TOBON SANIN, Gilberto. “Marx Y El Problema De La Política”. En: BUILES LOPERA, José y BOTERO TORRES, Raúl Alberto. Grandes Pensadores De La Política . Medellín: Universidad Nacional de Colombia, Facultad de Ciencias Humanas y Económicas, 2008. Págs. 135-150. Marx y el problema de la política
Por: Gilberto Tobon Sanin* A los hombres se les debe juzgar, no por lo que dicen, sino por lo que hacen, no por lo que pretenden ser, sino por aquello que en realidad son. Marx
Carlos Marx nació en Tréveris, Alemania, el 5 de mayo de 1818 y murió 65 años después en Londres, el 14 de marzo de 1883. Desde joven comenzó el estudio arduo y la reflexión crítica y revolucionaria sobre la sociedad, articulado con la praxis política, la agitación y la organización de la clase trabajadora, en lucha contra la sociedad capitalista y por la destrucción del Estado burgués y su sustitución por la dictadura del proletariado, para la construcción de una sociedad en transición: la sociedad socialista como paso previo a la construcción del comunismo. Hoy, 120 años después de su muerte, el socialismo real subsiguiente a las portentosas revolución bolchevique y China yace derrumbado, y el capitalismo, la economía de mercado, se encuentra en un complejo proceso de restauración en medio de las crisis y las contradicciones sociales y políticas que avanzan aunque de manera zigzagueante, en tanto el proletariado se encuentra políticamente desorganizado y, al menos temporalmente, derrotado. ¿Quiere decir esto, entonces, que el pensamiento de Marx fue errático, que fue una utopía sangrienta, que su trabajo teórico fue más ideológico y especulativo que científico? Estos interrogantes no se pueden resolver de manera esquemática y simplista, o de manera asertórica, con un simple sí o un no, pues el pensamiento y la obra de
Doctor en Derecho y Ciencias Políticas de la U. de A., con Especialización en Análisis Político y del Estado de Unaula, Magíster en Estudios Políticos de la U. P. B. y candidato a Doctor en Filosofía de la U. P. B. Profesor jubilado de la Universidad Nacional de Colombia. 135 *
Marx, como toda obra grandiosa y significativa, es multívoca y no unívoca, ella admite diversas interpretaciones, todas ellas complejas. Marx, muy joven aun, cuando estudiaba jurisprudencia en Berlín, comienza lo que se puede denominar «una ruptura epistemológica» con la concepción idealista y metafísica, tanto del derecho como de la sociedad, ya que rápidamente comprende y más tarde elabora críticamente que la sociedad no puede ser explicada en su génesis y en su funcionamiento a través de las categorías jurídicas y que éstas no se pueden explicar por sí mismas o por medio de la idea de justicia. Es así como en carta a su padre, fechada el 10 de noviembre de 1837, a los 19 años, afirmaba con respecto a sus estudios de jurisprudencia y filosofía: ...yo tenía que estudiar jurisprudencia y sentía ante todo el apremio de habérmelas con la filosofía [...] [y con respecto a sus estudios de derecho (Pandectas) y filosofía, señala:] ante todo aquí surge muy perturbadora la misma oposición de lo real y de lo que debe ser, que es propia del idealismo [...]. Primero, vino la por mí benevolentemente bautizada metafísica del derecho, es decir, principios fundamentales, reflexiones, definiciones del concepto, separadas de todo derecho real y de toda forma real del derecho, como acontece en Fichte [...]
