SECCIÓN DE OBRAS DE HISTORIA EL PAPA DE IVÁN EL TERRIBLE
JEAN MEYER
EL PAPA DE IVÁN EL TERRIBLE Entre Rusia y Polonia (1581-1582)
Primera edición, 2003 Primera edición electrónica, 2014 Diseño de portada: R/4, Bernardo Récamier Ilustración: Zar Iván el Terrible, tomada de The Faceted Chamber in the Moscow Kremlin, Aurora Art Publishers, Leningrado, 1978. D. R. © 2003, Fondo de Cultura Económica Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 México, D. F. Empresa certificada ISO 9001:2008
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PRIMERA PARTE PRESENTACIÓN DE LOS DOCUMENTOS
INTRODUCCIÓN LA PUBLICACIÓN DE ESTOS DOCUMENTOS es parte de un vasto proyecto que tal vez rebasará las posibilidades de quien lo sueña: exponer para entender las más que difíciles relaciones entre las iglesias cristianas romana (latina) y ortodoxas, especialmente la rusa (habría que decir las rusas). Existe una interesante asimetría en la incomprensión mutua, pues romanos, latinos y católicos creen —y ésa es una creencia muy antigua, como lo verá el lector— que es mínima la diferencia, que el único problema es el reconocimiento por parte de los ortodoxos de la autoridad del papa de Roma sobre la Iglesia universal, y que todo lo demás (rito, liturgia, celibato) es facilísimo arreglarlo. Lo dice el padre J. P. Campani en 1582: “Éstas son, padres y hermanos carísimos, las cosas que consideré que debían añadirse en este lugar sobre las costumbres de los moscovitas, para que veáis qué pocas cosas, además de la obediencia al sumo pontífice, faltan para que estos pueblos sean católicos”. Lo vuelve a decir en 1886 el Diccionario de ciencias eclesiásticas de N. A. Perujo y J. Pérez Angulo (Barcelona, Subirana Hermanos) como conclusión del artículo “Rusia”: Como se ve, sólo un paso separa de nosotros a la Iglesia rusa. La miramos con compasión y no nos causa, en verdad sea dicho, la repugnancia de los protestantes. Los rusos se hallan a las puertas del catolicismo. Si llega el día, que sería venturoso para ellos, en que reconozcan la autoridad del Romano Pontífice sobre toda la Iglesia universal, y se sujeten a su obediencia, sólo con variar algunas cosas en su liturgia, se encontrarán dentro de la barca misteriosa, única que puede conducirlos a la felicidad eterna. ¡Dios les conceda tan inapreciable beneficio! – MORENO CEBADA [Perujo, 1886, p. 3].
Hasta el papa Juan Pablo II —escribo en abril de 2002, cuando los ortodoxos celebran pascuas en una fecha diferente de los católicos y de los protestantes, diferencia que se remonta justo al momento estudiado en el presente libro—, hasta el papa que sabe más que ningún papa en cuestión de historia, liturgia, mística y teología ortodoxa, tiene grandes problemas para entender por qué el patriarca de Todas las Rusias, Alexei II, rehusa entrevistarse con él y se niega a invitarlo a Moscú. La misión del padre Possevino y sus escritos permiten discernir la profundidad de un “malentendido” que es mucho más que eso, que existía mucho antes del fracaso de la misión del padre Possevino y que se complicó e hizo más profundo precisamente en esos años: 1054, el cisma entre Constantinopla y Roma; 1204, el saqueo de Constantinopla por los cruzados latinos; 1595-1596, la unión de Brest; 1610, la toma de Moscú por los polacos católicos; esas fechas no las olvida, esos acontecimientos no los perdona la Iglesia ortodoxa rusa. Ahora bien, ¿por qué un trabajo dedicado a la religión y a los asuntos religiosos de lugares y tiempos tan remotos? Para muchos de nuestros contemporáneos ya pasó la época de estos estudios, pues no entienden su interés ni su atracción; consideran que tales temas son asunto de anticuarios. En verdad se les podría voltear la pregunta y decirles que se quedaron en el siglo XVIII. ¿Cómo demostrarles la importancia de esas cuestiones si la historia desde la
Revolución francesa hasta nuestros días no ha bastado para hacerlo? Muchos han visto en el catolicismo la forma latina del cristianismo; en el protestantismo la forma anglo-germánica y en la ortodoxia la forma eslava, lo que implica olvidar que unos eslavos recibieron esa forma de Constantinopla, de los entonces llamados “griegos”, y que los mismos eslavos se han dividido, casi por partes iguales, entre las dos iglesias rivales. La verdad, olvidada según creo por Samuel Huntington (1993, 1996), es que la religión cristiana dividió en dos el mundo eslavo. La ortodoxia oriental no es más eslava que romano el catolicismo. El ruso, el serbio, el búlgaro la han tomado como su culto nacional y como la marca de su identidad nacional; el “latinismo” no ha sido menos nacional entre los polacos, lituanos, eslovenos, croatas, eslovacos y hasta entre checos y húngaros. Otros eslavos atrapados entre la doble amenaza de la polonización y de la rusificación, como los rutenos y muchos ucranianos, bielorrusos etc., optaron, con la unión de Brest (1595-1596), por una especie de síntesis: reconocieron la autoridad de Roma y conservaron todos sus usos y costumbres. Así se formó la dolorosa espina de esos cristianos “grecocatólicos” que han sido duramente perseguidos (“picados de los gallos y aborrecidos de las gallinas”) y frecuentemente olvidados por una Roma que descubre de vez en cuando que son la manzana de la discordia con Moscú. Eso va más allá de la religión y debería interesar a los politólogos y a los especialistas en relaciones internacionales. La raza y la religión no explican tales divisiones; la geografía y la historia política, sí. Al agregarse a Constantinopla o a Roma primero, y a Roma o Moscú después, los eslavos han obedecido las leyes de la gravedad geopolítica. Contra lo que hayan podido decir los rusos eslavófilos —y lo que dicen ahora sus herederos euroasianos—, los eslavos católicos son tan eslavos como los eslavos ortodoxos. Eso sí, históricamente han estado en contacto permanente con Europa occidental. Usamos la palabra ortodoxo. El ruso ha traducido literalmente ese vocablo griego en “pravoslavo”, palabra que tiene para nosotros el inconveniente de prestarse a la confusión con “eslavo”, aunque es pura casualidad fonética: la ortodoxia rusa no es especialmente eslava, ni hay un rito eslavo. Existe una Iglesia rusa como existe una Iglesia serbia, pero no hay una Iglesia eslava; los eslavos ortodoxos son los hijos de Constantinopla la griega, como los irlandeses, los sajones, los daneses lo fueron de la Roma latina. Como ese mundo no tuvo su Lutero ni tampoco su Calvino, la fe ortodoxa se ha mantenido griega de espíritu.1 Gracias a los rusos, a su expansión imperial primero, a su diáspora con la revolución bolchevique después, la ortodoxia oriental desbordó desde el siglo XIX sus límites históricos y tiene una presencia casi universal, como el catolicismo o el protestantismo. ¿Será éste un argumento suficiente para justificar la publicación de unos breves textos de fines del lejano siglo XVI? Que decida el lector, pero quisiera terminar con otra pregunta: ¿qué significan las actitudes tan condescendientes de la investigación académica frente a ese otro cristianismo, la ortodoxia? La misma palabra “ortodoxo” ha adoptado un matiz negativo. Prefiero tomar en serio, sin repartir regaños, la existencia de un “malentendido”; prefiero reflexionar sobre las ilusiones unificadoras, reunificadoras, añejas (la misión de Possevino fue el fruto de una de tantas) y más vivas que nunca; basta ver la decepción romana frente a los escasos resultados obtenidos por su Ostpolitik en tiempos de Pablo VI, y por el voluntarismo ecuménico de Juan Pablo II, quien logró la reconciliación con muchas iglesias orientales, pero no con Moscú.
¿Qué significa esa diferenciación geopolítica del fenómeno religioso cristiano? ¿Por qué resiste tan bien a los intentos, incluso pacíficos y bien intencionados, de una “reunión” en la cual Moscú ve la manifestación de un imperialismo impenitente, una amenaza de uniformización, de asimilación? “Seguiré fiel a la fe de mis mayores”, repite Iván el Terrible al jesuita Possevino. Nos topamos con un “mecanismo no reductible a los parámetros adoptados por las ciencias sociales, pero que corresponde, en su principio, a la lógica de reproducción de los sistemas de representación, al inamovible de la relación de identidad”.2
1
Jean Meyendorff, Imperial Unity and Christian Divisions, St. Vladimir’s Seminary, Crestwood, Nueva York, 1989, y Alexander Schmemann, Istoricheskii put Pravoslaviya, 3ª ed., YM CA, París, 1989. 2 Pierre Legendre, Sur la question dogmatique en Occident, Fayard, París, 1999, p. 104.
I. LA SITUACIÓN EN EL ESTE DE EUROPA EN 1581 LAS RUSIAS Y LA GRAN MOSCOVIA Gran Rusia, pequeña Rusia, Rusia blanca, Rusia roja (Rutenia), todas las Rusias nacieron de la Rus, la Rusia primogénita, la de Kiev. El Estado del gran príncipe de Kiev, por encontrarse en la periferia de Europa, no dejaba de formar parte de ella, como lo comprueban las múltiples alianzas matrimoniales de sus príncipes con las familias reales de Europa occidental. Novgorod, antes de ser destruida por su rival moscovita, era terminal de la Hansa y vivía a la hora de Hamburgo, Brema, Lübeck, Dantzig. Sin embargo, si uno considera a Rusia en vísperas de la revolución petrina, a finales del siglo XVII, su “atraso” (la fórmula es antigua entre los historiadores rusos) se puede evaluar según el historiador Kachanov, en seis o siete siglos, considerando su estructura de la propiedad, su servidumbre campesina, sus técnicas agrícolas, su vida intelectual. Esa diferencia no es sólo temporal (Iván IV el Terrible parece vivir en los tiempos carolingios o merovingios), sino estructural. En Occidente el soberano es la punta de una pirámide social; comparte el poder con sus nobles porque comparte con ellos la nobleza. En Rusia, según Iván III, “todos son esclavos”; no hay pirámide social, todos son iguales bajo el despotismo. El zar tiene la propiedad efectiva de la tierra, que concede a cambio de servicios a sus servidores los “nobles”, así como a los campesinos, siervos atados a dicha tierra. Fuera de Novgorod (antes de su ruina) no hay ciudades en el sentido europeo, sino centros locales del poder central, plazas militares. Rusia no conoció la universidad de los siglos XII y XIII, ni las órdenes religiosas, ni el gran comercio, ni el Renacimiento, ni la Reforma.1 El cristianismo de los rusos empezó con la implantación2 de la Iglesia bizantina en la Rus de Kiev en el siglo x; el patriarca de Constantinopla nombra al metropolita (primado) de Kiev y, después de la destrucción del Estado kievano por los mongoles (tártaros, dicen los rusos), al de Vladimir (de 1300 a 1328), luego de Moscú con la transferencia de la sede metropolitana. Cuando los tártaros quemaron Kiev en 1240 ya existían 16 diócesis. Kiev no había prestado mucha atención al cisma de 1054, que fue considerado por lo que era de hecho, una rivalidad entre Roma y Constantinopla; pero la toma de Constantinopla por los cruzados en 1204 y la ofensiva paralela de los suecos y de los alemanes (caballeros teutónicos y PortaGladios) provocó violentas reacciones antilatinas. Así Alejandro Nevski, luego proclamado santo por la Iglesia rusa, vencedor de los suecos y de los teutónicos, prefirió ser vasallo del Gran Jan que de los latinos (católicos). Moscú, mencionada por primera vez en la historia del siglo XIII, asumió el relevo de Kiev, tanto política como religiosamente, y a fines del siglo XIV era el centro de la Rusia del norte, después de la victoria de su gran príncipe Dimitri Donskoi contra el jan Mamai (1380, batalla de Kulikovo). Moscú se indignó contra la unificación de las iglesias proclamada en el Concilio de Ferrara-Florencia (1439), destituyó a su metropolita, el griego Isodoro, que había aceptado la unión, y proclamó su independencia
eclesiástica. La caída de Constantinopla en 1453 confirmó las convicciones de los rusos de Moscovia. La política y la religión, la razón geográfica y las operaciones bélicas se entrelazaron de manera inextricable. El resultado fue que nacieron entonces mitos duraderos como “la Tercera Roma” y la “Santa Rusia”; nació la comunidad granrusa, “ortodoxa”, que no dejó de sentir un odio visceral hacia el extranjero “heterodoxo”, “hereje”, latino, católico, polaco, judío.
Pocos problemas han perturbado tanto a los rusos como el de sus relaciones con el Oeste (Zapad). Eso empezó en el siglo XVI según nuestros documentos, e incluso un poco antes, cuando desapareció el poder mongol que incomunicaba a la Gran Rusia. Es posible que ese problema haya sido más profundo que todas las demás cuestiones políticas y económicas. Cuando apareció la sífilis en Rusia, le dieron el nombre de “mal latino”… Para decir “vete al diablo”, se decía “vete al mundo latino” (Latinstvo); desde 1550 en la liturgia las oraciones incluyen la fórmula “libéranos de los latinos y de los musulmanes”; los rusos se llaman a sí mismos “cristianos” y califican a los católicos como “latinos”. Sin embargo las relaciones con Roma fueron relativamente cordiales hasta finales del siglo XVI. A lo largo del siglo XV los mercaderes y otros viajeros italianos estuvieron muy presentes; cuando el Concilio de Florencia, fueron los arquitectos italianos quienes construyeron el Kremlin; en el siglo XVI el admirable religioso Máximo el Griego (muerto en 1556) fue abogado de un humanismo cristiano tolerante: debía a Florencia su idealismo neoplatónico y su admiración por Savonarola. Intentó formar al joven gran príncipe Iván, el futuro Terrible; el príncipe Andrei Kurbski, amigo del alma y jefe de los ejércitos de Iván hasta su huida a Polonia en 1564, era un verdadero humanista que sabía latín. Pero esos 100 años de fuerte influencia italiana despertaron la desconfianza contra el Oeste, en particular entre los monjes, cuya influencia no dejó de crecer y siguieron cultivando la abominación de la Latinstvo. Entre 1450 y 1550, si hemos de seguir a James H. Billington,3 Rusia vio en el Oeste dos
estructuras fascinantes, la Iglesia romana y el Santo Imperio, que despertaban una reacción ambivalente de admiración y temor. En 1547 Iván, príncipe (niño) desde 1433, se hizo coronar “zar de todas las Rusias” en lugar de gran duque de Moscovia, manifestando así la grandiosidad de sus proyectos geopolíticos y religiosos. Terminada la asimilación de Novgorod, pretendía heredar la Rusia de Kiev para equipararse a los más grandes príncipes cristianos. Quería abrir un frente de guerra hacia el Oeste contra los alemanes, escandinavos, lituanos y polacos, pero primero lanzó sus fuerzas contra los tártaros del Este (1552, toma de Kazan) y del Sureste (1554, toma de Astraján). En 1558, al tomar Narva, abrió la guerra de Livonia en el Báltico que duraría hasta 1582, prácticamente hasta su muerte. En tres campañas y en tres años logró victorias decisivas contra las órdenes militares germánicas; buscaba una ventana sobre el mar para comerciar con los ingleses, a quienes invitó a Rusia. Su triunfo internacionalizó el conflicto y por primera vez hizo de Rusia un actor político europeo; provocó la reacción de Dinamarca, Suecia, Lituania. El comendador de la Orden de los Porta-Gladios cedió Livonia a Polonia a cambio de un ducado en Curlandia para él. Estonia y la ciudad de Revel pasarían a Suecia, la isla de Esel a Dinamarca, y así se amarró un terrible nudo que tardó 150 años en deshacerse. Escandinavia, Polonia y Lituania se desgastarían en esa lucha secular, de la cual Rusia saldría como una gran potencia en tiempos de Pedro el Grande y Carlos XII de Suecia. Tanto los Habsburgo como los ingleses siguieron con atención las peripecias de la lucha que directa e indirectamente implicó a Roma. En 1562 Iván lanzó su ejército contra Lituania y tomó Polotsk, ciudad que conservó incluso después de la terrible derrota sufrida por sus tropas en 1564. En 1569, a consecuencia de sus progresos en Livonia, se realizó la unión llamada de Lublin entre Lituania y Polonia, que pasaban a formar un Estado único, una república aristócrata que elegía a su rey. En 1572 murió Segismundo Augusto II, el último vástago de la dinastía lituana jaguelon; para la elección del nuevo rey, la competencia entre los pretendientes apoyados por las principales potencias europeas —Iván IV fue candidato durante un tiempo— acaparó la atención de todos; Iván aprovechó que estuviera vacante el trono para pasar a la ofensiva y multiplicar las conquistas en Livonia. Mientras tanto, Enrique de Valois, hermano del rey de Francia, ocupó el trono polaco durante 118 días, antes de salir a matacaballo para sentarse en el trono francés, a la muerte de su hermano Carlos IX. La nueva elección fue ganada por un príncipe húngaro, Esteban Bathory, apoyado contra el candidato de Viena por el sultán turco del cual era vasallo en su principado de Transilvania (diciembre 1575). Esteban tenía 42 años; Iván, que contaba con 45, había aprovechado esos años para terminar la conquista de Livonia; le faltaban sólo las ciudades de Revel y Riga.4
El nuevo rey de Polonia-Lituania era enérgico, capaz, sabía lo que quería y hasta lo que no podía: dijo de los polacos que “para ellos se puede hacer todo, pero con ellos, nada”. Organizó un ejército y de 1577 a 1582 cosechó victorias contra los rusos, dando el ejemplo a los suecos que también pasaron a la ofensiva. Derrotado, Iván recurrió a la contraofensiva diplomática; buscó el apoyo del Habsburgo de Viena, acusando a Esteban Bathory de ser el hombre del turco; asimismo procuró el apoyo del papa. Al parecer, en los 25 años anteriores Iván había tenido contactos episódicos e indirectos con los católicos latinos, mientras mantenía una confrontación directa y bélica con los alemanes protestantes de Livonia, esos protestantes que el piadoso zar detestaba sinceramente. Escribió al papa, ofreciéndole su participación en la lucha de los príncipes cristianos contra el turco musulmán y recordándole que el Concilio de Florencia había proclamado que “la fe griega y la fe romana no deben ser más que una sola fe”. Las dos carnadas eran demasiado apetitosas para que Roma no tragase el anzuelo.5 Hacer una santa liga de los reyes cristianos para lograr un definitivo Lepanto contra el turco (1571), y realizar la unión de las iglesias católica y orientales era el doble y permanente sueño de los pontífices romanos. Roma mandó al jesuita Antonio Possevino como mediador entre Iván y Esteban en 1581; en enero de 1582 se firmó la tregua de Zham Zapolski para 10 años. El zar olvidó enseguida la cruzada y la unión. Aunque había evitado lo peor, perdió todas sus conquistas. La infeliz guerra de Livonia, que había durado un cuarto de siglo,
hizo más para la crisis de Rusia entre 1584 y 1613 que la eventual locura del zar. Al volverse hacia el Báltico en lugar de preservar su marcha hacia el sudeste, Iván abrió un conflicto militar e ideológico (de mentalidades culturales) con el Oeste cuyos efectos se hacen sentir hasta la fecha. Pedro el Grande lograría finalmente la deseada ventana sobre el mar y sobre Europa, pero “la confrontación dramática entre la cultura religiosa muy apretada de Moscovia con un Occidente difuso y mundano, produjo un caos y un conflicto que duró de Iván a Pedro y marcó la cultura rusa”.6
POLONIA-LITUANIA Después de la invasión mongola, la mayor parte del Estado de Kiev, toda la cuenca del Dniepr y sus afluentes fueron controlados por los lituanos; el gran príncipe de Lituania respetó las instituciones tradicionales sin molestar a los señores y conservando el consejo (Rada) compuesto por sus mejores vasallos. La palabra rutenos designaba a los cristianos ortodoxos, sujetos del monarca polono-lituano, mientras que los moscovitas eran los sujetos del gran príncipe de Moscú. La palabra rusos se aplicaba a rutenos y moscovitas. En 1386 Lituania y Polonia formaron una primera unión dinástica que no puso fin a la descentralización y al pluralismo eclesiástico, el cual aumentó en el siglo XVI con la Reforma protestante y el crecimiento de las comunidades judías. La nobleza lituana, católica, ortodoxa y luterana era una verdadera aristocracia en el sentido europeo de la palabra; los progresos del protestantismo entre 1530 y 1570 llevaron a Roma a hacer un esfuerzo prodigioso en PoloniaLituania con la ayuda decisiva de los jesuitas.7 El abuelo de Iván el Terrible, Iván III, empezó la ofensiva, pero si bien logró ciertas conquistas, a principios del siglo XVI Kiev y Smolensk seguían en poder lituano. Como se dijo ya, las victorias de Iván IV contribuyeron a la unión de Lublin (1569), que fundió definitivamente en un Estado común el reino de Polonia y el gran ducado de Lituania. Esto reforzó aparentemente la potencia polaca, aunque en realidad la minó internamente: la introducción del principio electivo en lugar del principio hereditario dio a la Dieta aristocrática el poder de elegir al rey; así se conformó la república nobiliaria polono-lituana, la Rzeczpospolita, que paralizó a sus reyes, quienes casi siempre provenían del extranjero: el primer rey electo a la muerte del útlimo jaguelon fue el francés Enrique de Valois; el segundo el húngaro Esteban Bathory; el tercero, el sueco Segismundo Vasa… Estaban en germen la declinación, el derrumbe y finalmente el reparto —tres repartos— del gran reino polonolituano que de otro modo hubiera podido realizar la unión de los eslavos del Este. Polonia-Lituania ofrecía la antítesis completa de la Gran Moscovia: república (monárquica) contra autocracia; cosmopolitismo y pluralismo religioso contra unanimismo cerrado; cultura humanista, renacentista, racionalista contra hermetismo religioso; brillante desarrollo de las artes, de la música y la pintura al Oeste… Czeslaw Miloscz escribe: Todos los trastornos europeos muestran que, bajo la superficie cambiante de los hechos, subsiste una continuidad. Esta continuidad cultural no fue alterada ni en Francia por la Revolución de 1789, ni en Rusia por la Revolución de 1917, ni en Polonia por la llegada al poder de los comunistas en 1944-1945 […] La importancia de los siglos XVI y XVII es capital. Es difícil hoy imaginarse que el uso del polaco, lengua de la clase dominante, y por consiguiente
cultivada, manifestaba la elegancia y la distinción hasta en Polotsk o Kiev. Los moscovitas eran, como los tártaros, bárbaros a los cuales se combatía en lejanas fronteras. No se les concedía especial atención; la literatura polaca habla más a menudo de los húngaros, alemanes, franceses e italianos que de los súbditos del zar. Se observaba en éstos una incomprensible sumisión al despotismo de sus amos, una tendencia a romper los juramentos y cierta astucia […] De esa época deriva en los polacos la concepción de una Rusia situada “al exterior”, fuera del mundo.8
Efectivamente, en 1582 la vida intelectual rusa no se hacía en Moscú sino en Vilno, Lvov, Ostrog, Slutsk cerca de Minsk, bajo la protección del rey de Polonia-Lituania en guerra contra el primer zar y gran duque de Moscovia. Los que pudieron, huyeron de los asesinos oprichniki y su terrible amo; los príncipes Ostroïski, Slutski, Kurbski, el religioso Artemio, humanistas todos; las imprentas rusas se encontraban en el Oeste y la primera Biblia impresa en eslavo tuvo su origen en Ostrog. En mayo de 1576 Esteban Bathory fue coronado rey; el príncipe de Transilvania era un hombre maduro, muy inteligente y culto, que había terminado sus estudios en Padua y conservó siempre su gusto por las humanidades y la ciencia. Vasallo del Gran Señor de Constantinopla, católico tanto por temperamento como por experiencia —la complicación de la vida religiosa en un principado multiétnico y multirreligioso—, era partidario de una tolerancia que convenía muy bien a la situación de su reino. Hasta su muerte repentina en 1586 fue el rey incuestionable de unas naciones que, con su enérgica dirección, gozaron de una época de gloria y de éxito militar. Supo alejar la amenaza recurrente de la guerra civil y religiosa a la hora de las espantosas guerras de religión en Francia y otras partes de Europa. Hijo leal de la Iglesia romana, como gustaba de recordar siempre, coadyuvó a la reforma de la Iglesia católica según lo definido por el Concilio de Trento, invitando a los jesuitas a trabajar en sus territorios; pero a la vez defendió el acuerdo que tomara por la Dieta en 1573, según el cual nadie podía ser molestado o inquietado por su religión; siempre insistió en que la fe no debía propagarse “por la violencia, el fuego, la espada, sino por la instrucción y el buen ejemplo”. Cuando al principio de su reinado la ciudad alemana y protestante de Dantzig se levantó a favor de su contrincante Maximiliano de Habsburgo, después de vencerla Esteban cuidó bien de confirmar sus libertades políticas y religiosas.9 Su gran canciller, Juan Zamoyski, con quien el padre Possevino trató mucho, dijo: “Daría la mitad de mi vida para regresar al catolicismo los que lo abandonaron, pero daría la vida mía toda para impedir que los regresaran a él con la violencia”.10 Mientras triunfase esa mentalidad en el seno de la nobleza polono-lituana, la paz religiosa podía mantenerse, pero las tensiones eran muy fuertes y Esteban Bathory —como el almirante Gaspar de Coligny en Francia— vio en la guerra extranjera un recurso para canalizar las energías nacionales; además la amenaza moscovita era demasiado real como para no ser tomada en serio. En Polonia-Lituania, a diferencia de Francia o los Países Bajos, los odios religiosos no parecían ser muy fuertes entre el pueblo, y la tradición de tolerancia había sido bastante bien establecida por la nobleza. Eso ayudó mucho a Bathory, excelente jefe de guerra que pudo sacar de su Transilvania los recursos financieros que le negaba una Dieta siempre quisquillosa. Tan pronto como terminó de arreglar la cuestión de Dantzig en 1578, el rey Esteban lanzó la contraofensiva contra las tropas de Iván. Fueron cuatro años de brillantes campañas,
empezando con la derrota rusa de Wenden y terminando con la tregua de Zham Zapolski en enero de 1582, la que motiva el presente trabajo. El zar retrocedió a Polonia-Lituania toda la Livonia que no se encontraba en poder del sueco. Su muerte en 1584 y el posterior Tiempo de los Disturbios en Rusia acabó por más de un siglo con la amenaza rusa sobre el Báltico. Dejaremos a Bathory con su victoria y sus grandiosos proyectos de una cruzada contra el turco, seguida por la formación de un gran imperio eurooriental que englobaba a PoloniaLituania, Rusia e Hungría. El siguiente rey fue el sueco católico Segismundo III (Vasa) quien a la muerte de su padre, el rey de Suecia Juan III (con quien Possevino tuvo mucho que ver antes de su misión moscovita), pensó seriamente en una unión sueco-polono-lituana (1592). La mayoría luterana de la nobleza sueca se rebeló en 1598 y logró en 1604 la secesión de la Suecia que iba a volverse el gran bastión norteño de la Europa reformada. Pero esa pujanza polono-lituana se manifestó de otra manera, primero con la unión en Brest (1595-1596) de todos sus obispos ortodoxos menos dos, con Roma; luego en la extraordinaria aventura del “falso Dimitri”, un joven polaco que logró entre 1604 y 1605 ser zar en Moscú —lo que inspiró a Lope de Vega la obra El gran duque de Moscovia y emperador perseguido—.11 Final-mente un ejército polaco ocupó Moscú de 1610 a 1612. Los jesuitas y el padre Antonio Possevino tuvieron un papel trascendental en los acontecimientos entre 1590 y 1610, lo que explica el mito de los jesuitas en Rusia, quienes inspiran hasta la fecha un odio patológico así como una secreta fascinación. Desde aquel entonces la Iglesia ortodoxa de Rusia ha identificado catolicismo y agresión polaca, Roma y enemigo extranjero, unión y proselitismo romano, nacionalismo ruso y ortodoxia.12
LA GRAN MOSCOVIA Y ROMA El 15 de enero de 1582 una tregua de 10 años entre moscovitas y polacos terminó en Zham Zapolski (Kivérova) gracias a los buenos oficios del legado pontifical, el jesuita Antonio Possevino. Para entender tal acontecimiento, provocado por la astucia del zar Iván, hay que remontarse al principio de su reinado. Mucho antes, en 1547, se hablaba de Moscú en Roma y se soñaba con tratar con el Gran Duque acerca de los más importantes asuntos políticoreligiosos: la cruzada contra el turco y la reunión de las iglesias.13 A partir de 1561 las relaciones con Iván toman un carácter más concreto y los papas sucesivos multiplican los esfuerzos para entrar en contacto con él, para invitarlo al Concilio de Trento, para retomar el proyecto de reunión sobre las bases del Concilio de Florencia: Pío IV, Pío V, Gregorio XIII enviaron cinco emisarios que nunca llegaron a Moscú. El cancerbero que no permitió su paso no era el gran duque de Moscovia, sino los soberanos vecinos, Segismundo Augusto, Maximiliano II, Esteban Bathory, quienes no querían saber nada de tales proyectos que podrían amenazar los suyos. El padre Paul Pierling ha hecho la historia de esos proyectos de embajada romana en su obra magna La Russie et le Saint Siege (París, 1896, 2 vols.), criticando seriamente y completando por mucho las obras de los historiadores rusos Karamzin, Soloviev, Turguenev; los primeros dispusieron de los archivos rusos, el padre Pierling (jesuita) de los archivos romanos.
