EL SIGLO XVIII
HAN CONTRIBUIDO A ESTE VOLUMEN Roland MousNtER . , .
Ernest
L abrousse .
.
•
Marc B oulOISEAU y Er nest L abrousse . • Ernest L abbousse con la colaboración de Marc B ouloiseau . . • *
Introducción y Primera Parte• Plan general y L ibro l de la Se ganda Parte. L ibro II de la Segunda Parte.
Conclusiones generales.
HISTORIA
GENERAL
DE LAS
CIVILIZACIONES
publicada bajo la dirección de
MAURICE
CROUZET
Inspector general de Instrucción Pública de Francia
VOLUM EN
V
EL SIGLO XVIII REVOLUCIÓN INTELECTUAL TÉCNICA Y POLÍTICA ( 1715- 1815) POB
ROLAND MOUSNIER
y
ERNEST LABROUSSE
Profesor de la Universidad de Estrasburgo
Profesor de la Sorbonne de Parle
con la colaboración de MARC
BOULOISEAU
Doctor en Letras
E D IC IO N E S D E S T IN O BARCELONA
VotDMBN V . —
EL SIG LO X V III
Versión española de
DAVID
ROMANO
Profesor adjunto de la Facultad de Filosofía y Letras de Barcelona Revisión y adaptación de
JUAN
REGLÍ
Profesor adjunto de la Facultad de Filosofía y Letras de Barcelona Titulo de la edición original
XVIII* siiele, Revohaion intelltcttielle, tecknique et politique. (1715-1815) Publicado en Francia por
Prestes Unioersitaires de France, París
Primera edición española; septiembre 1958
D EPÓSITO LE G A L , B .
©
13,559. — 1958
EDICIONES DESTINO. — Barcelona, 1958
INTRODUCCIÓN con bu tono profético, denominaba al siglo xvni “ el Gran Siglo” . En cambio, Renán trataba con cierta negligencia una época “ en la que si bien existía libertad de pensamiento, se pensaba tan poco que era escaso el provecho obtenido” . A decir verdad, Michelet exageraba la capacidad creadora del siglo XVXH. Paul Hazard cree que sus principales ideas ya estaban formadas en el siglo XVII, entre 1670 y 1700; pero aún se habría podido remontar más. El mérito del si glo xvm es el haber desarrollado y transmitido algunos logros anteriores, como Renán captó perfectamente, Pero, al proseguir ciertas empresas iniciadas en el siglo anterior, según principios ya establecidos y caminos insinuados, el siglo xvm prepara y anun cia la llegada del mundo contemporáneo. Son muchos los rasgos propios de épocas posteriores que empiezan a dibujarse. Las ciencias se desarrollan de un modo extraordinario, forman un edificio completo, rematado por las ciencias sociales. El hombre aprende día a día, comprende, ve y le parece que las tinie blas retroceden: es el “ siglo de las luces” . El progreso de los conocimientos aumenta la fe en el continuado progreso de la humanidad hacia un estado su perior. Este progreso acrece en muchos individuos el desprecio hacia el pasado, desprecio que les impulsa a arrumbar las viejas creencias, los textos pretéritos y, al mismo tiempo, las verdades en ellos contenidas, expresadas simplemente, con distinto lenguaje y diferente retórica. De ahí cierto desdén hacia la Antigüedad y cierta hostilidad contra el Catolicismo, considerados ambos como conjunto de supersticiones nocivas que deben ser rechazadas. Provisionalmente, la Iglesia pierde influencia, el Catolicismo retrocede en todas partes, y como conse cuencia de ello se elaboran nuevas concepciones del mundo, sean racionalistas, deístas o bien materialistas. Algunos individuos van más lejos aún: ven cuán difícil le es al hombre comprender el Universo, notan la impotencia del es píritu humano cuando quiere ir más allá de los límites de la experiencia y del cálculo, más allá del conocimiento de los fenómenos, y enemigos al mismo tiempo de las antiguas explicaciones cosmológicas, anuncian la llegada del positivismo y del idealismo contemporáneos. Otros, en cambio, hartos ya de la aridez de la ciencia y de la razón, se dejan llevar por los impulsos del co razón: son ya románticos.
M
ichelet,
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INTRODUCCIÓN
Las técnicas se perfeccionan hasta tal punto que se produce una revolu ción militar, casi una revolución naval y, en Inglaterra concretamente, una revolución industrial que se extiende al continente. La era de la técnica, nues tra era, con todas sus consecuencias sociales, se ha iniciado ya. Los descubrimientos y los adelantos se realizan en Europa, sobre todo en Francia. Europa, conducida por Francia, se pone al frente del mundo (1). Ri valizando política y económicamente con Inglaterra, Francia domina gracias a su espíritu y ostenta una supremacía intelectual tan manifiesta que las per sonas cultas de la época hablan de “ la Europa francesa” . Los europeos salen vencedores, gracias no sólo a los conocimientos racionales y a su habilidad, a la ciencia y a la técnica, sino también al perfeccionamiento en la organización de los principales países (qne, al fin. y al cabo, es una técnica más) en los que, en general, tiene una tendencia cada vez mayor a desarrollarse el Estado omni potente qne se vale en provecho propio, merced a tina administración cada vez más centralista, de las fuerzas de los ciudadanos, a menudo desordenadas. Pese a una serie de rasgos semejantes (religión cristiana, creciente racionalismo, estética común, internacionalidad del idioma francés), estos Estados no se hallan unidos, sino que compiten armas en mano: no existe una Europa política. Y , sin embargo, Europa logra tal adelanto científico y técnico que por su capacidad de acción, si no por su moral y su ética, deja muy atrás incluso a esas antiguas civilizaciones asiáticas, sobre las que durante largo tiempo no había tenido una superioridad evidente. Europa prosigue la conquista, la ocu pación, la transformación del m undo; pero los Estados enropeos, desunidos, se lo disputan. Las principales potencias europeas luchan entre sí en todos los océanos, en todos los continentes: existe ya una política mundial. Ciertas co munidades europeas se desarrollan incluso fuera de Europa; algunas acaban su evolución y una, a la que le espera un brillante porvenir, toma conciencia de su individualidad, se desliga de la metrópoli y constituye una nueva nación que habrá de competir con la vieja Europa: los Estados Unidos de América. La evolución de todo el siglo culmina en una Revolución. El aumento de la circulación del oro y de la plata, el incremento del número de seres huma nos, la intensificación de los intercambios con los países de ultramar, producen un alza de los precios reales, abren nuevos mercados, multiplican los beneficios. Las ciudades crecen, el número y el poder de la burguesía va en aumento; pero, excepto en la oligárquica Inglaterra, en la que la situación civil y política de los burgueses va m ejorando regularmente, en todas las demás naciones la clase burguesa choca con la aristocracia y con el absolutismo. Esta evolución es mucho más acentuada en Francia, donde la burguesía se (1) En realidad, las cansas de esta superioridad, científica y material, de Enropa nos son poco conocidas (Véase el vol. IV de esta misma colección).
INTRODVCCIÓ JV
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convierte en la claee esencial que domina a campesinos y obreros: azuza a éstos contra la nobleza y el clero, los grandes beneficiados del Antiguo Régi men, que defienden su posición excluyendo a los burgueses de los cargos y de los Honores; y también los azuza contra la realeza, que es incapaz de llevar a cabo las transformaciones necesarias. A esta crisis política viene a añadirse, en 1789, una crisis económica y una crisis financiera, de las que todos hacen responsable al gobierno y a las inatituciones. La burguesía toma el mando del movimiento revolucionario, en el que las masas son las fuerzas de choque. La burguesía destruye la “ feudalidad” y libera al individuo burgués. Gracias a la igualdad civil, a la propiedad sagra da e inviolable, a la soberanía de la nación, se atribuye la dirección, la admi nistración y los beneficios de la nueva sociedad. La guerra social entre la sociedad moderna y la tradicional, produce, en tre 1792 y 1795, la aparición de inquietantes novedades: las nuevas unidades de cálculo del mundo m oderno: el m illón de hombres, los m il millones de francos; las nuevas formas políticas y sociales: la dictadura democrática, el terror, el sufragio universal, la República, un "socialismo” cuyo recuerdo per siste com o el de una leyenda o profecía. La burguesía, temerosa, recurre al ejército. Napoleón Bonaparte, su en cargado de negocios, da estabilidad a la Revolución al garantizar a la burguesía sus principales conquistas. La burguesa Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano se convierte en nuevo evangelio para el mundo de civilización europea. Los pue blos se agitan, estallan revoluciones; pero soberanos y aristócratas se oponen mediante un terror blanco. DeBde 1792 a 1815. Francia y Europa libran una guerra social internacional, una guerra de propaganda y de expansión revolu cionaria, guerra en defensa de la “ civilización” . La asimilación de los territo rios conquistados y la creación de países satélites propagan por doquier las estructuras sociales y las instituciones francesas. Para vencer a Francia, los soberanos no tienen más solución que adoptar sus mismos procedimientos y métodos. Y pese a la derrota de Francia y a la reacción de 1815, la faz del mundo queda cambiada. “ Somos los descendientes directos del siglo xvm.”
PRIMERA PARTE
EL ÚLTIMO SIGLO DEL ANTIGUO RÉGIMEN
L ib r o P r im e r o
LOS PROGRESOS DE LA REVOLUCIÓN INTELECTUAL
CAPITULO PRIMERO
EL ESPÍRITU DEL SIGLO 1. El
m étodo
N la Europa de esta época, el espíritu de Descartes es el inspirador de quienes piensan. El siglo es cartesiano; Newton continúa la magna revolución intelectual del maestro y saca las consecuencias de los principios por él establecidos, deformando a veces su pensamiento, cuyo conjunto no capta. El siglo conserva, sobre todo, lo que Descartes tenía en común con los meeanicistas de su época. Algunos han pretendido que el reinado de Descartes termina en este momento y que es susti tuido por Locke y por Newton: Voltaire llega incluso a fijar la fecha en que Descartes dehe considerarse vencido en la misma Francia, su feudo. Esta fecha es el año 1730. Pero, entendámonos. Es cierto que la física de Newton, basada en la expe rimentación y el cálculo, ha vencido a la de Descartes, excesivamente teórica. Newton aplicó con gran exactitud las matemáticas a los fenómenos naturales y extrajo las causas de dichos fenómenos de los fenómenos mismos, mientras que Descartes, a quien se le había ocurrido la idea, no logró hacerlo, por lo cual se vio obligado a imaginar para cada fenómeno una estructura mecánica, cuyo resultado es el siguiente: mediante diversos mecanismos muy diferentes, tan sólo puede obtenerse un resaltado determinado. P or otra parte, es también cierto qne el sensualismo de Locke, la teoría que afirma que todas nuestras ideas proceden de las sensaciones, ha puesto en ridículo el sistema cartesiano, según el cnal al nacer tenemos ya todas las ideas formadas, las ideas innatas. Y, asi mismo, es verdad que muchos han tratado a Descartes, por su concepto del Universo, de soñador y de quimerista; que Voltaire habla desdeñosamente de sus “ novelas” , que d’AIembert atribuye la invención de la metafísica a Locke y de la física a Newton. Aunque todo esto es cierto, no lo es menos que los prin cipios generales del método, los grandes movimientos del espíritu, los procedi mientos intelectuales fundamentales, ban seguido siendo, tanto en Newton como en los demás, los de Descartes. Descartes es el gran maestro del pensar en el si glo xvirr, y sus mismos contemporáneos no se han equivocado acerca de ello. Dejemos de lado a Fontenelle, excesivamente apegado al maestro. En 1751, d’Alembert, en su Discurso prelim inar d e la Enciclopedia, escribe: D escartes, Loche,
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LOS PROGRESOS DE LA REVOLUCIÓN INTELECTUAL
"A l menos, Descartes se ha atrevido a enseñar a los espiritas sanos a sacudir el yugo de la escolástica, de la opinión, de la autoridad, en una palabra: de los prejuicios y de la bar barie. Gracias a esta revolución, cuyos frutos cosechamos hoy, le ha hecho a la filosofía un favor más esencial quizá que todos los que debe a sus ilustres sucesores... Si acabó p or creerse capaz de explicarlo todo, al menos empezó por dndar de tod o; y las armas mismas de que nos valemos para combatirle, no le pertenecen menos por el hecho de que las dirijamos contra é l..."
En la Enciclopedia, Turgot señalaba: “ Newton ba descrito el país que des cubrió Descartes” . Locke, Berkeley, Condillac “ todos ellos son hijos de Des cartes” . En 1765, Thomas obtuvo el premio de la Academia francesa por un elogio de Descartes, en el que indicaba que, a pesar de haberse abandonado muchas ideas que ¿1 había emitido, lo que constituía la esencia misma de su espíritu había sido fielmente seguida. El mismo Condorcet, adepto de Locke y Newton, en su célebre Esbozo de un cuadro d e los progresos d e la m ente humana desde los orígenes de la humanidad, ensayo acabado en 1794, da a la novena época el siguiente título, harto significativo: “ Desde Descartes hasta la formación de la República Francesa” . Admira la época que se extiende “ desde el momento en que el genio de Descartes imprimió en las mentes este impulso general, primer principio de una revolución en loa destinos de la especie hu mana” . En Londres y en Berlín, en Leipzig y en Florencia, en San Petersburgo, Descartes es celebrado, honrado, utilizado. Es, pues, evidente que Descartes abre una era de la humanidad, en la que queda incluido el siglo xvm. El siglo xvm conservó de Descartes la duda metódica, la del Z o 7 v S ni° negación a creer; y no sólo la voluntad, una vez en su vida, en su edad madura, de hacer tabla rasa, de ponerlo todo en duda para alcanzar verdades incontestables, para luego partir de éstaB y edi ficar un conjunto de conocimientos ciertos, no sólo eso, sino, además, una tendencia general, una costumbre propia de cualquier edad, de dndar de todas las afirmaciones, de no inclinarse ante ninguna autoridad, sea cual fuere, de examinarlo todo y de aceptar únicamente aquello que cada uno ha podido ver que es completamente cierto después de haberlo comprendido perfecta mente. D e este m odo, el siglo estuvo en permanente estado de insurrección in telectual. El siglo xvm conservó la necesidad “ de la evidencia” , la preocupación de admitir tan sólo las verdades “ claras” y “ evidentes” , alcanzadas, tras examinar un elevado número de hechos, por una “ intuición” que capta la verdad con una sola mirada, sin razonamiento, verdad qne se impone irresistiblemente al espí ritu. A continuación, la mente puede deducir de esta verdad otros conocimien tos mediante aplicación de la lógica de los escolásticos, fundados en los princi pios de la razón, que son: no contradecirse, todo tiene sn razón de ser, causas
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iguales producen idénticos efectos, el todo es mayor que la parte, etc. De este modo, se parte de principios captados perfectamente, a plena lu z; todos los ele mentos de la demostración son aprehendidos plenamente por el espíritu, el proceso del razonamiento es claro, el paso de una proposición a otra es necesa rio, obligado. La conclusión, clara, inexorable, no deja ningún cabo suelto. Las matemáticas siguieron siendo para el siglo xvill la principal herramien ta y el m ejor ejercicio intelectual. Ellas precisamente proporcionan el tipo de las ideas claras y evidentes, porque son creación de la mente: en la naturaleza no existen ni líneas rectas ni circunferencias. El espíritu concibe perfectamente y maneja con holgura lo que ha creado. Pero las matemáticas imaginan cuer pos y pueden dedicarse a medirlos, porque son sugeridas a la mente por cuer pos: las líneas materiales imperfectas, el hilo tenso, el rayo luminoso, son los que hacen surgir en el espíritu, mediante retoques, la idea de la rectitud abso luta, uniforme, sin espesor, la idea de la recta pura. Las matemáticas sirven para redactar el inventario del mundo físico, pues nos enseñan el aspecto más claro y evidente, bajo el cual podemos estudiar los fenómenos físicos: el aspecto cuantitativo. Mientras puede, el siglo xvui sigue buscando los aspectos cuanti tativos, método cuya verdad y fecundidad quedaba demostrada por los resul tados alcanzados por los sabios. El siglo xvm conservó de Descartes el concepto mecanícista del mundo. Aquellas medidas sacaban a luz relaciones constantes entre las cosas, exacta y precisamente determinadas. Suponían un determinismo absoluto, una materia inerte, pasiva, cuya única propiedad era el ser extensa. El mundo es materia en movimiento, átomos que se empajan unos a otros; y dado que la materia es inerte, es imposible concebir de dónde procede el movimiento y cómo logra formar un Universo ordenado, en vez de un caos. Descartes pensó que para lo grar este movimiento, este orden, se necesitaba una causa todopoderosa y ornniinteligente: Dios. Dios fué quien dió el empuje inicial a un átomo; éste em pujó a sus vecinos, y el movimiento se propagó de átomo en átomo, según un orden establecido por Dios, y sigue realizándose siguiendo este orden inmu table que denominamos leyes naturales. Así, pues, el mundo es una inmensa máquina construida por Dios, cuyo funcionamiento signe Dios atentamente. Este concepto del Universo-máquina, este mecanismo universal, fué el concepto de todos los individuos del siglo xvill. La mayoría conservó a Dios; algunos creyeron que el movimiento y sus leyes eran inherentes a la materia, por lo cual, considerando a Dios inútil, lo suprimieron de sus mentes; pero todos ellos fueron mecanicistas, Y así se llegó a una ruptura con el pasado. Para ponerlo todo en claro, ha cerlo distinguible, mensurable, el siglo establecía en principio la unidad fun damental de la naturaleza: todo debía reducirse a movimientos, quizá cierna-
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eiado complejos para ser medidos, pero que en principio eran conmensurables. P or consiguiente, rechazaba las cualidades ocultas, las esencias, quididades y otras “ virtudes dormitivas” que los escolásticos habían asignado a cada fenó meno físico para explicarlo mediante un esfuerzo verbal. En el mundo sólo reconocían dos pensamientos: el del hombre y el de Dios, y com o quiera que, según ellos, la voluntad de Dios sólo se manifiesta mediante leyes invariables, quedaba destruida la creencia en los espíritus, en los ángeles, en los milagros, en la providencia, en las creencias populares y en el cristianismo. Para muchos, esta actitud debía tener sus limitaciones. Un Reproche* discípulo de Descartes, Tyssot de Patot, escribe en 1727, en 41 *03 r ll O S O J O S . . . U1 ^ 8126 Cartas escogidas (1 ): hace ya tantos anos que me paseo por los caminos amplios y claros de la geometría, que sólo con gran esfuerzo puedo soportar los senderos estrechos y tenebrosos de la religión... Quiero en todas partes o evidencia o posibilidad” . Algunos contemporáneos juzgaron que este espíritu, fuente de grandes progresos, ocasionaba daños, creyeron que había sido llevado a un exceso: para ellos, posible es solamente aquello que de alguna manera hemos visto o sabido; lo imposible, lo inverosímil, es lo que jamás hemos hallado. Un filósofo cuenta de un rey de Siam que nunca quiso creer en la existencia del h ielo: no podía concebir que el agua llegara a ser tan só lida que fuera capaz de sostener a un elefante. Tyssot de Patot, Yoltaire, todos los “ Filósofos” , fueron acusados de parecerse a menudo al rey de Siam, de rechazar por falso lo que para ellos era desacostumbrado o lo que muy rara mente ocurre. En cuanto a la evidencia, decían que no siempre era signo de verdad. Algunas proposiciones pueden parecer evidentes y ser totalmente fal sas; otras, en cambio, muy oscuras, muy vagas, pueden ser completamente exac tas. A menudo lo oscuro es lo que no comprendemos y lo que con un esfuerzo mayor podríamos comprender. Los “ Filósofos” eran acusados de negarse mu chas veces a realizar este esfuerzo, de rechazar, con demasiada rapidez, por falso aqnello que les era difícil: Yoltaire menospreciaba a Platón. Algunos autores creían que estudiar el mundo bajo el aspecto cuantitativo daba, com o es lógico, su resultado; pero que la cualidad existe. A l pasarla por alto, los hombres descuidaban un aspecto de las cosas, sólo conseguían un conocimiento parcial, y por mucho que insistieran en él, seguía siendo par cial. Para concebir el Universo, en cuanto le es dado al hombre hacerlo, es imprescindible examinarlo b ajo todos sus aspectos y no puede negarse todo lo que resulta imposible reducir a simples desplazamientos de materia. Los “ Filó sofos” , decían, trinchaban a veces la realidad en lugar de estudiarla. Quizá, pensaban otros, llevaban demasiado lejos el espíritu de duda, quizá (I)
Coria 67.
EL ESPIRITU DEL SIGLO
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conocían mal las advertencias de Descartes: no todos los individuos tienen ca pacidad para practicar la dada metódica; se necesita mucha circunspección, un gran dominio de si mismo para admitir únicamente lo que no deja ni asomo de dada, para proceder ordenadamente. Muy pocos son los que pueden hacerlo, e incluso a éstos les había advertido Descartes que no se dedicaran a ello antes de llegar a madurez de razón, antea de haber adquirido un buen bagaje de conocimientos merced a los medios ordinarios que implican con fianza. La duda, la negativa precipitada a creer, ¿no pueden llevarnos demasia do lejos por el camino del error?; lo que es evidente para una mente poderosa, ¿no será, por ello mismo, dudoso 7 oscuro para un espíritu menos desarrollado, e ininteligible para una medianía? Mas, pese a todo, el pensamiento de los “ Filósofos” no cesó de ganar adeptos y acabó por triunfar.
2. L as La fie''n del público
condiciones de trabajo
Cuando car*:eaianismo ya ba obtenido sus resultados, la curi° s*dad se dirige principalmente hacia las ciencias y existe nn verdadero frenesí por todas las ciencias de la naturaleza, es decir, por la “ física” : individuos de las más variadas clases sociales se dedican a ella en todos los países, sobre todo en Francia, Los medios de aprender ge multiplican. Las colecciones zoológicas, botánicas y mineralógicas así como los “ gabinetes” de física abundan cada día más: duques y magistrados, ecle siásticos y médicos, damas, congregaciones religiosas, todos los poseen. Luis X V tuvo sus propias colecciones y, además, Buffon amplió el Gabinete del Rey y el Jardín del Rey, fundados por Luis X III: duplicó el número de jardines, construyó invernaderos y un auditorio para poder enseñar; cedió las coleccio nes que le había regalado Catalina II y estimuló la actividad general: las da mas de la corte hacían donativos por el afán de verse citadas en la Historia JVatwflí; y los intendentes y funcionarios que coleccionaban para él en las colonias, eran recompensados con diplomas de “ corresponsal del Gabinete del rey” . Todas estas colecciones, tanto públicas com o privadas, estaban abiertas a los aficionados. Una serie de cursos públicos difundían las aficiones científicas. Desde 1734, el abate NoIIet daba en París un curso de física, limitado a la física expe rimental; ni se dedicaba a especular ni se valía de las matemáticas: exhibía sus máquinas y no lanzaba ninguna afirmación que no pndiera comprobar se inmediatamente. Aunque, al actuar de este modo, daba una idea incom pleta de la ciencia — pues la ciencia es ante todo una serie de razonamientos que vienen determinados mediante el cálculo y son confirmados por la expe-
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LOS PROGRESOS DE LA REVOLUCIÓN INTELECTUAL
rie n d a — s sus oyentes le comprendían en seguida, tenía gran éxito y conseguía adeptos para la ciencia. Ante su casa se apretujaban las carrozas de las duque sas que querían ser electrizadas. Cuando, en 1753, el Rey fundó para él un curso de física experimental en el Colegio de Navarra, éste tuvo que permitir la entrada a los aficionados: a las clases de Nollet asistían 600 oyentes. En el Jardín del Rey, el químico Rouelle empezaba su curso público con peluca y puños de encaje; pero, mediada la explicación, se enardecía, se quitaba los puños y la peluca, luego la chaqueta y acababa por despojarse también de su chaleco, y finalizaba la clase en mangas de camisa, tras haber comunicado su pasión a los asistentes. Estos cursos eran imitados en los colegios de provin cias, en numerosas ciudades, tanto en Francia com o en Holanda y en Alemania. Algunos individuos ganaban su sustento enseñando de plaza en plaza experi mentos físicos: en especial les atraía y apasionaba la electricidad. Los libros de divulgación se multiplicaban, y algunos de ellos tenían gran valor, com o: el Espectáculo d e la Naturaleza, del abate Pinche; las Lecciones de física exp e rim ental, del abate Nollet (1748); la H istoria natural, de Buffon; la H istoria de la electricidad, de Priestley (1775). Eran numerosos los compendios, dicciona rios, manuales, continuamente puestos al día y reeditados. Los diarios dedica ban largas columnas a las obras científicas; incluso algunos se especializaren en publicaciones científicas. En todas partes reina un “ furor de aprender” y una “ fiebre de inteligencia” que no son nuevos, pero sí más frecuentes. Genoveva de Malboissiere, perte neciente a una rica familia de financieros, domina el latín y el griego, el alemán, el inglés, el italiano y el español, y, además, escribe tragedias y comedias, tiene profesores de matemáticas, Valmont de Bomare le da leccio nes de física y de historia natural, lee las obras de Buffon. La futura señora Roland, bija de un grabador, estudia matemáticas y física, lee las obras del abate Nollet, del físico y naturalista Réaumur, del matemático y astrónomo Clairaut. Voltaire se dedica a estudiar matemáticas, divulga los trabajos de Newton. Diderot asiste durante tres años a cursos de anatomía y de fisiología, a las lecciones de química de Rouelle y deja importantes estudios de fisiología. Juan Jacobo Rousseau aprende matemáticas, astronomía y medicina, y redacta largas Instituciones de química. Franklin hace experimentos eléctri cos; Goethe prosigue sus investigaciones de óptica y de botánica. El Delfín de Francia toma lecciones de física; el rey Jorge III de Inglaterra se dedica a la botánica y Víctor Amadeo III de Saboya repite los experimentos del abate Nollet. Si hubieran vivido a mediados del siglo anterior, la mayor parte de ellos habría dedicado mucho más tiempo a discernir los más sutiles matices de los sentimientos humanos, a buscar las palabras y los giros más adecuados para
I. — Partida de caza
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expresar esos sentimientos con exactitud, fuerza, elegancia y penetración. Cada día habrían meditado más y más las obras de los clásicos para hallar en ellas alusiones a sentimientos no percibidos o mal comprendidos, o modelos de dic ción. Habrían practicado el examen de conciencia, y acudido a los confesiona rios; se habrían preocupado del camino hacia la perfección cristiana mediante una atenta vigilancia de los sentimientos y de las pasiones, para dirigirlos hacia la propia salvación. Pero en el siglo xvm, la religión ya no es un hecho tan im portante, pues aunque son muchos los individuos que siguen acudiendo a los oficios y al confesionario, en general, el impulso del corazón es menor; ya no creen como antes, y a menudo la religión se siente y se vive menos. A pesar de seguir sintiendo afición por la literatura, la amplitud de la curiosidad no deja ya tiempo para saborearla y penetrar en ella. El gusto se corrompe. Montesquieu y Voltaire son inferiores a Boileau, a veces de una manera desola dora. Voltaire no está lejos de preferir “ todas las baratijas de Tasso al oro de Virgilio". Además todos tienen prisa por remontar de las apariencias a los principios, para relacionarlos con la filosofía general de la época, para cons truir, com o diría d’Alembert, una “ metafísica del corazón” . Desdeñan exa minar la realidad; la psicología resulta a menudo rudimentaria, la expresión es fría y abstracta. Si las Ciencias progresan, las Letras retroceden y, bajo este punto de vista, el siglo xvm parece tener menos importancia que el XVII y el xrx. El apoyo Pero esta pasión por las ciencias favorece la labor de loa d e la 'op in ión sabios, que están bien considerados y hallan ocasiones y pública y d e los medios materiales para proseguir sus trabajos. Buffon ve gobiernos convertir sus tierras en condado por el rey de Francia; diez poetas cantan su grandeza; le es erigida ana estatua en vida; su residen cia de Monthard se convierte en lngar de peregrinación. A su muerte, se ins tala una capilla ardiente, que dura todo un año, en la colina que se alza fren te a su castillo. La gente se acerca a su gabinete com o si se acercara a “ un templo cuyo guardián es su anciano criado, y su hijo el pontífice". Jorge I de Inglaterra y Pedro el Grande de Rusia visitan los laboratorios de los “ físicos". Federico II invita a su mesa a sabios y filósofos; Catalina II los acoge en sub salones para mantener conversaciones intimas, A los estudiosos no se les escatima el dinero. Evidentemente, en una época en que muchas ciencias estaban todavía en sus inicios, se podía hacer mucho con reducidos materiales. El químico Scheele utilizaba simples vasos como campa nas, y para recoger los gases colocaba una vejiga al cuello de una botella; cuan do la vejiga se había llenado, la ataba con un cordel; Franklin empezó sus tra bajos sobre la electricidad con un tubo de vidrio y una piel de gato. Pero la as tronomía y la geografía no podían conformarse con materiales rudimentarios. 3, —H. G. C. — V
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Z.OS PROGRESOS DE LA REVOLUCIÓN INTELECTUAL
Muy pronto ocurrió lo mismo con la química: el laboratorio de Lavoiaier esta ba dotado de aparatos de precisión de gran tamaño y de difícil fabricación; sus experimentos exigían gran consumo de combustible. Por suerte, los reyes actua ron por medio de las Academias, que proporcionaban a sus miembros pensio nes y ayudas especiales; provocaban la emulación y recompensaban los es fuerzos mediante premios, organizaban misiones científicas subvencionadas por el Estado. Este ejem plo, nacido en Francia (por obra de Luis X IV y conti nuado por sus sucesores, Luis X V y Luis X V I), fué imitado en todos los países. Luis X V tuvo especial empeño en que Iob grandes trabajos geodésicos fueran dirigidos por miembros de la Academia de Ciencias de París: medición del meridiano, medida de la transversal de Brest a Estrasburgo, mapa general de Francia de Cassini; patrocinó grandes misiones científicas en el Perú, en Laponia y en el Cabo de Buena Esperanza, para medir los grados del meridiano, para determinar la distancia de la Tierra a la Luna, y otras empresas seme jantes. Los demá9 gobiernos siguieron el ejem plo. En Rusia, Pedro el Grande fun dó, en 1724, la Academia de San Petersburgo y envió a Behring a que recono ciera el estrecho que separa Asia de América, y que aún lleva su nombre. Las zarinas Ana y Catalina II patrocinaron viajeB científicos a Siberia, y la segunda de ellas llamó a San Petersburgo al filósofo francés Diderot y al matemático suizo Euler. Este ultimo escribió sus Cartas a una princesa de Alemania, que tratan de filosofía y de ciencias, para la princesa de Anhalt-Dessau. La Real Academia de Estocolmo fué fundada en 1739 y la Sociedad Real de Copenhague en 1745. Federico II de Prusia invita a la Academia de Ciencias de Berlín, fun dada en 1710 por su abuelo, a los matemáticos franceses Maupertuis, d’Alembert y Lagrange, y al suizo Bernoulli. Incluso Jorge III de Inglaterra, que tan avaro era, dotó espléndidamente al astrónomo Herschel: le asignó una pensión de treinta guineas y le concedió un edificio junto al castillo real de Slough, en el que pudo instalar su observatorio y hacer sus descubrimientos. Este afán científico llega basta el extremo de que los gobiernos europeos estipulan un acuerdo para poder observar los pasos de Venus ante el Sol en 1761 y en 1769, para determinar así la distancia de la Tierra al Sol. Era pre ciso aprovechar la ocasión, ya que el paso de Venus ante el Sol dos veces en un período de ocho años, es algo que sólo ocurre aproximadamente cada ciento veinte años. Los ingleses hicieron observaciones en Tahití, en la bahía de Hudeon y en Madras; los daneses cerca del Cabo Norte, los suecos en Finlandia, los rusos en Laponia y en Siberia y los franceses en California y en Pondichery. Europa se usía para aumentar los conocimientos de la humanidad. Los pro gresos realizados mediante verdades grandes, hermosas y útiles, costaban a los gobiernos muy poco en comparación con los gastos de la diplomacia y de las
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guerras: Lacaille, enviado por el gobierno francés al Cabo de Buena Esperanza, en 1751, para observar la Luna y determinar a qué distancia se halla de la Tie rra, después de una estancia de cuatro años, durante la cual, además del trabajo encargado, pudo establecer con maravillosa exactitud la posición de más de diez m il estrellas del hemisferio austral, gastó, incluyendo el precia de la construc ción de sus aparatos, la reducida cantidad de 9.144 libras y 5 chelines. ^ aa c*enc*as progresan y los sabios gozan de influencia, en parte porque si bien la especializ ación aumenta, es mucho menos avanzada que hoy día. En el siglo xvm, el cono cimiento de la naturaleza siempre recibe el nombre de filosofía, y quienes estudian sus leyes son llamados “ filósofos” . Todos ellos conocen las obras de los filósofos propiamente dichos, que de los descubrimientos científicos deducían principios, un espíritu, y señalan las consecuencias que tienen para nuestras ideas acerca del universo y del hombre, Gracias precisamente a esta difusión, las ciencias gozan de mayor influencia. Bufion debe sus principios rectores a Leibniz; Montesquieu a Malebranche, y todos a Aristóteles y a Descartes. Además, cultivan varias ciencias: el matemático y astrónomo Laplace asiste a loe expe rimentos de Lavoisier sobre el calor animal y la respiración; el matemático Eider se preocupa tanto de la teoría del silogismo como de las hipótesis físicas de la emisión y de la ondulación; el m édico La Mettrie aplica al mundo moral la doctrina mecanicista. Esto resulta ventajoso, pues a menudo el progreso pro cede de la aplicación del método y de los resultados de determinada ciencia a otra. Además, gracias a su formación clásica, la mayoría de los sabios adquieren o completan sn formación científica recurriendo a los tratados originales. Mu chos matemáticos podían traducir del griego los E lem entos de Euclides, del latín la G eom etría de Descartes y los Principios de Newton. A la gran ventaja de captar directamente el pensamiento del maestro, unían la de poder apreciar el desarrollo real, histórico, de la ciencia a que se dedicaban: conocer cóm o se habían planteado realmente los problemas, y cómo se habían hallado las so luciones, de las cuales habían surgido nuevos problemas. Así, poseían una idea muy clara y precisa de su ciencia: del espíritu, del método, del desarrollo, del porvenir de dicha ciencia. En cambio, tropiezan con una dificultad nueva: siguiendo el ejem plo de los franceses, los sabios ya no suelen escribir en latín, sino en su lengua mater na, aunque todavía baya muchas obras científicas redactadas en latín. Ya a me diados del siglo, d’Alembert indica los inconvenientes de la nueva costumbre: “ el filósofo que quiera conocer a fondo los descubrimientos de sus predecesores se verá obligado a sobrecargar la memoria con siete u ocho lenguas diferentes; y, después de haber dedicado el tiempo más precioso de su vida a conocerlas, morirá antes de empezar a instruirse” , Lavoisier quedó muy desconcertado cuan La universalidad d e los sabios
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do quiso consultar las memorias del químico inglés Priestley: afortunadamente, su esposa pudo traducírselas. Sin embargo, la mayoría de los sabios cuando ya no escriben en latín, suelen hacerlo en francés, lengua universal de Europa; así lo bacen los sabios procedentes de Basilea: los matemáticos de la familia B em oulli y el gran Euler; así, loa sabios de la Academia de Berlín y de la Academia de San Petersburgo. En resumen, los sabios bailaron condiciones de trabajo bastante satisfac torias.
CAPÍTULO II
LAS MATEMÁTICAS
arrollaron el análisis infinitesimal, descubierto en el si glo xvil por Newton y Leibniz, quienes se habían valido de los trabajos de Des cartes y de Ferraat. El nuevo cálculo, que expresa al mismo tiempo el estado de una variable en un momento determinado y cómo varía en dicho instante en intensidad y en dirección, daba a los astrónomos y a los físicos la posibilidad de estudiar los movimientos continuos. Tanto la tercera edición, que se publi có en 1726, de los Principios M atemáticos de filosofía natural de Newton como su Cálculo diferencial, compuesto en 1671, traducido por su discípulo Colson y publicado en 1736,, fueron estudiados; pero Newton y Leibniz habían de jado el cálculo infinitesimal en un estado muy im perfecto: habían dejado ciertas proposiciones sin demostrar, numerosos problemas sin solución, muchas suges tiones, Sus sucesores se encargaron de completar, aclarar y demotrar. Los matemáticos del siglo xvm se dedicaron esencialmente a trabajos prác ticos: procedimientos para resolver problemas planteados por la mecánica y por la astronomía, para explicar los hechos revelados por la observación de los cuerpos terrestres o celestes. Los problemas que tratan son: forma de una vela rectangular hinchada por el viento, “ línea de bajada más rápida” (línea de máxima pendiente) entre dos verticales sucesivas, trayectoria de un rayo luminoso a través de “ estratos de diferente densidad” , causa de los vientos, mo vimientos de los fluidos, cuerdas vibrantes, forma de la Tierra, movimiento de la Luna, cálculo de probabilidades. Gracias a ello, perfeccionaron de un modo in sospechado el instrumento matemático. En 1735, Euler resolvió en tres días, con métodos propios, un problema astronómico que varios matemáticos célebres, con métodos más anticuados, habían tardado varios meses en resolver (en el siglo xix, con métodos aún más perfectos, Gauss resolvió el mismo problema en una h ora). Los matemáticos establecieron completa separación entre el aná lisis y la geometría. En el período anterior resolvían los problemas planteándo los geométricamente y reducían los resultados del cálculo en forma geométrica. En el siglo xvni convirtieron el análisis en ciencia independiente, y, finalmente, Lagrange tuvo la vanidad de no poner ni una sola figura, ni un solo diagrama, en su M ecánica analítica.
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LOS PROGRESOS DE LA REVOLUCIÓN INTELECTUAL
En el último tercio del siglo xvn, los grandes materna* c iiX X T ? /™ * .
ticos habian BÍdo ° “ gleses, com o Newton, o alemanes, com o Leibniz. En el siglo xvm son snizos y franceses. Los suizos: la familia B em oulli, y Euler (1707-1783), de Basilea, son más afi cionados a problemas particulares, grandes descubridores de verdades parcia les. Euler, inventor infatigable, sugirió casi todas las grandes ideas desarro lladas por sus sucesores. En cambio, los franceses: Clairaut (1713-1765), d'Alembert, Lagrange (1736-1813), La place (1747-1827), tienen una mente m¿B sinté tica: bailan métodos abstractos, resumen en resultados generales la infinita va riedad de caeos particulares. P or otra parte, desarrollan y difunden la doctrina de Newton acerca del sistema del mundo, aplican el nuevo cálculo a la mecá nica y a la astronomía, construyen la mecánica celeste. Francia ejerce algo así como una realeza matemática. Las causas de este cambio son bastante oscuras, como todo lo que se refiere a las causas de la creación intelectual. La decadencia relativa de los ingleses quizá proceda, en par* ^ te ch o de que Newton había dejado su método de cálculo más imperfecto que el de Leibniz, y en parte de la controversia que se suscitó entre ingleses, alemanes y suizos, acerca de una cuestión importante e inútil: ¿quién fué el verdadero creador del cálenlo in finitesimal, Leibniz o Newton? La disputa enrareció el intercambio de ideas entre los matemáticos del continente y los ingleses. Los ingleses se refugiaron en los métodos de Newton, y hasta el año 1820 desconocieron los brillantes des cubrimientos logrados en el continente. Incluso más: sufrieron un retroceso. Mientras que, en 1717, B rook Taylor había aplicado el cálculo de las diferen cias finitas al movimiento de las cuerdas vibrantes y enunciado sn célebre teo rema, Mac Laurin, en 1731, en un Cálculo diferencial, es decir, de las can tidades que se incrementan mediante una progresión continua, utilizó demos traciones geométricas para ser más exacto, y luego enunció en forma geométrica la teoría de que una masa líquida que gira alrededor de un eje adopta por in flujo de la gravedad, la forma de un elipsoide de revolución. Por influencia suya la atención de sus compatriotas se centró de nuevo en la geometría y no cultivaron el análisis. De este m odo los ingleses, trabajando, por decirlo así, en su torre de marfil, se anquilosaron poco a poco. P or el contrario, en el continente, los franceses se hallaron ® U"roncés^mf> en ^uena situación geográfica para aceptar a la vez el cálcu lo leibniziano y el cálculo newtoniano; las matemáticas flo recían bastante, gracias a los trabajos de Descartes, a la Academia de Ciencias de París, al Colegio de Francia, para que hubiera mentes bien preparadas para asimilarlas y sacar de ellas lo qne contenían. Pero no debemos exagerar el va lor de esta explicación, ya que Holanda estaba aún m ejor situada que Francia.
LAS M ATEM ATICAS
Las causas de la superioridad intelectual de determinado país en un momento dado, probablemente nunca llegarán a ser determinadas con exactitud. Aunque el análisis estaba en primer lugar, se descubrió una La "descriptiva" nueva rama de la geometría: la geometría descriptiva, cuyo autor fuá el francés Gaspar Monge (1746-1818). Como no podía ingresar en el Colegio de Ingenieros de Méziéres, a causa de su origen plebeyo, estudió en la escuela anexa, en la que enseñaban dibujo y trazado de planos. Observó que las operaciones para dibujar los planos de fortificaciones Be hacían mediante proce dimientos aritméticos complejos e interminables, y se le ocurrió sustituirlos por un método geométrico, muchísimo más sencillo y rápido, del cual procede su geometría descriptiva. El director de la Escuela adoptó entusiasmado el mé todo de Monge y, en 1768, le nombró profesor de matemáticas, pero no le per mitió divulgar su descubrimiento, a consecuencia de la rivalidad entre las es cuelas militares. Sin embargo, los oficiales salidos de la Escuela le dieron cierta difusión, aunque hasta 1795 no fué publicado por vez primera, , . Los analistas perfeccionaron la mecánica racional. Lo esenrationül™ cial se había descubierto a fines del siglo xvn, como conse cuencia de los trabajos de Huyghens, que estableció los fun damentos de esta ciencia, y de Newton, quien, en sus Principios, redactó un conjunto de proposiciones y determinó la forma según la cual se edificó la me cánica racional. Pero desde esta época hasta el año 1900 no se establece ningún principio esencialmente nuevo; el trabajo que a partir de entonces se realizó no fué más que el desarrollo deductivo, formal y matemático de los prin cipios de Newton, labor en la que los franceses desempeñaron el papel más importante. D ’AIembert, en su Tratado de dinámica (1743), resumió y relacionó los des cubrimientos, los redujo a unos principios sencillos, entre ellos el teorema que lleva su nombre, con lo cual suministró los medios prácticos de utilizar los experimentos ya conocidos y estudiados: ahorró el esfuerzo de reflexionar acer ca de cada nnevo caso particular. Maupertuis, en 1747, enunció el principio de la menor acción, forma simbólica que permite agrupar varios casos particula res conocidos. En 1788, Lagrange publicó la M ecánica analítica sin figuras geo métricas. “ El lector no hallará figuras en esta obra” , dice en el prólogo. Con gran rigor y una elegancia perfecta dedujo toda la mecánica del principio de las velocidades virtuales. Eso es construir por completo una ciencia física partien do de un solo principio abstracto, con fórmulas que se suceden “ como los versos de un poema científico” . Es un magnífico alarde, magistral, de grandísi ma importancia teórica, que coordina y resume el trabajo de un siglo enteco, pero qne la carencia de figuras hace difícil de utilizar, a pesar de lo que creía Lagrange.
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LOS PROGRESOS DE L A REVOLUCIÓN INTELECTUAL
Así, pues, las matemáticas, ciencia en sn género perfecta, cons tituyen el m odelo de las ciencias, y el matemático o “ geóme tra” , com o entonces se le denominaba, era el verdadero tipo del científico. El astrónomo Bailly nos da a conocer la imagen que el siglo se forjaba de ellos: El “geómetra"
Geómetra es el individuo que intenta hallar la verdad; esta búsqueda siempre resulta penosa, tanto en las ciencias com o en la moral. Visión profunda, exactitud de juicio, imagi nación viva, son las cualidades que debe poseer el geómetra: visión profunda para captar todas las consecuencias de un principio: ... exactitud de ju icio... para remontar desde estas consecuencias aisladas al principio del que dependen. Pero lo que proporciona esta profun didad, lo que forma este ju icio, es la imaginación... que actúa en el interior de loe cuerpos. La imaginación se representa la constitución intima de los cuerpos; ...hace, p or decirlo así, la disección de la cosa... Cuando la imaginación nos ha indicado todo, tanto las difi cultades com o los medios, el geómetra puede seguir adelante; y si partió de un principio incontestable, .que garantiza la certeza de su conclusión, se le reconoce que tiene una mente juiciosa; si dicho principio es el más sencillo, y nos descubre el camino más corto, su arte es elegante; y, finalmente, ae lo considera un genio en sn arte si llega a una verdad grande, útil y que durante tiempo no formaba parte de las verdades conocidas...
La “ geometría” era la preparación mental adecuada de quienes querían ser “ filósofos” . El espíritu geométrico es el que predomina en este siglo deductivo y generaliza dor.
CAPÍTULO m
LA ASTRONOMÍA astronomía, los franceses completaron los trabajos de Newton. Elaboraron la mecánica celeste y transformaron la astronomía en una ciencia perfecta, el modelo de las ciencias de la naturaleza. El desarrollo de la astrono mía señaló el camino que ban de seguir todas las ciencias. Los astrónomos die ron los mejores ejemplos de razonamiento experimental; la astronomía fue una escuela para todos los casos en que interviene la observación, la experi mentación y el razonamiento experimental. Por consiguiente, vamos a dete nemos en ella. A l igual que todas las demás ciencias, la astronomía pasó primeramente, antes del siglo xvi, por un largo período durante el cual se observan los fenómenos y se crean hipótesis para explicarlos y para poderlos someter al cálculo. Más tarde, en los siglos XVl y xvn, llegó la época del descubrimiento de las leyes que rigen los fenómenos. C opém ico indujo de las apariencias el movimiento de rotación y de traslación de la Tierra; K epler descubrió las le yes del movimiento de los planetas. Finalmente, en la segunda mitad del si glo xvn, empezó la última fase: partiendo de estas leyes se llegó al principio que explica todas las leyes, y esto precisamente es lo que hizo Newton merced al principio de la gravitación universal. E l problem a ^ iniciarse el siglo XVllt. las ideas de Newton aún no esde la gravitación ta^an confirmadas. Newton empezó por resolver el siguien te problem a: si los planetas siguen las leyes de Kepler, ¿qué fuerza motriz debemos suponer que actúa sobre ellos? Respondió que esta fuerza debe estar, para cada planeta, orientada hacia el Sol; debe ser pro porcional a la masa del planeta y debe variar en razón inversa del cuadrado de la distancia. Prosiguiendo 6Us meditaciones, se le ocurrió que esta atracción no sólo la ejerce el Sol sobre los planetas, sino que la misma fuerza es la causa de que la Luna gire alrededor de la Tierra, de que los cuerpos pesados caigan sobre la superficie de] globo, e incluso que esta atracción tiene lugar desde cada molécula material a las demás, y que es recíproca, en todo el Universo. Es el principio de la gravitación universal. Ahora bien, era preciso comprobar la teoría, ver si todos loa hechos co nocidos se ajustaban verdaderamente a este principio, si los nuevos conocín
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mientos que pudieran obtenerse acerca del sistema solar encajarían en él. En efecto, el principio de Newton tropezaba con graves objeciones teóricas. La gravitación parecía suponer una acción a distancia que nadie podía concebir claramente. Los cartesianos acusaban a Newton de resucitar las cualidades ocul tas, aunque Newton declaraba que no hacía más que dar cuenta de los fenó menos, calcularlos, enunciar sus leyes, y que no pretendía afirmar nada ni acer ca de la naturaleza ni de las causas de la gravitación, Pero sus discípulos, esos sí que afirmaron que era debida a una verdadera acción a distancia y que era una propiedad esencial de la materia. Parecía que querían retroceder hacia la escolástica. En 1715, Leíbniz afirmaba rotundamente: ...n o cuerpo sólo puede ser movido naturalmente por medio de otro cuerpo que le empoja al tocarle; después, si (rué en movimiento hasta qne tropieza con otro cuerpo que le toea. Todas las demás operaciones sobre el cuerpo o son milagrosas o imaginarias... Por eso precisamente no valen las atracciones propiamente dichas y otras operaciones inexplicables mediante la naturaleza de las criaturas, que debemos realizar milagrosamente o recurriendo a absurdos, es decir, a las cualidades ocultas de los escolásticos, que intentan justificamos bajo el falaz nombre de fuerzas, pero qne nos conducen de nnevo al reino de las tinieblas...
Por otra parte, en la práctica, muchos fenómenos quedaban mal explica dos, como, por ejem plo, las mareas: Newton las había atribuido a la atracción de la Luna y del Sol, pero ni había calculado exactamente la fuerza ni había seguido detalladamente los efectos del Sol y de la Luna; había supuesto un as tro sin movimiento, que elevaba y bajaba las aguas sobre un globo inmóvil. Esto explica qne se le tachara de arbitrario, que se le acusara de apartarse de las rea lidades y de rellenar las lagunas del conocimiento con meras palabras. La gra vitación aún no se había impuesto. La labor de demostrar la teoría se realizó mediante dos proLas pruebas' cedimientos: buscar nuevos hechos que confirmaran o in de la gravitación ^ validaran la hipótesis (en especial antes de 1750}; explicar detalladamente los hechos mediante el cálculo, partiendo de la hipótesis (sobre todo en la segunda mitad del siglo). Newton y Huyghens habían sostenido que todos los astros eran capaces de atracción. ¿Acaso también la Tierra ejercía sobre los cuerpos una atracción pro porcional a la masa de éstos, que para los seres humanos era la gravedad de su propio cuerpo? Esta gravedad debía variar según el lugar de la superficie te rrestre en qne se hallara: dado qne la Tierra giraba alrededor de nn eje ima ginario que pasaba por los polos, la fuerza centrífuga, que tiende a alejar los objetos, era mayor en el Ecuador y decrecía al acercarse a los polos; los obje tos debían ser atraídos con menor fuerza en el Ecuador; laego, la Tierra debía haberse elevado más en el Ecuador que en los polos; no debía ser una esfera perfecta, sino algo achatada por los polos. En esto, tanto Newton com o Huy-
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ghens, estaban de acuerdo, pero en lo demás disentían; Newton concedía a todas las partes de la materia esta atracción que para él era verdaderamente univer sal; e incluso llegó a calcular que el achatamiento de los polos debió ser 1/230 de la circunferencia. En cambio, Huyghens creía que la gravedad era una fuerza debida al globo considerado en conjunto, y negaba la universalidad de la atrac ción; además, según él, el achatamiento debía ser menor, exactamente 1/578, Para saber si esta fuerza de atracción, que Newton atribuía a los astros, existía, era preciso, ante todo, averiguar si la Tierra estaba achatada por los polos; para demostrar que esta fuerza de atracción era una propiedad de todas las partícu las materiales, era preciso también averiguar exactamente en qué proporción lo era. Para ello, era necesario medir, mediante triangulación, un <7 ^Mow'ertais grado de meridiano lo más cerca posible del polo y del y La C ontam ine Ecuador. Tomemos el cuadrante de la circunferencia, del Ecuador al p olo: si la circunferencia no es perfecta, si está achatada por los polos, el arco de un grado será menor en el Ecuador que en el polo. La Academia de Ciencias de París tomó la iniciativa de comprobarlo. En 1735, partieron dos expediciones: una hacia el Perú, bajo la dirección de La Condamine y Bouguer; la otra, hacia el fondo del golfo de Botnia, en La■ ponía, dirigida por Maupertuis y Clairant. Estos últimos midieron el 76° de latitud norte y, en 1736, hallaron que tenía una longitud de 57.438 toesas (1). Es decir, excedía en 378 toesas al que Picart había determinado entre París y Amiens, en el 50° de latitud norte. P or consiguiente, la Tierra, tal com o ha bían anunciado Newton y Huyghens, era achatada por los polos. Pero algunos centenares de toesas en algunas decenas de millares, era una diferencia muy pequeña; ¿n o había peligro de error? Maupertuis ya lo había pensado: había supuesto que en sus triángulos había cometido siempre un error de 20 segun dos al medir los dos primeros ángulos, y de 40 segundos al medir el tercero; había supuesto que estos errores iban siempre en el mismo sentido y que ten dían a disminuir la longitud del arco: en estas condiciones extremas, el error sólo habría sido de 54 toesas y media. Así, ya no quedaba ninguna duda. Los cálculos de Maupertuis y de Clairaut fueron confirmados ocho años más tarde por los que La Condamine y Bouguer habían realizado en Quito. Necesitaron más tiempo, porque la vegetación tropical retrasaba el trabajo. Midieron el 3° de latitud norte, con las máximas precanciones para eliminar los posibles errores motivados por el cansancio o la distracción del observador, o bien por las ma las condiciones atmosféricas. La base del primer triángulo, de la cual dependen los demás cálculos, fué medida por separado por dos grupos; las mediciones 0 ) Antigua medida francesa do unos dos metros.
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LOS PROGRESOS DE LA REVOLUCIÓN INTELECTUAL
astronómicas fueron repetidas varias veces por cada uno de los Académicos por separado. Es “ una de las más exactas determinaciones que pueden legarse a la posteridad” . Hallaron el siguiente resultado: el grado tenía 56.775 toesas; pero como liabían operado en un terreno elevado, era como si hubieran medido uua circunferencia mayor: fué preciso reducir la medida al nivel del mar y así obtuvieron definitivamente que el grado tenia 56.753 toesas. Newton y Huyghens estaban en lo cierto acerca del primer punto: la Tierra era achatada por los polos, la fuerza centrífuga disminuía la gravedad en el Ecuador; la gravedad no era una propiedad de los cuerpos, sino efecto de la atracción terrestre. Pero las mediciones realizadas dieron un achatamiento de 1/178 al polo, lo cual quedó confirmado por las mediciones que se hicieron en Francia, a par tir de 1740, en el meridiano entre Dunquerque y Perpiñán, para ver el alarga miento progresivo de los grados hacia el norte. La fuerza necesaria para produ cir tal achatamiento sólo podía proceder de la atracción de todas las partes de la Tierra: la atracción era universal: Newton tenía razón en contra de Huyghens. El astrónomo Bouguer lo confirmó mediante experimentos ^dtTnouguer acerca de la atracción en las montañas. Se sintió inclinado y de Maskeline a considerarla aparte al comprobar que la atracción se ejerce en razón inversa del cuadrado de las distancias. Ya se había notado que, en el Ecuador, los relojes de péndulo se retrasaban: sien do menor la gravedad el péndulo se sentía “ atraído” por una fuerza menor, y por ello su movimiento era menos rápido. Para conseguir que el reloj señalara bien el tiempo debía reducirse la longitud del péndulo, lo cual aumenta sus oscilaciones. En Quito, a 1.466 toesas sobre el nivel del mar, Bouguer halló que, además, era preciso reducir en 33 centésimas de línea la longitud que el pén dulo tenía al nivel del mar; supuso que esto era debido a que se acercaba al Sol, cuya atracción aumentaba. Para comprobarlo, transportó el péndulo a la cima del monte Pichincha, que está a 968 toesa3 de altura respecto a Q uito: allí fué preciso reducir el péndulo en 19 centésimas de línea. Estas disminuciones de la gravedad se verificaban aproximadamente en razón inversa del cuadrado de las distancias, según la ley de Newton. Mas, ¿p or qué sólo aproximadamente? Y se le ocurrió a Bouguer que si la gravedad disminuía con la altitud, es decir, al aproximarse al Sol, aumentaba a causa de la montaña, o sea, por el incre mento de la masa de la Tierra que aumenta su atracción: sobre las montañas es como si nos halláramos en un globo mayor, de radio mayor. Las montañas son causa de un incremento de la atracción. Pero, tal como estaba, la idea de Bouguer era una hipótesis y no la expre sión de un hecho. Era preciso comprobarla experimentalmente. Pero, ¿cómo podían realizarse experimentos en astronomía, ciencia en la que generalmente no se pueden abordar, en la que nunca pueden tocarse los objetos del conocí-
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miento? Es preciso aislar los fenómenos mentalmente, y son precisamente los astrónomos quienes han realizado los tipos más perfectos de razonamiento ex perimental. Bouguer se propuso aislar la acción de la montaña, para lo cual utilizó las plomadas de los cuadrantes empleados para calcular en grados la ele vación de loa astros por encima del horizonte. La plomada señala la vertical que une el centro de la Tierra a determinado punto de] cielo, el cénit; el hilo se mantiene vertical porque la pequeña masa de metal es atraída por el centro de la Tierra. Si el instrumento se coloca junto a una montaña grande y alta, ésta debe atraer el hilo y apartarlo de la vertical. Pero, ¿cóm o darse cuenta de ello? Si observamos un astro a través del anteojo montado sobre Bouguer un cuadrante, el ángulo formado por la dirección del ante y ¡a desviación o jo y la vertical determina la distancia del astro al cénit de las montañas en grados. Ahora hien, si la montaña atrae a la plomada, para el observador el cénit se desplaza. Observaciones realizadas sobre el mis m o astro, en la misma latitud y lejos de la montaña, darán ángulos diferentes. Bouguer eligió el Chimborazo: notó que el cénit se desplazaba, es decir, el hilo, y acabó por creer en la atracción de las montañas. Sin embargo, subsistía una duda: el desplazamiento había sido muy pequeño, y en las dos observaciones remaba un viento muy fuerte, que bien pudiera ser el responsable del despla zamiento de la plomada. Y fué el escocés Maskeline quien, gracias a las 337 ob servaciones que realizó, puso fuera de duda la atracción de las montañas. Dado qne las montañas son capacee de atraer, pese a ser tan pequeñas en relación con el globo terrestre, no hay ninguna razón qne se oponga a que las más minúsculas partes de la materia puedan también hacerlo. Las personas in teligentes consideraron qne Newton había acertado. Estaban convencidos de que la atracción era incomprensible, pero que no podía dudarse de ella; era preci so aceptarla sin comprenderla. Todos esos trabajos los utilizó Clairaut para de mostrar que la Tierra tiene aproximadamente la forma de un elipsoide. La gravitación universal quedó confirmada por las observade ¿e^Monníer «¡iones de Le Monníer (1746). Ya se había notado que cuan do Saturno y Júpiter se hallan próximos, lo cual ocurre cada veinte años, el movimiento de Saturno se perturba. De ser cierta la teoría de Newton, estas perturbaciones eran debidas a la atracción de Júpiter; pero, ¿cóm o se podía aislar esta atracción de la del Sol? Le Monnicr lo logró dél si guiente m odo: de todas las observaciones antiguas estudió únicamente aquellas en que Saturno, situado en el mismo punto de su órbita y a la misma distancia del Sol, debía experimentar exactamente la misma atracción del Sol; solamente Júpiter ocnpaba distinta posición y estaba a desigual distancia. Le Monníer ob servó personalmente en las mismas condiciones y halló diferencias correspon
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dientes en el movimiento retardado de Saturno, acción que únicamente podía ser debida a la masa de Júpiter. En cambio, el movimiento de este último era acelerado. P or consiguiente, la realidad de la atracción quedaba puesta de maní* tiesto en otra parte del sistema solar, con lo cual los motivos de duda se redu cían. Finalmente, se descubrió que los satélites de Júpiter describían a su alre dedor elipses, según las leyes de Kepler. Lnego, resultaba que eBtas leyes eran válidas para todo el sistema solar, y com o quiera que la gravitación es el prin cipio de dichas leyes, quedaba confirmada indirectamente. En todos estos trabajos, aunque no podamos afirmar que haya experimen tación, puesto que el observador no modifica, no hace variar por sí mismo los fenómenos naturales, sin embargo, el método experimental se aplica de una ma nera perfecta: al igual que en la experimentación, las consecuencias deducidas de las observaciones vienen demostradas por otras observaciones sobre hechos aislados artificialmente. Así, pues, nuevos hechos particulares confirmaban la teoría de ^comproba^1 Newton. Los matemáticos aportaron otra clase de pruebas va por e l cálculo liándose del análisis infinitesimal. Tomando como punto de partida el principio enunciado, volvieron a hallar mediante deducción, todas las consecuencias, todas las observaciones realizadas, pusieron de manifiesto el encadenamiento de los hechos, y predijeron otros hechos que más tarde quedaron comprobados. Sus procedimientos pueden expresarse del siguiente m odo: si tomamos un astro lanzado al espacio con un impulso uniforme y constante, cuya velocidad es conocida y cuya dirección ha sido determinada: ¿cuál será su trayectoria, qué curva describirá, si, en verdad, tal com o dice Newton, es atraído continuamente hacia el centro de otro astro, colocado a una distancia dada, eon una fuerza in versamente proporcional al cuadrado de las distancias? Este es el problema de los dos cuerpos. En un tiempo infinitamente pequeño la “ fuerza de impulsión'’ le obliga a describir una corta línea recta; la fuerza de atracción le impele a describir otra pequeña línea recta, pero en diferente dirección. Estas dos líneas forman un ángulo y constituyen dos de los lados de un paralelogramo: el cuer po seguirá la diagonal para responder a la vez a las dos fuerzas; la diagonal es el camino que recorre durante este lapso de tiempo y una parte de la curva que ha de describir. De un m odo semejante puede averiguarse cuál será su camino en el siguiente instante, y así sucesivamente. La diagonal es una diferencial y, mediante el cálculo integral, se puede llegar a determinar su valor exacto, que es la ecuación de la curva. Esta curva sólo puede ser: una elipse, un círculo, una parábola o una hipérbola. Fero el problema de tres cuerpos es más complicado. Si tomamos tres as tros, cuyas posiciones, masas y velocidades conocemos, hemos de hallar las
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curras que deberán describir teniendo en cuenta que la atracción es directamen te proporcional a sus masas e inversamente al cuadrado de las distancias. Ejem plo de este problema es el que ocurre con la Luna, atraída por la Tierra pero desviada por el Sol, y que a cada instante se aparta de la elipse que describe. De bemos hacer una serie de aproximaciones: calcular la elipse que describe la Luna como si el Sol no influyera sobre ella: calcular luego la acción del Sol, te niendo en cuenta su posición a cada instante; de este modo se logró mediante cálculos largos y complicados, determinar la posición de la Luna en el cielo a cada instante. T odo ello confirmó plenamente la teoría de Newton. El cálculo coincidía con la observación. El cálculo, por bí solo, colocaba los astros en el lugar en que la observación los había ido hallando en el transcurso del tiempo, e indicaba el lugar en que la observación habría de hallarlos en el futuro; daba a conocer todos los movimientos, incluso los más pequeños, y señalaba que estos movi mientos eran consecuencia de la posición de los cuerpos en el instante prece dente; lo explicaba todo. Así, Euler, Mac Laurin, Daniel Bem oulli, en 1740, explicaron el movimiento de las mareas — tema propuesto por la Academia de Ciencias de París — mediante el principio de la gravitación; consideraron la marcha de la Luna y del Sol, la Tierra que gira alrededor de sí misma; tu vieron en cuenta la cansa que separa las moléculas de agua, la acción que las eleva, el roce del agua contra el fondo del mar y contra las costas. T odo quedó explicado. En 1752, Clairaut ganó el premio de la Academia de T eoría de los planetas San Petersburgo por una memoria acerca de La teoría y de los satélites. de la Luna, problema abandonado por Newton y del La estabilidad que dio una solución casi completa. En 1764, Lagrange d el sistem a solar logró explicar por qué la Luna muestra siempre la mis ma cara frente a la Tierra, y luego, al plantear la teoría de los satélites de Júpi ter, resolvió un problema de seis cuerpos. Euler, en 1748 y 1752, ganó el premio de la Academia de Ciencias de París al confirmar, mediante cálculo, los trabajos de Le Monnier, y al demostrar que las irregularidades de Saturno y de Júpiter proceden de su mutua atracción; demostró, también, una suposición de Caesin i: las irregularidades están relacionadas con la posición respectiva de las ór bitas y, al cabo de unos años, los fenómenos serán contrarios. De este modo, estaba a punto de demostrar la estabilidad del sistema so lar, pero le dejó este honor a Laplace, Newton, y el mismo Euler, dudaban de que las fuerzas del sistema solar — tan numerosas, cuya posición es tan variable y que son tan diferentes en intensidad — pudieran mantenerse permanentemen te en equilibrio. Newton creía que de vez en cuando una mano poderosa debía intervenir para colocar en sn sitio los cuerpos que se habían desviado por su
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mutua acción, y esto era para él una confirmación de la necesidad de Dios. Ahora bien, la observación revelaba que las velocidades medias de la Luna y de Júpiter aumentaban mientras que la de Saturno disminuía; parecía que Sa turno iba a abandonar el sistema solar, que Júpiter caería sobre el Sol y la Luna sobre la Tierra. En 1773, Laplace logró demostrar que los movimientos y las distancias medias de los planetas son invariables o que únicamente están sujetos a pequeños cambios periódicos. Más tarde, entre 1784 y 1787, demostró que estas variaciones eran perturbaciones periódicas que dependían de la ley de atracción. El sistema solar era estable y todo él estaba sujeto al principio de la gravitación universal. Dios volvía a ser inútil: Laplace ya no necesitaba esta hipótesis. , Pero la confirmación más impresionante del principio y* del vaj t a * COIÍ1 8 t&S * * * lor del cálculo la dió Clairaut en 1759, con motivo del gran co meta de Halley. A pesar de los trabajos de Halley y de Newton, todavía se du daba de que los cometas aparecieran realmente a intervalos regulares, de que su movimiento fuera periódico alrededor del Sol, y de que fuera tan constante y regular como el de los planetas. En 1729, 1742, 1744, 1747 y 1748 habían apare cido cometas. Basándose en la velocidad y en la dirección que llevaban mientras eran visibles, los matemáticos habían calculado sus órbitas y habían hallado que eran parabólicas. Si los cometas volvían a aparecer, era indicio de que esta pa rábola era una parte de una grandísima elipse; y Halley había vaticinado que el cometa de 1682 regresaría setenta y seis años más tarde. (Anteriormente había aparecido a intervalos de 76 años y 62 días, y de 76 años y 42 días.) Partiendo de las observaciones de este cometa hechas en 1531, 1607 y 1682, Clairaut calcu ló la fecha de su regreso, teniendo en cuenta las perturbaciones de Júpiter y de Saturno, y predijo que pasaría por el peribelio al cabo de 76 años y 211 días, es decir, el 13 de abril de 1759. De todos modos, añadió que podía haber co metido un error de un mes. En realidad, el cometa, visible desde fines de di ciembre de 1758, observable en París a partir del 21 de enero de 1759, llegó al punto más cercano al Sol el 13 de marzo de 1759. La exactitud y la seguridad del cálculo llenaron al mundo de asombro y de confianza. Todos los astróno mos observaron el cometa, estudiaron sus características y vieron que eran semejantes a las que había tenido en sus anteriores apariciones. Con ello, quedó demostrado que los cometas, al igual que los planetas, describen elipses, uno de cuyos focos es el Sol, según decían las leyes de Kepler. P or lo tanto, los cometas siguen el principio de la gravitación universaL Clairaut ganó un nuevo premio de la Academia Imperial de San Petersburgo, el de 1762, por un trabajo acerca de la teoría de loa cometas. Sin embargo, los cometas aún no habían dejado de conmover a las masas. En 1773, Lalande, en la Academia de Ciencias, habló de la posibilidad de una
1.— La circulación en París
2.— Una experiencia de electricidad
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gran marea cuya causa seria el paso de un cometa muy cerca de la Tierra, ma rea que inundaría los continentes. La hipótesis de Lalande recorrió todo París y, deformada al pasar de boca en boca, se convirtió en la predicción de un choque con un cometa, choque del que incluso se llegó a fijar la fecha en que ocurriría. Du Séjour señaló cuán improbable era este choque, ya que el co meta que m¿s se había acercado a la Tierra había llegado a 750.000 leguas de ella; y también que la marea era imposible, ya que un cometa, incluso si se apro ximara basta 13.000 leguas, sólo podría permanecer durante dos horas y media lo suficientemente cerca para ejercer influencia sobre los mares, y que para que la Tierra se cubriera por completo por las aguas, serían necesarias diez horas y cincuenta y dos minutos. La demostración era concluyente: los cometas no representaban ningún peligro. De este modo, el cálculo, la “ geometría” , como entonces se decía, había aportado impresionantes confirmaciones a las ideas de Newton. Desde luego, hubiera sido posible prescindir del análisis: miles y miles de observaciones ha brían acabado por demostrar que las leyes de Newton se cumplían siempre. Pero la astronomía se iba conviniendo en una ciencia deductiva; alcanzaba su perfección y, a fines de siglo, el astrónomo Bailly podía escribir: “ hoy día, estas dos ciencias (geometría y astronomía) están tan próximas que parecen confundirse” . ,, Mientras experimentadores y “ geómetras” verificaban las hijYnevos m edios de observación potesis, loa simples observadores proseguían sus trabajos de descripción y el Universo se ampliaba de un modo prodi gioso. Las observaciones fueron facilitadas por una serie de progresos técnicos nacidos de las necesidades de los observadores. Bouguer y Lacaille determina ron la refracción del aire para todas las alturas, presioues y temperaturas, y gracias a ello se pudo tener en cuenta la desviación de los rayos luminosos, procedentes de los astros, al atravesar la atmósfera, que es la causa de que vea mos los astros en distinta posición de la que en realidad ocupan. En 1749, Paseeniant adaptó a las lentes un mecanismo de relojería que daba la posibilidad de seguir los astros a medida que se iban desplazando. Pero los perfecciona mientos más importantes fueron los aportados a las lentes mismas y a los te lescopios. En las lentes, en las que los rayos luminosos atraviesan lentes de cris tal para llegar al o jo del observador, los cristales gruesos producen efectos de prisma, las imágenes se colorean, resultan confusas, y precisamente por esto Gregory y Newton habían inventado el telescopio, en el que un espejo esférico refleja los rayos luminosos. En 1747, se le ocurrió a Euler fabricar objetivos formados por dos lentes de cristal, entre las cuales había agua, con lo cual lo gró que los rayos de luz atravesaran materias de distinta refracción, que des componían los rayos y separaban los colores de distinta manera; de este modo a. —h. g. o. —v
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fné posible oponer estos efectos, anularlos el uno con el otro, dar a los rayos de color la mezcla exacta que es causa de que la luz sea blanca, Pero utilizar el agua no era cosa cómoda. En 1758, el óptico inglés Dollond halló por tanteo cristales de distinta re fracción y pudo fabricar lentes acromáticas de cinco pies que tenían el mismo poder que las lentes ordinarias de quince pies, y su h ijo construyó lentes de 3 pies que obraban com o las de 15 pies construidas según los antiguos princi pios. Durante algún tiempo las lentes se adelantaron a los telescopios; pero se precisaba un cristal en cuya composición entraba plomo y que sólo por ca sualidad se lograba que fuera perfecto. P or otra parte, el inglés William Herschel volvió a poner de moda los telescopios, que en su tiempo daban imágenes confusas a causa de desigualdades de curvatura. Esta aberración de esfericidad la corrigió dando forma parabólica e hiperbólica a los espejos reflectores. En 1789, poseía ya un telescopio de 12 metros de longitud y de 1,47 metros de diámetro, logrando con él importantes descubrimientos. _ , . . El perfeccionamiento de los instrumentos contribuyó a que Descubrimientos . , , „ ,,,, \ -íi se prosiguiera Ja exploración del cielo. En 1751, Lacailie, en el Cabo de Bnena Esperanza, determinó la posición de todas las estrellas visibles entre el polo austral y el trópico de Capricornio, y catalogó 10.000 es trellas. En 1781, Herschcl descubrió el planeta tirano; en 1789, el sexto y el séptimo satélite de Saturno; y se dió cuenta de que muchas nebulosas tenían núcleos brillantes y que varias estaban constituidas por grupos de numerosas estrellas. Con ello surgía la posibilidad de que existieran otros mundos habitados. Los observatorios de Londres y de París creyeron descubrir una atmósfera al rededor de la Luna. El eclipse del 1 de abril de 1764 pareció indicar una inflexión de los rayos solares, inflexión que sólo podía ser debida a una atmós fera, ya que el rayo llegaba del Sol con tal rapidez que, a causa de su veloci dad, escapaba a la “ atracción” (sic) de la Luna. La desviación era pequeña; luego, la atmósfera era poco densa. Otras observaciones hacían sospechar la existencia de atmósfera alrededor de los planetas Marte, Venus y Mercurio. Planetas y estrellas retrocedían vertiginosamente en un Universo que cada vez resultaba mayor. En 1751, Lacaille situó la Luna a una distancia de 85.464 leguas. Observaciones internacionales, realizadas en 1761 y 1769, permitían co locar el Sol a 35 millones de leguas de la Tierra, con un error de un millón de leguas, y le atribuían nn tamaño 1.400.000 vece 9 mayor que la Tierra. Bradley observó que el ángulo formado por la recta qne va del o jo del observador a determinada estrella con la recta que va del centro de la Tierra a dicha es trella, no tenía ni siquiera nn segundo de arco. La Luna no tardaba ni un se gundo en eclipsar las estrellas que encontraba en su recorrido. Por consiguiente,
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el diámetro de estas estrellas no llegaba a ocupar en el cielo ni el espacio de medio segundo. Esto significaba que las estrellas se hallaban en el cielo a una distancia 206.000 veces mayor que el Sol; luego, si hiciéramos retroceder el Sol a una distancia 206.000 veces mayor de la que ocupa, tendría una superficie 206.000 veces menor, es decir, un diámetro igual a 1/107 de segundo. De todo lo cual se deducía que las estrellas eran mucho mayores que el Sol y que esta ban situadas fuera del sistema solar. , De este modo, a pesar de cuanto se ignoraba y de muchos errode Laplace res; ya se habían reunido las condiciones necesarias para in tentar concebir cuál era la disposición del Universo y esto es precisamente lo que Laplace intentó hacer en su E xposición del sistema del mundo, cuya primera edición apareció en 1796, Es un libro importante, que reunió, condensó, relacionó y coordinó con inimitable rigor todos los conoci mientos obtenidos, y que se adelantó a esos conocimientos gracias al impulso de una imaginación de demiurgo; es un poema que transporta y que comunica el sagrado entusiasmo de los grandes profetas. Mucho es lo que le debe Auguste Comte: buena parte de la Filosofía positivista se halla ya en Laplace. En los cinco libros de que se compone la obra, se estudian sucesivamente: los movimientos aparentes de los cuerpos celestes, los movimientos reales de dichos cuerpos, las leyes del movimiento, la teoría de la gravitación universal, y la historia de la astronomía. En realidad, su objetivo es filosófico, y va mucho más allá de una simple exposición de los conocimientos adquiridos. Intenta se ñalar la trayectoria de la astronomía, el camino que esta ciencia ha se guido en su desarrollo, cuyo ejem plo deben seguir las demás ciencias natu rales...” : en primer lugar, descripción de los fenómenos; a continuación, reconstitución de lo que realmente ocurre; después, descubrimiento de las re laciones universales y necesarias entre los fenómenos, o sea, las leyes; finalmen te, imaginar el principio general al que la mente puede reducir todas las leyes y que puede tomar com o punto de partida para reconstruirlas deductivamente. Insiste en la solidez de sus resultados: D e este modo, la Astronomía se ha convertido en la solución de un gran problema de mecánica... Posee la certeza que procede del grandísimo número y de la variedad de los fenómenos rigurosamente explicados, asi com o de la sencillez del principio que por sí solo nos sirve para explicarlo iodo. En vez de temer que un nuevo astro pueda desmentir este principio, desde ahora podemos afirmar que el movimiento de dicho astro se someterá a él.
Nos da a conocer el estado actual de las cosas: Ésta es, sin duda alguna, la constitución del sistema solar. La inmensa esfera del Sol, fuente principal de los diversos movimientos de este sistema, gira alrededor de sí misma en veinticinco días y m ed io; su superficie está recubierta por un océano de materia lumi-
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no6a; más allá, los planetas, junto con sus satélites, se mueren en órbitas casi circulares y en planos poco inclinados en relación con el ecuador solar. Un gran número de cometas, después de haberse acercado al Sol, se alejan hasta distancias tan grandes que demuestran que su poder llega mucho más allá de los límites conocidos del sistema planetario. Este astro, no sólo actúa, gracias a su atracción, sobre todas estas esferas, obligándolas a despla zarse alrededor de él, sino que inclnso difunde sobre ellas su luz y su caloT. Su acción bienhechora es causa de la eclosión de los animales y de loa plantas que cubren la Tierra, y por analogía creemos que produce efectos semejantes Bobre los demás planetas, puesto que resulta lógico creer que la materia, cuya fecundidad se manifiesta de tantas maneras dis tintas, no es estéril en nn planeta tan grande como Júpiter qne, al igual que el globo terrestre, tiene sus días, sus noches y sus años, y acerca del cual las observaciones indican cambios que suponen fuerzas muy activas. El hombre, adaptado a la temperatura de que disfruta sobre la Tierra, no podría, al parecer, vivir en otros planetas; pero, ¿no debe exis tir una infinidad de constituciones adecuadas a las diversas temperaturas de las esferas de este Universo? Si la simple diferencia de elementos y climas es causa de tanta variedad en laB producciones terrestres, ¡cuánto más deben diferir las de los distintos planetas y sus satélites! La imaginación más fecunda no puede llegar a forjarse idea de ello; pero, al menos, su existencia es muy verosímil...
A continuación nos da a conocer la inmensidad y la unidad de composi ción del Universo, y de ahí se eleva a la idea de evolución. Más allá del sis tema solar exÍBten innumerables soles: las estrellas. Muchas sufren cambios periódicos de color y de claridad según indican, al igual que el Sol, las grandes manchas que aparecen en su superficie y que desaparecen con los movimientos de rotación. Otras estrellas han aparecido y desaparecido después de haber brillado con gran esplendor, hasta el extremo de que ha sido posible observarlas en pleno día: al principio tenían color blanco brillante, com o Jú piter; luego han tomado, sucesivamente, color amarillo rojizo, blanco plúmbeo, como Saturno, y finalmente se han hecho invisibles, a pesar de que siguen existiendo. Estas estrellas están agrupadas. Nuestro Sol y las estrellas más brillantes parecen estar reunidos en uno de eBtos grupos que aparentemente cubren el ciclo. Es lo que llamamos Vía Láctea. Ahora bien, para el observador qne se ale jara indefinidamente de ella, la Vía Láctea aparecería com o una luz blanque cina y continua, de escaso diámetro, ya que la irradiación, que no puede eli minarse ni siquiera en los mejores telescopios, llenaría los espacios entre las estrellas. Es probable, pues, que muchas nebulosas sean grupos formados por un gran número de estrellas, grupos que, vistos desde su interior, parecerían semejantes a la Vía Láctea. Y ahora, si reflexionamos acerca de esta profusión de estrellas, acerca de las nebulosas desparramadas en el espacio celeste y acerca de los enormes espacios que las separan, la imaginación, asombrada ante el gran tamaño del Universo, difícilmente podría suponerle limites.
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La materia nebulosa parece condensarse. £1 célebre Herschel observó la condensación de nebulosa en nebulosa “ del mismo m odo que en un gran bos que se sigue el crecimiento de los árboles examinando los ejemplares de edades distintas que contiene” . Algunas son sólo materia nebulosa; otras presentan una débil condensación alrededor de núcleos poco brillantes; en otras, los núcleos son ya más brillantes; algunas nebulosas son múltiples, están formadas por núcleos brillantes muy próximos entre sí, cada uno de los cuales está rodeado por una atmósfera de materia nebulosa; y, finalmente, llegamos a los grupos de estrellas. De este modo, mediante el incremento de la condensación de la materia nebulosa, llegamos al Sol, que en otros tiempos estuvo rodeado por una vasta atmósfera, consideración a la que llegué después de examinar los fenómenos del sistema solar... Un hallazgo tan notable, hallado siguiendo caminos opuestos, confiere gran probabilidad a la existencia de este estado anterior del Sol.
Y , en una nota, Laplace presenta “ con la desconfianza que debe inspirar todo aquello que no es resultado de observación y de cálculo” , su célebre hi pótesis acerca del origen y de la evolución del sistema solar, que procedería de una nebulosa primitiva que poco a poco se fué condensando. La materia nebulosa debió condensarse en el centro, formando así nn núcleo; a medida que aumentaba la condensación, el movimiento de rotación se iba acelerando; esto explicaría que las desigualdades de condensación y de velocidad hayan separado del núcleo central diversos anillos concéntricos. La condensación ha bría proseguido de una manera desigual en cada uno de estos anillos, que se habrían fragmentado en astros: los planetas. Esta hipótesis implica la sustitu ción de la idea de una situación fija de los astros por la idea de un cambio en el tiempo, de una modificación de un ser en otro, e introduce una especie de transformismo en la astronomía. Laplace concluye con el siguiente him no: La Astronomía, por la importancia de b u fin y p or la perfección de n u teorías es el más bello monumento del espíritu humano, el título más noble de sn inteligencia. Seducido por las ilusiones de los sentidos y del amor propio, durante largo tiempo el hombre se ba considerado a si mismo com o el centro del movimiento de los astros y su vano orgullo ha quedado castigado por los temores que los aBtros le ban inspirado, A l fin, varios siglos de trabajo ban sido causa de que cayera el velo que ocultaba a sus ojos el sistema del mundo. En este momento, el hombre se ha visto situado sobre un planeta casi imperceptible en el Bistema solar, a pesar de que la enorme extensión del sistema solar es tan sólo UI1 punto insignificante en la inmensidad del espacio. Pero los sublimes resultados a los que le ha llevado eBte descubrimiento, son los más apropiados para consolarle acerca de la posición que este descubrimiento asigna a la Tierra, mostrándole su propia magnitud frente a la
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extremada pequenez de la base qne le ha servido para medir loa cielos. Conservemos, pues, con diligencia, aumentemos el depósito de estos elevados conocimientos, noble disfrute de los sereB qne piensan. Estos conocimientos han sido de gran utilidad a la Navegación y a la Geografía; pero su mayor beneficio consiste en haber disipado los temores qne le producían los fenómenos celestes y haber destruido los errores fruto de la ignorancia de nnestras verdaderas relaciones con la naturaleza, errares y temores qne muy pronto rena* cerían si la antorcha de las ciencias llegara a apagarse.
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os progresos de la física habían sido enormes dorante I ob ochenta primeros años del siglo xvn. En el xvm los resoltados fueron menos brillantes, aun que se realizaron interesantes descubrimientos acerca del calor y de la electricidad; en general, la época se perdió un poco en especulaciones acerca de la naturaleza de los fenómenos. A l intentar conocer la naturaleza de la luz, Descartes adoptó la teoría on dulatoria: supuso que los cuerpos luminosos comunicaban las oscilaciones de sus partículas a un fluido elástico, infinitamente sutil, esparcido por el espacio; este fluido se pom a a vibrar y el resultado era la luz. A l igual que el souido procede de las vibraciones del aire, la luz era la impresión que producía en nuestros sentidos un movimiento de la materia, es decir, un caso particular de movimiento. En cambio, después de haber dudado mucho, Newton creyó que los hechos más bien indicaban un sistema de emisión: la luz estaba formada por partículas luminosas emitidas desde los cuerpos que nos alumbran hasta nuestros ojos: no era una forma de movimiento, sino un cuerpo. Esta teoría fué aceptada por todos los científicos del siglo xvm excepto por Euler, que siguió explicando las diferencias de color por diferencias de duración de las vibracio nes. Y fué causa de que, por analogía, loa contemporáneos consideraran el calor y la electricidad com o cuerpos, y no com o distintos movimientos de una mis ma materia extensa. Es decir: hubo un retroceso en relación con el siglo xvn. El estudio del calor pudo progresar gracias a la invención do E l termómetro un instrumento de medida, preciso, constante, sensible, del que hasta entonces se había carecido: el termómetro, que fué resultado de los esfuerzos desplegados por hombres de ciencia de todas las naciones, que apor taron sucesivos perfeccionamientos. El principio fné hallado por Fahrenheit, de Danzig, fabricante de ins trumentos meteorológicos. En 1724 descubrió que cada líquido tenía su punto fijo de ebullición, punto que varía con la presión atmosférica. Gracias a este hallazgo podía utilizar para sus mediciones un líquido cuyo punto de ebulli ción fuera superior al del agua, tomando com o temperatura base la del vapor
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de agua a la presión barométrica considerada normal al nivel del mar, es decir, a 76 cm. de mercurio. Quedaba por averiguar qué cuerpo daba siempre la mis ma temperatura inferior y por comprobar que entre los dos puntos corres pondientes a las dos temperaturas extremas el líquido elegido 6e dilatara o se contrajera de un m odo continuo, aproximadamente proporcional a la varia ción de la temperatura. Después de varios ensayos, Fahrenfacit utilizó com o lí quidos el mercurio y el alcohol, estableció el cero a la temperatura de una mezcla de amoníaco, hielo y agua, y el grado 212 en el vapor del agua hir viendo. Tanto la mezcla como la escala eran difíciles de conseguir; además, la escala, era de uso poco cómodo. En 1730, el físico francés Réaumur aprovechó com o cero el hielo que se fundía; como líquido utilizó alcohol mezclado con un tercio de agua, que se dilata más y que proporciona indicaciones más legibles; y adoptó una escala de 80 grados, porque el líquido que utilizaba se dilataba de 1.000 a 1.080 vo lúmenes entre la temperatura del hielo y la del vapor de agua, escala que, por ser más breve, era más fácil de señalar en un tubo. Pero la construcción seguía siendo complicada y el mismo Réaumur sólo obtuvo unos pocos instrumentos cou indicaciones comparables. El ginebriuo Du Crest, en 1740, inventó la escala centesimal, tan práctica; pero cometió el error de tomar como cero la temperatura de los sótanos del Observatorio de París, con lo cual la fabricación resultaba imposible en otras localidades, a menos de que se hicieran cálculos para comparar las observa ciones. En 1742, Celsius, profesor de astronomía eu Upsala, reunió los procedi mientos más cóm odos: hielo que se está fundiendo y división en 100 grados; pero colocó el cero a la temperatura del vapor de agua y el grado 100 a la del h ielo: la lectura resultaba incómoda. En 1750, su colega Strómer invirtió la escala, y así ha Regado el termómetro basta nuestros días. Este termómetro de Celsius, que conocemos con el nombre de termómetro centígrado, era el más práctico de todos, y muy pronto fue adoptado en Fran cia. Y sin embargo, eu 1780, todavía se utilizaban 19 escalas distintas; la de Fahrenheit era la más usada en Holanda, Inglaterra y Am érica; la de Réaumur, en Alemania, y dorante mucho tiempo ambas siguieron utilizándose. L calorim t ía Conociendo ya el termómetro, el escocés Joseph Black, quí m ico y m édico, profesor en Glasgow y en Edimburgo, pudo comprobar las ideas que le habían sugerido sus observaciones, y fundó la calo rimetría. Desde 1756, meditaba acerca de la extraordinaria lentitud con que se fundía el hielo, de la persistencia en pleno verano sobre las montañas de masas de nieve transformadas en hielo y del mucho tiempo que necesitaba el agua hirviente para convertirse en vapor. Dedujo que se necesitaba gran
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cantidad de calor para provocar estos cambios de estado: del hielo en agua, del agua en vapor, sin que variara la temperatura de los cuerpos. Por con siguiente, llegó a la conclusión de que una gran cantidad de ese fluido sutil denominado calor debía combinarse con las partículas de la sustancia; debía desaparecer aunque siguiera existiendo; debía hacerse latente: era el calórico latente. Quiso entonces comprobar su idea y precisarla mediante cifras. Intentó averiguar cuánto calor debía proporcionar al agua para transformarla en vapor, es decir: cuál era su calor latente de vaporización, Empezó por descu brir que era preciso proporcionar una cantidad constante de calor para elevar en un grado la temperatura de cierta cantidad de agua: era la capacidad del agua para el calor, su calor especifico. Con ello, poseía ya una unidad de me dida del calor. Entonces pudo establecer qué cantidad de calor cedía el vapor para volver al estado liquido a la misma temperatura, y asimismo, cuánto ealor debía proporcionar al agua a 100 grados centígrados para transformarla en va por, Descubrió, también, cuánto calor debía suministrar al hielo en el punto de fusión para transformarlo en agua a 0 grados centígrados. Tanto para el calor de vaporización como para la temperatura de fusión halló cifras que difieren muy poco de las actuales. A lo largo de sus trabajos pudo comprobar que al aña dir cantidades iguales de calor se producían las mismas variaciones de nivel en el liquido de sus termómetros, merced a lo cual quedaba fuera de duda el valor de las indicaciones de éstos. Notó qne no todos los cuerpos tenían la misma ca pacidad calorífica; que a masas iguales de distintos cuerpos no era preciso aportar la misma cantidad de calor para elevarlos a idéntica temperatura. Sus descubrimientos los fné exponiendo en sus cursos a partir de 1761. Dos de sus discípulos franceses, el químico Lavoisier y el geómetra Laplace, construyeron un calorímetro de hielo y determinaron, hacia 1783, el calor especifico de un gran número de cuerpos. Y así, el hombre podía medir el calor y la influencia que ejercía sobre los cambios de estado de los cuerpos; dominaba ya la fusión de los cuerpos y la producción del vapor. En el peor de los casos, sabría ya cnánto combustible y cuánto tiempo necesitaría para conseguir determinada fuerza o determinada transformación. Lob trabajos de Black le brindaron a Watt la posibilidad de perfeccionar sn máquina de vapor, a la que había de convertir en el poderoso y flexible instrumento que habría de revolucionar al mundo. Pero estos resultados no modificaron en nada las ideas acerca del calor. Todos siguieron considerándole un fluido sutil, una materia muy elástica cu yas partes se repelen, que eBtá distribuido en los cuerpos en proporción a la posible atracción que estos cuerpos y dicho fluido sienten entre sí, es decir, la capacidad para el calor.
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La electricidad fué la rama cultivada con mayor éxito o, a l . menos, aquella cuyos resultados, completamente nuevos, causaron mayor asombro en la imaginación. Hasta 1790, las investigaciones se limitaron a la electricidad estática; sólo a partir de esta fecha comenzó el es tudio de la corriente eléctrica. A principios del siglo xvm era muy poco lo conocido, pues aún se creía que la conductividad dependía del color de los objetos; sin embargo, se sabía produ cir electricidad, ya sea por frotamiento de un tubo de cristal ya sea con la má quina formada por una esfera de vidrio movida por una manivela, esfera que se frotaba con la mano desnuda. Poco a poco, la máquina de frotación se fué perfeccionando: primero el cilindro y luego el disco de vidrio sustituyeron a la esfera; la mano fué reemplazada por cojinetes, y en 1762 quedó definitiva mente adoptado el cojinete de cuero recubierto con amalgama de estaño. Tan sólo el alíate Nollet, poseedor de manos muy grandes y muy secas, siguió fiel a la frotación a mano. , Los progresos fueron rápidos en un terreno en el que todo descubriZiLtos estaba por descubrir. En 1729, el inglés Grey, trabajando con un simple tubo de cristal descubrió que la conductivi dad dependía de las materias que componían los cuerpos, y estableció la pri mera clasificación de cuerpos buenos conductores (metales) y malos conduc tores (seda). Fué él quien, por vez primera, demostró que el cuerpo humano puede electrizarse, que es conductor de la electricidad, y fué también el pri mero que logró que la cabeza y los pies de un sujeto electrizado y aislado pu dieran atraer cuerpos ligeros (diversos trocitos de papel), sensacional experi mento destinado a tener un gran éxito. Asimismo, fué el primero que descubrió el transporte a distancia, e hizo recorrer a la electricidad 765 pies. El francés Du Fay prosiguió los experimentos basta 1739. Demostró que todos los cuerpos podían electrizarse, e invalidó la clasificación de Gilbert en cnerpos eléctricos y no eléctricos. Señaló las analogías entre la electricidad y el rayo: cuando él mismo estaba electrificado, colgado mediante cordones de seda, es decir, bien aislado, y otra persona pasaba jnnto a él, parecía com o si de su cuerpo salieran relámpagos con un ruido seco. En la oscuridad se veían como chispas de fuego, y su cuerpo emitía una luz. Se dice que el abate Nollet emitió chispas de varios centímetros. Nollet opinaba que el relámpago y las chispas eléctricas son una misma cosa. Du Fay descubrió la electrización por contacto, bailó que los cuerpos eléctricos atraen a los que todavía no lo son y los repelen apenas han quedado electrizados; descubrió dos clases de electri cidad: la vitrea (positiva) y la resinosa (negativa), la atracción que cada una siente hacia la opuesta y la repulsión hacia la de su misma clase. Aunque La electricidad
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intentó explicar estos fenómenos, lo único que imaginó fué 6uponer la exis tencia de fluidos. , , ,, Estos descubrimientos produjeron grandísima sensación. Muchos La botella ...... . , , . , . , de Leyde « individuos se ganaban el sustento naciendo experimentos por las vías y plazas públicas. Todos querían ser electrizados, atraer plumas con su cabeza, o bien encender alcohol con la chispa producida por la punta de una espada empuñada por el sujeto electrizado. Los profesores de Universidad multiplicaban los experimentos públicos. En 1745, en Leyden, Musschenbroek intentó electrizar el agua contenida en una botella. Un amigo suyo, que sostenía la botella con una mano, intentó con la otra retirar el hilo que unía el agua al conductor: recibió una fuerte sacudida en los brazos y en el pecho; Musschenbroek escribió inmediatamente a Réaumur. Todos querían recibir la sacudida eléctrica: la botella de Leyden aumentó el poder de los ex perimentadores. El abate Nollet hizo pasar la descarga a través de una com pañía de 180 guardias franceses, y luego a través de 300 monjes colocados en fila y unidos entre sí por barras de hierro. A consecuencia de la sacudida de la botella todos los sujetos daban un salto en el aire; con la botella se podían ma tar pájaros, se lograba que la electricidad vadeara ríos y lagos, se imantaban agujas. Con todo ello quedó probada la propagación instantánea del fluido. Hasta entonces la electricidad había sido principalmente ob^atmosférica'* j eto de curiosidad; pero muy pronto se lograría demostrar y el pararrayos Bu presencia universal, y explicar gracias a ella algunos de los fenómenos naturales más impresionantes. En 1747, el inglés Collinson, miembro de la Real Sociedad de Londres, en vió a bu amigo el americano Benjamín Frankliu un tubo de cristal e instruc ciones para realizar experimentos. Franklin se dedicó a ellos con entusiasmo y notó el poder que tenían las puntas de “ emitir y lanzar fuego eléctrico” . Por aquel entonces creía aún que el rayo era debido “ a la exhalación inflamable de las piritas, que es un sulfuro sutil, que se inflama por sí solo” ; pero, en 1749 se dió cuenta de que tanto el relámpago como la chispa eléctrica eran lumino sos, que ofrecían idéntico color, producían el mismo olor sulfuroso y tenían ambos forma de zigzag; su velocidad era igual, producían el mismo ruido, tan to el uno com o la otra eran conducidos por los metales, tenían el mismo poder de fundirlos, de matar animales y de encender sustancias inflamables. Y pen só si el relámpago no sería atraído por las puntas, al igual que ocurría con la electricidad. Como resultado de sus observaciones propuso que, sobre una al tura, se instalase una garita coronada con un mástil de hierro de 10 metros, acabado en punta; en la garita, si las nubes pasaban a poca altura, un hombre aislado por una masa de resina podría quedar electrizado. Sugería que así se podría “ sustraer la electricidad de las nubes” , con lo cual se protegerían las ca-
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sae, las iglesias y los barcos de los efectos del rayo. Expuso sus ideas en una carta dirigida a Collineon en ju lio de 1750; Colliuson la presentó a la Real Sociedad de Londres, que se rió desdeñosamente de las visiones de Franklin. Entonces, Collinson publicó las cartas de su amigo en un volumen que fué traducido a todos los idiomas. En Francia, estos problemas interesaban muchísimo. Después del abate Nollet, Romas, asesor en el Tribunal civil de Nerac, miembro de la Academia de Burdeos, señaló también, en 1750, la semejanza del rayo y de la electricidad. Asimismo, se conocían los experimentos de Jallabert, quien, en Ginebra, en 1748, también había descubierto el poder de las puntas. Un amigo de Buffon, Dali bar d, tradujo la obra de Franklin, y Buffon se apresuró a colocar una barra de hierro en lo alto de su castillo de Montbard, y animó a Dalibard a que realizara el experimento de Franklin. Así lo hizo, en Marly, el 10 de mayo de 1752, bajo los auspicios del rey de Francia, y con éxito completo, y una semana más tarde se repitió en París con una barra de 82 metroB de longitud. Sin embargo, Franklin no estaba completamente seguro de que los expe rimentadores hubieran ‘‘sustraído” la electricidad de las nubes tormentosas; porque las barras no Regaban hasta ellas. Éste fué el motivo de que decidiera soltar basta las nubes una cometa para conducir la electricidad a lo largo de la cuerda. Así lo hizo en septiembre de 1752: logró “ extraer” la electricidad de una nube, recibir una chispa y cargar una boteUa de Leyden; su experimento fué conocido en París en enero de 1755. Lo mismo hizo Romas en el mes de junio, en Nerac, y de este m odo logró que abortara una violenta tormenta. Franklin mandó colocar una barra de hierro en el tejado de su casa, y un accidente fortuito permitió perfeccionar el aparato: Franklin había creído ne cesario aislar el pie de la barra; pero, en 1755, en San Petersburgo, Richmann, que durante una fuerte tormenta se haEaba al pie de una barra bien aislada, fué muerto por el rayo, el cual, no pudiéndose abrir camino, cayó sobre en cabeza. Entonces se vió la necesidad de facilitar el escape de la electricidad y, a partir de 1754, el uso del pararrayos se difundió. Merced a esas observaciones y experimentos, el hombre había dado con la explicación natural de un fenómeno que se consideraba como manifestación de la ira divina: Boileau todavía creía que era Dios quien tronaba. El hombre se libraba de sus terrores, comprendía m ejor la naturaleza y se protegía de los peligros. , . Quedó confirmada la presencia universal de la electricipila eié°t7 rgi™lCa dad. En 1773, en La Rochela, Walsh demostró que las sacudidas que lanzan ciertos peces son eléctricas; enlazó e l dorso y el vientre de un pez torpedo mediante un conductor y logró una descarga. El italiano Galvani, médico y profesor de anatomía en Bolonia, ope-
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raudo sobre muslos de rana, demostró, entre 1780 y 1791, la presencia de elec tricidad en los músculos de los animales, y escribió su famosa fórm ula: “ el cuerpo de los animales es una botella de Leyden orgánica” . Su compatriota Volta, profesor de física, primero en Como y luego en Pavía, prosiguiendo los experimentos de Galvani, descubrió que la electricidad afectaba a los nervios de la visión y del gusto. Prosiguió por este camino y, el 20 de marzo de 1800, en una carta dirigida al Presidente de la Real Sociedad de Londres, describía su pila “ órgano eléctrico artificial” . Se trataba de la superposición de series de tres arandelas: una arandela de cobre y otra de zinc en contacto se cubren con una arandela de papel húmedo. El 2 de mayo de 1800, y gracias a la pila eléctrica, se logró descomponer el agua: se bahía descubierto un instrumento esencial para la investigación. El ingeniero francés Coulomb, que ejercía en París, inventor en 1784 de la balanza de torsión — con la que, basándose en la reacción de un hilo retor cido, se pueden medir fuerzas muy pequeñas— , expuso, de 1785 a 1789, que la ley de Newton, según la cual la atracción varía en razón directa de las ma sas e inversa del cuadrado de las distancias, también eB válida para las atrac ciones y repulsiones eléctricas y magnéticas. Con ello, sugirió la idea de que algún día todos los fenómenos naturales podrían explicarse a base únicamente del principio de la gravitación. El londinense Cavendisb había realizado desde 1773 investigaciones com pletas acerca de la eleetroestática; pero sus escritos no se publicaron hasta 1879. Naturaleza Las ideas acerca de la naturaleza de la electricidad siguie re la electricidad ron hiendo totalmente materialistas: la electricidad era con siderada un “ elemento común” que se da en todos los cuer pos; ei un cuerpo adquiría cantidad mayor que la normal, la electricidad era positiva; si tenia menos, la electricidad era negativa. Esta teoría, cuyo autor era FrankJin, fue aceptada hasta Faraday. Otros, Coulomb, por ejemplo, creían en la existencia de los dos finidos de Du Fay, y el mismo Coulomb suponía que, al igual que sucedía con los astros, la atracción y la repulsión tenían efecto me diante una “ acción a distancia” . Todos se inclinaban por el fluido imponderable. De este m odo, todos los fenómenos naturales, incluso los de los seres vivos, parecía que se iban reduciendo cada vez más a movimientos de algunas sustan cias materiales. Esto significaba un progreso relativo; así, la mutua atracción de los cuerpos y del flúido, el calor y la acción a distancia de los flúidos eléc tricos, ¿eran acaso algo distinto de las cualidades ocultas? ( 1 ) Los Hombres1 (1) De lodos modos, en la mente de los hombres de aquella época, los flúidos tenían na poder de acción que Ies era inherente, inherencia que el mecanicismo trataba de destruir. En todas partes intentaba desmontar lo particular, lo especifico, es decir, lo oscuro, lo ocnlto, lo implícito, para reducirlo a unos cuantos elementos comunes: extensión y movimiento, es
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del siglo xvra menospreciaban el pensamiento de la Edad Media y sus “ pre juicios” ! pero resultaba que bacían algo parecido sin darse buena cuenta de ello. La mente humana, al hallarse ante un considerable número de hechos nuevos, se sentía desamparada; al intentar comprenderlos, retrocedía y, en virtud de un movimiento natural, aceptaba de nuevo antiguos sistemas de explicación.
decir, a lo claro, lo evidente, lo explícito. Los Uñidos hacían retroceder al pensamiento a una fase anterior a Descartes; pero Descartes se inspiraba en ciencias mucho más avan zadas que estas ramas de la física. 1
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LA QUÍMICA A química acabó de convertirse en ciencia. Los químicos pasaron de la des
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cripción de las apariencias al descubrimiento de la realidad, al aislar nu merosos cuerpos que basta entonces se suponían simples; más tarde, el genio de Lavoisier perfeccionó el método y descubrió las leyes de los principa les fenómenos, acabando la formación de esta ciencia. En 1715, la química todavía estaba dominada por las ideas del El flogisto alemán Stabl, primer médico del rey de Prusia desde 1716, fa llecido en 1734, Stahl explicaba todos los fenómenos químicos mediante la in tervención de un fluido no captable, el flogisto. A l contrario de lo que ocurre en realidad, creyó qne los óxidos eran cuerpos simples y que los metales eran cuerpos compuestos. Según él, las tierras (óxidos) no podían descomponerse; al unírseles el flogisto, se formaban los metales. Tanto los metales como el car bón, y en general todos los cuerpos que podían arder, estaban cargados de flo gisto: las sustancias ardían porque se desprendía el flogisto. El óxido de plo m o, al calentarlo con carbón, pasaba al estado metálico porque el carbón, al quemar, dejaba libre su flogisto del que se apoderaba el óxido. La teoría era falsa: era exactamente lo contrario de la realidad. Pero no debemos menospreciarla, pues aportaba una gran simplificación, eliminaba de la química residuos aristotélicos, daba perfecta cuenta de los hechos cono cidos. El error procedía de un descuido: Stabl sólo se había preocupado de los cambios de forma y de aspecto de los cuerpos quemados, pero no se había interesado por los cambios de peso. Había tenido en cuenta lo que la vista, el tacto, el gusto, en una palabra, las cualidades sensibles, podían reve lar; no había intentado m edir: su ciencia era cualitativa, pero no cuantitativa; por consiguiente, era imperfecta. Si hubiera concedido mayor atención a laB indicaciones de la balanza, no habría dejado de notar que el óxido de plom o reducido por el carbón disminuía de peso, mientras que si, como él suponía, incorporaba el flogisto, habría tenido que aumentar; habría notado que el plo m o que se oxida aumenta de peso, cuando debiera perderlo puesto que perdía el flogisto. Pero Stabl no pensó en este aspecto de la realidad que destruía su teoría. Por este motivo, los principales químicos fueron flogistas y, exceptuando a Lavoisier, hicieron progresar su ciencia en la segunda mitad del siglo me
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diante el análisis cualitativo, después de que el perfeccionamiento del método experimental les permitió seguir adelante. Y a se conocía muy bien cuál era el papel que desempeñaban los hechos, los experimentos y las hipótesis en la ciencia, gracias a Bacon, a Newton y a los trabajos de los astrónomos y de los físicos. En 1736, Deslandes, adaptando un discurso del holandés Musschenbroek, proponía en su tratado A cerca d e la m ejor manera de realizar /os experim entos unas reglas casi tan exactas como lo fueron más tarde las reglas clásicas de Stuart Mili. En 1750 casi son triviales. S he le ^ farmacéutico sueco Scheele, nacido en Stralaund en 1742, desco nocido en su país pero admirado en toda Europa — gracias a su amigo Bergmann, profesor de química en Upsala — por sus memorias tradu cidas al alemán y al francés, muerto en 1786 a la temprana edad de 44 años, consagró todos sus ratos de ocio a la investigación. Dotado de una extraordi naria habilidad y perseverancia, es el maestro del análisis cualitativo por vía húmeda. Nadie com o él fué capaz de reconocer en una reacción la existencia de un nuevo cuerpo, nadie com o él supo aislar un cuerpo nuevo. Descubrió numerosos cuerpos simples, como el cloro, el oxígeno, y el manganeso; permi tió conocer la existencia de otros muchos al estudiar sus compuestos: sus traba jos sobre el fluoruro calcico y el ácido fluosUícico le llevaron a admitir la existencia de un radical conocido bajo el nombre de flúor; anunció el molibdeno y el volframio. Descubrió gran número de ácidos orgánicos y minerales: tartárico, arsénico, láctico, prúsico, cítrico, gálico, múcico, etc. Describió la preparación y las propiedades de la glicerina. Estableció la verdadera com posición del aire en dos elementos: uno de ellos, el “ aire del fuego” (oxí geno) , puede ser absorbido por los sulfuroB alcalinos y otros cuerpos, mien tras que el otro, “ el aire corrompido” (nitrógeno), permanece intacto. Obtuvo el oxígeno descomponiendo mediante fuego el nitro, el peróxido de manga neso, los óxidos de mercurio y de plata, e indicó con acierto todas sus pro piedades. A l describir con exactitud numerosos hechos particulares, prestó grandes servicios; mas cuando quiso averiguar las relaciones entre estos hechos y re ducir estas relaciones a un principio general, para que el hombre pudiera dominar los fenómenos, se equivocó por completo. Según él, el calor y la luz es tán compuestos de fiogisto y de “ aire del fuego” . ¡El flogisto y el “ aire del fue go” son pesados; pero cuando se combinan pueden dar un cuerpo sin peso! ¡Este cuerpo llega a ser tan sutil que puede atravesar el vidrio y luego desva necerse, primeramente en forma de calor, y luego de luz! Eran palabrerías, y Scheele nada habría podido reprochar a los más obtusos descendientes de los escolásticos. ¿De dónde procede esta impotencia de Scheele para concluir su trabajo?
3 .— Una experiencia de magnetismo,
4 —Un laboratorio de química.
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Del hecho de que, en el fondo, Scheele no es más que un artesano, sin cultura general, que se deja engañar fácilmente por sus propias palabras. Su educación primaría había sido muy descuidada; se educó por la experiencia, y com o tenía facultades, estimuladas por el afán de saber, realizó una obra útil. Pero siem pre le faltó, para sacar completo provecho de sus excepcionales cualidades, una buena filosofía de la naturaleza y preparación matemática, Priestley inglés Priestley, nacido el 30 de marzo de 1733, cerca de Leeds, hijo de un fabricante de tejidos, fué pastor protestante y profesor. La moda de la electricidad atrajo su atención: escribió en 1775 la primera his toria de la electricidad, realizó algunos experimentos y fué elegido miembro de la Real Sociedad de Londres; pero ya desde 1767, por residir cerca de una fábri ca de cerveza, había empezado a realizar algunos experimentos sobre el gas car bónico. En sus ratos de ocio prosiguió sus experimentos sobre los gases e in ventó una serie de aparatos para producir, manejar y estudiar los gases. Fué el único en su época que comprendió cuán frecuente es la formación de gases, cuán variable es su composición. Dominó en alto grado el arte de relacionar un gas con todas las demás sustancias y legó al siglo X ix casi todos los métodos utilizados en el manejo de los gases. Cuando empezó sus trabajos sólo se conocían dos gases: el ácido carbónico o aire fijo, y el hidrógeno o aire inflamable. Priestley descubrió el nitrógeno, el dióxido de nitrógeno, el gas clorhídrico, el amoníaco, el protóxido de nitró geno y el anhídrido sulfuroso. Descubrió el oxígeno, que separó del óxido de mercurio el 1 de agosto de 1774, y al que denominó “ aire deeflogisticado” , y re conoció su propiedad de favorecer la respiración y de actuar sobre la sangre venosa; halló más tarde el gas íluosilícico y el óxido de carbono. Había des cubierto los nueve gases más importantes, los que nos dan razón del aire, de la respiración, de la combustión y de la calcinación, es decir, las operaciones fundamentales del globo terrestre. Y , sin embargo, tampoco él form ó la ciencia química, no supo ir más allá de la determinación de hechos particulares. Aun más, él mismo solía decir: “ Cuanto más descubro, menos comprendo y menos sé; cuanto más examino, más dudo.” Mas para él no puede alegarse — com o para Scheele — la carencia de cultura general: en el colegio le enseñaron el griego, el hebreo y el latín; para distraerse se dedicó a estudiar matemáticas, así com o francés, alemán e italiano; para profundizar en la Sagrada Escritura, aprendió el arameo, el siríaco y el árabe; era un especialista en filosofía y en teología, materias a las que dedicó ochenta obras. Pero cometió un error m etodológico: operó al azar, sin “ idea preconce bida” , sin hipótesis para verificar, sin un plan de investigación. Se valió de sus manos más que de su cerebro. Realizó los mismos experimentos que sus 4. — H. G. C . ~ V
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predecesores, en los que podían observarse efervescencia, destilación, “ calor rojo” , que hacían suponer que se formaba un cuerpo gaseoso, y como casi to dos los gases eran desconocidos, descubrió algunos. Realizó “ experimentos para ver” : el óxido ro jo de mercurio le da un gas, y lo confunde con el peróxi do de nitrógeno; experimenta con dióxido de nitrógeno y queda sorpren dido al ver que la mezcla toma color rojo, y entonces lo confunde con el aire; por casualidad, introduce una vela en el residuo y, con gran sorpresa, ve que arde; si no hubiera tenido ante mí una vela encendida no habría hecho esta prueba, y mis demás experimentos sobre esta especie de aire habrían que dado en la nada...” Yendo de sorpresa en sorpresa, de casualidad en casua lidad, estableció que este gas era un producto nuevo, homogéneo, era la parte respirahle y comburente del aire; el oxígeno. Pero la consecuencia de esta au sencia de método es que los resultados no llegan jamás a agruparse en su mente, y que no es capaz de juzgarlos en conjunto. A pesar de haber obser vado una extensa serie de hechos que se oponían a la teoría del flogisto, sigue siendo degista, y a su muerte, acaecida en 1804, es el único flogista que queda en el mundo. Quizá haya que tener en cuenta que este pastor estaba absorbido por las discusiones teológicas: sus experimentos eran sólo un descanso, y la ciencia le exige al hombre la entrega total. Quizá este creyente quiso dejarse conducir demasiado por el aliento del espíritu; quizá fué víctima de una ten dencia, frecuente entre sus compatriotas, a yuxtaponer los hechos sin inten tar conocer sus relaciones ni su jerarquía, tendencia que a las veces conduce a una total impotencia para reformar las ideas, sean científicas o políticas, cuya falsedad radical o su irremediable envejecimiento ha demostrado la experiencia. Lavoisier llegó Lavoisier! Nacido el 16 de agosto de 1743, perte necía a una familia de burgueses acomodados. Hizo brillantes es tudios en el Colegio Mazarino, donde estudió latín, retórica y lógica. A con tinuación, su padre le dejó en libertad, y se dedicó a estudiar matemáticas y astronomía con Lacaille, botánica con Jusaieu, y asistió a los corsos de química de Rouelle. Así consiguió lo que le había faltado a Scheele, es decir, forma ción literaria y matemática: las letras, que nos acostumbran a apreciar los más finos matices, las más débiles relaciones de las ideas, a conocer el valor exacto de las palabras y a manejar estas herramientas de la mente; las mate máticas, instrumento de la hipótesis precisa, del camino seguro y del resultado cierto. Lavoisier poseía aquello de lo que carecían a la vez Scheele y Priestley: visión de conjunto de la ciencia, de su desarrollo, de sus métodos y de sus fina lidades; una noción general del mondo, clara y precisa, que le llevó de resul tado en resultado. Elegido en 1768, cuando sólo contaba 25 años, miembro de la Academia de Ciencias, mantenía cordiales relaciones con el mundo culto y gozaba de una magnífica posición para conocer todos los descubrimientos
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que pudieran ayudarle; asentista general, director de la Administración de las Salinas, agregado a la Caja de Descuentos en 1788, rico y teniendo posibilidad de dedicar 10.000 libras anuales a su laboratorio, poseyó todos los medios ne cesarios para fecundar su genio. Desde el principio le guia una hipótesis: la totalidad de los fenómenos químicos es debida a desplazamientos de materia. Ahora bien, en el Univer so, tomado en conjunto, la cantidad de materia es siempre la misma; puede cambiar de forma, pero nunca aumentar ni disminuir; nada se pierde, nada se crea. Si esto es cierto, el aspecto exterior puede modificarse, pero el peso de ningún m odo puede alterarse; en todas las reacciones químicas los produc tos resultantes han de pesar lo mismo que los productos utilizados. El instru mento básico de la investigación es la balanza, que nos enseña si debemos bus car algún producto, si debemos identificar un nuevo cuerpo, cuyo origen es preciso averiguar; es el método de la 9 pesadas. La química, basta entonces cua litativa, se convierte ahora en cuantitativa, es decir, en una verdadera ciencia. Esta diferencia queda de manifiesto en el experimento que realizó en 1770, y que le sirvió para demostrar que el agua no puede transformarse en tierra. Lavoisier mandó fabricar una balanza de precisión, estudió su comportamien to, reconoció la necesidad de la doble pesada. Pesó un vaso a distintas tempe raturas, se aseguró de que perdía parte de su peso cuando estaba caliente a causa de la evaporación de la humedad que le cubría cuando estaba frío, y de ello dedujo la necesidad de hacer las pesadas que quería comparar a una misma temperatura. Para demostrar que el agua no se transforma en tierra utilizó un vaso en el que el vapor de agua, al llegar a la parte alta, se condensaba, para volver a bajar y entrar de nuevo en ebullición. Tom ó determinada cantidad de agua, la pesó, la introdujo en el vaso que previamente había pesado, para ma yor seguridad volvió a pesarlos juntos, cerró el vaso con cuidado, y destiló el agua durante ciento un días. Al cabo de ellos, el peso del conjunto no había va riado; el vaso había perdido 17 granos de su peso, el agua se había enturbiado y su densidad había aumentado. Sometida a evaporación, dejó un residuo de 20 granos, de los cuales 17 procedían del vaso. Había, pues, 3 granos de origen desconocido; pero Lavoisier dedujo acertadamente que esta pequeñísima can tidad procedía de algún accidente acaecido durante el experimento, y que el agua no se convertía en tierra. Scheele hizo el mismo experimento; pero mien tras Lavoisier había pesado, Scheele analizó, y reconoció que el residuo era sí lice, el agua se había alcalinizado, cargándose de elementos solubles; luego, la conclusión de Scheele fué la misma. Pero Scheele Be había basado en la vÍ6ta, en el gusto y en el tacto, en la sensibilidad de los sentidos y en la seguridad de su memoria, es decir, en una serie de pequeños juicios personales implícitos. Eu cambio, Lavoisier se basaba en la balanza, utilizada con lógica y precisión, en
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cifras válidas para todos. Scheele no estaba seguro de haberlo visto todo, de no haber descuidado algún aspecto de los fenóm enos; Lavoisier estaba seguro de que ningún cuerpo, ninguna reacción se le había podido escapar. Esto no signi fica que el análisis cualitativo debiera excluirse; no puede ser excluido. Pero debía ceder la primacía al método de las pesadas. Muy pronto la balanza le proporcionó a Lavoisier las ideas directrices, to talmente opuestas al flogisto, En una comunicación, leída el 1 de noviembre de 1772 en la Academia de Ciencias, decía: Desde hace unos días, he descubierto que, al arder, el azufre da origen a un ácido con aumento da peso, y exactamente lo mÍBmo ocurre con el fósforo. Esto anmettto de peso procede de la fijación de nna gran cantidad de aire. Asimismo, com o quiera que los metales calcinados también aumentan de peso, esto significa que también hay fijación de aire...
A partir de este momento, el flogisto quedaba condenado en su mente; pero era preciso demostrar la falsedad de la teoría de Stahl, y sustituirla por otra que estuviera más de acuerdo con los hechos. Lavoisier se trazó un plan de investigaciones metódicas y, con gran paciencia e incansable energía, lo siguió durante más de diez años. Instalado en su laboratorio a las seis de la mañana, dedicaba varias horas a la química, y, al acabar su trabajo de finan ciero, proseguía la investigación por la noche. Los domingos solía reunir alre dedor de sus hornillos a hombres de ciencia, a los artesanos que construían su material, a jóvenes. Entre 1772 y 1786 redactó 40 memorias que fueron publica das en los volúmenes de la Academia de Ciencias; en 1781 y 1782 envió tantas memorias qne resultó imposible publicarlas todaB. Todas estas memorias estaban relacionadas entre sí; los hechos le llevaban a nuevas ideas, las nuevas ideas a estudiar hechos pasados por alto o bien a descubrir otros hechos desconocidos. Nada quedaba en manos del azar; el pensamiento guía constantemente la in vestigación. No nos es posible dar cuenta detallada de estos experimentos. Los más im portantes son los siguientes; en 1777, el análisis del aire, que le condujo al des cubrimiento del nitrógeno y del oxígeno, de sus proporciones en el aire, de sns propiedades, del papel que desempeñan en la respiración y en la combus tión, y, finalmente, a realizar la síntesis del aire; en 1783, el análisis y la sín tesis del agua. A l fin, llegó a la conclusión de que el flogisto no existía; que el aire desflogisticado era un cuerpo simple, el oxígeno; que el oxígeno se combi na con los metales cuando ÓBtos se calcinan; que transforma en ácidos el azufre, el fósforo y el carbón; que constituye la parte activa del aire y que alimen ta la llama y la combustión; que, en la respiración de los animales, trans forma la sangre venosa en arterial y engendra el calor animal; que constituye la parte esencial de la corteza terrestre, del agua, de las plantas y de los ani
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males; que es una sustancia eterna, imperecedera, que cambia de lugar, pero que no puede ni ganar ni perder nada, imagen de la materia en general. En 1783, después de redactar una memoria en la que acabó para siempre con el dogisto de Stahl, escribió su Tratado de química en dos volúmenes de pe queño formato, con un estilo tan puro y tan diáfano, con un rigor tan geomé trico, en los cuales cada capítulo brillaba con tal claridad y el conjunto mos traba una relación tan perfecta y tan lógica, que bizo que Europa, llena de admiración, menospreciara los demás libros. Los químicos fueron quienes tardaron más en unirse a Lavoisier. A l fin, en 1785, Berthollet y Guyton de Morveau adoptaron su teoría, algo más tarde Chaptal, y, en 1787, Fourcroy enseñó las dos teorías y las comparó en sus cursos. L nomenclátor dltima aportación que Lavoisier hizo a la Química fué química contribuir a dotarla de lenguaje propio. La química estaba más que llena de nombres extraños; algaroth, sal alembrotb, agua fajadénica, aceite de tártaro por defecto, manteca de arsénico, flo res de zinc. Todos loe químicos europeos compartían la opinión de Lavoisier expuesta en el discurso preliminar de su Tratado elem ental de Quím ica: " ... Se necesita mucha práctica y una gran memoria para recordar las sustancias que [los nombres] indican, y sobre todo para saber a qué clase de combinación per tenecen... dan pie a ideas muy falsas.” Lavoisier, como buen discípulo de CondiHac y sobre todo com o científico, demostraba que era imposible separar la nomenclatura de la ciencia y la ciencia de la nomenclatura, ya que toda ciencia está formada por la serie de hechos que la integran, por las ideas que resumen esos hechos y por las palabras que los expresan. La palabra debe sugerir la idea, y ésta debe descubrir el hecho; Se trata de tres improntas de un mismo sello... Dado que son las palabras las que con servan las ideas y las transmiten, resalta imposible perfeccionar el lenguaje sin perfeccionar 1a ciencia, y viceversa, y que por muy ciertos qne fueran los hechos, p or muy exactas que fuesen las ideas originadas p or los hechos, a pesar de todo sólo transmitirían expresiones falsas si careciéramos de expresiones exactas para exponerlas.
Los químicos solicitaron a Guyton de Morveau que elaborara una nomen clatura. Guyton, junto con Lavoisier, Fourcroy y Berthollet, empezaron a ha cerlo en 1787. Acordaron designar las sustancias simples con palabras simples que indicaran sn propiedad más general, la más característica de la sustan cia: oxígeno (engendrador de la acidez) por el papel que desempeñaba en la formación de los ácidos. Crearon clases, géneros y especies para los cuerpos formados por la unión de diversas sustancias simples. P or ejem plo: las sus tancias metálicas expuestas a la acción conjunta del aire y del fuego pierden su brillo metálico, aumentan de peso, toman un aspecto terroso; están formadas
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por un principio común a todas ellas y por un principio particular de cada una; el nombre del género deriva del principio común: óxid o; y a éste se le añade el nombre particular del metaL, Otro ejem plo: los ácidos son compuestos de dos sustancias, “ de la categoría de las que consideramos simples” ; una sustancia es común a todos: es la que produce la acidez y de ella precisa mente deriva el nombre del género; la otra, propia de cada ácido, es la que da el nombre específico. En la mayoría de los ácidos, loa dos principios: el aci dificante y el acidificado, pueden darse en distintas proporciones, todas las cuales son puntos de equilibrio: esos dos estados de un mismo ácido se expre san variando la terminación del nombre específico: ácido sulfúrico y ácido sulfuroso. De este modo, gracias a Lavoisier, la química tuvo ya su método, su idio ma, constituyó una serie de hechos relacionados mediante leyes. Quedaba crea da esta joven ciencia que tan prodigioso desarrollo habría de alcanzar en el futuro.
C A P IT U L O V I
LAS CIENCIAS NATURALES conocimiento de la naturaleza prosigue a pasos agigantados. En general, sigue siendo una mera descripción, una “ historia natural” , primer paso ne cesario; pero al intentar establecer relaciones ante los hechos, se plantean grandes problemas, se formulan amplias hipótesis, se recurre a menudo a la ayuda del método experimental que poco a poco se va adaptando a la mayor complejidad de los fenómenos vitales, se insinúa una nueva visión de conjunto: toda la labor del siglo xvm puede considerarse como preparación al transfor mismo contemporáneo. Buffon Buffon (1707-1781) fué uno de los agentes más activos de este pro greso. Leclerc, conde de Buffon al ser ennoblecido, era hijo de un consejero del Parlamento de Dijon. Joven aún se dedicó a conocer las ma temáticas y la física; estudió a Aristóteles, Descartes y Leibniz; redactó memo rias científicas y publicó traducciones de otras obras científicas. Nombrado más tarde intendente de los Jardines del Rey (el actual Jardín de Plantas), conci b ió la idea de una amplia Historia natural, a la cual, a partir de entonces, con sagró su vida. Entre 1749 y 1789 aparecieron 32 volúmenes en cuarto acerca de La tierra, E l hom bre, Los cuadrúpedos, Los pájaros, Los minerales. Basándose en notas del propio Buffon, Lacépéde acabó la H istoria de las serpientes (1789). Naturalmente, Buffon tuvo numerosos colaboradores: el principal para los cua drúpedos fué Daubcnton. Pero, por sí solo, redactó las partes que más le inte resaban: La teoría de la Tierra, La historia natural d el hom bre (1749), Las épocas de la naturaleza (1778), La mineralogía. Era, ante todo, un geólogo y un antropólogo. Buffon ba sido muy criticado, com o lo han sido todos los autores de obras de conjunto, de grandes teorías, de atrevidas hipótesis, y com o todos los sabios que al mismo tiempo son escritores. Se le ha reprochado el ser afectado, enfá tico; pero los textos que se suelen aducir para fundamentar este juicio son de bidos a algunos de sus colaboradores. Cuando es él mismo quien escribe, su es tilo es sencillo y Beño de verdadera grandeza: “ ...e n ciertas partes, como las Épocas de la naturaleza, el movimiento tranquilo y poderoso, el amplio y mag nífico desarrollo de los cuadros, hacen de este libro científico un poema im po nente y majestuoso” Se cuenta que incluso le ocurrió pasarse una mañana entera construyendo una frase, y que podía explicar la razón por la cual había l
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elegido cada palabra. Deberíamos felicitarle por tal poder. £1 lenguaje de Buf* fon es grande, amplio y noble, lo cual se explica por el hecho de qne desarro llaba grandes temas cuya grandeza sentía profundamente. De él se ha dicho, y esto es más grave — el reproche procede a veces de hombres de ciencia tan importantes como Réanmnr — , que era un falso sabio, un fabricante de sistemas que se dejaba llevar por su imaginación, y casi se ha llegado a afirmar que era un malhechor intelectual. Pero la verdad es que observó e hizo experimentos durante toda su vida, tuvo un grandísimo respe to hacia los hechos, y la m ejor prueba de ello es que fué modificando constan temente su m odo de pensar: como el desarrollo de sus estudios le hizo ver claramente cnáles eran las deficiencias y errores que contenía su Teoría do la Tierra, volvió a redactarla por completo, veintinueve años más tarde, con el título de Épocas de la Naturaleza. Pero no se conformó, como hicieron mentes más endebles y corazones menos ardientes, con verdades parciales: trataba de comprender y apreciar el conjunto de los hechos, de captar los lazos que unían estos hechos, Fué como un sacerdote de la Ciencia, preocupado ante todo por la verdad, sometido a una especie de regla monástica. Aunque era rico, aban donó por su propia voluntad todo lo qne amaba. Se levantaba a las seis de la mañana y trabajaba, él solo, diez horas al día, en su torreón situado en lo alto de una colina, y únicamente lo abandonaba para ir a París a enriquecer, en beneficio del público, las colecciones del Rey. Enemigo de polémicas, persi guió incansablemente los hechos y, olvidando una excepcional cualidad de la mente, pudo decir que el genio no era más qne una gran aptitud para la pa ciencia y que su mérito consistía en haberse pasado cincuenta años en su des pacho. La pasión que sentía por la ciencia animó sus libros con gran calor, con una elocuencia que los convirtió en una de las obras más leídas, más di fundidas en las bibliotecas, quizá la qne más contribuyó a propagar entre el público la afición hacia las ciencias naturales y el espíritu científico, al mis mo tiempo que, gracias al método que sostenía, a la agrupación de los hechos, a las ideas qne sugiere, a las teorías que desarrolla, hizo florecer gran número de trabajos y dio origen a nuevas ramas de la ciencia: la geografía zoológica, la antropología, la etnografía y la paleontología. Ruffnn contribuyó a liberar la historia natural de la influencia convencional de cualquier mente y, además, a encaminarla de nuevo hacia el estudio de los desplazamientos de materia, Fué acérrimo enemigo de las cansas finales, qne el abate Piache trataba ampliamente y con complacencia en el Espectáculo de la Naturaleza (1732-1740), obra muy leída: “ Dios ha hecho salado el mar porque, si hubiera carecido de sal, habría sido perjudicial para nosotros... ... las mareas fueron creadas para que los barcos pudieran entrar en los puertos con
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mayor facilidad... El rojo o el blanco hubieran cansado la vista, el negro la hubiera en tristecido; el verde se da en la naturaleza para ayudar a la vista y los diversos matices de verde sirven para alegrarla.
“ Decir que la luz existe porque tenemos ojoB, que hay sonidos porque po seemos oídos, o bien, decir que tenemos oídos y ojos porque existen la luz y loa sonidos, ¿no es decir exactamente lo mismo o, en todo caso, qué se quiere decir con e llo ?” Veía además que la mayoría de animales tienen “ partes indi ferentes, inútiles o superfluas” que destruyen la idea de una organización de los animales creados por una inteligencia perfecta y topoderosa. Luchaba contra la manía de querer reducirlo todo a cierto fin, de no contentarse “ con conocer el cóm o de las cosas, la manera de actuar de la naturaleza” y contra el deseo de sustituir “ este objetivo real por una idea irreal intentando adivinar el por qué de los hechos, el fin que se propone la naturaleza al actuar.” Y concluía: No podemos juzgar las obras de la naturaleza medíame causas finales; no debemos atribuirle miras tan estrechas, hacerla obrar por conveniencias morales, sino examinar cómo obra en realidad y utilizar, para conocerla, todas las relaciones físicas que nos señala la inmensa variedad de sus producciones.
Limitarse a conocer las relaciones físicas sin plantearse más cuestiones, sig nificaba aligerar la mente y fundar una ciencia positiva. Pero Buffon fné aban donando muy lentamente las ideas antiguas: sustituyó Dios y la teología por la noción metafísica de A’n-turaleza. “ Cuando citamos a la Naturaleza lisa y llanamente la convertimos en una especie de ser ideal, al que tenemos la cos tumbre de reducir, com o causa, todos los hechos constantes, todos los fenóme nos del Universo.” Le atribuyó puntos de vista y proyectos, errores y caprichos; según él, la Naturaleza ensaya, insinúa, intenta. Sin embargo, poco a poco fué depurando este concepto. Notó que la Naturaleza no podía ser una cosa, pues en tal caso lo sería todo; tampoco podía ser un ente, pues sería Dios. “ La Na turaleza es el sistem a de las leyes establecidas por el Creador.” El imaginar un sistema de leyes, un sistema de relaciones universales y necesarias entre los hechos, era adoptar un punto de vista completamente positivo. Con anterioridad a Buffon, Réaumur, en su Historia de los insectos (17341742), en sus memorias y en su correspondencia, había aconsejado que se es tudiara directamente la naturaleza, que se comprobara todo lo que referían los autores, incluso Aristóteles y Plinio. Siguiendo este camino, Buffon sólo quiso preocuparse de los hechos, y así defendió el respeto ante el hecho: Resalta mucho más sencillo imaginar un sistema que emitir una teoría...; el historiador debe referir, no inventar..,; no debe permitirse ninguna suposición..., sólo puede utilizar su imaginación para relacionar las observaciones, para generalizar los hechos, y para cons tituir con ellos un conjunto que ofrezca a la mente un orden metódico de ideas claras y de relaciones sucesivas.
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De un m odo semejante, en el terreno de la geología se inclinó a rechazar todas las explicaciones que no venían confirmadas por los hechos: ausencia de la Luna, realidad de un planeta desaparecido, diluvio universal; “ todo ello son suposiciones acerca de las cuales resulta fácil dar li bre curso a la imaginación; tales causas producen todo lo que se quiere” . Sólo quiso “ efectos que ocurren diariamente, movimientos que se suceden sin inte rrupción, operaciones constantes y siempre reiteradas” . Es la teoría de las causas actuales, que venció a la de las catástrofes. Cuando comenzó a dedicarse a la geología, a pesar del elevado núriiero y del interés que tenían los trabajos monográficos realizados por distinguidos na turalistas, la visión de conjunto era la del Génesis en su sentido más literal: Dios creó el mundo en seis días, creó de una sola vez los continentes y los ani males, tal como podían verlos los individuos del siglo xvin, tal com o siempre habían sido, excepto insignificantes variaciones de detalle debidas en su mayor parte al hombre. Es la teoría que más tarde se denominó fijismo. Aunque ya se conocían numerosos fósiles, los sabios se libraban de ellos atribuyéndolos al ale gre humor de la Naturaleza que se había divertido en dar a simples guijarros un parecido con conchas, hojas o peces, o bien los consideraban com o vestigios del diluvio. Quienes no estaban convencidos, no se atrevían a contradecir esta interpretación tradicional, y callaban. Buffon sólo temía el error; deseaba llegar a la verdad, pero nada quería conocer fuera de los hechos. A partir de 1749, en su Teoría de la Tierra, sabía ya cuál era el verdadero origen de los fósiles, daba a nuestro globo una edad de 74.000 años en vez de los 6.000 que le atribuían los teólogos, y seña laba una evolución. En 1778, en sus Épocas de la Naturaleza, se basa en cinco “ hechos” y en tres “ monumentos” . Sus cinco “ hechos” son los siguientes: La Tierra está ensanchada en el Ecuador y rebajada en los polos en la proporción que exi gen las leyes de la gravedad y de la fuerza centrífuga. El globo terrestre tiene su propio calor interior, independiente del que pueden comu nicarle loa rayos del SoL El calor qne el Sol envía a la Tierra es muy poca cosa en comparación con el calor propio de la esfera terrestre y..., por sí solo, este calor solar no bastaría para mantener en vida a la naturaleza. Las materias de que se compone la esfera terrestre, tienen, por lo general, composición cristalina y todas pueden reducirse a cristal. En toda la superficie de la Tierra, incluso sobre las montañas, hasta una altura de 1.500 y 2.000 toesas, se baila gran cantidad de conchas y otros restos de productos del mar.
Describe los monumentos fiel pasado de esta manera: Si examinamos las conchas y demás productos marinos que se encuentran en la Tierra, tanto en Francia como en Inglaterra, en Alemania y en el resto de Enropa, se reconoce
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que muchas de las especies animales a las que pertenecieron tales restos sólo se hallan en los mares contiguos y que estas especies o ya no existen o sólo se encuentran en los mares meridionales. En Siberia y en las demÓB regiones septentrionales de Europa y de Asia, se hallan esque letos, colmillos, huesos de elefante, de hipopótamo, de rinoceronte, en cantidad bastante numerosa para poder asegurar que estas especies animales, que sólo pueden vivir en regiones cálidas, en tiempos pretéritos vivían y se propagaban en los paises del norte. Defensas y huesos de elefante, así com o dientes de hipopótamo, no sólo aparecen en las regiones del norte de nuestro continente, sino también en las del norte de América, a pesar de que ni el elefante n i el hipopótamo viven en este continente del Nuevo Mundo.
Estos hechos actuales y estos restos del pasado le sugerían la idea de una evolución en el tiempo, evolución que trazaba a grandes rasgos. En la historia de la Tierra hubo siete épocas. La primera fue un período de fluidez e incandes cencia: “ cuando la Tierra 7 los planetas adoptaron su forma” ; la segunda, de enfriamiento: “ durante la cual, después de haberse condensado, la materia form ó la roca interior del globo, así como las grandes masas vitriflcables que se observan en la superficie” ; en la tercera época: “ las aguas cubrieron nues tro» continentes” ; en la cuarta: “ las aguas se retiraron 7 los volcanes empeza ron a entrar en actividad” ; en la quinta: “ los elefantes 7 demás animales me ridionales habitaban en las regiones del norte” ; en la sexta: “ tuvo efecto la separación de los continentes'’ ; 7 en la séptima; “ el poder del hombre ha se cundado el de la naturaleza” . Y así, tomando como método el estudio de los desplazamientos de mate ria; com o postulado, la persistencia de las leyes físicas gracias a lo cual fenó menos de épocas pasadas han sido semejantes a los que ocurren hoy; com o vi sión de conjunto, la evolución perpetua, la lenta transformación en el tiempo, de este m odo, decimos, quedaba fundada la geología moderna. Esta idea de evolución, que hoy nos resulta familiar, alteraba profundamen te el pensamiento de la época 7 tropezó con muchas resistencias. La Iglesia se conm ovió: se dijo que Buffon defendía la opinión contraria a la expuesta en el Génesis. El 16 de enero de 1751, la Facultad de Teología condenó 16 propo siciones 7 exigió una retractación. Entonces, Buffon declaró creer “ muy firmemente todo lo que la historia cuenta de la Creación” , aseguró que abandonaba “ todo lo que podía ser con trario al relato de Moisés” , 7 prosiguió sus estudios. Pero incluso hombres tan inteligentes como Voltaire no fueron capaces de comprender a Buffon: supo niendo la existencia de causas permanentes que han producido los mismos efectos en todas las épocas, sin que haya habido influencia alguna del estado de una época sobre el de la época sucesiva, Voltaire se obstinó en creer que los fósiles eran conchas que los peregrinos de las Cruzadas habían traído de Siria o bien peces rechazados de la mesa Se los romanos por no ser frescos; aunque.
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en este último caso, no podía explicar por qué los fósiles se encontraban en bancos de más de cien leguas de longitud. A lo largo del siglo XVIII Be realizó una gran obra de Las clasificaciones clasificación de los seres vivos en géneros y especies. botánicos y zoológicas _ . , ° , ., .La clasificación era necesaria para poder identificar rápidamente las plantas (a fines del siglo anterior, se conocían ya 18.000) y I ob animales, cuyo número crecía de día en día; pero los naturalistas dedicaron a ello sus esfuerzos porque estaban convencidos de que de este m odo lograrían descubrir el plan de Dios. A principios de siglo, los naturalistas seguían la clasificación botánica del francés Toum efort, y la zoológica de Aristóteles. El sneco Linneo (1707-1780), h ijo de un pastor luterano, las perfeccionó. Su S ystem a N a tu ra e, publicado en 1735, se reeditó, siempre con nuevas adiciones, trece veces entre aquella fecha y el año 1788, y fué acompañado de otras numerosas obras. En el campo de la botánica, clasificó 7.000 plantas en 24 clases, teniendo en cuenta el nú mero, la posición, la proporción y el m odo de agruparse los estambres; sim plificó bastante la nomenclatura botánica. Los naturalistas solían incorporar las características esenciales de la descripción en el nombre de la especie: el lúpulo era conocido por C otw olvu lu s h e tero clitu s p eren n is fto ñ b m fo lia c e is stro b ili instar. Para recordar estas frases era necesario poseer una memoria pro digiosa, ya que la clasificación cargaba la mente en vez de aligerarla. Linneo adoptó la nomenclatura binaria: un nombre cualquiera para el género, otro nombre para la especie. El sistema resulta cómodo, y aún hoy sigue siendo la base de la nomenclatura botánica y gracias a él fné posible la gran labor des criptiva de sus continuadores. En zoología, perfeccionó, sin cambiarla por com pleto, la clasificación de Aristóteles; indicó que debían tenerse en cuenta loa órganos internos, y fué el primero que caracterizó los vivíparos por poseer mamas y que clasificó entre los mamíferos a I ob cetáceos, hasta entonces con siderados peces. Tema un gran concepto de su obra. Para él las especies eran entidades rea les, que se distinguían por características bien diferenciadas y constantes, los caracteres específicos. Cada especie correspondía a un acto del Creador, que le había concedido todos los atributos necesarios y la había hecho inaltera ble, inmutable. La verdadera labor del naturalista consistía en hacer el inventa rio de las especies, ya que de esta manera describía la admirable obra de Dios: la sistemática es la ciencia suprema. Linneo es el teórico por excelencia del fijismo. Pero su trabajo no fué perfecto, por haber tomado com o principio de cla sificación los estambres, convencido de que los caracteres que mediante ellos podían definirse tenían un valor superior; pensaba así llegar a una clasificación
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natural. En realidad, su elección fué arbitraria, sus órdenes fueron artificiales: clasificó los rosales en tres órdenes distintos y colocó la higuera en el mismo orden que las ortigas. En zoología, incluyó en el orden de las Ferac o bestias feroces, animales tan distintos com o el tigre y el león, la nutria y la foca, el perro y el erizo, el topo y el murciélago. En el orden de los Jumenta tuvieron cabida el caballo, el elefante, el hipopótamo, la musaraña y el cerdo. Su sis* tema no satisfizo a todos: aparecieron veinte más. Esta proliferación de siste* mas trajo como consecuencia un profundo estudio de los caracteres, un grandí simo progreso en la descripción de las formas y, gracias a ello, poco a poco, los naturalistas se fueron acercando al método natural. Por otra parte, ciertos descubrimientos parecía como si contribuyeran a borrar las separaciones que existían entre los reinos. P or ejem plo: siempre se había creído que los cora les eran plantas marinas; pero en 1727, Peyssonel, un médico marsellés, señaló que estas plantas eran “ insectos que producían el coral” . El inglés Trembley, en 1740, estudió una planta acuática que poco a poco resultó ser un animal; la hidra verde, con la cual logró las primeras regeneraciones animales conocidas: si cortaba la hidra, cada fragmento regeneraba una hidra com pleta; incluso pudo hacer injertos animales, obtener hidras de dos o más cabezas. La reper* cusíón fué enorme y la atención se concentró en estos animales tan difíciles de clasificar. Con ello surgía la idea de la continuidad de la naturaleza. Quizá Buffon fué el primero en darse buena cnenta de la artificialidad de las clasificaciones, y atacó violentamente a Linneo; y si acabó también él por clasificar, lo hizo para descargar la mente, pero jamás se dejó llamar a engaño: Suele decirse que el lince no es sino una especie de gato, que el zorro y el lob o son una especie de perro, que el gato de algalia es una especie de tejón, el cobayo una especie de liebre, la rata una especie de castor, el rinoceronte una especie de elefante, el asno una es pecie de caballo, y todo porque se dan algunas pequeñas relaciones entre el número de mamas y de dientes de estos animales, o algún ligero parecido en la forma de sus cuernos... ¿N o seria mucho más sencillo, más natural y más exacto decir que un asno ea un asno y un gato un gato, que pretender.... que un asno sea un caballo o un gato un lince?
El francés Adanson (1727-1806), fué el inventor de la clasificación natu ral, cou lo cual destruyó la creencia en la realidad de la especie. En sn Historia Natural del SereegaZ (1757) y en sn obra fundamental, Familias de las plantas (1763), insiste en la continuidad de las formas organizadas. Nadie ha podido “ demostrar que existen en la naturaleza” clases, géneros y especies, pues hay “ tan sólo individuos que se suceden, fundiéndose por decirlo así unos en otros, por medio de variedades” . Si examináramos con cuidado las diferencias acaba ríamos por notar ciertas “ líneas de separación” . Algunas, muy acusadas, “ huecos entre los seres” , quizá no sean indicio de una diferencia de especie, sino que
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simplemente “ tienen por causa nuestro desconocimiento de los seres que esta blecen la unión, sea por la desaparición de estos individuos con el correr del tiempo o sea com o consecuencia de las revoluciones del globo terrestre” . Pero como, por razones prácticas, nos vemos obligados a clasificar, al menos debe mos respetar “ el orden que guardan entre eí estas líneas de separación” , se guir “ el método de la naturaleza o... método natural... Aunque en la natura leza no existieran ni clases, ni géneros, ni especies en el sentido en que los conciben los metodizadores actuales... sería posible, basándose en la amplitud de los huecos, reconocer otras divisiones semejantes, que, en un método natu ral, podrían tomar el nombre de ellas” . Rom piendo con las costumbres esta blecidas, Adanson se dedicó a examinar los conjuntos: el conjunto es la reali dad. “ Y o empezaba p or hacer la descripción completa de las plantas clasifi cando cada una de sus partes con todos sus detalles, en otras tantas casillas independientes, y a medida que se me presentaban nuevas especies relaciona das con las estudiadas anteriormente, las describía al lado, suprimiendo todas las semejanzas y anotando únicamente las diferencias. A l examinar el conjunto de estas descripciones comparadas me di cuenta de qne las plantas se clasifi caban naturalmente, por sí mismas, en clases o familias que no podían ser ni sistemáticas ni arbitrarias, ya qne no se basaban en la comparación de una o varias partes... sino de todas sus partes.” Estas observaciones acerca del paso insensible de un grupo a otro consti tuían un notable camino hacia el transformismo y no eran pocas las conse cuencias filosóficas qne podía aportar esta evidencia de una realidad continua, que nuestra mente separa en estratos para mayor comodidad y como si fuera una necesidad de su constitución. El siglo xvm intentó penetrar el secreto de estos organismos, La generación CUy0 aspecto externo le era descrito. Y , ante todo, quÍBo saespontanea , f ber cuál era sn origen. E l siglo anterior había destruido la creencia en la generación espontánea de los gusanos, de las moscas, de todos los insectos: los experimentos habían demostrado que todos nacían del acoplamien to de un macho y de una hem bra; gracias al microscopio se habían descubierto los microbios. En 1748, y para explicar sn origen, Bullón volvió a poner de moda la teoría de la generación espontánea, que le resultaba muy cómoda para su idea de la evolución. Consiguió que el abate Needham realizara experimen tos: introdujo salsa de carne asada, “ muy caliente” , en unas botellas en las qne había vertido agua hirviendo; luego las cerró herméticamente y las co locó entre cenizas “ muy calientes” . A los cuatro días aparecieron sucesivamen te filamentos de m oho, esporas, levaduras, bacterias e infusorios. Needham ha bló de una “ fuerza vegetativa4’ de la materia, causa de que pasara primero al estado vegetal y luego al animal.
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Entonces el naturalista italiano Spallanzani (1729-1799), empezó una serie de experimentos dignos de Pastenr. Sospechó que Needham no había “ expues to los recipientes a la temperatura necesaria para lograr que las semillas en cerradas en ellos perecieran” . Además, por haber tapado las botellas única mente con corcho, Mque es muy poroso” , no pudo impedir que ciertas semillas penetraran en sus infusiones. En 1765, Spallanzani introdujo infusiones en bo tellas cuya boca selló con fuego, y luego las mantuvo en agua hirviendo du rante nna hora: no apareció ningún “ animálculo” ; en cambio, si las botellas se dejaban destapadas o si se calentaban durante poco tiempo los animálculos pululaban en ellas. Mas Needham objetó: “ ¡Spallanzani ha debilitado la fuerza vegetativa al calentar demasiado!” Y , entonces, el italiano calentó las botellas durante dos horas en agua hirviendo, pero las tapó m al: los animálculos aparecieron. De ello se desprendía que el calor no debilitaba ninguna fuerza y que el primer experimento era válido. Pero Needham insistió arguyendo que la primera vez Spallanzani había enrarecido el aire de las botellas al sellarlas con fuego, y ésta era la causa de que no hubieran aparecido animálculos. Entonces, Spallanzani experimentó con botellas que acababan en un tubo capilar, las selló con fuego y cortó in mediatamente el tubo: la presión del aire en las botellas no se bahía alterado. Con estas botellas repitió su primer experimento, y el resultado fué exacta mente el mismo, Y Spallanzani pudo afirmar que: “ la fuerza vegetativa no era sino pura imaginación” . Los “ animálculos” son producidos por “ gérmenes” que resisten cierto tiempo a la fuerza del fuego, pero que acaban por sucumbir a ella. Mas la idea de evolución y el materialismo debían engendrar de nuevo la creencia en la generación espontánea. Pastenr y Pouchct habrían de proseguir años más tarde la controversia de Needham y de Spallanzani. Nutrición ¿Cóm o funcionan todos estos organismos? En 1727, el inglés Hales expuso, en su Estática de los Vegetales, los experimentos que le permitían afirmar que la causa de la ascensión de la savia era la transpira ción, y que esta transpiración se efectúa en las hojas por la influencia de la luz solar. A fines de siglo el progreso de la química hizo posible descubrir la manera en que las plantas se fabrican por sí mismas sn sustancia. En 1771, Priestley vió que un tallo de menta colocado en una campana herméticamente cerrada purificaba el aire. Después de los trabajos de Lavoisier se comprendió que durante el día las plantas absorben anhídrido carbónico, retienen el car bono y eliminan el oxígeno: el carbono queda fijado en la planta. En cuanto a los animales, durante mucho tiempo el siglo xvm siguió afe rrado a las ideas de Descartes; el cuerpo es una máquina, un conjunto de tu-
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boa, de palancas, de sopletes, de bombas y de cribas. N o se tenía ninguna no ción de los fenómenos químicos. Para ellos, tanto la bilis como la orina y la le che se formaban en la sangre; la sangre penetraba en las glándulas, que no eran sino filtros para separar estos humores. Como quiera que todo era mecánico, todo podía someterse a cálculo. Por deducción, el inglés Keill estableció que un hombre de 160 libras de peso contiene 100 libras de sangre, 10 de huesos y 17 de grasa. Era una consecuencia del error, tan frecuente, de aplicar deduc tivamente los procedimientos de una ciencia más sencilla y más avanzada a una ciencia máB reciente y compleja, teniendo en cuenta sólo lo que es común a ambas ciencias y despreciando lo específico de la más complicada. Más tarde se llegaría incluso a aplicar la biología al estudio de las sociedades humanas con resultados francamente sorprendentes. Stabl, el inventor del flogisto, reaccionó; pero Be perdió en una maraña de palabras. Aunque acertó al señalar que esa teoría no paraba mientes en la vida, sin embargo explicó el funcionamiento de loa órganos por la acción del alma; es decir: el animismo, combatido a continuación por el vitalismo de Bartbez: el “ principio vital” es la causa de todos los fenómenos de la vida. Seguían sin quitarse la venda de los ojos. Los resultados fueron conseguidos por los experimentadores. Réaumur, en 1752, y Spallanzani, en 1780, señalaron que en los animales que tienen es tómago membranoso la digestión es química. La mayoría opinaba que era de bida a la trituración por Iob músculos del estómago; pero ellos, para compro barlo, protegieron los alimentos contra la trituración mediante un pequeño tubo de hojalata agujereado y hallaron que la carne había sido digerida; introdu jeron una esponja en el tubo y recogieron el jugo gástrico. Spallanzani colocó este jugo en tubos llenos de carne, los selló, loe llevó debajo de la axila durante tres días, al cabo de los cuales v ió que la carne había sido digerida por com pleto: fue la primera digestión artificial. Hasta el año 1775, se creía que el aire penetraba en la sangre o para re frescarla o para proporcionarle un principio vivificador. Pero en aquella fecha Priestley demostró que la respiración era debida a un intercambio de gases. Algo más tarde, en 1777, Lavoisier, con algunos experimentos, resolvió el pro blema en el que se concentraban desde bacía siglos médicos y naturalistas: de mostró que, en el pulmón, la sangre absorbe oxígeno y elimina anhídrido car bónico. Entre 1780 y 1790, primero con Laplace y luego con Séguin, Lavoisier utilizó el calorímetro de hielo para estudiar el calor animal, y pudo afirmar que la respiración era la principal causa de la conservación del calor del cuer po, que la transpiración refrescaba el cuerpo cuando era preciso, y que la di gestión devolvía a la sangre lo que ésta perdía a consecuencia de la respiración y de la transpiración.
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¿Cóm o se reproducen los seres vivos? Numerosos experimen. , . los trajeron com o consecuencia que ee descubriera la sexua lidad de las plantas: la fecundación era realizada por el polen de la flor mascu lina al caer sobre las flores femeninas, resultado que ya se había alcanzado en el año 1750. Pero los sabios fracasaron por completo al querer penetrar los misterios de la reproducción animal. Se observaron muchísimos hechos cu riosos, como, por ejem plo, el de la par teño génesis de los pulgones, la reproduc ción mediante vírgenes fecundas, sobre las cuales llamó la atención Réaumuz. Se hicieron experimentos, pero de ellos no se dedujo nada concluyente.
fecundación
Una atracción ciega y uniforme, esparcida en toda la materia, no bastaría para explicar cómo se las arreglan estas partes para formar el cuerpo, incluso el de estructura más sencilla. Si todas las parles tienen una misma tendencia, sí todas poseen la misma fuerza para unirse unas a otras, ¿por qué unas forman un ojo y otras, en cambio, una oreja? ¿A qué se debe esta maravillosa disposición? ¿P or qué no ee unen todas de cualquier manera..,?
A l no comprender nada, los sabios se adhirieron a la teoría de la prefor mación y del acoplamiento de los gérmenes, teoría que escamoteaba los pro blemas: tanto el primer hombre como los primeros animales encerraban en sí, completamente formadas y encajadas las unas en las otras, todas las generacio nes que les habían de seguir. ¡Un sabio ¡legó a calcular que de este m odo que daban encajadas 200 generaciones que representaban 200 m il millones de seres humanos! BufFon hizo una durísima crítica de este concepto; pero ¡los sabios se justificaron con la “ incomprensible Sabiduría del Altísimo” ! A pesar de este fracaso, la ¡dea de la continuidad de la naturaleza segnía avanzando. Los métodos de observación y de experimentación que tan buen resultado habían dado al estudiar los cuerpos inorgánicos, eran también los únicos que podrían aplicarse con eficacia al estudio de los cuerpos organizados. Numerosos fenómenos vitales eran reducidos a fenómenos físicos y químicos, a movimientos de la materia. Algunos autores llegaron incluso a creer que habría de llegar el día en que se redujera a ello todo lo que hasta entonces era inexplicable, es decir, fueron materialistas por completo. El transformismo Y sin embargo, la idea de evolución, de cambios lentos, pro gresivos y continuos, de la variabilidad sin límites de los seres, seguía prosperando y se encaminaba hacia el transformismo. Eran legión los hechos que daban pie a este concepto: los animales fósiles que hoy ya no viven; la artificialidad de la especie y los numerosos intermediarios que existen entre especies próximas; los progresos de la anatomía comparada, obra de los franceses Daubenton (quien, entre 1749 y 1767, disecó para Buffon 183 espe cies de mamíferos) y Vicq d’Azyr, médico de María Antonieta (que comparó el esqueleto, el corazón y el estómago de los pájaros y de los peces). A n ilina í. — H. G. C- — V
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reconocieron la unidad de com posición: en estos animales el plan general de la organización es idéntico; en todos ellos los mismos órganos ocupan igual posición relativa y están formados por las mismas partes dispuestas en el mis* mo orden, como si todos elle» procedieran de un antecesor común; apreciaron la correspondencia entre la estructura y el tipo de vida, lo cual parecía indicar una adaptación al medio ambiente. La geografía zoológica de Buffon iba por el mismo camino: las diferencias entre los mismos animales según fuera el cli ma, la vegetación y el relieve en qne vivían, sólo podían tener por causa va riaciones debidas a influencia de los agentes físicos; los progresos de la fisiolo gía daban a conocer la importancia que tanto los factores físicos como los químicos tenían en la vida de los organismos; algunos becbos curiosos parecían indicar que en la naturaleza hay p o d e r e s desconocidos y extraordinarios: Trembley había visto cómo se regeneraban hidras cortadas en pedazos, había injertado cabezas sobre hidras en las más inverosímiles posiciones. En 1746, Duhamel-Dumoneeau injertó espolones de gallo en la cabeza del animal; Réaumur había observado, en 1712, cómo se regeneraba la pata cortada de una langosta; Spallanzani, en 1768, la cabeza de un caracol decapitado; Bonet, en 1780, la regeneración del o jo de un tritón. Con ello, la hipótesis transformista surgió muy pronto en la mente de los franceses. El matemático y astrónomo Maupertuia, convencido por numerosos experimentos de cruces, se expresaba ya como transformista en sn Venus física (1745), en su Sistemo de la Naturaleza (1751) y en su Cosm ología (1756). Se ñala ciertas variaciones ocurridas por infiuencia del clima y de los alimentos, variaciones que son transmisibles ya desde la primera generación: ¿n o se p o dría explicar del mismo modo cóm o de dos únicos individuos podría proceder la m ultiplicación de las especies más diferentes? Posee ya la idea de adapta ción al medio ambiente y la de selección natural; la combinación de estas in fluencias físicas ha producido multitud de individuos, de los cuales los que estaban mal constituidos para subvenir a sus necesidades han perecido, mien tras que los demás han subsistido gracias a ciertas relaciones de correspondencia. Adanson está convencido de la variabilidad de las especies. Ha observado la aparición de nuevas especies de plantas, Bea por fecundación de dos indi viduos distintos pero pertenecientes a la misma especie, sea por influencia del cultivo, del terreno, del clima, de la sequedad, o de la humedad, de la sombra o del sol. Estas variaciones pueden desaparecer en la siguiente generación, pero también pueden transmitirse hereditariamente: en tal caso, se ha formado una nneva especie. Buffon llegó a la conclusión de que el asno no era sino un caballo que ha bía degenerado por influencias climáticas y de la alimentación; que el hombre y el mono tienen nn origen común al igual que el caballo y el asno; “ que cada
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familia, tanto animal com o vegetal, tiene una sola cepa e incluso que todos los animales proceden d e un animal único, que, con el correr d el tiem po, ha pro ducido, al perfeccionarse y al degenerar, todas las razas de los demás anima les,. ” por influencia de las condiciones externas que son causa de variaciones progresivas transmitidas a su descendencia. Mas todo ello está todavía desparramado por las obras; son hechos se cundarios, reflexiones incidentales, observaciones fugaces. Pero la idea nace ya, aunque le estaba reservado a Lamarck, preceptor del h ijo de Buffon, elaborar una teoría completa, a principios del siglo XIX.
CAPITULO VII
LAS CIENCIAS HUMANAS continúan siendo m ay imperfectas, las ciencias humanas realizan grandes progresos. Y en ellas se observa el mismo espíritu e igual orien tación que en la “ física” . En cuanto al espíritu, se eliminan las causas finales, se descarta la Providencia, se admite el postulado del deterninism o; el hombre sólo quiere tener en cuenta causas eficientes naturales: medio físico, necesidades humanas, sentimientos, pasiones, ideas; los procedimientos que se adoptan son: la observación de los hechos, sea directamente o por medio de testigos, y el razonamiento experimental. La marcha seguida es: minuciosa descripción de las apariencias, esfuerzos para lograr en este conjunto simul taneidades o sucesiones constantes, discernir el encadenamiento y elevarse has ta las leyes, tendencia a reducir estas leyes al menor número posible de princi pios generales. Pero la dificultad de aplicar el instrumento matemático a los más complejos, más inestables y más embrollados hechos, de los cuales mu chas veces el sabio sólo puede captar indicios insuficientes, retrasa el perfec cionamiento de estas ciencias, que permanecen largo tiempo en el estado des criptivo, en el estado histórico. Lo antropología Buffon funda la antropología y la geografía humana; el hombre, que hasta entonces sólo había sido estudiado como individuo, se estudia com o especie. En su H istoria Natural d el H om bre (1749), afirma la plena unidad de la especie humana. Dos especies distintas engen dran descendientes estériles; ahora bien, toda la progenie humana es fecunda. P or consiguiente, el hombre constituye una especie que tiene variedades: las razas, que difieren a causa del clima, de la alimentación, del m odo de vida. “ El hombre blanco en Europa, el negro en África, el amarillo en Asia y el rojo en América no son sino el mismo hombre teñido según el color del clima,” La humanidad es ana, y cada vez se distingue más de la animalidad por el pen samiento, por la Tazón. El pensamiento es el fin del hombre y, al mismo tiem po, su felicidad. El sabio antirreligioso llegaba a las conclusiones de nn espi ritualista. La ciencia de las sociedades humanas formadas en el seno de La erudición la especie y que Au gusto Comte habría de llamar sociología, queda constituida. El método critico de la historia del que debía valerse, ya que las observaciones directas son siempre insuficientes por lo cual es preciso UNQUE
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recurrir a los testimonios sobre el pasado más lejano o bien sobre este pasado tan próximo que denominamos presente, era ya muy conocido gracias a una la bor de más de dos siglos. El francés Luis de Beaufort, en su D isertación acerca de la incertidum bre d e los cinco prim eros siglos d e la historia romana (1738), da hermosos ejemplos de ello, con los cuales se podría fácilmente deducir un tratado metódico. Beaufort se baila en el estado de duda cartesiano, consecuen cia de un ardiente amor hacia la verdad; por ello, escudriña las afirmaciones de los historiadores antiguos, descubre algunos que incurren en contradiccio nes, y quiere comprobarlas. Para lograrlo es preciso reunir los documentos ori ginales, ya que la obra de un historiador es función del valor de sus fuentes. Pero debemos estar seguros de tener en nuestras manos los documentos origi nales, en su estado prim itivo; examinar cómo y por medio de quién han sido transmitidos, y seguir sus andanzas hasta nuestros dias. Una vez reunidos los documentos es necesario comprenderlos: deben leerse sin “ preocupación” , no exigirle al texto que nos diga lo que queremos, tomar las frases en el sentido que naturalmente encierran, deducir únicamente aquellas consecuencias que se desprenden por sí mismas. Debemos prestar gran atención a las palabras y, en caso de que dejen la más mínima duda, buscar otros pasajes en que se usen, para determinar de este modo y con ayuda del contexto el sentido exacto de di chas palabras. Sabemos io que nos dicen esos textos; pero, ¿nos cuentan la verdad? En este terreno debemos basamos firmemente en el principio de no contradicción, parte esencial de la razón. Debemos rechazar todo lo que supone contradicción: todo aquello que va contra las leyes de la naturaleza o de la veroBimilitnd es nulo, sea cual sea el número o la fama de los autores. Si varios textos se con tradicen, y esas contradicciones no repugnan a la razón, entonces debemos dis tinguir. Siempre hemos de preferir la afirmación contenida en un documento original a la que hace un historiador; de las afirmaciones de dos historiadores debemos dar preferencia a la que concuerda con los hechos de la historia de otros países relacionados con la del país que nos ocupa; debemos preferir la afirmación de quien escribe contra su propio interés después de un prolonga d o estudio del tema; la afirmación del historiador que no intenta ni embelle cer ni desacreditar; no debemos fiarnos de la acumulación de detalles, que exigiría la existencia de un escrupuloso testigo presencial: esto supone contra dicción, pues son raras las ocasiones que tenemos de observar minuciosamente y de indicar con precisión. Debemos averiguar la intención del autor, los orí genes de éste, su carácter, sus costumbres de trabajo, las circunstancias en que redactó su obra. Finalmente, debemos, mediante citas y referencias, capacitar al lector — que debe dudar, examinar, y decidirse, armado del principio de no-contradicción —
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para que juzgue los resultados por sí mismo. Este método es uno de los más bellos frutos del racionalismo. Beaufort lo practicó muy bien. Pero se trataba de un bien común que to dos los eruditos, con mayor o menor suerte, todos los historiadores, al menos en sus mejores momentos, siguieron. Muchas veces se precipitaron en creer en la contradicción, se fiaron demasiado de su insuficiente conocimiento de las leyes naturales, respetaron con exceso la verosimilitud: “ lo verdadero puede al guna vez no ser verosímil” ; siempre nos parece inverosímil lo que se sale de lo corriente. De este m odo cayeron, com o Voltaire, en una crítica excesiva, en la hipercrítica, fuente de graves errores. Pero, en conjunto, realizaron una obra muy importante. El siglo XVIII prosiguió el esfuerzo erudito del siglo anterior. Se descubrie ron, copiaron y editaron numerosísimos textos. Se compilaron gigantescas b i bliografías; se recogieron datos acerca de la transmisión de los documentos, acerca de los autores y acerca de las costumbres, la geografía y la cronología de la época en que florecieron, es decir, todo aquello que pudiera servir para distinguir lo verdadero de lo falso. En todos los países se realizó un enorme trabajo, pero especialmente en Francia, por obra de los Benedictinos y de la “ Académie des Xnscriptions et Belles-Lettres” . Lamentamos no poder citar los nombres de tantos hábiles investigadores entregados hasta el sacrificio, los nombres de tantas obras importantes e indispensables. La renovación de la historia antigua, el descubrimiento de la Edad Media, de las civilizaciones de Asia, cuyo mérito corresponde al siglo XIX, fueron posibles gracias a los es fuerzos de los hombres del siglo xvm. El gramático Prémare, y Gauhil, el tra ductor del Chu-King, abren la historia de la antigna China. En 1762, el fran cés Anquetil-Duperron trae a París 180 manuscritos zendos, pehlevíes, persas y sánscritos, y en 1771 publica su traducción del Zend-Avesta. En 1793, Sylvestre de Saey, con la ayuda de su glosario pelileví, descifra las inscripciones de los reyes sasánidas. El inglés jones, presidente de la Sociedad Asiática de Cal cuta— fundada el 15 de enero de 1784— , publica en 1789 la traducción del drama indio Sakuntala y, en 1794, empieza a publicar las leyes de Manú. El Oriente salía de las fábulas; pero Egipto, y la antigua Mesopotamia, seguían desconocidos. Una vez reunidos los textos, criticados y comprendidos; esta La sociología blecidos los hechos, localizados en el espacio y situados en el tiempo, sólo faltaba clasificarlos por afinidades, determinar las relaciones y el encadenamiento que hubiera entre ellos, deducir las leyes, y reducir estas leyes a unos pocOB principios generales que dependieran de un primer principio. Este proceder lógico e ideal no es, en realidad, el del siglo xvm, ya que la la bor de los eruditos y de los historiadores que les habían precedido, hizo posi-
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ble que ya desde la primera mitad del siglo algunas mentes vigorosas intenta* ran realizar las últimas operaciones. £ 1 italiano V ico (1668-1744), que publicó sus Principios de tata nueva ciencia en 1725, puede ser considerado el fundador de la sociología. Admite el concepto cristiano de una historia dirigida por Dios hacia el triunfo de su Iglesia; pero, aunque existe Dios com o causa primera, también hay causas se cundarias, naturales. Y ico se limita a estudiar las leyes naturales de la historia, que son independientes de cualquier intervención milagrosa. Existe un orden eterno de las cosas, una ley ideal de la evolución de cada país, lo cual evidente mente es platónico, pero también newtoniano: una multitud de fenómenos di ferentes se producen siguiendo una ley única. El sabio podrá hallar esta ley observando las huellas que ha dejado la humanidad: lenguaB y obras de las na ciones antiguas, mitologías, antiguos poemas, leyes primitivas, que son reflejos de nuestros estados psicológicos anteriores y de nuestros antiguos estados so ciales. Ya no se trata de leer para conocer el juego de las pasiones comunes a la humanidad, de seguir una historia emocionante, de saborear expresiones armoniosas o pintorescas sino de captar las palabras, los giros que indican una manera especial de pensar o de sentir, una costumbre, una organización espe cífica, y reconstruir con todo ello el estado antiguo de la humanidad. Es la “ ciencia nueva” . V ico afirma la unidad de la especie humana. En el hombre se da un sen tido general, un juicio sin reflexión, común a todo el género humano, a una nación entera, a toda una clase, “ ciertas ideas uniformes nacieron simultánea mente en pueblos enteros que no se conocían entre sí” . Eso explica que todas las naciones tengan ciertas instituciones comunes y una evolución semejante. En determinada nación, todo depende de la situación espiritual: la religión y las clases sociales, el derecho, el gobierno y el m odo de vida, derivan de ella y están unidos entre sí por relaciones de correspondencia. Si uno existe, los de más también. De esta manera describe Vico las condiciones de vida de una so ciedad en determinado momento, su estática social. Pero el espíritu humano varía; evoluciona y pasa por una sucesión de etapas que es siempre la misma; y trae com o consecuencia una transformación de las sociedades, que pasan por una serie de estados correspondientes, serie que siempre es la misma. Las ideas dirigen el mundo. Con ello, V ico establece la ley de la evolución de las socie dades, crea la dinámica social, cuyas sucesivas etapas son: barbarie, estado teo crático familiar y estado aristocrático de las ciudades, los tres dominados, pero cada vez menos, por la imaginación; estado monárquico, en el que predomina la razón; viene luego un retroceso, disgregación y vuelta a empezar. La evolu ción no es indefinida, sino cíclica; forma un todo que se repite en cada nación. Es un eterno retorno.
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V ico, cuyas obras eran muy confusas y oscuras, fué poco conocido en su época; y, sin embargo, ejerció cierta influencia, Montesquien le había leído y en sus notas íntimas expone basta qué punto le impresionaron las teorías de V ico, cuyas ideas fundamentales (equilibrio y evolución) pasaron por media ción de Montesquieu a todo el siglo; pero V ico estaba llamado a ejercer una influencia mucho más profunda en el siglo XIX, en especial sobre Fustel de Coulanges. Sus ideas directrices eran acertadas, y si no alcanzó su objetivo, fué por carecer del material necesario; pero boy, después de dos siglos de fructí fera labor histórica, el intento merecería ser continuado. Con singular acierto Montesquieu (1869-1755) abordó la dinámica social en sus Considerad ones acerca de las causas de la grandeza d e los Romanos y d e su decadencia (1734) e intentó precisar la estática Bocial en su Espíritu de las leyes (1748). Acaudalado noble parlamentario, fné durante algún tiempo presi dente del Parlamento de Burdeos; pero muy pronto se consagró por entero a su obra, en la que trabajó durante treinta años. Es nn cartesiano con fuerza de ductiva; pero por Ber físico y naturalista, viajero perspicaz, infatigable lector, su método principal se basa en la observación y en la inducción: describir, comprobar, remontarse de los hechos a sus leyes correspondientes, de estas le yes a los principios, tal es su procedimiento, aunque en su obra queda en parte oculto a causa del orden en que lo expone, orden que generalmente suele ser distinto del seguido en el descubrimiento. Él mismo nos lo ha explicado con gran claridad en la introducción al Espíritu de las leyes. Empezó observando por curiosidad, para ver: “ en primer lugar be examinado los hombres” , y sur gió la primera idea de la obra: “ y he creído que en esta infinita variedad de leyes y de costumbres, los hombres no se guiaban únicamente por su fantasía” . Prosiguió luego sus investigaciones y sus intentos: “ numerosas veces he em pezado y otras tantas he abandonado esta obra... iba en pos de mi objetivo, sin formarme un proyecto; ni conocía las reglas ni las excepciones, y cuando había dado con la verdad al poco la volvía a perder” . A l fin, su idea general quedó precisada y ya pudo formular sos hipótesis: “ pero cuando logré descubrir mis principios, todo lo que buscaba vino a m í... establecí los principios” ; a partir de entonces se dedica a verificar las hipótesis y las transforma en leyes: “ y vi cómo los casos particulares se iban sometiendo por sí mismos [a los principios], que la historia de todas las naciones era consecuencia de dichos principios y que cada ley particular, relacionada con otra ley, dependía de otra mucho más general aún” . Toda la naturaleza está reglamentada por leyes naturales, como si se tra tara de un maravilloso “ mecanismo” : “ las leyes, en la más amplia acepción de la palabra, son las relaciones necesarios que derivan de la naturaleza de las cosas, y en este sentido todos los seres tienen sus leyes” . Pero las sociedades
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humanas son también aeres naturales, por lo cual también están sometidas a leyes naturales. Las leyes que establecen los hombres, las leyes positivas, deben guardar relación de conveniencia tanto con las leyes naturales com o con las demás leyes positivas. Pero com o el hombre es libre, algunas veces su ley viola las “relaciones necesarias” : de ello, sólo puede resultar maL Las leyes huma nas “ han de ser características del pueblo para el cual ban sido establecidas, y es verdadera casualidad que las de determinada nación puedan convenir a otra. Deben estar relacionadas con la naturaleza y con el principio del go bierno ya establecido o que se quiere establecer... Deben tener en cuenta el aspecto físico del país, el clima helado, ardiente o templado; la calidad del terreno, su situación, su extensión, el tipo de vida de los pueblos agricultores, cazadores o pastores; han de ser proporcionadas al grado de libertad que la constitución permite; con la religión de los habitantes, con sus tendencias, sus riquezas y sn número; al comercio, a las costumbres y a sus m odos de ser. Fi nalmente, tienen relación entre ellas, y, además, con su origen, con el orden de las cosas sobre las cuales se basan, con el objetivo del legislador. Estos son to dos los puntos de vista bajo los cuales deben ser consideradas” . Siguiendo eBte cuestionario, determina a lo largo de sn obra estas relaciones necesarias y son ellas las que fundamentan el plan de dicha obra, oculto en parte por un exce sivo desmenuzamiento cuyo fin es facilitar la lectura, pero que nos lleva a perder el hilo de las ideas. Los principios esenciales son: determiniamo y relatividad. Tal situación su pone tal ley y excluye tal otra ley. Este determinismo garantiza la libertad del individuo, que de no ser así estaría desarmado en un mundo en el que, como todo acto podría conducir a los resultados más caprichosos, resultaría imposible prever, ordenar y actuar; mundo en el cual el hombre seria esclavo de fuerzas ciegas. A l igual que se vale de las leyes del mundo físico, también puede utilizar las del mundo social, sobre todo para alcanzar ese bien supremo, conforme con sn naturaleza humana, es decir: la libertad. Transformándose a cada paso en in geniero social, Montesquieu nos enseña cómo debemos proceder para lograr en cada caso la máxima libertad y humanidad posibles. Por ejem plo: en un es tado hay tres poderes: el legislativo, el ejecntivo y el judicial. En la Europa occidental deben estar separados y han de confiarse a distintos individuos para que cada uno de estos poderes venga limitado y vigilado por los otros y, ade más, para evitar el despotismo que podría resultar de la concentración de los tres, sea en manos de un rey, de una aristocracia o del pueblo. El libro, escrito con un lenguaje nervioso, tenso y vibrante, a veces lím pido y denso como cristal o bien brillante y cortante como una espada de acero, el libro, decimos, tuvo un gran éxito, fué traducido a todas las lenguas e inspiró a los reyes, a los políticos, a los juristas y a los historiadores de todas
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las naciones; inspiró también la Constitución americana de 1787, las Constitu ciones francesas de 1791 y del año D I, el Código Prusiano de 1792 y la ma yoría de las Constituciones del siglo XDC Incluso Marx debe algo a Montes quieu. Pero resultando difícil captar el conjunto de sus ideas, Montesquieu fue poco com prendido: la mayoría acudió a bu obra para buscar aquellos frag mentos que, tomados aisladamente, adquirían otro sentido que les halagaba. Montesquieu no tuvo sucesores directos. El espíritu de su liLa economía [jro y }a masa problemas que planteaba con sub afirmapolítica ciones, fueron fuente de inspiración de numerosos trabajos parciales. En realidad, quienes estaban más cerca de él por preocuparse de las leyes naturales sin aceptar su principio de relatividad, fueron los economistas fisiócratas. Quesnay (1694-1774), médico de Luis X V , biólogo, gran propietario, va liéndose de nna masa ingente de observaciones, expuso sus ideas en los artícu los Colonos y Granos de la E nciclopedia (1756-1757), en su Cuadro económ ico (1758) y en su D erecho natural (1765). Sus discípulos encauzaron la “ ciencia nueva” , que ya al nacer había sido llevada “ al último grado de evidencia” y Dnpont de Nemours dió con el nom bre: “ Fisiocracia” o gobierno de la natu raleza. Los fenómenos económicos constituyen un orden de hechos que obedece a determinadas leyes derivadas de la naturaleza de las cosas. Estas leyes for man un sistema, una ciencia. El autor de ellas es el Ser Supremo, Dios; consti tuyen parte de las leyes de la naturaleza; son las mejores posibles. El dinero es tan sólo nn intermediario estéril. La verdadera riqueza es un producto ftingible que no ocasiona disminución de la materia que se utilizó para crearla. Sólo la agricultura produce dicho producto, un producto neto. La industria no nos da ningún producto neto; modifica la forma de las mate rias existentes y, al hacerlo, crea ciertas formas útiles, pero destruye la mate ria sin sustituirla. El comercio se limita a transmitir y a cambiar productos. Así, pues, solamente el agricultor crea nueva materia, la reproduce, la multi plica. Por consiguiente, la clase esencial es la clase de los propietarios rurales que ba puesto en valor el terreno; a continuación viene la clase de los cultivado res y luego, los demás, la “ clase estéril” . Todo debe subordinarse a la producción agrícola, lo cual significa que debe multiplicarse la propiedad individual me diante supresión de la comunal, librar el cultivo de las servidumbres colecti vas y de los derechos feudales, favorecer la gran propiedad (única capaz de grandes adelantos y de un cultivo inteligente), asegurar una amplia venta por medio de una política de salarios elevados, los precios elevados o buenos precios mediante libertad de comercio, multiplicar más la riqueza que la población. Dado que la ley natural exige la propiedad, ésta es de derecho natural. Lo
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mismo ocurre con la libertad, única que permite el libre ejercicio del derecho de propiedad; y con la seguridad, la desigualdad y el despotismo, ya que el Go bierno, en sus leyes positivas se limita a traducir al lenguaje humano las leyes naturales indiscutibles. El déspota recauda los impuestos necesarios única mente de los propietarios, los únicos que obtienen un producto neto; por con siguiente, sus intereses coinciden con los de éstos, al igual que ellos debe ser hereditario, y sólo habrá de dar cuenta a dichos propietarios o a sus delegados y a la conciencia que tiene de las leyes naturales. El éxito fue asombroso. Mirabeau llegó a declarar que el Cuadro económ ico era, junto con la invención de la escritura y de la moneda, el tercer invento capital de la humanidad. En Francia la fisiocracia se convirtió en religión. La Constituyente de 1789 estuvo fuertemente infinida por ella; Marx consideraba que Queenay era el creador de la economía moderna. Entre los discípulos libres de Quesnay, y contra el pensamiento del maes tro, Turgot, que más tarde fué ministro de Luis X V I, insistió en el hecho de que en definitiva el obrero no recibe más que lo estrictamente necesario para subvenir a sus necesidades; es la ley de bronce de los salarios, que permite re ducir los precios de coste pero que le arrebata al obrero la esperanza de sa lirse de su clase y crea una casta de ricos. A l igual que el intendente de co m ercio Gouraay, Turgot consideraba necesario dejar en libertad al individuo, porque éste conocía m ejor que nadie cuáles son sus intereses: laisser /oiré, laisser passer. Pero el verdadero fundador del liberalismo del siglo XIX es el fisiócrata escocés Adam Smíth (1723-1790). En su Ensayo acerca la riqueza de las nacio nes (1776), habla de un orden natural que se da en todos los lugares en los que se deja libre campo a la naturaleza, orden que es el m ejor. El hombre tiende a mejorar su suerte y está perfectamente capacitado para discernir cuál es su interés personal: debemos, pues, dejarle libre. El Estado sólo debe in tervenir cuando los individuos no son capaces de crear las instituciones útiles a la sociedad. Este mundo es una vasta república de productores y consumido res, unos dependientes de otros, y la paz debe surgir de la conciencia de esta dependencia. P or otra parte, el análisis que Smith hizo del valor le convierte también en precursor de los socialistas y de los comunistas. La medida real del valor de las mercancías es el trabajo, y él es el que establece el precio. Al principio, todo este precio pertenecía al obrero; pero cuando un individuo ba amasado un capital (tierra, materia prima, utensilios) y lo hace actuar por medio del obrero, el capitalista se queda con una parte del precio, y el resto o salario se lo entrega al obrero. Como cada uno de los dos quiere obtener la mayor parte posible del precio, la estipulación del salario es el resultado de una discusión
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entre el capitalista y el obrero, discusión que conduce a la lucha de las clases rivales. “ Los patronos forman, siempre y en todas partes, una especie de liga tácita pero constante y uniforme para impedir que los salarios suban.” Smith se muestra frío con quienes no producen y “ el soberano... y todos los minis tros de la Justicia y todos los militares... son obreros que no producen... Los sacerdotes, los abogados, los médicos, los intelectuales... pueden ser clasifica dos en la misma clase” . Se expresa severamente contra los mercaderes cuyo inte rés es contrario al interés social. Todas estas ideas han inspirado a Carlos Marx. Otros escritores se dedicaron principalmente, sea para determi La historia nado país o época o sea para toda la humanidad, a realizar las operaciones preliminares de la historia: clasificar y relacionar los hechos, es decir, lo que a menudo se considera com o la historia propiamente dicha. Se publican una serie de historias particulares: El siglo de Luis X IV , de Voltaire (1751); la H istoria de la Gran Bretaña, de David Hume (1754); la His toria de Escocia, de Robertson (1759); la H istoria de Osnabrück, de Justus MoBer (1768). El espíritu de esta liistoria ha cambiado desde Montesquieu. Para Beaufort y los historiadores precedentes, todo lo que nos informa acerca de los gobiernos y de las costumbres es inútil; debemos limitarnos a “ desenmara ñar los acontecimientos y fijar sus fechas, que es lo esencial d e la h i s t o r i a Para los nuevos historiadores lo esencial es la historia de la civilización. Voltaire es el iniciador. El lector no debe creer que bailará en esta obra... numerosos detalles de las guerras, de los ataques, de las ciudades conquistadas y reconquistadas por las armas, cedidas y de vueltas por tratados... En esta historia nos limitaremos a estudiar aquello que merece la atención de todas las épocas, lo que puede delinear el carácter y las costumbres de los hombres, lo que puede ser materia de enseñanza y puede engendrar amor hacia la virtud, hacia las artes y hacia la patria.
Costumbres y usos, creencias y supersticiones, manías e inventos, todo esto es lo esencial (1). El hombre es el sujeto de esta historia y este modo de ver las cosas nos lleva a considerar en conjunto la historia de la humanidad. Esto es lo que hizo Voltaire en su Ensayo acerca d e las costum bres y el espíritu de> las naciones (1756). Como de costumbre se contradice demasiadas veces y so bre todo llega en ésta como en otras obras, a un “ caos de ideas claras” , quizá porque, poseyendo una inteligencia superior, no se dejaba ofuscar por un solo aspecto de las cosas. La historia es absurda; depende de la casualidad, de un vaso de agua que se derramó sobre un vestido, de una nariz demasiado corta, pero también de los grandes principes que la construyen según planes razona-1 (1) B olin gbrok e, 1752: “ La historia y la filosofía nos enseñan, m edíante ejem plos, cóm o debem os p orta m os en todas las circonstancias de la vida pública y privada” .
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dos, pequeñas providencias que sustituyen a la grande. La historia tiene cuatro grandes siglos que son ejem plos para la posteridad: el siglo de Feríeles, el de Augusto, el de los Médicis y el de Luis X IV ; pero los jóvenes sólo deben apren der la historia moderna, la única que puede serles útil. La historia depende de las pasiones humanas, que son siempre las mismas; cada época constituye un todo, poco solidaria con el pasado, con escasísima influencia sobre el fu turo, y, sin embargo, la humanidad progresa com o si siguiera una ley. A pesar de lodo, consiguió ser leído, proporcionó la idea y la afición hacia la verdadera historia, aclaró numerosos hechos, planteó infinidad de cuestiones, y logró que todos los historiadores estuvieran en deuda con él. Poco a poco, estos historiadores se iban apartando de la simple sucesión temporal de hechos, y, gracias al progreso de sus estudios, por influencia de las ciencias naturales, llegaron al concepto de las transformaciones, de la evolución. Winckelmann, con su Historia del arte en la antigüedad (1764), nos demuestra que el arte participa en la evolución general de las criaturas, que nace, se desarrolla, envejece y muere: es un fenómeno vivo. Otros autores su ponen un progreso de la humanidad que de la barbarie se dirige hacia la per fección de la razón. Después de Turgot y de la Enciclopedia, que habían suge rido la idea (1), el alemán Lessing escribió La educación d el género humano (1780); su compatriota Hcrder, las Ideas acerca de la filosofía d e la historia de la humanidad (1784-1791); pero invocan a un Dios impreciso o la misteriosa vida del Universo, y en realidad lo que hacen es más metafísica que ciencia. Mucho más positivo es el francés Condorcet, quien, en sn E sbozo de un cua dro histórico d e los progresos d el espíritu humano (1794), siguió las huellas del Bullón de las Épocas de la Naturaleza, y enunció la ley del progreso: “ la ca pacidad de perfeccionamiento del hombre es realmente infinita” ; no tiene “ más límite que la duración del globo en el que la naturaleza nos ha situado” ; (su marcha) “ nunca será retrógrada” mientras no varíen las condiciones físicas del globo. La evolución es continua: “ el resultado de cada momento presente de pende del que le ofrecían los instantes anteriores, y él, a su vez, influye en el de los tiempos venideros” . La evolución deriva de cansas claras y precisas: el hombre va forjando sin cesar nuevas ideas, combinando las que ha obtenido por medio de sus sentidos o por comunicación con los demás seres humanos o gracias a medios artificiales (lenguaje, escritura, álgebra) que inventa constante mente. El cuadro se forma merced a la Usucesiva observación de las sociedades humanas en las diferentes épocas por las que han pasado” ; llevará al hombre “ a los medios de asegurar y de acelerar los nuevos progresos que su naturaleza1 (1) En su Discurso acerca de los progresos del espíritu humano, Turgot formula la fa mosa ley de los tres estados: teológico, luetafífico y positivo, de Augusto Comte.
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le permite aún esperar” . Diez son las “ épocas” que se lian sucedido, a saber: 1 .a Los hombres se reúnen formando pueblos; 2.a, los pueblos pastores, paso de ese estado al de pueblos agricultores; 3.a, progresos de los pueblos agri cultores hasta la invención de la escritura alfabética; 4.a, progreso del espíritu humano en Grecia hasta la época de la división de las ciencias, hacia el si glo de A lejandro; 5.a, progreso de las ciencias desde su división hasta su decadencia, cuya causa es el cristianismo; 6 .a, época de decadencia hasta la res tauración, que tiene lugar aproximadamente en tiempo de las Cruzadas; 7.a, des de los primeros progresos de las ciencias, restauradas en Occidente, hasta la invención de la imprenta; 8.a, desde la invención de la imprenta hasta el mo mento en que las ciencias y la filosofía sacuden el yugo de la autoridad; 9.a, des de Descartes hasta la formación de la República Francesa; y 10 .a, futuros pro gresos del espíritu humano. Instruidos por esta historia, sabremos evitar los “ prejuicios” de nuestros antepasados y asegurar el triunfo de la razón, de la verdad, y de la humanidad; “ el grito de guerra será: razón, tolerancia, huma nidad” . En el siglo xix, Augusto Comte utilizó ampliamente, para elaborar su sociología, las ideas de Condorcet, que aparentemente procedía con rigor cien tífico; adoptó un camino que más tarde prolongó ampliamente. En realidad, Condorcet ya no hacía ciencia, sino que predicaba un evan gelio, Voltaire había intentado describir y explicar lo que había pasado, sin in tentar confirmar ninguna tesis, sin filosofía de la historia. En cambio, Condor cet nos quiso demostrar que la humanidad se dirigía constantemente hacia el aumento de la razón, con tal de que evitara el cristianismo; exponía un concepto optimista de la evolución que era un acto de fe, maravilloso en un hombre que escribía su libro estando proscrito y perseguido; imaginaba que la historia de la humanidad estaba destinada a producir lo que él más tarde amaba. Era el desquite del sentimiento. P or otra parte, Condorcet abría camino a la imagi nación y a los impulsos sentimentales de los historiadores románticos como, por ejemplo, Thierry, y de los poetas, como el Víctor Hugo de La leyenda de los siglos. La idea de ciencia BOcial iba degenerando. La “metafísica" ^ siglo Xvui es enemigo de los grandes sistemas metafísicos del siglo anterior. Siguiendo a Locke, denomina “ metafísica” al estudio del entendimiento humano. Se trata de analizar el espíritu para pensar en todas las cosas con la mayor exactitud y precisión posibles, para sa ber cóm o debe proceder la mente humana y hasta dónde puede llegar. Este es tudio se basaba en la observación y en la inducción desde que Descartes había demostrado que sólo un acto puede inteligiblemente atribuírsele al alma, el acto de pensar: sentir, querer, percibir, concebir. De esta manera eliminó del alma las imprecisas funciones vegetativas, nutritivas, plásticas y medicinales de los escolásticos. Para conocer el alma bastaba con observar los estados de núes-
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tro pensamiento. Este estudio es una ciencia natural, que también se inspira en la física de Newton, ya que utiliza la observación y la inducción, el paso de los hechos particulares a las leye 9 y de éstas a sus principios. Nos permite juz gar lo que corrientemente se suele entender por metafísica: las ideas acerca de Dios, del Universo, la inmortalidad del alma, la libertad, el destino humano. En el siglo xvm predomina la doctrina de Locke. Todas nuestras ideas proceden de los sentidos, por consiguiente de la experiencia, que nos propor ciona las simples nociones de frío, calor, amargor, extensión, figura, movimiento. Algunas de estas ideas simples, com o las de extensión, figura, solidez, movi miento, existencia, duración y número, son “ cualidades primarias” y represen tan las cosas tal como son; son representativas, son imágenes de las cosas. Las demás — colores, sonidos, sabores, — son “ cualidades secundarias” , resultados de la impresión que han dejado en nuestros sentidos movimientos impercepti bles de los cuerpos. Esta tesis es sensualista y mecanicista. Afirma el valor de la “ física” ya que sabemos cuáles son sus elementos; las “ cualidades primarias” , tal como son en realidad. Acerca de este último punto, Locke dudaba; sus dis cípulos, no. Pero el obispo anglicano Berkeley (1685-1753) atacó estas bases del meca nicismo. Sus principales obras fueron publicadas antes de 1715; pero hasta su muerte siguió lanzando nuevas ediciones corregidas y aumentadas, así como es critos complementarios. Meditó acerca de las indecisiones de Locke sobre el valor representativo de las “ cualidades primarias” y sobre un problema que Molyneux le había planteado a Locke: na ciego de nacimiento, que fuera ope rado con éxito, ¿sabría distinguir inmediatamente con la vista una esfera de un cubo, tal com o ya los distinguía mediante el tacto? Locke respondió negativa mente: el ciego se vería obligado a realizar una serie de experimentos y de comparaciones para aprender que determinada sensación visual corresponde a tal tamaño o a tal distancia indicados por el tacto. Berkeley demostró que lo mismo nos ocurría a todos: no vemos las distancias, no vemos los tamaños, sino que los construimos; es la experiencia la que nos enseña que determinado cam bio de matiz y de luz, que cierta sensación de adaptación del ojo, correspon den a determinada distancia, a determinado tamaño. Luego, utilizamos esta experiencia por medio de juicios informulados e inconscientes. En todo ello hay un*trabajo propio de la mente, un movimiento sin conciencia. En 1728, el mé dico Cheaelden publicó la observación de un muchacho al que había operado de cataratas: el sujeto decía que los objetos “ tocaban” sus ojos; un objeto del tamaño de una pulgada colocado cerca de sus ojos, le parecía tan grande como la habitación entera. Más tarde se observaron otros casos semejantes. Por con siguiente, Berkeley tenía razón: la percepción visual de los tamaños y de las distancias es adquirida; tamaños y distancias son para la vista “ cualidades se
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cundarias” . Creyó que únicamente el tacto las percibía directamente, com o “ cualidades primarias'” . De estas observaciones definitivas, Berkeley sacó consecuencias muy atre vidas : los aspectos visuales son signos, un lenguaje; pero son el signo, no de realidades exteriores, sino de cualidades táctiles. Las ideas de color son los sig nos de las ideas de forma, tamaño, solidez, proporcionadas por el tacto. Ahora bien, estas ideas no son propias del cuerpo, ya que el tamaño varía según la dis tancia y la estructura de los ojos, y la dureza y la blandura dependen de la fuer za que desarrollemos. Las ideas son el único objeto de conocimiento inmediato; sólo pertenecen a la mente. La naturaleza es un conjunto de ideas independien tes de la voluntad y que se manifiestan en sucesiones fijas; los cuerpos son com binaciones regulares de ideas. La única realidad es el espíritu. Pero el espíritu es libre: sabemos que somos agentes libres. Por consiguien te, la sucesión de ideas independientes de la voluntad proceden de un espíri tu superior. P or otra parte, ya lo hemos dicho, los aspectos visuales son sig nos, un lenguaje; pero, todo lenguaje es obra de una mente. Los aspectos visuales constituyen un lenguaje universal; por consiguiente, son obra de un espíritu universal, Dios. Luego, podemos considerar com o muy probable la existencia de las men tes y de Dios, así com o el lenguaje universal gracias al cual Dios nos habla, y la posibilidad racional de otra revelación en forma de palabras. En cambio, la física mecanicista es una ilusión y el cálculo infinitesimal un imposible, puesto que admitir la divisibilidad hasta el infinito es lo mismo que admitir que la extensión existe sin que la percibamos, siendo asi que sólo existe lo que es idea. La física es el conocimiento de las sucesiones regalares de ciertas ideas. Berkeley iba contra la mentalidad del siglo. El francés Condillac {17151780), perteneciente a una fam ilia de parlamentarios, formado en el seminario de Saint-Sulpice, quiso salvar el mecanicismo. P or el hecho de ser un espíritu completamente cartesiano, no puede admitir la teoría de Berkeley, la cual su pone juicios inconscientes, noción oscura e imprecisa. “ Me basta con que quie nes quieran abrir los ojos reconozcan que perciben luz, colores, extensión, ta maños, etc. Y no me remonto más porque precisamente aquí es donde empiezo a tener un conocim iento evidente’'1. Los sentidos nos transmiten ideas simples, a las que atribuimos determinados signos; comparamos, unimos, transponedlos estos signos, el lenguaje, y de ellos sacamos ideas complejas. Todas nuestras ideas, incluso las de la imaginación, de la memoria, del juicio y del raciocinio, no son sino sensaciones transformadas, todas las facultades proceden de las sensaciones; aún más, podrían nacer incluso del más bajo de dichos sentidos: el olfato, A l intentar saber cómo el ser humano, en posesión de todas sus faculta des, va a conocer el mundo interior, llega al problema de Berkeley: distingue,
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por una parte, la percepción visual primitiva, confusa, en la que los objetos ca recen de límites precisos, y, por otra, la percepción actual de objetos claros, si tuados en determinado lugar. El resultado es consecuencia de un análisis reali zado mediante el tacto. El tacto conoce las formas; la vista las percibe pero sin ningún detalle más de los que había en la sensación primitiva, sin la suges tión de las sensaciones táctiles de que pudo valerse. El ser humano ve desde un principio las cosas, pero no se da cuenta de ellas porque no las ha analizado. Y sin embargo, las cosas existen, exactamente com o las ve después del análisis. Sabe que son exteriores gracias al movimiento de su propio cuerpo, que es de tenido por la resistencia que le oponen loe cuerpos sólidos. Si el cuerpo sólido es exterior al suyo, sólo es posible un contacto; si se toca a sí mismo, el contacto es doble. Y simultáneo: en la parte que toca y en la parte tocada. De este modo el ser humano conoce un cuerpo y lo distingue de los demás; se con vence de la realidad del mundo exterior, de la extensión, del movimiento, del valor representativo de sus ideas originadas por las sensaciones. La “ física” mecanicista queda asegurada. A l mismo tiempo, el m étodo de la ciencia queda aclarado. Como quiera que nuestras ideas complejas proceden de comparar los signos del lenguaje, debe haber una correspondencia perfecta entre las ideas y los signos, no debemos utilizar ninguna palabra cuyo sentido no esté bien elucidado, que no se refiera a una realidad clara y evidente. La ciencia es un lenguaje bien form ado. Por otra parte, no debemos deducir sino analizar; los sentidos nos aportan un todo que percibimos simultánea y confusamente, cuyas partes percibimos sucesiva y separadamente, gracias a lo cual llegamos a la percepción simultánea y clara de un mismo todo, es decir, hay descomposición y recomposición, análisis y sín tesis. Los más elevados métodos científicos no son sino formas del método sen cillo y universal de la mente humana, es decir, que cualquier individuo puede pasar de un método a otro. La ciencia está al alcance de todos. Los conocimien tos adquiridos han de formar sistemas no deductivos; “ la disposición de las di ferentes partes de determinado arte o ciencia en un orden en el que todas se sostengan mutuamente y en el que las últimas vengan explicadas por las pri meras que son los principios” . Estos principios han de ser fenómenos que co nozcamos bien, como, por ejemplo, la gravitación universal. La física de Newton es el m odelo perfecto de ciencia y de método. Gracias a sus numerosas obras (1), Condillac ejerció grandísima influen cia en los sabios de su época, en el grupo de los ideólogos y en escritores como StendhaL {1} Entre otras, señalemos las siguientes: Ensayo acerca del origen de los conocimientos humanos (1746), Tratado de los sistemas (1749), Tratado de las sensaciones (17S4), Lógica
(1780).
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Todo lo que Condillac había intentado asegurar — el valor de nuestros conocimientos científicos y de las pruebas de la existencia de Dios, supremo “ re lojero” de la mecánica universal — intentaba mirarlo el escocés Hume (17111776), con tanta más libertad cuanto en la práctica tenía fe ciega en las creen cias naturales y espontáneas. Sus principales libros son: Tratado de la naturaleza humana, un intento de introducir el m étodo de razonamiento experim ental en las ciencias morales (1710), y los Ensayos filosóficos acerca del entendim iento humano (1748). Al igual que había hecho Condillac, quiso utilizar los procedi mientos de Newton: partiendo de las apreciaciones y creencias del hombre, averiguar, mediante análisis e inducción, los principios, “ principios que para cada ciencia han de señalar el límite de toda curiosidad humana” . Pero él también es sensualista. Las impresiones de los sentidos son los ori ginales, cuyas copias son las ideas. Idea válida es aquella que corresponde o puede corresponder a una impresión, Pero este analista asistemático se da cuen ta de que ciertas ideas simples carecen de impresión correspondiente; si colo camos ante la vista una gama continua de matices en la que falte uno de ellos, el o jo percibirá el matiz omitido, com o si la mente poseyera un movimiento propio hacia la sensación siguiendo determinadas leyes, como si se anticipara al conocimiento que nos llega a través de los sentidos, como si hubiera en el espíritu algo anterior a la experiencia. Las impresiones dan origen a las ideas simples. P or asociación, siguiendo los principios universales de la imaginación, la mente pasa de las ideas simples a las com plejas; las ideas se asocian por semejanza, por proximidad de las im presiones, porque una de ellas representa una causa cuyo efecto viene repre sentado por la otra. Estas leyes son a las ideas lo que la ley newtoniana de la atracción es a los cuerpos: son originales y primitivas, y no es preciso remon tarse más. Y sin embargo, el hombre sigue siendo libre; puede impedir la atrac ción de las ideas y unir arbitrariamente dos ideas entre sí; por otra parte, las ideas pueden atraerse indebidamente, por ejem plo, por similitud. En estos dos últimos casos, hay error. Estas atracciones dan lugar a ideas complejas que quizás carezcan de rea lidad. Sea, por ejemplo, la relación causa-efecto: el examen de determinada cansa (disminución de la temperatura del agua) nunca nos indicará que haya de producir necesariamente determinado efecto (la congelación). Hubo un rey de Siam que jamás quiso creer que existieran países en los que el agna llegaba a ser lo bastante sólida para soportar el peso de un elefante. Sólo la experien cia puede instruirnos; la experiencia, es decir, la sucesión constante de deter minados hechos, la costumbre de ciertas repeticiones, que son unas determina das pero que bien pudieran ser otras, y que, a lo m ejor, nn día son otras distintas.
