Pero, ¿por qué te marchas? —Sin —Sin esperar la respuesta, Jessy prosiguió—. Sé que algunos de los muchachos han estado fastidiándote mucho desde que
llegaste. No te das por vencido, ¿verdad, Ty? —Parecía hablar con suma sinceridad y algo de preocupación.
Escaneado y corregido por ADRI Página 28 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder Ty deslizó una sonrisa que quebró sus rasgos severos. —No, no me doy por vencido, Jessy. —En cierto modo lo complacía que la niña se preocupara por él. Para disfrazar el consuelo que le daba la respuesta, Jessy tiró de las riendas del caballo. —Bueno, sólo quería estar segura de que regresarías —dijo con un aire de fingida indiferencia —. Debo encontrar a mi papá para poder llevar los caballos al remolque. — Tiró suavemente de las riendas y se alejó con su caballo ceniciento—. Adiós. —Adiós —repuso Ty y observó cómo dominaba al animal con una perfecta combinación de piernas y manejo de riendas. No era justo decir que era fea, pero, sin duda, tampoco era linda.
—¡Eh, Ty! —escuchó que le gritaban—. ¡Tu mamá te te busca! Levantó una mano de reconocimiento en dirección a la voz y azuzó al alazán para ir hacia la carpa abierta que el rancho había levantado en su honor. El aeroplano ascendía velozmente y su sombra se recortaba sobre la tierra tapizada de verde. Hacia el oeste se veían cuadrados oscuros. Podrían ser las construcciones del campamento del Ala Sur. Ty aguzó los ojos para verlo mejor, pero estaban ya muy lejos y el avión volaba demasiado a prisa. Sentía el llamado de la tierra y esbozó una sonrisa cuando recordó cuánto le preocupaba a Jessy saber si regresaría. No tenía ningún atractivo. Ty había aborrecido el frío intenso del invierno y el calor sofocante del verano, había maldecido el cielo profundo, sin lluvias y el lodo amarillo que empantanaba las botas cuando sí llovía. Sin embargo, era su hogar. Había luchado tanto para acostumbrarse a esta tierra que le resultaba extraño descubrir que ahora, sólo ahora, se sentía parte de ella. El avión se alejó de la costa rocosa del río Yellowstone, dejando atrás el límite sur del Triple C. Ty abandonó la pequeña ventanilla y se reclinó en el asiento observando al hombre que repasaba el
último informe del estado de las perforaciones de Broken Butte. E.J. Dyson le era en cierto modo extraño. Ty conocía muy poco de él, excepto que tenía, con su socio, algunos negocios con su padre. Había asistido a un par de reuniones y lo había impresionado por su inteligencia y precisión, pero nada sabía de la vida personal de aquel hombre. Había cierta fascinación en la actitud que Ty tenía para con Dyson. Sin duda gozaba del mismo poder que su padre, pero Dyson vivía en el vertiginoso mundo de los aviones, de las empresas y de las altas finanzas. Ni por un instante se le ocurriría definirlo como un hombre débil o blando, a pesar de que vivía en la ciudad. Dyson carecía de la apostura física de Chase Calder, pero Ty no dejaba de advertir la fina sutileza de la contextura poco atractiva de este hombre. Debajo de la complejidad de sus ropas tejanas se ocultaba un hombre de negocios de gran astucia y sagacidad. —Basta por hoy —dijo Dyson y cerró el informe. Deslizó una sonrisa en dirección a Ty a la vez que guardaba las hojas en uno de los bolsillos del portafolios, con la certeza de que el muchacho había estado observándolo. A su edad, Dyson consideraba a cualquier hombre de dieciocho años
nada más que un muchacho. Sabía ocultar su curiosidad mucho mejor que él. Este hijo de Chase Calder no parecía encajar en el molde del padre. No pudo dejar de notar, antes de partir esa mañana de la pista de aterrizaje del rancho, que la relación entre padre e hijo no era del todo fluida. Era normal que hubiera desavenencias entre padres e hijos, pero esta situación en particular le interesaba mucho.
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Página 29 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder —Me alegro de que tengamos un vuelo tranquilo —dijo para entrar en conversación—. Es más fácil hablar cuando no se mueve el avión. —Es cierto. No estaba muy equivocado. Dyson observó que Ty era tan reservado como el padre.
—El día en que se comienza la universidad es inolvidable en la vida de un hombre. Parece que fuera una mezcla de anticipación y arrepentimiento. —Intentó con sutileza que Ty confesara lo que sentía. — Supongo que sí. —Ty esbozó una sonrisa, dando a entender a Dyson que había acertado en su descripción de sentimientos encontrados. —¿Has pensado en qué quieres especializarte? La cuestión pareció divertirlo y un destello le cruzó los ojos castaños cuando amplió la sonrisa. —En nada, si es que se puede. La respuesta lo intrigó. —¿Qué quieres decir? —Quiero tomar clases de todo: veterinaria, cría de animales, administración de tierras, recursos naturales, algo de mecánica e ingeniería, finanzas, psicología... —Ty se detuvo; la lista era interminable—. Quiero aprender un poco de todo. —Saber poco de algo puede ser peligroso. —No pienso lo mismo, señor Dyson —repuso con voz serena. —Llámame E.J. —E.J. —repitió Ty con gesto afirmativo—. Solamente me interesa aprender.
El título no me importa en absoluto. Si tengo los conocimientos básicos de diversos temas, será difícil que alguien me engañe. —O más fácil —murmuró Dyson. La respuesta hizo que Ty se encogiera de hombros y sonriera con cierta insolencia. —Como me dijo uno de los viejos vaqueros, Nate Moore, el sentido común no se enseña. Se tiene o no se tiene. De nada sirve toda la educación del mundo si uno no aplica el sentido común como corresponde. —Palabras de un hombre inteligente. —Nate Moore es un vaquero filósofo. —Esbozó una sonrisa tierna—. No habla mucho, pero cuando dice algo, siempre vale la pena recordarlo. —Muchos de los vaqueros que he conocido no tienen un buen concepto de la educación formal. —Casi todos los chicos de mi escuela eran del rancho. Unos pocos dejaron de estudiar y se fueron a trabajar para alguien o se quedaron en la casa. Pero por lo que sé, ninguno de los que terminaron la secundaria conmigo ha seguido la universidad, salvo un par de
chicas. —Con todo lo que tenía que hacer en la casa, Ty nunca se había acercado demasiado a ninguno de sus compañeros de escuela que no vivían en el Triple C. Y además de ser un extraño para quienes sí vivían en el rancho, era uno de los Calder, de modo que tampoco había entablado una relación de compañerismo con ellos. —Parecería que rompes con la tradición —observó Dyson. Los ojos le brillaron con un destello casi sarcástico.
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JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder —A punto de destruirla, diría. —Ty sabía con amargura que su padre aún no aceptaba su decisión de ingresar a la universidad. —Siento un gran respeto hacia tu padre. —Dyson había percibido el disgusto
que Chase sentía hacia el hijo, pero desconocía los motivos. La respuesta de Ty le dio la clave —. Es un hombre honesto que no necesita engañar a nadie para obtener lo que quiere. Es muy sagaz, muy sagaz. — Un dejo de admiración iluminaba el azul borroso de sus ojos—. Pero su actitud a veces es un poco anticuada. Ya pasaron los días de los señores del ganado. Un rancho debe administrarse como cualquier negocio importante. Las operaciones deben seguir una línea clara y definida que dé grandes beneficios y se requieren los métodos más modernos si se pretende que sobreviva y compita con los demás. Debe emplearse cualquier recurso disponible para obtener lo mejor. Tu padre lo sabe, pero no está dispuesto a admitirlo. Creo que ése es uno de los problemas que trae la edad. A uno le gusta seguir haciendo las cosas como está acostumbrado porque se está seguro de que es la mejor manera. —Dyson sonrió irónicamente por haberse incluido en el comentario—. Pero tú tienes tus propias ideas, Ty. Lo que quieres hacer finalmente renovará la vida de ese rancho.
Esta inesperada aprobación de su decisión, en boca de alguien como E.J., libre de todo prejuicio o deseo personal, terminó por disipar las dudas que tanto angustiaban a Ty. Sus razones no eran las de Dyson; más egoístas partían del deseo de contribuir con algo que nadie en el rancho podía ofrecer. —Espero que así suceda. —Había recibido serios escarmientos de los vaqueros veteranos por haberse mostrado demasiado seguro de lo que decía—. Es por eso que quiero seguir cualquier carrera que pueda beneficiarme a largo plazo. —No puedes estudiar todo el tiempo. Asegúrate de dejar algún tiempo libre para un poco de diversión y para algunas chicas —recomendó Dyson con un guiño. —Me aseguraré de hacer un tiempo para las chicas —afirmó Ty con una sonrisa. —Ahora sí hablas como un verdadero tejano —bromeó el hombre—. A propósito, te repito lo que le dije a tu madre. Mientras estés en la universidad, serás bienvenido en mi casa. Podrás venir cualquier fin de semana. Pero no lo digo sólo por cumplido. De veras espero que vengas. —Lo haré —prometió el muchacho.
—Luego de que conozcas a mi hija, sé que lo harás con gusto. Ese detalle se había escapado de la memoria de Ty. Frunció el entrecejo tratando de evocar la conversación en la que se habló de la hija. —Recuerdo que mencionó algo con respecto a ella. —Sí, tal vez fue cuando hablamos de la universidad. Tara Lee se anotó en el primer año, igual que tú, aunque dudo que se lo tome tan en serio. Es una chica muy despierta; y no necesita empeñarse demasiado para obtener buenas calificaciones, lamentablemente. —Qué suerte. —Las calificaciones escolares de Ty siempre habían sido buenas, pero debió obtenerlas con mucho esfuerzo. —Quiero advertirte algo, y esto es de hombre a hombre —aclaró Dyson—. Tara Lee atrae a los muchachos como moscas a la miel. De modo que cuando la veas al bajar del avión, recuerda que le gusta coquetear con todos los muchachos que conoce. —Trataré de recordarlo. —Sentía una gran curiosidad por la chica, aunque no
podía imaginar
que semejante descripción perteneciera a la hija de un hombre tan poco atractivo. Sin duda no se
Escaneado y corregido por ADRI Página 31 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder parecía al padre o quizás E.J. exageraba su belleza por pura ceguera paterna. El avión carreteó hasta un hangar privado que ostentaba en el frente las letras identificatorias Dy Corp. Ty desabrochó el cinturón de seguridad y esperó a que el hombre descendiera primero. Un aire caliente que se levantaba del cemento lo envolvió como una ola de fuego. Sintió que la transpiración comenzaba a correrle por la espalda y el labio superior. Si bien estaba acostumbrado al calor seco de Montana, la humedad del verano de Tejas le resultaba una novedosa incomodidad. Se puso de pie y estiró los músculos entumecidos por el largo vuelo. Un tractor con un pequeño remolcador atrás se acercó serpenteando mientras el personal de pista bajaba el equipaje con sincronizada velocidad. Ty se encaminó hacia allí. —No te preocupes por las maletas —le dijo E.J.—. E.J.—. Terminarán de
descargarlas y las pondrán en el baúl de mi automóvil. Se escuchó una bocina aguda y un Cadillac plateado se detuvo en el área de estacionamiento cerca del hangar. Dyson saludó con una mano en alto y se dirigió raudo hacia el auto, completamente indiferente al sofocante calor. Las piernas largas de Ty lo alcanzaron enseguida. Una mujer joven bajó del automóvil y se aproximó para saludarlo. Ty le clavó los ojos; no podía evitarlo: era exuberante y sexy. La larga cabellera azabache se ondulaba a la altura de los hombros con un estilo fresco y femenino. Su piel tenía una apariencia límpida; con el brillante dorado del bronceado e irradiaba una calidez que él sintió en la sangre. El tono de sus labios de cereza aún sin madurar armonizaba a la perfección con el color rosado del vestido que lucía. Con la gracia de una cervatilla, corrió al encuentro del padre y lo tomó de los hombros para besarle la mejilla. —Lamento haberme retrasado, papá. —Le devolvió el beso y se dirigió a Ty —. —Quiero presentarte a mi hija, Tara Lee. El es Ty Calder.
Cuando aquellos ojos de terciopelo oscuro se volvieron hacia él, Ty quedó hipnotizado. Ya había salido con algunas chicas bonitas y había perdido la virginidad a poco de cumplir los diecisiete años durante una alocada excursión de fin de semana a Miles City. También había estado con algunas mujeres experimentadas desde entonces; pero ésta era hermosa. — Encantado de conocerte, Tara Lee. —Su voz era grave y quebrada y vibraba al compás de la agitación que le despertaba en la sangre. —Ty Calder —repitió la muchacha a la vez que dos hoyuelos le adornaron la comisura de los labios—. ¿Uno de los Calder? ¿De la familia Calder? —Espió a su padre para que lo confirmara. Un dejo burlón teñía su voz, aunque no pretendía mofarse. Sólo parecía divertirla. — El mismo —reafirmó Ty con la cabeza. — Bienvenido a Tejas, Ty Calder —dijo alargando la mano delgada. Ty Ty la estrechó con gusto. Recorrió con la mirada la pechera del vestido de verano y notó el brillo de las gotitas de sudor que convergían en la hendidura que se formaba entre los pechos. Se veían firmes y jóvenes y vibraban al ritmo de la respiración calma. — ¿Te quedarás mucho tiempo?
—Sí... afortunadamente. —Ty volvió los ojos al encuentro de la firme y profunda mirada de ella. La sonrisa que pareció dirigirle no dejó de interesarlo más que el resto de lo que ya había visto.
Escaneado y corregido por ADRI Página 32 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder —Ty ha ingresado a la Universidad de Tejas. Creo que ya te lo he comentado — acotó Dyson con voz neutra. — Recuerdo que estuviste muy ocupado tratando de que el departamento de ingresos de la universidad aceptara al hijo de un amigo —dijo con un leve movimiento de hombros, que recibían desnudos la dorada luz del sol. Con otro movimiento ligero, retiró la mano y lo miró por haberla retenido tanto tiempo. Ty no hizo más que sonreír porque quería hacerle
saber que se sentía atraído por ella. Más que eso, estaba cautivado—. Papá tiene negocios con tanta gente que nunca llego a recordar todos los nombres. — ¿Salvo el de los Calder? —dijo Ty provocándola, utilizando la frase frase que ella había usado hacía unos momentos, que definía a su familia como algo diferente de las demás. Papá trae tantas historias de tu rancho... Apuesto a que no debería creer en muchas de ellas. — Hablaba con un acento que en nada se parecía al desagradable tono nasal del padre. Ty podría haberla escuchado toda una noche con sumo deleite—. ¿Es verdad que tu padre posee un rancho tan grande como Rhode Island? —Casi tan grande. —Tendrás que hablarme de eso algún día —dijo mientras se colgaba del brazo del padre—. Así podré saber si no eran más que fábulas todo lo que me has contado —dijo r4iendo con el padre. Tara pareció olvidarse de Ty mientras se dirigían al Cadillac plateado. Regaló una sonrisa a los hombres que cargaban el equipaje en el auto y Ty advirtió que los hombres se desvivían por responderle. La escena no dejó de provocarle cierta irritación.
—Veo que Tara Lee te ha convencido de que le permitas conducir tu auto — dijo Dyson al socio, George Stricklin, que esperaba junto al Cadillac. —Así es —admitió el hombre. Tara era una de las pocas debilidades que Stricklin se permitía.
Cuando la conoció, era aún una adolescente; le recordó una muñeca de porcelana que su madre guardaba en una caja de cristal. Era un objeto para contemplar y admirar, pero que no debía tocarse. Stricklin veía a Tara con la misma distante adoración.
Escaneado y corregido por ADRI Página 33 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder CAPÍTULO 05 Luego de inscribirse en las carreras de agricultura, veterinaria y administración de empresas, Ty se anotó en una decena de materias paralelas. Esperó una semana hasta saber a qué grupo se
uniría Tara Lee Dyson. Había comenzado el año muy bien y la única actividad extracurricular en que participaba era el equipo de rodeo de la universidad. Después de pasar el período de adaptación a la vida universitaria, el primer semestre pareció llegar a su fin antes de que hubiera empezado. Fuera de los dos fines de semana que pasó en la casa de los Dyson y de las fiestas de los respectivos grupos, Ty había visto poco a Tara. Por su belleza y personalidad, se había convertido en una de las chicas más requeridas de la universidad antes del primer mes. La competencia por estar a su lado era casi feroz. El grupo en que estaba Ty daba una fiesta de Navidad el fin de semana anterior al período de vacaciones. Durante casi toda la noche, Ty tuvo que observarla reír y bailar con otros. En dos oportunidades había logrado llegar hasta ella para invitarla a bailar, pero debió sufrir la interrupción de la decena de admiradores. Su exasperación estaba a punto de resultarle intolerable cuando finalmente encontró la ocasión. Tara acababa de salir del cuarto de baño y se disponía a reingresar a la fiesta cuando Ty la interceptó antes de que sus compañeros le ganaran
de mano y la llevó hacia un recoveco que se abría debajo de la escalera. —Ty Calder, ¿por qué demonios me has traído aquí? —Por el brillo brillo de sus ojos Ty pudo advertir que ella sabía el motivo verdadero. —¿En qué otro lugar puedo pasar cinco minutos a solas contigo sin que nos interrumpan? — dijo a modo de protesta. La belleza de Tara despertaba toda la fuerza de sus deseos. —Papá me preguntó si pasarás este fin de semana con nosotros, antes de regresar a tu casa — murmuró ella. El banco de madera allí ubicado dejaba mucho que desear, pero era el único lugar donde sentarse. Tara se acomodó sobre él, enfrentando a Ty, con los hombros pegados al ángulo que dejaba la escalera. Esta posición lo mantenía a distancia; sólo se tocaban las rodillas cuando Ty se inclinó sobre ella y puso una mano cerca de sus caderas. Bajo la luz tenue resaltaba el ébano de la cabellera femenina y la sedosa suavidad de su piel. Sus labios de cereza contenían una silenciosa invitación que intensificó el dolor que Ty sentía en la ingle. —¿Estarás en tu casa el fin de semana? —dijo con voz cargada de deseo y no se molestó en ocultar que su decisión dependía de la presencia de ella.
—Estaré un rato, claro, pero he recibido por lo menos una decena de invitaciones para salir. — Siempre parecía estar muy ocupada. Ty no estaba del todo seguro de si lo exasperaba o le agradaba la intensa vida social a la que ella dedicaba tanto tiempo y que siempre le deparaba un acompañante diferente. Sentía cierto consuelo en saber que no tenía un novio fijo, pero experimentaba una gran im-potencia por no tener la posibilidad de modificar esa
conducta caprichosa. —Tengo que estudiar para un examen final, de modo que no me esperes. — Ty buscó algún indicio de que la respuesta la decepcionara, algo que lo alentara a seguir cortejándola. —Bueno, se lo diré a papá —repuso ella en tono neutro, sin darle la satisfacción que tanto buscaba. Del salón llegaban risas y gritos que malograban la intimidad que Ty deseaba.
Escaneado y corregido por ADRI Página 34 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder —Salgamos de aquí. —Posó la mano sobre la redondez de la rodilla femenina y la acarició por debajo de la falda de lana roja—- Vayamos a hablar a algún lugar tranquilo. No he podido estar contigo ni cinco minutos esta noche. Tara miró en dirección al bullicio y luego a Ty. —No es mala idea, pero le prometí a Ed Bruce que lo acompañaría —sonrió —sonrió a modo de disculpa —. Tal vez otro día. —Siempre dices lo mismo. —Ty apretó la mandíbula—. Me parece que ese día nunca llegará. Dile que has cambiado de idea y que vienes conmigo. —No —dijo en tono cortante y le quitó la mano de la rodilla—. No tengo la culpa de que me haya invitado primero, así que no debes enojarte porque haya aceptado. Nadie me dice lo que debo hacer, Ty, ni siquiera mi papá. Tara se puso de pie. Un instante después Ty estaba a su lado, muy cerca de
ella. El aroma perfumado de la piel femenina estimulaba sus deseos y la belleza del cuerpo femenino lo estremeció. La mano de Ty siguió la curva de la cintura de mujer para retenerla; la miraba con toda la sed de sus deseos masculinos. A pesar de sus palabras, Tara no estaba enfadada con Ty; sólo dictaba las reglas del juego. Nadie iba a decirle lo que debía hacer... ni tampoco controlar la cantidad de amigos que tenía. No era la conquista lo que más la divertía, sino gozar de la libertad de estar con quien le placía y cuándo le placía. —Maldición, sólo deseo estar contigo y tú nunca quieres. —Su voz vibraba de impotencia. Hasta ahora no había querido sumarse a la sucesión de amigos que la pretendían. La había deseado sólo para él; pero en este momento estaba lo suficientemente desesperado como para aceptar cualquier cosa que le permitiera gozar del placer de su compañía. La dulzura que adquirió el rostro de ella casi arrancó un hondo gemido varonil. —Todavía no me han invitado al partido de basketball después de Año Nuevo.
—¿Irás conmigo? —preguntó acercándosele un poco más. —Sí. —La promesa le dio un brillo hondo a los ojos que acabó por quebrar las últimas resistencias de Ty. Apretó la mano que la ceñía de la cintura y la atrajo hasta sí, mientras la otra mano se internaba en la cabellera azabache. No tenía la intención de ser violento con ella, pero sus labios sedientos apretaron los de ella con una deleitable vehemencia. Una sensación victoriosa se apoderó de él cuando saboreó la respuesta de sus labios húmedos. Quería más, e intentó con mayor ahínco, pero lo detuvo una firme resistencia. Tara lo apartaba con las manos sobre el pecho mientras trataba de zafarse de sus brazos. —Tara, yo... —Ty se apuró a disculparse. Ella Ella silenció sus labios con la punta de los dedos.
—Mi papá debería haberme advertido de ti —murmuró y lo miró con una profundidad desconocida para Ty. La habría estrechado entre sus brazos, pero ella escapó con una naturalidad
que desmentía aquella extraña profundidad—. No estoy dispuesta a que me obliguen a nada, Ty, de modo que regresemos a la fiesta. Tara extendió la mano para invitarlo al bullicio del salón. No era sólo el calor de esa mano lo que Ty quería sentir. Era el fuego de su cuerpo junto al de él y la humedad de sus labios debajo de los suyos. Un beso no podía satisfacer el apetito que se había vuelto voraz; la sola presencia de ella lo excitaba y nada lograba acallar el dolor punzante que le quemaba la ingle.
Escaneado y corregido por ADRI Página 35 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder La puerta del club se abrió de súbito por acción del ventarrón que agitó el árbol de Navidad. Dos de sus compañeros de fraternidad, como se hacían llamar los miembros de los diferentes grupos, entraron al vestíbulo bufando. Llevaban en los hombros una caja de cerveza fría. — ¡Cierren la puerta! —gritó alguien y se escuchó que otros se sumaban a la protesta. —Es uno de esos malditos norteños —explicó Jack Springer, uno de los
cargadores de cerveza, y cerró la puerta de un puntapié. Jack, al igual que Ty, era un "novato" en la fraternidad. Con el término de "norteño" se denominaban los frentes de frío que azotaban las planicies de Tejas con un viento huracanado que hacía bajar la temperatura hasta el punto de congelación. — Sí, y todo es culpa de Montana —dijo su compañero Willie Atkins con desdén y miró a Ty, a quien sus colegas habían apodado Montana—. Debes haber dejado la puerta abierta cuando saliste de tu casa el otoño pasado. —Dejó de mirarlo para contemplar a la chica de cabellos de azabache que lo acompañaba. Willie descargó la caja de los hombros y la arrojó en dirección a Ty —. Nada más que por eso, tendrás que recompensar a tu compañero por el resto de la noche. Instintivamente, Ty detuvo la caja de cerveza enlatada y soltó la mano de Tara. Enseguida Willie Atkins le dirigió un guiño tan exagerado que la hizo reír. Ty los veía alejarse y apretó los dientes con fuerza. En su condición de novato, no podía protestar contra el compañero de fraternidad más antiguo. Sin embargo, que Tara hubiese
preferido irse con Atkins sin mayor remordimiento que una sonrisa insulsa y un gesto carente de todo significado lo enfureció. No era la primera vez que lo trataba de ese modo y cada vez lo soportaba menos. Lo que más lo mortificaba era saber que no tenía derecho de exigirle nada. No era su chica y ella no le había dado indicio alguno de que deseaba serlo. Se sentía herido en sus sentimientos más profundos y su cuerpo era un solo y único dolor. —¿Piensas sostener la caja de cerveza toda la noche, Montana? —preguntó Jack Springer con impaciencia desde el arco de la entrada que conducía a la fiesta—. Los de aquí adentro tenemos mucha sed. Ty acomodó la caja de cerveza para poder transportarla mejor y siguió al desgarbado hijo de un ranchero tejano. Luego de dejar la caja sobre la mesa de bebidas, alguien le puso una lata de cerveza en la mano. Bebió un trago, se dirigió a un claro que había junto a una pared y se apoyó para descansar.
Si bien a medida que pasaba la noche se formaban las parejas, muchos aún no tenían acompañante. El número de cortejantes de Tara se iba reduciendo con las horas. Sintió un empujón en el codo que le hizo volcar la cerveza de la lata. Pudo evitar mojarse, pero salpicó la alfombra ya manchada. —¡Oh, lo siento! —No es nada. —Ty minimizó el incidente y dirigió una mirada mirada indiferente a la chica rolliza de cabellos platinados. Pero ella se acercó, obligándolo a que reparara en ella. —Me han hablado de ti —declaró con ojos curiosos—. Eres Ty Calder, ¿no? —Sí. —La estudió distraídamente y advirtió que llevaba llevaba ropa y adornos costosos. —Me han dicho que tu padre posee un rancho grande en el norte. —En Montana. —La leve sonrisa que curvó sus labios contenía algo de ironía.
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JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder —Montana, sí, lo recuerdo. —Hizo un gesto afirmativo y continuó la sonrisa como un gato, sintiéndose felina y sexy—. Y supongo que eres algo así como un vaquero. Siempre me gustaron los vaqueros. Hay algo de indómito en ellos. —¿Te parece? —La respuesta lacónica no hizo más que exagerar la sonrisa de la muchacha. —No debes beber cerveza solo. Me llamo Dott. —Se apoyó contra la pared de modo que lo rozara con el hombro y con sus pechos generosos. En ese momento, Ty vio que Tara acompañaba a un chico hacia la zona más oscura del salón en donde unas pocas parejas bailaban al compás de la música lenta. Un impulso físico se apoderó de él cuando vio que el fortachón de Schroeder la envolvía con los brazos. —Vamos a bailar. —Tomó a la rubia de la cintura cintura y la llevó hacia la pista de baile. Dejaron las latas de cerveza sobre la primera mesa que hallaron a su paso. Para sosegar el palpitante dolor de su deseo Ty se apretó a las curvas ampulosas de Dott, y
quizá para demostrar a Tara que también él tenía las chicas que quería. Mientras seguían con indiferencia el compás de la música, la rubia platinada tomó la iniciativa y comenzó a acariciar con la punta de la nariz los músculos gruesos del cuello de Ty. Con toda la pasión reprimida en las venas, que sin duda necesitaba desahogar, no le costó mucho olvidar a Tara y hundirse en el beso sediento y prolongado de su acompañante. Sus manos descendieron hasta el voluminoso trasero y la apretó contra sus caderas dolientes. Sentía la presión de la carne de los pechos de ella sobre la piel. Buscando un poco de aire, Ty se separó de los labios de ella unos pocos centímetros. —¿Cómo me dijiste que te llamabas? ¿Pat? —En —En ese momento, el nombre era lo de menos para él. Sólo deseaba la satisfacción que le prometía. —Dott. —Los labios de ella se abrieron, a la la espera de que Ty volviera a buscarlos. —Salgamos de este lugar, Dott. —Ty sentía la lengua pastosa. —Lo que tú digas, vaquero. Cuando Tara vio que Ty partía del brazo de la rubia, la sangre le hirvió de ira. Conocía muy bien
la reputación de Dott MacElroy, puesto que eran compañeras de fraternidad y pertenecían a la misma esfera social. No le pareció nada sorprendente verlos juntos. Tara recordaba con demasiada claridad el deseo con que Ty la había mirado; era uno de los motivos por los que se mantenía distante de él. Ty le hacía sentir cosas que la mayoría de los muchachos no despertaban en ella. En ciertos aspectos, había recibido una educación muy estricta. Esta era la primera vez que saboreaba la libertad y tenía intenciones de disfrutarla cada minuto de los cuatro años de universidad. Además tampoco se sentía segura en una relación seria y posesiva. Podía llegar a ser despiadada y hasta cruel como su padre si lo consideraba necesario, de modo que estaba decidida a que Ty no pasara de ser uno más de los muchos amigos que tenía. Sabía que lo había excitado sexualmente y que lo había llevado a los brazos de Dott MacElroy; pero no le afligía. Sin embargo, sentía como una afrenta el hecho de que Ty le hubiera hecho conocer sus intenciones con tanto descaro. Un caballero habría arreglado el encuentro con Dott en otra parte en lugar de salir de la fiesta a la vista de todos. Era sabido que sólo el petróleo de los
MacElroy evitaba que a Dott la tildaran de puta. Teniendo en cuenta lo que su padre le había comentado acerca de lo primitivas que resultaban a veces las actitudes de los Calder, Tara debía haber anticipado un comportamiento tan vulgar en Ty. Era improbable que volviera a verlo hasta después de las vacaciones de Navidad, puesto que Ty
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JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder no iría a la casa de los Dyson ese fin de semana. Ella sabría darle un buen escarmiento entonces. Hay formas sutiles por las que una mujer puede demostrar su descontento, y Tara las conocía muy bien. Cuando Ty llegó a la casa para pasar las vacaciones, nada parecía haber cambiado mucho, salvo la pequeña hermana. Había ampliado su vocabulario y con él, su afición por
la charla. Había crecido unos cuantos centímetros y se había estilizado. A excepción de Cathie, Ty podría haber regresado de la secundaria, en lugar de la universidad, sin notar la menor diferencia. Todos los días el padre le daba una lista de las tareas que debía realizar en el rancho. Luego del apacible invierno de Tejas, le llevó un par de días volver a acostumbrarse al frío demoledor de Montana. No recibió una calurosa bienvenida de nadie, ningún indicio de que se lo había echado de menos, salvo de su madre, cosa que Ty sabía de antemano. Pero era del padre de quien necesitaba y deseaba recibir afecto. Tal vez era ésa la causa de su depresión, pensaba Ty, arrellanado en el sillón frente al hogar de piedra, bebiendo una copa de brandy que hacía girar en la mano. O tal vez eran los obsequios de Navidad dispuestos debajo del arbolito, un pino delgado, cortado y traído desde los límites de la tierra de los Calder. La pequeña Cathleen ya tenía edad suficiente para comprender el significado de la Navidad y de Santa Claus. En realidad, todos los regalos eran para ella. Se llevó una mano a la frente. Todos los festejos navideños parecían ser en honor a Cathleen, y
en cierto modo lo hería. Era él quien había estado ausente y no se había carneado ningún ternero para celebrar su regreso, como era la costumbre. Demonios, la niña no se daba cuenta de lo afortunada que era por crecer en ese entorno, ser parte de él desde el principió. Ty nunca había gozado de esos primeros años en familia. En cambio, había venido al rancho en la adolescencia, completamente ajeno a la tierra del Oeste y a su gente. Desde entonces había luchado por recuperar los años perdidos, y temía que jamás pudiera lograrlo. En ocasiones no podía evitar envidiar a su hermana: a ella le había resultado todo más fácil. Cuando bajó la mano, clavó los ojos en el teléfono. Tal vez aquel abatimiento no se debía a ninguna de esas cosas. Quizás era Tara Lee. ¡Cuánto lo perseguía su ima-gen! Se castigaba evocando su belleza, su orgullo y la frialdad con que lo había tratado. No deseaba estar en Tejas con ella, pero quería más que nada que ella estuviera aquí, junto a él. La fiesta en el club de la fraternidad no había terminado muy bien. Si bien había hallado la gratificación sexual que su cuerpo le pedía a gritos, ésta le había dejado una amarga sensación. Era
Tara a quien deseaba y se aborrecía por haberse contentado con menos. De algún modo parecía haber desgastado sus sentimientos hacia ella. Si tan sólo pudiera explicárselo, tal vez llegase a comprender. El recuerdo de su canturreo al hablar aumentó la urgencia. Se levantó del sillón y caminó hasta el teléfono negro que estaba sobre el escritorio. Tomó el auricular y comenzó a marcar, luego vaciló. Los pasos que se aproximaban apuraron su decisión y repuso el auricular en su lugar. —Estabas aquí, Ty. Pensé que aún no habías bajado —exclamó su madre al entrar en la habitación—. Te esperamos para abrir los regalos. —Cuando Ty se volvió, ella advirtió que
separaba la mano del auricular—. Discúlpame, ¿estabas hablando por teléfono? —No. —La apresurada negativa resultó demasiado fingida—. Iba a llamar a alguien, pero
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El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder cambié de idea. —Tomó la copa de brandy y la hizo girar. Observaba con gran interés el líquido en movimiento. Eran pocas las cosas que podían reflejar tanta preocupación en la cara de una persona y Maggie intuyó la causa. —¿Una chica? Levantó la cabeza, ofuscado y distante; de pronto esbozó una sonrisa amarga. —Sí, una chica. —Si piensas en llamarla en Nochebuena, debe ser alguien muy importante. —Así es. —La sonrisa perdió ese tinte amargo y se volvió cálida cálida y cordial. Sentía que una resolución se generaba dentro de sí—. A decir verdad, voy a casarme con ella. —¿Cómo? —Maggie se erizó. —No te alarmes, madre —dijo Ty riéndose de ella—. ella—. Falta mucho. Los dos debemos terminar la universidad. —¿Cómo se llama? —Las cartas que había enviado no mencionaban a ninguna chica en
especial. Claro, sus cartas habían sido escuetas y poco frecuentes—. Supongo que será una de esas bellezas tejanas de las que Dyson siempre alardea. —Sí, así es —admitió sin mayores explicaciones. Apuró la copa de brandy y la dejó sobre el escritorio para abrazar a la madre—. ¿Sabes que tiene tu misma altura? Tiene el cabello oscuro, también, del color del visón. Pero sus ojos son marrones, casi negros, no verdes como los tuyos. Es casi tan hermosa como tú. —Eso último no lo creo —rió finalmente por los comentarios halagadores. Pero sonaban tan artificiosos ya. Sin embargo, le resultaba difícil verlo como un hombre grande. Nunca dejaría de ser su hijo, y tal vez nunca dejaría de verlo como un niño. Con los ojos que las madres tienen para los detalles, Maggie alargó la mano y le alisó las puntas del pelo que le sobresalían del cuello de la camisa—. Necesitas un buen corte de cabello. —Está a la moda, mamá —le aseguró con un guiño burlón—. Algunos chicos de la universidad tienen el cabello por los hombros. —Será mejor que no aparezcas con el pelo tan largo o le provocarás un infarto a tu padre. —
Quería ser una broma, pero ninguno de los dos atinó a sonreír. Sabían que algo así podría agravar la cuestión de la universidad en la familia. —Hablando de papá —Ty cambió de tema—, será mejor que vayamos a la sala antes de que él y Cathleen comiencen a abrir los regalos sin nosotros. El hierro de marcar se blanqueó con el fuego y contrastaba con el rojo que adquiría la forma de la C. Aun a través de los guantes, Jessy podía sentir el calor que subía por él hierro candente hasta sus manos. Pero estaba acostumbrada, al igual que lo estaba a la espesa polvareda, a los balidos ensordecedores, a la confusión de animales sueltos y jinetes. En su corta vida, había pasado por muchos rodeos como para que se asombrara ante el que estaba presenciando ahora. La ijada roja del ternero Hereford estaba expuesta al hierro. Una buena marca tenía sus secretos; Jessy los había aprendido hacía dos años y ahora manejaba el hierro como el mejor de los expertos. El pelo chamuscado apestaba el aire ya hediondo de estiércol,
sangre y sudor. Ni siquiera frunció la nariz.
Escaneado y corregido por ADRI Página 39 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder Hundió el hierro candente en la ijada, no demasiado, a fin de no lastimar la carne, pero lo suficiente como para dejar una marca precisa sobre el cuero. Si presionaba menos, el pelo volvería a crecer y cubriría la marca. La acción se repetiría otra vez para lograr tres C sobre la ijada del ternero. Jessy dio un paso atrás e hizo un gesto afirmativo al hombre que sostenía en el suelo al animal atemorizado. —Puedes levantarlo —ordenó. Corrió hacia el fuego, esquivando caballos, jinetes y lazos desplegados, como también a otros miembros del personal. Cuando llegó al fuego, dejó el hierro entre las brasas para que se recalentara y tomó otro que refulgía con un color blanquecino, manchado de rojo.
Diferentes miembros del personal se encontraban cerca de otro ternero atado; cada uno tenía una tarea asignada de antemano. Un hombre flanqueaba el ternero y lo ponía sobre la tierra mientras otro le agujereaba la oreja y un tercero lo vacunaba y castraba a los terneros machos. Por último se imprimía la marca sobre el anca. Trabajaban con eficiencia y rapidez y levantaban al ternero antes de que se recuperara del terror de sentirse medio estrangulado por la cuerda que le rodeaba el cuello. Los terneros parecían interminables a medida que Jessy corría para marcar el siguiente. Un fornido macho les causaba problemas porque pateaba y se rehusaba a tenderse derecho. Por respeto a los supuestamente delicados oídos de Jessy, la mayoría de los vaqueros maldecía por lo bajo, aunque hacía tiempo que escuchaba los perjurios más execrables que pudiera imaginarse. También ella usaba algunos, pero no frente a su padre, puesto que habría significado que la mandara a trabajar dentro de la casa y Jessy amaba las tareas del rancho, por más esfuerzo físico que le exigieran. Esperó que los otros terminaran de hacer lo suyo y se dispuso a hundir el hierro.
Escuchaba sin mayor atención las conversaciones de los hombres, interrumpidas por quejidos, protestas y palabrotas. —Escuché que Ty volverá al rancho dentro de un mes —comentó uno de los vaqueros y maldijo al ternero que le pateó el tobillo. Al oír el nombre de Ty, Jessy puso toda atención. A los trece años, ya había alcanzado la edad de pensar en los chicos y Ty era el candidato perfecto puesto que era mayor y bastante apuesto y sobre todo una ausente presencia, lo cual le permitía labrarse pequeñas fantasías en torno a él. Naturalmente, la idea que tenía de lo que era un romance respondía a su ingenuidad. Se imaginaba junto a Ty cabalgando por el campo y trabajando la hacienda. El se asombraría de todo lo que ella había aprendido. Pero hasta el momento, sus sueños no pasaban de un apretón de manos y un beso casto e inocente. —Se quedará todo el verano, ¿no? —Les Brewster sostenía una oreja roja mientras ensartaba la chapa identificatoria. Jessy captó el gesto afirmativo del primero. En el otro extremo del animal una cuchilla lo castraba.
—Escuche que lleva el pelo largo. —El hombre no apartó los ojos de su tarea
mientras hacía una incisión en los testículos—. Seguro que hasta se parece a Jesús. —Ty no haría eso. —Hasta la misma Jessy se sorprendió de haber saltado en defensa del muchacho. —Tuve que llevar heno al ganado con él en Navidad —acotó Les—. No me pareció que hubiera vuelto engreído de la universidad. —Veremos si no necesita un corte de pelo cuando vuelva. —El hombre se apartó del ternero
Escaneado y corregido por ADRI Página 40 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder con la cuchilla bañada en sangre y dirigió a Jessy una mirada de impaciencia —. ¿Esperarás hasta la
noche para clavar ese hierro en el ternero? Por lo general nadie le decía lo que debía hacer. Jessy se ruborizó y se apuró a imprimir la estampa de fuego. Cuando regresó a la casa esa noche, Jessy escribió unas líneas dirigidas a Ty en las que le relataba los acontecimientos que habían ocurrido durante la época de marcado del ganado, esa primavera en el Ala Sur. Luego de comentar los hechos más sobresalientes, le preguntaba si se había dejado crecer el pelo y le advertía que no cometiera tamaña tontería. Telefoneó a El Colono para averiguar la dirección y luego de escribirla en el sobre, la despachó cuando regresó de la escuela el lunes siguiente. Ty sonrió al leer la carta de Jessy. Era tan característico de ella desoír los rumores y averiguar, en cambio, la verdad de boca de la fuente misma. Sabía que ni siquiera había cruzado por la cabeza de la niña pensar que se estaba entrometiendo en asuntos que no debían incumbirle. Luego de releer la carta, la dobló y guardó en el bolsillo del pantalón y se prometió ir a verla cuando regresara al rancho. La carta había logrado transportarlo, aunque por un instante, a la
apacible primavera de Montana y al bullicio de la época de marcado, lejos del calor húmedo de Tejas. Olvidó la transpiración que le cubría la piel y se pasó la mano por el pelo, para comprobar si lo tenía tan largo. Una bocina lo volvió súbitamente hasta el presente. Un convertible se había detenido junto a la acera. Tara iba al volante; llevaba un traje de tenis blanco y una cinta del mismo color le sostenía el cabello. El corazón de Ty comenzó a palpitar aceleradamente mientras cruzaba el césped en dirección al automóvil. —Vamos, sube —lo urgió con una de sus sonrisas provocativas. Con un movimiento ágil, Ty se acomodó en la butaca del convertible. El auto aceleró lentamente por las calles internas de la universidad. Ty estudió el perfil de la muchacha y la perfección de sus rasgos; era algo que nunca se cansaba de hacer. —Estabas muy concentrado cuando llegué. —El comentario era un intento de reprimenda por no haber advertido de inmediato su llegada. —Estaba pensando si debería cortarme el pelo. Ella observó el cabello oscuro, desordenado por la brisa. —Me gusta así.
Ty tomó conciencia de lo escueto que era el conjunto de tenis que apenas la cubría y de la desnudez de sus piernas bronceadas. —¿Vas a jugar? —tanteó. —Roger Mathison y yo somos compañeros en un partido de dobles. El juego comienza a las
cuatro —dijo con aplomo—. ¿Ibas a la biblioteca o a la fraternidad? —A la biblioteca. —Ty se acomodó el cuaderno sobre las piernas y fijó los los ojos en el camino, sin demostrar reacción alguna al hecho de que Tara iba a encontrarse con otro hombre. Nada había cambiado entre ellos, al menos como Ty deseaba. Con suerte la veía una o dos veces al mes. En el ínterin, ella salía con otros mientras él satisfacía sus instintos con una sucesión de chicas, para él, sin mayor importancia. A medida que Tara se hacía más popular en la universidad, la competencia por atraer su atención se encarnizaba con mayor intensidad. Una cita
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JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder con ella era una especie de trofeo, del que los chicos no dejaban de vanagloriarse. Ty había perdido la cuenta de la cantidad de rivales que debía enfrentar. Algunos pasaban como habían llegado, en especial quienes pretendían dominarla o exigirle un compromiso mayor. Ty había observado este fenómeno hacía tiempo. De modo que no tenía más remedio que tragarse el orgullo y ser uno de sus amigos regulares. —¿Tienes algún plan para el verano? —Nada en especial. —Tara respondió encogiéndose de hombros. —Tu padre suele viajar una o dos veces a Montana en verano. ¿Por qué no lo acompañas alguna vez? —Sería una gran oportunidad de tenerla sólo para él, sin otra competencia. —Veremos. No la urgió a que le diera una respuesta más definitiva cuando finalmente Tara detuvo el automóvil frente a la biblioteca. En lugar de abrir la portezuela, Ty se volvió hacia ella y apoyó el brazo en el respaldo de la butaca de ella.
La tomó suavemente de la nuca y la atrajo hasta sí a la vez que se inclinó hacia ella. Había una cierta pasividad en el modo en que ella permitía que se le acercase; una pasividad próxima a la indiferencia. Sin embargo hizo un gesto que le aseguró que deseaba el beso. Eso lo excitó, como era la intención de Tara. Luchaba para dominar sus impulsos mientras la besaba, pero la pasión lo desbordó. Ella respondía serenamente, aunque con reservas sin darle todo lo que él quería. Ty se apartó con impaciencia y reparó en la vena que no dejaba de palpitarle a Tara debajo de la piel del cuello, a pesar de la sonrisa impasible que le dirigió. —Ven a Montana, aunque sea un fin de semana —insistió Ty—. Si no, será será un verano muy largo hasta que comiencen las clases. Tara rozó los labios masculinos con un dedo; un brillo especial le cruzó la mirada. —Hay tiempo para hacer planes para el verano. Las clases no han terminado todavía. Ahora vete, o llegaré tarde a mi cita con Roger. —Cuando Ty decidió finalmente bajarse del convertible, ella le envió un beso indiferente y partió. Tara no visitó el rancho ese verano. Tres fueron las ocasiones en que E.J.
Dyson y su socio Stricklin viajaron hasta el Triple C, pero ella no los acompañó, como podía haber hecho sin demasiadas molestias. En dos oportunidades, Ty le telefoneó para reiterar la invitación. De no haber sido por el intenso trabajo que lo dejaba demasiado agotado para pensar, se habría vuelto loco imaginando qué estaría haciendo Tara y con quién. Nuevamente Ty se vio abrumado por los empleados del rancho, quienes le preguntaban qué
había aprendido en la universidad. Algunos de los veteranos lo trataron con indiferencia a comienzos del verano y otros volvieron a asignarle las tareas más desagradables a fin de saber si Ty pensaba que la universidad lo había hecho demasiado delicado para esa clase de trabajos. Finalmente lo aceptaron con agrado otra vez. Ya había pasado la mitad del verano cuando le tocó trabajar en el Ala Sur del rancho y debió cruzarse con Jessy Niles, que iba en camino de cumplir los catorce años, aunque conservaba los
modales de aquella muchachona que Ty recordaba. Para ese entonces, él había olvidado por completo la carta que ella le había escrito.
Escaneado y corregido por ADRI Página 42 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder CAPÍTULO 06 Las ruedas del automóvil arrancaban un sonido quebradizo de las hierbas resecas del límite oriental del rancho Triple C. El portón del este era una estructura nada majestuosa. Consistía en dos troncos altos que sostenían en las puntas una insignia ya blanqueada por el sol, cruzada de lado a lado. No tenía otra inscripción que Compañía Chase Calder, el nombre del fundador, y la Triple C estampada a fuego en la madera. Sólo se veían las planicies altas, que se ondulaban en crestas de hierba doradas por el sol. Quedaban por recorrer otros cincuenta kilómetros antes de que pudiera divisarse El Colono.
En el interior del automóvil reinaba un silencio vacilante. Los pensamientos de Maggie revivían la despedida en el aeropuerto. Cuando Ty partió para comenzar su primer año en la universidad, ella se sentía feliz. Pero esta segunda separación le resultaba angustiosa. Le disgustaba estar lejos de Ty, aun cuando él los visitaba cada vez que le era posible. —Desearía que Ty asistiera a una universidad más próxima a Montana — Maggie susurró su deseo en voz alta. —Si me hubieras escuchado, él lo habría hecho —le recriminó Chase—. Pero Pero no; te empeñaste en que Ty hiciera lo que le parecía mejor. —Lo sé. —La respuesta de Maggie fue cortante; no quería seguir discutiendo el tema. La universidad había traído demasiada discordia. —Entonces, deja de quejarte. —Chase no despegaba los ojos del camino. —No me estaba quejando —se defendió la madre—. Era un deseo nada más. —¡Demonios, ojalá Ty nunca hubiera ido a la universidad! —gruñó él. —Ya diste tu opinión en su momento. —Maldición, fue una pérdida de tiempo —Chase subrayó las palabras con una palmada sobre el
volante—. Si tenía intenciones de ser ingeniero, profesor o médico, la universidad le hubiera servido de mucho. Pero, ¡demonios!, quiere ser ranchero. ¡Me lo dijo! Y la única forma de aprender el oficio de ranchero es mediante la experiencia directa. —¿Por qué? ¿Porque así lo aprendiste tú? ¿Acaso significa que es la única manera? —preguntó Maggie en un arrebato de exasperación. Puesto que sabía lo inútil de discutir con él, se volvió hacia la ventanilla y se cruzó de brazos—. No se puede hablar contigo, Chase — dijo con voz firme —. Si las cosas no se hacen como tú quieres, entonces están mal. —Pero hay algo que no puedes negar. Mi modo de hacer las cosas funciona — espetó frío y tajante. Los últimos treinta kilómetros del viaje pasaron en el más cargado de los silencios. Chase deseó
que no se hubiera mencionado el tema. Nunca podría llegar a hacer que Maggie comprendiera
cuánto le gustaría estar equivocado con respecto a este asunto; y hablar de ello no hacía más que exacerbar la tensión que se generaba entre ellos. Maggie siempre lo hostigaba; jamás le concedía un poco de razón, jamás reconocía la validez de sus opiniones. No podía ver que él necesitaba de su comprensión; ella ponía demasiado empeño en defender la decisión de su hijo como para escucharlo. El auto se detuvo frente a los peldaños de la entrada de El Colono, pero Chase dejó el motor en marcha. Maggie había abierto la puerta de su lado sin advertir que él no iba a acompañarla. Tenía una severa dureza en la expresión cuando lo miró inquisitiva.
Escaneado y corregido por ADRI Página 43 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder —¿No vienes? —No. —Chase veía que su hija se acercaba corriendo a recibirlos—. Si Si no llego para cenar, coman ustedes. Me calentaré algo cuando regrese.
Si bien estaba demasiado enfadada con él para preguntarle dónde iba, le preocupaba su reacción. Aceleró no bien ella cerró la portezuela, sin darse tiempo para saludar a su hijita. Maggie no recordaba haberlo visto tan apurado como para no cruzar una palabra con la pequeña Cathleen. —¡Papito! —La niña comenzó a llorar y patalear sobre la madera del porche al ver que sus protestas no lo hacían regresar. Chase retomó la carretera que conducía a un caserío deshabitado. Era uno de esos pueblos fantasmas que aparecen y desaparecen como por arte de magia. Se llamaba Blue Moon y yacía inerte a un lado de la carretera. La maleza había ocupado una de las casas. El cartel que identificaba el almacén estaba casi enteramente borrado por el sol. Un par de autos sufrían el abandono detrás de la casa, ya sin ruedas y herrumbrados. La casa contigua al almacén parecía gozar de mayor integridad, salvo por un cartel que se había partido en dos debido a la acumulación de nieve y a la acción erosionante del viento. Identificaba a la construcción con un simple "Sally's". Chase estacionó el auto junto a dos camionetas del rancho
y penetró en el lugar. La mitad de las mesas estaban cubiertas con mantel y el resto exhibía la madera desnuda. En una de las esquinas del gran salón se veía una solitaria mesa de billar, sobre la que se acodaba un vaquero que intentaba pegar a la bola blanca. Del tocadiscos automático emergía una música indefinida. Chase se acercó al mostrador frente al cual una mujer pelirroja estaba sentada sobre un banco. Le sonrió y un melancólico destello cruzó el azul de sus ojos. —Hola, Chase. —La mujer se bajó del banquillo y fue hasta el otro lado del mostrador—. ¿Qué puedo ofrecerte? ¿Cerveza? ¿Whisky? ¿Café? Chase miró la taza de café negro que estaba bebiendo la mujer. No se veía muy fuerte. — Whisky con agua —le pidió y se sentó en el banco contiguo al que había dejado libre la pelirroja. Ella no aceptó el dinero que Chase le puso sobre el mostrador. —El primer trago va por cuenta de la casa. Chase sonrió con un dejo de amargura. —Creo que no he venido desde que empezaste a vender alcohol, ¿no? — Bebió
el líquido ámbar de un trago. No sintió nada al principio, pero al segundo comenzó a quemarle la garganta. Cuando la espió por debajo del ala del sombrero, la mujer lo observaba con serenidad. Chase no podía asegurar si era el whisky o la calma que le transmitía la mujer lo que lo reconfortaba. Hubo un tiempo, antes de que Maggie regresara, en que había pensado casarse con Sally. Ella irradiaba una mansa quietud que siempre lograba reanimarlo. —No me gusta que vendas licor, Sally —dijo. Estaba acostumbrado a que la mujer tomara en cuenta sus opiniones. —Cosas del negocio —explicó, sin adoptar la actitud defensiva con que Maggie lo hubiera enfrentado—. Mis clientes son todos vaqueros, y ya sabes cuánto les gusta beber. Por mucho que les agradaba mi comida, ya casi no venían. No quería cerrar el negocio, así que no tuve otra salida.
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Página 44 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder —Hazme saber si te traen problemas. Nuevamente aquella sonrisa apacible endulzaba las líneas que rodeaban sus labios y ojos y los hacía atractivos. —Los muchachos se enloquecen a veces, pero nunca se pasan del límite. Este lugar se ha convertido en un segundo hogar para muchos. Casi siempre tengo muchos defensores, las pocas veces que los necesito. —No lo dudo. —Bajó la cabeza y le extendió la copa vacía—. Llénala otra vez y ven a terminar tu café. Esta vez, bebió el whisky de a sorbos pequeños mientras ella se acomodaba en el banquillo, unto a él. —¿Cómo ha estado todo en el rancho? —Bien. —Chase contempló el licor dorado y luego se lo acercó para beber otro sorbo—. Vengo de dejar a Ty en el aeropuerto. Fue a Tejas.
—Me contaron que le va bien. —Le iría mejor si se quedara en casa. —La mano curtida por el sol apretó la copa, tensionando los músculos—. No puedo hacer que Maggie lo entienda, Sally. Todo ha ido tan bien desde que volvió. Ella no pasó lo peor y no me refiero sólo a la sequía. Hablo de cuando los ranchos pequeños del norte cortaban los alambres para llevarse el ganado... y de todo lo que tuve que pelear para conseguir el título de propiedad de esos diez mil acres de tierra fiscal que quedaban en el centro del rancho. Siempre pasa algo, o alguien trae dificultades. —Chase suspiró profundamente. —Todo se arreglará —murmuró Sally. —¿Tú crees? —La miró a la cara y sonrió—. Quiero que Ty se quede en el rancho y Maggie cree que soy egoísta. —No hay en el mundo dos personas que vean las cosas con los mismos ojos. Siempre hay algo en lo que no podemos ponernos de acuerdo. —Pero esto se está convirtiendo en un infierno. —Chase buscó la mirada serena de Sally—. También tú eres mujer, Sally. Dime cómo puedo hablar con ella. —¿Es para eso que has venido? —La mujer se sintió un poco herida—. No
sirvo para dar consejos, Chase. El apretó los labios. —No quise incomodarte, Sally. Creo que sólo quería hablar con alguien y... —un recuerdo se
apoderó de él y la miró con ojos sombríos —pensé en ti. Un movimiento imperceptible agitó la cabellera rojiza de la mujer que tragó con dificultad antes de hablar. —Será mejor que regreses a tu casa, Chase. —Sí —coincidió reticente y esperó el vuelto del segundo trago. En el transcurso de aquel otoño y el invierno que lo siguió, Chase halló otras excusas para visitar Blue Moon. En todas las ocasiones, se detenía en el bar de Sally para matar el tiempo solamente. No volvió a mencionar los problemas familiares; y no dejaba de repetirse que Sally era sólo una vieja amiga.
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Página 45 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder Las antiguas lápidas conservaban su silencio sepulcral, circundadas de hierbas crecidas por el descuido del tiempo. La quietud reinaba en el viejo cementerio, con sus árboles añejos que regalaban sombra sobre las piedras trabajadas por la intemperie. —Cuando me invitaste a salir, no imaginé que me traerías a pasear al viejo cementerio. —Tara inspeccionó el lugar con una mezcla de afanosa curiosidad y un dejo de incomodidad—. Tengo la sensación de que debería hablar en voz baja. Ty sonrió y le apretó la mano. Más adelante, se levantaba un roble viejo con gruesos nudos. —Es por aquí. —No sería demasiado preguntar si me dijeras lo que esperas encontrar aquí — objetó Tara mientras Ty la guiaba. Cerca del tronco del roble, Ty espió la lápida inclinada y apuró el paso. Era una piedra lisa, sin
tallar, que las lluvias y el viento, el frío y el calor de años habían terminado de desgastar. Pero aún podía leerse el nombre: Seth Calder. No tenía fecha y sólo exhibía las letras R.I.P. —Aquí es. —Dio un paso al costado para que Tara pudiera verla mejor—. Es mi tatarabuelo. —No sabía que tenías un familiar enterrado aquí en Fort Worth. — Inadvertidamente, apartó los ojos de la lápida para observar a ese hombre alto, que en muchos aspectos, era más maduro que los de su edad. —Tampoco yo —admitió Ty—. No sabía nada de él —señaló la tumba tumba con la cabeza—, hasta la Navidad pasada. Mi papá le contaba a mi hermana la historia del primer Calder que se afincó en Montana. Comenzó el rancho con unas cabezas de ganado que había arreado desde Tejas. A Cathleen le encanta esa historia. He escuchado a mi papá contarla cientos de veces, por lo menos. Pero esta vez Cathleen le preguntó por la madre y el padre de Benteen Calder y por qué no habían venido a Montana con él. Mi padre le explicó que Seth Calder había muerto un par de meses antes de que salieran para Montana y que lo habían enterrado aquí, en Tejas. —¿Y qué sucedió con la esposa?
—Parece que escapó con un inglés cuando Benteen Calder era muy pequeño. Hasta donde mi padre conoce la historia, nunca más volvió a saberse de ella. Desde que me enteré que el viejo cementerio seguía en pie en Fort Worth, he querido venir a ver esta tumba. Resultaba difícil explicar esa necesidad de Ty de conocer más de la familia, de buscar su identidad. De pie frente a la tumba, frente a la piedra con el nombre de Calder, Ty sentía que ese pasado le pertenecía. El nombre Calder era su herencia, y también su futuro. Tara estaba inquieta; Ty no le prestaba atención y ella hizo que se volviera a mirarla. —Supongo que debe parecerte una locura. —No sabía en realidad por qué la había traído hasta allí, salvo que era algo importante para él, y justamente por eso quería compartirlo con ella. —No, no me parece una locura. —Tara sabía que era la respuesta que Ty esperaba aunque no tenía idea de lo que podía significar para él—. No es extraño que quieras cumplir con tus antepasados. —No conozco mucho la historia de mi familia; sólo por partes —confesó con un suspiro—. Mis padres estuvieron separados hasta que cumplí quince años. Viví con mi
madre en California todo ese tiempo, de modo que nunca me han contado los detalles de mi familia paterna como ahora lo hacen con mi hermanita. Para mí fueron muy duros los primeros tiempos en el rancho. Peleé mucho para sentir que era mi lugar. —Se rió al darse cuenta—. Y creo que aún estoy peleando, a mi modo.
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JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder —Es muy importante para ti sentir que perteneces a algún lugar, ¿no? —dijo en tono pensativo mientras lo estudiaba con detenimiento—. Tal vez por eso seas diferente de los otros chicos. Parecería que tomaras en serio tus estudios... y otras cosas. —Haces que parezca muy aburrido, —La sonrisa con que habló cautivó a la muchacha.
—Aburrido no —corrigió Tara, respondiendo a la sonrisa con una mirada provocativa—. Peligroso, diría yo. —¿Peligroso? ¿De qué modo? —preguntó intrigado. —No sé si podría explicarlo. La mayoría de los chicos de la universidad quiere aprender, estudiar, pero les interesa más la diversión. Y contigo sucede lo contrario. Tú vas a las fiestas, y bebes cerveza con ellos, pero es como si hubieras venido aquí para algo más importante. No vienes a pasar el rato. Pero es más que eso. Tengo la sensación de que te empeñas en perseguir una cosa hasta que la consigues. —Como a ti, por ejemplo. —La miró con una inquietante intensidad. intensidad. —No me refería a eso. —Tara pareció sonrojarse al sentir que él se le acercaba aunque no se había movido del lugar. —Pero sabes que te deseo —dijo Ty con toda serenidad mientras estudiaba su rostro, como si ya le perteneciera. —No siempre se obtiene lo que se desea —se defendió en tono calmo. —¿Qué es lo que tú deseas, Tara? —Divertirme y disfrutar de la vida. —Era —Era una respuesta precisa, puramente femenina. Pero en
el fondo, ella sabía lo que deseaba en realidad. Era la hija de E.J. Dyson, por lo que había conocido el poder desde muy pequeña, y podría decirse que se había hecho adicta a él. Ahora, en la universidad, había comenzado a ejercerlo mediante atributos propios. Era hermosa y lo sabía, y lo había probado con quienes no estaban bajo la influencia del padre. —¿Y qué piensas de un hogar y una familia? —Todo a su tiempo. —Por el momento, no tenía planes para el futuro. Alguna vez había soñado en llegar a ser la mujer fuerte de una familia poderosa—. Pero primero debo terminar la universidad. Cuando me gradúe, papá me prometió un viaje a Europa. —¿Piensas ir? —Claro. —Rió. La risa era alegre, alegre, musical—. ¡Qué otra cosa podría hacer! No me imagino buscando empleo y trabajando cinco días a la semana. Me aburriría de inmediato. —También podrías casarte y pasar un mes de luna de miel en Europa — sugirió Ty. —Es verdad. —Sus labios se unieron en un gesto atrayente—. Pienso que papá espera que algún día escoja a alguien para celebrar un matrimonio provechoso, que logre untar dos familias
importantes. —No me parece que tu padre sea tan calculador. —Ty jamás tuvo la impresión de que E.J. Dyson, a diferencia de su padre, esperara de su hija algo en especial o que hiciera algo para conformarlo. —Todos los padres esperan que sus hijos se casen, tengan un matrimonio perfecto y que el esposo sea merecedor de su confianza. No creo que esté mal, o ni siquiera que tenga algo de calculador. —Pero conocía bien a su padre y sabía que no lo tomaba tan a la ligera. Sabía también que E.J. tenía la inteligencia suficiente como para no ordenarle lo que debía hacer. Estaba casi
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Página 47 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder segura de que su padre sabía que sus deseos finalmente coincidirían con los
de él. —Te verías hermosa con un traje de novia, Tara —dijo él en voz baja y alargó una mano para acariciar la seda azabache de su cabello—. Te imagino con un vestido de satén blanco, bordado con perlas y un velo de encaje. Ty le levantó la mano izquierda, en la que refulgía un gran anillo de topacio, rodeado de diamantes. Cubrió la piedra para ver cómo le quedaría el diamante que le obsequiaría. Cuando la miró, sus pensamientos lo transportaron a la noche de bodas. —Serás mía, Tara —sentenció con firmeza—. Tarde o temprano serás mía. Ella se echó a reír, pero Ty no quería que lo tomara en broma. La encerró entre los brazos y con su boca acalló la sonrisa casi burlona que agitaba los labios de cereza. La fuerza del beso hizo que el cuerpo de la muchacha se arqueara y las caderas estrechas se apretaran contra la rigidez de los muslos de él. La impotencia de desear y no obtener satisfacción hacía que Ty ignorara por completo la resistencia que oponían las manos de ella. Ty sólo sentía la suavidad de sus pechos, la tibia redondez que se dibujaba sobre su piel. El calor femenino lo excitaba y no reparó en buscar con
más fuerza la miel de sus labios reticentes. Sabía que la estaba obligando a hacer algo que ella no quería, pero tenía la certeza de que terminaría por convencerla de que le gustaba lo que le hacía. Y comenzó por presionarla contra su cuerpo a la vez que sus manos se deleitaban con la firmeza de su trasero y las empinadas crestas de sus pechos. Buscó con los labios el lóbulo de la oreja de Tara y descendió por la piel sensible de la garganta y el cuello. Los quejidos apagados e insistentes que escapaban de la boca de ella, lo alentaban a que prosiguiera con la laboriosa seducción. Cuando Tara detuvo sus besos con la mano, Ty la apartó. En el momento cuando aferró los dedos a la delgada muñeca para inmovilizarla, vio la cara sonrojada de ella que se enfrentaba a la de él. —Si sintieras algo por mí, Ty, te te detendrías ahora mismo. —Tara echó mano del insólito sentido del pudor que hacía tiempo había descubierto en él para contenerlo. No tenía escrúpulos para recurrir a lo que ella veía como una debilidad en un contrincante. —¿Sentir algo por ti? —La gravedad de la voz de Ty no llegaba a transmitir transmitir toda la pasión que ella le despertaba en las venas—. Por Dios, Tara, te amo —confesó casi con
exasperación. Pero ella no cedió. —No salí contigo para que me sedujeras en un cementerio. —Sus manos luchaban por ganar distancia entre ellos. La alusión a lo inapropiado del lugar lo hizo sentir como un tonto y algo grosero. Tara siempre lograba hacer que se sintiera como un animal desesperado que la perseguía para dar satisfacción a sus necesidades más primitivas. De súbito, Ty se sintió culpable por haberse permitido semejante ocurrencia. Había buscado en ella una indefensa sumisión, de modo que no podía condenarla por haber tenido la fuerza suficiente para resistírsele. —Lo siento. —La soltó y se volvió para frotarse la la nuca—. Creo que no tenía derecho a forzarte... —Ty. —Sintió los dedos que se apoyaban suavemente sobre su brazo. La
dulzura de la voz y la
fragancia del cabello de ébano casi le arrancaron un grito desesperado—. No estoy enfadada
Escaneado y corregido por ADRI Página 48 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder contigo. A decir verdad —había un atisbo de arrepentimiento en el modo de hablar—, me enojaría mucho más si no quisieras hacer el amor conmigo. No sé qué me pasa. Cuando se volvió para mirarla, se estremeció ante su increíble belleza. Un doloroso deseo le atravesó el pecho. —No eres tú el problema —dijo con voz estrangulada de emoción. Lo que sucede es que eres perfecta en todo, y el hombre que no lo vea es ciego. —Apretó con fuerza la mano que descansaba sobre el brazo—. Cuando te dije que te amaba, lo decía de veras, Tara. ¿Vendrás a Montana este verano? Quiero que conozcas a mis padres. Quiero que veas mi casa, mi hogar. —Trataré de ir. —No trates. Sólo ven.
Pero no fue. Cuatro jinetes se dedicaron al último de los terneros que faltaba encerrar aquel día que anunciaba ya las postrimerías del verano. Era un macho encaprichado que miraba el portón abierto con desconfianza e ignoró de lleno los gritos de los vaqueros. Ty se abalanzó con el caballo sobre un costado del porfiado animal e intentó enlazarlo, pero escapó por un hueco que quedaba entre dos de los jinetes. Un caballo se adelantó corriendo hasta detener el paso del animal, que intentó huir por el otro lado. Ty azuzó al caballo para que se aproximara al ternero y se preparó para un segundo intento de enlazarlo. Revoleó la cuerda y la dirigió a la cabeza del ternero. La sombra o el ruido de la soga deben haberle advertido de la inminencia de la captura, puesto que movió la cabeza hacia un costado y el lazo rodó infructuosamente por el lomo manchado de blanco del voluminoso macho. Ty maldijo en silencio y clavó las espuelas en el caballo para preparar una nueva embestida mientras recogía la cuerda. Cuando terminó de recuperar el lazo, el caballo ceniciento y su jinete ya habían acorralado al animal y estaban a punto de enlazarlo. La cuerda cayó
con pasmosa precisión y rodeó el cuello del animal con una certeza inmejorable. El trabajo ya estaba cumplido. Ty había tenido pocas oportunidades de demostrar todo lo que había mejorado sus habilidades con la cuerda en el transcurso del verano en el rancho. Lo exasperaba haber fallado esta vez y que lo hubiese superado una niña no hacía más que desesperarlo. Se sentía impotente al ver la sonrisa con que Jessy Niles arrastraba el ternero hasta el portón del corral. Se había convertido en una muchacha alta y delgada como una vara. Los mechones castaños que habían escapado de la cinta que le sostenía la cabellera y el insulso sombrero de vaquero que llevaba en la cabeza le daban el aspecto de una huerfanita en un parque de diversiones. El intenso bronceado de la piel se combinaba con el saludable brillo castaño de sus ojos. —Ya lo tenemos —dijo con voz triunfante, compartiendo la hazaña con Ty. —Tú lo pescaste, Jessy —la corrigió. —Igual formamos un buen equipo —dijo y encogió los hombros como para
indicar que le resultaba indiferente quién de los dos había logrado enlazar al animal. No estaba tan equivocada,
puesto que desde el principio habían dispuesto que ella saliera a secundarlo en esta tarea. Pero a Ty no dejaba de fastidiarle que fuera ella quien regresara con el ternero en el lazo. Trató de no
Escaneado y corregido por ADRI Página 49 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder demostrar sus sentimientos adversos. Ty se ubicó detrás de Jessy para que el animal no se resistiera a entrar. Buzz Taylor los esperaba detrás del portón para cerrarlo en cuanto el ternero lo hubiese cruzado. Una vez concluida la faena, Ty ató la cuerda a la montura y se bajó del caballo. Ya habían terminado el trabajo del día y los vaqueros se tomaron un descanso para fumar antes
de emprender el regreso al campamento del Ala Sur. Ty bajó la cabeza para encender el cigarrillo sin filtro con la llama de la cerilla que le ofrecía Bill Summers. — ¡Cómo se te escapó ese ternero! —comentó Bill en tono de conmiseración. — Sí. —Aunque no soplaba un ápice de viento, Ty encerró el cigarrillo en el hueco de la mano para que no cayeran brasas sobre la hierba reseca por el sol del verano. — No dejaste que se te volara, ¿no es cierto, Jessy? —exclamó Buzz con una sonrisa de aprobación dirigida a la niña parada entre ellos con las manos a la cadera. —Ty hizo que cayera justo delante de mi caballo. —Jessy exhaló una bocanada de humo y giró la cabeza para escupir el tabaco que se le había pegado a la lengua. Buzz dirigió a Jessy una mirada sospechosa. —¿Sabe tu papá que fumas? —Claro, pero no le gusta mucho —admitió con un gesto indiferente. —A Stumpy no le gusta que nos ande pidiendo cigarrillos —Bill Summers corrigió la respuesta —. Le dijo que si hacía el trabajo de los hombres y recibía la paga de los hombres y fumaba cigarrillos de hombre, bien podía comprarse sus cigarrillos o dejar de fumar. Aquéllas habían sido las palabras finales de un largo sermón que advertía sobre los peligros que
deparaba el cigarrillo a una jovencita. Antes de eso, Stumpy había hecho lo imposible para evitar que Jessy fumara. Como era de esperar, ella no quiso hacerle caso. Si todos fumaban, ¿por qué no también ella? —Qué bueno que sea el día de pago. —Buzz palpó el paquete de cigarrillos casi vacío—. Yo también me quedé sin tabaco. Tengo lo suficiente para llegar al pueblo. —¿En qué vas a gastar tu dinero, Jessy? —Bill se acercó para bajarle bajarle el ala del sombrero hasta cubrirle la frente—. ¿Vas a sacar por fin todo ese dinero que guardaste en el verano para comprarte un sombrero como la gente? —No critiques mi sombrero, Summers. Se ofenderá —repuso —repuso con una sonrisa —. Y todo ese dinero que he ahorrado es para pagar la montura que Barnes está haciendo para mí. —Una montura. —Summers repitió sacudiendo la cabeza—. Yo pensaba que era para comprarte un vestido de fiesta para tu cumpleaños. —Prefiero tener una buena montura que un vestido de fiesta. —Ya tenía dos vestidos de salir,
de modo que no veía la necesidad de comprarse otro, que probablemente usaría una sola vez al año. Una montura era algo práctico, que duraría mucho tiempo si sabía cuidarla. Era su primera inversión, y la enorgullecía—. Esperen a verla, muchachos. —Barnes hace unas monturas buenísimas. He visto alguno de sus trabajos — coincidió Buzz Taylor—. Ya se ha hecho una buena reputación. Hay vaqueros que vienen hasta de Colorado para que les haga una montura.
