Mukarovsky, Jan Función, norma y valor estético como hechos sociales. Resumen Ana Fernícola
Función, norma y valor estético, son tres aspectos tan estrechamente ligados que constituyen un triple aspecto de lo estético. La intención de este ensayo (precedido por estudios en obras literarias) es descubrir los principios fundamentales de la construcción de una obra artística Al comienzo la investigación se inclinó hacia los principios del formalismo ruso, según los cuales el arte tiene total autonomía respecto de otros fenómenos circundantes. Luego se tomó un criterio evolucionista que considerara la correlación del arte -literatura en este caso- con otras líneas evolutivas (los fenómenos sociales, por ejemplo). Sólo así la evolución puede verse como un proceso natural. Luego se tomó la esfera general del arte que permitió verificar recíprocas influencias. Más tarde se sumó al análisis los fenómenos estéticos (artísticos y extraartísticos). Por otra parte nada queda aislado de la totalidad de los aspectos y productos de la actividad humana. Una vez ampliado el campo de análisis se volvió a los problemas clásicos de la filosofía del arte, por un tiempo despreciados: la cuestión de la norma y el valor estéticos. Se estudia la obra de ciertos artistas, que con el fin de resolver problemas de la propia creación, llegan a conclusiones de valor general: - Oscar Wilde, quien desde su concepción simbolista del arte percibió su carácter de sigo (semiológico) - La importancia del arte periférico (hermanos Capek), sin el cual la Ha. del arte no podría ser comprendida en toda su complejidad. - F X Salda y O Zich que aúnan la creación artística con la investigación teórica del arte. Este trabajo significó para Mukarovsky (M) una primera etapa hacia otros problemas de la filosofía del arte, especialmente hacia la participación del individuo en el proceso evolutivo y la problemática de la obra de arte como signo. Capítulo 1 La función estética ocupa un lugar importante en la vida social e individual (ej: la influencia de la poesía sobre la evolución del sistema lingüístico). La función estética ocupa un campo de acción mucho más amplio que el propio arte. Según M. no existe un límite fijo entre la esfera estética y la extraestética. Aún cuando la acción estética sea característica consustancial del arte, la función estética no es una propiedad real del objeto (aún cuando éste haya sido concebido con esa función), sino que se manifiesta en circunstancias y contextos sociales determinados. En otras épocas y situaciones pueden perder esa función. Los límites de la esfera estética no están determinados por la realidad misma y son muy variables (entre diversas esferas: de formación social, generacionales, de género, etc.). Las esferas estética y extraestética no están separadas con precisión sin mutuas conexiones. Ambas se relacionan dinámicamente como una antinomia dialéctica. Para el análisis de la función estética es ineludible verificar qué tan imbricada está con la realidad y su grado de intensidad. Con relación a la organización interna de la esfera estética, decimos: Según cierto criterio la obra de arte está caracterizada de manera unívoca por una determinada factura (criterio válido y con limitaciones centro del contexto social para el que la obra fue concebida). Otro aspecto atendible es que la valoración estética de la obra de arte es del todo distinta al problema de los límites del arte. La transición entre el arte y la esfera extra artística (e incluso extraestética) es de muy difícil comprobación y discriminación, por lo que una delimitación tajante es ilusoria. De todos modos pareciera ser que la