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Sólo llegamos a captar una sucesión de impresiones y de ideas. Una colec ción de ideas simples, reunidas por la imaginación siguiendo la ley de asociación por continuidad y a las que hemos dado un nombre raro, nos dan la idea de sus tancia. Quizá sea un engaño fraguado por la costumbre o el lenguaje. ¿Qué son los cuerpos? Son conjuntos de impresiones intermitentes que unimos por semejanza, y a las que consideramos realidades permanentes. Y el alma, ¿qué es? ¿Inmaterial, sustancia espiritual? Acaso sea tan sólo una serie de impre siones y de ideas sucesivas evocadas en la memoria, con las que la imaginación crea la ficción de nuestra permanencia. Pero Hume confiesa ignorar cóm o “ se unen las percepciones sucesivas en nuestro pensamiento o en nuestra concien cia” . ¿D ios? La crítica de las ideas de sustancia y de causa alcanza la causa primera y la sustancia infinita. La analogía que puede haber entre un meca nismo artificial y el Universo es un argumento de probabilidad de las ciencias experimentales; pero la analogía entre una parte finita y el todo inmenso es discutible. El terrible Hume despertó a Kant de su “ sueño dogmático” . También in fluyó mucho en él Juan Jacobo Rousseau, al insistir sobre el juicio, sobre esta breve palabra “ es” , indicio de la actividad humana. Kant (1724-1804) era pro fesor de la Universidad de Kónigsberg, astrónomo, físico y filósofo. En 1781 publicó su Crítica de la razón pura y en 1788, la Crítica de la razón práctica, más otras muchas obras filosóficas, morales, históricas y religiosas. Ambicionaba realizar en la ciencia del espíritu humano revolución seme jante a la que Copém ico había hecho en la astronomía, y cambiar por completo el punto de vista. Quiso demostrar que nuestra mente no recibe una imagen de las cosas, sino que se vale de una realidad que desconocemos para formar las cosas. Él también adopta como modelo del conocimiento la física de Newton: una serie de experimentos independientes, ciertas leyes que relacio nan dichos experimentos y un principio del que dependen todas esas leyes. Está obsesionado por el ejem plo de las ciencias de la naturaleza. El punto de partida de Kant es un análisis del juicio. Debemos distinguir las proposiciones a priori, anteriores a la experiencia; y las proposiciones a posleriori, basadas en la experiencia. Antes de Kant todas las proposiciones a priori eran consideradas analíticas: el atributo está implícito en el sujeto, y la men te lo abstrae mediante análisis. Esto es lo que ocurre con las proposiciones ma temáticas, metafísicas y morales. Por otra parte, todas las proposiciones a pos terior i ge creía que eran sintéticas: el atributo no forma parte del sujeto, la experiencia nos lo indica, y la mente realiza la síntesis al relacionarlo con el sujeto, según ocurre en la siguiente proposición: el oro funde a mil grados, proposición sintética y a posteriori. Ahora bien, una proposición analítica a priori no hace progresar nuestro
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conocimiento: lo hace explícito. Solamente las proposiciones sintéticas pue den enriquecerlo. Pero resulta que las matemáticas aumentan nuestro cono cimiento. Contra d’Alemhert, Kant sostenía que la proposición “ 2 y 2 son 4” aporta un nuevo conocimiento, distinto de la Bimple consideración de 2 y 2 . Las matemáticas son a priori; luego, existen proposiciones sintéticas a priori, por ejem plo: la línea recta es la distancia más corta entre dos puntos, el prin cipio de causalidad, etc. Por consiguiente, con anterioridad a cualquier expe riencia, existe un dato de la mente y un movimiento de ésta según ciertas le yes, trabajo que es inconsciente. Aquí, Kant hallaba de nuevo las intuiciones de Berkeley y de Hum e: ni todas nuestras ideas ni todas nuestras facultades proceden de las sensaciones. La mente es una realidad viva, anterior a las sen saciones. Las ideas innatas volvían a aparecer. Una vez conseguido este resultado, era preciso hallar de nuevo esta reali dad de la mente. Para ello, Kant estudió nuestras impresiones sensibles. Nues tra sensibilidad tan sólo puede actuar en el espacio y en el tiem po; espacio y tiempo son proposiciones a priori, condiciones de la impresión sensible, for mas de la sensibilidad anteriores a la experiencia. La sensibilidad sólo nos pro porciona impresiones sensibles; para convertirlas en una sensación de dureza o blandura, de frío o de calor, es necesario que el entendimiento, o actividad es pontánea de la mente, establezca relaciones entre las diversas impresiones sen sibles, valiéndose de nociones que posee o priori, anteriores a toda experiencia: causalidad, cantidad, cualidad, etc. La existencia del entendimiento supone la del “ yo” , del “ yo” de la persona, dada a priori, antes de cualquier experiencia, condición de la experiencia. De este modo quedaba resuelto el problema plan teado por Hume: de qué manera una serie de impresiones puede ser recono cida com o “ yo” . Condición del pensamiento es una realidad exterior que proporciona im presiones sensibles, Pero la mente no capta esta realidad o “ noúmeno” en sí misma. La mente gólo conoce de ella lo que le llega elaborado por el entendi miento, basándose eu sus conceptos a priori, teniendo en cuenta lo que la sen sibilidad ba aportado en sus formas a priori, o “ fenómenos” . Las cosas de las cuales tenemos conciencia son elaboraciones de nuestra mente partiendo de una realidad desconocida. De este m odo, nuestras ideas carecen de valor represen tativo, no son imagen de las cosas; el sensualismo empírico se desmorona. De todo lo cual resulta que no nos conocemos tal com o somos. Nuestro yo es un fenómeno captado en la experiencia, mediante la forma a priori del tiempo, según las nociones del entendimiento. Nos es imposible conocer el mundo tal cual es, com o noúmeno; sólo po demos captarle como se nos aparece, com o fenómeno. Éste es el motivo de que, acerca del mundo, lleguemos siempre a contradicciones o antinomias. Si nos
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dicen que el mundo es finito porque es necesario hallar un límite al espacio actual, podremos contestar que es infinito ya que la posición en que se halla determinado objeto es relativa al lugar que ocupa otro objeto; si nos dicen que es finito porque de un efecto no se puede ir remontando indefinidamente de una causa a otra, por lo cual es preciso hallar una primera causa libre, podemos responder que es infinito porque una causa libre rompe la serie de causas de no ser ella misma efecto de otra causa y que una causa libre contradice el prin cipio .de causalidad, y así indefinidamente. Nos es imposible afirmar el valor absoluto del detenninismo. Es una ley de nuestro conocimiento, nuestra experiencia sólo es posible en el tiempo, en el que liay sucesión necesaria de causas y efectos. Pero no es una ley del ser: fuera del tiempo, puede existir una causa libre. No podemos afirmar la existencia de Dios. Es un producto necesario de la razón. Sólo podemos concebir las cosas en relación con un Ser que contiene toda la realidad posible, que es com o el modelo perfecto de las cosas imperfectas. Pero este Ser, necesario para nosotros, ¿existe verdaderamente? ¿E l Universo está dispuesto según un orden tan admirable que exija la existencia de un Ser omnisciente y todopoderoso? Un Ser muy inteligente y muy poderoso, de acuer do; pero quizá limitado, finito. Sin embargo, todos los seres son contingentes, podrían no ser; la razón de su ser no reside en ellos mismos, dependen de otros. Es preciso un Ser necesario, que no pueda no ser, que explique todos los demás seres pero que él no necesite ser explicado. Aunque aceptemos esto, no estable cemos la existencia de un Dios personal y creador; el Ser necesario puede ser la materia, o bien un Dios que se confunde con las cosas y que se manifiesta en ellas. Pero el Ser más perfecto que pueda concebirse forzosamente debe exis tir: si le quitamos la existencia ya no es el más perfecto; el pensamiento más acertado es asegurar que existe. Pero para Kant, la existencia nada añade: cien táleros reales no tienen mayor perfección que cien táleros posibles. Por consiguiente, toda metafísica es incierta, no es una ciencia. Todo lo que conocemos es real, pero no verdadero. Nuestra ciencia, formada a partir de realidades sensibles, es auténtica ya que no podemos obrar de distinta ma nera; además, da resultado, lo cual demuestra que existe cierta armonía entre nuestros conceptos y el mundo exterior. Pero sólo tiene utilidad práctica. En realidad, nada podemos saber del fondo de las cosas. E l pensamiento de Kant bahía de convertirse en punto de partida para casi todos los filósofos del siglo xix. Durante largo tiempo su Crítica fué considerada como un descubrimiento definitivo que señalaba las condiciones permanentes de todo conocimiento real, y que limitaba a la mente humana el campo del saber.
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Por consiguiente, los hombres de aquella época realizaron un ingente esfuerzo científico. Intentaron establecer todos los co nocimientos ajustándose al m odelo de la “ física” : derecho, m o ral, todo, incluso lo bello. El abate francés Du Bos crea la nueva ciencia de la belleza en sus R eflexiones críticas acerca de la poesía y de la pintura (1719), ciencia que en 1735, el alemán Baumgarten denominará “ estética” . Aunque las ciencias y el espíritu científico estaban muy difundidos, aún seguían siendo propiedad de una minoría, e incluso entre ésta se daban nume rosos errores causados por la ceguera de las pasiones. Existían todavía falsos sabios que creían en hombres peces y en sirenas, en grifos y dragones, en sátiros y unicornios, creencias que propagaban pseudocientíficos que preten dían haber hallado y dibujado hombres y animales que vivían en el interior de piedras, y aseguraban haber visto cóm o ciertos moluscos nacían en tierra firme y allí se desarrollaban. Incluso Voltaire afirmó que había visto nacer moluscos en su comarca. Se trataba de profesores com o aquel que, en 1768, en el Colegio de Montaigu, explicaba del siguiente m odo la generación de los animales: “ El espíritu de un animal macho (por ejemplo, un perro) emite un rayo espiritual encerrado en un extracto de su húmedo radical: ¡es la se milla del perro!1’ Era la masa de curiosos que se apretujaba alrededor de la cuba, llena de tubos y cadenas misteriosas, del charlatán Mesmer, que creía en la curación de todas las enfermedades, en la posibilidad de partos sin do lor, gracias a las desconocidas fuerzas del magnetismo animal. Eran los cam pesinos que reducían a pedazos los primeros globos; los artesanos que se amotinaban contra los primeros pararrayos; todos aquellos que creían en la magia y en los hechiceros, en duendes y en gnomos, es decir, un verdadero océano humano del que únicamente emergía un puñado de filósofos y de sabios. Pero, en su terreno, la ciencia es reina. Se convierte en religión: ha sur gido el cientifismo. Gracias a la ciencia, el hombre, dueño de los secretos de la naturaleza, capaz, según se creía, de curar por “ franklinización” con ayuda de la máquina eléctrica del doctor Naisme (1774) todas las enfermedades in curables, de prolongar indefinidamente la vida humana merced al oxígeno, de organizar la m ejor sociedad posible mediante la ciencia social, gracias a la ciencia, repetimos, el hombre iba a alcanzar su Edad de Oro.
La difusión de la ciencia
CAPÍTULO v m
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H
' acia 1760 parece ya asegurado el triunfo de la llamada “ filosofía de las Luces” , obra de quienes se llamaban a sí mismos “ Filósofos” , que expusieron sus ideas en trage dias, poemas épicos, didácticos y satíricos; mediante novelas y libelos, car tas y diálogos, tratados sistemáticos y diccionarios. Su obra de conjunto por antonomasia, la Suma filosófica del siglo X V III, destinada a sustituir la Suma teológica de Santo Tomás de Aquino, era un diccionario, la Enciclopedia francesa de d’Alembert y Diderot, cuyo primer volumen apareció el 1 de julio de 1751, conteniendo un discurso preliminar debido a la pluma de d’Alembert, y que, a pesar de las numerosas trabas que le puso la autoridad, logró acabarse en 1764; consta de 17 volúmenes de texto y 11 de láminas. Esta Suma fué com pletada con un Breviario, E l diccionario filosófico manual de Voltaire (1764). La Enciclopedia, en cuya redacción intervinieron 130 colaboradores, aboga dos, médicos, profesores, sacerdotes, académicos, industriales y fabricantes, la mayoría de los cuales gozaban de buena posición y disfrutaban de títulos ofi ciales, obra que por su precio iba dirigida a la gran burguesía ilustrada, es una obra burguesa. Los principales “ Filósofos” , polígrafos com o Voltaire y Diderot, juristas como Montesquieu, matemáticos com o d’Alembert, suelen ser individuos procedentes de distintos grados de la burguesía, o magistrados de la nobleza parlamentaria, más próximos a la burguesía que la nobleza de es pada. El pensamiento de la época es mucho más burgués de lo que había sido en los siglos anteriores. El espíritu de estos burgueses es racionalista, positivo y utilitario. Quieren en todo evidencia, claridad, conformidad con la razón, respeto a los princi pios de identidad, no contradicción, causalidad, legalidad. La razón tiene un va lor sublime: todo lo puede, todo lo alcanza, lo juzga todo: es la última diosa. Quienes, com o Voltaire, le asignan límites, siguen pensando qne fuera de ella sólo hay noche y caos, que es el único m edio válido qne tenemos para conocer. La razón deduce a partir de verdades simples y evidentes; pero, sobre todo, ob serva los hechos y de ellos induce leyes. Debe limitarse a los conocimientos que pueden serle útiles al hom bre: todo lo qne no sirve es inútil. ¡Acabemos con la mera curiosidad! Esta mentalidad habría podido ser esterilizante; pero, afortunadamente, no fueron fieles a ella.
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La mayoría de los “ Filósofos” son deístas. La razón les indica que es ne cesaria una cansa primera, pueB es imposible remontarse indefinidamente de causa en causa; por consiguiente, existe un Ser eterno del que depende todo y que, por lo tanto, es todopoderoso. Pero este Ser supremo es asimismo todo in teligencia, ya que el Universo es un mecanismo montado y ordenado maravi llosamente bien: el orden supone una inteligencia ordenadora. Todopoderoso, omnisciente, el Ser Supremo es Dios. N o podemos conocer a este Dios, sa ber lo qne es, pero sí sabemos que existe: es el fondo común de todas las reli giones, la religión universal. Forzosamente Dios no ha hecho su obra perfecta: un mundo perfecto se confundiría con Dios, seria D ios; sólo Dios es perfecto. Pero Dios, todopoderoso, omnisciente, creador de un mundo tan armonioso, ha tenido que crear indefec tiblemente el mejor de los mundos posibles. Si los males existen, existen en vir tud de un bien mayor que no podemos comprender. En 1737, se dio nombre a esta doctrina: el optimismo. Voltaire, que al principio era un entusiasta parti dario de él, se convirtió' en encarnizado enemigo después del desastroso terre moto de Lisboa (1755) y escribió su incisiva obra Cándido (1759): “ ¿Qué es el optimismo? — preguntaba Cacambo. — ¡A y! — respondía Cándido. — Es la ma nía de opinar que todo está bien cuando todo está mal.” A partir de aquel mo mento, empezó la decadencia del optimismo. Dios ha regulado el mundo mediante leyes eternas, cuyo papel nunca va ría. Es, pues, inútil rogarle; no hacen falta ni ritos ni sacramentos. Debemos limitamos a estudiar la naturaleza con el fin de conocer sus leyes, y adaptar nos a ellas. Algunos Filósofos eran materialistas y ateos, como Maupertuis, el médico La M ettrie(l), el asentista general Helvétius (2), el barón de H olbach(3), que reunía en su mesa a los principales ateos parisienses y dirigía un obrador de es critos de propaganda atea; y finalmente, a ratos, Diderot. Para éstos, todo que daba explicado mediante la materia. La materia era eterna; de su naturaleza procedían el movimiento, sus leyes, el orden universal; el movimiento era el origen de todo, incluso del pensamiento. Dios era una hipótesis inútil. Los ateos eran tratados con indulgencia: en la más célebre novela del siglo, La Nueva Eloísa, de Juan Jacobo Rousseau, el personaje M. de W olmar es un ateo simpático. Pero estos “ Filósofos” eran sólo un puñado y sus doctrinas ejercie ron escasa influencia. Para casi todos los “ Filósofos” , la naturaleza, creada y regulada por Dios, es la que hace que los hombres vivan en sociedad. A la razón humana le está1 (1) (2) (3)
Historia natural del alma (1745), El hombre máquina Acerca del espíritu (17S8). Sistema de la naturaleza (1770).
(1747).
5.— Lavoisier en su laboratorio
6 .— Coronación de Voltaire en el Teatro Francés
7.— La calle Quincampoix en 1720
8.—Constr acción de una carretera.
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encomendado el descubrir las leyes naturales que regulan las sociedades, para adaptarse a ellas. Existe un derecho natural, formado por la» leyes naturales, que el hombre tiene la obligación de traducir en leyes positivas. Hay una mo ral natural, conforme con las leyes naturales; le corresponde al hombre resu mir esta moral en principios, y reunirlos formando un catecismo natural. Nuestros sentidos nos dan a conocer que estamos en la tierra para la feli cidad, es decir, para el placer: “ debemos empezar por decirnos a nosotros mismos que lo único que debemos hacer en este mundo es conseguir sensacio nes y sentimientos agradables” . El placer eB un derecho. “ El amor hacia el bienestar, más fuerte que el que podamos sentir por la existencia misma, de bería ser en la moral lo que la gravedad representa en la mecánica.” El egoís m o e 3 la base de la m oral; pero debe ser un egoísmo bien comprendido. La razón le guía y le enseña “ una sola verdad de hecho, pero incontestable... La mutua necesidad que sienten los hombres, los unos hacia los otros, y ... los re cíprocos deberes que les impone esta necesidad. Supuesta esta verdad, de ella derivan todas las reglas de la moral mediante un encadenamiento necesario... Quizá la moral sea la más completa de todas las ciencias.” De todo lo cual pro ceden las reglas elementales: no quieras para tu prójim o lo que no quieras para ti; obra cou el prójim o tal com o quisieras que obraran contigo, de lo cual derivan las reglas de tolerancia, de beneficencia, humanidad, que, desde luego, se ajustan a la generosidad natural del hombre, pero que deben estar sometidas a un prudente cálculo para que todos, al cabo del día, puedan reconocer que fue mayor el placer que el dolor y que, al ser positivo el balance, la aritmética moral le demuestre al hombre que es feliz. De ello se desprende cierta indul gencia general: el hombre que obró mal es siempre un hombre que se equivo có ; también implica la creencia en la inmortalidad del alma y en la sanción des pués de la muerte: hay individuos que yerran y que me hacen sufrir injusta mente; sería contrario a la perfección del Ser Supremo no reparar este daño en el otro mundo mediante un sistema de recompensas y de castigos. Las sociedades deben organizarse para lograr la felicidad de los individuos. Fara asegurarse esa felicidad firmaron al principio un contrato y unieron sus fuerzas contra las plagas naturales y contra sus enemigos. Esta felicidad sólo puede ser resultado del cumplimiento de los derechos naturales, que, a su vez, son consecuencia de las leyes naturales. Por consiguiente, los hombres eli gen un gobierno para que les garantice sus derechos, existe un verdadero con trato entre el gobernante y los gobernados; éstos, tienen derecho a cambiar al jefe que no respete el contrato y que viole o permita que sean violados sus de rechos, Por lo tanto incluso rebelarse es un derecho. Pero el gobierno, para cum plir la misión que le ha sido encomendada debe tener en sus manos todos los poderes. En los Estados de cierta extensión el gobierno debe ser despótico y m o
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nárquico, ya que “ en una República, necesariamente se formarían facciones que podrían desgarrarla y destruirla” (1). El gobierno monárquico “ es el úni co que ha dado con los verdaderos medios de hacemos disfrutar de toda la fe licidad y de la máxima libertad posible, así com o de todas las ventajas que el hombre en sociedad puede gozar sobre la tierra” (2 ). El déspota sólo deberá aceptar las enseñanzas de los “ Filósofos” : es la teoría del despotism o ilustrado. Otros individuos, siguiendo a Montesquieu, preferían una monarquía modera da por la división de poderes y por la influencia de grandes instituciones. El Príncipe garantizará los derechos del individuo. En primer lugar, la libertad personal: deberá suprimir la esclavitud y la servidumbre. Concederá libertad de movimientos, de comercio y de industria, de navegación; conce derá libertad civil, pero no política o, a lo sumo, una libertad política limi tada; ya que ésta es “ un bien que no está hecho para el pueblo” . No habrá ni libertad de pensamiento ni de religión, sino una tolerancia, hasta que todos los hombres se hayan ilustrado. Existirá la libertad de palabra para que los Filó sofos puedan expresar sus opiniones; para los demás, se recomienda prudencia: la libertad de poder atacar la libertad no puede ser una libertad. Diderot, que había sido nombrado censor por el jefe de policía Sartine, examinó el Sa tírico, una comedia de Palissot, y pidió que fnera prohibida porque se bur laba de los Filósofos. Por su parte, estos últimos solían denunciar gustosos, por escrito, a sus contradictores ante el gobierno. El Príncipe deberá asegurar la igualdad ante la ley. Deberá suprimir loa privilegios de nacimiento: tanto los eclesiásticos como los nobles habrán de pagar impuestos proporcionales, todos serán juzgados por los mismos tribuna les, castigados con igual pena por las mismas faltas. Todos los talentos podrán acceder a todas las carreras, ya que la igualdad de derechos es natural, y, por otra parte, es de utilidad pública que los mejores ocupen los cargos más impor tantes; pero com o la naturaleza ha concedido a los hombres desigual volimtad, inteligencia y aptitudes, de esta desigualdad de talentos, procede la desigual dad de fortunas, que, por consiguiente, es natural. La propiedad procedente del usufructo de la libertad, también es natural, es decir, sagrada. El Príncipe debe mantener obstinadamente la inviolabilidad de la propiedad y la desigual dad de las fortunas, podrá conceder a los más ricos y a los propietarios rús ticos un poder legislativo, es decir: habrá una aristocracia del dinero y otra de la inteligencia. Según dice la Enciclopedia, “ los progresos de las luces son limitados; casi no alcanzan a los arrabales; en ellos, el pueblo es demasiado ig norante. La cantidad de populacho siempre es más o menos la misma... la mu-1 (1) (2)
Diderot, Artículo Economía Política.
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chednmbre es ignorante y necia’*. Y Volt aire, con mayor acritud, decía: “ el pueblo necio y bárbaro, necesita un yugo, un aguijón y paja” . La justicia será más benigna. Nuestra libertad exterior es reducida. So mos víctimas de las ideas que se nos presentan, ideas que dependen de nuestras sensaciones, que, a eu vez, dependen de nuestro medio y de nuestra herencia: por consiguiente, nuestra responsabilidad queda atenuada. La misión de la justicia estriba en provocar actos útiles a la sociedad e impedir los perjudicia les; todo lo que es peligroso o sencillamente inútil debe suprimirse, por ejem plo, la tortura, que permite al culpable fuerte y robusto burlar la justicia, pero que obliga al débil inocente a confesarse culpable de un crimen que no come tió ; deben suprimirse las penas que dependen del arbitrio del juez o que son desproporcionadas en relación con el crimen, así como las sanciones por crimen de lesa majestad divina, falta que Dios castigará por sí mismo. La pena de muer te sólo debe admitirse cuando no haya ningún otro medio de salvar la vida de muchos. £1 acusado tiene derecho a ser tratado como si fuera inocente, y no como culpable; el culpable debe ser tratado con benevolencia y mucho m ejor que castigar los crímenes es prevenirlos mediante educación, £1 milanés Beccaria, en su tratado A cerca de los delitos y de las penas (1764), desarrolló estas ideas, que le habían sugerido Montesquieu y la Enciclopedia, La guerra, vergüenza y plaga de la humanidad, sólo puede admitirse cuan do resulta imprescindible empuñar las armas para una legítima defensa. £n tal caso, el soldado no tiene derecho a hacer lo que quiera, no debe hacer nada que vaya contra “ las leyes eternas de la humanidad” , y su mérito debe ba sarse en su “ generosidad” . Las naciones, formadas por individuos libres, deben considerarse com o personas libres a las que se les imponen los deberes de los particulares. El abate de Saint-Pierre prosiguió hasta el año 1743 la propagan da que había iniciado durante el reinado de Luis X IV , propaganda encaminada a conseguir una paz perpetua mediante una unión perpetua de todos los so beranos de Europa: esta unión impediría que guerrearan entre sí; se limita rían los armamentos, ningún territorio podría ser desmembrado; la unión dis pondría de un ejército form ado por tropas de las diferentes naciones adheridas, gracias al cual obligaría a que se respetaran sus decisiones; su sede radicaría en la ciudad de la paz, libre y neutral, como, por ejem plo, Ginebra. La humanidad va en progreso constante gracias a la difusión de las luceB y el medio más eficaz del progreso es la educación. La educación debe ser diri gida por el Estado en beneficio del Estado, al que debe proporcionar ciudada nos unidos por el mismo espíritu, capacitados para desempeñar los diferentes cargos del Estado con miras a alcanzar el mismo ideal. Una oficina perpetua debe ocuparse de ello, oficina que estará bajo la dirección del Ministerio en cargado de la organización general del Estado. La educación debe ser natural y
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sensualista; ha de empezar por lo sensible, por la descripción, para irse elevan do progresivamente hacia lo que es intelectual; debe empezar por lo sencillo para llegar a lo com plicado: debe estar segura de los hechos antes de averiguar las causas. Debe ser física: formar cuerpos vigorosos mediante una vida ruda y ejercicios; y debe ser práctica: debe incluir el estudio de la lengua del país en que vivimos, historia moderna y geografía, ciencias naturales, matemáticas y física, y, además, el aprendizaje de un trabajo manual. Entre otros autores, el magistrado francés La Chalotais, insistía en estos puntos en su Ensayo de edu cación nacional (1763). Desde luego, la instrucción debe estar abierta a todos: “ la verdad es sencilla y siempre puede ser puesta al alcance de todos’*. Éstas eran las palabras de d’Alembert, en el artículo “ Diferencial” de la Enciclopedia. A los soberanos, que estaban luchando contra los privilegios de los nobles, de las Iglesias y de los cuerpos constituidos, les agradaron estas ideas. Se car tean con los Filósofos y les reciben. Voltaire, Diderot, d’Alembert mantienen relaciones epistolares con Federico II de Prusia y con la zarina Catalina II. Voltaire residió en Berlín, Diderot en San Petersburgo. . . , Pero el principal propagador de todas estas ideas fué la La ¡rancmasoneria * ; , , , „ , . Francmasonería, hasta el extremo de que Paul ilazard ba llegado a preguntarse si la E nciclopedia no fué obra de los francmasones. Los Francmasones tenían com o antecedente los gremios de albañiles de la Edad Media, que guardaban celosamente el secreto profesional, y que admitían como afiliados a grandes señores curiosos. Sus logias habían persistido en Inglaterra basta principios del siglo xvm, con todas sus tradiciones, sus pergaminos, sus ceremonias y su ritual; los miembros eTau una mezcla de arquitectos profesio nales, de intelectuales y de nobles. El 24 de enero de 1717, cuatro logias de Lon dres se fundieron en una gran logia de Inglaterra y sustituyeron la antigua masonería profesional por una masonería filosófica. En 1723, por orden del Gran Maestre, el pastor francmasón Anderson redactó las Constituciones de los Franc masones, que es el evangelio, la ley y el breviario de esta Iglesia intelectual y utilitaria. De sus orígenes medievales conserva los símbolos y los ritos, procedentes, según se dice, de Oriente; la iniciación, las columnas y las telas pintadas que representan el templo de Salomón, la estrella llameante, la escuadra, el com pás, el nivel (símbolo de la igualdad), el secreto absoluto “ bajo pena de que se me corte el cuello, se me arranque la lengua, se me desgarre el corazón; todo ello para ser sepultado en los profundos abismos del mar, para que m i cuerpo sea quemado, reducido a cenizas y luego aventadas” . De este modo forman una eecta mística, lo cual contribuyó a su éxito. La intención que les guía es restaurar el orden moral y social mediante nn nuevo orden intelectual. Son racionalistas y anticristianos; pero deístas, ado
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radores del Gran Arquitecto del Universo; no deben ser ni “ libertinos arreligioBos” , ni “ estúpidos ateos”, sino que deben adherirse a “ esta religión general acerca de la cual todos los hombres están de acuerdo” . Partidarios de la líber* tad y de la igualdad, se adhirieron a la moral del placer. For camino cubierto de m il flores el francmasón recorre la vida en basca del placer... A m ig o, el grito de la Naturaleza es libertad... Iguales sin anarquía, libres sin desenfreno,
nuestra independencia estriba en obedecer nuestras leyes.
Es una asociación internacional jerarquizada y disciplinada, cuya ley es la devoción de unos miembros hacia otros y la ayuda mutua. Aunque el papa Clemente X II interdijo la Francmasonería en 1738, inter dicto renovado por Benedicto X IV en 1751, su difusión fué rápida y amplia. Muy pronto, gracias a los iniciados, mercaderes, diplomáticos, marinos y sol dados, prisioneros de guerra, cóm icos de la legua, se fundaron logias en nu merosos países: en Mona (Bélgica) en 1721, en Paría en 1726, en Rusia (1731) y en Florencia (1733), en Roma y en Lisboa (1735), en Polonia, en Copenhague en 1743, en Gibraltar, en América a partir de 1731, en la India, en Bengala. La francmasonería atrajo a los notables, a los burgueses acomodados, a los miem bros de las profesiones liberales, a los filósofos Montesquieu, Helvetius, Ben jamín Franklin, Lalande, Voltaire, que el 7 de abril de 1778 fué admitido en la logia de Neuf-Seeurs de París. La nobleza se adhirió en masa y dió un buen con tingente de grandes-maestres: duques y condes ingleses; el príncipe de Borbón-Condé, los duques de Antin y Chartres y el conde de Clermont, en Francia; el marqués de Bellegarde, gentilhombre de cámara del rey Carlos Manuel III de Saboya, fundador de la primera logia en Chambéry, logia-madre de Saboya y del Piamonte; el príncipe de San Severo, gran maestre de la logia de Ña póles; Francisco de Lorena, esposo de María Teresa de Austria y emperador del Sacro Im perio Romano Germánico; Federico II de Prusia, quien a partir de 1744 fué gran maestre de la logia de los Tres Globos, de Berlín. Era un magnífico medio de vigilar estas sociedades secretas y de obtener su propagan da y su apoyo. La francmasonería es una potencia que difunde las ideas de los Filósofos, que unifica clases y naciones y que contribuye a crear un espíritu común, origen de otros actos semejantes. Pero los Filósofos tenían poderosos enemigos. En primer y las Iglesias* lugar el cristianismo, su enemigo mortal, al que le repro chan que exige demasiado de la razón. ¿Cóm o pudo Adán, un ser finito, hacer a Dios una injuria infinita? ¿Cóm o podemos creer que todo el género humano sea culpable del pecado del primer hombre? ¿Cómo el
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niño nacido hoy puede ser responsable de un pecado cometido muchos miles de años antes? ¿Cóm o podemos imaginar que un mismo Dios pueda ser tres personas, que un Dios se haya podido encarnar, que un hombre haya podido resucitar? ¡ Se mofan de la Sagrada Escritura, de sus relatoB extravagantes, cho cantes, incomprensibles, inverosímiles! ¿N o resulta evidente que no se trata de libros inspirados por Dios sino tan sólo de obras humanas llenas de los pre juicios de la época, obras retocadas m il veces, deformadas, estropeadas, se gún fueran las necesidades del momento o el gTado de inteligencia y de aten ción de los copistas? Acusan al cristianismo de ser contrario a la naturaleza; le reprochan el que aconseja la pobreza, el esfuerzo, el sacrificio y el sufrimiento, la humildad y la sumisión; incluso llegan a atribuirle que da pie a la forma ción de sentimientos inhumanos: el cristiano se alegra con la muerte de su hijo que ha ganado la felicidad eterna; permite que su prójim o muera sin socorro con tal de no faltar a la misa. Le acusan de ser perjudicial a la sociedad. Los monasterios son receptácu los de ociosos, privan al Estado de agricultores, de artesanos y de comerciantes. El celibato eclesiástico impide la multiplicación de los individuos, despoja a la sociedad de productores, de consumidores y de soldados. El envío de dinero al Papa empobrece la nación. Los eclesiásticos están exentos del pago de im puestos a pesar de que poseen hienes sin cuento, y de este modo privan al Es tado de abundantes recursos. Las ideas religiosas dividen a los ciudadanos: la historia de la Iglesia es una larga serie de desórdenes y de guerras. La Iglesia fomenta en los ciudadanos un espíritu de resistencia y de indisciplina: antes deben obedecer a Dios que a los hombres, deben observar los mandamientos de Dios en vez de cumplir las órdenes del gobierno. Los ciudadanos ya no le per tenecen por com pleto al Estado, y ¿qué puede hacerse contra ellos ya que creen que el momento de su muerte es el de su eterna felicidad? Tales resultados demuestran que los eclesiásticos son todos impostores e hipócritas. Sólo buscan su propio interés, la riqueza, el poder. Especulan con la ignorancia, el temor y la debilidad de los hombres, les engañan con fábulas, viven a sus expensas y encima se burlan de ellos. Y la ira empieza a desbordar. Voltaire es quien dirige el ataque contra la Iglesia: “ Aplastemos al infame” . Ésta fué la tendencia de toda su vida; pero, a partir de 1760, es la obsesión de eBte anciano. Se sirve de todo: simplifi caciones caricaturescas, omisiones, deformaciones. De la “ fábrica de Fem ey” salen continuamente libelos irónicos e hirientes, escritos para quienes se pre ocupan más de una broma y de un cuodlibeto que de una razón. “ Legaba esta ironía a una raza poco hábil y vulgar que tomaría por costumbre reírse ante aquello que no comprendía.” Gracias, sobre todo, a él “ nació en el siglo XVIII..., se perpetuó más tarde una raza de hombres cuyo único alimento espiritual es
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el anticlericalismo..., que creyó que el anticlericalismo bastaría para reorgani zar los gobiernos, para lograr que las sociedades fueran perfectas y para con seguir la felicidad” . La incredulidad se propaga por doquier: una serie de ven dedores ambulantes proporcionan manuscritos y libros anticlericales a los nobles, a los burgueses y a los eclesiásticos. Los espías de la policía oyen con versaciones contra la Iglesia y contra la religión en los cafés y en los jardines públicos, conversaciones en las que incluso intervienen abates. La Iglesia católica se debilita. Se hallaba en una situación de mínima resis tencia a causa de la intrusión del Estado, de la penetración del espíritu de la época, de sus divisiones internas. En todos los países y con el transcurso del tiempo, reyes, príncipes y nobles se habían atribuido el derecho de nombrar los arzobispos, los obispos, los abates y los principales párrocos. Muy a me nudo confiaban estos cargos a los segundones de las familias nobles o a hijos de cortesanos, sin preocuparse demasiado ni de su vocación ni de sus méritos. En consecuencia, muchísimos prelados viven como si fueran grandes señores laicos, dan fiestas, edifican, cazan, intrigan, se dedican a la diplomacia, se ocu pan de agricultura, de fábricas, de caminos y puentes, pero descuidan sus prin cipales deberes: difundir la palabra divina, formar y ordenar a sus sacerdotes. Los sacerdotes, que en general suelea ser plebeyos, están al frente de las peores parroquias o, por un sueldo mísero, desempeñan importantes funciones en sus titución del obispo o del alto clero ausente, y por ello a menudo están irrita dos, desanimados, y, desde luego, poseen una formación escasa. En efecto, los estudios eclesiásticos han perdido ya gran parte de su valor. Con razón escribía, el 29 de septiembre de 1750, el obispo de Soissons FitzJames a Montesquieu: “ Debiéramos pensar seriamente en fortalecer los estu dios teológicos, que han decaído por com pleto; debiéramos hacer lo posible para formar ministros de la religión, que la conozcan y que estén en condicio nes de defenderla.” Y, a continuación, añadía: “ La religión cristiana es tan bella que no es posible conocerla y no amarla; quienes blasfeman contra ella lo hacen porque la desconocen.'” Además, un buen número de eclesiásticos se deja vencer por las nuevas ideas y son, más o menos abiertamente, deístas, a veces ateos. La fe de muchos se entibia; poco seguros de sí mismos, poco convencidos, los predicadores ya no hablan del dogma y se parapetan tras una moral muy vaga. Algunos apologistas son pesados, fastidiosos, a veces ri dículos, com o el abate Pellegrin, que adapta las verdades cristianas a la mú sica de las canciones de moda: la explicación del Símbolo de los Apóstoles sol)re la tonadilla de R éveillez-vous, bella endorm ie; la necesidad de hacer pe nitencia al aire de F olies (FEspagne. Finalmente, la Iglesia gozaba de poco predicamento a causa de la gran controversia que se debatía entre jansenistas y Jesuítas: no siempre se habían dado suficientes muestras de caridad y las
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acusaciones mutuas debilitaban tanto a los unos como a los otros; los más delicados temas de la fe habían sido tratados públicamente; incluso el indivi duo más ignorante se había creído capaz de juzgarlos. Se había recurrido al poder civil para que interviniera en la religión. En principio, en casi todos los países el Estado defendía a la Iglesia. La Inquisición seguía en vigor en España y en Portugal y I03 autos de fe no ce saban. En todas partes había censura, peligro de ser condenado por los obis pos y por las asambleas del clero, y sanciones gubernativas. A veces se lle gaba incluso a cierta rigidez, y así, María Teresa prohibió en Viena el ca tálogo del índice, porque la lectura de los títulos hubiera podido despertar la curiosidad de leer las obras, de las que era mucho m ejor que ni siquiera se sospechara su existencia. Esto también ocurría entre los protestantes: Federico Gnillermo I expulsó a W olff de su cátedra- de Halle. Eran frecuentes los encar celamientos, las persecuciones y las expulsiones. Pero a los reyes sólo les gastaba de la Iglesia aquello que pudiera serles útil. Tanto ellos com o sus cortesanos, sus favoritas y sus ministros, se dejaban atraer por las nuevas ideas. La acción resultaba incoherente. En Francia, Luis X V nombró director de la Biblioteca a Malesherbes, partidario de la li bertad de los intelectuales. Damilaville, primer encargado de la oficina de los “ Vingtieines” , ponía en los paquetes de las obras antirreligiosas de Voltaire el sello del censor generaL La piadosa María Teresa tenía com o consejero fa vorito a un jansenista y estaba casada con un francmasón. La propaganda anti rreligiosa no era combatida con acierto; la influencia de la Iglesia iba decli nando, y buena prueba de ello era la sucesiva supresión de la milicia papal, la orden de los Jesuítas, ligada al Pontífice por un voto especial de obediencia. La orden fué suprimida sucesivamente en Portugal (1759), en Francia (1764), en España (1767), en Ñápales y en Parma: los Jesuítas fueron expulsados de todos los países excepto de Francia. Finalmente, el 21 de julio de 1773, loa monarcas católicos obligan al Papa a decretar la abolición de la Compañía de Jesús. Voltaire podía exclamar: “ Dentro de veinte años ya no existirá la Iglesia.” Pero la Iglesia persistió. Persistió, en primer lugar, gracias a esa masa de sacerdotes y de religiosas que sin pararse ante dificultades intelectuales y ani mados únicamente por este inmenso amor hacia el prójim o que es el amor de Dios, se consagraron plena y silenciosamente a los enfermos, a los ancianos, a los pobres y a los niños. Persistió gracias a los misioneros que al igual que habían hecho en el pasado fueron a sacrificar sus vidas para salvar a sus her manos. Resistió merced a esos miles de laicos piadosos que, sin alharacas, se esforzaron por vivir su religión, por ser cada día más auténticos, más conscientes, más honrados, más devotos, más fieles. La Iglesia tuvo sus confesores, tuvo sus mártires, tuvo sus santos.
III. — E l charlatán
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También persistió gracias a todas las personas, laicas o eclesiásticas que respondieron a los ataques. Demostraron que la fe en Jesucristo no va anida a determinada filosofía: San Agustín fué platónico, Santo Tomás de Aquino pre firió a Aristóteles, Boasuet fué cartesiano. La doctrina cristiana se acomodaba perfectamente a la nueva filosofía, y muchas personas profundamente religio sas siguen y admiran a Descartes y a Locke; son cristianos “ ilustrados” que asocian las verdades de la ciencia a las verdades cristianas. £1 jesuíta Buffier, profesor en el Colegio Luis el Grande, enseña las doctrinas de Locke; los franciscanos y los filipenses intentan introducir en Portugal a Bacon y a Newton y procuran acostumbrar a sus alumnos a la crítica, al juicio personal; el padre Konarski reforma los programas de la Universidad polaca: los autores que aconseja son Bacon, Gassendi, Descartes y Locke, Los apologistas luchan con las mismas armas que los Filósofos, ¿La razón? La Iglesia siempre la ha amado: no debemos seguir a ciegas la palabra de los maestros; un examen racional debe ser condición previa de la creencia, que no puede proceder de una im posición; la única religión verdadera es la que es libre y voluntaría. Es, pues, necesario tener tolerancia, dulzura y persuasión. Es cierto que la razón es nuestra m ejor herramienta, pero tiene sus límites: hay un terreno en el que no tiene eficacia, según han reconocido los mismos Filó sofos, Además, Dios nos ha revelado ciertas verdades que de otro m odo nos habrían resultado inaccesibles. Por consiguiente, creer en los misterios no va contra la razón, sino que la misma razón lo aconseja. ¿ Y la crítica histórica? Demuestra la veracidad de la Sagrada Escritura: los milagros, anunciados por testigos oculares o contemporáneos acerca de los cuales todo indica que eran sinceros y veraces, y que afectan a hechos justificados por otros posteriores, y que íucIubo quienes están interesados en negar reconocen, tienen una reali dad incontrovertible. Es cierto que contradicen las leyes de la naturaleza; pero esta contradicción solamente lo es para nuestras mentes, débiles, mas no para la inteligencia divina que es capaz de ver la relación que existe entre to das las cosas y que puede fundir en una sola unidad todo lo que para nos otros son discrepancias. ¿ Y la igualdad de derechos? ¿ Y la utilidad social? Es la doctrina misma de Jesucristo. Los hombres, hijos de Dios y hermanos de Cristo, tienen idéntica naturaleza: aunque sus cargos sean desiguales, ellos si guen siendo iguales. Sos príncipes sólo deben tomar en consideración el bien estar del Estado, atenerse en todo a la ley divina que prohíbe hacer el mal, ordena contribuir al bien de todos, incluso de los enemigos, de hacer por los demás hombres todo lo que quisiéramos que ellos hicieran por nosotros. El m ejor remedio contra los sufrimientos sociales es el ardiente amor de los hom bres, unos hacia otros: la caridad. La religión es amor y no beatería. El abate Genovesi, profesor de la Universidad de Nápoles, concluye: “ Adoro el EvanT. — H. G. 0. —V
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gelio, cuya sustancia es amor. ¡Cuán dulce es esta palabra: amor! ¡Qué feliz sería nuestra vida sí fuera la única que reinara!” Así, el amor unió a millones de seres a la Iglesia mediante lazos que ningún intento fue capaz de destruir. Las diversas Iglesias protestantes, en especial los anglicanos y luteranos (por ejem plo, en el norte de Alemania y en Suecia), se veían afligidas por males semejantes a loe de la Iglesia Católica: sojuzgamiento por el Estado, deficien te reclutamiento e incompleta formación del clero (excepto en algunas regio nes calvinistas, como Escocia y Ginebra), tibieza de la fe, tendencia general al racionalismo, al deísmo, a la religión y a la moral “ naturales” , Pero entre los mismos protestantes surgieron movimientos de renovación más violentos o, al menos, más manifiestos que entre los católicos, a causa del germen de indepen dencia que encierra el protestantismo: la Biblia es la única fuente de toda ver dad; todos los individuos que la leen, iluminados por el Espíritu Santo, la comprenden perfectamente y pueden jnzgar con acierto si Iglesia y Estado es tán de acuerdo con ella; ni la Iglesia ni el Estado pneden imponer nada que vaya contra la Escritura. De ello procede la cantidad y la actividad de los di sidentes, que desean una “renovación” de la vida religiosa y un regreso a la esencia del protestantismo: la doctrina de la “ salvación por la fe” . El hombre, maculado por el pecado original, sólo puede salvarse mediante la fe en Cristo, cuyas consecuencias son: vida interior por amor hacia el Dios vivo, plegaria y meditación, conformidad con los actos del Evangelio. A esta categoría perte necen los pietistas de Alemania, de Suecia y de Dinamarca; los Hermanos Moravos que, desde Bohemia, se habían esparcido por el centro de Europa e incluso habían llegado a los países anglosajones; los Evangelistas, que actúan en el seno de la Iglesia anglicana; los Metodistas ingleses, fundados en 1738 por Wesley, separados definitivamente de la Iglesia anglicana en 1791, y que desde entonces forman una Iglesia separada que recluta por si misma sus miem bros, teniendo únicamente en cuenta la vocación individual; los Puritanos de Inglaterra y de América, que llegan hasta la predestinación. En los países an glosajones, que se están industrializando, estos fervientes cristianos predican a los obreros la alegría de la vida interior y de la resignación, mientras que a los patronos les predican la fraternidad cristiana; son ellos quienes dan origen a un generoso movimiento filantrópico, que exige, por boca de Sharp y Wílberforce, la solución del problema obrero, la abolición de la trata de negros y de la esclavitud. , . Hubo también otras formas de sentimiento que produjeron terribles enemigos de la filosofía de las luces. Gracias a su razón sin piedad y a su crítica destructiva, a sn moral prudente y calculadora, fundada siempre en última instancia en un egoísmo bien entendido, esta Filo sofía tema algo de limitado, de estrecho, de seco, que en Gondiliac, Helvétíns y
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d’Holbach, llegaba hasta lo descamado y esquelético. Focas satisfacciones daba a las necesidades del corazón, de la sensibilidad y de la imaginación, aunque, al mismo tiempo, las excitaba y les daba libre curso. Los Filósofos sostenían que todas las pasiones eran buenas y que eran el motor de cualquier actividad; eran legítimas la satisfacción de la sensibilidad, la libertad de que cada cual juzgue por sí mismo y obre según sus juicios. Por otra parte, sus incoherencias eran com o el aguijón que incitaba a rechazar su doctrina y a que cada uno si guiera su propio parecer. Hablaban de la naturaleza com o si se tratara de una mujer, pero no estaban de acuerdo acerca de ella: para unos era una madre dedicada a subvenir a las necesidades de sus h ijos; otros la consideraban como una princesa lejana, que desdeña profundamente a los individuos y que sólo se preocupa de la especie, o bien com o una esfinge enigmática que no se ocu pa de nada y que seguía silenciosamente su vida inexorable. Desde luego, todo esto sólo eran metáforas, figuras estilísticas, que se tomaban com o expli caciones primarias, una escolástica decadente. Pretendían atenerse a las leyes de la naturaleza, pero cada cual establecía sus propias leyes. Aunque todos es tos Filósofos tengan numerosos rasgos comunes, rasgos que constituyen la “ Fi losofía de las Luces” , a pesar de ello resulta que todos se contradicen en nu merosos puntos e incluso se contradicen a sí mismos: están emparentados, pero son diferentes. Esto explica que naciera un movimiento para arrumbar todas estas palabras, para poder seguir nuevos caminos, cada hombre guiado por su propio corazón. Entre los numerosos escritores individualistas, apasionados y ^URoi^seau° sentimentales, que sólo atienden a su propia sensibilidad pero que al mismo tiempo están enamorados de la razón, que parten de sus sentimientos para deducir, mediante una lógica implacable, todo un siste ma y para imponer al mundo este producto de su Yo, el más célebre de todos estos románticos y maestro de sus sucesores, fué Juan J acobo Rousseau (17121778). Natural de Ginebra e hijo de un relojero, siempre vagabundo y muy a menudo parásito de los grandes, tímido y, por consiguiente, orgulloso, dota do de una sensibilidad enfermiza basta el extremo de que se desbacía en lá grimas ante cualquier impresión algo fuerte, asistido por una imaginación alo cada, Rousseau sufrió tanto en sus relaciones con los hombres, en especial con los grandes, con las reglas, con las conveniencias y con las obligaciones que impone la sociedad, que se complacía, en plena naturaleza, en gozar de sí mismo, de sus sensaciones y de las novelas que sin cesar iba forjando en su cerebro, en las cuales construía a su antojo mundos especialmente hechos para él. Pero, en 1750, halló su camino: la Academia de Dijon abrió un concurso para premiar un trabajo sobre el tema “ El restablecimiento de las ciencias y de las artes, ¿ha contribuido a depurar las costumbres?” Animado por la
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aprobación de Diderot, cuyas sugestiones le ayudaron, Rousseau desarrolló el teína y ganó el premio, el 23 de agosto de 1750. Adoptó la posición contraria a los Filósofos: “ Nuestras almas se han ido corrompiendo a medida que las artes y las ciencias avanzaban hacia la perfección.” £1 mismo se contradice: “ Las ciencias y las artes deben su origen a nuestros vicios” ; los verdaderos sa bios son quienes deben dirigir el Estado. Pero esto no importa: las ciencias y las artes nos hacen perder el tiempo, nos debilitan mediante el lu jo, corrom pen el gusto, matan las virtudes militares; la imprenta es una plaga; los Filó sofos forman una pandilla de charlatanes. Este ataque contra los ídolos significó “ una especie de terror” . Yoltaire, d’Alembert y el rey de Polonia Estanislao Leczinski hablaron de ello. T odo eso porque el tópico era tratado por un hom bre que había profundizado en la Biblia, que estaba formado por los grandes lógicos del siglo xvti: Descartes, Port-Royal y Malebranche, y animado por to dos los sufrimientos que había soportado, por los odios acumulados. Esto explica que las frases fueran tensas, oratorias, vibrantes, fuertes y rítmicas, opuestas al estilo breve y fino de la época, y por ello, que las frases arraigaran y se im pusieran. Rousseau fné reconocido com o autor; a partir de entonces y cada vez más, se fué apartando de los Filósofos. En 1754 publicó su Discurso acerca d el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hom bres. En él, com o era frecuente en su época, traza el retrato del buen salvaje en estado natural, en estado de gracia: robusto y ágil, solitario, instintivo, completamente feliz. “ El estado de reflexión es un estado antinatural... el hombre que medita es un animal depravado.” Pero el hom bre tiene la malhadada facultad de perfeccionarse. Desde luego, los años esté riles, los inviernos largos y los veranos calurosos, las inundaciones y los terre motos le obligan a asociarse con otros individuos y a formar, primeramente, bandas de cazadores y, más tarde, de pastores. De estaB agrupaciones nacen los celos, la discordia, la vanidad, el desdén. E l azar hace que se descubra el hierro, condición indispensable de la agricultura. Los hombres, convertidos ya en culti vadores, deben repartirse las tierras e instituir la propiedad individual: a par tir de entonces todo se ha perdido, el pecado original queda consumado, vamos “ hacia la decadencia de la especie” . La propiedad da origen a la desigualdad, a la competencia y a la rivalidad, al orgullo y a la avaricia, a la envidia, a la maldad, a las luchas de clases, a las guerras. Resulta imperioso elegir un je fe ; el jefe se convierte en tirano. Todos los males se ciernen sobre la humanidad. De este m odo, el discurso es una solución para el problema del mal. “ Los hom bres son malos... a pesar de que el hombre es naturalmente bueno...; por con siguiente, ¿qué puede haberlo depravado hasta este extremo si no son los cam bios que han ocurrido en su constitución, los progresos que ha realizado, los conocimientos que ha adquirido?” Su Discurso fué, después de La Nueva Eloísa,
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la obra más leída de Rousseau. Abunda en las bibliotecas mucho más que el Contrato social; propagó más que cualquier otra obra el culto a la igualdad. Entonces, Rousseau trata “ de hallar de nuevo en la depravación social un estado de inocencia y de pureza” (1). A partir de entonces, el hombre ya no puede prescindir de la ayuda de sus congéneres. Pero el estado social no es natural, sino que se basa en acuerdos. P or consiguiente, es necesario establecer una forma de acuerdo en que las ventajas del estado social vayan unidas a las del estado natural. Éste es el ob jetivo del Contrato social (1762); bailar un tipo de asociación que les conser ve a los individuos la igualdad y la libertad que por naturaleza tenían; y del E m ilio (1762): hallar un sistema de educación que le permita al hombre guardar en la sociedad su bondad natural, la inocencia y las virtudes del estado natural. El preceptor de Emilio le aísla de la sociedad para educarle m ejor, para hacerle vivir según la naturaleza, para utilizar su inclinación a ir tras lo que nos es agradable y huir de lo demás. Luego, la educación será negativa. A l alumno no debe enseñársele nada, sino que debe ser sometido directamente a la lección de las cosas, para que aprenda por sí mismo qué debe buscar y qué debe evitar. Si rom pió el cristal de su habitación, debería atenerse a las con secuencias: padecer frío. Que no quiere hacer nada, que no haga nada, pero se aburrirá. Claro está que las cosas podrían enseñarle lo que no queremos o podrían no proporcionarle las lecciones deseadas. Es preciso provocarlas o disfrazarlas: el preceptor finge perderse para que Emilio pueda captar cuál es la utilidad de la astronomía; fragua una conjuración con los habitantes de un pueblo próximo para que las insinuaciones malévolas le aparten de salir solo. En caso de que pudiera ofenderse debe decírsele “ no” , sin más explicaciones. De este modo, educado en un ambiente de sinceridad y de libertad, muy distinto del de la educación corriente, Emilio conservará las virtudes innatas del hombre. Cuando Emilio alcance los veinte años de edad, su preceptor le revelará las verdades de la religión. Se trata de esa P rofesión de fe que Rousseau, pro testante convertido al catolicismo y luego relapso, confía a un sacerdote cató lico, a su vicario saboyana. Fluctuando entre las contradictorias opiniones de los Filósofos, se decide a consultar su “ luz interior” , dispuesto a aceptar to das aquellas verdades “ a las cuales, en la sinceridad de mi corazón, no podría negar m i consentimiento” . Un corazón sincero y sentimientos puros son con dición de lo verdadero, anteriores a la razón. Se da cuenta de que es un Ber que piensa, con ideas que su mente elabora con m otivo de las sensaciones, pero que no proceden de las sensaciones; posee una facultad de juicio que es ante*1 (1)
Bréhíer.
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ñ o r a las sensaciones; no es “ un ser sensitivo y pasivo, sino un ser activo e in teligente” , contra Locke y su escuela. A su alrededor todo es materia inerte y, sin embargo, en ordenado movimiento. Abora bien, “ si la materia movida su pone una voluntad, la materia movida según leyes determinadas me indica una inteligencia” . Y así llega a la snprema inteligencia, Dios. El Hombre, ser inte ligente, que difiere profundamente de los animales, es el rey de la Tierra, a pesar de lo que digan los Filósofos; pero el mal existe, aunque Dios nada tie ne que ver con ello. Le ha dado al hombre superioridad y libertad. El hom bre libre pone desorden en la naturaleza y crea el mal. Sea justo, y será feliz. La necesidad de reparar las injusticias demuestra la inmortalidad del alma, las sanciones y las recompensas que vienen después de la muerte. Las reglas de la moral están grabadas en el fondo del corazón: “ Todo lo que yo veo que está bien, bien está; todo lo que siento que es malo, es m alo; la conciencia es el m ejor de todos los casuistas.,. La razón nos engaña demasiado a menu do... mas la conciencia nunca engaña... Por consiguiente, en el fondo de nues tras almas, hay un principio innato de justicia y de virtud.” Todo esto, carácter excepcional del hombre en la naturaleza, ideas innatas, repliegue sobre sí mismo para hallar en sí la verdad, en el silencio de las pa siones y apartado del mundo, se opone por completo a la Filosofía de las Luces, sería el desquite perfecto de Descartes sobre Locke, si verdaderamente todo estuviera fundado en la razón y no en el sentimiento. Los hombres buenos y sensibles se asociarán, establecerán un “ contrato social” , con el fin de conservar la libertad. “ El hombre nació libre, mas por todas partes está encadenado... Si renunciara a su libertad, esto significaría re nunciar a su cualidad de hom bre, a los derechos de la humanidad, incluso a sus deberes... Esta renuncia es incompatible con la naturaleza del hombre.” La m ejor manera de conciliar la autoridad y la libertad, es “ el total abandono, con todos sus derechos, de cada asociado a la comunidad. Cuando cada uno se entrega a todos no se entrega a nadie y al no adquirir de ningún aso ciado los mismos derechos que le cedemos sobre nosotros mismos, ganamos el equivalente de todo lo que perdemos, y adquirimos mayor fuerza para conser var lo que tenemos” . La voluntad general crea la ley; esa voluntad general no es ni la voluntad de un Bolo individuo ni la de una Asamblea de representantes, ni la suma de las voluntades particulares ni la decisión de la mayoría. Cada in dividuo tiene su voluntad particular, voluntad qne está movida por los instintos y por las pasiones del momento; una voluntad profunda, “ acto puro del enten dimiento que razona, silentes laB pasiones, acerca de lo que el hombre puede exigir a sus semejantes y acerca de lo que éstos pueden exigirle a él” . Esta voluntad es igual en todos los individuos; es infalible: es la voluntad general que dimana de la conciencia individual pero que se ha separado de ella gra-
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cías a la serenidad y la reflexión solitaria, alejada de los partidos, de los gru pos, de las juntas y de las facciones. No es necesaria ninguna asociación, ninguna corporación ni partido, sino tan sólo un montón de individuos, “ pues de no ser asi podría decirse que no hay tantos votantes com o hombres sino com o asociaciones1*. La ley, expresión de la volnntad general, es todopoderosa. “ En relación con sns miembros, el Estado es dneño de sns bienes en virtud del Contrato Bocial... Los poseedores se consideran depositarios del bien público.” El Es tado es quien debe decidir cuánta libertad debe darle a cada individuo; tiene derecho a imponer una religión civil, necesaria para la sociedad; puede des terrar a quienes no crean en ella, condenar a muerte a quienes, después de haberla aceptado, “ se portan com o si no creyeran en ella” , lo cual es una puer ta abierta a la arbitrariedad. Pero como, a pesar de todo, en la práctica resultaría necesario decidirse por mayoría, el Contrato social nos llevaría a un régimen en el que la mayoría oprimiría a la minoría. El mismo Rousseau, en sus libros y en su correspondencia, señaló el escaso alcance práctico que podría tener su obra, A una señora le aconseja sin rodeos que interne a su h ijo indisciplinable en un pensionado; a un abate le dice: “ Si es cierto que ha adoptado usted el plan que intenté trazar en el Em ilio, le con fieso que admiro su valor.” El Contrato social “ sólo puede ser útil para pe queños Estados, como Ginebra, Berna, Córcega” ; “ un gobierno tan perfecto no les conviene a los hombres” . En una carta dirigida a Mirabeau, compara el problema social “ al de la cuadratura del círculo en geometría” . Sin embargo, el publico no prestó atención a sus reservas, la mayoría de las cuales desconocía. Rousseau se convirtió en dios. Cambió la moda y las cos tumbres. Las damas se hacían traer a sus hijos a los palcos de la Ópera para amamantarles ante los aplausos del público, y todo porque Rousseau aconse jaba la lactancia materna. Las jovencitas se dedicaron a Herborizar porque Rousseau amaba la botánica. Inspirado por el mismo sentimiento, Morelly, en su Código d e la natu raleza (1755) postula un regreso a la naturaleza, la cual le enseña al hombre la comunidad de bienes. La propiedad es la madre de todos los crímenes. El comunismo será el regreso a la edad de oro. Un discípulo de Rousseau, el aba te Mably, escribe en su Legislación (1773): “ ¿Sabéis cuál es la fuente princi pal de todas las desgracias que afligen a la humanidad? Es la propiedad.” Y aconseja “ esta feliz comunidad de bienes” , un comunismo agrario que anu laría las pasiones egoístas y baria florecer los instintos sociales. En su novela de los tiempos venideros, París en el año 2440, Mercier intenta reducir la desigualdad mediante casamientos forzosos entre ricos y pobres; y Brissot de
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WarviUe, futuro miembro de la Legislativa y de la Convención, lanza la fór mula de Proudhon: “ La propiedad es el robo.” ^ ^ Pero el discípulo más destacado de Rousseau fué Kant. La Profesión de fe d el vicario saboyano ha inspirado, casi tanto com o Hume, su Critica de la razón pura. También le ha sugerido su Critica d e la razón práctica, eu moral, su religión, sn política. A l analizar las morales para, siguiendo el método de Newton, remontarse a sus principios, Kant descubre que todas conceden un valor absoluto a la “ bue na voluntad” . La “ buena voluntad” es la voluntad de cumplir con nuestro de ber, que procede de lo más íntimo de nuestro ser, que es com o una tendencia de nuestra naturaleza íntima, un principio innato, tal como opinaba Rousseau. Un deber queda cumplido cuando el acto ba sido realizado con la intención de cumplir con nuestro deber y cuando en nuestra conciencia consideramos ha berlo hecho por deber. Poco importa la naturaleza del acto, quizá nos ha yamos equivocado; el valor del acto no deriva del conocimiento sino del sentimiento que tenemos acerca de su valor y del juicio que acerca de él formu lamos: matar por deber, afligidos por el dolor y la angustia, a nuestro anciano padre, para suprimir una boca inútil en época de carestía, es un error; pero el acto es moralmente bueno. Ayudar al hombre desafortunado para ganar su agradecimiento es un efecto del egoísmo: según la moral, tal acto no es m o ralmente bueno. El deber es algo absoluto, independiente de las circunstancias: “ Obra con forme a una regla tal que puedas querer al mismo tiempo que se convierta en ley universal.” Es el imperativo categórico, la ley moral. La razón es la qne descubre la ley moral, separando lo absoluto y lo universal de todos los moti vos de la sensibilidad. El sentimiento nos da el impulso, crea la “ buena vo luntad” ; pero es la razón la que nos indica el camino. La razón es la facultad que caracteriza al hombre. P or consiguiente, el individuo debe respetar la ra zón y la libertad tanto en él com o en los demás seres: “ Obra de tal modo que te valgas de la humanidad, tanto en tu persona com o en la de otro, siempre com o fin, pero nunca com o un simple m edio." Pero el hom bre posee sensibilidad, a la cual debe satisfacer; debe ser fe liz. Ahora bien, cuando obedece a la ley moral muy a menudo es desgraciado. De donde se deduce que es probable la existencia de un alma inmortal y que puede existir un D íob que le otorgará la felicidad según sus méritos. Dios es el legislador al que debemos respetar; el acto m oral es, al fin y al cabo, el acto agradable a Dios; la religión es la firme voluntad de cumplir con nuestros de beres para agradar a Dios. Dios es el postulado de la razón práctica. La Iglesia es el conjunto de hombres de buena voluntad. Las diferentes Iglesias son aproxi maciones de esta Iglesia universal.
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El derecho debe esforzarse en satisfacer las necesidades del hombre así com o sus características de ser Ubre y razonable. Está obligado a respetar las máximas: “ Obra de tal m odo qne tomes la humanidad com o fin pero nunca com o m edio” y “ Obra exteriormente de tal manera que el libre uso de tu vo luntad pueda coexistir con la libertad de cada individuo según una ley gene ral.” Estas máximas garantizan la presión que el Estado, órgano del derecho, ejerce sobre el individuo; el derecho del individuo de resistirse al Estado; el derecho de propiedad que asigna a cada individuo la esfera en que puede ejer cer su libertad. T odo esto supone el régimen republicano. Cuando todas las naciones hayan adoptado la constitución republicana, habrá llegado el momento de crear una Sociedad de Naciones, un derecho internacional, y de asegurar la paz perpetua. De este m odo, con su idea de los principios absolutos, independientes del tiempo, del lugar y de las circunstancias, Kant se oponía a Montesquieu y a los Filósofos; y, además, se oponía a los Filósofos con su moral derivada del co razón iluminado por la razón, y no de los sentidos guiados por la razón. A l mismo tiempo, los exégetas bíblicos alemanes habían empezado a es tudiar de nuevo a Spinoza. Su panteísmo, su concepto de un Dios en perpetno devenir que se manifiesta a través de toda la naturaleza, inspiró a Lessing y a Herder. Según Lessing, lo qne los hombree denominan verdad no es sino la sucesión de formas pasajeras de una verdad que se descubre en su progreso. Según Herder, nuestra vida es una pulsación en la vida del gran T od o; la his toria de la humanidad es la sucesión de intentos por medio de los cuales la naturaleza se va aproximando constantemente, mediante una transformación gradual, al tipo perfecto. La capacidad para realizar este trabajo no nos la proporciona la razón, sino una intuición inmediata. Los Filósofos, que creían ha ber llegado a una verdad definitiva gracias a la razón, se veían, también en eso, atacados por un pensamiento que habría de ejercer gran influencia en la época siguiente. A l mismo tiempo se formaba una francmasonería de iluminados y de mís ticos, hostil a los enciclopedistas, a los que cubrían de injurias. Una ola de misti cismo, nacida en Alemania, Suiza y Suecia, llegó al este de Francia y a París. Estos francmasones místicos son de inspiración cristiana y, apartados de cual quier Iglesia, intentan regenerar sus almas mediante contacto con lo divino para vivir según el Evangelio; pero se dedican al espiritismo y al magnetismo, a la alquimia y a la magia, prácticas reprobadas por las Iglesias cristianas. Los pro fetas de este movimiento son el sueco Swedenborg, que mantiene conversación con los difuntos y descubre los “ Arcanos celeste»” y las “ Maravillas del Cielo y del Infierno"; el suizo Lavater, que espera conseguir mediante la fe un poder sobrenatural y que cree que por mediación del magnetismo entrará en contacto
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con Dios; su ca6a de Zurích es, en 1789, un lagar de peregrinación europeo; el francés Saint-Martin, el “ Filósofo desconocido” , adversario de la ciencia porque el hombre es incapaz de inventar nada, únicamente volver a recordar, y tiene la obligación de apresurar el advenimiento de un reino de Cristo con meditación y plegarias (A cerca de los errores y de la verdad, 1775). En Alemania se fundan órdenes místicas: la Orden de la Observancia Estricta, que conquista príncipes, princesas y grandes señores; las Rosa-Cruz, a las que pertenece el nuevo rey de Pru9Ía, Federico Guillermo II, y uno de cuyos sectarios, que era médico general del ejército prusiano, quiso capturar las estrellas fugaces para destilar la resina de esta materia elemental. En Lyon y en Chambéry, en Estrasburgo y en Grenoble, se fundan logias místicas. Todos estos místicos están relacionados entre sí. Pero junto a los apóstoles hay también charlatanes que obtienen un gran éxito. Cagliostro, que evoca a los espíritus en París, y funda en Lyon la logia de la “ Sabiduría triunfante” , cuyos adeptos caen en éxtasis ante Moisés y Elias, que se les aparecen; el médico vienes Mesmer, que pretende curar todas las en fermedades con su “ varita mágica” . Pululan por doquier hipnotizadores, so námbulos e iluminados. En medio de una densa niebla mental algunos indivi duos ceden a tendencias confusas; muchos creen hallarse ante una Revolución que abre el dominio del más allá y que va a iniciar la regeneración de la humanidad. De este modo, al acabar el siglo, la Filosofía de las Luces, combatida en to das partes, retrocedía progresivamente. Una nueva era iba a comenzar.
Libro II
LA REVOLUCIÓN TÉCNICA Europa, la técnica progreaa con tal rapidez que puede hablarse de revo lución. Europa se adelanta decididamente, gracias al material y a la orga nización, a las demás partes del mundo. La mayoría de los inventos son obra de hábiles obreros o de aficionados impulsados por necesidades sociales, desequilibrios económicos, crisis de distinto tipo. Pero poco a poco se van uti lizando los datos científicos y los sabios estudian problemas de aplicación: du rante la primera mitad del siglo, la marina primero y luego el ejército; en la segunda mitad, la industria, son los beneficiarios del movimiento científico. A fi nes de siglo, la técnica se ha convertido verdaderamente en el conjunto de apli caciones de la ciencia a la práctica. Sin embargo, la ciencia y el espíritu científico nunca estuvieron ausentes en ios descubrimientos: el menos culto de los inventores de máquinas utiliza algunas nociones de aritmética y de geometría, los primeros elementos de mecá nica, y en sn trabajo adopta, de manera más o menos consciente, los métodos del juicio personal, de la observación y de la experiencia, así como la doctrina del mecanicismo universal. Como en todos los sectores del mundo ha habido crisis, la proliferación de inventos en Europa tiene por causa el espíritu del si glo, del cual forma parte el espíritu científico: creencia en la felicidad que es posible alcanzar en este mundo merced a la satisfacción de los sentidos, en el progreso material, causa de que muchas de las mejores mentes se aparten de las especulaciones teológicas y de las meditaciones religiosas y se inclinen hacia lo práctico y lo útil; persuasión cartesiana, que se difunde y anima los esfuerzos in dividuales, de que cada uno, valiéndose simplemente del sentido común, pue de hallar lo que escapó a sus “ bastos antepasados” ; de que quien no se ba educado en los colegios ni en las universidades posee una mente mejor, porque no está dominada por los “ prejuicios de la escuela” , y de que el hombre es ca paz de triunfar con sus propias fuerzas; desconfianza hacia los libros, en espe cial los antiguos, y un placer de examinar directamente las cosas; tendencia, in n
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crementada por el cartesianismo y por los estudios clásicos, a remontar, en todos los terrenos, desde los hechos a principios evidentes y a sacar conse cuencias rigurosas en un orden insobornable que Be da en los hechos. La ne cesidad de claridad y de orden ha desempeñado un importante papel en ciertos progresos técnicos. ¡Con qué desdén el artillero Ducondray anatematiza la an tigua anarquía del material de artillería, “ este horrible abuso que sólo podía considerarse com o continuación de la antigua barbarie de nuestros padres” ! ; ¡con qué desprecio sonriente trata Surlaville del antiguo desorden de la ca ballería: “ tal confusión debe algo a los bárbaros” ! £1 conjunto de los adelantos técnicos proceden de la difusión de la nueva mentalidad.
CAPÍTULO
p r im e r o
LA TÉCNICA MILITAR primer lagar estudiaremos la técnica militar, porque los contemporáneos le concedieron mucha mayor atención que a las demás. Es sabido que había en Europa noblezas, cuyo origen se remontaba a las noblezas militares de la Edad Media, y para quienes el ejercicio de las armas era la profesión noble por excelencia; pero la atención que le prestaban era también manifestación de una necesidad permanente: el Estado que no posee un ejército poderoso des aparece muy pronto; sólo el arte militar puede garantizar a los pueblos la existencia, la independencia y la seguridad, bienes fundamentales sin los cuales no pueden existir otros. La primera libertad es la libertad del Estado; cuando ésta se ve amenazada, la libertad de los ciudadanos es pura ilusión. El fusil Historia de la técnica militar durante el siglo xvm consiste en el estudio de los ‘ ‘sucesivos adelantos realizados en el orden táctico para llegar a un m ejor empleo del fusil y de la artillería de tiro rasante” . El fusil había sido inventado en el siglo anterior. Utilizado a partir de 1689 en Alemania, y oficialmente en Francia desde 1699, destronó por completo al mos quete en 1715, y, gracias a la bayoneta adaptable, que lo completaba, fué cau sa de la desaparición de los piqueros. Su alcance no era mucho mayor que el del mosquete: 300 pasos a lo sumo, aunque el alcance útil era sólo de 180 pasos; pero era mucho más ligero y manejable, y gracias al Btstema de disparo m e diante un percutor provisto de sílex, no resultaba peligroso para quienes es taban cerca y permitía que los soldados dispararan estando muy próximos unos a otros. Finalmente, se cargaba con mucha mayor rapidez. En 1715 se podía ya hacer un disparo por minuto; pero en 1740, al adoptarse la baqueta de hierro, más sólida que la antigua baqueta de madera, resultó posible introducir la pólvora, la estopa y la bala en el cañón con menos precauciones, con lo cual se ganaba tiem po; la velocidad de disparo aumentó a dos o tres tiros por minuto, y, finalmente, en 1744, al adoptarse el cartucho, el soldado pudo casi siempre hacer tres disparos por minuto. El cañón liso artillería estaba constituida por cañones de bronce, de alma lisa, que se cargaban por la boca, de calibre 4, 8, 12, 16, 24 y 33 (1), para el tiro rasante; y de morteros y obuses para el tiro indirecto, necesario para disparar contra tropas atrincheradas tras un parapeto o en una1 n
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(1)
N o se trata d el diámetro del cañón, sino del peso del proyectil: 4 libras, 33 libras.
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depresión. Las piezas de 4 solían hacer tres disparos por minuto, y nno o dos las de otros calibres; los proyectiles eran balas redondas o alargadas, macizas o huecas, y cápsulas de hojalata que se abrían en el aire y que dejaban caer sobre el enemigo la metralla que conteman. Con balas el alcance era de 600 a 1.800 metros, según los calibres; con metralla, de 150 a 600 metros. Una bala de 4 podía atravesar a seis u ocho hombres colocados a una distancia de tres cientos pasos. Los artilleros aumentaban el efecto de la bala haciéndola rebo tar contra el suelo, lo cual se lograba dando a las piezas determinada inclina ción; la bala podía rebotar cinco o seis veces a través de las filas de la infantería y cansar así grandes estragos. Pero esta artillería era mny imprecisa: se apar taba del blanco basta nn sexto del alcance; según los calibres y las distancias, el proyectil podía caer de 50 a 150 metros o delante o detrás del blanco; y sobre todo, era muy pesada: el cañón de 4 pesaba 650 kilos; el de 33, 3.085 kilos, por lo cual se precisaban animales mny fuertes para arrastrarlos. Una vez empla zada la artillería — las piezas ligeras y las de mediano calibre se colocaban en fila en el frente, y las de grueso calibre en batería en los flancos, para poder cruzar el fuego en el frente ya no se movía, salvo contadas excepciones. No podía acompañar a la infantería en sus avances y dejaba de apoyarla precisa mente en el momento en que más necesario habría sido su fuego; en caso de retirada, no podía seguir y era capturada por el enemigo. A partir de entonces, el soldado de infantería es el dueño del La campo de batalla: su bala atraviesa las armaduras y mantiene la i Zl v , .. a i » 1 * caballería a bastante distancia para que las tropas tengan tiempo de hacer frente a un repentino ataqne lateral; posee la movilidad de la cual care ce nna artillería sujeta al terreno a consecuencia de su peso; tanto la caballería como la artillería trabajan para la infantería, son auxiliares de ésta. La infan tería es la reina de las batallas. Desde luego, a partir del año 1715, e inclnso an tes, la nueva arma, el fusil, habría podido revolucionar el arte bélico; pero fné preciso casi un siglo para sacar consecuencias del nuevo invento, y fué Napoleón Bonaparte quien puso fin a la evolución iniciada. En 1715, el ejército se colocaba en el campo de batalla dispuesto a comba tir a fuego. La rapidez del tiro con fusil había llamado la atención de los gene rales, cuyo objetivo consistía en colocar delante de la infantería una cortina de fuego con lo cual se conseguía detener al enemigo en la defensiva, o desba ratar un tiro y permitir el avance en la ofensiva. La infantería debe disparar por descargas, todos loe soldados al mismo tiempo, a la voz de mando, casi sin apuntar; lo importante no era la precisión sino la rapidez del tiro, la cor tina de fuego. Por consiguiente, los generales disponían la infantería en el cam po de batalla en largas líneas paralelas frente al enemigo. Lo único que ocurre es que conservaron disposiciones qne sólo tenían su razón de ser con otras armas.
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A l igual que se hacía en la época del mosquete, colocaban los hombres a cuatro o cinco pasos de distancia unos de otros, en seis filas de profundidad, para que cada fila pudiera ir cargando las armas mientras las demás disparaban sin inte' rrupción; pero todo esto ya no era necesario dada la seguridad y la rapidez de los disparos de fusil. Se empeñaron en mantener un ejército bien alineado, del mismo m odo que en la época del arma blanca, en la que la eficacia del choque residía en que toda la línea cargara la línea enemiga al mismo tiempo. La in versión siguió proscrita: los soldados acostumbrados a estar a la derecha nunca debían colocarse a la izquierda, ni en primera linea quienes solían estar en la segunda, supervivencia de una época en que era necesario colocar delante los hombres más fuertes, para irrumpir en las líneas enemigas. Las consecuencias eran una gran lentitud para disponer el ejército y alinear los hombres a tanta distancia anos de otros; la necesidad de formar las tropas lejos del enemigo para aproximarse a él en disposición de batalla después de una marcha preestablecí* da a campo traviesa; la imposibilidad de constreñir al enemigo a luchar si éste quería huir, ya que, para conservar la formación soldados tan espaciados, era preciso andar muy lentamente, pararse a menudo y, entre tanto, el enemigo po día marchar en columna a la velocidad normal en tropas dé a pie; la imposibili dad de maniobrar en el campo de batalla y la imposibilidad de perseguir, es de cir, la imposibilidad de destruir el ejército enemigo y, por consiguiente, el verse forzado a adoptar la estrategia de los accesorios, o sea: de atacar los almacenes, los arsenales, las vías de comunicación del adversario, las ciudades fortificadas, hasta que el enemigo no pudiera ya ni abastecer ni desplazarse; una guerra len ta, interminable. La primera consecuencia del perfeccionamiento del material fué una exageración de los defectos de los ejércitos antiguos. Las extensas filas de principios del siglo xvm maniobraban con mucha mayor dificultad que los ejércitos de Turena y de Condé. Los primeros perfeccionamientos fueron debidos a los prusianos. prustano° guerra era la industria nacional de Prusia y los mejores talen tos se dedicaban al arte militar. Los principales adelantos tuvie ron efecto durante el reinado de Federico Guillermo I, el “ rey-sargento” (17131740), y fueron, en su mayor parte, obra de un veterano de las guerras de Luis X IV , el príncipe de Anhalt-Dessau. A partir de 1720, el ejército prusiano adopta oficialmente ciertas prácticas espontáneas aplicadas por oficiales y sol dados en el mismo campo de batalla durante los últimos años de la guerra de Sucesión española: el orden abierto y el orden cerrado. L qb soldados se dis ponían sólo en tres filas: en la primera de rodillas, en la segunda en pie pero algo inclinados y en la tercera completamente derechos, y las tres filas dispa raban sucesivamente. Esta disposición, que la reducción de los efectivos des pués de grandes pérdidas hizo preciso adoptar algunas veces con anterioridad
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al año 1715, resultó ser suficiente, a pesar de su poca densidad, gracias al fusil. Hacía posible defender con menor número de soldados un frente muy extenso sin ser desbordado. Las filas se fueron apretando, el intervalo se redujo al tacto de codos, a la distancia entre la rodilla de uno y la espalda del anterior, con lo cual se incrementaba la densidad del fuego. Gracias a ello, resultó más sencillo alinear las tropas y hacerlas pasar de columnas a filas. La infantería prusiana llegaba en columna al campo de batalla y se exten día a lo largo de la línea, en la cual había de desplegarse paralelamente al fren-----
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E nem igo ^ 1 - — Pruekscnoe
Faso de columna de marcha a linea de batalla
te del enemigo. En la columna, cada compañía, alineada previamente, estaba separada de la anterior por una distancia igual a su frente: era la columna a distancia completa. La columna se paraba, y cada compañía quedaba alineada frente al enemigo con sólo realizar un movimiento de rotación de noventa gra dos alrededor de un eje fijo, es decir: que un ala giraba mientras que el extre mo de la otra estaba inmóvil. El movimiento venía facilitado por el paso ca denciado. Una vez formada la línea de batalla, a cada coronel se le asignaba un punto d e miro, hacia el cual enviaba la bandera, escoltada por un oficial. Las banderas y, por consiguiente, los regimientos mantenían nna formación exacta. E l ata que se realizaba a paso ordinario y no ligero, para no romper las filas, mien tras los soldados iban haciendo descargas a intervalos regalares, la culata apoya da en la cadera para andar más de prisa y evitar, además, magulladuras en el hombro (tiro en jeringa). A l llegar a veinte pasos del enemigo la infantería dis paraba la última descarga y luego le atacaba a la bayoneta, esto si no había huido. El efecto del fuego de la infantería venía corroborado por el empleo de cañones ligeros o cañones suecos, que los infantes podían arrastrar a fuerza de brazos, y que acompañaban a la infantería distribuidos en los intervalos de los batallones. Los cañones de 33, excesivamente pesados, cayeron en desuso. La artillería prusiana utilizaba el alza, el saquete o cartucho de cañón, y en ella se incluía una gran proporción de obuses. La caballería prusiana, formada en grandes escuadrones en dos filaB, fue la primera en adoptar la carga al galope con lo que lograba permanecer durante menos tiempo bajo el fuego del enem igo y aumentar la fuerza del choque. Era lanzada contra los flancos del ad versario cuando éste había quedado debilitado por el fuego. Es decir, que lo
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esencial del combate prusiano es un combate por medio de fuego. Su defensiva era un fuego inmóvil; sn ofensiva, un fuego en marcha. Federico II (1740-1786), que hubo de utilizar el ejército de su padre, co metió al principio el error de confiar únicamente en el arma blanca y de hacer que sus tropas atacaran sin disparar en marcha, para ir más de prisa. En todas las ocasiones sus tropas quedaron detenidas por el fuego del enemigo después de haber sido diezmadas y de haber perdido la mayoría de los oficiales. Por eso, renunció a ello. En 1768, en su Testam ento militar, escribía la Enemigo frase definitiva: “ Las batallas se ganan con la superioridad del fuego.” Tan convencido es taba de esa verdad que hacía Prustaños avanzar la artillería, incluso las piezas grandes, de 16 y de 24, p r u s ia n a s con la vanguardia. Sus tropas ya no quedaban detenidas por los Orden oblicuo pueblos fortificados, cuyas de fensas podían destruir con ayuda del cañón mientras que las infanterías de los demás países se desgastaban contra los parapetos. Su principal contribución a la táctica militar fué un ensayo de sustituir el orden paralelo por el orden oblitm o. En casi todas las batallas que dió, intentó que sus regimientos marcha ran escalonados, es decir: si quería concentrar el esfuerzo en el ala izquierda, colocaba el primer regimiento de la izquierda algo delante del segundo, el se gundo del tercero y así sucesivamente, con lo cual cada regimiento quedaba detrás del anterior, de izquierda a derecha. P or estar las filas apretadas, desde lejos el enemigo no se da buena cuenta de las diferencias de profundidad y es pera al ejército prusiano, com o de costumbre, en un frente paralelo al suyo. De repente, los prusianos se paran y Be alinean rápidamente en nn fren te oblicuo respecto al del adversario. Federico ba colocado previamente sus re servas detrás del ala que ha avanzado, con lo cual tiene mucha más fuerza que el enemigo en dicho punto, puede desbordarlo, envolverlo y revolearlo, mien tras que el adversario nada puede hacer contra el ala débil prusiana rechazada, y no tiene tiempo para cambiar su formación y hacer frente al ataque de flanco. Los prusianos impresionaban por la regularidad de sus descargas y por la rapidez de movimientos. Incluso se llegó a ver columnas prusianas formar en línea sólo en diez minutos. Esta centelleante rapidez era consecuencia de la minuciosidad con que estaban previstos todos los movimientos, y de la paciencia (ayudada por el palo y los cintarazos) con la cual eran adiestrados los sol dados. Los hombres se convertían en autómatas, aptos para realizar sus mo8. — H. G. C. — V
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vimientos habituales a toda velocidad, en cualquier situación. Federico II comparaba los movimientos del ejército prusiano con el de las ruedecillas del reloj mejor montado. De este modo, los prusianos aventajaba^ al adversario en velocidad y conservaban un orden perfecto en las más críticas circunstancias. Federico II, jefe genial, sacó el m ejor partido de este instrumento. Tanto el orden abierto com o las filas cerradas y los fuegos de descar gas fueron muy pronto imitados por los austríacos, por los príncipes alemanes, los de Hannover, los holandeses y los ingleses, cayos reyes eran principes de Hannover, Los franceses utilizaron pronto las filas cerradas, aunque oficial mente no fueron adoptadas basta el año 1750. En resumen, los prusianos hicieron pocas innovaciones. Ejecutaban per fectamente sus movimientos, pero estos movimientos distaban de ser perfectos. No llegaron ni con mucho a sacar del fusil todo el provecho que éste podía dar de sí. El fuego de las descargas rara vez resulta eficaz, a menos de que se dispare a cortísima distancia, porque los soldados se preocupan más de dispa rar al mismo tiempo que sus compañeros que no de matar al enemigo, lo cual, bíu embargo, es lo esencial. “ Es imposible que el soldado afine la puntería si está distraído por la atención que debe prestar a la voz de mando” (Mauricio de Sajonia). La tercera fila de la línea era inútil, y también lo era la alineación rígida, que, además, era difícil de conservar, pues el humo de los cañones ocul taba las banderas. El orden abierto es muy útil cuando el terreno no es ac cidentado. Los prusianos no perfeccionaron casi en nada la artillería. Contra el pa recer de Seydlitz, Federico II se empeñó en que la caballería cargara “ en mu ralla” , formación en la que los jinetes al principio estaban apretados, bota contra bota. Ahora bien, como consecuencia del balanceo del caballo cuando corre al galope, los jinetes necesitaban mucho máB espacio que cuando van al paso. Algunos jinetes, demasiado próximos y levantados de sus sillas, han de salirse de la línea ya sea adelantándose a los otros, ya sea reteniendo a sus monturas, con lo cual la línea pierde parte de su fuerza de choque. Los principales progresos fueron obra en parte de los Los adelantos___ austríacos, pero en su mayoría de los franceses. Los inconvenientes excitaron el mgemo de estos últimos. Los franceses no confiaban en lograr la perfección de disparos y de movimientos del ejército prusiano; creían que estos continuos y minuciosos ejercicios, el prever los más nimios detalles, toda esta paciencia y este mecanismo iban contra “ el temperamento de la nación” . Convencidos de que en este terreno siempre serían derrotados, procuraron compensar sn inferioridad mediante innovaciones tácti cas, y así forjaron el ejército de Napoleón. La guerra de Sucesión de Austria (1740-1748) y la guerra de los Siete Años
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(1756-1763), fueron escuelas de observación y de reflexión de las que salieron numerosas memorias, libros, ordenanzas reales que regulaban los ejercicios de tiro, las maniobras y el combate. Las ordenanzas sólo muy lentamente incorporaron los descubrimientos, ya que los ministros, por estar muy alejados de los campos de batalla, no siempre fueron capaces de distinguir en la gran masa de proyectos presentados las ideas conformes con la realidad. Los prin cipales inventores fueron: Mauricio de Sajonia, el vencedor de Fontenoy, que resumió su experiencia en sus R everles; el mariscal de Broglie, el primero de los jefes de esta guerra de los Siete Años que tan malos recuerdos ha dejado a Francia pero en la que los generales franceses hicieron gala de un espíritu inventivo y de una capacidad de innovación que fueron una de las causas de los fracasos, ya que tanto ellos com o sus subordinados vacilaron demasiado en utilizar procedimientos nuevos que constituyen motivo de gloria; el h ijo del ma yor-general del mariscal de Broglie, el conde de Guibert, que había asistido a las últimas campañas de la guerra de los Siete Años, autor del célebre Ensayo ge neral d e táctica publicado en 1772, que tanta influencia ejerció en Napoleón; y, Analmente, los artilleros Valliére, Gribeauval y el caballero Du Teil. Los mé todos elegidos por todos estos hombres eminentes fueron la observación y la experiencia. “ La experiencia siempre consultada... incluso cuando parece que el razonamiento nos da a conocer las inducciones más seguras.” Todo lo que en la guerra no se había comprobado fue verificado cuidadosamente en las fa mosas maniobras del campo de Yaussieux (1778) para la infantería, en las prue bas de Estrasburgo (1764) y de Maubeuge (1766) para la artillería, y en los ejercicios de Metz (1788) para la caballería. Guibert realizó los primeros cro nometrajes de los fuegos, y se le ocurrió estudiar los gestos y los ritmos para elegir los que habían de producir el m ejor rendimiento. , Muy pronto se dieron cuenta de la dificultad que suponía El orden cerrado , , ,, desplegarse y atacar en linea, y surgió la idea de cargar contra el enemigo antes de que tuviera tiempo de disponerse en orden de ba talla, o bien de cargar entre dos descargas, por consiguiente, a paso ligero y en columna, para evitar el despliegue e ir más de prisa. El movimiento habría de vencer al fuego. El caballero Folard, en sus Nuevos descubrim ientos acerca del arte d e la guerra (1724) aconsejaba la columna y el orden cerrado, pero en la mente de este buen soldado, que tan bien conocía la guerra, ocurrió un fe nómeno cuya constante repetición después de los conflictos parece que casi ba de convertirse en le y : el olvido del fuego. Pretendía que las columnas tuvieran una profundidad de treinta a ciento ochenta filas, que los soldados estuvieran codo a codo y algunos armados de picas, para vencer al enemigo con la fuerza del choque. “ La verdadera fuerza de un cuerpo radica tanto en su espesor y en la extensión de sus filas, en la unión de éstas, en su apretuj amiento, como en
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el de las hileras” . A pesar de la experiencia de las guerras, tuvo discípulos fer vorosos. El marqués de Silva se dedicó a un larguísimo y complicado cálculo, que ocupa seis páginas, para medir la fuerza viva del choque de una columna; y también a pesar de la experiencia que habían aportado las guerras, MesnilDnrand, en 1755, volvía de nuevo a la idea de Folard en su P royecto de un or den táctico francés, sobre el cual insistió de nuevo en 1777. En este momento, los seguidores de Folard seguían empeñados en considerar que la carga al arma blanca era la única que se adaptaba al temperamento francés, y acusaban a Guibert de imitar a los extranjeros, de estar pruBianizado. La III República, antes de 1914, vio cóm o renacían estos conflictos. En realidad, aunque la idea de un ataque en columna y a la bayoneta era acertada, era imposible llevarla a la práctica con la forma de columna que pro ponían Folard y Mesnil-Durand. Las numerosas filas eran inútiles: solamente la primera producía el choque; los soldados de las demás filas no añadían nin guna fuerza, y en los combates al arma blanca sólo estaban ahí para sustituir a loe que han quedado fuera de combate. Una muchedumbre tal quedaría diez mada por el fuego del adversario, los oficiales ya no podrían mandar sus uni dades, las filas se confundirían muy pronto y la tropa quedaría convertida en un rebaño. Finalmente, una columna de este tipo sólo sirve para un movimiento hacia adelante: cualquier maniobra, cualquier retirada, resultan imposibles. Guibert hizo una crítica definitiva; Todas las leyes físicas acerca del movimiento y del choque de los cuerpos quedan redu cidas a quimeras cuando queremos adaptarlas a la táctica, porque, en primer lugar, una tropa no puede compararse a una masa, pues no forma un cuerpo compacto y sin intersti cios; en segundo lugar, cuando el ejército aborda al enemigo sólo los soldados de la pri. mera fila que entran en contacto con él tienen fuerza de choque; los que se hallan detrás de esa fila, al no poderse apretar y unirse con la misma adherencia y presión que los cuer pos físicos, resultan inútiles y no hacen más que sembrar desorden y confusión. En tercer lugar, aunque este supuesto choque pudiera verificarse de manera que todas las filas parti ciparan en el, en una tropa compuesta de individuos que, al menos maquinalmente, calculan y notan el peligro, hay una especie de debilidad y de desunión de voluntades que necesaria mente debe retardar la marcha y la medida del paso. Por consiguiente, es menor la cantidad entera de movimiento, menor el producto de masa y de velocidad, menor el choqne porque el choque exige que una vez movido el cuerpo por la cansa motriz, la velocidad se manten ga hasta el encuentro con el cuerpo con que se choca.
“ Es raro, m ejor dicho no ocurre nunca, que [los cuerpos de infantería] se esperen hasta el extremo de tropezar y de cruzarse las bayonetas.” Si el asal tante no es detenido por el fnego, el asaltado huye antes de verse abordado. La batalla de Dettingen (1743), en la que luchó el rey de La tí dJcreción glaterra Jorge II, al frente de contingentes de alemanes e in gleses, contra los franceses, recordó a todos, y con gran crueldad, la eficacia del fuego. Un oficial francés cuenta: “ La infantería del enemigo
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estaba cerrada 7 formaba como nna muralla de bronce de la cual salía un fuego tan intenso 7 tan continuo que los oficiales más antiguos confiesan que nunca habían visto nada semejante.” Las pérdidas francesas fueron considera bles 7 la desilusión resultó muy amarga para los partidarios del arma blanca. La batalla de Fontenoy (1745), confirmó esas observaciones: las tropas fran cesas que habían recibido a 30 pasos la descarga de los ingleses, emprendieron la buida; la brigada de Aubeterre, más valiente, quedó medio destruida. La conclusión era obvia: lo esencial es el fuego, que tiene ma 7 or importancia que el movimiento. Las descargas mismas resultaban muy eficaces a corta distancia. Pero estas batallas revelaron algo, que otras operaciones confirmaron: cnando la infantería inglesa o la de Hannóver, incluso la prusiana, veía que el enemigo se hallaba muy cerca, loe oficiales eran incapaces de lograr que sus hombres esperaran la voz de mando para disparar. Las descargas perdían su hermosa re gularidad y se convertían en un fuego a discreción. Pero este fuego resultó ser m ucho más mortífero, mucho más eficaz que el fuego de descargas, porque a los soldados sólo les preocupaba apuntar bien para impedir que el enemigo les alcanzara: no tiraban ya a barrer, sino a matar. Los oficiales franceses em pezaron espontáneamente a utilizar el fuego a discreción; Gnibert lo aconse jaba con insistencia. A l fin, la Ordenanza de 1776 introdujo oficialmente el fnego a discreción después de la primera descarga. Los caladores ^ ^ar8° eBtaB guerras, los combatientes se dieron cuenta de lo eficaces que resultaban los disparos de soldados armados ligeramente y desparramados delante de las tropas, es decir, los cazadores. La iniciativa partió de los austríacos, que inundaron los campos de batalla de ti radores croatas. Estos individuos, diseminados por el terreno, ocultos tras setos, riachuelos, árboles aislados y matorrales, o aprovechando las desigualdades del terreno, abrían fnego contra la infantería que avanzaba en línea, afinaban sus disparos, mataban gente, sembraban el desorden en las filas y destruían la mo ral del asaltante, mientras ellos, aprovechándose de las desigualdades del terre no, sufrían muy poco las consecuencias de las descargas de la infantería alinea da, y cuando el enemigo llegaba a tiro de fnsil de sn propia infantería, se retiraban detrás de ésta. Los cazadores hacían fuego sobre los artilleros enemigos y desorganizaban loe disparos de la artillería; diezmaban por el fianco la caba llería del adversario que iba persiguiendo a la suya. Muy pronto, Mauricio de Sajonia vió que podía valerse de su puntería, de sn fu ego de cazador, para detener el avance de nn cuerpo de ejército en línea de batalla, lo que basta entonces sólo se creía posible lograr mediante otro cuerpo de ejército que hi ciera descargas. En Fontenoy, los 1.200 hombres qne formaban el regimiento de Grassin, diseminados en guerrilla por el bosque de Barry, fueron capaces por sí solos de detener el movimiento desbordante de la brigada Ingoldsby. Esto
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ocurría en un terreno accidentado. Pero en Raucoux (1746), Mauricio de Sa jorna desparramó loa regimientos de Grassin y de La Morliére en guerrilla por en flanco derecho en terreno llano; llegaron más allá del pueblo de Ana y fa cilitaron bu ocupación. A partir de entonces, el ejército francés utilizó profu samente los cazadores lo cual se amoldaba a “ la impetuosidad y a la petulan cia” de los franceses. Durante la guerra de los Siete Años, Broglie se valió constantemente de ellos para preparar los ataques al arma blanca, para evitar que sus alas fueran desbordadas, para cubrir el despliegue del ejército, para defender los bosques y los pueblos, los huertos y las casas aisladas, A l Anal, acabó por vencer la re sistencia de Iob ministros y, en 1766, consiguió que fuera creada oflcialmente una compañía de cazadores por regimiento, que en cada batallón se utilizaran de 50 a 60 hombres com o tiradores, y, además, en 1784, la creación de batallones de cazadores de a pie: en 1788, el ejército francés contaba con 12 batallones de este tipo. P or esta fecha la guerra de América, el asunto de Lexington (en el que los rancheros americanos habían diezmado un destacamento inglés), el de Saratoga (en el que una columna inglesa se vió obligada a capitular), habían con firmado la utilidad del combate en guerrilla. Se había descubierto la m ejor manera de utilizar el fusil. Sin embargo, la eficacia del fuego obligó a recurrir a la colum La columna na de ataque. Para asaltar objetivos de frente limitado (la en de ataque trada de una ciudad, la de un camino forestal, nn desfiladero, la brecha o el saliente de un parapeto) era preferible la columna porque pre sentaba menos hombres a la vez a los disparos de los defensores, y porque con venía m ejor al avance bacía y en el interior del objetivo. Mauricio de Sajorna utilizó columnas para atacar las localidades en Raucoux y Lawfeld; lo mismo hizo Broglie para los bosques y las trincheras. Al mismo tiempo, en lugar de formar una segunda línea con sus reservas las dejó a menudo formadas en co lumnas, porque la columna se desplaza con mayor rapidez que la línea, con lo cual podía rápidamente concentrar sus reservas en el punto en que había de utilizarlas; pero entonces surgían problemas acerca de qué forma había de dar se a la columna, acerca del avance hacia el objetivo, acerca del despliegue en fila en las Andes de las bosques o en las llanuras después de haberse apoderado del objetivo, para impedir que el enemigo vuelva al ataque, ya que la línea es más adecuada que la columna para la defensiva. La columna que, después de varios tanteos, se adoptó no fué la de Folard, que ningún oficial se atrevió a utilizar en el campo de batalla después del desastre de la columna inglesa en Fontenoy, y cuyo ensayo en las maniobras de Vaussieux demostró su incapacidad maniobrera. Se adoptó la simple columna de cam ino; de tres a cuatro hombres de frente, dejando entre las compañías al-
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giraos pasos de distancia para evitar los tropezones debidos a la desigual mar cha de la cabeza, com o consecuencia del terreno o del fuego del adversario. De este modo, resultaba fácil mandar la columna, conservarla en orden y hacerla maniobrar: podía avanzar a paso rápido, incluso a paso ligero. Ante ella van los tiradores que han de tardar todo lo posible en desaparecer, y a ambos lados avanza, hasta llegar a tiro de fusil del enemigo, la infantería formada en líneas, cuya misión es apuntar a las troneras, a las ventanas, a los matorra les, es decir, a todos los puntos desde los que sale el fuego, para desviar los dis paros del enemigo e impedirle que desbarate a la columna. El fuego prepara y acompaña el movimiento. Una vez ocupado el objetivo, los cazadores avanzan y forman una cortina. La columna se despliega en línea, se alinea en el frente que debe defender y se coloca frente al enemigo al hacer cada soldado un sim ple cuarto a la derecha (o a la izquierda), sin necesidad de conversión. Si luego la línea lia de formar de nuevo en columna, los soldados giran un cuarto a la izquierda (o a la derecha), la sección que dehe ir en cabeza se pone en movi miento, cambia de dirección bacía el enemigo; las demás secciones se ponen en marcha sucesivamente y se colocan detrás de la precedente, a pocos pasos de distancia, por el trayecto más corto, A nadie le preocupa ya la inversión; hom bres y unidades ocupan cualquier lugar, acomodándose a las circunstancias. De este modo, el paso de la columna a la linea o viceversa se realiza con la máxima simplicidad y rapidez. Estos procedimientos fueron utilizados repetidas veces dorante la guerra de I ob Siete Años, por el mariscal de Broglie y por sn mayor-general, Guibert. A partir de 1766, estas columnas se designan con el nombre de “ columna a la Guibert” . El h ijo de Guibert redactó, en 1772, una teoría completa acerca de dichas columnas. Aconsejó también, en terreno llano, el ataque en línea, co rriendo, sin preocuparse de una alineación inútil; la conversión sobre eje mó vil, es decir, aqnella en que los soldados que forman el eje del movimiento siguen andando para ganar tiempo, pero a pasos más cortos; y reducir las lí neas a dos filas tan sólo, ya qne la tercera era completamente inútil. El regla mento de 1769 introdujo las “ colnmnas a la Guibert” . Después de una larga “ discusión entre el orden abierto y el orden cerrado” , las ideas de Guibert fueron adoptadas por la Instrucción provisional del 20 de mayo de 1788. La división ^ o s P r o c * Cimientos “ a la Guibert” iban a facilitar evoluciones rápidas y sencillas; pero, al mismo tiempo, los generales habían pensado en otros medios para poder desplegar con gran rapidez el ejército frente al enemigo. Los prusianos lo conseguían gracias a su admirable entrena miento; además, el ejército prusiano marchaba en una o dos columnas, tres a lo sumo. Los generales franceses intentaron formar nn mayor número de columnas, que marcharan a la misma altura pero por caminos paralelos: de
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este m odo se reducía la longitud de cada columna y se lograba mayor rapidez para formar a línea, formación exigida por el fusil; y lo consiguieron gracias a la organización en divisiones. Después de Fontenoy, Mauricio de Sajonia for mó divisiones para marchar sobre Raucoux, y más tarde sobre Lawfeld; y Brog■ lie volvió a adoptar el procedimiento en la campaña de 1760. Las dos lineas de infantería se dividieron en cuatro partes o divisiones; cada división ocupa ba parte de la primera y parte de la segunda linea, en total, 16 batallones de infantería. Con cada grupo de infantería divisionaria marchaba una fracción de la caballería y otra de la artillería, que también habían sido divididas en cuatro. A l acercarse al enemigo, la división se desdoblaba en dos columnas. Asi, la división se convertía en una porción completa del ejército, con su infante ría, su artillería y sn caballería, con todos los requisitos para redncir o detener al enemigo. Aunque había sido creada tan sólo para facilitar los desplazamien tos, en el futuro habría de modificar las condiciones del combate y permitir que se hicieran nuevas maniobras contra los flancos o la retaguardia del enemigo; pero los generales franceses del siglo xvm todavía no supieron sacar partido de las divisiones. De este m odo, ya habían aparecido buena parte de las consecuencias de la utilización del fusil. Todos los procedimientos -— cuya invención se atribuye a veces a los soldados de la Revolución, para suplir, en parte, la deficiente instrucción de los voluntarios— : utilización de cazadores, ataque a la bayo neta en columna y a paso ligero y formación de divisiones, son medios de com bate y estructuras creados a lo largo del siglo xvm por el ejército monárquico, como consecuencia de un instrumento nuevo, el fusil. .. £ , Aunque los progresos de la caballería francesa fueron consi derables, eran simples imitaciones de los procedimientos pru sianos y austríacos. Las Ordenanzas de 1776 y 1777 preceptuaron los escua drones grandes, y las cargas al galope, breves e impetuosas, pero a intervalos y no en muralla; y, asimismo, la utilización de la columna contra la infan tería, para abrir un boquete en las líneas enemigas. La artillería fué revolucionada por los franceses. La ordenanza de Vall&re del 7 de octubre de 1732 hizo obligatorio en Francia el sistema Valliére, que persistió hasta 1765. El gran mérito de Valliére consiste en haber puesto orden. Patrocinaba una sola artillería formada por piezas de 5 calibres, de 4 a 24 libras, “ aptas todas para atacar y defender las plazas, mientras qne las tres primeras, combinadas a tenor de las circunstan cias, eran especialmente apropiadas para la guerra de campaña; de manera que, en caso necesario, las plazas podrían proveer a los ejércitos y los ejércitos a las plazas” . Estas palabras del h ijo de Valliére constituyen la mejor defini ción de la obra de su padre y, al mismo tiempo, incluyen la crítica de dicha
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obra. Con la intención de simplificar, Valliére quiso utilizar material que tu viera doble finalidad, aunque en la práctica no responde por completo a nin guna finalidad. A pesar de que sus cañones eran algo ligeros, sin embargo aún resultaban demasiado pesados para el campo de batalla (el cañón del 4 pesa ba 575 kilos; el de 24, 2.700 k ilo s ); por otra parte, su ordenación indicaba un espíritu retrógrado: no quiso obuses; mandó que se cargaran los cañones con la cuchara, chapa abarquillada con mango largo de madera, en lugar del sa quete, para ir más despacio y ahorrar municiones; suprimió el alza, de manera que casi siempre era preciso disparar a o jo ; permitió que subsistieran varian tes en la fabricación, de tal manera que las balas fundidas para determinado cañón no servían para otro del mismo calibre; las piezas de los distintos caño nes y cureñas no eran intercambiables. Bélidor "^a^*®re intentó remediar el exceso de peso con la adopción, en 1740, siguiendo el ejem plo de la mayoría de los Estados del centro de Eu ropa, del cañón ligero a la sueca, una pieza de 4 muy corta, que pesaba 300 kilos, que podía ser arrastrada a brazo y estaba servida por soldados de infan tería; pero se negó rotundamente a aligerar los demás cañones. El físico Béli dor, profesor de la escuela de artillería de La Fére, demostró, en 1739, que el alcance no era proporcional a la carga de pólvora, y que en lugar de una car ga equivalente a los dos tercios del peso de la bala, bastaba con una carga de un tercio. Muy pronto, todos los artilleros disminuyeron la carga de pólvora. En aquel momento, incluso se habría podido reducir el espesor de las piezas y su peso; pero Valliére se opuso encarnizadamente, y Bélidor incluso fué des tituido. Sin embargo, las guerras demostraron la necesidad de aligerar la artillería. Durante la guerra de los Siete Años, los austríacos emplearon una pieza ligera del 3 para acompañar a la infantería. En 1753, Broglie mandó horadar de nuevo las piezas del 8 y del 12, y las transformó en piezas del 12 y del ló , dis minuyendo el espesor de las paredes, con lo cual logró que fueran más ligeras y más móviles. Las transformaciones decisivas fueron obra del francés Gri* ^ Gribeauval beauval. Oficial de artillería, había reunido un tesoro de ob servaciones durante la guerra de los Siete Años, al servicio de Austria, y luego, mientras era prisionero del rey de Prusia, en 1762. Llamado a Francia por el ministro Choiseul, supo sacar partido de lo que había obser vado y dotó al ejército francés del m ejor material del mundo, el material que hizo todas las guerras de la Revolución y del Imperio. Gribeauval se dió cuenta de que era necesario especializar los cañones, in troducir en la artillería el principio de división del trabajo. Dividía las piezas en piezas de sitio (24 y 16) y piezas de campaña (12, 8 y 4 ). Aligeró las piezas
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de campaña reduciendo la longitud y el espesor: el peso de la pieza de 4 bajó de 575 a 300 kilos; la de 8, de 1.050 a 600 kilos; la de 12, de 1.600 a 900; tam bién acortó y aligeró las cureñas; prescribió el uso del tiro por lanza, en el que los caballos forman un frente de dos, en lugar del tiro mediante limonera, en el que están en fila, uno tras otro; gracias a esa tracción, más eficaz, fue p o sible trotar e incluso galopar. A l fin, su artillería pudo desplazarse en todos los terrenos gracias a la prolonga y a la sopanda. La prolonga es, esencialmente, una cuerda que une, a varios metros de distancia, la cureña con el avantrén. De este m odo, se pueden salvar fosos, y fuertes desniveles, y, además, disparar en retirada, para lo cual basta con parar los caballos, y el cañón queda ya en po sición de tiro. La sopanda es, en sustancia, un sistema de tirantes que permite que los hombres puedan arrastrar las piezas en el campo de batalla: ocho hom bres son snficientes para arrastrar las piezas de 4 y de 8 ; 15, para las piezas de 12 . A partir de entonces, la artillería, móvil ya, puede acompañar a la in fantería y apoyar sus ataques, y, asimismo, puede seguirla cuando se bate en retirada y protegerla. Gribeauval aumentó la eficacia de esta artillería al adoptar los obuseB y al aumentar el número de cañones: 4 piezas por cada m il hombres, en lugar de una; cada batallón disponía de dos piezas de 4 ó cañones de infantería. Gri beauval m ejoró el alcance y la penetración del proyectil: mandó que las balas se adaptaran m ejor al alma de la pieza para disminuir el viento de la bala y la pérdida de gases. Por ello, los cañones ya no se fundieron alrededor de un núcleo, el cual se deformaba por acción del calor y producía desigualdades en el alma, sino que se fundían macizos y luego se horadaban. Medidas de cobre calibradas, lentes y cilindros, permitieron la exacta comprobación de las dimensiones del alma y de la bala, lo cual basta entonces había sido imposible. Los cañones se moldeaban al torno, y la ornamentación desapareció. Los oficia les pudieron notar los defectos del metal y conseguir cañones de reducido espe sor pero de muy buena calidad, que no hacían explosión en la cara de los ser vidores. Los disparos de la artillería fueron más precisos merced a la utilización de miras y alzas, que aumentaron el alcance útil de los cañones y ampliaron el campo de acción de la artillería. Los disparos fueron más rápidos al utilizarse saquetes. Amén de todo esto, Gribeauval simplificó las reparaciones. Facilitó a los obreros una tabla exacta de medidas determinadas a las que debían atenerse; patrones, mandriles, reglas de hierro, matrices y calibres; unificó la constracción de furgones y carros de cureñas y de avantrenes. Fuera cual fuera la procedencia, todas las piezas eran intercambiables; los cambios fueron factibles incluso cerca del campo de batalla.
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En 1776, tras largas luchas, Gribeauval fué nombrado inspector general de la artillería y su sistema quedó adoptado definitivamente. El artillero inglés Robins, en un libro que no se tradujo has El cañón rayado ta el año 1771 (Matemáticas que contienen los nuevos prin cipios d e la artillería) , había propuesto rayar las almas de los cañones para aumentar la precisión; pero, por razones teóricas, fué combatido por Euler, cuya autoridad im pidió que se hiciera caso a Robins, a pesar de que los expe rimentos de este ultimo habían sido satisfactorios. P or ello, una revolución de consecuencias mucho mayores que la precedente quedó retrasada. Como resultado de esta transformación de las diversas ar La guerra nueva mas, las condiciones de la guerra quedaron cambiadas por completo. A partir de entonces, el general podía obligar al adversario a acep tar batalla: una nube de cazadores que obligaría al enemigo a reducir la ve locidad de su retirada, luego a pararse para responder al fuego y que incluso podría cortarle el cam ino; la rapidez con que la columna podía transformarse en línea, la posibilidad de atacar a la bayoneta en columna, eran razones que impedían la huida del adversario, muy fácil anteriormente mientras el general disponía sus tropas en orden de batalla. A l general le sería posible tratar de desbordar al adversario o amenazarle en la retaguardia: la eficacia del fuego de los cazadores y la reunión de las distintas armas en la división, harían facti ble que parte del ejército, firmemente adherido a los accidentes del terreno o a posiciones fortificadas, detuviera durante largo tiempo los ataques de un enemi go superior en número, intervalo que podía aprovechar el general para realizar un movimiento envolvente (1) con el resto de sus tropas. Finalmente, el general podía romper el frente del enemigo, ya mediante una columna de caballería, ya, como aconsejaba Guibert, con ayuda de una gruesa batería de artillería; una vez abierta la brecha, la infantería penetraría por ella para desplegar se por detrás, para caer sobre el ala enemiga más comprometida y destruir la. Merced a las columnas “ a la Guibert” , el general podía modificar rápi damente su dispositivo en plena batalla, y sorprender al enemigo de cien maneras distintas. Todos estos cambios brindaban la posibilidad de sustituir la "estrategia de los accesorios” por la verdadera guerra, la guerra cuyo fin es destruir los ejércitos enemigos, la guerra breve y rápida de aniquilamiento. Pero los generales aún no habían entrado en ello. Incluso durante la Le gislativa guerrearon a la manera antigua, y fueron precisos muchos añoB de lucha, durante la Revolución, para pasar de la teoría a la práctica. Pero Gui-1
(1) Esto es precisamente lo que había hecho Federico 11 en la batalla de Zorndorf: el cuerpo de Ziethen detuvo el ejército enemigo, mientras Federico, con el grueso de los pru sianos, le envolvía.
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bert lo había comprendido todo, todo lo había presentido y anunciado, y afirmó: Un ejército bien constituido y bien dirigido nanea deberá hallarse ante nna posición que le pneda asombrar. El general capaz de librarse de los prejnicios establecidos, pondrá en aprietos al enemigo, le cogerá desprevenido, no le dará respiro nunca, le obligará o a luchar o a retroceder sin descanso ante sus tropas. Me atrevo a suponer que existe una ma nera de dirigir los ejércitos que es más ventajosa, más decisiva y más adecuada para conse guir grandes éxitos que la que hemos utilizado basta el presente... Un hombre surgirá, que quizá hasta entonces estuvo confundido entre la muchedumbre y en la oscuridad, un hombre que no se habrá formado un prestigio n i con sus palabras ni con sus escritos, un hombre en fin que quizá ignorara su talento y que sólo lo habrá notado al utilizarlo. Este hombre se adueñará de las opiniones, de las circunstancias y de la suerte, y, p or encima de loa grandes teóricos, dirá lo mismo que el arquitecto práctico decía del arquitecto orador ante los ate nienses: todo lo qne os acaba de decir mi contrincante, yo lo llevaré a cabo.
Napoleón Bonaparte iba a convertir en realidad el sueño de Guibert. El dios de la guerra está a punto de revelarse, puesto qne ya hemos oído la voz de sn profeta (1),
En aquel entonces, los europeos eran muy superiores a los de más pueblos, no sólo por el material y por sus facultades ma niobreras, sino también en virtud de la disciplina y del entre namiento, que creaba la ilusión de que el europeo era un tipo especial de hombre, dotado de una sangre fría, de una energía, de una tenacidad y de un valor incomparables. En aquella India en la que los guerreros más valien tes eran presa, por carecer de la disciplina necesaria, de los más lamentables pánicos, el Mahrata Siudhia les decía a los ingleses, en 1779: La expansión atiropea
¡Qué valientes son vuestros soldados! ¡La línea que forman es com o nna pared de ladrillos! Cuando un ladrillo cae, otro cierra la brecha: éstas son las tropas qne quisiera mandar.
Esta superioridad no sólo les proporcionaba a los europeos la victoria y subditos, sino también aliados y amigos. Fué mío de los principales medios de qne dispusieron para penetrar en todas las partes del mundo y para encaminar sus pasos hacia la dominación universal.1
(1)
J. Colín.
CAPITULO II
LA REVOLUCIÓN NAVAL os grandes principios de Iob barcos de vela habían BÍdo establecidos a partir de los trabajos de Daniel Bernouilli, en 1738, y de Euler, en 1749. Las Academias de Ciencias y las de Marina siguieron durante todo el siglo proporcionando datos cientí ficos para los planos de construcción naval, que una legión de hábiles construc tores, con, profundos conocimientos matemáticos, mecánicos y físicos supieron llevar a la práctica. “ A partir de entonces, el período empírico, el período de los carpinteros de ribera de Luis X IV , que trabajaban según métodos perso nales y según modelos que se transmitían de padres a hijos, quedaba definiti vamente cerrado. El artesano es sustituido por el ingeniero... Entre las obras del siglo anterior y las del remado de Luis X V media la misma distancia que separa la obra de un simple obrero, por muy hábil que sea, del resultado ob tenido con la colaboración de matemáticos, de sabios y de ingenieros especia lizados” . Esta situación de hecho recibió su consagración oficial. En Francia, la ordenanza de 1765, asignó a los constructores el nombre de “ ingenieros de la marina” , que se formaban en la Escuela de Construcción de París, antece sora de la actual Escuela de Ingeniería marítima. El caballero de Borda, ins pector desde 1784 de las construcciones navales, creador de nuevos métodos, dió impulso al movimiento científico. La velocidad y la capacidad maniobrera aumentan. La eslora Los barcos de los barcos varía entre los 40 metros, para los grandes barcos de comercio, y los 60 metros, para los grandes buques de guerra, mientras que la manga representa el tercio o el cuarto de la eslora. Los costados del barco de guerra retroceden hacia el interior desde la batería baja hasta el puente superior y el hecho de ampliarse la superficie a medida que se aproxima a la quilla, aumenta la estabilidad. Las líneas son más primorosas y la ornamenta ción y las esculturas van desapareciendo poco a poco. La proa se eleva mien tras que la altura de la popa se reduce: el castillo de popa queda sustituido por una toldilla que sobresale en el alcázar, y más tarde, en tiempos de Luis XVI, se suprime la toldilla. Con ello, disminuye la resistencia del aire. El casco de los barcos estaba recubierto, por debajo de la linea de flotación, de clavos de cabeza ancha, muy próximos unos a otros. El conjunto resultaba pesado, y pronto se hacía más pesado todavía al adherírsele algas y conchas. Los ingleses
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suprimieron lo 9 clavos y en su lugar colocaron delgadas planchas de cobre, más ligeras y que facilitaban el deslizamiento. Los franceses copiaron un barco in glés que habían apresado. En ju lio de 1778, fué botada la fragata Ifigenia, el primer barco francés forrado de cobre; pero el pre cio del forro era muy elevado y, además, debía cam biarse con frecuencia. Viento J, ~ También se refuerza el aparejo; los mástiles y ” las vergas se conservan m ejor y la superficie de vela-
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men es aumentada. Las velas son más numerosas y se puede presentar a la fuerza de la brisa la superficie precisa. Un conjunto de cabos permite realizar las maniobras fácilmente y con exactitud; los barcos vi Navegando de bolina ran y e v o lu c io n a n en t o d o s sentidos con segu ridad; pueden navegar de bolina, es decir, navegar de modo que la dirección de la quilla forme con la del viento el menor ángulo posible. “ Estos buques tienen ya un aspecto moderno, y, bajo este ponto de vista, están mucho más próximos a los barcos de vela del siglo XIX que a los de Luis X IV .” Poco a poco los marinos pueden dirigir los barcos con mucha téT* mayor seguridad. En Francia en 1720, en Inglaterra y en Ho landa en 1740, los gobiernos crearon archivos de mapas y pla nos, así como diarios y memorias acerca de la navegación. La corredera, que sirve para medir la velocidad de los barcos, fué perfeccionada al añadírsele un peso que, en parte, la sustraía a la acción de las corrientes marinas. Los instrumentos de reflexión: el octante, form ado por la octava parte del círculo ó 45°, puesto en su punto por el inglés Hadley a partir de 1731, y luego el sex tante, sexta parte del círculo ó 60°, hacia 1750, permitieron seguir todos los movimientos del mar, tomar la altura del Sol al mediodía con un error de uno o dos minutos de arco, y calcular la latitud más exactamente; pero muchos marinos siguieron aferrados a la arbalestrilla, con la que se cometían errores de hasta 30 minutos. El principal problema resuelto fué el de las longitudes. Los marinos hu bieran podido determinarlas observando el momento en que ocurría un fenó meno celeste y calculando luego el momento en que dicho fenómeno podía ser observado desde un lugar conocido; también hubieran podido valerse de los eclipses de Sol y de Luna, poco frecuentes; del examen, difícil, de los satélites de Júpiter; de la distancia de las estrellas a la Luna; pero para todo ello es preciso hacer muchos cálculos. T odo esto era poco práctico y estaba por enci ma de las aptitudes de la mayoría de los capitanes. El método más sencillo era
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basarse en las diferencias de hora: cuando el Sol ocupaba el punto más ele vado de su curva en el paraje en que se halla el barco, al mediodía, y teniendo en cuenta la hora del lugar del que se partió o de otro lugar tomado como origen, se obtiene fácilmente la longitud con sólo saber que una diferencia de cuatro minutos de tiempo representa una diferencia de un grado de arco. Pero la dificultad estribaba en que los relojes no conservaban el horario del punto de partida, se desquiciaban por el camino a consecuencia del cambio de latitud y de los movimientos del mar. Esto explica que aunque era muy raro cometer error importante al medir latitudes, los marinos incurrían en errores de bulto al calcular las longitudes. En 1750 las cartas inglesas y holandesas colocaban la costa oriental de Terranova a 9° de bu posición exacta. En 1765 se daban errores de varios grados al situar los cabos de Buena Esperanza y Hor nos, a pesar de que se hallaban en rutas marítimas muy frecuentadas; en los mapaB podían verse hasta tres archipiélagos Galápagos y varias islas de Santa Elena. Los marinos iban tras tierras huidizas. Se veían obligados a colocarse en la latitud del lugar al que querían llegar, y entonces ponían rumbo hacia el este o hacia el oeste hasta ver tierra. Pero, ¡cuántos errores y cuántos accidentes tenían origen en ello! Así, por ejem plo: en 1741, el capitán inglés Anson, a con secuencia de haberse desviado de su longitud, erró durante un mes entero por el sur del Pacífico en busca de la isla de Juan Fernández: 80 personas de la tripulación murieron de escorbuto. Otro caso: en 1763, el barco francés Le Glorieux se dirige hacia el Cabo de Buena Esperanza; el capitán cree estar al este de las islas de Cabo Verde, cuando en realidad se halla al oeste; pone, pues, rumbo al oeste y llega... al Brasil. Y aún otro: en 1775, el barco inglés Union se dirige a Gibraltar: cuando creía hallarse a 40 millas del Cabo de Finisterre, embarranca en un banco de arena ante la isla francesa de Ré. En 1714 el Parlamento de Inglaterra ofreció una recompensa de 20.000 li bras a quien diera con un método para hallar la longitud en alta mar con un error de m edio grado. Después de cuarenta años de trabajo, el carpintero inglés Harrison fabricó un cronómetro. Este cronómetro fué instalado en 1761 a bordo de un barco que se dirigía a Jamaica; al regresar a Inglaterra, al cabo de 147 días, sólo había variado en un minuto y cincuenta y cuatro segundos. El problema quedaba resuelto, ya que medio grado de arco corresponde a dos minutos de tiempo. Pero como la construcción del aparato de Harrison era muy complicada, el Parlamento le dio 10.000 libras y prometió entregarle la otra mitad para cuando hubiera logrado que la aplicación de su instrumento fuera lo bastante sencilla para ser fácilmente imitado. Dos franceses perfeccionaron el cronómetro: Le Roy, que en 1766 inventó el resorte espiral isócrono, el es cape y el balancín compensador; y Berthoud, quien, entre 1767 y 1771, cons truyó numerosos cronómetros. Entre 1767 y 1772, varios barcos franceses
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fueron dotados de cronómetro con resultados satisfactorios, y en 1772, el cro nómetro de Harrison hizo posible el segundo viaje de Cook. Pero el nuevo in vento sólo muy ppco a poco llegó a ser de uso corriente: incluso durante la guerra de América los almirantes cometieron grandes errores al calcular las longitudes. _ , , Poco a poco fué aumentando la potencia de la marina de Las buques de guerra , . . . guerra y, al mismo tiempo, disminuyo el numero de tipos al eliminarse los más débiles. Las dimensiones alcanzadas por los grandes ba ques de guerra ya nunca fueron sobrepasadas en la navegación a vela. Se establecía una distinción en buques de línea, para el combate; fraga tas, para los reconocimientos y los combates rápidos; corbetas, para trans mitir órdenes. Los buques de línea podían ser de uno, dos o tres puentes. El de un puente estaba armado con 50 cañones, de 12 y de 8, y poseía una dota ción de 300 hombres; el de dos puentes llevaba 64 cañones de 24 y 12 , o bien 80 de 36 y de 18, en dos baterías superpuestas, y una tripulación de 500 a 800 hombres; el de tres puentes, de 900 a 1.200 hombres y de 90 a 120 cañones: en la batería inferior iban piezas de 36, en la segunda de 18 y en la tercera de 12; las piezas de los castillos eran de 6 y las de la toldilla de 4. Las fragatas podían ser de 20 cañones de 6, de 30 de 8 ó de 40 de 12. Estas últimas corres pondían a los buques de cnarta fila de la época de Luis X IV , que habían des aparecido. Las corbetas, cuya dotación se componía de 70 a 80 hombres, esta ban armadas por vez primera con 12 piezas de 4, y así podían ya tomar parte en los combates. En el último tercio del siglo, el buque de un puente fué suprimido, por que se le consideraba incapaz de entrar en línea; el dos puentes de 64 ya no era considerado como barco de primera línea y pronto habría de desapa recer. Los verdaderos buques de combate eran los de dos puentes de 74 y 80 ca ñones y los de tres puentes de 110 a 120 cañonee. Todos llevaban piezas de 36 en la batería inferior; los de tres puentes iban armados con piezas de 24 en la segunda batería, mientras que en los de 74 cañones laB piezas eran del 18. El barco États-de-Bourgogne, que entró en el astillero en 1785, tenía las siguientes características: 118 cañones, 1.092 hombres de tripulación, 63 me tros de eslora, 16,96 metros de manga y 8,08 metros de puntal desde el plan basta el puente superior, y 3.162 m .2 de velamen. Podía llevar víveres para 180 días y agua para 120 días. Los cañones llegaban a hacer hasta cinco disparos por minuto cuando la tripulación estaba bien entrenada; si se le imprimía determinada inclinación, la bala alcanzaba basta 4.000 metros, pero su alcance útil era de 500 a 600 metros.
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En 1774, las fábricas de Carrón, en Escocia, fundieron una pieza nueva, la carroñada. Era corta, estaba montada sobre una cureña carente de retroceso, pesaba sólo el tercio de un cañón del mismo calibre, y necesitaba menor nú mero de servidores. Cierto que los disparos no eran tan precisos y que el al cance era m enor; pero se pudo armar loa buques pequeños y los castillos con piezas de calibre mucho mayor que el que permitían los cañones. Los ingleses la utilizaron en seguida; pero eu la marina francesa no se utilizó basta la Revolución. j,. t. t i ' ca“ oneros aprovechaban los balanceos para disparar. “C^ n a v a le s ^ ^ ^ método francés consistía en disparar cnando la pieza se levantaba, para desarbolar; en cambio, los ingleses disparaban cuando la pieza descendía, “ en plena madera” . La intención no era hundir los barcos del enemigo, ya que la madera del casco era muy gruesa en la línea de flotación y el anmento del volumen de las fibras bastaba para tapo nar el boquete, que sólo llegaba a tener 17 cm. para una bala de 36; lo que ocurría es lo siguiente: las balas hacían saltar astillas de la madera, astillas que resultaban peligrosas para los marinos adversarios, quienes trataban de protegerse mediante redes atadas de porta a porta y mediante tupidas telas arrolladas a la cabeza. El método inglés era m ejor; los marinos ingleses repa raban muy pronto las averías que habían producido en el aparejo I ob proyec tiles franceses, muchos de los cuales se perdían; en cambio, eran pocas las balas inglesas que se perdían, ya que el objetivo era más amplio y era posible un rebote sobre el agua; las pérdidas de efectivos, muy elevadas, a menudo obligaban al adversario a cesar en el combate. Esta superioridad de los ingleses fue la principal causa de sus victorias. Desde mediados del siglo xvn la táctica había declinado. La potencia de la artillería había concentrado la atención en averiguar el m ejor m odo de uti lizar los cañones. Las facultades maniobreras de los barcos permitían evolu ciones inteligentes y ordenadas, y quizá hubo influencia de las ideas que estaban en boga en el ejército. Primeramente los ingleses, y luego las demás ma rinas, formaban las naves en una línea recta, trazada a cordel, con lo cual la parte delantera de un barco quedaba muy cerca de la popa del que le precedía, es decir, “ bauprés sobre popa” . La línea era sagrada: los barcos antes debían de jarse abordar que permitirle al enemigo atravesar la línea; ningún navio había de abandonar su posición en la fila, ni siquiera cuando estaba desamparado; no debía romper la formación para persegnir al enemigo, sin orden expresa del almirante; la única obligación del jefe era velar por la integridad de la fila. P or consiguiente, cualquier maniobra resultaba imposible y a menudo el com bate se reducía a un cañoneo sin resultados decisivos. Maurepas, Secretario de Estado de la marina francesa, decía: “ ¿Sabéis en qué consiste un combate na9. — H. G. O. — V
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val? Se maniobra, se disparan cañonazos, y luego cada armada se retira... y el mar sigue siendo tan salado com o ante3.” Es decir, era imposible destruir la flota enemiga. Además, los barcos eran muy caros y se tenía miedo a perderlos. Se evitaba todo lo posible a las flotas del adversario, y los marinos adoptaban una especie de “ estrategia de los acce sorios” : ataques contra el comercio enemigo mediante corso, realizado por las fragatas; conquista de las colonias, desembarco temporal en un punto de la costa enemiga para destruir las instalaciones. El apogeo de este sistema de guerra ocurrió en diciembre de 1778, fecha en que mientras franceses e ingle ses luchaban por la posesión de la isla de Santa Lucía, en las Antillas, “ pudo verse el extraño espectáculo de dos escuadras inmóviles junto a una isla, cuyo dominio se disputaban las tropas de desembarco” , y, en 1781, cuando por los mismos días salieron de la Mancha cuatro flotas: dos inglesas para abastecer Gibraltar y atacar El Cabo, y dos francesas para abastecer las Antillas y de fender El Cabo, pero a nadie se le ocurrió que la misión se hubiera realizado más fácilmente o, m ejor dicho, hubiera resultado inútil si se hubiera destro zado la flota enemiga cuando salía al Océano, donde en realidad cada escuadra sólo pensó en evitar a la otra. A l iniciarse la guerra de América, el conde de Broglie, hermano del ma riscal, aconsejó un combate destructivo para desembarcar en Inglaterra y aca bar de una vez; pero sus sugestiones no fueron atendidas. g g ^ El gran revolucionario de la estrategia naval fué un francés, el ca ballero de Suffren. Perteneciente a una familia de magistrados provenzales, era gordo y barrigudo, purpúreo, apoplético; estaba siempre en movimiento, y, autoritario y ambicioso, poseía una energía sin límites, una voluntad de hierro. En 1781 se le encomendó la defensa de El Cabo, mi sión que llevó a cabo a las mil maravillas; luego tnvo que reforzar la escua dra de la isla de Francia, en el Océano índico, escuadra que cayó bajo su man do a la muerte de su almirante; realizó, en 1782 y 1783, la famosa campaña de las Indias, en el curso de la cual derrotó cinco veces a las escuadras inglesas, y con ello presentó en bandeja la victoria a los ejércitos terrestres, logrando que los hindúes le apodaran el almirante-diablo y que mochos de ellos le consideraran un dios. No había hecho nada más que aplicar los principios que le había sugerido toda una vida de combates. Destruir la flota enemiga equivale a cumplir todas las misiones. Por con siguiente, Suffren busca la escuadra enemiga y la ataca donde sea, incluso en una rada, sin preocuparse en lo más mínimo de las baterías terrestres, que no pueden disparar eficazmente en una pelea en la cual podrían dar tanto a amigos como a enemigos. Como quiera que la alineación resultaba perjudi cial, paralizaba, Suffren prescribe la “ formación en línea de batalla según
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un orden natural” ; en bu campo, es un “ Filósofo” . Para que un ataque sea eficaz no debe consistir en un cañoneo a distancia; es preciso acercarse a tiro de pistola (30 pasos aproximadamente), y el mismo Suffren da el ejem plo a pesar de que las balas hacen saltar a su alrededor la madera de la toldilla, de cuyo efecto escapa de milagro. Y , sobre todo, es _ preciso envolver y destruir el mayor número po sible de buques enemigos. El punto más sensible de una línea de batalla es la cola. Por eso, Suffren 9 ataca por la parte posterior, al mismo tiempo que 9 & 0 inmoviliza la cabeza de la fila enemiga, amena 9 0 zándola con su maniobra. De este modo, con me Q 9 D nor número de barcos que el enemigo es superior 9 © en el punto esencial y logra una victoria decisiva. 9 Estos principios, que tan sencillos nos pare 9 cen, representaban un cambio tal frente a las ideas 9 * de la época, que Suffren nunca llegó a ser com 9 © * prendido por sus subordinados y, a pesar de sus © 9 © explicaciones, sus órdenes siempre fueron mal eje © 9 © cutadas. Suffren “ ha renovado la táctica y la es trategia naval, y ha realizado en el mar una revo | /n g fó $ lución semejante a la que algunos años más tarde G rjc e s había de realizar Napoleón en la dirección de los ejércitos. P or ello, Suffren ocupa lugar destacado Esquema d e la m aniobra de entre los grandes genios de la guerra” . Suffren Enriquecidas con todas estas técnicas, las fiotas europeas son las únicas que recorren y dominan los mares, y los únicos que llegan a todas partes del mundo son los europeos. Y surge el barco de vapor. En 1753, la Academia de Cien El barco de vapor cias de París abre un concurso para premiar trabajos que estudien los sistemas de suplir la acción del viento. El marqués de Jouffroyd’Abbans buscó la solución. En 1775, después de haber visto en París la “ bom ba de fuego” de Chaillot, se le ocurrió aplicar a los barcos la máquina de vapor de efecto simple de Watt, Supo calcular la resistencia que había que vencer, y descubrir el sistema de transmisión. Con algunos nobles fundó una pequeña sociedad y botó en el río Doubs un barco de vapor provisto de remos articu lados, con el cual navegó en junio y julio de 1776. Pero como los remos funcio naban mal, se le ocurrió utilizar ruedas de paletas, en uso a partir de entonces, y, el 15 de julio de 1783, logró remontar el curso del río Saona en Lyon, ante 10.000 espectadores. Entonces, Jonffroy-d’Abbans quiso explotar su in vento; pero los financieros le exigieron como garantía un privilegio de 30 años.
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Antes de concederlo, el ministro Calonne mandó que el invento fuera estudiado por una comisión de la Academia de Ciencias, que no quedó convencida: la máquina de efecto simple no era adecuada para el movimiento de rotación con tinua que se necesitaba. La comisión le exigió que volviera a realizar sus ex perimentos en el Sena, en París; pero Jouffroy ya no disponía de dinero, mu chos nobles le despreciaban, el público se burlaba de él, por lo cual abandonó la partida en el momento en que la máquina de doble efecto iba a allanar to das las dificultades. La máquina de doble efecto de Watt, que transmitía un movimiento de rotación perfectamente regular, fué introducida en América en 1781. Los már genes pantanosos y arbolados de los ríos impedían que los barcos fueran izados a tierra; los que habían navegado siguiendo la corriente en sentido descen dente, ya no podían remontarla y por eso eran desguazadas. Esto explica que el barco de vapor fuera más necesario todavía. En 1784, el americano Fitch ideó nn barco de vapor, cuyas pruebas se efectuaron en 1787 en el rio Delaware, llevando a bordo a Washington y a Franklin. El entusiasmo se desbordó; en Filadelfia quedó constituida una compañía al frente de la cual figuraba Frank lin, las suscripciones afluyeron y el Gobierno concedió un privilegio. Fitch pro siguió sus ensayos; pero su sistema de propulsión, que esencialmente ee basaba en barras de madera horizontales, movidas por el vapor, y sobre las cuales ha bía fijado remos corrientes, ocasionaba mucha pérdida de fuerza y estaba su jeto a averías. Además, como la máquina había sido construida por simples herreros del país, era muy defectuosa. El público creyó que su manutención y reparación exigiría cuantiosos gastos, que saldría muy cara. Se produjo un revés. Fitch, abandonado de todos, acusado de loco, se suicidó en 1793. La so lución habría de hallarla, a principios del siglo Xix, su compatriota Fulton: esta solución iba a cambiar por com pleto las condiciones de la navegación, de los transportes, en una palabra, toda la economía.
capítu lo
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N la Europa del siglo xvni prosigue la revolución financie ra de los dos siglos anteriores y ee produce, sobre todo a partir de 1760, una verdadera revolución industrial que Inaugura la era del maqumismo. El interés ae centra en las artes mecánicas. El mayor diccionario del siglo es la Enciclopedia, Diccionario razonado de las Ciencias, de las Artes y de los Oficios, en cuyos 17 volúmenes de texto y 11 de láminas figuran las más valiosas noticias acerca de numerosos mecanismos y acerca de una infinidad de procedimientos de fabricación. La técnica es cele brada por los escritores. D ’Alembert, en el Discurso preliminar de la Enciclo pedia (1751), ee asombra del “ menosprecio en que se tienen las artes mecáni cas** e incluso “ sus mismos inventores** y de que “ los nombres de estos bien hechores del género humano sean casi todos desconocidos, mientras que nadie ignora la historia de sus destractores, es decir, de los conquistadores. Y sin embargo, quizá entre los artesanos es donde deban buscarse las más admirables pruebas de la sagacidad de la mente humana, de su paciencia y de sus recur sos...” Y se pregunta: “ ...ciñéndonos a la relojería, ¿p or qué los individuos que han inventado la espiral, el escape y la repetición, no son tan considerados como quienes se han dedicado a perfeccionar el álgebra?” Y Voltaire se exalta: La mentalidad utilitaria
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¿Quién lo creería? Un loco, después de haber repetido dorante dos años todas las idioteces escolásticas, obtiene sus cascabeles y su cetro de bufón en una pública ceremonia; se pavonea y puede decidir; y es precisamente esta escuela de Bedlatn la que conduce a los honores y a las riquezas. Mientras que a Tomás y a Buenaventura les han dedicado altares, los inventores del arado, de la lanzadera, de la garlopa y de la sierra son desconocidos.
Loe progresos de la industria habrían sido imposibles sin contar con capitales y medios especiales de pago. Pero, a lo largo del siglo, los capitales se fueron acumulando, los medios de pago se multiplicaron, y tanto los precios como los beneficios y los salarios fueron subiendo. P or una parte aumentaron las existencias de me tales preciosos, y, por otra, se perfeccionaron y difundieron las técnicas fi nancieras. La multiplicación de los capitales
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El comercio, especialmente el gran comercio marítimo y colonial, acumula capitales en el occidente europeo, don de se concentra, a lo largo del siglo, la mayor parte de la producción mundial de oro y de plata, cuya abundancia va en aumento cons tante. El mayor productor de dichos metales es la colonia española de M éjico, donde se descubren nuevos yacimientos; pero hay muchos más (1). La afluen cia de metales preciosos beneficia sobre todo a los Estados del occidente de Europa. Inglaterra, a partir del tratado de Metliuen (1703) con Portugal, recibe mucho oro del Brasil; y después del tratado de París (1763) se apodera del comercio del Industán, puerta del Extremo Oriente, y moviliza sus metales preciosos. Francia recibe mucho metal precioso del Imperio Español, gracias al gran comercio que mantiene con España e incluso directamente con el Im perio merced a la connivencia de mercaderes españoles de Cádiz. Holanda se beneficia de esta corriente pero en menor cantidad, porque su industria está en decadencia y produce cada vez menos productos para exportar. Los demás Es tados de Europa se benefician poco de e llo : los unos, com o España y Portugal, porque en la práctica carecen de sus metales preciosos pues se ven obliga dos a realizar grandes importaciones; otros, por ejemplo, Austria, Prusia y Rusia, porque son demasiado continentales, su comercio es escaso y carecen de colonias. Pero los metales no habrían sido suficientes para efectuar los pagos. Su circulación lenta era causa de que se notara aún más la insuficiencia de su vo lumen, Además, la manipulación era costosa y llevaba implícita peligro de robo. En Francia, todavía en 1782, en las grandes ciudades comerciales podía verse el 10, el 20 y el 30 de cada mes, desde las 10 hasta las 12 de la mañana cómo corrían presurosos en todas direcciones los portadores de sacos de plata, que se doblaban por el peso de la carga. Las Mensajerías transportaban de ciu dad en ciudad sacos de 200 escudos de 6 libras colocados en cajas planas, pro tegidas con pajas y atadas, mediante pago de un canon de 2 libras por cada mil libras hasta una distancia de 20 leguas, y una libra por m il por cada diez leguas suplementarias. Eran razones más que suficientes para que el compra dor se echara atrás.1 La abundancia de metales preciosos
(1)
Lo producción mundial cu kilos, seria, según Soetber: Plata
1701-1720 1721-1740 1741-1760 1761-1780 1781-1800
.............................. 335.000 .............................. 431.200 .............................. 533.145 .............................. 652.740 ............................. 879.060
Oro
12.820 10,080
C odicíente de incremento
1,08 % 21-26 — 23,64 — 22,34 — 34,67 —
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En el siglo xviu también, se conoce toda la técnica bancaria. Creada poco a poco, a partir de la Edad Media, en las grandes ciudades del com ercio internacional (Venecia, Genova, Ginebra, Amberes, Augsbnrgo), notablemente desarrollada en el siglo xvil por los holan deses, que la trasladaron a Inglaterra, progresó durante las grandes operacio nes de crédito que exigía la Guerra de Sucesión española, y se perfeccionó aún más en el siglo xvin, hasta introducirse en los grandes Estados del continente por mediación de Francia y llegar incluso al este de Europa. Las operaciones bancarias son realizadas por los bancos es Los billetes tatales (Londres, Amsterdam) y privados, por los notarios de Banco y los corredores comerciales. Éstos reciben en custodia depó sitos de metales preciosos, que guardan a salvo de robos e incendios, y efectúan los pagos entre sus depositarios mediante simples transferencias, sin gastos, sin pérdida de tiempo y sin peligro. Se valen de estos depósitos para emitir billetes de banco, que no son más que promesas de entregar metal precioso a la sim ple presentación del billete. La experiencia les enseñó que los poseedores de billetes no se presentaban todos al mismo tiem po para cambiarlos por oro o plata, que era posible emitir billetes por un valor nominal superior al del metal precioso que les sirve de garantía; con ello, aumentan los medios de pago. Además, el billete circula más rápidamente que el metal y, por consi guiente, el uso del billete significa un aumento del numerario en circulación, de los capitales disponibles. El billete moviliza y multiplica los capitales. Circu la en un sector más o menos alejado del lugar de emisión, sea en la ciudad, en la provincia, en el Estado o en varios Estados, según la confianza que inspira quien los ha emitido. Los banqueros descuentan letras de cambio, que son órde Letra de cambio nes de pagar a una fecha ulterior determinada, que el pro veedor entrega al comprador en espera de que éste pueda vender la mercancía y pagarle. Si el proveedor necesita efectivo, lleva la letra de cambio que ha girado sobre el comprador a uu banquero, el cual se la descuenta, es decir, que le paga el importe de este efecto comercial deduciendo cierto interés; luego, al vencimiento, el banquero lo cobrará al firmante. Si, a su vez, el ban quero necesita dinero, puede hacerse redescontar la letra de cambio por otro banquero. La letra de cambio representa el valor de una mercancía; por con siguiente, es un capital. Puede garantizar billetes; el banquero tiene la facultad de ir emitiendo papel moneda a medida que va cobrando letras de cambio, y puede entregar este papel moneda al proveedor a cambio del efecto comercial, sin necesidad del correspondiente depósito en metal precioso. La letra de cambio permite transferir cómodamente fondos de una ciudad a otra, incluso de un Estado a otro Estado. Por ejem plo: supongamos que se realiza un cambio de El papel moneda
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mercancías entre Londres y Paría, y que numerosas letras de cambio han sido entregadas por los comerciantes ingleses a los franceses y "viceversa. Si John tie ne una letra de cambio de Jean por valor de 3.000 libras, y Peter entregó a Pierre otra letra de cambio por otras 3.000, al llegar el vencimiento basta con que Peter pague a John y Jean pague a Pierre para que las deudas queden canceladas sin necesidad de transferir el dinero de una ciudad a otra. O bien, si la letra de cambio que recibió John importaba 3.100 libras, a Jean le basta rá simplemente enviar 100 libras en metal. La dificultad estriba en equilibrar los créditos y las deudas; pero esto no representa ningún inconveniente para los banqueros londinenses y parisienses que descuentan numerosas letras de cam bio, y al final todo se reduce a enviar pequeñas cantidades de dinero a través del Canal de la Mancha. Los banqueros comanditan los negocios industriales, es dePréstamos, rentas, c|r( adelantan dinero. Hacen préstamos hipotecarios, enya acciones, garantía pueden ser tierras o el material y los edificios de obligaciones una explotación agrícola o de una manufactura. Prestan sobre títulos, acciones u obligaciones, o sobre descubierto, es decir, fiándose únicamente de la honradez personal del comerciante o industrial, y le conce den o bien nn descubierto accidental y pasajero (facilidad de caja) o bien un descubierto permanente (crédito abierto). El Estado y los particulares toman a préstamo por medio de rentas per petuas o vitalicias, con un certificado nominal a nombre del prestador, moda lidad que evita las consecuencias de pérdida o de robo, o bien certificados al portador, con cupones que se cortan para cobrar las rentas del capital, moda lidad que permite muchas facilidades para escapar al fisco. Los comerciantes y los industriales toman préstamos y entregan al prestador uñ título de crédito que le otorga acción legal sobre los fondos de la sociedad. Existen también ac ciones nominales y al portador con copones, todas ellas del mismo valor nomi nal para simplificar las cosas. De este m odo, se constituyen verdaderas socieda des anónimas, con su consejo directivo integrado por varios miembros y con su asamblea general de accionistas, que nombran delegados para vigilar la actua ción de los directores. La acción produce un interés variable: el dividendo. Pero las sociedades emiten también obligaciones o anualidades, de interés fijo, reembolsables por sorteo y, a veces, con premio. Además, existen loterías, que son verdaderos préstamos con premios. En caso de necesidad, tanto las acciones como las obb'gaciones La Bolsa y las rentas pueden venderse. Estas operaciones se realizan en las Bolsas, por mediación de agentes de cambio, obligados al secreto. Estos agentes determinan el valor de los papeles negociados, o cotización oficial, qne se publica en diarios especiales. La especulación se mezclaba en todo ello. Era
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ya conocida la operación a plazo que eB una especie de apuesta. La venta se efectúa a un precio convenido señalando plazo de entrega; si, al vencer el plazo, las acciones han subido, el comprador obtiene nn beneficio, mientras que si han bajado es el vendedor quien saca el provecho. La operación podía reali zarse en firme, ejecutoria de todos modos, o con prima, en cuyo caso debía pagarse una compensación si la operación no había dado los resultados apete cidos. Se conocían las prórrogas, o ampliación del plazo convenido mediante pago de un porcentaje al vendedor. Era muy frecuente la venta en descubierto, es decir, la venta en firme de acciones que el vendedor no posee; si bajan, el vendedor las compra y las entrega a su cliente, que se las paga al precio antiguo, y el vendedor se queda con la diferencia; pero si suben, es el vendedor quien expedimenta pérdida, puede comprar durante el mismo día las acciones que vendió, entregarlas como un préstamo ligeramente inferior y añadir la diferen cia; pero si la subida fué muy fuerte, queda arruinado. Los seguros de vida estaban también relacionados con estas especulaciones. Ya se habían producido luchas encarnizadas entre los jugadores a la alza y a la baja, que intentaban, en descubierto — los primeros mediante compras en masa y los últimos me diante ventas también en masa — hacer variar la cotización en beneficio propio. Se explotaban las noticias políticas: una victoria o una derrota, un tratado o una negociación, la posibilidad de un cambio de ministro o de favorita, una nueva orientación política, que pronosticaba que cierta factoría colonial o un gran mercado iban a cambiar de manos, eran motivos que hacían variar pro digiosamente el cambio de las acciones de las compañías comerciales. También sabían sacar partido de las noticias falsas y de las intrigas políticas. El alto co mercio seguía a la política y a menudo influía en ella. En resumidas cuentas: todos loe procedimientos fundamentales estaban ya en uso pero no en todos los países por igual. Desde bacía largo tiempo y gracias a su comercio mundial e^Hofoncki ° de comisión y a su papel de “ traficante de los mares” , Ho landa era el país de Europa en el que todos estos procedi mientos habían sido utilizados con el mayor virtuosismo por el Banco y la Bolsa de Amsterdam. En Amsterdam se negocian letras de cambio de toda Europa y en su Bolsa se cotizan todos los valores mobiliarios. En el siglo xvm y para sus colonos de Surinam los holandeses inventan el préstamo hipotecario: el crédito de los prestadores viene garantizado por las plantaciones. Los prés tamos consentidos por Holanda permiten la explotación agrícola no sólo de sus propias posesiones, sino también de las Indias occidentales (Antillas) fran cesas e inglesas, así com o de las colonias danesas. La tercera parte de los ca pitales invertidos en las empresas industriales de loa diversos Estados alemanes la aportó Holanda. En 1787, los holandeses poseen 123 millones de renta en
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el extranjero, es decir, la considerable cantidad de 62 francos por habitante. Sin embargo, su importancia relativa va disminuyendo a partir de 1750, a con secuencia del auge de los imperios coloniales, así com o del comercio y de la industria de otros países. Concretamente la industria holandesa decae porque los Estados mercantiles limitan la exportación de las materias primas que pre cisan los neerlandeses; al verse obligados a comprar buena parte de los objetos que luego habrán de cambiar, resulta que venden más caro que los países pro ductores. El com ercio holandés se queda atrás. Amsterdam experimenta una menor afluencia de capitales. Gracias al florecimiento de su gran comercio marítimo y de En Inglaterra su industria después del tratado de Utrecht (1713), que reduce la competencia francesa, y, en especial, después del tratado de París (1763), que le abre la India, Inglaterra adquiere una preponderancia que va en aumento. Los capitales afluyen. El Banco de Escocia paga dividendos del 20 por 100. Gra cias al Banco de Inglaterra y a su Bolsa, Londres se adelanta a Amsterdam. El Estado inglés, abrumado de deudas a consecuencia de la guerra de Sucesión de España, emite numerosos empréstitos, pero según métodos inteligentes. Sólo toma empréstitos en casos excepcionales y no para cubrir el déficit ni para pa gar los gastos normales. Paga puntualmente los atrasos imponiendo nuevos tri butos. Da toda clase de facilidades al particular para que pueda vender las rentas: el propietario recurre a un corredor quien se encarga de buscar com prador; el propietario hace una cesión escribiendo dos líneas en un pedazo de papel; acude junto con el comprador a la oficina en que se guardan los regis tros de los fondos públicos; la transferencia se realiza, sin gastos, del crédito del vendedor al crédito del com prador; el único gasto es un corretaje del 8 por ciento que representa la comisión del corredor. En cambio, en Holanda, al igual que en Francia, el último titular venía obligado a guardar las actas de filiación de la propiedad hasta é l; y, en Francia, existían además otras muchas dificultades. Las sociedades anónimas pululan: compañías de seguros contra incendios, de vida, dótales, etc. A principios de siglo hay en Inglaterra 140 sociedades anó nimas. El 26 de marzo de 1714, John Freeke, publicó en Londres la primera cotización semanal. Durante la fiebre de especulación del año 1720, originada por el caso de Law en Francia, se crean sociedades muy extravagantes: una, con un capital de un millón de libras, para lograr una rueda de movimiento continuo; otra, para destilar el agua de mar. Siguiendo el ejem plo de Law en Francia, el Banco de Inglaterra y la Compañía del Mar del Sur se ofrecieron para sustituir al Estado ante los acreedores, a cambio de un interés decreciente que había de pagar el Estado. A l igual que había ocurrido en Francia en 1720, una especulación desenfrenada trajo como consecuencia una excesiva alza
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de las acciones y luego un desastre; pero, a diferencia de lo ocurrido en Fran cia, la desconfianza en las sociedades anónimas no duró, y al cabo de pocos años volvieron a florecer. En Ginebra las finanzas adquirieron también gran importancia. Era tal la reputación de la habilidad de sus financieros, que el duque de Choiseul decía de ellos: “ Saben calcular tan bien que si vemos que un ginebrino se tira desde la ventana de un tercer piso, debemos imitarle a ojos cerrados, porque es seguro que en ello hay al menos un beneficio del 20 por 100.” En materia financiera Francia está retrasada respecto a los ci En Francia tados países porque el comercio está menos desarrollado y por que el catolicismo es la religión del Estado. Tanto el derecho canónico como el derecho civil prohíben prestar a interés, ya que tal préstamo produce un beneficio sin trabajo y sin responsabilidad; sólo es lícito hacerlo en aquellos casos en que el capitalista corre un riesgo indiscutible, por ejem plo, en las so ciedades marítimas. En 1745, algunos banqueros de Angulema que no podían cobrar de sus deudores recalcitrantes, acudieron a la justicia, pero ésta no les atendió: al prestar a interés habían violado la ley, la pérdida que experimenta ban era el justo castigo. Y sin embargo, el préstamo a interés se había forzosamente difundido. Francia conocía, incluso antes de Law, las sociedades anónimas, los títulos al portador, la operación a plazo, al menos en bus formas rudimentarias. A lo largo del siglo xvni, escoceses com o Law, suizos como Necker, Panchaud y Claviére, introdujeron en Francia las técnicas usadas ya en los demás países, y precisamente en Francia, en esta época, se realizaron los experimentos más in teresantes y los que tuvieron mayor alcance internacional. Más que las necesidades del gran comercio, a pesar de estar tan desarro llado con España, Holanda, Inglaterra, Alemania, las Indias basta 1760 y las Antillas durante todo el siglo, fueron las necesidades de un Estado próximo a la bancarrota por los dispendios de las guerras de Luis X IV , la causa de que se prestara atención a John Law. Para él la moneda es un medio de cambio. Por consiguiente, el verdadero problema consiste en acelerar la circulación de la moneda para multiplicar las compras y las ventas e intensificar la produc ción. Es decir: Law es un entusiasta partidario de la moneda de papel. Tuvo gran éxito con el gobierno al ofrecerse a sustituirle frente a sus acreedores y a liquidar progresivamente la deuda. En 1716, el Regente le concedió autoriza ción para fundar un Banco privado cuyo capital estaba constituido en sus tres cuartas partes por créditos sobre el Estado. En 1717, fundó la Compañía de Occidente que debía utilizar las emisiones de billetes del Banco y que, como pago de sus acciones, recibió los efectos reales. Agrupó en un gigantesco con sorcio, denominado el “ Sistema” , su Banco (elevado en 1718 a la categoría de
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Banco R eal), la Compañía de Occidente (transformada en 1719 en. Compañía de las Indias, para la explotación del Mississipí, del Canadá, de las Antillas, de la Guinea, del Océano Indico y del Extremo Oriente), añadiendo el arriendo del tabaco, la acuñación de moneda y la recaudación de impuestos. La es peranza, fomentada con una hábil propaganda, de obtener cuantiosos bene ficios, fué la causa de que las acciones subieran de 500 a 18.000 libras. A esta cotización, el dividendo del 40 por 100, anunciado en diciembre de 1719, sólo representaba algo más del 1 por 100. Los especuladores empezaron a vender; las acciones bajaron; la confianza quedó destruida. El descrédito alcanzó a los billetes del Banco, y una muchedumbre se precipitó a cobrar en efectivo; pero Law había emitido más billetes de los que permitía su garantía, y el Banco se vio obligado a cerrar las puertas. En diciembre de 1720, una acción de la Compañía sólo vab'a un luis, y Law, arruinado, tuvo que huir. Había reducido la deuda, había dado un golpe de látigo a las empresas comerciales e industria les, había provocado un desquiciamiento social, y había engendrado la repug nancia hacia el papel moneda y el crédito. “ Después de Law [el papel mone da], es objeto de repugnancia e incluso de temor.” Ya no se les podía hablar de banca a los franceses. El desarrollo del crédito quedó retrasado y, con él, el desarrollo industrial y comerciaL En 1724 se inauguró la Bolsa de París; pero la entrega de los valores de bía hacerse en el plazo de 24 horas, con lo cual las operaciones a plazo eran imposible. No fueron autorizadas basta 1780. El ministro Calonne se valió de ellas para intentar un alza de las acciones de la Nueva Compañía de las In dias mediante las maniobras del abate d’Espagnac. El asanto salió mal y sn desenlace tuvo efecto ante la justicia durante la Revolución. En 1776, un suizo y un escocés fundaron la Caja de Descuento, evitando prudentemente mencionar la palabra Banco. La Caja descontó los efectos co merciales, recibió depósitos y emitió billetes que circularon muy poco fuera de París. Desde 1776, funciona la Lotería Real de Francia, la cual, en 1783, emite billetes con interés, reembolsables a los ocho años, semejantes a los ac tuales Bonos del Tesoro a largo plazo. En 1777 se funda el Monte de Piedad para luchar contra la usara; presta con garantías a los negociantes, que, por entonces, forman su principal clientela. A partir de 1750, y sobre todo desde 1780, se difunden las sociedades anó nimas: hulleras, establecimientos metalúrgicos, hilaturas, bancos y seguros ma rítimos. El Journal de Paris y la Gazette de France publican las cotizaciones. Precisamente bajo forma de sociedades anónimas se fundan la Sociedad de Anzin (1757) y la de Aniche (1773), para laa explotaciones carboníferas; la Sociedad Algodonera de Neuville-l’ Archevéque, cerca de Lyon (1782), cuyo ca pital, dividido en 24 acciones de 25.000 libras cada una, sirvió para dotar a
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la fábrica de la más moderna maquinaria; en 1784, las fundiciones de acero de Amhouis, con un capital de 2 millones; en 1788, la primera Compañía Fran cesa de Seguros contra Incendios, fundada por el suizo Claviére; y otras muchas sociedades, con las más varias finalidades, como por ejemplo, para el forro de los barcos, para purificar la hulla y para fabricar turba. Los títulos al portador fueron utilizados para fundar Le Creusot en 1782; para fusionar, en 1785, la Manufactura de los Cristales de la Reina y la Manufactura de las Fundiciones Reales de Indret y de Montcenis, con un capital de 10 millones, distribuido en 4.000 acciones, de la que el mismo rey fué accionista. La gran industria y el maqumismo dependen del crédito. En los demás países, los grandes centros comerciales conocían Otros países desde mucho tiempo atrás el crédito. Desde 1720, Hamburgo tenía seguros marítimos. Pero los grandes Estados todavía estaban muy retra sados. En los Estados austríacos, Carlos VI, inspirándose en el ejemplo de Law, quiso fundar la Compañía de Ostende, apoyado por las casas comerciales y por los Bancos de Ostende y Amberes. Desde 1750, Austria emite moneda de papel, al igual que hacen Suecia, Rusia y España. No existe Bolsa Oficial, sino bol sas “ negras” en Berlín y en Viena. Federico II fundó el Banco de Frusia en 1763, cuando la guerra de los Siete Años le colocó en situación de no poder ha cer frente a sus compromisos. En Inglaterra, el país que mantenía mayor comercio con ul^aindwtrird‘n tramarí en el que se acumulaban más capitales disponibles, en Inglaterra en que las técnicas del crédito estaban muy adelantadas, se produjo una evolución industrial, que si al principio fué len ta, se incrementó después de la paz de 1763, debido a la baja del importe del interés causada por la creciente movilidad de los capitales, a que se abrie ron nuevos y grandes mercados de ultramar, y a la subida de precios que era más rápida que la de los salarios. Entre 1763 y 1815 adopta el aspecto de una verdadera revolución, que conducirá a la gran industria, basada en las fábri cas y en el maquinismo. Esta revolución surgió de un m odo espontáneo, sin intervención directa del Estado, el cual se limitó a favorecer indirectamente el comercio, y por consiguiente la industria y sus técnicas, mediante las aduanas y las guerras marítimas y coloniales. . . . . En 1714, en Inglaterra como en Iob demás países, la industria no La industria , . . , . , , ,, , artesano era P111101?^* recurso, aunque estuviera mas desarrollada que en otras partes. La forma máB corriente era la industria casera, que privaba sobre todo en la más importante de todas, la de la lana. Numerosos artesanos, medio industriales medio campesinos, eran dueños de sus utensilios. Compraban la materia prima, la transformaban por sí mismos, con la ayuda de su mujer y de sus hijos, y a veces de algunos pocos obreros. Ellos mismos se
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encargaban de vender sus productos en el mercado, donde los habían trans portado en sus propios carros. Para redondear sus ingresos cultivaban anas hectáreas de terreno y criaban algunas cabezas de ganado. Estos artesanos eran los productores de tejidos, cuchillos de Sheffield, armas, quincallería, jugue tería de Birmingham, alfileres de Bristol, que en gran parte se exportaban hasta los puertos del Levante y hasta América. Pero una serie de factores, relaciones con los países de La concentración ultramar, incremento del intercambio, mayor demanda, comercial. las necesidades o los gustos particulares de los nuevos D ivisión del trabajo clientes y la lucha contra la competencia, habían origi y fabricación nado una concentración comercial de la industria. Los en serie mercaderes de telas, de quincalla y de juguetes, habían exigido mejora de calidad, disminución del precio y, por ello, habían querido imponer a los productores sus procedimientos de fabricación y un reducido margen de beneficio. Y lo consiguieron, sea implantando entre los campesinos de una región no industrial industrias propias, sea aprovechándose de las ma las cosechas y de las necesidades de crédito de los obreros a domicilio para convertirse en propietarios de sus utensilios com o compensación de adelantos, sea ahorrándole al obrero que era dueño de sus utensilios los desplazamientos para comprar materias primas y para vender el producto. Se encargaron de hallar proveedores y compradores. Ésta fué una primera división del trabajo, que les convirtió en dueños del m ercado; por consiguiente, del producto y de su fabricación. El mercader, denominado fabricante o manufacturero, propor ciona la materia prima: lana, algodón, cáñamo, hierro y, asimismo, los utensi lios y loa modelos. El obrero hace el trabajo; el fabricante vuelve para recoger el objeto fabricado y se encarga de venderlo. El artesano se convierte de in dustrial independiente en obrero asalariado. Es la época de la manufactura, palabra que no designa un gran establecimiento, sino el conjunto de pequeños obradores individuales que trabajan para un mercader, un empresario capita lista. A veces, la manufactura comprendía, además, un gran local en el que se almacenaban los objetos fabricados para su apresto definitivo. En este estadio, ya se habían aportado grandes perfeccionamientos a la técnica de la fabricación: la división del trabajo y la fabricación en serie, antes de cualquier maquinismo. La división del trabajo empezó en la industria de la lana, en la que venía favorecida por la complejidad de la técnica: lavado, desengrasado, batanado, cardado y peinado, hilatura, tejedura, aprestos (tundidora y raedura). La ha bilidad adquirida por el obrero especializado en alguna de esas operaciones era causa de que produjera mucho más y mejor en el mismo tiempo, y así disminuía el precio de coste de un producto de mejor calidad. Por ello, la divi sión del trabajo se fué extendiendo, hasta llegar, en las industrias que se pres-
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taban a ello, a la fabricación en serie, com o ocurría en la pequeña manufactura de alfileres, descrita por Adam Smith en 1776, en la que 10 obreros, cada uno de los cuales realizaba una, dos o tres de las 18 operaciones en las que estaba dividida la fabricación de un alfiler, llegaban a producir, a mano, 48.000 alfile res diarios. Las fábricas
Finalmente, en aquellas industrias que exigían utensilios muy complicados y costosos, existían ya algunas fábricas, en las qne estaban concentrados el material y los obreros, según ocurría con la seda. Algu nas sociedades anónimas habían equipado minas de cobre; algunos maestros herreros poseían uno o dos altos hornos y una forja, y producían de 5 a 6 to neladas de hierro semanales. El desarrollo del comercio, creando nuevas ne ce sidatas máquinas: ^ des, nuevos clientes en los países de ultramar, nuevos causas de su invención , 1 gustos de los clientes ingleses y nuevos competidores, fue causa de otros perfeccionamientos, Liverpool importaba de Oriente tejidos de algodón, cuya favorable acogida dió origen a una industria de imitación en Manchestcr, convirtiéndose Liverpool en importador de la materia prima: el al godón bruto. Pero entonces resultó necesario competir con los obreros del Asia de los monzones, cuyo nivel de vida era bajo y que poseían una habilidad ma nual desconocida entre los europeos. Ésta, precisamente, fué una de las prin cipales causas de la invención de nuestras máquinas. Una memoria anónima del año 1701, ya hacía observar que “ el comercio de las Indias Orientales, al proporcionarnos artículos más baratos que los nuestros, será probablemente la cansa que nos obligue a inventar procedimientos y máquinas que nos permitan producir con menos mano de obra y menores gastos, y, con ello, reducir el precio de los objetos manufacturados” . Todas las máquinas, en general todos los inventos técnicos, nacieron de un desequilibrio económico y de la necesidad de reducir el precio de coste; pero también de la posibilidad de hallar capi tales baratos y de conseguir grandes beneficios. Naturalmente, se desarrollaron ante todo en aquellas industrias que no estaban sometidas a las normas de las corporaciones, según ocurría con la del algodón, demasiado reciente para qne el legislador la hubiera tenido en cuenta. En la industria algodonera, la an chura de los tejidos tenía como máximo la anchura de los dos brazos del obre ro, a consecuencia del paso de la lanzadera. Cuando se quería obtener nna pieza más ancha se necesitaban dos obreros, y el aumento del precio de coste era mucho mayor que el aumento de los beneficios. Este hecho impulsó a John Kay a buscar y descubrir, en 1733, la lanzadera volante, que permitió fabricar piezas de la anchura que se deseara. Hacia 1760 era ya de uso general. En la industria metalúrgica, la carencia de combustible reducía la produc ción de fundición y de hierro, ya que los bosques eran talados para aumentar
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los pastos. Era preciso importar hierro de Suecia para las industrias de Birmingbam y de Sheffield; pero este hierro era muy caro, aumentaba excesivamente el precio de coste, y por ello los maestros herreros ingleses se veían amena zados por la ruina. De ahí que, en 1735, los Darby inventaran la fundición con coque, una hulla calcinada, ya que la hulla virgen produce compuestos sulfuro sos que hacen que el material fundido se resquebraje. Por otra parte, la máqui na de vapor tuvo por origen el hecho de que los ríos eran incapaces de mover las ruedas de las máquinas, y, además, la dificultad de construir alhercas sufi cientes que resultaban muy caras. La máquina de vapor de Newcomen (1705) permitió elevar el agua que a continuación caía sobre las ruedas de paletas y, también, mover las Lombas para achicar el agua de las minas. A l principio, todos estos inventos fueron obra no de sabios, Los inventores sino de gentes de oficio, artesanos ingeniosos que estaban al corriente de los procedimientos técnicos en uso y que conocían por la práctica el problema que había de resolverse. John Kay fué primero tejedor y luego se convirtió en fabricante de peines para telares. Entre los inventores de máquinas de hilar, Hargreaves, creador de la spinrüng-jenny (1765), era tejedor y luego fué carpintero; Thomas Highs, que inventó la watcrframe (1767), era un sen cillo obrero peinador; Crompton, que combinó la jenny y la umterfame para crear la mule^jcnny (1779), hilador y tejedor. Cartwright, autor de la máquina de tejer (1785), era un pastor filántropo, simple aficionado a la mecánica; los Darby eran maestros herreros. Fné descubierta la pudelación en 1783 por Peter Onions, contramaestre de forja, y Henry Cort, maestro de forja. La máqui na de vapor, inventada en el siglo XVII, perfeccionada por Newcomen, forjador y cerrajero, resultó verdaderamente práctica en 1764, gracias a James Watt, fabricante de instrumentos de laboratorio. Pero este último se valía ya de la calorimetría de Black: la ciencia se unía a la técnica. Una vez descubiertos es tos procedimientos, fueron estudiados por los sabios, quienes hallaron las leyes y merced a ellas fueron posibles, en el siglo siguiente, nuevos descubrimientos científicos y técnicos. , Todos estos inventos estuvieron precedidos por un largo pee*Uo ríodo de tanteos y de fracasos. Antes de Hargreaves e Highs, ae los tnventos _ , _ . . . , , , . John wyatt y Lewis Pañi habían descubierto una buena ma quina hiladora (1733-38). Antes de los Darby, Dudley parece que halló, a fines del remado de Jacobo I, el principio de fundir con coque, y hay otros muchos casos más. Pero loe primeros inventores fracasaron por incapacidad práctica, por carecer de espíritu comercial. Sabían reflexionar, comprender y hallar; pero no discutir, ni calcular, ni vender, ni comprar. A menudo se trata de in dividuos tímidos, inquietos, vacilantes, sin ambición real, satisfechos con su descubrimiento, com o ocurría con Highs y Watt, En especial, tropezaron con
9.—Caula de un montgolfier en Gonesse.
10.— El origen de la vacuna.
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la resistencia de los fabricantes, siempre desconfiados por miedo de perder su dinero; con la resistencia de los obreros, hostiles por temor de perder trabajo y que rompían y quemaban las máquinas. Para que estas máquinas se impu sieran fué preciso que las crisis económicas, que habían sido causa de su in vención, se convirtieran en crisis tan graves que las máquinas vinieran a ser el único medio de vencer dichas crisis. La mayoría de los inventores murieron pobres y en la oscuridad; pero el secreto les fué robado y utilizado más tarde por los miemos fabricantes que se habían negado a pagarlos. Axkwriglit le usurpó a Highs la umterframe y a otros muchos un crecido número de inven tos secundarios. Era un hábil comerciante que tuvo éxito, reunió una cuantiosa fortuna, y llegó a sir. Sus compatriotas le atribuyeron el enriquecimiento d e Inglaterra y el éxito en la larga lucha contra Francia. Olvidaron sub ruin dades. Carlyle convirtió a Arkwright en uno de sus héroes y le comparó con Napoleón. La suerte de James Watt consistió en tropezar con el puritano Boulton. Éste le animó, le sostuvo y construyó sus máquinas, que triunfaron tras largos años de lucha. Cada invento dió lugar a un nuevo desequilibrio económico’ 9 U<: determinó j a investigación y descubrimiento de textUes nuevas máquinas. Unos inventos engendraron otros. La lanzadera volante aceleró la fabricación de tejidos, cuan do todavía el hilo se producía con ruecas. Los tejedores carecían de hilo, so bre todo durante el verano, cuando hiladores e hilanderas hacían la recolección. Los comerciantes que habían aceptado pedidos contando con la capacidad de los telares, no podían cumplimentarlos por carecer de hilo; se veían obligados a dejar en paro a sus operarios y perdían la clientela. Hacia 1760 la crisis llegó a ser aguda a causa de las victorias inglesas en la India, que aumenta ban la demanda. Esto incitó a Hargreaves a inventar la jermy (1767), con la cual un solo obrero podía producir en bu domicilio de ocho a ochenta hilos a la vez; el hilo que de ella salía era fino, pero débil y fácil de romper. La waterframe de Highs (1768), dotada de cilindros y husos verticales, proporcionaba un hilo fuerte pero algo grueso, con el cual no era posible lograr la finura de los tejidos orientales. A l fin, la mulé de Crompton (1779) produjo un hilo muy fuerte y muy fino a la vez, apropiado para fabricar muselinas. Pero entonces resultó que el hilador estaba más adelantado que el tejedor, el cual todavía trabajaba a mano. Los hiladores ya no sabían cómo colocar sn mercancía, y empezaron a exportar al continente; pero esto suponía peligro de competencia para los tejidos ingleses. Así se explican loa esfuerzos de Cartwright para crear, en 1785, su telar mecánico, que tuvo pleno éxito a partir de 1800. Dos telares de vapor, bajo la vigilancia de un muchacho de 15 años, tejían tres piezas y me dia de tela en el mismo tiempo que un operario hábil, con la lanzadera volante, 10. — H. G. C. — V
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eólo conseguía tejer una. El h ilo producido podía ya ser consumido; el precio de los tejidos b a jó ; la clientela Be amplió. La fundición con coque de los Darby aumentó la cantidad de hie rro colado; pero los metalúrgicos no sabían transformarlo en hierro. La producción era excesiva y era imposible venderla, y, en cambio, esca seaba ese hierro, que seguía fabricándose con carbón de madera. A tientas, Onions y Cort descubrieron la pudelación (1783-1784): la fundición, refinada sobre un fuego de coque pierde parte de su carbono; se funde luego con esco rias ricas en óxido de hierro; el carbono que todavía contiene se combina con el oxígeno, el metal puro se reúne para formar una masa esponjosa, que se bate para eliminar las escorias y se lamina entre cilindros. El procedimiento fué descubierto cuando aún no se sabía que la fundición contiene carbono, que era preciso eliminar. La práctica adelantaba a la teoría. En 1750, Huntsman había descubierto el acero fundido, al fundir hierro en crisoles de tierra refractaria, que contenían pequeñas cantidades de carbón vegetal y de cristal desmenuzado como reactivos. A partir de 1770, logró pro ducir acero de calidad inmejorable y que gracias a la pudelación se pudo obtener en gran cantidad. La máquina de Newcomen producía un gasto de combustible La máquina que no guardaba proporción con los resultados logrados. Cuan de vapor do el vapor había levantado el émbolo, se inyectaba agua fría en el cilindro; el agua condensaba el vayor, y se formaba un vacío debajo del émbolo, sobre el cual actuaba la presión atmosférica que le bacía descen der de nuevo. Pero el agua inyectada en el cilindro se había calentado: par te se había transformado en vapor. El vacio era imperfecto. Este vapor im pedía que el ém bolo descendiera por completo, con lo cual se perdía fuerza. Además, el cilindro qnedaba enfriado por el agua inyectada y por entrar de nuevo el aire interior cuando el émbolo bajaba. Cuando se inyectaba de nuevo el vapor para que el ém bolo volviera a subir, este vapor, que llegaba a un cilindro enfriado, perdía parte de su fuerza de expansión, y era preciso, en primer lugar, volver a calentar el cilindro y, después, suministrar mayor can tidad de vapor que la que normalmente habría sido necesaria para elevar el émbolo. * Conociendo las teorías de Black, Watt imaginó, en 1765, el condensador independiente. Junto al cilindro en cuyo interior se mueve el émbolo colocó otro cilindro mantenido a baja temperatura mediante un circuito de agua fría, cilindro que comunicaba con el de la bomba mediante un tubo provisto de una válvula. El funcionamiento es el siguiente: se abre la válvula del cilindro de bom ba lleno de vapor. Éste, por su gran capacidad de expansión, se precipita
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en el cilindro frío y la condensación crea un vacío que atrae todo el vapor. La condensación es total; el cilindro de la bomba no se enfria, si no es por el aire que vuelve a entrar cuando el émbolo baja. En 1769, patentó su máquina de efecto sim ple: un c i li n d r o cerra d o r con una pequeña abertura en la parte superior para permitir el juego del vástago del émbolo. El va* por llega sobre la cara superior del émbolo y le hace deseen* der, ya que al vapor que estaba debajo se le ha dejado penetrar en el condensador. A continua ción y mediante un juego de válvulas, se hace llegar el va por a las dos caraB del émbolo, que quedan sometidas a fuerzas iguales; por c o n s ig u ie n t e , el contrapeso hace que el émbolo Esquema d e la m áquina de N ew com en. A, F n e g o ; vuelva a subir. Una camisa de B , Caldera; C , C ilin d ro ; E m b o lo ; FE*, Ba madera, dispuesta alrededor del lancín ; G,G't V ástago; H, D epósito d e agua Irla ; I, T u b o de con du cción cilindro de b o m b a , limita la p é r d id a de c a lo r . La nueva “ bomba de fuego” reducía a la cuarta parte el gasto de combustible. El indus trial Boulton, que construía las máquinas de Watt, regalaba máquinas de su fabricación, recogía las de Newcomen, y sólo exigía a cambio el tercio de la can-
Esquema d e las m áquinas de W alt. A, C ilin dro de la b o m b a ; B, É m b o lo ; C,C, Válvulas para la entrada d e l v a p o r; DJ)’, Válvulas para la salida del v a p o r ; £ , C on den sa dor; F , T u b o que com u nica c o n la caldera
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tidad de combustible que los propietarios ahorraban al año. En Chasewater, por tres bombas de fuego, los propietarios pagaban anualmente 60.000 francos oro a Boulton y a Watt, no sin refunfuñar, a pesar de que ellos obtenían un beneficio de 120.000. La máquina de efecto simple sólo producía fuerza mientras el émbolo deacendía. El esfuerzo era intermitente. La máquina, muy adecuada para mover bombas, no lo era tanto para el trabajo regular y continuo de las fábricas. Así lo comprendió el mismo Watt, y creó un m otor universal: su máquina de doble efecto. Logró que el vapor actuara alternativamente sobre cada una de las ca ras del émbolo, con lo cual provocó un movimiento de vaivén, con fuerza uni forme. Además, transformó el movimiento rectilíneo del émbolo en un movi miento circular mediante bielas y manivelas (1784). A partir de entonces, la fuerza del vapor pudo aplicarse a toda clase de máquinas: telares para hilar, para tejer algodón, fuelles, laminadoras, martillos, molinos de cereales, de malta, de caña de azúcar, lo utilizaron rápidamente. Empezaba una nueva era para la historia de la humanidad. Todos estos inventos se ayudan unos a otros. Se necesitaban de lasindustrias tanto cilindros de perfil geométrico com o émbolos que se ajustaran sin frotamientos; engranajes precisos com o los de un reloj para las laminadoras, loe tornos de metales, los martillos de vapor, las máquinas de taladrar, los telares. El hierro, que era más resistente y permitía lograr mayor precisión, sustituye a la madera. Sin hierro no se puede hablar de maqumismo. Los sucesivos perfeccionamientos de la metalurgia hicieron posi ble los progresos en la cantidad y en la calidad. La máquina de vapor propor cionaba la mayor fuerza posible, la más fácil de utilizar sin pérdida; la más maleable y la más obediente. Y sin embargo, aunque las primeras hilaturas de vapor datan del año 1785, sólo en 1802 la máquina de vapor se utiliza corrien temente. Por su parte, los telares y las máquinas de las industrias textil y meta lúrgica proporcionaron salidas al hierro y a las máquinas de Watt. Antes del maquinismo y del vapor había tenido efecto Las concentradoneS una primera concentración. Algunos mercaderes-fabri jndjiífriates cantes consideraron cómodo agrupar en un mismo edifi cio a los obreros que cooperaban en la fabricación de determinado producto, para vigilarlos m ejor y para ahorrarse el transporte de la materia de un ope rario a otro durante las diferentes etapas de la fabricación. Habían surgido nuevas fábricas; pero fué el maquinismo lo que verdaderamente originó la concentración. El material Arkwright era muy costoso, ocupaba mucho espa cio y todas sus partes eran solidarias: máquina de cardar, de torcer, de hilar y fuerza motriz central. Los fabricantes utilizaron entonces un local único y per sonal disciplinado. Las hilaturas se convirtieron en edificios de ladrillo, de
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en atro o cinco pisos, con un personal de 150 a 600 operarios. La fábrica de Boulton, en Soho, tenía ya, en 1765, cinco cuerpos de edificio, 600 operarios y un poderoso engranaje motriz para todas las máquinas. Loe dueños de estas fábricas eran ya industríales en el preciso sentido de la palabra. Desde qne se utilizó el coque, las dimensiones de la industria o empresa metalúrgica no estu vieron ya limitadas por la extensión de los bosques. Cada empresa podía con tar con varios grandes altos hornos y diversas fraguas. Incluso se vió cómo aparecía la “ concentración vertical” : Wilkinson, en 1787, poseía sus propias mi nas de bierro y de hulla, sus fundiciones y sus muelles de carga en el Támesis. A la concentración productora acompañaba una concentración geográfica. A l principio, por ser necesarios los saltos de agua para mover las máquinas, la industria, hasta entonces diseminada, se concentró en las regiones accidentadas y húmedas: en Inglaterra, en las tres vertientes de I ob montes Penninos; el al godón con preferencia, en el sur del condado de Lancaster (Manchester) y en el norte del condado de Derby (D erby), a partir de 1775; la lana, en el Yorkshire (en Leeds y Bradford), y en Escocia, en el valle del río Clyde. Más tarde, con posterioridad al año 1785, cuando el uso del vapor se difundió, la concentra ción varió un poco. Las comarcas septentrionales, que eran también las gran des regiones hulleras, siguieron siendo las zonas industriales; pero, como quie ra que las numerosas vías navegables permitían transportar fácilmente la hulla, las fábricas se establecieron o bien a proximidad de los mercados de materia prima o bien cerca de los mercados en que se vendían los productos o en los centros de población en los que se reclutaba el personal. Había surgido ya la especialización de las comarcas. Una concentración financiera unió a las empresas, lo cual, a veces, era un esbozo de “ concentración horizontal” . Arkwright llegó a poseer ocho o diez fábricas, cada una de las cuales tenía un capital de varios miles de libras es terlinas. Pero también se dieron casos de concentración colectiva, de compa ñías que, desde luego, se reducían en general a asociaciones de algunos in dividuos. El maqumismo y los demás procedimientos técnicos le propor La mejora cionaron al Reino Unido una gran superioridad sobre las de de la calidad más naciones a fines del siglo XVIII. Aumentaron las cantidades y el aumento producidas. En 1780, el Reino Unido exportaba 360.000 libras de la cantidad de tejidos de algodón; en 1792, 2 millones. En 1717, los Darby producían de 500 a 600 toneladas de fundición al año; en 1790, de 13 a 14.000 to neladas. Mejoraban la calidad y el valor mercantil. La waterframe permitió fa bricar calicós, la mulé, muselinas más ligeras que las de la India; el valor de la materia prima aumentaba en un 5.000 por 100 durante la fabricación. A par tir de 1783, los ingleses hacían estampados sobre los tejidos mediante cilin-
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dros de cobre. En 1785, Taylor volvió a descubrir el secreto del rojo espe cial que le permitió fabricar andrinópolis, que fueron tan populares como las indianas. La pudelación permitía obtener hierro en barras superior al m ejor hierro sueco o ruso. El acero fundido de Huntsman era solicitado en toda Eu ropa. Los precios bajaron: un cilindro de cobre realizaba el mismo trabajo que 100 operarios; el martillo de vapor de 60 kilos daba 150 martillazos por minuto. Las realizaciones de los ingleses maravillaban a los ex Los grandes esjuerzos tranjeros. Wilkinson, “ el padre de la industria del hie rro” , había construido en 1779, sobre el río Severa, el primer puente de hie rro, un puente de un solo arco, y unos veinte años más tarde, en 1797, había de construir en Sunderland, sobre el río Wear, otro puente de hierro que permitía el paso de un gran barco con todo su aparejo. Sin dejarse detener por los gritos de desafío al sentido común, botó, en 1787, el primer buque de hierro. En 1788, se entregaron 64 kilómetros de tubos de fundición al servi cio de aguas de la ciudad de París. P or entonces aparecieron ya algunas de las consecuencias, La lucha de clases que tan familiares nos son, de la gran industria: las cri sis de superproducción, la del algodón de 1788 seguida por el gran crac de 1793; el aumento de la población y el desarrollo de las ciudades; la formación de una clase de capitalistas industriales, que por entonces sólo sueña en fundirse con la nobleza; el incremento de una clase de obreros de fábrica, cuyos únicos medios de producción son sus manos y sus h ijos: un proletariado. Los salarios reales de una parte de dichos obreros han subido; la alimentación y la salud han m ejorada; la duración de la vida ha crecido con la producción. Pero im portantes fracciones de la población industrial (aprendices de fábrica, peque ños artesanos, tejedores) están mal pagadas, mal alimentadas, peor alberga das, devoradas por la “ fiebre de las fábricas” y por la tuberculosis. A partir de 1785, estos obreros se agrupan, declaran huelgas, que van acompañadas de violencias contra las máquinas y contra las personas, y exigen que el Parla mento dicte una legislación protectora: empieza la lucha de clases. A pesar de todas las transformaciones, la pequeña indus Supervivencia de la tria siguió siendo la más numerosa. La jenny, apropia artesanía da para usarla en casa, se difundió por doquier entre 1775 y 1785, y el número de productores individuales aumentó. Siguieron dedica dos a este trabajo, incluso después de conocerse el telar mecánico, aceptando grandes reducciones en el salario y la miseria. Durante bastante tiempo los maestros artesanos se defendieron bien en la industria de la lana, en la quin callería y en la cuchillería. A principios del siglo xix, esta producción aún era superior a la de las fábricas.
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La agricultura se hizo científica y se industrializó. Las teorías J ^ h ro Tull (1731) son resultado del más puro método experimentaL Primero Lord Townshend, y luego otros nobles, adoptan dicbaB teorías y ponen de moda la agricultura. En 1760 todos los □obles se enorgullecen de explotar por sí mismos sus tierras. La selección ar tificial crea nuevas especies, de poco hueso, de carne más abundante y sabro sa, bien alimentada gracias a laboreos perfectos, a las continuas rotaciones de cultivo, al forraje de invierno y a las plantas de raíces sustanciosas (re molachas, nabos). De 1710 a 1795, el peso m edio de un buey aumenta de 350 a 800 libras; el del cordero de 38 a 80 libras; el del ternero, de 50 a 150. _ , En el continente, los adelantos fueron m acho más lentos, en En el continente . . . , „ , general por escasez de capitales, que solo podía aportar el gran com ercio marítimo. Annque Holanda disponía de capitales, la industria holandesa iha en decadencia, quizá porque el país carecía de materias primas y también a consecuencia de las restricciones que los demás Estados, que in tentaban industrializarse, imponían a la exportación de sus materias primas. Los holandeses invirtieron sus capitales en Inglaterra, en Francia, en los diversos Estados alemanes, con lo cual contribuyeron a la industrialización de esos paí ses. Dejando de lado a Inglaterra y a las Provincias Unidas, en los demás países la industria se desarrolló gracias a la intervención del Estado, motivada por razones militares: era conveniente no depender del extranjero, producir autárquicamente telas para uniforme, armas y pólvora; era preciso exportar para reunir el efectivo necesario para la gran política y para debilitar al enemigo me diante la competencia. El Estado intervino otorgando subvenciones, primas y m onopolios; estableciendo tarifas aduaneras y empresas oficiales, con grandes dificultades, todo ello para desarrollar una industria artificial carente de mer cado, y que sólo crecía a costa de una serie de quiebras y de volver a empezar. „ _ . Francia salía ya de esta etapa, y la industria era en parte esponEn Francia , ; , r ' . ,. . ‘ tanea. Disponía ya de un gran comercio marítimo y colonial asi como de numerosos capitales, pero siempre en menor cantidad que las antedi chas potencias marítimas, y, además, la técnica financiera estaba menos desarro llada. Por otra parte, el Estado, a causa de su mal organizada hacienda, consu mía una gran parte de los capitales disponibles. Todo lo cual nos indica la razón de que la industria francesa no pudiera desarrollarse sin la ayuda directa del Estado, y de que los progresos fueran más lentos que en Inglaterra. A l igual que en este último país, la industria artesana era la más voluminosa. La concen tración comercial iba creciendo. Por ejem plo, en los tejidos de Lyon, 48 mer caderes daban trabajo a 819 maestros operarios. Si loa Van Robáis tenían en Abbeville 1.800 obreros a sus órdenes, desde luego agrupados en varios obra dores, otros diez m il trabajaban para ellos a domicilio. Las 12 “ manufacturas ^industrial™
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realea” de lana mandaban hacer los aprestos (tundido y segunda textura) en un obrador agrupado; pero la hilatura y una gran parte del tejido la realiza ban a domicilio los campesinos de los alrededores. Por otra parte, en todas las industrias que exigían nn material costoso y complicado aBÍ com o numerosas operaciones distintas para producir un solo objeto existía ya una concentración en fábricas, anterior a cualquier maquinismo. En Reims, más de la mitad de los telares de lana estaban agrupados, y en Louviers, 15 empresarios tenían a sus órdenes miles de obreros. En la in dustria del algodón, a la fabricación de “ indianas” (que exige grandes ex tensiones de terreno para el blanqneo de las telas, grandes edificios para los obradores, grandes locales para el secado, utensilios complicados, importantes reservas de telas y de materias colorantes así como división del trabajo entre los obreros que trabajan bajo el mismo techo), se dedicaban, en 1789, cien ma nufactureros, cuya producción se elevaba a 12 millones de libras de telas es tampadas. Existían ya varias sociedades anónimas muy fuertes. En 1789, Obcrkampf fundó una sociedad cayo capital social casi alcanzaba los 9 millones. En las minas, a partir de 1744, el Estado se reserva el subsuelo, y concede la explo tación a grandes compañías. La sociedad Anzin, fundada en 1756, daba em pleo a 4.000 obreros antes de 1789. También se constituyeron sociedades en Alais, en Carmaux y en otras localidades. La explotación, que basta entonces se llevaba a cabo en un sinnúmero de pequeños pozos de escasa profundidad por propietarios que a menudo eran campesinos, que achicaban mal, que no apun talaban y que obtenían poco carbón, m ejoró muy pronto. Los sondeos sustitu yeron a las investigaciones realizadas al azar. En lugar de descender por pel daños tallados en las páredes de los pozos, los mineros utilizaron escalas de hierro, y más tarde, después de 1760, en Anzin, vagonetas movidas-por cabrias. La ventilación de las galerías quedó asegurada medíante pozos especiales. Para luchar contra las aguas, las paredes de las galerías fueron recubiertas de ladrillos en Anzin, se establecieron depósitos, y las pequeñas bombas de mano movidas por un solo hombre fueron sustituidas por grandes bombas accionadas por hombres y caballos. Los pozos, que basta entonces Regaban a 50 metros de profundidad, Regaron a tener 300; y, en un caso, la perforación alcanzó los 1.200 metros. La sociedad Anzin producía, en 1789, hasta 375,000 toneladas de bulla. A l fin, se introdujo el maqumismo. Desde 1732 la máquina de Newcomen era utilizada algunas veces en las minas. En cuanto al torcido de la seda, los descubrimientos de Vaucanson permitieron fundar grandes establecimientos. En Aubenas, Vaucanson agrupaba ,120 depósitos de devanado en un mismo edificio. En cambio, la hilatura seguía siendo una industria casera y rural. Para
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el algodón, los franceses importaron de Inglaterra obreros y máquinas, y en 1789, ya existían fábricas en Brive, Amiens, Orleans, Montargis y Louviera. Apareció también la fundición del mineral de hierro con coque, consecuencia de lo cual fué la formación de grandes establecimientos como el de Le Creusot. La primera máquina de vapor de Watt que se utilizó fué la bomba de fue go de Chaillot, a la que se confío la subida de agua para París, en 1779. La máquina se difundió poco a poco, y en 1789 las bombas de fuego todavía eran escasas en Francia. La sociedad Anzin, que poseía 12 bombas de dicha dase, causaba asombro. El maquinistao sólo se desarrolló durante el Imperio. _ , Más lentos aún fueron los progresos técnicos en el resto de EuOtros países i . . ropa, a pesar de los esfuerzos desplegados por los principes. Estos Estados están, guardando las proporciones, en la misma situación en que se bailaba Francia en la época de Colbert. En el centro y en el este de Europa escasean los capitales, ya que los Estados participan muy poco en el comercio mundial y carecen de colonias. En todas partes, en B aviera, en Wurtemberg, Hesse, Austria, Prusia y Rusia, se encuentran las mismas características aun que en distintos grados. En todas esas naciones el Estado interviene. El prín cipe crea empresas que luego cede a los particulares, o bien obliga a fundarlas a los nobles y a los conventos, a las ciudades y a los mercaderes, a los judíos. Es tas empresas reciben subvenciones y monopolios, están exentas del pago de impuestos y de peajes; a menndo se les conceden instructores extranjeros y mano de obra forzada (mendigos, vagabundos, mujeres de mala vida, huérfa nos, soldados). La organización del trabajo es semejante a la de las manufac turas: un taller central donde tiene lugar el acabado, aunque la mayoría de las operaciones las ejecutan a dom icilio asalariados, cuyo número puede llegar a varios miUares. En Friedau (Bohemia) la manufactura textil de Johann Fríes agrupa 55 obreros en sus talleres y, en cambio, da trabajo a domicilio a otros doB mil. El K ónigliches Lagerkaus, de Berlín, en 1740 cuenta para su pro ducción con 1.400 obreros a domicilio. Solingcn distribuye la materia pri ma a operarios que trabajan en sus domicilios, y estos operarios entregan lue go los cuchillos fabricados a precios establecidos de antemano. En Rusia, las manufacturas de lana y de seda tienen la quinta parte de los obreros en los ta lleres, mientras que los demás trabajan en sus casas. En el año 1780, en la manufactura de lona de Medying, el número de individuos que trabajan en sus domicilios es muchísimo más elevado que el de los que trabajan en el ta ller. Exactamente lo mismo ocurre en las manufacturas de encajes y de re lojes, de cristales y de espejos. Son raras, muy raras, las manufacturas centra lizadas por completo, aunque existen algunas, como las de porcelanas, tabaco, muebles de lujo, fábricas de cerveza, refinerías, aserraderos, o también cuando es necesario utilizar mano de obra reunida por otros motivos, por ejemplo, los
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soldados de cinco regimientos acuartelados en Breslau, que hilaban algodón en bus cuarteles en sus horas libres, o mano de obra agrupada para ser m ejor vi gilada: los prisioneros de Spandau (hilatura de seda y lana), los huérfanos de Fotsdam (encajes de Brabante), los hospitalizados en Erfurt, etc. En cuanto al maqumismo, se introdujo mucho más tarde 7 con mayor len titud: la primera máquina de "Watt apareció en Alemania en 1785.
El siglo XVIII, que asistió a la multiplicación de máquinas de todas clases, trabajó en inventos que estaban llamados a tener un brillante porvenir: el pararrayos, el automóvil y el ferrocarril, el barco de vapor, el telégrafo y el teléfono, la navegación aérea. El pararrayos surgió com o consecuencia de las investigaciones El pararrayos Franklin, quien, en septiembre de 1752, colocó el primero en el tejado de su casa. A partir de 1754, el pararrayos se difundió. En 1782 podían contarse 400 en Filadelfia. En 1762 se adoptó en Londres el primer pararrayos, que más tarde pasó al continente, a Italia a partir de 1776, al Me diodía de Francia, y luego a París, en 1782. Algunos teólogos protestaron con tra su uso: truenos y rayos eran demostraciones de la ira divina; por consi guiente, era im pío oponerse a su poder destructivo. Pero otroB teólogos, y los Filósofos, alegaron que el hombre tenía el deber de defenderse contra el rayo, al igual que contra la lluvia, la nieve y el viento, con los medios que Dios ha bía pueBto a su alcance. A la muchedumbre le asustaba a menudo este meca nismo. En 1783, un noble de Saint-Omer (Francia) mandó colocar en su casa un pararrayos rematado con una espada que amenazaba al cielo. La muche dumbre se amotinó; el municipio dió orden de derribarlo. El noble recurrió al tribunal de Arras, que anuló la prohibición municipal, después de escu char los alegatos de un joven abogado, más tarde célebre, Maximiliano de Robespierre, El pararrayos se impuso por su indiscutible utilidad. Los edificios sobre los cuales solían a menudo caer rayos, la iglesia de San Marcos de Vene* cia, y la Catedral de Siena, ya no sufrieron tal percance desde el momento que se les dotó de pararrayos. Los buques estuvieron más seguros: el de Cook se salvó, gracias a su pararrayos, junto a un barco holandés que fué alcanzado por el rayo. E l ingeniero francés Cugnot intentó utilizar la fnerza del y el ferrocarril vaPor para mover la artillería. Construyó una zorra de va por, la sometió a la aprobación de Gribeanval, y el ministro Choiseul mandó que se hicieran ensayos en 1769 y 1770, fecha en la que la máquina de Cugnot, el primer automóvil, ensayado en el Arsenal, arrastró una enorme pieza de 48 y su correspondiente cureña hasta una distancia de
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cinco kilómetros en el espacio de una hora. Escaló las alturas más escarpadas y salvó con facilidad todas las desigualdades del terreno; pero sus movimien tos eran tan bruscos que resultaba difícil dirigirlo y acabó por derribar una pa red. P or tratarse de una máquina de condensación, necesitaba gran cantidad de agua y Cugnot fué incapaz de descubrir un sistema que permitiera cam biar dicha agua; era preciso pararse a cada cuarto de hora; el vehículo carecía de utilidad práctica. En 1786, el americano Olivier Evans dirigió al Congreso del Estado de Fennsylvania una petición de privilegio para un vehículo de va por, accionado por una máquina a alta presión, que requería menor cantidad de agua; pero uo consiguió el privilegio solicitado hasta el año 1797 y al fin acabó por fracasar. P or otra parte, en los yacimientos de hulla ingleses se uti lizaban railes para facilitar a los caballos el arrastre de las vagonetas de carbón, y precisamente esos raíles, que reducían el frotamiento, y la máquina a alta presión, que no había podido idear Cugnot, hicieron posible a principios del siglo xix el hallazgo de una solución para la locomotora y el ferrocarril. El te léfon o tam bién tuvo efecto en el siglo xvm un ensayo de teléfono. El 1 de junio de 1782, Dom Cauthey, religioso de la abadía de Citaux, presentó a la Academia de Ciencias un sistema para comunicar a dis tancia. Consistía en colocar entre postes sucesivos, tubos metálicos a través de los cuales se propagaría la voz sin perder intensidad. Creía que en una hora podría transmitir un aviso a 200 leguas de distancia. El marqués de Condorcet pidió una prueba y el rey Luis X V I le concedió el permiso para llevarla a cabo. Se utilizaron unos tubos que conducían el líquido, mediante la bomba de Chaillot, a lo largo de 800 metros con éxito completo. Entonces, Gauthey pidió autorización para hacer otra prueba en una distancia de 150 leguas; pero la administración real la consideró ruinosa. Gauthey abrió una suscripción en Paría, y luego en Filadelfia, pero con resultados insuficientes. E l telé afo último tercio del siglo XVIII se hicieron grandes esfuerzos, sobre todo por obra del abate francés Cbappe, para inventar el telégrafo eléctrico. Si fracasaron fué porque solamente se conocía la elec tricidad estática, producida por frotamiento y proporcionada por las máquinas eléctricas. Esta electricidad sólo reside en la superficie de los cuerpos y tiene gran tendencia a salirse de ellos; el aire húmedo basta para disiparla, Esta 'es la causa de que treinta años de trabajos resultaran infructuosos. Entonces, los investigadores volvieron a las señales que podían hacerse en el espacio y que eran o visibles o audibles a gran distancia. El alemán Bergstrasser, de Hanau, pre paró un lenguaje figurado, pero poco práctico: para transmitir una frase de 20 palabras habían de dispararse 20.000 cañonazos o lanzar 20.000 cohetes. A Claude Chappe le estaba reservada el dar con la solución, durante el período revolucionario.
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La navegación aérea nació en Francia. Los hermanos Es« • * «a < >■ j * i ? . j teban y José Montgolncr, hijos de un fabricante de papeí de Annonay, célebre en toda Europa por la calidad de sus productos, tu vieron conocimiento de la obra de Priestley, en la que describía varios gases nuevos. Se les ocurrió elevarse encerrando en una envoltura de poco peso un gaB más ligero que el aire: el aparato subiría hasta tropezar, a determinada altu ra, con capas coya pesadez específica lo mantuviera en equilibrio. El primer experimento se efectuó en Annonay, el 4 de junio de 1783, ante los diputados de la provincia del Vivarais: un “ montgolfier” de 12 metros de diámetro, cons truido con tela recubierta de papel y en cuyo interior el aire era calentado me diante paja encendida, se elevó hasta una altura de 500 metros. La Academia de Ciencias de París mandó repetir el ensayo, en el Campo de Marte, el 27 de agosto del mismo año. Charles hinché el globo con hidró geno, cuyo peso es 14 veces menor que el del aire, y por vez primera se obtuvo en gran cantidad hidrógeno, que hasta entonces era un producto de laboratorio. En presencia de 300.000 personas que lloraban y se abrazaban en un delirio de entusiasmo, ya que en aquel momento se convertía en realidad una de las más antiguas esperanzas de la humanidad, el globo alcanzó una altura de 1.000 metros. Pero, com o al salir estaba excesivamente hinchado, se rasgó y cayó a 20 kilómetros de París. Los campesinos, asustados, creyendo que era la luna que caía del cielo, se vengaron del miedo sufrido reduciendo a pedazos la má quina. La administración real se vió precisada a advertir oficialmente a los campesinos que no temieran nada y que no destruyeran los globos. Después de otro ensayo, honrado por la presencia del rey, que tuvo lugar el 19 de septiembre de 1783, Pilatre de Rozier y el marqués de Arlandes, fueron los pri meros hombres que volaron: el 19 de noviembre de 1783, planearon sobre Pa rís. El físico Charles, que ideó la barquilla (para sustituir la galería de mim bre) , la red y la válvula, alcanzó en compañía de Robert los 4.000 metros el 1 de diciembre de 1783 y aterrizó a 36 kilómetros de París, estableciendo los primeros récords de distancia y de altura. Blanchard y el doctor Gefferies, que habían partido de la costa de Douvres, el 7 de enero de 1785, fueron los prime ros en atravesar el canal de la Mancha por el aire; Pilátre de Rozier, que se mató el 15 de junio de aquel año a consecuencia de un desgarrón, fué el pri mer mártir del aire. Blanchard y Guyton de Morveau imaginaron el dirigible; pero los remos de que se valían sólo sirvieron para demostrar que era impo sible limitarse a utilizar la fuerza humana. En todas partes, en toda Francia, se crearon sociedades de aficionados y no pasaba día sin que se elevara un “ montgolfier1í. La moda, los sombreros, los vestidos y las carrozas, todos eran a la Montgolfier, a lo globo, a la Charles y a la Robert, El entusiasmo se exten dió por toda Europa, En Inglaterra se lanzó un globo de hidrógeno el 22 de L a Tiovc^actoTi n&rBti
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febrero de 1784; en Italia, el primer “ montgolfier” se elevó en Milán el día 25 del mismo mes y año. En 1784, en una carta dirigida a la Academia de Lyon, Gudin pensaba ya en el aprovechamiento bélico del aeróstato y señalaba que Soubise no habría perdido la batalla de Rosabach si hubiera tenido uno a su disposición. El globo habría de ser utilizado por el ejército francés a partir de 1794 y había de proporcionarle a Francia el primer dominio del aire. _ , , Así pues, la gran revolución técnica gracias a la cual Europa y e l mundo _ r J . . ., , . , , Jburopa logro una inmensa superioridad material sobre todos los pueblos del mundo y que le permitió incluso atacar las poderosas ci vilizaciones asiáticas antes de que el mundo, dotado ya de estas técnicas, se volviera contra ella, esta gran revolución, decimos, es debida al espíritu pro piamente europeo; pero, frecuentemente, este espíritu ha sido impulsado por necesidades nacidas al entrar en contacto con los pueblos de ultramar, y ha recibido a menudo de sus relaciones con dichos pueblos sus medios de acción. De manera que casi podríamos decir que la revolución financiera e industrial es un aspecto del contacto de Europa con el Mundo.
