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Tí tulo: tulo: Las Universidades Nacionales en la jurisprudencia de la Corte Suprema Autor: Groisman, Enrique I. Publicado en: Sup. Adm.2010 (agosto), 262 Cita Online: AR/!C/"#$%/#&%& Sumario: I. Propósito de este trabajo.- II. ¿Autonom í a o autarquí a?a?- III. Procedencia y alcance del control judicial. I. Propósito de este trabajo El análisis de la jurisprudenc jurisprudencia ia de la Corte Suprema con relaci relaci ón a las universidades nacionales ofrece un interés que excede lo meramente jur í dico dico para ofrecer una muestra elocuente de la incidencia —en la manera de concebirlas y caracterizarlas— de las posiciones pol í ticas ticas y los presupuestos ideol ógicos de sus respectivos autores. Partiendo de esa observaci ón, me propongo se ñalar la correlaci ón entre las etapas, las adaptaciones y los cambios de criterio —tanto en los considerandos como en la parte dispositiva de los respectivos fallos— y las circunstancias pol í ticas ticas de la época en que fueron dictados. Ante la abundancia de casos referidos al tema he debido elegir aquellos que considero m ás significativos, sea por iniciar o ampliar una l í nea nea argumental o por resolver temas de especial repercusi ón o importancia. Con todas las reservas que puede suscitar una clasificaci ón, creo que la jurisprudencia existente se refiere a dos temas principales: el significado y contenido de la autonom í a, a, y la í n ndole dole y el alcance del control judicial de las decisiones universitarias II. ¿Autonomí a o autarquí a? a? Durante muchos años pareció indiscutible la definici ón de la autonom í a de un órgano como la atribución de darse su propia ley, y de autarqu í a como la de administrarse a s í mismo. mismo. Es la que Bielsa Bielsa sostuv sostuvo o desde desde su innega innegable ble magister magisterio io y la que defendi defendi ó y desarroll desarrolló Marienhoff, acompañado por otros prestigiosos autores. Pero la realidad no presenta, en rigor, tipos n í tidos tidos sino múltiples situaciones para las cuales las definiciones pueden resultar inadecuadas o insuficientes, y frente a las cuales remitirse al diccionario puede resultar de escasa utilidad. Después largos a ños de caracterizar a los municipios como aut árquicos, rquicos, en el conocido conocido caso "Rivademar "Rivademar c/Provincia de Santa Fe" se decidi ó que tienen atribuciones de las que las no pueden ser privados por las provincias, lo que implica admitir un grado de autonom í a dentro de otro mayor. En 1956, el decreto-ley 10.775 otorgó a las universidades nacionales la atribuci ón de dictar sus estatutos los que, después de sancionados, derogar í an an "cualquier otra disposici ón legal o reglamentaria que se le oponga". La doctrina apegada a la antigua definici ón recurrió entonces a la caracterizaci ón de dos tipos de autonom í a: a: la originaria y la derivada o relativa, (1) dependiendo esta última de una delegaci ón legislativa que podr í a ser reasumida en cualquier momento por el Congreso. Diversas Diversas leyes consagraron consagraron la "autonom "autonomí a acad académica" mica" de las univer universid sidade adess nacion nacionale aless junto junto con la "autarquí a administrativa", la primera ajena —en principio— a controles administrativos y la segunda sometida a ellos. La reforma constitucional de 1994, al emplear la palabra autonomí a, a, descolocó los argumentos basados en el diccionario. Dejó, sin embargo, un margen de interpretaci ón acerca del alcance de la atribuci ón del Congreso para "dictar leyes de organizaci ón y de base de la educaci ón", que invocan quienes impl í citamente citamente adhieren a la categor í a de autonomí a derivada. Pero es dif í ícil, c il, en verdad, encontrar casos de autonom í a originaria a menos que se confundan con la ________________________ _____________________________ ____________________________ _____________________________ ____________________________ _____________________________ _____________________________ ____________________________ _____________________________ ____________________________ _____________________________ ____________________________ _____________________________ ____________________________ _____________________________ _________________________ _____________________________ ____________________________ _____________________________ ____________________________ _____________________________ ____________________________ _____________________________ ____________________________ _____________________________ _____________________________ ____________________________ _____________________________ ____________________________ _____________________________ ____________________________ ___________________
