Clara Omland e Isamar Omland
[e íco ícowi
Clara Omland e Isamar Omland
je '
í c o vn wL
EL ÁRBOL DE LA AMISTAD Colección Marquitos Cl
a r a
O
ml a n d e
Is a
m a r
Om
l a n d
© Clara Omland e Isamar Omland, 2012 © Ediciones Lexicom S. A. C., editor Av. San Luis 2263, San Borja, Lima, Lima Teléfono: 202-7030 RUC: 20545774519 E-mail:
[email protected] /
[email protected] www.edicioneslexicom.pe Directora editorial: Ménica P aredes Pérez Responsable de edición: Carla San M artín Pozú Acercamiento contextual: Roy V ega Jácome Diseño de carátula: Ger Orozco Rojas Ilustraciones: Ger Orozco Rojas Composición de interiores: Manuel Villanueva Altamirano y G er Orozco Rojas Corrección de textos: Yuliana Pad illa Elias y Roy Vega Jácome Primera edición: 2012 Segunda edición: 2013 Primera reimpresión: 2014 Segunda reimpresión: enero 2016 Tiraje: 1500 ejemplares Hecho el depósito legal en la Biblioteca Nacional del Perú n.° 2016-00822 ISBN: 978-612-4173-69-1 Registro de proyecto editorial n.° 31501301600055 Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra sin previa autorización escrita de las autoras y el editor. Impreso en Perú / Printed in Perú Pedidos: Av. San Luis 2261, San Borja, Lima, Lima Teléfono: 202-7035 E-mail:
[email protected] /
[email protected] www.edicioneslexicom.pe Impresión: Editorial San Marcos, de Aníbal Jesús Paredes Galván, Av. Las Lomas 1600, Urb. Mangom arca, San Juan de Lurigancho, Lima, Lima RUC: 10090984344
Mensaje c\los pequepos lectores Bonn, 13 de mayo del 2012 Queridos niños: Los quiero invitar al jardín de El árbol de la amistad. Entren y sean parte de una emocionante aventura: el am or por la natu ralez a y la conservación del ambiente. Hay muchas cosas que podemos hacer para ayudar a la naturaleza, como cu idar y respetar a las p lantas y los animales que viven con nosotros en el planeta; también podemos sembrar árboles y promover campañas de reciclaje. Los árboles son m uy imp ortantes p ara el ambiente. Sembrar un árbol es muy divertido y lo pueden hacer con sus familiares, amigos y compañeros de kindergarten o escuela. Imagínense que el árbol que siembran crecerá con ustedes hasta ser grande y fuerte, acompañándolos por siempre. Y dentro de muchos años, cuando ustedes sean adultos, ese árbol les recordará siempre lo importante
que es vivir en un entorno saludable, en armonía con todos los seres vivos. Esta linda historia, con sus personajes diversos y divertidos, ilustra la importancia de la biodiversidad y del clima en la Tierra. Pero antes de empezar, les cuento un secreto: cada uno de ustedes puede ser un ejemplo para sus padres y sus amigos. Ustedes pueden ser los que enseñen a los demás cómo y por qué cuidar a la naturaleza. Ustedes pueden ser los valientes gua rdianes de nu estro am biente. ¡Adelante con esa linda tarea ! C hristiana Figueres Secretaria Ejecutiva de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático
J\cencan?icpto copíexíaeJ Árboles y jardines: verdaderos organismos vivos El jardín es un espacio en el que conviven diversos organismos animales y vegetales. Esta interacción es muy importante porque permite la continua renovación del suelo y mantiene el equilibrio entre las distintas especies. Por ejemplo, cuando un carnívoro devora a su presa, esta se convierte en huesos y luego en nutrientes para la tierra gracias a la acción de los microorganismos. De este modo, el suelo genera nuevos alimentos y mantiene el equilibrio en la llamada cadena alimenticia. A esta interacción entre los múltiples seres vivos que pueblan la Tierra se le denomina biodiversidad. Otro aspecto importante del jardín es que sus plantas y árboles absorben el dióxido de carbono (C02) y emiten el oxígeno (02) necesario para que humanos y animales puedan sobrevivir. En otras palabras, las plan tas y los árboles son los pulmones del planeta. Sin ellos nuestra existencia no sería posible, ya que el oxígeno es de suma importancia en nuestro ciclo de vida.
