CONCLUSIÓN
Al decidirnos a dar por concluido el presente trabajo, consideramos indispensable formular, a manera de breve esbozo de síntesis, un último conjunto de reflexiones: Perspectiva histórica
La rebe li lión ón acaud acaud illada illada p or Pab lo Zar ate W il illka, lka, en el curso de los ú lt ltimos imos añ os del pasado sigl siglo, o, fu e u na d e las las más grand es con m ocion es sociale socialess pro m ovidas y real realiizadas por la po blación ind ígena de Boliv Boliv ia. N i antes ni d espu espu és, registra registra el el acontecer nacional un movimiento similar de tan vastas proporciones ni de tan ambiciosos fines e impresionantes hechos. Precedida por aisladas reacciones emocionales y locales contra la creciente expan sión sión del latifun latifun d io, fu e la más acabada exp resión de las las aspiraciones aspiraciones d e reivindicación agraria y emancipación social y política de las nacionalidades indígenas de la República de Bolivia. Apreciada en la natural perspectiva histórica configurada por la sucesión de los hechos históricos que le preceden desde la fundación de la República, fue la culminación de dos grandes procesos de conflagración social ocurridos entre las minorías dominantes del país y las mayorías agrarias del mismo, procesos gestados y provocados por dos causas: La primera se hallaba representada, en primer lugar, por el menospreciado estado de opresión económica y social en que, dentro la subsistente sociedad de castas, se encontraban las poblaciones indígenas convertidas, a partir de la conquista peninsular, de prósperas y florecientes nacionalidades en castas subyugadas, y, en segundo lugar, por la natural necesidad de liberación resultante de ese estado. La segunda, que en realidad no es nada más que un particular fenómeno de las generales condiciones de opresión económica anteriormente mencionadas, se encontraba encarnada por la conversión de la propiedad comunal en p erten en cia cia p artic articu lar, p or u n lado, y en la con con siguien te ten d encia a la recuperación de la tierra usurpada. La creciente acentuación experimentada por estos agentes de perturbación social a raíz de la progresiva ruina industrial de la nación en los primeros años de vida rep u bli blicana, cana, ocasion aro n esos esos d os grandes p rocesos rocesos d e con m oció n social social en en el campo. 40 3
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El primero se inició por efecto de la usurpación de tierras comunarias autorizada por el decreto de 20 de marzo de 1866 y por la ley de 28 de septiembre de 1868, llegó a su instante de crisis con los muchos levantamientos y consiguientes exp ed iciones pu nitivas ocu rridas en los años 1869 y 1870, y cu lm inó con la intervención de las comunidades indígenas en la insurrección que abatió y derrocó al responsable de esas medidas depredatorias. El segund o se inició com o con secu en cia del d espojo d e tierras de com u nidad operado al amparo de las leyes de exvinculación promulgadas entre los años 1874 y 1895, alcanzó su m ayor desarrollo en los años 1895 y 1896 y term inó con la rebelión ind ígena p rovocada p or la revo lución p olíticoreg ion al p roclam ad a a fines de 1898 en la ciudad de La Paz. Cu an d o, con an teriorid ad a este p ron u n ciam ien to, la plutocracia del sur, representada p or las fraccion es p olíticas conservad oras, tom ó el p od er, la gran mayoría de la p ob lación ind ígena se hizo ad icta fanática d el pa rtido liberal. A d m itió la préd ica dem agóg ica d e aquél y cifró sus esperanzas de un a vida m ejor en los fementidos propósitos pregonados por los agentes proselitistas de ese partido. Llegad o el año 1898, la crisis política en tre las faccion es en p ug na, p or u n lado, y la social en tre los p u eblos del no rte y d el sur, p or el otro, alcan zaron su m om en to de mayor vicisitud. Proclamad a en La Paz la mal llamad a revolu ción federal, com o d irecta consecuencia de ambas, fraternizaron en esa ciudad los partidos políticos rivales con