Desde la caída de Constantinopla, si no es que desde antes, hasta el último sitio de Viena por los turcos en 1683-1684, Roma estuvo obsesionada por la pujanza del Islam turco; su proyecto permanente de una cruzada, de una Santa Liga, implicaba la paz entre los príncipes cristianos. Lepanto, en 1571, fue el único éxito y quedó como símbolo de lo que había que alcanzar. Por eso de Pío V a Gregorio XIII, Roma intentó pacificar a Italia, Alemania y Francia, y reconciliar a los reyes del Oeste; intentó lo mismo entre Polonia, Suecia y Rusia. El astuto Iván, en gran peligro frente al victorioso rey de Polonia, captó muy bien los deseos romanos y ofreció su alianza y la reunión religiosa para lograr que Roma desarmara a Bathory.
1
Alain Besançon, “Les baptêmes de l’Est”, Commentaire, núm. 74 (verano de 1996), pp. 287-293. Para una síntesis véase Jean Claude Roberti et al., Histoire de l’Église Russe, Nouvelle Cité, París, 1989, pp. 17-53. 3 James H. Billington, The Icon and the Axe, Random, Nueva York, 1966, p. 75. 4 Georgui Vernadsky, The Tsardom of Moscu 1547-1682, Connecticut, New Heaven, 1943. 5 Poslanij Ivana Groznogo, Moscú, Leningrado, 1951. 6 James H. Billington, The Icon and the Axe, Random, Nueva York, 1966, p. 77. 7 Richard Pipes, Russia under the Old Regime, Weidenfeld & Nicolson, Londres, 1974, p. 38; Nicholas Riasanovsky, A History of Russia, 5ª ed., Oxford University Press, 1993, pp. 132-143. 8 Czeslaw Miloscz, Otra Europa, Tusquets, Madrid, 1981, pp. 148-149. 9 Ludovico Pastor, Historia de los papas, Gustavo Gili, Barcelona, 1963, t. xx, pp. 294-359 (1a ed. en alemán, 1928). 10 J. H. Elliot, Europe Divided 1559-1598, Fontana-Collins, Londres, 1968, p. 240. 11 Jaques Margeret, État de l’Empire de Russie (1607), L. Potier, París, 1855. 12 Comte Tolstoi, Le catholicisme romain en Russie, París, 1863 (edición rusa, 1876). 13 Paul Pierling, Papes et tsars, 1547-1597, Retaux-Bray, París, 1890. 2
II. EL PADRE ANTONIO POSSEVINO (1533-1611) EL HOMBRE Y SUS MISIONES “Un destacado intelectual jesuita”, dice de él Peter Burke en su libro Los avatares de El Cortesano (Gedisa, Barcelona, 1998, p. 121). Ciertamente lo fue. Jean Lacouture en el tomo I de su obra Jesuitas (Paidós, Madrid, 1993, p. 326) dice que el “papa mandó a Carlos IX [de Francia] uno de los diplomáticos más hábiles que jamás haya formado una Compañía que nunca careció de ellos: Antonio Possevino, llamado en francés Possevin”. Antonio Possevino nació en Mantua en 1534 de una familia decente cuya fortuna era mediocre. Estudió en Roma, adonde lo mandaron en 1550, y se hizo prontamente muy hábil en Elocuencia, Filosofía, y las lenguas Sabias. El cardenal Hércules de Gonzaga, hermano de su Soberano, lo tomó de secretario y le confió la educación de Francisco y Scipio de Gonzaga sus sobrinos. Estudió los libros sagrados en Padova. En 1559 entró a la Compañía de Jesús en Roma. El Padre General Diego Laynez lo mandó a Saboya en donde trabajó a la conversión de sus herejes protestantes […] Como los herejes no pudieron seducir a Possevino con sus promesas, emplearon, inútilmente también, las persecuciones contra él. En 1561 se fue a Lyon, en donde la herejía se estaba volviendo el partido dominante, como de hecho lo fue en el mismo año cuando la traición del Conde de Sault entregó la ciudad a los hugonotes. La sabiduría y la firmeza de Possevino deslumbraron en el tumulto: confundió al famoso Pierre Viret [protestante] en controversia pública […] Luego predicó con gran concurso de gente en Ruán, Marsella, Tours y varias ciudades del Reyno. Había aprendido perfectamente el francés […] En 1572 volvió a Roma […] y se aplicó con éxito a la instrucción de los judíos [Le Journal des Scavans, 2 de mayo de 1712, pp. 275-276]. Según el padre Jean Dorigny, S. J., su biógrafo, Possevin tenía un gran genio, un eminente saber, una prodigiosa facilidad para aprender idiomas, un celo apostólico, un valor a prueba de las mayores dificultades, una dexteridad para tratar los asuntos más espinosos, unos modales totalmente convenientes, especialmente con los grandes, un conocimiento perfecto de las Cortes del Norte, de los intereses y costumbres de todas aquellas naciones [citado en Le Journal des Scavans, 2 de mayo de 1712, p. 278].
En 1573 el nuevo padre general de la Compañía, el belga Everardo Mercuriano, lo nombró su secretario particular y como tal se ganó la confianza del papa Gregorio XIII. El papa le confió importantes misiones político-religiosas en Alemania, Hungría, Francia, Suecia, Polonia y Rusia. Sus biógrafos dicen de él que cuando el papa lo nombró nuncio en Estocolmo (1577-1580) unía con vastos conocimientos grandes ideas, perseverancia, dinamismo, celo misionero, don de gente y una resistencia física asombrosa (como se verá en sus varios viajes entre Roma, Polonia y Moscovia).1 El rey Juan III de la protestante Suecia había suplantado a su hermano Eric XIV en 1568; estaba casado con Catalina Jagellona, hermana del rey católico de Polonia, Segismundo Augusto (+1572), nieta de Juan Galeazzo Sforza y de Isabel de Aragón. En ese momento la Reforma católica (mal llamada Contrarreforma) estaba en pleno auge mientras que el protestantismo se encontraba en crisis, dividido por amargas controversias; los factores
nacionales y locales complicaban una situación en la cual la personalidad de los príncipes tenía su papel; basta con pensar en la conversión de Enrique de Borbón al catolicismo: “París bien vale una misa”. El papa Gregorio XIII le dedicó mucha atención a la reconversión de la Europa central, nórdica y oriental; los jesuitas le sirvieron con gran celo y así fue como Possevino llegó a Estocolmo. Juan III leía mucho y el catolicismo de su mujer no dejó de acercarlo a la Iglesia romana; además, la conveniencia política —estaba en guerra con Rusia y tenía pendiente con España la herencia materna de su esposa— lo llevó a entablar relaciones con Roma. El papa, con la ilusión de convertir al monarca, le mandó a Possevino.2 Encontró el apoyo de la reina, la hija de Bona Sforza, de quien heredó una gran fortuna — congelada en Nápoles por Felipe II—. Juan III necesitaba la ayuda de Roma para convencer al rey de España de cambiar de parecer en el asunto de la herencia Sforza; en cuanto a Felipe II, buscaba una alianza con Suecia para lograr el apoyo de su flota contra los rebeldes de los Países Bajos. Además, Juan III conservaba la esperanza de que algún día él o su hijo podrían ganar por elección la corona de Polonia-Lituania; pero eso implicaba ser católico. Así que en ese momento preciso las inclinaciones personales del rey de Suecia coincidían con las necesidades de su política exterior. Dotado de una buena formación teológica, aspiraba a una conciliación de estilo erasmista entre católicos y protestantes. Al parecer, sus discusiones con Possevino desembocaron en la promesa de su personal conversión al catolicismo, siempre y cuando Roma hiciera algunas concesiones. Possevino viajó rápidamente a Italia pero no logró que el papa permitiera la ordenación de hombres casados, la celebración de la misa en sueco, ni tampoco la comunión bajo las dos especies. Possevino fue de nuevo a Estocolmo y tuvo que decirle al rey que Roma no haría ninguna concesión. Entretanto el rey había sido sometido a fuertes presiones por parte de la nobleza, luterana en su gran mayoría, de modo que en la audiencia que concedió a Possevino: En el mismo momento mostró el rey al enviado del Papa su descontento. Exigió a los maestros jesuitas que dieran la comunión en las dos especies, que dijeran misa en sueco y, cuando se negaron a obedecerle —otra cosa les era imposible—, les negó la ayuda que les venía prestando. Cuando al poco tiempo abandonan Estocolmo no lo hacen, como dicen, por causa de la peste. No se recataron de atizar la iniciada aversión los grandes del reino, de sentir protestante, el hermano más joven del rey, Carlos de Suedermanland que se inclinaba al calvinismo, y los embajadores de Luebeck. Sólo en la reina y, cuando murió ésta, en el heredero del trono, encontraron los católicos un apoyo y una esperanza. Pero el poder estatal fue fundamentalmente protestante…3
El factor político del fracaso no se puede subestimar: Possevino había trabajado, como se lo pedía el rey, para concretar una alianza de Suecia con Rodolfo II, el emperador, con Felipe II y con Esteban Bathory; cuando la expedición pontificia y española a Irlanda se malogró, Possevino cayó en desgracia con Juan III; en cambio, cuando el rey recibió la noticia de la conquista de Portugal por Felipe II ¡recibió una honrosa invitación para ir de nuevo a la corte real!4 El 10 de agosto de 1580 Possevino salió de Estocolmo con 15 jóvenes suecos que debían formarse como misioneros en su país en los seminarios jesuitas de Braunsberg y Olmütz (Olomuts). Vale la pena mencionar a la misión sueca de Possevino porque anuncia, de cierta manera, lo que iba a ser su misión moscovita; Juan III mostró al final que su aproximación a Roma había obedecido principalmente a motivos políticos y había utilizado como anzuelo el tema religioso. Iván IV el Terrible no procedería de otra manera.
Por el mismo tiempo que se desvanecía la aparente inclinación del rey de Suecia a una unión con la Iglesia católica, parecía ofrecerse una compensación en una empresa aún mayor ¡la unión de la “bárbara y cismática” Moscovia a Roma!
LA MISIÓN MOSCOVITA (1581-1582) En esa época los cristianos occidentales, católicos y protestantes, esperaban triunfar sobre su adversario ganando a su causa Constantinopla y Moscú. La respuesta de Jeremías II (6 de junio de 1581), patriarca de Constantinopla, dejó a los protestantes sin ilusiones: “Jamás podrán ustedes acordarse con nosotros, mejor dicho con la verdad […] sigan por su camino y, si quieren escribirnos, que sea por amistad y no para hablar de teología” (Acta et Scripta theologorum Wittembergensium et patriarchae Constantinopolitani…, Wittemberg 1584, en fray Paul Renaudin [OSB], “Réformés et orthodoxes. Les doctrines luthériennes jugées por le patriarche schismatique de Constantinopli”, Nova et Vetera, 1927, p. 197). En Moscú el protestante Jan Rokyta había recibido del zar Iván la interdicción de predicar, de manera que la ilusión católica creció por lo mismo; Roma sabía que con los griegos la reunión era muy difícil, pero la Gran Moscovia era una tierra misteriosa, casi desconocida. Los relatos de los escasos viajeros del siglo XVI habían despertado el interés para el vencedor del mongol que Roma soñaba alistar bajo la bandera de la cruzada contra el turco. En 1576 Gregorio XIII no había logrado entablar relaciones con el zar, y sus esfuerzos para terminar la dura guerra entre Polonia y Rusia y para ganar los dos monarcas a su proyecto de cruzada contra el turco, tampoco habían resultado. Esteban Bathory no quiso saber nada porque sus tropas eran victoriosas: no dejó pasar a los enviados romanos. Luego presionó tanto al zar que éste buscó a toda costa la paz con Polonia y para lograrla apeló al papa. Al día siguiente de la terrible derrota sufrida en Velikie Luki, Iván mandó a Shevriguin (latinizado como Thomas Severingen) a Roma, vía Praga y Venecia (6 de septiembre de 1580). Shevriguin llegó el 24 de febrero de 1581 y fue más que bien recibido por el papa dos días después, cuando entregó la carta del zar.5 Iván prometía abrir el comercio de su país a los europeos occidentales si obtenía la amistad del papa y de los otros príncipes cristianos; por eso le pedía a Gregorio XIII que convenciera al rey de Polonia, calificado de pasada como “vasallo de los turcos”, de deponer las armas; así podría el zar aliarse con él y los demás príncipes cristianos para combatir a los turcos. Para esto solicitaba el envío de un representante de Roma a Moscú.