CAPITULO IV
LAS TÉCNICAS DEL PROGRESO HUMANO 1. M edicina
t cirugía
arte médico realiza grandes progresos por influencia del movimiento cien tífico. Los métodos de observación y de experimentación se utilizan cada vez con mayor frecuencia. L studios 'k® ^ormac^®ri de I°s médicos sigue confiada a los libros y a las teorías, lo cual es inevitable; pero, cada vez más, profesores y alumnos comprueban la teoría mediante la práctica. A l acabar los estudios clá sicos, los estudiantes matriculados en la Facultad de Medicina de París debían proseguir loa estudios durante dos años para obtener el titulo de bachiller en medicina. Las asignaturas eran anatomía, medicina, química, botánica, farma cia, cirugía y partos. Dos años más eran precisos para obtener el título de licenciado: los alumnos debían asistir a discusiones publicas, en las que se discutía a base de silogismos. Finalmente, para doctorarse, habían de acom pañar durante dos años a los médicos de la Facultad en sus visitas a los enfer mos del Hótel-Dieu y del Hospital de la Caridad, Esta parte práctica tiende a desarrollarse cada vez más. La primera clínica universitaria fué fundada en Viena en 1754; la de París, en 1770. Para estudiar los partos, arte en el que los franceses eran maestros, se hacían ejercicios sobre maniquíes y así, con medios rudimentarios, se formaban excelentes comadrones. Muchos médicos eran al mismo tiempo naturalistas de prestigio, según ocurría con Haller, Spallanzani y Vicq-d’Azyr. Junto a la enseñanza de las facultades se crea una enseñanza más moderna: en 1771, Portal ocupa la primera cátedra de fisiología experimental en el Collége de France. París y Montpellier atraían estudiantes de toda Eu ropa; y también gozaban de renombre Padua, Pavía, Buda y Viena. Los pe riódicos especializados capacitaban a los médicos para comparar sus observacio nes: a partir de 1751, la M edizinische B ibliothek de Erfurt; de 1754 a 1792, el Journal d e M édecm e e t d e Chirurgie de París; de 1763 a 1777, el G iom ale di M edicina de Venecia. Los cirujanos ejercieron gran influencia. Hasta entonces se veían obligados a actuar a las órdenes de los médicos, a los cuales estaban supeditados; pero eran grandes prácticos. La mayoría de ellos se habían iniciado en las tiendas de l
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loa barberos, a quienes lea estaba reservada la pequeña cirugía y el arte dental. Prosiguieron eu formación por la práctica y, a fuerza de experiencia, coloca* ron su arte a un alto nivel de perfección y aseguraron sn independencia. Lo* graron que se diera enseñanza especial de la cirugía. En 1731 se fundó en Francia la Keal Academia de Cirugía. En Inglaterra, en 1745, el Parlamento concede un estatuto a los cirujanos, quienes mandan construir una escuela y sala de prácticas. En 1782 José II establece en Viena una Escuela de Cirugía, y lo mismo hace Cristian V I, en 1785, en Copenhague. En estas escuelas, la ense ñanza se basaba principalmente en trabajos prácticos durante tres años y que daba aprobada mediante exámenes, en bu mayor parte prácticos: disecciones, operaciones y apósitos. Y no debemos olvidar que muchos de los progresos realizados por la medicina fueron obra de los cirujanos, que estaban más acos tumbrados a observar y a experimentar. Numerosas enfermedades que ya eran conocidas, se describen con mayor exactitud, y se redactan tablas de los síntomas qne sirven para diagnosticarlas y para seguir su evolución. Así, por ejem plo, el francés Jean Sénac señala los síntomas de las enfermedades del corazón: palpitaciones, binchazón de los pies, asma, dificultad de respirar, en especial estando acostado, dilatación de la aorta y esputos de sangre. Los mé dicos italianos describen las fiebres palúdicas. Asimismo, se estudian con mu cho más detalle la disentería, los cólicos saturninos, el bocio exoftálmico, el garrotillo, la escarlatina (que confunden bastante con el sarampión), las pape ras y las enfermedades venéreas. Se descubren enfermedades desconocidas. Bollo, cirujano general de la artillería inglesa, descubre en un capitán de arti llería la diabetes así com o sus caracteres: apetito y sed excesivos, adelgaza miento, orinas muy abundantes y de sabor dulce, inflamación de las encías, castañeteo; y, además, se descubren la fiebre tifoidea, conocida bajo el nombre de fiebre mucosa, la varicela, la tuberculosis ósea, cuya principal manifesta ción se conoce eon el nombre del cirujano inglés que la describió: el mal de Pott. Para apreciar el estado del enfermo los médicos tienen en cuenta la tem peratura y el número de pulsaciones- Utilizan el termómetro, sobre todo los médicos ingleses. La medicina adopta el punto de vista cuantitativo, con lo cual se hace mucho más científica. En Viena, en 1760, el médico Anenbrugger des cubre la percusión como método para diagnosticar las enfermedades del pecho; pero su descubrimiento pasa casi inadvertido. Se multiplican las teorías médicas, por el peso mismo de La terapéutica las cosas, ya que el médico debe considerar un conjunto, el ser humano, y, por consiguiente, debe realizar una síntesis. El animismo de Stahl (1660-1734), el eclecticismo de Boerhave (1661-1738), el mecanicismo de D iagnóstico
y pronóstico
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Hoffman, el vitalismo de Barthez (1734-1806) están sucesivamente de moda. Aunque difieran mucho entre sí, todos estos autores y sus discípulos tienen una característica com ún; son expectantes. Según ellos, la naturaleza posee una propiedad curativa, la enfermedad es un medio para librar al cuerpo de ele mentos nocivos, y en especial la fiebre es un medio de purificar; por consiguien te, de ningún m odo hemos de atacar los síntomas, suprimir, por ejemplo, la fiebre o las hemorroides; sino que debemos esperar, facilitar el trabajo de la naturaleza purificando el cuerpo de sus humores y de sus partículas pútridas. La consecuencia de ello es la utilización de medios naturales suaves: purga, la vado, dieta, régimen (gracias a éste curó R ollo a su diabético); loa procedi mientos descongestionantes; sangría, vejigatorios aplicados en las piernas; ejer cicios suaves, fricciones y aguas termales. Cada vez más van retrocediendo los remedios absurdos, como son el o jo de cangrejo, las perlas y la carne de víbora. Pero al mismo tiem po y cada vez más, surge la necesidad de atacar direc tamente al mal en sí mismo. Una actitud más analítica se mezcla con el espí ritu sintético, en espera de destronarlo. El principal teórico es el psiquiatra francés Pinel (1735-1826), partidario del método analítico, que sostiene que todas las enfermedades se reducen a lesiones orgánicas que es preciso descubrir y curar. El siglo xvm asiste al triunfo de la quinina aconsejada sobre todo por los italianos contra las fiebres. Se utiliza la digital para proteger el corazón en los casos de hidropesía; contra la anemia, Fowler recomienda el arsénico lí quido (licor de Fowler). En 1750, se le ocurre al inglés Pringle aplicar la ve jigatoria en el punto que más duele del pecho en las pulmonías y pleuresías. Volta intenta curar las enfermedades del oído mediante choques eléctricos. Utilizando la electricidad, Kratzeustein, de Copenhague, intenta curar la pa rálisis, la gota y el reumatismo crónico. En 1790, Fourcroy suministra oxíge no a los tísicos: obtiene pobres resultados, pero, en cambio, tiene éxito en Iob casos de asma, de clorosis, de escrofuliamo y de raquitismo. Los médicos se preocupan mucho por prevenir las enferme La medicina dades, en especial las enfermedades epidémicas, que asolan el preventiva mundo. La peste causa estragos en Ucrania en 1737, en Mesina en 1743, en Moscú desde 1789. El tifus viaja con los ejércitos, y desde 1750 es endémico en España; en 1761, una violenta epidemia de gripe devasta Europa y América. La tos ferina va diezmando Europa: sólo en Suecia, de 1749 a 1764, causa la muerte de 40.000 niños; la viruela es uua plaga, que en París, en el año 1719, causa 14.000 muertes. En 1770, una epidemia general de viruela re corre el m undo; todas las grandes ciudades quedan diezmadas; y en la India se calcula en 3 millones el número de muertos. Durante mucho tiempo sólo pudieron tomarse medidas de precaución. Las regiones atacadas por la epidemia eran rodeadas por cordones sanitarios de
11.—Conjunto del H otel de Soubise
12.— El Salón del Louvre en 1753
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soldados y quedaba prohibido salir de ellas. Los viajeros no podían emprender viajes sin poseer un certificado de buena salud; al llegar al punto de destino, quedaban sometidos a una cuarentena, es decir, eran observados aparte durante cuarenta dias. Cualquier enfermo sospechoso era aislado inmediatamente en un lazareto. En 1779 el vienes Franck empezó a publicar su Sistema de política médica, en el que sostenía que velar por la salud publica era un deber del Es tado y exigía que se legislara sobre esta materia. En Venecia era obligatorio declarar los casos de tuberculosis así com o desinfectar los objetos que habían pertenecido a tísicos, y en otraB ciudades se ensayaron medidas semejantes. P or otra parte, los médicos escribían libros de higiene, gracias a los cuales cada individuo podía mejorar su salud y ofrecer mayor resistencia a las en fermedades. Entre las mejores obras de este tipo figuran las del suizo Tissot: Advertencia al pu eblo acerca d e su salud (1761) y Lo salud d e los intelectuales (1772), cuyo interés aún sigue siendo actual en nuestros días. Un avance decisivo contra la viruela se logró por medio de la inoculación y de la vacuna. Lady Montague, esposa del em bajador de Inglaterra en Constantinopla, se enteró de que las circasianas se pinchaban con agujas impregna das de pus de viruela; con ello se inoculaban una viruela benigna y quedaban inmunizadas contra la enfermedad. Todo esto ocurría como si el cuerpo se hubiera entrenado en su lucha contra la enfermedad atenuada y, así, hubiera ganado fuerzas para combatir y rechazar la verdadera enfermedad. Lady Montague dió a conocer el procedimiento; el médico ginebrino Tronchin (17091781) se convirtió en campeón de la inoculación. El cirujano inglés Jenner (1749-1823), encargado de inocularla a los habi tantes de un condado inglés, observó que quienes habían contraído la viruela de las vacas, o vacuna, eran refractarios a la inoculación y a la viruela huma na. Tras veinte años de observaciones y ensayos, el 14 de mayo de 1796 vacunó al primer niño, James Phipp, y en 1798 publicó su Encuesta acerca d e las causas y los efectos de la viruela vacuna, que despertó considerable interés. La humanidad quedaba salvada de la viruela. Poco más tarde se descubrió que la vacunación era ya practicada en varios lugares de la India, en Persia y en el Perú; pero se trataba de casualidades locales. Fué Jenner quien hizo uu des cubrimiento razonado y de valor universal. La obstetricia entre la medicina y la cirugía, el arte del comadrón realizó grandes progresos, porque todo quedó reducido a prin cipios de mecánica y de física, “ ya que el parto es una mera operación mecáni ca sujeta a las leyes del movimiento” (Baudelocque, 1745-1810). Puzos (16861753) y Levret (1703-1780), comadrón de la Delfina de Francia, perfeccionaron el fórceps (hasta entonces era recto; ellos le dieron la curvatura necesaria) que se convirtió en instrumento de uso corriente. Plenck (1738-1807), profesor en 11. — H. G. 0 . — V
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Buda y en Viena, realizó mediciones exactas de la pelvis 7 determinó, para cada medida, cuáles eran las operaciones adecuadas. El parto adquirió “ una certidumbre geométrica” . Este arte alcanza su perfección técnica; los adelan tos obtenidos a partir de entonces sólo han sido debidos a la antisepsia 7 a la anestesia. La cim ía También se perfeccionaron numerosas intervenciones quirúrgia cirugía cag jjj francés Petit (1674-1750) proporcionó seguridad a los cirujanos mediante su torniquete compresor de bolas, gracias al cual se evi taron las hemorragias. Especialista en luxaciones, fue también el primero que extrajo cálculos de la vesícula biliar. E l arte de la amputación también llega a la perfección: miembros rotos, gangrenas, tumores blancos articulares, exóstosis, tumores, aneurismas 7 cánceres, aunque se sabe que estos últimos se reproducen, son operados con éxito. Chopart (1743*1795), inventor de un sis tema de amputación del pie, dio gran impulso a la cirugía de las vías urinarias. Daviel (1696-1762) alcanzó fama por su habilidad en operar las cataratas me diante extracción del cristalino. Solicitado por todas las cortes europeas, en un solo año, en 1752, operó a 206 pacientes, 182 de ellos con éxito. La incisión de la vejiga para extraer los cálculos o piedras se perfeccionó, en especial por los trabajos de un simple práctico parisiense, Come, quien inventó un aparato para pulverizar las piedras demasiado gruesas, 7 descubrió el método de hacer la incisión con un aparato curvo introducido en la vejiga. Todas estas opera ciones eran 0107 dolo rosas porque el cirujano no tenía a su alcance medios para adormecer o insensibilizar al paciente; pero salían bien gracias a la habilidad técnica, a la limpieza 7 a la antisepsia brutal, que si era necesario se lograba con un hierro candente. A l principio del siglo xrx hubo uu período de retroceso; pero el descubrimiento de los microbios 7 de los anestésicos volvió a poner la medicina en marcha hacia el progreso.
2. L a enseñanza
La enseñanza tradicional es criticada más abiertamente, de una manera más general, a veces con mayor elocuen cia que en el siglo anterior, sin que se diga nada que sea completamente nuevo. El pensamiento del siglo xvm acerca de la enseñanza es simplemente la conti nuación y algunas veces el debilitamiento del pensamiento del siglo XVI). Pero, sin duda alguna, es mayor el número de resultados. Los atacantes son de tres clases: por una parte, los científicos que conside ran que la enseñanza no concede la debida importancia a los descubrimientos recientes 7 a las nuevas ramas de la ciencia; en segundo lugar, los utilitarios El espíritu del siglo
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cayo deseo es que en los planes de estudio se dé mayor cabida a las artes y conocimientos que pueden tener utilidad inmediata en la vida corriente; final mente, los sensualistas, que se inspiran en Locke, Condillac y Rousseau, firme mente convencidos de que todas nuestras ideas proceden de los sentidos, y que, por consiguiente, sostienen que la enseñanza debería basarse en los seres y en las cosas, en la observación de las realidades y en la experiencia, y no en los libros y en la palabra. A menudo, claro está, un mismo individuo adopta estos tres puntos de vista. La controversia fue encarnizada y a menudo malévola. Los reformistas exageraron los defectos de la enseñanza y trataron con desdén a sus adversarios; por su parte, los conservadores les reprocharon a los avan zados el descuidar la experiencia y la realidad. Pero, en resumidas cuentas, los reformistas ganaron la batalla, aunque no con el éxito que habrían deseado: se introdujeron en los programas nuevas materias, a veces métodos nuevos, y la enseñanza utilitaria, la que llamamos técnica, se desarrolló. Las reformas tuvieron por principal escenario Francia, los países dominados por los sobe ranos germánicos y Rusia, En los demás Estados, las novedades fueron escasas. La misma Inglaterra siguió fiel a la antigua enseñanza clásica y al aprendizaje directo de la profesión mediante la práctica. T La primera enseñanza, cuya misión consiste en inculcar a los amos de o a 11 o a 13 anos, los primeros conoci mientos de utilidad inmediata, no estaba difundida por igual. Los ricos y los acomodados la recibían en su propia casa. Para el pueblo, en los países cató licos, la enseñanza era privada: algunas congregaciones religiosas, como los Hermanos de la Doctrina Cristiana, se encargaban de ella, con o sin aportación económica de las parroquias y de los padres. En la Inglaterra anglicana sólo existían escuelas parroquiales medianamente sostenidas por la caridad priva da; en los países calvinistas y luteranos, la necesidad de leer la Biblia fué cau sa de que se desarrollara una enseñanza elemental publica, a menudo digna de encomio. Durante la segunda mitad del siglo, los “ déspotas ilustrados” des plegaron gran actividad para crear una enseñanza estatal que formara súbditos fieles, obedientes e instraídos. En Prusia, Federico II decretó la enseñanza obli gatoria en 1763; en Austria, María Teresa reorganizó la enseñanza primaria en 1774; en Rusia, Catalina II dictó, en 1786, nn Estatuto de las Escuelas Po pulares, a imitación de Austria, con el m onopolio del Estado, La enseñanza incluía, ante todo, religión y moral, es decir una idea del universo y del destino del hombre, del lugar y del papel que éste desempeña en la sociedad; luego, los instrumentos del conocimiento elemental: lectura, escri tura y aritmética. Los resultados a menudo eran buenos. En Francia, la edu cación del pueblo era indudablemente superior a la que tuvo en la primera mitad del siglo xix.
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Pero muy pronto se consideró que esta enseñanza era insuficiente para quienes debían ganarse el sustento al salir de la escnela. Por ello, y teniendo en cuenta la importancia que tenía el trabajo manual para la precisión del o jo, de la mano y de la mente, los Hermanos de la Doctrina Cristiana habían aña* dido, en Francia y desde hacía mucho tiempo, la enseñanza de los oficios. Des* de 1700, Francke y Semler dirigían en Halle (Alemania) escuelas en las que la enseñanza iba unida al aprendizaje técnico en el taller. Estos ejemplos fue ron seguidos por Federico H, que introdujo en sus escuelas primarias el cultivo de la morera y la cría del gusano de seda. Junto a las instituciones que concedían un lugar a la técnica, se fundaron escuelas exclusivamente técnicas, sobre todo en Alemania y en Francia. En 1767 se abrió en París la Escuela Real de Dibujo, en la que recibían instruc ción gratuita 1.500 niños mayores de 8 años. También los particulares, los municipios y las provincias crearon escuelas en las localidades en que exis tían manufacturas, escuelas en las que se enseñaba dibujo y matemáticas. Un filántropo, el duque de La Roehefoucault-Liancourt, creó, para los huérfanos de su regimiento, una notable escuela de aprendizaje, reconocida por real or den de 1786, y que fué el modelo de la primera escuela de Artes y Oficios de la Revolución Francesa. Pero a todas estas escuelas se les echaba en cara el que sólo formaban al trabajador, pero que dejaban de lado el hombre y el ciudadano. A estas instituciones debemos añadir, a causa de lo elemental de su en señanza, los cuerpos franceses de cadetes-nobles, cuya misión era preparar ofi ciales, y que fueron imitados en Prusia y en Rusia (1732). Algunos teóricos, influidos por las ideas de Rousseau, querían ante todo enseñar por la apariencia, por las sensaciones. El alemán Basedow (1723-1790) daba, en Dessau, lecciones de cosas. Colocaba ante los ojos de los niños un cua dro que representaba a una mujer doliente y acostada, su marido sentado jun to a ella y sobre una mesa dos gorros pequeños. Los niños debían averiguar la situación de la mujer, el significado de los gorros, los peligros que corría la futura madre, las obligaciones de los niños en relación con sus madres que tan to sufrieron para darles a luz. Las lecciones de cosas constituían también el fondo del método del suizo Pestalozzi (1746-1827), que empezó su apostolado pedagógico en Neuhof en 1775, pero cuya actividad más importante, que no se limita tan sólo a la enseñanza primaría, es posterior al periodo que estamos estudiando. A dichos métodos, demasiado exclusivistas, se les reprochaba que sola mente eran adecuados para niños retrasados, y que, en cambio, le hacían per der el tiempo al niño normal, cuyas capacidades de intuición, de imaginación e incluso de razonamiento eran poco apreciadas.
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La enseñanza media era, casi en todas partee, privada, b ajo la vigilancia de la Iglesia o del Estado. Los colé* gioe estaban bajo la dirección, de corporaciones de profesores o Universidades, com o la de Oxford o la de Paria; de congregaciones religiosas: jesnítas (que eran las más numerosas), filipenses y benedictinos; y también, a menudo, de particulares. En los colegios de los jesuítas y en los de la Universidad de París, la enseñanza era gratuita para los externos, y se concedían numerosas becas a los alumnos internos. Los “ ilustrados” , sobre todo en Franeia, exigían cada vez más una “ educación nacional” , y maestros seglares elegidos mediante un “ concurso de admisión” . Ésta fué la tendencia general después de la expul sión de los jesuítas. Por ejemplo, en Francia, después de 1763, cada colegio debía estar regido por una Oficina de administración de la cual formaban par te los principales magistrados; pero la supresión de un cuerpo de buenos pro fesores originó una decadencia de la enseñanza de la cual se aprovecharon Pru sia y Rusia, que acogieron a los jesnítas. La enseñanza de los colegios se basaba en el antiguo humanismo del Re nacimiento. Era práctica. Como estaba dedicada a futuros magistrados, admi nistradores, abogados y médicos, sacerdotes y pastores, profesores, oficiales ge nerales, debía darles un perfecto dominio del idioma, el m ejor instrumento de las más sutiles y más complejas operaciones del pensamiento, más aún, con dición de cualquier pensamiento. Para lograrlo, los colegios se valían del la tín, la lengua madre de la civilización europea; poco del griego, más difícil y más alejado; y para nada de las lenguas vivas que, excepción hecha del fran cés, todavía estaban vacilando y solamente se estabilizaron a lo largo del siglo; por carecer de un significado inmutable y claramente determinado de las pa labras más importantes, resultaba difícil utilizarlas como utensilio del pensa miento. Sostenían, además, que las obras de los autores latinos (poetas, histo riadores, oradores) contienen un gran tesoro de experiencia sentimental, moral y política, cuyo interés es permanente; encierran las situaciones y los proble mas de todas las épocas. La religión, que incluye toda una filosofía, una cien cia completa de la naturaleza humana y de las sociedades, dominaba todo el programa. No solamente le estaban reservados curaos y ejercicios propios, sino que los libros elementales para la infancia estaban integrados por un conjunto de extractos de los autores antiguos acerca de Dios y de la moral; las ideas y los personajes de la antigüedad siempre eran examinados desde el punto de vista cristiano. Era, pues, pensaban, una enseñanza muy completa. Los estudios estaban divididos en dos ciclos. El primero comprendía: tres clases de gramática, una de humanidades (dedicada preferentemente a la poe sía) y una de retórica. La retórica es una ciencia natural que del estudio de los La segunda enseñanza
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grandes autores deduce las leyes de la persuasión; transforma luego estas le yes en preceptos y así, al igual que cualquier otra ciencia, se prolonga a través de un arte o, si se prefiere, de una técnica. La mayoría de alumnos abandonaba el colegio al concluir el primer ciclo; pero quienes se quedaban, cursaban además dos años de filosofía. Estudiaban lógica formal, metafísica y moral. La lógica formal es una ciencia natural que del estudio de las grandes obras de la mente humana saca las leyes del juicio y del raciocinio, y de éstas extrae un arte de pensar. Entraban en ligero contac to con las matemáticas y con la física, aunque esta última se reducía a razona mientos acerca de la naturaleza y de las propiedades de la materia. Todo esto se reducía a exponer, en silogismos, la doctrina de Aristóteles, algunas veces junto con un poco de Descartes y de Locke. En el primer ciclo la enseñanza era esencialmente activa. El latín sob'a en señarse por el método directo, sin utilizar ni siquiera una palabra de francés, excepto para las retroversiones. El alumno, que pronto llegaba a dominar la lengua, se dedicaba a componer sin descanso, en latín, narraciones en prosa, fábulas en prosa y en verso, elegías, himnos, panegíricos, alegatos y arengasEn el segundo ciclo era conveniente dar clases teóricas y los alumnos tenían libretas de apuntes; pero el simple hecho de comprender cuál es el planteamien to de una cuestión determinada y de seguir el hilo de una serie de silogismos es un doro esfuerzo para los jóvenes, y había persistido la costumbre de celebrar controversias, en las que el medio de expresión era el silogismo. La educación venía completada con ejercicios públicos, comedias, recitaciones y disputas, que tenían efecto ante las autoridades y los padres. Este sistema de enseñanza era muy atacado, y algunos autores se burlaban de los temas de retórica como, por ejemplo, “ Los remordimientos de Nerón después de haber asesinado a su madre” , ya que los alumnos, que nunca ha bían cometido un asesinato, no podían expresar ninguna idea personal. Los partidarios de estos ejercicios sostenían que dichos ataques menospreciaban la sensibilidad, la imaginación y la intuición de los jóvenes, que los profesores andaban acertados al utilizarlos como medios educativos, ya que sólo podemos comprender perfectamente aquellos sentimientos que somos capaces de sentir un poco, y que la importancia de la imaginación es superior a la del racioci nio: pocas son las cosas que podemos ver, tocar o medir; ¿quién ha podido ver Francia, Alemania, el Estado, la nobleza, el proletariado, la justicia, la cruel dad, el odio? Otros adversarios criticaban los temas de filosofía: “ El ser, ¿es unívoco respecto a la sustancia y al accidente?” Los partidarios del sistema re plicaban que estos temas, muy buenos, eran propuestos, tal com o debe hacerse, en términos técnicos, que son los más exactos y los más precisos. Sin embargo, algunos renovadores consideraban que en ese sistema no
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tenía cabida lo que pudiera serles útil a los futuros comerciantes, industriales y agricultores, y que los hijos de los artesanos o de los campesinos que sólo permanecían algunos años en el colegio, sin intención de cursar estudios su periores, podían tener la impresión de que estaban perdiendo el tiempo. Creían que, al menos en Francia, la lengua ya estaba bastante fijada y la literatura era bastante rica para que el latín se redujera únicamente a las versiones y retroversiones indispensables; que las ciencias habían realizado bastantes progre sos y proporcionaban bastantes buenos modelos de razonamientos y demostra ciones para poder prescindir de gran parte de las sntilezag de la retórica y de la lógica. Por consiguiente, hubo algunos intentos para renovar la enseñanza clásica y para desarrollar la enseñanza técnica. En todas partes las materias nuevas van penetrando en los colegios. En Prusia, en 1763, Federico II introdujo la enseñanza del francés, y sustituyó la lógica aristotélica por la de W olff. En Austria, el plan de estudios de 1773 de clara obligatorio el método experimental en física, en filosofía y en moral. En Francia, algunos colegios de los filipenses, y más tarde, después de 1763, la Universidad, enseñaron el francés por medio de la gramática y enseñaron la retórica basándose en los autores franceses. También se incluyó la historia mo derna y pronto dejó de ser una mera cronología para convertirse en el estudio de las civilizaciones, de los gobiernos y de la política extranjera. Con posterio ridad al año 1760 en varios colegios se fundaron cátedras de física experi mental así como laboratorios de física. Se da cabida a los idiomas extranjeros. En filosofía, los profesores refutan a Newton, Locke y Descartes, aunque al hablar de ellos exritan la curiosidad de conocerlos; algunos maestros les con ceden la razón, y uno o dos abandonan la exposición mediante silogismos. Pero la transformación más notable fue obra de los benedictinos de San Mauro, en su colegio de Soréze: los alumnos que así lo deseen pueden cursar sus estudios sin latín y tienen la facultad de elegir su propio programa mediante un siste ma de opciones. Pero la mayoría de colegios siguió fiel a una tradición que ya había demostrado su utilidad. A l oponerse los profesores de colegio a la introducción de las ciencias apli cadas en sus escuelas, dieron lugar a la creación de escuelas especiales dedi cadas a la enseñanza técnica. Hacia 1747, Hecker fundó en Alemania la pri mera “ Escuela práctica” ; y desde 1763 Federico II multiplicó en Prusia las escuelas de este tipo. Las escuelas de comercio abundan en Alemania y se in troducen en Francia a través de Alsacia, donde, en 1781, los mercaderes de Mulhouse fundaron la primera. También aparecen algunas escuelas agrícolas. En todas ellas se enseña religión, lenguas vivas, historia y geografía, matemáti cas y física, dibujo, y, además, según la especialidad, química, ciencias natu rales, correspondencia comercial, contabilidad, cálculo de los pesos y medidas
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de las principales naciones, operaciones comerciales, cultivo o trabajos de taller. Toda la enseñanza se dirige hacia la práctica y hacia la vida corriente. También fueron creadas escuelas especiales militares y navales. Los Habsburgo mantuvieron escuelas militares en Bruselas a partir de 1717, y en Viena desde 1718. Los franceses crearon las mejores escuelas, cuyo fin era preparar a los futuros oficiales para los estudios superiores. La Escuela Militar fué inau gurada en 1751 para alumnos de 1S a 20 años; más tarde, en 1776, el conde de Saint-Germain creó doce escuelas militares de provincia, cuya dirección puso en manos de eclesiásticos auxiliados por algunos militares, para alumnos hasta la edad de 14 años. En el programa figuraban las siguientes asignaturas: latín, lenguas vivas, historia, geografía, matemáticas, dibujo, física experimental, dan za, esgrima y música. Había alumnos de pago y becarios del Estado. Uno de éstos fué Napoleón Bonaparte, en la Escuela de Brienne. En cuanto a la marina del Estado, las compañías de guardias marinas de Brest y de Toulon admitían nobles de 14 a 17 años; suprimidas en 1786, fueron sustituidas por dos colegios en Vannes y en Alais. En ellas se enseña ba matemáticas, dibujo, construcción naval, navegación, pilotaje y cartografía. Durante el verano se realizaban cruceros a bordo de buques-escuela. Para la marina mercante, en los principales puertos se habían establecido 24 escuelas privadas de hidrografía, y en 1764 se crearon escuelas estatales en Brest, en Rochefort y en Toulon. _ _ . En cuanto a la enseñanza superior, que deben cursar jóvenes mayores cnya mente esta ya preparada para adqui rir los conocimientos especiales superiores, desgraciadamente las Universidades fueron en general refractarias a las nuevas ciencias y a las ciencias aplicadas. Sin embargo, las Universidades alemanas establecieron cursos de explotación agrícola para jóvenes que querían dedicarse a la a d m in is t r a c ió n de las propie dades reales u otras grandes explotaciones agrícolas. Halle, Heidelberg y Gotinga, inauguraron cursos de química aplicada y de mecánica; pero la oposición de los profesores de teología y de humanidades fué causa de que se suprimieran al cabo de pocos años. Loe Habsburgo introdujeron las ciencias experimenta les y las enseñanzas utilitarias en las Universidades de sus dominios, especial mente en la de Pavía, en el norte de Italia. Pero, en general, la enseñanza de las nuevas materias es organizada por las Academias y por las sociedades li terarias y científicas, al margen de las Universidades, en instituciones inde pendientes. En Francia, algunos sabios y aficionados ricos poseían importantes colecciones de modelos y de máquinas, como, por ejem plo, Vancanson, quien en 1775 instaló sus máquinas de hilar y tejer en un edificio del Faubourg Saint* Antoine, coya entrada estaba abierta al público. En 1782 las donó al rey Luis X V I, que enriqueció la colección con otros 500 modelos, con la intención
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de mejorar las manufacturas. Esta colección, que posteriormente fué agrupada con la de la Academia de Ciencias, se convirtió en el actual Conservatorio Na cional de Artes y Oficios. El Jardín del Rey, que estuvo bajo la dirección de Buffon, se transformó en centro de enseñanza y de publicaciones científicas. Los cursos de botánica, química, anatomía y farmacia, explicados por sabios, atraían numerosos estudiantes. Se inauguraron Escuelas de Minas en Alemania, concre tamente en Brunswick (1745), en Friburgo (1765), en Clausthal (1775); y en Francia, en París (1778). La Escuela francesa de Caminos y Puentes (1747), se convirtió en m odelo de las modernas escuelas superiores de ingeniería civil. La Academia Militar austríaca de Wíener-Neustadt (1752) alcanzó mere cida fam a; la Escuela real militar de París volvió a abrirse en 1777, para aco ger a los mejores alumnos de las escuelas militares de provincias. En ella estu dió Napoleón Bonaparte, al salir de la Escuela de Brienne. Francia poseyó las mejores escuelas de artillería, la más importante de las cuales fué la de La Fére, en la que, por vez primera, se impartió una enseñanza racional de la artillería. También tuvo fama la de Hannover (1782), en la que enseñó Scbarnborst, el renovador del ejército prusiano después de la batalla de Jena. La enseñanza técnica más avanzada de toda Europa se daba en la Escuela que el Real Cuerpo de la Ingeniería Francesa mantenía en Méziéres, y que había sido fundada en 1748, sin duda alguna imitando a la Academia sajona de In genieros (1743). Los alumnos, procedentes o de la Escuela de Artillería de La Fere o de las escuelas militares, eran admitidos después de un severo examen. Los ingenieros del ejército francés tenían fama de ser los mejores de toda Eu ropa. La Escuela form ó muchos hombres célebres: Lazare Camot, el “ organi zador de la victoria” ; el matemático Poncelet; Cngnot, el inventor del auto m otor; el físico Coulomb y el patriota Rouget de Lisie, autor de La MarseÜesa. A partir de 1720, los cartógrafos navales franceses reciben formación en el Archivo de cartas y planos de la marina, situado en París. De la Escuela de la Marina del Louvre salían cada año doce dibujantes de barcos. La escuela de aprendices-cañoneros, creada en 1766, admitía jóvenes de 18 a 25 años, a los cuales convertía en oficiales de artillería naval. En todas estas escuelas, la enseñanza estaba orientada hacia la práctica. Los cursos, de gran valor científico, comprendían una s e l e c c ió n de materias apropiadas. Por ejemplo, para los ingenieros de minas, las asignaturas eran quí mica, mineralogía, hidráulica, ventilación y explotación de las minas. Los alum nos debían resolver numerosos problemas prácticos y dibujar planos, y, ade más, trabajaban en el laboratorio. La mitad del tiempo, en general tres días por semana, se dedicaba a trabajos: construcción de puentes y fortificaciones, fabricación de pólvora, maniobras y tiro. Además, parte del verano lo pasa
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ban en las fabricas, en las canteras de trabajos públicos, en los astilleros de construcción y reparación de buques. La estrecha unión de la ciencia con la práctica, del trabajo mental con el trabajo manual, constituían una enseñanza profesional de grandísimo valor. £1 historiador americano F. B. Artz considera que, en conjunto, la enseñanza técnica superior francesa era la m ejor de Eu ropa, es decir, de todo el mundo, en el siglo xvm.
3. L a P rensa La prensa periódica, que había surgido a principios del siglo x v i i , alcanza un gran desarrollo en el xvm , en Holanda y sobre todo en Inglaterra, gracias a la mayor libertad y a la actividad de la vida política, mientras que en los de más países imita a aquellos dos, a medida que toma incremento la vida inte lectual y que se aprecian los medios de acción política que puede proporcionar la prensa. En todas partes, la prensa refleja con bastante exactitud el estado del país. Las gacetas holandesas: La G azette d e U treckt y La Las gacetas holandesas G azette de Leyden siguen teniendo en Europa el mismo éxito que cu el siglo anterior. Incluyen numerosas noticias, ya sean importan tes, com o el anuncio de proyectos de tratados, ya sean escandalosas, a conse cuencia de la libertad de que gozan los impresores en ese país republicano, de su gran comercio mundial y de su situación de cruce de caminos sobre los al tivos mares, los más poblados de Europa, en la desembocadura del Rin, Re dactadas por lo general en francés, cuentan con lectores en todos los países, y com o quiera que esta lengua la desconocen las clases medias y populares, los soberanos permiten más fácilmente su entrada. Eran muy independientes, y con frecuencia loe gabinetes ministeriales se quejaban ante el gobierno de las Provincias Unidas de la insolencia y de la indiscreción de los gacetilleros. El gobierno les enviaba notas conminatorias pero que rara vez iban seguidas de acción. Por eso, el rey de Prusia, Federico II, intervenía personalmente: ha biendo sido atacado por un periódico de Groninga, un secretario de la lega ción prusiana advirtió al periodista de que si arreciaba en sus ataques wBe to maría una decisión que le haría arrepentirse el resto de sus días” . Con las gacetas holandesas competían otros periódicos redactados en lengua francesa, fundados en pequeños Estados en los que la libertad era mayor que en los gran des, y cuyo éxito venía garantizado por la exactitud y la sinceridad: Journal de H erve, en el territorio de Lieja; L’ Esprit des Journaux en la misma Lieja; La G azette de B erne, la G azette de Cologne. Sin embargo, algunas de estas ga cetas no rechazaban las subvenciones de los soberanos.
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En Inglaterra floreció una prensa de porte moderno. , , . , Esta prensa era relativamente libre; no se necesitaba per* miso previo: cualquier persona podía fundar cuando le viniera en gana el diario que más le agradara. Tampoco había censura previa, lo cual era ló gico en un país de régimen representativo, plenamente parlamentario, en el que una parte de los ciudadanos son electores y han de tener la posibilidad de ex presar sus opiniones. Pero la prensa no era tan sólo una necesidad política, sino una consecuencia del florecimiento de todas las formas de la vida social, y los intercambios de ideas y de noticias se multiplican siguiendo su ritmo. Se trata de una prensa relativamente perfeccionada. Los periódicos, que al principio eran semanales, se publicaron tres veces por semana a partir del momento en que, por los principales caminos que partían de Londres, circu laban tres correos postales. El Daily Courant fue, entre 1702 y 1735, el primer diario. Los principales periódicos que se publicaban eran de cuatro tipos; el diario político; la gaceta moral, la más importante de las cuales fué el famoso T he Spectator de Addison, cuyo éxito fué grande basta 1712, y que tuvo más de un centenar de imitadores en Inglaterra, y numerosos sucesores en el con tinente; la hoja de anuncios; y, finalmente, la revista, el “ magazine” que recoge todo lo interesante que ocurre en el mundo; el primero fué el Gentleman's Ma gazine, en 1731, periódico mensual de 42 páginas a dos columnas. Pero esta división en cuatro tipos no es absoluta. En efecto, los de matiz político publi caban ensayos morales y anuncios; las hojas de anuncios incluían artículos po líticos, y las revistas daban cuenta de los debates del Parlamento. En este país de gran comercio, los diarios vivieron gracias a la publicidad, y un periodista escribía, en 1759: “ La industria del anuncio está ahora tan cerca de la perfec ción que no es tarea fácil proponer mejoras.” La prensa inglesa era una prensa de poderosos. Éstos eliminaron a los po bres gracias al impuesto del Timbre, instituido en 1712 y cuyo importe fué creciendo progresivamente, y a consecuencia de él desaparecieron las numero sas hojitas de a perra chica gracias a las cuales el pueblo podía Balir de la ignorancia y en las que enseñaba a leer a sus hijos. Sin embargo, y gracias a los cafés, incluso los artesanos leen los periódicos. Montesquieu veía, con asom bro, que un fontanero mandaba que le trajeran la gaceta. Era una prensa de combate, que tanto los partidos como el gobierno tra taban de utilizar en provecho propio. Los jefes de partido fundan periódicos, se disputan los publicistas más brillantes, algunos de los cuales ocupan lugar destacado entre los grandes escritores ingleses: Defoe, Swift, Fielding. Un gran señor, Bolingbroke, trabajó de periodista de 1728 a 1731, por devoción hacia su partido. El piim cr ministro W alpole (1721-1742) tenía a sus órdenes un equipo de plumíferos, redactó los guiones de numerosos artículos, inspiró varias La prensa inglesa
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docenas de periódicos, concedió subvenciones a los que eran independientes u hostiles, todo lo cual le costaba al Estado 50.000 libras anuales. Todos los po líticos estaban de acuerdo en que de las sesiones del Parlamento, sólo debía dárseles a conocer a los periodistas lo que ellos consideraran conveniente. Las sesiones no eran públicas y estaba prohibido dar cuenta de ellas. Era mucho m ejor que el público no supiera con certeza que el primer ministro pasaba en tre los escaños de los diputados distribuyendo billetes de banco. La prensa se veía obstaculizada y, en parte, sojuzgada. Algunos periodistas cuyo mayor empeño era ejercer bien la profesión tra taron de conseguir independencia, y lo consiguieron, en relación con los parti dos, gracias a los anuncios e incluso gracias al impuesto del Timbre que elimi naba competidores. Los directores de revista daban cuenta de las sesiones de la Cámara de los Comunes del siguiente m odo: al principio designaban a los diputados con dos iniciales de su nombre (1731-38) y más tarde, después de la publicación de la novela de Swift, simularon narrar los debates del Senado de Liliput (1738-1752), y al final acabaron por publicar abiertamente los de bates, en lo cual fueron imitados por los diarios. La larga crisis que empezó con el intento de gobierno personal de Jorge III, etapa señalada principalmente por el asunto Wilkes, terminó con la victoria de los periodistas. En 1751, algunos periodistas que habían sido encarcelados por haber dado cuenta de los debates parlamentarios, fueron puestos en libertad por los magistrados de Londres, y la opinión pública se manifestó con tal energía que el Parlamento anuló la prohibición. Finalmente, después de los intentos de confiar a los jueces reales la misión de decidir si uu artículo tenía carácter de difamación calumniadora, en 1792, esta tarea fué puesta en manos de los tribunales ordinarios, y los pe riodistas, protegidos ya, quedaron en completa libertad. En las colonias inglesas de América, la prensa se des La prensa am ericana arrollaba con dificultad. La tinta, el papel y los tipos se importaban de Europa, y resultaban muy caros. Los suscriptores eran escasos, ya que las noticias eran raras o atrasadas; Be tardaba de cinco a ocho semanas en atravesar el Atlántico, y también eran muy lentas las comunicaciones entre las colonias del Norte y las del Sur. Y sin embargo, en 1775, existían 34 semanarios casi regulares, el más importante de los cuales era el de Franklin, la Pennsylvanía Gazette, de Filadelfia, Durante la guerra de Independencia, la lucha inte lectual se desarrolló principalmente a base de folletos, aunque la Boston Gazette de Sam Adama y los diarios de Tbomas Paine desempeñaron un importante papel. Aumentó el aprecio de los americanos hacia los periódicos. Para poder prescindir de Inglaterra se fundaron manufacturas de papel, de tinta y de ti pos de imprenta. En 1782, se publicaban 43 periódicos y en 1784 apareció el primer diario: el Pennsylvania Pocket.
LAS TÉCNICAS DEL PROGRESO HUMANO
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En todos los países del continente europeo en los que reinaba ^118 monarquía absoluta la prensa estaba sujeta a autoriza ción, al m onopolio y a la censura previa. Desde luego, loa pe riodistas son menospreciados en todas partea por considerarlos ignorantes y superficiales; los libros y los folletos tienen mayor importancia. El primer pe riodista de todas las épocas, Voltaire, no escribe en los diarios. Pero el tipo inferior de prensa, las gacetas manuscritas, que se venden clandestinamente, son muy numerosas. Sin embargo, en Francia la prensa está favorecida por una laxi En Francia tud general. Las hojas nuevas pagan una indemnización al perió dico privilegiado, la Gazette de Frunce; para las noticias políticas al M ercure de France, y para las crónicas literarias y de sociedad al Journal des Savants. Otras hojas, impresas fuera de Francia, pueden entrar en el país pagando un derecho al Ministerio de Asuntos Exteriores. La ausencia de unidad de criterio en el gobierno es causa de que sea fácil hallar un ministro que pueda prote gerlos contra la censura. Abundan los periódicos de toda clase que hacen cé lebres al abate Prévost, al abate Desfontaines y a Fréron, El libro Panchoucke organiza a partir de 1772 un verdadero trust de periódicos y acaba por obte ner, en 1787, el privilegio de la Gazette de Frunce y del M ercure de Frunce,, y adscribe a su servicio a los redactores más combativos, violentos y apasiona dos, es decir, los redactores que el público lee con avidez. A pesar de todo, la prensa francesa está retrasada en relación con la inglesa: hasta 1777 no aparece el primer diario, el Journal de París. El gobierno trató de ganarse los periodistas franceses y los periodistas en lengua francesa de toda Europa, esfuerzo que le costó grandes cantidades. A con tinuación, quiso poseer diarios propios. En 1761, Choiseul adscribió la Gazette de Frunce al Ministerio de Asuntos Exteriores y le obligó a adoptar “ el tono republicano” . Mediante la prensa, Vergennes preparó la opinión pública para la guerra de América; desde 1775, la G azette de Frunce y el M ercare elogiaban a “ loa insurrectos” , y a partir de 1776 el Ministerio de Asuntos Exteriores di rigió secretamente un diario; Les A ffaires de VAngleterre et de VAm érique que ataca sin cesar a los ingleses y que incluso se atreve a elogiar los principios de la Declaración de Independencia y a publicar largos extractos del Sentido Co mún, el libelo democrático de Tilomas Paine. Esto equivalía a jugar con fuego. Todos los demás países europeos estaban en manifiesta in^ ep to^ ran cia’ fe*io*idad en relación con Francia. La concesión de permi sos era más difícil y la censara mucho más severa. Los pe riódicos se desarrollaron sobre todo en las ciudades libres, en los centros comerciales, Francfort, Hamburgo, Colonia y Augsburgo, en las que, sin embar go, la censura seguía siendo quisquillosa. P or doquier los periódicos literarios del Continente
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son los esenciales. De todos los soberanos, el que m ejor sapo utilizar la prensa filé Federico II, que sólo tenia en cuenta su interés personal. En las grandes ciu dades de su Estado mandó fundar periódicos. Él mismo escribió artículos, inspi ró otros, y corrigió otros más; manejaba la mentira con gran virtuosismo. Para excitar la opinión pública alemana y protestante contra la católica Austria, mandó divulgar un supuesto Breve del Papa dirigido al general austríaco Daun así como una falsa carta de felicitación del general francés Soubise al mismo general austríaco (1759). En 1767 corrían por Berlín rumores de una nueva guerra; los dos periódicos berlineses dieron numerosos detalles acerca de un es pantoso huracán con granizo que había asolado los alrededores de Potsdam y los berlineses se olvidaron de la guerra preocupados por leer detalles acerca de la supuesta catástrofe. En la Silesia ocupada, la Gaceta de Silesia se vió obli gada a elogiar las victorias y el régimen de los prusianos y, al mismo tiempo, a atacar a Austria; para ejercer influencia sobre Europa, Federico II dio orden de que se fundara en Cléves un periódico en francés, que llevaba el título de Courrier du Bas-Rhin; y al igual que hacían todos, concedió subvenciones a periódicos europeos en lengua francesa, por ejem plo, la G azette de Borne. Com batió a su9 enemigos con todos los medios a su alcance, llegando incluso a or denar que fuera apaleado el director de la hostil Gaceta de Colonia. A su vez, los austríacos no tuvieron más remedio que azuzar a los periódicos de las gran des ciudades contra Federico II. En el este de Europa, en la Rusia que desper taba a la vida intelectual del Occidente, la zarina Catalina II dirigía la revista D e todo un poco en la cual hacía polémica. Se dieron algunos intentos de li bertad de prensa, com o el de José II; pero su duración fué muy corta. Con todo ello, la prensa demuestra ser un poderoso medio educativo. Nu merosos periódicos ingleses y franceses tienen gran valor; pero se dirigen prin cipalmente a gentes acomodadas y cultivadas, a nobles y burgueses; aún no había sonado la hora de la prensa popular. Y ya entonces, en manos de algu nos individuos, la prensa es un instrumento de mentiras y sirve para desorien tar al público. El conjunto de los procedimientos técnicos que acabamos de estudiar, tan to si son completamente nuevos, como si su uso tomó nueva amplitud y nuevas formas, bien merece el nombre de Revolución, Los europeos disponían de medios que sobrepujaban a todos los que hasta entonces se habían conocido. Estaban ya capacitados para iniciar sn propio progreso y el de todos los hom bres y para intentar conducirlos al nivel superior de la humanidad, aunque a menudo sólo intentaron conquistar y explotar para satisfacer sus propios de seos. Las grandes mejoras materiales del siglo xtx en los países de civilización europea, son debidas más al creciente poderío del hombre sobre la naturaleza que a una mejora real de los individuos y de las sociedades.
Libro III
LA IMPOSIBLE NACIÓN EUROPEA
C A P IT U L O P R IM E R O
LA UNIDAD DE EUROPA sueño fascinaba a Europa: el sueño de la nación europea. Los hombres cultos tuvieron conciencia de lo que les unía: humanismo antiguo, cristia nismo o fondo de ideas heredadas de él y que llenaba todas las mentes de la época, incluso las más hostiles, individualismo del Renacimiento, espíritu científico moderno, formas artísticas, formas sociales, técnicas, con lo cual se dieron perfecta cuenta de la existencia de este ser, Europa. Voltaire la descri be como una especie de gran república dividida entre varios Estados, mo nárquicos unos, mixtos otros; unos aristocráticos, otros populares; pero todos ellos se corresponden entre sí, todos tienen el mismo fondo religioso, todos tie nen iguales principios de derecho publico y de política, desconocidos en las demás partes del m undo...” (1). Los milaneses insisten: “ los hombres que an tes eran romanos, florentinos, genoveses o lombardos, todos ellos se convierten, más o menos, en europeos” (2 ); y el ginebrino Rousseau amplía: “ en la actuali dad ya no existen ni franceses ni alemanes ni españoles, ni siquiera ingleses; sólo hay europeos. Todos tienen los mismos gustos, idénticas pasiones, las mis mas costumbres, porque ninguno de ellos ha recibido una forma nacional mediante una institución especial” (3). Las personas cultas solían hablar co rrientemente de las “ costumbres comunes de Europa” . El fin de las guerras, el acercamiento de todos los Estados en una gran federación de Estados Unidos de Europa, era el porvenir que se entreveía. Francia era la que realizaba la unión intelectual y mo La Europa francesa ral de Europa, Aunque había sido vencida en la guerra de Sucesión de España y se había visto obligada a reconocer su derrota en los tratados de Utrecht y de Rastadt, y a pesar de que Inglaterra se convirtió en la principal potencia comercial y política, Francia iluminaba y guiaba a Eu ropa y, por mediación de ella, a todo un mundo. El marqnés Caraccioli, em bajador de Ñapóles, daba, en 1736, a un librito el título de: París, le m odele des nations étrangeres, o L’ Europe française, en cuyas páginas señalaba: “ Re conocemos siempre la existencia de una nación dominante, a la que nos esfor zamos en imitar. En otro tiempo todo era romano; boy, todo es francés” . Y, al1 3 2 N
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(1) (2) (3)
El siglo de Luis XIV , Introducción, cap. II, pu blica do aparte, en 1739. II Cafjé, prim er artículo, 1764. Gobierno de Polonia, 1772.
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acabar el siglo, Rivarol, coronado por la Academia de Berlín, exclamaba; “ Pa rece llegado el momento de decir el mundo francés, al igual que antes se de cía el mundo romano” . Se trataba de una hegemonía francesa, basada, no en la fuerza, sino en el consentimiento de los espíritus libres. Europa posee una lengua común, el francés, que es una de f * aB cansas de superioridad francesa. A partir de 1714, fe cha en que, en Rastadt, Su Majestad Imperial accedió a fir mar con Su Cristiana Majestad un acuerdo redactado en francés, esta len gua sustituye al latín como lengua diplomática basta los confines de Asia: en 1774, turcos y rusos redactan un tratado en francés. Los príncipes de toda Europa, imitados por todos sus cortesanos, hablan y escriben en francés. María Teresa de Austria mantiene correspondencia en francés con sus hijos José It y María Antonieta; Federico II, rey de Prusia, consideraba al alemán como una jerga bárbara y sólo se valía del francés; y precisamente en francés estaba re dactada la correspondencia sostenida por la emperatriz de Rusia Catalina II con los Filósofos. Los intelectuales utilizaban el francés, hasta el extremo de que el alemán Lessing estuvo a punto de escribir en francés su Laocoonte y que Goethe, que más adelante nos hablaría de su “ querido alemán” , dudó entre las dos lenguas. Numerosos europeos son buenos escritores en lengua france sa y entre ellos siete merecen ocupar un lngar en la literatura francesa; el in glés Hamilton, el príncipe belga de Ligne, el abate italiano Galiani, el publi cista alemán Grirom, el rey de Prusia Federico II, la zarina Catalina II y el ginehrino Juan Jacobo Rousseau. Todos los caballeros hablan siempre en fran cés, que es la lengua corriente en la buena sociedad. La literatura inglesa sólo fué conocida en el resto de Europa a través de traducciones y adaptaciones francesas. Para que los húngaros pudieran utilizar un compendio italiano, éste tuvo que ser traducido al francés. Las obras de los grandes escritores alemanes, Klopstock, Lessing, las conoció la intelectualidad alemana en versión francesa. Todo lo que pudiera decirse ya lo dijo Federico II, cuando mandó que se pu blicaran en francés las M ém ories de FAcadém ie de B erlín : “ Las Academias, si quieren ser útiles, han de dar cuenta de sus descubrimientos en la lengua uni versal, y esta lengua es el francés"1'. Y , en U H istoire de man temps, dice de la lengua francesa: “ Se introduce en todos los bogares y en todas las ciudades. Viajad de Lisboa a San Petersburgo, de Estocolmo a Népoles hablando en fran cés: en todas partes os comprenderán” . Este extraordinario predominio la lengua francesa lo debe a su claridad. Es la más clara porque la labor de los clásicos la ha reducido a los términos más generales, eliminando la mayor parte de las palabras propias de la erudición especial y de la experiencia técnica, y también aquellas otras que son provincia les, locales, personales, sensibles; y porque cada palabra, cada una de las locu-
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ciernes conservadas, fue pesada, se estableció su sentido, se m idió su fuerza, su alcance, sus afinidades, su utilización, se determinaron sus relaciones, y, final mente, no hay ninguna lengua en Europa que sea tan exacta y tan precisa, que pueda ser tan pronto aprendida por quienes no son franceses o no son del oficio. Triunfa porque ha sido utilizada en las obras más perfectas, aquellas en que las ideas están m ejor dispuestas siguiendo un orden impecable, que hace pasar gradualmente de las ideaB sencillas a las ideas cada vez más complejas en virtud de una relación lógica; las obras en las que cualquier idea extraña, o tan sólo poco útil, para lo que el escritor quiere señalar o demostrar es eli minada sin piedad; aquellas en que la ordenación, la ilación, el procedimiento, las transiciones y la continuidad del desarrollo están mejor realizados; aque llas que con más rapidez van derechas hacia lo esencial, que explican, demues tran, convencen y se hacen sensibles de un m odo incomparable. Estas obraB, las más claras de Europa, sólo por su factura constituirían una escuela de pensamiento; pero, además, son vehículo de un incomparable teso ro de ideas y de observaciones. La literatura francesa lo invade todo. Los gran des clásicos del siglo xvu y los escritores del siglo xvm, son leídos, releídos, me ditados, asimilados, imitados e incluso adulterados. El milanés Beccaria excla ma: “ Lo debo todo a los libros franceses. D’Alembert, Diderot, Helvétius, Buffon, nombres célebres que no puedo oír pronunciar sin emocionarme, vues tras obras inmortales son mi constante lectura, el objeto de mis ocupaciones durante el día y de mis meditaciones a lo largo de mis noches” . Muchísimos más habrían podido decir lo mismo: Federico II estaba impregnado de Bayle, de Fontenelle, de Montesquieu, al que denominaba “ la Biblia del Legislador mo derno” , y en especial de Voltaire; José II se alimentaba de los Enciclopedistas, de los Fisiócratas, y del “ rey” Voltaire. Los escritores alemanes están amasados con literatura francesa. Incluso un publicista tan alemán com o lo es Leasing, se esfuerza en construir sus frases según las de Voltaire, ilustra con su teatro las teorías de Diderot, y en su crítica de arte se inspira en el abate Du Bos. Goethe acude a la Universidad de Estrasburgo para perfeccionar sus conoci mientos de la lengua francesa y se embriaga con los franceses. La literatura francesa penetra hasta tal punto en Inglaterra, que incluso llegan a publicarse libelos políticos de factura netamente francesa. Una determinada visión, un m odo especial de dirigir los pensamientos, un conjunto de ideas comunes reinan en Europa. El art í ' arte Europeo’
También el arte europeo es francés: nueva fuente de gustos T de sentimientos comunes. La sociedad francesa de la época quiere embellecer su vida con estos delicados placeres de los sentidos que exigen un juicio refinado, y el arte francés procede de esta ten dencia, a la que refuerza.
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Es un arte homogéneo y su evolución es continua. Apenas si puede notar se un poco más de sensualidad y de fantasía durante la Regencia, durante el período que sucede a la guerra; un estado de equilibrio hacia 1750, fecha en que suele situarse el apogeo del estilo Luis X V ; y, a partir de 1760, una cre ciente tendencia hacia la simplicidad y la severidad por influencia de la anti güedad que se acababa de descubrir en Etruria, en Pompeya, en Egipto, así como de las teorías de Winckeknaun, en lo que se denomina estilo Luis XVI. Pero existe una voluntad de proseguir la tarea iniciada y de insertar la nove dad en lo tradicional. David es el primero que se presenta como revolucionario. Esta unidad y eBta continuidad son debidas a una organización que “ no molesta a los fuertes, ... sostiene a los débiles, y permite que incluso los mediocres nun ca sean malos por completo” : la autoridad del superintendente de edificios, del primer arquitecto y del primer pintor del rey, la influencia de las Acade mias, muy activas, que enseñan, aconsejan, recompensan. La unidad y la con tinuidad son también debidas a la clientela, en la que predominan los burgue ses, y, especialmente, las burguesas: la mujer es la gran inspiradora. E l rey, presa de dificultades económicas, no tiene ya el m onopolio del mecenazgo, cuan do el país se está enriqueciendo gracias al com ercio y a laB manufacturas. Si las reinas (María Leczinska, María Antonieta), si las grandes familias nobles, siguen construyendo y haciendo encargos, los advenedizos y los nuevos ricos desempeñan un papel quizá más importante todavía: concubinas reales de origen modesto, la Pompadour, la Du Barry; financieros com o Crozat, París* Duvem ey; artistas de la Ópera, com o la Guimard. El arte ya no es exclusiva mente versallesco, sino que es, sobre todo, parisiense, y las provincias lo imitan. El artista piensa en un publico mucho más amplio. Desde 1737, no sólo los Salones, de los cuales dan cuenta periodistas como Diderot, permiten estar en contacto con mucha más gente, sino que la reproducción de las obras gra cias al perfeccionamiento de la técnica del grabado, obligan a satisfacer incluso a los aficionados pertenecientes a la pequeña burguesía. De esta diversidad de influencias surge el arte más variado y más encantador. Este arte, que floreció después de las largas y duras guerras de Luis X IV , en un período más tranquilo, eu el que el reino apenas si nota las luchas que sus reyes sostienen en el extranjero, inspirado por el afán de hallar la felicidad en este m ondo, es un arte completamente laico, que escapa por completo al espíritu de la Iglesia. Tanto la arquitectura com o la decoración, la pintura como la escultura, la indumentaria com o la música, siempre están llenos de gracia. Esta gracia — elegancia, fragilidad incluso en la fuerza, impulso, ritmo alegre, mesura y reserva — resulta difícil expresarla con palabras, pero nadie es in sensible a ella. Se trata de un arte joven; en primer lugar, joven por la elección de sus m odelos: aunque pintores y escultores no dejaron de utilizar personajes
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de edad madura o ancianos para sus retratos e incluso para lag escenas gue rreras, prefirieron muellísimo más representar niños, adolescentes, jóvenes, es pecialmente jovencitas, ya que es “ el siglo de la mujer” ; también es joven por preferir el movimiento, por el impetuoso impulso de la estatuaria estremecida, por la marcha danzante de los grupos en las telas, por el ritmo de las fachadas, gracias a lo cual el espectador cree que su cuerpo se levanta del suelo y que es llevado com o en un minué mágico. Se trata de un arte alegre: maderas claras de los muebles, resplandecientes espejos de las chimeneas, colores vivos y variados de las pinturas, hermosura de los desnudos, sonrisas, todo es un encanto para los ojoB, ana fiesta perpetua, de todo se desprende el placer de vivir. Finalmen te, es un arte cómodo, que nunca olvida el bienestar. Estos caracteres domi nantes, pero que no excluyen otros, se encuentran en todas las obras. El siglo xvin desarrolló el urbanismo, que se había descua fT^ ^ UTa bierto de nuevo en el siglo anterior. Tiene en cnenta el con junto de la ciudad para embellecerla y mejorar la vida ma terial de sus habitantes. Busca al mismo tiempo la belleza y la utilidad. Tiene de todo ello un concepto clásico y quiere doblegar la naturaleza ante la volun tad del hombre y ante su razón; pero nunca pasa por alto la naturaleza, ni la historia, pues es lógico utilizar los datos que pueden proporcionar. P or doquier surgen hermosos muelles, puentes robustos, en Reúnes, Orleans, Blois, Tours, Nantes; paseos públicos y jardines urbanos, com o el Grand Rond de Tonlouee (1752) con su parterre estrellado, el jardín de la Fontaine de Nimes, el Peyrou de Montpellier con su avenida sobre la línea áspera y quemada de los montes Cevennes; en todas las localidades se ven plazas reales, planeadas para servir de marco a la estatua del soberano, en Lyon, Montpellier, Dijon, Keims, Valenciennes, Nancy, Burdeos, Reúnes, y, sobre todo, en París, la plaza de Luis X V (pla za de la Concordia). Pero las plazas, que en el siglo xvn eran cerradas, ge abren en el xviil y entran a formar parte de la circulación general. La plaza de Luis X V sólo tiene una hilera de edificios, en la parte posterior, y jardines a derecha e izquierda y, por delante, el Sena. Las plazas están agrupadas como, en Naney, la plaza Ducal con las célebres rejas del cerrajero Lamour, la Carriére y el Hemiciclo, “ contrastadas como las partes de una sinfonía” . La idea de un urbanismo totalmente contemporáneo aparece en los planes de Ledoux para una ciudad ideal que había de construirse en Chaux, en el Franco Conda do, en los que los edificios en forma de cubo y de esfera, sin adornos, parecen una anticipación de Le Corbusier. La arquitectura sigue siendo clásica, y aunque se note en ella la evolución general del siglo, es quizá el arte que menos ha cambiado. El rey, falto de re cursos, construye ya muy poco en Versalies, aunque es cierto que mandó edifi car el delicioso Pequeño Trianón, de Gabriel (1768), la obra maestra del si-
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glo xvin. Pero lo esencial lo hallamos en París. Son relativamente pocos los edificios religiosos (Santa Genoveva, de Souíflot, San Snlpicio, de Servandoni); como novedad señalamos el cambio de los pesados pilares por esbeltas columnas y la utilización de los pórticos. La mayoría de las construcciones son edificios de utilidad pública: la Escuela Militar, obra de Gabriel (1751); la Escuela de Ci rugía, de Gondouin (1780); la Casa de Moneda (1771); teatros como el Odeón, de Antoine y Peyre, y, en Burdeos, el teatro de Víctor Louis, cuya gran escali nata central, idea tomada de los palacios reales, fuá el modelo del que más tarde se valió Charles Gamier en la Ópera de París. También son numerosas las residencias aristocráticas, construidas según un plan propio: el cuerpo del edificio está algo retirado, encuadrado por Iüb residencias de la servidum bre dispuestas en forma perpendicular, y separado de la calle por un patio; la fachada principal tiene un cuerpo saliente en su parte central, y por detrás jar dines. Así son el Hotel Souhiae, de Delamaire y Boffrand; el Hotel Biron, de Gabriel (Museo R o d in ); el Hotel Matignon, de Courtonne (Presidencia del Con sejo) ; el Hotel de Salm, de Rousseau (Palacio de la Legión de H on or), cons truidos todos ellos en el barrio de Saint-Germain, al principio de la carretera de Versalles; y en Alsacia, loa palacios de los Rohan, en Estrasburgo y en Saveme, Esta arquitectura eB clásica porque utiliza elementos tomados de la Anti güedad y del Renacimiento: columnas, pórticos, capiteles dóricos, jónicos y co rintios, entablamiento Con arquitrabe, friso y cornisa, frontones triangulares, balaustradas y cúpulas. También es clásica por su orden riguroso: los monu mentos se edifican com o los sermones de Bossuet o las tragedias de Racine. Equilibrio, armonía y simetría, esto es lo que se aprecia en toda esa arqui tectura que viene prolongada por la verde arquitectura de los jardines a la francesa: guiada por largos arriates y por columnatas de árboles muy fron dosos y bien cortados, la mirada del espectador pasa del tapiz verde del césped a un estanque y luego se pierde en un horizonte azulado. El o jo descansa en blancas estatuas. Esta arquitectura es muy sobria, el adorno se utiliza con gran discreción. La belleza reside en el perfecto tallado de la piedra, en la armonía de las líneas, en la exactitud de las proporciones, en la exacta adaptación de cada parte a su finalidad, del tacto con que el accidente es colocado en el lugar en que la mirada, deslizándose sobre la línea, necesita descanso y un trampolín. Esta so briedad se acentúa a partir de 1750; pero, excepto a fines del siglo, no hay frialdad alguna. P or estas fachadas corre una vida sutil, un ritmo secreto hace vibrar los músculos del espectador, una música le subyuga. A pesar de su fir meza real, e incluso, muchas veces, de su majestuosidad, el siglo a que pertene cen esas obras puede reconocerse por una especie de levedad, de ímpetu, de
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gracia danzante. Sólo después de 1770, 7 por influencia de los aficionados a lo antiguo, el templo griego pasa a ser el modelo general de los teatros (Odeón), de los mercados (La Bolsa), de las iglesias (San Felipe du Roule, Chalgrin), 7 el gusto buscando una cierta frialdad se dirige hacia lo seco 7 austero, antes de llegar a lo colosal, que se produce bajo Napoleón I. En cambio, la decoración 7 el mobiliario de estos edificios sufren un cam bio completo. La comodidad, la intimidad, el bienestar tienen mayor importan cia que la grandeza 7 la fuerza. Surgen “ pequeños aposentos” , incluso en Versalleg, 7 para iluminarlos 7 hacerlos mayores se colocan espejos encima de las chimeneas. Una decoración de estucos, de pastas, de maderas, de hierro forjado, crea unos fuegos artificiales de curvas. Escenas bucólicas, pastoriles, pájaros, monos, ñores, frutos, guirnaldas, el arco y el carcaj de Cupido, todo ello cons tituye la rocalla o rococó, que los franceses sólo utilizan en el interior 7 que florece en el Hotel Soubise, en el célebre salón oval de Boffrand o en la Galería dorada del Hotel de Toulouse (Banco de Francia), El mobiliario se hace más manejable, más acogedor, almohadillado, 7 siempre presenta formas suaves, que se amolden a las curvas del cuerpo. El sillón Luis X IV de respaldo recto, como para presidir, es sustituido por el sillón Luis X V , cuyo respaldo, asiento 7 bra zos son almohadillados 7 están adornados con tapicería; surgen las poltronas de orejas, las chaises-longues o “ pecado mortal” , los aofás, las otomanas 7 las sillas ligeras; toda la casa está sembrada de veladores, de mesitas, de escritorios, 7 mueblecitos (chiffonniers 7 vide-poches). Los materiales son alegres, amables; madera de las islas, caoba, maderas de rosa, de violeta, lacas rojas 7 doradas, laca policroma, barniz Martin. A partir de 1765, aunque persiste el gusto por la comodidad, las excavaciones de Pompeya van poniendo poco a poco de moda las formas rectas 7 arquitectónicas, siempre ligeras 7 graciosas; los colores se suavizan: verde pálido, gris claro; aparecen los primeros fondos negros con mosaicos o pinturas de temas antiguos, en especial de encantadoras bailarinas. Empieza el estilo Luis X V I, mucho antes de Luis X V I. . La pintura se adapta a las nuevas condiciones. Las habíLa pintura francesa . , _ . , , , (aciones mas pequeñas ya no permiten colocar Iob grandes cuadros de tema histórico y mitológico, pero exigen una profusión de obras de reducido tamaño: tremós de chimeneas, sobrepuertas, agradables a la vista. La pintura decorativa lo cubre todo; las telas pequeñas, fáciles de colocar 7 de retirar, se multiplican. Dedicada más a agradar qne a educar, la pintura abandona el ideal racio nalista de los Pastores de la Arcadia; se dirige a la sensibilidad por medio del color. Los pintores son coloristas, enamorados de los venecianos, de los fla mencos como Rubens, de los holandeses com o Rembrandt. Tanto ellos como las personas a quienes les gusta esa pintura, se deleitan con el color por sí mis
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mo y gozan de sus vibraciones com o gozarían de una música. La ejecución es a menudo muy moderna y anuncia ya a los impresionistas. Chardin divide los tonos, que yuxtapone y enlaza mediante un cruce de reflejos. Lo mismo lia ce Fragonard, pues practica la interradiación de las siluetas y de los íondos, y da color a las sombras. La pintura Be va haciendo más sintética y capta la abrevia tura decisiva. La pintura invita al ensueño: es la poesía de la época, esa poesía de la que tanto carece la literatura. Fiestas galantes de Watteau (1634-1721), que son deliciosas conversaciones de jóvenes señores y jóvenes damas, verdaderos cuen tos de hadas, el más célebre de los cuales es E l Embarco para Citeria (1717) ; el Ciclo de Venus y las Pastorales de Boncher (1713-1770), sneño de una bu* inanidad hermosa, sensual, en una naturaleza domesticada; poema del amor de Fragonard (1732-1806), en el que ya se encuentra todo el lirismo romántico; naufragios y tempestades al claro de luna de Vernet (1714-1789), ruinas de Hubert Robert (1733-1808). Pero los pintores pertenecen a una época que ama demasiado la vida coti diana para no interesarse por el mundo que les rodea. El mismo Watteau pintó escenas militares y VEnseigtie de Gersaint; Vernet, los puertos de Francia. En la obra de Hubert Robert bailamos una crónica ilustrada de Francia bajo el Antiguo Régimen, y hay un especialista, Chardin (1699-1779), que es el pintor de la pequeña burguesía parisiense (La madre trabajadora, E l Benedicite), To dos ellos son maravillosos retratistas, psicólogos que llegan hasta el fondo del corazón de sus modelos. A los ya citadoB, debemos añadir, entre otros, a Nattier (1685-1766), que hizo el retrato de María Leczinska y de las princesas de Fran cia ; la señora Vigée-Lebrun, que retrató a María Antonieta, y el mayor de todos, el pastelista La Tour (1704-1789), penetrante basta la crueldad, que reproduce los rasgos de la Pompadour y de Luis X V . Pero este siglo tan rico y tan variado, tiene también sus aspectos menos agra dables: la pintura desenfadada que no nos atrevimos a condenar en el sincero y alegre Fragonard (E l columpio, La camisa quitada), pero que solivianta el corazón en el hipócritn Greuze (E l cántaro roto) y, peor aún, la pintura moral de Greuze, enfática, declamatoria, y oliendo talmente a falso que nos indigna. Los aguafuertes de Collin el Joven, de Saint-Aubin, de Moreau el Joven, dan a conocer VersaUes y París. El grabado en color es descubierto en 1725. La tapicería, alimentada en cartones por los principales pintores de la épo ca, produce obras muy bermosas, que ee copian e imitan por doquier. A fines de siglo, David (1748-1825) experimenta la influencia de su maestro Vien y del sajón Winckelmann. El arte debe abstraer de la naturaleza la belleza ideal; com o quiera que los antiguos lograron hacerlo perfectamente, debemos seguir su escuela; pero, excepción hecha de la que aparece en los vasos griegos
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y de los frescos de Pompeya, la pintora antigua ha desaparecido; por consi guiente, debemos imitar la escultura y hacer bajorrelieves pintados. El jura• mentó de los Horacios, expuesto en Boma, en 1784, dotado de partes muy bellas, aunque en conjunto sea algo frío y teatral, obtuvo un gran éxito y se convirtió en manifiesto de la nueva escuela. David había de interrumpir durante largos años una corriente que reapareció con la escuela de 1830. . . . . La escultura evolucionó del movimiento vivo de los CaLa escultura francesa ^ del lorenés Robert, al equilibrio de la fuente de Grenelle, obra de Bouchardon (1739), y al clasicismo austero y qui zás algo frío del San Bruno y de la Diana de Houdon. Conservó, muchísimo más que la pintura, los grandes temas: estatuas reales para las plazas (Luis X V , de Bouchardon, para la plaza Luis X V , 1750; Luis X V, de Pigalle, en Reims, 1756), todas ellas destruidas por la Revolución; monumentos fúnebres, com o el dedicado al mariscal de Sajorna, en Estrasburgo, obra de Pigalle (1777). Pero en su mayor parte, es una escultura de interiores, de líneas ágiles, en la que la terracota y el bizcocho de Sévres rivalizan con el mármol, y en la que abundan mujeres, niños y adolescentes: así, el Mercurio atando sus sandalias, de Pigalle, o el Niño de la jaula y el Niño del pájaro del mismo autor, o la Bañista de Falconet. Además, los escultores fueron tam bién retratistas psicólogos, en cuyas obras aparece toda la sociedad de la épo ca: Pigalle, con su Voltaire desnudo (1771), Lemoyne, Pajou, Caffiéri, y so bre todo Houdon, el La Tour de la escultura (Voltaire de la Comedia Francesa, el Washington del Capitolio de Riclimond, Franklin) . , . . . En esta época la música francesa es indudablemente in te música francesa , , , . „ ^ t? fen o r a las demas artes. En este campo, Francia no tuvo genios que pudieran compararse a los que produjo Austria y Turingia. Y, sin embargo, la música francesa ejerció gran influencia. Los franceses fueron ante todo magníficos profesores que supieron, también en este terreno, bailar el or den profundo oculto bajo las apariencias, que supieron descubrir las leyes y reducirlas todas a un principio común. Esto es lo que hizo Rameau, observador perspicaz, espíritu sistemático y lógico, en dos obras, consideradas “ bases de la gramática musical” : el Tratado de Armenia (1722) y la Demostración del principio d e la armonía (1750). Él es quien acaba de convertir los 12 modos an tiguos a los dos m odos: mayor y menor; el menor, al m ayor; el mayor, a los dos acordes básicos: el perfecto y el de séptima, y éstos a la tónica, “ centro armónico” . Hasta la época contemporánea, la composición depende por com pleto de los trabajos de Rameau. Mediante un esfuerzo de análisis y de abs tracción, los franceses supieron extraer de la práctica, reglas generales y ejer cicios metódicos para aprender a tocar los instrumentos musicales. Francisco Couperin el Grande publicaba, en 1717, su Arte de tocar el clavecín, y Rameau,
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en 1724, an colección de piezas para clavecín, que lleva el título de M étodo para la mecánica de los dedos. Los franceses produjeron los mejores ejemplos de música de corte 7 de salón. Sobresalieron en el clavecín, antecesor del piano, pero que por pellizcar las cuerdas en lugar de percutirlas, no puede prolongar el sonido; de ello deriva una sonoridad aguda, “ manojo de llaves que se agi tan” , y también la necesidad de adornos y fiorituras, lo cual le hace apropiado para una música ligera y fina: el clavecín es un “ peine fino para una mujer rubia de pelo muy rizado” . Rameau, Daquin (1694-1772), y sobre todo Francisco Couperin el Grande (1668-1733) multiplicaron en el arte musical las “ fiestas galantes” , las “ diversiones campestres” , y las “ escenas pastorales” de la pintura: corrandas, zarabandas, gigas, preludios, aires, oberturas, gavotas, “ brunettes” o pequeños aires delicados, cuadritos y retratos, de melodía acariciadora y de líneas curvas como el m obiliario del estilo Luis X V, de una gracia algo precio sista, de una galantería espiritual, totalmente obsesionada por la mujer, según nos lo indican los títulos: La encantadora, La mojigata, Babet, Mi mí, La vo* luptuosa, La ingenuo, el Carrillón de Citerea, etc. Además, Rameau sobresalió en la ópera. La más célebre de sus numerosas obras es el Castor y Pólux (1737). En ella nos dio el ejem plo de una música noble, sobria, dedicada únicamente a ayudar a la poesía para expresar sentimientos y situaciones, sin adornos superfluos, un lenguaje del corazón, completamente clásico. Finalmente, los fran ceses fueron los creadores de la ópera cómica, enaltecida con el nombre de Grétry, y en ellos es donde pueden hallarse los orígenes de la sinfonía, creada a partir de 1743 por la escuela alemana de Mannheim. .. . ( . También la moda se dirige hacia lo agradable. A partir de 1718 se difunden los miriñaques, circunferencias de ba llenas ligeras que dan forma esférica a las faldas: fué una verdadera alegría el poder abandonar los vestidos ceñidos de la antigua moda. Las mujeres llevaban “ negligés” , vestidos anchos y con vuelo, muy escotados, mangas en forma de embudo o mangas en forma de pagoda. Las telas son ligeras: tejidos de algodón de la India, muselinas, gasas impalpables y sedas. Las señoras llevan el cabello corto, rizado en grandes bucles, y acuden a los peluqueros. Realzan su belleza mediante pedacitos de tafetán negro pegados en la cara, las “ mos cas” : la “ apasionada” , (passionnée) en la esquina del o jo ; la “ desvergonzada” ( effrontée,) en la nariz; la “ picara” (friponne) en lo alto de la mejilla. Los hombree abandonan las grandes pelucas y los vestidos cargados de cin tas y de encajes, y los sustituyen por trajes sencillos, ceñidos, los calzones “ en form a de pistolera” , la casaca, las pelncas planas. A partir de 1750, el peinado de la m ujer se hace aparatoso. B ajo Luis X V I es inmenso, y la cara de las mujeres se halla a los dos tercios de su altura. Léonard inventa los peinados parlantes “ a la Montgolfier” , a “ los insurgentes” , a
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“ ia Belle-Poule” con una fragata desplegada a toda vela. En cambio, los vestidos se van haciendo cada vez más sencillos y aceptan el aspecto masculino de las modas inglesas. La moda es creada por verdaderos artistas. Durante el siglo anterior eran los sastres quienes confeccionaban los vestidos de ambos sexos; mas ahora surgen tipos nuevos: la costurera y la modista. Mlle. Bertin, de la calle Saint-Honoré, “ el ministro de la moda” , ve diariamente a la reina María Antonieta, Peluque ros especializados sustituyen a los ayudas de cámara y a las camareras. Dagé es quien peina a la Pom padour; Léonard a María Antonieta; Le Gros funda la Academia de Peinado. Diarios de modas hacen la crítica del nuevo arte. . . , Gente de paladar selecto ayuda a los cocineros a perfec ta eocmn francesa . r ' ,. . . . cionar el arte culinario. Comer bien exige finura y sensi bilidad de lengna y de paladar, tener bien despierta la atención, el juicio muy seguro, para poder distinguir los sabores y los aromas, sus más tenues matices y sus acordes más complejos. La gourmandise es una de las bellas artes y debiera tener su musa. Los cocineros de las casas de Orleans, Conti, Sonbise, los cocine ros de los prelados y de los financieros rivalizan para ver cuál de ellos hará un menú más ordenado, combinará los estofados más ingeniosos, inmortalizará el nombre del dueño aplicándolo a algún potaje, o a una salsa nueva. Las comidas francesas adoptan la prosopopeya de las tragedias clásicas. Los grandes vinos y los géneros de Francia adquieren su reputación. La Pompadour crea el filete de ave a la Bellevue, otras damas las codornices a la Mirepoix, los po llos a la Villeroy. Las hazañas del duque de Richelieu en Maltón son perpetua das por la salsa mayonesa. Es el siglo del champaña espumoso, de los pasteles de foie-gras de Estrasburgo, de los pralinés del duque de Praslin. Es el siglo del célebre cocinero Cáreme, que amaba demasiado la cocina para perder el tiempo en comer, y del gastrónomo Brillat-Savarin, nacido en 1765. El arte francés invade Europa. Príncipes y nobles se dis por Francia putan los cocineros franceses; los muebles franceses sa len de Francia en masa. Los príncipes se esfuerzan en atraer a tapiceros franceses para organizar manufacturas en sus propios Estados. La fama de la Manufactura real francesa de los Gobelins es tal, que este nombre se utilizaba en toda Europa como término genérico para designar las tapice rías modernas, fuera cual fuera su procedencia. Las tiendas de los orfebres de París suministraban a todas las Cortes extranjeras. Las porcelanas y los bizco chos de la Manufactura real de Sévres brillaban por doquier. Las mujeres man daban traer de París vestidos, medias de seda, abanicos, guantes perfumados, tarros de carmín, y todas las “ menudas mercancías de amor” . Se peinaban y vestían a la francesa; observaban ansiosamente la muñeca de la calle SaintHonoré, maniquí adornado y peinado que les traía mensualmente la última
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moda de Paría. Sumergidas en el vértigo, cedían ante el hechizo. La nuera de la zarina Catalina II ee trajo de Paría 200 cajas de vestidos y de “ trapos” de la calle Saint-Honoré y su suegra, enloquecida, decretó una ley suntuaria. Peren dengues, fruslerías, blondas y faralaes abren el camino a las partituras, a los libros y a los cuadroB. La música francesa, menospreciada por Juan Jacobo Rousseau, era muy apreciada por los alemanes. Las obras francesas, en especial la música para clavecín, penetraban en todas las cortes alemanas, donde eran tocadas, imita das, copiadas. Italianos y alemanes aceptaban la original música de Rameau. Brahms, hablando de Couperin el Grande, declaró que “ Scarlatti, Haendel y Bach se cuentan entre sus discípulos” (Prefacio a la edición de las obras de clavecín). Juan Sebastián Bach admiraba a Couperin, y lo recomendaba a sus discípulos. Bach, genio extraordinario, les debe a los franceses su arte de la fuga, su manera completamente clásica, raciniana y versallesca, de concentrar el interéB de una composición en una sola idea que domina de un extremo a otro de la pieza. La llamada “ revolución” de la ópera, realizada por Glück, es sencillamente la aplicación de los principios de Rameau llevada a cabo por un hombre genial, y fné precisamente en París donde Glück, incomprendido en una Viena demasiado acostumbrada a las fiorituras de la ópera italiana, hizo triunfar su clasicismo sobrio. Mozart estuvo muy influido por las óperas de Rameau y por la ópera cómica francesa. En Haydn y en Mozart llega a su colmo la influencia de la música aristocrática, mundana, graciosa y ligera de los franceses. París tema fama por sus ediciones musicales. A llí mandó grabar el padre de Mozart las primeras obras de su h ijo, y Glück envió desde Viena su partitura de Orfeo para que fuera grabada en una edición de lujo. Pero el terreno en que Francia ejerció una influencia más profunda fné en la arquitectura, en la escultura y en la pintura. Razón tenía el arquitecto Patte al escribir, en 1765: “ Si recorréis Rusia, Pruaia, Dinamarca, Wurtembcrg, el Pal atinad o, B aviera, España, Portugal e Italia, veréis que en todos estoB países los arquitectos franceses ocupan los lugares más importantes. Asimismo, nuestros escultores se hallan en todas partes.., París es a Europa lo que Atenas era a Grecia, cuando allí triunfaban las artes: proporciona artistas a todo el resto del mundo.” En todos los países el primer pintor, el primer arquitecto y el primer escultor de príncipes y de reyes, son franceses. No se contentan con crear, sino que incluso dirigen las Academias de Bellas Artes extranjeras y en ellas ejercen su magisterio. Cuando no se desplazan, envían planos y dibujos, cuya ejecución material velan. Actúan por mediación de sus publicaciones, y por medio de las colecciones de grabados impresas en Francia, que figuran en las bibliotecas de todos los artistas extranjeros y que constituyen el repertorio de ideas y de formas de éstos; curso de arquitectura de Daviler, de Blondel; co
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lección de grandes premios de arquitectura; curso de jardinería de Leblond; repertorio de estatuas... del castillo de Versalles, repertorio Julienne de las pin turas y dibujos de Watteau. Los príncipes mandan los proyectos de los arqui tectos de su país a las Academias parisienses para conocer sus consejos y sus correcciones. Multitud de artistas extranjeros van a Francia a estudiar, y allí se empapan del gusto francés. Europa tomó de Francia su arte cortesano. La villa real de Versalles, con su plan en forma de abanico, con las avenidas que van a parar al castillo, su bordinando a la ciudad, la más perfecta expresión del régimen absolutista, es imitada en Karlsruhe, residencia de los margraves de Badén, y en San Petersburgo, donde Leblond, arquitecto general del zar de 1716 a 1719, superpone a los canales concéntricos un abanico de tres grandes perspectivas que convergen hacia la torre del Almir anta ¡ego, y que convierte la capital de los zares en un nuevo Versalles. Todos los príncipes tratan de imitar el castillo de Versalles, con sus ante patios que se van encogiendo progresivamente hacia el patio de Honor, con su parque ordenado, sus anexos de Marly y del Trianón, la gran Galería de los Espejos, la escalinata de los embajadores, el techo alegórico a la gloria del monarca, el retrato del rey vestido con armadura o con el vestido de la consa gración. Todos quieren tener su plaza Real, que constituya el marco de una estatua del rey a pie o a caballo, imitando el Luis X IV a p ie de Desjardins, el Luis X IV a caballo de Girardon, y el Luis X V de Bouchardon, destruidas estas últimas durante la Revolución. En la Alemania renana, el castillo electoral en Bonn, obra de Robert de Cotte y sus alumnos, decorado por Audran, Oppenordt y Vassé; la casa de campo de Poppeldorf y el castillo de Brühle, son construidos por el elector de Colonia, En Coblenza, el elector de Tréveris manda construir un edificio de estilo Luis X V I a Axnard, y luego a Peyre el Joven, bajo la inspección de la Academia de Arquitectura de París. El elector de Maguncia manda imitar fiel mente el Marly de Luis X IV en La Favoritc, según planos de alemanes revisa dos por franceses. En el Palatinado, Pigage acaba el Palacio Electoral de Mann» heim y crea el parque de Schetziugen, según el m odelo de Versalles. En Wurtemberg, La Guépiére termina, después de 1751, el palacio ducal de Stuttgart. En Baviera, el príncipe elector le pide a Robert de Cotte planos para sn cas tillo de Schleissheim y toma a su servicio arquitectos alumnos de franceses. En Kassel, y para el landgrave, los de Ry erigen castillos, un museo y una ópera. En Berlín, Jean de Bodt construye el Arsenal; al servicio de Federico II están una serie de arquitectos franceses o afrancesados, que le edifican el castillo de Postdam y Sans-Souci, Los escultores franceses esculpen, por encargo suyo, mármoles para las terrazas y los jardines. La estatua ecuestre del Gran Elector
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es francesa por completo. £1 Fornm Fredericianum imita la plaza de Luis X V . £1 pintor Peane nos lega retratos de Federico II a todas las edades. En Dreade, el Gran Jardín, destruido por el bombardeo prusiano, estaba poblado de estatuas según el guato de Versalles. Los pintores franceses Silvestre y Hutin pintan el retrato del Bey y evocan toda la voluptuosa corte de Dresde. En Austria, Nicolás Judot construye la Universidad de Viena. El austríaco Donner, auxiliado por grabados franceses, realiza un Carlos V I a imitación del Luis X IV , y una fuente del Mercado Nuevo con estatuas versallescas. Las esculturas del parque de Schoennbrün son las de Versalles. La plaza José II es una plaza Luis X V . Un discípulo de Largilliére está al frente de la Academia áulica de pintura. El príncipe Eugenio quiere tener su pequeño Versalles en el castillo y el parque de Belvedere. En Rusia, Leblond transforma en un palacio y unos jardines a la francesa la mansión de Peterbof y el jardín de verano, que Pineau puebla de fuentes mo numentales. Vallin de La Motbe construye, después de 1756, el palacio de la Academia de Bellas Artes, y luego el Ermitage de Catalina II, inspirado en el Trianón. Versalles es imitado en las residencias imperiales de Tsarkoye-Sélo y de Pavlosk, e incluso en algunas residencias señoriales, como las del princi pe Galitzine en Arkhangelskoye y la del conde Cberemetiev en Kutovo. En 1766 Catalina II llama a Falconet, quien esculpe la gigantesca estatua ecuestre de Pedro el Grande, reformador y constructor de ciudades, según un proyecto de estatua de Luis X IV , indiscutiblemente la más bella de todas las estatuas reales del siglo xvm. En Polonia, la influencia francesa puede apreciarse en el Palacio de Ve rano de Lazienki, decorado por el escultor Lebrun, primer escultor del rey, que también trabaja en el castillo real de VatBovia. En Copenhague, las plazas Kongens-Torv y Amelienborg son plazas rea les, y Saly labra la estatua ecuestre en bronce del rey Federico V , réplica del Luis X V de Bouchardon. En Suecia, el castillo y el parque de Drottningholm, la decoración interior del castillo real de Estocolmo, tienen com o modelo a Versalles, En este país trabajan numerosos equipos de escultores franceses. Larchevéque, entre 1755 y 1778, levanta en Estocolmo la estatua de a pie de Gustavo Vasa y la estatua ecuestre de Gustavo Adolfo. Desprez, de 1784 a 1809, dirige la decoración del teatro y de las fiestas de la corte. Los pintores de la escuela de Boucher deco ran el castillo real. En España, Felipe V quiere hacer de La Granja nn nuevo Versalles. Equi pos de escultores franceses multiplican las estatuas y las fuentes, con lo cual transforman el parque de Aran juez. Arquitectos franceses son los que edifican la Casa Real del Buen Retiro, la Casa de Correos, el Palacio de Buenavista. En
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Portugal, el castillo de Queluz ea un nuevo Versalles, y la plaza del Comercio de Lisboa, dedicada a José 1, es una réplica de la plaza Luis X V. En Italia, Ca sería (en Nápoles) y Colorno (en Parma) son imitaciones de Versalles, y lo mismo ocurre en Holanda con Het Loo, y en Inglaterra con Hampton Court y con el parque de Chatsworth. Europa ha tomado de Francia el arte residencial que priva en París, En las residencias particulares de todos los países, se nota el plan típico del “ hotel” parisiense, por ejem plo: la residencia del barón de Besenval, en Soleure (Sui za) ; el hotel de Tour y Taxis de Francfort, obra de Robert de Cotte, y las residencias aristocráticas de la Wilhelmstrasse de Berlín. La decoración de todas ellas signe el tema de las “ fiestas galantes’* de Watteau. Europa sintió chifladura por ellas. Las más hermosas colecciones de “ fiestas galantes” de los pintores franceses se hallan en Londres, en Berlín, en Esto colmo y en Leningrado. Los ciclos de retratos obra de pintores y escultores franceses constituyen la más hermosa documentación iconográfica acerca de todas las cortes europeas. Sería preciso dar una lista interminable para agotar las obras europeas de bidas a franceses o imitadas de las francesas. Sin duda alguna, los ejemplos que acabamos de señalar bastarán para que se entrevea cuán grande era la hege monía artística de Francia. Esta hegemonía se debe, ante todo, a la superioridad inde ijCí«*
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el año 1771; José II de Austria, bajo el de conde de Falkenstein, en 1777; el gran duque Pablo de Rusia, como conde del Norte, en 1782; y el príncipe Enrique de Prusia, com o conde de Oels, en 1784. ^ j Tanto los grandes señores como los artistas y escritores de todos los países se sienten atraídos por los salones parisienses: los de la duquesa del Maine, de la marquesa de Lambert, del duque de Sully, del príncipe y de la princesa de León, durante la Regencia; más tarde, los de la marquesa du Deffand, de Madame de Tencin y de madame Geoffrin; en la segunda mitad del siglo, los salones filosóficos del barón de Holbach, de Mademoíselle Quinault y Mlle. de Lespinasse; el salón musical de La Popeliniére; después de la muerte de Mlle. de Lespinasse en 1776 y de madame Goeffrin en 1777, el salón de Madame Necker; y otros muchos salones de grandes se ñores, de príncipes de sangre real, de financieros y de intelectuales. En nin guna otra parte se sabían rozar tan bien los temas sin que Regaran a ser pesados, disparar palabras com o flechas, luchar con las ideas en una esgrima apasionante, sostenida mediante el acento, el gesto y la mirada, en “ una especie de electricidad que hace saltar chispas” (Mmc. de Stael). En especial, Ma dame Geofírin sabía hacer hablar: “ Sus sillones son com o trípodes de A p olo; inspiran cosas sublimes” (abate Galiani). Era eRa la que mayor número de extranjeros de categoría atraía: II ra’en sonríen t, j ’at
tu
FEurope entiere,
D'un triple cercle entourer son fanteuiL (D elillk)
El rey de Polonia, Estanialao-Angusto Poniatowski, la Ramaba “ mamá” . La recibió en Va r sovi a, y también fué recibida, espléndidamente, en Viena por María Teresa y José II. En todas las casas de París, los extranjeros son agasajaLa hospitalidad francesa mjma(jogj gg iea concede la máxima deferencia. “ Aquí se tienen para el extranjero los mismos miramientos que en Inglaterra se tie nen con una dama” (Benjamín Franklin), Las Academias de BeRas Artes de laB capitales europeas, calcadas eobre el m odelo de las francesas y en estrecha relación con ellas, enviaban becarios a París. Los artistas extranjeros, incluso de religión protestante, podían sin ninguna dificultad ser admitidos en la Aca demia y podían lograr cartas de naturaleza. Por otra parte, la mayoría de los extranjeros abandonan París, “ de la cnal nadie ha salido jamás con alegría” , con gran sentimiento,, y conservan tal nostalgia de ella que llegan a sentirse como “ exilados en su propia patria” . “ Sólo se vive en París, mientras que en los demás lugares se vegeta” , decía Casanova; y el príncipe Enrique de Prusia:
13.—La muestra de Gersaint
14.— El castillo de Sans-Souci, en Potsdam
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“ He vivido la mitad de mi vida con el deseo de ver París; la segunda mitad la pasaré añorándola.” t .. P or su parte, los franceses inundaban Europa. Su número casi ° fances™0’1 k® í ° rzal)a a marcharse. Por estar Francia más poblada incluso que Rusia (tenia 16 millones de habitantes en 1715, 26 millo* nes en 1789, población que crecía rápidamente y constantemente gracias a una fuerte natalidad), los franceses se veían obligados a emigrar. P or otra parte, el hundimiento del sistema Law, las ruinas que había ocasionado, la falta de en cargos a los artistas, provocaron al principio de este período numerosas salidas; se trabaron relaciones, que duraron. El enriquecimiento general de Europa, gracias al incremento del comercio de ultramar y a la acción económica de los soberanos convertidos en “ déspotas ilustrados” , eran causas de que loe france ses fueran bien acogidos. Finalmente, no debemos olvidar las relaciones fami liares. Casi todas las familias reales y principescas de Europa estaban enlaza das, por herencia, matrimonio, amistad o bien favores, con los Borbones de Francia: los Borbones de España y de Italia, Felipe V , nieto de Luis X IV , y sus descendientes: los Habsburgos de Austria, a consecuencia del matrimonio de Ma ría Antonieta con el Delfín de Francia, y, anteriormente, la influencia francesa en Yiena había aumentado con el matrimonio de María Teresa con Francisco de Lorena. Los proyectados matrimonios de Luis X V con la hija de Pedro el Gran de, Isabel, ejercieron cierta influencia en el favor que ésta, una vez zarina, de mostró siempre hacia los franceses. Los príncipes-electores eclesiásticos de Co lonia, Tréveris y Maguncia, eran clientes políticos o parientes de los reyes de Francia. El elector de Colonia, José Clemente de Baviera, era cuñado del gran Delfín; expulsado de sus dominios durante la guerra de Sucesión española, se había refugiado en Versalles. Maximiliano Manuel, elector de Baviera, aliado con Luis X IV , también se había refugiado, por un momento, en Francia, El elector de Tréveris, Clemente Wenceslao de Sajonia, era tío de Luis X V I. Las relaciones de los Rohan, titulares de la silla episcopal de Estrasburgo, con los príncipes-obispos de Maguncia y Espira, contribuyeron en gran medida a la di fusión del arte francés. El palacio episcopal de Estrasburgo, obra maestra de Robert de Cotte, a menudo fué el modelo en que se inspiraron los palacios ale manes. Precisamente por mediación de Alsacia, la Renania alemana entró en contacto con el arte francés. Y así, no sólo pintores, escultores y arquitectos, sino también ingenieros, oficiales, preceptores, periodistas, actores, señoras de compañía, camareras y cocineros franceses se hallan por doquiera; a los que se añaden en los países del sur que carecen de mano de obra, en España y en Italia, albañiles, jardineros, zapateros y artesanos de todos los oficios. t í. — H. G. C. — V
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Los intercambios entre los distintos Estados resultan más fáciles por ciertos restos d e sentimientos feudales, aún v ív o b entre los nobles. Por entonces aún se admitía que un oficial pudiera escoger el señor a quien quería servir, buscara colocación junto a un soberano que no fuera el suyo natural, e incluso que llegara a combatir contra su propio país, con tal de que su rey, considerado el señor feudal supremo, no se bailara per sonalmente a la cabeza de su ejército, frente a dicho oficial. En todos los ejér citos abundaban los oficiales y los soldados extranjeros. E l príncipe de AnhaltDessau, antes de ayudar a Federico Guillermo 1 a reorganizar el ejército pru siano, había estado al servicio de Francia. El príncipe Eugenio de Saboya había ofrecido sus servicios a Luis X V ; pero, al no ser aceptado por éste, puso su es pada al servicio del Emperador, y luego contribuyó a que las armas y el espí ritu francés penetraran en Austria. El mariscal de Sajonia, bastardo del rey de Polonia Augusto II, se puso a servir a las órdenes de Luis X V . . Pero mayor eficacia que todo esto, la tuvo una tendencia E l cosm opolitism o ; . , . , , nueva: el cosmopolitismo, que es un resultado de las teorías de los Filósofos franceses. Según éstos, la especie humana es una sola; todos los seres humanos tienen los mismos derechos y son capaces de realizar idénti cos progresos; no existe ningún pueblo elegido, de raza superior, e incluso las diferencias de zaza y de nación carecen de importancia: “ La naturaleza ha dado a cada hombre el mundo como ciudad y los demás sereB com o conciudadanos.” Para los cosmopolitas, el patriotismo es un prejuicio; se atrofia en ellos el sen timiento nacional. Voltaire escribía: “ Necesitaría tener el rey de Prusia por se ñor y el pueblo inglés como conciudadano” ; felicitaba a Federico II por haber derrotado a los franceses en Rossbach. Por uu momento, los Filósofos habían convencido a todas las mentes cultas de Europa, Federico 11 manifestaba pú blicamente su desdén hacia la lengua y la literatura alemanas y trataba a sus súbditos de iroqueses. El alemán Schiller declaraba: “ Escribo en calidad de ciudadano del mundo. He dejado muy pronto mi patria para cambiarla por todo el universo” ; aconsejaba a un compatriota suyo: “ No trate de formar una nación; conténtese con ser hombre.” Goethe lo aprobaba. Lessing manifes taba que no tema la más ligera noción de qué podía ser el amor hacia la pa tria. Además, aunque la diversidad de costumbres y de lenguas era infinita mente mayor que en la actualidad, podía pasarse de un país a otro mediante transiciones menos bruscas, matices mucho más sutiles que los actuales, ya que ahora los poderosos Estados modernos han modelado los individuos y han acentuado las diferencias entre alemanes y franceses, entre españoles e italia nos. A consecuencia de ello, era muy fácil expatriarse, adoptar las costum bres, las ideas, los gustos de la nación dominante, lo cual incrementa el cosmo politismo y desarrolla el espíritu europeo.
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Europa parecía estar muy próxima a unificarse ya que por doquier surgían instituciones semejantes, al parecer inspira das por los escritos de los Filósofos, instituciones cada vez más numerosas, hasta el extremo de que, en la segunda mitad del siglo, des pués de la Enciclopedia, el despotismo ilustrado se convierte en un movimiento general. Los soberanos, o déspotas ilustrados, primeros servidores de sus Es tados, quieren renovarlos por com pleto en nombre de la razón. Imponen a sus súbditos reformas “ razonables’*: cierta distribución equitativa de las car gas públicas para aumentar los recursos; la creciente uniformidad en la admi nistración de las provincias y de las ciudades con el fin de ser obedecidos m ejor y más fácilmente; cierto equilibrio político y social que disminuye las aristocracias; la tolerancia religiosa para poderse valer de todos los súbditos se gún sus diversas aptitudes; una economía dirigida, el mercantilismo, atenuada por aquellas libertades que parecen necesarias para la producción. T odo esto, acompañado de un vocabulario “ filosófico” . Los soberanos declaran que son “ vir tuosos” , “ generosos” , “ ciudadanos” , “ patriotas” , “ sensibles” ; hablan de la fe licidad del género humano, aman la naturaleza, derraman lágrimas, aplican a sus adversarios el calificativo de “ tiranos” : se trata ya de la retórica republi cana. Pero, al hacer esto, la única finalidad que les guiaba era la de complacer a los Filósofos, motores de la opinión pública europea, una fuerza. Y los dés potas ilustrados lo consiguieron; los Filósofos, mimados, halagados, se dejaron engañar por las apariencias: Voltaire hizo la propaganda de Federico I I ; Diderot, la de Catalina. No se dieron cuenta de que los soberanos del programa de la Enciclopedia sólo habían aceptado aquellos puntos que les eran útiles; o, para ser más exactos, no se dieron cuenta de que en lo que estos “ déspotas ilustrados” habían hecho (y que nada tenía de nuevo), había algunas cosas que coincidían con ciertos puntos del programa de la Enciclopedia; no caye ron en la cuenta de que el objetivo que guiaba a los soberanos era tan sólo el poderío de sus propios Estados para dominar, invadir y desmembrar; de que toda esta “ filosofía” no era más que un cebo, y que la unidad de Europa era, en gran parte, una frase.
C A P IT U L O n
LA DIVERSIDAD DE EUROPA: LOS DISTINTOS ESTADOS número de costumbres y de instituciones idénticas o parecidas recu brían profundas diferencias. Algunos grupos de individuos, diseminados por todos los lugares, suficientemente unidos como para formar “ una in mensa república de espíritus cultos” (Voltaire, 1767), aparecían por encima de masas infinitamente distintas. Los numerosos Estados europeos se hallaban en fases de evolución muy distantes unas de otraB. De oeste a este, el observador podía ir remontando los siglos, recorriendo tanto el tiempo com o el espacio. Europa conservaba algunas características de la Edad Media, características que Bolo habrían de desaparecer en el transcurso del siglo XIX. Fero se daban en grados muy desiguales. Europa era ante todo agrícola, y en ella dominaba el régimen señorial con poderosas aristocracias rurales que limitaban, en mayor o menor medida, el poder real. En casi todos los países la tierra estaba dividida en grandes dominios, posesiones hereditarias de una aristocracia de señores que constituían una jerarquía de vasallos y de señores feudales, basta llegar al Rey, feudal supremo. Estos señores se reservaban una parte del dominio, que era cultivada por colonos, y, con frecuencia, en el este, por servidumbres persona les de los demás campesinos; el resto de sus tierras las concedían en pequeños lotes a arrendatarios, qne en el oeste solían ser libres, mientras que al este del Elba eran en su mayoría siervos. Éstos las cultivaban por sí mismos, y los li bres podían legar por herencia o incluso vender, con el beneplácito y la corres pondiente compensación al señor, su derecho a cultivarlas. Estaban obligados a prestar su trabajo en las tierras qne el señor se había reservado y en el castillo, trabajo que recibía el nombre de coriíée, es decir, una prestación personal que en el oeste frecuentemente era sustituida por uua cantidad en me tálico, que se añadía a las entregas en especie o en metálico para contribuir al mantenimiento del señor y reconocer sus derechos superiores. Eran los de rechos feudales. Los bosques, las aguas, los eriales, constituían bienes de usu fructo común, en los que el señor permitía que, bajo ciertas condiciones, los campesinos pudieran recoger madera, corteza, miel silvestre, forraje y podían hacer pacer sus rebaños. El señor se reservaba la destrucción de los animales salvajes, la caza. Ejercía sobre los campesinos, bajo formaB muy diversas, po deres de justicia y de policía, a excepción, en condiciones que variaban según ierto
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los Estados, de los poderes del rey. Cuando en los dominios de un señor se ha bían form ado pueblos y ciudades, los habitantes de éstos estaban también obli gados a los derechos feudales y seguían sometidos a la justicia del señor feudal. Pero la unión, el enriquecimiento y la posibilidad de tener murallas habían permitido la emancipación total o parcial de las ciudades. Estas aristocracias, unidas por lazos de parentesco y vínculos muy estre chos de vasallaje y de clientela, conservaban un gran poder, al menos local. De hecho, incluso cuando el derecho reconocía el poder absoluto del rey, in cluso en Francia, la más perfecta de las monarquías, el rey tema menos pode río efectivo que los gobiernos modernos. No sólo tropezaba con los derechos y los privilegios de la aristocracia rural, sino que incluso debía tener en cuenta las libertades, privilegios y derechos, conseguidos por la fuerza de la unión y garantizados por la firma real, de numerosas corporaciones, de asociaciones cuyo fin era la protección de los individuos: municipios, corporaciones artesanas, universidades, todo ello sin contar la Iglesia e incluso, según ocurría en Francia y en España, cuerpos de funcionarios propietarios de sus cargos. To dos estos cuerpos a menudo rivalizaban con las aristocracias; pero algunas veces se unían a ellas para defender sus “ libertades” contra el creciente poder de los reyes. Éstos debían, además, respetar las libertades y los privilegios de las dis tintas provincias que integraban sus Estados, En todos los países la unidad no es total, pero en distintos grados. En ninguno de ellos los hombres habían lo grado salirse por completo de las concepciones medievales del rey, propietario del reino, y del rey, señor supremo, propietario de un dominio real. Los reyes habían ampliado sus posesiones merced a casamientos, herencias, a veces por elección de los habitantes y también por conquista; pero casi siempre ha bían dejado a las provincias así adquiridas sus usos, sus costumbres, sus ins tituciones propios. Aunque algunos Estados, en especial Francia, formaban verdaderas naciones, en ningún país la nación era perfecta: la necesidad de obe decer a un mismo jefe había sido forzosamente la cansa de que surgieran, en mayor o menor cantidad, instituciones comunes; pero la diversidad seguía sien do muy grande en cada Estado, la acción del soberano se veía dificultada por estas diferencias y disminuida por la autonomía, más o menos importante, que se dejaba a cada provincia. Tanto el poder real com o las instituciones comunes estaban desarrollados muy desigualmente, según los Estados. En t é r m i n o s generales, podemos decir que parecen más desarrollados en aquellos países en los que los reyes habían podido oponer a los señores una dase nueva: la de los burgueses, comerciantes y fabricantes. Esta clase, que nunca desapareció por completo, que desde tiem po atrás iba creciendo, había alcanzado un desarrollo francamente importante
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y rápida después de los grandes descubrimientos de fines del siglo xv y de la expansión del gran comercio oceánico. Estos burgueses, enriquecidos y cultos, constituían una fuerza social y, en virtud de los capitales que podían movili zar y poner a disposición del Estado, de los productos que podían proporcionar al soberano, desempeñaron un papel que no guarda proporción con su número e incluso, no cabe duda, con la importancia real de su riqueza en relación con la riqueza total del país. Los reyes les protegieron, algunos incluso mediante esta intervención sistemática del Estado en la vida económica que se ha llama do mercantilismo. Enrique V il, Enrique V IH e Isabel Tudor, en Inglaterra, en el siglo xvi; Enrique IV , Luis X III y Luis XTV, en Francia, en el siglo xvu, fueron verdaderos déspotas ¡lustrados antes de que apareciera el despotismo ilustrado. Pero los burgueses, cuando se sintieron fuertes, trataron a su vez de limitar el poder real mediante un acuerdo con una aristocracia debilitada y que había pasado a ser menos peligrosa para ellos. La desigual evolución de la burguesía según los Estados, parece ser el he cho principal de la historia de éstos durante el siglo xvin. En el noroeste de Europa, que ocupa una posición central en relación a las corrientes del co mercio mundial, Inglaterra ve cómo la burguesía, victoriosa en la Revolución de 1688, incrementa b u poder y su influencia, y ciertos Estados mercantiles, como Holanda y las ciudades del norte de Alemania, asisten a la vida de repúblicas burguesas, que ya eran muy antiguas. En Francia, menos evolucionada, todo el siglo se ve turbado por luchas entre la aristocracia, la burguesía y el rey. En el centro y en el sur de Europa, regiones menos influidas por el gran comer cio oceánico, los déspotas ilustrados tratan de dar alas a una burguesía ca pitalista para aumentar la fuerza de sus Estados. En Europa oriental, medieval aún, o bien gana la aristocracia — como ocurre en Polonia, — o bien — como es el caso de Rusia, — los esfuerzos del soberano, primer propietario del reino, tienden a convertirlo en jefe indiscutible de una aristocracia a la cual concede todas las ventajas sociales.
Europa occidental La vida entera de Inglaterra está dominada por el comercio marítimo. Desde el momento en que los grandes descubri mientos oceánicos habían colocado a la Inglaterra agrícola junto a las princi pales corrientes comerciales, desde el momento en que podía sacar partido de los vientos del sudoeste que conducían hacia ella a los grandes veleros, su co mercio se había incrementado notablemente. A principios del siglo xvin, era ya el primero del mundo. Se trata de un comercio de almacenaje: los ingleses El R eino Unido
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desembarcan en sus puertos los productos de ultramar para luego distribuirlos por Europa; los productos del Mediterráneo para cambiarlos por los del Bál tico, y viceversa. Se trata de un comercio de acarreo: los ingleses van sustitu yendo progresivamente a los holandeses, y hacen los transportes por cuenta de individuos de otros Estados. Es también un comercio de exportación, en el que, junto a los productos elaborados o fabricados, intervienen el trigo, aunque cada vez menos, y la hulla, exportada hacia el noroeste de Europa. Algunos autores consideran que a fines del siglo los ingleses poseían las nueve décimas partes del tonelaje europeo. El Estado aplica la doctrina mercantilista: dirige la economía en interés de todos. El país debe procurar bastarse a sí mismo en la mayor medida po sible; debe comprar el mínimo, vender el m áximo; una balanza comercial fa vorable, en la que las exportaciones son muy superiores a las importaciones, así com o la abundancia de metales preciosos, son pruebas inequívocas de pros peridad. El Estado actúa mediante sus leyes, sus reglamentos, su política: el Acta de Navegación del año 1651 reserva a los barcos ingleses el tráfico de ul tramar; a los buques europeos sólo les está permitido llevar a Inglaterra mer cancías de sus países de origen. Derechos de aduana muy crecidos protegen la industria inglesa, que está reglamentada. El Estado hace la guerra y firma la paz según las necesidades del com ercio: las victorias conseguidas a costa de Francia, son victorias comerciales logradas a cañonazos. En 1713, los tratados de Utrecht, y en 1763, el de París, proporcionan a Inglaterra la hegemonía ma rítima y comercial. Y este comercio lo transforma todo. La población crece: incluyendo a Es cocia, Gran Bretaña tiene de 5 a 6 millones de habitantes en 1700, 9 millones bad a 1789. Una burguesía rica, compuesta de financieros, negociantes y arma dores, aumenta. Todavía no posee un espirita de clase: su sueño estriba en ad quirir grandes dominios y en ser considerada parte integrante de la aristocracia rural. Pero, en definitiva, sus intereses les impelen a realizar acciones comunes en los momentos importantes. Con posterioridad a 1763, el comercio provoca una revolución industrial que añade a la burguesía comercial los “ capitanes de industria” , y da lugar a la aparición de un proletariado. El auge comercial y la revolución industrial transforman la gran propiedad inglesa. Se precisa más lana para la industria, más trigo y más carne para las ciudades que van creciendo. La demanda de productos agrícolas y, por consi guiente, su valor, aumentan. Los burgueses, después de haber adquirido domi nios señoriales, quieren, siguiendo su costumbre, sacar el mayor partido de los mismos. P or otra parte, los nobles no sienten, acerca de las actividades uti litarias, los mismos prejuicios que la aristocracia francesa. Precisamente un miembro de la nobleza terrateniente, Lord Townahend, es quien pone en boga
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la agricultura 7 , hacia 1760, son muy pocos los nobles que no cultivan por sí mismos sus tierras, Pero la estructura agraria no es favorable al cultivo intensi vo y científico: es el régimen de los “ campos abiertos y dispersos” (openfield). Los campos no están cercados. Cada terrateniente hereditario (freeh old er), con siderado propietario de la tierra a excepción de los derechos reservados al señor, dispone de varias parcelas diseminadas, que es preciso cultivar al mismo tiempo, del mismo m odo, lo cual se opone al progreso. Los señores quieren cer car sus tierras, para poder decidir la fecha de la siembra, el tipo de cultivo y para poder seleccionar el ganado. Construyen cercados feitclosurea). Obtienen del Parlamento la autorización de cercar las tierras y de agruparlas para for mar lotes de un solo poseedor, e incluso cercan los bienes comunales. Pero en tonces, muchas veces el pequeño poseedor queda arruinado. Le corresponden las tierras menos fértiles, tiene gastos para cercar, sus rebaños ya no pueden pacer en los campos después de la cosecha (pasturaje lib re), ya no puede utilizar los bienes comunales, no puede competir en calidad con los productos del gran propietario, por carecer de capitales y de conocimientos para adoptar los nue vos métodos. Se ve obligado a vender sus tierras al señor, con lo cual desciende a la categoría de proletario agrícola o, y esto ocurre con mayor frecuencia, debe emigrar a la ciudad, convertirse en obrero, y algunas veces, si tiene éxito, en industrial. La industria no se habría desarrollado si hubiera carecido de la mano de obra que le proporcionaron los cercados. Con todo ello, el rico se en riquece aún más, mientras que el pobre es cada vez más pobre. La aristocracia se aburguesa: le preocupan la producción y la venta. A l igual que el suelo, explota las minas. El duque de Bridgewater consagra su vida, a partir de 1760, a construir canales para transportar la hulla. Pero, además, a causa de los de rechos de un rígido mayorazgo, los segundones de las grandes familias se de dican cada vez más al comercio y a los negocios. Con todo ello se logra qne dis minuya progresivamente la oposición entre gentry y burguesía. El comercio transforma la sociedad. E l rápido enriquecimiento de indivi duos qne, a pesar de ser grandes señores, seguían siendo rústicos campesinos, hecho acaecido después de la larga y dura guerra de Sucesión española, con tribuye a la inmoralidad: embriaguez general, los pobres por efecto de la gi nebra, los ricos, del oporto; excesos: gusto por espectáculos brutales o incluso crueles (boxeo, peleas de gallos); utilización corriente en la vida política de la mentira, de la calumnia, de la corrupción, incluso si es necesario de la violencia y de la insurrección; se llega, por un momento, a la desaparición del sentimiento nacional (“ Si los franceses llegan, estoy dispuesto a pagar; ¿pero luchar? ¡Que el diablo me lleve!” ) . Todo esto determina indirectamente, como reacción ante la miseria del proletariado y la tibieza de la Iglesia anglicana, que es la carrera para los segundones de las familias nobles, vecinos movimien
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tos intelectuales y morales: metodismo, evangelismo, filantropía (1). Precisamen te ante los mineros galeses predica Wesley por yez primera al aire libre. Todos estos movimientos generosos renuevan progresivamente a Inglaterra a partir de 1740, resucitan las fuerzas morales, la preocupación por la nación, la justi cia y la humanidad, pero le hacen a la burguesía el gran favor de infundir pa ciencia a los proletarios. El comercio llega a influir sobre las ciencias y sobre las artes. Son precisamente los burgueses cultos y con tiempo libre quienes di rigen el movimiento científico. A su vez, el enriquecimiento nos explica el gran consumo que la sociedad inglesa hizo de pintores y escultores franceses, que al final, tras un período de aprendizaje, dió lugar a la creación de una escuela ori ginal de pintura inglesa. El comercio, por mediación de la sociedad que ba creado, rige la vida ad ministrativa y política. La administración local está en manos de los ricos. El rey nombra los funcionarios locales, que suelen ser grandes propietarios. Así, cada condado tiene un lord-lugarteniente, jefe de la milicia de los propieta rios, un sheriff que manda ejecutar las sentencias de la justicia, y irnos jueces de paz elegidos de una lista de propietarios hecha por el lord-lugarteniente, en cargados de la justicia, de la policía, de la asistencia pública y de los impues tos locales. Ahora bien, en esta época, la "policía” comprende todo lo que hoy denominamos administración. Con ello, toda la vida local depende de los ri cos, y entre éstos, los burgueses aumentan constantemente en número a medida que van adquiriendo mayor número de propiedades; a partir de 17Ó0, se aña den a ellos los ruzbabs, funcionarios enriquecidos de la Compañía de Indias. Políticamente, Inglaterra es una monarquía constitucional, con un R ey y con dos Cámaras. Pero estas dos Cámaras sólo representan a los ricos. La Cá mara de los Lores está compuesta de grandes señores, lores por herencia, obis pos y arzobispos (casi siempre procedentes de las filas de la aristocracia) y por lores que el Rey puede nombrar a su antojo entre los ingleses que han rea lizado grandes servicios al país y que suele'nom brar de entre los ricos. La Cámara de los Comunes se compone de diputados elegidos por las ciudades o burgos y por las regiones rurales o condados, pero siempre por un sufragio basado en la riqueza: para votar es preciso gozar de posición acomodada. En la práctica, sólo los ricos pueden ser elegidos. Ante un escrutinio público, ¿cóm o no votar por el candidato del gran señor, dueño de todas las casas del “ pequeño burgo” , en cuya mano está la posibilidad de duras represalias? ¿Cóm o no dar satisfacción al gran señor propietario de la mayor parte de las tierras de la parroquia y que a su influencia económica une el ejercicio de las funciones locales que le permiten hacer la vida imposible a los electores(I) (I)
Lib. I, cap. V n .
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recalcitrantes? Además, subsisten huellas de la vida feudal. Un elevado número de familias de pequeños propietarios están sinceramente ligadas a su señor y protector. Finalmente, la corrupción es posible. El número de electores es poco elevado; en algunos lugares, se ha visto reducido aún más por la ruina de los pequeños propietarios. Algunos burgos ya no tienen la población con que con* taban en la Edad Media. Ya sólo quedan 7, 5, 2 electores, pero siguen eligiendo el mismo número de diputados. Estos “ burgos podridos” se compran fácil mente, y así los burgueses enriquecidos pueden ser diputados. Inglaterra es una plutocracia. Con muchísima frecuencia los burgueses impusieron su voluntad al rey. En 1714, ya casi no quedan partidarios de la monarquía absolutista: la mayo ría de los ingleses acepta prácticamente la teoría del contrato. El rey, elegido por la nación desde hacía más o menos tiempo, dividía sus poderes con los representantes del país. Las leyes, votadas por la Cámara de los Comunes y aceptadas por la Cámara de los Lores, eran puestas en vigor después de haber sido firmadas por el rey. Cualquier acto del rey debe ir refrendado por un mi nistro responsable. Pero, en cuanto a la elección de los ministros, los ingleses estaban divididos. Los “ Tories” sostenían qne el soberano debía conservar la “ prerrogativa real” más amplia, debía dirigir efectivamente sus asuntos, es decir, debía formar un ministerio a su gusto, nombrar y destituir los minis tros según su voluntad. Los tories eran principalmente aristócratas rurales de las regiones más agrícolas. En cambio, los “ Whigs” querían limitar la prerro gativa real, por consiguiente, obligar a los ministros a que dimitieran cuando ya no contaban con mayoría en los Comunes. Es el régimen parlamentario que convierte a los diputados en dueños de la política y al rey en un presidente de república. Los whigs eran los burgueses y aquellos aristócratas que teman inte reses comunes con ellos, cuyos segundones estaban metidos de lleno en el co mercio. Pretendían imponer al rey determinada política económica, social y exterior. A l principio, hasta el año 1760 prevalecieron los whigs. Los Estuardos ha bían sido separados del trono por los whigs por ser absolutistas, y los tories habían apoyado, no sin vacilaciones y retrocesos, a los whigs por odio al cato licismo ( 1 ) . Los ingleses nombraron rey al elector de Hannóver, bisnieto de Jacobo I, Jorge I (1714-1727). Éste y su hijo Jorge II (1727-1760) se apoyaron en los wliigs, por sospechar que los tories eran adictos de los Estuardos. Pero estos reyes siguieron siendo alemanes, preocupados principalmente por su elec torado; no hablaban el inglés, se ausentaban a menudo de Inglaterra, carecían de prestigio a causa de su embriaguez y de sus favoritas intrigantes. Se vieron 1 (1)
Véase el volumen anterior.
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obligados a elegir los ministros en el partido que tenía mayoría, los whigs, y dejar el gobierno en sus manos: ni siquiera asistían a las sesiones del Consejo de Ministros. Y sin embargo, conservaron cierta influencia. Si el Primer Mi nistro quería contar con mayoría se veía obligado no sólo a pagar a los diputa dos cuando había votaciones decisivas, sino también a conseguir cargos para ellos, para sus familias, para sus amigos e incluso para sus agentes electorales. El rey nombraba y destituía numerosos funcionarios de hacienda, del ejér cito y de la marina. El Primer Ministro debía ponerse de acuerdo tanto con él como con la mayoría del Parlamento. El Primer Ministro llegaba si era pre ciso a valerse de corrupción respecto al rey, haciendo que fueran aprobados aumentos de la lista real, pensiones y dotes para su familia y sus favoritos. Todo se basaba en el interés personal. W alpole (1721-1742) supo practicar ad mirablemente este sistema y logró gobernar dando satisfacción a algunos im portantes miembros del Parlamento, así com o a la numerosa clientela de esos miembros. Precisamente contra esta corrupción luchó W illiam Pitt. Su sueño consistía en formar un ministerio nacional, compuesto por individuos de todas las tendencias, preocupados únicamente del interés general. La guerra contra Francia desencadenó una corriente de opinión favorable, que le otorgó, de 1756 a 1761, el cargo de primer ministro y casi de dictador impuesto por la nación a los partidos. Pero, una vez conseguido el éxito, Jorge III le destituyó. Este rey (1760-1820), nieto de Jorge II, fué, eso sí, un inglés, de vida muy digna, que se tomó muy en serio sus funciones y quiso asegurar la prerrogativa real, Y lo gró, valiéndose también él de la corrupción, imponer un ministerio a su gusto, al frente del cual figuró de 1770 a 1782 lord North, e intentó gobernar como soberano autoritario. En 1782 se vió obligado a aceptar la dimisión de lord North, pero logró obtener de nuevo, mediante corrupción, una mayoría tory e impuso, en 1784, com o Primer Ministro, al hijo de W illiam Pitt, el segundo Pitt. Por consiguiente, toda la vida política está dominada por el comercio. Las grandes cuestiones que se debaten en los Comunes y en los Lores son proble mas de empréstitos, de impuestos, de aduanas, W alpole asegura la prosperidad comercial. Cuando su política pacífica parece comprometer esta prosperidad comercial, los Comunes le obligan a declarar la guerra a España y a Francia, y luego a dimitir. Son los financieros, los comerciantes, la población del puer to de Londres, residencia del gobierno, y que vive del movimiento del puerto y está siempre dispuesta a sublevarse, los que imponen el “ primer Pitt” cuando la guerra contra Francia, rival en las colonias. El primer Pitt establece la fór mula de la política exterior de Inglaterra: “ La política británica es el comer cio británico” . El fracaso de la política aduanera en América, la pérdida de las colonias y de una parte del mercado de éstas, son las causas de la dimisión de lord North, Y su competencia com o financiero y economista son las razones
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que imponen el segundo Pitt a una Cámara reticente. Si aún no hay motivo que obligue al rey a destituir a un ministro que no cuenta con mayoría, si aún dispone de un ministro a su gusto, es tan sólo porque el rey y su ministro ha cen una política grata a los burgueses y a los aliados de éstos. Las Provincias Unidas forman una República federal de Las Provincias siete provincias, en la que la burguesía ha desempeñado un Unidas importante papel a causa del comercio marítimo de alma cenaje y de acarreo (1). Están en completa decadencia porque la.competencia de ingleses y franceses les arruina su comercio, que sólo sigue siendo activo en las Indias Orientales. La decadencia del comercio acentúa sus divisiones inter nas. Toda la actividad se concentra en Amsterdam. Las demás ciudades ma rítimas, así como las provincias agrícolas del interior, celosas, combaten su política comercial y protestan contra su oligarquía burguesa, reclaman la res tauración del estatuderato en favor de la familia Orange, aliada a los reyes de Inglaterra. En cuanto al exterior, las Provincias Unidas ya no son capaces de armar grandes dotas y preparar poderosos ejércitos. La disminución del poder, el hecho de que buena parte de Iob ingresos holandeses proceda de fondos co locados en Inglaterra, así com o el temor de que los franceses conquisten los Países Bajos, les mantiene aliados a Inglaterra, en una relación que más parece un vasallaje. En 1787, los ingleses, aliados a los prusianos, derriban el partido republicano burgués, amigo de Francia, y restablecen el estatúder. Francia sigue siendo un país mucho más agrícola que Inglaterra. Francia La tierra, en mucha mayor medida que en Inglaterra, proporciona la mayor cantidad de recursos, y la propiedad rural, en especial la de los no bles, sitúa a un hombre en la sociedad. La aristocracia rural comprende los príncipes de sangre; la alta nobleza de los duques y marqueses, que viven prin cipalmente en la Corte y en París, y muy poco en sus dominios, a los que van en exilio; los arzobispos, los obispos y los principales abades, la media y peque ña nobleza de provincias, y los oficiales reales. Tanto los príncipes como los grandes señores son eternos descontentos. Protestan contra el monarca absoluto porque no les permite representar ningún papel político; contra el rey centralizador que, por mediación de sus intendentes, les ha privado de todo derecho a la administración provincial y local, y que sólo les deja poderes señoriales en sus dominios. Dedican el tiempo a exigir la libertad, es decir, que Francia sea gobernada por la aristocracia. Los pequeños nobles comparten sus puntos de vista acerca de la administración de las provincias, se unen a ellos para pro testar contra todos los intentos del rey para someter a esa nobleza privilegiada a las cargas fiscales; pero se oponen a que los grandes nobles, próximos al rey, acaparen los cargos honoríficos y los poderes. (1)
Véase el tomo IV.
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Casi todos los nobles están en lucha contra las demás clases. Se defienden contra los burgueses. A medida que éstos van adquiriendo más importancia, los nobles insisten cada vez más en su privilegio de nacimiento. Los obispados se reservan para los segundones de las familias nobles: no es posible hallar un Bossuet. A partir de 1757 se hacen esfuerzos para que los grados de oficial sean reservados a los nobles, y, a partir de 1781, se exigen cuatro grados de noble za. Los nobles también luchan contra los campesinos. Desde luego, los peque ños nobles son pobres y a menudo acaban de arruinarse en el ejército, en el que se baten heroicamente; pero hasta el final, esta nobleza conserva el respeto por su condición militar. La constante elevación de los precioB, que se acelera a partir de 1760, cuando una buena parte de las rentas feudales estaban estable cidas desde tiempo atrás en metálico, les obliga a buscar recursos y ee arries gan a perder su categoría de nobles dedicándose al comercio, a la fabricación e incluso llegan a cultivar un campo de cuatro aradas. Al mismo tiem po tratan, y esto aumenta progresivamente en el último tercio del siglo, de que sus derechos feudales produzcan lo máximo posible. Los feudalistas les buscan en los cartularios los derechos olvidados. El régimen feudal se hace más pesado. Exactamente lo mismo hacen los miembros de la media y de la alta nobleza, quienes, además, tratan de sustraer a los derechos de utilización los bosques, que ahora ya escasean y cuyo valor va creciendo, y, asimismo, tratan de convertir los eriales en tierras de cultivo y de pasto, a lo cual les empuja la influencia de los Fisiócratas después de 1760. Algunos estipulan con las comu nidades lugareñas contratos de acotado que les permiten cercar ios dos tercios de los bienes comunales, o bien contratos de aparcería que les aseguran el tercio. Sin embargo, este movimiento de cercado es reducido. Francia sigue siendo un país de pequeña explotación agrícola. Con todo ello, hacia fines del siglo, los nobles se ganan el odio creciente de los campesinos. Mas, en su lucha contra el rey, a quien quieren arrebatarle el poder, I ob nobles hallan los argumentos de que antes carecían en los escritos de los Filósofos: teoría del Contrato, teoría de los derechos naturales, teoría fisiocrática; los nobles tienen la conciencia tranquila, la convicción fortalecedora de que tienen razón. Contra el rey, la nobleza de sangre se ve apoyada por la nobleza de toga, es decir, la de los propietarios de los principales cargos públicos u oficios, que el rey sigue vendiendo, y sobre todo auxiliada por los funcionarios de las Cortes de Justicia superiores, los Parlamentos. Los cargos de sus miembros sue len ser hereditarios o, en el m ejor de los casos, se venden entre un reducido nú mero de familias, siempre las mismas. Los Parlamentos constituyen un mun do cerrado, una casta. Menosprecian a la nobleza de sangre, al mismo tiempo que ésta lea menosprecia. Pero, tan apegados a sus privilegios, en especial los de tipo fiscal, como la nobleza de sangre; al igual que ella señores territoria-
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Ies, enlazados con ella mediante matrimonios, con muchos de sus hijos abrazan do la carrera de las armas, los parlamentarios tienen con loe nobles muchos intereses comunes. Aspiran a desempeñar un papel directivo en el Estado, a censurar los actos reales, y frente a todos los intentos de reforma patrocinados por la monarquía muestran una encarnizada oposición. Precisamente de estas dos clases salen los más atroces libelos contra la per sona del rey, las más sucias calumnias, inspiradas por el duque de Orleans, el príncipe de Conti, el duque de Enghien. Frente a estas clases va creciendo la burguesía comerciante, que se bene ficia de los esfuerzos de los grandes déspotas ilustrados del siglo xvn: En rique IV , Luis X III, Luis X IV . En los albores de este período, el intento de Law ha dado impulso a los negocios. El importe del comercio exterior pasa de 215 millones de libras en 1716 {172 con Europa, 43 con los demás países) a 430 millones en 1740 (306 y 124 respectivamente) y a 616 millones en 1756 (412 y 204). Después de los fracasos de la guerra de Siete Años, renace la ac tividad. En 1777 las exportaciones alcanzan la cifra de 259 millones de libras, mientras que las importaciones ascienden a 207 millones; en 1789, las cantida des son: 354 millones para las exportaciones y 301 para las importaciones. El comercio más provechoso es el marítimo, realizado por más de 3.500 buques, cuando en 1713 casi no quedaba ninguno. Los puertos, Saint-Malo, Lorient, Ron en, El Havre, N antes, La Rochela, Burdeos, Marsella, están en plena pros peridad. Loe productos coloniales, sobre todo el azúcar y el ron de Santo Do mingo, y la trata de negros, son los mejores elementos. Los capitales acumulados permiten una concentración comercial de la industria alrededor de los puer tos; cotonadas cerca de Rouen, telas en los puertos bretones, paños en los al rededores de Marsella y de Séte. Armadores y comerciantes crean en Burdeos y en Nantes destilerías, refinerías, arsenales, y, en todo el reino, fundiciones de acero y de hulla, papeleras: de estas industrias saldrán, hacia fines del si glo, las primeras tentativas de maqumismo y de concentración industrial. Pero algunos nobles les imitan, invierten capitales en Iob negocios, adquieren intere ses en las minas de hierro y de carbón, en las fábricas siderúrgicas. El marqués de Solages es en parte propietario de las industrias de hulla de Cramaux. La sociedad se va abnrguesando. B ajo Luis X V I, es ya de buen gusto que los no bles no lleven espada, sino un simple bastón burgués. Algunos nobles abando nan la peluca y ostentan sus propios cabellos. Algunos adoptan maneras senci llas, “ costumbres sensibles” : un príncipe tiene a gala presentar la princesa, su esposa, a un regimiento: “ Hijos míos, he aquí mi esposa,” Los burgueses reclaman libertad para sus negocios, que se supriman los privilegios hereditarios; pretenden participar en la redacción de las leyes, en el examen del presupuesto y en la política real, aunque al mismo tiempo defieu-
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den muchos de los derechos señoriales y de los cercados, ya que muchos de ellos han comprado feudos. El gobierno real hace mucho en favor de los burgueses. La Oficina del Comercio, creada en 1722, establece estadísticas, proporciona a los comerciantes informaciones y directrices, ayuda a las empresas. El Consejo de Comercio guía y dirige. Poco a poco, mediante avances y retrocesos, las tra bas disminuyen, los reglamentos se hacen más flexibles. Las comunicaciones son más fáciles; bajo la Regencia se crea el Cuerpo de Puentes y Calzadas, la prestación real para las carreteras se regulariza en 1738, se construyen nume rosas carreteras, se reducen los peajes; en varias ocasiones, en 1763, 1770, 1774, 1787, es proclamada la libertad de comercio de los cereales, que había de in crementar la producción al asegurar la venta a un precio remunerador, medi da que también les es favorable a los campesinos propietarios. Después de 1750, por influencia de los Fisiócratas, la administración real atenúa los reglamentos de fabricación; permite que se fabriquen telas estampadas y teñidas (1759), su prime artículos de los reglamentos, y los demás son aplicados con prudencia. Incluso, en 1776, aunque por un momento, Turgot manda suprimir las corpo raciones de oficios y las veedurías (jurandes), tribunales especiales de dichos gremios, que dificultaban la apertura de nuevas empresas y la utilización de nuevos procedimientos. A partir de 1779, bay intentos de asociar los notables a la administración, mediante asambleas provinciales. Pero el gobierno no quiso ir más allá. Muy pronto se restablecieron los gremios. En 1786 se firmó un tratado comercial ruinoso con los ingleses: re ducía los derechos de aduana al 12 por 100 en los productos elaborados ingle ses, que eran más baratos que los franceses, y esto produjo una invasión de pro ductos ingleses y, en consecuencia, provocó una grave crisis. Fue muy escasa la participación concedida a los burgueses en los asuntos locales, provinciales y nacionales. Los burgueses siguieron descontentos. El gobierno real no Be adaptó bastante, por carecer de dirección. En primer lugar, en 1715, fué preciso organizar la Regencia: el rey Luis X V (1710-1774) sólo tenía 5 años. D ejó que gobernara el duque de Orleaus, como regente, bas ta su mayoría legal, alcanzada en 1722, y luego hasta la muerte del duque, acae cida en 1723; a continuación gobernó el duque de Borbón, un principe de san gre real, basta 1726, y luego su preceptor, el cardenal de Fleury, de 1726 a 1743. A l llegar este momento, cuando el rey contaba 33 años de edad, declaró que quería gobernar por sí mismo; pero no lo logró. Este rey, guapo, inteligente, culto, generoso, muy lejos de ser el monstruo que nos ha descrito Micbelet equivocándose por completo, era un tímido patológico, que acabó de agotarse por causa de las mujeres, jamás tuvo la energía y la perseverancia necesarias. Se dejó arrastrar en todos los sentidos por su familia, por sus amantes (Madame de Vintimille, la duquesa de Cbáteauroux de 1741 a 1744, la marquesa de Pom-
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padour, a partir de 1744, la condesa Du Barry a partir de 1769), por sus minis tros y las camarillas de éstos. Su nieto, Luis X V I (1774-1792), un buen hombre, buen cerrajero, buen padre de familia, que amaba a su pueblo, un burgués asentado en el trono, es conocido por su débil voluntad. Ambos quisieron el bien, pero no lo hicieron. La monarquía habría podido seguir siendo absoluta si hubiera tomado la iniciativa de las reformas: supresión de los privilegios fiscales de la aristocra cia, accesión de todos a todos los empleos, establecimiento de un liberalismo económico moderado para no entregar los obreros y los campesinos pobres en manos de los ricos, unificación de un reino en el que las aduanas interiores, las diferencias de medidas y monedas, las distintas costumbres de las provin cias, representaban otros tantos obstáculos a la vida nacional y, en especial, a la vida económica. Pero no lo hizo. Y aunque aumentó el territorio nacional mediante la incorporación de Lorena (1766) y la adquisición de Córcega (1768), Lorena siguió teniendo aduanas en relación con el reino, mientras podía comer ciar libremente con el Sacro Imperio. Habría sido preciso destrozar las aristocracias; pero ninguno de ios dos reyes logró jamás tener bastante fuerza de voluntad para hacerlo. La aristocra cia de príncipes y duques demostró su incapacidad para gobernar. Para conten tarla, el regente, duque de Orleans, había sustituido los ministros burgueses de Luis X V por unos Consejos de grandes nobles. Pero la incapacidad de éstos era evidente, A partir de 1718 fué preciso restablecer los ministros. Mas la alta nobleza siguió siendo peligrosa a causa de sus intrigas en la Corte, a causa de sus clientelas y de su acuerdo con los Parlamentos. Fueron éstos los que hicieron fracasar todos los intentos de reforma. En 1715 el duque de Orleans les había devuelto la facultad de advertencia y cen sura a cambio de una decisión que le convertía en dneño del Consejo de Re gencia, en contra del testamento de Luis XTV. A partir de entonces, el Par lamento de París podía de nuevo retrasar indefinidamente el registro de los edictos reales. Llegó a ser tan embarazoso que el Regente se vió obligado a li mitar su derecho de censura en 1718. Pero más tarde esta facultad le fué res tituida íntegramente, y aunque unas veces suspendida y otras limitada, en con junto permitió que los Parlamentos mantuvieran una constante oposición a las reformas financieras. En numerosas ocasiones, el gobierno real trató de con seguir que todos sus súbditos contribuyeran en proporción a sus ingresos. Era el único medio de poder subvenir a los gastos crecientes de un Estado que administraba cada vez más, cuando el alza de los precios al aumentar los gas tos reducía los ingresos, ya que limitaba el consumo y, por consiguiente, el ren dimiento de los impuestos indirectos, los únicos que pesaban sobre todos. Los Parlamentos, junto con los príncipes, los obispos, las noblezas provinciales y
25.— El té a la inglesa en casa de la princesa de Conti.
16.—Los jardines de Bagatelle.
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todos loe privilegiados, se opusieron con todas sus fuerzas a la voluntad real. Excitaban a la población al negarse a corroborarla; la excitaban con sus censu ras, con la acción directa que ejercían sobre sus campesinos, y provocaban insurrecciones entre las clases inferiores de una población desorientada. Ellos tuvieron la culpa de que fracasara el impuesto del quincuagésimo de las rentas de los bienes territoriales (1725-1727), del décimo (1733-36, 1740-1749) que únicamente duró durante las guerras, aunque desnaturalizado y gravando sólo a los pobres, el vigésimo de Machault d’Am ouville (1749-1754), la subven ción general de Silhouette (1759), la subvención territorial de Calonne (1787). Impidieron, ante la perspectiva de su absoluta oposición, que Turgot pre sentara su proyecto de subvención territorial. La opinión les era favorable, porque se cubrían con hermosas palabras; los súbditos del rey eran “ hombres libres y no esclavos” ; combatían el “ diluvio de impuestos” ; sostenían a todos los que se oponían a la política real, por ejem plo, a los jansenistas contra los jesuítas, abolidos en 1764. Mas, en realidad, sólo pensaban en sus privilegios nobiliarios, en las distinciones que les situaban por encima de la masa, y en sus propios intereses. Incluso pretendieron formar un cuerpo que reuniera a todos los Parlamentos del reino, tener derecho a participar en el poder legislativo, oponerse a la voluntad del rey. El Parlamento de Bretaña apoya a la asamblea provincial denominada los Estados de Bretaña contra el gobernador que pre tende construir carreteras, porque los caminos caen en las atribuciones de los Estados, que por otra parte no hacen nada. Periódicamente, el Rey destierra al Parlamento de París y luego le vuelve a llamar. A l fin, en 1771, el canciller Maupeou suprime la venalidad de los car gos de la magistratura y sustituye los parlamentarios por jueces asalariados; pero, desgraciadamente, Luis X V I volvió a restablecer los Parlamentos a fines de 1774, con la intención de apaciguar. Mas, como quiera que el Parlamento de París insiste en las leyes fundamentales de la monarquía, en los dcrecbog de los Parlamentos, en los contratos estipulados con las provincias, en la necesidad de que los subsidios sean votados por los Estados Generales, el rey concede va caciones al Parlamento en 1788, lo desmembra, y confía el registro de los edic tos a un tribunal plenario formado por leales servidores del rey. Entonces, la Revolución empezó por una insurrección de los privilegiados. Los Parlamentos, aliados con los nobles, amotinan a la población en todas las ciudades de Parlamento, en Grenoble, en Rennes. Los Estados Provinciales del Delfinado, reunidos en VizUle, se niegan a pagar impuestos. El Rey se ve obli gado a convocar los Estados Generales para el 1 de mayo del año 1789. Pero al llegar este momento, la nación se escinde en dos grupos: los prín cipes de sangre y loe notables piden que los Estados Generales se convoquen si guiendo las formas antiguas y que la votación sea por órdenes: Clero, Nobleza, 14. — H. O. C. — V
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Tercer Estado, lo cual aseguraba la mayoría a los privilegiados; en cambio los burgueses, que ban creado un “ partido nacional” , se confabulan de ciudad en ciudad: quieren una asamblea nacional, exigen la duplicación del número de diputados del Tercer Estado y el voto individual, que les aseguraría la mayoría. El Bey sólo accede a la duplicación, en diciembre de 1788. La acción de las otras clases aparece. Se produce algo así como un levanta miento del proletariado. El tratado de 1786, causa del paro, y las malas cose chas de 1787 y 1788 acentúan el alza de los precios: el pan, que suponía el 50 por 100 del presupuesto del trabajador, exige ahora el 80 por 100. Aumenta el número de mendigos y vagabundos. Un odio cruel hacia el señor, hacia el rico, estalla repentinamente. Se producen algunas insurrecciones, ataques con tra los castillos, contra los burgueses y los nobles poseedores de cereales. El 27 de abril de 1789, en el arrabal de San Antonio de París, es saqueada la fá brica de papeles pintados Réveillon. El gobierno reacciona con dificultad: los intendentes gozan de poca consideración, el ejército está desorganizado. Las elecciones para los Estados Generales tienen efecto en 1789 según un sufragio casi universal por brazos. Los electores redactan “ Cuadernos de que jas” que contienen sus anhelos: una Constitución, la libertad individual, la to lerancia, la igualdad de derechos, Estados Generales periódicos que habrían de votar los impuestos, descentralización, asambleas provinciales y municipales elegidas principalmente por los propietarios, el respeto de las franquicias y de las libertades de las provincias, el poder ejecutivo al Rey, y el legislativo al Rey y a la nación. Ee decir, buena parte del programa de los privilegiados había sido aceptado por los burgueses a causa de la incapacidad del Rey para ponerse al frente de las reformas. E uropa
España
meridional.
frurante Ia guerra de Sucesión a la Corona de España (1700-1713), los territorios de la Corona de Aragón reconocieron la soberanía del archiduque Carlos de Austria, mientras los de la Corona de Castilla se incli naron por la causa borbónica de Felipe V. A l triunfar éste, el decreto de Nue va Planta (1716), acabó con el régimen anquilosado de fueros y privilegios de la Corona de Aragón, con lo que se derrumbó la ordenación hispánica de los Reyes Católicos. De este modo, el proceso hacia la unificación política peninsu lar y el centralismo dió un paso muy considerable, en consonancia con el des pliegue del racionalismo geometrizante y antihistórico del siglo de las luces. A pesar de su carácter represivo, la “ nueva planta” favoreció a la larga a catala nes, aragoneses y valencianos, pues les fueron reconocidas lag mismas posibili dades que a los castellanos en el seno de la monarquía española.
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Es incuestionable que la España borbónica del siglo x v m — Felipe V (1701-1746), Fernando V I (1746-1759), Carlos III (1759-1788) y Carlos IV (17881808) —'experimentó una poderosa influencia francesa. Sería erróneo, sin em bargo, atribuir a ésta, con carácter de exclusividad, la política reformista que inyectó nueva savia en el conjunto del país. Las tendencias reformistas son cla ramente perceptibles durante los últimos Austrias y enlazan con las realizacio nes del siglo xvm en perfecta solución de continuidad. Por otra parte, dichas reformas son comunes a todos los Estados europeos en la época del despotismo ilustrado y reflejan más el ímpetu “ horizontal” de la sociedad cristiana de Occidente, que la tendencia “ vertical” de cada una de las naciones integrantes de la misma. La acentuación de la unidad política del país fné consecuencia lógica de la vigorización del poder monárquico. Como en el resto de Europa, conspicuos tratadistas — Campomanes — exaltan el poder real y justifican la autoridad des pótica de la realeza. Dos Consejos principales, el de Hacienda y el de Indias, constituyeron los organismos básicos de la administración, sometidos, a su vez, a los ministros que gozaban de la confianza de los reyes. Dichos ministros pro cedieron de la nobleza o de la burguesía acomodada: Patiño, Campillo, Ense nada, Aranda, Floridablanca, Campomanes, Jovellanos, etc. En las provincias, la autoridad de la monarquía estuvo representada por los intendentes (hacien da y administración), capitanea generales (milicia) y Audiencias (justicia). Un incremento demográfico que puede cifrarse alrededor de los tres mi llones de habitantes — España pasaría de siete a diez millones en el transcur so del siglo xvm — inició la más profunda transformación del potencial huma no en el ámbito peninsular, en los tiempos m odernos: el centro perdió la neta hegemonía que había detentado en el siglo XVI y comenzó a ser rebasado por la periferia, cuya burguesía, al amparo de las reformas de Carlos III, impulsó vigorosamente la economía del país. Sin embargo, la propiedad del suelo agrí cola continuaba en poder de las claseB privilegiadas: a mediados del siglo xvm, el 80 por 100 del suelo lo poseían la realeza, la aristocracia y el clero. En cambio, la sociedad, de estructura estamental, registraba un paulatino empuje de las clases medias, reflejado en la disminución de los porcentajes de nobles y eclesiásticos. He aquí algunos datos: en 1768 hay en el país 722.794 nobles censados, que descienden a 480.589 en 1787 y a 402.059 en 1797. Traducido a porcentajes, ello da las cifras siguientes: 7,2 por 100 en 1768; 4,6 en 1787 y 3,8 en 1797. El mismo fenómeno se registra por lo que atañe a los eclesiás ticos: 226.187 en 1768, 191.101 en 1787 y 172.231 en 1797, con los respectivos porcentajes de 2 ,2 , 1,8 y 1,6. Aumenta, en cambio, la población artesana: 310.739 en 1787 y 533.769 en 1797, mientras en los mismos años se registra un ligero descenso en la población rural: 1.871.768 y 1.677.172.
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Después de una fase previa, representada, en líneas generales, por el rei nado de Felipe V, en la que se procedió al montaje del aparato administrativo borbónico, el despotismo ilustrado español se desarrolló en los reinados de Fernando V I, Carlos III y Carlos IV, en los que el sistema conoció sus momen tos inicial, de apogeo y de decadencia. Sus principales objetivos fueron los si guientes: regalismo, centralización administrativa, reformas económico-sociales y reformas pedagógicas. P or otra parte, los tres momentos citados se correspon den perfectamente con la trayectoria ideológica de la centuria, iniciada en sen tido critico y ortodoxo por Benito Feijóo (1676-1764}, derivada hacia un frío regalismo por Melchor de Macanaz (1679-1760) y epilogada por el eclecticismo y la tolerancia de Gaspar Melchor de Jovellanos (1744-1811). El regalismo español, cuyo cuerpo de doctrina — por lo que ee refiere al siglo X V in — está condensado en la Instrucción reservada que Carlos III diri gió a la Junta de Estado en 1787, cosechó un gran triunfo con el concordato de 1753 — en el que “ el rey se puso la tiara y los ministros oficiaron de obispos zn partibus infidelibus” — y la pragmática de 1761 estableciendo el pase regio — regium exequátur — para cualquier breve pontificio. La manifestación más sonada del forcejeo entre el Estado y la Iglesia fué la drástica medida de Car los III contra los jesuítas, a quienes expulsó de España y América (1767). La expulsión fué decretada también por las demás cortes borbónicas, las cuales consiguieron del pontífice la supresión de la orden ignaciana (1773). Es pro bable que ello constituyera el momento crítico de la lucha entre el Estado y la Iglesia por la educación de la juventud. Por lo que se refiere a las reformas administrativas, ya hemos dicho lo su ficiente más arriba. Mayor interés ofrecen las de carácter económico y social. Aliadas una vez más la monarquía absoluta y la burguesía, dichas reformas tienden a vigorizar las fuentes de riqueza — y, en consecuencia, a proporcio nar mayores recursos al monarca en su trepidante política exterior, — y a des montar la situación privilegiada de la nobleza y del clero con los intentos de desvinculación de los mayorazgos y de desamortización eclesiástica. Se desarro llan las vías de comunicación mediante apertura de canales y trazado de carre teras; se ensaya la colonización de Sierra Morena, en cuya empresa destacó Pablo de Olavide, y, de un plumazo, se derogan los privilegios de la Mesta, gran sindicato de ganaderos trashumantes que imposibilitaban el desarrollo de la economía agraria. Por este camino se impulsó la creación de pequeños pro pietarios— excepto en Andalucía, entonces poco poblada— y se decretó la li bertad del comercio interior de cereales, mientras una orden de 1785 prohibía expulsar al colono si no se cumplían, por parte del propietario, determinados requisitos. Al mismo tiempo fueron creadas varias esencias de experimentación agrícola.
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En la industria y el comercio, se adoptó el principio de la libertad prote gida. La introducción de manufacturas algodoneras, financiadas por capitales procedentes de la agricultura y del comercio, fue, quizá, el hecho más decisi vo. Se dispuso la libertad en la fabricación de tejidos, la dulcificación de tra bas gremiales y la supresión de determinadas aduanas interiores. La fundación de lunfas de Comercio y de Sociedades Económicas de Amigos del País, re gistra los avances en el campo de la economía, en particular en el ámbito pe riférico. Este hecho pesó decisivamente en el famoso decreto de 1765, que abolió el m onopolio gaditano en el comercio americano y autorizó el tráfico con las Indias de trece puertos peninsulares. Barcelona, Valencia, Málaga, La Coruña y Bilbao, experimentaron, inmediatamente, substanciosos beneficios. En pocos años, duplicaron las exportaciones. Baste citar que, a partir de 1779, España ya no compra paños, sedas ni sombreros a Francia, mientras es capaz de enviar a las Indias más mercancías propias que productos extranjeros. Por lo que se refiere a la Hacienda, se persiguió la idea de una contribución única por catastro, se fundó el Banco de San Carlos y se abolieron los arren damientos de impuestos, con lo que aumentó mucho la recaudación de los mismos. Todo ello, desde luego, costó bastante caro: mientras el presupuesto de gastos de Fernando VI oscilaba alrededor de 380.000.000 de reales, con Car los IH rozó los novecientos millones; pero se logró a cambio, ademáB de pro fundas transformaciones internas, desarrollar una política internacional inde pendiente, apoyada por nna eficaz flota de guerra. En cuanto a las reformas pedagógicas — uno de los más caros ideales del siglo xvui español — se manifestaron en varias disposiciones referentes a Uni versidades y Colegios Mayores, y, sobre todo, en el fomento de la enseñanza primaria, secundaria y técnica. En síntesis, el hecho de carácter social más saliente del BÍglo XVIII en Es paña consistió en la expansión de la clase media, al amparo de la “ revolución burguesa” que llena el reinado de Carlos III. En 1771, para premiar servicios prestados al país, sin distinción de clase social, creóse la Orden de Carlos 111. A l año siguiente, se dispuso que la dedicación a actividades productivas no im plicaba la pérdida de la carta de hidalguía. Ambas medidas ponen de relieve el naciente impulso burgués. La integración política, social y económica de los españoles en aras de un ideal nacional, propugnada y en gran parte lograda por el reformismo bor bónico, tuvo su reverso, negativo, en la disociación cultural y espiritual, de bida a la expansión del enciclopedismo en el país. La pugna entre innovadores y renovadores pesaría, decisivamente, sobre el futuro peninsular. En la época que estudiamos, se manifestó en el llamado motín de Esquiladle o de Madrid (año 1766), intento desesperado de las clases aristocráticas para yugular la
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política reformista de signo burgués; y, sobre todo, en la ya aludida expulsión de los jesuítas. El estallido de la Revolución francesa im plicó un profundo vi raje entre los más caracterizados reformadores y, al mismo tiempo, explica que en el reinado de Carlos IV, el ministro Manuel G odoy echara por la borda el programa reformista y mantuviera, sólo, el aparato represivo del despotismo ilustrado. Pero la revolución, latente desde bacía bastantes años, estalló en 1808, al amparo de la crisis del poder en la Guerra de la Independencia. Portugal, que durante largo tiempo había sido el intermediario Portugal entre las colonias y Europa, ve cóm o poco a poco se le escapa de las manos este cometido en razón de la competencia de las demás potencias. Sus escasas exportaciones (vinos, maderas de Brasil) ya casi sólo se realizan con Inglaterra. No supo aprovecharse de su comercio para crear una industria y para renovar su agricultura; la organización económica y social sigue siendo medieval. Durante el reinado de un soberano enérgico, José I (1750-1777), nn reformador brutal, Carvalho, marqués de Pombal desde 1769, destroza la In quisición, que ya no puede celebrar autos de fe sin permiso del gobierno, con lo cual da libertad a los innovadores (1751); b ajo la acusación de complot, ex pulsa a los jesuítas que se oponían a su política (1759); abre el camino de los cargos públicos a todos los portugueses sin excepción; funda escuelas e in troduce las ciencias en las universidades; crea manufacturas, incrementa el comercio, construye una flota, reorganiza el ejército, edifica fortalezas. Sn obra no es continuada por la reina María I, pero tampoco es destruida. En España y Portugal, los esfuerzos del gobierno nos traen al recuerdo I ob esfuerzos franceses del siglo anterior. Aunque Francia lleva un siglo de retraso con relación a Inglaterra, España y Portugal llevan a su vez un retraso de un siglo respecto a Francia. Italia, “ expresión geográfica** dividida en varios Estados, sufre aún /taifa las consecuencias de los grandes descubrimientos y de la expansión del comercio oceánico. La importancia relativa de las ciudades marítimas ha disminuido notablemente. Desde luego, a excepción del puerto franco de Livorno, en Toscana, todas esas ciudades están en decadencia, víctimas de la com petencia económica de ingleses, franceses y austríacos, de la ausencia de una gran región interior industrializada, y también a consecuencia de la ociosi dad y de las deudas contraídas en las épocas de gran prosperidad. Genova y Veuecia, comerciantes, forman dos repúblicas. Pero la aristocracia veneciana, que anteriormente tenía costumbres totalmente burguesas, buye de los nego cios, y Venecia es sobre todo el lugar en que se celebran las más hermosas fies tas de toda Europa. “ Y be venido a pasar el carnaval en Venecia” es el leit motiv de los reyes de Voltaire. Los demás Estados no son sino países rurales, monarquías en las que los
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príncipes dejan en manos de los aristócratas no sólo una gran autoridad social, como ocurre en Francia, sino además una gran parte del gobierno provincial y local. Estos nobles son ociosos y a menudo disolutos. Las villaB vegetan, el número de burgueses es escaso y, además, son pobres, carecen de influencia. En todas partes los campesinos están atrasados y viven en condiciones míseras. Los príncipes, de tendencias absolutistas, a menudo son déspotos ilustrados; pero es preciso distinguir entre ellos. En el reino de Ñapóles, los Borbones, primero Carlos (1739-1759) y luego Femando, intentan algunas reformas con el ministro Tanucci, hostigan para qne sean suprimidos los jesuítas (1773), combaten la influencia de los redentoristas de Alfonso de Ligorío (Theologia morcdis, 1753) que luchan contra la ciencia de la Ilustración, suprimen la servidumbre y las manos muertas, conce den subsidios a las manufacturas, imponen tasas sobre las tierras de la Igle sia, pero no pueden imponerse a los nobles, y el país sigue cubierto de in mensas propiedades mal cultivadas por colonos aplastados por servidumbres personales y otros derechos señoriales. En Toscana, una política más liberal, la supresión de los gremios, los per misos temporales para exportar cereales, el desecamiento de algunas regiones pantanosas, permiten la acumulación de capitales y la creación de empresas co merciales, presagiándose un despertar. En Lombardía, los austríacos suprimen el arriendo de los impuestos, de masiado oneroso para el contribuyente, y lo sustituyen por la percepción di recta ; establecen un catastro, reducen los derechos de aduana y hacen de Milán una localidad de intercambios, con lo cual favorecen la creación de ana peque ña selección burguesa alrededor de Pietro Verri. En ambos Estados, los derechos señoriales fueron reducidos, y casi todas las tierras, incluso las pertenecientes a nobles o eclesiásticos, quedaron sujetas al impuesto. Pero el más poderoso y más avanzado de los Estados italianos era el reino sardo. En él los campesinos eran ya libres. El rey organizó el rescate de los derechos feudales (1771). La nobleza reside en sus tierras y mejora la agricul tura, la aparcería retrocede en beneficio del arriendo. Las tierras se concentran en manos de los capitalistas agrícolas, propietarios o grandes arrendatarios. El rey desarrolla las carreteras, intenta convertir su reino en el intermediario co mercial entre Francia e Italia, Italia y Suiza. Buen administrador, posee un ejército de 30.000 hombres, que goza de buena reputación. El porvenir que le espera es grande. En conjunto, los monarcas más absolutistas hacen progresar a Italia; pero sigue faltando una burguesía.
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E uropa
central
El “ Cuerpo helvético” era una confederación muy débil de 13 can tones soberanos, celosos de su independencia, y por añadidura divi didos por la religión en cantones católicos y cantones protestantes. La orga nización era republicana. En las ciudades, que se habían desarrollado en los lugares de paso que conducían a los collados de los Alpes, vivía una burguesía bastante pobre, pero mucho más poderosa que los que formaban el pueblo llano. Este patriciado se había reservado los derechos políticos y las ventajas so ciales. Las querellas entre los cantones eran perpetuas, así como, en el interior de los cantones, lo eran entre las ciudades y la campiña. Cuanto más nos internamos en el centro de Europa, ma Países germánicos yor es la impresión de que estamos remontando el curso y danubianos de los siglos, y de que penetramos en la Edad Media. To davía son, en gran parte, países rurales, de escasa producción, sujetos a un régimen señorial muy pesado. A l oeste del Elba la servidumbre ya había des aparecido en algunos puntos o bien se había moderado un poco en otros} pero al este de dicho río era aún dura y escaseaban los campesinos libres. La aristocracia seguía exigiendo servidumbres personales que no les dejaban a los requeridos tiempo para cultivar sus propios campos, seguía percibiendo censos y rentas aplastantes, explotando fructíferos monopolios, hornos, mo linos, lagares, seguía ejerciendo la justicia y la policía. Y no sólo se apro vechaba de esos poderes en mucha mayor medida que en Francia, no sólo se guía conservando de hecho toda la administración provincial al igual que aún ocurría a menudo en España y en Italia, sino que, por añadidura, los sobera nos les reservaban a los nobles todas las plazas del ejército y todas las de la administración. Es verdad que en ciertos Estados algunos ministros procedían de las clases inferiores, en especial hacia fines del siglo; pero, en conjunto, la aristocracia siguió siendo dueña de todo. Las clases sociales están muy delimitadas, muy alejadas. A diferencia de lo que ocurría en Inglaterra, país en el que las clases, pese a todo, se iban mez clando cada vez más, o bien en Francia, donde ocurre el mismo fenómeno en la segunda mitad del siglo, en el este, nobles, burgueses, artesanos y campesinos viven separados, y cada clase menosprecia a la inferior: se guardan las catego rías, se mantienen las distancias. Los reyes estaban satisfechos con tal de que los nobles les obedecieran y de poder gozar de los servicios de éstos. Se valieron de las técnicas económicas y políticas en los países occidentales máB adelantados (Inglaterra, Francia) para Suiza
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aumentar su poderío, y mediante ello, así com o mediante la utilización del vo cabulario de los Filósofos, dieron la impresión de ser Estados modernos, in cluso más avanzados que los de Occidente, cuando en realidad estaban pasando por fases muy anteriores. „ , . E l desmenuzamiento feudal subsiste en amplia medida. El t i sacro imperio _ , , . ‘ sacro im perio romano-germanico, — cuyas fronteras no co inciden con las de Alemania — , expresión geográfica es sólo nna apariencia. En principio, el Emperador, jefe de la Casa de Habsburgo, es el sucesor de Garlomagno y de Augusto. Pero, en 1763, es elegido por 9 electores; los de Bohemia, Sajonia, Brandeburgo, Hannóver, Baviera y del Palatinado, y los 3 eclesiásti cos, los arzobispos de Maguncia, Tréveris y Colonia. La elección le obligó a conceder garantías a los príncipes, y la intervención extranjera completó la obra: no pudo convertir el Imperio en un Estado. Los tratados de Westfalia (1648) establecen como un principio de derecho internacional la soberanía de los príncipes del Imperio, reducido en la práctica a una confederación bas tante débil. El poder del Emperador está limitado por una Dieta, la cual, estableci da en Batisbona, administra, declara la guerra y la paz, firma tratados. Por otra parte, com o la Dieta está constituida por tres colegios, que agrupan a los representantes de los electores, de los príncipes y de las ciudades, cole gios cuyos intereses son opuestos y desconfían del Emperador, la Dieta, deci mos, no hace nada eficaz. Y por añadidura, Alemania, parte esencial del Sa cro Imperio, está dividida en 343 divisiones territoriales, entre las cuales se cuentan 30 Estados, varios principados, ciudades libres imperiales, dominios de caballeros del Imperio vasallos directos del Emperador, una confusión, Sólo en la orilla izquierda del R in pueden contarse hasta 117 Estados mi núsculos, que sufren una fuerte influencia francesa. . , . Todos los soberanos tratan de imitar el ejem plo dado por principes Isabel de Inglaterra en el siglo XVi y por Luis X IV , en Francia, en el xvu. Intentan convertir su principado en un Estado absolutista, centrali zado, burocrático; intentan dar alas a sus fuerzas mediante la supresión de los privilegios, la igualdad fiscal, el mercantilismo inspirado en W illiam Cecil y en Colbert. El Estado se esfuerza en proteger a la industria, y con ello formar una bnrguesía. En 51 villas imperiales libres, quizá por influencia de lo que está acaeciendo en los Estados vecinos, la burguesía se yergue, se enriquece, crea nnevas corrientes comerciales y, ávida de saber y de belleza, provoca una gran actividad intelectual. Leipzig, Francfort, Mannheim, Hamburgo, se* con vierten en centros de arte y de investigaciones, al igual que las pequeñas ca pitales de soberanos demasiado débiles para brillar si no es com o mecenas, como es el caso de Weimar, Gotba y Jena.
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El titulo de Emperador es tan sólo una dignidad, y los Habs burgo: Carlos VI basta 1740; María Teresa, su bija (17401780); José H , su nieto, emperador desde 1764, asociado por su madre al go bierno, soberano de los dominios de los Habsburgo de 1780 a 1700, deben su fuerza principalmente a sus posesiones: es archiduque de Austria, rey de Bo hemia y rey de Hungría. La extensión de sus territorios es aproximadamente la misma que la de los reyes de Francia, territorios que están casi tan pobla dos com o los franceses, pero que le producen cinco veces menos, y, además, se le obedece poco. Los territorios de los Habsburgo tienen un aspecto extrañamente medie val: están constituidos por piezas y diseminados desde el mar del Norte a la llanura rusa, y de la Alemania central basta la llanura del Po y el Adriático. Las relaciones entre las distintas partee b o u lentas y difíciles; los pueblos, austríacos, húngaros, italianos, checos, eslovenos, flamencos, valones, todos ellos diferentes en cuanto a costumbres, a lengua y a religión, se ignoran unos a otros. Cada uno de ellos está ligado a los Habsburgo por un contra to distinto. Gozan de autonomía, y sus “ Estados” provinciales, asambleas de nobles y eclesiásticos, defienden las libertades y los privilegios de los paí ses y se preocupan ante todo de pagar el menor número posible de impues tos. Ellos mismos nombran sus administradores entre los nobles que poseen el poder, excepto en las ciudades, en las que las burguesías se administran por medio de magistrados elegidos. Aunque existan algunas instituciones hababurguesas; tres Consejos en Viena para la política general, la hacienda y el comercio y la guerra; tres cancillerías para Bohemia, Hungría y los Estados hereditarios (Austria y sus dependencias); dos Consejos para Flandes e Italia, aunque existan todas estas instituciones, es muy débil la autoridad de que disfrutan frente a las tradiciones y a los particularismos locales. Carlos VI, príncipe injustamente desconocido, aseguró ante todo a los Habs burgo la indivisibilidad de sus territorios. Su hermano primogénito y él mismo no dejaron herederos varones. La Pragmática Sanción (1713) sustituyó, a falta de un heredero varón, por la descendencia de su hermano mayor su propia des cendencia femenina. A l principio de dicho texto afirma la indivisibilidad de todos sus Estados; lo hace reconocer com o ley del Estado en las varias posesio nes de los Habsburgo, cuando en Bohemia, en el ducado de Milán y quizá in cluso en Austria, la descendencia femenina quedaba excluida. Se trataba de un nuevo contrato que eliminaba los peligros de dislocación y que duró has ta 1919. Para procurarle nuevos recursos a la monarquía, recurrió al sistema de las compañías de m onopolio: Compañía de Ostende (1722) para el comercio con India y China, que fracasó por la hostilidad de ingleses y holandeses; Com Los Habsburgo
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pañía de Levante, establecida en Trieste. Pero no logró hacer muchas cosas más a causa de la susceptibilidad de los húngaros, así como por la disminución de su prestigio a consecuencia de guerras desdichadas, María Teresa, en especial después de las dos guerras de Sucesión de Aus tria (1740-1748) y de Siete Años (1756-1763), en laB que logró, mediante el aban dono de Silesia, impedir la dislocación de sus dominios y la pérdida del título imperial, reanudó, con firmeza, asistida por el canciller Kaunitz y por su h ijo José, los proyectos de reforma. Rechoncha, de tinte rosado, buena y piadosa, amada y venerada por sus pueblos, que la llaman “ madre de la patria” , hábil y realista, capaz de apreciar las posibles resistencias, quiere realizar los cambios poco a poco y calladamente. Empieza por centralizar. Superpone a las institu ciones existentes un Consejo de Estado que toma todas las decisiones; estas decisiones son ejecutadas directamente por funcionarios de la corona, en al gunas provincias. Convoca lo menos posible la Dieta de Hungría y los Estados. Practica el mercantilismo, prohíbe la entrada de productos elaborados, la ex portación de materias primas, la expatriación de la mano de obra, todo ello para obligar a crear una industria. En sus propios dominios establece peque ños propietarios campesinos, que cultivan con más interés y con mayor cui dado; pero su ejem plo no es imitado por los señores. Establece el recluta miento, pero sólo para los campesinos y en los Estados hereditarios. No puede reformar las finanzas. Tiene algunas veleidades de tolerancia: a partir de 1774, los no católicos de Hungría no están obligados a seguir las procesiones, ni se les exige llamar a un sacerdote católico junto al lecho de los enfermos. Su intención era form ar una Iglesia más austríaca que romana: a partir del año 1767, ningún breve papal podía entrar en los Estados austríacos sin au torización real previa. Reforma también la educación. Pero todo esto todavía es algo parcial. Su h ijo José II, un asceta coronado, es un razonador sistemático y lógico, que para nada tiene en cuenta los sentimientos de los pueblos. Crea una je rarquía de divisiones administrativas en las que se mezclan unidades históricas distintas para fundir los pueblos: provincias, a su vez divididas en zonas. Go bernadores e intendentes de las provincias, capitanes de zonas, administran a expensas de los funcionarios de los Estados, Deben poseer título tmi ver sitarlo (1787) : la pequeña nobleza y la burguesía entran en las oficinas, pero los pues tos conspicuos quedan en manos de las grandes familias nobles. El alemán es impuesto a todos los pueblos com o lengua de la administración, de los gim nasios (escuelas de enseñanza media) y de los seminarios (1784-1786). P or el edicto de tolerancia de 1781, establece la igualdad de católicos, lute ranos, calvinistas y ortodoxos; pero los judíos siguen sujetos a un régimen es pecial. Sin embargo, al procurar convertir en realidad su sueño de una Iglesia
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nacional independiente de Roma, su tolerancia se convierte en una intoleran cia dirigida contra los católicos, cuyas conciencias hiere mediante la obliga ción de los seminarios estatales, en los que debe descuidarse la teología, la destrucción de los libros de teología (1784), la prohibición de peregrinaciones y procesiones, la supresión de numerosos conventos por considerarlos inútiles, cuando, para un católico, los contemplativos son, gracias a sus plegarias, los hombres más útiles. Seculariza la mitad de los conventos y se apodera de sus bienes (1786-1788). Mantiene una gran parte del mercantilismo, pero evoluciona bacía la li bertad comercial: tratado de comercio con Rusia, supresión de los monopolios comerciales, libertad de com ercio de los cereales en el interior, libertad de abrir fábricas o tiendas (1782). Emancipa a los campesinos y los convierte en poseedores bereditarios del suelo a cambio de un censo. Suprime los m onopo lios señoriales, sustituye las servidumbres personales por prestaciones en metá lico (1783-1788). Reparte sus dominios y los bienes de los conventos, formando grandes fincas. Ordena elaborar un catastro para lograr la igualdad ante el impuesto (1789), amplía el reclutamiento a Hungría, y traslada alemanes en territorio hún garo, y viceversa, para fundir los pueblos. Pero ha procedido con demasiada rapidez: ha disgustado a sus súbdi tos medíante la centralización y el reclutamiento; a los católicos por su p o lítica religiosa; a los nobles con sus medidas sociales, y los campesinos eman cipados se sublevan y se dedican a saquear. A partir de 1788, se levanta una verdadera tempestad de protestas y de revueltas, la más grave de las cuales es la de los Países Bajos, donde se unen contra el Emperador los católicos tradicionalistas de Van der Noot y los liberales reformadores de Vonck. Casi todas las reformas deben ser abandonadas, a excepción de la libertad de los cam pesinos. , „ . „ Por el contrario, en Prusia, los Hohenzollem han alcanza rais HohenzoUem . , , . . . do pleno éxito. Y esto porque sus posesiones, fragmentos diseminados de Polonia al Rin, se bailan casi todas en la llanura de la Alemania septentrional, pobladas por germanos al oeste y por germanos mezclados con eslavos al este; pero, estos eslavos están poco civilizados, poco industrializa dos, y reciben fácilmente la impronta de los reyes. El éxito se debe también a que el segundo de ellos, Federico II, tuvo el prestigio de los héroes vencedo res, prestigio que les faltaba a los soberanos austríacos. Federico Guillermo I, el “ rey-sargento” (1713-1740), un coloso apoplético, cuyos nervios estaban constantemente irritados por el abuso del tabaco, de las bebidas alcohólicas y de los alimentos nitrogenados, terror de su familia y de sus súbditos, prepara la herramienta de la guerra de conquista, la industria
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nacional de Praaia. Desdeñoso de laa letras y de la filosofía del “ humo” , ama lo real, quiere cada año hacer el máximo. Se impone una tarea agotadora; ve todas las cosas por sí mismo, com o primer servidor de “ Su Majestad el Esta do” , impone a todos una obediencia pasiva, a ciegas. Obliga a sus funcio narios, bien retribuidos, al trabajo y a la regularidad, los utiliza para fundar sus Estados, establece prusianos en Cleves, y habitantes de Cleres en Prusia. Aumenta la población mediante colonización; atrae a los extranjeros, holande ses y franceses; les proporciona herramientas, animales, semillas, crea pueblos por centenares. El reino llega a tener una población de 2.400.000 habitantes. Intenta desarrollar la industria mediante el mercantilismo, prohíbe exportar lana para reservarla para los telares. Una economía estricta le permite per feccionar el ejército. Establece el principio del servicio militar universal. Los hidalgos campesinos, disciplinados por la Academia de Cadetes, fundada en Berlín, en 1722, forman cuerpos de oficiales a toda prueba. Cada regimiento tiene su propia cantera, el cantón del que puede obtener hombres, y el lazo feudal fortalece la disciplina militar. Prusia constituye un inmenso campo en el que cada individuo trabaja para el ejército: los campesinos forman parte de él o lo alimentan; los artesanos lo visten y lo arman, los nobles lo mandan. Su hijo, Federico II, pequeño, delgado, descarnado, de nariz y labios sa lientes, pérfido y cruel, pero ferviente enamorado de la gloria, ama las letras y la filosofía y es un escritor de cierto talento. Durante largo tiempo estuvo en malas relaciones con su padre, que temía que su hijo fuera nn “ pequeño mar qués” ; pero, en realidad, tenía sus mismas ideas fundamentales: el fin de la administración interior debe ser el poder creciente del ejército, el cual debe llevar a cabo la conquista; la conquista permitirá aumentar el poder del Esta do para realizar nuevas conquistas. Entre 1740 y 1763, Federico se ocupó prin cipalmente de la guerra contra Austria y de adquirir la Silesia. En 1763, des pués de las guerras, la población se ha reducido en un quinto; todo está en ruinas; el alza de los precios y la miseria son enormes; el libertinaje, el des orden y la anarquía reinan por doquier. Federico envía, primero a las regiones devastadas y más tarde a los países polacos conquistados, colonos procedentes de otros Estados alemanes, en es pecial de Mecklenburgo y de Suabia, al mismo tiempo que dinero, semillas, víveres, caballos, y organiza los préstamos hipotecarios. En 1774 Prusia ex porta trigo por valor de 2 millones de táleros anuales. Prohíbe exportar lana, así como la importación de numerosos objetos de lu jo ; fija elevados derechos de aduana, concede subvenciones a las empresas así como m onopolios; pero, apenas le es posible, establece la libertad para es timular la producción mediante la competencia. Todas las industrias progre san: fábricas de chapas de hierro, pañerías, porcelanas, terciopelos, dan treinta
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millones de táleros anuales. El Vístula y el Elba están enlazados por canales, 1.300 barcos prusianos transportan hilados, paños, maderas y trigo. En 1785 Federico firma un tratado comercial con los Estados Unidos. Por bu parte, el francés De Launay organiza las aduanas, los impuestos indirectos que gravan el pan, la carne, la cerveza, los vinos, los aguardientes, las mercancías extranjeras, los productos de lujo, que todos pagan sin darse cuenta de ello. De Launay establece monopolios estatales. El tesoro de guerra está siempre lleno. Federico practica la tolerancia e incluso llega a dispensar buena acogida a los jesuítas, llamados para la enseñanza. Organiza la escuela primaria, la segunda enseñanza práctica, la Academia de Berlín. Su ejército, aumentado por el alistamiento, a menudo obligatorio, diri gido por nobles formados en las escuelas de cadetes, entrenado por maniobras de primavera y de otoño, dotado de buena artillería, está protegido por líneas de fortalezas, a im ita c ió n de Francia, Prepara la unificación de las leyes en el Estado prusiano; pero el código general no lo publicará él, sino su sucesor. Los resultados pueden resumirse en una cifra; en 1786 el reino cuenta con 6 millones de habitantes. Pero no todo era perfecto. Se había producido una decadencia moral. El sabio Georg Forster, decía, al hablar de los berlineses: “ la sociabilidad y el gusto refinado por los placeres degeneran entre ellos en sensualidad, en liber tinaje, casi diría en voracidad; la libertad del espíritu y el amor por las lu ces, se transforman en licencia desenfrenada... Las mujeres, en general, son perdidas” . Ésta era la opinión de muchos viajeros. El dinero todo lo podía. Mirabeau definía a Prusia como “ podredumbre antes de madurar” . Pero el reino entero obedecía al Rey, pagaba hasta el límite de sus fuer zas, el ejército era el más fuerte de Europa y la reacción mojigata de Federico Guillermo II no representó un serio peligro para la obra realizada. E uropa
septentrional
También Dinamarca está formada por territorios diseminados; Jutlandia, las islas, Noruega, Oldemburgo, en el sur, cambiado en 1767 por los ducados de Schleswig y de Holstein. El centro del Estado lo cons tituyen los Estrechos. Los puertos son numerosos y prósperos, el tráfico maríti mo es activo. Frente a la nobleza rural, se halla una burguesía mercantil que ha adquirido gran influencia. Numerosas relaciones han impregnado el país de ideas alemanas, inglesas y francesas. Los reyes, Federico IV (1699-1730), Cristián V I (1730-1746), Federico V Dinamarea
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(1746-1766) con bu ministro Bernstorff desde 1751, Cristián V II (1766-1808), quien conserva a Bernstorff y toma al médico Struensee, son verdaderos dés potas ilustrados, en especial los dos últimos. Sin duda alguna, gracias a haber colocado una clase frente a la otra, han logrado arrebatarle a la aristocracia todo poder político. Pero sólo en 1787, después de numerosos intentos desgra ciados, sólo en esa fecha es suprimida la servidumbre y los campesinos son declarados Ubres, aunque siguen sujetos a derechos feudales. Sin embargo, a partir de 1750 algunos grandes propietarios libran a sus campesinos de servi dumbres personales y los transforman en colonos. Loa reyes patrocinaron una politice mercantilista. £1 proteccionismo desarroUó la industria; se fundaron compañías: Compañía asiática en 1732, Compañía de las Indias occidentales y de Guinea en 1733; el Banco de Copenhague abrió sus puertas en 1736. Escue las y academias, así com o establecimientos científicos, son creados por Cris tian V I y Federico V. Mas, a pesar de todo, la nobleza seguía siendo poderosa: en 1772, a mano airada, logra imponer al Rey la condena de Struensee y la destrucción provisional de las reformas. Dinamarca es una yuxtaposición de dos países diferentes: ana fachada marítima muy burguesa, y un interior aris tocrático rural, y las consecuencias del desarrollo del primero sólo mny lenta mente se dejan sentir en el segundo. Suecia Suecia, que por un momento había convertido el Báltico en. un lago sueco y que todavía poseía importantes posesiones en la otra orilla de dicho mar, se había transformado mucho más por obra del gran comercio marítimo. Las minas de hierro que producían mineral de excelente calidad, los grandes bosques, las ricas tierras de trigo de la Escama, proporcionan pro ductos para exportar. Eran explotadas por nobles y por una rica clase bur guesa, que tenían gracias a ello estrechas relaciones. Los campesinos, sometidos como en loa demás paíseB a los derechos feudales, eran libres y acomodados. Los nobles y los burgueses, así com o el clero luterano que procedía de la burguesía, descontentos por la inflación, por la decadencia del comercio, por haber echado mano de las fortunas para reducir las deudas de guerra, quisie ron limitar el poder real que había llegado a ser absolutista bajo el belicoso Car los X II. Los campesinos eran favorables al absolutismo; pero las largas gue rras, las constantes levas de soldados, habían ido, poco a poco, despoblando el país; faltaban hombres en los cam pos; esta clase estaba debilitada y la carencia de instrucción impedía que desempeñara un papel político. Los otros tres ór denes se aprovecharon de la incertidumbre del derecho de sucesión. A l mo rir, en 1718, Carlos X II, la Dieta, constituida por representantes de los cuatTO órdenes, eligió como reina a la segunda hermana de Carlos X II, Ulrica Leono ra, sin tener en cuenta los derechos de los hijos de la hermana mayor; pero, a cambio, la reina se vió obligada a aceptar la Constitución de 1719. Suecia
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Be convirtió en una república y bu rey pasó a ser un presidente. La Dieta vota las leyes por mayoría de tres órdenes sobre cuatro, nombra un Comité secreto compuesto por 50 nobles: 25 eclesiásticos y 25 burgueses, comité que ejerce el poder ejecutivo; presenta los candidatos para un senado nombrado por el rey, senado que ejerce el poder ejecutivo en el intervalo de las sesiones; el rey debe someterse a la mayoría y su sufragio sólo equivale a dos votos. Este gobierno fué impotente a causa de la lucha de los partidos. La no* bleza, media y pequeña, arruinada por las guerras, tuvo que ir tras los cargos públicos, que se multiplicaron durante el “ tiempo de la libertad” . La nobleza sueca es burocrática. Para conseguir los cargos y ascender, los nobles se hi cieron clientes de algunos grandes señores que se disputaban la influencia y el poder. ÉstoB, para poder pagar y aumentar su clientela, se pusieron a sueldo del extranjero, de rusos, ingleses y franceses. El partido de los “ Gorros” se enfeudó a Inglaterra; luego a Rusia, a partir de 1763. El partido de los “ Som breros” estuvo al servicio de Francia. Y esto era tan cómodo, que en 1763 Ca talina II y Federico II pudieron firmar un acuerdo secreto para mantener la Constitución sueca, acuerdo que aniquilaba el poder real y eternizaba la anar quía, y aseguraba la Constitución a los “ Gorros” . La situación llegó a ser tan grave, que en 1772, al subir al trono, el rey Gustavo III pudo dar un golpe de estado apoyado por el pueblo y por los sol dados, e imponer una nueva constitución. Volvió a tener el derecho de elegir a sus ministros, el Senado quedó reducido a desempeñar un papel meramente consultivo, la Dieta hubo de contentarse con participar en el establecimiento de nuevos impuestos y en las declaraciones de guerra. Gustavo III, que duran te largo tiempo había residido en Francia, se portaba como un déspota ilustra do. A bolió la tortura, concedió libertad religiosa a los inmigrantes extranjeros, proclamó la libertad del comercio de cereales, desarrolló la enseñanza prima ria, estimuló a escritores y artistas, fundó la Academia sueca, construyó una flota de guerra y reorganizó el ejército. La influencia francesa llegó a ser pre ponderante. Pero la gravedad de los impuestos irritaba al pueblo, al igual que le irritaban los favores que prodigaba a los nobles, sin sujetarlos. Los nobles, excitados por el oro de Catalina II, detuvieron el ejército sueco en plena gue rra rusa (1788) mediante una revuelta cuyo fin era restablecer la Constitución de 1719. Gustavo III apeló al sentimiento nacional de los otros tres órdenes, utilizó la fuerza y quedó dueño de la situación. Pero, en 1792, algunos nobles le apuñalaron durante un baile de máscaras.
17.— Carlos III comiendo ante su corte.
18.— El concierto
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E l] HOPA ORIENTAL
Polonia, fragmento de una inmensa llanura, carente de fronteras naturales, abierta a las invasiones, es un Estado sobre el que pesa la amenaza de desaparición. Es un anacronismo, una supervivencia de tiempos pasados ya, un Estado que nos trae a la memoria, por muchos conceptos, la Francia de los primeros Capetos. Carece de unidad nacional. De un total de 11 millones de habitantes, los polacos constituyen la m itad; los rusos un tercio, al este; el sexto restante está compuesto de alemanes, de lituanos, de judíos y de armenios. No existe unidad religiosa: la mitad de los habitantes profesan la religión católica, un tercio la cismática, y el resto se compone de protestan tes y judíos. Se trata de un país casi exclusivamente rural, en el que las ciu dades, todas ellas pequeñas (6 a 7 por 100 de la población) casi no tienen bur guesía, y tan sólo algunos comerciantes judíos. El 72 por 100 de los habitantes son siervos campesinos, dominados por 20 ó 30.000 familias nobles, a menudo mny pobres, clientes de una veintena de familias de grandes nobles propieta rios, los magnates. El Estado está gobernado por una Dieta, formada por un Senado, de nom bramiento real, y por una Cámara de los Nuncios, elegida por la nobleza. El rey es electivo y por eso, carece de poder. Tampoco lo tiene la Dieta, ya que es precisa la unanimidad. Cada noble goza del liberum veto, derecho de oponerse por sí solo a la ejecución de una decisión o de una ley. Es la mayor libertad que pueda imaginarse. Mas esta “ libertad dorada” sume al país en la anarquía y lo convierte en juguete del extranjero. Cuando no se ha podido llegar a una decisión, la Dieta es “ rota” o “ desgarrada” . Cada partido, agrupado alrededor de sus magnates, forma una “ confederación” sin poder legal. Entre las confede raciones rivales, solamente la fuerza puede decidir, junto con la llamada al ex tranjero. Los magnates se han aprovechado de la decadencia de la realeza para agra var las servidumbres personales y las rentas feudales. Para conseguir los pro ductos a menor precio han arruinado las ciudades y los burgueses al abrir el país a las mercancías extranjeras y al tasar los precios. Los magnates y la pequeña nobleza se oponen a cualquier reforma. Eli gen reyes a extranjeros: los sajones Augusto II (1697-1733) y Augusto III (1733-1765), luego los arruinan; rechazan a Estanislao Leczinski, candidato del partido nacional; hacen que los efectivos del ejército se reduzcan única mente a 10.000 hombres, vacían los arsenales, aniquilan la artillería, negocian con las potencias extranjeras (los Czartoryski con los rusos, los Potocki con los franceses y con los austríacos). Los cismáticos llaman a los rusos; los pro P olon'
í s . — H. G. C. — V
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testantes, a los prusianos. Rusos, prusianos, austríacos y franceses se ponen de acuerdo para mantener la anarquía y lograr que las Dietas se destrocen al ar bitrio de sus intereses. Los rusos acaban por ser consultados en todas las cues tiones y por ejercer una especie de protectorado. Pero los nuevos estudios, difundidos por los jesuítas, despiertan a algunos nobles y a algunos burgueses de las ciudades. En 1764, los Czartoryski, apoya dos por un ejército ruso, hacen elegir al candidato de Catalina II, es decir, a Estanislao Poniatowski. Astuta maniobra, ya que Estanislao es un patriota polaco y los Czartoryski suprimen el liberum veto, poniendo junto a los minis tros, de nombramiento vitalicio, comisiones ejecutivas. Entonces, en 1767, con el pretexto de proteger a los cismáticos, las tropas rusas invaden el país. Repnin, el embajador ruso, manda restablecer el cacareado liberum veto, y pone la Constitución bajo la garantía de Rusia. La confederación de Bar lucha inútil mente durante cuatro años. En 1772, Rusia, Prusia y Austria se ponen de acuerdo, se reparten, por vez primera, Polonia, tomando cada uno amplios territorios, y sus ejércitos ocupan el país, que prácticamente está gobernado por el embajador ruso, Stackelbcrg. En ese momento, los polacos hacen un esfuerzo para levantarse. Reorga nizan el ejército, estabilizan la hacienda pública, sustituyen las servidumbres personales y las entregas en especie por censos y rentas en metálico, establecen un sistema nacional de educación. Un grupo de reformadores patriotas quiere abolir el liberum veto, exige una monarquía hereditaria; algunos inclnso pa trocinan la emancipación de los siervos; todos quieren nn ejército de cien mil hombres. Éste es el programa de la gran Dieta de 1788. Se alian con Prusia, la cual consigne que Rusia, en lucha con turcos y suecos, evacúe Polonia. En rea lidad, es tan sólo un respiro temporal. El inmenso imperio otomano, que se extiende por el norte de África Turquía y por Asia Menor, sólo puede ser considerado un Estado europeo en cuanto comprende la península de los Balcanes y la orilla septentrional del Mar Negro. Se trata de un im perio musulmán teocrático, en el que el sultán, descendiente del profeta Mahoma, reúne en su persona todos los poderes. De lega sn autoridad soberana en los bajás provinciales; a las órdenes de éstos se hallan oficiales turcos, agás o timariotes, poseedores de grandes dominios para su subsistencia y com o remuneración de los servicios que antiguamente habían prestado al ejército. Se trata de una organización militar feudal, acuar telada en países esencialmente agrícolas. P or debajo de ellos, los musulmanes asiáticos o europeos se dedican al cultivo y al comercio. En cuanto a los cris tianos, valacos, servios, búlgaros, se trata de nn rebaño sujeto a tributo; en principio, son los únicos que pagan impuestos. En nn sistema de este tipo, todo dependía del valor del jefe. Ahora bien,
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los sultanes vivían enclaustrados en el fondo de sus harenes, entregados al vino y a los excesos, ignorantes, debilitados. Sus primeros ministros, o grandes vi sires, sólo debían el cargo a intrigas y desaparecían con demasiada rapidez para ejercer una acción eficaz. La antigua orden religios a-militar de los jení zaros, cebada con ventajas y honores, sólo formaba un haz de sinecuraa, compradas con dinero contante, transmitidas de padres a hijos, defendidas contra toda reforma por medio de la revuelta. Los bajas ya no obedecían, arrendaban los impuestos, amasaban escandalosas fortunas. Los agás y los timar iotas se portaban como señores autónomos. Los arrendadores de im puestos y los soldados, en connivencia con los bajas, pillaban tanto a los mu sulmanes como a los cristianos. De becbo, Arabia, Siria, Egipto, Túnez, A r gel y Marruecos escapaban a la autoridad del sultán. En la misma Europa, los sultanes sólo mantenían su poder entregando el país en manos de los grie gos, muy numerosos, enriquecidos por el comercio y los oficios, poseedores de influencia religiosa por mediación del patriarca de Constantinopla, agitados por la idea de reconstruir el imperio bizantino. El sultán los nombra hospe dares en los principados, en los que se portan como tiranos. El patriarca nom bra sacerdotes griegos por doquier. El imperio otomano se descompone, ca rece de unidad territorial, de unidad nacional, de administración regular, de todo lo que constituye un Estado: está expuesto a todos los embates. Rusia fturia es todavía una sociedad completamente medieval. junto a características orientales debidas a su situación geográfica, posee una organización y un funcionamiento a los que se ha llegado varios si glos antes en Occidente, y pasa por fases que otros países ya han conocido. De los 13 millones de habitantes, el 90 por 100 son campesinos, el 7 por 100 nobles y el 3 por 100 ciudadanos. E l país se halla en la fase de la economía “ ce rrada” patrimonial. Es cierto que algunos campesinos son libres, especialmen te en el norte, donde las tierras son menos fértiles; pero la inmensa mayoría son siervos en los dominios señoriales. La mayor parte de los señores poseen de 100 a 500 siervos; un puñado de grandes señores, más de 1.000; algunos pe queños nobles, menos de 100. Cada dominio prodnee todo lo que le es nece sario al señor y a los siervos, incluso productos elaborados. Las ciudades no son más que grandes pueblos que venden a los propietarios artículos de quinca llería y objetos de lujo. El com ercio interior, mny débil, obstaculizado por aduanas provinciales, suele realizarse mediante ferias. £1 comercio exterior, muy mediocre, es un com ercio de tránsito entre Europa y Asia, un comercio de exportación de materias primas, cáñamo, lino, hierro, madera, y de impor tación de productos fabricados, com o sedas, indianas, tejidos de lana, que, des de luego, está en manos de extranjeros. El zar es propietario máximo de toda Rusia (de hecho, el principal pro
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pietario), imagen de Dios Padre, sucesor de los emperadores bizantinos, jefe gnerrero, protector del país. A todos estos títulos une un poder absoluto: es autócrata. El zar Pedro el Grande (1682-1725), gigante impetuoso, anhelaba la gloria de las conquistas. Para ello le eran necesarios un ejército, una ma rina, recursos económicos, una administración. P oco a poco fuá reformando el Estado, tomando de los países occidentales ideas y formas, que adaptó a Ru sia, con lo cual dió apariencia moderna a realidades más antiguas. Pero la si tuación social le obligó a valerse de la aristocracia y, por consiguiente, a satisfa cerla. Él inaugura este reparto del poder y de las ventajas sociales entre el monarca absoluto y los aristócratas, que será la característica de Rusia en el siglo XYUf. Todos los nobles están obligados al servicio público obligatorio en la administración y en el ejército, y todos los que han servido a Pedro son ennoblecidos, considerados com o individuos de nobleza antigua. En 1722, cada individuo recibe una categoría según los servicios prestados. Así, Pedro funde en un todo la antigua nobleza y la nueva. Los nobles que sirven en la Guar dia imperial proporcionan los hombres de confianza; son los “ fieles” , los “ afec tos” , los instrumentos del zar. El zar les concede a esos nobles la máxima autoridad sobre los campesinos. Tanto si son libres com o si son siervos, los cam pesinos no pueden desplazarse sin autorización del noble (1718). El zar pone en manos de loa nobles la administración local: el noble cobra el impuesto de los campesinos; la nobleza local elige los comisarios territoriales de los dis tritos (1718). Merced a todo esto, Pedro pudo organizar un gobierno centralizado se gún el modelo sueco, con un Senado formado por 9 administradores especia listas que dan órdenes en ausencia del zar; a manera de ministros, Colegios de individuos de la nobleza media subordinados al Senado; 8 gobernacio nes, al frente de cada una de las cuales se halla un gobernador; las gobernacio nes se dividen en provincias, al frente de cada una de las cuales está un co misario territorial, y las provincias se subdividen en distritos, y éstos en cantones. Logró someter a la Iglesia cismática al sustituir el patriarca por un colegio o Santo Sínodo, vigilado por un procurador general afecto al zar, y percibir una parte de los ingresos de los conventos. Logró disponer de un ejér cito permanente, modernizado, así como marina propia. En 1720 estableció el impuesto por cabeza según el modelo francés de la capitación; adopta el mercantilismo, concede monopolios, subvenciones, préstamos sin interés; im pone reglamentos de fabricación, protege la industria mediante grandes de rechos de aduana; crea, en especial en la región del Ural y para las necesi dades bélicas, una industria metalúrgica principalmente estatal, y ve, poco antes de su muerte, 98 manufacturas en actividad, y Rusia transformada en exportadora de hierro a Inglaterra.
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Su obra tropezó con una fuerte oposición: todas estas novedades parecían contrarias a la religión cismática, com o si fueran obras del Anticristo. Pero una imperfección le salvó: no existía una ley de sucesión. Era el zar quien designaba a su sucesor (1722). En la práctica, el trono no fué “ ni hereditario, ni electivo, sino ocupativo” , Fueron los soldados y los oficiales de la guardia quienes concedieron el trono, por la fuerza, al pretendiente elegido por ellos. Pero como en su mayoría procedían de la nueva nobleza y todo lo esperaban del omnímodo poder del zar, impusieron a los descendientes de la antigua noble za de los boyardos, que ansiaban limitar el poder imperial, un respeto hacia la autocracia. Y así lo hicieron con Catalina I (1725-1727), Pedro II (17271730), Ana Ivanovna (1730-1740), Iván VI (1740-1741), Isabel Petrovna (17411762), Pedro III (1762), y Catalina II (1762-1796), de temperamento ardiente pero de mente fría, alemana que fué “ la más rusa de las emperatrices” , el verdadero sucesor de Pedro el Grande. La influencia del extranjero fué manifiesta en Rusia: la alemana bajo Ana Ivanovna, rodeada de favoritos alemanes; la francesa durante el reinado de Isabel, la cual copia Versalles y obliga a los cortesanos a parecerse a los marqueses y marquesas francesas, y bajo Catalina II, lectora apasionada de Voltaire, de Montesquieu, de los Enciclopedistas, que mantenía corresponden cia con Mme. Geoffrin, con Voltaire, con Diderot, al cual hospedó en su corte, con Mercier de La Riviére y Falconet, la que, en su instrucción para la gran Asamblea de diputados de 1767, copia a Montesquieu (no sin rusificarlo), la que obtuvo de los Filósofos, sus propagandistas involuntarios, tan ingenuos cuando se hallaban en juego sus intereses, los nombres de “ Senuramie del Nor te” y de “ Minerva rusa” . Pero si había verdadero entusiasmo en la coqueta Isa bel y en la escritora Catalina, no estaba ausente la preocupación por no quedarse atrás, de demostrar de lo que Rusia era capaz, de ocupar el primer lugar en tre los soberanos europeos; después de haber rendido este tributo a la moda, las realidades rusas no fueron jamás olvidadas. Todos siguieron los caminos señalados por Pedro el Grande. Los nobles fueron sistemáticamente favorecidos en detrimento de los cam pesinos. En 1785, la evolución ha concluido. La Carta de la nobleza confirma que los nobles están exentos del servicio obligatorio y de los impuestos; les concede la libre disposición de sus tierras y del subsuelo, el derecho de crear manufacturas y fábricas, de comerciar al por mayor con los productos agrí colas de sus tierras y de exportar al extranjero todos sus productos. Han obtenido de los zares y de las zarinas, com o recompensas a sus ser vicios, grandes extensiones de tierra, y los campesinos libres que vivían en ellas han pasado a ser sus siervos; son los únicos que pueden tener siervos, con una sola excepción, durante el período 1721-1782, en favor de los negó-
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ciantes metalúrgicos, para desarrollar la industria metalúrgica; ellos mismos redactan las listas y el hecho de estar inscritos en las listas tiene un valor le gal; además, todo campesino libre está obligado a escoger un señor. Los no bles tienen la facultad de deportar a Siberia a sus siervos culpables. £1 im porte de los impuestos satisfechos por sus siervos ha sido reducido para que así puedan aumentar sus ingresos señoriales. Las servidumbres persona les se han hecho más pesadas, han pasado de tres a seis días: al campesino sólo le queda el domingo para cultivar sus campos. Los siervos no pueden con traer matrimonio sin permiso del señor; sus familias siempre pueden ser dis persadas; se venden rebaños de hombres. P or ello, no es de extrañar que sus revueltas sean perpetuas, y siervos de loa dominios territoriales del Volga, sier vos de las industrias, campesinos del Estado inscrito en las fábricas, siguieron en masa a los cosacos de Pugatcheff (1773*1774). Los mercaderes de las ciudades, que poseen menos capitales que en Occi dente, ya no reciben subvenciones del gobierno, y tropiezan con dificultades para hallar mano de obra. No pueden luchar contra la competencia de los pro pietarios territoriales que han fundado manufacturas (984 en 1762) y se hacen conceder m onopolios comerciales. Bancos fundados por los nobles a partir del año 1754, adelantan capitales a la nobleza. Los progresos llegan a ser tan rá pidos que, después de 1760, Catalina puede establecer la libre competencia, y, en 1779, puede suprimir toda reglamentación industrial. En 1796, existen en el país 3.161 manufacturas; pero las más importantes son propiedad de nobles, y los mercaderes se quejan. Los esfuerzos del Estado han provocado el desarrollo de una grandiosa re gión industrial junto al Ural (minas y metalurgia del hierro y del cob re). Con posterioridad a 1750, el Estado cede algunas de sus empresas, en especial a los nobles. Nobles y mercaderes enriquecidos fundan en Bachkiria grandes em presas privadas capitalistas. Gracias a la servidumbre y al trabajo forzado de los campesinos del Estado, las empresas son productivas a pesar de las distan cias y de una técnica estacionaria. El Ural provee de productos sem ifabricad os a toda Rusia y proporciona las dos terceras partes de la gran exportación de hierro ruso, beneficiándose de las guerras europeas y de las compras inglesas. Después de 1762, los progresos prosiguen, pero a marcha reducida: el merca do interior está relativamente saturado, los precios suben, los desórdenes socia les son endémicos, la rebelión de Pugatcheff siembra ruinas, Inglaterra perfec ciona su técnica y poco a poco se independiza de sus necesidades de hierro sueco y ruso. Mas a pesar de los progresos de su industria metalúrgica y textil, centra da en loa alrededores de San Petersburgo y en la región de Moscú, que pro vee cada vez más al mercado interior, y a que, al igual que ocurre con el hie
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rro, loa tejidos son exportados, Rusia sigue siendo exportadora de materias pri mas e importadora de productos elaborados. A sus exportaciones se añaden grandes cantidades de trigo a partir de sus conquistas a expensas de los turcos. La obra administrativa lia sido completada; la centralización y la división del trabajo se han acentuado. La política ha sido puesta en manos de un Con sejo de ministros. Después de varios tanteos, la institución ha pasado a ser de finitiva en 1768, fecha en que los Colegios han sido sustituidos por ministerios. El senado conserva sus funciones de alta administración. Se ha reducido la ex tensión de las gobernaciones, y varias de ellas han sido agrupadas para formar una lugartenencia. El lugarteniente imperial, dotado de un poder absoluto, sólo obedece al Senado, del cual forma parte. También en las gobernaciones se ha realizado nna división del trabajo: justicia, hacienda y administración han sido separadas y confiadas a consejos y cámaras. El gobierno de Rusia es un despotismo logrado mediante el sacrificio de las demás clases en beneficio de la aristocracia. La población se eleva a 19 millones en 1762, a 29 millones en 1796, y, por vez primera, a fines de siglo supera a la de Francia. El poder del soberano ba aumentado notablemente y Catalina II puede proseguir la obra de Pedro el Grande, realizar provechosas guerras de conquista, tomar parte en la gran po lítica europea. En resumen, podemos decir que todos estos Estados europeos se hallaban en fases de evolución demasiado distintas para que pudiera llevarse a cabo una unión federal en un plano de igualdad. La unidad de Europa sólo habría po dido llevarla a cabo una potencia que hubiera vencido a las demás, que habrían quedado anexionadas o convertidas en vasallos. Pero, en el siglo xvm, parece «pie ha pasado ya la era de esos intentos de organización europea.
