Mazzuca, R., “Seminario: La elaboración freudiana de la neurosis obsesiva: 6. La elaboración Lacaniana”. - En Cizalla del cuerpo y del alma. La neurosis de Freud a Lacan, Berggasse 19, Buenos Aires, 2006.
La elaboración Lacaniana de la Neurosis Obsesiva
Introducción:
La clínica de Lacan no es siempre la misma. Hay una primera clínica, al comienzo de su enseñanza, que produce un retorno a las estructuras freudianas: neurosis, psicosis, perversión. Es una clínica de las modalidades del deseo y de las estructuras subjetivas. Pero Lacan transforma sus categorías clínicas al final de su enseñanza. Junto con una nueva concepción del síntoma introduce la diferenciación entre síntoma y sinthome, y de este modo, se bosqueja una clínica de los goces y los tipos de síntoma. Llamamos a la primera clínica: clínica del deseo, es decir, del deseo insatisfecho (histeria), imposible (neurosis obsesiva) y prevenido (fobias). Son modalidades de constitución y funcionamiento del sujeto, modos de ser sujeto. En tanto el sujeto es efecto de la estructura. (Diagnosticar estructura psicótica no es equivalente a diagnosticar psicosis). La otra clínica, la del goce, es una clínica del síntoma en el sentido y definición que asume este concepto en la última parte de la obra de Lacan. La clínica del deseo es una clínica del sujeto y una clínica del Otro, puesto que el deseo se plantea siempre como social, en tanto el Otro forma parte de la estructura del deseo (el deseo es el deseo del otro). En la clínica del goce, por el contrario, el síntoma no es social, es autista. Esto nos lleva a distinguir síntoma de sinthome, entendiendo por sinthome cuando el síntoma esta puesto en una función de anudamiento que articula el goce autista en la relación con el Otro.
La demanda y el deseo en la relación del sujeto con el Otro: La agresividad del obsesivo debe entendérsela no como un impulso en bruto para destruir al otro, sino que está formulada verbalmente, articulada en un anhelo de muerte. Se trata del deseo de la muerte del Otro, y aun de la demanda de muerte del Otro. De este modo, la ambivalencia obsesiva queda planteada, en términos de demanda, como una demanda de muerte del Otro y una demanda de amor que va en el sentido exactamente contrario, ya que el amor tiene el efecto de hacer existir al Otro. Este es el callejón sin salida de la estructura obsesiva: es irresoluble; en la medida en que se trata de dos términos contradictorios se impone la lógica de la imposibilidad, la satisfacción de uno impide el cumplimiento del otro. Se trata de un movimiento de oscilación, de columpio. La demanda de muerte requiere ser formulada en el lugar del Otro, en el discurso del Otro. El hecho de que este Otro sea el lugar de la demanda implica en efecto la muerte de la demanda. La demanda no puede formularse sino con los significantes que existen previamente en el Otro, de allí que el sujeto dependa del Otro tanto para satisfacer la necesidad como para disponer de los significantes de la demanda. Esta imposibilidad en el registro de la demanda se reencuentra también en el deseo del obsesivo, cuando desea la muerte del Otro, ya que se dirige a destruir al Otro pero, estructuralmente, requiere del lugar del Otro para sostenerse como deseo. ¿Qué espera el obsesivo? La muerte del Amo. ¿De qué le sirve esta espera? Se interpone entre él y la muerte. Cuando el amo muerta todo empezara. El obsesivo no asume su ser-para-la-muerte, está en suspenso. Esto es lo que hay que mostrarle. Este anhelo de muerte se combina con la posición temporal del obsesivo: la espera y la postergación. El obsesivo encuentra en el Otro a su amo y, como un esclavo, vive esperando su muerte. Esta posición de espera es una coartada del obsesivo para no comprometerse con su deseo. Evita el acto. La desviación hacia el pensamiento del gasto de energía destinado al actuar, constituye la esencia de la obsesión. Creer que el impedimento proviene del Otro, no es el único medio que usa el obsesivo como coartada ante el deseo. También usa la creencia en su propia impotencia. Cultiva su impotencia: cree que no puede, para postergar su deseo, o para evitar encontrarse
con el deseo del Otro. Y cuando este deseo es el deseo del Otro sexo, cultiva la sospecha de su homosexualidad. Las fantasías de homosexualidad en el obsesivo son siempre coartadas para aliviarse de la angustia en el encuentro con el deseo del otro en las relaciones con el Otro sexo. Tiene una función imaginaria de coartada exactamente en el mismo sentido que la espera de muerte del amo. Interpretarla en la cura como homosexualidad latente, y no como fantasma usado como justificación, es ya legitimarla y entrar en el juego de la coartada obsesiva.