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discriminación entre arte y la esfera de los “fenómenos estéticos” es un asunto fundamental. ¿En qué se basa esta convicción? En que en el arte la función estética es una función dominante, en tanto que fuera de él, es sólo secundaria. La relación entre la función estética y otras funciones del arte se desprende lógicamente del carácter del arte como esfera de fenómenos estéticos por excelencia. Se trata de la contradicción entre la subordinación y la superioridad de la función estética en el contexto de la jerarquía de las demás funciones. Desde esta óptica la principal tarea del arte será la renovación permanente de la esfera de los fenómenos estéticos. No es posible determinar de una vez por todas lo que es arte y lo que no lo es. Se analizará la multiplicidad y la multiformidad con que se aplica en este terreno de transición, la contradicción de la doble fuerza que rige la evolución y el estado de la esfera estética: En algunas artes se verifican fenómenos extraartísticos e incluso extraestéticos (ej: arquitectura donde compiten la función estética y la práctica. Dibujos para las ciencias naturales (estudios de anatomía, de flora y fauna, etc.). El retrato (pintura y escultura) manifiesta una oscilación entre la comunicación que muestra el aspecto real del personaje y la interpretación del retratado que puede realizar un artista. En la música (donde las conexiones directas con la esfera extra artística son menos frecuentes), puede observarse algo similar en los himnos nacionales donde la función estética compite con la simbólica, o sea con una variante de la función comunicativa. Existen otros fenómenos arraigados fuera del arte, pero que tienden a él. Es el caso del cine (ej: Chaplin crea un arte dramático cinematográfico diferente del arte dramático escénico/ Eisenstein y otros grandes directores rusos llevan a la perfección el aprovechamiento del lenguaje de la cinematografía, cuya tercera dimensión está dada por la movilidad de la cámara). Además la cinematografía es sobre todo una industria y criterios comerciales rigen su oferta y su demanda mucho más que en cualquier otro arte. Según M el cine tiende al arte, pero no ha entrado en el estadio en que la función estética sea la dominante. La fotografía en cambio oscila entre una manifestación per se y una comunicativa, pero aceptando esta situación como parte de su esencia. Para finalizar su análisis toma algunos casos en los que se verifica la variedad de transiciones entre el arte y la esfera de los fenómenos estéticos extraatrísticos y la esfera extraestética por otro. De lo que resulta que el arte no es una esfera cerrada, ya que no existen límites rigurosos ni criterios unívocos que indiquen qué es arte y qué está fuera de él. Según M el arte mantiene la validez irreductible de la polaridad entre la superioridad y la subordinación de la función estética en la jerarquía funcional. De lo dicho hasta aquí se concluye que: - Lo estético no es una característica real de las cosas, ni está relacionado de modo unívoco con ninguna característica de la cosas - La función estética no está bajo el dominio del individuo - La estabilización de la función estética es un asunto de la colectividad, y la función estética es un componente de la relación entre la colectividad y el mundo La sociología de lo estético desde la función estética -
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La función estética puede convertirse en un factor de diferenciación en el orden social (cuando un objeto o un acto tienen una función estética en un m medio pero no en otro/ ej. el abeto navideño en ciertas ciudades de Europa Oriental); en relación con las jerarquías (puede actuar como elemento diferenciador por ej. la forma de vestir de quien detenta el poder). El objetivo de la función estética es la consecución del placer. La función estética está condicionada por el hecho de unirse a la forma de una cosa o un acto, supliendo otras funciones de las que ha sido privada en el transcurso de su evolución (ej. el matiz estético de los anacronismos, ya sean materiales o inmateriales, dados que las funciones prácticas, mágicas, etc. Han perdido su sentido)
