LÍNEA TEOLÓGICO-PASTORAL DEL CONCILIO PLENARIO1 P. Raúl Biord Castillo, sdb ¿Qué es una línea teológico-pastoral? Se trata de una noción o categoría que constituye el principio o eje unificador de las afirmaciones teológicas y de las orientaciones pastorales (CCCS 18). Esta categoría es, al mismo tiempo, interpretativa y valorativa y, por ello, es, ante todo, un principio hermenéutico, vale decir, un prisma desde el cual ver, comprender y juzgar la propuesta teológico-pastoral subyacente. Al mismo tiempo constituye una categoría valorativa, en cuanto permite sopesar, priorizar y orientar lo que, en el conjunto, se quiere quie re afirmar. Puebla explicitó como línea teológico- pastoral pastoral la expresión “comunión y participa participación”. ción”. Ella constituye, a la vez, una espiritualidad, una concepción eclesiológica y todo un programa de acción pastoral. En Medellín la línea teológico-pastoral, sin ese nombre y precisión temática, se podría decir que fue “los pobres, la justicia social” en una América Latina en transformación. Posteriormente en Santo Domingo fue la expresión “nueva evangelización y evangelización de las culturas”.1 En el documento de Puebla la expresión “comunión y participación” aparece en 24 oportunidades, 19 de ellas en la tercera y cuarta parte dedicadas al marco operativo y a las líneas de acción. Como línea teológico-pastoral asume un significado equivalente al de objetivo y método de la evangelización y de la la pastoral. En este sentido se aplica a la la Familia (568, 569, 583, 587, 588), a las Comunidades Eclesiales de Base, a las Parroquias y a la Iglesia Particular (617, 644), a la Vida Consagrada (721), a los Laicos (801), a la Mujer (846), a la Pastoral Vocacional (864), a la Liturgia Liturgia (895), al testimonio y caridad a los más pobres (974), a los Jóvenes (1167, 1184), a la Acción en la Sociedad (1255). La comunión y participación en Puebla es el núcleo unificador y, a la vez, la descripción de lo que se quiere con la evangelización y la pastoral: por eso los centros, agentes y medios están orientados a ellas. El Mensaje Final de Medellín señala como primer compromiso: “Inspirar, alentar y urgir un orden nuevo de justicia, que incorpore a todos los hombres en la gestión de las propias comunidades”. Y a continuación continuación presenta el compromiso con la familia, la educación, la juventud, los trabajadores, como estructuras intermedias y elementos decisivos en función de la transformación socio-económica y de la consecución de la paz. En segundo lugar, expresa el compromiso más “ad intra” de “alentar una nueva evangelización y catequesis intensivas que lleguen a las élites y a las masas para lograr una fe lúcida y comprometida; renovar y crear nuevas estructuras en la Iglesia que institucionalicen el diálogo y canalicen la colaboración entre los obispos, sacerdotes, religiosos y laicos”. El foco de la evangelización se coloca en el necesario cambio social para superar el escándalo de las mayorías empobrecidas. En Santo Domingo se señalan como líneas prioritarias: la Nueva Evangelización de nuestros pueblos, la promoción integral de los pueblos latinoamericanos y caribeños, y la Evangelización inculturada (292). El tema de la Nueva Evangelización y la Inculturación del Evangelio funciona como línea teológico-pastoral y expresa el compromiso de la Iglesia en este campo. Se expresa así una mayor sensibilidad por la multiculturalidad de nuestros pueblos y por 1
Forma parte del libro: Conociendo nuestro Concilio, ideas-fuerza , publicado por las Ediciones Trípode, T rípode, Caracas 2007, pp. 37-48. Para adquirir el libro dirigirse a
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2 una evangelización inculturada que llegue a las grandes ciudades, a las áreas rurales, a los pueblos indígenas y afroamericanos, a fin de que el Evangelio encarnado en sus culturas manifieste toda su vitalidad. La línea teológico-pastoral sirve como un principio para interpretar, actualizar y encarnar, en el contexto histórico que se vive, las verdades contenidas en la Revelación, es decir, lo que se llama la doctrina cristiana, recogida en sus afirmaciones fundamentales en el Credo y en el Catecismo (CCCS 19).