Ty se llevó el cigarrillo a la boca y observó a la delgada muchacha a través de la inconsistencia del humo del tabaco. Aún conservaba modales de varón, pero en ella resultaban agradables, hasta
Escaneado y corregido por ADRI Página 50 JANET DAILEY El Cielo de los Calder
3° de la Serie Los Calder graciosos. Parecía que cada uno de sus movimientos respondía a una perfecta coordinación y fluía deliberadamente en una sucesión precisa. El cuerpo esbelto tenía una gracia natural que le otorgaba elasticidad. Se detuvo un momento en la chatura de sus pechos, que no pasaban de ser dos montículos pequeños debajo de la tela de la blusa. —¿Cuándo es tu cumpleaños, Jessy? —le preguntó cuando vio que lo miraba directo a los ojos. Parecía recriminarle haber advertido la inmadurez de sus pechos. —La semana próxima. —Te haremos una fiesta grande, ¿no? —Buzz guiñó un ojo—. Invitaremos al comisario Potter, así no nos detiene por conducir sin licencia. —¿Cuántos años cumples? —Ty intentó calcularlo, pero ella respondió antes de que terminara de sumar. —Dieciséis. —¿Dieciséis y nunca te han besado? —dijo no sin malicia, aludiendo a una vieja canción. — ¿Jessy? —Buzz Taylor se echó a reír a carcajadas al pensar en que alguien pudiera besar a
esta muchachona—. Apuesto a que el único que se atrevió a besarla fue el caballo. Los ojos le brillaron de furia. Se arrancó el sombrero de la cabeza y comenzó a pegarle con él. —¡Cierra la boca, Buzz Taylor! —estalló en un arrebato, de los que Ty jamás había visto en ella. Ninguno de los tres la conocía tan indignada y les causó gracia. Las risas de los hombres no hicieron más que sacarla de las casillas—. ¡Yo no ando por allí dando besos a mi caballo! —¡Ni siquiera el caballo besó a la pobre chica! —Buzz lanzó otra carcajada cuando ella reinició el ataque contra él, sombrero en mano. —No podemos dejar que cumpla dieciséis sin que nadie la haya besado, ¿no es así, muchachos? — Ty dijo con una risa desafiante. Por vez primera se hallaba en el bando atacante y dejaba de ser la víctima de las burlas de los vaqueros. Luego de la vergüenza sufrida frente a la destreza de Jessy, no le disgustaba la idea de hacerle pasar un mal rato. Apagó el cigarrillo con los dedos enguantados antes de arrojar la colilla a la tierra reseca y la aplastó con el taco de la bota. Cuando se adelantó hacia ella, Jessy giró rauda para enfrentarlo y advirtió que no bromeaba.
Una expresión consternada y de espanto le tensó los rasgos y exacerbó la ira que reflejaban sus ojos. Ty alcanzó a rodearla con un brazo antes de que ella se recobrara e intentara librarse. —Ten cuidado, Ty —advirtió Buzz entre risas—. Es Es una chica salvaje. No se defendía con la debilidad típicamente femenina. Ty tuvo que forcejear bastante antes de inmovilizarle los brazos, que aun así no dejaban de agitarse, y rechazar las patadas a sus piernas. —Cuidado donde pateas, Jessy —advirtió Bill Summers—. No vaya a ser que tengas que explicar por qué lo lastimaste en un lugar prohibido. Las mejillas se le tiñeron de un rojo intenso cuando dejó de resistirse para enfrentarlo a los ojos. Tenía los labios rígidos y apretados. Ty se divertía al verla tan indefensa. La asió de la barbilla para acercarse a los labios inertes.
En lugar de rozarlos brevemente, como habría hecho con cualquier chica inexperta, le apretó la boca con los labios y no la soltó. Cuando finalmente levantó la cabeza, Jessy tenía los ojos
cerrados. —Ya puedes decir que te han besado —Ty sentenció, peleando contra el sentimiento de culpa
Escaneado y corregido por ADRI Página 51 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder que comenzaba a embargarlo. No bien la soltó, ella bajó la cabeza y le dio la espalda. Un fuego pareció abrasarle la cara, aunque conservaba la expresión dominada y tensa. —Que un rayo me parta —murmuró Buzz—. Jessy se ha puesto colorada. Jessy le clavó los ojos con una puñalada y comenzó a acomodar las riendas del caballo. —Cállate, Buzz. Ty se sentía culpable por haberla abochornado con aquel beso. No solamente a él incomodaba el silencio de Jessy. Los otros vaqueros se encaminaron hacia los caballos, cabizbajos. Ty se acercó al caballo de Jessy y asió la brida; quería probar su reacción. Ella lo miró con el dolor de la traición. Ty había olvidado lo susceptible que se es a esa edad y
toda la seguridad que Jessy solía demostrar no podía ocultar lo herida que se sentía. —Lo siento, nena. La furia de sus ojos se intensificó. —No soy una nena. —Ty soltó la brida, estaba molesto porque ella había rechazado sus disculpas. Nadie le había pedido disculpas nunca, de modo que quizá debía mantener la boca cerrada. Apartó el caballo ceniciento de la cerca y los otros la siguieron en silencio. Ya no estaba colorada, pero temblaba por adentro. Aún persistía la sensación de los labios de Ty sobre su boca, y de los brazos fuertes alrededor de su cintura. Quería tocarse la boca, pero no se animó a levantar la mano; podrían pensar que estaba llorando y se moriría antes de darles el gusto. Había sido su primer beso, y siempre soñó que Ty sería el primero en dárselo. Aquel sueño se
había hecho realidad, pero de un modo muy amargo. La había besado, sí,
pero en broma, y le dolía pensar que lo había hecho para reírse de ella... y frente a Buzz Taylor y Bill Summers. Mañana todo el rancho lo sabría... y se reiría de ella. Jessy llevaba la cabeza erguida mientras se dirigía al campamento del Ala Sur unto a los tres inetes. La conversación parecía trabada, pero poco a poco, Jessy se integró. Aparentemente, todo había vuelto a la normalidad cuando llegaron a destino, pero nada de eso sucedía en el corazón de Jessy.
Escaneado y corregido por ADRI Página 52 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder CAPÍTULO 07 El cielo, tapizado de nubes espesas, anunciaba la inminencia de la nieve. Jessy arrojó la pesada maleta al interior del baúl de la camioneta, metió las manos en los bolsillos de la chaqueta de
cuero nueva y corrió hasta el frente de la gran cabaña de troncos. No había pisado el primer peldaño del porche cuando la puerta se abrió. —Buenos días, señor Grayson —saludó Jessy—. El geólogo de cuarenta años parecía ocultarse debajo de la abultada chaqueta, de la bufanda de lana gruesa que le cubría el gorro y el cuello y de los guantes de piel. Jessy, por el contrario, no llevaba guantes ni bufanda y no se había molestado en abrocharse los primeros botones de la chaqueta. Lo único que le cubría la cabeza era el viejo sombrero negro, del que rara vez se desprendía—. Venía a ver si estaba listo para salir. —Listo para salir —repitió el hombre y se detuvo para observar el cielo sombrío de los últimos resabios del otoño—. Hace mucho frío. —Los cinco grados de temperatura con que había despuntado la mañana le resultaban un frío extremo al tejano—. He dejado mi maleta en el porche. —Leo Grayson la buscó, espiando desde sus anteojos de marco de metal. —Ya la llevé a la camioneta. ¿Queda alguna más? —No. —El hombre miró hacia el establo—. ¿Tu ¿Tu padre está listo para salir? —No puede venir, pero me encargó que lo llevara hasta El Colono para que no pierda el avión.
—¿No deberías estar en la escuela? —preguntó con una sonrisa mientras la seguía hacia la camioneta. Durante su corta estancia en el Ala Sur del rancho Triple C había aprendido que Jessy Niles tenía ideas muy particulares acerca de la relativa importancia de muchas cosas. —No —la niña se encogió de hombros en un gesto de indiferencia y se acomodó frente al volante con movimientos gráciles, fluidos. Esperó a que el geólogo subiera y cerrara la puerta para ustificarse—. No valía la pena ir a la escuela hoy; no hay exámenes ni nada de eso. Puedo telefonear a Betty Trumbo para saber lo que vieron de nuevo. ¿Para qué ir? Además, podría atraparme la tormenta de nieve si voy hasta el pueblo. Puso en marcha la camioneta y pisó el acelerador. Sus palabras despertaron en Leo Grayson una curiosidad incomprensible. —El informe meteorológico dijo que había pocas probabilidades de que nevara. —De acuerdo a Abe Garvey, tendremos la primera tormenta de nieve de la temporada. El nació y vivió en este rancho por más de setenta años y casi nunca se equivoca. Siempre le pregunto a él antes de perder el tiempo en los informes meteorológicos, que no conocen los
caprichos del clima de este lugar —concluyó la muchacha.
—Parece que me largo de aquí justo a tiempo. —Antes, Leo Leo habría rechazado con sorna los poco científicos pronósticos meteorológicos de los lugareños a quienes no les importaban un rábano los frentes climáticos ni los tecnicismos intelectualizados. Pero había comprobado que sus predicciones eran tan acertadas como las de cualquier profesional de la meteorología. Si uno decía que no nevaría y los otros que se avecinaba una tormenta, estaba seguro de que algo iba a suceder. Una vez que el campamento del Sur se hubo perdido en el horizonte, el paisaje no ofreció más que la monotonía seca de la hierba, que apenas forraba las ondulaciones del terreno. Los árboles eran tan escasos que podían contarse con los dedos de las manos. La oscuridad del día completaba el cuadro gris y vacío de esta porción de Montana. También en Tejas había descampados, pero
Escaneado y corregido por ADRI Página 53 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder Grayson jamás había visto tanta desolación. Un aire caliente comenzó a fluir de la calefacción de la camioneta y empañó los anteojos de Grayson y espió por la ventanilla, pero ni siquiera con lo nublado de su visión, el paisaje le resultaba más atractivo. —No sé cómo pueden vivir aquí. —Se ajustó las gafas sobre la nariz y miró miró a Jessy. —No conozco otro lugar. —Jessy conducía con la sosegada habilidad de un hombre, con una mano sobre el arco superior del volante y la otra sosteniéndolo por abajo. Leo supuso que sabía conducir desde los ocho o nueve años, edad en que la mayoría de los niños rancheros comenzaban a aprender, con la ayuda de algún adaptador en los pedales para que pudieran pisarlos sin dejar de ver por el parabrisas. —Apuesto a que esperas ansiosa cumplir los dieciocho para poder irte de aquí y conocer algo
más que hierba y cielo. —Los rigores de esta clase de vida eran demasiado extremos para él y sin duda serían aun más terribles para una chica. —No me quejo de la vida que llevo aquí —repuso Jessy, con la certeza de que su respuesta no era la acostumbrada, puesto que la mayoría de las muchachas de su edad siempre se quejaban por las cosas que se perdían por vivir allí. Pero esa clase de cosas no le interesaban —. Nunca sentí deseos de irme y sé que —distrajo su atención del camino para dirigirle una sonrisa—, eso me hace diferente. Pero no me atraen los cinematógrafos, ni las fiestas ni nada de eso. Me gusta cabalgar y estar al aire libre, aunque a veces el trabajo sea tan pesado que quedo molida. Me gustaría ser como uno de esos árboles, para enterrar mis raíces aquí y no irme amás. —Cambiarás de idea cuando crezcas. —Todos me dicen lo mismo. —En verdad amaba lo que hacía y no sentía que dejara de gustarle sólo porque estaba creciendo. Leo Grayson sonrió, como hacen los adultos cuando un joven se resiste a sus predicciones. —Espera a que conozcas a los muchachos entonces.
—¿Quién dijo que los muchachos y los caballos no pueden vivir en el mismo sitio? —Su primer y único amor lo había sentido hacia Ty Calder, que ahora cursaba el tercer año de universidad. Pero el amor no se alimenta de uno solamente, y en especial después de aquella experiencia humillante del beso. Aún se sonrojaba al recordar que sólo había sido una broma para él. Todos los otros chicos que veía en la escuela no eran más que eso... chicos. Ninguno la atraía tanto como él. —Creo que nadie. —Volvió a mirarla y reconoció en ella una madurez insospechada. Su perfil exhibía una pureza clásica; un mentón definido, una mandíbula precisa y pómulos ligeramente agudos La cabellera, del color del caramelo, le cubría los hombros con ondas espesas. Leo Grayson sentía admiración y respeto por la muchacha que tenía a su lado. Sus facciones guardaban la fuerza, que parecía combinarse perfectamente, con la tierra, y demostraban una seguridad capaz de afrontar su desafío. No era linda, y el hombre comprendió que lo lindo no sobrevivía en este lugar. —Eres una chica muy interesante, Jessy. —Ningún otro adjetivo condensaba
la fuerza de su personalidad, sin embargo, no desmerecía la feminidad que Grayson podía hallar en la jovencita. —¿Yo? Soy tan simple como una patata. —Jessy rechazó el cumplido. —No, no lo eres. —No hay más que mirarme un poco. Soy demasiado alta... soy más alta que la mayoría de los chicos de mi clase —comenzó a enumerar sus defectos como si él no los viera. Pero Leo advirtió
Escaneado y corregido por ADRI Página 54 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder que no le afligía la altura, como pretendía demostrar—. Soy demasiado delgada, y por mucho que coma, no tengo ni una curva en el cuerpo. Y en cuanto a los pechos, mejor no hablar, casi no
existen. La franqueza de la niña lo divertía, pero tuvo que reprimir una carcajada frente a la candidez con que hablaba de sus atributos femeninos. —¿Qué harás cuando termines la escuela secundaria? —preguntó para cambiar de tema. —Trabajar aquí. Es uno de los beneficios de haber nacido y crecido en una tierra Calder. No hay que hacer más que pedir al jefe una tarea, que en un rancho de este tamaño sobran. —¿Y qué harás? —No sé. —Era un futuro muy distante como para decidirlo ahora—. Puede Puede que trabaje en el campo, o que ayude en la escuela; hay tantas cosas para hacer —aunque ella prefería la primera de las opciones. Pero también sabía que había un prejuicio tácito para con las mujeres que realizaban el trabajo de los hombres, aunque algunas, en especial las esposas jóvenes, prestaban su ayuda cuando era preciso. —¿Cómo resultaron todos los exámenes que ha venido a hacer aquí? ¿Seguirán excavando en
esta parte del rancho? —No. Mi informe recomienda que hay pocas posibilidades de que se encuentre más petróleo o gas en las tierras del Triple C. —Puesto que su resolución había sido negativa, Grayson ya no consideraba secreta esa información. Miró distraídamente por la ventanilla de la camioneta, empañada en los bordes del vidrio. Los accidentes del terreno parecían músculos flexionados hasta su tensión máxima. Pensó cuántas hectáreas se requerían para alimentar a una vaca y un ternero, y toda esa tierra le pareció tan improductiva. —Es una pena —dijo en un murmullo audible. —¿Qué? Leo se irguió un poco. —Estaba mirando por la ventanilla y pensaba que no se aprovecha toda esta tierra tan valiosa. —¿Se refiere a la hierba? —Jessy no veía más que el pasto helado, que para su experiencia era algo de sumo valor. —Me refiero al carbón que está abajo, tan cerca de la superficie. No habría más que rascar la
tierra unos metros y allí está. —Ni siquiera hace falta rascar la tierra. —Jessy sonrió como si conociera el secreto desde siempre y aminoró la velocidad—. ¿Quiere que se lo enseñe? —¿Quieres decir que hay un lugar en donde el carbón está a la vista? —El hombre demostró gran interés cuando Jessy le hizo un gesto afirmativo—. Sí, me gustaría verlo... si es que no queda muy lejos. —No, no es lejos —le aseguró e hizo girar la camioneta sobre un sendero apenas visible entre la hierba—. Pero le advierto que será un viaje movido. Agárrese. Movido fue poco. Antes de que Jessy terminase de decirlo, la cabeza de Grayson pegó contra el techo del interior de la cabina y los codos se estrellaron contra la ventanilla y el parabrisas. Jessy se
afirmó al volante para poder dominar el vehículo hasta que el sendero trepó una loma y cayó de
Escaneado y corregido por ADRI
Página 55 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder súbito en un hoyo profundo. Jessy accionó el freno de mano cuando el terreno se niveló. —Aquí es. Una capa delgada de hierba seca cubría el agujero de un color negro intenso. Se veían con claridad los indicios de que el hoyo había sido extendido por la mano del hombre. —La mayoría de las casas viejas del rancho tienen hornos de carbón — explicó Jessy—. En el rancho hay tres agujeros como éste. Tan sólo tenemos que venir y sacar el carbón; no nos cuesta nada más que el trabajo. La curiosidad profesional fue más fuerte que el frío e hizo que Leo bajara de la camioneta para estudiarlo de cerca. Una cosa era saber que el carbón estaba debajo de la tierra, y otra muy diferente era ver la veta negra abierta a la intemperie. Se enroscó la bufanda a la cabeza y se adelantó para examinar el banco negro. Jessy lo observaba desde el interior de la cabina; le extrañaba lo fascinado
que se veía por algo tan común. Ya nadie en el rancho se tomaba el trabajo de extraer el carbón para el invierno; era una tarea que traía decenas de inconvenientes, de modo que muchas de las casas habían adoptado fuentes de energía más modernas. El carbón ya no era práctico, aunque costara muchísimo menos. Grayson tomó un carbón para examinarlo, pero el frío lo obligó a regresar a la camioneta. Se introdujo en la cabina tiritando y comenzó a refregarse las manos y echarse aliento para calentarlas. —¿Vamos? —Espera. —Buscó dentro del bolsillo de la chaqueta y extrajo un trocito de piedra negra—. ¿Sabes qué es? —Carbón —respondió Jessy con una mirada que ponía en tela de juicio la inteligencia del hombre. —Es el oro del sol —dijo con voz entusiasta—. El carbón es la energía del sol encerrada en bosques milenarios durante la eternidad de los tiempos. Los árboles y los helechos morían y se
pudrían y repetían el ciclo miles de veces. Luego vinieron las aguas y se formaron lagunas y mares interiores. La fuerza del agua compactó las capas enterradas de vida vegetal, convirtiéndolas primero en turba y luego en carbón. —La miró con un destello lírico en los ojos —. Este trozo de carbón tiene la energía del sol de hace cuatrocientos millones de años. —Déjeme verlo. —Jessy examinó con curiosidad algo tan familiar como cualquier otro trocito de carbón. A la mañana siguiente, Leo Grayson se encontraba en la confortable oficina de E.J. Dyson, revisando el informe final. A diferencia de la ropa que llevaba el día anterior, vestía nada más que un traje liviano y una corbata. La cabeza desnuda comenzaba a mostrar algunos blancos. La gerencia de Dy-Corp y Cía. ostentaba el lujo exagerado de la modalidad tejana desde la alfombra blanca que forraba la totalidad del suelo hasta las paredes revestidas con madera de nogal. El mobiliario estaba tapizado con cuero de primera clase y el escritorio, de tamaño tejano,
de roble, hacía juego con el sillón giratorio, especialmente diseñado para su ocupante, de modo que el hombre menudo no pareciera un enano frente a su propio escritorio. La riqueza que destilaba la habitación se reflejaba también en los pequeños detalles, como el
Escaneado y corregido por ADRI Página 56 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder florero de cristal que refulgía desde el centro de la mesa, sostenido por una cornamenta de vaca o la manta de cuero de potrillo que adornaba el respaldo del sofá. Stricklin estaba sentado, alto y erguido, en la silla de cuero a su lado, y los anteojos de marco de metal le daban un aire estudioso. Cuando terminó de revisar el informe de Grayson, se lo entregó a Dyson con un gesto afirmativo, imperceptible, que comunicaba su opinión al socio. —No puedo decir que sus hallazgos me sorprenden, Grayson —E.J. miró el
informe que acababa de leer en detalle—. Me imaginé que ya habíamos extraído todo del rancho Calder. Es una suerte que hayamos comprado tierras en Wyoming. Comenzaremos a trasladar al personal y los equipos hacia allá. —Bueno, lo que usted decida —dijo Leo con un gesto de resignación. Su trabajo era estudiar la tierra y nada tenía que ver con otras resoluciones posteriores. —¿Está completamente seguro de que no hay nada que valga la pena debajo de la tierra de Calder? —Dyson le clavó los ojos. Era una forma de saber si Grayson le ocultaba algo. Únicamente los hombres que gozaban de plena seguridad en sí mismos podían hacer frente a esta mirada desafiante. —Lo único que queda debajo de esa tierra es carbón de bajo contenido sulfúrico. —Leo rubricó sus palabras con un gesto de consternación—. Es una lástima que el petróleo se cotice tan bajo. Arruina el mercado del carbón. —¿Carbón? —Dyson parecía tener poco interés en lo que ofrecía la tierra de los Calder y cruzó
una mirada con Stricklin, quien se limpiaba las uñas con obsesiva meticulosidad —. ¿Y hay mucho? —¿Mucho? Creo que sí —afirmó Grayson con una leve sonrisa—. No podría calcular los millones de toneladas de carbón bituminoso que están a pocos centímetros de la superficie. —A pocos centímetros. Debe estar exagerando —señaló Dyson con una sonrisa desdeñosa. Se produjo un breve silencio y volvió sobre el informe. —No exagero —insistió el geólogo—. Hay lugares en que está a sólo cincuenta centímetros y otros que sale a la superficie. —¿Está seguro de lo que dice? —musitó E.J.—. Como Como dijo, Leo, es una pena que no haya demanda de carbón en la actualidad. —Sí, es una pena porque está lleno de carbón. —Se produjo otro silencio y Grayson preguntó: —¿Necesita algo más de mis servicios? —No, eso es todo. —Dyson apenas despegó los ojos del informe para despedir al geólogo. Luego de que Grayson se hubo retirado de la oficina, Dyson quedó pensativo. Había construido su vida en base a corazonadas. Cuando todas las compañías se abalanzaban
sobre las tierras de Tejas, él había sabido mirar hacia el norte, en donde creía que estaba el futuro. En un momento, había pensado que su corazonada le había fallado puesto que las excavaciones no producían todo el petróleo que es-peraba. Hizo girar el sillón hacia donde estaba Stricklin.
—Tal vez la clave esté en los diamantes negros y no en el oro negro. ¿Qué piensas? Stricklin dejó de asearse las uñas y profirió con vaguedad: —Se dice que Medio Oriente proyecta imponer un embargo. Los pronósticos más pesimistas anunciaban que el mundo se quedaría sin petróleo si no se restringía el consumo. Pero esa clase de predicciones jamás llamaron la atención de Dyson, salvo
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El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder en lo que se relacionaba directamente con el precio del crudo. Si se reducía el suministro de petróleo, se incrementaría la demanda de carbón. —Creo que es hora de que empecemos a averiguar algo más acerca del carbón —anunció a Stricklin—. Debemos ponernos al tanto del costo de transporte hacia los mercados de la costa atlántica; de los consumidores, actuales y potenciales; y de la competencia que enfrentaremos en los yacimientos de los Apalaches. —Me pondré a trabajar de inmediato. Dyson pensó en un hombre, y pulsó el botón del intercomunicador. —Llame al senador Bulfert y comuníqueme enseguida. —Dyson había pensado en algo para el político inescrupuloso. —Bueno Chase, debes admitir que el invierno tejano es mucho mejor que el de allá —E.J, Dyson bromeó mientras le pasaba una copa de whisky con soda. Desde el balcón del lujoso apartamento que dominaba el golfo, Chase recibía la brisa cálida y
húmeda que se levantaba de las aguas. —Lo admito —profirió y levantó la copa. —No sabes cuánto me complace que Maggie y tú hayan venido. Por fin tengo la oportunidad de retribuirles toda la hospitalidad que siempre me han brindado. —Maggie y Cathleen se negaban a seguir viaje, de modo que bajamos para visitar a Ty. —Abajo, sobre la playa, la niña trotaba por la arena, juntaba conchillas y corría para enseñárselas a Ty. Junto a los hijos, Chase veía a una muchacha hermosa, apenas cubierta por un estrecho bikini—. Tienes una hija preciosa, E.J. —Creo que tu hijo se ha enamorado de ella. —Estudió a Calder en busca de su reacción—. Pero hasta ahora, no ha podido atraparla. Ha estado jugando un poco con él. —Como la mayoría de las mujeres. —Chase no podía explicarse por qué había respondido con tanta ironía. —En realidad, no me disgustaría la idea de que hubiera una unión matrimonial entre las dos familias, en el futuro —comentó Dyson. —Es una idea prematura todavía. No creo que ninguno de los dos sepa lo que quieren en
realidad; son muy jóvenes. —Volvió a mirar a la pareja que estaba en la playa—. No es el momento ideal para que Ty piense en una chica con intenciones de casarse. —Estoy de acuerdo —opinó el tejano—. Deben terminar la universidad. Además quiero que Tara Lee pase un año viajando por Europa, así dará rienda suelta a su uventud antes de que forme un hogar. Tampoco yo quiero presionarlos. Un matrimonio infeliz es un infierno, como bien lo sabes. —Es verdad. —Chase intentó discernir si el comentario de Dyson había sido casual o era una conclusión que extraía de su matrimonio conflictivo con Maggie. El amor que había renacido entre ellos, les hizo creer que bastaba para limar todas las asperezas
y diferencias y sortear todos los escollos que el matrimonio enfrenta. La madurez y la experiencia los había cambiado y, sin embargo, no les era fácil borrar las imágenes del pasado. En ocasiones, Chase no podía relacionar a la mujer sofisticada en que se había convertido
Maggie con la muchacha de quien se había enamorado en su juventud. Estaba acostumbrado a decidir sin consultar a nadie y ahora ella esperaba tomar parte activa de cada resolución familiar y de
Escaneado y corregido por ADRI Página 58 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder negocios. Les exigía un esfuerzo constante lograr adaptar las viejas costumbres personales a las necesidades del presente. Tenían momentos de calma, pero últimamente se hacían cada vez menos frecuentes. Siempre que no mencionaran a Ty, podían hacer a un lado las divergencias y simular que todo andaba bien, pero era imposible que no hablaran del hijo que tenían en común. Era una jugada del destino que Ty hubiera sido el motivo que lo hizo volver a Maggie, y que ahora fuera el responsable de separarlos. Chase se aferraba a la esperanza de que cuando Ty terminara la universidad y se afincara en el rancho definitivamente, el conflicto con Maggie se
resolvería para siempre. Alguna vez pensó que podría sobrellevar un matrimonio sin amor ni comprensión de la esposa. Quizás hubiera podido, si sólo una de las dos cosas faltara entre ellos. Y a pesar de que sabía que Maggie lo amaba, debía recurrir a Sally para hallar la comprensión que necesitaba; aunque hasta el momento, no había traspasado el límite sutil de la fidelidad sexual. —He podido entablar una buena amistad con tu hijo desde que asiste a la universidad aquí, en Tejas. Como sabrás, rara vez pasa un fin de semana en mi casa de Fort Worth, o aquí, en Isla Padre. Es un joven sensato y muy inteligente. Me gusta conversar con él, aunque sé que sólo viene por Tara Lee. —He notado que también Ty siente gran respeto por ti. —Era el modo más diplomático de decir que le dolía la admiración que Ty sentía por el empresario liberal. Le parecía que Ty prestaba demasiada atención a las opiniones de Dyson y no quería que lo considerara un modelo digno de emular. Chase no quería proseguir con el tema. —Se ha hablado mucho de los nuevos pozos de petróleo que se han descubierto en Wyoming.
Se diría que has tenido mejor suerte allí que en mis tierras. —Los pozos de Broken Butt darán sus frutos, no los que esperaba, pero frutos al fin. De todos modos, sí, la recompensa parece mucho mayor en Wyoming. —Dyson hizo una pausa y asintió con gesto ligero—. Ya no hay nada en tus tierras más que carbón. Si alguna vez llegaran a agotarse las reservas de petróleo, serás, automáticamente un hombre rico, Chase. —Tal vez sí, pero ya no valdría la pena tener un rancho; quedaría destruido por completo. — Tragó un largo sorbo de whisky para sosegar el sabor amargo que tenía en la boca—. No hay que ser muy observador para darse cuenta de lo devastada que ha quedado la tierra de las zonas mineras del este del país. —Es verdad, pero la realidad presente es distinta —concedió Dyson escogiendo las palabras con cuidado—. Hay métodos modernos de regeneración por los que la tierra puede volver a dar campos de pastura. Todo se revertiría con el tiempo.
—¿Estás seguro? —Chase lo miró fríamente—. Cuando se corta en dos a una
persona y se le extraen los órganos, no vuelve a ser la misma, por mucho que se la suture. Las cicatrices nunca se borran. Los buscadores de carbón han arrasado esas tierras hace más de cincuenta años y aún no ha revivido el desierto que dejaron. Yo no lo llamaría campo de pastura. —Chase Calder, ¿cómo puedes contemplar ese golfo paradisíaco y al mismo tiempo hablar de ganado? —Maggie se interpuso ante los dos hombres antes de que la discusión tomara cauces insospechados—. Se supone que estamos de vacaciones, ¿lo recuerdas? —Sí, lo siento. —Fingió una sonrisa cuando ella se le acercó. Antes la habría tomado de la
Escaneado y corregido por ADRI Página 59 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder cintura, pero hacía tiempo que había dejado de ser un gesto espontáneo. —Te prepararé un trago, Maggie. —Acabo de beber un refresco, gracias —y se apoyó sobre la baranda del balcón para observar la playa—. Parece que Cathleen se está divirtiendo mucho, ¿no?
Una moneda herrumbrada se sumó a la colección de conchillas que se levantaba a los pies de Ty. Los adultos se habían cansado de caminar por la costa y ahora desplegaban las toallas sobre la arena para observar a la niña de cinco años en sus juegos. —Ve a buscar más —urgió Ty a la hermanita. Las dos trencitas negras se adornaban con cintas verdes que combinaban con el traje de baño que llevaba. Cathleen se echó a correr por la arena y las trencitas acompañaban el movimiento saltarín de las piernas. —Tu hermana es preciosa, Ty —sentenció Tara, maravillada por la la belleza de la niña—. Se parece tanto a tu madre. —¿Qué piensas de mis padres? —Ty estaba frente a ella y el sol bañaba la rigidez de sus músculos jóvenes. —Tu padre es como lo imaginaba —confesó Tara—. Pero tu madre me sorprendió. Nunca pensé que fuera tan moderna. La imaginaba una de esas mujeres aburridas y anticuadas, que se pasan el día cocinando. —Te dije que era maravillosa. —Los varones no siempre son objetivos para con la madre. Se ve muy joven como para tener un
hijo de tu edad. —Así es. Me tuvo cuando pequeña, no llegaba a los veinte años. —Ty sentía que no era el momento ni el lugar apropiado para contar el pasado. Luego de un silencio, Tara dijo con voz preocupada: —Siento pena por las chicas que se atan a los hijos cuando son jóvenes. Se pierden tantas cosas. —Pero la expresión de su rostro se aligeró para comunicar a Ty sus pensamientos y suavizar el impacto que podían causarle—. Pasarán unos cuantos años antes de que me ate a un hijo o a un marido. Hay tanto por ver allá lejos, y tanto por hacer aquí. —¿Nunca se te ocurrió pensar que tu esposo puede ver y hacer esas cosas contigo? —La pregunta cargaba con una tensa expectativa. Después de todo, ella era parte de todos sus sueños, aunque él no parecía ser parte de los de Tara. —¿Un esposo? ¿Siempre un mismo hombre? ¡Qué aburrido!
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JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder CAPÍTULO 08 El tanque de gasolina estaba casi vacío cuando Chase estacionó la camioneta unto al surtidor que estaba frente al almacén y oficina postal de Blue Moon. Al punto reconoció otra de las camionetas del rancho detenida junto al surtidor. Cuando bajó del vehículo, vio que Ty salía de la tienda y se detenía para encender un cigarrillo. Chase aprovechó para observar a su hijo inadvertidamente, y le gustó esa imagen. Los vaqueros desteñidos y polvorientos, las botas altas, de tacos gastados, con marcas negras de las espuelas, la desprolija camisa de trabajo y el sombrero manchado de sudor hablaban de un vaquero de trabajo. Ty se había dejado crecer el cabello, pero Chase lo pasó por alto. Levantó la cabeza para apagar la cerilla y vaciló un instante al ver a su padre; luego fue hacia él con paso lento, acompasado. La actitud del padre parecía distinta, como si por primera vez en mucho tiempo se encontraran en terreno neutral. Se habían distanciado, aunque tácitamente,
desde que el muchacho decidió ingresar a la universidad. Pero en este instante, creyó ver en los ojos del padre un destello de aprobación. —¿Vienes del rancho de los Phelps? —Ty recordaba que la noche anterior, el padre había mencionado que iría allí a ver unos caballos jóvenes. —Sí. Me quedé sin gasolina antes de llegar a El Colono. —Hizo —Hizo una pausa al ver a Emmett Fedderson intentar pasar por entre los surtidores con el cuerpo rechoncho. Lo saludó con un gesto mudo mientras el dueño del establecimiento llenaba el tanque—. Ty, es tu día libre, ¿no? —Sí. —El humo del cigarrillo lo lo obligó a entrecerrar los ojos—. Pensaba ir a casa para cambiarme y comer algo. Algunos de los muchachos se reúnen en el bar de Sally esta noche. —Un tal Jake era el dueño de este lugar cuando tenía tu edad. —El padre recordó con una vaga sonrisa—. Era el único sitio en kilómetros a la redonda donde había un poco de diversión. —Aún lo es. —Supongo que esto no tiene punto de comparación con las fiestas que hacían en la universidad —comentó el padre a modo de tanteo. —No se puede negar que no hay mucho que pensar para elegir dónde pasar
un buen rato por aquí, los sábados en la noche —concedió Ty en tono de camaradería. A Chase le gustó que no deseara fiestas lujosas—. Si no tienes prisa en regresar, te invitaré una cerveza en lo de Sally. —Está bien. Espérame allí; le pagaré a Emmett Emmett la gasolina. —Lo entusiasmaba la invitación de su hijo. Hacía mucho tiempo que estaban distanciados y quizá, cerveza de por medio, podrían volver a acercarse, a restablecer la relación que habían perdido. Por lo general, los que buscaban alguna diversión los sábados por la noche llegaban alrededor de la hora de la cena, de modo que cuando Ty estacionó la camioneta frente al café de Sally, ya había otras en el lugar. Los primeros parroquianos solían ser gente mayor y parejas con hijos, que salían a comer afuera y se quedaban a beber unos tragos. Luego se marchaban para llevar a los niños a dor-mir, antes de que llegara el grupo de hombres solos. Cuando Ty entró en el bar, la mayoría de las mesas estaban ocupadas. El tocadiscos automático sonaba a todo volumen y acompañaba a los jóvenes que corrían a las mesas de sus padres en procura de más monedas para que nunca dejara de tocar los discos favoritos. La música, el ruido
de la vajilla, a los que se sumaban las risas y las charlas, hacían del lugar un sitio agradable y familiar.
Escaneado y corregido por ADRI Página 61 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder —Ty, ¿cómo estás? ¿Qué quieres beber? —preguntó Sally Brogan antes de que el muchacho tomara asiento. Llevaba las manos cargadas de platos. —Dos cervezas. —Se sentía a gusto en este sitio tan informal. informal. La mujer terminó de servir la mesa antes de llevarle dos cervezas espumantes. —¿Cómo te ha ido? —Por mucho que le exigiera el trabajo del café, Sally nunca perdía la apacible compostura del rostro. —Bien —respondió Ty a la pregunta amable de la pelirroja. Era Era una mujer atractiva, pero de un
modo sosegado, y casi siempre hacía de madre o hermana de quien la conocía, según la edad del interlocutor. —¿Cómo te va en la universidad? No logro recordar qué estudias. —Agronomía y veterinaria. También hago algunas materias de administración de empresas. ¿Qué más puede necesitar un futuro ranchero? —Para mí, basta y sobra —repuso la mujer con una sonrisa. —¿Sally? DeeDee quiere que vayas a la cocina. —La muchacha que la ayudaba a servir la llamó desde el otro extremo del salón. Bebió un trago de cerveza fría y se limpió la espuma con la mano. La respuesta de la mujer era la que siempre recibía cada vez que se tocaba el tema de la universidad. Los lugareños, y en especial la comunidad del rancho, tildaban de afortunados a los pocos que terminaban la escuela más avanzada. En más de una ocasión se habían burlado de Ty por hablar correctamente y con palabras difíciles. Por ello, debió aprender a no hacer alarde de sus conocimientos frente a los lugareños, para evitar un posible rechazo. La puerta del bar se abrió y dio paso al padre quien, sorteando las mesas, tomó asiento frente a
Ty. —Cielos, esto me viene de maravillas —exclamó Chase mientras se llevaba a la boca la otra cerveza—. He gastado toda la saliva hablando con Phelps. —¿Tenía buenos caballos? —Sí, un par, pero pedía demasiado por ellos. Mientras bebían la cerveza, intercambiaban opiniones acerca de caballos y métodos de cría y apareamiento. Chase vació la lata y la dejó sobre la mesa. —¿Tienes hambre? —preguntó el padre—. La cerveza me recordó que no he comido nada. —Sí. —El olor que provenía de la cocina le estimulaba estimulaba el apetito. Era como estar cerca de Tara, aunque sin duda ella no apreciaría la comparación—. ¿Crees que mamá haya empezado a comer? —¿Por qué no la llamas para decirle que no nos espere? —Chase se reclinó en la silla y buscó por sobre la cabeza de los parroquianos—. Le diré a Sally que nos prepare unos bistecs. ¿Está en el bar? —La última vez que la vi, iba para la cocina. —Ve a telefonear a tu madre mientras ordeno la comida. —Bueno.
Fue Cathleen quien respondió la llamada en El Colono. No tuvo más remedio que dar charla a la niña de seis años hasta que se decidió llamar a la madre. —¿Sucede algo, Ty? —inquirió Maggie consternada.
Escaneado y corregido por ADRI Página 62 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder —Nada, a menos que hayas empezado a comer. —Aún no. Estoy esperando a tu padre para poner la comida en el fuego. Bueno, supongo que llamas para avisarme que no vendrás a cenar —respondió sin esperar que Ty le contestara. —No. Y papá tampoco. Nos cruzamos en el camino y ahora estamos en el bar de Sally. Comeremos aquí. No te molestes en prepararnos la cena. —Bueno. —La respuesta de Maggie estaba teñida de sentimientos contradictorios. Por un lado
le complacía que padre e hijo pudieran reconciliarse, pero le inquietaba que Chase estuviera con Sally. Le parecía que últimamente frecuentaba el bar más de lo debido, o quizás era que estaba demasiado sensibilizada puesto que las cosas no marchaban bien entre ellos. —No sé a qué hora regresará papá, pero probablemente yo llegaré tarde — anunció Ty. —Bueno, no hagas mucho ruido para no despertar a Cathleen. —Siempre se despierta cuando entro en silencio —rió Ty—. Pero Pero cuando voy como una estampida, nunca me escucha. —Bueno, cuídate. —Cuando Maggie cortó, se preguntó por qué habría sido Ty el encargado de llamarla, en lugar de Chase. Pero prefirió no ponerse a pensar demasiado. Sally estaba con las manos y las rodillas en el suelo cuando Chase abrió la puerta giratoria de la cocina. Un instante después vio que la mujer buscaba algo debajo del lavabo. DeeDee Reins, la negra que cocinaba, sonrió y abrió la boca para hablar, pero Chase la detuvo con un gesto y se aproximó por detrás de Sally al lavabo. —¿Buscas algo en particular? La mujer se sobresaltó al escuchar la inesperada voz de Chase y al intentar
levantar la cabeza, se golpeó con la base del lavabo. Se refregó la cabellera cobriza y le dirigió una mirada que parecía disculparlo. El calor de la cocina y el esfuerzo por levantarse del suelo habían logrado colorearle las mejillas. —Lo siento, Sally. ¿Te lastimaste? lastimaste? —Chase se arrodilló a su lado y le tocó la cabeza. Al no sentir que se hubiera hinchado, quitó la mano con extraña lentitud. —El golpe no ha malogrado ninguno de mis sentidos, si es lo que quieres saber —señaló ella, sin poder ocultar el brillo que le iluminaba los ojos azules. Chase vio que sostenía una tenaza. —¿Qué le ocurre al lavabo? —El caño de agua caliente ha comenzado a gotear. Pero por suerte no era más que una conexión floja. En un primer momento pensé que se había roto, y que las ganancias de la semana se escurrirían por la alcantarilla, por así decirlo —Pásame la tenaza. Me fijaré si ha quedado bien apretado. —El suelo está lleno de agua —advirtió Sally—. Ten cuidado de no resbalar. Mientras Chase ajustaba la cañería, Sally se dispuso a secar el suelo. Cuando
hubo terminado, Chase se puso de pie para supervisar el trabajo de secado. —Aún hay agua allí abajo. —Dime una cosa, tú. ¿Qué demonios estás haciendo en la cocina? —Sally enjuagó el trapo y lo pasó por donde quedaba agua—. Además de dar órdenes, quiero decir.
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JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder —Entré para pedirte que pusieras dos bistecs en la parrilla. —¿Dos? —repitió ella—. Primero Ty Ty me pide dos cervezas; ahora tú me pides dos... ¿Ty y tú están juntos? Chase asintió y buscó con avidez la alegría que expresaba su rostro sosegado. —Me di cuenta de que hacía mucho tiempo que no hablaba con mi hijo. No sé; será porque
estamos fuera del rancho, pero parece que hemos vuelto a conversar como amigos. Además... — Chase se detuvo; sabía que era Maggie a quien debía decirle estas cosas. —Me alegro por ti —comentó pausadamente, y luego también ella pareció retraerse—. Me alegro por los dos. —Luego se volvió hacia la cocinera—. Prepara dos bien cocidos, DeeDee. — Posó una mirada vacilante sobre Chase y luego la apartó de súbito—. Será mejor que vaya a guardar el cubo. Se echó a andar, pero olvidó que el suelo estaba resbaladizo. Instintivamente, Chase se lanzó hacia ella y Sally cayó sobre la rigidez del pecho masculino. —Cielos, creo que me va a estallar el corazón —declaró con una risita risita nerviosa. —¿ Ah, sí? —Chase recibía el calor de la piel de la mujer en todo su cuerpo. Sentía la redondez de las caderas y los movimientos ondulantes de los pechos. Le rodeó el cuello con la mano, como buscando el latido del corazón, pero se detuvo para palparle la piel. La caricia la puso en guardia. —Chase —le advirtió con un murmullo. Temía que sus pensamientos tomaran un rumbo demasiado peligroso.
—A veces un hombre se cansa de luchar y trabajar todo el tiempo —dijo Chase con un suspiro —. Y lo único que quiere en la vida es un poco de paz. Eres una mujer estupenda, Sally, tan tranquila. Necesito esa calma, esa fuerza que tienes en tu interior. —Crees que soy fuerte, pero no es así, Chase. Soy débil. Sé Sé que no me amas y que nunca me amarás. Y sin embargo, aquí estoy. Chase percibió la magnanimidad de su alma —esa entrega total, que no pedía nada a cambio, sin mentiras ni falsas promesas. No le pedía que la amara, porque sabía que su corazón pertenecía a Maggie. Nada impedía a Chase regocijarse con el placer de su cuerpo; sería tan sencillo. Bajó la cabeza hasta rozar la invitación de sus labios carnosos. La calidez del aliento despertaba sus instintos más profundos y lo tentaba a arrancar el sabor de su boca fresca. Junto a la parrilla, DeeDee volteaba los trozos de carne que salpicaban grasa derretida. Dio un paso atrás y advirtió la presencia de la pareja. Pero no se sorprendió. No era la primera vez que los veía juntos; conocía todas las facetas de aquel viejo romance que los había unido en un pretérito
lejano. Tampoco se sorprendió cuando vio que el abrazo no llegaba a consumarse. Sabía que lo de ellos era imposible; que el orgullo Calder podía destruir a un hombre, pero, a la vez, le daba una fuerza inusitada. Prefirió no decir palabra cuando Sally se acercó a la parrilla y comenzó a llenar unos platos apresuradamente. Tenía el rostro pálido y los ojos brillantes, al borde de las lágrimas. Le puso una mano al hombro y lo apretó con fuerza. Sally se detuvo un instante para recibir la calidez del gesto y prosiguió con su tarea. —Parece que tendremos una noche muy agitada —dijo con fingido entusiasmo. Las voces
altisonantes de la clientela, mechadas de risas y carcajadas, llenaban cada rincón de la cocina.
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JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder Pero la realidad traería nuevas sorpresas. Ty apoyó los codos sobre la mesa y tomó con ambas manos la segunda cerveza. Se la llevó a la boca, pero apenas la saboreaba. Una visión mortificante le obnubilaba el pensamiento. Nadie sabía que al pasar junto a la cocina, luego de hablar por teléfono, había visto a Sally Brogan en los brazos de su padre. Estaba aturdido, y aunque no lograba precisar la causa de su turbación, se sentía traicionado, pero no sabía por qué o por quién. El ruido de la silla arrancó a Ty de su ensimismamiento. La expresión del rostro del padre no parecía haberse alterado, aunque se veía apagada. El corazón de Ty comenzó a latir con fuerza y lo devolvió a la realidad. —¿Pudiste hablar con tu madre? —Sí. —Una voz en su interior le dictaba que debía salir de toda duda acerca de lo que había visto en la cocina—. ¿Por qué tardaste tanto? —Dirigió al padre una mirada penetrante, pero que no pudo sostener más de unos segundos, y se volvió a la cerveza.
—El caño del lavabo estaba flojo, de modo que me quedé para ayudar a Sally a ajustarlo. —Una sonrisa amarga escapó de labios de Ty. Era una excusa tan simple, tan oportuna. —¿Y te resulta divertido? Ty se debatía entre la duda y la angustia. No quería creer lo que había visto. Quería que otra explicación lo convenciera de lo contrario; una basurita en el ojo de la mujer o alguna otra situación que justificara el abrazo de su padre. Ty se maldijo por no haberse quedado a observar con más detenimiento. Él padre esperaba una respuesta. Ty bebió otro sorbo de cerveza y sin mirarlo, se animó a hablar. —No puedo imaginar a Chase Calder haciendo de plomero. —Volvió a llevarse a la boca la bebida espumante, sin saber cómo proseguir—. Siempre creí que eras superior. Estas palabras le recordaron lo que Maggie siempre le decía con respecto a la imagen de semidiós que su hijo tenía de él. —Sólo soy un hombre, Ty. —¿Quién no esperaba de él que demostrara entereza y seguridad?—.
También yo me siento solo y cansado... y hastiado, como el resto del mundo. —¿Por qué te sientes así si tienes a mamá? —Ty —Ty intentó apaciguar la furia que lo consumía. —Que ames a alguien no quita que a veces te sientas solo. Sally Brogan se acercó a la mesa con dos platos en la mano. Ty eludió la mirada y apuró la cerveza. Observó al padre mientras la pelirroja dejaba sobre la mesa los platos rebosantes y se apostaba a su lado. —¿Desean algo más? —No, gracias. —La voz del padre tenía un dejo de arrepentimiento. —Y, ¿para ti, Ty? —preguntó la mujer con naturalidad. —Otra cerveza —pidió sin mirarla. La comida transcurría en silencio, pero la duda continuaba agitando los pensamientos de Ty. Si alguna vez la madre llegase a descubrir la relación que Chase mantenía con Sally Brogan, se sentiría herida en lo más profundo de sus sentimientos. ¿Cómo era posible que un hombre amara a una mujer y le hiciera algo así? ¿Pero acaso no era la misma relación que mantenía con Tara, a
Escaneado y corregido por ADRI Página 65 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder quien amaba, pero con quien no podía satisfacerse sexualmente? La comparación lo estremeció y la rechazó de plano. Nada de eso ocurriría cuando estuvieran casados. No sabía de qué modo encarar esta difícil situación. Intentó sosegar la angustia que le quemaba la garganta con un trago de cerveza fría. Cuando acabaron de comer, el padre ordenó una taza de café. Ty pidió otra cerveza. —En unas semanas regresarás a la universidad, ¿verdad? —El padre encendió un cigarrillo y exhaló el humo hacia arriba—. Supongo que sabrás que hubiera preferido que te quedaras a aprender en el rancho. Pero por suerte te falta un año solamente. Quiero creer que regresarás a casa para quedarte. —Como Ty no respondía, Chase lo miró expectante—.
¿O tienes otros planes, que no conozco? —No, ninguno. Regresaré a casa cuando me gradúe. —Bueno. —Se produjo un silencio entre los hombres que se perdió bajo las risas de los parroquianos hasta que el padre volvió a hablar—. Esta mañana llamó Dyson para decirme que vendrá por unos días la semana próxima. Tiene que volar a Wyoming y se quedará en el rancho. —¿Tara vendrá con él? —No me dijo nada de eso. —Observó a Ty mientras dejaba caer la ceniza en el cenicero—. ¿Qué intenciones tienes para con ella? —Me casaré con Tara —dijo a modo de sentencia. El padre guardó silencio, pensativo, un instante. —Es una hermosa chica. ¿Estás seguro de que la amas? Ty nunca había sabido precisar el significado de la palabra amor. Con Tara, lo había experimentado como un apetito, visceral e impulsivo, que lo consumía hasta agotar sus instintos del mismo modo que un hambriento vendería el alma por una rodaja de pan. —Sí, estoy seguro.
—No me gustaría decirte que eres demasiado joven para casarte, aunque es lo que pienso. Creo que no puedes discernir tus sentimientos. Ella juega con cosas muy sutiles. Pero si de veras la amas, tráela al rancho antes de la boda. Lo digo por el bien de ella. —¿Por qué? —Ty se negaba a escuchar un consejo que tuviera relación con las mujeres o el matrimonio debido a lo sucedido en la cocina. —No todos pueden acostumbrarse a la lejanía y el aislamiento de Montana. Será un cambio demasiado brusco para ella. Aquí no hay tiendas lujosas ni teatros ni clubs sociales ni nada de lo que suele frecuentar. Debes permitir que conozca la clase de vida que llevará después de casarse. —A mamá le gusta estar aquí. —Sí, pero tu madre nació aquí. Tara se ha criado en la ciudad. —¿Y crees que es tan importante? —dijo con sarcasmo. —Mucho. Si ella no se siente cómoda en este lugar, serán muy infelices. Todo matrimonio tiene problemas —añadió con voz cerrada. —¿Y cuál es tu problema? El padre se echó hacia atrás, con el rostro sombrío. —Eso es un asunto privado, algo que tu madre y yo debemos resolver.
—Primero debes tener deseos de resolverlo.
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JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder La relación entre los padres se había tornado muy conflictiva desde que tomaron posiciones encontradas con respecto al tema de la universidad. Tal vez el padre había recurrido a una amante para resolver la gran soledad que lo embargaba. —Si quieres insinuarme algo, dilo de una buena vez —profirió el padre con voz, desafiante—. De lo contrario, no intentes aconsejarme acerca de algo que no sabes. La firme reprimenda del padre obligó a Ty a contenerse. Con sus veintiún años, quería respetar la privacidad de los padres; pero su condición de hijo le impedía ser indiferente a los problemas que los aquejaban. Dejó la lata sobre la mesa; se sentía angustiado e impotente.
La otra camarera se acercó a la mesa con la cafetera en la mano para llenar por segunda vez la taza de Chase. —No, no quiero, gracias. Ya es hora de que regrese a casa antes de que Maggie piense que me extravié. —Tomó la cuenta que la camarera había dejado sobre la mesa y se puso de pie—. Esta noche pago yo. Ty se quedó sentado un rato, cavilando. Las cervezas ya comenzaban a surtir efecto: ya no podía hilar los pensamientos. No lograba deshacerse de las imágenes del padre y de Tara. Quería verla, oír su voz, hablar con ella. Se puso de pie y un inesperado bienestar se apoderó de su cuerpo. Todo le resultaba lejano e inconexo. Sacó unas monedas del bolsillo del pantalón y se encaminó, no sin dificultad, al teléfono que estaba próximo a los cuartos de baño. A su paso, se cruzó con un par de vaqueros que lo saludaron en voz alta. Ya habían cambiado los comensales y ahora el bar recibía a los trabajadores del rancho a la mayoría de los cuales Ty conocía de vista. Un taco de billar le cerró el paso inesperadamente, y al intentar eludirlo, pisó a un muchacho de
dieciocho años, flequilludo y de cara bronceada, salvo por la banda blanca que le rodeaba la frente. —Lo siento, Andersen. —Ty pidió disculpas al hijo de la familia familia que trabajaba la tierra lindera del Triple C. Como eran una veintena de chicos, Ty jamás recordaba los nombres. —No es nada. —El muchacho flaco se volvió para mirar a la chica que lo lo acompañaba. —Hola, Jessy. Demonios, nunca te he visto sin sombrero. —Le pasó una mano por la cabellera, que se veía dorada bajo la luz tenue del local—. Parece que la mejor enlazadora del Triple C ha atrapado su primera cita con un muchacho. —Quizás alguna vez quiera enseñarte a enlazar tan bien como yo —repuso Jessy. Ty codeó al chico Andersen. —Ten cuidado con ella. Mira que le gusta portarse mal. —Ni siquiera reparó en los pantalones blancos que llevaba ni en la blusa azul que le ceñía la cintura. Y sin más, volvió a encaminarse hacia el teléfono. —Hola, querría hablar con Tara. —Se tapó la oreja oreja para no escuchar el barullo del bar y el volumen del tocadiscos.
—¿Quién es? —Ty Calder. —La misma voz impersonal que había respondido la llamada, le ordenó que esperara. Ty comenzaba a impacientarse. —¿Hola, Ty? E.J. al teléfono. Lamento decirte que Tara Lee ha salido. ¿Querías comunicarle algo
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JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder urgente? Ty sintió que el bienestar lo abandonaba. Tuvo que esforzarse para encontrar una excusa. —Sólo quería hablar con ella —repetía—. Quería hablarle, hablarle, eso es todo.
—Ty, ¿estás ebrio? —Aún no. —Pero tenía la necesidad de que el alcohol borrara la confusión que lo aturdía—. Dígale que la llamé. —La angustia emergió de su interior nuevamente cuando cortó la comunicación.
Escaneado y corregido por ADRI Página 68 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder CAPÍTULO 09 Jessy jugueteaba con los cubos de hielo del refresco mientras espiaba la partida de billar a la que Ty se había sumado hacía un buen rato, sin separarse en ningún momento de la botella de cerveza. El muchacho sentía las piernas flojas y se movía con dificultad. Jessy había perdido la cuenta de las cervezas que había bebido, pero no tenía dudas de que iba en camino de una indiscutible borrachera. Le disgustaba que hablara a los gritos y que se riera a carcajadas de las bromas que
hacían los vaqueros que lo acompañaban, quienes se encontraban en el mismo estado de ebriedad. Mientras sorbía el refresco, Leroy Andersen acompañaba la música del tocadiscos con las palmas. Ella ya había perdido la esperanza de entablar alguna conversación con el muchacho, que ahora aplaudía el final de la canción. —Eso sí que es ritmo, ¿no crees, Jessy? La muchacha respondió con una sonrisa; no le gustaba esa canción como tampoco ninguna de las que Leroy había seleccionado. —¿Quieres poner más música? —Bueno. —Puesto que Leroy no hablaba, y a pesar del brío con que acompañaba la música, tampoco bailaba, las posibilidades de diversión compartida eran muy limitadas. Todas sus amigas se desvivían por salir un sábado a la noche, sin que tuviera demasiada importancia el ejecutor de la invitación. Y a fin de demostrar que no era tan distinta de las demás, Jessy aceptaba cualquier invitación. Ahora estaba profundamente aburrida. Se divertía mucho más cuando salía en grupo.
Siguió a Leroy hasta el tocadiscos y empezó a repasar el nombre de los temas musicales. Ni siquiera sabía por qué lo hacía, puesto que eran los mismos desde que había comenzado el verano. —¡Eh, quiero otra cerveza! —gritaba Ty mientras se acercaba al tocadiscos. Repentinamente, se abalanzó sobre ella y la tomó de la cintura, apretándola contra su pecho. —Jessy, no te he visto bailar ni una sola vez esta noche —dijo Ty con voz desencajada—. Veamos si eres tan buena en la pista de baile como sobre el caballo. —Ty, estás borracho. —Te invité a bailar, no a que me dieras consejos. —Se —Se volvió hacia el acompañante de la muchacha y le dirigió una sonrisa formal—. ¿Me permites, Andersen?
—Por supuesto, señor Calder. —Ty... —objetó Jessy contrariada. —El "señor Calder" tiene permiso de tu acompañante para bailar contigo — corrigió con un dejo de sarcasmo.
—Muy bien, bailemos, entonces; si es que puedes mantenerte en pie. Ty la soltó para que pudieran dar los primeros pasos al compás de la música, pero luego la encerró con un brazo y volvió a apretarla contra los músculos rígidos de su cuerpo varonil. Jessy trataba de acomodarse para no pisarle las botas, pero la íntima cercanía le hacía temblar las piernas. No hicieron falta más que unos cuantos segundos para que Jessy advirtiera que Ty estaba más ebrio de lo que había imaginado.
Escaneado y corregido por ADRI Página 69 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder —Disculpa —pidió él cuando la pisó. Ahora se apoyaba en ella casi por completo. —Tal vez sea mejor que yo marque el paso, ¿no crees? — sugirió Jessy a modo de tanteo. —Jamás lo permitiré. —Y comenzó a hacerla girar hasta casi despegar los pies del suelo. Cuando acabó la música, se quitó el sombrero e intentó hacerle una reverencia con la cabeza,
pero trastabilló y Jessy se echó sobre él para evitar que cayera al suelo. —¡Vaya, vaya! —Ty fingió que le faltaba el aire, pero en verdad la cabeza le daba vueltas—. Creo que necesito otra cerveza. —Ya has bebido suficiente. —Tienes razón —coincidió mientras trataba de incorporarse—. Se ha hecho muy tarde y debo regresar a casa. —Se palpó los bolsillos del pantalón—. ¿Dónde estarán las llaves? ¿Alguien ha visto mis llaves? —vociferó en medio del salón. —No estás en condiciones de conducir —opinó Jessy mientras lo sostenía para que no rodara. —Las dejé en la camioneta —recordó y fue pesadamente hacia la puerta. Un par de vaqueros lo agarraron antes de que tropezara con una mesa y Jessy corrió a ayudarlos. —¿Jessy, dónde vas? —Leroy la alcanzó con un gesto de reprobación. —Ty no puede conducir. Lo llevaré hasta el rancho. De todos modos ya es muy tarde. —¿Quieres que te acompañe? —No te molestes. —En realidad se alegraba de que la cita cita tuviera un final tan prematuro. Cuando finalmente lo acomodaron en el interior de la cabina de la camioneta, Ty protestó
porque no lo habían dejado frente al volante. —Crees que estoy ebrio, ¿no es cierto? —Pero en el instante cuando intentó fijar la vista en ella, todo parecía nublársele. Ni siquiera estaba seguro de que ella lo miraba—. Bueno, tienes razón — confesó no sin orgullo y buscó de dónde sostenerse cuando el vehículo dio un giro cerrado para retomar la carretera—. Soy un Calder, ¿sabes?, y un Calder siempre hace lo que se propone. —Hizo una pausa para ordenar las palabras—. Esta noche, me propuse emborracharme... y lo he hecho. —Ya lo creo —murmuró Jessy. Ty sentía la cabeza pesada y el cuello demasiado débil para sostenerla. La dejó caer sobre el respaldo del asiento y el sombrero se deslizó hacia adelante hasta cubrirle los ojos. Sólo veía la monotonía del pavimento iluminado por los faros de la camioneta. Todo lo demás,
estaba sumido en la oscuridad más cerrada. En el transcurso de aquella noche, había logrado inventarse una alegría frenética, a fin de ocultar su angustia. Pero ahora ya no podía fingir. Sentía un gusto ácido en la boca y al pensar en el padre una furia incontenible le quemó las venas. Con movimientos torpes, bajó la ventanilla de su lado y dejó que el viento frío inundara la cabina. Pero al instante, sintió que la presión del viento lo acorralaba, que apenas lo dejaba respirar. Pero no se corrió; no quería demostrarse que era débil contra la naturaleza. La velocidad del vehículo aminoró al internarse en el portal occidental del rancho. La lentitud de los pensamientos de Ty no le permitía advertir el lugar donde se encontraban. —Detente. —Ty se incorporó con dificultad y vio que la velocidad no se modificaba—. ¡Dije que te detuvieras!
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—No puedo parar en medio del camino. Tendrás que esperar hasta que la banquina se ensanche. —¡Quiero que te detengas ahora! —Ty se abalanzó sobre el volante, pero Jessy lo sostuvo con firmeza. Ty volvió a intentarlo, pero esta vez ella lo rechazó de un empujón. —¿Quieres que nos matemos? —Tuvo que aminorar la velocidad para poder controlar la dirección de la camioneta—. Saca la cabeza por la ventanilla si te sientes mal. —No. Detén la camioneta. Quiero bajar —intentó echar mano de las llaves. —Está bien, está bien. Ya está. Debería dejarte dejarte en medio de la carretera. Puede que la caminata te refresque un poco. Ni siquiera pareció escuchar la amenaza cuando se perdió tambaleante en la oscuridad del camino. Jessy trató de seguir con los ojos la figura negra que se internaba en la noche. En un principio, pensó que buscaba un lugar oscuro para orinar; pero luego vio que se detenía con la mirada perdida. Lo observó en silencio hasta que Ty volvió a caminar, como llevado por una brújula extraña, y bajó de la camioneta para no perderlo de vista. En el estado en que se encontraba, tenía grandes
probabilidades de caer en una zanja o resbalar dentro de un hoyo. Cuando detuvo la marcha por segunda vez, Ty extendió los brazos a los lados del cuerpo en un gesto implorante, aunque tenía los puños apretados, las piernas separadas y la cabeza echada hacia atrás. —¡Eres una tierra maldita! —profirió como el quejido de una angustia que le corroía el alma—. ¡Y yo que pensaba que era un sueño! ¡Pero no ha sido más que una pesadilla! — Las carcajadas que le arrancaba el alcohol eran gemidos de dolor—. Tierra maldita, maldita, te burlas de los hombres; les haces ver cosas que no existen para que sigan siendo tus esclavos. ¡Les haces creer que todo mejorará! —Y agregó con voz quebrada: — Pero cada vez eres más cruel. ¿Qué más quieres de mí? De a poco dobló las piernas y cayó de rodillas, con la cabeza gacha. Jessy vaciló, sabía que Ty había querido gritar su soledad. Esperó hasta que el silencio se prolongara y lentamente se dirigió hacia él. Cuando le tocó el hombro, Ty la miró desconcertado. —Vamos, Ty. Te llevaré a casa. —¿Sabes dónde vivo? —le preguntó a la vez que accedía a que lo ayudara a ponerse de pie. Se
aferró a su cintura y dejó que lo llevara hasta la camioneta. De pronto, una sonrisa le iluminó el rostro—. Siempre quise ser como él —sentenció, sin saber en realidad con quién estaba—. ¿Nunca te lo dije? —No. —Jessy supuso que se refería al padre, pero no llegaba a comprender lo que en realidad quería decir. A los pocos kilómetros, Jessy escuchó el ronquido suave del sueño pesado en que Ty se había sumido. Trataba de eludir los pozos del camino para no despertarlo. Ahora sentía por él una nueva ternura, y el hecho de que dependiera de ella para salir de aquel estado de angustia había reavivado los sueños que se había labrado en torno a él. Y si bien la había decepcionado al no comportarse como un héroe, le había demostrado que era un ser humano, y por lo tanto, más asequible. La universidad no lo había cambiado tanto, pensaba Jessy. Era verdad que hablaba mejor que la mayoría de los vaqueros —cuando estaba sobrio—, pero en el fondo, Ty seguía siendo aquel muchacho solitario a quien en un tiempo ella había idealizado.
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JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder Una de las ventanas de El Colono estaba iluminada cuando la camioneta se detuvo frente a los peldaños del porche. Al apagar el motor, Jessy miró a Ty para ver si la falta repentina de ruido y movimiento lo despertaba. Pero seguía durmiendo toda la pesadez de la borrachera. Se acercó para tocarle el hombro, pero no obtuvo más que un quejido de protesta. —Ty, despierta. Ya llegamos. Aunque tenía el cuerpo inmovilizado, Jessy logró levantarlo un poco, pero Ty volvió a acomodarse en el rincón de la cabina. —Siéntate derecho, Ty. Tienes que ayudarme a que te lleve hasta la puerta de tu casa. La cabeza de Ty comenzó a bambolearse hasta que lentamente despertó e
intentó reconocer el lugar. —¿Dónde estamos? —En el rancho. La voz de Jessy pareció penetrar el inconsciente de la borrachera de Ty, quien se volvió para mirarla con detenimiento. La penumbra del interior de la cabina y lo nublado de su propia visión, no le permitían precisar las facciones de la chica que tenía a su lado. Percibía con vaguedad la cabellera oscura y la redondez de una de las mejillas. De pronto, comenzó a sonreír. Una vez que comprobó que estaba despierto, o casi, Jessy se apartó para bajar del vehículo. —Quédate aquí —ordenó—. Voy a ayudarte a bajar. —No. —Le tomó el brazo con fuerza—. No te vayas. Sé Sé que no regresarás. —Pero sí, no tengas miedo. —Jessy intentó librarse de él, pero sintió que la asía con más fuerza. —No. La atrajo hasta sí como con un brazo de hierro y la apretó contra el pecho. La abrazaba del mismo modo que un niño se aferra a un juguete que creía perdido. Ty hundió la cara en la espesura de la cabellera oscura y la resistencia que hasta ese momento Jessy
oponía se tiñó de una confusa turbación. —No me dejes —murmuró Ty en un tono de voz que pareció emocionarla—. Te necesito, siempre te he necesitado. —Ty. —Jessy estaba perpleja, no podía dar crédito a lo que acababa de escuchar. En el instante cuando Ty levantó la cabeza, Jessy sonreía, pero ignoraba por qué. El deseo que se dibujaba en la cara de Ty le quitaba el aliento a Jessy, quien veía que no era una broma que le iba a gastar. Alargó una mano temblorosa para tocar la recia mandíbula varonil, que la escasa luz exterior pintaba del color del bronce. La caricia vacilante de Jessy terminó por romper las últimas barreras que los separaban y de la garganta de él escapó un hondo gemido de deseo. La boca masculina se abrió sobre los labios rojos y los cubrió con una sensualidad hasta ahora desconocida para Jessy. No era el beso tímido de un compañero de escuela, ni el forcejeo bruto de un adolescente. Era una pasión que la consumía, una búsqueda mutua que la excitaba do un modo inusitado.
La invasión de la lengua de Ty tenía gusto a cerveza y tabaco y el sabor de la esencia de algo desconocido, algo que le hacía hervir la sangre y que le recorría cada una de las venas. Súbitamente todos los sentidos se le agudizaron. Los brazos de Ty parecían clavados en los de Jessy, aunque sus manos comenzaron a apoderarse
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Página 72 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder del cuerpo menudo. Ella ya no podía precisar dónde la tocaban, pero sentía que la urgían y excitaban y le daban la sensación de que el beso se propagaba por cada poro de la piel. Había imaginado la pasión, pero nada la había encendido tanto como hasta ahora, salvo su propia imaginación. Tomó un poco de aire cuando Ty separó los labios de los de ella. Pero no era
el fin; sólo era el principio de una larga sucesión de besos calientes y húmedos que le recorrían las líneas del rostro. El aliento ardiente de Ty le quemaba la piel y se dejó arrastrar por una ola de sensaciones enloquecedoras. Las manos de ella ya habían comenzado a degustar la tersura de la piel de los hombros de Ty. —Eres mía. Siempre quise que fueras mía. Jessy no escuchaba cómo le hablaba, sólo estaba atenta al contenido de las palabras. —También yo. —Cielos, te he deseado tanto —gimió Ty cargado de deseo al buscar sus labios sedientos. Jessy se hundió en el beso ardiente con desesperación. Ty se apretó sobre ella y lentamente se deslizó por el asiento de la cabina hasta que ocuparon la totalidad de la superficie de cuero. Jessy quedó presa entre el respaldo y la dureza del cuerpo viril de Ty. Era inexperta, pero no tenía nada de inocente. Lo que no había alcanzado a aprender de los animales, lo sabía por haber escuchado las conversaciones de las amigas mayores. Cuando sintió que la mano de él se internaba en su blusa para rozarle los pechos, no se preocupó porque se
estuviera propasando, sino por querer saber si ése era el camino correcto. Al instante sintió que la nariz de Ty le tocaba los pezones erectos. Los círculos que Ty dibujaba con la lengua los endurecían aun más y hacían propagar ese fuego por todo su cuerpo, que se reavivaba por el juego combinado que hábilmente ejercía con los dientes y los labios sobre los montículos amarronados. El deseo de Jessy se intensificó hasta convertirse en un dolor punzante y sus caderas buscaron el alivio de la rigidez del cuerpo de él. Todo el cuerpo de Ty pareció tomar vida sobre ella cuando levantó la cabeza para besarla. —No te detengas, Ty. —La súplica urgente contenía un cierto temor angustiante de que Ty la hubiera excitado tanto y estuviera demasiado ebrio para seguir adelante. Ty respiraba con dificultad y apenas escuchaba lo que Jessy le susurraba. Sólo recordaba la insistencia con que le había suplicado. Sabía bien que éste era el momento en que aparecían las objeciones en las muchachas; y buscó los labios femeninos en la penumbra. —Quiero poseerte —musitó junto a la boca de ella y la invadió sin encontrar la menor resistencia. Los dedos de Ty se apoderaron del botón de los pantalones blancos de Jessy, forcejeando con
torpeza hasta que logró abrirlo. La urgencia mutua hizo que los dos terminaran la tarea de deslizarlos por las piernas y arrojarlos al suelo de la cabina. Ty se acomodó encima de ella y cubrió su cuerpo desnudo con el de él. Ya no importaba que él no se hubiera desvestido, sólo bastaba con que se hubiera bajado la cremallera de sus vaqueros. Si bien no sabía exactamente el modo de hacerlo, Jessy se acomodó para guiarlo hasta el centro de su ser. Sabía que causaba dolor, de modo que lo recibió con los dientes apretados. Pero
lentamente los movimientos rítmicos apaciguaron el dolor y se abrieron paso hacia el centro del placer. A medida que la pasión se intensificaba, Jessy se abrazaba a él para beber de todo su cuerpo. Si
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3° de la Serie Los Calder bien había acallado el dolor, ahora dejaba escapar los quejidos de placer que se exacerbaban hasta que un éxtasis ardiente se apoderó de su cuerpo, desarmándolo. Apenas había comenzado a recobrar la sensibilidad cuando Ty la apretó contra el pecho y descargó el fuego de las venas que palpitaba en el interior de ella. Luego de la exquisita explosión se dejó caer encima de ella. Lo que hasta el momento había sido placentero, ahora resultaba incómodo: el cuerpo de Ty era un peso excesivo y caliente, las piernas comenzaba a acalambrársele y los
músculos de Jessy protestaban contra la dureza del asiento. Trató de levantarlo para que separara su cuerpo del de ella.
