EXIONES CRITICAS Emilio Ribes Iñesta
editorialfontanella
E l co n d u c tism o : re flex io n es c rític a s
B re v ia rio s de C o n d u c ta h u m a n a , n.” colección d irig id a por RAMON B AYES JUAN MASANA JO S E TORO
Emilio Ribes Iñesta
EL CONDUCTISMO: REFLEXIONES CRITICAS Prólogo de R am ón B ayés
B a rc e lo n a , 1982
© Emilio Ribes Iñesta, 1982 © de la presente edición E D ITO R IA L FONTANELLA, S.A. Escorial, 50. Barcelona-24. 1982 Primera edición: marzo 1982 Prinled iti Spain - Impreso en España por Gráficas Diamante, Zamora, 83. Barcelona-18. Depósito legal: B. 11049-1982 ISBN: 84-244-0507-2
A Sylvia, catorce años después
PROLOGO
P ersonalm ente, considero que excepto en raras, m uy raras, ocasiones, los prólogos poseen únicam ente una fu n ción de relleno parecida a la de los docum entales y cor tos que preceden a la película por la que el espectador se interesa y p o r la que ha pagado su, cada día más, cos tosa entrada. S u elo asociarlos — no sin cierta nostalgia— a aquellos plúm beos noticiarios NO-DO que los españo les de la pre-democracia nos veíam os obligados a soportar antes de que H um phrey Bogart pudiera entrar en acción. Y sin embargo, a pesar de lo hondo de esta convicción, esta vez no he conseguido librarm e de la obligación de redactar las presentes líneas. Dos son las razones que m e han decidido. Ante todo, la insistencia del autor, con quien m e une una excelente am istad, pero tam bién el hecho de que el libro se publi que en España — este prólogo tendría poco sentido si la obra se editase en América Latina, donde la trayectoria de E m ilio R ibes es sobradam ente conocida—. En efecto, en nuestro país, debido sobre todo a la amplia difusión con seguida por uno de sus libros (Ribes, 1972) y a algunas conferencias pronunciadas en Barcelona, Madrid y otras poblaciones españolas, se suele encuadrar a Ribes dentro de los estrechos lím ites de la aplicación de las técnicas 7
de modificación de conducta a la educación de niños con retardo en el desarrollo, cuando, desde hace ya varios años, sin desdeñar esta área de trabajo, la mantiene práctica mente en la reserva, dedicando el grueso de su esfuerzo a una extraordinaria labor teórica y epistemológica, una pequeña muestra de la cual lo constituye el contenido del presente volumen. De los hombres y mujeres que he conocido a lo largo de mi vida, pocos, muy pocos, han conseguido impresio narme. He de confesar que Emilio Ribes es uno de ellos. De haber vivido en el siglo XV, hubiera sido, probable mente, un perfecto hombre del Renacimiento: líder y cien tífico al mismo tiempo; profundamente interesado por los problemas filosóficos, epistemológicos y políticos, y, a la vez, por la literatura, el teatro, la pintura y la música. No deja de ser paradójico que el mexicano Emilio Ri bes, uno de los autores que más están influyendo en el desarrollo de la Psicología latinoamericana, haya nacido en Barcelona —ciudad de la que continúa enamorado— y hable correctamente el catalán. En realidad, marchó con sus padres a México a la edad de 3 años y allí se educó, se casó, tuvo hijos y organizó su vida; en 1982 cumplirá 38 años. Ha sido el primer autor latinoamericano en es cribir un libro original sobre modificación de conducta y también el primero en establecer estudios sistemáticos para postgraduados en este campo. De 1964 a 1971 es profesor del Departamento de Psi cología de la Universidad de Veracruz, en Xalapa. En 1971 y 1972, la mayoría de profesores de Psicología de esta Uni versidad se trasladan a la Universidad Nacional Autóno ma de México, en ciudad de México, y con ellos marcha Emilio Ribes, consolidando los programas de análisis de la conducta existentes en los cursos de licenciatura y crean do un programa de post-grado que ha tenido gran influen cia en la formación de investigadores y analistas conduc8
tuales, no sólo de México sino de todo el continente (cfr. Colotla y Ribes, 1981). En 1975, la Universidad Nacional Autónoma de México, para descongestionar y racionalizar sus instalaciones, crea el nuevo campus de Iztacala en Tlalnepantla, cerca de ciu dad de México, nombrando coordinador de la Escuela de Psicología a Emilio Ribes, al que ofrece la oportunidad de implantar un nuevo diseño curricular. Este, al frente de un valioso equipo —Backhoff, Robles, López-Valadés, Galindo, Seligson, Varela, etc.—, se dedica con entusiasmo a la elaboración de un ambicioso y revolucionario plan de estudios íntegramente estructurado desde una perspec tiva conductual. En el mismo se subrayan dos aspectos esenciales: «primero, la formulación de las actividades pro fesionales específicas que debe desempeñar un psicólogo en la sociedad, considerando los problemas prácticos que debe resolver; y segundo, los programas de entrenamiento particulares, los cuales deben desarrollar habilidades y conductas que sean representativas de las actividades ter minales» (Ribes, 1980). El modelo de Psicología Iztacala, actualmente en marcha, ha puesto de relieve tres facetas diferentes, aunque íntimamente vinculadas: «a) el desarro llo de un sistema educativo congruente con una práctica científica derivada de la psicología; b) la configuración de un modelo científico capaz de sistematizar e integrar los más variados fenómenos psicológicos desde una perspecti va conductual, superando las limitaciones inherentes al paradigma de condicionamiento; y c) la definición de un nuevo papel profesional del psicólogo, ubicando su inser ción social con base en un contexto ideológico preciso y comprometido» (Ribes, Fernández, Rueda, Talento y Ló pez, 1980, pág. 5). Algunas de estas facetas se abordan en El conductismo: reflexiones críticas en el punto de ela boración en que se encontraban al finalizar el año 1981. En la actualidad, el psicólogo Emilio Ribes es coordi nador general de investigación de todo el campus de Iz9
tacala, campus piloto especializado en Ciencias de la Sa lud que incluye las carreras de Biología, Medicina, Psico logía, Odontología y Enfermería. A pesar de que, como investigador, ha llevado a cabo interesantes estudios empíricos, no es sobre su trabajo en el laboratorio que desearíamos atraer, en este momento, la atención del lector. Como señalan Riera y Roca (1981), en las palabras con que nos introducen a una interesante entrevista que efectuaron a Ribes durante el verano de 1980, el interés primordial por conocer su punto de vista radica en que nuestro autor lleva a cabo una crítica pro funda del conductismo sin salirse del marco objetivo de una ciencia natural. Este aspecto, de acuerdo con las pa labras con las que el propio Ribes inicia su andadura en el presente libro, constituye el principal objetivo de la obra que el lector tiene entre las manos. Una ciencia supone, esencialmente, dos cosas: la defi nición de su objeto de estudio y una metodología de aná lisis centrada en la observación y el experimento, es decir, en la observación controlada. Ribes, desde el primer capí tulo, trata ya de «coger el toro por los cuernos» y delimi tar el campo de la Psicología. Para él su objeto de estu dio es, evidentemente, la conducta, pero, a diferencia de otros conductistas —entre los cuates hace pocos años me contaba—, no define la conducta como lo que el organis mo hace; para él —en línea con Kantor— la conducta es la interacción del organismo con alguna otra cosa: con ducta es interacción. En su opinión, de la misma manera que a los biólogos les interesan los cambios que tienen lugar en el organismo, a los psicólogos lo que debería in teresarles son los cambios que tienen lugar en las inter acciones de los organismos con el medio. Junto a estos dos distintivos básicos de la ciencia, Ri bes señala la urgente necesidad de disponer, en el mo mento presente, de un marco teórico que permita situar conceptualmente los datos empíricos que se vayan obte10
niendo. Es preciso observar los fenóm enos de form a es tricta y fiable, sin duda alguna, pero debe existir una teo ría que nos indique qué es lo que debem os observar y cóm o debem os relacionar lo observado con los datos que ya poseem os. Frente a los que, ju n to a M acquenzie {1911), se esfuer zan por redactar, con buena letra, la nota necrológica del conductism o, se alinean otros, com o Ribes, com o Schoenfeld (1912), que tratan de encontrar una salida a la crisis sin abandonar las coordenadas m etodológicas conductistas. E l am bicioso proyecto de Ribes, algunas de cuyas ca racterísticas principales quedan patentes en el Capítulo tercero, consiste en la elaboración de una teoría capaz de integrar todos los datos conductuales —diferenciando, cua litativam ente, los com portam ientos anim al y hum ano— y que debe surgir tras efectuar una crítica a fondo del insa tisfactorio paradigma actual de condicionam iento; com o nos señala en el ú ltim o párrafo del Capítulo cuarto: si el análisis de la conducta se propone constituirse en una teoría general de la conducta que represente el cuerpo orgánico de una ciencia psicológica, se de ben ca p ta r las cualidades distintivas de las interac ciones conductuales, sin tem or de cuestionar la ex trem a sim plicidad y linealidad de nuestros enfoques teóricos actuales. N uestro m ejor reconocim iento a los esfuerzos teóricos realizados en el pasado, debe ser exam inar aquellos aspectos que han sido seña lados correctam ente, en vez de restringir la signifi cación de la p roblem ática de la conducta hum ana a los confines de sus lim itaciones conceptuales. N o quisiéram os fatigar al lector ni encarecer el pre cio del libro con nuevas páginas. E stam os plenam ente con vencidos de que si nuestros estudiosos, preocupados por encontrar una solución a la crisis que, sin duda alguna, 11
nuestra disciplina tiene planteada, dirigen su atención ha cia los trabajos que constituyen la presente obra, de ello sólo podrán obtenerse beneficios. No hay duda de que el pensamiento de Ribes, aunque profundamente im pregnado de las enseñanzas de Bijou, Schoenfeld y Kantor —venerable nonagenario cuya fotografía preside, sim bólicamente, su despacho de Izlacala— posee, junto a su promesa de futuro, una innegable y turbadora origina lidad. Ramón B ayés
Barcelona, enero de 1982
REFERENCIAS C olotla, V. A. y R ibes, E.: Behavior analysis in Latín Ame
rica: a historical overview. Spanish-Language Psychology, 1981, 1, 121-136. MacK enzie , B. D.: Behaviourism and the limits of scientific method. Atlantic Highlands, Nueva Jersey: Humanities Press, 1977. R ibes, E.: Técnicas de modificación de conducta. Su apli cación al retardo en el desarrollo. México: Trillas, 1972. R ibes, E.: El diseño curricular en la enseñanza superior desde una perspectiva conductual: historia de un caso. En E. Ribes, C. Fernández, M. Rueda, M. Talento y F. López, Enseñanza, ejercicio e investigación de la psico logía. Un modelo integral. México: Trillas, 1980, pág. R ibes , E., F ernández, C., R ueda, M„ T alento, M. y López, F.: Enseñanza, ejercicio e investigación de la psicología. Un modelo integral. México: Trillas, 1980. R tera, J. y R oca, J.: Entrevista con E. Ribes Iñesta. Estu dios de Psicología, 1981, n.” 4, 3-23. S choenfeld , W. N.: Problems in modera behavior theory. Conditional Reflex, 1972, 7 (n.° 1), 33-65.
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A MANERA DE INTRODUCCION Y ADVERTENCIA
Este libro contiene, como su título general lo indica, un conjunto de reflexiones críticas sobre el conductismo. Pero, vale aclarar, son las críticas al conductismo hechas por un conductista. El conductismo, a diferencia de las teorías psicológicas formuladas como un todo acabado, constituye una filosofía de la ciencia psicológica, y como toda filosofía de la ciencia genuina, no es más que la re flexión sobre el propio desarrollo teórico y empírico de la disciplina. Como filosofía de la ciencia, el conductismo irrumpió en la escena psicológica dotando a esta discipli na de un objeto propio de conocimiento. La conducta, cua lesquiera sea la conceptualización que se le haya venido dando a lo largo de este siglo, constituyó el objeto de es tudio que le daba especificidad como disciplina científica a la psicología. Y es por ello, que la psicología científica quedó marcada por el conductismo. Aun aquellos que se declaran anticonductistas tienen que aceptar que sus ar gumentos giran en torno a la demostración de que la psi cología estudia «algo más» que la conducta, y que este «algo más» forzosamente debe tomar en consideración, como indicador empírico inevitable, a la conducta. Cons tituyen la gran legión de los conductistas metodológicos, 13
unos de ellos conscientes de su condición, otros todavía vergonzantes de ella. Pero no es el conductismo metodológico sobre el cual he intentado reflexionar críticamente, pues de algún modo, mi elección del análisis experimental de la conducta como metodología de la investigación científica, me había per mitido superar dicha aproximación general. Es precisa mente la teoría de la conducta cimentada en el análisis experimental y aplicado de la conducta, que ha constitui do mi práctica científica y profesional en los últimos quin ce años, sobre la que me he propuesto reflexionar. Esta reflexión crítica es, sin embargo, una reflexión desde el interior de la disciplina. No es una andanada fácil y even tual desde el exterior, sino más bien el retorno a pro fundizar sobre los fundamentos de nuestra ciencia. Para hacer filosofía de la ciencia se debe haber hecho y estar haciendo ciencia. La filosofía de la ciencia no es más que explicitar los supuestos que orientan y fundamen tan nuestras acciones teóricas y de investigación cotidia nas, vbgr., qué es lo que consideramos como conducta, qué medidas de la conducta son las pertinentes, cómo abor dar la determinación de la conducta, qué paradigmas se leccionar en la descripción de nuestro objeto de estudio, etcétera. Y como la filosofía de la ciencia se hace con juntamente con el hacer ciencia, hágase o no deliberada mente, la filosofía de la ciencia se enriquece con el de sarrollo y evolución de la disciplina correspondiente. No volvemos a la filosofía como un reducto de la pureza y justeza conceptual que sopese si nuestra actividad cientí fica ha sido adecuada o no. Volvemos a los fundamentos y supuestos de nuestra ciencia, o para subrayarlo, de nues tra concepción sobre lo que es la psicología y cómo hacer de ella una disciplina científica, para explicitar y ampliar esa filosofía que se construye paralelamente con el queha cer científico. No se trata pues de un juicio filosófico del análisis experimental de la conducta. Se trata de aprove14
char el largo recorrido que ha hecho la psicología conductista para reexaminar nuestras concepciones, ampliarlas, corregirlas, y de esta manera, explicitar la filosofía de la ciencia, el conductismo, que evoluciona junto con la dis ciplina empírica correspondiente. No obstante, en este volumen no se pretende efectuar un análisis sistemático de esta problemática. Por tratar se de un conjunto de ensayos separados, diversos temas vinculados a ella aparecen examinados en diferentes con textos. Sin embargo, a todos los articula un denominador común: la preocupación por determinar con precisión el objeto de estudio de la psicología, las características pa radigmáticas de esta ciencia, y su inserción en el quehacer social de las disciplinas científicas. Estos ensayos han ido apareciendo colateralmente a un esfuerzo sistemático en el proceso por formular una teoría de la conducta, en el sen tido de construir una taxonomía paradigmática, a partir del concepto de conducta como interacción construida, que permita abordar, sin reduccionismos, la complejidad y ri queza de la conducta humana, conservando el rigor y la solidez que le procura el firme fundamento del análisis experimental de la conducta animal. Aun cuando existen antecedentes inmediatos de este propósito (Ribes, Fernán dez, Rueda, López y Talento, 1980), consideramos que los escritos en este volumen, así como el que está en proceso (cuyo título tentativo será Teoría de la Conducta: un anátisis de campo y paramétrico), superan muchas de las po siciones previamente expuestas. Un leit-motiv adicional ha sido el escarbar en los fun damentos e implicaciones ideológicas del conductismo. La tradición judeo-cristiana del pensamiento occidental ha sido, incluso mucho antes del pronunciamiento watsoniano, profundamente anticonductista. No es de extrañar, pues, que el conductismo, especialmente en su versión no metodológica, haya suscitado fuertes embates de rechazo, muchos de ellos propiciados por la ignorancia, otros, en 15
cambio, por un entendimiento cuestionable. Los conductistas hemos dejado el problema de la ideología a nues tros enemigos. Hemos cedido el terreno gratuitamente. Considero, sin embargo, que es el momento de percatar se que la ciencia no es inmune a la ideología, sino que en la medida en que se articula con ella de manera comple ja, es necesario desarropar la vestimenta ideológica y des tejer la urdimbre de relaciones que se dan, en múltiples direcciones, entre el conocimiento científico y el cono cimiento ideológico. No sólo es esto importante debido a la necesidad de examinar los orígenes y evolución histó rica de la disciplina, sino también para cotejar en forma argumentada las implicaciones reales que tiene una cien cia de la conducta frente a otros abordajes de lo «psico lógico», los que critican al conductismo desde el nicho de la pureza ideológica y el subjetivismo militante. Cuál no será la sorpresa de muchos de que los conductistas no sólo no rehuyamos la argumentación ideológica, sino que al contrario, podamos establecer dicha discusión sobre ba ses más firmes, el de la ideología como la práctica indivi dual concreta de los hombres en circunstancias históricas particulares. Se hace, por lo tanto, un primer esfuerzo en esta dirección. El volumen está dividido en tres secciones temáticas generales. Una primera, que aborda algunos problemas epistémicos e ideológicos de la disciplina. La segunda, que trata del examen crítico de la teoría de la conducta con temporánea. Una última, dedicada al análisis de las rela ciones entre la ciencia básica y sus aplicaciones y el modo de articulación del conocimiento científico con lo social. Finalmente, y aun cuando esto se haga obvio en el trans curso de la lectura del volumen, deseo expresar mi deuda de gratitud con aquellos científicos que han influido inad vertida o responsablemente en la conformación de mi pen samiento actual, muy especialmente Sidney W. Bijou, William N. Schoenfeld, y J. R. Kantor. Mi interacción perso 16
nal con ellos me ha permitido aprender más de la psico logía y del quehacer científico, que el alud de informa ción y datos que caracteriza a la producción disciplinaria actual. E milio R ibes I ñesta
Naucalpan, México, noviembre de 1981.
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1.
LA NATURALEZA DE LAS LEYES EN EL ESTUDIO DEL COMPORTAMIENTO
El exam en de la naturaleza de las leyes del com porta m iento no es ajeno a un análisis del objeto de estudio de la Psicología, y de la naturaleza de las explicaciones que este o bjeto im pone. No es necesario a b u n d a r sobre el hecho de que la definición epistem ológica de un objeto teó rico d eterm in a no sólo el espectro em pírico del conoci m iento científico, sino tam bién el concepto m ism o de le galidad de los eventos com prendidos. E n el caso de la Psicología, por la naturaleza peculiar de su proceso constitutivo com o disciplina científica, este p ro b lem a ad q u iere características especiales. Su ubica ción com o ciencia n atu ra l o social y la existencia de fe nóm enos in ternos o m entales son centrales a esta proble m ática. R em ontarnos a A ristóteles com o punto de p a rti da, puede ser de utilidad p ara fu n d am en tar la posición que sostenem os. El concepto de alm a justificaba para Aris tóteles no sólo la delim itación de un cam po de organiza ción de la realidad específica dentro de la «física» de su tiem po, sino tam bién una m etodología teórica y em pírica congruentes con dicha especificidad ontológica y epistémica. De ahí el interés que p re sta al examen del alm a (De 1. Ponencia leída en el In s titu to de Investigaciones Filosóficas de la U niversidad N acional A utónom a de México, 4 D iciem bre 1980. 19
Anima) y su conceptualización. El alma, para Aristóteles, no se da sin cuerpo y por consiguiente no es independien te de la materia. Tampoco es potencia (facultades), sino acto que se da como organización de la materia en fun ción. Nada más lejano a la concepción aristotélica que un alma vuelta sustancia que interactúa con el cuerpo como facultad que lo potencia: «Las afecciones del alma no son separables de la materia natural de los animales en la medida en que les corresponde tal tipo de afecciones... y que se tra ta de un caso distinto al de la línea y la superficie» (De Anima, p. 136). «El alma es necesariamente enti dad en cuanto forma específica de un cuerpo natu ral que en potencia tiene vida» (p. 168, ibid)... «es el alma, a saber, la entidad definitoria, esto es la esen cia de tal tipo de cuerpo» (p. 169, ibid)... «El alma ni se da sin un cuerpo ni es en sí misma un cuerpo. Cuerpo, desde luego, no es, pero sí, algo del cuerpo, y de ahí que se dé en un cuerpo y, más precisamente, en un determinado tipo de cuerpo» (p. 114, ibid). Es con los patriarcas de la Iglesia y los neoplatónicos, que culminan en el pensamiento agustiniano y to mista, que el alma aristotélica sufre la transformación y metamorfosis conceptual sobre la que descansa todo el pensamiento dualista moderno a partir del racionalismo cartesiano. El alma, de acto de la materia, se convierte en sustancia de la cual la materia es accidente, y la ma teria adquiere y pierde vida como efecto de su ocupación o abandono por el alma. La transmigración agustiniana del alma y su negación de la fiabilidad del conocimiento sensible, son la forma extrema de este dualismo en lo epistémico: «Pues así como el que sabe poseer un árbol y os da gracias por su uso, aunque ignore cuántos codos tiene de altura o hasta qué anchura se extiende, es mejor que aquél que sabe su medida y contó sus ra id
mas y no lo posee, ni conoce, ni ama a Aquél que lo creó»... (Confesiones, Libro V, Capítulo IV). Con D escartes adquiere c a rta de naturalización cien tífica el dualism o. Nos dice «Exam iné aten tam en te lo que era yo, y viendo que podía im aginar que carecía de cuer po y que no existía nada en mi ser que estuviera, pero que no podía concebir mi no existencia porque mi m ism o pen sam iento de d u d ar de todo constituía la prueba m ás evi dente de que yo existía com prendí que yo era una sus tancia, cuya n atu raleza o esencia era a su vez el pensa m iento, su stancia que no necesita ningún lugar p ara ser ni depende de ninguna cosa m aterial; de suerte que este yo —o lo que es lo m ism o, el alm a— p o r el cual soy lo que soy, es en teram en te distinto del cuerpo y m ás fácil de conocer que él» (Discurso del M étodo, p. 21). La razón, el cogito, com o esencia otorgada por la perfección, Dios, es independiente del cuerpo y lo m aterial. E stos son ex plicados p o r las leyes de la m ecánica, de donde surge el concepto de reflejo, al afirm ar que, «...las reglas de la m e cánica (que) son las m ism as que las de la naturaleza...» (Discurso del M étodo, p. 30). El dualism o se subraya al decir que, «ningún o tro (error) contribuye tan to a des viar los esp íritu s del cam ino recto de la verdad, com o el que sostiene que el alm a de las bestias es de la m ism a naturaleza que la nuestra... En cam bio, cuando se com prende la diferencia que m edia entre una y otra, se en tienden m ejo r las razones que prueban que la nuestra, por su naturaleza, es en teram ente independiente del cuer po...» (Discurso del M étodo, p. 32) ...«Y aun cuando ten go un cuerpo al cual estoy estrecham ente unido, com o por una p arte poseo una clara y d istin ta idea de mí m ism o, en tan to soy solam ente una cosa que piensa y carece de ex tensión, y p o r o tra p arte tengo una idea distinta del cuer po en tan to es solam ente una cosa extensa y que no pien sa es evidente que yo, mi alm a, p o r la cual soy lo que soy, 21
es com pleta y verd aderam ente d istin ta de mi cuerpo, y puede se r o ex istir sin él» (M editaciones M etafísicas, p. 84). No es necesario ab u n d a r en citas adicionales de Des cartes p a ra d e ja r sentado con claridad su profunda in fluencia en la form alización del dualism o, ontológico y epistém ico, que perm eó la ciencia y cu ltu ra occidental p o sterio r h asta n u estro s días. La «res cógitans» cartesia na tuvo un doble im pacto sobre la psicología. Por una parte, caracterizó un alm a racional, exclusivam ente hum a na, no m aterial y no dependiente de la m ateria, que en la m edida en que in teractu ab a con la corporeidad m ate rial, del hom bre, la determ inaba en su acción. Así, creó la «mente», alm a in terna causa de todo com portam iento o acción Por o tra p arte, abrió la posibilidad de explicar o tro tipo de acciones, aquellas com partidas con los ani m ales, m ediante las leyes de lo natural, es decir, de la m ecánica, reduciendo al m aterialism o a su form a mecanicista, com o ha o currido con la teorización frenológica, tradicional y m oderna, que p retende explicar lo psicoló gico com o sim ple acción m ecánica de lo biológico, o com o la interacción de m ente (léase res cógitans) y cuerpo (léa se res extensa) en el cerebro. La especificidad de lo psicológico se dio, de este m odo, com o la especificidad de lo inm aterial, lo m enta], la expe riencia consciente, so riesgo de verse reducido a lo m ecá nico-biológico. T res supuestos fundam entales se derivan de este dualism o cartesiano: 1) 2)
3)
I.o m ental se concibe como lo causal interno; La interacción del hom bre y de los organism os con su m edio es reductible a la acción m ecánica, pasi va, refleja; Lo m ental, en tanto sustancia p rim aria indepen diente de lo m aterial, obedece principios propios.