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Capítulo 2 La función en tanto fuerza viva parece estar destinada a cambiar constantemente, la norma, en cambio, que es una regla y una medida, parece esencialmente estática. Analizaremos la relación entre la norma estética y la organización social, ya que el carácter variable y obligatorio de la norma no puede ser comprendido ni desde el punto de vista del hombre como género, ni como individuo, sino únicamente del hombre como ser social. La norma está basada en la antinomia dialéctica y fundamental entre la validez incondicional y la potencia meramente reguladora, e incluso solo orientativa que implica la posibilidad de su incumplimiento (lo que la diferencia de la ley natural, que se cumple invariablemente). Existen normas jurídicas (ley), que tiende a la validez incondicional, estéticas (normas artísticas), que sólo sirven de trasfondo para una violación permanente. Aunque hubo épocas en las cuales se consideraba que con la sola aplicación perfecta de la norma bastaba para crear una obra de valor artístico. Es posible que cualquier cosa o acción lleguen a ser portadoras de la función estética y por consiguiente objetos de placer estético. Sin embargo existen ciertas premisas en la constitución de ese objeto En las artes temporales, es el ritmo condicionado por la circulación de la sangre y la respiración. En las artes espaciales, la recta vertical (perpendicular), la línea horizontal, el ángulo recto y la simetría Para la pintura el carácter complementario de ciertos pares de colores y los fenómenos de contraste de color e intensidad. En el caso de la escultura, la ley de estabilidad relacionada con el centro de gravedad Otros principios están sustentados en aspectos antropológicos, como la sección áurea. La norma estética tiene su fundamento constitutivo en la existencia de la relación parcial entre ella y la base psicofísica. El cumplimiento de la norma artística no representa necesariamente la perfección estética. En la evolución del arte los principios raramente se cumplen y se alternan períodos de cumplimento consecuente con otros en que se respeta lo menos posible. El respeto extremadamente riguroso de los principios antropológicos desemboca en la indiferencia estética (el ritmo repetitivo y previsible o la simetría absoluta). La gran importancia de los principios constitutivos radica en toda una variedad de normas estéticas, de modo de constituir un criterio espontáneo tanto de la convergencia como de la contradicción de las normas. Para llegar a la explicación genética, que aclara cómo llega a realizarse esta multiplicidad, es necesario concebir la norma como un hecho histórico. Mientras las normas jurídicas se transforman dentro de unos límites muy estrechos, las normas estéticas tienen lugar en una extensión muy amplia y al descubierto. La obra artística es una aplicación no adecuada de la norma estética, de modo tal que su estado actual no se altera de modo involuntario, sino intencionalmente. La norma es violada incesantemente. La violación en este caso se trata de la falta de apego a la norma precedente mientras la norma nueva se halla en proceso de formación. Una obra de arte auténtica oscila entre los estados pasado y futuro de la norma estética: el presente, bajo cuyo punto de vista la percibimos, aparece como tensión entre la norma pasada y su violación. Según M así ocurre siempre en la Ha. del Arte: ninguna etapa de la evolución corresponde plenamente a la norma heredada de la etapa anterior, si no que crea, violándola una norma nueva. Lo dicho es válido para el “arte superior”, que suele ser el estrato social dominante. Es la fuente y el renovador de las normas estéticas, que convive con el arte de salón, el de bulevar, popular, etc., que adoptan por lo general la norma ya creada por el arte superior. Como sabemos además de los géneros artísticos existen los fenómenos estéticos extra artísticos, y surge la siguiente pregunta: ¿de qué manera penetran las normas estéticas creadas por el arte superior en este sector? En la esfera extra artística las normas tienen un carácter más obligatorio que en el arte (que las ha creado) porque aquí funcionan como criterios auténticos de los valores y no para ser violentadas. En una misma comunidad existen simultáneamente una serie de cánones estéticos, de todos modos esta coexistencia no es de ningún modo pacífica. Las normas estéticas (igual que las éticas) pueden tener un carácter negativo, es decir están formuladas como prohibiciones.