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El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder CAPÍTULO 10 Cuando finalmente lograron incorporarse, Jessy buscó la ropa en el suelo de la camioneta para empezar a vestirse. Sentía en su interior todo el calor y el néctar del amor. Se abrochó el pantalón y miró a Ty con ojos embelesados. Una sonrisa le adornó la boca cuando Ty, con movimientos pesados, la acercó hasta sí. Al abrazarlo, sintió que tenía los músculos completamente relajados. —Tienes que casarte conmigo, Tara —sentenció Ty con naturalidad. —¿Cómo? —Jessy sintió que se le erizaba la piel e insistió insistió para que lo repitiera, con la esperanza de haber escuchado mal. Pero Ty ni siquiera percibió que el cuerpo que acariciaba se había helado repentinamente. —Tara, amor mío —dijo con voz honda—, te amo. —Jessy ya no tenía dudas de lo que había escuchado. Movida por un arrebato de perplejidad, se arrancó de los brazos de Ty, quien intentó retenerla,
pero en el estado en que se hallaba, no le fue difícil eludirlo. Se aferró al volante como con impotencia y clavó los ojos en el vacío de la noche; no podía pensar en nada más que en que le había hecho el amor con la convicción de que era otra mujer y lo peor era que ella, en su inocencia, había creído en las palabras hermosas que tan dulcemente Ty le había dicho. La había usado nada más que para satisfacer la fantasía de una borrachera. Un temblor violento se apoderó de sus venas y la sangre pareció quemarle el corazón. —Eres un... —el odio le estrangulaba la garganta. Sentía Sentía deseos de despedazarlo con las manos — maldito cerdo —profirió con los dientes apretados. Pero Ty no pareció recibir el impacto de la furia de ella. Estaba demasiado enceguecida de odio como para advertir el ronquido acompasado de él. Cuando finalmente se dio cuenta, sintió ganas de gritar su desesperación. Ya no quedaba ni la sombra de aquella ternura cuando Jessy lo zamarreó de los hombros. —Despierta, hijo de puta. —Pero nada parecía sacarlo de ese adormilado estupor. Se bajó de la camioneta de un portazo, abrió la de él y se apostó frente a la figura inconsciente.
—Debería quitarte a puntapiés y dejarte tendido aquí afuera. —No sabía con exactitud por qué no llevaba a cabo esta amenaza, a no ser porque la segunda opción le resultaba más atractiva. Alguna vez había oído decir que el dolor devuelve la lucidez a los ebrios, y lo que no habían logrado los zamarreos y sacudidas bien podría conseguirlo el dolor. Cerró el puño y lo apuntó hacia la boca y el mentón de Ty. Se armó de coraje y un rictus amargo le apretó los labios cuando le dio un puñetazo. Comprendió así la satisfacción que sienten los hombres al pelear con las manos. La cabeza de Ty se bamboleó por la fuerza del golpe y despertó al instante. Abrió los ojos sobresaltado, aunque no del todo consciente y se tocó la boca. Un hilo de sangre le teñía la punta de los dedos. Sólo entonces advirtió la presencia de Jessy.
—¿Pero qué sucede? Ella estaba de pie, inmóvil, esperando que él recordase lo que había ocurrido entre ellos antes
Escaneado y corregido por ADRI Página 75 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder de quedarse dormido. Ahora, la luz del porche le bañaba la mirada penetrante. Ya no había lugar para más equivocaciones. —¿Quién me pegó? —Ty seguía mirándola desconcertado y se lamía la sangre mientras se palpaba la barbilla hinchada—. No recuerdo haberme peleado con nadie. —Fui yo. —Tuvo un deseo incontenible de pegarle de nuevo cuando él no logró evocar los momentos que habían compartido. Ty parecía aun más sorprendido por la revelación. —¿Pero por qué demonios lo has hecho? Si bien parecía haber recuperado la sobriedad, aún le costaba mover las piernas para salir del vehículo. —Te quedaste dormido. Y no pretenderás que te lleve a cuestas hasta tu casa,
¿no? —Pero no tenías que pegarme... —musitó entrecortadamente y se aferró de la portezuela abierta. Se limpió la sangre del labio y se encaminó tambaleante, hacia la entrada de la casa. —Al menos podrías agradecerme que te haya traído hasta aquí sano y salvo — espetó Jessy, si bien no podía decir lo mismo de ella. Ty se detuvo en el primer peldaño, con la lengua pastosa de toda la cerveza que había ingerido. —Podría haber venido solo. ¿Por qué no esperas a que te pidan ayuda en lugar de meterte en lo que no te importa? No te pedí ayuda... ni tampoco la necesité. Jessy palideció al ver que Ty rechazaba todo cuanto había hecho por él. Pero, de los vaqueros, había aprendido la costumbre de no demostrar los sentimientos. Era muy peligroso para jugar al póker. En un hondo silencio contenido, Jessy observó cómo Ty trepaba al segundo peldaño y al intentar proseguir, caía de rodillas y se golpeaba la cadera. El muchacho maldijo con furia y trató de incorporarse, pero las piernas se le habían trenzado. Ahora retomaba el intento
en cuatro patas. Esta postura tan ridícula hizo que Jessy se aproximara a la escalera. Tenía las manos clavadas en la cintura y se negaba a prestarle ayuda. Cuando Ty vio que lo observaba, inmóvil, gritó con la exasperación de los ebrios. —Maldición, ven a ayudarme. Jessy subió la escalera y se agachó para levantarlo. —Qué lástima que tu preciosa Tara no está aquí para verte en este estado estado lamentable. —Tara. —Ty buscó con la mirada, como si esperara verla a su lado—. Creí que estaba conmigo. —Giró la cabeza bruscamente hacia Jessy cuando lo acomodó sobre los hombros para poder subir la escalera—. ¿Cómo? ¿No estaba conmigo? —No. —¿No? —repitió en tono melancólico—. No, claro, tenía una cita con otro; siempre sale con otros —musitaba en voz alta, sin reparar en la presencia de Jessy—. Cielos, debo estar muy borracho. Me pareció tan... real. Jessy lo llevó hasta la puerta. Como no estaba cerrada con llave, pudo abrirla fácilmente con la punta del pie, y al intentar introducirse en el vestíbulo, el peso muerto del
cuerpo de Ty dio contra
la hoja de la puerta de madera y casi cayeron al suelo. —¡Quédate quieto de una vez, borracho tonto!
Escaneado y corregido por ADRI Página 76 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder —Es que me siento tan pesado, maldición. —Cierra la boca, ¿o quieres despertar a Cathleen? Arriba, se encendió una luz e iluminó la escalera que daba a la sala. Chase Calder se asomó y quedó boquiabierto. Tenía la cara hinchada de sueño y parecía no comprender lo que veía. —¿Qué sucedió? —La pregunta fue dirigida a Jessy. Chase bajó las escaleras y tomó a Ty de la cintura. —Estaba demasiado ebrio para regresar solo del bar de Sally. Tuve que traerlo en la camioneta
—explicó Jessy sin más detalles. —Bueno, bueno, miren quién apareció; el fabuloso Chase Calder. —Está bien, Ty, ya es suficiente. —Dirigió —Dirigió al hijo una mirada impaciente y luego se volvió a Jessy para preguntarle algo, pero Ty lo interrumpió. —Pero ¿qué sucede? ¿He transgredido una de tus reglas santas por emborracharme? ¿O es que un Calder no debe beber y divertirse? Un Calder debe ser un hombre serio y medido con el alcohol. —Irguió la espalda y levantó la cabeza en un gesto burlón. —Estás ebrio —afirmó Chase. —¿Ah, sí? —profirió en tono desafiante—. Tampoco tú eres muy correcto, ¿no es cierto, padre? La madre de Ty descendía la escalera en silencio. —Chase, ¿qué ocurre? ¿Ty está bien? La presencia de la madre pareció alterar la actitud de Ty repentinamente. —Sí, está bien. —No te preocupes, mamá, estoy un poco ebrio, eso es todo. —Lo llevaré a dormir —dicho Chase y se volvió hacia Jessy—. Maggie, encárgate de que Jessy regrese a la casa. —No se moleste. Me llevaré la camioneta de Ty y le pediré a alguien que la regrese mañana —
propuso la muchacha. —Muy bien —coincidió la mujer, pero estudió con vacilación las manchas de tierra en el pantalón blanco de Jessy y la palidez que exhibía en el rostro—. Ty tiene el labio lastimado. ¿Tuvo un accidente o una pelea? —No. —Jessy se quitó la tierra del pantalón—. Creo Creo que me ensucié tratando de sacar a Ty de la camioneta. —Se volvió para irse, pero una duda urgente la obligó a darse la vuelta una vez más—. Señora Calder, ¿quién es Tara? Ty la nombró varias veces esta noche. —Oh, es la hija de E.J. Dyson. —La —La pregunta pareció reconfortarla de algún modo—. Es una chica encantadora. No me extraña que la haya mencionado. Han salido juntos en varias oportunidades últimamente. —Bueno —murmuró Jessy—. Buenas noches, señora Calder. —Buenas noches, Jessy. Y gracias por haber traído a Ty. Las lágrimas le nublaban el camino al Ala Sur y le corrían por las mejillas. Tenía los pómulos mojados, pero nadie la veía más que las estrellas o el brillo luminoso de los ojos de un coyote que se cruzó en el camino. En El Colono, Maggie controlaba el sueño de su pequeña hija, a quien el
barullo de la llegada de Ty no había despertado. Chase terminaba de acostar al hijo, que había comenzado a roncar no
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Página 77 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder bien apoyó la cabeza en la almohada. —Ty tenía razón. Cathleen se habría despertado si hubiese intentado entrar en silencio — comentó Maggie al encontrar al esposo en la entrada de la habitación matrimonial. Como no respondía, lo observó con detenimiento. —Chase, supongo que no estarás enojado con Ty por haberse emborrachado, ¿verdad? Chase abrió la puerta del dormitorio, casi sin mirarla. —¿Acaso te alegra saber que tu hijo se emborrachó y que tuve que llevarlo a la cama porque no
podía moverse? —No, no me alegra, pero tampoco me apena. —Se produjo un silencio. Luego Maggie prosiguió —. Eres demasiado exigente con Ty. Esperas que siempre se comporte como un hombre. Deja que disfrute de la juventud, mientras pueda. —Siempre es mi culpa, ¿no? —dijo en tono sereno—. Siempre soy yo quien le exige demasiado, no eres tú quien lo malcría. —No lo malcrío; sólo trato de entenderlo... —¿Y yo no? —No dije que no lo comprendieras —rechazó Maggie, fatigada de discutir siempre por lo mismo —. Lo que quiero decir es que debes dejar de exigirle que piense como tú. Se produjo otro largo silencio y Maggie esperó las palabras de protesta de Chase. En cambio, el hombre suspiró y se quitó la camisa. —No podemos hablar de Ty sin pelear, ¿no es así, Maggie? —Se veía tan cansado y hastiado. Cuando ella se volvió para mirarlo, él la observaba desde el otro extremo de la habitación—. Lo que ocurre es que los dos estamos tan seguros de que tenemos razón en nuestras posiciones...
—Sí, creo que sí. —Inconscientemente, Maggie esperaba que él tomara el primer paso que los llevaría a la reconciliación. Pero la espera resultó infructuosa. Los dos eran demasiado orgullosos. —Será mejor que volvamos a dormir. —Y el hombre se dirigió a su lado de la cama. Las sábanas estaban frías cuando Maggie se cubrió; el cuerpo de Chase se encontraba muy lejos para entibiarlas. Le era imposible conciliar el sueño; pensaba que tal vez Chase le había ofrecido una capitulación y ella no había sabido advertirlo. Finalmente, el verano dio paso al último año de universidad para Ty. Sólo un vago recuerdo de aquella noche lo acompañaba: la visión de su padre con Sally Brogan, lo cual entorpecía la relación con sus padres. Nada lo reconfortaba más que tener que partir hacia la universidad. No bien llegó a la Fraternidad, y luego de extraer de la maleta nada más que la ropa necesaria para el día, Ty fue directamente al teléfono. A su paso por el vestíbulo del club recibió decenas de saludos de amigos y compañeros de estudio. —¡Ty, hola! —lo saludó una voz cuando estaba a pocos metros del teléfono, y sonrió al ver a Jack Springer, de quien se había hecho el mejor amigo en la universidad—.
Te estaba buscando. Sappy me dijo que llegaste hoy en la mañana. —Sí, ni siquiera acabé de desempacar —admitió Ty sin dejar de dirigirse al teléfono—. ¿Cómo pasaste el verano? —Como siempre, con calor y muy aburrido. —El padre de Springer tenía un rancho en las colinas de Austin. Ty había pasado allí algunos fines de semana en los que Tara estaba ocupada con
Escaneado y corregido por ADRI Página 78 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder otros amigos. Era un bonito lugar, pero en extensión no ocupaba más que una parcela del Triple C —. Vamos, te invito con unas cervezas y una pizza y a festejar la noche. —Bueno, pero antes tengo que hablar por teléfono. Puede que esté ocupado esta noche.
—No pudiste terminar de desempacar por llamar a una señorita, ¿verdad? —Algo parecido —admitió Ty con una sonrisa. —Si piensas llamar a quien yo creo, déjame que te advierta una cosa. Ella Ella está ocupada esta noche. Esta revelación apagó la sonrisa de la cara de Ty. —¿Por qué estás tan seguro? —Porque esta noche habrá una gran cena en la mansión del gobernador. —¿Y con eso? —Que ella irá con su noviecito senador —Jack informó en tono burlón y a la vez compasivo—. Uno de los problemas que tiene vivir aislado en un extremo de Montana es que nunca estás al tanto de las últimas noticias. Tara Lee se ha aburrido de los chicos de la universidad y ahora apunta a círculos sociales más distinguidos. —¿A qué te refieres? —Ty sentía un nudo en el estómago. —Los periódicos locales no hablan de otra cosa que de Tara Lee Dyson y del oven y atractivo senador Masun Dodd III. Sé que el muchachito heredó del padre una fortuna en acciones petroleras. Han sido el comentario de Austin este verano. Ty miró el teléfono; quería llamarla y averiguar si Jack decía la verdad.
—Ella sale con mucha gente. Eso no quiere decir nada. —Antes te habría dado la razón, pero ahora la chica está en la grande, Ty. Oh, vamos, chico, ya la conoces. Primero eligió a todos los grandes de la universidad, desde los mejores atletas hasta los tipos más importantes. Ahora se cansó, y quiere escalar posiciones —insistió Jack—. Te conviene olvidarla, igual que todos nosotros. —Lo dices de envidia, Jack —señaló Ty. —Oye, nunca dije que no me gustaría estar con ella. Demonios, ni siquiera tendría que guiñarme un ojo para hacer de mí lo que quisiera, pero, escucha, no soy tan tonto como para creer que ella va a dejarme acercársele demasiado. También tú deberías darte cuenta a tiempo, amigo. —No es lo mismo. —Ty la amaba en serio y de algún modo estaba dispuesto a poseerla. —Claro que no es lo mismo. Tú eres demasiado cabeza dura para admitirlo. — El muchacho de cabello rubio hizo un gesto vano—. Te lo digo como amigo, de modo que no me importa si te gusta o no. La señorita Tara Lee juega con el poder como un pato en el agua. En toda la universidad, no hay nadie que sea tan importante como para que ella le preste atención, ni
siquiera tú. Las palabras de Jack no eran enteramente ciertas. Tara solía asistir a los eventos sociales de la universidad acompañada de Ty, pero también era verdad que la mayor parte de su vida social se desarrollaba afuera. La gama de sus acompañantes incluía a jóvenes políticos e importantes hombres de negocios. A medida que se aproximaba el día de graduación, una angustia indefinida se apoderaba de Ty. El tiempo transcurría con una velocidad pasmosa. Y esta noche era una de las últimas que le quedaban para estar a solas con Tara, en el patio cerrado de la casa de los Dyson. Dio una larga
pitada al cigarrillo y retuvo el humo en los pulmones. Sintió que una mano se le posaba en el
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El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder hombro con delicadeza. —Ty, no has escuchado ni una palabra de lo que te he dicho. —No lo creas: estuve escuchando tu voz. Me recuerda a las gotas de lluvia sobre la tierra. —Ty —dijo con una sonrisa luminosa—, sabes halagar a una chica, ¿eh? —No es un halago. Es lo que siento por ti. Si me dejas, podría decirte todos los sentimientos que despiertas en mí. —Le rodeó la estrecha cintura con un brazo y la acercó para poder encerrarla con el otro—. Podría llevarme toda la noche. —No lo dudo. —Tara rió y jugueteó con las solapas de la chaqueta de Ty. Lo miró por debajo de la espesura de las pestañas oscuras—. ¿Te dije que Douglas Stevens entrará en el cuerpo diplomático y que lo enviarán a la embajada en Francia —No. —El destino de ese hombre era lo que menos le importaba en ese momento. —Dicen que le darán un puesto importante —dijo sin dejar de acariciar la solapa —. Si Doug está allí, podré quedarme en la embajada cuando viaje a Francia y tal vez pueda asistir a muchas
reuniones. —¿Y eso te importa mucho? —¿Importarme? A veces no sé si hablas en serio. —Giró la cabeza un poco y el perfil de su rostro pareció un dibujo exquisito recortado a la luz de la luna—. Sin duda será una experiencia inolvidable. ¿Cuántas chicas tienen la oportunidad de vivirla? —No muchas, supongo. Pero creo que lo que me disgusta en realidad es que veas a Stevens con tanta frecuencia. —¿Estás celoso? —Sí. Tara rió levemente. —No sé por qué todavía me sorprende tu sinceridad. Siempre dices lo que sientes. —Como cuando digo que te amo —sentenció Ty. Ella intentó cubrirle la boca con los dedos pero él le tomó la muñeca y la apoyó contra el pecho—. No, no hagas que me calle. Ya me queda poco tiempo para decirte lo que siento antes de que llegue el día de graduación. —Se ha hecho muy tarde. Papá ya debe estar buscándome para cerrar la casa —
le advirtió, pero el brillo de sus ojos azules no mentía. —Puedo resumirlo en unas pocas palabras, Tara. Te amo. —Ty... Había una cierta concesión en la voz de ella, y Ty no desaprovechó la ocasión. Cubrió sus labios con los de él y saboreó la miel de su boca que se abría gracias a la dulce persuasión de él. —Quiero saber una cosa —le susurró entre besos que recorrían la fragancia de la piel de mujer. —¿Qué? El cuerpo menudo de Tara contrastaba con la robustez masculina. Las manos de Ty recorrían las curvas delicadas de la espalda y las caderas redondeadas. La seda fina del vestido no ocultaba nada a sus caricias sedientas. —¿Por qué no me has rechazado como a los demás? Tara vaciló, como si no supiera qué responder. —Porque no eres igual que ellos, hay algo en ti que es diferente.
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JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder —¿No será que me amas, tal vez? —Ty alzó la cabeza y su aliento aliento se fundió con el de ella. —Tal vez sí. —La voz entrecortada lo estremeció. Había logrado quebrar sus defensas; algo nuevo le ofrecía la boca de Tara. El beso ahora, era el de un hombre y una mujer, sin artificios de seducción. Ella respondía al calor de los besos, pero Ty percibía que ella luchaba para no excitarse demasiado. Y era justamente esa reticencia lo que él trataba de derribar, para que Tara pudiera abrirse libremente a la pasión que le encendía el cuerpo. Pero cuanto más le exigía, las barreras se interponían con mayor obstinación. Ty tembló hasta la fibra más íntima cuando separó los labios de los de ella, y sintió que Tara apoyaba la cabeza sobre su hombro. Una sonrisa de júbilo le iluminó el rostro y la abrazó con más deseo.
—Cásate conmigo ahora, Tara. —La propuesta parecía un eco del pasado. —Ty... —Tara levantó la cabeza. Esta vez fue él quien acalló sus palabras. Luego buscó en el bolsillo exterior de la chaqueta. —Tengo algo para ti. Tuve que adivinar la medida, pero espero que sea la correcta. La expresión que se dibujó en el rostro de Tara fue la más hermosa que Ty amás hubiera visto. La luz del patio parecía encender el corazón de los diamantes. —¿Lo has comprado para mí? —La piedra parecía hechizarla, y le temblaban las manos cuando él se la puso en el anular. —Una joya exquisita para una belleza exquisita. —Ty podría haberle recitado los sonetos de amor más hermosos sin que se sintiera ridículo. —Me queda perfecto —dijo sin despegar los ojos del anillo. Ty se sentía feliz y la miraba con orgullo mientras ella contemplaba extasiada la piedra preciosa. —¿Puedo entender que aceptas mi propuesta de matrimonio? Tara lo miró con la claridad de sus ojos azules y tardó en responder. —Sí, sí, acepto —repetía con más seguridad y luego lo rozó con un beso ligero y le tomó la mano—. Vamos a decírselo a papá. Quiero enseñarle el anillo.
Ty hubiera preferido permanecer en el patio y compartir los últimos momentos de intimidad. Pero Tara había aceptado la propuesta de casamiento, y ahora podría esperar una eternidad. —¡Hola! —Jack Springer se asomó por la puerta de la habitación de Ty—. Hay una preciosura que quiere verte. Será mejor que te des prisa antes de que alguien te la robe. —¿Quién es? —preguntó Ty con voz fatigada de tanto estudiar para los exámenes finales. —Tu encantadora noviecita, ¿quién más? Creo que está celosa de todo el tiempo que le dedicas a los libros. —Ty se levantó del escritorio y fue apresuradamente hacia la puerta, arreglándose la camisa—. No tuviste mejor momento para proponerle matrimonio... la semana anterior al examen. ¡Vaya tontería! —bromeó el amigo y se apartó de la puerta para darle paso—. Sabes, no hubiera apostado ni dos centavos a que ella te aceptaría. Ty estaba demasiado ansioso por verla para explicarle que no la había visto en estos días porque ella le había pedido que le diera tiempo para estudiar. Le reconfortaba saber que su novia no había salido de la universidad. El compromiso se había convertido en el chisme más suculento de toda la
universidad, si bien el anuncio oficial no aparecería en el periódico hasta la semana siguiente.
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JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder Cuando la vio junto al pie de la escalera se detuvo un instante para admirar la belleza serena, y hasta inexpresiva, de su rostro, aunque tan perfecta. Bajó corriendo para abrazarla, pero ella lo rechazó. —Te eché de menos, cariño. —Ty insistió en besarla, pero ella ella giró la cabeza —. ¿Pero qué te sucede? Cuando la miró, Ty tuvo la sensación de que ella buscaba algo en sus ojos. —Ven, vamos a sentarnos a hablar. —Lo tomó de la mano y lo llevó hasta un sillón. Ty advirtió la
distancia que ella interponía. —Quise llamarte muchas veces, sólo para escuchar tu voz —murmuró Ty, ansioso por abrazarla —. Me alegro de que hayas venido. —No te alegres. —Ty esbozó una sonrisa, que las palabras de Tara habrían de borrar de plano—. Porque me parece lo más correcto decirte personalmente que no puedo casarme
contigo. —¿Cómo? —No me casaré contigo. Hay muchas cosas que quiero hacer... muchos planes que quiero concretar y que no estoy dispuesta a dejar de lado por un matrimonio —dijo con calma—. No tendría que haber aceptado tu propuesta desde el principio, pero el anillo me impresionó tanto que perdí la cabeza. —No hablas en serio. Te amo... y me amas —insistió —insistió Ty con voz contenida. —Ty, no lo hagas más difícil. Acepta, como un hombre, que he cambiado de opinión.
—Aceptarlo; eso es lo que me pides. —Ty sentía que el corazón estaba a punto de estallarle. —Sí. —Le disgustaba que Ty le planteara una escena sentimental, y comenzó a quitarse el anillo. —Quédatelo. Ty se puso de pie con solemnidad y se marchó con furia y dolor en el pecho.
Escaneado y corregido por ADRI Página 82 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder CAPÍTULO 11 La carretera que se abría por la pradera solitaria se le hacía interminable. A lo lejos se veían un par de casas. Una vetusta camioneta aminoró la velocidad, que nunca había resultado excesiva. No pasaban muchos vehículos en la dirección que iba Ty, de modo que no tuvo más remedio que subir a lo primero que apareciera por la carretera. Se acomodó al lado del conductor y observó las casas de Blue Moon, que se aferraban con desesperación al paso del tiempo. El viejo escuálido y canoso que dominaba el volante no era muy conversador.
En verdad, no había dicho más que cinco palabras desde que levantó a Ty en mitad de la carretera. Las únicas señales de vida que exhibía el pueblo eran las dos camionetas estacionadas frente a la puerta del bar de Sally. El oscuro conductor salió de la carretera y frenó con un chirrido ensordecedor. —Gracias —sonrió Ty y se bajó de la camioneta. —¿Uno de los Calder? Ty cerró la portezuela y respondió a través de la ventanilla abierta. —Sí. El hombre asintió satisfecho de la precisión de sus conjeturas. —Son inconfundibles. —Llevó una mano flaca a la palanca de cambios para indicar que la conversación había terminado. Ty lo despidió con una mano en alto y se encaminó hacia el café de Sally. Podría haber llegado al Triple C por otro camino, pero si no aparecía un vehículo que lo llevara hasta El Colono, tendría que haber caminado sesenta kilómetros bajo el sol del mediodía. De modo que optó por bajar en Blue Moon y esperar que alguna de las camionetas, que sin duda se
detendría allí, lo acercara hasta el rancho. Pero la suerte le deparó una sorpresa mayor. Una de las camionetas detenida frente al bar pertenecía al rancho. Ty arrojó la maleta en la parte trasera y se dirigió al bar. Pero la puerta se abrió antes de que pudiera entrar. Se quedó paralizado al reconocer que la risa que se acercaba era la del padre. —Hasta luego, Sally. El padre emergió del interior del recinto y se paró en seco al ver a Ty. —Ty, ¿cómo llegaste hasta aquí? —Vine en una camioneta desde Miles City y pensé que de aquí me sería más fácil llegar hasta el
rancho. —Ty se preguntaba si el padre tendría alguna excusa que justificara su presencia en el bar de Sally. Por la alegría con que reía, era evidente que aún mantenía relaciones con la mujer. —Pero la graduación será la semana próxima. —Lo sé. Ayer tuve el último examen. Ya no había motivos para esperar hasta la ceremonia. Me
enviarán el diploma por correo. Ya no soportaba las condolencias y las miradas consternadas de quienes siempre supieron que no prosperaría el compromiso con Tara. Además, el diploma no era más que un papel para complacer a la madre y para probarse que había alcanzado el objetivo que se había impuesto
Escaneado y corregido por ADRI Página 83 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder cuatro años atrás. El orgullo fue lo único que lo impulsó a terminar el último bimestre; el mismo orgullo por el que se quedó con la herida abierta después de que Tara rompió el compromiso. Chase concluyó que Ty había llegado de improviso no por lo que contaba, sino por lo que el muchacho guardaba en silencio. Decidió no presionarlo a que le ofreciera una explicación más completa y subió a la camioneta, seguido de Ty. Todo se develaría a su debido tiempo. El viaje al Triple C estuvo signado por un hondo silencio que Chase no tenía intenciones de
romper. Cuando se divisaron las chimeneas de El Colono, Ty decidió hablar. —Ya no hay compromiso —fue la única información que proporcionó. —Era de esperarse —admitió Chase—. Hasta ahora, no he conocido ni un solo hombre que no se haya equivocado con una mujer, al menos una vez en la vida. Sólo la experiencia nos enseña a vivir. —Supongo que tienes razón. —Ty giró la cabeza para mirar por la ventana. No era un consuelo que fuera la primera vez, o la última que le ocurría algo así. Las puertas de El Colono se abrieron de golpe cuando la camioneta se detuvo y Ty descendió. Cathleen corrió a abrazarlo; los bucles negros le bañaban los hombros como una cascada. —¡Eh, ya estás pesada, Cathy! —la recibió con una amplia sonrisa. Cathleen se había convertido en una hermosa niña de siete años. —Nadie me dijo que vendrías a casa hoy. —¿Ah, no? —Ty la apretó contra el pecho y luego la apartó un poco para alisarle el volado del vestido blanco—. ¡Y yo que pensaba que te habías vestido tan bonita para mí! —No, me puse este vestido para el tío Culley, pero también me lo habría puesto para ti.
—¿Culley? —Ty dirigió al padre una mirada inquisitiva y dejó a la la niña en el suelo. —Así es —confirmó el padre—. Le han dado el alta en el hospital. Maggie lo traerá esta tarde. —El tío ha estado enfermo —informó Cathleen con aire de adulta y le le tomó la mano para llevarlo hasta el interior de la casa—. Pero ya está bien. Claro que mamá dice que todavía tiene que descansar mucho. Ty sabía que aún quedaba un gran resentimiento entre el padre y el tío, y dudaba de que a Chase le agradara que O'Rourke hubiera salido del instituto para enfermos mentales. —¿Cuándo lo supieron? —Bueno, el doctor ya nos había anticipado que en los últimos meses le daría el alta, pero poco después de que llamaste la semana anterior, nos notificó su decisión. Teníamos pensado comunicártelo cuando viajáramos para la universidad, el día de graduación. —El
informe que le
había brindado su padre estaba exento de todo sentimiento, de modo que Ty no pudo conocer su verdadera opinión. —Jamás he visto al tío Culley. ¿Y tú Ty? —preguntó —preguntó la niña mientras entraban en la casa. —Sí. —Pero Ty lo recordaba como un hombre paranoico, de mirada torva, al borde de la locura y no quería transmitir esa imagen a la hermanita menor. —¿Cómo es? —Oh, hace mucho tiempo que no lo veo. Seguramente ha cambiado. —¿Crees que me querrá? —preguntó la niña en tono de preocupación. Con toda la agudeza de los niños, Cathleen percibía que la inminente llegada del tío generaba serios conflictos en la familia, aunque no sabía por qué.
Escaneado y corregido por ADRI Página 84 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder Ty no quería responder a la pregunta, puesto que sabía todo el odio que O'Rourke sentía hacia los Calder. Pero no era tiempo aún, de que su hermana conociera este aspecto de la familia;
además, no llegaría a comprenderlo. De modo que se echó a reír y le apretó la punta de la nariz. —Apuesto a que no te querrá tanto como yo. —Cathleen saltó de alegría y se echó en los brazos del hermano. —¡Ruth, Ruth! —gritó al ver que la mujer se aproximaba—. ¡Mira quién llegó! —Ty, qué sorpresa —dijo con voz trémula de emoción—. No te esperábamos. —Lo sé. Quise darles una sorpresa. —Era la explicación explicación que usaría en lo sucesivo para justificar lo anticipado de su llegada. —Sin duda que lo has conseguido —exclamó Ruth Huskell—. Hemos estado tan ocupados con la llegada del hermano de Maggie que Audra no tuvo tiempo de preparar tu habitación. —Audra Cummings era la esposa de uno de los vaqueros del Triple C, y se encargaba de hacer las tareas domésticas de El Colono. —Puesto que no les he avisado que decidí ahorrarme el aburrimiento de la ceremonia de graduación, me encargaré de eso personalmente —declaró Ty. —¿Cómo es eso de que te ahorrarás el aburrimiento de la ceremonia? — inquirió
la mujer con preocupación—. Tu madre no ha hecho más que hablar de lo feliz que se sentirá al presenciar la graduación. —Así es, pero tendrá que conformarse con el diploma —dijo Ty con una sonrisa que pretendía atenuar el egoísmo de su actitud. —¿Has venido con tu novia? —Ruth lo miró expectante—. ¿O vendrá luego? —No. —La sonrisa de Ty se borró de inmediato—. No vendrá. —Ah. —Ruth emitió un sonido que manifestaba lo imprudente de la pregunta. El ruido de un automóvil quebrantó el silencio que reinaba en la casa. —¡Debe ser mamá con el tío Culley! Cathleen estaba a punto de echarse a correr para recibirlos, pero Ty la retuvo de los hombros. —Esperémoslos aquí —dijo y buscó en el padre una mirada de aprobación. El hombre que atravesaba la entrada era la sombra del que Ty recordaba. Tenía los hombros caídos y el cabello negro que antes le cubría la cabeza se había vuelto gris. Muy poco se asemejaba a la imagen que Ty guardaba de él. Ahora estaba más gordo y la falta de sol se evidenciaba en la palidez de la piel, que alguna vez había ostentado el bronceado del aire libre. Su mirada ya no era
violenta y la lentitud con que entró a la sala tenía un dejo de sumisión.
La madre se asombró al ver a Ty junto a Cathleen, pero no había tiempo de preguntarle nada. Por ahora, era más importante allanar el reingreso del hermano al mundo familiar. —¿Cómo estás, Culley? —Chase habló primero, aunque la tensión del ambiente era palpable. —Bien, ¿y tú? —dijo el cuñado secamente con un gesto breve. Ty no pudo dejar de advertir el vacío de la mirada de O'Rourke, como si intentara borrar la identidad del hombre a quien saludaba. La madre no lo obligó a que profundizara la conversación; en cambio se volvió hacia el hijo. —El es Ty. Ha crecido tanto desde la última vez que lo viste que probablemente no lo conoces.
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—Sí, está más alto, y más grande, pero lo recuerdo. —Hablaba —Hablaba con voz clara y firme, sólo vacilaba en la elección de las palabras. Mientras esos ojos extraños lo estudiaban, Ty recordó al conductor escuálido de la camioneta quien le había señalado la marca indiscutible de los Calder—. ¿Qué tal, Ty? —¿Cómo estás, Culley? —Al igual que el padre, Ty no le le ofreció estrecharle la mano. Cathleen giró para mirarlo y corregirlo. —Tienes que decirle "tío" Culley. Un destello pareció iluminar la mirada hueca, que se posó sobre la pequeña. —Tú debes ser Cathleen —dijo con una mueca que asemejaba una sonrisa. —Sí, tío Culley. —La reticencia reticencia del padre y del hermano no pareció contagiársele—. Me alegro de que ya te sientas mejor. Mamá me dijo que has estado enfermo mucho tiempo. No es lindo estar enfermo. —No, no lo es. —No pareció incomodarlo la referencia a la prolongada enfermedad. Se inclinó parsimoniosamente y le tomó la mano a la niña con suma delicadeza, como si fuera una pieza de porcelana. El gesto parecía pertenecer a alguien que hacía tiempo no tocaba la piel de otro ser
humano, y en particular la de un niño—. Eres muy bonita. —¿Te gusta mi vestido? —Cathleen retiró la mano para desplegar la la falda de la prenda—. Me lo puse para ti. También me lo habría puesto para Ty, pero no sabía que venía hoy. Hay galletas. ¿Quieres una? —Me parece una excelente idea, Cathleen. —Maggie sonrió, maravillada de lo que había conseguido el parloteo de la pequeña. Culley se había acostumbrado a la soledad y hacía mucho tiempo que no se relacionaba con gente—. ¿Por qué no nos sentamos? —dijo y se dirigió a Ruth—. ¿Podría decir a Audra que nos traiga café y galletas? Con el café, O'Rourke comenzó a distenderse y Ty observó los signos de la vejez del hombre, de apenas cuarenta años de edad. —Ya verás la habitación que te preparamos con mamá —anunció Cathleen —. ¿Quieres que te la enseñe? —Espera un poco —dijo Maggie. —Es muy linda. Tiene una radio sólo para ti, y una silla silla grande y revistas y todo.
Y será tuya para siempre —prometió la niña. La palidez del rostro de O'Rourke pareció recrudecer y se volvió hacia Maggie, que estaba sentada en el sofá, a su lado. —¿Te ocurre algo, Culley? —¿Es eso a lo que te referías cuando me dijiste que me traerías traerías a tu casa?
—Sí. —La pregunta la desconcertó—. Como dijo Cathleen, Cathleen, te hemos arreglado un cuarto exclusivamente para ti. Un lugar donde podrás estar solo cuando quieras o... —No creo que sea correcto que me quede aquí, Maggie. —El hombre dirigió a Chase una mirada probatoria—. Comprendes a lo que me refiero, ¿no? —Sí. —Culley, quiero que ésta sea tu casa también —insistió Maggie y buscó apoyo en el esposo—. Ya lo hemos hablado con Chase y él accedió a que te quedes aquí. —Yo... les agradezco mucho —reafirmó con un gesto—, pero no vale la pena intentarlo.
Escaneado y corregido por ADRI Página 86 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder —¿Dónde irás, entonces? —Donde pensé que me llevarías... a Shamrock, a mi casa —dijo el hombre con naturalidad. —Pero esa casa ha estado deshabitada durante años —objetó Maggie—. No tiene agua, ni luz... desde hace siete años. No puedes ir allí. —Puedo repararla, aunque sea una habitación. Maggie, ése es mi lugar; éste no. —El hombre recorrió la mansión con los ojos—. Esto es demasiado grande para mí, hay demasiado movimiento de gente. —No permitiré que regreses a esa casa —se opuso Maggie. O'Rourke sonrió con tristeza. —Si me quedo, ¿qué haré con mi vida? Para no hacer nada, prefiero estar en el hospital. Necesito trabajar en lo mío. Los médicos lo llaman terapia laboral.
—No me importa cómo lo llamen. —¿Tienes un rancho, tío? —La revelación despertó la curiosidad de Cathleen. —Sí, se llama Rancho Shamrock. —¿Y es tan grande como el nuestro? —No. No creo que haya uno tan grande como el Triple C —admitió O'Rourke. —Apuesto a que desearías tener uno como el nuestro. —No, no lo creas, ya que siempre he tenido que preocuparme porque no me lo roben. Ahora mi rancho es tan pequeño que nadie se molestará en quitármelo. —Pero no puedes vivir sin dinero allí —apuntó Maggie—. Si lo que quieres es trabajar, Chase puede emplearte. —Deja que Culley decida solo, Maggie —señaló Chase. —Pero no está... —No completó la frase y miró miró al hermano con culpa. —Que no estoy curado. ¿Es eso lo que ibas a decir? —Culley, lo siento. No quería decirlo de ese modo. Es que hace tanto tiempo tiempo que no realizas trabajos pesados. Ya no eres un joven y... —Quiero ir a mi casa, Maggie. Chase se hizo cargo de la situación, aunque sabía que Maggie se lo reprocharía.
—Está bien. Te llevaremos al rancho en la mañana. Pero esta noche te quedarás con nosotros. —¿Es muy lejos tu rancho? ¿Puedo ir a visitarte alguna vez? —inquirió la la niña. —Podría decirse que somos vecinos. Puedes venir a verme cuando quieras. —Está muy cambiado —comentó Ty cuando Culley subió para prepararse para la cena. —Así parece. De todas maneras, no deseo que tu madre o Cathleen se queden a solas con él. De modo que quiero que te quedes en casa esta noche mientras voy al campamento norte para avisar a Arch Goodman que O'Rourke se mudará a Shamrock. —¿Por qué? Los doctores le dieron el alta, de modo que deben saber que es inofensivo. —Nada ni nadie es inofensivo, Ty —sentenció Chase con dureza—. Culley debe tener dos
motivos para no querer vivir aquí. Primero, puede que sepa que el pasado se perdona, pero casi
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El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder nunca se olvida. Tal vez lo perturbe la idea de dormir bajo un techo Calder, comer en la mesa de los Calder y beber agua de los Calder. Y segundo, puede que sea lo suficientemente astuto como para saber que lo vigilaremos todo el día. —¿No confías en él? —Quiero tomar mis precauciones solamente —explicó el padre—. Necesitará mucha ayuda para lograr que esa casucha vuelva a ser habitable. Quiero que le des una mano. —¿Yo? ¿Por qué? —Porque pensé que te gustaría estar solo unos días. —El padre no esperaba que le respondiera, y Ty guardó silencio. Sin duda, era cierto que necesitaba estar un tiempo solo para recuperarse del rompimiento del compromiso con Tara. Además su padre suponía que el cuñado no hablaría demasiado, de modo que Ty podría gozar de la soledad necesaria para pensar —. Quiero decir a Arch que empiece a separar el ganado de Shamrock del de Triple C. Necesitará aperos en cuanto
termine de arreglar el corral, y herramientas, provisiones... —Pero sabrá que somos nosotros quienes se lo daremos —apuntó Ty—. ¿Y si no acepta? — Lo aceptará. Es un O'Rourke, y sabe lo que le conviene. No bien concluyó la tarea de la separación de las vacas con la marca Shamrock del ganado del Triple C, el alazán de Jessy se apartó del portón del corral para que uno de los hombres pudiera cerrarlo. Se quitó el sombrero, se enjugó el sudor que le bañaba la frente con la manga de la blusa y se volvió a encasquetar el sombrero. Luego se dirigió a la cerca sobre la que dos hombres estaban sentados y se bajó del caballo. Se agachó para aflojar el cincho y dar un respiro al alazán de patas blancas. —Ya están todos adentro, Arch —informó Jessy luego se tocó el ala del sombrero polvoriento en dirección al viejo, cuya piel exhibía el paso de los años—. Hola Nate. —Jessy. —El viejo le devolvió el saludo con la cabeza. Era el sabio del rancho. Si bien sus huesos cansados ya no soportaban el traqueteo del caballo, el ojo entendedor jamás le fallaba. Recorría el campo en una camioneta, de modo que siempre estaba donde hacía falta la opinión del experto
más respetado del lugar. El viejo se sumó al grupo junto a la cerca. —O'Rourke se lleva mejores vacas de las que dejó. — Extrajo del bolsillo papel de cigarrillos y una cajita con tabaco. La mayoría de los veteranos aún armaban los cigarrillos a mano, pero para los dedos deformados de Nate, era una tarea difícil. —Es verdad. —Jessy observaba los movimientos entorpecidos por el reuma con que Nate cargaba el papel con tabaco—. Yo te lo armaré. El viejo le pasó los implementos y vio que la muchacha sacaba el tabaco sobrante con precisión. —¿Saben que Ty está en lo de O'Rourke ayudándolo a salvar lo que queda de la casucha? —Sí, ya me lo dijeron. —Jessy tomó el papel cargado entre los los dedos y comenzó a enrollarlo. —Ese compromiso no duró mucho, ¿sabes? —Sí, también me lo contaron. —Se acercó el papel a la boca y pasó la lengua por el borde para cerrarlo. —Lo plantó, creo —observó Nate cuando Jessy le pasó el cigarrillo—. Una mujer que da su
palabra y luego se echa atrás no es nada buena.
Escaneado y corregido por ADRI Página 88 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder —Seguramente tenía sus motivos —acotó Jessy, quien aún tenía la espina clavada en el corazón por lo que Ty le había hecho. A decir verdad, no podía decir que lamentaba que la muchachita lo hubiera desairado. En cierto modo, se lo tenía merecido. —Estás de lado de ella, ¿no? —No, es una cuestión personal —se defendió encogiéndose de hombros. —Hay cuestiones... y cuestiones —sentenció el viejo y se puso a contemplar la profundidad del cielo—. La mayoría de los rancheros se mueren por conseguir el mejor toro para reproducción y pagan lo que no tienen por el de mejor calidad... y luego lo ponen a servir a una vaca de calidad
inferior. Pero, si quieres un buen ternero. —Nate la miró con la misma profundidad—, tienes que tener una buena madre. Muchos tipos que se creen expertos no se dan cuenta de que el ternero necesita más de la madre que del toro que la sirve. Un ranchero debe poner su dinero en una buena vaca más que en un toro. Es la hembra lo que importa y no dejes que nadie te convenza de lo contrario. —Lo recordaré. —Le pareció un extraño consejo en una sociedad tan machista como ésa en la que se había criado, y más aun de boca de Nate Moore, el maestro de su vida. —Me contaron que te han puesto a trabajar en lo de Arch. —Sí, porque papá dice que no está bien que trabaje con él. Dice que no le parece correcto. —El padre había vacilado al ponerla a trabajar como uno más de los vaqueros, aunque nadie podía negar la habilidad que Jessy tenía para tal trabajo de campo. Además, ya se habían acostumbrado a verla siempre con los vaqueros. Pero Jessy sabía que estaba a prueba. Si su condición de mujer generaba peleas entre los hombres, la mandaría a hacer otras tareas, estrictamente femeninas. Había protestado cuando el padre le dijo que ya tenía el cuerpo de mujer y que tal vez los hombres
pelearían por ella. Pero cuando ella lo negó, Stumpy le explicó que cualquier chica resulta hermosa cuando un hombre
está desesperado. Y recordó con amargura que un hombre podía estar lo suficientemente desesperado como para imaginar que ella era otra mujer.
Escaneado y corregido por ADRI Página 89 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder CAPÍTULO 12 —Pero es inconcebible —musitó Chase, y el cuero de la montura crujió cuando se acomodó sobre el caballo. —¿Qué ocurre? —Maggie apartó la vista del tumulto que había en el área de marcado de hacienda y miró a su esposo. No creyó haber visto nada que justificara semejante reacción en él.
—Cuando tenía su edad era yo quien daba las órdenes. El todavía necesita que le digan lo que tiene que hacer. Ty llegará a los treinta años sin saber qué significa tener gente a su mando. Con precisión de madre, Maggie distinguió al hijo de entre los vaqueros que enlazaban terneros para llevarlos a marcar. Ty lo estaba haciendo bien, como cualquiera de los demás, quienes sentían la presión de las nubes, cargadas de lluvia o peor aún, de nieve. —Hablas de él como si fuera un inútil —le reprochó Maggie—. ¿O acaso has olvidado que fue Ty quien propuso agregar postes de acero a los ya existentes de madera cuando renovamos la cerca el verano pasado? —No, no lo olvidé, pero tampoco puede decirse que sea una idea original. Muchos rancheros ya los han implementado en las zonas donde se corre el peligro de incendio. Si bien los postes de acero eran más resistentes al fuego, su costo era considerablemente más elevado. Sin embargo, la combinación de madera y acero era la más conveniente. —Pero fue Ty el de la idea y además calculó todos los costos y... —Maggie, no lo crítico —repuso Chase en tono paciente—. Lo que me preocupa es que le falta
mucho por aprender, y no le queda toda la vida. Maggie creyó que el comentario aludía a los cuatro años de universidad, que suponía que Chase daba por perdidos. Ya hacía dos inviernos que Ty había vuelto al rancho, pero el padre aún sentía que eran insuficientes para el aprendizaje del hijo. Maggie prefirió guardar silencio; ya no tenía sentido discutir siempre acerca de lo mismo. —¡Cómo le gusta cabalgar a Cathy! —Chase hablaba con un orgullo que amás usaba al referirse a Ty. Maggie no creía justo que prefiriera a la hija de un modo tan evidente —. Persigue a los terneros como si fueran de juguete. —Pero en lugar de ayudar, debe ser una molestia para el trabajo —señaló Maggie a modo de censura. —Se está divirtiendo mucho —justificó el padre—. Cuando Cuando de veras dificulte el trabajo, los hombres la sacarán a puntapiés. Si bien era cierto, Maggie sabía que los vaqueros la consentían tanto como Chase. Era asombroso cómo Cathy, que ya había cumplido nueve años, tenía a su
disposición a todos los hombres del rancho. La pequeña se bajó del caballo y corrió hacia el ternero que acababan de tumbar. —Ven, Cathy. Siéntate sobre el lomo para que no se mueva —le ordenó Binky Ford con una sonrisa. La niña intentó sentarse sobre el voluminoso animal, pero la devolvió al suelo de un movimiento brusco. No corría peligro, puesto que era nada más que un juego. Los muchachos la
llamaban para que participara de las tareas: les gustaba que la niña se ensuciara y frunciera la nariz al sentir el olor rancio del cuero quemado.
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Luego de que lo vacunaron, marcaron y le agujerearon la oreja, el ternero salió disparado en busca de la madre. Cathy se sacudió la tierra de los pantalones nuevos y se sumó al grupo de hombres que se precipitaban sobre otro ternero que acababan de enlazar. —Jessy —profirió un grito de alegría al reconocerla y se agachó junto a ella —. ¿Puedo ver cómo lo castras? Los hombres se echaron a reír. —¡Vaya! Eres más curiosa que un gato. —¿Por qué? —preguntó la niña con inocencia. Los hombres se sonrojaron, pero no respondieron. Jessy bajó la cabeza para ocultar una sonrisa y le pasó un frasco de antiséptico. —Échale un poco cuando te diga. —¿Le duele mucho? —preguntó la niña, quien sabía perfectamente en qué consistía la operación. —Más o menos. El secreto es hacerlo rápido, para terminarlo antes de que el animal sienta dolor. —Jessy tomó el escroto del ternero e hizo una incisión con el cuchillo. Cathleen contuvo la respiración al ver el chorro de sangre. Con inmejorable precisión, Jessy
extrajo las glándulas masculinas e hizo un gesto con la cabeza para que la niña le rociara el líquido desinfectante. Jessy se levantó un poco para arrojar los testículos al fuego. —¿Puedo verlos? —inquirió Cathy. Jessy escuchó que los hombres reprobaban por lo bajo este acto que calificaban de indecoroso para una niña. Sabía que ningún hombre se oponía a que las mujeres aprendieran esta clase de cosas, pero ¡vaya que les incomodaba ser ellos los encargados de enseñárselas! —Sí, claro —accedió Jessy y vio que los hombres retornaban presurosos a sus tareas. —¡Cathleen! —se escuchó un grito, y la niña saltó casi con culpa—. ¡Vuelve ¡Vuelve a subir al caballo! — Cathy buscó sobresaltada en la dirección de la voz y vio que Ty la miraba con ojos condenatorios. Estaba muy asustada para cuestionar la actitud autoritaria del hermano, de modo que obedeció en silencio. Ty se dirigió a los hombres con impaciencia—. ¿Cómo es posible que le permitan castrar los terneros? No es trabajo para una chica. —¿Qué te ocurre, Ty? —espetó Jessy, desafiante—. ¿Tienes miedo miedo de que se me escape el cuchillo y lastime a quien no debo? Bueno, no temas. He castrado más terneros de los que tú has
visto en toda tu vida. Ty le clavó una mirada enfurecida y luego ordenó: —Jobe, ponla a marcar. Jobe era el capataz de modo que Ty no tenía derecho a interferir en las decisiones que el hombre tomaba con respecto a las tareas que asignaba a cada miembro del personal: a menos que apelara a su condición de ser uno de los Calder. Ty prefirió no enfrentarse con Jobe. —Supongo que si recibe la misma paga que los hombres, bien puede hacer el trabajo de un hombre —sentenció Ty con desprecio. Jessy liberó al ternero y se puso de pie. Los hombres se alejaron dando por terminada la cuestión, pero Jessy se quedó, y dirigió a Ty una mirada enardecida. —¿Qué es lo que te molesta, Ty? —inquirió en voz baja para que los demás no escucharan—. ¿Que haga el trabajo de un hombre, que reciba la misma paga que ellos, o que haga el trabajo
mejor que tú?
Escaneado y corregido por ADRI Página 91 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder —Tal vez lo que más me fastidia es que siempre trates de demostrarme lo bien que haces las cosas, y que me hagas quedar como un tonto. —¡Qué quieres que haga si soy buena para el trabajo! ¡No pienso dejar de hacer lo que hago sólo para complacer a un hombre! —¡Ah, eres como esas feministas que quieren que se las trate con igualdad! —Si hablas de respeto, sí. ¡Quiero que me respeten como soy! —Está bien. —Ty sabía que ella tenía razón, que había dado en la tecla. tecla. Pero también sabía cómo desquitarse—. Para ser una chica, eres un hombre perfecto. El dardo cargado de ira había acertado en el blanco. Ty vio que Jessy empalidecía y se alejó, montado en el caballo. Jessy le clavó los ojos en la espalda; el insulto la había herido en lo más profundo de sus sentimientos. Si bien lo había desafiado como un hombre, era toda una mujer de
diecinueve años, con las necesidades, deseos y anhelos de una mujer adulta. Una gota de lluvia le humedeció la mejilla y rodó hasta su pecho. Jessy miró el horizonte, desdibujado por la neblina espesa. La lluvia ya se cernía sobre Montana. —Maggie, ve a buscar a Cathy y refúgiense en la carpa. —La orden de Chase fue seguida del rugido de un avión que sobrevolaba las perforaciones de Broken Butte. —Es el avión de Dyson. —¿Lo esperabas esta semana? —No. —Chase vio que el aeroplano viraba en dirección a El Colono—. Será Será mejor que nos apuremos para recibir a los huéspedes. —Miren, allí está el ganado... y hay un grupo de vaqueros. —Tara se acercó a la ventana para ver con más claridad. Se preguntó si Ty sería uno de esos hombres. —Parece que es la época de marcado —comentó E.J. Dyson. —¡Cuánta tierra! —musitó Tara, maravillada. maravillada. —Y no has visto más que la mitad. E.J. no podía mirarla sin dejar de pensar en la riqueza que dormía debajo de la hierba reseca. —Es todo un desafío por el cual me gustaría arriesgarme hasta el final. final.
—¿Y los Calder son dueños de todo esto? —Así es. Estas tierras tienen un gran futuro. —Nunca me imaginé que sería algo así, a pesar de lo mucho que me has hablado del imperio de los Calder y de las historias que Ty me contó. —Es verdad. Es casi un reino —sonrió E.J.—. Es el feudo de Chase Calder, ¿no me crees? — añadió cuando la hija hizo una mueca de escepticismo—. Chase Calder es el rey absoluto y su palabra es ley. —¿Te dijeron algo con respecto al rompimiento del compromiso? —No... salvo una vez que Chase me comentó que pensaba que eran muy óvenes para casarse. —Qué bien. No me gustaría incomodarlos con mi visita —murmuró Tara con una sonrisa leve. —Oh, vamos, Tara Lee. No soy uno de tus novios para que me embauques con tu inocencia. Tienes que admitir que me acompañas para ver a Ty.
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JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder —Papá —profirió en tono de reprimenda, pero luego se rió de que el padre le leyera el pensamiento—. Está bien, tienes toda la razón del mundo. Quiero recuperar a Ty. —Tesoro, nadie se resiste a tus encantos, ni siquiera un Calder. El aeroplano se detuvo en la pista de aterrizaje privada y un automóvil los trasladó hasta El Colono. Al llegar, Dyson murmuró a la hija: —Un suntuoso castillo de vaqueros para un rey ganadero. Tara no pudo más que sonreír, puesto que la gran puerta de madera se abrió no bien descendieron del automóvil. Una mujer los esperaba para recibirlos. Dyson reconoció a Ruth Huskell y le sonrió. Como hombre de negocios que era, tenía la costumbre de ser cortés con los empleados, quienes, en ocasiones, podían resultar la mejor fuente de información. —Ruth, es un gusto volver a verla. ¿Cómo está? La mujer murmuró la respuesta obligada. —Tara Lee, te presento a Ruth Huskell. Esta Esta encantadora mujer ha estado
con los Calder desde hace años. Podría decirse que es una más de la familia. —Lamento informarle que Chase y Maggie no se encuentran en este momento. Pero ya les he hecho saber de su llegada. Han llevado a Cathleen al rodeo de primavera. —Sí, lo vimos cuando sobrevolamos el rancho. — E.J. se acomodó en una silla de terciopelo de la sala, en donde acababan de encender el fuego de la chimenea. Iluminaba el interior de la habitación, oscurecida por la lluvia que había comenzado a caer hacía un momento. Tara se acercó al fuego y se agachó para observar los leños ardiendo. —Estoy segura de que no tardarán mucho —prometió la mujer—. Audra les preparará las habitaciones en unos minutos. —No hará falta. Debo encontrarme con mi socio esta noche en Calgary. Tendremos una reunión de negocios mañana temprano, de modo que no nos quedaremos mucho tiempo —explicó Dyson —. De lo contrario, le habría avisado a Chase que nos esperara. —Las puertas de esta casa están siempre abiertas para usted —le aseguró la
mujer, aunque miró a la hija de un modo extraño—. ¿Quiere que le traiga café? —Sí, gracias. Chase y Maggie no llegaron hasta después de una hora, la cual Tara aprovechó para estudiar los muebles de la sala. Sólo algunas de las piezas eran antigüedades de gran valor. La alfombra que
cubría el suelo de madera confesaba algunos hilos sueltos. Ella tenía la sensación de que el lugar se había detenido en el tiempo y si bien exhibía ciertos toques distinguidos, le parecía que podría ser mucho más refinado. Luego de los saludos, de las disculpas y de que hubieron acordado que se quedarían a cenar, Tara creyó que era oportuno preguntar por Ty, a quien nadie había mencionado hasta entonces. —¿Ty cenará con nosotros? —No —respondió Chase, quien la estudiaba con detenimiento—. Los vaqueros pasarán la
noche en el campo. —Pensé que dejarían de trabajar por la lluvia —dijo Tara. Tara. —Cuando empieza el rodeo, debe seguir, con sol o con lluvia, hasta que se termine de marcar a
Escaneado y corregido por ADRI Página 93 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder todo el ganado —señaló Chase con una sonrisa que no ocultaba un cierto recelo. —Tenía ganas de verlo —admitió Tara y miró al padre antes de volver a dirigirse a los padres de Ty—. Sé que puede resultar extraño que tenga tantas ganas de verlo luego de haber roto nuestro compromiso, pero Ty no dejó que le explicara los motivos que me llevaron a hacerlo. Vine con la esperanza de poder hablar con él. Lamento lo ocurrido; sé que me equivoqué y le debo una explicación. —Es una pena que no puedan quedarse más tiempo —dijo Maggie en tono indefinido. Si bien le agradaba esta joven y hermosa mujer, y tal vez se identificaba con la independencia
que parecía poseer, sabía también lo mucho que había lastimado a su hijo. El compromiso era un tema que aún no se abordaba en la familia. —Tal vez... si... —Tara —Tara titubeó deliberadamente y miró al padre que observaba en silencio las maniobras de la muchacha—. No querría causarles ninguna molestia, pero tal vez si pudiera quedarme unos días hasta que termine la reunión de negocios de papá, tendría tiempo de hablar con Ty. —Tara no quiso presionarlos a que le respondieran y se dirigió al padre —. ¿No te incomodaría pasar a buscarme a tu regreso de Canadá? Sé que pensabas volar directamente a casa. —En absoluto. Creo que son los Calder quienes deberían decidir si no les incomoda tener un huésped inesperado en esta época del año. Están muy ocupados con el rodeo. —Lo siento. —Tara se excusó por ser tan desconsiderada con las ocupaciones de la familia Calder. Chase guardó silencio; Maggie, en cambio cedió ante las presiones hábiles de la joven—. Es que sería una verdadera lástima estar tan cerca de Ty y no poder hablarle. —Pero claro que puedes quedarte unos días con nosotros —dijo Maggie sin
consultar a su esposo. Pero Chase estaba de acuerdo. Creía que lo mejor para Ty era que se enfrentara con esta muchacha y la arrancara de sus pensamientos de una vez por todas. La lluvia había convertido la tierra en un lodo espeso y pegadizo. Los caballos se movían pesadamente y salpicaban a los jinetes que perseguían a los terneros embarrados. La tarea se hacía lenta y requería la fuerza doblegada de los hombres. —Eh, Calder, el gran jefe quiere verte. La camioneta estaba detenida junto a la tienda que hacía las veces de cocina y Chase lo aguardaba con una taza de café en la mano. —Me dijeron que querías verme. —Ty sentía que el lodo se secaba y le estiraba
la piel de la cara. —No soy yo quien quiere verte. Tienes visitas.
—¿Yo? ¿Quién es? —Tara. Ty quedó paralizado un instante. La buscó con una mirada teñida de incredulidad y la vio sentada junto a la tienda. Tara observaba el movimiento de hombres y animales como si fuera un espectáculo montado especialmente para ella. Tardó unos segundos en recuperarse del estupor de volver a verla y se bajó del caballo con la lentitud de quien aún no sabe cómo enfrentar una situación. El padre permaneció junto a la camioneta; quería que el encuentro fuera estrictamente privado.
Escaneado y corregido por ADRI Página 94 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder Cuando lo vio, le hizo una de esas sonrisas provocativas y enigmáticas con que lo había cautivado durante tanto tiempo. Ty intentó ignorar la belleza de la mujer, pero vibraba hasta la fibra más íntima. Se veía tan chispeante y femenina con los pantalones negros y la blusa de seda
de mangas largas color escarlata; despertaba con urgencia sus instintos masculinos. Pero nada más que por orgullo, Ty fue directamente a la cafetera. —Hola. —Ty temblaba mientras se servía una taza del líquido líquido renegrido, y aunque apenas la miró, percibía cada uno de sus movimientos. —Hola —dijo Tara, luego de advertir cuánto había crecido. Las manchas de lodo no alcanzaban a ocultar el parecido que guardaba con la figura recia del padre. Poco tenía que ver con el universitario que la había cortejado—. Pensé que me escribirías —prosiguió con voz sensual—. Pero comprendí que si quería volver a verte, tenía que venir a buscarte. Por lo tanto, aquí estoy, implorando tu perdón. Tara abrió las manos en un gesto de entrega total. El no lograba olvidar el mensaje sutil que albergaban los movimientos del cuerpo femenino y comenzó a desearla, odiarla, a amarla y a culparla por despertar en él aquel viejo conflicto que no había logrado resolver en el corazón. —¿Tú, implorando? No puedo creerlo —repuso Ty con sorna, sin perder el gesto impasible. Las palabras de Ty le arrancaron otra de sus sonrisas provocativas y levantó
la cabeza para mirarlo con ojos cautivantes. —Sí, parece que no lo hago muy bien —admitió con falsedad—. Me gustas mucho más en el campo. Parecería que la universidad no era para ti. Aquí te ves mejor, como un pez en el agua. —¿Para qué viniste? —En ningún momento, Ty creyó que lo había buscado para pedirle perdón. —Ya te dije... —¡No juegues conmigo, Tara! —la cortó en seco. Por un instante, Tara creyó perder el control de la situación. Luego bajó los ojos en un gesto consternado. —Pensé que te alegrarías de volver a verme —levantó la cabeza y pareció haber recuperado la compostura cuando prosiguió con voz firme—: No vine para fastidiarte; es evidente que no soy bien recibida aquí. —Hizo una pausa y encontró la mirada dura de Ty—. Sé que he tardado mucho en aceptar tu invitación, pero he venido finalmente. Creí que sería importante para ti. La respuesta de Ty fue un profundo silencio. Cuando ella se movió con la
intención de marcharse, el anillo brilló ante sus ojos. —¿Por qué sigues usando el anillo? —Un hondo sentimiento traicionaba la rigidez que se había impuesto frente a ella. Tara se volvió lentamente y Ty comprendió que aún era presa de su belleza esquiva. —Porque es tuyo. —El silencio en el que ahora se había sumido Ty era más profundo—. ¿En qué te has quedado pensando, Ty? —En que estás más hermosa que nunca; pero no intentes embaucarme de nuevo —le advirtió. —Es la segunda vez que me acusas de querer jugar contigo. —¿No lo has hecho, acaso? —No, conscientemente no. Bueno, admito que me he equivocado con respecto a las cosas que eran importantes para mí. Pero, Ty... —Tara prosiguió con voz de arrepentimiento—, ¿una chica no tiene derecho a cambiar de idea más de una vez?
Escaneado y corregido por ADRI Página 95 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder Ty no lograba resistir la tensión que ella había generado en su corazón. Apuró el café con la esperanza de que aquietara la agitación de sus pensamientos. —Para ti es muy fácil decirlo, es otro de tus juegos. Pero para mí fue muy importante. No ha pasado un solo día sin que dejara de pensar en ti... de desearte. He visto tu cara reflejada en la luna todas las noches. Siempre te deseé. Y cuando papá pronunció tu nombre, también le deseé. —Bueno, aquí estoy... —No lo entiendes. Sí, te deseé, pero las heridas ya se cerraron. cerraron. Y aunque me han quedado cicatrices profundas, las heridas han dejado de sangrar. No creas que permitiré que las abras de nuevo. —¿Puedo abrirlas otra vez, acaso? —Bien sabes que sí. Estoy empeñado en olvidarte, y no me detendré hasta que lo logre.
—¿Sin mirar atrás? ¿Sin escuchar que te necesito? La rigidez de Ty tenía una grieta, y Tara intentó socavarla. Se adelantó y le tomó las manos callosas con exquisita suavidad. —No vine para remover viejas heridas, Ty. Creo que vine para intentar convencerte de que vuelvas a proponerme matrimonio. —Ya me has rechazado una vez. No, gracias. —El contacto pareció reafirmar su decisión. —¿No puedes creer que de veras siento que me equivoqué? ¿No tengo derecho a desear que me des otra oportunidad? —¿Para qué vuelvas a echarte atrás? —repuso con resentimiento—. No. No quiero pasar por todo eso otra vez, Tara. No me harás sufrir más. La intuición de Eva le dictó que debía dejar de presionarlo. Tenía la certeza de que Ty había titubeado, de que era vulnerable a sus encantos. Pero sabía que debía atacar por otro flanco. Retiró las manos de las de él y le dirigió una sonrisa de resignación. —Sólo me quedaré unos días. Papá viajó a Calgary por negocios y pasará a buscarme el miércoles. Espero que tengas tiempo de enseñarme el rancho. Con todo lo que me has contado,
me muero por recorrerlo contigo. —Tal vez algún día —respondió sin pensar. —¿Quiere decir que la invitación queda en pie? —dijo ella con renovada excitación. —Es una de las reglas del Oeste. Nunca rechaces a un visitante; tal tal vez algún día necesites de su
hospitalidad. —Ty se cuidó de que el ofrecimiento no pasara el límite de la cortesía—. Muchas veces me han recibido en la casa de tu padre, de modo que no tengo derecho a no recibirte en la mía. Un jinete se acercaba al campamento. Ty lo vio y trató de identificarlo. Tara miró en la misma dirección. Quería ver qué lo había distraído de ella. —¿Ocurre algo malo? —No. —Pero Ty se preguntaba qué estaría haciendo O'Rourke en la tierra de los Calder. Había compartido dos meses enteros, día y noche, con aquel hombre. Sin embargo, no habían cruzado palabra. Culley O'Rourke no había querido abrirse a un Calder, y rara vez venía a El Colono
a visitar a su hermana; en esas ocasiones se marchaba de inmediato no bien Ty o Chase regresaban a la casa. Parecía que ambas partes se mantenían en una tensa neutralidad.
Escaneado y corregido por ADRI Página 96 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder CAPÍTULO 13 Era de mal gusto arrimar un caballo al lugar donde comían los vaqueros, por lo que O'Rourke ató las riendas al paragolpes trasero de una de las camionetas, lejos de la tienda de cocina. Si bien no parecía una actitud deliberada, O'Rourke se acercó a la tienda por detrás de los vehículos, como si buscara protegerse de las miradas curiosas. Ty ya no creía que lo hiciera por timidez. Parecía más bien responder a un deseo de escabullirse de los ojos observadores de los hombres. A O'Rourke no le gustaba que lo examinasen. —Hola, Culley. —Hola, Ty —le devolvió el saludo con un gesto parco y miró a Tara con curiosidad. El sol y el aire
le habían oscurecido la piel. Se reforzaban ahora el gris del cabello y el vacío de los ojos. O'Rourke siempre cuidaba de su aspecto; usaba ropa limpia y se afeitaba todos los días. Luego de dos meses, Ty se convenció de que su tío era bastante raro, pero inofensivo. —¿Qué te trae por estos lugares? —Me aburrí de cocinar para mí solo y recordé lo sabrosa que sabía la comida de Tucker. — Volvió a mirar a Tara y se tocó el ala del sombrero—. Buen día, señorita. Ty no tuvo más remedio que hacer las presentaciones que Culley parecía estar esperando. Tenía los ojos fijos en Tara, lo cual no dejaba de incomodar a Ty. —Se parece mucho a mi hermana —aclaró luego de un rato. Ty supuso que, a la distancia que O'Rourke la había visto, Tara guardaba gran parecido con Maggie, por su contextura menuda y el azabache del cabello. Pensó que eso fue lo que atrajo a O'Rourke hasta allí, con la esperanza de encontrar un aliado en el campamento. —Iré a ver si Tucker ya terminó de preparar el almuerzo. —Su —Su tío se alejó por detrás de las camionetas. —Me parece imposible que ese hombre sea tu tío —declaró Tara.
—No tuvo una vida fácil —respondió Ty escuetamente. Al escuchar unos pasos, no se equivocó en suponer que era su padre quien se aproximaba. —¿Qué quería O'Rourke? —Según lo que me dijo, tenía ganas de probar la comida de Tucker. La presencia de Tara lo obligó a no hacer ningún comentario. —En un rato nos detendremos para almorzar. ¿Quieres comer con nosotros o regresar a El Colono, Tara? —Prefiero quedarme, si no es molestia.
—No, en absoluto —le aseguró pero consultó a Ty con la mirada. El muchacho no pareció objetar la invitación. —Avisaré a Tucker que tendremos compañía. —Lo cual quería decir que advertiría a los hombres que moderaran el lenguaje. Ya se había formado una larga fila delante del lavabo cuando Jessy escuchó el llamado del cocinero. Tenía la ropa embarrada y los músculos de las piernas entumecidos por el esfuerzo de
Escaneado y corregido por ADRI Página 97 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder caminar en el lodo espeso. Pensó que le llevaría mucho trabajo limpiarse las botas en la hierba, de modo que se adelantó en la fila y decidió comer como estaba. —Necesitamos más agua limpia —vociferó uno de los hombres frente al lavabo. —Sí —reafirmó otro—. Ya nos hemos bañado en el lodo como para querer embarrarnos otra vez. El cocinero se acercó cargando un cubo de agua limpia. Era robusto y macizo. —Hoy tenemos una dama en el almuerzo, de modo que cuiden el lenguaje — advirtió Tucker a los vaqueros. —¿Han escuchado lo que dijo? ¡Así que Jessy es una dama! —Encantado de conocerla, señora. —Uno de los vaqueros, le hizo una reverencia con el sombrero.
