LA NEUROSIS OBSESIVA, UNA MODALIDAD CLÍNICA REVISIÓN DEL ESCRITO DE FREUD “A PROPÓSITO DE UN CASO DE NEUROSIS OBSESIVA” (EL HOMBRE DE LAS RATAS)”
TRABAJO ELABORADO PARA DISTRIBUCIÓN INTERNA DE LA CÁTEDRA DE PSICOPATOLOGÍA.
LIC. ESTEBAN AGÜERO
Los tópicos a abordar en el presente esquema son realizados a efectos de facilitar l a compresión de los textos que la cátedra propone para el eje temático nº 5 “neurosis obsesiva” y tomando como guía la lectura de los textos propuestos por la cátedra.
ERNST LANZER. Nueve meses duró el tratamiento, desde octubre de 1907 hasta julio 1908, de este judío de la burguesía media de Viena, hijo de Heinrich Lanzer y Rosa Zaborsky, la dama rica (hija adoptiva) que eligió su padre en detrimento de la dama pobre, a quien amaba. Freud lo presentó en el primer congreso de IPA (1908) y expuso durante cinco horas. Este caso representa la búsqueda freudiana de la relación entre el padre y la neurosis, búsqueda que comenzó con la histeria. En este caso es ejemplar el modo en que el paciente siguió los pasos de su padre: enamorado de una mujer pobre pero interesado en una rica, estudiante de leyes, además de haber asistido a la escuela militar. En 1901 comenzaron a dominarlo extrañas obsesiones sexuales y morbosas: sentía un gusto particular por los funerales y los rituales de muerte, había tomado la costumbre de mirarse el pene en un espejo para estar seguro de su grado de erección, y experimentaba la tentación reiterada del suicidio, basada en reproches e inculpaciones dirigidas contra sí mismo, seguidas de inmediato por resoluciones piadosas y plegarias. A veces quería cortarse la garganta, otras proyectaba ahogarse. En el verano de 1907 se produjeron los dos acontecimientos principales que constituirían el núcleo de su cura con Freud. En julio, en el transcurso de ejercicios militares en Galitzia, escuchó de boca del cruel capitán Nemeczek, partidario de los castigos corporales, la historia de un suplicio oriental consistente en obligar a un preso a desvestirse y ponerse de rodillas y bajar el torso; a las nalgas del hombre se fijaba entonces con una correa un gran orinal agujereado en el que se agitaba una rata. Privada de comida y excitada con una varilla al rojo que se introducía por un agujero del orinal, el animal trataba de sustraerse a la quemadura, y penetraba en el recto del supliciado, infligiéndole heridas sangrientas. Al cabo de una media hora, moría asfixiada, al mismo tiempo que el hombre. Ese día Lanzer había perdido sus lentes en el curso de un ejercicio. Telegrafió entonces a su óptico de Viena para que le enviara otro par por correo. A los dos días recuperó el objeto por intermedio del mismo capitán, quien le dijo que los gastos postales debían ser reembolsados al teniente David, supervisor de correos.
Lanzer tuvo un comportamiento delirante en torno al tema obsesivo del pago. La historia del suplicio se mezclaba con la de la deuda, y hacía surgir en la memoria del Hombre de las Ratas el recuerdo de otra cuestión de dinero. Alguna vez, su padre había contraído una deuda de juego, y lo había salvado del deshonor un amigo que le prestó la suma que necesitaba. Después de su servicio militar, Heinrich trató de encontrar a ese hombre, sin lograrlo. De modo que la deuda no había sido saldada.
DE LA MANIA SIN DELIRIO A LA RELACIÓN AL PADRE. La integridad de pensamiento puesta de manifiesto en los obsesivos promovió el diagnóstico de “manía sin delirio”, impuesto por Pinel, caracterizando a seres “locos que en ningún momento mostraban lesión alguna del entendimiento y que estaban dominados por una especia de instinto de furor, como si estuviesen lesionadas las facultades afectivas”, aislando con claridad la relación entre un “furor desmedido” y la “ausencia de actividad delirante”. Por su parte Esquirol lo llamó “monomanía de raciocinio” lo que daba cuenta de que por más irracionales que parecieran los actos estos sujetos siempre tenían una explicación lógica que los justificaba. A su vez en 1886 J. P. Falret describió lo que llamó “ alienación parcial con predominio del temor al contacto con los objetos externos”, cuyo padre a su vez había llamado “enfermedad de la duda” expresando el hecho psicológico que constituía su fundamento principal. Finalmente, Legrand du Salle, reivindicó la autoría de la nominación de “lucura de duda (con delirio de tocar)”. Todos ellos afirmaban la prevalencia del sexo femenino en la presentación obsesiva, además de situarlo en las clases sociales acomodadas. El trabajo más importante de Freud es la recategorización de esta patología, tal cual lo plantea en su artículo de 1895 “Neurosis y Fobias”: Histeria y neurosis de obsesiones forman el primer grupo de las grandes neurosis, que yo he estudiado. El segundo contiene la neurastenia de Beard, que yo he descompuesto en dos estados funcionales separados tanto por la etiología como por el aspecto sintomático: la neurastenia propiamente dicha y la neurosis de angustia (Angstneurose) -denominación que, dicho sea de paso, a mí mismo no me convencen un trabajo publicado en 1895 he aducido en detalle las razones de esta separación, que creo necesaria.