Sin hacerse demasiadas ilusiones, pero estimulado en su esperanza de cruzada, el papa decidió que no había que perder una ocasión única. “Esto no procede de las buenas intenciones de Iván, sino de las saludables derrotas que el rey Esteban le ha causado […] en la carta no se dice una palabra sobre asuntos de religión”, apuntaba correctamente el cardenal Galli.6 El papa decidió mandar cuanto antes un delegado a Rusia y escogió a Possevino, que tenía la ventaja de haber tratado con el rey de Polonia y ganado su amistad. Se le encargó negociar no sólo la paz, sino también la unión de Rusia con la Iglesia romana. Possevino aprovechó el tiempo hasta su partida para estudiar todos los documentos del archivo pontificio relativos a Rusia, así como los escritos de Herberstein y Giovio sobre la desconocida Moscovia. Possevino no hablaba ruso ni polaco: sus intérpretes fueron Guillermo Popler y Francesco Pallavicino. Además de las cartas para las cortes austriaca, polaca, sueca y rusa, Possevino recibió instrucciones secretas con fecha de 27 de marzo: debía conseguir de Venecia el establecimiento de relaciones comerciales con Rusia, luego la paz entre Iván IV y Esteban Bathory, y finalmente trabajar a la Liga contra el turco. Todo eso para preparar la reunión de las iglesias, la meta suprema de la misión. El mismo día 27 Possevino salió para Venecia con Shevriguin; siguió su camino por Graz y Praga, después por Breslau (Wroclaw) hacia Polonia, mientras el ruso tomaba el camino de Lübeck para evitar el territorio polaco. El rey de Polonia, muy descontento de la voluntad de paz romana, cuando acumulaba victoria sobre victoria, se dejó seducir por la sinceridad de Possevino. En agosto el jesuita entró a Rusia, y pasando por Smolensk llegó el 10 de agosto a Staritsa, junto al Volga, donde se encontraba Iván. El 12 le entregó la carta del papa7 que prometía la mediación romana entre los dos monarcas y rogaba al zar que meditara sobre el
hecho de que la unión política era imposible sin la religiosa. Possevino duró cuatro semanas en la corte y tuvo seis audiencias con Iván, además de largas negociaciones con los boyardos: en breve se le contestó que el asunto de la unión religiosa no se discutiría sino hasta después de la conclusión de la paz con Polonia. El 12 de septiembre el jesuita salió para el campamento de Bathory, que estaba sitiando la plaza de Pskov. La circunstancia militar ayudó al mediador; por un lado, la situación de los rusos se hacía más difícil cada día, por el otro, Bathory no había podido tomar Pskov y la perspectiva de un sitio en invierno asustaba a sus capitanes y a sus soldados. El activísimo mediador aprovechó dos días de espera cerca de Novgorod para redactar su primer informe sobre la Gran Moscovia, que publicaría en Amberes en 1587.8 Llegó al campamento el 5 de octubre y pasó largas jornadas intentando vanamente conseguir concesiones del rey Esteban; tanto el rey como la Dieta afirmaban que no había nada que negociar puesto que toda la Livonia debía quedar en posesión de Polonia-Lituania. El 29 de noviembre de 1581 Possevino fue al encuentro de los negociadores rusos enviados por Iván, mientras que Esteban se retiraba a Vilna, dejando su ejército bajo las murallas de Pskov. Las negociaciones tuvieron lugar del 13 de diciembre al 15 de enero de 1582 en el pueblito fronterizo de Kiverova Gorka, cerca de Zham Zapolski, en el camino de Novgorod; entretanto, los suecos pasaban a la ofensiva y amenazaban tanto a los rusos como a los polacos, lo que aceleró la negociación. Possevino, pacientemente, en condiciones materiales durísimas, venció innumerables obstáculos y logró una tregua de 10 años entre Rusia y Polonia. De hecho Iván tuvo que renunciar a Livonia, pero recibió la paz con gran alivio. Possevino se encaminó inmediatamente a Moscú y fue recibido por el zar el 16 de febrero. Conseguida la paz, Iván se olvidó de todo lo demás. El 21 de febrero hubo una memorable discusión entre los dos hombres sobre el tema de la unión de las iglesias. Iván, que preciaba mucho de su ciencia teológica, salió al paso a la alegación que hizo Possevino del primado de San Pedro y sus sucesores, con la observación de que algunos de los posteriores sucesores del Príncipe de los Apóstoles se habían mostrado indignos de su posición con su mala vida. Possevino repuso que no se debía dar crédito sin más ni más a todas las acusaciones contra los papas; que por lo demás, sucedía con los papas como con los grandes príncipes (de Moscovia), esto es, que los había buenos y malos, pero que los derechos y prerrogativas eran siempre los mismos, cualesquiera que fueran sus sujetos. Arrebatado de ira, dio voces el gran príncipe, diciendo que el Papa no era un pastor, sino un lobo. Possevino respondió a este ultraje con intrépida libertad de espíritu, preguntando cómo pues Iván había venido a admitir la mediación de un lobo. Apretado por este argumento, encendióse en coraje el gran príncipe. Echó mano a su cetro provisto de una punta de hierro, con el cual pocos meses antes había dado muerte a su propio hijo, y lo levantó para descargar un golpe contra Possevino. Éste conservó no obstante su presencia de ánimo, por lo cual también Iván a su vez se puso más tranquilo.9
Dos días después, Possevino fue llamado de nuevo y el zar se disculpó por haber insultado al papa y le pidió un memorándum sobre las diferencias doctrinales entre Roma y Moscú. Al otro día, la audiencia de despedida fue hasta afectuosa. En compañía del embajador ruso Jacobo Molvianinov, Possevino dejó Moscú el 14 de marzo de 1582 y se fue a Vilna, Augsburgo y Venecia para tratar con Bathory, Rodolfo II y la Serenísima. El 14 de septiembre la embajada rusa hizo su entrada en Roma al son de los cañones del castillo de San Ángel, en medio de una gran multitud. Fue una embajada de mera cortesía, puesto que Molvianinov carecía de poderes, lo que no sorprendió a un Possevino ya bastante desilusionado y hecho un ardiente partidario del rey de Polonia-Lituania. A pesar de ello, nunca se desesperó y en sus numerosos escritos al papa siempre recomendó la formación de misioneros especiales para Rusia, rusos de preferencia, rusófonos siempre. De manera directa e indirecta, contribuyó a la unión de Brest (1595-1596) entre los obispos ortodoxos de Rutenia y Roma. En 1583 mandó al papa un vasto programa para la restauración católica de Transilvania, Belgrado, Bosnia, Moldavia y Valaquia.10 En 1585 apoyó con entusiasmo los grandiosos planes de Estaban Bathory, quien soñaba, después de la muerte de Iván, con llegar a Moscú, unificar los dos reinos y lanzarse a la reconquista de Constantinopla… Possevino vio entonces en él a un nuevo Carlomagno y el papa Sixto V quedó fascinado por este gran plan. En septiembre de 1586 Possevino presentó las perspectivas de una conquista de Rusia por parte de Bathory como sumamente favorables, pero la repentina muerte del rey acabó con todo el 12 de diciembre de 1586.11 Possevino siguió con sus actividades diplomáticas, participó en el gran asunto de la
conversión de Enrique IV de Francia al catolicismo y mantuvo relaciones con los franceses hasta el final de su vida; intervino también en el grave asunto del entredicho lanzado por Roma contra Venecia. Nunca dejó de interesarse por los asuntos moscovitas, y la fabulosa aventura del falso Dimitri lo llenó de entusiasmo: estaba en Venecia cuando le llegó la noticia del levantamiento contra el zar Boris Godunov de quien decía ser el zarevich Dimitri, hijo de Iván (asesinado o muerto accidentalmente en 1591 a la edad de ocho años). Demetrio, como lo llama Lope de Vega, vuela de victoria en victoria, todos los pueblos lo aclaman, las puertas del Kremlin se abren para él, “su” madre, la viuda de Iván IV lo reconoce como su hijo milagrosamente reaparecido… Dimitri proviene de las provincias polono-lituanas, tiene dos capellanes jesuitas que le hablan de Possevino y de su discusión con Iván; Possevino sigue los acontecimientos con pasión e informa al rey Enrique IV.12 ¿Estará soñando con ser delegado del papa cerca del nuevo zar? La muerte violenta del falso Dimitri el 27 de mayo de 1606 truncó el sueño de un zar católico, haciendo la paz con Polonia para unirse a una gran alianza contra el turco. La esperanza muere al final. A principios de 1606 Possevino había visitado al papa para entregarle una memoria Per aiutar la Moscovia. La dimensión polono-católica del falso Dimitri y de los ulteriores años turbulentos en Rusia explican la profundidad del rencor ruso contra los polacos y contra los papas, a quienes los historiadores rusos, en general, consideran cómplices del imperialismo polonolituano. Habría que esperar a 1672 para que llegara a Roma una nueva delegación rusa. El zar Alexei retomaba el viejo proyecto pontificio de unir a toda Europa contra el turco; en 1672 mandó mensajeros a todas las cortes, y a Roma a Menesius, cuyo verdadero nombre era Paul Menzies, un católico escocés al servicio del zar.13 “Pero esa es otra historia.”
EPÍLOGO: UN DIÁLOGO DE SORDOS O “EL MALENTENDIDO” Possevino, el hombre, por más que haya exagerado sus habilidades y sus éxitos, tenía sus méritos, sin duda. Pero la buena voluntad, la tenacidad, la inteligencia de una o varias personas no bastan para vencer resistencias profundas, mentales, culturales, esas “mentalidades” que Fernand Braudel calificaba de “cárceles de larga duración”. En abril de 2002, cuando terminé este trabajo, la Duma rusa debatía una moción para prohibir las actividades de la Iglesia católica en la Federación de Rusia; el 19 de abril, las autoridades migratorias no permitieron el regreso del obispo católico Jerzy Mazur, polaco de nacionalidad, encargado de la diócesis de Irkutsk, en posesión de una visa para entradas múltiples; cancelaron su visa y le dijeron que estaba en la lista negra de las personas non grata que no pueden entrar al país. Quince días atrás las mismas autoridades del aeropuerto de Moscú habían cancelado la visa del sacerdote italiano Stefano Caprio, párroco de Vladimir e Ivánono, al noreste de la capital. Si bien el recrudecimiento de la enemistad ortodoxa no es nuevo, estalló cuando en febrero de 2002 el papa Juan Pablo II decidió elevar al rango de diócesis las cuatro “administraciones apostólicas” que existían en el país. La Iglesia ortodoxa de Rusia interpretó la decisión como “un desafío, un gesto no amistoso de proselitismo entre cristianos que son, por historia, cultura y tradición espiritual, un rebaño ortodoxo”.14
El 12 de marzo de 2002, el obispo ortodoxo Yesevi (Savvin) de Pskov y Velikie Luki les pidió al presidente Vladimir Putin y al prefecto local Yevgueni Mijailov “no permitir a los destructores de la patria y de la nación [los católicos] triunfar sobre el suelo de la Santa Pskov”. El 3 de abril las autoridades locales suspendieron las obras, autorizadas y empezadas tiempo atrás (en 2000). Cabe recordar que esa parroquia grecocatólica existía desde 1803, que tuvo su templo desde 1857 hasta 1934, y que en 1992 fue refundada. En su carta el obispo manifiesta la vivencia de la memoria agraviada: “Gozando de los frutos de la democracia presente, los enemigos de nuestro Estado preparan la expansión del catolicismo, el cual cuando ha sido autorizado ha provocado operaciones militares”, y cita, para comprobar su tesis, la invasión de los Caballeros Teutónicos, derrotados precisamente en Pskov por el santo Alejandro Nevski: “La construcción de un templo católico en Pskov, ciudad que sufrió tanto de las hordas católicas, es una blasfemia y un insulto a la memoria de nuestros santos antepasados”.15 Tampoco olvidó el sitio de Pskov llevado a cabo por Esteban Bathory —quien, si bien era católico, tenía entre sus tropas una mayoría de protestantes (1581-1582) — ni la toma ulterior de la plaza por los polacos en el Tiempo de los Disturbios. Volvamos a Possevino. De su estancia en Moscú conservó ciertas impresiones que contribuyeron a la elaboración de un programa para lograr la fusión del elemento latino con el moscovita en el mundo eslavo. El zar, tanto la persona de Iván IV como su función, le llamó la atención. Habla de él como de un emperador bizantino, monarca y pontifex, rex sacrorum, amo tanto de la Iglesia como del Estado, poder supremo y sagrado.16 Le bastó con verlo revestido con todas sus ornamentas, multiplicando las señas de la cruz frente a los numerosos iconos que lo rodeaban. Para esa fecha el gran príncipe y zar ya nombraba, ponía y quitaba a su antojo al metropolita de Moscú. O lo mandaba matar. Ni la Iglesia, ni el Estado escapaban al sistema de concentración de poder inaugurado hacía mucho tiempo por los grandes duques y perfeccionado por Iván IV y su oprichnina. Possevino se asombraba de la absoluta obediencia de los rusos y del sacrificio permanente que hacían de su voluntad y de sus opiniones. El fugitivo Kurbski era la excepción que confirmaba la regla. En cuanto a la religión, Possevino y su compañero Campan la ven muy limitada por la ignorancia general; lamentan la ausencia de academias, colegios, escuelas, imprentas; dicen que el pueblo observa las prácticas externas sin compenetrarse en el espíritu del cristianismo, cuyas verdades ignora. El diálogo de sordos del 21 de febrero, entre el zar y el jesuita italiano, no carece de picante y anuncia el futuro. Iván se había preparado y había estudiado un memorándum redactado por los mercaderes ingleses de Moscú, donde identificaban a Roma con Babilonia y al papa con el Anticristo; Possevino lo sabía y había preparado un contrafuego sobre la historia del conflicto entre Enrique VIII Tudor y Roma, así como una apología de la primacía romana. Iván empezó con la afirmación de que a su edad no iba a traicionar la fe de sus padres, la verdadera fe de su juventud. Possevino se pintó desde luego como el campeón de Roma frente al zar y sus boyardos, en el Sanctus Sanctorum de la ortodoxia, en el Kremlin de Moscú. Propugnó religiosa y políticamente a favor de la unión de las iglesias, multiplicando los argumentos históricos, a lo cual el zar contestó hábilmente que su religión no era la de Bizancio sino la de Cristo, “la verdadera religión cristiana que, en muchos puntos, no se acuerda con la religión romana”.
Posteriormente la discusión apuntó hacia el tema fundamental: la primacía del papa. Cuando el zar evocó la conducta inmoral de varios papas, Possevino le contestó que se podía decir lo mismo a propósito de los zares y que en ambos casos la dignidad de la función permanecía, por más “indignos que puedan ser los zares que la detienen”. Iván le espetó: “El pontífice romano no es un pastor, sino un lobo”; entonces preguntó el jesuita: “¿Por qué le pediste al lobo su intercesión?”17 La asistencia, asustada, esperaba lo peor; unos meses antes el zar había golpeado mortalmente a su hijo con el mismo cetro que tenía en la mano. “¿A poco aprendiste a hablarme en el mercado con los campesinos, como si fuese yo mismo un campesino?” Pero la tormenta se disipó, la discusión siguió su curso, Iván mencionó lo que Shevriguin, su enviado, había visto en Roma: ¡el papa cargado como un monarca en lugar de caminar como un sencillo mortal! Cuando Pedro, el jefe de los apóstoles, caminaba descalzo… ¡Y que le besan los pies, y que sobre su botín hay una cruz, con un Cristo crucificado, sobre su botín! “Esa usanza de pisar la cruz, llevándola en su botín, no tiene más fuente que el orgullo y es contraria a la doctrina de la Iglesia y a los decretos de los siete primeros concilios”.18 Iván criticó también el hecho de que el papa no usara barba, a lo cual Possevino contestó que sí, que Gregorio XIII llevaba una hermosa y larga barba. Pero “¿cómo es —dijo Iván— que tú, sacerdote, te rasuras y cortas la barba, cuando eso es severamente prohibido no sólo al clero, sino a los laicos?” La audiencia terminó de manera amigable y el zar multiplicó las manifestaciones amistosas antes de despedir a Possevino, pero el interés de la entrevista es que manifiesta el abismo que separa las dos cristiandades. No se puede apreciar el valor de Possevino como controversista según esos coloquios. Sus discusiones teológicas con el rey de Suecia, Juan III, son mucho más interesantes. Con él pudo hablar sin intérprete —en latín— y los dos tenían mentalidad occidental. Mientras que en Moscú Possevino se encontraba fuera de su mundo y quedó incomprendido: no podía moverse sin sus intérpretes, más o menos duchos, más o menos fieles. Sus estudios rápidos sobre los problemas orientales y su breve contacto directo con los rusos no fueron suficientes para prepararlo a una fructífera controversia con un zar que fue un interlocutor nada fácil. Fiel a las instrucciones recibidas, Possevino fundó su argumentación sobre el Concilio de Florencia; los soberanos moscovitas eran enemigos férreos de esa unión de Florencia. El metropolita de Kiev y toda la Rusia, el cardenal Isidoro, después de participar al Concilio, promulgó la Unión el 19 de marzo de 1441 en el Kremlin de Moscú, en la catedral de la Asunción. La Unión fue, pues, legítimamente proclamada por el jefe espiritual de la Iglesia rusa. Pero, por eso mismo, el gran príncipe de Moscú mandó encarcelar al metropolita que salvó la vida sólo con la fuga. Moscú se mantuvo siempre hostil a la Unión de Florencia; no era por lo tanto muy hábil empezar la discusión afirmando al zar que su fe no era ortodoxa si no se conformaba a la de Florencia. Sus conocimientos de historia, teología, litúrgica, lengua y sicología rusa no alcanzaron a vencer los prejuicios del zar contra los católicos […] pero eso no fue la razón principal del fracaso completo de los coloquios. Resulta el fracaso del hecho de que el zar había aceptado la controversia sólo por la insistencia de Possevino y con la voluntad firme de no modificar sus ideas, de no tocar el fondo del problema. De antemano los coloquios estaban condenados al fracaso [Polcin, 1957, pp. 54-56].
Possevino regresó de Moscú sin ilusiones; el zar, los boyardos y el pueblo habían expresado su hostilidad hacia los latinos, considerados herejes sin más averiguaciones. Desilusionado pero no sin esperanza, el imaginativo jesuita sacó conclusiones que le sirvieron ulteriormente para elaborar un vasto programa. Revisando la historia de los métodos empleados desde el Concilio de Florencia para poner fin al “cisma” griego, ruteno y moscovita, critica duramente a sus predecesores: en lugar de escasos y episódicos contactos, hay que ejercer una acción seria y constante para que el Oriente aprenda a conocer a los latinos. El examen del pasado y la autocrítica son el preámbulo necesario al paso siguiente; Possevino había descubierto, rápida pero realmente, al mundo eslavo en su pluralidad. Bajo el dominio polono-lituano vivían varias provincias “rutenas” o “rusas” (usan indistintamente las dos palabras), emparentadas con la Moscovia: la misma sangre, la misma lengua, la misma fe ortodoxa, pero su vida política se confundía con la de Polonia y su vida cultural también. ¿Por qué no aprovechar esa situación y utilizar tales provincias como un puente entre el catolicismo eslavo (polaco) y la ortodoxia eslava (rutena y moscovita)? La Iglesia católica — especialmente la Compañía de Jesús—, protegida y apoyada por el rey de Polonia, podría implantarse y desarrollarse entre los rutenos antes de pasar a Moscovia, y luego los moscovitas ganados al catolicismo evangelizarían a su vez a los tártaros, a los montañeses del Cáucaso, a los musulmanes de Asia… Doce años antes de los coloquios con Possevino, el 10 de mayo de 1570, Iván el Terrible tuvo una discusión religiosa con un predicador checo exiliado en Polonia, Jan Rokyta, miembro de la comunidad de los Hermanos Moravas de Poznan […] Iván redactó después un tratado especial intitulado la Réplica del soberano. Según el padre Ledit, ese tratado es el momento más importante de la polémica moscovita antiprotestante del siglo XVI, incluso del XVII […] Su polémica con Possevino como con Jan Rokyta, manifiesta claramente que el zar atribuye a Pedro y a los papas de los primeros siglos un lugar privilegiado, muy especial en la Iglesia [Polcin, 1957, p. 58].
Durante su breve estancia moscovita, Possevino pudo darse cuenta de la realidad; si la diferencia dogmática no era tan grave como con los protestantes, la cuestión romana —el “dogma” romano de la primacía de la cátedra de Pedro— separaba a católicos y ortodoxos rusos. Possevino era demasiado lúcido para minimizar ese problema y quizá fue el primero en decir sin tapujos al papa y a la Europa católica que la reunión era más que difícil. Curiosamente su celo no disminuyó y pasaría el resto de su vida —casi 30 años— trabajando, entre otras muchas actividades, en esa tarea que se le antojaba humanamente imposible. Propuso enseguida, y luego varias veces, un programa grandioso a Gregorio XIII y a sus sucesores: fundar colegios en Vilna, Praga, Olomuts y Transilvania para formar misioneros rusos o conocedores del mundo ruso y crear imprentas con tipografía rusa para imprimir en esa lengua los libros católicos y dar prioridad a la atención de los cristianos de rito bizantino en el reino polono-lituano, después de la unión de Brest. Polcin tiene razón cuando escribe (1957, p. 92) que “por el admirable ímpetu de su corazón y la grandeza de su visión, Possevino se sitúa entre los grandes apóstoles del siglo XVI”, en la línea, ciertamente, del Concilio de Trento, pero también de los jesuitas del extremo Oriente y de América. Le tocó a Possevino ser contemporáneo de la gran generación jesuita, del padre Claudio Acquaviva, general de 1581 a 1615 (cuyo primo Rodolfo fue mártir en la India), y de toda una
galaxia de escritores espirituales y teólogos: Francisco Toledo, Francisco Suárez, Gabriel Vázquez, Gregorio de Valencia, Jacobo Gretzer, Leonard Lessius, Peter Claver, Bernardino Realini. En 1556 murió el fundador, dejando 1 000 jesuitas en 12 provincias. A la muerte de Possevino, quien conoció a los padres generales Diego Laynez (1558-1565), Francisco Borgia (1565-1572), Everard Mercurian (1573-1580) y Claudio Acquaviva, la Compañía contaba con 13 000 miembros en 32 provincias. Había jesuitas en China, Japón, Indochina, Siria, Canadá, en la América hispánica… en 1609 se fundaba la primera “reducción” en Paraguay. En 1591 Possevino encontró en Roma a José de Acosta, autor de la Historia natural y moral de las Indias, a Alonso Sánchez, conocedor de México, Filipinas y China, y a Michele Ruggieri, compañero del padre Ricci. Contemporáneo de Possevino fue el padre Mateo Ricci, italiano como él (1552-1610), ordenado en 1571, el famoso Li-ma-teu de los chinos, que vivió cuatro años en la India y cerca de 30 en China. Ricci manifestó, como Possevino, como los jesuitas en general, la voluntad de hacerse chino con los chinos, ruteno con los rutenos, indio con los indios; esa línea de la Compañía llevó a la controversia de los ritos chinos y malabares. Atacados por sus rivales religiosos, los jesuitas vieron su estrategia condenada una primera vez en 1645 cuando los dominicos lograron de la Congregación Propaganda Fide el decreto 12. Luego la polémica se alargó durante un siglo y en varias ocasiones los papas derogaron oficiosamente dicho decreto, hasta que en 1742 el papa Benedicto XIV prohibió terminantemente los ritos chinos con la bula Ex quo. En 1939 Pío XII volvió a autorizar tales ritos. Como secretario del padre general, Possevino debió leer los informes de los misioneros de América, Asia, el Levante y compartir sus ideas sobre la manera de evangelizar en las culturas no euroccidentales. Possevino califica al rito griego (ruso) de “antiguo” y “legítimo”. Defiende en presencia de Iván la diversidad de los ritos en la Iglesia universal (Moscovia, p. 40), y lista los ritos sirio, maronita, etíope, armenio, griego. Dice a Roma que una latinización radical de la Iglesia rusa imposibilitaría la reunión, y propone la conservación, por lo menos provisional, de su liturgia. Catorce años después, el 7 de febrero de 1596, Clemente VIII confirmó solamente al metropolita y a todos los obispos rutenos su derecho de conservar sus costumbres y liturgia. La unión de Brest-Litovsk, realizada en 1595 y proclamada en 1596, sin embargo, no facilitó la reunión entre Moscú y Roma, contra lo que esperaba Possevino. Para los moscovitas los latinos eran enemigos de la nación y de la religión; los polacos eran los latinos por excelencia y el enemigo hereditario que conquistó Moscú por unos años, a principios del siglo XVII; los rutenos, rusos sujetos a los polacos, al unirse a Roma habían “traicionado” y resultaban ser “devastadores de nuestra verdadera fe ortodoxa e insultores de la cruz de Cristo” (Pierre Pascal, Avvakum et les débuts du Raskol, Gallimard, París, 1958, p. 7). A la fecha, si Moscú puede tolerar a regañadientes alguna que otra adhesión al catolicismo romano, no perdona a los que lo hacen en el rito greco-bizantino. La experiencia de los últimos cuatro siglos invalidó la tesis de Possevino acerca de la correlación entre la unión de los rutenos y la reunión entre Roma y Moscú. A principios del siglo XVII, cuando la Gran Moscovia pareció hundirse en los disturbios, Possevino creyó que un rey polaco unificaría el mundo eslavo, antes de realizar ese inmenso sueño. Eso duró lo que un sueño, pero algo quedó del programa de Possevino: la implantación
romana en las provincias rutenas (actualmente parte de Ucrania y Bielorrusia), con la forma de la Iglesia grecocatólica, mal llamada “uniata”, palabra usada como insulto. A la fecha, los dos agravios principales denunciados incansablemente por la Iglesia ortodoxa rusa son el “proselitismo” católico en tierra ortodoxa y el “uniatismo”. Los católicos eslavos, empezando por los polacos, podrían y suelen revertir esos reclamos hacia Moscú. C. Miloscz escribe en su Otra Europa: los motivos oscurecidos de la querella, tan difíciles de describir como los orígenes de una vendetta hereditaria entre dos familias de la misma calle, permanecerían limitados a un marco geográfico regional, si no implicaran acontecimientos a escala planetaria. En efecto Rusia no pudo llegar a ser lo que es, más que liquidando la república polaco-lituana que se extendía al sureste hacia Turquía y convirtiendo, a partir de 1839, mediante presiones administrativas, las poblaciones grecocatólicas y por consiguiente fieles al Vaticano. Ahí donde la Iglesia grecocatólica había subsistido como en la Galizia de los Habsburgo, sus fieles fueron a su vez convertidos en la ortodoxia por la fuerza, después de la segunda guerra mundial [por Stalin, quien abrogó la unión de Brest de 15951596]. Este hecho seguiría siendo incomprensible si no se relacionara con el pasado.19
De la misma manera que tampoco se entendería el resurgimiento de esos grecocatólicos, fieles a Roma, después de la caída de la Casa URSS. El pasado sigue muy vivo, el pasado no acaba de pasar. México, D. F., 23 de abril de 2002 San Jorge en el calendario católico hasta Vaticano II, y en el calendario ortodoxo hasta la fecha JEAN MEYER
1
Ludovico Pastor, Historia de los papas, Barcelona, 1963, t. xx, p. 323. John Elliot, Europe Divided, Fontana-Collins, Londres, 1968, p. 242; Leopoldo von Ranke, Historia de los papas, Fondo de Cultura Económica, México, 1997, pp. 272-273. 3 Agustin P. Theiner, Schweden und seine Stellung zur heiligen Stuhl, Augsburgo, 1838-1839, 2 vols., vol. II, pp. 275306. Existe una traducción francesa en Debecourt, París, 1842, 3 vols. 4 Ludovico Pastor, Historia de los papas, Barcelona, 1963, t. xx, pp. 326-327. 5 P. Pierling, La Russie et le Saint Siege, Plon, París, 1897, t. II, pp. 19-20. 6 Ludovico Pastor, Historia de los papas, Barcelona, 1963, t. xx, p. 332. 7 Antonio Possevino, Moscovia, Amberes, 1587, p. 58. 8 Antonio Possevino, Moscovia, Amberes, 1857, p. 58. 9 Ludovico Pastor, Historia de los papas, Barcelona, 1963, t. xx, pp. 337-338. 10 Theiner, La Suede et le Saint Siege, París, 1842, t. III, p. 453. 11 Nikolai Karamzin, Historia del imperio ruso (en ruso), 2ª ed., San Petersburgo, t. x, p. 36. (Reedición, Nauka, Moscú, 1991.) 12 Paul Pierling, Rome et Demetrius, Leroux, París, 1878; Dimitri dit le faux et les jesuites, Picard, París, 1913, y Dimitri dit le faux et Possevino, Picard, París, 1914. 13 Paul Pierling, Papes et tsars, Retaux-Bray, París, 1890, p. 483. 14 Keston New Service (Keston Institute, Oxford, 22 de abril de 2002). 15 Idem. 16 Cf. Alain Ducellier, Byzance et le monde orthodoxe, A. Colin, París, 1996; Gilbert Dagron, Empereur et pretre. Étude sur le césaropapisme byzantin, Gallimard, París, 1994. 17 La palabra “lobo” ha sido suprimida en la edición de Moscovia pero se encuentra en los autógrafos de Possevino y en la edición rusa de Turgueniev (Suplemento, p. 104). De la disputatio del 21 de febrero, tenemos dos relatos, el de Possevino en latín (Moscovia, 1587, pp. 31-37) y el del notario (diak) del zar, en ruso (1871, PDS, X, columnas 297-326). No se contradicen, Possevino es muy detallista cuando él habla y resume los argumentos del zar, omitiendo sus largas y numerosas citas de las Escrituras. Borra el vigor y la violencia de las palabras de Iván. Hay que recordar que Possevino no entiende ruso y depende de sus intérpretes. El notario del zar es más extenso, excelente para Iván. No entiende el latín de Possevino y depende del intérprete. Iván precisa que no era su intención llamar “lobo” a Gregorio XVIII; se disculpa y dice que lobo es “el que no conoce la doctrina de Cristo y la tradición apostólica”. 18 Paul Pierling, La Russie et le Saint Siege, París, 1896, t. II, p. 171 (la entrevista, en las pp. 166-172). 19 Tusquets, Barcelona, 1981, p. 148. 2
SEGUNDA PARTE LOS TRES DOCUMENTOS
PRESENTACIÓN En 1882 el padre Paul Pierling, S. J., publicó en latín los documentos que ofrecemos ahora en castellano, con el título Antonii Possevini Missio Moscovitica (120 pp.), en la editorial parisina Ernest Leroux. Se trataba de documentos casi inéditos relativos a la misión del padre Possevino en Moscú durante 1581-1582. Casi inéditos porque habían sido publicados muchos años antes, en 1584, en forma confidencial; en efecto, se encontraban en un volumen de las Annuae Litterae [Cartas Anuales], Societatis Jesu, publicación reservada a los jesuitas que no circulaba entre el público. El tomo que contiene la Missio Moscovitica, publicado en 1882 por el padre Pierling, estuvo a cargo del padre Juan Antonio Valtrini y viene con el título Annuae Litterae Societatis Jesu Anni MDLXXXII ad Patres et fratres ejusdem Societatis.— Roma, in collegio ejusdem Societatis, MDLXXXIV. Cuando la Compañía de Jesús fue extinguida en 1773 por el papa Clemente XIV, muy presionado por el rey de España Carlos III, las bibliotecas de los colegios y de las residencias de la compañía fueron confiscadas, vendidas, dispersadas, de modo que sólo unos escasos ejemplares de las Annuae Litterae se encuentran en bibliotecas públicas. Se trata de la compilación de varios documentos: el primero es la carta detallada que el padre Possevino envió al general de la compañía, Claudio Acquaviva, con fecha 28 de abril de 1582 desde Riga; dicha carta fue publicada por el historiador ruso Turgueniev en su Historica Russiae Monumenta, San Petersburgo (suplemento, 1848), p. 388. El segundo documento, también en latín, reúne las cartas del padre Jean Paul Campan, cuyo verdadero apellido era Campani, checo de origen italiano, compañero del padre Possevino en su primer viaje, el que los condujo con el zar Iván IV, a Staritsa. No es, como el primer texto, un relato de los acontecimientos, sino un compendio de observaciones sobre y de reacciones a una Moscovia muy extraña para los occidentales en este fin de siglo XVI. Gracias a Possevino esos documentos han llegado a nosotros; en efecto, el hombre era un coleccionista empedernido y, seguro de sí mismo y de su talento, conservaba todo para una posteridad que, pensaba él, tenía que serle favorable. Se quedó con una copia de sus cartas y de sus escritos y sacaba siempre una copia de los documentos oficiales que podía consultar. En 1604, en la casa jesuita de Venecia, al final de su vida el veterano diplomático siempre activo levantó personalmente el catálogo de su archivo y lo envió al padre general Acquaviva. Entre tantos tesoros había un ejemplar de su Acta Moscovitica y copias de las cartas de Gregorio XIII y Sixto V, del cardenal Di Como, del rey Esteban Bathory, de su canciller Zamoyski y —apuntaba él— un gran “costal” de documentos rusos que en el mismo Kremlin le había entregado Iván IV en persona. Possevino, además, había publicado en 1587 las principales piezas de esa colección en su Moscovia; sus cartas al cardenal Di Como se encuentran en el Vaticano; los archivos de Venecia conservan un legajo titulado Affare di Moscovia manegiatto dal P. Possevino, Gesuita, 1581-1582 (Sen. Rel., tomo XXV). Todo eso
se puede completar con las publicaciones hechas en Roma, París, Cracovia y Petersburgo (véase la bibliografía). Finalmente, el tercer documento, escrito en italiano, es un breve memorándum del cardenal Di Como al secretario de Propaganda Fidae en Roma sobre las diversas misiones encargadas al padre Possevino por el papa Gregorio XIII. El documento no tiene fecha pero su lectura demuestra que es posterior a 1585, año de la muerte de dicho papa.