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Para la relación entre la morfología social y la norma estética no sólo es importante la división de la sociedad en clases (estratificación vertical), sino también al división horizontal (diferencias etáreas, de género o profesión, et.) La relación entre jerarquía estética y jerarquía social es irrefutable. Cada clase social tiene su propio canon estético. ¿Cuál es la relación entre la norma estética y las demás normas? No existe una barrera hermética entre la norma estética y las demás normas. La proximidad entre ellas hace que la norma estética se convierta en otra norma y viceversa. Al analizar la relación entre la norma estética en su interacción con las normas sociales hay que tener en cuenta que no se trata de dos fenómenos aislados, sino de una relación mutua entre dos sistemas enteros: la estructura de las norma y la estructura de la sociedad, para la cual las normas dadas constituyen el contenido de la consciencia colectiva. En el estudio de la norma ética es necesario plantearse dos cuestiones: - La estrecha relación de la norma estética con las demás normas. - Su posición de subordinación o superioridad en el conjunto de ellas: El medio en que se constituyen las normas permite necesariamente que la relación entre ellas sea relativamente libre, puesto que es la libertad la que hace posible el movimiento evolutivo e intenso de las diferentes normas. La norma estética alcanza más fácilmente una autonomía que la aísla de las demás. En el caso del folklore donde las normas se han mantenido inalterables por siglos, se ha llegado a afirmar exageradamente que el folklore no crea su norma, sino que la adopta, particularmente del arte de la clase dominante. Esta relativa inmovilidad se origina en la integración de la norma estética con el sistema global de normas. Según M la función estética es la fuerza que crea el valor, en tanto que la norma estética es la regla con la que se lo mide. La esfera de la función estética es más amplia que la del valor estético (esfera del arte). El cumplimiento de la norma no es condición indispensable del valor estético, particularmente en el arte (donde el valor estético predomina sobre todos los demás) - El arte es la esfera propia del valor estético y aquí la norma está subordinada al valor. - En la esfera extraestética el valor está subordinado a la norma y el cumplimiento de la norma es sinónimo de valor En el arte la norma es violada con frecuencia, y aún cuando es mantenida su cumplimiento es un recurso, no un objetivo. El cumplimiento de la norma produce el placer estético, sin embargo el valor estético puede contener también fuertes elementos de desagrado sin que su integridad se vea afectada. La aplicación de la norma estética concierne sólo a un aspecto del objeto, su función estética (que puede no ser la dominante). En cambio la valoración estética estima al fenómeno en toda su complejidad (como una unidad cerrada), ya que todas las funciones y valores extraestéticos se conciben como componentes del valor estético. Por lo que la problemática del valor estético tiene que ser investigada en sí misma. Lo fundamental aquí es la validez y el alcance de la valoración estética, a partir de la cual se abren dos caminos: - La variabilidad del acto concreto de la valoración - La averiguación de los requisitos noéticos (intelectuales) de la validez objetiva (independiente del receptor) del juicio estético El primer camino nos conduce a la sociología del arte. La obra artística no es un ente permanente: con cada cambio de tiempo, espacio o medio social, varía la tradición artística a través de cuyo prisma es percibida. Y bajo estas variaciones, cambia el artefacto material, es decir la creación artística. Por lo que aunque una obra determinada haya sido valorada positivamente en diferentes épocas, el objeto de valoración resulta ser en cierto sentido otra obra de arte. Naturalmente esta variabilidad del objeto estético hace que cambie con frecuencia el valor estético. Existe sin embargo, obras artística que mantienen durante mucho tiempo sus valores estéticos (valores “eternos”), por ejemplo la poesía de Homero, las obras de Shakespeare, las pinturas de Rubens, etc. Más allá de que cada época vea estas obras de diferentes maneras. No obstante aún en estas obras pueden verificarse oscilaciones incluso considerables, ya que el concepto de valor estético es culminante mas no 4