Imaginemos que el jardín es una gran ciudad: los árboles y los arbustos vendrían a ser los edificios y las casas en los que armónicamente habitan los ciudadanos del jardín. En efecto, ellos acogen a una infinidad de seres: microorganismos, flores, insectos (mariquitas, «chanchitos», hormigas, gusanos, abejas, libélulas, pulgones, escarabajos), pequeños mamíferos (ardillas, ratas de campo, musarañas), aves y reptiles (serpientes, lagartijas, sapos, ranas). El árbol, por sí mismo, es el hábitat natural de muchas especies, y por ello es nuestro deber sembrarlo, cuidarlo y no destruir su espacio ni explotarlo indiscriminadamente. Los árboles no solo producen y albergan vida, sino que nos permiten respirar y nos proveen de sombra en el verano, nos dan su apoyo cuando estamos cansados de correr y jugar, nos proporcionan deliciosos frutos cuand o estam os ham brientos, permiten que los abracemos como terapia e incluso muchos nos inspiran historias, poemas y frases de amor o de amistad. Los árboles son nuestros amigos y protectores; y el jardín, un paraíso terrenal.
La tala de arboles Desafortunadamente esta es una práctica milenaria, pues los hombres para expandir sus cultivos o viviendas han tenido que reemplazar árboles por campos agrícolas o edificaciones. Actualmente, en los bosques amazónicos y tropicales se tala p ara apro vech ar la m ade ra y frutos de los árboles, o para asentamiento de la población humana. La destrucción de los bosques afecta a la naturaleza y al mismo hombre. Este daño se podría prevenir de no ser por la ambición y capricho de personas como Hans, el personaje de nuestro relato. Recordemos que un árbol alberga diversidad de vida, y al cortarlo se pierden muchos recursos. Por eso, no es raro que al talar un árbol, los seres que en él habitan huyan despavoridos y busquen refugio con la finalidad de protegerse.
Los bruscos cambios climáticos En estos últimos añ os, debido a proceso s n atu rales y en gran parte a ciertas actividades hum ana s, estam os siendo testigos de insólitos y bruscos cambios climáticos,
los cuales perjudican muy seriamente tanto a los animales y las plantas como al hombre y sus diversas actividades. Es común que se hable de fenómenos ambientales regionales, como el Niño y la Niña; de las olas de frío que azotan los Andes del Perú; del insoportable calor que reina en muchas ciudades entre los meses de enero y marzo, etc. La inestabilidad climatológica causa enfermedades, provoca desastres naturales, perjudica las actividades económicas y cobra miles de vidas cada año. Son conocidos los con ceptos de calentam iento global y efecto invernadero para explicar este panorama sombrío. Ambos términos es tán íntimam ente ligados, pues el primero es consecuencia directa del segundo. Se conoce como efecto invernadero al fenómeno por el cual determinados gases retienen parte de la energía que el suelo emite al haber sido calentado por la radiación solar. Esta energía, que normalmente debe ser liberada, se queda en la atm ósfera y modifica sensiblemente la conducta meteorológica del planeta. Al tratarse de la retención de energía solar, una consecuencia es que la temperatura de la Tierra se eleva: se trata del conocido calentamiento global. Lo
más grave de este fenómeno no solo es que el calor se vuelve intolerable en ciertas regiones y por ello causa insolación, cáncer de piel y enfermedades de la vista; sino que las altas temperaturas van derritiendo, año tras año, los diversos glaciares que son la principal fuente de agua dulce en el mundo. Si echamos un vistazo a la cadena de glaciares de Ancash, Arequipa o Huancayo, solo por citar algunos ejemplos en el Perú, y comparamos su estado actual con el de hace veinte años, nos llevaremos una tristísima sorpresa: muchos de ellos ya no muestran la blancura monumental y perfecta que poseían, sino amplias manchas marrones. De hecho, este derretimiento es con sec ue nc ia del calentamiento global; y las secuelas, ciertamente graves en la actualidad, lo serán aún m ás pa ra las generaciones futuras: inundaciones, enfermedades, escasez de agua dulce, pérdida de la biodiversidad, desplazamientos forzados y conflictos socioambientales; es decir, enorme caos.