LA MISIÓN MOSCOVITA DEL PADRE ANTONIO POSSEVINO* LA MISIÓN MOSCOVITA [Documento I] Iván Vasilevitch [Iván IV el Terrible, 1533-1584],** Gran Duque de Moscovia, indudable creyente de la religión cristiana, pero separado de la Iglesia romana y afectado de la mancha del cisma griego, una vez que sufrió muchas y grandes derrotas y que trató en vano acerca de la paz con el rey de Polonia [Esteban Bathory, 1576-1586], al fin mandó como delegado ante el Sumo Pontífice [Gregorio XIII, 1572-1585] a Istoma Shevriguin, con el objeto de que por su dignidad y por la sacrosanta veneración que le tenían todos los príncipes cristianos, interviniera para dicha participación. El pontífice acogió el asunto de buen grado, en vista de que, una vez que hubiera pacificado entre sí a dos reyes de gran poderío, esperaba llegar a reconciliar al segundo de ellos con la Iglesia. Fue enviado para esto el padre Antonio Possevino, quien pocos días antes acababa de regresar de una misión en Suecia con el objeto de que, en el nombre y con la autoridad del Sumo Pontífice, concretara la paz entre aquellos príncipes en condiciones justas, y para que, al mismo tiempo, con esa ocasión procurara que el duque de Moscovia regresara al seno de la Iglesia católica. El padre Possevino, habiendo partido de Roma el 28 de marzo de 1581 con estas encomiendas y con el delegado de Moscovia, era recibido con grandes honores en todas las ciudades a las que llegaba. Estos honores le eran tributados por los gobernantes de las ciudades, unas veces por propia voluntad y juicio, y otras por la voluntad y el mando del Sumo Pontífice quien deseaba, con esa fama de benignidad, anexar los ánimos de los moscovitas a la Iglesia romana, a fin de que (si llegara alguna vez a presentarse la ocasión) le fuera al Evangelio más fácil el acceso en esas regiones. En efecto, Shevriguin, al regresar a su patria, de tal manera proclamó en sus conversaciones la liberalidad del Sumo Pontífice, el esplendor y la piedad de Italia, que por ello pareció haber cosechado no poca envidia de parte de los suyos; el hecho es que se le prohibió reunirse con los nuestros [los jesuitas] mientras estuvieron en Moscovia, y él a veces se disculpó por ello ante el padre Possevino por voz de un amigo. Y desde luego, aunque ningún otro resultado hubiera habido entre este larguísimo recorrido, ya fue un enorme fruto que por esa especie de delegación muchos señores principales fueron inducidos, ya a corregir muchos males, ya a establecer muchos bienes en sus provincias; también se distribuyeron folletos piadosos, tanto entre los católicos como entre
los heréticos; y además en Gratz, en Olmutz y en Praga y en otras ciudades se establecieron para los estudiantes pobres varios colegios, todos los cuales fueron acogidos con plena benevolencia por estar implicada en ellos la autoridad del Sumo Pontífice, quien además proporcionó libremente el dinero para construirlos todos. El padre Possevino, admitido tres veces [abril 1581] en pleno senado de Venecia junto con el delegado de Moscú, disertó tan altamente acerca de la propagación de la fe de Nuestro Señor Jesucristo, de la institución de nuestra orden, y de las preocupaciones de la sede apostólica, la cual contribuye a la elevación de las costumbres, que ellos testimoniaron que el recuerdo de todo ello iba a durar 100 años. Y cuando, al ir a retirarse el padre Possevino, uno de los principales [Agustín Barbarigo] le ofrecía muchos dones valiosísimos con la autoridad del senado, él rechazó todo aquello diciendo que, como el mayor beneficio y obsequio, sólo pedía una cosa: que en todos los sacros lugares en que se guardaban reliquias de hombres santos, lo encomendaran a Dios en sus plegarias; y en todo el imperio veneciano se le proporcionaron guías de viajes y dones oficiales. Cuando llegaron al territorio de Carintia, el padre Possevino, enviando por delante hacia Moscovia al delegado, se desvió a Gratz a ver al archiduque [Carlos] porque tenía encargos del Sumo Pontífice para él; y en nombre del mismo pontífice entregó solemnemente una rosa de oro a la archiduquesa [María] en el palacio real. Salió de Gratz a Viena, luego de tomar como compañeros de viaje a dos sacerdotes y a otros tantos hermanos coadjutores, porque no vio oportuno mezclar en aquella delegación a ningún polaco o lituano, y llegó a Praga el 11 de mayo.1 En Praga, como esperaban obtener cartas de recomendación de parte del emperador [Rodolfo II] para el Gran Duque de Moscovia, se detuvieron ocho días, en tanto que también se compraba cuanto era necesario para tan largo viaje. De ahí se dirigieron a Breslau, capital de Silesia [Wroclaw, en polaco]. En esa ciudad fueron acogidos cordialísimamente tanto por el alcalde, hombre de gran estima ante la compañía, como por los canónigos. Al enterarse de la llegada de los jesuitas, el obispo de Breslau acudió a saludarlos, recorriendo desde Nissa 60 millas de camino, por cierto muy abrupto. Este obispo, como deseaba que el seminario que había establecido en Nissa de su propio peculio lo dirigieran varones de la Compañía de Jesús, pero entendía que eso no podía realizarse, principalmente porque no había en esa ciudad ningún colegio de la compañía, escogió seis de sus alumnos para sostenerlos en el seminario de Viena, a fin de servirse de su ministerio para las demás actividades. Entre tanto, llegó carta del rey de Polonia [con fecha del 12 de mayo] en la cual, como testimonio público, daba al embajador de Moscú la autorización de hacer su viaje por Polonia y le asignaba como guía de viaje a un hombre relevante de su reino. Esta carta no fue necesaria porque el delegado moscovita había partido de Praga hacia Lübeck para trasladarse de allí por el mar Báltico hacia Livonia. En vista de ello, desde Breslau emprendieron el camino hacia Varsovia y allí, después de que hubieron saludado a la reina de Polonia [Ana Jaguelona], llegaron por fin a Vilna el 14 de junio.
Por esos días el rey estaba ocupado tanto en consejos de guerra como en el luto por su hermano Cristóbal, príncipe de Transilvania, para quien planeaba hacer un funeral solemne. Al día siguiente, el padre Possevino se reunió con él y discretamente lo informó acerca del recorrido que habían emprendido. El rey, aunque opinaba que todo el proyecto acerca de la paz y toda esa delegación era inútil, ya que el moscovita decía que en breve iba a retirarse de la posesión de Livonia, y que todas esas cosas habían sido planeadas por el enemigo para dejar pasar con esa razón el tiempo idóneo para la guerra, empero confirmó que él iba a estar bajo el dominio del Sumo Pontífice y que, a fin de que el padre Possevino llegara a Moscú con un mayor conocimiento y comprensión de los asuntos moscovitas, le aconsejó que viajara con él a Disna y a Polotsk a donde en pocos días iba a regresar de Moscovia su propio delegado. La fortaleza de Disna fue construida 15 años antes en la Rusia Blanca, sobre las ruinas de Polotsk, al lado de los ríos Duna y Disna, y distante de Vilna lo que se recorre en unos cinco días. Aquí, mientras aguardaban al delegado, los nuestros se establecieron por algunos días; y en ese tiempo, para no abandonarse al ocio, comenzaron a desempeñar las tareas de la compañía en el mismo ejército; inclusive en una ocasión el padre Possevino predicó delante del rey [9 de julio], y en esa predicación el buen rey mostró la insigne piedad de su ánimo; porque el padre le demostró que, a fin de cuentas, iba a pelear las mismas batallas del Señor, si llevaba la luz de la fe católica tanto a sus soldados, que estaban constituidos por una confusión de todas las naciones, como a los vencidos en la guerra. Mientras eso pasaba, llegaron delegados de parte del duque de Moscú con gran volumen de cartas; dicen que eran 50 folios; y como en la sesión del senado que se les dedicó el 18 de julio, ofrecieron condiciones muy inferiores a las que habían presentado los delegados anteriores (porque Moscú se retiraba de Livonia pero se reservaba la Narvia y las fortalezas marítimas), el rey, lamentando que no se buscara nada más que la demora y la dilación de las acciones, despidió a los delegados, declarando que en adelante no quedaría contento ni siquiera con toda la Livonia. Y sin duda fue por una señalada providencia del Dios Todopoderoso que la llegada de los nuestros sobreviniera en aquel preciso tiempo en que ambos príncipes deseaban la paz, pero ninguno de los dos lograba compaginar con su dignidad las condiciones de dicha paz. Porque el moscovita había escrito en aquellas cartas que he referido, que si no eran aceptadas sus condiciones, él no admitiría ninguna legación hasta 50 años después; y el de Polonia ya había dicho que ni siquiera con toda la Livonia iba a estar satisfecho. Entonces, parecía que sólo había quedado una salida: que aquella paz se consumara por la autoridad de un mediador y casi de un árbitro; aquella famosa entrada a Moscovia, antes odiosa para los lituanos, ya se había vuelto popular. El padre Possevino, no sólo por permiso del rey sino por su voluntad, habló dos veces [19 y 20 de julio] con los delegados moscovitas, y les comunicó por extenso cuánto se preocupaba el Sumo Pontífice por la salud del príncipe que los gobernaba; y él mismo procuró ante el rey de Polonia que los dos prisioneros capitanes de la fortaleza de Velitch, que había capturado al asaltar dicha fortaleza, los devolviera a los moscovitas, para que con ese servicio se
preparara a sí mismo un mejor camino para los asuntos que debía tratar con el duque de Moscú. Así que, cuando quedó diligentemente realizado todo lo relativo al rey de Polonia, los nuestros pidieron autorización al mismo rey para dirigirse a Moscovia; él se lo otorgó benévolamente, luego de darles cartas de recomendación dirigidas a los jefes de las fortalezas, y de proporcionarles a Basilio [Heribun] como guía de viaje —pristav lo llaman con vocablo de su nación— que había sido nombrado comandante de los cosacos que son soldados voluntarios, para que los proveyera de todo lo necesario para aquel viaje; él, a su vez, fue llevado desde el cisma rutenio en su viaje hasta la verdad de la Iglesia.2 Habiendo salido de Polotsk el 22 de julio, llegaron el 1º de agosto a Debrovna, que es el último fuerte de los polacos y el límite del reino lituano con el moscovita, sin sentirse para nada tranquilos. En efecto, apenas entraron a los límites de Moscovia, los jinetes que los acompañaban les fueron quitados, porque se temía que los mataran los moscovitas, quienes acostumbraban devastar las fronteras de Polonia con frecuentes pillajes. Además, el camino por el bosque era casi inextricable, pues las ramas estaban tan entrelazadas con nudos permanentes, que había que abrir el paso por dondequiera con las hachas, y con frecuencia el carro necesitaba ser arrastrado a mano y a menudo hasta sostenido en hombros, cuando en ocasiones había que pernoctar al estar los cuerpos fatigados, el cielo lluvioso y el suelo empapado. Aumentaban el miedo los cosacos (ésa era una importantísima raza de ladrones), quienes en el bosque imitaban variados gritos de fieras para aterrar a los nuestros. Al clarear el día último fueron avistados los jinetes moscovitas con 60 cartas entre las que se incluía un salvoconducto oficial (fides publica); los presidía el pristav Teodoro Potemkin quien, luego de saludarlos atentamente, los obsequió con unos panes preparados en miel y con otros agrios fritos en aceite. Los nuestros, tras hacer un viaje de tres días con los moscovitas, llegaron a Smolensk el día de la transfiguración del Señor; unos 300 jinetes de esa ciudad, engalanados con atuendos de seda y de oro, nos salieron al encuentro desde lejos, y entre ellos tenía el lugar principal el hijo del gobernador de Smolensk [Daniel Nojtev]. Éste, cuando hubo invitado al padre Possevino a subir a su caballo, de inmediato le expuso los encargos de sus padres: que los perdonara por no haber acudido en persona a recibirlo, pues no les era permitido sacar ni un pie de la fortaleza; luego le preguntó por la salud de Gregorio XIII y, sobre el viaje, si había cabalgado sin trastornos. Al fin, lo incorporó a su comitiva para entrar a la ciudad, y de ese modo lo introdujo en el castillo, dentro del cual no se suele admitir a nadie, ni siquiera al delegado del emperador, pese a que éste es aliado de Moscú. En cambio, a los intérpretes se les dio alojamiento fuera del castillo, pues como eran ellos lituanos, y por eso sospechosos a los moscovitas, de ningún modo pudieron penetrar. La ciudad de Smolensk está situada sobre el río Boristenes [Dniepr]; es extensa pero con pocas casas, todas ellas de madera. Se llega a ellas por un puente también de madera que, a una y otra parte, custodiaban 1 200 infantes. Éstos saludaron al paso de los nuestros con el disparo festivo de sus escopetas y de sus armas mayores. Además, el pueblo los recibió
desbordándose en las felices aclamaciones usuales en su patria, y con el acompañamiento de toda esa multitud fueron llevados con los mayores honores a su alojamiento. Éste había sido dispuesto en un suburbio y parecía construido recientemente pero, al uso de esa nación, estaba totalmente vacío de cualquier mobiliario, de modo que ni una silla o tarima se veía allí, fuera de las que estaban fijas a la pared en la planta baja. El 10 de agosto continuaron su viaje de 400 millas, desde Smolensk hasta Staritsa, donde en ese tiempo se hallaba el Gran Duque de Moscovia. Esta fortaleza ha sido construida a la orilla del río Volga, que tras un larguísimo curso desemboca en el mar Caspio por 72 bocas; dista de Moscú cien leguas. Apenas habían avanzado una milla cuando salió al encuentro de la comitiva otro pristav, Zalechenin Volojov, junto con Jacobo Eborest, intérprete polaco, y 15 jinetes. Bajándose del caballo, saludó al padre Possevino en nombre del Gran Duque, y dijo que había sido enviado por éste para proveer cuanto fuera necesario para él y para su comitiva. Así que, bien escoltados por uno y otro pristav, se dirigieron a Staritsa por trayectos, ora más breves, ora más largos, según les parecía a los moscovitas, quienes se han acostumbrado a regular sus viajes más por el antojo que por la reflexión. Donde sobreviene un camino áspero y difícil aceleran el paso, y donde todo es igual y plano, caminan más despacio, casi con precaución; mientras pueden hacerlo, nunca utilizan de noche un techo, o en los calores extremos la sombra de un árbol. No tienen etapas señaladas para el avance o para el descanso: donde sea que les llegue el antojo, allí se detienen, cocinan sus alimentos, y comen tendiendo su capote en lugar de mantel; sólo cuando el padre Possevino se quejó de eso con los pristavos, desde entonces ya se dirigían a las hosterías. Llegaron a Staritsa el 18 de agosto, y como a una milla de la ciudad les salieron al encuentro, con 300 jinetes, los otros tres pristavos: Miguel Vnukov, Vtoroy Strajnov, y Simón, el hijo de Pakomov, engalanados con ropas doradas y con joyas resplandecientes. Todos ellos, cuando se han acercado al carro en que es conducido el padre Possevino, bajando de sus caballos, saludan cada uno por su parte al padre, y es Miguel el primero en decirle: —Antonio (porque los moscovitas llaman así a todos sin el honor de ninguna otra palabra, cuando en cambio al nombrar a su príncipe están acostumbrados a acumular innumerables títulos): el por la gracia de Dios Magno hospodar y zar —las cuales voces significan “dueño” y “emperador”— Juan Basilevitch (y luego enlaza una larga serie de títulos del mismo príncipe, lo cual es ritual para los moscovitas, según antes dije, cuantas veces lo mencionan, Gran Duque de toda Rusia, de Vladimir, de Moscovia, de Novgorod, zar de Kazán, zar de Astrakán, Señor de Pskov y Gran Duque de Smolensk, de Tver, de Viatka, de Bulgaria, etc., Señor y Gran Duque del Novgorod Inferior, de Chernigov, de Riazan, de Rostov, de Yaroslavia, de Belozersk, de Livonia, de Udorsk, de Obdorsk, de Kondinskaya Zemlia, y dominador de toda la región de Siberia y Severnaya Strana) pregunta como está de salud el Santísimo Padre Gregorio XIII, papa romano. —Bien —contesta el padre Possevino—, lo cual sea para gracia de Dios. Luego el pristav, repitiendo los mismo títulos, indaga de nuevo y pregunta: —¿Cómo fue tu viaje a caballo?