El contexto eclesial del Concilio Plenario Mons. Ovidio Pérez Morales, en 1994, sugería a la CEV la posibilidad de pensar en un Concilio Plenario Nacional como encuentro de nuestra Iglesia en torno al Señor para una reafirmación de la fe, un examen de los desafíos que más nos interpelan y una pastoral de conjunto de gran aliento.2 Al año siguiente, convertía esa sugerencia en una “proposición concreta”.3 La propuesta consistía en un encuentro reflexivo (teológico), celebrativo (cultual) y operativo (pastoral) “mediante un trabajo participativo de conjunto, adecuadamente ubicado histórica y situacionalmente”.4 Entre las motivaciones para celebrar el Concilio Plenario de Venezuela, los obispos señalaban impulsar la Nueva Evangelización con ocasión del V Centenario del inicio de la Evangelización de Venezuela en 1998 y la perspectiva del Gran Jubileo del año 2000.5 En este sentido estos dos grandes acontecimientos eclesiales se convirtieron en las coordenadas del Concilio Plenario de Venezuela: El primero fue la celebración del Gran Jubileo de la Encarnación, con el camino de preparación señalado en las Cartas Apostólicas “Tertio Millennio Adveniente” (1994) y “Novo Millennio Ineunte” (2001)6. Este último traza un programa de acción para la Iglesia, y concluye proponiendo el encuentro con Cristo como la herencia del Gran Jubileo, invitando a contemplar su rostro de Hijo doliente y resucitado, a caminar desde Cristo, a ser testigos de su amor desde una espiritualidad de comunión, a apostar por la caridad, a caminar con esperanza y a remar mar adentro. El segundo fue la celebración del Sínodo de las Américas en Roma (1997),7 y la correspondiente Exhortación postsinodal “Ecclesia in America”, promulgada en Ciudad de México, el 22 de enero del año 1999. El Papa Juan Pablo II propone ahí una línea programática en el mismo título: El encuentro con Jesucristo vivo, camino para la conversión, la comunión y la solidaridad en América. Esta línea será asumida sustancialmente por el Concilio Plenario de Venezuela como línea teológico-pastoral.
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LXI Asamblea de la CEV, enero de 1994: “Panorama de la Iglesia y del País” en Iglesia Venezuela 83 (1994) 21. LXIII Asamblea de la CEV, enero de 1995: “Panorama de la Iglesia y del País” en Iglesia Venezuela 87 (1995) 4344. 4 Discurso de Mons. Ovidio Pérez Morales a S.S. Juan Pablo II con motivo de la visita ad limina, en Iglesia Venezuela 88 (1995) 23. 5 Carta de la Presidencia de la Conferencia Episcopal Venezolana al Card. Bernardin Gantin, Prefecto de la Congregación para los Obispos, del 16 de julio de 1996. 6 La Carta Apostólica “Novo Millennio Ineunte” fue publicada al concluir el Jubileo del año 2000, el 6 de enero de 2001. 7 La Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos para América se celebró en el Vaticano del 16 de novie mbre al 12 de diciembre de 1997. 3
