Delmira Agustini en sus papeles Separata de Lo que los archivos cuentan 3
Ministro de Educación y Cultura Ricardo Ehrlich Director de la Biblioteca Nacional Carlos Liscano Coordinadora del Depto. de Investigaciones Alicia Fernández Lebeque Directora de Lo que los archivos archivos cuentan Carina Blixen Coordinadora de publicaciones Jimena Gozo Corrección Rosanna Peveroni Digitalización y escaneo Érika Escobar Diseño gráfco
Ministro de Educación y Cultura Ricardo Ehrlich Director de la Biblioteca Nacional Carlos Liscano Coordinadora del Depto. de Investigaciones Alicia Fernández Lebeque Directora de Lo que los archivos archivos cuentan Carina Blixen Coordinadora de publicaciones Jimena Gozo Corrección Rosanna Peveroni Digitalización y escaneo Érika Escobar Diseño gráfco
“Inspiración” u “ocurrencia” son dos maneras –más elevada o más casual– de referir el impulso inicial de la creación. Difícil de justicar y de abordar, el asunto se presenta –descarnado e ineludible– a quien acceda a la lectura de los manuscritos de Delmira Agustini. Sin poder recurrir ya con buena fe a las Musas o a Dios, las palabras que surgen para describir imaginariamente a la poeta en acción: a cción: –¿frenética? ¿compulsiva?– aluden, de una manera tal vez más recortada, a lo inexplicable del acto de creación que surge en un estado –¿alterado?– diferente al usual en la vida cotidiana. Lejos de querer reeditar el mito de la “pitonisa” y en las antípodas de la idea, extendida durante buena parte del siglo XX, de que Delmira no debía ser capaz de entender aquello que escribía, sus papeles parecen decir el delirio con una materialidad perturbadora.1 Sin respetar márgenes, renglones, tapas, guardas (el sistema de distribución que establece un formato previsible para hacer más ágil y gozable la captación del sentido), sus signos se disparan en todas las direcciones en cuadernos, libros, páginas arrancadas de libros y revistas, partituras de música, hojas sueltas. En ocasiones, en lugar de escribir, probaba la mano dibujando. En alguna oportunidad excepcional sustituía la palabra por el dibujo. En la Colección Delmira Agustini de la Biblioteca Nacional Nacion al además de cartas, fotos y objetos de la poeta hay más de d e un centenar de hojas sueltas y siete cuadernos de manuscritos. Si, para empezar a describir este material –el más desconocido– me ciño a los cuadernos, diría que son un conjunto complejo en el que se distinguen caligrafías diferentes: la de Delmira: caótica, intrincada, por momentos casi imposible de leer, y la impoluta de su padre, Santiago Agustini, su asiduo transcriptor. transcriptor. De manera esporádica aparece la letra del hermano, Antonio Luciano Agustini: Agustini: salvo excepciones, tal vez su escritura sea siempre posterior al tiempo fermental de la creación. Es posible establecer un paralelismo entre los cuadernos y el espacio de la casa: junto a sus padres y hermano, Delmira encontraba momentos o luga1. Esta línea de interpretación parte del juicio de Carlos Vaz Ferreira a propósito de la publicación de El de El libro blanco (Frágil) (1907), (Frágil) (1907), publicado en La en La Tribuna Popular , Montevideo, 9.3.1908: “Si Ud. tuviera algún respeto por las leyes de la psicología, ciencia muy seria que yo enseño, no debería de ser capaz, no precisamente de escribir, sino de entender su libro”.