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soberaní a. Tanto Bielsa como Marienhoff sostuvieron que s ólo las provincias podí an ser consideradas aut ónomas en nuestro sistema constitucional, pero esa afirmaci ón contradice el hecho de que no todas las actuales provincias concurrieron a formar la Naci ón Argentina, que pueden crearse otras y que tanto las originarias como las posteriormente incorporadas deben respetar las condiciones del art í culo 5º de la Constituci ón y "conformarse" a lo que el art í culo 31º denomina "ley suprema de la Naci ón". Sin embargo, la Corte siguió afirmando que s ólo las provincias son aut ónomas (2) sin hacer referencia alguna al caso "Rivademar" y, pese a que las categor í as de autonomí a originaria o derivada dejaron de ser aplicables a las universidades nacionales y a los municipios, aunque sea necesaria una ley para crear unos y otros. Entre 1885 y 1947 las universidades nacionales estuvieron regidas por la ley 1597, llamada "Avellaneda" por haber sido éste quien la proyectara como senador (3). El tema de la autonomí a no integraba aún la discusión jurí dica, y hasta llegó a decidirse que "las universidades carecen de capacidad de derecho para estar en juicio, pues la ley Nº 1597 no les ha otorgado esa personerí a" ("Fallos", 122:124, año 1937). Las leyes 13031 y 14297 otorgaron una autarqu í a restringida, reservando la primera la designaci ón de rector y de los decanos por el Poder Ejecutivo, y la segunda la de rector, quien a su vez establec í a ternas para que entre ellas las facultades designaran a los decanos. Entre 1956 y 1966 las universidades nacionales gozaron de un alto grado de autonom í a aún en la definición clásica, en virtud del mencionado decreto-ley 10775/56, situaci ón que fue alterada por el gobierno de facto autodenominado Revolución Argentina. Este intervino las universidades, dispuso la cesant í a de docentes y aplicó sanciones a
éstos
y a los
estudiantes y dict ó la mencionada ley de facto 17245 (4). El gobierno constitucional que asumi ó en 1983 inició un camino hacia la autonom í a mediante el decreto 154/83 ratificado por la ley 23068. Dispuso restaurar la vigencia de los estatutos que reg í an al 29 de julio de 1966 e inici ó un perí odo en el que, después de tramitados nuevos concursos para la designación de docentes, pudieran conformarse los claustros para llegar a la normalización. A esta etapa corresponden diversos fallos, de los cuales el m ás significativo es el dictado en autos "Universidad de Buenos Aires c/Estado Nacional (PEN) s/inconstitucionalidad de decreto)" (5) (LA LEY, 1991E, 136). Lo notable de esta sentencia es que, a pesar de que el voto mayoritario decide que "no hay en autos un "caso" o "juicio" propiamente dicho", se extiende en consideraciones acerca del car ácter jurí dico de la actora negando su pretensi ón de autonomí a. Los votos en minorí a, en cambio, no incurren en esa contradicci ón y abordan el tema de fondo, aunque concluyen que debe rechazarse la demanda. . No son novedosas las consideraciones que la mayor í a formula obiter dictum para caracterizar a las universidades nacionales como aut árquicas y no aut ónomas. Aquélla afirma que "a diferencia de las provincias, que en nuestra estructura constitucional son las únicas entidades autónomas porque se dictan sus propias normas (arts. 5º y 106, Constituci ón Nacional), las universidades nacionales s ólo están dotadas de autarquí a administrativa, económica y financiera...". Cita en su apoyo la sentencia de "Fallos" tomo 299, p ág. 185, que fue dictado por una Corte de facto cuyas decisiones no debieran ser invocadas en un r égimen constitucional. Con esa cita se aludi ó a una jurisprudencia que, si bien reiterada, corresponde a muy diferentes contextos y regí menes jurí dicos, lo que hace dudoso su car ácter de precedente. ________________________ _____________________________ ____________________________ _____________________________ ____________________________ _____________________________ _____________________________ ____________________________ _____________________________ ____________________________ _____________________________ ____________________________ _____________________________ ____________________________ _____________________________ _________________________ _____________________________ ____________________________ _____________________________ ____________________________ _____________________________ ____________________________ _____________________________ ____________________________ _____________________________ _____________________________ ____________________________ _____________________________ ____________________________ _____________________________ ____________________________ ___________________