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Nuestra línea teológico-pastoral: “Con Cristo hacia la comunión y la solidaridad” Una de las cuestiones fundamentales planteadas desde el inicio de los trabajos del Concilio Plenario fue la de establecer una línea teológico-pastoral. Por ello los Obispos de Venezuela, en octubre de 1999,8 formularon dicha línea a través de la expresión “Con Cristo hacia la comunión y la solidaridad” que luego serviría de título a la Carta Pastoral del 10 de enero del año 2000, que anunciaba el inminente inicio de las sesiones conciliares. Ya entonces decían los Obispos: “el tener y aplicar dicha línea, ayudará grandemente en la preparación, realización y actuación del Concilio Plenario. Servirá, sobre todo, a interpretar, con mayor claridad y unidad, acontecimientos y enseñanzas, así como poner en práctica, de modo coherente, la „nueva evangelización” (CCCS 20). Esta línea teológico-pastoral se inscribe en la propuesta programática del Papa Juan Pablo II para toda la Iglesia en América. Vamos a desgranarla en sus tres núcleos fundamentales. ,
Con Cristo La mención de Cristo en la línea teológico-pastoral se basa en el carácter cristológico del plan salvífico de Dios, cuya centralidad ha subrayado el Concilio Vaticano II, y cuyo carácter de acontecimiento ha sido celebrado y fue objeto de reflexión durante el Jubileo del año 2000, fecha de inicio de nuestro Concilio. Al definir el horizonte teológico-pastoral del Concilio, nuestros obispos afirmaron: “El encuentro con Jesucristo vivo, que es encuentro con la Trinidad (cf. Jn 16,13-15; 17,21-23), lleva a la conversión, que Él exige (cf. Mt 1,15). „Para hablar de conver sión, el Nuevo Testamento utiliza la palabra metanoia, que quiere decir cambio de mentalidad. No se trata de un modo distinto de pensar a nivel intelectual, sino de la revisión del propio modo de actuar a la luz de los criterios evangélicos... Superar la división entre la fe y la vida es indispensable para que se pueda hablar seriamente de conversión‟ (EA, 26). La misma lleva a un examen de la propia conducta con respecto a los mandamientos de Dios y de la Iglesia. Esta, comunidad de salvación, ha recibido del Señor el sacramento de la reconciliación como expresión sensible y social del amor de Dios, „rico en misericordia‟ (Ef 2, 4). La revisión y el cambio de vida que la crisis moral del país reclama, y que plantean el Año Santo Jubilar así como el Concilio Plenario de Venezuela, hacen más urgente que nunca una conversión tanto individual como comunitaria de todos nosotros” (CCCS 24). En el documento conciliar sobre la Proclamación, Jesucristo es presentado como el Evangelio del Padre, la respuesta a los interrogantes y aspiraciones de los hombres. El primer anuncio (kerigma) busca suscitar la fe en Jesucristo, descubrirlo y aceptarlo como salvador (68), lleva a una adhesión de corazón a su persona y programa de vida, al reino de Dios (69). Jesús nos revela a la vez a Dios y a nosotros mismos, sólo Él es camino que lleva a los seres humanos a su plenitud (70). Nos muestra a un Dios Padre, que salva a su pueblo, un “pa pá querido” a quien podemos tratar con confianza y familiaridad, que escucha los gritos del pueblo y viene a liberarlo, el Dios de vida que no quiere la muerte, sino la vida (71). Jesús nos trae la buena noticia de la llegada del Reino de Dios, que es una nueva manera de vivir y convivir, una ciudad de hermanos donde Dios es Padre, un mundo gobernado por los criterios y promesas de Dios: amor, misericordia, justicia, paz (73). Inicia su vida pública proclamando que Él ha venido para anunciar la Buena Noticia a los pobres, para proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar libertad a los oprimidos y proclamar el 8
La línea teológico-pastoral fue aprobada durante la XXIII Asamblea Extraordinaria de la CEV celebrada los días 19-22 de octubre de 1999.