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res para estar consigo misma o consigo y su escritura. Es evidente también que necesitaba que su padre “tradujera” lo que ella había escrito para poder volver a lo hecho y corregir. El padre parece funcionar como la máquina de escribir que permitía que Delmira leyera lo que su mente creaba. Es difícil pensar en esta situación con el esquema de sociedad patriarcal propio del Novecientos pues, leyendo los papeles de Delmira, el padre parece estar al servicio de la hija, de una manera tan profunda que anulaba, supongo, toda reticencia de orden moral. Los cuadernos en que Delmira escribía y corregía son también una memoria de la vida cotidiana de la familia (anotaciones sobre mandados, tareas, precios) y de su conciencia profesional. Dan un testimonio muy variado del proceso de creación de la poeta y de su proyección desde ese lugar privado e íntimo hacia el espacio público de las letras (la edición y la circulación en la prensa). Algunos cuadernos guardan los primeros trazos; otros muestran un momento más avanzado en la preparación del libro próximo y su difusión. Son frecuentes las listas de intelectuales a quienes mandaba sus libros. Además de superponer tiempos de escritura, los cuadernos vuelven visible una prosa de Delmira de la que solo se tenía una idea recortada a través de sus cartas. Ajena a las preocupaciones de pasado en limpio de la poesía, tal vez porque no fuera valorada por Delmira y los suyos de la misma manera que sus versos, los fragmentos de prosa poética son una cantera interesantísima de estudios futuros. El cuaderno como soporte, en contraposición a las hojas sueltas, permite el despliegue más amplio de la escritura. Los de Delmira tal vez potenciaran su función de dar congruencia y peso al material volátil de sus versos y su prosa. Cuando leemos los textos transcritos por el padre es evidente que el cuaderno permite la secuencia y la coherencia de lo creado. Cuando aparecen los trazos de Delmira, intermitentes, partidos, superpuestos, de recorridos imprevisibles, los cuadernos parecen haber logrado un milagro de durabilidad: en un primer sentido, porque hicieron posible la continuidad de la escritura; en otro ulterior, porque preservaron su letra. Previo a la lectura de los trabajos sobre Delmira Agustini de esta separata, tal vez resulte útil recordar algo de la historia de este archivo. Antes de que fuera promulgado, el 17 de julio de 1945, el decreto del Poder Ejecutivo que creaba la Comisión de Investigaciones Literarias, origen del Instituto que dirigirá Roberto Ibáñez, Ofelia Machado había trabajado con los manuscritos de Delmira Agustini y publicado una descripción documental de los datos de la vida y muerte de la poeta y la transcripción de cinco de los siete cuadernos que hoy integran la Colección Delmira Agustini.2 De la documen2. La publicación es un homenaje cuando se cumplieron los treinta años de la muerte de Delmira. Ofelia Machado, Delmira Agustini, Montevideo, Editorial Ceibo, 1944.
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tación que se encuentra en el Archivo se desprende que Machado tuvo entre sus manos los cuadernos y las hojas sueltas que estaban en la casa que los Agustini tuvieron en Sayago, donados en 1952 a la Biblioteca Nacional. Un año después, el Instituto Nacional de Investigaciones y Archivos Literarios (INIAL) compró a Magdalena Badin, la viuda de Antonio Luciano Agustini, otros materiales de la poeta entre los que se encontraban otros dos cuadernos manuscritos que no fueron tenidos en cuenta por Machado. A partir de ese año Roberto Ibáñez empezó el proceso de incorporación de los materiales de Delmira Agustini al Archivo y formó un equipo de colaboradores que, entre otras tareas, se abocó a