Es evidente que acá no es posible establecer una filosofía materialista de la historia, como ocurriría aproximadamente una década después, al conocer a Federico Engels y profundizar sus estudios de filosofía y particularmente de economía política, pues los de jurisprudencia o derecho los abandona rápidamente, en tanto resultan estériles y artificiosos para comprender la sociedad y la historia y desentrañar la esencia de su devenir. Habría que esperar La Ideología Alemana, escrita conjuntamente con Engels y abandonada luego, según sus palabras, a «la crítica roedora de los ratones», para tener el estatuto teórico inicial del materialismo histórico y su crítica al papel encubridor y de falsa conciencia de toda ideología y particularmente de la ideología jurídico-política. Es en el tópico de la política en donde la obra de Marx se muestra más compleja y en cierta forma inacabada, como quiera que él parte de una posición crítica al Estado absolutista prusiano y a la ausencia de democracia, en Alemania, lo cual se deja sentir en obras muy juveniles como Introducción a la Crítica de la Filosofía del derecho de Hegel, Crítica a la filosofía del Estado de Hegel y Anales franco-alemanes, incluida La cuestión judía, obra esta última que contiene una aguda y siempre actual crítica a los llamados derechos del hombre y del ciudadano
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o derechos humanos, como forma de emancipación puramente jurídica y consecuencialmente idealista, en tanto no basta con la emancipación política bajo la forma universal abstracta del ciudadano, sino que de lo que se trata es de buscar y obtener la emancipación social del individuo y de los trabajadores de toda forma de sujeción, de dominación y de explotación. Sin embargo, Marx aún piensa la política de manera crítica pero en cierta forma de manera formal y abstracta, lo cual desemboca en su famosa teoría de la «alienación», planteada en sus Manuscritos económico-filosóficos de 1844, en donde el ser se define por el tener y no por el ser mismo y la propiedad privada aparece como demiurgo de la alienación, la dominación y la explotación, por ende, el problema crucial y clave para el entendimiento de las clases sociales y de la dominación y opresión política, que es el de la división social del trabajo, sólo aparecerá con fuerza en textos como Los Grundrisse (Borradores) y en su magna obra El Capital, no obstante que la formulación materialista de lo político es enunciada metodológicamente, más no totalmente desarrollada, en tanto el capítulo programado sobre el Estado quedó sin realizarse. Pero, ello no es obstáculo para que entendamos que toda la teoría política de Marx está estrechamente vinculada no sólo a una evolución teórica, desde la teoría misma, sino que ella está articulada a las luchas reales de las masas y de las clases trabajadoras, tales como la fallida revolución de 1848 en Alemania, la experiencia del bonapartismo, la famosa Comuna de París y toda la participación de Marx y Engels en la organización de la clase trabajadora en la asociación internacional de los trabajadores, en la llamada Liga de los Comunistas. Posteriormente, en su lucha contra los anarquistas bakuninistas y contra los constitucionalistas lasallanos se va forjando un pensamiento político. De allí que asiste razón a John M. Maguire cuando articula la génesis y desarrollo del pensamiento político de Marx a la evolución particular de los acontecimientos históricopolíticos de la lucha de clases en los distintos episodios en que participó y, por ende, su teoría está estrechamente vinculada con la praxis. No se trata de hacer un simple recuento historiográfico sobre el pensamiento político de Carlos Marx, sino de entender que el pensamiento maduro del Marx de El Capital aún mantiene vacíos, en términos de que si bien la crítica de la economía política ha llegado a sus más altos grados de elaboración teórica, por el contrario, su teoría sobre el Estado puede implicar variaciones con respecto a la caracte-
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rización de éste como mero instrumento de la clase dominante, la cual se conoce con la denominación de «la teoría instrumental» del Estado, que desarrollaría Lenin en su famosa obra El Estado y la revolución. La verdad es que en El Capital, el acápite sobre el Estado no alcanzó a ser escrito pero es posible rastrear, en el contexto de la obra, una concepción de lo político ligado a la lucha de clases y al Estado, pero dialécticamente mediado por la relación entre fases de la acumulación capitalista y las formas de Estado y régimen político y, en este orden de ideas, se podría aventurar la tesis engelsiana (El Anti-Dühring) del Estado capitalista en su núcleo esencial como «el capitalista colectivo», de allí que él puede, en el desarrollo e intervención del ciclo económico en su función pendular de regulación-desregulación, actuar o intervenir a favor de uno de los sectores de la clase capitalista (burguesía industrial, comercial, agraria, monopolista, etc.), según la correlación de fuerzas en el conjunto de la lucha de clases entre fracciones y entre la burguesía como clase y el proletariado, pues en términos de acumulación y valorización del capital, no se puede decir que la burguesía, que los capitalistas, toman, capturan, o abordan el Estado para ellos, para utilizarlo a su servicio, sino que los capitalistas políticamente organizados, es decir, como clase dominante, como poder político, son el Estado mismo; pero por efecto del fetichismo mercantil -que en cierta manera es una derivación de la teoría de la alineación, pero que implica que la producción absoluta de valores de cambio, propia del mercado-, genera el efecto ilusorio necesario del sujeto de derecho libre e igual, como lúcidamente lo muestra Eugenio Pashukanis, en su obra Teoría General del Derecho y el Marxismo, al anotar: Una vez dada la forma del cambio de equivalentes, se da igualmente la forma del derecho, la forma del poder público, es decir estatal, y se mantiene aún un cierto tiempo después de haber desaparecido la división de clases. La desaparición del derecho y con él, del Estado, sólo se producirá de acuerdo con la concepción de Marx cuando «el trabajo no sea solamente un medio de vivir, sino que se convierta en la primera necesidad vital» (Crítica al Programa de Gotha), cuando con el desarrollo universal del individuo, las fuerzas productivas crezcan igualmente, cuando todos los individuos trabajan voluntariamente según sus capacidades o, como dice Lenin, cuando haya sido superado el horizonte limitado del derecho burgués que obliga a calcular con la codicia de un Shylock: «¿no habré trabajado media hora más que mi vecino?» (El Estado y la revolución), en fin, en una palabra, cuando la forma de la relación de equivalencia haya sido superada definitivamente.