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Aún así , es sorprendente que se la invoque afirmando al mismo tiempo que ... "la denominada autonom í a universitaria no impide que otros órganos controlen la legitimidad de sus actos (Fallos, 235-337) ya que las decisiones universitarias no escapan al ámbito de aplicación de las leyes de la Naci ón ni confieren privilegios a los integrantes de sus claustros (Fallos, 269-293)". Esto último, que resulta innegable, se torna absurdo cuando implica la abstenci ón de ejercer el irrenunciable control de legitimidad que la Constituci ón pone en manos de los jueces. El fallo que cita en primer t érmino (tomo 335 pág. 337) data de julio de 1956, momento en el que las universidades nacionales se encontraban intervenidas y en proceso de normalizaci ón, de modo que mal pod í a discutirse el tema de la autonom í a. Es cierto que allí se invoca el car ácter de "jefe de la administraci ón" que reviste el Presidente, y se deduce de ello que aún cuando la ley cree
órganos
"para el manejo de determinados intereses, con mayor o menor
autonomí a"...éstos están "siempre bajo la alta direcci ón y superintendencia del mismo, como en el caso de las universidades nacionales", pero tambi én lo es que en ese momento reg í a el decreto 10775/56, que suprimi ó el recurso jerárquico contra las decisiones finales de las universidades-. Cuando la ley 23068 restauró los estatutos que las universidades nacionales que reg í an al 29 de julio de 1966 en tanto no se opusieran a ella, ratific ó implí citamente la autonomí a bajo cuyo r égimen se habí an dictado. El voto mayoritario fue comentado favorablemente por Armando N. Canosa (6), quien apoyó la caracterización de las universidades nacionales como entes aut árquicos y recogió el argumento de Petracchi y Belluscio en el sentido de que —si bien estaban facultadas para dictar sus estatutos— lo hac í an por delegación legislativa. Esto último era exacto seg ún el régimen vigente en ese momento, pero el comentario llega m ás lejos al implicar no sólo que ese r égimen no sólo no impedí a el control de tutela por parte del Poder Ejecutivo, sino que si lo hubiera dispuesto ser í a inconstitucional. Pero tal inconstitucionalidad no fue declarada (siquiera planteada) respecto de la supresi ón de la ví a jerárquica que dispuso el decreto-ley 10.775/56 ni del recurso directo establecido por la ley 24521. El considerando 9º, la mayor í a invoca en favor de la procedencia del control por parte del Poder Ejecutivo el artí culo 6º de la ley 23.068, en cuanto dispone que los estatutos que se dictaran las universidades deb í an ser aprobados por el Poder Ejecutivo. Pero omite tener en cuenta que este art í culo está inserto en un proceso de normalización, que las universidades estaban intervenidas seg ún lo dispuesto en el decreto 154/83, que sus autoridades no estaban a ún elegidas y su cuerpo docente se encontraba en v í as de integraci ón mediante nuevos concursos, todo lo cual señala acertadamente la disidencia de Fayt en el considerando 14. Los precedentes citados por la mayor í a no parecen, pues, servirle de apoyo. Queda el argumento referido al carácter del Presidente como cabeza de la "administraci ón general del paí s", y éste también es rebatido en el voto de Fayt. Este señala que "paralelamente a la existencia de un campo de facultades propias del presidente, existe la posibilidad de que en ocasiones señaladas el Congreso asegure el cumplimiento de sus decisiones, encomendándolo a cuerpos determinados, cuyas facultades él fija" (considerando 8º). Se refiere, es obvio, a la norma que le permite "crear órganos y fijar sus atribuciones", a lo que en el caso de las universidades debe agregarse la de dictar planes de instrucci ón general y universitaria". Son numerosos los casos en que las decisiones de
órganos
administrativos no son pasibles de recurso