la transcripción de sus manuscritos.3 La Colección Delmira Agustini ha sido cuidada y ordenada en los últimos años por Virginia Friedman, directora del Archivo. Basada en la clasicación y ordenación que realizara la investigadora Elisa Contreras, entre los años 1979-1980, Friedman confeccionó una Guía de Archivo de la Colección, de acuerdo con las normas internacionales de descripción, que se puede consultar en la página web de la Biblioteca Nacional.4 Al cumplirse este año los cien de la muerte de Delmira Agustini pensamos que el mejor homenaje que podíamos hacerle era, además de los cuatro artículos que forman esta separata, preparar una edición genética digital de todos sus papeles. Para hacerlo nos propusimos terminar el trabajo empezado por Ibáñez y su equipo. La tarea está en marcha: ha sido necesario realizar una nueva lectura de los manuscritos, cotejarla con lo ya transcrito e incorporar al hacerlo un código actual.5 En esta separata, junto a Rosa García Gutiérrez, Ana Inés Larre Borges y Elena Romiti buscamos a Delmira en sus ediciones y sus papeles: la pasión denitiva de esta poeta de vida atormentada. Carina Blixen
3. El equipo estuvo integrado, en distintos momentos, por América del Sur Moro, José Etcheverry, Mercedes Ramírez y Nelly Trapanese. Dejaron 77 hojas de transcripción que abarcan la mayor parte del legado manuscrito de Delmira. Hay un orden cronológico de los cuadernos, establecido por Roberto Ibáñez y su equipo. Delmira no fechaba sus papeles y no ha aparecido en el Archivo una explicitación de cómo se determinó esa sucesión, pero parece seguir el tiempo de publicación de sus poesías en revistas, la aparición de sus libros y lo que se sabe del conjunto de su obra. Los cuadernos no tenidos en cuenta por Machado son los que hoy guran con los números 3 y 7. 4. Érika Escobar fue la responsable de la digitalización de gran parte de los manuscritos, correspondencia y la totalidad de las fotografías. Las pinturas fueron fotograadas por Graciela Guffanti y restauradas por Walter di Brana. 5. Coordino un grupo de docentes e investigadores integrado por Alfredo Alzugarat, Andrea Aquino, Ignacio Bajter, Verónica Barbaruk, Florencia Briasco, Victoria Díez, Alejandra Dopico, Verónica Goroso, Elena Romiti, María del Rosario Sánchez, Néstor Sanguinetti, Ana Kildina Veljacic, Diego Vidal y Clara Umpiérrez. El código que utilizamos tiene por modelo el del ITEM (Institut des Textes et Manuscrits Modernes) de París.
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Código y criterios utilizados en la transcripción de los manuscritos
Decidimos tratar de manera diferente lo escrito por Delmira de lo realizado por sus transcriptores: lo que es de puño y letra de la poeta aparece sin correcciones de ningún tipo, en cambio actualizamos la ortografía de lo escrito por el padre o el hermano. Cursiva
Para la letra de Delmira.
<>
Todo lo que se ha agregado en interlínea. No se diferencia si la interlínea es superior o inferior.
Riesgo
Las tachaduras serán reproducidas y los términos que las han reemplazado serán transcritos con [< > ].
[< >]
Lo que fue agregado en interlínea y tachado previamente.
[]
Tachado, borrado. Se utiliza cuando lo tachado abarca un texto desarrollado. Es una eliminación o una suspensión que permite leer lo que está escrito.
[ ] [< >]
[[<>]]
En caso de sobreescritura. Si se lee la palabra de abajo, se pone entre paréntesis rectos y al costado la palabra que se sobreescribe entre los signos de interlínea y los paréntesis rectos. Cuando algo está sobreescrito y no se lee lo escrito abajo.
//
Las indicaciones de quien transcribe.
==
Las indicaciones escritas por alguien que no es Delmira
(h.c.)
Cuando no se puede leer porque la hoja está cortada.
« » (ileg.)
Agregado en margen. Ilegible.
