ªLa Dictadura Nazi. Problemas y perspectivas de interpretaciónº (Resumen del texto de IAN KERSHAW) El autor nació en Inglaterra en 1943. Primero se dedicó al estudio de la Edad Media, que luego reemplazó por el de la lengua y la cultura alemana. Finalmente se dedicó hasta la actualidad a investigar el fenómeno del nazismo. La primera edición del libro fue en 1985 Según sus palabras en el prefacio a la cuarta edición, el nudo central del libro es una evaluación histórica acerca del Tercer Reich en aquel momento. Cap. 1: Los historiadores y el problema de explicar el nazismo Aquí sostiene que los principales historiadores están lejos de ponerse de acuerdo so bre algunos de los problemas más fundamentales de la interpretación y explicación del nazismo. La visión dominante apenas terminó la guerra, ªla historia contemporáneaº, era de recrimin aciones del bando aliado y la tendencia a la disculpa del lado alemán. Luego, en l os sesenta, con la apertura de registros se lograron importantes avances en el c onocimiento. Para mediados de la década de los ´80, se producirá una explosión de sentim ientos que se manifestó en ªla disputa de los historiadoresº, una importante controver sia pública acerca del lugar que ocupa el Tercer Reich en la historia alemana, que involucró a los principales historiadores germanos. Las características particulares de los desacuerdos fundamentales entre los histor iadores acerca de la interpretación del nazismo se encuadran dentro de la inevitab le fusión de tres dimensiones: una histórico-filosófica, una político-ideológica y una mor al. Es un punto de vista básico de este libro que los contornos de los debates han sid o por lo general establecidos por historiadores alemanes, en especial los de la República Federal, y han sido moldeados en gran medida por la visión que los histori adores alemanes occidentales han tenido de su propia tarea al ayudar a dar forma a la ªconciencia políticaº y con ello, a superar el pasado. Un tema importante son las insuficiencias de las fuentes materiales. materiales. Por un un lad o, mucha fue destruida por los nazis al aproximarse el final de la guerra, o se perdió en los bombardeos aéreos. Por otro, el gobierno extraordinariamente no burocrát ico de Hitler, en el que las decisiones rara vez eran registradas. La dimensión histórico-filosófica: el debate sobre método histórico es en gran medida y de manera característica un asunto alemán occidental. El desarrollo posterior a la gue rra de los estudios históricos puede ser dividido en 4 fases: un período de continua do y parcialmente reacondicionado historicismo (concepto idealista de la histori a, pone énfasis en los hechos y personajes históricos, la voluntad y la intención en e l proceso histórico; la continuidad fue el sello distintivo esencial, nazismo como ruptura del ªsaludableº pasado alemán, degeneración); luego viene en los sesenta una fa se de transición con la ªcontroversia Fischerº (puso al descubierto los objetivos agre sivos y de guerra expansionista de las elites alemanas en la primera guerra mund ial, y con ellos derribó el argumento de que un desarrollo saludable hasta cierto momento ªse había descarrilado después de la guerraº); la tercer fase desde mediados de los setenta hasta fines de los ochenta en la que nuevas formas de ªhistoria socialº con bases estructurales alineadas con las ciencias sociales y estrechamente inte rrelacionadas con desarrollos paralelos en estudios internacionales (este enfoqu e afirmaba que el concepto de ªpolíticaº necesitaba ser subordinado al concepto de ªsoci edadº); por último, los cambios producidos a partir de 1989-90. La dimensión político-ideológica: en la República Democrática Alemana, fundada sobre princ ipios marxistas-leninistas, el antifascismo fue, desde el comienzo, una piedra a ngular indispensable de la ideología y legitimidad del estado. Además era considerad o parte constitutiva del imperialismo capitalista. Por su parte, el marco de ref erencia ideológico dentro del cual la investigación histórica operaba en Alemania occi dental era eliminar la posibilidad de la creación de un sistema ªtotalitarioº, es deci r, una constitución antifascista como anticomunista.
La dimensión moral: el contenido moral de los escritos sobre el nazismo de princip ios de la posguerra era explícito. Los historiadores de las potencias victoriosas estaban demasiado ansiosos por encontrar en el nazismo la confirmación de todas la s peores características de los alemanes a través de los siglos. Todos los intelectu ales serios (los alemanes sobre todo) demuestran su desprecio moral por el nazis mo. Cap. 2: La esencia del nazismo: ¿una forma de fascismo, un tipo de totalitarismo o un fenómeno único? Mientras los teóricos del Comintern en los años veinte ya rotulaban al nazismo como una forma de fascismo engendrada por el capitalismo en crisis, los escritores bu rgueses sólo un poco más adelante comenzaron a asociar derecha e izquierda como los combinados enemigos totalitarios de la democracia. El debate acerca del fascismo y del totalitarismo se mantuvo con vida también por su relación con una tercera cor riente de interpretación que demostró ser sumamente influyente: la que dice que el n azismo sólo puede ser explicado como producto de las peculiaridades del desarrollo prusianogermánico a lo largo del siglo anterior. Totalitarismo: El término totalitarismo fue acuñado en Italia el 23 de mayo de 1923 y fue usado al principio como un término antifascista de insulto. Para dar vueltas las cosas y vo lverlas contra sus oponentes, Mussolini se apoderó del término en junio de 1925, hab lando de la ªfiera voluntad totalitariaº de su movimiento. Fascismo: La nueva oleada de interés por el fascismo como fenómeno experimentado en la mayoría d e los países de la Europa de entreguerras fue disparada, en gran medida, en los años sesenta, por la aparición del muy influyente libro de Ernst Nolte, Der Faschismus in seiner Epoche (Las tres caras del fascismo), en 1963. Las condiciones política s de esa década estimularon y condujeron, pues, un resurgimiento de las teorías marx istas sobre el fascismo, junto con las no marxistas del tema. Teorías marxistas: el primer intento serio de explicar el fascismo en términos teórico s fue emprendido por el Comintern en los años veinte, basada en una estrecha relac ión instrumental entre capitalismo y fascismo. Luego, aunque nadie equiparaba el b onapartismo con el fascismo, veían los estudiosos en la interpretación de Marx un in dicador significativo para la comprensión de la mecánica de la relación del fascismo c on la clase dominante capitalista. Esto les permitió distinguir entre el dominio s ocial y el dominio político ejercido por la clase dominante capitalista. Esto les permite destacar la importancia autónoma del apoyo de la masa al fascismo; ver al fascismo sólo como uno de los muchos modos posibles de la crisis del capitalismo y de ninguna manera como el equivalente del estadio final al socialismo y, finalm ente, darle importancia a la relativa autonomía del ejecutivo fascista una vez en el poder. Una tercera corriente es la de Gramsci y su idea de hegemonía burguesa. Coloca un acento mayor en las condiciones de crisis políticas que surgen cuando el estado ya no puede organizar la unidad política de la clase dominante y ha perdid o la legitimidad popular, y que hace atractivo al fascismo como una solución radic al populista al problema de restaurar la ªhegemoníaº de la clase dominante. Interpretaciones no marxistas: las tempranas interpretaciones ªburguesasº o no marxi stas han sido, por lo general, consideradas seriamente deficientes por los estud iosos posteriores. La visión de ªcrisis moralº de la sociedad europea sólo ha producido un impacto muy indirecto en las posteriores interpretaciones no marxistas del fa scismo. El intento de Reich de combinar marxismo y freudismo para interpretar al fascismo como una consecuencia de la represión sexual, y el enfoque de la psicolo gía colectiva de Erich Fromm, que argumenta a favor de un ªescape de la libertadº para refugiarse en la sumisión, tampoco han proporcionado demasiado ímpetu. Sólo el enfoqu e de Parson, basado en el concepto de ªanomiaº en las modernas estructuras sociales y la coexistencia cargada de conflictos de los sistemas de valores tradicionales , arcaicos y los procesos sociales modernos, se puede decir que ha ªdejado una imp resión indelebleº sobre los análisis no marxistas posteriores del fascismo ligados a l as teorías de la modernización. Los estudiosos no marxistas de fascismo comparado, desde su renacimiento en los