Aun cuando el dualism o ontológico cartesiano sufrió 22
transform aciones m onistas, su dualism o epistém ico sub sistió h asta n u estro s días, tan to bajo el influjo del em pi rism o como de las corrientes fenom enológicas y raciona listas m aterialistas, dando lugar a soluciones interaccio nistas o paralelistas diversas. Todas ellas, sin em bargo, tienen un denom inador com ún: se elim ina la interacción con el m edio com o o bjeto de estudio, y se analizan las ac ciones producidas com o acto m ediado de una «m áquina» o de una m ente internas, o de su interacción inclusive. Antes de seguir, consideram os conveniente detenernos, para exam inar la ju stcza de p lan tear siquiera la existen cia de una especificidad psicológica radicalm ente distinta a las versiones em anadas del dualism o, o coincidir quizá con K ant en que los fenóm enos de u n a psicología racio nal (Crítica de la Razón Pura) no tienen cabida en el co nocim iento científico. N osotros, evidentem ente, postulam os la existencia de un nivel psicológico en el conocim iento científico de la realidad, independiente, pero com plem en tario, de lo biológico (y de lo social), que se fundam enta en un doble criterio. P or una parte, la especificidad del nivel de organización de los eventos; p o r otra, la especifi cidad de su historicidad. Como resultante, lo psicológico se da en un nivel organizativo que in tersecta lo biológico y lo social, pero que no es reductible a ninguno de ellos. La conducta com o interacción del organism o to tal y su am biente (físico, biológico y /o social) m odificable en y po r el tran sc u rso de su historia individual, se constitu ye en lo psicológico. Su especificidad histórica lo d istin gue de lo biológico, que se plasm a en la filogenia, y de lo social, co n stru id o en lo colectivo. La conducta no es m ovim iento, ni cam bio interno aislado, es m ovim iento y cam bio in tern o copartícipes de una interacción. La conduc ta es la interacción. Así definida su especificidad, volvamos al reencuentro con el dualism o y su crítica. P ara ello, analicem os los su puestos de él derivados. La discusión referente a la dife 23
rencia ontológica de lo mental y lo material no es suscep tible de argumentación empírica, e implica un compromi so materialista como punto de partida del conocimiento científico. Sin embargo, este compromiso no impide la dualidad epistémica implicada como lo testimonia en la historia de la psicología, el intento de Gustav Fechner (en su Elements der Psychophysics) por formular leyes cuan titativas de la interacción psicofísica. El conductismo, formalmente expuesto por J. Watson en su manifiesto de 1913, representa, después de Fechner, un nuevo abordaje, desde la perspectiva materialista, para recapturar la psicología bajo un enfoque no dualista. No obstante, históricamente, este pronunciamiento produjo resultados ambiguos en tanto, por razones intrínsecas a sus circunstancias paradigmáticas, arropó, bajo su lógica positivista, a las concepciones dualistas comprendidas en el mecanicismo y el mentalismo. Analicemos los dos casos. Watson, al limitar la conducta, como objeto de estudio de la psicología, a lo observable como actividad del orga nismo, eliminó la interacción como proceso y circunscri bió su dominio empírico al de los movimientos. Así fue que dio lugar al surgimiento de dos formas de dualismo epistémico: el conductismo metafísico, y el conductismo metodológico. En ambos, el nivel explicativo, la legalidad de la conducta, se desplaza hacia el interior del organis mo, o es sustituido por enunciados lógicos que median la naturaleza empírica de los fenómenos a ser explicados. Entremos en detalle al análisis de estos dos casos, en re lación a las explicaciones mecanicistas y mentalistas o internalistas. En ambos tipos de conductismo se dan los dos tipos de explicaciones, pero bajo diferentes marcos de in dagación empírica. Situemos el caso de la explicación por reducción mecanicista. Esta ha asumido dos formas. Una, en que se establece la identidad de mente y cerebro, definiendo a la primera como la acción de este último. Otra, en que, sin 24
pretender identificar la explicación de la conducta con una localización corporal específica, se plantea en térmi nos de un constructo lógico y sustituye a dicha reducción, bajo el condicionante de un anclaje operacional en las variables de estímulo y respuesta, lo que conforma el mo delo de «caja negra». c Una gran porción de las teorías neuropsicológicas se ajustan a la explicación por identificación reductiva de lo mental a lo neural. Ilustrativo de ellas, es la postura de Donald Hebb (en su Textbook of Psychology), quien dice «La mente y lo mental se refieren a procesos que ocurren dentro de la cabeza y que determinan los nive les superiores de organización de la conducta... En térmi nos generales, hay dos teorías de la mente. Una es animista, una teoría en que el cuerpo es habitado por una entidad —la mente o alma— que es bien diferente de él, y que no tiene nada en común con los procesos corpora les. La segunda teoría es fisiológica o mecanicista: supone que la mente es un proceso corporal, una actividad del ce rebro. La psicología moderna —«concluye»— trabaja sola mente con esta teoría» (p. 3, 1958). No es necesario indi car que gran parte de las críticas aristotélicas a los con ceptos de alma expuestos por Demócrito y Platón, siguen siendo aplicables a esta formulación. Por ejemplo, baste plantear dos preguntas ¿Si la mente es una función cor poral, por qué utilizar conceptos referidos a eventos no corporales? y ¿En caso de que fuera referible a eventos corporales, cómo se transforma en cualidad lo corporal fisiológico a corporal mental? La teoría de Clark Hull es representativa de la expli cación mecánica por reducción a enunciados lógicos for mulados en términos fisicalistas. Hull (1943, 1951 y 1952) elaboró una teoría del aprendizaje simple, con base en el paradigma del condicionamiento clásico, enunciada me diante postulados, teoremas y corolarios característicos de un sistema formal hipotético-deductivo. Los conceptos cen 25
trales de su teoría, aunque fraseados en lenguaje reducible a térm in o s fisiológicos, no su sten tab an ninguna referibilidad in m ed iata o m ediata a variables em píricas. E s tas, se vinculaban a los conceptos explicativos, com o an clas operacionales que p erm itían la configuración de los teorem as y corolarios que se derivaban de los postulados del sistem a. Así, la conducta o ejecución, se veía explica da p o r la interacción form al cu an titativ a de variables em píricas agrupadas b ajo «conceptos puente» como los de fuerza del hábito, pulsión, huella aferente del estím ulo, in hibición reactiva, potencial oscilatorio, factor de incenti vo y o tro s m ás. La teoría era refutable m ás en térm inos lógicos que em píricos, p o r el continuo aju ste de las cons tantes em pleadas. A pesar de que fue su inconsistencia in tern a la cau san te de su descrédito últim o, las contradic ciones en que cayó no pueden analizarse com o sim ple e rro r m etodológico form al, sino m ás bien com o consecuencia n atu ral de las lim itaciones de su dualism o conceptual re duccionista. La legalidad explicativa in tern a no se restringe a for m ulaciones m ecánicas susceptibles de verificación o an claje em pírico, sino que adopta form as disfrazadas de ana logía o en ocasiones p o stu ras ab iertam en te m entalistas. Ejem plos de ello lo constituyen algunos ab o rd ajes «cognoscit¡vistas» contem poráneos. P ribram , G alanter y M iller (1960) por ejem plo, form ulan la regulación de la conduc ta en térm inos de planes, que se e stru c tu ra n en un siste ma nervioso conceptual no descriptible en térm inos estric tam ente fisiológicos, sino como un sistem a de tipo ciber nético (unidades TOTE). E ste sistem a es análogo a una m áquina auloregulada, y la explicación se fundam enta, no en las propiedades en ú ltim a instancia del sistem a nervio so, sino di- las m áquinas lógicas adoptadas com o modelo. La explicación, v p o r consiguiente la legalidad, se da por isom orfism o. En otros casos, el m odelo em pleado no con siste en una entidad m ecánica o lógica, sino que hace re26
ferencia a procesos inferenciales que, tom ados de niveles pu ram en te sim bólicos de descripción (como lo es la lógi ca proposicional o la teoría de la inform ación), se tra d u cen (como reificaciones prácticas) a conceptos relativos a estados m entales internos, vbg., conflicto, in certid u m bre, expectativas, valor del reforzam iento, etcétera. Estos conceptos, sin la vinculación em pírica rigurosa que carac teriza a los sistem as deductivos, se convierten en h e rra m ientas ad hoc p ara justificar la aplicación de m odelos, que en cu an to predicen variaciones cuantitativas o cuali tativas de ciertas situaciones em píricas diseñadas ex pro feso, se consideran descriptivos de un orden de legalidad, muy dudoso a n u estro m odo de ver. E n cualesquier caso, sin em bargo, para a b o rd ar el p ro blem a de la n aturaleza de las leyes enm arcadas por un estudio científico del com portam iento, consideram os in dispensable analizar con profundidad las im plicaciones úl tim as de una concepción internalista, m ental, de lo psico lógico. La cuestión central radica, a nuestro juicio, en dos puntos fundam entales. El prim ero, en la identificación, con lo interno. El segundo, a la génesis del re p o rte lingüís tico sobre lo privado, com o génesis individual o com o gé nesis social. El punto relativo a la identificación de lo privado con lo in tern o es crucial para la igualación de las distincio nes objetivo-subjetivo con la distinción público-privado, l a dim ensión subjetivo-objetivo parece corresponder, en térm inos de la epistem ología tradicional, a la dicotom ía idea-m ateria y presupone de alguna m anera u n a proble m ática equivalente a la dualidad m ente-cuerpo. El proble ma radica en u b icar a los eventos privados com o eventos objetivos en cuanto a su ocurrencia y re strin g ir al su jeto a locus parcial del evento. Como locus parcial, el sujeto puede concebirse com o resp u esta p articip an te de un even to interactivo, cuya ocurrencia o productos parciales de es 27
tímulo no son públicamente observables. Planteado así el asunto, no se trata pues de asumir una cualidad dual de lo observable (en tanto objetivo) y de lo privado (en tanto subjetivo), pues ello significaría reducir la objetivi dad de los fenómenos a lo públicamente verificable, tesis empirista de frágil consistencia epistémica. Como Skinner (1945, p. 277) expresa, «la distinción entre público y privado no es en absoluto la misma que la existente entre físico y mental. Esta es la razón que hace que el conductismo metodológico (que adopta el primero) sea muy di ferente del conductismo radical (que cercena el último término en el segundo). El resultado es que, mientras el conductista radical en ciertos casos puede tener en consi deración los hechos privados (tal vez de manera infe rencia!, aunque no por ello con menor sentido), el operacionista metodológico se ha colocado en una situación en que no le es posible hacerlo. “La Ciencia no tiene en con sideración los datos privados”, dice Boring. Pero yo dis cuto» —prosigue—, «que mi dolor de muelas es tan físico como mi máquina de escribir, aunque no sea público, y no veo razón porque una ciencia objetiva y operacional no considera los procesos a través de los cuales se adquie re y mantiene un vocabulario descriptivo de un dolor de muelas». Concluye diciendo... «la ironía del caso es que, mientras Boring debe limitarse a una información acerca de mi conducta externa, yo sigo interesándome por lo que podría llamarse Boring-desde-dentro». El problema se plantea pues en otro nivel: ¿cómo los eventos privados, que participan de una interacción pú blica, pueden ser referidos como eventos, y por consi guiente responder a ellos públicamente? Esta es la esen cia de la cuestión que nos traslada al problema de la gé nesis del lenguaje referida a eventos privados. ¿Es esta una génesis individual que se expresa públicamente o se trata de una génesis social que cubre a lo privado y lo torna evento? La respuesta a esta pregunta determina que 28
se dé o no una solución dualista al problema representa do por los eventos privados. La cuestión rebasa el marco analítico que implica la posibilidad de traducir términos referidos a eventos men tales en la forma de enunciados descriptivos de las con diciones en que usan ordinariamente dichos términos, pues aun cuando esto contribuye a dar referentes objetivos a prácticas lingüísticas con carga mentalista, no cuestiona la existencia misma de dichos procesos internos, y no con sideramos, como lo plantean algunos autores (Harzem y Miles, 1978) que el simple análisis de la forma en que se expresan enunciados de existencia, supere el problema epistemológico implicado, pues ello significaría reducir el proceso de conocimiento a la sintaxis de los enunciados acerca de lo que se conoce. Skinner (1945, 1957) propone abordar el problema des de la óptica de cómo una comunidad lingüística define criterios públicos que le permitan responder adecuada mente a la presencia de un evento privado. Establece cua tro criterios posibles en este sentido: 1) La existencia de acompañamientos públicos del es tímulo privado; 2) La emisión de respuestas colaterales públicas al estímulo privado; 3) Origen público de las respuestas privadas; y 4) Que una respuesta adoptada y mantenida en con tacto con estímulos públicos pueda ser emitida, a través de la inducción, en respuesta a hechos pri vados. Sin embargo, a nuestro modo de ver este planteamien to legitima al evento privado en tanto tal, y su identidad l'nctible con eventos y determinaciones internas2. Esto ocu2. La oscilación de S k in n er e n tre dos definiciones de la con du ela, un a organocéntrica, re fe rid a a m ovim ientos (1938), y o tra 29
rre en tan to la argum entación gira en to rn o a cóm o una com unidad lingüística se refiere a eventos privados ya exis tentes com o eventos psicológicos, sin cu estionar si dichos eventos existen en realidad. R epresenta una constante del pensam iento de S kinner al identificar lo físico y fisiológi co com o evento, con lo psicológico, sin deslindar que aun cuando lo psicológico requiere de una dim ensión física subyacente, su cualidad no es reductible, funcionalm ente, a lo físico. El evento privado p resen ta una doble problem ática. En p rim er térm ino, su pertinencia a un nivel causal o ex plicativo de los hechos o procesos psicológicos. En segun do lugar, su preexistencia al «reporte» lingüístico o su determ inación psicológica a p a rtir de la posibilidad del lenguaje com o dim ensión social del com portam iento. Las teorías ontológicas y epistem ológicas han considerado el problem a del conocim iento desde la perspectiva del im pacto sensorial de los objetos sobre el sujeto, o la cons trucción de la realidad de los objetos por el sujeto. Co m ún d enom inador de este conocim iento es que se re strin ge a lo sensible y /o lo racional, pero desconoce la praxis com o actividad esencial del conocim iento. No puede haber conocim iento real sensible o racional aislado de la prác tica. Aún m ás, nos atreveríam os a decir que el conoci m iento es sinónim o de la práctica individual y social del sujeto. No es de ex trañar, p o r consiguiente, que al soslayar la praxis com o proceso de conocim iento, se red u jera al su jeto cognoscente a un sujeto contem plativo e in terp re tad o r de la realidad, con un conocim iento internalizado interactiva, episódica (1957), le lleva a co n fu n d ir en ocasiones lo in tern o com o conducta, con lo priv ad o com o p ro d u cto de la con ducta. Es así que en sus últim as o bras (1978), al ex am in ar el p ro blem a de los eventos privados lo hace enm arcándolo en el contexto del "m undo debajo de la piel", sugiriendo la pertin en cia de u n análisis experim ental de fenóm enos m entales trad u cid o s a térm inos conductuales. 30
com o m undo de representaciones, cuyas descripciones ver bales se co n stitu ían en la validación racional de la exis tencia de las p alab ras y conceptos com o cosas. Su reificación configuró la m ente. Si volvemos a la form ulación de lo psicológico com o interacción del sujeto (u organism o) y su entorno, cabe p reguntarse acerca de la pertinencia explicativa de los eventos privados. Los eventos privados en tan to eventos del organism o activo, reactivo e interactivo constituyen exclusivam ente com ponentes p articip an tes de una in ter acción que, aun cuando puede ser iniciada p o r el organis mo, no im plica que la determ inación allí radique, puesto que a m enos que se p a rta de un paradigm a del entorno vacío, es injustificable suponer la espontaneidad p u ra y su identificación con su propia causalidad. Si, como es «•vidente, se p a rte de la interacción m últiple, perm anente V bidireccional del organism o y su am biente, el evento privado se ve relegado a una fracción de la interacción, mas no a la determ inación de la m ism a. Sólo una con cepción lineal de m ediaciones sucesivas de la causalidad, podría im poner, p o r su antelación inm ediata a la in ter acción, atrib u to s determ inantes a los eventos internos. Ello requiere la suposición adicional, naturalm ente, de que lo privado (igualado con lo interno) o c u rra antes que lo ex terno o público, y en consecuencia, se constituya en con dición causal de lo observado, es decir, de la acción del organism o com o efecto. Pasemos al segundo punto, pues no consideram os ne cesario ab u n d a r sobre lo recién exam inado. El aspecto cení ral se refiere a la existencia m ism a del evento priva do com o evento psicológico, previo a la interacción que perm ite designarlo, y p o r consiguiente, otorgarle función de evento, o en palabras m entalistas, «contenido de la ex periencia». El evento privado involucra, p o r definición, su identiflc ación y la posibilidad de in fo rm ar acerca de él. ¿E s sin 31
embargo el evento privado, como evento psicológico, una realidad previa a la posibilidad conductual de su identifi cación, o por el contrario, se constituye en evento en el momento en que es identificable lingüísticamente? Las im plicaciones de cómo se responda a esta pregunta son im portantes. Afirmar que el evento psicológico tiene existen cia previa a su identificación significa que lo mental se expresa mediante el lenguaje y lo precede, o bien que lo mental y lo físico son idénticos en cuanto función, dado que anteceden a la referibílidad social de su existencia. Sea cual fuere de estas posibilidades, lo privado, se ma nifestaría como génesis individua!, y justificaría el análisis de cómo la comunidad lingüística y el medio social se re lacionan con su inobservabilidad. La relación entre lo pri vado y su denotabilidad por el lenguaje constituirían eje primario del análisis psicológico, como ocurrió con la psicofísica del siglo xix y las aproximaciones introspecti vas de Leipzig y Wurzburgo. Sin embargo, otra interpretación es posible. El evento privado es por definición evento social, y por consiguiente los criterios que lo definen como privado, son original mente públicos. ¿Qué significa esto? Implica que el even to privado existe psicológicamente a partir del momento en que el sujeto puede describir su propio comportamien to (y por consiguiente sus componentes parciales). Le des cripción de su comportamiento, como función referencial, implica un hecho social normado por las características del lenguaje desarrollado, y por las prácticas sociales definitorias de lo «privado pertinente». Esto se logra a tra vés de etapas sucesivas en que el sujeto puede referir y ser referido. La etapa terminal es referir el propio comportamicnto con base en las interacciones que regulan las descripciones semejantes en los demás miembros de la comunidad lingiiístico-social. Visto así el problema, el evento privado es el efecto de la evolución de una inter acción esencialmente social. El sujeto es tal en tanto so32
cialm ente se le conform a de dicho m odo. Lo privado es un aspecto au toreferible de interacciones sociales públicas. P or consiguiente, el análisis de los eventos privados no es ajeno al de las interacciones públicas, y fconstituye, en sen tido estricto, un caso p a rtic u la r de ellas. El problem a de la legalidad o explicación basada en la relación privadopúblico o interno-externo pierde todo sentido. ¿Qué orden de legalidad, p o r lo tanto, debe b u sca r la psicología? D espués de h ab e r descartado las soluciones m ecanicista y logicista, así com o la analógica y m entalista, se plan tea u n a doble necesidad. La determ inación de lo psicológico com o interacción organism o-am biente, con una especificidad h istórica propia, requiere de explicacio nes que hagan hincapié, separada, pero com plem entaria m ente en dos aspectos: 1)
La m u ltideterm inación, com o interdependencia, de los factores p resentes involucrados en u n a in tera c ción com pleja y continua en tre organism o y am biente; 2) La h isto ria interactiva com o d eterm in an te de las m ultideterm inaciones presentes, tanto en lo que toca a interacciones concretas com o en lo relativo a la cualidad genérica de dichas interacciones. F.n el p rim er caso, la explicación y las leyes com po nentes deben no sólo d escrib ir el evento, sino las condi ciones que lo hacen posible y lo m odulan. La ley no es mía descripción fenom énica, sino que es descripción de i undiciones necesarias para que los com ponentes en in te r neción sean suficientes en la conform ación de un evento, t u esle sentido, no consideram os que la psicología re q u i e r a de leyes d istin tas a las de las llam adas ciencias ña fitéales. l;,n el segundo caso, la explicación y su legalidad se ven Int m uladas en térm inos del desarrollo de la interacción
de los elem entos involucrados, en tanto, lo psicológico, en lo individual, es definido p o r la posibilidad de u n a histo ria. Las leyes del p rim er caso, son m om entos de las leyes históricas. Dado que la h isto ria de lo individual, aun cuan do p articip a necesariam ente de lo biológico, se ve afectada p o r los aspectos colectivos que determ inan su individua lidad en lo social, la psicología com parte este segundo tipo de leyes con la ciencia so c ia l3. E xam inar las form as peculiares de estas leyes y expli caciones, y su inserción en el discurso científico de la psi cología justificaría un trata m ien to ap a rte p o r sí solo. Como señalam iento final, b aste decir que, en sentido estricto, la psicología co n tem poránea carece de enunciados legales genuinos. Creem os que la precisión de su objeto de estu dio y la form ulación de los paradigm as adecuados consti tuyen u n p rim e r paso que es indispensable concluir.
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2. CONCEPTOS MENTAUSTAS Y PRACTICAS IDEOLOGICAS
La historia reciente de la psicología ha sido la histo ria de la contraposición de múltiples formas de concep tos mentalistas ante el intento objetivo de construir una ciencia genuina del comportamiento, y en especial, del comportamiento humano. El conductismo, como la filo sofía especial de esta ciencia, se ha constituido, no sólo en la formulación teórica general que respalda este es fuerzo por articular una descripción y explicación obje tivas de la actividad de los hombres concretos, sino que, como consecuencia de una tradición preñada de dualis mo, el propio conductismo ha reflejado en su interior di chas contradicciones conceptuales. El dualismo, se ha constituido en la doctrina oficial del comportamiento humano, desde que Descartes forma lizó la hipóstasis cristiana del alma aristotélica. Como afir ma Ryle (1949), al comentar sobre el dualismo nacido de Descartes, «...con las dudosas excepciones de los idiotas y los infantes en brazos, cada ser humano tiene un cuerpo y una mente». Describiendo esta doctrina oficial prosigue, « los cuerpos humanos están en el espacio y están somelidos a las leyes mecánicas que gobiernan a todos los de más cuerpos en el espacio. Los procesos y estados corpo rales pueden ser inspeccionados por observadores exter-
nos... pero las mentes no están en el espacio. La actividad de una mente no es testimoniable por otros observadores; su carrera es privada. Sólo yo puedo tener conocimiento directo de los estados y los procesos de mi propia mente. Una persona, por consiguiente, vive a través de dos histo rias colaterales, una consistente en lo que pasa en y a su cuerpo; la otra, consistiendo en lo que pasa en y a su mente. La primera es pública, la segunda privada» (p. 11). Esta doctrina es, con toda justeza, denominada por Ryle el mito del fantasma en la máquina. Aun cuando el problema puede abordarse desde la perspectiva de la ló gica de las categorías lingüísticas empleadas en la des cripción de los eventos y relaciones denominadas cuerpo y mente o materia y espíritu, el problema no se reduce a una cuestión de lógica de la ciencia o epistemología ex clusivamente. Ryle, señala que esta doctrina dualista «...es un gran error y un error de tipo especial. Es, a saber, un error categorial. Representa los hechos de la vida mental como si pertenecieran a un tipo o categoría lógica (o rango de tipos o categorías), cuando en realidad pertenecen a otra. El dogma es por consiguiente un mito filosófico» (p. 16). No sólo eso, sino que al identificar a cada una de las dos instancias de la dualidad con las aproximaciones filosófi cas tradicionales, el materialismo y el idealismo, se pre tende discutir en el plano de las sustancias lo que cons tituye. en esencia, un problema de categorías. Ryle conti núa expresando que «...la creencia de que existe una opo sición polar entre Mente y Materia es la creencia de que son términos de un mismo tipo lógico... Tanto el Idealis mo como el Materialismo son respuestas a una pregunta inapropiada..