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Autorretrato, poética y relato: Los cálices vacíos Rosa García Gutiérrez1 Universidad de Huelva, España
Usurpación y expolio: Los cálices vacíos después de 1913 Los cálices vacíos apareció en Montevideo a mediados de 1913 editado por Orsini Bertani, con carátula de Carlos A. Castellanos, fotografía de Delmira Agustini, “Pórtico” de Rubén Darío, y un poema sin título en francés a modo de prólogo. Con su tercer libro, la poeta daba a conocer sus últimas creaciones en tres secciones: “Los cálices vacíos”, “Lis púrpura” y “De fuego, de sangre y de sombra”. Además, bajo el título general Los cálices vacíos, incluyó la reedición de Cantos de la mañana (1910), una selección con variantes de El libro blanco (1907), de cuyo título suprimió la acotación (Frágil), y la sección “Juicios críticos. (Algunos párrafos)”, que reproducía con añadidos las “Opiniones sobre la poetisa” que cerraron Cantos de la mañana.2 Por último, como bisagra entre lo nuevo y lo conocido, Agustini incluyó una nota “Al lector” anunciando un futuro poemario: Los astros del abismo. Aunque Alejandro Cáceres sugiere que Bertani pudo pedirle la autoselección de los primeros poemarios, tal vez para engrosar el exiguo volumen,3 todo apunta a que fue Agustini quien decidió, con absoluta conciencia, la naturaleza híbrida del libro. En 1912, en carta a Rubén Darío, la poeta hablaba de la inminente reedición de Cantos de la mañana con el “Pórtico” que acababa de entregarle el nicaragüense, pero un año después 1. Profesora titular de Literatura Hispanoamericana en la Universidad de Huelva. Es autora de Contemporáneos. La otra novela de la Revolución mexicana (Publicaciones de la Universidad de Huelva, 1999) y editora de la Obra poética de Xavier Villaurrutia (Madrid: Hiperión, 2006) y Los cálices vacíos de Delmira Agustini (Granada: Point de Lunettes, 2013). Ha publicado más de cuarenta trabajos sobre literatura mexicana durante las vanguardias, relaciones literarias entre España e Hispanoamérica en el período de entreguerras, y modernismo uruguayo. 2. Son fragmentos de reseñas de prensa y de cartas privadas en las que escritores como Miguel de Unamuno, Carlos Vaz Ferreira, Samuel Blixen y Roberto de las Carreras hacían acuse de recibo de libros enviados por Agustini. Su intervención personal en la elaboración del dosier es, pues, más que plausible. 3. Alejandro Cáceres, “Introducción” a Delmira Agustini, Poesías completas, Montevideo: Ediciones de la Plaza, 2006, p. 4.
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la reedición se convirtió en algo más complejo y meditado.4 A Cantos de la mañana se sumó la antología de El libro blanco con poemas no solo corregidos sino reescritos, y un importante número de versos nuevos tan poderosos como para determinar el título del conjunto y convertirlo en un libro ‘nuevo’. Tuvo que ser Agustini quien decidiera la organización del material que, alejándose de las típicas ‘poesías completas’, ensaya una cronología a la inversa, una mirada hacia atrás que se abre en el hoy de “Los cálices vacíos” y se cierra en el ayer de El libro blanco, con los “Juicios críticos” como intencionado colofón. Toda Delmira –en su verdad, su expurgo, su autocrítica, y en la compañía de lectores autorizados que siempre anheló– se ofreció condensada en lo que quiso ser autorretrato y balance poético-vital y se convirtió en inesperada despedida. Aun siendo irrenunciable esa estructura para interpretar Los cálices vacíos, desde 1913 ha sido difícil tener acceso al poemario tal y como se publicó. En 1924 comenzó la disparatada historia de la transmisión textual de la poesía de Agustini, y desde entonces quedó pendiente la restitución de su último y en cierto modo único libro. Dejando a un lado los dislates editoriales de Vicente A. Salaverry (1924), Raúl Montero Bustamente (1940) y Alberto Zum Felde (1944), que no es exagerado calicar de actos de