años sesenta, derivaron su impulso en tres direcciones diferentes: el enfoque de l a historia ªfenomenológicaº del trabajo de Ernst Nolte que implica tomar seriamente la descripción que de sí mismo hace un fenómeno, en este caso, los escritos de los líderes fascistas; enfoques estilo ªestructural-modernizaciónº donde el fascismo es visto com o uno de los muchos senderos diferentes en la ruta hacia la sociedad moderna; po r último, las interpretaciones ªsociológicasº de la composición social y de la base de cla se de los movimientos y los votantes fascistas. Este enfoque hecho por Lipset, m uestra un radicalismo de la clase media baja. No obstante, frente a todas estas teorías, no hay en perspectiva ninguna teoría del fascismo que pueda obtener la aprobación universal. ¿Nazismo como totalitarismo? Los críticos del concepto de totalitarismo se ubican en dos principales categorías: aquellos que rechazan categóricamente cualquier teoría del totalitarismo; y aquellos que están dispuestos a concederle alguna validez teórica, pero que consideran que s u despliegue práctico es una herramienta de análisis de limitado potencial. En cuanto al primer grupo, sus argumentos se basan en: el totalitarismo no es más que una ideología de la guerra fría, y el concepto de totalitarismo trata la forma ±el aspecto exterior de los sistemas de gobierno- como contenido, como su esencia. En cuanto al segundo grupo dicen: el concepto de totalitarismo puede sólo de maner a insatisfactoria comprender las peculiaridades de los sistemas que trata de cla sificar; no puede incluir adecuadamente el cambio dentro del sistema comunista; no dice nada acerca de las condiciones socio-económicas, funciones y objetivos polít icos de un sistema, y se contenta sólo con poner el acento en las técnicas y las for mas externas de gobierno; por último, su legitimidad se apoya en el sostenimiento de los valores de las ªdemocracias liberalesº occidentales y la distinción entre gobie rno ªabiertoº y ªcerradoº. Sin embargo, existe una ambivalencia entre la descripción de si stemas de gobierno históricamente reales (nazismo, estalinismo) y su ampliación para cubrir una ªtendenciaº que se extiende a tantas dictaduras modernas, que ese concep to pierde mucho de su valor analítico. Más allá de esto, me parece que las descripciones del nazismo como un ªsistema totalit arioº deben ser evitadas, no sólo debido al ineludible color político ligado al rótulo d e ªtotalitarismoº, sino también a los pesados problemas conceptuales que el término conl leva. ¿Nazismo como fascismo o un fenómeno único? Quienes se oponen al uso de un concepto genérico de fascismo presentan dos princip ales objeciones a la catalogación del nazismo como fascismo: la primera, dice que el concepto con frecuencia es ampliado para cubrir una enorme variedad de movimi entos y regímenes de características y significación totalmente diferentes; la segunda , dice que ese concepto no tiene la capacidad de incluir de manera satisfactoria las singulares características del nazismo, y que las diferencias entre fascismo italiano y el nacionalsocialismo alemán superan significativamente cualesquiera si militudes superficiales que puedan parecer tener. No obstante, autores como Bracher, Hildebrand, Hillgruber y otros, sostienen que el nazismo fue, no sólo en su forma, sino en su esencia, un fenómeno únicamente alemán, y que esta esencia o singularidad estaría ubicada en la persona e ideología de Adol f Hitler. Pero este ªHitlercentrismoº es en sí mismo una comprensible reacción exagerada ante algunas rústicas interpretaciones izquierdistas que subestimaban por complet o la figura de Hitler. De todas maneras, la ecuación nazismo = hitlerismo restring e innecesariamente la visión y distorsiona el foco al explicar los orígenes. Como conclusión: el concepto de fascismo es más satisfactorio y aplicable que el de totalitarismo para explicar el carácter del nazismo, las circunstancias de su crec imiento, la naturaleza de su gobierno y su lugar en un contexto europeo en el pe ríodo de entreguerras. El nazismo no es incompatible con la retención del concepto d e totalitarismo, aunque este último concepto es mucho menos utilizable y su valor está estrictamente limitado. Por último, las características peculiares que distinguen al nazismo de otras importantes manifestaciones de fascismo sólo serán completament e entendidas dentro de las estructuras y condiciones de los desarrollos socioeco nómicos e ideológicos-políticos alemanes en la era de la burguesía industrial. El nazism o fue, en muchos sentidos, efectivamente un fenómeno único. Pero su singularidad no puede ser solamente atribuida a la singularidad de su líder.
Cap. 3: Política y economía en el estado nazi Existe un amplio rechazo tanto a la rústica instrumentación de una opinión que ve al n azismo como un movimiento ªcriadoº y controlado desde el principio por intereses cap italistas, como igualmente torpe argumento en sentido contrario, que niega cualq uier lazo estructural entre el capitalismo y el ascenso del nazismo. No obstante , es importante destacar el hecho mismo que los nazis representaran algo así como la última esperanza más que la mejor opción para buena parte de la industria. Un segundo tema importante a evaluar es hasta dónde las políticas del régimen nazi ent re 1933 y 1945 fueron formadas y determinadas por consideraciones económicas. El debate erudito acerca del carácter de la economía nazi recibió un fuerte impulso co n la aparición en 1966 del ensayo del historiador marxista británico Tim Mason, sobr e la ªprimacía de la política ª en el Tercer Reich. El artículo de Mason fue escrito como un desafío tanto a la ortodoxia marxista-leninista la cual negaba la existencia de un reino autónomo de lo político al presentar la esfera político-ideológica como parte de la superestructura del sistema socioeconómico; como así también un desafío a los enfo ques ªliberales-burguesesº que sostenían que la economía estaba más o menos sujeta a las n o cuestionadas prioridades y autonomía políticas de una dictadura implacable e ideológ icamente motivada. La conclusión de Mason fue ªque tanto la política interior como la exterior del gobierno nacionalsocialista se volvieron, desde 1936 en adelante, c ada vez más independiente de la influencia de las clases económicamente dominantes, y hasta en algunos aspectos esenciales iban en contra de sus intereses colectivo sº. La clásica respuesta marxista-leninista no se hizo esperar: sostenían que la interpr etación de Mason sacaba al fascismo del reino de lo explicable históricamente, reduc iéndolo al nivel de un accidente histórico. Por su lado, la historiografía ªliberal-burg uesaº dominante nunca dudó acerca de la naturaleza de la relación, es decir, la eficie ncia económica y la primacía de la política, no las doctrinas capitalistas, de clase m edia o socialista eran las que decidían el curso. Ahora, en cuanto a los enfoques marxistas occidentales tienden a tomar su punto de partida como una interpretación ªbonapartistaº, es decir, el ejecutivo nazi y la cl ase capitalista estaban unidos entre sí de manera inexorable por las reglas del ca pital mismo, por la necesidad de una forma excepcionadle explotación para revitali zar el capitalismo y sacarlo de su gran crisis. El monopolio del poder del ejecu tivo nazi derivaba de su capacidad de salvaguardar los intereses objetivos de la burguesía maximizando sus beneficios en esas condiciones de crisis extrema del ca pitalismo. Por lo tanto, común a todas las teorías marxistas es la aceptación de un ci erto grado de autonomía del estado nazi con respecto al poder, incluso de las más po derosas fuerzas capitalistas. El tenor de los más recientes trabajos sobre la economía nazi ha sido más bien el de s ugerir que los objetivos e intereses estrechamente entrelazados de la dirigencia nazi y del capital alemán se influenciaron y afectaron mutuamente, y no la simple