Y el padre Possevino contesta: —Tan incólume como deseo que guarde Dios al Gran Duque. En efecto, los moscovitas acostumbran usar las mismas preguntas y respuestas casi en toda salutación. Vtoroy, luego de preguntar lo mismo con las mismas palabras y con la misma enumeración de títulos, añadió: —Y el Gran Señor nuestro brinda su veneración en ti mismo a Gregorio XIII, papa romano. Simón, el tercero de ellos, luego de hacer los honores con las mismas palabras, dijo: —Nuestro Gran Señor nos ha enviado como pristavos (y nombra a cada uno) para que les proporcionemos lo necesario a ti y a los tuyos. Entonces un caballero de la primera nobleza, llevándole al padre Possevino un caballo negro enjaezado de plata, le dijo: —Antonio. Nuestro Gran Señor te declara su benevolencia con este caballo: porque ésta es la fórmula usual en los regalos del príncipe. El padre Possevino acepta el caballo para no ir a enfadar a la persona del príncipe, si lo rechazara. Y así, cinco andrajosos hombres de la Compañía de Jesús son conducidos entre las filas de empurpurados a lo largo de todos los adornos que han desplegado grupos de hombres y mujeres, hasta un alojamiento muy amplio y hermoso. Ese día fueron agasajados con un banquete público en el cual, además de los cinco pristavos que he dicho, y de unos 60 hombres de menor relieve, participó un joven enviado por el príncipe, a manera de representante de su dignidad. Éste estaba sentado junto al padre Possevino y, cuando se le llevaba alguna vianda, levantándose él y levantándose por igual los demás, con la cabeza descubierta y tras enumerar todos los títulos de su príncipe, reiteraba aquella especie de canto solemne, diciendo: —El Gran Duque te declara su benevolencia con esta vianda. Por lo demás, la mesa misma se hallaba sin ninguna carpeta, pues sólo estaba provista de mantel; en ella había sido colocado un pan muy grande y blanco, un salero y dos vasijas de barro, una de ellas con vinagre y otra con pimienta, porque era una superstición de los moscovitas proveer todas las mesas con tales utensilios. Y cuando se hubo servido la última vianda, aquel joven que se sentaba junto al padre Possevino, dijo: “Cleb da sol”, o sea, “pan y sal”, la cual es la fórmula propia de un banquete terminado. Y recuerdan que ésta tuvo su origen en el monje Sergio,3 el cual, muerto 190 años antes, los moscovitas lo veneran con la máxima reverencia como colocado entre los celestes y como célebre por sus milagros. Porque se dice que él, cuando el Gran Duque Demetrio estaba alojado en su casa, con esas palabras echó de su celda al demonio, y creen los moscovitas que con ellas en igual forma se rechaza todo mal. Una vez levantadas las mesas, los nuestros se recogieron en su habitación, a la cual de inmediato entraron los pristavos para agasajarlos con varias bebidas, según la costumbre de su país. El padre Possevino los alejó de sí diciendo que él ya había satisfecho la necesidad de la naturaleza, y que los sacerdotes, que cada día reciben el sacrosanto cuerpo de Cristo, deben
vivir con conciencia y sobriedad, y que ese tiempo debía dedicarse mejor a los asuntos referentes a su legación, que a las copas. Los moscovitas admiraron mucho esa respuesta y la elogiaron. Al día siguiente, llegaron los pristavos con un escribiente para que anotara en tablillas los regalos que eran llevados tanto al propio príncipe como a los demás, anexando los nombres de quienes los enviaban (pues ni siquiera a algún emisario le es lícito llegar ante la presencia del propio príncipe sin regalos), e indicaron a los nuestros que se reunieran para el día siguiente, pues iba a llegarse el momento de que miraran los serenos ojos del Gran Príncipe (pues así hablaban los moscovitas). Desde luego que el padre Possevino deseaba que se les llevara ante el príncipe con la mínima pompa posible, y se había empeñado afanosamente en ello, pero fue del todo necesario someterse a la costumbre para no ofender el ánimo del príncipe, el cual declaraba que ese honor hecho al padre Possevino, él se lo ofrecía al Sumo Pontífice. El día 20 de agosto, que era la fiesta de san Bernardo abad, cuando los nuestros estaban celebrando los oficios sagrados en su casa particular (lo cual realizaron de fijo durante todo el tiempo que estuvieron en Moscú), llegaron los pristavos con un gran acompañamiento de la restante nobleza; mientras eran reunidos en bolsas los regalos entreverados de oro y de plata, se presentaron dos varones principales relucientes de oro, en caballos igualmente brillantes de oro, a los cuales les formaban comitiva unos treinta hombres de a pie, vestidos con ropajes de seda de enorme colorido. Éstos, luego de desplegar todo aquel largo preámbulo de títulos, anuncian al padre Possevino que el Gran Duque le va a mostrar sus serenos ojos (pues ésta es, como dije antes, la fórmula de los moscovitas) y que va a enviar a su encuentro a todos los príncipes de su reino. Al retirarse éstos, una vez que llegaron los caballos enviados por el Gran Duque, los nuestros se ponen en camino a caballo con los pristavos y con dos intérpretes; otros tres de a pie llevaron los dones del Sumo Pontífice. Al punto los acoge una avanzada de jinetes empurpurados cuyos jefes son Foma Buturlin y Miguel Beznin. Éstos comienzan por dirigirse al padre Possevino con la salutación habitual, la cual repiten los mensajeros más cercanos; y entonces, estrechando amablemente la mano a cada uno, se añaden a la comitiva. La calle por la que entraban tenía como guarnición una doble fila de fusileros, quienes con su polícromo uniforme cubrían toda la calle sin dejar ningún hueco, en una formación continua hasta el palacio y sus escalinatas. Luego, en las mismas escalinatas apareció una doble fila de empurpurados, en medio de los cuales se presentaron los dos dichos próceres del reino quienes, tras recibir al padre Possevino con el himno habitual de la salutación, lo introdujeron al salón. En el salón se observaban muchos sillones pletóricos de empurpurados, de manera que los de atrás siempre destacaban un poco, para que todos pudieran ver y al propio tiempo ser vistos. A su vez, el despacho del Gran Duque estaba amueblado con las mismas filas de sillones, en las cuales se sentaba un número mucho mayor de empurpurados. Se dice que esta multitud de empurpurados de ninguna manera son la servidumbre ordinaria del Gran Duque, sino que
son contratados en ocasiones para que de ese modo desplieguen aquellas vestiduras y parezca mayor el número de los cortesanos. El trono del Gran Duque destacaba del suelo la altura de dos gradas, su lujo sobresalía enormemente entre los demás por su esplendor y magnificencia, y su túnica de oro estaba decorada con admirables artificios por joyas entretejidas; le bajaba de los hombros un palio de la misma obra; adornaban cada uno de sus dedos dos o tres anillos que tenían enormes joyas engastadas; su cetro era de plata, semejante a un cayado episcopal, cubierto de oro y gemas que los moscovitas llaman Possok; sus botas, pues ellos no acostumbraban usar zapatos, estaban curvadas a manera de una proa. Tenía dos collares con esferitas de oro entreveradas y con enormes gemas; el collar mayor le bajaba hasta el pecho, y del otro más corto pendía una cruz de oro con la longitud de un palmo y con la anchura de dos dedos. Los moscovitas llaman curuna a la insignia de su cabeza, la cual estaba decorada con mucho oro y con muchas gemas; era un poco mayor que la tiara del Sumo Pontífice, y en lo demás no muy diversa de ella. A su izquierda se sentaba en un solio más bajo su hijo mayor, ataviado con las mismas galas. Cuando los nuestros llegaron a la presencia del Gran Duque, el primer senador, levantándose para recibir a los delegados, según la costumbre habitual de su país, dijo con voz clara: —Gran Pontífice. Antonio Possevino y sus compañeros hieren el suelo con la frente en honor tuyo —porque así hablan los moscovitas cuando desean indicar la máxima reverencia y sumisión—. Entonces el duque, dirigiéndose afablemente al padre Possevino, le dijo: —Antonio, ¿cómo está el papa Gregorio XIII? —Tan incólume —dijo el padre Possevino— como deseo que Dios conserve a tu Serenidad. —¿Y qué encargo traes? —dijo el duque. Entonces el padre Possevino, para hacer también una denominación del Sumo Pontífice más decorada con títulos, dijo: —Nuestro Santísimo Señor el papa Gregorio XIII, pastor de la Iglesia universal, vicario de Cristo en la tierra y sucesor de san Pedro, señor de muchas regiones y tierras, siervo de los siervos de Dios, saluda a vuestra Serenidad e implora una bendición para vos. El duque, habiendo oído el nombre del pontífice, se levantó y estuvo de pie todo el tiempo que dio las gracias. Y sentándose luego, dijo: —Y tú, Antonio, ¿tuviste buena cabalgata? —Muy buena —dijo aquél—, la cual dé gloria a Cristo, para que sirva yo a vuestra Serenidad. Y cuando el padre Possevino hubo besado ritualmente la mano derecha del duque y de su hijo, y hubo entregado sin un orden especial todas sus cartas al secretario, según se le había indicado, comenzó a mostrar cada uno de los regalos que llevaba para el Gran Duque. El primero fue una cruz de cristal, cincelada con egregio artificio en oro, en la cual estaba inserto un fragmento de aquella sacrosanta cruz a la que fue clavado Cristo Nuestro Señor. Cuando la hubo tomado el duque en sus manos, contemplándola largamente, dijo: —En verdad es un regalo digno del Sumo Pontífice.
El segundo regalo fue una sagrada imagen de un cordero de cera, enlazada con plata pintada espléndidamente, obra miniada, con una inscripción rutena. El padre Possevino dijo que él mismo daba este regalo al duque; porque esa es la costumbre entre los moscovitas, de que también los legados lleven regalos al Gran Duque en su propio nombre. El tercer regalo fue un volumen del Concilio de Florencia,4 elegantemente empastado y decorado. El cuarto, un rosario de oro y piedras preciosas. El quinto, una decena de cuentecillas para rezar, a su vez de otra piedra preciosa con engaste de oro. El último, una concha de cristal cincelada de oro en los bordes. También le dieron al hijo del duque sus propios regalos de las mismas joyas. Igualmente había mandado el Sumo Pontífice regalos y cartas para la esposa [Anastasia] de la cual había nacido el príncipe Juan, mas se supo que ella había perdido la vida ya hacía tiempo [en 1560] y que la que el duque tenía en matrimonio era su séptima esposa. El duque, una vez que hubo examinado cuidadosamente cada uno de los regalos, ordenó que de nuevo se le entregaran al padre Possevino, y que él mismo tratara con los senadores y consejeros los asuntos que tuviera encomendados, y lo invitó para ese mismo día al pan y la sal, la cual es la fórmula de los moscovitas cuando invitan a una comida. Así pues, cuando los nuestros fueron guiados por los pristavos al piso inferior, se reunieron allí poco después los cuatro consejeros y el canciller del reino y, saliendo todos los demás, el padre Possevino expuso durante media hora, por medio de un intérprete, los encargos del Sumo Pontífice, los cuales entregó después por escrito a quienes se lo solicitaron. El resumen de ellos era éste: como él había prometido al Sumo Pontífice por medio de un cercano enviado que si se veía libre del rey de Polonia haría la guerra a los turcos, que no faltara a su promesa, sino que se pusiera de acuerdo con los demás príncipes cristianos para eliminar al enemigo común, que diera el libre tránsito por su reino a los embajadores del Sumo Pontífice si éste en alguna ocasión designara a alguno para ir ante los persas y los tártaros; que hubiera buenas relaciones con los católicos de Moscovia, y que ellos tuvieran templos de rito católico. Además, el Sumo Pontífice exhortaba al Gran Duque a que regresara a la religión católica y estuviera bajo la potestad del pontífice romano. Para entonces llegan dos varones principales enviados por el Gran Duque quienes, habiendo recibido los regalos de manos del padre Possevino, los fueron llevando ostensiblemente por entre toda aquella muchedumbre de empurpurados, a fin de que todos los observaran. Ésa fue la causa, según creo, por la que los regalos no habían sido dejados desde el principio junto al duque; es decir, que luego fueran llevados al descubierto por todas las salas con una solemnidad mayor. Los consejeros, una vez enterados de las cosas que llevaba el padre Possevino, regresaron ante el Gran Duque. Y, no mucho después de que se retiraran, el padre Possevino y sus acompañantes fueron llevados por Tomás y por Miguel a una comida en otra sala del palacio; por dondequiera que pasaban, encontraban todo igualmente repleto de filas de empurpurados. En el vestíbulo del comedor se veían dos alacenas adornadas con muchísimas vasijas de oro y de plata acumuladas sin ningún orden. Además, en el propio comedor había otra alacena
mayor que las demás provista de vasijas de oro y de plata muy grandes; todos los cuales utensilios no tenían ningún uso, y estaban expuestos sólo para un vano lujo y ostentación de riqueza. El número de los comensales fue de alrededor de 100; en primer lugar se sentaban dos jóvenes, descendientes de los reyes de Polonia y de los duques Mstislavsky; más abajo estaban ocho senadores, que casi son los duques principales: después, los siete últimos consejeros, a los que acompañaba una gran multitud revuelta de cortesanos. Entre ellos no se tiene ninguna consideración de dignidad, sino que cada uno se sienta en el lugar que espontáneamente ha ocupado. El Gran Duque se sentaba con su hijo en una mesa separada, más elevada que las demás, y cerca de uno y otro estaban situadas la tiara y el cetro; sobre su cabeza estaba colgada una elegante imagen de la Virgen María adornada con oro y con joyas. Las mesas, como ya antes dije, sólo estaban cubiertas por un mantel; no estaban provistas ni de tapetes, ni de servilletas para secarse las manos, ni de platillos, ni de cuchillos, ni de tenedores. En ellas sólo se veían, según la superstición de los moscovitas, el pan, el salero y unas vasijas. Cuando los nuestros entraron al comedor, el duque, llamando a cada uno por su nombre, los situó en una mesa muy cercana a la suya. Luego se vertió agua para las manos del duque y de su hijo; pues en otras ocasiones los moscovitas, cuando se van a sentar a la mesa en los convites privados, no se lavan las manos. De ahí en adelante, pareció que el duque ejercía en el banquete el papel de cuidadoso padre de familia; iba viendo a su alrededor que nada faltara a ninguno, y de su mesa enviaba lo necesario unas veces a los nuestros, otras veces a los demás, aunque estuvieran muy lejanos. Y es costumbre de los moscovitas que, cuando el duque hace un envío a alguien desde su mesa, todos se levantan del banquete; entonces el que lleva la vianda dice: —El Gran Señor te muestra su benevolencia con este obsequio. Y el otro responde: —Hiero la tierra con la frente. Y si el duque bebe a la salud de alguien, en cualquier lugar que esté él situado, se adelanta éste hasta medio comedor y, saludando al duque, bebe a su pleno arbitrio y luego entrega la copa a quien le pareciere de entre los convidados. Empero, esta costumbre no la adoptaron los nuestros. Y, en las dos horas que duró el convite, probablemente la gente se levantó más de 60 veces. Hacia el final de la comida, el duque, pidiendo silencio, comenzó un muy serio discurso acerca del pacto y la amistad de sus antepasados con el pontífice romano, y declaró que éste era el pastor universal de la República cristiana y vicario de Cristo, por lo cual él y los suyos querían permanecer en su potestad y en su fe. Este discurso, aunque no brotara de una verdadera convicción, sino que era expresado por la necesidad presente, según lo indicó el desenlace del asunto, sin embargo sirvió mucho para conciliar la estimación del Sumo Pontífice entre los pueblos. Una vez terminado el banquete, que los moscovitas afirmaban había sido más prolongado
que todos los anteriores, los nuestros fueron llevados a su casa con la misma comitiva de otras ocasiones. Luego, se necesitaron tres días para traducir a la lengua rutena los encargos del Sumo Pontífice. En esa ocasión, además, se aportaron algunos datos útiles para alejar de las mentes de ese pueblo su mala opinión acerca de la Iglesia y la religión romanas. El día último de agosto, los nuestros son llevados de nuevo ante el duque, con la misma pompa y solemnidad. Ese día el duque, luego de expresar su benevolencia hacia el Sumo Pontífice y declarar que la escrupulosidad del padre Possevino le había resultado gratísima, dijo que había leído diligentemente las cartas, tanto del mismo pontífice como del emperador Rodolfo, y que él mismo respondería a cada uno de sus párrafos por medio de sus consejeros, y los mencionó de uno en uno y los señaló con el dedo. Luego, el padre Possevino se retiró a la planta baja con los consejeros: Basilio (el hijo de Gregorio), Romano (el hijo de Miguel), Andrés Stchelkalov (canciller del reino), Epifanio Demianov e Iván Stretchnev. Allí, durante unas cinco horas, trataron cuidadosamente el asunto los consejeros y el padre Possevino, y a cada aspecto se respondió esmeradamente; lo demás fue dejado para el 4 de septiembre. Ese día, por tercera vez, son llamados ante el duque con la misma solemnidad, y el padre Possevino recibe la orden de concluir los temas que había iniciado en días anteriores con los consejeros. También ese día, como uno de sus acompañantes se quedó en casa a causa de una enfermedad, al punto el duque le envío a uno de sus ciudadanos principales para que les preguntara qué necesitaba, y poco después encargó esa tarea a su propio médico, venido de Bélgica. Por cierto que el duque suele llamar ante sí tan frecuentemente a los delegados que no parece estarles limitado el acceso ante él; y se considera que él conserva su majestad en lo que responde por medio de sus consejeros. Mas a lo largo de nuestras consultas, cuando se llegó a algún problema que los consejeros no se atrevían a resolver por sí mismos y lo devolvieron ante el duque, éste delegó a Nikita Romanovitch, hermano de su primera esposa difunta [Anastasia], varón de suma autoridad, y a Bogdan Bielsky [uno de los favoritos de Iván], presidente del consejo, para que rogaran al padre Possevino en su nombre que no sólo como nuncio apostólico, sino también como consejero y senador, le expresara su dictamen; el cual dictamen —según se supo después— fue muy alabado por el propio Gran Duque. Y aunque ese asunto despertó inmensa admiración tanto entre los pristavos y consejeros como entre la multitud restante, especialmente la causó el hecho de que el duque enviara al padre Possevino todos los escritos y documentos, hasta parecer que le rendía cuentas de sus actividades como si fuera su siervo. Y aunque los demás asuntos fueron solicitados sin dificultad, en cambio lo referente a la religión no pudo ser solicitado, y se prohibió que los intérpretes tradujeran nada de lo correspondiente a la religión; mas, con gran esfuerzo del padre Possevino, se logró que la totalidad del asunto quedara reservada para su regreso y para cuando estuviera acordada la paz. Porque como Pskov, ciudad situada en el interior del reino y muy fortificada, era asaltada con enorme vigor por el rey de Polonia, el duque rogaba al padre Possevino que, cuando
todavía estaba a salvo Pskov, acudiera ante el rey de Polonia y concertara la paz. Así que la totalidad del asunto fue subdividida por voluntad del duque de manera tal que acudiera a Roma ante el Sumo Pontífice uno de los sacerdotes [el padre Campani] el cual, empero, fue obligado por la nueva administración de la provincia a quedarse en Polonia; y que el padre Possevino se empeñara en una y otra parte hasta que concertara la paz entre los reyes; que entre tanto otro sacerdote [padre Drenoski] se quedara en Moscovia cerca del duque, hasta que el padre Possevino regresara, una vez concertada la paz. Aunque fue una astucia del duque esto de retenerlos como rehenes de la lealtad del padre Possevino, empero ello no resultó molesto, porque así exploraron diligentemente el estado de las cosas, y los moscovitas se acostumbraron a ver a los varones católicos, sobre todo a aquellos que la santa sede apostólica había enviado hasta ellos. En tanto que los pristavos preparan lo necesario para la partida, el 9 de septiembre llega de parte del rey de Polonia un mensajero con cartas [del 2 de agosto] en las que éste respondía a aquellas otras larguísimas que dije habían sido enviadas en respuesta a Polotsk. Al día siguiente, el duque manda llamar a los nuestros y, apenas entran en su presencia, los senadores llevan en silencio al padre Possevino al lugar del consejo y le muestran las cartas del rey de Polonia (escritas en ruteno, en polaco y en latín, éstas eran muy vehementes y muy injuriosas contra el propio príncipe) y le ruegan que medite sobre el asunto. Se insinuó una mención de las solicitudes del Sumo Pontífice, y a lo demás sí se da respuesta, pero nuevamente se suprime sólo el capítulo de la religión y se difiere para el regreso del padre Possevino. Lo que éste les dio, lo recibieron; y de inmediato fue todo relatado en los archivos del Estado. Esperamos que, si no para el tiempo presente, sí con seguridad para el futuro, tendrá algún efecto el recuerdo de este beneficio, como en otro tiempo pasó con Asuero, para los descendientes que desenvuelvan los anales. Por lo demás, el duque dirigió documentos al Sumo Pontífice, al emperador y a los venecianos. Por ellos, en público testimonio concede a los comerciantes de éstos y a los sacerdotes católicos la libre autorización de habitar en sus reinos, les da lugar para celebrar sus ceremonias y les permite sepultar a los suyos; además, a los delegados que fueron enviados con los persas y los tártaros (pues éstos colindan con los moscovitas) se les prometen liberalmente los guías de viaje y el tránsito por toda Moscovia y por los reinos de Kazán y Astrakán (los cuales les había arrebatado el moscovita a los tártaros en años recientes). El 12 de septiembre una multitud de empurpurados, mucho mayor que los de antes, acompañó a los nuestros al palacio, hasta que se retiraron de él. Aquí se levantó el príncipe y, mandando que los demás hicieran lo mismo, dijo: —Antonio. Irás ante el rey Esteban y lo saludarás en mi nombre, y tratarás la paz según el encargo del Sumo Pontífice. Luego, cualquiera que sea el resultado que hayas finalmente conseguido, regresa ente nosotros, pues tu presencia siempre nos será grata, tanto a causa del Sumo Pontífice, como a causa de la leal labor que has desempeñado en esta causa. Luego se volvió hacia el sacerdote que era enviado a Roma, y le dijo: —Tú irás ante el Sumo Pontífice, y en forma similar lo saludarás en mi nombre y le entregarás mis dones y mis cartas.
