Esping-Andersen, Esping-Andersen, Gøsta. “La desmercantilización en la política social” en L o s T r e s M u n d o d e l E s t a d o d e l B i e n e s t a r . Valencia: Edicions Alfons El Magnànim, Institució Valenciaca D’Estudis 1 Investigació, Generalitat Valenciana, Diputació Provincial de Valencia. Extraído en línea de: http://www.conviteac.org.ve/admin/publicaciones http://www.conviteac.org.v e/admin/publicaciones/libros/GOSTA%20ES /libros/GOSTA%20ESPINGPINGANDERSEN-Los%20tres% ANDERSEN-Los%20tres%20mundos%20de 20mundos%20del%20estado%2 l%20estado%20de%20bienesta 0de%20bienestarr1993.pdf (Fecha de consulta: 07/11/2013) En este capítulo, el autor hace una reconceptualización de una de las características más importantes del Estado de Bienestar: la ampliación de los derechos sociales en términos de su capacidad para la “desmercantilización”. “El criterio relevante para los derechos sociales debe ser el grado en que éstos permiten a la gente que sus niveles de vida sean independientes de las puras fuerzas del mercado. Es en este sentido en el que los derechos sociales disminuyen el status de los ciudadanos como “mercancías”. (p.4) Partiendo de la premisa que la historia de las coaliciones de la clase política es el factor determinante de las variaciones del Estado de bienestar, que implica enmarcar el análisis dentro de una perspectiva amplia (entendida en su relación con la economía política, centrando el interés en papel del Estado para gestionar y organizar la economía; p.2), aborda el análisis desde una perspectiva comparativa a partir de la agrupación de las democracias capitalistas avanzadas en tres regímenes: conservador, liberalismo y social democracia. La premercantilización y el legado del conservadurismo. En casi todos los países del continente europeo, la tradición conservadora dio lugar a los primeros ataques sistemáticos de mercantilización del trabajo. Por un lado, porque se temía que el avance del liberalismo, de la democracia y del capitalismo pudiera destruir las instituciones tradicionales. Por otro, el modelo premercantilizador de los trabajadores ya estaba disponible y era una respuesta natural que podía garantizar y reivindicar reivindicar la legitimidad del orden vigente. (p.11) El autor distingue tres modelos de la ideología conservadora: el feudal, el corporativista y el estatista, y considera que: “Un distintivo de la ideología conservadora es su punto de vista de que la mercantilización de los individuos es moralmente degradante, socialmente corruptora, atomizadora y anómica. Los individuos no han nacido para competir o luchar, sino para subordinar su propio interés a una autoridad reconocida y a las instituciones imperantes” imperantes” (p.9) En la feudal, los ideales son fuertemente antagónicos al estatus de la mercancía. Allí, los mercados no cobran importancia y el trabajo asalariado apenas es marginalmente importante para el bienestar humano. Advierte el autor, que en el favoritismo y el clientelismo son las formas modernas del paternalismo feudal y han tenido mucha influencia en dominar el brutal mundo de la mercantilización mercantilización (p.9) En la corporativista, que aparece como un medio para cerrar filas y monopolizar el ingreso, la afiliación, los precios y la producción entre los artesanos y miembros de un oficio en las ciudades, reviste ideales igualmente antagónicos a la mercantilización, debido a que sus miembros miembros no eran apreciados apreciados como mercancías mercancías sino que se definían por su estatus corporativo (p.9)
La estatista vio en los derechos sociales la solución la “cuestión social” , donde la política social está orientada a garantizar una serie de derechos sociales, aunque condicionados a la moral, la lealtad o la convención. Sin embargo, advierte el autor que una de las características principales del legado conservador la difusión que existe en la separación entre derechos y deberes en su política social. La respuesta liberal a los dilemas de la mercantilización. En el modelo liberal la adaptación de la protección social (y por tanto las políticas sociales que adopta) es elástica porque bajo ciertas condiciones permite reforzar el estatus de mercancía del trabajador sin efectos sociales negativos (p.13). A partir del reconocimiento del bien público como razón fundamental para la intervención social, el liberalismo aceptó la necesidad de los derechos sociales, como una suerte de doble respuesta para los dilemas que imponía la mercantilización laboral. Por un lado, traslado al marco de asistencia social, una versión modificada del principio del “menor derecho” de la antigua ley para los pobres, por el cual la extensión de los derechos sociales se limitaba a los sectores de la población con mayores necesidades sociales, evitando, a su vez, que el grueso de los trabajadores escogiera la protección social por encima del trabajo (p.12). Por otro lado, reconoce el autor que ni la forma más pura del liberalismo se opuso a las instituciones benéficas, mientras tuviera una base voluntaria, contractual y actuarial: “Puesto que no existe tal cosa como una comida gratis, los derechos y los subsidios deben reflejar las cuotas pagadas” (p.13). En el modelo liberal, por tanto, la seguridad social tiene escalas de derechos y subsidios en función del tipo de empleo, rendimiento y porcentaje de pago. La desmercantilización como política del socialismo El socialismo surgió, en gran parte, como una respuesta a la mercantilización capitalista de la fuerza de trabajo, y se plantea la emancipación de la dependencia del mercado como lo esencial para la desmercantilización. Su propósito es maximizar e institucionalizar los derechos: “La calidad y la configuración de los derechos sociales, no su simple existencia, es lo que permite identificar un enfoque socialista dotado de especificidad” (p.16). Desde el socialismo, la mercantilización del trabajo es un elemento principal del proceso de alienación y de división de clases, en la medida que af irma la dependencia del mercado. Por ello, advierte el autor que desde las teorías reformistas y revolucionarias existía un acuerdo por la n ecesidad de “luchar por un ingreso social independiente del salario de trabajo (p.14). Dentro de este proyecto se aceptó el Estado del bienestar como parte de un proyecto a largo plazo, en congruencia con el aumento gradual del alcance y la calidad de los derechos sociales. Es en ese contexto que surge la socialdemocracia como sinónimo de la defensa y promoción del Estado del bienestar., cuyo objetivo primero era evitar la pobreza y no tanto emancipar a los trabajadores de su dependencia del mercado. “Lo que caracteriza a casi toda la primera época de la política social socialista es el concepto de unos derechos sociales básicos o mínimos: la idea era establecer fuertes derechos, pero con unos niveles de subsidios bastante modestos y limitados por lo regular a las áreas centrales de las necesidades humanad” (p.15)
Los Estados del bienestar y la desmercantilización en el mundo real. El autor termina el capítulo concluyendo sobre la necesidad del análisis de las normas y criterios de los programas reales de bienestar social, como condición, sine qua non, para identificar la variación en potencial de las políticas sociales. Para lograr una correcta perfilación de las dimensiones fundamentales que permitan lo anterior propone tres aspectos: 1. Dimensiones que afectan las normas que rigen el acceso de las personas a los subsidios. 2. Dimensiones relacionadas con los niveles de la reposición de ingresos. 3. El alcance de los derechos que se proporcionan (p.16).