el aparente propósito de perseguir la realización de un fin común. C om o la rebelión, en las con d icion es qu e los revolucion arios se encon traban , importaba una empresa descabellada, acudieron aquéllos a la utilización de recursos extremos: gestionaron la adquisición de armas en la vecina República peruana y llamaron en su auxilio a la población campesina tradicionalmente adicta ya al pa rtid o liberal cuya jefatu ra d irigió, a la postre, la rev olu ción . La participación de las nacionalidades autóctonas en la guerra civil emergente, llevó al terreno de la lucha las particulares tendencias de emancipación y reivindicación de la población campesina. Las proporciones nacionales de la guerra civil generalizaron el levantamiento en la mayor parte de la zona andina e hicieron posible la unificación de miras y la centralización del alzamiento indígena bajo un solo mando, excluida la actitud disidente d e algunas comu nid ad es ind ígenas cismáticas com o la de Uníala. La violencia de la guerra civil enconó y estimuló el furor bélico de colonos y comunarios, de tal suerte qu e en d eterm inad o m om en to d e la gu erra civil, el levantamiento indígena comenzó a orientarse gradual y pa ulatinamente hacia metas propias, inevitable resultado de las particulares ambiciones con que la población indígena concurría a la conflagración civil. La lu cha p rosiguió, y, en m ed io d e la atm ósfera d e iniqu idad y bar bar ie desatada por la rebelión del norte, acabó p or abrirse paso un a fuerte co rrien te de liberación 40 4
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social puesta en marcha, con empuje vigoroso, por una gran parte de la población aborigen encabezada p or Zarate W illka y p or un pu ñad o d e audaces caud illos indígenas. Es gran d em ente p enoso qu e, en lo co n cern ien te a estas tend encias, la escasez de documentos no nos permita hacer afirmaciones con ab soluta entereza de convicción, afirmaciones claramente formuladas. Es, por otra parte, desalentador tener que sentirnos obligados a confesar nuestra íntima inconformidad con las muchas lagunas e interrogantes que infortunadamente deben permanecer sin solución ni respuesta. N o son p ocos los fru tos provechosos de nu estro em p eñ o inqu isitorio, pero son muchas también las sombras que impiden la deseable percepción del campo estudiado. Diferentes y crecidos en número han sido los escollos y dificultades que nos fue imperioso salvar y superar para obtener nociones aproximadas de la realidad sujeta a examen. Muchas son las sugestiones procedentes de la tradición oral, y escaso el número de los testimonios veraces que las confirman o rectifican. Por esto, muchas de nuestras aseveraciones no tienen otro carácter que el de simples enunciados hipotéticos sujetos a verificación posterior, aunque los esclarecimientos de esta segunda edición les proporcionen mayor elocuencia, firmeza y verosimilitud. En tal situación se encu en tra la con jetu ra segú n la cual el caud illo Zá rate W illka fue el inspirador y promotor de las tendencias de liberación total, demostradas por la población indígena en el curso de la guerra civil y con posterioridad a ella. Por desgracia, no existen d ocum entos q ue p erm itan aseverar con conv encim ien to absoluto este aserto. Tal su p osición se halla fun d ada en d eclara cion es ju d iciales d e sind icados y testigos, y en inferen cias expu estas p or ju ece s, defensores y acusad ores públicos, y no en testimonios que, a semejanza de las proclamas o cartas confidenciales, sean capaces de revelar d irectam en te q u e, en efecto, Zár ate W illka ind u jo a las poblaciones autóctonas a levantarse contra las minorías blancas. Sin du da, la proclam a de C ara collo form u lada p or los W illka en 28 d e m arzo de 1899, sólo con ocid a p or el autor con p osteriorida d a la prim era ed ición de este libro, es un documento que contribuye grandemente a iluminar la responsabilidad d e Zárate W illka en la obra d e reor ienta ción y consigu iente conv ersión del movimiento