de existencia. Sin embargo, es una confusión que es ubicable sólo en la medida en que las categorías de existen cia son categorías reductibles o que corresponden a ni veles empíricos de descripción. El materialismo tradicio nal redujo o formuló el concepto de materia (o cuerpo) precisamente a las categorías de la Mecánica Newtoniana. La materia en general se identificó con la categoría física de materia, es decir, la materia corpórea. Pero, si se toma la distinción materia-espíritu, no como una distinción categorial de existencia, sino de propiedades de lo existen te, el problema mente-cuerpo rebasa el problema mera mente lógico señalado por Ryle. La cuestión no se restrin ge a la congruencia lógica del lenguaje con que descri bimos los eventos materiales y «mentales», sino que hay que abordar, desde la perspectiva de que ambos tipos de eventos existen, en qué consiste su existencia y cómo sus propiedades se constituyen en la forma de relaciones di ferentes de lo que como «corporeidad» se da en un solo nivel. Tradicionalmente, las relaciones entre lo existente se reificaron en la forma de sustancias o cosas (materia, es píritu o mente, flogisto, energía vital) y el problema se for muló como necesidad lógica de explicar las relaciones de subordinación y las interacciones entre dichas sustancias o relaciones corporeizadas, objetalizadas. Así, el materia lismo e idealismo tradicionales se proponían demostrar la prioridad de una u otra sustancia, o en el mejor de los ca sos, cómo se relacionaban entre ellas. La psicología, fue la disciplina que heredó, con el propósito del análisis em pírico, esta última obligación lógica como razón de ser. Pero en el momento en que la discusión sobre dife rentes existencias se hace a un lado, y se acepta que todo lo existente se da en un mismo nivel categorial (materia lismo moderno), operan dos cambios fundamentales: 1) La materia como categoría no subordinada a otra existencia trascendente a ella, no se iguala con una de 39
sus formas tradicionales de presencia, es decir, la materia física. Materia es idéntica a existencia. 2) La materia como categoría genérica de existencia, tiene que ceder su lugar a otras categorías diferenciales que permitan lógicamente articular el conocimiento de las diversas formas en que, lo que existe, se desarrolla en la forma de relaciones no reductibles a una sola de ellas. Así, surgen tres nuevas ciencias en los finales del siglo xtx, que aun cuando, con una problemática enraizada todavía en la mitología dualista, comienzan a sentar la base del reconocimiento de nuevas formas de relaciones materia les, y por consiguiente, objetivas, en la realidad de lo exis tente. Es la aparición de la biología (Darwin), la psico logía (Pavlov y Watson), y la ciencia de las formaciones sociales (Marx). Se entiende, en este contexto, que no hay misterio al guno en que, en el caso de la psicología, los primeros in tentos materialistas no hayan superado el dualismo origi nal, y que, por consiguiente, hoy día, dicho dualismo per manezca disfrazado de mil y una formas (los análogos me cánicos, cibernéticos, químicos, matemáticos, etc.). Todo intento de formulación materialista de lo «mental» o psi cológico, se expresó como la localización de lo mental en lo biológico, o como la localización de dónde lo men tal interactuaba con lo biológico. La categoría de materia subyacente era (y es) todavía una categoría reductiva a lo físico. No tiene nada de extraño que esto ocurriera, pues como lo señala correctamente Ryle, «...cuando se acuñó la palabra “psicología”, hace doscientos años, se suponía que la leyenda de los dos mundos era cierta. Se suponía, en consecuencia, que dado que la ciencia newtoniana ex plica (se pensó, erróneamente) todo lo que existe y ocurre en el mundo físico, habría y debería haber sólo otra cien cia contraparte que explicara lo que existe y ocurre en el postulado mundo no físico... La “Psicología” era el título 40
supuesto para el único estudio empírico de los “fenómenos mentales”» (p. 319). La doctrina oficial del dualismo, cuya historia se re monta a Platón en contraposición a Aristóteles, tuvo de este modo un papel determinante en las modalidades que adoptó el estudio científico del comportamiento. Después de la aparición formal del conductismo, como una filoso fía de la ciencia que intentaba superar el dualismo priva tivo en la psicología, el dualismo adoptó nuevas formas. Una, el conductismo metodológico ontológicamente dualis ta. Otra, el conductismo metodológico epistémicamente dualista. El primero, supone que existe la conducta como ins tancia física, objetiva, de lo biológico, y que constituye, por consiguiente, un objeto legítimo de estudio de la psi cología. Sin embargo, no es lo único que existe, pues ade más hay un mundo subjetivo de percepciones, sentimien tos, cogniciones y otros eventos que es necesario incluir. La psicología se convierte de esta manera en el estudio de cómo este mundo interior se expresa al mundo exte rior. La conducta constituye el indicador externo de este mundo interior, subjetivo e inmensamente más rico. La conducta es el testimonio objetivo de ese mundo pri vado. El segundo conductismo metodológico renuncia a la visión de dos mundos, pero supone, sin embargo, que en ese único mundo, los eventos sólo tienen existencia en la forma descrita por la física. Lo material, como existencia, sólo existe, no en tanto físico, sino como lo físico. De este modo, ese mundo subjetivo al que tenemos acceso priva do sólo como sujetos, es en realidad un mundo de even tos físicos, al que sólo podemos entrar indirectamente, mediante la inferencia a partir de los datos públicamente verificables del comportamiento externo, de las medidas parciales que nos procura la ciencia biológica, o de las formas consensualmente validadas de referirnos a dichos 41
eventos privados. Lo psicológico es reductible a lo físico, y por consiguiente, a explicaciones de tipo mecánico (aun cuando las máquinas actuales son más complejas y con tienen nuevas formas de movimiento de lo físico, como lo son los procesos electrónicos de los sistemas cibernéticos). Como no es nuestro propósito profundizar en los as pectos relativos a cómo las formaciones ideológicas deter minaron históricamente las distintas formulaciones del ob jeto de estudio de la psicología, e inclusive la legitimidad misma de esta ciencia, sino solamente señalar que existe como una constante dicha determinación en la doctrina oficial del dualismo, no abundaremos más sobre el parti cular. Es nuestra intención, sin embargo, hacer hincapié, en otras formas de relación entre la psicología, como una dis ciplina científica (en proyecto o evolución) y las formacio nes ideológicas sociales. Nos limitaremos exclusivamente a un señalamiento general, pues un examen detallado y comprensivo requeriría de un esfuerzo que rebasa a todo intento que inicia por ubicar simplemente la problemáti ca implicada. La doctrina oficial del dualismo ha impedido que se manifiesten con claridad dos vinculaciones de las repre sentaciones ideológicas con la psicología: 1) La manera en que el dualismo ha impregnado y permeado las formas ideológicas que se derivan del co nocimiento científico, es decir, las concepciones no cien tíficas que a nivel social se sustentan en la ciencia. A esto lo denominaremos ideología científica, pero a diferencia de Althusser (1975), no lo circunscribiremos a la «filosofía es pontánea del científico», a la que ya hemos hecho alusión en lo previamente examinado, sino que nos referiremos al producto de la actividad del científico, que modifica o es incorporada a las formaciones ideológicas de una sociedad determinada. 2) La legitimidad misma de que las formaciones ideo 42
lógicas, en tanto prácticas materiales de los individuos con cretos, sean objeto de estudio científico de la psicología. Pasemos a examinar estos problemas, aun cuando sea en forma por lo demás general. Mencionamos en primer término que la psicología, no sólo es determinada por las representaciones ideológicas, sino que en la medida en que constituye, como toda cien cia o proyecto de ella, un modo social de conocimiento, contribuye a la formación, modificación o consolidación de las representaciones ideológicas. La historia de la cien cia, muestra cómo ésta ha estado, en ciertas épocas, en conflicto abierto con las verdades sociales establecidas, verdades sociales que representan una concepción del mun do, de lo que existe y del papel del hombre y la sociedad en esa realidad. El conflicto entre ciencia y sociedad ha emergido cuando la ideología producida por la ciencia, en vez de consolidar las concepciones del mundo (o de par te de él) vigentes, ha cuestionado su legitimidad empírica, y ha amenazado, por consiguiente, con alterar las forma ciones ideológicas en vez de sustentarlas o consolidarlas. La ideología científica lo es en la medida en que consti tuye o contribuye a la formulación social de una repre sentación del mundo, y por ende, del papel del hombre en ese mundo. No hay pues una contraposición, para no sotros, entre ciencia e ideología, sino más bien en la na turaleza del sustento que da origen y mantiene a las for maciones ideológicas. No sólo la ciencia no es inmune a la ideología, sino que tampoco la ideología es independien te de la ciencia. Ambas se determinan e influyen recípro camente como modos sociales de conocimiento. Los episo dios protagonizados por Galileo, Darwin, Marx y otros, ilustran con toda nitidez la contradicción que emerge en tre ciencia e ideología en tanto ambas son factores comu nes de una misma formación social de conocimiento4. 4. El proceso de superación del conflicto en tre form aciones ideológicas sociales no se da necesariam ente con la superación 43
En el caso de la psicología, después de la incorporación ideológica del psicoanálisis, que nunca se desvinculó del dualismo oficial, el conductismo representa este momento de inicio de las contradicciones en las formaciones ideo lógicas sociales: la ciencia o su proyecto construye ideo logía que se aparta y opone a la ideología dominante. La contradicción se resuelve gradualmente de dos maneras posibles: o se anula la legitimidad del proyecto y se le rein corpora hispotasiado en la ideología vigente; o bien, esta nueva ideología transforma parcialmente a la ideología exis tente, hasta que al darse las condiciones sociales apropia das, se convierte a su vez en ideología «oficial». El si glo xx, y por consiguiente nosotros, somos testigos de este proceso ideológico sin conclusión todavía en la psicología. La psicología es conductista toda ella, o bien porque lo es en sentido estricto, o bien porque se le combate en forma ya sea directa o encubierta. El conductismo, y las varian tes que bajo su nombre han emergido, son el escenario del conflicto entre las formaciones sociales ideológicas respec to al papel y determinación de la actividad concreta de los hombres concretos en la naturaleza y la sociedad*5. Hay pocos escritos en relación al análisis de esta pro de las form as e stru ctu ra le s de la sociedad que les dio origen —el m odo de producción. Un ejem plo ilu strativ o de esto es la p erm a nencia de la ideología cristia n a an te diferen tes form as de e stru c tu ra social, y en contradicción con las ideologías científicas y no científicas generadas p o r estas form aciones sociales. La plasticid ad ideológica del cristianism o co nstituye sin lugar a dudas, com o ocu rre con to d as las grandes religiones por ejem plo, no un sim ple problem a de in terp retació n tam bién ideológica, sino un m otivo de estudio científico en lo colectivo y en lo individual. 5. C om entario a p arte m erecen aquellos "lissenkianos" d e la psicología y la ciencia social, que confunden la d eterm inación y existencia m aterial de la ideología con las form ulaciones economicistas, h isto ricistas e incluso ¡geográficas! del problem a de la de term inación de la “sub jetiv id ad " del ser h u m an o P ara estos p ro fetas del nuevo dogm a, el conductism o no d a o tro horizonte con ceptual m ás que el de ser un p ro d u cto ideológico del p rag m atism o filosófico del im perialism o norteam ericano. ¡Marx se apiade de ellos! 44
blemática. Cabe aquí destacar el examen que realiza Sampson (1981) sobre el significado ideológico de las aproxi maciones cognoscitivistas en psicología. Tomando como base cuatro problemas (la interacción sujeto-objeto, la ob jetividad de la realidad, la reificación psicológica, y el in terés técnico del conocimiento), Sampson demuestra el carácter esencialmente ideológico de diversas formulacio nes cognoscitivistas de la problemática psicológica, no en tanto los datos empíricos que las acompañan o fundamen ta sean en sí engañosos, sino en la medida en que las pre misas y conclusiones que los contextúan trascienden di chos datos. Resumiendo su análisis, dice que « específi camente, si los problemas observados yacen en las reduc ciones duales de individualismo y subjetivismo, el reme dio, en parte, requeriría la adopción de una psicología no reduccionista» (p. 739). El análisis crítico esbozado por Sampson de la llama da psicología cognoscitiva, podría extenderse a otras for mas conceptualización dualista con resultados semejantes, vbgr., las teorías de rasgos, las teorías basadas en mode los analógicos de procesamiento de información, las teo rías psicobiológicas de la conducta, y otras más. En to das ellas, siempre trasluce una determinación del compor tamiento que radica en el interior del propio sujeto u or ganismo y que es relativamente fija e inmune a las carac terísticas del ambiente exterior. Las relaciones con dicho medio se objetalizan como procesos nerviosos o menta les supuestos que, a la vez que se infieren del comporta miento en interacción con el ambiente, se consideran su causa primordial. Un segundo punto de suma importancia en lo que toca a la relación entre la psicología como productora de ideo logía y las formaciones sociales ideológicas vigentes es ¿en qué medida pueden desvincularse dichas formaciones ideológicas de las prácticas concretas de los individuos en sociedad? 45
Hasta la fecha, el examen sistemático de la ideología se ha limitado a la ciencia social (politología, sociología, historia, antropología), en la medida en que la ideología se ha concebido como la articulación de una serie de re laciones sociales en la estructura básica provista por un modo de producción particular (Gramsci, 1967; Luporini y Serení, 1973). No obstante, es necesario señalar que di chas formaciones sociales, descritas como relaciones ideo lógicas, constituyen conceptos que señalan un nivel de abs tracción que trasciende el comportamiento de los indivi duos envueltos en dichas relaciones. Las relaciones abs traídas toman como objeto concreto de análisis a la so ciedad en su conjunto, en cuanto campo interdependiente de determinaciones en lo histórico y lo sistemático. Este análisis, no excluye, sin embargo, la posibilidad, la nece sidad, subrayaríamos, de un examen cuidadoso de cómo esas formaciones sociales se manifiestan y expresan en las prácticas sociales de los individuos concretos. La ciencia social, aun cuando reconoce la problemática del indivi duo, no puede abordarla por su misma naturaleza y obje to. El individuo concreto, para la ciencia social, no cons tituye más que una abstracción de una de las bases ma teriales sobre las que se edifican las relaciones sociales. Luporini (1973), al tratar esta cuestión, señala que «...los “hombres” de Marx (en cambio), se encuentran siem pre dentro de las “relaciones sociales”, aunque éstas sean creadas por ellos (por su trabajo: el hombre hace su pro pia historia, etc.). Los individuos están inicialmente con dicionados y determinados por tales relaciones antes de poderlas modificar, eventualmente y dentro de ciertas con diciones. En otras palabras, nunca encontramos a los hombres sueltos. Sin embargo, esto no significa que el in dividuo sea disuelto en sus “relaciones sociales”. Todo lo contrario: esto significa que el problema del individuo humano no es simple y puede ser planteado correctamen te sólo a partir de la situación indicada... (los individuos 46
humanos) ...se trata evidentemente de una abstracción, pero de una abstracción necesaria, científica, que es legi timada por el hecho de que de cualquier manera los “in dividuos humanos vivientes” existen efectivamente. Con las palabras “individuos desnudos” quiero significar la abs tracción más general correspondiente a esa realidad, vale decir, el hecho de que todo hombre, en cualquier relación en que se encuentre, debe ser al menos o también conta bilizado prácticamente como uno... Es por tanto una no ción muy simple y evidente... la noción es potentísima con respecto a las “ciencias humanas”, respecto a las cuales, es tan funcional como respecto a las ciencias biológicas...» (p. 42). De esta cita puede desprenderse la complementariedad, e incluso la necesidad, del análisis de la práctica social individual respecto del examen de las características ge nerales de las relaciones que definen a una formación so cial particular. Partiendo de la base de que las prácticas individuales concretas no pueden aislarse ni genética ni contextualmente del sistema de relaciones sociales en que se dan, debe subrayarse que el estudio científico de dichas prácticas individuales, en lo que toca a los procesos de su transmisión y reproducción, cae, fundamentalmente bajo la cobertura de la psicología. Consideramos que sólo de una aproximación conductista, que haga hincapié en el estudio objetivo de la in teracción construida del individuo con su medio social, puede esperarse la posibilidad de aprehender el proceso de esta construcción individual de la práctica social. La subjetividad se reduce al proceso idiosincrático de indi viduación de esta práctica, y no a un supuesto reflejo o reproducción espiritual de las formaciones ideológicas so ciales y su sustento estructura en un modo de producción particular. De otro modo, la ideología se mantendrá, en lo que toca a las prácticas sociales de los hombres concre tos, en el nivel de la pura abstracción ,o como ha venido 47
ocurriendo a la fecha, como la reificación de una subjeti vidad que, constituida en reflejo mecánico de lo social, se erige en causa hipostasiada de esa práctica.
REFERENCIAS Alth u sser , Louis: Curso de Filosofía Marxista para Cien
tíficos. México: Diez, 1975. Gramsci, Antonio: La Formación de los Intelectuales. Mé
xico: Grijalbo, 1967.
Lupo rini , C.: Dialéctica Marxista e Historicismo. En C.
Luporini y E. Serení (Dirs.), El Concepto de Formación Económico Social. México: Grijalbo, 1973. — y S erení, E.: El Concepto de Formación Económico So cial. México: Grijalbo, 1973. R yle, Gilbert: The Concept of Mind. Nueva York: Barnes & Noble, 1949. S ampson, Edward E.: Cognitive Psychology as Ideology. American Psychologist, 1981, 36, 730-743.
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3. TOPICOS Y CONCEPTOS EN LA TEORIA DE LA CONDUCTA6
En la actualidad, nadie argumentaría en contra del pa pel fundamental que desempeña la teoría en el desarrollo y construcción de la ciencia. No obstante, la psicología, y en este caso me refiero a la psicología conductista, difí cilmente puede plantear la existencia de un cuerpo de conceptos y definiciones coherente y sistemático, capaz de cubrir el rango completo de fenómenos comprendidos bajo la denominación de conducta7. Si la consideramos como la teoría desarrollada desde que Watson anunció formalmente el nacimiento de la nueva ciencia en 1913, se trata del tipo de teoría en que no estamos interesados. En este respecto, el análisis realizado por Skinner (1950) so bre las teorías del aprendizaje en boga entre los cuaren 6. Una versión inicial de este m an u scrito fue leída en la Sexta Reunión Anual de la A ssociation fo r B ehavior Anaíysis, en Dearb o m (M ich.), EE.UU., m ayo de 1980. Deseo e x p resar m i reconoci m iento p o r la lectura cuidadosa que hicieron de este m an u scrito .1. R. K a n to r y Sidney W. B ijou, y sus valiosas recom endaciones para m ejorarlo. 7. H ago referencia al m ovim iento co n d u ctista en m arcad o p o r la teoría del condicionam iento así com o al denom inado conduclism o social. La psicología in terco n d u ctu al, tal com o la fo rm uló K an to r no se a ju s ta a esta crítica. No o b stan te, aun cuando p ro veía las condiciones n ecesarias p a ra el d esarro llo de una teo ría de la conducta, no fue ta n influyente com o los enfoques basad o s en el condicionam iento. 49
ta y los sesenta, es todavía válido, con la enumeración sumaria de los puntos ciegos que deben ser evitados en la construcción de una teoría científica de la conducta. Estas eran teorías del aprendizaje expresadas en térmi nos del sistema nervioso, de eventos mentales o de even tos explicativos no observados directamente. Estas tres teorías se consideraron como teoría incorrecta «en el sen tido de que ellas no se expresaban en los mismos térmi nos y no podían confirmarse con los mismos métodos que los hechos que supuestamente explicaban» (p. 193). Pero, desafortunadamente, saber lo que no debe hacerse como teoría, no nos proporciona los conceptos, definiciones y reglas para formular una estructura teórica a nuestra cien cia. Es nuestro propósito señalar algunos problemas ge nerales relacionados con la integración de una teoría de la conducta. Con el objeto de apoyar nuestra postura, enumerare mos los diversos criterios que debe satisfacer la construc ción de una teoría científica: a) Definir el dominio u objeto de estudio de la disci plina, y su relación con otros campos de la ciencia; b) Proporcionar los criterios metodológicos para cla sificar ese dominio de eventos y seleccionar aquellas propiedades y relaciones consideradas como las más pertinentes; c) Formular conceptos, definiciones y reglas básicas para diferentes tipos de eventos, datos y operacio nes, a fin de armonizar la interacción entre la in vestigación científica y los procedimientos observacionales, con los eventos y objetos con los que tra ta la disciplina; d) Integrar observaciones no relacionadas y aun contradffctorias, mediante la derivación de conceptos que reflejen las propiedades de los eventos y las inacciones; y 50
e) Abrir nuevos dominios empíricos y conceptuales en el cumplimiento de su función heurística, esen cial a cualquier sistema teórico. ¿Cuáles son los logros de la teoría moderna de la conducta en este respecto? Demos un rápido vistazo. a) El concepto de conducta parece haber sufrido una serie de transformaciones que no son sólo de na turaleza lógica, sino que representan también un cambio epistémico o semántico en relación al do minio empírico de eventos con los que trata la psi cología. Watson (1924) definió inicialmente la con ducta como «lo que el organismo hace o dice», es decir, como aquellas actividades observables del organismo, y aun cuando distinguió entre respues tas manifiestas y cubiertas, las últimas siempre te nían que ser referibles a un sistema reactivo fisio lógico, como ocurrió en el caso del lenguaje. Esta concepción de la conducta es más restringida que la que expuso por vez primera Skinner (1938), como «la parte del funcionamiento de un organismo que se ocupa de actuar sobre o tener intercambios con el mundo externo». Sin embargo, la naturaleza in teractiva de la conducta se veía constreñida por su formulación en términos físicos como «movimien tos de un organismo o de sus partes en un marco de referencia proporcionado por él organismo mis mo o por diversos objetos externos o campos de fuerza». En dichas formulaciones todavía se identi fica la conducta con la actividad del organismo, aun cuando se subrayan sus efectos sobre el ambiente. Esto es totalmente distinto de su propia definición (Skinner, 1957, pp. 224-225) al tratar la conducta verbal como un episodio entre un hablante y un escucha. En este caso, la conducta no se limita a 51
la actividad del organismo, sino que se identifica con la interacción misma entre los dos actores del episodio verbal. Se ignora a los movimientos como propiedades definitorias de la conducta y el con cepto se vuelve virtual, pero no formalmente, idén tico al de intercambio o interacción. Esta reformu lación se aproxima a la concepción de Kantor (1959) sobre la interconducta. Kantor iguala la intercon ducta con un campo psicológico. El campo psico lógico consiste en segmentos de conducta que cons tituyen sistemas integrados de factores, incluyendo una función de estímulo y respuesta (la interac ción del organismo con los objetos de estímulo), la historia interconductual, los factores disposicionales situacionales y los medios de contacto. El evento no es identificable en términos exclusivos de las respuestas. Es innecesario añadir que en la ma yor parte del análisis teórico y experimental de la conducta, las dos primeras definiciones constitu yen el marco de referencia fundamental, b) La teoría actual de la conducta se originó primor dialmente en la teoría del condicionamiento, y en última instancia, en el paradigma del reflejo. El tra bajo inicial de Skinner (1931, 1935a) ilustra cómo el proceso de selección de la unidad de análisis y la segmentación «natural» de la conducta no fue independiente de supuestos fundamentales que sub yacían a una concepción lineal y molecular enmar cada por dicho paradigma. Se consideró que las medidas puntuales de topografías limitadas en una posición espacial fija eran representativas del flujo continuo de la conducta. De este modo, la selección de una respuesta discreta, repetitiva, en el condi cionamiento operante, no era ajena al concepto de reflejo y a la formulación de clases genéricas como conceptos analíticos básicos (Skinner, 1931; 1935a). 52
Las respuestas, como aquellos segmentos físicos productores de la interacción puntual con el am biente se confundieron con los sistemas reactivos y la función de respuesta. La dicotomía respondiente-operante, inicialmente una distinción funcio nal (Skinner, 1935b) se identificó con las restriccio nes biológicas impuestas por los sistemas de res puesta involucrados. Aún más, la presión de la pa lanca, como una respuesta, cuando se le empleó bajo programas múltiples o concurrentes, se ha venido analizando como el mismo segmento de conducta (tasas globales, tasas relativas, efectos de contraste), a pesar de que se debe concebir con funciones diferentes en términos de las condiciones que controlan su emisión. La morfología se ha iden tificado con la función. Del lado del estímulo, se enfrentan problemas semejantes. La causalidad se concibió como un proceso lineal en tiempo, y se buscaron explicaciones de uno o dos factores en el análisis de fenómenos complejos. Como consecuen cia histórica, aun en situaciones aparentemente sim ples, se soslayan teóricamente factores funcionales, como ocurre con las operaciones de privación-sa ciedad, la función de estímulo del operando, etcé tera. Además, en consonancia con el hincapié pres tado a los estados estables, las transiciones conti nuas en la conducta que constituyen el proceso de interacción, han sido disminuidas en importancia, al seleccionarse datos de estado terminal que la mayor parte de las veces están predeterminados con base en las expectativas del experimentador. La cobertura lógica del dominio conductual por las taxonomías que se derivan de los modelos de con dicionamiento ha mostrado ser limitada y no ha podido cumplir sus propósitos, dado que parece in capaz de procurar una sintaxis conceptual adecua 53
da a la naturaleza de la conducta, incluso en situa ciones simples. Algunos autores como Schoenfeld (1972, 1976) han sugerido una revaloración crítica de los fundamentos de la teoría de la conducta ac tual, y algunos otros han propuesto modelos de campo como el de Kantor (1924, 1926) como una al ternativa más fructífera. c) Los conceptos y los marcos organizativos de la teo ría de la conducta se derivan, en su mayor parte, en correspondencia a reglas operacionales y de pro cedimiento, o como extensiones metafóricas de di chas reglas. El denominar procesos y mecanismos en términos de las condiciones de procedimiento que dieron lugar a los fenómenos bajo análisis cons tituye una práctica común. Así, se acostumbra ha blar de procesos idénticos a las operaciones, como ocurre en el condicionamiento clásico, la generali zación del estímulo, la extinción, el castigo, el re forzamiento condicionado o las relaciones estímuloestímulo o respuesta-estímulo. Esto ha constituido una estrategia poco gratificante, dado que los re sultados teóricos han consistido en la separación ar tificial de interacciones complejas o bien el sobrelapamiento y equivalencia de «mecanismos» opcio nales. Los esfuerzos de Schoenfeld et al. (1972) y Catania (1971) son dignos de mencionarse, por su propósito de superar dicha situación. Schoenfeld et al. han mostrado la posibilidad de procurar un análisis sistemático a fin de integrar paramétrica mente operaciones consideradas tradicionalmente independientes una de la otra (evitación, conducta de razón y de intervalo, programas contingentes y no contingentes, etcétera). Catania ha intentado re lacionar operacionalmente varios procedimientos ex perimentales desde el condicionamiento clásico has ta programas complejos. No obstante, la pesada he-