y poco útil dicotomía de ªprimacía políticaº o ªprimacía económicaº. Aquí prevalece la idea nazi como un ªpactoº (o ªalianzaº) no escrito entre diferentes pero interdependientes b loques de un ªcártel de poderº, el cual fue inicialmente una tríada compuesta por el blo que nazi, los grandes intereses y el ejército. El rearme masivo llegó a convertirse en el principal catalizador que aseguraba la fusión dinámica de los intereses del ejér cito, la industria y la dirigencia nazi (Plan Cuatrienal de 1936). No obstante, el memorando secreto de Hitler justificando el plan es la más clara demostración de una ªprimacía de la políticaº ya que destaca que ªla nación no vive para la economíaº. De est anera, la dirigencia nazi alcanzó una enaltecida posición de fuerza dentro del ªcártel d e poderº. Los factores económicos siguieron, durante la guerra misma, inseparablemente entre lazados con los factores ideológicos y estratégico-militares, para dar forma y carácte r a la agresión alemana. La guerra imperialista de saqueo era una necesidad lógica y cada vez más la única opción disponible; la industria alemana estaba estructuralmente involucrada en las decisiones políticas que culminaron en una destrucción y una cru eldad de una magnitud sin precedentes en Europa. El despliegue de escasos medios de transporte para trasladar la carga humana por
toda Europa para su inmediato exterminio en un momento en que la industria alem ana estaba desesperada por recursos humanos era difícilmente compatible con un int erés económico ªracionalº. El exterminio de los judíos era, por lo tanto, en última instanci a, una política que contradecía la racionalidad económica. Por lo tanto, todos los sec tores del ªcártel de poderº colaboraron para hacer posible una cruenta guerra de conqu ista que hizo del genocidio una realidad tangible, en lugar de considerarlo el d elirio de un loco. Hasta los últimos estadios de la guerra, los beneficios del Tercer Reich para todo s los sectores de la industria y las finanzas relacionados con la producción de ar mamentos fueron colosales. Cap. 4: Hitler: ¿ºamo del Tercer Reichº o ªdictador débilº? Ubicar el papel y la función de Hitler dentro del sistema nazi de gobierno es meno s sencillo de lo que inicialmente podría parecer. Las posiciones historiográficas es tán gráficamente polarizadas en el citado comentario del historiador norteamericano Norman Rich, en cuanto a que ªes incuestionable: Hitler era el amo del Tercer Reic h, y en la diametralmente opuesta interpretación de Hans Mommsen, de un Hitler ªno d ispuesto a tomar decisiones, con frecuencia indeciso, exclusivamente preocupado por mantener su prestigio y autoridad personal, influido de la manera más fuerte p or el entorno de turno, en algunos aspectos, un dictador débilº. Los más importantes estudios que toman la centralidad de la persona e ideología de H itler como punto focal de interpretación sostienen la idea que Hitler tenía un ªprogra maº que en todo lo esencial él respetó consistentemente desde principios de los años vei ntehasta su suicidio en el búnker de Berlín en 1945. Sus propias acciones estaban di rigidas por sus obsesiones ideológicas. Ésta es la base del tipo de interpretación ªprog ramáticaº (o intencionalista). El nazismo, por lo tanto, no puede estar divorciado d e la persona de Hitler, y en consecuencia, es legítimo llamarlo ªhitlerismoº. Por lo t anto, son visiones de naturaleza monocrática más que policrática del gobierno nazi. El enfoque contrario, llamado a veces ªestructuralistaº o ªfuncionalistaº y también ªrevisio nistaº, se concentra más en las estructuras del gobierno nazi, en la naturaleza ªfunci onalº de las decisiones sobre política y ªrevisaº lo que es considerado un injustificabl e y excesivo puesto en el papel personal desempeñado por Hitler en la historiografía ªortodoxaº. Ahora bien, en cuanto a si Hitler era amo del Tercer Reich o un dictador débil, lo que sí parece claro es que era sumamente sensible a cualquier intento de imponer la menor restricción legal o institucional a su autoridad, que debía estar completam ente libre de trabas, ser teóricamente absoluta y estar contenida en su propia per sona. El corolario de la extrema desconfianza de Hitler con respecto a los lazos institucionales era su confianza en la lealtad personal como principio de gobie rno y de administración. La caótica naturaleza del gobierno en el Tercer Reich fue también marcadamente alent ada por el estilo de gobierno no burocrático e idiosincrásico de Hitler. Sus excéntric as horas de ªtrabajoº, su aversión a poner las cosas por escrito, sus largas ausencias de Berlín, su inaccesibilidad incluso para sus propios ministros, entre otras cos as, significaba que cualquier forma convencional de gobierno ordenado era una co mpleta imposibilidad. Ciertamente, él era apático, letárgico y se interesaba poco en l o que él consideraba asuntos triviales de detalles administrativos por debajo de s u nivel de preocupaciones. La ascendente popularidad de Hitler, en oposición a la masiva impopularidad del partido y de tantos aspectos de la experiencia cotidian a del nazismo, sólo puede atribuirse a la imagen de un Führer que parecía estar por en cima de las luchas políticas internas y de la gris realidad cotidiana del Tercer R eich. Como Hitler prefería mantenerse fuera de las disputas entre sus subordinados , y de que en ocasiones activamente promovía más que impedía el caos de gobierno, ento nces uno tendría que aceptar que no había incompatibilidad en esta área entre ªintenciónº y ª structuraº. En consecuencia, se rechazaría la conclusión de que, debido a las restricc iones ªestructuralesº impuestas a su dictadura, Hitler era ªdébilº. Es de todas maneras en el área de la movilización del pueblo alemán para la guerra, la tarea central de la política interior, donde se asegura que se puede encontrar la
verdadera ªdebilidadº de Hitler. En consecuencia, el régimen no desarrolló ninguna políti ca social coherente y estaba en una posición esencialmente débil cuando debía enfrenta rse con la lógica de la lucha económica de clases y la necesidad de tener que pagar los armamentos sin drásticas reducciones en el consumo. Por lo tanto, la movilizac ión de la población fue poco entusiasta e incompleta y la producción para la guerra en torpecida. La debilidad del régimen, por lo tanto, llegó hasta el corazón mismo de su razón de ser (la guerra) y limitó su potencial hasta el extremo de que se podría afirm ar que la destrucción del régimen no fue simplemente una cuestión de derrota externa, sino que estaba ªestructuralmente condicionadaº por sus contradicciones internas. Las ªintencionesº de Hitler son indispensables para explicar el curso del desarrollo en el Tercer Reich. Pero ellas no constituyen por sí mismas, de ninguna manera, u na explicación adecuada. Las condiciones en las que la ªvoluntadº de Hitler pudo ser i mplementada como ªpolíticaº de gobierno fueron sólo en escasa medida moldeadas por Hitle r mismo y, además, hicieron que el fracaso final de sus objetivos y la destrucción d el Tercer Reich fueran casi inevitables. Por otra parte, la instrumentación de la ªv oluntadº de Hitler no es un asunto tan directo y una conclusión previsible como los ªi ntencionalistasº hubieran querido. Si no fue un ªdictador débilº, tampoco Hitler fue el ªa mo del Tercer Reichº con el implícito significado de omnipotencia. ªIntenciónº y ªestructuraº son ambos elementos esenciales para una explicación del Tercer Re ich, y necesitan una síntesis más que ser puestos en oposición uno con el otro. Cap. 5: Hitler y el Holocausto El tema central sigue siendo cómo el odio nazi por los judíos fue trasplantado para convertirse en práctica de gobierno, y cuál fue precisamente el papel de Hitler en e ste proceso. Los impulsos más grandes para la investigación y el debate erudito comenzaron fuera de Alemania. En primer lugar, los realizados por los estudiosos judíos en Israel y , segundo, por los historiadores no judíos fuera de Alemania. No obstante, los con tornos del debate sobre Hitler y la ejecución de la ªsolución finalº son algo peculiarme nte germano-occidental, aun cuando valiosas contribuciones hayan sido hechas por estudiosos extranjeros. La divisoria en la interpretación de este tema nos