autóctono de apoyo a la revolución liberal del norte en movimiento independiente de emancipación indígena. Gracias a ella sabernos, por ejemplo, que Zára te W illka profesaba la d octrin a segú n la cu al: la socied ad and ina d ebía retornar un día al antiguo orden prehispánico o por lo menos a uno parecido, y esto hace suponer su intención de favorecer, en los hechos, la vuelta del mismo aprovechando el estado de guerra (“Pachacuti”) en el que intervino. N o es tam p oco d esestim able, com o elem en to d e ve rificación, el sugestivo h echo constituido por la estrecha unidad de pretensiones demostradas por todos aquellos levan tam ientos in iciad os a instan cias d e Pablo Z ára te W illk a co n el ap aren te propósito de coadyuvar a la revolución del norte. 405
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Es su gerente qu e ju stam en te los levan tam ientos prod u cidos p or obra d e las instruccion es escritas de Zara te W illka se hallen animad os, p or lo m en os, de cinco p retensiones: Ia La restitu ción d e las tierras de or igen . 2a La gu erra d e exter m inio contra las minorías dominantes. 3a La constitución de un gobierno indígena. 4a El d escon ocim iento de las au torid ad es revolu cion arias. 5a El recon ocim ien to d e Zarate W illka com o jefe sup remo de la insu rrección au tóctona. Tales circunstancias se presentan, de modo uniforme, en los sucesos de M oh oz a, Peñas y Sacaca, es decir, en tres series de acontecimientos ocurridos una vez que Zára te W illk a so licitó a las p arcialid ades indígenas d e esos lugares su con cu rso a las fuerzas revolu cion arias. N ing u n a de esas circu nstan cias, p or el cont ra rio, se presentan en la rebelión de Umala, lo que parece indicar que fue realmente Zárate Willka el promotor de las tendencias de liberación que tuvo su más audaz expresión en la constitución del gobierno indígena de Peñas. Cau salmen te consid erada la rebelión ind ígena acaud illada p or Zá rate W illka resulta de causas que, de m an era esqu em ática, se red u cen a cuatro : dos n ecesarias y dos con ting en tes. Es la pr im era, el estad o de op resión social de las m ayorías cam p esinas, y la segunda, la creciente expansión del latifundio en perjuicio de las tierras de comunidad. La tercera se halla encarnada por la acción instigadora desplegada por los revolucionarios del norte en su desesperado empeño de imponer sus ambicion es d e p oder. La cu arta, finalm ente, se encu en tra representad a p or las provocaciones y agravios infligidos a los indígenas por las fuerzas beligerantes. La rebelión indígena fracasó, por otra parte, debido a las siguientes causas: Ia La deficiencia de los elem en tos bélicos u tilizad os p or las hu estes d e Zá rate W illka. 2a La conducta disidente de muchas comunidades indígenas aimaras m c o n d i c i o n alm en te p uestas al ser vicio d e los in tereses po líticos de los rev olu cion ar ios. 3a La actitud represiva de las fuerzas rebeldes. 4a La prematura conclusión de la guerra civil. Fuentes prehispánicas de inspiración en la ideologíadel movimiento
Hoy más que ayer, finalmente, nos encontramos lejos de considerar a los levantam ientos cam p esinos com o sim ples y d esordenadas reaccion es del instinto o del espíritu de represalia provocado por el resentimiento nacido de la opresión en el fuero interno de los expoliados labriegos andinos. Ellos se levantaron, sin duda, al calor de esos incentivos pero, ante todo, no sólo por estímulos de orden incidental o por factores de hecho, sino por obra de una conciencia básicamente iluminada por sus antiguas tradiciones históricopolíticas y religiosas. Tal hecho no tiene nada de particular. Ha ocurrido también en otras latitudes que por lo enteramente distantes de las nuestras no admite ser concebido como resultado de ninguna dependencia genética posible. 40 6