jerárquico sino sólo de revisi ón judicial, entre ellos el de las universidades nacionales (Fayt cita como ejemplo el del Tribunal Fiscal) sin que ello haya sido objetado. La postura de Fayt mereci ó diversos apoyos doctrinarios: Carlos E. Colautti lo hizo en su comentario al fallo (7), y Bidart Campos quien, a pesar de opinar que "el mejor encuadre de las universidades estatales que se puede lograr cuando se las sit úa en la categor í a de las entidades aut árquicas", advirtió contra "la maní a de encontrar ________________________ _____________________________ ____________________________ _____________________________ ____________________________ _____________________________ _____________________________ ____________________________ _____________________________ ____________________________ _____________________________ ____________________________ _____________________________ ____________________________ _____________________________ _________________________ _____________________________ ____________________________ _____________________________ ____________________________ _____________________________ ____________________________ _____________________________ ____________________________ _____________________________ _____________________________ ____________________________ _____________________________ ____________________________ _____________________________ ____________________________ ___________________
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para todo un casillero preestablecido..." y concluy ó que corresponde a la "categor í a ...entidades creadas por ley del congreso, sin transferencia a la órbita de jefatura y control del poder ejecutivo"... (8). La reforma constitucional de 1994 y la ley 24521 (de Educaci ón Superior) desactualizaron los argumentos basados en el car ácter autárquico atribuido a las universidades. La primera, porque impuso al Congreso la obligaci ón de garantizar la "autonom í a y autarquí a de las universidades nacionales" (art. 75 inciso 19). La segunda, porque estableci ó para ellas "autonomí a académica e institucional". Ya no podí a sostenerse que la atribuci ón de las universidades nacionales para dictar sus estatutos se deb í a a una delegación del Congreso. Habí an quedado descolocados los argumentos sem ánticos basados en las caracterí sticas que la doctrina atribuye a la autarqu í a y —de ahí en más— s ólo cabí a descifrar el significado y alcance de la tan mentada autonom í a. Dentro de ese nuevo marco jur í dico, cupo a la Corte Suprema pronunciarse acerca de la constitucionalidad de diversos art í culos de la ley 24.521. Así respecto del art í culo 50 in fine de la ley 24.521, seg ún el cual "en las universidades con m ás de cincuenta mil (50.000) estudiantes, el r égimen de admisión, permanencia y promoción de los estudiantes ser á definido a nivel de cada facultad o unidad acad émica equivalente". Para hacerlo, debió dilucidar dos cuestiones: a) Si la norma lesiona la autonom í a de las universidades, al imponerles una restricción a su organizaci ón interna. b) Si, suponiendo que la respuesta a la anterior fuera negativa, esa restricci ón resiste un an álisis de razonabilidad. En "Monges, Anal í a c/Universidad de Buenos Aires" (LA LEY, 1997 C, 143), la Corte Suprema dio una respuesta negativa a la primera y afirmativa a la segunda. Para hacerlo, la mayor í a debió forzar su razonamiento y ni a ún así encontró argumentos. Para suplirlos se extendió en consideraciones ajenas al tema, como el origen de las universidades medievales, e invoc ó la Declaración Universal de Derechos Humanos, la Convención Americana sobre Derechos Humanos y la Carta de la Organización de los Estados Americanos en cuanto se refieren al derecho a la educaci ón, para concluir en que ..."al Congreso Nacional el incumbe hacer cumplir en el orden interno la obligaci ón internacional asumida y por lo tanto ostenta la competencia para establecer los medios apropiados para garantizar el acceso a la universidad sobre la base de la capacidad de los aspirantes" (considerando 23). No aclara, por cierto, que entiende por "garantizar el acceso", y omite tener en cuenta que —cualesquiera fuesen las atribuciones del Congreso al respecto— la ley en cuesti ón no estableci ó ningún "medio". Se limitó a asignar a las facultades o "unidades acad émicas equivalentes" la atribuci ón de cuestionada, lo que el voto mayoritario interpretó como "delegación" del "ejercicio de su competencia para fijar planes de admisión que garanticen la capacidad de los aspirantes...". Esta afirmación requerirí a en sí misma ser aclarada, porque la ley no dice "planes de admisi ón" sino "régimen de admisión"), pero creo que tiene defectos m ás graves. En primer lugar, porque todas las disquisiciones que formula acerca de los tratados internacionales se refieren al derecho a la educaci ón y no a la verificación de la capacidad de los aspirantes; en segundo t érmino, porque para ello basta con referirse a la consideraci ón con la que la complementa, al afirmar que esa supuesta "delegación" "no desconoce sino que afirma la autonom í a de las universidades ya que el Congreso la atribuy ó a órganos
integrantes de aqu éllas" (considerando 24).