profanación y usurpación,5 tampoco las recientes ediciones de las Poesías 4. “Esta vez –Dios mediante– irá solo con el pórtico vuestro, corona fúlgida de mi musa, y algunos párrafos seleccionados de escritores que por ser de los mejores de nuestra lengua, tal vez puedan hacer vuestro séquito de emperador”. La frase se lee en la posdata de una carta posterior al encuentro personal de ambos en Montevideo. La posdata no se reproduce en Delmira Agustini, Cartas de amor y otra correspondencia íntima (Montevideo: Cal y Canto, 2006). La carta completa se conserva en el Archivo Rubén Darío (http://www.cervantesvirtual.com/obra/ carta-de-agustini-delmira-2/). 5. Me ocupo de ello detenidamente en “La transmisión textual de Los cálices vacíos. Esta edición” (en mi edición de Los cálices vacíos, Granada: Point de Lunettes, 2013, pp. 131-137) y en “Historia de una profanación: la transmisión textual de Delmira Agustini”, que se publicará en el número de setiembre de 2014 de Ínsula. Salaverry dirigió los dos volúmenes con los que en 1924 (Montevideo: Maximino García) se quiso compendiar la obra de Agustini. El primero, inexplicablemente titulado El rosario de Eros, incluyó la serie de 5 poemas con ese título, 16 poemas inéditos o publicados solo en prensa, y ‘nominalmente’ Los cálices vacíos, porque bajo ese título hay solo una antología de los poemas nuevos de 1913 y una estricta selección (5 poemas) de Cantos de la mañana. El “Pórtico” de Darío, rebautizado como “Elogio”, pasa a presidir el tomo; no hay rastro del poema en francés ni de los “Juicios críticos (algunos párrafos)”. No se indica el criterio seguido en la amputación y manipulación (en el orden de los poemas) del volumen originario. El segundo volumen, titulado no menos inexplicablemente Los astros del abismo, incluye: “Otros Cantos de la mañana”, que aumenta, sin completar, la nómina del segundo libro de Agustini; “ El libro blanco”, antología del libro originario al que se añaden poemas que no le pertenecieron y cuyo índice no se respeta; “ La alborada (primera parte)”, con poemas publicados en prensa antes de El libro blanco; y “ La alborada (segunda parte)”, desconcertante colección de 19 poemas pertenecientes a sus tres poemarios (sin indicar procedencia) con algún inédito no señalado como tal. Como colofón se lee: “Este libro fue hecho con todo fervor bajo la vigilancia de los padres de la excelsa poetisa Delmira Agustini. Se acabó de imprimir […] bajo la dirección
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completas de Agustini o de Los cálices vacíos dejan acceder en puridad al libro de 1913 y a su verdadera intención. En 1971 Manuel Alvar fue el primero en usar un criterio lológico al publicar las Poesías completas de Agustini, pero también en enfrentarse a un problema recurrente en posteriores ediciones: determinar cómo reproducir los poemas de 1907 y 1910 modicados en Los cálices vacíos. Alvar tomó una decisión discutible: editar El libro blanco y Cantos de la mañana con las versiones corregidas y limitar el título Los cálices vacíos a los poemas nuevos de 1913. Quedaba amputado así el volumen principal de Agustini, tan cuidado en sus signicativas partes, impidiéndose su lectura completa y la posibilidad de interpretarlo como un acto consciente de recapitulación y autobiografía lírica. Un último detalle enturbia la edición de Alvar: incluye “¡Ave, envidia!” al nal de “De fuego, de sangre y de sombra”, cuando en realidad cerró el volumen de 1913 como último poema de El libro blanco, argumentando que “se añadió en Los cálices vacíos, por más que la Edición Ocial lo incluya entre los de 1907”.6 Estaba en lo cierto, sin embargo, la Edición Ocial (la de Montero Bustamante), porque “¡Ave, envidia!” sí formó parte de El libro blanco aunque como “Variaciones” y en otro lugar: entre “Batiendo la selva” y “Llora, mi musa, llora”. Como se verá, tanto el nuevo título como la nueva y relevante ubicación, cerrando el