4 año de gracia del Señor (Cf. Lc 4,18-19); prefiere a los marginados, come con pecadores, hace signos y milagros; indica que el camino hacia Dios pasa por el amor y la solidaridad con los más débiles (74). Jesús es modelo de humanidad: es el hombre nuevo. Aceptarlo es asumir un proyecto de humanización (75). El encuentro con Jesús es transformador y exige conversión personal y comunitaria, lleva a un compromiso de vida personal, comunitaria y social, de comunión eclesial y de solidaridad con los más débiles (76). Jesús resucitado se encuentra con nosotros en la Palabra, en los sacramentos, especialmente en la Eucaristía y en los hermanos sobre todo los más necesitados, los pobres (77). La fe cristiana es seguimiento y testimonio del Evangelio de Jesucristo. Ser cristianos es sentirse llamados y enviados por Jesús a continuar su misión (79). Jesús nos envía su Espíritu para que escuchemos su mensaje y lo pongamos en práctica (80). En el documento que presenta a la Iglesia ante las sectas y los nuevos movimientos religiosos, Jesucristo es considerado “mediador y plenitud de toda la revelación”. Hijo de Dios e Hijo del Hombre, verdaderamente Dios y verdaderamente hombre, en el misterio de su encarnación nos da a conocer el misterio de Dios. Jesús revela el rostro auténtico de Dios, lleva a plenitud toda la Revelación y la confirma con testimonio divino (63). Esclarece el misterio del hombre: le manifiesta su identidad y vocación (64). El encuentro con Jesucristo debe llevar a un compromiso sólido con Él (65). Jesús, nacido de María, nos constituye en “hijos en el Hijo” (67). Jesucristo es la respuesta a los anhelos de espiritualidad de todo ser humano. En el documento sobre la Pastoral de los Medios de Comunicación Social, Jesús es presentado como “perfecto comunicador”: comunica la Buena Nueva del amor del Padre y del Reino de Dios (77). Hablaba en las sinagogas y en el templo, como también por las casas, plazas, en el campo y a orillas del lago (78). De forma masiva las personas se desplazaban para escuchar a Jesús: “Jamás nadie habló como este hombre” (Jn 7, 46) (79). Se dir igía al corazón de las personas y llamaba a asumir responsabilidades, exigía un cambio total (80). Sus parábolas revelan su estilo comunicacional: tratan de la vida ordinaria, inserta su discurso en lo cotidiano, a través de un leguaje sencillo presentando el Reino de Dios a los hombres (81). En el documento sobre Jesucristo, Buena noticia para los Jóvenes, se pide a éstos abrirle las puertas de su corazón, caminar hacia la plenitud cristiana como discípulos de Cristo. En Él pueden encontrar respuesta a las ansias de realización personal y a la búsqueda de sentido de su vida Seguir a Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre, nos perfecciona como seres humanos. Él es modelo de humanidad y Señor de la historia (40). El seguimiento de Jesús se hace experiencia de amistad. Él es el amigo con quien se puede contar y compartir, del que uno se puede fiar, compañero de viaje que, con sus palabras, hace arder nuestro corazón (41). Es al mismo tiempo un amigo exigente, con una exigencia radical al servicio del Reino. Como Hijo de Dios nos invita a romper esclavitudes y entrar en su intimidad (42). La celebración del Misterio Pascual de Jesucristo en la vida de cada día se convierte en camino privilegiado para hacer real el seguimiento: asumir con coherencia la cruz del esfuerzo, del trabajo, del dolor, para experimentar la felicidad de la vida nueva (43).