—¡Tucker no está hablando de ella, tonto! —aclaró Sid Ramsey y le quitó el sombrero de una palmada—. La dama es aquella preciosura sentada con Ty. Jessy se volvió en la dirección indicada por Ramsey y escuchó los silbidos cortos y los comentarios halagadores que los hombres intercambiaron por lo bajo. Pero Jessy tuvo una reacción completamente diferente. Se sumió en un silencio sepulcral mientras observaba a la morena que estaba junto a Ty, quien parecía muy indiferente. Apenas la miraba; parecía contenido y ensimismado. Quizá le había causado algún daño irreparable en el pasado: era el único motivo que justificaría que Ty no sonriera ni hablara libremente con esta mujer tan hermosa y atractiva. Mientras los hombres especulaban acerca de la identidad de la muchacha, Jessy se preguntaba el por qué de su presencia en el rancho. Estaba segura de que no era una visita social. Todos se sentaron a comer alrededor de Tara y la saludaron con un gesto de cortesía. A Ty lo exasperaba un poco el revuelo que había causado entre los hombres, a pesar de que ya lo había experimentado en varias ocasiones en el pasado. Además el modo en que los
vaqueros se agolpaban en torno a ella lo irritaba profundamente; puesto que veía su propia debilidad reflejada en ellos. Las presentaciones se hicieron inevitables, pero Ty aguardó hasta que el último de los hombres se hubo sentado. —Bueno, muchachos, ya todos conocen a E.J. Dyson. Ella es su hija, Tara Lee. —Ty omitió toda referencia a su compromiso con ella, pero los vaqueros regulares sacarían sus propias conclusiones. Luego se volvió un instante hacia ella—. No me tomaré el trabajo de nombrarte uno por uno a estos tipos que se hacen llamar vaqueros. Se hacen pasar por chicos malos, pero quiero advertirte de unos que son terribles. Ty repasó las caras, que ahora se dirigían hacia el suelo, y se produjo un hondo silencio.
—Tiny Yates, el que mira con cara de culpa —señaló al hombre sentado cerca de ella—. Es un
hombre casado, pero muchos dicen que siempre molesta a las mujeres, sin importar la edad o el estado civil. —Tiny se ruborizó hasta el cuello. Era el más tímido de todos, y en especial con las damas—. Y Billy Bob Martin persigue a los perros con un cuchillo cada vez que se emborracha. El alcohol lo enfurece. —Billy Bob no probaba una gota de licor y cada vez que los muchachos lo obligaban a beber una cerveza, se echaba a llorar como un niño—. Y Ramsey es el tipo más petulante que conozco. No para de cacarear desde que sale el sol hasta que se pone. Ni uno de los hombres osaba hacer algún comentario por temor a que Ty reparara en ellos. El
Escaneado y corregido por ADRI Página 98 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder silencio se prolongó tenso y pesado. Tara se dio cuenta de que no eran ciertas las cosas que Ty había relatado de los hombres, pero no comprendía por qué se había propuesto incomodarlos de
ese modo. Todos se levantaron no bien hubieron acabado de comer. Ty observaba con secreta satisfacción la rapidez con que despoblaban la tienda. —¿Por qué hablaste de ellos de esa manera? —inquirió Tara en voz baja. —Mucho tiempo me ha llevado ajustar las cuentas con esta pandilla —repuso con naturalidad mientras sorbía el café. —¿Ajustar las cuentas? ¿Por qué? —Tara desconocía todo cuanto esos mismos hombres lo habían hecho sufrir. —Ah, nada. — Ty vació la taza en el suelo—. Era una broma entre amigos solamente. —Linda broma. —Tara pensaba que había sido demasiado agresivo con ellos. Jamás lo había visto en esa actitud y no sabía cómo tomarla. —Tenemos un sentido del humor muy especial en este lugar. —Ty se encogió de hombros pero no intentó explicarle que los hombres no le guardaban ningún rencor por lo que había dicho de ellos. Luego se puso de pie, en contra del deseo de quedarse junto a ella—. Ya es hora de volver al trabajo.
—Ty. —Ella se levantó y lo detuvo con una mano, pero él le clavó los ojos para que se apartara. Respiraba la fragancia dulce que emanaba de su cuerpo de mujer y que contrastaba con la acritud de sus ropas de trabajo. —Ten cuidado o te ensuciarás —le advirtió para que se alejara antes de que sucumbiera a la tentación. —¿Crees que me importaría? —dijo con una sonrisa, pero dio un paso atrás —. ¿Te molesta que me quede a observar el marcado? —Haz lo que te plazca, Tara. Siempre lo has hecho —dijo —dijo Ty cortante. Sabía que le daba lo mismo. Aunque se fuera o se quedara, jamás podría arrancarla de sus pensamientos. —Entonces me quedaré. —Ella había advertido la emoción contenida que teñía la voz de él. —Bueno, pero escucha mi consejo. Mira desde lejos; es un trabajo hediondo y sucio. Los hombres apenas habían retomado sus tareas de la tarde cuando Sid Ramsey se quebró dos dedos tratando de enlazar un ternero encabritado. Pero como los dedos quedaron atrapados entre los cuernos y el lazo, pasó un minuto antes de que pudieran desatar el nudo y
soltar la cuerda. El
capataz del distrito le indicó que fuera a la tienda para que le practicaran las curaciones pertinentes y ordenó a Jessy que tomara su lugar en el rodeo. Jessy extrajo su lazo de la montura y se dirigió hacia el ternero encabritado. Otro caballo se le acercó y vio que era el de Ty, quien miraba atentamente lo que ocurría en la tienda. Sabía que no era Ramsey lo que tanto lo atraía hacia ese lugar. —Es ella la que te plantó, ¿no es cierto? —Jessy osó preguntar lo que los los demás sólo se atrevían a pensar. La boca de Ty se cerró con fuerza, no quería ofrecerle la respuesta que buscaba—. Espero que quiera arreglar las cosas. ¿Piensas volver a aceptarla? —preguntó con voz calma, pero él no pareció escucharla—. ¡Ty Calder, eres un verdadero idiota! —dijo y clavó las espuelas en el caballo para precipitarse sobre un ternero. Ramsey desmontó cuando llegó a la tienda.
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Página 99 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder —Eh, Tuck, trae tu maletín negro. Me rompí los dedos, maldición. maldición. El cocinero rechoncho dejó a Tara y se aproximó al hombre herido. Tara lo siguió, urgida por esa extraña fascinación que los seres humanos experimentan frente al dolor de un congénere, que los atrae y repele al mismo tiempo, y observó al hombre que se quitaba el guante con un grito reprimido. Los dedos, índice y medio se veían descoloridos y ya se habían hinchado. Tara dio un paso atrás, con un gesto contraído, y vio que la piel del rostro de Ramsey palidecía hasta tornarse transparente. —Tiene que ir a un hospital para que le tomen una radiografía. —¿Una radiografía? ¿Para qué? Si ya sé que están rotos. —A Ramsey le causaba gracia la sugerencia. —Pero necesita que se los enderecen —Tara insistió. —No necesito un doctor, puedo hacerlo solo. Sólo hay que volverlos a su
lugar de un tirón y atarlos bien fuerte. —Luego de demostrarle la simpleza con que se resolvían las cuestiones en esta parte del mundo, Ramsey se volvió hacia el imponente cocinero—. ¿Te sobran algunos de esos palillos de helado por allí? Tara observaba horrorizada las manos regordetas del cocinero que apretaban los dedos quebrados y de un tirón los volvían a su lugar. Ramsey ahogó un grito y un sudor frío le bañó la cara. Lo primitivo del incidente la estremeció. Había crecido en un ambiente que la protegía y que velaba por su seguridad, lo cual no significaba que fuera incapaz de enfrentar cualquier situación cuando se lo proponía. Y Tara se había propuesto venir al rancho con el único fin de persuadir a Ty para que volviera a aceptarla, si bien pensaba ocultarlo con habilidad. Había tomado la decisión a ciegas, quizá, sin llegar al fondo de sus sentimientos. Pero ahora se proponía recuperarlo, aunque tuviera que someterse a él en todo. Un jinete delgado y de cabello largo acompañaba a Ty. Tara no advirtió que
era una mujer hasta que vio los rasgos refinados y los pómulos redondeados levemente. Por primera vez, se enfrentó a una posible contrincante. El sol y el viento incesante habían secado el lodo de la mañana y lo habían endurecido como cemento. La superficie rugosa que había quedado requería que los jinetes cambiaran de caballo
varias veces para concluir el rodeo. Ty estaba pasando la montura a otro caballo cuando el padre se le acercó. —¿Quieres decirme algo? —preguntó Ty mientras ajustaba el cincho. —Tara se quedará unos días. Quiero que decidas si quieres dormir en casa o quedarte con los muchachos. —Bueno —fue la única respuesta de Ty. Se detuvo un instante para pensar en la opción que le había ofrecido el padre. Eran ciertas las cosas que le había dicho a Tara. Las heridas habían cerrado, pero el deseo seguía
intacto. Como por arte de magia, ahora era ella quien lo buscaba y a Ty le reportaba una perversa satisfacción. Jessy le había dicho que era un idiota, pero ¿cómo un hombre podía desear algo por tanto tiempo y no tomarlo cuando finalmente se le ofrecía por entero?
Escaneado y corregido por ADRI Página 100 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder La risilla que inundó el comedor le recordaba el retintín de las campanillas. Ty se preguntó qué habría dicho Cathleen para que Tara riera con aquella ternura. Tuvo que obligarse a apartar los ojos del corredor en el que ella había desaparecido, cargando los platos de la cena hacia la cocina. La comida había transcurrido en un clima animado y cordial, en el cual Tara y Maggie intercambiaron impresiones de los países europeos que habían visitado y deleitaron a Cathleen con los relatos de sus aventuras de viaje. Parecían tres hermanas y en el momento de limpiar la mesa, Tara se ofreció a colaborar, si bien Ty jamás la había visto realizar ninguna tarea doméstica.
El humo que se elevaba en un hilo azulado desde la mesa le advertía que el padre lo observaba hacía un buen rato y percibía la confusión que lo embargaba. —Ty, no tomes una decisión apresurada. —Creo que me hace falta un poco de aire fresco. —La casa le resultaba resultaba demasiado pequeña para refugiarlo de la presencia de Tara. En el porche, Ty se detuvo a encender un cigarrillo, y luego caminó lentamente hasta apoyarse en un pilar del frente. El cielo estaba cuajado de estrellas y una luna llena bañaba la noche como un diamante pulido. Sombría y vibrante como la noche, refrescante y suave como la brisa, Tara rebosaba una belleza esquiva y misteriosa. Era la esencia del sueño de un hombre, tan seductora como la noche. Dio la última pitada al cigarrillo y lo arrojó al vacío y una estela roja se dibujó en la oscuridad. Se abrió la puerta, pero Ty se impuso no darse vuelta. —¿Puedo acompañarte? —Tara no esperó la respuesta y pasó el brazo por la curva que formaba el de Ty y se apretó contra él. Ty sintió el calor de sus pechos sobre los músculos endurecidos. —Ya lo has hecho —dijo y giró la cabeza en dirección opuesta a ella.
Podía tratarla con frialdad, pero Tara sabía que él se deshacía por dentro. Tenía la certeza de que finalmente lograría derribar todas sus resistencias y giró la cabeza en la dirección que Ty miraba. Las luces de las casas que rodeaban El Colono semejaban estrellas terrenas. Desde alguno de los establos, un caballo relinchó. —Parece una pequeña ciudad —murmuró ella—. Hay tantas luces. —Lo es, de algún modo. Podría decirse que casi podemos autoabastecernos. Hay un generador eléctrico auxiliar, dos autobombas, un garaje para reparar los vehículos, además de una escuela
primaria, una caseta veterinaria y una sala de primeros auxilios. —¡Cómo me gustaría verlo todo! —dijo Tara con un suspiro y se acercó más —. Hace frío aquí. ¿Por qué no me abrazas para darme calor? —¿Por qué no vas a buscarte una chaqueta? —Pero Ty no se resistió a que le alzara el brazo
para que le rodeara la cintura. —Así está mejor, ¿no crees? —Basta, Tara. —Me alegro de que hayas venido a pasar la noche aquí. Ty tenía la sensación de que Tara se había adueñado de la casa y que siempre estaría allí, aguardándolo. Sus labios entreabiertos eran una invitación irresistible y antes de que él los besara, ella ya se los estaba ofreciendo. El contacto lo estremeció e intentó apartarse, pero ella lo retuvo del cuello con sus manos
Escaneado y corregido por ADRI Página 101 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder delgadas. Tara lo cubrió con los labios y lo embriagó con el aliento hasta que Ty perdió conciencia de sus actos. Pero, repentinamente, se aborreció al sentirse débil frente a ella y le arrancó las muñecas de su cuello, rompiendo el encanto del beso. Pero el odio fugaz no pudo apagar el deseo que lo hacía
temblar hasta la médula. —No juegues más. —¿Por qué no puedes creerme? —dijo Tara con impaciencia—. He cruzado el país para decirte que me equivoqué... para tratar de reparar el daño que te hice... ¿Qué debo hacer para que me pidas que me quede? —¿Para qué? ¿Para atormentarme otra vez? —No. Sé que las palabras no bastan, Ty, pero deja que te demuestre que soy sincera. Ty sabía que era incapaz de negarse a que se quedara, puesto que era lo que más deseaba. —Está bien, quédate, pero no pienses que podrás jugar conmigo... una vez más. Tara se asombró de la rapidez con que Ty había cedido a su juego. Le había evitado tener que sucumbir ante él y aceptar los términos que le impondría. Le entusiasmaba dar rienda suelta a sus sentimientos, que había debido controlar con tanta meticulosidad. —Nos divertiremos mucho juntos. Ya verás. Ty no sabía qué se proponía ella en realidad, pero el brillo que le iluminaba los ojos le encendió la sangre.
—Entremos antes de que te congeles. —Dime, papá. —Tara caminaba del brazo del padre y lo escoltaba hacia el avión que lo esperaba en la pista—. ¿Te gustaría que me convirtiera en la señora Calder? —Ty ha caído nuevamente, ¿no? —Aún no, pero ya caerá. Tara miraba el lugar como si ya le perteneciera por derecho. El padre la observaba satisfecho. —Ya te ves como la dama del reino, ¿verdad? —Algún día lo seré, no te preocupes. ¿Puedes hacer que tu regreso se demore un tiempo? Seguramente podrás inventar algún pretexto. —Sí, pero tengo un par de reuniones muy importantes que no pienso posponer... ni siquiera por ti. —¿Aquí? ¿Con quién? —Unos vecinos de los Calder. En realidad, debo regresar en tres semanas, pero me quedaré en
Miles City, y te pasaré a buscar cuando haya terminado. —Si son vecinos, ¿por qué no te quedas aquí? —Porque no quiero manejar mis negocios desde la casa de terceros. Además, no creo que Calder apruebe mis planes. Es mejor que no los conozca hasta tanto no los termine de concretar. Puede persuadir a los vecinos de que no acepten el trato que les propongo. —Parece que tú y Stricklin están detrás de algo grande. —Nada que deba incumbirte, por ahora, pequeña. —Se detuvieron frente a la puerta del
Escaneado y corregido por ADRI Página 102 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder bimotor y E.J. le besó la mejilla—. No te diré que te comportes bien. Sólo te deseo mucha suerte. Ahora vete, ya has hecho esperar a Ty lo suficiente. —Le palmeó el trasero en un gesto paternal, la observó un instante y subió al avión. Los planes que por separado tenían, acabarían por
ensamblarse perfectamente en el futuro. Stricklin ya se había acomodado en la butaca del aeroplano; E.J. le hizo un gesto afirmativo y se abrochó el cinturón de seguridad. —Creo que por fin atrapará a ese joven, Stricklin —dijo —dijo al ver por la ventanilla la pareja que estaba junto al automóvil que los devolvería a El Colono—. ¿Qué pien-sas de la unión? —Me parece perfecta —repuso el socio y de veras lo creía.
Escaneado y corregido por ADRI Página 103 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder CAPÍTULO 14 El rodeo de primavera concluyó a la semana siguiente y se dispuso que Ty trabajara cerca de El Colono en lugar de hacerlo en los campamentos alejados. Como Tara hacía pleno uso de los
privilegios que le otorgaba su condición de huésped, y dormía hasta tarde en las mañanas, veía a Ty sólo en la tarde. La mayor parte del tiempo, estaba sola. Maggie la había llevado a conocer las comodidades de que disponía el rancho y le había mostrado la escuelita y la despensa en donde podían conseguirse toda clase de alimentos, vestidos y herramientas. A Tara le resultó muy bonito, pero hubiera preferido que Ty la hubiese acompañado. Se irritaba frente al corto tiempo que pasaba a solas con él. En ocasiones pensaba si alguna vez él tendría un día libre para ella. Con paso lento, descendía la escalera y pensaba con qué llenaría ese sábado en la noche cuando la puerta se abrió de golpe y Cathleen entró corriendo. Tara miró a la niña con especial interés. Tal vez, podría convencerla a que revelara el lugar donde Ty estaba trabajando esa tarde. —Hola, Cathy. —Ya la llamaba por el sobrenombre que usaba la familia. familia. —¡Tara! Te estaba buscando. —La niña corrió hasta las escaleras escaleras y se detuvo al pie, con los ojos brillantes y sin aire—. Ty me dijo que te avisara que te pongas la ropa de montar. En media hora traerá los caballos hasta la puerta de casa.
Así de fácil. Ty chasqueaba los dedos y esperaba que ella acudiera de inmediato. —El rey ordena y la dama obedece —murmuró Tara. —¿Qué dijiste? —Nada, pequeña. —Tara sacudió la cabeza y se volvió para subir—. Media hora no es mucho. Será mejor que me dé prisa. —Con un gesto burlón dirigido a la niña, Tara fue a cambiarse. Pasaron más de cuarenta y cinco minutos antes de que saliera de la casa. La impaciencia de Ty se evaporó frente a la admiración que sintió al verla cruzar hasta donde se encontraban los caballos. La espera había valido la pena. Se veía espléndida con esas ropas tejanas de exquisita calidad. —Daremos un largo paseo —propuso Ty—. En realidad, no conoces el rancho, salvo desde un avión o desde un auto. —Me encantaría. Siempre quise hacerlo junto a ti. Ty la ayudó a montar y cabalgaron hacia el norte y luego hacia el oeste. El sol era un disco dorado que se dibujaba en el cielo claro y el horizonte, una línea azulada casi recta. La vastedad del paisaje se hacía infinita y se cernía sobre Tara hasta que se vio como un objeto minúsculo frente a
la inmensidad. Se detuvieron junto a una loma y caminaron por el borde recortado de una grieta estrecha. Tara se sentía embargada por la vastedad y el silencio. Una inmensa soledad pareció apoderarse de su
ser y se acercó a él. Ty la miró y le tomó la mano, entrelazando los dedos con los de ella. Sin saberlo, le daba la seguridad que ella necesitaba en ese momento. Cuando comenzó a señalarle los límites de la tierra Calder, Tara escuchó el orgullo que transmitía su voz y lo absorbió con entusiasmo. Hasta donde alcanzaban sus ojos, toda la tierra pertenecía a la familia. Y tenía la certeza de que también lograría que fuera su familia. —Esta tierra tiene una magnificencia que no deja de asombrarme —dijo cuando él terminó,
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3° de la Serie Los Calder pero no quiso revelarle la clase de anhelos que también despertaba en ella. —Sí, hace que los hombres nos demos cuenta de nuestra exacta dimensión, y eso nos vuelve humildes. Pero Tara no quería escuchar ese tipo de reflexiones. —Ty, pero eres un Calder. Puedes hacer lo que desees, cualquier cosa que te propongas. Con el poder y la influencia de los Calder, llegarías a ser gobernador del estado. La idea le arrancó una sonrisa. —¿Dije algo gracioso? —Mi bisabuelo hablaba de los políticos con una filosofía muy especial. "No hace falta ser gobernador si puedes comprarlo cuando quieras", decía el viejo. A Tara le resultaba tentadora la perspectiva de llegar a ser quien manejase los hilos del poder detrás del escenario. El pulso se le aceleró al estudiar la inteligencia de las facciones de Ty, que eran las de un hombre tenaz. —Pierdes el tiempo jugando a los vaqueros, Ty —dijo con resolución—. Con tu educación y tu apellido, podrías llegar a ser mucho más. Mi padre te tiene gran estima. No comprendo por qué
trabajas como los demás, si podrías hacer cosas más importantes y productivas. —Estoy aprendiendo el trabajo del rancho desde abajo, podría decirse. —¿Para qué? No hace falta que sepas hacer todo si puedes pagar a alguien que lo haga por ti. Tu padre es un hombre maravilloso y lo admiro, pero tiene ideas anticuadas lamentablemente. No es que lo critique —dijo con la intención de atenuar sus palabras—, sólo quiero que llegues a la cima y que seas importante por derecho propio. —Tengo un compromiso con mi padre. Tal vez tú puedas echarte atrás sin culpas ni remordimientos, pero yo no —apuntó con voz seria y giró la cabeza. —He arruinado la tarde, ¿no es cierto? —dijo ella arrepentida—. arrepentida—. Lo siento. —Es la primera vez que lo dices. —Quería creer en ella; sin embargo, recordaba el afán desmedido con que le hablaba de sus ambiciones. —¿No es cierto? —Como Ty no respondía, ella rió—. Bueno, Bueno, he cometido tantos errores frente a ti que parece que siempre tendré que pedirte perdón. Ty enarcó una ceja. —Bueno, será una experiencia nueva para mí. —Hay muchas experiencias que no hemos compartido aún. —Tara se acercó a él y levantó la cabeza en un gesto ancestral en todas las mujeres. Esta vez él la encerró entre
sus brazos y la besó con pasión hasta agotar el aliento. Ella le rozó el labio con la punta del dedo —. Todavía me mas, ¿no es verdad, Ty? —La certeza ronroneante de su voz lo enloqueció. Pero la soltó y fue hacia los caballos, con la esperanza de romper el hechizo con que ella había vuelto a cautivarlo. Cuando Chase llegó al bar de Sally, vio una camioneta estacionada a la sombra. Le llamó la atención y cambió el rumbo de sus pasos para verla de cerca. Detrás del vehículo había una
especie de casa rodante de la que salía un cable que conducía electricidad a su interior. Debajo de la puerta, había una escalerilla de madera, de dos peldaños, para facilitar el acceso. El polvo que cubría el exterior del vehículo indicaba que había recorrido grandes distancias desde su última limpieza.
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Página 105 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder No parecía haber persona alguna en el interior, pero las ventanas estaban abiertas de par en par, otra señal de que estaba habitada. La chapa identificatoria estaba doblada y polvorienta. Pero Chase pudo leer que exhibía las letras de Tejas. Se agachó para sacar un poco de tierra de la superficie de la chapa y memorizó los números. Se levantó aun más intrigado que antes. Luego, caminó hacia la puerta trasera del restaurante, cruzó la cocina vacía y vio a Sally, quien llenaba los saleros de las mesas sin mantel. —Hola, Chase. —La serena expresión de la mujer se animó de inmediato—. inmediato—. Te vi llegar, pero desapareciste por atrás. Terminaré en unos minutos. Sírvete una taza de café. —Fui a ver la casa rodante. ¿Sabes de quién es? —De un hombre de apellido Belton. En verdad, hay tres hombres viviendo allí, pero creo que la camioneta pertenece a Belton. Vino el... sábado, me parece, y me preguntó si podía estacionar la camioneta junto al bar y me pidió si podía usar mi electricidad. Ofreció
pagarme setenta y cinco dólares al mes, pero me pareció demasiado. Sólo le cobré cincuenta. —¿Qué sabes de él? —preguntó Chase mientras se servía el café. —Que viene de Tejas. Sé que están trabajando cerca de aquí. Los tres llevan esas botas negras de ingenieros. Parecen esos tipos de la petrolera que trabajaban contigo... por la manera de vestir, quiero decir. —No me gusta que tres desconocidos vivan justo debajo de tu ventana, y menos porque duermes sola allí arriba. Es muy peligroso. La preocupación de Chase le arrancó una sonrisa. —No veo ninguna diferencia en que vivan a diez metros o a cien. En algún lado habrían detenido el remolque, de todas maneras. Además, ¿por qué debo perderme la oportunidad de cobrarles? Son tres desayunos y cenas que tengo seguras, más los almuerzos que han consumido estos últimos dos días. —Ah, te confías demasiado. —Es un buen negocio —repuso Sally con aplomo—. Igualmente, antes de dormir, me aseguro de trabar todas las puertas y las ventanas. En el peor de los casos, siempre
tengo a mano mi revólver. —¿Cuánto tiempo se quedarán? —Todo el verano, creo. O tal vez más. Uno de ellos me preguntó si había alguna casa vacía en el pueblo. Quiere encontrar al dueño y ofrecerse para repararla a cambio de que le permita habitarla ahora. Tengo la sensación de que se quedarán más de lo que pensamos. — Sally llenó el último salero y se dirigió al mostrador en donde Chase bebía el café—. Sería lindo que las casas viejas volvieran a habitarse. Algunas no necesitan más que unas pocas reparaciones. —¿No te dijeron para quién trabajaban? —Chase insistía en obtener mayor información acerca de los extraños. —No. Pero me pagaron al contado... dos meses por adelantado. —Sally sonrió por la
preocupación que arrugaba la frente de él; se sentía protegida. Se sirvió una taza de café e invitó a Chase a que se sentara junto a ella—. Los martes son tan aburridos en el bar —
comentó para cambiar de tema—. ¿Cómo marcha lo de Ty y la novia? La trajo el viernes pasado. Todo el condado está pendiente de ese romance. —Supongo que se casarán. —No parece alegrarte mucho —observó Sally—. Es una hermosa chica.
Escaneado y corregido por ADRI Página 106 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder —Y acostumbrada a una vida completamente diferente —añadió Chase de mal modo. —Eso no significa nada. He visto que el matrimonio ha logrado domesticar a los solteros más empedernidos. —Sí, pero algunos siguen siendo igual después de casados... como tu marido. —Y Maggie, ¿qué piensa de ella? Chase se encogió de hombros. —Maggie disfruta de su compañía. Hacía mucho que no hablaba de modas ni de fiestas de sociedad ni de viajes. Las mujeres del rancho no conocen esos temas
tan... refinados —dijo con sarcasmo—. Maggie y Tara se llevan muy bien. —Me alegro; así Maggie podrá ayudar a que se adapte a esta nueva vida... si es que se casa con Ty. —Sally siempre prefería ver el lado positivo de las cosas. —Esperemos. Ya había caído la tarde cuando Chase regresó a El Colono. Fue directamente al teléfono del estudio y marcó un número que conocía de memoria. —¿Potter? Chase Calder al habla. —¿Cómo está, Chase? ¿En qué puedo ayudarlo? —Necesitaría que me averigüe los antecedentes del número de una placa de Tejas. —¿De Tejas? Bueno, pero me tomará algún tiempo —le advirtió con la lentitud con que acostumbraba proceder el comisario—. ¿Qué ocurre? ¿Tiene problemas con los ladrones de ganado otra vez? —No. Hay una camioneta y un remolque estacionados afuera del bar de Sally. Quiero saber quién es el dueño, para quién trabaja y todo lo que pueda averiguar. —Hizo una pausa—. Ah, y me
gustaría que pusiera una patrulla más para controlar el lugar durante la noche. Llámeme en cuanto tenga la información. —Muy bien. A propósito..., no me presentaré en las elecciones este año; quiero tomarme unas largas vacaciones. Pero tengo un chico, muy bueno, de apellido Dobbins. Ya conoce bien el trabajo. Me gustaría que contara con su apoyo. —Bueno, lo recordaré, Potter. Maggie estaba de pie, junto a la puerta. —¿Hablabas con el comisario? —Sí. Necesitaba que hiciera algunas averiguaciones. —Maggie percibió que la respuesta escatimaba la naturaleza de la información. —¿Qué sucede? ¿Algún problema? —La respuesta a medias no logró satisfacerla. —No. —Lentamente, se acercó hacia ella—. Quiero Quiero asegurarme de que todo marche bien. La actitud de Chase era deliberadamente evasiva y sólo una persona podía imponerle tanta reserva. —Dime, Chase —insistió ella—. ¿Tiene ¿Tiene algo que ver con Culley? ¿Qué ha hecho?
—Nada, no tiene nada que ver con él —le aseguró—. Ocurre que hay unos
desconocidos en el pueblo, junto al bar de Sally y creo que lo utilizan como base de operaciones. El comisario averiguará quiénes son y qué hacen aquí. Eso es todo.
Escaneado y corregido por ADRI Página 107 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder Maggie sintió una opresión en el pecho al escuchar el nombre de Sally y buscó la mirada de Chase. —¿Cuándo te enteraste? —Pasé por allí esta tarde. Cuando me habló de los tipos decidí llamar llamar al comisario. —La mirada de Chase guardaba cierta exasperación—. Ella vive completamente sola en la planta alta del café. —Estoy segura de que Sally Brogan puede cuidarse sola perfectamente. No
necesita que vayas a protegerla. —Maggie se moría de celos. Pensaba que los hombres protegían lo que consideraban de su propiedad y se preguntó si las cenizas de ese amor no arderían, aún en el corazón de Chase —. Tengo que terminar de preparar la cena. —Maggie prefirió replegarse antes de decir algo de lo que podría arrepentirse. La brisa nocturna apenas agitaba las cortinas de la habitación de Ty, quien fumaba en la oscuridad de la medianoche. Estaba sentado en la cama; no podía conciliar el sueño. Tampoco lograba ordenar sus pensamientos y se sentía hondamente confuso. Algo había cambiado en su actitud frente a Tara. Su belleza aún lo cautivaba y todavía la deseaba. Pero sentía un vacío entre ellos que no lograba precisar. Se sobresaltó al escuchar que el picaporte se abría, pero se tranquilizó al instante. Probablemente era Cathy, que quería escabullirse dentro de la habitación para charlar. Se había convertido en una criatura nocturna, que se regocijaba con leer hasta la madrugada. Ty recordó que no le había sido fácil cumplir los diez años. A esa edad, se es demasiado
grande para entretenerse con los juegos de niños, y demasiado pequeño para compartir la diversión de los adultos. La puerta se abrió en el mayor de los silencios. El corazón comenzó a latirle con fuerza cuando vio la sombra de una figura de mujer envuelta en una bata de satén blanca. Ty estrelló el cigarrillo en el cenicero y las mantas se corrieron, descubriéndole el torso desnudo. —Tara, ¿qué demonios haces aquí? —exclamó con sorpresa y un poco de exasperación. —No podía dormir. —Se acercó a la cama con paso ligero y la tela tela suave de la bata se adhirió a sus pechos y caderas—. Tú tampoco podías dormir, ¿no es cierto? —No deberías estar aquí a esta hora. —Pero Ty no se movió al ver que Tara se levantaba un poco la falda de la bata para apoyar una rodilla sobre la cama. El satén dejaba traslucir la desnudez de sus muslos levemente redondeados. Con deliberada lentitud, ella se arqueó para sentarse en la cama y alargó un brazo hacia él. —Estaba pensando en nosotros y sentí deseos de verte —murmuró con voz seductora. —¿Y si mis padres te vieron entrar? —Las protestas de Ty no iban más allá de las palabras. La
gracia de su cuerpo y la belleza de su rostro lo embriagaban más que el licor, y avivaban el ardor del viejo deseo que lo consumía. —Entré con mucho cuidado. Nadie me escuchó. —Tara se deslizó hasta las almohadas que aún
exhibían la marca del cuerpo de Ty y musitó con aquellos labios irresistibles: — Quédate tranquilo, Ty. Sólo nos sentaremos a charlar un rato. —Estás loca. Ya tengo bastante con dormir bajo el mismo techo que tú. Pero Pero ahora, en mi cama... ¡Demonios! Tara, ¿crees que soy de hierro?
Escaneado y corregido por ADRI Página 108 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder La risa de ella era como cristales que se rozaban en el viento. —Espero que no.
Fue una respuesta sumamente provocativa. —Vete ya mismo de esta cama —le ordenó recordando cuántas veces lo había atormentado con la cercanía de su cuerpo, que nunca se entregaba, que siempre se negaba a arder. La tomó de la cintura para ponerla de pie, pero ella se aferró al cuello varonil con los brazos. Ty nunca pensó que tuviera tanta fuerza. El cuerpo de ella era un hierro candente y Ty recibía el fuego de su piel. Intentó apartarla, pero los brazos de ella no cejaban. —¿Todavía me odias, Ty? ¿Qué más quieres que haga? Ty estaba paralizado y buscaba en su rostro, bañado por la luna, el secreto de sus intenciones ocultas. Tenía el cuerpo encima de las curvas incitantes de Tara, que lo atraía hacia la ondulación de sus pechos. —¿Qué buscas, Tara? —Me deseas, ¿no es cierto? —Los labios estaban entreabiertos; sus ojos, fijos en la boca de Ty. —Te deseo. —Un apetito voraz le consumía las venas—. Me estás incitando incitando a que te viole —le recriminó Ty. Luego de un intenso silencio, le quitó el brazo que aprisionaba su cuello y se acostó
de espaldas sobre la sábana fría, rígido y temblando hasta la fibra más íntima. Ella no quiso perder el contacto de su piel y se acercó a él. Con sus menudas manos recorrió el pecho masculino y agitó la mata de pelos encrespados. —Ty, mi amor inocente. ¿Debo ser yo quien te viole? —dijo mientras mientras rozaba con los labios el músculo tensionado del hombro viril. Cuando Tara puso el cuerpo encima de él, Ty la retuvo con las manos, que no podían dejar de percibir la suavidad de la piel satinada a la vez que los labios de ella tocaban los suyos y lo mordisqueaban en un beso incitante. Soportó el dulce tormento hasta que no pudo contenerse. Después de todo, era un hombre de carne y hueso. La tomó de los hombros y la apretó contra el colchón, arrebatándole la satisfacción que tanto tiempo le había negado. Ella se movía con urgencia debajo del peso del cuerpo masculino y enterró las manos en la cabellera oscura. Dejó escapar unos suspiros que lo enloquecieron y que se multiplicaron hasta ser quejidos de placer y deseo anhelante. Ahora era la piel de ella lo que sentía y la robe se abrió para ofrecerle su desnudez. Las manos
de Ty exploraron las curvas ondulantes de su cuerpo, un territorio que había anhelado conquistar desde siempre. Ahora estaba bajo el dominio de sus manos. El ardor que lo envolvía no lo dejaba pensar. Era un hombre en llamas. Los jadeos de Tara se aceleraban a medida que la textura rugosa de las manos de él agudizaba la sensibilidad de su piel. Le gustaban las sensaciones que Ty despertaba en ella; eran distintas de las que experimentaba con los demás hombres. Ya no tenía motivos para contenerse. Esta vez, su corazón y sus pensamientos se fundían en un único deseo.
La llama que ahora se propagaba por todo el cuerpo de Ty lo urgía a proseguir hasta hundirse en la satisfacción de su cuerpo. En un instante de lucidez intentó pensar en las consecuencias de este momento y en las dudas que tenía acerca del juego de Tara. Pero ella lo encerró entre las piernas. —Ty, por favor.
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JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder —No. —¡Ty! La virginidad hacía tiempo había dejado de ser un obstáculo y Ty se hundió en el interior de su cuerpo, que lo aguardaba cálido y expectante. Luego, se sumergieron en un mar de sensaciones y se fundieron en un lazo de hierro que en el futuro sería muy difícil de quebrar. Tara recobró el aliento cuando se tendió al lado de Ty. Sentía el cuerpo pesado, inconexo. —Fue bueno, ¿no es cierto? —Sí. —Ty acariciaba distraídamente la curva de la la cadera de Tara mientras miraba las sombras que se dibujaban en el cielorraso. Tara le rozó la vena que le cruzaba el cuello. —Ya pasaron las tensiones. Has estado pensando mucho últimamente, complicándote con algo que era muy simple. Ya pasó todo, ¿ves qué sencillo era? Su cuerpo le había dado la satisfacción que Ty tanto anhelaba; y también ella se había
regocijado en él. Ty comprendió que ella tenía la certeza de que podía borrar los pensamientos que lo atribulaban. Pero había otras necesidades en un hombre... necesidades que el sexo no podía satisfacer. Ty se movió; estaba inquieto. —¿En qué piensas? —En nada —mintió él. —Era lo que querías. —Sí. No era más que un juego, al que Ty había sucumbido. Ya no era posible olvidar lo que había sucedido. Cuando el apetito voraz se apoderó de él, no pudo dejar de desearla. Al igual que un perro, siempre regresaría al cuenco de donde comió la última vez.
Pero fue ella quien se había ofrecido a él y la culpa, entonces, sería compartida. Pero las mujeres nunca pensaban de ese modo, al menos, las mujeres de la clase de Tara Lee Dyson.
Nada había ocurrido por azar. Tara se había adueñado de la voluntad de Ty. Después de todo, era lo que él tanto quería. Tara el premio y se le había ofrecido casi deliberadamente. —Supongo que querrás la fiesta de bodas más grande y lujosa de todo Tejas — dijo él con pesadumbre. —¿Cómo lo adivinaste?
Escaneado y corregido por ADRI Página 110 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder CAPÍTULO 15 —Mike, mira esto. ¡Jessy tiene piernas! —¿Esas dos cosas blancas son piernas? —Mike siempre se aliaba con su hermano para fastidiar a Jessy. —Pero se ven mucho mejor que las piernas peludas de ustedes dos. —Jessy estaba acostumbrada a intercambiar burlas con los hermanos—. ¿Dónde está mamá?
—Arriba. Creo que se está cambiando. La habitación superior de la cabaña pertenecía a los padres. Jessy subió corriendo las escaleras y golpeó a la puerta. —¿Puedo pasar? La madre estaba sentada frente al espejo de la cómoda, maquillándose. —No puedo terminar de abrocharme el vestido, —Jessy cruzó la habitación hasta el tocador. —Me gusta cómo te queda. —Judy Niles le dirigió una mirada de aprobación y se volvió al espejo—. Me alegro de que hayas decidido comprarte un vestido nuevo para la fiesta. —Una fiesta para la nueva señora Calder es una ocasión muy especial —dijo con un atisbo de sorna. —Me gustaría saber qué aspecto tiene. —No le preguntes a ningún hombre. Ellos no ven más allá de una cara bonita. —Jessy, ¿a ti no te gusta? —La madre se volvió extrañada de escuchar el cinismo con que Jessy hablaba de la novia. —Ni siquiera la conozco. Además, ¿qué importancia tiene? —Jessy trató de ahogar con un suspiro la angustia que la acosaba. No quería ir a esa fiesta y ver a Ty junto a
su novia. Pero había aprendido a soportar lo peor, y sólo por orgullo no se evitaría este mal momento. —Con ese humor, no podrás divertirte en la fiesta —dijo la madre poniéndose de pie. Luego la tomó de los hombros y la sentó en el banco—. Te cepillaré el pelo. Había sido un hábito nocturno cuando Jessy era pequeña, que la madre le cepillara el cabello hasta sacarle brillo, de modo que Jessy se sentía como una princesa por unos minutos. Cerró los ojos y se abandonó a las cepilladas rítmicas; tal vez lograrían sosegarla. Una vez concluida la tarea, la madre le acomodó el cabello en diferentes peinados. —Siempre pensé que cuando tuviera una hija me gustaría peinarla todo el tiempo, pero te tuve a ti —bromeó la madre—. Tienes lindos ojos; deberías maquillarlos. —Parecería pintarrajeada —repuso Jessy con los ojos cerrados—. Además, ya me puse color en las mejillas. —Déjame probar. —Jessy escuchó que la madre revolvía el maletín de los cosméticos—. No abras los ojos. —No hay caso, mamá. —Pero Jessy se dejó colorear los párpados.
—Bueno, mírate. Abrió los ojos y contempló la imagen que le devolvía el espejo. El sol le había aclarado el cabello que ahora le enmarcaba el rostro. El maquillaje apenas se notaba, pero los ojos habían cobrado una luz que les otorgaba profundidad y un aire de misterio. Cuanto más se miraba, menos se
Escaneado y corregido por ADRI Página 111 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder reconocía. Por un instante, cedió a la tentación... pero buscó un papel tisú y se restregó los párpados. — ¡Jessy, te quedaba precioso! —protestó la madre. —Mamá, ésa no soy yo. ¿Podrías terminar de abrocharme el vestido? Se abrió la puerta de la habitación y el padre entró con impaciencia. —¿Todavía no están listas? Tenemos que llegar temprano para ayudar a
preparar las cosas. —Sólo falta que me ponga el vestido —respondió la madre. Había tanta gente para ayudar a poner las mesas y cuidar del fuego para el asado que nadie reparó en la ausencia de Jessy, que había salido en busca de su refugio habitual: el establo. Una sonrisa le entreabrió los labios cuando creyó ver la figura de Abe Garvey. Hacía mucho tiempo que no hablaba con él; quizá sus historias y relatos de los viejos tiempos lograrían reanimarla. —Hola. —Jessy saludó a la figura que, agachada, cepillaba la pata de una yegua amarronada. Pero cuando el hombre se irguió, Jessy quedó boquiabierta al reconocer a Ty Calder—. Oh, creía que era Abe. —Abe fue a cambiarse para la fiesta. —¿Una yegua nueva? —Jessy conocía a todos los equinos del rancho, y difícilmente olvidaría a este ejemplar. —Sí, es mi regalo de bodas para mi esposa. La estoy limpiando limpiando para dársela esta tarde. —Hablando de la novia, ¿dónde está?
—En la casa, supongo. —Ty proseguía con el cepillado del animal. Jessy lo observaba con detenimiento. Buscaba algún indicio que revelara los posibles cambios que le hubiese acarreado la vida de matrimonio. Luego de la fiesta de bodas en Tejas, la pareja había pasado tres semanas de luna de miel y acababan de regresar. —Se casaron tan a prisa que no tuve tiempo de felicitarte —dijo —dijo Jessy. —Gracias. —Ty la miró y percibió algo extraño en ella—. ella—. ¿Cuándo te conseguirás un hombre, Jessy? —¿Qué te hace pensar que necesito uno? Ty rió un instante. —Claro, siempre has sido autosuficiente, desde pequeña. — La yegua pateaba inquieta—. Tranquila, nena. Bueno, creo que es hora de que vaya a cambiarme y lavarme un poco. —Hasta luego. Ty comenzó a caminar; pero se detuvo en seco. —Ah, el vestido. Era eso lo que me llamaba la atención. atención. —Volvió a mirarla, y descubrió las formas femeninas que solían ocultarse debajo de la ropa de hombre—. Te queda bien. —Lo sé.
La frente de Ty se arrugó en un gesto intrigado. —Dudo que alguna vez llegue a comprenderte, Jessy. —Ahora tienes una esposa, y es a ella a quien debes comprender —le recordó. Ty se alejó en silencio.
Escaneado y corregido por ADRI Página 112 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder —¿Dónde está Tara? —No ha bajado, todavía —le informó Cathleen—. No sé qué estará haciendo arriba, pero mete un ruido infernal. Cuando entró al dormitorio principal, Tara estaba de pie en el centro de la habitación. —Buenos días, cariño —lo saludó casi sin mirarlo.
—¿Qué estás haciendo? —Aún sin maquillaje y recién levantada, Tara era la mujer más deseable que Ty había visto en su vida. —Estoy tratando de ubicar esta silla —dijo y lo rechazó cuando la tomó de la cintura—. Ty, no. Quiero ver dónde la pongo. —Has cambiado la disposición de los muebles —observó Ty—. Deberías estar arreglándote para la fiesta. —A nadie le molestará si llegamos tarde. No sabes qué alegría me da que tengamos un lugar para nosotros solos en la casa —dijo henchida de orgullo—. No veo la hora de empezar a arreglarlo. —Bueno, pero tendrás que esperar porque debes prepararte para la fiesta. Mis padres han sido muy amables en ofrecernos el dormitorio principal y no podemos hacerlos esperar. —Ty la acercó para besarla. Tara se retrajo luego de rozarle los labios. —Hueles a caballo —dijo frunciendo la nariz—. Ve a ducharte antes de que yo también huela igual. El rugido de un avión se coló por la ventana abierta.
—Deben ser papá y Stricklin. Recuérdame que le diga que me envíe el escritorio antiguo. Quedará perfecto en este rincón. —Me alegro de que haya podido venir, Potter. —Chase se ubicó en una silla vacía junto al comisario, quien había encontrado un lugar bajo la sombra fresca de un árbol. —Por nada me habría perdido el banquete —dijo con el aplomo que lo caracterizaba—. También quería conocer a la chica. Desde que estoy aquí he visto pasar a cuatro Calder. No sé si llegaré a ver al quinto. Un palillo de madera raído pasaba de un extremo al otro de la boca con cada palabra. —No me sorprendería. —Si he visto mucho en mi vida, pero también he tenido la inteligencia inteligencia suficiente para olvidar. — El palillo pendía de la boca mientras el hombre escudriñaba el lugar—. Ese tipo Belton, el ingeniero. Hice algunas averiguaciones. Ya sé quién lo contrató. La investigación había comenzado dos meses atrás, sin que se le pudiera comprobar ningún antecedente turbio. Y puesto que no había causado dificultades a Sally, Chase decidió olvidarlo. Sin
embargo, el comisario, no. —¿Quién lo contrató? —inquirió Chase, con cierta curiosidad. —Una compañía tejana, de Fort Worth; Dy-Corp se llama. —El —El hombre siguió observando a los invitados con la imperturbabilidad de quien mira pasar el mundo a lo lejos—. Es la misma
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JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder compañía que extrajo petróleo de sus tierras, ¿no? El suegro de su hijo, entiendo. —Así es. —Chase no recordaba que Dyson le comentara que pensaba extraer más petróleo en la zona. —¿Recuerda las tierras de Stockman? Ahora están en manos de una compañía del Este. Y Dyson obtuvo todos los derechos de producción minera, incluso el de las tierras fiscales. Belton recorre el
lugar una vez por día, todos los días. No sé qué ocurre allí adentro. Es un verdadero misterio. Pero seguro que no es petróleo lo que busca. —Quizá esté buscando agua. Debe necesitarla. Se hizo una pausa en la conversación, luego de la cual el comisario apuntó: —Veo que también ha venido O'Rourke. Qué tipo tan extraño. —Le gusta cabalgar. Arch Goodman me informó que hay un sendero nuevo que cruza la tierra Calder, desde Shamrock, Pero hasta el momento, nada ha ocurrido. Ahora el comisario se quitó el palillo de la boca para concentrarse en los dos hombres que conversaban afablemente entre el grupo de invitados. —Dyson y Bulfert; no hay que perderlos de vista. Sí, ese Bulfert se vende al mejor postor, y no es la primera vez que se deja comprar. Apuesto a que conoce más trucos que una prostituta. Y gasta el dinero como si fuera agua. Me han dicho que piensa retirarse este año. Me pregunto si se habrá llenado los bolsillos. —Eso parece una advertencia —acotó Chase tratando de leer entre líneas. —Sólo es un comentario. El noventa por ciento de mi trabajo consiste en observar a la gente. Yo
no persigo a los borrachos ni a los que exceden el límite de velocidad. Eso es para los nuevos. No, yo sólo observo. Por eso he logrado ser comisario durante tanto tiempo. —El hombre hizo una pausa y luego prosiguió—. No hago más que comentarle lo que veo... si es que le sirve de algo. —Sí, se lo agradezco. —Ese socio de Dyson... ¿cómo se llama? —El comisario comisario apuntó con la cabeza en dirección al hombre flaco—. Ese tipo alto, de anteojos. —Stricklin. —Stricklin —repitió con un gesto aprobatorio—. Tiene las las manos demasiado limpias. ¿Nunca se
dio cuenta de lo limpias que las lleva? Nunca confío en un hombre que tiene las manos limpias. Me gustaría saber por qué se las lava todo el tiempo. —Con un esfuerzo el hombre cambió de posición y se adelantó para ponerse de pie—. Creo que debería felicitar a los novios y regresar a mi trabajo. —Hasta luego, Potter. Chase permaneció sentado, cuando el hombre se perdió en el tumulto de
gente. Tenía que reflexionar mucho acerca de las cosas que le había dicho. —Ty, ¿quién es esa chica alta que lleva un vestido floreado? ¿Es alguien importante? —Es Jessy Niles. Vive en el rancho. —¿Qué hace? —Trabaja en el campo, con los hombres. —Ty miró a su esposa y observó la sorpresa que se dibujaba en su rostro. —¿No es la misma chica que vi en el rodeo?
Escaneado y corregido por ADRI Página 114 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder —La misma. —Ty jamás había reparado en la gracia del cuerpo esbelto y en la fuerza que traslucían los rasgos de Jessy. Era toda una mujer y Ty se inquietó al descubrirlo. Volvió los ojos a Tara y sonrió para ocultar el interés que la nueva imagen de Jessy le había
despertado. —¿Te gustaría ver tu regalo de bodas? —La pregunta la distrajo de todo otro pensamiento y logró echar un manto de olvido sobre Jessy Niles. El viento azotaba el rancho y la nieve se arremolinaba frente al establo. Ty controlaba la adaptación de la yegua que había acabado de adquirir. El Triple C no se dedicaba a la cría de equinos, pero Ty había logrado convencer a su padre de promover esta actividad para beneficio del rancho. Esta nueva operación requería muchos viajes. Tara siempre lo acompañaba, y al mismo tiempo, aprovechaba para recorrer las tiendas del lugar. A decir verdad, Ty gozaba con mostrarse con ella; tenía la certeza de que los hombres lo envidiaban por tener una esposa tan bella y encantadora. Ty salió del establo y soportó el arrecio del viento hasta llegar a la camioneta. El Colono lo aguardaba con el fuego encendido. Se quitó la nieve de las botas en el porche y entró. La casa se hallaba en silencio y parecía vacía. El hecho de que Cathy viviera en la escuela aumentaba la sensación de honda quietud. Trepó las escaleras hasta la segunda planta y se dirigió al cuarto privado que
compartía con la esposa. Tara había modificado, de a poco, la decoración de las dos habitaciones, y Ty nunca sabía qué sorpresa le esperaría al cruzar la puerta del dormitorio. Tara lo recibió en la pequeña sala contigua, que gozaba de igual privacidad, y Ty se detuvo un instante para contemplarla. Esta noche lucía una bata clara, de terciopelo, que realzaba el azabache de su cabello. Dos gotitas de diamantes refulgían desde el lóbulo de las orejas. Con paso gracioso, se deslizó por la habitación y se dejó abrazar por Ty, pero lo rechazó cuando él quiso prolongar el beso. —Estás todo sucio. Ya te he preparado las cosas para que te duches. —¿Pero qué significa todo esto? —Ty aludía a la mesa tendida, apenas iluminada por la luz de dos velas encendidas... y a la bata que raras veces se ponía. —Hoy estamos solos en la casa, de modo que quise hacer algo íntimo en lugar de cenar en la vieja mesa del comedor.
—¿Completamente solos? ¡Hmmm! —exclamó Ty y la mirada se le le nubló de deseo. —Tu padre llamó casi a las tres para decir que no lo esperemos a cenar. Dijo que comería en un lugar llamado Sally o algo parecido. Cuando le di el mensaje a tu madre, dijo que dejaría la casa para nosotros solos, por una noche aunque más no fuera. —¿Dónde fue? —preguntó preocupado. —Dijo que quería dar una sorpresa a tu padre y que lo vería en casa de Sally. Salió hace veinte minutos, más o menos. —Tara advirtió la tensión que endurecía los rasgos varoniles—. ¿Ocurre algo? Pero Ty no podía responder de inmediato. Pensaba que su madre se habría enterado de la relación que su padre mantenía con Sally Brogan.
Escaneado y corregido por ADRI Página 115 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder —No —respondió luego de un largo silencio. El entusiasmo que le había despertado la cena
íntima se había desvanecido. La soltó y se alejó unos pasos—. Será mejor que me vaya a duchar. — Descorcharé el vino. —Tara se deslizó hasta la mesa y una ráfaga ráfaga de viento golpeó la ventana —. Odio ese viento endemoniado. Pero Ty no la escuchó. —¿Qué clase de maquinarias pesadas? —Chase escuchaba con atención la descripción que Sally hacía del equipo llevado por un remolque que se había detenido a preguntar por el rancho Stockman—. ¿Crees que eran máquinas excavadoras? —No. —Sally dejó la taza de café sobre la mesa. La noche fría no había traído muchos clientes y los que venían a beber llegarían más tarde—. Parecían máquinas de construcción... removedoras de tierra y esas cosas. Tal vez levantarán una casa. —Quizás eran máquinas pavimentadoras, para allanar el camino —aventuró Chase mientras cortaba otro bocado de carne asada. —Sí, tal vez. ¿Cómo está la carne? —Exquisita, como siempre. —La puerta se abrió y pareció congelar el calor de la sonrisa que le dirigía—. ¡Maggie! —¿Te sorprendí? —Corrió una silla y se sentó a la mesa, frente a Chase.
Apenas reparó en la mujer pelirroja que lo acompañaba. Tenía fuego en los ojos cuando se volvió a su esposo. —Sabes que sí —confirmó Chase. —Decidí cenar contigo esta noche y olvidarme de la cocina por una vez. Además, quise dar a los recién casados unas horas de intimidad. Sally no perdió la serenidad de su expresión, si bien dirigió a Chase una mirada vacilante. —¿Qué quieres que te prepare, Maggie? —Lo mismo que Chase, pero más cocido —ordenó Maggie y luego añadió cuando la pelirroja se alejaba—: pero regresa a cenar con nosotros. Chase no tuvo que pensar mucho para descubrir las verdaderas intenciones de Maggie. No podía negarse que la miraba con orgullo. A su modo, Maggie venía a reclamar lo que consideraba de su propiedad y advertir a Sally que lo dejara en paz. Sin embargo, en ningún momento dejó entrever la batalla que se libraba en el interior de su corazón. Las dos se comportaron como verdaderas damas. Cuando llegó el momento de partir, Chase sintió pena por Sally, quien había adoptado una
actitud más reservada que de costumbre. Pero sabía cuál era su lugar y esta
noche había quedado bien aclarado. Ya estaban de pie, cuando arribaron dos vaqueros del Triple C. Chase pidió a Maggie las llaves del automóvil en que había venido. —Toma, Grady. —Chase le arrojó las llaves—. Mi esposa volverá conmigo. Lleva el auto al rancho... sano y salvo. —Sí, señor. —El vaquero las guardó en el bolsillo y siguió siguió hacia la mesa de billar, en donde lo esperaba su compañero de juego. Chase la llevaba de los hombros cuando salieron de la taberna, y reía por lo bajo.
Escaneado y corregido por ADRI Página 116 JANET DAILEY El Cielo de los Calder
3° de la Serie Los Calder —¿De qué te ríes? —De ti. —Me alegro de que te resulte graciosa —dijo Maggie con cierta ironía. No le le gustaba nada que se riera de ella. —Estabas celosa, ¿no? —¿De qué estás hablando? —repuso Maggie en tono cortante y trató de zafarse de los brazos de Chase, pero él la acercó más aun. —No tienes motivos para sentir celos. Ni siquiera en los peores momentos. Bueno, admito que la idea se me cruzó por la cabeza, pero no pude dejar de pensar en ti. Te he dado mi palabra... mi promesa de amarte hasta el final, solamente a ti. —Entonces, ¿por qué...? —Maggie prefirió no proseguir; no quería admitir que sentía celos ni tampoco preguntarse por qué Chase buscaba la compañía de Sally. Chase sentía el ímpetu de un hombre joven en las venas. Quería gritar a los cuatro vientos que había vuelto a enamorarse. Esta era la clase de mujer que amaba, ninguna otra podría satisfacerlo y ninguna otra lo había hecho jamás.
—¿Por qué la veía con tanta frecuencia? —Chase intuía la pregunta que ella no se animaba a formular—. Porque ella me escuchaba con paciencia. Y yo sentía que te estaba perdiendo. —¿Perdiéndome? —Maggie no lograba comprender cómo había llegado Chase a pensar que ya no lo amaba. —No sé cómo explicarlo. Tal vez sea ese nuevo aire de refinamiento... no lo sé. Pero cada vez te alejabas más de ser mi Maggie y habías adoptado la personalidad de la sofisticada Elizabeth, tan distante y mesurada. Pensaba que te habías arrepentido... hasta que entraste al café para pelear por tu hombre. —De pronto adquirió una expresión seria—. Soy tu hombre, ¿verdad? —Sí. —Maggie desbordaba de felicidad. Cuando se hundieron en un beso íntimo, sintieron que una pasión renovada los envolvía por completo. Maggie se aferró al cuello varonil en un intento de no dejar escapar esta hermosa sensación que creía olvidada. Cuando separaron los labios, se quedaron a saborear el calor del abrazo. Chase le acarició la
espalda; le disgustaba que los abrigos se interpusieran en este momento tan especial. —Maggie, mi amor, mi único amor, vayamos a casa. Ella rió de placer. —Sí, vamos ya.
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JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder CAPÍTULO 16 El calor que se desprendía de la carretera distorsionaba las construcciones que se recortaban en el horizonte. Postes indicadores de velocidad se erguían a los lados del camino: uno de los tantos cambios que tuvieron lugar en los cuatro años que Ty llevaba de casado con Tara. Blue Moon ya no era una ciudad fantasma. El abandono había retrocedido ante el esmerado
arreglo de casas y edificios y la hierba indómita había dado lugar a parques y ardines. Ty se detuvo frente a los surtidores de gasolina. Había allí tres vehículos, uno de los cuales llevaba la insignia de Dy-Corp Carbonífera. Blue Moon albergaba ahora a los empleados y operarios que trabajaban en la extracción de carbón. A los extraños se los recibía con curiosidad, y Ty no pasó desapercibido cuando se bajó de la camioneta. También él había cambiado en estos cuatro años. Los músculos le redondeaban el pecho y los hombros. El sol y el viento le habían endurecido los rasgos, y la mirada había perdido expresividad; ya no dejaba traslucir sus sentimientos e ideas con tanta claridad. El bigote oscuro imponía virilidad; sin duda, era todo un hombre. A medida que recorría las calles en dirección a la oficina de correos, escuchaba los comentarios de los pobladores, y a pocos metros de llegar a destino, se detuvo al reconocer las voces de dos de los antiguos residentes de Blue Moon. —A Calder no le gustará nada cuando se entere de esto. —Sí —acotó el segundo hombre—. Cualquiera puede hablar de proteger la
tierra y de no contaminar el aire, cuando se tiene dinero. Pero él no dice nada de los beneficios que trajo la compañía minera. Que proteste todo lo que quiera. —Sí, lo sé. Anna y yo hemos decidido cerrar el negocio —dijo el dueño de la ferretería de la otra calle. Lew Michels—. No nos iba nada bien hasta que llegaron las familias de los mineros. Ahora venderemos el negocio y nos retiraremos a descansar. —El pueblo estaba muerto. Los jóvenes se iban porque no tenían trabajo. Ahora es diferente. Lo que Calder nos daba era una limosna. La verdad es que Dy-Corp. es lo mejor que le ha sucedido al pueblo... y al diablo con la tierra y con Calder. —Así es el progreso —afirmó Michels—, y Calder tendrá tendrá que aceptarlo. Ya lo dijo el presidente; por el bien de la nación debemos desarrollar nuestros propios recursos. Y en Montana tenemos carbón suficiente para calentar todo el país. Cuando Ty apareció por la ventanilla de la oficina, la conversación se interrumpió abruptamente. —Creo que hay un paquete para mi esposa. —Sí, aquí está —contestó Emmett Fedderson Fedderson un poco avergonzado.
Salió de la tienda con el paquete bajo el brazo y el eco de la conversación que había escuchado en la cabeza. Nunca hubiera imaginado que la gente recibiría con tanto fervor la instalación de la compañía minera. Pensó que a medida que su padre envejecía, más se resistía a los cambios que imponía el tiempo. Cuando subió a la camioneta, se preguntó qué sería lo que enfurecería tanto a su padre. Sin duda, la cena sería desagradable esa noche. Dyson estaba de visita en el rancho, lo cual aumentaría las tensiones de la casa.
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JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder No bien traspuso la puerta de El Colono, oyó los gritos de su padre. Con cierta resignación, fue hacia el estudio. Ya no tenía necesidad de preguntarse qué había ocurrido.
Estaba a punto de enterarse. Pero su madre se le adelantó. —Chase, ¿qué sucedió? El hombre estrelló el puño cerrado contra el escritorio. —No puedo creerlo. Tanto trabajo, tanto dinero y esfuerzo para que se aprobara la ley de protección del suelo... ¿Para qué? Para nada. ¡Para que el Ministerio del Interior ordene que el estado de Montana se acoja a las leyes federales! Todo está perdido ahora. — Ahogó la angustia que lo embargaba y luego prosiguió: —Dyson está detrás de esto, y apuesto cuanto tengo a que Bulfert se vendió. El mono baila según el color de los billetes —concluyó. Ty comprendió que lo que más enfurecía al padre era la traición del senador. —Ya no había motivos que justificaran su permanencia en el estudio. —¿Qué haces aquí arriba? —Ty se sorprendió de verla en el dormitorio, pues en los últimos tiempos, Tara se quejaba de que se sentía muy encerrada. —¿A qué otro lugar podría ir? —preguntó irritada. Ty prefirió ignorar el comentario. —Fui a recoger este paquete. —Déjalo por allí. Son las botas que mandé a hacer.
—Tendrías que probártelas. —No, ahora no. —Tara se aproximó a la ventana—. ¡Cómo me gustaría que tu padre hiciera una piscina o una cancha de tenis! Al menos habría alguna diversión en este lugar. —Aquí se trabaja, Tara. No es un rancho para descansar. Si quieres nadar, ¿por qué no vas al río? Cathy debe estar allí. —No me gusta el río. —Hubo un tiempo en que disfrutaba de los paseos al río, pero aquellos eran los primeros años de matrimonio. Y puesto que Ty ya no viajaba. Tara se aburría de la tediosa monotonía del rancho—. Hagamos algo esta tarde, Ty. —Su voz era casi un ruego. —¿Por qué no vienes conmigo? Tengo que recorrer una zona del campo. Antes me acompañabas a todas partes. Además hace más de un mes que no sales a cabalgar. —Pero es que no hay nada para ver. Sólo tierra y más tierra. No hay ningún sitio donde ir. ¿Te has puesto a mirar esta tierra, Ty? ¿La has mirado bien alguna vez? —No te comprendo. ¿A qué te refieres? —Bueno, yo sí la he observado, y me hace sentir insignificante, me reduce a nada. Pero soy
alguien, una persona —dijo en tono agresivo. —Pero claro que eres una persona. —El dramatismo de Tara le le parecía un poco ridículo, si bien sabía que hablaba en serio—. Lo único que te propuse fue que me acompañaras porque pensé que te gustaría dar un paseo. Pero si no quieres ir, está bien. —Ty. —Ella se aproximó y lo abrazó—. Quédate esta tarde. Puedes recorrer el campo mañana. Quédate conmigo hoy. —No puedo, Tara. —La escena ya se había repetido demasiado en los últimos tiempos. Ella solía buscar un pretexto para que Ty no la dejara sola—. Tengo que trabajar. No puedo quedarme para entretenerte. —¿Y qué tendría que hacer, entonces? —lo enfrentó con voz desafiante.
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3° de la Serie Los Calder —Mi madre siempre tiene cosas para hacer. —Tu madre tiene una casa propia que cuidar y muchos amigos para visitar. — Tara se separó de él, agitando los brazos—. Yo no tengo más que estas dos habitaciones y un marido que trabaja todo el día. No sé por qué no podemos tener nuestra propia casa, en donde podamos recibir amigos y hacer fiestas y cenas importantes. —Tara, ya lo hemos discutido. — Ty estaba perdiendo la paciencia. —Lo sé. Pero siempre piensas en el rancho en primer lugar, y luego, luego, si dispones del dinero, tal vez lo destines para levantar una casa a tu esposa. —Escúchame bien. Tú eres quien desea tener una casa nueva —le recordó—. Dices que no te gustan las casas del rancho. —Ty, eres tú quien debe escucharme. Eres un Calder y no puedes vivir como los demás. No es suficiente para ti. —Di mejor que no es suficiente para ti. —No, no lo es. ¡Yo soy importante y no pienso vivir así! —Tara —Tara tenía la cabeza erguida, en un
gesto que imploraba el reconocimiento de su posición social. Luego pareció derrumbarse y se echó en los brazos de él—. Ty, no pretendía que discutiéramos por esto otra vez. No me incomoda vivir en casa de tu padre, pero estoy cansada de ver que no puedes hacer nada sin su consentimiento. Sé que eres muy inteligente y capaz, pero él no te da la oportunidad de demostrarlo. —No es cierto, Tara. El rancho ha adelantado gracias a muchas de mis ideas, que papá me ha dejado implementar bajo mi entera responsabilidad. —Sí, no lo niego. —Tara no tuvo más remedio que ceder, y una sonrisa apretada afloró a sus labios—. Cariño —le acarició la mandíbula—, el gobernador dará una cena privada esta noche. ¿Por qué no vamos en el avión de papá? —Tara, no puedo irme del rancho así como así. —Oh, sí que puedes, sólo por esta vez —le urgió con voz provocativa—. Hace años que no salimos una noche. —Si me hubieras avisado más temprano, podría haber arreglado todo para irme. Pero esta noche es imposible. —Ty era terminante; no le daba lugar para que pudiera
aprovecharse de sus encantos femeninos. En muchas ocasiones había hecho uso de la persuasión de su cuerpo para alterar las decisiones de él. Sin embargo, Ty sabía cuánto deseaba ella asistir a esa reunión—. Puedes ir con tu padre, si tanto lo deseas. —¿Lo dices en serio? Ty vio el brillo que iluminó los ojos de Tara. —Sí. —Sintió que era el comienzo de algo nuevo, que sería el primero de los tantos viajes que haría sin él, el primero de los tantos pretextos a que apelaría para recuperar su vida social. —Ya decidí qué vestido me pondré. ¿Dónde está Stricklin? Tengo que avisarle que viajaré con ellos. —No lo he visto desde la mañana. —Ty debería haber supuesto que Stricklin asistiría a la cena. Dyson jamás se movía sin separarse de su cerebro electrónico. —Debe estar en su habitación, preparando los informes para papá. —Tara le envió un beso—. Hasta mañana, cariño. El tronar del avión agitó la quietud de la tarde. Una cierta rigidez le tensionaba los músculos al
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JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder pensar que Tara viajaba en el aparato. Ya había terminado de inspeccionar los campos del norte. Eran ideales para los trabajos que proyectaba realizar. El aeroplano se perdió en el horizonte y Ty dirigió el caballo al norte, donde había dejado la camioneta y el remolque para el caballo. Al llegar a una pendiente, divisó un inete agachado junto a las patas del caballo. Ty se acercó al reconocer a Jessy Niles. —¿Tienes problemas? —Se le desclavó la herradura a cinco kilómetros de aquí, y no la puedo encontrar. ¿No sabes quién puede llevarme a casa? Ty rió y quitó el pie del estribo izquierdo. —Súbete.
Jessy le pasó las riendas del caballo y se acomodó detrás de él. Siempre se inquietaba al estar cerca de Ty, esta vez no fue una excepción. La naturalidad de sus movimientos no era más que fingida. Por adentro temblaba como una hoja. —¿Lista? —Ty ató las riendas del caballo de Jessy a la la montura para no llevarlas en la mano. —Sí. —Jessy quitó las manos del cuerpo de él y las apoyó en los muslos. No era difícil mantener el equilibrio al paso que iban. Los hombros de Ty eran ampulosos y torneados. Olía a tabaco negro y a caballos. Jessy estaba demasiado concentrada en él para advertir que Ty había tomado otro camino—. ¿Dónde vamos? —Al campamento. ¿Por qué? —Si vamos hacia el norte, cortaremos camino —indicó Jessy, que conocía el lugar como la palma de la mano—. Vivo en una cabaña, allí, detrás de los árboles. —¿La vieja cabaña de Stanton? —Sí. —Pensé que aún vivías con tus padres. —Ty tomó la dirección del norte. —Hasta el otoño anterior, sí. Prácticamente ya me me había mudado a la casa de los Goodman en
el invierno para no cruzar el rancho bajo la nieve. El viejo Abe Garvey vivía allí, pero como murió, decidí instalarme en la cabaña Stanton. —Ya eres totalmente independiente. —Ty sabía que siempre lo había sido, desde
niña, pero ahora que vivía sola, ni siquiera dependía de los padres. —¿Cuántos años tienes? —Veinticuatro. —Ya eres toda una mujer, Jessy —dijo con una sonrisa. —Allí está la cabaña. Cuando llegaron a la casa de troncos, ella desmontó y Ty desató las riendas del otro caballo antes de bajarse. —Si no tienes prisa, prepararé café. —Quería devolverle el favor de haberle ahorrado la caminata de regreso. Ty no vaciló mucho. No tenía apuro en volver a El Colono. —Buena idea. Te ayudaré con el
caballo. Jessy entró en la cabaña y lo invitó a sentarse. Tenía tres habitaciones de dimensiones regulares;
Escaneado y corregido por ADRI Página 121 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder las paredes estaban pintadas de blanco y las cortinas apenas se agitaban por la brisa. Era un sitio cómodo y apacible. Ty se sentó en una de las sillas de madera y apoyó los pies en otra. Se reclinó para escuchar los ruidos que provenían de la cocina... el agua que fluía del grifo, los pasos de Jessy, el golpeteo de las puertas del armario. Ty sentía que poco a poco se iba apaciguando. Sacó un cigarrillo del bolsillo de la camisa y lo encendió sin apuro. A los diez minutos, Jessy reapareció con dos tazas de café recién hecho y advirtió la posición que había adoptado Ty. —¡Qué bueno levantar las piernas después de un día de trabajo! —Dejó las
tazas sobre la mesa y corrió dos sillas para copiar la postura de él. Se quitó el sombrero y ugueteó con la espesura de su cabello castaño. —No hay nada mejor —apuntó Ty con una sonrisa de dueño de casa. Bebieron el café sin hablar. El la observaba casi sin quererlo. Hacía mucho tiempo que la conocía; sin embargo, sabía tan poco de ella. Comprendió que rara vez hablaba de sí misma y que por eso era tan difícil escudriñar en su intimidad. Parecía una persona sincera y directa. No obstante, cuando lo miraba fijo, tenía la sensación de que esperaba algo de él; que en su interior habitaban los sentimientos más pasionales, sólo que no podía o no quería demostrarlos. —Haces muy buen café, Jessy. Dejó la taza vacía y bajó las piernas. —Si quieres, hay más en la cocina. —No, gracias. —Se puso de pie, sin deseos de marcharse en realidad, pero no tenía más motivos para quedarse. Se detuvo para mirarla un instante y descubrió lo atractivos que eran sus rasgos—. Supongo que habrás tenido tus buenas propuestas de los muchachos.