El cuidado del ambiente Nuestro planeta es nuestra casa, en él descansa nuestro cuerpo, también se nutren nuestra mente y
nuestro espíritu. Si no hacemos lo posible por conservarlo, es seguro que habrán consecuencias irremediables. Desde el colegio debemos enseñarles a nuestros niños la importancia y el valor de la sensibilización ambiental. Tanto los padres de familia como los educadores deben inculcarles a sus hijos y alumnos el amor por el suelo en el que viven. Ya sea plantando árboles, limpiando el mar de los residuos inorgánicos, evitando arro jar ba su ra a las c a lles o llamando la atención sobre los bruscos cambios climáticos, todos tenemos un deber para con el hogar que nos ha acogido y nos ha dado todo para sobrevivir: la Tierra. El relato que presentamos a continuación, E l árbol de la amistad, incide en este tema de vital importancia. En sus páginas aprenderemos que nuestro ambiente es hermo so y que cuidándolo no solo mejoram os n uestro espacio y calidad de vida, sino que también mejoramos como personas. Individuo y mundo, alma y paisaje, cuerpo y árbol terminan siendo un bloque único e indivisible: el planeta que debemos amar y respetar como a nosotros mismos.
Aposento. Vivienda, hospedaje, posada. Asentarse. Establecerse en un lugar. Aserrín. Conjunto de partículas que se desprenden de la
madera cuando se sierra. Atmósfera. Capa de aire que rodea la Tierra.
Caos. Confusión, desorden. Castañetear. Sonar los dientes al chocarse los de arriba
con los de abajo. Clamar. Quejarse pidiendo favor o ayuda. Contextura. Manera de estar físicamente constituida una persona.
Desconcierto. Estado de ánimo de desorientación y perple jidad. Desolador. Que causa mucha pena y aflicción. Despedir. Difundir o esparcir. ||Soltar, desprender, arrojar algo. Discreto. Moderado, sin exceso. Dispuesto. Con ánimo favorable para hacer algo. Enfrascarse. Meterse en una pelea o disputa. Entablar. Dar comienzo a una amistad, conversación, batalla, etc.
Espontáneo. Que se produce de manera natural, sin inter-
vención de nadie. Estorbo. Persona o cosa que incomoda a los demás. Estrés. Tensión mental provocada por el excesivo trabajo o por cualquier otra actividad. Foráneo. Extraño, ajeno. Fragancia. Olor muy suave y delicioso. Frenar. Parar, hacer que algo no aumente. Frustración. Sentimiento negativo que se manifiesta cuan-
do alguien no logra realizar lo que se había propuesto.
Hermandad. Amistad íntima, unión de voluntades. Histeria. Estado pasajero de excitación nerviosa producido
a consecuencia de una situación poco común. Incertidumbre. Duda, vacilación. Incompatible. Sujeto o cosa que no funciona bien con re-
lación a otra.
Invasión de especies. Es la ocupación de especies en hábi-
tats que no corresponden a su origen. La ley del más fuerte. Conocida también como la ley de la
selva. Se refiere a una situación en la que se impone el individuo más resistente.
Mariquita. Pequeño insecto de cuerpo semiesférico, cuyo
caparazón es generalmente de color rojo con puntos negros. Migración. Desplazamiento geográfico de personas o animales. Morador. Que habita un lugar. Platónico. Ideal y desinteresado.
Presagiar. Anunciar o prever algo. Pretender. Querer ser o conseguir algo. Prójimo. Hombre respecto de otro, considerados bajo el concepto de la solidaridad humana. Protesta. Muestra de inconformidad o descontento. Pulgón. Insecto de color negro, bronceado o verdoso, de cuerpo ovoide (es decir, con forma de huevo). Segrega un líquido azucarado. Resignarse. Conformarse con las adversidades.
Reprochar. Echar en cara.
Solemne. Formal, firme, acompañado de circunstancias
importantes.
Talar. Cortar un árbol por su base. Trinar. Cantar los pájaros.
odos los días, desde muy tempranito, se escuchaba el trinar de los pajaritosy las ardillas se despertaban con la salida del sol. «¡Qué agradable descanso!», exclamaban. El viento, gran compañero, se encargaba de acariciar a todos por igual, y un agradecido árbol corres pondía abanicando sus hojitas.