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La transición al comunismo evolucionado no se presenta como un paso a nuevas formas jurídicas, sino como una desaparición de la forma jurídica en cuanto tal, como una liberación frente a esta herencia de la época burguesa destinada a sobrevivir a la misma burguesía. La cita es larga pero ilustrativa en tanto, mutatis mutandi, lo que afirma del derecho y de la forma jurídica, se puede afirmar del mundo de lo político y de la forma política burguesa, ya que ella está montada sobre el dispositivo de la representación y sobre la ilusión de lo público y del interés general, que es proclamado en todas las constituciones burguesas modernas como principios constitucionales. Pero, si bien es cierto que la división estricta y delimitada jurídicamente entre lo público y lo privado se despliega en la sociedad moderna como la diferencia y, en ocasiones, oposición entre derecho público y derecho privado es de matriz profundamente burguesa, también es cierto que lo público tiene un carácter dual: es de un lado, espejismo y de otro, una realidad por construir políticamente. Sin embargo, Marx, a partir particularmente del Manifiesto del Partido Comunista, va a plantear la política como expresión y articulación de la lucha de clases y así va a mantener esta posición hasta el final de su obra y de sus días, pero él no va a entender la liberación de la clase trabajadora y de la sociedad entera del yugo de la explotación capitalista asalariada como una simple extensión de lo estatal, que coloniza o invade la esfera de lo privado, o como una posible profundización y ampliación de la democracia. Él va a plantear de manera cada vez más creciente, y sobre todo a partir del fracaso de la revolución de 1848, la relación entre lucha de clases y política y va escribir una serie de artículos en The Tribune, de New York, luego titulados Revolución y contrarrevolución, en donde muestra todo el abigarrado cuadro de las fuerzas en lucha en la revolución alemana de 1848 y el fracaso de la misma, las vacilaciones de la burguesía para llevar a cabo incluso una revolución democrática radical y su capitulación ante la reacción terrateniente y el militarismo, por su temor a las reivindicaciones del proletariado. Marx introduce acá el análisis histórico-materialista sobre la coyuntura política y la inteligibilidad de la naturaleza del régimen político. Por ello, dice, se debe partir de: El estudio de las causas que produjeron la previa conmoción y su derrota, causas que no habían de ser buscadas en los accidentales esfuerzos, talentos, faltas, errores o traiciones de algunos de los jefes, sino en el estado social general y en las condiciones de existencia de cada una de las naciones agitadas. Así, los rápidos movimientos de febrero y marzo de 1848 no fueron simples individuos,
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sino manifestaciones espontáneas e irresistibles de necesidades nacionales, con mayor o menor claridad adivinadas, pero muy distintamente sentidas por numerosas clases en todos los países; pero cuando se investigan las causas de los éxitos contrarrevolucionarios, se encuentra a cada paso con la fácil respuesta de que el ciudadano fulano o mengano «hizo traición» al pueblo [...]. La investigación y la exposición de las causas, tanto de la convulsión revolucionaria como de su supresión, son de suprema importancia desde el punto de vista histórico. La composición de las diferentes clases, constituye la base de toda organización política [...].
Es decir, que según Marx, la política no puede ser pensada, explicada y desarrollada en la práctica sino sobre el subsuelo determinante de las contradicciones de clases, de la lucha de clases, que no es sólo la simple confrontación material de los intereses en pugna, sino que ella requiere de un grado de organización y de conciencia política, o sea, que ideológicamente le de sentido y perspectiva histórica a las luchas para poder superar las contradicciones y avanzar en la consolidación del proyecto político de la clase trabajadora. De allí que, en el desarrollo teórico del marxismo, que es luego impulsado por Lenin con su teoría del partido proletario como destacamento avanzado de la clase trabajadora, nada se puede dejar a la simple espontaneidad de las masas, por ello cierta contradicción en el interior del marxismo entre voluntarismo y determinismo histórico, lo cual llevó al filósofo francés Maurice Marleau Ponty, a comienzos de los años 60, a hablar de las Aventuras de la dialéctica, lo cual podría llevar a una tensión irresoluble. Pero, en estricto sentido, la génesis o emergencia de lo político en la sociedad moderna no puede explicarse como un conjunto de confluencias de voluntades que pactan la convivencia pacífica, la paz, el orden, la seguridad, la libertad, la igualdad, etc., como cree el contractualismo de Hobbes a Rousseau, pasando por Locke y Kant, pues, Marx no sólo no es contractualista, sino anticontractualista y considera este tipo de enfoques vacías ingenuidades ideológicas burguesas del siglo XVIII y las llamaría irónicamente «las robinsonadas», con las cuales no se puede estructurar ninguna explicación científica de la sociedad y de su devenir histórico. De allí que a Marx y al marxismo le sea absolutamente criticable una «historia de las ideas políticas» explicadas con base en la misma «evolución de las ideas, pues la ideología política y la lucha política se debe articular de manera puntual, al análisis «concreto de las circunstancias concretas» y no al análisis puramente abstracto de la política y de lo político. Así, por
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ejemplo, Marx llevó a cabo análisis políticos brillantes sobre coyunturas específicas que le tocó vivir y de las cuales se pueden extraer los elementos para una teoría materialista de lo político, y es así como en Las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850, plantea de entrada las condiciones objetivas de análisis del fenómeno político, al señalar, que: Exceptuando unos pocos capítulos todos los apartados importantes de los anales de la revolución de 1848 llevan el epígrafe de ¡Derrota de la revolución! Pero lo que sucumbía en estas derrotas no era la revolución. Eran los tradicionales apéndices prerrevolucionarios, las supervivencias resultantes de relaciones sociales que aún no se habían agudizado lo bastante para tomar una forma bien precisa de contradicciones de clase; personas, ilusiones, ideas, proyectos de los que no estaba libre el partido revolucionario antes de la revolución de febrero y de los que no podía liberarlo la victoria de febrero, sino sólo una serie de derrotas.