—Sí, pero no eran matrimoniales exactamente. —Y supongo que les habrás dado un buen golpe. —Sí, a algunos sí —respondió con un destello de maldad. Ty se echó a reír y le pasó el brazo por los hombros mientras iban hacia la puerta. —No hay en el mundo otra mujer igual a ti, Jessy. —Bueno, habría que ver si eso es bueno o malo —dijo sin dejar de mirarlo. Nuevamente, Ty percibió aquella sensación de espera. Ella lo inquietaba; siempre lo había hecho. Ahora el contacto de su brazo sobre los hombros de ella se hacía más urgente. Los pechos
se erguían firmes debajo de la blusa de tela fina. —Será mejor que me vaya. —Adiós.
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3° de la Serie Los Calder CAPÍTULO 17 Chase y Maggie observaban desde lejos los trabajos de un nuevo proyecto que Ty había ideado y que supervisaba personalmente. —¿En qué piensas? —A Maggie le intrigaba la expresión cavilante del rostro del esposo. —En que no hay una edad preestablecida en la que un muchacho se vuelve hombre. Algunos amás llegan a serlo. —Hizo una pausa—. Sabes, es muy difícil para un padre reconocer cuando su hijo se ha hecho hombre. Uno pasa tanto tiempo tratando de resolverle los problemas, porque cree que el hijo no puede hacerlo por sí solo, que no se da cuenta de que ya creció. Maggie, Ty ya es todo un hombre. Y no es una cuestión de edad. —No —coincidió ella, que esperaba que le diera su opinión acerca de los trabajos proyectados por el hijo. Pero, claro, Ty era fruto del trabajo de Chase, su propio proyecto, en el cual había volcado sus esperanzas. Le pasó el brazo alrededor de los hombros y la atrajo hasta sí. —Siempre quise que hiciera las cosas a mi modo, pero no puede ser. Ty será un hombre mejor
que yo. —Chase... —Tantas eran las cosas que quería decirle, pero no podía hallar las palabras que expresaran todos sus sentimientos. —¿Sabes qué dirá la gente cuando yo camine por las calles? —La miró con una sonrisa en los labios—. Allí va el viejo de Ty Calder. —No, siempre serás Chase Calder para todo el mundo. —Pero Maggie sabía que él tenía razón, si bien faltaba mucho tiempo. Ty se aproximaba desde el área de trabajo, con aquel paso lento que lo caracterizaba. El padre lo miró por primera vez, de hombre a hombre. —Está saliendo todo muy bien, hijo —comentó Chase con la voz henchida de orgullo. Maggie escuchaba sin demasiada atención la conversación que entablaban los hombres, pero observaba con fruición el vigor que transmitían los rasgos de su hijo. Cuando lo comparó con Chase, comprendió que tenía más firmeza en la voz y en los músculos. —Mamá — Ty se volvió hacia la madre—, ¿llamó Tara Tara para confirmar la hora en que llegaría el avión?
Maggie titubeó. —Sí... llamó, pero para decir que se quedaría en Dallas Dallas un par de días más. Quiere renovar su guardarropas. Ty hizo un gesto afirmativo con la cabeza y apartó la mirada. Cuando la volvió sobre su madre, parecía contenido, dominado. —Probablemente trabaje hasta tarde, de modo que no me esperen a cenar. Me prepararé algo cuando llegue. —Y se alejó para sumarse al grupo de trabajadores. —Tara le tiene demasiada confianza —murmuró el padre—. De lo lo contrario, no se iría por tanto tiempo. —Aparentemente son felices. —Es una chica muy ambiciosa. Por mucho que tenga, siempre quiere más y más.
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El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder —Ella lo ama. —Pero a su modo, que es muy particular. Ty se quedó trabajando hasta que oscureció; pero no quería regresar todavía. Se apoyó en un poste para fumar y vio la figura de Cully O'Rourke que se aproximaba con paso lento. —¿Qué haces trabajando tan tarde? —El gris prematuro de su cabello se veía blanco en el crepúsculo. —Preparo el trabajo para mañana, eso es todo. —Tu esposa está de viaje otra vez, ¿no? —Fue a visitar a unos amigos en Tejas. —A Ty Ty le costaba aceptar que ella necesitaba esa otra clase de vida. —Supongo que pasarás por la cabaña de Jessy esta noche también. Ty trató de leer en los ojos de Culley la verdadera intención del comentario. No podía negar que se había detenido en la cabaña de Jessy en algunas ocasiones, coincidentemente, durante las frecuentes ausencias de Tara. Dejó caer el cigarrillo y lo aplastó con el taco de la bota.
—Tal vez. ¿Has venido con tu caballo? No lo veo por ningún lado. —Sí. —O'Rourke se reservó informarle dónde lo había dejado. —Cabalgas mucho, Culley. ¿Por qué? A Culley no le gustaba dar explicaciones; ya había dado muchas a la infinidad de psiquiatras que lo habían atendido. Ahora tenía su intimidad y la guardaba celo-samente. —Me gusta. Se está haciendo tarde. Será mejor que me vaya mientras mi caballo pueda ver el camino. —Cuídate, Culley. —Ty vio que el hombre se perdía en el crepúsculo crepúsculo y se subió a la camioneta. Vio un vehículo estacionado frente a la cabaña de Jessy; pero ya era demasiado tarde para echarse atrás. Seguramente habían escuchado el motor de la camioneta. Antes de entrar, espió por la ventana. El hombre sentado a la mesa junto a Jessy era un vaquero nuevo. Puesto que el Triple C no empleaba extraños, salvo cuando era estrictamente necesario, Ty reconoció al punto al Romeo que estudiaba a Jessy con avidez. —Dick Ballard. —Ty saludó al hombre con un gesto imperceptible y se dirigió exclusivamente a ella—. Pasaba por aquí y quise probar una taza de tu café antes de regresar a casa. —Sírvete.
Al volver de la cocina, Ty se sentó a la mesa, encendió un cigarrillo y bebió el café, como si fuera la cosa más importante del mundo, mientras los otros dos conversaban animadamente. En verdad, Ballard era quien más hablaba, especialmente de sí mismo. Ty no comprendía por qué Jessy soportaba a ese hombre tan jactancioso. Las tensiones que había descargado en el trabajo volvieron a apoderarse de sus nervios. Cuando apagó el primer cigarrillo, encendió otro hasta llenar el cenicero de colillas. No demostraba el más mínimo apuro por marcharse, y el tercer viaje que hizo a la cocina acabó por desalentar las intenciones que Ballard tenía para el resto de la noche. —Bueno, ya es hora de volar, Jessy. Tengo que levantarme al amanecer — anunció Dick con la convicción de que la impresionaría con las horas que trabajaba. Las patas de la silla rechinaron cuando se puso de pie—. Adiós, señor Calder. —Buenas noches. —Ty retomó su lugar en la silla cuando Jessy se levantó para acompañar a
Escaneado y corregido por ADRI Página 124 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder Ballard. Pero no podía quedarse sentado. Oía el murmullo que se colaba por la puerta, aunque no distinguía lo que hablaban. El café se había enfriado y estaba muy amargo. Ty se encontraba peor que el café. —No pretendí arruinarte la noche —mintió él cuando Jessy reapareció. —No es nada. —Recogió las dos tazas vacías—. De todos modos, le hubiera pedido que se marchara, tarde o temprano. Ty vaciló, luego la siguió a la cocina con la taza en la mano. —Esta cabaña está muy alejada del campamento. Nadie te escucharía si necesitaras ayuda. —Me gusta estar aquí, lejos de todos. —Jessy enjuagó las tazas y las colocó en el escurridor—. Ya soy grande, puedo cuidarme sola. —Siempre estás tan segura de que puedes hacer todo —dijo Ty con cierta exasperación—.
Dime, ¿qué habrías hecho si yo no hubiera estado aquí y Ballard se hubiera negado a marcharse cuando se lo pidieras? —Me hubiera deshecho de él de algún modo. —¿De veras? —Por supuesto. Ty le inmovilizó los brazos y la aferró a sí. —¿Cómo? ¿A ver? —la desafió con los dientes apretados—. Enséñame cómo. La rapidez de los movimientos de Ty la tomó desprevenida. Antes de que pudiera reaccionar, tenía el cuerpo clavado a los músculos rígidos de él, quien la retenía por el cabello. En unos pocos segundos, Ty la había inmovilizado por completo; ella estaba ahora a merced de sus impulsos. La boca de Ty se precipitó con fuerza sobre los labios de ella, lastimándolos. Por mucho que luchaba contra él, no podía eludir la presión urgente de sus caderas. Él era el ganador indiscutible y sentía que el cuerpo de Jessy cejaba lentamente en la lucha. También aligeró la presión de sus manos, al descubrir la suavidad de sus labios carnosos. Había venido a la cabaña en busca de consuelo. Pero el cuerpo de mujer y la fresca humedad de
sus labios podían consolarlo de un modo más pasional. Ty los deseaba con locura. Jessy aprovechó la tregua que se había impuesto en la batalla para apartarse violentamente de los brazos de Ty. Agitada y sin aliento, lo miró encolerizada. Ty dio un paso que volvió a acercarlo hasta el cuerpo femenino. —Es por ella, ¿no? —dijo con voz desgarradora—. ¡Estás disgustado con ella porque se fue! ¡Y quieres desquitarte conmigo! Las palabras de Jessy lo azotaron como un látigo, lo paralizaron. Ella tenía las mejillas encendidas y su mirada era una llama viva. —Soy Jessy Niles... ¡no tu esposa! —Temblaba hasta los huesos—. ¡Y no vuelvas a cometer el error de usarme en lugar de ella... o te juro que te mataré! La mueca que se le dibujaba en el rostro no llegaba a expresar los sentimientos que lo atormentaban. —Sé muy bien quién eres, Jessy. Ella giró la cabeza, y la agachó por primera vez.
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JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder —Será mejor que te marches, Ty. El vaciló antes de obedecerla y salió de la cocina. Cuando escuchó el motor que se encendía, Jessy se desmoronó, pero no era a él a quien temía. Sentía miedo de ella. —Eres justo la persona que estaba buscando —anunció Tara, quien se aproximaba de la mano de Cathleen desde el establo. —Me alegro. —Ty sonrió y se echó a andar. Su padre y su hermana caminaban a unos metros de distancia. —Salgamos a cenar esta noche. —¿Qué bonito lugar me propondrías? —preguntó Ty—. ¿Has descubierto algún restaurante nuevo en alguno de tus viajes, aparte del de Sally? —Iremos al de Sally, no importa. Hoy es sábado y no quiero quedarme en casa.
—¿Puedo ir con ustedes? —preguntó Cathleen, quien había escuchado la conversación. —Cathy, no debes invitarte sola —objetó el padre. —Pero quiero ir —insistió la hija. —Bueno, bueno, me parece que habrá alguien allí a quien deseas ver — arriesgó Tara con una sonrisa de complicidad—. No será el chico Taylor, ¿no? —¡Tara! —Cathy le dirigió una mirada demoledora y se volvió a su padre para comprobar si había escuchado. —¿Taylor? —Ty frunció el entrecejo—. ¿Te refieres refieres a Repp Taylor? —El mismo —confirmó Tara—. Cathleen Cathleen se ha enamorado de él. —Bueno, pero tiene veinte años —advirtió Ty a su hermana, quien ya había cumplido los quince. —Bah, no le prestes atención. Tara no sabe lo que dice. —Cathy la la miró para que no hablara frente al padre—. Repp Taylor es muy grande para mí. —Espero que así lo entiendas —acotó el padre. —Por favor, ¿puedo ir con ellos? Las chicas de mi edad salen los sábados en la noche, y yo nunca voy a ninguna parte. —No hay problema, papá Calder —aseguró Tara—. Cathy puede venir,
¿verdad, Ty? —No recuerdo haber dicho que iríamos —apuntó Ty. —Sí, sí lo hiciste... quien calla, calla, otorga.
—No intentes contradecirla, Ty. Creo que esta vez tiene razón. Tara se echó a reír. En momentos como éste, Ty pensada que todo se arreglaría entre ellos, a pesar de las frecuentes separaciones que Tara imponía cuando ya no soportaba la monotonía del rancho y regresaba a lo que denominaba el mundo civilizado. A solas en el dormitorio, Ty le preguntó: —¿Qué sucede con Repp Taylor? —El joven vaquero parecía una persona confiable y respetuosa. —Muy simple. Cathy está loca por él. —Tara se dio vuelta—. vuelta—. Súbeme el cierre. —Ty rozó sus hombros con los labios y percibió la agitación leve que desató sobre su piel —. Sería bueno que
Escaneado y corregido por ADRI Página 126 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder ayudemos a los enamorados, ¿no? —dijo con animación. —Puesto que pareces tan enterada de los pormenores, ¿qué siente Repp por ella? —Culpa. El pobrecito se siente culpable de que ella sea tan pequeña, y una de los Calder. La primera persona que Ty vio al entrar fue Jessy, quien compartía la mesa con Dick Ballard. Las miradas se cruzaron un instante y Jessy se volvió para responder una pregunta de Dick. Tara y Cathleen lo seguían a poca distancia cuando se ubicaron en una mesa libre. —¿Puedes darme unas monedas para el tocadiscos? —urgió Cathleen. —¿Adivina quién está junto a la mesa de billar? —profirió Tara Tara en cuanto Cathy desapareció. Repp Taylor era un joven alto y delgado, de ojos y cabello negros. Con una sonrisa, saludó a Cathy y la acompañó a seleccionar la música del tocadiscos. Pero Ty no compartía el mismo interés de Tara, quien se afanaba en relatarle los detalles del
romance de la hermana. Los pensamientos de Ty revivían aquella mirada expectante con que Jessy lo había penetrado. No la había vuelto a ver desde aquella noche en la cabaña. Aún no era consciente de qué lo había impulsado a besarla. En muchos aspectos, Jessy era una criatura extremadamente sensible, a pesar de la dureza que solía demostrar. Ahora deseaba poder disculparse por su comportamiento tan impulsivo. —Estás muy callado esta noche —lo acusó mientras bailaban apretujados en la pista atestada de jóvenes. —¿Qué decías? —Ty advirtió finalmente que Tara le hablaba—. Lo siento, estaba pensando en otra cosa. —¿Viste quién ha venido? —¿Hablas de Jessy? —¿Jessy Niles? —Tara buscó entre la gente y localizó a la muchacha que bailaba con el vaquero —. Hacen una linda pareja, ¿no? —Pero no esperó la respuesta de Ty—. No hablaba de ella. Me refería a tu tío. Está allí, junto a la puerta de atrás.
O'Rourke estaba apoyado contra la pared del fondo, observando el desarrollo de la partida de billar. Tenía la cara senil oculta bajo las sombras de la luz escasa de la mesa de juego, pero el color gris de su cabello era inconfundible. —Es la persona que menos esperaba ver aquí —comentó Tara—. Pero creo que los lobos deben bajar de las colinas de vez en cuando. La música llegó a su fin y se escuchó una voz masculina. —Vamos, muñeca. Bailemos esta canción. Era su hermana quien se negaba con vehemencia y Ty giró sobre los talones. Un rubio fornido la
retenía de la mano y la forzaba a salir a la pista. —¡No quiero bailar contigo! —gritó Cathy y el rubio sólo se echó a reír. reír. Ty presintió que habría problemas al escuchar que su hermana gritaba el nombre de Repp, su caballero andante, quien con espada y armadura la rescataría de las garras del malvado gigantón. —¿Qué ocurre, Ty? —inquirió Tara preocupada. —Quédate aquí.
Entretanto, Repp ya había tomado parte activa en la escena. Ty no alcanzó a escuchar lo que se
Escaneado y corregido por ADRI Página 127 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder dijeron, pero vio que una trompada voló por los aires. Se abrió pasó entre la gente y se acercó para distanciar a los contrincantes. Repp ya tenía sangre en la nariz y ahora intentaba derribar al gigante. Cuando Ty se abalanzó para separarlos, un espectador se precipitó sobre él, creyendo que tenía la intención de atacar al rubio. Tara ya estaba junto a Cathleen, y ambas miraban boquiabiertas. Otro hombre se sumó a la trifulca y se hizo imposible discernir hacia quién iban dirigidos los puñetazos. Otros vaqueros del Triple C se sumaron a la pelea en apoyo de Ty, quien ya tenía una herida cerca del ojo. El alboroto de la pelea y los aullidos de los hombres que descargaban violentas trompadas entre sí, ahogaban el grito desesperado de Tara.
—¡Deténganlos, por favor! —también la música era más fuerte que su voz. Ty respiraba con dificultad y la cabeza le daba vueltas. No había intervenido en una pelea semejante desde que había dejado la universidad. Si bien no podía ver claramente con un solo ojo, acertó un trompazo en la cara de un oponente desconocido. A pesar de que le zumbaban los oídos escuchó que alguien estrellaba una botella contra el suelo. Era el desconocido que ahora lo amenazaba con el filo cortante del vidrio. Saltó como pudo y caminó hacia atrás para recoger una botella que había junto al tocadiscos. Ahora los dos hombres estaban igualados. Quienes hasta ese momento habían participado de la contienda, se hicieron a un lado y rodearon, de lejos, a los contrincantes. Sólo se distinguía la respiración pesada y los pasos lentos y precisos con que se medían los hombres armados de vidrio. Ty pudo ver a Jessy que se aproximaba sigilosamente hasta el centro del círculo. —¡Basta ya! Sepárense, vamos, atrás. —La voz de la autoridad restalló en el silencio. Los policías rompieron el círculo e inmovilizaron al oponente de Ty por la espalda. Ty bajó los
brazos y dejó caer la botella. Instintivamente, buscó dónde apoyarse antes de que se le aflojaran las piernas. Sintió que un cuerpo menudo se abalanzaba sobre él y lo rechazó con el codo. —Oh, Ty, Dios mío, estás herido. —Los —Los sollozos de Tara penetraron el zumbido que le perforaba la cabeza. —Estoy bien —dijo con impaciencia y se tocó la mejilla. —No, no lo estás, Mírate la cara. Ty se miró la camisa desgarrada, manchada de sangre. Aún necesitaba apoyarse sobre alguien y repentinamente, una voz se adueñó de la situación. —Vamos, salgamos de aquí. —El brazo lo tomó de la cintura y la la cabeza del color de la miel oscura apareció por debajo de la axila de Ty. —¿Jessy? —Ty parpadeó para poder verla a través de la sangre del ojo izquierdo.
—Soy yo. —Siempre apareces cuando te necesito —murmuró sin darse cuenta de lo que había admitido.
Tara estaba demasiado aturdida cuando Jessy apareció y le usurpó su lugar unto a Ty. Al recuperarse, los siguió hacia las escaleras que llevaban al cuarto privado del bar. Se encendió una lamparilla y lo guiaron hasta un sillón. Ty se dejó caer; ya no sentía ninguna parte del cuerpo. Tenía la cara pegajosa e intentó limpiársela. Al punto advirtió que los dedos se le habían bañado de sangre y bajó los brazos y cerró los ojos; sólo quería dormir. Luego sintió el contacto frío de un paño húmedo, que poco hacía para sosegar el dolor que ahora se apoderaba de cada músculo castigado.
Escaneado y corregido por ADRI Página 128 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder —Lo siento, Ty. Sé que debe dolerte mucho. —Tara estaba estaba junto a él—. Pero, ¿cómo puedes rebajarte a pelearte con esos tipos? —¿Por qué tienes que esperar que los demás peleen por lo que es tuyo? —
respondió Ty e intentó quitarle el paño para limpiarse solo. Pero ya no le quedaban fuerzas en los brazos. —Si no sabes cómo hacerlo —tronó la voz de Jessy desde un costado—, deja que yo lo haga. —Es mi esposo. —Pero al paso que lo curas, acabará por desangrarse. —Jessy se adelantó y presionó el paño sobre la herida. Ty se retorcía de dolor y maldijo con los dientes apretados. Ella le tomó la mano y la puso sobre el paño para que él lo sostuviera. —¿Dónde está Cathleen? —inquirió cuando pudo abrir el ojo, —No lo sé. —Tara sacudió la cabeza—. Abajo, supongo. —Ve a buscarla y tráela aquí. —Tara vaciló, pero no tuvo tuvo más remedio que obedecer. —Qué suerte que tu esposa se haya ido —dijo Jessy con voz serena—. Tendré que coserte la herida. —Se dio vuelta para abrir el botiquín de primeros auxilios que estaba sobre la mesa. La presencia de Jessy destilaba una calma seguridad que Ty agradeció en ese momento. Tomó una aguja esterilizada e hilo de suturar y se volvió hacia él. —Quédate quieto. Te dolerá mucho. Y no estaba equivocada. Ty apretó los dientes y contrajo los músculos, pero
ahogó el grito que le apretaba la garganta y la cara se le bañó de gotas frías y sudor. Afortunadamente, la herida no era muy grande, de modo que Jessy concluyó la sutura antes de que el dolor se tornara insoportable. Luego sacó el paquete de cigarrillos de la camisa de Ty, encendió uno y se lo puso en la boca. —Gracias. —Le dirigió una mirada de gratitud e inspiró inspiró el humo del cigarrillo. —Tienes la cara toda lastimada —observó Jessy y tomó una botella del botiquín —. Terminaré de desinfectarla. Ty estudiaba el rostro de Jessy que se hallaba tan cerca de él. Parecía carecer de toda expresión; sin embargo él percibía mucho más de lo que ella deseaba demostrarle. —¿En qué piensas, Jessy? Nunca puedo saber qué te pasa por la cabeza. — Era una costumbre que se le había contagiado de los hombres. Las miradas se entrelazaron un instante, luego Jessy retornó a su tarea. —Estoy pensando en que podría fumar un cigarrillo ahora. Pero Ty recordó otras cosas.
—Jessy, tenía pensado pasar por tu cabaña... para pedirte... —No tienes que pedirme nada, Ty. No quiero disculpas, nada. —También hablaba con la
franqueza de los hombres—. Ya todo el rancho sabe que las cosas no marchan bien con tu esposa. No puedes ocultarlo. Pero la llevas en la sangre, Ty. —Al igual que él en las venas de Jessy—. Cuando ella vuelva a viajar, y te sientas solo y necesites compañía, puedes venir a verme, a tomar café y a charlar, si quieres. No te cerraré la puerta, si es que soy yo a quien deseas visitar. —Cerró el botiquín con un movimiento preciso. La angustia que lo atormentaba se desvaneció al instante, y ahora contemplaba el ámbar cálido de sus ojos.
Escaneado y corregido por ADRI Página 129 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder
—Iré por el café... y por la compañía —dijo finalmente. finalmente. Jessy esbozó una sonrisa y le apretó suavemente la mano. —Alguno de los dos es el tonto de la historia, Ty. Pero yo estaré esperando. La puerta se abrió y la interrupción lo exasperó. Sintió que la mano de Jessy lo abandonaba y si bien no había hecho nada malo, se sintió culpable. Tara había entrado con un policía de mirada altiva y tórax prominente. Tenía los hombros amplios y musculosos, y se dirigió a Ty con voz prepotente. —Soy el comisario Blackmore, recientemente elegido por los ciudadanos honrados de este condado. Ty sabía que el sucesor dispuesto por Potter había perdido las elecciones, a pesar del apoyo de la gente del Triple C. —Lamento que tengamos que conocernos en estas circunstancias, comisario. — Ty intentó un gesto de cortesía con este hombre tan desagradable. —De algún modo teníamos que conocernos —respondió tajante el nuevo oficial de la policía—. Usted y su gente han hecho lo que quisieron hasta ahora, pero yo soy la ley en este lugar y si
buscan dificultades, las tendrán. La pelea de esta noche la provocó uno de sus hombres. —Sally ya sabe que pagaré todos los daños y también me haré cargo de las multas. —Ty no quería incluir el nombre de su hermana. —No creo que pueda arreglarlo con dinero, Calder. —El comisario aludía a una pena más severa. —Disculpe que me entrometa, comisario —irrumpió Jessy en la conversación—. ¿Conoce a la esposa del señor Calder? —Sí, nos presentaron abajo —respondió el comisario con impaciencia. —Tal vez desconozca que la señora es la hija del señor Dyson. El hombre se volvió raudo hacia Tara y la miró perplejo. —Mucho gusto, señora dé mis respetos a su padre. —Se tocó el ala del sombrero y recobró la compostura cuando se dirigió a Ty—. Le notificaremos los cargos. —Este pueblo es de Dyson ahora —explicó Jessy cuando el comisario desapareció tras la puerta —. El hizo mejorar las calles, el suministro de agua y compró un camión autobomba. El dolor de cabeza cedía de a poco y Ty comenzaba a comprender las conclusiones expuestas
por Jessy. El empeño de Chase Calder en proteger el suelo de posibles extracciones de carbón amenazaba la estabilidad económica de la población de Blue Moon. El comisario lo habría inculpado por todos los daños si el apellido de Tara no hubiera sido Dyson. También ella parecía comprender ahora que el nombre de Calder había perdido peso. —¿Dónde está Cathleen? —Abajo, discutiendo con Repp Taylor. —Antes de que Ty pudiera preguntarle
por qué no la había hecho subir, como le había ordenado, Tara se apuró a justificarse—. Ella está bien. Está con tu tío. Con el revuelo de la pelea, Ty se había olvidado de la presencia de O'Rourke. — Demonios, Tara, te dije que la trajeras hasta aquí. —Yo la traeré, Ty —se ofreció Jessy y cruzó la puerta.
—Parece que se encarga de todo —observó Tara en tono de crítica. —Siempre lo ha hecho; desde que tenía diez años.
Escaneado y corregido por ADRI Página 130 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder CAPÍTULO 18 El zumbido del intercomunicador resonó en las paredes tapizadas de la oficina. E.J. Dyson apenas despegó los ojos de los papeles que sostenía para ordenar a su socio que respondiera. Stricklin levantó el auricular, profirió una respuesta afirmativa y lo regresó al aparato. —Bulfert está afuera. —Bien. —Dyson cerró el informe que estaba leyendo—. Prepara los cigarros cigarros para él. —Stricklin fue hasta el armario y extrajo una caja de cigarros importados. Las puertas de Dy-Corp. se abrieron para dar paso al político. El exceso de peso le engrosaba el estómago, producto de la vida poco mesurada que llevaba. Dyson se acercó a recibirlo y se
sometió al desmedido apretón de su mano. —Bienvenido a Tejas, senador. —Hizo una pausa—. Supongo que no debería llamarlo senador, puesto que ya no ocupa ese cargo, pero creo que me costará mucho desacostumbrarme. Espero que no le incomode..., senador. —En absoluto, en absoluto —respondió Bulfert con su acostumbrada carga de jovialidad, un tanto agresiva. —Tome un cigarro. —Dyson le señaló la caja de la marca predilecta predilecta del político —. ¿Le sirvo una copa? —No, es muy temprano para mí. Pero aceptaré el cigarro. —Tome asiento, senador. —Dyson lo invitó y se reubicó en el sillón giratorio giratorio —. Hemos revisado este... expediente confidencial que tan amablemente nos dejó, y nuestras conclusiones coinciden plenamente con las suyas. —La fingida cortesía ocultaba lo que ambos conocían desde siempre—. Podría decirse que el título de propiedad de las cuatro mil quinientas hectáreas que Calder aparentemente compró al gobierno, fue adquirido por vías fraudulentas.
Parecería también que el extinto señor... —Dyson buscó el nombre en los papeles—, señor Osgood no estaba autorizado para efectuar la venta. Su cuenta bancaria demuestra que recibió una cuantiosa suma de dinero en una fecha aproximada a la transacción. Y una cantidad similar fue extraída de la Cuenta de Calder en la misma semana. Evidentemente, aquí se ha sobornado a un funcionario gubernamental. ¿No le parece, senador? —Violar la confianza pública es imperdonable, señor Dyson. Y además tan bien documentado. —No hay duda de que el gobierno tiene las pruebas suficientes para declarar la nulidad de esta adquisición. —Coincido plenamente con usted, señor Dyson. —Como lo he prometido, el expediente no ha salido de esta habitación. Sin embargo, ahora que ya ha dejado su cargo en el parlamento, no veo ninguna razón que impida que
esta información
llegue a manos del funcionario correspondiente. Con suma discreción, por supuesto. —Por supuesto —repitió Bulfert con el cigarro entre los los dientes—. Estoy seguro de que, con sus relaciones, le será muy sencillo obtener los derechos de producción minera de esas tierras fiscales. —Así lo espero. —Dyson sonrió, sin confirmarle nada. La expresión del político se tornó grave. —Bien sabe, señor Dyson, que las tierras están rodeadas enteramente por el rancho Calder. —Estoy seguro de que el gobierno no tendrá problemas en exigirle una franja de tierra para facilitar el acceso.
Escaneado y corregido por ADRI Página 131 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder —Claro. —El cigarro de Bulfert se había consumido en una larga columna de ceniza—. Conozco bien a Calder. Sé que peleará con todos los recursos que tenga a su disposición. Habrá juicios, batallas legales, presentaciones ante el tribunal. La justicia es muy lenta, y
puedo afirmar que Calder peleará hasta el final. —Así lo espero —aseguró Dyson en tono calmo. —¿De veras? —Bulfert pensó que Dyson no conocía en realidad al hombre con quien se estaba enfrentando—. No dudo de que Calder juegue sucio, si es necesario. —Es posible, pero ése será problema de él, senador. —Dyson sonrió—. Olvidé preguntarle si le había gustado la nueva oficina. ¿Está satisfecho? —Sí. Es muy bonita, y confortable. —Bulfert llevó el cigarro hasta el cenicero. —Bien. Además tiene una secretaria privada y una generosa cuenta de gastos. La compañía no esperará que cumpla un horario estricto. ¡Ya sabemos lo irregular que es el trabajo de asesor! Le aseguro que Advance Technics está complacida de que se sume a su personal. — Por supuesto, era una subsidiaria de Dy-Corp—. Espero que logre acostumbrarse a la vida de Tejas. —El clima cálido me sentará bien. Ya estoy demasiado viejo para el frío de Montana. —El senador sabía que le resultaría imposible vivir en Montana no bien Calder se enterase de su
participación en la estafa. Intercambiaron unas palabras antes de que el senador se marchara. Dyson quedó mirando cavilante las puertas cerradas. —Calder peleará hasta el final, lo sé —dijo —dijo finalmente—. Ojalá encontrase el modo de que Tara no se viera envuelta en todo esto. No quiero perjudicarla. Si Calder es tan obstinado como dice Bulfert, este enfrentamiento recaerá sobre ella. A modo de computadora, la mente de Stricklin se dispuso a buscar una solución que no afectara a su adorada muñeca de porcelana. —Debe haber algún modo de llegar hasta Calder. —Ninguno —declaró Dyson con impotencia—. Nadie lo hace cambiar de opinión. —Se detuvo frente a la ventana y se quedó en silencio—. Muy distinto sería si Ty estuviera al frente del rancho. Es un hombre inteligente y razonable... y tiene ideas progresistas. No hay más que ver los adelantos que ha introducido en el rancho. Sería mucho más sencillo convencerlo de la viabilidad de nuestros planes. —E.J. caminaba inquieto por la oficina y luego se detuvo frente a su socio—. Es una situación muy particular, Stricklin. Todas las minas del Este están atiborradas de carbón de alto
contenido de sulfuro, que es muy tóxico, como sabes. Con los estrictos controles de polución, las
industrias buscan con desesperación el carbón de bajo sulfuro. La tierra de Calder está repleta de lo que buscamos. Jamás llegaré a entender por qué Dios lo puso allí. —Y con un suspiro, se encaminó hacia el escritorio. —Pero hay mucha tierra en Montana que no es propiedad de Calder —le recordó Stricklin. —Si fuera sólo el carbón lo que quiero, lo dejaría en paz. Pero Pero es agua lo que necesito de él. Una planta de carbón requiere millones de litros de agua, y Calder tiene toda la de la región. —Dyson recorrió con un dedo los documentos que estaban sobre el escritorio—. ¿Qué crees que deberíamos hacer, Stricklin? ¿Nos conviene más que estos documentos lleguen a manos del funcionario, aunque surjan problemas familiares? ¿O debería olvidarlos y buscar en otra parte? —Quieres el carbón de Calder y el agua. Este expediente te ayudará a obtenerlos. Tienes la carta ganadora: juégala.
Escaneado y corregido por ADRI Página 132 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder —Ah, Stricklin, me asombra el modo como ves las cosas. Siempre Siempre es blanco o negro. Toma. — E.J. le entregó los documentos—. Ya sabes lo que debes hacer. El viento se colaba entre los esqueletos de los árboles que rodeaban la cabaña. En el interior, Jessy estaba sentada sobre la alfombra, junto al fuego de la chimenea. Tenía una taza vacía en las manos. Ya había oscurecido, pero no quería encender la luz. Estaba muy concentrada en los sucesos que Ty acababa de relatarle. —Pero aunque el gobierno pueda invalidar la venta, tu padre podrá hacer algo para mantener la posesión de la tierra —murmuró Jessy con resolución. Ty se había acomodado en el mullido sillón cerca del fuego y las llamas parecían bailotear sobre su rostro preocupado. —En los próximos días, se reunirá con los abogados para decidir qué
acciones legales deberá tomar. Seguramente podrá conservar los derechos de pastura. —Una mueca de tristeza se dibujó en su rostro—. ¡Y pensar que todo este tiempo creía ser el dueño de esas tierras! El senador lo ayudó pero finalmente se vendió al mejor postor. —El senador debe tener los mismos problemas que tu padre, ahora. —No, ha tenido suficiente tiempo para cubrirse. —Ty se inclinó inclinó sobre el cajón de leña, cortó una ramita y la arrojó al fuego—. Como han pasado tantos años, el gobierno quiere rever cómo fue la adquisición del título de propiedad. Pero si papá pelea hasta el final, lo cual supongo que hará, tal vez todo se aclare. Ty se sumió en un hondo silencio. Jessy lo observó y comprendió el esfuerzo con que se imponía ocultar sus angustias. En un impulso, se acercó para tomarle las manos apretadas y deseó poder absorber en su cuerpo aquella tensión que lo consumía. La necesidad de compartir el sufrimiento le afloró en los ojos castaños y Ty lo percibió; jamás había visto ese brillo en el rostro de Tara. —Tal vez deberías hablar con tu esposa —sugirió Jessy, casi con timidez—.
¿Por qué no la llamas a la casa de Dyson en Fort Worth? —No. —Ty no sabía por qué había rechazado la idea. Sintió que la mano de Jessy lo abandonaba —. Pondré otro tronco en el fuego. —Te serviré más café. El fuego se avivó, entibiando la casa. Cuando Jessy regresó de la cocina, Ty estaba de pie junto a
la chimenea. —El fuego te hace olvidar que hace mucho frío afuera —comentó Ty mientras sorbía el café caliente—. Me recuerda a una historia que Nate Moore me contó una vez — dijo sonriendo. El viejo vaquero había muerto antes de Navidad, y se sumó así, a Abe Garvey y a otros veteranos del Triple C. Un viejo clan había desaparecido de la vida, dando paso a la nueva generación. —¿Cuál era? —preguntó Jessy con interés. —La de un vaquero que se había congelado durante una tormenta de nieve
y... —Sí, la recuerdo. Me la contó cuando era muy pequeña —lo interrumpió con una sonrisa alborozada. —Nunca te ríes de ese modo, Jessy.
Escaneado y corregido por ADRI Página 133 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder Ella se sonrojó. —Nate siempre contaba historias o hacía comentarios muy profundos acerca de la vida de las personas. —Ty la observó un instante—. Jessy, ¿qué esperas de la vida? Ella pareció sumergirse en sus pensamientos más íntimos y se llevó las manos a los bolsillos del vaquero sin dejar de contemplar el fuego. —Nadie tiene todo lo que quiere en la vida, Ty... nadie... Algunas veces, no siempre, te suceden cosas buenas, y por una hora o por una semana, te hacen pensar que durarán para siempre. Pero la vida continúa. También hay momentos malos, que nos hacen llorar. Pero nos recuperamos
gracias a momentos como éste, Ty. —Se volvió hacia él y lo miró a los ojos —. ¿Qué más puedo desear que lo que tengo en este instante? Un lugar para mí sola, un fuego encendido en una noche de invierno y alguien con quien hablar. ¿Qué más puedo pedir? Sus palabras, tan simples y sinceras, lo conmovieron. Lentamente, Ty dejó la taza de café y estudió la belleza interior que reflejaban sus rasgos, hondamente femeninos. —Jessy —murmuró y alargó la mano para posarla sobre el cuello de la mujer. Ella sabía que había llegado hasta el fondo del corazón de él, y esperó. En ningún momento Ty alejó los ojos del rostro de ella cuando se acercó lentamente. Pero Jessy no quería engañarse y pensar que había despertado en él un amor irrefrenable. Se sentía solo por la ausencia de Tara: y si bien era muy respetuoso, no era más que un hombre, quien ahora se sentía acompañado y escuchado. Quizá debería haberlo detenido. Jessy sabía que estaba a punto de besarla, sí, de besar a Jessy Niles. Sin embargo, Tara pronto regresaría y volvería a quedarse con las manos vacías. En un dulce arrebato de insolencia, lo tomó de la cintura y cubrió la distancia que la
separaba de su boca. Fue un beso largo y cálido que se posesionó de ellos con serenidad. Se abrazaron sin urgencia, pero con una seguridad prometedora. Eran dos fuerzas que se fundían en una intimidad dulce y plácida. También, era un impulso demasiado nuevo para que llegasen a reconocer todo el poder que los unía. Se separaron con la misma lentitud que se fundieron. Jessy se volvió al fuego, rebosante de calma y sosiego. Ninguno de los dos habló del beso; como si no hubiese ocurrido. Ty volvió a tomar la taza de café y contempló las brasas rojas. Jessy se sentó en el sillón que había ocupado
él y cruzó las piernas. Se dejó llevar por el apacible discurrir de sus pensamientos. Habían perdido la noción del tiempo, y Ty terminó el café que le quedaba en la taza. Cuando la miró, ella lo estaba observando.
—¿Más café? —No, gracias. Jessy, ¿por qué me sugeriste que llamara por teléfono a Tara? —Me pareció lógico que hablaras con ella de lo que sucedió. —Si hubiera querido hablar con ella, no habría venido hasta aquí. —La voz de Ty parecía irritada, inquieta. La magia del momento se desvaneció y la soledad de la cabaña volvió a precipitarse sobre Jessy. La serena intimidad se perdió detrás de la tristeza de los ojos de Ty. —Jessy... —No me di cuenta de lo oscuro que se ha puesto aquí adentro. —No quería escuchar una
Escaneado y corregido por ADRI Página 134 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder disculpa, o una expresión de arrepentimiento, ni tampoco una falsa declaración de sus sentimientos hacia ella. No quería gratitud ni compasión. El amaba a Tara, a pesar de todo. Tal vez se sentía obligado a decir algo; cualquier palabra no habría hecho más que lastimarla.
Cuando regresó de encender la lámpara, Ty intentó estudiarla, medir sus sentimientos, pero ella quería recuperar el silencio. —Ty... te dije que podías venir cuando quisieras; también puedes marcharte cuando lo desees. Cuando volvió a mirarla, no halló en sus ojos aquel hondo sentimiento que tan singularmente había nacido entre ellos. Sólo encontró esa calma que parecía restar importancia a lo que había ocurrido. En cierto modo, se sentía agradecido por la libertad que le había ofrecido. No había tenido verdaderas intenciones de besarla, al igual que la vez anterior, aunque las circunstancias hubieran sido distintas. Buscó la chaqueta. —Creo que es hora de marcharme a mi propio hogar. Gracias por el café, Jessy. —Cuando quieras.
Luego de cerrar la puerta, repitió lentamente las palabras en el vacío de la habitación. "Cuando quieras."
Escaneado y corregido por ADRI Página 135 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder CAPÍTULO 19 La imagen que Ty guardaba de Tara cuando estaban separados no alcanzaba a reflejar toda la belleza que ahora veía en ella, enfundada en un abrigo de armiño que la protegía del frío intenso de Montana. Le fastidiaba la presencia del suegro y de Stricklin; más que nada, deseaba estar a solas con ella, y sabía que tendría que posponer ese momento hasta muy tarde en la noche. Saludó a los recién llegados y se posesionó de la cintura de ella. Tanto se empeñaba en no demostrar la explosión que siempre le encendía el cuerpo, que no advirtió la reservada frialdad que endurecía sus rasgos deleitables. —A decir verdad, Tara me sorprendió cuando llamó para avisarme que regresaría con ustedes.
Tenía entendido que no pensaban venir hasta dentro de un mes. — Es cierto —admitió Dyson—. Sin embargo, embargo, hay algo que quiero conversar con tu padre, y preferí hacerlo personalmente. —Hablaba con naturalidad, pero sin duda era un asunto de suma importancia. De lo contrario, no se hubiera molestado en recorrer la inmensa distancia que separaba Tejas de Montana. Pero Ty estaba demasiado absorto en la cercanía del cuerpo de Tara para interesarse por la cues-tión. —¿Tenemos que hablar aquí afuera obligatoriamente? Hace un frío insoportable. —Pero todo le resultaba insoportable en este lugar. Tara volvía a experimentar esa sensación de insignificancia que le imponía la vastedad de la tierra y la inmisericordiosa supremacía de la naturaleza. —Olvidé que te habías desacostumbrado al clima, luego de estar en Tejas. — Ty no comprendía que si bien ella había aprendido a aceptar muchas cosas, jamás se había acostumbrado a ellas. La anidó contra el pecho y se encaminaron hacia el automóvil que los aguardaba fuera de la pista. Maggie recibió a los huéspedes inesperados y relevó a Ty de su condición de anfitrión, lo cual
éste aprovechó para escurrirse a su dormitorio. Tara estaba frente al espejo de la cómoda, quitándose el gorro de armiño. Se soltó el cabello. Ty se le acercó y posó las manos en la curva de sus hombros y se hundió en la espesura de su cabello negro. —Me alegro de que hayas regresado —dijo con voz cargada de deseo. —Yo no. La respuesta lo desconcertó. Ella debió percibir la cólera que transmitían sus ojos, puesto que le acarició la mejilla. —Ty, ¿qué piensas hacer acerca de lo que sucedió? —¿De qué hablas? —De tu padre —aclaró con impaciencia—. ¿Por qué no me lo dijiste dijiste antes? Detesto que me ocultes las cosas. Y no me gusta enterarme de todo por un tercero. —¿Acaso es mi culpa que nunca estés en casa cuando ocurren las cosas? Tal vez, si te quedaras más tiempo, estarías al tanto de lo que sucede en tu hogar. —¿Qué quieres que haga si te pasas el día entero perdido en algún rincón del rancho? —Le molestó que Ty criticara sus largas ausencias—. ¿Siempre debo estar a tu disposición?
—¡Sí! —Una explosiva combinación de la pasión que sentía al verla y la irritación que le provocaba la discusión lo impulsó a tomarla en sus brazos y cerrarle la boca con un beso frenético.
Escaneado y corregido por ADRI Página 136 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder Pero ella no cedería tan fácilmente. —Tenemos que decidir cómo encararemos esta situación —dijo, a pesar del deseo que Ty había despertado en sus venas—. Veo que no comprendes la importancia de todo este asunto... y los problemas que puede acarrear. —¿Qué te ha hecho interesarte por el rancho tan repentinamente? —¡Es mi casa tanto como la tuya! —gritó, y luego luego pareció sosegarse—. Ty, no peleemos por esta tontería. Debemos hacer algo antes de que tu padre malogre las cosas.
—¿Mi padre, malograr las cosas? El tiene que pelear por recuperar las tierras tierras que creía que le pertenecían por derecho. Además, ¿qué vino a hacer tu padre aquí? —No lo sé... fue idea de Stricklin. —Era —Era obvio que ella también reprobaba la llegada del padre —. Le dije que no me parecía conveniente que viniera para que no lo implicaran en el asunto. —¿Implicarlo? —Ty pensó que no era la palabra correcta para definir la situación de su suegro, pero una voz que se introdujo por la puerta interrumpió la discusión. —¡Tara! —Cathleen entró corriendo sin reparar en la necesidad de golpear la puerta—. Me muero por ver todas esas cosas, que compraste. ¿Cómo te ha ido? Apuesto a que hace mucho calor allí; mira el bronceado con que has venido —la acusó con envidia. La niña ya había cumplido los dieciséis años y experimentaba todos los deseos de una mujer. —Cathy, ¿te importaría regresar más tarde? Me gustaría estar a solas con mi esposa. —Tengo que salir en media hora, y en la mañana debo ir a la escuela. Además —guiñó el ojo con picardía—, es temprano para lo que tienes en mente. Tendrás que esperar hasta la noche para... estar... a solas... con tu esposa.
—Cathy tiene razón. Hablaremos después de cenar. —Tara le dirigió una sonrisa y se alejó junto a Cathy—. Los paquetes están en la otra habitación; hay dos para ti. La conversación que se entabló durante la cena eludió los comentarios que pudieran provocar algún tipo de controversia, y se prefirió en cambio, abordar temas de menor importancia. Las relaciones entre Dyson y Chase Calder se había tornado muy conflictivas a partir de la instalación de la compañía carbonífera del tejano. Si bien Chase carecía de pruebas fehacientes, sospechaba de la participación de Dyson en el asunto de los títulos de propiedad. Cada vez que observaba las manos de Stricklin, inmaculadas y con las uñas barnizadas, recordaba las palabras de Potter. —¿Por qué no llevamos el café al estudio mientras las mujeres se encargan de la mesa? — sugirió E.J., quien insistió frente a la vacilación de Calder—. Me gustaría hablarte en privado, si no te importa, Chase. Ty dobló la servilleta y la colocó sobre la mesa. —Si me necesitan, estaré en el establo. Quiero echar un vistazo a la yegua que está por parir. — Ty se enfrentaba a una difícil situación de lealtad para con su padre, por un lado, y para con su
esposa, por el otro. Prefirió que el padre decidiera, por el momento, la posición que debía adoptar. Por su parte, Chase pensaba que la conversación no incluiría a su hijo, por ahora. —Es el primer potrillo de nuestro nuevo stud, ¿verdad? Creo que será mejor que vayas.
Además, Tara no me agradecerá que te retenga unas horas más.
Escaneado y corregido por ADRI Página 137 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder —¿Quieres un poco de brandy con el café, E.J.? —ofreció Chase mientras destapaba la botella y echaba unas gotas en la taza. —No, gracias. —Dyson se acomodó en el sillón junto a la chimenea y Stricklin ocupó la silla que estaba frente a él.
Chase prefirió sentarse a un lado. No quería verse acorralado por los dos hombres. ¿De qué querías hablarme? —Chase decidió que E.J. fuera quien diese el primer paso. —Me ha llegado cierta información en relación a la compra de las tierras que efectuaste hace algunos años. —Dyson también se reservaba el dar el puntapié inicial. —Las noticias viajan con rapidez por estos lugares. —Chase comprendía que tal vez Dyson se habría enterado de la anulación del contrato de compra de las tierras por fuentes locales, si bien barajaba la posibilidad de que lo supiera de antemano. —No debería sorprenderte, puesto que tengo algunos negocios en la zona. — Dyson hizo una pausa—. Mira, Chase, hemos tenido ciertas diferencias últimamente, pero no podemos ignorar que nuestras familias están unidas ahora. —No tienes que recordarme que tu hija es la esposa de mi hijo, ahora — enfatizó Chase. Esta era, precisamente, una de las razones por las que no lo acusaba directamente de conspirar con el objeto de quitarle esas tierras. Dyson no habría querido perjudicar a su hija en un asunto tan turbio.
—Chase, en primer lugar y por sobre todas las cosas, soy un hombre de negocios. Son excepcionales las ocasiones en que dispenso cierta consideración para con la familia cuando se interpone en los destinos de mi negocio. Es por eso que estoy aquí. —Dyson se detuvo para estudiar a Chase—. Por lo general, no suelo hacer esto, pero puesto que el asunto puede repercutir en la vida de Tara, quiero adelantarte mis intenciones para con la cuestión de las tierras. —Bien, te escucho. —El gobierno sigue siendo el propietario de esas cuatro mil quinientas hectáreas y yo quiero los derechos de explotación minera y de utilización de agua para instalar una planta de carbón. Hasta el momento. Tara desconoce el asunto por completo. Sé que apelarás para recuperar tu derecho de propiedad. Si el gobierno no te lo concede, ya estás enterado de mis planes. —Dyson hizo otra pausa, para medir la reacción de Chase—. Es una decisión comercial, Chase. Sé que te será muy difícil de aceptar, pero deseo establecer una coexistencia pacífica; por el bien de nuestros hijos. —Tienes razón; no será fácil. Pero te advierto... advierto... si llegas a cavar un milímetro
de mi tierra, lo pagarás con sangre. —No resta más que esperar al desarrollo de los acontecimientos —concluyó Dyson, resignado. El ranchero era demasiado obstinado. Ty regresó a la casa luego de controlar el estado de la yegua. Cathleen le informó, con un guiño de complicidad, que Tara se encontraba arriba. —Por fin —exclamó Tara al verlo entrar al dormitorio—. ¿Cómo estaba tu yegua? —Bien. —Ty ignoró el sarcasmo que teñía la pregunta de ella y no se molestó en
explicarle que faltaban unos días para el alumbramiento. —Hay gente que se encarga de los animales. No veo por qué tienes que hacerlo tú... y en un momento como éste.
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JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder —¿En un momento como éste? —repitió con impaciencia—. Me gustaría creer que lo dices porque es la primera noche que pasas en la casa y que echas de menos mi compañía, pero no es así, ¿verdad? —En parte, sí. —Tara cruzó la habitación y le le tomó las manos, encendiendo el fuego que había comenzado a consumir a Ty—. Tienes que hacer algo con tu padre. —¿Mi padre? —Sí. Tienes que convencerlo de que deje las cosas como están. De que no apele. —Pero, ¿qué estás diciendo? El pagó por esas tierras, las compró de buena fe. —Son sólo cuatro mil quinientas hectáreas; ni siquiera notará la diferencia diferencia comparadas con el medio millón de hectáreas que ya posee. Además puede arrendarlas. —No es lo mismo pero, ¿por qué te fastidia tanto que pelee por recuperarlas? —Supongo que no tienes idea de lo que dice la gente —lo acusó con virulencia —. Hablan de corrupción y soborno.
—Eso ocurrió hace mucho tiempo. No hay pruebas contra él. —No hace falta probarlo. La gente habla igual. Todo esto perjudicará el nombre de Calder, Ty. ¿No lo comprendes? —Admite que no te molesta que haya sobornado. Lo que en verdad te enfurece es que lo hayan descubierto. —Pero, ¿no te importa lo que dicen de los Calder? —insistió —insistió Tara. —¿Es eso lo que te enfada? ¿Acaso tus amigos importantes han empezado a darte la espalda? —Hablas como si no creyeras que son importantes —dijo, indignada—. Veo que no alcanzas a comprender lo valiosos que pueden resultar en el futuro. ¿No te das cuenta de que lo hago para que cuando recibamos el mando del rancho nos beneficiemos con sus influencias? —Parece que tienes prisa porque llegue el día en que nos hagamos cargo del rancho, ¿no? —La pujanza y el orgullo eran dos cualidades que Ty admiraba en su esposa. Pero ahora, el egoísmo que demostraba lo enfurecía. —Cuanto antes ocurra, será mejor para todos. —Tara no lo ocultó—. No permitiré que tu padre ensucie el nombre Calder y que destruya todo lo que he hecho para que el
apellido sea respetable fuera de aquí. —Si no peleas por lo que te pertenece por derecho, el nombre no valdrá de nada. —Esas son ideas de tu padre. ¿Qué importa lo que la gente de aquí puede pensar? Ellos no son importantes. Tu padre bien podría comprarse un rancho como éste en otro lugar con todo el dinero que le llevará el juicio. Con buenos empresarios el Triple C puede convertirse en el rancho más poderoso del país. La idea es expandirse, Ty, y no me refiero a mejoras menores. No seas como tu padre; tienes que ser progresista y actualizado, como el mío. —Eso resolvería todos tus problemas, ¿no? —dijo Ty con la mandíbula tensa —. Quizá me convendría cambiarme el apellido y adoptar el de Dyson, para no verme "implicado" en algún negocio turbio de los Calder. —¡Jamás te propuse algo así! ¿Por qué te empeñas en tergiversar lo que digo? En este mundo,
tienes que cuidarte solo; y las acciones de tu padre nos perjudicarán. ¿No lo comprendes? —Me pides que me ponga en contra de mi padre. —Sólo te pido que pienses por nosotros. —Tara lo miraba con la barbilla levantada, y toda su
Escaneado y corregido por ADRI Página 139 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder feminidad se realzaba en este choque de voluntades. —Piensa tú por nosotros —dijo con voz apesadumbrada cuando se volvió para irse—. Es tu tarea de dueña de casa. Tara dudó que intentara marcharse en realidad, pero la mirada de Ty estaba cargada de resolución. —¿Dónde vas? —inquirió con los puños apretados. —Me voy —respondió Ty en dos palabras tajantes.
Ty no sabía por qué o cómo había llegado a la camioneta y comenzado a andar. Sólo quería escapar de la opresión de sus pensamientos convulsionados. Tara creía que tenía razón; su padre creía que tenía razón. ¿A quién le debía lealtad, entonces? ¿Al pasado? ¿Al futuro? Había perdido toda noción de tiempo o destino cuando advirtió que se hallaba frente a la cabaña de Jessy. Una profunda angustia lo desgarraba; y decidió entrar a la casa. El interior estaba oscuro y le costó encontrar el interruptor de la luz. —¡Jessy! —resonó su voz en el cuarto vacío. La lámpara del dormitorio estaba apagada y los platos del desayuno aún aguardaban dentro del fregadero. Miró el reloj y pensó que ya debería haber regresado. Sin duda estaría por llegar, se dijo, y se preparó un café. La cabaña no era la misma sin ella. Echó unos leños en el hogar para entibiar la ausencia de Jessy y comenzó a caminar por la habitación vacía. Era peor que estar solo en los dos cuartos que compartía con Tara. —¡Demonios! ¿Dónde está? Los faros de una camioneta iluminaron el vehículo estacionado frente a la cabaña. El humo de la
chimenea se enroscaba en el esqueleto de los árboles desnudos. Las ventanas empañadas dejaban entrever las luces del interior. No estaba con ánimos de recibir visitas después de un día de trabajo y una noche en la casa de los padres, celebrando el cumpleaños de la madre. Además, sabía que Tara había regresado. Jessy abrió la puerta y la recibió la voz de Ty. —¿Dónde diablos estabas? ¿Sabes que son más de las diez de la noche? Hace más de dos horas que estoy aquí, sin saber si te había ocurrido algo. ¡Por poco enloquezco! Las palabras de Ty expresaban un sentido de posesión que jamás había empleado con ella. —Era el cumpleaños de mamá —atinó a decir, desconcertada. Ty suspiró, aliviado, se acercó a ella y la atrajo con violencia. ¡Con qué fuerza la conmovía; con la misma fuerza que la abrazaba y pronunciaba su nombre! —Jessy, fue una espera tan larga... Una pasión irrefrenable se apoderó de sus cuerpos, que ahora se tocaban en toda su extensión, sedientos de satisfacción. El corazón de Ty latía desorbitado sobre los hombros de ella, y sus brazos la aferraban como si temieran perderla.
—Jessy, Jessy. —Los murmullos de Ty encerraban una pregunta, un deseo que expresaba el fuego que ella ya había percibido en el cuerpo musculoso y rígido, desbordado por la pasión.
—Lo sé. Lo sé. —Se sentía embriagada. El El corazón parecía estallarle al igual que el dolor intenso
Escaneado y corregido por ADRI Página 140 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder que le avivaba las entrañas—. ¿Me llevas? Ty vaciló un instante; tal vez su sentido de la moral le dictaba que se dominara. Aflojó los brazos y le clavó los ojos. El instante se prolongó en las miradas hasta que la tomó por la espalda y por los muslos y la cargó en los brazos. —Nunca pensé que serías tan romántica. —La voz de Ty estaba cargada de anhelos deleitables.
—¿Por qué? —Le acarició el filo preciso de la mandíbula—. Porque cabalgue como un hombre y trabaje como un hombre, ¿piensas que no siento como una mujer? ¿Por qué no pueden gustarme las flores y los bombones? —No lo sé.
La llevó hasta el dormitorio oscuro y la bajó. Con deliberada lentitud, le quitó la chaqueta y la arrojó en una silla que se erguía en la penumbra de su rincón. Cuando se volvió, ella había comenzado a desabotonarse la blusa, y observaba cómo él se despojaba de la ropa y dejaba ver el torso varonil y musculoso. Jessy estaba desnuda. Sus pechos pequeños en nada se asemejaban a los de Tara. Titubeó un momento, pero Ty la invitó a que compartiera su lugar en la cama, y ya no era preciso que ocultara sus sentimientos... todo el amor que profesaba hacia ese hom-bre. Una pasión largamente reprimida le quemaba las venas; finalmente, se dejó llevar por los dictados del corazón. Se acercó hasta él y se hundió en el mar de la vida.
Escaneado y corregido por ADRI Página 141 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder CAPÍTULO 20 —Te ves contenta. —¿Por qué no? También tú pareces satisfecho... de haberme poseído. El recuerdo de aquella primera vez se borraría para siempre. Jessy decidió no decírselo; no serviría nada más que para hacerlo sentir culpable, y ella no quería que esos sentimientos se interpusieran como una muralla entre los dos. Los ojos de Ty se tornaron sombríos. —Jessy, a veces yo... —No lo digas, Ty. Por el bien de los dos, no digas algo que no sientas en realidad. Soy muy consciente de lo que hice, y sé que te marcharás antes del amanecer. En este instante, piensas que no deseas irte, pero lo harás. —¿Cómo sabes en qué estoy pensando? —Ty intentó desentrañar la mirada de esta mujer,
quien lo entendía hasta el fondo de su corazón. —Tal vez porque también yo lo deseo. De todas las veces que Ty había hecho el amor con otras mujeres sin remordimientos, ésta era una excepción. Jessy despertaba en él una ternura honda e inquietante, con similar intensidad al sentimiento que Tara arrancaba de su corazón. Jessy, antes de sucumbir al calor de esta ternura, y al dolor que le causaría, saltó de la cama y buscó la protección de la blusa. —Jessy, quiero explicarte... —No quiero que me expliques nada, Ty —dijo con una serena resolución—. No soy tan tolerante y comprensiva como crees. No soy la causa de tus problemas con tu esposa, ni sé cuáles son. No puedo ignorar su existencia, pero tampoco quiero escucharte hablar de ella. Soy tan mujer como ella, a pesar de su cara bonita y sus ropas a la moda. Por eso no me obligues a decir cosas que no te gustaría escuchar. Ty no podía negar que Tara era la dueña de su corazón, y también la mujer de sus sueños. Si bien había comenzado a decepcionarlo, aún se resistía a renunciar a los sueños que se había forjado en torno de su esposa.
En la penumbra del dormitorio, Ty recibió la fuerza de la decisión de Jessy, esa valentía con que enfrentaba las situaciones más penosas y lo impulsó a abrazarla. Ella eludió la dulzura de la mirada masculina. —Será mejor que te vistas. Se ha hecho tarde y ella seguramente se estará preguntando dónde te encontrarás. —¡Al diablo con Tara! —Ty pronunció el nombre que Jessy se empeñaba en ignorar, admitiendo, inconscientemente, que regresaría a su esposa—. ¿Y tú, Jessy? ¿Estarás bien?
Ella lo miró y tuvo deseos de reír. Podía prever la reacción de Ty si le respondía que se quedaría vacía. Los hombres se destacan por perder la sensatez que aplican en otros aspectos de la vida cuando se trata de mujeres, pensaba, Jessy. A pesar de sus fantasías románticas, sabía que la aguardaban años de dolor y soledad, redimidos por momentos hermosos, como éste. —Soy fuerte Ty y no temo al futuro. En cierto modo lo irritaba que Jessy no lo necesitara, que le demostrara esa
fuerza inquebrantable por la cual podía ser completamente independiente, de él y del resto del mundo.
Escaneado y corregido por ADRI Página 142 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder ¿Qué más podría decirle, entonces? Se volvió y recogió la ropa que se apilaba encima de la cama. No había forma de entender a esta mujer, pero sabía que regresaría en busca del sosiego que ella le ofrecía y de la llama que le encendía en el corazón. Pero no se lo dijo al marcharse. No hacía falta. Un ruido leve se escuchó en el pasillo de la segunda planta. Tara dejó la revista que había estado hojeando con impaciencia y aguzó el oído; quizás eran los pasos de Ty, o alguno de los quejidos de la vieja mansión. Fue hasta la puerta y la abrió. Pero era Cathleen quien pretendía descender las escaleras inadvertidamente, enfundada en una gruesa chaqueta. —¿Qué haces a esta hora?
Cathleen le hizo un gesto para que no revelara su presencia en el pasillo. —Repp me espera. No se lo digas a papá, por favor. Recuerda que me ha prohibido que lo vea. Tara no se asombró de que la muchacha desacatara las órdenes del padre. Además, no era lo que más le preocupaba en este momento, de modo que cerró la puerta y se dirigió a la ventana. Sintió que la inmensidad del cielo oscuro amenazaba con engullirla y retornó a la luz de la habitación. Cathy se paralizó al ver luces en el estudio. Luego de un instante, caminó en puntas de pie para espiar por la puerta. Stricklin estaba de espaldas a la puerta, leyendo unos papeles junto a la biblioteca. Cathy hizo un gesto de miedo cuando el picaporte de la entrada chirrió un poco. Contuvo la respiración unos segundos, pero nadie se aproximó a investigar la procedencia del ruido. Lo peor ya había pasado. Con paso sigiloso, Cathy cruzó la hierba helada que rodeaba El Colono y se encaminó hacia el hangar que estaba junto a la pista de aterrizaje. Era un sitio seguro y resguardado de toda mirada curiosa. El aire frío parecía clavársele en los pulmones cuando apuró el paso
para llegar a la cita. Culley O'Rourke cubrió con la palma de la mano el cigarrillo para que no delatara su presencia fuera de El Colono. Una a una, las luces se habían apagado en la casa, aunque la ventana de arriba aún estaba iluminada. De pronto, una lámpara se encendió inesperadamente en el estudio. Culley se quedó acurrucado detrás de la fuente para averiguar si era el preámbulo de alguna actividad importante. Tan absorto estaba en el movimiento de la casa, que casi no advirtió la sombra que escapaba furtiva. Culley aguardó, inmóvil hasta que pasara, y reconoció el óvalo del rostro de Cathleen. Cuando llegó al hangar, tenía la cara entumecida de frío y apenas podía respirar. Caminó entre los aviones dispuestos en línea recta y se introdujo en la oficina pequeña, unto
al depósito. Buscó en la oscuridad cuando se detuvo.
—¿Repp? Una sombra brotó desde el rincón a la derecha y se corporizó. —Pensé que ya no vendrías. —La espera lo había exasperado un poco. —Lo sé. Temí que te hubieras ido. Ya no comprendo por qué nadie se acuesta a horas normales en esa casa. —Tenía la cara insensibilizada y pálida, pero no se atrevieron a encender la luz—. Tara estaba levantada esperando a Ty cuando pude escabullirme. Y Stricklin, ¡vaya a saber qué estaba haciendo en el estudio! A veces dudo de que sea humano. Me da la sensación de que es un robot y que no necesita comer o dormir como nosotros.
Escaneado y corregido por ADRI Página 143 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder —¿Estás segura de que nadie te vio? Debo estar loco —añadió irritado—. No No sé cómo pude dejar que me convencieras de encontrarnos de este modo. Al comprender que Repp se hallaba demasiado enfadado, Cathleen tomó el primer paso y se
lanzó en sus brazos. —No me importa dónde o cuándo nos encontremos, siempre que nos podamos ver a solas. — Cathleen arriesgaría todo, hasta la relación con su padre, para estar junto a Repp. —No sabes lo que dices. —Repp sentía que la urgencia de la pasión lo desbordaría en cualquier momento—. Eres una niña, Cathy. —Tengo la misma edad que mi madre, cuando quedó embarazada de Ty. — Cathleen lo atormentó con la comparación. —Deberían darte una buena paliza por provocar a un hombre con esas cosas — le advirtió, en un intento por dominarse—. Algún día, se lo dirás al hombre equivocado, y te lo hará cumplir al pie de la letra. —Pero nunca se lo dije a nadie más que a ti. Eres el único a quien siempre se lo diré —insistió ella mientras se arqueaba contra la rigidez masculina—. Ya es más que suficiente que mis padres me traten como una niña. Soy una mujer, Repp. Y te amo. Estas palabras lograron derribar las últimas resistencias de Repp, quien urgido
por un impulso frenético, cubrió con sus labios sedientos la boca de Cathy. Era un beso apasionado, de un hombre y una mujer, que no reparaba en la inexperiencia de ella. Repp, sin embargo, alcanzó a recobrar un instante de lucidez. —No, Cathy. —Enterró los dedos en las mangas de la chaqueta para despegarla de su cuerpo—. ¡Ya basta, por favor! —¿Por qué, Repp? ¿Por qué? —Porque no puedes tener todo lo que deseas. Luego de un instante, Cathy insistió y se abrazó a su cuello. Repp la recibió y le besó el cabello azabache. —No deseo todo, Repp. Sólo te quiero a ti. Aún faltan dos largos largos años para cumplir los dieciocho. Siento la espera como una verdadera agonía. —Pasarán rápido, ya verás —mintió él. Un ruido metálico metálico lo paralizó repentinamente—. ¿Lo escuchaste? —¿Qué? —Cathy apartó la cabeza del nido que se formaba entre el cuello y el hombro de él. —Espérame aquí.
—No, iré contigo —objetó ella y se acercó a la puerta que él abría.
—Silencio. ¿Quieres que nos escuchen? Cathy le apretó la mano y se introdujeron en la oscuridad del hangar. Un coyote solitario aulló desde las colinas lejanas; y Repp buscó entre las sombras que proyectaban las alas de los aviones. Otro ruido, indescifrable, los alcanzó, y se dirigieron al aparato que el padre de Cathy solía usar con regularidad. —Mira, la portezuela está abierta. Tal vez el viento la abrió. —Tal vez. —Repp la dejó para cerrar la puerta y asegurar la la traba exterior. Sin embargo, intuía la presencia de un tercero en el hangar y le preocupaba la seguridad de Cathleen —. Ya casi es medianoche. Es hora de regresar. Te acompañaré.
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El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder —Pero... —No discutas, Cathy. Luego de dejarla en las inmediaciones de El Colono, Repp no alcanzaba a explicarse por qué sentía la necesidad de retornar al hangar. A mitad de camino, vio que la silueta de un jinete se recortaba, un instante, sobre el cielo poblado de estrellas. Ya todos en el rancho comentaban las recorridas que O'Rourke hacía por las tierras del Triple C, y aunque este hombre era el tío de Cathy, lo atemorizaba. Pero, al menos, sus sospechas se confirmaron. Repp se volvió y se internó en la noche, camino a su casa. Cuando Ty se detuvo frente a los peldaños del frente de El Colono, vio que una figura se ocultaba en las sombras de la casa y reconoció la chaqueta de la hermana. No le resultó difícil adivinar dónde había estado, y con quién. —Ya no necesitas ocultarte, Cathy. Te he visto —dijo, —dijo, y vio que la sombra emergía del amparo de las columnas—. ¿Te escapaste para encontrarte con Repp otra vez? Te descubrirán si te
descuidas. —Papá es muy anticuado y demasiado estricto. —Ya sabrás qué estricto puede ser si te encuentra en una escapada nocturna. — Le advirtió Ty, si bien no tenía derecho a ser severo con ella, al menos esta noche. Además, sus pensamientos estaban agitados y en muchos sitios a la vez. Abrió la puerta y se introdujeron en la casa—. Parece que han dejado la luz encendida en el estudio. —Creo que Stricklin está adentro. Había un libro abierto y vuelto hacia abajo sobre el apoyabrazo del sillón en donde estaba Stricklin limpiándose las uñas con un cuchillo de mano. —Oh, Ty, ¿acabas de llegar? —Luego, la mirada hueca de sus ojos azules se posó sobre Cathy—. No sabía que Cathleen estaba contigo. —Sí. Hay una yegua que está por parir —dijo a modo de doble coartada—. Espero no haberlo interrumpido. —No, en absoluto. —Buenas noches, Stricklin.
Los hermanos comenzaron a trepar las escaleras. —Qué hombre tan extraño —murmuró Cathleen. —¿Por qué? —Ty ya se había acostumbrado a la extremada reserva del hombre. —¿Dónde has visto a una persona que se limpie las uñas con un cuchillo sucio? A mitad de las escaleras, Ty vio el rayo de luz que se colaba por debajo de la puerta del dormitorio principal y la angustia, hasta ahora adormecida, revivió con toda la fuerza del presente.
Tara estaba sentada frente al tocador, untándose crema hidratante en la cara. Se miraron a través del espejo y Ty vio la expresión contenida que guardaban los ojos azules. La tela satinada se adhería, cautivante, en sus hombros blancos y marcaba la firmeza de sus pechos redondos y sus pezones erguidos. Lo exasperó que estuviera tan segura de que Ty regresaría, indefectiblemente, a sus sensuales encantos femeninos. La aparente calma que demostraba intentaba convencerlo de que no se había quedado
especialmente levantada para esperarlo; y Ty lo creyó hasta que tocó la bata tendida sobre la cama, cuando se sentó para quitarse las botas. La prenda aún conservaba el calor de su piel, e
Escaneado y corregido por ADRI Página 145 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder indicaba que se había despojado de ella hacía apenas unos instantes. Era uno de los tantos juegos de Tara. —Me alegro de que hayas regresado antes de que me metiera en la cama, Ty. — Tapó el frasco de crema y dejó el banco para avanzar hacia él, con paso grácil y seductor—. Quería decirte que lamento algunas de las cosas que te dije. Estaba muy nerviosa. Ty apenas la miraba mientras ella recitaba los versos tan bien estudiados. Terminó de quitarse la segunda bota y las dejó al pie de la cama. Ya no podía soportar el silencio y Tara rompió en una carcajada histérica.