T
Este árbol, a lo largo de sus trescientos años de vida, fue testigo de muchísimas generacio nes; conocía las costumbres de todos los seres que en él vivieron y también las de aquellos que se hospedaron temporalmente. A su alrededor se apreciaba el hermoso jardín de coloridas flores que cuidaba Hans, un amante de estas, pero desapasionado de los árboles. Quién no le había escuchado maldecir y reprochar al pobre árbol. Solía decir que este le robaba toda la luz a sus florcitas, razón por la cual demoraban en crecer y despedir aquellas frescas fragancias que sabían alegrarle la vida. Hans casi a diario estaba muy malhumorado, pero aquella tarde su furia no conocía límites. Pensó entonces que la mejor manera de tran quilizarse sería acabando con el problema que
lo atormentaba en primavera: la sombra del árbol. —¡Arr... arrsh...! ¡Qué duro y pesado es este árbol, ay, ay! —Hans se agarraba la cabe za y no se daba por vencido; por el contrario, se animaba repitiendo una y otra vez—: ¡Un poco de paciencia y fuerza para terminar con este estorbo! ¡Uff! Mientras tanto, el desconcierto se ofa a viva voz: —¡Qué locura es esta! —¿Qué está pasando? —¿Por qué tanto ruido? —¿De dónde viene tantísimo aserrín? 21
Se manifestaban los insectos y todos los moradores del árbol. Las mariquitas sacudían sus alitas para desempolvarse, una tarea inútil porque ni bien retiraban el polvo otra vez te nían el cuerpo cubierto por los finos residuos del árbol, que aún permanecía de pie. El alboroto y los gritos crecieron tanto que todo el vecindario corrió a mirar. —¿Por qué quieres derribar el árbol? —quien intervenía era Linda, una ingenua niña. Ella continuó preguntando—: ¿Acaso ya está muerto? Hans no daba ninguna respuesta ni hacía comentario alguno; por el contrario, prosiguió con el ruido ensordecedor de la sierra eléc trica. Fue entonces que intervino Ara, pero la
pobre papagaya también fue desatendida, tras lo cual tuvo un repentino ataque de histeria y reaccionó sacándose las coloridas plumas, quizá como un acto de protesta o de frustra ción. Sin embargo, todo aquel espectáculo no consiguió detener al hombre. Repentinamente se escuchó «crash». Era el ruido que hacía el tronco del árbol al quebrarse. —¡Oh, no! ¡No puede ser! —exclamaron im presionados los animalitos. Al poco rato, ambos ruidos, los de la sierra y el tronco quebrándose, cedieron paso al silencio.
I
El árbol aún no se desplomaba y la sierra se había roto. Fue el momento más oportuno para la intervención de Ara:
25
■
—¡Niña, manos a la obra, no hay tiem po que perder, hay muchas vidas que salvar! —era el pedido solidario de la avecilla. —¿Vidas? ¿Salvarlas? —preguntó Linda. Ara le explicó que los árboles son el hogar de muchas criaturas. Ella afirmaba con certe za que los árboles no solamente dan frutos y sombra, sino que también se asemejan a gran des edificios con innumerables pisos y habita ciones en los cuales cada rinconcito alberga una infinidad de vidas con diferentes costum bres. Y, desde luego, Ara también sabía por experiencia propia que en el Amazonas se ta lan árboles a diario. Este drama la estremecía porque había visto cómo muchos de sus ami gos huían en busca de refugio. Una migración
en la que los bebés, los ancianitos y los seres vulnerables muchas veces no sobrevivían. —¡Qué triste! Esta desgracia nos afecta a todos los que somos parte del planeta Tierra —fueron los comentarios expresados clara mente a través del viento. De pronto, se escuchó una advertencia: —¡Sálvese quien pueda! ¡Salgan por el ca mino despejado! Los que tengan dificultad serán trasladados ordenadamente a otro árbol. Prime ro los niños y los ancianos, luego las damas y los adultos heridos —propusieron Linda y Ara. —¡Me parece muy bien! —aprobaba una mariquita, que pretendía disputarse el turno con un escarabajo más grande que ella.
—No me preocupa llegar después —le dijo el escarabajo, que vivía platónicamente ena morado de ella—. Mientras compartamos el mismo árbol, no me preocupa llegar más tar de. Lo importante es que nos sigamos viendo. Los insectos, aparte de temerosos, estaban muy confundidos por aquella mudanza obli gada. Ellos sabían que no había otra opción: bien se quedaban sin techo y morían desam parados, bien salvaban sus vidas mudándose a otro árbol. Pues claro, eran entendibles sus espontáneas preocupaciones, como por ejem plo que no les gustara el nuevo vecindario o que las costumbres en el árbol foráneo fueran incompatibles con las de ellos; en fin, en estas circunstancias resultaba difícil poder elegir.