En una palabra: el progreso revolucionario no se abrió paso con sus conquistas directas tragicómicas, sino por el contrario, engendra una contrarrevolución cerrada y potente, engendrando un adversario en la lucha contra el cual el partido de la subversión maduró, convirtiéndose en un partido verdaderamente revolucionario. La lucha de clases y la lucha política se articulan acá de manera peculiar a la dinámica misma de «las relaciones sociales de producción», que es un concepto clave en el posterior desarrollo y elaboración de la categoría y el modelo para la construcción del materialismo histórico. Nos referimos al concepto de modo de producción, que es vital en la periodización histórico-materialista de la sociedad y en el entendimiento de lo político como una realidad ciertamente supraestructural, pero no por ello superflua o simplemente derivada de manera mecánica de lo económico, sino que ella, la política, a su vez, delimitada y acota, o bien expande, las condiciones de desarrollo de las fuerzas productivas, convirtiéndose o bien en camisa de fuerza o ya en motor popular de desarrollo. En este orden de ideas, el análisis que elabora Marx sobre el régimen político es una pieza maestra de la aplicación de la teoría del materialismo histórico a la forma de dominación política y específica que toma el Estado en una formación social determinada, de allí que un trabajo como El dieciocho brumario de Luis Bonaparte constituye un verdadero paradigma de caracterización de un régimen político, en este caso el llamado bonapartismo tipificado, entre otros factores, por su acentuado autoritarismo, su militarismo, su caudillismo, con bases sociales de apoyo en la pequeña burguesía campesina, pero con la misión de defender a la gran burguesía y expandir el capitalismo. La lucha de clases y sus reflejos políticos son descritos y analizados por Marx de ma-
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nera puntual, pero al mismo tiempo evidencia la relación que existe en la dialécticahistórica entre lo lógico y lo histórico, y es lo que distancia al marxismo de todo historicismo. Por ello, acá lo definitivo no son los personajes, o las ideas, o las pasiones, sino los hechos políticos y sus determinaciones objetivas. De allí que, Marx al analizar el caso de Napoleón Bonaparte tome distancia de ese tipo de análisis tradicional y, por ende, subraye que: Entre las obras que trataban en la misma época, sólo dos son dignos de mención: Napoleón le Petit, de Víctor Hugo y Coup d'Etat, de Proudhon. Víctor Hugo se limita a una amarga e ingeniosa invectiva contra el editor responsable del Golpe de Estado. En cuanto al acontecimiento mismo, parece, en su obra, un rayo que cayese de un cielo sereno. No ve en él más que un acto de fuerza de un solo individuo. No advierte que lo que hace es engrandecer a este individuo en vez de empequeñecerlo, al atribuirle un poder personal de iniciativa que no tenía paralelo en la historia universal. Por su parte, Proudhon intenta presentar el golpe de Estado como resultado de un desarrollo histórico anterior. Pero, entre las manos, la construcción histórica del golpe de Estado se le convierte en una apología histórica del héroe del golpe de Estado. Cae con ello en el defecto de nuestros pretendidos historiadores objetivos. Yo, por el contrario, demuestro cómo la lucha de clases creó en Francia las circunstancias y las condiciones que permitieron a un personaje mediocre y grotesco representar el papel de héroe.