—Bueno, te pido disculpas. ¿No puedes decir nada? —¿Qué te gustaría que te dijera? —Ty se puso de pie y comenzó a desabotonarse la camisa—. También yo lamento muchas cosas, pero eso no hace que cambien. —Odio que discutamos, Ty. —Tara se deslizó y comenzó a juguetear con los botones de la camisa con maestría incomparable—. Oh, vamos, bésame y hagamos las paces. El fuego de sus besos siempre lograba quemar los recuerdos de Ty, y sólo tenía que acercársele para reavivar aquella imagen que él guardaba de la mujer de sus sueños. Amar a alguien durante tanto tiempo deja huellas imborrables. Y Ty sintió que, sin quererlo, le rodeaba la cintura estrecha. Cuando la boca varonil respondió al beso de ella, Tara se apartó repentinamente. Tal vez había percibido el sabor que Jessy había dejado en los labios de Ty. Hacía tiempo había aprendido que las mujeres tenían un sexto sentido para esa clase de cosas. Ty suspiró y se pasó la mano por la cabeza. Tara hervía de furia; no lograba descifrar el instinto que la alertaba de que había estado con otra mujer. Inmediatamente pensó en un nombre... esa mujerzuela, Jessy Niles.
—Ty... —Trató de sosegarse y bajó el tono de voz. —¿Qué? —Yo... —Por la mirada que Ty le dirigió, dirigió, ella tuvo la certeza de que todavía la deseaba—. Te amo. Este problema con tu padre... sé que lo resolveremos de algún modo. —No me pondré en contra de él. —Lo sé. —Ahora que había tenido tiempo para pensar, sabía que era mejor que Ty no se opusiera al padre. El alejamiento de padre e hijo podría ser fatal para el futuro de los dos. Conocía a Chase Calder lo suficiente para saber que no vacilaría en dejar su pequeño imperio en manos de la hija, en lugar del hijo—. No te pediré que enfrentes a tu padre, en la medida que no me pidas que me oponga al mío. Pero tampoco debes involucrarte en este juicio... al menos públicamente. —Supongo que no.
De pronto, se sintió muy cansado, viejo y atribulado.
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JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder CAPÍTULO 21 Dos semanas cruentas siguieron a la partida de Dyson, durante las cuales la naturaleza descargó toda su furia de nieve y lluvias torrenciales. Era la época de parición y el clima castigó a hombres y bestias por igual. Luego de dos semanas de trabajo ininterrumpido, Ty se hallaba extenuado y con los nervios en vilo. Miraba con envidia al potrillo que peleaba por vivir, tendido en cama de paja, con el cuerpo cubierto con mantas. Había llegado al mundo prematuramente, cuando la madre resbaló en la nieve y se quebró las patas delanteras. Fue necesario extraerlo de su vientre antes de sacrificarla. Puesto que el alumbramiento se había adelantado dos semanas solamente, y se disponía de suficiente leche, había grandes probabilidades de haber podido salvarlo. Pero una neumonía se le había agudizado y las posibilidades de que sobreviviera se reducían a cada hora.
La salud del potrillo se deterioraba a pasos agigantados. Mientras Ty lo observaba, cesó el ronquido áspero de la respiración; y debido a la gran fatiga que le entumecía los sentidos, Ty tardó en advertir que el potrillo estaba muerto. Agachó la cabeza en un gesto de derrota. La pérdida de la yegua y el potrillo echaba por tierra toda esperanza de ver en pie los resultados del primer año que el rancho desarrollaba la cría de sus propios equinos. La falta de sueño y el trabajo agotador se plasmaban en sus ojos hinchados y sombríos; el ala del sombrero oscurecía aun más sus facciones apagadas. —¿Cómo está el potrillo? —preguntó el padre al entrar al establo. —Lo perdimos. —Con el cuerpo pesado, Ty se alejó del animal muerto y siguió al padre hasta la puerta de la cuadra. Los comentarios estaban de sobra. Había demasiado trabajo para hablar de la muerte—. ¿Me necesitabas? —El padre ya no salía de la casa, desde donde dirigía las operaciones del rancho y seguía de cerca las instancias del conflicto por el título de propiedad. —Esta tarde volaré a la capital del condado para asistir a la reunión con los funcionarios de
Washington. Tu madre me acompañará. Probablemente regresemos el fin de semana, si el tiempo lo permite. Lo que en otras palabras, quería decir que Tara se haría cargo de la casa. De algún modo, Ty tendría que arreglar sus horarios para pasar más tiempo con ella, o al menos compartir las comidas. De nada servía que la instigara a visitar a otras amas de casa. Únicamente lo hacía cuando estaba muy desesperada, y por lo general, regresaba más descontenta de lo que se había marchado. —¿Dónde ibas? —inquirió el padre. —Iré al campamento de Juliana y luego echaré un vistazo al campamento del norte. —¿Para ver a Jessy Niles? Ty se erizó. —Arch tiene problemas con el generador. He enviado gente allí para que lo reparen. —Y luego pasarás por la cabaña de Jessy y te detendrás para tomar café. ¿No es lo que siempre haces, acaso? —Seguramente no pasaré por la cabaña. Jessy entra a trabajar en el establo cuando concluye mi
turno —explicó Ty sin confirmar ni negar la acusación indirecta. —Parece que conoces bien sus horarios, ¿no crees? —El padre observó la reacción de Ty y
Escaneado y corregido por ADRI Página 147 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder cambió el tono de voz—. Ty, jamás he querido entrometerme en tu vida personal. —¡Entonces, no lo hagas ahora! —Los nervios de Ty llegaron al límite límite de resistencia. —Esto de tú y Jessy ya ha dado la vuelta al rancho, y nunca hay tanto humo cuando no hay fuego en realidad. Eres un hombre casado; le has hecho una promesa a tu esposa, y la cumplirás. No me importa cuánto de todo esto sea cierto. Sólo te digo que te alejes de Jessy Niles. No soportaré ninguna traición. —¡Miren quién lo dice! —Ty temblaba de furia—. Haz lo lo que digo pero no
lo que hago, ¿verdad, padre? —Será mejor que te expliques —advirtió el padre. —Sí, te lo explicaré, y no me llevará más de dos palabras... Sally Brogan. ¿O ya no recuerdas todos esos años que traicionaste a tú esposa? El puño enguantado de la mano de Chase se incrustó en la mejilla del hijo y lo empujó a Ty hasta la pared exterior del establo. Ty se llevó una mano a la mandíbula y clavó los ojos enardecidos en la cara del padre. Fue una ira incontenible lo que lo impulsó a abalanzarse sobre Chase, y padre e hijo se trabaron como dos gigantes en un combate mortal, uno en la flor de la uventud, el otro, en la sabiduría de la madurez. Al instante, unos gritos emergieron del otro extremo del establo, y un par de manos asieron a Ty por la espalda mientras otros hombres forcejeaban para separar a los contendientes. Poco a poco, la ceguera de Ty cedió a la lucidez, y con ella, el remordimiento. Respiraba con dificultad cuando dejó de forcejear con los hombres que lo retenían por detrás.
Tenía el labio cortado y se limpiaba la sangre con la lengua. El viejo Calder también estaba agitado y tenía los ojos fijos en su hijo. —Déjennos solos —ordenó a los hombres del rancho. Los vaqueros comenzaron a moverse muy lentamente y el silencio se prolongó un instante y luego otro antes de que alguno de los contrincantes volviera a hablar. —Sally Brogan es una amiga. Y nunca vuelvas a insinuar que he sido infiel a tu madre. En Sally encontré una amiga cuando la necesité. Y jamás ha sido nada más que eso. —Pero creía que... —Ya no tenía importancia lo que Ty Ty podía suponer, de modo que prefirió callar. Se agachó para recoger el sombrero que había rodado al suelo durante la pelea y lo sacudió contra la pierna para quitarle las hebras de paja. Luego se lo encasquetó en la cabeza y enfrentó la mirada del padre—. Creo que estaba equivocado —admitió entre dientes. —Más equivocado que el mismo diablo. —Su voz aún conservaba el calor de la contienda, pero en su rostro comenzaba a dibujarse una mueca de ternura—. Te defiendes bastante bien en una pelea. Esta suerte de cumplido pareció quebrar las resistencias de Ty y casi le
arrancó una sonrisa, que no se completó debido al corte que tenía en el labio. —Por lo viejo que eres, tampoco lo haces tan mal. Otro silencio volvió a llenar el establo, y luego fue el padre quien habló. —En cuanto a Jessy... —No preguntes —le advirtió Ty sacudiendo la cabeza. Necesitaba más que nada
en el mundo la seguridad y la ternura que ella le ofrecía sin pedir nada a cambio. —No le haces nada bien a ella, Ty —opinó el padre—. Además, sólo puedes tener una mujer
Escaneado y corregido por ADRI Página 148 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder fuera de tu matrimonio. Y esa mujer es la tierra, hijo. Ella te dará toda la satisfacción que buscas y
te hará sufrir hasta que lo resistas. Juntos salieron del establo, y los vaqueros los miraron complacidos: el cerebro y el corazón del Triple C habían logrado recuperar la armonía del equilibrio. Antes de que tomaran direcciones opuestas, Ty dijo al padre. —Dile a Tara que me espere para la cena —y lo despidió con la mano en alto alto —. Que tengas buen viaje. El aeroplano se elevó y viró hacia el este. El rugido del motor penetró las paredes y ventanas de la casa reconstruida. Culley lo escuchó y cesó de cortar el trozo de carne que le serviría de cena temprana. Dejó el cuchillo sobre la mesa y se asomó por la puerta trasera. Buscó en el cielo plomizo y localizó el punto que se perdía entre las nubes. Ahora tenía la certeza de que era el aparato de Calder. No bien se sentó a la mesa, una idea comenzó a darle vueltas en la cabeza. Comió en silencio, lavó los platos, los secó, y luego salió para ensillar uno de los caballos del corral. Los trabajos de reparación del generador ya estaban casi concluidos. Ty dejó
a dos mecánicos en el lugar y se dirigió a la cuadra de parición a fin de informar a Arch Goodman de la inminente puesta en marcha del motor gigantesco. O al menos, ese era el pretexto que halló para ir. Goodman trabajaba a la par de los otros hombres en el alumbramiento de un ternero. —Hay café en el termo. Terminaré en unos minutos. Un tablón desgastado hacía las veces de mesa sobre la cual se hallaban el termo y las tazas. A unos pocos metros, Ty divisó la figura de Jessy, recargada contra una de las paredes interiores de la cuadra. Faltó poco para que dejara escapar una sonrisa de alegría. El cuerpo esbelto se veía más compacto envuelto en las dos capas de ropa y cubierto por la chaqueta de invierno. Jessy tenía en la cabeza una bufanda dorada y el infaltable sombrero. Ella lo vio y, a pesar de la fatiga que apagaba su rostro, le obsequió una sonrisa calurosa. Ty sintió deseos de correr hacia ella, pero debió reprimirlos y se detuvo, en cambio, junto a la mesa para servirse un café. —Deberías sentarte —le dijo por sobre el borde de la taza que se llevaba llevaba a la boca.
—No, me quedaría dormida. Debido a las exigencias del trabajo, multiplicadas en esta época del año, Ty no la había visto más que un par de veces desde la última vez que habían estado juntos. Sentía que la pesadez que lo abrumaba cedía de a poco y se transformaba en dulce embriaguez, algo tan diferente de lo que sentía con Tara. No pudo precisar cuánto tiempo hacía que la estaba mirando cuando advirtió que Jessy bajaba la cabeza. —Creo que estoy demasiado sucia, ¿no? No tienes por qué sonreír de ese modo. Me haces sentir como un pordiosero —admitió Jessy con un candor que lo subyugaba. —No. Ahora ya sé que eres una mujer —afirmó Ty y se acercó con una amplia sonrisa en los
labios—. Estás extenuada, y aun así te preocupas de tu aspecto. —Supongo que no debería importarme. Me has visto en peores condiciones que éstas.
Escaneado y corregido por ADRI Página 149 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder —Te ves muy bien; para mí. — Ty la miró miró y descubrió que era cierto. Sus labios carnosos parecían esperarlo para ofrecerle toda la generosidad de su sabor. Bajó los ojos hasta el abultado frente de la chaqueta y dejó escapar una sonrisa. —¿Por qué será que cada vez que te miro la boca, no puedo dejar de espiarte los pechos? —Nunca te vi espiándolos. —Todos los hombres miramos, pero tratamos de que no nos descubran — confesó Ty apelando a la intimidad que los unía—. Los tuyos son tan pequeños... y tan sensibles. El corazón de Jessy se echó a galopar enloquecido cuando Ty avanzó hacia ella, sin despegar los ojos de su boca generosa. Parecía hechizada, y no quería moverse por temor a romper el dulce sortilegio. Se escuchó un grito y una voz resonó muy cerca. En ese instante, Ty se percató del lugar donde
se encontraba y se enderezó repentinamente para terminar el café. —Ahora comienza todo, ¿no? —dijo ella sin esperar que le preguntara a qué se refería—. Ahora comienzan las dudas. "¿Nos habrán visto juntos? ¿Nos estarán observando?" Y cuando vengas a mi casa, tendrás la precaución de estacionar la camioneta detrás de la cabaña, para no crear sospechas. Y yo comenzaré a bajar las persianas para que no nos vean. Aun así, Ty, cualquier ruido nos hará sobresaltar. Los labios apretados de él parecían confirmar las funestas predicciones. —¿Estás arrepentida? Se tomó unos segundos para responder. —No. Tal vez no sea lo correcto, pero estoy bien así y no me quejo de lo poco que tengo, Ty. Pero él sí parecía arrepentido; Jessy lo percibía y prefirió dejar de mirarlo. Sus ojos se posaron en la puerta de la cuadra. Desde que Ty se le había acercado, ninguno de los vaqueros se detuvo a beber café y fumar junto a la mesa. —Ya todos lo saben. No puedes ocultarles nada de lo que sucede en el rancho... al menos por
mucho tiempo. —¿Te han dicho algo? —No, y tampoco lo harán. Deberías saber que no es la costumbre aquí. Ellos no enjuician a nadie; sólo esperan a que cada uno resuelva sus propios problemas. —¿Es por eso que a veces me miras así? ¿Cómo esperando para ver mi reacción? —Sé que tomarás una decisión. Si no lo haces, no eres el hombre que imagino que eres. —Jessy intuía cuál sería su decisión. No podía negar que Tara lo retenía; y esto se sumaba al hecho de que un Calder jamás convivía con una equivocación. La conclusión, por lo tanto, era sumamente predecible. Muchos cuestionaban las actitudes de Ty. Argüían que debido a su educación, tan distinta del resto de los rancheros, aceptaba los cambios con demasiada celeridad. El hecho de que permitiera que su esposa viajara durante tanto tiempo sin ninguna traba, era otro ejemplo de los conceptos modernos que también aplicaba en su matrimonio. Pero la mayoría de la gente pasaba por alto las dos cualidades que Jessy más admiraba en él: la pujanza y el empeño de triunfar en todo cuanto se proponía.
—Es hora de que vuelva al trabajo. —Jessy se separó de la pared y dejó la taza encima de la mesa.
Escaneado y corregido por ADRI Página 150 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder —Jessy. —Con urgencia, Ty dio un paso que lo acercó hasta ella. —Sí. Se produjo un intenso silencio que mantuvo en vilo el corazón de Jessy. —Nada. —Su padre tenía razón, era injusto con ella. Las palabras de Jessy aún resonaban en la cabeza de Ty cuando ella se alejó de la cuadra. Esperar a ver los resultados. Pero, ¿acaso sabía Ty qué resultaría de todo esto? La radio sonaba a todo volumen para ahogar el silencio que se había apoderado de la cocina, de todos los rincones de la casa. Tara canturreaba la melodía mientras preparaba
el paté. Le resultaba extraño tener que planear por sí sola el menú de la cena. Además era todo un reto cocinar para dos, pero se consolaba pensando que llegaría el momento cuando podría servir la mesa para comensales distinguidos e importantes, gente de buena posición y muy influyentes para el futuro de Ty. Cuando se volvió para llevar el paté al refrigerador, la figura de un hombre recostado en el marco de la puerta de la cocina la paralizó de miedo. El Colono se eri-gía en una loma, muy lejos de las demás casas, y nadie la escucharía gritar, en caso de que precisara ayuda. El miedo se agigantó cuando reconoció la figura lánguida y oscura del hombre de cabello gris metalizado. Tara fue hasta la radio para bajar el volumen una vez que atinó a moverse. Quizás alguien lograría oírla sin la estridencia de la música. —¿Cuánto tiempo hace que está allí, observándome? ¿Qué quiere? — O'Rourke siempre le resultó un hombre extraño y reservado. Nunca pensó que fuera peligroso, pero hasta el momento jamás había estado a solas con él. Había aparecido tan inadvertidamente que le infundía
un terror incontrolable. —¿Dónde está Maggie? Tara se aflojó un poco al saber que el hombre venía en busca de su hermana. —Se fue con Chase. No regresarán hasta el viernes. Culley avanzó hacia ella y sus ojos negros parecían perforarla. —¿Se fueron en avión? —Sí. —Tara dio un paso atrás e intentó no demostrarle terror. El hombre levantó la cabeza con un movimiento automático y miró hacia arriba como si pudiera ver a través del cielorraso. Parecía un animal al acecho. —Será mejor que se marche. —Tara se sentía inerme. inerme. Siempre había podido dominar a los hombres, pero O'Rourke estaba fuera del alcance de sus poderes. —¿Dónde está Cathleen? ¿En la escuela? —Sí, pero Ty llegará en cualquier momento —se apuró a aclarar si bien no estaba segura—. ¿Por qué no lo espera en la sala? —No. —El modo como la miró, la aterrorizó. aterrorizó. Tenía la sensación de que el hombre la había sentenciado. Ya no podía resistir la mirada tenebrosa y giró sobre los talones. —Lamento no poder atenderlo, pero estoy preparando la cena y... —Una
ráfaga de viento le dio en la espalda, se dio vuelta y vio a O'Rourke, que desaparecía por la puerta trasera. Tara necesitó descargar todo el pánico contenido—. ¡Y no se atreva a entrar en la casa sin golpear! —Corrió con
desesperación a trabar la puerta, violando la costumbre del Triple C.
Escaneado y corregido por ADRI Página 151 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder La traba en la puerta requirió una explicación cuando Ty tuvo que golpear para ser admitido en su propia casa. El miedo de Tara se había transformado en cólera mientras le relataba el incidente de aquella tarde. —No lo soporto —manifestó con vehemencia—. Y no quiero que entre y salga de la casa cuando le plazca mientras estoy sola.
—Hablaré con Culley —prometió Ty para aplacarla—. Pero Pero no quería hacerte daño. Sólo vino a visitar a mi madre. —No importa. No quiero que merodee la casa. —Tara se refregaba los brazos al evocar el sudor frío que le había provocado la presencia de O'Rourke. Se veía débil, como si necesitara de su protección. Ty la abrazó y volvió a experimentar el poder de su belleza exquisita y el repentino desamparo con que lo miraba. Sus labios lo incitaron a que les arrancara hasta la última gota de zumo. A la mañana siguiente, Ty le llevó una bandeja con jugo de naranjas y una taza de café. Tara aún dormía. Dejó el desayuno sobre la mesita de noche y la despertó con besos suaves y tiernos. Tara se desperezó y enroscó los brazos en el cuello de Ty, ronroneando como una gatita. —Debe ser muy temprano. Vuelve a la cama, ¿sí? —No puedo. Me pediste que te despertara antes de marcharme. —Por un instante, Tara olvidó que no deseaba estar durmiendo sola en caso de que O'Rourke quisiera sorprenderla con otra de sus visitas inesperadas—. Te traje café y un vaso de jugo. — Ty se enderezó y ella no intentó retenerlo.
—Oh, gracias. —Ella se incorporó y se acomodó las almohadas detrás de la espalda. —¿Crees que estarás bien? —Sí... —Se inquietó ante la posibilidad posibilidad de quedarse sola en la casa; además, no tenía demasiadas opciones—. Creo que daré un paseo... A Miles City, tal vez. Me dijeron que hay una galería de arte. Regresaré antes de que oscurezca. —Entonces no vendré a almorzar. Tenemos unos terneros enfermos en el campamento del Ala Sur, y la infección se está propagando mucho. Probablemente pasaré allí todo el día. —Se puso de pie y fue hacia la puerta—. Y no eches llave a la puerta. —La infección no es tan seria como creíamos —dijo el veterinario veterinario con su aplomo habitual—. Pero los terneros están muy débiles y expuestos a cualquier enfermedad, como la neumonía. La esposa de Niles me advirtió que descubriera una droga milagrosa, porque ya no tiene más lugar en la cocina para cuidar de los terneros enfermos —le informó con un guiño. Ty sonrió; sabía que las amenazas de la mujer no eran de temer. —Es igual a Jessy. Llevaría todo el rebaño a la casa si pudiera curarlos de ese modo. —Las esposas de los rancheros están tan locas como los rancheros — coincidió el veterinario,
pero desvió la mirada cuando Ty mencionó a Jessy. Le señaló con la cabeza el vehículo que se aproximaba al corral—. Me pregunto qué querrá. A Blackmore le gusta que todos sepan que es el comisario. —Si bien Potter se destacaba por la extremada lentitud de sus movimientos, al menos
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JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder no caminaba sacando pecho, como el nuevo comisario. —¿Qué lo trae a estos lugares tan alejados de la civilización? ¿Viene ¿Viene por negocios o es una visita social? —Me temo que he venido en misión oficial —dijo el comisario con solemnidad inusual. —Si busca a mi padre, salió para Helena —le informó informó Ty. El hombre guardó un largo silencio.
—El avión no llegó a la capital. —Las palabras asestaron el primer golpe de irrealidad sobre Ty —. Cayó a cien kilómetros de aquí, en medio del desierto. Un pastor presenció el accidente y nos informó del lamentable suceso. Una patrulla de rescate llegó al lugar hoy en la mañana. —¿Cómo puede estar seguro de que era el avión de mi padre? —Ty se resistía a la idea hasta último momento. Pero la realidad lo apremiaba a través de la mirada del comisario—. No dijo que hubiera sobrevivientes. —Su padre está en un hospital de Helena. Lo único que sé es que su estado es muy delicado. —¿Y mi madre? El oficial no parecía encontrar las palabras adecuadas. —Murió instantáneamente. —Bajó la cabeza; no podía seguir mirando a Ty—. Lo siento. —Santo Dios —murmuró el veterinario atónito. Ty luchaba con la angustia desgarradora que le oprimía el corazón, pero no podía sucumbir... todavía no. —Mi hermana... alguien tiene que decírselo. —Sus pensamientos parecieron despegarse de los sentimientos que lo atormentaban—. Pasaré por la escuela camino a Helena. Mi esposa ha ido a
Miles City, creo. ¿Podría dar aviso a la policía local para que la busquen, comisario? Necesito que me llame con urgencia. —Lo haré. —Bill. —Miró al veterinario, y la la voz pareció quebrársele—. Di a Stumpy que queda a cargo de todo hasta que yo regrese. —Por supuesto, Ty. Ty sintió que se le aflojaban las piernas y las rodillas cuando dejó a los dos hombres y avanzó
hasta la camioneta. ¡Qué más podía decirse! El regreso a El Colono se le hizo interminable, y aún quedaba mucho por andar hasta llegar a Helena, luego de recoger a su hermana para comunicarle la terrible noticia. Hasta entonces, debería contenerse de gritar toda su desesperación.
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3° de la Serie Los Calder CAPÍTULO 22 Mientras hablaba por teléfono, Ty no podía dejar de mirar la silla de cuero vacía que estaba detrás del escritorio. A pesar del relato impersonal que escuchaba, no alcanzaba a creer que su padre se encontraba en un quirófano, luchando por sobrevivir. La voz concluyó el informe y Ty le agradeció sin tener conciencia de lo que decía. Al punto, la quietud de la casa se le hizo agobiante. Comenzó a temblar y buscó los cigarrillos, con las manos aún enguantadas. Observó el temblor de sus manos mientras encendía el cigarrillo, y aspiró el humo profundamente. Sintió que estaba a punto de desmoronarse y se apoyó sobre el escritorio. Se quitó el sombrero y se pasó la mano por la cabeza, como si quisiera arrancar de su interior los pensamientos que lo atormentaban. La opresión del pecho le impedía respirar, y se encontró escuchando los sonidos de la casa... a la espera de una señal de vida. El silencio hueco parecía gritarle que ya no volvería a escuchar la risa de su madre. La puerta de la entrada se abrió y por un instante tuvo la esperanza...
—¿Ty? —Jessy se detuvo frente al estudio y sólo atinó a mirarlo. Se veía consumido y distante, como si una barrera invisible lo alejara de la realidad. Luego vio la desesperación que encerraban sus ojos y se acercó—. ¿Sabes algo de tu padre? —Acabo de hablar al hospital. —El cigarrillo sabía demasiado acre, y lo estrelló contra el cenicero del escritorio—. Está en cirugía ahora. Me dijeron que tiene fractura múltiple de huesos, daños en la columna y conmoción cerebral. —La voz parecía carecer de todo sentimiento, pero no podía engañar a Jessy. —Tendrás que ducharte y cambiarte antes de salir. No puedes ir a la escuela con ese aspecto. Tu hermana se asustará mucho. —Es que tampoco sé cómo decírselo para evitarle el sufrimiento. —Nunca podrás evitárselo. Pero tal vez tu esposa llegue antes de que te marches y quiera acompañarte. A Cathy le será más fácil llorar en el hombro de otra mujer. —¿Cómo lo supiste? ¿Cómo llegaste tan pronto? —Solo en ese instante comprendió que ella podría haber estado en otro lugar del rancho, que tendría que estar trabajando. —Los teléfonos del rancho se ocuparon de inmediato luego de que te fuiste del Ala Sur. Vine en
cuanto me enteré. —No era momento para explicarle que no había podido dejar de venir no bien supo que Ty estaba solo. Quizá no le correspondía estar en este lugar, quizá no fuera correcto, pero, ¡al diablo con la formalidad! Ty le rozó la cara, en un intento de comprobar que Jessy era real, y la abrazó con toda la fuerza de su dolor. Ella percibió la angustia que contraía sus músculos varoniles y trató de absorberla con su cuerpo. Ty hundió la cara en la miel oscura de su cabello. —No puedo creerlo, Jessy. —Su voz era casi un lamento—. No puedo creer que esté... muerta. —Lo sé —murmuró y se echó a llorar, porque él no se atrevería a soltar soltar una lágrima.
El aroma dulce de su piel lo conmovió. Se sentía rodeado de muerte, y ella era la revelación de la vida. Se aferró a ella y la besó para beber de la fuente vital. La besó con urgencia, con desesperación, con impotencia. Percibió la sal de las lágrimas y apartó la boca. Jessy agachó la cabeza; no quería que la viese
Escaneado y corregido por ADRI Página 154 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder llorar. —Será mejor que te des, prisa —dijo Jessy en voz baja, pero firme. firme. Ty vaciló un momento, pero luego salió del estudio. Sonó el teléfono y Jessy respondió la primera de la decena de llamadas que se sucederían esa tarde. Luego se abrió la puerta principal y Jessy se dio vuelta alarmada. Un vaquero alto y delgado se quitaba el sombrero. —Repp, ¿qué haces aquí? —Jessy cruzó hasta el vestíbulo. —¿Cathy ya lo sabe? —No. Ty la recogerá en la escuela para decírselo. —¿Crees que... crees que no lo tomarán a mal si voy yo también? —No. Tengo la sensación de que Cathy necesitará que estés a su lado. —Gracias. —Se tocó el sombrero y se lo acomodó en la cabeza—. Esperaré Esperaré afuera. Cuando Repp Taylor abrió la puerta de entrada, Tara cruzaba el porche. Lo miró asombrada,
pero vio a Jessy y los ojos se le oscurecieron de ira. Repp tuvo la precaución de desaparecer a tiempo. El silencio se prolongó entre las dos mujeres mientras se estudiaban con detenimiento. La enérgica mirada de Tara se topó con la fría reserva de Jessy, que estaba atenta al menor cambio en la expresión del rostro de la mujer. —¿Qué estás haciendo aquí? —inquirió Tara con hostilidad poco disimulada. El fuego de sus ojos se posó sobre las escaleras—. Un policía me interceptó en la carretera para decirme que ha habido una tragedia familiar. ¿Ty está herido? —De algún modo sí. El avión se estrelló. Maggie murió y Chase está en el hospital. —¡Qué horror! —La noticia superó todo otro pensamiento que Tara albergaba en ese momento. —Sí, es terrible. Ty está arriba arriba ahora. En cuanto se cambie, saldrá a recoger a Cathy para llevarla al hospital de Helena. —Supongo que ya lo has consolado —espetó en tono despiadado. Jessy no se molestó en responder. —Si me disculpas, me marcharé. Creo que ya no me necesitará.
—Nunca te necesitó. —Sí. La certeza de la respuesta de Jessy logró erizar a Tara. —Pareces estar muy segura de lo que dices. —Lo estoy, por mucho que te pese. —Espero que no creas, entonces, que eres la primera mujer que Ty utiliza para consolarse. Claro que las otras no fueron tan estúpidas de creerlo. —¿Por qué se lo permites? ¿Por qué lo haces sentir tan solo? ¿No comprendes que yo no estaría aquí si no te hubieras alejado de la casa? Te lleva en la sangre, y no lo niego. Tal vez te haga muy feliz saberlo. Pero no puedo sentir ni siquiera un poco de respeto por ti. Acepto que tienes el derecho de vivir como te plazca, pero hieres mucho a Ty con tu forma de ser. Quieres tener a Ty y a todo lo demás, pero no puedes.
—Tampoco tú.
Escaneado y corregido por ADRI Página 155 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder —La diferencia es que yo lo sé. Si Ty pregunta por mí, dile que estaré con Ruth Huskell. Chase era como un hijo para ella. Le costará mucho aceptarlo. No bien llegó al hospital, Ty se dirigió de inmediato a la sala de terapia intensiva. Tara lo siguió del brazo de Cathleen, pálida y con los ojos enrojecidos por el llanto. —Soy Ty Calder. Mi padre... —Sí, adelante —lo interrumpió el médico—. Soy el doctor Haslind. Hablamos por teléfono esta tarde. —¿Cómo está mi padre? —preguntó Cathy con voz trémula. —Por la gravedad del accidente, todo lo bien que puede esperarse. —La respuesta estaba exenta de todo sentimiento, lo cual le restaba significado. —¿Qué posibilidades tiene de... —Ty prefirió dejar que hablara el profesionalismo frío del médico.
—Su padre está vivo. —Esa parecía ser la única esperanza que podía ofrecer —. Tal vez sea necesario volver al quirófano, pero habrá que esperar hasta que se recupere un poco. —Esta tarde me habló de la posibilidad de que tuviera la columna dañada. — Ty no podía aceptar la idea de que su padre quedara inválido. —Sí. Hay indicios de cierta parálisis, pero por ahora, es imposible determinar si será permanente. —Quiero verlo —solicitó Ty. —Sí, por supuesto. Pero les pediré que la visita se limite a dos minutos solamente. Ty no lograba hallar las palabras. —¿Sabe lo de mi madre? El médico se inquietó, y luego respondió. —No. Estimé que sería contraproducente que lo supiera, cuando lo trajeron esta mañana. —¿Doctor? —Una enfermera se aproximó y le habló por lo bajo. Pero Ty alcanzó a escucharlos. —. Me pidió que le avisara cuando Calder recuperara el conocimiento — decía la enfermera—. Ya está saliendo de la anestesia.
—Bien. Un estrépito conmocionó el silencio de la sala especial y miraron sobresaltados en dirección a la puerta de la habitación. Luego, el médico y la enfermera corrieron hacia allí, seguidos por Ty. —¡Mi esposa! ¿Por qué no me dicen dónde está mi esposa? —El paciente tenía la cabeza vendada y una enfermera intentaba sujetarle el único brazo que parecía tener movilidad para que no se arrancara la colección de tubos conectados a su cuerpo. Las contusiones y las heridas le habían desfigurado el rostro y sacudía la cabeza con la impotencia de quien ha perdido la movilidad de la mitad del cuerpo. El médico se abalanzó sobre la cama del paciente para dominarlo. —Calder, tiene que quedarse quieto —le ordenó con firmeza—. Hemos trabajado mucho para reconstruirlo, y echará a perder todo nuestro trabajo. Ty avanzó hacia la cama sumido en un horrendo estupor, y trató de conciliar a esta persona
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JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder semidestruída con la imagen inquebrantable del padre, que guardaba con tanto recelo. Este no podía ser el hombre a quien tanto idolatraba, a quien tanto respetaba y que ahora se veía tan indefenso. —Tiene que decirme cómo está Maggie —suplicó Chase por primera vez en su vida. Pero nadie lo escuchaba, ya bastante les costaba sujetarle el brazo para reinsertarle las agujas y reordenar los equipos de monitoreo. —Papá, soy yo, Ty —dijo cuando se aproximó a la cama—. Tienes que hacer lo que te dicen los médicos. —La voz de Ty parecía desprovista de todo sentimiento. —Ty, no quieren decirme... ¿Tu madre está viva? Un silencio desesperado se apoderó de Ty, quien no hallaba el modo de responder. Tenía la garganta cerrada por la intensa emoción.
—Creo que ya conoces la respuesta, papá. —Sí —musitó Chase con lo que pareció el último aliento, y se le humedecieron los ojos. —Señor Calder —dijo una enfermera mientras apartaba a Ty del borde de la cama—. Le pondremos este tubo por la garganta. Le resultará muy desagradable, pero nos será más fácil si no se resiste. Ya no le quedaban fuerzas para resistir y Chase se entregó a las pericias médicas. —Será mejor que se retire —dijo a Ty una de las las enfermeras—. No hay nada que pueda hacer aquí. Llévese a su familia y trate de descansar. Nos comunicaremos con usted ante la menor alteración en el estado de su padre. Pero no fue fácil convencer a Cathleen de que se alejara del padre y Ty finalmente accedió a que Tara se quedara a acompañarla. Tara le entregó las llaves del apartamento que Dyson poseía en Helena y Ty salió del hospital. —No comprendo cómo Ty puede dejar a mi padre en un momento como éste. En cierto modo, a Tara le complacía la insensibilidad aparente de Ty. Al menos le impedía pensar en Jessy.
—Tienes que entender que ahora recaen sobre él todas las responsabilidades, tanto familiares como del rancho. —Era la concreción del sueño de Tara y se sintió un poco culpable de que la tragedia la favoreciera. —¡Oh, mi familia... mi madre! madre! —Cathleen rompió en llanto—. ¿Por qué? ¿Por qué? —repetía desconsoladamente—. No tenía que morir, no de este modo. Pero ¿quién podía eludir los dictados del destino? Tara no podía hacer más que permitir que Cathleen descargara toda la impotencia de la muerte en un llanto agotador. —¿Cómo está su padre, Ty? —inquirió la voz del abogado de la familia por teléfono. Ty lo había localizado a fin de ponerse al tanto de las instancias del juicio. —No muy bien —admitió él, resistiéndose aún a la horrenda realidad—. Hablé con él unos segundos, pero... El médico no nos quiere dar muchas esperanzas. —¿Qué quiere que haga con respecto a la reunión con Hines, el enviado del ministerio del Interior? Como era de esperarse, interrumpimos las negociaciones cuando nos enteramos del accidente. Sin embargo, sé que Hines aún está en Helena. —Hablaré con él personalmente. Vea si puede fijar una entrevista para mañana en la mañana.
—Bueno. —El abogado hizo una pausa—. Todavía no se han declarado oficialmente las causas
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JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder del siniestro. Un testigo ocular afirmó que hubo una falla en el motor del avión. ¿Su padre pudo informarle algo al respecto? —No. No se lo pregunté. —Ni siquiera había reparado en ese detalle. Todavía estaba tratando de asimilar las trágicas consecuencias. —Ty... Lamento que debamos hablar de esto en este momento, pero... debe tomar algunas resoluciones. De acuerdo a lo que me dijo, su padre estará convaleciente mucho tiempo, si es que sobrevive. Tendremos que redactarle un poder para que actúe como presidente de la compañía.
Hay dos modos de hacerlo. Si el médico certifica que su padre aún tiene plena conciencia de sus actos, podemos hacer que firme un documento por el cual le traspasaría el dominio absoluto de la compañía. O por el contrario, nombrarlo su apoderado comercial por vía udicial. La primera opción es la más conveniente, si es posible concretarla. —Hablaré con el doctor Haslind. — Ty se percataba de la necesidad de nombrar un apoderado legal, pero hacerlo constar en un papel le resultaba demasiado terminante. —Redactaré el documento esta noche. No podía dejar de llamar a Dyson. Después de todo, era el padre de Tara y, por lo tanto, miembro de la familia. Telefoneó a la casa de Fort Worth y le notificó del accidente, sin atenuar ningún detalle tenebroso. —Si hay algo en que pueda ayudarte, no dejes de llamarme —ofreció Dyson, estupefacto por la noticia. —¿Qué sucedió? —Stricklin se quitó los anteojos y se reclinó para examinar el gesto solemne del socio. —Ayer se estrelló el avión de Calder. —Dyson se puso de pie y cruzó la
oficina para servirse un trago—. La esposa murió. —¿Y Calder? —Muy grave. Stricklin fue a tomar el teléfono. —Me comunicaré con nuestro piloto para volar hacia allí cuanto antes. —Sí, hazlo —asintió Dyson. Ty llamó a Stumpy Niles al rancho y le informó la situación; luego telefoneó a la casa Huskell. Jessy atendió y Ty repitió las palabras que de tantas veces dichas, ya habían perdido significado, para él. —¿Cómo está Ruth? —No lo sé —admitió Jessy preocupada—. Insiste en que Vern la lleve al hospital para que pueda cuidar de tu padre. Dice que es lo que Webb esperaría de ella. No deja de hablar de tu abuelo, como si todavía viviera, y de todas las veces que cuidó a Chase cuando estaba enfermo de niño. — Hizo una pausa—. El médico le administró un sedante, de modo que espero pueda descansar. Ty se restregó la frente en un intento de borrarse la pesadumbre.
—¿Y le han notificado a O'Rourke acerca del accidente? Debí haberlo hecho antes de marcharme, pero... —Exhaló un suspiro y no concluyó la frase. Otras cosas lo habían obligado a olvidarse de su tío. —No, no lo creo. Iré a verlo. —Gracias. —El sonido de la voz de Jessy bastó para animarlo. Era Era lo único firme a su alrededor.
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JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder Pocas estrellas alumbraban la noche sin luna. Cuando Jessy arribó al rancho Shamrock, la casa estaba a oscuras. Cuando dejó el interior cálido de la cabina y salió al frío de la noche, se encogió de hombros: la temperatura había descendido repentinamente sobre su cuerpo. Recorrió con la mirada el establo
y el corral oscurecidos. Dudó que a esa hora O'Rourke estuviera cabalgando. Se volvió hacia la casa y una voz brotó de las sombras. —¿Me buscas? Jessy giró y observó en la oscuridad que apenas le permitía distinguir la forma que emergía de la noche. Ningún sonido revelaba la presencia inmóvil y no pudo reconocer aquella silueta. —Sí. —Jessy avanzó hacia la voz, y luego se detuvo. Por algún motivo insondable, él no quería ser visto claramente, o de lo contrario, se habría adelantado—. Lamento traerle malas noticias. — No hubo respuesta. Sólo una silenciosa espera—. El avión sufrió un accidente. —Se sentía incómoda de dirigirse a un interlocutor invisible—. Su hermana... ha muerto. La cabellera gris se meció en la oscuridad; la figura exhaló un suspiro. El silencio se prolongó indefinidamente. —Ty me pidió que le avisara que el funeral se llevará a cabo pasado mañana. El no pudo venir porque está en el hospital. Chase está muy grave y no creen que sobreviva. —Sobrevivirá. Los Calder tienen más vidas que un gato —profirió con un dejo de amargura.
—Lamento lo de su hermana, Culley. Sé lo mucho que la quería. —Jessy —Jessy se resistía a dejarlo solo —. Si lo desea, podría quedarme a acompañarlo un rato. Tal vez pueda prepararle una taza de café. Culley solía tomarse mucho tiempo para responder. —Prefiero estar solo. Ya no había nada más que hacer. Regresó a la camioneta, que al retroceder, iluminó la figura de un hombre, con las manos en los bolsillos de la chaqueta oscura y la cara semicubierta por el ala del sombrero. No podría precisarse cuánto tiempo pasó antes de que la figura se moviera para extender los brazos al cielo y con los ojos bañados en llanto, gritara con desesperación:
—¡Maggieee! Una culpa desgarradora lo postró de rodillas.
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El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder CAPÍTULO 23 El grueso de la gente que asistió al funeral había decrecido hasta que sólo los familiares quedaron junto a la fosa mortuoria. Todas las lápidas llevaban inscriptas el nombre Calder, incluida la más reciente, grabada con las palabras Mary Elizabeth Calder, Mi Bienamada Maggie. Ty sintió con dolor la ausencia de su padre, a quien más atormentaba la desaparición de la mujer. Ty sintió que una mano enguantada se le enroscaba en el brazo. Se volvió para mirar a su esposa. El frío le enrojecía las mejillas, y sus ojos guardaban una mirada compungida. —Es hora de regresar. Cathleen nos espera en el auto. —Sí. —Ty suspiró y se encasquetó el sombrero negro. Juntos cruzaron la escarcha de la hierba en dirección al automóvil. —Me pregunto si vendrá, puesto que no asistió a los oficios religiosos — murmuró Tara. Ty reconoció a su tío Culley O'Rourke, a quien aludía Tara. El traje de luto que vestía lo tornaba una delgada sombra oscura. Cabizbajo, padecía una intensa soledad.
—¡Tío Culley! —Cathy lo llamó desde el automóvil, pero el grito se perdió entre las tumbas despobladas—. Tío Culley, espérame. Cathleen, abrió la portezuela y bajó corriendo a su encuentro. Culley se volvió lentamente. Ella se conmovió al ver la mirada hueca y extraviada de sus ojos entristecidos. —¿Por qué no vienes a casa con nosotros? —Cathy tuvo la sensación de estar hablando con un niño, a pesar de las canas que le cubrían la cabeza—. Los más allegados a mamá nos reuniremos en El Colono. También tú deberías estar presente. —No. No soy bien recibido en esa casa. —Sí, sí lo eres —insistió ella—. ella—. Las puertas de la casa siempre estarán abiertas para ti, como cuando vivía mamá. —Ya no es lo mismo. —Por favor, ven. Sé cuánto la echas de menos —dijo casi sollozando—. Igual que yo. Y como si acariciara un pétalo de rosa, Culley le rozó la mejilla. —Te pareces mucho a ella. La ternura del gesto desató en ella todo el dolor que se había impuesto contener durante los oficios mortuorios, y lo abrazó sin remordimientos, sin reparar en lo infantil que podría resultar
frente a los demás. —Siempre estaré contigo, si me necesitas —prometió Culley, Culley, quien se aferraba a lo único que le quedaba de Maggie—. Vete ahora —agregó al percatarse de la presencia de la pareja que los observaba—. Tu hermano está esperándote. —¿Vendrás? —suplicó ella por última vez. —No, no me siento bien entre la gente. —Iré a visitarte... muy pronto. —Deberías hablar con ella, Ty. —Tara reprobaba la escena sentimental entre el tío y la sobrina —. No me parece prudente alentar esta clase de cosas. —No me preocuparía si fuera tú —dijo él mientras abría la puerta del auto—. Necesitan compartir su dolor, eso es todo.
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El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder Cuando Cathleen se acercó, les relató el incidente. —Le pedí que viniera, pero no quiso. —No lo obligues a nada, Cathy —opinó Ty y se acomodó frente al volante. Cuando arribaron a El Colono, Tara y Cathleen se bajaron, pero Ty permaneció en el interior del vehículo. —¿Por qué no vienes con nosotras? —inquirió Tara con impaciencia. —Pasaré por la casa de Ruth Huskell unos minutos. El médico le prohibió asistir a los servicios hoy, de modo que pensé que querría verme. Aparentemente, el de Ty era un gesto de cortesía; sin embargo, Tara no podía olvidar que Jessy Niles había ido a consolar a la mujer. Si bien no era de esperarse que Jessy hubiera regresado a verla después del funeral, Tara sospechaba que no era Ruth el objeto de la visita de Ty. —Hola, Vern. —Ty estrechó la mano del hombre que lo admitió en la la casa Huskell—. ¿Cómo has estado? —No muy bien. —El viejo se apoyó sobre el bastón y se dejó caer en la mecedora—. Nunca he
buscado la compasión de nadie —declaró mientras acomodaba el cuerpo artrítico en la silla—. Supongo que estarás buscando a Ruth. Está recostada en el dormitorio. —El viejo señaló la puerta con el bastón—. La chica Niles está con ella; no sé si lo sabías o no —añadió con sarcasmo. —Gracias. —Ty prefirió pasar por alto el comentario y avanzó hacia la puerta. Jessy no había sido el objeto de su visita, pero no podía negar que se alegraba de que ella estuviera allí. Cuando entró en la habitación, percibió el mismo alborozo en la mirada de Jessy. Tenía el cabello recogido y su vestido de luto era simple, de lana azul, como el color que tiñe el cielo en la última luz del crepúsculo. —¿Cómo estás, Nana Ruth? —Ty se inclinó para besar la mejilla mejilla magra de la mujer—. ¿Cómo te sientes? —Bien. —Ty no recordaba que Ruth confesara alguna vez los problemas que la aquejaban—. Tenía tantas ganas de verte hoy. Jessy me dijo que hubo mucha gente en el servicio. Ojalá nada de esto... —La voz de la mujer se apagó y prefirió cambiar de tema—. Siento tanto
lo de Chase. —Esta mañana hablé al hospital: me dijeron que se encontraba mejor. —"Su estado es estacionario", había sido el informe que en realidad recibiera de los médicos, pero prefirió no alarmar a Ruth. —Es como un hijo para mí. Chase y mi Buck, ¡qué par de sabandijas he criado! —Un recuerdo perturbador pareció nublar la mirada afectuosa de la mujer. —Ty, mi Buck nunca quiso lastimar a nadie. —Lo sé —le aseguró Ty, pero decidió reservarse la opinión. —Debería tomar la medicina que le dejó el doctor, Ruth —sugirió —sugirió Jessy—. Tal vez pueda descansar unas horas. —Sí, creo que necesito dormir un poco. Jessy buscó dos píldoras y se las dio a la mujer, con un vaso con agua. Luego le acomodó las almohadas y bajó la persiana para oscurecer la habitación. —Regresaré a verte, pronto —Ty prometió a la mujer y se dirigió hacia la puerta. Jessy lo
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JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder acompañó pero se detuvo en el umbral—. ¿Te quedas con ella? —Sí, hasta que se duerma. ¿Has averiguado algo más acerca del accidente? —Nada concluyente. Los primeros informes indican que hay una perforación en el tanque de gasolina, pero aún no pudo establecerse si se produjo antes o después del accidente. Bueno, debo marcharme —dijo con reticencia—. Hay mucha gente en la casa y no puedo dejar que Tara los atienda sola. —De todos modos, no creo que le importe. El cinismo de Jessy lo inquietó. —No la conoces lo suficiente como para juzgarla de ese modo. —Aún la defiendes. —Es mi esposa.
—Lo sé —afirmó Jessy con serenidad y regresó al borde de la cama. El funeral había quedado atrás hacía un mes, durante el cual la ausencia de Ty de la casa se prolongó de la mañana a la noche. Sobre el escritorio se habían acumulado una pila de informes y papeles atrasados, que Ty ya no podía posponer por más tiempo. Encerrado en el estudio, comenzó por revisar el balance del último mes y la cuenta de gastos. Las cifras eran alarmantes. —¿Ty? —Tara se asomó por la puerta—. ¿Puedo interrumpirte interrumpirte un minuto? —Sí, pasa. —Ty se reclinó, abrumado por el torbellino torbellino de números que se le agolpaban en la cabeza y agradeció la intromisión—. ¿Qué sucede? —¿Recuerdas la fotografía antigua que me enseñaste hace unos años? —Tara se la entregó—. El hombre del medio era tu bisabuelo, ¿verdad? —Sí. Chase Benteen Calder. Mi padre lleva su nombre. ¿Por ¿Por qué? —La mujer que está junto a él... ¿no me dijiste dijiste que era inglesa? —Sí. —Ty frunció el entrecejo; no alcanzaba a recordar la la historia completa —. Se llamaba Duncan o Dunhill o algo parecido. En aquellos tiempos, era muy común que los rancheros recibieran ayuda económica de algún europeo. ¿Por qué?
—Mientras guardaba las cosas de tu madre en los viejos baúles del desván hallé esta otra fotografía. —Pertenecía a una mujer más joven y tenía los bordes quemados, como si la hubiesen rescatado de las llamas. ¿No te resulta conocida?
En un principio Ty no comprendió lo que Tara le señalaba, pero luego advirtió el parecido entre las dos mujeres. —Bueno, no es fácil de decir, pero hay una cierta semejanza. —Es que son la misma persona; estoy casi segura. ¿Sabes quién es? —Lady Dunhill o Duncan, no recuerdo su nombre. Tara sacudió la cabeza. —No. De acuerdo a lo que dice el reverso de la fotografía, esta dama es Madelaine Calder, la madre de Chase Benteen Calder. —Pero se decía que escapó con otro hombre cuando Benteen era muy pequeño. —Ty puso en duda el descubrimiento de ella.
Escaneado y corregido por ADRI Página 162 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder —Escapó para casarse con un inglés que pertenecía a la nobleza pero regresó después de unos años, evidentemente. No puedo creerlo, Ty —declaró con inocultable excitación —. Eso quiere decir que desciendes de la realeza británica. Bueno, no exactamente de la realeza. Pero es lo de menos. No veo el momento de que lleguen los Franklin para contárselo. Una vez que lo sepan, la historia se propagará a los cuatro vientos. Serás el comentario obligado de toda la gente importante. —¿Los Franklin? —Ty, hace dos días te dije que los invité para que vinieran el fin de semana. Ty intentó recordar. —Lo siento, quizá lo olvidé. He tenido mucho trabajo estos días. Pero Pero sabes que iré al hospital el domingo.
—Ah, sin duda podrás posponer tu visita hasta el lunes. —No puedo. Ya comienza el rodeo de primavera. —Lo que significa que desaparecerás todo el fin de semana —dijo a modo de protesta—. Lyle Franklin puede serte de gran ayuda en el futuro. ¿Por qué no pones a alguien para que supervise el rodeo? Con la cantidad de salarios que tienes que pagar, tendría que haber por lo menos una persona que supiera hacerlo. Y si no la hay, es hora de que contrates a alguien con experiencia. —Es mi trabajo y lo haré personalmente —afirmó Ty y miró los papeles atiborrados de cifras—. Ya tengo demasiados problemas para ponerme a discutir contigo. —¿Qué clase de problemas? —Parecería que el rancho ha perdido dinero últimamente. —Ty recogió los papeles del escritorio—. Y ya mismo averiguaré las causas de las pérdidas. —Era de esperarse... por cómo tu padre ha llevado los negocios del rancho. Ty dejó el escritorio. Prefirió pasar por alto el comentario insidioso de Tara. —¿Dónde vas? —A ver a Bob Crane. Fue él quien preparó el balance. Luego de dos horas en la oficina del contador Ty supo que las obras de expansión ideadas por él
habían insumido un capital que el rancho no alcanzaba a producir, ni siquiera con la suma de los ingresos que arrojaban las perforaciones de Broken Butte. —Claro que este año el juicio por las tierras ha multiplicado multiplicado los gastos considerablemente —el contador prosiguió con la explicación aclaratoria—. Y aún no se ha resuelto satisfactoriamente. Súmele, además, los gastos diarios que insume la internación de su padre. Tengo entendido que... —el contador dirigió a Ty una mirada vacilante—, el tratamiento tratamiento de su padre demandará un año, por lo menos. Y eso le costará una pequeña fortuna.
—Pero mi padre debería haber estado al tanto de lo que ocurría con el rancho. —Sí. Pero él apostó a un alza en el mercado ganadero, que lamentablemente amás se verificó. —Bueno, parece que no quedan muchas posibilidades —apuntó Ty—, salvo reducir los gastos drásticamente o crear una nueva fuente de ingresos, como la venta de algunos bienes, por ejemplo. —Así es, Ty, y lo lamento. Desconocía que no estaba al tanto del estado de
las finanzas. —Sí, revisaba los balances, pero por separado. Bueno, gracias de todos modos, Bob.
Escaneado y corregido por ADRI Página 163 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder Los hombros le pesaban cuando entró en El Colono. Le urgía tomar una decisión, y no podía equivocarse. Fue derecho al estudio y arrojó los papeles sobre el escritorio. Cruzó hasta el bar, y con una copa de whisky, deambuló en torno a la chimenea de piedra, adornada con la cornamenta de toro. Escuchó que su esposa lo llamaba, pero no respondió. —Ty, ¿no me has oído? La cena estará lista en cuanto termines de ducharte y cambiarte. ¿Malas noticias? —inquirió cuando se aproximó. —Sí —admitió y se agachó para reavivar el fuego. —¿Quieres contarme? —Ella lo estudiaba con cierta complacencia. —Tengo mucho que pensar. —Levantó la copa y se la llevó a la boca. —Puedes pensar en voz alta. Tal vez pueda ayudarte. Conozco algo de
negocios. No por nada soy la hija de mi padre. —Debajo de esos diamantes y ese vestido de Dior... —Ty aludió a la la marca del costoso vestido que llevaba y a los pendientes de diamantes que le adornaban los lóbulos de las orejas. —Sí, hay un cerebro pensante —sonrió Tara con esa provocativa seducción que tan buenos resultados le reportaba—. Además no hace falta ser muy brillante para comprender que los asuntos del rancho se han encarado mal; de lo contrario no tendrías estos problemas. Este rancho no está pensado como un negocio. Es una sociedad de beneficencia en donde lo que menos importa es la ganancia neta. —Pero en un rancho, las ganancias son a largo plazo. —Ty estaba perdiendo la paciencia. —Claro, si se utilizan métodos de hace veinte años, o más —replicó —replicó Tara con aplomo—. Los tiempos cambian, Ty, y los métodos deben actualizarse constantemente. —Hablas como si fuera muy fácil. Pero ahora, debo reducir los gastos y crear nuevas fuentes de ingresos, o las dos cosas, en el mejor de los casos. El proyecto que me propones requiere
muchísimo dinero, del que no disponemos. Y no puedo salir al campo una mañana y plantar una torre perforadora así como así, igual que tus amigos de Tejas, ¡porque ya no queda más petróleo, ni gas! —Pero hay carbón. Toneladas y toneladas de carbón. Lo suficiente para hacerte tan rico que no precisarás preocuparte si el rancho no produce lo que deseas. Podrías convertirte en el rey del carbón de todo el país, además de ganadero. —No. —Fue terminante—. Bien sabes lo que piensa mi padre acerca de la excavación de la tierra. —¡Qué importa lo que piense! Ahora tú estás al frente de todo. —Por el momento. —Si bien el documento firmado por el padre no imponía imponía límites de tiempo. Ahora el poder de Ty era irrestricto.
—Tienes que ser realista, Ty. Tu padre estará en el hospital un año más por lo menos. Y después de eso, sabes tan bien como yo que no podrá soportar las tensiones que implica hacerse cargo del
rancho. Ya es tuyo y eres tú quién debe decidir cómo manejarlo. —Le costará mucho aceptarlo, cuando se entere de que suspenderé el juicio. — Ty miró el whisky que quedaba en el fondo de la copa—. Tengo que hacerlo, al menos por ahora, para reducir los gastos de la tramitación. ¡Pero no permitiré que destruyan la tierra Calder por un poco de carbón!
Escaneado y corregido por ADRI Página 164 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder —¿Destruir la tierra! Hablas como si fuera un pecado. No es más que hierba y estiércol. Ty, ya has estudiado cómo puede regenerarse la tierra. No seas como tu padre y no rechaces la idea sin pensar. Habla con mi padre, sé que te ayudará, si se lo permites. —Lo pensaré —dijo a fin de dar término a la conversación y no comprometerse con una respuesta definitiva. —Mi padre vendrá en una semana. Puedo llamarlo para decirle que se quede
más tiempo. —¡Demonios, Tara! Te dije que lo pensaría. ¡No me presiones! —Ty se alejó de la chimenea y dejó la copa sobre el escritorio. —¿Dónde vas? —A donde pueda pensar tranquilo. —¿Y dónde queda eso? ¿En la casa de Jessy, quizá? El rostro de Ty se tornó una máscara indiferente. —No se me había ocurrido hasta que lo sugeriste. Tal vez sea el lugar ideal. ideal. La respuesta inesperada de Ty la hizo estallar. —¡Entonces ve con ella! ¡Y vete al diablo en el camino! —Sólo —Sólo el orgullo herido le dictaba que lo rechazara antes de que él la dejara por otra mujer. Cuando escuchó que los pasos avanzaron hacia la puerta, la furia le resultó incontenible—. ¡Eres un estúpido, Ty Calder! ¡Puedo darte muchas más cosas que ella! ¡Ella nunca podrá ayudarte como yo! ¡Nunca! Ty desapareció tras un portazo. Tara se detuvo y se echó a llorar de impotencia. Un ruido le hizo
contener la violencia de sus emociones. La mujer de uno de los vaqueros que la ayudaba en los quehaceres domésticos la observaba desde el pasillo de la sala. —Lo siento. Venía a avisarle que la cena está lista. lista. Una devastadora humillación se apoderó de Tara cuando advirtió que la mujer había escuchado la discusión. Sabía que llegaría a oídos de todas las mujeres del rancho, quienes no le tenían mucha simpatía, por la diferencia de posición social que Tara se encargaba de destacar. —¡Váyase! ¡Salga de mi casa! —Tenía los puños apretados y estaba a punto de llorar—. ¡No soportaré que me espíen! ¡Váyase ahora mismo! Pudo contenerse hasta que la mujer se retiró. Y luego se desmoronó en silencio. —Te odio. Odio este lugar y esta tierra. El teléfono sonó y ella recuperó la compostura rígida de su cuerpo. Se limpió las lágrimas y se aclaró la garganta. —Residencia Calder. Habla la señora Calder.
Escaneado y corregido por ADRI Página 165 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder CAPÍTULO 24 Jessy salió del cuarto de baño y los pies mojados dejaron las huellas del baño refrescante que se acababa de dar. Se refregó el cabello con una toalla y el suelo se pobló de gotitas de agua fría. No bien entró en la cocina, percibió una presencia, y antes de que pudiera verlo, ya sabía que era Ty. El estaba apoyado contra la puerta trasera, jugueteando inquieto con el ala del sombrero y sus ojos se veían apagados y sombríos. —Sírvete una taza de café —dijo mientras recomenzaba con el trabajo de secado del cabello. Ty vaciló un instante; luego dejó el sombrero en un gancho de la pared y se desabotonó la chaqueta. Con movimientos nerviosos, extrajo una taza del armario y la llenó de café. Se volvió y se apoyó contra el borde de la mesa para sorber la infusión mientras la observaba. Jessy sentía la fuerza de su mirada clavada en la espalda.
—Estaba a punto de prepararme algo para cenar. —Se puso la toalla al cuello y abrió la puerta del refrigerador—. ¿Ya has comido? —No. —¿No te gustarían una hamburguesa y patatas fritas? —La aparente calma que demostraba no llegaba a ocultar el temblor de sus manos. —No quiero. —La taza bajó abruptamente hasta la mesa—. Jessy. —La voz de Ty era urgente, y la tomó de la cintura con igual premura. La encerró con fuerza brutal y el hierro de sus músculos se incrustó contra el cuerpo de ella. La ira se cernía sobre Jessy como una espada de doble filo. Se liberó de la compulsión de sus labios y se apartó para clavarle los ojos. —Discutieron, ¿verdad? Es por eso que viniste. —He venido, y no importa por qué. —¡Vete al diablo! —Jessy se arrancó de sus brazos, se dirigió a la la puerta y la abrió de par en par. Ni siquiera sentía el frío que le congelaba los pies descalzos—. ¡Vete de aquí! Ty le arrebató la puerta de la mano y la cerró con violencia. —¡No me moveré de aquí porque tú no lo quieres! —¡Quiero que te vayas al infierno!
—¡Esto es el infierno! —dijo Ty entre dientes y la alcanzó, ignorando las resistencias que ella interponía para que no la volviera a estrechar—. Es un infierno desear y no tener; es un infierno
estar contigo y saber que no tengo derecho. Esta vez, la boca de Ty se posesionó de los labios de ella con una sed insaciable. Ella se debatía entre el odio y el deseo, la repugnancia y el amor. Pero bebió de sus besos apremiantes. Enceguecido por la pasión egoísta, Ty intentaba derribar los límites que Jessy se imponía. La adhirió a su cuerpo viril y percibió el fuego que se propagaba por la piel de mujer. Jessy sentía que estaba a punto de entregarse y Ty doblegó la fuerza hipnotizadora del beso. —A veces te odio, Ty —dijo con un grito ahogado. Tenía la bata abierta y Ty advirtió la turgencia de sus pechos pequeños. Con la misma fuerza que lo repelió, Jessy se abalanzaba ahora sobre la virilidad de su cuerpo esbelto y lo cubrió con la boca mientras le quitaba la chaqueta. Ty la levantó
en brazos y la
Escaneado y corregido por ADRI Página 166 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder transportó al primer sitio vacío que encontró: la alfombra tejida que estaba frente a la chimenea, sutilmente iluminada por las llamas rojizas del fuego. Cuando la depositó, entrelazó la lengua con la de ella y le desanudó la bata. La deslizó por sus hombros y la dejó junto a la alfombra. Luego siguieron la chaqueta de Ty, sus ropas y las botas. Las llamas coloreaban de oro las curvas de Jessy y su cabello todavía húmedo dibujaba círculos sobre la alfombra. Abrió los brazos cuando él se inclinó sobre ella. Se fundieron en el calor de los cuerpos y la lengua de Ty sorbió el néctar de sus pezones erectos. Ella se deshacía debajo del peso masculino y buscaba con las caderas la rigidez de su virilidad. Los movimientos parecían sucederse con armonía celestial, como la brisa que sigue a la lluvia, y
eso es lo que Jessy quería provocar cuando giró y se sentó encima de él y se aferró a sus hombros torneados. Era como la tierra que la había visto crecer; soberbia e indómita. Ty conocía esta fuerza, corporal y espiritual de Jessy, la cual Tara jamás llegaría a igualar; sabía que podía descargar sobre ella toda la violencia de su pasión, porque Jessy le pagaría con la misma moneda. Tara no podría revelarse así; no podría entregar su amor así. Fue el peso del cuerpo de Ty quien volvió a clavarla sobre la alfombra, hundiéndolos en un mar de sensaciones que agotó todo pensamiento. Sólo los cuerpos se comunicaban. Jessy tomó la toalla con la cual se había secado el cabello. —Estás sudando —y le rozó el hombro con la punta de la tela. —Es el fuego. —¿Cuál? —Jessy prosiguió con el secado del cabello. Ty la volvió a tender a su lado y con el bigote acarició el carmín de su mejilla. —¿Todavía me odias? —A veces. Pero desde que te conocí te he odiado a intervalos. —¿Por ejemplo? —Aquella vez que me besaste en broma, luego... en otras ocasiones. —Jessy optó por callar.
—Como cuando me casé con Tara, supongo —dijo con voz apagada. —Sí, por ejemplo. —Jessy se incorporó para terminar de cepillarse. cepillarse. Todo había sido tan placentero entre ellos. Ahora que la ira se había disipado, ya no había culpas ni remordimientos. —He tratado de alejarme de ti, ¿sabes? —Lo suponía —admitió Jessy sin mirarlo. —Creo que soy injusto contigo.
—Creo que debo ser yo quien lo decida. —Tal vez te merezcas algo más que esto. —Una vez, el viejo Nate Moore me dijo que no se podía hablar de nada importante con el estómago vacío. —Jessy recogió las piernas para ponerse de pie—. ¿Estás seguro de que no quieres cenar? —No, gracias. —Ty la miraba con admiración. Nunca le había pedido que mintiera, ni que le
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JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder hiciera promesas vacías. Cuando se dirigió a la cocina, sonó el teléfono. —Hola, papá —respondió Jessy—. ¿Qué sucede? —La señora Calder acaba de llamarme; buscaba a Ty y me insinuó que yo podría saber dónde localizarlo. ¿Está allí? —¿Ty? —Jessy repitió el nombre para darle tiempo a que Ty se acercara a escuchar. —Sí, Ty —dijo el padre con impaciencia—. Si está contigo, dile que vaya de inmediato a la casa. —¿Qué sucedió? Ty arrebató el auricular de la mano. —¿Qué ocurre, Stumpy? —Ty arrugó la frente y apartó el auricular para relatar los sucesos a Jessy—. Es mi hermana. Ha desaparecido de la escuela. Voy para allí —dijo finalmente al micrófono del auricular. —¿Qué quieres decir con que desapareció? ¿La raptaron o simplemente huyó. —No lo sé. Tara no le dio más detalles. Maldición, Maldición, lo único que faltaba. Si se
fugó, la estrangularé. —Parece que el señor Niles ha podido localizarte. Si vuelves a hacerme esto, te dejaré —lo amenazó Tara cuando Ty cruzó el umbral de la entrada. —¿Qué le ocurrió a Cathy? —No lo sé. A poco de marcharte, llamaron de la escuela para decir que Cathy Cathy había desaparecido. —¿Huyó o qué sucedió? —Ty estaba demasiado afligido por su hermana como para reparar en la furia de la esposa. —Así parece, pero no pueden asegurarlo. Creen que unas amigas la encubrieron esta mañana. —Santo Cielo, ¿desde esa hora no saben nada de ella? —Ty cruzó hasta el teléfono con gesto consternado y marcó un número—. Jobe, quiero que busques a Repp Taylor y que lo traigas a El Colono ahora. Si no lo encuentras, ven para aquí de inmediato. —No pensarás que... —De Cathy, nada me sorprendería, —aseveró Ty y marcó otro número. —¿Llamas a la policía. —No; seguramente habrá ido al hospital a ver a papá. —Aguardó a que le
respondieran y preguntó a la enfermera de turno por el paradero de la hermana—. Cathy estuvo allí a la tarde. Pero por lo que recuerdan, estaba sola y no dijo que regresaría más tarde. El sonido hueco de unas botas cruzando la entrada de la casa hizo que Ty se percatara del camisón escotado de Tara. —Ve a ponerte algo decente. No quiero que andes de ese modo por la casa frente a mis hombres. —Y yo que creía que ni siquiera te habías dado cuenta de lo que me puse. — Y se había cambiado por él, en un vano intento de demostrarle lo que perdía por haberse marchado esa
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3° de la Serie Los Calder noche. —¿Por eso estás tan enojada? Tara giró enfurecida. —Y cuando bajes, prepara café —le gritó Ty desde el pie de las escaleras—. escaleras—. Será una noche muy larga. La orden acabó por encolerizarla; la trataba como una especie de sirvienta. Quizás otras mujeres del rancho atendían a los maridos como esclavas, pero ella era muy distinta, y no se dejaría avasallar ni degradar hasta la condición de servirle café. Cuando llegó a su dormitorio, juró no salir. —¿Dónde está Cathleen? —Ty no perdió el tiempo cuando Repp entró en la casa. —¿Cathy? —repitió pasmado—. ¿No está en la escuela? El joven parecía sincero. Ty reiteró la pregunta a Jobe Garvey, quien había venido con él, y era el capataz de la tropilla en que trabajaba el vaquero. —¿Dónde estuvo Taylor hoy? —No se movió del rancho. Trabajó con nosotros todo el día.
— ¿Qué le ocurrió a Cathy? —De la escuela nos informaron que desapareció. Probablemente se fugó, y pensé que tú podrías... saber algo al respecto. —¡Pero cómo pueden pensar...! —Repp se contuvo de no concluir la frase y sacudió la cabeza como si no alcanzara a comprender—. No sabía nada de eso. Desde que ocurrió el accidente, ella me ha hablado de que pensaba escapar de la escuela, pero nunca pensé que lo haría. —¿Te dijo por qué quería hacerlo? Repp se encogió de hombros. —Quiere quedarse en el rancho y me dijo que pensaba buscar un tutor privado si no le permitían dejar la escuela para siempre. Creo que tiene miedo de que le ocurra algo a su padre y quiere estar junto a él. —Niña tonta —musitó de impotencia—. Ha estado en el hospital, pero eso es todo lo que sé. ¿Y sus amigas? ¿Conoces a alguna? —Sí, a un par —admitió Repp. —Quiero que les hables por teléfono para averiguar si la vieron. Contigo hablarán más fácilmente que con las autoridades. Pregúntales si saben cuánto dinero
llevaba y si pensaba viajar. —Luego se volvió al capataz—. Quiero que pongas un hombre en cada entrada del Triple C, en caso de que regrese. Mientras tanto, me comunicaré con la policía para que comiencen a rastrearla. La luna nueva era una astilla de luz errante en la profundidad del cielo y las pocas estrellas heladas dibujaban sombras informes a los lados del camino, pedregoso y desolado. Cathleen deseó no haberse apartado de la carretera. Cuanto más caminaba, más perdida se creía. Debería haber pedido al conductor que la dejó en la carretera principal, que esperara hasta que estuviera segura de que era la entrada correcta. Si se extraviaba aquí, erraría hasta que saliera el sol. Comenzaba a arrepentirse del impulso que la había sacado de la escuela. Pero en ese momento,
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El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder la situación requería una medida drástica. Ahora aquella valentía inicial se había desvanecido por completo. Luego de recorrer un kilómetro, que le resultó interminable, el horizonte negro se ocultó detrás de unos objetos oscuros. A pesar del agotamiento físico y del dolor de las piernas, Cathy apuró el paso. Reconoció la silueta de unas casas, aunque no tenían luces ni ocupantes a la vista. A medida que avanzaba, el lugar le resultaba más familiar, aun en la oscuridad. Una confianza renovada la impulsó a correr los últimos treinta metros que la separaban de la casa. —¿Quién anda allí? —inquirió una voz que brotaba de las sombras de la casa. —¿Tío Culley? Soy yo, Cathy. Creí que me había extraviado. Los peldaños crujieron cuando el hombre salió a su encuentro. —¿Cathleen? ¿Qué estás haciendo aquí? —La tomó de los hombros para observarla a la luz de la luna—. ¿Estás herida? —No. Agotada solamente. Vine caminando desde la carretera y me duele...