lleva otra vez a la dicotomía de ªi ntenciónº y ªestructuraº. En cuanto al primero, arranca de la suposición de que Hitler mis mo, desde fecha muy temprana, seriamente consideró, persiguió como objetivo principa l y luchó de manera implacable para lograr la aniquilación física de los judíos. Es deci r, la ªsolución finalº debe ser vista como el objetivo central del dictador desde el p rincipio mismo de su carrera política. En contraste, el otro enfoque pone el acent o en la manera improvisada y no sistemática de dar forma a las ªpolíticasº nazis respect o de los judíos, viéndolas como una serie de respuesta ad hoc de una maquinaria de g obierno resquebrajada y desordenada. El enfoque ªestructuralistaº de ninguna manera niega la responsabilidad personal, política y moral de Hitler respecto del ªHolocaus toº. Lo único que hace es ampliar esa culpabilidad para implicar directamente y como agentes activos y decididos a grandes sectores de las elites alemanas no nazis en el ejército, en la industria y en la burocracia, unto con la dirigencia nazi y las organizaciones partidarias. Durante los años anteriores a la guerra, como demuestran de manera convincente las pruebas reunidas y analiazadas por Schleunes y Adam, parece claro que Hitler no tomó ninguna iniciativa específica respecto de la ªsolución finalº y reaccionó ante las con fusas y a veces conflictivas líneas de ªpolíticaº que emergían, más que instigarlas. Los pri ncipales impulsos provenían de la presión ªdesde abajoº de los activistas del partido, d e la organización interna y el dinamismo burocrático del bloque SS-Gestapo-SD, de la s rivalidades personales e institucionales que encontraron un escape en la ªcuestión judíaº y, en no menor medida, de los intereses económicos deseosos de eliminar la com petencia judía y de expropiar los capitales judíos. El papel directamente desempeñado por Hitler era limitado y dictado sólo por la necesidad que él sentía, a pesar de su o bvia aprobación del boicoteo, de evitar que se lo asociara con los peores ªexcesosº de los más radicalizados del partido. El ªcompromisoº resultante fue efectivamente la pr omulgación de las notables ªLeyes de Nurembergº de 1935, a la vez que se respondía a los pedidos de una clara guía y ªregulaciónº de la ªcuestión judíaº, y se daba una vuelta más a
erca de la discriminación. Fue una clara respuesta a las considerables presiones q ue venían desde abajo. La agitación y el terror generados por todos los miembros del partido en 1938 dier on forma a la tensa atmósfera que explotó en el programa llamado ªNoche de los Cristal esº del 9 y 10 de noviembre. Hitler cuidó su imagen en un segundo plano, sin asumir responsabilidad alguna por acciones que eran a la vez impopulares entre la gente y castigadas por los dirigentes nazis. ªLa Noche de los Cristalesº fue el resultado de la falta de coordinación que caracterizó la planificación nazi de la política antise mita. La guerra misma y la rápida conquista de Polonia produjeron una transformación en la ªcuestión judíaº. Se dio un proceso de radicalización que cobró impulso entre 1939 y 1941. Sería equivocado sacar la conclusión de que el difusamente indicado ªobjetivo finalº sig nificaba la aniquilación programada. Sin embargo, claramente la parte operativa de l decreto se relacionaba con la provisional concentración de judíos para su posterio r transporte. La política de expulsión forzosa condujo inevitablemente al establecim iento de guetos. El ªproblema generalº de los aproximadamente tres millones doscient os mil judíos en territorios gobernados por alemanes ªya no podía ser resuelto con la emigraciónº y que, por lo tanto, era necesaria ªuna solución territorialº. En la guerra co ntra el gran enemigo bolchevique, el ªproblema judíoº iba a adquirir una nueva dimensión : la última fase antes de la ªsolución finalº real. Los fusilamientos en masa de los judío s rusos por parte de los SS marcaron la radicalización de la política antisemita. Como lo demuestran las diversas interpretaciones de los principales expertos, la s pruebas con respecto a la naturaleza precisa de una decisión de llevar a la prácti ca la ªsolución finalº, en cuanto al momento en que se tomó, e incluso con respecto a la existencia misma de tal decisión son circunstanciales. El impulso fue en gran med ida estimulado por una combinación de medidas burocráticas que emanaban del Cuartel General de Seguridad del Reich e iniciativas ad hoc tomadas ªen el terrenoº por indi viduos y agencias encargadas de ocuparse de una tarea cada vez menos manejable. Inicialmente, fue para albergar a los cautivos soviéticos que el entonces pequeño ca mpo de concentración de Auschwitz fue ampliado, y los primeros experimentos con la s cámaras de gas allí tuvieron como víctimas no a los judíos sino a los prisioneros de g uerra soviéticos. La confusión, las contradicciones y las improvisaciones del verano y el otoño de 1941 son, sin embargo, compatibles con el gradual acercamiento al a mplio programa genocida conocido para la historia como la ªsolución finalº, que salió a la luz plenamente sólo en la primavera de 1942. Hitler, en el conocido discurso que dirigió al Reichstag el 30 de enero de 1939, ªpr ofetizóº que, en el caso de otra guerra mundial, los judíos de Europa serían aniquilados . El 12 de diciembre de 1941, al día siguiente del ataque japonés a Peral Harbor don de Hitler declaró la guerra a Estados Unidos, cuando la guerra según su opinión se había convertido en una ªguerra mundialº, Hitler se dirigió a los líderes del partido en dond e habló, entre otros temas, de los judíos donde, según Goebbels, Hitler se refirió a su ªp rofecíaº y a su opinión de que ªla aniquilación de la juderíaº tenía que ser la ªconsecuencia sariaº del hecho de que la ªguerra mundialº había llegado, donde ªlos instigadores de este sangriento conflicto tendrán así que pagar por ello con sus vidasº. Para el verano de 1942, entonces la ªsolución finalº estaba ya en plena vigencia. Para fines de 1942, c erca de cuatro millones de judíos habían sido asesinados. El gradual desarrollo de la ªsolución finalº parece ser la conclusión más significativa qu e surge de un conjunto de importantes estudios regionales recientes de la política genocida. El preciso papel de Hitler en estas fases clave sigue estando en su m ayor parte en las sombras. Pero esto no significa que no sea importante. Si uno relaciona esta discusión sobre la génesis de la ªsolución finalº con las polarizada s interpretaciones ªhitleristaº y ªestructuralistaº uno tendría que concluir que ninguno d e los dos modelos ofrece una explicación totalmente satisfactoria (no es ni una ac ción planificada ni tampoco improvisada). La ªintenciónº de Hitler fue ciertamente un factor fundamental en el proceso de radica lización de las políticas antisemitas que culminaron en el exterminio. Pero aún más impo rtante para una explicación del Holocausto es la naturaleza ªcarismáticaº del gobierno d el Tercer Reich y el modo en que funcionaba manteniendo el impulso de creciente radicalización en torno a objetivos ªheroicosº, quiméricos, que iban corroyendo y fragme ntando la estructura de gobierno. Éste fue el marco de referencia esencial dentro