De cierta manera, tiende a destacarse más el acontecimiento que el «personaje» en la trama histórico-política y a resaltar el aspecto de que son más importantes los hechos que las ideas, la realidad objetiva que la hermenéutica de unos textos, por ello es que se puede aseverar que la obra de Marx no es ni un historicismo, ni una filosofía hermenéutica, pero tampoco una filosofía de la conciencia, de allí que podríamos decir que la clave, que el hilo de Ariadna que nos permite salir del laberinto de lo político, que la cuerda que abre la red es el concepto y la realidad cruda y apabullante de la lucha de clases. Por ello es necesario, con Engels, aclarar el sentido de lo que Marx descubrió como leyes de la sociedad que, a su vez, descifran el enigma de lo político. Al respecto escribe, en el Prólogo a la tercera edición alemana de 1885, del Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte: Fue precisamente Marx el primero que descubrió la gran ley que rige la marcha de la historia, la ley según la cual todas las luchas históricas, ya se desarrollen en el terreno político, en el religioso, en el filosófico o en otro terreno ideológico cualquiera, no son, en realidad, más que la expresión más o menos clara de lucha entre clases sociales y que la existencia y por tanto también los choques de estas clases, están condicionados, a su vez, por el grado de desarrollo de su
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situación económica, por el carácter y el modo de su producción y de su cambio condicionado por ésta. Dicha ley [...] tiene para la historia la misma importancia que la ley de la transformación de la energía para las Ciencias Naturales [...]»
Independientemente de que acá Engels plantee de manera recurrente su clásica unidad epistemológica entre ciencias de la naturaleza y ciencias de la sociedad, entre naturaleza y cultura, la cual no es tan férreamente unitaria en Marx, el hecho es que se vislumbra con claridad que el trasfondo y la esencia de la política es el problema y la manera como en cada formación social se desenvuelve la lucha de clases, presupuesto y principio que fuera planteado, de manera diáfana por Marx y Engels, en su famoso Manifiesto del Partido Comunista, cuando proclamaron, que: La historia de todas las sociedades hasta nuestros días es la historia de la lucha de clases. Hombres libres y esclavos, patricios y plebeyos, señores y siervos, maestros y oficiales, en una palabra: opresores y oprimidos se enfrentaron siempre, mantuvieron una lucha constante, velada unas veces y otras franca y abierta; lucha que terminó siempre con la transformación revolucionaria de toda la sociedad o el hundimiento de las clases en pugna».
Y es acá, en relación con este punto nodal y clave de la lucha de clases y el problema de la violencia, donde se van a desarrollar los temas más álgidos, difíciles y controvertidos de la teoría marxista de la política: la transición de la sociedad capitalista a la sociedad socialista, la naturaleza y contenido de la revolución proletaria y el problema de las eventuales alianzas de clases, es decir, lo que luego en la teoría y la práctica del marxismo-leninismo se denominaría la táctica y la estrategia, pero que en Marx no tiene esos desarrollos tan dogmáticos y precisos, sino que en ocasiones son formulaciones generales, pero no por ello menos claras sobre este tópico de violencia y lucha política, pues Marx, a partir del Manifiesto, es claro al respecto y allí no se habla de evolución pacífica o profundización de la democracia para derrocar a la burguesía, sino que con realismo descarnado se plantea, que: El poder político, hablando propiciamente, es la violencia organizada de una clase para la opresión de otra. Si en la lucha contra la burguesía el proletariado se constituye indefectiblemente en clase; si mediante la revolución se convierte en clase dominante y en cuanto clase dominante, suprime por la fuerza las viejas relaciones de producción, suprime, al mismo tiempo que estas relaciones de producción, las condiciones para la existencia del antagonismo de clase y de las clases en general, y, por tanto, su propia dominación de clase.
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Es pues, por la fuerza, como se suprimen las viejas relaciones producción, vale decir, es ilusión vana e infantil esperar que las clases dominantes, en el caso de la sociedad capitalista, la burguesía, los capitalistas van a ceder voluntaria y pacíficamente el poder a la clase trabajadora, para que asuma el poder político, la dirección de la máquina del Estado, por ello el proletariado la debe destruir y, luego, crear unas nuevas relaciones de poder y unas nuevas relaciones de producción que supriman la explotación asalariada. Cabe resaltar la complejidad del pensamiento político de Marx, por cuanto éste no tiene la claridad de su pensamiento económico y esto se debe a la complejidad, a su vez, de la lucha de clases en cuanto lucha política y no meramente económica y en la que se vio envuelto Marx como hombre de acción con su participación en la creación del movimiento obrero internacional organizado. De otro lado, Marx no entiende la política como «conspiración», como «intriga» y «maquinación», a través de sectas y organizaciones conspirativas clandestinas, entiende la política como lucha abierta de masas, pero organizadas políticamente y entrelazadas al orden social existente. De allí que, en el Manifiesto del Partido Comunista, con su tono de proclama y de agitación política, en cuanto «manifiesto», él termine con una exhortación vehemente a derrocar a la burguesía y a llevar a cabo la revolución comunista, como la tarea política de la clase trabajadora, como su misión histórica. Al efecto declara: En resumen, los comunistas apoyan por doquier todo movimiento revolucionario contra el régimen social y político existente. En todos estos movimientos ponen en primer término, como cuestión fundamental del movimiento, la cuestión de la propiedad, cualquiera que sea la forma más o menos desarrollada que ésta revista. En fin, los comunistas trabajan en todas partes por la unión y el acuerdo entre los partidos democráticos de todos los países. Los comunistas consideran indigno ocultar sus ideas y propósitos. Proclaman abiertamente que sus objetivos sólo pueden ser alcanzados derrocando por la violencia todo el orden social existente. Las clases dominantes pueden temblar ante una Revolución Comunista. Los proletarios no tienen nada que perder en ella más que sus cadenas. Tienen en cambio, un mundo que ganar.