Comunión La exhortación post-sinodal Ecclesia in America presenta la comunión como el proyecto de Dios para la humanidad y para la Iglesia: “Ante un mundo roto y deseoso de unidad es necesario proclamar, con gozo y fe firme, que Dios es comunión, Padre, Hijo y Espíritu Santo, unidad en la distinción, el cual llama a los hombres a que participen de la misma comunión trinitaria. Es necesario proclamar que esta comunión es el proyecto
5 magnífico de Dios (Padre); que Jesucristo, que se hizo hombre, es el punto central de la misma comunión; y que el Espíritu Santo trabaja constantemente para crear la comunión y restaurarla cuando se hubiere roto. Es necesario proclamar que la Iglesia es signo e instrumento de la comunión querida por Dios, iniciada en el tiempo y dirigida a su perfección en la plenitud del Reino” (CCCS 21; EA 33). La comunión es fruto de la conversión: “La conversión conduce a la comunión fraterna, porque ayuda a comprender que Cristo es la cabeza de la Iglesia, su Cuerpo místico (EA 26). Él fundó su Iglesia y la constituyó signo e instrumento -sacramento- de unidad, de comunión, al servicio de su designio liberador y unificante de salvación, con respecto a los hombres de todo tiempo, condición y lugar (cf. LG 1). Esta unidad se realiza a través de los sacramentos, particularmente la Eucaristía, los cuales construyen la Iglesia de las piedras vivas, así como por la actuación del amor fraterno bajo la acción del Espíritu de Dios, que es como el alma de la Iglesia (cf. LG. 7)” (CCCS 25). El documento La comunión en la vida de la Iglesia pone de manifiesto que la Iglesia es comunión y hunde sus raíces en la comunión trinitaria: nuestro Dios no es triste soledad, sino bienaventurada comunión (33). La Iglesia es sacramento de comunión, o sea, “signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano” (LG 1). Busca fortalecer la comunión de Dios con la humanidad y de los hombres entre sí (37). La Iglesia también es signo, expresión en sí misma, de la comunión: su mayor luz testimonial es el amor (38). La comunión de vida en la Iglesia se obtiene por los sacramentos de iniciación cristiana: Bautismo, Confirmación y Eucaristía (39). La comunión en la vida de la Iglesia ¡no se decreta, sino que se construye! Para ello es necesario promover una Espiritualidad de la Comunión (40), que hará siempre referencia al “Otro”: el “Otro” absoluto, Dios, Uno y Trino, y el “otro” peregrino, el hermano, el prójimo, pero también el desconocido, el marginado, el desterrado, el oprimido… Es capacidad de sentir al hermano y de reconocer todo lo positivo en el otro como regalo de Dios (42). La comunión entre sus seguidores es de la credibilidad de la misión (32). Es tarea de todos crear y cultivar los espacios de comunión: las familias, las comunidades eclesiales, las parroquias, las Iglesias particulares. Ha de ser patente en las relaciones entre todas las personas y en los organismos de participación (43). La comunión es siempre una tarea en el campo ecuménico (44). Esta comunión se hace realidad en el Pueblo de Dios (45), pueblo universal, familia de Dios en la tierra, pueblo santo, pueblo que peregrina en la historia, pueblo enviado que anuncia el Evangelio y denuncia el misterio de iniquidad (46), pueblo que se hace sujeto histórico en el conjunto de los pueblos y cuyas preocupaciones o dimensiones de la vida de las personas, no le son ajenas; pero, a su vez, tiende a lo definitivo (47). Es un Pueblo de Dios en Fraternidad para la misión evangelizadora (48-57) que abre el campo de la misericordia y el perdón. Es el amor que anima, sostiene y conduce al Pueblo de Dios en su labor misionera y que se expresa en una pastoral orgánica, sistemática y participativa (57). La comunión es un don y una gracia que debe ser asumida como tarea y misión (62). En la línea de la espiritualidad de comunión, el documento Instancias de Comunión del Pueblo de Dios propone un espíritu de renovación y un modelo de organización pastoral para llevar a cabo la misión en las nuevas circunstancias en las que vive nuestro país (3). La comunión no se da simplemente por el hecho de pertenecer sociológicamente a la Iglesia; participar en ella es vivir unidos a la comunidad, escuchar juntos la Palabra y discernirla entre todos, celebrar juntos la Eucaristía, escuchar la voz de los pastores, ayudar a las personas a través de obras de