rencia del operacionalismo lo hace todavía presen te como el abordaje de mayor influencia en la sis tematización teórica. d) El crecimiento de micromodelos es una de las ca racterísticas sobresalientes de la teoría de la con ducta. La tendencia teórica se manifiesta en la cons trucción de modelos formales o ligados a hipótesis dirigidos a un rango restringido de fenómenos. Los modelos se ofrecen como una alternativa todo o nada en la descripción y predicción de datos espe cíficos, y en muchas ocasiones, la investigación se orienta no a la búsqueda de parámetros generales, sino por el contrario, a la identificación de excep ciones y casos paradójicos. Los modelos nominati vos y postulativos sustituyen la búsqueda necesaria de conceptos y parámetros capaces de integrar da tos aparentemente independientes e incluso contra dictorios. Por consiguiente, no existe una teoría unificada de la conducta sino más bien un mosaico variado de modelos restringidos y que en ocasiones se yuxtaponen empíricamente. La linealidad de la exploración conceptual se expresa no solamente en la naturaleza molecular de estos modelos, sino tam bién en su ecléctica «coexistencia pacífica» para lo que se concibe como campos empíricos diferentes. Ejemplo de ello son los modelos desarrollados para explicar efectos restringidos como la igualación en conducta concurrente (Hermstein, 1970; Rachlin, 1978; Baum, 1973) o las relaciones especiales de con tingencia entre estímulos (Kamin, 1969; Wagner y Rescorla, 1972; Hearst y Jenkins, 1974). e) Finalmente, la heurística se limita a la predicción de las propiedades implicadas por los modelos for males o por la regresión infinita de la inferencia no minativa. Como en los cincuentas, los investigado res están más interesados en mostrar que algo 55
que predicen tendrá lugar o que un evento «nor malmente» no predicho ocurrirá bajo ciertas con diciones, que en la búsqueda de uniformidades en las complejas interdependencias que se establecen en parámetros múltiples. La teoría debería señalar hacia nuevos dominios empíricos a través de la de finición conceptual y no por un proceso empírico accidental de ensayo y error o debido a las infe rencias formales de modelos preconstruidos. ¿Hacia qué debe dirigirse una teoría de la conducta? La respuesta a esta pregunta determina en gran me dida la visión y características de una teoría de la con ducta.1El conductismo como una filosofía de la ciencia fuertemente influida por el evolucionismo planteó, desde sus inicios, la necesidad de cubrir tanto la conducta de los animales como la del hombre (Logue, 1978) y siguien do esta tradición, la teoría de la conducta ha sido, en un sentido restringido, una teoría de la psicología compara da. No obstante, esto nunca ha constituido una meta sis temática ,sino más bien el resultado del esfuerzo de au tores particulares destacados (Schneirla, 1959; Bitterman, 1960; Razran, 1971), la mayoría de ellos no vinculados di rectamente a la aproximación del análisis conductual. e Debido al vínculo lógico de la teoría de la conducta con el operacionalismo, se ha hecho hincapié teórico en procesos que supuestamente subyacen al empleo de pro cedimientos generales específicos, tales como el condi cionamiento respondiente u operante, o en mecanismos internos sobreimpuestos anclados fisicalísticamente como la atención, la reducción e inducción de la pulsión, el pro cesamiento de información, la prepotencia de respuesta, etcétera^* Estas tendencias han producido una teoría que subraya los estados terminales más que las transiciones, 56
y que busca procesos y mecanismos generales ligados a situaciones particulares de procedimiento. Los esfuerzos comparativos se han visto restringidos al empleo de di versos procedimientos con distintas especies incluyendo al hombre (Hodos y Campbell, 1969). La carencia de una teoría basada en la consideración de diferentes niveles cualitativos de complejidad y orga nización de la conducta, ha conducido a dos tipos de des viaciones reduccionistas, (a) Una consiste en suponer que las especies superiores como el hombre son controladas conductualmente por los mismos procesos que las espe cies inferiores (como las ratas, palomas, etcétera) en tér minos de los paradigmas del condicionamiento operante y respondiente (Skinner, 1957; Schoenfeld, 1969). (b) Otra consiste en imponer a las especies inferiores los procesos y mecanismos identificados en las especies superiores (ma míferos y aves) como sucede en la búsqueda de efectos de condicionamiento en los invertebrados. El trabajo reciente en el análisis conductual aplicado ejemplifica el caso (a) de manera precisa como una for ma extrema de extrapolación conceptual de la conducta animal al comportamiento humano. Aparte de su propó sito objetivista, (a) ha mostrado ser reduccionista y tener poco éxito en el desarrollo de una aproximación teórica a la conducta humana. Como Kantor (1970) ha observado, el análisis de la conducta no ha alcanzado a tratar adecuadamente la con ducta humana, tanto a nivel teórico como a nivel experi mental. Por consiguiente, un problema primario de la teo ría de la conducta debería ser la distinción entre la con ducta animal y el comportamiento humano. La diferen cia entre la conducta animal y la humana no puede ser so lamente del orden morfológico o cuantitativo. Es evidente que el lenguaje y la posibilidad de responder a los refe rentes de los eventos en términos de las convenciones y la historia de los grupos sociales representa inequívoca57
mente un corte cualitativo entre los humanos y los no humanos. Como lo señala Schaff (1975) «...el lenguaje, que es una reflexión particular de la realidad, al mismo tiempo, en un sentido especial, crea nuestra imagen de la realidad. Y esto es, en el sentido en que, en cierta medi da, lo son nuestras articulaciones acerca del mundo, una función no sólo de las experiencias individuales, sino tam bién de las experiencias sociales transmitidas al indivi duo a través de la educación, y, sobre todo, a través del lenguaje» (p. 251). Sin discusión, el lenguaje establece una diferencia fun damental entre los animales sub-humanos y el hombré, y parece lógico el considerar que los paradigmas y con ceptos formulados para tratar con los fenómenos no lin güísticos tengan que ser insuficientes para aceptar las ca racterísticas cualitativas del lenguaje como conducta (Ribes, 1977). En este respecto, es poco adecuado describir y explicar las interacciones lingüísticas en términos de condicionamiento o de conceptos derivados del condicio namiento. Es igualmente nugatorio analizar la conducta lingüística en términos derivados de funciones conductuales simples como el reducirla a los patrones estructurales y formales de las convenciones gramaticales (Ribes, 1979). La teoría de la conducta ha confundido el análisis de los sistemas reactivos lingüísticos (y su adquisición), con la investigación de las interacciones lingüísticas como un nivel sustitutivo de conducta entre los que hablan, los que escuchan, y el ambiente físico y social (Kantor, 1977). Un examen cuidadoso del trabajo de Skinner (1957) sobre el particular, con el fin de citar la contribución más des tacada en este respecto, describiría gráficamente las li mitaciones antes mencionadas. Los fenómenos lingüísti cos, como comportamiento referencial requieren de la in teracción de los eventos a los que se refiere el que «ha bla», y un «escucha» a quien se refiere el que «habla». El escucha hace contacto con los eventos a través de la ac 58
ción del que habla, quien media o sustituye dichos even tos. La conducta controlada por estímulos morfológica mente lingüísticos (como en las respuestas texuales, intraverbales o de transcripción) así como aquella conducta que produce patrones morfológicos lingüísticos (como su cede en los estudios sobre adquisición del lenguaje), care cen de la función referencial intrínseca a las interacciones propiamente lingüísticas, y están más bien relacionados con casos de conducta simbólica o con el establecimiento de los sistemas reactivos socialmente requeridos con el fin de desarrollar conducta referencial. La distinción entre la conducta específicamente huma na y el comportamiento no humano permitiría la formu lación de una teoría en la que, al analizar los procesos como funciones cualitativas, se sistematizaría el desarrollo de estas funciones y procesos en dos direcciones: la on togenia y la filogenia de la conducta. Las funciones cua litativas significan diferentes niveles de organización de las interacciones entre los organismos y sus ambientes, por ejemplo, un contacto indirecto entre la respuesta y los eventos como ocurre en las interacciones lingüísticas involucra una función cualitativa diferente que los contac tos directos como los que tienen lugar en el condiciona miento clásico. La relevancia de caracterizar en forma apropiada a la conducta humana parece obvia en el caso de la ontogenia de la conducta. Y dicha caracterización se vuelve aún más relevante al señalar que en un solo orga nismo existe una continuidad en la evolución de las fun ciones conductuales, algunas de las cuales son comparti das con las especies no humanas mediante su reorganiza ción y subordinación a los procesos específicamente hu manos. Indudablemente, el desarrollo humano es uno de los tópicos cruciales en la teoría de la conducta. El tra bajo pionero de Bijou (1976) y Bijou y Baer (1961), ha mostrado las dificultades planteadas por la ontogenia de la conducta a los marcos teóricos actuales. Del lado de la 59
filogenia de la conducta, el análisis teórico no debería di rigirse solamente al señalamiento de distinciones entre la conducta humana y la no humana, sino también a di ferencias cualitativas semejantes en funciones que carac terizan niveles de complejidad y organización conductual entre los varios phyla y especies. Algunos vacíos conceptuales en la teoría de la conducta Los datos por sí mismos no proveen de conocimiento. Se requiere una estructura teórica que organice, sistema tice y vuelva significativos a los datos. Muchos de los pro blemas confrontados por la teoría de la conducta son con ceptuales más que empíricos, puesto que los datos reco lectados y buscados no son independientes de los supues tos teóricos subyacentes a su producción. Sin pretender ser exhaustivo, mencionaré algunos de los conceptos re queridos para clasificar problemas que reflejan nuestras limitaciones en la descripción adecuada de la complejidad de los datos y eventos bajo análisis. Me referiré a los si guientes conceptos: a) Historia interconductual. Representa la influencia de interacciones previas sobre las situaciones pre sentes. La historia refleja la evolución separada y conjunta a la vez de los estímulos en relación a las diversas funciones de respuesta, así como la bio grafía reactiva ante funciones de estímulo variadas. Por consiguiente, las interacciones descritas como historia no actúan como un efecto lineal, y desem peñan más bien dos papeles. Por un lado, las in teracciones previas determinan la probabilidad de contactos particulares entre el organismo y el am biente. Por el otro, las propiedades cualitativas de interacciones sucesivas modulan el tipo de con60
tacto entre el organismo y el ambiente, es decir, la naturaleza de la función interconductual en proce so. La conducta psicológica, en contraste a la mera conducta biológica, representa la acción de la his toria individual en el desarrollo de las interaccio nes funcionales con el ambiente. La extensión de las funciones a estímulos condicionales así como la función sustitutiva de la conducta lingüística, son ejemplos ilustrativos de cómo la historia se cons truye en la interacción continua del organismo con sus circunstancias. Los investigadores conductuales tienen que ver constantemente con la historia, especialmente en los estudios dedicados al análisis de los tratamientos secuenciales o a las transicio nes. No obstante, no se efectúa ninguna sistemati zación conceptual acerca de esta interacción empí rica. Apenas comienza a reconocerse su pertinencia al desarrollo conductual y a los efectos de los pro gramas de estímulo (Morse y Kelleher, 1970). No obstante, no forma parte de las herramientas del análisis conceptual cotidiano. Su inclusión parece imperativa a ñn de alejamos de las interpretaciones lineales de la conducta, especialmente en el caso de la conducta humana. b) Funciones de estímulo-respuesta versus objetos de estímulo y sistemas reactivos. Aunque el concepto de r dejo y de la operante en Skinner (1931, 1935) es de naturaleza funcional, y analiza al estímulo y la respuesta en términos de covariaciones de una relación, esto ha sido olvidado a menudo en la prác tica teórica y experimenta; debido a que no exis ten definiciones diferenciales para delimitar los ob jetos, los sistemas de respuesta y las dimensiones del estímulo de las funciones propiamente dichas. Kantor (1933) subrayó la naturaleza funcional y bidireccional del contacto entre estímulo y respuesta. 61
Del mismo modo, Kantor distinguió la función del estímulo y el objeto de estímulo, así como la fun ción de respuesta de las respuestas y los sistemas reactivos. Los objetos de estímulo y los sistemas reactivos están constituidos por múltiples estímu los y respuestas, siendo estos últimos sus segmenta ciones físicas y morfológicas. Las funciones son las relaciones establecidas por contactos proximales y distales entre el organismo y los objetos de estímu lo en el ambiente, y por ende las funciones cubren más de un solo elemento de estímulo y respuesta. Por consiguiente, un solo objeto de estímulo, puede tener funciones de estímulo diferentes así como un sistema reactivo particular puede poseer varias fun ciones de respuesta. No existe correspondencia di recta entre el objeto, el estímulo y la función, al igual que en el caso de la respuesta. Además, esto significa que las funciones de estímulo y respuesta no pueden ser adscritas a eventos aislados discre tos de estímulo y respuesta. Las funciones compren den segmentos extensos de estímulos y respuestas, que no son susceptibles a un análisis molecular como una aproximación de primer orden. Los pro gramas de estímulo de segundo orden y la con ducta de evitación libre constituyen ejemplos des tacados de este problema. Sin embargo, como lo muestran claramente las prácticas de modificación de conducta, la respues ta y el estímulo se han identificado consuetudina riamente con los objetos, sistemas y funciones. Se observa la misma confusión en los informes expe rimentales y análisis teóricos cuando se restringe las funciones a un sistema reactivo particular (como ocurre en las llamadas interacciones respondientesoperantes) o cuando se adscriben las funciones de estímulo al objeto de estímulo total (como en el
caso del reforzador), identificando siempre a una función particular con un objeto o sistema reacti vo particular. Las funciones pueden comprender va rios objetos de estímulo así como diferentes siste mas reactivos, a la vez que en un solo objeto de es tímulo o sistema reactivo sólo una parte, y no to dos los elementos constitutivos, pueden integrar la función total. Las concepciones moleculares del estímulo y la respuesta han conducido a constricciones morfoló gicas de las funciones de respuesta y a reducir las funciones de estímulo a las dimensiones derivadas operacionalmente de eventos puntuales, como en el caso de los estímulos reforzantes, condicionales y discriminativos. Por una parte, estas funciones no parecen poder cubrir casos que trascienden los pa radigmas operacionales del condicionamiento sim ple, como sucede en la impronta, los programas de segundo orden y la discriminación condicional. Por otra parte, las funciones discriminativas, condicio nales y reforzantes son a veces difíciles de aislar y se yuxtaponen cuando se describen segmentos conductuales extendidos. Las funciones debieran iden tificarse con base en dos criterios: Primero, una función no es idéntica al procedi miento o al fundamento metodológico disponible para determinar las relaciones tentativas en una in teracción organismo-ambiente, lina función es un concepto que describe las propiedades cualitativas y estructura de una interacción e interdependencia complejas entre el organismo y su medio. Por con siguiente, las relaciones lineales simples, como las prescritas para las funciones de estímulo discrimi nativas, condicionales y reforzantes, son insuficien tes para tipificar un segmento interconductual, y llevan a su aplicación reduccionista y ubicúa a fe63
nómenos que no comparten propiedades semejan tes. Segundo, las funciones no pueden definirse en términos de la interacción de eventos puntuales. Estas descripciones son cuestionables tanto sobre bases de tipo lógico como de medida, y los datos experimentales señalan continuamente al carácter contextual y molar de las interacciones, de modo tal que tendrán que ser tomadas en consideración porciones mayores de la actividad del organismo y el flujo ambiental. Suponer que la interacción de un organismo con su ambiente circundante puede explicarse sólo en términos de los pocos factores discretos que se describen y manipulan operacionalmente en las situaciones experimentales o aplica das, parece constituir una posición simplista e in genua. Todos los factores envueltos en una inter acción, identificados o no, participan en su deter minación, como el trabajo preliminar de Schoenfeld y Farmer (1970) parece apoyar en relación a la influencia de respuestas no definidas (J/L) sobre la conducta estipulada operacionalmente (R). c) La Clasificación de la Conducta. Si las funciones constituyen conceptos descriptivos y explicativos de algún valor, deben formularse de modo tal que per mitan clasificar a los fenómenos independientemen te de los procedimientos empleados, señalando ni veles dierenciales de integración conductual. Las funciones debieran diferenciar entre diversas cua lidades de interacción, a la vez que señalan el tipo de análisis cuantitativo requerido tanto en térmi nos de procesos espacio-temporales como de los pa rámetros implicados. Ya se ha mencionado que un primer paso para adecuar la teoría de la conducta sería el distinguir entre conducta humana y animal, así como entre 64
diferentes clases de conducta no humana. Así, el cuerpo central de una teoría de la conducta sería la organización jerárquica de las funciones que pres cribirían los límites de los diversos niveles organi zativos de la conducta en el hombre y los ani males. Examinemos dos asuntos adicionales en relación a esta problemática. Uno se refiere a cuestiones que surgen en el contexto de la conducta animal. Los conceptos actuales, vinculados al operacionalismo, implican algunas veces a más de una función como ocurre con los estímulos discriminativos y refor zantes en el condicionamiento operante. Estos sus titutos de conceptos funcionales, sin embargo, no permiten una organización jerárquica de la conduc ta dado que su postulación siempre es reductiva o exclusiva de otros procesos alternativos y las fun ciones comprendidas. Así, se ve al condicionamiento operante como un proceso reductible al condicio namiento clásico o como un proceso distintivo que interactúa con el condicionamiento respondiendo en un mismo nivel funcional, si no es que se le conci be como el único proceso real que deja al condi cionamiento clásico como un epifenómeno experi mental. En cualesquiera de estas tres concepciones, no se considera que puedan constituir manifesta ciones de diferentes niveles de integración de la con ducta, y por lo tanto, no se cuestiona si uno de ellos puede ser la condición necesaria, mas no su ficiente, para la existencia del otro. El segundo pun to a ser señalado se relaciona con la conducta hu mana. Se ha afirmado que existe una discontinui dad entre la conducta animal y la humana, y que esta distinción cualitativa se debe en gran medida al papel central desempeñado por el lenguaje. No obstante, dentro de la misma conducta humana po65
demos encontrar también una jerarquía de reía ciones, de manera tal que la teoría de la conducta debería establecer los límites de los fenómenos re lativos a la conducta simbólica, social y lingüística, entre otras. Skinner mismo (1957), se percató de la necesidad de distinguir entre la conducta verbal y la social, puesto que en ambas, de acuerdo a su po sición, el reforzamiento era mediado por otros. No obstante, todavía es el momento de que se realice esta tarea como forma de aclarar la ruta para un esfuerzo teórico de mayor profundidad, d) Los Medios sociales normativos. El hombre se dis tingue de los animales debido a la naturaleza social de su ambiente. Y por social no queremos decir so lamente el vivir colectivo, que se comparte con otras especies animales, sino los ambientes y convencio nes construidas históricamente que son distintiva mente únicas de la especie humana. El ambiente social, a diferencia del medio físico, no tiene pro piedades dimensionales intrínsecas con las que se deba interactuar, sino por el contrario, se encuen tra sometido a un cambio continuo, siendo deter minadas sus atribuciones físicas por las convencio nes del grupo, que se imponen a la conducta indi vidual. Este carácter de la conducta humana es re conocido por Skinner (1957), cuando expresa que «la conducta verbal es moldeada y mantenida por un ambiente verbal, por gente que responde a la conducta de cierta manera debido a las prácticas del grupo del cual son miembros» (p. 226). En este contexto, los medios normativos especifican el tipo de contactos posibles, y por consiguiente permiti dos en un grupo o institución social, representando la especificidad de las interconductas característi cas de dicho grupo. Esto no se refiere solamente a los aspectos morfológicos de la interconducta sino 66
también a las propiedades funcionales que, a través de la convención, el medio social impone a los ob jetos, eventos, personas y sistemas reactivos. Las comunidades lingüísticas, los roles sociales y las convenciones morales adoptadas por grupos socia les específicos son ejemplos de medios normativos. La inclusión de los medios normativos como con cepto teórico se fundamenta en dos razones. Pri mero, se subraya el origen de los patrones caracte rísticos de la conducta humana, y aun cuando refi riéndose a su observación en términos de caracte rísticas físicas, también define sus propiedades fun cionales en términos de atributos impuestos con vencionalmente. Segundo, al considerar que las fun ciones sociales son específicas a medios particula res, no se fomenta la generalización de las interac ciones humanas como indicadores de leyes o prin cipios universales «naturales». No se puede lograr una comprensión cabal de la conducta humana si no enmarcamos los procesos y parámetros bajo la especificidad normativa de los medios sociales. De otro modo, se cometería el mismo error de la psi cología social tradicional al concebir las interaccio nes sociales como universales e independientes de las convenciones desarrolladas históricamente por los grupos e instituciones sociales, e) Los límites con las ciencias biológica y social. Uno de los problemas más relevantes para una teoría de la conducta es delimitar su objeto de estudio de los de las ciencias biológica y social. Esta es una tarea necesaria para fijar el espectro relativo de cada disciplina sobre los fenómenos empíricos que intersectan a la conducta en varias direcciones. Del lado de la ciencia biológica, existe una tendencia permanente a reducir lo conductual a lo biológico siguiendo la tradición cartesiana. En la teorización 67
actual todavía se encuentra al sistema nervioso con ceptual (Skinner, 1950) así como a concepciones in teraccionistas e isomórficas de la determinación de la conducta. La ambigüedad de dichos límites se refleja tam bién en la discusión teórica que siguió a los estu dios occidentales (Miller, 1969) sobre el condicio namiento instrumental de las respuestas autónomas. Desde entonces, hemos sido testigos de una ten dencia a mostrar la condicionabilidad de cada sis tema biológico de respuesta, sin cuestionarse si se trata de hecho de una cuestión significativa (Schoenfeld, 1967). En la psícologización de los fenómenos biológicos surgen problemas semejantes, como ocu rre cuando se examinan fenómenos como los mo vimientos hacia o aparte de los objetos y estímu los, vbgr., los tropismos y los tactismos. Del lado de la ciencia social, las cosas no son mejores. Si a veces se considera que la psicología es una disciplina social, los fenómenos psicológicos se consideran el reflejo subjetivo de la estructura social; en otras ocasiones, los fenómenos sociales se reducen a la interacción aditiva de principios conductuales (Skinner, 1962). De cualquier manera, si se ha de lograr algún avance en la relación inter disciplinaria de la ciencia social y la de la conducta, esto debe hacerse mediante la definición de los do minios teórico y empírico de cada disciplina. Esta labor no es ajena a la revisión crítica del objeto de estudio de la teoría de la conducta y a la revalora ción de las mejores estrategias conceptuales para obtener un desarrollo teórico congruente.
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Consideraciones finales He señalado algunos de los problemas principales que confronta la teoría de la conducta a fin de convertirse en un sistema conceptual capaz de copar con la conducta animal y humana y las cuestiones relativas a la ontoge nia y filogenia de la conducta. En vez de proporcionar so luciones concretas, he más bien subrayado la necesidad de formular un conjunto de definiciones y conceptos fun cionales para orientar la investigación y la organización de los datos. A fin de concluir, mencionaré tres proble mas estrechamente vinculados a los cambios propuestos. Primero, el análisis conceptual de los procesos debería romper sus ligas con la tradición operacionalista que ca racteriza a nuestras prácticas teóricas. Los procesos se rían concebidos como un campo complejo de interdepen dencias, en los que las funciones consistirían en la natu raleza cualitativa de la interacción entre el organismo y su ambiente. El análisis molecular sería de significación en la medida en que se enmarcara en una descripción mo lar, no atomista y no lineal de la interconducta. Segundo, los procesos tradicionales bajo denominacio nes como las de percepción, pensamiento, memoria, apren dizaje, motivación y otros, se analizarían como compo nentes funcionales de paradigmas diversos describiendo la variedad de interacciones de campo. Estos conceptos se diluirían en verdaderas explicaciones funcionales de las distintas cualidades de interacción, tanto en el contexto de la ontogenia como en el de la filogenia de la conducta, sin simplificar sus propiedades en términos de un para digma único, como ahora ocurre. Tercero, no debieran efectuarse extrapolaciones a par tir de paradigmas y conceptos formulados para describir interacciones simples con el fin de dar cuenta del análisis experimental y aplicado de la conducta humana. El di vorcio creciente entre la ciencia básica y las técnicas apli 69
cadas testimonian la inadecuación de los conceptos y defi niciones actuales para tratar con la complejidad de la con ducta humana en las situaciones sociales. Finalmente, desearía citar las palabras de Sidney Bijou, en una entrevista realizada por Krasner (1977), que me parecen pertinentes a la temática de este escrito: «...Nos estamos desplazando hacia una aproximación de campo, en la que debemos tomar en consideración cinco o seis clases de variables en un sistema de contingencias de campo, y relacionar los cambios en cualquier parte del campo a cambios en todas las otras partes del campo» (p. 599). Para hacerlo, sin embargo, es necesario ser crí ticos de nuestros fundamentos y buscar otras opciones provistas por una filosofía conductista de la ciencia.
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4. ¿SE HA ABORDADO EL LENGUAJE DESDE EL ANALISIS DE LA CONDUCTA? 8
"Sin la palabra no habría historia n i am or; seríam os com o el resto de los anim ales, m era perpetuación y m era sexualidad. H ablar nos une com o parejas, com o sociedades, com o pueblos. H ablam os porque som os, pero so m os porque hablam os.”9 J ulio Cortázar
El lenguaje ha sido siempre un tema omnipresente en la teoría psicológica, debido a que su análisis es crucial para probar el poder y adecuación de los varios enfoques metodológicos del comportamiento. Las cuestiones rela tivas al lenguaje no parecen ser originales de la psicolo gía, sino que se derivan de disciplinas ajenas al estudio de la conducta, pero que no obstante se relacionan con el «lenguaje»: la fonología, la lingüística, la gramática, la neurología, la antropología, la semántica e incluso la filo8. T rab ajo leído p o r invitación en la Séptim a R eunión Anual de la A ssociation fo r B ehavior Analysis, en M ilwaukee, EE.UU., m ayo de 1981. El a u to r agradece a J. R. K a n to r y Sidney W. B ijou sus sugerencias p a ra m e jo ra r el m an u scrito . 9. D iscurso leído en el C entro A rgentino en Defensa de los Derechos H um anos, M adrid, m arzo 23, 1981. R eproducido en Uno m ás Uno, m ayo 2, 1981, C iudad de México.