Juan, su hijo, procedió a hacer lo mismo con las mismas palabras. Al final el duque llama ante sí al otro sacerdote que se quedará en Moscovia, y le dice: —Tú te quedarás aquí conmigo en Moscovia. Y, acariciando la cabeza del hombre, dijo al padre Possevino: —Ten buenas esperanzas, Antonio, pues éste será tratado por nosotros con gran benevolencia, no de otro modo que si tú mismo estuvieras presente. Luego los nuestros, tras besar la mano del duque y de su hijo, regresan a casa. El duque había mandado que en casa les prepararan un banquete magnífico y opulento; en él, todo lo demás fue semejante a los anteriores, mas hacia el fin algunos varones principales les trajeron una buena variedad de víveres, además de una ánfora de cierto vino que en esos reinos es rarísimo, y que sólo se encuentra en casa del Gran Duque. El duque les dio estas cosas a los nuestros para que las utilizaran en los campamentos de los polacos, pues dentro de los límites de Moscovia los pristavos les procuraban lo necesario. Esa liberalidad e interés del duque la exaltó el padre Possevino con grandes elogios ante los que estaban presentes. Cuando el duque llamó por la tarde a los nuestros, al sacerdote que enviaba a Roma le dio como regalos para el Sumo Pontífice unas preciosas pieles de martas cebellinas, y a cada uno de los nuestros, unos magníficos dones de pieles y de dinero. Y como el padre Possevino no los quería recibir por las reglas de nuestra orden, se le aconsejó que no hiciera tal cosa, pues el duque, si se rechazan sus regalos, considera que se ha despreciado, y transforma su benevolencia en crueldad. Entonces el padre Possevino gastó ese regalo en redimir a los cautivos polacos y moscovitas, lo cual el duque admiró y elogió mucho. A su vez, los bienes de dinero de inmediato fueron repartidos, una parte a los pristavos y otra a los demás cortesanos presentes, pues ellos lo pidieron insistentemente con gritos muy impertinentes. Al día siguiente [13 de septiembre], que estaba consagrado a la exaltación de la Santa Cruz, el padre Possevino, con una comitiva de unos 100 jinetes empurpurados, emprende el camino desde Staritsa hacia Pskov, la que he dicho se hallaba sitiada por el rey de Polonia. Llegaron al lago Ilmen tras un viaje de unos 15 días a través de las inmensas llanuras y de las selvas. Luego de dejar atrás el lago Ilmen en ocho horas (pues éste se extiende por todas partes unas 50 millas), cuando llegaron a Novgorod encontraron a disposición de los nuestros a 2 000 tártaros, enviados por el duque de Moscovia como guarnición en Novgorod. El prefecto de éstos —ellos lo llaman Voyévoda—, como era cristiano (pues los demás eran seguidores de las supersticiones mahometanas), les ofreció ampliamente su presencia y sus servicios. Luego Basilio, otro de los intérpretes, fue enviado al campamento de los polacos para que informara al rey de la llegada de los nuestros y para que enviara a la frontera a quienes los llevaran con bien. Mientras se espera una respuesta, pasan cuatro días. En ese tiempo el intérprete del duque de Moscovia fue trasladado del cisma ruténico a la fe católica.* El rey de Polonia, conocida la llegada de los nuestros, mandó a Alejandro Brunst, a quien
llamaban Mesero de Lituania, que fuera a su encuentro con 200 caballos, a unos 50 000 pasos. Llegaron a Pskov, al campamento, el 5 de octubre. Es admirable cuán grata fue para todos su llegada; en efecto, parecía que si no se hacía la paz, el asedio se prolongaría hasta el invierno, dado que el rey había decidido no mover de allí el campamento si Pskov no era conquistada. Incluso en la víspera de ese día la caída de nieve había infundido enorme desesperación, y tanto más porque los soldados ni siquiera tenían tiendas con qué protegerse contra el invierno. Ese día el rey dio una audiencia al padre Possevino, en la cual éste expuso las condiciones de paz que traía de parte del moscovita. Aprovechó las atentísimas orejas y ánimos de todos, pero como el día estaba avanzado, el asunto se prolongó para el siguiente. Tan pronto como amaneció, el rey llama al padre Possevino; se decide que éste envíe a uno de los suyos ante el moscovita que estaba, en ese tiempo, en Alexandrovskaía Sloboda, fortaleza que dista de Moscú 1 070 pasos, para que le pidan que se elija un lugar intermedio donde se reúnan los embajadores de ambas partes con sumo poder. Fue enviado Andrés Apolonio, el otro de los intérpretes, un joven de insigne probidad, el cual, poco después, habiendo regresado de Moscovia, cayó en una enfermedad, y habiéndosele administrado ritualmente todo lo relacionado con la purificación del alma, murió. Kiverova Gora es una pequeña aldea, cercana a Zapolski Iam, a 1100 pasos del campamento. Ésta se destina para la entrevista y allí se reúnen los embajadores en el tiempo establecido. El padre Possevino tuvo cuidado de que no fuera enviado a esa embajada ningún hereje, cosa que el rey, sumamente católico, en medio de una muy grande escasez de católicos, garantizó. El padre Possevino permaneció en la aldea misma con los moscovitas. Los polacos se instalaron a 1010 pasos de la aldea. Ambos, moscovitas y polacos, se juntaban en la tienda de campaña del padre Possevino, allí trataban acerca de la paz; pero, interponiendo varias quejas y acusaciones, todo el asunto se aplazó para el otro mes. Finalmente, hacia el 21 de enero se estableció la paz con estas condiciones: que el moscovita se retirara de toda Livonia, y el polaco, a su vez, devolviera las fortalezas que en esos dos años había tomado; y los embajadores polacos y moscovitas juraron, según el uso, con arreglo a estas condiciones. Para colmar la alegría en este asunto, sucedió muy oportunamente que, aunque a un escriba de los embajadores polacos, infectado del cisma rutenio, lo invitaban los moscovitas, impregnados ellos mismos de esa misma mancha, a besar su cruz —pues éste es un juramento santísimo entre los polacos y los moscovitas—; él, sin embargo, junto con los embajadores polacos, se acercó a la nuestra —esto es, la cruz católica que estaba a la vista en la tienda del padre Possevino—, y la besó religiosamente. Esta paz en tal forma fue intentada, ora con las armas, ora con varias embajadas, durante esos 30 años, que finalmente todos los intentos quedaban vanos, hasta que se comprobara justamente en la realidad misma que el mediador de esta paz debía ser aquel a quien Cristo Nuestro Dios legó la verdadera paz y le mandó confirmar a sus hermanos. Por otra parte, en la confección y conclusión de la paz intervinieron muchísimas dificultades que prolongaban la situación. En efecto, a menudo, surgida alguna disensión, los embajadores, indignados, querían volverse hacia sus reyes, los cuales embajadores, evidentemente, tenían que ser aplacados y retenidos con toda clase de razones. Repentinamente, en el corazón del invierno, en medio de los más grandes fríos, desde los
meses de diciembre y enero, también los correos tenían que ser enviados al campamento y a Vilna, a donde el rey de Polonia se había retirado, o a Moscú, que distaba 700 000 pasos, para que por su medio los asuntos se hicieran más claros. En medio de esta situación había suma necesidad de todas las cosas; en efecto, como esos lugares, por las excursiones de los soldados, estuvieran abandonados a causa de toda ausencia y escasez, apenas había a la mano agua para beber, y además corrompida. Terminada la negociación de la paz, el padre Possevino, junto con los embajadores, dirige su marcha hacia el zar de Moscovia. Habiendo venido a Porchov, toda la multitud avanzó a su encuentro felicitándolo por la paz lograda. De allí se dirigió a Novgorod la grande en un viaje de ocho días. Ésta es una ciudad de madera; tiene una fortaleza y una muralla de piedra; se dice que en otro tiempo tuvo sus propias leyes y dominó a muchos pueblos.5 El padre Possevino, al entrar a la ciudad entre felicitaciones y aplausos por todos los sitios repletos de filas de varones, que habían hecho venir de los campos para este mismo acontecimiento, fue elogiado por esa misma muchedumbre hasta su alojamiento. Habiendo permanecido dos días en Novgorod, llegó a Moscú a los 13 días. El zar envió a su encuentro un carro, adornado con una enorme piel de oso blanco y 300 jinetes para que fuera escoltado por éstos con grandes honores. Tan pronto como se le dio la autorización de reunirse con el zar, nada tuvo el padre por más importante como concluir finalmente lo que había comenzado y había sido aplazado para su regreso: el asunto de enviar un embajador ante el Sumo Pontífice, el de sancionar un pacto entre los príncipes católicos, el de recibir en Moscovia a los mercaderes y sacerdotes católicos. Todas esas cosas en parte él las ejecutó, en parte las prometió ampliamente en cartas enviadas al Sumo Pontífice, al emperador, al rey de Polonia, a la república véneta y a los archiduques Carlos y Ernesto, con suma testificación de industria y diligencia de nuestra compañía en ese asunto. Mas respecto a la religión (cosa que más especialmente trataba de obtener de esta misión) nada fue concluido por el sumo celo del padre Possevino. Tres veces, escuchándolo el zar mismo y la nobleza del reino, disertó acerca de la religión [21 y 23 de febrero, y 4 de marzo de 1582], presentó al zar un comentario en el que había recogido todos aquellos puntos en que la Iglesia latina difería de la griega y la rutena. El zar, sospechando futuros debates sobre religión a la llegada de los nuestros, había enviado al arzobispo y a otros siete obispos que lo adiestraran para oponer resistencia; a los cuales, también por medio del zar, se añadió un médico anabaptista. Éste, conmovido por el recuerdo de la fe, acaso abandonada por él, secretamente indicó a los nuestros que no tomaran a mal si, llevado por el miedo, decía en la discusión misma algo contrario a la religión católica. Además, unos mercaderes herejes ingleses (a éstos se les permite vivir en Moscovia a condición de que siempre sean retenidos 12 de ellos como rehenes), temiendo que tal vez disminuyera en algo la autoridad de su reina, a la cual impía y nefariamente tienen como cabeza de la Iglesia, entonces, para complacer al zar, ofrecieron a éste un libro en el que se mostraba al Sumo Pontífice como el Anticristo. Éstos, habiendo provocado muchas disputas y no pudiendo sin embargo responder a lo que se les objetaba, disimularon todo el asunto con el silencio. Sin embargo, se les infundió a los hombres una inquietud y cierta duda acerca de cuál es la verdadera religión, y fueron movidos los deseos de muchos, que, si es que se abre la entrada para los sacerdotes católicos, fácilmente podrán ser retenidos y ampliados.
Ya se acercaba la primavera cuando los ríos y lagos, que, endurecidos por los fríos en Moscovia durante el invierno de manera que hay paso aun para los carros, se presentan por doquiera, derretidos por el calor, lo inundan todo y cortan los caminos. El padre Possevino temía muchísimo que su partida coincidiera con ese tiempo. Y así, concluidos los asuntos con el moscovita, al preparar el regreso se entera entretanto de que 14 italianos y españoles se dirigieron en fuga, de la fortaleza de Asov y de la servidumbre de los turcos, por el río Don, a Vologda, ciudad de Moscovia, a 500 000 pasos más allá de Moscú; con sumo afán hizo que el moscovita los diera al Sumo Pontífice y al rey católico [Felipe II]; del moscovita también logró el padre Possevino que soltara a 30 mercaderes lituanos y que, como dos de su caravana habían muerto en el camino, completara el número de aquéllos con otros tantos prisioneros. De tal manera tratan los moscovitas a los prisioneros que, entregándolos a eternas tinieblas y cadenas, los consumen allí con la suciedad y la falta de alimento. El padre Possevino pidió al zar que 180 polacos y lituanos, entre los cuales había algunos nobles livones, arrancados de aquella fealdad, fueran distribuidos en casas de ciudadanos y tratados más humanamente, una buena parte de los cuales la envió el zar a la casa del padre Possevino para que acreditaran aquel beneficio como recibido del Sumo Pontífice y de aquél. Era un triste espectáculo que hombres nobilísimos cubiertos con vestidos llenos de suciedad, consumidos por el hambre, con la barba crecida y con cabellos que daban aspecto salvaje al rostro, se prosternaran a los pies y golpearan la tierra con la frente a manera de suplicantes, e imploraran en exclusiva la protección y generosidad del Sumo Pontífice. A éstos el padre Possevino les mandó que tuvieran buen ánimo, diciéndoles que él cuidaría que los prisioneros fueran intercambiados, y los despidió, a cada uno de ellos, llenos de comida y obsequiados con dinero. También un noble sajón llevó al padre Possevino una custodia de plata adornada de oro, para llevar en torno la sacrosanta eucaristía, a fin de que, entre los católicos, fuera vuelta a su sitio en algún templo. Decía que la había rescatado a cambio de unas 100 monedas de oro. El padre Possevino prometió que lo haría y que diligentemente defendería su causa ante el emperador. Y por cierto, no sólo los lituanos y los livones, la mayoría de los cuales sin embargo estaban infectados por la mancha de la herejía y el cisma, sino los griegos mismos y los armenios, entre éstos el noble turco Ahmed [Acomat], que los griegos llaman Helebi [Chelebi = “Señor”], declaraban que debían muchísimo al Sumo Pontífice porque con su autoridad finalmente se habría puesto término a la guerra y se había abierto el regreso a la patria. En efecto, en este bienio en que se encendió la guerra entre moscovitas y polacos, cortada mediante las armas toda salida, fueron detenidos en Moscú casi como prisioneros. Concluidas estas cosas, el padre Possevino se retiró de Moscú el 14 de marzo, acompañándolo, a título de honor, 300 nobles hasta unos 4 000 pasos. En cuatro días, nunca interrumpida la marcha, juntando la noche al día, recorrió 400 000 pasos hasta Smolensk. En esa ciudad se detuvo seis días hasta que lo alcanzó el embajador que el moscovita había designado ante el Sumo Pontífice [Yakov Molvianinov]. Escoltados desde Smolensk por 150 jinetes e infantes para su protección, prosiguieron a Orsha y de allí a Vitebsk, fortaleza que, situada en las márgenes del río Dvina, tiene unido un recinto en el cual los rutenos, los luteranos, los calvinistas y los católicos celebran sus actos religiosos cada uno en su rito. Allí se anuncia al padre Possevino que el párroco octogenario, que era el único sacerdote en
aquella barbarie, ya próximo a la muerte rogaba que le fuera enviado alguien para confesarse. Fue enviado un sacerdote de los nuestros, el cual lo reconfortó, purificado ritualmente, con el cuerpo de Cristo en el día postrero. Entre tanto se acercaban las solemnidades de la Pascua. Por lo cual, a fin de que por esos días los católicos no estuvieran privados de sacerdote, por ruego del Palatino, que es un católico, fueron dejados mientras tanto entre ellos el mismo sacerdote y un fraile, junto con los bagajes de los moscovitas y de los nuestros, hasta que fuera designado otro párroco por los canónigos de Vilna. De allí llegaron a Polotsk, y el mismo día de las Palmas un joven, que es secretario del rey de Polonia y que había prestado a los nuestros un fiel servicio en copiar aquellas cosas que tienen por objeto refutar el cisma, se convirtió de la herejía luterana a la fe católica. Además, el mismo obispo cismático de Polotsk, habiendo venido a felicitarnos por la paz, prometió que conservaría la amistad con los nuestros que estaban allí, y que leería diligentemente lo que se había escrito acerca del cisma. De Polotsk se dirigieron hacia Disna; en esa plaza visitaron a algunos católicos, los cuales rogaron al padre Possevino que les celebraran la misa porque no tenían ningún sacerdote católico. Igualmente dos nobles, que habían sido unidos en matrimonio por un sacerdote ruteno, pidieron ser unidos de nuevo según el rito católico. De ese lugar llegaron a Duneburg, de allí a Ilukcha, ciudad de Curlandia, el mismo día del sábado santo. Toda la ciudad estaba infectada de herejía, y se dio hospedaje al padre Possevino en la casa de un párroco luterano porque éste era opulentísimo. Era ya el domingo de Pascua; el padre Possevino lo celebró en un altar levantado en la casa misma, viéndolo y quedándose atónito el mismo párroco. Éste voluntariamente ofreció su hijo para que lo llevaran a Braunsberg o a Olmutz, pero, por determinados motivos, pareció preferible no moverlo del lugar. Sólo se llevaron a un joven, hijo de un noble luterano y primicia de Curlandia, para que aprendiera muchas lenguas: latín, alemán, gótico, polaco, ruteno y moscovita; esperamos que en breve lo sigan dos hermanos. De Ilukcha se dirigieron hacia Riga (que es la capital de Livonia, y donde, hecha la paz, se había trasladado el rey de Polonia), no sin dificultad, pues se encontraban por doquier con ríos, que ellos atravesaban ahuecando cada vez barcas informes de árboles, y con las riendas arrastraban desde las popas a los caballos, que nadaban. El rey envió sus carros, en un viaje de dos días, al encuentro del padre Possevino, y al acercarse a Riga, toda la nobleza avanzó a su encuentro por orden del mismo rey, para que no sólo el embajador del moscovita sino también los luteranos mismos de Riga supieran cuánto eran apreciados por el mismo los embajadores del Sumo Pontífice. El padre Possevino trató muchas cosas con el rey acerca de conservar la paz con los moscovitas, y de intercambiar prisioneros, de ayudar a Livonia y de establecer un obispo, de defender la alianza con el rey de Suecia [Juan III]; se acordó también que fuera enviado ante éste un embajador, y fue designado Cristóbal Warszewicki, de cuya singular piedad y prudencia esperamos que todo tenga buen resultado. Concluidos estos asuntos, el padre Possevino se retiró a Vilna para instruir el seminario de rutenos y moscovitas con autoridad del Sumo Pontífice, quien asignó para alimentarlos una renta anual de 1 200 escudos.
De allí llegó a Roma el 13 de septiembre de 1582 junto con el embajador del moscovita. Haga Dios que, así como esta misión terminó una guerra gravísima, así también haya puesto fin a todas las supersticiones, para que los moscovitas se reconcilien no sólo con los polacos sino incluso mucho más con la Iglesia romana, y en lo sucesivo busquen en ella los verdaderos ritos y la religión. [Documento II] Ahora, puesto que el relato versa sobre la misión moscovita, no parece ajeno presentar unas cuantas cosas acerca de las costumbres de los moscovitas, de acuerdo con las cartas del padre Jean Paul Campani, pues se dice que subsiste también un comentario del padre Possevino acerca de estas mismas.6 Moscovia se extiende entre Escitia y Sarmacia, sobre las fuentes del río Don, hasta el Caspio y el denso mar, en un vastísimo territorio. Tiene por límites, al oriente la Escitia Táurica, al poniente Livonia, al sur Sarmacia, al norte el océano Glaciar. Su territorio entero abarca más de 1 000 leguas alrededor. Los de este pueblo se llaman rusos o moscovitas, los cuales, situados en los confines extremos de Europa y Asia, se dice que son los últimos mortales por el norte. Salir de las fronteras de Moscovia sin autorización del zar es fatal para sus habitantes: si algunos extranjeros penetran allí sin salvaguardia pública, son destinados a perpetua esclavitud. Pero ni siquiera a los embajadores o mercaderes de naciones extranjeras que van a Moscovia con salvaguardia pública se permite la libre salida por la provincia, pues durante todo el tiempo que se encuentran en Moscovia son detenidos en una horrible custodia y se les ponen determinados hombres para que observen qué hacen y con quiénes hablan; cosa que también les ocurrió a nuestros sacerdotes, de modo que ni siquiera para dar de beber a los caballos les era permitido sacar un pie de la casa; los moscovitas mismos llevan agua para que beban los caballos; ellos mismos llevan al albergue a los demás artesanos cuyo trabajo sucede que se desee. Por la noche, encendido el fuego en el patio interior de la casa, vigilan las puertas de los cuartos con varillas. Es una región totalmente infeliz, y por la dureza de su clima helado, en muchos lugares está desierta de habitantes y no cultivada; por ello se extienden por todas partes vastos desiertos y bosques erizados de árboles intactos en su larga duración. Y es muy hostil para los viajeros, pues en tan grande inmensidad de tierra no se encuentran ningunas hospederías; allí donde se acaba el día, se tiene que pernoctar en un suelo desnudo e inculto; la comida para cada quien es naturalmente la que cada quien lleva consigo. En pocos lugares se visitan ciudades, escasas de habitantes y construidas de madera, entre éstas Moscú, o Moscovia, la más noble, sede de los reyes, que dio su nombre a la región y a toda la nación; dista de la ciudad de Roma 1 000 leguas aproximadamente. Además, la mayor parte de la región es pantanosa y la cruzan abundantes ríos; por ello es más transitable en invierno que en verano, dado que las aguas, endurecidas por los fríos, ofrecen un camino expedito aun para los carros, pues aunque en los ríos se hicieron puentes generalmente de madera (que después, para la llegada de los embajadores acostumbraron repararlos todos), sin embargo, por haber sido fabricados de madera tosca y no labrada, a menudo los rompen los carros, y los viajeros los golpean y los debilitan de manera admirable.