unívoco (hay obras cuyos valores sentimos como “vivo”, o “histórico”, o representativo, etc. Estos matices alternándose o realizándose simultáneamente, hacen que la obra permanezca entre los valores eternos, pero esta permanencia no será un estado sino un proceso). El valor estético es variable en todos sus grados. Imposible es que se quede en una inmovilidad pasiva. La variabilidad del valor estético es parte de su misma esencia. Por eso aún si cambios en el tiempo y el espacio el valor estético aparece como un proceso multiforme y complejo (cuyas manifestaciones pueden verse en la falta de acuerdo en la opinión de los críticos o la inestabilidad de los gustos del mercado) Los valores “eternos” también cambian y se transforman, pero de manera menos perceptible. Existe otro arte determinado por la intención del artista a una validez pasajera, destinado al consumo (ej.: “obrastestimonio” que dependen del conocimiento de determinadas circunstancias). El arte de “consumo” está en continua oposición al “arte duradero”. En el caso de las artes plásticas la pretensión de durabilidad de determinados valores artísticos se manifiesta en la elección del material. Hay períodos en que los artistas dan preferencia a un efecto a corto plazo, pero intenso en lugar de un efecto que crezca paulatinamente que llegue a transformarse en duradero. Como ejemplo sugestivo puede servir el arte actual. La sociedad crea instituciones y órganos mediante los cuales puede influir sobre el valor estético (la crítica, el peritaje artístico, la educación artística, el mercado y los medios publicitarios, las encuestas sobre las obras de más valor, las muestras, los museos, las bibliotecas públicas, los premios, las academias, y a veces la censura). Cada una de estas instituciones tiene su tarea específica y pueden tener otros objetivos, como en el caso de la censura, la regulación de las funciones extraestéticas de la obra en el interés del Estado y del régimen social y moral del poder. A pesar de lo cual estas instituciones toman parte de la influencia sobre el valor estético y son al mismo tiempo exponentes de unas tendencias sociales determinadas. El proceso de valoración estética está relacionado con la evolución social, y su investigación constituye un capítulo de la sociología del arte. Pero no debemos olvidar de que las sociedades no dan un solo tipo de arte, sino varios simultáneamente (de vanguardia, oficial, popular), y por consiguiente existen varias escalas de valor estético, cada una con vida propia, entramándose mutuamente, de modo tal que un valor que perdió validez en alguna de ellas, puede pasar a otra formación. Puesto que dicha estratificación corresponde a la estratificación social (aunque no siempre directa y exactamente), la variedad de capas en el arte contribuye al complejo proceso de creación y transformación de valores. El carácter colectivo de la valoración estética se traslada frecuentemente a los juicios estéticos individuales. El valor estético es un proceso cuyo movimiento está determinado por: - La evolución inherente a la propia estructura artística (tradición actual bajo la cual se valora cada obra) - Por el movimiento y los cambios de la estructura y la convivencia social. El lugar de la obra artística dentro del sistema de valoración estética, su permanencia en él, su cambio de situación, incluso de su exclusión, depende de otros factores más que de las propiedades de la propia creación material del artista. No obstante, ¿hemos solucionado –o mejor dicho eliminado- el problema de la objetividad del valor estético añadido a una obra material? Aun reconociendo la variabilidad de la valoración estética existen fenómenos que demuestran que esta cuestión sigue estando vigente. ¿Cómo explicar que entre las producciones de un mismo período de un artista haya algunas con más valor que otras? ¿Cómo comprender, si no es admitiendo la existencia de un valor estético objetivo, el hecho de que una obra de arte pueda ser considerada como valor estético positivo aún por aquellos que desde otro punto de vista tienen una postura de rechazo violento respecto de ella? Analizaremos el concepto “valor estético objetivo”. No cabe duda de que el arte creado por el hombre para el hombre no puede crear valores independientes del hombre. M propone tener en cuenta la constitución antropológica del hombre (común a todas la personas) como base de la relación invariable entre el hombre y la obra (valor estético objetivo). Sin embargo advierte que el inconveniente de tal visión consiste en que la obra artística en su conjunto (sólo el conjunto representa un valor estético) es en esencia un signo dirigido al hombre como miembro de una sociedad y no como una constante antropológica. (Ver frase de O. Wilde pág. 86) M se refiere al “carácter social del arte”, en el sentido de las leyes válidas que regulan la relación entre la obra artística (en tanto valor estético en general) y una colectividad, cualquier miembro de ella o de otra. 5