CAPITULO n i
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T-Tw 1^15, en la “ segunda guerra de Cien Años”
franco-t-J inglesa, que en realidad dura de 1688 a 1815, Ingla terra acaba de obtener un éxito. Dominada por la razón de Estado, que sólo tiene en cuenta el interés de las potencias y se despreocupa de la moral, la política europea se basa en el equilibrio, al que se ha llegado, en beneficio de Inglaterra, en virtud de los tratados de Utrecht (1713) y de Rastadt (1714). El equilibrio europeo exige que ningún Estado lle gue a ser lo bastante poderoso como para amenazar la existencia de los demás. Esta doctrina es muy antigua: es la doctrina de franceses e ingleses. Gracias a ella se explica la política inglesa en el continente a partir del final de la gue rra de Cien Años, la larga lucha de la Casa de Francia y de la Casa de Austria a partir de 1515. Pero hacia 1688, había cambiado de aspecto. Los progresos del capitalismo comercial eran más patentes. El gran comercio marítimo, que proporcionaba los medios financieros, se había convertido en base del poder, mucho más que el suelo o los individuos, en una época en que la estructura de las sociedades no permitía a ningún Estado movilizar todos sus recursos y to dos sus súbditos. Los Estados se habían batido por la posesión de las rutas co merciales, de las colonias, por relacionarse con los grandes imperios indepen dientes de ultramar. La búsqueda del equilibrio europeo se liabía convertido en el intento de impedir que cualquier Estado, mediante una victoria en Europa, se asegurara las principales colonias y los principales puntos estratégicos. La Casa de Francia y la Casa de Austria habían librado una terrible lucha, cuyo último episodio fué la guerra de Sucesión de España; mas esta lucha había sido dirigida por Inglaterra, que era quien se había beneficiado de ella. En nom bre de la libertad y de la soberanía de los pueblos, babía lachado contra Luis XTV, y más tarde, cuando éste ya no parecía peligroso, había abandona do a sus aliados y les babía obligado a capitular. En 1713, mantenía el equili brio en el continente, al mismo tiempo que se aseguraba la hegemonía marí tima y comercial, es decir, el predominio universal. Los tratados dividían el continente en potencias que se equilibraban mu tuamente para evitar el predominio de una de ellas, y para hacer necesario a La situación
dipUmáti^Cl™ 1715
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todas, así lo creían los ingleses, el arbitraje de Inglaterra. Francia, contenida en las fronteras que le había señalado el tratado de Ryswick, perdía por ello toda esperanza de poder algún día anexionarse España: el rey de España, Feli pe V, nieto de Luis X IV , renunciaba solemnemente a la corona de Francia. Con ello, Francia perdía toda esperanza de poder explotar algún día y libre mente el enorme Im perio colonial español, cayo comercio, al igual que el de todos los imperios coloniales de esa época, estaba exclusivamente reservado a la metrópoli. Mas Francia perdía también, inmediatamente, la compañía fran co-española que Luis X IV había formado en Cádiz con el consentimiento de Felipe V, compañía cuyo £n era el com ercio con el Im perio español y la ob tención de mano de obra negra. La sucesión de España quedaba repartida entre Felipe V , que conservaba España y el Im perio colonial, y el emperador Carlos V I de Austria, quien ob tenía los Países Bajos (aproximadamente la actual Bélgica) y, en Italia, el Mi1atiesa do, los Presidios toscanos. Ñapóles y Cerdeña. De este modo, el imperio de Carlos V quedaba irremediablemente dividido; así la costa del Mar del Norte, cerca del estrecho de Calais, quedaba repartida entre dos soberanos ene migos, Luis X IV y Carlos V I; los pasos del Mediterráneo quedaban repartidos entre dos adversarios, Carlos V I y Felipe V. Para retrasar la marcha de las tropas, en caso de conflicto entre los Borbones y los Habsburgo, y para dar tiempo a que los ingleses pudieran inter venir, los tratados habían establecido entre ellos “ barreras” , es decir, cadenas de ciudades fortificadas, confiada; a guarniciones de una tercera potencia, y Estados-tampones: barrera de Flandes, en los Países Bajos ocupados por los holandeses; barrera de Neuchatel y Valengin, ocupada por los prusianos; Es tados-tampones de Saboya-Piamonte-Cerdeña, del Palatinado (que correspon día al duque de Baviera), del electorado de Colonia. Los estados-tampones y los encargados de esas barreras eran demasiado débiles para poder prescin dir del apoyo de los ingleses e incluso, en su mayoría, de los subsidios ingleses. Gracias a ello, Inglaterra poseía un medio perpetuo para intervenir en nom bre de la protección a los débiles. A los ingleses les quedaba asegurado el dominio de las principales rutas marítimas y las ventajas comerciales. En el Mediterráneo, vigilaban el umbral de Gibraltar con la ocupación de Gibraltar; el de Sicilia, mediante la ocupa ción de Menorca y mediante la oposición de los intereses de la Casa de Saboya y de la Casa de Austria. Su Compañía de Turquía obtenía ventajas en Italia y en el Levante, en detrimento de los franceses. En el Báltico, Suecia era aplastada por una coalición de rusos, prusianos y daneses; el lago sueco corría el peligro de convertirse en un lago ruso, y los rusos amenazaban los estrechos daneses. Pero el rey de Inglaterra es el elector de Hannóver, y Hannóver actúa
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tanto por su cuenta com o por cuenta de Inglaterra. Se opone al zar Pedro el Grande, proporciona tropas a Dinamarca que está en guerra con Suecia, la incita a exigir la evacuación de las tropas rusas que habían acudido a Copen hague com o aliados peligrosos; sostiene a loa daneses en el Holstein contra el duque de Gottorp, prometido con la hija del zar; a la nobleza de Mecklemburgo contra su duque, sobrino del zar; negocia con Federico Guillermo de Prusia y lo separa de la alianza rusa; exime a las mercancías inglesas del pago de derechos de aduana; consigne de Dinamarca una reducción de las tasas que cobra de los buques ingleses al pasar el Sund, En resumen: los ingleses ad quieren la preponderancia comercial en el Báltico. También vencen en los Océanos. A partir de 1703, el tratado de Methuen, firmado con Portugal, a cambio de una disminución de las tarifas aduaneras sobre los vinos portugueses en detrimento de los vinos franceses, ha suprimi do los derechos sobre las lanas inglesas, y ha dado a los ingleses la exclusiva de comercio en el Brasil. Lisboa ha pasado a ser prácticamente un depósito franco, nna escala, una base de operación de los ingleses. En América, los franceses se han visto obligados a cederles la bahía de Hudson, y por consiguiente, el predominio en el comercio de pieles; la Aeadia y Terranova con sus pesquerías, y, en las Antillas, San Cristóbal y su produc ción de azúcar. Los ingleses incluso han logrado entreabrir los puertos del Imperio espa ñol. España reduce los derechos de aduana de sus tejidos de lana y la cláusula de nación más favorecida Ies permite reivindicar cualquier ventaja aduanera que el Borbón de España pudiera conceder al Borbón de Francia. En el Im perio español, los ingleses obtienen el “ asiento'’, es decir, el m onopolio del suministro de esclavos negros indispensables en las plantaciones y en las minas, y el “ barco autorizado” , o sea el derecho de enviar anualmente un barco car gado de productos fabricados a ciertos puertos españoles de la América del Sur. Este conjunto de tratados ha sido conseguido con tanta habilidad para asegurar la preponderancia económica y política de los ingleses, que éstos vol vieron a valerse de sus principios en 1815 y en 1919. Pero no garantiza la paz. Se basa en los celos y en las recíprocas desconfianzas de unos gobiernos que se espían unos a otros, prontos a empuñar las armas. En realidad, es nna aplica ción de la sentencia: “ Divide y reinarás.” No satisface a nadie. Ni siquiera los ingleses están contentos. Los mercaderes le reprochan al gobierno, no sin cierta acrimonia, el no haber humillado por completo a Fran cia, el enemigo hereditario, el no haberse apoderado de todas sus posesiones en América, en especial de sus Antillas, y el no haber abierto por com pleto el Im perio español al com ercio inglés. Son éstos precisamente los objetivos a los que se han ido acercando progresivamente en 1763, en ISIS, en 1824. El rey
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Jorge I sigue temiendo que I ob soberanos de Europa apoyen contra é l a l o s Estuardos destronados. Felipe V de España no reconoce en su fuero interno la validez de la firma que estampó, obligado por la fuerza, al pie de su renuncia al trono de Fran cia. Tam poco se resigna a la pérdida de los territorios italianos, al abandono del dominio español en el área del Mediterráneo occidental, y hacia esa dirección es em pujado por su segunda esposa, Isabel Farnesio, que sueña con obtener en Italia principados para sus hijos, y que nombra primer ministro a Alfa ero ni, un patriota italiano, ferviente partidario de la expulsión de los aus tríacos y de la unidad italiana. El emperador Carlos V I no se resigna a renunciar al trono de España. A l menos desearía, en compensación, todo un dominio alrededor de la parte oc cidental del Mediterráneo: además de lo que ya poseía, Sicilia, el ducado de Mantua, y el protectorado sobre una Cataluña desmembrada de España. Soñaba con restaurar el poderío austríaco mediante el desarrollo de su indus tria, abriendo al país una salida al mar, quería despertar a Trieste y a los puertos italianos, fundar Compañías comerciales. Con ello intranquilizaba a Holanda y a Inglaterra, así com o por sus proyectos de hacer conquistas en los Balcanes, en perjuicio del imperio turco, y en el Imperio, a expensas de Baviera y de los pequeños Estados del sur, sobre los que reanudaba su in fluencia. Su empuje en estas tres direcciones amenazaba con destruir el equi librio europeo. El Im perio ruso que, con Pedro el Grande se dirige hacia todas las rutas comerciales, tanto en Europa como en Asia, en su esfuerzo por llegar a los ma res libres, podía chocar con los austríacos con motivo del imperio turco y de los Balcanes; con los ingleses, con los suecos, con los daneses, con los hannoverianos y con los prusianos, a consecuencia del Báltico y de los estrechos daneses. Por consiguiente, la división reinaba entre las principales potencias, y pre cisamente esta división constituía la fuerza de los ingleses. Estos disponían de una marina aguerrida, pero de un ejército insuficiente, a causa de su descon fianza hacia el rey. Desarmaban el poder ejecutivo y le debilitaban cuanto podían, política posible en una isla rodeada de mares difíciles que concedían tiempo para ver cómo se planteaban las cosas. Mas en el continente necesitaban ejércitos de los que carecían (el de Hannóver era demasiado reducido), aba dos que conseguían merced al sistema de oponer irnos contra otros a los euro peos. De abí la política que Luis X IV señaló a sus embajadores de 1713 a 1715: destruir la desconfianza de los Estados europeos hacia Francia, mostrarles que ésta no abrigaba designios de hegemonía, tarea muy necesaria ya que los po líticos temían siempre que los ejércitos franceses se abalanzaran sobre Europa y consideraban que si el rey de Francia sólo quería conquistar basta el Riu,
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Be debía a un plan lleno de prudencia; convertirse en consejeros y mediadores; hacerles ver a todos los gobiernos que las divisiones entre ellos y su temor a Francia los convertían en víctimas propicias de los ingleses; guiarles hacia concesiones recíprocas, hacia acuerdos libremente estipulados; reconciliar así las grandes potencias europeas, arrebatarles a los ingleses cualquier ocasión de intervenir y de oponer unos contra otros a los Estados continentales; y realizar así un verdadero equilibrio, una verdadera libertad. Pero esta política no la comprendieron bien los BuceCaracterísticas a0res del gran rey. El siglo xvm fue una época de des d e lo política exterior
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ordenes y de conflictos, menos largos y menos graves que los de la época precedente, pero perpetuos. La lucha entre los Estados adopta el aspecto de una política de familia. En efecto, son las familias lo que ha formado los Estados y las Naciones que existen. Naciones y Estados se encarnan en la persona del soberano. La mezcla de cos tumbres feudales, de lazos de parentesco, de matrimonios, de herencias, ha dado a las familias soberanas derechos sobre una infinidad de territorios. Esos derechos no prescriben; las renuncias son nulas. El soberano que pretende en grandecerse en interés propio o en el de sus subditos, o bien quiere impedir el engrandecimiento de otro, halla siempre un derecho sobre el territorio de seado o en litigio. Las lnchas entre Estados adoptan a menudo la forma de con flictos sucesorios. Las luchas se llevan a cabo en virtud de la raxón de Estado o doctrina del bienestar público: sentimientos, preferencias, amistades, odios, todo debe es fumarse ante el superior interés del Estado, que consiste en extenderse, en ad quirir territorios i í c o b en hombres y en recursos, en impedir el engrandeci miento de los demás, que representan una amenaza para su prosperidad y para su existencia. La moral se identifica con el interés del Estado. El espíritu de la política es completamente positivo. La política es una ciencia, sacada de los hechos de la historia, fría, dura, cortante como una herramienta de acero. La lucha no tiene descanso. Primero se realiza bajo forma diplomática. Los diplomáticos constituyen un grupo de hombres exquisitos y refinados, pero capaces de cualquier cosa. Están constantemente alerta; todo puede conver tirse en nn peligro, cualquier ocasión debe ser cazada al vuelo; el azar sólo perjudica a los débiles, y sólo es útil a los fuertes: “ Un Estado ha de estar siempre alerta, com o un caballero que vive entre matones y gentes de mal vivir. Así son las naciones de Europa, hoy más que nunca; las negociaciones no son sino una querella continua entre individuos sin principios, audaces para tomar, de una voracidad constante” (Marqués d’Argenson). La hipocresía es obligatoria, así com o los procedimientos desleales. Los diplomáticos tratan de doblegar el juicio del adversario despertando sus pa
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siones, ya sean las carnales ya sean las del oro. Dar una concubina al rey, un amante a la emperatriz o a la reina, es moneda corriente. El embajador de Francia, La Cbétardie, se convirtió, por razones de servicio, en amante de la zarina Isabel; el gobierno francés envió al barón de Breteuil con la misión de satisfacer los ardores de la futura Catalina 11; María Teresa encargaba a su hija de 17 años, María Antonieta, esposa del Delfín de Francia, que rodeara de atenciones a la Du Barry, para que ésta inclinara a Luis X V a reconocer el reparto de Polonia. El ministro francés Dubois cobró 600.000 libras del gobier no inglés; Francia concedió, a partir de 1768, una pensión al ministro aus tríaco Thugut. Las Dietas de Suecia, de Polonia, del Sacro Imperio estaban en venta al m ejor postor. La de Suecia le costó, en 1763, a Francia, 1.400.000 li bras; la de Polonia, en 1766, 1.830.000 libras. Los diplomáticos interceptan las cartas, que incluso son compradas a los correos. Si se escogen correos seguros, éstos son raptados, desvalijados, asesi nados por falsos bandidos. Las cartas se escriben en cifra; pero existen espe cialistas en desciframiento. La corte de Viena poseía la cifra de la embajada de Francia y, asimismo, la de la correspondencia secreta de Luis X V . Federi co II estaba muy orgulloso de su clave: los agentes de Luis X V en París, habían logrado dar con ella. La intervención en la política interior del vecino mediante la intriga y el dinero es cosa corriente. Los Estados de tendencia republicana, Suecia, Po lonia, ofrecían ventajas excepcionales gracias al juego de los partidos. Los reyes subvencionan en los dominios del vecino los partidos de la libertad, que debilitan al Estado. Los Estados apoyan las facciones, provocan guerras civi les, protegen a los sublevados. Suecia, Polonia, el Sacro Imperio, las colonias inglesas de América, antes que Francia, fueron los países ideales para este tipo de maniobras. Los reyes destronados, errabundos o ejecutados, son innu merables; los otros tratan con sus usurpadores, con sus verdugos. Los inte reses prevalecen y están por encima de la solidaridad de los reyes. Desaparece el respeto hacia los soberanos. Los tratados son violados según sean los intereses del Estado. “ En cuestión de política y de intereses, no valen ni reconocimiento ni tratados; la fuerza o los intereses hacen los tratados; la fuerza o los intereses los rompen.” Y el alemán Bielfeld, en bus Instituciones políticas, añade: “ En materia de política, es preciso desengañarse de las ideas especulativas que el vulgo se hace de la justicia, de la equidad, de la moderación, de la buena fe, y de las demás vir tudes de las naciones y de sus dirigentes. En resumidas cuentas, todo se reduce a la fuerza.” Esta moral propia de lobos conduce a la guerra propiamente dicha, la guerra de las armas. Cualquier guerra es considerada justa desde el momento
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en que la razón de Estado la convierte en necesaria. También se practica la guerra preventiva. Los ingleses, preocupados ante todo por el dominio de los mares, dieron el ejemplo de ataques contra las flotas enemigas sin previa de claración de guerra, de pillaje de los barcos mercantes y de sus tripulaciones, sin advertencia, en plena paz. Los prusianos realizaron en tierra Arme los más bellos ataques imprevistos para prevenir los eventuales golpes de los posibles enemigos; el de 1756 es el más célebre, y sentó jurisprudencia. En las campañas, reina la más elevada cortesía entre los estados mayores, compuestos de nobles. Pero la guerra es atroz. Los ejércitos viven sobre el país y destrozan la resistencia mediante el terror. T odo es requisado, incluso los objetos de valor de las iglesias, para alimentar los tesoros de guerra. Los ha bitantes son sometidos a tasas, las casas de quienes se niegan a pagar son de rrocadas, los pueblos y las ciudades que se niegan a pagar son incendiados. Los ejércitos marchan acompañados de una muchedumbre parásita, de revendedo res y de prostitutas, que ayudan a los soldados a pillar, a violar, a incendiar. Mujeres y niños son asesinados cuando se oponen a que sus casas sean devas tadas. El conde de Saint-Germain señala al llegar a Alemania: “ ¡E l país, en un espacio de 30 leguas a la redonda, está saqueado y arruinado, como si el fuego hubiera pasado por é l!” Los habitantes sospechosos bou expulsados; los moradores de los pueblos desde los cuales se ha disparado contra las tropas, son ahorcados. Se toman rehenes, que responden de las guarniciones. En 1744 los austríacos invitan a los habitantes de la Lorena a someterse: los que se resisten serán ahorcados “ después de haberles obligado a cortarse ellos mismos la nariz y las orejas” . Federico H mandaba asesinar a los prisioneros o los convertía en regimientos, por la fuerza. En 1757, loe rusos se hallan en Memel: “ No se había visto nada parecido desde la invasión de los hunos; los habitantes eran ahorcados des pués de haberles cortado la nariz y las orejas, se les arrancaban las piernas, se les abrían las entrañas y el corazón.” En 1788, después de la ocupación de Otchakoff, “ era tal el encarnizamiento de los soldados rusos, que, dos días des pués del asalto, cuando bailaban a niños turcos ocultos en algún reducto..., los cogían, los lanzaban al aire y los ensartaban con las puntas de sus bayonetas” . La guerra termina por tratados, en virtud de loe cuales reinos, principa dos, ducados, son cambiados entre las dinastías sin consultar a los habitantes, sin preocuparse en lo más mínimo de lo que éstos puedan pensar. Es el camba lache de hombres. En la mayoría de los casos, los sentimientos nacionales esta ban menos desarrollados que en la actualidad, y los habitantes seguían conser vando sus costumbres, sus privilegios, sus libertades, bajo los nuevos dueños. Pero no siempre ocurría lo mismo. En 1772, en los territorios polacos que ha bía conquistado, Federico 11 requisó verdaderos rebaños de polacas para po
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blar la Pomerania, región en la que escaseaban las mujeres. Los austríacos, en la parte que les correspondió, prohibieron la inmigración, y luego gravaron a los pueblos sin compasión. “ La fuerza es la ley suprema.” En 1715, el regente, duque de Orleans, no se aprovechó La aceptación de las circunstancias favorables para seguir la política de los tratados que había señalado Luis X IV . Impulsado por su pre de Utrecht y de Rastadt ceptor Dubois, al que nombró ministro, sus ambiciones ( 1715-1731) personales hicieron que se desentendiera de los inte reses del reino. La salud de Luis X V era frágil; si moría, su tío, Felipe V , a pesar de su renuncia, y eu tío-abuelo, el duque de Orleans, reivindicarían la corona. Contra Felipe V , el regente quería granjearse el apoyo de la opinión pública francesa. Ahora bien, esta opinión era muy hostil a Austria e incapaz de comprender las razones de Luis X IV , que, por otra parte, no podían darse a conocer públicamente. P or ello, el regente aceptó el apoyo que le brindaron los ingleses en caso de conflicto con Felipe V. A cambio, se alió con ellos; apo yó los esfuerzos de los ingleses para dividir; les proporcionó el ejército conti nental que les faltaba. La crisis financiera de Law fué causa de que los suceso res de Dubois, es decir, Borbón y Fleury, fueran durante largo tiempo incapa ces de llevar a cabo una política independiente. La diplomacia y los ejércitos franceses ayudaron a los diplomáticos y a los marinos ingleses, en el transcurso de una serie de crisis y de guerras hasta 1731, a mantener los tratados de Utrecht. Ninguna potencia hizo progresos que pudieran amenazar seriamente la preponderancia inglesa, y el continente permaneció en un estado de divi sión satisfactorio. En el norte, la herencia de Suecia, el antiguo aliado de Francia, fué di vidida entre varios Estados, tres de los cuales eran emigos de Inglaterra, En virtud de los tratados de Estocolmo (1719-1721), Suecia entrega Bremen y Verden a Hannóver, que así se convierte en potencia marítima; a Prusia le cede Stettin y la Pomerania anterior; a Dinamarca su parte en los peajes del Sund así como el SIesvig, a cambio de lo cual Dinamarca renunciaba a Stralsund, Rugen y Cism ar. Era el fin del “ lago sueco” , el establecimiento de fronteras que se acomodaban m ejor a la geografía, la irremediable decadencia de una Suecia republicanizada. Rusia, enemiga de Inglaterra, obtenía de Suecia, por la paz de Nystadt (1721), Livonia, Estonia, Ingria, una parte de Carelia y un distrito de Finlandia incluyendo Viborg. Conseguía una amplia fachada sobre el Báltico, gran eje comercial, y se convertía, un poco, en potencia marí tima. Pero la hostilidad de los citados Estados, apoyados por los ingleses, le arrebataba toda posibilidad de progresar hacia los estrechos daneses y hacia el mar libre, a lo cual, poco a poco, se vio obligada a renunciar.
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A l sur, Carlos VI adquirió Sicilia a cambio de Cerdeña, ganó a los turcos el banato de Temesvar, una parte de Valaquia, de Bosnia, de Serbia con Bel grado (tratado de Pasaarowitz, 1718), y obtuvo la garantía de la Pragmática Sanción, que consolidaba la unión de sus Estados. Pero acabó por renunciar definitivamente a España y a las Indias, por suprimir la Compañía de Ostende, que era una amenaza para el com ercio inglés y holandés, por reconocer en Ita lia las pretensiones de los Farnesio, que le impedían formar con sus posesiones italianas un total de expansión económica ilimitada (2.° tratado de Viena, 1731). En España, Felipe V, que se había visto obligado a despedir a Alberoni en 17X9, acabó por renunciar sinceramente al trono de Francia y a las provin cias adquiridas por Carlos V I; acabó por resignarse a dejar a los ingleses Gibraltar y los privilegios comerciales concedidos en Utrecht, a cambio de la ad judicación del ducado de Farma al primogénito de su segunda esposa, don Carlos. Pero después del año 1731, los ingleses perdieron el luear 9ue habían ganado en Europa. Demasíado seguros de su poder, absorbidos por las luchas in ternas contra Walpole, se desinteresaron de los asuntos del continente, preci samente en el momento en que el restablecimiento de la situación financiera liberaba al cardenal Fleury de una política cuyos inconvenientes veía perfec tamente. Fleury se esforzó en seguir el camino trazado por Luis XIV. En ello se vio obstaculizado por el partido del Secretario de Estado para los Asuntos exteriores, Chauvelin, quien, por el contrario, era partidario de la tradicional política de hostilidad contra la Casa de Austria, política que ya no tenia ra zón de ser, pues los Habeburgo ya no representaban un peligro para Francia, y que, además, era mala, ya que la división del continente les proporcionaba a los ingleses ocasiones de intervenir como aliados. Sin embargo, los tradicionalistas vencieron al iniciarse el asunto de la Sucesión de Polonia. En 1733, fallecía Augusto II. La corona era electiva. Dos candidatos se presentaron: el elector de Sajonia, Augusto III, sobrino y cliente del emperador, y Estanislao Leczinski, suegro de Luis X V , antiguo rey destronado de Polonia. Estanislao fué elegido en septiembre, gracias al dinero francés. Pero era el jefe del partido patriota que pretendía reformar Polonia y volver a convertirla en potencia. Rusia y Austria no querían de ningún modo que tal cosa sucediera. Los ejér citos austro-rusos invadieron Polonia, expulsaron a Estanislao, e hicieron ele gir a Augusto i n . Esto representaba una injuria contra Luis X V . Por otra parte, en Versalles se deseaba que la reina de Francia fuera hija de un rey. Además, como quiera que el gobierno francés no había querido firmar uua alianza con Ru-
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sia, era preciso tratar de levantar a Polonia, que, junto con Suecia y con Tur quía. las tres en decadencia, formaban el sistema de las potencias orientales que amenazaban por el Este a los enemigos del centro. Chauvelin convenció al rey de que la guerra era necesaria, y Fleury no se atrevió a oponerse. Pero redujo su alcance. No invadió los Países Bajos austríacos, para no alarmar a ingleses y ho landeses. Éstos nunca habían querido que Francia, rival marítima, se exten diera por las costas del Mar del Norte y, sobre todo, que se instalara en Amberes que, en manos de una gran potencia, habría podido librarse de la ser vidumbre del tratado de Westfalia y convertirse en lonja para el comercio de la Europa centra] y del norte de Francia, rival de Londres y de Ameterdam. Si los franceses ponían pie en Bélgica, esto significaba la guerra con Inglaterra. Fleury, pues, se limitó a herir a los austríacos en sus posesiones italianas. Se alió al duque de Saboya, rey de Cerdeña, quien había de ceder a Francia la Saboya, país de lengua y de costumbres francesas, separado del Piamonte por la barrera de los Alpes, a cambio del Milanesado (política que más tarde ha brían de seguir Cavour y Napoleón I I I ). E l otro aliado fué el rey de España, que ambicionaba, para su hijo don Carlos, un pedazo de Italia más importante que Parma. Los franco-sardos vencieron fácilmente (1734) y el Milanesado fué conquistado. Mas entonces, Fleury se apresuró a pactar para impedir cualquier inter vención inglesa. Los preliminares de paz, firmados en septiembre de 1735, fueron transformados en paz definitiva en Viena, en 1738. Chauvelin cayó en desgracia en 1737. Estanislao Leczinski renunciaba a Polonia, pero conservaba el título de rey y obtenía el ducado de Lorena y el condado de Bar. A l morir, el ducado y el condado habrían de pasar a manos de sus herederos, es decir, al rey de Francia. Con ello, una brecha abierta en la frontera nordeste iba a ser cegada, las comunicaciones con A bacia quedaban m ejor aseguradas, un país de lengua y de costumbres francesas iba a entrar de nuevo en la comunidad francesa. La anexión fué efectiva en 1766. Carlos V i cedía Novara al rey de Cerdeña, el cual, al no recibir el Milanesado, conservaba Saboya. El Emperador cedía Nápoles y Sicilia (el reino de las Dos Sicilias) a don Carlos. Éste cedía Parma y los derechos a Toscana al duque Francisco de Lorena, esposo de Ma ría Teresa, la hija de Carlos V I, desposeído de su ducado. Era un magnífico ejem plo del cambalache de hombres. A l año siguiente, Francia salvaba a su aliado tradicional, Turquía, e in fligía a los austríacos y a los rusos una derrota que mantenía el equilibrio europeo. Desde 1736, los rusos, siempre en busca de una salida al Mar Negro, estaban en guerra con Turquía. Habían ocupado Azov y la Crimea. Desde 1737, los austríacos, aliados a los rusos, habían invadido los Balcanes. El embajador 16. —
H. G. C. — V
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{ranees ViUenueve estimuló a los turcos y los aconsejó. Gracias a él, los tur cos derrotaron a los austríacos. Entonces, Villenueve impuso su mediación, y en el tratado de Belgrado (1739) el emperador restituyó a los turcos Serbia y Valaquia. Los rusos, aislados, se vieron obligados a retroceder. Agradecido, el sultán concedió a Villenueve la renovación de las Capitulaciones o privilegios religiosos y comerciales de Francia en el imperio turco (1740). En 1740 Francia había emprendido de nuevo su marcha hacia adelante. Acababa de conseguir un importantísimo avance territorial, el primero des pués de Ryswick. Había reforzado su alianza con España, con Turquía, con Suecia, y dirigía la política europea. Su industria y su comercio pasaban a ser los primeros del mundo. Sus productos elaborados invadían incluso Inglaterra, sus mercaderes dejaban atrás a los ingleses en las Antillas, en la India, en el Levante, donde, incluso antes de que se renovaran las Capitulaciones, los fa bricantes franceses de paños habían inferido a los ingleses una terrible derro ta comercial y casi habían eliminado los paños ingleses. Los franceses progre saban en América, en el valle del Mississipí, y cerraban el interior a los colonos británicos. La Compañía francesa de las Indias creaba sin cesar nuevas facto rías. Por su parte, los españoles habían reorganizado sus flotas y pretendían impedir que los ingleses siguieran violando descaradamente las cláusulas del tratado de Utrecht mediante buques de permiso trucados para contener más mercancías de las acordadas y mediante todos los procedimientos desleales de un desenfrenado contrabando. Los ingleses despertaron, y de repente se dieron cuenta de que todo procedía como si ellos no hubiesen sido los vencedores, com o si el tratado de Utrecht no hubiera existido. No sólo habían perdido su hegemonía continental, sino que iban camino de perder su preponderancia ma rítima y comercial. Esto les decidió a la guerra. En octubre de 1739 iniciaron las hostilidades contra Es Las grandes guerras paña. Sabían que Francia se vería arrastrada a la guerra marítimas para tomarse el desquite de los tratados de Utrecht. En y continentales efecto, en agosto de 1740, dos escuadras francesas zar (1740.1763} paron en ayuda de la flota española. La lucha decisiva por la preponderancia marítima y colonial, es decir, por la hegemonía polí tica, había empezado. La flota francesa era de nuevo bastante fuerte para que se confiara en el resultado. Francia volvería a ser la primera de las potencias, y lo sería durante mucho tiempo. Mas era preciso que pudiera dedicar el grue so de sns fuerzas a la guerra en el mar y en las colonias, era preciso que no se comprometiera en el continente. Pero el 20 de octubre de 1740 moría el emperador Carlos VI y se planteaba la sucesión de Austria. El Emperador dejaba como sucesor una hija de 23 años, María Teresa, con nn ejército desorganizado y el tesoro exhausto. La ocasión
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les pareció propicia a todos los soberanos para crearse un dominio en los territorios de los Habsburgo. Todos olvidaron que habían garantizado la Prag mática Sanción, que habían prometido asegurar a María Teresa la sucesión de Austria. Todos ellos consideraron que los tratados que llevaban sus firmas eran papel mojado. El elector Carlos Alberto de Baviera reclamó toda la herencia. El rey de España, el rey de Cerdeña y el rey de Prusia, reclamaban también su parte en la herencia. Federico II había heredado de su padre un magnífico ejército, la máxima de que un príncipe sólo cuenta en el mundo por su espada, la misión de ampliar al límite posible los territorios prusianos y de coser los tres fragmentos de las posesiones de los Hohenzollern. Por el mo mento, Federico II ambicionaba Silesia, provincia muy rica, cuya posesión le aseguraba el comercio del alto Oder, garantizaba el Brandeburgo contra las agresiones austríacas y le permitía prevenir cualquier eventual amenaza me diante un súbito ataque contra Bohemia. Los Hohenzollem habían tenido sus derechos a Silesia, derechos a los que habían renunciado por tratados; mas Federico II no se preocupaba eu absoluto de la palabra dada. Conquistó la provincia {diciembre 1740-abril 1741). Francia no estaba amenazada y podía mantenerse al margen del conflicto. El Rey había firmado la Pragmática Sanción, y debía ser fiel a la palabra em peñada. Pero el partido tradicionalieta, dirigido por el mariscal de Belle-Isle, creyó que había sonado la hora de acabar con Austria. Le interesaban muy poco las cuestiones marítimas y coloniales. A diferencia de los ingleses, los grandes señores franceses todavía participaban muy poco en las empresas comerciales. La capital de Francia, Versalles, y la principal ciudad próxima, París, no eran, según ocurría con la capital inglesa, Londres, ciudades cuya población viviera en su mayor parte del gran comercio marítimo; era difícil agitar la opinión pública o fraguar desórdenes con motivo de las Antillas o del Senegal. Ni si quiera los mercaderes franceses daban muestras de la excitación ruda y fría de los ingleses, ni anhelaban, com o éstos, una lucha a muerte: cuando fué ofi cial la ruptura entre Francia e Inglaterra, en 1743, la Compañía de las Indias francesas propuso a la Compañía inglesa que ambas permanecieran al margen de los conflictos de sus gobiernos, le propuso continuar el comercio, y sólo se decidió a combatir cuando los ingleses se negaron a ello. Fleury era ya muy anciano; tnvo que dejar a Belle-Isle la tarea de arrebatar la corona imperial a los Habsburgo. Una vez derrotados éstos por Federico II, Belle-Isle logró que el rey de España y el elector de Baviera firmaran un tratado de alianza (mayo de 1741), alió Francia a Prusia (junio), obtuvo la adhesión del elector de Sa jorna. El elector de Baviera debía obtener la corona imperial y Bohemia; el segnndo hijo del rey de España, Don Felipe, algunos territorios en Italia; Fe derico, Silesia; Francia, el debilitamiento de la Casa de Austria. Los ejércitos
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franceses conquistaron Bohemia; el elector de B aviera fue nombrado rey de la misma, y más tarde fue elegido emperador con el nombre de Carlos V II (noviembre de 1741-enero de 1742), Pero Belle-Isle había cometido un error: no haber intentado dar el golpe de gracia en Viena. La guerra se prolongó. Los ingleses pudieron intervenir para hacer un movimiento diversivo. En febrero de 1742, Jorge II pasó al con tinente y tomó el mando de un ejército de mercenarios. Los ingleses formaron con austríacos y sajones la liga de Worms cuyo fin era arrebatar a Francia Alsacia y Lorena, y le proporcionaron a María Teresa el dinero que ésta preci saba. Mediante la promesa de conceder una parte del Milanesado al rey de Cerdeña, mediante la cesión de Silesia a Federico II, quien abandonó a sus aliados a pesar de sus formales compromisos (tratado de Breslau, julio de 1742), María Teresa desbarató la coalición y form ó otra contra Francia, cuyas fron teras quedaron amenazadas (1743). Finalmente, en 1745, al morir Carlos V II, su hijo renunció al Im perio en beneficio del esposo de María Teresa, que fué elegido emperador con el nombre de Francisco I. El asunto se convirtió en un nuevo duelo entre la Casa de Austria y la Casa de Francia, con la cual Federico, inquieto, volvió a aliarse en 1744, alianza que volvió a abandonar (1745) cuan do María Teresa, por la paz de Dresde, le confirmó la cesión de Silesia. Las fuerzas francesas se vieron apartadas de la guerra colonial en la que no brilla ban los ingleses. En 1745, ocupaban Louisbourg, en el Canadá; pero en 1746 perdían Madrás, en la India. Indudablemente, habría sido posible obtener un éxito decisivo bí todas las fuerzas francesas se hubieran concentrado en el frente marítimo. En el continente, Francia resistió bien a la coalición. En 1748 había logrado preservar su frontera más frágil, la del norte, desprovista de obstáculos naturales y abierta por el boquete Meuse-Sambre-Oise; había con quistado los Países Bajos austríacos (victoria de Fontenoy, 1745), Saboya y el condado de Niza. A sus adversarios, exhaustos, podía imponerles una paz ven tajosa, Y sin embargo, por el tratado de Aix-la-Chapelle (octubre de 1748), Luis X V lo abandonó todo: Países Bajos, Saboya, Niza, En las colonias, france ses e ingleses se devolvieron sus respectivas conquistas. Luis X V lograba ase gurar la Silesia a Federico II ; conceder al rey de Cerdeña un pedazo del Mi lanesado hasta el Ticino; conceder Parma y Plasencia a Don Felipe. Europa entera quedó asombrada ante esa moderación que consideró iró nicamente como una incomprensible debilidad de espíritu. Los franceses se in dignaron contra el Rey, Pero no todo era malo para Francia en esa paz que reducía la Casa de Austria, estrechaba los lazos con España, agrandaba poten cias secundarias. Además, estaba de acuerdo con una de las políticas francesas: la qne, en lugar de buscar engrandecimientos personales, prefiere el equili brio y la agrupación de pequeñas potencias alrededor de Francia contra las
Mapa I . —-L os tratados de 1713-1714
Sucesión de España: I, A lo s B orbones de España; 2. A lo s H absburgos de Austria; 3. R ein o d e F rancia; 4. Posesiones austríacas con anterioridad a los tratados; 5, Estados-tampones; ó. Bases navales y cabezas de puente inglesas; 7. Barre ra holandesa; 8. Barrera prusiana.
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grandes. Mas pecaba por un punto esencial. Luis X V , sinceramente pacífico, lleno de caridad cristiana y de humanidad, cansado además de la guerra, cerró los ojos acerca de los sentimientos de los ingleses y de los austríacos. N o quiso ver que nada se había arreglado en el mar y en las colonias, nada entre Aus tria y Prusia, que la paz era tan sólo una tregua, que otra guerra iba a suce dería y que, por ser ésta inevitable, habría sido de grandísima importancia para Francia poner el pie en la cresta de los Alpes de Saboya y en el litoral del mar del Norte hasta Amberes. La nueva guerra, llamada guerra de Siete Años (1756-1763) fué una conse cuencia de los conflictos entre los colonos franceses y los colonos ingleses de América por la posesión del valle del Ohio, Los ingleses se habían preparado cuidadosamente. En junio de 1755, sin mediar una declaración de guerra, co menzaron las hostilidades con un acto de piratería: tres transportes de tropas que se dirigían al Canadá, y más de 300 barcos mercantes con 8.000 marinos fueron capturados en los puertos ingleges o bien raptados en alta mar por los cruceros británicos. De este m odo, los franceses se hallaron, desde el principio, privados de tripulaciones bien adiestradas. Para proteger a Hannóver, posesión personal del rey de Inglaterra y ca beza de puente del comercio británico en el norte, así com o para distraer las fuerzas francesas hacia el continente, los ingleses necesitaban un aliado y un ejército. Ya no podían contar con Austria, que, para poder hacer su guerra de desquite contra Pmsia, ya había ofrecido (agosto de 1755) los Países Bajos a Francia, ofrecimiento que Luis X V rechazó por no abandonar a Federico II. Pero hallaron a este último, intranquilo, temeroso de una alianza anglo-rusa, ávido de subsidios ingleses, por todo lo cual traicionó la alianza con Francia y concluyó con Inglaterra el acuerdo de Westminster (enero de 1756). Los fran ceses, escandalizados, firmaron con Austria el tratado de Verealles (1 de mayo de 1756). A l mismo tiempo, Austria se aproximaba a los príncipes alemanes, a Sajorna y a Rusia. Federico II, presintiendo que se acercaba un ataque gene ral, quiso dejar fuera de combate a sus adversarios antes de que hubieran ulti mado los preparativos, y se abalanzó sobre Sajorna (agosto de 1756). Logró vencer; ma3 la resistencia de los sajones dió tiempo a que los austríacos con centraran sus fuerzas y, como la bija del elector de Sajorna había casado con el heredero del trono francés, Luis X V , indignado, concluyó con Austria el segundo tratado de Versalles (mayo de 1757), por el que se comprometía a aportar 140.000 hombres y una ayuda de 30 millones para la guerra de Ale mania. Así se realizó esta inversión de las alianzas y esta participación de Francia en guerras continentales que la distraían de sus verdaderos intereses: de la guerra en las colonias, que era la verdadera guerra. El gobierno francés creyó que las operaciones en tierra serían de corta
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duración, y que luego podría dirigir sus fuerzas contra los ingleses ya solos. El hecho es que, en 1757, los franceses ocuparon Hannóver, asediaron y obli garon a capitular en septiembre, en Closterseven, al ejército anglo-hannoveriano que se comprometió a no intervenir hasta el final de la guerra. Un ejér cito franco-alemán se dirigía contra Federico II, amenazado por el sur por los austríacos, por el este por los ruaos, por el norte por los suecos. Mas Fe derico pudo maniobrar entre sus adversarios, aplastar a los franco-alemanes en Rossbach (5 de noviembre de 1757) y a los austríacos en Leuthen (5 de di ciem bre). El ejército anglo-bannoveriano, traicionando los compromisos con traídos, volvió a entrar en campaña contra los franceses. A partir de entonces, la guerra se fué prolongando. Los ejércitos franceses, mal mandados por ge nerales teóricos pero de poca visión sobre el terreno y divididos por los ce los, fueron contenidos, a pesar de algunos éxitos parciales, entre el Rin y el Wesser, por los anglo-hannoverianos, y nunca consiguieron alcanzar a Federico por el oeste. Éste, tranquilizado ya, pudo plantar cara a loe rusos y a los aus tríacos. Sufrió terribles pérdidas y, en 1759, los batidores enemigos llegaron basta B erlín; pero dió muestras de una maravillosa tenacidad, y rusos y aus tríacos, atemorizados, poco capaces de unificar sus esfuerzos, no se decidieron a dar el golpe definitivo. En 1762, la muerte de la zarina Isabel y el adveni miento de Pedro III, partidario del rey de Prusia, dejaron solos a los austríacos. Esta guerra im pidió a los franceses que se ocuparan de sus flotas y de sus colonias. Enviaron 17 hombres de refuerzo a las Indias y 328 al Canadá, mien tras que los ingleses, empujados por William Pitt, reforzaban sin cesar sus flotas y enviaban a América hasta 60.000 soldados. La ocupación de Quebec (1759) y de Montreal (1760) les proporcionó el Canadá; la de Pondichery (1761), la India. La entrada en guerra, junto a los franceses, de España (1761), fné demasiado tardía y sólo sirvió para que los ingleses pudieran ocupar la Florida. Los franceses no tuvieron más remedio que firmar con Inglaterra, el 10 de febrero de 1763, el tratado de París, Por él, abandonaban a los ingleses el Canadá, el valle del Ohio, la ribera izquierda del Mississipí, varias Anti llas. Renunciaban a cualquier pretensión política sobre la India, en la que únicamente quedaban en su poder cinco ciudades desmanteladas y sin guar nición. Abandonaban sus factorías del Senegal, excepto la isla de Gorea. Además, Luis X V les cedió a los españoles la orilla derecha del Mississipí o Lnisiana, para indemnizarles por la pérdida de la Florida. Sin embargo, Francia conservaba, con desesperación de muchos ingleses, sus pesquerías de Terranova, escuela de resistencia y de entrenamiento para sus marinos. los islotes de San Pedro y Miquelón, así como las “ islas del azúcar” , Martinica, Guadalupe, Santa Lucía, Santo Domingo, gracias al rey Jorge III, que tenía prisa por comenzar su política personal y por librarse del autoritario Pitt,
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que, ése sí, habría querido esperar a que los franceses quedaran aplastados para firmar la paz. Los ingleses quedan descontentos y creen que será preciso un nuevo esfuerzo; mas, a pesar de todo, es casi ilimitado el número de posi bilidades de desarrollo que han conquistado, y la hegemonía marítima, comer cial y colonial. María Teresa, aislada, firmó con Federico II la paz de Hühertsburg (1S de febrero de 1763). Él conservaba Silesia junto con un enorme prestigio en Ale mania y en Europa; mas no por ello dejaba de ser el je fe de un pequeño Estado arruinado. Austria quedaba debilitada y reducida por este nuevo fracaso. El verdadero dominador de la Europa oriental y central es Rusia, con sus cre cientes recursos, y que acababa de hallar su hombre: la zarina Catalina II. El tratado de París fué causa de que en Europa se pro La ascensión dujera una rotura del equilibrio. Franceses e ingleses se de rusos y prusianos apartan de la Europa continental. Los ingleses están ocu (1763-1789) pados con loa problemas de organizar su imperio. Tro piezan con grandes dificultades, en especial en sus colonias de América. Los franceses se dan cuenta de s u error, y consagran todas sub energías a la lucha contra Inglaterra, y el ministro Choiseul prepara el desquite. Éste le era posi ble al país más poblado de Europa, lleno de riquezas y que no había sido al canzado seriamente por las guerras, pues todas ellas habían sido realizadas fueTa del territorio nacional. Choiseul reorganiza la flota y el ejército y compra a los genoveses Córcega, que era ambicionada por los ingleses porque les per mitía dominar el litoral francés del Mediterráneo (1768), En estas condiciones, en la Europa oriental, el campo quedaba libre para Rusia, que había abandonado por completo las empresas asiáticas de Pedro el Grande. Podía ya iniciar de nuevo su marcha hacia Occidente. A l morir el rey de Polonia, Augusto III (1763), Catalina se entendió con Federico II para impedir cualquier reforma en Polonia, para lograr que fuera elegido rey, bajo la amenaza de las tropas rusas, su amante Estanislao Poniatowaki (septiembre de 1764), y luego para imponer a los polacos un protectorado ruso, bajo el pretexto de garantizar las libertades de la república polaca (1767). Los patrio tas polacos se rebelaron, y Choiseul, con la esperanza de salvarlos, convenció a los turcos para que declararan la guerra a Rusia. Pero la decadencia turca progresaba a pasos agigantados. Los turcos perdieron Azov, Crimea, las pro vincias rumanas, y su flota quedó destruida en Tcbesmé (1770). Mas entonces, Federico II temió que los rusos y los austríacos aumentaran sus fuerzas en los Balcanes o bien que se declararan la guerra, a la cual se vería arrastrado él. Por eso les propuso, a Catalina II y a María Teresa, un reparto de Polonia, el primero, que quedó decidido en San Petersburgo, el 25 de julio de 1772. “ En nombre de la Santísima Trinidad... por temor a la total descomposición del
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Estado polaco...” , María Teresa, que “ sin cesar lloraba y conquistaba", se apo deró de la Galitzia, con 2.600.000 habitantes; Federico de la Pnisia polaca, ex cepto Dantzig, con sólo 700.000 habitantes, pero con ello “ volvía a coser” Prusia y el Brandeburgo; Catalina se quedaba con una parte de Lituania, con 1.600.000 habitantes. La Dieta polaca, bloqueada por las tropas aliadas, se vio obligada a aceptar el tratado y se comprometió a no modificar la Constitución. Para conservar sus conquistas, los treB cómplices formaron una triple alianza que combatió a Francia durante la Revolución y el Imperio, que form ó el núcleo de la Santa Alianza después de 1815, y que duró hasta fines del siglo XIX. Por mediación de Austria, los rusos firmaron con los turcos el tratado de Kainarchí (1774). Rusia sólo conservaba A zov; pero Crimea era declarada in dependiente y, sobre todo, los rusos adquirieron el derecho de representar ante el sultán a la Iglesia griega o a las poblaciones ortodoxas de las provincias rumanas. D e este m odo, se presentaban com o protectores de los pueblos cristia nos ortodoxos de los Balcanes y adquirían la posibilidad de intervenir perma nentemente en los asuntos balcánicos, lo cual debía favorecer sus empresas en dirección a Constantinopla y a los Estrechos. Los actos de las tres potencias en Polonia modificaban el sistema de equi librio y lo convertían en un sistema copartícipe. N o destruían el sistema de equilibrio: las grandes potencias debían ser tan iguales como fuera posible; pero admitían el derecho de repartirse las pequeñas potencias y los Estados débiles según sus conveniencias. El menosprecio hacia los derechos de los Es tados pasaba a ser un sistema, sistema que habría de conducir a la división de Europa entre algunas grandes potencias, vecinas, de intereses directamente opuestos, cuyos conflictos habrían de ser más numerosos y más graves que nun ca. Esto significaba una guerra perpetua y la destrucción de Europa en pers pectiva. Entre tanto, Suecia, Turquía, Venecia, todos los países débiles de Europa, estaban asustados y temblaban en espera del escalpelo, Pero Francia trabajó para conservar el antiguo sistema del equilibrio. Contando con el apoyo del rey Luis X V I, Vergennes, ministro de 1774 a 1787, se esforzó por impedir el engrandecimiento de las potencias, por contenerlas reconciliándolas o, si no había más remedio, oponiéndolas unas contra otras, por salvaguardar las pe queñas potencias agrupándolas en to m o a Francia. Esto era desarrollar la úl tima política de Luis X IV , política que también habría de ser la de Talleyrand y la de Luis Felipe. A l no ceder a las tentadoras ofertas de Austria en los Paí ses Bajos o en Egipto, Vergennes consiguió, valiéndose del nuevo rival de Austria, Federico II, impedir que en dos ocasiones José II conquistara B aviera (1779 y 1784); puso fin muy pronto a un intento auBtro-ruso de desmembrar el imperio otomano (1781-1783) y limitó las adquisiciones rusas a Crimea, sin
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que el austríaco obtuviera nada. Con ello consiguió la paz continental que había de permitirle luchar en los mares contra los ingleses (1778-1783), con tribuyó a la liberación de las colonias inglesas de América y, por medio de la paz de Versalles (3 de septiembre de 1783), obtuvo un desquite parcial del tratado de París, al despojar a Inglaterra de sus principales colonias. Los in gleses habían de reconocer la independencia de los Estados Unidos de Amé rica, entregarles el interior del país basta el Mississipí, devolver a España Me norca y la Florida, a Francia Senegal, Tabago y la libertad para fortificar la plaza de Dunquerque. Francia había restablecido su reputación, su prestigio y, asimismo, la se guridad de Europa. Pero estos éxitos fueron efímeros. En 1787, la crisis finan ciera y la rebelión de la aristocracia paralizan a Francia, que se ve obligada, sin abrir boca, a permitir que el nuevo rey de Prusia, Federico Guillermo I, restablezca en Holanda el poder del estatúder y constituya una triple alianza prusiana, holandesa e inglesa (1787). Catalina y José II juzgaron que había lle gado el momento de atacar a los turcos (1788). Pero los ingleses y los prusia nos lanzaron contra Rusia al rey de Suecia, Gustavo III. Federico Guillermo I incita a los polacos a que reformen su Constitución y a rechazar el protecto rado ruso; incita a húngaros y belgas a sublevarse contra José II. El debili tamiento de Francia permitía que se desencadenaran las ambiciones. En 1789, Europa estaba en plena crisis. La unión de los Estados parecía estar más lejos que nunca.
CAPITULO IV
LA DIVERSIDAD DE EUROPA: EL DESPERTAR DE LOS ESPÍRITUS NACIONALES unidad intelectual de Europa era sólo el deseo de algunos grupos de hombres, escritores, sabios, cortesanos. En cambio, el espíritu nacionalista había nacido mucho tiempo atrás en todos los pueblos. Pero se había des arrollado de una manera muy desigual: sin asomo de duda, únicamente fran ceses e ingleses formaban, en el verdadero sentido de la palabra, naciones, es decir, grupos de individuos vinculados a un suelo que han moldeado y que les ha modificado, que tienen conciencia de una solidaridad, de intereses co munes, y en especial de costumbres, de hábitos, de maneras de ser y de pen sar, de ideales, más parecidos entre ellos mismos, a pesar de las diferencias que siempre subsisten, que a los propios de los grupos de hombres vecinos. Pero también otros pueblos habían llegado, de una manera más o menos clara, más o menos fuerte, y a veces aún muy confusa y débil, a la conciencia nacio nal. Existía un patriotismo español, originado por la larga lucha contra los musulmanes; un patriotismo italiano, procedente de las innumerables invasio nes que había sufrido el país, reforzado por el recuerdo de Rom a; un patrio tismo polaco, sostenido contra rusos y contra alemanes; un patriotismo ruso, cuya causa era el cristianismo ortodoxo en virtud del cual los rusos creían que todos los demás pueblos eran herejes y bárbaros, mientras que Rusia era el país santo, verdadero, justo, amado por Dios por encima de los demás; e in cluso existía un patriotismo alemán. La conciencia de diferencias colectivas, verdaderas o falsas, se iba haciendo cada vez más clara: “ Se dice que los fran ceses son civilizados, hábiles, generosos, pero irascibles e inconstantes; los alemanes, sinceros, trabajadores, pero pesados y dados con exceso al vino; los italianos, agradables, finos, dulces en su hablar, pero celosos y traicioneros; los españoles, reservados, prudentes, mas jactanciosos y demasiado formalistas; los ingleses, valientes hasta la temeridad, pero orgullosos, despreciativos y arro gantes hasta la ferocidad.” A lo largo del siglo, el espíritu nacional se desarrolló mucho a causa de la política de los soberanos, que sometían a las diferentes provincias que in tegraban sus Estados a costumbres cada vez más parecidas, y, en lucha política y económica unos contra otros, inculcaban a sus respectivos pueblos el sentía
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miento de solidaridad y de odio hacia el vecino, que era siempre el causante del mal: competencia o guerra. También se desarrolló por obra del progreso intelectual, y bajo este pun, to de vista adoptó el aspecto de una reacción contra la influencia francesa, unificadora de Europa. Todos los hombres cultos de todos los países habían se guido la lección de Francia, a la que la mentalidad clásica le proporcionaba un enorme adelanto y una inmensa superioridad. Francia había pasado a ser el profesor de lógica, de retórica y de dialéctica de Europa. Precisamente de ella, los europeos habían aprendido a pensar, a concebir ideas, a ordenarlas, des arrollarlas, enlazarlas, y sacar conclusiones válidas. Todos siguieron esta cura de clasicismo sin la cual para los más fecundos genios sólo puede haber inten ciones, ensayos, promesas, brotes sin floración. Mas, después del largo período de imitación por el cual han de pasar todos los alumnos, después de 1760, cuan do los escritores europeos se consideraron ya dueños de su pensamiento y de su expresión, esta dominación francesa, que al principio había sido aceptada con admiración y reconocimiento, les pesó. Tuvieron conciencia de sus propias fuerzas, de su especial mentalidad, el amor propio nacional sufría bajo el pre dominio francés. El orgullo herido fue su fuente de inspiración. Para liberarse, se dedicaron a una crítica, dura, agria, a menudo injusta, de las ideas fran cesas. Y esta crítica fué más violenta porque fué llevada a cabo en cada país, en especial por obra de individuos procedentes de esta burguesía que iba cre ciendo, individuos que estaban menos conquistados que los señores por las cos tumbres mundanas importadas de Francia, por esta vida de salones que todas las aristocracias habían hecho lo posible por imitar y que se había convertido en una costumbre común de toda Europa. Procedente de un sentimiento, des arrollada en el momento en qne surgía una reacción sensible contra la aridez de los enciclopedistas y un entusiasmo por Rousseau, el ataque de esos críticos tomó la forma de una ofensiva contra el racionalismo, el clasicismo y el cosmo politismo francés. Cada persona hablaba en nombre de los sentimientos particu lares de su nación, con lo cual la naciente unidad europea empezó a tambalearse. El ataque cogió a los franceses en una fase de menor resistencia. El espí ritu clásico estaba ya en decadencia. En el siglo xvn, era voluntad de perfec ción, lucha por llegar a una concepción clara e inteligible, ya sea de unas ideas embrolladas ya sea de nn mundo confuso y tumultuoso de sentimientos ardien tes, esfuerzo por expresarlo de la manera más acertada y más armoniosa, lo cual no em pobreció los tesoros de la vida interior, sino que los sacó a plena luz, dominados ya y utilizables. Mas en la segunda mital del siglo xvni, esta mentalidad se hace cada vez más formalista, conjunto de reglas rígidas que aherrojan y de escrúpulos que paralizan. Incluso la lengua se empobrece, pasa a ser exigua, tímida, reducida a términos demasiado generales y a menudo a
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frasea hechas, especie de álgebra que condena al poeta a valerse de perífrasis, convenciones afiligranadas en vez del esfuerzo poderoso para llegar a fluir im petuoso de la vida. En el fondo, esta decadencia del clasicismo es todo lo opues to del espíritu clásico. Fue atacada con violencia y a menudo con razón, pero se la confundía con el clasicismo, del cual es sólo una caricatura. Fué abando nada incluso por muchos franceses. En Francia, el romanticismo data de Rousseau. Por otra parte, el espíritu cosmopolita, la convicción de que todos loa hombres son iguales, la creencia en la unidad de la especie humana, que, bien entendida, contendría implícita el patriotismo en lugar de excluirlo como lo han señalado los positivistas, todas estas cosas debilitaron en los franceses más cultos el sentimiento nacional. Pero en ningún ser lo destruyeron por comple to, y el patriotismo despertó en muchos, en loe momentos de crisis. Durante la guerra de los Siete Años, los armadores, los comerciantes de los puertos, pusieron los últimos barcos que les quedaban a disposición del rey para lu char contra los ingleses. Los franceses sintieron profundamente los fracasos exteriores. En 1765, cuando el autor De B elloy hizo representar el Sitio de Calcas, el público lloraba, gritaba, aplaudía este episodio heroico de las an tiguas luchas contra Inglaterra. Pero precisamente en plena guerra de Siete Años los Filósofos acababan, demasiado de prisa, sin tener suficiente informa ción (porque para vivir les era preciso sustituir la antigua fe por otra nueva basada primordialmente en un sentimiento, un deseo, aunque pretendían que sólo procedía de la razón), el edificio de sus concepciones cosmopolitas y pacifis tas. Los franceses, debilitados, no supieron defender acertadamente sus posicio nes, no supieron defenderse contra la invasión de las literaturas extranjeras, en especial la inglesa y la alemana. Con la ayuda de Diderot, Grimm publicó, a par tir de 1750, en el Mercure de Frunce cartas acerca de la literatura alemana. Herder publicó, en 1766, una selección de poesías alemanas, en 1768 una tra ducción de los Idilios del suizo Gessner, entre 1781 y 1784 la Historia del A rte en la Antigüedad de Winckelmann. El carácter idílico y patriarcal de la poe sía alemana arrebataba laB "almas sensibles” . Los Idilios inspiraron a Delille, al fabulista Florian, a Bernardin de Saint-Pierre su Pablo y Virginia* El W erther de Goethe, traducido en 1777, provocó un profundo resquebrajamiento de las sensibilidades. Delphine de Mme. de Stael, Adolphe de B. Constant, Rene de Chateaubriand, Jocelyn de Lamartine, derivan de éL Pero aún fué más in tensa la influencia inglesa. Aunque siempre ha habido franceses anglófobos por patriotismo, Francia abdicó en manos de Inglaterra y fué una presa de la anglomanía. Incluso los príncipes de la casa real, el conde de Artois, el duque de Chartres, patrocinaron las modas inglesas. El té, el whist, las carreras de caballos, jockeys, redingotes, invaden Francia hacia 1770. Poco a poco, los sa-
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Iones van siendo sustituidos por clubs, en los que decrece la cortesanía para dar paso al tono de reunión pública: todos hablan en voz alta, apenas escuchan, permiten que el humor aparezca en la voz y en la mirada. La lengua se re inundada de vocablos ingleses: “ budget” , “ convention” , “ jury” , “ humour” , “ pamphlet” , “ romantisme” , “ spleen” . Los jardines románticos a la inglesa triunfan en Ermenonville, en Bagatelle (1777), en el Parque Monceau, en el Pequeño Trianón (1778). Los franceses dan popularidad a los libros ingleses, al traducirlos. Los extranjeros acogen favorablemente la producción inglesa por que les ayuda a sacudir el yugo intelectual de Francia. En efecto, loa ingleses fueron los primeros, por orgullo, por envidia, por ganas de luchar en cualquier terreno, en perseguir a los franceses con im odio despreciativo, los primeros en rechazar las modas francesas y el gnsto francés. “ Nuestro comercio y nuestras manufacturas están en juego” , alegan. Les re prochan a los franceses su cortesanía, que suprime cualquier individualidad y perjudica a la sinceridad. Les desagrada la cocina francesa porque no es bas tante sustanciosa. Le echan en cara a la lengua francesa el ser un idioma de cortesanos, mientras que el inglés es más enérgico, más masculino, una lengua de hombres libres. Menosprecian la poesía francesa y el teatro francés vícti mas de reglas tiránicas y facticias. En especial crean una literatura romántica. Tiene lugar un regreso a la tradición y a las antigüedades nacionales, a nna lengua más concreta, más anglosajona, más próxima al habla popular; al liris mo individual, a los ritmos poéticos emparentados con los de las antiguas can ciones y baladas populares. Introducen nuevos elementos: culto apasionado por la naturaleza, por los paisajes nocturnos, atormentados, montañeses, el gnsto hacia el sentimiento y la imaginación, la inquietud cósmica y religiosa que llega hasta el panteísmo. Las Noches de Young, fallecido en 1765, las Elegías de Thomae Gray (m. en 1771), preludian este movimiento que florecerá en las obras de Cowper, el primer cantor de los lagos del Cumherland, en las poesías escocesas de Burns (1759-1796), en la superchería del escocés Macpherson, que pretendía haber descubierto los cantos del viejo bardo gaélico Osián, de sentimientos sencillos y violentos, que obtuvieron una enorme difusión, Inglaterra tuvo su propia arquitectura de jardines, con aguas en cascada, senderos serpeantes, ruinas artificiales, totalmente opuestos a los jardines a la francesa; su propio mobiliario de caoba. Poseyó su propia escuela de pintura, que aparece hacia 1750 {la Academia Real fue fundada en 1768), escuela que refleja claramente el espíritu práctico de los comerciantes ingleses. Los pinto res triunfan sea al pintar sátiras de la sociedad, o ciclos morales, utilitarios, como Hogarth (1697*1764) (1), sea al hacer retratos de la sociedad aristocrática,(I) (I) Casamiento según la moda (1741), La vida de un libertino, La caüe de la cerveza, La callejuela de la ginebra.
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com o Reynolds (1723-1792), Gainsborough (1727-1788), Romney (1734-1802), Lawrence (1769-1830), que se estrena en 1790 con el retrato de Miss Forren. El grabado inglés, distinto en su técnica del de París, difunde la influencia de esas artes por Austria, por Suecia, por Rusia. En Alemania subsistía un sentimiento nacional confuso, mantenido por los recuerdos vagos pero gloriosos de las invasiones germánicas y del Sacro Im perio. Y se estabiliza por la envidia, la desconfianza, el odio hacia I ob france ses. María Teresa, Federico II, invocan sucesivamente contra los franceses “ la querida patria alemana” . Rossbach despertó el espíritu nacional y brindó por doquier partidarios a Federico II. Un interés momentáneo impulsaba a me nudo a los príncipes alemanes a aliarse con Francia; pero siempre con secreto resentimiento, con el oculto deseo de rechazar a los franceses más allá del Rin, con la esperanza voraz de una derrota francesa, del desmembramiento de Francia. Ahora bien, en el último tercio del siglo, los sentimientos de hostili dad hacia Francia se ven reforzados por el desarrollo de una literatura que, contra Francia, crea un fondo de ideas comunes y contribuye a formar la na ción alemana. Herder y sus amigos declaran que la lengua francesa es inmoral, que es uua lengua de salón, flexible, insinuadora, adecuada para disimular en nombre de la urbanidad y de las conveniencias; lengua de la traición amoro sa y de las rupturas. Por el contrario, el alemán sólo se presta para expresar la verdad. El francés retrocede. Al morir Federico II (1786), la Academia de Berlín introduce el uso del alemán en las actas de sus sesiones en pie de igual dad con el francés. Goethe corrige su Diario de viaje a Italia sustituyendo todos los vocablos de origen extranjero por sus equivalentes alemanes. Los escrito res enriquecen el lenguaje introduciendo palabras y giros populares. Los ale manes, Leasing, en la Dramaturgia de Hamburgo (1769), y Herder, atacan la literatura francesa, abstracta y de una sencillez ficticia, en especial el teatro, encadenado por reglas antinaturales y en el que se habla en un lenguaje arti ficial, y no en el lenguaje de la humanidad. Leasing contrapone a Racine, cuya verdad no ha comprendido y cuya vida no ha sentido, Shakespeare y Só focles. Herder proclama que ha quedado definitivamente cerrado el período de la literatura francesa, declara que el futuro le pertenece a la alemana que vuelve a descubrir la multiplicidad de la vida. Los alemanes atacan el arte francés. Winckelmann y Mengs identifican abusivamente, por las necesidades de su causa, el arte francés con el rococó; protestan contra el abuso de los adornos insignificantes en arquitectura; critican el jardín francés por su regu laridad, que tachan de monótona, porque violenta la naturaleza al someterla a una idea; desprecian la pintura francesa a la que achacan falta de pensa miento y de sentimiento; predican la vuelta a lo antiguo. Pero culpaban al arte francés de los excesos del rococó italiano o alemán a fin de desacreditarlo
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a toda costa. Otros alemanes elogian el arte gótico, creyendo que es típicamente alemán. Ante la catedral de Estrasburgo, Goethe exclama ingenuamente: “ He aquí un arte alemán tal como no puede verse en Francia.” Pero antes debie ra haber paseado por la región parisina, cuna de este arte ojival, impropiamen te denominado gótico. Los alemanes combaten el pensamiento francés. Con sideran a los franceses demasiado superficiales y a los ingleses excesivamente sensuales y amigos de sos comodidades, para ser filósofos. Opinan que tan sólo los alemanes tienen junto con la razón, el equilibrio, el gusto hacia la inves tigación y el esfuerzo, la capacidad de profundizar el pensamiento. Según ellos, muchas veces los enciclopedistas dicen tonterías. El hombre está vinculado a su patria por todos sus intereses; será feliz al mismo tiempo que ella, desgra ciado cuando sobre ella se abate la desgracia; pero está mucho más adherida a ella por bus antepasados, por su educación, sus bienes, sus posesiones, todo sn ser: se lo debe todo. Los alemanes están obligados a rechazar la imitación de los franceses y a ser elloB mismos. Los españoles, con el Padre Feijóo, se enorgullecen de poseer nn idioma más sonoro, más musical, más flexible que el francés. Incluso los jesuítas es pañoles expulsados defendían acaloradamente el honor nacional. En 1783, el Padre Francisco de Masdeu publicaba una historia crítica de España en la que enumeraba los títulos de gloria de su país y trataba de demostrar que sus méritos los debía a su propio fondo y no al extranjero. La masa de los espa ñoles sentía menosprecio bacía los extranjeros, fidelidad inviolable al rey, a la antigua fe, a la patria. Los italianos poseían un idioma, historiadores y poetas nacionales; el sen timiento del origen común, de un mismo carácter, de idénticas leyes. Anhela ban una confederación italiana. Comenzaban a protestar por el apelativo de extranjero dado en Milán a un italiano no milanés: un italiano en Italia está siempre en su casa. Le echan en cara al idioma francés la pobreza de su vo cabulario, la ausencia de armonía y sonoridad, la falta de un impulso poéti co. Vico sueña con una Italia regenerada. Muratori y Denina se esfuerzan en desarrollar mediante la historia la conciencia nacional. Alfieri, en sus poemas y tragedias, animados por el antiguo patriotismo romano, convoca a Italia a renacer en los campos de batalla. “ Italia aguarda y espera” , escribe Catalina II, en 1780, El despertar es un hecho. En cuanto a los nobles rusos, más bien juegan a recitar frases en francés que a hablar en verdad la lengua francesa. Las ideas francesas, materia para agudezas mentales, resbalan sobre ellos. Siguen siendo muy rusos y muy des pectivos con los extranjeros. Por consiguiente, en 1789, aunque la lengua y el pensamiento francés to davía conservan su supremacía, ésta ha pasado ya el apogeo y se baila en el
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camino de la decadencia. Ahora bien, este pensamiento y esta lengua eran los que le proporcionaban a Europa su única unidad. Por ello, la diversidad gana decididamente. Las posibilidades de una unión europea disminuyen. Con ellas se debilitan, antes incluso de que los Estados de Europa hayan alcanzado el cénit de su expansión por el mundo, la esperanza de una dominación durade ra de Europa en todo el mundo, y quizá incluso la esperanza de una completa europeización del mundo.
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de la civilización
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OS europeos, provistos de la m ejor filosofía natural y j de los más poderosos medios de acción ( 1 ), descubriee“ r°Pea ron nuevos mundos, avanzaron en los ya conocidos, realizaron conquistas, entraron en contacto con nuevos pueblos o conocieron m ejor a los antiguos, Pero la civilización europea se difundió sobre todo en aquellas regiones del mundo en las que vivieron permanente y definitivamente comunidades europeas. Un contingente de indígenas, elevado en sí pero muy escaso en relación con la totalidad de las masas, fué ganado por el espíritu europeo. En efecto, ante todo, solía mediar un grandísimo abismo entre las civi lizaciones de los pueblos de ultramar y la de los europeos. Éstos tropezaban con individuos que vivían en la edad de piedra o en la época de los pas tores; todos estaban, más o menos, en la era teológica de la hnmanidad, es decir, que, si bien en grados distintos, todos trataban de hallar la explicación de los fenómenos naturales en la acción de voluntades semejantes a las del hombre aunque mucho más poderosas: espíritus, demonios, dioses. Hubiera sido necesario a estos hombres pasar rápidamente del animismo y del politeís mo al monoteísmo, de éste a la era metafísica que todo lo explica mediante grandes entidades como la naturaleza, y en ultimo lugar, a la fase positiva o científica, ya que las concepciones de los europeos del siglo X V in participaban de esas tres edades del hombre con predominio de la metafísica y de la positiva. Y esto fué imposible. Por otra parte, la inmensa mayoría de los europeos que pasaron a ultra mar, sólo partieron impulsados por el com ercio: ganar dinero mediante inter cambios era la suprema intención de los súbditos y de los gobiernos. E inclu so hubo un retroceso en relación con los siglos anteriores. Desde el siglo xvi, los españoles habían hecho verdaderos intentos de elevar a los indios en la escala de la humanidad; en el xvu, a los franceses, Richelieu y su discípulo Colbert, se les ocurrió la idea de asimilar a los indígenas y de fundar una nue-1 (1 )
Véase Libro I y Libro II.
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va Francia. En el siglo xvm , prevalece la mentalidad burguesa y todo queda borrado ante el ansia de beneficios. Escuchemos a los Filósofos, magníficos in térpretes de la clase burguesa. Montesquieu, Voltaire, los enciclopedistas, ene migos de la colonización propiamente dicha a causa de las guerras que ocasio na, así com o de la emigración, que consideran debilitante para el colonizador, son ardientes partidarios de las colonias de plantación, las colonias tropicales, capaces de proporcionarles a los conquistadores, mediante intercambios, los productos de que carecen, y, para ellas, sí admiten la esclavitud, la expulsión de las razas indígenas, las trabas a la libertad de los colonos por medio de la “ exclusiva” , que reserva el com ercio de las colonias a la metrópoli. Por ello, los Estados suelen preferir las Compañías comerciales privilegiadas, que ex plotan factorías costeras o islas fértiles, a la explotación directa por la corona y a la conquista de grandes territorios continentales. La mayoría de los euro peos que se desplazan a ultramar son marinos, soldados y comerciantes, sin gran cultura, muy enérgicos, de pasiones violentas, movidos por el rabioso afán de hacer fortuna, a quienes el lucro les lleva a hacer cualquier cosa. N o es de extrañar, pues, que causaran en los pueblos indígenas una impresión de horror, y que a través de ellos todos los europeos fueron juzgados mal. En especia] a los pueblos del Asia de los monzones, muy apegados al país de sus dioses y de bus antepasados, sólidamente encuadrados en grandes familias en las que rei naba una fuerte disciplina, imbuidos de un ideal de moderación y de vida in terior, estos europeos, que lo abandonan todo para satisfacer su avidez, Ies causaron la impresión de que eran unos salvajes. Los chinos pensaban de ellos: “ ...lo s Bárbaros se asemejan a fieras y no merecen ser tratados como seres ci vilizados. Aplicarles los grandes preceptos de la razón sólo traería confusión. Los reyes antiguos comprendieron muy bien esto, y en relación con los Bár baros sólo se valían de la violencia y el engaño. Y ésta es la verdadera manera de tratarlos...” . Los únicos europeos que se acercaron a aquellos pueblos con la intención de ofrecerles lo m ejor que poseían, una concepción del universo basada en el amor, la única capaz de proporcionar a los hombres la felicidad en este mun do y la vida eterna junto con la bienaventuranza en el otro, fueron los misio neros católicos. El Papa dirigía la actividad misionera mediante la Sagrada Congregación de Propaganda, verdadero ministerio de las Misiones católi cas, que destacaba a los países de misión vicarios apostólicos. Las órdenes reli giosas, jesuítas sobre todo, dominicos, franciscanos, carmelitas, agustinos, So ciedad de las Misiones extranjeras de París, Sociedad de San Lázaro, enviaban misioneros. Pero su número era muy reducido: los jesuítas eran 3.500 en todo el m ondo; los demás, menos numerosos aún. La Sociedad de Misiones jamás llegó a tener más de 50 misioneros que trabajaran a la vez en Extremo Orlen
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te. Su actividad se vió debilitada por querellas de método, por la condenación de los procedimientos de los jesuítas (batalla de los Hitos), por rivalidades na cionales 7 , finalmente, por la gran guerra que los reyes hicieron a los jesuítas a partir de 1758 y por su supresión en 1773, que casi arruinó el apostolado mi sionero. En 1789 el número de misioneros había disminuido a 300. Desde lue go, la labor misionera quedaba comprometida por los actos de los mercaderes 7 de los gobiernos, que se consideraban cristianos, 7 por la desconfianza de los soberanos indígenas que los tomaban, equivocadamente, por espías, vanguar dia de una empresa de conquista. Por estos motivos, 7 por otros muchos más, puede decirse que más bien rozaron los continentes qne penetraron en ellos. Pero lo sorprendente no es que ha7 an convertido pocas almas, sino que a pe sar de todo lograran establecer cristiandades que ban perdurado.
CAPITULO PRIMERO
LOS DESCUBRIMIENTOS DE LOS EUROPEOS EN EL SIGLO X V III principios del siglo xvnr, eran todavía desconocidas muchísimas partes de la superficie terrestre; casi todo el Océano Pacífico, los mares polares, el interior de África, el norte y el nordeste del continente asiático, gran des regiones de América del Sur. Algunos pueblos y grupos indígenas tenían conocimiento de vastas extensiones y en alguna ocasión habían levantado ma pas; pero este conocimiento no era universal, es decir, no podía ser transmi tido a cualquier hombre de cualquier lugar y de cualquier época, por carecer de puntos de referencia y de procedimientos de cálculo comunes, sin ayuda astronómica y matemática: no era sino una rutina, un aprendizaje directo por medio de un viaje bajo la guía de un anciano. Únicamente los europeos esta ban plenamente capacitados, gracias a sus astrónomos y a sus instrumentos, para localizar exactamente los descubrimientos, para volver a bailarlos con seguridad merced a las coordenadas geográficas y al punto. Hasta 1763 los descubrimientos marítimos son poco numerosos. Los euro peos occidentales están absorbidos por el comercio. La exploración, poco ac tiva en conjunto, se realiza tanto en los continentes com o en el mar. Los prin cipales viajes son los de los rusos a los confines de Siberia. En el siglo xvn los cosacos habían llegado al Océano Pacífico; pero faltaba demostrar que verda- ’ deramente Asia no estuviera unida a América. El zar Pedro el Grande, im pulsado por el afán de asegurar su autoridad en esas regiones y de equipararse al Occidente mediante el prestigio de los descubrimientos, mandó iniciarlos en 1720. Por mar, el danés Bering descubrió el estrecho de su nombre (1720), reconoció a continuación la costa americana a partir del monte San Elias, des cubrió las islas Aleutianas y murió en una isla del mar de Bering, entre las Aleutianas y Kamtchatka, en 1741. Uno de sus lugartenientes, en 1733, exploró el mar de Okotsk, reconoció las islas Kuriles y llegó al Japón. Por tierra, a partir de 1733, algunos destacamentos descendieron el cutbo del Lena y, en trineos, exploran el litoral del Océano Glacial: Laptev, de 1736 a 1740; Prutchitchev, en 1735 y 1736. Finalmente, en 1742, Cheliuskin llegó al extremo norte de Asia, al cabo que lleva su nombre. Estos trabajos, de gran valor, de
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mostraban que los dos continentes estaban separados, al mismo tiempo que delimitaban un dominio continental que quedaba por explorar. Las relaciones de Bering permanecieron, sin ser utilizadas, en los Archivos imperiales, basta que a fines del siglo xvm , el geógrafo Coxe y el naturalista Fallas dieron a co nocer su importancia. En América del Norte, en busca de pieles y del “ mar del Oeste” , la fa milia francesa La Vérendrye, patrocinada por el gobernador del Canadá, Beauharaais, consagró su vida a trazar itinerarios hacia el noroeste, reconoció en veinte años la pradera canadiense y, el 1 de enero de 1743, Pedro y Francisco La Vérendrye descubrieron las Montañas Rocosas. En América del Sur, el P. Feuillée y Frézier, dos franceses, levantaron al gunos mapas útiles. El español Quiroga hizo lo mismo para las tierras inagallánicas. El Pacífico fué recorrido por La Barbinais le Gentil (1714-1718); por Roggeven, un mecklemborgués al servicio de los Países Bajos, quien, en 1722, vol vió a descubrir la isla de Pascua, las Paumotú y las Samoa; por el inglés Aneon (1739-1743), que capturó en aguas españolas un galeón y se apoderó de todas las cartas que llevaba, captara importantísima ya que los españoles, al igual que los portugueses, habían mantenido en el mayor secreto todos sus descubrimientos para reservarse el com ercio; la divulgación de esos precio sos documentos facilitó las exploraciones de la segunda mitad del siglo. Las exploraciones, interrumpidas durante las grandes guerras de media dos del siglo, se reanudaron después de 1763. Hearne y Mackenzie recorren e l Gran Norte canadiense y, en 1789, Mackenzie llega al delta del río que lle va su nombre. Pero fué el mar el principal escenario de laa grandes explora ciones organizadas por los gobiernos francés e inglés, con el fin de descubrir un enorme continente austral cuya existencia todos los sabios, desde Ptolomeo, creían necesaria com o contrapeso a la masa de tierras del norte. La curiosidad científica iba en aumento. El presidente Des Brosses, en su Historia de las na vegaciones a las tierras australes (1756), escribía: “ No es preciso preocuparse demasiado del provecho que pueda obtenerse de tales empresas: ya irá apa reciendo, y con creces, después...; pensemos tan sólo en la geografía, en la pura curiosidad de descubrir, de adquirir nuevas tierras en el universo, nnevos habitantes.” John Callender divulgó esas ideas por Inglaterra, añadien do a ellas la esperanza de una posible conversión de los indígenas. La afición y el respeto hacia la ciencia tuvieron su parte en las decisiones de los reyes: durante la guerra de América, Luis X V I ordenó a los capitanes franceses que si tropezaban con el capitán Cook, ocupado en aumentar la humanidad, le trataran como a amigo y hermano. Y com o que las ciencias estaban de moda y se preveía la adquisición de nuevos territorios, se planteaba también a los
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21.— Jura d e Fernando V il como príncipe do Asturias.
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DE
LOS
EUROPEOS
EN
EL
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gobiernos ana cuestión de prestigio; y, finalmente, como quiera que ese famoso continente austral debía ser muy rico, hubiera representado para los franceses una compensación por la pérdida de las Indias, y para los ingleses una venta ja comercial que era preciso conservar. Las expediciones se preparaban cada día más científicamente. En lugar de partir basándose sólo en algunos relatos, los comandantes zarparon con ins trucciones redactadas por sabios oficiales, quienes Ies indicaban los problemas que debían resolver y las búsquedas que debían llevar a cabo. Embarcaron un estado mayor científico: astrónomos, médicos, naturalistas, y gracias a la presencia de éstos, gracias a los nuevos instrumentos, las memorias adopta ron un rigor científico. A l regreso, en lugar de guardar secretos los resultados alcanzados, los divulgaron por todo el mundo. Los capitanes eligieron barcos pequeños (300 a 400 toneladas) para dis minuir los riesgos de embarrancamiento o de naufragio; pero los escogieron fuertes y los proveyeron de numerosas embarcaciones. La más severa higiene, el uso de antiescorbúticos, cerveza y col fermentada (choucroute), reducían la mortalidad. En tres años, en su segando viaje, e l capitán Cook sólo perdió un hombre por enfermedad. En el curso del viaje se tomaron numerosas precauciones. Cada expedición se componía, siempre que era posible, de doe barcos que navegaban al alcance de la voz. Se multiplicaron las observaciones astronómicas, las determinacio nes, los sondeos: al m enor indicio de tierra, se plegaban las velas para inmo vilizar el barco y la costa era reconocida por medio de embarcaciones meno res. Con los indígenas, se impuso la circunspección: la costumbre consistía en “ portarse amablemente con ellos, esperar el momento oportuno, ganarlos poco a poco por medio de pequeños obsequios, suprimir la violencia de dichas re laciones...” Gracias al conjunto de esas medidas, sólo la expedición de La Perouse aca b ó en catástrofe. En 1766, se hicieron a la mar, con poca diferencia entre sí, los ingle ses Wallis y Carteret por una parte y el francés Bougainville por otra. Wallis y Carteret quedaron separados por una tempestad, al poco de haber cruzado el estrecho de Magallanes. Wallis llegó a las islas Paumoto, descubrió en 1767 Tahití, que le encantó y de la cual zarpó con los ojos bañados en lágrimas, pasó a las islas Samoa, a las islas de los Amigos y descubrió las Marianas, Car teret vió el islote de Pitcairn, llegó a la isla de Santa Cruz, a las Salomón, descu brió Nueva Irlanda y se dió cuenta de que Nueva Bretaña estaba formada por dos islas. Los resultados de esos dos viajes aún fueron limitados, a causa de que la preparación todavía era insuficiente; pero se escribieron nuevos nom bres en las cartas. Bougainville partió con un astrónomo, un naturalista y ero-
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nómetroH. En 1768, señaló las Paumotú, descubrió también él Tahití, que le entusiasmó y a la que dió el nombre de Nueva Citeria, reconoció las Samoa, las Grandes Cicladas, que más tarde Cook había de bautizar con el nombre de Nuevas Hébridas, la Luisiada, Nueva Guinea, y regresó por Java y la isla de Francia. Éste fué el primer viaje en el que se utilizaron procedimientos rigu rosos para determinar las longitudes. En 1771, Bougainville publicó su Viaje alrededor d el mundo, que obtuvo un gran éxito y que inspiró a Diderot y a Herder. Mas estos navegantes, quizá hechizados por la idea de colonias cálidas, fuentes de comercio, después de haber rodeado América del Sur, se habían apresurado a remontar hacia el noroeste, más allá del Trópico de Capricornio, y luego habían singlado hacia el oeste. El hecho es que se habían mante nido demasiado al norte. Sus viajes, aunque muy útiles, dejaban sin resolver el gran problem a; ¿existía un continente austral? En especial, ¿las tierras descubiertas en el siglo xvu por Tasman (Nueva Zelanda) no formaban un continente con Nueva Holanda (la costa occidental de Australia)? ¿Estaba esta última unida o no a Nueva Guinea? El inglés Cook proporcionó la res puesta a todas esas cuestiones. El Almirantazgo británico debía enviar astrónomos a Tahití para que observaran en 1769 la conjunción de Venus y del Sol a fin de determinar la distancia a que éste se halla de la Tierra: era la parte que le había corres pondido a Inglaterra en un conjunto de observaciones internacionales. El A l mirantazgo eligió como jefe de la expedición a JameB Cook. La elección era acertada: Cook era un marino por los cuatro costados. Nació en 1729, siendo sus padres un mozo de labranza y una criada campesina; fué colocado de apren diz en una pequeña localidad costera; empujado por su pasión hacia el mar, se había enrolado com o grumete a bordo de un carbonero. En 1755, marinero en la marina real, se educó a sí mismo con increíble energía y alcanzó el grado de contramaestre. Se había destacado en 1759 por una exploración del estuario del San Lorenzo, qne permitió a la flota inglesa remontar el río y ocupar Qucbee. Además, durante cuatro años, tuvo la misión de reconocer las costas de Acadia (Nueva Escocia), de Terranova y del Labrador: resultado de ello fué el levantamiento de un mapa que pasó a ser la base de la cartografía de dichas regiones. Era, pues, un hombre entrenado tanto en determinaciones geográficas e hidrográficas com o en observaciones astronómicas. Foco comunicativo, se imponía a sus tripulaciones por sus cualidades de marino y de organizador, por su trato afable, por preocuparse de las familias, de la salud, del bienestar de sus subordinados. Esto le permitía poder exigirles mucho. En. 1768, recibió instrucciones de buscar el continente austral basta los 40° de latitud sur y de hacer un profundo estudio del mismo, y si no, llegar
LOS DESCUBRIMIENTOS DE LOS EUROPEOS EN EL SIGLO X V III
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al este de Nuera Zelanda. Se preparó cuidadosamente. Hizo el balance de los viajes precedentes: conocía la carta general del Océano Pacífico, establecida en 1756, en la que Robert de Vaugondy había señalado el estrecho de Torres, olvidado desde 1607, noticia que, sin asomo de duda, Vaugondy había halla do en las cartas secretas de los españoles; acerca del estrecho no ignoraba el trazado, que se suponía teórico, de la carta de Dalrymple, quien se había enterado de su existencia con ocasión de la conquista de Manila en 1762, pero que no había querido divulgarla por completo. Cook se negó a aceptar un barco militar y eligió un carbonero, el Endeavour, lento pero seguro, estable y de gran capacidad, adecuado para transportar las provisiones de tan largo viaje. Le acompañaban el astrónomo Green, el botánico sueco Solander, el naturalista Banks, Zarpó en 1768 y, ante todo, llevó a cabo la misión astro nómica que se le había enconmendado en Taliití (abril-junio de 1769); luego se alejó basta los 40° de latitud sur, sin dar, naturalmente, con el continente austral. El 7 de octubre de 1769, alcanzó la costa norte de Nueva Zelanda, hizo una circunnavegación completa y descubrió que esa tierra estaba formada por dos islas separadas por el estrecho que hoy lleva su nombre, y trazó una carta detallada de las costas. A continuación, puso rumbo a Nueva Holanda, bailó la costa oriental y la exploró desde el cabo Everard hasta el cabo York, en una longitud de 1.660 millas, y le dió el nombre de Nueva Gales del Sur. El 28 de abril de 1770 desembarcó en una costa elevada y cubierta de bosques, en la que abundaban tanto las plantas que Banks la denominó Botany-Bay, y tuvo la m ejor impresión del emplazamiento de la futura Sidney; luego regresó a Batavia por el estrecho de Torres, que volvió a descubrir. En 1771, estaba ya de regreso en Europa, donde su viaje causó grandísima sensación. Pero Cook admitió que el continente austral bien podía hallarse al norte o al sur de la ruta que había seguido, y Lord Sandwich, primer lord del A l mirantazgo, le envió de nuevo, en un segundo viaje. Zarpó el 13 de ju lio de 1772, llegó a la bahía de la Reina Carlota, en Nueva Zelanda, desde don de podía hacer correrías hacia el norte y hacia el sur y volver luego a la isla, para descansar, aprovechándose de su clima templado para que se restable cieran sus hombree, agotados alternadamente por el frío de los mares polares y por el calor tropical. Registró el Océano y recorrió en veintiocho meses más de 80.000 kilómetros de Pacífico; fué detenido por los bancos de hielo en los 71° 10' de latitud sur en enero de 1774; tocó en el norte a Tahití, a las Marquesas, a las Nuevas Hébridas, descubrió Nueva Caledonia y la isla de N orfolk y, a costa de esta tenacidad de bulldog, estableció definitivamente que el continente austral no existía. Encargado de hallar un paso del Atlántico al Pacífico por los mares bo reales, el paso del noroeste, partió otra vez en 1776 para un tercer viaje, des
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cubrió en 1778 las islas Sandwich (Hawai), exploró el mar y el estrecho de Bering, renunció al paso del noroeste (que, en efecto, sólo ha sido practicable y aún con dificultad después de su reciente calentamiento), y el que siem pre había sido un m odelo de dulzura y de justicia con los indígenas, pereció en una lucha con loe habitantes de las islas Sandwich, en 1779. D ejó magníficos mapas, de los que difieren muy p oco los actuales, y des pués de él sólo quedaron por precisar ciertos detalles. Ésta fué, principalmente, la obra del francés La Perouse, Enviado por Luis X V I, zarpó de Brest en 1785, acompañado de numerosos sabios. En 1786, pudo establecer que no existen tierras de importancia al este de las Paumotú y de las Marquesas; rectificó la longitud asignada a las islas Sandwich, y luego exploró la costa americana desde los 60 a loe 37° de latitud norte, de San Elias a Monterrey, levantando cartas, observando la fauna marina y la vege tación terrestre de los secoyas. En noviembre, descansó en Macao, y en 1787 se dirigió a explorar la costa noroeste del Pacífico, que se le había olvidado a Cook. Determinó el litoral de Mancburia y demostró que Sajalín es una isla (agosto de 1788). De allí, atravesó el Océano de norte a sur, entre los pun tos extremos alcanzados por Wallis al oeste y por Cook al este y llegó a Aus tralia, donde, en enero de 1789, en Botany-Bay, encontró una escuadra in glesa. A partir de entonces, no se volvieron a tener noticias de él: los restos de sus barcos fueron bailados en 1837 en las proximidades de Vanikoro. De este m odo quedó establecida en sns líneas generales la carta del Pací fico. Quedó descartada la hipótesis de un gran continente austral; el hemisferio sur resultaba ser un hemisferio oceánico y se demostraba que las aguas ocupan en el globo el doble de espacio que laB tierras. Pero las tierras que se habían descubierto en el Pacífico ampliaban notablemente nuestro conocimiento del mundo humano.
CAPITULO n
OCE A N Í A os europeos, convencidos desde hacía tiempo de la unidad espiritual del género humano y de la superioridad del estado natural, sintieron vivo in terés por los indígenas de Oceam'a. Bougainville y Cook los observaron apasionadamente. Los dos Forster, que acompañaron a Cook en su tercer via je, crearon, junto con Buffon, la ciencia de la formación y de la clasificación de las razas: la etnología. Loa europeos creían hallarse ante razas primitivas, ante los mismísimos orígenes de la humanidad. Es cierto que en todas partes las tribus aún vivían en la edad de piedra, y que sus utensilios se asemejaban mucho a los de las épocas prehistóricas. En realidad, no se trataba de primitivos, sino de pueblos que habían pasado por una larga evolución, la mayoría de los cuales incluso habían conocido una civilización superior, pero que al llegar los europeos es taban en pleno retroceso. En efecto, parece que todos esos pueblos pertenecen a razas originarias del Bur de Asia y que, después de ser vencidas, habrían huido en las direccio nes que les sugerían las migraciones de ciertas aves de paso. Llegaron a unos territorios de limitados recursos (porque habían quedado aislados muy pron to de los demás continentes), en los que disponían de pocas especies vegeta les, de escasos mamíferos (1), y además, a causa de la reducida extensión de las islas, se vieron pronto presa de las dificultades procedentes de una superpo blación y de la escasez de alimentos y por consiguiente, entregados a continuas guerras, al aborto, al infanticidio, al canibalismo, a la preocupación inmediata y absorbente de com er; éste fue precisamente el estado en que los hallaron los europeos, con tanto temor ante la superpoblación que por doquier el nú mero de habitantes disminuía por una restricción voluntaria de los nacimien tos. No es, pues, de extrañar que esas civilizaciones no hayan progresado o que hayan retrocedido. Teniendo en cuenta esta decadencia, los cruzamientos y las recíprocas influencias, se puede admitir que Oceania fué, en cierta medida, un “ almacén de razas” . Los únicos a quienes, al parecer, se les podría haber dado el nombre de1
L
(1)
En esas islas sólo se hallaban topos, zarigüeyas y murciélagos.
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primitivos eran loa tasmanios y los australianos, situados en algunos de los más bajos escalones de la especie humana. Los tasmanios ocupaban el nivel más inferior. Establecidos en la isla en una época en que el estrecho de Baes podía ser cruzado por los más mediocres navegantes, en el pleistoccno medio, antes de que se derritieran los glaciares que elevaron el nivel de las aguas y que al menos quintuplicaron la anchura de los estrechos, habían vivido en un aislamiento que es para las civilizacio nes la causa más eficaz de estancamiento y de retroceso. Alrededor de 5.000 ne groides de cabello crespo, mandíbulas muy desarrolladas, cráneo deprimido, grandes arcadas ciliares, eran los seres humanos más próximos a los monos: el cráneo de esos individuos presentaba una elevación en la parte central en forma de quilla que es una de las principales características de los simios. Sus utensilios los colocaban en la fase chelease y achelense del Paleolítico in ferior del occidente de Europa. Desconocían el vestido y las casas; se guare cían tras cortinas de ramaje, vivían de la recolección, de la caza, pero sin perros. La organización social era rudimentaria: sólo tenían jefes temporales elegidos. Creían en la supervivencia del alma y temían a los difuntos, e incluso podían apreciarse entre ellos algo así com o huellas de una religión superior, un monoteísmo: adoraban un espíritu supremo, en relación, mal establecida, con el cielo y con los fenómenos naturales. Desaparecieron en el siglo siguiente. Los australianos, raza formada por una mezcla de elementos europeoides y negroides, estaban en un nivel algo superior, en la fase correspondiente al musteriense del paleolítico europeo, Las características de esos individuos eran: piel morena o chocolate, cuerpo cubierto de pelo, grandes arcadas ciliares, frente deprimida y huidiza, mandíbulas salientes, boca gruesa, nariz larga, y teman un cerebro cuyo peso y cuyo desarrollo estaba muy por debajo del de los blancos. Escasamente vestidos, sabían sin embargo construir cabañas de ramaje, hacer fuego mediante la rápida rotación de un taladro en una tabla. Poseían ar mas de piedra en las que junto a las hachas de cuarzo brillante del musteriense figuraban lanzas neolíticas, jabalinas y el famoso bumerang; pero descono cían el arco y las flechas, así como la cerámica. Eran colectores y, sobre todo, cazadores: caracoles, moluscos de agua dulce, orugas, lagartos, pájaros, can guros, zarigüeyas y una especie de avestruz, el emú. Desde luego, eran capaces de poner en aprieto al canguro y de hallar el rastro de un animal oliendo las motas de tierra. La organización de los australianos era ya más elevada. La tribu tenía je fes permanentes, los ancianos; los grupos estaban sujetos a la imperiosa regla de la exogamia; sus territorios de tránsito eran distintos de los de las demás tribus; existía, pues, un derecho internacional.
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Las ideas religiosas estaban desarrolladas. La creencia en la supervivencia de las almas era general. Los espíritus de los difuntos podían reencarnarse. Loa primeros europeos, esos seres salidos del mar, de piel clara, de ojos llameantes (a causa del mayor desarrollo del sistema nervioso), que imponían a los australianos un terror físico, fueron tomados por espectros del otro mundo. Asi mismo, concedían honras fúnebres a los muertos, e incluso, ciertas tribus comían los cadáveres para asimilarse así el principio vital de los difuntos. Todas tenían su tótem o antecesor común, y como descendientes suyos celebra ban fraternalmente ceremonias mágicas. Algunos concebían un dios inmortal que había marchado al cielo después de haber vivido sobre la tierra, al que los iniciados iban a unirse después de la muerte. Todas las tribus conocían la ma gia. Los jóvenes pasaban a ser hombres aptos para el matrimonio y para ejercer funciones sociales mediante una complicada iniciación que comprendía la ex tracción de un incisivo superior, la circuncisión y la presentación de dibujos y relatos míticos que no eran revelados a las mujeres. Los demás pueblos se bailaban en niveles netamente superiores. A excep ción de los papúes (de nariz ganchuda con punta en forma de pico y que al parecer eran de raza pura), del estudio de las lenguas y de ciertas costumbres materiales como la piragua de balancín, parece inferirse que todos estos pue blos, a pesar de sus diferencias, participaban de una misma cultura oceánica y tenían todos el mismo origen: habrían venido de Malasia y se habrían di seminado hacia el este, por todo el Pacífico e incluso hasta América; por el oeste en Cambodge, en Ceilán, en Madagascar (Hovas), y en la costa oriental de África. Sus salidas habrían comenzado en los siglos II y v d. de C., y las mi graciones habrían alcanzado su apogeo entre el año 900 y el 1350, A continua ción, estos pueblos, así com o sus aptitudes para la navegación, habrían decaído. Los melanesioB (1) se hallaban en una fase de civilización que recordaba un neolítico avanzado. Físicamente poco desarrollados, de barba poco pobla da, la nariz más derecha, las arcadas ciliares rara vez salientes, el atavío de esos seres era más refinado: tatuajes para las mujeres, pinturas corporales para los hombres, deformación de la cabeza o del talle, decolorados los cabellos o teñidos en ocre, collares y brazaletes hechos de dientes y de conchas, plumas o flores en los cabellos. Sus utensilios estaban perfeccionados: hachas de piedra pulimentada, cu chillos de concha, limas de piel de raya, leznas de oro, armas diversas, in cluyendo arcos y hondas. Eran, sobre todo, magníficos marinos, que sabían cons truir y conducir grandes piraguas; pero al mismo tiempo eran hábiles agricul-(I)
(I) Islas Bismark, Salomón, Labiada, Sania Cruz, Nuevas Hébridas, Nueva Caledonio, Loyalty, Fidji, Nneva Guinea.
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torea, con sólo un bastón para remover el suelo, y cultivaban el ñame y el taro. Conocían la moneda de plumas o de dientes, eran ávidos de lucro y al gunos amasaban buenas fortunas mediante préstamos al 100 por 100 de interés. La sociedad era matriarcal, el tío dirigía al hijo de su hermana. Los hom bres comían y dormían en el club del poblado y los individuos de los dos sexos vivían casi siempre separados. El casamiento se realizaba por compra y loa ricos eran polígamos. El estado político era democrático; pero las sociedades secretas desempe ñaban un importante papel, y en ellas, únicamente los ricos, a quienes les era posible entregar grandes cantidades y dar fiestas, podían escalar los grados superiores. Estas sociedades aterrorizaban a los no iniciados, mediante palizas, multas y la muerte. Sus creencias religiosas eran muy vivas, aunque al mismo tiempo ocupaban un nivel inferior al de los pueblos menos civilizados que bemOB mencionado. Los melanesios creían en la mana, facultad sobrenatural transmisible. El indi viduo que era buen pescador, tenía mana; para tener éxito era preciso tener mana. La magia podía proporcionarla. Algunas formas de mana eran peligro sas; en tal caso se lanzaba el tabú (interdicto) contra las personas, los objetos o los lugares que la poseían. Todos eran animistas, es decir, creían en espíritus residentes en las piedras, en loa árboles, en las serpientes, por doquier; mas no llegaban al politeísmo. Creían en la supervivencia del espíritu de los difuntos. Se entregaban a plegarias, sacrificios, cantos rítmicos, y tallaban en madera la figura del antepasado que iba a participar eu la vida de sus descendientes. Los micronesios (1) se les parecían mucho, pero ocupaban un grado más elevado. Notables navegantes, sus comerciantes hacían grandes viajes en sus piraguas de balancín utilizando cartas dibujadas en varitas de bambú. Tenían una nobleza y siervos. Los navegadores expertos eran recompensados con feu dos. Algunas islas habían llegado al politeísmo y poseían un amplio panteón, dominado por un dios. Finalmente, la cúspide de la escala oceánica, la ocupaban los polinesios (2). Rama secundaria de los europeoides, con elementos negroides y mongoloides, eran individuos de elevada estatura, cuya facies era europea, la nariz fina, el cabello liso, la tez morena, la vista y el oído mucho más desarrollados que en los europeos, pero el olfato y el gusto eran diferentes. Maravillosos navegantes, eran capaces de recorrer sin escalas hasta 2.500 k i lómetros. Sabían determinar el punto mediante calabazas llenas de agujeros. En las Samoa y en las Tonga, piraguas dobles, de 30 metros de longitud, llevad i Islas Marianas, Palaos, Carolinas, Marsliall y Gilbert. (2) Islas Samoa, Marquesas, Sociedad, Tuamotú, Tonga, Tubuai, Fidji, Nueva Zelanda y Hawai.
25.—-Salvajes preparando su comida
2b.— Vista de la isla de Ulietea.
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ta n hasta 140 temeros. Cada isla poseía su flota. Cook contó 330 unidades en Taliití, cuya población estimaba en 200.000 habitantes. Sus utensilios eran los correspondientes a la edad de la piedra pulimen tada; pero sus objetos, en especial entre los maoris de Nueva Zelanda, parecen imitar los de metal, de lo cual puede deducirse que sus antepasados conocían el metal y la cerámica. En todo caso, estas artes estaban olvidadas en la Poli nesia cuando llegaron los europeos, y es indudable que su instrumental había sido m ejor antes del siglo XVIIL En Nueva Zelanda confeccionaban los vestidos con Phormium tenax (lin o ); pero en las islas de clima cálido, habían abandonado los telares de sus antepa. sados para utilizar las cortezas, con las cuales se hacían faldas decoradas con galones y triángulos. Llevaban plumas brillantes, hojas lanceoladas y ostenta, ban finos tatuajes. Las casas se alzaban sobre plataformas de piedras recubiertas de esteras de paja. En las Marquesas, tenían una longitud de 20 a 100 metros. En ellas po dían verse mosquiteros y almohadones de bambú. Los maoris disponían de fuertes, en cuyo interior podían caber varios miles de personas, dotados de fosos, parapetos, empalizadas y plataformas más elevadas para uso de los de fensores. Estos pueblos vivían en la fase de gran familia compuesta de varios cen tenares de personas, análoga a la gens romana o al genos griego. La sociedad estaba dividida en clases jerarquizadas: reyes, nobles, hombres libres, escla vos. El rey, título hereditario entre los varones por orden de nacimiento, era una encarnación de la divinidad; por consiguiente, sagrado. Los nobleB poseían feudos y dominaban las Asambleas deliberantes; eran dueños de toda la tierra. Sus huesos eran depositados en lugares sagrados y eran los únicos que tenían derecho a una supervivencia. Nombraban jefes locales, a quienes estaba en comendado el decidir todas las empresas comunes, pero que eran sustituidos si mostraban indecisión o no acertaban en sus decisiones. Los hombres libres eran, prácticamente, pecheros y estaban sujetos a servidumbre corporal. A l parecer, la religión de los polinesios contenía elementos brahmámeos, y quizá persas o babilónicos. Así, por ejem plo, los maoris creían en un Dios supremo, eterno, todopoderoso, justo, que moraba en el duodécimo cielo; mas era tan sagrado que la inmensa mayoría de los maoris morían sin ni siquiera sospechar la existencia de esa parte de su religión. Todos tenían, además, un panteón form ado por grandes dioses del cielo y por dioses locales, de los bos ques, de las cosechas, de la guerra, del mar, del mal, con toda una mitología explicativa del universo. Adoraban, también, una multitud de espíritus dise minados por toda la naturaleza y, asimismo, los espíritus de los antepasados. La clase sacerdotal, reclutada entre los nobles, conservaba los relatos míticos 18. — H. G. C. — V
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y presidia las ceremonias que comprendían sacrificios humanos. La isla de Kaiatia era la sede de los sacrificios comunes a toda la Polinesia, La magia era utilizada. La religión había dado origen a una bellísima poesía y a una es cultura de valor, que, a menudo, ya sólo tenía un fin estético. La guerra era perpetua entre esos pueblos. Los poblados y las plantaciones eran quemados, los vencidos devorados, reservándose e l corazón para I ob jefes. La presencia entre muchos pueblos oceánicos de la creencia en un Dios supremo, muy distinto del jefe de un panteón politeísta, fué causa de que se pensara si nos hallábamos en presencia de vestigios de esa revelación primi tiva seguida de decadencia que enseña la Biblia, o bien de huellas de un esta do superior al que se había llegado después de una larga evolución natural, partiendo del animismo, y después del cual esos pueblos habrían sufrido un re troceso. En el siglo xvin, los europeos no se disputaron esos maravillosos países, que no eran lo que ellos habían buscado. En 1772, el capitán Crozet tomó po sesión de Nueva Zelanda a la que dió el nombre de “ Francia austral” ; mas no dejó en ella ningún establecimiento. El primero fué obra de los ingleses, en Australia. Desde 1776, la guerra de Independencia americana impedía que los reclusos siguieran enviándose a Virginia. En 1786, el gobierno inglés de cidió crear una colonia penitenciaria en Botany-Bay. A llí llegó el capitán Pbilippe, el 18 de enero de 1788, y desembarcó 717 condenados, entre ellos 188 mu jeres, dejándolos bajo la vigilancia de 191 marineros y de 18 oficiales, junto con un toro, 5 vacaB, un carnero y 29 ovejas, los primeros en esa parte del mundo. Fueron I ob modestos principios de la nación australiana. En el siglo siguiente, los habitantes de Oceanía iban a decaer con gran rapidez al contacto con los europeos.
CAPITULO m
ASI/ -1 atravesaba tm período de decadencia. Hasta esa época y todavía por al gún tiempo, el ritmo de su historia estaba fijado por la lucha entre nóma das y sedentarios. Formada por una serie de llanuras y de oasis de clima tórrido, Mesopotamia, llanuras del Indo y del Ganges, llanuras del Yang-Tsé y del Hoang-Ho, sede de brillantes civilizaciones agrícolas, m edio rodeadas por estepas y desiertos en vías de progresiva desecación, poblados por pastores nó madas, Persia, Tuxquestán, Tihet, Mongolía, Asia se veía perturbada por pe riódicas invasiones de los pastores en los países de la periferia. Estos nómadas, pobres y constantemente amenazados por el hambre, acudían a hacer algunos intercambios a las lindes de las regiones cultivadas de Persia, India y China. Observaban la opulencia de esos países y descubrían muy pronto sus puntos débiles: poblaciones apartadas por el calor y la humedad, embotadas por las ocupaciones sedentarias, soberanos debilitados por el bienestar, el vino, el lecho, las mujeres, e incluso con frecuencia por vicios innobles. Entonces, un jefe enérgico se ponía al frente de una tribu nómada, derrotaba a las de más, las sometía, las arrastraba, devoradas de envidia y de furiosos apetitos, hacia las ricas llanuras de la periferia; en una sola batalla, derribaba el imperio debilitado, se convertía en rey de reyes de Persia, en emperador de las Indias, en emperador de China; lleno de energía y de empuje, levantaba el viejo im perio; su h ijo, que todavía poseía el vigor del bárbaro al que unía la experiencia política adquirida mediante una educación principesca, llevaba el imperio a su apogeo; mas luego, el clima, la vida cortesana, el harén o el zenana, producían su efecto. Los descendientes del vencedor se iban con vir tiendo poco a poco en reyes holgazanes. El imperio se precipitaba de nuevo hacia la decadencia, b ajo la atenta mirada de nuevos bárbaros. En una de estas últimas fases se hallaba Asia en el siglo xvm. En Persia, la dinastía Sefévida se hunde y aumenta la anarquía. En la India, el imperio mogol se desmorona ante los golpes simultáneos de los bárbaros del exterior y de la reacción indostámca, lo cual facilita los avances de los europeos. China se mantiene en un nivel elevado bajo la dirección de los descendientes de los conquistadores manchúes; pero esta dinastía pasa ya su apogeo y aparecen al gunos indicios de decadencia. Japón sigue aislado e impenetrable; pero su missia
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mo aislamiento provoca la descomposición de la sociedad japonesa. Entre tanto, los europeos multiplican sus relaciones con Asia y la atacan, los rusos por el norte, por tierra; ingleses, franceses y algunos otros, por el sur y el este, por mar.
P ersia e I ndia Pers¡a
A principios del siglo xvm, en Persia, la dinastía Sefévida asistía a una disminución de su poder. En el siglo xvn le había dado a Persia un periodo brillante. Había sido reconstruido el antiguo imperio sasánida; se había iniciado la europeización; floreció el clasicismo persa; pero las fuerzas de la dinastía se iban desgastando en los harenes. El ultimo Sefévida, Thamas H, es, en los albores del siglo xvm, un déspota blando, vicioso, feroz, cu yas crueldades habían diezmado su propia familia y le habían enajenado el favor de su tribu de origen, núcleo de su ejército y de sus colonos de explo tación. Nómadas de la estepa, bárbaros montañeses, extranjeros, todos acecha ban a este imperio que se debilitaba por momentos. Fueron los afganos, derrotados el siglo anterior por el fundador de la di nastía, Sha Abbas, los que se rebelaron. Pueblo del mismo origen que los persas, había conservado sn individualidad en las montañas, gracias a la pro fundidad de los valles y a la estrechez de loa pasos que los ponían en comuni cación. Eran musulmanes ortodoxos o sunitas, que odiaban a los persas, mu sulmanes chillas; rudos montañeses, seminómadas, que vivían de la crianza de ganado trashumante, que menospreciaban a los iraneses por ser ciudadanos civilizados, agricultores sedentarios hundidos en bajos menesteres, comercian tes mentirosos. En 1710, la tribu de los Guilchis, en la región de Kandahar, se sublevó, asesinó las guarniciones persas, y arrastró a los demás afganos. El emir de loe GuilchiB, Mir Mahmud, invadió Persia, venció a los persas, entró en Ispahán el 23 de octubre de 1722 y se hizo proclamar rey. El débil Thamas H hayo y se refugió en la región de Mazanderán, rica en impenetrables espesuras y en aguas estancadas. Entonces, de todas partes, nómadas y Estados vecinos se abalanzaron so bre Persia. Los turcomanos del emir de Bukhara invadieron el Korasán, Los rusos que, desde su factoría de Astrakán, tenían la vista fija en la ruta mer cantil que iba de la India a Europa {que, iba por Kabul, Herat, Meshed, Teherán, Tabriz, y luego, se bifurcaban hacia Erzerum y Trebisonda, o hacia Diarbekir, Alepo y Alejandreta), ocuparon Derbent en 1722, Bakú en 1723, y por el tratado de Petersburgo obtuvieron toda la orilla sur del Cas p io: las regiones de Daghestán, Chirván, Mazanderán y Asterabad.
Mapa III. — Grandes centros comerciales de Pereia
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Los turcos otomanos aprovecharon la ocasión para tomarse el desquite: vol vieron a ocupar Armenia, Irak, Azerbaidján. El sucesor de Mir Mahmud, Ashraf, próxim o a los otomanos por la fe y ablandado por el título real que le otorgó el sultán de Constantinopla, se declaró vasallo suyo, reconoció las conquistas de los turcos, y se comprometió a barrer la herejía chirla, que era una de las bases de la individualidad persa. El viejo imperio parecía estar a punto de desaparecer. La salvación le vino por obra de un nómada. Un condottiere turcomano, de la frontera del Korasán, Nadir-Sha, después de cometer numerosos saqueos, homicidios y bellaquerías, se había convertido en jefe de una tribu de turcosafshares. Siguiendo la pauta normal de los acontecimientos en Asia, derrotó a otra tribu, se ganó a muchos individuos mediante su generosidad, atrajo a todos los guerreros ansiosos de aventura, venció y sometió sucesivamente a to das las tribus de los turcos-afshares, y, de 1722 a 1726, se aprovechó del hundi miento persa para conquistar el Korasán. Tuvo la habilidad de proclamarse esclavo de Thamas, con lo cual se convirtió en la esperanza de los iranios. Único hombre enérgico en medio de una corte desamparada, reorganizó el ejército persa, aplastó a los afganos y llevó de nuevo a Thamas II a su ca pital {1730). Pero tanto el Rey como los persas esperaban que reconstruiría el imperio. El rey de Persia debe ser un conquistador. Todos los iranios, alimentados des de la infancia por el Libro de los reyes de Firdusi, que era para ellos la lUada y la Odisea, se consideraban com o la nación más antigua del mundo, superior a los demás pueblos, destinada a dominarlos. Era preciso dar satisfacción al orgullo nacionaL Además, los mercaderes, que tan útiles le eran al Rey por sus préstamos, esperaban de él que diera seguridad a los caminos y bazares, res tableciera las relaciones comerciales a través de este “ gran camino de I ob pue blos” entre Oriente y Occidente que es Persia. Además, el Rey está obligado a obtener mediante guerra los recnrsos que no pueden proporcionarle los im puestos, en un país en el que el mercader clama que le están desollando cuan do sólo le rozan, en que el nómada huye y el campesino estrujado muda de lugar, ya que no es precisamente tierra lo que falta. Finalmente, a este jefe de banda que era el rey o bien su mayordomo de palacio, le era pre ciso satisfacer, mediante el pillaje, a sus seguidores, a su familia, a su tri bu, a sus soldados. P or todo ello, Nadir-Sha hizo la guerra. Les arrebató a los afganos el Korasán y la provincia de Herat; a los otomanos, el Irak, el Azer baidján, Erivan, Kars y las fortalezas del Cáucaso. En consecuencia, el tratado de Constantinopla, del 17 de octubre de 1736, devolvió a Persia todas sus anti guas provincias, con la adición de la Armenia oriental y el protectorado de Georgia. A partir de 1734, los rusos, que carecían de efectivos para mantener
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tan vastos territorios, habían abandonado las conquistas de 1723. El 1 de febrero de 1736, Nadir-Sha pudo ya deponer al incapaz Sefévida y hacerse coronar en la llanura de Mogan por los jefes del pueblo, rodeado por todas sus tropas. Ésta fué la recompensa de haber “ devuelto al imperio su antigua gloria y de haber lo librado de los afganos, de los turcos y de los rusos” . Último de los reyes pan-iranios, extendió en todas direcciones la domina ción persa, por las grandes rutas comerciales de Asia. Estableció la capital de su reino en Meshed para así poder vigilar el pun to más sensible: la frontera de los nómadas del Turquestán. En una altiplanicie del Ala-Dag, en medio de una inexpugnable muralla de rocas y picos, abierta únicamente por dos entradas de sólo unos metros de anchura, estableció la for taleza de Nadir-Sah. En 1737, se puso al frente de sus bandas para atacar Afganistán, poseedora de los mejores pasos hacia la India (Khyber) y hacia el Turquestán (Hachi-Kak, T echen). Se apoderó de Kandahar, Gazna y Kabul, y sometió a todas las tribus. La ruta de la India quedaba abierta para é l; pero se contentó con una expedición de Baqueo: en 1739, atravesó el Indo, ocupó Lahore, con sus 40.000 hombres aplastó en Karnal los 200.000 del gran mogol Muhanimad, entró en Delhi y obtuvo 750 millones, lo cual le permitió condo nar a los persas tres años de impuestos. Luego, le devolvió el trono de la India a Muhammad. Por la ruta de China, en 1740, invadió el Turquestán, dió una severa lec ción a los nómadas, obligó al kan de Bukhara a pagarle tributo, y sustituyó el kan de Kiva por un vasallo. Pensó europeizar esa Persia cuyas fronteras había asegurado, en realizar allí la misma labor que Pedro el Grande había intentado hacer en Rusia. Y po día haberlo conseguido. El Irán es ario y, en esa descomunal Asia que opri me al hombre, participa un poco de la moderación europea. La civilización irania, muy asiática, se opone sin embargo al vértigo del resto de Asia por una especie de sabia moderación, templada, humana, por una aptitud casi fran cesa para fundir elementos dispares y formar con ellos una obra original. Pero a Nadir-Sah le faltó tiempo para hacerlo: en 1747, murió asesinado. Tras él, Persia cayó en pedazos. Desde luego, los sucesores de Nadir no estaban a su altura; pero la diversidad de las poblaciones tampoco les bacía fácil la tarea. Irán es un desierto rodeado de montañas. Únicamente los extre mos sur y oeste: Kirmán, Farsistán, Luristán, Kurdistán, están poblados por iranios puros, fieles a su antigua civilización, pero con infiltraciones árabes en el Luristán y amarillas en el Kurdistán. A l norte, la mayoría es amarilla, mon gola, tártara, turca, ya que tanto emigrantes com o viajeros y conquistadores se han apiñado en este estrecho paso, en la faja de desiertos que se extiende desde el Senegal hasta el Amur, centro de tres continentes, ya en el camino
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de las costas del occidente de Europa y de las costas de la Europa oriental, re* gión que por sus estepas resulta tan cómoda para los desplazamientos de los jinetes, Y así, surgió una refriega de tribus. Los herederos de Nadir-Sah sólo fueron reconocidos en el Koraeán, que conservaron con la capitalidad en Meshed. Los afganos se independizaron. Los turcos-k achares, nómadas pastores y caravaneros, antiguos jefes bélicos de los Sefévidas, organizados en colonias militares en la frontera septentrional, de Armenia a Afganistán, en Eriván, Asterabad y Kandahar, se rebelaron y prácticamente consiguieron la indepen dencia. Finalmente, al sur y al oeste, algunos jefes de tribus bajtiaris y zend trataron de restaurar la autoridad de los iranios en el imperio persa, y así se formó una dinastía nacional zenda. Kerim-Kan (1750-1779) reconquistó a ex pensas de los turcoa-kacbares la ciudad de Ispahán y las provincias de Azerbeidján y Mazanderán, y unificó el oeste de Persia, del Caspio al golfo. Instaló la capital en Chiraz, ciudad que embelleció y en la que levantó, símbolo del renacimiento nacional, un monumento en recuerdo de los dos mayores poetas de Persia: Saadí y Hafiz. Mas a su muerte, el turco-kachar Aga-Muh animad volvió a iniciar entre los suyos la epopeya de Nadir-Sha, cometió a todos los turcos-kachares y los condujo a la conquista de Persia. En 1795, arrebató Ispahán y Chiraz a los zendas. Anteriormente, en 1781, ya había desalojado a los rusos que regresaban a la provincia de Mazanderán. Desde 1785, los cosacos de Catalina II llegaban al Cáucaso y el principe de Georgia le había hecho a la zarina obsequio de sus dominios hasta el río Arak y de las tres fortalezas de Tiflis, Eriván y Cutáis. En 1795, Mnhammad se arroja sobre él, le aplasta, asesina a los cris tianos, y luego se dirige a la carrera al otro extremo del imperto para arre batar, en 1796, a los hijos de Nadir-Sah, el Korasán; así, gracias a todas sus victorias, puede coronarse rey de reyes. Pero los ejércitos rusos acuden a ven gar los horrores de Tiflis, invaden Georgia, las regiones de Daguestán y Chirván, atraviesan el Arak, y acampan en la llanura de Mogan. Aga-Muh ammad acude para defender la entrada del im perio y muere asesinado en 1797. Éste fue el principio de una larga guerra que acabó con el definitivo establecimiento de los rusos al sur del Cáucaso, El im perio iranio había caído en manos de una horda turca, que sólo lo había conquistado mediante atrocidades y que sólo supo explotarlo como si se tratara de una hacienda. Mas fué incapaz de reconstruirlo en toda su antigua extensión: en 1795, Afganistán, Belnchistán, Azak-Arabi, Mesopotamia, esca paban de hecho a su poder. Tampoco fué capaz de reconstituir una unidad na cional: esta horda siempre fné menospreciada y odiada en el Irak, el Fanistán y el Kirmán. Asimismo, fué incapaz de mantener una civilización, trastornada
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por un siglo de guerras y de devastaciones. Ya bajo Nadir-Sha la decadencia inte lectual era grave: las obras literarias estaban deformadas por el énfasis, la ampulosidad, la charlatanería. Durante algún tiempo, ciertas artes conservaron su valor: la fabricación de tapices siguió siendo abundante y buena hasta el final del siglo. Una ornamentación racional, esquemática, abstracta, estilizada, dispuesta según un orden y una simetría europeos, una profusión de temas orientales, una elegancia grácil como de estilo Luis X V ; una policromía de contrastes extremados, pero de feliz armonía gracias al empleo de I ob colores en pequeñas masas, merced a disponer el tono más oscuro tocando al tono más claro, y a agruparlos en temas cada uno de los cuales forma un conjunto dis tinto del tema próximo, todo esto era una prueba de la supervivencia de la tra dición aria. Pero, ya a partir del siglo XIX, también en este arte aparece la decadencia. “ Caminos, monumentos, ciencia, ejército, administración, todo lo que la Persia indoeuropea de los Sefévidas, la Persia artista e industriosa de Chiraz y de Ispahán, había creado para admiración de los occidentales, todo se ha desplomado bajo el peso de los turcos de Teherán.” India Peaín8nla índica constituye un mundo aislado del continente por elevadas cadenas montañosas. Una serie de rasgos comunes de civi lización, derivados de los monzones, de la religión brahmánica y del régimen de castas, del Islam en las llanuras del Indo y del Ganges, han crecido so bre su suelo. Pero, dejando de lado el factor de división que representa la ani mosidad reinante entre musulmanes e hinduístas, la diversidad de las regiones naturales así com o de las circunstancias históricas habían dado origen a con juntos de tradiciones, de hábitOB, de costumbres, de agrupaciones humanas distintas, esbozos de naciones. La barrera montañosa sólo es franqueable con cierta facilidad por el noroeste, por las “ puertas afganas” (pasos de Khyber, Peiver, Khochak, Gavacha) y precisamente por ellas penetraron todas las in vasiones de los nómadas, cuyas conquistas sometieron sucesivamente la India, sin transformarla. A principios del siglo sviil todavía dominaban los mogoles, cuyo jefe, el gran mogol Aurengzeb, poseía todo el norte de la India y la parte septentrional de Dekán; y además había impuesto su señorío a la mitad meridional. La organización se parecía mucho a la de un ejército acampado en territorio re cién conquistado. La parte del imperio que era explotada directamente por el gran mogol estaba dividida en subabías, gubdivididas a su vez en nababías. Subabes y nababes, grandes funcionarios con poderes militares y civiles, ele gidos entre los “ devotos” al emperador, debían mantener una fuerza armada para su servicio y para guardar el orden, recaudar los impuestos y enviar anual mente cierta cantidad al tesoro imperial. Sus lugartenientes estaban encar gados de la policía y de la cobranza del impuesto, y cada uno de ellos dis
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ponía de tropas en cierto número de pueblos, Pero, incluso en esas provincias, el gran mogol tenía vasallos, com o los rajaes rajputas, que escapaban a la autoridad .de los funcionarios, le pagaban directamente en sufragio y estaban obligados al servicio de hueste, al igual que los príncipes vasallos del sur. Los lazos de fidelidad de hombre a hombre eran poderosos mientras que la noción del Estado era débil; si el soberano flaqueaba y los subabes y nababes se per petuaban en sus funciones, la organización podía con suma facilidad conver tirse en feudal, jerarquía de señores y vasallos, que poseían en feudo sus circunscripciones, y esto fué lo que muy pronto ocurrió en el siglo XVIII. En resumen: toda una clase militar vivía del impuesto cobrado a los campesinos. Su reducido número, así como la rudimentaria civilización que constituía su bagaje al llegar a la India, había obligado a los mogoles a ser muy libera les, No tuvieron más remedio que valerse de todos los individuos que querían servirles, sin preocuparse ni de la raza ni de la religión a que pertenecían. Ha bían empleado persas en los negocios; afganos e indios rajputas, confedera ción de feudales belicosos y magníficos jinetes, en el ejército. Habían tomado prestado de las distintas civilizaciones: utilizaron el idioma indostaní en la administración y el persa en la corte, que se había convertido en un centro de civilización persa. Habían seguido una sabia política de consideraciones y de justicia en relación con los campesinos indios. Habían tratado de establecer una verdadera colaboración con los indígenas; pero, con ello, habían mantenido la civilización india y las agrupaciones naturales indias. El conquistador no era más que una sombra sobre el mar. Ahora hien, si el gran Aurengzeb había llevado muy lejos sus conquistas, también empezó a comprometer la dominación mogol. Musulmán ortodoxo, eunnita fanático, lleno de desprecio hacia los infieles, había abrumado a los campesinos con peticiones y prestaciones feudales. Había apartado en todo lo posible a los señores hindúes y a los musulmanes chiítas de los cargos y de los empleos, para sustituirlos por sunnitas. Quiso convertir la India al islamismo y persiguió a los hinduístas, cobrando de ellos un impuesto especial, la chizya, transformando sus templos en mezquitas, martirizando a sus sacerdotes. Con ello había dado lugar a una violenta reacción india contra el elemento mogol. Se había enajenado sus más fieles vasallos, incluso los rajputas, cuyo valor y cuya situación en la India, entre países musulmanes, sobre los caminos de las “ puertas afganas” , les hacían indispensables. Ya en vida, se habían sublevado contra él los sikhs y los mahratas. Después de su muerte, acaecida en 1707, la autoridad de los emperadores mogoles se redujo muy pronto a la nada. El im perio subsistió sólo de nombre; los principales señores siguieron ostentando títulos de funcionarios y se declararon vasallos del gran m ogol; pero, de hecho, pasaron a ser independientes. Mas las luchas que se hacían unos contra otros
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para lograr el predominio, les impidieron realizar algo sólido. Loe nómadas pudieran volver, y, en rápidas correrías, destrozar las fuerzas indias antes de que hubieran florecido. Y los europeos se aprovecharon de las divisiones para empezar la conquista de la India. Las rivalidades de los pretendientes al imperio fueron la causa inmediata de la decadencia. Aurengzeb dejó al morir, en 1707, tres hijos, enzarzados en luchas unos con otros: el primogénito, Bahadur, venció, y conservó el poder hasta 1712. Los cuatro hijos de Bahadur se disputaron la sucesión; tres fue ron muertos y el más joven, Yahandar, fné gran mogol de 1712 a 1713. Uno de sus sobrinos, Faniksir, se sublevó, le derrotó, le mandó estrangular, y reinó de 1713 a 1719. Pero también él acabó en la soga de los indios sublevados, que proclamaron emperadores a descendientes de Aurengzeb. La muerte los segó, hasta que uno de ellos, Muhammad, gozó de una sombra de poder de 1719 a 1748. En condiciones parecidas, le sucedieron Alimed (1748-1754), Alamgir II (1754-1759), Alam II (1759-1806), que, excepto Alamgir, que se agotó en el es fuerzo, fueron fantasmas de emperador, juguetes de las facciones, distribuido res de títulos y diplomas, que daban apariencia de derecho a los hechos, siem pre a disposición del más fuerte o del m ejor postor. Obligados a contar con ayudas en su lucha por adueñarse del poder, los pretendientes trataron con miramientos o se valieron de los grupos indios, en especial, de los rajputas, sikhs y xnahxatas, que constituyeron unOB a m odo de Estados indígenae, expresión de la gran reacción india contra la dom inación mogólica. L ob rajputas formaron muy pronto una confederación de principados casi independientes. La señal de su emancipación apareció cuando Aebit Sing, subadar (virrey) de Ahmerabad, recobró en 1720 a su hija, viuda de Faruksir, mandó que se despojara de su vestido musulmán y despidiera su séquito islá mico. Nunca se había visto que un rajá reclamara a su hija casada con un rey. Mas los príncipes rajputas estaban demasiado divididos entre sí para desempe ñar el papel importante a que les concedía derecho su valor guerrero y su situación geográfica. Perseguidos por Aurengzeb, los sikhs gozaron de m ejor situación durante el reinado de Bahadur, que volvió a seguir una política tolerante y tom ó a Gwind, el gurú (predicador) de los sikhs, a sus órdenes. Sin embargo, todavía necesitaron medio siglo de luchas incesantes para lograr que fueran respeta dos sus establecimientos del Indo. Y lo lograron gracias a su religión, que enal tecía sus cualidades morales y físicas. No formaban una raza sino una secta, surgida en el siglo XV y compuesta de indios de muy diverso origen. Así, recha zaban el politeísmo, la idolatría, los ritos y, en especial, los prejuicios de casta: una muchedumbre de indios pertenecientes a todas las castas, incluyendo nu-
Mapa IV. — Estados desm em brados del Im p erio M og ol y Estados del Sur de la India 1. Zona de autoridad efectiva de los Em peradores m og oles ; 2. Zona controlada p o r los Maltratas.
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merosos parias, creyeron en ellos y se apresuraron a seguirles. Creían en un eolo Dios, en la predestinación, lo cual aumentaba su valor en el combate, y al mismo tiempo en la necesidad de hacer un esfuerzo personal, en las buenas obras, y en el amor de Dios y hacia el prójim o para salvarse. En ninguna oca* Bión debían volver la espalda al enemigo. Debían abstenerse de beber vino u otros excitantes, mas podían comer carne, y su fuerza había llegado a ser muy superior, en general, a la de los demás indios vegetarianos. “ La fe convirtió a un amasijo de seres sin casta en una nación de magníficos soldados.” Acabaron por conquistar el Penjab y, en 1764, se apoderaron de Labore. Originariamente los mahratas eran una raza montañesa de los Gates occi dentales. Su maravillosa caballería, de prodigiosa velocidad, les bacía temibles. Sublevados en el siglo xvn, se unieron a ellos numerosos aventureros intrépi dos procedentes de muy diversas partes, y este ejército com plejo vivió de al garas y de saqueos, dirigidos en todas direcciones. En 1708, el jefe de ellos, Sahuchi, obligó a la corte mogol a reconocer la independencia de su pueblo y fné coronado rey de los mahratas, estableciendo la capital en Salara. Su su cesor, Raja-Shao, aceptó, en 1709, convertirse en vasallo de uno de los preten dientes, quien le encargó de la recaudación de los impuestos en laB seis pro vincias imperiales del Dekán. Los mahratas se quedaban con el cuarto más el décimo (35 por 100), disponían de recursos para desarrollar su propio ejérci to y, al mismo tiempo, gozaban de una autoridad oficial, de la justificación por adelantado de todos sus saqueos y de todos sus ataques bélicos en el Dekán sep tentrional. Raja-Sbao, ablandado por el zenana de Aurengzeb, en el cual había vivido com o prisionero, se convirtió en un rey holgazán y sus sucesores no fueron mejores que él. Unos mayordomos de palacio, los peiebuas, fueron quienes dirigieron a los maltratas. Se fueron sucediendo en el cargo así como en su feudo de Puna, y formaron una dinastía. Concedieron en feudo y a veces en alodio a los oficiales del ejército maltrata las regiones y los grupos de pueblos en los que éstos debían recaudar los impuestos, y así la organización mahrata se convirtió en una organización completamente feudal. El primer peichua, ya en 1727, obtuvo de los mogoles el derecho de recaudar los im puestos tanto en los Estados tributarios del sur del Dekán (Mysore, Travancore, Carnatic) como en las seis provincias del norte. El segundo paichua, Baji-Rao (1720*1740) extendió de hecho su poder hasta los ríos Chatnbul, Chuma y Ganges, y los territorios conquistados los dividió en cuatro feudos que conce dió a las cuatro grandes casas mahratas: los Holkar obtuvieron el Malúa me ridional, con capital en Indore; los Sindliia, el Malúa septentrional con Gualior; los Rusia, el Berar con Nagpur; los Guikuar, una parte del Gujarat con Baroda. Con ellos, la confederación mahrata se extendía hasta las proximi dades de Delhi. B ajo el tercer peichua, Balaji-Rao (1740-1761), los maltratas
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siguieron progresando en sus ataques en todas direcciones. Sólo fracasaron con* tra los franceses, de los cuales se vieron obligados a declararse vasallos (1751). Pero las disensiones entre las grandes familias mahratas, así com o entre éstas y el peichua, debilitaban la confederación. Casi puede decirse que sólo se ha* liaba unida ante un grave peligro mogol. Los progresos de los hinduistas se veían favorecidos por las divisiones de los musulmanes. Faruksir había logrado vencer gracias a dos hermanos zaidíes (descendientes del Profeta), los cuales, pertenecientes a una familia establecí* da desde siglos atrás en la región de Doab y profesando el islam chiíta, se enorgullecían de ser indostaníes. Husain Ah', subadar de Patna, llegó a pri mer ministro, y Abdullah Kan, subadar de Allahabad, a generalísimo. Teniendo a su disposición una numerosa clientela militar, siguieron una política nació* nal india, y nombraron clientes indios para todos los cargos. Después, cuando Faruksir, considerando que eran demasiado poderosos, ayudó contra ellos a los mogoles, los dos hermanos apelaron a todos los indios, depusieron a Faruksir, y acabaron por nombrar en su lugar a Muhammad, al que dirigieron. Los nobles mogoles, furiosos y humillados por su decadencia, se rebelaron. Nizam al-Mulk, subadar de Malúa, derrotó a los dos hermanos y puso en li bertad al emperador, en 1720; pero la contrarrevolución m ogol acabó en nn nuevo desmembramiento del imperio. Nizam, convencido de que el empera dor ya no tenía importancia, se forjó un principado en Dekán (1722-1724), don de fundó una dinastía que, en teoría, era vasalla del gran mogol. Lo mismo hizo uno de sus auxiliares, Sudut Kan, en el virreinato de Ud, con el que le había recompensado Muhammand. La subabía de Bengala y las nababías se gregadas de ella de Behar y Orisa, llegaron prácticamente al mismo estado de independencia. El gran mogol únicamente tema poder efectivo en Delhi y en bus aledaños. Los mahratas, que parecían estar a punto de dominar en toda India, tro pezaron con los Estados mogoles y, en especial, con el de Nizam. Pretendían recaudar los impuestos en sus territorios. A pesar de que Nizam fue derrotado (1729-1736), sin embargo logró que los mahratas no penetraran en sus domi nios, aunque se vió obligado a permitirles que prosiguieran sus conquistas y sus expediciones hacia el norte. Los mahratas llegaron en sus correrías basta Bengala; Behar y Orisa tuvieron que pagarles tributo, y lo mismo ocurrió en el sur con el rajá de Mysore. Balaji-Bao lanzaba expediciones contra los do minios rajputas, contra Penjab, contra Ud, arrebataba Basein a los portugue ses, amenazaba Goa, bacía una correría por las posesiones francesas, aunque en este último objetivo fracasó. Parecía com o si las algaradas mahratas tuvieran que extenderse a todo el territorio de la India: era una causa de zozobra para
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los nobles mogoles, para los comerciantes y para los campesinos indios; toda la organización social quedaba destruida, era imposible comerciar, el campesi no estaba aplastado. El sucesor de Nizam al-Mulk, el Nizam Salabat Yung, hizo un gran esfuer zo, ayudado por los cipayos del francés Bussy, enviado por Dupleix, y BalajiRao fué vencido (1751), Pero, al retirarse los franceses a causa de su rivalidad con los ingleses, Salabat fué vencido, se vio obligado a capitular y perdió una parte de su territorio. Su sucesor, Nizam AH, reanudó la lucha; mas fué aban donado por los franceses a causa de la guerra de Siete Años, y los mahratas, aleccionados por la superioridad de los soldados de Bussy, habían organizado su propia infantería y constituido una artillería de piezas de campaña a la france sa. Nizam A lí fué en consecuencia totalmente derrotado y su territorio des membrado (1760). Esas luchas entre indios y mogoles, estos perpetuos saqueos, abrían el im perio a nuevas invasiones. Ya una primera vez, por haber tratado el empera dor con arrogancia a Nadir-Sah, el rey de reyes, éste atacó en 1739; halló, en la región de Kabul y de Peshawer, virreyes ineptos, nombrados por favoritis m o; las guarniciones descuidadas; las tribus cuya misión consistía en avisar y en retrasar el avance, no habían cobrado. Penetró en la India, aplastó a Muhaminad, conquistó Delhi, lo saqueó todo sistemáticamente, incluso se apode ró del trono, y luego marchó tras haber ordenado que se obedeciera al empe rador, al que acababa de arruinar. Posteriormente, y en varias ocasiones, los afganos de Ahmad Abdalí invadieron la India; en 1748, fueron rechazados; en 1752, ocuparon el Penjab y lo pusieron bajo el mando de un virrey mo gol que no conservó su poder; en 1756, ocuparon Delhi; y volvieron de nuevo las disensiones. El huela de Berar no acudió; el virrey de Ud era enemigo de los mahratas; otros, se retiraron. Los mahratas no supieron sacar partido de su artillería y de sus batallones equipados a la francesa, que lograron hacer el vacío ante ellos, pero cuyos movimientos no fueron coordinados con los de las demás tropas. El 7 de enero de 1761, en Paniput, las repetidas cargas de la caballería poderosa afgana, cubierta de hierro, infligieron una terrible derrota a los mahratas. El desastre de Paniput puso punto Anal, en el siglo svm , al sueño de una India unida e independiente. El poder de los mahratas quedaba roto: 200.000 de ellos habían quedado en la llanura de Paniput, con casi todos los jefes, sin contar las mujeres y niños. Ahora, ya no son capaces de someter la India y de unificarla contra los nómadas, y eso si su mentalidad y su organización lo hubiera permitido alguna vez. Los demás Estados indios son demasiado débiles. En cuanto a los extranjeros, los afganos sólo han demostrado ser capaces de dirigir con éxito expediciones de saqueo; Irán está ocupado en sus luchas in
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festinas, las tribus del Turquestán y de Mongolia poco a poco van cayendo victimas de los chinos, dotados de artillería europea. Además, el desarrollo de la confederación sikh, su instalación en Lahore, representan un serio obstácu lo para las invasiones afganas así como para la entrada de esos aventureros del Turquestán y de Persia, que solían proveer al imperio mogol de generales y de estadistas. Imperio y emperador acaban de desmoronarse: nadie puede re hacer la unidad de la India, cuya historia se convierte en una confusa refriega; las constantes guerras fomentan la anarquía y la miseria; nadie se fía de na die, si no es de la fuerza de su brazo o bien de la astucia; las gentes sólo pien san en sí mismas, en su alimentación y en su seguridad. Los cultivos Se redu cen a causa de la incertidumbre, y el hambre reina. Las comunicaciones se ven interrumpidas por los tigres y por los elefantes; el comercio sufre. Las aldeas son destruidas, las ciudades se quedan desiertas. En muchas localidades, los templos y las mezquitas se desploman. La intervención de los europeos va a ser el preludio, en el siglo xvm, de una lenta reorganización y de nuevos pro gresos. El clero de las posesiones portuguesas, Din, Damao, Goa, y misioneros de varias órdenes habían desplegado un gran esfuerzo ¡>ara evangelizar la India; pero este esfuerzo tropezaba con dificultades extraordinarias. El cristianismo reconocía una igualdad que era incompatible con el régimen de castas: el es píritu sopla donde quiere y Dios no hace excepción de personas. ¿Cómo habría podido un brahmán admitir la idea de recibir la comunión de manos de un sacerdote de una clase “ intocable” ? Esto era una contaminación, y sólo al ima ginarlo se le ponían los pelos de punta al brahmán. Su conversión significaba un verdadero cambio de todo su ser, cambio infinitamente doloroso. Por otra parte, el cristiano ya no podía observar todas las prescripciones rituales de la casta: superstición e idolatría. Los miembros de su casta ya no podían mantener relaciones con el impuro y él no podía entrar en otra: era un sin casta, un aislado, un vagabundo, un proscrito, un hombre perdido. Además, el cristianismo destruía el concepto del universo expuesto en los libros o sugerido por los himnos y los cánticos indios. La principal dificul tad no procedía ni del politeísmo y ni siquiera de un animismo bastante vivo aún, sino que residía en el tema fundamental de la filosofía india, después de la penetración de las influencias jainista y budista en el brahmanismo: el A b soluto, el Ser, infinito, eterno, está en perpetuo devenir; se manifiesta median te un flujo continuo de formas cambiantes, astros, objetos, vegetales, anima les, hombres, dioses incluso, formas que solo son ilusiones, aspectos fugaces del Absoluto, sin realidad fuera de él. Esta concepción conduce al panteísmo: to das las cosas participan del Absoluto, del Ser supremo. Ahora bien, esta idea es falsa para el cristiano. En efecto, aunque la fe en Cristo sea independien-
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2 7 .— E l c o r te jo d e un m arajá.
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te de cualquier filosofía, sin embargo, por una serie de circunstancias histó ricas, los teólogos han explicado la palabra de Dios, la Biblia, mediante la filo sofía griega, concretamente de Platón y en especial de Aristóteles, que han desarrollado 7 completado. El dogma ha sido fijado mediante términos toma dos de esa filosofía, cuya base es que cada una de las cosas sensibles tiene una esencia, una forma que modela la materia, una naturaleza real. El universo es una realidad, el mundo exterior existe. Y esto corrobora la creencia cristiana en un Dios personal, sustancia espiritual, real 7 esencialmente distinta del mun do, sólido fundamento de la creencia en Cristo Dios. En el m ejor de los casos, para un indio culto, Cristo era una de las innumerables apariencias del Gran Todo. Para él, la conversión significaba un cambio total de su pensamiento. Estas dificultades, y otras muchas más, no habían impedido las conversio nes; pero eran mucho menos numerosas de lo que hubiera deseado la ardien te caridad de los misioneros que querían salvar todas esas almas. Los jesuítas habían desplegado un heroico esfuerzo en el siglo xvn para adaptar el cristia nismo a la organización social 7 a los modos de pensar de los naturales. Con servaron muchos ritos indios; compusieron cánticos tan parecidos por la for ma 7 por el contenido a sus antiguos himnos, que sólo una mente hábil po día notar la diferencia. Introdujeron en la sabiduría cristiana rasgos de la sa biduría india; respetaron los prejuicios de casta; el jesuíta que se hacía pasar por brahmán despreciaba desde lo alto de sn litera los andrajos del jesuíta que se hacía pasar por paria; si un jesuíta debía dar la Eucaristía a individuos pertenecientes a una casta inferior a la que él había adoptado, se la ofrecía en el extremo de un bastón o bien la dejaba sobre la piedra del umbral de sus casas. Estos ritos malabares excitaron la indignación de los demás misioneros. Ya en 1704, el Papa los había condenado com o contrarios al cristianismo. En 1745, la bula Solücitudo omnium confirmó esta condena. El ritmo de las conversiones decreció; sin embargo, en 1756 había en la India un millón de cristianos. Pero empezaba ya la lucha de los soberanos contra los jesuítas: en 1757, Pombal mandaba detener en la India y deportarlos a Lisboa a 157 je suítas; en 1758, la Compañía de Jesús quedaba prohibida en las posesiones portuguesas 7 varios centenares de jesuítas se vieron obligados a marchar. En 1764, le llegó el tumo a las colonias francesas. Finalmente, en 1773, la supre sión de la Orden por el Papa le dió el golpe de gracia. De todos modos, las continuas guerras, la creciente desmoralización, no favorecían la extensión de una religión basada en la generosidad, en el olvido de sí mismo, en el amor, 7 que considera la pureza de corazón com o condición para comprender la pala bra de Dios. Además, tanto los musulmanes como loe hinduístas perseguían a los cristianos. Durante las guerras del Mysore (1766-1799), Tippu Sahib ase sinó o redujo a la esclavitud a 100.000 cristianos. Los holandeses protestantes 19. — H. G. C. — V
Posesiones francesas basta 1754; 1. Posesiones directas de la Com pañía francesa; 2, A liados
7 vasallos. Posesiones inglesas; 3. Hasta 1754; 4. A nexiones y vasallajes desde 1754.
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perseguían a loa católicos de Ceilán, expulsaban o mataban a loe miaioneroe. En 1800, sólo quedaban en la India 500.000 cristianos: los dos tercios en las antiguas colonias portuguesas, al cuidado de un clero indígena; los demás, di seminados por la India y Ceilán, guiados por misioneros: capuchinos, carme litas, enviados de las Misiones Extranjeras. La conversión había fracasado y también la europeización total, la asimilación del espíritu científico europeo. En cambio, los europeos tuvieron más éxito en una obra completamente externa y superficial, primer paeo del avasallamiento y de la explotación de la India. A principios del siglo xvm operaban en la India dos Compañías co merciales, una francesa y otra inglesa. Cada una de ellas estaba dirigida por un Consejo de Directores elegidos entre los principales accionistas; pero la Compañía inglesa tenía una administración independiente, mientras que la francesa, cuyos directores eran nombrados por el rey y vigilados por los comi sarios del rey, debía seguir las instrucciones del gobierno. Cada Consejo estaba representado en la India por un gobernador general, bajo cuyas órdenes se hallaban los agentes. Las dos Compañías habían obtenido del gran mogol la concesión de factorías. Los ingleses tenían Madras, Calcuta, Bombay y Surat; los franceses, Pondichery y Chandernagor. La rivalidad entre las dos Compa ñías era muy fuerte, ya que el comercio de importación de mercancías indias a Europa (telas de algodón o indianas, mnselinas, sedas, té, café, pimienta, et cétera) producían beneficios que podían llegar hasta el 100 por 100. Mas a par tir de 1730, los accionistas franceses eran rentistas de renta fija; los directores eran funcionarios, menos interesados en el éxito de las empresas comerciales. La Compañía francesa incrementó notablemente sus negocios de 1720 a 1740, mientras que los de la inglesa permanecían estacionarios. En efecto, el gober nador francés Le Noir, ante la variedad de la península, mandó iniciar el co mercio de la India a la India, es decir, sirvió de intermediario entre los distin tos pueblos indios. Se obtuvieron nuevas concesiones, Mahé (1721), Yanaon (1723), del gran mogol. El gobernador Dumas (1735-1741) comprendió, ante la descomposición del imperio m ogol, que era necesario, para proseguir el comercio, hacerse respetar mediante una fuerza armada, y tratar con los dis tintos príncipes que de hecho se iban independizando. No sobreetimó la impor tancia de la raza (que, como todos los verdaderos coloniales, tampoco menos preciaba) y adivinó que los indios serían individuos muy distintos después de someterles a la maravillosa disciplina europea. Creó batallones indígenas de ci~ payos, cuya sangre fría y tenacidad totalmente nuevas, cuyos fusiles, cuya arti llería ligera, hicieron maravillas frente a los viejos mosquetones, a los caño nes pesados, las cotas de mallas, las armaduras y los nervios excitados de los de más indios. Trabó relaciones con príncipes com o el nabab de Carnatic, y no dudó en convertirse en vasallo de ellos: a cambio del privilegio de comerciar,
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les pagaba un canon y les prestaba la protección militar de sus cipayos. Así, logró obtener de un rajá la cesión de Karikal, en 1739. Además, trataba huma namente a los indígenas y respetaba sus creencias y sus costumbres. Tam poco olvidó tratar con el gran mogol, el cual le concedió el título de nabab, transmi sible a sus sucesores. Con ello, pasaba a ser un vasallo directo del emperador; adquiría sobre los indígenas de las posesiones francesas una autoridad mayor, y prestigio ante todos los indios, en especial ante los soberanos, con los cuales y a partir de entonces podía tratar de igual a igual. Su sucesor, Dupleix (1741-1754), que conocía a fondo la India, y cuya mu jer, una criolla, hablaba los dialectos indios, prosiguió la política de Dumas. Pero la guerra de Sucesión de Austria (1), le obligó a torcer el camino y a luchar contra la Compañía inglesa. Con la ayuda de los navios de La Bourdonnais, go bernador de esa isla de Francia que dominaba las rutas de la India y de China, ocupó Madrás (1746). Quería o bien arrasar la ciudad o bien retenerla; en cambio, La Bourdonnais aceptaba restituirla mediante rescate. Este noble so berbio, harto ya de discusiones con el insolente plebeyo, abandonó la India. Du pleix, solo, se vio obligado a renunciar a la conquista de las demás factorías inglesas. Aunque el gobierno francés, absorbido por la guerra continental, le dejó sin refuerzos, conservó Madrás y rechazó, en 1748, el ataque de una es cuadra inglesa enviada por el gobierno británico — que no olvidaba la guerra principal — contra Pondichery. El tratado de Aix-lá-Chapelle restableció el statu quo: Madrás fue devuelta a los ingleses. Pero el prestigio de Dupleix era ya muy grande en la India. El gran mogol le felicitó por su valor. Entonces, Dupleix pensó en convertir la Compañía en un soberano indio, para asegurarle sus privilegios comerciales así como una renta fija mediante la recaudación de impuestos. En pocas palabras, quería hacer lo mismo que los demás vasallos del emperador y, aun respetando la autoridad nominal de éste, crear para la Compañía un reino independiente. Intervino en las luchas sucesorias, y logró que triunfaran los pretendientes que él sostenía. Así, el nabab de Camatic se convirtió en vasallo de la Compañía; el subab del Dekán aceptó su protectorado y le cedió la región de los Circars (1749-1751). Los mahratas, que pretendían dominar el Dekán, acudieron; pero fueron comple tamente derrotados y no tuvieron más remedio que reconocerse vasallos de la Compañía. Estos resultados fueron logrados sólo con algunos puñados de hom bres. Con sólo 300 franceses, 1.800 cipayos y una batería de artillería, el mar qués de Bussy, magnífico entrenador de hombres, enviado por Dupleix, con quistó el Dekán y puso en fuga a 100,000 caballeros mahratas. Un empleado de la Compañía inglesa, Robert Clive, comprendió, al cabo 1 (1)
Véase lib ro III, capítulo III.
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de cierto tiempo, que el único m edio para luchar comercialmente contra los franceses consistía en imitar la política que seguían éstos. Y logró que su punto de vista fuera aceptado. En este momento, en la historia india las dos Compañías no son más que dos vasallos del gran mogol en decadencia, que se disputan la parte más grande. Rohert Clive, al que Londres le mandó tropas europeas y cañones, derrotó al nabab de Carnatic (1751) y deshizo en Trichinapali, a Law, un sobrino del financiero, junto con una gran parte del ejér cito de Dupleix (1752). Dupleix se vió obligado a pedir refuerzos. Pero a la Compañía, después de Law, siempre le había faltado un fondo de circulación que le permitiera iniciar empresas aunque los beneficios no fueron inmediatos. Además, el gobierno fran cés deseaba la paz: sustituyó a Dupleix por Godehen. Éste firmó, en 1754, un tratado con los ingleses en virtud del cual las dos Compañías se comprometían a renunciar a todas las dignidades indígenas, a abandonar todo protectorado, a renunciar a todas las ventajas que habían logrado fuera de sus factorías. Pacto desigual, ya que los ingleses sólo poseían esas factorías, mientras que la autoridad y los privilegios comerciales de la Compañía francesa se ex tendían a territorios cuya superficie era el doble que la de Francia y que con taban con una población de 130 millones de seres. ¡Y ni siquiera se evitó la guerra I Mientras los franceses tomaban la ofensiva en Alemania, Clive atacó Ben gala, cuyo subab, enemigo de los ingleses, acababa de apoderarse de Calcuta, y de encerrar 145 prisioneros ingleses en una mazmorra estrecha y sin aire, el agujero negro, en el que 126 perecieron asfixiados en medio de horribles su frimientos. Clive reconquistó Calcuta, ganó Chandemagor, aplastó al subab en Plassey (1757), y colocó en el trono a un subab de su gusto, que aceptó la protección de la Compañía inglesa. Entonces, pudo ya atacar directamente a los franceses. En 1758 el gobierno francés había enviado un nuevo Goberna dor, Lally-Tollendal, con 3.000 soldados; pero Lallv-Tollendal, que descono cía por com pleto los asuntos de la India, que hablaba desdeñosamente de los indios tratándolos de “ miserables negros” , acumuló error tras error. Retiró a Bussy, con el pretexto de que le importaba muy poco a Francia “ que un se gundón disputara el Dekán al primogénito y de que tal o cual raja se dispu taran tal o cual nababía” . El subab del Dekán, abandonado, se puso bajo pro tección inglesa, y luego, cuando los británicos estaban ocupados en otra parte, fué vencido por los maltratas. Francia perdió su principal protegido. P or otra parte, Lally-Tollendal Be enajenó el favor de todas las poblaciones a conse cuencia de sus violencias. No recibió refuerzos a causa de la guerra de Ale mania. Bloqueado en Pondichery con 700 hombres, por 22.000 ingleses apo yados por 14 buques, resistió durante cinco meses pero se vió obligado a
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rendirse en enero de 1761, El tratado de París (1763) devolvió a la Compañía francesa sus factorías, pero con la expresa condición de que quedarían des manteladas, sin guarniciones, y de que la Compañía renunciara a cualquier pre tensión política, es decir, prácticamente, al comercio. Los beneficios de esas factorías disminuyeron muy pronto, y, en 1770, la Compañía fuá disuelta. Los ingleses dejaban ya de temer la rivalidad de la Compañía francesa pre cisamente en el momento en que la batalla de Paniput debilitaba decididamen te a los maliratas, la principal potencia india, y les impedía intentar cualquier cosa en Bengala. Sin embargo, los ingleses no se apoderaron de toda la India. Clive se dió perfectamente cuenta de que les era más conveniente dedicarse a asegurar la dominación en sos posesiones en lugar de extenderse. Subsistían, en efecto, o bien se crearon muy pronto, poderosos y combativos Estados in dios, que recibieron una ayuda preciosa de los oficiales franceses que habían estado al Bervicio de la Compañía de las Indias, Law, el conde de Moidavre, el caballero de Crécy, Médoc, Du Drenec, y el alemán Reinhard Sombre; más tarde, de oficiales pueBtos en libertad al acabar la guerra de Siete Años o de jóvenes aventureros, en especial franceses, pero también italianos, flamencos, holandeses y el saboyano conde de Boigne. Los príncipes indios se disputaban los servicios de esos europeos. El nabab de la región de Ud los utilizó en 1761, pero sns tropas fueron vencidas por los lugartenientes de Clive antes de que loa oficiales franceses hubieran podido reorganizarlas. Entonces, unos pasaron al servicio del emperador Alam II, a quien le proporcionaron varías victorias; otros, al servicio del mahrata Madhava Sindhia (1730-1794), uno de los que se salvaron en Paniput, el cual, gracias a ellos, en especial al conde de Boigne, se construyó en el noroeste un principado de extensión igual a la de Francia y Alemania juntas, reBtauró el poder del emperador eu 1789, y destrozó una invasión afgana en 1790. Finalmente, muchos de esos oficiales pasaron al sul tanato de Myeore, bajo Haydar A lí y Tippu Sahib, enemigos encarnizados y temibles adversarios de los ingleses. Estos oficiales eran muy apreciados, ante todo por la disciplina a la cual sometían a los indios; éstos, de rápidos reflejos, realizaban como máquinas, a una sola orden, bajo el fuego más violento, gestos repetidos mil veces, y quedaban sustraídos a las impresiones del momento, no siendo víctimas del desorden y del terror pánico que se apoderan de los hom bres más valientes cuando están mal entrenados. Las tropas indígenas tuvieron un mordiente y una tenacidad nuevas, aunque nunca llegaron a ser tan buenas como las tropas europeas. Los oficiales aportaban un conocimiento del uso de las nuevas armas, con las cuales se intensificaba el poder del fuego. Se valían de formaciones y maniobras desconocidas entre los indios. Boigne inauguró en la India, contra los afganos, la táctica del cuadro profundo, que más tarde habrían de utilizar Napoleón y Wellington. Los afganos, cabaBeros del si
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glo xin, con sus pesadas armaduras y que habían bebido durante toda la noche, se agitaron inútilmente alrededor del cuadro que escupía fuego, y una car ga a la bayoneta de los soldados de Boigne, a los que éste había obligado a comer y a dormir, acabó de producir el efecto. Además, estos oficiales sabían organizar. Establecieron los principios de una rígida administración que, más tarde, los ingleses sólo tuvieron que desarrollar. Finalmente, muchos de esos aventureros tenían el corazón en sti sitio. Las tropas seguían con m ejor gana que a los jefes indígenas, corrompidos y egoístas, a esos extranjeros totalmente entregados a su misión, preocupados por sus hombres, al modo europeo. Los soldados caían en sus puestos de combate, ya que los oficiales se dejaban matar, delante de la línea, en su puesto de mando. Uno de ellos, el francés Michel Raymond fné venerado com o si se tratara de un paladín, y hasta prin cipios del siglo xx su tumba fué un lugar de peregrinación de la juventud. Los súbditos de Madhava Sindhia añoraron durante largo tiempo, bajo la domi nación inglesa, la administración humana de los oficiales franceses. De este modo, la técnica europea y el espíritu europeo renovaron las fuerzas indias y retrasaron los avances de los ingleses. Y sin embargo, los ingleses hicieron progresos. De 1765 a 1767, Clive ob tuvo del gran mogol la misión de mantener el orden y de cobrar los impuestos en Bengala y en Berar, aunque enviando una parte a Delhi. Es decir, que de jure la Compañía inglesa se convertía en el primer funcionario imperial de di chas provincias. De hecho, era el soberano en ellas. Luego, Clive impuso su protectorado al nabab de Ud y al raja de Benarés. Pero las violencias y los atropellos de loe agentes de la Compañía empu jaban a los indios a la desesperación. El lu jo y la importancia electoral de esos “ nababes” al volver a Inglaterra escandalizaban a la opinión inglesa. Cli ve, convicto de prevaricación, tuvo que suicidarse. La dominación de enormes territorios por una Compañía particular era cosa grave. En 1773, el Parla mento votó el Acta de Regularización, en virtud del cual aumentaba el do minio del gobierno sobre la Compañía. Fué parte de una vasta empresa de sumisión más estrecha del imperio británico a la corona. Todos los estableci mientos de la Compañía estaban sometidos al gobernador general Warren Hastings nombrado por el Parlamento, pero que nada podía decidir BÍn un Consejo, cuyos miembros fueron muy pronto nombrados también por el Par lamento. Los directores de Londres debían entregar toda la correspondencia a los ministros. Un Tribunal de Justicia con sede en Calcuta tenía el derecho de veto para las decisiones de la Compañía. Pero el gobernador Warren Hastings (1774-1785), un tirano enérgico y sin escrúpulos, explotaba vergonzosamente a los príncipes. Los ingleses eran odia dos en la India y su dominación execrada. Hastings desposeyó al rajá de Be-
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nares y se anexionó sns Estados; mas fracasó contra los sultanes de Mysore, Haydar A lí y su h ijo Tippu Sahib. El mayor peligro que éstos hicieron correr a los ingleses fué de 1780 a 1783, en plena guerra de Independencia america na. Haydar AH, había firmado una alianza con Francia, de la cual había reci bido ayuda. El ejército de Mysore, mandado por oficiales franceses, atacó la región de Camatic en junio de 1780, derrotó a los ingleses y apresó a un cre cido número de oficiales ingleses que sólo fueron perdonados ante la insisten cia de los oficiales franceses. P or mar, Suffren venció cinco veces a la flota inglesa (1782-1783), siendo la victoria más gloriosa la de Gondelure (junio de 1783). Los ingleses estaban ya casi desalojados de Carnatic, cuando se firmó la paz en Yersalles. Tippu Sahib, que había sucedido a su padre en 1782, ais lado, se vio obligado a firmar con los ingleses el tratado de Mangalore (7 de marzo de 1784) que restablecía el statu quo. Las prevaricaciones y la tiranía de Warren Hastinge fueron tales, las que jas de los indios tan desesperadas, que fué preciso dama rio y procesarlo. El Acta de la India de 1784 dejaba en manos de la Compañía el nombramiento del gobernador general, pero le daba al rey el derecho de revocar tal nombra miento; instituía, además, un Consejo de supervisión, designado por el rey, con sede en Londres, en enyo conocimiento la Compañía debía poner toda su co rrespondencia. P or consiguiente, en 1789, los ingleses están instalados en la India bajo la forma extravagante de una Compañía particular, vasallo y alto funcionario por una parte del gran mogol, y por otra sometida al rey de Inglaterra, vigi lada por éste, que le ayudaba en la progresiva destrucción del im perio mogol. La conquista dista mucho de haber concluido. Subsisten poderosos Estados: de los sikhs de Madhava Sindhia, de Mysore. Además, los ingleses, por su orgu llo, por su rapacidad y por sus violencias, son odiados por doquier y un levan tamiento casi general de la India no queda aún excluido.
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oriente
En Indochina, las montañas cubiertas de árboles estaban ocupadas por débiles grupos de cazadores y colectores. Los acontecimien tos tenían por escenario las fértiles cuencas de los ríos. En Birmania, los Mon, procedentes del norte, habían adoptado la civilización india y habían funda do en la parte baja del curso de los ríos Irawadi y Sittang, el Estado de Pegú. Debilitados por el clima y por la excesiva fertilidad de las tierras, que indu cen a la pereza, eran combatidos por los birmanos, procedentes del Himalaya, Indochina
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e instalados en el Alto-Irawadi, ganados ellos también por la civilización india. Hacia 1750 los birmanos prevalecen definitivamente. Con la embriaguez del éxito, salieron de sus fronteras naturales, conquistaron Siam, y después de ha ber tomado por asalto la capital, Ayuthia (1767), se llevaron cautiva una gran parte del pueblo siamés, y deportaron o dispersaron a los cristianos. En la cuenca del Menán, un pueblo tai, venido del Yunán, había formado el Estado siamés. La línea divisoria de las aguas, muy baja hacia el este, y la sabana, les brindaban la posibilidad de realizar repetidas invasiones en los dominios de los debilitados cambodgíanos y en los principados tai de Laos, ais lados en pequeñas cuencas fértiles. El Estado siamés, arruinado en 1767, fue reconstituido después de la sublevación de Payatak (1769), quien estableció su capital en Bangkok, obligó a los birmanos a mantenerse dentro de sus fronte ras naturales, expulsó a los misioneros cristianos, y volvió a comenzar, hacia el este, las correrías con el fin de procurarse esclavos para sus tierras incultas. Más al este, al delta del Sang Co o Tonkín, a las pequeñas llanuras coste ras, y al delta del Mekong o Conchinchina, bajaban desde el norte, desde bacía siglos, pueblos de civilización china, los annamitas. Estos duros campesinos habían rechazado a los cambodgianos, perezosos aristócratas que reinaban so bre un pueblo formado por prisioneros de guerra condenados a la esclavitud. En 1753, llegaron a Mit-ho. El reino annamita reconocía la autoridad nominal de los Lé, reyes holgazanes instalados en Hanoi, y la soberanía de China. Muy extenso en latitud, el reino estaba de hecho dividido entre dos familias de mayordomos de palacio: los Trinh en Hanoi, los Nguyen en Hué. La guerra era perpetua entre los mayordomos de palacio y entre los señores annamitas. A los cristianos se les exigía rescate, se les encarcelaba y los misioneros eran torturados y expulsados. Nguyen Anh, derrotado, halló apoyo en un misione ro, el obispo de Adran, Pigneau de Béhaine, quien fué a solicitar la ayuda de Luis X V I (1787) en favor del derrotado. El R ey envió oficiales, artillería e in genieros, a cambio de la cesión de la bahía de Turán y del archipiélago de Pulo Condore. Entonces, Nguyen Anli pudo recobrar Saigón en 1788 y empezó la reconquista de Annam. Indonesia Indonesia estaba dominada por sultanes malayos convertidos al Islam; pero la Compañía holandesa de las Indias orientales te nía la primacía, de la cual alejaba a los demás europeos. Sus principales pose siones se hallaban en Java, gran productora de pimienta, de añil y de seda. La Compañía era soberana de Batavia (50.000 habitantes) y de su distrito (200.000 almas), así com o del litoral nordeste incluyendo Samarang y la isla de Madura (1.600.000 habitantes). El resto lo formaban reinos vasallos que no cesaban de dividirse y de debilitarse. En otros puntos, la Compañía trataba de imponer su influencia, en especial para cubrir el estrecho de Malaca, elimi
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nar la competencia, y refrenar las piraterías de los indígenas de las islas Riu y Célebes. Mantenía una guarnición en Malaca, gobernaba en Banda y Amboina, protegía la costa occidental de Sumatra y al sultán de Palembang, rodeaba Borneo de concesiones y ocupaba la ciudad de Macasar, en Célebes, isla en la cual ponía frente a frente a los príncipes indígenas. La Compañía tenía a su disposición muy pocas tropas y carecía de mari na de guerra para tan inmensos territorios. En 1772, la Compañía inglesa de las Indias le arrebataba algunos puestos en Sumatra. En 1780, los corsarios ho landeses provocaron la guerra. Yeucidos, los holandeses se vieron obligados a ceder a los ingleses Nagapatam y el derecho de navegar libremente por las aguas de los archipiélagos (tratado de París, 20 de mayo de 1784). La guerra dejó a la Compañía en déficit, sin prestigio; los principes arro gantes y los colonos, repudiando su condición de súbditos de la Compañía, es taban dispuestos a sublevarse. En 1789, la Compañía estaba a punto de perder sus posesiones. China Durante el siglo xviu China conoció una de su épocas más próspe ras, bajo los emperadores manchúes. Descendientes de los jefes nó madas que habían arrebatado China a los Ming, entre 1640 y 1651, eran espíri tus libres, muy respetuosos con las tradiciones en na país en el que la tradición lo es todo, pero que procuran que esas tradiciones les traben lo menos posible, y que adoptan con agrado los inventos europeos. Kang Hi es todavía un seminómada, infatigable guerrero, apasionado por la caza, desplazándose constante mente, en contacto con las realidades, de mente lúcida, de juicio rápido y seguro. En diciembre de 1722, le sucede Yong Cbeng, su cuarto hijo, que también es un guerrero, de 45 años de edad, sin genio, receloso y severo, pero serio, aplicado, totalmente entregado a su tarea. Finalmente, en 1735 sube al trono el h ijo de Yong Cheng, llamado Kien Long, un joven de 24 años. Pero el descendiente de nómadas es un chino que ama la corte, que casi no sale de la ciudad imperial, en la cual vive rodeado de sus mujeres y sus eunucos, un sabio delicado y un eru dito, autor de poesías, de diccionarios y de catálogos. Sin embargo, ni el vigor físico ni la energía le faltan. Aunque nunca guerrea personalmente, es un di plomático y un administrador de valía, que, al igual que su abuelo, tiene ele vadas miras políticas y que obtiene éxito a fuerza de tenacidad, en el transcurso de un reinado que dura hasta 1796. Estos emperadores prosiguieron al sur del Yang-tse-kiang la ocupación militar de la China de las 18 provincias, la China propiamente dicha. En 1774 los Miao Tsé, tribus aborígenes de las montañas de Seu Chuan y Kuei Chu, fueron sometidas. Con ello quedaba completada la conquista de China iniciada por los chinos en la época de Ur y de Babilonia. A estos agricultores les que daban llanuras por poblar y macizos montañosos por explotar.
1. Pasos; 2. Rutas de caravanas.
Mapa VI. — Rutas del Asia Central
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Kien Long prosiguió la política hostil a las grandes propiedades privile giadas, tierras dadas a príncipes, cortesanos y funcionarios para recompensar les, y que estaban exentas de impuestos y de servidumbres personales. Una buena parte fué confiscada y distribuida entre campesinos, que de este modo se convirtieron en pequeños propietarios. A los colonos cuyas familias cultiva ban la tierra desde muchas generaciones atrás, se les consideró poseedores de un derecho legal sobre la superficie del suelo. El propietario conservaba sus de rechos sobre el subsuelo pero los colonos pudieron vender y comprar superfi cies. Dispusieron de la propiedad real, mientras que los propietarios conserva ban la propiedad eminente. Se acentuó el carácter de democracia rural de China. Así, los emperadores manchúes se portaron com o dictadores populares, apoyán dose en las masas contra los aristócratas y los ricos de la época Ming. A l me jorar la suerte de los campesinos se produjo un incremento de riqueza y de número. En 1661, la población habría contado unos 105 millones de habitantes, y en 1766 habría pasado a 182 millones. La fuerza del Estado creció. En esta China próspera, florecieron las artes, en especial las artes corte sanas y de salón: poseía, grácil cerámica, arquitectura de fincas de recreo y de jardines, artes agradables para conquistadores que se están refinando. Por el contrario, la pintura y la escultura decaen. Los poetas cincelaron temas de biombos o de vasos de porcelana que se consideran com o pequeñas obras maestras. La cerámica, arte principal, alcanza en apogeo en la época de Kang Hi. Las tierras son cuidadosamente amasadas, los objetos torneados con el mayor cuidado, las formas son elegantes, el pulido muy acabado, el esmalte puro, Empido, lustrado, los colores son fuertes. El color de los vasos sin decoración pintada suele ser con piel de melocotón, rojo de hierro, sangre de buey, rojo co ral, violeta berenjena, negro brillante, azul, verde, amarillo. En cambio, en los vasos con decoración pintada ésta suele ser azul sobre fondo blanco o, con mayor frecuencia, los colores citados sobre fondo verde traslúcido. Durante el reinado de Yong Cbeng, el fondo verde es sustituido por un rosa luminoso, con decoración en carmín, blanco, crema, amarillo limón, azul escarchado, Amarillo mostaza, amarillo azufre, r o jo coral, una gama de matices suaves y de deli cadas exquisitas armonías. Las escenas de la decoración suelen proceder de las poesías de los antigaos maestros: medallones, arabescos, bambúes, peonías, pe queñas nubes, mariposas, pájaros, bellas damas y mandarines. Luego, Kien Long añadió la decoración llamada “ de las mil flores” . Estos vasos, con paisajes va porosos, de tonos ligeros y diáfanos, con personajes esbeltos y frágiles, re cuerdan el arte de Watteau: se trata del “ Luis X V chino” . Pero, después de 1750, la hechura es menos cuidadosa, empieza la decadencia, que se acelerará
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en el siglo XIX: la demanda europea es muy fuerte y la fabricación forzosa mente lia de ser m¿s rápida. Los tres emperadores restauraron en Pekín la “ Ciudad roja prohibida” , residencia imperial, incendiada cuando cayeron los Ming, en 16-14. En las afue ras, al noroeste de Pekín, encargaron a los jesuítas la construcción de un Versalles cbino, el Palacio de verano, delicioso conjunto de casas de placer y de jardines, en los que se unen el arte europeo y el arte chino. Aparentemente el espíritu es muy distinto del que reina en Versalles, puesto que se imitan el desorden y la libertad de la naturaleza; pero, con un gusto seguro, los jesuítas han sabido elegir en la naturaleza las más “ bellas” irregularidades, es decir, aquellas que se hallaban en sutil armonía con la lógica de la mente humana; han creado escenarios, combinando, a costa de sabios cálculos, los objetos más agradables. Es nn triunfo de la razón. Pero, en resumen, en el siglo xvni, ha pasado ya la época del gran arte chino. Sólo quedan las artes decorativas. Quizá sean la derrota, la conquista, la intrusión de un nuevo espíritu, pese a los grandes esfuerzos de los manchúes para convertirse en chinos, los responsables de ello. Los emperadores manchúes del siglo xvui continuaron una política china que databa de antiguo: dominar el Asia central. China está rodeada de estepas y de desiertos, más bien vías de acceso a China que obstáculos, pobladas por nómadas siempre dispuestos a saquear al menor atisbo de debilidad. Por ellas pasaban las rutas terrestres que conducían al Asia Menor y al Occidente, siempre surcadas, a pesar del desarrollo de la ruta marítima, por caravanas cargadas de mercancías de poco peso, pero de gran valor. Ruta de Moscú a Pekín, pasando por el lago Baikal y Urga; o por el rio Irtish y el lago Zaisán, entre los montes Altai y Tarbagatai; “ ruta del norte de los montes Celestes” (Tian Chan), entre los montes Tarbagatai y los Ala-Tan, a través de la región de Zungaria y el lago Balkash, hacia Astrakán, en Rusia, la m ejor, la más an cha, a una altura de 400 metros, con un doble paso por el valle del Ili, entre Ala-Tau y Tian-Chan, pero amenazada por tribus entregadas al pillaje; “ ruta del snr de los montes Celestes” , la más concurrida, pasando por el Turquestán oriental, Kachgar, los oasis del Turquestán occidental, Jokán, Bukhara y de allí, ya sea Kiva y Astrakán, ya sea, mucho más a menudo, Meshed, Persia y el Mediterráneo. La prudencia y el afán de comerciar les obligaban a los empe radores a dominar esa vasta extensión. Y lo consiguieron. Estas comarcas, camino de un progresivo desecamiento, estaban poco pobladas. Las tribus nómadas estaban divididas entre ellas y no podían contar con el apoyo de los sedentarios que ocupaban los oasis situa dos en forma de rosario al pie de las montañas. En China, los nómadas no pu dieron beneficiarse de guerras civiles, que eran para ellos un medio de triunfar
Mapa V il. — La expansión de China en Asia central 1. Límite aproximado de las zonas de influencia rusa y china; 2, Limite aproximado de la zona de influencia eleuta; 3. Límite aproximado de la China estricta; 4. Conquistas chinas de 1717; 5. Conquistas chinas de 173440; 6. Conquistas chinas de 1755.
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como auxiliares de determinado partido. Finalmente, los emperadores inan ché es disponían de una artillería moderna, cuyas piezas habían sido especial' mente fundidas para ellos por los jesuítas. Los rusos, instalados en Siheria, que acechaban hacia el sur las rutas co merciales y los accesos a los mares cálidos, habrían podido ser sus competido res. Los rusos reconocían cada día los inconvenientes que presentaba el puerto de Okotsk de difícil acceso, bloqueado por los hielos durante varios meses del año, y enlazado con Yakutsk por un camino terrestre largo y rara vez prac ticable. Necesitaban la ruta del Anuir. Pero, en el siglo xvm, sus fuerzas están ocupadas en Occidente. En el centro de Asia sólo disponen de pequeños gru pos de colonos y de débiles efectivos militares. Incluso durante el reinado de Pedro el Grande no desplegaron grandes esfuerzos con laB armas, y en cuanto a sus relaciones con los chinos, se contentaron con mejorarlas mediante un ele vado número de embajadas. A principios del siglo X VIII, las relaciones entre las dos potencias estaban reguladas por el tratado de Nertchinsk (1689). Los chinos conservaban toda la cuenca del Amur e impedían a los rusos el acceso de Mancburia, largo corredor formado por llanuras, abierto desde el Amur hasta el norte de China. A cambio de esto, los rusos poseían libertad de comer ciar en China, y caravanas de mercaderes rusos llegaban a Pekín. En 1729, en virtud del tratado de Kiakhta, los rusos obtuvieron, junto con algunas mejoras fronterizas, el permiso de edificar ruta iglesia ortodoxa en Pekín, donde resi día una pequeña colonia rusa. Pero el tráfico de las caravanas estaba reglamen tado: debía efectuarse en la frontera de Mongolia, en Kiakhta y en Maimat* chín. La competencia arruinó la caravana de Pekín, que el gobierno ruso acabó por no enviar. Los chinos tenían aseguradas sus fronteras septentrionales. A l oeste del Amur, un telón de pastores separaba a rusos y chinos. Desde el río Chilka al Yenisei, loe cazadores Urgangkhai pagaban tributo de cebe llinas a la vez a Rusia y a China. Desde su gloriosa derrota del lago Zaisán, en 1720, los rusos habían renunciado a los pasos de Zungaria y de Kachgaria; su último fuerte sobre el Irtish era Ustkamenogorak. Desde el exterminio de la expedición que había salido de Astrakán para ocupar Iviva, en 1717, los rusos, en su camino hacia el Turquestán occidental, no pasaban más allá de la orilla norte del Balkach y casi ni siquiera de la región del Volga. Se limi taban a facilitar el tráfico de las caravanas reduciendo la tasa de transacción al 5 por 100, y mediante calculadas exenciones a las caravanas enviadas direc tamente por I ob principales jefes de tribu. Por consiguiente, de parte rusa los chinos no tropezaron con ninguna dificultad. A principios del siglo X V Ili, Kang Hi y a había dado firmeza y seguridad a las fronteras occidentales. Los mogoles habían sido vencidos en 1697, Los del este, o kalkkas, se habían reconocido vasallos del gran kan manchó, al fin y al
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cabo un tártaro como lo eran ellos. En el teocrático Tibet, Kang Hi había lo grado en 1713 que fuera reconocido un Dalai Lama que le era adicto. Mas toda esa obra seguía siendo precaria y los pasos del Asia central to davía escapaban de manos chinas. Desde los montes Saiansk hasta los KuenLun, los mogoles occidentales, o eleutas, habían formado un imperio que do minaba las rutas de las caravanas. Dueños del comercio del Asia central, no habían renunciado al Tibet, a la Mongolia oriental, y quizá incluso soñaban con arrebatarles China a sus primos, los manchúes. A lo largo del siglo atacaron a menudo. Cada una de sus ofensivas dió lu gar a una reacción china. En cada ocasión fueron perdiendo terreno, hasta que su mismo imperio quedó destruido. En efecto, no lograron obtener el apoyo de los rusos. Contra ellos, los chinos utilizaron contingentes de caballeros kalkhas, y, en algunos momentos, de eleutas disidentes, tan rápidos, tan sobrios y tan sufridos com o los mismos agresores. Utilizaron el eterno método de que se valen los sedentarios contra los nómadas: crearon ciudades fortificadas en los principales lagares de paso, en las que se instalaron colonias militares de chinos; los soldados cultivaban reducidas extensiones de terreno fáciles de de fender; de este m odo, disponían de víveres y de forraje en abundancia, lo cual les permitía hacer operaciones prolongadas; saquearon Iob escasos recur sos naturales diseminados de los eleutas. A esto último muy pronto les empe zaban a fallar víveres, forraje, por consiguiente, caballos y camellos de re monta, y se veían obligados a firmar la paz. Cuando volvían a empuñar las armas, las cadenas de puestos avanzados les impedían reconquistar el terreno perdido. En 1717, un ataque del jefe eleuta Kabnán, al que al principio le sonrió el éxito en el Tibet e incluso amenazó basta el Yun-Nan y el Seutchuen, le proporcionó a Kang Hi la ocasión de expulsar a los eleutas del Turquestán occi dental y de asegurar a China el dominio de las principales rotas hacia occiden te: se instalaron colonias militares junto a los pasos del Tían-Cban, en Barkul, Khami, Turfón, Urumtchí; y quedó restablecida la influencia china en el Tibet, Una serie de algaras eleutas, multiplicadas después de 1731, le brindaron a Yong Cheng la oportunidad de rechazarlos al norte del Altai, para asegu rarles a los chinos las puertas de Zungaria. En 1734, los chinos se hallan en Uliasutai, en K obdo, y junto al Irtish. En 1740 Kien Long les impuso a los eleutas la obligación de no pasar al sur del Altai. Muy pronto, empezaron a convertirse en vasallos. Luchas sucesorias en tre soberanos obligaron a muchos señores eleutas del partido vencido a refu giarse, junto con sus vasallos y sus clientes, en China y a ofrecer fidelidad a Kien Long a cambio de tierras de pasto y de sn protección. La ocasión fué aprovechada. Una columna china, reforzada por contingentes eleutas, conquis-
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tó Ib comarca al norte del Altai. La unidad eleuta quedaba rota: loa eleutaa fueron divididos en cuatro tribus, al mando de distintos kanes, nombrados por un residente chino. Éste se instaló más al sur, en Kulcha, junto al rio lli, en posición céntrica para vigilar todos los pasos (1755). Y la destrucción de los eleutas no tardó mucho en ocurrir. Uno de los je fes que habían vuelto a imponer los chinos, un príncipe de sangre real, Amur eana, desengañado, arrastró a los nómadas que aún eran independientes a gue rrear contra los chinos. Llamado a Pekín para dar cuenta de su conducta, huyó hacia el Irtish, reunió a 4.000 secuaces, y derrotó a los 500 hombres del resi dente: fué la señal de una sublevación general contra I09 chinos. Pero los eleu tas fueron aplastados junto al Emil, en 1757, y diezmados. Amursana y 20.000 familias se refugiaron en territorio ruso; las restantes fueron deportadas a las fronteras del Kan Su. El antiguo territorio eleuta quedó anexionado al impe rio ; la frontera china se adelantó hasta el Balkach; dos gobernadores chinos fueron instalados en K obdo y en Kulcha; el país fué repoblado con kazaks, cultivadores musulmanes de Kachgaria, con colonos militares manchúes, y lue go, en 1771, con turgutes. El Turquestán oriental pasó a Ber una provincia china, la “ Nueva marca” , Sin-Kiang. Con la destrucción del imperio eleuta culminó el prestigio del empe rador Kien Long en el centro de Asia. Los nómadas del Turquestán occiden tal, los kirguises de la Gran Horda (1758), de la Pequeña Horda (1762), los kanes de Bukhara, Kokán, Tashkent y Andichán, prestaron homenaje al empe rador, cuya autoridad se extendía hasta el Caspio. Su reputación era taü gran de que los mogoles turgut abandonaron a su soberano ruso para ponerse a sus órdenes. Cien mil familias, instaladas en la orilla derecha del Volga, cuyo kan era nombrado por el zar, al que rendía homenaje, les proporcionaban a los rusos auxiliares muy valientes para sus guerras. Amenazadas por el avance de los puestos fronterizos y de los colonos, humillados por el tono insultante de los rusos, la mayoría de ellas, concretamente 70.000 familias, huyeron hacia el este, y tras dejar el camino sembrado de cadáveres, lograron llegar al lli y pidie ron hospitalidad (1771). El emperador les remitió víveres y vestidos, los esta bleció en los lugares de pasto eleutaa, concedió a los jefes títulos nobiliarios chinos. Un nuevo pueblo tributario había acudido, voluntariamente, a colo carse bajo las leyes del imperio y a asegurar la defensa de la frontera imperial. A l suroeste y al sur, la frontera china quedó sólidamente garantizada. Los gurkas, montañeses indios de Nepal, tentados por las riquezas de los monas terios del Tibet, atravesaron el Himalaya en 1791. Un ejército chino les de rrotó en varias ocasiones, llegó junto a los muros de Jatmandú, la capital, y les obligó a reconocer la soberanía de China (1792). Por el lado de Birmania, los chinos ocuparon el paso principal en 1765. Su marcha sobre la capital b irSO. — H. G. C- — V
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mana, realizada en 1767, fué tm fracaso. Pero, en 1790, el rey de Birmania se declaró vasallo de Kien Long. Los annamitas, sin combatir, se hicieron vasallos y tributarios de los chinos. La influencia del emperador chino estaba acrecentada por su papel de protector del budismo, religión dominante desde la Gran Muralla hasta el Caspio. Eu el Tibet, los emperadores lograron proteger el poder teocrático del Dalai Lama contra los avances de los señores laicos, contra las revueltas de los nacionalistas tibetanos, contra la codicia de gus vecinos, al mismo tiempo que se aseguraban influencia en la elección del Dalai Lama y en su política. En 1720, el hecho de reconqnistar el Tibet a los eleutas, le había permi tido a Kang Hi convertirlo en protectorado chino: dos altos comisarios impe riales, instalados con una guarnición en Lasa, “ aconsejaban” al Dalai Lama. Hacia mediados del siglo, como quiera que el primer ministro tibetano conspiró para expulsar a los chinos, los comisarios imperiales mandaron eje cutarle. Los habitantes de Lasa se sublevaron y degollaron a todos los chinos (1750). Un ejército chino reconquistó la ciudad en 1751, Se reforzó el pro tectorado: los dos comisarios chinos debían controlar todos los actos del Dalai Lama. Pero, además, vigilaban la elección de dicho personaje, tenían voz pre ponderante en el cónclave, y el candidato elegido debía poseer un diploma de investidura Armado por el emperador y librado por el Tribunal de los R i tos de Pekín. La sumisión del Dalai Lama al emperador ponía a disposición de éste los poderosos recursos del clero budista, y los honores que Kien Long pro digó al Lama acabaron por lograr qoe las poblaciones budistas del centro de Asia se agruparan alrededor de la dinastía manchó. De este m odo, a fines del siglo xvni, la autoridad del emperador se exten día a toda el Asia central, y en todas direcciones llegaba basta el límite de los dominios rusos e ingleses. Poseía, además, todas las rutas comerciales terrestres. La dinastía manchó había realizado el sueño nacional chino. En resumidas cuentas, las relaciones de China con los europeos por occi dente, por el continente, fueron muy poca cosa. Mucho más numerosas fueron, y con consecuencias más importantes, por el este, por mar, y, desde luego, to das ellas pacíficas, comerciales y religiosas. Y sin embargo, China era el obje tivo de los europeos en Asia. Los emperadores manchúes, a los que las mara villa» realizadas en bu país por los jesuítas les habían revelado el poder de las ciencias y de las técnicas, siempre experimentaron serios temores de que se realizara un intento de conquista, un desembarco, que, al cogerles por la es palda, les habría apartado de sus empresas del Asia Central y, quizá, habrían dado al traste con su poder. Sus inquietudes aumentaron cuando de la India les llegaron noticias de las fabulosas victorias de Bussy y de Clive. El miedo ante una invasión desempeñó un importante papel en la creciente desconfian
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za que los emperadores sintieron hacia los misioneros cristianos, hacia esos eu ropeos que obtenían de los chinos convertidos todo lo que deseaban. Pero por el hecho de hallarse China tan lejos, los europeos necesitaban previamente es tablecer escalas y albóndigas en las rutas marítimas que a aquel país condu cían. Las operaciones en la India tuvieron al principio ese cariz. Los europeos se veían comprometidos y dispersados en una multitud de empresas, en las que rivalizaban. Además, estaban en oposición, entre ellos y con los indígenas, en todos los puntos del mundo. P or todo eso, las potencias europeas estaban de masiado ocupadas para pensar seriamente en atacar a un imperio unido, en plena expansión, al que las relaciones de los jesuítas habían revestido de pres tigio. Se presentaron como solicitantes. Los emperadores manchúes siguieron teniendo libertad para actuar en el centro de Asia, y para entreabrir las cos tas de China tan sólo en la medida en que lo consideraran útil. El com ercio chino ejercía gran atracción sobre los europeos. El país, rico y poblado, ofrecía una buena clientela y sus productos, seda, lacas, porcelanas, té, estaban de moda en Europa y constituían un valioso flete de regreso; el numerario permitía hacer especulaciones provechosas, puesto que la plata y el oro estaban en China en la proporción de uno a diez, mientras que en Eu ropa era de uno a quince. Los ingleses, los holandeses y los franceses llega ban cargados de monedas de plata que por lo general habían adquirido de contrabando en la América española; las cambiaban en China por monedas de oro, y luego, al regresar a Europa, cambiaban ese oro por mercancías (o por monedas de plata), obteniendo nn buen beneficio. Pero eran muy escasos los puertos chinos en los que los europeos tenían derecho a residir, y a los comerciantes europeos les estaba prohibido salir de ellos para penetrar en el interior del país. Como se les consideraba peligrosos, estaban com o sitiados en esos puertos, sometidos a vigilancia. Los portugueses poseían la concesión de Macao, que habían convertido en puerto internacional, y constantemente, aunque sin éxito, pretendían obligar a todos los buques eu ropeos a hacer escala en él. Los españoles disponían de concesiones en algunos puertos del Fukien, Amoy, Eu-cheu, y por poco tiempo ocuparon Formoea, que los chinos reconquistaron en 1742. Los ingleses solicitaron en vano poder esta blecerse en Am oy o en Ning-Po. El gobierno chino creyó que le resoltaba más ventajoso concentrar en la mayor medida posible todo el comercio extranjero en Cantón. De 1702 a 1720, K.ang Hi concedió el m onopolio de las relaciones con los comerciantes extran jeros a un mercader chino de Cantón. Pero como esto no bastaba, en 1720, Kang Hi creó el hong o corporación de mercaderes chinos privilegiados, los mercaderes hanistas, una decena, presididos por el jefe de las Aduanas marí timas. En 1771, Kien Long disolvió el hong, pero los mercaderes que lo inte
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graban continuaron individualmente sus empresas y conservaron el monopolio. El sistema era muy ventajoso para el emperador. Aumentaba sus ingresos: para ser mercader hanista era preciso pagar una elevada cantidad, y los barcos ex tranjeros debían satisfacer un derecho imperial proporcional al tonelaje. Gra cias a él obtenía créditos: los mercaderes bañistas, a quienes el emperador les obligaba a suscribir empréstitos forzosos, obligaban a su vez a los extranjeros a hacer grandes préstamos. Además, facilitaba la vigilancia de los extranjeros agrupados en Cantón, ciudad en la que cada nación tenía una “ lonja” , factoría alquilada por los bañistas, A cambio de todo esto, los hanistas, favorecidos con el m onopolio, establecían los precios a su antojo, con lo cual regulaban la en trada de los productos extranjeros eu China, la competencia extranjera, y ob tenían colosales beneficios. Los rusos no eran admitidos en Cantón, pero sí se veían en ella austríacos, prusianos, daneses, suecos, españoles, aunque el mayor comercio era el realiza do por los ingleses, los holandeses y los franceses. El 29 de septiembre de 1765, en tm momento de decadencia del comercio francés, fondeaban en Cantón 34 buques: 21 ingleses, 4 holandeses, 4 franceses, 3 suecos y 2 daneses. A par tir de 1784, apareció un nuevo competidor muy peligroso: los Estados Uni dos. Aquel mismo año, el Empress o f China, de Filadelfia, fué el primer barco americano que hizo el viaje a Cantón; produjo un 25 por 100 de beneficios. En 1786, se instaló en Cantón un cónsul americano. Los americanos poseían el m onopolio de la importación de pieles en el sur de China. En 1790, entraron en Cantón 40 barcos procedentes de Nueva Y ork, Boston y Filadelfia. Casi solos, los sacerdotes católicos pudieron penetrar en China, y, en el siglo XVIII acaba una grande y bella aventura: la Iglesia, que en el siglo ante rior había podido confiar en la conversión de China, vió cómo se esfumaba su sueño. Con él desaparecieron las posibilidades de una europeización de los chinos. En 1715, la organización cristiana en China comprendía, primeramente, obispos portugueses en Pekín, Nankin y Macao, que dependían del arzobispa do portugués de Goa. Portugal había obtenido del Papa un derecho de pa tronato en China. Tenía el privilegio de transmitir los decretos de Boma desti nados al Extremo Oriente. Por ello, los prelados portugueses eran de hecho los representantes del jefe de la Iglesia así como los superiores de todos los eclesiásticos. Portugal sólo quería admitir en China religiosos portugueses o bien sacerdotes que se habían sometido a la autoridad portuguesa. Pero los misioneros sólo debían reconocer la autoridad del Soberano Pon tífice, ejercida por medio de la Sagrada Congregación de Propaganda, represen tada por vicarios apostólicos provistos de poderes episcopales. Los misioneros más numerosos eran los jesuítas, que tenían dos misiones en Pekín: la llamada
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misión portuguesa y la misión francesa enviada por Luis X IV y mantenida con subsidios franceses; pero, además, había jesuítas en muchas provincias del imperio. A continuación vem'an los dominicos y los franciscanos españoles, cuya base estaba en Filipinas, numerosos en varias provincias del imperio, especial mente en Fu-kien. Los misioneros de la Sociedad de las Misiones Extranjeras de París y de la Sociedad de los Sacerdotes de la Misión o 1azaristas, contaban con menos efectivos. Entre todos estos misioneros habían logrado convertir a 300.000 chinos, incluyendo a cierto número de altos funcionarios, incluso algunos per tenecientes al séquito del emperador. Habían formado cristiandades indíge nas con sacerdotes chinos. Estos resultados, escasos en comparación con la masa de la población china, eran gigantescos si se tiene en cuenta el reducido núme ro de misioneros y las dificultades de la empresa. A pesar de obstáculos cre cientes, era lícito concebir muchas esperanzas. La tolerancia de la religión cristiana la habían obtenido del emperador los jesuítas, y, merced a la influencia de que gozaban en la corte, los misione ros podían proseguir en las provincias la obra de evangelización. Gracias a la ciencia europea, se habían hecho indispensables como matemáticos, astróno mos (eran miembros de la Oficina imperial de Astronomía), cartógrafos, mecá nicos, ingenieros, arquitectos, médicos, pintores; también se les apreciaba como intérpretes y diplomáticos. Se habían impuesto a causa de su valor como filóso fos y letrados, y habían conseguido que esos mandarines qne sólo respetaban el saber, les escucharan. Mediante sus conversaciones, mediante la donación de mapas, de relojes, de instrumentos matemáticos, de libros científicos, tenían amigos por doquier. Halagaban la curiosidad de los emperadores. A Kang Hi le gustaba solazarse conversando con ellos, y de este modo había adquirido ru dimentos de las ciencias occidentales y cierto conocimiento de las costumbres sociales y políticas de Occidente. La influencia de los jesuítas decreció bajo Youg Cheng y Kien Long, a causa de la Querella de los Ritos y de la conquis ta de la India. Sin embargo, se les siguió apreciando como técnicos. Kien Long adoraba las máquinas. El hermano Tibault le fabricó en 1754 un león automá tico, que el P. SigÍBmond superó con un hombre dotado de un movimiento de relojería. En 1752, y para celebrar el sexagésimo aniversario de la empera triz, los jesuítas fabricaron una estatua animada que hacía una reverencia, mientras que otras estatuas tocaban címbalos y un pato daba la hora golpeando con el pico sobre el borde de un cuenco. Ciencias y técnicas europeas abrían paso a la religión. Los jesuítas habían logrado que la religión cristiana fuera aceptable y qne el practicarla fuera posible, mediante una interpretación propia de las creen cias chinas y mediante los llamados “ ritos chinos” . Los chinos creían en la in mortalidad del alma de los antepasados, a los que daban culto, que consistía
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en comidas fúnebres 7 oraciones. Gracias a él, las almas vivían felices 7 col maban a sus descendientes de beneficios; sin él, eran desgraciadas 7 se venga ban lanzando sobre su progenie males sin cuento. Además, los cultos veneraban el alma de Confucio. Los chinos también adoraban las fuerzas de la natura leza, que para ellos eran espíritus mu7 poderosos; pero el culto de esas fuer zas les incumbía a los magistrados de Isb provincias: el particular sólo podía actuar sobre ellas mediante magia. Finalmente, existía un Dios supremo, el Cielo (Tien) o Soberano señor (Chang-Ti); pero el culto de ese Dios le estaba reservado al emperador, jefe de la religión, quien de este m odo atraía sobre todo el imperio los beneficios del Altísimo. Para convertir a lee chinos, no era conveniente obligarles a cambios dema siado bruscos de sus costumbres, ni que la conversión le impidiera al converso vivir en un medio pagano. Era el mismo problema que en la India. Ahora bien, los jesuítas consideraron que Tien o Chang-Ti era el Dios personal de los cris tianos. A decir verdad, los textos chinos son confusos: tanto hablan de Tien como de un Dios personal, omnisciente, todopoderoso, remunerador 7 venga dor como permiten creer en un Dios que se confunde con la materia universal. Pero esta vaguedad les posibilitaba a los jesuítas hacer una identificación que aportaba definitivamente la precisión necesaria. Por ello, se valían de esos vo cablos para designar a Dios Padre 7 a Jesucristo. En cuanto al culto a los an tepasados, probablemente era el punto esencial. El recién convertido no podía dejar de participar en él, b ajo pena de ser excluido de la comunidad china, de la sociedad, de incurrir en el rigor de las le 7 es. Los jesuítas habían condenado ese culto en sí m ism o; pero opinaban que el converso podía participar en él con tal de que lo considerara com o un simple acto de respeto hacia sus ante pasados, 7 de que colocara bajo sus vestidos o sobre la mesa un crucifijo o una imagen, a la cual ofrecería mentalmente los actoB de adoración. Desde el año 1700, en virtud de una declaración de Kang H i, se creían autorizados a consi derar el culto com o una simple ceremonia civil, que los conversos podían reali zar con la conciencia tranquila. Estas interpretaciones 7 estos procedimientos eran duramente atacados por todos los demás sacerdotes, a la cabeza de los cuales se bailaban los dominicos 7 los franciscanos. Indudablemente, entre los misioneros existían rivalidades de orden 7 rivalidades de nación; pero los motivos eran, ante todo, religiosos. Para loe adversarios de los jesuítas, Tien era una sustancia universal e infinita que se confundía con la materia. P or consiguiente, los chinos eran panteístas, ateos, llegaban a decir los dominicos. Llamar a Dios con el nombre de Tien o Chang-Ti equivalía a blasfemar, a inducir a los chinos a un error fatal. En cuanto a los ritos, constituían una adoración de las almas de los antepasados,
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es decir, una idolatría, horrenda para el cristiano. El permiso que los jesuítas concedían a sus conversos podía inducir a los demás chinos a creer que esta adoración era autorizada por la religión cristiana y podía comprometer la sal vación de las almas. Era preciso señalar esas diferencias, resignarse a ellas, abandonar los medioB demasiado humanos, decir la verdad con toda su dureza, y confiar tan sólo en la oración, la plegaria, el fervor, la caridad, la gracia divina y Jesús crucificado, para conquistar China. Después de un cuidadoso examen del asunto, el Papa concedió la razón a los adversarios de los jesuítas. En 1715, por la constitución E x illa die, quedó prohibido aplicar los nombres Tien y Chang-Ti a Dios, equívoco de los sacri ficios a Confucio y a los antepasados. Las ceremonias que sin asomo de duda eran civiles, seguían permitidas. Esto significaba, qué duda cabe, la ruina de las misiones. Siguiendo las advertencias de los jesuítas, el Papa envió al legado Mezzabarba (1720-1721) para obtener de Kang Hi permiso para que los chinos convertidos pudieran observar la constitución pontificia. Kang Hi, cansado ya de unas discusiones que duraban desde bacía tiempo, se negó rotundamente: ha bría corrido el peligro de asistir a una sublevación general. Repitió, al igual que había hecho en 1700, que no existía ninguna diferencia entre la idea que los chinos y los cristianos tenían de Dios, y que los ritos sólo eran ceremonias conmemorativas. Pero, aunque Kang Hi pensaba de este m odo, no ocurría lo mismo con la mayoría de los chinos, y el emperador no podía ejercer presión sobre sus opiniones, Mezzabarba partió después de haber concedido ocho “ Per misos” , que anulaban prácticamente la Ex illa die. El Papa no le aprobó. En 1742, la bula Ex quo singulari de Benedicto XTV condenó los “ Permisos” y con firmó por completo la E x illa die. Kang Hi no persiguió a los cristianos. Pero Vong Cheng despreciaba a quienes despreciaban el culto a los antepasados, a los propagadores de las doc trinas que, como la Trinidad, parecen contrarias a la razón. Los altos funciona rios se dieron muy pronto cuenta de que el emperador ya no protegía a los cristianos. En 1723, el virrey de Fu-kien, Mon-An-Pao, condenó el cristianismo y ordenó que todos los misioneros de su provincia se retiraran a Macao. La per secución estalló, y se extendió a otras provincias. Las iglesias fueron destruidas o confiscadas y luego transformadas en hospitales, en graneros y en escuelas; los sacerdotes eran insultados en plena calle; los conversos, encarcelados y torturados. La oficina de ritos condenó el cristianismo en todo el imperio y Yong Cheng ratificó la condenación en 1724: todos los misioneros debían ser enviados a Cantón, de donde regresarían a Europa; sólo quedaba autorizada, en Pekín, la presencia de 20 jesuítas como técnicos europeos, y aun a esos Yong Cheng pensó en expulsarlos en 1733. Kien Long no fue hostil al cristianismo; pero temía los sentimientos del pueblo y la agresión extranjera. En 1771, con
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denó de nuevo el cristianismo, no por falso o por malo, sino com o contrario a las leyes del imperio. Los misioneros volvieron en secreto, vestidos de chinos, guiados por con versos que arriesgaban sus vidas; a las veces fueron detenidos, encarcelados, atados de tal manera que no pudieran ni permanecer en pie ni sentarse, estran gulados en la cárcel, decapitados. Se les acusó de relaciones inmorales con las vírgenes cristianas, de la muerte de niños, de fabricar filtros afrodisíacos con la sustancia de dichos niños. Los conversos fueron apaleados, azotados, enca denados, torturados, vendidos com o esclavos. Algunos apostataron; otros se portaron com o santos. Pero la condenación de los jesuítas por los gobiernos a partir de 1758 y la supresión general de la orden (1773), asestaron el último golpe a las misio nes. En 1784, los lazaristas ocuparon oficialmente en Pekín el lugar de los je suítas. Sólo quedaron unos pocos miembros de la orden, que, uno tras otro, mu rieron allí. En 1789, de los 300.000 cristianos sólo quedaban en China 187.000, mantenidos en la fe por los sacerdotes indígenas y por algunos misioneros per seguidos. Las cristiandades sólo pueden vegetar, pero no extenderse. Muchas personas se han preguntado si los Papas no hubieran obrado me jor autorizando los “ ritos chinos” , si poco a poco la interpretación jesuíta del Dios supremo y del culto a los antepasados no habrían acabado por prevale cer en la mente de los chinos, si toda China y todo el centro de Asia no habrían acabado por convertirse al cristianismo. Pero no debe olvidarse que también era muy grande el peligro de que poco a poco los cristianos chinos hubieran convertido el Dios cristiano en un dios panteísta y hubieran adorado el alma de los antepasados, y así, ver cómo el cristianismo se fundía y perdía en las prácticas y en el pensamiento chinos. Aunque comprendamos el desesperado intento de los jesuítas, soldados lanzados a la vanguardia en un terreno peligro so y que llevaban su esfuerzo hasta el extremo límite de lo posible, a pesar de ello sigue siendo evidente que Tien no era el Dios de la Biblia y que el culto a los antepasados no dejaba de ser una idolatría. Mas lo cierto es que el fracaso de los misioneros significó al mismo tiempo el fracaso de la europeización. China estaba congelada por unas prácticas y una mentalidad milenarias, por la adoración, de los antepasados, por el respe to exclusivo hacia el pasado y por los ritos de su religión. B ajo pena de incu rrir en las mayores desgracias, los menores gestos, las menores palabras de los ritos, debían ser observados con una rigurosa exactitud y los ritos abarcaban la vida entera. No podía hacerse ninguna cosa nueva sin violar los ritos, sin obrar contra la sabiduría de los antepasados. Por eso, no era posible hacer ningún progreso. Suprimir en China los ritos o cambiarles el significado, habría equi valido a permitir todos los demás cambios, la evolución. Con sus ritos, China
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estaba condenada a estancarse. En conjunto, seguía al mismo nivel de civiliza ción que el imperio romano. Esto no era incompatible con una moral muy elevada y con admirables virtudes; pero sí lo era con un gran poder sobre la naturaleza. El abismo que separaba a China de Europa, a Occidente y Oriente, no cesaba de aumentar. En efecto, los chinos muy poca cosa han obtenido del contacto con los eu ropeos en el siglo xvm. Los jesuítas les aportaron resultados que los empera dores supieron apreciar; pero sus súbditos no aprendieron a manejarlos, y, con mucho mayor motivo, no penetraron en el secreto de los mismos. Hallándose sólo a dos pasos de los jesuítas, que utilizaban el telescopio, la trigonometría, las hipótesis de C opém ico y de Newton, los astrónomos chinos siguieron va liéndose del gnomon y de la teoría del cielo sólido. P or mucho que los pintores jesuítas respetaran la perspectiva y las sombras, los pintores chinos continua ron desconociendo la primera y no cesaron de representar sus figuras con luz por los dos lados. Los artesanos chinos imitaron la porcelana europea, copia ron las piezas de Saint-Cloud, la loza de Luis X IV , reprodujeron temas o cua dros europeos, pero todo eso sólo para satisfacer I ob encargos de Occidente. Únicamente se dieron verdaderos progresos en matemáticas, porque un sabio chino creyó reconocer en el álgebra el renacimiento y el desarrollo de un an tiguo procedimiento chino. En resumen: China fué totalmente impenetrable al espíritu europeo. En cambio, los europeos se dejaron entusiasmar por todo lo chino. Los misioneros, y en especial los jesuítas, acabaron de formar, mediante sus escri tos, la sinofilia. Los jesuítas dieron una visión panorámica de la civilización china en las Cartas edificantes y curiosas escritas desde las misiones extranjeros, durante todo el siglo. La Descripción de China del padre Du Halde, que incluía el primer mapa general de China (1735), pronto traducida al inglés y al ale mán, inspiró mucho a los "Filósofos” . Hacia fines del siglo, las Memorias acer ca de los chinos, por los misioneros de Pekín, magnífico trabajo de erudición, constituyeron una mina de informaciones. Monte squieu discutió ampliamente de China en el Espíritu de las leyes; Voltaire sacó a menuda a escena a sabios chinos, por ejem plo en el Diccionario filosófico, y escribió el Huérfano de Chi na, una tragedia que obtuvo un éxito clamoroso. Diderot redactó un artículo titulado "Filosofía de los chinos” para la Enciclopedia. Juan Jacobo Rousseau acudió a ellos para dar con el principal argumento de su Primer Discurso. Pero los Filósofos se valieron de China más para reforzar lo que ya pen saban que para comprenderla realmente. En China encontraron argumentos para su deísmo, religión natural y universal, que no tiene en cuenta la natura leza exacta ni los atributos de Dios, y niega la Providencia; para su “ despo tismo ilustrado” pues creyeron hallarse ante un país gobernado absolutamente
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por un emperador filósofo y por sabios. Los Fisiócratas creyeron hallar en China la confirmación de sus teorías, un imperio agrícola según sus puntos de vista, gobernado de conformidad con las leyes naturales. La perfección que todos le atribuyeron a China ejerció muchísima influencia en el éxito del cosmopolitismo. En especial, merced a los regalos que los jesuítas hacían a individuos si tuados, y gracias también a la invasión de objetos traídos a Europa por los comerciantes, surgió un verdadero frenesí por el arte chino. Esta afición re forzó el gusto del siglo por el rococó. La porcelana china era coleccionada por los príncipes de sangre real, el pintor Coypel y Jullienne, el protector de Watteau. Los europeos encargaron a China porcelanas. Mme. de Pompadour re cibió de la región de Kiang-Si una vajilla completa con bus armas. Algunas personas piadosas mandaban reproducir en ellas imágenes de San Ignacio, de San Francisco Javier, representaciones del bautismo de Cristo, de la Cruci fixión, de la Resurrección. Otras, en cambio, preferían que los chinos les re produjeran cuadros conocidos, com o, por ejemplo, las obras amables de Fragonard. Y viceversa, Delft, en Holanda, y Chantilly, en Francia, imitaban la porcelana de China. Los pintores sacaron de esa porcelana y de los grabados de la obra Estado actual de China del padre Bouvet (1697), numerosos temas decorativos, chinoiseries y singeries. Así decoró Watteau el gabinete del rey del castillo de La Muette. Huet decoró carrozas, sillas de mano, salones, comedores, el gabi nete del hotel de Rohan (1745-1750). El mismo origen tienen las singeries del castillo de Chantilly. Boucher y Nattier tratan temas chinos, de alta fantasía. Los tejidos reproducen modelos chinos. La moda de los satenes adamas cados empieza en 1732. El nankín, una tela de algodón amarillo, y e l peküo, un tejido de seda, están en boga. En 1760 Oherkampf imprime en Jouy su pri mera pieza de tela estampada con un tema de fantasía chinesca. Los muebles son tratados con barniz de China, com o el escritorio de Luis X V , sobre el cual Luis X V I escribió su testamento mientras estaba preso en el Temple. Los cuchillos se fabrican “ a la china” , adornando los mangos con mascarones chinos. Los ingleses son los primeros en imitar los jardines chinos en Kew. El jardín chino da origen al jardín romántico. Las pagodas chinas aparecen en Kew, en Chanteloup. Todos los parques pertenecientes a un gran señor o a un financiero tienen su “ pabellón chino” : en Bagatelle para el conde de Artois; en ChantiUy, en Saint-James (en el camino de Boulogne a NeuiHy), en Aranjuez, en Sans-Souci, etc. Después de 1760, la nueva moda por lo antiguo, el éxito de las teorías de Rousseau, completamente opuestas a la fuerte organización social de China
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en la que el individuo no cuenta para nada, fueron causas de que poco a poco disminuyera la influencia china, que, a decir verdad, nunca había sido muy profunda. A fines del siglo xvm China y Europa seguían siendo muy extrañas una para la otra. También en este caso, el sueño de una hermandad universal se iba esfumando. Pero China, desarmada por la ausencia de técnicas europeas, sólo debía su independencia y sus éxitos a las divisiones que reinaban entre los europeos y a la dispersión de sus esfuerzos. Cuando Kien-Long deja el poder, en 1796, a un sucesor debilitado por su afición al harén, el porvenir se le pre senta muy negro al imperio chino. El archipiélago del Japón seguía viviendo en un aislamiento casi to tal. Por temor a una agresión europea facilitada por los misioneros, el cristianismo estaba proscrito desde el año 1616. Desde 1637, a ningún sub dito japonés se le dejaba salir de su patria; cualquier intento de salida era castigado con la muerte; la construcción de buques de más de 25 toneladas es taba prohibida. De los europeos, sólo los holandeses teman el derecho, y aun esto al precio de mil vejaciones, de llevar mercaderías europeas a su factoría del islote de Deshima, en la bahía de Nagasaki. Algunos juncos chinos importaban de China objetos de lujo, Japón estaba cerrado. Este cerramiento tranquilizaba a los mayordomos del palacio Tokugaua acerca de la posibilidad de que los grandes feudales vencidos pudieran hallar apoyo en el extranjero. El emperador o mikado vivía com o un rey holgazán en Kioto. Los mayordomos del palacio Tokugaua o Chogún vivían, rodeadas de una brillante corte, en Y edo (T ok io), gobernaban en nombre del mikado y tenían en sus manos el poder real. Poseían el mayor número de vasallos: daimios o barones, samurais o caballeros. Ciento cincuenta familias de daimios Fudai, privilegiados, asumían hereditariamente los cargos públicos, com o recompen sa por la ayuda que habían prestado sus antecesores a los Tokugaua, a los que servían fielmente. Los Tokugaua también podían contar con la fidelidad de 5.000 caballeros mesnaderos y de 15.000 guerreros. Quedaban excluidos del go bierno los daimios de las familias Tozama, las que habían combatido contra los Tokugaua. Pero aun éstas gozaban de autonomía en sus feudos; el chogún no intervenía directamente, a menos de que se perturbara el orden. Algunas de esas familias: las Chimadzu, Data, Maeda, poseían inmensos territorios, así com o numerosos daimios y samurais, y constituían verdaderas potencias, Daimios y samurais formaban una casta militar. La mayoría de sus miem bros no tenían ninguna ocupación, pero el chogún les prohibía desplegar cual quier actividad que no fuera o las armas o el estudio. Les mantenía una cla se campesina, mísera, que entregaba a la nobleza elevados cánones en arroz, y
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se quedaba con lo imprescindible para vivir. En las ciudades, las agrupaciones de artesanos y de mercaderes (chornos) proporcionaban a la corte y a los terri torios rurales los objetos fabricados. El sistema se iba descomponiendo, a causa precisamente del aislamiento en que se hallaba el Japón. Con la paz, la población se había m ultiplicado: en 1726 ascendía a unos 28 ó 30 millones de habitantes; pero ya no habría de aumen tar más hasta 1850. En efecto, se había alcanzado ya el límite de las subsis tencias. Japón es muy montañoso; sólo la séptima parte del suelo puede ser cultivada por los japoneses que, al igual que los chinos, casi no sabían cultivar más que las llanuras. La población tendía siempre, a causa del elevado núme ro de nacimientos, a ser superior a la cantidad disponible de alimentos. Una sequía, el exceso de lluvias, significaban hambre. Entre 1702 y 1791 eso ocurrió doce veces, y esas carestías se veían incrementadas por las aduanas interiores que impedían llevar arroz de los distritos menos perjudicados, y luego iban se guidas por epidemias, sublevaciones, éxodos de campesinos y de samurais arrui nados hacia las ciudades. Para remediar la situación habría sido preciso com prar arroz en el extranjero, a cambio de productos elaborados. Pero la legis lación no permitía hacerlo. Una segunda causa la constituían las maquinaciones de los chonins, que eran los intermediarios obligados entre los daimios y los mercaderes holande ses de Deshima, así como entre los campesinos y los artesanos. Fijaban los pre cios a su antojo, compraban barato, vendían caro, arruinaban a unos y a otros. Poco a poco iban formando una nueva clase de burgueses capitalistas, que ad quirían tierras nobles y títulos de samurai. El único remedio contra sus es peculaciones habría sido otorgar la libertad de importación, la competencia de los mercaderes extranjeros. Los campesinos, abrumados con el peso de los impuestos, el alza de los productos fabricados, y la disminución del precio del arroz que vendían, bufan a la ciudad, donde acababan miserablemente en criados o en vagabundos. Comarcas enteras, abandonadas, ya no podían pagar el impuesto. Los campe sinos que quedaban, incapaces de criar a sus hijos, practicaban el infanticidio y el aborto, a pesar de los edictos. Para conseguir mano de obra, que se iba haciendo rara, compraban niños ya mayores, robados en las grandes ciudades por mercaderes especialistas en dicha operación. Los daimioa que acudían a la corte o que poseían feudos demasiado pe queños para vivir con una economía cerrada, pronto estaban endeudados a los chonins, Y los que persistían, lo lograban instalando en sus posesiones indus trias textiles y reduciendo la cantidad de arroz asignada a sus samurais. Mas al gunos, arruinados, se veían obligados a vender sus feudos a los chonins. Muchos samurais caían en la indigencia, y dejaban por completo de pre
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ocuparse por la dignidad del nombre que llevaban y por la pureza de la raza a que pertenecían. Reducían su familia mediante el infanticidio; dispensa ban del servicio a sus vasallos hereditarios a cambio de dinero contante; adop taban hijos de burgueses ricos, a quienes cedían sus nombres y privilegios, a cambio de elevadas cantidades. Abandonaban a su señor, huían a la ciudad, ge convertían en ronins o samurais fugitivos, algunos se hacían chonins, aunque la mayoría se convertían en aventureros, autores dramáticos, cancionistas, ru fianea, bandidos. Las clases se iban confundiendo de un m odo inextrincable. En esta socie dad, en la que tan incierto se presentaba el futuro, todos se esfuerzan en gozar. Los especuladores enriquecidos y los fugitivos perdidos entre la muchedumbre, con prisa por aprovecharse, unos de una repentina fortuna, otros de una gan ga, de un momento feliz entre dos crisis, son los que aseguran el éxito a las cortesanas en los barrios reservados de las grandes ciudades, como el Yoshiwara. Las cortesanas han llegado a ser una institución pública. El arte es un fiel reflejo de los gustos de este mundo equívoco. El Pió, drama lírico, que sugie re discretamente, que siempre teme insistir, decae, al mismo tiempo que triun fa el drama popular o choruri, violento, declamatorio, sensual. La estampa, el gran arte japonés, reproduce hasta la saciedad las escenas de la vida de las cortesanas, su lu jo chillón, sus actitudes afectadas, que sugieren falso candor, pero ocultan un erotismo contenido. Harunobu (1718-1770), que inventa la im presión policroma completa, y Utamaro (1753-1806), sólo han pintado cortesa nas; Tsyonobu (1711-1785), Kiyomitsu (1735-1785), Kiyoluro (1738-1765), Koriusai, Kiyonoga (1742-1815), con quienes la estampa llega al apogeo, represen tan principalmente cortesanas. El arte difunde el gusto por los placeres que agi tan violentamente los nervios, contribuye al relajamiento de las costumbres, a la agravación de los males de la sociedad. Los choguns lenobu (1709-1713), Yochimuue (1716-1745), Yechigé (17451760), Ieharu (1760-1786), Jenari, demuestran ser impotentes. Se preocupan de los síntomas, no de las causas del mal. Tratan de reforzar la influencia del confucionismo, tan favorable a las hnenas costumbres, a la disciplina y al orden establecido. Eligen sus consejeros entre los filósofos confucianos: Harai Hakuseki (1656-1726), Muro Kyuso (1658-1734), Matsudaira Sadanobu (a partir de 1786). Éstos provocan edictos laudables: contra el apetito de dinero y el re lajamiento de los samurais (1710), contra los campesinos fugitivos que deben regresar a sus tierras (1712), prohibición a los colonos de abandonar sus cam pos (caso muy frecuente), fijación del número de días en que los campesinos pueden comer arroz, prohibición de gastos, orden a las mujeres de peinarse por sí mismas, creación de premios para la castidad, para la piedad, anulación pe riódica de las deudas de los samurais. Mas todo esto no produce ningún efecto.
