súbditos, cada uno podrá bien saber cómo sobre ellos y sus pueblos Dios ha derramado su cumplida gracia, y que, si así le place, así será de ahora en adelante sobre todos aquellos que desciendan de ellos y de sus vasallos. Pero séales grato en todo momento el poder de Dios y que no confíen demasiado en su valer ni en su bondad, sino que dejen todas las cosas en las manos de Dios. 3. Nacimiento de Jaime I Muy claramente se puede comprender que la gracia de Dios está y debe estar con todos aquellos que son descendientes del señor rey Don Jaime antedicho, hijo del citado señor rey Don Pedro e hijo hijo de la muy muy alta alta seño señora ra Marí Maríaa de Mont Montpe pell llie ier, r, ya que que su naci nacimi mien ento to fue fue un milag ilagro ro evidentemente de Dios y por obra suya. Y a fin de que lo sepan todos cuantos de ahora en adelante oirán leer este libro, yo lo quiero contar. Es verdad que dicho señor rey Don Pedro tomó por esposa y por reina a la dicha señora mía María de Montpellier por la gran nobleza de su linaje y por su propia nobleza y porque se acrecentaba, acrecentaba, puesto que tenía, en franco alodio, la villa de Montpellier y su baronía. Poco tiempo antes, dicho señor rey Don Pedro, que era joven cuando la desposó, por la fogosidad que sentía por otras gentiles señoras, ocurrió que no volvió a dicha Doña María, sino que cuando algunas veces venía a Montpellier no se acercaba a ella, de lo cual se sentían muy dolidos y descontentos todos sus súbditos, y especialmente los nombres de Montpellier. Ocurrió una vez que dicho señor rey Don Pedro vino a Montpellier y se enamoró de una gentil señora de la ciudad, y por ella hacía armas a caballo, torneaba y lanceaba a tablado, y tanto se esmeraba que lo daba a comprender a todo el mundo. Los cónsules y prohombres de Montpellier, que supieron esto, hicieron venir a un caballero, que era privado de dicho señor rey en tales menesteres, y le dijeron que si quería hacer lo que ellos le dirían le harían rico y le acomodarían para siempre. El les dijo que le expusieran lo que deseaban, que no había nada en el mundo que él no hiciera en su honor, salvando siempre su lealtad. De estas palabras pidieron unos y otro que se guardara secreto, y le dijeron: —¿Adivináis lo que queremos deciros? Este es el motivo: sabéis que nuestra señora la reina cuenta entre las mujeres de este mundo buenas, santas y honestas, y sabéis que el señor rey no vuelve a ella, de lo que deriva gran mengua y daño para todo el reino. Dicha mi señora reina lo soporta como una mujer buena y no hace ninguna demostración de que lo sienta; pero el daño cae sobre nosotros, pues si dicho señor rey moría sin dejar heredero, causaría gran daño y deshonor en toda su tierra, y especialmente causaría gran daño a mi señora la reina y a Montpellier, que iría a parar a otras manos. Y nosotros por ningún motivo quisiéramos que Montpellier saliera jamás del reino de Aragón. Así, pues, si queréis, vos podéis prestarnos vuestra ayuda. Contestó el caballero: —Dígoos, señores, que que no quedará por por mí, en cuanto yo pueda pueda prestar mi ayuda que que sea en honra y provecho de mi señor el rey y de la reina mi señora María, y de todos sus pueblos, que por mí no ha de quedar. —Ahora, pues, puesto que tan bien hablasteis, os diremos que nos consta que vos sois el privado del señor rey en este amor que siente para cierta mujer y que vos procuráis que la alcance. Por esto nosotros os rogamos que vos le digáis que habéis conseguido que posea dicha señora y que vendrá a él con el mayor secreto en su propia cámara, pero que quiere que no haya ninguna luz a fin de que no pueda ser vista de nadie. Esto habrá de causarle gran satisfacción y cuando él se haya acostado y todo el mundo se haya retirado de la corte, vos vendréis a encontrarnos aquí, en el lugar del consulado de Montpellier, y nosotros, los doce cónsules, estaremos junto con otros doce caballeros y ciudadanos de entre los mejores de Montpellier y de su baronía; y estará también mi señora María de Montpellier, la reina, con nosotros, junto con doce señoras honorables entre las más honestas de Montpellier, y junto con doce doncellas irá con nosotros junto a dicho señor rey. Y también vendrán con nosotros los dos mejores notarios de Montpellier, y el oficial del obispo y dos canónigos y
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