del que la locura racista de Hitler pudo convertirse en una política concreta. Cap. 6: Política exterior nazi: ¿ºun programaº o ªuna expansión sin sentidoº de Hitler? Las interpretaciones, aquí también, han llegado a dividirse alrededor de los polariz ados conceptos de ªintenciónº y ªestructuraº. En cuanto al primer enfoque, se les da la to tal primacía a los objetivos ideológicos de Hitler en la conformación de una consisten te política exterior, cuyos lineamientos y objetivos generales estaban ªprogramadosº h acía mucho tiempo. En cuanto al enfoque estructuralista, muestra a Hitler como ªun h ombre de improvisaciones, de experimentaciones, de ideas brillantes surgidas al calor del momentoº. En cuanto al enfoque ªintencionalistaº se destacó el ªplan de etapa por etapaº donde prime ro Alemania debía lograr la hegemonía sobre toda Europa, luego sobre Medio Oriente y finalmente los Estados Unidos y con ello, el mundo entero. Dentro de esta idea, se abrió un ªsubdebateº entre ªcontinentalistasº que veían los objetivos finales de Hitler la conquista de Europa Oriental, y los ªglobalistasº, cuya interpretación ±la dominante no aceptaba nada que no fuera el dominio total del mundo. Sin embargo, común a am bas posiciones, era el acento puesto en los componentes intrínsecamente relacionad os de conquista de Europa Oriental y el dominio racial como elementos programático s de Hitler. Por otro lado, desde varias direcciones diferentes, se han realizado serios int entos de desafiar esta ortodoxia dominante que destaca la autonomía de los objetiv os programáticos de Hitler para definir la política exterior. Éstos podrían clasificarse convenientemente en tres categorías interrelacionadas: primero, el más radical, pon e el acento en la reacción improvisada y espontánea de Hitler; luego la afirmación de que Hitler no era un ªagente libreº, sino que estaba sujeto a las presiones de signi ficativos grupos de elite, de varias agencias relacionadas con la elaboración de l a política exterior, de las exigencias del partido ansioso de acciones concordante s con sus propias grandilocuentes promesas y las declaraciones de propaganda, de las constelación internacional de fuerzas y de la creciente crisis económica; por últ imo, la opinión de que la política exterior tiene que ser vista como una forma de ªimp erialismo socialº, una manifestación externa de los problemas domésticos, una válvula de escape o compensación para el descontento interno y que, por lo tanto, cumple la función de preservar el orden interno. Por otra parte, parece haber poco desacuerdo entre los historiadores acerca de q ue Hitler personalmente tomó las ªgrandesº decisiones en política exterior después de 1933 . Sin embargo, el acuerdo es menor en relación con hasta dónde llegó la peculiarmente personal marca de Hitler en el desarrollo de las relaciones exteriores de Aleman ia y en cuanto a si 1933 puede ser considerado el punto de quiebre de la política exterior alemana como consecuencia de las obsesiones ideológicas y el ªprogramaº de Hi tler. Una clara respuesta es que, mientras en las cuestiones domésticas Hitler sólo intervenía esporádicamente en la toma de decisiones y en cuanto a la política antisemi ta, en lo que se refiere a la política exterior nunca se mostró reacio a ofrecer nue vas iniciativas o a tomar decisiones vitales. Es difícil, por lo tanto, encontrar pruebas de un ªdictador débilº en las acciones de Hitler en el terreno de la política ex terior. No obstante, su política exterior no fue de ninguna manera independiente d e diferentes tipos de ªfactores estructuralesº. Éstos, sin embargo, lo impulsaron toda vía con mayor velocidad por el sendero que él estaba decidido a transitar. Por lo ta nto, las conclusiones de José Dülffer acerca de la toma de decisiones en política exte rior parecen adecuadas: primero, la influencia de las viejas elites dirigentes s e desvaneció a medida que crecía la influencia de las ªnuevasº fuerzas nazis; la segunda , aunque no tomadas de manera autónoma ni en un vacío social, las más importantes inic iativas en la política exterior alemana en los años treinta pueden rastrearse hasta Hitler mismo; tercero, los factores económicos contribuyeron al marco dentro del c ual las decisiones debieron ser tomadas, pero no desempeñaron un papel dominante e n las decisiones de Hitler; por último, no puede ser visto simplemente como un opo rtunista maquiavélico, sino que más bien ofreció una política antisoviética coherente (has ta 1939), cuando necesitó un realineamiento de las relaciones de Alemania con Polo nia y Gran Bretaña. Por otro lado, la interpretación de que el curso de la política exterior alemana tenía
una consistencia interna establecida, más que por ningún otro factor, por la ideolo gía de Hitler sigue siendo un tema abierto a la discusión. Una primera alternativa, dice que la motivación ideológica de Hitler, si bien básicamente inalterada, no fue el factor decisivo. Más bien, Hitler articulaba y representó las exigencias expansioni stas e imperialistas de la clase gobernante alemana e hizo posible la guerra imp erialista buscada por el capital monopólico. Un segundo enfoque, pone el peso de l a explicación en la ªprimacía de la política interiorº, es decir, como necesidad de preser var y sostener el orden social interno. Por último, otra explicación afirma que la p olítica exterior alemana carecía de una única y clara dirección, caracterizada por el pr opio oportunista de Hitler. Finalmente, el debate acerca de los límites de las ambiciones a largo plazo de Hit ler, acerca de si quería la dominación del mundo o si su objetivo final era ªmeramenteº la conquista de Europa Oriental, tiene un cierto tono de artificialidad. Hay poc os fundamentos para dudar que Hitler en ocasiones tenía pensamientos de ªdominación de l mundoº. A fines de la década de 1920, la idea de que los Estados Unidos representa ban una amenaza a largo plazo para Alemania estaba bastante difundida, y fue en ese clima que Hitler expresó su difusa fantasía acerca del gran conflicto entre el i mperio eurasiático dominado por Alemania y los Estados Unidos en un futuro distant e. No obstante, su visión seguía siendo primariamente continental, y prestaba poca a tención en términos concretos a las regiones fuera de Europa. Ya durante la guerra, en la cúspide su poder, Hitler pensó por un breve tiempo en ªdestruirº a los Estados Uni dos, asociándose con el Japón y en instalar bases para bombarderos de larga distanci a con el fin de atacar a los Estados Unidos. Pero con el inminente ingreso de No rteamérica en la guerra y la ofensiva alemana empantanada en el barro ruso, volvió a la difusa idea de un enfrentamiento con los Estados Unidos ªen la próxima generaciónº. A medida que el Tercer Reich se convertía en ruinas y el Ejército Rojo se formaba a las puertas de Berlín, Hitler regresó a blancos más modestos: la destrucción del bolchev ismo, la conquista de los ªgrandes espacios en el esteº y una política del Lebensraum continental a diferencia de la adquisición de colonias allende los mares. Por lo tanto, la compleja radicalización en la política exterior que convirtió los sueño s ideológicos de Hitler en pesadillas vivientes para millones de personas puede, p ues, ser explicada sólo de manera inadecuada concentrándose fuertemente en las inten ciones de Hitler divorciadas de las condiciones y fuerzas ±dentro y fuera de Alema nia- que estructuraron la ejecución de aquellas intenciones. Cap. 7: El Tercer Reich: ¿ºreacción socialº o ªrevolución socialº? Al apoyarse en la premisa básica, de que el Hitler-fascismo fue la dictadura de lo s aspectos mas reaccionarios de la clase gobernante alemana, no debe sorprender que la historiografía de la RDA le halla otorgado poco espacio a ideas relacionada s con el hecho de que Tercer Reich hubiera producido algún cambio en la sociedad a lemana que significara una ªRevolución Socialº. Los escritos históricos marxista occiden tales se han mostrado igualmente impacientes con la sugerencia de una ªRevolución So cialº bajo el nazismo. El balance histórico afirmaban era claro: el nazismo destruyó l as organizaciones de la clase obrera, dio nuevas formas a las relaciones de clas e fortaleciendo en gran medida la posición de los empleadores, que tenían todo el ap oyo de un estado policial represivo y mantuvo bajo el nivel de vida a la vez que producía crecientes ganancias. Por lo tanto, aunque se produjeron cambios superfi ciales en las formas sociales y las apariencias institucionales del Tercer Reich , la sustancia fundamental de la sociedad siguió inalterada, dado que la posición de l capitalismo fue fortalecida y la estructura social enaltecida y no desmantelad o por el nazismo. En contraste, una influyente interpretación propuesta por estudiosos ªliberalesº sugie re que los cambios en las estructuras de la sociedad y en los valores sociales p roducidos directa o indirectamente por el nazismo fueron tan profundos que no es exagerado considerarlos una ªRevolución Socialº. Una tercera posición puede distinguirse de estas dos interpretaciones, aunque en l a práctica esta más cerca de la segunda que de la primera. Se afirma que cualquier c ambio que el nazismo produjo por si mismo de ninguna manera puede ser considerad o una ªrevolución socialº. Sus efectos sociales fueron, en realidad, contradictorios:
algunos ªmodernistasº, otros reaccionarios. De todas maneras, el Tercer Reich, en ef ecto tuvo importante consecuencias para la sociedad de posguerra, especialmente en la naturaleza de su propio derrumbe y destrucción total, que arrastro consigo l as estructuras autoritarias que habían dominado a Alemania desde la era de Bismarc k, y al desatar tanto caos, fue necesario comenzar de nuevo en las zonas orienta l y occidental de la derrotada Alemania. Por otra parte, una evaluación del impacto social del nazismo debe comenzar con la naturaleza y dinámica social del movimiento nazi. En lo que respecta el mundo rea l del corto plazo, Hitler no estaba interesado en alterar el movimiento social. Al igual que la industria y el capitalismo, los grupos sociales estaban para ser vir a los objetivos políticos de la lucha por la ªsupervivencia socialº. En lo que si el nazismo fue ambicioso fue en su intento de lograr transformaciones en la conc iencia subjetiva más que en las realidades objetivas. Dado que el diagnóstico nazi d el problema de Alemania era en esencia uno de actitudes, valore y mentalidades, fue en este terreno donde trataron de hacer una revolución psicológica remplazando t oda fidelidad de clase, de religión o regional por una masiva y enaltecida concien cia nacional, para movilizar psicológicamente al pueblo alemán para la lucha que se aproximaba. La idea de una ªcomunidad nacionalº no era la base para cambiar las estr ucturas sociales, sino un símbolo de la conciencia transformada. El acento, por lo tanto, ha sido puesto con mucho mas fuerza con las continuidad es esenciales de la estructura de las clases de la Alemania nazi, que es sobre l os cambios profundos. Por ejemplo, la nueva elite política coexistió y se mezclo con las viejas elites en lugar de suplantarlas. En el otro extremo de la escala soc ial, en la clase obrera vio su nivel de vida reducido en los primeros años del Ter cer Reich, aun comparado con los bajos niveles de la era de la depresión. Continui dad más que cambios gramáticos fue lo característico hasta el período de la guerra. Los estudios sobre los grupos de clase media también han destacado de qué manera los cambios que se produjeron fueron producto de la recuperación industrial y la acel eración del desarrollo en una economía capitalista. También existió un antifeminismo naz i aunque la creciente necesidad de mano de obra femenina obligo a hacer concesio nes hasta el punto que se produjo un cambio total de prerrogativas ideológicas dur ante la guerra. Muchas cosas sugieren que los nazis produjeron su mayor impacto en los jóvenes alemanes, pero incluso en esto el régimen obtuvo un éxito parcial. Una vez erradicada la equivoca idea de que la sociedad alemana fue cambiada de m anera revolucionaria durante el Tercer Reich, parece posible afirmar tanto que d urante el periodo de su dominio el nazismo reafirmo el existente orden de clase en la sociedad, como que, sobre todo a causa de su dinamismo destructivo, prepar o el camino para un nuevo comienzo depuse de 1945. Finalmente, debido a que el nazismo le otorgo prioridad absoluta al rearme, a la guerra y a la expansión produjo una tormenta de destrucción que amenazo, y luego in evitablemente devoró, a los representantes del orden social existente. Por lo tant o, la dinámica destructiva del régimen nazi derribo los pilares del viejo orden soci al en su propio fin violento, y preparo el camino, para una drásticamente corregid a forma de estado capitalista en Occidente y una genuina revolución social en Orie nte. Cap. 8: ¿ªResistencia sin el puebloº? En ambas partes de la Alemania dividida de posguerra, aunque de maneras muy dife rentes, la historia de la resistencia al gobierno nazi desempeño un papel central en la imagen que de si mismos mostraban los nuevos estados en un intento por mol dear la conciencia política y los valores de la población. La función política manifiesta de la interpretación que predominó, desde el principio ha sta el fin, en la RDA fue: el movimiento de la resistencia alemana antifascista materializado en la línea progresista de la política alemana, es decir, una lucha or ganizada y dirigida centralmente en contra del imperialismo y la preparación para la guerra. La historiografía de la resistencia en Alemania occidental ha sido menos monolítica y sus enfoques han cambiado considerablemente desde 1945, en gran medida de acu erdo con el clima político, cultural e intelectual de la Republica Federal. En los
primeros momentos de los comienzos de la guerra fría la resistencia fue retratada como el rayo de luz de la libertad y de la democracia en la oscuridad del estad o totalitaria, es decir fue esencialmente burguesa, cristiana e individual. Dura nte mas de veinte años, la historiografía de la resistencia de Alemania occidental e stuvo en gran medida preocupada (a parte de los trabajos sobre la lucha de la Ig lesia y la resistencia estudiantil y de la ªRosa Blancaº) por la oposición de elite po r parte de grupo e individuos conservadores y burgueses. La conspiración del julio de 1944, era el punto focal de todos los análisis; y la premisa era que la resist encia contra Hitler había sido ªuna resistencia sin el puebloº, que en el contexto de un estado totalitario no había existido resistencia popular como tal. La tendencia a apartarse del estudio de la resistencia de la elite alentó enfoques nuevos donde se hizo incluso posible pensar en una ªresistencia del puebloº. Un papel crucial fue desempeñado en este desarrollo por el Proyecto Baviera sobre la resistencia, donde el acento fue puesto en el impacto en el régimen nazi en tod as las áreas de la ªvida cotidianaº, dando lugar a la aparición de una imagen con muchas facetas de las esferas del conflicto entre gobernantes y gobernados. Por ejempl o, la negativa a hacer el saludo ªHeil Hitlerº, la insistencia en colgar la bandera de la iglesia en lugar del estandarte de la esvástica entre otras. A adoptar este enfoque ªfuncionalº mas que ªintencionarº para el conflicto social con el nazismo, el di rector del ªProyecto Bavieraº, Martin Broszat, introdujo un concepto totalmente nuev o en la historiografía de la resistencia: ªResistenzº, la cual la distinguía del termino ªresistenciaº la cual oscurecía el impacto social y político real. Por el contrario, el concepto de ªResistenzº hizo posible una más comprensión de la base social del conflic to con el régimen como una más sutil explicación de las esferas de consenso subyacente con los aspectos del gobierno nazi. Otros expertos percibieron la resistencia, no de manera estática o absoluta, sino como un ªprocesoº, ya que muchos de aquellos que en última instancia se involucraron e n la resistencia absoluta contra Hitler habían inicialmente aprobado mucho de lo q ue el nazismo tenía para ofrecer, y habían sido efectivamente parte del sistema. De acuerdo a lo descrito, podemos observar dos enfoques distintos del termino ªres istenciaº: el enfoque fundamentalista que pone énfasis en los grupos de elites capac es de emprender acciones políticas de alto riesgo que desafían al régimen; y el enfoqu e social que pone énfasis en una multiplicidad de puntos de conflicto con los ciud adanos comunes ¿Puede, entonces, decirse que la resistencia fue resistencia ªsin el puebloº?. Uno pod ría llegar a la conclusión de que mientras el disenso político y la oposición a medidas específicas adoptadas por el régimen nazi eran efectivamente amplias, la ªresistenciaº e n su sentido fundamental carecía de apoyo popular de base. La falta de resultados y el fracaso de la resistencia alemana frente al nazismo tenían sus raíces en el clima político alterado por las rivalidades de la Republica de Weimar. El conflicto interno en la izquierda, el entusiasmo de la derecha conse rvadora para enterrar la Republica, y la masiva disponibilidad popular para abra zar el autoritarismo y rechazar la única forma de democracia entonces conocida en Alemania explica las divisiones internas de la resistencia, su lentitud para act uar y la carencia de apoyo popular durante la dictadura. El coraje moral de quie nes se alzaron contra la tiranía nazi es y seguirá siendo un ejemplo para todos los tiempos por venir. Pero la comprensión histórica de la debilidad y el fracaso de la resistencia es crucial. Tal vez más que cualquier cosa su merito a consistido en d estacar cada vez mas a medida que pasaba el tiempo un aspecto cardinal del probl ema: que la historia del disenso, la oposición y la resistencia en el Tercer Reich es inseparable de la historia del consentimiento, la aprobación y la colaboración. Cap. 9: ªNormalidadº y genocidio: el problema de la ªhistorizaciónº El problema de la llamada ªhistorizaciónº del nacionalsocialismo giraba en torno a la cuestión de si, casi medio siglo de la caída del Tercer Reich, era posible abordar l a era nazi de la misma manera en que son abordadas otras etapas del pasado ±como ªhi storiaº-. La notable repercusión del enfoque del tipo ªvida cotidianaº, que explora experiencias