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sofía. Por lo tanto, parece obligado, como primer paso, vincular a la psicología con el estudio del lenguaje, y se ñalar la relevancia teórica y empírica que el lenguaje pue de tener para una teoría de la conducta en general. Sin embargo, antes de examinar este problema, puede ser con veniente discutir algunos otros tópicos relativos al len guaje desde la perspectiva de un análisis conductual, así como el tipo de relaciones empíricas que están compren didas en su estudio. El lenguaje, en psicología, se ha relacionado con tó picos tan diferentes como el pensamiento, la comunica ción, la formación de conceptos, el significado, y la solu ción de problemas. Sin embargo, todos ellos se centran en última instancia en relación a una cuestión teórica. ¿Existe una diferencia básica entre la conducta animal y la conducta humana? Muchas de las críticas a un análisis conductual del lenguaje surgen de la suposición de que el lenguaje es algo más que conducta, y que para com prender al lenguaje, se necesitan conceptos y principios distintos a aquellos empleados para explicar la «conduc ta» propiamente dicha. Detengámonos en los dos proble mas fundamentales que subyacen a esta postura. Prime ro, ¿es la conducta animal diferente, como objeto de estu dio, de la conducta humana? Segundo, en caso de serlo, ¿es posible analizar la conducta humana sobre la base de los mismos supuestos empleados para la conducta ani mal? o ¿necesitamos apelar a conceptos que se refieren a un conjunto de eventos diferentes? La conducta animal y la conducta humana Comencemos afirmando que, de hecho, la conducta hu mana es semejante y diferente, a la vez, a la conducta ani mal. Son semejantes, en el sentido evolutivo de que los fenómenos o eventos complejos incluyen, como parte de 74
su organización o estructura, a las propiedades y deter minantes de los eventos más simples. La conducta huma na es afectada por las mismas leyes y variables que de terminan la conducta animal, pero no sólo por ellas. Las influencias sociales hacen a la conducta humana altamen te específica respecto a las diversas clases de conducta no humana definidas por los ambientes no sociales. ¿Cuál es la especificidad de las sociedades humanas en compa ración a los ambientes «sociales» animales? La vida en grupo y la interacción social, en términos de las influen cias mutuas de los organismos, no son peculiares a los individuos humanos. No obstante, la sociedad humana di fiere en un aspecto fundamental de cualquier otro tipo de ambiente grupal de interacción ínter o intraespecífico: la sociedad humana organiza las interacciones entre los in dividuos en términos de las convenciones establecidas por acuerdo, al menos de algunos de los miembros del grupo, y estas convenciones trascienden las relaciones con cretas e interacciones que puedan establecer los indivi duos particulares en ocasiones determinadas. Estas con venciones permiten el desligamiento respecto de las situa ciones concretas con base en las propiedades funcionales de las interacciones conductuales comprendidas en el es tablecimiento de las convenciones mismas. Desde un pun to de vista conductal, el desligamiento es la consecuencia funcional de la arbitrariedad de las convenciones involu cradas. Pero, en términos conductuales ¿cuál es la natu raleza de estas convenciones? Las convenciones no son nada más que las interacciones lingüísticas, y éstas consti tuyen mediaciones complejas entre individuos con base en los sistemas reactivos establecidos socialmente, en for ma autónoma de la naturaleza de los objetos, eventos o individuos con los que pueden relacionarse. Esta indepen dencia funcional, de la cual carecen las conductas ligadas a lo biológico, permite que las interacciones lingüísticas delimiten a la conducta animal de la humana. Los anima75
les no son capaces de establecer convenciones separables de las situaciones concretas en las que tienen lugar las in teracciones. En este sentido, la comunicación en los ani males, es no lingüística, dado que los sistemas reactivos están constituidos por el mismo conjunto de respuestas ligadas a lo biológico que se dan sólo ante situaciones concretas. Las convenciones humanas son independientes de las situaciones concretas, tanto en espacio como en tiempo, y esto es determinado por la naturaleza arbitraria de la interacción lingüística que define a las convenciones como conducta. Habiendo determinado que la conducta humana es di ferente a la conducta animal en el sentido previamente señalado, tratemos el segundo problema. ¿Es posible ana lizar la conducta humana en los mismos términos que la conducta animal? o ¿debemos buscar un nivel adicional de conceptualización que no.sea directamente referible a tér minos conductuales? Esta cuestión ha sido contestada de dos maneras diferentes, ambas, a mi modo de ver, erró neas. Una asume una posición dualista, ya sea en términos de la sustancia de los eventos, o en términos de la posibi lidad de conocer dichos eventos. De cualquier manera, la conducta se restringe a: (a) un índice de un tipo diferente de fenómeno o evento, o (b) el epifenómeno público del proceso crucial, que es inobservable. La conducta es anu lada como dato básico y su pertinencia es sólo metodoló gica en relación a la inferencia de procesos o entidades in ternas. Estas pueden ser eventos fraseados conductualmente, vbgr., respuestas de significado (Osgood, 1958; Mowrer, 1960), o definitivamente en términos cognosciti vos mentalistas, vbgr., estructuras profundas (McNeill, 1971). Pero, al margen de la forma conceptual particular que adoptan, su formulación significa establecer una fron tera no superable entre la conducta y estos fenómenos diferentes. De esta manera se formaliza el dualismo. 76
La contestación alternativa, pero también incorrecta, a esta cuestión ha sido afirmar que los conceptos derivados del análisis de la conducta animal son suficientes para des cribir y explicar la conducta humana. Esta posición ha asumido dos modalidades. Una ilustrada por Watson (1924), reduce las interacciones a acciones, y por consi guiente a movimientos, vbgr., el análisis del pensamiento como lenguaje subvocal. La otra reconoce que la conducta humana es diferente en cualidad, pero a la vez, supone que los conceptos analíticos formulados en situaciones sim ples son susceptibles de extrapolación a fenómenos más complejos. Skinner (1957) representa esta posición. Aún cuando dice, en relación a la conducta verbal, que «...la conducta que es efectiva sólo a través de la mediación de otras personas tiene tantas propiedades distintivas topo gráficas y dinámicas que se justifica, y de hecho, requiere de un tratamiento especial» (p. 2), su análisis de la con ducta verbal no alcanza a identificar conceptualmente es tas propiedades debido, en gran parte, al empleo del para digma de la triple relación de contingencia. Ribes (1979) y Whitehurst (1979) han señalado algunas de las limitacio nes del análisis que hace Skinner de la conducta verbal, tanto sobre bases teóricas como empíricas. Aun cuando los términos empleados para explicar la conducta animal pueden ser inadecuados para describir la complejidad de la conducta humana, no creemos que este hecho justifique el uso de concepciones dualistas. En otras palabras, el reconocer las diferencias cualitativas en un dominio empírico no avala necesariamente la existencia de dos dominios diferentes. La conducta humana es distinta de la conducta animal no sólo en relación a su apariencia o morfología, sino debido a su organización funcional, dado que el lenguaje y la sociedad definen y posibilitan diferen tes dimensiones de interacción entre los individuos y los objetos. Estas dimensiones comprenden complejos proce sos de mediación de las interacciones, mediaciones exter77
ñas que constituyen, como organización de un campo, con ductas cualitativamente distintas. La diferencia de cualidad no se refiere a una sustancia hipotética que componga a la conducta o a la «mente», sino a la estructura de campo de los objetos, eventos e individuos en interacción, que de fine la organización funcional de la conducta. El lenguaje y el ambiente social definen una cualidad distintiva de la conducta humana, pero ello simplemente significa que nuevos elementos y relaciones encontrados en las interac ciones humanas, no son posibles en los animales. No obs tante, las leyes y procesos que gobiernan las interaccio nes animales son condiciones necesarias para compren der y explicar la conducta humana, de modo tal que, los conceptos que describen interacciones humanas no exclu yen a los conceptos relativos a la conducta animal, sino que por el contrario, los incluyen como un subconjunto necesario del campo de eventos interactivos bajo estudio. Resumamos diciendo que, aunque la conducta humana re quiere de un nuevo conjunto de conceptos adecuados a las propiedades del complejo campo de interacciones involu cradas, estos nuevos conceptos se basan en e incluyen a los constructos empleados para analizar la conducta animal. Es nuestra intención esbozar algunas distinciones nece sarias entre el lenguaje como estructura convencional y producto social, y la conducta, como la interacción de organismos individuales con otros individuos y objetos en el ambiente. Esta estrategia nos permitirá mostrar que el «lenguaje» en los humanos tiene diferentes funciones, y que ellas pueden ser descritas y explicadas de acuerdo a diferentes dimensiones de organización interactiva. Para ello, comenzaremos examinando como estas diversas fun ciones han sido confundidas en la teoría de la conducta (¿o teorías?) a fin de proceder a un análisis más detenido de los problemas implicados por la relación entre el len guaje y la conducta humana. En esta confusión del lenguaje como producto formal 78
de la interacción social entre los individuos con la interac ción misma, yace, en gran medida, la incapacidad para proponer una explicación del lenguaje como conducta humana. Ilustraremos esta incapacidad, concentrándonos en el análisis que hace Skinner de la conducta verbal (1957). El análisis operante del lenguaje como conducta El propósito del análisis efectuado por Skinner es estu diar el lenguaje desde un punto de vista funcional, pero dado que «... se ha venido refiriendo a las prácticas de una comunidad lingüística más que a la conducta de cuales quiera de sus miembros... el término “conducta verbal” es más recomendable... hace hincapié en el individuo que habla moldeado y mantenido por consecuencias mediadas» (1957, p. 2). Aun cuando intentaremos mostrar alguna in consistencia entre estas afirmaciones y otras más, es nues tro propósito subrayar la concepción del lenguaje como las conductas del que habla y el que escucha en un episodio total. La conducta debiera entenderse como los segmentos totales que incluyen al que habla y al que escucha. Aún aislado «...el que habla puede ser estudiado suponiendo a un escucha, y al escucha suponiendo al que habla» (p. 2). Sin embargo, parecen haber restricciones teóricas y empí ricas para esta descripción separada de cada uno de los miembros del episodio si se busca preservar al episodio como una interacción unificada. El análisis separado del que habla y el que escucha, ha soslayado, de hecho, el problema fundamental: la interac ción conductual particular que tiene lugar cuando el que habla media la interacción del que escucha con otros in dividuos o eventos en un proceso bidireccional y recíproco. Aislar la relación de control en términos del que habla so lamente saca de contexto a la propia conducta de hablar, 79
con una doble consecuencia negativa. Primero, el proble ma de la referencia como el hablar acerca de objetos y eventos, abstraída de la relación que determina a quién se está hablando, restablece el viejo problema del signifi cado y la expresión de ideas característico de los enfoques cognoscitivo y conductista metodológico. Aunque Skinner dice que «en términos muy generales podemos decir que la conducta en la forma del tacto funciona en beneficio del escucha extendiendo su contacto con el ambiente», consi dera que «un tacto puede definirse como una operante verbal en la que una respuesta de forma determinada es evocada o al menos fortalecida por un objeto o evento particular» (pp. 81-85), subrayando de este modo la rela ción entre el objeto de estímulo y la respuesta del que habla. Segundo, la fragmentación del episodio verbal en tra en conflicto con la noción misma de comunicación o función de referir del que habla (Kantor, 1977). Si el len guaje tiene algún interés para la psicología es debido a que el lenguaje como la conducta de hablar, escribir, y leer afecta la conducta de un lector o escucha, no como un efecto simple, sino también en su relación con otros indi viduos y eventos, incluyendo al que habla y al que escribe. Catania (en prensa) destaca este problema cuando esta blece que «la conducta verbal deriva su poder de esta re lación (el tacto), porque sin ella no habría nada acerca de qué hablar.» El aislamiento del episodio verbal en la forma de las conductas separadas del que habla y el que escucha (con una dedicación muy ligera a este último) no sólo hace a un lado la función mediadora del que habla en relación al contacto del escucha con otros individuos y eventos, sino que invierte el problema al establecer que el que habla es el componente mediado en la interacción. Se dice que el que habla es mediado en el reforzamiento de su conduc ta por el que escucha. El escucha es sólo un sustituto for mal del estímulo reforzante en la relación operante. Esta 80
sustitución lógica es cuestionable por varias razones. Pri mero, reduce una interacción que comprende relaciones mediadas, a una interacción no mediada. La compleja se cuencia (la conducta ante objetos, eventos e individuos por parte del que habla, mediando su acción respecto al que escucha mediante una acción lingüística, para que este úl timo reaccione a los objetos y al que habla) que depende de una relación global, se ve reducida a un solo componen te: el que habla tactando un objeto o evento con el fin de ser reforzado por la conducta del escucha, o quizá, para expresarlo con más propiedad, debido al reforzamiento procurado por el escucha. Segundo, el concepto de reforza miento se vuelve tan lato que no sólo es circular, sino carente de significado e innecesario. El reforzamiento se iguala con cualquier consecuencia de la conducta del que habla, pero violando cuatro supuestos que definían origi nalmente el concepto de reforzamiento: a) la unidad ver bal no es una respuesta puntual repetitiva; b) no hay condiciones independientes, previas al «efecto», que per mitan establecer, con un criterio actuarial, que un evento particular va a ser reforzante, como ocurre, por ejemplo, con el caso de la privación. De hecho, parece que en un episodio verbal siempre hay un evento consecuente, inclu yendo la conducta del propio hablante, de modo que el reforzamiento ocurre como una predicación universal de la acción de hablar, sin tratarse de hecho de una cuestión empírica; c) no se produce un efecto clásico de reforza miento en la forma de un aumento o mantenimiento de la frecuencia de una respuesta relativa a un período particu lar. La conducta verbal siempre llena temporalmente el episodio total, sin dejar huecos que pudieran ser comple tados por un efecto de reforzamiento; d) exceptuando a la relación descrita como mando, el reforzamiento desempe ña un papel secundario como estímulo generalizado que libera la relación de control respecto a determinantes mo lí vacionales específicos, desplazando el control al estímu 81
lo an teced en te o «discrim inativo», que, paradójicam ente se convierte en un evento funcional fuerte a pesar de estar asociado a u n refo rzad o r débil. R esum iendo, podría decir se que el reforzam iento en el análisis de la conducta ver bal o lingüística desem peña un papel m ás bien de ornato teórico, que de real utilidad. C oncluirem os n u estra argum entación planteando un problem a adicional. ¿Es posible efectu ar un análisis fun cional genuino de la conducta verbal cuando el episodio que define al evento estudiado se divide en com ponentes separados? Pensam os que la respuesta es negativa y que, de hecho, esto lleva a desplazar al análisis hacia una des cripción form al del lenguaje em pleando una term inología conductual. Surgen tres problem as en el trata m ien to del lenguaje cuando se desplaza el análisis funcional hacia una descrip ción form al de la conducta del que habla. P rim ero, la cla sificación de la conducta verbal, com o u n a opción a des cripciones próxim as a un p u n to de vista e stru c tu ral, se p resen ta com o u n a taxonom ía (incom pleta) de las relacio nes de co n tro l e n tre dim ensiones form ales del estím ulo y dim ensiones form ales de la respuesta. Segundo, aun cuan do se consideran ¡relevantes, y por ende, son m arginadas las unidades fonéticas y lingüísticas com o los fonem as y las p alabras, la m ayoría de las relaciones descritas com p renden objetos de estím ulo únicos y p alab ras o frases cortas, com o consecuencia de un interés explícito en la ad quisición y m an tenim iento de las respuestas, en vez de en las interacciones funcionales que constituyen el episodio verbal. Tercero, los problem as estru c tu rales form ales p e r sisten com o lo m u estra la postulación de las funciones autoclíticas. La g ram ática y la sintaxis se vuelven proble m as conductuales y se acuñan conceptos específicos para tra ta r con ellos, a p esa r del objetivo inicial del análisis en fo rm u lar al lenguaje en térm inos de conceptos conductua les legítim os. 82
Verbal Behavior es, en cierto sentido, un esfuerzo clasificatorio. Skinner hizo hincapié en ello cuando dijo que «nuestra primera responsabilidad es simplemente la des cripción: ¿Cuál es la topografía de esta subdivisión de la conducta humana?» (p. 10). Una parte sustancial del ejer cicio teórico se dirige a identificar las relaciones de control pertinentes entre las respuestas vocales y escritas —pues los gestos son apenas mencionados— y diferentes tipos de estímulos antecedentes y reforzadores, aun cuando, como se señaló ya previamente, el reforzamiento nunca es de hecho central a dicho análisis teórico. Catania (en prensa) resume el tratamiento de los reforzadores en Verbal Beha vior, diciendo que: «mostrar que (dichas) las consecuen cias pueden afectar la frecuencia de clases verbales vuelve apropiado el llamarlas reforzadores. Pero el que no se pue da hacerlo no tiene relación con el que sea o no apropiado tratar a la conducta verbal en términos de consecuencias reforzantes. El concepto de reforzamiento es simplemente un nombre que tacta una relación conductual particular...: si una respuesta se mantiene debido a que ha tenido una consecuencia particular, se le llama un reforzador. El no poder demostrar que un evento particular sirve como re forzador en una situación particular significa solamente que el término reforzador no es apropiado en esta instan cia» (p. 38). El problema teórico, agregaríamos nosotros, sin embargo, tiene que ver con el significado de «manteni do» y «adquirido» así como con la «falta de propiedad del término», puesto que, como ya lo mencionamos, el uso del concepto de reforzamiento en la descripción de un episo dio verbal es altamente cuestionable, con base en los lími tes lógicos y empíricos del concepto. Un reconocimiento de este hecho lo es el que la clasificación de la conducta verbal descanse sobre la condición de estímulo anteceden te, incluso en el mando que requiere de una respuesta de tacto al objeto o evento con el que se va a ser reforzado. Aunque las clases formales de conducta verbal indican 83
relaciones entre propiedades morfológicas de los estímu los y de las respuestas, no discriminan adecuadamente las propiedades funcionales que una misma clase puede tener. En cierto sentido, esto es consecuencia de haber elegido las palabras como criterio de definición de las respuestas. Catania expresa que «las relaciones verbales formales se definen en términos de la correspondencia entre los es tímulos verbales y las respuestas verbales (en el lenguaje coloquial, diríamos que los estímulos y las respuestas usan las mismas palabras)» (p. 7). Y aún cuando la ubicación de la misma «palabra» en un medio o dimensión formal de relación supera alguno de los problemas intrínsecos a la concepción de las palabras como unidades por sí mismas, vbgr., la diferencia entre decir fuego cuando se lee la pala bra o cuando se ve una casa quemarse, ello no es suficien te para que se evite soslayar los procesos funcionales que median el episodio verbal. Así, aunque la palabra fuego puede estar controlada por la presentación de diferentes objetos de estímulo y condiciones, mostrar que el estímulo particular relacionado a la respuesta fuego es diferente cuando es leída que cuando se emite ante un fenómeno fí sico, como la combustión, no significa que la propiedad funcional de la respuesta discursiva sea diferente. De he cho, decir fuego cuando se presenta un texto y cuando se ve una casa arder pueden no tener propiedad verbal algu na inclusive, excepto por la morfología de la relación. No veo diferencia alguna entre el hecho de decir, o sea, vo calizar una respuesta con una topografía particular ante la presentación de un estímulo (sea éste un texto o un obje to), y la conducta de una paloma de picar ante una tecla cuando el disco se asocia con una propiedad física como la temperatura o se ilumina de modo tal que se discrimine una figura geométrica (un texto) respecto al «fondo». La distinción entre un tacto y un texto, empleando los térmi nos de Verbal Behavior, no permite diferenciar las funcio nes verbales del hablar. 84
Tom em os, p or ejem plo, la resp u esta textual fuego. La relación de control de la respuesta p o r un estím ulo im pre so puede ten er funciones diferentes en el sentido de descri b ir d istin tas form as de interacción. Así, puedo leer fuego a fin de no e n tra r en un área donde algo arde y pudiera e star en peligro. El estím ulo fuego es la conducta escrita de un «hablante» que m edia mi contacto conductal con un evento físico. E sta relación es d istin ta de la respuesta sim ple de tex tear fuego cuando un p arlan te del inglés aprende a «leer» en castellano. Tam bién es d iferente de cuando se lee el estím ulo fuego como el equivalente a una fórm ula física que describe el hecho de la com bustión. Pa rece obvio, entonces, que una clasificación form al de la con ducta verbal en térm inos de la correspondencia en tre tipos de estím ulos y respuestas, no alcanza a d a r una explicación verdaderam ente funcional de la conducta de h ab lar com o p arte de un episodio interactivo. Un segundo problem a se refiere al papel ubicuo de la palabra com o unidad en el análisis de las relaciones de control de la conducta verbal. Aunque se descarta com o la unidad básica de análisis —com o ocurre con o tras uni dades lingüísticas form ales—, la palabra subyace a todos los tópicos p articu lares exam inados en Verbal Behavior. lln ejem plo de esta actitu d puede en co n trarse en la revi sión de C atania, cuando expresa que «las palabras p a rti culares son dichas o escritas bajo circunstancias p articu la res. Las diferentes circunstancias que establecen la oca sión p ara palabras distin tas procuran la base p ara una clasificación conductual de las palabras» (p. 1). Aún cuan do se com ienza con la suposición que las palabras no son el problem a p ertin en te en el lenguaje como conducta, las palabras se convierten nuevam ente en el objeto de estudio, pero ocultas en u na definición form al de la respuesta hablada o escrita relativa a condiciones de estím ulo parliculares. Con el o bjeto de m o stra r la im portancia dada a las pa 85
labras (y a otras unidades lingüísticas o gramaticales como las frases y oraciones), examinaremos brevemente su tra tamiento como tactos y respuestas intraverbales. Al discu tir el problema de un lenguaje ideal, Skinner (1957) expre sa que «los ejemplos más familiares de unidades funcio nales es lo que tradicionalmente se llaman palabras. Al aprender a hablar, el niño adquiere tactos de varios ta maños: palabras... frases... y oraciones» (p. 119), subra yando las características formales de la respuesta en tér minos ajenos a una descripción conductual. ¿O significa esto que las unidades estructurales corresponden a las uni dades funcionales de la conducta? De ser así ¿qué nece sidad hay de un análisis funcional del lenguaje como con ducta? Se tiene evidencia adicional en las respuestas in traverbales, en las que se dedica un espacio razonable al examen del encadenamiento y la asociación de palabras como proceso explicativo. Incluso cuando la unidad intraverbal es mayor que la palabra (como ocurre con otras operantes verbales), se postula al encadenamiento como el mecanismo teórico que explica la relación funcional es tablecida entre respuestas y estímulos arbitrarios, es de cir, a las unidades formales que corresponden casi siempre a las palabras. Finalmente, como un tercer problema, tenemos la no ción de procesos autoclíticos como un equivalente con ductual de las estructuras gramaticales. No entraremos en detalles respecto a la necesidad lógica de postular tales procesos en un análisis genuino del lenguaje como conduc ta (véase, por ejemplo, Kantor, 1936), pero subrayaremos el enfoque formalista que subyace a la noción de Skinner de operantes autoclíticas. Dice que «las operantes verbales que hemos examinado pueden considerarse el material crudo a partir del cual se manufactura la conducta verbal sostenida. ¿Pero quién es el manufacturador?... Las propie dades importantes de la conducta verbal que todavía espe ran ser estudiadas tienen que ver con los arreglos especiales 86
de las respuestas» (1957, pp. 312-313). C ontinúa diciendo que «una extensión de la fórm ula autoclítica nos p erm ite tra ta r con ciertas resp u estas verbales adicionales... y con ciertos fragm entos de respuestas que ocu rren en las “inílecciones” , así com o con otros en los que las respuestas aparecen en m u estras m ayores de conducta vei'bal. T radi cionalm ente éstas cu bren el objeto de estudio de la g ra m ática y la sintaxis... Los puntos de vista tradicionales de la g ram ática y la sintaxis, en lo que tiene que ver con “el estudio de las relaciones de las ideas com prendidas en un pensam iento”, se asem ejan a n u estra preocupación actual... Además, a la vez que dam os cuenta de las operantes y ac tividades verbales que constituyen el objeto de estudio de la gram ática, establecem os las bases p ara un tratam ien to del p en sam ien to verbal» (1957, p. 331). Indep en d ien tem en te del éxito lógico que satisface la postulación de los procesos autoclíticos p ara tra ta r con problem as perten ecientes a la gram ática y la lingüística, es obvio que la g ram ática y la sintaxis no debieran co n stitu ir un tópico p ara una teoría psicológica del lenguaje. Las in teracciones conductuales que com prenden lenguaje no tie nen g ram ática o sintaxis. La gram ática y la sintaxis son disciplinas que tra ta n con el p roducto del lenguaje como cosas. Como lo señala correctam ente K an to r (1936), «los gram áticos, en o tras palabras, no han estudiado el discurso real de las personas, sino que han analizado y descrito, más bien, cosas con la form a de palabras, e incluso p roduc tos m ateriales literarios, de hecho, lejanos del discurso» (pp. 7-8). Una de las lim itaciones del análisis operante del lenguaje com o conducta es que, aun cuando rechaza for m alm ente un estudio e stru c tu ra l del lenguaje (visto como com plem entario a un ab o rd aje funcional), ha im portado de disciplinas ajenas a la psicología una serie de problem as vinculados al concepto m ism o de estru c tu ra. Un problem a adicional es a c la rar si esta concepción errónea ha sido o no prom ovida p o r la n aturaleza atom ista de los conceptos de87