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El d octor don Ma nu el Sarkisyanz.d e la Universidad de H eide lber g,p or ejem p lo, nos ha hecho conocer las más sobresalientes características del 'budismo popular m esiánico com o id eología de las rebelione s cam p esinas birman esas d u rante la d eci m onoven a y vigésim a cen tu rias’,1y es sorprend ente com p robar com o el concep to del declive del orden moral del mundo como síntoma de la terminación de un ciclo fue, allí com o aqu í, el p ensam iento qu e con d icion ó la creen cia en la proximidad del retorn o de la regen eración de la socied ad y en la consigu iente n ecesidad de seguir al conductor mesiánico, en nuestro caso: el W illka, hombresol o jefe sagrado y providencial predestinado al triunfo. Tal conv ergen cia es en teram en te exp licable si record am os qu e — com o lo ha explicado José Im bellon i— tanto el sudeste del Asia com o la zona and ina p ertenecen al m ism o á m bito de los grand es estados pro toh istóricos del mu nd o, y — sin que nos sea imprescindiblemente necesario admitir las conclusiones difusionistas del expresado e tn ólogo — p reexistían, p or lo m ism o, en un a y otra, en lo esencial, las analogías seculares que hicieron posible la referida convergencia. Lo evid ente de tod o es qu e — según acabam os de su gerir— el m ito de las cuatro edades y sus consiguientes convicciones cíclicas regenerativas particularm ente la relativa a la esperanza m esián ica de u na n ueva edad, “son comp artid as — en térm ino s del p rofesor Sarkisyanz— p or las más representativas culturas hu m anas, d esde las arcaicas o p ro toh istóricas hasta las ‘p ostm ed ievales’ en con tex to s d e reli giones universales” profesadas precipuamente por las poblaciones campesinas, tal com o lo han d ocu m entad o, aparte del p rofesor Sarkisyanz en 1955, Clem eñ a Ileto en 1979 resp ecto al “catolicism o ru ral” com o ideología d e los “levantam ientos rurales filipin os” , y Servier en 1967 resp ecto a la “ trad ición d e los paraísos terrestres” o “islas ben d itas” .2 Q u izá la universalidad de tales “ arqu etip os” m íticos se explica — más qu e p or la preexistencia de una sola tradición universalmente difundida en tiempos protohistóricos— p or la observación espon tánea m ente universal del acaecer natural del día y la n och e, del mes lun ar y d el año solar, y d e la vu elta cíclicam en te repetida de las estaciones, observación independientemente posible, de acuerdo con los principios básicos de la teoría de la convergencia postulada en el siglo pasado por Adolfo Bastián, a la que no es ajeno el análisis de la universalidad del concepto de la regeneración cíclica del mundo vegetal prioritaria y seductoramente estudiado y d ocum entad o p or Jam es Frazer en L a ram a de oro. Tales conceptos filosóficos básicos no pudieron ser, así, simple herencia muerta del pasado protohistórico sino corolario permanente de une función viva, propia de las socied ad es rurales ord inar iam en te contraíd as a la ob serv ación d e las regulari1 M . Sarkisyan z, M esianic Folk-B u ddihis in as idiology of peasan t revolts in mineteent ha and early tw entieth century Burma, Apud Review o f Religious Research, fall, 1968. Fragenzum problem des chronologischen Verhaltnisses des Buddhistischen Modernismus in Ceylon und Birma, apud Buddhism in Ceylon, etc. A Abhand lungen der Akademie der Wissenschaften in Góttingen, Gottinga, 1978. 2 Del Ph. D. do n Man uel Sarkisyanz a R . Con d arco Morales, H eildelberg, 13 de mayo de 1983. 407
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dades anuales gracias a las cu ales la vida se regen era cíclicam en te. Desd e este p u nto de vista, qu izá n o es casual q u e W illka en jaq ar u signifique sol, es decir el astro que siempre vuelve. El liberalismo y federalismo del movimiento indígena