Resulta evidente que siendo variable la valoración, cada justificación concreta de un juicio estético es válida sólo en relación a esa obra y a la sociedad donde se pronuncia dicho juicio. Ahora bien: ¿el valor estético objetivo es una realidad o una apariencia ilusoria? Comencemos por el carácter del signo (semiológico) del arte. Según la definición general de signo: es algo que sustituye a una cosa y se refiere a ella. ¿Con qué finalidad se lo emplea? Su función más característica es la de servir para la comunicación entre los individuos como miembros de una misma comunidad (es la finalidad del lenguaje, el conjunto de signos más desarrollado y completo). El signo puede tener otras funciones (ej.: en el caso del dinero su función no es la comunicación, sino la facilitación de la circulación de mercancía). La constelación de los signos comunicativos es enormemente extensa, y a ella pertenece al arte, aunque de modo que lo diferencia de cualquier otro signo comunicativo. Comencemos por analizar aquellas artes en que la función comunicativa se manifiesta más claramente, la poesía y la pintura. Una obra pictórica o poética contiene un mensaje. Son artes temáticas. No obstante, la comunicación de una obra pictórica o poética, ¿es una comunicación auténtica, o se distingue de alguna manera de ella? Lo esencial en ambas lo constituye el hecho de que la función estética predomina sobre la comunicativa. ¿Se podrá decir que el signo artístico está privado de cualquier contacto inmediato y obligatorio con la realidad? En la Estética existen corrientes que responderían afirmativamente a esa pregunta: la teoría de K. Lange, que interpreta el arte como ilusión, o la de F. Paulhan, que considera que la esencia del arte consiste en la mentira. Cerca de esta concepción se encuentran las corrientes que se inclinan al hedonismo y al subjetivismo estético (arte como estimulante del placer, arte como una creación soberana de la realidad hasta entonces inexistente). Estas opiniones no responden a la verdadera esencia del arte, según M. M. ejemplifica con el lector de la obra “Crimen y castigo” (Dostoievsky), para quien la cuestión de la veracidad de la historia del estudiante Raskolnikov está fuera de su interés, lo que no impide al lector sentir una fuerte relación entre la novela y la realidad, pero no la realidad que narra la novela, sino una realidad más vívida (relacionadas con la experiencia vital del receptor y por lo tanto con sus valores). Alrededor de la novela que había absorbido al lector se acumulan, no sólo una, sino muchas realidades, respecto de las cuales la obra adquiere una relación auténtica. De modo que la obra artística adquiere la capacidad para aludir a realidades que no son aquellas que representa, o a sistema de valores que no fueron los que le dieron origen, y que no constituye la base sobre la que fue construida. Todo esto es válido también para las artes atemáticas, como la música y la arquitectura. (Ver palabras de O. Wilde/ pág. 90). Como dice Valéry, la arquitectura (arte atemática –que no tiene “contenido”-junto con la música, según M) también “habla”, es decir contiene un mensaje, pero de un tipo totalmente diferente al de la poesía o la pintura. La comunicación contenida en la obra arquitectónica guarda estrecha relación con su función práctica. Volviendo a las artes temáticas, gracias a la lingüística funcional, hoy sabemos que todos los componentes de la poesía (desde la articulación de los sonidos hasta la construcción de la frase) en tanto partes de un sistema lingüístico son portadores de la “energía significativa” y de la “relación auténtica”. En el caso de la pintura sus componentes son factores significativos que por sí mismos no están unidos a una realidad determinada con la que guardan una relación directa, sino que son portadores de una energía significativa en potencia, que surge del conjunto de la obra y determina una postura frente a lo real. No obstante al estar el arte estrechamente vinculado con los signos comunicativos, resulta ser la negación de la comunicación auténtica. La que supone una realidad concreta conocida