La equiparación y ubicación nosológica al lado de la histeria la justifica en virtud de la génesis traumática sexual infantil, presente en ambas patologías, y la defensa contra toda representación o todo afecto que provenga de esas experiencias y que resulte inconciliable con el yo, llamándolas “neuropsicosis de defensa”.
A partir de la relación transferencial con Freud, a quien ubicaba en el lugar de su padre, así como a diversas manifestaciones que daban cuenta de la presencia imborrable del padre, aún después de muerto, Freud pudo trabajar los sentimientos hostiles propios de la neurosis obsesiva y que se trasmudan en excesivo cuidado y protección sobre esas mismas personas. Por otra parte la neurosis
obsesiva permitió avanzar al psicoanálisis en el marco del
falicismo, y su pregnancia imaginaria, así como su particular relación a la compulsión a la repetición.
COMO SE FORMAN LOS SÍNTOMAS OBSESIVOS? En la neurosis obsesiva encontramos una relación estructural a la culpa en virtud de su relación con el inicio precoz de la vida sexual. A través de la reviviscencia, en las representaciones y los afectos actuales, de experiencias precoces generadoras de placer, el sujeto se encuentra invadido por reproches, con los cuales Freud llegará a identificar las ideas obsesivas: éstas, reducidas a su expresión más simple y comprendidas en su significación más íntima, «no son otra cosa que reproches», reproches que el obsesivo se formula a sí mismo al revivir el goce sexual anticipatorio de la experiencia activa de antaño, «pero reproches desfigurados por un trabajo psíquico inconsciente de transformación y sustitución». El artículo del mismo año, 1896, «Nuevas puntualizaciones sobre las neuropsicosis de defensa», describe el desarrollo típico de una neurosis obsesiva presentando las antiguas experiencias de placer como «acciones pasibles de reproche». Ahora bien, cuando esas experiencias se rememoran en la pubertad, engendran dos tipos de procesos obsesivos, según sea que sólo el contenido mnémico concerniente a esas acciones fuerce su acceso a la conciencia, o que llegue a ella en compañía del «afecto de reproche» ligado a ellas. Durante la pubertad la rememoración de dichas experiencias engendra dos tipos de procesos: 1. Si solo el contenido mnémico llega a la conciencia 2. El contenido llega a la conciencia acompañado del “afecto de reproche”. En el primer caso el contenido llega deformado por efecto de la represión, como modo de sofocación, dando origen a un primer tipo de síntoma: la desconfianza de sí mismo, que justifica dicho reproche. En el segundo caso el reproche dirigido a la acción sexual se traduce en una serie de afectos obsesivos: vergüenza, angustia hipocondriaca (las acciones tienen consecuencias somáticas), angustia social (castigo del ambiente por mala acción), angustia religiosa (juicio divino), delirio de observación (revelación involuntaria de sus secretos), angustia de tentación (desconfía de su propia fuerza moral).
Estas formaciones de compromiso, que dan cuenta del fracaso de la represión, generan la formación de otros síntomas, medidas protectivas, que tomarán la forma de acciones compulsivas: rumiación, verificación, duda, medidas de expiación, medidas precautorias, miedo a traicionarse, medidas para aturdirse. Estas compulsiones y acciones protectivas pueden adquirir formas severas, produciendo severas inhibiciones en el sujeto.