Si bien no cabe duda que la ideología de la rebelión campesina acaudillada por Zárate W illka se encontrab a fu nd am entalmen te inspirada en el tradicional pensamiento prehispánico superviviente particularmente relativo al concepto del acaecer histórico cíclico y consiguiente proximidad de una nueva edad esencialmente parecida a la prehispánica, no conviene olvidar que tal pensamiento sólo tuvo lugar en las bases tradicionales de inspiración, y que las nacionalidades de origen se encontraban en una época completamente di ferente dentro de la cual ellas habían ad optad o nuevas con cep cion es religiosas y — quizá— tam bién p olí ticas. Q u izá entre los jefes indígenas de m ayor ilustración los hu bo de en tend im iento capaz de con ceb ir el libera lism o com o ideo logía no sólo adversa a los privilegios externo s d e casta y a las in heren tes institu cion es so cioecon óm icas d e p restaciones de servicio p ersonal, ob viam ente existentes en las relaciones entre p atrones y au toridad es, p or u n lado, e ind ígenas p or el otro, sino, tam bién, com o id eología expli cablem ente contra ria a los privilegios in terno s de casta com o los representad os por la vieja institución del cacicazgo hispanocolonial en sus formas supervivientes o vicariantes. N o hay qu e olvid ar, pu es, qu e, en el cu rso d e la gu erra civil, h u bo familias ind ígenas a las qu e la po blación nativa h ostilizó y aún e xte rm in ó .Tal el caso de la fam ilia Wa rachi d e A n cocala en Carangas, literalmente acabada, según carta de 29 de marzo de 1899 del comandante militar de Llanquera: el ciudadano liberal don Migu el G. Zo rrilla, a Pando. El fed eralism o, p or su p arte, tam p oco, d ejó de ser, al p arecer, ajen o a las inqu ietudes innovadoras de la población indígena en campaña. Políticam en te d entro el liberalism o cabía el federalismo. Q u izá n i W illka ni los suyos ni la gran m asa ind ígena d eseaba po r g ob ern an te al je fe d e u na familia teocrática con rango de monarca o emperador o inka. El p rop io W illka d ijo en ju icio h aber lu ch ad o p o r la d efen sa d e las “ in stit u cion es rep u b lica n as” . Es ev id en te qu e el n om bre W illka d eno ta sol o h ijo del sol, y p arece ap u ntar hacia el con cepto teocrático de la au torid ad y el pod er, pero, quizá, este no m bre tenía m ás de n acionalm ente sim bó lico qu e d e otra cosa, y en lo q u e atañe a Zárate W illka d enotaba al parecer, más que nada, persona de alto rango político y social representativa de una época de regeneración. Tal h ech o se halla su gerid o p or la existen cia d e tres W illk a co n títu los y rangos más o m enos id énticos. N atu ralm ente el triu nv irato se hallaba jerárq u icam en te 40 8
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ord enad o de Pablo Z árate W illka, a Man u el W illka y a Felician o W illka, com o es natural que haya sido así en una organización suprema de mando. D en tro del ord en gen eral de la Rep ú b lica , W illka y los suyos aspiraban, al parecer, a tener acceso al segundo puesto de la misma, constitucionalmente a la vicep residen cia, p or lo m eno s p or d e pron to. N o otra cosa parece significar que cientos de d ocum entos indígenas proclam aban a ‘Pando y W illka’ju n tos com o los artífices del nuevo orden de cosas. D e tal suerte qu e cuan d o la trad ición u rbana nos asegura qu e W illka había concebido atrevidamente la ‘osadía de compartir el poder con Pando, tal idea era, en lo esencial, fundamentalmente cierta. Q u izá ello sup onía la necesidad de u n acu erd o de p rop orcion es para un a alianza entre el partido liberal y los jefes de la p oblación ind ígena , pero éste es h ech o que continúa en el misterio, pues Pando, a tenor de la tradición urbana, negó todo en ten d im iento contractu al con W illka, sobre la cu estión, a d iferencia d e éste qu e parece haberlo afirmado, pero no hay que perder de vista que Pando y los liberales — m ientras confesaban en d ocu m ento s reservados la par ticip ación de W illka y los suyos en las op eraciones d el ejército federal— negab an de m an era expresa y explícita toda conexión del movimiento liberal con el indígena. Es, además, pues, muy sospechoso que en el numeroso archivo de Pando sólo haya quedad o u na sola carta de Z árate W illka, y nada m enos qu e d e 1896. H ay razón para preguntarse sin duda: ¿qué