—Yo no iré a ningún lado —declaraba un gusanito de seda—. Ya no soy el mismo joven aventurero que se nutría de los nuevos acon tecimientos. Efectivamente, él estaba tan viejecito que apenas podía sostener sus antenas y la tos no lo dejaba hablar bien. Tampoco podía caminar ágilmente como su dinámica nieta, quien tra taba de convencerlo: —Abuelo, ¡tienes que venir! ¿Acaso no comprendes que nuestro hogar desaparecerá? Al mismo tiempo, en el árbol del jardín de Linda otro conflicto se manifestaba, pues los seres que vivían en el manzano protestaban por la invasión que estaban experimentando.
No pasó mucho tiempo cuando la mariquita se enfrascó en una fuerte lucha con otra de simi lar contextura, que le reprochaba: —¿Con qué derecho crees que vas a ocu par mi camita limpia si traes el cuerpo lleno de polvo? Solo Dios sabe que malos hábitos tienes. Seguro te revuelcas en cualquier lu gar polvoriento. —¡No me insultes! Tampoco tienes dere cho a juzgarme por mi apariencia —le replicó la ofendida mariquita. —Solo juzgo lo que veo —contestó la rival, que se oponía a que invadieran su territorio.
—¡Oh, mami, estos invasores están sucios! —repetía desde su escondite un gusano de manzano, que prefería taparse los ojitos abul tados. Y es que nadie allí había presenciado el momento en el que estas criaturas fueron em polvadas por el aserrín que se desprendía del árbol cuando la sierra lo cortaba. Las ardillas, avergonzadas ante las quejas y reproches por la masiva invasión, subieron rápidamente a lo más alto del árbol; pero allí el estrés no les fue ajeno y, muy nerviosas, empezaron a castañetear las muelas. Las hor migas eran menos complicadas, pues a su ma nera y en solemne marcha grupal ingresaban discretamente, sin molestar ni ejercer violen cia alguna. Su único objetivo era encontrar un espacio donde asentarse.
En cambio, los demás insectos se trenza ron en una lucha mortal. Los que recién lle gaban buscaban refugio para protegerse de la fuerte lluvia que se avecinaba; los más grandes aseguraban su espacio con el uso de la fuerza física; los pequeños clamaban compasión; los débiles se resignaban a caer al suelo. En este ambiente reinaba la ley del más fuerte. Algo así ocurrió con los pulgones verdes, a quie nes les preocupaba la defensa de su espacio, y también les aterraba la masiva presencia de las mariquitas, consideradas sus depredado ras. Y como era de esperarse, presos del páni co, los pobrecitos gritaron desesperadamente e incluso algunos huyeron de sus aposentos para no ser devorados. ¡Vaya caos que se vivía en el jardín!
Por fin, una abejita de nombre Melífera, que solía visitar las flores del manzano, tuvo la acertada actitud de suplicar en voz alta: —¡Calma, calma! ¡Aprendan a hacer el bien! ¡Protejan la vida con respeto, tolerancia y soli daridad! ¿Es que nunca practicaron la enseñan za de «Amar al prójimo como a uno mismo»? ¿Por qué tanto conflicto? —Y se respondía a sí misma, rogando a todos que se ayudaran. De hecho, allí había mucho prójimo necesi tado de techo; los que ya lo poseían protegían seriamente su espacio, y los que recién llega ban buscaban un pequeño refugio. Lo cierto es que todas las demanc-J f justi ficadas no tomaban en cuenta la capacidad del sobrepoblado árbol.
Este, generosamente, no atinaba a quejar se y más bien lloraba de impotencia al no poder abrazar a todos sus habitantes con la misma intensidad. Pero al ver que la disputa por un espacio no terminaba, fue entonces que este hospitalario árbol trató con todas sus fuerzas de estirar sus ramitas lo más que pudo, para procurar albergar a las pequeñas criaturas desamparadas y así lograr una atmósfera pa cífica. A Melífera se le ocurrió la genial ¡dea de crear este ambiente de paz y puso en marcha su plan: a los más nerviosos los preparó para enrumbar a otros árboles. El asunto funcionó, y de manera sorprendente los ánimos se cal maron. En armonía continuaron los trabajos de mudanza.