Por otra parte, las leyes de "organizaci ón y de base de la educaci ón" no implican ninguna "delegación" a las universidades nacionales, porque respecto de éstas el Congreso est á obligado a "garantizar su autonom í a y autarquí a", de modo que al establecer los lineamientos generales para ejercerla no est á delegando lo que de por sí pertenece a aquéllas. ... Pero, aún en el hipot ético supuesto de que las normas legales establecieran una delegaci ón, ésta no podr í a ________________________ _____________________________ ____________________________ _____________________________ ____________________________ _____________________________ _____________________________ ____________________________ _____________________________ ____________________________ _____________________________ ____________________________ _____________________________ ____________________________ _____________________________ _________________________ _____________________________ ____________________________ _____________________________ ____________________________ _____________________________ ____________________________ _____________________________ ____________________________ _____________________________ _____________________________ ____________________________ _____________________________ ____________________________ _____________________________ ____________________________ ___________________
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otorgarse a órganos internos de las universidades sin afectar la autonom í a de éstas. Como esto es innegable, la Corte evita expresar qu é entiende por autonom í a y omite considerar que la obligación de garantizarla se refiere a las universidades, no a las "facultades o unidades acad émicas equivalentes" que la integran. Tampoco puede salvar la contradicci ón entre el cuestionado art í culo 50 de la ley 24521 y el 29 de la misma ley, según el cual son las universidades quienes tienen la atribuci ón de "establecer el r égimen de admisi ón, permanencia y promoción de los estudiantes..." (inciso j). Lo intenta, sin embargo, afirmando que "no debe verse en ello contradicción alguna"... "puesto que el Congreso ha procedido a reglar en forma distinta situaciones que estim ó diferentes...". Si esa fue la intenci ón de la ley, la elemental t écnica legislativa hubiera requerido que la excepci ón se estableciera a continuaci ón de la regla general y no en un art í culo aislado. Pero, aparte de ello, la Corte no logra (ni intenta) explicar la relación entre el n úmero de alumnos de una universidad con las "situaciones diferentes" que pudieran afectar a una unidad acad émica determinada. Si ellas existen, como afirma el fallo, y si se refieren al n úmero de alumnos, sólo cabe colegir que lo que hubiera correspondido tener en cuenta ese n úmero en cada facultad y no los de la universidad respectiva (9). Posteriormente, la Corte (en octubre de 2008, o sea con su nueva composición y con posterioridad a la reforma constitucional que consagr ó la autonomí a), aceptó la legitimación de una facultad para cuestionar una resoluci ón del respectivo Consejo Superior (LA LEY, 2008-F, 475). En este fallo se sostuvo que la asignación de competencia a un
órgano
lo habilita para defenderla
judicialmente aún en contra de su superior jer árquico. Esta tesis —a la que el propio tribunal asigna una interpretaci ón restrictiva— es susceptible de una discusión que excederí a el propósito de este trabajo, pero interesa se ñalar que, independientemente del acuerdo o rechazo que suscite, implica revisar el criterio establecido por la mayor í a en "Monges", porque de otro modo se estar í a reconociendo a órganos dependientes de las universidades lo que se niega a éstas a pesar de ser titulares de una personalidad jurí dica de la que aqu éllos carecen. . Cuando la Corte fue llamada a pronunciarse sobre las observaciones que, de acuerdo con los art í culos 34 y 79 de la ley 24521, formuló el Ministerio de Educaci ón a los estatutos universitarios, consider ó que esos artí culos no violan la autonom í a universitaria, pero en el voto mayoritario r ecurrió ("Fallos", tomo 322 pág. 856, considerando 22), a la vieja doctrina seg ún la cual la atribuci ón asignada al Ministerio de Educaci ón por el artí culo 34 para observar los estatutos constituye una "potestad en cumplimiento del control de tutela que le compete sobre las entidades universitarias", ignorando de ese modo la reforma constitucional para insistir en la