De todos los ríos el más grande y célebre es el que ellos mismos llaman Volga, y algunos piensan que fue llamado Rha por los antiguos. Éste, después de recorrer toda Moscovia con frecuentes y sinuosos rodeos, dirige su curso hacia el oriente, y después de atravesar los reinos de los tártaros por Kazán y Astrakán, se vierte en el mar Caspio por 72 bocas. Por este río se transportan de Persia vestidos bordados en oro y plata y preciosos vestidos que usan los moscovitas. El suelo es rico en ganado y muy feraz en trigo y miel. Y en el mayor aprecio están las pieles de martas cibelinas, que desde el extremo de Moscovia son exportadas hasta nosotros a un inmenso precio para apoyo de los vestidos de los príncipes varones. No se siembran vides en Moscovia, y el vino (que ellos llaman Romania, raro de encontrar, y es llevado de fuera) no se encuentra en otra parte sino en la casa del rey, por lo cual es distribuido a toda Moscovia por medio de los obispos para la celebración del sacrificio de la misa. Una bebida para ellos es la cerveza de cereales macerados o de “medo” (éste se mezcla con agua y miel), después, con la fuerza del fuego, de éstos sacan agua de vida o gorelka [del verbo arder, quemar], como la llaman, y en los convivios comúnmente suelen tomarla antes para apartar los flatos que producen las comidas y bebidas de la región; la ebriedad en la plebe es castigada severísimamente, y está prohibido por ley que se vendan públicamente en las tiendas aquellas cosas que de algún modo puedan inducir la ebriedad. Sus condiciones materiales de vida son ásperas y carentes de limpieza. Cuando van a sentarse a la mesa no se lavan las manos, y para los convivios no emplean cuchillos o tenedores, ni servilletas para limpiarse. La comida es parca y barata, siempre del mismo tenor, porque no ha penetrado allá este insaciable lujo de multiplicar en cada convivio la variedad de sabores y condimentos. En efecto, los moscovitas, siendo de estómago resistente, gustan generalmente de alimentos duros; por ello, también devoran carnes semicrudas; las cebollas y las coles son especialmente apreciadas en su mesa. En aquel convivio con que el padre Possevino fue recibido por el rey, y que los moscovitas mismos atestiguaban que había sido el más espléndido de todos, aparecieron 30 servicios, y éstos colmados de alimentos no muy exquisitos. Generalmente el pan se hace de trigo o de candeal, de una blancura extraordinaria. No hay molineros públicamente. Tanto los citadinos como los campesinos muelen en casa y hacen el pan y lo cuecen en los mismos hornos con que calientan el hipocausto. Las casas son de madera, sin ninguna elegancia u ornato de tapicería. Las paredes desnudas están asquerosas de humo y hollín, pues, a diferencia de como es entre nosotros, entre los moscovitas y los lituanos las chimeneas no tienen una salida por donde el humo junto con el fuego se conduzcan fuera del techo innocuamente, sino que lo sacan por las puertas y las ventanas abiertas; y así, cuando encienden el fogón, se hace un humo tan grande en los comedores —pues generalmente hacen el fuego con leña verde y húmeda—, que de ninguna manera se puede estar en éstos. No hay entre ellos absolutamente ningún empleo de médicos o farmacéuticos. Sólo el zar tiene dos médicos en su casa, uno italiano, belga el otro. Tan magníficamente piensan acerca de sí mismos, que menosprecian ostensiblemente a todas las demás naciones y consideran que no hay otra región y otra forma de vida más feliz que la suya. Y este orgullo lo manifiestan especialmente con vestidos costosos, resplandecientes de oro y plata, que aun para una vana
ostentación de riquezas se los cambian varias veces al día. Y así, al inicio veían con ojos menos benévolos los vestidos andrajosos de nuestros sacerdotes y los urgían a que, al menos cuando iban a estar ante la mirada y la presencia del príncipe, se cambiaran de ropa, pues decían que éste era el vestido de los monjes. A los cuales el padre Possevino les respondió en tal forma, que les manifestó que los monjes eran muy apreciados por él, sin embargo les dijo que él no era de la orden de éstos, y que los sacerdotes latinos tenían la costumbre de no usar el oro y la plata para vestir, sino que lo destinaban todo al ornato de los templos. Con esta respuesta, los moscovitas, que instaban a que los nuestros se cambiaran de ropa, desistieron de mostrarles en adelante su molestia; y a ellos mismos se les vio renunciar a esa loca afición, pues, apareciendo antes vestidos siempre con nuevos trajes, comenzaron a cambiarse de ropa sólo cuando iban a salir de casa. Es admirable la deferencia, y el respeto a los reyes, a tal grado que los veneran con cierta opinión de divinidad; están persuadidos de que estos mismos lo saben todo, pueden y tienen todo, y con frecuencia usan esta expresión: “Dios y el magno príncipe lo saben todo”. Cuando desean un bien a alguien o afirman algo más categóricamente, tienen en su boca esta frase: “Así sea propicio nuestro magno príncipe”. De manera semejante, cuando se alaban entre ellos las costumbres e instituciones de alguna región, o se les exhibe algo nuevo, con cierto fastidio responden que el magno príncipe conoce todas esas cosas y tiene mucho más que eso. En atención al rey, no rehúsan peligro alguno, y por orden de él parten alegres a un lugar de donde saben que nunca han de regresar. Todos se proclaman como propiedad del zar, y declaran que todo lo que tienen de patrimonio o de hijos lo poseen por beneficio del magno zar. Los que son llamados “nobles”, propiamente están consagrados a la servidumbre del príncipe, y de ellos, tanto en su casa como en la milicia, el zar tiene un gran número; acostumbran desempeñar los más viles oficios, con tal de que sea por el zar. A esta fidelidad y obediencia de los pueblos la vuelve incluso más ilustre la severidad de los reyes mismos, los cuales mandan al azar que varones nobilísimos y venerables por la edad sean muertos o golpeados con varas en forma servil. Éstos, postrándose en tierra, no se levantan antes de que el lictor ponga fin a los golpes. Y no obstante ser tratados así por el zar, no se impregnan de alguna malevolencia contra él ni lo maldicen ocultamente; por el contrario, cuando se da la ocasión, con muchas alabanzas celebran la clemencia del zar. ¡Tan grande autoridad ante los pueblos la concilian los príncipes especialmente para sí con cierto aspecto de piedad! En efecto, se dice que quien en este tiempo reina en Moscovia, Iván Vasilievich, de noche se levanta para los maitines y diariamente asiste al sacrificio de la misa y a las vísperas; dicen que a quien le preguntan el motivo de esto, responde: “¿Acaso nosotros somos más inocentes que David? ¿Por qué, pues, no nos levantaríamos de noche con él para proclamar a Dios, y no regaríamos nuestro lecho con lágrimas, y no mezclaríamos el pan con ceniza, la bebida con lágrimas?” Él mismo alimenta diariamente a cerca de 200 pobres, a cada uno de los cuales le da por la mañana una “denga”, que es la cuarta parte de un denario, y por la tarde le prepara dos copas de cerveza. Con estas cosas, de tal manera se estrechan los ojos de la plebe, que no ven en absoluto los vicios de los príncipes, o los excusan y los interpretan en mejor sentido. Es suma la vigilancia sobre las mujeres; en efecto, a las nobles matronas muy raramente, ocho veces al año, a lo sumo 10, se les permite salir para ir al templo en las principales festividades; las doncellas, salvo el día en que comulgan, el tiempo restante no aparecen en
público. Los moscovitas cuentan los años desde el principio mismo del mundo, y el año presente, que es 1582 después de Cristo, ellos lo cuentan como el 7091 desde la fundación del orbe, y el principio del mismo lo toman del 1º de septiembre, día que celebran con pública alegría y faustos presagios. Se levanta en la plaza un estrado al que suben el arzobispo y el zar y allí dicen adiós al verano. El arzobispo bendice el agua con un rito solemne y con ella rocía al zar y al pueblo esparcido en torno y luego, pasando una cruz alrededor del zar mismo y de sus hijos, pide para ellos una larga y feliz vida, y el pueblo, a su vez, clama a grandes voces: “Que nuestro magno príncipe y sus hijos vivan muy largamente”, y todos con salutaciones alegres se auguran mutuamente una larga vida. Aproximadamente antes del año 500 los moscovitas siguieron la insana superstición de los dioses gentiles. De los griegos recibieron la religión cristiana bajo el reinado de Vladimir7 por el mismo tiempo en que los griegos se apartaron nefariamente de la Iglesia latina; y por esa misma causa el patriarca de Constantinopla es obsequiado anualmente por el zar de Moscovia con 500 monedas de oro como muestra de agradecimiento. Por ello ocurrió que, junto con la fe de Cristo, bebieron también los errores de los griegos y conservan aún muchos de los ritos de éstos. Impíamente creen que el Espíritu Santo, la tercera persona de la Divina Trinidad, procede únicamente del Padre; que el Hijo está sentado a la derecha del Padre y el Espíritu Santo a la izquierda, cosa que también expresan los moscovitas mientras se fortifican con el signo de la cruz, los cuales al tocar la frente con la diestra dicen: “En nombre del Padre”, luego, al llevar la mano hacia el hombro derecho, dicen: “y del Hijo”, y luego, al llevarla hacia el izquierdo, dicen: “y del Espíritu Santo”. Dicen, en efecto, que aquellos tres ángeles que en las Sagradas Escrituras leemos que se aparecieron a Abraham representaban la imagen de la Divina Trinidad, y que el Padre estaba en medio, y aquí y allá, el Hijo a la derecha, el Espíritu Santo a la izquierda. Celebran el santísimo sacramento de la Eucaristía con pan fermentado, además bajo ambas especies, metido el pan en el cáliz de la divina sangre, es repartido al pueblo a cucharadas. Detestan a la Iglesia latina con un odio más que griego, pues aunque no se oyen entre ellos ningunas blasfemias contra Dios o contra los santos, sin embargo, a manera de terribilísima execración, desean para sus enemigos la fe latina. Es verosímil que de los griegos hayan recibido al principio estas y otras muchas cosas. Después, el descuido y la ignorancia de las cosas divinas, como suele suceder, acarreó muchas más. En efecto, no hay en Moscovia gimnasio alguno en el cual se instruya la juventud en las doctrinas humanas; tampoco doctores sagrados que instruyan al pueblo desde la tribuna. Son tenidos como los más doctos de Moscovia aquellos que conocen a fondo las letras ruténicas. Muy pocos conocen la oración dominical, poquísimos el símbolo de los apóstoles, los Diez Mandamientos y la salutación angélica. Además, de la religión cristiana cada quien tiene el conocimiento que bebió en la doméstica e infantil enseñanza junto con la leche de la nodriza. Acogen el Nuevo y el Antiguo Testamento con suma religiosidad, de tal manera que no se atreven a tocar un volumen si antes no se purifican con el signo de la cruz. Igualmente, los cuatro concilios generales los consideran casi en la categoría de los cuatro evangelios. También a muchos de los santos padres griegos y latinos los tienen traducidos al ruteno: a san Gregorio papa, a Basilio, a Crisóstomo, a Damasceno y a otros cuyas homilías se leen al
pueblo desde el púlpito en las fiestas más solemnes. Entre éstos, veneran especialmente a san Nicolás, obispo de Myra, cuya imagen, en la ciudad de Mosaisk [cerca de Kaluga, en Moscovia], se dice que ha producido muchísimos milagros. Además de los santos que veneran junto con los latinos, tienen los moscovitas muchísimos mártires, obispos, monjes de toda edad, de los que se glorian que partieran de entre ellos al cielo, y custodian sus cuerpos intactos con suma religiosidad y están persuadidos de que por su medio se producen muchas cosas que están por encima de las fuerzas humanas. Por lo demás, cuando por ruegos del padre Possevino el arzobispo de Novgorod abrió los sepulcros en los que dicen que se conservan Vladimir, el primero de los moscovitas que abrazó la religión cristiana, y un Nicéforo, célebre por sus milagros, en cuanto pudo conjeturarse (pues apenas hubo la posibilidad de mirar), aquéllos son cuerpos no verdaderos sino de madera, cubiertos de vestidos y pintados de colores. A los santos, aunque en general no en los mismos días que nosotros, los veneran con ceremonias anuales. En efecto, la festividad de la Santísima Trinidad la celebran en la segunda feria de Pentecostés, día en que adornan los templos con ramas y frondas, y un sacerdote canta 36 larguísimas oraciones, estando el pueblo mientras tanto postrado y barriendo el suelo con la frente. El día de todos los santos lo hacen caer a mitad de cuaresma, el 1º de noviembre celebran el natalicio de san Cosme y Damián, el 8 de noviembre se celebra la memoria de san Miguel Arcángel, el 13 de noviembre está consagrado a san Felipe, el 16 de noviembre es la fiesta de san Mateo apóstol. En el mes de mayo, durante dos días, tributan honores a los muertos, y esta celebración la llaman “Almuerzo de las Almas”. En los sepulcros encienden velas y hachones; después un sacerdote los recorre con incienso y oraciones y rocía en ellos mola (que se prepara con miel, agua y trigo), una parte de la cual la prueban el sacerdote y los demás que están presentes. Además, los parientes de los difuntos ponen sobre la tumba pan y varios alimentos, media parte de los cuales la toma para sí el sacerdote; el resto se reparte entre los pobres y los sirvientes; y los más ricos dan un banquete también a los sacerdotes, o ciertamente a los pobres. Es admirable que estas cosas sean hechas por los moscovitas, dado que ellos, imitando a los griegos, piensan que no hay lugar alguno de Purgatorio en el cual las almas de los piadosos sean atormentadas por el fuego hasta que, purgadas de todos sus pecados, vuelen al cielo [Jaques Le Goff historió la invención del Purgatorio por el Occidente medieval]. El mismo 20 del mismo mes, que es el día de santa Helena y está dedicado al emperador Constantino, tiene otra larguísima plegaria con la que recorren toda la ciudad. El zar, poco después de comenzar a seguirla, regresa a casa. El día de Palmas lo celebran con una singular ceremonia: el arzobispo sube a un caballo cubierto con una tela, el zar coge el freno; si éste está ausente, el hijo o un senador nobilísimo. Al encuentro de éstos avanzan muchos con vehículos, entre los cuales hay niños que entonan salmos, y adornan los vehículos mismos con árboles, de donde penden frutas de todos los géneros que produce la estación y, prosiguiendo todo el pueblo en este orden, la pompa se dirige a una iglesia en la que concluyen la celebración. El zar, por ese servicio que presta al arzobispo, es obsequiado por él con 100 rublos, esto es, con alrededor de 200 escudos, sea que él mismo haya estado presente, sea que haya mandado un sustituto. Pero de estas cosas, hasta aquí. En efecto, muchas otras fiestas de santos ocurren en otros
meses y días, o se celebran entre ellos con un rito y ceremonia diferentes de los nuestros. Por otra parte, en los días festivos los moscovitas no descansan de sus negocios y trabajos corporales; piensan, en efecto, que en esos días no se prohíbe el trabajo sino los pecados; y dicen que celebrar los días festivos sólo con culto externo y celebración es propio de los judíos, cuyas ceremonias fueron abrogadas, y que la cesación del trabajo se perpetúa para los ricos y los religiosos, pero que los pobres, dado que viven al día, no pueden dejar de trabajar. Y así, todos los días o de Resurrección o de Navidad hacen indistintamente su trabajo, excepto uno, el de la Anunciación, día que celebran religiosamente y lo tienen por santo. Es suma su veneración de las sagradas imágenes, de las cuales cuelgan, por motivos de piedad o de un voto, monedas de oro, cruces, candelas y otros pequeños regalos. Sin embargo, la honra y el culto principal es para la cruz de Cristo Señor, de la cual, dondequiera que caigan las miradas, en las encrucijadas, en las plazas y en los pináculos de los templos, se ven muchas reproducciones; estas imágenes de la cruz las veneran de lejos, inclinando la cabeza y fortificándose con el signo de la cruz (en efecto, ésta es la costumbre de los moscovitas al adorar, y jamás doblan las rodillas); también, por motivos de adoración de cerca, bajan de los caballos. Y da muchísimo valor a la piedad de la gente el hecho de que para realizar todas las cosas hacen antes la señal de la cruz. Fue constatado por los nuestros, mientras se hallaban en Staritsa, que unos albañiles, que construían una fortaleza, no acostumbraban poner manos a la obra antes de volverse hacia todas las cruces que estaban en los pináculos de los templos y prestarles el culto normal. Cuando entran a una casa primero veneran ritualmente la cruz o alguna imagen sagrada — es habitual colocarlas, en todas las casas, en el lugar más honorable— y después saludan a los demás. Y si acaso no hay ninguna cruz o imagen, se abstienen de todo culto y veneración, para que no parezca que tributan ese honor a una pared. A menudo sucedió que, como los nuestros cuando iban a sentarse a la mesa la bendijeran según su costumbre, los pristavos corrían hacia las ventanas de donde se veía alguna cruz, o ciertamente sacaban las cruces que llevaban consigo, pues todos los moscovitas tienen la costumbre de colgarse cruces al cuello, hacia las cuales dirigían ellos mismos su culto y oraciones. Y si no había ninguna cruz, omitían toda plegaria, y como purificándose decían que también harían sus propias preces en cuanto encontraran una imagen. No acostumbran purificar los alimentos por medio del signo de la cruz; por el contrario, ellos se purifican mediante éstos. De manera semejante, cuando dan algo, si es profano, hacen el signo de la cruz; si es sagrado, se tocan la frente y las sienes por motivos de religión; por otra parte, la costumbre de besar lo que dan o reciben no existe entre ellos en absoluto. Pintan las imágenes de los santos con singular modestia y gravedad, y abominan las que carecen de inscripción ruténica o tienen los miembros del cuerpo desnudados indecorosamente; no sin alguna censura contra los pintores nuestros que, mientras desnudan la parte superior del pecho, las piernas y las demás partes para mostrar su arte, pintan imágenes lascivas más bien que piadosas. Los moscovitas tienen establecidos los tiempos de ayuno en los cuales se abstienen de carnes y lacticinios, primero en la cuaresma, a la manera de los latinos, que ellos empiezan después de la sexagésima y se abstienen de carnes; después de la quincuagésima se abstienen también de huevos y lácteos, luego de la domínica de la Trinidad, cuyo día se mostró que se
celebra en la feria segunda de Pentecostés, hasta la fiesta de los santos apóstoles Pedro y Pablo y desde el 1° de agosto, día que ellos llaman Las Cuerdas de san Pedro, hasta la fiesta de la Asunción de Santa María; por último, en el adviento, cuyo inicio lo toman el 13 de noviembre, día que como antes dije está dedicado a san Felipe, hasta la Navidad. Durante la cuarta semana y la feria sexta y también durante el día de la degollación de san Juan Bautista y el de la Exaltación de la santa Cruz, la pasan del mismo modo sin carnes ni lacticinios, exceptuada la semana de Pascua y el tiempo que se interpone entre la Navidad y la Epifanía, tiempo en que se alimentan constantemente de carnes. Por lo demás, no observan vigilia alguna de los días festivos ni los cuatro tiempos del año. Pero no en estos días mismos en que ellos mismos ayunan, observan el verdadero y legítimo rito y ley de ayuno, pues a condición de abstenerse de carne, huevos y leche, piensan que a cualquiera le está permitido tomar alimento cuantas veces le plazca al día. Pero cuando van a tomar la sagrada Eucaristía, cosa que cada uno hace a su arbitrio, porque entre los moscovitas no hay ninguna ley de este asunto, cuando van, pues, a comulgar, pasan la segunda, la cuarta y la sexta ferias sin ningún alimento; pero en la tercera y quinta ferias toman alimento una sola vez y, habiendo confesado sus pecados al sacerdote, finalmente reciben el cuerpo de Cristo el sábado. En toda Moscovia se ve una enorme multitud de monasterios, al grado de que en dos ciudades, Moscú y Novgorod, se encuentran 144 cenobios. Uno de éstos, situado en la ribera del Dnieper, lo recorrieron los nuestros. Se subía al templo por gradas, en su vestíbulo hay una cocina y un comedor provisto de mesas angostas en torno a las cuales se sientan por un lado. En un área espaciosa se veían muchos cuartos separados entre sí por intervalos determinados, por lo demás, ennegrecidos por el humo y sucios. No había allí ningún lecho, ninguna tabla o asientos, a excepción de aquellos que están fijos en la pared en torno al hipocausto, de los cuales se sirven como tablas y lechos de alcoba. En estos cenobios hay un gran número de monjes; en unos 100; en otros, 200; en otros, 300. Se dice que ciertamente en el monasterio de la Santísima Trinidad [fundado por san Sergio], a 20 leguas más allá de Moscú, habitan 350 monjes, pero a tal punto obcecados por las tinieblas de la ignorancia, que ni siquiera saben de qué familia son. Interrogados qué decían al rezar, respondieron: “Señor Jesucristo, hijo de Dios vivo, compadécete de nosotros” (pues en estos lugares no existe el uso de la oración mental); esta plegaria también la recitan en un número determinado, con una sarta de bolitas a manera de corona o rosario. En el cuidado del cuerpo no son desemejantes a nuestros monjes; usan hábitos de color plomizo; la alimentación es muy pobre: se compone de sal, pan y peces que ellos mismos pescan, y se abstienen totalmente de carnes; también se les impone igualmente el celibato. Muchos de los monjes suelen ir varias veces a los pueblos cercanos para hacerlos partícipes de la verdad del evangelio. A algunos de ellos, asesinados por los escitas y los tártaros por causas de religión, los moscovitas los veneran como mártires. Los obispos son tomados de entre los monjes, a los cuales también se les prohíbe todo uso de carnes y de nupcias. A éstos los elige el zar y los consagran dos o tres obispos. Veneran santísimamente los templos, a tal grado que a quienes padecen en el sueño imaginaciones de lujurias no se les permite entrar en ellos. Hay templos construidos en forma de cruz, con dos como alas, como vemos en los templos antiguos, prominentes por ambos lados, que generalmente llaman naves. Un muro en medio del templo separa al clero del resto
del pueblo [iconostasis]; la frente de este muro tiene dos puertas, una de las cuales, que se dice del rey, nunca se abre sino cuando por ella es llevado, con oraciones, el pan que ha sido preparado para el sacrificio de la misa; para nadie está abierta la entrada a la parte interior del templo sino para los clérigos; allí, lejos de las miradas de los profanos, se celebran los divinos misterios. El espacio que hay entre las puertas es revestido todo con cuadros de santos. En los templos no hay coros ni órganos, pero tienen jóvenes músicos que cantan con voces moduladas en los actos religiosos. Los clérigos, constantemente de pie, como en coros alternos, recitan preces. Cuando los moscovitas entran a los templos no doblan las rodillas, sino que inclinan la cabeza y los hombros y frecuentemente se purifican con el signo de la cruz. No se conserva agua bendita en las entradas de los templos; sin embargo, la dan a beber a los enfermos como un remedio de la virtud puesta a prueba. Éstas son, padres y hermanos carísimos, las cosas que consideré que debían añadirse en este lugar sobre las costumbres de los moscovitas, para que veáis qué pocas cosas, además de la obediencia al Sumo Pontífice, faltan para que estos pueblos sean católicos; y para que recéis a Dios por ellos tanto más empeñosamente cuanto más dignos son de compasión esos a quienes nunca ha llegado la luz de la verdad católica, que los que, queriéndolo y sabiéndolo, se separaron de ella.*
* Texto íntegro traducido del latín por el doctor Tarsicio Herrera Zapién y por el doctor Julio Pimentel Álvarez, ambos de la UNAM , y anotado por Jean Meyer, del CIDE.
** Todo lo que aparece entre corchetes es del editor Jean Meyer. 1 Sus compañeros fueron el padre Jean Paul Campan(i), checo; el padre Esteban Drenoski, croata; fray Andres Modestini, checo políglota, y fray Miguel Morieno, milanés. 2 Los rutenos, sometidos a Polonia, restablecieron en teoría la unión con la Santa Sede en el Concilio de Florencia (1439), de hecho en el sínodo de Brest-Litovsk (1595-96), incurriendo con ello en la hostilidad de los ortodoxos, que los trataron de “uniatas”. La metrópoli rutena católica se componía de los arzobispados de Polotsk y de Smolensk, de los obispados de Vladimir, de Jolm y de Pinsk, mientras que Kiev, Lvov, Pzemysl, Lutsk y Moguiliov permanecían ortodoxas. La Iglesia católica rutena sufrió vicisitudes como consecuencia de los cambios de la situación política en Ucrania, de la presión rusa para separarla de Roma, de las poco hábiles tentativas de latinización, y del hecho de que el clero polaco consideraba al clero ruteno, casado, como inferior. Los desmembramientos de Polonia complicaron más la situación: los rutenos unidos a Austria formaron la provincia de Galitzia, que tuvo un metropolita uniata en 1808; los de los Cárpatos dependieron de Hungría en 1867 y de Checoslovaquia en 1919. 3 Gran religioso (1314-1392), fundador del famoso monasterio de La Trinidad, conocido como Serguei Pasov (Zagorsk en tiempos soviéticos). Amigo del príncipe Dimitri Donskoi cuyo ejército bendijo antes de la batalla de Kulikovo que vio la derrota de los tártaros. 4 En 1438, el emperador bizantino Juan VIII Paleólogo, que conservaba únicamente la ciudad de Constantinopla, rodeada por todos lados por los turcos, aceptó la invitación del papa Eugenio IV de que participara la Iglesia griega en el Concilio Ecuménico de Florencia. Así llegaron a Italia José el Patriarca de Constantinopla e Isidoro el metropolita de Moscú. El 5 de julio de 1439 el concilio, latino en su mayoría, proclamó la reunión de las iglesias latina y oriental. Los ortodoxos cedieron en todo; conservaban la liturgia y sus costumbres, pero reconocían la primacía del papa. En Oriente la mayoría del clero y de los feligreses vivió eso como una traición. En Moscovia, después de un debate violento y con la aprobación del gran príncipe Vassili II, Isidoro fue depuesto y el soberano se reservó el derecho de nombrar a los metropolitas de Moscú y Kiev. Fue cuando el clero ruso empezó a pensar que era su deber salvar a la ortodoxia y hacer de Moscú la tercera Roma para sustituir a la moribunda Constantinopla, la segunda Roma. * Hasta aquí la traducción de Tarsicio Herrera Zapién. 5 Novgorod fue la más independiente de las ciudades rusas y, desde el siglo XII, políticamente la más interesante puesto que eliminó el papel del príncipe a favor del principio republicano, con asamblea del pueblo y oligarquía urbana. Se puede comparar a la ciudades Estados de Italia o de Europa del Norte en la Edad Media y el Renacimiento. Llegó a controlar gran parte de Rusia del Norte, lo que le valió la hostilidad implacable del gran duque de Moscovia. Iván III la destruyó y la anexó en 1478. Iván el Terrible volvió a masacrar a sus habitantes, bajo la sospecha infundada de que negociaban en secreto con los polacos (1570). 6 El compilador no conoce los comentarios de Possevino sobre la Moscovia publicados en Vilna en 1586 y luego reeditados en varias ocasiones. Véase la bibliografía. 7 Según la tradición, el príncipe de Kiev Vladimir (978-1015) estudió la conveniencia de adoptar para su Estado una religión organizada. Entre un panteón pagano presidido por el dios del trueno Perún, el judaísmo, el islam y el cristianismo, optó por la última religión en su versión bizantina. De su conversión (988) iba a nacer la Iglesia ortodoxa rusa. * Hasta aquí la traducción de Julio Pimentel Álvarez.