y mentalidades subjetivas en las raíces mismas de la sociedad, y sobre todo la ap ertura de áreas antes consideradas tabú, presumiblemente refleja, en parte, la neces idad de analizar el Tercer Reich no sólo como un fenómeno político ±como un régimen horror oso-, sino también como una experiencia social para poder comprender la conducta d e la gente común bajo el nazismo. Esto, a su vez, estimula la necesidad de ubicar al Tercer Reich como un componente integral de la historia alemana, a diferencia de considerarlo un fenómeno que puede ser aislado y separado como si no perteneci era a ella. Brozat dice: ªUna normalización de nuestra conciencia histórica y la comun icación de identidad nacional por medio de la historia no puede lograrse evitando la era nazi con el recurso de excluirlaº. La sugerida ªhistorizaciónº puede, por lo tanto, resumirse en las siguientes propuesta s: que el nazismo debería estar sujeto a los mismos métodos de investigación erudita q ue los de cualquier otra era de la historia; que las continuidades de los aspect os sociales deberían ser incorporadas de manera más completa a una imagen mucho más co mpleja del nazismo y que el acento debería desplazarse de la fuerte concentración en la esfera político-ideológica, considerada como un recurso para lecciones morales; y que la era nazi, en la actualidad casi una unidad separada de la historia alem ana tiene que ser reubicada en un más amplio desarrollo evolutivo. Los principales críticos del reclamo de ªhistorizaciónº de Brozat fueron los historiador es israelíes Otto Dov Kulka, Dan Diner y, en especial, Saul Friedländer. Éste último hiz o la crítica más directa. Veía tres dilemas en la noción de ªhistorizaciónº, y tres nuevos pr blemas que genera este enfoque. El primer dilema que señalaba es el de la periodización y la especificidad de los años mismos de la dictadura, el período 1933-1945. El enfoque de la ªhistorizaciónº trata de incorporar el Tercer Reich a una imagen de cambio social a largo plazo lo cual el acento es desplazado de las características singulares del período nazi para colo carlo sobre una consideración de la relativa y objetiva función del nazismo como un agente que forzaba o retardaba la modernización. El segundo dilema surgía del recomendado abandono de la distancia, fundada en la c ondena moral, que el historiador del nazismo coloca entre él mismo y el objeto de su investigación, y que le impide tratarlo como un período ªnormalº de la historia. Esto genera, decía Friedländer, inextricables problemas en la construcción de una imagen g lobal de la era nazi, ya que si unas pocas esferas de la vida eran en sí mismas cr iminales, pocas quedaron completamente sin ser tocadas por la criminalidad del rég imen. El tercer dilema procedía de la vaguedad y de la falta de límites del concepto de ªhis torizaciónº, que implicaba un método y una filosofía, pero no daba una clara idea de cuále s podrían ser los resultados. De estos dilemas surgían, en opinión de Friedländer, tres problemas: El primero era que el pasado nazi era todavía abrumadoramente presente como para s er tratado de la manera ªnormalº que uno podría tratar. El segundo problema general era el que llamaba ªrelevancia diferencialº. La historia del nazismo les pertenece a todos. El estudio de la vida cotidiana en el Tercer Reich podría, en efecto, ser relevante para los alemanes en lo que a percepción de sí mismos y a identidad nacional se refiere, y por ello ser una perspectiva recome ndable para los historiadores alemanes. Pero para los historiadores fuera de Ale mania, esta perspectiva podría ser menos relevante en comparación con los aspectos p olíticos e ideológicos del Tercer Reich. El tercero ±y más crucial- de los problemas, por lo tanto, era de qué manera integrar los crímenes nazis a la ªhistorizaciónº del Tercer Reich. En cuanto a esto último, mi hipótesis (autor) es la idea que, en condiciones ªextremasº, las preocupaciones privadas y cotidianas ªnormalesº consumen tanta energía y atención q ue la indiferencia ante la crueldad, y con ello el apoyo indirecto a un sistema político inhumano, se acentúa todavía más. Cap. 10: Cambios de perspectivas: tendencias historiográficas en el período posterio r a la unificación Los tiempos han cambiado con mayor rapidez de lo que nadie podría haber imaginado a mediados de los años ochenta. Ahora, en la Alemania unificada dentro de una Euro
pa transformada, trazar una línea de cierre del pasado nazi parece ser menos posib le. Los reavivados problemas del fascismo, racismo y nacionalismo acercan los ti empos y las distancias, y aseguran una permanente preocupación por la era de Hitle r. El nazismo sigue siendo verdaderamente ªun pasado que no moriráº. Pero las perspectivas históricas nunca son estáticas. Lo primero que se advierte aho ra es un sustancial impacto sobre la historiografía de los cambios políticos en Euro pa oriental: la efectiva desaparición de los análisis marxistas del nazismo. Un tema clave en las contribuciones de Michael Stürmer, fue el papel de la histori a en la creación de un sentido de identidad nacional positivo y el bloqueo impuest o por el Tercer Reich sobre esa identidad. Él hablaba de los alemanes en una Alema nia dividida que necesitaba encontrar su identidad, que tenía que ser una identida d nacional. Diametralmente opuesto a esta visión era el enfoque de la ªhistoria crític aº, que con vehemencia sostenía un sentido de identidad posnacionalista formada con el ªpatriotismo constitucionalº, enlazado con los valores liberales occidentales, re presentado por Jürgen Habermas. El contraste entre estos dos enfoques del pasado alemán difícilmente podría ser más clar o. Todo intento de crear un sentido de identidad nacional por medio de un enfoqu e del pasado nacional que no trate de ocultar los crímenes del nazismo sino que lo s trascienda ªhistorizándolosº en una perspectiva más amplia y de largo alcance que incl uya una multiplicidad de facetas de la historia nacional se encuentra ante un en foque que considera Auschwitz el punto de partida esencial de todo lo que es pos itivo en una forma de identidad posnacional. Sin embargo, la unificación alemana ha dado surgimiento a diferentes modos de ver el pasado alemán. Desde el punto historiográfico, ªel cambio de paradigmaº en la perspec tiva significa no sólo ªhistoricizarº al Tercer Reich en la larga duración de la histori a alemana y dejar de tratarlo como el punto central o siquiera como el punto fin al de esa historia. El cambio de perspectiva se ve particularmente claro en el m odo como la ªhistorizaciónº se utiliza para tratar la cuestión del nazismo y la moderniz ación. No obstante, subyace una suposición que difiere sensiblemente del tratamiento ante rior del tema de la ªmodernizaciónº: la afirmación de que la conducción nazi no sólo produjo una revolución modernizadora en Alemania, sino que, en realidad, ésa fue su intención . Este nuevo enfoque fue fuertemente influido por el cientista político de Berlín, Reiner Zitelmann, que veía una coherencia lógica en las opiniones del dictador alemán sobre asuntos económicos y sociales y no las despreciaba, como habían hecho la mayoría de los historiadores. Las ideas racistas de Hitlerno sólo eran coherentes; eran, afirma, en muchos sentidos claramente ªmodernasº. El modelo, como brutal agente de u na dictadura modernizadora era Stalin, a quien Hitler admiraba. El principal problema que presenta el enfoque de Zitelmann a las supuestas ªintenc iones modernizadorasº del régimen de