tesis de la autarqu í a. Respecto del art í culo 79, que establece la obligaci ón de adecuar los estatutos a las disposiciones de la ley, la Corte consider ó que la obligaci ón de asegurar "la posici ón predominante de los profesores"... "no afecta el contenido esencial de la autonomí a" (considerando 24) agregando que "resulta razonable", no obstante afirmar seguidamente que "es materia librada a la discrecionalidad del legislador y ajena al control de los jueces", consideración que torna innecesaria la afirmaci ón que la antecede. La tesis de la delegaci ón fue abandonada por la Corte a partir de 2004, con su nueva composici ón: "consideramos necesario reconocer que, a la postre de la reforma constitucional, no estamos frente a una simple delegación —siempre discrecional para el órgano delegante y por su naturaleza transitoria— sino frente a una verdadera asignación de competencias a favor de las universidades, limitada, por supuesto, a la faz acad émica de tales disposiciones estatutarias" ("Fallos", 314:570). Por aplicación de este criterio, la Corte desestim ó las observaciones del Ministerio de Educaci ón a los estatutos de diversas universidades (LA LEY, 2008-C, 665 y "Fallos", 322:875, entre otros), lo que implic ó admitir los principales argumentos de l as disidencias de Fayt en casos anteriores. La Corte actual admiti ó la legitimación de la Facultad de Ciencias M édicas de la Universidad Nacional de La Plata para accionar contra la Universidad respectiva en ejercicio de la competencia que le asigna el art í culo ________________________ _____________________________ ____________________________ _____________________________ ____________________________ _____________________________ _____________________________ ____________________________ _____________________________ ____________________________ _____________________________ ____________________________ _____________________________ ____________________________ _____________________________ _________________________ _____________________________ ____________________________ _____________________________ ____________________________ _____________________________ ____________________________ _____________________________ ____________________________ _____________________________ _____________________________ ____________________________ _____________________________ ____________________________ _____________________________ ____________________________ ___________________
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50 de la ley de educaci ón superior. Esto permite suponer que el mismo criterio debiera aplicarse a la legitimaci ón de las universidades para accionar contra el Poder Ejecutivo en contra de lo resuelto en "Monges" (LA LEY, 1997-C, 143), porque de otro modo se estarí a negando a las universidades lo que se reconoce a órganos subordinados que la integran. Mantener tal criterio implicarí a que las universidades nacionales queden "enteramente a merced de la voluntad del Ejecutivo en materias que deber í an encontrar adecuada protecci ón judicial" (10). II. Procedencia y alcance del control judicial Durante muchos años, y hasta el m ás reciente cambio en la integraci ón de la Corte, el fallo citado con mayor insistencia ha sido el que afirmó que "todo pronunciamiento de las universidades en el orden interno, administrativo y docente de su instituto no puede ser revisado por juez alguno del orden judicial, sin que esto invada atribuciones inconfundibles de otras autoridades con autonomí a propia" (Fallos, 166-264, año 1932). No aclaró a qué otras autoridades se refiri ó, ni qué es lo que harí a "inconfundibles" sus atribuciones. Tampoco si lo de "juez alguno del orden judicial" implicaba la posibilidad de que existieran jueces administrativos con la atribuci ón de dictar decisiones finales, tema que qued ó resuelto por la negativa a partir de "Fernández Arias c/Poggio" ("Fallos", 247:646). Esta f órmula, sorprendentemente breve en relaci ón con las consecuencias que implica, habr í a de tener la dudosa fortuna de ser invocada en muy diferentes contextos y a veces de modo contradictorio. Las circunstancias del caso pueden hacer comprensible lo que resolvi ó, pero no permiten asimilarlo a los que desde entonces lo citan. Se trató de un profesor cuya materia fue suprimida del plan de estudios, ante lo cual la Corte entendi ó que no podí a invocar derecho a la estabilidad ni a una indemnizaci ón por tratarse de una relaci ón de