libro, rearman la importancia de la estructura. En 1993 Magdalena García Pinto editó en Cátedra otras Poesías com pletas, fundamentales para el estudio de Agustini al incrementar el corpus de publicaciones en prensa e inéditos, e incluir textos en prosa importantes y poco difundidos. No solventó, sin embargo, el problema de la edición de Alvar con Los cálices vacíos: vuelve a ser un libro cercenado, no el a la voluntad de su autora, y que el lector debe armar como un puzle a partir de un admirador sincero”. Ni el fervor de unos ni la admiración de otro explican esta descomunal profanación de la voluntad y el texto delmirianos. En 1940 el Ministerio de Instrucción Pública editó una Obra poética no menos disparatada, con prólogo de Montero Bustamante, que se retiró por erratas. Cuatro años después, Zum Felde editó y prologó (Losada: Buenos Aires) otras Poesías completas que durante décadas fueron el texto sobre el que se estudió a Agustini. En su “Advertencia”, expuso su criterio editorial, subjetivo y sin escrúpulo lológico. En su opinión, Agustini fue una autora irregular, a veces excelente y otras prescindible, y amparándose en ello suprime de las princeps lo que cree de menor valor. No deja de ser signicativo, como acto de apropiación y violencia simbólica machista, que el ya entonces académico Zum Felde se arrogue la autoridad de un expurgo que en ningún momento justica como antología. El volumen incluye además una “Antología” (esta vez sí identicada como tal) formada por lo ‘mejor’ de su obra, según criterio de Zum Felde. No se explica la procedencia de los poemas y cabe preguntarse por el misterioso orden que les aplica –¿el de su escala personal de preferencias?–, pues no es ni cronológico, ni el a los índices delmirianos. Los tres poemarios se entremezclan caprichosamente queriendo, según Zum Felde, expresar “la verdad” (p. 39) de Agustini. 6. Manuel Alvar, “Introducción” a Delmira Agustini, Poesías completas, Barcelona: Labor, 1971, p. 238.
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El libro blanco (Frágil),
Montevideo, O.M. Bertani Editor, 1907.
Cantos de la mañana,
Montevideo, O. M. Bertani Editor, 1910.
de indicaciones no siempre claras que remiten a los poemas de El libro blanco y Cantos de la mañana que pasaron al volumen de 1913. Nada se dice del desplazamiento de “¡Ave, envidia!” o de los imprescindibles “Juicios críticos (algunos párrafos)”; y nada de la signicativa supresión del marbete “Orla rosa” que subtituló la sección nal de El libro blanco y escandalizó a sus contemporáneos: una supresión clave en la autolectura acometida por Agustini, mitad aclaración y mitad renuncia, que cabe entender como reivindicativa de la ‘blancura’ de una poesía que se banalizó por el ‘rojo’ de lo que solo fue una orla. Una penúltima edición de Poesías completas apareció en 1999 en Montevideo (Ediciones de la Plaza) preparada por Alejandro Cáceres, corregida y aumentada en 2006. De nuevo queda sin resolver el problema de Los cálices vacíos al incluir ese título solo los poemas nuevos, y no se mencionan algunas de las alteraciones sufridas por El libro blanco en su trasvase a Los cálices vacíos, aunque se consignen variantes textuales. Lo mismo ocurre, nalmente, en Poesías completas (Sevilla: Sibila, 2009), con prólogo de Martha Caneld, que no incluye siquiera los “Juicios críticos” que Agustini seleccionó con tanta intención. En los últimos años se han publicado además dos ediciones de Los cálices vacíos, una de las cuales suprime los “Juicios críticos”.7 Tampoco se incluyen en aparato crítico o notas a pie las versiones primeras de los poemas corregidos, ni alusión a “¡Ave envidia!” o a otras alteraciones llamativas de El libro blanco como la supresión del marbete “Orla rosa”. Finalmente, en 1913, coincidiendo con su centenario, yo misma publiqué una edición crítica de Los cálices vacíos (Granada: Point de Lunettes) respetando escrupulosamente la editio princeps.