finidos por el paradigma de condicionamiento. Sin embar go, este no es el momento de examinar dicha cuestión. Dimensiones conductuales de las interacciones lingüísticas Propondremos una forma opcional de examinar el len guaje como conducta, con base en las concepciones adelan tadas por Vigotsky (1934; traducción española, 1977) y por Kantor (1936, 1977). El argumento básico será que ciertas propiedades fun cionales de la morfología lingüística son esenciales para el desarrollo de las interacciones específicamente humanas, y que, a pesar de ello, las conductas morfológicamente lingüísticas pueden comprender procesos infrahumanos en los individuos humanos. Además, las interacciones lingüís ticas pueden desempeñar papeles funcionales distintivos que un solo concepto como el de conducta verbal no puede diferenciar. Señalaremos cinco interacciones conductuales distintivas que involucran morfología lingüística, tres de ellas pre- o para-lingüisticas y dos realmente lingüísticas: 1) Las acciones lingüísticas requieren de un reperto rio fonético específico, que aun cuando determinado por la dotación biológica característica de la especie humana, es moldeado en la forma de diferentes morfologías foné ticas a través de la influencia de las reglas y factores socia les. La influencia moduladora de la sociedad es tan deter minante, que el resultado final en la forma de un conjunto estándar de sonidos y patrones de discurso, es relativamen te específico a cada comunidad lingüística y bien diferente del amplio repertorio biológico original. La adquisición de este repertorio fonético-lingüístico como un sistema reactivo de naturaleza social se confunde la mayor de las veces con la adquisición de las funciones lingüísticas que definen a las interacciones específicamente humanas. Aun cuando los repertorios fonéticos que dependen de normas 88
sociales reflejan propiedades convencionales, el comportar se en términos de una morfología típica de estas conven ciones no significa que tenga lugar una interacción lin güística genuina. Así, en el primer nivel de organización del lenguaje como conducta, encontramos la adquisición y establecimiento de un sistema reactivo social, que define la posibilidad de interacciones verdaderamente lingüísticas. Este proceso o estadio de desarrollo tiene que ver con la llamada adquisición del lenguaje y algunos de los proble mas relativos al lenguaje «gramatical» y la expansión del vocabulario y formas sintácticas. El proceso ha sido sepa rado artificialmente en el aprendizaje de palabras y en la expresión de frases u oraciones, es decir, las unidades sin tácticas significativas. Por un lado, las palabras parecen relacionarse al problema del «significado» en el lenguaje, y por el otro, las frases y oraciones con las estructuras que permiten transmitir y crear el «significado». No en traremos en detalles respecto a las «palabras» y las «ora ciones». El examen que hizo Kantor (1936) de este proble ma es todavía válido. Nos limitaremos a señalar que el problema del signifi cado en el lenguaje (ya sean palabras u oraciones) no es un problema de buscar referentes unívocos o reglas para generar nuevas descripciones, sino que consiste en la iden tificación de las condiciones funcionales que definen a una interacción lingüística como proceso sustitutivo no restrin gido a las propiedades físicas existentes aquí-ahora de los objetos y eventos conductuales. Tanto la adquisición de las palabras como de las oraciones son, como parte del establecimiento de un sistema reactivo convencional, un asunto relativo a la adquisición del estilo del discurso, es decir, el desarrollo de las pautas de respuesta fonética (y gestural) específicas de una comunidad lingüística parti cular. El análisis por Skinner (1957) de las respuestas tex tuales, tactos, intraverbales y ecoicas es pertinente a los momentos diferentes de este estadio, puesto que la estruc89
turación del estilo del discurso no es solamente un proceso restringido a la «asociación» de palabras y objetos, sino que se refiere también a las relaciones entre palabras como objetos de estímulo, como ocurre en la lectura, la imita ción, y la conversación normal. Para completar este nivel de interacción conductual que comprende al lenguaje, examinaremos una caracterís tica adicional de este estadio de desarrollo de la aptitud lin güística. El establecimiento de un sistema reactivo que no está dado como un repertorio biológico, relativamente in variante, implica la interacción necesaria entre el individuo y las propiedades contextúales de los eventos y objetos de estímulo. En este sentido, las respuestas de hablar se vuelven funcionales ante las propiedades contextúales de las cosas, relaciones entre objetos, y estímulos impresos. El proceso global de nominación y de relaciones entre res puestas-palabra se basa en esta interacción entre las pro piedades de los objetos de estímulo que contextualizan en tiempo y espacio a los estímulos fonéticos e impresos, y la correspondiente morfología de respuesta. Esta puede ser una de las razones para que históricamente se den explica ciones recurrentes del significado en términos de condi cionamiento clásico u operantes discriminadas. 2) Las acciones lingüísticas, aun cuando restringidas inicialmente a responder a las propiedades funcionales de las relaciones contextúales en el ambiente, se convier ten en conductas que no sólo reaccionan ante dichas pro piedades sino que también pueden producirlas. El indi viduo, al hablar, afecta los modos en que el ambiente es funcional respecto a él. El hablar no es sólo una manera de cambiar a otros individuos en relación con los objetos que lo afectan o a sus interacciones mutuas. Cuando el individuo habla, las consecuencias en el ambiente son dis tintas que cuando actúa en forma directa en términos no verbales. El discurso se vuelve un repertorio funcional para producir efectos específicos en el ambiente, princi90
pálm ente a través de la m ediación de otros individuos. El discurso o habla p erm ite al individuo ser m ediado en su interacción p o r otros individuos, y en este respecto se vuelve un facto r esencial en el proceso de socialización. La conducta de mandar, com o la describe S kinner (1957) es característica de este segundo estadio de desarrollo. No obstante, es im p o rtante hacer hincapié en que este estadio de ap titu d lingüística no rep resen ta u n a form a de interacción v erd aderam ente sustitutiva. El individuo es m ediado p or la conducta de otros, pero esta m ediación es todavía funcional sólo en referencia a interacciones concretas aquí-ahora con objetos y otros individuos. Las propiedades físicas sobre las que se definen las conven ciones todavía no son las propiedades funcionales de la interacción. El individuo responde con la m orfología de las convenciones pero estrictam en te sobre la base de las propiedades concretas de la situación. Es la situación, en tendida com o la conducta de los dem ás hacia él, que co mienza a poner bajo el control de la m ediación de facto res convencionales a la conducta del hablante aparente. 3) Los dos niveles previos de acciones lingüísticas no son de hecho d iferentes que las form as de respuesta con cebidas p o r las teorías tradicionales basadas en el condi cionam iento clásico y operante. Sin em bargo, es im portan te su b ray ar que algunas de las acciones p articu lares seña ladas tran sg red erían los lím ites restringidos de estos m ar c o s conceptuales. E n el tercer estadio de desarrollo o com plejidad de las acciones lingüísticas, las interacciones ba sarlas en las propiedades físicas del responder y el am biente se ven m ediadas, y se tornan condicionales, a su relación con propiedades convencionales de los estím ulos v respuestas lingüísticos. El individuo todavía interactúa c o n los eventos concretos de m anera aquí y ahora, pero la interacción m ism a se vuelve condicional a los estím ulos y respuestas lingüísticos de otros individuos que determ i nan las relaciones específicas a ten er lugar. M uchos de los 91
problemas comprendidos tradicionalmente bajo el nom bre de la formación de conceptos y la solución de proble mas son pertinentes a este estadio de aptitud lingüística. El individuo puede responder con una morfología lingüís tica o no lingüística a un conjunto de eventos con pro piedades físicas compartidas o distintivas. No obstante, el factor o variable determinante de la interacción con los eventos está siempre relacionado con las instrucciones verbales, los indicios convencionales o las relaciones con vencionales entre eventos tal como las prescribe un ter cer evento. Obviamente, este estadio de interacción no se limita a las conductas conceptuales paralingüísticas; tam bién incluye algunas formas de fenómenos imitativos me diados así como algunos otros procesos complejos compar tidos con los vertebrados superiores, como por ejemplo, la comunicación no o pre-lingüística y algunas interaccio nes no lingüísticas sociales básicas. 4) El cuarto estadio de acciones lingüísticas se rela ciona propiamente con el lenguaje como un evento genuinamente conductual. Dos factores influyen en este pro greso funcional. De un lado, la conducta lingüística se vuelve independiente de las propiedades situacionales con cretas con que interactúa, es decir, el comportamiento convencional, y en este sentido, la morfología fonética —como la más prominente de las acciones lingüísticas— permite el desligamiento de las respuestas de cualquier propiedad física particular de los individuos u objetos. La respuesta «La casa es verde», como conducta lingüística genuina, es independiente de cualquier casa concreta par ticular, estímulo textual, o cualquier otro evento presen te en tiempo y espacio. El desligamiento de las respues tas respecto a condiciones situacionales concretas, permi te que surjan las interacciones lingüísticas como eventos independientes de contingencias aquí y ahora. La posibi lidad de referir eventos pasados y futuros, o eventos exis tentes pero aparentemente no observables, es una de las 92
propiedades definitorias del lenguaje como conducta. Esta función referencial es diferente de los conceptos tradi cionales sobre el significado, que pueden clasificarse en los dos primeros estadios previamente descritos. La refe rencia, conductualmente, comprende responder a eventos presentes, pasados o futuros, pero no en términos de re laciones unívocas a sus propiedades físicas, sino en base a las propiedades convencionales que permiten al indivi duo desligarse de las circunstancias momentáneas que li mitan la interacción concreta. Esto ocurre porque la in teracción lingüística, como una cualidad de contacto im puesta socialmente al individuo, no depende de las pro piedades de los eventos físicos per se, sino de los atri butos convencionales que la sociedad define como for mas pertinentes de responder a lo que se consideran pro piedades pertinentes. Así, cuando nos referimos a una silla oculta debajo de una mesa, la respuesta de hablar acerca de la relación entre la silla y la mesa, sin entrar en con tacto directo con ella, no sería posible si las topografías lingüísticas dependieran de las propiedades físicas per se de la silla, la mesa y su ubicación relativa en el espacio. De hecho, la independencia de las respuestas lingüísticas respecto a las condiciones de estímulo con que interactúan, posibilita otras interacciones no aparentes en la mera pre sencia de los eventos, es decir, permite respuestas ante relaciones de eventos o propiedades no observables direc tamente en la situación concreta. Por otra parte, este desligamiento de la respuesta lin güística respecto a los eventos concretos a los que se re fiere un individuo, hace posible el cumplimiento de una segunda característica, que, integrada a la anterior, per mite la aparición de la conducta lingüística propiamente dicha. Este segundo factor es que la referencia no es una acción aislada a un objeto o evento referente; es sólo el primer paso en un proceso indivisible de referirse a un segundo individuo, el referido. Es decir, la interacción lin 93
güística en este estadio es biestim ulativa, dado que la res pu esta lingüística del re ferid o r es controlada tan to p o r el referen te com o p o r el referido, p o r el objeto o evento de quien se está hablando y p o r el individuo a quien uno está hablando. E n este sentido, esta p rim era etap a de conduc ta lingüística genuina describe, en gran m edida, los he chos de la com unicación a través del lenguaje. Surge sin em bargo la siguiente cuestión, ¿es necesario que haya u n referido p ara h ab lar de u n a interacción lin güística au tén tica? Pensam os que la respuesta es afirm a tiva, dado que el hecho de h ablar a alguien acerca de algo describe una conducta distintiva en relación al lenguaje. El que h abla o re ferid o r sustituye un contacto del referi do (o escucha o lector) con el evento u objeto que cons tituye el estím ulo referente. No sólo el que habla perm ite un co ntacto in d irecto o m ediado entre el que escucha y el o b jeto de estím ulo o evento, sino que tam bién determ ina la natu raleza del contacto concreto y la relación subse cuente e n tre el escucha, el evento de estím ulo, y el m is mo. No existe referencia real cuando no hay referido en lo absoluto, y la referencia no puede apreciarse como una interacción m ediadora -Si la conducta del escucha no es tom ada com o el resu ltad o p ertinente de la conducta del referidor. P odría observarse que, m ientras en el condicio nam iento operan te, com o un caso del segundo estadio de ap titu d lingüística, el que habla com parte consecuencias m ediadas p o r el escucha, en un episodio lingüístico sustitutivo es el escucha el que es m ediado en su contacto por el que habla, sin concebir la posibilidad de analizar la con d u cta del escucha, dado que la conducta de este últim o no sólo es p ertin en te al que habla, sino que al estím ulo o evento m ism o del que se habla. 5) Finalm ente, se alcanza un nivel diferente de ap ti tu d lingüística cuando el proceso m ediador de sustitución a través del lenguaje no se relaciona a un referido. Esto es lo que K an to r (1977) llam a lenguaje no referencial, y 94
Vigotsky (1977) lenguaje internalizado. Tiene que ver con un vasto número de conductas humanas complejas de nominadas interacción simbólica y de pensamiento. En esta clase sustitutiva de interacciones, el individuo no sólo reacciona a los eventos mismos sino a sus contactos sustitutivos con dichos eventos, proceso que le permite no sólo desligarse del tiempo y espacio en que tienen lugar los eventos, sino también de los eventos concretos mis mos. El individuo reacciona a los eventos no de manera directa, sino mediado por sus interacciones lingüísticas. Interactúa convencionalmente con respuestas convencio nales a los eventos físicos e individuos. Aunque en este lipo de interacción lingüística el individuo puede estar en contacto con otro individuo, responde a las propiedades convencionales de su conducta y no a las dimensiones fí sicas de la misma o de los eventos circundantes. Podría mos decir que la propia conducta referencial o la de otros, adquiere la cualidad de objeto de estímulo, y se interactúa sustitutivamente con dichas condiciones de estímulo. La formación de conceptos y el pensamiento, en este estadio, son diferentes de las interacciones descritas en el estadio tercero. En la etapa paralingüística, por ejemplo, los individuos clasifican respondiendo directamente a las propiedades o relaciones físicas. En la etapa sustitutiva que describimos, los individuos interactúan con sus pro pias interacciones lingüísticas a dichos eventos y relacio nes físicas. Sin embargo, para que esta aptitud lingüís tica sea funcional, debe ser precedida, en el desarrollo, por la sustitución referencial. De otro modo, los indivi duos interactuarían y vivirían dentro de Un mundo puro de convenciones, sin la posibilidad de contacto con los eventos y otros individuos, como puede ser que ocurra en algunos estados alterados del comportamiento. La con ducta del lógico, el matemático, y la composición musical y literaria ilustran interacciones complejas en un nivel 95
sustitutivo no referencial. El lenguaje escrito parece ser esencial en este proceso. Algunos comentarios finales El análisis de la conducta ha tratado, primordialmen te, con las morfologías lingüísticas que no satisfacen las características sustitutivas del lenguaje como conducta. Hemos hecho hincapié en los primeros tres estadios conductuales de desarrollo que son pre y para-lingüísticos. Estos estadios funcionales son básicos para una compren sión de las interacciones lingüísticas, sólo si sus propie dades funcionales distintivas no se confunden con la to pografía y morfología compartidas con niveles superiores. Pensamos que ciertos comentarios finales son perti nentes a este problema general. El primero tiene que ver con la diferencia inicialmente examinada entre la con ducta animal y la humana. Después de revisar las varias etapas por las que puede pasar la acción lingüística, se vuelve aparente que aun cuando no toda conducta que comparte la morfología de la conducta lingüística es pro piamente lenguaje como conducta, estas propiedades mor fológicas (incluyendo su propiedad de persistir como pro ductos conductuales, vbgr., la escritura) no están desvin culadas del desarrollo de las funciones sustitutivas. Los primeros tres estadios de interacción no se encuentran sólo en el hombre sino también en los animales, y la com paración de cómo se desarrollan en ambos no es sólo un asunto de establecer analogías, sino que se trata de una cuestión central a una teoría comparada de la conducta así como a una teoría del desarrollo de la conducta. Su ponemos que los estadios equivalentes de desarrollo conductual no son iguales en el hombre y en los animales, de bido a la naturaleza convencional del sistema reactivo en el hombre y a la naturaleza histórica de las variables so 96
cíales que afectan sus funciones. Cuando se estudie al hom bre y a los anim ales bajo condiciones sem ejantes, el hom bre m o stra rá siem pre funciones m ás com plejas en lo term inal y su adquisición será m ás rápida. E l segundo com entario tiene que ver con la estrategia general de investigación p ara estu d iar los procesos lin güísticos en el hom bre. Las estrategias tradicionales, en la m edida en que han buscado procesos asociativos o efectos del reforzam iento, se han concentrado fundam en talm ente en la adquisición del sistem a reactivo y algunas interacciones elem entales que involucran la m orfología lin güística. Pero ello no les ha llevado a rom per con su pro pósito inicial de m o stra r asociaciones o aum entos y dis m inuciones en la conducta, ni han servido tam poco como guías en la producción de datos pertinentes a los procesos reales que subyacen en las interacciones lingüísticas. Más aún, a pesar de lo que se ha expresado, estas aproxim acio nes han legitim ado problem as y conceptos ajenos a un punto de vista conductual. Pensam os que se necesita efectu ar investigación que lome en cuenta: a) las transiciones en tre los estadios o etapas funcionales; b) la fluctuación de niveles de in terac ción en situaciones com plejas; c) el papel de la m orfolo gía lingüística, y especialm ente del lenguaje escrito, en el desarrollo del proceso de desligam iento esencial p ara las interacciones su stitu tivas; d) los parám etros involucrados en los procesos com plejos de m ediación externa en tre dos individuos y el am biente; e) el proceso de responder a las propiedades convencionales de los eventos adicionalm ente a sus características físicas; f) com o el lenguaje referenrial y no referencial perm iten una expansión de los con tactos en tre el individuo y el am biente, así como las p ro piedades del am biente cam bian funcionalm ente debido a la función lingüística. Para concluir, desearía hacer hincapié en que si el análisis de la conducta se propone constituirse en una 97
teoría general de la conducta que represente el cuerpo orgánico de una ciencia psicológica, se deben captar las cualidades distintivas de las interacciones conductuales, sin temor de cuestionar la extrema simplicidad y lineal idad de nuestros enfoques teóricos actuales. Nuestro me jor reconocimiento a los esfuerzos teóricos realizados en el pasado, debe ser examinar aquellos aspectos que han sido señalados correctamente, en vez de restringir la sig nificación de la problemática de la conducta humana a los confines de sus limitaciones conceptuales.
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5. CONSIDERACIONES METODOLOGICAS .Y PROFESIONALES SOBRE EL ANALISIS CONDUCTUAL APLICADO 0
La psicología, tradicionalmente, desarrolló su cuerpo teórico fundamental a partir de dos vertientes principales: una, la apropiación y extensión de problemas conceptua les y/o prácticos de otras ciencias, como lo fue el interés por la psicofísica en relación al error de observación, y el estudio del aprendizaje animal en el contexto de la leona de la evolución; otra, la necesidad de dar sustenta ción teórica a prácticas aplicadas ante demandas sociales específicas, como resultó en el caso de la medición de las diferencias individuales, o en los diversos tipos de tera pias clínicas surgidas a partir del psicoanálisis. En este sentido, la psicología reprodujo los lincamientos evoluti vos de ciencias como la física, la química y la biología, cuando se encontraban en etapas tempranas de desarrollo conceptual. Es de todos conocido que los grandes avan ces tecnológicos, hasta la segunda revolución industrial, fueron en su origen parcialmente independientes del co nocimiento científico de su época, y que más bien influye ron de manera sobresaliente para impulsar la investiga ción científica básica y aplicada, y sus consiguientes apor taciones a la teoría de las diversas disciplinas científicas. 10. P resentado en el X Sim posio In ternacional de Modificación ile C onducta, B ogotá (C olom bia), ju n io 1980. 99
Ciencia y tecnología en la psicología
El análisis conductual aplicado, y quizá el amplio ru bro de procedimientos englobados bajo la denominación de modificación de conducta, surgieron como un primer intento de la psicología por invertir la determinación pre valeciente entre técnica y cuerpo científico. Por vez pri mera, un conjunto de conceptos teóricos y de operaciones vinculadas a la investigación básica, permitían la deriva ción de técnicas o procedimientos aplicados a la solución de problemas sociales de diversa índole. Se trataba así, de la formulación de una tecnología científica en sentido estricto, que proveyera de rigor metodológico y criterios evaluativos a la acción profesional del psicólogo. Aparen temente, se cerraba la brecha entre el conocimiento de la ciencia básica y la aplicación técnica, imprimiendo a esta relación una influencia bidireccional y recíproca. La confrontación pragmática y empirista con los pro blemas planteados por la realidad social se veía sustitui da por un propósito de formulación, evaluación y desa rrollo de los problemas y las técnicas dirigidas a su so lución, enmarcado en el rigor y objetividad de los con ceptos y métodos propios de la ciencia básica. Así, fuimos testigos de un interés cada vez mayor por consolidar, so bre dichos fundamentos, no sólo los aspectos metodológi cos de las técnicas y procedimientos empleados, sino tam bién, incluso, la delimitación conceptual y empírica de los problemas a ser atacados. Así, paralelamente al empleo y diseño de las técnicas de modificación de conducta, se cuestionó el marco de referencia tradicional de los pro blemas que dichas técnicas deberían resolver. La contrastación del modelo médico y el conductual constituye un momento característico de este período. En poco tiempo sin embargo, se observó que, el rubro general de modificación de conducta no aseguraba una homogeneidad teórica o metodológica, y que incluso, en 100
algunos casos, la fundamentación científica de dichas téc nicas constituía una extensión de la concepción clínica al laboratorio, más que el producto del cuestionamiento de dicha concepción y práctica clínica. Así, proliferaron los minimodelos clínico-experimentales que tenían origen en concepciones diferentes de la filosofía de la ciencia y la metodología de investigación derivada del conductismo radical o analítico. Para preservar la pureza denominativa inicialmente buscada, se hizo una posterior distinción en tre modificación de conducta y análisis conductual apli cado. En este contexto, es pertinente citar a Deitz (1978), cuando dice que «...los modificadores de conducta eran los que tomaban los hallazgos de las investigaciones en los campos del condicionamiento operante o el análisis con ductual y los empleaban en situaciones particulares... Los analistas conductuales aplicados, por otra parte, eran in vestigadores adiestrados con un interés mayor en la in vestigación que en la aplicación... Las variables depen dientes de los analistas conductuales aplicados debían te ner importancia social, pero el propósito de la ciencia era el análisis de las variables independientes» (p. 806). La distinción entre análisis conductual aplicado y modifica ción de conducta subrayaba, de este modo ,dos diferen cias: 1) La vinculación de una metodología de la investiga ción aplicada con supuestos teóricos y filosóficos, susten tados en la ciencia básica, y 2) El análisis prestado a la investigación de las varia bles determinantes de los problemas de naturaleza apli cada, más que a la aplicación misma y sus efectos. Sin embargo, como ya lo hemos señalado previamente (Ribes, 1977) esto no pasó de ser un buen deseo, pues por múl tiples razones —y quizá parcialmente por la predetermi nación tecnológica del paradigma de la triple relación de contingencia— se desplazó el interés de la investigación 101
hacia los efectos de la aplicación más que a sus funda mentos. Creo que es suficiente hojear las revistas especia lizadas más destacadas (Journal of Applied Behavior Analysis, Behaviour Research and Therapy y otras) para per catarse de ello. En pocas palabras, la investigación apli cada y tecnológica se divorciaron de sus orígenes y de sus propósitos iniciales, transformándose en una práctica pro fesional pragmática dirigida al logro de efectos específi cos, al margen de la fundamentación teórica y metodoló gica de los procedimientos empleados. Pero ¿por qué es cuestionable que se haya desplazado el interés del análisis de las determinaciones hacia la efi cacia de ciertos procedimientos en condiciones concretas de aplicación? ¿Son acaso incompatibles el análisis de la aplicabilidad con la búsqueda de efectos sociales específi cos mediante dicha aplicación? Considero conveniente re flexionar sobre este aparente dilema. La contradicción parece darse entre la investigación de proceso y paramétrica y la investigación tecnológica y clínica. Sin embargo, ésta es una contradicción aparen te, pues la esencia del problema radica en determinar la posibilidad real de que se desarrolle y aplique una tec nología conductual en esta etapa particular de la evolu ción científica de la Psicología. Partimos de la premisa de que el desarrollo tecnológico sólo puede darse como una opción fructífera cuando se cumplen tres condiciones: 1) Existe un cuerpo científico, producto de la inves tigación básica y aplicada, que da fundamento teórico y metodológico a las prácticas técnicas; 2) Existe un lenguaje común que permite que la apli cación tecnológica sea evaluada analíticamente, por la dis ciplina científica que la sustenta, y 3) Existen criterios sociales explícitos respecto a las 102
características y condiciones de aplicación de dicha tec nología. Considero que ninguna de estas tres condiciones se apli ca en sentido estricto, por lo que el propósito tecnológico surge como un esfuerzo prematuro que entraña más pe ligros que ventajas. La tecnología, como aplicación, con siste en un procedimiento o procedimientos que incluyen un paquete de variables. Cuando estos paquetes se cons truyen a partir del conocimiento de cómo las condiciones determinantes (o variables independientes en un sentido más simplista) de la peculiar acción de dichas variables produce efectos específicos, se puede establecer la exis tencia de una tecnología (y la posibilidad de evaluarla e investigarla). Pero sí en cambio, el interés se centra en la producción de ciertos efectos al margen del análisis de los constituyentes del paquete de variables, se tienen apli caciones no tecnológicas desde el punto de vista de lo que se enmarca como una ingeniería científica. Y esto, es lo que ocurre precisamente con lo que llamamos análisis conductual aplicado. Relaciones entre teoría de la conducta y análisis conduc tual aplicado Analicemos con mayor detenimiento nuestra asevera ción de que no disponemos en realidad de una tecnología conductual, y de que es prematuro abordar su construc ción a partir de las premisas que definen el cuerpo bási co de teoría del cual supuestamente se origina. Para ello, debemos tomar en consideración el estado actual de la teoría de la conducta, y las relaciones reales que guardan sus categorías conceptuales y metodológicas con las prác ticas y técnicas del análisis conductual aplicado. De algún modo, podría afirmarse que la teoría moder 103