empleo p úblico. Resolvió, pues, sobre el fondo del asunto a pesar de su afirmaci ón genérica, de modo que esa corriente jurisprudencial nació con una contradicción. Fue reiterada en 1935 ("Fallos", 172:396), con el agregado de que "careciendo de facultades la justicia para rectificar los procedimientos de la universidad en la aplicaci ón de su estatuto no puede entrar a apreciar la raz ón o sinrazón de un decreto de cesant í a de los profesores de aqu élla", afirmación que implica inhibirse de controlar su constitucionalidad. Esta doctrina fue enfatizada en fallos posteriores, el más explí cito de los cuales es "Dana Monta ño, Salvador" ("Fallos", 235:337). La dictadura que adopt ó el nombre de "Revoluci ón Argentina" dictó en 1967 la ley de facto 17.245, cuyo artí culo 117 estableci ó lo que denominó "recurso de apelaci ón ante la c ámara federal competente"... "contra las resoluciones definitivas de la universidad impugnadas con fundamento en la interpretaci ón de la ley o de los estatutos". Esto quitó sustento a la tesis de la irrevisibilidad judicial de las decisiones universitarias pero a pesar de ello se siguió invocando con las algunas salvedades ("como principio" y "salvo arbitrariedad o irrazonabilidad" a lo que posteriormente se agreg ó "manifiesta" ("Fallos", 314:1234). En 1967 ("Fallos", 269:293), llamada a pronunciarse sobre la legalidad de la disoluci ón de un centro de estudiantes, la Corte afirm ó que "si bien es cierto que los jueces son a su vez los llamados a preservar los derechos humanos sustancialmente heridos, no cabe duda que ello no supone asumir por esa v í a las facultades propias de la administración pública, transgrediendo el principio de separación de poderes del Estado". Esta afirmación, correcta en abstracto, pierde seriedad si se tiene en cuenta que corresponde a un per í odo en que el Poder Ejecutivo hab í a asumido las atribuciones del Congreso y designado por s í mismo a los jueces que la suscribieron. Un caso pardigm ático es "Caletti, Oberd án y otros c/Universidad Nacional de Buenos Aires" ("Fallos", 275:50, año 1969). ________________________ _____________________________ ____________________________ _____________________________ ____________________________ _____________________________ _____________________________ ____________________________ _____________________________ ____________________________ _____________________________ ____________________________ _____________________________ ____________________________ _____________________________ _________________________ _____________________________ ____________________________ _____________________________ ____________________________ _____________________________ ____________________________ _____________________________ ____________________________ _____________________________ _____________________________ ____________________________ _____________________________ ____________________________ _____________________________ ____________________________ ___________________
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El actor y otros diecis éis profesores del Colegio Nacional de Buenos Aires fueron dejados cesantes sin oportunidad alguna de defensa, por haber suscripto una nota colectiva en la que solicitaban la revisi ón de una medida del interventor de la universidad. Se les imputó haber formado parte de una "maniobra perturbadora", de "perturbar artificialmente el orden" y de violar el reglamento que vedaba las peticiones colectivas. Los actores plantearon la inconstitucionalidad de esa prohibici ón reglamentaria, negaron las imputaciones, invocaron la garantí a del debido proceso y, subsidiariamente, tacharon de irrazonable por desproporcionada la sanción que se les aplicara. Respecto de esto último, la Corte afirmó que "no es materia que pueda deslindarse por los jueces"; consider ó razonable la prohibición objetada y, respecto de la violaci ón de la garant í a del debido proceso, sostuvo que éste era innecesario puesto que se hab í a reconocido el "hecho principal". Aludi ó as í a la nota colectiva, que parece haber merituado como más grave que la maniobra perturbadora y la intenci ón de "perturbar artificialmente el orden", cuya prueba consider ó innecesaria. Y, pese a que reg í a el recurso establecido por el citado art í culo 117 de la ley de facto 17245 y de haberse pronunciado sobre el fondo, cit ó la reiterada jurisprudencia en la que la justicia se inhibí a de controlar la "raz ón o sinrazón" de