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La situación empeora de día en día. A continuación de seguías e inundaciones, entre 1783 y 1788, el hambre es perpetua. Los gatos, las ratas, son caza de alto valor. Los japoneses se comen los muertos, matan a los moribundos, y ponen su carne en salazón para conservarla más tiempo. Las autoridades ni siguiera castigan a los ladrones y a los incendiarios. Daimios, samurais, hijos de chonins cultos, observan todo esto con dolor. Por otra parte, estaban atemorizados ante el poder de los europeos. Los ho landeses importaban relojes, telescopios, linternas mágicas, botellas de Leyden, termómetros, barómetros. Muro Kyuso había permitido importar libros extranjeros, excepto aquellos gue guardaban relación con el cristianismo. Un confuciano oficial, A oki Bunzo, compiló, en 1745, para el gobierno, un dic cionario holandés-japonés. Particulares curiosos, Riotaku y Sugita, aprenden el holandés, se hacen en 1771 con un volumen de anatomía con láminas, se con vencen mediante disecciones de gue son los europeos quienes tienen razón y no los chinos, y, en 1774, publican la traducción del tratado. Más tarde, Sugita in trodujo el sistema botánico de Linneo. Hasta su muerte, acaecida en 1781, Rio taku trata de informarse acerca de la situación de Europa. Hiroga Gennai (17321779) realiza estudios de botánica médica y construye aparatos eléctricos. La geografía y la historia de Europa son objeto de un apasionado interés. Todos están convencidos de que Japón no podría resistir un ataque europeo. Sehei Hayashi denuncia la proximidad y los avances rusos com o el peligro nacional para el Japón. Los jóvenes se agrupan en torno a estos individuos, se alarman, quisieran que el país importara la ciencia, la administración y la política occi dentales. El régimen Tokugaua está desacreditado. La duda lanzada contra la validez del gobierno de los choguns y del confucionismo oficial, impulsa a algunos filósofos a estudiar los antiguos anales japoneses. Así vuelven a darse buena cuenta del alcance de esta afirmación: el emperador es h ijo del Sol, dios supremo. Declaran que el chogún es tan sólo un delegado del soberano, que la fidelidad al soberano es superior a la que se debe a uu señor feudal. Al mismo tiempo, los japoneses hallaban una fuer za nueva en las doctrinas del viejo filósofo chino Wang-Yang-Ming (O-Yomei). Éste, confuciano disidente, aconseja cultivar el yo mediante un examen de las realidades interiores y rechaza la autoridad de la palabra escrita. Contribuye a librar a los japoneses del yugo de la tradición Tokugaua. Muchos de los re formadores del siglo xix fueron discípulos suyos. Contra los Tokugaua, a favor del Mikado, los descontentos se dirigen cada vez más a algunos grandes daimios Tozama, a los Satsuma, Morí, Tosa, Hizen. Apartados, lejos de la corte, estos individuos han ahorrado, han desarrollado sus feudos, los han organizado formando unos pequeños Estados económicamen te independientes; han creado una industria para ellos y para sus campesinos,
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han impulsado el desarrollo del comercio, han protegido a sus hombres contra los chonins, han conservado las antiguas virtudes feudales, la fidelidad, la dis ciplina, la frugalidad, y pueden contar con sus vasallos. Jefes acostumbra dos a mandar, expertos administradores, esperan la llegada del momento oportuno. A fines del siglo XVIII, el gran movimiento que había de culminar en la Revolución de 1868 y la renovación del Japón, ha comenzado ya.
CAPITULO IV
AFRICA vivía aparte. En el norte, desde el Mar R o jo hasta el Atlántico, una serie de sociedades musulmanas, vasallas del imperio otomano, el cual las aislaba de Asia, rechazaban a los infieles. En el resto del continente, tanto los bajíos y las costas mal recortadas, bajas, lisas, arenosas o pantanosas, como los escarpados y difíciles acantilados las inmensas extensiones de bosques espesos o de desiertos, en las que moraban poblaciones negras, unas atemoriza das y por consiguiente feroces, otras belicosas por naturaleza, a menudo antropófagas, y, además, la concepción comercial de las colonias, todos y cada uno de ellos eran motivos que se oponían a la penetración. En general, los europeos del siglo xvm se alejaban muy poco de algunos puestos desparramados junto a las costas; es muy poco lo que de África nos dan a conocer. Incluso los por tugueses, que durante los siglos pasados se habían aventurado en el interior, pero que habían guardado silencio acerca de sus descubrimientos para evitar la competencia, preocupados únicamente del comercio, habían acabado por dejar caer en el olvido buena parte de sus conocimientos. En los mejores ma pas, el interior aparecía en blanco o bien lleno de trazados imaginarios: un río Niger salía del Tchad para confundirse con el Senegal; el Tchad era fuente de un N ilo; el Sahara estaba surcado por numerosos cursos de agua de gran cau dal; en ocasiones, sencillamente, un elefante se columpiaba sobre las colinas. La mayoría de las civilizaciones desconocían la escritura o eran incapaces de his toriarse a ellas mismas. Aparte de algunas noticias aportadas por las factorías europeas, los únicos documentos son los redactados por escritores de lengua árabe acerca del norte de África y de los países negros que mantenían relación con los musulmanes y con los bereberes. En el siglo xvm todas las civilizaciones del continente africano están en decadencia. El norte de África participa de la decadencia del imperio otomano. Bgipto Situado en la articulación de Asia y África, zona de contacto entre el mundo oriental y el mundo mediterráneo, Egipto era considerado por Constantinopla como «na simple provincia. El sultán nombraba anualmente un go bernador o bajá, el cual tenía a sus órdenes 24 prefectos o beyes, que se ha cían representar a su vez por 37 lugartenientes. A las órdenes del bajá se ha-
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■Naves chinas.
30.— Terraza junto al mar.
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liaban 5 cuerpos de caballería, 3 de ellos de spahis, y dos de infantería, uno de jenízaros y otro de azabes, mandados por agaes o coroneles y s u b lugarte nientes o kiyas, El bajá estaba encargado de guardar el orden, administrar justicia y recaudar los impuestos: impuesto territorial, capitación pagada por los cristianos y los judíos, y aduanas. Si el impuesto en especie sobre las tierras fertilizadas por el Nilo daba buen rendimiento, también las aduanas eran fruc tíferas: a Suez y a Koseix llegaban muselinas e indianas de Surat y, asimismo, café de Arabia, A Siyut, junto al Nilo, llegaban procedentes de Darfur colm i llos de elefante, cuernos de rinoceronte, madera de ébano, plumas de aves truz ; a Alejandría, paños y quincalla de Marsella y de Livorno; a todas partes, esclavos negros del Sudán y blancos del Cáucaso, El bajá enviaba cada año a Estambul un tributo de 600.000 piastras así como contingentes de soldados. Pero, poco a poco, la provincia babía hecho vida aparte y una especie de descomposición feudal había dado al traste con el poder del sultán. Los beyes compraban esclavos blancos, que luego convertían en caballeros, los mamelu cos, enlazados por una ñdelidad y una abnegación recíprocas, de carácter filial. Se había adoptado la costumbre de que al presentarse una vacante, el bey más poderoso hiciera nombrar bey a un mameluco de su casa. Todos nombraban cachetes a sus mamelucos, a los que emancipaban. El mameluco convertido en bey se apresuraba a comprar esclavos en Georgia o en Circasia para convertir los, a su vez, en mamelucos, entre los cuales más tarde elegía cachetes y beyes. Así, un rebaño de esclavos tenia la exclusiva de los puestos más conspicuos de la administración. Las tropas habían acabado por elegir ellas mismas sus agaes o kiyas por un período de un año. A l acabar el mandato, estos agaes y kiyas pasaban a for mar parte de un directorio de antiguos agaes y kiyas, que se encargaban de la administración del cuerpo, y del reclutamiento de nuevos soldados. De este m odo, todos esos guerreros se habían hecho independientes de loa bajás, obedecían únicamente a sus jefes, explotaban a los campesinos o felláhs y a los mercaderes. El bajá les concedía o bien les vendía aldeas en usu fructo. Algunos beyes llegaban a poseer hasta 200, hasta 400 de dichas aldeas. En cada una de ellas, un dominio señorial era cultivado mediante servidum bres personales de loe fellahes; en el resto de las tierras, recaudaban im puestos valiéndose de coptoa o fellahes cristianos que se transmitían de unos a otros los secretos de la agrimensura y de la contabilidad. Se quedaban con una parte y el resto lo remitían al pacha. Tenían derecho de legar sus aldeas por testamento. Como un ejército acampado en el país, lo explotaban; mas estos sucesores de los nómadas conquistadores, lo protegían ahora contra los ataques de los nómadas de la época, los beduinos. Beyes, agaes y kiyas se disputaban el poder mediante intrigas, batallas, 21. — H. G. C. — V
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el puñal y el veneno. Muchas veces un tirano sanguinario lograba que todos le obedecieran. El más notable de ellos es Alí Bey (1755-1772), un precursor de Mohammed A lí, quien comprendió el poderío de los europeos, trató de reclu tar artilleros en Francia, de conquistar el Sudán egipcio, Hedjaz y Siria, y qui so convertir a Egipto en un país independiente: a partir de 1768 ya no admi tió más bajas, dejó de remitir el tributo a Constantinopla, mandó grabar su nombre en las monedas, y, después de haberse mostrado odioso por sus enga ños y crueldades contra sus rivales, murió siendo añorado por los fellahes, pues había asegurado, mediante la espada, a sangre y fuego, el orden y la justicia. Pero la mayor parte del siglo el país estuvo sumido en una anarquía cre ciente, a pesar de un vano intento de los turcos para restablecer la autoridad del sultán (1787-1789). Los europeos del país se reducían a unos cuantos representantes de casas comerciales. La mayoría de ellos eran franceses, unos treinta, autorizados por la Cámara de Comercio de Marsella, organizados com o si formaran una nación, con asambleas regulares bajo la presidencia del cónsul. El cónsul, funcionario nombrado por el rey, estaba asistido por un intérprete o trujamán, formado en la Escuela de Lenguas Orientales, creada en 1721, en el colegio Luis el Grande de París. Algunos, com o Le Grand, el maestro de Silvestre de Sacy, com o Cardonne y Digeon, fueron bnenos orientalistas que enriquecieron con numerosos manuscritos turcos y árabes la biblioteca del rey. Los franceses habían conse guido que los derechos de aduana sobre sus productos fueran reducidos del 20 al 3 por 100, y sus paños, de alta calidad, eliminaron los paños ingleses. En 1752 moría el último mercader inglés y quedaba suprimido el consulado inglés. Pero los europeos sólo eran tolerados. Debían bajar de sus monturas cuan do se cruzaban con un bey o un agá, no podían evitar los insultos, los basto nazos y las extorsiones o afrentas. La creación del Imperio de las Indias dió importancia a la ruta de Suez, más corta que la del cabo de Buena Esperanza. Pero el Mar R ojo, que baña las costas de La Meca y de Medina, era un mar prohibido a los infieles. El debilita miento del im perio turco hizo posible entablar conversaciones directas con el dueño temporal de Egipto, En 1775, Warren Hastingg obtuvo permiso para que los barcos ingleses pudieran tocar en Suez. En 1786, volvió a instalarse en El Cairo un cónsul inglés. Oficiales, funcionarios, mercaderes ingleses de la India pasaban cada vez en mayor número por Suez, el desierto, Alejandría, el Medi terráneo, y a la inversa. La misma posibilidad les era concedida a los france ses en 1785. Este país, tan rico, de com ercio muy provechoso, intermediario entre dos mundos, sumido en la anarquía y dependiente de un débil sultán, despertaba
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tentaciones. En 1768 Choiseul consideraba que la conquista de Egipto podría ser una compensación por la pérdida del Canadá y de la India. En 1784, en Chanteloup, exponía sus puntos de vista ante Talleyrand, futuro ministro de Asuntos Exteriores del Directorio. La ocupación le fue propuesta en varias oca siones a Vergennes. Catalina II nom bró nn cónsul en Alejandría con la misión de incitar a los beyes y a los agaes a hacerse independientes del sultán y a po nerse bajo su protección. Muy pronto, Egipto habría de desempeñar un im portante papel en la cuestión de Oriente. Túnez Cuanto más se avanzaba hacia el oeste, más débil era la dependencia de Turquía. En Túnez, se estableció una dinastía: en 1710 los agás proclaman bey a Husain, que fué sucedido en el cargo por sus descendientes. Una lucha sucesoria les brindó a los argelinos la posibilidades de apoderarse de Túnez y de imponer un tributo al bey (1756); pero, en 1790, el bey ya había roto los lazos de vasallaje. Los beyes se enriquecieron mediante el m onopolio del comercio. Sus relaciones con los europeos, venecianos, españoles, franceses, se vieron muchas veces turbadas por sus pretensiones y por la actividad de los corsarios, sobre los cuales carecían de autoridad (intervención de las escuadras francesas en La Goleta, 1784-1785). Los franceses obtuvieron de Ah' Bey (17591782) el m onopolio de la pesca de coral, una factoría en Bizerta, y más tarde cuatro factorías en los alrededores del caho Bon. Durante el reinado de su sucesor, Hamunda Bey (1782-1814), el comercio francés sobrepasó al de todas las demás naciones. Argelia estaba bajo el dominio de un dey, elegido por los oficiales de los jenízaros. De los 30 deyes que gobernaron de 1671 a 1818, ca torce fueron impuestos tras una sublevación, después de asesinar al predecesor. La industria de Argelia consistía en el corso contra los barcos mercantes y con tra los cristianos de las costas. Pero, a lo largo del siglo, los adelantos de las marinas europeas, de los cruceros, comprometieron el corso. El dey pactó con los Estados europeos, que se comprometieron a pagar un tributo anual para quedar libres de los ataques de los corsarios; éstos abandonaron una ocupa ción que ya no proporcionaba beneficios. La flota disminuyó de 24 buques en el año 1724 a 10 en 1788. A l mismo tiempo, a consecuencia de sequías y de epidemias de peste, los cultivos peligraban, y decía el comercio de importación, en el que la Compañía francesa de África, en La Callo, en Bono y en Collo, des empeñaba un importante papel, Pero el dey sólo se preocupó de explotar al país aún más. Administraba las provincias por mediación de beyes turcos, que nombraba a cambio de di nero, y que le entregaban los impuestos cada tres años. Cada provincia estaba dividida en cantones administrados por civiles turcos nombrados por el bey. Loa caídes daban órdenes a los jefes de tribus o jeques, que, a su vez, manda
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ban en los poblados o aduares. Las tribus conservaban sus costumbres, los be yes sólo les exigían el pago del impuesto. Las tribus majzén, que disfrutaban de inmunidad fiscal, los recaudaban en las tribus rayas. Pero la autoridad del dey sólo era efectiva en una sexta parte de Argelia. Las repúblicas de Kabilia, las tribus nómadas de las mesetas y del sur, los principados guerreros, como Tugurt, o religiosos, com o Ayn Malidí, sólo le reconocían al dey una autoridad vaga y estaban constantemente en rebelión. España, que había perdido Oran y Mera el-Kebir en 1708, las recuperó en 1732; pero los españoles no consiguieron establecer una base sólida y siem pre dependían de la metrópoli en cuestión de abastecimiento. En 1790 un terremoto destruyó Orón. En 1791 los españoles cedieron el lugar al dey. El jerife marroquí era, de hecho, completamente independiente arruecos ¿]e| su]tán. A principios del siglo xvni, Muley Ismail (1672-1727), un “ león poderoso con temperamento de fuego” , gobernaba un inmenso impe rio, establecido a caballo sobre Marruecos y el Sudán. El Sudán le proporcionaba la parte esencial de su fuerza: un ejército ne gro de 150.000 hombres, adicto por completo. Los soldados se casaban con ne gras ; de los hijos nacidos de esas uniones, los varones se convertían primero en auxiliares y luego en soldados, mientras que las jóvenes expertas en las artes del bogar, pasaban a ser esposas de los anteriores. En los puntos estraté gicos se alzaban casbas, con dos murallas y, dentro, almacenes, mezquitas, y una guarnición. Desde Mequinez, Muley Ismail lograba que todo Marruecos le obe deciera, mediante el terror, las devastaciones y las ejecuciones en masa. Sólo les dejó a los ingleses, Tánger; a loe portugueses, Mazagán; a los españoles, Ceuta y Melilla. Príncipe prudente, m oderó el ardor de los voluntarios de la fe, cuerpo de filibusteros del litoral, que luchaban contra los cristianos. Im pidió las pirate rías de los corsarios de Salé y de Tetuán. El comercio prosperó y Muley Ismail se enriqueció mediante un arancel de aduana del 10 por 100 sobre las entradas y las salidas. Salé, Tetuán, Safi, Agadir eran los grandes puertos del comercio, cuyo centro lo constituía Pez. Los portugueses iban a Cádiz a buscar cochinilla y bermellón de los españoles; los paños y las conchas de Guinea, utilizados como moneda, eran traídos por los ingleses; las telas, especias, armas y muni ciones las aportaban los holandeses; el alumbre y el azufre venían de Italia; la seda, el algodón, el mercurio y el opio de Levante. Todas esas cosaB las lle vaban a la costa, donde los moros y los judíos las recogían e iban a cambiarlas a los árabes y a los sudaneses a cambio de oro en polvo, de añil, plumas de avestruz, marfil del Sudán y dátiles de los oasis. En este comercio, el primer lugar lo ocupaban los ingleses. Después de la muerte de Muley Ismail, de 1727 a 1757, sus hijos, nacidos
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de diversas mujeres, lucharon entre sí. Los negros del ejército se portaron como pretorianos, hicieron y deshicieron los jerifes. Las tribus aprovecharon la ocasión para rebelarse. Los marroquíes se desentendieron del Sudán, que se sumió en la anarquía. Muley Muhammad (1757-1790) restableció el orden en Marruecos, pero renunció al Sudán. Obligó a los portugueses a evacuar Mazagán en 1769, pero fracasó contra Melilla. Después de haber concedido a Dinamarca el m onopolio del comercio con Safi y Agadir (1751), ultimó con Francia un tratado comer cial, en virtud del cual Francia se convertía en la nación más favorecida. Se estableció un cónsul francés en Rabat, numerosos franceses acudieron a la cor te. £1 jerife fundó Mogador, que convirtió en el gran mercado de Marruecos y m onopolizó el com ercio con el sur. Marruecos volvió a bailar la prosperi dad, sin proseguir sus intentos de formar un im perio africano y sin dejar de ser un Estado medieval. Africa ne a Toda el -Africa negra, gran depósito de esclavos, está en decanc« negra ,jenc¡a a ca11sa j a trata de negros. A l norte y al este, los traficantes musulmanes acuden para buscar grandes cantidades de esclavos para Marrakesh, Trípoli, los reinos musulmanes de Somalia, el sultanato de Zanzí bar, de donde más tarde saldrán en dirección a las haciendas, a los ejércitos y a los harenes del norte de Africa y de Asia Menor. A l oeste, los europeos trafi caban especialmente en la costa, desde Mauritania al Congo, a lo largo de tres mil quinientos kilómetros. Éste era el principal negocio de las factorías fran cesas de San Lnis, Podor, Gorea, del río Casamanza y de Albreda, que se pro veían sobre todo en el Senegal; de los puestos ingleses de Gambia, Sierra Leo na y Costa de Oro, de donde procedían los negros más apreciados, fuertes y sumisos; de la isla española de Fernando P oo; de las factorías danesas y holan desas del golfo de Betún, que proporcionaban productos de mediana calidad pero baratos; finalmente, de las numerosas factorías portuguesas de San Pa blo de Loanda, San Felipe de Benguela y, en la costa oriental, Lorenzo-Marquez, Sofala, Quilimane y Mozambique. Dos eran los métodos utilizados: la columna expedicionaria y el tráfico. La primera era usada sobre todo por los comerciantes árabes de Zanzíbar que, con la ayuda de pequeños ejércitos armados de fusiles, rodeaban I ob poblados, destrozaban todo lo que resistía o que molestaba, y se llevaban largas filas de esclavos, muchos de los cuales morían por el camino. La zozobra era terri ble hasta los Grandes Lagos, las campiñas estaban devastadas, los negros em brutecidos por la miseria y el terror, las sociedades negras se iban descompo niendo. Los pombeiros, o mestizos portugueses, crueles y corrompidos, obraron a menudo según el sistema de los traficantes árabes. El segundo procedimiento, el más utilizado por los europeos, aunque también lo seguían los árabes, con-
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sistía en comprar a los jefes indígenas. Era, pues, un trueque, que exigía de uno a seis meses de interminables negociaciones. Más de 100.000 cautivos sa lían cada ano. Los efectos de la trata se sentían hasta muy lejos, hasta el interior de África. Muchos jefes iniciaron guerras con el único fin de obtener esclavos. Los árabes y los europeos incitaban a los reyes, los lanzaban unos contra otros, ya que así los vencidos llegaban a la costa formando larguísimos rosarios de es clavos. La guerra era perpetua. La esclavitud constituía una selección a la in versa. Los mercaderes de esclavos se llevaban lejos del África negra a los ado lescentes vigorosos para las plantaciones, a las negras de formas generosas para la reproducción, a los niños hermosos para convertirlos en criados, África per día sus mejores habitantes. Los que quedaban, por vivir en un mundo en el que remaba la ley del más fuerte y en el que el mañana podía significar el campo o el rebaño diezmado, la casa incendiada, el éxodo o la muerte, adop taron generalmente estas costumbres perezosas de imprevisión, de resignado abandono, de glotonería en los buenos momentos, que tanto les chocaron a los europeos del siglo xtx y que facilitaron la conquista. A l sur, la Compañía holandesa sólo concedía atención a El Cabo por tra tarse de la principal escala en la ruta de las Indias. Pero algunos campesinos holandeses, reforzados por franceses hugonotes, habían prosperado en las es tepas. Su número ascendía a más de 20.000. Los que moraban en las proximi dades de la costa vivían una vida confortable a la europea. La vida de esos adelantados de la cultura era patriarcal. Fervientes calvinistas, lectores asiduos de la Biblia, creían a ojos cerrados en la superioridad de la raza blanca, en la legitimidad de la esclavitud reconocida por el Antiguo Testamento, y en el don que Dios les había hecho de la tierra africana con la misión de exterminar a los negros paganos, al igual que habían hecho los israelitas con sus enemi gos idólatras. Poseían 25.000 esclavos. Rechazaban a tiros a los bosquimanOB y a los hotentotes hacia el extremo límite de las tierras habitables, en el confín del Kalahari. Empezaban ya la lucha, enérgicos y tenaces, contra las grandes confederaciones guerreras de pastores: zulúes, matabelos, cafres y bajutos. La primera colonia de población europea resultaba ser una destructora del in dígena. En las posesiones portuguesas, los jesuítas habían intentado convertir a los negros y protegerlos. Incluso habían Regado a fundar plantaciones próspe ras, y habían creado para los negros unas formas de religión ingenua, adaptada a mentes infantiles. Pero, en 1758, fueron expulsados de todos los territorios del rey de Portugal, y los negros, convertidos desde bacía muy poco, volvieron a sus supersticiones y a sus magos. Los árabes habían Revado al mundo de las estepas y de las sabanas del sur
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del Sahara y de Libia, al Sudán, el islamismo, el vestido árabe, al menos para los jefes, la arquitectura musulmana para las mezquitas y las casbas, la orga nización social y política islámica. Las ciudades y algunas tribus importantes, en especial de pastores, estaban islamizadas; en cambio, los campesinos negros seguían siendo animistas, paganos. El efecto de la conversión consistió en apre surar el reconocimiento de im jefe común, la sumisión a una ley común, la reunión de tribus para formar Estados, Sultanatos y Emiratos, de form a medie val. La moralidad y la energía aumentaron. Mae, por otra parte, los conversos a menudo se vieron empujados a la guerra santa, la más terrible y despiadada de todas; y el harén, la poligamia, que da derecho al trono a numerosos hijos que sólo son hermanos a medias, fueron causas de la decadencia de muchas di nastías así como de numerosas guerras civiles. En resumen, cabe dudar de que la islamización haya mejorado realmente la suerte de los negros. Pero prosigue en el siglo iv m . Los tuculers islamizados someten a los peulhs animistas, y les contagian sus instituciones: consejo de ancianos, jefe elegido por dos años, que es a la vez sumo sacerdote, je fe militar y juez supremo. En 1720, los peulhs for maron un reino teocrático en Futa-Djalon, y otro en 1770 en Futa-Toro. Pastores rudos, inclinados a la severidad de las costumbres, se convirtieron en musulmanes fanáticos, terribles en el combate, y persistieron en medio de la descomposición del Sudán. Este experimentaba el contragolpe de los acontecimientos de Marruecos. En la gran curva del Niger, el imperio Songai era, a principios del siglo xvin, un protectorado marroquí. Un rey, elegido entre los descendientes de la familia real, residía siempre en Tombuctú. Junto a éste, un bajá marroquí, nombrado por el sultán, estaba al frente de la administración c iv il El caíd de Tombuctú ostentaba el mando supremo de las tropas. A la cabeza de las guarniciones ma rroquíes de Bamba, Gao, Diené, Tinderina y Kulami, figuraban caí des. El reino estaba dividido en cuatro virreinatos, snbdivididos a su vez en gobernaciones. El bajá elegía los virreyes y los gobernadores entre la aristocracia negra. Príncipes vasallos, com o los de los Tuareg, de los Fulbé, de los Chuliminden, y bereberes procedentes del sur de Marruecos, recibían del bajá la investidura, y servían com o mercenarios en los límites del reino. La civilización era prós pera, las ciudades eran grandes y estaban bien pobladas, los oficios eran acti vos, y el comercio de objetos preciosos, realizado mediante caravanas y ferias, era opulento; la agricultura se aprovechaba de los pozos y de las acequias. Las ciudades constituían centros intelectuales musulmanes en los que se formaban generaciones de profesores y de sabios, letrados, jurisconsultos, teólogos, mé dicos. Después de la muerte de Muley Ismail (1727), durante los desórdenes de Marruecos, los soldados marroquíes del Sudán se hallaron de repente indepen
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dientes y dueños del país. Ellos y sos descendientes formaron una casta mili tar, voraz y sanguinaria. Sus caídes se organizaron en principados, en algunas ocasiones se pusieron de acuerdo para nombrar los bajás, aunque más a menudo luchaban unos contra otros. Los tuareg y los chuliminden, liberados por el re troceso de Marruecos, se aprovecharon de la situación para multiplicar sus algaras en el norte, mientras que en el sur, los emires y los reyes paganos de los claros del bosque hacían lo mismo. A fines del siglo, los tuareg y los chu liminden ocuparon Tombuctú, destruyeron Bamba y Gao, arruinaron y despo blaron la región de la curva del Níger. Durante esas guerras, la población fue aniquilada, las cosechas saqueadas, los pozos cegados; las épocas de carestía volvieron a ser frecuentes; los caminos quedaron desiertos, el comercio y la artesanía se hundieron, el nivel intelectual bajó en las ciudades decaídas. A l oeste, el Senegal fué devastado por los mauritanos. En el este, en el Bornú islamizado, los reyes se convirtieron en reyes holgazanes y sólo con di ficultad pudieron resistir las incursiones de los tuareg y las guerras contra los reinos paganos del sur. Bom ú quedó despoblado; Baguirmi, Uadai, Darfur, is lamizadas, más alejadas de las grandes tribus saqueadoras, pasaron por largos momentos de prosperidad durante los cuales las carreteras y las acequias fue ron arregladas, durante los cuales florecieron las artes ornamentales, la litera tura y la teología musulmanas. Pero revueltas, asesinatos, luchas dinásticas, lle naron el siglo de períodos en los que se suceden, monótonamente, la ferocidad y las destrucciones. Algunos emigrantes árabes, detenidos al este por los montañeses cristia nos de Abisinia, que sin embargo estaban m uy divididos entre sí, se infiltraron en los pastos del Uadai, se mestizaron y formaron la raza vasalla de los chnas, pastores al principio, pero que luego, después de epizootias que diezmaron los rebaños y de guerras que les obligaron a agruparse para defenderse, se convir tieron en agricultores sedentarios. A l sur de la curva del Níger, los mosis, más alejados de los árabes y de los bereberes, que seguían siendo paganos, lograron mantenerse en dos reinos fuer tes, alrededor de Uagadugu. En la selva intrincada, los negros, agricultores sedentarios, seguían fieles al animismo. En estas comarcas, en las que los ríos, los estuarios, los pantanos, los bosques sobre todo, se oponen a las comunicaciones, subsistía un enjambre de tribus, cada una de las cuales tenía su idioma y sus costumbres propias. Pero bastaba un vasto claro de sabana, originado por una disminución local de las lluvias, para que se formara un reino negro, agrupado en tom o a un soberano absoluto, rey y sumo sacerdote, con tendencia a pasar del animismo al poli teísmo, reino que trataba de extenderse y de formar un imperio. El imperio mandingo se desmenuza en el siglo xvm en principados; pero se forma el de
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Dahomey a expensas del reino de Ardres, que a lo largo del siglo restablece la unidad del país. Los belicosos achantis no cesan de extenderse por el este y por el oeste. Benin, aunque ya ha pasado su apogeo, conserva una civilización ori ginal, y sigue produciendo bronces y marfiles, menos bellos que antes, pero aún de gran valor. A l final del siglo aparecen dos indicios de un cambio en la actitud de los europeos. De 1769 a 1773, el escocés James Bruce logró, a costa de terribles peligros, explorar Abisinia, el K ilo Azul y Nubia. En 1788 publicó la relación de su viaje, que causó gran impresión en Inglaterra. El mismo año, se creó la Asociación africana de Londres con el fin de realizar exploraciones metódicas. Por otra parte, algunos esclavos negros que habían buido de América, al ha llarse en Inglaterra en número elevado y libres, ya que las leyes no reconocían la esclavitud, los metodistas y los cuáqueros, con W ilberforce al frente, logra ron que fueran devueltos a sus países de origen. Freetown, en Sierra Leona, fué fundada en 1785, com o lugar de asilo para ellos y para todos los esclavos fugi tivos de África. Los antiguos esclavos vivieron allí en medio de desórdenes y de violencias. De este m odo surgía un amplio movimiento de viajes y de mi siones, que iba a descubrir las riquezas de Africa, a llamar la atención de los hombres de negocios y de los gobiernos, y que iba a ser una de las causas del reparto de África entre los europeos en el siglo xrx.
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AMÉRICA DE 1713 A 1789 viejo mundo ha quedado casi cerrado a la civilización europea, a pesar de que Europa es vecina de África 7 una avanzada de Asia. En los territo rios de ultramar, en el nuevo mundo, fué donde los europeos lograron formar sociedades nuevas. Una civilización común reina de Petersburgo a Quebec 7 a Nueva Orleans, de Venecia a Lima 7 a Buenos Aireg. El Atlántico es un vínculo, no una barrera. Ello es debido a que la navegación es mucho m is fácil que los viajes te rrestres 7 , por mar, Europa se hallaba mucho más cerca del nuevo mundo que de Asia. También influyó el hecho de que las diferencias geográficas entre Europa 7 América, la inmensidad, la uniformidad de las regiones, el poder de los elementos que aplastan al hombre, que no eran en sí mismas superiores a las que existían entre Europa por una parte, 7 África 7 Asia de otra, quedaban compensadas por la ma 7 or penetrabilidad del continente americano 7 por la extensión de climas de altura favorables al hombre blanco. Finalmente, ocurre que en América los europeos jamás se hallaron en presencia de hormigueros humanos 7 de poderosos imperios como en Asia, sino que hallaron poblaciones poco numerosas, desparramadas, en un bajo nivel material; que en las comar cas que habían sido sede de imperios más civilizados, en M éjico, en Perú, se conocían técnicas pero eran 1UU7 inferiores a las europeas, 7 que se trataba de pequeños grupos de vencedores que dominaban a súbditos 7 vasallos pron tos a rebelarse. En el siglo xvm, las sociedades europeas del nuevo mundo se desarrollan con gran rapidez: número de habitantes, trabajo 7 riqueza, actividad intelec tual, todo aumenta. LaB poblaciones de dicho mundo tienen conciencia de po seer usos 7 costumbres distintos de los de la m etrópoli. Despierta un espíritu nacional. Estas sociedades soportan cada vez menos el ser tratadas como súb ditas, com o colonias, 7 sólo teniendo en cuenta los intereses de la madre pa l
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tria. No quieren seguir siendo administradas desde la metrópoli n i quedar so* metidas, según la doctrina mercantilista, al régimen de la exclusiva o del pacto colonial, que les impone a los colonos la obligación de comerciar únicamente con la metrópoli o con las demás colonias, y la de producir tan sólo aquello de que carece la madre patria. P or doquier hay una tendencia hacia la autonomía y la emancipación. Pero esta tendencia es más o menos manifiesta según sea el nivel de evolución alcanzado y según la potencia, y por eso es preciso distinguir varios conjuntos.
CAPITULO PRIMERO
LA AMÉRICA PORTUGUESA r
La situación de Brasil
a principios del
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es la colonia americana en la que menos fuerte ,
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ha Bldo la °P°sicion a la metropob, aquella en la que el deseo de independencia se ha manifestado me nos. Brasil evolucionó sin brusquedades 7 , a fines de siglo, está ya dispuesto para vivir su propia vida, sin sentir la necesidad de imponer esta solución por la fuerza, sin ni siquiera, en general, pensar demasiado en ello. Sin embargo, en principio, Brasil sólo existe para la metrópoli. Portugal se reserva la explotación. A los comerciantes extranjeros les está prohibida la entrada, 7 si en 1703, por el tratado de Metbuen, se hizo una excepción en favor de los ingleses, dándoles el derecho de comerciar libremente, esta excep ción tenía el fin de abrir las puertas del Reino Unido a la entrada de los vi nos portugueses, de obtener un protector, 7 también por no producir los pro ductos manufacturados de que precisaba la colonia. Su propio interés es el que le guía. Es la factoría inglesa de Lisboa la que carga de mercancías in glesas la flota que anualmente Portugal envía al Brasil; en la misma factoría se recogen para Londres, puerto de almacenaje 7 nueva distribución, los pro ductos brasileños. A principios del siglo, la agricultura constituye el principal recurso del país. Portugal espera de Brasil los géneros coloniales. Le prohíbe rigurosa mente el cultivo de la viña, del olivo, de la morera, y los colonos se ven obli gados a comprar a elevados precios, en Portugal, vino, aceite 7 seda. La sal 7 las maderas exóticas constituyen un monopolio, cuya explotación arrienda el rey de Portugal; asimismo, el elevado precio de la sal hace que la pesca sea abandonada. El azúcar de caña debe enviarse en bruto a Portugal, donde será refinado; la mayor parte del tabaco está reservada a las manufacturas del Estado portugués. Los colonos han de depositar en Portngal los beneficios de las transformaciones. Todos los cultivos están sujetos al pago de un diezmo ecle siástico ; pero es el rey quien cobra dicho diezmo, con una parte del cual se queda. Portugal, que se reserva los beneficios de la producción, se reserva tam bién la administración del país. Son los consejos de Lisboa, 7 , de hecho, el ú g lo
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rey y sus ministros, quienes nombran al virrey, cargo instituido en 1720, a los capitanea generales, a los capitanes ordinarios y a los jueces, nombrados todos por tres años. Los capitanes generales nombran a los funcionarios inferiores. Ellos y los capitanes ordinarios designan en la práctica incluso a los miembros de las cámaras municipales, que en principio son elegidos. Los capitanes con centran en sus manos todos los poderes militares, financieros y administrativos. Este régimen de absoluta sumisión a Portugal y a sus intereses, era fácil mente soportado por todos los colonos porque era más aparente que real. Los funcionarios desempeñaban sus funciones durante poco tiem po: los únicos cuerpos asentados eran las cámaras municipales formadas por habitantes del país. Los funcionarios estaban obligados a mantener relaciones con ellas para una serie de asuntos y, de hecho, eran las cámaras las que decidían, incluso en cuestiones que escasa relación guardaban con los asuntos municipales. Además, tenían el derecho de designar el jefe de la administración si el gobierno de jaba el cargo vacante. Como quiera que todos esos funcionarios soban ver en sus funciones principalmente una fuente de ingresos y sólo pensaban en apro vecharse para enriquecerse, por ello dejaban, voluntariamente, actuar a las cá maras. Varios capitanes generales ni siquiera eran funcionarios, sino que tenían el cargo como donativo de la corona. Las máximas despóticas del gobierno por tugués solían aplicarse muy liberalmente. Además, los grupos humanos estaban diseminados, las distancias eran enormes, las comunicaciones lentas: los gran des propietarios, al igual que los funcionarios locales, hacían lo que querían. Colonos y criollos, muchos de estos últimos descendientes de deportados o de campesinos venidos de las Azores y de Madeira, eran apáticos, ignorantes; no tenían grandes necesidades, eran poco inclinados al trabajo, les era indi ferente la prosperidad económica de la colonia, no sufrían por el régimen de exclusiva. La debilidad de la vida económica, al rarificar las incitaciones a la ganancia, les mantenía en ese estado. La producción era limitada porque en ese país poco poblado faltaban trabajadores. Muchos indios habían sido reducidos a esclavos para las plantaciones y las minas; pero los jesuítas les hartaban un buen número a los colonos formando pueblos de organización colectivista y teo crática; y, además, quedaban indios independientes en el interior de la meseta brasileña y en la cuenca del Amazonas. Había sido preciso recurrir a los ne gros para cultivar la caña de azúcar en las regiones de Pemambuco, Bahía y Parahyba; pero sn número era insuficiente. El problema de la mano de obra aún no estaba resuelto. Los trabajadores libres de origen portugués produ cían lo justo para mantenerse, ya que no tenían esperanzas de poder llegar a ser pequeños propietarios, cuyo número era escaso. Los capitanes generales dis tribuían por sí mismos las tierras vacantes. Habían creado grandes propieda des. La capitanía de Parahyba pertenecía a cuatro grandes propietarios; en la
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de Piauhy, la extensión de las propiedades se limitaba a 11.400 Ha.; pero un propietario podía poseer cuantas propiedades de 11.400 Ha, quisiera. Un colo no tenía 50; los jesuítas, 30, Se negaban a desmembrar sns tierras, ya que así podían ir desplazando sus cultivos a medida que los terrenos se iban agotando. Los inmigrantes y los emancipados estaban reducidos a la condición de apar ceros. El país carecía, además, de capitales. Los ingleses hacían salir mucho nu merario mediante sus ventas de objetos manufacturados. Los transportes in movilizaban un gran capital. El número de muías y de muleros necesarios en la selva tropical, así como el de carros, bueyes de tracción y de repuesto, con ductores en las estepas y las sabanas de la meseta, equipos de indios portado res y haladores en los rápidos de los ríos, la lentitud de los desplazamientos (varios meses para remontar el curso del Tapajoz, desde la región del Amazo nas hasta el Matto Grosso), todo esto les obligaba a los empresarios a hacer gran des desembolsos por adelantado. Faltaba capital para desarrollar los cultivos y las manufacturas. Los brasileños no experimentaban mayor necesidad de cambiar su régimen político que su sistema económico. Se les consideraba humildes y obedientes. Tenían fama de ser vanidosos, pero estaban satisfechos con las funciones infe riores. Éstas eran desempeñadas por los criollos; los más ricos incluso podían escalar funciones elevadas, que, por lo general, eran desempeñadas por portu gueses de la metrópoli. Ahora bien, estos grandes cargos ennoblecían. Los mes tizos, muy numerosos, no eran despreciados, las divisiones sociales no se basa ban en el color de la piel: los individuos de color podían llegar, al igual que los criollos, a las funciones publicas. Los mestizos, activos y emprendedores, eran numerosos en la clase media. No había graves descontentos. La unidad brasileña ee iba formando difícilmente. Cada región vivía apar te, alrededor de sus puertos, y cada una de ellas mantenía más relaciones con Lisboa que con las demás regiones. Además, cada capitanía disponía de moneda especial. La región de Maranbao enviaba a través de Para sus maderas precio sas y de ebanistería a Europa. Parahyba, Pernambuco y Bahía disponían de caña de azúcar y de tabaco, carnes y cueros procedentes de la cría de bueyes casi salvajes, llevados a pie desde los dominios del interior hasta la costa. Al rededor de Río de J aneiro y de Sao Paulo, alrededor de Curytiba y de Parana gua, empezaba a desarrollarse una colonización agrícola. El interior estaba casi vacío. El aislamiento económico iba acompañado por un aislamiento admi nistrativo. Lisboa tenía la costumbre de tratar directamente con los capitanes generales, sin preocuparse del virrey. Por consiguiente, la población soportaba un dominio del que habría podi do librarse con facilidad, ya que los funcionarios portugueses eran poco nume
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rosos, y las tropas portuguesas estaban mal pagadas, mal mantenidas, y tenían menos efectivos que las milicias locales. , Poco a poco, Brasil se fue enriqueciendo y poblando, se a fué unificando. Antes de 1750, una primera causa de ello la representó el intérlope inglés, el contrabando inglés en el Imperio español, una buena parte del cual pasó a través del Brasil, hacia el R ío de la Plata al sur; Solivia y Perú al oeste; Venezuela, por el R ío Negro y el Casiquiare, al norte. Este com ercio puso en manos de los empresarios de transporte I ob capitales necesarios para nuevas empresas y multiplicó las relaciones entre las diversas regiones de Brasil. P ot otra parte, hacia 1700, los paulistas, raza procedente de deportados y de mujeres indias, enérgicos, aventureros, independientes, descubrieron minas de oro en las regiones de Ouro Preto y de Bello Horizonte y al noroeste de Sao Paulo, y más tarde, a partir de 1725, minas de diamantes, a lo largo de los afluentes del río San Francisco y en la región de Diamantina. El rey dejó la explotación de las minas de oro a particulares, a cambio de un derecho calcu lado según el número de esclavos que trabajaban en ellas. Las de diamantes, que al principio estaban sujetas al mismo régimen, fueron declaradas m onopolio en 1740, para reducir la producción y evitar la caída de los precios. En 1714, el distrito de las minaB fué convertido en una nueva capitanía general, la de Minas Geraes. La explotación de las minas trajo com o consecuencia el desarro llo agrícola de las regiones vecinas, en el interior, el Matto Grosso, Goyaz. Es tas regiones se convirtieron en centros de cría de ganado para alimentar a los mineros; aparecieron mercados: Cuyaba, fundado en 1718; Goyaz, en 1722. R ío de Janeiro, por donde se exportaban el oro y los diamantes, y a donde llegaban los objetos fabricados con destino a las minas, empezó a adelantar a Bahía. Capitales para desarrollar el país, nnevas regiones económicas, intercambios entre las regiones del Brasil y mayor unidad, éstOB fueron los beneficios que trajo el descubrimiento de las minas. La población aumentó y se modificó su composición. Los paulistas hicie ron, incluso en el Amazonas, cazas de esclavos para las minas; pero hacia el Paraná tropezaron con las misiones de los jesuítas. Éstos se opusieron por la fuerza a las expediciones paulistas y salvaron a los indios de la esclavitud. En especial, los indios demasiado débiles se fundieron, literalmente, en las minas. Fué preciso recurrir a la importación en masa de negros de las posesiones por tuguesas de Africa y esta corriente no disminuyó hasta fines del siglo. A l mis mo tiempo, para la agricultura, a la que consideraba esencial, el gobierno por tugués atraía a Brasil campesinos de las Azores y de Madeira, a quienes se encargaba de transportar y a quienes los capitanes generales estaban obligados a proporcionarles alojamiento y trabajo a medida que iban llegando.
éátA éx ■'U.— Los primeros arqueólogos llegan a Egipto.
32.— E l comercio Je esclavos en la Martinica
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Entre 1750 y 1777, tanto en Brasil como en Portugal, Pombal desplegó grandes esfuerzos. Déspota ilustrado, quiso someter más estrechamente el Brasil a la dirección del rey. Suprimió los últimos capitanes generales por donación: a partir de entonces, todos ellos fueron funcionarios. Todos los funcionarios permanecían indefinidamente en sus funciones y consiguieron ganar, gracias al conocimiento de los asuntos del país, la libertad de sus decisiones. Las cámaras de las ciudades se limitaron e«trictamente a sus atribuciones municipales. Pombal, mercantilista convencido, trató, sin atentar contra los tratados, de sustituir los ingleses por los portugueses en el comercio de Brasil. Con esta intención, en parte, desarrolló la industria portuguesa. Les prohibió a los bra sileños crear las mismas industrias que él iba fundando en Portugal: sólo les permitió la confección de tejidos ordinarios de lino y de algodón para los escla vos negros, para los indios y para el bajo pueblo. Trató de desarrollar el Brasil mediante poderosas asociaciones de capitalistas portugueses ayudadas por el Estado. Para ello, creó Compañías comerciales de m onopolio: en 1765, la Com pañía de Para y Maranhao; en 1769, la Compañía de Pernambuco y de Parahyba. La Compañía de Pará, que actuaba en una región que aún estaba poco desarrollada y que carecía de medios de acción, logró magníficos resultados. Importó los esclavos negros que los babitantes, demasiado pobres, no habían podido procurarse; se intensificaron la explotación y roturación de los bosques; aseguró uua salida a los productos naturales de la región de Amazonas, que basta entonces eran poco utilizados; Matto Crosso y Goyaz aumentaron sus en víos de carne, transportada a pie a la región del Amazonas. En cambio, la Com pañía de Pernambuco fué nefasta para una región que ya era floreciente. Obli gó a los colonos a que le vendieran el azúcar a un precio inferior al del mercado libre y a comprarle los objetos a precios elevados. Pero Pombal com pensó tales pérdidas incrementando el cultivo del añil mediante una exención de impuestos dorante diez año6, y del arroz con una exención por veinte años. Pombal intentó extraer de las minas mayor cantidad en beneficio de la co rona, A partir de 1751, exigió que se pagara un derecho del 20 por 100 sobre el oro; pero esta medida se tomó precisamente en el momento en que la pro ducción empezaba a flojear. En 1771, para evitar el contrabando de diamantes, sustituyó el arriendo por la administración, y expulsó de la región diamantífera a todos aquellos que no trabajaban en las minas. Pero, al parecer, la adminis tración no proporcionó mayores ingresos que el arriendo. Convencido de los malos efectos de la esclavitud para los indios, Pombal los liberó en 1755. Tropezó con la oposición de los jesuítas, que consideraban a los indios incapaces de regirse por sí mismos y que querían conservar bajo su autoridad a los indios de sus misiones. Pombal ya estaba en oposición ante la d ? Pombal3
82. — H. G. C. — V
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Orden a causa del intérlope. Los ingleses deseaban evitar discusiones con los españoles del R ío de la Plata, por lo cual utilizaban para su contrabando la ruta de Paranagua a Asunción, de donde, a través de los valles del Pilcomayo y del Ver me jo, iba a Bolivia. También había obligado a los portugueses a cam biar, en 1750, con los españoles el territorio del Sacramento (Uruguay) por los territorios de las misiones jesuítas establecidas entre los ríos Uruguay y Para guay. Los jesuítas, que acababan de enlazar sus misiones del este con las del oeste, mediante la fundación de Sao Estanislau y Sao joaquim , que dirigían un verdadero Estado teocrático que se extendía de Uruguay a los Andes y que deseaban mantener a sus indios al abrigo del contacto corruptor de los blancos, se resistieron a ello. En 1754 y 1755, Pombal desarmó su resistencia por la fuerza y con ayuda de los paulistas. Más tarde, en 1759, los expulsó del Brasil. Los indios de los jesuítas volvieron muy pronto al paganismo, aparte de que no fueron liberados, ya que, por hallarse en un nivel muy bajo de la escala liumana, fuá preciso confiarlos a administradores laicos que les concedieron adelantos para ayudarles a vivir, y que luego los tuvieron, a causa de sus deu das, en una situación de dependencia económica. En cuanto a los indios de Para y Maranhao, pasaron a ser obreros libres, y su rendimiento fue mejor. Las dificultades fronterizas con España concluyeron con los tratados de San Ildefonso (1777) y de El Pardo (1778) : Portugal renunció al límite meridional del R ío de la Plata a cambio de los territorios del este de Paraguay, el este de Perú y la Guayana hasta el R ío Negro. La apertura de una nueva ruta para el intérlope en la que fué fundada Corumba en 1774, y mayores facilidades en las direcciones en que ya se venía desarrollando, fueron las consecuencias de los acuerdos de 1750 y 1777-1778. En 1780 se funda Tabatinga, junto al Amazonas. Pombal ha desarrollado capitales, manos de obra, producción, relaciones interregionaleB, pero a costa de estrechar la exclusiva. . Con posterioridad a 1777, cuando Pombal ya no era mi^*d^^omb(d>UeS uwtro» la* Compañías comerciales que había fundado fue ron suprimidas, pero las demás medidas que había adop tado pudieron subsistir. Todas ellas tuvieron consecuencias halagüeñas. El norte siguió beneficiándose del impulso dado por la Compañía de Para. Varios capitanes generales, ahora que ya disponían de tiempo para realizar obras du raderas, se preocuparon de los intereses de sus administrados y de la prosperi dad del país. Además de los antiguos cultivos, caña de azúcar y tabaco; de los más recientes, añil y arroz, se introdujo el café, se incrementó el algodón y el cacao, se aumentó la exportación de cueros. La agricultura fué en verdad la gran riqueza del país, ya que el rendimiento de las minas de metales pre ciosos no cesó de ir disminuyendo a causa del agotamiento de los yacimientos superficiales: a fines del siglo, Ouro Preto era tan sólo una aldea. La prosperi
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dad fué causa de que la población del Brasil se duplicara de 1776 a 1806. Pero el país, más poblado, más rico y más unido, empezó a notar más los inconvenientes del régimen de la exclusiva y de ser administrado por la me trópoli, administración que Pom bal babía agravado. Empezaba a anhelar la libertad del comercio, de las plantaciones y de las manufacturas, así com o a desear que el gobierno del Brasil fuera realizado por y para los brasileños. Las ideas “ filosóficas” francesas se divulgaron entre los criollos ricos y cultos y el ejem plo de los Estados Unidos despertaba anhelos de independencia. Apare cen síntomas de descontento y de inquietud. De hecho, la nación brasileña va camino de constituirse, y la separación de Portugal ya casi sólo era una cues tión de tiempo y de ocasión. Pero, en conjunto, a cauBa del relativo liberalismo de la administración portuguesa, en Brasil no' se da una crisis aguda.
CAPITULO n
LA AMÉRICA ESPAÑOLA evolución de la América española es parecida a la del Brasil, con la par ticularidad de que tanto aquélla com o su metrópoli tenían un peso espe cífico mucho mayor que el conglomerado luso-brasileño. Ello explica que los problemas planteados en el Imperio hispánico fueran más trascendentales y revistieran mayor gravedad, tanto por lo que se refiere a la política interna cional— rivalidad con Inglaterra— cuanto en la política interior — formación de la conciencia emancipadora. ............................... Después de dos siglos, los principios básicos que habían Lo situación después . , , , , . , del tratado de Utrecht “ formado la colonización hispánica en America, plasma dos en las famosas Leyes de Indias, habían experimen tado pocas modificaciones. En líneas generales, tales principios eran los si guientes: proteccionismo económico, patriarcalismo político, asimilación de las razas indígenas y difusión del catolicismo y de la cultura española. La monarquía absoluta delegaba la administración del Imperio en el Con sejo de Indias, cuyas decisiones eran ejecutadas, en América, por los virreyes, de nombramiento real. En su calidad de Halter nos” del rey, el virrey poseía todos los poderes. Las demarcaciones del Imperio hispánico experimentaron al gunas transformaciones en el transcurso del siglo xvui: se crearon los virreina tos de Nueva Granada y del R ío de la Plata, y se establecieron las intendencias. He aquí, en síntesis, la organización administrativa: a
L
Capitanía general de Guate mala.
¡
En América del Norte
En América del 5ur .
| V ir r e in a t o del Perú (1542).
Capitanía Capitanía Audiencia Audiencia Audiencia
general de de Chile. Cuba. general de Panamá. de Charcas. de Quito.
j Virreinato de N ueva \ Granada: (1717-1723; I 1739).
Capitanía general de Vene zuela. Audiencia de Quito.
I V ir r e in a t o del Plata | (1776).
Audiencia de Charcas.
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La administración local de las comunidades no indígenas estaba a cargo de cabildos o ajuntamientos, cuyos miembros, elegidos en principio, acabaron por comprar los cargos, lo que constituía una pingüe fuente de ingresos para el Tesoro público. La justicia se administraba, en primera instancia, por los alcaldes, y, en escalones sucesivos, por las Audiencias. Los poblados indígenas conservaron sus costumbres peculiares a condición de no oponerse a la evange lio ación española. Como es lógico, el poder absoluto del soberano llegaba basta las corporaciones locales, ya que de él o del virrey dependía el nombramiento de los distintos funcionarios. La explotación económica del Imperio indiano está reservada a España, en virtud del proteccionismo metropolitano. España adquiere la producción de sus colonias y les proporciona lo que necesitan. Teniendo en cuenta que el Es tado español carece de la potencialidad económica indispensable para absorber toda la producción indiana y suministrar a las colonias todo lo que éstas ne cesitan, es el intermediario obligado entre América y sus proveedores y clien tes del resto de Europa. La Casa de Contratación es trasladada de Sevilla a Cádiz en 1718, puerto mucho más cóm odo para los grandes barcos mercantes. Dicho organismo fija los tonelajes, los precios de las mercancías y el número de navios que deben zarpar. Las flotas de Indias, verdaderas caravanas maríti mas, van de Cádiz — único puerto español autorizado a comerciar con Améri c a — a Portobello, Cartagena de Indias y Yeracruz, donde las mercancías son desembarcadas y vendidas, y, al mismo tiempo, puntos de embarque de los productos destinados a España, que las flotas, en su viaje de regreso, llevan a Cádiz. El solo tráfico directo entre el Imperio español y el lugar de origen es el de los esclavos, m onopolio inglés (asiento) desde el tratado de Utrecht. Los ingleses poseen el derecho de transportar los esclavos desde África a Buenos Aires, Cartagena de Indias y Portobello, con objeto de acortar el viaje de esta mercancía perecedera. Este régimen de prohibición y de m onopolio — cuyo ejemplo más típico lo constituye el “ pacto colonial” de tipo británico — obliga a las colonias ame ricanas a comprar caro y vender barato, lo que, desde luego, obstaculiza su desenvolvimiento económico. El drenaje de los metales preciosos por el Estado español y los contrabandistas extranjeros provoca una acentuada escasez de numerario, incluso para las transacciones. Los pequeños capitales disponibles son absorbidos por la lentitud de los transportes y los fondos que requieren: para ir de Buenos Aires a Salta hacen falta tres meses y 12.000 bueyes para 600 carros. Porcentajes considerables de la población en distintas colonias eran muleteros. Pero, a medida que transcurre la centuria, los principios del pacto colonial son atacados por la difusión de las ideas fisiocráticas y del liberalismo
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económico, mientras la burguesía criolla, en colisión con la burocracia metro politana, va enriqueciéndose por el com ercio y las actividades agropecuarias. Dicha clase social obtuvo determinadas satisfacciones con las medidas decreta das por Carlos III, como veremos. La misma rivalidad que existía entre los criollos o blancos nacidos en Amé rica y los españoles, se daba entre aquéllos y los mestizos, producto de la asi milación racial característica de la obra de España. Si los criollos se sentían postergados por los españoles que detentaban los puestos de mando de la ad ministración, menospreciaban, a su vez, a los mestizos. Por lo que se refiere a las diversas tribus amerindias, las excelentes leyes y disposiciones complemen tarías que emanaban de la metrópoli no siempre se cumplían y se registraban frecuentes abusos por parte de funcionarios y encomenderos. En el último pel daño de la escala social se encontraban los negros, importados del continente africano como esclavos, muchos de los cuales poseían vivo el recuerdo de una libertad reciente, y los zambos, mestizos de negro e indio. Desde el punto de vista cultural, el Estado español se esforzó por incre mentar el desarrollo de sus colonias en el marco de las ideas básicas que ha bían caracterizado la esencia de aquél en los siglos xvi y xvn. Las Universida des de M éjico, Lima, Santa Fe de Bogotá, Córdoba, Charcas, Guatemala, Cuzco y Santo Domingo, brillaron en la enseñanza de la teología, la filosofía, el de recho, la medicina, las matemáticas y las bellas letras. En Lima existían cáte dras de lengua quichua y en M éjico, de azteca y otomí. Los colegios y escuelas de primera enseñanza, regentados por órdenes religiosas, fueron muy numero sos. P or lo que se refiere a los libros, recientes y documentados trabajos de muestran que la vigilancia del Estado y de la Inquisición fué mucho menos efectiva de lo que hasta ahora se había creído sobre la introducción de las no vedades europeas del siglo xvni. En las Indias, la labor de difusión cultural per seguida por las autoridades contó con las imprentas de M éjico y del Perú. Hasta el reinado de Carlos III, el Imperio se extendió El Imperio español , . .. , . , . . T de 1713 a 1759 nacía el norte, en particular, gracias a las misiones. Los jesuítas fundaron poblaciones en la Vieja California, ce didas en seguida a los dominicos. Los franciscanos progresaron en la Nueva California, donde lograron que tribus americanas se transformaran en agrupa ciones sedentarias dedicadas a la agricultura, mientras introducían árboles fru tales y legumbres europeos. La actividad de los misioneros se reflejó también en Arízona. Entre 1720 y 1722, por temor a los proyectos franceses sobre la Luisiana, España tom ó posesión de Texas. En la América del Sur, los españo les se opusieron a la progresión de los portugueses hacia el R ío de la Plata y, en 1726, fundaron la ciudad de Montevideo. La riqueza y la población se acrecentaron gracias al comercio. El tráfico
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del Imperio se llevaba a cabo por algunos puertos determinados. En M éjico, el de Vcracruz, de donde las mercancías se encaminaban hacia la meseta por Ja lapa; y el de Acapulco, donde llegaba cada año el navio de Manila, cargado de productos del Asia Oriental. En América del Sur, el de Cartagena de Indias, desde donde las mercancías llegaban a Quito y a Lima por los valles del Mag dalena y del Cauca y las ciudades de Medellín, Santa Fe de Bogotá y Popayán; y el de Portobello, donde se descargaban y transportaban a Panamá a través del istmo. En Panamá embarcaban con destino a Lima, desde donde, en recuas de muías, llegaban a Bolivia, Chile y la ciudad de Salta, y, en carroB, a Tucuman, Córdoba y Buenos Aires. A excepción de los esclavos, ninguna mercancía debía llegar directamente a Buenos Aires. Sólo los navios negreros y el “ de permiso” británico podía entrar en diebo puerto. A lo largo de las rutas cita das se desarrollaron explotaciones forestales y plantaciones, enyos capitales eran proporcionados por los empresarios de los transportes y los asentistas, y la mano de obra, por los negros introducidos en las tierras cálidas de Venezuela y Colombia, Sin embargo, el contrabando, el comercio fraudulento, hacía entrar y salir masas considerables de mercancías diversas. El contrabando era practicado, desde luego, por los ingleses: asentistas y capitanes de los “ navios de permiso” , cuya carga sobrepasaba siempre las 500 toneladas autorizadas por los tratados, y comerciantes que utilizaban los puertos y rutas brasileñas, la isla de Trini dad, las bocas del Orinoco, las costas del Golfo de Méjico. En Honduras, en el litoral de la Mosquitia, los ingleses se aprovecharon del permiso dado por los españoles de cortar maderas tintóreas (palo campeche). Colonos de Jamaica fundaron factorías de 1720 a 1740, en la desembocadura del río Valis, muchas veces destruidas por I ob españoles y otras tantas reedificadas. Los traficantes alcanzaron las zonas interiores, se aliaron con los indios mosquitos, reivindica ron sobre éstos una especie de protectorado y enviaron hacia Jamaica, Londres y Nueva Y ork diversos productos, sobre todo, palo campeche, cacao, índigo, azúcar y tabaco. Pero su gran deseo consistía en alcanzar el Pacífico para abrir nuevas rutas de contrabando hacia la América meridional. Ellos estaban de acuerdo con el gobierno inglés, quien, en 1740, envió al almirante Vcrnon con tra Cartagena de Indias y Portobello, y al abnirante Anson hacia las costas pe ruanas, con el propósito de apoderarse de las rutas del istmo panameño. En el año 1743, el gobernador de Jamaica, Trelawney, alentado secretamente por Londres, armó a los colonos hondureños y notificó a los gobernadores de Ni caragua y Guatemala el protectorado británico sobre la región. El fracaso de Vernon en Cartagena de Indias y el tratado de Aquisgrán de 1748, que man tuvo el statu quo, impulsó a los ingleses a sugerir el tratado bispano-portngués de 1750, para abrirse una nueva ruta, mientras reclamaban nn m onopolio co
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mercial en el Im perio español a cambio del abandono del asiento, que acabó siendo para ellos más oneroso que dispensador de beneficios. El contrabando era practicado también por franceses y holandeses, quie nes utilizaban sus establecimientos antillanos como escalas de su comercio frau dulento. Com o es lógico, franceses y holandeses rivalizaban entre sí y con los ingleses. La expansión del contrabando disminuyó los beneficios del comercio de Cádiz — donde, entre las colonias extranjeras, predominaba la francesa— , em pobreció a España y contribuyó, en gran escala, a acentuar las rivalidades entre las potencias europeas beneficiarías. El apoyo británico a los contraban distas fue una causa esencial de las guerras angloespañolas de 1739-1748 y 1762-1763, y de las guerras francoinglesas de 1742-1748 y 1756-1763. Pero si el contrabando proporcionó grandes ganancias a los traficantes extranjeros, dió asimismo a los habitantes del Imperio hispánico tantos beneficios como el co mercio normal, incitándoles a incrementar la producción, mientras les facilitaba recursos financieros y mano de obra. El desenvolvimiento económico fue muy notable, Gracias a la actividad de los transportes, la producción minera, que había descendido en el siglo XVII, aumentó considerablemente y proporcionó a Europa el numerario indispen sable para su desenvolvimiento, mientras contribuía al alza de precios, genera triz de profundos cambios económicos, sociales y políticos. A l mismo tiempo, el auge de las minas incitó el desenvolvimiento, en América de una serie de culti vos en las tierras templadas y frías de las mesetas andinas. Progresaron el maíz, la cebada, el olivo y la vid, mientras el incremento de las plantaciones exigía, a su vez, mayores cantidades de productos alimenticios. Los criollos utilizaron esclavos negros para el desmonte de tierras e implantación de cultivos de caña de azúcar, tabaco, vainilla, cacao y café en las cálidas llanuras del Perú, Co lombia, Venezuela, Guayana, M éjico y las Antillas. Mestizos, mulatos e indios fueron empleados en la explotación de maderas exóticas y de ebanistería, la recogida de la corteza de la quina desde 1750 y el cultivo del mate. La gana dería recibió un vigoroso impulso por las crecientes necesidades de carnes y cueros y, sobre todo, de animales de transporte. Perú compraba anualmente más de 100.000 muías de Tucumán y de Chile, y en cada feria de Salta se ven dían unas 60.000, En la Pampa, los Llanos del Orinoco y las mesetas de Nueva Granada, Ánabuac y Nuevo Méjico, en las inmediaciones de las explotaciones agrícolas o mineras existían granjas ganaderas. En las estepas y sabanas abun daban los rebaños en estado semisalvaje, mientras indios y mestizos, empeña dos en una verdadera caza, se encargaban de reunir el ganado, marcarlo y en caminarlo hacia las ferias de venta; Jalapa, Tucumán y Salta. La vida intelectual experimentó, también, un notable incremento. En 1722,
Rutas oficiales; 1. Navios y transporte d e Panam á; 2. M u los; 3. Acarreos. Rutas in térlopes: 4. Inglesas; 5. Francesas (sobre lo d o hasta 1724).
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apareció en M éjico un periódico, E l M ercurio volante, que contenía novedades de Europa y artículos sobre las ciencias físicas y naturales. El contrabando puso en manos de loa criollos la literatura enciclopedista francesa. El acrecentamiento de la población y de los negocios, el deseo de impedir el contrabando y vigilar la producción, y la amenaza inglesa fueron causa de la creación de nuevas circunscripciones y de la multiplicación de funcionarios. En 1717 fue instituido, luego suprimido y definitivamente restablecido en 1738, el virreinato de Nueva Granada (Colombia, Venezuela) y, en 1742, la capita nía general de Venezuela. El virreinato de Nueva Granada se creó a costa del del Perú, con objeto de establecer un potente núcleo político, vigía del istmo de Panamá, de cara al Atlántico y al Pacifico. Esta medida defensiva, impues ta por la amenaza británica anteriormente aludida, fuá en detrimento de la economía peruana, pues la inclusión de Guayaquil en el virreinato de Nueva Granada entorpeció el eje comercial entre dicha ciudad y Callao. La acentuación de la vigilancia, que contrastaba con el desenvolvimiento del país y las ansias de autonomía por parte de los criollos, se juntó a otras causas de descontento y provocó varias rebeliones: movimiento comunal de los criollos del Paraguay (1721), revuelta de criollos y españoles en Perú (1741) y M éjico (1742), levantamiento de mestizos e indios contra los terratenientes en Venezuela (1749). Los jesuítas del Paraguay se sublevaron cuando el go bierno español cedió en 1750 a Portugal el territorio de misiones paraguayas de Ibicuy a cambio de la colonia del Sacramento — tratado de Madrid, cuya ejecución se suspendió por la declaración de El Pardo de 12 de febrero de 1761, que restituía las cosas a la situación anterior. Los instigadores de dicho tra tado eran los ingleses, deseosos de acceso, desde el Brasil, hacia los caminos del Chaco y de las mesetas bolivianas y peruanas, fuente, a su vez, de nuevas ope raciones de contrabando. , Durante el reinado de Carlos H I (1759-1788) se hicieron pro de CaTlo^UI grasos decisivos. El soberano conservó los principios funda mentales de la colonización española e incrementó las medi das políticas encaminadas a fomentar un espíritu e intereses comunes entre la metrópoli y sus colonias. Logró ensanchar el Imperio español y defender su situación económica contra los ingleses. El 2 de enero de 1762, en cumplimiento del Tercer Pacto de Familia, entró en guerra al lado de Francia contra la Gran Bretaña. La suerte de las armas fuá desfavorable a los Borbones. El 1 de agosto, los ingle ses conquistaron La Habana, donde se apoderaron de once navios y de im bo tín de tres millones de piastras. Ello les brindaba la oportunidad de atacar Veracruz o Cartagena de Indias, sin que los españoles hubieran podido impe dirlo. El 22 de septiembre, una flota inglesa se apoderó de Manila, la gran base
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hispánica del Pacífico. En 1763, la pa2 de París obligó a España a ceder Puer to Rico o la Florida. Carlos III prefirió abandonar la Florida, amenazada por el hecho de que Francia entregaba a Inglaterra la orilla izquierda del Mississipí. Renunció, además, a la pesca en Terranova, excelente escuela de marine ros, y concedió a loa ingleses el derecho de cortar palo campeche en Honduras, lo que equivalía a que éstos pudieran continuar sus empresas hacia el Pací fico. Recuperó, en cambio, La Habana y Manila, y los ingleses, que habían renunciado al asiento, abandonaron sus pretensiones a un m onopolio comer cial en el Imperio hispánico. ¿Pero disminuyó su contrabando? Luis X V, como indemnización por la pérdida de la Florida, entregó a España la orilla derecha del Mississipí. Durante la guerra de la Independencia norteamericana, Car los HI, aliado de Francia, luchó de nuevo contra Inglaterra (1779-1783) y por el tratado de Versalles obtuvo la restitución de la Florida. España logró apuntarse varios éxitos a costa de Portugal. En 1762, el go bernador de Buenos Aires, Cehallos, se apoderó de la colonia del Sacramento, pero el tratado de París inutilizó su victoria. En 1776, el mismo Ceballos vol vió a conquistar el mencionado territorio y destruyó sus fortificaciones. Los ingleses, absorbidos por su conflicto con los norteamericanos, no pudieron acu dir en ayuda de Portugal. Los tratados de San Udefonso y de el Pardo (17771778) entregaron a España la colonia del Sacramento, así com o el exclusivo derecho de navegación en el Río de la Plata y el Uruguay. En 1776 fueron delimitados los dominios españoles y franceses en Santo Domingo. Mientras tanto, las misiones franciscanas continuaron progresando en la costa del Pacífico, donde fundaron las poblaciones de San Blas, Monterrey y San Francisco, bases hacia la bahía de Nootka, descubierta p or Juan Pérez, foco comercial de pieles de nutria. Los españoles encontraron en Nootka a los rusos, ingleses y norteamericanos; una Compañía inglesa que intentó apode rarse de la rada faé rechazada. De este m odo, el Im perio español se había extendido en todas direcciones, lo que aumentaba su capacidad de defensa frente a las usurpaciones territo riales y económicas de sus vecinos. Carlos III, déspota ilustrado, reforzó la administración del Imperio. En el año 1768 hizo extensivo a las Indias occidentales el sistema francés de los intendentes, importado en España por Felipe V. Los intendentes — 12 en Mé jico, 8 en Perú, 8 en el R ío de la Plata — fueron inmediatamente subordina dos a los virreyes y superiores a los capitanes generales y gobernadores. Pu dieron dedicarse a la administración de circunscripciones más reducidas y poseyeron amplios poderes de índole financiera, económica, militar y de poli cía general. Hicieron desaparecer abusos y protegieron a los indios contra los co
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rregidores, En 1776 se creó el virreinato de Buenos Aires, con territorios an tes dependientes del peruano. Con ello, la desembocadura del Plata, óptimo lugar de penetración hacia el interior del continente, se cerró a toda amenaza extranjera. El triángulo Buenos Aires-Malvinas-Montevideo quedó constituido en excelente base para el dominio del Atlántico Sur. A l mismo tiempo, la ca pitanía general de Chile, ya por completo independiente de Lima, guardaba el acceso al Pacífico por el estrecho de Magallanes. Pero todo ello, si bien acre centó la capacidad defensiva del Imperio ante la lucha con Inglaterra, objetivo esencial de Carlos III, quebrantó al núcleo peruano, único perjudicado en un reajuste general que se hizo, por añadidura, a su costa. Este hecho se puso de manifiesto en el transcurso del proceso emancipador. Carlos n i favoreció el desarrollo de la vida intelectual. Se fundaron Uni versidades en Santiago de Chile, La Habana y Quito. Por iniciativa del secre tario de Indias, Gálvez, se creó en M éjico una Escuela de Minas y un Jardín Botánico. La imprenta fué autorizada en 1777 en Nueva Granada y en 1779 en Buenos Aires. En 1768 y 1788 aparecieron, respectivamente, en Méjico, el Dia rio literario y la Gaceta literaria, En todas partes se difundieron las publica ciones periódicas. Los principios económicos apenas cambiaron. El régimen de exclusivismo fué mantenido, aunque España, en proceso de renovación, se convirtió en me jo r proveedor y cliente. En función de los esfuerzos desplegados para desen volver la industria y el comercio en España, y para dar una satisfacción a los criollos, envalentonados ante el ejemplo norteamericano, Carlos III decretó, en 1778, la libertad de comercio entre España y el Imperio i trece puertos españoles y veinticuatro americanos, entre ellos Buenos Aires. Sólo en Mé jico, Veracruz conservó su m onopolio recibiendo anualmente 6.000 toneladas de mercancías com o máximo. Pero a partir de 1786, Nueva España gozó también de mayor libertad. Si bien, en el fondo, el régimen de exclusivismo apenas cam bió, el decreto de 1778 multiplicó extraordinariamente las relaciones entre la metrópoli y las colonias. Los avances fueron prodigiosos. En 1778, España en vió a las Indias mercancías por valor de 76 millones de reales, de los cuales, 28 de productos españoles. En 1788 fueron expedidos 158 millones de produc tos españoles y 142 de extranjeros, mientras las importaciones ascendieron a 800 millones de reales, A l enjuiciar estos datos hay que tener en cuenta la con siderable alza de precios. En consecuencia, España exportaba y compraba cada día más. Los criollos se enriquecieron y las ciudades indianas aumentaron su población y se embellecieron. El reinado de Carlos III proporcionó considera bles beneficios a las Indias occidentales. Mientras tanto, crecía el descontento, puesto que la prosperidad material despertaba mayores ansias de autonomía. Recientes estudios han demostrado
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que la base doctrinal de la rebeldía americana de principios del siglo XIX no la suministró el concepto rousseauniano del pacto social, sino la teoría suareziana de la obediencia popular. Es evidente, sin embargo, que la fase de in cubación del movimiento por parte de la burguesía criolla, en la coyuntura revolucionaria con que se cierra el siglo xvm, eBtuvo inspirada por las innova ciones culturales europeas del Setecientos, “ M uchos jóvenes d e M éjico, Nueva Granada y R ío de la Plata fu eron a Europa, a Fran cia, sobre tod o, donde se im pregnaron de la atmósfera intelectual que tantos extranjeros iban a respirar en París. L os criollos que quedaban en Am érica aprendían el francés y se entre gaban a la lectura de textos franceses con m ayor celo que la juventud europea. En ninguna parte fué tan com entado el Espíritu de las Leyes, ui Montes quien, e l inspirador de la Cons titución d e los Estados U nidos, más adm irado que en las colonias españolas. En la Historia filosófica d e Raynal, los jóvenes am ericanos aprendieron su historia. Rousseau suscitó fo g o sos discípulos. En las sociedades literarias que se fundaron en todas las ciudades, se leían y recitaban con pasión las tragedias clásicas francesas.”
El ejem plo de los Estados Unidos excitó las esperanzas, en particular, en tre las clases acomodadas, los administradores, los oficiales, el hijo de un go bernador de Chile, don Bernardo O’ Higgins. El alto clero, los misioneros, ad miraban a Norteamérica, Muchos sacerdotes criollos eran separatistas. El enriquecimiento del país y su desenvolvimiento intelectual había be neficiado casi exclusivamente a los criollos, mientras el resto de la población, desde los mestizos a los negros, vió crecer el intervalo que les separaba del elemento blanco. Algunos sacerdotes mestizos excitaban a la revuelta a sus hermanos de raza. La América española estaba poblada por unos 16 a 18 millones de habi tantes, es decir, de 6 a 8 millones más que la metrópoli. Los blancos sumaban alrededor de 3 millones, en su mayoría criollos, a los que el gobierno propor cionó armas, creando milicias para la defensa de las colonias. Los amerindios sumaban de 7 a 8 millones, los mestizos alrededor de 5 millones, y los negros unos 780.000. En 1783, el conde de Aranda, en un memorial elevado a Carlos 111, expuso la dificultad de conservar las colonias y propugnó que, en concepto de tales, sólo quedaran Cuba, Puerto R ico y algún punto de apoyo en el continente. El resto sería dividido en tres reinos: Méjico, Perú y Tierra Firme, en cada nno de los cuales se instauraría una dinastía de origen español, cuyos reyes reco nocerían al de España como emperador, y permanecerían vinculados a la me trópoli por pactos de familia, lazos de vasallaje y comerciales, y tratados ofen sivos y defensivos. La idea de Aranda no prosperó. Mientras tanto, los movimientos insurreccionales volvieron a revestir gra vedad en el último cuarto del siglo xvni, además de la constante inquietud en
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tre los araucanos chilenos: grave revuelta del inca peruano Tupac-Amaro, el último “ h ijo del Sol” (1781-1783); insurrecciones de criollos y españoles en Santa Fe de Bogotá (1781) y en Chile, donde el com plot fue dirigido por los franceses Beraey y Gramuset; maniobras del venezolano Francisco Miranda, nacido en Caracas en 1750, oficial del ejército español, discípnlo de enciclope distas y masones, viajero en Estados Unidos, Inglaterra (1780), Pruaia (1785) y Rusia (1787), quien se dirigió a los estadistas norteamericanos e ingleses, al rey de Prusia y a Catalina de Rusia, en demanda de apoyo para la emancipación de las colonias españolas, antes de combatir en los ejércitos revolucionarios franceses e intentar una sublevación en Hispanoamérica. En esta atmósfera nacen, en 1778, San Martín, h ijo de un coronel y go bernador español, el futuro libertador de Chile y del Perú, y, en 1783, en el seno de una rica familia criolla, Simón Bolívar. A fines del Setecientos, la conciencia emancipadora se encuentra en avan zado estado de formación. Como en la metrópoli, la revolución se inició en 1808, al amparo de la crisis del poder derivada de la agresión napoleónica y de la consiguiente guerra de la Independencia española.
CAPÍTULO m
LAS ANTILLAS importantes Antillas francesas e inglesas, tienen numerosos rasgos co munes. Para sus respectivas metrópolis, son las colonias-modelo, las que proporcionan los artículos de los que carece por completo la madre patrio. Plantaciones de tabaco, de añil, y en especial de caña de azúcar y de café, van multiplicándose sin cesar, amplias propiedades a las que afluyen esclavos afri canos. Estos productos constituyen la materia del comercio más provechoso: comercio “ triangular” inglés, que lleva de Liverpool a Gambia y a Guinea quin calla y tejidos, los cambia allí por negros, que luego son canjeados en las An tillas por azúcar, ron, tabaco, melazas y algodón, que se exportan a Europa; comercio francés de tipo semejante, que enriquece a Saint-Malo, Nantes, La Rochela, Burdeos, y convierte a Francia en rival comercial de Inglaterra. Sin embargo, las islas inglesas atraviesan una grave crisis que compromete la vida del Imperio británico así com o la paz europea. Desde 1713, el consu mo de azúcar ha aumentado considerablemente en Europa; por ello, la caña de azúcar se ha convertido en el cultivo predominante en las Antillas. Pero, en las islas inglesas, el rápido agotamiento de los terrenos, y, en consecuencia, la necesidad de utilizar mayor número de esclavos negros y de abonos, ha sido causa de que el precio de coste subiera rápidamente y a una altura excesiva. En cambio, las Antillas francesas, cuyas tierras se han empezado a cultivar más tarde y que están menos agotadas, cuyos esclavos son m ejor utilizados, producían a precios bajos: los franceses pudieron vender sus azúcares hasta un 40 por 100 más barato. Desde 1728, por todo el continente europeo, los azúcares franceses destronan a los azúcares ingleses. Otra cosa y más grave aún; los colonos ingleses de Nueva Inglaterra fueron a comprar las melazas y el ron a las Antillas francesas y, a cambio de esos productos, les llevaron ce reales, carne, materiales de construcción, barcos. En las Antillas inglesas fal taba de todo, y sns colonos, obligados a pagarles a los norteamericanos sus productos en metálico, se vieron forzados a intensificar el contrabando que llevaban a cabo en el Imperio español, lo cual fué la causa de la guerra de 1739. Las Antillas francesas nadaron en la abundancia, los precios bajaron, y así los franceses pudieron reducir aún más el precio del azúcar. Y esto hasta tal extremo que los mercaderes ingleses de las Antillas inglesas compraban clanas
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destinamente loa azúcares franceses para enviarlos a Londres, y la misma In glaterra, mercado en principio reservado a los azúcares ingleses, se vió inva dida por los franceses. Loa plantadores ingleses reaccionaron. Gozaban de influencia. Muy ricos, frecuentemente conseguían ser nombrados para la Cáma ra de los Comunes, donde compraban las conciencias. Considerados los colonos tipo, clientes y proveedores indispensables, todo lo que les afectaba conmovía a la opinión pública. Pidieron que se prohibiera el comercio entre Nueva Ingla terra y las Antillas francesas. Pero de haberse hecho eso, todo el comercio inglés hubiera quedado trastornado, ya que los colonos de Nueva Inglaterra ne cesitaban comerciar con las Antillas para pagar lo que compraban en la metró poli. Pero, al menos, los plantadores consiguieron el Acta de 1733, en virtud de la cual se establecían fuertes derechos sobre las melazas y los azúcares de las Antillas extranjeras importados al continente americano, y el Acta de 1739, que les permitía, contra la doctrina mercantilista, transportar directamente azúcar a Europa. Pero los americanos de Nueva Inglaterra necesitaban el mer cado de todas las Antillas, en conjunto tan pobladas com o todo el continente norteamericano. Les era preciso o una completa libertad comercial o bien anexionarse las Antillas francesas. Por eso, esas colonias fueron objeto de encendidas luchas: conflicto per petuo entre los colonos, los corsarios y los filibusteros de las dos naciones; con flictos entre Estados: las Antillas, así com o su comercio, son una de las causas de las grandes luchas franco-británicas durante las guerras de Sucesión de Aus tria, de los Siete Años y de la Independencia americana. Los franceses consi deraron haber obtenido un buen éxito cuando, en 1763, en el tratado de París, a cambio de ceder sus derechos sobre Tabago, Santa Cruz, Granada, Granadina y San Vicente, salvaron las mejores de sus Antillas y el islote de Gorea, en el Senegal, importante para la trata de negros. Los ingleses experimentaron un fortísimo dolor y un gran resentimiento contra Bute, el ministro de Jorge 1H. Pero tanto los unos com o los otros concedieron menor importancia al Canadá y a las Indias. Precisamente a causa de esta opinión general acerca del papel de las colonias, en el tratado de Versalles de 1873, Luis X V I, vencedor de los ingleses, se contentó con exigir Tabago, Santa Lucía y los establecimientos del Senegal.
CAPÍTULO IV
AMÉRICA DEL NORTE FRANCESA E INGLESA HASTA 1763 os colonos franceses e ingleses de América del Norte se hallaban en un “ mar de bosques” que ocupaba una extensión equivalente a la cuarta parte de la superficie de Europa. Los blancos habían roturado un poco. En las proximidades de la costa, el bosque no solía subsistir sino en islotes; pero más al interior, los cla ros se van reduciendo y acaban por ser tan sólo “ pequeñas casillas de ajedrez, pardas o amarillentas, inscritas en un fondo de verdor” . Cerca del Mississipí, los incendios provocados por los indios habían creado vastos desiertos cubier tos de hierba alta. Más allá, comenzaban las estepas. Pero, a excepción de unos pocos exploradores y traficantes en pieles, la colonización todavía estaba em peñada en el bosque. Este gran territorio estaba habitado por indios de origen mogol, de piel amarilla, pómulos salientes, cabellos negros y Usos. Eran poco numerosos, pro bablemente menos de 400.000, a cansa de su género de vida medio nómada medio sedentaria, que solía basarse en una alternancia del cultivo de maíz, re colección de frutos salvajes y caza de gamos y corzos. Para reaUzar esto último abandonaban en primavera y en otoño sus aldeas de madera e iban a vivir bajo tiendas. La organización de esos individuos era anárquica. Una serie de clanes, formados por descendientes de un antepasado común, se agrupaban para for mar tribus. Cada tribu tenía un consejo de sachemes, representantes de los clanes, y sus jefes guerreros. Las tribus de iroqueses, al este de los lagos Erié y Ontario, y las creeks de Alabama, se habían confederado formando una Uga, con nn consejo de sachemes. Pero las Ugas no disponían de ningún medio para ejercer influencia sobre las tribus; éstas no la tenían sobre los clanes, y los cla nes carecían de fuerza sobre el individuo. Cualquier indio podía realizar con sus amigos una expedición de saqueo, y la insuficiencia de recursos les obliga ba muchas veces a ello. Los tratados eran violados constantemente, la guerra era perpetua, tanto entre indios com o contra los europeos. En sus luchas contra estos últimos, los indios acabaron siempre por ser de rrotados y rechazados. Es cierto que habían aprendido el manejo de las armas de fuego, pero no pudieron asimilar la técnica agrícola de los blancos. Estos
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habían dado con el m edio de conseguir que nn pequeño espacio de fácil de fensa les produjera una alimentación segura y abundante para todo el año. En cambio, los indios necesitaban una gran extensión de terreno, el que era pre ciso para criar los animales que luego mataban. Cada avance de los europeos traía consigo la destrucción o la huida de la caza, y los indios no tenían más remedio que retroceder para no morir de hambre. Además, los europeos, más unidos, se aprovechaban de sus divisiones internas, ponían a unos frente a otros. Finalmente, los indios tuvieron una desgracia: los anglosajones prevale cieron en América. Los franceses trataban a los indios con dulzura, intentaban comprenderles, educarles, asimilarles. Los españoles redactaban leyes para pro tegerles. Los anglosajones, en este país como en todos, eran racistas por ins tinto, bí no por teoría. Sentían repulsión bacía los indígenas y tendían a ani quilarlos. Protestantes, se justificaban por m edio de la B iblia: Dios les había concedido este país; debían tratar a los indios del mismo modo que los hebreos habían tratado a los cananeos. _ . . , Las colonias francesas de América del Norte comprendían Colonias francesas . . . . , _ vanos territorios. Ante todo, Nueva í rancia, cuya parte esencial era el Canadá. Aunque el tratado de Utrecht le había amputado una gran parte de Acadia, de Terranova y la bahía de Kudson, Nueva Francia con taba con tres elementos importantes: el principal era el valle del San Lorenzo, en el que la población creció regularmente, mucho más por crecimiento natural que por inmigración, pasando de 19.000 habitantes en 1714 a 65.000 en 1763; era una “ inmensa aldea” que vivía de la cría de ganado y del cultivo; Quebec sólo contaba con 8.000 habitantes, Montreal con 4.500. El segundo elemento estaba constituido por los restos de la antigua Acadia: isla San Juan, isla de Cabo Bretón, con un total de 10 a 12.000 colonos. Finalmente, una serie de misiones jesuítas y de puestos de mercaderes de pieles, tan bien elegidos en los mejores puntos de paso, que en la actualidad son todos grandes ciudades: Frontenac, Niágara, Detroit, Sault-Sainte-Marie, Mackinac, La Poínte (Duluth). Francia se interesaba muy poco por esos países que, a excepción de las pieles, daban productos demasiado parecidos a los de la metrópoli, A Quebec no solían llegar más de treinta barcos al año. Funcionarios y soldados permane cían largo tiempo sin ser repatriados; muchos se casaban y adquirían dominios en el país. Aisladas unas de otras, las autoridades trataban de entenderse ami gablemente entre ellas y con la población, en la que reinaba un poderoso es píritu de comprensión y de asociación, desarrollado por un catolicismo muy vivo y por la influencia del clero. Así, Nueva Francia era de hecho autónoma. Los gobernadores elogiaban la caridad de los habitantes, así como su bondad, su vida patriarcal, las familias numerosas, la sobriedad, el espíritu de ayuda mutua y también su obstinada energía.
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H ASTA
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En el valle del Mississipí, la región de los lllm ois, o Países de Arriba, es* taba unida desde 1717 a Luisiana. Ésta, que al principio estuvo confiada a com pañías comerciales, era desde el año 1731, una colonia real. En estos países, descubiertos y explorados por los misioneros y los traficantes del Canadá, sólo existían unas pocas localidades, poco pobladas: Chicago, Fuerte San Luis (Peo ría), Cahokia, Kaskakia, Santa Genoveva, Nueva Orleans (1718). lllm ois con taba con unos 400 blancos y 4.500 esclavos negros. Además del comercio de pieles, Illinois disponía de trigo para abastecer a Luisiana; ésta producía ma dera, ganado y brea para Las Antillas; arroz, añil y tabaco, para la metrópoli. El gobierno real y la opinión pública concedían gran importancia a Luisiana; pero escaseaban los colonosLas posesiones francesas de América formaban un inmenso Imperio, pero poco poblado. Colonias inglesas
Aunque semejantes a las colonias francesas por su separa
ción en grupos distintos y por su espíritu de autonomía, las colonias inglesas se diferenciaban por una población, una producción y un comercio muy superiores, así com o por profesar religiones protestantes. Alimentadas por una fuerte inmigración, las colonias inglesas tenían, en 1700, unos 255.000 habitantes, que en 1763 ascendían ya a 1.640.000. Los escla vos negros, muy numerosos en el Sur, para hacerles trabajar en las plantaciones, no eran desconocidos en el Norte com o criados. L variedad Estas colonias se hallaban muy divididas. Independientes, de las colonias Bentjan indiferencia u hostilidad unas hacia otras. Muchas veces incluso se negaban a ayudarse en tiempo de guerra, y fijaban derechos de aduana a bus mercancías. Estaban separadas entre sí por grandes distancias y malas comunicaciones. Desde el Maíne a Georgia hay unos 2.000 Km., es decir, la misma distancia que de París a Marruecos, Las ca rreteras, los puentes y los pontones eran escasos, se procedía muy lentamente por senderos que sólo estaban señalados por un hachazo en los árboles, se co rría constantemente el riesgo de perderse, de ahogarse, de atascarse en cualquier sitio. En 1776, la noticia de la Declaración de Independencia tardó el mismo tiempo, veintinueve días, en ir de Filadclfia a Charleston que de Filadelfia a París. Además, esas colonias diferían por sus condiciones naturales, por el tipo de vida, por ciertos intereses. El sur — Maryland, Virginia, las Carolinas, luego Georgia — , que en 1700 contaba con 108.000 habitantes, y que en 1763 eran ya 735.000 (de ellos 281.000 esclavos), era un país de grandes propiedades: 2.000 hectáreas en Carolina del Sur, hasta 70.000 en Virginia. Sus cultivos eran co merciales: tabaco en Maryland y Virginia; arroz y añil en Carolina del Sur y Georgia; tabaco, arroz, ganado y maderas en Carolina del Norte. Los plan-
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tactores obraban como señores en sus dominios. Mandaban las milicias, actua ban como jueces de paz, votaban las leyes com o diputados, Pero, desde luego, eran cultos, se habían formado en las universidades inglesas y poseían buenas bibliotecas. El norte o Nueva Inglaterra — New Hampshirc, Massacbusetts y Maine, Rliode-Island, Connecticut —■, cuya población se elevaba en 1700 a 94.000 habi tantes, y en 1763 a 495.000 (de los cuales 17.000 eran esclavos), estaba formado por pequeñas comunidades de pequeños propietarios. Vivían de diversos culti vos: maíz, trigo, legumbres, vergeles de manzanos, de la cría de ganado, y se esforzaban por tener que comprar lo mínimo posible. La pobreza del terreno habían dado alas a la industria y el com ercio: barcos para Inglaterra, maderas, pescado, carne en Balazón, reexportación de productos elaborados ingleses a las Antillas, importación de melazas de las Antillas y del sur, transformadas en ron, que luego se cambiaba en Guinea por esclavos, que más tarde se ven dían al sur y a las Antillas. Era un país de ferviente y estrecho puritanismo, en el que, según se decía, los habitantes nunca fabricaban cerveza en sábado por temor a que fermentara en domingo. La instrucción era obligatoria en cuanto a la lectura de la Biblia, pero muchoB apenas si sabían escribir su nombre. Sin embargo, existían ya colegios en Harvard y en Yale, las disensiones políticas estaban de moda, los pastores tenían ideas radicales; Locke, Montesquieu, Blakstone tenían discípulos entusiastas. Boston, con sus 20.000 habitantes, te nía fama de centro intelectual. El centro — Nueva York, Nueva Jersey, Pennsylvania, Delaware — con 53.000 habitantes en 1700, y 410.000 (de ellos 29.000 esclavos) en 1763, conta ba con propiedades de todos los tamaños, una población en la que se mezcla ban pueblos y religiones, y donde los ingleses eran minoría, tolerancia religiosa, las ciudades más grandes: Nueva Y ork, por cuyas calles deambulaban cerdos; Filadelfia, la mayor ciudad de América del Norte, que incluso poseía calles y casas. En esta región, gran exportadora de madera, de trigo, de harina y de barcos hacia las Antillas y el sur de Europa, dominaban los comerciantes. Sin embargo, las colonias poseían algunos intereses semed e cólonins jantes qne podían unirlas contra el gobierno inglés. Aunque políticamente pertenecían a tres tipos: colonias reales; co lonias de propietarios, concedidas como feudos (Maryland y Pennsylvania); colonias de carta, concedidas a una corporación (Connecticut y Rhode-Island), se parecían entre ellas. Poseían un régimen representativo burgués. Elegían asambleas de diputados, encargados de votar las leyes. En todas ellas el voto les estaba reservado a los propietarios acomodados, y a menudo se exigían de terminadas condiciones religiosas. Había un 8 ó 9 por 100 de electores, o in cluso, com o en Massachueetts y Connecticut, tan sólo un 2 por 100. Todas ellas
Mapa IX. — Franceses e Ingleses en A m érica d el Norte
1. T erritorios cedidos p or Francia a Inglaterra en 1714; 2. T erritorios cedidos por Francia a Inglaterra en 1763; 3. T e rritorios cedidos p or Francia a España en 1763; 4 . C olonias inglesas; 5. Pasos naturales. Com unicaciones este-oeste.
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teman nn Consejo, que 6e encargaba de votar las leyes en segunda lectura, y un gobernador para llevarlas a la práctica. En Connecticut y Rhode-lBland, el problema político se reducía al des contento de quienes no tenían derecho al voto; estas colonias eran autónomas; los diputados votaban libremente las leyes, y elegían por sí mismas el Conse jo y el gobernador. En Maryland y en Pennsylvania, se reducía a una lucha con tra el Consejo y contra el gobernador, nombrados por los propietarios, ya que las leyes no estaban sujetas a veto. Pero en las ocho colonias reales, los colonos estaban en lucha contra el Consejo, contra el gobernador y contra el rey. El gobernador tenía derecho a poner el veto a las leyes, y, en caso de que las acep tara, no podían ponerse en práctica hasta que las hubiera aprobado el Conse jo privado. Los colonos consideraban qne conocían m ejor que nadie qué le yes les eran necesarias. Imponían su voluntad al gobernador, amenazándole con no votar los impuestos para la defensa, la administración y sus asignaciones. Pero nada podían contra el Consejo privado y consideraban que su tutela era intolerable, aunque tan sólo anulaba un 5,5 por 100 de las leyes. Hubieran que rido que fuera suprimida toda fiscalización, disponer de un poder legislativo completo. Por otra parte, las colonias estaban sujetas a la exclusiva. La Oficina del comercio y de las plantaciones regulaba la vida económica mediante adverten cias, transformadas en decisiones por los ministros y el Consejo del rey. Un cre cido número de productos coloniales sólo podían ser exportados a Inglaterra o a otras colonias inglesas. Los colonos que compraban en una colonia inglesa de bían satisfacer un derecho de exportación, o en caso contrario debían ir de Nueva Y ork a Londres a comprar el arroz de las Carolinas. La única excepción era, desde 1730, el arroz de Carolina del Sur, qne podía venderse directamente a España y a Portugal. Ninguna mercancía europea podía ser importada en las colonias sin qne previamente hubiera sido desembarcada y vuelta a em barcar en Inglaterra. En 1733, una ley estableció derechos prohibitivos sobre las melazas extranjeras, cuando las melazas de las Antillas inglesas eran insu ficientes y las de las Antillas francesas indispensables para fabricar ron, mo neda de cambio para la trata de negros. Las industrias se habían ido desarro llando en el centro y en el norte: hilados, tejidos, sombreros de castor, hierro en bruto, que, a partir de 1750, gozaron de franquicia para entrar en Inglate rra; pero la exportación de hilados, tejidos y sombreros estaba prohibida, y la ley de 1750 prohibió establecer laminadoras, fundiciones, forjas, fábricas de acero. “ Si América pretendiera fabricar un clavo, Inglaterra le baria 6entir todo el peso de su poder.” Los americanos estaban profundamente incomoda dos, en especial los del centro y del norte, más afectados; más incomodados qne perjudicados, ya que después de haber proclamado los principios, el go
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bierno inglés había cerrado los ojos a las derogaciones y el contrabando era muy activo. Sobre todo, el contrabando hacía que los colonos se beneficiaran del sistema económico británico que quería formar con el imperio una unidad que se bastara a sí misma, en la que cada parte debía proporcionar lo que era más capaz de producir. El gobierno pagaba primas a los fabricantes por muchos de los productos manufacturados que se exportaban a las colonias, con lo cual disminuía el precio para el consumidor colonial: era un verdadero adelanto de capitales. Los productos coloniales disponían de un m onopolio en el mer cado británico: el consumidor inglés estaba obligado a fumar el tabaco de las colonias inglesas, a comer el azúcar que de ellas venía, a utilizar el alquitrán colonial, y los pagaba muy caros, por falta de competencia. El Acta de Nave gación les era más provechosa a los constructores de barcos de Nueva Inglate rra que a los constructores de la metrópoli, a quienes la madera les coBtaba más cara. Las prohibiciones de 1750 eran la contrapartida de la admisión con franquicia del hierro en barra americano, cuando el hierro sueco estaba gra vado por derechos prohibitivos. En la irritación americana hubo incompren sión, egoísmo, y mucho amor propio e individualismo. Estos conflictos políticos y económicos con la metrópoli, contenían ele mentos de unión entre las colonias asi com o gérmenes de separación. Ambos fueron creciendo a lo largo del siglo merced a la expansión económica de las colonias, a sus avances hacia el interior, y a la lucha contra los franceses. L oblad ’n ^as co^0D’ aa americanas se poblaron con gran rapidez hasta ap cion 170 ^ gracias a la afluencia de emigrantes europeos atraídos por la abundancia y el bajo precio de las tierras, por la baratura de I ob víve res y los elevados salarios de los obreros, por la facilidad de hallar el clima religioso que deseaban. De Inglaterra vinieron pocos; en mayor número del Ulster, de donde los escoceses presbiterianos habían sido desalojados por la cri sis de loa tejidos causada por las leyes proteccionistas inglesas, y también de la Alemania del Rin, donde las persecuciones religiosas, las guerras, el régi men feudal, hacían la vida imposible a muchos campesinos. Las oficinas de re clutamiento lanzaban agentes con prospectos seductores; pero era nece sario disponer de dinero para la travesía y un capital para establecerse. Los pobres tenían el recurso de enrolarse. A l llegar al país, el capitán del barco les llevaba a una posada especializada, donde un colono entregaba al capitán el doble, o el triple del valor del pasaje del emigrante que había escogido. El emigrante firmaba un contrato con el colono, en virtud del cual se comprometía por un período de tres a cinco años. A l acabar el contrato, recibía vestidos, herramientas, una pequeña cantidad de dinero, y podía establecerse por su cuenta. Por ello, a pesar de una travesía difícil, que duraba de algunas sema nas a varios meses, durante la cnal estaban contentos si sólo tenían que arro
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jar uno o dos cadáveres diarios al mar, los emigrantes eran numerosos. A ellos se añadían los deportados —■50.000 entre 1718 y 1779 — que debían servir du rante siete años. Muchos de ellos eran políticos o condenados por pecadillos por la justicia de la época que luego se convertían en honorabilísimos ciuda danos. A l expirar el contrato, muchos se dirigían hacia el oeste, donde las tierras libres se vendían a precios muy bajos o en ocasiones bastaba con ocuparlas. Se guían los caminos de los traficantes de pieles. Estos pioneros, especialmente escoceses, se construían una cabaña con troncos de árbol, roturaban, sembra ban, vivían com o los indios, es decir, un poco del cultivo y otro poco de la caza, luego cedían su terreno ya mejorado y se dirigían más lejos. Eran susti tuidos por familias m ejor equipadas, a menudo alemanas; se creaban culti vos y vergeles, se levantaban granjas, poco a poco el bosque iba quedando reducido a islotes. Detenidos por los declives del terreno, los pioneros se co laron de rondón en Pertnsylvania, en los valles y depresiones de los Apalaches, y se instalaron en la parte superior de los valles de Virginia y de Carolina. De este modo, había establecimientos de las tierras altas y de la costa, es decir: un Oeste democrático, en el que el hombre más considerado era el que con un ba cila podía derribar el mayor número de árboles para “ fabricar terreno” , el que era capaz de arrancar más cueros cabelludos de indios, opuesto al Este, mucho más burgués. Desde 1730, algunos plantadores de la costa de Virginia, los Lee, los Washington, formaron una saciedad y lograron que el rey les concediera 200.000 acres (80.000 Ha.) en el valle del Obío, para instalar colonos. En 1749, las autoridades de Virgina ofrecieron a otra Bociedad, la Loyal Land Cy, 800.000 acres (325.000 Ha.) al oeste de los Allegbany. A l ir avanzando, traficantes de pieles, pioneros y capitalistas tropezaron con los indios, con los españoles y con los franceses. La lucha con los indios era constante y las colonias concedían una prima por cada cabellera india. In cluso se dieron algunas guerras en toda regla, com o la de los cherokees en Georgia y en las Carolinas, de 1759 a 1761. Contra los españoles de Florida, James Oglethorpe obtuvo, eu 1732, una carta para fundar la colonia de Geor gia, al sur del río Savannah. Las algaras y los ataques mutuos fueron conti nuos hasta que los españoles cedieron la Florida en 1763. Pero la lucha prin cipal era la sostenida contra los franceses. Los establecimientos franceses rodeaban U b colonias in Lucha entre glesas. Después de 1715, los franceses amenazaban con ingleses y franceses monopolizar el comercio de pieles e impedir el acceso al valle del Ohío a los capitalistas virginianoB y a los colonos ingleses. Trafican tes y colonos fueron los iniciadores de la guerra, a la cual arrastraron a las tri bus indias, y, más tarde, casi contra su voluntad, a los gobiernos.
33.— Una calle de Puerto Rico.
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34.— Escudo de armas de México.
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35.— ¡No más té hasta la liberación!
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36.— La primera asamblea del Congreso de los Estados Unidos
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A pesar de los tratados de Utrecht, los franceses de Montreal conserva ban la hegemonía en el comercio de pieles gracias a sus viajeros. Las expedi ciones de los La Verendrye hacia el noroeste, Ies permitieron entrar en con tacto directo con las tribus cazadoras y desviar el tráfico hacia Montreal. Las expediciones de Saint-Denis, quien, de 1714 a 1717, atravesó Texas hasta el Río Grande; de La Harpe, quien remontó el curso del R ío R ojo (1719-1720) y del Arkansas (1722); de Bouxmont, que exploró la región de Kansag (1723); de los hermanos Mallet que, habiendo partido del Missouri, atravesaron NebraBka, Kansas y Colorado (1739), favorecieron el comercio de pieles de Nueva Orleans. Gracias a la superioridad de las comunicaciones continentales, los tra ficantes franceses aventajaban a los de Albany y Nueva Y ork, a pesar de que éstos obtenían las mercancías inglesas un 50 por 100 más barato y tenían el Hudson libre de hielos durante todo el ano. Por otra parte, a pesar del artícu lo 15 del tratado de Utrecht, en virtud del cual los iroqueees eran reconocidos súbditos británicos, los canadienses se iban extendiendo por el sur de los lagos Ontario y Erie y del R ío San Lorenzo, hacia la línea divisoria de las aguas en tre los Grandes Lagos y el Atlántico. Los primeros protestantes de Nueva In glaterra tropezaron en su marcha con los papistas del Canadá, que para ser exterminados les parecían tan madianitas y amalecitae, como los indios. Por ello, la guerra, que los gobiernos se esfuerzan por no ver, es constan te. Los traficantes ingleses obtienen de los iroqueses, en 1727, autorización para edificar un fuerte en Oswego, sobre el Ontario, y se extienden hacia el oeste por el Ohío. Para detener su marcha, los franceses construyen el fuerte Vincennes, junto al río Wabash. Los traficantes de Nueva Y ork y de Pennsylvania logran pasar, por mediación de los iroqueses, armas a las Zorros de Wisconsin y de Illinois, y los incitan a una guerra contra los franceses, guerra que dura hasta el año 1730. Los traficantes de las dos Carolinas avanzan hasta el Arkansas; provocan, contra los franceses, en 1729, el levantamiento de los natchez; arman y organizan a los chicadlas y, en 1736, los lanzan contra los convoyes france ses a lo largo del Mississipí. Durante la guerra de Sucesión de Austria, los voluntarios de Nueva Ingla terra se apoderaron de Louisbourg (1745), que al ultimarse la paz el gobierno in glés devolvió a cambio de Madrás, a pesar de las protestas de Boston. Pero du rante el conflicto, por ser los ingleses dueños del mar, los traficantes franceses sólo dispusieron de pocas mercancías y los precios aumentaron en un 50 por ciento. Los traficantes de Pennsylvania empnjaron las tribus indias, y fundaron Logtown, río abajo de Pittsburg, y el fuerte Pickawiüany, al sudoeste del lago Erié, que se convirtieron en importantes centros comerciales. La paz de 1748 no resolvió nada. Los traficantes británicos conservaron sus posiciones. Los Washington y los Lee prosiguieron sus intentos de colonizar el
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valle del Ohío. Al norte, loa anglosajones de Halifax (fundada en 1749) ata caron ain éxito a los acadios, en 1750. Los colonos de Nueva Inglaterra, empu jados por el gobernador de Boston, avanzaron hasta la divisoria de las aguas, pero allí tropezaron con las defensas canadienses y se fortificaron en el lugar. El gobernador francés del Canadá, La Galissonniére, temió que Nueva Francia quedara separada de Luisiana. Una expedición francesa volvió a ocu par el Ohío, y, en 1752, destruyó Pickawillany. A continuación, e l gobernador Duquesne mandó construir una serie de fuertes para enlazar Canadá con el Ohío. En 1753, los colonos virginianos obligaron a su gobernador a que edificara un fuerte en el emplazamiento de Pittsburg, en los meandros del Oliio, la “ Puerta del oeste” . Los canadienses se apoderaron de él y levantaron en el mismo lugar el fnerte Duquesne. El gobernador de Virginia envió un destacamento de mi licianos al mando de uno de los principales accionistas de la Compañía del Ohío, Ceorge Washington. En circunstancias algo oscuras, el jefe del destaca mento francés, Jumonville, que había acndido com o parlamentario, halló la muerte. Washington se vio obligado a fortificarse en un reducto improvisado, el Fuerte Necesidad, y poco después los franceses le obligaron a capitular, el 2 de ju lio de 1754. Los delegados de las colonias inglesas, que se habían reunido en junio en Albany, no habían logrado establecer una federación, pero acordaron, eso sí, recurrir a la metrópoli. El ejército inglés y los milicianos de Virginia fue ron aplastados en Fort-Duquesne (9 de julio de 1755), y esta victoria les de volvió a los franceses la alianza de los indios. Un ejército francés, que trataba de marchar sobre Albany y Nueva York, por el gran valle hiperbóreo jalonado por el río Richelieu, el lago Champlain, el lago George y el río Hudson, fue de rrotado junto al lago George. En Acadia, la ofensiva de los milicianos de Boston tuvo éxito. Siete m il acadios católicos fueron deportados, los hijos separados de sus madres, los maridos de sus esposas, las mujeres golpeadas hasta que morían, mientras que otras eran violadas. De los 7.000 acadios deportados cua tro mil murieron de miseria. Loe otros tres mil habían conseguido huir, pero cuando los ingleses podían cogerles, les cortaban la cabellera. Los pueblos fue ron destruidos para reducir a los fugitivos a mayor apuro. Las tierras fueron confiscadas y luego distribuidas a colonos americanos. “ El pueblo mártir ha sido víctima de un imperialismo tan duro, tan atroz, tan cínico, como el que acaba de devastar Europa” (1). Hasta entonces, oficialmente Francia e Inglaterra estaban en paz. Pero los ataques, sin mediar previa declaración de guerra, a un convoy francés que se dirigía al Canadá por obra del almirante inglés Boscawen, en junio de 1755,1 (1)
E. Lauvriere.
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y luego de todas las embarcaciones francesas, en noviembre, ocasionó la guerra declarada en enero de 1756. El gobierno francés, ocupado en la guerra conti nental llamada de los Siete Años, descuidó el Canadá. Cuando, en 1759, los franceses del Canadá pidieron socorro: “ Señor, le contestó el Secretario de Estado de Marina al enviado, cuando el fuego prende en la casa no debemos ocupamos de las cuadras.” En cambio, para los ingleses, la guerra colonial era la guerra por excelencia, empresa nacional y cruzada. Sin embargo, el jefe de las tropas francesas, el marqués de Montcalm, lle gado en mayo de 1756, lleno de buen humor, de energía y de valor, supo, con 9.000 hombres de tropas regulares y algunos puñados de milicianos e indios, organizar una resistencia eficaz contra las fuerzas inglesas muy superiores en número, constantemente reforzadas (12.000 hombres en 1757, 14.000 en 1758, 19.000 en 1759), y los milicianos de las colonias inglesas, infinitamente más nu merosos. Incluso llegó a tomar la ofensiva. Ante todo, consolidó el valle del Ohío mediante la ocupación de Oswego en agosto de 1756. En 1757, protegió el cami no de Montreal mediante la conquista del fuerte William Henry, cerca del lago George, En 1758, los ingleses, aprovechándose de su superioridad numérica, atacaron en tres puntos a la vez. Su marcha directa hacia Montreal fracasó; Montcalm, con fuerzas seis veces inferiores a las de su adversario, les derrotó al sur del lago Champlain, en el fuerte Ticonderoga. Pero cortaron el Canadá de Luisiana al ocupar el fuerte Frontenac y el fuerte Duqucsne, y casi le cor taron de Francia al ocupar la ciudad de Louisbourg. L ob efectivos franceses iban disminuyendo. En 1759, los ingleses prepararon una ofensiva concéntrica so bre Quebec y Montreal por el lago Ontario, el río Richelieu y el estuario del San Lorenzo. Las columnas del sur, después de algunos éxitos, de haber ocu pado los fuertes Ticonderoga y Niágara, no pudieron conseguir sus objetivos. La flota del San Lorenzo fracasó al principio contra las defensas rio abajo de Quebec; pero el tenaz ¥ o lf e obligó a efectuar una hermosa maniobra: trans portar las tropas inglesas por el rio y desembarcarlas más arriba. Durante la batalla de Abraham, el 13 de septiembre, W olfe y Montcalm murieron, pero los ingleses quedaron vencedores. Quebec se rindió el 18 de septiembre de 1759. El caballero de Levis todavía resistió durante un año, e incluso obtuvo en abril de 1760 una victoria a las puertas de Quebec. Pero de Francia no llegó ningu na ayuda; tres ejércitos ingleses bloquearon Montreal que, falta de municio nes, de víveres y de soldados, se vió obligada a capitular en septiembre de 1760. En virtud del tratado de París (10 de febrero de 1763), Francia cedió a Ingla terra el Canadá, el valle del Ohío, la orilla izquierda del MiBsissipí. Ya no que daba imperio francés en América del Norte, y los colonos británicos podían creer que ante ellos se abría un enorme terreno para la expansión.
CAPITULO V
LA INDEPENDENCIA DE LAS COLONIAS INGLESAS DE AMÉRICA ( 1 7 6 3 - 1 7 8 3 ) años después de haberse alcanzado la victoria sobre Francia, la separación de las antiguas colo nias británicas del continente americano de Ingla terra era ya un hecho. La independencia no fue completamente voluntaria, pues mochos colonos siguieron apegados a la madre patria. Cuando acudían a ella, decían que iban “ a casa” . Durante la Revolución americana, después de muchos choques y violencias, existía un buen tercio de “ leales” , un tercio de neutrales, y sólo un tercio de “ patriotas” que, además, se decidieron a ultima hora, a disgusto, con el corazón oprimido. Pero los colonos habían acabado por formar, sin que nadie, ni siquiera ellos mismos, se dieran al principio buena cuenta de ello, un pueblo nuevo, el pueblo americano. Era fruto de una mezcla de emigrantes, y ni siquiera en todas partes dominaban los habitantes de origen inglés. En Pennsylvania, los dos tercios eran escoceses del Ulster o alemanes. En el sur, la mayor parte del interior era de origen extranjero. Estos individuos, al hallarse en un ambiente nuevo, habían adquirido costumbres comnnes y nuevas. El idioma in glés que hablaban, conservaba palabras antiguas, giros trasnochados, pero to maba de los indios así com o de loe emigrantes extranjeros nuevos vocablos. Su mente babía adquirido audacia, gusto hacia la novedad e iniciativa. La so ciedad, en conjunto, era más democrática que en Inglaterra. Un asalariado o el hijo de un asalariado podía medrar y llegar a la primera categoría. El oeste era radical. Pero incluso los plantadores del Sur, embebidos de Locke, de Montes quien, de Beccaria y de los Enciclopedistas, conservaban el espíritu de las revoluciones de Inglaterra, que en la metrópoli iba retrocediendo. Además, la Iglesia anglicana, que predicaba obediencia al rey, sólo gozaba de influencia en el Sur y en Nueva York, mientras que los disidentes dominaban por doquier; junto con la teoría del contrato, remaba un espíritu de desconfianza y de re sistencia en relación con el poder. Ingleses y americanos ya no se comprendían. Los ingleses despreciaban a “ nuestros subditos de América” . Los militares estaban convencidos de que los colonos, demasiado cobardes para resistir, huirían al primer encuentro, Saeinte
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mael Johnson, indudablemente el escritor más célebre y más influyente, decía: "¡S on carne de presidio, Señor!” Los americanos que se trasladaban a la metrópoli, se sentían contrariados por estas opiniones, desengañados por la inferioridad moral de las clases elevadas inglesas, por el escepticismo, la in clinación al placer, la intemperancia, que aún eran frecuentes a pesar de Wesley, así como por la tendencia al poder absolutista y al imperialismo. El gobierno inglés debiera haber tenido muchos miramientos. Pero hirió constantemente los intereses y los sentimientos de los americanos; influyó en que se dieran buena cuenta de las cosas que les separaban de Inglaterra, de lo que les urna entre sí y, de este modo, contribuyó a formar de ellos una nación. , , ,, Los ingleses, orgullosos de sus victorias, llevan basta el El imperialismo ingles _ ,0 , y la resistencia apogeo con posterioridad al ano 1763 la antigua teoría mercantilista de la exclusiva. Conciben el Imperio bri tánico com o un todo en el que cada individuo bailará su parte, pero que ante todo debe ser gobernado por la metrópoli para la metrópoli, de la cual de pende la prosperidad común. Estas ideas concordaban perfectamente con las tendencias absolutistas que jorg e III debía a su educación y quizá también al ejemplo de los "déspotas ilustrados” . Después del tratado de París, el go bierno inglés pretende disponer a su antojo de las colonias de América. Una proclama real del 7 de octubre de 1763, declara que los países con quistados al oeste de la divisoria de las aguas de los montes Alleghany son tierras del Imperio, en las cuales qneda prohibido establecerse y de las cuales deben ser expulsados los habitantes. Con ello, tanto los colonos como los capi talistas veían cóm o se les cerraban esos territorios del oeste por los que tanto habían luchado. P or otra parte, el gobierno inglés quería garantizar nn sueldo fijo a los go bernadores para que de este m odo Be independizaran de las asambleas locales y pudieran consolidar su autoridad. Quería sostener en América un ejército de 100.000 hombres para proteger las colonias. Inglaterra estaba endeudada; elevar el impuesto territorial era d ifícil; era justo que las colonias contribu yeran a los gastos hechos para ellas. El Parlamento inglés tenía el derecho de reglamentar mediante tasas el com ercio de las colonias. En 1764 votó la ley de los Azúcares, y en 1765 la del Timbre. Por la ley de los Azúcares se imponían nuevos derechos de aduana a una multitud de productos extranjeros, entre ellos la indispensable melaza. La ley del Timbre imponía una tasa sobre los documentos legales, sobre los efectos comerciales y sobre los periódicos. Final mente, en 1766, se restableció la prohibición de transportar las mercancías de las colonias a otro lugar que no fuera Inglaterra o bien los países situados al sur del cabo Finisterre, los clientes del sur en cuanto al arroz. Esto no significaba nada nuevo. La novedad consistía en que el ministro
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Grenville quiso aplicar la ley, envió a América aduaneros y buques guarda costas, hizo que los delitos fueran juzgados por los tribunales del Almirantazgo. El contrabando se hizo difícil. Los americanos reaccionaron en nombre de sus derechos de ciudadanos in gleses. Reconocían que el Parlamento tenía derecho a regular el comercio im perial mediante tasas; pero, en aquel caso, ya no se trataba de regular el co mercio, sino de crear recursos para el Tesoro. Por consiguiente, tanto los derechos sobre el azúcar como los del Timbre, no eran más que impuestos disfra zados. Ahora bien, por el hecho de haberse establecido en América, los ame ricanos no habían perdido sus derechos com o ciudadanos ingleses, el principal de los cuales era el de autorizar el impuesto. Como quiera que no tenían re presentantes en el Parlamento de Inglaterra, no estaban obligados a pagar loe impuestos votados por dicho Parlamento. Los ingleses alegaban que los miem bros del Parlamento representaban a toda la nación y no solamente la circuns cripción que los había elegido; pero los americanos sólo aceptaban la repre sentación directa por medio de un diputado. La señal de la resistencia la dió, el 29 de mayo de 1765, en la Asamblea de Virginia, un joven abogado, Patrick Henry, quien, tras recordar que Tar quillo y César habían tenido sus respectivos Brutos, que Carlos I tuvo su Cromwell, hizo votar las “ resoluciones de Virginia11, en las que se recordaba el derecho de los americanos, que alcanzaron un éxito extraordinario. Los co merciantes organizaron un gigantesco boicot de las mercancías inglesas. Los de los puertos principales y, Nueva York, Filadelfia y Boston, acordaron inte rrumpir sus compras en Inglaterra. Los obreros de las ciudades formaron aso ciaciones de “ Hijos de la Libertad” , primero toleradas y luego utilizadas por los negociantes, que obligaron por la fuerza a los distribuidores de papel tim brado a presentar la dimisión. Un Congreso de representantes de 9 colonias, reunido en Nueva York (octubre de 1765), dirigió una respetuosa petición al rey y al Parlamento. Franklin fué enviado al frente de una comisión parlamen taria. El ministerio derogó la ley del Timbre y redujo el derecho sobre la me laza a un penique por galón (marzo de 1766). Esto produjo en América una alegría general, ya que la interrupción del comercio había sido causa de mu chas privaciones. Pero la cuestión constitucional quedaba íntegramente en pie, ya que el nuevo derecho sobre la melaza, aunque bajo, no regularizaba el co mercio ni dejaba de ser un impuesto y el Parlamento había proclamado su de recho absoluto a crear leyes de cualquier tipo aplicables en todo el dominio colonial de Inglaterra. En 1766, en el segundo ministerio Pitt, el ministro de Hacienda, Townshend, reanudó la política de Grenville, y en mayo de 1767 hizo votar dere chos sobre el papel, el vidrio, el plom o y el té. Los mercaderes iniciaron de
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nuevo el boicot de las mercancías inglesas e hicieron entrar en el país, de con trabando, mercancías extranjeras. Se produjeron algunos desórdenes. £1 5 de marzo de 1770, Lord North abolió las tasas, excepto un derecho sobre el té. Todos, excepto algunos intransigentes, quedaron encantados. Pero, en abril de 1773, para ayudar a la Compañía de las Indias a vender sus existencias de té, North la autorizó a venderlo directamente en América. El té iba a ser mucho más barato. Pero los mercaderes americanos iban a quedar privados de los beneficios del transporte y de la reventa del té de Inglaterra en América, y quienes habían almacenado partidas de té iban a perder dinero con la baja. Entonces, desencadenaron a los “ Hijos de la Libertad” . En Boston, en diciembre de 1773, una muchedumbre de personas disfrazadas de pieles rojas, echó al mar el cargamento de tres barcos cargados de té. Lo más grave era que en aquel caso el gobierno inglés no se había exce dido en sus derechos y que la actitud de los americanos expresaba la volun tad de arreglar por sí mismos sus asuntos económicos, sin preocuparse para nada de los intereses generales del Imperio, una verdadera voluntad de inde pendencia. La cuestión primitiva quedaba muy atrás. Asimismo, ciertos ameri canos, como Benjamín Franklin, preocupados por conservar la unidad impe rial, habrían querido — y esa era la fórmula del futuro —•una federación de países autónomos unidos en la persona del rey. Ésta era también la opinión de algunos ingleses como Pitt, quien mandó llamar a Franklin a su lado y preparó con él, de agosto a diciembre de 1774, la realización de un Imperio inglés del mar del Norte al Pacífico. Pero eran demasiado adelantados para su tiempo. El gobierno inglés cerró el puerto de Boston, y sometió Boston y la re gión de Massachusetts a un régimen militar (mayo de 1774). Las colonias, a excepción de Georgia, enviaron embajadores a un Congreso continental (5 de septiembre de 1774). El Congreso fundó, el 20 de octubre, una “ Asociación con tinental” cuyo fin era poner en marcha un completo boicot económico de In glaterra. La irritación de los americanos se convirtió en rabia cuando se entera ron de la existencia del Acta de Quebec, en virtud de la cual el gobierno inglés ligaba todo el noroeste hasta el Ohío a la provincia de Quebec, ¡unos territorios tan bellos a los “ papistas” ! El catolicismo era tolerado en el Cana dá. La lucha contra el rey se convirtió en cruzada. “ No más papismo” . Se iban formando comités de ciudadanos. Un proyecto de transacción, presentado por Pitt el 1 de febrero de 1775, fue rechazado por la Cámara de los Lores. Los comités americanos de “ seguridad pública” creaban depósitos de fusiles y de municiones. El 19 de abril de 1775, las tropas inglesas, enviadas para apo derarse de uno de estos depósitos, chocaron con los milicianos americanos de Lexington y destruyeron el depósito; pero, hostigados por los tiradores, regre
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saron a Boston en desbandada. A l día siguiente, Boston estaba bloqueado por los milicianos de Nueva Inglaterra. La guerra civil había comenzado. ^ La guerra duró ocho años. En Inglaterra, los whigs se ineli de Independencia na^an Por l ° a americanos y le creaban constantes dificulta des al ministerio. En América, los “ leales” eran numerosos. Los negociantes, intranquilos por el radicalismo de los “ Hijos de la Libertad” , para quienes la revolución se convertía en una lucha de clases, se inclinaban hacia el rey. Los leales formaban bandas de guerrilleros y las tropas ameri canas se veían obligadas a tomar precauciones como si se hallaran en paiB ene migo. Las grandes distancias y el país desierto, complicaban tanto el abaste cimiento como los movimientos. El ejército inglés, formado por profesionales disciplinados, se veía dificultado por la burocracia de Londres, que pretendía dar su opinión sobre las campañas. El ejército americano se componía de mi licianos, que sólo querían servir en su colonia y que regresaban a sus casas para las faenas de la cosecha, o bien de voluntarios, al principio fácil presa del pánico, siempre mal pagados en “ billetes continentales” , despreciados, mal alimentados, y que desertaban con frecuencia. “ Washington manda tan pron to sobre 15.000 com o sobre 3.000 hombres.” Los generales no eran seguros. Gates intrigaba contra Washington. Charles Lee y Arnold fueron traidores. Afortuna damente, el comandante snpremo designado por el segundo Congreso continen tal, George Washington, demostró poseer un patriotismo a toda prueba, mucho sentido común, una firmeza inquebrantable, y una impasible calma que dio con fianza a los que más vacilaban y consolidó el valor de todos. E l segundo Congreso continental, reunido el 10 de mayo de 1775, compren dió la necesidad de obtener alianzas extranjeras. Acudió a los canadienses; pero éstos no habían olvidado las guerras de algunos añoB atrás y “ la beatería pro testante de los angloamericanos les horrorizaba” . Además, el Acta de Que* bec, les había concedido la tolerancia religiosa y la conservación de la mayoría de las leyes francesas. No se movieron. Las tropas americanas invadieron el Canadá y amenazaron Montreal y Qnebec. Entonces, los canadienses empuña ron las armas y rechazaron a los americanos (noviembre de 1775). El Congreso se quedó solo, Jorge III había declarado que los americanos eran rebeldes y prohibió que se comerciara con ellos. Quería devastar a Amé rica. Los ingleses quemaron dos ciudades abiertas: Falmouth, en el Maine, y Norfolk, en Virginia. El Congreso se dio cuenta de que sólo las armas podrían decidir la cues tión, que el único aliado posible contra Inglaterra era Francia, pero que los franceses sólo entrarían en guerra si las colonias se separaban de Inglaterra y si la unión de las mismas proporcionaba al menos una esperanza de fuerza. El 4 de julio de 1776, votó la Declaración de Independencia y de alianza. La
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Declaiación, redactada por Jefferson, era un silogismo escolástico. La premisa mayor es un recuerdo de las doctrinas de los “ Filósofos” , convertidas en pa trimonio común de los europeos: "Consideramos evidentes pac si mismas las siguientes verdades: todos los hombres han sido creados iguales; el Creador les ha concedido ciertos derechos inalienables; entre estos derechos se cuentan: la vida, la libertad y la busca de la felicidad. Los gobiernos son esta blecidos entre los hombres para garantizar esos derechos y sn justo poder emana del con sentimiento de ios gobernados. Cada vez que una forma de gobierno se convierte en destruc tora de ese fin, el pneblo tiene derecho a cambiarla o a suprimirla, y a elegir un nnevo gobierno.”
La premisa menor consistía en una larga enumeración de las violaciones de esas leyes naturales divinas hechas por el rey de Gran Bretaña y por los ingleses. La conclusión era obvia: “ Nosotros, los representantes de los Estados Unidos de América, reunidos en Congreso general, apelando al Juez Supremo del Universo que conoce la rectitud de nuestras inten ciones, hacemos público y declaramos solemnemente, en nombre y con la autoridad del Buen Pueblo de estas Colonias, que estas Colonias son y tienen derecho de ser estados libres e independientes; que están desligadas de toda obediencia bacia la Corona de Gran Bre taña; que cualquier unión política entre ellas y el Estado d o Gran Bretaña queda y debe quedar completamente rota...”
El pueblo francés sentía gran entusiasmo por la Revolución de los ameri canos a los que imaginaba com o hijos de la naturaleza, virtuosos por com pleto. Franldin, enviado a París, con su bondad natural, sus medias de lana y sus enormes zapatos, reforzaba esta opinión. Ya desde antes, una multitud de jóvenes atravesaba el Atlántico y acudía a ponerse a las órdenes del Congreso. La Declaración de Independencia convirtió este entusiasmo en delirio. Es el momento en que parte el marqués de La Fayette. El ministro Vergennes veía en esta guerra una posibilidad de tomarse el desquite del tratado de 1763. Por mediación de Beaumarchais, lea pasaba a los americanos armas y municiones. Pero las derrotas que sufrían los americanos le hacían vacilar en comprometer se abiertamente. Finalmente, el 17 de octubre de 1777, un ejército inglés en viado como refuerzo del Canadá a Nueva Y ork, copado por los milicianos y falto de víveres, se vio obligado a capitular en Saratoga. Esta primera gran victoria de los americanos tuvo una gran resonancia y les proporcionó la alian za francesa. El tratado fuá firmado el 6 de febrero de 1778. Francia y Estados Unidos se comprometían a no negociar ni tregua ni paz sin el consentimiento de la otra parte, y a no deponer las armas hasta que se hubiera conseguido la Independencia. Francia renunciaba a reconquistar el Canadá. Los Estados Uni dos le aseguraban las demás posesiones, presentes y futuras, en América. Ver24. — H. G. C. — V
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gennes consiguió que España entrara en guerra (junio de 1779). Inglaterra declaró la guerra a los holandeses, que vendían pólvora a los americanos (di ciembre de 1780). Finalmente, los neutrales, a instigación de Catalina II, forma ron una Liga para oponerse mediante la fuerza a las visitas de los barcos carga dos de contrabando bélico. La intervención francesa fué decisiva. Las flotas francesas, al mando de La Motte-Piquet, de Grasse, d’Estaing, de Suffren, se aseguraron el dominio de los mares. Los ingleses, atacados en todas partes, en las Antillas, en la India, en América, en Gibraltar, se vieron obligados a dispersar sus fuerzas. Sus ejér citos de América empezaron a estar mal abastecidos. Finalmente, la llegada, en julio de 1780, de un cuerpo francés de 7.500 soldados mandados por el conde de Rochambeau, les dió a los americanos, que basta entonces casi siempre eran vencidos en ordenada batalla, una fuerza ya ducha, independiente de las va riaciones de las estaciones o de las del alistamiento, y que les permitía realizar operaciones largas y continuas. La acción combinada de una flota francesa, al mando del almirante de Grasse, y de los ejércitos francés y americano, dirigi dos por Washington, La Fayette y Rochambeau, trajo como consecuencia la capitulación del único ejército de maniobra inglés que se bailaba en el conti nente, en Yorktown, el 19 de octubre de 1781. La guerra estaba ganada. Los representantes de América, contra la opinión de Franklin, traiciona ron la palabra dada y la firma del pueblo americano. Se apresuraron a pactar con Inglaterra, a Armar con ella preliminares de paz, el 30 de noviembre de 1782. Vergennes, al hallarse ante un hecho consumado, se vió obligado, él tam bién, a pactar. El tratado anglo-francés, Armado en Yersalles, en septiembre de 1783, concede muy pocas ventajas a Francia, a canea de la defección ameri cana, a causa de la derrota de la flota francesa de las Antillas en los islotes Santos (abril de 1782) y porque los negociadores franceses no reclamaron todo lo que hubieran podido exigir. Los franceses únicamente recuperaron laB is las Tabago y Santa Lucía y las factorías del Senegal. El papel del rey de Fran cia consistió en haber puesto en jaque el imperialismo de Inglaterra, en haberle arrebatado sus más bellas colonias y en haber garantizado la libertad de un pueblo. El tratado anglo-americano, Armado en París, reconocía la indepen dencia de los Estados Unidos, adelantaba su frontera occidental hasta el Miseissipí y la del noroeste hasta los Grandes Lagos y el San Lorenzo. A pesar de la defección de los americanos, Luis X V I nada les reclamó por sus grandísimos gastos. Y, por añadidura, les regaló 12 millones de libras, ade más de los préstamos de guerra y un adelanto de 6 millones para la recons trucción económica del país (1783). Franklin hablaba de gratitud y de amis tad eternas.
CAPÍTULO V I
LA EVOLUCIÓN DEL CANADÁ (1763-1791) Y LA FORMACIÓN DE LOS ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA (1783-1789) por la experiencia, el gobierno inglés tra tó con liberalidad lo que anteriormente había sido la Nueva Francia. En dicho territorio se formaron colo nias autónomas de población mixta. Desde 1763, una Declaración de Jorge IH había excluido a los católicos de toda participación en los asuntos canadienses. Con ello, los canadienses se ha llaron sometidos a algunos centenares de ingleses. Pero la lucha que había sos tenido con sus antiguas colonias, concluyó al ministerio inglés hacia una mayor liberalidad: el Acta de Quebee (1774) autorizó el libre ejercicio del culto ca tólico, dispensó a los canadienses de la ley del Test, que exigía que todos los individuos que desempeñaban cargo público siguieran el rito anglicano, y les permitió conservar buena parte de las leyes francesas, a cambio de jurar fideli dad a] rey de Inglaterra, de la aplicación de las principales leyes inglesas, y de un gobernador y un consejo nombrados por el rey. El primer gobernador fué liberal, mantuvo buenas relaciones con el clero católico, aplicó estrictamente el Acta de Quebee, y los canadienses permanecieron fieles al rey de Inglaterra. Sin embargo, 35.000 “ leales” americanos huyeron durante y después de la guerra de Independencia, y se establecieron al noroeste del lago Ontario. Franceses e ingleses se entendían mal. Por eso, en 1791, el rey recompensó la lealtad de los canadienses franceses dividiendo el país en dos provincias: el A lto Canadá inglés y el Bajo Canadá francés. Cada provincia gozó de autono mía y tuvo su propia asamblea legislativa elegida. Los canadienses franceses conservaron su fe, su idioma, sus costumbres. Respetaron la palabra divina: “ ...plantad jardines y comed los frutos que produzcan. Tomad mujeres y engendrad hijos e hijas... multiplicaos allí... Buscad el bien de la ciudad a la que os llevé en cautividad, y rogad al Se ñor por ella...” (1). Sin verse reforzados por la emigración, descuidados por Francia, gracias a un elevado ideal católico, a un tipo de vida agrícola y pa-1
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triarcal, a una de las más elevadas natalidades de la raza blanca, a la 'volun tad de no dejarse absorber, en 1806 eran ya 250.000 habitantes, y seguían for mando un pueblo de civilización francesa en un país plenamente anglosajón. Después de 1763, los acadios supervivientes regresaron a su país en peque ños grupos, a costa de un gran calvario, dejando muertos por el camino. Lle garon m il doscientos sesenta y cinco. Hallaron sus propiedades en manos de co lonos ingleses, y por ello se instalaron en las peores tierras. Pero, cuando ya las habían roturado, a menudo llegaba un inglés, con un pergamino en la mano, para reclamar la propiedad de dichas tierras y transformar el acadiano en arrendatario. Los tribunales siempre fallaban en contra suya; las tareas peor pagadas eran para ellos. Durante la guerra de Independencia el gobierno inglés empezó a tratarles con miramientos, a concederles tierras en propiedad, a auto rizarles a seguir el culto católico. Pero llegó un enjambre de “leales” . Los acadianos se encontraron ahogados entre 40.000 ingleses, que más tarde habrían de formar las provincias de Nueva Escocia y de Nuevo Brunswick. Sin embar go, los acadianos mantuvieron su individualidad al igual que habían hecho los canadienses. En 1790 su número ascendía ya, sólo mediante la natalidad, a 8.166. Y no dejarían de aumentar, de ¡r comprando tierras a los ingleses, y de irlos rechazando poco a poco. Casi todo el mundo, Jorge III, Federico II, un crecido rnímeExtados Unidos ro americanos, creían que la Unión no iba a ser duradera: eran demasiadas las diferencias entre los Estados, y la Repú blica parecía ser esencialmente disolvente. De hecho, los Es tados obraron como si fueran independientes, soberanos y anárquicos. A propuesta del Congreso, los Estados americanos, excepto Connecticut y Rhode-Island, se dieron entre 1776 y 1784 nuevas Constituciones, basadas en la idea del contrato social y en las teorías de Montesquieu. Todas ellas fueron más democráticas, con un censo bajo, en un país en el que la propiedad terri torial. que daba derecho a votar, estaba muy difundida y era muy fácil de ad quirir, y asimismo se mostraron más tolerantes con los católicos. Mas, por te m or al poder personal, las asambleas elegidas fueron omnipotentes. Los gober nadores, que ya eran electivos, disponían de un poder ejecutivo muy limitado, lo cual hubiera sido concebible si hubieran seguido representando a un rey hereditario, que encarnara los intereses generales permanentes de la nación, y por eso mismo de gran influencia; pero todo esto era anómalo en el mo mento en que los gobernadores eran los representantes del pueblo. El gobier no mediante asamblea dió malos resultados. A lo largo del siglo xix la autori dad de los gobernadores fué aumentando progresivamente. Los Estados se desunieron por los Artículos de Confederación, votados el 15 de noviembre de 1777. Formaban una simple “ liga de amistad” para “ la Constitucione»
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defensa com ún" y para “ el bienestar general y mutuo” . Cada Estado conserva ba su soberanía, su libertad, su independencia. El Congreso se limitaba a ser una conferencia diplomática de embajadores. Cada Estado tema una voz; los acuerdos exigían unanimidad. El Congreso dirigía los Asuntos Exteriores, la Guerra, la Marina, las Monedas, Pesos y Medidas, los Correos. Pero ni siquie ra podía reglamentar el comercio entre los Estados o entre la Confederación y el extranjero. Además, no tenía a su disposición ningún medio de ejercer presión sobre los Estados soberanos. La debilidad de este gobierno federal creó una verdadera anarCongreso1 Çtua, que fué la principal causa de una peligrosa crisis econó mica, social y política. El Congreso carecía de dinero y de poder. Emitía papel moneda; pero éste, sin garantía, era tan despreciado que un barbero se divirtió en tapizar su tienda con esos billetes. En vano pidió a los Estados una contribución para los gastos comunes: en 1782, 8 millones de dólares; para 1783, sólo 2 millonee. Pero, en total, sólo obtuvo millón y medio. En 1785, la contribución de los Estados se redujo a 375.000 dólares. Asimismo, la desmovilización fné muy penosa. Los oficiales exigían una pensión de retiro, a lo cual, además de la falta de dinero, se oponía la opinión pública: esto significaba crear un cuerpo, una aristocracia. Washington logró arrancarle al Congreso, el 22 de marzo de 1783, certificados al 6 por 100 de interés y cinco años de sueldo completo. Los oficiales, antes de separarse, for maron la Unión de los Cincinnati, con insignia propia: un águila y una cinta azul. Ésta era la única sociedad común a todos los Estados, con comités en to das las aldeas. Habría de ayudar mucho al mantenimiento de la unidad y a lo grar la ratificación de la Constitución de 1787. En cuanto a la tropa, los sueldos atrasados no pudieron ser pagados. Los hombres se sublevaron en mayo de 1783, en el campo de Newsburg. Fué precisa toda la autoridad de Washington para obligarles a que aceptaran el licéncia miento con tres meses de sueldo y promesas para el futuro. La crisis económica hacía.estragos. Era el resultado de las devastaciones de los ejércitos, de la huida de numerosos “ leales” muchos de los cuales eran negociantes y ricos industriales: habían desaparecido empresas y capitales, la producción era insuficiente. La crisis procedía también de la impotencia del Congreso, Los Estados se negaban a permitir que estableciera cualquier dere cho aduanero, aunque fuera simplemente fiscal, para asegurar ingresos al Te soro. Los Estados, independientes y soberanos, se hacían una guerra econó mica: si uno de ellos aumentaba bus aranceles aduaneros, el otro los reducía para atraer las mercancías a su territorio y arruinar el comercio del vecino. De ello se aprovechaba Inglaterra para inundar el país con sus productos ma-
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mifacturados, con lo cual arruinaba la pequeña industria que se había formado durante la guerra de Independencia. Vendía a los americanos las siete décimas partes de los productos fabricados que compraban: quincalla grande y me nuda, cuchillería, clavos, hojalata, paños, mercería, droguería fina. Los Esta dos Unidos exportaban a Inglaterra la mayor parte de su trigo, de su harina, salazones, tabaco, y, ya entonces, un poco de algodón. Aunque políticamente eran independientes, seguían en un estado de dependencia económica. Ingla terra les impedía comerciar con las Antillas, donde se veían limitados al contrabando. Se negaba a firmar cualquier tratado comercial, ya que el Con greso no podía garantizar que sería observado por los Estados, En el Medite rráneo, los piratas berberiscos se abalanzaban sobre los buques americanos, que Inglaterra ya no protegía. A pesar de nuevoB mercados en Francia, en Portugal, en China, el comercio americano era deficitario. Las monedas o salían del país o se ocultaban por temor al porvenir. En el este, eran insuficientes en los puertos, en el oeste, donde se utilizaban frag mentos de monedas, eran raras, y faltaban por completo en el lejano oeste, limitado al traeque, donde los impuestos se pagaban en pieles y en tocino ahu mado, en sebo y en whisky. La falta de moneda paralizaba las compras y las ventas, el com ercio; por consiguiente, la producción. El número de desconten tos se multiplicaba. Muchos reclamaban la emisión de papel moneda, en espe cial los granjeros y los pioneros, deudores de los negociantes que les habían facilitado adelantos. Los deudores contaban con que el papel se depreciaría prouto, que aumentaría el precio de sus productos, que solventarían fácilmen te sus deudas y podrían comprar tierras. Siete Estados emitieron papel moneda. Pero Massachusetts se negó a emitirlo. Los deudores no sabían cóm o sol ventar sus deudas, contraídas en la época en que abundaba el “ papel conti nental” , y podían ser encarcelados. A l mismo tiempo, la carencia de moneda, la falta de capitales y la competencia inglesa, les bacía a todos la vida más di fícil. Un antiguo oficial de ejército de liberación, Shays, se puso al frente de una tropa de rebeldes, integrada principalmente por milicianos que habían recibido préstamos para mantener a sus familias mientras estaban en el ejér cito. Fueron vencidos fácilmente; pero esta rebebón, que tuvo a su favor to das las simpatías del pueblo, apareció com o el preludio de una nueva guerra civil de los pobres contra los ricos. Washington escribía a Lee: “ Formemos un gobierno que garantice nuestras vidas, nuestras libertades y nuestros bie nes; y si no, esperemos lo peor." La “ rebelión de Shays", al aterrar a las cla ses poseedoras, acabó de convencerlas de que era necesario nn gobierno fuer te para que fuera respetada la “ santidad de los contratos” y los derechos de propiedad. Éste fue uno de los principales motivos de la redacción de una nueva Constitución.
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El Congreso resolvía con dificultad la cuestión del Oeste. Desde 1763, a pesar de las decisiones reales, a pesar de la guerra, los pioneros no habían de jado de atravesar las montañas. La crisis que sobrevino después de la guerra, les hizo acudir en gran número hacia el Oeste. En 1776, ya eran 25.000 las familias instaladas en el valle del Ohío, al oeste de Pennsylvania, y PittBburg se convertía en una pequeña ciudad. Estos adelantados pasaban también a los valles de los afluentes del Ohío, a Kentucky y Tennessee, y atravesaban el Ohío. Algunos especuladores, organizados en grandes compañías, formaban domi nios y repartían el terreno por lotes. En 1774 se fundaba Louisville, y luego Lexington, Cincinnati en 1790. En esa fecha, Kentucky tenía 78.000 habitan tes; Tennessee, 35.000; el futuro estado de Oliio, 4.280. Com o consecuencia de este avance surgieron diferencias con los indios. Los tratados de 1768 (Fort-Stanwix) y de 1785 fueron causa de que algunos renun ciaran a sus derechos; pero fueron precisas verdaderas guerras, en 1774 y 1776 contra los cherokees, y en 1778 y 1779 contra los iroqueses. Pero, con todo, esto no era lo más difícil. Virginia, Carolina del Norte y Georgia reclamaban nuevos territorios com o simples prolongaciones. Trope zaban con Massachusetts, Connecticut y Maryland, temerosos de verse aplas tados por Estados demasiado fuertes y que querían convertir el Oeste en propie dad federaL El desgraciado Congreso ya no sabía a quién hacer entrar en razón. Al fin, la obstinación de Maryland, que se negó a ratificar los artículos de Confe deración, obligó a los Estados imperialistas a abandonar, unas tras otras, sus pretensiones. Hacia 1787, el Oeste era recouocido propiedad federal. Los agresivos pioneros le causaban al débil Congreso toda clase de pre ocupaciones. Robaban ganado y saqueaban los jardines de los canadienses fran ceses instalados en Kaskaskia y en Cahokia, de los que, por añadidura, quería desposeerlos una sociedad. Mucho les costó a los canadienses lograr que el Congreso confirmara sus propiedades e indemnizaciones. El Congreso, sin di nero, sin ejército, no podía lograr que España reconociera los derechos de los americanos a la libre navegación del Mississipí, sin la cual no podía desenvol verse el Oeste. España cerró el Mississipí y excitó a los indios contra los ameri canos. Los pioneros descontentos ya por la falta de moneda, amenazaron con separarse, y algunos incluso con entregarse a España. Todo esto eran claros ejemplos de la impotencia del Congreso y de la ne cesidad de reforzar el gobierno federal. El Estado de Nueva Y ork en 1782 y Massachusetts en 1785, pidieron que fuera revisada la Constitución. En 1786, los Estados nombraron una Convención de 55 delegados que se reunió, el 25 de mayo de 1787, b ajo la presidencia de Washington y votó la Constitución de 1787, que es aún en la actualidad la de loa Estados UnidoB.
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La Constitución de 1787 establece un cierto número de ins, rti 1 -i 1 m __ r ta titnciones cuyo fin es preocuparse de la defensa común y de la “ prosperidad general” . Para conseguir tal fin, supri me la soberanía y la independencia de los Estados. Proclama la existencia de una nación americana, de la que los Estados no son sino miembros: “ Nosotros, el pneblo de los Estados Unidos...” . La nueva Constitución debía entrar en vigor si la aprobaban nueve de los trece Estados; por consiguiente, los Estados ya no eran soberanos, puesto que la minoría debía inclinarse ante la opinión de la mayoría, reconociendo con ello una voluntad humana superior a la propia. Muy inspirada por Montesquieu, la Constitución se basa en la separación de los poderes, para evitar el despotismo. Pero, con el objeto de salir de una anarquía que conducía a la ruina de todos y a la dominación extranjera, crea un poder ejecutivo, fuerte, mediante el régimen presidencial. El presidente es elegido por un período de cuatro años, y no por las Cámaras, de las cuales sólo será un agente, sino por electores especialmente elegidos por los ciudadanos con el encargo concreto de elegir presidente. Es decir, el presidente representa al pueblo de los Estados Unidos, por lo cual posee una fuerte autoridad moral. El presidente no es responsable ante las Cámaras. Elige los ministros a su an tojo, los despide cuando le place. Las Cámaras no pueden obligarles a dimitir si sólo cuentan con la minoría. No existe un régimen parlamentario. El pre sidente puede llevar a cabo durante cuatro años su propia política, con tal de que cada año logre la aprobación del presupuesto. El presidente tiene incluso una parte del poder legislativo. Las leyes sólo pueden ponerse en vigor con su aprobación. Si se niega a darla, las Cámaras pueden pasar por encima de su veto, pero con tal de que, en cada una de ellas, la ley obtenga una mayoría de dos tercios, que en este caso es muy difícil de conseguir. El presidente no puede proponer directamente leyes; pero, por el hecho de ser el jefe del país, que encama el interés general, el único que ve . el conjunto de laB cuestiones, puede hacer recomendaciones al Congreso me diante mensajes presidenciales. Un vicepresidente, elegido al mismo tiempo que el presidente, le sustituye cuando a aquél le es imposible cumplir sus funciones. La Constitución les garantiza a los ciudadanos la fiscalización de los asun tos de la colectividad. El poder legislativo está confiado a dos Cámaras. La Cá mara de los Representantes es elegida en cada Estado por los electores que reúnen las condiciones precisas para ser electores de la Cámara más numerosa del Estado. Cada Estado envía representantes en número proporcional a la po blación de dicho Estado. En aquellos en que hay esclavos, sólo votan los blan cos; mas para determinar el número de representantes que debe tener el Es tado, los esclavos se cuentan por los tres quintos de su número. De este modo, L o Ct)TlStltll£tQtt
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los blancos del Sur están máB representados que los del Norte. Los represen tantes son elegidos sólo por un período de dos años, con lo cual el elector pue de ejercer influencia sobre los actos del representante. Pero los pequeños Estados, poco poblados, como Nueva Inglaterra, corrían el peligro de ver sacrificados sus intereses ante los de los grandes Estados. Por eso, se establece una segunda Cámara para volver a estudiar las leyes que la primera pudo votar en un momento de pasión irreflexiva. Es decir, bay un Senado. El número de senadores es de dos por Estado, sea cual sea la pobla ción del mismo. Son elegidos por la Asamblea legislativa del propio Estado, por un período de seis años; se renuevan por tercios cada dos años, a fin de evitar los bruscos cambios de mayoría por influjo de acontecimientos que pueden impresionarles. Las leyes lian de ser votadas por las dos Cámaras. Pueden, indistintamen te, ser presentadas en una u otra, excepto la ley de Hacienda, que primero debe ser votada por los representantes para así asegurar m ejor la fiscalización de los ciudadanos en los gastos, o sea en los actos del gobierno. El Senado posee una parte del poder ejecutivo. El presidente debe obte ner su anuencia para el nombramiento de algunos altos funcionarios. Ninguno de los tratados que el presidente pueda firmar con potencias extranjeras es vá lido sin la aprobación del Senado. Finalmente, el Senado ejerce un poder ju dicial: se transforma en Tribunal Supremo para juzgar a aquellas personas que ante él ba acuBado la Cámara de los Representantes. De este modo, se ban tomado todas las precauciones para evitar los posibles golpes de Estado que pudiera realizar el presidente. Pero las Cámaras no son omnipotentes para bacer las leyes. La mayoría podría oprim ir a la minoría. P or encima de las leyes está la Constitución, en virtud de la cual se establecen las leyes. P or encima de las leyes votadas por los hombres y de las Constituciones que los mismos establecen, están las leyes naturales queridas por Dios, que otorgan al individuo ciertos derechos im prescriptibles y sagrados: la libertad, la propiedad. Toda ley contraria a la Constitución y a los derechos del hombre es nula. El Tribunal Supremo se en carga de decidir si las leyes son conformes con la Constitución y con los dere chos naturales. Esta es su principal función. Jnzga también las diferencias de los ciudadanos con la administración, así com o los conflictos entre los Estados. Actúa a petición de un ciudadano o de un Estado. Está constituido por siete jue ces nombrados por el presidente, vitalicios, para garantizar la completa inde pendencia de sus dictámenes. Las sociedades cambian con el transcurso del tiempo. Las Constituciones, aun conservando los mismos principios fundamentales, han de poder adaptar se a las nuevas circunstancias. La Constitución es perfectible; pnede ser en
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mondada. Una proposición de enmienda puede ser propuesta por los dos ter cios de las Cámaras o bien por una Convención reunida a petición de los dos tercios de los Estados. La enmienda pasa a formar parte de la Constitución des pués de haber sido ratificada en los tres cuartos de los Estados por convenciones especialmente elegidas para tal fin. Mediante actas exteriores a la Constitución, estaba prevista la extensión de la misma al oeste. Una orden de 1785 había ya decidido la confección de un catastro de los territorios del noroeste así como la venta en almoneda con ii ti precio mínimo de un dólar por acre, y pago al contado. Las operaciones habían comenzado en 1786. La ordenanza sobre el territorio del noroeste, de julio de 1787, declaró que esta región era terreno federal, y le concedió un go bernador y tres jueces. En ella habían de delimitarse muchos distritos, Cnando uno de estos distritos llegara a tener 5.000 habitantes mayores de edad y de sexo masculino, tendría nn gobernador nombrado por el Congreso, así como una Cámara de He presentantes elegida, y un Consejo nombrado por el Con greso a partir de una lista de candidatos presentada por la Cámara. Cuando al canzara la cifra de 60.000 habitantes libres, podría establecer su propia Cons titución, enviar delegados al Congreso, gozar de todas las prerrogativas de los demás Estados en nn plano de igualdad. La Ordenanza se convirtió en el acta de avance hacia el oeste. Ya en 1788, la Constitución había sido ratificada por la mayoría de los Estados y entró en vigor. Se votaron diez enmiendas, que constituyeron como una especie de Declaración de Derechos. Garantizaban la libertad individual y la libertad de prensa, y prohibían al Congreso establecer nna religión estatal. Washington, elegido presidente, por unanimidad, tomó posesión del cargo el 4 de marzo de 1789. La Constitución había de asegurar perfectamente la doble necesidad de la autoridad y de la libertad y contribuir en gran medida al crecimiento y a la prosperidad de los Estados Unidos. Primera constitución de un Estado totalmente escrita y basaEstado^Umdos en principios nacionales; imbuida, al igual que la Decla ración de Independencia, del espíritu de los “ Filósofos” fran ceses, en especial de Montesquieo, se convertía, al igual que la Declaración, en un incentivo y un modelo para los europeos ilustrados. Los Estados Uni dos, que habían recibido de Europa el ser, la filosofía y la política, que reci bían también el arte en un momento en que Houdon modelaba para el Ca pitolio de Richm ond la estatua de Washington según el modelo del Luis X IV de Desjardins, en que el Capitolio era una imitación de la Casa Cuadrada de Nimes, en que el hotel de Salm, en París, inspiraba a los constructores de la Casa Blanca, Versallcs a los de la nueva capital federal, Washington, en un
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momento en que el estilo de Gabriel era transportado a Boston, los Estados Unidos, decimos, después de haber contribuido con sus productos y su comer* ció a las transformaciones económicas, sociales y políticas que el contacto con el mundo había producido en Europa, le ofrecían ahora un ejem plo para aca bar la evolución mediante una revolución. Loe europeos vivían pendientes de las noticias de América y sus corazo nes palpitaban al compás de las peripecias de las luchas americanas. En Else* neur, cuando se supo la independencia de Am érica: “ la bahía estaba llena de barcos de todas las naciones... Todos estaban engalanados... Las tripulaciones prorrumpían en gritos de jú b ilo... Mi padre quería imbuim os el senti miento de la libertad política. Nos mandó acudir a la mesa y nos invitó a be ber con él y con sus huéspedes a la salud de la nueva república” . Un gran deseo de imitar a América reinaba en esa Europa cansada e indignada contra los gobiernos, en la que por doquier, en Frusia, en las posesiones austríacas, en Holanda, en Suecia y en Ginebra, se agitaban descontentos. Pero en ningún país eran tan fuertes estos sentimientos com o en Francia. Esta Revolución, que en todos los países parecía inminente, la hizo ella, precisamente por el hecho de que lo que aún quedaba en ella de la Edad Media estaba más próximo a desaparecer y parecía más insoportable. Francia poseía el gobierno más cen tralizado, la nobleza más reducida, las clases intermedias más avasalladas. For maba la nación más homogénea, el Estado más coherente. La necesidad de una Revolución parecía más evidente, al mismo tiempo que eran más fáciles los medios de llevarla a cabo. Francia no había de contentarse con trabajar para sí misma, sino que iba a tratar de que su Declaración de los Derechos del Hombre se convirtiera en el nuevo evangelio de la humanidad, que su Revolu ción fuera el instrumento de la liberación de los pueblos, una cruzada para la liberación de las naciones y para la felicidad de todos los hombres.
SEG U N D A PA RTE
LA SOCIEDAD DEL SIGLO XVIII ANTE LA REVOLUCIÓN Nada hay tan poco sorprendente como el contenido institucional que la Revolución acahó por consolidar. De aquella sociedad del Antiguo Régimen, a la que la vida material y espiritual de loa últimos setenta años había minado tan profundamente, muy pronto sólo iban a quedar escombros. Pero esto, en amplia medida, ya lo había previsto y querido el siglo. Por consiguiente, la sorpresa no estriba ni en las obras ni en los fines de la Revolución, sino que reside en su curso, en su ritmo, en sus medios. La Ciu dad de la felicidad y de la razón, edificada bajo los auspicios del Ser supre mo, provoca otros sentimientos que no son la emoción feliz de los ciudadanos. Falta la aprobación de la clase desposeída, aspecto del problema en el que el optimismo del siglo xvm parece haberse olvidado de pensar. La burguesía y la aristocracia, las fuerzas de movimiento y de conservación van a enfrentarse durante un cuarto de siglo, en el transcurso de la mayor lucha social que la humanidad había conocido basta entonces. La marcha hacia la felicidad común conduce muy pronto al conflicto general, a una guerra eu dos frentes, interior primero y luego exterior, a una vida ansiosa y desquiciada. El mariscal prín cipe de Schwarzenberg, al hablar al final de la gran lucha en nombre de la contrarrevolución europea, denunciará los “ veinte años de desórdenes y de des gracias” , en los que “ el mundo, asombrado, ha visto cómo se reproducían en un siglo de luces, los desastres de la Edad Media” . Este mundo atónito acababa de vivir — con entusiasmo o con terror — la experiencia de una revolución social así como sus repercusiones universales.
L ib r o P r im e r o
LA REVOLUCIÓN FRANCESA Y LAS CONSOLIDACIONES NAPOLEÓNICAS
CAPITULO PRIMERO
FUERZAS DE LA REVOLUCIÓN I. FUERZAS NATURALES N la ciudad del siglo xviit, todavía tan mal conocida, es donde se elabora la Revolución. Y por la ciudad se realiza. ¡La ciudad, ese núcleo so cial de múltiples estructuras, que puede nacer o morir por tan distintos acontecimientos! Pero, en distinto grado, y sea cual sea su origen, es núcleo burgués, centro de negocios, que vive, al menos en parte, de la vida económica, que aumenta o languidece con ella; centro de influencia — manufacturera, co mercial, artesana— de la clase de los empresarios, sobre las clases o grupos so ciales vecinos, en especial sobre un proletariado que vive en contacto con el dueño. Ciudades — burgos — burguesía: historia que lo explica y lo domina todo, entonces, quizá, más que nunca.1
E
1. L as
c iu d a d e s
El ascenso burgués ba vuelto a iniciarse desde hace dos generaciones. La antigua flor y nata del tercer estado aumenta en riqueza, en número, en fuerza. Una prosperidad económica proteSe sua empresas. Entre el segundo y el último cuarto del siglo, el valor de la producción industrial casi se ha duplicado; el del comercio interior y ex terior, quizá triplicado; el comercio colonial casi quintuplicado. No hay desvalorización que falsee las apariencias: el giro aumenta normalmente, sin ede mas inflacionistas. La estabilización de 1726 ha puesto fin a la aventurera carrera de la libra, que conservará casi inalterado su peso cabal hasta el “ fran co Poincaré” , y su valor de cambio hasta 1914, con excepción del enorme y rá pido episodio de los asignados. A pesar de la constancia de la unidad moneta ria, el aumento del beneficio se ha acelerado. Burgueses de la importancia que sea han hecho fortuna m ejor y más de prisa. Esto no significa que la raza haya cambiado. Trabajadora, ahorrativa, prudente, de arraigadas virtudes domés ticas, la burguesía del siglo XVIti sigue siendo la misma que la de las épocas Crecimiento ^£™°íeneral de L Sprecios
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anteriores. Aún más, en sus variedades superiores está en retroceso en cuanto a prudencia y costumbres. Pero sus negocios lian prosperado por efecto de una doble influencia: si la inflación vulgar no ha hinchado los precios-papel y los beneficios-pape], la inflación de hombres y la inflación de metales preciosos han hinchado tanto el precio-“ oro” com o los beneficios-“ oro” . La repentina multiplicación del hombre, surgida durante el segundo cuarto del siglo, ha aumentado en un 30 a 40 por 100 la población del reino. Nada ofrece mayor contraste con la demografía estacionaria de Luis X IV que la de mografía revolucionaria de los dos reinados subsiguientes. Esto no quiere de cir que haya aumentado la natalidad; lo qne ocurre es que ha disminuido la mortalidad, en especial la mortalidad de las clases populares, con ocasión de esas crisis que solemos denominar “ periódicas” . Ya no hay crisis de “ miseria” — “ hambres” sociales mucho más complejas de lo que parece •— acompañadas de derrumbamientos demográficos que muchas veces precisan de media gene ración para ser reparadas. La crisis “ mortal” es sucedida por la crisis “ venial” , la crisis que condona la vida, pero difiere los problemas al acumular la po blación. Esta sobrecarga de individnos, procedente de la revolución de la mortali dad social, habrá de ejercer presión sobre los precios agrícolas en un país en el que poco puede esperarse de roturaciones fructíferas, en el que la técnica de los transportes limita a cantidades mínimas la importación de víveres. En tre la carencia de elasticidad, que data de antiguo, de las superficies cultivadas y la repentina elasticidad de la población, aparece una contradicción “ maltu siana” — que habrá de enseñarle a Malthus. Es preciso, en especial mediante la valorización de las tierras más difíciles de trabajar, producir en mayor can tidad y a un coste creciente. Por ello, desde principios del segundo tercio del siglo, los precios de todos los grandes productos que dominaban en los merca dos de aquella época, esencialmente agrícola — artículos alimenticios y mate rias primas — se ven arrastrados a nn alza general. Y", por otra parte, este incre mento de población le es mucho menos provechoso al campo qne a la ciudad. Sin duda alguna, en términos generales, la nación sigue siendo rural; pero las ciudades crecen más qne proporcionalmente. Cuando las ciudades se dedican a la economía de trueque, ¡henos ante el latigazo dado al com ercio! Las ciuda des han de albergar y vestir — todo lo contrario del campo — a la multitud de esos recién llegados, ¡he aquí estimuladas las dos grandes industrias de la época: la construcción y la textil! El crecimiento de la población y su nueva distribución son causas de la subida de los precios y de la ampliación de los mercados. Después de la inflación de hombres, viene la inflación del “oro” — enten dámonos: de los metales preciosos, — cuyos efectos se acumulan a los de la an
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terior, aunque, desde luego, en proporciones inciertas. El siglo xvni, él solo, produce tanto oro y plata como se ha extraído desde el descubrimiento de América basta aquel momento. Entonces, como en el siglo xvi, com o en varios períodos del siglo X IX , un aumento acelerado de los medios de pago, cuya esen cia la constituyen los metales preciosos en monedas, precede a ciertas acelera ciones duraderas del incremento de los precios. De este modo, aumenta y se distribuye por un mercado cada vez más amplio el flujo de los precios-oro. En otras palabras: bajo la doble acción del alza de los precios por unidad y del aumento de las cantidades vendidas, el giro de la masa de empresarios bur gueses aumenta en unas proporciones cuya perspectiva ya hemos señalado. Y , aún más, el beneficio: ya que entonces, como en la actualidad, muchos de los elementos del precio de coste — en especial, el interés y los salarios — suben más despacio que los precios. Con todo ello aumenta la riqueza de la burguesía activa, en sus numero sas categorías: desde la alta burguesía de financieros, negociantes e industria les, hasta la media o pequeña burguesía del comercio al por menor y a los grnpos-frontera de los artesanos independientes. A pesar de los gremios, que desde luego no se bailan por doquier, las tiendas y las empresas de cualquier volumen se multiplican en la ciudad en crecimiento. Pero en especial la cons trucción, y todos los oficios que la misma presupone, aparecen com o los prin cipales beneficiarios de] renacimiento urbano. La burguesía, en sus múltiples as pectos, no sólo aumenta en riqueza, sino también en número. Y también en cultura, en calidad. Este incremento de riqueza acelera su transformación. Entre los consumos de lujo, el de los artículos intelectuales, Injo rentable por excelencia, es el que les tienta cada vez más. El reducido núcleo de antaño, la “ ciudad” del siglo xvn, adquiere proporciones naciona les. Los vastagos de esa clase abundante — en sus categorías superiores y me dias — acuden a los colegios, con o sin latín. Especie que día a día se difunde y se pule, el burgués se ha convertido en mercado intelectual, en cliente para los autores, un gran cliente cuyas preferencias tácitas se imponen de rondón, pues el mismo siglo ha modelado a los autores y a sus lectores. Discrepando de la enseñanza de la Iglesia, orientada hacia la vida eterna, cree en la felicidad próxima, material, “ burguesa” . Los problemas que se plantean sus escritores, sus libelistas, no son en el fondo sino problemas de poder de la clase que se eleva. Problemas políticos, eB decir, redistribución del poder, que sólo puede hacerse en beneficio, al menos parcial, de la burguesía: el soberano, en el len guaje de la época, ya no significa tan sólo el rey, o el príncipe, sino el Cuerpo político. Problemas económicos, o sea, bberación de la economía, cuyos ma yores beneficiarios serán los burgueses. ¿Que esta liberación fué aconsejada mucho antes del siglo xvm ? Desde luego, pero con muchísima menos fuerza
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y posibilidades. La novedad consiste en que a partir de ahora toda una escuela defiende la teoría con coherencia: la amplia y poderosa corriente fisiocrática impregna, bajo una forma más o menos modificada, Francia y el continente. La evolución de las ideas políticas de esta escuela es muy característica: poco a poco el liberalismo prospera a expensas de la orientación “ despótica” del principio. Indudablemente, algunos individuos pueden atacar el individualismo eco* nómico en nombre de la justicia, mas no en nombre de la eficacia. ¿Acaso la riqueza pública no está en pleno progreso desde hace unos cincuenta años? ¿P or obra de la enorme alza de los precio-oro y de la garantía de beneficios que trae consigo? No andáis acertadas; ¡es por mérito de los empresarios, claro está! Basta con “ dejar hacer” lo que obra por sí solo. Ésta es la manera de pensar del siglo. ¿Cóm o podría la burguesía no sentirse complacida de ello? ¿Cómo, más rica, más numerosa, más culta, agrupada y en contacto en las ciudades, po dría no tener, a un nivel máB elevado que nunca, com o clase y en sus esferas más representativas, simplemente una conciencia? Una conciencia que va for taleciéndose en la lucha. Su enemiga de antaño, la nobleza, sigue oponiéndose como siempre a su ascenso social: obstáculo que, además de ser intolerable en sí mismo, representa una fricción irritante en la vida cotidiana que llega a en cender la sangre. Mas, he aquí que el obstáculo crece. Desde que ha acabado la época del gran rey, nada ofrece mayor contraste con la elevación material y espiritual de la burguesía que la regresión civil de la misma. Cada día tiene mayor im portancia en la vida, pero esa importancia es cada vez menor en el Estado. El hecho de que todavía se beneficie de cartas de nobleza, no es el problema. Se plantea una cuestión de proporciones, de salidas. La alta administración le está casi cerrada, y también, con escasas diferencias, la alta magistratura: la nobleza de toga que puebla los Parlamentos y las cortea soberanas se recluta en la casta misma, y, fuera de ella, tan bóIo en las demás categorías de noble za. Incluso la toga media tiende a convertirse en hereditaria. Asimismo, e] alto clero está cerrado. En el ejército la situación es peor aún: la reacción nobilia ria, que en otros campos es un simple estado de hecho, en este terreno degene ra en estado de derecho. Desde 1781, les está prohibido a los burgueses empe zar como oficiales; para llegar a los grados sin pasar por las filas se exigen cuatro cuarteles de nobleza. Por mucho que las armas intelectuales sean libres, be aquí que la carrera militar les está vedada a los jóvenes, y todo esto ocurre precisamente cuando aumenta la “oferta” burguesa, al aumentar el volumen de la clase. Finalmente, ¿acaso es consuelo suficiente permanecer relegado en la masa de los cargos medios e ínfimos? El hecho de que haya ilustres excepciones no
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hace más que subrayar claramente la descalificación civil de la que el conjun to se siente víctima. La descalificación se extiende a las tierras, a los patrimo nios: un derecho distinto, algunas de cuyas disposiciones se recrudecen, rige los bienes nobles y los bienes plebeyos. Indudablemente, cualquiera puede com prar un feu do; pero si el comprador es un plebeyo se ve sujeto al pago de un impuesto especial. ¿Pagará, acaso, sintiéndose feliz por poder jugar a señor? Nada más cierto que eso: los ejem plos abundan. En relación con el conjunto de la clase, la posesión de un bien noble sigue, sin embargo, siendo excepcional, según nos lo demuestra el ridículo rendimiento del feudo franco. “ Feudalidad” honorífica, y vestigios, más remuneradores, de feudalidad política, se añaden a estas discriminaciones. El burgués de 2788 es un rechazado social. Apenas se inicie el gran conflicto con la nobleza, le vereinoB vaciar su co razón, com o ese Creuzé-Latouche, perfecto diputado-testigo del tercer estado, quien denunciará, mucho antes del 14 de julio, “ el obstinado orgullo” , laB “ pre tensiones extravagantes... odiosas” , los “ excesos más inmoderados... las triqui ñuelas, los bajos ultrajes” , “ la perfidia” del estamento rival. Desde luego, el rey se muestra solidario de su nobleza. La reacción nobi liaria ha tenido lugar con su beneplácito. Pero la burguesía tiene otros muchos motivos de queja contra el gobierno. La situación financiera le proporciona mu chos. Acreedora del régimen, portadora de rentas y efectos a corto plazo, está directamente interesada en la gestión de la hacienda pública. Además, de acuer do con la nobleza acerca de ese punto, desea fiscalizarla. Asimismo, desea fis calizar la política económica, para evitar “ catástrofes” como la de ese tratado franco-inglés de 1786. Esto presupone para ella — en la práctica, sólo para sus elementos superiores — el acceso, al menos parcial, a la soberanía. Pero el espíritu del siglo le Bugiere muchísimo más. Y lo mismo el ejem plo americano. En el fondo, apunta, más o menos conscientemente, al adveni miento de una sociedad Bin brazos, que a los ojos de los notables del Antiguo Régimen no les parecerá menos subversiva que la sociedad sin clases a los ojos de los notables posteriores.
Para todas estas grandes transformaciones que se presagian, podrá, sin em bargo, contar con otras fuerzas además de las propias. Su atracción como clase ascendente se ejerce en otros medios, sobre otros grupos. A pesar de evidentes oposiciones de intereses — que algunas concordancias borran o atenúan — el proletariado pertenece a su clientela ideológica, y lo mismo cabe decir de al gunos nobles liberales, y de un crecido número de sacerdotes en esa encru cijada social que es el clero.
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El conflicto entre burguesía y proletariado no es ni menos y semiproletariado antlg « ° m menos áspero que el que la enfrenta con la aristocracia. Mediante la organización de las colocaciones, del boicot, de la huelga, las cofradías se esfuerzan en ajustar el salario mo netario a la subida del coste de la vida, aunque, desde luego, no lo consiguen. A lo largo del siglo el poder adquisitivo se desmorona rápidamente. Y nos impresiona la oposición entre la elevación de los ingresos del burgués y la disminución de los ingresos del obrero. El antagonismo natural de las dos par tes hubiera debido hacerse más tirante, y según parece asi fue. Pero no has ta el extremo de suplantar a otros antagonismos, al menos tan antiguos com o ése, y m ucho más vivos: el del obrero, que a menudo la víspera era aún cam pesino, contra el personaje mismo de la aristocracia, gran propietario territo rial, señor directo o indirecto de la mayor parte de las existencias negociables de cereales, beneficiario de los impuestos locales que gravaban, directa o in directamente, los artículos de primera necesidad. Lo que causa asombro eu la economía de aquella época es la inmovilidad, la pasividad de la curva del salario, en comparación con la del coste de la vida. En numerosísimas profesiones — la gran industria, y, sobre todo, el grupo prin cipal de los textiles quedan al margen — el importe del salario conserva, duran te largos años, el carácter de a destajo y Be mantiene com o una constante. La va riable, el factor decisivo, aquel cuya baja o subida señala la comprensión o el desahogo del presupuesto, es el alza o la baja del precio de los principales productos de consumo popular y, ante todo, de los cereales, en especial el pan, que por término medio representa la mitad de los gastos familiares del asala riado. El proletariado de la época se nos presenta como un individuo extrema damente atento a sus intereses como consumidor. Las iras sociales pueden caer contra el aristócrata, el acaparador. En la práctica, el orden se ve más grave mente turbado por los motines a causa de los víveres — en los que se unen to dos los elementos populares — que por las huelgas. Si corrientemente se pide qne los artículos sean tasados, la reivindicación del salario mínimo sigue te niendo un carácter excepcional; además, no lo exige el proletariado propia mente dicho, sino un artesanado dependiente del que dentro de poco vol veremos a hablar. Añadamos que, naturalmente, en este incremento del precio del pan que sobrepasa con mucho al del precio del trabajo, los poderes públi cos no podían dejar de ser acusados: funcionarios municipales, subdelegados, intendentes, ministros. Se les reprocha su política de abastecimientos, sus im puestos, cuando no sn complicidad con el “ acaparador” . Proletarios y patro nos marchaban de acuerdo en esta disputa. Y , además, ¡cuán glande es la diferencia entre el proletariado de fábrica y de taller de los tiempos modernos y ese proletariado urbano — más adelan
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te hablaremos del campesino — aún diseminado y “ domesticado” , del si glo xvm ! Diseminado entre más de medio millón de talleres y de tiendas. A menudo era un simple elemento complementario de la empresa familiar, que trabajaba junto al patrono, un antiguo compañero, que en ocasiones vivía bajo su mismo techo y comía en su misma mesa. ¿Cómo iba a hurtarse a la influencia del maestro? Elemento subordinado, secundario, pertenece a la clientela econó mica e ideológica de la burguesía. Por ahora, sólo puede hacer la revolución de los demás. Sin embargo, su ayuda será fundamental. La manufactura de la gran ciudad, ya concentrada y anónima, en la que el asalariado vive en cierta medida una vida de grupo a la moderna, es sin duda alguna más propicia a la independencia y a los reflejos proletarios. Lo mismo ocurre con los artesanos urbanoB, remunerados a destajo por el negociantecapitalista, cuyo ejem plo típico nos lo ofrece el oficial de las fábricas de seda de Lyon. El artesano trabaja a domicilio, fuera de la vigilancia del negociante. Incluso llega a contratar compañeros, y en este aspecto, jurídicamente, des empeña el papel de patrono; pero por el hecho de estar limitado a realizar tareas técnicas, depende de los encargos del negociante, dueño del mercado. Formalmente, es libre y jefe de empresa; económicamente, es un asalariado, cuyas reivindicaciones consisten en ese salario mínimo, que hemos citado an teriormente. Un asalariado que le da quehacer al capitalista: puede discutir su contrato m ejor que el simple asalariado; dispone de más medios, de más luces; suele morar en los barrios o arrabales poblados por sus compañeros: con ello se establece, a falta de contacto de taller, el contacto residenciaL Hay otro medio que coopera en la acción colectiva: la corporación, ya que esos artesanos teóricamente son patronos. ¡La corporación, que en este caso la realidad social transforma en un sindicato semiobrero! Pero loa oficiales de las fábricas de seda harán la guerra en dos frentes, y se lanzarán a cuerpo descubierto a la batalla contra los nobles. Exactamente igual que los suburbios artesanos de todas las ciudades. Exactamente igual que los obreros de Réveillon. Pero tan to los unos com o los otros, cuando no están influidos directamente por el pa trono, en el fondo siguen estando — excepto en aquellas comarcas en las que las luchaB religiosas han conservado su agudeza y han levantado la masa ca tólica contra una burguesía de negociantes protestantes — impregnados por una ideología bastante próxima, en muchos aspectos, a la de sus patronos. De este m odo convergen, contra la nobleza y sus sosteLa ciudad _ nedores públicos, los sentimientos hostiles de la ciudad, contra tos privilegios T , , .................................... ....... . , ,, , nobiliarios ha nobleza, ¡irrisoria minoría de la población urbana, y que representa menos del 2 por 100 de la población del país! Esta nobleza que exige nuevas comprobaciones de títulos y cuaja en una casta, en unos momentos en que la burguesía prolifera. Sin embargo, sigue
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poseyendo una grandísima parte de los capitales. Capitales mixtos, invertidos al mismo tiempo en la tierra y en la industria metropolitana, o en la tierra y el comercio colonial: las minas, las industrias metalúrgicas, las grandes plan* taciones con esclavos de las Islas, el gran comercio, son sus terrenos preferidos. Mas la propiedad agraria sigue siendo para ella lo esencial. Una cuarta parte de las tierras le pertenecen, aBÍ com o la mayoría de feudos: lo cual representa, anualmente, e incluyendo las rentas señoriales, más del tercio de la cosecha negociable, más del tercio de los productos de primera necesidad vendidos en el mercado nacional. Aunque las superficies burguesas sean casi iguales, sin embargo están divididas entre millones de individuos, cuyo consumo familiar absorbe proporcionalmente mucho. Capitalismo territorial y nobleza, señorío y nobleza, forman un todo para la opinión, y constituyen el elemento esencial de la “ clase propietaria” de los fisiócratas. Naturalmente, incluso dentro de la clase, al igual que en el seno de la bur guesía y del proletariado, ¡cuán numerosos son los grupos sociales y las cate gorías! Sin embargo, tanto los unos com o los otros son beneficiarios comunes del alza de los precios agrícolas. Sus ingresos territoriales lian aumentado con siderablemente en el transcurso del siglo, A l mismo tiempo, y gracias a la abun dancia de la mano de o b r a —-recordemos la revolución de la mortalidad so cial, — a la débil elevación del salario, a la competencia de los granjeros, el coste de la producción ha disminuido, con lo cual ba puesto en libertad una plusvalía complementaria que ha venido a aumentar aún más la renta del suelo. Finalmente, mientras que los precios agrícolas suben de un 50 a un 60 por 100, loa arriendos se han duplicado. Lo mismo ocurre con las rentas seño riales: la elevación de los precios, un ligero aumento de los cultivos, la reac ción señorial que muchas veces hace revivir derechos caídos en desuso, super ponen, en este terreno, su acción. La masa de los pequeños propietarios, de los arrendatarios y de los aparceros soporta la carga de esta redistribución de los ingresos, cuyas repercusiones campesinas son fáciles de adivinar: esa masa tiende a empobrecerse, al mismo tiempo que se enriquece un puñado de feu dales contra los cuales se exaspera el odio social. El hecho de que esos individuos acumulen tales ventajas patrimoniales y el privilegio de los sueldos elevados, indigna a los burgueses y a su clientela popular. La escala de los cargos públicos es enorme: entre el pequeño fun cionario plebeyo y el gran administrador, la distancia será frecuentemente de 1 a 50 y hasta de 1 a 100. Incluso en la sociedad económica, muy desigual, de aquella época, estas desproporciones chocan. Pero que, por añadidura, esos mismos individuos se beneficien de un pri vilegio fiscal de derecho o de hecho, ¡eso ya es el colm o! Los economistas es tán de acuerdo. Admiten un solo impuesto, que, desde luego, podría alcanzar
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una proporción considerable: el que grava la renta del terreno, loe arriendos, el producto neto de la tierra, cuyo importe y cuya masa suben acumulativa mente. Renta de privilegiado, renta noble en gran medida, alrededor de la cual corretean, en vano o casi en vano, el fisco real y sus inspectores del vigésimo. A pesar del movimiento de las riquezas — que la teoría fisiocrática acerca del impuesto no hace, en el fondo, más que reflejar — la renta territorial, concen trada y excesiva en manos del noble, se beneficia hasta extremos insospe chados de una amplia inmunidad fiscal. La materia im ponible por excelencia sigue acumulándose en una zona que le está vedada al impuesto. La nobleza se ha aferrado con éxito a esta posición insostenible, que, sin embargo, abando nará —- en principio y no de una manera unánime — en el último instante de la antigua monarquía. De todos modos, en las manifestaciones de principio que no se compro meten a Dada concreto, no debe verse una muestra de una evolución general de las mentes. Esta “ nobleza liberal” que ha contaminado una clase que deja de creer en sí misma y clama por los tiempos nuevos, es una leyenda, o una in consistente apariencia. Sin duda alguna, bay nobles liberales, y que seguirán siéndolo: los d’Aignillon, los Castellane, los Liancourt, y muchísimos vetera nos de la guerra de América: los La Fayette, los Noailles, los tres Lameth, Pero la masa del brazo noble resiste tenazmente. En lugar de hallarse en revo lución, está en reacción, aumentando sus privilegios, arrastrando tras bí al Es tado, pretendiendo el poder político por medio de los Parlamentos, por medio de la generalización de los Estados provinciales, que, junto con el alto clero, domina. Pretende conservar sus derechos feudales, sean económicos, sean ho noríficos, que para ellos son propiedades como las demás; y, en este punto, el rey está de acuerdo. No admite de ningún modo ni la igualdad civil ni la ley del número. Y esto se verá claramente, en junio de 1789, en las deliberaciones del brazo noble, y, m ejor aún, en las conversaciones particulares: — Señor, en un ejército, ¿el general dete ser considerado como nn solo individuo?
“ Esta respuesta... se halla en la boca y en el corazón de todos los nobles.” „ , , , tt * Por su parte, la Iglesia es uno de los pilares del régimen. Poder de la Iglesia _ .„ ... „ , . . , ,, Esto no significa que el cuerpo del clero forme un blo que, sino que ciertos lazos materiales y un poderoso lazo espiritual unen a este grupo selecto y jerarquizado. Este grupo vive principalmente — también é l — de la renta del suelo. En este aspecto, su posición territorial, a la vez urbana y rural, parece más per fecta: posee en las ciudades un opulento patrimonio de inmuebles y de te rrenos. Pero la parte esencial es agrícola: quizá posea casi el 10 por 100 de las superficies. Cobra el diezmo, la más importante de las rentas territoria
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les del com plexum fdúdale, cobrada sobre todas las tierras, y que representa aproximadamente el 7,5 por 100 de la cosecha bruta, incluyendo las semillas. Por añadidura, los señoríos propiedad del alto clero le proporcionan, aquí y allí, derechos señoriales propiamente dichos. La cantidad de cereales de que dispone para la venta, directamente o por mediación de sus arrendatarios, re presenta una parte considerable de la cosecha negociable. Si esas cantidades se añaden a las de la nobleza, constituyen prácticamente la mayor parte de esa co secha. De este modo, el clero se nos presenta, a su manera, y en la persona de sus principales beneficiarios, como un gran propietario territorial y señorial. Sus ingresos lian aumentado en las mismas proporciones que los de la no bleza, ocasionando las mismas fricciones sociales. Indudablemente, soporta la carga de los gastos del cnlto, de la limosna, de la pública instrucción; pero también los gastos del prelado, de ese prelado que ya no se recluta entre la ple be, del prelado, noble en la casi totalidad de los casos, al igual, desde luego, que los abades y abadesas, los canónigos de los grandes capítulos, y a menudo tam bién los grandes vicarios de importantes sedes episcopales. Para todos esos nombramientos, es inútil consultar el Espíritu Santo; el libelista, del cual el abate Leflon cita la frase, añade; “ M. d'Hozier basta para ello,” El alto clero, rama de la alta nobleza, suele disponer de ingresos superiores a 100.000 libras: o sea, 140 veces la congrua de la masa de los párrocos; 240 veces la de los vica rios; 400 veces, al menos, el salario de un jornalero en la ciudad. Y para el clero, más aún que en el caso de la nobleza, la inmunidad fiscal se extiende a todos estos inmensos ingresos. El clero está libre del pago del vigésimo. Tam bién él se defiende tenazmente. Algunos disidentes liberales no deben inducir nos a engaño. Un Champion de Cicé, un Le Franc de Fompignan, constituyen excepciones en la aristocracia de la Iglesia. El conjunto forma un bloque con la nobleza. Además, unos y otros están en lucha con los filósofos y la diviniza ción del hombre que esos filósofos sostienen. Tanto por su origen como por su ideología, el prelado se enfrenta con el burgués al igual que se las tiene con el bajo pueblo en defensa de sus bienes temporales. El empobrecerlos será con siderado como una operación patriótica. Quizá también sea eso lo que piensa el bajo clero, en el que el recluta miento, los orígenes y la condición son muy distintos. Entre él y la burguesía el acuerdo será fácil, por muchos conceptos. Pero son muchos los obstáculos espirituales y materiales que se oponen; el ordinario habría quebrantado rá pidamente al disidente. En último caso, el bajo clero podrá ceder al impulso revolucionario, adherirse a la opinión local dominante; pero lo que nunca será, en conjunto, es un asociado seguro, y menos aún una fuerza de la Revolu ción. Y aún contribuirá, a veces, especialmente en el campo, a dar una apor tación a la contrarrevolución.