6 caridad, dar testimonio cristiano en todo momento. Es hacer que cunda, como la levadura en medio de la masa, el amor fraterno de las hijas e hijos de Dios en medio de todos los pueblos (83). Para realizar la comunión es necesario la aceptación de la diversidad y el respeto de las diferencias (89-92), la vivencia de la fraternidad y un estilo evangélico caracterizado por la corresponsabilidad y el trabajo en equipo (85-88): la tarea evangelizadora es de todos, con todos y para todos; no es responsabilidad y manejo de unos pocos, por eso exige participación (86). La misión de los agentes de pastoral será escuchar, abrir caminos, proponer metas, convocar, acompañar, revisar y confirmar en la fe, siendo los compañeros que animan con su fe, constancia y paciencia (88). Nuestra Iglesia se ejercitará en un estilo donde converjan la caridad y la paciencia, la exigencia y la tolerancia, de manera que ella no sea excluyente, a la vez que modelo de aceptación ante nuestra sociedad (92). Sólo así todas las instancias de Iglesia podrán ser casa y escuela de comunión, signo de comunión para la sociedad, y una fuente de acogida y de evangelio. Los demás documentos conciliares desarrollan la comunión como línea teológico pastoral y la concretizan en las diferentes pastorales. El documento 6, Iglesia y Familia, presenta a la familia como “Iglesia doméstica”: una comunidad de amor y de fe donde se acoge, vive y celebra el evangelio de la vida. Inserta en la parroquia, en la comunidad social y política y en otras comunidades, es fermento de comunión y de participación contra el individualismo y el egoísmo (42). El documento 10, La celebración de los misterios de nuestra fe, presenta la liturgia como factor esencial para la comunión (76), por eso el encuentro con Cristo y con los hermanos en la liturgia debe llevar a la experiencia de comunión, producirla y celebrarla (52).
Solidaridad “La conciencia de la comunión con Jesucristo y con los hermanos, que es, a su vez, fruto de la conversión, lleva a servir al prójimo en todas sus necesidades, tanto materiales como espirituales; por ello, la solidaridad es fruto de la comunión y se expresa „en el amor del cristiano que busca el bien de los otros, especialmente de los más necesitados‟. Desde este ángulo se debe promover una cultura de la solidaridad (EA 52). Como elementos básicos de la respuesta concreta que la Iglesia ha de dar en el campo de la solidaridad, se subrayan el „amor preferencial por los pobres y marginados‟, la afirmación compromiso con „la centr alidad de la persona‟, cuya dignidad es el fundamento de todos los derechos humanos (EA 57-58). En orden a esa respuesta, el católico cuenta con la Doctrina Social de la Iglesia (EA 54). Una función muy especial para una cultura de la vida y de la solidaridad toca a los laicos, los cuales, además de la corresponsabilidad de tareas que les compete al interior de la comunidad eclesial, tienen como ámbito más propio de su condición laical, el de las realidades temporales, que están llamados a ordenarlas según la voluntad de Dios‟; es la evangelización de la vida familiar, social, laboral, cultural y política” (CCCS 20, EA 44). En el documento 3, La contribución de la Iglesia a la gestación de una nueva sociedad, se presenta la solidaridad como exigencia ineludible del amor (77-84). El sueño de una nueva sociedad, “la Civilización del Amor”, hunde sus raíces en la esperanza y caridad cristianas, e implica un esfuerzo comunitario y armónico en los ámbitos social, cultural, económico y político (2). Esta deberá configurarse a través de un proceso de desarrollo integral sostenido y solidario (3), exige la presencia y el compromiso cristianos en el vasto campo de la cultura, entendida ésta como horizonte general de la actividad humana (4). Trabajando cotidianamente en la búsqueda del Reino de Dios y su justicia, todos los creyentes participan activamente en la historia de la