Lo que quieren decir Marx y Engels, ya en 1848, fecha de la publicación del Manifiesto, es que el proletariado debe despojarse de todo ilusionismo constitucional, de todo «cretinismo constitucional», que ve en la figura abstracta y universal del ciudadano y sus derechos políticos la panacea, el paraíso de los derechos humanos en la tierra, si
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como con ello se pudiera suprimir la asimetría de las relaciones sociales en la sociedad capitalista. Por ello, no hay que olvidar que en esencia la forma jurídica del sujeto de derecho como libre e igual es expresión de la forma del valor de cambio, del fetichismo mercantil y, por ende, de la legitimación que está articulada a la legalidad y viceversa, o sea que, en el positivismo legalista de la modernidad capitalista «el derecho actúa como la forma burguesa de la política» y «la política como la forma ilusoria de la racionalidad», pero ambos son discursos ideológicos con respecto a las contradicciones reales de clase dentro de la sociedad capitalista. De allí que, en el sistema capitalista persistan las antinomias ideológicas de la política tales como legitimidad/ilegitimidad, legalidad/ilegalidad, derecho/violencia, representantes/representados, democracia/autoritarismo, soberanía/dependencia, etc. Marx va madurando cada vez más en la idea de una revolución radical, e incluso, permanente, en la construcción de la sociedad en transición al socialismo y al comunismo y que sería un filón explotado luego por Trotsky, a comienzos del Siglo XX, en la revolución bolchevique de 1917. A su vez, Lenin siempre tenía en cuenta la idea necesaria de una revolución proletaria mundial, para poder consolidar la revolución comunista. Ello estaba ya en germen en Marx, cuando en 1850 escribe, en compañía del nunca bien ponderado Engels, su famoso Mensaje del Comité Central a Liga de los Comunistas, que: ... nuestros intereses y nuestras tareas consisten en hacer la revolución permanente hasta que sea descartada la dominación de las clases más o menos poseedoras, hasta que el proletariado conquiste el poder del Estado, hasta que la asociación de los proletarios se desarrolle y no sólo en un país, sino en todos los países dominantes del mundo, en proporciones tales, que cese la competencia entre los proletarios de estos países y hasta que por lo menos las fuerzas productivas decisivas estén concentradas en manos del proletariado. Para nosotros no se trata de reformar la propiedad privada, sino de aboliría; no se trata de paliar los antagonismos de clase, sino de abolir las clases, no se trata de mejorar la sociedad existente, sino de establecer una nueva.
Marx se aparta de toda visión idealista de la política, así como de todo realismo ingenuo o mezquino de la misma, ve en ella sólo «intrigas» y «traiciones», lo cual, sea de paso dicho, alimenta la práctica política diariamente en cualquier sociedad y también se aleja de la visión idealista de ver en la política una lucha de «ideas» por desarrollar determinadas formas de gobierno, pues la esencia de todo régimen político, ya sea una democracia, una dictadura militar, un régimen fascista o bonapartista, son formas de dominación política del capital,
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en donde la democracia representativa, parlamentaria, o la más «moderna» democracia constitucional serían las formas «regulares», «normales», «naturales» de dominación de la burguesía sobre el proletariado y las otras formas de régimen político, las excepcionales, las más apropiadas para los períodos de crisis, en tanto la democracia lo sería para los períodos de normalidad y prosperidad capitalista. Sin embargo, cabe anotar que en el desenvolvimiento histórico-real no se da necesariamente este tipo de mono-causalismo, pues las relaciones entre economía y política no son de simple determinación de la segunda por la primera, como cree cierto «marxismo vulgar», pues cabría preguntar, aún en períodos de auge revolucionario: ¿Qué está al mando: la política o la economía? Tal fue el debate en los años 60 y parte de los 70 con los Maos y los revisionistas. Pero, el punto en Marx dentro de su construcción de la teoría política, que no es otra que su teoría sobre la revolución proletaria, es el aspecto central del papel de la dictadura del proletariado, en la construcción de la sociedad en transición del socialismo y en el paso a la sociedad comunista y es así como, ya en 1852, en su famosa carta a Joseph Weydemeyer escribe: Por lo que a mí se refiere, no me cabe el mérito de haber descubierto la existencia de las clases en la sociedad moderna ni la lucha entre ellas. Mucho antes que yo, algunos historiadores burgueses habían expuesto ya el desarrollo histórico de esta lucha de clases y algunos economistas burgueses la anatomía económica de éstas. Lo que yo he aportado de nuevo ha sido demostrar: 1) que la existencia de las clases sólo va unida a determinadas fases históricas de desarrollo de la producción; 2) que la lucha de clases conduce, necesariamente, a la dictadura del proletariado; 3) que esta misma dictadura no es de por sí más que el tránsito hacia la abolición de todas las clases y hacia una sociedad sin clases...».