las decisiones universitarias. Los comentarios huelgan. Durante el llamado "Proceso de Reorganizaci ón Nacional", cuando ni de derecho ni —por cierto— de hecho, las universidades gozaron de nada parecido a la autonom í a, la Corte sigui ó invocando la doctrina restrictiva acerca de la revisibilidad judicial, con la salvedad de "supuestos de alg ún proceder manifiestamente arbitrario", aunque no consider ó como tal la expulsi ón de un alumno que invoc ó la violación de la garantí a de defensa. Afirmó entonces que "trat ándose de la potestad disciplinaria en el ámbito de una universidad nacional, en circunstancias cr í ticas que justificaban el ejercicio de aqu élla con una intensidad, extensi ón y celeridad mayores que las habituales a fin de restablecer el orden en los claustros, carece de entidad como agravio al derecho de defensa el haber dispuesto la medida en cuesti ón sin sumario previo y con s ólo una referencia de orden genérico a la conducta imputada" (LA LEY, 1979-C, 65). La jurisprudencia habrí a de sufrir un cambio, como era de esperar, con la recuperaci ón del orden constitucional. La irrevisibilidad ya no pudo invocarse ante lo dispuesto por el art í culo 32 de la ley 24521, que ci ñó los alcances de la revisi ón judicial a "la interpretaci ón de las leyes de la Naci ón, los estatutos y dem ás normas internas", esto es, referido a la legalidad en sentido lato e instaur ó, en el articulo 34, el control judicial de legalidad sobre los estatutos. Sin embargo, el peso de los precedentes a ún se hizo notar cuando se reiter ó que "la designaci ón y separación de profesores universitarios, as í como la selecci ón del cuerpo docente no admiten, en principio, revisi ón judicial por tratarse de cuestiones propias de las autoridades que tienen a su cargo el gobierno de la universidad", pero el cambio en el criterio para aplicar tal principio llev ó a la Corte a rechazar el planteo de inconstitucionalidad contra la participación de los alumnos en los jurados para la selecci ón de docentes (Fallos: 307:3148). La tendencia actual consiste en deslindar el elemento discrecional de las atribuciones de las universidades del de constitucionalidad, que comprende los de razonabilidad y arbitrariedad. Cabe esperar, por consiguiente, que estos nuevos criterios lleven a la Corte a modificar fallos anteriores que resultan incompatibles con ellos. (1) Dí ez, Manuel M.; "Derecho Administrativo", tomo II, p ág. 141). (2) LA LEY, 1991-E, 143, (3) Acerca de la ley 1597 expuse mi opini ón en el pr ólogo de "La Ley Avellaneda y los estatutos universitarios de la U.B.A. 1886", Universidad de Buenos Aires, Buenos Aires, 1995. (4) Acerca de la ley de facto 17245, me remito a mi libro "La Universidad como problema jur í dico", ________________________ _____________________________ ____________________________ _____________________________ ____________________________ _____________________________ _____________________________ ____________________________ _____________________________ ____________________________ _____________________________ ____________________________ _____________________________ ____________________________ _____________________________ _________________________ _____________________________ ____________________________ _____________________________ ____________________________ _____________________________ ____________________________ _____________________________ ____________________________ _____________________________ _____________________________ ____________________________ _____________________________ ____________________________ _____________________________ ____________________________ ___________________
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Ediciones Macchi, Buenos Aires, 1968. (5) "El Derecho", tomo 142, p ág. 576. (6) "El Derecho", tomo 142, p ág. 576. (7) "Una valiosa disidencia ("A propósito del fallo "Universidad de Buenos Aires c/Estado Nacional)". LA LEY, 1991-E, 136. (8) "La autonomí a universitaria y la revisi ón de las decisiones universitarias por el Poder Ejecutivo", en "El Derecho", tomo 142, p ág. 575. (9) Ver Gil Dom í nguez, Andrés: "Autonomí a universitaria: la evanescencia consumada", LA LEY, 1997-C, 143. (10) Ver Garcí a Sanz, Agustí n A. M.: "Autonom í a universitaria: ¿camino a una nueva jurisprudencia de la Corte Suprema de Justicia loc. de la Naci ón", "Jurisprudencia Argentina", 2004 I, p ág. 367.
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