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2. El campo ¿Quizá se haya supuesto que, a excepción del alza del arriendo *^e ^as tierras y de la reacción señorial, la masa de los explotado res campesinos fué el gran Beneficiado por esa inflación de hom bres y por esa inflación de oro que forman la base de la subida de los precios agrícolas? Pero para aprovecharse de esa subida, es preciso vender, Y el cam pesino que dispone de una cosecha que le permita, al mismo tiempo, vivir y vender, constituye en aquel entonces la excepción. Sin embargo, nada hay más corriente que la propiedad campesina. Su cantidad puede causamos impresión: aproximadamente el 40 por 100 de las superficies. Parcelas diseminadas en los alfoces, casas dotadas de un huerto, viñas de reducidas dimensiones, cultivos de lúpulo, olivares de algunos arapendes, o incluso pequeños dominios de labradores, abundan en los catastros, en las listas de impuestos o en las enumeraciones de derechos señoriales. Pero es muy poco lo que corresponde por cabeza. En la inmensa mayoría de casos, la cosecha no basta para satisfacer las necesidades vitales de la familia. El ren dimiento es bajo. Un tercio, o algo más, del suelo permanece en barbecho. La simiente representa una parte relativamente considerable del producto medio bruto: el quinto, el cuarto. Añadamos a eso, el 10 por 100 para el diezmo y los derechos señoriales. Con el resto es preciso alimentar una familia numerosa, más numerosa por el hecho de que el trabajo se realiza a fuerza de brazos. Toda esa familia, empleada o no en el predio, es, además, gran consumidora de pan. ¿Cuántos de esos “ propietarios” se ven obligados a mendigar durante los años malos? ¡Cuántos se inscribirán en el Libro de la Beneficencia nacional, abier to por la Convención! Las reacciones del campo contra las “ carestías” , en los años “ de agobio” , son, desde luego, características. Protestas y alborotos suelen nacer en los pequeños centros rurales, con el apoyo de todos los hu mildes. Sin embargo, algunos notables de aldea disponen de un sobrante negocia ble. Naturalmente, su condición ha mejorado y tienden a formar como una es pecie de burguesía agrícola. Otras categorías de propietarios, incluso parcela rios, viven en una economía de trueque y también se han beneficiado de la subida de los precios; en especial, los viñadores, que tienen gran importancia en la vida rural de Francia. Pero, unos y otros conocen, a última hora, gra ves disgustos, acerca de los cuales hablaremos más adelante, Pero hasta la dé cada 1770-1780, en conjunto, se han aprovechado de las épocas favorables. En cambio, el resto, la masa de “ propietarios” , ha sufrido los efectos de esas mismas épocas. Sin duda alguna las escasas arapendes de la pequeña po propinarlos
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sesión le han permitido subvenir a una parte de las necesidades familiares y escapar mediante ello, un poco, de las consecuencias de la vida cara. Pero para obtener el complemento de la ración, ha sido preciso vender trabajo. Nuestro aparcero se ha convertido en jornalero, en acarreador, en albañil, en tejedor: en una palabra, en asalariado. Conocemos la curva de su condición. Los precios suben más que los salarios. El paro rural, en vez de disminuir, tiende a au mentar: doble efecto de la superabundancia del hombre y de la mediocridad de las reinversiones agrícolas. AI mismo tiem po — y éste es otro aspecto de la revolución de la mortalidad social — el retroceso de la mortalidad infantil, especialmente notable en laB clases populares, aumenta la carga de la familia pasiva. Toda la evolución económica del siglo, en lugar de trabajar para la masa de los propietarios campesinos, trabaja, en cambio, contra ella, al mismo tiempo mediante la reducción del poder adquisitivo familiar y mediante la extensión de la familia. „ , ¿Pero el colono, el colono de la inflación-oro? El colono, Colonos y aparceros ° ’ , , pensaríamos, es vendedor. ¡ Le es preciso vender para pa gar al arrendador! He aquí, pues, una categoría a la que ha beneficiado la ele vación de los precios y para la cual habría “ trabajado” el siglo. En efecto, éste es el caso de las grandes granjas, incrementadas aún más por un naciente movi miento de concentración. El explotador llegará incluso a ampliar su empresa con el arriendo de los diezmos y de los derechos señoriales. Por su parte, la subida del salario, menor que la de los precios, proporcionará nuevos “ márge nes” para quienes contratan criados y temporeros además de la mano de obra familiar, y lo mismo cabe decir del lento progreso técnico, que a veces boni fica sus tierras. Esos, se las arreglarán bien, pese a la duplicación de los arrien dos. Pero, por cada gran heredad, ¿cuántas pequeñas existen? Sobre éstas, el alza de los precios actuará sin contrapartida. El caso del aparcero, mucho más frecuente que el del colono, también po dría engañarnos. Aparcero y dueño, solidarios, figuran ante la ley como aso ciados: Sismondi, a principios del siglo XIX, incluso llegará a proponer com o ejem plo una “ asociación” de ese tipo. Y sin embargo, los agrónomos y los eco nomistas del siglo XVIII van acordes al decir que el explotador “ a medias” sólo vive — literalmente — “ a medias” . En efecto, únicamente una reducida mino ría puede vender, pues la ausencia de existencias negociables se explica del mismo m odo que hace un momento, en el caso del propietario campesino. La masa sigue viviendo según una economía cerrada, o bien compra. Por el con trario, el dueño por lo general venderá, en especial si acumula las semicosechas de varios predios. Pero, al menos, ¿conserva el aparcero sus posiciones? ¿Obtiene de su terre no, a lo largo del siglo, la misma fracción de cosecha y, por consiguiente, las
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mismas cantidades de víveres? Incluso admitiendo esa hipótesis, la ración por cabeza tendrá tendencia a disminuir: la revolución demográfica aumenta la familia pasiva, y este aumento lo notará mucho más el aparcero por el hecho de que, en principio, se encuentra limitado en su terreno. Volvemos a hallarnos ante el caso de la masa de los pequeños propietarios y de las partes especial' mente miseras de la población: el retroceso de la mortalidad social, más sensible en ese ambiente, constituye un elemento suplementario del retroceso del nivel de vida familiar. Por consiguiente, incluso imaginando una perfecta igualdad de condiciones, los ingresos del aparcero tienden a disminuir. Pero estas condiciones no siguen siendo iguales. En virtud de la aparcería, el propietario, que cobra sus ingresos en especie, en productos, a lo largo del siglo sólo los aumenta aproximadamente en la misma proporción en que se eleva el precio de esos productos, es decir, del 50 al 60 por 100, En cambio, mediante el arriendo, el alza será doble. Ade más, el dueño posee muchos medios para mejorar su posición. Ante todo, pue de reducir los gastos de cultivo mediante la “ reunión” de las aparcerías tal como se “ reúnen” las granjas: esto dejará a algunos explotadores sin empleo. También puede seguir la política contraria: reducir la heredad entregada a aparcería, reducir sistemáticamente su aportación-terreno: esto ocasionará un aumento de la aportación-trabajo del aparcero, que se verá obligado a cultivar m ejor y más completamente superficies menos extensas; pero que, también, multiplica los frutos. Además, el propietario puede aumentar las presta ciones que le debe el aparcero, desplazar las cargas fiscales, aumentar las ser vidumbres personales, añadir a los ingresos en especie una tasa en metálico — renta aparcera o impuesto de colonato— , a la manera del arriendo, y como éste, susceptible de aumentar. Para conseguir todo eso sin exponerse a los cla mores del campesino, dispone del maravilloso invento del arriendo general, que de la manera más cómoda posible equiparará la subida del rendimiento del predio dado a aparcería a la del dominio arrendado. De este modo, se con servarán las costumbres culturales, los usos rurales de la región. Básicamente, la aparcería subsistirá. El asentista general, arrendador de un vasto conjunto de dominios, pagará al propietario un arriendo rápidamente creciente, que recuperará cobrándolo del aparcero, con el cual será el único que mantendrá relaciones. Escuchemos el siguiente diálogo típico, que figura en un Cuaderno parroquial de la bailía de Bourgcs: Loa arrendatarios aceptan los arriendos al precio que estipulan los propietarios. ¿Cuál es la parte que sufre las consecuencias de este enriquecimiento? £1 colono. El arrendatario le obliga a aceptar un alquiler excesivo, le fija el interés que debe obtener de su dinero, los frutos de su industria, y la escena acaba con las siguientes palabras: "Si no lo quieres, será para otro." Por ello, se ve obligado a aceptar, pues no sobe dónde ir y es preciso ali
398 LA REVOLUCIÓN FRANCESA Y LAS CONSOLIDACIONES NAPOLEÓNICAS mentar tina familia numerosa. Pueden verse arrendatarios de buena fe qne dicen rotunda' mente que se ven obligados a arruinar a los campesinos (extracto de C, Lefebvre, Cuestiones agrarias en tiempos del Terror).
Si hemos de creer a ciertas personas, la aparcería de fru^\erritoriid10 tOS 3 mer^as 8e convierte de este modo, de hecho, en una y ^productores aparcería del cuarto de los frutos. Evidentemente, tanto los aparceros como los colonos han estado en lucha constante con el “ dueño” , contra la “ clase propietaria” ; pero los desequilibrios sociales del siglo xvni agudizan los antagonismos. En tre la renta territorial, que se duplica, y los ingresos, en franco declive, de una plebe campesina, se afirma una contradicción trastorna dora. Desde luego, el trastorno no es menor para la pequeña burguesía de los arrendatarios, e inc I u b o para los arrendatarios generales cuyos beneficios resisten más o menos: periódicamente, al final de cada arriendo, el propietario confisca, mediante una elevación del arriendo, todo el suplemento de ingresos que la suerte económica o la iniciativa del explotador ha conseguido durante el período de arriendo. Por consiguiente, el conflicto con la “ clase propietaria” es fundamental en el cam po; el conflicto con ese capitalismo territorial simbolizado por los dos pri meros brazos, cuyas partes territoriales son desproporcionadas y, por añadi dura, cobradores del derecho de gavilla, diezmadores. “ feudales” . P or estos motivos, la clase propietaria levanta contra sí a los tres grandes grupos campesinos de los que acabamos de tratar. Sus derechos útiles más pro ductivos, en especial el derecho sobre las gavillas (cham pan) y el diezmo — el diezmo del com plexum feudale — pesan sobre el propietario, el colono y el aparcero. Si poseen un sentimiento común, este sentimiento es la aversión qne experimentan hacia el señor feudal y sus elementos previos. A decir verdad, soportan impacientemente todo el régimen, incluso en s u b instituciones menos onerosas: los ofrecimientos parroquiales no son sino un cla mor antiseñorial. Y con el transcurso del siglo, en especial durante el último tercio del mismo, el régimen se ha agravado. Ciertos derechos antiguos, caídos en desaso, han resucitado; otros se han hecho más pesados. Sin embargo, esta mos mal informados acerca de la extensión y el grado que alcanzó esta “ re acción señorial” . Pero lo que no cabe es dudar de la existencia de dicha reac ción, que también se extiende a la burguesía de las ciudades, en su calidad de propietaria de tierras. Para el grupo, muy considerable, de cultivadores y de aparceros, qne a me nudo se ven obligados a alquilar temporalmente sus servicios como comple mento indispensable de sus ingresos, la “ reacción” ha adoptado otra forma, au tomática, universal. Aunque no les basten para las necesidades familiares, sus cosechas se ven sujetas a la deducción del diezmo y de los cánones sobre las ga
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villas; y esto les obliga a comprar en el mercado, mediante su trabajo, las can tidades precisas para la alimentación doméstica. A consecuencia de la baja del salario real, las cantidades que representan los derechos señoriales vuelven, se gún este sistema, a ser compradas mediante cantidades más elevadas de tra bajo. Si los evaluamos en jornadas de trabajo, el diezmo y el derecho sobre la gavilla, aun siendo constantes, representan valores crecientes. En la hipótesis, inexacta por optimismo, de una estabilidad de las cargas, la misma renta se ñorial es comprada mediante un esfuerzo humano cada vez mayor. Esta disminución del salario real, que ya conocíamos, se a los empleos rurales como a los empleos urbanos. Repercute de igual modo en el jornalero agrí cola, en el trillador, en el mozo de labranza como en el trabajador a domici lio de la industria textil al servicio del negociante capitalista de la ciudad, tanto en el jornalero del burgo como en el oficial. También en estos casos el beneficio monetario aumenta, pero mucho menos que el coste de vida gene ral. Sin embargo, una parte del sueldo de los empleos agrícolas frecuentemen te es pagada en especie, bajo forma de alimentos o de cereales. Si suponemos que estas prestaciones permanecen constantes, la caída del poder adquisitivo queda amortiguada. Pero a consecuencia de las débiles inversiones rurales y del desbordamiento demográfico, el paro es mucho más duro que en las ciu dades, hacia las cuales se acaba por emigrar. De todos modos, el asalariado del campo suele comprar una parte del pan familiar, y sus reacciones serán las mismas que las del asalariado de las ciudades. A l igual que éste, toma parte en los motines de víveres. Algunas veces, sus reacciones de clase le ponen frente al contratista campesino en la época en que las grandes faenas reúnen la mano de obra. Sin embargo, pertenece a una variedad proletaria poco homogénea, muy entremezclada con un semi-proletariado ocasional: nuestros conocidos de hace un momento, pequeños propietarios, colonos, aparceros, trabajarán a su lado. Viviendo en los caseríos y en las heredades, comiendo a menudo en la misma mesa del colono, aún más disperso y “ domesticado” que la clase obrera de la ciudad, el grupo de jornaleros y mozos de labranza evoluciona bajo la dependencia económica e ideológica de una especie de burguesía del campo. Y el artesano a domicilio, bajo la dependencia de la burguesía de las ciudades, de la que es más o menos el misionero rural. Unos y otros — que en su día, en numerosos casos, se ocuparon en diversos empleos campesinos — tienen ante todo clara conciencia del conflicto que les enfrenta a la clase propietaria. De este modo, aumenta la hostilidad común de burgueses y proletarios, de las ciudades y del campo, contra la antigua sociedad feudal y contra el Estado que la sostiene. Éste es, al menos, el sentimiento general, cuyo estudio geográfico aún está del proletariado rural
r e fie re ta n to
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por hacer. En conjunto, las ciudades aparecerían relativamente más coheren tes que el campo, en el que el aislamiento, la dependencia económica en rela ción con el propietario territorial, el contacto personal y local del noble y del clérigo, obstaculiza a veces el tener conciencia del antagonismo.
3. L a
crisis económica de
1789
P or consiguiente, esta "prosperidad” del siglo xvm se nOB aparece como una prosperidad de clase, que sólo r . , afecta a las capas superiores de la sociedad. Y hacia principios del reinado de Luis X Y I queda interrumpida. Además, a decir verdad, nunca había sido regular y continua. En aquel entonces com o en la actualidad, las crisis periódicas, complicadas a ve ces por guerras de bloqueo, interrumpían bruscamente los negocios. Pero el mal sólo duraba algún tiempo, y los años favorables eran más numerosos que los perjudiciales. De la última crisis, la de 1770 — entendamos por ello una serie de crisis regionales agrupadas alrededor de aquel año, — la economía francesa aún no se había restablecido por completo. A partir de 1776-1777 em pieza una época anormal de depresión, que se agrava durante la guerra de Amé rica, y que persiste posteriormente, en amplia medida. La industria textil, que ya ha sufrido una primera penuria de algodón durante el bloqueo inglés, expe rimenta a continuación una escasez de lana consecuencia de la terrible crisis forrajera del año 1785. Y la competencia de las manufacturas del otro lado de la Mancha, complica aún más la situación después del tratado comercial de 1786. Por su parte, el beneficio vinícola — tipo de beneficio rural popular — retrocede o se desploma a partir de 1777, durante una docena de años. Sin em bargo, algunos sectores se ven libres de ello, como el comercio de productos coloniales, que son precisamente los que no interesan a la mano de obra fran cesa. Y lo mismo cabe decir del amplio sector de la construcción. Si hemos de hablar con propiedad, no se trata de nna crisis aguda y general, como las cri sis cíclicas, sino una especie de apatía persistente. Así, la crisis cíclica de 1789 tiene lugar en una economía ya minada. Esta crisis final presenta los síntomas clásicos de la época: crisis de baja producción agrícola durante el primer período, que mny pronto degenera en crisis de bajo consumo industrial, acumulando las catástrofes sociales. El desastroso año de 1788 se había llevado, mediante el granizo y las bo rrascas, una gran parte de la cosecha. Quedaban ya pocas existencias. La “ li beración” del comercio exterior de cereales decretada por Calonne y Brienne, Malos cosechas y elevación de los precios agrícolas
vjtw
37.— Paseo de las murallas de París.
38.— Fiesta dada ju n to al Sena, en 1739, por la ciudad de París
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el año anterior, no había sido letra muerta: estimulada por el régimen más favorable que haya conocido, la exportación de cereales supera, en 1787, cua tro veces a lo normal, y seis veces en 1788, a pesar de las medidas restrictivas de Necker. Indudablemente, los mediocres medios de transporte sólo han per mitido la exportación de débiles cantidades absolutas, Y sin embargo, esto será suficiente para alarmar e indignar retrospectivamente a la opinión. Además, la cosedla de 1789 presagia ser mala en la mayoría de las regiones, y, en efec to, responde a las apariencias. El coste de la vida sube bruscamente. El precio del sextario de trigo pasa de 22 libras y 10 sueldos en 1787, a 34 libras y 12 sueldos en 1789: es decir, que se trata de una subida del 50 por 100. Sin em bargo, esto sólo se refiere a los precios medios anuales. Naturalmente, durante los meses de enlace el alza es mucho mayor: en mayo-julio de 1789, y en abril-junio de 1790. En dichas épocas, el precio del más importante cereal popular, el centeno, aumenta alrededor del 100 por 100. Las verduras y el vino, cuyas cosechas también han sido malas, se ven arrastrados al alza, Pero en vez de aumentar, el salario rural tiende a disminuir. El jornal no aumenta, los empleos son más raros; una muchedumbre de pequeños explo tadores, más desprovistos de subsistencia que en épocas normales, les disputan sus colocaciones a los jornaleros. Incluso el grupo de explotadores-vendedo res se ve afectado, pues sólo dispone de un reducido excedente negociable, y pierde en las cantidades más de lo que gana en los precios. Los gastos do pan, que según es sabido suelen representar aproximadamente la mitad de los gastos familiares del jornalero, exigen entonces teóricamente las tres cuartas partes de su presupuesto, y aun eso si se acepta la hipótesis optimista de un salario constante. Con ello, el poder adquisitivo del campo se contrae brusca mente, y lo mismo ocurre en las ciudades con el de los consumidores populares. La crisis de baja producción viene acompañada entonces, Hundimiento según es normal en la economía de tipo antiguo, por una r f e la producción 7 . ■ , . i j industrial y paro crisis de bajo consumo industrial. Una vez mas, el mercado de cereales habrá sido la “ brújula” , el “ termómetro de las fábricas” , del que tan a menudo habla la inspección de las manufacturas. Des de principios de 1788, las dificultades de los textiles adquieren proporciones alarmantes. Ya hemos hablado del elevado precio de las materias primas y del tratado comercial con Inglaterra. La situación se agrava muchísimo más a lo largo del año, después de haber ocurrido la catástrofe agrícola. Alcanza a to dos los grandes centros textiles, desde Nonnandía a Champaña, desde las pañerías del norte a la “ gran fábrica” de Lyon. La producción se reduce a la mitad, ocasionando un hundimiento análogo del empleo. Al mismo tiempo disminuye el importe del salario. La crisis se propaga a las demás industrias, bá sicas o de lujo, tanto a la de construcción como a la de mobiliario. El faubourg 26. — H. G. 0. — V
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Saint-Antoine ya no trabaja: precisamente en un ambiente de obreros parados, acosado en los frentes del salario y de los precios, estalla el motín Réveillon: el beneficio naturalmente desaparece. Se acumulan las quiebras. En la gran pla za comercial de Rouen, una de las más importantes del reino, el pasivo se quintuplica. Las conmociones políticas que se suceden a partir de 1789, no harán sino complicar las cosas. La tensión del mercado de cereales y la crisis general per sistirán casi hasta la proximidad de la buena cosecha de 1790. Aparecerán entonces los síntomas clásicos de liquidación: el precio de los cereales bajará, al mismo tiempo que aumentarán en gran escala las cantida des negociables en manos de los campesinos; el poder adquisitivo de los cam pos y de las ciudades se restablecerá, la industria volverá a hallar sus salidas en el interior. La euforia de los comienzos de la inflación hará más fácil la recuperación. Volverá a restablecerse un equilibrio precario, que durará casi hasta el fin de la Constituyente.
El lento desplazamiento de riqueza que se produjo durante el reinado de Luís X V había agravado los antagonismos de clase. Las dificultades económicas del reinado de Luis X V I, y sobre todo la crisis de 1789 que las simboliza cru damente a los ojos de la nación, habrán de exasperar estos antagonismos e ini ciar un conflicto agudo. La crisis económica degenera en crisis política y social. ^ , Naturalmente, todos echan la culpa de sus disgustos al poIUUnTTsMiale* gobierno. Patronos, obreros, productores, consumidores, todos tienen una noción de la crisis mucho más antropomórfica que económica. No captan su mecanismo abstracto. Cuando la inspec ción de las manufacturas interroga a los patronos acerca del linndimiento, unos echan la culpa al régimen reglamentario, otros a “ esa mortífera Compañía de las Indias que tiene sus almacenes más en Londres y en Arnsterdam que en Lorient” ; algunos lo achacan a la autorización concedida a los Estados Unidos para abastecer las posesiones coloniales francesas. O incluso a... ¡la ordenanza que prohíbe a los militares usar medias de seda! O también, y la incrimina ción es más seria entonces, al elevado precio de las lanas. Pero la mayor parte cnlpa al reciente tratado comercial con Inglaterra. Desde luego, ésta es la opi nión incluso del Contróle general. Naturalmente, el fundamento de esas impu taciones carece de importancia; en este csb o , sólo cuenta el estado de ánimo de los interesados: para la inmensa mayoría, la responsabilidad del gran desas tre económico recae sobre el ministerio y las instituciones. Las clases populares ven las cosas de una manera mncho más sencilla toda vía. Y acusan sin dudar ni un instante a “ las máquinas” del paro indus
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trial. Pero tanto en las ciudades com o en el campo, es sobre todo la crisis de los víveres, la frenética alza del coste de la vida, la que acongoja e indigna. Mag nífica ocasión para volver a echar la culpa a toda la política agrícola del ré gimen, ¿Por qué se ha alentado la extensión de las praderas artificiales en de trimento de los cereales? ¿P or qué Be ha permitido que los viñedos conquistaran las tierras de labranza? Desde luego, la agricultura no puede vivir teniendo que soportar unos impuestos tan pesados; agravios milenarios — qué duda ca b e — , pero que la crisis despierta y parece justificar. Esto en cuanto a las responsabilidades remotas. Las responsabilidades próximas no son menos evi dentes. ¿P or qué ha salido tanto trigo del reino? ¿P or qué se ha permitido durante tanto tiempo la exportación? Desde luego, para la opinión pública la carestía es tan sólo un pretexto. No se cree en ella — ni siquiera Arthur Y ou n g — ; o se cree que ciertos interesados la exageran de propósito. El mito del agiotaje obsesiona todas las mentes, de un agiotaje organizado por los po deres públicos o, al menos, tolerado por ellos: ¿acaso no se niegan a interve nir en el mercado, a congelar los precios, a aplicar el gran remedio popular de la tasa? De este modo quedan comprometidos funcionarios municipa les, subdelegados e intendentes, alrededor de los cuales chisporrotean las chis pas de las revoluciones locales. Además, en esta crisis agrícola, el campo tiene sos agravios particulares. Incluso entre los cultivadores que suelen dispo ner de un sobrante negociable, el producto neto queda reducido a muy poco o s nada: la deducción fija de la simiente, la deducción casi fija del consumo doméstico, habrán en ocasiones absorbido la cosecha, y, de todos modos, pesan mucho más abrumadoramente en los años malos. Ahora bien, los derechos seño riales y los diezmos no se cobran del producto neto sino del producto bruto. Así, el que ni siquiera ha cosechado “ su vida” , que de vendedor se ve trans formado en comprador, se ve sin embargo obligado a satisfacer los derechos sobre el volumen bruto de su recolección. Para la subsistencia de la familia se verá obligado a volver a comprar — ¡y a qué p r e c io !— las cantidades de ducidas por el noble y el eclesiástico. Así, pues, la crisis económica de 1789, que repercutió en las ciudades y en el campo, sobre el negociante y el labrador, sobre la masa de la plebe de arte sanos y asalariados, unifica, sincroniza, exalta los descontentos. Afecta, como si se tratara de un coeficiente, a los antagonismos de clase, aumentados y agra vados a lo largo del siglo. Apropiada por mentalidades sociales nacidas de las antiguas estructuras y excitada por esos antagonismos, se convierte también ella en una fuerza histórica, un repentino factor de subversión política. Y persiste basta mediados de 1790, haBta tal extremo que, en lugar de agotar sus efectos en los primeros acontecimientos revolucionarios, durante mucho tiempo mantiene a las masas bajo su presión.
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Por consiguiente, la burguesía y el proletariado aparecen como los ele mentos motores de la Revolución. El papel directivo le corresponde a la pri mera, aunque no forme bloque, ya que muchos de los miembros que la integran todavía experimentan la influencia ideológica de los demás órdenes, o bien se abstienen de decidirse. Sus objetivos, más o menos conscientes, y que los acon tecimientos muy pronto pusieron de manifiesto, son incompatibles con la per sistencia del régimen. Poca importancia tiene el hecbo de que — teóricamen t e — los órdenes privilegiados aspiren a ciertas libertades individuales y pú blicas, o que renuncien a sns exenciones fiscales. Se les verá al pie de la brecha durante toda la Constituyente. Pero, desde luego bajo formas muy variadas, la burguesía también aspira a la soberanía política, compartida con el rey. In voca la ley del número, que, finalmente, sólo puede asegurar su triunfo. Ante todo, por encima de todo, pretende la igualdad civil. Libertades, soberanías, tienen sin duda alguna sus propias virtudes: también ellas servirán para con seguir y garantizar la igualdad. El verdadero problema consiste en el adveni miento de una sociedad nneva, de la sociedad sin órdenes de la burguesía. Los fines son revolucionarios; pero los medios aún no. Los individuos del nuevo régimen le piden al antiguo que se sacrifique, que realice o sufra pacifica mente su propia reforma. Este programa no les es indiferente a las clases populares; pero le aña den sus propias reivindicaciones, formuladas en los Cuadernos parroquiales y las peticiones, o manifestados medíante disturbios: abolición de la “ feudalidad” y de los derechos señoriales, lucha contra la vida cara mediante la su presión de los impuestos de consumo y la fiscalización del mercado de cerea les, protección de la pequeña propiedad campesina contra la gran propiedad territorial. Ninguna de estas reivindicaciones compromete fim da mental mente el interés burgués. En cierto número de puntos, el acuerdo será posible.
n . EL INSTRUMENTAL REVOLUCIONARIO La Revolución no desaprovecha estas inmensas fuerzas naturales. Espon táneamente, desde que fracasa la ilusión pacífica y se inicia la lucha, las cap ta. Por doquier surgen, de 1789 a 1791, consejos burgueses más o menos mez clados con elementos del antiguo régimen, más o menos sensibles a la presión de las clases populares: comités, municipalidades, asambleas, clubs. Estos con sejos, la prensa, la guardia nacional, las federaciones, aparecen finalmente, en la variedad vacilante de sus tendencias, como otros tantos organismos propa gadores y aceleradores de la Revolución.
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La creación de laa diversas piezas de ese instrumental es 3periódicos ’ simultánea, indivisible. Comités y municipalidades, que a menudo tienden, bajo formas múltiples, a la Federa ción, ejercen el poder local a partir de julio de 1789. Una gran cantidad de municipalidades, elegidas constitucionalmente en 1790, se exceden en su mi sión, bajo la presión de las asambleas populares permanentes. Estas asambleas han surgido en las grandes ciudades al mismo tiempo que el nuevo poder mu nicipal de julio. Su difusión ba sido enorme. Pueden tener cualquier dimen sión — de barrio, de ciudad, de aldea •— y cualquier clase de opinión. De he cho, sólo la Asamblea revolucionaria prospera y desempeña un papel. He aquí, por ejem plo, el club, en relación con otros clubs, dando y transmitiendo las consignas; redacta peticiones colectivas, hace públicas sus decisiones median te carteles. Interviene en la vida administrativa, remite a su tribunal los fun cionarios públicos, protege a los patriotas, se opone, después de los motines, a loa enjuiciamientos de represión, denuncia a los contrarrevolucionarios, vigila los tribunales de justicia mediante sus representantes para los cuales reclama lugares reservados, se opone a la puesta en práctica de determinados actos del poder público, considerados nefastos para la Revolución, designa de legados especiales, participa corporativamente en las ceremonias oficiales. Los soldados, de cualquier graduación, pueden asistir a sus sesiones. Además, man tiene relaciones con el ejército y se inmiscuye en los asuntos de disciplina. Dis tribuyendo censuras y elogios, en relación con todos los nuevos cuadros, el club fiscaliza el pensamiento y la vida política. Aun más: los orienta, apresura su curso; y esto, por ejem plo, desde el primitivo club bretón, nacido a raíz de la querella de los tres brazos, a los 152 clubs jacobinos de 1790. Evidentemente, esa institución es distinta según los lugares y las épocas; pero, en conjunto, el club es al mismo tiempo “ sección” local del partido local de la Revolu ción y poder público oficioso, que, desde luego, está a menudo en oposición, en este último aspecto, con las autoridades regulares y con la mismísima Asamblea, que vota contra él textos sin efecto. Después de haber desafiado a la antigua administración real, la selección revolucionaria, agrupada en el club, acepta la lucha con loa nuevos poderes. De todos modos, guía a la opi nión y explota del m ejor modo posible la situación política y social. La prensa — periódicos, carteles, libelos — desempeña por su parte un pa pel muy semejante. Libre de hecho desde mayo-junio de 1789, teóricamente pue de ser, al igual que el club, aristócrata o patriota. La aristocracia, que dispone de escritores propios, se defiende m ejor en ese terreno. Pero, como hace un momento, también en este caso es el órgano revolucionario el que predomi na, y el que después del 14 de julio adquiere un inmenso desarrollo. La pren sa extremista — com o el Ami du. Peuple, de Marat, fundado en septiembre
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de 1789 — , que denuncia a los individuos y predica la desobediencia a las le yes, tiene un éxito de adhesión confusa o de escándalo. Intimida o asusta tanto a aristócratas como a moderados. De buena o de mala gana, la nueva literatu ra política asegura la difusión de las consiguas “ aceleradoras” , ya sea adop tándolas, ya sea indignándose contra ellas. A l igual que el club, penetra en las provincias y en el ejército. El ejército es organizado y desorganizado sucesivamente Ejército por los acontecimientos revolucionarios. Los cuerpos de y Guardia nocional ' . , . r oficiales, en los que predominan los nobles, forman casta. Los soldados tienen reflejos de tercer estado. Una parte no está acuartelada, sino que se aloja en los domicilios de los habitantes, en casa de los burgueses. En ju nio-julio de 1789, la atmósfera revolucionaria les gana, máxime porque también ellos experimentan las consecuencias de la carestía de vida, y creen, como to dos, en los acaparadores y en la complicidad de la alta administración. La opo sición aumenta después de la victoria popular. Soldados y oficiales subalter nos no resisten a la ideología revolucionaria ya triunfante y a la atracción de esta igualdad civil que les trae como una promesa de ascenso. La nobleza de espada se hace cada vez máB sospechosa, como todo el régimen, con el cual, a los ojos de la masa, forma un todo. Se multiplican los actos de indisciplina. Frente al ejército del Antiguo Régimen, se forma un nuevo ejército, fuerza de la Revo lución; la milicia burguesa, que se convertirá en guardia nacional, agrupando a tres millones de ciudadanos. Al igual que las ciudades y los clubs, establece con tactos, de localidad a localidad. Su composición, así com o sus tendencias políti cas, variarán, claro está, según el medio social en que se recluta. Los elementos “ aceleradores” ocuparán una posición variable: su influencia, quizá proporcio nalmente más elevada de lo que les correspondería según su número, será im por tante, en especial en los barrios populares de las grandes ciudades y en el cam po. De todos modos, la guardia nacional, es decir, la Revolución en armas, constituye la única fuerza de “ orden” y asegura el nuevo régimen a la vez con tra el regreso ofensivo del antiguo y contra las impaciencias de abajo. Algunas veces ocurre que deja obrar, cuando las que atacan son las fuerzas del nuevo régimen: en la lucha antiseñorial, tal com o se realiza a partir de 1790, más de 40.000 municipalidades rurales, en contacto directo con los campesinos, po drán, según los casos, requerir que se solidaríze con el disturbio o que fin ja ignorar los acontecimientos. Sin embargo, la guardia nacional nunca obrará sola, ni siquiera, hablando con propiedad, en masa y com o tal guardia. Los elementos que la integran y que participan en los disturbios populares, no suelen constituir numéricamente más que un pico, un pico de importancia variable, a veces decisivo. Pero quien domina es la masa, con sus consignas espontáneas — adoptadas o revi-
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nadas por los clubs y los periódicos — y que corresponden maravillosamente a su composición social. Unen de buena gana una reivindicación “ económica” , de gran resonancia popular, y una reivindicación “ política” , de beneficio más propiamente burgués. Una y otra apasionadas por igual; por ejemplo, el pan menos caro y los derechos del Hombre, De este modo, la agitación popular tiende ya a la Revolución, y no al motín, mientras que el santo y seña políti co capta, por su parte, una fuerza social incomparable. Esta masa activa, esta mezcla en la que predomina la pequeña burguesía y el bajo pueblo, que ejerce una presión constante sobre los acontecimientos, naturalmente sólo es una minoría. Sólo actúa una minoría, pero también sólo una minoría sigue abiertamente, aprueba explícitamente. Tanto en los escruti nios administrativos com o en los políticos, el número de individuos que se abs tiene parece que suele ascender a los dos tercios, a los tres cuartos, a los cuatro quintos de los inscritos. Aún es menor, o fortiori, el grupo de aprobadores que dan a conocer estos escrutinios. Equivocadamente se le achacarían las culpas al carácter censatario del sistema electoral. Veremos más adelante que el número de ciudadanos que tienen derecho a voto es mucho más elevado que el de los demás. Por consiguiente, la masa de los electores no participa en el juego po lítico. V lo mismo ocurre con la masa de los no-electores, lo cual no significa que unos y otros se desentiendan de los acontecimientos. Muy al contrario, sien ten, en conjunto, sentimientos favorables a la Revolución, en especial por la obra social de la misma. Pero el país apenas si se despierta a la vida pública. El reducido número de individuos que dirigen la Revolución tendrán plena libertad de acción. Nada podría contrariar más su acción y las audacias que exige una situación nueva, que los precedentes envejecidos y la herencia ideoló gica de un pasado dejado atrás. Además, esta minoría es poderosa en las ciu dades, en las que dispone de numerosos elementos, fácilmente movilizables, que se exaltan, en grandes asambleas, con el culto a la nación y a la patria nue va; un culto que posee ya sus propios altares, su liturgia, sus mitos, sus santos. Si la gran masa nacional sigue de lejos, la vanguardia es a su vez masa.I.
III. VICTO RIA DE L A REVOLUCIÓN La presión de todas estas fuerzas desemboca en unos cuantos meses en la ‘■ubversión del régimen. Primeramente viene la victoria de junio, la victoria del voto personal que convierte al tercer estado, con su doble representación, en la gran potencia de los Estados Generales transformados en Asamblea nacional soberana. Con ello, el Antiguo Régimen queda aniquilado.
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Se trata de una victoria ganada a viva fuerza a la aristoUano°en Asamblea crac*a 7 *1 rey- Las ilusiones conciliadoras de los Cuader nos, los sueños de revolución pacífica expresados por toda la nación burguesa, son puestos a dura prueba en esta batalla que dura siete se manas. La nobleza se ba recuperado y los elementos liberales aparecen como lo que son: una débil minoría. Los cuatro quintos de la nobleza se mantienen firmemente junto al trono, y lo mismo ocurre con el alto clero. Pero el clero en general está más dividido: las fuerzas de la minoría y mayoría parecen estar equilibradas, pero no dejarán de actuar sobre este primer centro católico, for mado por la mitad popular del orden, grandes corrientes nacionales. Además, el estado llano dirige el ataque con decidida habilidad. Si el 17 de junio, cuan do se proclama Asamblea nacional, no es unánime, sí lo es, o casi, el 20, en ocasión del juramento del ju ego de Pelota, ocasión en que incluso arrastra a ciertos representantes de los demás órdenes. Pero tiene contra él el ejército, los tribunales, la ley, todo el aparato material del Estado, así como los cuadros superiores de la Iglesia, en brazos del Estado. Lo que se arriesga es fundamental. Sin embargo, los 60 “ abogados” burgueses van a vencer al régimen. Sus probabi lidades no sólo estriban en la mediocridad real, sino en toda la opinión por completo, modelada por la evolución social del siglo, y soliviantada por el en cuentro de tres crisis: crisis política, que no hace sino traducir esa evolución; crisis económica; crisis financiera, relacionada con las dos anteriores. Esta coyuntura de disolución actúa sobre el enemigo. El ministerio está dividido: de los siete ministros, cuatro, entre ellos Necker, son partidarios de una conciliación. La ctísíb económica multiplica los disturbios y dispersa el ejército. Pero, sobre todo, es la masa la que fermenta. El peligro de una bancarrota desacredita al régimen. En Versalles y en París, la agitación crece. La del bur gués poseedor de efectos públicos se une a la del Palacio Real y de los arra bales populares. La renta, el pan, la regeneración del reino están al mismo tiempo en juego. La muchedumbre de Versalles injuria a los diputados de los dos primeros brazos hostiles al tercero. Se habla de una matanza de nobles. Los individuos tibios se exponen al “ odio público” . Se forman grupos amena zadores, El miedo se adueña de la corte, que, finalmente, retrocede, finge ceder en todo el frente, pero que inmediatamente prepara el desquite. El desquite parece seguro, apenas la corte disponga de Victoria^ d e s p u e b le 81Ificjentea tropas para destrozar cualquier resistencia. Cuestión de días o de semanas. El tercer estado presiente este “ complot aristocrático” , conjuración real o imaginaria, que a lo largo de la Revolución será imaginado de mil distintas formas, al cnal, según nos lo ex plica Georges Lefebvre, replicará toda la Revolución. La Asamblea parece per
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dida, a menos de que las clases populares echen su fuerza de masa en la balanza. Un hecho universal, un hecho de masa, ayudará oportunamente: la crisis eco nómica que se agrava, el hundimiento dél salario y la exasperada subida del cos te de la vida durante este período de enlace. Se multiplican los motines: motines en las carreteras, en los canales, en los muelles, en los que la muchedumbre se niega a dejar pasar los cereales. Motines en el mercado, en los que se apoderan de lo 6 cereales para venderlos a un precio de tasa improvisado. Motines de los desheredados de la fortuna. Asaltos a los graneros y a las granjas de las comu nidades religiosas, a los ayuntamientos, a los fielatos y a los agentes de arbi trios: ¡contra todo el aparato fiscal de “ vida cara” ! A veces participa también la burguesía, y entonces el motín adquiere un carácter político. La tropa fla quea, y piensa, ya lo hemos indicado, en todos estos problemas, al igual que la muchedumbre. A fines de junio, se registra en París el resonante episodio de la rebelión de los guardias franceses. Comienza entonces, en la capital, la gran quincena de los obreros y de los soldados, cuyo desenlace será el 14 de jubo. Artesanos, obreros, guardias franceses, húsares, dragones, mezclados en las comitivas y en los paseos pú blicos, atraídos por la atmósfera del Palacio Real, proporcionan a los cuadros burgueses tropas de choque. La exoneración de Necker, conocida en la mañana del domingo 12 de julio, hace estallar la revuelta. Los manifestantes son dueños de la calle. Los guardias franceses y la muchedumbre la emprenden con la caballería real. La insurrección busca armas y pan. El mismo día son in cendiados los fielatos, los empleados son expulsados, todos los artículos pue den entrar Abrómente. A l día siguiente, el 13, es saqueado el convento de San Lázaro, en la calle Faubourg-Saint-Dems, con la esperanza de hallar en él ce reales. Se ba tocado a rebato. Se forma una milicia nacional, que incluye nn elevado número de elementos populares, o próximos al pueblo, junto a los “ burgueses” . El día 14, se toma el depósito de armas de los Inválidos. Se traba batalla alrededor del arsenal de la Bastilla. Bajo los ataque del faubourg SaintAntoine, del Marais, de los guardias franceses, de la milicia, la antigua prisión del Estado sucumbe. Artesanos y obreros de barrio han desempeñado el papel principal. A l día siguiente tiene efecto la visita, obligada, del Rey a la Asamblea, y el hcenciamiento de las tropas. Y al otro día, se vuelve a llamar a Necker. Y el 17, una segunda visita, tan simbólica como la primera: la visita del Rey al Ayuntamiento de París, en el que se establece el primer Municipio. La Revolución de la capital va seguida por una grandiosa “ revUeIta _ revolución provincial. La revolución municipal se generade las provincias , . , . . . liza en las ciudades, y, asimismo, la institución de la guar dia nacional. De este modo, poder legal y poder de hecho pasan, más o menos
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completamente, a manos de la burguesía. En el campo estalla la explosión antiseñorial. Es la época de la deducción de los diezmos y de los derechos; los cam pesinos se niegan, colectivamente, a pagar; imponen renuncias, atacan los cas tillos, saquean las cajas fuertes, prenden fuego a los archivos, fuego que en ocasiones se hace extensivo a la residencia señorial. El pánico contribuye al armamento general y fortalece aún más el movimiento. El pánico ee apode ra de la aristocracia, cada uno de cuyos miembros, incluso indemne, tiembla ante el mañana. Las autoridades del Antiguo Régimen se han desvanecido. Por lo general, la guardia nacional deja hacer. En esta Francia se produce el acon tecimiento del 4 de agosto, y se elaboran los Derechos del Hombre, Porque la Asamblea, también ella, experimenta la presión Victoria de los acontecimientos. Sin embargo, al parecer era factisobre la burguesía ,, , , , , , , . conservadora ble que una mayoría de centro*derecha, que hubiera re unido, contra el movimiento, a los hombres de la resisten cia y de la revolución conciliadora, se formase con facilidad; la masa de los dos brazos privilegiados y una gran parte de la doble representación del estado llano eran sus elementos naturales. Desde fines de junio, después de la reunión de los brazos, un crecido número de burgueses, intranquilos por la agitación, se aproximan al clero y a la nobleza. Se está formando una especie de tercer partido, que incluye a Mounier, Bergasae, Champion de Cicé, Clermont-Tonnerre, Lally-Tollendal, al que la Asamblea lleva en seguida a su Comité de Cons titución, La revolución innovadora queda derrotada. Pero vuelve a hallar sus posibilidades con ocasión de la victoria popular. Las cuestiones importantes son votadas mediante votación nominal, entre vítores o el clamor de las tribunas. La “ traición” de una parte del tercer estado, coaligado con los aristócratas, es candaliza. Mounier y sus amigos se ven asaetados con anónimos. Los impre sores vacilan en editar sus discursos. Sólo la prensa del movimiento domina la calle. Los hombres del 14 de julio amenazan con marchar sobre Versalles. Se temen las “ listas de proscripción” y esos mensajes de la provincia en las cuales son denunciadas las resistencias del clero, de la nobleza, y de sus cómplices: lo cual supone el peligro de que los castillos vuelvan a verse envueltos en Ramas. La Asamblea oscila de derecha a izquierda. El grueso de la nobleza y del clero calla, practica a veces una política derrotista. En realidad, de ninguna manera ha aceptado su derrota. En la jerarquía de peligros, el peligro aristo crático va a la cabeza, para la masa de la burguesía. Es lo más apremiante, lo más actual. La amenaza social de las clases populares viene a continuación. El Comité de Constitución acaba por presentar su dimisión, el 12 de sep tiembre. Gracias a Sieyés, la izquierda vuelve a dominar. Loa monárquicos y sus partidarios—-incluyendo a Mirabeau— son derrotados.
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Pero el R ey todavía no ha confirmado el gran decreto del 5-11 de agosto, así como tampoco la Declaración de los Derechos. El com plot aristocrático re nace. La corte prepara sn venganza por el 14 de julio. En la capital, las asam bleas de distrito ee agitan. La prensa desempeña un papel decisivo. Además, en esta ocasión, la Revolución parisiense puede contar con una nueva fuerza: la guardia nacional. La crisis económica, agravada por la crisis política, con tinúa, por su parte, extendiéndose y exacerbando la irritación. El banquete de los guardias, celebrado el 1 de octubre, hace estallar la revuelta. Entonces ee verifica, el día 5, la amenaza de una marcha sobre Vera alies: marcha p op u lar de una muchedumbre de hombres y mujeres, y marcha de la guardia na cional. Las consignas del día son: “ Pan y resolución de los problemas.” Es decir, la aceptación de los decretos. Nuevamente, el Rey capitula, confirma, y sigue en París la insurrección victoriosa. Tiene efecto el “ segundo paso de la Revolución1' exigido por Les Révolutions de París. Los dos grandes poderes, la Asamblea y el Rey, son ya prisioneros del partido del movimiento, cuya pre sión durará hasta 1791. Precisamente ante una coalición de fuerzas del mismo tipo fracasará final mente la evasión de Varennes, que va a crear lo irreparable entre la nación y el Rey. La huida de Luis X V I podría tener éxito al igual que la de Monsieur. La identificación de los fugitivos es debida, esencialmente, a una serie de ca sualidades, aunque los rumores de una huida y los movimientos de tropas de Bouillé, crearon por su parte una atmósfera de desconfianza. Pero una vez rea lizada esta identificación, era ya lógica la continuación de los acontecimien tos del 21 y 22 de junio de 1791. En Sainte-Menehould, en Clermont, en Varen nes, las municipalidades, los guardias nacionales y la masa revolucionaria en tran en contacto, dan la alerta de ciudad en ciudad, multiplican las iniciativas, distraen a los soldados, y, finalmente, ellos mismos tiene en jaque al ejército de Bouillé, ya minado por la propaganda revolucionaria. En 1791 como en 1789, tanto en el conjunto de Francia com o en París — a pesar del grave y efímero episodio del Campo de Marte — la balanza de las fuerzas se inclina, pesadamente, hacia el minino platillo.
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LA ÉPOCA DE LAS INSTITUCIONES: LA REVO LUCIÓN CONSTITUYENTE (1789-1791) antiguas estructuras políticas y sociales se han desmoronado ya en los primeros meseB de la Revolución. En sn lagar se alza, ya a fines de 1789, el grueso de la obra de un mundo nuevo. Lo esencial se acabará antes del otoño de 1790. A continuación, basta septiembre de 1791, cuando se disuelve la Constituyente, sólo se trabajará en detalles complementarios y en retoques. LaB supervivencias y las transacciones que acotan la fachada, poca im por tancia tienen en la reconstrucción general. Empieza otra sociedad: la sociedad sin brazos dirigida y administrada por los burgueses. as
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I. LAS INSTITUCIONES POLÍTICAS 1. L a
abolición del régimen feudal
Una avalancha de cartas y de informes, procedentes de todas las provincias, ya no le permiten a la Asamblea hacerse nin guna ilusión acerca de la amplitud de los desórdenes campesi nos de julio. Acaecidos en plena época de recolección, plantean el problema de los derechos señoriales y de los diezmos. ha revolución campesina
Por doquier, las propiedades “ son presa del más culpable pillaje". Loe castillos son in cendiados, los títulos señoriales son arrojados a las llamas, los cánones señoriales y los impuestos dejan de pagarse.
Para el Comité de las Ponencias, que así ve la situación, las leyes carecen de fuerza, los magistrados de autoridad; la justicia es tan sólo un fan tasma, al que en vano se busca p or los tribunales.
He aquí, pues, desencadenada “ la guerra de los pobres contra los ricos” . La nobleza está amedrentada. Derrotada junto con el Rey el 14 de julio, priva da del apoyo de la fuerza pública, sospechosa en las ciudades, perseguida en sus tierras, todo le viene a faltar al mismo tiempo. Teme por sus bienes, inclu so por su vida. ¿Cómo no habría de aceptar la transacción, incluso a un elevado
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precio? Lo esencial estriba en no perderlo todo. Y lo mismo ocurre con el alto clero, sobre el que se ciernen, aunque con menor ímpetu, los mismos peligros. Para el tercer estado, la ocasión es magnifica para aprovechar, al menos du rante un momento, esta inmensa fuerza popular en beneficio de la revolución burguesa; de beneficiar — desigualmente — a dos a la vez; de “ realizar” inme diatamente: de inscribir de corrida en los textos la abolición del régimen "feudal” y la igualdad civil, es decir, de hecho, conseguir de rechazo la igualdad de la tierra noble y de la tierra burguesa, así como la igualdad del individuo noble y del burgués. El campesino, importante actor de esta Revolución, halla rá su m ódico salario en las ventajas que le proporcionará la abolición del régi men feudal. Además, de este m odo se le apaciguará, y si es preciso se le con tendrá. En otras palabras, nunca había sido tan fuerte la posición del estado llano en la Asamblea. Parece com o si tuviera a merced suya a los órdenes privilegia dos, que sólo pueden recurrir a él para conseguir que la jauría de campesinos abandonen su presa. Sin embargo, antes de las importantes horas del 4 de agosto, en su mayoría duda y está dividido. La célebre noche presagiada por todo el siglo, no será, en el libre detalle de la ejecución, sino una improvisa ción empírica y atrevida. La revolución campesina pone en entredicho todo el régimen La noche señorial. En la noche del 3 al 4, la extrema izquierda del 4 de ago$to se ha confabulado. Y he aquí, el día 4 al atardecer, el “ feu dalismo” acusado ante la Asamblea, A l principio, la operación no está dirigi da por el tercer estado burgués, sino por sus satélites de la nobleza: el vizconde de Noailles, el duque de Aiguillon. Táctica muy hábil, que volverá a ser utili zada en las sesiones sucesivas, cuando será preciso dar forma a las decisiones ya tomadas de principio. Louis de Noailles insiste, con acierto, en el origen “ social” de los desórdenes. ¡Es preciso emprenderla con las cansas! El pueblo del campo, la masa de las parroquias rurales, no ha pedido una constitución, sino la supresión de las prestaciones, la rebaja o la redención de los derechos seño riales. El mismo problema plantea el duque de Aiguillon. En ese momento, una gran revolución popular trastorna el reino. Se habla mucho de salteadores, pero en muchas provincias es todo el pueblo el que está soliviantado, el que forma una especie de liga para destruir loa castillos, para saquear las tierras, y en especial para apoderarse de los archivos documentales, en los que están depositados los títulos de las propiedades feudales. ' |
Por consiguiente, la solución consiste en abolir inmediatamente las fran quicias fiscales y los derechos señoriales.
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"Abolir'” . Entendámonos: en materia de derechos señoriales, el acreedor no deberá ser expropiado: “ sus derechos son una verdadera propiedad y ... toda propiedad es inviolable” ; pero el deudor podrá redimir su canon, que, entre tanto, deberá satisfacer. La Asamblea acoge con gran entusiasmo estas proposiciones. Ni siquiera una voz discordante se eleva por el lado de los bra zos privilegiados, pues al fin y al cabo se conservan la bolsa y la vida. La opo sición surge en el estado llano, una voz que por el momento es aislada, carece de eco: Dupont el fisiócrata, el centro derechista, se indigna por tantos ultra jes al orden natural; hénosle aquí hablando de leyes, de tribunales, de repre sión. Pero esto sólo es un episodio, Otro miembro del tercer estado restablece el contacto y levanta un coro de aclamaciones. ¡Mientras existan derechos feu dales, no pueden existir derechos del hom bre! N o podéis perder n i un momento; un día de dilación produce nuevos incendios... ¿Acaso pretendéis dar leyes a una Francia devastada?
Comienza entonces la gran escena de las renuncias. En una sola noche, ee produce el desmoronamiento teatral del Antiguo Régimen. Antes de sepa rarse, a las 2 de la madrugada, la Asamblea resume e inserta en las actas las 15 grandes decisiones que acaba de tomar, a las que deberá darse forma du rante las sesiones posteriores. A la cabeza de ellas figuran los ó artículos re ferentes al régimen “ feudal” , que suponen aboliciones o sustituciones: aboli ción de la servidumbre — de la que sólo quedaban escasas huellas — , de las, jurisdicciones señoriales, del derecho de caza exclusivo; posibilidad de redi mir los derechos señoriales; sustitución del diezmo, prácticamente muy próxi mo a las rentas señoriales, por un impuesto en metálico, que también es re dimible. De este m odo, la noche del 4 de agosto, nacida de la revolución campesi na, aparece como la gran noche antifeudal por excelencia, como la gran con quista del pueblo del campo. Para él, las ventajas no son de despreciar. Pero con estos textos, que prometen mucho más de lo que conceden, sólo o casi sólo desaparece el “ feudalismo” form al: en conjunto, el “ feudalismo” real, el feu dalismo económico, subsiste. La aristocracia ha multiplicado sus renuncias, aunque conservando la m ejor parte de su patrimonio. Sin embargo, la ventaja era considerable para la burguesía. En La con q u im gu ca]i,ja¿ ¿ e propietaria de bienes pecheros, se ve liberada por algunas renuncias materiales impuestas a la nobleza, pero, so bre todo, como el burgués, rival social del noble, la abolición del feudalismo formal representa muchísimo más. A partir de entonces ya no existen tierras aristocráticas y tierras plebeyas, no existen ni feudos ni alodios. La igualdad de
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las tierras que se había conseguido constituye un aspecto de la igualdad civil, y lo mismo ocurre con la supresión del derecho de primogenitura, que recae esencialmente sobre los bienes nobles. Además, he aquí proclamada esa igualdad civil. Conquista principal: a partir de ahora todos los ciudadanos podrán ser admitidos en los cargos civi les y militares. Y también judiciales: la venalidad de los cargos y la herencia de toga desaparecen. La magistratura, incluso en sus cargos más elevados, que da abierta a la nueva generación burguesa, que entrará en ella, no por infil tración como hasta entonces, sino en bloque, en masa. En este terreno no se contentan con apariencias: la burguesía se apodera de su parte, enorme, inme diata, líquida, de los despojos de los privilegiados. La igualdad fiscal completa la igualdad civil. También los campesinos se beneficiarán de la novedad, e incluso, de vez en cuando, a expensas de un sim ple notable de la ciudad o de un ciudadano, exento de pago a titulo personal o colectivo. Asimismo, entre los privilegiados del antiguo sistema fiscal figu ran ciudades y provincias; pero renuncian a esas ventajas que les colocaban en una situación especial en la comunidad francesa. Se efectúan apresurada mente esos abandonos regionales o locales, que, desde luego, son menos one rosos a los interesados que los grandes abandonos de clase. Pero, con ello, Fran cia se transforma. Aquella noche Be realizó una especie de novación del pacto nacional, al revisar mediante el contrato voluntario el antiguo tratado autori tario de la época de la conquista, al sustituir la monarquía federada por una federación igual y única de la nueva Francia. Aquella noche inimitable ha sido glorificada. En realidad aquella noche de subversión entusiasta y unánime, en la que se confunden vencedores y venci dos, puede parecemos que pertenece a una especie bastante rara; pero, en el fondo, nadie pierde la cabeza, ninguna de las partes descuida sus profundos intereses en ese reglamento de compromiso, en esas renuncias que rentan y cuya acta es redactada en buena y debida forma por la administración. Tanto los actores com o los testigos están convencidos de que viven un “ momento monu mental” . Los corazones están a punto de desfallecer. Un com plejo de unanimi dad, no excepcional en 1789, ya que lógicamente la hallamos en los inicios de toda revolución — expectativa ansiosa de los vencidos que temen lo peor y buscan refugio en equívocas unanimidades, atolondrado optimismo de los ven cedores — , se ha apoderado en la noche de agosto de aquella Asamblea nume rosa, sobreexcitada, a la que ninguna experiencia puede precaverla contra sí misma. Sin embargo, únicamente se proclaman los principios. Falta aún darles forma, en lo cual gastará la Asamblea una semana entera, del 5 al 11 de agos to. Y para entonces ya no hay unanimidad.
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Los feudales, que han corrido con los gastos de la noche, Pensar en eR°> se preguntan si no habrían podido sa lir del apuro en mejores condiciones. ¿Les aprobarán sus poderdantes de provincias? Ya no vuelve a discutirse la parte de la burgue sía; pero, ¿ y la de los ausentes, la del pueblo del cam po? ¿Acaso los repre sentantes de la nobleza no han sacrificado o comprometido demasiado pronto eso que la misma Asamblea reconoce que es una “ propiedad” ? Una “ San Bar tolomé de las propiedades” , según dirá Rivarol, he aquí a lo que se ha dado ocasión. Con estos términos se expresarán más adelante ciertos diputados del orden noble al hablar de la gran noche. Uno de los más moderados, el conde de Montlosier, quien emigrará pero luego se unirá a Bonaparte y luchará con tra los Ultras durante la Restauración, escribe en sus Memorias que “ la obra de los saqueadores fué confirmada por otro saqueo, llamado la noche del 4 de agosto” . ¿Cuántos son los que así piensan en los bancos de la nobleza durante esa semana de debates? Por consiguiente, por el lado de esa aristocracia que la tarde del día 4 callaba, aparecerán reticencias y disidencias. Muchos dirán que sólo aceptaron oíí referendum. Otros, com o Talleyrand, intentarán limitar los sacrificios, en lo cual les ayudarán los elementos más significados del cen tro derecha. Pero la Asamblea no se retracta. En lugar de reducir el alcance de los principios, en ocasiones irá mucho más allá. Se vuelve a seguir la táctica del día 4. De nuevo, es un miembro del orden renunciante quien presenta el texto de las renuncias. ¡Montmorency informa! Y otro noble, Du Port, perteneciente a la nobleza de París, es quien propone las fórmulas decisivas, al proclamar la abolición del feudalismo: del 4°al f l C(U°ago$to
La Asamblea Nacional destruye por completo el régimen feudal; decreta que en los derechos y deberes tanto feudales com o censuales, tanto quienes poseen en virtud de manos muertas reales o personales o bien de servidumbre personal, así com o los que las represen tan, quedan suprimidos sin indemnización. Todos los demás, se declaran redimibles, y el precio y la manera de redimirlos serán establecidos por la Asamblea Nacional. Aquellos de rechos que no quedan suprimidos por ese decreto seguirán percibiéndose hasta su total resarcimiento.
En este caso, la Asamblea no hace sino confirmar la decisión del día 4 con sus aparentes contradicciones y peligros; de hecho mantiene las rentas “ feudales” , mientras declara que ha quedado destruido “ por completo” el feu dalismo. Las tierras manumitidas deberán pagar los gastos de su emanci pación. Mas, en cuanto al diezmo, los constituyentes van mucho más allá del texto primitivo. Se inician largos y tumultuosos debates. El diezmo, ¿será simple mente redimible, tal com o I ob derechos señoriales y de acuerdo con la decisión ya tomada, o bien quedará suprimido? La jugada es considerable. Las deci-
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39.— Fragmento c¡el plano de Turgot
4 0 .— E s ce n a c a lle je r a
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siones del día 4 no les proporcionaban a los campesinos ninguna satisfacción material de importancia. Algunos individuos del tercer estado dirigen el ata que con violencia, al declarar que el diezmo no es, como la renta señorial, una propiedad, sino un impuesto, es decir, revocable como todos los impuestos. Mirabeau denuncia esta carga aplastante y ruinosa en virtud de la cual se de duce un tercio del producto neto, “ tributo opresivo al que se quisiera encubrir con el hermoso nombre de propiedad” . £ 1 clero se resiste encarnizadamente; en el terreno legal es muy fuerte. Además, se ve apoyado por la autoridad de un burgués, el gran jurista Lanjuinais. El diezmo es realmente una propiedad, sagrada com o todas las propiedades, por lo que 6Ólo puede hablarse de su re- dención. El obispo de Langres, La Luzernc, hermano del ministro de Necker, miembro influyente de la Asamblea, el abate de Montesquiou, Siéyés, que, sin embargo, era hombre de izquierdas, todos intervienen abundando en la misma opinión: el diezmo, propiedad puesta bajo la salvaguardia de la ley, no debe suprimirse, tanto en interés del clero com o en interés de los pobres. Y de todos modos, no debiera ser suprimido antes de haberlo sustituido: “ una ciudad no se destruye si no se conocen los medios de volverla a edificar” . La Asamblea vacila ante el gran gesto de desposeimiento, por temor a crear un precedente temible. Pero, ¡parece tan deseable sustituir esta enorme deducción, una parte de la cual se malgasta en manos de los grandes diezmadores, por recursos más limitados que llegarán a cubrir todas las necesidades justas! ¿Cuántos son los curas modestos que piensan de este m odo? Mientras un orador del tercer es tado exponía en la tribuna que la redención sobrecargaba al deudor, muchos de ellos comunican su renuncia. Iniciado el impulso, otros curas siguen. T o das las resistencias van a desmoronarse. Arzobispos y obispos renuncian. El golpe de gracia lo asesta Talleyrand; el obispo de Autun reasume el artícu lo en virtud del cual su estamento queda despojado, y logra que sea votado por unanimidad. Los diezmos— a excepción de los diezmos enfeudados pertene cientes a laicos — serán suprimidos y no redimibles. Se trata de una decisión capital, pero que provisionalmente quedará en estado de promesa. La asignación de este magnífico pago a cuenta queda dife rida; la percepción del diezmo seguirá realizándose hasta que los hasta en tonces beneficiarios reciban las subvenciones destinadas a sustituirlo. Por con siguiente, al pueblo campesino que monta guardia alrededor de su cosecha y que se niega a pagar las rentas territoriales, la Asamblea le opone una negativa poco hábil. Permite que el derecho que acaba de condenar con tantos conside randos severos, pueda seguir exigiéndose. Finalmente, el día 11 es votado el gran decreto que da forma a las deci siones de principio tomadas la noche del 4 de agosto. La burguesía ha cobrado al contado mediante la igualdad civil. El pue27. — H. G. C. — V
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blo campesino sólo cobrará a plazo, y aún eso con un billete cuya provisión deberá aportarla él mismo parcialmente. El decreto de 11 de agosto sigue enunciando únicamente Los derechos^ feudales prjncipjogí Ahora es preciso votar las leyes para la aplicación y sacar todas las consecuencias prácticas de la abo lición del feudalismo, abolición proclamada ya en el primer articulo. A me nudo el campesino las saca por sí mismo, sin eeperaT, negándose firmemente a entregar los cereales de canon, incluso obligando a que le sean devueltos los que ya ha entregado y prosiguiendo la operación de destruir los títulos seño riales, empezada en julio. Pero la Asamblea se reafirma en su primera actitud; confirma y agrava la supresión del feudalismo formal, no dejando subsistir nada en absoluto del feudalismo honorífico. Pero mantiene en sus más impor tantes ventajas el feudalismo económico.
De conformidad con el decreto de agosto, ciertos derechos van a quedar suprimidos sin indemnización; otros serán redimibles y la Asamblea fijará las modalidades de la redención. Quedan, pues, redimibles y disfrazados de honrada propiedad burguesa, los derechos y deberes feudales o censuales, que se consideran que antaño fue ron la contrapartida de una primitiva concesión de bienes. Así ocurre, se gún el decreto del 15 de marzo de 1790, con el derecho sobre las gavillas y el landemio en este caso; el arrendatario campesino y el arrendador feudal han contratado libremente a la manera del arrendatario granjero y del arrendador burgués. ¡La ley no tiene más remedio que respetar tales contratos! El ponen te Merlin, diputado del tercer estado por la bailía de Douai, abogado de 35 años, muy famoBQ ya por sus causas — al que más tarde veremos como fiscal general en el Tribunal de Casación y conde del Imperio — opone a la feudalidad do minante esta feudalidad contratante. En este caso, el derecho de propiedad está en discusión. No está afectado por ningún vicio de violencia; la sociedad sólo puede sostenerlo y defenderlo con todo su poder. Las renuncias arranca das por la fuerza son nulas. Queda prohibido a loa municipios, a las adminis traciones de distrito o de departamento, intervenir en favor de los deudores y prohibir la percepción de los derechos, bajo pena de nulidad, de exigirle daños y perjuicios. La Asamblea multiplica los textos de ese tipo. Los munici pios deberán velar por la percepción, dispersar por la fuerza las bandas que pudieran formarse para impedirla. Loa tribunales perseguirán a los funciona rios municipales negligentes; guardias nacionales y tropas deberán prestar su colaboración, y, en caso necesario, se llegará hasta la ley marcial. Y lo mismo cabe decir de los diezmos, a pesar de estar suprimidos, cuya cobranza debe
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quedar estrictamente asegurada hasta el 1 de enero de 1791: a partir de esa fecha “ dejarán todos ellos de ser percibidos para siempre” . De este m odo se ponen a prueba las fuerzas de la Asamblea y las de la re volución campesina. En la inmensa mayoría de casos, la labor de redención resulta ser impracticable para la masa de los pequeños propietarios. Ante todo, es muy costosa: de 20 a 25 veces mayor que la renta anual, más los atra sos de renta no pagados. Y eso sin contar con los derechos eventuales, como el laudemio, que han de ser redimidos simultáneamente: derecho que las here dades del campo, generalmente transmitidas de padres a hijos, sólo en raras ocasiones han de satisfacer. Algunos propietarios, es cierto, redimirán, en es pecial los ricos, aquellos que, en la inmensa mayoría de casos, no explotan por si mismos; pero con ello la dificultad únicamente queda trasladada. La reden ción de los derechos, a cargo del propietario, evidentemente sólo beneficia a éste. Sólo él queda libre de la carga, pero no su colono campesino, granjero o aparcero, que debe indemnizarle. El derecho debido al hasta entonces señor por el propietario de la heredad, ha quedado sustituido por el derecho que el explotador debe pagar al propietario de la heredad. El noble, acreedor al de recho señorial, ha quedado sustituido por el burgués, acreedor al derecho ci vil. Y lo mismo ocurre con el diezmo: el único beneficiario de la supresión debe ser el propietario. Según los términos del decreto del 1 1 de marzo de 1791, el colono debe pagarle el importe en efectivo; el aparcero, proporcionalmente a la cuota de loe frutos que ha recibido. Redimido o suprimido, el feudalismo persiste respecto al campesino. Esto significa que habrá resistencia judicial — se pleiteará por cualquier cosa — o ilegal; pasiva o activa; a veces a mano armada, casi siempre colectiva. Se inicia una guerra civil, una guerra popular contra las asamhleas burguesas, que no concluirá hasta 1793, después de la caída de la Gironda. Sin embargo, para dicha fecha los campesinos habrán ya Las demás medidas recibido importantes pagos a cuenta, en su mayor parte igualitarias entregados ya en época de la Constituyente. La supre de la Constituyente sión del diezmo a partir del 1 de enero de 1791 les había beneficiado en cuanto propietarios, aunque seguían sujetos a ella en cuanto explotadores en tierra ajena. Para contrapesar la política real, el decreto del 15 de marzo de 1790 había ampliado los bienes comunales a expensas de los señores triagers, apoderándose gratuitamente de algunas de sus tierras y abo liendo sin indemnización el derecho de tría. Hablando en términos más gene rales, el mismo decreto abolía todas las obligaciones impuestas por el régimen feudal dominante: servidumbre, ya mencionada en el texto del 4 de agosto; banalités (uso común y obligatorio de un objeto perteneciente al señor), a me nos que fueran convencionales, en cuyo caso la prueba debía aportarla el
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individuo que invocaba la excepción; servidumbres personales; servidumbres reales, a menos que el acreedor pudiera demostrar que eran el resultado de una heredad o de un derecho real; ciertos derechos de peaje, pasaje, medida, ciertos impuestos locales de consumo percibidos en beneficio personal del se ñor. Con este fisco privado, desaparecían los últimos vestigios municipales de su poder. En el municipio de 1790, el hasta entonces señor sólo debe ser un burgués como los demás. Y esto aparecerá muy claro en la supresión de los derechos honoríficos. El artículo primero del decreto del 15 de marzo de 1790 abolía “ todas las dis tinciones honoríficas, superioridad y poder, derivadas del régimen feudal” . Las Constituyentes llevarán el principio hasta su extremo. Tres meseB más tarde, el 19 de junio, “ la nobleza hereditaria queda suprimida para siempre” . Que da prohibido ostentar o conceder títulos de príncipe, duque, conde, hidalgo, llamarse o permitir ser llam ado: Monseñor, Excelencia o Alteza. Las libreas y los escudos de armas quedan asimismo prohibidos. Numerosos representantes de la nobleza han protestado en vano; pero, tanto el 4 de agosto com o el 11 de agosto, los nobles liberales se han lanzado a la pelea, denunciando las ridicu las pretensiones de los individuos apegados a los antiguos prejuicios: “ ¿Aca so decimos marqués de Franklin, conde Washington, barón F o x ?” El tercer es tado, dirigido por Le Chapelier, Lanjuinais, Reubell, ha votado en masa. E l pueblo vigila la calle o el campo, controla cuidadosamente la ejecución del de creto. Incluso, en ocasiones, se adelanta a la Asamblea: surgen incidentes con motivo de ciertos atributos señoriales y de los derechos honoríficos de los señores en las iglesias o en las manifestaciones del culto. El decreto del 13 de abril de 1791 suprime “ todos los derechos honoríficos y todas las distin ciones que hasta entonces estaban ligados tanto a la categoría de señor de horca y cuchillo com o a la de dueño” . Horcas y picotas, erigidas en virtud de justicia señorial, deberán desaparecer. Y lo mismo las veletas, como atributos señoriales exclusivos: los “ desveletadores” serán considerados avanzados de cul tura; a partir de entonces cada habitante podrá colocar una veleta en el tejado de su casa. Los bancos de los dueños y señores son retirados del coro de las iglesias: se advierte a los antiguos privilegiados que deberán conformarse al “ reglamento acerca de los bancos ocupados por particulares” . No serán ya los primeros en recibir el agua bendita o el pan bendito, el incienso, el ósculo de paz, no marcharán en primera fila en las procesiones ni en las ofrendas. De berán suprimir sus colgaduras y eíngulos fúnebres, tanto en el interior como en el exterior de las iglesias. ¿Se esfuerzan por eludir las prohibiciones, por llamarse “ ex” duque o “ ex” conde? El decreto del 30 de julio de 1791 prohíbe denominarse “ ex” . Sin embargo, persisten algunos signos exteriores de nobleza. El mismo día surge un animado debate acerca de ellos, y, durante la sesión,
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“ todas las órdenes de caballería u otras, todas las corporaciones, las condeco raciones, todos los signos exteriores que presuponen distinciones de nacimien to, quedan suprimidos en Francia” . En septiembre, Chabroud, aprobado por las tribunas, propone el collar de vergüenza para los recalcitrantes: bastará con ana multa, establecida por el decreto del día 27.
2. Los D erechos
del
H ombre
La votación de la Declaración
^ echrración de los Derechos del Hombre y del Ciudadvotada el 26 de agosto, no se limita a tratar de nue vo y a consagrar brillantemente loe textos del 4 acerca de la igualdad civil y fiscal. Proclama el derecho del hombre a las libertades, el derecho del ciudadano a la soberanía, y constituye la segunda gran carta de la Revolución. Presentada por La Fayette, el 11 de julio, cuando todo presagiaba el golpe de fuerza real, el primer proyecto de Declaración fue acogido con mucha re serva. La derecha se opondrá firmemente a ella, pue 9 cree que seria más con veniente una declaración de los derechos de la monarquía. Sin embarga, la Asam blea toma el acuerdo de que la Constitución contenga una declaración de los derechos del hombre. El 14 de ju lio favorece y compromete al mismo tiempo esta decisión. Sin duda alguna, el impulso está dado, los proyectos se multiplican: proyectos de Siéyes, de Target, de Servan. Mas para todo un sector del tercer estado, in quieto por los desórdenes, el peligro ha cambiado de campo. En el gran debate que se inicia el 1 de agosto va a plantearse nuevamente el problema de la oportunidad. El monárquico Malouet es quien, con el pretexto de apreciar las ventajas y los inconvenientes de las tesis presentadas, resume con el mayor brío los temores del centro-derecha. Insiste en el peligro social que representa decirles a los hombres: sois libres e iguales, cuando de hecho la sociedad pre sente consiste en subordinación y desigualdad. ¿Vais a decirles a los hombres que son libres? Nuestros conciudadanos forman una inmensa muchedumbre de hombres carentes de pro piedad, que, ante todo, esperan su subsistencia de un trabajo seguro, de una policía exacta, de una protección continua, irritados algunas veces, y con razón, p or el espectáculo del lujo y de la opulencia. Sin duda, nadie creerá que llego a la conclusión de que esta clase de ciudadanos no tiene el mismo derecho a la libertad... Sino que creo... necesario, en un gran Imperio, que los hombres o los que la suerte ha colocado en una situación, de dependencia atiendan antes a los limites necesarios que al total ejercicio de la libertad natural.
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¿Acaso hemos de decirles a los hombres que son iguales? Sería preferí* ble reducir previamente la desigualdad material que los separa: Ataquemos en sus orígenes este lu jo inmoderado... El espíritu de familia... el amor hacia la patria.,,, sustituyan al espíritu del cuerpo, al amor a las prerrogativas... Realicemos todas estos mejoras... o al menos empecemos a realizarlas antes de anunciar de una manera abso luta a los hombres que sufren, a los hombres desprovistos de luz y de medios, que tienen los miamos derechos que los más poderosos, que los más afortunados.
La Asamblea hace caso omiso. Entonces, la oposición intenta un segundo medio. Dado que habrá declaración de derechos, ¿p or qué no hacer simultá neamente una declaración de derechos y de deberes? Nueva negativa de la mayoría. Entonces, por un instante, el centro-derecha abandona. Finalmente, casi por unanimidad, la Asamblea decide que la Constitución irá precedida por una Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano. Nos hallamos en el 4 de agosto, sólo a unas pocas horas de la sesión de la tarde. Las decisiones de la noche y los largos debates sucesivos interrumpen durante más de una semana la discusión, que vuelve a iniciarse el día 12 . Para entonces, el centro-derecha habrá hallado otra plataforma: la neu tral declaración de los derechos y de los deberes elaborada por la 6 .a comi sión, al frente de la cual figura uno de los suyos, Champion de Cacé. ¡Gran sorpresa! La Asamblea, vacilante, acepta ese texto com o base de discusión. Pero, a partir del día 20 y en sesión pública, comienza nn largo trabajo colec tivo de revisión y de resumen, en el transcurso del cual nuevas mayorías vol verán a imponer en detalle lo que se había perdido en masa en la anterior decisión. Tanto en el fondo com o en la forma, la gran Declaración del 26 le deberá muy poco al texto inicial. Ya en dos ocasiones — el 4 de agosto y el 1 1 de agosto — La igualdad civil la Asamblea había proclamado la igualdad civil. Ahora va a proclamarla por tercera vez. Esta insistencia es muy significativa. La Decla ración no vuelve a mencionar la abolición del régimen feudal, conquista mix ta, campesina y burguesa. Pero, eso sí, repite el gran texto igualitario, que confirma la conquista, de explotación burguesa principalmente, de la igualdad legal con la nobleza. Los constituyentes no se olvidan de proclamar la igualdad universal, en beneficio de todos los individuos. El temor social, manifestado en el discurso de Malouet, impregnaba las circunlocuciones de la 6 .a comisión: las fórmulas adoptadas en sesión pública, b ajo la presión de la opinión pública, directas, trascendentes, atestiguan, una vez más, la victoria del “ Movimiento” :
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P royecto
de la
6.a
comisión
Art. 4. — T odo los hombres poseen nn derecho igual a su libertad y a su propiedad. Art. S. — Pero no todos loa hombres han reci bido de la naturaleza los miBmos medios para valerse de este derecho. De ahí procede la desigualdad de los hombres. P or consi guiente, la desigualdad reside en la misma naturaleza. Art. 6. — La sociedad se ha formado ante la ne cesidad de mantener la igualdad de los dere chos en medio de la desigualdad de los medios.
T exto
423
adoptado
Artículo Primero. — Los hombres nacen y permanecen... iguales en derechos. Las distinciones sociales sólo pueden basarse en la utilidad común.
La Declaración volverá a tratar y a proclamar, después de la gran afirma ción igualitaria de su articulo primero, las disposiciones que de ella derivan, y que ya se hallaban, sea explícitamente o en germen, en los textos del 4 y del 11: igualdad civil, igualdad personal, igualdad fiscal. También en este caso, el tex to de la 6.a comisión y el texto de la Asamblea presentan algunas veces las mis mas diferencias que en el caso anterior: Siendo el primer deber de todo ciudadano servir a la sociedad según su capacidad y su talento, tiene derecho n ser nombrado para desempeñar cualquier cargo público.
Siendo todos los ciudadanos iguales a sus ojos [de la le y ], todos son admisibles por igual a todas las dignidades, cargos y empíeos públicos, según su capacidad y sin más distinciones que las derivadas de sus virtudes y de sus respectivos talentos.
La Asamblea sustituye la idea de “ deber” y de servicio por el postulado de la igualdad, engendrador de derecho. A diferencia de lo que ocurre con la igualdad civil, el dereclio Las libertades a la libertad — libertades individuales, libertades publicas, to lerancia del culto — es proclamado por vez primera. La cuestión de las libertades individuales no ofrece dificultad. El examen de los Cuadernos ha revelado la existencia de un acuerdo general. Sin embargo, una vez más, el texto votado concede al principio mucho mayor relieve y luz que el texto base. Figurará al frente de la Declaración. Sus aplicaciones son sencillas. “ Ningún hombre podrá ser acusado, arrestado o detenido excepto en los casos determinados por la ley, y según las formas que la misma determina. Quienes soliciten, expidan, pongan en práctica... órdenes arbitrarias, podrán ser castigados...” Las penas no incluirán ningún rigor inútil; sólo podrán ser “ estricta y evidentemente necesarias” . La ley penal no tendrá efectos retro activos.
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A estas libertades esenciales, la Constitución añadirá la libertad de tras ladarse: “ de ir, de quedarse, de volver” . Las libertades públicas incluyen libertad de prensa y de palabra, a las cua les la práctica, ya entonces, añade — y pronto lo hará la ley — la de las aso ciaciones políticas. Pero, en este caso, el acuerdo no es tan perfecto, al menos en cuanto a la forma y a los matices se refiere. La principal oposición procede del clero: “ la libertad ilimitada de la prensa encierra peligros para la religión y las buenas costumbres” . Pero el estamento dista mucho de ser unánime, y final mente es a un noble liberal, al duque de La Rochefoucauld, a quien debemos aproximadamente la fórmula adoptada: La libre comunicación de los pensamientos y de las opiniones es uno de los más pre ciosos derechos del hombre; por consiguiente, todo ciudadano puede hablar, escribir, impri m ir libremente, aunque en los casos determinados por la ley deberá responder del abuso de dicha libertad.
A ello, la Constitución añadirá la supresión de la censura y de la inspec ción. De hecho, la prensa es y signe siendo libre a pesar de algunas demandas que más tarde ordenará la Asamblea contra lo que considerará abusos, en es pecial contra las incitaciones a la insurrección. El decreto del 17 de marzo de 1791, al suprimir las corporaciones y acordar que cualquier individuo pue de ejercer libremente las actividades económicas que prefiera, da libertad, por eu parte, a las profesiones de impresor y librero. El principio de la libertad de palabra, proclamado sin mayores restriccio nes que el de la libertad de prensa, parece presuponer la libertad de reunión. Ésta ya era practicada en amplia medida por la Revolución; leyes posteriores la ratificarán. En virtud de los términos del decreto del 14 de diciembre de 1789, los ciudadanos tienen derecho a reunirse pacificamente y sin armas, formando asambleas particulares, para redactar mensajes y peticiones. Menos de un año más tarde el decreto del 13 de noviembre de 1790 vuelve a confirmar la li bertad de reunión, y la Constitución incluye dicha libertad entre sus Dispo siciones fundamentales. Asimismo, la Revolución ejerce el derecho de asociación, mediante clubs de distintas tendencias. Trátase de una práctica legalizada por el mismo de creto de 1790, que permite “ formar sociedades libres” , en especial clubs polí ticos; pero ni la Declaración ni la Constitución hablan de ello. Además, hacia el final, cuando se origina la reacción que sigue a la descarga cerrada del Cam po de Marte, la Asamblea se preocupa de regular y contener las actividades de dichos clubs mediante el decreto del 29-30 de septiembre de 1791. Ya ha pro hibido, según veremos más adelante, las asociaciones profesionales patronales y obreras. Sin embargo, si exceptuamos las asociaciones de este tipo, predomina provisionalmente un régimen de libertad general.
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Surge un vivo debate acerca de la libertad de conciencia. También en este caso un noble liberal, el conde de Castellane, es quien va a proponer la parte esencial del texto que al final se adoptará. Una vez más, la fórmula está muy lejos del proyecto de la 6 .a comisión: Art. 16. — Como quiera que la ley no puede alcanzar a loe delitos secretos, les correspon de a la religión y a la moral el sustituirla. Es, pues, esencial para el buen orden de la sociedad que tanto la una como la otra sean respetadas. Art. 17. — El sostenimiento de la religión exi ge un culto público. Por consiguiente, el res peto hacia el culto es indispensable. Art, 18. — Todo ciudadano que no altere este culto establecido, no deberá ser molestado.
(Separado y remitido al debate acerca de la Constitución.)
(Separado y remitido al debate acerca de la Constitución.) Art, 10. — Nadie deberá ser molestado por sus opiniones, ni siquiera los religiosas, con tal de que sus manifestaciones no alteren el orden público establecido por la ley.
Por consiguiente, el proyecto de ley que garantiza simultáneamente los de rechos de la religión, del culto y del individuo, la Asamblea lo sustituye por un texto, que la Constitución completará, que sólo conserva el derecho del indi viduo a opinar libremente incluso en asuntos religiosos y a la tolerancia con dicional de eu culto. Pero eso aún no es la libertad de conciencia. La igualdad de derechos no les será reconocida a los “ no católicos” basta el 24 de diciembre — exceptuándose explícitamente el caso de los judíos; la decisión a favor de ellos sólo se tomará en 1790 y 1791. Asimismo, la Declaración incluye entre los derechos naturales e imprescrip tibles del individuo — pero en este caso el acuerdo es general — la propiedad, la seguridad, la resistencia ante la opresión. La propiedad, “ derecho inviolable y sagrado” , del que nadie puede ser privado salvo en el caso de que lo exija la necesidad pública y aún entonces a cambio de “ una justa y previa indemniza ción” : fórmulas procedentes de la extrema izquierda, por mediación de Du Port. Libertad, igualdad civil, propiedad, en realidad un déspota La soberanía ilustrado puede admitir todo eso. Queda el problema de la so beranía. Algunos prusianos pretenderán que la monarquía federiciana estable ció, empezando por arriba y con gastos muy inferiores, la parte esencial de ese régimen que la revolución constituyente se habría limitado, en el fondo, a imitar. Pero esta revolución, empezada por abajo, proclama el derecho de los ciudadanos a la soberanía. Tiene fe en el hombre, y sólo mediante él hace lo que hace para él. Acerca del principio de la soberanía nacional, casi todos los grandes pro
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yectos de declaración presentados ante la Asamblea están de acuerdo — en lo abstracto, — desde el de Mounier al de La Fayette y de Siéyés. Sólo uno no hace más qne rozar el tema: ¡precisamente el presentado por la 6 .a comisión! Aunque afirma que “ siendo la ley la expresión de la voluntad general, todo ciudadano debe haber cooperado inmediatamente en la formación de la ley” , el problema de la soberanía sólo es abordado lateralmente; no se hace referen cia al soberano o a la nación ni en este texto ni en los 24 artículos del proyecto. La Declaración reproduce casi palabra por palabra el texto presentado por La Fayette el 11 de ju lio y luego recogido por otros, en especial por Mounier: “ ningún cuerpo, ningún individuo, puede ejercer una autoridad que n o... di mane expresamente” de la nación. Simple concordancia de palabras entre la revolución conciliadora y la revolución innovadora. Las divergencias apare cerán en seguida: al igual que ocurrió después de la noche del 4 de agosto, la verdadera batalla se librará acerca de la aplicación del principio. Los últimos artículos de la Declaración son votados el 26 de agosto; el 27 son rechazados algunos artículos adicionales; en la misma sesión se reanu da el debate acerca de la Constitución: vuelve a tropezar con la noción de so beranía, que ahora es preciso concretar. Nadie en la Asamblea, ninguna corriente política del país, ponían en duda que el gobierno constitucional debía adoptar una forma monárquica. Pero, ¿cóm o conciliar la prerrogativa real y la soberanía nacional? Y , por otra par te, ¿cóm o abrir paso a “ la voluntad general” ? ¿Acaso se permitirá a una sola asamblea, nombrada por la nación, que la exprese? ¿Acaso un poder que re presentara la continuidad nacional no debía defender a Francia de unos efíme ros deseos de cam bio? Este poder podría ser el rey, o un senado, o ambos, pro vistos del derecho de veto. Los dos ponentes, Lally-Tollendal y Mounier, se declaran partidarios de esta última solución. Naturalmente, tanto el veto real como el veto senatorial serán ilimitados, ya que el veto suspensivo es tan sólo un simple derecho de amonestación. De este modo, los poderes quedarán “ equilibrados” . Una asamblea única, corriendo el peligro de retractarse frecuentemente, introduciría en el Estado un desequilibrio fundamental y favorecería “ la tiranía democrática” : Un poder único necesariamente habrá de acabar por devorarlo todo. Dos se combatirían basta que el uno hubiera aplastado al otro. Pero tres se mantendrán en equilibrio perfecto, si están combinados de tal modo que cuando dos de ellos luchen, el tercero... restablezca la paz entre todos.
El Senado francés será reclutado “ en todas las clases” . Entendámonos: en los tres órdenes. El nombramiento podría quedar en manos del rey y de los re presentantes, o bien del rey y de los estados provinciales, o incluso únicamente
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de los estados provinciales. Lo ideal sería heredar las funciones. Pero el estado de la opinión en aquel momento, no lo habría permitido. Por consiguiente, los nombramientos serán vitalicios o temporales; pero en este último caso bajo ciertas condiciones tranquilizadoras de elegibilidad: 10.000 libras de renta inmobiliaria. Un propietario rico tiene mayor interés en mantener la tranquilidad pública, tiene m íi motivos para temer las innovaciones.
Las izquierdas oponen los argumentos de los periódicos y de la calle: con dos cámaras, cada una de las cuales tiraría en distinto Bentido, ¿cóm o se corregirían los abusos? Quiérase o no, el Senado acabaría por convertirse en el refugio de la aristocracia, especialmente si sus miembros eran inamovibles o nombrados por el rey. Mediante él, según la fórmula de Lanjuinais, “ un re ducido número mandaría a la mayoría” . ¿Acaso se le habría de dar el mismo origen y, por consiguiente, el mismo valor representativo que al otro? En tal caso, sería inútil. La votación del 10 de septiembre es un desastre para el co mité de constitución: 849 diputados rechazan el Senado propuesto por Mounier, con 89 votos a favor y 122 abstenciones. La segunda manga va a jugarse acerca del veto real ilimitado. El veto real En el fondo, el problema sigue siendo el mismo: a falta de Se nado, en el cuerpo legislativo es el rey quien representa el elemento continua dor y “ conservador” . En nombre del comité de constitución, Mounier comenta: ... Ninguno de los gobiernos conocidos, ha tomado como único guía la voluntad de la multitud, ... El comité tiene el sagrado deber de deciros que prevé las más funestas consecuencias si se establece un régimen democrático, en el que sean loe electores quienes decidan, en cada distrito del reino, entre el Rey y los Representantes, o bien si se concede a nuevos represenlanles la facultad de destruir cualquier obstáculo que se oponga a la división de los poderes.
Además, el veto ilimitado, ¿deja a la Asamblea sin defensa? Mirabeau no lo cree así — y ésa es una de las razones por las cuales votará a favor: en caso de veto abusivo, los representantes de la nación podrían responder con medidas extremadas, pero eficacísimas, como el negarse a aprobar el impuesto y los créditos militares. Sin embargo, es precisamente contra el veto ilimitado contra quien se pronuncian la mayoría de los oradores, y a favor de la componenda de un veto simplemente suspensivo. De no ser así, según dice Lanjuinais, “ vuestros decre tos se reducirán a meras peticiones” . Incluso Necker y el Consejo son hostiles a ello, y Necker lo da a conocer oficialmente. A decir verdad, no hay acuerdo
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aceTca de la duración del veto simplemente suspensivo, Y sin embargo, el prin cipio obtendrá una mayoría de dos tercios. En el escrutinio decisivo del 11 de septiembre, los moderados volverán a ser aplastados. Los efectos del veto du rarán al menos tanto com o una legislatura, es decir, dos años: “ la negativa suspensiva del rey cesará con la segunda de las legislaturas que sucederán a las que haya propuesto la ley” . De este m odo, la última palabra le corresponderá a la nación en plazos bastante breves, a menos de que ciertas circunstancias excepcionales, como, por ejemplo, el estado de guerra, no vengan a desquiciar las nociones de tiempo y urgencia.
3. El poder burgués: ensato de una democracia censataria . ,
P or consiguiente, la nación, representada por una Asam. • , , , , niea legislativa única, vencerá en breve plazo al rey; pero, de esta nación política, queda excluida una parte de la □ación popular. A pesar de las primicias de la igualdad de derechos, qne pa recía prometer el snfragio universal, la Asamblea acuerda que el sufragio se base en el censo. De todos modos, nunca había pensado en lo primero. Para la inmensa ma yoría de loa constituyentes, únicamente la propiedad, garantía empírica de dis cernimiento, de independencia y de cordura social, podía verdaderamente sos tener la plena ciudadanía. Algunos conciliadores, como Mounier y sus amigos, que predominan en el comité de constitución del mes de agosto, admiten que en la elección de los representantes participe “ el mayor número posible” de electores, al menos de electores en primer grado, ya que el sufragio será indi recto, en dos grados. La barrera se establecerá en otro lngar: en la elegibili dad, y también con distintos medios: Cámara Alta y doble veto absoluto. Acerca de la amplitud del derecho de sufragio primario, la actitud del centro-derecha no divide a la Asamblea, y facilita la labor de los partidarios de nn electora do amplio. Thouret, ponente del nuevo comité, propone que se conceda la categoría de ciudadano activo, que incluye el derecho de voto en primer grado, a aque llos franceses qne reúnan las siguientes condiciones: que sean independientes, es decir, qne no vivan en estado de servidumbre; y que paguen una contri bución directa equivalente al valor de tres jornadas de trabajo, o sea, de una libra y media a tres libras: algo así como de 1,50 a 3 francos Germinal. El abate Grégoire invoca inútilmente el peligro de una aristocracia de los ricos, y Dn Port y Robespierre la Declaración. En cambio, Dupont de Nemours, como Ciudadanos activos y pasivos
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buen fisiócrata, pretende limitar el derecho al sufragio únicamente a los pro pietarios. A l final, la Asamblea vota el proyecto del comité. De este m odo, la constitución establece 4.300.000 ciudadanos activos con tra 2 millones de ciudadanos pasivos. Las dos terceras partes de los franceses podrán votar. Inda dablemente, la ley excluye de buenas a primeras tanto al siervo personal como al siervo agrícola, que representa una parte importante del proletariado del campo. Pero no la plebe de colonos, aparceros y artesa nos; ni tampoco la masa de campesinos parcelarios, amén de obreros y jo r naleros. Mas ¡comparemos ese estatuto con el de la Restauración "liberal” , con su censo de 300 francos y sus 90.000 electores; o bien, con la monarquía de ju lio, con su censo de 200 francos y los 166.000 electores de 1831! Evidentemente, los millones de censatarios de la Constituyente sólo tie nen derecho a formar las asambleas primarias, a designar esos electores de segundo grado que serán quienes nombren a los representantes, Además, la época no concibe ninguna otra técnica de elección a las asambleas legislativas. Según este primer sistema revolucionario, los diputados son elegidos por un colegio, nombrado por las dos terceras partes del país. En los sistemas censata rios del siglo xix, este colegio no es elegido, sino nombrado de oficio a base del impuesto. Censo de elegibilidad ^ desacuerdo surgirá acerca de la elegibilidad. El elec tor de segundo grado nombrado por la asamblea prima ria, que será quien deba elegir al representante, debía ante todo ser elegido, según un primer texto de 1789, entre los contribuyentes que pagaran una con tribución directa equivalente a diez jom adas de trabajo: es decir, de 5 a 10 li bras. Casi las tres cuartas partes de los ciudadanos activos reunían esta condi ción, por lo cual era muy amplio el campo para la elección de las asambleas primarias. Pero, en la revisión de los textos constitucionales que siguió a los he chos del Campo de Marte, el comité de constitución propuso que se cuadru plicara el censo. De este m odo, según nos lo explica B ama ve, la responsabili dad directa de las designaciones para la Asamblea recaerá en “ la clase media de las fortunas” , sin ser m onopolio de los ricos. Se trata de dar fin a la in fluencia de “ algunos hombres animados por la intriga, que van propalando por las asambleas primarias los principios de turbulencia que les animan, que sólo se ocupan de tratar de crear un nuevo orden de cosas...” En otras palabras, se trata de una medida conservadora de defensa contra las impaciencias de los periódicos y de los clubs. En nombre de la Declaración de los Derechos, Robespierre ataca acaloradamente la propuesta del comité: Habéis reconocido... que todos los ciudadanos podían ser admitidos para todas las fun ciones con la única distinción de virtudes y talentos. ¿D e qué nos sirve esta promesa, puesto que inmediatamente ha sido violada? (Algunas aplausos en la extrema izquierda y en las
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tribunasJ ¿Qué nos importa que ya no baya nobleza feudal si la sustituís p or tina distin ción más real, a la cual le concedéis nn derecho político?... Esta contradicción permitiría poner en tela de ju icio vuestra buena fe y vuestra lealtad. (Las tribunas aplauden.)
A ello Barnave replica diciendo que bus oponentes confunden “ gobierno democrático” y “ gobierno representativo” . La constitución establece este últi mo, no el primero: “ la función de elector no es un derecho” . A l final, la Asamblea sustituye la condición de las cuarenta jornadas de trabajo por un sistema má 9 moderado que el del comité, y también más matiza do, estableciendo distinción entre ciudades de más de 6.000 habitantes, las otras ciudades y el campo. £1 censo de electorado corresponde a una carga fiscal que puede ser, con bastante aproximación y según los casos, de 12 a 2 :> libras. De este m odo, aunque el proletariado no queda rigurosamente excluido de las asambleas primarias, sí lo queda de las asambleas cuya misión consiste en elegir al representante nacional. Pero tanto la masa de la pequeña burguesía com o los tenderos y un crecido número de artesanos pueden formar parte de ellas; y lo mismo ocurre con muchos colonos, y también con elementos im por tantes del semiproletariado de los aparceros. A l menos van a ofrecer un am plio campo teórico de elección a las asambleas primarias. Pero, una vez más, estamos lejos de la prudencia social de los regímenes de Luis X V III y de Luis Felipe: prudencia cuya medida nos la ofrece claramente la divergencia entre el censo revisado de 1791 (12 a 25 libras) y el censo oligárquico del siglo XXX (300, luego 200 libras). En cuanto al censo de elegibilidad para la Asamblea, el co Marco de plata mité de constitución, dominado por el centro-derecha, hahía pensado en un principio en fijarlo muy elevado, e incluso en convertirlo en atributo de la propiedad territorial. Mounier pensaba en un capital inmobilia rio de 12.000 libras; Cázales, aumentando, proponía que fuera una propiedad que produjera 1.200 libras de renta. Esto significaba reservar, mediante una especie de componenda con la aristocracia, la representación nacional a una oligarquía propietaria. El nuevo comité, nombrado en el mes de septiembre de 1789, restableció en sus derechos la riqueza mob¡liaría. Bastaba con poseer cual quier clase de bienes raíces. Pero aparece, por añadidura, la condición, muy pronto famosa, del “ marco de plata” : únicamente podrán ser elegidos para la Asamblea los ciudadanos activos que paguen una contribución equivalente a un marco de plata, es decir, a unas cincuenta libras. Pétion, Barére, Prieur de la Mame, e incluso Mirabeau, combatieron en vano contra esta propuesta: la Asamblea la aprobó. Luego la mantuvo con una exigua mayoría, a pesar de los incesantes ataques de la extrema izquierda y de una parte de la izquierda, a pesar de la viva campaña de la prensa. Además, también en este punto, la
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Restauración y la monarquía de ju lio irían mucho más lejos, mediante el censo de elegibilidad de 1.000 francos, reducidos a 500 en 1831. El impopular “ marco de plata” desapareció con motivo de la revisión cons titucional de 1791, como contrapartida por la elevación del censo de elegibi lidad a las asambleas de segundo grado: los representantes de la nación pu dieron ya ser elegidos entre todos los ciudadanos activos. A l final, la burguesía acabará por dominar el cuerpo electoral, y sus miem bros más destacados parecen llamados a desempeñar un papel decisivo. La Asamblea lia querido favorecer las categorías superiores de la clase; ha exclui do a la mayor parte del proletariado, del que teme no tanto la acción autónoma como el apoyo que corre el peligro de ofrecer, sobre todo en las ciudades, a ciertos elementos de la pequeña burguesía y artesanos. Pese a todo, las bases electorales siguen siendo muy amplias. Los antiguos privilegiados, aun conservando cierta influencia social proporcionalmente muy superior a su número, tendrán escasa importancia, sobre todo al principio. Bajo este aspecto, la victoria Bobre el Antiguo Régimen queda consolidada. La so ciedad sin brazos queda sólidamente establecida. E incluso en una nación en la que sólo las dos terceras partes votan, los individuos de una revolución más osadamente innovadora, que cuentan también con miembros destacados, con servarán sus posibilidades. A pesar de las apariencias, el reparto del poder ejecutivo entre nac*°n «ensataría y el rey es tan desigual como el del poy judicial der legislativo. Sin duda alguna es el rey, “ sólo” , quien nom bra y destituye a los ministros. Nombra los embajadores, los jefes del ejército, los mariscales, los almirantes, buena parte de los grados su periores, “ ajustándose a las leyes acerca del ascenso” . Pero esa parte importan te del poder ejecutivo que es la administración provincial, está casi por com pleto fuera de su alcance. Según el decreto del 22 de diciembre de 1789, el reino debe dividirse en departamentos, distritos, cantones y comunidades lo cales. Las administraciones de los departamentos y de los distritos serán nombra das por los electores encargados de elegir a los representantes a la Asamblea, y serán renovables periódicamente. P or carecer de nn representante perma nente en dichas administraciones, el poder ejecutivo central carece de acción sobre ellas. La ley señala que “ no hay ningún intermediario” entre él y los departamentos. Desaparecen los intendentes y los subdelegados. Sin duda, más tarde, el decreto del 15 de marzo de 1791 le concederá explícitamente al rey, bajo la responsabilidad del ministro, el derecho de suspender una administra ción departamental rebelde; mas será la Asamblea, inmediatamente avisada,
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la que dirá la última palabra. E incluso el departamento es invitado a denun ciar ante ella las órdenes realee que vayan contra la ley. Las administraciones de los distritos, subordinadas a las departamentales, gozan de la misma inde pendencia en relación con el ejecutivo. En cuanto a las de los municipios, el decreto del 14 de diciembre de 1789 declara que serán elegidas directamente, alcalde incluido, por la masa de ciudadanos activos. Y esto hace que la obra descentralizadora de los constituyentes aparezca, también, como una precau ción revolucionaria. P or consiguiente, el régimen tendrá, mediante elecciones, administradores a su imagen. Y asimismo jueces, elegidos por los mismos electores, y sujetos, también ellos, a periódica renovación. Desde el 3 de noviembre de 1789, la Asamblea había aplazado sino die los parlamentos. El decreto del 16 de agosto de 1790 ratifica el fin de las antiguas oligarquías judiciales así como los jueces señoriales, instituyendo tribunales de distrito, de paz y de comercio. Única mente los comisarios del rey, que desempeñan jauto a los primeros el papel de ministerio público, serán nombrados por el ejecutivo; pero con la restricción de que en los casos criminales no desempeñarán las funciones de acusador. To dos los ciudadanos activos elegirán los jueces de paz. Los jueces de los tribuna les comerciales serán, en principio, comerciantes elegidos por comerciantes. En asuntos criminales, decidirán los jurados. El tribunal criminal departamental, instituido en enero de 1791, estará formado por un presidente y un acusador público elegidos, y por jueces tomados de los tribunales de distrito. No existe jurisdicción de alzada, y el procedimiento de recurso se ejerce de distrito a distrito. Asimismo, los miembros del tribunal de casación, creado por el decreto de 27 de noviembre de 1790, serán elegidos por sufragio; los departamentos concurrirán sucesivamente y por mitades a la elección. ^ ^ El mismo origen deberá tener el personal eclesiástico, al y la Constitución civil m en° 8 en lo 9ue a los párrocos y a las sillas episcopales se refiere. El derecho de elegir los ministros del culto figura entre las disposiciones fundamentales de la Constitución. Votada en ju lio de 1790, la Constitución civil del clero organiza la nueva Iglesia. A partir de entonces, el episcopado de “ M. d’ Hozier” es elegido. A ins tancias del procurador síndico del departamento, los electores— los mismos que eligen la Asamblea del departamento — se reunirán, un domingo, en la iglesia de la capital del departamento, oirán misa, y luego designarán el obispo por mayoría absoluta. Únicamente podrían ser elegidos párrocos, ecónomos, vi carios, vicarios superiores o vicario director del seminario, que hayan desem peñado su ministerio en la diócesis durante un período mínimo de quince años. De este m odo, todas las posibilidades las tienen el medio y bajo clero. El epis copado se convierte en carrera liberal, burguesa. El Papa es suplantado: el
41.— Inauguración de los Estados Generales en Versalles.
42.—Camille Desmotiiins en el Palais-Royal.
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metropolitano o el obispo más antiguo de la demarcación metropolitana con cederá la investidura canónica, 7 el recién elegido se limitará a informar a Roma de su nombramiento. Los curas son elegidos según el mismo procedimiento por las asambleas electorales de distrito: elegidos entre los eclesiásticos que ha yan desempeñado durante un mínimo de cinco años las funciones de vicario en la diócesis, son investidos por el obispo. Éste, com o es sabido, cobra mucho menos que antaño. En cambio, los curas cobran mucho más: un mínimo de 1.200 libras, alojamiento y jardín aparte; los vicarios recibirán 700 libras. To dos deberán observar “ religiosamente” la ley de residencia. Tanto los unos com o los otros son funcionarios públicos, funcionarios de la nación, en manos de la nación, que es quien les paga. P or lo tanto, están obli gados a prestar juramento. Habrán de jurar, en su iglesia y antes de la misa parroquial, comprometiéndose a ser fieles “ a la nación, a la ley y al rey, y a mantener” con todo su poder “ la constitución decretada por la Asamblea na cional y aceptada por el rey” . Vemos, pues, que, después de haberlo sido sus bienes, también el clero ha sido “ nacionalizado” . La nacionalización del clero regular se presentaba más di fícil, ya que en este caso la votación no podía cumplir su misión depuradora. La desconfianza hostil del régimen ya queda expresada en el decreto del 13 de fe brero de 1790: a los religiosos que quieran salirse de sus casas, se les concederá una pensión. Sobre todo, quedan prohibidos los votos monásticos y la prohibi ción figurará solemnemente en el preámbulo de la Constitución. A partir de en tonces, esos votos carecen de efectos civiles. La ley ya no confirma las incapaci dades que de ellos resultaban: los religiosos podrán renunciar libremente a su estado, podrán casarse, heredar. El objetivo del nuevo poder consiste en disol ver en bloque las órdenes, aunque sin prescribir dicha disolución. El clero resiste, se niega a prestar juramento, con los obispos al frente. Un decreto del 27 de noviembre de 1790 declara dimitidos a todos los eclesiás ticos funcionarios públicos que no presten juramento en el plazo de ocho días; el juramento no podrá ir acompañado, muy pronto lo precisará la Asamblea, de ninguna explicación o restricción. La guerra religiosa se enciende en numero sísimos departamentos, en especial en aquellos en que es muy elevado el por centaje de los que no han prestado juram ento: bloque de los departamentos del oeste, desde Calvados a Bretaña y la Vendée; del Norte y del Paso de Calais; del Bajo Rin y del Mosela; del sudeste del Macizo Central. Como si en esas re giones de población rural en general elevada — modificada posteriormente por la industrialización — esa vocación conservadora que han identificado Andró Siegfried y su escuela, se hubieran manifestado ya desde aquella época, inde pendientemente de la influencia del sacerdote sobre el ambiente, y del ambien te sobre el sacerdote. 28. — H. G. C. — V
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Asimismo, surge el conflicto entre el Papado y el nuevo régimen. Renova ción del episodio del galicanismo, qué duda cabe; pero también conflicto fun damental de la sociedad revolucionaria con la mayor fuerza espiritual de la sociedad jerarquizada, así com o con la monarquía pontificia, una de las más conservadoras de Europa, Desde luego Pío V I vacila, y sólo adopta pública mente una posición después de que lo ba hecho el cuerpo episcopal francés. Sos dos Breves, del 10 de marzo y del 13 de abril de 1791, contienen una con dena solemne, no sólo contra la constitución civil y los sacerdotes que la han jurado, sino también contra la Revolución. Habla en nombre del Dios Creador y de la Ley inmutable. Entre la nueva sociedad y él, no existe un lenguaje común. Sostenida y arrastrada por las ciudades, la Asamblea hace frente a la agi tación. Rom pe con el Papa y se anexiona Aviñón que, por enorme mayoría, ha votado en favor de su anexión a Francia. Asimismo, vence en el terreno in terior. El clero constitucional está completo a fines del año 1791, En la pro porción aproximada del 70 por 100 los nuevos obispos son antiguos curas. Sin duda alguna, la burguesía queda profundamente dividida; mas frente al Antiguo Régimen, a pesar de las vacilaciones y de las transacciones, sus miem bros destacados tienden a ocupar todos los poderes: legislativo, administrativo, judicial y espiritual. Quiere jerarquías patriotas, jueces patriotas, sacerdotes pa triotas, educadores patriotas. Además, la instrucción pública ha de serle arre batada a la Iglesia y debe ser puesta en manos de la nación. Se considera que la educación es una de laB tareas fundamentales del régimen y la Constitución trae la promesa de que así será: Se creará y organizará tina instrucción pública, común a todos los ciudadanos, gratuita en cuanto a las partes de enseñanza indispensables a todos los hombres, y sos estableci mientos serán distribuidos gradualmente de acuerdo con la división del reino.
Más aún: en toda Francia, junto a los cultos tradicionales, aparece es pontáneamente un principio de culto cívico. La ley constitucional toma a su cargo la iniciativa popular: Se establecerán fiestas nacionales para conservar el recuerdo de la Revolución francesa, para mantener la fraternidad entre los ciudadanos, y para allegarlos a la Constitución, a la Patria y a las Leyes.
El nuevo régimen pretende también captar las almas. No se trata en modo alguno de un gobierno de la opinión pública; pero la opinión pública empieza a convertirse en un gran problema de gobierno.
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n . LAS INSTITUCIONES ECONÓMICAS Con todo ello, la Revolución institucional desquicia el or den político al crear una democracia censataria dominada por los notables de la alta y de la media burguesía. Asimismo, desquicia el orden económico, pero sin aportar cambios radi cales a las estructuras. En este terreno, la burguesía ya reinaba. E l interven cionismo real (que ya estaba en retroceso desde mediados del siglo), dejaba funcionar la parte esencial de los mecanismos liberales, en especial el de los precios y de los beneficios, piezas motoras del sistema. Sin embargo, tanto el m onopolio com o el privilegio dificultaban la competencia comercial e indus trial: m onopolio colectivo de los poderosos, en las corporaciones; monopolios y privilegios particulares de ciertas empresas, manufacturas y compañías. Tanto en el interior com o en el exterior, la circulación de los productos estaba obsta culizada por tarifas proteccionistas, pactos, contribuciones indirectas y consu mos. Las manos muertas inmovilizaban en el patrimonio de la Iglesia una masa de capitales inmnebles. Finalmente, antiguas servidumbres señoriales o comu nales hipotecaban y limitaban la propiedad agrícola. La Constituyente aparta la mayoría de estos obstáculos en virtud de la libertad de acción y de la libre circulación. Exime de cualquier coacción la búsqueda del beneficio, con lo cual abre los caminos al capitalismo oligárquico del siglo xix- Pero no ve más allá de la economía molecular de la época y no se le ocurre que la libertad pueda conducir a otra cosa sino a una democracia de competencia de granjeros, maestros artesanos, comerciantes, industriales, de los cuales la hilatura de cien telares representa el prototipo más poderoso. Además, con harta frecuencia la presión y la necesidad revolucionarias envaran su actitud. La política económica y fiscal tiene en cuenta los deseos de una am plia clientela burguesa. Y también, los deseos del pueblo, cuando se considera que no atentan contra el interés profundo de aquélla. Práctica y provisional mente, en lo inmediato, la libertad de acción industrial y comercial desemboca en la supresión de un régimen que a menudo superponía el privilegio jurídico del m onopolio al poder económico del capital. En cuanto a las novedades que traerá consigo la libre circulación, se trata concretamente del fin de los im puestos indirectos, de las sacas, de los arbitrios, de las gabelas, de todos los im puestos de consumo. La liquidación del patrimonio de la Iglesia se realizará en beneficio, desigual pero común, de burgueses y campesinos. Y lo mismo ocurri rá con la liberación de la tierra "d e las cadenas feudales". Si le volvemos a colocar en su ambiente, el individualismo liberal de la Constituyente — es de Laissez-faire laissen passer
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cir, la doctrina según la cual el individuo debe ser el único y libre agente, el único y libre actor de la creación y de la circulación de las riquezas, el único y libre dneño de su propiedad — nos aparece simultáneamente, tanto en sus matices como en sus contradicciones, como una opción de productividad y de igualdad en la competencia; más aún, y esto para un efímero presente, como una política de bienestar social.
1. La
libertad de acción o la abolición del monopolio
Principal forma del privilegio económico, el m onopolio re sulta incompatible con la sociedad sin brazos. Precisamen te por el becbo de ser un m onopolio, habrán de desaparecer las corporaciones. Sin embargo, la Revolución no resolvió de un solo golpe el problema, al que tanto relieve concede la Constitución del año 1791. La opinión del tercer estado está dividida. ¡La institución misma, tan va riada, de efectos tan opuestos, ofrecía tantísimas situaciones distintas! Induda blemente, esta asociación patronal — agrupaba maestros y oficiales, pero diri gida exclusivamente por los maestros — tendía con mayor o menor eficacia al monopolio, a frenar y a regular las actividades económicas. La mayoría de los interesados habrían conservado gustosos el m onopolio; pero el resto de la re glamentación les molestaba. Y lo mismo cabe decir de la contrapartida fiscal: en ciertos aspectos, la corporación equivalía a un impuesto profesional. Ade más, de una región a otra, de ciudad a ciudad, entre una profesión y otra, en tre clase y clase, el sentido del problema era distinto. El campo era hostil a ella; sólo había corporaciones en las ciudades. El agricultor no se beneficiaba de ella com o productor; pero sufría sus efectos como consumidor de pro ductos urbanos. O, aún más, obstaculizaba su instalación en la ciudad, para ejercer un oficio menor. Además, la institución no era universal; muchas loca lidades la desconocían. Y la ciudad foral, con sus situaciones logradas, no pensaba del mismo m odo que la ciudad libre, ni tampoco la gran ciudad como la pequeña. Finalmente, la institución tenía un significado muy distinto, según si agrupaba a tenderos y patronos independientes, que vendían libremente a una clientela, lo cnal era con mucho el caso más corriente, o bien una artesanía dependiente, cuyo dueño mercader era la salida principal o única. En este úl timo caso, era com o un sindicato “ obrero” , y contra ella se alzaba, aunque bajo formas muy diversas, el gran patronato comercial. P or ello, se comprende perfectamente la vacilación de la Asamblea ante un problema cuya solución habría de reflejarse de muy distintas maneras sobre Los privilegios corporativos y la noche del 4 de agosto
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la condición de numerosas categorías sociales, y que, de todos modos, no sólo dividía al tercer estado, sino incluso a la misma burguesía. La noche del 4 de agosto habría podido serle fatal al privilegio corpora tivo, En realidad, se acuerda la supresión. El decreto de principio, acorda do el día S, declara “ que todos los privilegios particulares de las provincias, principados, ciudades, cuerpos y comunidades,,, quedan abolidos sin remisión y quedan incluidos en el derecho común de todos los franceses” . De repente, Camille Desmoulins se alegra imprudentemente: Haec nox est... Esta noche se han suprimido las maestrías y los privilegios exclusivos... tendrá tienda quien pueda. El maestro-sastre, el maestro-zapatero, el maestro-peluquero llora rán, ¡pero los oficiales se regocijarán, se iluminarán las buhardillas!
Quizá sea precisamente esto lo qne no quería la Asamblea. La alegría del precitado Camille era prematura. ¿Cómo atreverse a privarse de una parte del comercio y de la artesanía parisienses después del 14 de julio, en pleno ma rasmo de los negocios? Suprimidas el día 5, las corporaciones son olvidadas en el gran decreto de recapitulación del día 1 1 , en el que ya no se habla de “ cuerpos y comunidades” sino de “ provincias, principados..., ciudades y co munidades de habitantes” . Por consiguiente, la omisión rectificadora del 11 deja sin efectos la supresión acordada el día 5. La cuestión sólo será resuelta un año y medio más tarde. Además, las cir cunstancias lian cambiado por completo. La posición de la Asamblea frente al Antiguo Régimen es, sin punto de comparación, más fuerte. Para entonces, la actitud de la gran mayoría del país es de indiferencia u hostilidad hacia la institución. Y los negocios se han recuperado bastante por doquier. Se discute acerca de la patente, acerca de la cual nadie La supresión Juda de que será la masa de los consumidores la que coy de las maestrías
corí « » gastos. No supongáis que podréis ^obligar a los mercaderes a que contribuyan al impuesto” , decía Franklin, “ incluyen el impuesto en sus facturas” . Lo mismo decían, aunque a su m odo, los fisiócratas franceses. Por ello, com o contrapartida de la paten te, impuesto de consumo, la Asamblea se pregunta si no sería conveniente su primir otros impuestos del mismo tipo, o bien otras instituciones semejantes, com o la corporación, considerada com o un factor de vida cara. Es un ex noble, d'Allarde, quien informa, en nombre del comité de las contribuciones públicas. Ya a enlazar todos esos problemas. Acepta la patente, pero con supresiones compensadoras. Las contribuciones indirectas quedarán suprimidas, y lo mis m o la corporación, qne contribuye a la elevación del coste de vida, al mismo tiempo mediante la incidencia de la fiscalización corporativa sobre el precio del producto, y mediante el monopolio. rrera
438 LA REVOLUCIÓN FRANCESA Y LAS CONSOLIDACIONES NAPOLEÓNICAS Además, toda la lógica del nuevo sistema lleva a “ aniquilar” las jurandes y las maestrías “ por el mero hecho de que son privilegios de exclusiva” . De este modo, junto a la corporación de artesanos, también queda afectada la manu factura “ capitalista” . ¡Cuántas de ellas gozan de privilegios y bajo formas múl tiples: ventajas materiales, ventajas morales, m onopolios de toda clase! Estos privilegios han de desaparecer porque son onerosos no sólo para el consumidor, sino para todos, en especial para los maestros considerados en con junto; y también por ser tiránicos para los oficiales. Por consiguiente, tanto los unos como los otros podrán ejercer libremente sus oficios. El peligro de una su perproducción prolongada se evita, perentoriamente, en unas pocas palabras: ¿Habríamos de temer la multiplicación de los obreros [eB decir, de los maestros y de los oficiales capaces de emplearse por su cuenta] ? Pero su número se forma siempre en pro porción a la población; o, lo cual viene a ser lo mismo, en razón de las necesidades del consumo.
El 2 de marzo de 1791 se acuerda, tras votación, el decreto de supresión. Tanto las asociaciones com o laB comunidades y las manufacturas con privilegios carecerán de existencia legal a partir del 1 de abril. La gran decisión que ha brá de poner en libertad — en el siglo siguiente — las fuerzas de la produc ción capitalista, es a los ojos de bus autores una medida de vida menos cara y de patronato universal. Y en efecto, en los años subsiguientes tiende a dichos fines. Otras disposiciones habrán de completarla. El decreto del 2 de marzo no había librado por com pleto a la producción de las trabas del antiguo régimen. Permitía qne sobreviviera legalmente la reglamentación, ratificada por la mar ca que se poma sobre el producto, una especie de visto bneno, de garantía sin dical de la calidad cabal y mercantil del artículo vendido. La reglamentación y la marca eran condenadas mucho más que la organización corporativa. Ade más, en la práctica, la supresión de asociaciones y de comunidades, institución de policía profesional, equivalía en la mayoría de los casos a prohibir su fun cionamiento. ¿Cómo organizar sin jurados la fiscalización de las jurandes? Que daba, qué duda cabe, la inspección de las manufacturas; y, asimismo, la? oficinas de inspección y de sello; pero sólo sobrevivirán unos cuantos meses. Conde nados de hecho, también son condenables en derecho. Tanto la inspección com o las marcas son para los revolucionarios lo mismo que eran a los ojos de los administradores del Antiguo Régimen: una traba para el genio inventivo de los ciudadanos. La Constituyente los suprime en septiembre. He aquí a los ins pectores sin colocación. Sus sueldos les serán pagados sólo hasta el 1 de enero de 1792. Simultáneamente desaparecen las Cámaras de Comercio, órganos de las
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grandes operaciones. La existencia de las mismas “ lesiona ahora los principios de la Constitución que ha suprimido las corporaciones” . A los comerciantes les bastará el derecho de reunión y de petición, al igual que a los demás ciudadanos, para expresar sus deseos. Así, pues, han quedado disueltas las asociaciones patronales. De este m odo, quedaba implícitamente reglamentado el destino de las asociaciones obreras, a pesar del decreto del 21 de agosto de 1790 acerca del derecho de reunión y de asociación. El tercer estado burgués no había prohibido la coalición de patronos en el mercado de los productos, para aceptar la de los obreros en el mercado del trabajo. . . „ .. La ley Le Chapelier pasó, por decir así, sin debates, el La ley L e Chapelier . . , 14 de junio, y no despertó mayor resonancia fuera de la Asamblea que en su seno. Prohíbe a los “ ciudadanos de un mismo estado o profesión” sean obreros o sean patronos, elegir presidentes, secretarios o síndi cos, y “ tomar acuerdos o deliberaciones... acerca de sus presuntos derechos co munes” . Con ello, la corporación es condenada por segunda vez y su “ aniquila miento” es proclamado com o “ una de las bases fundamentales de la Constitu ción francesa” . A l mismo tiempo, y en ello reside todo el interés del texto, también quedan condenadas las asociaciones de obreros. El 20 de julio se adop tan en relación con el campo disposiciones que responden a idénticas preocupa ciones prohibiéndose, por una parte, a propietarios y colonos, por otra a sega dores, mozos y jornaleros, cualquier acuerdo que tenga com o fin ejercer acción sobre los salarios. Podríamos comprender que esta votación pasara inadvertida poco después de los sucesos del Campo de Marte; pero en junio, ¿cóm o podía pasar inadver tida? Sin embargo, la extrema izquierda guarda silencio o apenas si reacciona. ¿Se trata acaso de una actitud de “ clase” sugerida por el interés burgués? Nada de esto se da en un Robeepierre o en un Marat. Nada en un Robespierre que era precisamente quien había denunciado, en abril, con ocasión del debate acerca de la organización de la guardia nacional, el espíritu de clase de quienes sólo querían armar a los ciudadanos activos: ¿Quién ha hecho nuestra gloriosa revolución? ¿Acaso los ricos o los poderosos? Única mente el pueblo podía desearla y realizarla; por el mismo motivo, sólo el pueblo pnede defenderla.
Mas Robespierre calla ante el texto del 14 de junio, cuyo alcance histórico le escapa. Y tampoco es mejor la visión de Marat, a pesar de que había abierto su periódico a los obreros de la construcción en lucha contra sus patronos. ¡Magnífica ocasión para que critique la ley del 14, nacida de esa misma luchaI Y en efecto, la critica; pero, ¿qué le reprocha? N o el hecho de ser una ley de
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LA
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Y L A S . CO N SO LID ACIO N ES
N APO LEÓ N IC AS
“ reacción social” , como diríamos hoy, sino una ley de reacción política, que restringe el derecho de reunión y de petición: Para prevenir las reuniones numerosas del pueblo que tanto temen, le ban arrebatado a la clase innumerable de peones y obreros el derecho de reunirse, para deliberar adecuada mente acerca de sus intereses... Lo único que pretendían era aislar a los ciudadanos e impedirles que se ocuparan en común de la cosa pública.
Según observa Albert Mathiez, Marat le reprocha a la Asamblea mucho menos el haber proscrito los sindicatos que el haber prohibido los clubs. Las prohibiciones de la nueva legislación se limitan a confirmar las de la legislación real qne desde hacía siglos prohibía las asociaciones de obreros y las huelgas. La asociación patronal, cuerpo de policía profesional, cuya finali dad era contener la masa turbulenta de los obreros, disfrutaba durante el An tiguo Régimen de un privilegio unilateral; la asociación obrera estaba prohibi da. £1 individualismo liberal de la revolución sustituye la prohibición desigual de los “ cuerpos intermediarios” por un régimen de igualdad prohibitiva. Por muy inoperante que fuera en este terreno la igualdad de derechos, pese a todo sustituía a la desigualdad. Mucho antes de habérselas con el m onopolio de las corporaciones, es de cir, de las empresas de pequeño y mediano volumen, los constituyentes habían derruido o limitado, en nombre del liberalismo económico, el m onopolio de las grandes compañías: compañías coloniales al m odo de la Compañía de las Indias, contra la cual se alzaba el comercio libre; compañías mineras acerba mente combatidas por los pequeños explotadores campesinos. El asunto de la colosal Compañía, cuyo capital se elevaba Supresión a 40 millones de libras — cantidad que equivaldría en po de los privilegios der adquisitivo a decenas de millares de millones de fran de las compañías cos actuales — ya había sido planteado ante la Asamblea comerciales en la primavera de 1790. La Compañía, qne había resuci tado en 1785, y a la que entonces Calonne había concedido un privilegio de exclusiva, “ monopolizaba” el comercio con los países situados allende el cabo de Buena Esperanza: Madagascar, Costa oriental de África, India, Conchinclnna y todo el Extremo Oriente. Se trataba de una creación de banqueros, armadores, individuos del gran comercio, enlazados con los medios políticos, que representaba la más poderosa coalición de capitales de la época. Sus al macenes, sus enjambres de agentes y sn flota, la convertían en el negocio más poderoso. El m onopolio de que disfrutaba lesionaba directamente si no a muchos, si a muy grandes intereses, y esto hasta tal punto que bajo ciertos as pectos el gran debate que se inicia ante la Asamblea parece ser una disputa
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entre magnates. Pero el m onopolio entorpecía todo el comercio y toda la in dustria de exportación en bloque. Y , por otra parte, el asunto adoptará un ca rácter sim bólico: en pro o contra el privilegio, a favor o contra la superviven cia del “ despotismo ministerial” . Además, en el curso del debate las posicio nes están bien delimitadas: a favor de la Compañía, la derecha; inclinados a una transacción, algunos individuos del centro-derecha; favorables a la supre sión, todas las izquierdas. ¡Hagan valer sus razones los apologistas de los privilegios!, había excla mado Le Chapelier, Las primeras figuras aceptan el reto, Cazalés, D’Éprémesnil, Maury, e incluso Clermont-Tonnerre se pronuncian a favor de la explota ción por obra de la Compañía, Maury defiende la tesis de la necesidad de los privilegios. D’Éprémesnil arremete contra la violación de los compromisos con traídos por el Estado respecto a la Compañía, “ contra el horroroso prin cipio de que una ley de libertad tendría efectos retroactivos contra la pro piedad” . Malouet propone, aunque sin éxito, una transacción que limite el privilegio. Las izquierdas resisten firmemente, aunque los primeros actores no despliegan los mismos esfuerzos que los de la derecha. Individuos como Roederer, Le Chapelier, Noailles, Destutt de Tracy sólo incide ntalm en te inter vienen. El ataque es dirigido por los diputados del comercio, de los puertos, de los centros exportadores, quienes proclaman la superioridad económica, social y moral del comercio libre. Aumenta el recelo contra las Compañías, contra esas sociedades anónimas cuyos “ administradores nunca dejan de enri quecerse” a expensas “ de los accionistas, que desconocen los misterios de la operación” . No puede ni hablarse de indemnización: no puede haber indemni zación por la supresión de una propiedad que va contra el derecho natural. En medio de una emoción general, en medio de los aplausos de la izquier da y de las tribunas, la Asamblea suprime el privilegio que atenta contra los derechos del hombre y contra la libertad económica: “ el comercio de la India allende el cabo de Buena Esperanza es libre para todos los franceses” . Tam bién les llegará su hora a las demás compañías que gozan de privilegios. Tam bién el comercio con el Senegal será “ libre para todos los franceses” , en enero de 1791. Más aún que la cuestión de las corporaciones, de las ma Supresión nufacturas y de las compañías privilegiadas, es la cuestión del monopolio de las minas la que otorga matices sociales al liberalismo de las compañías económico de los constituyentes. Dos son las tesis que van a mineras enfrentarse: la tesis de la mina propiedad nacional, defen dida por los técnicos y por una oligarquía de compañías concesionarias; y la de la mina propiedad individual, defendida por la masa de explotadores cam pesinos.
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Estas tesis ya databan de antigao, al menos en sas principios, y precisa* mente entre ambas había hecho su elección la monarquía cuando se tomó el acuerdo del Consejo de 1744. En aquella ocasión había vencido la gran empre sa. La “ mina” campesina de los cavadores de carbón, impotente en sus tortuo sas madrigueras, era indefendible. Por precisar de autorización del Control general, la explotación de las minas tendía a convertirse en m onopolio de las compañías. E l campesino fué expulsado de su mina parcelaria, expulsado de su campo. Con ello, la solución adoptada por el antiguo gobierno dejaba plan teado, si no en el Norte sí en el Forez y el Lenguadoc, es decir, en las grandes regiones productoras de la época, un importante problema social. Los acontecimientos revolucionarios vuelven a colocar sobre el tapete el sistema de 1744. Las nuevas administraciones, municipios de las localidades mineras o incluso la administración departamental, toman a su cargo la rei vindicación popular. ¿Acaso las compañías concesionarias no viven gracias a un monopolio de exclusiva contrario a la Constitución? ¿N o ponen en jaque el derecho de propiedad? El Estado carece por completo de derecho sobre el subsuelo y válidamente no podía conceder ninguno. El carbón le pertenece al propietario de la superficie, pues tan propietario es del subsuelo com o de la superficie. Disociar esta propiedad significa atentar contra la Declaración de los Derechos del Hombre, contra “ esa ley más lógica y más natural que la Ley de las Doce Tablas” . De este modo, las compañías concesionarias y los propietarios campesi nos se enfrentan ante la Asamblea, en la segunda quincena de marzo de 1791. E l ponente se inclina a favor de la tesis de la mina propiedad pública y de la gran explotación, es decir, de hecho, en las condiciones en que se halla plan teado el debate, en pro de las compañías. Mirabeau, que en aquella ocasión pro nuncia su último discurso, defiende una tesis conciliadora, pero favorable a los grandes concesionarios del Norte. Aboga por el expediente de Anzin. La política de la m onarquía— ¡económica ante todo!, ¡técnica ante todo! — halla decididos continuadores. La tesis del pedazo de m i n a puede, en muchos aspectos, herir a la razón; pero, ¡cóm o tranquiliza a la conciencia! Aparecen los defensores de los pe queños propietarios contra el privilegio y su poder corruptor: loa “ amigos de los acarreadores de privilegios” , de las “ concesiones abusivas” , se esfuerzan en “ desterrar de sub campos a los pacíficos individuos que los cultivan y que hasta ahora sólo a nosotros han tenido com o defensores” . ¿En virtud de qué dere cho habría de ser la mina propiedad nacional?, pregunta Destutt de Traey. Si en mi campo hay un tesoro, nna perla, un diamante, ¿habría de pertenecerle a la nación? Las pretensiones de las compañías ofenden a la Constitución y al derecho natural. El propietario del subsuelo sólo puede ser el propietario
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del suelo. Por otra parte, ¿a qué profundidad debe establecerse el fondo? La Fisiocracia en persona, la Economía liberal, individualista, interviene por mediación de Dupont: acerca de las minas, ¿cóm o podrían “ cambiarse los principios que constituyen el fundamento de la sociedad” ? Otro individuo Ianza en ese debate, en nombre de un pueblo de explotadores en lucha contra los concesionarios, la más absoluta definición de propiedad individual que jamás haya sido emitida: Es preciso que el más humilde propietario francés, libre 7 a de las cadenas feudales, sea libre en todo el espacio perpendicular de su propiedad, desde la región de los aires basta el mismísimo centro de la tierra.
La Asamblea transige. Aunque las leyes de marzo y de julio de 1791 de claran que las minas egtán “ a disposición de la nación” , deberá desconfiarse de las concesiones demasiado grandes, que no deberán exceder las 6 leguas cuadradas. Deberá preferirse el propietario de la superficie, con tal de que tenga la intención de explotar b ajo las mismas cláusulas y condiciones que el concesionario, y si su propiedad o la de sus socios tiene una extensión ade cuada para constituir una explotación. Las minas que puedan ser explotadas a zanja abierta o bien “ con hoya y luz” hasta la profundidad de 100 pies, le corresponden al propietario de la superficie. Esto al menos en cuanto al fu turo. Pero ¿y para el presente? ¿Cóm o solucionar el grave problema social que enfrenta a los concesionarios y a los campesinos? La tesis popular no ha brá sido defendida en vano: deben renunciar los concesionarios cuya con cesión se refería a minas ya descubiertas y explotadas por los propietarios. Con la ley a su favor, los propietarios-mineros se levantan en armas, y se toman la justicia por su mano. P or otra parte, no todos habían esperado este plazo. El diputado extraordinario de los propietarios de la región de Forez, encargado de asistir a los debates de la Asamblea nacional, es recibido triun falmente a su regreso a Saint-Étienne, al mismo tiempo que el Consejo general del distrito se apresura a enviar a la Asamblea un bloque de carbón sobre el que ee grabará la expresión del reconocimiento público. Aplicada a la economía comercial e industrial, la libertad de Cultivo libre, acción que conceden las Constituyentes tiende más a igualar cercado libre que a agravar, al menos en lo inmediato, las condiciones de la lucba económica. Pero al aplicarla a la economía rural corría el peligro de producir resultados inversos: en este caso, en conjunto, el antiguo sistema pro tegía los intereses de la masa campesina. Por otra parte, de tal m odo estaba in corporado a la vida del campo que parecía excluir cambios bruscos. Como una especie de contraprueba, qne nos revela m ejor aún el carácter de su continuo liberalismo radical, he aqní qne ahora la Asamblea contemporiza en la costum bre comunitaria.
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Pero esto no se efectuó sin vacilaciones. Los comités y su ponente, Heurtanlt de Lamerville, presentaron textos mucho menos contemporizadores que los que al final fueron adoptados. Para Heurtault, la liberación de la propie dad rural es un asunto constitucional: La Asamblea nacional ha basado los destinos del cindndano sobre la libertad individual, unida a la justicia imprescriptible... Por consiguiente, el Comité viene a... proponeros que añadáis estas últimas palabras: la libertad del campo a la memorable Constitución que ya tiene como epígrafe: la libertad del ciudadano y la libertad de pensamiento.
Esta libertad se refiere a la libertad de cultivo y a la libertad de precio. Y también al libre cercado, que debe ir acompañado de una política de inter cambios y de reconstitución de los terrenos desmembrados. La Asamblea de muestra estar casi de acuerdo: por consiguiente, el propietario va a ser libre en su heredad, en la cual podrá realizar la rotación de cultivos que más le agrade. He aquí desquiciado el antiguo derecho rural. Pero el acuerdo deja de serlo ante el gran problema de los derechos co lectivos, en especial de los pastos baldíos. Heurtault propone que sea supri mido o casi: un derecho de este tipo “ atenta... en su principio, sin necesidad y sin indemnización, contra el derecho natural y constitucional de propiedad...” ; sólo puede ser conservado com o “ ley de beneficencia” en favor de los indigen tes. Y entonces, la Asamblea se resiste e incluso se opone a nn texto más con ciliador de los comités. Merlin de Douai, Troncbet, Prieur de la Mame, y otros representantes de los bancos del tercer estado, emprenden la defensa de la cos tumbre de antaño: Votad una ley que os atraiga la bendición de los campos. El texto que os proponen, os acarrearía su maldición.
Finalmente, el pasto baldío queda mantenido para todos — excepción he cha de las praderas artificiales-— si el derecho se basa en un título particular, o bien en una ley o un uso que date de tiempo inmemorial. Luego, práctica mente es ttn st-atu quo, al menos en lo que al principio del derecho se refiere. Asimismo, la Asamblea mantiene el libre tránsito si está basado en un título o en la costumbre •— y no en un “ uso no impugnado” , com o se proponía en un principio. P or consiguiente, el acuerdo tiene como fin separar el pasto baldío y el libre tránsito del sistema de cultivo al que basta entonces había estado unido. Los derechos sobreviven en un mundo agrícola libre ya de la reglamentación y de la prohibición de cercar. Se trata de un compromiso aparentemente contra dictorio. Al propietario, con libertad para cultivar a su gusto, le bastaba con suprimir el barbecho para limitar considerablemente el pasto baldío y el libre
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tránsito, o bien con cercar sus terrenos para eliminarlos a ambos, Pero esto significaba no contar con la enorme lentitud de la evolución del cultivo. La libertad concedida a los cultivadores sólo tenia carácter de permiso; para apro vecharse del permiso era preciso tiempo y capitales. Entre tanto, a excepción de aquellas regiones en las que la pradera artificial no estaba ya prohibida por el Antiguo Régimen, la economía colectiva de antaño prosigue tal cual en su principio y en su realidad. De derecho y en amplia medida, la libertad vence; de hecho, la comunidad sobrevive. Lo que se ha hecho ha sido yuxtaponer an tiguas prácticas y nuevo derecho. . . . , Asimismo, también los bienes comunales sobreviven. En Los bienes comunales . ’ primer lugar, la Constituyente va a deshacer lo que ha bía hecho el individualismo señorial. Legalmente, mediante el ejercicio del derecho de tría y de acotamiento, el señor se había apropiado de buena parte de dichas tierras, que constituían una gran reserva por roturar. También ile galmente, por m edio de la usurpación o de fraude, y con la complicidad de los Parlamentos; o incluso, desde hacía veinte años, con la complicidad real, a fuerza de resoluciones del Consejo que esbozaban una nueva legislación. Des de luego, muchas comunidades campesinas habían vuelto a tomar posesión de ellas ya en 1789. La Asamblea responde parcialmente a sus deseos y al año si guiente suprime el derecho de tría, en algunos casos con efectos retroactivos. Quedaba por solucionar una importante cuestión: ¿qué debía hacerse con la masa, aumentada de este m odo, de los bienes comunales? Los comités inte resados opinan, con Heurtault, que las leyes coercitivas "aún no están en sa zón” , y que podrían producir "una conmoción demasiado fuerte” . Por consi guiente, el reparto quedará supeditado al deseo de las comunidades expresado por el Consejo general de la localidad. Asimismo, podrán vender, alquilar, o incluso mantener el usufructo colectivo. En caso de reparto, el ponente pro pone un sistema conciliador, de hecho muy favorable a la gran propiedad: la mitad de los bienes comunales será repartida por cabeza, y la otra mitad a prorrata de la contribución territorial. Pero la Asamblea no tiene tiempo para decidirse, y deja las cosas tal com o están. 2. L a
libre circulación o la supresión del impuesto del consumo
,
Indudablemente, la libertad de circulación comercial ha , , . , , . . , ,. . ^ . de contribuir al aumento de los intercambios interiores, y, por ese mismo motivo, a multiplicar el beneficio de la empresa, a pesar de que el mantenimiento del tratado comercial con Ingla terra y la adopción del arancel aduanero relativamente liberal de 1791 pueden plantear graves problemas a loa industriales franceses. La libre circulación
interior
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Pero la libertad de circulación no tiene tan sólo un significado económico. Para la masa de los contemporáneos, presenta principalmente un aspecto so cial, fiscal. Es muy frecuente que el impuesto de circulación Bea un impuesto de consumo: una forma de impuesto contra la cual se yergue la ardiente acu sación de los fisiócratas, de los Filósofos, de los deudores. Dejar pasar la ha rina, la carne, el pescado, la madera, los vinos, la sal, significa suprimir los arbitrios, las sacas, las contribuciones indirectas, la gabela, equivale a aumen tar, en el mañana o ya de hecho, el poder adquisitivo de las clases populares. Una parte de la nación — de grandísima importancia en el campo y al deas franceses — se beneficiará más aún de la libertad de circulación: nos re ferimos al viñador, víctima de una legislación fiscal discriminatoria, afectado simultáneamente como consumidor y com o productor. Han acabado ya las contribuciones indirectas, esas “ arpías” de estos ejércitos de arrendadores de contribuciones, “ sanguijuelas del Estado” , autores de “ mil bellaquerías” , “ pla ga del género humano” . El decreto del 2 de marzo de 1791, que suprime las jurandes y las maestrías, suprime también los impuestos indirectos sobre las bebidas, con lo cual, en realidad, lo único que hace es consagrar una negativa general a pagar. Desde 1789, la sedición incendiaba las barreras y las casillas del fielato. Dubois-Crancé expondrá a los jacobinos la necesidad de terminar con esas ofici nas, terraplenar “ sin remisión esas guaridas de antropófagos” . Y esto lo hace la Asamblea en febrero de 1791. Algunos días antes, había acordado la libertad de cultivo, elaboración y venta del tabaco. Los derechos señoriales sobre ferias y mercados, ya estaban suprimidos desde hacía un año. La gabela había desapa recido: de derecho, desde marzo de 1790; de hecho, desde los primeros meses de la Revolución. Las sacas, desde octubre. En el momento en que se disuelve la Constituyente puede decirse que el impuesto de consumo, a excepción de las aduanas exteriores y de la reducida contribución sobre la patente, está casi aniquilado. Y sin embargo, un producto francés, de primera necesidad, no “ pasa” , al menos de Francia al extranjero: los cereales, enya exportación sigue prohibi da. T odo inducía a la Asamblea, partidaria de la libertad de intercambio, a volver a la política de la libre salida tal como la había definido la monarquía en 1764 y, más radicalmente, en 1787. Pero no hace nada. En este caso, está en juego un gran interés o un gran prejuicio colectivo. Entonces, com o en el asunto de los derechos comunales, el liberalismo de la Asamblea transige. Si, a pesar del deseo popular, mantiene la libre circulación interior y el Ubre mecanismo de precios y beneficios, en cambio, en materia de circulación exterior, defiende la opinión contraria a la legislación de 1787, es decir, el camino que ya había señalado Necker con sus medidas de excepción de 1788. A pesar de la buena
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cosecha de 1790 y de la fuerte Laja de los precios qne ésta ocasionó, los trigos franceses, provisionalmente, no saldrán. 3, E sbozo de una redistribución de las riquezas También en este caso la Constituyente y habrán A fines Nacionalización adoptar
las circunstancias habrán endurecido la actitud de precipitado sus decisiones. de otoño de 1789, la situación financiera obliga a medidas extremas. La crisis económica y la crisis
política bloquean la recaudación de impuestos, l a no hay crédito público, ni a corto ni a largo plazo. La renovación de los anticipos, por medio de libramientos y de los billets des fermes, una especie de bonos del tesoro garantizados por instituciones fiscales ya condena das, resulta imposible. Y lo mismo ocurre con los adelantos de la Caja de Des cuento, obtenidos a cambio de las mismas garantías. El dinero se oculta. Uno tras otro, acaban de fracasar dos empréstitos: el 4,5 por 100 de agosto de 1789 y el 5 por 100, emitido algunas semanas más tarde. Ya no se puede contar con los donativos patrióticos, indudablemente numerosos, pero cuyo rendimiento es irrisorio en relación con las necesidades: en marzo de 1790 sólo habrán pro ducido un millón. En la misma fecha, la contribución patriótica de la cuarta parte de los ingresos, votada el 6 de octubre de 1789, no habrá dado 8 millones y medio. Y , además, es preciso atender a un presupuesto de gastos de un im porte aproximado de 550 millones. He aquí que todos los medios clásicos están agotados. A la Revolución ya sólo le quedan los medios revolucionarios. Ya a nacionalizar los bienes del clero, ponerlos en venta y movilizar su valor antes de la venta, garantizando con ellos títulos que pronto se converti rán en moneda. De este modo, el asignado aparece como un anticipo de nuevo tip o: especie de libranza sobre el precio que debe recibirse en compensación del bien nacionalizado, y que deberá liquidarse mediante el pago del importe en asignados. El gran debate acerca de los principios se inicia en octubre de 1789, des pués de que la Asamblea se ba trasladado a París. Evidentemente, la defensa del clero se siente muy fuerte en el terreno legal. Sus bienes pertenecen a una multitud de personas morales perfectamente aptas para poseer. Algunas de ellas están en posesión desde hace trece siglos; han administrado, enajenado, tie nen a su favor muchas sentencias. El mismo Estado reconoció esta propiedad cuando en 1749 prohibió a las manos muertas adquirir nuevos inmuebles, con lo cual reconocía los antiguos. El hecho de que esta propiedad esté sujeta a ciertas restricciones, sobre todo en cuanto a la venta, no afecta para nada el derecho: ¿no sucede lo mismo con el menor, con el incapacitado? Asimismo, de la Iglesia
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el hecho de que esté sujeta a determinadas cargas no la coloca en una situación fuera de la ley: ¿acaso no hay propiedades o usufructos gravados con cargas? Por consiguiente, el derecho de las instituciones interesadas en esos bienes pa recía ser de la misma naturaleza que el de cualquier otro francés. En cambio, el derecho de la nación no puede sostenerse: la intención de los fundadores nunca ha sido gratificar, sino dotar tal o cual institución; muchas veces, las car tas de donación llegan incluso a lanzar anatemas contra quienes cambien I ob beneficiarios, de tal manera que los herederos podrían, en determinados casos, hacer valer su derecho de retracta. La mayoría, sin despreciar el argumento histórico o jurídico — todo aquello que un miembro de la Convención denominará más adelante, refiriéndose a otros problemas, “ un fárrago de erudición inútil” , — adopta en el fondo la posición revolucionaria de la equidad y del derecho natural. Por consiguiente, ¿cuál ha sido la intención de los donantes? Garantizar la honrada subsistencia del beneficiario, y asegurar el sobrante a los desgraciados o al mantenimiento de los templos. Luego, si la nación carga con esas obligaciones, si sólo recurre a esos bienes con motivo de una calamidad general, las intenciones de los do nantes quedan respetadas, Y además, ¿podría la intención de los donantes ligar a las generaciones? En este caso Mirabeau evoca la célebre argumentación de Turgot: si todos nuestros antepasados se hubieran reservado un sepulcro, ¡para hallar tierras cultivables habría sido preciso derribar esos monumentos esté riles y remover las cenizas de los muertos para alimentar a los vivos! Final mente, se llega a la conclusión formulada por Dupont de Nemours: los bienes del clero pertenecen a toda la sociedad. La otra parte replica, inútilmente, que esta ley de expropiación compro mete la caridad, que es para los ricos “ una especie de garantía patriótica” ; que pone en tela de juicio el principio mismo de la propiedad privada soli daría, acerca de lo cual Maury profetiza: La propiedad es ana, y es sagrada tamo para nosotros como para vosotros. Nuestras pro piedades garantizan las vuestras. Hoy nos vemos atacados; pero... si fuéramos despojados, también os llegaría el tumo a vosotros...
La mayoría replica que el número de propietarios, defensores del orden, anmentaría merced a la dispersión de una masa de tierras, inmovilizadas por la mano muerta. El 2 de noviembre de 1789, la Asamblea pone los bienes eclesiásticos “ a disposición de la nación” . Según lo explica al día siguiente el Point du jour de Barére, era imprescindible establecer de ese modo “ todos los principios que habrían de impedir que los brazos del Reino se reprodujeran y que la aristo cracia renaciera de sus cenizas” . Basándose en ese tesoro fabuloso de 2.000 a
El pueblo en la calle.
44.■— L a to m a d e la B a stilla .
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3.000 millones, equivalentes a unos 3 a 5 años del presupuesto de gastos, podían emitirse bonos, títulos, nuevos empréstitos a corto plazo, o bien garantizar una nueva moneda. En virtud del decreto del 19 de diciembre de 1789, la El asignado y la venta Asamblea opta prudentemente por el primero de di de los bienes chos sistemas, que, desde luego, sólo puede afectar al de primer origen viejo grupo, limitado, de los tenedores de órdenes de pago y de asignaciones. Mas el experimento fracasa. Únicamente, una vez más, tan sólo la audacia es posible. El asignado-bono del tesoro es sustituido por el asignado-moneda, al que los decretos de 17 de abril, 29 de septiembre y 8 de octubre de 1790 le dan, sucesivamente, forma. Gracias a este billete de Estado, de curso obligatorio y de ilimitada fuerza liberadora, que circula por toda la nación entera, será posible llevar a cabo operaciones de gran cuantía. También se espera que contribuya a un renacimiento económico. Gracias a su circulación, reanimará el comercio, que se debilita, eso creen, por falta de numerario. Mirabeau exhorta a la Asamblea, en agosto de 1790, a que lance “ en la sociedad este germen de vida que le falta” . Pero, en especial la distribu ción de los bienes del clero ofrece un grandísimo interés político y social. En el mercado de tierras representará una afluencia sin precedente de ofertas a dis posición de los compradores burgueses y campesinos. Desde luego los primeros iban a aprovecharse de la ocasión mucho más que los otros. La Constituyente busca dinero fresco. El interés de la tesorería coincide con el interés de la burguesía que pagará al contado y acto seguido se quedará con los grandes pedazos. Las ventas se efectúan en pública almone da. Por otra parte muchas heredades con su conjunto de edificios, de tierras de labor y de praderas constituyen unidades de producción difícilmente divisibles; la asamblea burguesa se niega a realizar una división “ en pequeñas porciones” vendidas o adquiladas al precio justo, lo cual traería com o consecuencia la sus titución de la agricultura mercantil por una agricultura cerrada y conduciría a nn retroceso económico. Vacilando acerca de los medios, sin embargo, trata a su manera de conci liar los distintos puntos de vista. El decreto del 25 junio-25 ju lio establece que los lotes sean divididos tanto cuanto su naturaleza lo permita, con el fin de fa cilitar que las proposiciones modestas puedan tomar parte en las subastas. Y so bre todo, el adquirente de lotes agrícolas gozará de facilidades de pago: el 12 por 100 al contado, para los campos, praderas, viñas, edificios de explotación; el resto lo pagará en doce anualidades, con un interés del 5 por 100. Tenien do en cuenta lo muy dividida que estaba la propiedad inmobiliaria en aque lla época, esto equivalía a invitar a la subasta a muchísima gente. Pululan los lotes de menos de 1.000 libras. He aquí un lote de 500 libras, que inclu29, —
h.
o. C. — v
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ye algunos ara pendes de labor: el campesino lo adquirirá por 60 libras al contado, siendo el resto pagadero en doce años, casi únicamente del producto de la tierra. Sin embargo, la operación no está al alcance de todos: 60 libras representan aproximadamente tres meses de sueldo y una muchedumbre de jornaleros no disponen de dicha cantidad. Cierto que el comité de mendicidad piensa en concederles, para que los cultiven, terrenos de mala calidad una parte de los cuales se les entregaría: esto les preservaría “ para siempre de la miseria” ; pero este proyecto así como el gran plan de socorro del que volve remos a hablar no se pone a discusión. Y los constituyentes jamás hubieran aceptado que los bienes del clero se aplicaran a ello. Los adquirentes se presentan en masa. A las veces reina en las subastas un ambiente de entusiasmo; las adjudicaciones son saludadas con cantos revolu cionarios. El adquirente es acompañado con música, se le ofrece una corona cívica, un fusil para defender su nueva propiedad. Burgueses de la ciudad, nobles, campesinos, a veces incluso eclesiásticos, pujan fuerte. Los primeros son los grandes compradores de heredades, aunque sin despreciar los pequeños lo tes; pero mucho más numerosos aún, al menos en lo que a los bienes rurales se refiere, son los labradores, los caseros, los granjeros, los aparceros, loe jo r naleros: compradores de pequeños lotes, indudablemente, pero también de pequeñas heredades. Y muchas veces de grandes heredades, para lo cual habrán formado un sindicato de adquirentes, que la ley no prohibirá hasta abril de 1793. Para esa fecha, la mayoría de los bienes del clero ya habrán sido ad quiridos. Finalmente, entre las adquisiciones rurales de los dos grupos: burgue ses de la ciudad y campesinos, la desproporción quizá no sea enorme, pero, en cambio, sí lo es si computamos por cabeza. Y asimismo, dentro del grupo campesino, lo es entre el proletariado de los jornaleros y esos semiburgueses de los campos que con tanta frecuencia son los labradores. Sea como fuere, los gastos de la operación corren a cargo de la gran propiedad privilegiada. Aún nos queda por considerar otro punto de vista. La venta de los bienes del clero no sólo multiplica el número de propietarios, sino también el de ex plotadores. La desmembración de las grandes heredades, aunque sea en bene ficio de la burguesía, atrae mayor número de campesinos al usufructo de la tierra, como colonos o aparceros. De este m odo, una de las reivindicaciones po pulares del campo, hostil a las concentraciones, obtiene un principio de satis facción. Esta política de redistribución de una parte del capital Las contribuciones , , y las cargas sociales inmobiliario va acompañada por una política de recti ficación de los ingresos. Pero tanto la una como la otra se realizan en detrimento de los antiguos brazos y en beneficio, desde luego muy desigual, de los vencedores. Asimismo, la importante reducción de las
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retribuciones elevadas actúa también en dicho sentido, Y lo mismo cabe decir de la supresión de los diezmos y de los varios derechos señoriales, y de la su presión de la masa de impuestos de consumo y de la igualdad fiscal. El nuevo sistema de impuestos — contribución inmobiliaria, contribución mobiliaria, patentes — está ya acabado, en cuanto a lo esencial, en los últimos meses de 1790 y primeros de 1791, Si se le compara con el antiguo, ofrece una válvula de escape a la masa de deudores, en especial si se calcula a base de los precios contemporáneos el valor de los diezmos y derechos señoriales suprimi dos. Pero la escasa variabilidad de las cotizaciones asignadas a las contribuciones directas les concede a veces un carácter feroz: esos impuestos — a diferencia de los impuestos indirectos pagaderos en el acto y variables según el impor te del consumo, o de los diezmos y de los derechos proporcionales a la cosecha — sólo de muy lejos siguen, y aun eso cuando las siguen, las variaciones anuales de los ingresos. Aunque de hecho, la inactividad de los cuerpos nombrados para aplicarlos concede al país una amplia moratoria fiscal. Una parte de este impuesto “ igual” está destinada a cubrir gastos de un tipo completamente nuevo. Van a nacer los presupuestos sociales, en especial el de la instrucción pública, de la que según hemos visto debía encargarse la nación en lugar de la Iglesia. Y lo mismo cabe decir de la asistencia. El comité de mendicidad de la Asamblea había proyectado un plan completo de socorros públicos. Para él, “ la culpa de la miseria de loa pueblos la tienen los gobiernos” Por ello, el so corro de asistencia aparece com o una “ deuda inviolable y sagrada” , que las ins tituciones nacionales deben extinguir. El sistema propuesto sostiene al pobre en todas las etapas de la vida, previendo socorros para los niños abandonados, las familias numerosas, los pobres útiles pero sin trabajo, los enfermos, los ancianos. La pensión de vejez, que asciende a 120 libras, representa aproxima damente la mitad del sueldo de un jornalero, cuyas estrecheces económicas ya nos son conocidas. Todos parecen estar de acuerdo acerca de los proyectos, des de el fisiócrata duque de La Rochcfoucault-Liancourt, que preside el comité, a la masa de representantes. Y si bien la Asamblea no tiene tiempo para vo tarlos, sin embargo se preocupa de insertar en la mismísima Constitución, la promesa solemne de ello, en el epígrafe de las Disposiciones Fundamentales. He aquí, pues, solemnemente realizada, con la Constitución del 3-14 de septiembre de 1791, la subversión del Antiguo Régimen y de la antigua sociedad. La realeza milenaria ha muerto. El que antaño era primer caballero de Francia ahora cb tan sólo el primer funcionario público de la nación, creado por ella, pagado por ella, que puede destituirle — como ai hubiera abdicado — ei se niega a prestarle juramento o si se retracta de dicho juramento, si se
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pone al frente de un ejército reclutado contra el país o si permite que dicho ejército actúe o bien si, tras haber salido de Francia, no regresa cuando sea re querido por el cuerpo legislativo. También han sido derribados los pilares milenarios del régimen. La de gradación social de la nobleza es un hecho. E l clero ha sido expropiado, so metido, despojado de sus atribuciones no propiamente religiosas. En la mente de los vencedores, las antiguas “ superioridades” están aniquiladas. A partir de ahora, sólo se tendrán en cuenta el dinero y el talento. El funcionamiento del nuevo sistema le garantiza a la alta y media burguesía, o a sus representantes, la realidad del poder. A pesar de las disidencias, el régimen ha adquirido un sólido apoyo popular en el conjunto del país. Sin embargo, la situación sigue teniendo un carácter provisional. El cami no de la fuerza sigue abierto. Los vencidos no aceptan en m odo alguno su derro ta, y disponen en la misma Francia de fuerzas mucho más que proporcionales a su número. Además, algunos ya apelan a Europa o bien aceptan la idea de un desquite con la ayuda de Europa. Las instituciones y la Francia de 1791 asustan al mundo antiguo. A los ojos de los contemporáneos, el peligro de una gran guerra se va precisando día a día. Por su parte, los triunfadores no están de acuerdo. Muchos de ellos, libres de cualquier presión exterior, habrían preferido en lugar de la revolución in novadora la revolución conciliadora de la que ya hemos hablado. Sin embargo, la gravedad del peligro de la derecha y la presión de la izquierda no les han permitido elegir. Las fuerzas de la Revolución les han arrastrado muy lejos, y no están tranquilos. Para ellos ha sonado ya la hora de sustituir el movimien to por la resistencia. Pero las fuerzas de la Revolución, en cuyo interior la pequeña burguesía aliada con las clases populares va a desempeñar un papel decisivo, aún preten den ir más lejos. Cuanto estalle la guerra general, cuando el peligro de derecha presione mortalmente al régimen, la necesidad pública concederá sus posibili dades a un nnevo “ movimiento” .
CAPITULO III
LA ÉPOCA DE LAS ANTICIPACIONES: LA REVOLUCIÓN CONVENCIONAL (1792-1795) A gran guerra en la que van a enfrentarse la sociedad sin brazos y la sociedad tradicional empieza en 1792. Con el descomedimiento de una lu cha sin precedentes, en el curso de la cual surgen las nuevas unidades de cómputo de la política moderna — la nnidad militar de un millón de hombres, la unidad financiera de los m il millones, la unidad monetaria del billete de 10.000 libras, — aparece la etapa “ antieipadora” de la Revolución. Nacidas bajo fortísimas presiones, la mayoría de las instituciones de la época desaparecerán rápidamente. Sin embargo, estrechos lazos las unen a los tiempos que anticipan y el recuerdo de ellas ejercerá fundamental atracción sobre las luchas políticas del siglo xix.
L
I. FUERZAS DEL MOVIMIENTO 1. E l doble peligro Hasta entonces, grandes “ emociones populares” , de carácter social, habían apresurado el curso de la Revolución. Otras “ emociones populares” , combinan do las fuerzas de lo nacional y de lo social, van a precipitarlo aún más. Desde 1791 se observa una pesada atmósfera de guerra. •‘Traidores” emigrados Glterra de noticias, verídicas o falsas, y guerrilla de in cidentes. Nos topamos, en la prensa, con la anarquía y las atrocidades francesas vistas desde el exterior, o bien los desórdenes y las insurrecciones del extranjero vistas desde Francia. A lo largo de las fronteras habrá movimientos de tropas. En el extranjero, la bandera tricolor es insul tada, Después de VarenneB la atmósfera se hace más cargada aún. A principios de septiembre, París se entera de la conferencia del castillo de Pillnitz. Las noticias se van filtrando poco a poco. Primero acerca de los participantes: el emperador Leopoldo y el archiduque Francisco, el rey de Prusia, el príncipe real hijo de este último, el príncipe de Hohenlohe, el príncipe de Nassau, sin hablar del elector de Sajorna, el dueño de la casa. La emigración estaba presen-
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te: Calonne, Condé, Esterhazy, Polignac, y sin duda MM. d’Artoia” y el “ trai dor Bouillé” . En una palabra: una “ prodigiosa reunión” de representantes de la Europa aristocrática. Seguramente se habló de Francia. En Coblenza, en Bru selas, los emigrados arman gran alboroto acerca de esa reunión. El manifiesto de los principes del 10 de septiembre significa la petición oficial de interven ción extranjera, así como la aceptación oficial de la misma. Una “ irresistible confederación" pretende poner fin al “ despotismo de los demagogos” , a “ la tiranía popular” . Si se cometiera algún atentado contra la persona del rey, “ todo París sabe, todo París debe saber [que] poderosos ejércitos... caerían inmediatamente sobre la ciudad impía que se habría atraído la venganza del Cielo y la indignación del universo” . No cabe duda de que, en su manifiesto, los príncipes emigrados violentan la verdad, y comprometen a Leopoldo mu cho más de lo que en realidad se comprometió. Mas para los contemporáneos la verdad reside en esos textos y en las furiosas polémicas que suscita. ¿Quién se acuerda ya de las disertaciones liberales acerca de la libre elección de la pa tria, del precedente de aquellos protestantes fugitivos, a cuyos descendientes la Constituyente les había reconocido la nacionalidad francesa? Condorcet y Vergniaud están en buenas condiciones para invocar, en los primeros debateB de la Legislativa acerca de la emigración, los deberes clásicos para con la pa tria amenazada, la solidaridad nacional, el crimen de quienes van contra ella. El decreto del 9 de noviembre decreta sobre los culpables — entre ellos Mon* sieur •— la confiscación y la muerte. A l negarse a ratificarlo, el rey, que por otra parte solicita en secreto la intervención de las potencias, parece cómplice de la traición. Y viene lo más grave aún. Está ya desencadenada la guerra diplo mática. El Im perio pretende imponerle a Francia, en relación con los dere chos de los príncipes investidos, una revisión de sus decretos del 4 de agosto, mientras Francia pretende imponerle al Im perio la disolución de las agrupa ciones de emigrados. La ruptura diplomática con Pío V I se había producido en primavera. Acusado de traición a favor de Austria, el ministro de Asuntos Exteriores, De Lessart, es acusado por la Asamblea el 10 de marzo de 1792, y en su caída arrastra al ministerio de realistas constitucionales (feuillants). Al declarar, el 20 de abril, la guerra al rey de Hungría y Bohemia, la Asamblea manifiesta que el conflicto no se origina entre nación y nación sino entre pueblo y rey, y “ adopta por anticipado a todos los extranjeros que, tras abjurar la causa de sus enemigos, vinieran a alinearse bajo sus banderas'’. En esta lucha contra Austria y por la libertad, pesan terribles conjeturas sobre los esposos reales. En plena guerra, el 13 de junio, el rey licencia a los ministros patriotas: Roland, Servan, Claviére y opone su veto a los decretos de seguridad revolucionaria y nacional del 27 de mayo y del 8 de junio. Pa rís, soliviantado, denuncia, el día 20, en su petición conminatoria a la Asam
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blea, a quienes conspiran contra la patria, a los responsables de la “ inacción de nuestros ejércitos” . Si la culpa es del poder ejecutivo, “ sea éste aniquilado” . Pero La Fayette se encarga de su defensa. General de ejército en campaña — ya denunciado por Danton como “ el jefe de esta nobleza coaligada con todos los tiranos de Europa” — , acude el 28 de junio a la barra de la Asamblea y de nuncia a los jacobinos. Todos los realistas constitucionales le hacen coro. Robespierre, desde la gran tribuna de la calle Saint-Honoré, le replica, recla mando un decreto de acusación contra “ ese facineroso” . . .... _ Para que las cosas sean más claras aún, el emperador El traidor La fa yette ‘T ra id ores' del interior
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“ anarquía” francesa. El rey de Prusia ha declarado la guerra el 6 de julio. El día 25, Brunswick expone los fines de guerra de las dos cortes: “ lograr que cese la anarquía en el interior de Francia... detener los ataques contra el trono y el altar... restablecer el poder legal... poner [al rey} en situación de ejercer la autoridad legítim a...” El manifiesto prodiga a la nación órdenes y amenazas, que renuevan el manifiesto de los príncipes, y que los emigrados reasumirán por su cuenta. Para la opinión pública, enemigos inte riores y enemigos exteriores forman un todo. Y la intuición popular correspon de, efectivamente, a la realidad; de hecho, en este caso, el manifiesto emana menos de Brunswick que del “ comité austríaco” de las Tullerías denunciado por Brissot. Las secciones votan mociones de abdicación. Después de la Revolución del 10 de agosto y de la caída del trono, La Fayette intenta en vano arras trar a su ejército contra el nuevo poder, y el 19 de agosto se refugia junto al enemigo: ¡un “ traidor” más! Los acontecimientos militares se precipitan. El mismo día el ejército prusiano invade Francia, y el 23 ha conquistado Longwy. “ Hay traidores entre vosotros” , reza una proclama del Consejo ejecutivo: “ Sin ellos la lucha acabaría muy pronto.” El 30, los austríacos cercan Thionville. “ El rey ha dispersado nuestros ejércitos, ha abierto nuestras fronteras” , escri be el mismo Consejo en una circular dirigida a los departamentos, acerca de los documentos hallados en las Tullerías. El 2 de septiembre, por la mañana, se difunde el rumor de que Verdún, última defensa en el camino de París, ha capitulado; que la ciudad ha sido entregada por los traidores realistas: y el hasta entonces obispo entrará tras los prusianos. Un poco por todas partes, si guiendo los pasos del invasor, el Antiguo Régimen vuelve a instalarse. El Con sejo general de la Commune decreta la movilización general, el desarme de los sospechosos, denuncia “ las traiciones que nos rodean o amenazan...” . Es pre ferible que “ nos sepultemos bajo las ruinas de nuestra patria” y reduzcamos “ nuestras ciudades... [a] im montón de cenizas” , que obedecer a Brunswick. El cañón de alarma dispara, se toca a rebato. Pero, ¿qué opinan los grupos ca llejeros? Antes de ir a lachar al frente de Verdún, es preciso acabar con el
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frente de París. Las “ cohortes enemigas que vienen a degollarnos mantienen inteligencias criminales con los facinerosos1’ de las cárceles. Existe un “ complot de las prisiones” . Los contrarrevolucionarios esperan que el enemigo venga a abrirles las puertas, ¡Es preciso vaciarlas! Tres meses más tarde, ante la Convención, el acta enuncia El “traidor" Luis tiva de los crímenes de Luis, último rey de los franceses, dedica buena extensión a sus crímenes contra la patria: desorganización del ejército; incitación a regimientos enteros a desertar; rendición estipulada de Longwy y de V erdón; destrucción de la marina; complicidad o abstención culpable ante la actuación de algunos diplomáticos que prestaban su apoyo a la coalición de las potencias extranjeras y de los príncipes contra Francia, o ante los malos tratos de que eran objeto los franceses en el extranjero; envile cimiento de la nación francesa en Alemania, en Italia y en España. También son traidores los vendeanos “ separatistas” — valién Vendeanos donos de la palabra de S orel— , cuyos proyectos contrarrevo “separatistas" lucionarios “ en combinación con nuestros enemigos interiores y exteriores” , son denunciados desde marzo de 1793. El mismo mes de marzo es testigo de la traición de Dumouriez, de un Dumouriez que imita a La Fayette — si bien se pasa deliberadamente al enemigo — y habla com o Brunswick, pretendiendo “ marchar sobre París para hacer cesar la sangrienta anarquía que en ella reina” ; al mismo tiempo que Cobourg, el 5 de abril, declara que está de acuerdo con Dumouriez y denuncia a un populacho que “ sólo habla de asesinatos y de puñales” . Traidores, también, son los girondinos de Dumouriez. En el club de los jacobinos, Robespierre comenta, el 1 de abril: ¿Sería Dumouriez tan atrevido si no contara con el apoyo de un tuerte partido? No, Dumouriez cuenta con cómplices entre nosotros... La salvación de la República eólo puede hallarse en la total reorganización del gobierno.
En una Francia invadida y cuya existencia está en juego, toda la contra rrevolución, formada por emigrados girondinos, aparece sucesivamente como cómplice del extranjero. Francia y Revolución constituyen un todo. Al igual que la República, el enemigo del interior y del exterior forman un todo indivisible. Veamos a Barere en la tribuna de la Convención, el 8 de agosto de 1793, hablando en nom bre del Comité de Salvación Pública: Es preciso que en tm mismo día golpeéis a Inglaterra, a Austria, a la Ven dé e. al Temple y a los Borbones,
Simultáneamente, Pitt es declarado “ enemigo del género humano” . Ingla terra, la “ Cartago moderna” , deberá ser destruida. El hombre de la calle hace
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coro a esas ideas: es preciso realizar “ un desembarco en el país de ese pueblo atroz” ; arrasar Londres, y luego se añadirá también: arrasar Viena. El senti miento nacional se indigna contra el enemigo tradicional y sus cómplices rea listas o “ federalistas” que tratan — en vano —■de entregarle Marsella a fines de agosto, pero que al mismo tiempo consiguen entregarle Toulon, mientras que Lyon, sublevado, tiende la mano al invasor piamontés. Para la mentali dad popular toda una categoría de individuos trabaja para el enemigo, desde el interior de las plazas militares, preparándose para ayudarle con la fuerza, y entre tanto suministrándole informes. “ Los agentes del extranjero” , dirá Robeepierre en nivoso, “ infectan aún nuestros ejércitos..., deliberan en nuestras administraciones, en nuestras asambleas divididas en secciones..., se introducen en nuestros clubs” e, incluso, ¡en la Convención! Sean cuales fueren sus reservas mentales, los termidorianos no se atreve rán a jugar con ese sentimiento. Después de Quiberon, un Tallien apostrofa, en la tribuna de la Convención, el 9 de termidor del año III, esa “ desdeñable tur ba de cómplices, de asalariados de Pitt” , de “ traidores” con “ deseos parricidas” que “ se han atrevido a volver a poner pie en su país natal” . Se les aplicarán los terribles textos del 9 de octubre de 1792 y del 28 de marzo y 5 de abril de 1793: esos forajidos serán fusilados en masa, Y el artículo 373 de la Constitución del Año III establece que la nación francesa “ en ningún caso... soportará el re greso” de los emigrados. Nunca, desde el siglo xvi, ninguna nación se había visto envuelta en una guerra con tanto apasionamiento. Ni comprometida en tan enormes propor ciones: sólo por paite francesa, se llega al m illón de hombres. Si la “ emoción nacional” contribuye de este modo a que Emoción social ]a opinión y la vida política sea más radical, por su parte> la económica prodiga las emociones sociales de siempre. Motines de vida cara del tipo antiguo oca sionados por la subida de los precios agrícolas y la acostumbrada perturba ción de ingresos que ésta trae consigo, a consecuencia de las malas cosechas de 1791 y de 1794. Y , sobre todo, clima de inflación, que confiere a esas subidas dimensiones desmesuradas y satura toda la atmósfera económica. La hacienda pública de la Revolución sigue viviendo de asignados. Los antiguos impuestos de consumo han desaparecido; los nuevos impuestos di rectos se cobran con dificultad. Y en cuanto a los gastos, aparecen nuevas car gas, enormes: reembolso de la deuda a corto plazo que ya no se renueva; pago de los gastos de culto y de las pensiones eclesiásticas; cargas de asistencia — en especial de talleres de caridad y de trabajos públicos de distinto tipo — impues tas por la crisis económ ica; gastos de preparación para la guerra. A fines del año 1791, teniendo en cuenta los billetes de la Caja de Descuentos cambiados Subida de los predas
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y la destrucción de los asignados reingresados, la circulación fiduciaria asciende aproximadamente a 1.500 millones. Cantidad enorme, si pensamos que, ante riormente, la circulación de la Caja de Descuento, y, más tarde, hasta 1820, la circulación de los billetes del Banco de Francia, sólo rara vez pasan de los 100 millones. Viene a continuación la gran guerra, de un tipo nuevo, prolon gada durante años, durante los cuales la nacionalización de los hombres bas taría para imponer la de la moneda. El único m odo posible de sufragar esta enorme empresa será un empréstito forzoso sobre la circulación; 2.000 millo nes de asignados en 1792; cerca de 3.000 a mediados de 1793; 6.000, en vísperas del 9 de termidor; 18.000 al final de la Convención; algo más de 34.000 algunos meses más tarde, a principios de 1796, en los últimos tiempos de la inflación torrencial. Sígnese de todo ello la subida de los precios, aunque muy desigual según los períodos y según los bienes. Durante el primer año del sistema, es decir, de mediados de 1790 a mediados de 1791, en vez de subir, el coste de la vida disminuye, dominado por la baja del precio de los cereales. Por el contrario, el cambio exterior es afectado ya desde el principio: la crisis cíclica de 1789 y los acontecimientos políticos ya le habían afectado gravemente. Fijémonos en el diagrama: a fines de 1789 disminuye del 5 al 10 por 100. La variable de Iob acontecimientos políticos y cíclicos, y la constante de la crisis monetaria, do* minan la curva en los años sucesivos: la pérdida es de casi el 15 por 100 a fi nes de 1790; casi el cuarto después de Pillnitz; la mitad en vísperas de la gue rra; tan sólo el tercio después de Valm y; casi el 80 por 100 hacia mediados de 1793, cuando se produce la nueva invasión y la revuelta federalista. Viene luego el enderezamiento teatral de los primeros meses del año II. Luego, a pesar de las victorias, sobreviene el cambio de dirección de pluvioso-ventoso y la recaída de la moneda, recaída que prosigue casi basta principios del Di rectorio. El cambio interior, el cambio del oro vendido libremente, aunque retra sado respecto a las variaciones del cambio exterior, reproduce aproximada mente casi todas laB variaciones: el luis de 24 libras valdrá de 7 a 8.000 fran cos en marzo de 1796, es decir, que en siete años pierde sensiblemente más que el “ napoleón” durante los treinta y siete años que nos separan de 1914. El poder adquisitivo interior, calculado simultáneamente a partir del pre cio de los productos y de los capitales — en especial de los capitales inmobi liarios: tierras y edificios— , también aparecerá r e tr a s a d o en la segunda curva, y variará casi en el mismo sentido; de todos modos, sus oscilaciones pre sentan menos amplitud, pero parecen mucho más gravadas en aquellos depar tamentos que tienen grandes plazas comerciales o que están en contacto con dichas plazas. Todo ocurre, al menos desde la primavera de 1791 basta el ve
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rano de 1794, com o si el cambio exterior mandara Bobre el cambio interior, y el cambio interior sobre el conjunto de los precios. Esta secuencia: cambio exte rior-precio, volveremos a hallarla después de la primera guerra mundial. Por consiguiente, la depreciación del cambio exterior, sujeto también a la influen cia de las variables y de la constante antee citadas, sería — por el relevo del mercado interior del oro —- el origen de las vicisitudes de este valor de opinión del asignado, del que tan expresivamente nos hablan los contemporáneos. Valor de opinión que expresará principalmente el ju icio de la burguesía, ya que sus operaciones ee refieren al mismo tiempo tanto a los productos com o a los ca pitales. Quizá sea muy distinta la “ opinión” de los asalariados, cuyo especial interés reside en ciertos artículos importantes cuyo precio sube mucho más que los capitales: entre 1790-1791 y los primeros meses de 1793, la subida del precio del trigo candeal llega casi al 100 por 100 . Sin embargo, en conjunto, al menos según podemos juzgar, el asignado pierde más en el mercado de los cambios que en el de los productos. Mas, a partir del verano de 1794, la situación cambia. Empieza el desmo ronamiento acelerado del poder adquisitivo. Muy pronto llegará la época de la inflación torrencial y de los billetes de 10.000 libras. Parece que ya no es el cambio el que dirige el m ovimiento; la depreciación procede del mercado interior, de los precios interiores, cuyo nivel sube a mayor velocidad que el de la emisión. La curva de loa precios tiende a alcanzar la de los cambios, aun que no lo consigne por completo. Año de dificultades económicas internacio nales, de subida universal del coste de vida, 1793 superpone en Francia la miseria de la crisis cíclica a la miseria inílacionista. Cuando la Convención ce lebra sus últimas sesiones, los cereales valen — en lo que cabe contar — entre 15 y 30 veces el precio de 1789. A cada hundimiento del poder adquisitivo suele corresutrector de orquesta: . . . , , . ., ¥ , , lo miseria ponder una recrudescencia de la agitación. Juzguémoslo, una vez más, según el diagrama. He aquí la primera cri sis, hablando cronológicamente, la de otoño de 1791 y principios de 1792. Es tallan graves disturbios en provincias. Los cargamentos de trigo son detenidos por el camino, tasados y vendidos sobre el terreno por la muchedumbre. Las mismas tasas ilegales afectan la mantequilla, los huevos y varios productos in dustriales. Los “ ricos” correrán con los gastos. Aparecen nuevas reivindicacio nes sociales. La ley marcial no hace sino agravar las cosas. Algunas tropas se niegan a marchar; algunas veces es la muchedumbre la que dispara. Simoneau, alcalde de Étampes, cae la mañana del 3 de marzo: un cura de los alrededo res apoya, contra la ley, las excusas y los derechos sociales de los homi cidas, Por su parte, París había conocido un poco antes los motines del azúcar. Interrumpidos en primavera a causa de los acontecimientos exteriores, los des*
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órdenes prosiguen a fines de verano y principios de otoño, es decir, el 10 de agosto y después de Valmy. La opinión pública no ha variado. Si el pan está caro, la culpa la tienen las especulaciones de Capeto, así com o los acaparadores, encubiertos por jueces cómplices. En Lyon, en la región parisiense, en la Beauce, las tasas se multiplican, y la autoridad se resigna más o menos a ellas. Pero he aquí que, a fines de 1792 y principios de 1793, empieza la segunda gran erigís. Durante el invierno y la primavera, la subida casi ininterrumpida de los cereales va a batir todos los récords. Un pan negro de mala calidad vale de 7 a 8 sueldos en los departamentos del centro de Francia, lo cual explica que el asalariado local no compre más de una libra. En Lyon, donde los oficiales de las fábricas de seda están en paro, el pan vale ó sueldos, con lo cual rebasa am pliamente el nivel “ provocador” de 1789; y este nivel es rebasado en más del 50 por 100 en el conjunto del país. En París, los ultramarinos son invadidos, tasados o saqueados. Las secciones se soliviantan contra el pan caro, acusan de ello a la contrarrevolución y a sus cómplices, a la Convención, a los panaderos, exigen que sea tasado. La obsesión y la exasperación públicas estallan en moti nes. Entre tanto, los “ enciclopedistas” de la Gironda, contra los cuales lanza Marat sus envenenadas zumbas, pronuncian hermosos discursos liberales acer ca de los víveres. La agitación vuelve a comenzar en agosto y en septiembre, en el momento más fuerte de la crisis. La cola a las puertas de las panaderías comienza a las 4 de la madrugada. A las 1 1 se despacha. Y corre el rumor de que va a faltar por com pleto el pan. Jacqueg Roux, Théopliile Leclerc, reclaman la guillotina para los traidores, para los diputados infieles, los agiotistas, los acaparadores. Le P ére Duchaisne atiza el fu ego: “ La patria, ¡ m ...! Los negociantes no tienen patria.” Y denuncia a esos “ comedores de carne humana” , enemigos de la República y cómplices de los rebeldes. Los manifestantes obreros del 4 de septiembre invaden la sala del municipio, reclamando pan. Los del día si guiente acusan en sus carteles a los “ tiranos” , a los “ aristócratas” y a los “ aca paradores” . La presión popular persiste durante todo el mes. Se votan máximos parciales y el máximo general. Asimismo, durante la gran recaída del invierno 1793-1794, la crisis de precios y la crisis social van a la par. Indudablemente se han obtenido ciertos resultados, en especial en lo que al pan se refiere: una política de requisa, de subvenciones, de regulación y de racionamiento, contribuyen a ello. Pero, en conjunto, la intervención gubernamental ha fracasado. La gente se pelea a la puerta de las carnicerías. La crisis es peor que nunca para los huevos, la leche y la mantequilla. Una parte de la clientela revolucionaria reclama el soberano remedio de la guillotina. O, una vez más, la gran purga de un septiembre. Des pués de la muerte de los hebertistas los precios siguen subiendo igual que an
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tes; después de la muerte de los dantonistas se produce lo mismo; y también después de la muerte de Robespierre. La continuidad del mal desgasta y des concierta el espíritu cívico. La supresión del máximo acordada, después de termidor, no hará sino con tribuir a que las cosas se agraven. Los descontentos sociales acumulados explo tarán finalmente en germinal y pradial del año III, bajo una doble consigna: la Constitución de 1793, el Panha necesidad del asignado y el monstruoso desbarajuste de los valores que esto ocasiona durante cinco años, crean un constante estado de tensión social, incomparablemente más largo y más duro que todos los que las dificultades económicas anteriores habían podida engendrar. Las clases populares ven en él un pacto de hambre de un tipo nuevo, que la ley debiera destrozar. A l igual que lo nacional, lo social hace más radical la Revolución. Sin embargo, la op i nión no es unánime; mucho antes del fracaso del experimento, numerosos ele mentos de las clases medias y de la alta burguesía b o u hostiles a él. Si el acon tecimiento nacional hace más radicales y coaliga las fuerzas revolucionarias, el acontecimiento social las hace más radicales, pero las divide.
2. El
instrumental revolucionario
Todas estas fuerzas naturales, que tanto han crecido en el espacio de po cos años, son utilizadas por el “ instrumental” revolucionario creado en la épo ca de la Constituyente. Pero a ellas, la época convencional superpone un nuevo material que les concede incomparable eficacia. Los clubs y las sociedades locales, en especial las dos Sociedades populares sociedades populares afiliadas a los jacobinos, siguen agrupando la flor del régimen. Social y politica mente, esta flor se democratiza, pasa a ser más radical. Después de los feuillants, han sido expulsados los girondinos, com o más tarde lo serán los bebertistas y los dantonistas. Ahora, esos clubs realizan legalmente aquello que la Constituyente, ya en decadencia, quería impedirles realizar. En virtud del decreto del 27 de julio de 179S, cualquier obstáculo que se opon ga a sus reuniones constituye un atentado contra la libertad. Ahora, el poder gubernamental y las instituciones populares más tienden a ayudarse que a con trariarse. Los clubs de provincias son asociados a la administración local. V i gilan a los funcionarios; de ellos dependen las destituciones y los nombra mientos. Mediante los comités revolucionarios locales, en los cuales tienen asiento sus afiliados, vigilan la ciudad y la aldea. Las depuraciones continuas mantienen su homogeneidad y bu pureza y, entonces, la sociedad popular toma Periódicos
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el nombre de “ Sociedad regenerada” . De cate modo, la organización jacobina figura com o partido dirigente, “ Centinela alerta.,, vanguardia de la opinión” , simultáneamente utiliza e influye la mentalidad pública, muy hábil en reasu mir esa táctica que consiste en acoplar las reivindicaciones económicas y las políticas. Hablando en términos más generales, tanto en París como en laB provincias, las sociedades y las asambleas populares de todo tipo, en contacto con las municipalidades, constituyen los centros motores de la Revolución. En ellas el pueblo bajo desempeña el papel principal. Indudablemente, en conjunto, la libertad de expresión y la libertad de prensa actuaban, desde 1789, en favor del nuevo régimen. Y progresivamente sólo actúan en favor del mismo. Únicamente subsisten las publicaciones revo lucionarias, y cada día más conformistas. El 12 de agosto de 1792, la Coinmune de París decide detener a los “ envenenadores de la opinión pública” y distri buir sus materiales entre los impresores patriotas, al mismo tiempo que un decreto de la Asamblea del 18-21 de agosto, “ acerca de los libelos anticívicos y los escritos que quieren descarriar a la opinión pública” , concede 100.000 li bras al Ministerio del Interior para estimular la buena prensa. Al principio de la Convención y al alejarse el peligro renace cierta libertad. Pero dura poco. La crisis política y social de marzo de 1793 es causa de que sea votado el decre to del 29-31, que castiga con la mueTte la provocación por medio de la pren sa para disolver la representación nacional y restablecer la monarquía. Con la misma pena será castigada la provocación al hom icidio y la violación de las propiedades, si a la provocación ha seguido el delito. Después del 2 de junio desaparece la prensa girondina. Además, mucho antes, la guerra de los par tidos había producido medidas de principio, que limitan no sólo la libertad de prensa sino también cualquier libertad de expresión. El Terror, según ve remos, irá mucho más lejos por ese camino. Finalmente, la tribuna y la pren sa, las grandes instituciones libres bijas de la Revolución, ya sólo funcionan en beneficio de las fracciones políticas cuya misión consiste en salvarla. Contemporáneamente, se democratiza la guardia nacional, a la que los ex ciudadanos pasivos, antaño excluidos o de los que se desconfiaba, se sienten muy atraídos por un sueldo diario de 40 sueldos. Sobre todo entre los cañoneros, abundan los artesanos revolucionarios de buen temple. Tanto en París como en las provincias, se crea una fuerza especial, bajo forma de ejércitos revo lucionarios. La misma propaganda envuelve la vida civil y la militar. . . Asociadas a lo patético de la situación, se exaltan aquellas fort testas cívicas .. . , ,, . . . . mas religiosas que la emoción cívica ya había adoptado duran te la Constituyente. El fervor se traneparenta en el lenguaje: los ministros de la nueva religión les hablan a las muchedumbres de la Santa Montaña, de la San ta Igualdad, de la Santa Libertad. La liturgia se enriquece con magníficos
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himnos; altares y mártires se multiplican. Las fiestas de guardar ee convier ten en cívicas y conmemorativas de las grandes fechas de la nueva era. Las fiestas decenales honran, junto con el Ser Supremo y la Naturaleza, las divini dades humanas: el género humano, el pueblo francés, los bienhechores de la humanidad. Si el instrumental revolucionario explota de un modo Democracia y dictadura ton maravilloso las fuerzas elementales, eso se debe no t i despotismo , . de la libertad” solo a que cada vez es mas homogéneo, sino también a que por encima de él, el gobierno central lo sincroniza, lo acelera, lo integra en nn nuevo derecho público de combate. El fin lo siguen constituyendo las libertades públicas, la democracia. El medio será la dictadura temporal. El decreto del 19 de vendimiario del año II, expuesto por Saint-Just en nombre del Comité de Salvación Pública, declara que “ el gobierno provisional de Francia es revolucionario hasta la paz” . No podemos someter a un mismo régimen “ la paz y la guerra, la salud y la en fermedad” , escribirá más tarde y por su parte, Robespierre, Por consiguien te, los enemigos de la nación son colocados fuera de la nación. “ En la Repú blica no hay otros ciudadanos que los republicanos.'” Reinará sobre la minoría monárquica, anuncia Saint-Just, “ por derecho de conquista... Es preciso go bernar por la fuerza a quienes no pueden ser gobernados por la justicia: es preciso oprimir a los tiranos” . Además, según lo explicará Robespierre en au ponencia del 18 de pluvioso, no deben confundirse el “ despotismo de la liber tad” y el despotismo de la tiranía: “ el rigor de los tiranos sólo tiene por princi pio el rigor; el rigor del gobierno republicano parte del bien público” . Ante riormente, el 8 de agosto de 1793, y a propósito de las guerras de exterminación que ante6 habían realizado los reyes y en la actualidad la República, Barere ya había manifestado que las primeras se habían realizado al servicio de la opresión, las otras, en nombre de los Derechos del Hombre. El “ despotismo de la libertad” se ejerce por medio de la dictadura cole gial y provisional del Comité de Salvación Pública, bajo la fiscalización teó rica de la Convención, fiscalización. que, sin embargo, algún día puede llegar a ser efectiva. Conocemos el mecanismo, establecido, en lo esencial, por los de cretos de 19 de vendimiarlo y de 14 de frimario del año II. El Comité, reno vado en jnlio-Beptiembre de 1793, agrupa los individuos más representativos de la revolución jacobina y los grandes “ especialistas” a su servicio, solidarios de los primeros: Robespierre, Saint-Just, Couthon, Billaud-VaTenne, Collot d’Herbois, Barére, Carnot, Jean-Bon Saint-André, Prieur de la Cóte-d’Or, Robert Lindet. Prepara las grandes leyes que votará la Asamblea, y vela por la ejecución de las mismas. Los ministros-— sustituidos más tarde por las comi siones del decreto del 12 de germinal— , los generales, los cuerpos constituidos,
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16.— Fiesta de la Federación en el 14 de julio de 1790.
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quedan colocados bajo su inspección; de hecho, el Comité de Seguridad Ge neral es su auxiliar para las grandes medidas de policía. Mantiene relación directa con los distritos. Junto a los distritos y a los municipios se hallan sus representantes permanentes; los agentes nacionales; los comités locales de vi gilancia, en conexión con los distritos, o incluso con el Comité de Seguridad General, velan para que las medidas revolucionarias sean aplicadas. Nombra sobre el terreno los representantes en misión. Primero de hecho, y luego de derecho, fiscaliza la actuación del tribunal revolucionario, así como sus jura dos y magistrados, que el decreto del 22 de pradial le permite nombrar; le autoriza incluso a intervenir en el procedimiento. Gobierna, administra, juz ga. Y prácticamente, con tal de que lo confirme la Asamblea, legisla. De él precisamente emana la carta de ese “ despotismo de la libertad” , adoptada a propuesta suya: nos referimos a la ley de los sospechosos del 17 de septiembre de 1793, al decreto del 23 de ventoso del año II que establece nue vas medidas contra los conspiradores, al decreto del 27 de germinal acerca de la policía general de la República, y finalmente, al del 22 de pradial. De este modo, una legislación de excepción alcanza a los nobles, a los señores y a los agentes de los ex señores, a los eclesiásticos, a los extranjeros. La exclusión de los cargos públicos, la residencia obligatoria, la obligación de presentarse dia riamente en el municipio de ese lugar de residencia, son las disposiciones más benévolas. Se expresa básicamente en dos grandes medidas: una preventiva, la otra represiva: la cárcel para cualquier presunto contrarrevolucionario, la muer te para todo contrarrevolucionario declarado. Además, a partir de diciembre de 1792 se castigará con la muerte a todo aquel que proponga la monarquía o el federalismo, o bien, según un texto de marzo de 1793, la ley agraria. Pero con las grandes leyes terroristas ya no es necesario proponer, quitarse la careta. Traidores a la patria serán todos aquellos que favorezcan “ de la manera que sea... el plan... de subversión de los poderes y del espíritu público” ; crimen de lesa nación, cualquier resistencia, todo intento de “ entorpecer” al gobierno “ por medio de cualquier acto” . Por consiguiente, el oponerse es un crimen castigado por la ley con la pena de muerte. Incluso quejarse es criminal, al menos para los ricos: los ociosos que no sean ni sexagenarios ni enfermos, con victos de haberse quejado de la Revolución, serán deportados a Guayana. El mecanismo de la depuración y de la represión adquiere gran velocidad con la ley de pradial: “ Enemigos del pueblo” serán los que hayan calumniado el pa triotismo, hayan intentado inspirar desaliento, pervertir las costumbres; quie nes “ por el medio que sea y bajo cualquier apariencia que se oculten, hayan atentado contra la libertad, la unidad, la seguridad de la República, o bien hayan trabajado para impedir que se consolide” . Basta con la prueba moral. Una sola pena: la de muerte. Y Couthon comenta: debemos rechazar una fal so. —
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sa justicia que “ asesinaba al pueblo por falsa humanidad y que traicionaba al pueblo por escrúpulo” . De este m odo, las fuerzas del movimiento adquieren grandísima eficacia. Sin embargo, al igual que en la época de la Constituyente, sólo una pequeña fracción del país participa en la vida política. La dictadura revolucionaria puede ejercerse en beneficio de la mayoría; pero sólo es obra de una minoría nacional. Por otra parte, y al igual que había ocurrido antes, la gran masa qne se abstiene no permanece neutral. Sus simpatías siguen yendo, si no al Terror, al menos a la Revolución de la que el Terror constituye un medio temporal de defensa, más o menos aceptado o comprendido. Deja actuar a la fracción limitada y decidida. A l igual que los ciudadanos activos de antes, los electores del sufragio universal no sienten ninguna prisa: sólo de un 10 a un 15 por 100 . La opción de partido, incluso en su sentido más lato, le sigue pa reciendo un lu jo a la mayoría.
3. V ictoria del movimiento En este amplio ambiente maleable, en el que ninguna onsignos convergente;. j(jeo 20gja política preexistente presenta obstáculos, la his toria procede con mayor rapidez, máxime porque el Es tado descentralizado de 1791, que sólo sobrevivirá un año a la monarquía, sólo con dificultad se defiende de los embates del Movimiento. La carrera de la Legislativa tiene lugar en plena crisis nacional y sociaX He aquí, de golpe, que los “ legisladores” han quedado atrás. El gran aconte cimiento del 10 de agosto estalla en medio de un paroxismo. Las secciones pa risienses, la Commune, los guardias nacionales de provincias y de París, los arrabales, se han atrevido a ello y lo han llevado a cabo. Esta segunda Revolu ción, que derriba el trono, abre el camino a la democracia política y a un breve, pero importante, episodio social, del que pronto volveremos a hablar. La Convención Be reúne el 20 de septiembre de 1792. Saca las conclusiones de la segunda Revolución al suprimir la monarquía y aceptar la república. Y se inicia la gran prueba política que supone el proceso contra el Rey, Indudable mente, la Asamblea no vota bajo amenazas la condena a muerte, como con clusión de los debates iniciados en noviembre: pero la solemne evocación de las “ traiciones” de Luis y las reacciones de una opinión exaltada por las asam bleas populares y la prensa, crea una fuerte presión. En la mayoría de las vo taciones que se suceden del 15 al 20 de enero, la Gironda está dividida, mien tras que la Montaña forma bloque. Con ocasión de la crisis nacional y social de los primeros meses de 1793,
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revive, coja mayor gravedad, el ambiente del verano anterior. Se forma de nuevo la alianza de las fuerzas revolucionarias que habían prevalecido el 10 de agosto: no ya contra la monarquía y una asamblea censataria, sino contra la primera asamblea elegida por sufragio universal. Los hombres del 31 de mayo lanzan sus contraseñas: decreto de acusación contra los jefes de la Gironda y pan a 3 sueldos; depuración, creación de un ejército revolucionario a sueldo y ayudas a los familiares de los defensores de la patria. La Asamblea es ven cida y mutilada el 2 de ju n io; la mayoría es derribada. Tercera revolución, que conduce a una nueva etapa en la que la pequeña burguesía y los grupos so ciales inferiores desempeñarán un papel esencial. La doble crisis se agrava aún más durante los meses siguientes. Henos aquí ante las jom adas del 4 y del 5 de septiembre de 1793. Las consignas son: “ guerra a los tiranos” , “ guerra a los aristócratas” , “ guerra a los acaparadores” . Las consecuencias son: el mismo día 5, la Convención, de nuevo apremiada, pone el Terror en el orden del día; el día 17, vota la ley de los sospechosos; a con tinuación viene el gran decreto del 19 de vendimiario del año Q , que procla ma los principios del gobierno revolucionario, mediante la sucesión evoca dora de sus epígrafes: Sobre el gobierno, Subsistencias, Seguridad General. Entonces se produce la doble victoria en el frente económico y el frente nacional: el máximum, la nueva subida del asignado, la derrota de la Vendée, la liberación del territorio. El gobierno de Salvación Pública, animado por Robespierre, aniquila las oposiciones. L ob girondinos han sido guillotinados el 31 de octubre. El Terror hiere a diestro y siniestro, extermina tanto a los in transigentes hebertistas como a los conciliadores dantonistas. La legislación so cial que sucedió al 10 de agosto es reasumida y ampliada. _ Pero he aquí que, com o contrapartida, aumenta la inquietud de debilidad burguesa. El notable burgués de 1790 ve con temor cómo nue vas capas escalan el poder. Cuando no tiembla por sí mismo, tiembla por sus bienes, ante ese régimen de empréstito obligatorio, de impues to progresivo, que degenera en guerra a los ricos. Muchos otros, individuos anónimos de la media burguesía, comparten más o menos esos sentimientos. También se asustan ante la invasión, que amenaza con traer de nuevo a la aris tocracia. Pero cou la victoria, el peligro nacional parece alejarse poco a poco. Sólo subsiste el temor social. La misma “ victoria” económica es efímera, incorúpleta y, más todavía, resulta onerosa no sólo para los ricos sino también para la revolución popular, cuya unidad resquebraja. El pequeño comercio de las ciudades soporta con impaciencia el precio tope, cuando se aplica a sus productos, según es la norma general desde ventoso. Granjeros y vendedores de toda clase lo odian en el campo, a pesar de las precauciones oportunistas del Comité de Salvación Pública, en especial en lo que al ganado se refiere. Por
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motivos muy distintos, los asalariados se indignan ante su ineficacia; y la me dida se colma cuando se pretende establecer un tope a los salarios. Desde luego, el fracaso del sistema es cada vez más manifiesto. El poder adquisitivo del asignado no ha cesado de disminuir durante el primer semestre de 1794. En termidor, su estimación vuelve a ser lo que había sido un año antes, en la peor época de los peligros exterior e interior. Con ello, la vacilación o la decepción de las masas amenaza con dejar en la calle a individuos aislados, máxime porque desde septiembre de 1793, bajo presión del gobierno, la vida política popular decae en París; en prima* vera de 1794, las sociedades populares de sección dejan de celebrar sus sesio nes. El fin del “ bebertismo” les ba asestado el golpe fatal, de ese “ bebertismo” al que la disminución del poder adquisitivo de los pobres parece concederle la razón, más allá de las tumbas. Un movimiento semejante puede observarse en provincias. Sólo subsiste el club conformista. Las grandes fuerzas colectivas que soportaban el peso de la Revolución tienden ahora a desfallecer. La revo lución del número, especialmente sensible a estas fuerzas, corre el peligro de ser sustituida por la revolución de palacio, con sus albures y sus intrigas. En la cadena de los acontecimientos capitales de la revolución, el 9 de termidor aparece como el primero en el que el número, el pueblo-—- dais e x machina de las grandes tensiones anteriores — casi eBtá ausente. El combate se registra puertas adentro, a escala individual, en el cuerpo a cuerpo de la asamblea: las amenazas que la ley de pradial pone en suspenso sobre ella, la hostilidad del Comité de Seguridad General contra Robespierre y sus amigos, la des unión del Comité de Salvación Pública, las intrigas de los procónsules destitui dos y asentados, las torpezas de Robespierre, deciden la solución de la lucha en la escena parlamentaria. París hubiera podido hacer entrar, una vez más, en razón a la Asamblea después de las dramáticas sesiones del 8 y del 9 de termidor. En efecto, Robes pierre y sus amigos, cuya detención ha 6Ído acordada, son puestos en libertad por un puñado de gendarmes y de funcionarios. La Commune se subleva. Pero el movimiento no tiene ni tiempo suficiente ni suficiente impulso. La des composición de las fuerzas revolucionarias produce su efecto. La sangre del Gran Terror, que a tantos descontentos puede parecerles vertida en vano, le vanta la repugnancia pública. Sólo con mediana solicitud se hará caso de la generala y del rebato del 9 de termidor. Las fuerzas del orden equilibran y vencen a las de la insurrección. La iniciativa de la Convención vence a la de fensiva sin ardor de sus enemigos.
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4. El
La reacción política,
tem or
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bukcués
Ha empezado el reflujo revolucionario. Pero esto no sigj,j£ ca qUe ]a mayoría de la Asamblea o del país se haya
unido a la contrarrevolución. No se habla para nada ru de un regreso al Antiguo Régimen ni de un abandono de las formas republica nas; pero la Convención quiere librarse de laB presiones minoritarias del ex terior, presiones que han desviado su política. Frente al doble peligro aristo crático y democrático, se procede a una reagrupación del centro. En otras palabras: la burguesía, cuyos distintos grupos se han acercado por obra de los acontecimientos — excepto una pequeña minoría de terroristas y ciertOB ele mentos de las clases populares, carentes de fuerza por su aislamiento— , se repliega sobre sí misma y quiere gobernar ella sola. Se impone una revisión radical del instrumental revolucionario. La Asam blea la emprende con el “ terrorismo” : con sus instrumentos nuevos, como el gobierno revolucionario; o antiguos, como los clubs, la prensa, la guardia na cional, el municipio de París, es decir, con todo el mecanismo acelerador o amplificador de la Revolución. En termidor, se derogan o enmiendan las principales leyes terroristas, se renuevan los miembros del Comité de Salvación Pública, en espera de que pierdan, al mes siguiente, gran parte de sus poderes. El municipio de París ha sido declarado fuera de la ley el día 9. La Commune ya no volverá a apa recer. El decreto del 14 de fructidor divide sus atribuciones y atribuye las fun ciones de policía a un cuerpo de funcionarios. A l mes siguiente, comienza la destrucción del “ partido” jacobin o: el decreto del 25 de vendimiarlo del año III prohibe toda asociación de sociedades, así com o toda correspondencia en nom bre colectivo entre ellas, todas las peticiones o mensajes en nombre colectivo. Los clubs quedan bajo la vigilancia de la policía: cada sociedad deberá redac tar y enviar inmediatamente al agente nacional de su distrito la lista de sus miembros, lista que será dada a conocer en el tablón de edictos del municipio. El 21 de brumazio, se cierran los clubs jacobinos de París, Nueve meses y me dio más tarde, quedan disueltas todas las sociedades populares. La prensa, na turalmente, aprueba: una prensa que volvía a ser lib re —-dejando al margen algunos fallos— , la mayoría de la cual era ahora antijacobina, pues era “bur guesa” por vocación y por adscripción. Finalmente, la guardia nacional apa rece tal como la Constituyente deseaba que fuera: los pobres y los terroristas han quedado directa o indirectamente excluidos de ella, en espera de que el decreto del 10 de pradial del año H I “ exima” del servicio a los artesanos, jo r naleros o peones.
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De este m odo, el hecho de que el grueso de la burguesía se haya dado cuenta de un peligro democrático, lo ha derribado todo. Indudablemente, las dificultades económicas y sociales del año III provocarán graves desórdenes, en especial los del 12 de germinal y de los primeros días de pradial. Mas, por ca recer de cuadros burgueses, el movimiento fracasará, ya que sigue siendo una fracción de la burguesía la que piensa por las masas. Y, por su parte, las masas han dejado de ser una fuerza activa del régimen. Contra ellas, la Asamblea ha triunfado en pradial mediante el ejército. Sin ellas y gracias al ejército, vence rá a la derecha en vendimiarlo. Ahora, el ejército desempeña en la lucha política el mismo papel que des de el comienzo de la Revolución habían tenido las masas. El hombre predes tinado de esta lucha en dos frenteB, la única capaz de consolidar el régimen, habrá de ser un gran jefe militar.
II. LAS ANTICIPACIONES POLÍTICAS En esta lucha frenética, terrible, en la que se en frentan, de 1792 a 1794, el antiguo mundo y el nuevo, surgen instituciones o novedades monstruosas que llenan a Europa de pasmo y de temor, y que, desde luego, no asustarán menos a la burguesía francesa, re trospectivamente: el sufragio universal, la República, atrevidos inicios de demo cracia social, un clima de ciudad futura. Mas en el fondo, todo esto no es sino ensueño o pesadilla: antes de que acabe el año III, la mayor parte de esas Sombras se h abrán desvanecido. La Declaración de 1793
La declaración de los Derechos de 1793 colocaba la igualdad en la pri mera fila de los derechos del hom bre; vem'an a continuación: la libertad, la seguridad y la propiedad. Daba carácter de deuda a los socorros públicos, y proclamaba una especie de derecho al trabajo, aunque muy distinto de lo que se entenderá con dicho nombre en el siglo siguiente. Finalmente, la insu rrección popular era proclamada com o el más sagrado de los derechos contra los gobiernos usurpadores. La Declaración del año III le devuelve a la libertad el primer lugar, es decir, el que ocupaba en el texto de 1789. Insiste, claro está, en la igualdad ci v il; pero concede un lugar a los “ deberes” del hombre, cosa que los concilia dores de la Constituyente habían tratado en vano de conseguir. Y entre esos deberes, figura el respeto de la propiedad:
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A rt, 8. —•Precisamente sobre la conservación de las propiedades reside el cultivo de las tierras, todas las producciones, lodos los medios de trabajo y todo el orden social.