por el emisor, de la que debe estar al tanto el receptor. La obra de arte, en el caso de las artes temáticas, es un intermediario de la relación con la realidad, ya que ésta es múltiple y alude a hechos conocidos por el receptor (que no están en la obra, porque forman parte de la experiencia íntima del receptor). Pero, ¿la interpretación de una obra de arte es únicamente individual, diferente para cada individuo y por lo tanto incomparable? No, ya que la obra es un signo y por lo tanto esencialmente un hecho social, que está regido por las relaciones sociales en las que los individuos se encuentran integrados. Según esta comprobación: las relaciones auténticas establecidas por la obra de arte se refieren a la manera como el individuo y la colectividad conciben la realidad. Toda obra de arte (aún cuando no contenga juicios de valor directos o indirectos) es portadora de valores. La valoración pertenece a la esencia del signo artístico. La relación auténtica de la obra artística interviene 6
(por su multiplicidad), no sólo en cosas particulares, sino en el conjunto de la realidad, afecta a la postura del receptor frente a ella, y esa postura es fuente y regulación de la valoración. Cada uno de los componentes de la obra (el temático o el formal) adquiere en el contexto de ella múltiple relación auténtica, y se convierten en portadores de valores extraestéticos. Los componentes formales (líneas –curvas, rectas, convexas, etc.-, colores –claros, oscuros, etc.) pueden ser comprendidos sólo desde la perspectiva del conjunto y en relación a ella adquieren significados muy diferentes. Los valores extraestéticos de una obra de arte constituyen un conjunto dinámico, aunque no mecánicamente establecido. Estos valores no son sólo asunto de la obra artística, sino también del receptor. Muchas veces los valores de la obra están en contradicción con el sistema válido para el receptor, lo que da lugar a una tensión producida intencionalmente por el artista, o la contradicción sucede porque la obra proviene de un medio temporal y socialmente diferente del receptor, y en ese caso es inevitable. La obra artística como conjunto de valores extraestéticos no es una réplica del sistema de valores de la sociedad receptora, por eso mismo aquellos valores no son percibidos (en relación a su carácter de obligatoriedad) de la misma manera que los de la práctica de la sociedad receptora. Hemos a referirnos ahora a la mutua relación entre el valor estético y los demás valores contenidos en la obra, y mostrar su verdadera naturaleza. Como ya se dijo el valor estético es dominante en la obra de arte. Ahora bien, ¿cuál es la finalidad del arte? Para contestar esta pregunta hace falta analizar la posición y el carácter de los valores extraestéticos, extendidos sobre los distintos componentes de la obra, hacia el valor estético que da unidad a la obra artística. La obra artística aparece entonces como un conjunto real de valores extraestéticos, y únicamente como dicho conjunto. Si nos preguntamos dónde ha quedado el valor estético veremos que se ha disuelto en los distintos valores extraestéticos y no representa nada más que la denominación global de la integridad dinámica de las relaciones mutuas de aquellos. La distinción entre criterio “formal” y “temático” en la investigación de la obra artística es incorrecta para M. (Ejemplifica con las premisas de la escuela estética y teórico-literaria rusa, para la cual todos los componentes de la obra artística son sin distinción, partes de la forma). A lo que habría que agregar que todos los componentes de la obra artística son portadores de la significación y de los valores extraestéticos, y por lo tanto forman parte del contenido. Toda la construcción de la obra de arte (y no sólo el “contenido”) entra en relación con los valores vitales que rigen el comportamiento humano. Por lo general los valores contenidos en una obra artística son un poco diferentes, tanto por lo que se refiere a sus relaciones mutuas como a la calidad de cada uno en particular, del sistema de valores válido para una colectividad. Lo que produce una tensión mutua, y en ella consiste la propia significación y acción del arte. Aclaremos que el movimiento libre del conjunto de los valores de una sociedad, está limitado por la necesidad de aplicación de dichos valores, la revalorización de los valores es muy difícil y está acompañada de fuertes conmociones en la vida de esa sociedad. En cambio los valores de la obra artística – cada uno de los cuales queda