[Documento III] MEMORÁNDUM DEL CARDENAL DI COMO1 A MONSEÑOR EL SECRETARIO DE PROPAGANDA.2 MUCHAS OTRAS MISIONES y embajadas de prelados y hombres religiosos fueron hechas por aquel Santo Pontífice [Gregorio XIII], el que no dejaba nunca de proveer con cura y vigilancia pastoral a todo lo necesario para el cristianismo en todos los rincones del mundo. Empero las más notables [misiones] fueron las del padre Possevino de la Compañía de Jesús en Suecia y en Moscovia; él mismo fue dos veces a Moscovia y dos a Suecia. En Suecia, la Reina [Catalina], esposa del rey Juan III, de la familia de los jagellona de Polonia, era una mujer de mucha piedad y religión. A pesar de que el rey era un hereje, el padre Possevino no tuvo ninguna dificultad en ser admitido en aquel reino y a la presencia del rey mismo, con el cual, y con sus falsos obispos y teólogos, discutió muchas veces y gravemente de religión, logrando que por lo menos se conservara en aquel reino lo mínimo bueno que había, y en particular el niño, hijo único del rey, que ahora lo vemos como rey de Polonia gracias a los méritos de la piedad del padre, lo cual provoca gran alegría en toda la cristiandad. El rey [Segismundo III] envió por dos veces sus embajadores a Roma para negociar con el pontífice la reconciliación con la Iglesia romana, sin embargo insistió en lo de la comunión sub utraque specie [con pan y vino], por lo cual la negociación quedó imperfecta. Por lo que se refiere a los asuntos de Moscovia, el Príncipe [Iván IV] de aquella provincia estaba en guerra con el rey de Polonia [Esteban Bathory] a causa de la Livonia y otras provincias que el moscovita quitaba a Polonia. Sin embargo, el moscovita envió una honradísima embajada al pontífice, rogándole su mediación por la paz. El pontífice aceptó y envió junto a los embajadores moscovitas al padre Possevino para que, junto con el asunto de la paz, tratase el de la religión y viese la posibilidad de sacar aquel príncipe y sus pueblos del cisma en que se encuentran ya desde hace muchos años. Possevino viajó, negoció y regresó a Roma y con él vino otra misión del moscovita, más honrada que la primera, con la que el mismo Possevino regresó otra vez a Moscú. Sin embargo, la intención del moscovita no iba más allá de solucionar la guerra, así que nada se pudo hacer de la cuestión religiosa, puesto que el moscovita dijo que ese problema sólo se podría tratar en tiempo de paz. Possevino se dedicó entonces a negociar la paz e hizo tanto con sus esfuerzos y con la autoridad de la santa sede que logró la paz en pocos meses, restituyendo la Livonia y otros países del reino de Polonia, la cual fue un logro de mucho honor y reputación para el pontífice y la sede apostólica. Una vez lograda la paz, el pontífice intentó reanudar la negociación sobre la cuestión religiosa, y unir en una liga en contra de los turcos al rey de Polonia, al moscovita y otros príncipes, y con este objeto procuró que el moscovita incrementara sus comercios con
Venecia; sin embargo no se pudo concluir por varias razones el asunto de la liga en contra del turco, así que la negociación se interrumpió. En aquellos mismos tiempos el pontífice envió el Protonotario Trajano Mario al emperador y al archiduque Carlos de Austria con muchas excelentes ofertas para que se decidieran a la guerra en contra del turco a partir de sus fronteras, e hizo negociar el asunto con tanta atención y cuidado que en muchas ocasiones se pensó en un éxito. Igual envió a Venecia al señor Latino Orsino para que convenciera a aquella república de renovar la liga en contra del turco, y la negociación duró muchos días, y el pontífice ofreció trasladarse a Boloña para negociar mejor. La misma oferta la había hecho el pontífice al rey Enrique III de Francia cuando regresó de Polonia tras la muerte de su hermano Carlos IX, rey de Francia, y a su paso por Lombardía el pontífice le envió al cardenal san Sisto, su sobrino, para invitarlo a la reunión de Boloña adonde Su Santidad pensaba transferirse para tratar juntos los problemas de Francia, y quizás la poca gana que tenía de solucionar los asuntos religiosos fue la causa de que no aceptara el encuentro. Cuando en Colonia se hacían más tensas las cosas por efecto de la apostasía del ya arzobispo Trucxes, el pontífice envió por allí a Andrea de Austria, hijo del archiduque Fernando, con muchas facultades y autoridades para solucionar las cosas. Anteriormente, cuando falleció el rey Segismundo Augusto de Polonia, Su Santidad había enviado al cardenal Comendone para asistir a la elección del nuevo rey, en la que resultó electo el rey Enrique antes llamado monseñor De Anjou. Y éstas son todas las embajadas llevadas a cabo por los cardenales bajo el difunto pontífice. [Enrique III, mencionado en el párrafo anterior, dejó Polonia para ocupar el trono de Francia.] Sin embargo, infinitas fueron las embajadas llevadas a cabo por varios prelados en varias provincias, por asuntos religiosos, por la paz y el orden público; como la del arzobispo de Rossano, ahora cardenal de S. Marcelo en Alemania; la del obispo de Piacenza en Flandes y luego en España; la del arzobispo de Nazareth dos veces en Francia; la de Aurelio Savignano, su secretario, otras dos veces en Francia; la del obispo de Lesina en Constantinopla; la de Mario al emperador, como ya se ha dicho, y las de muchos otros que sería demasiado largo comentar. También fueron muy frecuentes las de personalidades menores, sin ahorrar esfuerzos ni recursos. Se quedaron famosas las que se hicieron al persa dos veces, y al Prekopese una vez para convencerlos de atacar a los turcos; y cuando envió al obispo de Lesina a Constantinopla fue para negociar con el patriarca la reunión con la Iglesia latina. Envió también muchos padres jesuitas con muchos recursos para que se quedaran en Pera y para animar a aquellos cristianos, y así lo hicieron por todo el tiempo que vivió aquel pontífice. También envió otra misión de jesuitas en Ragusa, donde se juzgaba necesario operar a causa de la proximidad de los turcos. Envió varias veces jesuitas a los maronitas y a los cristianos del Monte Líbano para confortar, enseñar y promover la religión católica en aquellos lugares. Y envió al obispo de Sidonia a Oriente, donde se encuentra el patriarca de Antioquía para reunirlo con la Iglesia de Roma, y con este objeto Su Santidad cuidaba en Roma al otro
patriarca, también de Antioquía, hermano de aquél, y lo protegía mucho, satisfaciendo todas sus necesidades.
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Ptolomeo Galli, secretario de Estado de Gregorio XII. Traducción del italiano de Antonio Annino, de la Universidad de Florencia, CIDE. El texto original se encuentra en los archivos de Propaganda Fide, en Roma, Moscovia, I, 1624-1674, s. f., pp. 15 ss. 2
CRONOLOGÍA
1517
Las tesis de Martín Lutero
1521
Conquista de México
1530
Nace Iván, el futuro zar Iván IV el Terrible
1534
Nace Antonio Possevino
1535
La Reforma en Ginebra
1539
Organización definitiva de la Compañía de Jesús
1547
Iván, coronado zar de todas las Rusias
1551
Concilio de los Cien Capítulos (Stoglav) de la Iglesia rusa
1552
Iván toma Kazán. Muerte de Francisco Javier en China
1553
Fundación de la Universidad de México
1555
Paz de Augsburgo según el principio cujus regio, ejus religio
1556
Empieza el reinado de Felipe II (1556-1598)
1558
Principio de la guerra de Livonia y del reinado de Elizabeth I (1558-1603)
1560
Los jesuitas en Japón y Polonia
1562
Principio de las guerras de religión en Francia
1563
Fin del Concilio de Trento (1545-1563, con largas suspensiones)
1566
Los turcos invaden Hungría
1569
Unión de Lublin entre Polonia y Lituania
1570
Iván manda masacrar a los habitantes de Novgorod
1571
Lepanto
1572
Masacre de los protestantes en París (Noche de San Bartolomeo). Levantamiento de los Países Bajos contra Felipe II; fin de la dinastía lituana de los jagellones
1573
El francés Enrique de Valois es rey de Polonia unos meses antes de ser rey de Francia (Enrique III) Esteban Bathory es electo rey de Polonia-Lituania (1575-1586)
15801581
Derrotas rusas a manos del rey E. Bathory. Iván IV pide la mediación del papa Gregorio XIII (1572-1585)
15811582
Misión moscovita del padre Antonio Possevino
1582
Tregua de Zham Zapolski entre Polonia y Rusia. Instauración del calendario “gregoriano” 1584 Muerte de Iván IV
15851592
Sixto V
1586
Muerte de Esteban Bathory
1588
Desastre de la “Armada Invencible”
1589
Creación (aún no ratificada) del Patriarcado de Moscú
15921605
Clemente VIII
1594
Conversión al catolicismo del rey Enrique IV de Francia
15951596
Unión de Brest entre católicos y ortodoxos en los territorios polono-lituanos
1597
Hideyoshi empieza la destrucción de la cristiandad japonesa
1598
Edicto de Nantes (la pacificación religiosa en Francia)
1605
Muerte de Boris Godunov. Rusia se sume en el caos hasta 1613: Tiempo de los Disturbios, smuta en ruso
16051606
Triunfo del falso Dimitri
1610
Los polacos toman Moscú
1611
Muerte del padre Antonio Possevino
1613
Expulsión de los polacos de Rusia
CRONOLOGÍA DE LA MISIÓN MOSCOVITA DEL PADRE ANTONIO POSSEVINO
1580
5 de septiembre. Derrota rusa en Veliki Lukie (Velich)
6 de septiembre. El zar decide pedir la mediación del papa
1581
24 de febrero. Llega a Roma el emisario de Iván IV
27 de marzo. Possevino sale de Roma. Va a Venecia, sale el 26 de abril para Graz y el 30 de abril para Viena
2 de mayo. Sale para Breslau (Wroclaw) y luego Varsovia.
El 13 de junio está en Varsovia y Vilna, luego en Polotsk hasta el 21 de julio, cuando sale para Pskov, Oscha, Vitebsk, Debrovna y Smolensk
El 10 de agosto deja Smolensk y el 18 llega a Staritsa con el zar. Primer asalto polaco contra Pskov: fracaso
8 de septiembre. Segundo asalto polaco en Pskov; segundo fracaso
13 de septiembre. Regresa a Pskov para informar al rey Bathory de su misión, siguiendo la ruta del norte por el lago Ilmen (28 de septiembre) y Novgorod (31 de octubre)
5 de octubre. Llega a Pskov
19 de noviembre. Muerte del zarevich
29 de noviembre. Sale de Pskov para asistir a las negociaciones entre polacos y rusos sobre el camino de Novgorod. Fueron necesarias 21 sesiones
1582
21 de enero. Firma de la tregua de Zham Zapolski. Los rusos fechan “año 7090 de la fundación del mundo”
23 de enero. Parte en trineo hacia Moscú. 21 días de viaje contando la estancia en Novgorod
14 de febrero. Llega a Moscú y se queda hasta el 14 de marzo
21 de febrero. Discusión dogmática pública con el zar
14 de marzo. Salida de Moscú por el camino del sur vía Smolensk, Vitebsk, Düneburg (Daugavpils) —el domingo de Pascuas— hasta Riga
14 de junio. Riga-Vilna
Junio. Vilna-Varsovia-Augsburgo
Julio-agosto. Augsburgo-Venecia
13 de septiembre. Llega a Roma con el embajador ruso
16 de octubre. Sale para Varsovia.
BIBLIOGRAFÍA ABREVIATURAS HRM
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Commentarius primus de Rebus Moscoviticis, ad Religionem spectantibus, Mosc., pp. 1-11; HRM, suplemento, pp. 22-41. De Rebus Moscoviticis, Commentarius alter, ad Greg. XIII, Pont. Max., MOSC, pp. 12-31. Primum publicum Colloquium, de Religione Catholica, habitum die XXI. Februarii 1582. Cum Joanne Basilii, magno Moscoviae Duce, in eius Regia, Senatoribus eius, ac centum aliis Proceribus praesentibus, Mosc, pp. 31-35; HRM, suplemento, pp. 100-106. Alterum Die XXIII. Februarii Colloquium Antonii Possevini cum Magno Duce, ac cum Senatoribus eius, Mosc, pp. 35-36; HRM, suplemento, pp. 106-107. Tertium de Religione Colloquium Magni Moscoviae Ducis cum Antonio Possevino, eodem in procerum consessu, Senatoribus autem astantibus. Quiditem post illud contigit ea ipsa die, quae fuit quarta Martii, et Dominica prima Quadragesimae, cum Evangelium legitur: Ductus est Jesus in desertum, ut tentaretur a Diabolo, Mosc, pp. 36-37; HRM, suplemento, pp. 108-110. Capita, quibus Graeci et Rutheni a Latinis in rebus fidei dissenserunt, postquam ab Ecclesia Catholica Graeci descivere, tradita in magno consessu Procerum, Joanni Basilii, magno Moscoviae Duci, 3. Martii 1582. In Civitate Moscua: quibus brevis, dilucida, et solida errorum Graecorum, et Ruthenorum refutatio continetur, Mosc, pp. 38-46; HRM, suplemento, pp. 111-125. Scriptum Magno Moscoviae Duci traditum, cum Angli mercatores eidem obtulissent librum, quo haereticus quidam, ostendere conabatur, Pontificem Maximum esse Antichristum, Mosc, pp. 46-50. Interrogationes et responsiones de Processione Spiritus Sancti a Patre et Filio, desumptae, ac breviore et dilucidiore orditte digestae, ex libro Gennadii Scholarii Patriarchae Constantinopolitani: In gratiam et utilitatem Ruthenorum, Mosc, pp. 50-57. Refectio Imposturarum cuiusdam Davidis Chytraei, quas […] de statu ecclesiarum hoc tempore in Graecia, Asia, Africa, Ungaria, Boemia […] edidit ac per Suetiam et Daniam
adversus orthodoxam fidem disseminare curavit, Mosc, pp. 278-300. Instructio ad Patrem Stephanum Drenocium, dum Possevinus Magni Moscoviae Ducis nomine, ex oppido Staricia rediret ad Poloniae Regem, Plescoviam civitatem oppugnantem, ut ageret jussu Pontificis Maximi Gregorü Papae XIII, de mutua inter eos Principes pace, pater vero Stephanus in Moscovia relinqueretur. Stariciae ad volgam, fluvium, die XIV Septembris 1581; HRM, suplemento, pp. 9-20. De fontibus a quibus Possevinus suunt Commentarium hausit; HRM, suplemento, pp. 20-22. Rationes aliae, quibus Muscovia, Russiaque ad Regis Poloniae Regnum pertirnens possit iuvari; HRM, suplemento, pp. 39-41 Litterae Antonii Possevini, presbyteri. S. J. ad R, P. Generalem ejusdem Societatis, de actis ejus Missionnis in Moschovia. Rigae in Livonia, die 28 Aprilis 1582; HRM, pp. 388-403. Livoniae Commentarius Gregorio XIII P. M. ab Antonio Possevino S. J. scriptus. Bartuae (Bardejov) in Hungariae nibus, tertio Kalendas Aprilis 1583; ed. Rigae, 1852, 37 pp. Transilvania (1584); ed. A. Veress, Klausenburg-Kolosvár, 1913, XXIV + 297 pp. Bibliotheca selecta de ratione studiorum, ad Disciplinam, et ad Salutem omnium gentium procurandam. Coloniae Agrippinae, Apud Joannem Gymnicum 1607. Liber sextus Qui est de Ratione agendi cum Graecis, et Rutenis, pp. 240-284. Apparatus Sacer. Venetiis, apud Societatem Venetiam, 1606, t. III, artículo “Rutheni”, pp. 170178. Moscovia, Plantin, Amberes, 1587. (De la misma obra hay ediciones en Colonia, 1587; en Viena por Birckmann, 1587 y 1595; en Verona por el mismo Birckmann, 1595, todas en latín; en Ferrara, en 1592 se publicó La Moscovia. Tradotta di Latino in volgare, pero Possevino no la reconoció… Todas esas ediciones se encuentran en la Biblioteca del Arsenal, París. La de Plantin está en la Biblioteca Pública de Nueva York [KB1587].) Moscovia et alia opera, in officina Birckmannica, sumptibus Arnoldi Mylij, 1595, reimpresa en el tomo II de Historiae Ruthenicae Scriptores exteri saeculi XVI (pp. 275-366), ed. Adalbertus de Starczewiski, Berolini y Petropoli, 1842. (Hay una edición italiana de 1611 cuyo traductor es Juan Bautista Possevino, sacerdote, sobrino del autor. El editor es Francesco d’Osanna en Mantua. Esa edición se hizo para celebrar la victoria de 1610 del rey de Polonia Segismundo III sobre los moscovitas.) Relazione della segnalata a come miracolosa conquista del paterno Imperio conseguita del Serenisimo Giovane Demetrio Gran Duca di Moscovia in quest’anno 1605, anónimo, posiblemente de A. Possevino, Barezzi, Venecia, 1605, y Guiducci, Florencia, 1606. (Hay una traducción francesa: Discours merveilleux…, con una introducción del príncipe Agustin Galitzin, Lahure, París, 1858.) “Cartas y escritos de Possevino en Antonio Mariae Gratiani”, ed. Magni Ducis, 1745-1746, 2 vols., y en Agustin Theiner, Schweden and seine Stellung zur heiligen Stuhl unter Johann III, Sigismund III and Karl IX, Augsburgo, 1838-1839, 2 vols. (En francés, La Suede et le Saint Siege sous les rois..., Debécourt, París, 1842, 3 vols. Missio Moscovitica, en latín, editada por el padre Paul Pier-ling, Leroux, París, 1882, x + 120 pp. “De Ratione amanter agendi cum Graecis, Ruthenis, Moscis, ut un unam Domini Ecclesiam
unanime veniant”, sexto libro de su Biblioteca selecta (1593), está dedicado a la Unión. Autobiografía inédita del padre Possevino; aunque no he podido consultarla, Polcin (1957, p. 121) dice que las dos primeras partes se encuentran en los archivos romanos de la Compañía de Jesús (OPP. NN. 336) y que la tercera está extraviada. En la segunda habla de su misión moscovita; la escribió a partir de 1607. Según Polcin, las páginas moscovitas fueron retomadas en buena parte del texto que presentamos ahora en castellano: Antonii Possevini Missio Moscovita. Istoricheskie Sochineniya o Rossii XVI, L. N de Godovikova, (traduccción al ruso con una introducción), Universidad de Moscú, 1983 (incluye Moscovia, Missio Moscovitica y Livoniae Commentarius). The Moscovia of Antonio Possevino, traducción, edición e introducción de Hugh F. Graham, University of Pittsburgh, 1977. Le lettere di Ivan il Terribile con I commentarii della Moscovia di Antonio Possevino, María Olsonfieff, Florencia, 1959. OBRAS CONSULTADAS A. M. Ammann, “Ein Russische Reisebericht aus dem Jahre 1581”, en Ostkirchliche Studien, 1561, pp. 165-195 y 283-300. Blaudet, Henry, Le Saint Siege et la Suide, 2 tomos, París, 1906-1907. Campbell, S. J., Thomas, The Jesuits, 2 vols., The Encyclopedia Press, Nueva York, 1921. Cretineau-Joly, J., Histoire de la Campagnie de Jesus, 6 vols., París, 1845-1846. Dachnovi, S., Jezuit Antonij Possevin. Trudy Kijevskoi Duchovnoi Akademii, Kiev, 1865, t. I, pp. 102-138, 229-279, 373-418, 506-555. Delius, W., Antonio Possevino S. J. und Ivan Groznyj, Stuttgart, 1962. Donnelly, S. J., John P., “Antonio Possevino’s Plan for World Evangelization”, Catholic Historical Review, núm. 74-2, abril de 1988, pp. 179-198. Dorigny, Jean (algunas veces citado como D’Origny), La vie du pere Antoine Possevin de la Compagnie de Jesus, Etienne Ganeau, París, 1712. (Hay otra edición parisina del mismo año en la casa J. Muzier; la Biblioteca Nacional de París tiene las dos ediciones; hay otra en la casa Seguin de Aviñon, por 182[?] que no he podido localizar.) Duchesne, E., Le Stoglav ou les cent Chapitres, París, 1920. Dupuy, Bernard, Recherches sur l’Union de Brest, Istina, París, 1990. Fennell, J., The Correspondence between Prince A. M. Kurbsky and Tsar Ivan IV, with Russian Text, Nueva York, 1955. —— (ed.), Prince A. M. Kurbsky’s History of Ivan IV, Cambridge, 1965 (bilingüe). Fletcher, Giles, Of the Russian Commonwealth (1591), traducción francesa de Charles du Bouzet en La Russie au XVI siècle, 2 vols., Leipzig y París, 1864. Fouqueray, Henri S. J., Histoire de la Compagnie de Jesus en France, t. 2, Picard, París, 1913. Garstein, O., Rome and the Counter Reformation in Scandinavia, Bergen, 1963. Halecki, Oscar, From Florence to Brest 1439-1596, Roma, 1958.
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ÍNDICE Primera Parte PRESENTACIÓN DE LOS DOCUMENTOS Introducción I. La situación en el este de Europa en 1581 Las Rusias y la Gran Moscovia Polonia-Lituania La Gran Moscovia y Roma II. El padre Antonio Possevino (1533-1611) El hombre y sus misiones La misión moscovita (1581-1582) Epílogo: un diálogo de sordos o “el malentendido” Segunda Parte LOS TRES DOCUMENTOS Presentación La misión moscovita del padre Antonio Possevino La misión moscovita [Documento I] [Documento II] [Documento III]. Memorándum del cardenal Di Como a monseñor el secretario de Propaganda Cronología Cronología de la misión moscovita del padre Antonio Possevino Bibliografía