En consecuencia, si lo político como esfera del poder es dominación, en una sociedad sin clases se generará la extinción del derecho y el Estado y, en consecuencia, también la forma de la política y las relaciones sociales fluirán transparentemente sin necesidad de mediaciones como el dinero, el derecho, etc. Entonces, cabe la pregunta: ¿es esto una hipótesis científica, o es una conjetura refutada por la experiencia histórica? Definitivamente de esta última dan testimonio el derrumbe del muro de Berlín y la consecuencial restauración del capitalismo en la ex Unión Soviética y, a su vez, la diferente pero también restauración del capitalismo en la China postmaoista, hechos estos que terminaron por demostrar que en lugar del Estado languidecer y ser absorbido por la sociedad civil, ocurrió lo contrario, y fue el
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Estado en la economía plan, con su burocracia, la que absorbió las organizaciones sociales y fortaleció el autoritarismo estatal, de la dictadura de los soviets se pasó a la dictadura del partido y de ésta a la del comité central, y la tragedia se cierra con la dictadura impersonal del secretariado del partido y el surgimiento del famoso «culto a la personalidad», pues como en cualquier sociedad premoderna lo que se da es un caudillismo atroz, la presencia del líder carismático y, ante él, las masas obedientes y fanatizadas, situación al parecer muy distinta a lo pensado por Marx. Sin embargo, Marx mismo había pensado que la socialización de los medios de producción y el establecimiento de un plan económico centralizado eran un paso necesario en la superación de la economía capitalista, por ello, al analizar los problemas de la agricultura capitalista y su consecuencial obstáculo de la renta del suelo para el desarrollo de las fuerzas productivas en el sector agropecuario, él ve una salida en la nacionalización de la tierra y un paso previo en el ataque a la propiedad privada burguesa. Por ello, en un escrito de 1872, sobre La 'Nacionalización de la Tierra, plantea que: La nacionalización de la tierra producirá un cambio completo en las relaciones entre el trabajo y el capital y al fin y a la postre, acabará por entero con el modo capitalista de producción tanto en la industria como en la agricultura. Entonces desaparecerán las diferencias y los privilegios de clase juntamente con la base económica en la que descansan. La vida a costa de trabajo ajeno será cosa del pasado. ¡No habrá más Gobierno ni Estado separado de la sociedad! La agricultura, la minería, la industria, en fin todas las ramas de la producción se organizarán gradualmente de la forma más adecuada. La centralización nacional de los medios de producción será la base nacional de una sociedad compuesta de la unión de productores libres e iguales, dedicados a un trabajo social con arreglo a un plan general y racional. Tal es la meta humana a la que tiende el gran movimiento económico del siglo XIX.
Marx, aunque no reduce la política a puro determinismo económico, tampoco acepta el entendimiento de la misma en términos puramente voluntaristas, así sea de clase, sin embargo, lo político no se reduce a un economicismo estrecho, en tanto no basta con la lucha puramente económica que libra a diario la clase trabajadora, para creer que ello constituye la lucha política, pues ella es puramente de resistencia, por reformas laborales en las condiciones de trabajo y salariales. En ese orden de ideas, la lucha económica es reformista, no es en sí misma revolucionaria, pues se hace necesario rebasar, superar este estadio de la lucha, para que ella adquiera la connotación pro-
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piamente política, de allí que en la medida en que la obra de Marx madura, ya no es sólo la lucha contra la propiedad privada como origen de la desigualdad entre los hombres, lo que tiene como horizonte el movimiento comunista y en lo cual entronca un poco con Rousseau, sino que el Marx de los Grundrisse y El Capital piensa la génesis de la política y de la lucha de clases desde una matriz más profundamente materialista y es así como se capta la política y la división de las clases y su lucha «allí donde nace», es decir, en el seno de la división del trabajo y en los inevitables mecanismos jerárquicos, autoritarios y disciplinarios de poder que ello genera y rige para la sociedad en su conjunto. Por todo esto, no era suficiente «socializar los medios de producción» y anular la propiedad privada burguesa, instaurando una economía plan, para creer que la explotación y la división de clases de la sociedad podrían desaparecer, pues el fracaso del «socialismo real» así lo atestiguan, ya que la burocracia en cierta manera sustituyó a la burguesía, en tanto la apropiación del excedente de trabajo no se genera por las vías jurídicas, sino también por las vías de hecho, ya que en el marxismo mismo se hace necesario distinguir entre propiedad jurídica formal y propiedad económica real, siendo en términos materialistas más