— Pero ya no importaban los dolores. Las razones que la habían movido a caminar eran más imperiosas—. En el funeral, me dijiste que si alguna vez precisaba ayuda, podía contar contigo. ¿Sigue en pie la promesa? —Sí, por supuesto. —Por un instante, el hombre imaginó proteger en un abrazo la figura adorada de la hermana. Pero luego se apartó, intimidado por el con-tacto físico —. Entremos; debes estar exhausta y muerta de frío. —Gracias. —Le asombró que el tío no le cuestionara su presencia a esa hora de la noche y sintió que le debía una confesión—. Huí de la escuela; ya no podía quedarme allí. Sé que mi hermano se pondrá furioso cuando se entere... y aún no estoy preparada para enfrentarlo. —¿Cómo no quieres que se enfade? —Culley abrió la puerta de la casa y encendió la luz—. Pero me aseguraré de que no te obligue a hacer algo que no quieres. —Quería volver a casa, pero no pude. Ty insistirá en que regrese a la escuela, y no deseo
enfrentarme con él, por ahora. Pensé que tal vez... podía quedarme contigo hasta que junte valor. —Estás en tu casa —dijo él con ternura—. Puedes Puedes quedarte todo el tiempo que desees. —La invitó a que se sentara a la mesa y le preparó una taza de café, caliente. La sorprendía que este hombre tan indolente, en apariencia, se desviviera por complacerla—. ¿Estás segura de que no quieres nada más? ¿Un poco de comida, tal vez? —No, gracias. Aunque... ¿Tienes algo dulce? —El calor de la casa ya comenzaba a distenderla—. ¿Como una torta de chocolate, por ejemplo? —No, pero tengo galletas. —Fue hasta la alacena y regresó con un paquete cerrado—. Aquí tienes. —Culley se apoyó contra la pared y observó comer a la muchacha—. ¿Sabes? Tenía tu edad cuando murió mi mamá. Todo empeoró después. —Nunca llegaré a entender por qué se estrelló el avión en que volaban. ¿Por qué tuvo que agujerearse el tanque de gasolina? ¿Por qué tuvo que morir? ¡Estoy harta de que digan que era la voluntad de Dios! ¡El no puede ser tan injusto! —Las lágrimas la obligaron a ocultarse.
—Sí, es una injusticia. Pero yo lo arreglaré. arreglaré. Lo tengo todo planeado, de modo que no tienes por qué preocuparte. Yo me encargaré. —Encargarte, ¿de qué? No te comprendo. —Debes estar muy cansada después de todo lo que has caminado. Cambiaré las sábanas y te
Escaneado y corregido por ADRI Página 170 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder acostarás a dormir. —Pero... —No duermo mucho, de todos modos. Cuando tenga sueño, me prepararé el sofá.
—Entonces, deja que yo tienda mi cama. —Quédate sentada y termina tu café.
Escaneado y corregido por ADRI Página 171 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder CAPÍTULO 25 —Se lo explicaré de nuevo, señor Calder —dijo el comisario con impaciencia. La ley establece que no puede denunciar la desaparición de una persona hasta después de veinticuatro horas de producido el hecho. Y puesto que la escuela nos informó que no la vieron desde la hora de la cena del día de ayer, no han pasado más de catorce horas. Aún debe esperar hasta las ocho de la noche. Legalmente, no puedo hacer nada hasta entonces. —Demonios. ¡Haga algo ilegal, entonces! —conminó Ty poniéndose de pie, con el puño cerrado sobre el escritorio—. ¡Quiero que la encuentre ahora! No pienso esperar diez horas hasta que se decida a empezar a buscarla. ¡Pagaré un investigador privado si es preciso!
—Tiene que comprender que hay una disposición legal —dijo el comisario reclinándose en la silla giratoria—. Los jóvenes desaparecen con demasiada frecuencia. Y luego de una noche en la calle, llaman a la casa para pedir perdón. De modo que regrese a su casa y espere la llamada. Si no aparece en diez horas, vuelva a verme. —¡Si le ocurre algo a Cathleen, volveré a verlo en el infierno! Exhausto por la falta de sueño, y de cooperación de la comisaría refaccionada gracias a los cuantiosos ingresos generados por los trabajadores de Dy-Corp Carbonífera, a modo de impuestos, Blue Moon era ya una ciudad en franca expansión. Antes de remontar la carretera, Ty decidió detenerse en el bar de Sally. Sabía que no podía contar con las autoridades, de modo que tendría que organizar personalmente la búsqueda de su hermana. —Buenos días, Ty —Sally Brogan lo recibió con asombro—. ¿Cómo está tu padre? Fui a verlo la semana anterior, y parecía estar mucho mejor. —Le sirvió una taza de café, sin preguntarle si la apetecía. —Sí, está mejor. Mi hermana no ha pasado por aquí, ¿verdad? ¿Anoche, tal vez?
—¿Cathleen? No. ¿Por qué? —La mujer se percató de la tensa tensa fatiga en los rasgos de Ty. —Desapareció... huyó de la escuela. —Bebió un sorbo de café caliente—. ¿Puedo usar el teléfono? Quiero llamar al rancho para averiguar si saben algo de ella. —Claro. Está en la cocina. Mientras, preguntaré por las mesas si alguien la ha visto. —Gracias. Cuando entró en la cocina, DeeDee Reins lo recibió con una sonrisa. —Hacía mucho tiempo que no lo veíamos por aquí. ¿Qué puedo prepararle? —Nada, gracias.
—Hice rosquillas esta mañana. —La mujer se secó las manos en el delantal y tomó una servilleta de papel para envolver dos panecillos dulces—. Su tío Culley entró por la puerta trasera hace un rato y llevó un paquete de rosquillas todavía calientes. ¡Qué loco este Culley! Aún persistía el olor dulce de las rosquillas, que le recordó que no había comido nada en muchas horas; de modo que Ty aceptó el paquete que la mujer le ofrecía.
—Sí, hola, quiero hablar con Stumpy —respondió Ty a la voz del teléfono. teléfono. —¿Eres tú? —La voz era la de Jessy. —Sí. ¿Se ha sabido algo de Cathy?
Escaneado y corregido por ADRI Página 172 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder —Hasta hace veinte minutos, nada. ¿Y tú? —Nada tampoco. Déjame hablar con tu padre. —Soy Stumpy. —He hablado con el comisario —explicó Ty—, y nos quiere prestar la misma ayuda que una gota en el desierto. De modo que estamos solos. —Era de esperarse —apuntó Stumpy en tono cortante—. Nunca debemos pretender que los demás nos resuelvan los problemas. —Lo sé. — Ty lo había escuchado decenas de veces—. Tendremos que buscarla por nosotros mismos. Quiero que organices a los muchachos para que recorran la carretera de allí hasta Helena y detengan todos los autobuses y camionetas. Si encuentran a alguien que
crea haberla visto, que llame inmediatamente a El Colono. Estaré allí antes de las once. —Saldremos en veinte minutos. Antes de dejar la cocina, Ty agradeció las rosquillas a DeeDee y fue al encuentro de Sally, quien le informó que nadie había visto a la muchacha desaparecida. Luego, dejó unas monedas en el mostrador por el café que no bebió. Una vez en la camioneta, encendió el motor y extrajo una rosquilla, que de tan fresca, se le disolvió en la boca a los pocos segundos. —¡Eh, señor! —gritó un hombre desde un automóvil—. Tiene un neumático desinflado. Ty agradeció con la mano en alto y dirigió la camioneta hasta los surtidores de gasolina. —¿Qué desea? —preguntó Emmett Fedderson. —Inflar el neumático trasero. —Ty saltó de la la camioneta, aún masticando la rosquilla. —¿Son de las que hace DeeDee? —inquirió Fedderson mientras arrastraba la manguera de aire hasta las ruedas traseras. —Sí. —Parece que toda la familia desayunó algo dulce hoy. —¿A qué se refiere? —La observación le llamó la atención—. ¿Mi hermana pasó por aquí hoy?
—Su hermana no, pero su tío sí... O'Rourke. Ese loco loco de Culley estaba aguardando afuera esta mañana cuando abrí la tienda. Me compró dos paquetes de galletas, polvo para hacer torta de chocolate y cinco kilos de azúcar. Nunca lo vi comprar tanto dulce ni en todo un año. —Torta de chocolate. —Ty no sabía por qué repetía [as palabras en voz alta, pero sabía que era el bocado predilecto de Cathy. ¡Qué absurdo! Jamás se le habría ocurrido buscar a Cathy en el rancho Shamrock—. Hágame un favor. Llame al Triple C y hable con Stumpy Niles. Dígale que no envíe a los hombres y que voy a ver a O'Rourke. Que no haga nada hasta que me comunique con él. —Sí, por supuesto. —El extraño pedido le había despertado curiosidad—. Pero... ¿qué ocurre?
Ty no podía perder tiempo en explicaciones; sólo quería llegar al rancho de O'Rourke lo más pronto posible y tal vez, confirmar sus sospechas.
La segunda rosquilla quedó en el asiento de la camioneta, y allí las distancias siempre eran largas. Ty tenía aún una hora de viaje hasta Shamrock. Luego de preparar la mezcla de la torta, Cathy la vertió en un molde y la introdujo en el horno.
Escaneado y corregido por ADRI Página 173 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder —Tu madre sabía cocinar muy bien —evocó Culley—. Trabajaba todo el día en el rancho, como un hombre, y luego regresaba cansada y nos hacía la comida y aseaba la casa. — Pero no quería revivir el pasado. Todavía las heridas estaban abiertas—. Quedaron algunas rosquillas. —Ya no podría comer un solo bocado más. Además quiero reservarme para la torta. Lo que necesito en realidad es un poco de aire fresco. —Cathy se asomó a la puerta y vio un punto que se movía a lo lejos—. Tío, ¿qué es eso? —Alguien que se aproxima. —Los años que había vivido en esta tierra habían agudizado al
máximo los sentidos de Culley. —Es mi hermano. —Cathy pudo identificar la camioneta en cuanto apareció en el horizonte. —¿Quieres verlo? —Culley notó la mirada indecisa de Cathy—. Ve Ve al dormitorio y traba la puerta. Yo me encargaré de él. No tienes por qué regresar si no quieres. Culley esperó hasta que se cerró la puerta y vaciló antes de tomar el rifle que estaba colgado contra la pared. A su edad, ya no era un buen contrincante para Ty, y si éste insistía demasiado, O'Rourke debería echar mano a un arma que igualara las fuerzas. Se aseguró de cerrar la puerta del frente en silencio, un hábito del que ya no podía deshacerse, y ocultó el rifle detrás de un poste, al alcance de la mano. Antes de que el motor de la camioneta se hubiese detenido, Ty ya estaba frente a O'Rourke. —¿Qué te trae por aquí en esta hermosa mañana de primavera? —Vine a buscar a Cathleen —aseveró Ty sin titubear. —¡Cathleen! —Culley fingió sorprenderse, pero no era un buen actor. —Sé que está aquí, de modo que ya no puedes ocultarla. —Está bien. Cathy está conmigo —admitió Culley luego de un silencio—. Apareció ayer en la noche, con hambre y muerta de frío, y me preguntó si podía quedarse. No
quería regresar a la casa porque sabía que estarías enfadado con ella y tenía miedo de que la enviaras de regreso a la escuela. Le dije que podía quedarse cuanto quisiera. —Bien, ya se ha quedado demasiado. —Ty avanzó un paso, con la intención de penetrar en la casa y sacarla de allí. Con una rapidez inusual para esa edad, Culley echó mano del rifle escondido y lo apuntó en dirección a Ty. —No creo que puedas entrar. Ty se paró en seco y clavó los ojos en el arma que se afirmaba en la cintura del hombre. —Déjame pasar, Culley. No pienso irme sin ella. El disparo resonó en la copa de los árboles que rodeaban el rancho Shamrock. —Estás invadiendo mi propiedad, Ty. Te ordeno que te vayas. —Una mueca extraña contorsionó la boca de O'Rourke—. ¡Cómo cambian las cosas, ¿verdad? Hace mucho tiempo, era un Calder quien ocultaba a mi hermana y me ordenaba que saliera de sus tierras. Ahora, soy yo quien tiene una Calder y te digo que te esfumes.
"No des el brazo a torcer una vez, porque la próxima le será más fácil darte por vencido", solía decirle el padre. Y Cathleen estaba dentro de esa casa. —¡Maldita mocosa! —musitó mientras se quitaba el sombrero para tocarse la cabeza. Luego pidió disculpas a O'Rourke—. Nadie en el rancho ha pegado los ojos en toda la noche y todos la están buscando con desesperación. Y mientras tanto, ella estaba aquí —Ty agitaba el sombrero con
Escaneado y corregido por ADRI Página 174 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder cada palabra— y ni siquiera se molestó en avisarnos que estaba viva. ¡Tienes razón, estoy furioso con ella! Las últimas palabras fueron subrayadas con un revoleo del sombrero que cayó sobre el rifle, y en la confusión, Ty se abalanzó sobre Culley para arrebatárselo. Cathleen
salió corriendo de la casa e instintivamente se plantó entre los hombres, protegiendo a O'Rourke. —¡Ty, no, no lo hagas! ¡El sólo quería protegerme! —No tendría que haberte protegido si no fueses una niña —gritó Ty enfurecido —. ¿Temías volver a casa porque no querías recibir una paliza? ¡Niña malcriada! Jamás te han pegado... y eso es lo que necesitas ahora. ¡No querías quedarte en la escuela y por ello escapaste! ¿No tengo suficientes preocupaciones con el rancho y con papá, como para rastrearte por todo el condado? —Lo siento. —Los ojos se le llenaron de lágrimas cuando irguió la cabeza para mirarlo. —Crece de una vez, Cathleen. Nadie me ayudó cuando tenía tu edad, y nadie podrá resolverte los problemas ahora. ¡Ya no puedes huir! —Ty giró sobre los talones y se encaminó hacia la camioneta. —No tienes por qué ir con él —dijo O'Rourke en voz baja. Cathy esbozó una sonrisa. —Sí, debo ir. —Movida por un impulso, se le acercó, lo besó en la mejilla y le agradeció en el oído. El vehículo ya se había puesto en marcha cuando Culley recordó. —¿Y la
torta? —Pero la sobrina no lo escuchó. —Ha marchado bien el rodeo de primavera. —Ty estaba sentado junto a la cama del hospital. Jugueteaba distraídamente con el sombrero mientras buscaba la mejor manera de decirle aquello que tanto temía—. Las pérdidas de invierno fueron mínimas. —Que bien. —El padre se tomó del respaldar de la cama para cambiar de posición. Sentía fuertes dolores, y se encontraba pálido, luego de tantos meses de internación. El accidente y la muerte de Maggie lo habían envejecido, y ahora tenía las sienes completamente platinadas. Cuando el dolor se hizo soportable, volvió a mirar a Ty—. ¿Me trajiste tabaco? —El médico dijo que no podías fumar —le recordó Ty. —También dijo que no sobreviviría, lo cual demuestra que no sabe demasiado. La mención de la muerte pareció evocarle otra clase de dolor, y Chase dio vuelta la cabeza. Ty sabía que estaba pensando en Maggie. Aún no se había recobrado de la desaparición de su esposa, y tal vez, nunca lo haría. Parecía haber perdido todo sentido en la vida. Sin ella, nada sería igual.
—Algunos amigos de Tara se quedaron durante el rodeo. —Ty prefirió cambiar de tema—. Querían ver cómo se vivía en el "lejano oeste". En realidad, aún están en casa, y es por ello que Tara no me acompañó. —¿Cómo está Cathy? ¿Vino contigo? —Sí, pero tenía que hacer unas compras, y no quería que cerraran las tiendas. ¿Sabes?, ha
terminado la escuela y está ansiosa por enseñarte el diploma. —Tu hermana me dijo una vez que quería quedarse en el Triple C y tener un tutor privado. Trata de arreglarlo como ella quiera. —El accidente no había alterado el afán del padre por complacer todos los deseos de la niña, por muy caprichosos que resultaran.
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—No podemos pagarlo. —Ty bajó la cabeza—. He reducido todos los gastos superfluos. —Tú eres el jefe ahora. Haz lo que tengas que hacer. —Al igual que el resto de las cosas, el padre había perdido todo interés en las operaciones del rancho. —Sí. —Ty volvió a mirar los ojos del padre—. Quiero que sepas que también he suspendido el uicio por las tierras. Pero he negociado un arrendamiento tempora-rio. El silencio del padre le resultó interminable. —¿Por qué? Los costos judiciales eran muy altos. Tal vez, si el mercado ganadero prospera, podré pelear por esos títulos otra vez. —Pero la posesión es legal. Hace cien años que los Calder trabajamos esas tierras —objetó el padre, sin vehemencia. —Y aún lo están. Por ello esperé confirmar el arrendamiento antes de suspender el juicio. Puedo reabrir la causa cuando quiera. Chase se reclinó contra las almohadas. —Quizá tengas razón. —Parecía vencido, y Ty hubiese preferido que reaccionara con violencia —. Tal vez ya no valga la pena. Si no me hubiese empeñado tanto en recuperarlas, tal vez tu madre
viviría. —No digas eso, papá. No puedes culparte. —Tampoco puedes negarlo. —Fue una sonrisa vacía la que se dibujó en los labios de Chase—. Enciéndeme un cigarrillo. Ty vaciló un instante, y extrajo el paquete del bolsillo de la camisa. Lo encendió y se lo pasó al padre. —¿Hablaste con el doctor Haslind hoy? —No, ya se había ido cuando llegué. ¿Por qué? —El lunes en la mañana entraré al quirófano. Piensan que pueden recuperar parte de la médula. —Estaré aquí. —Pero tienes que cumplir los deberes del rancho. —Estaré aquí. Cuando lo bajaron a la sala de operaciones, aquella mañana de lunes, ya preparado para cirugía y bajo los primeros efectos de la anestesia, Chase repasó las caras que lo rodeaban. Ty dijo que estaría con él. —Mi hijo... —murmuró con pesadez.
—Su familia está en la sala de espera, señor Calder Calder —le aseguró una voz desde lejos. Había algo que quería decirle; algo muy importante, pero no podía recordarlo. —Dígale... —se esforzaba por pensar— ...derechos mineros. —Ahora —Ahora alcanzaba a precisarlo, pero tenía la lengua paralizada— ...obtenga los derechos mine... —¿Qué dijo? —Una enfermera preguntó a otra.
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JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder —Algo como minerales. —La mujer sacudió la cabeza—. Algunos Algunos pacientes dicen las cosas más insólitas.
Escaneado y corregido por ADRI Página 177 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder CAPÍTULO 26 Ya era tarde cuando Ty regresó de su tercera visita al hospital en menos de una semana. Estaba cansado y sabía que el escritorio lo aguardaba atiborrado de papeles de trabajo. Tara lo esperaba en la puerta. —Bienvenido a casa. —Y lo recibió con un beso—. ¿Cómo está tu padre? Le has dado mis saludos, ¿no? —Sí, y se está recuperando bastante bien, hasta ahora. ¿E.J. ya llegó? llegó? Le dije a papá que no me habías acompañado porque esperabas a tu padre. —Sí, arribaron después de mediodía. Ahora están en la mina. Te ves muy muy cansado. —Lo estoy. —Se encaminó hacia el estudio para adelantar trabajo antes de que Dyson y Stricklin regresaran. —No tendrías que haber ido al hospital hoy. Los dos estuvimos allí durante la
operación y hasta nos quedamos el día siguiente —le recordó Tara. —Tenía que hacerlo. —Ty no le dio más razones. Cuando entró en el estudio, vio una mujer de mediana edad, con un vestido azul marino y un delantal blanco, que lustraba la repisa de los licores. Tara se acercó de inmediato cuando él se detuvo en seco—. ¿Quién es usted? —Ty, quiero presentarte a la señora Torton. Es nuestra ama de llaves. Ty enarcó las cejas. —¿Desde cuándo? —Desde que... la contraté y también tomamos una excelente cocinera, Simone Rae. Podrás saborear la calidad de su arte culinario en la cena de esta noche. —Tara no pareció reparar en el rictus de asombro que le motivó la novedad. —Mucho gusto, señor Calder. —La nueva ama de llaves inclinó la cabeza en un gesto respetuoso. —Señora Torton. —Ty intentó dominar su descontento—. Puede terminar con la limpieza mañana. Tengo que ocupar el estudio ahora. —Por supuesto, señor —murmuró y se escurrió por la puerta.
—¿Qué significa esto? —Te dije que necesitaba una ayuda en la casa. —Sí, pero pensé que contratarías a una de las mujeres del rancho. —Ty, bien sabes que necesitamos personal especializado. La fiesta para Doug Stevens será la semana próxima; y después de todo el tiempo que estuvo en Francia, no puedo agasajarlo con una cena de menor calidad. Tenía que encontrar una cocinera calificada. —¡Pero, Tara! ¿No comprendes que he tratado de reducir todos los gastos posibles? —Tampoco puedes recibir a la gente sin prepararte. —¡A menos que decidas no recibirlos nunca! —Si pasaras más tiempo con nuestros huéspedes en lugar de perder dinero en este rancho
endemoniado... —¡No tengo tiempo para agasajar con tus huéspedes! — la interrumpió Ty—. Tengo que trabajar mucho en este rancho para obtener el dinero suficiente para alimentar a todos tus...
Escaneado y corregido por ADRI Página 178 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder convidados. —Los invito para que puedan conocerte. —Tara intentaba no descontrolarse —. Si quieres llegar a algo, no importa lo que sepas, sino a quién conozcas. Sin duda tanto cielo y tanto sol no te han enceguecido lo suficiente como para no ver algo tan simple. Algún día, esta gente puede serte de gran utilidad. —¿De qué modo? ¿Como el senador Bulfert ayudó a mi padre? —Uno de ellos puede tener la influencia necesaria para que ganes el juicio por las tierras que tu padre cree son tan importantes. —Tara sabía que con ese argumento Ty acabaría por ceder—. Cariño, escúchame —dijo recobrando la calma—, no sé arrear caballos ni enlazar terneros, tampoco conozco el trabajo de escritorio. Déjame demostrarte lo que sé. Lo único que puedo
hacer es conocer gente importante. Por favor, cuando vengan los invitados de Stevens, quédate más tiempo con ellos. —Eres más persuasiva que una bruja. —Hermosa, espero. —Tara sonrió y se enroscó al cuello de Ty, quien no pudo resistirse al hechizo de sus labios. Una gigantesca excavadora destrozaba la tierra que cubría la veta de carbón y luego descargaba el mineral renegrido en el acoplado de los camiones que lo transportarían a la planta refinadora. Parecía un campo de batalla; y los vegetales que sobrevivieron a las explosiones de dinamita estaban bañados de polvo negro. Cuando Dyson y Stricklin emergieron de las oficinas provisorias del lugar, la actividad intensa se redujo. La flota de camiones que regresaban para cargar más carbón se paralizó repentinamente. —¿Qué problema hay? —preguntó Dyson al capataz de mina, Art Grinnel. —No sé, pero lo averiguaré. —El capataz se excusó y fue directamente a hablar con el jefe de transporte. Al cabo de unos minutos, retornó hasta la puerta de las oficinas para informar a Dyson
de la situación—- Uno de los camiones tiene problemas mecánicos. Dyson había amasado una fortuna siguiendo los dictados de su intuición y ahora percibía que algo extraño estaba ocurriendo. —Por lo que recuerdo, últimamente hemos tenido demasiados problemas mecánicos, debido a los cuales usted dijo que la producción había bajado este mes —profirió en tono acusativo. —Es cierto —admitió Grinnel y Dyson tuvo la sensación de que el hombre se negaba a discutir el tema. —¿Y qué sucede con todos esos camiones allí parados? —preguntó Stricklin, quien había llegado a la misma conclusión que Dyson, pero de forma racional. Evidentemente los dos hombres formaban una sociedad perfectamente aceitada. —Los tanques de gasolina están perforados. —¿Perforados? —El rostro de Stricklin perdió, por un instante, la inexpresividad habitual—. ¿Cómo puede estar tan seguro? —Bueno, no podría afirmarlo... al menos hasta que los revise el mecánico. Pero no tengo dudas
de que es el tanque de gasolina, y si ocurrió como con los demás camiones, ha sido perforado. —¿Quiere decir que lo han hecho deliberadamente? —Dyson quería confirmar la insinuación
Escaneado y corregido por ADRI Página 179 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder del hombre. —Sí. Y cuando el tipo que supuestamente lo hace, no tiene tiempo de perforarlo, echa granitos de azúcar en la gasolina. —¿Cuánto tiempo hace que ocurre esta especie de sabotaje? —inquirió Stricklin. —Poco más de un mes. Pero ya he duplicado la vigilancia nocturna —agregó el capataz para cubrirse de posibles acusaciones directas. —Triplíquela, entonces —ordenó Dyson.
—¿Tiene alguna sospecha de quién lo hace o por qué? —Stricklin prosiguió con el interrogatorio. —Es evidente que quien está detrás de esto quiere retrasar todo el trabajo. Cada vez que una máquina se detiene, significa una gran pérdida, no sólo de dinero, sino de tiempo también. Y seguramente el saboteador cree que si se presentan más gastos de los previstos, abandonaremos la excavación y todas las operaciones. Piensa que de alguna manera u otra, nos podrá detener. —Pero, ¿de quién sospecha exactamente? —Stricklin se quitó los anteojos y comenzó a limpiarlos con un pañuelo. Grinnel se inquietó al mirar a Dyson. —No quisiera faltar el respeto a su hija, señor Dyson... pero... tiene que ser Calder —dijo y se apresuró a defender sus conclusiones antes de que los hombres interpusieran algún comentario crítico—. No ha tomado nada bien que usted dirija los trabajos de excavación aquí. Algunos rancheros de la zona coinciden con él, y lo apoyan, pero ninguno se ha empeñado en impedirlo como él. Apeló a todos los recursos legales posibles y, por lo que me han contado los lugareños, los
Calder no son fáciles de doblegar. —¡Imposible! Me niego a aceptar que Chase Calder haya puesto en marcha este sabotaje desde la cama de un hospital. Además, lo he visto y he hablado con quienes lo acompañan. Ya no le quedan fuerzas para pelear. Y en cuanto a mi yerno, nunca se opuso a esta idea con tanta vehemencia como el padre, y sé que no recurriría a un trabajo sucio. —Tal vez tenga razón —concedió Grinnel, sin demasiada convicción—. Sin duda conoce a su yerno mucho mejor que yo, aunque recuerdo que una vez amenazó a todos mis muchachos con el filo de una botella, en una trifulca en el bar de Sally. De modo que puede ugar sucio si lo cree necesario. —No quiero escuchar una palabra más que responsabilice a los Calder de todo esto —profirió Dyson con firmeza—. Detrás de esto hay otra persona, y quiero que la descubran o que refuercen la vigilancia de tal modo que no se arriesgue a causarnos más problemas. —Sí, señor. —La discusión ya estaba cerrada—. Si Si no me precisa, volveré a mi trabajo. —Sí, es todo. —Cuando el hombre se alejó, Dyson miró la expresión sombría de Stricklin—. ¿Qué piensas, George?
—Es una extraña coincidencia que alguien perfore los tanques de nuestros camiones... y que el avión de Calder se haya estrellado por la misma causa. —O que alguien intente hacernos sospechar de los Calder —deslizó E.J.
—Pero, ¿por qué? —murmuró Stricklin para sí mientras abría la portezuela del automóvil. Bajaron las ventanillas, pero el interior del vehículo aún hervía por el sol. Stricklin accionó el aire acondicionado y encendió el motor. El automóvil dejó atrás la congestión del área de trabajos
Escaneado y corregido por ADRI Página 180 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder mineros y se aproximó a la senda que llevaba al viejo rancho Stockman. Tuvo que detenerse para dar paso a un camión tanque cargado de agua. —Cada vez que veo esos camiones, me da un escalofrío pensar en todo el
dinero que nos cuesta transportar el agua para la recuperación de la tierra. —Dyson exhaló un suspiro de disconformidad. —Es una inversión —le recordó Stricklin. —Sí, muy buena. El nuevo sistema de irrigación de los campos que acabamos de sembrar, nos dará la mejor hierba. Y lo más provechoso es que ha cerrado la boca a los ecologistas y a muchos rancheros. Claro que es la hierba más costosa del país, pero tiene que verse muy verde. —Además es ideal a nuestros propósitos. Invertimos ahora, y lo demás queda en manos de la Madre Naturaleza. —Stricklin tenía calculado cada centavo del proyecto—. También nos ayudará a restablecer las buenas relaciones con Ty, especialmente ahora, que ha suspendido el juicio por el título de las tierras. —Sí. —El promotor de la idea coincidió plenamente con el ejecutor. —Creo que hablare con él esta noche. Tara me ha comentado que están atravesando serias dificultades económicas. Es un buen momento para presentarle mi proyecto y cerrar el trato.
—Sin duda Tara está en su salsa desde que se convirtió en la "señora" de la casa. Nació para recibir invitados y hacer que su estadía sea inmejorable. —Sí. —Dyson se ufanaba de que la hija hubiera transformado la casa de un rancho en un centro de actividad social que atraía la flor y nata de las mejores y más influyentes familias. Ty llegaría a ser muy importante junto a ella, y Dyson sabía que en ella tenía una aliada incondicional. Padre e hija tenían objetivos muy similares. —Una cena exquisita —le aseguró E.J. —Gracias, papá. —La hija se tomó del brazo del padre y salieron salieron del comedor, seguidos de Ty, Stricklin y Cathleen—. Te dije que esta cocinera era maravillosa. Trabajó muchos años en la casa del gobernador. Fue una suerte para mí que haya fracasado el restaurante que ella abrió en Helena. Cené allí una vez, y la busqué en cuanto supe que quería volver a trabajar. También me recomendó a la señora Torton, cuyas referencias eran igualmente inobjetables. Creí que era muy conveniente que se conocieran con anterioridad, puesto que pueden compartir las habitaciones. —Además de
que las aislaba del resto de los empleados del rancho, y por lo tanto, se evitaban las habladurías de lo que ocurría en el interior de El Colono. Pero Tara no confesó este objetivo. —¿Qué les parece una copa de brandy en el estudio? —sugirió Ty a la pareja que formaban el padre y la hija. —Parece que no me incluyes en la invitación —protestó Cathy—. Entonces, prefiero pelear contra los insectos y dar un paseo. —¿Puedo acompañarte, Cathy? —preguntó Stricklin—. Luego de esta exquisita cena, necesito caminar un poco.
—Sí —dijo encogiéndose de hombros. —Entonces quedarán tú y papá solamente, porque debo arreglar el menú de la semana y asegurarme de que Simone tenga todo lo necesario para recibir a Doug Stevens. Cuando los dos hombres quedaron a solas, se sirvieron una copa de brandy y se acomodaron en los sillones.
—En realidad, esperaba hablar contigo unos minutos en privado, Ty —Dyson disparó el primer
Escaneado y corregido por ADRI Página 181 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder cartucho mientras entibiaba el ámbar de la copa con las manos. —¿Ah, sí? —Bueno, me es bastante difícil —confesó E.J. tímidamente—. tímidamente—. No quiero causarte problemas, pero me gustaría que fueses mi socio. —¿Su socio? —Sí, y no es porque te hayas casado con mi hija, aunque es un buen motivo para que las cosas queden en la familia, por así decirlo. —Dyson sonrió al ver que, aparentemente, Ty no se resistía a la idea—. Tienes la cabeza bien puesta, Ty, y siempre te he admirado por eso. Creo que llegaríamos a ser excelentes socios. —Quizá, pero no tengo tiempo. Estoy dedicado por entero al rancho. —Las cosas... ¿no marchan bien? —Dyson prefirió preguntar antes de que Ty
pudiera pensar que la hija lo había puesto al tanto de la situación—. ¿Tienes proble-mas? —Algunos. —Sí, entiendo que el negocio ganadero está pasando un momento crítico. Y la producción de las excavaciones de Broken Butte ha bajado considerablemente. —Sí. —Ty bebió un sorbo de brandy. —Tienes al alcance de la mano una nueva fuente de ingresos: el carbón. — Dyson levantó el brazo para detener el vendaval de protestas—. Ya sé cómo piensa tu padre con respecto a la extracción de carbón, y en especial en tierra Calder. Créeme, ya lo he escuchado infinidad de veces. Lo mismo decían los rancheros de Tejas cuando se instalaron las primeras torres de perforación. Temían que se malograra la tierra y los campos de pastura. También los pescadores argüían que las plataformas submarinas los dejarían sin peces. Podría citarte decenas de ejemplos; pero en todos los casos los temores resultaron infundados. Creo que no te digo nada nuevo. —No puedo negar que tenga razón — Ty concedió—. Sin embargo, este razonamiento no se aplica a la extracción de minerales. Basta con ver cómo han quedado las
tierras del este. —Sí, pero eso pertenece al pasado. Ya conoces lo estrictas que son las leyes de protección. Ya verás el trabajo de recuperación del suelo que hemos hecho en Stockman. El año próximo, no podrás creer que esa tierra fue levantada alguna vez. Ty, ahora es el mejor momento para incursionar en el negocio de carbón. La industria lo pide a gritos, y el precio se elevará considerablemente. —No tengo dudas de que nos dejará buen dinero. —Ty no era tan escéptico como el padre. —Entonces, te propongo asociarnos para extraer el carbón de las cuatro mil hectáreas de tierra. Me será fácil obtener los derechos de explotación minera a través de mi compañía. —Dyson se reservó de decirle que la cesión de los derechos era inminente—. Puesto que tu padre sostiene que esos derechos le pertenecen legalmente, mi conciencia no me permitía comenzar las
excavaciones en esa parcela sin un acuerdo mutuo de compartir las ganancias.
—Agradezco el ofrecimiento... —Ty comenzó con un gesto negativo. —No te pido que me respondas ahora —insistió Dyson antes de que rechazara la proposición—. Sé que te enfrentarás a los deseos de tu padre, si aceptas. Ya lo he dicho antes... tu padre pertenece a la vieja escuela, se resiste a los cambios y a las nuevas ideas. Mira, Ty, todos necesitamos ese carbón, y alguien acabará por extraerlo; es inevitable. Pero tu padre no parece comprenderlo. —Lo sé. —Ty se debatía entre la razón y los sentimientos. sentimientos.
Escaneado y corregido por ADRI Página 182 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder —Bueno, ya hemos hablado bastante de negocios —Dyson se arrellanó en el sillón, conforme de los resultados de la conversación—. ¿Qué opinas del nuevo senador que ganó la banca de Bulfert? La luna había comenzado a ascender y cambiaba ahora su vestido dorado por
un manto de plata. Las estrellas fulguraban en cada rincón del cielo, como si un gigante hubiera esparcido un puñado de diamantes al vacío infinito. —¡Qué bueno que haya brisa esta noche! —Cathy murmuró al acompañante silencioso. —Sí, refresca el aire. —A la luz de la luna, los rasgos severos del hombre no parecían ser tan adustos. —No lo decía por eso —rió Cathy—. La brisa aleja aleja los mosquitos. En ocasiones, parecería que se dan verdaderos banquetes con nosotros. —Cathy miró al cielo para beber la luz de las estrellas—. Allí, pasa un avión —apuntó al cielo. —Sí. —Stricklin observó la luz roja que surcaba el cielo—. Dime, ¿ya pudieron averiguar qué causó el accidente del avión de tu padre? Por lo que sé, fue una falla en el motor. —Bueno, el tanque de gasolina fue lo que falló. —Cathy bajó la cabeza. No quería que los recuerdos malograran el paseo nocturno. —¿Saben qué originó la falla? Cathy sacudió la cabeza. —No. Tenía que suceder, supongo.
Se produjo un silencio y ella aprovechó para estudiarlo. —Con todo lo que viaja, ¿no le preocupa que pueda ocurrir algo al avión? —No —respondió luego de un instante—. Nunca pienso en eso. —Stricklin hurgó en un bolsillo y extrajo una cuchilla pequeña. —¿Por qué pasa tanto tiempo limpiándose las uñas? —Al menos ahora el cuchillo no estaba sucio, pensó Cathy. La pregunta lo tomó de sorpresa y Stricklin se encogió de hombros. —Por costumbre, creo. ¿Aún te ves con ese vaquero? Esta vez fue ella la sorprendida. —¿Repp? —¿Cómo lo sabía? —¿Acaso Tara reveló un secreto? Lo siento, no sabía que no debía decirlo. —Bueno, no tiene importancia. ¿Qué le dijo? —Nada, de veras. Sólo comentó que te veías con un vaquero y que tu padre no lo aprobaba. —Sí, lo vi un par de veces sin el consentimiento de mi padre. El El decía que no podía salir con él hasta que no tuviera dieciocho años, pero no quería esperar tanto tiempo. —¿Y se encontraban en lugares secretos? —Eso sí es un secreto —bromeó Cathy, quien no quería revelar el sitio sitio reservado para ellos dos,
aunque recordó la vez que Repp creyó escuchar que alguien los espiaba.
Un caballo relinchó muy cerca. Cathy se volvió en la dirección del ruido y le llegaron las pisadas ensordecidas de herraduras. También llamó la atención de Stricklin, pero le resultaba imposible ver
Escaneado y corregido por ADRI Página 183 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder en la desacostumbrada oscuridad. —¿Quién anda allí? —inquirió Cathy, y no se escuchó más respuesta que el soplido de la brisa entre la hierba. Stricklin se erizó al ver la sombra de un hombre que avanzaba sigilosa. —Tío Culley —La muchacha se echó a reír—. No sabía que eras tú. —¿Te encuentras bien? —El tío dirigió una mirada desconfiada a Stricklin. Stricklin. —Por supuesto. Salimos a caminar después de la cena —explicó la sobrina —.
Conoce a mi tío, ¿verdad, señor Stricklin? —Sí, buenas noches, señor O'Rourke. —Buenas noches. Cathleen percibía la tensión que originaba el encuentro y habló para mitigarla. —Tío Culley, tenía pensado ir a visitarte a Shamrock. Shamrock. —Si vienes, te veré en el río y cabalgaremos juntos. —Bueno, los dejaré solos para que planeen el paseo. Gracias por la caminata, Cathleen. —El hombre se alejó en dirección a El Colono. —¿Por qué estabas sola con él? —¿Sola? —Cathy se rió de lo absurdo de los pensamientos de Culley—. Salimos a caminar, eso es todo. —No creo que éste sea un buen lugar para estar sola con nadie. —Tal vez no, pero mejor que te alejes de él. Ese tipo no me gusta. —¿Stricklin? Jamás lo he visto mirar a una mujer con deseo. Además Además es demasiado viejo para mí. Yo salgo con Repp. —Bueno, pero no lo olvides. ¿Vendrás mañana?
—Sí. Te veré a las diez, junto al río.
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JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder CAPÍTULO 27 —¿Cómo es posible que el hombre de la vigilancia no haya visto bien al tipo? — Dyson se refregaba la mandíbula, acodado en la ventanilla del automóvil—. Ni siquiera pudo darnos una descripción precisa. Sólo dice que era un vaquero flaco montado en un caballo oscuro. —No hay muchas pistas —apuntó Stricklin mientras entraban al rancho Triple C. —Tal vez la estricta vigilancia lo detenga un poco; ya ha causado demasiadas dificultades. Pero, demonios, no logro entender por qué regresa, una y otra vez. ¿Tienes alguna idea?
—No. —Stricklin redujo la velocidad para ascender la loma sobre la que se emplazaba El Colono. —No sé cuánto tiempo más podremos ocultarlo. Cuando hablé con Ty estos días, traté de restarle importancia a los hechos. Pero no quiero que piense que participará de una sociedad con muchos problemas. —¿Ty ya se ha decidido? —preguntó Stricklin al arribar al frente frente de la casa. —No, pero tengo la sensación de que dependerá de lo apremiado que esté económicamente. —Al descender del vehículo, Dyson vio un grupo de personas que se acercaban a la casa—. Allí viene Tara Lee. Stricklin se apoyó levemente contra la portezuela para observar a las figuras en trajes de baño y cubiertas de toallas. Probablemente, pensó, regresarían de un paseo al río. El hombre que caminaba detrás de Cathy se detuvo al pie de la loma y la miró fatigado. Apenas superaba los treinta años, pero aparentemente había perdido toda la agilidad de la juventud. Cathy se volvió hacia él. —¿Viene con nosotros, señor Macklin?
—¿Qué otra cosa puedo hacer? —dijo el hombre, entre resoplidos y jadeos —. Tendré que hablar con tu hermano. O lleva la casa hasta el río o acerca el río a la casa. No es justo que uno tenga que subir una pendiente después de haber nadado toda la tarde. —Creo que necesita ayuda. —Cathy retrocedió hasta el hombre y dejó que le pasara el brazo por los hombros. Comenzaban a escalar la loma, entre risas, cuando divisaron a tres jinetes. En el preciso instante en que Repp Taylor reconoció a Cathy, pero no identificó al hombre semidesnudo que la llevaba de los hombros, se separó de los dos hombres que lo acompañaban y azuzó el caballo en dirección a la loma. Cuando se detuvo a pocos metros de Cathy, el polvo que le cubría la cara no alcanzaba a ocultar el disgusto que le contraía los rasgos. —Quiero hablarte un minuto, Cathy. Ella se apartó de Macklin y del resto de los invitados, un tanto desconcertada. —Sigan ustedes; regresaré en un momento. —Luego sonrió a Repp—. ¿Qué querías? El vaquero esperó hasta que el grupo se alejara. —¿Por qué permitiste que ese extraño se colgara de ti?
—¿Macklin? —Cathy comprendió que Repp estaba celoso, y se echó a reír —. Era nada más que un juego inofensivo. El simulaba que no podía subir y yo lo ayudé. Eso es todo. —No seas tan inocente. Era un pretexto para ponerte la mano encima. No tienes nada que
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JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder hacer con un hombre que te doble en edad. —No estaba "con" él. —A Cathy le disgustaba que Repp intentara corregirla —. "Todos" pasamos la tarde nadando en el río. —Y tú te paseaste medio desnuda frente a la mirada hambrienta de unos extraños.
—No escucharé más tonterías —dijo ella con los labios apretados de furia y se volvió para marcharse. Repp la retuvo del brazo. —Te dije que te alejaras de ellos. —Son nuestros invitados. —¿Tú los invitaste? —No, pero... —Entonces no tienes por qué atenderlos. Cathy se arrancó del brazo de él. —No trates de decirme lo que tengo que hacer, ¿has oído? —Ya es hora de que alguien lo haga. —¡Bueno, pero no serás tú! —Te repito, aléjate de ellos. —¡No! —Cathy giró sobre los talones y se echó a caminar. —¡Aún eres una niña y si sigues con este juego, te meterás en problemas! Cathy se detuvo lo suficiente para responderle. —Si es mi problema, entonces no necesito que me ayudes. Los ecos de la discusión resonaban aún en la cabeza de Cathy cuando trepó la loma y entró a la casa. En lugar de sumarse al grupo de huéspedes, reunidos en torno a la mesa, fue derecho a su
habitación, herida y angustiada por las críticas virulentas que Repp le había hecho con respecto a su comportamiento. El silencio de la casa le pesaba, y la oscuridad cerrada del exterior transformaba en espejos los vidrios de las ventanas del estudio. Dejó la estilográfica sobre el escritorio y trató de borrar la fatiga de los ojos y la cabeza. Pero el cansancio no sólo era físico. Se veía acorralado por la infinidad de presiones que lo agobiaban, desde todos los flancos, y sintió nostalgia por la felicidad perdida. Podría recrear el bailoteo de las llamas doradas en la chimenea, y Jessy: la fuerza de sus rasgos y la espera que encerraba en sus ojos. Le dolía evocar la tibia sensación que ella le
pro-vocaba. Era una intensidad profunda, despojada de toda la fiebre enardecida de la pasión. Era algo más hondo, más entrañable. —¿Ty? —La voz de Tara fue una intromisión que rechazó instintivamente. Entró en el estudio y
los pliegues de la bata morada susurraban al caminar—. ¿Ty? Son más de la una. Creo que ya has trabajado suficiente por una noche. —No me falta mucho para terminar. —Pero no sentía deseos de trabajar trabajar ni de dormir. —Te esperaré, entonces. —Tara hizo girar la silla silla en la que Ty estaba sentado, se instaló sobre el regazo de él y le hundió los dedos en el cabello—. Cuando entré parecías estar peleando con un problema que te daba vueltas en la cabeza. ¿En qué pensabas?
Escaneado y corregido por ADRI Página 186 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder —En el rancho —mintió e inhaló el perfume de su hermoso cuerpo. —Cuánto quisiera que permitieras que papá te ayudara. —Y se apuró a agregar: —Bueno, pero es una decisión que no discutiremos ahora. Cuando le apoyó la mano sobre el pecho, Ty vio el brillo del diamante que le había obsequiado
tan impulsivamente... todo parecía tan lejano. —Tara, ¿eres feliz? —La pregunta no era impensada; llevaba implícita implícita la sensación de que él no había hallado lo que buscaba con este anillo, y quería saber si tal vez ella lo había encontrado. —Nunca he sido más feliz. Las cosas se están encaminando como esperaba. Sé que ahora tienes el problema del rancho. Tu padre lo dejó en un estado lamentable. Pero saldremos adelante. Ya sabes que hay un modo de resolverlo —dijo en alusión a la propuesta de E.J —.. Sé también que intentas tomar una decisión, que seguramente será la correcta. Y entonces podrás ver que todo se arreglará. —Sí —respondió sin fervor. —No pareces muy feliz. —Últimamente, no he tenido muchos motivos para estar feliz. —Ty —Ty siguió acariciando la piedra del anillo, que parecía interesarle más que la conversación—. ¿Qué le ocurre a Cathy? Estaba de muy mal humor en la cena. —Sí, parece que discutió con Repp. Hasta se negó a dar un paseo con los invitados mañana por
la tarde. Dice que quiere visitar al loco de tu tío. No deberías dejarla ir. —Culley es inofensivo. No tienes por qué preocuparte. Tara percibía que no le estaba prestando atención. —Ty, ¿en qué piensas? —preguntó con cierta impaciencia. Cuando la miró a los ojos —era la primera vez que lo hacía desde que ella había entrado en el estudio— parecía que le hablaba desde su arrepentimiento. —Pensaba en lo que significa la promesa de un hombre. —Qué serio. —Tara intentó reír, pero el espectro de otra mujer le borró la sonrisa. Sin embargo, sabía que los hombres del rancho jamás se desataban del vínculo matrimonial —. Bueno, creo que deben ser serios, si son los mismos votos que yo hice cuando nos casamos. Soy tu esposa... para bien o para mal. —Sí... eres mi esposa. —Tal vez ahora comprendía que tenía responsabilidades para con ella... y para con el matrimonio que formaron algunos años atrás. No tenía derecho a buscar en otra parte lo que no hallaba en su matrimonio. Y aunque el espíritu de la relación con su esposa se hubiera desvanecido, tendría que aceptarlo tal como era.
La voz de Ty le dio la victoria. Tara sabía que finalmente ganaría esta batalla. Enfervorizada por el triunfo, agachó la cabeza para besarlo y Ty vio desaparecer el estudio detrás de la boca de ella y le encendió el fuego que no ardía con la misma inflamada intensidad de antes. Cathleen aún se lamentaba por la discusión acalorada que había sostenido con Repp. En momentos como éste, sentía que no tenía nadie a quien acudir. Había perdido a su madre y ahora necesitaba de toda la comprensión y cuidados que pudiera brindarle. Ty siempre estaba ocupado,
Escaneado y corregido por ADRI Página 187 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder y Tara aún la consideraba una niña. Se encontraba sola e insegura, y sin quererlo, venía a buscar la compañía de su tío.
Culley acostumbraba salir a recibirla en el corral, si bien no podía explicarse de qué modo el tío anticipaba su llegada. Le fastidió que tuviera que alcanzar la puerta de la casa Shamrock sin que el tío diera señales de vida. Desmontó junto al árbol que estaba pegado a la casa y ató las riendas a una rama baja. —¿Tío Culley? —gritó el nombre desde la puerta de alambre tejido—. tejido—. ¡Tío Culley! —repitió cuando el silencio del interior no pareció perturbarse. Si bien nunca antes se le habría cruzado por la cabeza preocuparse porque el tío viviera solo, aislado por completo del resto de la gente, la honda quietud de la casa llegó a alarmarla. Si se encontraba herido o enfermo, ¿quién lo sabría? —¿Estás adentro, tío Culley? —Cathy abrió la puerta tejida y puso un pie en el interior. Al dar el segundo paso, el tío salió del dormitorio. Se veía pálido y desaliñado; tenía la camisa desabotonada y no había acabado de meterla en los pantalones. Le llamó la atención que estuviera descalzo. —No te esperaba hoy, Cathleen. Estaba durmiendo la siesta —dijo con voz perezosa. —Ya comenzaba a preocuparme. Pensé que te había ocurrido algo —admitió
la muchacha, pero luego vio una venda que le rodeaba la cintura—. ¡Estás herido! —No es nada —dijo y se recargó contra la pared—. Me fisuré una costilla costilla mientras cabalgaba. —Quiero ver lo que tienes. Pero Culley la rechazó con un brazo cuando Cathy se acercó para mirarle el vendaje. —¡No, te dije que me lastimé un poco! Ahora déjame solo. —Mira, tío Culley, puedo ser más obstinada que tú cuando me lo propongo. —Si has venido de visita, bienvenida seas. Pero si intentas entrometerte entrometerte en lo que no te importa, puedes marcharte ahora mismo. Cathy se quedó pasmada, como si hubiera recibido una bofetada. El tío jamás la había tratado de ese modo. —Veo que no me quieres ni me necesitas. Parece que de nada sirviera todo lo que hago. —Cathleen, lo siento; yo... —intentó disculparse, pero debió aferrarse aferrarse al respaldo de una silla para no caer del dolor. —¡Estás herido de veras! ¿Por qué no me lo dijiste antes? —exclamó —exclamó Cathy mientras se agachaba a su lado—. Mira cómo te sangra.
—Es sólo un rasguño —insistió el tío—. No es nada grave. —No te creo. Déjame ver. —Cathy desató la venda y por poco se descompone al ver el tajo borboteante de sangre que le cruzaba el estómago—. Tío, debes ir al médico para que te lo cure.
—No. —Culley sacudió la cabeza, contraído de dolor—. Sólo ponme un poco de desinfectante y una vendas limpias. —Tío, por favor. Deja que vaya en busca del médico. —No, ni siquiera un médico tiene que saber de esto. —Le tomó la mano y Cathy sintió que la apretaba con fuerza—. Cathleen, debes prometerme que no se lo dirás a nadie. —¿Por qué?
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—No me preguntes; sólo prométemelo. —La orden era casi una súplica. —No, no puedo —dijo luego de un instante—: La herida es muy profunda y no quiero que te ocurra nada malo. —No, no te marches —intentó hacerla regresar—. No comprendes, Cathy. El El médico tendría que informar de esto al comisario. —¿Al comisario? ¿Por qué? —Porque... —dijo debatiéndose entre el silencio y la confesión—, es una herida de bala. —¿Qué? —Cathy no alcanzaba a creer—. Pero... ¿por qué querrían matarte? matarte? ¿Y qué tiene de malo que el comisario lo sepa? —Créeme, no quiero involucrarte en esto. —Mira, si no me dices de qué se trata, yo misma iré a ver al comisario y al médico —lo amenazó para protegerlo. —Si el comisario se entera —profirió con lágrimas lágrimas en los ojos—, me arrestaría... y no quiero alejarme de ti. —¿Pero por qué te arrestaría?
—Porque... sé quién mató a tu madre. Cathy lo miraba, boquiabierta. —¿Cómo? —murmuró y por un momento creyó que estaba loco—. Pero ella murió en el accidente. —Causado por una perforación en el tanque de gasolina —confirmó Culley con gesto afirmativo —, que no fue accidental. Alguien lo agujereó de antemano. —¿Cómo... cómo lo sabes? —Porque... ¿recuerdas aquella noche cuando te encontraste con el chico Taylor en el hangar y creyeron oír ruidos? —Sí. ¿Eras tú? —No. Era ese hombre. Lo vi hurgueteando en el motor. Luego de que ustedes salieron, me acerqué al avión para comprobar si le había hecho algo, pero no encontré nada. —¿Quieres decir... que sabías que el avión podía fallar? ¿Lo sabías y no lo dijiste? ¿A nadie? —No estaba seguro... no sabía si él había terminado el trabajo. Si Si hubiera sabido que Maggie... —El tormento de su voz era casi un quejido desgarrador—. Ese es mi castigo, castigo, por no haber avisado
a nadie que el avión tenía problemas. Y entonces... ella murió. No tu padre; ella tuvo que morir. —¿Pero cómo...? —La idea de que podía haberse evitado el accidente le arrancó lágrimas de impotencia—. ¿Cómo pudiste matar a mi madre? —Con los puños apretados, descargó sobre las piernas de O'Rourke todo el dolor contenido desde la repentina muerte de su madre. Culley lloró con ella, pero era un sollozo callado, dolorido. Una vez que Cathy desahogó la pena de su corazón, la mano del hombre le rozó la cabellera. —Por favor, Cathy, no me odies. —Pero, ¿por qué no lo dijiste?
—¿Quién me habría creído? Tal vez él fue lo suficientemente astuto para agujerearlo en donde nadie lo notara; tal vez no lo hubieran visto aunque se lo hubiera dicho. Y si lo encontraban, ¿me habrían creído si culpaba a otra persona? Comenzarían a preguntarme qué estaba haciendo allí,
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JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder cómo lo vi... y finalmente dirían que fui yo quien lo había hecho. —Culley guardó silencio un instante—. Ocurrieron muchas cosas antes de que tú nacieras, pero quién no sabe que nunca me importó si tu padre vivía o estaba muerto. Los viejos no pierden la memoria; recuerdan al loco de Culley, y habrían creído que fui yo. —¿Quién fue, Culley? —Stricklin estaba en el hangar esa noche, cumpliendo órdenes de Dyson seguramente. —¡No! —Cathy lo miraba con total descreimiento. —¿Ves? Ni siquiera tú me crees. Cathy comenzaba a comprender la posición de O'Rourke. ¿Quién creería esa historia fantástica, y además de boca de alguien que había estado internado durante tantos años? —Pero, ¿qué motivos tendrían para hacerlo? —Para deshacerse de él. Calder tenía lo que ellos querían, y se negaba a dárselo. Maggie sólo fue un accidente en sus planes. —Cuando intentó incorporarse, una puntada
en el estómago volvió a tumbarlo. —Te pondré vendas limpias. —Cathy se secó las mejillas y se puso de pie para traer los apósitos —. ¿Cómo te ocurrió? ¿Sabes quién te disparó? —Un guardia de... la vigilancia de Dyson —profirió entre quejidos ahogados que le provocaban las curaciones con desinfectante—. He merodeado las minas para... perforar los tanques de gasolina y echar... azúcar pero no tuve tiempo de hacer... nada más. Quería ahuyentarlos. Quería que diesen la cara, pero... llenaron el lugar de guardias... hay más vigilancia que en la prisión del estado. Y todavía no puedo probar nada. Cathy terminó de vendar la herida. —Bueno, he hecho lo mejor que pude. Pero debes atenderte con un médico. —No. —Hablaré con Ty y le explicaré todo lo que me contaste y... —No te creerá. Está casado con la hija de Dyson, y no inculpará al hombre hasta tener pruebas concretas. —¿Qué haremos, entonces? No podemos dejar que continúen con esta farsa. —No, no se saldrán con la suya, ya pensaré en algo. Por lo pronto, los hemos
asustado. Si sabes trabajar con los nervios de un hombre, finalmente lo traicionarán. Deben estar enloquecidos al saber que alguien sospecha de lo que hicieron. Por eso, Cathy, debes prometerme que no dirás una palabra a nadie... ni a tu padre ni a tu hermano, ni al chico Taylor. A nadie — subrayó Culley—. No podemos arriesgarnos a que alguien más lo sepa. —Pero... —Cathy recapacitó. ¿Quién creería una historia historia como ésta sin la menor evidencia? Ella misma dudaba, aunque estaba convencida de que el tío sí la creía. —¿Me das tu palabra? —Sí —concedió luego de un instante de indecisión y se mordió el labio inferior; tenía que hacer algo para curar al tío—. Te prepararé algo de comer. Luego volveré al rancho y buscaré algún medicamento en la caseta del veterinario. Regresaré a la noche. —No lo hagas. Pueden verte y comenzarán a preguntarte. Es peligroso.
—Pero tengo que hacerlo. Si se te infecta... —prefirió no anticiparse a las posibles
consecuencias—. Andaré con cuidado. Nadie me verá, te lo prometo. En eso, soy tan buena como
Escaneado y corregido por ADRI Página 190 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder tú —dijo en un intento de animarlo—. Mira si no, las veces que me escabullí de casa para encontrarme con Repp, sin que nadie lo notara. Durante la cena en El Colono, estuvo tentada más de dos veces de confiar a Ty lo que sabía, para que la convenciera de que era una sarta de tonterías que no movían más que a la risa. Pero fue mayor el deseo de proteger al tío, que había depositado en ella toda su confianza, y no podía traicionarlo. En una completa confusión de dudas y sospechas, Cathy trató de evitar la compañía de Dyson o de Stricklin por temor a que advirtieran que los miraba fijo o les dirigía un gesto extraño. Con la casa atiborrada de huéspedes, nadie reparó en su marcha. Pensó que lo más seguro sería transportarse a lomo de caballo. El motor de un vehículo haría demasiado
ruido y motivaría decenas de preguntas. Ya había pasado la medianoche cuando regresó a El Colono, aunque aún había algunas ventanas con luz. A los invitados les gustaba quedarse hasta tarde, de modo que no le sorprendió que no todos se hubieran retirado a sus habitaciones. Con sigilo, entró en la casa, cruzó la sala en puntas de pie en dirección a las escaleras y, no bien apoyó un pie, la madera de los peldaños crujió levemente. Una vez arriba, caminaba por el pasillo que llevaba a los dormitorios cuando una de las puertas se abrió repentinamente. Sintió que tenía el corazón en la boca y se encontró con Stricklin. Creyó que pegaría un alarido de pánico. El hondo silencio de la casa hacía más creíbles las cosas que Culley le había dicho de este hombre de sangre fría. —Me asustó —atinó a admitir—. No debería salir a estas horas, pero creo que me pescaron. — Fingió una sonrisa con la intención de convencerlo de su coartada. Quería insinuar que se había visto con Repp. Sobre los labios del hombre se dibujó una curva insulsa, que Cathy no podía
descifrar. —Estaba por bajar al estudio para buscar un libro. —Stricklin —Stricklin se abstuvo de comentar la explicación poco convincente de la muchacha. Cathy no quería prolongar la conversación, pero tampoco quería disparar como un conejo atemorizado. Afortunadamente, un ruido en una de las habitaciones la sacó del apuro y le dio la excusa perfecta. —Buenas noches. —Y se perdió en el pasillo que daba a su cuarto. Cuando se aseguró de trabar la puerta, estalló en una carcajada histérica y tuvo que hundir la cara en la almohada. Stricklin descendió las escaleras con cavilante lentitud. Repasaba mentalmente los detalles de su encuentro con Cathy: el pelo de caballo sobre la ropa, la prolongada ausencia de la casa, el terror de sus ojos... esta clase de venganza era típica de un adolescente. Ya en el estudio, Stricklin marcó el número de la cabina de seguridad de la mina. —Sí, habla Stricklin. ¿Todo tranquilo allí? allí? —Más tranquilo que una tumba —le aseguró el jefe de vigilancia—. Con todas las luces que
hemos puesto, parece que fuera de día. No hay modo de que alguien pueda acercarse a cincuenta metros sin ser visto. —Bien. Colgó y se acomodó en la silla del escritorio para limpiarse las uñas. Deseó que la intuición de
Escaneado y corregido por ADRI Página 191 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder Dyson pudiera resolver este misterio. Como en una partida de ajedrez, había desbaratado la jugada inicial del contrincante; ahora aguardaba la próxima movida, pero precisaba de la habilidad de su socio para anticiparla.
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JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder CAPÍTULO 28 Comenzó como una mancha oscura que rugía en la distancia. Luego se dispersó y agigantó en forma de nubarrones amenazadores. El mundo pareció detenerse y brotó un dulce olor a lluvia. La oscuridad del cielo se cerró sobre la tierra, sólo iluminada por el destello interminable de un relámpago, lenguas de fuego que apuñalaban el horizonte. Los truenos se sucedían con ensordecedora vehemencia y hacían vibrar la tierra con cada estruendo. La naturaleza desplegaba su violencia con dramatismo y magnificencia. Al cabo de quince minutos, la tempestad desapareció y volvió a reinar la calma sobre el planeta. —No sé qué decir, Ty. Todavía no pueden estimarse los daños causados por el temporal, pero sin duda no podremos recuperarnos en varios meses —dijo Arch Goodman apesadumbrado—.
Hemos perdido la mitad de la reserva de granos, y para reponerlos, tendríamos que vender buena parte de la hacienda. —Tendremos que engordarla con lo poco que nos queda. —Parecía la única alternativa viable, lo cual significaba que el ganado no se podría vender al mejor precio que ofrecía el mercado. Las circunstancias se sucedían para obligar a Ty a tomar otra decisión. —Pero no te darán la mejor cotización de ese modo —advirtió Arch. —¿Crees que no lo sé? Mira las vacas que han muerto durante la tormenta. —Allí van tres vaqueros. Probablemente terminarán de encerrar el ganado que sobrevivió. Como desconcertado, contemplaba la tarea de los jinetes, entre los que reconoció a Jessy. Pero en sus pensamientos atribulados por las pérdidas mascullaba la resolución que invariablemente debería tomar. Cuando los vaqueros se arrimaron a la cerca, Jessy desmontó junto con los otros y lo miró. —Vaya tormenta. —Sí —coincidió Ty afligido. Parecía que no necesitaba decir nada más para compartir la pena con ella.
—¡Cómo si ya no tuvieras suficientes problemas! —exclamó Jessy al ver la destrucción que había causado la tormenta. —Sí, es cierto. —Ty se afanaba en hallar el modo de expresarle todo lo que quería decirle. No deseaba ser agresivo con ella. —Los muchachos están descontentos, se quejan de cómo han cambiado las cosas últimamente. Dicen que pasan más tiempo atendiendo a tus invitados que trabajando en el campo. —Tienen suerte de seguir trabajando todavía. Apenas puedo pagar a los vaqueros regulares. ¿Se han quejado de las condiciones de trabajo? —No, sólo escuché algunos comentarios. Ramsey me dijo el otro día que perdió toda una tarde paseando a los huéspedes en tractor. Pero sólo te quería informar en caso de que lo ignoraras. Eso es todo. En verdad le exasperaba no haberse enterado antes. —No creas que tengo muchas posibilidades para remediarlo. Jessy percibió que Ty se había deslindado de algunas obligaciones esenciales, pero no era extraño, debido a las presiones y responsabilidades que debía soportar últimamente; además de la
constante afluencia de invitados que se recibían en El Colono. Era por estas obligaciones que Jessy
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JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder pensaba que no había ido a verla. Pero ahora que lo miraba con detenimiento, y percibía la barrera que se interponía entre ellos, dudaba de que Ty se hubiera alejado por esos motivos únicamente. —Jessy... —El tono de la voz de él le paralizó el corazón por unos instantes —. Lo nuestro fue muy bueno. —Sí, lo fue —repitió Jessy, en el mismo mismo tiempo pretérito que él utilizó—. Y no siento el menor remordimiento. Ty sí se arrepentía de ciertas cosas, pero de nada hubiera servido que lo manifestara.
—Nunca pretendí lastimarte. Pero sé que te he hecho daño. —Oh, no importa. —Sacudió la cabeza ligeramente e intentó ensayar una sonrisa—. Siempre supe que ella estaba primero. —Se volvió para mirar el horizonte, los ojos bañados en lágrimas—. Creo que presentaré mi renuncia a fin de mes. —Me dijiste una vez que tenía la libertad de marcharme o de quedarme. Ahora yo te digo lo mismo. —Ty quería que no desapareciera de su vida, pero sabía que no tenía derecho a pedirle que se quedara. —Gracias, Ty. —Jessy sentía un nudo en la garganta, pero el orgullo no le permitía llorar—. Será mejor que regrese al trabajo; no quiero que me acusen de que le robo tiempo al jefe. Cuando trepó al caballo, llevaba la cabeza erguida. Le dolía respirar, le dolía vivir. Hacía mucho tiempo, la madre le dijo que ninguna mujer alcanzaba a vencer la soledad. Sería una larga batalla, en especial, en estos parajes tan desiertos. Mientras ella se alejaba, Ty juró que nunca conocería una mujer tan abierta y sincera. No le había impuesto compromisos ni falsas promesas ni tampoco le recriminaba el daño que, sin querer le había causado. Jessy había tomado esta relación con la misma franqueza
con que había expresado sus sentimientos. Ty lo sabía; pero lo aguardaba la exquisita belleza de Tara... la que todos los hombres soñaban con poseer. En el camino de regreso a El Colono, vio que su hermana cabalgaba empapada de pies a cabeza. Aminoró la velocidad de la camioneta y se detuvo junto a ella. —Parece que te ha agarrado la lluvia. —¿Cómo lo adivinaste? —respondió Cathy con la ropa adherida al cuerpo. —Ata el caballo al paragolpes trasero y súbete. —¿Tienes frío? —preguntó Ty cuando Cathy se acomodó en el interior del vehículo. —No, me mojé un poco solamente. Iba camino al rancho de Culley cuando el cielo se encapotó. Traté de refugiarme debajo de los árboles, pero cuando llegué, ya estaba empapada. —¿Fuiste a ver a Culley otra vez? Has ido casi todos los días días esta semana. Cathy se mordió el labio. Puesto que nadie había comentado las visitas que le hacía al tío, pensaba que habían pasado inadvertidas. —El... no ha estado muy bien estos días. —¿Por qué no lo dijiste? —No era más que una gripe. Pero hoy ya se levantó. Creo que le gustaba que
lo mimara un poco, por eso habrá tardado tanto en reponerse. —Sí, seguramente. —Ty tenía cosas más urgentes en que pensar.
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JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder Cuando Dyson cortó la comunicación telefónica, llamó a Stricklin para que fuera a su oficina. Tenía una copa servida y se la puso en la mano no bien el socio apareció por la puerta. —¿Qué significa todo esto? —Ya has escuchado el viejo dicho: no hay dos sin tres. Bueno, acabo de recibir la tercera buena noticia. —Dyson chocó la copa con la del socio—. Primera: hace más de dos semanas que no hemos tenido problemas en la planta. Segunda: nos otorgaron los derechos de explotación minera
de la parcela de las tierras Calder. Y la tercera y última —hizo una pausa—, hace un minuto hablé, con Ty por teléfono. Piensa aceptar mi proposición de la sociedad conjunta para la explotación del carbón y quiere que vayamos a discutirlo más detalladamente. —¿El mismo lo dijo? —A Stricklin Stricklin le costaba creerlo. —Así es —confirmó Dyson alborozado. Levantó la copa y vació el contenido de un trago—. Y tú que estabas tan preocupado la semana anterior, tan seguro de que Ty no quería aceptar el negocio por algún motivo oculto. Te dije que no había nada que temer. Somos dueños de todo el carbón y además, de toda el agua que necesitamos, ahora que Ty se nos unió. —Tal vez quiera que vayamos allí por otra razón, y el trato es el pretexto — insinuó Stricklin, previendo todas las posibilidades. —No. —Dyson sacudió la cabeza—. Acepta la propuesta, es todo. Ahora que Chase ha quedado relegado de la escena, todo sale como lo anticipé. —Sí —dijo, aún no terminaba de convencerse—. Prepararé todo para volar a Montana mañana a primera hora. El vehículo salió de El Colono frente a los ojos de Cathy. Ty iba detrás del volante, acompañado
de Dyson y Stricklin; desde la llegada del tejano, el trío era inseparable. Cada vez le costaba más y más dar crédito a la historia que el tío le había insinuado. Cathy conocía a E.J. desde que era muy pequeña, y en consecuencia, también a Stricklin. Aun antes de que Ty desposara a la hija, Dyson era amigo de la familia, a pesar de las diferencias que sostenía con su padre. Las sospechas de Culley parecían incongruentes. Sabía cuánto amaba O'Rourke a su hermana, casi hasta la adoración. Y estaba convencida de que el tío intentaba culpar a alguien para reconciliarse con la muerte de Maggie de algún modo. —Cathy, ¿qué te ocurre? —La voz de Repp interrumpió sus cavilaciones. —Lo siento, estaba... pensando. —Quería revelarle el secreto secreto que Culley le había confiado, pero ahora le resultaba tan inverosímil. Le preocupaba la mirada ausente de Cathy. Hacía una semana, le había asegurado que había olvidado por completo aquella escena de celos, pero aún se sentía inquieta y se negaba a decirlo. —¿En qué pensabas? ¿En tu padre? Cuando lo viste el domingo, me dijiste que había mejorado mucho.
—Sí. Ya está recobrando la sensibilidad en las piernas. —Pero —Pero aún se precisaban más operaciones y la recuperación final era muy incierta. —Entonces, ¿qué te sucede? —Nada, ya te dije. —Cathy se volvió hacia donde se hallaba la camioneta que esperaba a Repp
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JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder —. Mira, ya puso en marcha el motor. Será mejor que te marches. Te confirmaré la hora de la fiesta para el sábado en la noche. —Bueno. —Repp avanzó hacia la camioneta y subió sin darse vuelta para mirarla. Cathy se encaminaba al hangar. Tal vez, pensó el vaquero, aún estaba deprimida por la muerte de la madre. No había querido regresar a la zona de la pista de aterrizaje, pero cuando vio el hangar, una
fuerza ignota la empujó hacia el interior. El sol del mediodía quemaba sobre el cemento y se reflejaba sobre el zinc del techo del hangar. El viento era la única presencia audible que se mecía a través de los campos y hacía girar la veleta. Cuando se sumergió en la sombra fresca del garaje aeronáutico, un ruido metálico perturbó el silencio. Cathy se erizó. —¿Quién anda allí? Una cabeza se asomó por la cubierta del bimotor estacionado en la sombra. El piloto de Dyson se veía igualmente sobresaltado. —Hola. No escuché que se aproximaba. Pasó por debajo del ala del avión. —¿Qué está haciendo aquí? —El hombre tenía a los pies una caja de herramientas y el traje cubierto de grasa. —Reviso el motor —explicó sin desatender su trabajo—, Stricklin Stricklin creyó oír un ruido extraño cuando volamos ayer. Se ha puesto muy exigente con la seguridad... quiere que verifique la mecánica dos veces antes de cada salida. Se olvida que yo también vuelo en este pajarito de acero. —Tal vez pueda aclararme una duda. —Cathy se mordía los labios, mientras
buscaba las palabras adecuadas—. Luego de un accidente de avión, ¿cómo puede saberse qué lo causó? —Bueno... se rearman las piezas. Un buen mecánico puede decir qué se dañó por el impacto y qué fallaba antes del accidente, siempre que la causa haya sido mecánica. Tomemos el accidente de su padre, por ejemplo. El tanque tendría que haber dejado una gran mancha de gasolina cuando se perforó. —Pero... ¿puede determinarse la causa de la perforación? —Sí, supongo que sí —dijo luego de pensar un instante—. Pero no acostumbran a hacerlo, a menos que quieran determinar si la falla era de fábrica o algo así. —¿Quiere decir que una vez que encuentran la causa no prosiguen la investigación... a menos que haya motivos para creer que fue otro el origen del accidente? —En cierto modo, sí —dijo el hombre un poco inquieto—. Lo que sucede es que cada dos por tres cae un avión particular y no es preciso continuar la investigación como en las líneas aéreas comerciales, en donde debe determinarse el grado de responsabilidad de la compañía. Hay muchas vidas ajenas en juego.