pasó con las de 1898 y 1899 en un archivo tan cuidadosa y escru p u losam ente conservado? Por otra parte, es d ifícil ima ginar qu e Zá rate W illka haya alentad o un m ovimiento indígena tan vasto sin contar con la expectativa de éxito anticipadamente fundado en un acuerdo previo. Tales con ven ios resultarían de con versa cion es habidas entre Pan d o y W illka, tanto con anterioridad a los acontecimientos detonantes de fines de 1898, cuanto de entendimientos más precisos y claros establecidos en el curso de los hechos de presión y fuerza sucesivamente ocurridos a lo largo del tiempo de duración de la guerra civil de 1899, especialmente en aquellos instantes de incertidumbre poco anteriores a la llegada de armamento para los revolucionarios de Lima, o en los que, con alguna p osteriorid ad a la recep ción del m ismo , Pand o com o gu errero competente consideró que, con todo, la situación del llamado ejército federal era aún tan comprometida que hubo momentos en que, a instancias de un movimiento de ánimo muy hondo, confesó públicamente sus propósitos de ‘disciplinar y armar la indiada’ (Io de febrero), poco después de la retirada del ejército constitucional d eViacha. Lo evidente es que una vez surgida la revolución al impulso de las ambiciones políticas de los liberales y de los intereses regionalistas de los conservadores de La Paz, bajo el engañoso ropaje de la federalización, la mayor parte de la población cam pesina — n o sólo de La Paz sino d e la zon a and ina de Bolivia— la apoyó 40 9
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decididamente no sólo por liberal o anticonservadora, sino por federalista o anticentralista. La sugestión llegó, al parecer, a seducir de una manera amplia la expectativa indígena que todo parece indicar que la población nativa creyó que aquélla estaba llamada a abrir el camino definitivo de su liberación. En efecto, la población indígena creyó en que el triunfo del movimiento iba a traer consigo la posibilidad de su acceso al nombramiento de corregidores sin esperar procedieran — de acuerd o con la ley de 23 d e enero d e 1826 confirmad a por la Carta M agn a en lo p osterior— p or vía gu bernativa de las autoridad es centrales, y así com enz aron a nom brarlos p or voto d irecto d e la com u nid ad aún en los casos de m ayor su jeción a la causa liberal com o en los de Corque y H u achacalla, hacia mediados de marzo de 1899. La descentralización del poder no sólo debía afectar a la constitución de las autoridades locales sino a las de la propia estructura central donde, al parecer, debía caber la representación política de la población campesina, concretamente ejercid a p or Z árate W illka y por los otros W illka qu e con su simple — aunqu e ilusoria— pretensión a form ar parte de la cúp ula de go biern o en carnaban — de p or sí y de h ech o— la d ram ática‘búsqu eda d e exp resión n aciona l’ de la p oblación indígena and ina com o nacionalid ad de or igen o com o ‘roca m ad re’ de las otras nacionalid ad es filiales de p osterior con form ación , pu es n o h ay que olvid ar qu e la nacionalid ad —según M ac Iver y Page— se refleja ante tod o en el d eseo d e “ tener un gobierno común especial o exclusivamente propio” .3 D e ahí la grand eza y la im p ortan cia de las asp iraciones qu e con la suya person ifica y sim boliza el ín clito caud illo in d ígena d on Pablo Z árate W illka. Entre ambos extremos: el de cúspide y el de base políticoadministrativa, las autoridades intermedias debían también surgir de acuerdo con el implícito principio de la descentralización federal, y de ahí el hecho, al parecer nada casual, de haber nom brad o la p oblación camp esina, tanto autoridad es de alto, m ed io y m eno r rango, de una manera aparentemente caótica y anárquica. En el curso del precedente relato, en efecto, hemos visto que mientras se instituyeron W illka[s], es decir autoridades de primer rango políticoadministrativo y militar, en el norte; hubo por lo menos dos presidentes en el sur: el uno en Peñas: Juan Lero, y el otro en Ch allom a de Sacaca: M ariano Gó m ez, cuya au torid ad no dejaba de re con oce r expresam ente la su p erior de Zárate en el pr im er caso, y la del “ Presiden te Villca” en el segun d o. Tod o esto qu ería d ecir qu e, m ientras Z árate W illka p retendía e jercer la representación máxima de las nacionalidades andinas de origen dentro el contexto de la estructura p olítica d e la Rep ú b lica, los otros dos W illka ad op taban el ran go de