importante la segunda. De allí que la conquista del poder político es un paso necesario, pero ello no garantiza por sí mismo el éxito de una revolución proletaria, pues es necesario profundizar en la revolución permanente las relaciones sociales de producción y luchar por disminuir y no ampliar la división social del trabajo, fuente de reproducción de la diferenciación de las clases. Sin embargo, este fue uno de los callejones sin salida en que se vio envuelta la revolución socialista, entre productivismo e igualdad real, entre tecnocracia y política revolucionaria. Finalmente, cabe anotar que Marx no creyó en el movimiento espontáneo de las masas, él creía en la necesidad de una dirección, que como tal no podía ser sino política y es así como plantea en carta a Friedrich Bolte, el 23 de noviembre de 1871: El movimiento político de la clase obrera tiene como último objetivo, claro está, la conquista del poder político para la clase obrera y a este fin es necesario, naturalmente, que la organización previa de la clase obrera, nacida en su propia lucha económica, haya alcanzado cierto grado de desarrollo. Pero, por otra parte, todo movimiento en el que la clase obrera actúa como clase contra las clases dominantes y trata de forzarlas «presionando desde afuera», es un movimiento político. Por ejemplo, la tentativa de obligar mediante huelgas a capitalistas aislados a reducir la jornada de trabajo en determinada fábrica o
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rama de la industria es un movimiento puramente económico; por el contrario, el movimiento con vistas a obligar a que decrete la ley de la jomada de ocho horas, etc., es un movimiento político. Así pues, de los movimientos económicos separados de los obreros nace en todas partes un movimiento político, es decir, un movimiento de la clase, cuyo objeto es que se de satisfacción a sus intereses en forma general, es decir, en forma que sea compulsoria para toda la sociedad. Si bien es cierto que estos movimientos presuponen cierta organización previa, no es menos cierto que representan un medio para desarrollar esta organización.
Allí donde la clase obrera no ha desarrollado su organización lo bastante para emprender una ofensiva resuelta contra el poder colectivo, es decir, contra el poder político de las clases dominantes, se debe, por lo menos, prepararla para ello mediante una agitación constante contra la política de las clases dominantes y adoptando una actitud hostil hacia ese poder. Para decirlo de otra manera, la organización política emerge desde adentro de la clase trabajadora, pero está articulada a un «afuera» y esto quien mejor lo comprendió fue Lenin, quien desarrolló el marxismo en la fase del imperialismo y quien es el que verdaderamente profundiza la teoría política propiamente marxista, que en Marx son caminos indicativos, pues Lenin desarrolla propiamente la teoría del partido como destacamento avanzado y conciencia de la clase obrera; desarrolla, a su vez, su teoría de la revolución proletaria en alianza con el campesinado pobre y medio, como revolución democrática nacional; desarrolla su teoría de la insurrección, con el poder dual, o sea, un poder obrero paralelo y en confrontación con el poder estatal burgués y desarrolla la teoría del imperialismo del desarrollo desigual y de la cadena más débil del imperialismo en la lucha por la revolución proletaria mundial y organiza la internacional comunista, en lucha y confrontación con el reformismo socialdemócrata de Bernstein y Kautsky, contra el cretinismo parlamentario y la revolución pacífica. Toda esta teoría política es de Lenin, pero tiene como base la teoría de Marx de la revolución proletaria, de allí que presentar un Marx «filósofo» y demócrata, frente a un Lenin fanático y autoritario es una tontería profesoral y académica, pues hay desarrollo y continuidad en el enfoque de la teoría política marxista-leninista. Por lo que atañe a Marx, fue un teórico y hombre de acción vinculado a las luchas revolucionarias y a la organización política de la clase trabajadora, pero, desafortunadamente sus ideales de la sociedad comunista han sufrido más de un revés, hay un reflujo en las luchas políticas de la clase trabajadora después de la caída y derrum-
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be del «socialismo real». Sin embargo, algunos creen posible un renacimiento de la teoría política marxista en las luchas del siglo XXI, otros creen que la sociedad contemporánea, llamada también posmoderna o sociedad red, informatizada, de la tercera revolución industrial, ha desplazado material y orgánicamente a la clase trabajadora, que incluso, dicen, se da una «desalarización» de las relaciones sociales de producción, lo cual hace que el proletariado pierde importancia estratégica y organizativa para enfrentar el avance y dominación del capital. Sea lo que fuese sólo el futuro es el árbitro de la verdad La obra de Marx es y será un clásico de la teoría política.
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