Hitler es que llega casi a sustituir lo esencia l por lo accidental en el nazismo como fenómeno histórico; es decir, el nazismo tal como ocurrió. Un tercer modo en que los enfoques para estudiar al Tercer Reich se han visto af ectados por los cambios en Europa desde 1989 tiene diferentes vínculos con la idea de ªhistorizaciónº. A diferencia del uso que Brozat hace de este concepto, Ernst Nolt e buscó una manera de repensar el lugar del nazismo en la historia alemana conside rando como una reacción y contrapunto al comunismo soviético en la ªguerra civil europ eaº entre 1917 y 1945. Arno Mayer también consideraba que las relaciones germano-sov iéticas eran un elemento intrínseco de lo que él describía como una segunda ªguerra de los treinta añosº. Pero su enfoque era diametralmente opuesto al de Nolte. No había suger encia alguna de un intento ªpreventivoº de evitar la destrucción a manos de los bolche viques. Más bien, Mayer veía la invasión alemana a la Unión Soviética y la guerra de aniqu ilamiento que la siguió como una cruzada ideológica inspirada por el difundido, enfe rmizo y profundamente enraizado miedo al bolchevismo que hacía mucho dominaba a la s clases burguesas y gobernantes de Alemania y fácilmente combinables con las imágen es paranoides nazis del ªjudeo-bolchevismoº. Es decir, interpretaba el genocidio con tra los judíos como algo surgido de la guerra más que como algo planeado mucho tiemp o antes. Por lo tanto, para Mayer como para Nolte, la guerra con la Unión Soviética y el choq ue ideológico entre nazismo y bolchevismo formaban el núcleo de cualquier intento de
comprensión histórica del fenómeno nazi. Es decir, el acento había pasado ªde los judíos a los soviéticosº. Pero mientras que ªpara Nolte los bolcheviques eran los principales a gresoresº, para Mayer, ellos eran ªlas principales víctimasº. Ciertamente, la década pasada desde la unificación ha producido importantes cambios en la conciencia histórica. Pero éstos no han seguido la dirección que muchos comentad ores en su momento ±yo mismo incluido- predijeron; más bien, esta conciencia histórica ha llegado a estar dominada como nunca antes por la sombra del Holocausto. Lejo s de disminuir con el paso del tiempo, los crímenes sin precedentes contra la huma nidad que el régimen de Hitler perpetró aparecen todavía más grandes, a más de cincuenta año s de su destrucción, en la manera en que los alemanes ven su propio pasado. Este f enómeno tiene evidentes conexiones con el cambio generacional, ya que sólo uno de ca da diez alemanes en la población de hoy tiene alguna posibilidad de verse involucr ado en los crímenes del Tercer Reich. Las sensibilidades alemanas fueron recientemente alteradas, no por primera vez, por algo que las tocaba desde fuera de la esfera cultural alemana: en este caso fue la publicación en 1996 de un libro escrito por un joven cientista político norte americano, Daniel Goldhagen, cuya tesis, expresada abruptamente, era que los judío s fueron asesinados porque el exclusivo antisemitismo del pueblo alemán quería que f ueran asesinados. Esto equivalía a acusar a toda una nación. El libro abrió una vez más, y de la manera más deslumbrante, la constante y problemática relación de los alemanes con su propio pasado, y reavivó de la noche a la mañana un c andente debate en amplios sectores de la población acerca de la complicidad de los alemanes comunes en el exterminio de los judíos. Después de una primera lectura lle gué a la conclusión, luego repetida por el importante historiador alemán Jäckel, de que se trataba ªsimplemente de un mal libroº. La mayoría de los historiadores coincidía ampl iamente en su crítica fundamental: lo veían como un libro con serias fallas. Pero lo único que se logró fue aumentar el interés por el libro. Su libro ofrecía una respuesta muy clara a la pregunta de por qué ocurrió el Holocausto. La respuesta del norteame ricano era directa: el pueblo alemán ha sido único en su compromiso con un ªantisemiti smo eliminatorioº desde principios del siglo XIX en adelante y, una vez que se pre sentó la oportunidad bajo Hitler, entonces eliminaron a los judíos. Nadie en Alemani a con cierta sensibilidad respecto del pasado podía ignorar el alegato: la razón por la que los judíos fueron asesinados fue que los alemanes eran muy diferentes de o tros pueblos por el hecho de ser una nación de antisemitas ideológicos a la espera d e una oportunidad de ªeliminarº a los judíos; cuando llegó la oportunidad, la aprovechar on sin vacilaciones. Sean cuales fueren sus deficiencias, este libro plantea imp ortantes preguntas que, como lo han demostrado las reacciones que provocaron, to davía necesitan respuestas, y mucho más a los ojos de muchos alemanes más jóvenes. De todas maneras, la recepción del libro en Alemania demostró, una vez más, cuán lejos e stamos de cualquier ªhistorizaciónº del nazismo, de tratarlo desapasionadamente como u n período de la historia como cualquier otro. Cambiando de tema, y para finalizar, el autor establece algunas líneas generales: Los debates que encendieron en los años sesenta y setenta sobre la naturaleza del nazismo, en los que se discutía si fue una forma de fascismo o una manifestación de totalitarismo, hace ya mucho tiempo que han perdido sus vibraciones. La desapari ción del sistema soviético sin duda ha sido un factor importante. El interés también hac e mucho que decayó respecto de la cuestión de la relación entre el régimen nazi y los ªgra ndes interesesº. En esto, también el final de la división Este-Oeste ha desactivado un área de debate hasta entonces explosiva. Tal vez el más significativo cambio de perspectiva, comparado con la situación a pri ncipios o mediados de la década de 1980, es la seriedad con la que la ideología raci sta nazi es ahora vista como una fuerza clave en la motivación para la acción. Dada la mezcolanza de fobias y prejuicios que era el nazismo, siempre ha resultado te ntador considerar que la ideología no era más que una amalgama de ideas al servicio de la propaganda y la movilización. De alguna manera, eso casi se ha revertido: la propaganda y la movilización son ahora vistas como puestas al servicio de una ide ología racial de fundamental importancia para la ªradicalización acumulativaº del régimen. Los años setenta pueden considerarse no sólo como una década en la que algunos de los debates clave ±fascismo o totalitarismo; primacía de la política o de la economía; inten
cionalismo o funcionalismo- alcanzaron su apogeo, sino también como una época en que la historia social del Tercer Reich, hasta entonces en su infancia, comenzó en se rio. Un papel pionero fue sin duda el que desempeñó el Proyecto Baviera, que se prop uso explorar la resistencia en Baviera y terminó revelando no sólo numerosas y diver sas formas de disenso, sino también la manera en que éstas coexistían con áreas del cons enso de amplio alcance en apoyo de las políticas del régimen nazi. El creciente predominio del tema del Holocausto en los estudios sobre el Tercer Reich ha sido cada vez más destacado, y la apertura de los archivos de Europa orie ntal ha hecho que las principales investigaciones dejen de concentrarse en Alema nia misma para prestar atención al epicentro del Holocausto: Polonia y la Unión Soviét ica. Con el ªcambio de guardiaº generacional, mucho de los rencores abandonaron los debat es entre estudiosos del Tercer Reich. Así pues, el fervor ha sido eliminado de muc hos de los temas más polémicos de los últimos cincuenta años de trabajos sobre historia del Tercer Reich, ya que la mayor distancia produce estudios menos emocionales. Jamás desde que terminó la guerra ha sido más importante comprender el desastre que el nazismo acarreó sobre Alemania y sobre Europa. Sin duda, la contribución de los his toriadores especialistas en nazismo para oponerse al preocupante y deprimente re nacer del fascismo puede ser sólo muy pequeña. Pero es de todas maneras de vital imp ortancia que esa contribución, por modesta que sea, se realice. El conocimiento es mejor que la ignorancia; la historia es mejor que el mito. Más que nunca es bueno tener en cuenta estas obviedades, ahora que la ignorancia y el mito difunden la intolerancia racial y un renacimiento de las ilusiones y necesidades del fascis mo.