—Sí, comprendo —Cathy murmuró pensativa. —De todos modos... es muy difícil que en estos casos... —El —El hombre sabía que Cathy no estaba satisfecha con la explicación. —No, está bien —lo interrumpió—. Lo comprendo perfectamente. El piloto vaciló un instante y luego se miró las manos sucias. —Será mejor que vaya a lavarme, tengo las uñas llenas de grasa y cuesta mucho quitarla. Tengo que escarbar un buen rato.
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JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder Instantáneamente, Cathy recordó a Stricklin sentado en el estudio limpiándose las uñas aquella noche.., ¡con un cuchillo sucio! Lo había olvidado por completo hasta que el comentario del piloto le refrescó esa imagen. No era una prueba contundente, pero...
—Hasta luego —se despidió del piloto cuando salió del hangar rumbo a El Colono. Cathy entró a la casa y al no ver a nadie, se escurrió en el estudio y cerró la puerta. Estaba dispuesta a probar la veracidad o la falsedad de las sospechas del tío de una vez por todas. Tuvo que hacer algunas llamadas antes de dar con el encargado de la investigación del accidente de su padre. —Sí, lo recuerdo —le aseguró el hombre por teléfono—. Cuando dimos por concluida la investigación, archivamos el informe final, hace un par de meses. Fue una falla mecánica, una perforación en el tanque de gasolina, creo. —Pero, ¿qué lo causó? —Cathy apretó el auricular al percibir que el hombre titubeaba—. ¿Podría decirme si alguien lo agujereó? —Bueno, no creo que... —El hombre se resistía a la posibilidad. —Por favor. —Cathy insistió antes de que el investigador descartara la la idea por completo—. Debo saber si fue así como realmente ocurrió. —¿Se da cuenta de lo que está sugiriendo? —Sí —dijo con firmeza—. Que alguien, deliberadamente, causó el accidente del avión.
—Ty, no sabes cuánto me complace que hayamos coincidido con respecto al mismo sitio de emplazamiento —expresó Dyson mientras se acomodaban en torno a la mesa para cenar—. Es el mejor de todos. Tiene el agua a pocos metros y una veta gigante de carbón bituminoso. Durante los primeros años, excavaremos en círculos alrededor de la nueva planta. Con ello, reduciremos los costos y aumentaremos la producción. —¿En cuánto tiempo piensas que percibiremos los ingresos? —preguntó Tara y luego hizo un gesto a la asistenta para que comenzara a servir el vino blanco. Dirigió a Ty una sonrisa rebosante de orgullo y emoción. Finalmente sus sueños se habían hecho realidad. —Eso es lo más interesante de todo —manifestó Dyson con entusiasmo—. Tenemos los hombres y las máquinas en la excavación Stockman. De modo que comenzaremos a trabajar en cuanto pavimentemos el acceso al lugar. Obviamente la planta de carbón requerirá algún tiempo, —construcción, puesta en marcha—, pero utilizaremos la planta Stockman de momento. El ingreso de dinero será casi in-mediato. Cathy escuchaba la conversación de negocios a medias solamente. Pensaba en la llamada que
acababa de hacer y los cabos que tenía que atar para dar coherencia a la historia del tío. Tomó la servilleta de hilo que estaba junto al plato y la desplegó sobre las rodillas. —Puesto que tu abogado tendrá los papeles listos para mañana —decía E.J. con la copa en alto —, no creo que sea prematuro brindar por la nueva sociedad, ¿no te parece Ty? Cathy no podía creer lo que escuchaba y de un movimiento involuntario, hizo caer el tenedor al suelo. Todos se volvieron hacia ella. —Lo siento... —Pero no se molestó en disculparse y clavó los ojos ojos en los de Ty —. ¿Qué hablaban de la sociedad? —Con E.J., invertiremos en el negocio del carbón —y levantó la copa con firmeza en dirección a
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3° de la Serie Los Calder Dyson. —No sabes cuánto he esperado este momento desde que te casaste con Tara. — Dyson hablaba satisfecho y Cathy lo miró al advertir la premeditación de sus palabras. Luego posó la mirada sobre Stricklin, pero agachó la cabeza cuando percibió que la observaba desde los anteojos. Prefirió guardar silencio. ¿Cómo probaría que su hermano negociaba con los hombres que probablemente eran los responsables de la muerte de su madre? Al concluir la cena, Cathy se las ingenió para llamar a un lado a Ty antes de que se uniera a los demás en el estudio. —No puedes hacerlo. No debes hacer negocios con ellos, Ty —insistió en voz baja. —Ya está hecho. —Todavía no has firmado ningún papel. Estás a tiempo de cambiar de idea. — Pero sabía que tenía que darle algún motivo convincente. Ty no le creería y sin pruebas, pensaría que Culley le había lavado el cerebro—. Ya sabes lo que papá piensa de esto.
—Económicamente hablando no tengo otra alternativa. —Ty apretó los labios—. Ahora yo soy el encargado de todo. Tú estabas presente el domingo cuando papá dijo que era yo quien debía tomar la decisión. Es mi deber procurar dinero, del modo que crea conveniente. Y eso es lo que hago. No hay lugar para los sentimientos en una decisión de negocios, aunque tal vez seas demasiado joven para comprenderlo. —No, no es eso —protestó la muchacha—. Y si te dijera que... —¿Ty? —Tara se asomó por la puerta—. ¿No vienes a tomar café con nosotros? —Advirtió la desesperación que agudizaba los rasgos de Cathy—. ¿Qué ocurre, Cathleen? ¿Ty no quiere darte permiso para el sábado en la noche? No te preocupes, le hablaré esta noche. Pero ahora, te lo robaré; papá tiene muchas cosas que conversar con él. Otra oportunidad perdida, al igual que la urgencia de contar a su hermano las sospechas que ella y Culley tenían con respecto a esos dos tipos. Al ver a Tara recordó que Ty jamás creería que su
suegro fuera capaz de semejante atrocidad. Tampoco ella estaba segura.
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Página 198 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder CAPÍTULO 29 No se había anunciado ni dado aviso con anterioridad. Pero no bien el primer agrimensor pisó la tierra Calder para demarcar el camino nuevo, la noticia sacudió el rancho como un azote de viento. La camioneta frenó en seco y despidió a Jessy hasta la puerta de entrada de El Colono. Voló por sobre los peldaños, con el rostro y el cuerpo tieso y preguntó a la pri-mera persona con quien se cruzó: —¿Dónde está Ty? Quiero verlo. Tara la enfrentó con sangre fría. —No creo que en este instante quiera verte.
—Me importa un cuerno lo que él quiera. Y guarda las uñas, ya he entregado mi renuncia y me marcharé a fin de mes. ¿Está en el estudio? —Está ocupado. —Intentó cortarle el paso, pero Jessy la eludió. —No tardaré mucho —prometió con voz firme. El griterío ya había llegado a oídos de Ty, que acababa de levantarse de la silla del escritorio cuando Jessy se introdujo intempestivamente. —Sólo quiero saber una cosa —dijo con severidad—. ¿Es cierto? Ty fingió no saber a qué se refería. Luego bajó los ojos y tomó los papeles de sobre el escritorio. —Sí, es cierto. El Triple Triple C será ahora un rancho minero. —Se produjo un silencio agobiante que Ty apenas podía soportar. —No quería creerlo hasta último momento. Pensé que eras un Calder; que sentías algo por la tierra. La decisión de Ty había despertado gran descontento y críticas reprobatorias entre los veteranos. Le dolía que volvieran a tratarlo como un extraño en su tierra, puesto que su único interés era salvar al rancho de la quiebra. —¿Querías algo más?
—Sí, enseñarte una cosa. Acompáñame —ordenó sin perder el tono desafiante. —Estoy ocupado ahora. —Ty no quería discutir su decisión. —No creo que una hora de tu tiempo te afecte demasiado —dijo al borde de la cólera—. ¿Te he
pedido algo alguna vez, Ty? Bueno, ¡te pido que vengas conmigo ahora! —Muy bien, te acompañaré. —Con gesto irritado, Ty arrojó los papeles sobre el escritorio y tomó el sombrero. Tara se le acercó de inmediato para detenerlo—. Es una cuestión de negocios, Tara. —Y salieron del estudio en silencio. Tampoco cruzaron palabra cuando Jessy se sentó al volante y se alejaron de El Colono. Jessy le ofrecía nada más que el perfil de sus rasgos afilados, curtidos por el sol. ¿Dónde vamos? —Ty preguntó luego de que salieron a la carretera y volvieron a tomar un camino de tierra. —Estamos por llegar. La senda se perdió en una maraña de malezas y la camioneta se detuvo en medio del campo.
Jessy apagó el motor y descendió sin ninguna explicación. Entre la maleza, había troncos caídos, rocalla y bandas alquitranadas. Parecía un viejo basural. Ty miró a su alrededor, sin ocultar la
Escaneado y corregido por ADRI Página 199 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder exasperación que le provocaba estar allí, por la fuerza. —Fíjate por dónde caminas —le advirtió cuando Ty avanzó—. Debe haber una vieja cisterna enterrada por aquí. —¿Qué es este lugar? —Aquí vivía tu abuela. Ty volvió a mirar la rocalla que cubría el suelo. Sabía tan poco de la vida de su abuela, salvo que había muerto al poco tiempo de nacer su padre. Sabía tan poco de su familia. Jessy parecía conocer la historia familiar mejor que él. Se enfureció más. —Quería que vieras lo que quedó de esta tierra luego de las excavaciones. Solía estar cubierta
de hierba... alta y espesa como la del Triple C. Ty se volvió hacia ella y vio la fuerza de sus rasgos, libres de maquillaje. —Mira —le ordenó—. Mírala bien, porque esto es lo que queda cuando levantas la tierra. — Jessy alargó el brazo hacia la escasez de pastura y la raleza de la hierba—. Está erosionada y quemada por el viento. Ni siquiera la maleza puede contenerla. —Pero hay que sembrarla y recuperarla. —Ty concedía que la tierra parecía un desierto —¿Crees que no se ha intentado ya? Se han levantado miles de hectáreas. — La voz le temblaba mientras intentaba dominarla—. Se ha sembrado nueva hierba, pero sólo la más fuerte resistió. Y aun así, necesita de muchos cuidados y trabajo y miles de litros de agua. Ya han pasado cincuenta años, y todavía hay lugares como éste. ¿Estás dispuesto a destruir la tierra por el carbón que guarda? ¿Destruirla no sólo para ti, sino para tus hijos? —¡Maldición, Jessy! No tengo otra salida. Necesito más dinero para continuar con el rancho. —¿Qué rancho? Ya no quedará nada cuando acaben con el carbón. ¿Qué quieres conservar, un lugar que dentro de treinta años será un desierto?
—Es que no me comprendes. —¡Tú eres quien no comprende! Lo haces por dinero, para tu beneficio. Dices que lo haces por el bien del negocio, por el progreso. Ty, tienes un valioso legado entre las manos. Una tradición que se enorgullece de haber cuidado de la tierra y de su gente. La perderás porque piensas que el dinero es más importante. Ty, este rancho es fruto del trabajo de la gente, y la única forma de destruirlo es desde adentro. Tú eres el corazón, Ty, y si el corazón falla, el resto morirá hasta desaparecer. La respuesta de Ty se escuchó luego de unos instantes. —Tienes razón. El viaje de regreso transcurrió en silencio; la única voz que hablaba era la de Jessy, pero en los pensamientos de Ty. Tampoco intercambiaron palabra cuando él se bajó frente a la casa. Tara lo acribilló a preguntas, pero Ty fue directo al estudio, tomó las llaves de la avioneta y salió en menos de un minuto. Sobrevoló el sitio elegido para el emplazamiento de la planta, tapizado de hierba espesa que
encerraba carbón de bajo contenido sulfuroso. Los agrimensores que trabajaban en el camino parecían puntos de colores sobre el verde, y los vehículos, tenían el tamaño de un juguete infantil. Hizo virar el avión hacia el este, y desde las alturas observó la tierra pelada que luchaba contra la erosión del viento y de la lluvia. Luego, cambió el curso hacia el rancho Stockman. El manto verde brillante de hierba especialmente cuidada contrastaba con el hoyo negro y la capa de polvo
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JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder que cubría las máquinas. La zona recuperada le pareció insignificante comparada con la porción de tierra removida, que la monstruosa excavadora había devorado siguiendo la veta subterránea. Cuando regresó a El Colono, llevaba los hombros erguidos y el paso firme. Entró en el estudio y
llamó a su padre al hospital para informarle de la decisión de romper el contrato con Dyson. —Me complace mucho —dijo alborozado—, pero, ¿qué harás ahora que no podrás contar con ese dinero? —Comenzaré de nuevo. —Ty le explicó algunos de los planes que tenía y untos esbozaron un programa de trabajo. No llegaría a resolver los problemas económicos del rancho, pero permitiría que se mantuviese a la espera de una suba en el mercado ganadero. —¿Y qué harás con Dyson? —preguntó el padre—. Te enfrentará, seas o no el yerno. —Es probable. —No esperes a confirmarlo —recomendó el padre e intercambiaron ideas para bloquear los posibles movimientos de Dyson—. Ten cuidado con él. Es muy astuto. —Sí, lo sé. Cuando concluyó de hablar con el padre, Ty llamó a todos los capataces y encargados de las distintas áreas de trabajo. Al cabo de una hora y media, los hombres se dieron cita en el estudio. La mayoría se veía reticente y fría con él. Le habían perdido la confianza y dudaban de que los tomara en cuenta para
las próximas actividades del rancho. —Cuando un hombre comete un error, tiene dos posibilidades. Puede apretar los dientes y empujar hacia adelante, fingiendo que tiene razón. O bien puede hacerse cargo de su error e intentar lo imposible para corregirlo. En pocas palabras: creí que las excavaciones mineras podrían ser la solución a nuestros problemas económicos, pero sólo nos traerán más inconvenientes. Romperé mi contrato con Dyson. —¿Es posible a esta altura de los acontecimientos? —Wyatt Yates lo miró con cierto recelo. —No lo sabré hasta tanto no lo intente. —Prefirió —Prefirió no asegurarles que podría deslindarse de la sociedad con Dyson—. Mientras tanto, quiero que tomen el teléfono y llamen a todos los criadores del país para vender los dos studs, salvo el potrillo hijo de San Peppy, que lo reservaremos para servir en el futuro y las yeguas de Cougar. El resto, véndanlos todos. Las mismas instrucciones fueron impartidas a Arch Goodman. —Vende todo el ganado grande y aparta el grano que queda para engordar los terneros de la próxima parición. Reduciremos las
perdidas ahora antes de que el mercado continúe bajando. —Pero ofrecer el ganado ahora causaría una baja mayor en los precios — apuntó Goodman. —Por el momento, no puedo preocuparme por las ganancias de los demás. Haz los arreglos necesarios para transportar la hacienda y consigue los mejores precios que puedas. Cuando Arch salió del estudio, Tara entró con una sonrisa de curiosidad. —Pero, ¿qué sucede esta tarde? ¡Qué movimiento de gente! —Estoy poniendo en práctica la reducción de costos, en todo el rancho, lo cual supongo te disgustará. —¿Qué quieres decir? —Que tendrás que avisar a la cocinera y al ama de llaves que prescindiremos de sus servicios a partir de fin de mes.
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El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder —Debes estar bromeando. —La sonrisa de Tara se apagó repentinamente—. No puedes hacer eso. Las necesito. Recibimos invitados casi todos los fines de semana. —Deberás explicar a tus huéspedes que tendrán que tenderse la cama y lavarse la vajilla por sí solos, o buscar alguna actividad mientras tú lo haces. Este es un rancho de trabajo, no un hotel de verano, con servicio de cuartos y restaurante. —Pero es absurdo. Son personas importantes y no puedo pedirles que vayan a la cocina a lavar la vajilla. —¿Quién sabe? Tal vez les resulte divertido. —Bueno, pero no esperaré para averiguarlo —le informó agitando los brazos —. Ni la señora Torton ni Simone se marcharán de aquí. Esta es mi casa y no me dirás lo que debo hacer con ella. Yo no te digo cómo debes manejar tu rancho. —Estás equivocada, ésta es nuestra casa y nuestro rancho. Nos pertenece a los dos por igual. —No me importa lo que hagas del rancho. Te he dicho cientos de veces que contrates a un
administrador para que se ocupe de eso, pero no quieres escucharme. —Te escuché pero no estoy de acuerdo. —Entonces tampoco yo coincido contigo en despedir a Simone y a la señora Torton. —Pero he tenido que reducir todos los gastos... inclusive los de la casa. De De modo que si quieres pagarles de tu bolsillo, no me opondré. —¿Por qué te preocupas por el dinero otra vez? —Tara estaba confusa—. Pensé que la sociedad con papá lo arreglaría todo. Tendremos más de lo suficiente cuando se empiece a vender el carbón. —Es que no habrá más dinero porque no venderemos carbón —declaró Ty con efervescencia cuando se abrió la puerta de entrada. —¿Cómo? ¿Desde cuándo? —Pero la llegada de Dyson interrumpió las preguntas de Tara—. ¡Aquí estoy, papá! —Atravesó el estudio para recibirlo cuando entró—. Ty acaba de decirme no sé qué tontería, que no quieres vender el carbón, y yo... Ty la interrumpió al ver el asombro de Dyson. —Me alegro de que haya venido, EJ. Estaba a punto de explicar a Tara que he decidido no seguir adelante con la sociedad.
—No comprendo. Ya está todo arreglado. ¿Qué sucede? ¿Estás desconforme con los términos de la repartición de las ganancias? ¿Crees que te corresponde un por-centaje mayor? —No, no me quejo de los porcentajes. No quiero utilizar la tierra. tierra. No habrá ninguna excavación minera en la propiedad de los Calder. Propongo que disolvamos la sociedad en términos amistosos. —Seguramente fue ella, ¿no es cierto? —lo acusó Tara—. Estabas de acuerdo hasta que ella vino a verte esta tarde. —Jessy no tiene nada que ver. Tal vez me abrió los ojos a algunas cosas, pero la decisión la tomé yo. —Tenemos un contrato firmado legalmente. —Bueno, pero yo me retiro de la sociedad. Ahora, podemos hacerlo amistosamente o no. Usted tiene la última palabra. —Ty se empeñaba en evitar el enfrentamiento directo. —Creo que estás equivocado, chico. Un contrato es un contrato —Dyson insistió —. Ya es tarde
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Página 202 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder para que te eches atrás. —Nunca es tarde —lo corrigió Ty—. Tiene veinticuatro veinticuatro horas para sacar a los agrimensores de mis tierras, porque no habrá camino, no habrá excavación ni planta de carbón. —Te repito que tenemos un contrato firmado. —¡Entonces tendrá que demandarme por rescisión de contrato! —Olvidas algo, Ty. Yo poseo los derechos de explotación minera de esas tierras, y no te preciso como socio. Negocié contigo porque me pareció justo que compar-tiéramos las ganancias. Pero si te arrepientes, no te mereces ni un centavo. Hay una fortuna aguardándonos, y yo no soy tan tonto para desperdiciarla. Pensé que eras inteligente, pero has dado un paso en falso. Sacaremos ese carbón quieras o no, y si te empeñas en esa postura, no recibirás nada.
—Ahora es usted quien olvida un detalle. Esa porción de tierra está encerrada en la propiedad Calder, y no sé cómo hará para atravesarla. —Por el bien de Tara Lee he tratado de no enfrentarme contigo, pero no me dejas otra salida. Recuerda que has sido tú quien comenzó todo. Deberás atenerte a las consecuencias de tus actos. —Tieso de ira, Dyson se volvió hacia su hija, que temblaba de furia—. Lo siento, Tara, pero ya ves cómo son las cosas. —Dirigió a Ty una mirada encolerizada y se encaminó hacia donde estaba su socio, que había optado por no incluirse en la discusión—. Vamos, Stricklin. Salgamos de este lugar ahora mismo. Cuando los dos hombres desaparecieron, Ty vio que Tara luchaba por dominarse y el intento resaltaba su vibrante belleza. Cruzó la habitación hacia él y la gallardía de su cuerpo demostraba que no quería suplicarle. —¿Cómo puedes hacer esto? —Luego inesperadamente, apretó las curvas de su cuerpo contra él y enroscó los dedos en el cuello de la camisa con extraña desesperación—. No lo hagas, Ty. Por favor.
Ty la rodeó con los brazos y besó la seda negra de su cabello. —Trata de comprenderme, Tara. No quisiera hacerlo, pero es mi deber. Por el rancho... por la herencia de la tierra. Con un gesto negativo que rozó la mejilla de Ty, ella se resistió a las palabras terminantes de Ty. Le hundió la mirada urgente de sus ojos oscuros y levantó la mano para rozarle la mejilla en una frenética caricia. —Tienes tiempo de cambiar de opinión. Puedo hablar con papá y hacer que se calme. Puedo explicarle que estabas un poco confundido. —Le tomó la cara con las manos para obligarlo a beber de sus labios jugosos y sedientos de pasión. Lo besó con una ansiedad salvaje, desenfrenada—. El comprenderá. —Entre mordiscos incitantes, susurraba las palabras en la boca de él—. Sé que entenderá. —Sus labios lo dominaban y le arrancaban impulsos de fuego que lo llevaban a estrecharla con mayor vehemencia—. Todo se arreglará. Ya verás. —Tara, no —dijo él con voz cargada de deseo mientras le rozaba la mejilla mejilla con la boca—. No cambiaré de opinión. Tara lo apartó con los brazos extendidos.
—Pero has firmado un acuerdo con él, y le has dado tu palabra. Pensaba que tus promesas eran ciertas. —Pero tengo un compromiso anterior que no puedo conciliar con el trato que hice con tu padre. Le debo todo a la tierra.
Escaneado y corregido por ADRI Página 203 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder —¿Cómo puedes ser tan tonto? —Ella se arrancó de sus brazos, disgustada nuevamente—. ¿No te das cuenta de lo ricos que podríamos ser? Hay una fortuna allí afuera. —Y es donde se quedará. —No, no lo hará. La compañía de papá la extraerá... toda. Y la mitad puede ser tuya, si sólo me escuchas. —No.
—Si rechazas esta oportunidad, entonces nuestro matrimonio no te importa en absoluto. —Tara lo miraba indignada y erecta—. Te empeñas en sacrificar nuestro futuro, es decir no te importa lo que pueda sucedernos. —Tara... —Exhaló pesadamente. —Cuando mi padre salga de esta casa, me iré con él. —No me amenaces en vano. —Lo exasperaba que utilizara este problema para probar su amor por ella. Pero no tendría que haberlo dicho. Con una furia casi aristocrática, Tara salió de la habitación. Una hora después, Ty hablaba por teléfono cuando escuchó el golpeteo de maletas y portazos que provenían del dormitorio principal. Apenas lograba retener las palabras del abogado mientras le llegaban los sonidos de la partida... pasos que descendían las escaleras, portezuelas que se abrían y cerraban, baúles, y el encendido de un motor. De pronto, se abrió la puerta de entrada, y alguien entró en la casa. Sólo por un instante, Ty se permitió admitir cuánto apoyo y comprensión necesitaba de su esposa en una encrucijada como ésta.
—¿Dónde va Tara? No me dijo que tenía pensado viajar. —Cathleen tuvo que esperar a recibir la explicación hasta que Ty cortó la comunicación con el abogado. Con las primeras veinticuatro horas, comenzó el agonizante juego de la espera. Tarde o temprano, Dyson haría la primera movida. Ty sólo tenía que predecir cuál sería y por dónde atacaría. Todo el rancho estaba en alerta general y tenía órdenes de informar de inmediato la presencia de cualquier desconocido que pisara la tierra del Triple C, y sacarlo del rancho, si era preciso, por la fuerza. Todos los vaqueros regulares suspendieron sus tareas y se plegaron en el distrito noroeste. También Jessy fue transferida temporariamente del campamento oriental de Wolf Meadow. Para atravesar el rancho, tenía que tomar una sección del camino del este que llevaba a Blue Moon. El polvo se levantaba detrás de la camioneta mientras Jessy parecía internarse en la luz magnífica del sol de la madrugada. Estaba concentrada en el camino, para no pasarse del giro que debía dar hacia el sur. No habría advertido el vehículo oculto si no le hubiera pegado en los ojos el
reflejo del sol que se estrellaba contra una de las ventanillas. Le resultó sospechoso que algo brillara con tanta intensidad en el descampado y aminoró la velocidad para desentrañar el misterio del resplandor. Estaba a punto de convencerse de que no había sido más que un vidrio roto olvidado entre la maleza cuando localizó a un vehículo de doble tracción. La trompa cuadrada del jeep estaba bien escondida detrás de unos arbustos altos, que se mimetizaban con el verde oscuro de la carrocería. Sin el menor titubeo, dio marcha atrás en busca del conductor. Mientras tanto,
informó por el
Escaneado y corregido por ADRI Página 204 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder micrófono de la radio interna el lugar y los detalles del hallazgo. Pero no le costó mucho
rastrearlos. Sólo tenía que seguir las banderillas rojas clavadas a los lados del sendero para llegar a la tropilla de agrimensura. El ruido de la camioneta les ofrecía tiempo suficiente para escapar, pero los tres hombres no atinaron a moverse. Jessy echó mano del rifle de doble cañón, con que estaban equipadas las camionetas de casi todos los ranchos del país, y bajó del vehículo, apuntando hacia abajo. —Están invadiendo propiedad privada. Recojan sus aparatos y váyanse de inmediato. —Estamos en tierras del gobierno, y haciendo un trabajo especial — respondió uno de los hombres, que llevaba puesta una chaquetilla terracota. —Pero están dentro de la cerca de los Calder —dijo sin discutir discutir la titularidad de las tierras—. Tengo órdenes de sacar a todo desconocido, por la fuerza, si es preciso. — Cambió el rifle de mano y lo acercó al hombro—. Les repito: lárguense ya. ¿A qué hombre le gusta verse amenazado físicamente por una mujer? —Le recomiendo que deje ese rifle antes de que le traiga dificultades, señora —amenazó el agrimensor. —Será usted quien tendrá dificultades, señor. —Cuando el hombre dio un paso adelante, Jessy
apuntó y descerrajó un disparo que pasó zumbando a dos centímetros de la cabeza del agrimensor. El hombre se detuvo en seco; ignoraba si el tiro había errado accidentalmente o no—. Llevo un rifle desde los doce años, y si quiere saber si una mujer puede acertar en el blanco, dé otro paso y lo verá. Ahora, recojan sus cosas y empiecen a caminar. Los hombres intercambiaron miradas de indecisión. Jessy accionó el cargador y apuntó a la banderilla roja que estaba junto a ellos. Cuando la estaca se partió al medio, los hombres parecieron convencerse, y el tercer disparo que acertó a los pies de ellos, les quitó toda posible duda. —Esta mujer está loca —musitó el de la chaquetilla terracota y miró a los otros dos mientras se apuraba a guardar los equipos y recoger las estacas embanderilladas. Jessy ya había escuchado los motores que se aproximaban, y luego de unos minutos aparecieron en escena los vehículos al mando de los hombres del Triple C, entre quienes se encontraban Ty y Cathleen. Dos camionetas acompañaron al jeep hasta el portón este del rancho, y el resto improvisó una reunión de control. —Creo que querían probar nuestra reacción —opinó Ty, convencido de que
habían venido con intenciones de averiguar hasta qué punto resistiría el ataque, y si es que opondrían resistencia alguna. —¡Eh, Ty! —gritó Tiny Yates desde una camioneta—. Acabo de escuchar en la radio interna que Ruth Huskell ha sufrido un ataque al corazón. Ya aprestaron el avión para llevarla al hospital. —¡Nana Ruth! —exclamó Cathy. La mujer había sido como una abuela para ella, y se le llenaron los ojos de lágrimas.
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JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder CAPÍTULO 30 Ruth Huskell halló su morada final junto a las tumbas de la familia Calder y recibió el último
saludo del rancho Triple C, en pleno. Cuando concluyeron los servicios religiosos, Jessy no se movió. El sol ardiente resaltaba el azul del mismo vestido que había llevado en el funeral de Maggie. Evocaba los momentos cuando se había sentado junto a ella, recordaba la visita que Ty le había hecho en la casa. Entre el grupo de los asistentes, reconoció la figura de Ty, que se detenía para intercambiar unas palabras con el sacerdote. Con un brazo protegía los hombros de Cathleen, pálida y consumida de dolor. Sintió una pena inmensa por la muchacha que, en un tiempo tan corto, había perdido a las dos mu-jeres más cercanas a sí. Nada más que por ello Jessy se abrió paso entre la multitud y se arrimó a Cathy para ofrecerle sus condolencias. Se decía que Tara había abandonado a Ty por la discusión que había sostenido con Dyson. Puesto que él no había ofrecido ninguna explicación por la ausencia de su esposa, nadie osaba preguntar. Pero ahora que lo veía de cerca, notaba en sus rasgos el hondo pesar que lo agobiaba. Si bien Jessy comprendía el conflicto que generaba la división de lealtades que Ty debía definir, aún
pensaba que Tara había sido muy infantil en abandonar a Ty cuando más la necesitaba, si es que así había sucedido en realidad. De todos modos, Jessy no buscaba restablecer la relación con Ty. Era una historia del pasado. Ty había escogido y ella respetaba su decisión. —Lo siento, Cathy —murmuró luego de cruzar una mirada breve con Ty—. No creas que a todas las personas que amas debe ocurrirles algo así. La vida tiene momentos difíciles. Pero gracias a ellos, apreciamos mucho más los buenos tiempos. —Lo sé. —Contuvo las lágrimas que se le agolpaban en los ojos y miró al gentío que la rodeaba —. Pensé que Tara vendría al funeral —dijo en voz baja; también también se sentía traicionada por ella. Ty tenía la mandíbula apretada cuando miró a Jessy. —Se supone que debería ir tras ella. Es otro de sus juegos. —Entonces, ve a buscarla —dijo Jessy con naturalidad. Las miradas quedaron entrelazadas un momento hasta que Ty asintió con la cabeza. —Sí, eso es lo que haré. —Ty. —Cathy codeó levemente al hermano—. Mira esos dos hombres que se acercan.
Caminaban con los brazos pegados, ocultando las esposas que los unían de las muñecas. La prisión había permitido a Buck Huskell que asistiera al funeral de la madre, acompañado de un guardia. Llevaba el sombrero en la mano, y la cabeza desnuda exhibía el platinado paso del tiempo, si bien su rostro conservaba toda la fuerza de la juventud, como un niño que se niega a crecer. —Quería agradecerle por haber cuidado de mi madre y por el funeral que le brindó. —Echó una mirada a la tumba todavía descubierta—. Ojalá me hubieran dejado verla cuando vivía. —En mi opinión, usted la mató. —Ty no podía hallar perdón para este hombre —. Cada vez que lo visitaba en la prisión, moría un poco. En el lugar de ella, hubiera dejado que se pudriera en esa celda. Los ojos azules de Huskell se encendieron de odio. —Escuché que le arrebataron una porción de su preciosa tierra Calder y que no puede hacer nada para impedirlo. Ya no es tan poderoso, señor.
Escaneado y corregido por ADRI Página 206 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder —Ha enterrado a su madre. Ahora, lárguese de mis tierras —ordenó —ordenó Ty secamente. Huskell intentó abalanzarse sobre Ty, pero sintió el tirón de la cadena de las esposas. El guardia lo retuvo del brazo y le murmuró unas palabras al oído. Huskell se arrancó del brazo del policía, y las cadenas metálicas vibraron. Clavó los ojos en el rostro de Ty y luego dejó que el guardia se lo llevara. Luego de un instante, la estridente insistencia de una bocina destruyó la calma del cementerio. Ty giró raudo y vio que una camioneta se aproximaba a toda velocidad y que las ruedas chirriaban al detenerse. —¡Nos invaden! —Repp Taylor saltó de la camioneta y vociferó la noticia—. noticia—.
¡Y son muchos... camiones, aplanadoras de caminos y decenas de hombres! Antes de que Repp terminara de gritar el anuncio, Ty se echó a correr en dirección al vehículo más próximo. Se maldijo por no haber previsto que Dyson aprovecharía esta circunstancia para asestar el primer golpe, mientras la totalidad del rancho estaba presente en el funeral de Ruth Huskell. Debía detener el avance de los equipos mientras estuvieran dentro de los límites de la propiedad Calder. En cuanto alcanzaran las tierras fiscales ya no podría echarlos. No hizo falta que Ty impartiera la orden para que los hombres se juntaran dentro de los vehículos. Todos vestían los mejores trajes, sombreros y camisas blancas con botones de perla. En menos de cinco minutos, el cementerio quedó sumido en la polvareda que levantaron los vehículos al acelerar. Las mujeres que quedaron, entre las que se contaban Jessy y Cathleen, comenzaron a organizarse en grupos; si bien estaban a la espera, jugarían un papel determinante en un posible enfrentamiento. La caravana de camionetas se dirigía a toda velocidad hacia el sitio de la
invasión. Conducían a ciegas, debido a la neblina de polvo que se desprendía de las ruedas que giraban alocadamente. Uno de los vaqueros vio una camioneta en la zanja que bordeaba el camino y con el brazo fuera de la ventanilla, agitó el sombrero para alertar al resto de la caravana. —Esta se ha descompuesto, seguramente. No deben estar lejos. A menos de diez kilómetros divisaron los vehículos que avanzaban muy lentamente, aún sobre la tierra Calder. Las camionetas se adelantaron para rodear las máquinas e interceptarles el paso. La aplanadora detuvo la marcha y quedó apuntando a los vaqueros del Triple C que formaban una muralla delante de las camionetas. —¡Están en propiedad privada! —Ty se adelantó para que lo vieran—. ¡Pongan la reversa y lárguense de aquí! —¡Tenemos permiso de acceso! —respondió una voz. El motor de la aplanadora comenzó a rugir como un toro embravecido y descendió la pala gigantesca hasta unos centímetros del suelo. ¡Qué mejor arma para barrer con los obstáculos del
camino! Accionó el cambio y empezó a avanzar hacia las dos camionetas para derribarlas. Ty se replegó detrás de la primera camioneta que encontró. —Parece que son sordos —dijo a Wyatt Yates y señaló el rifle que el vaquero tenía en la mano —. Tal vez puedas abrirles los oídos. Yates sonrió y comenzó a disparar a la aplanadora, que rechazaba las balas con
su cuerpo de hierro. Otros vaqueros se sumaron al griterío de pólvora, armados con los rifles de las camionetas del rancho. No bien una bala se estrelló en el interior de la cabina de la aplanadora, el motor ahogó el rugido y el conductor saltó y corrió a refugiarse en los otros vehículos. A una señal de Ty,
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3° de la Serie Los Calder el tiroteo cesó por completo. —¡Díganle a Dyson que no se atreva a cruzar por mis tierras ! —Las cruzará. Tal vez ahora no, pero lo hará tarde o temprano. Era evidente que el próximo enfrentamiento no tardaría mucho en llegar. En cuanto los vehículos atravesaron el portón oriental, los camiones y las máquinas redujeron la marcha hasta instalarse sobre la carretera. —No piensan marcharse —apuntó Repp a Ty. —Tampoco nosotros. —Por el momento, no era más que una tregua, pero no duraría mucho. Tanto Ty como Dyson no podían tener las máquinas y los hombres inactivos tanto tiempo. La vigilancia se mantuvo toda la tarde y parte de la noche. Las mujeres se reunieron en la cocina para abastecer de alimentos y ropa a los hombres. Ty no despegaba los ojos de las máquinas ni de los hombres que las conducían y exhalaba con impaciencia el humo del cigarrillo. —¿Ty? —Una voz lo desconcentró y se volvió hacia donde provenía. Cathy se aproximaba corriendo—. ¿Ty, te encuentras bien? ¿Qué sucede?
—Nada. ¿Qué haces aquí? Deberías estar en la casa. —No podía estar tranquila allí. Luego, vio que Jessy se aproximaba. Vestía ahora los habituales vaqueros, las botas y el sombrero. —¿Quieres café? —Le alcanzó una taza de la humeante infusión—. Dije a Cathy que me acompañara. —Bueno, ya que estás aquí —se dirigió a la hermana—, tráeme unos emparedados. —Esperó hasta que Cathy se alejara—. Este no es un lugar para ella. —Esa es la opinión de un hombre, quien nunca se queda en la casa preocupado. Cathy temía que te ocurriera algo. Eres lo único que le queda. Además prefería dormir en una camioneta a tener que pasar la noche sola en la casa. —Está bien. ¿Recibieron algún mensaje del abogado Silverton? —No. Te habríamos informado al instante. —Silverton está tratando de obtener una orden judicial para detener el avance de Dyson. He reactivado el juicio por las tierras y tal vez pueda inmovilizar a E.J. —Pero eran trámites que
estaban fuera de su radio de acción. —¿Qué crees que liará Dyson? —No lo sé. —Ty acabó de fumar y aplastó la colilla con el tacón de la bota —. Tal vez quiera entretenernos aquí para colarse por otro lado. —Se volvió hacia ella y la estudió un momento—. ¿Qué haces aquí? Mientras la observaba, percibía la tranquila seguridad de sus rasgos, la abnegación con que aceptaba su destino. Pero había otras sensaciones que no podía poner en palabras. —Alguien tiene que cuidar de Cathy. —Bien. —Una estrella titiló en el cielo púrpura de la noche; le recordó a Tara. Debería ser ella
quien cuidara de su hermana. Jessy se percató del cambio que se dibujaba en la expresión de él y se alejó, sintiéndose culpable.
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Página 208 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder Cerca del mediodía siguiente, un jinete se acercaba desde el norte hacia el enjambre de camionetas del rancho apostadas en la salida oriental. —¡Tío Culley! —Cathy fue la primera en reconocerlo—. Tenemos que hablar con Ty de nuestras sospechas. Tal vez juntos logremos convencerlo. —No hay caso, ya te lo he dicho. —Pero tendremos problemas aquí; ya hubo un tiroteo. Y si Dyson y el socio intentaron matar a mi padre, ¿qué crees que les impedirá deshacerse de Ty? Tenemos que alertarlo, por las dudas. La sirena de un automóvil agitó la serenidad con que había transcurrido la mañana de vigilia. Cathy se aferró al brazo del tío al reconocer el carro de la policía. Ty se recargó contra el poste del portón que cerraba la entrada al rancho y aguardó a que Blackmore saliera del auto, seguido de dos uniformados. El comisario se arregló el cinto y se ajustó la cartuchera de la pistola con aire de satisfacción.
—Los tiempos han cambiado, Calder. —¿Lo cree? —Ty no alteró de posición y raspó una cerilla contra el poste para encender un cigarrillo. —¿Ya se enteró del permiso? Tengo un papel firmado y sellado legalmente, que dice que el gobierno autoriza el acceso a las tierras que posee al oeste de aquí. —El comisario sacó un documento sellado para que Ty lo examinara—. Les concede el permiso para que crucen su rancho. Ty rechinó los dientes mientras desplegaba la orden. No creía que Dyson la conseguiría tan pronto. Sin duda había tomado un atajo inescrupuloso. —Bien, parece ser un permiso de acceso... cien metros de ancho... pero esta descripción legal no me aclara el lugar exacto. Estoy seguro, comisario, de que debemos hacer todo por vía legal. El gobierno no desearía que la gente utilice un camino que no le corresponde por derecho. Contrataré un agrimensor para que verifique con precisión las medidas del permiso. Claro que puede tomarme algún tiempo.
—Se cree muy astuto, ¿verdad, Calder? Por ahora, lo único que Ty lograba era ganar un poco de tiempo. —Sólo acato la ley. —Oh, qué ciudadano tan respetable —se burló el comisario—. Pero además, tengo otro papel; una orden de arresto contra usted. Ty escuchó el rumor de los hombres detrás de él. —¿Bajo qué cargos? —Ataque con arma de fuego, destrucción intencional de bienes ajenos e incitación a la violencia... la lista es larga. —Son todas mentiras. —Dejemos que el juez lo decida. —El hombre sonrió—. Ahora, ¿me acompaña pacíficamente, o debo agregar a la lista resistencia a la autoridad pública? —¡No! —Cathy corrió a interceder entre los hombres—. ¡No ¡No puede llevárselo! —Cathy —Ty la apartó—, no pueden retenerme mucho. Estaré libre en unas horas. —La
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Página 209 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder depositó en las manos del tío y se volvió hacia la mujer alta que estaba a su lado —. Jessy, llama a Silverton e infórmale del permiso y de los cargos falsos. —Sí. —¡Ty, no comprendes! —Cathy intentaba librarse de las manos del tío—. Culley, explícaselo. —Cállate, niña —le ordenó en voz baja—. O nos llevarán a nosotros también. ¿Qué ayuda podremos brindar a tu hermano, entonces? Cathy cejó el forcejeo y observó rígida a Ty, quien se encaminaba al automóvil policial. —No es necesario, comisario —musitó Ty al escuchar el ruido de las las esposas.
—Esposo a todos mis prisioneros. Es el procedimiento legal —ironizó —ironizó el policía y le bajó la cabeza para introducirlo en el asiento trasero de la patrulla. Una casa rodante en Blue Moon hacía las veces de oficina contable de la mina y de cuartel general, desde donde Dyson comandaba las operaciones tácticas en contra del rancho Triple C. Cortó la comunicación y se reclinó en la silla giratoria. —Ty ya no estorbará. Está encerrado en la celda de seguridad. El comisario comisario puede retenerlo allí por veinticuatro horas, es decir —consultó el reloj que llevaba en la muñeca —, otras veinte horas antes de que tenga que liberarlo o imputarle oficialmente los cargos y soltarlo bajo fianza. Qué oportuno que mañana sea sábado. —El brillo que adquirió en los ojos revelaba que había calculado hasta el último minuto de su accionar—. El juez no podrá intervenir hasta el lunes. —No hay que preocuparse por el juez —aseguró Stricklin con la calma que lo caracterizaba y prosiguió escarbándose las uñas. Tara rompió el hechizo que la clavaba a la ventanilla de la casa rodante y giró hacia el escritorio. —¿Es necesario que Ty esté encerrado en la cárcel? —La forma más rápida de ganar una batalla es separar al general de la tropa. tropa.
Por mucho que le sea leal, sin la cabeza pensante no sabrán qué hacer. Tengo casi tres días para que ejecuten el permiso de acceso. El lunes, las máquinas ya estarán trabajando y todo se acabará, menos los gritos de protesta. Espero que el imprudente de tu esposo haya aprendido la lección. Stricklin se levantó de la silla. —Pasaré por la comisaría para verificar que todo marcha bien. —Haz lo que quieras —profirió Dyson encogiéndose de hombros, pero cuando el socio desapareció entrecerró los ojos—. No sé qué le ocurre últimamente. Controla y verifica dos veces cada pequeño detalle. —Siempre ha sido muy extraño. —Tara no veía ningún cambio, además del hecho de que nunca le prestaba demasiada atención. —Pero ahora es diferente. —Papá, ¿qué pasaría si fuera a ver a Ty? Tal vez pueda hablarle... hablarle... y hacerlo entrar en razones. —Tara Lee —Dyson se levantó del escritorio y tomó a la hija de los hombros —, en este momento, Ty está disgustado y enfurecido por verse encerrado. Nada de lo que digas lo hará
entrar en razones. Pero luego de estos tres días, durante los cuales no tendrá otra cosa que hacer más que pensar, estará dispuesto a admitir que ha cometido una equivocación. — ¿Por qué habrá tenido que hacer esto? —Tara no tenía dudas del triunfo de su padre, pero
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JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder no quería que Ty acabase arruinado por completo. Si el matrimonio pretendía lograr algo para el futuro, Ty tendría que conservar lo poco que Dyson pensaba dejarle. Una mosca revoloteaba por la barba de Ty. Intentó espantarla pero el insecto reanudó el ataque contra el cuerpo sentado sobre el catre. El silencio del confinamiento se exacerbó con el vuelo insistente de la mosca y Ty se palmeó los muslos con impotencia. Escuchó que una puerta se abría en las oficinas de la comisaría, y se apretó
contra las rejas. Era angustiante desconocer lo que ocurría en el rancho o cuándo lo liberarían. —¿Dónde está mi hermano? ¿Qué le han hecho? —La voz de Cathy se filtró por las paredes de la celda—. Quiero verlo. —Ty comprobó que su hermana había venido sola. —No puede ver al prisionero ahora... hasta que no se le imputen los cargos. Además, la cárcel no es un lugar para niñas —insistió el comisario. Ty coincidía plenamente. —¿Cómo sé que está bien? ¿Que no le han pegado? Niña malcriada y testaruda, quien le habrá dado permiso para venir, pensó Ty desde la celda. Bueno, en realidad, nunca pedía permiso para hacer lo que quería. —¡Cathy, estoy bien! —gritó Ty para asegurarse de que lo oyera—. ¡Ahora vuelve a casa! —¡No, me quedaré hasta que te dejen salir! Ya conocía cuán obstinada podía ser su hermana y sacudió la cabeza exasperado. —Me quede sin cigarrillos. Ve a comprarme un paquete. —Por un instante, Ty pensó que ella se negaría. —Bueno, regresaré en cinco minutos. Ty escuchó un abrir y cerrar de puertas y los ruidos de la oficina retornaron a ser los habituales:
la campanilla del teléfono, el golpeteo de las teclas de la máquina de escribir y el zumbido de la radio. Cathy sentía la impotencia de saber que el comisario era un títere de Dyson y temía por la seguridad física de Ty. Torturada por sus pensamientos, no reparó en el hombre que se aproximaba por la acera recién pavimentada, pero se paralizó al reconocer a Stricklin. —¿Ha venido a ver a su hermano? —El la estudiaba con los ojos opacados por los lentes. —No me permiten verlo. —Cathy explotó sin medir las consecuencias—. ¡También usted debería estar entre rejas! ¡No puedo probar todavía que mató a mi madre! ¡Pero ya lo haré! —lo amenazó y siguió caminando hacia la camioneta. La acusación abierta lo desconcertó y miró a su alrededor para verificar si alguien había presenciado el encuentro. Como una computadora, repasó las oportunidades que tendría de repetir este momento invalorable, y se abalanzó sobre el vehículo no bien se puso en marcha. —¿Qué hace? ¿Está loco? —Cathy intentó disminuir la velocidad, pero él clavó el pie en el acelerador y se apoderó de una sección del volante. Cathy no podía combatirlo: tenía que
concentrarse en el camino o acabarían por estrellarse. —Sólo haz lo que te digo. Cathy no tenía la menor intención de acatar las órdenes de Stricklin y trató de abrir la portezuela para arrojarse al camino. Pero él frustró el intento al doblarle el brazo detrás de la espalda. Le produjo un dolor tan intenso, que pensó que le quebraría los huesos. Cuando tomaron la carretera, Cathy vio unos automóviles y algunos camiones frente al bar de
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JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder Sally y con la mamo que aún tenía libre, intentó accionar la bocina. Pero la presión sobre su brazo se agudizó tanto; que le arrancó un grito de dolor. Ya habían dejado atrás el pueblo y las posibilidades de que los vieran eran casi nulas. Nadie
sabía que había salido del rancho, a excepción de Ty. Stricklin la separó del volante de un sacudón y tomó un sendero poblado de maleza y hierba crecida, lo cual indicaba el uso inexistente de esa vía. A lo lejos, se divisaba una casa de madera, aunque el establo y el cobertizo estaban en ruinas. —Recuerdo haber sobrevolado este lugar, y pensaba qué desolado y extraviado del resto del mundo... tan alejado de la carretera —murmuró Stricklin cuando bajaron frente a la casa. Llevaba una cuerda que había encontrado en la camioneta. Todas las ventanas estaban selladas con cartón, aunque la luz se colaba por las rajaduras del techo y de la madera. Las telarañas se le pegaban en la cara, como queriéndola atrapar con sus infinitos hilos de seda. Recorrieron la casa hasta llegar a la cuarta habitación, que semejaba un dormitorio, cuya única salida era la puerta que Stricklin obstruía con el cuerpo. Cathy lo miraba con recelo mientras se masa-jeaba el brazo dolorido. —¿Quién más sabe lo del accidente? —preguntó con paciencia ominosa. —Nadie más. —Mentirosa —dijo con serenidad mientras la boca fingía una sonrisa
espeluznante—. Bueno, no importa. No es difícil de adivinar. —Buscó en el interior de la chaqueta y sacó una estilográfica y un papel—. Escribirás una nota a tu noviecito. —¿Repp? —Cathy pronunció el nombre en un suspiro de desconsuelo, al advertir que Stricklin pensaba que le había confiado el secreto—. El no sabe nada. —Es un gesto muy noble de tu parte. Toma. —Extendió el papel. —No. —Retrocedió un paso—. No escribiré ninguna nota. —Temo que lo harás. —Pensaba que nunca llegaría —dijo Ty al ver al abogado. —Quisiera hablar con mi cliente en privado —declaró el abogado al comisario que no se movía de la puerta de la celda. Blackmore se encogió de hombros resignado y dejó a solas a los hombres
—. Qué suerte que la policía local no patrullaba las calles. De lo contrario estaría encerrado con usted por exceso de velocidad. —¿Cuánto tardará en sacarme de aquí?
—No puedo hacer mucho, hasta tanto no intervenga el juez. Quieren aprovechar hasta el último minuto. Tampoco puedo pagar la fianza hasta tanto no se le formalicen los cargos. Tratarán de tenerlo encerrado todo el tiempo que les sea posible. —¿Y la orden judicial para impedir el acceso? ¿Pudo obtenerla? —Hasta ahora, no —admitió Silverton compadeciéndose de Ty mientras maldecía por lo bajo—. No sabe lo lenta que puede ser la justicia en un pueblo pequeño. —Sí, lo sé. Quiero que se comunique con Potter. El conoce toda la historia turbia del lugar, y sabrá decirle quién merece nuestra confianza. Ya está viejo y enfermo, pero no ha perdido la lucidez.
Escaneado y corregido por ADRI Página 212 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder CAPÍTULO 31 El sol de la tarde alargaba las sombras de vaqueros y vehículos apostados en el acceso oriental del rancho. Los hombres se refugiaban a la sombra de los árboles: el calor
había puesto al rojo las chapas de las carrocerías y repelían todo contacto corporal. Sin embargo, el aparente letargo no era más que un intento de reservar fuerzas y energías. Cada hombre escudriñaba el camino y el movimiento del oponente. Cuando apareció un automóvil oscuro, todos se pusieron de pie para interceptarlo en su avance. Ty descendió y el grupo se desarmó para rodearlo y palmearle la espalda a modo de bienvenida. —Bueno, ¿qué novedades hay, jefe? —Sí, ¿qué hacemos? —repitió otra voz—. ¿Los dejaremos pasar? —Silverton —Ty señaló el automóvil que ya se alejaba—, obtendrá la orden en la mañana. De modo que nada ni nadie cruzará estos campos de ahora hasta entonces, aunque presente cualquier tipo de autorización firmada. —Cuando los vaqueros satisficieron su avidez de novedades, volvieron a buscar la sombra, y Ty pudo servirse un café. Fue hasta la camioneta donde se hallaban los termos y saludó a Repp Taylor mientras se palpaba el bolsillo de la camisa—. ¿Tienes un cigarrillo? Dije a Cathy que me comprara un paquete, pero debe haberlo olvidado. —No, creo que algo malo sucede, Ty. —Repp le enseñó un papel—. Un
chiquillo lo dejó hace un rato y dijo que una chica le pidió que me lo entregara. Es de Cathy. Dice que piensa fugarse y quiere que nos encontremos esta noche. —¿Fugarse? —Ty frunció el entrecejo mientras desdoblaba el papel. —Sí, también a mí me pareció extraño —admitió Repp con preocupación—. Dice que está harta de discutir y pelear... y está apenada porque nadie quiere escuchar lo que sabe acerca del accidente de avión. —No sé de qué está hablando. —Tampoco yo; sé que todavía siente la muerte de su madre, pero... —El —El vaquero encogió los hombros sin poder relacionar las dos cosas. —En la nota también te pide que no hables con nadie de sus planes. —Lo sé, pero me huele muy mal. —¿Cuándo la vieron por última vez? —Alguien me dijo que la vieron llevándose una camioneta, alrededor del mediodía. No sé qué pensar.
—Bueno, si de veras intenta fugarse, ha elegido el peor momento. No podía dejar de disgustarse con su hermana. Con todos los problemas que lo aquejaban, que esa niña malcriada desapareciera justo ahora era la gota que faltaba para derramar el vaso. Pero sabía también, que era una demostración de lo insegura que se sentía luego de la muerte de la madre, y de Ruth, la ausencia del padre y el abandono de Tara y de la poca atención que, debía admitirlo, le deparaba. Ty volvió a examinar la nota. —Puesto que quiere verte esta noche, debe estar oculta en algún lugar. Con toda seguridad, debe haber acudido al mismo sitio de la otra vez. —¿O'Rourke?
Escaneado y corregido por ADRI Página 213 JANET DAILEY El Cielo de los Calder
3° de la Serie Los Calder —¿Cuándo se fue de aquí? —A la misma hora que Cathy... en cuanto se fue el comisario esta esta mañana. Culley todavía no ha regresado. —Vamos a buscarla. Con suerte, todo se mantendrá calmo por aquí. El sol poniente desdibujaba la figura de O'Rourke que salió a recibirlos no bien la camioneta penetró el rancho Shamrock. —Dile a Cathleen que hemos venido a buscarla. —¿Cathleen? Aquí no está. La última vez que la vi estaba en El El Colono. —De nada te servirá encubrirla, Culley. Sabemos que está aquí. Repp Repp recibió una nota en la que dice que pensaba huir. Este es el único lugar donde puede ocultarse. —Juro que no ha venido. No huiría en un momento como éste. —Culley pensaba en voz alta—. Estaba tan preocupada por lo que Dyson pudiera hacerte mientras estabas en prisión. No, ella no escaparía. —En la nota, aludió al accidente de avión... —Repp comenzó a hablar como si el tío estuviera enterado de los últimos acontecimientos.
—¿Te habló de ello? —¿De qué? —preguntó Ty. —De que Stricklin perforó el tanque de gasolina —respondió Culley y luego se percató de que los hombres no compartían el secreto de Cathy—. ¡Oh, no! ¿Dyson y Stricklin habrán descubierto que ella sabía lo que hicieron? Oh, Dios, la atraparon —gimió y miró a Repp —. Y deben pensar que también tú los viste aquella noche en el hangar. —Será mejor que empiecen a explicarme de qué están hablando —dijo Ty desconcertado por completo. Con las ventanas selladas con cartones, la habitación permanecía en completa oscuridad. Los sollozos de Cathy levantaban el polvo del suelo donde estaba tendida, atada de pies y manos. Le dolía todo el cuerpo y tenía los huesos clavados en la madera. Como si todo fuera poco, sentía que algo le caminaba por el cuerpo con miles de patas. La puerta se abrió y un haz de luz la encegueció. Stricklin se agachó para desatar los nudos de la cuerda que la inmovilizaba.
Una vez liberada, Stricklin la ayudó a que se pusiera de pie y la guió hacia el exterior con la luz. Tenía los músculos tan entumecidos que no lograba caminar sin tropezarse. Cuando salió, sintió la caricia de la fresca brisa nocturna y se llenó los pulmones con la dulzura del aire. Descubrió la belleza de las cosas simples, lo hermoso que puede resultar el chirrido de los
grillos en las hierbas. —Esperaremos junto a la camioneta. Y cuando venga tu novio, no intentes nada. Por el rabillo del ojo, Cathy detectó un destello metálico y lo relacionó con un arma. Un sudor frío le recorrió la espalda al pensar que el hombre tenía una pistola. Cathy rogaba que Repp no apareciera. Los sentidos parecían aguzársele a cada segundo y los sonidos de la noche se le hacían más distinguibles que nunca... un animal que se escurría entre la hierba, el aleteo de un pájaro noctámbulo, el retintín de los grillos y el zumbido de los insectos: un
gran coro que acompañaba el insistente latido de su corazón.
Escaneado y corregido por ADRI Página 214 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder Cuando escuchó un motor a lo lejos, trató de convencerse de que no era más que un vehículo que pasaba por la carretera, pero las luces se aproximaban a la casa abandonada. Buscó con desesperación el modo de advertirlo; luego sintió el caño frío de la pistola. No tuvo más remedio que mirar con impotencia mientras la camioneta se detenía. Al abrirse la portezuela, Cathy intentó gritar, pero esta vez el caño se incrustó en una de las costillas y la obligó a cerrar la boca. —¿Cathy? —La voz interrumpió el silencio—. ¿Cathy, dónde estás? Stricklin acercó la boca a la oreja de ella. —Contéstale. Dile que se acerque. —Repp, estoy aquí. Al otro lado de la camioneta. Stricklin la empujó para que emergiera de las sombras. Tenía el revólver
pegado a la cabeza. Repp quedó paralizado. —Los jóvenes amantes tienen su última cita de amor —murmuró Stricklin Stricklin y ordenó a Repp que se aproximara. —De modo que era usted a quien escuchamos en el hangar esa noche —lo acusó Repp mientras avanzaba hasta que Stricklin le hizo una señal para que se detuviera. —Repp, tú no... —Ya no es necesario fingir que no lo sé. Usted perforó el tanque, ¿no es cierto? —Fue muy sencillo. Lástima que ustedes me vieron. —¿Y qué piensa hacer con nosotros? —Repp se veía tan sereno que Cathy estaba a punto de chillar. —Será un trágico accidente... envenenados con monóxido de carbono. Un poco de ácido de la batería y los gases entrarán en el sistema de ventilación. Claro que todo aparecerá como un lamentable accidente. —No lo conseguirá. —Nadie descubrió el otro accidente... salvo ustedes dos. —Y Dyson... ¿lo sabe? Supongo que él ideó todo y usted hizo el trabajo
sucio, como siempre. —No intentes enfrentarme con mi socio. No lo lograrás. Dyson no tiene nada que ver. —Usó la pistola para indicar a Repp que caminara hacia la puerta de la camioneta—. Ábrela y entra. Repp no se movió; evaluaba las posibilidades de abalanzarse sobre el hombre sin arriesgar la vida de Cathy. —Te dije que abrieras la puerta. De las sombras de la casa brotó otra voz —la de Ty— que respondió de inmediato. —El chico no irá a ninguna parte, Stricklin. El hombre giró la cabeza en la dirección de la voz y Repp aprovechó la distracción para arrebatarle a Cathy. —¡Corre, Cathy, corre! —La muchacha tropezó a los pocos metros y trató trató de
mantener el equilibrio. El ruido de los puñetazos y de pasos que corrían cesaron con un estallido. Cathy se
volvió aterrorizada. Una figura frente a ella retrocedió con paso inestable. Más adelante Stricklin estaba junto a la camioneta y el caño de revólver todavía humeaba. Una segunda explosión obligó a Stricklin a caer: los ojos perdían ya toda su expresión. Cathy
Escaneado y corregido por ADRI Página 215 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder corrió hacia el hombre de cabello platinado que se hincaba de rodillas. —Tío Culley, estás herido. —No, estoy bien. —Le palmeó la mano y le dejo una mancha de sangre. Ty acudió enseguida. —¿Te encuentras bien? —Sí. —Hay una ambulancia en camino, Culley. Lo siento. No pude dispararle antes. —Yo... no podía permitir que matara a Cathleen. —Ella —Ella comprendió que el tío se había colocado deliberadamente entre ella y Stricklin—. He tratado de cuidarte todos los días, salvo hoy. Te he
defraudado hoy. —No, no, tío Culley. Has venido, has traído ayuda. Y Ty te te creyó, ¿no? —Sí. —Cerró los ojos como para asegurarse de que era verdad—. Un Calder Calder creyendo en la palabra de un O'Rourke. —Ya no hables más. Las sirenas rompieron el silencio de la noche, y los fogonazos de los focos de las cámaras fotográficas iluminaron el cuerpo sin vida de Stricklin. El café negro logró reanimarlo y se limpió la boca con la palma de la mano. Tenía la barba crecida y los huesos molidos. —No sé qué fue más duro para Dyson —comentó Silverton a Ty, sentados a una de las mesas del bar de Sally—. Descubrir la traición de Stricklin o aceptar la orden provisoria de abstenerse de realizar cualquier excavación minera en las tierras que aún están en juicio. —Los dos fueron golpes muy duros para él —confirmó Ty. Ya no deseaba seguir hablando de Stricklin. —¿Más café? —Sally Brogan se acercó con la cafetera caliente. —No, gracias —dijo Ty.
—Me alegro mucho de que Culley haya salido bien de la operación. —Los médicos confían en que podrá regresar a casa en unos días. La bala rozó los tejidos del pulmón, pero no dañó los centros vitales. —Apuró el café y miró al abogado —. Si ya hemos terminado, quisiera retirarme. —Sí, lo demás puede esperar hasta mañana —aseguró Silverton—. Querrá ir ir directo a la casa. —No. Debo pasar por otro lado primero. —Ty descorrió la silla silla y se levantó de la mesa. —Si buscas a Tara, vive en uno de los apartamentos de la compañía — informó Sally—. El que tiene persianas negras. —Gracias. Un terrible cansancio lo agobiaba cuando se apeó de la camioneta frente al edificio de una planta. Ty se detuvo en la puerta a sentir la vieja excitación... aquella que lo consumía cada vez que volvía a verla. Golpeó con los nudillos. La puerta se abrió de inmediato, como si ella hubiera esperado el momento exacto. Retrocedió para darle paso y la luz dorada del sol jugueteó con su belleza oscura. Siempre había tenido el
Escaneado y corregido por ADRI Página 216 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder poder de excitarlo... y aún lo excitaba. —Hola. —Ty. —La dulce cadencia de su voz volvió a seducirlo—. Supe que obtuviste la orden para suspender las excavaciones. —Sí, te dije que la tierra Calder Calder quedaría intacta, al menos esta generación. —Sí. —Tenían mucho que decirse, sin embargo el silencio creció inexorable inexorable entre ellos—. Pensaba que mi padre tenía razón; creía que triunfaría. Ese fue mi error, ¿verdad? Nunca lo podremos olvidar. Nunca me lo perdonaría. —Sé cómo te sientes, Tara. —Siempre creíste que te traicioné por elegir a mi padre en lugar de apoyarte.
—Sí. —Ty —canturreó el nombre como solía hacerlo en los años de felicidad—. ¿Recuerdas cuando estábamos en la universidad? Estabas tan enamorado de mí, nos aguardaba una vida maravillosa. Todavía sientes lo mismo, ¿verdad? «Sí; Tara había sido todo para él, la había llevado en el pensamiento dondequiera que iba, en el viento de la noche o en el fuego que le inflamaba el cuerpo. Recordaba el deseo apasionado que le despertaba, la sed ardiente que lo quemaba, y el modo con que ella respondía a sus urgentes reclamos carnales. Pero cuando trataba de evocar esas sensaciones, se le aparecía la imagen de Jessy, teñida por la luz de la chimenea». Tara lo miraba, y veía el vacío de sus ojos. —¿Cómo pudiste olvidarlo? —No lo sé. Todo lo que te pedí fue que estuvieras a mi lado. Pero Pero vivías alejada, como si estuvieras delante de mí, tratando de llevarme por tu camino, hacia dónde tú querías ir. —Pero quería ayudarte, —También lo sé. Todo cambia, Tara y no podemos volver el tiempo atrás, por mucho que nos
empeñemos. —Pero te amaba. —También yo te amé alguna vez. No te culpo por lo que eres. Ve a buscar otro hombre que comparta tus mismos ideales. Cerró los ojos un instante y luego los abrió repentinamente. —Es Jessy, ¿verdad? La odio. —Tara se volvió y se rozó los brazos con las manos—. Tal vez porque no le teme a ese cielo imponente. Ty vaciló; no hallaba nada más que decirle. —Que seas feliz, Tara. El sol bañaba la tierra de oro blanco y el viento mecía la hierba de las planicies ondulantes. Ty no miró hacia atrás cuando salió de la casa. Como un animal llevado por el instinto, recorrió el camino, casi sin pensarlo. Cuando arribó a la cabaña protegida por la copa de los árboles, detuvo la camioneta y entró con paso cansino. Jessy esperaba junto a la mesa, con las manos entrelazadas. Había escuchado el motor de la camioneta. Tenía las mejillas encendidas, pero en su mirada anidaba una gran reserva. —Supongo que no has preparado café —dijo Ty para entablar la conversación.
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JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder —Estoy segura que hay de sobra en El Colono. —Pero me gusta tu café. —Ahora que el asunto de Dyson está casi terminado, ¿has visto a Tara? —Sí. Jessy ya no podía seguir sentada, y se puso de pie para avanzar hasta el centro de la habitación. —¿Regresará? —No se lo he pedido, de lo contrario no estaría aquí. —Las palabras no alcanzaron a expresar el bienestar que sentía en el pecho. Tenía deseos de estrecharla entre sus brazos. —Si has venido sólo por obligación o para agradecerme... —El obstinado orgullo de Jessy le arrancó una sonrisa.
—No, Jessy, en absoluto. La espera que solía morar en sus ojos ahora se convertía en una débil sonrisa. —Si estás seguro... —Exhaló la angustia que había contenido todo este tiempo y dio un paso
hacia él—. Si estás realmente seguro... —Estoy muy seguro, Jessy. —Ya no había dudas en la voz de Ty. Una honda sensación le otorgó un brillo enceguecedor en los ojos oscuros. Abrió los brazos para recibirla, y la cubrió con un beso. Sentía que el mundo giraba alocado en torno a él y la estrechó contra su cuerpo para que giraran untos.
Escaneado y corregido por ADRI Página 218 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder EPÍLOGO La tierra había perdido su manto verde de estío y lucía ahora, los colores
sombríos del invierno. En el horizonte los nubarrones se apiñaban en columnas plomizas, en una promesa de lluvia abundante; una bendición luego de meses y meses de sequía. Hacía más de un año que Chase Calder había visto su tierra natal por última vez, y ahora, miraba con ojos ávidos de sitios queridos. —Parece que se avecina la tormenta —comentó al conductor de la camioneta en la que recorrían los últimos kilómetros. Ty distrajo su atención del camino para observar la amenaza de las nubes más bajas. —Así lo espero. No sabes cuánto lo necesitamos. Hemos reducido todas las tareas que no sean imprescindibles. —Todo lo grande siempre resulta impráctico. Modernizar las operaciones siempre acarrea más problemas. A veces, hay que sufrir pérdidas importantes para ganar la guerra. —Sí. —Ty bien lo sabía. —Bueno, ¡vaya comienzo que has tenido! —El padre no desconocía todas las dificultades que Ty debió atravesar. —Tropecé algunas veces.
—Pero te quedaste con lo tuyo. Ser un Calder significa ser ganadero y comprometerse con la tierra y su gente. —Faltan unos meses todavía para que la corte resuelva sobre la titularidad de las tierras. Y aun así no será definitivo; Dyson apelará seguramente, si el juez falla en favor nuestro. De lo contrario, apelaremos nosotros. —No me preocupa —afirmó el padre con una sonrisa. Ty lo observó un instante, y también sonrió. —No, tampoco a mí... mientras estemos juntos para detenerlo. Junto a la casa de uno de los veteranos, se apiñaban los vehículos y los trabajadores del rancho se acercaron para recibir al automóvil. —Pero, ¿qué es esto? —Creo que quieren darte la bienvenida. Ya has regresado a casa. Hubo gritos de aclamación cuando Chase bajó del auto sin la ayuda del bastón, que tampoco utilizó para caminar hacia la gente. Cuando una muchacha de cabello renegrido y ojos verdes, como la hierba Calder, se abrió del enjambre para correr hacia él, Chase se transportó un instante al pasado, cuando la joven Maggie corría a sus brazos. Abrazó a la hija con un hondo amor paterno.
—Bienvenido, papá. —Cathy estaba radiante de felicidad y con los ojos húmedos se apretó al brazo del padre, en un intento de retenerlo para siempre, pero Chase sabía que algún día la pequeña palomita volaría de su lado. Ya había advertido la presencia de Repp Taylor que la miraba con ojos posesivos. Luego de saludar a Repp, miró a los dos con ojos traviesos. —Supongo que se habrán escapado
durante las noches en mi ausencia. —No, señor. Cathy tiene que crecer todavía. Aún es demasiado malcriada para ser una buena
Escaneado y corregido por ADRI Página 219 JANET DAILEY El Cielo de los Calder 3° de la Serie Los Calder esposa. —¡Repp! —dijo Cathy a modo de reprimenda, pero a Chase le causó gracia.
Ty prefirió permanecer en el automóvil. Quería que su padre fuera la figura central. Cuando bajó, vio que su padre hablaba con Jessy, y luego proseguía con los saludos. Jessy caminó hacia él con el orgullo y la entereza que él tanto amaba, se dejó invadir por la hermosa sensación que le despertaba. —Qué maravilloso —dijo mirando a Chase. —Sí. —La tomó de la cintura y la atrajo hasta sí. Ella se veía pensativa—. ¿Qué te sucede? —Nada. Cuando hablé con él, me dijo que tendría que acostumbrarme a llamarlo papá Calder. —No le he contado nada, pero creo que siempre supo que me casaría contigo, en cuanto termine el divorcio. Lo nuestro nunca ha sido un secreto. —No —rió Jessy y se volvió hacia el hombre canoso y delgado que saludaba con un beso en la mejilla a Sally Brogan—. Me alegro de que haya venido. —Devolvió a Ty una mirada grave, como una advertencia—. Tu padre es un hombre, y necesitará de su compañía y de su afecto. Pero no significa que deje de amar a tu madre o echarla de menos siquiera. —Lo sé. —Ty ahora comprendía el misterio de los anhelos y las ilusiones humanas.
Cuando Chase descubrió la presencia del hermano de Maggie, se miraron a los ojos, tan sólo un instante. —Te ves fuerte —dijo Culley finalmente. —Tú también. Luego Culley bajó la cabeza. —Sé cuánto la amabas. Yo... —Los dos la amábamos mucho —lo interrumpió Chase—. Tal vez no nos unen muchas cosas, pero siempre la compartiremos en nuestra memoria. —Sí, creo que sí. Viejos amigos, hombres y mujeres con quienes había trabajado y envejecido se reunían en torno a él para darle la bienvenida. Y los más jóvenes, para quienes el patriarca de los Calder era sólo una figura, también se convocaban para recibirlo. El numeroso grupo tardó en disolverse; todos deseaban prolongar este reencuentro lo más posible. Cuando la familia Yates estaba por partir, Chase alcanzó a escuchar el comentario del hijo adolescente de Tiny. —El viejo de Ty se ve mejor de lo que pensaba, luego de pasar tantos meses en el hospital. La frase lo detuvo, y le brotaron lágrimas cuando dirigió la mirada al cielo.
—Maggie —tenía la voz quebrada de la emoción—. ¿Has escuchado lo que dijo? El viejo de Ty.
FIN Escaneado y corregido por ADRI Página 220