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p rim er y segu nd o v icepresid en tes, pues n o hay que olvidar qu e el tercer W illka: Feliciano Willka se tituló también “presidente”. N o hay qu e p erd er de vista, ad emás, qu e los tres W illka constitu yero n , al parecer, un con sejo d e Estado de carácter colegiad o y d e índ ole confederativa, tanto por la naturaleza misma de las tradicionales instituciones confederativas propias del ayllu m ilena rio, com o p or ser pr oba blem en te los tres W illka, de tres d iferentes circu nscripciones territoriales de importancia para el destino del movimiento. En aparente contradicción con la supremacía de los W illka, vemos, en el sur, según anticipam os ya, dos “p resid entes” : Lero y Gó m ez, pero se trata en tod o caso, de d os ‘presiden cias’ de ju risd icción local, dad o qu e ambas r econ ocen la au torid ad suprema de Zárate W illka, de un a m anera m u y sim ilar a las “p resid encias d epartam entales” instituidas p or la ley 19 de 11 de d iciem bre de 1825, y p osteriorm en te llamadas prefecturas. La prop ia d up licid ad de ran go de “p resid ente” y “m inistro” de Ju an Lero, parece ratificar la explicación, pues mientras éste era “presidente” ante sus vasallos de Peñas, no era más qu e “m inistro” ante Zárate W illka, quien — en su carta d e 20 de m a r z o— lo lla m a b a “ G o b e r n a d o r ” . Finalmente, por debajo de esta suerte de gobernaciones rurales de orden regional qu e p u d ieron establecerse con d iferentes nom bres sin d esdeñar los sim p lem ente castrenses com o el de Lorenzo Ra m írez de M oh oz a, se constitu yeron — sin aguardar reform a con stitu cion al previa— los correg im iento s can tonales ord inarios y de capitales de provincia — según anticipam os ya— por v oto d irecto de la com u nidad indígena zonal. Por lo que externamente se ve, no dudamos que los indígenas de 1899 no sólo habían abrazado de manera más sincera que los liberales del mismo año, los principios del federalismo, sino que sus concepciones federalistas eran más orgánicas, más liberales, más republicanas y más revolucionarias que las de los federalizadores nom inales del prim er trim estre de 1899. N o pod ía ser de otro m od o, todos los hechos ocurridos en el levantamiento indígena de 1899 acaecieron a impulsos del sentim iento n acion al qu e — según M ac Iver y Page— es un “sen tim iento esencialmen te d em ocrático”4 y ante todo fu nd am entalm ente innov ad or en su clásico estado de ‘búsqueda de expresión’. Desde luego, el deber “ quererse com o entre h erm an os” los “h ijos d e una sangre” : “b lan cos” e “ind ianos” , d eon tológicam en te form u lad o p or la proclama de Cara collo — de un a m an era po r tanto algo d iferente al sentido ‘qu erer ser una n a c ió n d e h e r m a n o s ’ c o n q u e e l ju r a m e n t o d e l R ü t li coronó la busca de expresión estatal de la n ación suiza— , fue el llam ad o m ás sobresaliente y adm irable qu e u n vástago de las nacionalidades de origen pudo haber hecho a la sinceridad con que la nación dominante debió abrazar su propio ‘vouloirvivre collectif sin desmedro
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del ‘qu erer ser de sí m ism o’ de su m ilenaria ‘roca m ad re’ d entro de u na sola com u nidad rep ub licana, para la cual, p rop on ía la proclam a — sin d ejar de m anifestar im p lícitam ente la integrid ad de su prop ia búsqued a— , el ideal de un a nueva con vivencia entre herm an os sin sen tim iento de exclu sión alguno.
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