fuera de la obligatoriedad- pueden reemplazarse y reformularse sin problemas. ¿Puede ser probada la validez objetiva del valor estético? El objetivo de la valoración estética no es el artefacto artístico “material” (que perdura sin cambios), sino el “objeto estético” que es su reflejo y correlativo en la conciencia del receptor, es variable y está determinado no sólo por la construcción y las características del primero, sino por el estado evolutivo de la estructura artística inmaterial. No obstante el valor estético objetivo (si es que existe), ha de buscarse en ese artefacto material. Podemos aseverar que el valor independiente del artefacto artístico será tanto más grande, cuanto más numeroso sea el conjunto de valores extraestéticos que logre concentrar y cuanto más potente sea el dinamismo de la relación entre ellos. Como criterio principal de valor estético se considera la impresión de unidad que produce la obra. Sin embargo la unidad no debe verse como algo estático, sino dinámico, como una tarea impuesta por la obra al receptor. M ejemplifica con la frase de V Shklovsky: “un camino vivo, un camino sobre el cual el pie siente las piedras, un camino que vuelve, ese es el camino del arte”. El valor estético independiente se pone de manifiesto cuando las convergencias y contradicciones condicionadas por la construcción del aparato artístico material, son poderosas, pero se mantienen en equilibrio. El artefacto material entra en contacto con muchas colectividades y sistemas de valores diversos que se diferencian entre sí. ¿Cómo se manifiesta desde este punto de vista el postulado de su valor estético independiente? La tensión entre los 7
valores extraestéticos de la obra y los valores vitales de la colectividad, conceden a la obra la posibilidad de actuar sobre la relación entre el hombre y la realidad, que es el quehacer más propio del arte. Por eso se puede afirmar que el valor estético independiente del artefacto artístico es tanto más grande y duradero, cuanto menos fácilmente se somete la obra a la interpretación literal respecto de los valores en vigencia en la época o el medio en cuestión. La función estética (f. e.) es uno de los factores más importantes de la actividad humana: cualquier acción humana puede estar acompañada por ella, cualquier cosa puede llegar a ser su portadora. La f. e. es un codeterminador del comportamiento humano respecto de la realidad, así por ej. al producirse cambios en la jerarquía de las funciones de un objeto, la f. e. actúa reforzando la nueva función dominante, elevándola por encima de las demás. Otras veces suple una función desaparecida de una cosa o una institución que ha sido temporalmente privada de ella, conservándola de esta manera para un uso nuevo o una nueva función, etc. Es así como la función estética se integra en los procesos sociales. La norma estética (n. e.), reguladora de la función estética, no es invariable, sino un proceso complejo que se renueva continuamente. Gracias a su estratificación en normas antiguas y recientes, superiores e inferiores, etc. Y a sus cambios evolutivos, la n. e. se integra en la evolución social. También el valor estético, que actúa particularmente en el arte, donde la n. e. es más violada que mantenida, pertenece a los fenómenos sociales. Tanto la variabilidad de la valoración estética como la estabilidad del valor estético objetivo, tienen que ser deducidos de la relación entre el arte y la sociedad. El valor estético entra en estrecha relación con los valores extraestéticos de la obra, y mediante ellos con el sistema de valores de la sociedad receptora. No obstante el valor estético prevalece sobre el resto, sin alterarlos. Mediante el valor estético el arte actúa sobre la postura emocional y volitiva del hombre frente al mundo, interviniendo directamente como regulador básico del comportamiento y pensamiento humanos, a diferencia de la ciencia y la filosofía, que influyen sobre éste, mediante los procesos mentales. Lo estético, es decir la función, la norma y el valor estéticos, se extiende sobre la esfera global de la actividad humana, siendo un factor importante y multilateral de la práctica de la vida. M no acuerda con teorías estéticas que pregonan como objetivo de loi estético, el placer, la expresión, la excitación emocional o el conocimiento. Lo estético influye en todos los aspectos de la postura globo del hombre frente al mundo, particularmente en su manifestación superior, el arte.
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