EL COMPLEJO PATERNO, LA FIGURA DEL PADRE. La correlación que establece Freud entre neurosis obsesiva y religión, tomando a aquella como una religión privada, nos permite comenzar a pensar la relación de la obsesión a la figura del padre, figura derivada del modelo judeocristiano de paternidad y que conjuga un Dios que da y que castiga, que todo lo ve y lo sabe, elementos nucleares de los devaneos obsesivos. Tal como lo vemos en el caso del Hombre de las Ratas el odio a la figura paterna no ha devenido conciente pero se aprecian los efectos de dicho sentimientos, como por ejemplo en la emergencia del pensamiento obsesivo: si veo una mujer desnuda, algo le ocurrirá a mi padre. La fuerza de la prohibición puesta en el padre hace de este un objeto indestructible, interdictor de todo tipo de satisfacción y por lo tanto detractor de la transmisión fálica (aquí vemos primar la lógica del ser sobre la del tener). Frente a ello la
muerte se plantea como solución a dichos conflictos, hecho que desata los más feroces reproches y sentimiento de culpa, el final de la tiranía, la libertad. Ni aun muerto, lo ejemplifica el caso de Freud, el padre, el suplicio que podría sufrir, desaparecen. Una mención a esta ambivalencia encontramos en “Moisés y la religión monoteísta”, donde la describe como “propia de la esencia de la relación al padre”. Es en la relación al padre muerto donde Lacan sitúa la relación al padre absoluto, al macho de la horda, al que con su muerte da lugar al pacto, dejando “vacía” la tumba de Moisés, a su decir. De allí también extrae el aspecto degradatorio que emerge tras la devoción y el homenaje, tan propio de la religión, y que emerge en ideas injuriosas, obscenas, escatológicas o criminales. (en un sujeto obsesivo emergía la idea de la felación al arrodillarse ante el cura en el momento de recibir la hostia).
SIGNIFICACIÓN Y SATISFACCIÓN EN EL SÍNTOMA Siguiendo el análisis que hace Freud en sus “Conferencias de introducción al Psicoanálisis”, de 1916-17, encontramos que en el síntoma convergen dos vertientes, tratadas en las
conferencia 17ª y 23ª, que son la significación y la satisfacción del síntoma. Siguiendo sus postulados vemos que la condición placentera de la vivencia temprana sexual y el posterior esfuerzo represivo dejan al descubierto más directamente en la neurosis obsesiva que en la histeria la función de satisfacción de los síntomas obsesivos. La “no somatización” de los síntomas, como consecuencia del “falso enlace” con que el afecto penoso se desplaza a una representación inocua, mantiene a nivel del pensamiento los síntomas, dejando a salvo al cuerpo de toda amenaza de castración. Así lo propone Lacan al plantear el discurso del inconsciente, donde la producción de saber (S2) para un significante amo (S1) deja como saldo el plus-de-goce (a), escondiendo la verdad de la castración
. No hay un discurso para
la obsesión, como sí para la histeria.
DESEO Y FANTASMA EN LA NEUROSIS OBSESIVA. En la neurosis obsesiva, tal como en la histeria se aprecia la relación del sujeto al deseo, siendo ello lo que establece la “homogeneidad de la neurosis” (Lacan, seminario V), y a la pregunta por el deseo del Otro, y por el goce del Otro. La relación al falo y el fantasma que plantea la neurosis obsesiva nos dan cuenta de la dirección que toman tanto el deseo como la fantasía y la suposición de goce en esta modalidad clínica. Partiendo de la enseñanza freudiana respecto al carácter placentero de las experiencias infantiles, aunque pasivas, y de los reproches que contra ello se elevan en el momento de la resignificación Edípica, así como de la culpa que se liga a dichos eventos, se aprecia la prevalencia de la dialéctica del ser, ser o no ser el falo de la madre, sobre la del tener, tener que implica la angustia de castración. En el Seminario XIV, La lógica del fantasma, Lacan afirma que: para la fobia el deseo prevenido, para la histeria el deseo insatisfecho, y para la neurosis obsesiva el deseo imposible.
Dicha afirmación, deseo como imposible, es su estrategia para conjurar los “yerros” de la función paterna en la transmisión del falo (recordemos la escena del Hombre de las Ratas masturbándose frente al espejo y esperando la aparición del espectro del padre) y su dificultad para tolerar la falta del Otro, la castración del Otro que demanda su propia castración; ante ello la huida, el apartamiento de la escena lo sitúa como espectador del goce del Otro. El obsesivo tiene una posición diferente. La diferencia del obsesivo, en relación a la histérica, es quedar, él fuera del juego. Es su verdadero deseo, ustedes lo verán. Confíen en esas fórmulas cuando tengan que estudiar al sujeto clasificable clínicamente. El obsesivo es alguien que no está jamás verdaderamente allí en el lugar donde está en juego algo que podría ser calificado su deseo. Allí donde arriesga el golpe, aparentemente, no es allí donde él está. Es de esta
desaparición misma del sujeto, del $ en el punto de compromiso del deseo, que hace, si se puede decir, su arma y su escondite. El ha aprendido a servirse de esto para estar en otra parte.