La reducción del deseo a la demanda: Otra manera de evitar el deseo del Otro, es reducir el deseo a la demanda. Hacerse pedir, ordenar, etc.; de ahí que el obsesivo viva pidiendo permiso y haciéndose autorizar por el Otro. O a la inversa, espera sus prohibiciones, y hace de la prohibición misma el objeto de su deseo. De este modo, resulta un deseo cuyo cumplimiento es imposible, pero no extinguido. Es su modalidad de sostener el deseo: un deseo a distancia para que ese deseo subsista. Se hace pedir por el otro y se ocupa en satisfacer la demanda del otro. Al obsesivo le encanta que le pidan, dice Lacan. Son distintas maneras de hacer existir o sostener a un Otro consistente. Porque el Otro es siempre inconsistente por desear, no se puede ser amo del deseo. Por eso el obsesivo puede ir más lejos, además de querer reducir el deseo del Otro a demanda, puede querer hacer que el Otro deje de desear. El regalo y el desafío contribuyen a mantener consistente al Otro de la demanda. El desafío se relaciona con una conducta del obsesivo que es la hazaña o la proeza dirigida al reconocimiento del Otro. El rival imaginario no es el que cuenta, sino el Otro, el tercero, aquel para quien el sujeto actúa y al que, como espectador invisible, le ha sido adjudicado el papel de registrar la hazaña. En el caso del hombre de las ratas, existe una cadena de las palabras, que Lacan ubica en el eje simbólico del esquema L: remite, por una parte, a la falta de fe que presidio el matrimonio de su padre (que hace resonancia en el plan matrimonial desencadenante de la neurosis), y por otra parte, al abuso de confianza con el camarada militar con quien el padre quedo en deuda por el dinero prestado y no
devuelto (que hace eco en las vicisitudes de la imposibilidad del pago de los quevedos). Ambas, como mito individual, forman parte del texto del gran delirio de las ratas con que el sujeto llega a la consulta de Freud. En el eje imaginario se reconocen las figuras idealizadas del padre y de la mujer, amados y odiados a la vez. Ambas cadenas se cruzan, y en la trama de los fantasmas se conjugan en una pareja de imágenes narcisistas, la sombra del padre muerto y el ideal de la dama de sus pensamientos. Freud cuando interpreta apunta a la cadena simbólica y, al deshacer su eficacia, obtiene el resultado de hacer caer la trama imaginaria de la neurosis. Mientras en la histeria se promueve el lugar del Otro como lugar del deseo, el obsesivo promueve la relación con el objeto como condición absoluta del deseo; el fantasma. Vivir en un mundo hecho con significantes, tiene que ver con los actos: no hay otro cumplimiento del deseo que no sea en los actos, a menos que sea cumplimiento alucinatorio como en el sueño o una satisfacción fantaseada. El objeto anal es el primer soporte de la subjetivación porque es aquello por lo cual el sujeto es requerido a manifestarse como sujeto, es decir, que tiene que entregar lo que es como resto irreductible a lo simbólico. Pero, para darlo en las condiciones adecuadas, tiene que comenzar por retenerlo, contra la acción de la necesidad y del goce de expulsarlo. De aquí que la forma plena del deseo en el nivel anal, surge como deseo de retener, y está ligada inicialmente a la inhibición de la función corporal y del goce que esta implica. Este mismo desplazamiento del objeto anal como don, para detener al sujeto antes de la angustia de castración, se produce en la estructura obsesiva también en el nivel escópico bajo la forma de la imagen. Si el amor toma para el obsesivo esa forma exaltada de amor idealizado que representa una negación de su deseo, es porque él cree que lo que se ama de él es su imagen, que la da al otro.