Ya no se habla de socorros públicos ni, naturalmente, de derechos a la insurrección. También el sufragio universal ha sobrevivido. Instituido el 10 de agosto de 1792 por el decreto de la Asamblea legisla* tiva acerca de la formación de la Convención nacional, concede el voto a todos los franceses mayores de 21 años, sin distinción de fortuna. Los decretos del 11 y del 21 excluyen — por carecer de independencia — a la servidumbre personal. Sin embargo, el sufragio sigue siendo indirecto, tal com o lo era en la Constitución de 1791. Se es elegible a partir de los 25 años. La Constitución de 1795 conserva este tipo de sufragio, pero suprimiendo la exclusión de los criados y fijando la edad de 21 años tanto para elegir como para ser elegido. Pero se trata de textos efímeros. El decre* to del 5 de fructidor del año III apela, qué duda cabe, al sufragio universal — es decir, a todos los franceses que hayan votado en las últimas asambleas primarias — para que se pronuncie acerca del texto que habrá de convertirse en la Constitución del año III, e incluso para participar en las primeras elec ciones legislativas: era preciso apresurarse. Pero esta Constitución pone de nuevo en vigor el sufragio censatario, y, por añadidura, con un censo más bajo aún que el de 1791: para formar parte de las asambleas primarias bastará con satisfacer una contribución directa, sea cual sea su importe. Por consiguiente, la inmensa mayoría del país votará. Asimismo, el censo de ele gibilidad establecido por la Constituyente reaparece, casi idéntico, excepto para los aparceros y los colonos, que se beneficiarán de una cuota más reduci da. De este m odo, los electores que integren las asambleas de segundo grado pertenecerán al mismo medio social que las de 1791. Los representantes serán escogidos sin condición de censo. Sufragio universal y gobierno d e Asamblea
Quedan también repudiados: la Cámara única renovable anualmente y el gobierno de asamblea, previstos por la Constitución de 1793. El Senado, qne Mounier y sus amigos no habían logrado obtener anteriormente, hace su aparición, aunque se trate de un Senado muy distinto del que aquéllos deseaban. La Constitución del año III reparte el poder legislativo entre dos asam bleas: Consejo de los Quinientos y Consejo de los Ancianos; pero tanto el uno como el otro se forman por elección y los elige el mismo cuerpo electoral. Tan to el uno como el otro tienen un mandato de tres años, renovables por tercios. Únicamente difieren, aparte de las condiciones accesorias de estado civil y de
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residencia, las condiciones de edad, que son, respectivamente: 30 años (rebajada provisionalmente a 25) y 40 años. Cierto que los Ancianos tienen el pri vilegio de elegir los cinco miembros del Directorio, nombrados por un período de cinco años y renovables por quintos; pero del)en hacerlo a base de una lista de cincuenta propuesta por los Quinientos. Los ministros, que no forman consejo, son nombrados y destituidos por el Directorio, y deben ser elegidos fuera de las asambleas. Asimismo, ni siquiera las asambleas, por precaución contra los comités de gobierno a la manera convencional, podrán formar nin gún comité permanente. P or el contrario, la descristianización proseguirá, aunque bajo Ser Supremo. distintas formas, hasta brumario. Aún más: nna parte de ella Separación pasará a los códigos napoleónicos. Los decretos del 17 y 18 de de la Iglesia agosto de 1792 han cerrado los conventos y han decretado la y e l Estado disolución de las órdenes religiosas. La guerra contra loa re fractarios, la inconsistencia de numerosos elementos de la Iglesia constitucional, la presión de las fuerzas de movimiento, apoyadas aquí y allá por los muni cipios, han acabado por disgregar el clero secular y por desorganizar la vida religiosa. El año II, las tres cuartas partes de los obispos constitucionales o han abdicado o han apostatado o se han casado. El Estado revolucionario, que había permanecido ajeno al culto a la Razón, instituye en virtud del decreto del 18 de floreal, el culto al Ser Supremo. Deja de pagar los sueldos de los sacerdotes y establece el régimen de separación en los últimos días del año II. Sin embargo, el Ser Supremo no ba sobrevivido a termidor: los decretos de 3 de ventoso y de I I de pradial del año III confirman la libertad de cultos, que in cluso podrán coexistir en un mismo edificio. La Constitución del año III con solida simultáneamente la separación y la libertad. Persiste también la descristianización de la vida social, seducida por el divorcio por mutuo acuerdo o por incompatibilidad de caracteres de la ley del 10 de septiembre de 1792, a6Í como por el laicismo estatal, la era republi cana y el ritmo por décadas de su calendario.
Finalmente, regresan al poder, si no los mismos individuos de 1791, al menos, eso sí, y ampliamente, los mismos círculos sociales, que representan los mismos intereses. Estos notables han sufrido sobre sus cabezas los efectos del duro nivel igualador del año II. Indudablemente, muchos siguen creyendo en las libertades públicas, pero con cierta prudencia de clase de la que antes ca recían, o bien no Be atrevían a exponer abiertamente, frente al temor social. Si la nueva Declaración de los Derechos no habla de tales libertades — a dife rencia de lo que ocurría en las Declaraciones de 1789 y de 1793 — , la Constitu-
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d o n del año III vuelve a proclamarlas, en el epígrafe de las Disposiciones ge nerales: así, la libertad de expresión y la libertad de prensa. Y sin embargo, el texto señala un retroceso en relación con los precedentes. Se consolidan las precauciones posteriores a termidor. El derecho de reunión y de petición viene prudentemente reglamentado: las sociedades no podrán ostentar el calificativo de “ populares”, ni asociarse entre ellas, ni mantener comunicación; las peticio nes deberán ser individuales, no colectivas. En caso necesario, la ley podrá de jar en suspenso durante un año la libertad de prensa, y con facultad de in tervención.
III. LAS ANTICIPACIONES ECONÓMICAS Y SOCIALES En este terreno subsisten muchas novedades capitales que las conquistas anticipadoras de la Revolución pro dujeron. En primer lugar, el aniquilamiento económico del feudalismo. Los campesinos tendían a ello por sí mismos y violentamente, continuando su resistencia colectiva frente a la percepción de los derechos señoriales. Y triunfan en dos grandes etapas: la de la caída del trono y la de la caída de los girondinos. En medio de la agitación que precede al 20 de junio de 1792, la Asamblea legislativa establece los principios de su política de expropiación señorial. El decreto de] día 18 suprime los derechos eventuales, como el laudemio, a menos de que los propietarios demuestren, mediante presentación de un título ori ginario, que el derecho les fué concedido como contrapartida por la concesión de la heredad: prueba que en la mayoría de casos no podrán presentar. La Asamblea reasume y amplía este sistema después del 10 de agosto. El decreto del 25 suprime, bajo las mismas condiciones, todos los derechos feudales o censuales útiles, todas las rentas pagaderas bajo el nombre de champan, terrage, diezmos enfeudados, y en general todos los derechos conservados o que las le yes anteriores habían declarado redimibles. Por consiguiente, y en gran es cala, se trata de la supresión de hecho y sin retroventa de los derechos señoria les. Gracias a la importante ley del 17 de julio de 1793, la supresión lo será de derecho. El artículo l.° suprime sin indemnización todos los derechos, “ in cluso aquellos que había conservado el decreto del 25 de agosto próximo pa sado” . Los títulos deberán entregarse en la escribanía de los municipios y se rán quemados solemnemente: los primeros fuegos de alegría se encenderán el día aniversario del 10 de agosto, ante el consejo general del municipio y los Mezcla de duradero y de efímero Supresión de los censos feudales
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ciudadanos reunidos. Por fin, queda liberada y sólo a expensas del señor, la propiedad rústica: la heredad del burgués y los millones de parcelas campe sinas. Según el espíritu de la Convención, la ley no sólo beneficiará a la masa de propietarios, sino también a la de explotadores: el decreto del 1 de brumario del año II prohíbe que se exija a los aparceros, colonos o granjeros culti vadores, cualquier prestación para reconstrucción. Algunos propietarios po drán, según ocurrió en la región de Gers, tener abiertamente en jaque a la ley ; otros la eludirán. ¿Frecuentemente? No lo sabemos. El hecho es que el texto está ahí y que termidor no lo tocará para nada. De ese m odo se verifica un importante traspaso de réTraspasos de propiedad
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campesina. Por su parte, la expropiación de los bie nes de los emigrados produce un importante traspaso de capitales. En este caso, la etapa del 2 de junio es mucho más decisiva que la del 10 de agosto. Sin lugar a dudas el decreto del 9 de febrero de 1792 ordena que sean secuestrados los bienes de los emigrados, y el del 27 de julio, manda que dichos bienes se pongan a la venta; el decreto del 6-14 de agosto prescribe la división general en lotes de dos a cuatro arapendes y el pago del precio mediante la entrega de una renta en metálico: así, todo aquel que lo desee podrá comprar. Pero el decreto del 2 de septiembre, que señala un retro ceso respecto al precedente, se limita a aconsejar la división en pequeños lotes, y en la inmensa mayoría de casos sustituye el pago en capital al sistema de arriendo. La Gironda no aplica estos textos y no parece que la Montaña se preo cupe demasiado por ello; pero, tanto la una como la otra, menos por motivos sociales que financieros. Pero los anhelos campesinos son inequívocos. La Mon taña cede, y la cuestión de loe bienes nacionales se convierte para ella en arma contra los moderados. Y a el 3 de junio de 1793, la Convención reasume los prin cipios del decreto de septiembre, aunque sustituyendo el pago al contado, en el caso de que la venta no se haya hecho a cambio de arriendo, por el pago en diez anualidades. En determinados casos, este plazo será ampliado hasta 20 años, sin intereses, por el decreto del 13 de septiembre. Y los decretos del 2 de frimario y del 4 de nivoso del año II harán aplicables a todas las ventas de bienes na cionales las normas dictadas para los bienes de los emigrados, al mismo tiempo que prescribirán el fraccionamiento general, con tal de no perjudicar la here dad. Las cantidades debidas serán pagaderas en diez plazos. Sin embargo, la consecuencia de estas medidas no es, ni mucho menos, un irresistible acceso popular a esta tierra expropiada. A la prudencia campesina le repugnan los elevados precios alcanzados en las subastas y no especula a largo plazo sobre las ventajas que la inflación supone para el deudor. La explo tación requeriría capitales de los que carece. La situación de los bienes en 7
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venta plantea también un importante problema: el jornalero, el pequeño culti vador, fijados, absorbidos por su principal tarea, no pueden comprar en cual quier parte la parcela que han de cultivar. Evidentemente, estos obstáculos son de poca monta para el comprador burgués, quien será el principal beneficiario de ese enorme desplazamiento de riquezas, también en este caso definitivo. Economía colectiva obra duradera contrasta con la fragilidad del res to. Ante todo, con el gobierno económico improvisado de 1792 a 1794 contra la gran subida de los precios. La Legislativa se había resistido durante mucho tiempo a la reivindicación popular de la tasa. Tanto para la izquierda como para la derecha el único re medio es la libertad, excepto la exportación de cereales, que sigue prohibida. El intervencionismo encuentra sus posibilidades después del 10 de agosto. La presión desde abajo hace que cedan tanto las autoridades locales y departa mentales como la Asamblea y el Consejo ejecutivo provisional. Los decretos del 9 y del 16 de septiembre autorizan a requisar los cereales. Junto con la de claración gubernamental del día 4, que también autoriza la tasa, puesta en práctica en el marco de una amplia política de importación a la cual la Asam blea había concedido nuevos medios, rompían con el liberalismo económico, en este importante terreno de los víveres. Pero la ruptura no es duradera. Se trata de un expediente momentáneo, de una improvisación de intendencia, exi gida por los días subsiguientes a la revolución; no puede hablarse de un nuevo sistema de gobierno económico. Así lo entenderán Roland y sus amigos giron dinos, La declaración del día 4, en la que, sea dicho de paso, faltaba su firma, queda anulada; decisión conforme al deseo de la nueva Asamblea, al menos de la gran mayoría de ella: después de un largo debate, la Convención opta clara mente, el 8 de diciembre, por la libertad. Persiste la carestía de vida, y con ella las reacciones populares. No se tie ne confianza en la tasa de los cereales, al menos la Montaña no la tiene, y me nos aún en el máximo general. Sin embargo, se llega a un acuerdo en abril de 1793. La Convención vacila, a pesar de que la Gironda hace un gran sacri ficio. A l fin, se acepta el texto de la Montaña, que se convierte en el decreto del 4 de mayo. Únicamente se trata del máximo de los cereales, que congela los precios al nivel medio de los cuatro primeros meses del año. Pero es un vano intento. El fracaso es patente, inmediato. ¿P or qué no esperar a que llegue la cosecha? En lugar de eso se limitan a adoptar leyes inoperantes: ley del 27 de julio, que convierte el acaparamiento en crimen capital; ley del 9 de agosto que organiza en cada distrito un granero de reserva. La presión pública se agrava, violentamente. Por consiguiente, no hay más remedio que reasumir la política del 4 de mayo, e incluso llevarla más allá.
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A partir de la segunda quincena de agosto, la Convención, emprende el ca mino del máximo general, al permitir que laB autoridades departamentales pue dan tasar o estableciendo ella misma tasa para diversos productos. El 11 de septiembre señala los precios tope de los cereales, harinas y forrajes: las re quisas van a alimentar a la República, el com ercio al por mayor desaparecerá, el comercio al por menor es reglamentado y Be pide a las sociedades populares que colaboren en la aplicación de la ley. Finalmente, con los decretos del 29 de septiembre, del 11 de brumario y del 6 de ventoso queda establecido el tope general de los productos y de los servicios, incluyendo los salarios. Este tope se calculará a base del precio de 1790 más un tercio, aunque, excepcional mente, el salario del trabajador no alimentado aumentará en un 50 por 100. A l precio del producto deberán añadírsele los gastos de transporte, así como el beneficio del mayorista y del detallista, que quedan fijados, respectivamen te, en el 5 y el 10 por 100. Las grandes tablas de ventoso nos muestran la in mensa lista de géneros para los que se ha fijado un precio tope. El Comité de Salvación Pública, por medio de Barére, ensalza esas “ tablas de vida” y se enorgullece de haber suprimido las “ esponjas absorbentes” de una multitud de intermediarios. Mediante la tasa general y las demáB decisiones que hemos mencionado, los poderes públicos fiscalizan una parte importante del comercio interior. Prácticamente dueños del comercio exterior, dirigen ampliamente la circula ción. A l mismo tiempo, actúan sobre la producción de artículos necesarios para la alimentación popular, producción que disimulan mediante primas. Tras ha ber inaugurado, en virtud del decreto del 13 de agosto de 1793, la movilización económica general, organizan la industria de material bélico. De este m odo, las grandes presiones sociales y las necesidades de la lucha ponen en manos de la República sectores fundamentales de la economía. ,, . , Una política financiera impuesta por las mismas circunsnepublica social . . . , . . , , , tancias, tiende a aumentar las obligaciones fiscales de los ricos. Son ellos quienes correrán con los gastos de la guerra, mediante nn con junto de cargas progresivas: impuestos revolucionarios, recaudados por repre sentantes especialmente nombrados para ello; empréstito forzoso de mil mi llones, establecido por la ley del 3 de septiembre de 1793, que recae sobre quienes no suscriben el empréstito voluntario. Estas medidas tienen su efica cia. Y , por otra parte, para asegurar la igualdad fiscal, para gravar a los emi grados en su fortuna mobiliaria, para destrozar las sociedades de capitales que especulan contra la moneda republicana, serán suprimidos los títulos al por tador y se prohibirán las sociedades anónimas. En agosto de 1783, Cambon acepta esa “ lucha a muerte entre todos los mercaderes de dinero y la consoli dación de la República” .
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Va a surgir una nueva legislación social, que en alguna ocasión procede de los principios y de los planes de los individuos de la Constituyente, como, por ejemplo, los decretos del 19 de marzo y del 28 de junio de 1793. En virtud del primero, se establecen auxilios para los pobres aptos para el trabajo así com o socorros a domicilio para los pobres que no pueden trabajar; el segundo organiza socorros para niños y ancianos. Y lo mis mo cabe decir del decreto del 22 de flore al del año II, que concede a ciertos trabajadores del campo pensiones de retiro, así com o subsidios a las viudas y a las madres que son cabeza de familia, y ayudas médicas para loe enfermos. Con ello queda abierto, junto al Gran Libro de la deuda pública (creado el 24 de agosto de 1793, y en el que se inscribe la deuda activa del rico), ese Li bro de la beneficencia nacional, de tan moderna inspiración ‘‘social” . Los principios de una política de prevención de la miseria llevarán mucho más lejos a la Revolución convencional. Hasta entonces, los pobres sólo han conseguido la parte más pequeña de los bienes nacionales de primer y de se gundo origen. Los bienes comunales, aumentados con las tierras recuperadas de los triagers, o presuntos bienes comunales, en cumplimiento de ios decretos del 28 de agosto de 1792 y del 10 de junio de 1793, pueden constituir como un fondo de tercer origen: una especie de ley agraria del 10 de junio autoriza el reparto gratuito y por cabeza, cuando así lo solicite una tercera parte de la asamblea de los habitantes. Por su parte, los decretos del 8 y del 13 de ventoso del año II van a poner gratuitamente a disposición de los patriotas indigentes una cuarta masa de bienes, perteneciente a la categoría de individuos sospechosos que sean reco nocidos definitivamente como enemigos de la República. “ Quien se muestra enemigo de su país, no puede ser propietario en él” , explica Saint-Just, el ponente. Ensayos de legislación social El efím ero y profélico año II
Que Europa ee entere de que no queréis que en el territorio francés haya ningún des graciado, ningún opresor: 1ojalá'este ejem plo fructifique Bobre la tierra y difunda por ella el amor hacia las virtudes y la felicidadl ¡La felicidad es una idea nueva en Europa!
Nueva, frágil y precaria, como esa abolición de la esclavitud, “ en todas las colonias” , que la Convención había proclamado un mes antes, el 16 de ventoso del año II. Ninguna de estas instituciones sobrevivirá mucho al 9 de termidor. In cluso, en ocasiones, la reacción surgió antes, sobre todo en materia de reglamen tación del cultivo. En fructidor del año II se inicia una violenta campaña en pro de la libertad comercial, que debe restablecer la abundancia y los precios
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bajos. Aunque prorrogado, el tope es tan sólo una palabra. La ley del 4 de nivoso del año III lo suprime. La legislación fiscal pierde por completo su ca rácter social; dos reincidencias de empréstito forzoso del Directorio casi úni camente proporcionarán escándalos. Por carecer de créditos, las leyes de asis tencia social no han podido ser aplicadas, o sólo se han aplicado parcialmente, a pesar del esfuerzo que se hizo en favor del decreto del 22 de floreal: al fi nal parece que la Convención repudie el conjunto del sistema, en los últimos meses del año III y a principios del año IV. Un poco más tarde, el Directorio se decidirá acerca de los bienes comunales: la ley del 21 de pradial del año IV suspende provisionalmente los repartos autorizados por la “ ley deletérea'” del año 1793; la ley del 2 de pradial del año V los prohíbe. Y la aplicación de los decretos de ventoso no pasa de las medidas preparatorias. De este m odo, hacia el final, los hombres de la Convención vuelven a ser lo que en el fondo nunca habían dejado de ser; individualistas al estilo de los de la Constituyente, al estilo de los que el siglo xvm había formado. Una vez libres de las presiones políticas y sociales del año II, regresan a las posiciones económicas de 1790, aunque, eso sí, con el recuerdo de esas presiones, con la conciencia de un terrible peligro popular, la desconfianza y, a menudo, la saña del temor. La inmensa mayoría de los notables piensa y siente del mismo modo que ellos. Esta historia trastornadora no ha durado en total más que dos años. Ha salvado al Estado de la burguesía, que, una vez pasado el peligro, se siente más sólido al repudiarla. Sin embargo, en lo inmediato, demócratas y elementos populares siguen siéndole fieles. A largo plazo veremos sus efectos. Sobrevive, ejemplarmente, en la memoria de las generaciones y, después de 1830, acaba por incorporarse o identificarse con toda la Revolución entera. La leyenda se apodera de los individuos y vuelve a incoar con pasión el proceso de los mismos. El programa, aunque transfigurado, resucita. Las anticipaciones sociales de la época adoptan un aire profético, un valor de anunciación. El efímero año II deja brillar sobre el futuro un reflejo grandioso, reflejo por el que todo el siglo XIX ee hallará iluminado.
CAPITULO IV
LA ÉPOCA DE LAS COISSOLID ACION ES: EL FRACASADO INTENTO DEL DIRECTORIO Y LA REVOLUCIÓN NAPOLEÓNICA (1796-1815) I. FUERZAS ESTARILIZADORAS
Deseos de estabilidad
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OS termidorianos se esforzaban en halagar el senti
miento público al presentar descaradamente su de cisión del 5 de frimario del año 111, por la cual imponían la reelección de los dos tercios de ellos, como si se tratara de un “ de creto acerca de los medios de ultimar la Revolución” . Asimismo, el Directorio hace alarde de sus intenciones estabilizadores, aunque se esfuerza en vano por llevarlas a la práctica. El realismo sigue siendo irreconciliable, sigue con las armas en la mano, y cuando no descarga el golpe de fuerza, conspira. Conte nida, vencida, la Vendée nunca renunció. El gobierno debe replicar. Stofflet cae ante el pelotón de ejecución en febrero de 1796; Charette en marzo. Si los movimientos se sosiegan durante aquel año y el siguiente, vuelven a iniciarse, en 1799, en el Oeste, en el Mediodía y en Bélgica. Las comisiones militares se guirán fusilando a los emigrados hasta la víspera misma de brumario. Junto a la insurrección, la traición anglo-realista se introduce: en el ejército, con Pichegru; e incluso en el Directorio, con Barthélemy. Pero lo más grave reside en el hecho de que un estado mental reaccionario, muy difundido, que expli ca en parte las elecciones de 1797, coloca alrededor de todos estos intentos una pantalla de cómplices o de cándidos. Estado mental alimentado por el temor social de la burguesía ante los pe ligros de un regreso jacobino. Sin embargo, el jacobinismo es tan sólo un fantas ma. La agitación babeufista, nacida al coincidir la ideología igualitaria y la catástrofe de la inflación torrencial, desaparece bruscamente. Babeuf y sus amigos son detenidos en mayo de 1796 sin la menor dificultad. La represión de su complot, así como de la descabellada acción del campo de Grenelle, en sep tiembre, no causará mayores preocupaciones al poder. Tanto loe insurrectos de Grenelle como los babeufistas serán ejecutados en 1796 y 1797 sin que París, política
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domado desde pradial, se muera. Pero eso poco importa: las amenazas, inclu so abortadas, asustan. Continúa asustando el fantasma jacobino. Cualquier po lítica que le brinde una posibilidad de renacer repugna a la mayor parte de los notables de la República. Y , sin embargo, quiérase o no, la inminencia del peligro de derecha conduce a ella a todo gobierno republicano que quiera apo yarse en una mayoría parlamentaría. El golpe de estado directorial del 18 de fm ctidor, al anular las elecciones realistas del año V, produce un renacimiento de los clubs. Y las elecciones del año V I se inclinan hacia la izquierda, tendencia desbaratada por un segundo golpe de estado, el del 22 de floreal. Y sin embargo, también las elecciones del año VII se inclinan hacia la izquierda. Encendida de nuevo la guerra, los éxitos iniciales de la segunda coalición y los desórdenes provocados por sus cómplices en el interior, refuerzan la resistencia del régimen. La ley del 10 de mesidor del año V II Rama a servicio activo a los reclutas de los cinco reem plazos qne aun no habían sido llamados, y cubre los gastos mediante un em préstito obligatorio de cotización progresiva, empréstito obtenido de los contri buyentes acomodados. Y surge, diez días más tarde, la ley de los rehenes, que ordena la detención y concentración de los parientes de emigrados, de los no bles, de los realistas destacados, en aquellos departamentos qne se hallan en estado de tumulto, y que replica con la deportación de esos sospechosos de un tipo nuevo, así com o con gravosísimas sanciones pecuniarias, a las agresiones contra los republicanos. Reaparecen los periódicos y los clubs “jacobinos” . Con ello, todo, desde fructidor, alimenta la alarma burguesa. Paralelamente ocurre la crisis de la deflación, motiva Anhelo de estabilidad da por el regreso a la moneda de metal en 1797 después económica del rápido fracaso, el año anterior, de los títulos te rritoriales qne eran una imitación del asignado. Esta crisis repercute dura y largamente, durante los años V I y VII, sobre los ingresos de las empresas. A todo ello, la guerra añade terribles complicaciones. E l 5 por 100 que había Regado, al máximo, a 24,25 francos durante el primer año de cotización, baja, al año siguiente, en el año VH , a 7 francos. Para los notables, todas estas calamidades, incluso las de carácter meramente económico, llevan el sello de origen: son expresión del peligro izquierdista. Y este peligro no parece ser menos grave que el peligro realista reforzado por la amenaza de invasión. Aunque la situa ción no sea tan tirante como en los veranos de 1792 y 1793, sin embargo, es más complicada, y, en ciertos aspectos, más difícil. Se trata de salvar la revolución, que vuelve a estar en peligro, y no sólo sin el apoyo de los elementos populares que antaño habían asegurado su salvación, sino contra eUos. Por lo cual volverá a ser necesario un centralismo dictatorial o algo parecido. Pero la dictadura popular será sustituida por una dictadura militar.
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Du Dimanche 6 Mars 1791. Nouvelles assemblees et nouveÜe conjuration des arui-ravoiuüonnaires , qui s’etoient rassembles en armes dans l’appartoment du roi pour l'enlever. ■—■ Exe'cution projettee de íeur complot s-ous la huitaine, aftn de ne pas faire morfondre sur nos frontieres les Capeta conspirareurs et lenrs 2mis les Autrichiens , qui n'attendent que ía fuite de la famille royale, pour venir nous e^orger. —- Projet des mumcipaax de Taire proclamer la loi maníale, pour appuver l’exe'cution du complot de leurs cómplices. — Avilissemem et degradatión d’un grand nombre desvolontaires def arméeparisienne. A
t*A m i du peup/e.
Graod dénonciareur des conspírauons contre la Tberte publique , apprcner. done atoe baiauís de Pai íe , crui en agissenc avec les traícres á la patrie> comrne des chaíieurs imbécilks qui s’amuseioient á tirér i 17.— Un número de « L’ A mi du P™ pie».
48.— Un café en tiempos de la Revolución
EL FRACASADO INTENTO DEL DIRECTORIO
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A partir de vendimiario, la política de equilibrio de la RePublica burguesa sólo podía lograrse con ayuda del ejército. Los misinos hombres de termidor y del Directorio lo habían convertido en la mayor fuerza estabilizador a del régimen. De una manera o de otra se habían ido capeando los temporales; pero Francia estaba ya cansada de tempestades. Desde hacía mucho tiempo quería una estabilidad: del país, de Europa, de los negocios, del crédito público y privado. Todo esto, natural mente, dentro del marco de la sociedad sin brazos dirigida por los burgueses. Por consiguiente, el problema consistía en disociar la Revolución del “ parla mentarismo” , e incluso, si ello fuera preciso, la Revolución del liberalismo po lítico, de ese lujo del que el Directorio sólo había dejado subsistir un aspecto falso, y que siempre Bupom'a, según lo acababa de demostrar la experiencia, un riesgo de que reapareciera el jacobinismo. Venga, pues, el Estabilizador. Bonaparte desembarca en Fréjus el 17 de vendimiario del año V III; llega a París el 24. A l acabar la primera quincena de brumario el golpe de estado está ya preparado. La tarde del 19, Bonaparte, junto con Sieyés y Roger Ducos, “ cónsules de la República francesa” , han sustituido al Directorio. La nueva Constitución es objeto de un plebiscito el 24 de írimario. "^Lbilizador"
La Constitución se basa en los verdaderos principios de) gobierno representativo, en los sagrados derechos de la propiedad, de la igualdad, de la libertad. Los poderes que instituye son fuertes y estables, tal com o deben serlo para garantizar los derechos de los ciudadanos y los intereses del Estado. Ciudadanos, la Revolución queda estabilizada en los principios que la iniciaron; ha concluido.
La mañana del 11 de noviembre de 1799 inaugura el más largo período de estabilidad gubernamental que del primer cónsul Francia haya conocido en la época contemporánea. Cónsul provisional, luego primer cónsul por diez años a partir del 25 de diciembre de 1799, luego primer cónsul vitalicio desde el 2 de agosto de 1802 — con facultad para presentar a su sucesor según los términos del senadoconsulto orgánico del futuro (16 de termidor del año X ) — , y proclamado final mente emperador hereditario en virtud del senadoconsulto del 28 de floreal del año X III (18 de mayo de 1804), Napoleón ejercerá el poder dorante casi catorce años y medio. Evidentemente, los atentados y los complots realistas, o supuestos “ jacobinos” , a los cuales escapa, cooperan en esta ascensión. Y tam bién los acontecimientos exteriores, la paz hallada de nuevo en marzo de 1802 en Amiens. Sin embargo, no cabe ninguna duda de que esta política no colma, aparte de las ambiciones napoleónicas, el anhelo de continuidad, de perpetui dad, que es el anhelo de Francia. La
acción
"con cilia d ora ”
í l . — H. G. C. — V
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Ha acabado ya el juego de lae “ facciones” que tanto desasosiego causaba a los intereses burgueses. Desaparece todo peligro “ jacobino” . El 22 de bm< mario vuelve a traerse a colación la ley de los rehenes. El 27, el empréstito obligatorio, de carácter progresivo. En el espacio de pocos días, la renta vuelve a subir en un 75 por 100. Ya no habrá “ leyes expoliadoras” : una República de “ verdadera libertad” . La ley del 3 de nivoso permitirá el regreso de los pros critos de fructidor. Indudablemente, también Barére y Vadier regresan. El ré gimen sabe valerse de la conciliación; mas la “ facción” democrática muy pronto queda inutilizada para perjudicar. Después del atentado de la calle SaintNicase, el 3 de nivoso del año IX , el senadoconeulto del día 15 denuncia a los “ hombres de sangre” , “ perturbadores de cualquier gobierno” , “ plaga del orden social” , que se han “ manchado con los mayores crímenes” en las diversas eta pas de la Revolución. Magnífica ocasión para someter a vigilancia a ciertos de mócratas, así com o para deportar o ejecutar a otros. P or su parte, los ideólo gos republicanos de las nuevas asambleas ya no insistirán durante mucho tiempo. A fines del año X se meterá en cintura a la “ izquierda” . La represión contra los realistas irreconciliables no será ni tan rápida ni tan eficaz. La ley del 23 de nivoso del año V IH deja en suspenso las garan tías constitucionales en los departamentos del Oeste que se hallan en turbulen cia. El comandante en jefe del ejército tendrá el derecho de dictar senten cias que incluyan la pena de muerte. Podrá, com o si se hallara en país enemigo, imponer a las colectividades públicas contribuciones extraordinarias. También es extraordinario el tribunal encargado de la justicia criminal, cuyas sentencias serán ejecutadas sin que baya instancias de apelación. Las comisiones milita res, que ya actuaban durante el Directorio, prosiguen, por su parte, fusilando a los jefes chouans. En cuanto a los soldados, se ven perseguidos, muertos o fusilados a centenares desde principios de 1801. No son necesarios “ jacobi nos” para que la masa de propietarios de bienes nacionales se sienta protegida. Asimismo, en febrero de 1804, después de haberse descubierto la conspiración de Cadoudal, reaparecen los tribunales criminales especiales: la ejecución del duque de Enghien el 21 de marzo, de Cadoudal y sus cómplices el 24 de junio, aterrorizan a la “ facción” de derecha. Además, contra el realismo, así como contra el jacobinismo, todos los medios son buenos, incluso la clemencia. El fin de la lista de los emigrados ha sido decretado algunos meses después del golpe de estado de marzo de 1300. El señad oconsulto del 6 de fioreal del año X , contradiciendo la Constitución del año V III, decreta una amnistía gene ral, de la que sólo quedan exceptuados los jefes. Por consiguiente, los emigrados pueden regresar; pero habrán de prestar juramento de fidelidad a la República. De este modo, el nuevo poder se esfuerza en agrupar a toda la Francia de los notables al orden nacido de la Revolución.
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II. LAS CONSOLIDACIONES POLÍTICAS Oficialmente, la República continúa. Por mucho que la palabra asuste a Francia y contraríe las perspectivas fie paz, el artículo primero de la Consti tución del año VLLI declara que “ la República francesa es una e indivisible” ; Bonaparte y sus comparsas son “ cónsules de la República” . El artículo pri mero de la Constitución del 28 de Boreal del año X II, integra el emperador en la República: Art. I . — El gobierno de la República está confiado a un emperador... Art. 53. — E l juramento del emperador queda concebido del siguiente m odo: “Juro res petar 7 hacer respetar la igualdad de derechos, la libertad política y civil...”
Napoleón es emperador fie los franceses — al menos en los primeros tiem p o s— “ por la gracia fie Dios y las Constituciones de la República” . Además, la revolución napoleónica se basa en la soberanía popular expresada mediante plebiscito. Es “ el pueblo francés” quien “ nombra” a Napoleón Bonaparte pri mer cónsul vitalicio. Es él el que “ quiere” , de acuerdo con el texto constitu cional del año X II, que “ la dignidad imperial sea hereditaria en la descenden cia” de Napoleón. El sufragio universal, suprimido por la Constitución del Sufragio universal año III, queda restablecido por completo. Pero, eso sí, Oligarquía censatíma : . . . Plebiscitos va combinado con un sistema censatario muy encaz, y, además, eBtá privado, excepto en cuestión de plebiscito, de cualquier poder de decisión. Las asambleas encargadas de establecer las listas de notabilidades previs tas por la Constitución del año \ 1 1 1 proceden del sufragio universal. Todos los ciudadanos del “ distrito comunal” designan los candidatos que han de re gir los asuntos públicos: de esta lista de notabilidades comunales, que incluye la décima parte del número de electores, serán elegidos los funcionarios públi cos y los administradores del distrito. De un m odo semejante, en cada depar tamento los notables de los distritos establecerán una lista departamental, de la cual serán elegidos los funcionarios y los administradores del departamento. Finalmente, a su vez, los notables departamentales designarán una décima par te de ellos, quedando así elaborada la lista de notabilidades nacionales, de la cual serán elegidos los altos funcionarios y los miembros de las Asambleas na cionales. Pero com o la Constitución establecía que estas listas serían elabora das por vez primera el año X , todos los funcionarios del régimen, todos los miembros de las asambleas han sido designados entre tanto, sin que haya in tervenido la presentación desde abajo.
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En realidad, el sistema funciona por muy poco tiem po: sólo de vendimiario a termidor del año X . La Constitución de dicho año es sustituida por otra en la que la elección del sufragio universal es muchísimo menos libre. Los ele gibles sólo pueden ser escogidos de una reducida oligarquía de dinero. A di ferencia del amplísimo sistema censatario de 1791 y del año III, que concedía a millones de ciudadanos, de muy variada condición económica e ideológica, la facultad de ser elegibles para las asambleas departamentales, la Constitución del año X reduce la elegibilidad para dichas asambleas a una zona social muy limitada y bastante homogénea. Las asambleas de cantón — en las que votan todos los individuos — sólo podrán enviar a los colegios electorales del de partamento hombres elegidos de entre los 600 mayores contribuyentes del departamento. Y como quiera que esos colegios se componen de 200 a 300 miembros, se aprecia claramente lo limitado de la opción ofrecida a los elec tores de primer grado. Si nos referimos al territorio francés de 1790, el poder electoral pasa a ser m onopolio de una plutocracia de 50.000 individuos. Ade más, los miembros del colegio son vitalicios. El gobierno puede adjuntarles otros 20 miembros designados por él, la mitad de los cuales han de ser elegi dos de entre los 30 mayores contribuyentes de todo el departamento. El Acta adicional de 1815 mantendrá la institución. De todos modos, ese Colegio sólo dispone del derecho de presentación: designa candidatos para los cargos pú blicos, en especial para el de senador, y, junto con los colegios de distrito, for mados sin condición censataria, para el de diputado al Cuerpo legislativo. Pero la elección no la hacen ellos; viene de arriba: esencialmente del primer cónsul o bien del emperador, que es el único representante del pueblo en este sistema. Bajo la forma de plebiscito, el sufragio universal le ha concedido, siempre dentro de los límites del pacto constitucional, una soberanía muy amplia. Nom bra y destituye a su gusto a los ministros, los altos funcionarios, los miembros de la administración departamental y local, que el estatuto del 28 de pluvioso del año V III ba centralizado fuertemente. Nombra los grandes dignatarios y los oficiales del Imperio, aBÍ com o los magistrados que no son jneces de casa ción, pero no los puede destituir. Tiene la iniciativa de las leyes, que es él quien promulga. Nombra una parte de los miembros de las asambleas. Y en primer lugar los miembros del Consejo de Estado. El El régim en artículo 52 de la Constitución del año VlLL lia previsto esta constitucional organización: bajo la dirección de los cónsules, el Consejo y las Asambleas redactará los proyectos de ley, los reglamentos de adminis deliberantes tración pública, y resolverá las dificultades administrativas. Asimismo, los primeros miembros del Senado conservador, guardián de la Cons titución, serán nombrados por los cónsules — de hecho por Siéyés. Y luego el Senado se completará por cooptación. Sus miembros, vitalicios, serán 80. Pero
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la Constitución del año X vuelve a hacer intervenir el poder ejecutivo en la composición de la Asamblea. A partir de entonces, los senadores que hayan de nombrarse, lo serán por la misma Asamblea de una lista de candidatos redac tada por el primer cónsul a base de las listas de los departamentos; aún más, el primer cónsul podrá nombrar directamente 54 senadores nuevos, sin que sea preciso que hayan sido inscritos previamente en las listas. Lo cual, en sustancia, equivale a conceder al primer cónsul una parte del poder constituyente, ya que el Senado tiene el derecho, por senadoconsulto, de interpretar y de completar la Constitución. Con ello, se tiene a mano a la Asamblea todopoderosa. Fero las cosas son aún más claras con el texto del año X I I : abora es el emperador quien nombra los miembros del Senado, y el número de ellos es ilimitado. La Asamblea, finalmente en manos del emperador, nombra a los miembros del Tribunado y del Cuerpo legislativo: el Tribunado, que estudia los proyectos de ley elaborados por el Consejo de Estado y dictamina si deben aceptarse o han de ser rechazados; el Cuerpo legislativo, que desempeña el papel, mudo, de jurado y vota a favor o contra el proyecto, tras haber escuchado a los ora dores del Consejo de Estado y del Tribunado, sin que él mismo tome parte en la discusión. Más modesto que las demás asambleas, el Tribunado queda suprimido por un sena do conguito del 19 de agosto de 1807, y con ello el Cuerpo legislativo recobra el uso de la palabra. Por lo demás, Napoleón subyuga sin grandes dificultades eso 9 fantas mas de asambleas. Los textos y la práctica casi hau destruido el parlamentaris m o revolucionario. Y sin embargo, tanto el emperador como las asambleas proceden de la Revolución. Y ello, no sólo porque la ruptura con el Antiguo Ré gimen es evidente, sino también porque la separación entre el estado de ánimo de la burguesía “ napoleónica” y la burguesía “ constituyente” no es tan grande como parece, en especial si suponemos a la segunda libre de la presión popular y de la supervivencia reaL La mayoría natural de la Constituyente se hallaba en el centro-dereclia, alrededor de Mounier y de sus amigos. La revolución con ciliadora de éstos — con su elegibilidad reservada a una oligarquía de dinero, con su Senado (que se habría preferido que fuera hereditario) nombrado por el rey y por el tercer estado, con su doble veto ilimitado ■ —- tiene cierta inspira ción común con la revolución estabiliza dora que al final se realiza. En ellos, el Imperio reconocerá instintivamente a los suyos. La Constituyeute, tal como los acontecimientos habían acabado por modelarla, recelaba de un poder eje cutivo fuerte, porque — entre otros motivos — era real: evidentemente, un ejecutivo revolucionario, o surgido de la Revolución, planteaba el problema bajo un aspecto muy distinto. Aunque en 1789 los individuos de la mayo ría “ natural” no pudieran ni imaginar las instituciones napoleónicas, los mis mos seres ya pueden hacerlo diez años más tarde, después del miedo social y
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bajo la presión de una personalidad sin igual, y cuando, por otra parte, prosigue casi sin tregua una guerra con Europa que pone en juego el orden nuevo. Sea com o fuere, el Acta adicional de 1815 señala los límites extremos de las concesiones que el régimen pudo hacer al liberalismo: una Cámara de los Pares hereditaria y una Cámara de representantes, elegida de entre la pluto cracia de los 50.000, con representantes especiales del comercio y de la industria. También han desaparecido las libertades públicas. Es cierEl destino to que el emperador ha prestado el juramento constituciode las libertades 1T , _ 1 ... _ , «icncíales nal del ano X l l de mantener la libertad política, lam bien es cierto que el artículo 64 de la Constitución ha creado una comisión senatorial para la libertad de prensa. Incluso el diario oficioso, el Moniteur, escribe, en 1806, que esta libertad “ es la primera conquista del siglo, el emperador quiere que sea conservada” . No hay censura previa; mas todo es pura apariencia. Policía, Justicia, Interior, ejercen sobre los periódicos, la mayoría de los cuales desaparecen, un derecho de vida y muerte. Y sin em bargo, el poder manifiesta cierta tolerancia ante las controversias de carácter literario o filosófico. Pero, a partir de 1810 la censura de la dirección general de la imprenta y de la librería se ejerce antes de la impresión. Se pretende go bernar las mentes. A ello coopera la enseñanza: tanto la del catecismo de 1806, como la de la Universidad de 1808. La Policía, el Interior y sus agentes vigi lan los teatros. Después de la primera Restauración, que proclamó en su Car ta que la libertad de prensa, a excepción de los "abusos” , forma parte inte grante del "derecho público de los franceses” , los Cien Días señalan una reac ción de carácter liberal: el Acta adicional de 1815 proclama el derecho de im primir y publicar “ sin ninguna censura previa” . De hecho, la prensa pasa a ser libre. En cambio, ni las Constituciones consulares ni las imperiales mencionan en ningún lugar los derechos de reunión y de asociación. Se trata de un sim ple asunto de policía, que el gobierno soluciona mediante la prohibición. Los trabajos preliminares del Código penal, eñ febrero de 1810, nos indican que el asunto no ha preocupado demasiado a los juristas. N o puede ni hablarse de la reapertura de esas "cavernas tenebrosas” que el 18 de brumario había ce rrado. Desde un punto de vista abstracto, "e l derecho absoluto e indefinido que tendría la multitud para reunirse con el fin de tratar de asuntos políticos, re ligiosos o de otro tipo, sería incompatible con nuestro actual estado político'’. Sin embargo, no se trata de prohibir las asociaciones o las reuniones poco nu merosas, incluso si el objetivo de las mismas es el de comentar los periódicos. El permiso, a discreción del gobierno, sólo será necesario para más de veinte personas. Y así desaparecen las libertades públicas proclamadas por la Revolución
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constituyente, a las cuales el régimen rinde muchas veces una especie de ho menaje formal. La Revolución napoleónica traiciona el juramento napoleónico, pero no el espíritu del pacto de bruraario ratificado por varios plebiscitos. La prensa libre había, sucesivamente y en su inmensa mayoría, favorecido el Movimiento, y luego la reacción realista. Los clubs siempre se habían inclina do hacia el jacobinismo. Estas libertades, intolerables para el dueño y señor, en lugar de ser esenciales para la mayoría de los nuevos notables, podían parecerles obstáculos para las grandes consolidaciones ansiadas. Instrumentos pri mitivos de la victoria burguesa cuando la práctica y la ley las habían instituido, estas libertades ya no le eran indispensables a un régimen fuerte, encargado de consolidarla. En cambio, persiste el nuevo derecho sobre las libertades individuales. Las disposiciones generales de la Constitución del año VIH , al igual que los códi gos penal y de instrucción criminal puestos en vigor a partir del 1 de enero de 1811, consagran en materia de incriminación, de arresto y de procedimien to, los principios de la Declaración de los Derechos y de los códigos inter medios. Las penas fijas sustituyen a las penas arbitrarias de antaño, aun de jando el juez, entre sus límites máximo y mínimo, una amplia facultad de apreciación. El soberano no sentirá escrúpulos, es cierto, en violar su propia le galidad. Tendrá sus prisioneros de Estado, Los desórdenes y la guerra facili tan el recurrir a la jurisdicción militar. Y a la arbitraria del Dictador. Y sin embargo, en la inmensa mayoría de casos, el funcionamiento de la justicia queda reglamentado por esos nuevos textos. Asimismo, la libertad de conciencia ocupa un lugar entre las consolidacio nes napoleónicas. Católicos, protestantes y judíos gozan de los mismos dere chos civiles y políticos. A pesar de los esfuerzos de P ío VIH , el Concordato de 1801 y la ley del 18 de germinal del año X que lo ratifica, no conceden nin gún privilegio al catolicismo, que es, simplemente, reconocido como “ la reli gión de la gran mayoría de ciudadanos franceses” . Esta religión podrá prac ticarse libremente, “ sujetándose a los reglamentos de policía” necesarios. Al igual que los sacerdotes, los pastores protestantes, en virtud de los términos de los artículos orgánicos relativos a su culto, recibirán un sueldo público. Por su parte, el decreto del 17 de marzo de 1808 organiza el culto judío. Gran fuerza de la sociedad tradicional, la Iglesia ca El clero concordatario tólica queda confinada dentro de los límites que le ha y la Universidad bían señalado los constituyentes, y ello a pesar de las ventajas que la administración napoleónica otorga durante largo tiempo a su clero. El código Napoleón mantiene la secularización del estado civil, el ca rácter meramente civil del matrimonio, el divorcio, este último limitado a ciertos casos o a ciertas situaciones: desaparece la causa de incompatibilidad
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de caracteres, y el consentimiento mutuo no es motivo válido después de vein te años de vida común o si la mujer pasa de los 45 años. En lo que a la ense ñanza se refiere, la Iglesia ocupa sólidas posiciones; mas la Universidad, en especial a partir de la reforma de 1811, procura excluirla de la segunda en señanza, y constituye, en términos más generales, una terrible amenaza para el futuro. Aunque no es posible reasumir los grandes planes asistenciales de la Constituyente, sin embargo la inspiración laica de las mismas subsiste, a pe sar de que el año IX fueron llamadas de nuevo las Hermanas Hospitalarias de la Caridad. La Iglesia sigue privada de sus bienes y Su Santidad declara explí citamente, en el Concordato, que la propiedad de los adquirentes siga incon mutable entre sus manos; sin embargo, se permitirán nuevas fundaciones. En virtud del mismo pacto, la antigua constitución civil y la ley de separación se hallan relacionadas. El gobierno nombra los obispos, a los que el Papa da la investidura, y es el mismo gobierno quien les garantiza, al igual que a los sa cerdotes, un sueldo conveniente. Pero la Iglesia queda integrada en el nuevo Estado tal como lo estaba en el antiguo. Los obispos prestarán a la República el juramento de fidelidad que antaño prestaban al rey, comprometiéndose a no participar en ninguna acción contra el Estado y a denunciar todo lo que con tra él pudiera tramarse, Y lo mismo barán los simples curas. Por otra parte, los artículos orgánicos, establecidos unilateralmente por Napoleón, agravan aún más la intervención del Estado en la Iglesia. Los pro fesores de los seminarios deberán suscribir la declaración galicana de 1682. La publicación y el cumplimiento de las bulas y decretos papales o conciliares necesita la preña autorización del gobierno. No podrá celebrarse ningún con cilio nacional o regional sin su “ permiso expreso” . Asimismo, “ ningún indivi duo que afirmare ser nuncio, legado..., o bien se valiere de cualquier otra denominación, podrá, si no posee dicho permiso, ejercer... ninguna función re lativa a los asuntos de la Iglesia galicana” . El clero tendrá la obligación de rea lizar las oraciones públicas, ordenadas por el poder temporal, aunque el Papa fuera arrestado, según ocurrió en 1809. (Desde luego, en esto habrá muchos ma tices.) Y lo mismo cabe decir de los obispos, que pese a todo entonan acción de gracias por W agram— ¡cuando se efectúa la detención!— y luego por la ba talla del Moscova, alabando la victoria y el vencedor. Con ello vemos reanu dada la antigua tradición de autonomía invocada por los reyes; pero, en esta ocasión, al igual que en la época de la Constituyente, juega a favor del poder revolucionario, del que, de buena o de mala gana, el clero acaba por conver tirse en auxiliar. Pero esto no impedirá que una parte de sus miembros adop ten poco a poco, sobre todo a partir de 1810-1811, una actitud de oposición.
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Pero, por encima de todo, subsiste la sociedad sin estamentos de creación burguesa, con su principal conquista:
la igualdad civil, tan a menudo proclamada y recordada desde 1789. El juramento imperial alude explícitamente a ella. Ultimado en ventoso del año X II, el Código civil sistematiza las conse cuencias del principio. Todos los ciudadanos son iguales ante la ley; y también lo son las haciendas. Y a no puede hablarse de bienes nobles ni de bienes plebe yos : además, según veremos más adelante, la Constitución del año X II prohíbe cualquier intento de restablecimiento del poder feudal. La tierra, sea cual sea, queda incluida, franca y libre, en la rúbrica común de bienes inmuebles, y a título de simple categoría. La igualdad sucesoria, cuyo principio queda esta blecido por el artículo 745, completa el sistema. En la nueva ley ni siquiera hay huellas de las antiguas distinciones sociales. Pero la Revolución napoleó nica crea otras nuevas en beneficio de la clase victoriosa: la Legión de Honor, fundada el año X y solemnemente mantenida por la Constitución del año X II, y que impone a sus miembros el juramento revolucionario— juramento de con sagrarse a defender las leyes de la República asi com o de la propiedad que esas leyes ha consagrado, juramento de luchar contra cualquier intento de res taurar el régimen feudal, y de defender la libertad y la igualdad — , será la señal distintiva de los “ caballeros” del nuevo orden. Pero eso era poca cosa. Desde el año X II a 1808 se forma una aristocracia abierta, una nobleza de “ talentos” , que empenechará al burgués. En primer lugar, entrarán a formar parte de ella los miembros de la familia imperial, disfrazados de príncipes franceses por la Constitución del año X II. Luego los grandes dignatarios del Imperio, a los que la misma Constitución entarasca con títulos medievales o del antiguo régimen, pero espectaculares y abrillantados según el gusto nuevo: gran elector (José Bonaparte), arcbicanciller del Imperio (Cambacérés), archicanciller del Estado (Eugenio de Beauliarnais), architesorero (Lebrun), condestable (Luis Bonaparte), gran almirante (M ural). Vienen a continuación los grandes oficia les: maríscales y grandes oficiales civiles de la corona. Talleyraud pasa a ser gran chambelán y Berthier montero mayor, Y esto sólo era el principio. La promoción burguesa se amplía con el decreto del 1 de marzo de 1808, que crea la nobleza imperial, vitalicia o hereditaria. Los grandes dignatarios os tentarán los títulos de príncipe y de Alteza Serenísima. E l primogénito de ellos será duque, con tal de que su padre baya instituido a favor suyo un ma yorazgo de 200.000 libras de renta. Ministros, senadores, consejeros de Estado vitalicios, arzobispos, llevarán el título de conde; los altos magistrados y los obispos serán barones. Asimismo, estos títulos podrán ser concedidos a los ge nerales y a los prefectos, e incluso al simple ciudadano com o recompensa por los servicios prestados. Los nuevos nobles tendrán derecho a escudo de armas.
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La nobleza vitalicia podrá transmitirse hereditariamente cuando el título esté dotado con bienes, de valor variable según la jerarquía. Títulos y bienes — bajo forma de “ mayorazgo” — pasarán al primogénito en determinado número de casos, y aun esos dependiendo de la autorización imperial, según los términos del decreto del 1 de marzo de 1808; por consiguiente, ciertas sucesiones abro garán el derecho común. Henos, pues, ante una nobleza creada de nuevo cuño sobre bases burguesas, y como abierta a concurso: el trabajo, el valor, la apti tud técnica —•la obediencia — reconstituirán una aristocracia hereditaria y abier ta, pero sin exenciones ni privilegios. Una aristocracia que conservaré su car ta de 1814. Por consiguiente, y en términos generales, la sociedad civil de 1791 sub siste. Y subsiste también la condición burguesa de la nueva sociedad. Mediante la técnica de la elección, la burguesía se había atribuido todos los poderes. Y los conserva, gracias a la técnica del nombramiento, que depende de un poder cen tral revolucionario. P or mucho que la política de enlaces, y el gusto del ad venedizo hacia las antiguas familias, Ies abra a los individuos del antiguo ré gimen un lugar cada vez mayor en la administración, introduzca en el Consejo de Estado antiguos emigrados que habían luchado contra Francia — com o ocu rre con los relatores del Consejo de Estado Las Cases y Gilbert de Voisins — , incluya en los tribunales a antiguos parlamentarios, distribuya obispados a los prelados refractarios, a pesar de todo ello, el Consejo de Estado sigue siendo inconquistable y principal fortaleza de la Revolución institucional, que defien de sus grandes conquistas sociales, y que monta una guardia vigilante alrededor del régimen, simultáneamente contra los jacobinos y contra los realistas no cap tados. Son los hombres de 1789 — adaptados al gusto del día — los que dan el tono; e incluso los del año II, que habían retrocedido a 1789. Así, Roederer, Regnaud de Saint-Jean-d’Angély, Boulay de La Meurthe, Defennon, Chaptal, Bruñe, Thibaudeau, Treilhard; en 1806, Merlin, redactor de Ja ley de los sos pechosos, hace su entrada, y, en 1810, el regicida Quinette (después de otros m uchos). Un tercio de los 112 consejeros que están en servicio ordinario desde el año V IH a 1814, forman parte de las asambleas de la Revolución. La ma yoría de los grandes ministros tienen el mismo origen, o bien han colaborado con los gobiernos revolucionarios: Cambacérés, Talleyrand, Foucbé, Lebrun, Chaptal, Caraot. La primera prom oción de prefectos incluye 15 individuos que fueron miembros de la Constituyente, 16 de la Legislativa, 19 de la Conven ción, 5 de los Ancianos, y 21 de loe Quinientos. Drouet, el jacobino, el babeufista, es subprefecto de Sainte-Menehould. El hecho de que ni Drouet ni nadie se atreva a jugar al jacobino y de que encuentre en su carrera un número cada vez mayor de readaptados o de hombres sin pasado, no basta para modificar la composición y la profunda orientación de esa administración. Al personal po
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lítico del antiguo régimen le ha sucedido un personal nuevo. También la ma gistratura ha sido renovada en amplia medida, y todavía más el ejército. A l igual que el mariscalato, el episcopado se ha convertido en carrera burguesa: después del Concordato sólo cuenta con 16 prelados anteriores a 1789. Los notables de la nueva clase dirigente se afirman en los escalafones superiores. La burguesía gobierna mediante estos escalafones. Incluso gobierna por media ción del primer cónsul o del em perador: la experiencia y las exigencias de una lucha en dos frentes han sustituido su soberanía directa y por medio de cole gios, por una soberanía delegada y personal. Los medios han cambiado; el objetivo social persiste.
m . LAS CONSOLIDACIONES ECONÓMICAS En este aspecto, las consolidaciones económicas no dejan lugar a dudas. La Constitución del año V III confirma la propiedad de los adquirentes de bie nes nacionales, y el juramento imperial del año X II proclama que el carácter de la venta es irrevocable. Por su parte, el Consejo de Estado vela para que se mantenga estrictamente la legislación antÍBenorial, en especial la ley del 17 de julio de 1793. Reafirma su hostilidad hacia los arriendos perpetuos. De rechos señoriales y diezmos, suprimidos sin indemnización, siguen suprimidos, y sin posibilidad de volver a existir: además, dejando aparte las habilidades ilegales de ciertos redactores de arriendos, la superioridad de la elevación de los arriendos sobre la de los precios desde que la moneda ha vuelto a estabili zarse, congela, en beneficio de la burguesía, la mayor parte de los beneficios de la operación. Transferencias de bienes y supresiones de derechos no han des plazado menos del 20 por 100 de la renta inmobiliaria nacional: en este terre no, com o siempre, la burguesía obtuvo la m ejor parte; pero el resto se lo em bolsaron numerosísimos beneficiarios campesinos. En términos más generales, algunos retoques inspirados por drf “¡aüs&fa'ire"
1111 e 8Píritu burgués, que es ya el del siglo xix, y que no se
ven coaccionados por ninguna presión popular, van a seña lar las consolidaciones del laissez-faire y del laissex-passer. Siguen suprimidas las corporaciones, y el Consejo de Estado se mantiene firme. Pero reaparecen compañías de monopolio. Un acuerdo del 28 de nivoso del año V IH instala el Banco de Francia en la casa nacional del Oratorio; la ley del 24 de germinal del año X II le concede la exclusiva de emitir billetes a la vista y al portador. Las asociaciones jurídicas resucitan a partir del año VIII. Nuevas leyes sobre las minas zanjan definitivamente a favor de las grandes compañías concesiona rias el viejo conflicto que las pone frente a los campesinos: la ley de 1810
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niega al propietario de la superficie aquella preferencia que le concedía la ley de 1791, somete al derecho común las minas explotadas a zanja abierta, ya no establece límites ni a la extensión ni a la duración de las concesiones: con ello, la mina se convierte en propiedad perpetua y transmisible, práctica mente reservada a la gran empresa. Se mantiene en vigor el código rural del año 1791; pero el proyecto de reforma de 1808 se dispone a acabar rápidamen te con el derecho de paso y los pastos baldíos, mientras que el proyecto de 1814 adopta una actitud intermedia, muy próxima a las posiciones de la Consti tuyente. En relación con los asalariados, la actitud del Estado pasa a ser más dura. El contrato de trabajo ocupa en el Código civil, y bajo la rúbrica del arriendo, un lugar entre el arriendo de cosas y el arriendo a cambio de pro ductos: se le dedican dos artículos — entre ellos el artículo 1.781, en virtud del cual, como en el antiguo derecho, el señor es creído bajo palabra, en caso de divergencia con el asalariado acerca del importe y el pago del estipendio — frente a 66 dedicados al arriendo en general, y 32 al arriendo aparcería. El resto, es cierto, se halla en las leyes de policía y en el Código penal. La cartilla, acerca del cual se había abstenido hasta entonces de hablar el le gislador, reaparece con las leyes del 22 de germinal del año X I y del 9 de frimario del año X II; en esta cartilla, visada por el oficial de policía, figurarán: los nombres, filiación, profesión del obrero, fecha de empleo y despido, nombres de los patronos — quienes podrán guardar la cartilla en su poder mientras dure el contrato de trabajo— , el lugar al que el obrero se propone dirigirse: sin cartilla, no puede ser contratado y la ley considera vagabundo. Sigue en vigor la ley Le Chapelier, pero agravada por la del 22 de germinal, y, sobre todo, por los artículos 414 a 416 del Código penal, que a su vez agravan los textos anteriores. La simultánea prohibición de la coalición obrera y de la patronal lleva tras sí un régimen de prohibición desigual, distinta indudablemente de la que existía antes de la revolución, pero que manifiesta una mentalidad bas tante parecida ante los problemas obreros. A l igual que la coalición obrera, la coalición patronal cae bajo la férula de la ley; pero la acusación y la repre sión de esta última son menos severas. Desigualdad de incriminación: la coali ción patronal sólo es punible si pretende “ injusta y abusivamente” conseguir que el salario se reduzca; en cambio, la coalición obrera con el fin de elevarle o de modificar las condiciones de trabajo, es punible en todos los casos. Des igualdad de represión: el patrono puede sufrir un encarcelamiento de seis días a un mes y una multa de 200 a 3.000 francos; el obrero, una pena de cárcel que va de uno a tres meses, y los “ jefes o promotores” , de dos a cinco años, corrien do, además, el riesgo de quedar sometidos a la vigilancia de la policía estatal. De hecho, la tolerancia o la ley encubren varias asociaciones patronales: cámaras
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sindicales de la construcción, a las cuales los tribunales comerciales remiten pleitos solicitando arbitraje; y, sobre todo, Cámaras de Comercio resucitadas por la ley del 3 de nivoso del año XI, £ 1 laisses-passcr sigue siendo la regla, al menos en el inEl laissez-passer terior, pero sin perjuicio de que se establezca un nuevo y las contribu cion es
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sistema fiscal que concede parte cada vez mayor al im puesto de consumo. Ya desde el año V II se habían resta blecido ciertos arbitrios; pero la institución vuelve a florecer a partir del Con sulado. Creadas en 1805, las contribuciones indirectas (droits reunís) gravan el tabaco de importación, las cartas de juego, los vehículos y sobre todo las bebidas, que la ley de abril de 1806 tasa en la venta al por mayor. La misma ley grava la sal a la salida de las salinas: el mecanismo del impuesto difiere profundamente del de la gabela, y, además, su carga es menos gravosa. £ 1 im puesto sobre el tabaco, insignificante en los primeros años del Consulado, aca ba por convertirse en m onopolio de tabaco, efectivo desde 1811. A pesar del carácter fundamentalmente liberal del régimen de intercambios interiores, el gobierno — aún más que los del Antiguo Régimen o de la Constitu yente— vela por los víveres. Desde el año V III al año X I organiza los ofi cios de panadero y carnicero. Según autorizaba el decreto de 19-22 de junio de 1791, en numerosas ciudades reaparece la tasa sobre el pan y sobre la carne, tasa que se calcula sobre el precio libre del cereal y del ganado. Pero incluso el precio al por mayor es contenido, y luego fijado, con ocasión del récord de alza alcanzado por los cereales en 1812, por medio de una política de adquisiciones, de almacenamiento, de censo, de requisa, de prohibiciones, coronada, el mis mo año, por un efímero precio tope. La exportación de cereales, que estaba prohibida desde 1788, sigue estándolo, en principio, durante el periodo napo leónico. La guerra y el bloqueo dificultan cualquier comercio exterior, por lo cual, desde luego, no se lamenta el proteccionismo imperial. Y sin embargo, en conjunto, la cuantía de los intercambios internacionales aumenta. Y lo mismo ocurre con los cambios interiores: por acción de la subida general de los “ pre cios-oro” , reaparece la prosperidad material del siglo xvm hasta, aproximada mente, la gran crisis económica de 1810-1812, e incluso después, esporádica mente. Conclusión. — Con todo ello, los anhelos poh'ticos y económicos de 1789 sólo en parte se han cumplido. La Revolución napoleónica vuelve a la Re volución institucional, pero no la copia. A la manera de una liquidación di rec tor ial, la limita y la consolida simultáneamente, A l mismo tiempo es personal e inevitable; lleva la señal de un h o m b re extraordinario, de un déspota que reina mediante la victoria, cuyos impulsos
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personales rompen todos los pactos; pero de un déspota mandatario de una clase, y representante de la Revolución que dicha clase ha realizado. Modela* da por él y por las exigencias de la lucha, esta Revolución pasa a ser pragmá tica y no filosófica. Su divisa bien podría ser: Igualdad, Autoridad, Tecnicis mo. £1 espíritu de 1789 ha dejado ya de soplar. El movimiento ha cedido su lugar al inmovilismo. El frente defendido por la Revolución napoleónica más que el resultado de un impulso es el resultado de un repliegue. Pero, eso sí, frente al Antiguo Régimen, el emperador por voluntad de la nación mantiene hasta el fin las grandes posiciones estratégicas; pero, volun tariamente, ha abandonado otras. La línea en la cual se detiene delinea un conjunto sugestivo. Sólo se ha mantenido hasta el final lo que se ha querido durante mucho tiempo, lo que estaba en germen en el siglo xvm. La institución válida de la Revolución burguesa lleva el refrendo de varios regímenes. Nació durante la Revolución, pero no únicamente de la Revolución: en general, ya había sido anhelada desde antes; se realizó durante; se consolidó luego, du rante este largo período de prueba que llega hasta 1814, o hasta 1815. En esta cadena de revoluciones que, de un extremo a otro, no se ven orien tadas por ninguna fuerza política organizada y estable, en este mundo espon táneo, de equilibrios sucesivos, la historia no hace sino cumplir sus promesas: la realidad se identifica aproximadamente con los fines propuestos.
L ib r o H
EL MUNDO ANTE LA REVOLUCIÓN FRANCESA Y LA CONQUISTA NAPOLEÓNICA
CAPITULO PRIMERO
EL MUNDO EN 1789 después de la revolución americana, la zona ac tiva del mundo, la que realiza la historia, queda li mitada a Europa. El número de habitantes de los Estados Unidos aún no llega a los 4 m illones; Filadelfia, la mayor de sus ciu dades, no pasa de los 45.000. La misma Europa activa se reduce básicamente a las regiones occidentales y centrales, en las que viven las tres cuartas partes de la población; los límites del “ centro” con el espacio oriental siguen, desde lue go, siendo indecisos. La dificultad de las comunicaciones multiplica las distan cias. Una carta tarda tres semanas en ir de Francia a Polonia. El Mercare de France, el periódico de Carra: Les Armales patriotiques et littéraires, a pesar de ser muy cosmopolitas, limitan sus informaciones lejanas a Dresde y a Viena. Pese a Volt aire, a Diderot y a Grimm, la Rusia de Catalina II sigue siendo a los ojos de la opinión “ el país de los bárbaros” ; las noticias del extranjero difun didas por la prensa parisiense apenas si aluden a ella. Además, sólo tiene unos treinta millones de habitantes, es decir, sólo algunos millones más que Francia. P or consiguiente, la Europa en contacto no va más allá, por el este, de Sajorna y de la marca austríaca; o al menos el Occidente no mira más allá. Pero la mirada del Este está dirigida hacia ese Occidente ejemplar, hacia esa Euro pa marítima, atlántica, en la que se concentran en tan alto grado las riquezas y los seres. Provincias Unidas y Países Bajos austríacos representan de 4 a 5 millones de seres; Inglaterra, unos quince millones, 5 de los cuales viven en Irlanda; Francia tiene de 26 a 27. España, una decena, más un enorme Impe rio americano que se extiende desde San Francisco a la Patagonia. Portugal no llega a los 3 millones de habitantes, pero el Brasil le pertenece. Las Provincias Unidas, Inglaterra y Francia incorporan el resto del mundo a su dominio co lonial o comercial. Todo lo que ocurra en esta zona atlántica tendrá tendencia a tomar un carácter universal. Y , ante todo, un carácter europeo, lo cual es debido no sólo a la atención de que es objeto el Oeste, sino también, según hemos visto en la primera parte de eBte volumen, a cierta comunidad de las estructuras políticas y sociales de NCLUSO
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todo el continente, a la que en cierta medida ni siquiera 'escapa Inglaterra. T odo lo que trastorne esas estructuras en determinado país, tendrá tendencia a repercutir en los demás.
I. ESTRUCTURAS PREDOMINANTES La larga coyuntura económica que ha enriquecido a Francia en el siglo xvni también ha enriquecido a Europa. Al igual que en Francia, ha tenido efecto una amplia redistribución de la riqueza. La vida material y la espiritual se han trans formado. Pero, junto a estos cambios, ofrece contraste la persistencia de las antiguas estructuras jurídicas. A pesar de los arreglos, cuya ejecución había consentido el despotismo ilustrado, el estatuto político tradicional persiste en sus rasgos más destacados. El régimen sigue siendo aristocrático: se basa en el absolutismo y en la des igualdad civil. Su carácter arcaico es más perceptible al este de] E lba; en cam bio, en la fachada atlántica, se ha adaptado a las nuevas condiciones, mientras que en el centro de Europa se prepara la transición. Pero bajo una aparente diversidad, las bases monárquicas y feudales persisten en todas partes, e in cluso, a veces, se ven reforzadas. DespotU noción de Estado, establecida por Bossuet para jusy aristacracia feudd tí**car absolutismo real, se ha superpuesto poco a poco al poder feudal. Sólo al Estado se le aplica el principio del derecho divino; por Dios, reinan todos los Teyes: “ tanto los establecidos por nacimiento como los de elección, ya que presiden todos los Consejos” . En tonces, el soberano aparece com o depositario del poder divino; sus decisiones son infalibles: se identifica con el Estado. El hecho de que el despotismo ilus trado lo ponga al servicio del bien público y de una filosofía utilitaria no cambia para nada sus orígenes, como tampoco la extensión de dicho poder. Sólo a él le pertenece el poder de legislar y de gobernar; los que le asisten administran por delegación. Aunque la persona del monarca carezca de relieve, las instituciones monárquicas siguen subsistiendo con todo su vigor. En 1789, principes mediocres ocupan el trono de Dinamarca, de Portugal, de Inglaterra y de Prusia. El trío Carlos IV , María Luisa de Parma y Godoy es la comidilla de las cortes. Mas el lazo dinástico sigue siendo muy fuerte, y también es gran de el respeto hacia la autoridad real. Aunque la aristocracia se enfrente al soberano en Suecia, en Hungria y en el Im perio otomano, aunque gobierne en Polonia, se vale de los mismos mé todos y apunta al mismo objetivo. Señores laicos y eclesiásticos conservan esa
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considerable parte del gobierno que son la administración, el poder municipal y un poder judicial de primer grado. Por otra parte, la monarquía les ha dado cabida en su sistema. Las causas están ligadas. Domesticados, jerarquizados, constituyen los mandos del Estado, poseen el gobierno de las provincias, de los distritos, de las ciudades. Son auxiliares del monarca; ayudan a recaudar los impuestos: la fiscalidad prusiana no podría existir sin ellos. P or su sumisión, han ganado en Rusia la confianza del soberano, que recompensa su lealtad. En Inglaterra y en Holanda, una aristocracia, que en conjunto no es ni m ili tar ni feudal, administra el país. Tan sólo los lords forman un orden visible y transmiten su dignidad al prim ogénito; pero el origen de esos títulos no es an tiguo y desde el reinado de los primeros Tndor la burguesía rica ha entrado en ellos. También en este caso las causas están enlazadas. En el continente, los privilegios fiscales de la nobleza feudal refuerzan esta comunidad de intereses. El soberano, primer noble del país, no podría li mitar los derechos con los que esa nobleza atosiga al campesino, las exenciones de que se beneficia, sin atentar contra la realidad de su propio poder. Así Ca talina II ha concedido a la aristocracia nnevos gajes. En cambio, José II, al atacar las prerrogativas nobiliarias, crea nn malestar en bu monarquía; pero al centralizar la administración incrementa el poder real. El despotismo ilustrado aparece, esencialmente, como un expediente financiero. El príncipe filósofo se esfuerza en sacar de los principios un provecho material inmediato. Busca el dinero donde puede hallarse, el impuesto en la materia susceptible de imposi ción: es decir, en la renta inmobiliaria en pleno avance, cuya mayor parte está en manos de la aristocracia. Adopta los sistemas occidentales con el fin de obtener más elevado rendimiento de sus cuadros; la secularización de los bie nes de los regulares se va extendiendo. Su mercantilismo le induce a incre mentar las exportaciones, a limitar las importaciones, a proteger ciertas in dustrias nacionales. Con todo ello pretende abastecer su tesorería, que debe soportar crecientes cargas, sin enajenarse la complacencia y el apoyo de la aris tocracia. El Junker prusiano no pierde ninguno de sus derechos, y Federico II no se atreve a intervenir en la gestión del Gut señorial. En general, las estruc turas antiguas subsisten. Despotismo y aristocracia signen coaligados. Son los campesinos quienes correrán con los gastos de las reformas, mientras que, aun a pesar de las apariencias, es muy débil el beneficio que obtiene la burguesía. De todos modos, el régimen feudal es muchísimo más pesado Siervos, colonos en el este europeo que en Francia. Allende el Elba, predo y granjeros minan la propiedad noble y la servidumbre; los campesinos libres constituyen excepción. La totalidad de la tierra rusa les pertenece a los nobles y al zar, que ha unido a la corona los bienes de la Iglesia. Mediante la anexión de Ucrania, y al dotar a sus favoritos, Catalina II ha aumentado cu
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800.000 el número de siervos, que constituyen las cuatro quintas partes de la población. La servidumbre ae refiere menos a la tierra que a la persona, y re duce a los siervos a desempeñar el papel de un ganado que puede venderse por rebaños en las ferias. Nada les protege contra las arbitrariedades del señor, al que sólo le guía el interés. En ocasiones se les autoriza a trabajar fuera del dom inio; pero entonces el señor detrae una parte de sus ganancias: el obrok. Los campesinos del Tesoro gozan de mayor libertad; pero, al igual que sus her manos, están obligados a prestaciones personales y a cánones. Muy parecida es la situación en Polonia, donde siete millones y medio de siervos pertenecen a menos de 100.000 nobles. Sin embargo, tanto en Prusia como en los países es candinavos, la servidumbre casi ha desaparecido, aunque subsisten los privile gios vinculados al feudo, y sólo con gran lentitud se desarrolla la propiedad campesina, retrasada por la obligación de la redención. En principio, sólo el noble es dueño de la tierra. El colono sigue cometido a su señor, el cual tiene facultad para imponerle castigos corporales y para exigirle el Gesindedienst. Ejerce su derecho de justicia incluso en materia de bienes comunales, vigila el artesanado, tiende a acaparar el comercio de los cereales, monopoliza las fábri cas de cerveza, la destilación, la venta de bebidas, se arroga el derecho exclusi vo de la caza y de la pesca. Los cánones en especie y en metálico, los servicios y las prestaciones per sonales, los diezmos, los laudemios siguen gravando a los campesinos de la m o narquía austríaca a pesar de la abolición de la servidumbre, ya que la oposición señorial, muy activa en Hungría, es causa de que las reformas de José II sean casi nulas: al final parece com o si eso más agravara que solventara las dificul tades. Sin embargo, la propiedad campesina tiende a extenderse y se introduce en las tierras de los nobles. Pero, desde luego, con mucha menor intensidad que en el Sacro Imperio y en Italia. La servidumbre que todavía subsiste en Baviera y en Hannover presenta una forma atenuada, y a lo largo del Rin los cam pesinos ban podido escalar la propiedad. El margrave de Badén reduce las prestaciones personales y permite la redención de loe cánones. Asimismo, las comunidades montañesas de Suiza sufren poco la opresión fendal y la emanci pación de los campesinos saboyanos se ultima lentamente. En la llanura del Po, en Toscana, en España, la servidumbre ha desaparecido; nobles y eclesiásticos, dueños del suelo, lo confían a colonos y aparceros. La condición de estos seres parece ser menos penosa que en las Dos Sicilias y en el Imperio otomano, en los que reina, sobre una tierra ingrata, una feudalidad rapaz. El arriendo a cam bio de dinero es un tipo de posesión que sólo está difundido en las zonas de rica agricultura. En los Países Bajos, donde gran parte del suelo pertenece a la Igle sia, se lia generalizado el colonato; y más aún en Inglaterra, donde la propiedad está concentrada en manos de lores y de burgueses, aunque sin embargo, la ex
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tensión de las posesiones y la fertilidad del terreno crean situaciones muy diferentes. En Irlanda el landlordismo arruina a los colonos; las tres cuartas partes de los habitantes andan con los pies descalzos y la sociedad ilustrada de Europa está enterada de su deplorable estado. En todas partes el peso del diez mo resulta muy gravoso. Es decir, sea cual sea el régimen agrario, la sociedad vive de la explota ción del campesino. La servidumbre es un problema europeo. Tanto derechos señoriales com o diezmos son cobrados en la mayoría de países europeos. El re sultado más seguro de los intentos de transformación o de suavización — siem pre con su contrapartida en el debe de los campesinos — es incluir en el orden del día, con gran estrépito, el hecho señorial. Concentradon Aun siendo libre, el campesino se halla desarmado ante los de la propiedad “ señores de la tierra” . La gran propiedad es la que predo mina en el campo. Según sea el tipo de posesión, el propie tario exige cada vez mayor trabajo o más dinero. La economía agrícola se di rige hacia una forma capitalista. Las consideraciones de rentabilidad resultan cada vez más exclusivas; el punto de vista económ ico vence con brusquedad al punto de vista social. En el occidente de Europa, los pastos invaden antiguas tierras de labranza, el trigo cede ante la cría de ganado, que precisa menos mano de obra. En cambio, las regiones orientales pasan a ser exportadoras de cereales. El número de quienes carecen de propiedad aumenta. En Irlanda pue den contarse un m illón de jornaleros, de los que sólo la mitad trabajan duran te todo el año. En Inglaterra y en las provincias belgas, este proletariado pide sn sustento a la industria; pero en las penínsulas mediterráneas lo que hace es incrementar el número de mendigos. La situación se agrava a causa de la contradicción maltusiana entre la disminución de la propiedad campesina y ana elevación demográfica rápida. Podemos considerar que la población de la Enropa central ba crecido en un tercio en el último cuarto del siglo. En Rnsia, a pesar de una fuerte mortalidad, aumenta a un ritmo de 300.000 anua les. Entre 1700 y 1789 se duplica en España, en los Países Bajos, en las islas Británicas. A fines del siglo la miseria de los campesinos aún es más profnnda y más general. Han llegado incluso a rebelarse. Pero sus “ emociones” son rá pidamente reprimidas. De todos modos, son testimonio de una conciencia de clase, todavía rudimentaria. Para dar a las Jacqueries una perspectiva política, el apoyo de los cuadros liberales, serían indispensables el sostén o el ejemplo de una revolución vecina.
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E L M U N D O A N T E L A R E V O L U C IÓ N FRAN CESA
II. BURGUESÍA Y
CAPITALISMO
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Por doquier la burguesía crece, en cantidad y en poder; por doquier se consolida su subida económica; pero las ins de las ciudades, tituciones jurídicas a menudo dificultan su elevación social. de la industria Si en los países anglosajones progresa libremente, en el con y del comercio tinente tropieza con numerosos obstáculos. Pese a ciertas concesiones, la desigualdad civil sigue siendo lo normal. El régimen feudal, la situación jurídica de las tierras, el poder político de la nobleza, son fuerzas que se oponen a sus pretensiones. La misma nobleza obstruye el acceso a los altos empleos. La población urbana queda a menudo, qué duda cabe, reducida a pro porciones irrisorias. El desarrollo de ésta es un testimonio del desarrollo de las actividades comerciales e industriales, y, en consecuencia, de un poder “ bur gués” en pleno progreso. Sin embargo, al este del Rin las grandes ciudades siguen siendo escasas. Yiena, con menos de 250.000 habitantes, no llega ni a la mitad de la población de París. Berlín no tiene ni la tercera parte. En Polonia, Varsovia sólo cuenta con 100.000 almas; Rusia sólo tiene dos centros importan tes: Moscú y San Petersburgo, aproximadamente de la importancia de Yiena. LaB 51 ciudades Ubres del Sacro Imperio no suman en total más que 700.000 in dividuos. Pero Hamburgo por sí solo pasa, con sus 130.000 habitantes, a todas las ciudades provinciales de Francia y de Inglaterra. En el litoral atlántico, la actividad marítima ha acelerado la concentración urbana. ‘ Londres casi llega al m illón de habitantes, Amsterdam cuenta con 200.000. Rotterdam, Bruselas, Amberes, Gante, Lieja, pasan o llegan a los 50.000. A l sur, Lisboa supera a Ma drid, mientras que Barcelona tiene 100.000 muy largos. Más que el presente, es el pasado el que explica la fuerza urbana de Italia: seis grandes ciudades cuen tan con 100.000 ó más habitantes, y otras seis de 50.000 a 100.000. La prospe ridad económica del siglo ha reforzado en la península una mezcla de clase media que desempeña el papel de burguesía. El desarrollo comercial e industrial expUca en amplia escala el desarrollo urbano. El auge del comercio exterior, con la elevación internacional de los precios, la ampliación de los mercados, la tendencia al liberalismo que acaba, a pesar de muchas vacilaciones, por ejercer cierta influencia en la política co mercial de los Estados. Desde Inglaterra a Rusia, la cuantía de los intercambios internacionales está en franco avance, haciendo que en el primer caso se tripli que a lo largo del siglo, mientras que en el segundo aumenta quizá más aún, al menos proporcionalmente. Tampoco pueden caber dadas acerca de los avances del comercio interior y de la industria, cuyo giro se eleva rápidamente como Desarrollo
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efecto de las mismas causas. Los éxitos ingleses en este terreno son muy conoci dos; pero no por ello debemos menospreciar los demás. El adelanto es general, sea cual sea el nivel económico de los distintos países, A lo largo del curso del Saznbre y del Meuse, en Charleroi y en Lieja, las fraguas se instalan sobre el carbón, mientras que los campos flamencos siguen invadidos por las industrias textiles: la región de Waés cuenta con 40.000 tejedores y 200.000 hilan deras de lino. Los fabricantes de paños de Verviers, los de encajes de Malinas tam bién contratan campesinos, a los cuales les conceden salarios de hambre. En cambio, en el este, el campesino, incluso el libre, no puede ejercer actividades industriales o comerciales. Y con mayor motivo, el siervo. Sin embargo, la ser vidumbre favorece en Rusia ciertas empresas: las estatales y las de los nobles. La metalurgia uraliana es de este tipo y en 1789 su producción es mayor que la de Francia. Pero la burguesía sufre por los obstáculos que ante ella levanta el régimen feudal. Campesinos libres y siervos de obrok no le bastan; la fá brica se multiplica en el campo para beneficiarse con la aportación de la mano de obra femenina. Así resulta que nada hay más variado que la apropiación, por obra de los distintos grupos sociales, de los beneficios de esta prosperidad eco nómica. Lo cierto es que van a parar a manos de la clase de los empresarios, pe queños o grandes, burgueses — o nobles, en ciertos casos — , cuyo tipo de vida y mentalidad modifican, a la manera inglesa o francesa. Naturalmente, esta prosperidad se ve interrumpida por crisis. Tampoco se realiza sin choques sociales entre patronos y asalariados: el 14 por 100 de la población de las ciudades inglesas vive probablemente de la caridad públi ca en 1789; el mismo año, los tejedores de Verviers luchan por conseguir nn aumento de un sueldo por ana. Pero el gran conflicto reside en otra parte. Declarado o aperevolucionarios nas hnaginado, pone frente a frente principalmente a la bur guesía y a la aristocracia. La libertad de prensa le propor ciona a la primera nn arma nueva en Dinamarca y en Prusia. Es cierto que Federico Guillermo II anula la reforma, y, en diciembre de 1788, somete todo escrito al examen de una comisión gubernamental; pero determinada publi cación, prohibida en Berlín, aparece cu Frankfurt. Poco importa que en Ale mania un principillo y su corte, un municipio, se perpetúen; el siglo XVin ha puesto en ellos sus fermentos de revolución. El Aufklarung prepara el camino al resucitar el glorioso pasado del Imperio. Los cantones suizos e Italia despier tan a la unidad. El fuego incuba incluso al otro lado del Atlántico, en el otro extremo del mundo blanco, en la América latina, que, desde luego, se ve arrastrada por la misma corriente de prosperidad que Europa; y sobre todo en las posesiones españolas. A la influencia administrativa y comercial de la metrópoli, se aña
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den una autoridad opresora y la desmesurada riqueza de unos pocos. Remiti mos, también para ello, a la primera parte de esta obra. Una “ burguesía” de co merciantes y plantadores criollos lucha desde hace diez años contra las exigen cias de los funcionarios públicos. Quiere sacudir el dominio español, no para emancipar a los indígenas avasallados y a los esclavos negros, sino para apode rarse del poder político. Han estallado sublevaciones en Chile y en Nueva Gra nada, A llí se lee con fervor el Contrato social, el Cuadro económico de Quesnay, el Tratado de las sensaciones de Condillac, Figuran en la biblioteca de Miranda; Bolívar y San Martín se han alimentado con ellos. Asimismo, los brasileños quieren emanciparse de la tutela portuguesa. Uno de ellos, Maia, al encontrarse en Nimes, en 1787, con el virginiano Jefferson, tenía ya el proyecto de atraerse a los Estados Unidos a la causa de la independencia de su país. En todas partes, la burguesía, o lo que hace sus veces, dirige sus miradas hacia loe países anglosajones; en ellos halla motivos para tener esperanza.
i n . EL ESPEJISMO ANGLOSAJÓN Fácilmente se oponen los Estados absolutistas a Inglaterra^ que j a g0ciedad “ ilustrada” considera iniciadora, cre yendo hallar en ella la irrefutable demostración de sus principios filosóficos. De hecho, la nación inglesa existe; posee una vida políti ca de la que todavía carecen los franceses, un régimen representativo y tradi ciones de libertad. Sin embargo, el poder está en manos de la oligarquía y la sociedad es pragmática y mercantil. En esta monarquía constitucional, 6Ólo la costumbre regula los respectivos derechos del rey y del parlamento. No hay texto que precise sus límites y Jor ge III declara abiertamente que “ él mismo quiere ser su primer ministro” . Apoya a los lories porque respetan su voluntad, a veces contra los deseos de la Cámara de los Comunes. Ésta, además, sólo representa una mínima parte de la nación. El derecho de voto sigue siendo un privilegio vinculado a la pose sión de tierras o de casas, y el número de electores no llega en todo el país a 450.000. Burgueses, artesanos y granjeros acomodados constituyen la clientela de los ricos propietarios territoriales, que se reparten los escaños. La carta elec toral, que no ha sido modificada desde hace varios siglos, ya no corresponde al actual reparto de la población. Distritos “ podridos” y distritos “ venales" constituyen un verdadero escándalo. Los nombramientos de diputado pueden comprarse; cuestan el equivalente de 25.000 francos oro. Se considera que las dos terceras partes de los Comunes son designadas de antemano, ya que el go bierno y los grandes propietarios imponen su voluntad a los electores, quienes Poder d e ^ a r is to c r a á a
49.— La Fiesta del Ser Supremo
50.—Robespierrt• es arrestado
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votan a registro abierto. Las mismas clases sociales son dueñas de la adminis tración de los condados y de las parroquias, la policía, la justicia y la recauda ción del impuesto. A pesar de las reformas de Pitt, sobrevive una legislación an ticuada, a la cual debe añadirse el diezmo de la Iglesia anglicana cobrado en todo el país, e incluso a los presbiterianos de Escocia y a los católicos irlande ses, cuyo culto está prohibido. El Estado sigue siendo confesional; las disputas religiosas envenenan las relaciones sociales; la tolerancia es tan sólo una pa labra. Y lo mismo cabe decir de las libertades públicas. El derecho de asocia ción, aunque reconocido formalmente, no se aplica a las uniones obreras. La li bertad de trabajo está limitada por la obligación de aceptar, en determinados casos, el salario fijado por la ley. Los indigentes, mantenidos a expensas de las parroquias, pueden ser separados de sns hijos y obligados a realizar un verda dero trabajo forzado. En realidad, las clases pobres se hallan fuera del dere cho común. Un código brutal reprime los delitos de la miseria. Robar más de diez Bueldos del bolsillo del prójim o, puede castigarse con la pena de muerte. Se impone, tanto a hombres com o a mujeres, la pena de látigo y de la picota. Y sin embargo, los abusos mismos contribuyen a formar una opinión pú blica, que se manifiesta en los clubs, en los que formula sus reivindicaciones. El movimiento “ radical” , nacido en 1780 durante la gnerra de Independencia, se hace eco de ello. Sus principales oradores: Price, Priestley, Tilomas Paine, han experimentado la influencia del pensamiento político de Rousseau y quieren “ más igualdad, más libertad, más fraternidad” . La libertad de prensa les invita al proselitismo; y se valen ampliamente de ella. Los principios que invocan están ya en vigor en la joven reLa República pública americana. Cada uno de los 13 Estados posee una constitución escrita, presidida por una Declaración que pro clama los derechos naturales, base del pacto social. En ella los poderes están claramente separados, y el ejecutivo está cuidadosamente limitado. A excepción de Pennaylvania, en los demás Estados reina, como en Inglaterra, el sistema de las dos Cámaras. Pero el derecho al sufragio sigue vinculado a la posesión de tierras y las condiciones de elegibilidad limitan el personal político: en Caro lina del Sur, para presentarse al Senado es preciso poseer una hacienda de 2.000 libras. Frente a los Estados soberanos, el gobierno federal es débil. Se han equilibrado cuidadosamente los poderes del Congreso y del presidente, que apa rece como depositario de las voluntades de los Estados: “ el primer ministro común de todos ellos” . De hecho, el gobierno pertenece a una oligarquía de plantadores virginianos de origen anglosajón y puritano. La impotencia del go bierno central causa descontento en las filas de los republicanos; pero apenas si se vislumbra una oposición de clases, ya que cada individuo puede, en esta tierra sin pasado, realizar sus posibilidades. No hay traba alguna a la libertad de 13.
■ 3 . G.
a —V
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prensa y de trabajo, a los derechos de reunión y de asociación. Sin embargo, las constituciones, elaboradas por los blancos y sólo para ellos, eliminan de la co munidad civil a los individuos de color. En ningún lugar se habla de una abolición de la esclavitud y la condición de los negros sigue siendo la misma que señaló el período de explotación colonial. Así, pues, el adelanto de los anglosajones sobre la Europa continental es evidente. Ilusiones y realidades cooperan en la atracción que ejercen sobre el extranjero: se les considera creadores áe una sociedad más cercana que todas las demás a la libertad y a la igualdad civil, en la que gobierna la alta o la media burguesía. Por consiguiente, el prestigio de la revolución inglesa, y, mucho más, el de la revolución americana, sigue siendo considerable. Pero he aquí que en Francia, en esta Francia de la “revolución intelectual” , que con tanto vigor ha formulado el pensamiento del siglo, surge una nueva Revolución, que plantea mucho más solemnemente que las anteriores los gran des problemas sociales de Europa. Todos los problemas agrarios de Francia se dan también, y agravados, en el exterior. Y , sobre todo, en amplia aunque des igual medida, el problema de una burguesía que va subiendo, en pleno progreso material y espiritual, y que se las tiene con las coacciones civiles de una socie dad que sobrevive a sí misma. Va a comenzar un duelo: entre la antigua sociedad con brazos y la nueva sociedad nacida de la Revolución francesa, duelo que durará basta 1815 y que dominará la historia del mundo.
CAPITULO n
LA REVOLUCIÓN FRANCESA Y EL MUNDO (1789-1802) I. FUERZA CONTAGIOSA DE LA REVOLUCIÓN FRANCESA
....................., , T I
Adhesión de la sociedad “ ilustrada”
os acontecimientos de Francia suscitaron al prin*
I J
.. . . . , , cipio un movimiento general de curiosidad y de
simpatía. Folletos y periódicos revolucionarios hallan en toda Europa comentaristas benévolos, y Estrasburgo difunde esta pren sa clandestina hacia el este. Los periódicos extranjeros publican regularmente noticias de Francia; la Gazette de Varsovie incluye en cada número, a partir del 23 de mayo de 1789, una carta de Versalles; el Unión oit le Journal de la Liberté se imprime en París, en francés y en inglés. Indudablemente, la propaganda re volucionaria se vale también del canal de las logias masónicas. Bonneville, del Círculo social, mantiene correspondencia con los Iluminados de B aviera, y las logias escocesas de Saboya reciben sus consignas de Lyon. En 1790, la Decla ración de los Derechos del Hombre, traducida a muchísimos idiomas, se con vierte en breviario del liberalismo. Incluso en España, donde son condenadas por la Inquisición, las primeras enseñanzas de la Revolución logran calurosas adhesiones. Además, afluyen a Francia turistas y “ peregrinos de la libertad” . Afluyen a Versalles, procedentes de Alemania, como Forster y el junker Guillermo de Humboldt; de Inglaterra, como el poeta Wordsworth, el abogado whig Erskine, el cuáquero Pigott y el futuro lord Castlereagh; el joven príncipe ruso Stroganov, cuyo preceptor es el futuro convencional Romme, se inscribe con pseudónimo como secretario de la Société du Jeu de Paume y asiste al aniver sario del juramento. Los clubs y la Constituyente acogen solícitamente a los ex tranjeros. El barón prusiano Clootz reclama el privilegio de asistir a la Fede ración, de acudir a ella con una delegación numerosa y abigarrada, en la cual figuran un persa y un turco, para celebrar las primicias de una Federación uni versal. Thomas Paine y algunos ciudadanos americanos buscan un honor se mejante. Resulta, pues, que noticias y testimonios de Francia colocan en el primer
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plano de la actualidad problemas comunes a todos los pueblos. En Francia se lleva a cabo un “ grandioso esfuerzo en pro de la causa de la humanidad” , que para Kant es “ la puesta en vigor del Contrato social” y para Ficbte la reafirma ción de la dignidad humana. También Goethe, más tarde, valorará la im por tancia de los años que acaba de vivir y pondrá en boca del Juez extranjero, en el canto V I de su Hermana y Dorotea las siguientes palabras: “ Notó que su corazón se exaltaba y que una sangre más pura llenaba su pecbo liberado, cuan do brilló el primer esplendor del nuevo sol, cuando oyó hablar del derecho de los hombres, común a todos, de la libertad embriagadora, y de la loable igualdad.” Asimismo, en Italia, Pietro Verri ve cómo “ la luz de París irradia sobre su patria” . En Polonia, algunos patriotas, como Stanislas Ataszic y Niemcewicz, abordan los problemas económicos y sociales. El griego Bhigas Velestinlis saca del principio de la soberanía de los pueblos los elementos de su na cionalismo. Fuera de Europa, la Declaración de los Derechos penetra en la América latina, traducida por Narino y difundida por el médico indio Esquejo, por Miranda y por el ex jesuíta Pablo Viscardo y Guzmán, cuya Carta a los es pañoles americanos obtiene un gran éxito. El hermano del conde de Liuiers, oficial francés al servicio de España, residente en Buenos Aires, “ traduce un papel en el que se relatan los últimos acontecimientos de París” , y cuya difu sión es muy grande en el interior del país. Un poeta brasileño aconseja que se tome a “ Francia por madrina” , y Tiradentes proclama en Minas Geraes los principios de 1789. Pero en los países más próximos a Francia, la agitación Primeros gana en profundidad. En los enclaves extranjeros, Avilevantamientos: ñón, tras rechazar la soberanía del Papa, ha solicitado, las revoluciones ya el 11 de junio de 1789, reunirse a Francia; el régimen de Brabante y Lieja feudal desaparece de los feudos alsacianos de los prín cipes del Sacro Im perio; estallan desórdenes en Montbéliard. Eu Bélgica, la ofensiva ya la habían iniciado los Estados Provinciales antes de la Revolución, A fines de enero de 1789, a los Estados de Hainaut, que se negaban a votar los subsidios exigidos por Austria, les habían sido suprimidos sus privilegios. Pero en junio, he aquí que siguen sus huellas los Estados de Brabante. José II, que había jurado mantener esos privilegios, se ve privado de sus derechos de sobe rano. Se inicia la lucha, dirigida por el clero y la burguesía rica. Sin embargo, la opinióu está dividida entre estatistas, agrupados en torno a Van der Noot y que pretenden restablecer las antiguas franquicias, y patriotas, quienes, con Vonck, desean sustituir el yugo austríaco por la soberanía del pueblo. La unión temporal de ambos pone el éxito en sus manos y, el 18 de diciembre de 1789, Van der Noot entra solemnemente eu Bruselas, y provoca inmediata mente una federación de los Estados, sobre su base aristocrática. Los Vonckistas,
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proscritos, se refugian en Francia. Leopoldo II, máB hábil qne su padre, logra, con la ayuda de Prusia, restablecer su dominio sobre el país, a fines de 1790. Muy distinto es el desarrollo de los acontecimientos en Lie ja. La revolución que estalla en agosto de 1789 es un eco de loe grandes acontecimientos de Fran cia. Dirigida contra la autoridad del principe-obispo, se lleva a cabo con el apo yo de los artesanos y de los campesinos, literalmente aplastados por los im puestos y sufriendo los efectos de la penuria. “ Sin derramamiento de sangre, la antigua administración se hunde y queda suprimido el reglamento de 1684.” En este caso, la revolución es popular y adopta los principios de la Constitu yente. Se redactan cuadernos de agravios. Clero y nobleza renuncian a sus exen ciones fiscales; la Declaración de los Derechos del 16 de septiembre, más radical que la Declaración francesa, establece las modalidades de una represen tación nacionaL La revolución de Lie ja acaba en 1790, al igual que la de Bra bante, con la llegada de las tropas austríacas. Y Lie ja no constituye una excepción. Las resoluciones adoptadas en París, la noche del 4 de agosto, se difunden como mancha de aceite. Los motines se propagan a lo largo del Rin, en Colonia, en Tréveris, en Spira. Circulan hojas: “ Queremos vernos libres del yugo de los monjes.” En la Suiza alemana, el obis po de B asile a ha de pedir ayuda a Austria para restablecer su autoridad. En Ginebra, el patriciado se ve obligado, en dos ocasiones, en 1789, a aceptar un arreglo de la Constitución. En Saboya, los “ turbulentos” amenazan con pren der al intendente. El desorden se apodera, en Italia, de Livorno y Florencia. Ni siquiera el Reino Unido se ve libre de tales repercusiones ya que en él existe la agitación religiosa y social de los católicos de Irlanda, En Holanda, se consolida una abierta oposición contra el estatúder. Y también más lejos de Francia, el malestar invade ciertos países oprimi dos de la Europa central y oriental. Muchos húngaros recitan con fervor los versos del poeta Bacsanyi: “ Debemos tomar ejem plo de los franceses, y romper nuestras cadenas” , a los cuales hacen coro nobles liberales como el conde Alois Battyanyi. Leopoldo parece dispuesto a satisfacer esos anhelos, y la Dieta em pieza a elaborar una carta que garantizaría la libertad de prensa y de cultos; incluso prepara la emancipación de los campesinos. Pero, en 1791, el empera dor clausura las sesiones de aquélla con un discurso conciliador, y la Dieta se disuelve sin haber llegado a ningún resultado práctico. En su Viaje de Peteraburgo a Moscú, Raditchev aboga por la supresión de la servidumbre, a la que acusa de los males que aquejan a Rusia. En Polonia, los patriotas recurren al golpe de estado, y el 3 de mayo de 1791, imponen a la Dieta y al rey una nue va constitución que, aun confirmando los privilegios de la nobleza y del clero, concede a la burguesía importantes libertades. El gobierno constitucional que da reforzado mediante la supresión del Ubenim, veto, Y así, cesa la anarquía, y
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las cortes juzgan implacablemente a un país que pretende, contra la voluntad de ellas, recobrar su poderío. Indudablemente, esta fermentación procede en gran propor Reacciones ción de mil causas locales. Por doquier, excepto en Lieja, es aristocráticas de corta duración. Pero el contagio de la Revolución es evi y actitud dente, y alarma en el exterior los miamos medios sociales de ¡os monarcas que había alarmado en Francia, en el interior, es decir: a los príncipes y a loa privilegiados, seguidos por su clientela ideológica, y a nu merosos elementos de la burguesía rica o ilustrada, aterrada por los desórdenes, por esta política accidentada y por las subversiones institucionales que trae consigo. Los príncipes alemanes temen el ejem plo de Alsacia. En diciembre de 1790, Leopoldo escribe a Luis X V I que desea Mel restablecimiento de los derechos señoriales y de todo aquello que la Revolución ha modificado". Floridablanca establece a lo largo de los Pirineos un cordón de tropas para preser var a España de contactos perniciosos. El Papa, al condenar la Constitución ci vil, pone a los Estados católicos, como Baviera y Portugal, frente a Francia. En Alemania, la fior y nata de la intelectualidad, vacilante, acaba al fin por mani festarse contra “ los antropófagos de París". Kant, Fichte y el mismo Goethe consideran que “ los franceses corrompidos son indignos de tan noble ideal” . In glaterra sale de su reserva: en la declaración real del 21 de mayo de 1791, Pitt, autor de ella, “ toma públicamente la ofensiva contra los principios franceses” . Burkc, casi el único que en 1790 se alzaba contra las ideas igualitarias, soste nido por el clero anglicano y por la administración, pasa ahora por profeta. Los wighs se dividen y la situación allende el Canal de la Mancha proporciona un magnífico pretexto a los dirigentes para aplazar las reformas y lanzarse con tra los radicales. Pero de allí a la intervención, media aún un gran trecho. Al principio los monarcas consideran los acontecimientos de Francia com o manifestaciones de una crisis temporal, cuya solnción le incumbe al gobierno de Luis X V I. Incluso se alegran de esas dificultades que debilitan a su vecino. Por otra parte, las guerras del siglo xvm siguen poniendo frente a frente a los Estados absolutistas. A principios de 1790, Austria todavía está en guerra con Turquía; Rusia, con Turquía y Suecia; Prusia se alza, un poco por todas partes, contra Austria. Los cancilleres de Austria y de Prusia, que se reúnen en febrero de 1791, pien san más en Polonia que en Francia, y no cesarán de vacilar entre estos dos po los: Varsovia y París, Por su parte, la Constituyente insiste en su deseo de paz. Ya lo hemos visto con ocasión del asunto de Nootka. El 22 de mayo de 1790 proclama solemnemente que ' ‘jamás utilizará sus fuerzas contra la libertad de ningún pueblo” . Impone la noción de soldado-ciudadano y le arrebata al rey el derecho de paz y de guerra.
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Sin embargo, loe clubs y los periódicos parisienses van mucho más allá que la Asamblea, Ya hemos visto cóm o en 1791 la polémica revolucionaria adopta un carácter internacional. Los demócratas levantan fácilmente la voz: *‘Una nación noble y demasiado orgullosa de su libertad para degradarse con el es píritu de conquista, debe decirle al Universo que no quiere ni insultar ni to lerar que se la insulte” (Robespierre). Camille Desmoulins, decepcionado en 1791 por el giro de los acontecimientos de Bruselas, añade a sus Revoluciones de Francia y Brabante, el siguiente subtítulo, sim bólico: “ Revoluciones de Fran cia y de los reinos que, por el hecho de pedir una Asamblea nacional y enar bolar la escarapela, merecen un lugar en estos fastos de la libertad” . Los jacobinos aplauden los discursos belicosos de los patriotas refugiados e in citan a la Asamblea “ a aprovecharse, sin perder ni un momento, de este profundo respeto, de este religioso estremecimiento que la majestad de la Constitución ha imprimido a toda Europa, para realizar un formidable des pliegue de sus fuerzas” . A l otro lado, las mentes están ya preparadas para una cruzada contra rrevolucionaria, de la cual se convierte en protagonista el rey de Suecia, Gustavo III, incitado por Rusia. Leopoldo firma la paz con los turcos y Ca talina II le imita. Prusia y Austria llegan a un acuerdo acerca de la cues tión polaca. Sin embargo, todavía vacilan en intervenir en el oeste. La llama da de Luis X V I, bu intento de huida, los ultrajes a la majestad real y las provocaciones de los emigrados, les obligan más o menos a decidirse. Durante y después de la declaración de Pillnitz, todavía no hay guerra contra Francia, pero sí guerra contra el nuevo régimen; guerra contra lo que habrá de ser la Constitución de 1791, intolerable amenaza contra el orden social. Las ac titudes se endurecen. P oco a poco, entre la Revolución y la vieja Europa, ya no aparece ninguna posibilidad de componenda. Algunos años más tarde, en pleno conflicto, Joseph de Maistre ve el asunto del siguiente m odo: “ P or su propia naturaleza, la Revolución es enemiga de todos los gobiernos, tiende a destruirlos todos, de manera que todos tienen interés en destruirla.”
D . LA GUERRA SOCIAL INTERNACIONAL (1792-1795) La iniciativa partirá de la Revolución, Pese a las adver tencias de Robespierre a los jacobinos, la Legislativa de por la salvación de la ‘'civilización” clara la guerra, el 20 de abril de 1792, en medio del entu siasmo general: sólo siete votos se oponen a ella. El gran conflicto adopta muy pronto su verdadero carácter. La guerra que estalla, no es tanto una guerra del tipo antiguo como una especie de guerra solin a lucha
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cial internacional, en la que se enfrentan, concepciones radical' ■ mente distintas del mundo. El Terror contrarrevolucionario reina a la zaga de la invasión prusiana, al mismo tiempo que en París un verdadero pánico se apodera de los diplomáticos extranjeros. La Coromune del 10 de agosto los acosa, se apodera de su corres pondencia, Reclaman sus pasaportes y toman la diligencia. Algu nos meses más tarde, el proceso y la ejecución de Luis X V I des encadenan la vieja Europa. Excepto Suiza y los Estados escandi navos, muy pronto todo el continente se halla envuelto en la gue rra. Naturalmente, el conflicto tiene múltiples causas. La ocupa ción de los Países Bajos austríacos en los últimos meses de 1792 por la Francia victoriosa, así com o la apertura del Escalda, constituían por sí solos un cosus belli para Inglaterra, a la que también le tienta la perspectiva de un fructífero m onopolio del comercio colonial, consecuencia de su dominio de los mares. Pitt, que hasta entonces había vacilado, toma partido y llegará a ser el gran animador de las coaliciones. Incluso ante el grande y nue vo hecho de la Revolución francesa, las cancillerías siguen reali zando sus actividades tradicionales: la intervención de los sobe ranos no debe ser gratuita. Mas ese grande y nuevo hecho constitu ye, en verdad, lo esencial. Ante la opinión se justifica esta guerra general por la necesidad de defender una forma de sociedad. De jemos al mismísimo Pitt exponer el punto de vista de los aliados: ¿La República, la Convención, París? París 7 a no es más que el receptáculo de loe malhechores, un rebaño de esclavos.
La Revolución francesa pone en peligro todos los valores de la civilización: Se trata de un asunto de vida o muerte para la civilización... para la sal vación de Europa y de la sociedad civil. Debemos estar decididos a llevar a cabo una larga guerra, una guerra irremisible basta que baya 6Ído extermi nada la plaga.
El 9 de termidor deja, en el fondo, el problema intacto. Cier tos aspectos del régimen han desaparecido; pero lo esencial sub siste. No debe olvidarse que la guerra comenzó entre la Revolu ción de 1791 y Europa, Y la Revolución, tal como lo escribirá, una vez más, Josepb de Maistre, sigue siendo “ satánica” , con Robespíerre o sin él. Entre tanto, Burke, de 1795 a 1797, llama al mundo civilizado a la lucha contra el Directorio regicidio.
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Sabemos ya que, en esta lucha, Europa tendrá aliados naturales en la mis ma Francia. Por el contrario, los coaligados deberán defenderse, en sus países, contra una especie de segundo frente revolucionario. En ciertos medios burgue ses, liberales, populares, la Revolución francesa sigue despertando espontánea mente ecos favorables, a pesar del fácil partido que la propaganda de los coali gados saca del gran episodio terrorista. Los soberanos organizan un verdadero Terror blanco. Catalina II, la primera, clausura las logias masónicas y deporta a Raditcbev a Siberia. El abogado liberal Thorild es detenido en Estocolmo, en enero de 1793. En todo el Imperio, los príncipes revolucionarios son condena dos y se suprimen las asociaciones estudiantiles. Incluso se prohíben las obras de Kant. Los registros se multiplican en Baviera, en Budapest, en Viena. En noviembre de 1794 son detenidos Martinovics y los separatistas húngaros. En Ñapóles, una Junta real persigue a los demócratas y los condena a muerte. En los dos países ibéricos, la Inquisición se transforma en policía política. Finalmente, desde enero de 1793 Inglaterra dirige en su mismo territorio una acción vigorosa. La votación del alien bilí le brinda al gobierno ocasión para expulsar a los extranjeros, Paine, diputado de la Convención, es juzgado por contumacia y se inician diligencias judiciales contra el abogado Muir que aca ba de salir para París, Pitt explota los sentimientos nacionalistas y hace condenar por franceses a todos los príncipes “ subversivos” . En Escocia, “ la caza de los sospechosos” adquiere con Dundas un carácter fanático. A fines de no viembre de 1793, los Comunes autorizan los registros y las detenciones arbi trarias. Todos los que “ menosprecian o difaman la gloriosa Constitución bri tánica” son objeto de esas severas medidas. Dos miembros de la Sociedad de Amigos de la Constitución son condenados a muerte en Escocia, y Muir es de portado a Botany Bay. Pero en Londres, tres de los trece acusados defendidos por Erskine, entre ellos Thomas Hardy, son declarados inocentes y la muche dumbre aplaude al abogado wigh como a un verdadero triunfador. Según el Annual Register a fines de 1794 y principios de 1795, “ las categorías inferiores de la población” , en “ toda Europa” , califican “ de guerra de los reyes contra el pueblo” a la coalición contra la República. Y estos resultados le son achacados a la propaganda francesa. Sin duda alguna, la represión aclara las filas de los intelecLa resistencia tnales liberales, haciendo que unos — como Goethe, Scliiller en el extranjero ° Alneri — se retracten, y otros se refugien en Francia, como Cramer. Pero, al mismo tiempo, reafirma las convicciones de un Wordswortb. La oposición se esconde y gana en profundidad, entre las ma sas que sufren las consecuencias de la guerra y de una desquiciada economía europea, a la que la grave crisis económica internacional de 1794-1796 añade sus propias dificultades. Los subsidios ingleses no son suficientes para cubrir
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los gastos de los coaligados, y esto se remedia mediante emisiones de papelmoneda. En la monarquía hababurguesa, la circulación fiduciaria aumeuta en más del 50 por 100 entre 1789 y 1796. Las malas cosechas de 1792 y de 1794, la cobranza de cánones señoriales, provocan desórdenes en Suiza, en el cantón de San Gall, y en los pueblos fronterizos del Piamonte. Prusia atraviesa una grave crisis, los artesanos se agitan en Silesia y en Berlín; en Breslau un verda dero motín estalla. La prolongación del conflicto y las victorias francesas favo recen la agitación. En España, se iutcnta derribar a Godoy, En Bolonia, en no viembre de 1794, algunos jóvenes enarbolan la bandera tricolor itabana e incitan al pueblo a la insurrección. En Palermo se descubre un complot liberal, y los campesinos se soliviantan en Basilicata. En Ginebra triunfa el movimiento de mocrático de julio de 1794, que se extiende al cantón de Zurich. En cuanto a Holanda, “ el espíritu infernal de los jacobinos ha tomado un ascendiente de consecuencias aterradoras” . También en Inglaterra se multiplican los motines; en Londres y en Birmingham contra la contratación por sorteo, en Liverpool contra el trabajo a destajo al cual es preciso renunciar. En el campo, los acota dos provocan crímenes agrarios; la situación se suaviza al levantar la prohibi ción que pesa sobre los cereales. Las peticiones afluyen desde las grandes ciuda des; se organizan gigantescos mitinea. En Londres, en 1795, se oye gritar; “ ¡Basta de Pitt! ¡Basta de guerra! ¡P an !” También para Francia la guerra tiene un aspecto total La guerra mente nuevo. La idea de una regeneración del mundo fer de propaganda menta en los clubs, se expone en la prensa. Europa será y el expansionismo municipalizada desde el Rin a Rusia. Esta política se revolucionario precisa después de Valm y y de Jemappes. El decreto del 18 de noviembre declara que “la nación francesa... concederá fraternidad y ayuda a todos los pueblos que quieran recobrar su libertad” . Se empieza, claro está, por los vecinos, cuyos territorios son ocupados por los ejércitos france ses, que tienen la orden, en virtud del mismo decreto, de “ defender a los ciu dadanos que hayan sido vejados o que podrían serlo por causa de la libertad” . Esto es menos un ofrecimiento que una invitación, según puede apreciarse cla ramente un mes más tarde, en el decreto de 15-17 de diciembre que declara que la nación francesa tratará como a enemigos a aquellos países que opten por “ el príncipe o las castas privilegiadas” , al mismo tiempo que garantizará la independencia de quienes establezcan “ un gobierno libre y popular” . De este m odo se ofrece o se impone una especie de protectorado revolucionario a posibles satélites; pero, de hecho, se va mucho más lejos. Las fuerzas sociales y nacionales que, según hemos visto, están desencadenadas en Francia, imponen también una poh'tica exterior, una política que coincide con la de las fronte ras naturales. ¡Qué gloria le proporcionaría al nuevo régimen si pudiera con-
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vertirlas en realidad! La Convención se apoya en los elementos revolucionarios locales: mayorías o minorías, no importa. Se reúnen asambleas bajo la ins pección del ejército de ocupación, asambleas que piden ser anexionadas a Fran cia. Desde fines de noviembre de 1792 a fines de marzo de 1793, la Convención anexiona, según este sistema, Saboya, el condado de Niza, los Países Bajos aus tríacos, la Renania y el territorio de Porrentruy. Los reveses de 1793 y las exigencias de la guerra conducen a una política diferente, al menos en apariencia. Francia está a la defensiva. Ya no se habla de la guerra de liberación universal proclamada por el decreto del 18 de no viembre. T odo lo contrario. La Convención declara, el 13 de abril, a propuesta de Danton, “ que no se entrometerá de ningún modo, en el gobierno de las de más potencias” . Y la Constitución de 1793 confirma: “ El pueblo francés... no se inmiscuye para nada en el gobierno de las demás naciones.” Cinco meses más tarde, Robespierre denuncia la guerra de propaganda como una “ impru dencia maquiavélica de los girondinos” . “ Insultaban a los tiranos para servir les.” P or encima de las divergencias de los equipos, por encima de las circuns tancias que a veces favorecen a los conciliadores dantonistas, la Revolución acabará por tener la política que exigen sus fuerzas. Pero, tal como ya lo había declarado el 13 de abril, preferirá sepultarse bajo sus propias ruinas antes que sufrir en su país la intervención del extranjero. Nunca, tampoco, “ dejará en manos de los tiranos con los cuales está en guerra” los países unidos a la Re pública, a excepción de lo pactado. “ El pueblo francés” , al que la Constitu ción de 1793 presenta com o “ el amigo y el aliado natural de los pueblos li bres” , el pueblo francés, decimos, no renuncia a la expansión revolucionaria, al menos dentro de los límites en los que puede tener éxito. Desde luego, el mismo Robespierre había querido que la Declaración de 1793 dijera que “ los reyes, los aristócratas, los tíranos” eran “ esclavos rebelados contra... el género humano” . Una enorme literatura difunde este principio, que reasume la políti ca de la Convención y del Comité de Salvación Pública. Además, es una poh'tica realista, y que ya no menosprecia la fuerza de las ideologías conservadoras sobre los pueblos. Pero jamás el significado de la guerra, lucha entre dos for mas de sociedad, ha tomado tan amplia evidencia. Sin hablar el mismo idioma, los termidorianos, que heredan una situación militar favorable, conducirán a buen fin esta política. Indudablemente, los rea listas y la derecha quieren los “ antiguos límites” ; pero la opinión, aunque desea tan fervientemente la paz, se mostrará hostil a ello. Y aún más el ejército re publicano. Ningún gobierno, aun indeciso, puede desconocer tales fuerzas. Por otra parte, su interés le aconseja una paz de prestigio, el logro de las fronteras naturales, que asegurarán con mayor solidez aún la seguridad de la Revolución, y de quienes a los ojos del mundo la han realizado. En el fondo, guerra de pro
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paganda y conseguir las fronteras naturales son dos caras de un mismo fenóme n o: el expansionismo espontáneo de la Revolución. Sin embargo, la operación no quedará liquidada con la liberación fraternal a expensas del libertador, sino mediante la anexión, incluso a cargo del anexionado, y que siempre puede creer se o decirse que se hizo de acuerdo con su indiscutible interés, ¿Acaso no se le “ libera” de las “ castas privilegiadas” ? La anexión de tipo antiguo, que dejaba incólume el estatuto social, es sustituida por otra que trastoca tal esta tuto en beneficio de la mayoría. El hecho de que la Revolución se propague se gún la variante “ sans-culoite” o la censataria-burguesa, tiene, por el momento, escasa importancia. Conquista de conformidad con su naturaleza. Asimila, en 1794 y 1795, el contorno francés. En 1795 nacerá la primera república satélite en las Provincias Unidas. Esta guerra utiliza, en uno y otro bando, medios conformes Los métodos a su naturaleza. tradicionales Medios tradicionales en los co aliga dos, a quienes ni si de la diplomacia quiera se les ocurre llevar esta guerra de distinto m odo que y del bloqueo las anteriores. La guerra sigue siendo asunto de los prínci pes, que reclutan sus ejércitos al igual que lo hacían en la época de Louvois. Habría sido necesario “ apasionar los ánimos contra el enemigo” , según los de seos de Mallet du Pan y de Fersen, “ formar un Comité de Salvación Pública de Europa” , En pocas palabras, ¡suprimir o desquiciar ese Antiguo Régimen por cuya defensa se hallaban en guerra! El mismo Pitt no se atreve a apelar a la nación inglesa por temor a la democracia. Tradicional también lo es la guerra comercial, mercantil, que lleva a cabo Inglaterra. Su objetivo consiste en arruinar el erario y el comercio francés. A principios de 1792, los emigrados habían propuesto en vano al rey de Prusia que falsificara asignados. Pitt inunda de ellos el país. Manda negociar en París efectos sobre Londres para favorecer la huida del numerario. A l prohi bir el tráfico de armas y de artículos de interés militar, incluye en la prohibi ción los cereales y las harinas. El 8 de junio de 1793, “ todo bnque que lleve abastecimientos con destino a Francia será capturado, sea cual sea el pabellón bajo el cual navegue” . Inglaterra fiscaliza las cargas, y con ello el comercio de los países neutrales. Elabora un derecho marítimo a su antojo, concede licen cias, ventajosas facilidades de reexportación, y se esfuerza en convertir a los Estados Unidos en auxiliares, con el fin de conservar el m onopolio del comercio colonial. También es tradicional la actividad diplomática. El drama revolucionario se representa en los escenarios de la vieja Enropa. Tanto en el este como en el oeste, sólo se habla de engrandecimientos y de repartos. Estas distintas avide ces perjudican y dividen a los interesados. Cada uno lleva a cabo su propia gue-
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rra. El apetito inmediato prevalece sobre el cálculo. Los repartos polacos entre tienen a Prusia, Rusia y Austria desde principios de 1793 hasta fines de 1795. Excluida en el reparto de 1793, se deja libre a Austria para que obtenga com pensaciones por el oeste: ahí ganará Alsacia, Flandes y Hainaut, Kaunitz pare ce acoger esta propuesta. En el departamento del Norte, en 1793, SajoniaCoburgo se niega a proclamar a Luis X V II y a permitir el regreso de los nobles emigrados. En julio de 1793 Inglaterra acepta el reparto de Polonia, y si bien rechaza el proyecto austríaco de cambiar los Paises Bajos por Baviera, sugiere en Viena que la frontera meridional de las provincias belgas sea llevada hasta el río Somme, Pero los “ Cuatro” sólo piensan en ellos; no invitan a la caza a sus pequeños aliados, y sólo con gran dificultad resiste España a las exigencías comerciales de Londres en América. En cambio, Francia es una, y realiza una guerra nueva: la del El ejército siglo XX, en la que moviliza sin parar mientes ni en hombres ni revolucionario en dinero. En la balanza de las fuerzas arrojará todos los re y el sostén cursos materiales y espirituales de una masa de 26 a 27 millo de la guerra nes de seres, 2 millones de los cuales tienen de 21 a 30 años. Dejando de lado a Rusia, Francia es el país más rico en hombres. La amal gama funde poco a poco los nuevos reclutas, los “ /menee bleue” con el antiguo ejército real, los Ucuh Manes” . Mediante las requisas y la movilización en masa, nada debe temerse en cuanto a cantidad. Lanzará contra el enemigo, en una ofensiva a ultranza, masas de hombres cuyas formaciones saben muy bien apro vecharse del terreno. El valor y el estímulo del combate sustituyen una larga instrucción previa. Carnot, el hombre de la ofensiva, se arriesga a todo y pone el mando en manos de jóvenes: Iíoche, simple cabo en 1789, manda un ejército a los 25 años. En aquel momento, Francia da a luz la más extraordinaria ge neración de militares que jamás haya surgido, buscando a fondo en la pequeña y media burguesía. Las depuraciones de jefes, la asistencia a los clubs, la lec tura de los periódicos, la presencia de representantes en misión, son causas de que el ejército conserve su entusiasmo democrático. Todo eB sacrificado en aras del ejército. Para abastecerle, se movilizan to dos los recursos del país. El asignado asegura una ilimitada provisión de fon dos. Y , naturalmente, los países “ liberados” — o enemigos — ayudarán. Es pre ciso rendirse ante la evidencia; para soportar un esfuerzo de tal envergadura y para dar todas sus posibilidades a la causa revolucionaria — identificada con la del género humano — el libertador no puede por sí solo correr con los gastos del inmenso conflicto. A quienes siguen pensando según los moldes mentales del Antiguo Régimen, pero consagrándose al nuevo, también les parece natural que la guerra alimente la guerra. “ Quien quiere el fin, quiere los medios” , se lee ya en el Moniteur del 4 de diciembre de 1792: “ las contribuciones son un
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accesorio normal de la guerra... Cuando la espada marcial se lia alzado, ¡ay de esa filantropía intempestiva que pretende embotarla y amortiguar sus gol pes!” Para atraer a los campesinos, se declarará muy pronto la “ guerra a los castillos” y la “ paz en las chozas” , Pero la requisa y el asignado son causa de que este distingo sea ilusorio. El Comité de Salvación Pública impone duros sacrificios a los paÍBes ocupados. “ Vencer al enemigo y vivir a expensas de él, equivale a derrotarle dos veces” . En septiembre de 1793, conmina a los gene rales “ a desarmar a los habitantes, a designar rehenes, cobrar contribuciones de las ciudades, requisar los víveres, los caballos, los metales, los objetos de plata, destruir puentes y esclusas, desempedrar los caminos” . Pero, ¿qué pensarán de ello los pueblos? “ Por la magnitud de sus sacrificios se harán dignos de la li bertad.” Los ejércitos se transforman, mediante los comisarios de guerra, en proveedores de la República. Se crean “ agentes de evacuación” , y todo aquello que no es posible llevarse es destruido. Los representantes comisionados reci ben, en 1794, consignas más despiadadas: pueden exigir en un plazo de vein ticuatro horas todas las contribuciones atrasadas; redactan el inventario de los objetos que deben requisarse, objetos que son pagados con asignados por las tres cuartas partes de su valor. Se envían tras las tropas “ ciudadanos cultos encar gados de reconocer y de traer las obras maestras” . En el Palatinado, se desmon tan las cerraduras de las puertas, que luego son remitidas a Francia. Después de termidor, la situación no mejorará: “ Lo necesitamos todo; luego, es preciso tomarlo todo.” Los “ agentes de evacuación” son suprimidos; pero la “ evacua ción” subsiste. En dos años, Bélgica ba sufrido tres invasiones, y la tercera acaba por arruinarla. La victoria corresponde al número, al entnsiasmo, a la Los resultados: unidad y a la energía del impulso, a esta fuerza nueva victoria francesa, rotura de la coalición
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7 creciente que para la perspectiva de la época es la Re-
volución francesa. De antemano, gana minorías por do quier. P or todas partes, a su alrededor, se le prometen mayoría, a plazo más o menos breve, gracias a las relaciones sociales que establece y a pesar de los sentimientos nacionales que hiere. El resultado parece dudoso. Ante todo, de abril a septiembre de 1792, tiene lugar la invasión austro-prusiana que sólo en Valmy, el día 20, es detenida. De septiembre de 1792 a marzo de 1793 la situación se invierte. Poco después de Calmy, Montesquiou entra en Saboya; a fin de mes, el ejército de Custine en tra en Spira; está en Maguncia el 21 de octubre; el 6 de noviembre, la victoria de Jemmapes pone los Países Bajos austríacos en manos de Dumonriez. A conti nuación viene el reflujo, que dura desde marzo de 1793 basta otoño del mismo año: a la greña con Europa y con la disidencia interior, la Revolución vuelve a retroceder. Dumourícz se pasa al enemigo el 5 de abril. Empieza la segunda
51.— Llegada a Francia de botín de guerra.
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invasión. Por el norte, por el este, por el sur, las fronteras son violadas; pero Dunquerque es salvada en Hondschoote, el 8 de septiembre; Maubeuge es li brada del asedio en Wattignies, el 15 y 16 de octubre, cuando Jourdan y Car net dirigen la carga de la infantería; la liberación de Alsacia se realiza en no viembre y diciembre por obra de Hoche, Pichegru, Desaix y Saint-Just. Empieza entonces la tercera fase de la guerra. La victoria se consolida. El ejército de Sambre-et-Meuse, mandado por Jourdan, y secundado por Kléber, Marceau, Lefebvre y Ney, derrota a los austríacos en Fleurus, el 26 de junio, y en octubre llega a Colonia y Coblenza. He aquí que Bélgica es conquistada por segunda vez. Luego lo será Holanda, en diciembre y enero. A l sudeste y al sur, los ejér citos ocupan la línea de los grandes Alpes y de los Pirineos, así como una parte de Cataluña y de Vizcaya. El equilibrio de las fuerzas queda, definitivamente, roto. En 1794 se ha iniciado la época de la preponderancia militar francesa, preponderancia que durará casi veinte años. Desde otoño de 1794, Prusia, España y el Piamonte anhelan la paz. Barére la denuncia com o si se tratara de una traición. Son precisas varias sema nas para que se imponga en el Comité termidoriano, cuya política tauto de bluff como de abandono, adopta un proceder caprichoso. Durante las negociaciones que se entablan, Siéyés elabora una refundición de Europa, que prevé la pro tección estratégica de Francia mediante un glacis de Estados aliados, des de Holanda al Piamonte. Pero esta refundición presupone una victoria total, y ni Inglaterra ni Austria piensan en capitular. Los diplomáticos franceses, entre ellos Barthélémy, manejan a los soberanos. La política que siguen se compone de una mezcla de realismo, de tradicionalismo y de cinismo. No se trata, desde luego, de rehacer una nueva moral internacional y de volver a poner, por ejem plo, la cuestión de Polonia Bobre el tapete. Lo esencial estriba en desintegrar esa coalición europea que representa un peligro mortal para la Revolución, y en inscribir en los tratados la realidad de la victoria. Prusia firma bu paz por separado en Basilea, en abril de 1795, con lo cual le quedan las manos libres para actuar en el este, donde se halla enzarzada con los polacos y con dificultades con sus dos cómplices, con motivo del tercer re parto. La principa] potencia militar del continente reconoce a la República. Acepta la ocupación francesa de la orilla izquierda del Rin y su posible anexión, bajo reserva de una compensación territorial cuando se firme la paz general. Viene a continuación, el 16 de mayo, el tratado de La Haya con las Provincias Unidas, que habrán de convertirse en la República batava, satélite de la gran República: al acercarse el ejército de Pichegru, ha estallado en Holanda una revolución, el estatúder ha huido a Inglaterra, y los patriotas han llamado a Si. — H. G. C- — V
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Francia, Holanda cede sus provincias de la orilla izquierda del Rin, concede la base militar de Flesinga, se pasa, con su flota, a la alianza francesa contra Inglaterra. Reúne una Convención que la dota de nuevas instituciones cuyo mo delo es la Constitución del año III. Finalmente, el 22 de julio, y siempre en Basilea, se firma la paz separada con España: la parte española de Santo Do mingo le corresponderá a Francia, a cambio de la evacuación de los territorios ocupados de la metrópoli. A l año siguiente, se firmará un tratado de garantía territorial y de alianza.
III. CONTINUACIÓN DE LA GUERRA SOCIAL: LA DERROTA DE EUROPA (1795-1802) He aquí que la coalición europea se ha frustrado; pero la mayor parte del continente sigue en la lid. Inglaterra corre con los gastos. A l peligro social de la Revolución, que amenazaba a todo el viejo mundo, viene a añadirse la ca tástrofe de Basilea que trae consigo una terrible ruptura de equilibrio. En sep tiembre de 1795, el pacto de los Tres es renovado en San Petersburgo sobre la base del statu quo ante bellum: sólo el restablecimiento de la monarquía pue de contener las ambiciones francesas y hacer volver sinceramente al país a sus antiguos límites. Fracasan unas negociaciones anglo-franceeas. No queda más solución que la guerra, hasta su embate final. De parte francesa, es la prolongación de la misma guerra Los mismos objetivos, n a c i d a eQ 1 7 9 2 y en 1793, quiéralo o no el Directorio. los mismos métodos, la misma táctica
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“ oco importa que im Barras se venda en Venecia por 600.000 libras, y que un Talleyrand se o por unos cuantos millones. P oco importa que la propaganda no parezca ser, incluso para los supervivientes girondinos com o La Rcvelliére, más que un ins trumento de lucha caduco y peligroso: sigue utilizándose, aunque suponga para los pueblos amargas decepciones. Moreau se vale de ella en la orilla derecha del Rin en 1796, y Poterat, que acudió desde Basilea expresamente para ello, la or ganiza en Suabia, en Baviera, en Wurtemberg con ayuda de antiguos miembros de club de Maguncia. Además, Wurtemberg y Badén van a secularizar los bie nes de la Iglesia y a suprimir los derechos señoriales. En Italia, desde abril, Bonaparte desde Milán incita a los italianos a la libertad. Estallan insurrecciones “ jacobinas” en Hungría, donde los pacifistas se agitan. En los Balcanes, la anarquía turca es causa de que la propaganda resulte muy eficaz. Bonaparte la anima y recibe en Milán, en 1797, una delegación de maniotas, montañeses de Morea. Luego, dueño ya de las islas Jónicas, convierte a Corfú en centro de
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las influencias francesas, influencias que hallan un buen eco en Grecia: Rhigas Velistinlis quisiera agrupar bajo la égida de Atenas toda la península; pero, a fines de 1797, es detenido en Viena, y a continuación estrangulado por los turcos junto con sus amigos. En Egipto, Bonaparte conmemora, en un gran festín, el aniversario de la República francesa, y, sobre la mesa, se hermanan los Derechos del Hombre y I o b versículos del Corán. Durante la campaña de Siria, los ingleses incluso temen que los “ intentos de los demócratas” atraigan a Persia. Lugar especial debe concedérseles a los movimientos populares inglés e irlandés. La agitación, nacida simultáneamente de la gran crisis económica del año 1795 y de la conmoción social ocasionada por la guerra, alcanza su máximo en Inglaterra en 1795-1796, En 1797 presenta su episodio más señalado, con la sublevación de la flota: en los buques se forman “ comités” de marinos, y el del Champion propone colocarse bajo la protección del gobierno francés, “ el único que comprendió los Derechos del Hombre” . El Anti-Jacobino de Canning, aparecido en 1797, denuncia a Bonaparte como representante de la secta infernal. Parece como si los acontecimientos van a obligar a Pitt a firmar la paz. Los cnerpos de desembarco de la República apuntan precisamente a la Irlanda agitada de 1796-1798, que les espera, que les llama. En los Estados Uni dos se reúnen fondos, mientras en Hamburgo Fitzwilliam negocia con Francia. A l fin, la rebelión estalla en 1798, sin que pueda conjugarse con la invasión. In glaterra, tardíamente, es cierto, también tiene su Vendée. En septiembre de 1798, Kosciusko es encargado de incitar a la rebelión a los soldados polacos que sirven a los aliados. Una brigada irlandesa, junto a legiones alemanas e italianas, combate bajo las banderas francesas. P or consiguiente, tanto antes com o después de los tratados de Basilea, y a pesar de los considerables cambios acaecidos en Francia en el espíritu pu blico, la guerra europea conserva sn carácter de guerra social, con doble frente: exterior e interior. Indudablemente, también el ejército republicano ha cam biado mucho. Desde termidor, el número de desertores alcanza a casi la mitad de los efectivos, que no llega a la cifra de quinientos mil. Numerosos sol dados han quedado en libertad después de los tratados de 1795. Lo» hombres que continúan sirviendo consideran el ejército com o una profesión y la guerra como una manera cómoda de salir del paso. Es posible, con mayor rapidez que en otros países y sin edncación, lograr un rápido ascenso. Sin embargo, la am bición, el afán de lucro, no eliminan el patriotismo y el civismo. El impulso de 1792 no ha desaparecido: “ A nuestros ojos — escribe Stendhal — , los habitantes del resto de Europa que se batían para conservar sus cadenas, no eran sino im béciles dignos de compasión o granujas vendidos a los déspotas que nos ataca ban.” Aunque la devoción hacia el jefe acabe por identificarse con la devoción
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hacia la patria, es un ejército firmemente republicano el que se dispone a pe netrar en nuevas capitales. La requisa permanente, luego la Ley J ourdan de 1798 que instituye las quintas, siguen asegurándole un amplísimo reclutamiento. Mas ya no es posi ble una ilimitada provisión de fondos mediante el asignado. Pero ya la Con vención había conocido esas dificultades en 1795. Por consiguiente, mucho más que en el año II y que antes del tratado prusiano, es indispensable que la guerra alimente la guerra. Incluso alimentará a la República.— a veces a sus genera les. La gran nación no lleva gratuitamente el progreso a esa Europa atrasada. Desde el principio de la campaña, el Directorio impulsa a Bonaparte a sa car el m ejor provecho posible de su victoria. Y lo hará maravillosamente bien, y el caso italiano, caso record, no debe ser confundido con los demás. El gene ral en jefe pasa a ser gran superintendente del régimen. Los fondos son cogidos de las cajas públicas y de los montes de piedad. El Papa habrá de pagar el pre cio más elevado; quizá mucho más de 100 millones. Asimismo, en Suiza, el tesoro de Berna, capturado, servirá en buena parte para costear la expedición de Egipto. Añadamos a ello los suministros militares, las requisas de todo tipo, incluida la de objetos artísticos. La “ evacuación” de Italia promete ser más fructífera que la de los países renanos en 1794. Algunas veces, las poblaciones re accionan, provocando terribles represiones. Bonaparte manda quemar el burgo de Binasco y matar a todos sus habitantes. En Pavía ordena fusilar a todos los miembros del municipio, arresta 200 rehenes y concede a sus soldados un per miso para saquear durante veinticuatro horas. Estamos muy lejos de las costumbres del año 11. Pero, incluso en Italia, la Revolución francesa seguirá teniendo sus fieles, jacobinos o liberales, y és tos se acomodarán al conquistador. „ _ A pesar del relajamiento de los resortes gubernamentales Bonaparte en ¡taha * , . ,, . y del espíritu publico, en conjunto la tarea era para Fran cia menos difícil de lo que había sido en 1793. Sin embargo, transcurrirán dos años entre ios tratados de Basilea y los preliminares de Léoben, que consagra rán la derrota de Austria. Mientras Moreau y J ourdan andan con rodeos en el Rin, Bonaparte conduce a sus entusiastas soldados a través de toda la Italia del Norte, desde los alrede dores de Niza hasta la región de Viena. La campaña empieza el 11 de abril de 1796. En sólo cinco días separa a los piamonteses de los austríacos. La corte de Turín se asusta: el 28 de abril se ha firmado el armisticio de Cherasco. Piamonte, fuera de combate, abandona Saboya y el condado de Niza. Entonces los austríacos reciben golpes fulminantes. El 15 de mayo, Bonaparte entra en Mi lán, aclamado por la población. Los duques de Parma y de Módena, luego el Papa y el rey de Nápoles, se ven obligados a pedir la paz. El río Adda había
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sido atravesado el 9 de mayo, por el puente de Lodix: con ello los austríacos de Beaulieu quedaban encerrados en Mantua. El Emperador se agota durante todo el final del año en tratar de librar la plaza del asedio: contra él, la Repú blica obtiene en Castiglione, en Bassano, en Areola, y luego, en enero de 1797, en Rivoli, una serie resonante de victorias. Mantua capitula el 2 de febrero, de jando así en libertad a Bonaparte, que se lanza hacia Viena a través de los Al pes. Roche, que ha sustituido a J ourdan, atraviesa el Rin junto con Moreau. Austria debe resignarse a negociar. El armisticio se firma el 7 de abril; los pre liminares de paz el 18, en Léoben. Seis meses después, el tratado de Campoformio entrega las provincias bel gas a Francia y reconoce la frontera del R in establecida en Basilea. P or otra parte, pese al Directorio, Bonaparte impone su paz italiana. Aparecen en la península tres repúblicas satélites: la República cisalpina, formada por el Milanesado y la Lombardía (que Austria se ha visto obligada a ceder también en Cam poform io), incrementados con la Valtelina y con territorios arrebatados a Venecia, al Papa, y al duque de Módena; la República cispadana, creada a ex pensas de los dos últimos, y unida muy pronto a la cisalpina; finalmente, la Re pública ligur, que sustituye a la antigua República de Genova. En cambio, otra república, también venerable, ha desaparecido: Venccia, de la cual Austria obtiene, como compensación, sus posesiones de tierra firme hasta el Adigio. Por consiguiente, la paz napoleónica empieza con una “ Polonia” . Nada tiene que envidiar a la diplomacia del Antiguo Régimen. Y sin embargo, la conquista tiene características totalmente distintas. La asimilación de los países conquistados y la creación de satélites trastocan el es tatuto político y social de una parte, cada vez creciente, de Europa. El número de departamentos franceses ha subido de 83 a 102. La política de anexión prac ticada por el Directorio después de Campoformio añade algunos más: Mulhouse, Montbéliard, Ginebra — capital del departamente del Leman — entran a for mar parte de la unidad francesa. En diciembre de 1798, el Piamonte, trabajado por los agentes franceses y cuyo rey liuyc, será ocupado como medida de pre caución militar. Alrededor de Francia se establece un glacis de repúLas repúblicas hermanas . ... .. . . . , , , biicas satélites, con constituciones que imitan la dei año III. La República bátava, ya creada, modifica su constitución en abril del año 1798. “ Una e indivisible” , descansa sobre la soberanía popular. Nadie po drá figurar en los registros de voto ai no jura “ aversión invariable” al gobier no estatuderiano, al federalismo, a la aristocracia y a la anarquía; se excluyen del derecho a votar durante un período mínimo de diez años a todos los ad versarios conocidos de los “ principios de la Revolución de 1795” . P or toda Ita lia florecen los clubs, los árboles de la libertad y esas escarapelas tricolores
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— verde, blanco, ro jo — surgidas en 1794. Precedidas de su propia Declaración de los Derechos y de los Deberes, las constituciones de 1797 no son menos revo lucionarias que la bátava. Indudablemente, el ocupante no sigue los textos li teralmente: los generales franceses no se privan de designar a los elegidos, de depurar las administraciones, con lo cual no hacen sino repetir en el extranje ro lo que el Directorio está realizando en Francia. Mediante sus intervenciones en la vida pública irritan el sentimiento nacional, desanimando o desacreditan do a sus aliados pro-franceses. Todos estos cambios acaecidos en las fronteras de Francia señalan, pese a todo, a los ojos de Europa un progreso teatral de la Revolución universal. El sistema se amplia aún más con la creación de la Re pública helvética, en abril de 1798. He aquí que todo el territorio francés está resguardado por el sudeste, desde el Jura al Mediterráneo, al igual que Holan da le resguarda por el norte. Las instituciones revolucionarias se propagan in cluso en los Estados de la Iglesia. En febrero del mismo año en el antiguo foro es proclamada la República romana, ¡E l Papa ya había tratado en Tolentino, en 1797, con la Revolución satánica, entregándole una parte de sus Estados! Ahora se pone ya la mano sobre él. Berthier y la insurrección democrática son dueños de Roma, Fío V I es detenido y deportado a Francia, donde morirá poco después. Inglaterra, sola, queda en pie, y acaba de aislar a BonaLa segunda coalición parte en su conquista egipcia al destruir, el 18 de agosto de 1798, su flota en Abukir. En pie junto con Rusia, que hasta entonces nunca ha asomado por occidente. Pero penetra en él, estrepitosamente, en la primavera de 1799. El zar Pa blo I, un 8emiloco obsesionado por el peligro jacobino, ha sucedido desde hace algo más de dos años a Catalina. El adherirse a la segunda coalición, cons tituida a fines de 1798 con Inglaterra y con Austria, abre los Estrechos a sus flo tas y le permite izar su pabellón sobre las islas Jónicas, donde ondeará hasta Tilsit. El ejército austro-ruso, mandado por Suvorof, conquista toda la Italia del norte, y apunta, en agosto, al Delfinado. K orsakof— denominado Rimeki ( el romano) — esté en Suiza. Un ejército anglo-ruso ha desembarcado en Ho landa. Los austríacos, vencedores en Alemania desde el mes de marzo, amenazan la frontera del Rin. Los aliados sueñan en una restauración general, no tan sólo en Italia, donde Suvorof quiere restablecer el estatuto anterior a la inter vención francesa, sino por doquier, con la ayuda activa de los contrarrevolucio narios que soliviantarían el Franco Condado, el Mediodía y el Oeste. Sin embargo, los acontecimientos militares siguen un nuevo curso desde principios de otoño. Masséna aplasta en Zurich, el 25 y 26 de septiembre, a los rusos de Korsakof y obliga, sólo unos días más tarde, a Suvorof, que marcha sobre Zurich, a retirarse hacia el este en condiciones desastrosas. Casi simul-
Mapa X II. — Francia en 1802
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táneamente, Bruñe deshace a los anglo-rnsos de Holanda y les obliga a reembar car. Entonces, Pablo I retira sus tropas, y Francia vuelve a bailarse, igual que en 1795, frente a Austria casi sola en el continente. El primer cónsul, vencedor en Marengo (junio de 1800) impone al enemigo el pacto de armisticio que le obliga a evacuar Lomb ardía y Piamonte. En diciembre, la victoria decisiva de Moreau en Hobenlinden abre el camino de Viena. Austria no tiene otro re medio sino aceptar, en Lunéville, dos meses después, una paz que confirma las cláusulas territoriales de Campoformio y reconoce los satélites. A excepción del pedazo de Venecia, que queda en su poder, de hecho abandona Italia a la Re pública francesa. Y finalmente, le llega su hora a Inglaterra. En ella el deseo de paz no es menor que en Francia. La agitación democrática persiste, facilitada por una nue va crisis económica en el curso de la cual el precio de los cereales alcanzará una de las cifras record del siglo x n . Bonaparte se aproxima a los neutrales, a los que una efímera Liga para la defensa del comercio, formada por el zar y re forzada principalmente por Prusia, une contra Inglaterra. Pítt dimite algunos días antes de la firma del tratado de Lunéville. Los preliminares de Londres son firmados el 1 de octubre de 1801 y la paz de Amiens el 25 de marzo siguien te. Inglaterra devuelve a la República francesa y a sus aliados español y bátavo las colonias que les había conquistado, a excepción del Cabo, de Ceilán y de Trinidad, una hermosa isla de azúcar. Renuncia condicionalmente a Malta. Francia devuelve Egipto. Pero sobre lo esencial no se ha dicho ni una palabra: Bélgica, la oriUa izquierda del Rin, la nueva Europa continental, la hegemo nía de la Francia revolucionaria. Por consiguiente, el gran conflicto que separa a las potencias no aparece tan sólo como guerra entre dos sociedades. Es, también, una lucha por el re parto del mundo, rivalidades imperialistas. Y, ya entonces, se nota un fe bril esfuerzo de las naciones a expensas de las cuales se ha roto el equilibrio europeo, para restablecer el estado anterior, al mismo tiempo que el alarde napoleónico agrava la situación.
V I. — N apoleón Bonaparte
CAPÍTULO III
NAPOLEÓN Y EL MUNDO (1802-1815) I, POSIBILIDADES DE NAPOLEÓN (1802-1811) República de 1802 cuenta con 108 departamentos, después de la anexión del Piamonte, Su fuerza dede' íós saiéKiés mográfica equilibra ampliamente la de Rusia. Jun to con los países aliados y protegidos, el bloque occiden tal se extiende desde Cádiz hasta los mares hanseáticos y desde Brest a Ancón a. Representa más de la tercera parte de Europa. La disciplina política, administrativa, social de los Estados satélites es más estricta aún a partir de la segunda coalición. A principios de año, Napoleón ha sido elegido presidente de la ex República cisalpina, convertida en República italiana. Las constituciones directoriales han sido sustituidas por constituciones “ consulares” . A partir del año X l f , las consulares serán desplazadas por las “ imperiales” . Además, el número de satélites aumentará: consecuencia y causa, a la vez, de la victoria. De este modo ven la luz, entre otras, las constituciones helvéticas de 1802 y 1803; el Acta constitucional del año X de la República italiana y el estatuto constitucional de 1805 del reino de Italia; del reino de Nápoles en 1806, del ducado de Varsovia y del reino de Weetfalia en 1807; de los reinos de Baviera y de España en 1808, del gran ducado de Frankfurt en 1810. Así, regímenes representativos de tipo muy variado se instalan en una parte, cada vez mayor, de Europa. Las supervivencias del pasado, más o me nos evidentes, tienen amplia cabida en los estatutos de los nuevos satélites; mas, por lo general, se ajustan a proclamar las libertades esenciales, entre ellas, a menudo, las de prensa y culto. Todas estas constituciones conceden a los nota bles, seleccionados mediante un censo severo, la votación del impuesto y de las leyes. A l menos asi rezan los textos; pero la aplicación de los mismos, de pende, en gran escala, de las circunstancias y del temperamento de los sobe ranos. El despotismo sobrevive: el rey de Wurtemberg apenas si consulta a su consejo de Estado. El ejem plo francés está abí, con sus arbitrariedades ñapó a
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ieónicas; por lo tanto, arbitrariedades fuera de Francia: Napoleón disuelve la Asamblea italiana. En ningún país desaparece la censura de los teatros y de los periódicos. Y sin embargo, por doquier el poder absoluto y la aristocracia retro ceden, por doquier avanza la burguesía o las clases medias. Incluso en aquellos países en los que la nobleza y el clero conservan su representación propia, los propietarios, los comerciantes, los intelectuales, y los individuos de profesiones liberales forman parte, en elevada proporción, de laB asambleas. Así, pues, el sistema político francés tiende más o menos a convertirse en el sistema continental. Y exactamente lo mismo ocurre con su sistema adminis trativo. El mismo espíritu tmificador, cual es el de la Revolución y el del Im perio, impulsa a destruir “ el desordenado empirismo de las antiguas adminis traciones” . Para ello se recurre “ a todos los que tienen talento” , para que la burocracia resulte más eficaz, para activar el ingreso de los impuestos y recau dar los contingentes de auxiliares. Si el régimen hubiera dispuesto de tiempo, Europa, según Napoleón, “ muy pronto hubiera formado un solo pueblo, y cada uno, al viajar por todas partes, siempre se habría hallado en su patria común” . El personal, reclutado sobre el terreno, sigue hablando alemán o italiano; pero el conocimiento del francés resulta imprescindible para los altos funcionarios. Se abren escuelas de segunda enseñanza en el norte de Italia; el colegio para jovencitas de Milán “ no tuvo paralelo en Francia” . Asistimos a la aparición primero en la península y luego en las provincias ilíricas, de un cuerpo de ca minos y puentes, una dirección de empadronamiento, un servicio de hipotecas. Y , naturalmente, un poco por todas partes, aparece la administración prefecto ral. En el otro extremo de la zona napoleónica, el gran ducado de Varsovia está dividido en departamentos y en comunas; se instaura en él el régimen fi nanciero francés y la fiscalización de un tribunal de cuentas. En Baviera y en Wurtemberg, los soberanos acogen con placer estas innovaciones administra tivas que refuerzan su autoridad. Sobre todo, y éste es el becbo capital, el sistema social fran Dijusión cés tiende a la universalidad. En primer lugar, dentro de áe io* conquistas las propias fronteras francesas, que se amplían cada d ía: ser sociales súbdito del emperador significa recibir como prima la igual de la Revolución dad civil, y la liberación, sin abrir la bolsa, de los derechos señoriales y de los diezmos, que desaparecen de todas partes, excepto de las provincias ilíricas. Pero también en toda la zona del “ bloque” , el feudalismo y la antigua sociedad de brazos reciben golpes mortales. Ya la Declaración de los Derechos que precedía la Constitución bátava de 1801 garantizaba la igual dad civil y la supresión de los derechos feudales. La República helvética de clara, en su Constitución de 1802, que todos los cánones perpetuos de la tierra son redimibles, en especial los diezmos. El Acta de mediación de 1803 procla-
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ma la igualdad civil. Napoleón, convertido en rey de Italia, presta en 1805 un juramento constitucional semejante al de emperador de la República france sa, jurando bacer respetar “ la igualdad de los derechos... la irrevocabilidad de las ventas de los bienes nacionales...” . En 1811, la igualdad civil ya constituye regla en los países satélites. En ellos han desaparecido o están camino de des aparecer las bases agrarias del Antiguo Régimen. De derecho, bienes nobleB y bienes plebeyos se confunden; los plebeyos tienen acceso a la propiedad. La abolición de la servidumbre libera simultáneamente al hombre y a la mano de obra: figura en las Constituciones de Holanda, de Italia, de Westfalia, de Ga viera, del gran ducado de Berg, de España, de Hesse. Las servidumbres corpo rales desaparecen en todas partes; pero la supresión sin indemnización de las cargas inmobiliarias tropieza con fuertes resistencias. Algunas veces los nobles fomentan desórdenes. En Westfalia, a pesar de las promesas constitucionales, las rentas Bon declaradas redimibles y sólo desaparecen las prestaciones personales arbitrarias. En España y en el sur de Italia se conservan los cánones. Frecuente mente, la obligatoriedad de la redención va a mantener al campesino en la condición de colono. Incluso en Polonia, enclave napoleónico avanzado en país enemigo, la posesión sigue siendo precaria. En 1809, los campesinos de la re gión de Munster abruman de reclamaciones al gobierno: ¿acaso la orilla iz quierda del Rin no ba sido totalmente emancipada? Así, pues, la política agraria de la Revolución napoleónica presenta un carácter oportunista que crea, a través de la zona de influencia en la que se ejerce, una gran diversidad; pero las directrices no dejan lugar a dudas. El régimen social de Francia tiende a difundirse por doquier. El código de Napoleón, que actúa a escala internacional, será un maravi lloso instrumento de sincronización. Gracias a él se difunden los principios de 1789, la igualdad de las personas, de las tierras, de las sucesiones, la toleran cia religiosa, la secularización del estado civil, el divorcio. Holanda ya lo posee; en 1806, helo ya traducido para uso de los italianos; en 1807, Ñapóles lo adopta con ciertos retoques, impuestos, desde luego, por el catolicismo de la península; penetra en la mayoría de los Estados alemanes, en las ciudades banseáticas y en las provincias ilíricas; en 1810 es promulgado en Yarsovia; incluso se intenta imponerlo en España y en Portugal. Por otra parte, la Revolución sigue teniendo incluso entre el enemigo sus zonas sociales de influencia. Evidentemente la guerra las modifica, las dificulta, al poner frente a las novedades francesas el sentimiento nacional. Pero eso no impide que, con ocasión de las elecciones de 1802, en Nottingham la muchedum bre enarbole la bandera tricolor y el gorro rojo. Tampoco el continente está indemne. Prusia sobre todo, se dedicará a neutralizar estas influencias mediante reformas políticas y sociales de las que trataremos en breve.
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A la enormidad de eae bloque continental de Occidente . . . . _ .. L __ que aumenta progresivamente en extensión y en homogeneidad, debe añadirse la del reclutamiento humano, cuya iniciativa sólo podía tomarla una Revolución. Napoleón no modifica ni el reclutamiento ni la organización general del ejército. Mantiene la ley Jourdan, que limita el contingente anual por el procedimiento de sorteo. Pese a todo, el número de los llamados a filas aumenta de año en año, por el hecho de que las dimensiones de Francia van creciendo; pero, en conjunto, nunca pasará del 36 por 100 de los inscritos. La amalgama subsiste y se va generalizando: los veteranos se encargan de instruir a los reclutas, durante la campaña misma. £1 ascenso es una recompensa al valor y a la audacia, más que a la instrucción y a los conocimientos. Para las clases medias, el ejército sigue representando una magnifica posibilidad de ascenso. El material casi no cambia. Napoleón se de dica a desarrollar la artillería, la cual, a pesar de la insuficiencia de las fabri caciones bélicas, aumenta su participación en el combate. La guardia, creación nueva, “ ejército pretoriano” por excelencia, forma un organismo independiente, una reserva suprema. Por negarse a recurrir al papel moneda, Napoleón se ve obligado a llevar a cabo guerras poco costosas, de rapidísimo desenlace, que, desde luego, están justificadas por las dificultades del aprovisionamiento. Además, la guerra re lámpago va de acuerdo con su temperamento. Conserva las características tác ticas de los ejércitos republicanos: un combate de masa, en el que la ofen siva no ahorra los efectivos. El número inunda al adversario. El valor de las tropas, su energía, su resistencia y su dedicación total sostienen las iniciativas del jefe. El culto al emperador sustituye al de la República impersonal y de sus valores abstractos; el honor sustituye al patriotismo. Desde luego, cuanto más lejos vaya, más disminuirá la eficacia de ese ejército: luchará con menos soltura en la Europa oriental, no sólo a causa de las condiciones naturales, sino también a consecuencia de la inferior calidad de los hombres, de los ma riscales, y de la mayor participación de los contingentes exigidos a los satélites. _ A esta enorme fuerza demográfica, política, social y militar, La coyuntura ,, , , . internacional tPle representa ia revolución napoleónica, aun se anaden las posibilidades económicas: a pesar de la guerra y del bloqueo, la coyuntura internacional es, en conjunto, favorable, hasta la crisis de 1810-1812. Indudablemente, el bloqueo ocasiona graves pérdidas a los armadores, los puertos corren peligro, el comercio colonial se ve gravemente afectado, algunos satélites no consiguen vender al exterior sus cereales y sus maderas. También es preciso adaptar la circulación comercial a las nuevas condiciones, preparar carreteras en el sentido de los paralelos. Los principales ejes salen de Estras burgo y de Lyon: el primero comunica con Alemania; el segundo enlaza con El ejército y U¡ táctica J , , ,
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Italia: pero tropieza con los Alpes, y en 1805 se acaba el trazado de la vía del Simplón, en 1806 la de Mont-Cenis, y luego, en 1810, la de la Corniche hasta La Spezia; finalmente, se prolongan las comunicaciones terrestres hacia Ragusa y Laibach para transportar el algodón y la seda del Levante. A pesar de su importancia, el tráfico aún no puede compensar los transportes marítimos, y Na poleón se niega a crear regiones económicas que hubiesen limitado los reco rridos. Autes que pensar en Europa, piensa en Francia. En vano se le sugiere un Zollverein alemán, una unión italiana. Este gran destructor de fronteras man tiene las fronteras aduaneras. A sus vasallos les ha cerrado Inglaterra, pero, com o contrapartida, no les abre el mercado francés, a excepción de Italia. De este modo, en vez de estar centralizado, el régimen económico del continente su fre los efectos de la fragmentación territorial y de las aduanas interiores que sub sisten. Aunque condenada a vivir según una economía cerrada, sin embargo Eu ropa se adapta a esta situación anómala. Libres ya de la competencia inglesa, las industrias locales se desarrollan, según ocurre con la quincallería y las armas de Turingia; incluso la fabricación de tejidos de algodón prospera en Sajonia. La fabricación del azúcar de remolacha se difunde en las regiones de Franc fort y de Magdeburgo. La prohibición resulta provechosa en especial para los vecinos próximos de Francia, como Suiza e Italia del norte. Sobre todo, en el conjunto de dichos países, aumenta la renta nacional y, aún más, los beneficios, como consecuencia de la subida de los precios-oro de los productos industriales y agrícolas. Volvemos a tropezamos aquí con la situación francesa que ya he mos descrito. A l igual que en Francia, la burguesía es la que mayores bene ficios obtiene de esa subida; y, asimismo, en el mundo rural, el gran granjero, así como los propietarios, que disponen de un remanente negociable, cuya can tidad se ba visto aumentada por la desaparición de los diezmos y de los dere chos señoriales. Tanto la vida material com o el giro de los negocios actúan en favor de esos poderosos grupos de notables, a los que el régimen llama simul táneamente a la vida política y a la emancipación social. ... La masa y la materia en expansión del enorme bloque E l genio napoleónica . , ,, . , .í continental representan medios p o l í t ic o s desconocidos, hasta entonces, por la humanidad moderna. El genio de un hombre dispone de ellos: genio de la guerra y de la paz, genio de la rapidez y de la eficacia, incrementado aún más por una imaginación romántica, excitado por un tem peramento de jugador, y servido, hasta Jena, por una firme suerte personal. Medios todopoderosos se hallan en las manos más poderosas y más activas de la época. Frente a este bloque, la otra Europa no forma bloque. N o cabe abrigar dudas acerca de sus sentimientos, y el alemán Federico de Gentz, traductor
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de Burke y de MaUet du Pan, que muy pronto entrará al servicio de la corte de Viena, las expresa de un modo admirable pocas semanas después de Mo ren go. Vaticina el fin de nn mundo ante el irresistible avance de la Revolución francesa: Se le prepara a la sociedad entera una época terrible, que desquiciaré, mucho me lo temo, junto con todas las instituciones existentes, todos los principios que constituían su base... La generación actual será tragada por el abismo de los males que ha abierto la revolución, que hasta ahora no ha hecho sino devorar sus primeras victimas.
Condenada o no, esta Europa ba sufrido terribles golpes y sólo combate en orden disperso: las tropas rusas, austríacas, prusianas, inglesas, aún no lian lo grado establecer contacto en Occidente, Además, las naciones no entregan por completo a esas tropas ni sus cuerpos, ni sus almas.
IL LA CONQUISTA NAPOLEÓNICA (1) ,
La conjunta amenaza nacional y social que la fuerza J , , _ , 1 ,, francesa mantenía sobre la Europa de 1802, solo permitía una tregua. Y, por otra parte, llevado por la gloria de las armas a la cabeza del país, Napoleón no puede aceptar ningún sacrificio territorial. Además, el juramento imperial del año X II le obliga a “ mantener la integridad del terri torio de la República” Aún más, sueña en aumentar las ventajas logradas y su propio prestigio, con lo cual acepta o provoca una serie teatral de “ doble o nada” — valiéndonos de la expresión de Georges Lefebvre — hasta la ju gada final. Considera este prestigio en todos los terrenos, intentando lograr tanto la victoria comercial como la victoria militar. Para facilitar el regreso a la pros peridad de la preguerra, en Francia y en los territorios conquistados, reasume la tradición del despotismo ilustrado. Mas la reconquista de los mercados mun diales sólo puede realizarla en detrimento de Londres. El gobierno de Pitt ha bía, en parte, aceptado firmar la paz de Amiens con la esperanza de recuperar sus mercados en la Europa occidental. El colbertismo napoleónico contrarresta esos proyectos, y su repentino colonialismo implica peligros aún mayores. Los británicos se habían asegurado el m onopolio del tráfico de los productos tropi cales, del que obtenían grandes beneficios. El café, el té, el azúcar y las espe cias se compraban en Londres. Bonaparte quiere emanciparse de esta tutela ex plotando a fondo las Antillas e iniciando la explotación de Luisiana. Pero el restablecimiento de la esclavitud, que a su parecer es la garantía de esa prosNapoleón e Inglaterra
di
Cf. paga. 536 y 537, el mapa de Europa en 1810.
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peridad, desencadena la insurrección de los negros de Santo Domingo. Ann a pesar de la intervención de Leclerc y de la detención de Tonssaint Louverture, la isla proclama su independencia en noviembre de 1803. Y , el mismo año, fra casó también en Luisiana: eomo quiera que la expedición del general Víctor ha irritado a los Estados Unidos, Bonaparte prefiere negociar y les cede el país por 80 millones. Las misiones comerciales que envía a Argel, a Túnez, a Trípoli, a Siria e incluso a la India inquietan, y con junto motivo, a la “ City” y al gabi nete. Con ello, la lucha se presenta también como choque de dos imperialismos. Inglaterra, que ha basado su poder en el comercio marítimo, pretende conser var su ventaja. Por otra parte, se niega a abandonar la importante posición es tratégica de Malta, coya evacuación, según complicadas condiciones, había sido prevista en el tratado de Amiens. Por todo lo cual, el conflicto entre Inglaterra y Francia es inevitable, y lo es a corto plazo. En mayo de 1803, el gobierno de Londres ordena el embargo de todos los buques mercantes que navegan bajo pabellón francés. Bonaparte replica mandando detener a loe ingleses que residen en Francia, y, además, ocupando Hannover y loa puertos napolitanos. Obtiene la participación de Ho landa y de España. Y , sobre todo, para asestar el golpe definitivo, vuelve a pen sar en los proyectos de desembarco que él mismo había estudiado en 1798: más de 2.000 balsas se hallan a disposición del ejército, que está concentrado alrededor de Boulogne. Mas para llegar a las Islas Británicas le es preciso, aun que sea por unos pocos días, alejar las escuadras enemigas. Villenueve, el su perviviente de Abukir, tiene la misión de atraer con la cooperación de la es cuadra española a Nelson a las Antillas, y de llegar antes que él al Canal de la Mancha para proteger el desembarco en Inglaterra. Pero Nelson aniquila a Villeneuve frente al cabo de Trafalgar, en octubre de 1805. Por consiguien te, Gran Bretaña lia ganado el primer asalto. El mar sigue perteneciéndole. Pero debe buscar sólidos apoyos de aquellos soberanos a los que también ame naza el doble peligro. Para poder comprar estas alianzas, Inglaterra acepta nue vas cargas fiscales. Pero, desde luego, el incremento de la riqueza pública fa cilita la tarea del gobierno. La coyuntura internacional de prosperidad actúa en favor de todos los países. Facilita tanto los empréstitos com o los impuestos. Londres contesta a Francia mediante la “ conscripción de las guineas” . La cuan tía del empréstito consolidado asciende a 33 millones de esterlinas, frente a 9 en 1792. Napoleón Austria se había inclinado en Luneville, donde se había y los grandes tratado de una modificación del Sacro Im perio; esta moEstados europeos dificación la realiza Bonaparte en 1803 y la orden, de fe brero reduce a 82 el número de sus componentes. Seculariza los principados eclesiásticos, de lo cual se benefician Prusia y Baviera. La mayoría de los elec-
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torea pasa a ser protestante. Esto ha de intranquilizar a Austria, La anexión del Piaiuonte (septiembre de 1802), la expansión de la República italiana, la ingerencia en Suiza, de la que Bonaparte se convierte en mediador a principios de 1803, son otras tantas causas que la irritan más aún. Además, no puede tolerar la do minación francesa en Italia y en Alemania, ni el peligro jacobino en sus fronteras. A l igual que le ocurre a Inglaterra, no le es po sible permanecer pasiva durante largo tiempo. La primera oca sión la arrastrará: en concreto, la entente anglo-rusa, que ya Ale jandro concibe bajo forma de una Santa Alianza: un cordón sanitario fiscalizará y aislará a Francia, reducida a sus antiguos límites. Francisco II se une a la alianza en agosto de 1805. Lanza sus tropas sobre Baviera, aliada de Napoleón. Pero la Grande A rm ée da media vuelta, va de Boulogne al Rin, y encierra en Ulm al general Mack, el cual se rinde el 15 de octubre. Aún no lia transcurrido un mes, y ya Murat está en Viena, donde la bandera revolucionaria entra por vez primera; en la Viena que había resistido al turco, a los suecos, y que es ocupada por vez primera. El día 2 de diciembre, a las dos de la tarde, los restos de Austria y de Rusia se desmoronan en Austerlitz. El zar abandona la coa lición, Prusia accede a aliarse con Francia a cambio del Hannover inglés. La paz es dictada en pocas semanas: el 26 de diciem bre de 1805, los Habsburgo, debnitivamente expulsados de A le mania y de Italia, se ven obligados a abandonar la dignidad imperial. Así, la dramática página de Campoformío queda desga rrada en Presburgo, y Venecia pasa a formar parte del reino de Italia. El Sacro Imperio pasó; el Gran Imperio va a nacer. Hemos llegado ya a una especie de estado-b'mite de fuerzas. El romanti cismo napoleónico modela esta Europa en fusión, en la que, al menos provisionalmente, todo es posible. He aquí, en julio de 1806, creada la Confederación del Rin, de la que forman parte, junto con algunos príncipes alemanes, los nuevos reyes de Baviera y de Wurtemberg. Napoleón es su protector. Estos cambios no podrían dejar indiferente a Prusia, máxime cuando acaba de hablarse en París, en el curso de nego ciaciones anglo-rusas, de restituir Haunover a Inglaterra, desde luego con una compensación. Federico Guillermo III intima al em perador a que evacúe Alemania. El ultimátum es recibido el 7 de octubre de 1806. La contestación se da en seis días, del 8 al 14. La
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noche del 14, después de Jena y de Auerstaedt, la Prusia del gran Federico ha dejado de existir. Mutilada, ocupada, cargada de tributos, ya no contará para nada en Europa hasta 1813. Napoleón entra en Berlín el 27, donde dos días antes le ha precedido Davout, el vencedor de Auerstaedt. En camino, la cam paña contra los rasos durará siete meses, de diciembre de 1806 a junio de 1807. Napoleón va al encuentro de los rusos, y su llegada a Varsovia exalta el sen timiento nacional. Es acogido como libertador. Pero no entra en sus cálculos resucitar a Polonia, y se limita a crear en ella una administración provisional, a favorecer el reclutamiento de un ejército y a alimentar sus tropas. La suerte vacila en la Prusia oriental, en el umbral de Rusia, y ante el invierno ruso. Eylau no aporta nada decisivo. Pero en junio, Napoleón sorprende a Bennigsen en Friedland, y le aplasta. Más que un armisticio, lo que ofrece Alejandro 1 es su alianza. La entente se prepara en Tilsit a expensas de Prusia y, posible mente, de Inglaterra. Prusia pierde sus territorios al oeste del Elba — con los cuales se formará para Jerónimo Bonaparte el reino de W estfalia— así como las provincias polacas, que constituirán el gran ducado de Varsovia. Con ello, la dominación francesa se extiende hasta el Vístula. Y, teniendo a Rusia como aliado, el bloqueo contra Inglaterra agrupará a casi todo el continente. Napoleón tiene fe en el arma económica, cuya escasa efi El bloqueo cacia ha quedado reflejada en la historia. Por mucho v ius consecuencias que el decreto de Berlín del 21 de noviembre de 1806 de clare que las Islas Británicas están en estado de bloqueo, esto transforma muy poco la situación anterior. En primer lugar, porque si bien Europa constituye un mercado esencial para la exportación inglesa, el resto del mundo tiene ma yor importancia todavía. En la misma Europa, las mercancías entran bajo pa bellón neutral. Y , además, Inglaterra reacciona. Tras haber bombardeado Co penhague, se apodera de la flota danesa, más tarde de Heligoland y desembarca un cuerpo expedicionario en Escania, con lo cual fuerza la entrada del Báltico. Una orden, acordada en Consejo, del gabinete de Londres, pone bajo eu pro tección el tráfico de los neutrales. Napoleón responde en Milán, al declarar que puede requisarse cualquier buque protegido. Ahora, es preciso optar. En reali dad, el bloqueo depende de las victorias de la Grande Arm ée. Además, su gran extensión es causa de que sea permeable, y Hamburgo sigue distribuyendo cargamentos ingleses hábilmente disimulados. Lo mismo hace Lisboa, a pesar de la presencia de Junot, que se instala allí en noviembre de 1807, obligando a la familia real a refugiarse en el Brasil. Con la intención de establecer el contacto, Murat ocupa el norte de Es paña, y luego Madrid, preparando contra su voluntad el advenimiento de José Bonaparte, y provocando el levantamiento del pueblo español. Acontecimiento importantísimo: por vez primera, desde 1792, se inicia una guerra de nación
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contra nación. La conscripción inglesa de las guineas podrá sostener aquí la movilización espontánea de los hombres. Napoleón se ve obligado a intervenir con la Grande Arm ée para restablecer la situación. Pero no recibe del zar, al que en Erfurt ha instado a que contenga a Austria, más que una respuesta eva siva que le obliga a realizar una incursión rápida e ineficaz por la península. Después de su regreso, en enero de 1809, la guerrilla pasa a ser más mortífera aún. Entonces la corte de Viena vive de ilusiones. Indudablemente, desde la época de Austerlitz ha reorganizado un ejército, que se convierte en el más poderoso de Europa después del francés, un ejército animado por un aliento nacional. Pero la política del gobierno de Viena sigue siendo muy conservadora, y, por otra parte, Austria sólo puede contar con Inglaterra y las insurrec ciones hispano-portnguesas. La campaña, iniciada por Austria sin mediar de claración de guerra, dura tres meses. Antes de que acabe el primero, Napoleón vuelve a estar en la capital de los Habsburgo. La paz de Viena, firmada en oc tubre, tres meses después de Wagram, le amputa a Austria la Galitzia, así como las provincias adriáticae que aún le quedaban. La primera le es asignada al gran ducado de Varsovia, que hace las veces de Polonia; las otras, el Gran Im perio: con ello el bloqueo quedará m ejor asegurado. Y la misma Austria se adhiere a él. En función de ese bloqueo, Napoleón acaba de desquiciar El Gran Imperio a E u r 0 p a . Anexiona los Estados pontificios, Holanda y las ycontinenuíl
ciudades banseáticas. Tras aplastar una Austria reducida a 21 millones de habitantes y aislada del mar, una Prusia reducida a la Prusia oriental, Brandeburgo, Pomerania y Silesia, se levanta el enorme edificio imperial que comprende 71 millones de seres, de los cua les sólo 27 millones son franceses de origen. En 1810 se extiende desde el Zuiderzee a los Pirineos, y de Roma a Hamburgo, abarcando 750.000 km.1, divididos en 130 departamentos. A l Imperio se arriman los Estados vasallos, que una omnipotencia romántica ba convertido en infantados, en feudos o en fe deraciones. El Corso, jefe de clan, ba ayudado mucho a los suyos. Los napoleónidas han tenido tronos: Jerónimo en Westfalia, José en España, Murat en Nápoles. Cada uno de ellos debe doblegarse ante la dura ley del jefe de fami lia, tutor de los niños menores, con libertad para acordar o disolver los enla ces matrimoniales, inelnBO disponiendo de sus personas. Por otra parte, el emperador sigue siendo un señor feudal. Su despotismo se acomoda en el cen tro de Europa con la antigua concepción feudaL En cada país satélite se ba reservado cierto número de feudos, que concede, vitaliciamente, a su camarilla: principados com o el de Neufcbátel, concedido a Berthier; o el de Benevento, a Talleyrand; 6 ducados en Venecia y 12 en Dalmacia. Pero estos territorios es tán adheridos a las nuevas federaciones: tanto si se trata de Helvecia, del reino
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italiano, del gran ducado de Varsovia, o, sobre todo, de la Confederación del Rín. Refuerza los lazos de dependencia al anudar alianzas matrimoniales a las cuales obliga a someterse a en hermano Jerónimo, a Bcrthier y a En gene de Beauhamais. En todas partes im pone sus reformas, unifica, centraliza. Sin embargo, el edificio, en especial a lo largo de las costas, presenta cier tas grietas. Las mercancías inglesas siguen infiltrándose. El contrabando pro sigue en todas partes, y a la larga gana. La noche del 17 al 18 de octubre de 1810, Francfort es rodeada por una división: en su interior se hallan mercancías in glesas en poder de 234 mercaderes. Y además, aquel mismo año, las exporta ciones británicas superan todas las cifras alcanzadas basta entonces: queda ba tido el record de los valores; y también el de las cantidades, dejando de lado el año de la paz de Amiens. En lugar de aniquilar el comercio inglés, el bloqueo ni siquiera logra detener su impulso.
ID. LOS DESPERTARES NACIONALES Y LA VICTORIA DE EUROPA Tanto desde el interior com o desde el exterior, fuerzas de disgregación trabajan contra el Imperio. La Europa napo leónica está ya cansada de movilizaciones, de contingentes militares, de paso de tropas, de requisas, de impuestos progresivos: éstos se han duplicado, entre 1808 y 1812, en el gran ducado de Berg, y han triplicado en Venecia. En los pueblos vencidos, la ocupación, el vaivén del vencedor de camino hacia la me trópoli o hacia los confines de Europa, las cargas que impone la derrota, son causas que crean un creciente estado de exasperación. En todo el mundo, el bloqueo continental lesiona multitud de intereses, tanto de los productores como de los consumidores. Asimismo, la política aduanera de Napoleón solivianta a los países vasallos. N o sólo los mares, sino todo el continente francés les es tán más o menos cerrados, mientras que ellos están abiertos a los productos franceses, impuestos mediante franquicias. Los países anexionados y los saté lites sólo con aprensión aceptan el nuevo derecho económico impuesto por Francia. Los artesanos se alarman ante la desaparición de sus corporaciones. Estas resistencias adquieren cierta gravedad, incrementada por el cambio de la coyuntura. A l parecer, en 1809 se clausura la era de la prosperidad. Los precios industriales empiezan a decaer. A continuación sobreviene la gran cri sis cíclica de 1811-1813, de efectos universales. Europa acusa esencialmente al bloqueo — cuando no a las novedades francesas — de estas dificultades. N o sólo la aristocracia territorial, naturalmente hostil, ya no puede, en los países del este, exportar sus trigos y sus maderas, sino que los mismos medios hurgueFuerzas hostiles
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sea, con los cuales no eran tan difíciles los contactos, endurecen su resistencia nacional. Napoleón se convierte en el gran aguafiestas económico. A l igual que en el terreno material, también en el terreno espiritual tra bajan contra él fuerzas internacionales: el violento conflicto que lo pone fren te al Papa a partir de 1809 levanta contra su política todo el poder de la ideo logía católica. La hostilidad contra la Francia napoleónica se generaliza en todas las clases sociales. Sólo dependerá de los gobiernos el asociar los pueblos a la lucha y volver contra la Bevolución los medios que hasta entonces era la única en utilizar. Con tal de que sepa explotar todos sus recursos humanos y monetarios, y que sepa anudar una coalición general, la Europa no napoleónica habrá de ser la más fuerte. En 1812 esta Europa no incluye únicamente Inglaterra y los ven cidos del continente; entre algunos supuestos aliados o amigos, la influencia francesa no es demasiado evidente. La Dinamarca mercantil le escapa en parte. Suecia ha instalado en el trono, en la persona de Bernadotte, a un rival de Napoleón. Ciertos aliadoB, com o Baviera, aún son más dudosos. Alejandro se ha curado muy pronto de las ilusiones de Tilsit. Además, desempeña con agrado el papel de “ protector de las naciones oprimidas” y los cristianos orto doxos de los Balcanes — que se verá obligado a abandonar en 1812 — recla man su ayuda contra los turcos. Además, naturalmente, persiste la irreductible hostilidad de la aristocra cia. Se m ofa del “ advenedizo” y de su nueva nobleza. Aunque es cierto que acepta ciertas innovaciones del régimen, la verdad es que sólo las acepta en cuanto coinciden con sus intereses. Tanto teme el poderío militar de Francia como los principios de la Revolución. La Austria de Francisco I y de Metternich, canciller desde la paz de Sclioenbrunn, representa bastante bien esa ten dencia. Conservadores y católicos alemanes dirigen preferentemente la mirada hacia ella. El casamiento de Napoleón con la archiduquesa María Luisa no hace sino añadir una página vergonzosa a tantas otras, a loa ojos de ciertos núcleos de la antigua sociedad. Quizá la archiduquesa no sea máB que una pieza del complicado juego de Metternich que trata de descomponer la “ alianza” franco-rusa. Y la prolongada neutralidad de la corte de Viena en un conflicto en el que Francia se halle en grave peligro, no deja de ser inimaginable. Pero el nuevo impulso y el poner a contribución los graudes medios, debe mos buscarlos en otra parte. En Rusia, después de Tilsit, el zar se muestra favo rable a los proyectos de reforma de Speranski, sobre el cual han actuado inten samente las influencias occidentales. En 1809, Alejandro acepta el principio de dumas elegidas por los propietarios de bienes raíces en las provincias, y de una «fuma imperial que votaría el presupuesto y las leyes; pero se limita a instituir, en 1810, un consejo consultivo, y luego a crear departamentos mi-
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Histeria les. Elige los funcionarios mediante concursos y concede a los capaci tados, avalados por títulos universitarios, categorías de nobleza. A estas m ejo ras seguirán otras, como la redacción de un código inspirado en el Código de Napoleón. Parece com o si el zarismo evolucionara hacia una especie de mo narquía constitucional. Pero la aristocracia se mostraba hostil a ello; Speranski, acusado de entenderse con Francia, es despedido en 1812, y se abandonan sus proyectos. Y sin embargo, el mismo año, la guerra tomará un carácter nacional. Mejor aún que el pueblo español, el pueblo ruso entra en la batalla proporcio nando masas de soldados y de guerrilleros: de golpe, en 1812, hay 400.000 hom bres disponibles. La invasión va seguida por una movilización general. El clero ortodoxo contribuye a dar a la resistencia un carácter fanático. Sin embargo, en Pruaia es donde se recurrirá en más amEl despertar pntsiana p jja eaca)a a }as fuerzas nacionales, con las concesiones alemán
° ^as promesas que exige y loa peligros sociales que presupone. Instalado después del desastre en Koenigsberg, Federico Guillermo III acepta la ayuda de oficiales com o Schamhorst y Gneisenau, o de administradores como Stein, para reorganizar el ejército y el Estado. En el terreno civil, asocia a burgueses y propietarios a la vida política. Vuelven a debatirse las estructuras sociales. Subsiste la autoridad de los junkers, aun que con privilegios restringidos. El edicto de 1807 permite que todos tengan acceso a la propiedad de la tierra: los colonos pueden redimir sus cánones, el Cesindedienst queda suprimido. Pero la reforma queda inacabada, pues Stein quiere mantener a los campesinos con sólidas ataduras, y se niega a relajar los lazos feudales. Hardenberg prosigue la reforma, en 1811, pero con un espíritu muy distinto. El Regulierungsedikt de 1811 suprime las servidumbres reales a cambio de la entrega de una parte de las posesiones al señor, emancipando al campesino, pero fomentando al mismo tiem po la gran propiedad de tipo ca pitalista. También Hardenberg sigue las enseñanzas de Thaer, admirador de las enclosures. Los nobles oponen viva resistencia. La Asamblea de notables que el rey había designado en febrero, clausura sus sesiones en noviembre. Subsis ten únicamente el magistrat y las asambleas municipales elegidas por los bur gueses. La reforma militar, pese a las cargas de la ocupación y al pago de la contribución de guerra, produce resultados más tangibles. Scha mitos t y Gneisenau han comprendido muy bien que el problema militar también era nn pro blema social. Invocan el ejem plo francés. Gneisenau se asombra “ de las infini tas fuerzas que yacen dormidas en el seno del país, no desarrolladas ni uti lizadas’*. Nacionalizar la guerra, lograr que la nación entera participe en el ejército, presupone que la nación exista ya en el Estado. Las desigualdades y los privilegios de la antigua sociedad de brazos tabican el país en vez de rea lizar esta unión cuyo corolario será la movilización general. Ya en 1808 el
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sistema de los Kriimper prepara los mandos del ejército nacional que Stein preveía: Scharnhost reduce el número de las exenciones, suprime loe castigos corporales, abre a todos la carrera de oficial, mas todo ello sin lograr que desaparezca el m onopolio de los junkera para los grados superiores. A l reorga nizar la administración del ejército según un espíritu revolucionario, los minis tros prusianos convierten B erlín— donde acaba de inaugurarse en 1810 la Uni versidad creada según la propuesta de Humboldt — en polo magnético de los liberales alemanes. La población se agita. El Tugendbund pretende vigilar a los funcionarios y desenmascarar a los individuos que se conforman con la derrota. El romanticismo colabora en este despertar nacional. Indudablemente apa rece en otros muchos países, con sus valores particularistas radicalmente hosti les al universalismo revolucionario y napoleónico; pero, en ningún país m ejor que en Alemania exalta la ideología de los notables. Ya en 1807, Fichte ense ñaba que el pueblo alemán, el único que dispone de un idioma al que los si glos han preservado de impregnaciones extranjeras, era “ el verdadero pueblo de Dios” , “ el fermento regenerador” . La escuela de Heidelberg recoge con fer vor los cuentos populares, los adapta, los traduce, com o los Nibelungos, Halla en lo que Jahn, en 1810, denomina el Volkstum, los fundamentos de una cultu ra colectiva y autónoma. Y esto hasta tal extremo de que Stein pudo escribir: “ Es principalmente en Heidelberg donde se ha iniciado el incendio alemán, que, más tarde, expulsó a los franceses.” De todos modos, en los primeros meses de 1813 el incendio parece ser ge neral. Los patriotas y el partido de la guerra, dirigido por Scharnhost, triunfan frente a las vacilaciones de Federico Guillermo. En febrero, el rey llama al pueblo a las armas, instituye la Landwehr, procede a una movilización gene ral “ con n o rigor tal que el mismo Comité de Salvación Pública no había con siderado necesario” . El entusiasmo de los estudiantes berlineses cunde entre la burguesía y los nobles. La Prusia de Tilsit, reducida a 5 millones de habitan tes, pondrá en pie de guerra un ejército de 350.000 hombres. D e este modo, aunque en distintos grados, los pueblos lian entrado en la liza contra Frauda, Empieza contra ella una guerra de masas. Y, por otra par te, por vez primera desde 1793, los principales países de Europa, sin que falte ni uno siquiera, unifican sus esfuerzos. M ejor que en 1793, los sincronizan: la diversión polaca carece ya de interés. U n m illón de soldados va a dar el asalto contra el Gran Imperio. Y eso ocurre en el preciso instante en que las mismas fuerzas se debilitan en Francia. La guerra, que ya no tardará en aproximarse a ella, ha segado ya la flor y nata de la juventud, así como las tropas aguerridas que la encuadraban. Sin embargo, los recursos humanos siguen BÍendo considerables; pero, ¡será
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preciso una movilización general, y mucho más enérgica que en 1793! Loe no tables del régimen no quieren correr los riesgos sociales que podrían derivar de ello. Más o menos tranquilizados en el terreno civil y político, hénosles aquí dispuestos a todas las renuncias nacionales. La balanza de las fuerzas ideológi cas se ha invertido; ahora son las declaraciones pacifistas de los aliados las que actúan en Francia; el Occidente se agita; la aristocracia y los elementos bur gueses reservan buena acogida al invasor. Finalmente, falta dinero, puesto que ya no se hace la guerra a expensas del enemigo. El crédito público, embriona rio, se oculta. No cabe ni pensar en asignados. Para acabar con la Revolución francesa bajo las formas Revolución0 9 UC sucesivamente había adoptado, eran necesarias pofrancesa tencias a su medida; el poder físico del número, anima do por una conciencia colectiva, o el poder físico de la naturaleza. Entre 1812 y 1815 unas y otras se desencadenan: el espacio ruso, el invierno ruso, el número ruso, el número europeo, el espíritu nacional y li beral despertado en todas partes, el gigantismo financiero del Im perio de los mares. Los acontecimientos van a precipitarse: en menos de dieci La victoria rusa séis meses, del 24 de junio de 1812 — principio de la cam paña de Rusia — hasta el 16-19 de octubre de 1813 — fecha de la derrota de Leipzig — la fuerza pasa de los ejércitos del Gran Imperio a los de la Gran Coalición. La oposición de la nobleza rusa contra la Francia napoleónica y la indefi nida extensión de esa Francia que amenazaba con reducir la Rusia aliada a la situación de mero satélite, habían sido consecuencia, después de Tilsit, de la ruptura de 1812. ¿Qué peso tenían las adquisiciones rusas — la Galitzia oriental arrebatada a Austria, en 1809; Finlandia a Suecia, en 1811; Besarabia ocupada en 1806 y arrancada al turco en 1812— frente a la extensión de la zona fran cesa que obstruye todo el continente, desde el Báltico al Adriático? Algunas ve ces, la operación se realiza, com o en Oldenburgo, a expensas de un cuñado del zar, futuro heredero de la corona. Mucho más allá de esas zonas, Rusia, con ra zón o sin ella, se siente amenazada incluso en sus mismas fronteras. Napoleón ocupa la Pomerania sueca a principios de 1812. Se mantiene en Dautzig, ciu dad libre y, naturalmente, en Prusia. Pero, por encima de todo, Rusia teme que vuelva a formarse una Polonia. No se necesitaba tanto para que un capri choso Alejandro cambiara de opinión. Napoleón rechaza sin miramientos su ultimátum de abril y atraviesa el Niemen dos meses más tarde. Tendrá a su disposición un enorme ejército francogermano-polaco, el más numeroso y el más dispar que jamás Estado alguno haya reunido: 700,000 individuos, casi la mitad de los cuales no son súbditos del
53.— El jardín de las Tullerías en 1808.
54. — £. / P r im e r C ó n s u l visitam U t u n a m a n u fa c tu r a ,
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Imperio, com o italianos, croatas, portugueses, suizos, daneses, por lo general repartidos en las grandes unidades francesas. El rey de Prusia y el emperador de Austria se han asociado a la operación, aportando, el primero, 20.000 hom bres, y el segundo 30.000. En total, 180.000 alemanes, casi el mismo número de franceses según las fronteras de 1790. Los rusos van a retroceder 740 km., haciendo el vacío ante el ejército “ eu ropeo” . Los abastecimientos faltan; las enfermedades, la dispersión y las deserciones descomponen muy pronto las fuerzas de invasión que se sumer gen en el interior del país. El 5 de septiembre, 130.000 franceses, alemanes, ita lianos y polacos se hallan a 150 km. de Moscú, en Borodin, junto al Moscova, donde Kntusof les cierra el paso. La batalla se da el día 7. Mtirat está en el Kremlin el 14. Napoleón y la guardia imperial entran al día siguiente en la ciudad a los acordes de La MarseUesa. El mismo día empieza el incendio de la ciudad. Un mes más tarde, el hielo. La escasez de forraje aniquila la caballería, amenaza la artillería y sus reatas. Es preciso emprender la retirada. Kutusof obstruye las carreteras del sur. El enemigo ba conseguido agrupar sus fuerzas: hostiliza con sus cosacos y sus guerrilleros a los 100.000 hombres que aún que dan de los ejércitos de invasión: 18.000 vuelven a cruzar el Niemen en diciembre. El ejército del invasor ba quedado disuelto por el espacio, el invierno, y el número rasos. Tanto el pueblo como el gobierno ruso han resistido bien. La tarea del mando ruso, inferior al del enemigo, fué relativamente sencilla en un país Daño en el que los movimientos de las tropas no plantean demasiados problemas al personal de los estados mayores. El “ escudo del Gran Im perio” acaba de caer. . .... , Este prodigioso revés de fortuna, del que los asociados Lo coalición general , . , . . . ; ~ , europeos han sido testigos, pone rápidamente fin a la colaboración de todos ellos. Una esperanza irresistible arrastra a los pueblos. Ha sonado ya la hora del asalto general contra Francia. Ya el 30 de diciembre de 1812, el cuerpo auxiliar prusiano ha iniciado la disidencia, al firmar en Tauroggen un acuerdo de neutralidad con los rusos. Prusia oriental se subleva. T odo el país, y el mismo rey, siguen en febrero. Toda Alemania se convulsiona, Austria espera el momento favorable. Claro está que Napoleón ha movilizado apresuradamente un ejército de reclutas; pero falta caballería. Las victorias de Lutzen y de Bautzen, en mayo, sólo le conceden un respiro: el armisticio de Pleiswitz, firmado el 4 de junio. Las potencias aprovecharán la ocasión para ponerse de acuerdo. Prusia se reconstituirá según su antiguo poder, Beraadotte obtendrá Noruega, el gran ducado de Varsovia será repartido, no se firmará paz por separado. Sea cual hubiera sido la actitud de Napoleón en el escenario de Praga, cuando un Congreso lo pone (julio-agosto) frente a sus enemigos de hoy y del mañana, los soberanos no habrían modificado su comportamiento. En lo 3S, — H. G. C. — V
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íntimo de sus pensamientos, la Europa napoleónica debe desaparecer, y la ope* xación, sin duda, ha de proseguirse mucho más allá. A los rusos, a los prusia nos, a los anglo-españoles, que tienen 200.000 individuos ante los Pirineos, van a juntarse los austríacos, los suecos, los bávaros. Sin duda alguna, Mettemich ha vacilado acerca del momento y de los medios: la derrota de Francia no ha de crear el peligro de una hegemonía ruso-prusiana. A l fin, Napoleón recibe el ultimátum el 7 de agosto, y Austria entra en guerra el día 10. En los distintos teatros de operación, más de un millón de soldados mar chan contra Francia. La proporción de su superioridad numérica es de 2 a 1 : la misma, según Clausewitz, que en los ejércitos modernos, cuyo armamento, suministro e instrucción son muy comparables, dan casi como segura la victo ria, sean cuales sean las cualidades del mando enemigo. Y aún más por el hecho de que la rapidez de movimiento y los golpes por sorpresa que de ella derivan, son mucho más difíciles de realizar con éxito sobre grandes masas. Ahora Napoleón está ya perdido. En ju lio de 1813, Wellington, victorioso en Vitoria, avanza bacía los Pirineos y es preciso abandonar España. Los alia dos asestan en Leipzig el golpe decisivo, en el transcurso de una batalla que du rará cuatro días, del 16 al 19 de octubre. Más de 500.000 hombres se hallan frente a frente, y 2.000 cañones. La relación general de las fuerzas se consolida a partir de este importante encuentro: Napoleón lucha con un enemigo dos veces superior. El tercer día, en plena acción, sajones y wurtemburgueses vuel ven sus armas contra él. Los de Badén van a disparar contra su retaguardia. La retirada se transforma en desastre. Entonces, los últimos aliados alemanes se emancipan. La Confederación del Rin ya pasó. Murat, que después del de sastre ruso se halla camino de la traición, pasa a Inglaterra y a Austria en los primeros días de 1814. La frontera de 1795 ya ba sido atravesada, desde Coblenza a B asile a, por unos quince lagares. Los prodigios de la campaña de Francia nada pueden modificar. La reso lución de los aliados es inquebrantable. Por iniciativa de Castlereagh, que ya a fines de 1813 había aconsejado, en nombre de Inglaterra, el establecimiento de un cordón sanitario mantenido firmemente alrededor de Francia por el estatúder y Prusia, los aliados firman el 9 de marzo de 1814 el pacto de Chaumont, en virtud del cual se unen por veinte años tanto en la paz com o en la guerra. Napoleón abdica el 6 de abril. Entre tanto, Francia, “ que ba vuelto a ponerse bajo el paternal gobierno de sus reyes1’ y que ofrece “ de este m odo a Europa una garantía de seguridad y de estabilidad” — explicación oficial, válida al menos para la opinión — recobra, en virtud del tratado de París del 30 de mayo de 1814, límites intermedios entre los de 1790 y 1792: de las con quistas de la Revolución, sólo conserva una parte de Saboya, Aviñón y su Con dado, Mulhouse y Montbéliard, así como algunos territorios que enlazan, a lo
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largo de bu frontera del nordeste y del norte, sus antiguos enclaves de Landau, PhilippeviUe y Marienburg. El episodio de los Cien Días se termina con el mismo desequilibrio de fuerzas, sobrepujado por el desequilibrio de reservas: Waterloo clausura, el 18 de junio de 1815, la lucha iniciada veintitrés años antes. “ El europeo, en ge neral, parece que puede alegrarse sin restricciones por el éxito de esa gran bataüa” , escribe el 13 de julio, desde San Petersburgo, Joseph de Maistre al conde de Vallaise. Y , por su parte, e l segundo tratado de P a ró (20 de noviembre de 1815) explicará que Francia y Europa han sido felizmente preservadas “ de los trastornos que las amenazaban en virtud del ultimo atentado de Napoleón Bonaparte y del sistema revolucionario restablecido en Francia para lograr que este atentado tuviera su éxito” .
CONCLUSIONES GENERALES
LA CIVILIZACIÓN RESTAURADA DE 1815
I. LA RESTAURACIÓN EUROPEA Y LA “ SOCIEDAD DE LOS ESTADOS” el significado de esta palabra ha cambiado a partir de 1813, desde que se produjo la inversión de la balanza de las fuerzas y desde la victoria aliada. El Congreso que ha brá de realizarla tendrá su sede en Viena, en la capital de la contrarrevolución. El canciller, principe de Metternich, la presidirá: Metternich de Coblentz, des poseído por la Revolución, a la cual ha jurado un odio tal “ que los años y la experiencia no han hecho sino aumentar” . Y , además, convencido de que “ se cunda a la mano de Dios” . Junto a él, como “ secretario” del Congreso, su amigo, maestro y confidente, el célebre Federico de Gentz: el hombre que ha opuesto a la Revolución francesa en expansión y a los “ principios infernales” de su política, la más eficaz de las ideologías, la halagadora fórmula del equilibrio europeo, de una redistribución del poder que garantice el cada cual en su casa, la independencia nacional, y más o menos, de hecho, y simultáneamente, la conservación social; el gran teórico alemán de la “ Europa” en locha con tra Napoleón. Europa será reconstruida precisamente en nombre del equilibrio. Equilibrio El pacto establecido en Chaumont (1 de marzo de 1814) por los cuatro grandes aliados, convertía la paz de Europa “ mediante el restableci miento de un justo equilibrio entre las potencias” en uno de los objetivos de la guerra. .. Otro principio: la legitimidad, que presupone la devolución de 1 lml a los territorios, idénticos o equivalentes, a su legítimo dueño, se gún el antiguo derecho monárquico. Porque, b ajo ciertos aspectos, la sobera nía es un bien patrimonial, una propiedad inconmutable contra la cual los hombres — súbditos o príncipes — nada pueden emprender. P or consiguiente, ambos principios actúan en sentido conservador. Fran ceses y aliados los invocan. N o puede ni hablarse de transigir con el derecho público revolucionario, de tener en cuenta el deseo de los pueblos, negado por la misma Revolución, y con más descaro por el Imperio. El trueque de hom bres vuelve a florecer como en el pasado. La Comisión de estadística realiza los cálculos, reparte “ las almas” y el importe de los impuestos, de tal manera que cada uno tenga lo que le corresponde. O aproximadamente. Los aliados comprenden a su manera las ideas de equilibrio, legitimismo, reparaciones y compensaciones. Aplican la ley del más
E
u r o pa :
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CONCLUSIONES GENERALES
LA CIVILIZACIÓN RESTAURADA DE 1815
V fG fíO
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fuerte. Tal como el zar le explicó a Talleyrand, “ las convenien cias de Europa constituyen el derecho” . Conveniencia: la con servación del ilegítimo Bernadotte en el trono de Suecia — de ana Suecia ampliada con Noruega— ; com o la conservación de María Luisa en Farma. N o se restauran ni las antiguas repúbli cas de Cénova y de Venecia, ni los principados eclesiásticos, ni I ob Estados mediatizados de Alemania. Los Borbones de Ñapóles no recobran su corona a favor de un principio, sino por las presuntuosas gesticulaciones de Murat. Junto a las conveniencias de Europa, se hallan las de los Estados, incluso las de los sobe ranos. Los Cuatro Grandes están en plena disputa acerca de Po lonia, de Alemania, de Italia. Más aún: ahora que ya ha desapa recido la pesadilla de la hegemonía revolucionaria, se reanuda el tradicional juego diplomático. Inglaterra se apoya en Prusia contra Rusia; Austria le teme a Rusia, pero también le inquieta Prusia. H e aquí que en otoño de 1814 tiene efecto un acercamien to ruso-prusiano. Inmediatamente le contesta un acercamiento anglo-austríaco, y el acuerdo se extiende a Francia, y los tres Es tados firman un tratado secreto de alianza el 3 de enero de 1815. Para esta fecha, el Congreso de Viena, pre El Congreso de Viena visto al principio para fines de julio de 1814, aplazado al 1 de octubre, diferido al 1 de noviembre, toda vía no se ha inaugurado oficialmente. Sólo algunas comisiones funcionan desde esa ú l t i m a fecha. Podemos creer que nos halla mos en vísperas de una nueva guerra, aunque esta vez entre los dos bandos de la disuelta coalición. Pero, desde luego, todo acaba por arreglarse. Y, naturalmente, los aliados vuelven a formar bloque en marzo, apenas tienen noticia del desembarco de Na poleón, con el que se niegan a entrar en negociaciones. Sus di plomáticos trabajan y se mueven con más facilidad en las co misiones, en las que se elaboran los tratados particulares entre loe Estados. Y al fin, el Congreso de Viena no se celebrará, jamás será inaugurado oficialmente. Sin embargo, los representantes de toda Europa lian acudido a la cita. Príncipes desposeídos, pueblos so licitadores, grupos confesionales que van desde los caballeros de Malta hasta los judíos alemanes, han enviado sus abogados. En total, 216 delegaciones, o sea, varios millares de personas, se han aprovechado de la fastuosa hospitalidad de los Hababurgo. Las negociaciones han durado desde principio de noviembre de 1814
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CONCLUSIONES GENERALES
hasta el 9 de junio de 1815. Pero ciertas comisiones parciales de plenipotencia* han firmado algunos tratados particulares. Las “ disposiciones de mayor y más permanente interés” , reunidas “ en un documento general” , firmado el 9 de junio de 1815, constituyen el acta final del Congreso. Esta Acta, así com o los dos tratados de París del 30 de mayo de 1814 y del 20 de noviembre de 1815, que reglamentan el caso de Francia, establecen el estatuto territorial de un mundo “ restaurado” . Restauración que incluye cosas viejas y cosas nuevas, t ío s
Francia
^ segundo tratado de París (20 de noviembre de 1815) reduce a Francia a sus fronteras de 1791, ligeramente cercenadas. Conserva los territorios de Montbéliard y de Mulhouse, francés únicamente desde 1793 y 1798; pero pierde la parte de Saboya que se le había dejado en 1814, el Sarre, los antiguos enclaves del nordeste y del norte — Landau, Bouillon, Pililippevillc, Marienburg — así como los territorios que habían sido unidos a ellos. Pierde también Santo Domingo, elemento sin par de su dominio colonial, que por sí sólo garantizaba, durante los últimos años del Antiguo Régimen y gracias a la reexportación de sus productos por la metrópoli, el equilibrio de la balanza comercial. Sin embargo, deberá pagar a los abados una indemniza* ción de 700 millones, o sea, el equivalente de los ingresos de un año de preaupuesto normal. Las vehementes reclamaciones de Hardenberg, que pretendía arrebatarle Alsacia, Lorena y Flandes a Francia, habían tropezado con la oposición de Ale jandro, y luego de Inglaterra, sostenidas al final por M ettemieb: entre otros motivos, existía el peRgro de que el principal beneficiario de un desmembra miento de Francia fuera Prnsia, y de que volviera a estar en juego, gracias a estas incidencias, el célebre equilibrio que con tanto esfuerzo se había logrado en Viena. Había aún otro peligro, y Metternich lo explicó muy bien. Este pebgro era ir más allá de los objetivos, acordar una paz intolerable a los franceses, privar de sus mejores posibilidades a la Restauración, y mantener con ello la infección revolucionaria. Las fronteras de 1790 dejaban la posibilidad de que Francia colaborara con el nuevo orden. De todos modos, una Francia vigilada tanto desde el interior com o desde el exterior. Vigilada por ejércitos de ocupación que debían permanecer cinco años en su suelo. Contenida, encauzada por una nueva barrera de Estados (1). A l norte, el reino de I ob Países Bajos, que comprendía: las antiguas Provin cias Unidas y las antiguas “ provincias belgas” , cuyo rey era simultáneamente1 (1 )
Véase el mapa de las págs. S52 y 553.
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gran duque de Luxemburgo y, como tal, dependiente de la Confederación ger mánica de la que volveremos a hablar. A l nordeste, Prusia, que monta guardia en el Rin, cuya orilla izquierda ocupa casi entera, a excepción del Palatinado renano, que volvió a ser bávaro. A l este, la nueva Confederación, que sus tituye a la Confederación del Rin de 1806, y en la cual entran Austria y Prueia, engloba la mayor parte de los Estados alemanes. A l sudeste, el reino de Cerdeña, que ha recuperado Saboya y el condado de Niza, y ee ha ampliado gracias a los territorios de la antigua República de Genova, está, además, ado sado a Austria gracias al nuevo reino lombardo-veneciano. Tanto el dique como el contrafuerte son sólidos. He aquí que la Revolución queda contenida en sus manifestaciones más peligrosas. Desde luego, en la nueva Europa, Francia es tan sólo una gran po Prusia tencia disminuida. Disminuida en lo absoluto, y, más todavía, relati vamente, ya que los Cuatro Grandes de 1815 salen reforzados de la lucha, no sólo por la reconquista de los territorios que la República y el Imperio le ha bían arrebatado, sino también por nuevas adquisiciones. Prusia (1) devuelve un enorme pedazo de Polonia y renuncia a Varsovia; pero, en cierto modo, se toma el desquite en Sajorna, se extiende por toda la Alemania del Norte y vuelve a ser una gran potencia renana. Su centro de gravedad se ha desplazado hacia el oeste. Se extiende, casi sin interrupción, desde el Niemen a la frontera francesa. Tan sólo el estrecho pasillo de Hease-Hannover separa los dos blo ques de sus posesiones, Y el país no sólo ha ganado en homogeneidad geográ fica, sino también en homogeneidad humana. La Prusia anterior a jena con taba con casi un tercio de eslavos. En 1815, los seis séptimos de sus súbditos son alemanes. Las provincias que ba hecho entrar en la Confederación germá nica euperan en importancia a las provincias austríacas que en ella figuran. Indudablemente, su población sigue siendo más o menos la misma que en 1806, después de los enormes incrementos polacos; pero quizá supera en unos 5 mi llones a la de 1790: esto significa un aumento de tres cuartos. Desde esa últi ma fecha, la extensión de su territorio ha pasado de 190.000 a 280.000 km.1 2. Y sin embargo, se siente frustrada, a pesar de esas brillantes ganancias. También son evidentes loe avances de Austria (2), aunque sólo se Austria traduzcan en un débil aumento de la superficie y de la población. Dejemos de lado sus ganancias de 1795 en Polonia: el extenso territorio de Lublin-Cracovia, que le corresponderá, com o pronto vamos a ver, al zar, excepto precisamente Cracovia. Comparemos de nuevo con 1790. Austria gana por el lado de Venecia y de Iliria aproximadamente lo que pierde con los antiguos (1) (2)
Véanse los mapas de las págs. 552 y 553. Véanse los mapas de las págs. 519 y 552-553.