Este lugar de espectador de la escena Lacan lo destaca en el análisis del sueño de un sujeto obsesivo reñido con su virilidad y recuperado por la sagaz formación del inconsciente de su partenaire, quien sueña tener un falo y a la vez desea gozar de él. Así el deseo puesto más allá de la demanda garantiza la prohibición, la interdicción del Otro sobre su deseo. En términos discursivos lo encontramos plasmado en la presunta elección “forzada” (“no tenía otra opción”) con la que resuelve la puesta en juego de su deseo anulando parcialmente su responsabilidad en el acto. Una madre que “da todo” y que se reduplica en los objetos de amor que el sujeto elige contribuyen a lo que Freud llamó la “degradación de la vida erótica” donde una mujer no puede ser deseada y amada a la vez; además la mujer deseante no hace más que presentificar la castración que arroja al obsesivo a la angustia, de allí su falta viril. Una última cita del seminario que Lacan dedicó a las formaciones del inconsciente sirve como corolario de la posición del obsesivo en relación al deseo: Terminamos nuestro discurso sobre el obsesivo diciendo, en suma, que él debe constituirse en alguna parte frente a su deseo evanescente. Hemos comenzado a indicar en la fórmula del deseo como siendo el deseo del Otro porque en el obsesivo este deseo es evanescente. Este deseo es evanescente en razón de una dificultad fundamental en su relación con el Otro, con el gran Otro como tal, este gran Otro, en tanto que es el lugar donde el significante ordena el deseo .
En lo atinente a la relación del obsesivo al fantasma recordemos que Lacan propone el mathema
para resumir los tiempos lógicos de la fantasía trabajada por Freud en su
texto “Pegan a un niño”, donde el segundo tiempo (soy castigado por el padre, me pega porque me ama) no puede ser recordado por ser una construcción pero cuya necesariedad se demuestra en el encadenamiento de los tres tiempos. En el Seminario VIII, La Transferencia, en la clase del 19 de abril del 61 Lacan escribe el mathema del fantasma en el obsesivo:
Para destacar que la no está reprimida, bajo la barra, como en la histeria afirmado que: El signo de la función fálica emerge por todas partes a nivel de la articulación de los síntomas
, la falta del Otro se
rellena con los objetos erotizados de su deseo, promoviendo la degradación del significante fálico. Por otra parte encontramos la emergencia compulsiva de fantasmas sádicos y escatológicos, vías de emergencia de la pulsión que surge despersonalizada, desubjetivada, a fin de preservar la homeostasis del sujeto, el carácter construido con la apropiación de determinados síntomas que Freud describe como “egosintónicos”. Es por ello que los deseos del obsesivo sólo se aprecian como su contracara: tal el excesivo cuidado o el temor a la desgracia de un ser querido que surge de un deseo incosnciente de muerte. La palabra obsesivo proviene del verbo latino obsidere, asediar, y de allí obsessus , sitiado. Desde ese lugar aislado, a salvo de la castración y del paso del tiempo la vida del obsesivo transcurre en un infinito presente que se metonimiza en las vías del significante fomentando sus cavilaciones sobre la muerte y la vida (“estoy vivo o muerto?” será la pregunta que Lacan sitúa en la obsesión), los temas trascendentales o la infinita procrastinación, postergación que deja siempre la opción de elegir “otra cosa” que aquella por la que nunca se decide. Si la histérica se sacrifica al goce del Otro el obsesivo lo hace para que “el Otro no goce” ya que su padecimiento es el “ser el objeto adecuado al goce del Otro” (allí se ve con claridad la función del segundo tiempo del fantasma “Pegan a un niño”). Esta prohibición a rajatabla del goce da cuenta de un superyó estricto que reclama a viva voz la renuncia al goce y que aspira siempre a más. La exaltación y la degradación de su propio yo son un eterno vaivén, sin la menor intención de aceptar una crítica o reproche, para eso se basta a sí mismo. En estos términos la demanda de análisis del obsesivo suele estar acompañada de una conmoción fantasmática y de una fuerte angustia, lo que lo lleva a superar sus temores y aceptar desplegar sus cavilaciones a un tercero. ¿Qué respuesta a ello? No encarnar al Otro del goce porque ello aplana la estructura y destruye la posibilidad de que el sujeto se aproxime a su deseo y su castración a fin de poder hacer surgir la pregunta que histerice su discurso.