7 salvación, ejerciendo el influjo del fermento en la masa, de la luz en las tinieblas, y de la sal en la tierra (75). El compromiso, personal y comunitario, de transformar el orden social, comenzando por nuestros propios ambientes, manifiesta claramente la voluntad inequívoca de acercarnos al Reino de Dios (76). La solidaridad es fruto del amor. Ante la dramática situación económica, social, política y ético-cultural del país, la Iglesia en Venezuela se siente interpelada por las palabras del Señor: “En verdad les digo que cuanto hicieron a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicieron” (Mt 25, 40) (77). La acción social de la Iglesia, y toda su pr oyección en el vasto campo de la evangelización de la cultura, se fundamenta en los profetas y en el mandato evangélico de la caridad (78). La caridad es el amor cristiano, teologal, desinteresado, que viene de Dios y nos une a Él. Es el alma de la solidaridad y de toda acción de servicio a la fraternidad, la justicia y la paz. Es expresión concreta de una fe viva que se debe manifestar en obras de servicio a los hermanos (79). La Iglesia en Venezuela está urgida a renovar la unión con Dios y a volcarse con la fuerza del amor a una intensa y eficaz acción transformadora de la sociedad, a salir de sus propios espacios y a afrontar, con decisión, los desafíos de la realidad venezolana (80). Las expresiones concretas del amor son el signo de un discipulado auténtico. El compromiso solidario de la Iglesia con los pobres, con los marginados, con los oprimidos, con los débiles, con los tristes, con aquellos cuyos derechos han sido violados o amenazados, es también motivación, invitación y argumento para la fe del mundo en Cristo (81). Todos los miembros de la Iglesia estamos llamados a unirnos e interesarnos cada día más por lo social, porque este es un campo de la actividad humana, y nada de lo humano es indiferente a la Iglesia (82). Ella participa en los esfuerzos por superar la situación social del país, porque en la complejidad y conflictividad de lo social se manifiesta la libertad, la ambigüedad y el pecado del hombre, y la misión de la Iglesia es ser sacramento e instrumento de redención y liberación del pecado. Dios quiere que el hombre tenga vida en abundancia (83). La evangelización de lo social y cultural, como camino de liberación, está orientada por el Evangelio y la Doctrina Social de la Iglesia (84, 90-123). Una exigencia concreta del amor y solidaridad es la opción preferencial por los pobres (85-89). La solidaridad es exigencia ineludible en la construcción del orden económico y en la actividad política (103), que brota del mutuo reconocimiento del valor intrínseco de cada miembro de la sociedad (104) y promueve el respeto y la defensa de cada ser humano sin discriminación alguna (105). Todo cristiano debe asumir, en la acción política y para el logro del bien común, los principios de solidaridad y subsidiaridad, la defensa de la libertad y la justicia, la promoción de la participación ciudadana, la organización social, la formación socio-política y el compromiso del amor cristiano (117). Esta exigencia de solidaridad es un impulso para la participación en la vida política y económica (105). Esta debe concretarse en la defensa y promoción de la paz y de los derechos humanos (134) y en la opción por los pobres (85).
Conclusión La explicitación consecuente de la línea teológico- pastoral como hilo conductor “ha ayudado grandemente en la preparación, realización y actuación del Concilio Plenario; ha sido un logro, y es promesa de virtualidades. Su encarnación en el corpus conciliar ha servido para interpretar, con mayor claridad y unidad, acontecimientos y enseñanzas, así como para poner en práctica, de modo coherente, la Nueva Evangelización. Será tarea ahora de profundizar dicha línea tanto en la contemplación y la reflexión como en la vida y la actividad eclesiales”.9 Los 9
Introducción al Concilio Plenario de Venezuela, N. 16.
8 dieciséis documentos conciliares, actualizan la memoria fiel y el sí creyente al Señor, hoy, y abren al futuro a un futuro de esperanza, impulsando la nueva evangelización en Venezuela, definiendo objetivos, metas y metodologías. La línea teológico-pastoral sintetiza la espiritualidad propuesta por el Concilio en sus rasgos fundamentales: encuentro con Jesucristo, camino de conversión, comunión eclesial y solidaridad con los más pobres. A Cristo lo encontramos en la Iglesia, depositaria de su Palabra, comunidad que celebra y actualiza los misterios de la salvación. Lo encontramos también en le prójimo hambriento, sediento, enfermo, encarcelado, desnudo, sin casa, desprovisto de sus derechos. Discípulos de Cristo, anunciamos el Evangelio de la Vida y construimos el Reino de Dios, de justicia, amor y paz.