na de la conducta, tanto en su nivel conceptual como en el metodológico, se basa fundamentalmente en el paradig ma del condicionamiento, ya sea en la versión pavloviana o en la variante instrumental u operante. En ambos ca sos, y como reflejo de una situación que es extensiva a prácticamente todas las aproximaciones teóricas de la psi cología, se dan limitaciones teóricas de tres tipos: 1) La naturaleza del modelo conceptual implica, por sus propósitos analíticos, una selección demasiado restric tiva de segmentos conductuales, lo que permite ubicarlas como aproximaciones teóricas de naturaleza molecular con una modalidad explicativa de tipo lineal, a pesar de que se prevea la causalidad múltiple; 2) Aun cuando originalmente surgieron como mode los de investigación y explicación de fenómenos de la conducta animal, teóricamente parecen ser insuficientes para cubrir la complejidad interactiva de las situaciones experimentales analizadas, tanto porque carecen de cate gorías que permitan describir la acción interdependien te de los factores históricos, los factores situacionales y el medio, como la configuración de funciones genéricas que superen la formulación estrictamente operacional de los fenómenos; y 3) No reconocen paradigmáticamente las diferencias cualitativas entre diversos niveles de conducta, por lo que, a la vez que no pueden cubrir conceptualmente fenóme nos más simples que el condicionamiento, se ven obliga dos a reducir la conducta humana a categorías teóricas características de un modelo formulado para explicar la conducta animal. No es nuestro propósito valorar el estado actual y perspectivas de la teoría de la conducta, y por ello es que no abundaremos sobre los señalamientos mencionados. No obstante, es menester precisar que tales aseveraciones nos 104'
conducen a tomar conciencia de que para la construcción de una tecnología científica, se requiere disponer de una ciencia básica cuyo cuerpo teórico y metodológico posea ciertas características: 1) Superar el concepto de causalidad fundado en la relación lineal de variables independientes y dependien tes, concepción que tiene sólo un valor operativo en la práctica de investigación, mas no en el nivel de explica ción o sistematización teórica; 2) Visualizar las interacciones entre el organismo y ambiente en la forma de complejas relaciones de interde pendencia, sin presuponer la representatividad única de determinado criterio de segmentación analítica y la no operatividad de aquellos factores que no se prescriben con ceptualmente; 3) Considerar las diferencias cualitativas entre la con ducta animal y la humana, y determinar las característi cas paradigmáticas que han de permitir la formulación de una teoría del comportamiento humano, sin la cual es ilusorio pretender construir una tecnología. Es nuestra convicción que siendo la Psicología una cien cia en una etapa muy temprana de su evolución, el plan teamiento de una práctica tecnológica requiere necesaria mente de la delimitación conceptual y metodológica de sus características con base en el análisis teórico y experi mental de la conducta humana. Sin cumplir con estas con diciones, se corre el peligro de extrapolar conceptos y mé todos provenientes de una caracterización paradigmática más primitiva, que aparentemente valida las prácticas pro fesionales, sin captar, en la realidad, la esencia verdadera de los problemas humanos en su contexto social. No sólo es absurdo pretender el desarrollo tecnológico del análisis conductual en forma autónoma del conocimiento científi co básico, sino que es además peligroso, por el pragmatis 105
mo que encierra, el suponer que, en su origen, dichas re laciones se cumplieron satisfactoriamente. Analizaremos brevemente cómo se ha dado la relación entre el análisis experimental de la conducta y el análisis conductual aplicado. En general, podríamos definir dos tipos de extrapolaciones. Una, la extrapolación de concep tos de condiciones paradigmáticas simples a situaciones cualitativa y cuantitativamente más complejas. Otra, la extrapolación de técnicas y procedimientos aplicados a par tir de las operaciones que definen prácticas o controles experimentales en condiciones restringidas de laboratorio. En ambos casos, en tanto se trata de extrapolaciones, se «naturaliza» el empleo de conceptos o procedimientos en situaciones que no son cubiertas por las premisas lógicas y empíricas que sustentan su origen. De esta manera, la extrapolación pone de manifiesto la existencia de «vacíos» conceptuales y metodológicos en la descripción e investi gación de los determinantes de la conducta humana. Men cionaremos, a guisa de ilustración, dos aspectos vincula dos a este proceso de extrapolación. En primer término, analizaremos el caso teórico en relación al paradigma de la triple relación de contingen cia (tanto en su versión pavloviana como en la operante), para identificar sus rasgos definitorios y la posibilidad ló gica y empírica de que, con base en sus premisas definitorias, pueda ser extendido legítimamente a fenómenos distintos de aquellos para los que fue inicialmente for mulado. El paradigma general del condicionamiento, nace, operacional y conceptualmente, de la noción de reflejo (Sechenov, 1978, traducción española; Pavlov, 1927; Skinner, 1931), y en esta determinación histórica asimila tanto sus virtudes como sus limitaciones. No entraremos en detalle a las aportaciones que el paradigma de condicionamiento (en sus diversas versiones) hizo a la evolución científica de la Psicología. Es suficiente afirmar que no podríamos 106
plantear la problemática contemporánea de la teoría de la ciencia de la conducta, si no se hubiera producido pre viamente la revolución conceptual y metodológica que sig nificó la aparición del condicionamiento, como marco de referencia teórico y como técnica de investigación del com portamiento. En este momento, y tomando a la teoría del condicionamiento como punto de partida, nos incumbe analizar sus limitaciones paradigmáticas, por lo que deter minan, como marco de referencia conceptual y metodoló gico explícito o implícito, del análisis de la conducta en nuestros días. El paradigma del condicionamiento fue formulado para analizar fenómenos vinculados a la conducta animal, y en un principio inclusive a formas de actividad biológica, restringidas, por limitaciones instrumentales de la épo ca. Independientemente de la naturaleza continua de la interacción entre organismo y ambiente, se seleccionaron criterios de segmentación analítica que condujeron a ato mizar operacional y conceptualmente su representación. En el caso del condicionamiento respondiente o clásico la interacción se fragmentó mediante la inmovilización del organismo y la discretización impuesta a las medidas y la acción de los eventos ambientales por el procedimien to de ensayos. En el condicionamiento instrumental y ope rante, se empleó también una metodología analítica por ensayos discretos, o como en el caso de la situación de operante libre se predeterminó una geografía y topografía de respuesta que permitiera intersectar el desplazamien to libre del organismo en la forma de fragmentos tempo rales supuestamente representativos de la interacción to tal. No es mi intención comentar en profundidad la justeza del paradigma de condicionamiento y su capacidad para captar la riqueza de los diversos niveles de ocurren cia del comportamiento. Nos limitaremos a señalar sus características esenciales:
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1) Define las variables como elementos moleculares, es decir, fracciones atómicas de un continuo molar de in teracciones complejas entre el organismo y el ambiente; 2) La unidad de respuesta es una instancia definida como un efecto (condicionamiento clásico) o por un efec to (condicionamiento operante), con la propiedad funcio nal definitoria de ser repetitiva y susceptible de ocurrir en más de una ocasión o como un cambio en magnitud a lo largo de un intervalo determinado o episodio conductual; 3) Se describe únicamente la interacción entre obje tos de estímulo y organismo en la forma de una función estímulo-respuesta, sin considerar, teóricamente, factores empíricos adicionales que incluso, se producen por el ex perimentador explícitamente (vbgr., factores contextúales de la situación, alteración de estados del organismo, histo ria de interacción, etc.); 4) Empírica y teóricamente se otorga el peso explica tivo y operacional fundamental a un solo factor de los fe nómenos, el estímulo incondicionado en el condicionamien to clásico y el estímulo reforzante en el condicionamien to operante, soslayando la interdependencia de este factor con circunstancias y eventos que son conceptualmente prescritos como constantes, pero que en la práctica varían de momento a momento y en forma compleja; y 5) Las diversas formas de condicionamiento se conci ben como procesos excluyentes, mutuamente reductivos, o que se sobrelapan aditivamente, sin contemplar niveles jerárquicos que delimiten su acción y su incluvisidad re lativa. Discutiremos someramente el problema de la extrapo lación de conceptos con base en las características para digmáticas del modelo de condicionamiento. Para ello, to maremos el ejemplo del lenguaje. Tanto en el condicio namiento clásico (Pavlov, 1973, traducción española) como 108
en el operante (Skinner, 1957), se han formulado intentos analíticos en este sentido, y en algunos casos (Staats, 1968) se han planteado combinaciones de ambos modelos. Tan to la variante del segundo sistema de señales, como la de la operante verbal, representan la extensión de los prin cipios del condicionamiento al estudio del lenguaje huma no. Previamente, como paso lógico necesario, intentaremos señalar las características que debiera satisfacer un para digma formulado para analizar los fenómenos vinculados al lenguaje. El paradigma debe incluir conceptos que re conozcan las siguientes características empíricas: 1) Las características funcionales de la relación lin güística son convencionales, y por consiguiente, no depen den exclusivamente de las propiedades físicas del sistema reactivo del organismo y los objetos de estímulo en el am biente; 2) El segmento de conducta, por consiguiente, no pue de ser predeterminado físicamente, sino que depende de la naturaleza del episodio interactivo que obedece a carac terísticas impuestas por convenciones sociales histórica mente determinadas, que deben ser consideradas explíci tamente en el análisis; 3) Las propiedades funcionales de la interacción com prenden a otros organismos, a objetos y eventos de estí mulos presentes y no presentes, como factor integrado del episodio conductual; 4) La repetitividad o el cambio en magnitud de una conducta específica de hablar carece de significación em pírica o teórica, como segmento analítico del episodio lin güístico; y 5) El nivel lingüístico de comportamiento representa una interacción funcional con eventos no presentes en el momento, ya sea que tengan lugar en el pasado o en el futuro respecto al episodio conductual específico.
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De la comparación de los diversos niveles prescritos por el paradigma de condicionamiento y las característi cas propias del comportamiento lingüístico, se evidencia la insuficiencia del primero para copar adecuadamente con la complejidad de dicha conducta, insuficiencia que no se limita únicamente al número de factores comprendidos por el modelo, sino que se deriva primordialmente de las diferencias cualitativas que los distinguen. En un artículo anterior (Ribes, 1979), se efectúa una discusión más de tallada de este problema, por lo que pasaremos al aná lisis del segundo tipo de extrapolación. En este caso, se establece una analogía entre ciertas operaciones experimentales en condiciones controladas y artificiales de laboratorio y los procedimientos técnicos mediante los que se producen cambios de la conducta en situaciones sociales. Las técnicas que ilustran este proce so son el moldeamiento, el castigo, el reforzamiento posi tivo, el tiempo-fuera y otros más. En otro trabajo (Ribes, 1977) ya hemos revisado con detalle dos de estas técni cas, señalando que no existe la correspondencia directa su puesta con sus análogas de laboratorio. Por ello solamen te apuntaremos cuatro problemas fundamentales que con figuran la naturaleza de este proceso de extrapolación: 1) Las aplicaciones sociales se enmarcan en un medio con normas institucionales, culturales y de otro tipo, que tornan específica a la situación general. La investigación de laboratorio se ha caracterizado, a la fecha, por anali zar condiciones que, en tanto prescinden explícitamente de la naturaleza convencional de los eventos, se restrin gen a la universalidad paramétrica de los determinantes físicos en sus diversas relaciones y manifestaciones. Aun cuando los principios y conocimientos que se derivan de este análisis son generalizables, como condición necesaria de su existencia, a los fenómenos del comportamiento hu mano, no son suficientes, y extrapolan una generalidad 110
(universalidad de lo físico) que se ve restringida por la especificidad del carácter normativo del medio social e ins titucional de cada individuo y de cada situación particular. La explicitación de los elementos normativos que impri men especificidad dentro de lo universal a cada episodio y situación humana, se constituye en un factor determi nante no sólo del análisis experimental y la interpreta ción teórica del comportamiento humano, sino también de las aplicaciones técnicas de conocimientos científicos a dichas situaciones. La extrapolación de técnicas, con base en el supuesto de la universalidad del procedimiento y las condiciones que lo prescriben, viola la especificidad que la normatividad social impone a toda interconducta hu mana. 2) Las técnicas y operaciones experimentales no pro ducen efectos uniformes e invariantes, independientes del nivel de respuesta con que el organismo hace contacto con dichos procedimientos. Es de todos sabido que el tiempo fuera del reforzamiento, la señalización de estimu lación aversiva, la intermitencia del reforzamiento y otros procedimientos, dependen, en sus efectos, de la historia previa de interacción del organismo con los estímulos im plicados y de las características cuantitativas y cualitati vas del responder en el momento de su presentación. No obstante, la aplicación de estas técnicas y procedimientos en las situaciones naturales, se lleva a efecto en forma normativa, sin evaluación previa de la historia de inter acción, y con base en la mera determinación de los nive les cuantitativos de una clase particular de respuesta to pográficamente delimitada. La extrapolación de procedi mientos, omitiendo un control esencial, la determinación de la historia de interacción, sólo puede conducir a la ob tención frecuente de efectos nulos y paradójicos, que se atribuyen a la técnica y no a su deficiente aplicación. Vale añadir que, a diferencia de las situaciones controladas en experimentación animal, la evaluación de la historia de in 111
teracción con humanos en situaciones sociales constituye una labor de gran complejidad que, desafortunadamente, no ha sido investigada ni prescrita sistemáticamente en la formulación del diagnóstico conductual. 3) Las técnicas y procedimientos en el laboratorio son análogos, mas no idénticos, a los empleados con propósi tos aplicados en condiciones sociales. La analogía estri ba en la relación funcional básica que comprende tanto el procedimiento de laboratorio como el aplicado. Esta operación consiste, fundamentalmente, en la presentación, omisión o demora de un evento con base en una relación temporal específica con la respuesta del organismo. Así es como se prescriben técnicas tales como el reforzamiento positivo, el castigo, el costo de respuesta, el tiempo fuera del reforzamiento, la extinción y otras. Para completar la analogía, se requiere, adicionalmente a la operación, de un determinado efecto que siga a su aplicación, ya sea en la forma de incremento o disminución de alguna o varias propiedades de la respuesta del organismo en situaciones específicas. Esta similitud, sin embargo, no significa que los procedimientos generados en el laboratorio y emplea dos como técnicas en situaciones sociales, sean idénticos desde un punto descriptivo o funcional. Desde un punto de vista descriptivo, las técnicas de modificación de con ducta incluyen componentes adicionales que las distin guen en complejidad cualitativa y cuantitativa de sus aná logas en el laboratorio. Desde un punto de vista funcio nal, sería ilusorio suponer que, dada la diferencia cuali tativa de los factores comprendidos en una situación so cial, los mismos procesos y principios rigieran la interac ción específica implicada por la aplicación de un deter minado procedimiento. Un paso necesario para evitar la extrapolación como proceso reductivo, es investigar ex perimentalmente con humanos los componentes adiciona les implicados en las técnicas de modificación de conducta, vinculándolos necesariamente a problemas específicos y 112
de investigación paramétrica características de la teoría de la conducta humana. 4) Finalmente, los eventos definidos y descritos en las situaciones de laboratorio no son necesariamente equiva lentes a las que se identifican en situaciones sociales con propósitos aplicados. Ejemplos de esto ,son los conceptos de estímulo, de respuesta, de reforzamiento, de estímulo discriminativo y otros más. Es difícil aseverar que cuando se habla de operantes verbales o de operantes de auto control, se es escrupuloso con el empleo del concepto tal como se originó y se usa paradigmáticamente en la situa ción de condicionamiento operante. Lo mismo podría de cirse respecto a las propiedades discriminativas o refor zantes de segmentos funcionales que difícilmente corres ponden a los eventos puntuados y discretos que caracte rizan a las condiciones restringidas de laboratorio. El aná lisis de la extrapolación de las definiciones operacionales y referenciales de los elementos implicados en las diver sas técnicas representa dos tareas esenciales. Una, es la reformulación de las definiciones originales con el fin de darles la cobertura referencial necesaria para aplicarlas a segmentos interconductuales más complejos. Otra, es re ducir su aplicación a las condiciones paradigmáticas ori ginales, y sustituirlas por definiciones emergentes de las condiciones interactivas que tipifican paradigmáticamente las condiciones sociales diversas en que tiene lugar el com portamiento humano. Demarcación social del análisis conductual aplicado Habiendo señalado algunos de los problemas metodo lógicos que presenta el análisis conductual aplicado en su relación con la ciencia básica de la conducta, pasaremos ahora a comentar algunos tópicos vinculados con los cri terios que determinan su aplicación social. 1 13
Históricamente, el análisis conductual aplicado surgió como opción para atacar y solucionar problemas que otras técnicas o metodologías habían abordado sin eficacia o éxi to. Así fue que su campo inicial lo constituyó el retardo en el desarrollo, los programas institucionales con psicóticos y autistas, trastornos neuróticos y los problemas de manejo de conducta en el salón de clases y en el hogar. La razón social de su empleo radicaba en su aplicabilidad ge neral y en su eficacia relativa en problemas de difícil abordaje mediante otras técnicas. Así fue que, el análisis conductual aplicado fundamentó su empleo con base en dos criterios: 1) su generalidad aplicativa como metodo logía homogénea de evaluación y modificación del com portamiento; y 2) su eficacia ante problemas de difícil so lución tradicionalmente. Sin embargo, aparte de estos criterios, las caracte rísticas mismas de la aplicación de las técnicas obedecen también a factores sociales supraordinados e independien tes que, de ningún modo, se hicieron explícitos en un prin cipio, y que a partir de los últimos diez años han comen zado a captar el interés del público en general y a Aierecer un análisis detenido de sus implicaciones y viabilidad social. Dos aspectos son importantes en este contexto. Uno, es la especificidad situacional de los efectos del cambio conductual (Wahler, 1969), que ha obligado a prescribir su generalización como parte intrínseca de los procedi mientos. Otro, relacionado a un doble problema. Por una parte, las características reactivas de los individuos son idiosincráticas a su historia social particular, lo que res tringe de antemano la posibilidad de universalizar la for ma de aplicación de diversos procedimientos de cambio conductual. Por otra, el número de profesionales adies trados es insuficiente para copar con los problemas de la población que requiere de sus servicios y para crear las condiciones que aseguren, dada una solución en términos 114
de cambio conductual, su permanencia posterior. Estos dos aspectos generales influyeron en la importancia cre ciente adquirida por los paraprofesionales y los no profe sionales del análisis de la conducta en la aplicación de so luciones a nivel social. La participación de los paraprofe sionales y no profesionales se planteó, inicialmente, con base en consideraciones de orden técnico y metodológico, sin ahondar en las premisas sociales que la enmarcaban. De este modo, la necesidad de incorporar a los para profesionales y a los no profesionales en la aplicación del análisis conductual, surgió de lo interno de la disciplina, fundamentada en las siguientes razones: 1) El cambio de conducta es, en la mayoría de los ca sos, específico a la situación y personas que lo implementan. El cambio producido en condiciones diferentes a la situación natural en la que debe darse la nueva conducta, y en interrelación exclusiva con el profesional responsa ble, se limita con frecuencia a las circunstancias relativa mente arbitrarias de dicha interacción profesional y mues tra una corta permanencia. Por razones metodológicas, se requiere que la técnica sea aplicada en la situación natu ral y que los encargados de hacerlo sean las personas que forman parte de la interacción que define el problema a resolver. En el caso de instituciones, esta acción corres ponde a los paraprofesionales, mientras que en el trabajo con familias y grupos comunitarios, el hincapié es en los no-profesionales (Tharp y Wetzel, 1969); 2) El número de profesionales requeridos y el costo que representarían, obliga a diseñar procedimientos y cri terios para que los propios no profesionales y los para profesionales ya existentes apliquen las técnicas de cam bio conductual. Este aspecto, más que ligado a razones metodológicas, lo está a motivos de eficientización profe sional; y 3) La especificidad histórico-individual de las carac terísticas y significación funcionales de los repertorios y 115
ambientes, imposibilita la normatividad, en cuanto a con tenido, de las técnicas de cambio conductual, y favorece que, con el concurso de los paraprofesionales y no profe sionales involucrados en la situación que define el pro blema a resolver, se facilite la identificación de los ele mentos que hagan más factible la aplicación eficaz de un determinado procedimiento. La identificación de «refor zadores» y otros aspectos relacionados, constituye un ejem plo de cómo los no profesionales y paraprofesionales se han incorporado al análisis conductual aplicado, con la función de suplir pragmáticamente deficiencias teóricometodológicas del esquema general de acción profesional. No obstante, como lo refleja la literatura reciente, la inserción de ios no profesionales y paraprofesionales en la aplicación del análisis conductual, trasciende el mero propósito técnico o metodológico (Wolf, 1976; Kazdin, 1977). Al delimitarse el papel de los no profesionales y paraprofesionales, ya no sólo como copartícipes técnicos del proceso profesional, sino también como consumidores de un servicio, aflora una problemática social con pro fundas implicaciones. A fin de plantear un marco que permita justificar la pertinencia de un criterio de aplicación de las técnicas de cambio conductual, Wolf (1979) ha señalado tres niveles rectores: a) la significación social de las metas estableci das; b) la «justeza» o «propiedad» social de los procedi mientos empleados, y c) la importancia social de los efec tos obtenidos. La determinación empírica de criterios de validación social por parte de los consumidores, es pro puesta como método de juicio social de la pertinencia de las acciones profesionales. Este constituye un punto crucial de análisis, por dos razones. En primer término, el concepto de consumidor de servicios profesionales implica una noción particular sobre la naturaleza del trabajo intelectual especializado y la determinación ideológica involucrada (Gramsci, 1967; 116
Talento y Ribes, 1980). En segundo término, al plantearse una validación particularizada y pragmática, se hace caso ajeno de las determinaciones sociales objetivas que con figuran las metas, criterios y valores que asumen forma concreta en la estructura de la relación institucional, pro fesional y familiar. Resulta evidente, en suma, que no puede plantearse la tarea del cambio conductual en forma autónoma de la especificación de los determinantes sociales e ideológicos que enmarcan y dan sentido a dicho cambio. La validación social del análisis conductual aplicado debe darse precisa mente a través de la explicitación y análisis crítico de es tas determinaciones, bajo criterios ideológicos precisos que ubiquen la acción profesional en el contexto de su valor de uso social real. El problema trasciende el nivel de lo puramente técnico, y obviamente, rechaza soluciones aparentes que validan de antemano las predeterminaciones sociales que legitiman los propósitos y circunstancias de la acción profesional del analista conductual aplicado. Si el análisis conductual ha de aportar soluciones nuevas a viejos problemas, debe hacer manifiesta su vinculación metodológica con la ciencia básica que lo sustenta en lo teórico, por una parte, y debe ubicar su inscripción social como parte de una acción con horizontes ideológicos com prometidos con un sector u otro de la sociedad. Sabemos que esto último dará lugar a diversas clases de análisis conductual aplicado, y que su supervivencia y evolución histórica dependerá de la dirección de dicho compromiso. Lo que es insostenible es suponer una neutralidad técni ca en los criterios que determinan su aplicación social, pues precisamente dicha neutralidad aparente, constituye, en la práctica, una toma de posición que es profunda mente cuestionable. De la discusión y análisis del proble ma, y de la práctica consecuente con una definición en lo social y lo ideológico, surgirá sin lugar a dudas, un análisis 117
conductual aplicado que hará contacto con los problemas humanos esenciales y procurará soluciones a lo indivi dual que se enmarquen en una concepción de lo colectivo.
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119
6.
LA PSICOLOGIA ¿UNA PROFESION?
Con la emergencia de nuevas disciplinas científicas, se planteó la problemática de su concurrencia en el campo social de las profesiones. Esta problemática no ha estado desvinculada de factores ajenos a la de su prescripción conceptual «pura», sino que por el contrario, se ha des envuelto en un proceso histórico desigual preñado de ma tices derivados de su práctica social concreta, la que se ha pretendido validar a posteriori con criterios concep tuales de diversa naturaleza. La psicología es una de las protagonistas de esta problemática, en sus múltiples tra mas: epistemológica, metodológica, profesional, etc. Será nuestro propósito analizar, en su carácter dual de conocer científico y de aplicación social de dicho conocimiento, la naturaleza de su inserción en el campo profesional. Es ne cesario agregar, no obstante, que esta definición parte de presupuestos específicos sobre la ciencia, la psicología y el papel del trabajo intelectual especializado, que, dado el propósito particular de este artículo, no podremos explicitar en detalle en todas las ocasiones. Valga esto como disculpa anticipada.
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La psicología, ¿cómo definirla?