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CONCLUSIONES GENERALES
Países Bajos austríacos. Sus adquisiciones alemanas — Trento, Salzburgo — que dan compensadas en cierta medida por sus cesiones a Badén y a Baviera. Mas ahora, su? territorios forman un bloque. Gracias al aniquilamiento de la Re pública de Venecia, vuelve a ser una gran potencia italiana. María Luisa reina en Patina, en lugar del B orbón; y sus archiduques, naturalmente, gobiernan de nuevo Toscana y Módena. Esto no quiere decir que Austria, que de este m odo se orienta más que nunca hacia Italia y el Adriático, renuncie a Alemania. Preside la Dieta federativa de la nueva Confederación germánica, en la cual se reúne Alemania. En este caso, el Congreso de Viena prosigue la obra unifi cado r a ampliamente realizada por la Revolución y el Im perio: las 360 y más Alemanias de antes de 1803, ahora son sólo 39. „ , , Pero el gran vencedor es Rusia (1). Se ceba en la PoloKu.na, gran vencedora , „ „ , , ma prusiana y austríaca : a ella le c o r r e s p o n d e n — aparte de lo que le tocó en los tres repartos de 1772, 1793 y 1795 — Varsovia, Lubliu, Kalisz, los territorios del Niemen, del Bug, del Vístula y del War* ta. En conjunto, entre 1790 y 1815, su frontera “ polaca” ha avanzado desde la Rusia blanca hasta Silesia. Indudablemente, en Viena se creó un reino “ autó nomo” de Polonia con la parte occidental de dichas conquistas. Pero el rey de Polonia es el zar. Asimismo, al noroeste, ha arrebatado a Suecia, en 1809, Finlandia, de la cual es gran duque. Al sudoeste, Catalina II le había tomado al turco en 1792 el litoral del Mar Negro, entre el Bug y el Dniéster, a lo cual Alejandro ha añadido Besarabia en 1812. Al sudeste, allende el Cáucaso, Geor gia es rasa desde 1801; y la desembocadura del Araxes, junto al Mar Caspio, desde 1813. En conjunto, en un cuarto de siglo, el número de súbditos del zar ha pasado, tanto por el progreso demográfico com o por conquista, de unos treinta a unos cincuenta millones. Inglaterra ^uarto Grande, el aliado inglés ha obtenido sus ventajas princi palmente en el exterior. En Enropa, se anexiona nuevas bases es tratégicas: Heligoland, Malta, las islas Jónicas. Pero donde opera es principal mente en el dominio colonial de Francia y de sus antiguos aliados, ya sea logrando que le sean confirmadas sus adquisiciones de la paz de Amiens, ya sea añadiendo otras nuevas. En el mar de las Indias, la gran guerra le ha procu rado: las SécheUes, la isla de Francia, R odrigo; en las Antillas: Santa Lucía, Tabago, Trinidad; y, sobre todo, El Cabo y Ceilán. Pero aún son más impor tantes las ventajas invisibles que las visibles; los nuevos mercados conquista dos en los mares lejanos, el enorme giro de negocios con América, y el mara villoso ange de los intercambios exteriores pueden ser triplicados en valor-oro entre 1790 y 1814-1815.1 (1)
Véanse los mapas de las págs. 519 7 552-553.
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Una nueva coalición no carecería de subsidios. Y , al terminar el año de Waterloo, la desproporción entre las fuerzas de la Revolución y la Europa res taurada parecen asegurarles por mucho tiempo a los aliados todas las proba bilidades de victoria. Por consiguiente, el “ equilibrio” de 1815 no desemboca en modo alguno en una paz de equilibrio entre vencedores y vencidos. Comparada con la paz de Utrecht, e incluso con las que lian dado ñn a todas las grandes guerrag desde el siglo XVI, la paz de Viena, con su cálculo y su habilidad, ea una paz de aplastamiento. Por otra parte, algo nuevo había intervenido en las relacio nes internacionales a partir de la Revolución. Estaa relaciones muy pronto ti rantes de una parte y de otra, habían desembocado en inauditas brutalidades verbales y en terribles brutalidades materiales. Muchas “ paces” de este período lo habían acusado. La guerra no había sido una guerra como las demás. Tampoco la paz de 1815 es una paz com o las demás. Sin duda alguna, no ex cluye un compromiso rentoso para los Estados aliados. No desmembra la vieja Francia real; pero, contra la Revolución, adopta todas las precauciones que considera eficaces. Entre el antiguo mundo y el nuevo, no prevaleció al fin nada más que la ley del más fuerte. „ ,
Y sin embargo, en sn conjunto, esta paz de 1815 sólo se vale , I, ’ . , de medios tradicionales. Pero he aquí uno qne no lo es tan to : con el fin de asegurar el orden restaurado, se propone la creación de un Consejo permanente, m ejor aún: una especie de organización permanente en la cual participarán los distintos Estados europeos. Ya Gentz explicaba a su manera, al principio de las guerras napoleónicas, que la “ sociedad de naciones” europea era solidaria, que lo bueno y lo malo no podían coexistir, que un Es tado sano no podía tolerar en el territorio del vecino un mal, que encerrara peligro para sí mismo. Por su parte, Mettemich dirá que “ jamás debemos perder de vista la sociedad de los Estados, esta condición esencial del mundo moderno” . Luego, cada Estado tiene, aparte de sus intereses particulares, intereses que bou comunes sea a todos los demás sea a ciertos grupos de Estados: Valorea europeos
Lo que caracteriza al mundo moderno, lo que le distingue esencialmente del mundo antiguo, es la tendencia de los Estados a aproximarse unos a otros y a formar una especie de cuerpo social fundamentado en la misma base que la gran sociedad humana que se ha for mado en el seno del cristianismo.
Esta base es la reciprocidad, los buenos tratos recíprocos. También para Mettemich los Estados son solidarios. Y esta reciprocidad, esta solidaridad, no
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CONCLUSIONES GENERALES
sólo significan paz y equilibrio, sino obligación de luchar en nuestros dominios contra todo lo que pueda perjudicar al vecino; en primer lugar, las teorías subversivas, los movimientos antisociales, las peligrosas emanaciones revolu cionarias. Por el lado francés, Chateaubriand, en su sonoro folleto De Bonaparte y de los Borbones, aparecido a principios de marzo de 1815, hace gala de un es tado mental fácilmente conciliable con el de Metternich y el de Gentz, Existe una Sociedad de Reyes: Téngase simio cuidado: todas las monarquías de Europa son casi hijas de las mismas costumbres y de las mismas épocas, todos los reyes son realmente com o hermanos unidos por la religión cristiana y la antigüedad de los recuerdos.
Y esto hasta el extremo de que la victoria aliada debe parecerle a Francia “ una lección de la Providencia, que nos castiga sin humillamos” . Los soldados del ejército de invasión “ son libertadores, no conquistadores” . Wellington se hace eco de ello, en su proclama de Malplaquet (22 de junio de 1815): no en tra en Francia com o enemigo, amo para “ ayudar” a los franceses “ a sacudir el yugo de hierro que les oprime” . El 29 de junio, desde Cateau-Cambrésis, Luis X V III declara que “ los poderosos esfuerzos” de sus aliados han “ disper sado los satélites del tirano” . Y esto hasta el extremo de que la derrota le lleva a La Quotidienne “ los primeros destellos de la liberación” . He aquí las noticias, aderezadas por el Momlfíur del 12 de julio, que anuncia que “ Sus Ma jestades Imperiales y Reales, el emperador de Rusia y el rey de Prusia” , han llegado la víspera a París: Una hora después... el rey les ha visitado. Hoy los tres monarcas han ido al castillo de las TuUerías... La capital se ha enterado, con el más cálido sentimiento de satisfacción, que tenía en su seno a esos augustos soberanos.
La tesis oficial de las buenas intenciones del invasor es adoptada oficial mente por Luis A.V111: y, en un documento oficial, ¡la orden del 16 de agostol En ella se explica que “ el atentado” del regreso de la isla de Elba “ ha obli gado a las potencias extranjeras a... que sus ejércitos entraran” en Francia. La provincia realista engalana las calles y baila cuando llegan las tropas de ocupa ción, atmque la explosión de entusiasmo sea íugaz. Y , por su parte, el Times aconseja “ tener confianza únicamente en los realistas fieles” . Por consiguiente, nada se opone ya a una colaboración entre vencedores y vencidos, en el marco de la nueva Europa. Unos y otros trabajarán para resta blecer los antiguos valores y para restaurar una civilización “ en nombre de la muy santa e indivisible Trinidad” invocada de nuevo, como durante el Antiguo Régimen, por los tratados que Francia acaba de firmar.
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La Santa Alianza volverá a decir todo esto, en el mismo Pa rís, en septiembre. Extraño instrumento diplomático, qué duda cabe, y muy poco dentro de la línea técnica de las cancillerías: Alejandro, que es quien lo propone, no redacta igual que las oficinas de Metternich — y, ¿acaso quiere poner en apuros a algunos de sus compañeros? Pero, eso sí, ¡do cumento humano sin par, simbólico testimonio de una mentalidad, que afirma las bases y los principios de la pob'tica internacional vista por la aristocracia eu ropea! Bases eternas, reveladas por Dios, y que son “ las sublimes verdades que nos enseña la eterna religión del Dios salvador” . En ella se afirma el deber de asistencia mutua de los soberanos, que se prestarán “ en toda ocasión y en todo lugar asistencia, ayuda y auxilio” . Estos soberanos de derecho divino han sido “ delegados por la Providencia” para gobernar sns pueblos, miembros de una misma familia, sobre los cuales ejercen su paternal absolutismo: se portan “ en relación con sus súbditos y sus ejércitos com o padres de una familia” . Les in vitan a “ fortificarse cada día más en los principios y en practicar los deberes que el divino Salvador les ha enseñado a los hombres” . Le interesa “ a la feli cidad de las naciones agitadas durante demasiado tiempo, que estas verdades ejerzan sobre los destinos humanos toda la influencia que les incum be...” Tres soberanos lian firmado: el ortodoxo Alejandro, el católico Francisco, el pro testante Federico Guillermo. Por su parte, Luis X V III y otros principes, cató licos o protestantes, se adherirán a ella. La Santa Alianza
^ ^le acTu^ algo más de dos meses después de la Santa Alianza y de las primeras firmas — a iniciativa de In glaterra, que quizá quiere cbasquear al zar y teme las consecuencias del enor me crecimiento del poder ruso — , el instrumento diplomático que viene a apoyar la pob'tica de asistencia mutua que aquélla preconizaba. Se trata ahora de un tratado de tipo más clásico entre los cuatro abados, de un pacto político y militar concreto, firmado en París, el 20 de noviembre de 1815, el mismo día en que se firma el segundo tratado con Francia, y que, desde luego, en cnanto al fondo, recoje ciertas disposiciones acordadas en Chaumont, en 1814, El inglés Castlereagh, secretario de Estado para asuntos Exteriores, no tiene ninguna indulgencia para las maquinaciones de Alejandro y su insóbta di plomacia. Pero Lord Castlereagh, el antijacobino represivo, el gran animador de la coalición, piensa, también él, como la aristocracia europea. Puede, sin duda, considerar que la Santa Alianza es un “ documento de misticismo y de sublime tontería” En el terreno europeo y en el mundial, I03 aliados tienen intereses divergentes; pero, contra Francia y todo lo que ésta representa, la política de todos ellos concuerda. El nuevo tratado invoca a “ Europa” , la “ paz” y las garantías que le son debidas. Cualquier amenaza revolucionaria hallará frente La Cuadrupla Alianza
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CONCLUSIONES GENERALES
a bí, hoy y mañana, el ejército solidario de la contrarrevolución. Principios re* volucionarios y conquista napoleónica, constituyen nn solo y mismo peligro: Art. 2. — ...L o s mismos principios revolucionarios que han sostenido la última usurpa ción criminal podrían aún, bajo distinta forma, desgarrar a Francia, y amenazar con ello la tranquilidad de los demás Estados...
En tal caso, los signatarios acordarán entre ellos y con el rey de Francia las medidas que deban tomarse. Además, según lo explica una nota, del mis mo día, de los ministros de las cuatro potencias aliadas, los soberanos aliados ban prometido a Su Muy Cristiana Majestad apoyarle con sus armas contra cualquier convulsión revolucionaria.
Convulsión que produciría “ imperiosamente” la intervención. Wellington, jefe de las fuerzas de ocupación, remediará lo más rápidamente posible, te niendo en cnenta “ la variedad de formas bajo las cuales el espíritu revolucio nario podría nna vez más manifestarse en Francia” . En caso de amenaza con tra el ejército de ocupación, o de guerra, el artículo 3.° del tratado obliga a los firmantes a intervenir con la fuerza, de conformidad con las disposiciones del tratado de Chaumont. Además, estas obligaciones están concebidas a largo plazo: deberán persistir después del período de ocupación. El artículo 6 .° prevé la reunión, en determinadas épocas, de nna especie de consejo de vigilancia aliado que observará los acontecimientos: ... Se dedicarán reuniones a los grandes intereses comunes y al examen de las medidas que... se consideren más provechosas para la tranquilidad y la prosperidad de los pueblos, y para el mantenimiento de la paz en Enropa.
Además, los ministros de las cuatro cortes aliadas mantendrán “ una corres pondencia regular” con el duque de Wellington, y, por sn parte, el gobierno francés mantendrá correspondencia directamente con él, colaborando de co mún acuerdo en el mantenimiento del orden restaurado. De hecho, y con tal finalidad, los cuatro ministros celebrarán una reunión semanal mientras daré la ocupación. En otro sector de Europa, Austria ba tomado sus precauciones, logrando que el rey de Nápoles prometiera no introducir en sus Estados instituciones no conciliables con las del reino lombardo-veneciano. Incluso en Alemania, el documento confederal del 8 de junio de 1815 declara que el fin de esa Confe deración perpetua es “ mantener la seguridad exterior e interior de Alemania...” Más tarde, un nuevo texto añadirá que esta unión se basa “ en el derecho pú blico de Europa” , Si en un Estado confederado estallan desórdenes que amena-
55.— La batalla de Trafalgar.
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cen a los vecinos, la Dieta deberá aportar los más rápidos auxilios para restable cer el orden legal” . Por consiguiente, el nuevo estatuto del continente está concebido para te ner en jaque, mediante todo un conjunto de medidas y en especial por un sis tema internacional de asistencia mutua, las fuerzas de la Revolución francesa. Y desde el interior también son tenidas en jaque por el estatuto propio de cada Estado.
II. LAS RESTAURACIONES INTERIORES Estatuto fiscalizado por una Europa a la defensiva o que desconfía de las innovaciones. Variará, naturalmente, según sean las exigencias de la sitnación en los distintos países, según la balanza de las fuerzas que se hallen frente a frente, a veces según el temperamento del soberano: Iob caprichos “ liberales” de Alejandro también constituyen un efímero elemento de historia, en el mar co de una situación general. ,
„
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La carta francesa del 4-14 de junio de 1814 instauraba un compromiso entre el antiguo y el nuevo régimen, en el que figuraban, al menos formalmente, las grandes conquistas sociales de la Revolu ción. Los aliados volvían a insistir, con ocasión del segundo tratado de París, para que el gobierno hiciera de ellas un uso pacificador. Campeones de la so ciedad tradicional, se convertían de este modo, en Francia, en padrinos resigna dos de una transacción con un régimen al que habían combatido durante casi un cuarto de siglo y del que en sus países no querían ni oír hablar. Les parecía que la Carta era una precaución indispensable, que respondía al estado in terno de Francia. Consolidaba a los Borbones: los más sinceros prefectos de la Santa Alianza en los que Europa hubiera podido soñar. Además, los peligros de contagio habían variado totalmente. A los ojos del extranjero, la Francia caída de 1815 era mucho menos un ejem plo que un objeto de repulsión o de odio. _ .. „ De todos modos, la Carta sólo proclama los principios Tradición. Herencia . ’ , , , del compromiso. Quedaba por ver la aplicación de los mismos. Los principios básicos son eminentemente conservadores. Es “ la Divi na Providencia” la que ha vuelto a llamar en sus Estados a Luis X V III, rey “ por la gracia de Dios” . Antaño com o hogaño, “ toda la autoridad” reside, “ en Francia, en la persona del rey” . Quiere, “ mediante el libre ejercicio de” su “ autoridad real” , hacer “ donación y otorgamiento” de una Carta irrevocable. Pero: 37, — B. G. C. — V
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CONCLUSIONES GENERALES
...También hemos tenido que recordar que nuestro primer deber hacia nuestros pueblos era el de conservar, en interés de ellos, los derechos 7 prerrogativas de nuestra corona.
Además, la Carta se relaciona con el pasado, con los precedentes monár quicos. Indudablemente, han debido tenerse en cuenta “los efectos cada vez crecientes de las luces... la dirección comunicada a los espiritas desde hace medio siglo” , asi como “ las graves alteraciones que de ella han resultado” . Sin embargo, la inspiración principal se ha buscado “ en el carácter francés, y en los venerables monumentos de los siglos pasados” . Así, la tradición, y la heren cia, que es uno de sus aspectos, aparecen com o títulos del derecho publico, y no como voluntad de los pueblos. La legitimidad invocada en Víena vale tanto para el derecho interno como para el derecho externo: principio universal del que depende “ el orden social” . Es precisamente lo que volverá a decir, en au manifiesto del 7 de ju lio de 1815, el rey a los franceses: ... El principio de la legitimidad de los soberanos es una de las bases fundamentales del orden social.., Esta doctrina acaba de ser proclamada com o doctrina de toda Europa.
Con ello, este gran hecho nuevo de la Carta constitucional queda jurídica mente justificado, tanto en el momento com o retrospectivamente, por consi derandos absolutistas. Ciertos legistas podrán ver en ella algo distinto de una laboriosa explicación de los sacrificios impuestos por la dureza de los tiempos. Eventualmente, en caso de oscuridad del texto, la “ motivación” real revelará las intenciones generales del “ otorgante” y contribuirá a limitar el alcance práctico de sus concesiones. De todos modos, revela su estado de espíritu. Concesiones sobre ^ as concesiones de derecho no son menos considerables. El los principios poder legislativo le corresponde al rey, a la Cámara de los Pares y a la Cámara de Diputados. El impuesto ha de ser consentido por las Cámaras, que sólo pueden votar por un año el impuesto in mobiliario. La Cámara de Diputados es elegible. El censo electoral se fija en 300 francos para los electores, y en 1.000 francos para los elegibles. Cifras muy superiores, recordémoslo, a las de 1791 y a las del año III, pero que permitirán reclutar un cuerpo de electores departamentales en una oligarquía menos re ducida que la del Imperio, aunque el elector imperial elegido de entre los <300 mayores contribuyentes procedía, según hemos indicado en otro capítulo, de elecciones primarias realizadas mediante sufragio universal; y los colegios de distrito estaban entonces formados por miembros elegidos sin condición censataria. El rey puede prorrogar o disolver la Cámara, con tal de que convoque otra nueva en el plazo de tres meses. Nombra los pares, en número ilimitado, vita licios o hereditarios; de este modo, y en resumidas cnentas, depende de él la
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mayoría de la Cámara alta. P or otra parte, a él le corresponden la primera y la última palabra en materia legislativa. Asimismo, a él le incumbe la inicia tiva de las leyes, al igual que antes al gobierno consular e imperial. Y también la sanción y promulgación de las mismas. Las Cámaras no poseen derecho de enmienda. El rey ejerce el poder ejecutivo: el “ rey boIo” . Nombra y destitu ye los ministros, así com o todos los funcionarios de la administración pública. Ciertas atribuciones del ejecutivo parecen incluso invadir el legislativo. El rey tiene el derecho de declarar la guerra, mientras que las constituciones con sulares e imperiales exigían en principio la votación de una ley. Incluso pue de, en determinados casos, en especial cuando se halla en juego el orden pú blico, modificar la ley o hacer adiciones; 14. El rey es el jefe snpremo del Estado... y establece los reglamentos y las ordenanzas necesarias para poner en práctica las leyes y para la seguridad del Estado.
En ciertos aspectos, y si nos ceñimos a la letra de la Carta, el ejecutivo ha quedado reforzado en un sentido personal y autoritario, mientras que, vice versa, ¡desaparecía el personaje irresistible que había falseado todos los tex tos ! Y la diferencia aún es más palpable en el Acta adiciona/. Pero, sobre todo, este ejecutivo real representa la tradición, mientras que con el emperador por plebiscito, “ burgués” , representaba la Revolución. ¿Se trata ahora de las libertades públicas o de las libertades individuales más o menos menospreciadas desde hace quince años? La libertad de prensa, suprimida de hecho durante el Imperio, pero que reapareció con los Cien Días y el Acta adicional, queda de nuevo confirmada, aunque con la reserva de las “ leyes que deben reprimir los abusos de esta libertad” . Lo mismo cabe decir de la libertad de cultos, aunque “ la religión católica, apostólica y romana” es declarada “ religión del Estado” , Y , finalmente, lo mismo con la libertad indi vidual. Pero sobre todo — y éste es un acontecimiento capital — la Carta parece reconocer ampliamente la sociedad surgida de la Revolución francesa. Sus tres primeros artículos proclaman la igualdad civil: igualdad ante la ley, igualdad fiscal, admisión a los cargos civiles y militares. El artículo 9.® garantiza la pro piedad de los bienes nacionales. Desde luego, silencios o circunloquios pueden causar inquietud: no se habla para nada ni del feudalismo, ni de los derechos señoriales, ni de los diezmos. Pero posteriormente se darán seguridades a este respecto. Sobre todo, el manifiesto real del 7 de julio de 1815 acusa de “ fábu las... calumnias... mentiras” divulgadas por el “ enemigo común” la intención achacada al régimen de querer restablecer el diezmo y los derechos “ feudales” . Por otra parte, el Código civil, en el que quedan consolidadas tantas conquis tas revolucionarias, sigue en vigor, al menos “ basta que sea legalmente dero
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CONCLUSIONES GENERALES
gado” . P or consiguiente, el representante de la antigua sociedad con brazos acepta en principio la sociedad sin brazos, a pesar de todo lo que pueden pa recer reticencias en esas declaraciones muy generales; a pesar de la restaura ción de la antigua nobleza, desde luego, junto a la nueva; a pesar de esa Cá mara de los Pares, que en plazo más o menos largo será ciudadela segura de la aristocracia, cuya formación corre a cargo del rey sólo. Ve ilaciones tot^os modos, por ahora sólo se trata de principios. Aún en la aplicación 8e desconoce la legislación positiva qne se deducirá de ellos, y, sobre todo, con qué espíritu será aplicada. Los considerandos de la Carta pueden causar inquietud, y más aún el am biente mismo de 1814 y sobre todo de 1815. Al margen de los textos, las fuerzas sociales y políticas se hallan frente a frente. Indudablemente, la Carta pro porciona la posibilidad de un renacimiento de la vida pública, de un compro miso en resumidas cuentas muy favorable al nuevo régimen; pero el proble ma que ahora se debate es saber cuáles podían ser, en 1814 ó en 1815, las posibilidades de tal futuro. Vista por los hombres de 1815, la situación parecía muy problemática. En 1789, también, la revolución conciliadora parecía po sible. ¿Quién podría señalar las posibilidades de la contrarrevolución conci liadora en 1814, en medio del desencadenamiento de los anatemas contrarre volucionarios, de la campaña contra los adquirentes de bienes nacionales y contra la Universidad? ¿Y , en 1815, inmediatamente después de Waterloo, en pleno Terror blanco, con las elecciones de agosto que eligen una Cámara impo sible? ¿Con la caída, en septiembre, del ministerio Talleyrand-Fouché? ¿Con la ley de noviembre que instituye los tribunales prcbostales, expuesta por Cuvier ante la Cámara de los Pares; con la ejecución de Ney en diciembre, la supresión del divorcio, los ataques contra ciertas disposiciones liberales de la Carta y, como en 1814, contra los propietarios de bienes nacionales? Pero el gran peligro se llalla en la parte del ejecutivo: textos de compro miso pueden ser aplicados según un espíritu conservador. En lo que se refiere a la igualdad civil, materia principal, el peligro parece concretarse con bastante amplitud en 1815. D e derecho, el burgués puede ser nombrado tanto como el noble para loe grandes cargos públicos; pero todo es asunto de proporciones. De hecho, la antigua nobleza — no podemos olvidar que una parte de ella se había puesto al lado del Im perio antes de 1814 — domina ya en la Cámara de los Pares, sobre todo después de la lista de nombramientos del 17 de agosto. También lia penetrado en gran cantidad en la cámara de los diputados. Está al frente, y en aplastante mayoría, de las prefecturas. En cambio, el burgués se defiende m ejor en la magistratura e incluso en el episcopado. Mas por do quier— y teniendo en cuenta la proporción numérica de las clases — el noble tiene amplísimas ventajas. En el campo, donde el problema de los derechos
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señoriales no le pone ya frente a la masa campesina, y sobre todo en el oeste, su fortuna, su presencia, su influencia sobre los poderes locales, y el ambiente general de la época, le convierten en el notable por antonomasia. £1 compromiso de la Carta puede, pues, Analmente salvar En Inglaterra de la antigua sociedad mucho más de lo que pueda pare cer al leer el texto. Sin embargo, las concesiones que en ella figuran no son admisibles en el otro gran país constitucional: el Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda, “ unido” desde 1800. La antigua Inglaterra oligárquica y conservadora sale re forzada de la gran guerra. Ha mantenido el criterio de la lucha hasta el final. Dirigido por Liverpool desde 1812, el ministerio de la victoria durará has ta 1827. L ob lories, que están en el poder desde 1783, seguirán en él hasta 1830. El clero, la gente acomodada, el mundo de la gran empresa, así como un amplio sector de los medios populares que ha seguido formando la clien tela ideológica de los notables y está animado por el sentimiento nacional, han sido y continúan siéndolo la fuerza del partido ministerial. Ese Parla mento de magnates, esa Cámara de los Comunes poblada de la “ hipocracia de tez rosada” de la que más adelante hablará Carlyle, no representa para nada al país; pero, a pesar de la laxitnd, de las disidencias, de las dificultades originadas por las crisis económicas, del prestigio que la Revolución francesa sigue ejerciendo sobre una parte de la opinión, a pesar de todo ello, en el fondo los dirigentes lian seguido de acuerdo con el sentir general. La lucha de veintiún años sólo lia conocido escasos desfallecimientos. El miedo a la inva sión les ha reafirmado en el poder. AI principio de las hostilidades, las m ocio nes de censura de Fox no logran reunir casi ni cincuenta votos. Muerto Burke en 1796, el whigismo ministerial y aristocrático, cuya teoría tan admirablemente formuló aquél, sobrevivirá mucho tiempo a él. Los restos de la oposición whig — después de muchas intrigas o vacilaciones que, desde luego, no la engrande cen ante la opinión — apenas si logran reunir el mismo número de votOB, en 1808, para la m oción pacifista de Whitbread. La inconsistente “ Montaña" par lamentaria de 1815 quizá no alcanza esa cifra. La guerra ha legitimado ciertos usos que refuerzan la prerrogativa real que, desde luego, Jorge III y, cuando acaba en 1811 su reinado personal, el Príncipe regente, ni el uno ni el otro quieren que prescriban. La disolución an tes de plazo del Parlamento elegido ha entrado ya en las costumbres. En dos ocasiones, en 1800 y en 1806, el rey personalmente ha dado jaque a la eman cipación de los católicos. Una legislación de defensa contra las amenazas revo lucionarias, ya indicada, ha creado temibles precedentes contra las libertades tradicionales. Algunas de esas disposiciones sólo son provisionales; pero otras han per-
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sisti do. Ciertas leyes contra los clubs pueden servir magníficamente contra las asociaciones obreras. £1 Combination act de 1799, que señala graves pe* ñas contra las coaliciones — mínimo de tres años de cárcel o dos meses de hard labour — no sólo dificulta la acción obrera, sino también la “ sociedad" obrera, una especie de coalición permanente. Sin embargo, otras leyes posteriores, en especial la de 1800, no permiten dominar todos los bechos de coalición: enton ces loe jueces ponen de nuevo en vigor la antigua ley de conspiracy, que les per mite repartir a discreción multas y cárcel, después de que el jurado haya com probado los bechos. A partir de 1808, disposiciones que restringen la libertad de prensa han ocasionado frecuentes condenas. El derecho de timbre sobre los periódicos ha subido de 2 peniques en 1789 a 4 en 1815. Y sin embargo, ni la libertad de pren sa ni los derechos de reunión y de asociación, jamás han sido suspendidos por completo. Subsiste el derecho de petición; pero la oligarquía ha aprendido a defenderse mediante un conjunto de medidas autoritarias, y sabrá valerse de ellas cuando la ocasión lo requiera. Entre tanto, bloquea cualquier proyecto de reforma. Asimismo, tiene en sus manos sólidamente la administración local, ejercida gratuitamente por personas de pro, o por hombres de paja. También son constitucionales antiguos Estados anexionados o satélites de la Francia napoleónica, en especial aquellos que con mayor fuerza han su frido su influencia: Países Bajos, Confederación helvética, Polonia, y también Noruega. ^“8a ” 1*7 fundamental" de los Países Bajos, revisada en ju lio de 1815, y que establece la constitución del reino, es una novedad puesta bajo fiscalización inglesa. A l igual que en Francia, han debi do tenerse en cuenta fuerzas políticas y sociales: un regreso puro y simple al Antiguo Régimen parecía imposible. Semejante a la Carta — aunque con la pre rrogativa real reforzada, — la constitución declara que el príncipe es fuente de todo poder, reparte entre él y los Estados generales el poder legislativo — aunque la última palabra corresponde decirla al soberano — y organiza fuer temente el ejecutivo, que puede dejar en suspenso las libertades publicas. En sos rasgos fundamentales, subsiste el régimen social instituido por la Revolu ción francesa; sin embargo, se restablecen ciertos derechos señoriales. Pero, también en este caso, el gran problema estriba en saber cómo el ejecutivo real aplicará los principios en la práctica: si, en especial, la igualdad civil actuará sin prejuicio social, nacional o confesional, en detrimento del burgués, del bel ga o del católico. De este último lado se manifiesta inmediatamente una viva oposición, expresada por el Jugement doctrinal de los obispos, que condena la libertad de opiniones religiosas, la general protección de los cultos, la igualdad de derechos civiles y políticos, así como la libertad de prensa. Los Países Bajos
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A l igual que los países belgas y holandeses, la Suiza napoleónica ha bía conocido una constitución a la francesa. Hénosla ya “ liberada” , in dependiente, pero dividida entre partidarios y adversarios de una restauración general. Cada cantón solucionará, soberanamente, su constitución interna. Y el conjunto señalará, dentro de su diversidad, un sensible regreso a las antiguas formas aristocráticas. Toda una gama de desigualdades asegura la preponde rancia de los habitantes de la capital, de las antiguas familias, y, naturalmente, de la fortuna. El clero vuelve a tener en sus manos el registro civil. La igualdad de cultos no es lo corriente. Comparada no sólo a la irrisoria constitución polaca pro La Constitución mulgada por Alejandro en diciembre de 1815 — que pre noruega supone un Senado nombrado por el rey y una diputación elegida por los nobles y las ciudades, — sino a todas las demás constituciones europeas, la noruega, votada en 1814, se nos aparece com o la más liberal de todas. Inspirada en la constitución francesa de 1791, concede al Parlamento, el Storthing, designado por un cuerpo electoral censatario pero relativamente amplio, la ultima palabra en materia de legislación. El rey sólo dispone de un veto suspensivo y no puede disolver la Asamblea. Y es precisamente a la Dieta constituyente, que le ha elegido rey de Noruega bajo condición de que reco nozca la constitución, a quien Carlos X III de Suecia le debe su segunda corona. Casi todo el resto de Europa vuelve, en 1814-1815, al régimen En Alemania del absolutismo, o permanece en él. La cuestión no ofrece di ficultad para aquellos países que jamás han conocido una constitución a la francesa, y a los cuales el soberano no les ha prometido nada: así ocurre con Austria y Rusia, donde, después de 1815, Alejandro acaba por renunciar a cual quier reforma. En cuanto a los que la habían prometido, los más fuertes no cumplen su palabra: la constitución escrita que Federico Guillermo III debía darle a Prusia en virtud del ordenamiento del 28 de mayo de 1815 — eso ocu rría antes de Waterloo — no verá jamás la luz; sin embargo, se crearán Esta dos provinciales consultivos. A excepción de la Alemania del Sur, donde aca barán por funcionar constituciones muy conservadoras — como en Badén y en Baviera, en 1818 — la mayoría de los países de la Confederación germánica conservan el absolutismo de viejo cuño, atenuado aquí y allá por el Landstande. El gran ducado de Sajonia-Weimar es una anomalía liberal. Italia, donde domina Austria, vuelve a ser también tierra de absolutismo. El Papa restablece en sus Estados la administración eclesiástica. Desde mayo de 1814, Fernando V II, restaurado en el trono por la España victoriosa guerra de la Independencia, había declarado nula la Cons titución votada por las Cortes de Cádiz en 1812. Fernando V H rigió los des tinos del país como rey absoluto hasta la revolución liberal de 1820. Algunos Suiza
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Eberales notables son detenidos. Como quiera que el tribunal encargado de juzgarlos no puede alegar contra ellos ningún texto, es el rey mismo, personal* mente, quien les juzga y condena a diversas penas. A partir de la restauración del monarca Be definen tres posiciones políticas: el Antiguo Régimen, la corrien te reformadora liberal y la corriente reformadora realista. Durante el reinado de Fernando V II se verifica el tránsito de la primera a la segunda. A la muerte del rey en 1833, la tercera se encuadrará en el carlismo. Con el absolutismo suele ir emparejada la ausencia de libertades públi cas. Sín embargo, el régimen de la prensa varía según los Estados, La censu ra de los periódicos casi es de derecho común. Funciona en Rusia, en Polonia, en Austria y, tras algunas vacilaciones, en Prasia. En la Confederación germá nica, la reglamentación anunciada por el Acta de Viena, y confiada a la Dieta, tarda en ser realidad: muchos gobiernos particulares la suplen mediante una legislación autoritaria; sin embargo, la constitución del gran ducado de Sajonia-Weimar concede la libertad. El rey de Cerdeña restablece la censura eclesiástica. Asimismo, la libertad de conciencia constituye excepción, tanto si se trata de países católicos, como de luteranos u ortodoxos. En este aspecto, Fernando Y II adopta una política de violenta reacción y restablece la Inqui sición. Víctor Manuel I devuelve el registro civil al clero y suprime la libertad de cultos. Los no católicos, tolerados en Austria desde José II, siguen sujetos a varias incapacidades: están excluidos de los cargos públicos, obligados a ob tener una dispensa para comprar inmuebles, para obtener títulos universita rios. En Rusia, la Iglesia ortodoxa es Iglesia de Estado. Los pueblos anexiona dos signen ejerciendo libremente el culto que practicaban antes de ser con quistados; pero queda prohibida la conversión de un súbdito ortodoxo a otra religión. _ A l igual que el antiguo derecho público, es la antigua soL fl r fis íQ u r flc io íi * i i i < «y i ■ < •* social ciedad con brazos la que persiste o renace. Y la nobleza al frente de ella. Nobleza rusa, que le proporciona al régimen sus oficiales y sus funcionarios. Nobleza polaca, cuyos elementos superiores go biernan, junto con el clero, el país, y que, como tal y junto con las ciudades, elige la Cámara de los Nuncios de la Dieta, en la que la constitución le con cede mayoría; a su lado, el Senado está formado por príncipes de sangre im perial o real, obispos palatinos y castellanos. Dieta sueca, que imita la finlan desa, con sus cuatro brazos: nobles, clero, burgueses y campesinos, que votan por separado. Nobleza austríaca, que se sienta casi sola, en la mayoría de Esta dos provinciales, compuestos de prelados, señores (H erren ), simples nobles o caballeros (R itter) y representantes de las ciudades archiducales. El mismo brazo domina en los Estados de Tirol y de Bohemia, En las asambleas provin ciales prusianas figuran los tres “ estados” : nobles, ciudades y campesinos. Es
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tados con brazos también en B aviera, de acuerdo con la constitución de 1818; el edicto de la nobleza determina los derechos del brazo. En los Estados de Sajonia, instituidos por el decreto real de 1820, han de figurar tres clases de representantes: la de los prelados, condes, barones y universidades; la de la nobleza en general, en la que, desde luego, se incluyen no nobles propietarios de bienes nobles; finalmente, la del tercer estado. En Hannover, en 1819, hay dos cámaras: una de nobles y otra de no nobles. Los nobles y los municipios privilegiados constituyen los Estados de Mechlemhurgo. Incluso en el gran ducado de Sajonia-Weimar, la asamblea de representantes del pneblo incluye los diputados de los caballeros, de las ciudades y de los campesinos. E incluso en el reino de los Países B ajos: en él los Estados provinciales están compuestos de tres brazos: los nobles o cuerpo ecuestre, las ciudades, el campo. Estos Esta dos provinciales nombran los miembros de la segunda cámara de los Estados generales. Nobleza privilegiada, naturalmente, aunque el privilegio haya retroce dido, desde Prusia a Italia, e incluso entre los Borbones de Nápoles. La feudalidad subsiste, con distinción de la tierra noble y de la plebeya. En Austria sólo los nobles tienen el derecho de adquirir bienes de la primera categoría. La misma distinción entre dominios nobles y no nobles, existe en varios Estados alemanes. Sin embargo, en Rusia los no nobles pueden adquirir heredades sin siervos. Así, pues, subsiste la antigua distinción de las tierras, sobre todo en aquellas regiones de Europa que lian quedado relativamente exentas de la con quista revolucionaria o napoleónica. Algo semejante cabe decir de los poderes señoriales: poderes de policía, de justicia, de regulación de las industrias, de admisión a dom icilio, que los nobles ejercen en sus tierras; servidumbres personales y cánones impuestos a los campesinos. Incluso en Prusia (excepto en los territorios occidentales) la nobleza aún conserva, a pesar de las reformas llevadas a cabo antes de 1814, nn lugar especial en la sociedad rural, con sus derechos de policía y de jus ticia sobre los campesinos, que les permiten dictar penas leves. Los siervos po lacos están emancipados desde 1807; pero siguen Btn tierra y a merced de los nobles. Excepto en el contorno occidental del imperio ruso, sobre todo en Es tonia y en Curlandia, el movimiento de emancipación se interrumpe brusca mente después de la victoria. La ascensión burguesa hacia la igualdad civil señala un intervalo, aunque el código Napoleón sigue rigiendo, temporal o de finitivamente, los Países Bajos, la Prusia del Rin, Badea, el gran ducado de Berg, los reinos de Nápoles y de 'Polonia. Legalmente — la nobleza prusiana “ tiene un derecho de preferencia para los cargos honoríficos que ha demostra do ser capaz de desempeñar” , — y más aún de hecho, la nobleza conserva el privilegio de los altos cargos.
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CONCLUSIONES GENERALES
Por consiguiente, el esfuerzo de consolidación o de restauración de 1814* 1815 no se limita a establecer mejores gobiernos, a traer de nuevo las dinastías, a rehacer Europa y a bosquejar una solidaridad europea del ideal conservador. La obra no es únicamente política; apunta a toda la sociedad. Una sociedad marcada por el temor, y que reniega de las ideas del si* glo xvill, el gran responsable de la catástrofe.
III. VALORES DE L A CIVILIZACIÓN RESTAURADA Revolución es el mal absoluto. Metternich ve en ella una “ aterradora catástrofe social” , a la cual ha escapado por milímetros *‘el mundo civilizado” . Para él, Napoleón es ula Revolución en carnada” . Después de un cuarto de siglo de terribles desquiciamientos, la ansiosa civilización de 1815 busca sus propios valores: valores de fijación, de trascendencia, de prohibición, en lueba contra la razón crítica y el voluntaris mo del contrato revisable. Las baila, ante todo, en una restauración religiosa y moral. Las tesis de Bonald expresan maravillosamente esa solidaridad del trono y del altar. Y tam bién Joseph de Maistre: Categorías eternas
El principio religioso preside todas las creaciones políticas, y todo desaparece cuando aquél se retira... Europa es culpable por haber cerrado los ojos a esa gran verdad, y sufre porque es culpable.
Responso de Metternich que deja traslucir el sentimiento común de las élites restauradas: todo el mal procede de “ un siglo de irreligión” , con “ sus supuestos filósofos” y “ sus falsas doctrinas” . Indudablemente, la Iglesia quedará en el Estado, como antes: pero no com o sospechosa, com o rival, que debe vigilarse, del poder monárquico, sino como insustituible colaboradora. La guerra contra el espíritu revolucionario presupone la paz entre las iglesias y la paz en la Iglesia. La gran lucha social ha esterilizado la gran lucha religiosa. P or vez primera desde el comienzo de los tiempos modernos, soberanos de tres confesiones cristianas, hablan, de bnena gana o no, en un pacto com o el de la Santa Alianza, el mismo lenguaje místico. Para la Iglesia anglicana el Anticristo ya no es el Papa, sino Napo león. He aquí que, en 1814, Consalvi es acogido en Londres, en este reino pro hibido a los papistas desde hacía más de doB siglos y medio. Más tarde, el em perador de Austria y el rey de Prusia realizarán resonantes visitas a Roma. Se ha acabado ya con el jansenismo, el galicanismo, el febronianismo, el joaefism o: estas disputas arcaicas pasan a segundo plano. Con el consentimiento
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general de laa cortes interesadas, F ío V i l restablece el 7 de agosto de 1814 la Compañía de Jesús, suprimida cuarenta y un años antes por Clemente X IV , ante la hostilidad general de dichas cortes. No sólo la distribución de la nueva Europa se realiza “ en nombre de la muy santa Trinidad” , sino incluso la reconstrucción interna de la sociedad, al menos tal com o la quieren los dueños del momento. Los teóricos del absolu tismo como Bonald, como J. de Maistre, como el beraés Haller en su Restau ración. de la ciencia política (preparada desde principio de siglo y que tanta resonancia tendrá en la Europa alemana) expresan muy bien esta corriente de ideas. La sociedad no es contractual. Dios la ba creado y le ha dado sus ins tituciones. Hecho necesario y primitivo, eterno y universal, se impone al hom bre, que no la puede cambiar. “ Una constitución política es una obra divina.” Indudablemente, no se trata de una constitución escrita en el sentido corrien te, sino algo que la naturaleza nos revela sin lugar a dudas. P or mucho que la Carta y otros monumentos semejantes puedan proclamar la igualdad civil, la desigualdad natural siempre la tendrá en jaque. Haller invoca la historia, que le muestra, en muchos aspectos, que el estatuto de la monarquía tradicio nal es una aplicación del derecho común de todas las épocas. El príncipe existe antes que el pueblo, como propietario del país en el cual reina y al eual rige com o si se tratara de una heredad: manda com o puede hacerlo el cabeza de familia, el patrono, el capitán; “ com o el propietario territorial manda a sus criados, a sus obreros, a todos los que residen en sus tierras” . El Estado no ha sido formado de abajo arriba, sino de arriba abajo; En lagar de la voluntad general, la le? divina natural..,; en lugar de la soberanía o de la independencia del pueblo, la soberanía (personal del dueño), de aquel que es indepen diente por su poder y su fortuna...; en lugar del poder delegado, el poder personal, es decir, recibido de D ios...; en lugar de mandatos imaginarios... los deberes de justicia y de amor que obligan a todos los hombres.
Sobre estas bases será restaurada la autoridad real, cuyo menosprecio corre paralelo, observa el marqués Clermont-Tonnerre, con el de la autoridad pater na y del matrimonio. Las causas de la monarquía y de la familia gou solida rias, Muchas veces incluso son las mismas. Una y otra se basan en la autoridad y en la herencia. Y el derecho universal de herencia es válido tanto para la soberanía como para cualquier otro bien patrimonial. El derecho de las sucesiones no es, sin duda, el mismo para todos esos bie nes. En materia de soberanía, las limitaciones jurídicas van acompañadas por una especie de prohibición natural: no puede adquirirla quien lo desea. So mos prisioneros de nuestro medio. Chateaubriand dirá que un hombre “ salido de las capas inferiores de la sociedad" no puede desposeer a su dueño y “ ocu
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par un lugar entre los soberanos legítimos...” En cambio, la fidelidad aparece com o la mayor virtud social: adhesión, fidelidad a la persona, al soberano; fide lidad al dueño, al patrono; fidelidad a la profesión, a las costumbres, a la tra dición, a los valares morales de siempre. Valores que la Revolución y el Imperio — según el criterio de los hombres de 1815 — han pisoteado. En nombre de las leyes, dirá una vez más Chateaubriand, se derriba la religión y la moral, se renuncia a la experiencia y a las costumbres de nuestros padres; Be destroza la tumba de los antepasados, única base sólida de cualquier gobierno, para fundar sobre una razón incierta una sociedad sin pasado y sin futuro.
En tales condiciones, prosigue el polemista, ¿cóm o dehemos asombrarnos de los inauditos excesos de estos últimos veinticinco años? ¿De la muerte de Frotté y del duque de Enghien, de la tortura y del asesinato de Pichegru? ¿D e los malos tratos inferidos al Soberano Pontífice, al que el Corso, con sus propias manos, golpeó y arrastró por los cabellos? Una vez más, insiste Mettemich, el siglo xvm es el gran culpable, al menospreciar “ todo lo que la cordura hu mana ha reconocido que está íntimamente ligado a principios de moral eter nos” . Principios que Castlereagh no desespera — a pesar de las apariencias — de volver a enseñar al “ pueblo de Francia” . Divinidad, herencia, fidelidad: éstos son los principios de una restaura ción social. De una restauración que, adoptando una opinión contraria al uti litarismo del siglo xvm, sabrá, si es necesario, imponer una detención al progre so material, al bienestar humano, en cuanto presupone un peligro de contamina ción revolucionaria. Los libros de medicina del “ jacobino” Brouseais no entran en Austria. La discusión, en Roma, de novedades francesas como la vacu na y la iluminación de las calles; la destrucción, por orden del rey de Cerdeña, del jardín botánico de Turín, participan todas de la misma mentalidad. La afición al placer — “ el gusto por los lujos y los gastos superiores a la fortuna” — que la prosperidad económica, antes de la crisis de 1812, no ba hecho más que desarrollar, es también denunciado como peligro. Parece latir aquí una especie de desconfianza conservadora y rústica contra todos los cam bios, incluso contra esa variedad sospechosa de la riqueza que viene demasiado de prisa y compromete la vida tradicional. Esta ruptura con el siglo xvin actúa profundamente en La oleada romántica todas las actividades que puedan quedar marcadas por la influencia de los medios dirigentes. El nuevo auge de la literatura, una orien tación modificada de la inteligencia, no son los aspectos menos importantes de la civilización restaurada de 1815, Además, en este terreno y durante cier to tiempo, la influencia de los pueblos que participaron ampliamente en la ludia contra Francia trabaja a la par que la de las é lite s conservadoras.
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Indudablemente, nada hay en el prerromantieiemo ni en el romanticismo primitivo — con Rousseau, Herder, el Goethe de la juventud y de la madurez, Schiller — que indique una inspiración política o social hostil a las tendencias generales de la época. Por lo contrario, en ella hallan a veces una expresión reforzada. Y el movimiento reasumirá esta orientación en su última época, cuando el mismo siglo xix, con sus revoluciones, volverá más o menos al xvm. Pero en medio, entre estas dos grandes etapas, florece en la lucha contra Francia y la nueva estimación de todos los antiguos valores, un romanticismo cristiano, católico, medieval, que añora un pasado tradicional. A decir verdad, los oríge nes del romanticismo le predisponían en cierto m odo para esta misión. Surgido de una fuerte reacción antirracionalieta, de una liberación de la sensibilidad, iniciando un nuevo diálogo con Dios, su religiosidad facilita este regreso a la re ligión. Sus nuevos temaB de inspiración: la vida rústica, la sencillez y la gran deza de las épocas primitivas, la leyenda épica y lejana, son causa de que sea vulnerable a la llamada de la tradición, de la reviviscencia. Cuando llega la lucha contra la Francia revolucionaria, el compromiso de los pueblos, el enor me desarrollo de la curiosidad pública y de la clientela literaria, el movimiento se hallará “ comprometida” a su vez. Más o menos, es cierto, según los países y los individuos, y algunos defenderán braviamente su independencia. Mas en la amplia medida en que el romanticismo adopta una posición ante los problemas de su época, le devuelve con generosidad lo que de ella ha recibido. Esto significará, sobre todo en la poesía romántica alemana, el triunfo de lo irracional, la apología del misticismo, del catolicismo y del monarquismo. Ya Novalis, fallecido en 1801 tras breve carrera, escribe que “ el sentido poé tico está estrechamente emparentado con el sentido profético, con el sentido religioso, con el éxtasis en general” . El maestro Schlegel enseña, en 1812, que la poesía francesa sólo puede renovarse volviendo a sus antiguas fuentes y a “ la veta pura del entusiasmo religioso” ; mas este renacimiento sólo es posible si las “ mentes retroceden” , si “ la poesía regresa a las antiguas épocas de Fran cia” . Cada país debe inspirar a sus poetas. En Alemania, según Tieck, “ el sen tido patriótico de las nuevas obras quedaba totalmente desvanecido” cuando imperaba la literatura francesa. Los Sonetos acorazados de Rückert exaltan, en 1814, el sentimiento nacional. También es nacional el teatro, con el Sigurd de Lamotte-Fouqué y la Batalla de Arm inio de Kleist. De todos modos, esto no significa que los románticos alemanes formen un frente político homogéneo: Ubland y el mismo Tieck son demócratas o liberales, mientras que — juuto con Novalis — Brentano y Eichendorf son cristianos nacionalistas. Beethoven, al qne antaño le había inspirado el espíritu republicano, escribe en 1813 su sin fonía sobre la Batalla de Vittoria, en la que canta la victoria de Wellington. Ha cia la misma época, Jukovski escribe en Rusia E l bardo en e l cam po de los
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guerreros rusos, y la Epístola al zar victorioso. En la literatura inglesa los acon tecimientos ejercen menor influencia, sobre todo en los dirigentes. Lord Byron, cuya obra ejercerá una influencia sin par aunque la muerte le sobrevinie ra a loa 36 años, sigue siendo, a su manera, un revolucionario, que manifiesta el mismo desprecio hacia el opresor que hacia el oprimido. La Peregrinación de Childe Harold se publica entre 1812 y 1817. Entre los románticos, Shelley, que morirá a los 29 años, escribe profesiones de fe ateas, incluso en su Reina Mab, aparecida en 1813} pero Wordsworth y Coleridge, que por entonces aca ban lo más esencial de su producción, se han pasado al bando que lucha con tra Napoleón. Walter Scott, novelista de las tradiciones y “ poeta de la legi timidad” , es tory. En Francia, sólo un nombre de primera fila: Chateaubriand. Además de Atala y Rene, produce tres grandes obras, de inspiración muy significativa: el G enio del cristianismo, publicado en 1802} los M ártires, en 1809; el Itinerario de París a Jerusatén, de 1811. A pesar de esta brillante aportación, la prima cía ya no es patrimonio de Francia: faltan hombres. El poder y las ideas de se desarrollan en otros países. El eclipse de la Francia literaria coincide con el de la Francia política. Pero en esta Europa dominada en la que la contra rrevolución se organiza, la torre medieval y cristiana del romanticismo procla ma a su manera los valeres de la restauración a la que ya hemos visto triunfar. ,
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Así, pues, la sociedad de 1815 nos muestra la debilidad , ' , , „ . del nombre frente a las categorías eternas. Existe una religión eterna, una moral eterna, una jerarquía eterna, un orden divino y humano eterno. Un orden que insiste no en los derechos, sino en los deberes, en los “ mandamientos” . Impregnadas por la mentalidad social de la aristo cracia o por la reducida oligarquía dirigente — que, desde luego, en el conjun to de Europa sigue proporcionando los cuadros de mando — la moral religiosa y la enseñanza general de las iglesias constituyen el sistema defensivo m ejor coordinado del mundo tradicional, lo cual, no debe olvidarse, jamás había dejado de ser así desde hacía siglos. Mas esto, el notable de 1815 lo ve con lu minosa evidencia: el notable terrateniente. Su pesada e inmóvil sociedad vence a la sociedad industria], que cuenta con riquezas, ideas y figuras que circulan con rapidez. El miedo social es causa de su firme arraigo: la desconfianza vence al optimismo atrevido, a la fe en el incomparable destino de los pueblos, que antaño estaba simbolizada por un CondorceL La lucha que acaba de producirse pone frente al siglo xvm y su civiliza ción de movimiento que sólo emana del hombre, una civilización de resistencia que se apoya en Dios. Los valores restaurados
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IV . AMENAZAS CONTRA L A SOCIEDAD RESTAURADA observamos en 1815, eBta civilización parece tener po sibilidades : la posibilidad de sus fnerzas propias y de la nue va “ Sociedad de los Estados” ; la posibilidad de una larga serie de desengaños; de la laxitud, de la espera de una paz próspera. Incluso la posibilidad del m iedo social, ya que el temor no sólo ba invadido los medios aristocráticos o “ restau radores” , sino que además y desde hace largo tiempo ha disgregado el frente burgués y, en Francia, impide durante las dos últimas invasiones, la organiza ción de una defensa nacional a la manera del 93. Muchos núcleos de la gran burguesía ansian colaborar. De este modo la restauración del antiguo mundo, en la medida en que ha sido realizada, puede sugerir a muchos contemporáneos mía ilusión de solidez. Sin embargo, la situación sigue preñada de amenazas. Fuera de Europa, pero también en la misma Europa, y es precisamente aquí donde presionan las más terribles. Fuera de Europa, el mayor acontecimiento lo constituye de los Estados Unidos e* rápido desarrollo de esta joven república americana, a la que, veinte años atrás, los teóricos del Antiguo Régi men, sólo le concedían escasas probabilidades de vida. República burguesa en pleno crecimiento, último coleteo del siglo xvui, aparentemente fiel a los va lores originarios: a la filosofía revolucionaria, a los derechos del hombre, a la constitución-contrato. Y que, además, desde 1815 parece aportar la negación de la historia a los dogmas eternalistas de la Santa Alianza. El país no cesa de extenderse, sobre todo hacia el oeste, pero también en dirección sur. La marcha hacia el Pacífico comenzó con la adquisición de Luisiana (comprada en 1803 al Primer Cónsul), con el desplazamiento hacia el Middle-West, Ohío y Mississipí, de una población de colonos; con el estable cimiento (1811) del primer puesto americano en la costa del Pacífico, en la desembocadura del Columbia. Una parte de Florida fué anexionada entre 1810 y 1813, En este momento, la Unión ocupa más de 5 millones de kilómetros cua drados, en lugar de los 2 millones con que contaba al principio. Desde 1790, su población se ha duplicado con creces, y, hacia 1815, asciende a unos 8 ó 9 mi llones de habitantes, es decir: la mitad de la población del Reino Unido, las dos terceras partes de Gran Bretaña. Junto a ella, el Canadá leal cuenta muy poco, con bu m edio millón de súbditos. Bajo los efectos de los fenómenos ya señalados en la Europa del siglo xvin, pero que aquí actúan con mayor fuerza, las actividades económicas se multi El miedo social
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plican y la cuantía de los beneficios se acumula a un ritmo sin precedentes. El mercado interior se amplia, merced al crecimiento de la población. Y , asi mismo, el mercado exterior, hacia Europa y la América latina, gracias a las ventajas comerciales que proporciona al país la neutralidad en una coyuntura de guerra general: aunque el bloqueo inglés resulte cada vez más estrecho des pués de la ruptura de la paz de AmienB. P or su parte, la subida de los precios americanos — esbozada en el diagrama de la página 581 — incrementa en pro porciones considerables el giro y los beneficios. Entre 1791 y 1810 el tonelaje utilizado por el comercio exterior casi se triplica, mientras que a partir de 1807 el valor de las exportaciones ha sobrepasado el séxtuplo. La producción indus trial sigue el movimiento, el número de brocas quizá se ha elevado de 8.000 en 1808, a 500.000 en 1815. En los tejidos de lana el progreso es más lento. Mas en todas partes, en las grandes empresas se instaura una industria totalmente nueva y bien equipada. Las mismas circunstancias, el desarrollo de las ciudades y del consumo interior favorecen los oficios de la construcción y el pequeño comercio. Por su parte, la elevación internacional de la cotización de las ma terias primas, muy sensible hasta aproximadamente 1810-1812, produce un aumento de la producción agrícola, máxime por abundar los terrenos suscep tibles de ser dedicados a la gran plantación o al pequeño cultivo de víveres. Hacía el interior, sitio para todos: tierras indias, tierras de un indigenado diseminado y rechazado hacia el oeste, a partir de 2 a 3 dólares por una hectá rea francesa; mientras que el jornal de trabajo de un obrero no especializado asciende a 80 centavos o un dólar. Con todo ello, parece com o si en ese paraíso de ,1a empresa libre cada uno pudiera realizar sus posibilidades. Indudablemente, se trata de un paraíso es clavista, y que, además, postula la exterminación del indio; mas de esto nadie, o casi nadie, se preocupa; de eso, a pesar de la abolición de la trata en 1807 — la cual no impide la reproducción y el aumento de la mercancía negra, — aún □o se hace un gran problema nacional. Finalmente, en esa democracia económica en franco auge y reservada a la raza blanca, la clase de los jefes de empresa, el elemento creador por excelen cia de la burguesía, prolifera desde arriba abajo de la sociedad. . ,„ Por consiguiente, a los ojos del mundo la república ame» Victoria republicana ° . ,, ncana representa un esplendoroso éxito material. Y, al mismo tiempo, una creación democrática afirmada cada día más. A l principio, hasta 1800, habían dominado los moderados federalistas. Uno de ellos, el mi nistro de Hacienda Hamilton, habla de volver a poner el gobierno en manos “ de las clases superiores” . Acusados de formar un “ partido inglés” , de ser hom bres de la contrarrevolución, por sus adversarios republicanos que exigen-— al menos en sus declaraciones propagandistas — entrar en guerra al lado de la
VIL — Los fusilam ientos del 3 de mayo de 1808
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Revolución francesa, estos individuos llegarán, ante las coacciones que el Di rectorio impuso al comercio neutral, y por sus torpezas ofensivas, incluso a romper las relaciones diplomáticas con él. Los republicanos los expulsan del poder en 1800, y esto para un período de 30 años, JefferBon, redactor de la Declaración de independencia de 1776, el amigo de la Francia revolucionaria, al que sus adversarios federalistas presentan como un “ galómano” y “ jacobino” , considera su elección para la presidencia como una victoria democrática sobre “ una facción de energúmenos anglómanos, realistas y aristócratas” . Sin embar go, sigue una política conciliadora, que acaba por desconcertar y disolver el federalismo. Asimismo, en cuanto a la política exterior, su intención es mante ner al país apartado de la gran guerra. Feto la inspección de los buques ame ricanos por las escuadras inglesas multiplica los incidentes; el embargo de las mercancías extranjeras amenaza oon arruinar a loa armadores; el brusco des censo de las exportaciones de trigo y de algodón desazona a los granjeros y plantadores del oeste y del sur. Añádase a ello las ilusiones, las ambiciones. Nadie duda de que se conquistará el Canadá. Madison, sucesor de Jefferson, declara la guerra en 1812. Por consiguiente todo un cúmulo de circunstancias — en el que, desde luego, la ideología no desempeña ningún papel activo — ha logrado, de hecho, que los Estados Unidos se alinearan al lado de Francia en el momento más crítica de su conflicto con Europa. Con ello empieza la segunda guerra ame ricana de “ independencia” de resultado dudoso, en la que se enfrentan mili cias mal adiestradas con las tropas aguerridas de Wellington, traídas de Es paña en 1814. Un pequeño cuerpo expedicionario inglés desembarca en la bahía de Chesapeake, se apodera de Washington, y prende fuego al Capitolio y a la Casa Blanca. Represalias, será la explicación: las tropas americanas ha bían incendiado el Parlamento de Toronto. Y simple incursión. No se vislum bra ninguna solución militar. La paz se firmará en Gand, en diciembre. Una paz sin vencedor ni vencido. Una paz de stfUu quo, pero que precisa mente confirma la independencia de la gran república, de la que la Europa de la Santa Alianza no vuelve a ocuparse. Una independencia reforzada por los progresos de la independencia económica, debidos a su vez a los progresos del instrumental industrial. Y esto, en plena expansión de la democracia, al conce derse el derecho al sufragio en el interior de los Estados. De esos graves acontecimientos en el curso de los cuales se ha enfrentado con el miembro más poderoso de la gran coalición, la República sale reforzada y, a pesar de ser tan joveD, com o rejuvenecida aún más por un regreso a sus fuentes. Está animada por nuevas fuerzas. En primer lugar, una más elevada conciencia nacional, originada por los peligros y las solidaridades de la lucha. Un joven abogado de Washington, Key, escribe entonces su Bandera estrellada.
38. —H, G. C. —V
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CONCLUSIONES GENERALES
En el sur, en ese continente americano que empieza a considerar suyo por en tero, se han elevado nuevas estrellas. En el mismo instante en que la Revolución vacila y se extingue en Europa, repentinamente la inmensa América colonizada se incendia. Desde La Plata a Nueva España, de Buenos Aires a Mé jico, las guerras de independencia latinas repiten las guerras de la Independen cia “ americana” . Tanto en unas como en otras, en la mayor parte del Nue vo Mundo, al sur, al norte, desde “ Argentina" hasta la frontera canadiense, aún flotan, a principios de 1814 y a pesar de inquietantes fracasos, las banderas constitucionales o republicanas. La revolución procede de una larga fermentación de los ambientes criollos, de una burguesía de plantadores, de comerciantes, de intelectuales de la mis ma cepa. Indudablemente, cata burguesía ha madurado según sus propias le yes. La sociedad colonial, sobre todo la americana, plantea de una forma muy peculiar sub problemas de razas, de clases, de espacio, de aislamiento. Y, por otra parte, esta “burguesía” siente con mucha mayor intensidad que en otros lugares sus limitaciones oligárquicas, Pero, en el fondo, ba crecido de la misma manera que las demás burguesías del siglo. El movimiento de los negocios y la subida general de los precios la han enriquecido a un ritmo basta entonces desconocido. Su enriquecimiento material lia id o acompañado por un enrique cimiento cultural y por la multiplicidad de contactos en la ciudad engrandeci da. Arrastra tras sí a una clientela ignorante, compuesta de mestizos y escla vos. Eu ella se bailan, simultáneamente, las luces, el verdadero poder, la voluntad de cambio. Su pensamiento está guiado por la filosofía francesa; se siente atraído por el ejemplo de las revoluciones americana y francesa. Prosigue su propia educación política y agrupa sus elementos destacados en sociedades secretas. Ricos criollos se adhieren a las logias, o bien experimentan la influen cia masónica: Bolívar, gran lector de Juan Jacobo y de Plutarco, San Martín, Moreno, que desempeñarán, junto con Miranda — el amigo de los girondinos, el soldado de 1792— , los principales papeles de la nueva revolución. Al igual que las demás burguesías, la “ burguesía” criolla de principios del siglo x n aspira, más o menos conscientemente, a conquistar el Estado. Exclui da de los altos cargos públicos en las colonias españolas y considerada como elemento social de segunda categoría, en el momento en que se imponen más que nunca su riqueza y su conciencia, sueña, en los ambientes más evoluciona dos, con una constitución a la americana. Por otra parte, sus intereses econó micos exigen la supresión de la exclusiva. El país debe vivir para sí mismo. Con ello, la fórmula de emancipación que actuará en beneficio de la oligarquía colonial adquiere un carácter liberal y nacional. Muy pronto, la Iglesia cató Revoluciones latinas
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lica se dividirá acerca de esos problemas; pero, al principio, aporta una ayuda considerable: ulcerada por la supresión de los jesuítas, lleva a cabo una lucha sorda contra la dominación española. Desde un punto muy distinto, los aconte cimientos de Europa, que van a desencadenar la gran lucha, cooperarán efi cazmente. Cortejadas por los dos bandos, ayudadas o animadas simultáneamente por Inglaterra, Francia y Estados Unidos, las colonias hallarán en esta coyun tura una magnífica ocasión para emanciparse. £7 B
'I
f o r e r o de 1808, Brasil se convierte en lugar de refugio de la familia real, que ha huido ante el ejército de Junot. El regente de Portugal — el futuro Juan V I, que sustituye a su madre, loca, — la corte y la administración se instalan en R ío de Janeiro, que, con ello, pasa a ser capital de un Estado, de hecho independiente. A partir de entonces, la Casa de Braganza y los hombres políticos que la han seguido gobiernan el país, ya no com o una colonia de explotación, sino com o territorio que debe subvenir a sub necesidades y actuar por sí mismo. Y equipan el país a la europea, con minis terios, tribunales, escuelas. Los puertos brasileños se abren al comercio extran jero, sobre todo el inglés y el americano. Los acuerdos aduaneros con Inglate rra (febrero de 1810 y diciembre de 1812) conceden a ésta un régimen de favor. Y como consecuencia de ello se produce un prodigioso ange en todos los terrenos, que condena una ulterior restauración del pacto colonial. Además, ni el principe regente ni su camarilla lo desean. Helos ya adaptados a la nue va vida, v ello hasta el extremo de desentenderse de Portugal, abandonado por Napoleón. Brasil conserva su autonomía hasta 1815, en el seno del Reino Uni do de Portugal, Brasil y los Algarbes, reconocido por el Congreso de Viena. Aún no nos hallamos ante la revolución liberal; pero sí ante una especie de “ revolución” nacional. Pero es sobre todo la América española la que ha sido pre8a ,je| COT1tagio revolucionario, y ello a pesar de las precau* españolas ciones del gobierno. Las colonias se han negado a reconocer a José en 1808 y se han declarado adictas a Fernando VIL Sin embargo, pretenden administrarse por bí mismas durante el cautiverio del rey y exigen la vuelta a las antiguas tradiciones municipales, al cabildo abierto, esa asamblea local democráticamente abierta a todos. La Junta central españo la se opone a ello, y sólo les concede una irrisoria representación en las cortes que han de reunirse en Cádiz, La negativa despierta contra los españoles de la metrópoli la indignación de los coloniales. Bolívar, sus amigos, el canónigo chileno Madariaga, constituyen a su vez uua junta, cuya soberanía es recono cida por todos los cabildos. En Venezuela, en Nueva Granada, en Buenos Aires, La sublevación
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CONCLUSIONES GENERALES
loa virreyes o capitanes generales son expulsados en el transcurso de las rá pidas jom adas revolucionarias. En Buenos Airea, estalla la revolución del “ 25 de mayo” de 1810. En julio, Chile proclama su independencia. Casi en todas par tes los criollos arrastran tras ai las masas primitivas de mestizos, esclavos ne» AUGE DE LA ECONOMIA EUROPEA SEGÚN EL MOVIMIENTO DE PRECIOS NACIONALES (I) (Productos coloniales excluidos)
Francia -------------- A le m a n ia
groa e indios. El acontecimiento tan anhelado se realiza sin resistencia, en nom bre de los Derechos del Hombre y de la religión católica. Mas estos fraternales principios, pronto toman fin. Se consolida la reacción. Muy pronto se perfila la lucha entre la burguesía criolla y la casta privile giada de los chapetones “ leales” , de los funcionarios españoles que preten den conservar su poder, aus bienes, bus cargos. Los prelados se inclinan por los legalistas, mientraB que el bajo clero se une a sus adversarios. También los mestizos y los indios se dividen. Sólo los negros se alistan sin reservas en una revolución en cuyo programa figura la abolición de la esclavitud. Los legalis tas, apoyados por numerosos elementos indios y por tropas venidas de España después de la restauración de la antigua monarquía, desbaratan a menudo el1 (1)
Base 1789-1817 = 100. Cf. infra, pág. 581, n. 2 . común a los dos diagramas.
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movimiento. Quito ha sido reconquistado en 1812. Venezuela, que en 1811 pro clamó una constitución calcada de la de los Estados Unidos, y donde el “ ja cobino” Bolívar ha sucedido al “ girondino” Miranda, es reconquistada en 1815. En Nueva España, la revolución asiste, desde 1808, a una alternancia de éxitos AUGE DE LA ECONOMIA INTERNACIONAL SEGÚN EL MOVIMIENTO GENERAL DE PRECIOS (1) (2)
Rçina Unido- Precio Oro - variante papel
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Alemania
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y de fracasos. La lucha ha tomado un carácter muy especial y los indios des empeñan en ella un papel principal. V e la luz una constitución, elaborada por el Congreso de Chilpancingo. Y henos aquí, en noviembre de 1813, con que es proclamada la independencia mejicana. Pero un cuerpo expedicionario de ocho 1 (1) Base 1801-1817 = 100. <2) Estos índices, de mny distinta composición y elaboración, no permiten hacer com paraciones anuales entre loa países tomados en consideración; aquí sólo sirven com o testi monio de la elevación mundial de los precios "oro” dorante la mayor porte del período revo lucionario y napoleónico. Por otra parte, recordemos que los acontecimientos bélicos, que ocurren, según los países, en épocas muy distintas, actúan, por eso mismo, d e mny distinta manera sobre cada curva nacional.
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CONCLUSIONES GENERALES
mil hombres llega de España. El movimiento es aplastado, y su jefe, un cléri go, el criollo Morelos, es fusilado en diciembre de 1815. Sin embargo, en el sur, una parte de los países de La Plata resiste. Y aquí, la victoria de la re volución es definitiva. Es una victoria total, que alimenta la esperanza de otros lugares, una esperanza a la que no puede faltarle el apoyo de los intereses políticos y co merciales de los Estados Unidos. ¿Acaso también de Inglaterra? Aunque su tratado de ju b o de 1814 con España le prohibe ya suministrar armas, conser va en esos nuevos mercados el trato de nación más favorecida, ¿Acaso no ha brá de seguir la política de sus mercados? Además, para ella, así como para los Estados Unidos, la acción será fácil: quien posee el océano manda en el Nuevo Mundo, Frente a ese nuevo mundo, cuyas fuerzas más vivas vienen algo así como a contradecir y a desafiar desde fuera los valores de la Santa Ahanza, el frente europeo podría dislocarse. , , Además, eu la misma Europa, ¡cuántas “ contradicciones” , de la burguesía silenciosas pero capitales, hay para quien supiera y pudie ra ver! No cabe duda de que la contrarrevolución triunfa y que una parte de la burguesía se asocia a este triunfo. El mazazo de 1815 deja a los pueblos inertes. Pero las fuerzas que han realizado la revolución no dejan de ir en aumento. Las posibilidades de una sociedad y de una anacrónica civilización de te rratenientes siguen siendo irrisorias en el momento en que ya ha comenzado la revolución industrial. Se trata de una revolución de la que, en 1815, ya pueden discernirse su sentido y su naturaleza, que consisten en introducir en la vida, com o si quisiera desafiar a esa época en que el M ovim iento político pa rece herido de muerte, un M ovim iento económico irresistible, una aceleración de ritmos que actuará, al menos para empezar, en favor del poder burgués. Si la comparamos con la civilización agrícola o rural, la civilización comercial e industrial es ya de por sí una civilización de velocidad. En el segundo de esos sistemas, tanto la producción com o los intercambios y el consumo crecen a un ritmo m il veces más rápido que en el primero. Y esta superioridad natnral se verá poderosamente aumentada por la difusión de las nuevas técnicas. La nue va economía “ burguesa” , mucho más elástica que la antigua, deja aún a ma yor distancia a la rígida economía rural. Arrastrará en un avance común al grupo emprendedor que la organiza. La revolución industrial, que se caracteriza por el acoplamiento en masa y general de la máquina de vapor y de la máquina-herramienta, está desde luego en sus comienzos. Los veinticinco años de trastornos internacionales han dificultado o interrumpido las preocupaciones técnicas del siglo xvin. Sin em bargo, se han planeado algunos jalones. La primera fábrica' movida por vapor
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se establece en Mancbester, en 1806. La importancia de la máquina de vapor aumenta en la industria metalúrgica, en especial después de la creación del horno para pudelar y del laminador. Los engineers multiplican las máquinaeAO G E DE LA ECONOMIA INGLESA SEGÚN LA CARTERA PR IV A D A Y EL PAPEL DESCONTADO DEL BANCO DE INGLATERRA O)
M m av ■
Cortera privada Prodocto del papel deacontado (del mea de agosto del año anterior al d e agosto del año considerado)
herramienta. Y a en 1803 Hedley construyó su primera locomotora, y en 1810 Stevenson inició bus trabajos. Los railes metálicos sustituyen a los railes de madera que ya se usaban para transportar el carbón en la cuenca de New-1 ( 1 ) De esas corvas, en las que actúan, directa o indirectamente, los acontecimientos bélicos de todo tipo, sólo podrá deducirse la indicación — desde luego mny clara — del movi miento cíclico y de la tendencia general de larga duración.
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CONCLUSIONES GENERALES
castle. El alambrado de gas, el único que permitirá que las fábricas trabajen día y noche, es instalado en Londres en 1807, en Pall Malí. Pero siempre, de jando de lado la mina, sigue siendo la fuerza hidráulica la que mueve el con junto de la gran industria. Durante el cuarto de siglo que acaba de transcurrir, lo esencial — por muy atrayentes que parezcan en 1815 las perspectivas próximas — reside, mucho menos en la novedad de las estructuras que en la continuidad de la coyuntu ra, mucho menos en la renovación del aparato productor, que en la persis tencia, reforzada, del ambiente económico del siglo xvm, Un ambiente de en riquecimiento, de superbeneñcio, de multiplicación y de madurez burguesa. Para ello, basta con echar una ojeada a los diagramas de las páginas anterio res. La larga subida de los precios, iniciada mucho antes de la Revolución, pro sigue basta m acho después, casi basta 1810-1812, y a escala internacional. Y con las consecuencias de costumbre: la Bubida más que proporcional de los márge nes de beneficio, la incitación a producir más, la ampliación de los intercam bios, el progreso general del comercio, tanto del grande como del pequeño. Con ello, el vendedor gana en el doble aspecto de los precios y de las cantidades. Una inflación relativamente moderada, qne desde luego contrasta con la circu lación-oro de Francia, se une a menudo a la facilidad de la ganancia. El act de restricción de 1797 le lia impedido al Banco de Inglaterra reembolsar a sus acreedores en metálico. Aún sobrevive en 1815. Prácticamente, el régimen mo netario consiste en la no-convertibilidad y en la cotización forzosa. La desva lorización de la esterlina de papel alcanza más del 25 por 100 en 1814. El florín, el rublo, la corona sueca, pierden m acho más de la mitad de su valor nominal. Ha sido preciso la ayuda de la inflación para sufragar los enormes gastos de guerra en la mayoría de los países. Un desplazamiento de riquezas, que bene ficia a los vendedores de productos, a los jefes de empresa de cualquier cate goría, acompaña a esas desgracias monetarias. La subida de los descuentos, re presentada en las curvas de la página 583, expresa ampliamente la del giro de los negocios del gran com ercio inglés. Idéntica situación hallamos en las prin cipales plazas del continente. Tentativa insensata: la civilización restaurada trata de herir con una grave disminución política y social precisamente a la burguesía creciente, en pleno crecimiento económico. ^ jj Podían plantearse además serías dificultades en los negocios. británico La historia no es reversible. Tras haber alcanzado cierto ni vel de cultura y de conciencia, la burguesía seguirá jugando su propia partida. P or mucho que se esfuerce el antiguo mundo, constituye ya un elemento capital y permanente de la sociedad política. Su pensamiento autó nomo, sus intereses autónomos, poseen medios de expresión también autónomos, reflejados por una gran parte de la prensa, en franco ange. Inglaterra cuenta
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con ocho diarios de la mañana y och o de la tarde, entre ellos el Tim es, diario de información ministerial, el M orning C hronicle, whig, el Marning Post, tory, que no sólo relatan los acontecimientos sino que también publican artículos de fondo. Entre las revistas, la Quarterly R eview , conservadora, replica a la R evue iTEdimbourg, fundada en 1808 por los whigs. Muchas ciudades cuestan con su book club. En Londres y en las capitales de las regiones se fundan clubs culturales, una especie de sociedades literarias y científicas. La agitación “ li beral” y radical se prepara ya ante la ley de 1815 que acaba de elevar aún más la escala móvil de los cereales. Bentham ha organizado el movimiento que pre tende derribar el antiguo sistema electoral. En su Catecism o para la reform a parlamentaria, redactado muchos años atrás, acusa al rey y a la reducida oli garquía dirigente, que pretenden ser los tutores del resto de la nación, de dila pidar los bienes del pupilo. Con mucho retraso, sin duda alguna, pero a su manera y aun del ultetáismo en Rusia
a P®981 ^as coacciones legales, ciertos elementos liberales de Prusia, de Austria y sobre todo de Rusia, siguen el movimiento. El M ensajero d e Europa, de Karamzin, el M en sajero ruso, de Glinka, y el Espíritu d e los diarios se publican en Moscú. El elevado coste de las suscripciones es causa de que la clientela sea reducida; pero, al igual que en el siglo xvm, se presentan propagandistas entusiastas. Laa guerras— en especial la gran guerra nacional de 1812— contribuyen a des pertar la conciencia política de I03 oficiales, soldados y guerrilleros. En tér minos más generales, gracias a la invasión de Occidente surge ante los ojos de la nobleza rusa y de los elementos más evolucionados de los ejércitos todo un mundo nuevo de costumbres, de relaciones sociales y de ideas. También, aunque en otro terreno, una temible oposición tie Las m ovim ientos ne sus posibilidades. Alemanes e italianos soportan a dis nacionales gusto el yugo austríaco. Balbo, Manzoni, Guerrazzi, Massim o d’Azeglio, expresan a voz en grito su decepción: “ No seremos libres si no formamos una sola nación.” Echan de menos la “hermosa idea” — francesa — “ del reino de Italia” , Los principios revolucionarios siguen fermentando en las logias masónicas. Desde 1815 se fundan sociedades secretas, cuya clientela está formada por estudiantes y por antiguos oficiales de la Grande Arm ée. Miloch Obrenovitch subleva de nuevo a los servios contra el Sultán, que, en 1815, les reconoce la independencia. Mny pronto, en el otro extremo de los Balcanes, surgirá una revolución más importante que se verá sostenida por esa burgue sía griega enriquecida merced al gran comercio y a los pequeños oficios. El liberalismo, claro está, representa en estos distintos movimientos una fuerza muy desigual; pero en el mismo momento en que los pueblos le están cerra dos, los nacionalismos amenazan directamente la Europa del Congreso de Yiena.
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CONCLUSIONES GENERALES
Así, pues, vemos que trabajan en pro de la revolución burgnesa, o al me nos contra este mundo restaurado, tan vulnerable bajo tantos aspectos, las más poderosas fuerzas del siglo xrx: el sentimiento nacional, y el sentido social, en este caso, ‘sobre todo el sentido burgués de clase. Uno y otro sublevan ya, si lenciosamente, a Francia contra los tratados y los pactos de 1815. También en el exterior acabarán por conjugarse. Lo que sí es cierto es que cesan, en gran escala, de combatirse, según lo hacían a veces. Queda levantada la hipoteca de la hegemonía napoleónica: para Europa, la ideología revolucionaria ya no eB la ideología del enemigo, ya no es una actividad traidora, que amenace la in dependencia de los pueblos. Lo “ nacional” deja, al menos provisionalmente, de ser nn neutralizador de lo “ social” . Frente a la Europa de 1815, al igual que antaño frente al An El proletariado tiguo Régimen, la burguesía de la Revolución también pnede contar con la fuerza de otra clase: el proletariado, que provisionalmente aún sigue siendo un elemento fundamental de su clientela política. Y sin embargo, entre las dos clases han surgido graves conflictos, acentua dos, madurados por los acontecimientos de todo un cuarto de siglo. Ambas par tes han tomado conciencia de ello, pero quizá más por el lado burgués que por el otro. Proletariado y aemiproletariado se alistarán, cuando sea preciso, en la lucha contra el adversario común. Pero en esa lucha la burguesía conservará su desconfianza y su temor, un antiguo temor social que ha alcanzado sus pro porciones finales durante los primeros años revolucionarios, temor compartido también, y plenamente, por loe hombres de la restauración europea. Los senti mientos que acerca del pueblo menudo expresó Chateaubriand en 1815 — de ese “ populacho” llamado “ a deliberar en medio de las calles de París" acerca de los grandes objetivos de la poh'tica, de “ esos reyes semidesnndos, en suciados y embrutecidos por la indigencia, afeados y mutilados por sus traba jos, cuya única virtud es la insolencia de la miseria y el orgullo de los andra jos” , — traducen aproximadamente un reflejo social por entonces común a los censatarios de cualquier origen. La antigua Europa aristocrática se da cuenta de ello: he aquí a Metternich alarmado cuando vislumbra una “ tendencia... más peligrosa que todas las demás” , aqnella “ cuyas predicaciones tienen como fin excitar las clases indigentes contra los propietarios” . Una vez solucionado definitivamente el secular conflicto que pone la bur guesía frente a la aristocracia, y consolidada la sociedad sin brazos, ya será posible una defensa común contra la sociedad sin clases. Los economistas de la nueva escuela expresan muy bien esta tiesura de la burguesía. La conciencia de clase y el peligro le han enseñado a ser dura. Y esto puede apreciarse perfectamente por la distancia que separa a nn Adam Smith,
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a un Turgot, a los hombres del Comité de Mendicidad — unos y otros, partida» ríos de ciertas medidas de reparación en favor de los pobres, — del whig Maltlrus, educado en la veneración de Juan Jacobo, cuya obra llegará a tener extraordinaria boga: El hombre que ha nacido en un mundo ya repetido, si no puede obtener do sus padres la subsistencia que con justicia puede exigirles, y si la sociedad no necesita su trabajo, carece totalmente de derecho a reclamar cualquier porción de alimento por muy pequeña qne sea, y, de hecho, sobra. En el gran banquete de la naturaleza, no hay cubierto vacante para él. La naturaleza le ordena alejarse, y ella misma ejecutará rápidamente sus órdenes, a menos de que pueda recurrir a la compasión de alguno de los comensales del banquete. Si los comensales se aprietan y le hacen un lugar, otros intrusos se presentan inmediatamente, pi diendo el mismo favor. El rumor de que hay alimentos para todos los que lleguen, llena la sala de numerosos reclamantes. El orden y la armonía de los festines quedan alterados, la abundancia que antes reinaba se convierte en carestía, y la dicha de los comensales queda destruida por el espectáculo de la miseria y de la molestia que reinan en todos los rincones de la sala, y por el importuno clamor de quienes están, con razón, furiosos por no hallar ali mentos con los cuales se les había enseñado a contar. Los comensales reconocen demasiado tarde el error que cometieron al oponerse a las estrictas órdenes referentes a los intrusos, órdenes dictadas por la gran señora del banquete.
P oco importa que este fragmento, publicado por vez primera en la edición de 1803 de los Principios de la población, y acerca del cual nacerán tantas con troversias, desaparezca luego de la obra. La idea subsiste, y ejercerá gran infiuencia en el conjunto de los notables burgueses. Los pobres son los principales causantes de sus males. Sólo ellos deben poner remedio a la situación, mediante la previsión, la continencia, la limitación de la especie. Los Principios afirma rán luego: Es preciso desautorizar públicamente dos a expensas de la sociedad.
el
supuesto derecho de
Iob
pobres a
ser
manteni
El problema no sólo es inglés: es universal. ¿Qué debe hacerse con el pa dre de familia afectado por la crisis e incapaz de mantener a los suyos, in dividuo que se halla en todos los países? Entreguemos... a ese hombre a la pena dictad^ por la naturaleza... Es preciso que sepa que las leyes de la naturaleza, es decir, las leyes de Dios, le han condenado a vivir penosa m ente...; que no puede alegar contra la sociedad ninguna clase de derecho para conseguir de ella la más minima porción de alimento además de la que puede comprar con su trabajo.
Indudablemente, no toda la burguesía habla ese lenguaje tan duro, ni tampoco lo hablan los individuos de la restauración europea. Es más: son nu merosos los que, en distintos ambientes, se escandalizan de él, Y con todo el éxito de la nueva escuela y la mentalidad social que representa, no es menos
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CONCLUSIONES GENERALES
ruidoso. El “ optimismo” de Smith declina, mientras sube el pesimismo de Malthus. Y una de las características de la época es que una corriente de pensamien to como ésa empieza entonces a hallar un poco por todas partes su propio am biente; se abre ante ella el camino de la expansión, del dominio. Sin embargo, ¡cuántos recalcitrantes protestaron contra las formas más que contra el fondo! El “ maltusianismo” vale sobre todo como símbolo, como actitud, ante los nuevos problemas del trabajo. Cuando aún ninguna escuela ha expuesto sus alegatos contra la sociedad industrial que se está formando — los Nuevos principios de econom ía política de Sismondi no verán la luz hasta 1819 — y la reivindicación proletaria aún no ha sido formulada según sus términos modernos, una corriente cada vez más amplia de la ideología bur guesa reasume para sí, frente al proletariado, los valores de prohibición y de trascendencia de la ideología restauradora. Desde luego, la idea no es nueva. La escuela que dominaba en el siglo xvin tenía por categorías eternas, providenciales, divinas, los mecanismos liberales de la producción y de los inter cambios, Mas ahora se insiste con fuerza en los fenómenos de distribución. Es la distribución del ingreso social la que la escuela dominante imagina con tér minos de eternidad y de necesidad. Acabamos de ver cómo invocaba contra el intervencionismo social “ las leyes de la naturaleza” , “ las leyes de Dios” . A l igual que De Maistre, Bonald, Haller, y los demás, en el terreno político. La burguesía habla, sin saberlo, al proletariado en la lengua que la sociedad tra dicional habla a la burguesía. En ciertos aspectos, el tradicionalismo político y el tradicionalismo social se fundamentan en las mismas bases. Si la negativa del movimiento, si la negativa de la historia, eB un síntoma de envejecimiento, en tal caso la burguesía europea del tipo 1815 ya ha dado cabida en sí misma a esta secreta dolencia. Para esta burguesía empieza la ver dadera decadencia social, antes de que haya acabado de subir.
ORIENTACIÓN BIBLIOGRÁFICA No podemos dar aquí una bibliografía detallada do la historia del siglo xvin, de la Revolución y del Primer Imperio. El lector la hallará en los manuales dedicadas a los estu diantes universitarios, de la colección "C lio" (Prestes Universitaires de France); t, VII, Le X V U l e aféele, por Ed. P réclin y V.-L. T apié, 1952, 2 vols., y t. VIII, L a R é v o lu tio n e t 1'E m p ire, por Louis V illat, 1947, 2 vols., asi como en las obras de la colección “ Peuples et civilisations” de L. H alphen y Ph. Sacnac (Presses Universitaires de France): t. X I, La p r é p o n d é r a a c e a n g la ise (1715-1703), por P. Muret y Ph. Sacnac; t. X II, L a fin d e F A rte ten Régime e t la R é v o lu tio n a m é r ic a in e 11763-1789), por Ph. Sacnac, 1952; t. XIII, L a R e v o lu lio n jra n ça ise , por G. L rfebvre, nneva edición, 1951; t. X IV , N a p o le ó n , por G. Lefeevre, 1953, Para el detalle de los acontecimientos, esos cuatro últimos volúmenes nos ofrecen el más reciente estado de la cuestión. Citaremos, además, algunas de las principales obras, en especial francesas, qne le brin darán a quien lo desee lecturas complementarias. Paul H azakd, La pensée européenne au XVIII* afecte, París, Boivin, 1946. — E. Guyenot, Lrévoluiion de la pensée identifique, les scfences de la vie aux X V II* et X V III* aféeles, Paria, Albin-Michel, 1941 (“ L’évolution de rhumanité”, n® 68 ). — Ch. Gidb et Ch. R ist, Histoire des doctrines économiques depufs les physiocrates jusqua nos jours, Paris, Sirey, 1949, 2 v ols.— D . Mornet, La pensée française au X V III« siécie, Paris, A . Colín, 1929 (col. A . C o lín ).— H. SÉB, Les origines du capitalixme moderne, Paria, A . Colín, 1926 (col. A . Colín). — B . SÉE, Histoire économ ique de la France (con un complemento de R. Schnerb), Paris, A . Colín, 1939, 1949, 2 vola. — R . B ico, Les bases kistoriques de la finance moderne, Paris, A. Colín, 1933 (col. A . C o lín ).— T. S. A shton, The industrial révolution 1760-1830, London, Oxford Ubi* veraity Press, 1948 (Home University Library of Modera Knowledge, n® 204). — Ch. db L a R oNciere et G. Clerc-Rampal, Histoire de la marine française, Paris, Laronsse, 1934.— G. W eill, Le joumal, Paris, Albin-Michel, 1934 ("L ’évolntion de l*humanilé”, n® 94). — Lonis R éau, L’Europe j rançaise au aféele des lamieres, Paris, Albin-Michel, 1938 ("L’évolntion de Phnmanité", n® 70). — F. B runot, Histoire de la fungue française, t. V I : Le X V III* aféele, París, A. Colín, 1930-1933, 4 vols. — A . Sorel, L’Europe et la Révolution fran^aise, Paris, Pión, 1885-1904, 8 vols. — A . de T ocqueville, V A n d en Régim e et la Révolution française, Paris, Gallimard, 1952. — H. T auve, Lea origines de la France contemporaine, París, Hachette, 18761894, 6 vols. — Ph. Sacnac, La formation de la société française moderne, Paris, 1945-1946, P. U. F i 2 volé. — C. E. L abro usas, La crise de l’économ ie françtdse, a la fin de VAnoten Régime et au debut de la Révolution, Paris, P. U. F., 1943. — H. SÉE, Eaqufsse (Tune histoire d » régime agratre en Europe aux X VIII* et X IX * siécles, Paris, Giard, 1921. — H. H eaton, Histoire économique de FEurope (trad.), Paris. A. Colín, 1950-1952, 2 vols. — Marc B locr , Les caracteres originaitx de Fhistoire rurale française, nueva ed., París, A. Colín, 1952. ■ —H, L av e d a j í , Histoire de F u rb a n ism e, Paris, Laureas, t. IL 1941. — E. B oubceois, Manuel de p o littq u e é tr o n g é r e , L I y II, París, Belin, 5.* ed, 1913. — ] , D roz, H is to ir e d ip lo m a tiq u e d e 1648 a 1919, París, Dalloz, 1952. — P. G axotte, Le sféeic de L o u is X V , París, A. Fayard
590
ORIENTACIÓN BIBLIOGRAFICA
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O R IE N T A C IÓ N B IB L IO G R A F IC A
591
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*
*
Para España e Hispanoamérica existen buenos repertorios bibliográficos: las Fuentes de la Historia española e Hispanoamericana de B. Sánchez Alonso; y la Bibliografía Histórica de España e Hispanoamérica, publicación del Centro de Estudios Históricos Internacionales de la Universidad de Barcelona. Algunas obras recientes: Problemática de conjunto en J. V icens V ives, Aproximación a la Historia de España, Barcelona, 19S2; monografías: J. Sarrailb, L ’Espagne éclairée de la seconde motilé du X V III siecre, París, 1954; L. Sánchez A cesta, El pensamiento político del despotismo ilustrado, Madrid, 1953; F. Suáhez V erdeguea, La crisis política del Antiguo Régimen en España, Madrid, 1950; V. P alacio A taru, El tercer pacto de Familia, Madrid, 1954; V . R odrícuez Casado, Política marroquí de Carlas l l l , Madrid, 1946; Política exterior de Carlos III en tom o al problema indiano, “ Revista de Indias", X V I ; y Po lítica interior de Carlos III, “ Simancas”, I ; C. Ecuia R viz , L os jesuítas y el motín de Esquilache, Madrid, 1947; C. Corona B aratech, Nicolás de Atara, Zaragoza, 1948; J. Carrera P ujal, La Barcelona del siglo XVIII, Barcelona, 1952; J. Mercader R iba, Barcelona durante la ocu pación napoleónica, Madrid, 1953; y La ordenación de Cataluña por Felipe V : la Nueva Planta, “ Hispama”, X L U I; J. V icens V ives, Coyuntura económica y reformismo burgués, “Estudios de Historia Moderna”, IV ; M. Jiménez Fernández, Las doctrinas populistas en la independen cia de Hispanoamérica, Sevilla, 1948; F. Díaz V entio, Campañas militares del virrey Abascal, Sevilla, 1948; M, Batllori, El abate Viseardo, Roma, 1954.
CRONOLOGÍA SUMARIA (1 7 1 5 -1 8 1 5 )
1715
Advenimiento de Luis X V (1 /9 ). — Regencia del duque de Orleans (2 /9 ).— Organi zación de la Polisinodia.— Creación del cuerpo de Caminos. — Fenelón: Carta a la Academia.
1716
San Petersburgo, capital de Pedro el Grande.— Creación del banco de Lew (2 /5 ).— En Inglaterra, b ilí de septenalidad ( 7 /5 ) .— Alberoni, primer ministro de Felipe V.
1717
Triple alianza de La Haya (11/1). — Pedro el Grande en Paria (mayo). — Creación de la Compañía francesa de Occidente (agosto). — Ocupación de Belgrado por el principe Eugenio (agosto).
1718
Tratado de Pasarowilz (o Pojarevats) entre el Emperador y Turquía (ju lio ).— Aban dono de la Poíisinodia (septiembre). — Muerte de Carlos X II (30/11). — El banco de Law se convierte en Banco real (4/12). — Fundación de Nueva Orleans.
1719
Federico Guillermo I suprime la servidumbre en las tierras nobles (2 2 /3 ).—-Pedro el Grande invade Suecia. — Daniel D efoe: Robineon Crusoe.
1720
Tratado de Estocolmo entre Prusia y Suecia (21/1). — Felipe V renuncia a la corona de Francia (22/6). — Dimisión y fuga de Law (1 2 /1 2 ).—-W alpole vuelve a ser mi» nistro (diciem bre).— Los españoles se establecen en Tejas.— Quiebra de la Com pañía inglesa de los Mores del Sur.
1721
Tratado de Nystadt (2 1 / 1 ). — Fundación de la primera logia masónica francesa en Dunquerque. — La Enseña de GersairU de Walteau, — Montesquieu: Cortas persas.
1722
Dubois primer ministro (22/8). — Fundación de la Compañía de Ostende. — Pedro el Grande crea el Chin.
1723
Muerte de Dubois (10/8) y del Regente (diciem bre). — Ministerio del duque de Borbón. — Toma de Bakú p or los rusos. — Reconstitución de la Compañía francesa de las Indias.
1724
Creación en París del Club de FEnlresol, — Fundación de la Bolsa de París.
1725
Muerte de Pedro el Grande (8 /2 ), — Casamiento de Luis X V con María Leczinska (15 /8 ). — Primer tratado de Vierta (5/11). — Descubrimiento del estrecho de Behring.
1726
Francia, Fleury primer ministro (12/6). — Expedición de Behing a Kamchatka.— V ico: La ciencia nueva.
1727
Muerte de Newton. — Pedro II zar.
Jorge II rey 1728 89. —H. a . C. —V
de Inglaterra ( 22 / 6) .
591
CRONOLOGÍA SUMARIA
1729
Tratado de Sevilla <9/11), — Fundación de las colonias inglesas de las Carolinas.
1730
Principio del pontificado de Clemente X II. — Tratado chino-ruso de Kiajta-Orry, inspector general de Hacienda. — Ana Ivanovna zarina.
1731
Segundo y tercer tratados de Viena (16/3, 2 2 /7 ).— Voltaire: Historia de Carlos XII. — Dupleix gobernador de Chandernagor.
1732
La Dieta alemana garantiza la Pragmática (11 /1 ). — Fundación de la colonia inglesa de Georgia.
1733
Gnerra de Sucesión de Polonia; Estanislao Lecánski es elegido rey de Polonia (septiembre). — Primer Pacto de familia (7/11). — Máquina de hilar realizada p or el inglés Lewis Paul.
1734
Voltaire: Cartas inglesas. — Bach: Oratorio d e Navidad.
1735
M edición del meridiano por La Condamine.— Utilización de la hulla en la meta lurgia del hierro (Abraham D orby).
1736
Ocupación de Azov c invasión de Crimea por los rusos. — Segundo tratado turco-persa de Constantinopla (1 7 /1 0 ).— Creación del Banco de Copenhague.
1737
Los rusos son expulsados de Crimea. — Primer salón de pintura.— Ramean: Cas tor y Pólux.
1738
Cuarto tratado de Viena (2 /5 ). — Wesley funda la primera asociación metodista (ju n io ),— Invención de la “ lanzadera volante” de Kay. — Fundación de la manufac tura de porcelana de Vincennee (trasladada a Sévres).
1739
Tratados de Belgrado (18 y 23 /9). — Guerra onglo-española (19/10).
1740
Renovación de las Capitulaciones (8 /5 ). — Muerte del Rey-Sargento, advenimiento de Federico II (31/5). — Muerte del emperador Carlos VI, advenimiento de María Teresa (19/10). — Ruptura entre Francia e Inglaterra (diciem bre). — Invasión de Si lesia por Federico H (1 6 /1 2 ).— Rieburdson: Pamela. — Cbardin: El Benedícile.
1741
Alianza franco-prusiana (5 /6 ).— Gnerra entre Suecia y Rusia (agosto).
1742
Caída del ministro inglés Walpole (13 /2 ). — Tratado de Berlín (2 8 /7 ). — Dupleix gobernador general de la India francesa. — Benedicto X IV condena los métodos de los jesuítas en China.
1743
Muerte de Fleury (29 /1 ). — Tratado de A bo entre Rusia y Suecia (1 7 /8 ). — Segundo Pacto de familia (28/10).
1744
Comienzo de la guerra entre Francia, Inglaterra y Austria (15 /3 ). — Federico II in vade Bohemia.
J745
Victoria de Mauricio de Sajonia en Fontenoy (11 /5 ). — Paz de Dresdcn (2 5 /1 2 ).— Ocupación de la isla de Cabo Bretón p or los ingleses. — Principio del favor de Mme. de Pompadonr.
CRONOLOGIA SUMARIA
595
1746
Toma de Bruselas por los franceses (2 1 /2 ),— Muerte de Felipe V de España ( 9 /7 ) .—■ Toma de Madras por La Bonrdonnais (21 /9 ). — D iderot: Pensamientos filosóficos.
1747
Franklin descubre el principio del pararrayos.— Fundación de la Escuela de MinaB de París por Trudaine.
1748
Tratado de Aquisgrán (2 8 /1 0 ).— Montesquieu: Espíritu de las leyes. — Descubrí* miento de las ruinas de Pompeya.
1749
Creación del impuesto del 'vigésimo en Francia (m ayo).— Huntsmann inventa la fabricación del acero fundido. — Diderot: Cartas sobre los ciegos. — Fielding: Tom Jones.
1750
Lucha de Machanit contra los privilegiados. — Voltaire en Berlín. — Dupleix con sigue el protectorado del Camatic. — Rousseau: Discurso sobre las ciencias y las artes.
1751
Publicación del primer volumen de la Enciclopedia. — Voltaire: El siglo d e Luis X I V . — Prohibición de los autos de fe en Portugal,
1752
Primera condena de la Enciclopedia ( 7 /2 ) .— Haunitz, canciller de Austria. — Cons trucción de la plaza Stanislas en Nancy.
1753
Asunto de los billetes de confesión. — Exilio (mayo) y regreso (octubre) del Parla mento de París. — Conferencia de Londres para el arreglo de las cuestiones indias. — Nuevas hostilidades en el Canadá y en el valle del Ohío.
1754
Destitución de Dupleix (agosto). — Tratado de Godebeu (26/12). — Machanit aban dona el Contróle General. — Rousseau: Discurso sobre el origen de la desigual dad. — Condillac: Tratado de- las sensaciones.
1755
Atentado de Boscawen ( 10 / 6 ). — Expulsión de los jesuítas del Paraguay.
1756
Inversión de las alianzas: Primer tratado de Versalles (1 /5 ). — Guerra franco.inglesa (1 5 /5 ).—'Montcalm en el Canadá (mayo). — Toma de Menorca por los franceses (28 /6 ). — Primer ministerio Pitt (diciem bre). — Voltaire: Ensayo sobre las costum bres.
1757
Atentado de Damiens contra Luis X V (5 /1 ). — Ocupación de Calcuta (2 /1 ), de Chandemagor (23/3) y victoria de Plassey por Clivc. — Segundo tratado de Versa lles (1 /5 ). — Batallas de Rossbach (5/11) y de Leuthen (25/12).
1758
Cboiseul, secretario de Estado para asuntos exteriores (9/10). — Toma de Louisburg (26/7) y de Fort-Duquesne (25/11) por los ingleses, — Pontificado de Clemen te XIII. — Los rnsos ocupan la Prusia oriental. — Lally-Tollendal en la India (abril). — Rousseau; Carta a d'Álembert, — Helvetius: Acerca del espíritu. — Quesnuy: Cuadro económico, •
1759
Segunda condena de la Enciclopedia (8 /3 ). — Capitulación de Quebec (1 8 /1 0 ).— Advenimiento de Carlos III de España. — Muerte de Montcalm.-— Fundación del British Museum. — Voltaire; Cándido.
596
CRONOLOGIA SUMARIA
1760
Capitulación de los franceses en Montreal (8 /9 ). — Tonta de Berlín p or los anatrorusos (9 /1 0 ).— Advenimiento de Jorge D I de Inglaterra (2 5 /1 0 ).— Rousseau: ha nueva Eloísa.
1761
Capitulación de Pondichery (8/1) 7 de Malte (febrero).— Dimisión de Pitt (6/10 ). — Turgot, intendente del Lemosún.
1762 ,
Proceso y ejecución de Calas (10/3). — Muerte de Isabel Petrovna (enero). — Adve nimiento de Pedro III, luego de Catalina II de Rusia (2 8 /6 ). — El Parlamento de París ordena la supresión de los jesuítas.— Rousseau: El Contrato social» Emilio.-— G luck: Orfeo.
1763
Tratados de París (10/2) y de Hubertsburg (15/2), — Muerte de Augusto III rey de Polonia. — Los rusos invaden Litnania.
1764
Muerte de la marquesa de Pompadour (15 /4 ). — Estanislao Poniatowski elegido rey de Polonia (septiembre). — Disolución de la Compañía de Jesús en Francia.— Yol* taire: Diccionario filosófico.— Conflicto entre el duque de Aiguillon y el Parla mento de Rennes. — Soufflot empieza a construir el Panteón de París.
1765
Rehabilitación de Calas (9 /3 ). — Federico II crea el Banco de Berlín. — Adveni miento de José II. — Invención de la spinning jenny por HargreaveB.
1766
Muerte de Estanislao Leczinski, anexión de Lorena a Francia (2 3 /2 ). — V iaje de Bougainville por los mares australes. — Aranda, primer ministro de Carlos III.
1767
Expulsión de los jesuítas de España (27/2) y de Francia. — James Watt acaba la construcción de su máquina de vapor. — Dinamarca adquiere Schlesvig y Hoistein.
1768
Petición de Massachusetts (en ero).— Compra de Córcega (1 5 /5 ).— Guerra rusoturca (octubre). — Catalina II seculariza los bienes del clero ruso. — Principio del favor de Mme. du Barry. — Primer viaje de Cook a los mares australes. — Quesnay: ha Fisiocracia.
1769
Supresión del privilegio de la Compañía francesa de Indias (13/8).-— Nacimiento de Napoleón Bonaparte (15 /8 ). — Ocupación de los principados rumanos por loa rusos. — Confederación de Bar en Polonia.
1770
Matanza de Boston (5 /3 ). — Casamiento del futuro Luis X V I con María Antonieta (1 6 /5 ).— Batalla de Chesmé (6 /7 ).— Caída en desgracia de Choiseul (2 4 /1 2 ).— Ministerio inglés de Lord North. — Lavoisier analiza la composición del aire. — Ba rón de Holbach: El sistema de la naturaleza. ■— Abete Roy nal: Historia filosófica... de las dos Indias.
1771
Exilio del Parlamento de París (20/1). — Reforma judicial de Maupeou (2 3 /2 ).— Abolición de la servidumbre en Saboya. — Invención del water-frame de Arkwright.
1772
Primer reparto de Polonia (5 /8 ). — Golpe de estado de Gustavo III de Suecia (19/8). — Segundo viaje de Cook,
1773
Conflicto del té en Boston (16/12). — Formación del Gran Oriente de Francia. — Principio de la sublevación de Pugalchev. — Diderot en Rusia. — Clemente X IV di suelve la ordeu de los jesuítas.
CRONOLOGÍA SUMARIA
597
1774
Muerte de Luis X V (10/5), advenimiento de Luía XVI. — Turgot ministro (2 0 /7 ).— Tratado de Kaynarchi (21/7). — Congreso de Filadelfia (21/9). — Qnebec A ct,— Goethe: Werther.
1775
Combate de Lexington (19 /4 ). — Fin de la sublevación de Pngatchev (septiembre). — Pontificado de P ío VI. — Primera representación del Barbero de Sevilla. — Uti lización industrial del vapor p or el escocés Watt.
1776
Caída en desgracia de Turgot (12 /5 ).-— Proclamación de la Independencia de los Estados Unidos (4 /7 ). — Franklin en París (septiembre). — M ably: Principio de las leyes, Adam Smith: Riqueza de las naciones. — Tercer viaje y muerte de C ook .— Barco de vapor del marqués de Jouffroy. — Primeros raíles de hierro.
1777
Necker, director general de Hacienda (junio). — La Fayette en América. — Capitu lación de Saratoga (14/10). — Votación de los artículos de la Confederación.
1778
Alianza de Francia y los Estados Unidos de América ( 6 / 2 ) . —-Muerte del primer Pitt (1 1 /5 ).— Creación de una Asamblea Provincial en Berry (12/7). — Creación de la Caja de Descuento de París. — Apertura del Imperio español al comercio in ternacional.— Buffon: ¿as épocas de la naturaleza.
1779
Tratado de Teschen (13 /3 ). — Alianza franco-española de Aranjucz (1 2 /4 ). — Mulé jenny del inglés Crompton para el hilado del algodón.— Establecimiento de la li bertad de empresa en Rusia.
1780
Rochambeau en América (mayo). — Fallecimiento de María Teresa (29/11). — Liga de los neutrales contra Inglaterra. — El Voltaire de Houdon.
1781
Memorial al R ey (febrero) y dimisión de Necker (19 m ayo). — Capitulación inglesa de Yorktown (1 9 /1 0 ).— Fundación de la fábrica del Crensot. — Supresión de la mano muerta campesina en Austria. — Kant; Crítica de la razón pura.— X Rousseau: Con/esiones. — Mozart: El rapto del serrallo.
1782
Caída de Lord North (11 /3 ). — losé II seculariza los conventos (octubre). — Fracaso franco-español ante Gibraltar (octubre). — Reconocimiento de la independencia ame ricana por Inglaterra (noviembre). — Suffren en la India, sitio de Madras.
1783
Ministerio del segundo Pitt (1 9 /2 ). — Tratado de VersaUes ( 3 /9 ) .— Ministerio de Colonne (10/11). — Revuelta campesina en Bohemia. — Primera ascensión humana a bordo de un montgolfier.— Lavoisier logra analizar el agua. — Invención del pndelaje. — Representación del Casamiento de Fígaro de Beaumarcbais.
1784
Votación del bilí de la India (abril). — Anexión de Crimea por Rusia. — Fundación del Banco de Nueva Y ork .—-Fundación de la Compañía española de Filipinas.
1785
Asunto del collar de la Reina, — Travesía del canal de la Mancha por el aeronauta Blandí ard. — Expedición de La Perouse.— Reconstitución de la Compañía francesa de las Indias. — Primera fábrica de hilados a vapor en Nottingham. •— Invención del telar mecánico por Cartwright. — Kant: Fundamentos de ía meta]¡sica de las costum bres. — Mozart: Las bodas de Fígaro.
1786
Muerte de Federico II (17 /8 ). — Advenimiento de Federico Guillermo II. — Tratado comercial entre Francia e Inglaterra (26 /9 ). — Primera ascensión del Monlblanc.
598
CRONOLOGIA SUMARIA
1787
Tratado comercial franco-raso (11 /1 ). — Primera asamblea de los Notables (22 /2 ). — Caída de Calonne, ministerio Brienne (8 /4 ). — Licénciamiento de los Notables (1 2 /5 ).—-Guerra ruso-turca (13/8). — Votación de la Constitución de los Estados Unidos de América (27/9). — Triple alianza anglo-h o] ¡nido-prusiana.— Los ingleses se establecen en Botany Bay. — La gran ge: Mecánica analítica. — B, de Saint-Pierre: Pablo y Virginia. — David: La muerte de Sócrates. — Mozart: Don Juan.
1788
Guerra austro-turca (febrero).—-Reforma judicial de Lamoignon (8 /5 ). — “Día de las tejas” en Grenoble (7 /6 ). — Entra en vigor la Constitución americana (2 1 /6 ).— Notificación de la convocatoria de los Estados Generales en Francia (8 /8 ). — Brien ne cae en desgracia. Segundo ministerio Necker (25/8). — Reunión de la Dieta de Cuatro años en Polonia (6/10 ). — Segunda asamblea de los Notables (6 /1 1 ).— Tratados de Berlín (13/8) y de La Haya (15/9) entre Países Bajos, Prusia e Inglate rra. — “Edicto de religión” en Prusia. — Kant: Crítica de la razón práctica. — Beutham: Introducción a los principios de la moral. — Fundación del Times.
1789
Washington presidente de los Estados Unidos (30/4). — Sesión inaugural de los Estados Generales (5 /5 ). — Juramento del Juego de Pelota (20/5). — Empiezan las sesiones de la Asamblea nacional constituyente (9 /7 ). — Destitución de Necker (11/7). — Toma de la Bastilla (14 /7 ), — Necker de nuevo en el poder (16/7). — El Gran Miedo y la noche del 4 de agosto (julio-agosto). — Sublevación de Lieja, y a continuación, de todos los países belgas (18 /8 ). — Se vota la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano (26 /8 ). — Marcha del pueblo parisiense sobre Ver salles, el Rey en París (5-6/10).— José II se apodera de Belgrado (9/10). — Se vota la secularización de los bienes de la Iglesia (2 /1 1 ).— Creación de los asignados (14/12).
1790
Proclamación de los Estados Unidos belgas (1 2 /2 ).— Muerte de José II, adveni miento de Leopoldo II (20/2). — Asunto de Nootka Sound (mayo-octubre). — Se vota la Constitución civil del Clero (12 /7 ). — Fiesta de la Federación (1 4 /7 ). — Tra tado de Reichenbach entre Prusia y el Emperador (27/7). — Vancouver explora las costas americanas del Pacifico. — Kant: Crítica del juicio. — Burke: Reflexiones acerca de la Revolución francesa.
1791
Muerte de Mirabeau (2 /4 ). — El Papa condena la Constitución civil del Clero (13 /4 ). — Nueva constitución polaca (3 /5 ). — La Constituyente vota la ley Le Chapelier (14/6). — Intento de huida de Luis X V I (20/6). — Descarga del Campo de Marte (17/7). — Paz de Sistova entre el Emperador y los turcos. — Declaración de Pillnitz (27/8). — Anexión de Aviñón y del Condado (12 /9 ). — Luis X V I jura la Constitu ción (14/9). — Separación de la Asamblea nacional constituyente (30/9). — Primera sesión de la Asamblea legislativa (1/10 ). — Ultimátum francés al Elector de Tréveris (29/11). — Chappe prueba el telégrafo óptico.
1792
Tratado de Jassy entre Rusia y los turcos (9 /1 ). — Muerte del emperador Leopoldo, advenimiento de Francisco II (1 /3 ).—-Asesinato de Gustavo III de Suecia (1 6 /3 ).— Francia declara la guerra al rey de Bohemia y Hungría (20 /4 ). — Los rusos invaden Polouia (19 /6 ). — Jornada popular en París (20 /6 ). — En Francia, se declara que la patria está en peligro (11/7). — Manifiesto de Brunswick (25/7). — Formación de la “ Commune” insurrecta de París (9 /8 ). — El pueblo de París toma las Tullerías.— Caída de la monarquía (10/8). — Degollina en las cárceles de Paris (2-6/9). — Vic-
CRONOLOGIA SUMARIA
599
loria francesa de Valmy, fin de la Asamblea legislativa (20 /9 ). — Primera sesión de la Convención, abolición de la monarquía (21/9). — La República francesa “ una e indivisible” (25/9). — Victoria francesa de Jemappes y conquista de Bélgica (6/11). — Saboya es anexionada a Francia (27/11). — Empieza el proceso contra Luis X V I (4/12). — Schiller: Historia de la Guerra de Treinta Años.
1793
Ejecución de Luis X V I (21 /1 ), — Segundo reparto de Polonia (23/1). — Incorpo ración del Condado de Niza a Francia (31 /1 ). — Francia declara la guerra a Ingla terra, principio de la primera coalición (1 /2 ). — Establecimiento del tribunal revo lucionario' en París, sublevación de la Vandea (10 /3 ). — Traición de Dumouriez, creación del Comité de Salvación Pública (5 /4 ). — Primera ley del máximum de los precios en Francia (4 /5 ). — Dias revolucionarios en Francia, caída de la Cironda (31/5-2/6). — Aprobación de la Constitnción de 1793 (24 /6 ). — Renovación del Co mité de Salvación Pública (6 /7 ). — Asesinato de Marat (1 3 /7 ).—-Robespierre entra en el Comité de Salvación Pública (27 /7 ). — Adopción legal del sistema métrico (1 /8 ). — Toulon entregada a la escuadra inglesa (29/8). — Movilización general en Francia (23 /8 ). — Victoria de Hondschoote (6-8/9). — Ley contra los sospechosos (17 /9 ). — Implantación del máximum general de los precios en Francia (2 9 /9 ).— Institución del calendario revolucionario (5/10). — Reconquista de Lyon (9 /1 0 ).— Victoria francesa de Wattignies (15-17/10). — Los vandeanos son vencidos en Cbolet (1 7 /1 0 ).— Reconquista de Toulon (1 9 /1 2 ).— Victoria de Hoche en él Ceisberg (26/12). — Invención de la máquina de Whitney para desmotar el algodón. — Fun dación del Museo de Historia NaturaL
1794
Insurrección polaca dirigida por Kosciuzko (m arzo).— Ejecución de los bebertistas, en París (24/3). — Ejecución de Danton y de los indulgentes (5 /4 ), — Fiesta del Ser Supremo en París (8 /6 ). — Victoria francesa de Fleurus (26/6). — Los franceses ocupan Amberes (27/7). — Caída y ejecución de Robespierre y sus amigos (28-29/7 = = 9 termidor). — Disolución de la Commune de París (septiembre). — Ocupación del valle del Rin por los franceses (23/10). — Kosciuzko derrotado y apresado en Maciejowice (10/10). — Clausura del Club de los jacobinos (19/11). — Tratado Jay onglo-americano (19/11). — Supresión del máximum de los precios en Francia (24/12), — Los franceses entran en Holanda (27/12), — Condorcet: Esbozo de un cuadro histórico de los progresos del espíritu humano.
1795
Picbegm se apodera de la escuadra holandesa en la punta de Helder (30/1), — Faz de Bneilea entre Francia y Prusia ( 6 /4 ) .— El dia 12 de germinal (1 /4 ). — Paz con Holanda y alianza de La Baya (16/5). — El día 1 de pradial (20 /5 ). — Fin de la rebelión de Martinovica en Hungría (20/5). — Los emigrados desembarcados en Quiberon capitulan (22 /7 ). — Tratado de Basilea entre España y Francia (22 /7 ). — Se aprueba por votación la Constitución del año III (22/8). — El 13 de vendimiarlo (5/10). — Tercer reparto de Polonia (26/10). — Separación de la Convención, inicios del Directorio (26/10). — Supresión del derecho de reunión en Inglaterra (14/12).
1796
Napoleón Bonaparte casa con Josefina de Beauhamais (9 /3 ). — Los asignados son sustituidos por los mandatos territoriales (marzo). — Victorias de Bonaparte en Italia (a partir del 13/4). — Armisticio de Cherasco (28/4). — Complot y detención de Babeuf (10/5). — Victoria francesa de Lodi (10/5). — Tratado de San Ildefonso entre Francia y España (1 9 /8 ). — Wurraser es encerrado en Mantua por Bonaparte (8 /9 ). — Muerte de Catalina II, advenimiento de Pablo I (7/11 ). — Victoria de Bona-
600
CRONOLOGÍA SUMARIA
parte en A rcóle (15-17/11).— Hocbe intenta desembarcar en Irlanda (16/12). — Co mienzo del reinado de Kia-King en China. — Jenner empieza sus trabajos sobre la vacuna.— Laplacc: Exposición del sistema del mundo. — Goethe: WHhelm Meister,
1797
Victoria de Bonaparie en Rívoli (12-16/1). — Tratado de Tolentino (19/2), — John Adama presidente de loa Estados Unidos (4 /3 ). — Elecciones regnlistas en Francia (marzo-abril). — Preliminares de Leoben entre Bonaparte y el Emperador (1 8 /4 ).— Amotinamiento de las Botas británicas del Spithead y del mar del Norte (abrilm a yo).— Fundación de la República ligar (6 / 6 ) . — Inauguración de las conferencias de Lille (7 /7 ). — Fundación de la República cisalpina ( 9 /7 ) .— Golpe de estado del 18 de fruclidor (4 /9 ). — Quiebra de loa dos tercios en Francia (30 /9 ). — Expedición franco-holandesa contra Inglaterra (11/10). — Tratado de Campo-Formio (1 7 /1 0 ).— Muerte de Federico Guillermo II, advenimiento de Federico Guillermo III (16/11). — Inauguración del Congreso de Rastadt (28/11). — Goethe: Hermana y Dorotea.
1798
Incorporación de Mnlliouse (28/1) y de Ginebra a Francia (2 6 /3 ).— Proclamación de la República romana, exilio del Papa a Valence (5 /2 ). — Elecciones jacobinas del año V I (abril). — Golpe de estado del 22 de Boreal (11 /5 ). — Salida de la expe dición de Egipto (19/5). — Victoria francesa de las Pirámides (21/7). — La flota francesa destruida en la bahía de Abukir (1 /8 ).— Ley Jourdan que establece las quintas (5 /9 ). — Desembarco del general Humberl íu Irlanda (agosto-septiembre).— Malthus: Ensayo sobre el principio de la población. — Formación de la segunda coa lición contra Francia (julio-diciem bre).
1799
Fundación de la República partenopea (23 /1 ). — Francia declara la guerra a Austria, fin de Congreso de Rastadt (m arzo).— Jourdan es derrotado en Stokach (2 4 /3 ).— Fracaso de Bonaparte ante San Juan de Acre (20 /5 ). — Golpe de estado del 30 de pradial (1 8 /6 ). — Reconstitución del Club de los jacobinos en París (6 /7 ).— Derrota turca de Abukir (2 5 /7 ).— Derrota y muerte de Joubert en Novi (15 /8 ). — Victoria de Masséna cerca de Zuricb, los rusos abandonan la coalición (25-26/9). — Regreso de Bonaparte a Francia (9/10 ). — Capitulación de Alkmaar (18/10). — Golpe de es tado del 18 de hrnmario, instauración del Consulado (9-10/11). — Muerte de Wa shington (14/12). — Viaje de Iiumboldt a América del Sur. — Creación de la admi nistración de las Contribuciones directas (23/12). — Entra en vigor la Constitución del año VIII (25/12). — Creación del Consejo de Estado (26/12). — Schleiermacher: Discurso sobre la religión. — Beethoven: Sonata patética.
1800
Convenio de El Arisb en Egipto (24 /1 ). — Institución de los prefectos, creación del Banco de Francia. — Reorganización de la administración local y de los tribunales (febrero-marzo). — Acta de Unión de Inglaterra e Irlanda (5 /2 ). — Elección del Papa Pío V II (14 /3 ). — Victoria de Moreau en Stokach (3 /5 ). — Victoria francesa de Marengo (1 4 /6 ).— Victoria de Moreau en Hobcnltnden (3/12). — Nueva liga de los neutrales contra Inglaterra (16/12). — Atentado de la calle Saint-Nicaiee contra Bonaparte (24/12). — Invención de la pila eléctrica por Volta.
1801
Paz de Luneville (9 /2 ). — Dimisión de Pitt (14 /3 ). — Asesinato del zar Pablo I, advenimiento de Alejandro I (24/3). — Jeíferson, presidente de los Estados Unidos (4 /3 ). — Tratado de Aranjuez (21/3). — Paz de Florencia con Dos Sicilias (2 8 /3 ).— Bombardeo de Copenhague p or los ingleses (2 /4 ).— Firma del Concordato con el Papa (16 /7 ). — Capitulación de Menou en Egipto (3 0 /8 ).— Preliminares de Lon dres (1/10 ). — Se firma la paz entre Francia y Rusia (8/10). — Chateaubriand: Atala. — Schiller: La doncella de Orleans.
CRONOLOGÍA
s u m a r ia
601
1802
Bonaparte, presidente de la República italiana (26/1). — Pac de Amiens con Ingla terra (25 /3 ). — Se votan el Concordato y los artículos orgánicos (8 /4 ). — Creación de los Institutos de Enseñanza Media en Francia (1 /5 ). — Se fonda la orden de la Legión de Honor (19/S ). —■E^l general Leclerc se apodera de Toussaint Louverture (7 /6 ).— Bonaparte, cónsul vitalicio (2 /8 ). — Constitución del año X (1 6 /8 ).— Sublevación general en Santo Domingo ( 1 3 / 9 ) Incorporación del Piamonte y de Parata a Francia (septiembre-octubre).— Chateaubriand: El genio del Cristianismo. — F oscolo; Últimas cartas de Jacopo Ortis.
1803
Acta de mediación impuesto a Suiza (1 9 /2 ).— Receso germánico (25 /2 ). — Se fija el valor del franco de germinal (28 /3 ). — Ruptura de la paz de Amiens (1 6 /5 ).— Francia vende Luisiana a los Estados Unidos, y ocupan el Hannóver (mayo). — San to Domingo se proclama independiente (noviem bre).— Institución del librillo obre ro (diciem bre). — Complot realista de Picbegru contra Bonaparte (diciem bre).— J. B. Say: Tratado de economía política.
1804
Se crea la administración de los derechos reunidos (febrero). — Ejecución del duque de Enghien (26 /3 ). — Promulgación del Código civil (2 1 /3 ).— Bonaparte es pro clamado emperador con el nombre de Napoleón I, Constitución del año X II (18 /5 ). — Ruptura diplomática franco-rusa (septiembre). — P ili vuelve al poder (octubre).— Consagración del Emperador y de la Emperatriz (2 /1 2 ). — España declara la guerra a Inglaterra (diciem bre). — Fourier: Armonía universal. — Scbiller: Guillermo Tell. — Groe: Los apestados de Jaffa. — Beethoven: Sinfonía heroica.
1805
Napoleón rey de Italia (marzo). — Incorporación de Genova a Francia (ju n io ).— Formación de la tercera coalición contra Francia (agosto). — Capitulación de los austríacos en Ulm (20/10). — Derrota naval francesa de Trafalgar (21/10). — Victo ria francesa de Austerlitz (2/12). — Alianza franco-prusiana en Schoenbrünn (15/12), — Paz de Presburg (26/12). — Invención del telar para tejer seda por Jacquard.— Chateaubriand: Rene.
1806
Muerte de Pitt (23/1). — Ruptura de Napoleón con el Papa (febrero). — José Bona parte rey de Ñapóles (marzo). — Creación de la Universidad imperial (mayo). — Luis Bonaparte rey de Holanda (ju n io ).— Formación de la Confederación del Rin (ju lio). — Francisco II renuncia a su título de Emperador de Alemania, fin del Sacro Impe rio ( 6 / 8 ). — Ruptura entre Francia y Prusia, inicios de la cuarta coalición (8 /1 0 ). —— Victorias de Napoleón en Jena, y de Davout en Auentaedt (14/10). — Napoleón entra en Berlín (27/10). — Decreto de Berlín, establecimiento del bloqueo conti nental (2 1 /1 1 ).— Entrada de Napoleón en Varsovia (27/11).
1807
Batalla de Eylau (8 /2 ). — Victoria de Napoleón en Friedland (14/6). — Tratado de Tilsit, alianza franco-rusa (7 /7 ). — Creación del Gran Ducado de Varsovia (2 2 /7 ).— Talleyrand en desgracia (9 /3 ). — Jerónimo rey de Weslfalia (18/8). — Supresión del Tribunado (19 /8 ). — Abolición de la servidumbre en Prusia (octubre). — Los fran ceses entran en Lisboa, buida del rey al Brasil (30/11). — Decreto de Milán (23/11). — Se agrava el bloqueo. — Supresión de la traía por Inglaterra.— Fulton organiza un servicio regular de barco a vapor en el río Hudson.'— Groe: Batalla de Eylau.
1808
Prohibición de la trata en los Estados Unidos (enero). — Anexión de Roma por Na poleón (febrero). — “ Dos de Mayo”, comienzo de la insurrección española ( 2 /5 ) .—
602
CRONOLOGIA SUMARIA
Entrevista de Bayona, abdicación de Fernando V II { 5 /5 ) .— José Bonaparte rey de España, Mural rey de Ñapóles (1 0 /5 ).“ Bolívar se adueña del poder en Caracas (ju lio ).— Capitulación de Bailón (22/7). — Se instaura en Prusia el sistema de loa Krumper (agoBto). — Capitulación de Jnnot en Cintra (30 /8 ). — Entrevista de Erflirt (27/9). — Napoleón entra en Madrid ( 4 /2 ) .“ Fichte: Discursa al pueblo ale mán.— Beethoven: Sinfonía pastoral.
1809
Gustavo IV de Suecia es sustituido por su tío Carlos X III (marzo). — El general inglés Wellesley en Portugal (abril). — Principio de la quinta coalición (1 0 /4 ).“ Sublevación del Tirol. — Victoria francesa de Eckmübl (22/4), — Entrada de Ñapo* león en Viena (13/5). — Francia incorpora los Estados pontificios (17 /5 ). — Bata lla do Essling (21-22/5). — Napoleón excomulgado (12/6). — Victoria de "Wagram (6 /7 ). — Detención del Papa Pío V II (6 /7 ). — Desembarco inglés en Holanda (29/7). — Paz de Viena (14/10). — Divorcio de Napoleón (1 6 /1 2 ).—-Chateaubriand: Los mártires.
1810
Casamiento de Napoleón con la archiduquesa María Luisa (27/3*2/4). — Comienzo de la sublevación general de las colonias españolas (mayo), — Holanda es incorpo rada por Francia (ju lio). — Bemadotte elegido principe heredero de Suecia (agos t o ) .— Decreto de Trianon (agosto). — Empieza la crisis económica en Inglaterra (agosto). — Fundación de la Universidad de Berlín (agosto). — Decreto de Fontainebleau (octubre).— El Valais (noviembre) y las ciudades hanseáticaa son anexionados por Napoleón (diciem bre). — Alejandro I rompe el bloqueo continental (3 1 /1 2 ).— Publicación del Código penal. — Philippe de Girard inventa una máquina para hilar lino. — Beethoven: Bgmont.
1811
Incorporación del Oldenburg por Napoleón (enero). — Masséna evacúa Portugal (mar zo) . — Nacimiento del Rey de Roma (20/3). — Fracaso de Masséna en Torres Vedrae. — En Inglaterra: desórdenes ludistas, circulación obligatoria del papel mone da (marzo-mayo)-— Reunión de un Concilio nacional en Paria (junio). — Edicto de regularización en Prusia (ju lio). — Disposición de Hardenberg garantizando a los campesinos prusianos la propiedad de una parte de las tierras (septiembre).—'Se refuerza el m onopolio de la Universidad (noviem bre). — Speranski, secretario de Estado de Alejandro I.
1812
Empieza la sexta coalición (8 /4 ). — Paz de Bucarest entre Rusia y Turquía (mayo). — Estados Unidos declara la guerra a Inglaterra (18 /6 ). — Empieza la campaña de Rusia (24 /6 ). — Napoleón traslada al Papa a Fontainebleau (junio). — Batalla de Smolensk (16-17/8) y de Borodiu o del Moscova (5-7/9). — Entrada de Napoleón en Moscú (14/9). — Se inicia la retirada (19/10). — Segunda conspiración de Malet con tra el Emperador (23/10), — Paso del B ere sin a (26-27/11).“ Byron: Childe Harold.
1813
Concordato de Fontainebleau (25/1). — El Papa retracta sn adhesión (marzo). — Prusia declara la guerra a Napoleón, empieza la séptima coalición (17 /3 ). — BataUas de Lutzen (2/5) y de Bautzeu (20-21/5). — Armisticio de Pleiswitz ( 4 /6 ) .— Victoria inglesa de Vitoria (21/6). — Congreso de Praga (12/7-10/8). — Austria de clara la guerra a Napoleón (12/8). — Victoria francesa de Dresden (26-27/8).“ De rrota de Napoleón en Leipzig (16-19/10). — Repliegue francés sobre la orilla izquier da del Rin, Congreso de Francfort (4/11). — Sublevación holandesa y proclamación de la Independencia (1 7 /1 1 ).— Napoleón devuelve la corona de España a Fer nando V II ( 1 1 / 1 2 ).
CRONOLOGÍA SUMARIA
603
•
1814
Napoleón pone en libertad ni Papa y le devuelve ras Estados (en ero).—-Empieza la campaña de Francia, combates de Brienne (29/1) y de La Rothiere (1 /2 ). — Congre so de Chatillon (5 /2 -1 9 /3 ).— Victoria de Napoleón en Monterean (1 8 /2 ).— Pacto de Chaumont (9 /3 ). — Batallas de Laon y de Arcis (marzo). — Capitulación de Parts (3 0 /3 ).— El Senado acuerda la caducidad de Napoleón (3 /4 ). — Batalla de Toulouse (10/4). — Tratado de Fontaineblcau (1 1 /4 ).— Declaración de Saint-Onen (2 /5 ).— Llegada de Napoleón a la isla de Elba ( 4 /5 ) .—-Primer tratado de París (3 0 /5 ).— Publicación de la Carta (4 /6 ). — Empieza el congreso de Viena (octubre). — Tratado de Cante (24/12). — Pío V i l restablece los jesuítas.— Invención de la locomotora por obra de Stepbenson. — Ingres: La gran odalisca.—-Goya: Retrato de Feman do V il, El Dos de Mayo.
1815
Regreso de la isla de Elba ( 1 /3 ) .— Llegada de Napoleón a París (20 /3 ), los Cien Días. — Acto final del Congreso de Viena ( 9 /6 ) .— Waterloo (1 8 /6 ).— Capitulación de París ( 3 /7 ) .— Luis X V III regresa a París ( 8 /7 ) .— Segunda abdicación (2 2 /7 ), y destierro de Napoleón (29/7). — Unión de Suecia y Noruega (6 / 8 ). — La Santa Alian, za (29 /9 ). — Murat fusilado (13/10). — Llegada de Napoleón a Santa Elena (1 7 /1 0 ).— Segundo tratado de París (20/11), y tratados de la Cuádruple Alianza.
INDICE ALFABÉTICO DE NOMBRES
Abdullah K an, 236. A chit Sino, 233. A dams (Sam), 172.
A ugusto III de Polonia, 225, 240, 248. A urenc-zed, 281, 282, 283, 285. A xnaud, 189.
A e anson (M ichel), 61, 62, 66 . A dbison (Josepb), 171. A ca-M u k a m m a d ,
280.
A hmad Abdali, 287. A hmbd, 283. Air.unj.ON (duque de), 413. A lam I I , 283, 294.
Alamgir II, 283. A lbeuoni, 235, 240. A l e j a n d r o 1, 527, 538, 541, 544, 554, 556, 559, 561, 567. Alfikri, 257, 514. A li Bey, 322, 323. A mursana, 305. Ana (zarina), 18. Ana I vanovna, 229. Andebson, 92. A n h alt-Dessau (prín cipe de), 111, 194. A nquetil -D uperron (A braham ), 70.
A nso» , 127, 264, 343. Antin (duque d e), 93. A ntoine, 182.
B abew (Graco), 479. Bach (J. S.), 188. B acon (Francisco), 48, 97. Bacsanyi, 509. Bahadur, 283. Bailly, 24, 33. Baji-Bao, 285. B alaji-R ao, 285, 286, 287, B aldo (César), 585. B anks, 267. Barerb de V dbuzac (Bertránd), 430, 448, 456, 464, 476, 482, 521. Babnaye (Antonio), 429, 430. Bahras (Paul, vizconde), 522. B arthélkmy (François, marqués d e), 479,
521. B arthez, 64, 160. Baseoow, 164. B attyanyi (conde A lois), 509.
B audelocque (Juan-Lnis), 161.
A o k i B u n zo , 318.
B aumgahthn, 86.
A banda (conde de), 211, 349. A ristóteles, 19, 55, 57, 60, 97, 166, 289. A akwbICht (Richard), 145, 148, 149. A blandes (marqués de), 156. A rnold (B en edict), 368, A rtois (conde de), 254, 314; M. d’Artoís.
B ayle (Pierre), 179.
454.
A rtz (F. B .), 170. A shraf, 278.
A taszic (Stanislas), 508. A ubeterre, 117. A i i d r a n (Jean), 189. A uenbrugceh (Leopold), 159.
A ugusto II de Polonia, 194, 225, 240.
Beaufort (Luis de), 69, 70, 76. B eauharnais (Eugenio de), 264, 489, 540. Beaulieu (barón de), 525. Beaumarchais (barón de), 369. Beccaria (marqués de), 91, 179, 364. Beethoven, 573. Belidor, 121. Bellb-Isle (mariscal de), 243, 244. B ellecarde (marqués de), 93. B elloy (Dormont de), 254. Benedicto X IV (Papa), 93, 311. Bennicsen (general), 538. Bentham (Jeremías), 585.
606
INDICE ALFABÉTICO DE NOMBRES
Bercasse (Nicolás), 1 1 0 .
B ouvet, 314.
B ercmann, 48.
B rasley (Jaime), 34.
Bergstrasser (Juan), 1S5. Berinc, 263, 264. Berkeley, 12, 79, 80, 84. Bernadore (mariscal), 541, 545, 553. BeRNARDIN de Saevt-Pieree, 254. Bernardo O B iccins, 349. Berney, 350, Bernoulli (fam ilia), 18, 20, 22. B ernoulli (Daniel), 31, 125. Bbhnstorff (conde d e), 223. Behthier (mariscal), 489, 526, 539, 540. Berthollet (Claudio), 53. Berthoud (Fernando), 127. Bertin (M lle.), 187.
B rahms, 188. Biiehier, 101. Brentano (Clemente), 573.
B ruñe (m ariscal), 490, 528.
B esenval (barón de), 191.
B runswick (duque de), 455, 456,
BtELFELD, 237,
B uffier, 97. B uffon (Lecler, conde de), 15, 16, 17, 19, 44, 55, 56. 57, 58, 59, 61, 62, 65, 66 , 67, 68 , 77, 169, 179, 269.
B ulaud -Varenne, 464. Black (José), 40, 41, 144, 146,
Bkakstonc, 356. B lanchard (Francisco), 156.
Blondkl (Pablo), 188, B odt (Juan de), 189.
B oerhaye, 159. B offrand, 182, 183. Boicne (conde de), 294, 295. Boileau, 17, 44. Bolincbroke, 171. B olívar (Simón), 350, 504, 578, 579, 581. Bonald (vizconde de), 570, 571, 588. B onaparte (Jerónim o), $38, 539, 540. — (José), 489, 538, 539, 579. — (Luis), 489.
Bonet, 66. B onneville (Nicolás d e), 507.
B orrón (duque de), 207, 239. B orrón-Conde (príncipe de), 93, Borda (caballero d e), 12S. Boscawen (almirante), 362. Bossuet, 97, 182, 205, 498. Bouchardon, 185, 189. B oucher (Francisco), 184, 190, 314. Boucainville (conde de), 265, 266, 269. B oucuer (Pedro), 27, 28, 29, 33. B oulay de la M euhthe, 490,
B ouille (marqués de), 454. Boulton (Mateo), 145, 147, 148, 149. Bourmont (mariscal), 361.
B reteuo . (barón d e ), 237.
B hidcewater (duque de), 200. B riennk, 400. Beillat-Savarin, 187. Brissot de W arville, 104, 455. Broclie (conde de), 130. B roclie (mariecaD, 115, 118, 119, 120, 121. B rook -Taylor, 22.
Broussais (Francisco), 572. Bruce, James, 329.
B uree, 510, 513, 534, 565. B urns, 255. B ussy, 287, 292, 293, 306. B ute (ministro), 352. B yron (L ord), 574.
Cadoudal, 482. Caffiéri, 185. Cacliostro (conde de), 106. C allender (John), 264.
Calonne (m inistro), 132, 140, 209, 400, 440, 454. Cambacérés (duque de), 489, 490. Cameon, 476.
Campillo, 211. Caiwpomanes, 211. C anninc, 523. C araccioU (marqués de), 177. Cardonne, 322. CAREME, 187.
Carlos (hijo de Felipe T ), 240, 241. C arlos III, 211, 212, 213, 342, 346, 347, 348, 349. Carlos IV, 211, 212, 214, 498. Carlos V, 233. Carlos VI, 141, 218, 233, 235, 240, 241, 242. Carlos V il, 243, 244.
ÍNDICE ALFABÉTICO DE NOMBRES
Cabios X II, 223.
Clemente X II (Papa), 93.
Carlos XIII, 567. Carlos Alberto de Baviero, 243. C arlos de Austria (Archiduque), 210.
C lemente X IV (Papa), 571.
Carlos de Borbón, 215. Carlos M anuel III de Saboya, 93. Carlyle, 145, 565. Carnot (Lázaro), 169, 464, 490, 513, 521. Carra, 497. Carteret, 265. Cartwkight, 144, 145. Carvalho (marqués de Pombal), 214. Casanova de Seingalt, 192. Cassini, 18, 31. Castellane (conde de), 393, 425. Castlereach (Lord), 507, 546, 559, 572. Catalina I, 229. Catalina II, 15, 17, 18, 92, 163, 174, 178, 188, 190, 195, 224, 226, 229, 230, 231, 237, 248, 249, 250, 251, 257, 280, 323, 350, 370, 497, 499, 511, 514, 556.
Cavendish, 45. Cavour, 241. CAZALES, 430, 441. Ceballos, 347. Cecil (W illiam ), 217. Celsius, 40. Chabroud, 421. Chaillot, 131, 153, 155. Champion de Cicé, 394, 410, 422. Chantilly, 314. Chapee (abate), 155. Chaptal, 53, 490. Chardin, 184. Charette de la Contris, 479. Chartres (duque de), 93, 254. Chateaubriand, 254, 558, 571, 572, 574, 586. Cháteauroux (duquesa de), 207. Chauvelin, 240, 241. Cheliuskjn, 263. Cheremetiev (conde de), 190. Cheselden, 79. C hoiseul (duque de), 121, 139, 154, 173, 248, 327, Chopart, 162, Claihaut, 16, 22, 27, 29, 31, 32. Clausewitz, 546. C laviere, 139, 141, 454.
60 7
Clemente W enceslao de Sajorna, 193. Clermokt (conde de), 93. Clermont-Tonnerre, 410, 441, 571. Clive (R oben), 292, 293, 294, 295, 306. Clooxz (barón), 507. Cobourc, 456. Colbert, 153, 217, 259. COLEMDCE, 574. Colín, 124. COLUN EL JOVEN, 184. COLLINSON, 43, 44. Collot d’Herbois, 464. Colson, 21. Come, 162. Comte (Augusto), 35, 68 , 77, 78.
Condé, 454. Condillac, 12, 53, 80, 81, 82, 98, 163, 504. Condorcet, 1Z, 77, 78, 155, 454, 574. Confucio, 310, 311. Consalvi (cardenal), 570. CONSTANT, 254. Conté (principe de), 206. Cook, 128, 154, 264, 26$, 266, 267, 268, 269, 273. C opérnico, 25, 83, 313. C okt (Henry), 144, 146. C otte (R oben d e), 189, 191, 193.
Coulomb (Carlos de), 45, 169. C oufehin el G rande, 185, 186, 188. CoiJKTONNE, 182. C outhon, 464, 465. Cowper, 255. Coxe, 264. Coypel, 314. Cramer, 514.
Crécy (caballero de), 294. Creuzé-Latouche, 389. Cristian VL 159, 222, 223. C risitán VII, 191, 223.
Crompton, 144, 145. Crozat, 180. Crozet (capitán), 274. Cugnot, 154, 155, 169. CusnNE (marqués de), 520. C uvier, 564.
Czartorysei, 225, 226.
608
ÍNDICE ALFABÉTICO DE NOMBRES
D’A icuillon, 393. D’A lembkrt, 11, 17, 18, 19, 22 , 23, 84, 8 ?, 92, 100, 133, 179. D’A llarde, 437. D ’A rCENSOn (marqué» d e), 236. D ’Eprémesnil, 441. D ’E spacnac (abate), 140. D’Estainc, 370.
D’II olbach, 99. D’Hozmn, 394, 432. D acé, 187. D aubard , 44.
D alrymple, 267. D ahilavuxe, 96. DAntón, 455, 516.
D aquin, 186. D abby (los), 144, 146, 149. D aubknton, 55, 65.
Daun (general), 174. D avid, 180, 184, 185. D aviel, 162. D avileb, 138. D avout (mariscal), 538. D efehmon (conde), 490. D effand (marquesa d e), 192. D efoe, 171. D elamaike, 182. D eulle , 192, 254. D elft, 314. D enina, 257. D es B hosses, 264. D bsaix , 521. D escastes, 11, 12, 13, 14, 15, 19, 21, 22, 39, 46, 55, 63, 78, 97, 100, 102, 166, 167. D bsfontainks (abate), 173. D esjardins (Martin), 189. D eslandes, 48. D eshoulins (Camille), 437, 511. D esfrez, 190. D bstutt de T bacy, 441, 442. D iderot, 16, 18, 87, 88, 90, 92, 100, 179, 180, 195, 229, 254, 266, 313, 497. D igeon , 322. D ollond, 33. D onner, 190. D rouet , 490. Du B ar ay (madame), 180, 208, 237.
Du Bos (abate), 86, 179. Du C eest, 40.
Dti Drenec, 294. D u Fay, 42, 4S. Du Halde, 313. Du F ort, 416, 425, 428.
Du Séjour, 33. Du T eil, 115. D usots, 237, 239. DusotS-CsANCÉ, 446. D ucondray, 108. D ucos (Boger), 481. D udley, 144.
D uhamel-Dumonceau, 66. D umas, 291, 292.
D umoujuez, 456, 520. D undas, 514, D uplew, 287, 292, 293.
D upont, 414, 443. Dupont de Nemours, 74, 428, 448. D uquesne, 362.
Eichendorp, 573. Enchibn (duque de), 206, 482, 572. Enrique IV, 198, 206. E nrique VII, 198. E nrique V III, 198. E nrique dr P rusia, 192. E nsenada, 211. E rskine (lord), 507, 514. Esquejo, 508. Esquilache, 213. E sterhazy, 454. E kclides, 19, E ugenio de 5 aboy a (principe), 190, 194. E uueh, 18, 19, 20, 2 1 , 22 , 31, 33, 39, 123, 125. E vans (OUvíer), 155.
F ahrenheit, 39, 40. Falconet, 185, 190, 229. F alkenstein (conde de), 192. F araday, 45, F aruksir, 283, 286. F ederico II, 17, 18, 92, 93, 113, 114, 123, 141, 163, 164, 167, 170, 74, 78, 179. 189, 190, 194, 195, 220-222, 224, 237, 238, 243, 244, 246-248, 250, 256, 327, 499. F ederico IV, 222. F ederico V, 190, 222, 223.
ÍNDICE ALFABÉTICO DE NOMBRES
Federico G uillermo I, 96, 111, 194, 234, 251. F ederico G uillermo U, 106, 222, 503, F ederico G uillermo III, 537, 542, 543, Feuoo (Benito), 212, 257. Felipe V, 190, 193, 210, 211, 212, 233, 239, 240, 347. F ermat (Pedro de), 21, F ernando VI, 2 1 1 , 2 12 , 213. F ernando V il, 567, 568, 679. Fernando de B orrón, 215. Fersen, 517. Feuillée, 264. F ieldinc, 171. F ichte, 508, 510, 543. F itch , 132. F itz-James, 95. F itzwilliam, 523. F leuky (cardenal de), 207, 239, 240, 241, Flortan, 254. F loridablanca, 211, 510. F olard, 115, 116, 118, F ontenelle, 11, 179. F osteh, 269, 507.
220,
567. 235,
243.
F orster (G e o r g ), 222,
F ouché, 490, 564. F ourcroy, 53, 160. F o w l e b , 160.
Fox, 565. F raconar», 184, 314. F rancisco (archiduque), 453. F rancisco I, 244, 541. F rancisco H , 537. F rancisco de L orena (duque), 241. F ranck, 161. F rancke, 164. F ranklin (Benjamín), 16, 17, 43, 44, 45, 93, 132, 154, 172, 192, 366, 367, 369, 370, 437. FftEEKE (John), 138, F réhon, 173. F rézier, 264. F ríes (Johann), 153. F rotté, 572. F ulton, 132. F ustel » b C oulances, 72.
G abriel, 181, 182, 379. G ainsborouch, 256. 40. — H. G. C. — V
609
G aluni (abate), 178, 192. G alitzine (príncipe), 190. C alvan i, 44, 45. G alvez, 348. G arnier (Charles), 182. Gassendi, 97. G ates (general), 368. G aubil, 70. G auss, 21. G authey (Dom .), 155. G efferies, 156. Genovesi (abate), 97. Gentz (Federico de), 533, 551, 557, 558. Geoffrin (madame), 192, 229. G essner, 254. G ilbert, 42. G irardon, 189. G linka, 585. G lück, 188. G neisenau, 542. G obelins, 187. G odeheu, 293, G odoy (Manuel), 214, 498, 515. G oethe, 16, 178, 179, 194, 254, 256, 257, 508, 510, 514, 573. G ondouin, 182. G ottorp (duque d e), 234. G ottsland (conde), 191. G ousnay, 75. G ranuset , 350. G rasse, 370. G rassin (regimiento de), 117, 118. G ray (Thomas), 255. C reen, 26?. G récoire (abate), 428. Grecory, 33. G renvills (ministro), 366. G rétry, 186. G rbuze, 184. G rey, 42. G ribeauval, 115, 121, 122, 123, 154. G eimm, 178, 254, 497. G udin, 157. G uerrazzi, 585. G uibert (conde d e), 115, 116, 117, 119, 123, 124. G uimaru, 180. G ustavo III, 224, 251, 511. G ustavo A dolfo, 190.
610
ÍNDICE ALFABÉTICO D E NOMBRES
Gustavo de Suecia, 191. Guyton db Mobveau, 53, 156. Gwjnd, 283. H adlby, 126. Haendei, 188. H ales, 63. Halles, 158, 571, 588. H allky, 32. H amilton, 178, S76. H amunda B ey , 323. H arai H akusckj, 317. Hardbnbbrg, 542, 554. Habdy (Thoman), 514. IIahcheavks, 144, 145. Harrison, 127, 128. Harunobu, 317. H aydar A l l 294, 296. Haydn, 188. Hazab» (Paul), 5, 92. Hearne, 264. Heckeb, 167. H bdley, 583. Helvéiius, 88, 93, 98, 179. Henry (Patrick), 366. Herder, 77, 105, 254, 256, 266, 573. Herschel (W illiam ), 18, 34, 37. Heuktault de Lamekville, 444, 445. Hichs (Thomaa), 144, 145. H isoca G ennai, 318.
Hocke, 518, 521, 525. Hopfman, 160. H ogarth, 255. Holsach (barón de), 88, 192. H o u b o n , 185, 378. Hukt, 314. H ugo (Víctor), 78. H umboldt (Guillermo d e ), 507, 543.
H ume (David), 76, 82, 83, 84, 104. H untsman , 146, 150.
H usain, 323. H usain A li, 286. H utcn, 190. H uychens, 23, 26, 27, 28. I khabii, 317. Ienobu, 317. Incoldsby (Ricardo), 117.
I sabel (Zarina), 237, 247. I sabel Farnesio , 235. I sabel P etrovna, 229. I sabel T urob, 198, 217. I van VI, 229.
J acobo I, 144, 202.
Jahn, 543. J ali.abf.rt , 44. J efferson, 369, 504, 577. Jen ahí, 317.
Jennkk, 161. J oh n son (Samuel), 365. J ones , 70.
Jorge I, 17, 202, 235. J orge n , 116, 202, 203, 244. J orge m , 16, 18, 172, 203, 247, 352, 36S, 368, 371, 372, 504, 565. José 1 ,191, 214. J osé n , 159, 174, 178, 179, 190, 192, 218, 219, 250, 251, 499, 500, 508, 568. J osé C lemente de Baviera, 193. J ouffhoy d’ Abbane, 131, 132. J oubdan, 521, 524, 525,
Jovrllanos, 211, 212. Juan VI, 579. J uan P érez, 347. J ubot (N icolá s), 190. J uk o vsk i , 573.
Julienne, 189. JULLIENNE, 314, Jumonvzlle, 362. Junot, 538, 579. Jussibu, 50.
KabANAN, 304. K ang H i, 298, 300, 303, 304, 306, 307, 309, 310, 311. Kant, 83, 84, 85, 104-106, S08, 510, 514.
Karamzin, 585. K aunitz (canciller), 319, SIS.
Kay (Joh n ), 143, 144. KgjT-i., 64. K hpler, 25, 30, 32. K e BIM-Kan, 280.
K ey , 577. K i e n L onc , 298, 300, 304, 307, 309, 311, 314.
INDICE ALFABÉTICO DE NOMBRES
611
K iyo lu ro , 317. K iyo m itsu , 317. K iyonoca , 317. K léber , 521.
L arcilliére , 190.
K leist, 573. Klofstock, 178. K ohiusaj, 317. K orsakof (Rimski), 526. K osciusko, 523. K ratzekstein, 169. K utusof, 545.
L avater, 105. L avoisier, 17, 19, 41, 47, 50, 51, 52, 53, 54, 63, 64. Law (Joh n ), 138, 139, 140, 141, 193, 206, 239. Lawrence, 256.
L a Bahbinais Lt Gentil, 264. La Bourdonnais, 292. L a Chalotais, 92. L a Corroam ine, 27. L a Chétardie, 237. L a F ayette (marqués de), 369, 370, 393, 421, 426, 455, 456. L a Gaussonniere, 362. L a Guepiére, 189, La H arpe, 361. L a L uzerne , 417. L a Mettrie, 19, 83. L a Morliére, 118. L a M othe (Vollin de), 190. L a Motte-Piquet, 370. L a Perouse, 265, 268. La R evelliére, 522. L a R oe hefoucauld-Liancourt (duque de), 164, 424, 451. L a T our , 184, 185. L a V érendsye (P edro y Feo.), 264, 361, Lacaille, 18, 33, 34, 50, Lacépede, 55. L agrance, 18, 21, 22, 23, 31. L ALANDE, 32, 33, 93. L ally -T ollendal, 293, 410, 426.
L amarck, 67. L amartine, 254. L ambert (marquesa de), 192. L ameth, 393. Lamotie.Fouqué, 573. Lamour, 161. L anjxiinais , 417, 420, 427, L aplace, 19, 22, 31, 32, 35, 37, 41, 64. Laptev, 263. Larchevéque, 190.
L as Cases, 490. L aunay, 222. Lauvsiére, 362,
L azrsnki, 190. Le Ckapelier, 420, 441, 492. Le Franc de Pompicnant, 394. Le Grano, 322. Le Gros, 187. Le Monnier, 29, 31. L e N o ra , 291.
L e R oy, 127. Leblond, 189, 190. Lerrun, 190, 489, 490. Leclerc (T h é o p h ile ), 461, 535. Leczinski (Estanislao), 100, 225, 240, 241. Ledoux, 181. Lee (los) 360, 361; Charles, 368, 374. Lefebvre, 398, 408, 521, 534. Leflon (abate), 394. Leibniz, 19, 21, 22, 26, 55. Leihoynb, 185. León (príncipes de), 192. Léonard, 186, 187. Leopoldo (em perador), 453, 454. Leopoldo II, 509, 510, 511. Lespinasse (M U e.), 192. Lessart, 454.
Lessing, 77, 105, 178, 179, 194, 256. Levts, 363. Levret, 161. Lewis (Pañi), 144. Liancourt, 393. Lignk (príncipe de), 178. Licorio (Alfonso de), 215. L indet (R o b e n ), 464.
L iniers (conde), 508. L inneo, 60, 61, 318. L iverpool, 565. L ocke, 11, 12, 78, 79, 97, 102, 163, 166, 167, 356, 364. L orena (Francisco de), 93, 193.
Louvots, 517. Luis X III, 15, 198, 206.
612
ín d ic e
a l f a b é t ic o
XIV, 18, 91,125,126,128,139, 180, 190, 191, 193, 198, 206, 208, 21?, 232, 233, 235, 239, 240, 250, 309, 386. Luis XV, 15, 18, 74, 96, 125, 184, 193, 194, 207, 208, 237, 239, 240, 244, 246, 247, 314, 347, 402. Luis XVI, 18, 75, 125,155, 168, 183, 186,193, 206, 208, 209, 250, 264, 268, 297, 314, 352, 370, 400, 402, 411, 510, 511, 513. Luis XVII, 518. Luis XVIII, 430, 558, 559, 561. Luis F elipe, 250, 430. L tjis
M ably (abate), 103. M ac L aurin, 22, 31.
Macanas (Melchor de), 212. M achault D ’AaNOUvnxE, 209. M ack (general), 537. M ackenzie , 264. M acpherson , 255. M adamaga, 579. M adhava Sindhia , 294, 295, 296. M adison , 577. M ahoma , 226. Mahbata Sindhia , 124. M aia, 504. M aine (duquesa d e ), 192. M aistre (Joseph d e ), 511, 513, 547, 570, 588. M alboisstéhe (G enoveva d e ), 16, MaLEBRANCHE, 19, 100, M aleshbrbes , 96. M allet (herm anos), 361. M allet bu P an, 517, 534. M alouet, 421, 422, 441. M althus , 386, 587, 588. M anzoni , 585. M arat, 405, 439, 440, 461. M arceau, 521. M aría I, 214. M aría A ntonibta , 65, 178, 180, 184, 187, 237. M aría L exzinska , 180, 184. M aría L uisa (archiduquesa), 541. M aría L uisa be P arma, 498, 553, 556. M aría T eresa, 93, 96, 163, 178, 192, 193, 219, 237, 241, 242, 243, 244, 248, 250, M artin , 183.
d e
n om bres
M arunovics , 514. M arx (Carlos), 74, 75, 76. M asbeu (P. F rancisco d e ), 257. M askeline , 28, 29. M asséna, 526. M assimo D ’A ze c u o , 585. M a t h b z (A lb ert), 440. M atsudaira S adanosu, 317. M aupeou, 209. M aupertuis, 18, 23, 27, 66, 88. M aubepas, 129, M auricio d e Sajonia , 1 1 4 ,1 1 5 ,1 1 7 ,1 1 8 , 120. M aury , 441, 448. M aximiliano M anuel , 193. M édoc, 294. M encs, 256. M brcieb, 103. M ercier d e la R itiere , 229. M eblin de D ouai , 418, 444, 490. M esmeb, 86, 106. M esnil -D uband, 116. M ethuen , 134. M ettebntch, 541, 546, 551, 554, 557. 558, 559, 570, 572, 586.
571,
MEZZABARRA, 311. M ichel R aykond , 295. M i Chelet, 5, 207. M iloch O beenovitch , 585. M ir M ahmub , 276, 278. M irabeau, 75, 103, 222, 411, 417, 427, 430, 442, 448, 449. M iranda (F ran cisco), 350, 504, 508, 578, 581. M ohammed A u , 322. M oidavhe (con d e), 294. M o isés , 59, 106. M o l y n e u x , 79,
M on-A n -Pao, 311. M onge (Gaspar), 23.
193,
218, 256.
M ontacue (L a dy), 161. M ontcaum (m arqués d e ), 363. M ontesquieu, 17, 19, 72, 73, 74, 76, 87, 90, 91, 93, 95, 105, 171, 179, 229, 260, 313, 349, 356, 364, 372, 376, 378. M ontrsquiou, 520, M ontcolpier (José y Esteban), 156. M ontlosier (co n d e ), 416. M o n t m o r e n c y , 416.
M oreau, 522, 524, 525, 528. M oreau el J oven, 184.
618
INDICE ALFABÉTICO DE NOMBRES
Morelly, 103. Mobelos, 582.
Oppenordt, 189.
Moreno, 578. Moser, 76. Mounier, 410, 426, 428, 430, 471, 485. Mozart, 188. Muhammad, 279, 280, 283, 286, 287. Muir, 514. Muley I smail, 324, 327. Mc iey Muhamhad, 325. Mtjrat, 489, 537, S39, 545, 546, 553. Mubatori, 257, Muro K yuso, 317, 313. Musschenbroek, 43, 48.
Oslan, 255.
Orleans (duque d e), 206, 207, 208, 239.
Parlo I (Zar), 526, 528. P ablo d e R u sia (d u q u e ), 192. P aine (Thomas), 172, 173, 505, Pajou, 185.
507, 514.
P alissot, 90. Pallas, 264. P anchaud, 139. P anch oucee, 173. P a r is -D u v e r n e y , 180.
PASSEMANT, 33.
Nadir-Sha, 278, 279, 280, 281, 287. Naisme, 86. Napoleón I, B onaparte, 7,110,114,115,124, 131, 145, 168, 169, 183, 294, 416, 481, 483, 485, 488, 522-526, 528-542, 544-547, 551, 553, 570, 574. N apoleón III, 241.
Narino, 508. Natttcr, 184, 314. Neckeb, 139, 401, 408, 409, 427, 446, madama de, 192. Needham (abate), 62, 63, N elson, 535.
Newcomen, 144, 146, 147, 152,
Newton, 11, 12, 16, 19, 21, 22, 23, 25-33, 39, 45, 48, 79, 81, 82, 83, 104, 167, 313. Ney, 521, 564. N guyen A n h , 297. Niemcewicz, 508. N iza » A l-M u lk , 286, 287. Nizam A l i , 287. Nizam Salabat Y unc, 287.
P asieur, 63. P atino, 211. P aite, 188. P ayatak, 297. Pedro n , 229. Pedro HE, 229, 247. Pedro el Grande, 17, 18, 190, 191, 193, 228. 229, 231, 234, 235, 248, 249, 263, 279, 303. P ellegrin (abate), 95. P esne, 190. P estalozzi, 164.
430. P etit, 162. P eyre , 182. Peyre el Joven, 189. Peyssonel, 61. P hilippe (capitán), 274. P é t io n ,
P h ip p (J a m e s ), 161.
Picart, 27. P ichecru, 479, 521, 572. P ie age, 189,
PlCALLE, 185.
N orte (conde d e l), 192. N orth (Lord), 203, 367.
P icneau de B éhaine, 297. PlGOTT, 507, PlLÁTRE DE R oZIED, 156. PtNEAU, 190. P inel, 160.
Notalis, 573.
P í o V I , (P a p a ), 43 4, 45 4, 526.
NoAtLLES
(duque d e ), 393, 413, 441.
N ollet (abate), 15, 16, 42, 43, 44.
P í o V H (P a p a ), 5 7 1 .'
P ío V III (Papa), 487.
Obbrkampf, 152, 314. Oclethorfe (James), 360. Olavide (Pablo de), 212. ONIONS (Petar), 144, 146.
P it t (W illiam ), 203, 217, 366, 367, 456, 457,
505, 510, 513, 514, 517, 523, 528, 534. Pitt (h ijo), 203, 204. P latón, 14, 289.
614
INDICE ALFABÉTICO DE NOMBRES
P lenck , 161. P unió , 57. P luche (abate), 16, 56. P oucnac, 454. P ombal, 289, 337, 338, 339. P ompadour, 180, 184, 187, 207, 314. PoNCELET, 169. P oniatowski (EstaniBlao-Angusto), 192, 226, 248. Portal, 158. P orT'Hoyal, 100. PoTERAT, 522. P otoco , 225. P ott, 159. Poocrrt, 63. P raslin (duque de), 187. P rimare, 70. P retost (abate), 173. P rice, 505. P riestley , 16, 19, 49, 50, 63, 64, 156, 505. Pnifcun de la Cóte-d’Or, 464. P rieur de la M arne , 430, 444. Princle, 160. Proudhon, 104. Prutchitchey, 263. PüCATCHEFP, 230.
Puzos, 161.
RrcHELiEU (duque de), 187, 259.
R ichhann, 44. R icrmond, 185. R iotaku , 318. R ivarol, 178, 416. R obbrt, Hubert, 156, 184, 185. R orbht de V aucondy, 267. R odertson, 76. R obespikrhe, Marimiliano, 154, 428, 429, 439, 455-457, 462, 464, 467, 468, 511, 513, 516. R obins, 123. R ochambeau (conde d e), 370. R oedcrer, 441, 490.
R ocgbyen, 264, R ohan (loa), 182, 193. R olanp (ministro), 454, 475; Sran 16. R ollo, 159, 160.
R omas, 44. R omhe, S07.
R omney, 256. R ossbach, 256. R ouelle, 16, 50. de L islb, 169. R ousseau (Isaac), 182. R ousseau (Juan. Jacobo), 16, 83, 88, 99J04, 163, 164, 177, 178, 188, 253, 254, 313, 314, 349, 505, 573, 578, 587.
R ouget
R oux (Jacques), 461, Rubens, 183,
Quesnay, 74, 75, 504. Q uinault (M lleJ, 192. Q dinettb, 490. Q uiroca, 264.
Hacine, 182, 256. R aritchev , 509, 514. B aja-Srao, 285. R ameau, 185, 186, 188. R aynal, 349. R éaumür , 16, 40, 43, 56, 57, 64, 65, 66. R ecnaud d e S aint J ean-b ’A ngély , 490. R einhard Sombre , 294. R embrandt, 183. R enán, 5. Refnin, 226. R eubell, 420. R eynolds, 256. R hicas V elestinlis, 503, 523.
R ückkbt, 573, H y (Jos d e), 189.
Saboya (duque d e), 241. ■Sacy (Silvestre de), 70, 322. S ah uch i , 285. Saint-André, 464, Saint-A ubin, 184. SAiNT-Denis, 361.
Saint-Csrmain (conde), 168, 238. Saint-Just, 464, 477, 521. Saint-Martot, 106. Saly, 190. San A gustín, 97. San Francisco Javier, 314. San Martín (Juan-José), 350, 504, 578. San Severo (príncipe d e), 93. Sandwich, Lord, 267. Sartine, 90.
INDICE ALFABÉTICO DE NOMBRES
Scablatti, 188.
Scharnhorst, 169, 542, 543. Scheele, 17, 48, 49, 5(152. Schillbr, 194, 514, 573. Schlbcsl, 573. Schwarzenrerc (príncipe de), 381. Sécuin, 64. Sbhbi Hayashi, 318. Semleh, 164. SÉnac, Jean, 159. Servan, 421, 454. Servandoni, 182. Seydlttz, 114, Sha Abbas, 276. Shakespeare, 256. Sharp, 98. Shays, 374. Shelley, 574. SretKiiiEij (André), 433.
Sieyés, 410, 417, 421, 426, 481, 484, 521. SlCISHOND, 309. Silhouette , 209. Silva (marqués de), 116. Silvestre, 190, Simoneau, 460. Sismondi, 396, 588. Smith (Adam), 75, 76, 143, 586, 588. Sobtber, 134. Sófocles, 256. Solaces (marqués de), 206. SoLANDER, 267,' SOLINCEN, 153. Sorel, 456. Soobise, 157, 174. SOUFFLOT, 182. Spallanzani, 63, 64, 66, 158. Speranski, 541, 542. Spinoza, 105. Stackeujehc, 226, Stael (Mme. de), 192, 254. Stahl , 47, 52, 53, 64, 159. Stein, 542, 543.
Stendhal,
81, 523.
Stbvenson, 583. Stopflet, 479. Strocanov (príncipe), 507. Stromer, 40. Stbuensee, 223. Stüaht Mill, 48,
615
Scdut Kan, 286. Sufpren (caballero de), 130, 131, 296, 370. Sucita, 318. SULI.Y (duque de), 192. Surlaville, 108. Suvorof, 526. SWEDBNBORC, 105. Swnrr, 171,172.
T alleyranr, 250, 323, 416, 417, 489, 490, 522, 539, 553, 564. T allien, 457. T anhcci, 215. T arget, 421. T asman, 266. T asso, 17. T aylor, 150. T bncin (Mme. de), 192. T haer, 542. T hauas II, 276, 278. T hibaudeau, 490. T hierry, 78. T homas, 12. T hobild, 514. T hotjret, 428. T hucut, 237. T ibault, 309. Tkck, 573.
T ippu Sahib, 289, 294, 296. T iradentes, 508. T issot, 161. T okucana, 318. T ournefort, 60. T oossaint Louvertüre, 535. T ownshen» (L ord), 151, 199, 366. T reilhard, 490. T relawney, 343. Trembley, 61, 66. T ronchet, 444. T ronchin, 161. Ts YONOBU, 317.
T uia Jethro, 151. T upac-Amahu, 350, T urcot, 12, 75, 77, 207, 209, 448, 587. T yssot de P atot, 14. tlHLAND, 573.
Ulrica Leonora, 223. U t a h a r o , 317.
616
ÍNDICE ALFABÉTICO DE NOMBRES
Vadigr, 482. Vaiaaise {conde d e), 547. V allóse, 115, 120, 121. V almont de Bomare, 16. V an der Noot, 220, 508. V an R obáis, 151. V asa (Gustavo), 190. V assé, 189. V aucanson, 152, 168. V krcennes, 173, 250, 323, 369, 370. V ercniaud, 454. Vernet, 184. V ebnon (almirante), 343. V erri (Pielro), 215, 508. ' V ico, 71, 72, 257. V íctor (general), 535. V íctor A maleo III, 16. V íctor Manuel I, 568. V icq D ’A zyh, 65, 158.
V ien, 184. V icée-Lebrun, Sra., 184. V illeneuve, 242, 535. V intimille (Mme. de), 207. V iscardo y G u zk ín (P ablo), 508. V oisins (Gílhert de), 490. V olta, 45, 160. V oltaire, 11, 14, 16, 17, 59, 70, 76, 78, 86-88, 91-94, 96, 100, 133, 173, 177, 179, 194-196, 214, 229, 260, 313, 497. V onck, 220, 508. Wacram, 488. Wallis, 265, 268.
WalpOlk, 171, 203, 240. Walsh, 44. W alter Scott, 574. W anc-Yang-Minc, 318. Warren B astincs, 295, 296, 322. W ashington (George), 362, 368, 370, 373, 374, 375, 378. W att (James), 41, 131, 132, 144, 145, 146-148, 153, 154. W attbau, 184, 189, 191, 300, 314. W ellington, 294, 546, 558, 559, 573, 577. W esley, 98, 201, 365. W hitbread, 565. W ilbebforce, 98, 329. W ilkes, 172. W il &inson, 149, 150. W díckelmann, 77, 180, 184, 254, 256. W olfe, 363. W olff, 96, 167. W ordsworth, 507, 514, 574. W yatt (John), 144.
Y AHANDAH, 283.
Yechicé, 317. Y ochimune, 317. Y onc C heng, 298, 300, 304, 309, 311Y otjng, 255. Y oung (Arthnr), 403.
Z iethen (general), 123.
ÍNDICE DE MAPAS, CROQUIS Y DIAGRAMAS
Paso de columna de marcha a línea de batalla
.....................................................................112
Orden o b l i c u o ..........................................................................................................................................113 Navegando de b o l i n a ............................................................................................................................ 126
Esquema de la maniobra de S u fír e n ...................................................................................131 Esquema de la máquina de N ew com en......................................................................................... 147 Esquema de las máquinas de W a tt................................................................................................14? Mapa !.•— Los tratados de 1713-1714.................................................................................... 245 Mapa I I .— Conquistas rusas y primer reparto de P o l o n i a ..................................
249
Aíopo III, — Grandes centros comerciales de P e r s ia .........................................
277
Mapa IV, — Estados desmembrados del Imperio M ogol y Estados del Sur de la India
.
284
Mapa V. — Los europeos en la I n d ia .................................................................................................290 Mapa VI. — Hutas del Asia Central..................................................................................
299
Mapa V il. — La expansión de China en Asia central.........................................................302 Mapa VIII. — Rutas comerciales del Imperio Español de América del Snr.
.
.
.
345
Mapa IX . — Franceses e ingleses en América del N o r t e ................................................
.
Diagrama. —- El descenso del asignado y del cambio francés, de 1789 al año I I I .
.
•
Mapa X . — Europa en 1789 ...........................................................................
35? 458 512.513
Mapa X I. — Las cinco particiones de P o lo n ia ...........................................................................519 Mapa X II.— Francia en 1802
.......................................................................................................
527
Mapa X III. — Europa ba jo Napoleón en 1810 ....................................................................
536-537
Mapa X IV . — Europa en 1815 ................................................................................................
552-553
Diagrama.— Auge de la economía europea según el movimiento de precios nacionales .
580
Diagrama. — Auge de la economía internacional según el movimiento general de pre cios
....................................................................................................................................................... 581
Diagrama. — Ange de la economía inglesa según la cartera privada y el papel descontado del Banco de Inglaterra..................................................................................................................... 583
ÍNDICE DE ILUSTRACIONES EN COLOR I. P artida de caza. Óleo de Antoine Watteau (1681-1721), pintado hacia 1720. Colección Wallsce, Londres. II. El aya. Óleo de Jean-Baptiste Simeón Cbardin (1699-1779). Colección del Príncipe de Licch tenstein. III. El charlatán. Fragmento del óleo de Gíambattista Tiépolo (1696-1770), Colección Cambó, Barcelona. IV. R ENALTOLIBERANDO A ÁBMIDA. Fragmento del óleo de Honoré Fraganard (1732-1806). Colección A . Veil-Picard, París. V . L a taza de té. Fragmento de nna tapicería de Aubnsson, realizada según un cartón de Boncber. VI. Napoleón Bonapabte. Apunte de Jacques-Louis David (1748-1825), pintado hacia 1800. Colección particular.
VIL Los FUSILAMIENTOS DEL 3 DE MAYO DE 1808, Fragmento del óleo de Francisco de Gaya, Museo del Prado, Madrid.
ÍNDICE DE ILUSTRACIONES EN NEGRO
1. Escena callejera: la circulación en París en el siglo xvin (Foto V iollet). Z. Experimento eléctrico realizado sobre un hombre p or el abate Nollet, en tm gabinete de física. Grabado de R . Brnnet, según el original de N. Le Saeur, para Ensayo sobre la elec tricidad de los cuerpos, por el abate Nollet (París, Guerin freres, 1746). 3. Un experimento de magnetismo. Plnma y aguada atribuida a Claude-Loais Desrais. (Museo Carnavalet, Foto Bulloz). 4. Un laboratorio de qnímica en el siglo xvm. Grabado de Prévost, según original de Goussier, para la Enciclopedia (artículo: Quí m ica). (Biblioteca Nacional). 5. Lavoisier en su laboratorio, durante un experimento sobre la respiración del hombre en reposo. D ibu jo de Mine. Lavoisier (Biblioteca Nacional). 6 . Coronación de Voltaire en el Théátre Français, el 30 de marzo de 1778. D ibujo de Gabriel de Saint-Aubin (1778). (Museo del Lonvre. Foto Bulloz). 7. La calle Quincampoix en 1720. D ibujo anónimo. (Colección Paul Angoulvent. Foto P.U.F.). 8. Construcción de una carretera en país montañoso. Pintura de Joseph Vernet. (Museo del Louvre. Archivos fotográficos de arte e his toria). 9. Los campesinos de Gonesse despedazan un montgolfier caído en el pueblo. Alarma general de los habitantes de Gonesse, a causa de la caída del globo aerostático de M. d e Montgolfier. Grabado anónimo. (Cabinet des Estampes). 10. El origen de la vacuna. Caricatura de Edwar Jenner. (Cabinet des Estampes). 11. Vista del hotel de Soubise, desde la calle. Aguafuerte de J. B. Rigaud, según original de Jacques Rigaud (Calcografía del Louvre). 12. Vista del Salón del Louvre en 1753. Aguafuerte original de Gabriel de Saint-Aubin. (Cabinet des Estampes). 13. La mnestra de Gersaint. La muestra grabada según e l plafón pintado p or Watteau para M. Gersaint amigo suyo Comerciante en e l puente Nolre-Dame de 5 pies de altura por 9 pies 6 pulgadas de an chura, que se búlla en el gabinete de M. de Juíienne. Grabado de P. Aveline, según el original de 'Watteau, (Cabinet des Estampes). 14. El castillo de Sans-Souci, en Potsdam. Grabado de J. S. Knupfer (1788) (Cabinet des Estampes). 15. El té a la inglesa en la mansión de la princesa de Conti, salón de Quatre-Glnces, en el Temple. (1766). Pintura de OUivier. (Museo del Louvre. Archivos fotográficos de arle e historia.)
620
INDICE DE ILUSTRACIONES EN NEGRO
16. Vista de loa jardines de Bagatelle. Vista de tino de los aspectos interiores del jardín de Bagatelle, desde donde se des cubren las alturas del Mont Valérten, la aldea de Puteau-les-Communs y el interior del patio que conduce al pabellón, erigido según los dibujos de Alexandre Belanger, primer arquitecto de Monseñor el conde de Artois, Grabado de Níquel, según original de L. Bellanger. (Catínel des Estampes.) 17. Carlos 111 comiendo ante su Corte. ó le o de Luis Paret. (Museo del Prado, Madrid.) 18. El concierto. D ibnjo a la pluma de Casanovas. (Museo de Arte Moderno, Barcelona.) 19. La vendimia. Fragmento de una obra de Goya, (Musco del Prado, Madrid.) 20. Conducción de una condenada a muerte. Capricho n,° 24, titulado N o hubo remedio, de Goya. (Colección F. Torelió, Barce lona.) 21. Jora de Femando VII. Óleo de Luis Paret, (Museo del Prado, Madrid.) 22 . Danza rnsa. Grabado de Saint-Anbin, según original de Le Prince para el V oy age en Sibérie del abate Chappe d’ Auteroche, París, 1768, (Cabinet des Estampes. Archivos fotográficos de arte e historia). 23. La europeización de Rusia, Grabado popular de madera, aludiendo a la disposición real de que desaparecieran las barbas. 24. La reina Obcrea cede Tahití al capitán Wallis. Grabado realizado bajo la dirección de Godefroy para Cartas y figuras del relato de los viajes emprendidos por orden d e Su Majestad británica... para efectuar descubrí. mientos en e l Hemisferio meridionaL (Paris-Panckoucke, 1774) (Biblioteca NacionaL) 25. Salvajes del cabo de Diemen preparando su comida. Grabado de Copia y M. F. Dien, según original de Pirón, sacado de Atlas que sirve para e l relato del viaje en busca de La Perouse, hecho por orden de la Asamblea consti tuyente durante los años 1791, 1792 y durante e l primer y segundo año de la República Francesa, por Labillardiére... (París, H-J. Jansen, año V III) (Biblioteca Nacional.) 26. Vista de la isla de Ulietea, con una doble piragua y u n cob ertizo don de los habitantes guar dan sus Utensilios m arineros. Grabado para I09 Voyages de Cooh, t. III (julio 1769) (Cabinet des Estampes). 27. El cortejo del Maharajá. Pintura cingalcsa. (Colección Paul Angoulvent. Foto P.U.F.). 28. El emperador K ’ien Long recibiendo el homenaje de los Kazaks-Kirghizes. Grabado realizado bajo la dirección del Cochin, según una pintara del P. Castiglione, S. J. (época Tsing) (Museo Guimet. Archivos fotográficos de arte e historia). 29. Naves chinas. Estampa anónima (Cabinet des Estampes). 30. Terraza junto al mar, en el Japón. Estampa de Kiyonaga. 31. La llegada a Egipto de los primeros arqueólogos. La Esfinge junto a las Pirámides. Grabado anónimo sacado del Voyage en Egypte, de Danon (París, 1802) (Cabinet des Estampes).
ÍNDICE DE ILUSTRACIONES EN NEGRO
621
32. Comercio de esclavos en Martinica. Grabado anónimo (Cabinet des Estampes). 33. Una calle de Puerto Rico. Detalle de la tabla de Campeche Utraiz, capitán general de Puerto R ico. (Colección Gramunt, Barcelona.) 34. Escudo de Armas de M éjico. Grabado de Baltasar Troncoso, año 1743. (Biblioteca Nacional, Madrid.) 35. Las mujeres de Edenton, en Carolina del Norte, juran no beber más té hasta conseguir la libertad de sn país. A Society o f fstrtotic Ladies at Edenton in North Carolina. London. Prínted for E. Sayer & J. Bennett. Grabado anónimo. (Cabinet des Estampes.) 36. La primera Asamblea del Congreso de los Estados Unidos. Grabado de Godefroy, según original de Le Barbier, (Cabinet des Estampes.) 37. Paseo de las murallas de París, Aguafuerte de P. F. Conrtois, según original de Auguslin de Saint-Aubin (1760) (Ca binet des Estampes). 38. Fiesta dada junto al Sena, en 1739, por la ciudad de París. Fisto general de la ornamenta ción, iluminaciones y fuegos artificiales de la fiesta dada por la ciudad de París a orillas del Sena en presencia de Sus Majestades, e l veinte y nueve de agosto de mil setecientos treinta y nueve, con ocasión de la Boda de Mme. Louise Elisabeth de Francia y de Don FeUpe, Infante de España. Grabado de J. F. Blondel, según original de Salley. (Calcografía del Lonvre.) 39. El barrio de las Tullerías con la sede de la Asamblea y el club de los Jacobinos. Fragmento del Plano de París, llamado Plano de Tur gol, grabado al buril por Cía ude Lucas, según original de Louis Brétez (1734-1739) (Calcografía del Louvre). 40. Escena callejera. Grabado de Madeleine Cochin, según original de C. N. Cochin, hijo. (Cabinet des Estampes.) 41. Inauguración de los Estados Generales en Ver salles, el 5 de mayo de 1789. Grabado de Helman, según original de Ch. Monnet. (Cabinet des Estampes.) 42. Gamillo Desmoulins arenga a la multitud en el Palais Roya!, el 1 2 de julio de 1789. Grabado de Bertbault, según original de Prieur. (Cabinet des Estampes.) 43. El pneblo en la calle (noche del 12 al 13 de julio de 1789). Grabado original de A. F. Ser gent (1789) (Cabinet des Estampes). 44. La toma de la Bastilla. Grabado de F. N. Sellier (1789) Sitio de la Bastilla el 14 de juUo d e 1789, tomada en dos horas y media por los ciudadanos de París y ios valientes Guardias Franceses. (Ca binet des Estampes.) 45. Regreso de la Familia Real a París, el 6 de octubre de 1789. Aguatinta anónima. (Cabinet des Estampes.) 46. Fiesta de la Federación, en Paría, el 14 de julio de 1790. Grabado de Bertbault, según original de Prieur. (Cabinet des Estampes), 47. Facsímil del núm. 391 de L'Ami du Peuple ou le Publicaste parisién (6 marzo 1791). (Bibiblioteca NacionaL) 48. El café Goddet en el boulevard del Temple, hada 1791. Acuarela de Swebach-Desfontaines. (Museo Carnavalea Archivos fotográficos de arte e historia).
622
INDICE D E ILUSTRACIONES EN NEGRO
49. Celebración de la Fiesta del Ser Supremo, el 20 de Prairial, año II. Vista de la montaña elevada en el campo d e la Reunión con motivo de la fiesta cele brada en honor del Ser Supremo el Decadi 20 de Praírial del II año d e la República Francesa. (Cabinet dea Estampes.) 50. Robespierre es llevado herido a la antesala del Comité de Salud Pública, el 28 de julio de 1794 (10 de termidor, año Q ). Aguafuerte de Bertbault, según original de Duplessis-Bertaox. (Cabinet des Estampes.) 5L Llegada a Francia de botín de guerra. Entrada triunfal de los monumentos de las Ciencias y las Artes en Francia. Estampa anónima. (Museo Cama vale t. Foto Bulloz.) 52. La consagración de Napoleón. Grabado original de La Vallée. (Cabinet des Estampes). 53. El Jardín de las Ttülerías en 1808, D ibujo de Norblin de La Gourdaine. (Museo CamavaleL Foto Bulloz). 54. El Primer Cónsul y Mrae. Bonaparte, en noviembre de 1802, visitando la manufactura de los hermanos Sévene, en Rouen, Dibujo por ísabey (Salón de 1804) (Museo de Versalles. Foto Giraudon). 55. La batalla de Trafalgar. Fragmento de una tabla de C. Stanfield. (Tate Gallery, LondreB.) 56. Interior del taller de David en el Lonvre. Pintura de Cocbereau. (Museo del Lonvre. Foto Violet.)
ÍNDICE DE MATERIAS Cap».
Págs.
Introducción...................................................................................................................
5
P r im e r a P a r t e
EL ÚLTIMO SIGLO DEL ANTIGUO REGIMEN L ibro P rimero LO S PRO G RESO S D E LA RE VO LU CIO N IN TE LE C TU A L L El espíritu del s i g l o ....................................................................................................... 1. El método. — Descarte», Locke. Newton.— El cartesianismo del siglo XVIU.— Reproches a los “ Filósofos". 2. Las condiciones de trabajo.— La afición del público. — El apoyo de la opinión pública y de los gobiernos. — La universalidad de los sabios. II. L as matemáticas .................................................................................................................. El análisis infinitesimal.— La preponderancia continental y francesa. — El aísla* miento inglés.— El universalismo francés. — La “ descriptiva” . — La mecánica racional. — El “ geómetra” . III. L a a s t r o n o m í a .................................................................................................................... El problema de la gravitación. — Las pruebas de la gravitación. — 1Mediciones de Maupertnis y La Condamine. — Observaciones de Bongner y de Maskeline.— Bougner y la desviación de la» montañas. — Observaciones de Le M onnier.— La gravitación comprobada p or el cálculo.— Teoría de los planetas y de los satélites. La estabilidad del sistema solar.— Los cometas. — Nuevos medios de observación. — Descubrimientos. — La síntesis de Laplace.
IV. L a f ís ic a ......................................................................................................................... El termómetro. — La calorimetría. — La electricidad.— Primeros descubrimien tos.— La botella de Leyden. — La electricidad atmosférica y el pararrayos.— Electricidad orgánica y pila eléctrica. — Naturaleza de la electricidad. V . L a q u í m i c a ........................................................................................................................... El flogisto. — Scbeele. — Prieslley. — Lavoisier. — La nomenclatura química.
VL L as
ciencias
naturales
.
.
.
.
Buffon. — La geología. — Las clasificaciones botánicas y zoológicas. — La gene ración espontánea. — Nutrición. — Fecundación.— E l transformismo. ,
11
21
25
39
*7
35
634
ÍNDICE DE MATERIAS Péga.
Caps.
VH, LiS CIENCIAS HUMANAS....................................................................................................... La antropología. — La erudición. — La sociología.— La economía política. — La historia.— La “ metafísica". — La difusión de la ciencia. VIH. L as concepciones be c o n ju n t o ........................................................................................ La “ Filosofía de las Laces” . — La francmasonería. — El Cristianismo y las Igle sias. — Los románticos. — Juan Jacobo Rousseau. — Kanl.
L ibbo n L A RE VO LU CIÓ N TEC N ICA I. L a técnica m i l i t a r ............................................................................................................109 El fusil.'— El cañón liso. — La guerra en 1715. — El Ejército prusiano.— Los ade lantos austríacos y franceses. — El orden cerrado. — El fuego a discreción.— Los cazadores. — La columna de ataque,— La división. — La caballería. — La artillería de Valliére, — Bélidor, — La artillería de GribeauvaL — El cañón rayado. — La guerra une va, — La expansión europea. LE. L a revolución n av a l ............................................................................................................. 125 Los ingenieros. — Los barcos. — El problema del punto.— Los buqnes de gnerra. Táctica y estrategia navales. — Suffren. — El barco de vapor. D I. L a devolución financiera e i n d u s t r i a l .................................................................... 133 La mentalidad utilitaria. — La multiplicación de los capitales. — La abundancia de metales preciosos. — El papel moneda. — Los billetes de banco. — Letra de cambio. — Préstamos, rentas, acciones, obligaciones. — La Bolsa. — El papel moneda en Holanda, en Inglaterra, en Suiza, en Francia y otros países. La revolución industrial en Inglaterra. — La industria artesana. — La concentra ción comercial. División del trabajo y fabricación en serie. — Las fábricas.— Las máquinas: cansas de su invención. — Los inventores.— El éxito de los in ventos.— El encadenamiento de los inventos textiles. — Metalurgia. — La má quina de vapor. — La ayuda mutua de las industrias.'— Las concentraciones industriales. — La mejora de la calidad y el aumento de la cantidad. — Los grandes esfuerzos. — La lucha de clases. — Superviviencia de la artesanía. •— La agricultura industrial. — En el Continente. — En Francia. — Otros países. Inventos de porvenir. — El pararrayos. — El automóvil y el ferrocarril. — El telé fono. — El telégrafo. — La navegación aérea. Enropa y el mundo. IV. L as técnicas bel progreso h u m a n o .................................................................................. 158 1. Medicina y cirugía.'— Los estudios. — Diagnóstico y pronóstico. — La terapéu tica.— La medicina preventiva. — La obstetricia.-— La cirngía. 2. La enseñanza.— El espíritu del siglo. — La enseñanza primaria. — La segunda enseñanza. — Enseñanza superior. 3. La prensa. — Las gacetas holandesas. — La prensa inglesa. — La prensa ame ricana. — La prensa del Continente. —En Francia. — Los demás países, excepto Francia.
68
87
625
ÍNDICE DE MATERIAS
Libro m L A IM POSIBLE NACIÓN EU RO PEA Caps. I.
Pága L a unidad de E u r o p a ................................................................................................... 177 La Europa francesa. — El francés, lengua europea. — El arte francés, arte europeo. La arquitectura francesa. — La pintura francesa. — La escultura francesa. — La música francesa. — El vestido francés. — La cocina francesa. — La invasión de Europa por Francia, — Causas de la expansión francesa. —* El poderío francés. La corte de Francia. — Los salones. — La hospitalidad francesa. — La emigra* ción francesa. — El espíritu feudal.— El cosmopolitismo. — El despotismo ilustrado,
n . La diversidad de Europa. L os distintos Es t a d o s ...................................................196 Europa occidental. — El Reino Unido. — Las Provincias Unidas. — Francia. Europa meridional. — España. — Portugal. — Italia. Europa central. — Suiza. — Países germánicos y danubianos. — El Sacro Imperio. Los principes. — Los Habsburgo. — Los Hohenzollem. ' Europa septentrionaL — Dinamarca. — Suecia. Europa oriental. — Polonia. — Turquía. — Rusia. III. La diversidad de Europa: las rivalidades entre los Estados...................................232 La situación diplomática en 1715. — Características de la política exterior en el siglo xvni. — La aceptación de los tratados de Utrecht y de Rastadt (1715.1731). E l restablecimiento de Francia.— Las grandes guerras marítimas y continen tales (1740-1763). — La ascensión de rusos y prusianos (1763-1789), IV. L a diversidad de Europa; el despertar de los espíritus nacionales . . . . 252 L ibro IV
A SIA , AFR ICA, OCEANÍA La expansión de la civilización europea. I. Los descubrimientos de los europeos en el siglo X V m ................................................. 263 II. O c e a k í a ......................................................................................................................................... 269 III. As i a .............................................................................................................................. 275 Persia. — India. — Indochina. — Indonesia. — China. — Japón. IV. A f r i c a ................................................................................................................................ 320 Egipto. — Túnez. — Argelia.— Marruecos. — Africa negra. L ibro V
A M ÉR ICA D E 1713 a 1789 I. L a A mérica p o r t u g u e s a .................................................................... . . . . 333 La situación de Brasil a principios de siglo. — La evolución hasta PombaL — Las reformas de Pombal. — El progreso después de Pomhal. II. L a A mérica e s p a ñ o l a ...................................................................................................... 340 La situación después del tratado de Utrecht. — El Imperio español de 1713 a 1759. La época de Carlos 111. 41, — H. G. C. — V
626
ÍNDICE DE MATERIAS
Pies, IIL L as An tillas ...................................................................................................................351 IV. América del Norte francesa e inclesa hasta 1763 ................................................... 353 País e indígenas. — Colonias francesas. — Colonias inglesas.*—La variedad de las cotonías. — La unidad de los colonias. — La población. — Lucha entre ingleses y franceses. V. L a independencia de las colonias inglesas de A m é r ic a .......................................364 El pueblo americano, — El imperialismo inglés y la resistencia. — La guerra de Independencia.
V I.
L a evolución del Canadá (1763-1791) v la formación de los Estados Unidos de A mérica (1783-1789)......................................................................................................
371
Canadá y Acadia. — Estados Unidos. Lúe nuevas Constituciones. — La impotencia del Congreso.— La Constitución de 1787.— Estados Unidos y Europa.
S e g u n d a P a u te
LA SOCIEDAD DEL SIGLO XVIII ANTE LA REVOLUCIÓN L ibro P rimero
LA REVOLUCIÓN FRANCESA Y LAS CONSOLIDACIONES NAPOLEÓNICAS I. Fuerzas
de la
R evolución ..........................................................................................385
I. Fuerzas n a t u r a l e s .......................................................................................................385 1. Las ciudades. — Crecimiento demográfico. Alza general de los precios. — Proletariado y semiprolctariado.— La ciudad contra los privilegios nobi liarios.— Poder de la Iglesia. 2. El campo. — Campesinos propietarios. — Colonos y aparceros. — El capi talismo territorial y loa productores.— Miseria del proletariado rural. 3. La crisis económica de 1789.'-M a la s cosechas y elevación de los precios agrícolas,— Hundimiento de la producción industrial y paro ____ Conse cuencias políticas y sociales. II. El instrumental rev olu cion a rio....................................................................................... 404 Consejos burgueses, clubs, periódicos. — Ejército y Guardia nacional. III. Victoria de la R e v o l u c i ó n .............................................................................................. 407 Victoria del estado llano en la Asamblea. — Victoria del pueblo de París.— La revuelta de las provincias. — Victoria sobre la burguesía conservadora, n . L a época de l a s Instituciones: la Revolución constituyente (1789-1791) . . 412 I. Las instituciones p o l í t i c a s .................................................................................................412 1. La abolición del légimen feudal. — La revolución campesina, — La noche del 4 de agosto. — La conquista de la igualdad. — Los decretos del 4 al 11 de agosto. — Los derechos feudales redimibles. — Las demás medidas igua litarias de la C onstituyente..........................................................................................412 2. Los Derechos del Hombre. — La votación de la Declaración. — La igualdad c iv il.— Las libertades. — La soberanía. — El veto r e a l ............................ 421 3. El poder burgués: ensayo de una democracia censalaria.— Ciudadanos ac-
INDICE DE MATERIAS
Caps.
627 Págs.
tivos y pasivos. — Censo de elegibilidad. — M arco de plata. — R eorganiza' c ió n administrativa y ju d icia l. — E l C lero y la Constitución civ il . . .
428
U. Las Instituciones e c o n ó m i c a s ................................................................................................ 435 Laissez-faire, laisser passer. 1. La libertad d e a cción o la a b olición d el m o n o p o lio . — L os privilegios cor* porativos y la n och e d el 4 de agosto.'— La supresión de las jnrandas y de las maestrías. — La ley “ L e Chapelier” . — Supresión de los privilegios de las com pañías com erciales. — Supresión d el m on op olio d e las com pañías m ineras. — Cultivo lib re, cercad o libre. — L os bienes com unales . . .
íI I .
436
2. La lib re circu la ción o la supresión d el im puesto d el consum o. — La lib re circulación i n t e r i o r ................................................................................................................445 3. E sbozo d e una redistribución d e las riquezas. — N acionalización de los bienes de la Iglesia. — E l asignado y la venta de los bienes d e prim er ori g e n .— Las contribuciones y las cargas s o c ia le s ............................................................ 447 L a época de las anticipaciones : la R evolución convencional (1792-1795) . . 453 I. Fuerza d el m o v im ie n t o ................................................................................................................453 1. El d o b le p eligro. — “E m oción n acion a l" y “ traidores” em igrados. — E l “ traidor" La Fayette. “ Traidores” d el interior. — E l “ traidor” Lnis. — Vendeanos “ separatistas”. — “ E m oción social” . Inflación. Subida d e los pre c io s .— D irector d e orquesta: la m i s e r i a ....................................................................... 453 2. E l instrumental revolu cion ario. — Sociedades populares. Com ités revolu cionarios. P e rió d ico s.— Fiestas cívicaB. — D em ocracia y dictadura. "E l despotism o de la l i b e r t a d " ................................................................. 462 3. V ictoria d e l m ovim iento. — Consignas convergentes. E l T error. — Las se ñales de d e b i l i d a d ................................................................................................................466 4. El tem or burgués. — La reacción política, econ óm ica y social . . . . 469 II. Las anticipaciones p o lí t ic a s ...................................................................................................470 La D eclaración de 1793. — Sufragio universal y gobiern o d e Asamblea. — Ser Supremo. Separación de la Iglesia y el Estado, III.
IV .
Las anticipaciones económ icas y s o c i a l e s ...........................................................................473 M ezcla de duradero y d e efím ero. Supresión de los censos feudales. — Tras, pasos d e propiedad. Venta de los bienes de los em igrados. — Econom ía co lectiva .— R epú blica social. — Ensayos de legislación social. E l efím ero y p rofético año II. L a época de las consolidaciones : el fracasado ostento del D irectorio y la
R evolución napoleónica ( 1 7 9 6 - 1 8 1 5 ) ................................................................................. 479 I . Fuerzas e s ta b iliz a d o r n s ................................................................................................................ 479 D eseo d e estabilidad p o lítica .—'A n h e lo de estabilidad econ óm ica. — E l ejér cito “ estabilizador” . — La acción “ conciliadora” d el prim er cónsul. U . Las consolidaciones políticas .................................................................................................483 Sufragio universal. — O ligarquía censatario. Plebiscitos. — E l régim en consti tucional y las Asambleas deliberantes. — E l destino de las libertades esen cia le s.— E l clero con cordatorio y la U niversidad.— El p od er de los n o tables. La nobleza burguesa. III. Las consolidaciones e c o n ó m i c a s ..........................................................................................491 Las ordenaciones d el “ biseez-faire". — El “ laissez-passer” y las contribuciones indirectas.— C onclusión.
638
INDICE DE MATERIAS
L ibro II
E L M UNDO A N TE L A RE VO LU CIÓ N FRA N CE SA Y L A CO N Q U ISTA N APOLEÓN ICA Caps. Pigs. I . El
mundo
en
1789
......................................................................................................................
497
Primacía de la Europa atlántica, L Estructuras p r e d o m in a n te s .....................................................................................498 Despotismo y aristocracia feudal. — Sierros, colonos y granjeros. — Concen tración de la propiedad. H. Burguesía y capitalism o............................................................................................ 502 Desarrollo de las ciudades, de la industria y del com ercio.— Fermentos re* volucionarios. tH . El espejismo anglosajón.............................................................................................584 Poder de la aristocracia inglesa. — La “ República” americana. IL L a R evolución
francesa y
el mundo
(1 7 8 9 .1 8 0 2 )...................................................
507
L Fuerza contagiosa de la Revolución fra n cesa ....................................................507 Adhesión de la sociedad “ ilustrada".— Primeros levantamientos: las revolu ciones de Brabante y Lieja. — Reacciones aristocráticas y actitud de los monarcas. II. La guerra social internacional (1792.1795)....................................................... 511 Una lucha per la salvación de la “ civilización'’. — La resistencia clandestina en el extranjero. — La guerra de propaganda y el expansionismo revolu cionario.— Los métodos tradicionales de la diplomacia y del bloqu eo.— El ejército revolucionario y el sostén de la guerra. — Los resultados: v i o toria francesa, rotura de la coalición. D I. Continuación de la guerra social: la derrota de Europa (1795-1802) . . . 522 Los mismos objetivos, los mismos métodos, la mismatáctica. — Bonaparte en Italia. — Las repúblicas hermanas. — La segunda coalición, t i !. N apoleón y el mundo (1 8 0 2 -1 8 1 5 ) ........................................................................................ 529 L Posibilidades de Napoleón (1802-1811)..................................................................... 529 El bloque napoleónico. La alineación de loa satélites.—-D ifusión de las con quistas sociales de la Revolución. — El ejército y la táctica napoleónicos. La coyuntura internacionaL — El genio napoleónico. II. La conquista n a p o l e ó n i c a .........................................................................................534 Napoleón e Inglaterra. — Napoleón y los grandes Estados europeos. — El blo queo y sus consecuencias. — El Gran Imperio y el sistema eontinentaL IH. Los despertares nacionales y la victoria de E u rop a................................................ 540 Fuerzas hostiles.— El despertar prusiano y el romanticismo alemán.— Fuer zas a la medida de la Revolución francesa. — La victoria rusa. — La coali ción general.
Conclusiones generales LA C IV ILIZACIÓ N R E STA U R A D A D E 1815 I. La Restauración europea y la “ Sociedad de los E sta d os".................................. 551 ‘‘Europa”. — Equilibrio. — Legitimidad. — El Congreso de Viena. — Francia.
ÍNDICE DE MATERIAS
62 9
Caps. Prusia.—•Austria. — Rusia, gran vencedora. — Inglaterra. — Valorea europaos, — Le Santa Alianza. — La cuádruple Alianza. II. Laa Restauraciones i n t e r i o r e s ......................................... ........................................ 561 La Carta de 1814. - - Tradición. Herencia. — Concesiones sobre los principios. Vacilaciones en la aplicación.— En Inglaterra. — Los Países Bajos. — Sui za.— La Constitución noruega. — En Alemania. - •España.— La restau ración social. n i . Valores de la civilización r e s ta u r a d a .....................................................................570 Categorías eternas. — La oleada romántica. — Los valores restaurados. IV. Amenazas contra la sociedad restaurada..........................................................................575 El m iedo sociaL — Auge de los Estados Unidos. — Victoria republicana.— Revoluciones latinas. — E l Brasil.— La sublevación de las colonias espa ñolas.— Auge general de la burguesía. — El liberalismo británico.— E l despertar del liberalismo en Rusia. — Los movimientos nacionales.— E l proletariado. O rientación
bibliográfica ..................................................................................................................... 589
C ronología
sumaria .................................................................................................................................. 593
I ndice
dk nombres de p e r s o n a s .............................................................
605
Í ndice
de mapas, croquis t diagramas ................................................................................................ 617
I ndice
de ilustraciones en c o l o r ..................................................................................................... 618
I ndice
de ilustraciones en n e g r o ....................................................................................................... 619
Indice
de m aterias ................................................................................................................................... 623
ESTE LIBRO SE ACABÓ DE IMPRI MIR EL D lA 26 DE AGOSTO DE 1958. EL TEXTO, EN TIPO B O D O N I, EN LA IMPRENTA C L A R A S * , BARCE LO N A; LAS L A M IN A S EN HUECO G R A B A D O EN LOS TALLERES DE HERACLIO
F O U R N IE R , V IT O R IA ;
LAS LAMINAS EN CUATRICROMEA EN GRAFICAS A L F A , BARCELONA.