Todo parecía presagiar que el problema estaba resuelto. La mayoría estaba a salvo en el árbol de manzano, quien ofrecía amistosa mente un refugio cálido entre sus ramas, hojas verdes y flores. Desafortunadamente, esa misma noche un viento huracanado sacudió enérgicamente al manzano. Aquel cuadro parecía un combate de nunca acabar, pues al ventarrón se le sumó una fuerte granizada, empeorando la situación. El árbol luchó y luchó por mantenerse firme, in cluso ignorando el cansancio de la noche y el sobrepeso, aunque no podía ocultar su miedo e incertidumbre al imaginar lo que les podía su ceder a sus huéspedes. Inevitablemente ocu rrió lo que se temía: un gran número de mora dores terminaron cayendo fatalmente al suelo.
Aquel amanecer fue diferente, silencioso. La furia del huracán se había marchado lle vándose consigo muchas vidas. El desenlace inesperado causó mucho dolor a quienes per dieron a sus seres queridos. La escena era muy desoladora para Linda y Ara; ambas hicieron lo que pudieron para ayudar a los necesitados de hogar. Pero como de todo suceso doloroso siem pre se aprende algo muy valioso, Linda com prendió la importancia de los árboles y el va lor de la solidaridad. Sin duda, ella aprendió mucho y deseaba compartirlo con los demás. Por ello, para afianzar los lazos de herman dad, Ara y Linda pidieron a los niños unirse en un acto simbólico: una acción que consistió en
sembrar árboles en cada ciudad, país y conti nente, creando así una verdadera ola verde de amistad, que a su vez fomentara una cultura sostenible en la Tierra. —¡Maravillosa acción! ¡Amo los árboles! —repetía a todos los vientos el señor Clima, que parecía estar dispuesto a frenar sus cam bios bruscos con la finalidad de entablar una relación armoniosa con todos.
49
1.
¿P or qué motivo Hans quería der ribar el viejo árbol de sujardín? ¿Te parece una buena solución? Explica.
2.
Cuando la sierra eléctrica de Hans se rompe, Ara le explica a Linda que el árbol alberga muchos huéspedes a los que deben salvar. ¿Qué opinas de esto? ¿Qué pequeños animales has visto en los árboles de tu j ardín o parque local?
Cuando los animales que vivían en el viejo árbol migran al manzano del jardín de Linda, ¿cómo fueron recibidos por los habitantes de este? Describe algunas de sus actitudes.
4.
En medio de las diversas peleas entre los viejos y los nuevos habitantes del árbol de la casa de Linda, la abejita Melífera llama a la calma con la siguiente frase: «¿Es que nunca practicaron la enseñanza de “Amar al prójimo como a uno mismo”? ¿Por qué tanto conflicto?». ¿Qué opinas de estas palabras? ¿Practicas tú este dicho?
5.
El manzano, aunque superpoblado, no dejó de proteger a sus numerosos huéspedes, e incluso trataba de alargar sus ramas para acoger a más animales. ¿Qué opinas de este comportamiento? ¿Qué valor simboliza el manzano y cómo lo practicas tú?
Este relato resalta la importancia de respetar a la naturaleza, porque gracias a ella existimos. ¿De qué forma la proteges? Escribe una pequeña composición explicándolo.
7.
Crea un eslogan que despierte en las personas un compromiso de amor y respeto a la naturaleza. Puedes acompañarlo con un dibujo.
8.
Resuelve el siguiente crucigr ama respuestas en los recuadros.
Vertical
©
1. Co rtar un árbol por su base. 2. Tipo de árbol al que se mudan los animales. 3. Herramienta que utiliza Hans para cortar el árbol.
©
4. Nombre del personaje que pide a los animales que se ayuden unos a otros. Horizontal 5. El árbol es el
. de muchas especies.
6. Produce el derretim iento de los glaciares. 7. I nsectos que se mudaban al manzano sin molestar a nadie. 8. Nombre de la niña en cuyo jard ín estaba el manzano.
colocando
las
9.
Escribe un poema o narración breve acerca del ambiente. Resalta la hermosura del planeta en el que vivimos y qué debemos hacer para conservarlo.