La historia de la psicología puede resumirse como la historia de las formas contradictorias de definirla. Estas aproximaciones, reflejan todas momentos sociales distin tos de conceptualización de un objeto epistémico y de su pertinencia a un quehacer social, y aun cuando el cono cimiento de las circunstancias históricas concretas en que emergieron son necesarias para la comprensión correcta de sus determinaciones, dicho análisis no procura en modo alguno, los criterios para ponderar su validez epistemo lógica y su adecuación social. La evaluación histórica, como análisis genético, requiere de criterios adicionales derivados de una formulación explícita de la ubicación de la psicología como rama del conocimiento y sus aplica ciones. No entraremos en detalles que fundamenten nuestra postura al respecto, pues ya hemos expuesto previamente los argumentos pertinentes (Ribes, 1979a, b, 1980). Plantea remos, sin embargo, en la forma de tesis o enunciados, las premisas que justifican la lógica de nuestro análisis. 1) El conocimiento científico es un modo de conoci miento, no un contenido específico. 2) Como modo de conocimiento, parte de la posibili dad teórica de segmentar lo concreto empírico, para abs traer relaciones no aparentes en la práctica inmediata. 3) La segmentación de la realidad concreta no puede ser arbitraria, sino que debe ajustarse a criterios epistémicos y lógicos que validen su análisis teórico. Estos criterios implican: a) La diferencia de complejidad (estructural y fun cional) de los eventos seleccionados; b) su complementaridad e inclusividad no recíprocos 122
como niveles de segmentación de una totalidad con creta; y c) la historicidad específica de cada nivel analizado. 4) Cada nivel de segmentación de la realidad concre ta requiere de categorías y métodos analíticos con gruentes con su especificidad como conocimiento. 5) La psicología representa uno de los niveles de es pecificidad analítica del conocimiento científico. 6) La conducta constituye, como interacción construi da entre los organismos individuales y el medio ambien te, el contenido teórico específico de la psicología. 7) La conducta no es, por consiguiente algo dado en lo concreto, sino un nivel de organización abstracto de lo concreto. Este nivel de organización tiene una especifi cidad estructural, funcional e histórica, que aún cuando contenido en lo social y conteniendo a lo físico-químico y biológico, es epistémicamente autónomo de dichos nive les diferentes de conocimiento. Subrayamos el uso del término autónomo en vez de independiente. Ahora bien, partiendo de una definición de lo que es la psicología, su espectro aplicativo como rama del cono cimiento deriva de dos tipos de determinaciones. Una, concierne a la posibilidad de identificar lo psicológico en las formas concretas de la actividad de los hombres y los animales, y a partir de ello, ponderar la pertinencia del co nocimiento científico con el fin de transformar dichas for mas concretas. Otra, que se vincula con el encargo social de la psicología, no como modo de conocimiento, sino como práctica de trabajo relativa a una problemática definida no necesariamente a partir de la ciencia, sino de prácticas sociales eemrgidas en respuesta a demandas históricas con cretas de una estructura social y económica particular. Valdría aquí subrayar que no sólo pueden no corresponder ambos criterios de determinación de la aplicabilidad del 123
conocimiento, sino que en numerosas ocasiones, pueden oponerse activamente o simplemente ser independientes uno del otro. La historia de la ciencia y la tecnología es ilustrativa de cómo un quehacer social demandado por un estado histórico de desarrollo social, puede anteceder a la constitución o logro de un conocimiento científico particu lar, e incluso puede determinarlo en contenido o énfasis. En el caso particular de la psicología, la relación entre conocimiento científico (modo de conocimiento) y tecnolo gía o quehacer social (criterios o modos de aplicación) ha sido nula o mixtificante de los problemas implicados por el objeto de análisis teóricos así formulado. El problema que se plantea, como un primer paso, es decidir, ante la discrepancia de criterios, cual seleccionar como punto de partida para definir la inserción profesional, si es que la hay, de la psicología. La psicología, ¿debe definirse a par tir de su formulación como contenido específico de un modo científico de conocimiento? o por el contrario ¿debe supeditarse a la función social que como trabajo especia lizado le confiere una sociedad concreta en un momento histórico de su desarrollo? Es importante señalar que, ninguna de las dos opciones implica una decisión al inte rior de la disciplina, sino que ambas representan una toma de posición que articula el modo de conocer y su aplica ción social con su determinación y fin sociales. Así como la aplicación «tecnológica» de un saber tiene repercusiones y es determinado, a la vez, por su perti nencia al sistema de relaciones productivas y reproduc tivas en lo social, el contenido producto del modo cien tífico de conocer es determinado y empleado igualmente por concepciones de la naturaleza y la sociedad emanadas y sostenedoras de una forma histórica particular de rela ción social. No obstante, consideramos que la opción de rivada del modo de conocimiento como criterio de identi dad, trae consigo la posibilidad de contrastación concep tual autónoma, que se enmascara con mayor facilidad en 124
la urdimbre de las relaciones sociales contenidas en un modo de producción particular. Por consiguiente, pensa mos que aun cuando no libre de determinaciones ideológi cas, la decisión de configurar una disciplina a partir de su objeto de conocimiento, procura medios pertinentes para la identificación de un área social de conocimiento ar ticulada por el modo científico de análisis de lo concreto. El conocimiento científico, en tanto relativo a segmen tos organizativos de la realidad concreta, provee de cri terios de pertinencia que ubican la vinculación de su con tenido con una inserción social dada como práctica ge nérica. No determina la problemática social a ser trans formada, sino los criterios y la pertinencia de su conte nido a dicha problemática. En otras palabras, determina el valor de uso como quehacer social del producto de un modo de conocimiento y no su valor de cambio. Por el con trario, cuando se enfoca la identidad misma de la discipli na desde la perspectiva de encargo social, el que la cons tituye en función genérica dentro de la división del traba jo, se incurre en la posibilidad de distorsionar su objeto unilateralmente, como valor de cambio ajeno o simplifi cado. Como última tesis, se deriva en consecuencia, que: 8) La identidad de una disciplina, se configura, inicial mente a partir de su especificidad epistémica como modo científico de conocimiento, y secundariamente, en térmi nos de la demanda como trabajo con un valor de cambio, que una sociedad concreta le impone. Configuración histórica de la función profesional de la psicología Aún cuando la Psicología, como temática de conocimien to, puede formalmente ubicarse en la Física Aristotélica (en su tratado Acerca del Alma), su constitución como dis ciplina científica es reciente, y la fechamos con la formu 125
lación del conductismo por Watson (1913). Sin embargo, corno ya se ha mencionado, su función social, como proce dimientos dirigidos a una problemática concreta, se definió con anterioridad a esta fecha; sin hacer referencia a las actividades vinculadas con la magia y la locura, la Psico logía, apareció como acción profesional, en el campo de los transtornos del comportamiento y en el campo de la edu cación y la medición de las aptitudes. El psicoanálisis y la psicología diferencial son su concreción histórica. Las dos tareas encomendadas a estas formas profesionales se diversificaron en los años siguientes como adaptación y evaluación en los campos de problemas definidos por las instituciones sociales: la escuela, el hospital, la fábrica o empresa y la «comunidad». Un vistazo al «estado del arte» en los diferentes cam pos de la mal llamada psicología aplicada, muestra que los problemas que se plantea, así como los procedimientos y soluciones propuestos, surgen de una confrontación prag mática con la «realidad» que la determinación social le impone. La vestimenta teórica que arropa dichas prácti cas es «cortada» a la medida, para justificar —a lo inter no de la disciplina— su determinación exterior y ajena a su conformación epistémica. No obstante, su desvincula ción con lo que denominamos la ciencia básica de la psi cología es tan evidente que, de hecho su adjetivación de «aplicada», es totalmente extraña al conocimiento cien tífico y se adscribe a la fuente que define su problemáti ca y por consiguiente su existir como trabajo social. Consi deramos que es, a partir de este divorcio o falta de con gruencia orgánica entre la psicología como rama del cono cimiento científico y su empleo social, que se debe replan tear su función profesional. No es necesario fundamentar con detalle la existencia de esta desvinculación orgánica entre ciencia y tecnología, para afirmar dos puntos, uno de ellos esencial a nuestro propósito. Primero, la naturaleza coyuntural, en lo social, 126
de los contenidos y propósitos de la llamada psicología «aplicada». Segundo, la falta de sustentación teórica de su pragmatismo tecnológico y la «importación» de modelos ad hoc para legitimar conceptualmente su existencia. Este último punto nos desviaría de nuestro objetivo presente, por lo que sólo abundaremos respecto al primero. ¿Qué se quiere decir cuando se hace referencia a la naturaleza coyuntural de la psicología «aplicada»? Se significa la apa rición de ramas de aplicación como respuestas inmedia tas, externamente determinadas, a demandas sociales en momentos críticos en lo tecnológico y/o en lo ideológico. Su justificación parte de su necesidad impuesta y no de su uso real o potencial como conocimiento aplicable. Así, la disciplina se configura progresivamente por la sucesión de tareas encomendadas, sin que exista de hecho una ap titud o madurez epistémica para ejercerlas. Es análogo al caso del desempleado que la demanda coyuntural de tra bajo lo convierte sucesivamente en pintor, carpintero, plo mero, jardinero y otros oficios más, volviéndolo ajeno a su origen laboral. La razón de esto es doble. En primer tér mino, la psicología irrumpió como profesión antes de su consolidación como ciencia o ingeniería de alguna ciencia. En segundo término, la naturaleza del sistema capitalista no sólo enajena el producto del trabajo de la fuerza de tra bajo que lo produce, sino también al producto social de las fuentes de conocimiento de su compromiso original, por lo que convierte al trabajo intelectual en mercancía, valorándolo en su relación de cambio, y no de uso real. En este contexto, es pertinente examinar brevemente los momentos de «crecimiento» de la psicología «aplicada». Con la primera guerra mundial, y los grandes cambios operados en la industrialización y redistribución de los centros de poder mundial, surgió la aplicación de la psico logía diferencial y su tecnificación psicométrica. Los nom bres de Binet y Thorndike, entre otros, destacan en este contexto. La psicología diferencial, interesada en la me127
dición de las diferencias individuales (y su posible deter minación genética) se constituyó en un instrumento prác tico para, con base en criterios no siempre exentos de ambigüedad, clasificar a los individuos de acuerdo a la dis tribución de los puntajes de la población de la que forma ban parte. Por validez de construcción, se atribuía a las pruebas y tareas diseñadas, la propiedad de medir aptitu des (capacidades y habilidades) supuestamente requeridas por ellas. Aun cuando dichas pruebas normalizadas mos traron poder distribuir a los individuos en categorías poblacionales, nunca se verificó satisfactoriamente en que se les clasificaba ni la determinación y posibilidad de cam biar lo evaluado. Las primeras aplicaciones de estas téc nicas fueron a la educación y al trabajo militar, adquirien do después un empleo generalizado a prácticamente todas las esferas de la actividad humana clasificable o evaluable. No es hasta fechas recientes ante ciertos argumen tos postulando la heredabilidad social (y posiblemente in dividual) de los puntajes de inteligencia, que afloraron al gunas de las razones sociales que permitieron el surgi miento y consolidación de la psicología diferencial. Schoenfeld (1974) y Kamin (1978) entre otros, han señalado ine quívocamente las consecuencias ideológicas de su empleo, al postular diferencias raciales donde no las hay como ta les, y oscurecer la acción de los factores sociales ligados a la posibilidad de oportunidades reales equivalentes para todos los individuos. Igualmente, ha quedado claro el pa pel social asignado a la psicología diferencial, al estrati ficar una meritocracia basada en la aptitud socialmente dada, de modo que los más aptos tienen mayor acceso a mecanismos de movilidad social que los menos aptos. Con la Segunda Guerra Mundial se da el segundo esta llido de crecimiento. Surge el movimiento genérico de salud mental y la ingeniería humana. Los profundos trans tornos causados por la subordinación económica, política y social de países enteros a los intereses monopólicos in128
ternacionales se tradujeron en manifestaciones individua les y colectivas específicas a cada cultura reflejantes de dichos transtomos. La delincuencia, el alcoholismo, las atipicidades sexuales así como los tradicionales problemas de la enfermedad mental, se clasificaron como casuística del área de la salud «mental». Se desvió el análisis hacia los individuos o hacia los grupos sociales como «culturas in sanas», soslayando la determinación fundamental de las variables macrosociales, y planteando que el problema ra dicaba en el «desajuste» de la persona o el grupo respec to a ciertos valores universales considerados los únicos indicadores válidos de la salud. No es necesario señalar que no se discute aquí la existencia misma de los trans tornos, sino más bien los criterios formulados para su valoración. El desarrollo de técnicas individuales (clíni cas) y sociales (dinámica de grupos) para adaptar a los transtornados, constituyó un común denominador del tra bajo aplicado bajo el rubro de psicología clínica social. Algunos cuestionamientos recientes provenientes de enfo ques tan diversos como el análisis conductual, la antípsiquiatría y la sociología de la salud, han planteado la nece sidad de revalorar la justificación de estos objetivos profe sionales, al margen de la utilidad y validez científica de los resultados obtenidos y procedimientos empleados. La ingeniería humana representa el interés por «huma nizar», y en esa medida tornar más eficiente, la mecani zación y automatización promovidas por la electrónica mo derna. Su aplicación aún cuando espectacular, y por su naturaleza instrumental, estrechamente vinculada a la in vestigación controlada, se ha visto limitada a sociedades con niveles avanzados de industrialización. No hay que ol vidar, sin embargo, que como tecnología surgió del desa rrollo de la industria militar en la Segunda Guerra Mun dial, y de su aplicación al aumento de la productividad industrial.
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¿Existen campos de aplicación directa de la Psicología?
La prescripción de una función social aplicativa de la Psicología debe subordinar las demandas sociales a la na turaleza del conocimiento que está en capacidad de em plear prácticamente. ¿Qué relación se da entre el conte nido propio de la Psicología en las áreas sociales de apli cación tradicionalmente prescritas? La pregunta se plan tea en términos relativos a la vinculación entre la ciencia básica y las ingenierías o tecnologías sustentadas en su co nocimiento. La psicología, por su fundamentación epistémica como área del conocimiento científico, guarda similitud con otras disciplinas que, constituyendo un campo específico del co nocimiento (ciencia básica) se vinculan, en relación recí proca, con formas aplicativas que, tarde o temprano de vienen en ingenierías de dicho conociimento científico. La Física, la Química, la Biología, la Ciencia Social y posible mente la Lingüística serían los casos semejantes, aun cuan do en etapas diferentes de vinculación de la ciencia básica con las ingenierías relativas. El problema radica en la po sibilidad de delimitar la relación de la ciencia básica de la Psicología con sus ingenierías, y la naturaleza de estas tecnologías aplicativas. Si partimos de la premisa de que la Psicología estu dia el comportamiento, entendiendo éste como la interac ción construida del organismo y el medio ambiente, re sulta que pocas situaciones sociales y naturales estarían exceptuadas de contener problemas o fenómenos de tipo conductual. De este modo, profesionalmente, la psicología estaría en condiciones de reclamar como propios de su ac ción todos los campos implicando comportamiento huma no, y por qué no, comportamiento animal. Sin embargo, la pregunta que se plantea de inmediato es ¿Qué sucede ría con las ingenierías o profesiones sociales que tienen ya asignado un encargo en la división del trabajo profe130
sional, relativo a las condiciones en que el hombre inter actúa? Obviamente nos estamos refiriendo a disciplinas aplicadas como la administración, la antropología social, la pedagogía, la medicina y sus variantes paramédicas, el trabajo social y otros más. ¿Qué estatus guarda la Psicología en relación a estas profesiones? Es de todos conocida la ambigüedad de los límites trazados respecto a su inserción social, y los con flictos que surgen de yuxtaposiciones o vacíos creados en torno a esta indefinición. Si analizamos detenidamente la constitución de las disciplinas profesionales recién men cionadas, resaltan dos características: la primera, es que difícilmente puede atribuírseles a dichas disciplinas un ni vel epistémico específico propio, diferente al encargo so cial que las define. Es así que la administración, la medi cina y restantes disciplinas se constituyen en tanto tales como conjuntos de técnicas y procedimientos dirigidos a la solución de problemas concretos, bajo el marco de re ferencia de una institución social. La reflexión sobre la naturaleza de dichos problemas es efectuada al nivel de las ciencias básicas que pueden sustentarlas en relación a ellos, como es la Biología, la Sociología, etcétera. La se gunda característica es que las disciplinas profesionales mencionadas se ejercen en contacto directo con los usua rios de servicios definidos por instituciones sociales, y sin la posibilidad de esa acción directa carecerían de signifi cación en lo absoluto. No rebasarían el marco de las con diciones puramente valorativas e ideológicas, si no pudie ran actuar directamente en la transformación de las con diciones que definen su ejercicio. Si aceptamos, por consiguiente, que las disciplinas es trictamente profesionales que tratan con el comportamien to humano en el ámbito social, carecen de un cuerpo epis témico propio y a la vez se definen por su contacto di recto con las condiciones problema y los usuarios involu crados, tenemos que resolver la cuestión de si la Psicolo 131
gía se encuadra o no en esta caracterización. En tanto posee una organicidad epistémica en el modo científico de conocimiento no cumple con el primer requisito. El se gundo ahora debe discernirse de la siguiente manera: ¿Tie ne la Psicología una aplicabilidad específica al margen de la educación, la salud, la administración, el trabajo, la organización y desarrollo social, etcétera? Si la respuesta es negativa, como consideramos debiera ser, se plantea en tonces la siguiente cuestión. ¿Cuál es pues el encargo so cial de la llamada Psicología Educativa, Psicología Clíni ca, Psicología Laboral, Psicología Social y Comunitaria? Parece que la respuesta se configura por sí sola: ninguno, como áreas específicas de acción profesional directa, pues ello implicaría sustituir, desventajosamente, a disciplinas que constituyen ingenierías socialmente asignadas a di chos campos de la relación social. ¿Qué es lo que planteamos entonces? ¿Acaso que la Psicología y sus tradicionales compartimentos institucio nales carecen de identidad profesional? La respuesta es afirmativa y negativa a la vez. Afirmativa, en tanto que los campos que la Psicología parece reclamar como propios, en realidad por la historia social de la división del tra bajo profesional, han sido ya asignados con anterioridad a otras disciplinas. Negativa, en tanto consideramos que la acción directa no constituye la única forma de profesionalización de una disciplina. Las disciplinas que poseen la característica de poseer un espacio propio específico en el modo científico de co nocimiento, canalizan su acción profesional de manera di versa a aquellas otras que existen en tanto ingenierías téc nicas sociales, dedicadas a la solución de problemas con cretos, en lo práctico. Su encargo social se configura como acción indirecta sobre los usuarios en las condiciones pro blema concretas. Indirecta, en tanto se ejerce a través de las disciplinas estrictamente profesionales insertas social mente para ejercer el contacto directo con dichas condi132
ciones. Pero ¿en qué consiste esta acción indirecta? ¿Cuál es su contenido y propósito? La acción indirecta consiste en transferir, mediante un proceso de adaptación tecnológico específico, el cono cimiento de la ciencia básica pertinente a las acciones pro fesionales directas de las ingenierías implicadas de un modo u otro. De esta manera, consideramos que la Psico logía actúa profesionalmente siempre mediada por una disciplina estrictamente aplicativa, y que su acción es la de tomar problemas y transferir conocimiento traducible a soluciones concretas. Por ello, la Psicología, se ve en vuelta, por definición, en acciones sociales de naturaleza ínter y multidisciplinaria. Es su ejercicio mediado el que le imprime esta característica. Si concebimos a la Psicología como una profesión de acción o contacto indirecto, se plantean al interior de su organicidad disciplinaria, dos problemas fundamentales: 1) La reconfiguración de los canales de transferencia de conocimientos (categorías y técnicas) entre la ciencia básica y la aplicada. La Psicología «aplicada» debe pro curar integrarse orgánicamente al cuerpo científico de la Psicología haciendo a un lado las consideraciones estricta mente pragmáticas que la definen. Por su parte, la ciencia básica debe replantearse la pertinencia de los problemas estudiados y la naturaleza de sus paradigmas y catego rías, de modo que el conocimiento producido sea realmen te pertinente al dominio de lo natural y lo social con cretos; 2) El replanteamiento correspondiente a la naturaleza e identificación de lo psicológico concreto en los campos aplicados de la educación, el trabajo, la salud, el desarro llo social, etcétera, con el fin de superar las estrategias profesionales hasta hoy adoptadas: reducir estos campos a problemas estrictamente psicológicos, o bien negar la re levancia de lo psicológico y buscar en lo sociológico o lo biológico la solución lineal a problemas que no están co133
rrectamente formulados. La educación, por ejemplo, no es campo específico de acción profesional de la Psicología, y es por consiguiente tan absurdo intentar reducir los pro blemas de la educación a una psicología educativa, como buscar la sustitución de una psicología educativa inexis tente en las teorías pedagógicas o sociológicas n. La natu raleza mediada de la Psicología profesional, debe permitir ubicar con justeza su especificidad de contenido así como sus interrelaciones disciplinarias.
La práctica profesional de la Psicología: ¿la desprofesionalización? Antes hemos propuesto (Talento y Ribes, 1980) que la forma específica de profesionalización de la psicología es su desprofesionalización. Consideramos que los argumen tos hasta ahora presentados, pueden ayudar a ubicar con mayor precisión el problema y destacar las diversas fa cetas que el concepto de desprofesionalización implica. Re tomaremos el punto pues, a partir de la caracterización de la Psicología como una profesión de acción o contacto in directo. La conceptualización de la psicología como una profe sión de acción indirecta provee un primer criterio de la desprofesionalización. Desprofesionalización en un doble sentido. Primero, en tanto el psicólogo no actúa directa mente en relación al usuario, sino a través de una acción mediada por un profesional, un no profesional o un pro fesional diferente. Esta acción mediada, no sólo no res tringe el espectro de aplicabilidad de la psicología, sino que lo amplía significativamente. Segundo, dado que la 11. En consecuencia con la argum entación expuesta, tam poco es legítim o p la n te a r la existencia de u n a psicología clínica, una psicología social o com un itaria, o u n a psicología del tra b a jo . 134
ciencia y la investigación constituyen a partir de este si glo una profesión en sí, la acción de mediar el conoci miento científico a un no profesional de la ciencia cons tituye una forma de desprofesionalización a. De este modo, el psicólogo como profesional de la investigación aplicada y tecnológica, desprofesionalizaría el conocimiento en la medida en que mediría su transferencia de investigador básico que lo produce, al profesional exclusivo que lo apli ca en el contexto de muchos otros conocimientos trans feridos y procedimientos diseñados específicamente. A la vez que es mediado como profesional, su acción es me diada en tanto transfiere conocimiento altamente profe sionalizado en su lenguaje y condiciones de producción. La desprofesionalización, sin embargo, no se restringe a esta función mediadora del conocimiento científico. Adop ta modalidades adicionales que se inscriben en la confor mación última de un perfil profesional de la psicología. Una de ellas, es la desprofesionalización como modo so cial de división del trabajo. Aun cuando ya hemos toca do este punto previamente (Talento y Ribes, 1980), es me nester subrayar algunos aspectos. Destaca entre otros la forma orgánica en que el profesional, como trabajador in telectual, se inserta en el sistema productivo directamente, o en el aparato ideológico que permite mantener la hege12. La profesionalización de la investigación con el desarro llo del cap italism o in d u stria l y las form as so cialistas de e stru c tu ra social, significa el establecim ien to de cu ad ro s intelectuales a lta m ente especializados, cuya lab o r es p ro d u c ir conocim iento, de m odo que rep resen ta la in corporación orgánica de la ciencia al sistem a productivo. Es poco factible su p o n er que este nivel de ex celencia intelectual pueda se r abolido com o tal, pues equivaldría a p ro p o n er la existencia de eru d ito s enciclopédicos en to d as las ra m as de la ciencia, posibilidad to talm en te rem o ta. Lo que es fun dam ental no es la especialización en sí p a ra p ro d u c ir conocim ien to , sino la posibilidad de que dicha especialización no sea asequi ble a unos cu an to s solam ente, y la natu raleza de la m ediación del conocim iento científico pro d u cid o en su articulación con el siste m a productivo. 1 35
monía de la clase propietaria de los medios de producción, y por consiguiente reproducir las relaciones de producción específicas a su forma de apropiación del producto del trabajo. Además, es importante señalar no sólo su inscrip ción social, sino su papel determinado como fuerza de trabajo en el contexto del propio sistema en que se inser ta. Una característica del sistema capitalista y de las for mas de transición al socialismo conocidas, es la estratifi cación social de la fuerza de trabajo que a través de la división del trabajo impide la igualdad efectiva de oportu nidades de desarrollo de las capacidades, y la retribución del trabajo sin correspondencia a las necesidades del que lo realiza. La desprofesionalización en este sentido pro porcionaría una opción, en un sistema con las caracterís ticas delineadas, para romper por un lado con la necesaria inscripción del profesional en un bloque hegemónico (Gramsci, 1967) y por el otro la desigualdad de oportuni dades y retribuciones intrínsecas en una división del tra bajo altamente compartimentalizada. La desprofesionali zación se concibe así en un doble aspecto. Por una parte, vulnera el monopolio social del conocimiento reflejado en la división del trabajo manual e intelectual, y las diversas formas de estratificación de este último, como ocurre en el caso de las profesiones. Por otra, entra en contradic ción con los valores y criterios que la clase hegemónica impone a través de las instituciones sociales, en tanto pro cura de un espacio autónomo a los usuarios de dicho tra bajo especializado. En el caso concreto de la psicología, la desprofesionalización significa: a) Transferir conocimiento directamente a los usua rios que necesitan del mismo sin la mediación de otros profesionales, convirtiéndoles en autoprestatarios de servicios; y b) Delegar en los usuarios los criterios para definir el 136
uso de dicho conocimiento, al margen de las insti tuciones sociales que determinan su selección y for ma de aplicación. Conviene señalar que existen dos modalidades comple mentarias del concepto de desprofesionalización, ambas li gadas a criterios de eficiencia y eficacia de la acción pro fesional. Por una parte, puede concebirse la desprofesio nalización en términos de la eficacia de una estrategia profesional. Por otra, puede ser considerada desde la pers pectiva de la eficiencia de dicha estrategia profesional. La eficacia de una acción profesional implica no sólo la mo dificación de los efectos sociales definidos como proble ma, sino la transformación de las condiciones identifica das como determinantes o responsables de dicho proble ma. La desprofesionalización se enmarca así en la dimen sión profesional prevención-corrección. En tanto se trans fiere información a los usuarios de servicios profesionales, se anticipan las condiciones generadoras de problemas que dependen en cierta medida de la propia acción de los usua rios, y de esa manera se previene su aparición. La preven ción, es así considerada, forma eficaz de acción profesio nal y paradójicamente se alcanza mediante una desprofe sionalización, aun cuando sea parcial, de dicha acción es pecializada. La eficiencia de una acción profesional hace referencia, fundamentalmente, a la relación costo-beneficio en térmi nos del número y tipo de beneficiarios de una inversión social canalizada a través de servicios institucionales. La desprofesionalización, en tanto significa desplazar la im partición de parte de los servicios a los propios usuarios, reduce los costos profesionales a la vez que aumenta la cobertura de dichos servicios. Aun cuando elemento se cundario en la ponderación de una estructura social del trabajo intelectual especializado, esta modalidad de la des profesionalización no es de desdeñarse, muy particular137
mente en países con deficiencias de servicios instituciona les y bajos índices de incorporación educativa.
Consideraciones finales Hemos planteado una alternativa de conceptualización profesional de la psicología. Independientemente de las características originales que tenga la proposición per se, su valor fundamental reside en su articulación estrecha con una formulación epistemológica de la psicología y con su inserción en la compleja red de la división del trabajo en una sociedad clasista. La forma específica que adopta la proposición del perfil elaborado no es la única posible, pero tiene la virtud de ser congruente con supuestos más generales respecto a la ciencia y la sociedad. Pensamos que este debe ser el criterio que norme los análisis y dis cusiones posteriores relativas a nuestra disciplina.
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INDICE
Prólogo, por Ramón B a y é s .......................................
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A manera de introducción y advertencia . . .
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1. La naturaleza de las leyes en el estudio del com portamiento ..........................................................
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2. Conceptos mentalistas y prácticas ideológicas
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3. Tópicos y conceptos en la teoría de la conducta
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4. ¿Se ha abordado el lenguaje desde el análisis de la conducta?........................................ 73 5. Consideraciones metodológicas y profesionales sobre el análisis conductual aplicado . . . 6. La psicología ¿una profesión?....................... 121
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