Los cálices vacíos , Monte-
7. Me reero a la de Beatriz Colombi (Buenos Aires, video, O.M. Bertani Editor, Simurg, 1999); sí los incluye la de Gustavo San Román (Madrid, 1913. Hiperión, 2005), que sigue elmente la princeps.
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En conclusión: las sucesivas Poesías completas han venido reproduciendo bajo el título Los cálices vacíos solo los poemas no pertenecientes a los dos libros anteriores, lo que obliga al lector a recomponer por piezas un libro que, para ser comprendido, exige leerse completo. Algo más importante se desdibuja en estas versiones amputadas: esa disposición cronológica inversa a la que me referí al comienzo, que sugiere una búsqueda interior, una autoarmación y un autorreconocimiento identitario; esa invitación que la poeta cursa a los lectores para que desanden con ella Obras Completas. Tomo 1. El Rosario de Eros , un camino en cuyo recorrido no solo se escribe sino Montevideo, Maximino también se lee; y ese relato o narración del yo que García Editor, 1924. termina en autorretrato y que supone la aceptación como verdad de una parte importante de la poeta de 1907 seis años después. Corrobora esta interpretación la ubicación de “Variaciones” cerrando el libro como “¡Ave envidia!”. Perdido en El libro blanco bajo un título olvidable, “¡Ave envidia!” adquiere en Los cálices vacíos un protagonismo y una signicación nuevos: como epílogo se convierte en apelación directa a un público innominado identicable con la pudorosa sociedad pequeñoburguesa montevideana, que en 1913 subió el tono de sus censuras y precauciones contra la poeta. “¡Ave envidia!” reconoce los rumores de Obras Completas. la calle pero también los prejuicios de la Academia Tomo 2. Los Astros del Abismo, Montevideo, bienpensante que se resistía a aceptarla como miembro Maximino García Editor, de pleno derecho en su brotherhood . Con él Agustini 1924. se autoarma en una desaante declaración de guerra que recuerda a la más genuina dialéctica modernista y decadente, que cimentó su mito del poeta moderno en el orgullo frente al rechazo y la incomprensión implícitos en la palabra ‘envidia’: No huyas, no, te quiero, así, a mi lado Hasta la muerte, y más allá: ¿te asombra? Seguido la experiencia me ha enseñado Que la sombra da luz y la luz sombra... Y estrecha y muerde en el furor ingente; Flor de una aciaga Flora esclarecida, Quiero mostrarme al porvenir de frente, Con el blasón supremo de tu diente En los pétalos todos de mi vida!
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No es casual que a este poema en el que se dibuja como una or ¿del mal? mordida por la medianía burguesa, inoculada de un veneno que es su alimento y el barro sobre el que erige su pedestal, sigan los “Juicios críticos”; no son ya “opiniones”, como las denominó en Cantos de la mañana, sino razonamientos avalados por guras de renombre: Carlos Vaz Ferreira, Miguel de Unamuno, Julio Herrera y Reissig, Francisco Villaespesa, Manuel Ugarte, Samuel Blixen, Carlos Reyles y otros. Un escudo de prestigio con el que protegerse, aunque también un ejército en el que integrarse y una nutrida paternidad con la que legitimarse; y sobre todo, un pequeño Parnaso emergente en medio de la ciénaga en el que refugiarse, una merecida tierra prometida arribada entre dicultades en la que arraigar esa “obra futura” que no pudo ser Los astros del abismo.
De allí vengo, esta soy, aquí estoy: Agustini en 1913 De allí vengo La niña Agustini escribía, pintaba, tocaba piano y estudiaba francés. Curiosa, retraída, lectora, la que en 1900 cumplió catorce años se daba cuenta de los cambios de Montevideo y se dejaba seducir por sus aires cosmopolitas, su promesa de novedad. Su casa compartía calle con la de los Herrera y Reissig, y por vínculos familiares conoció a los Vaz Ferreira y otros hombres de letras y jóvenes poetas que hablaban de José Enrique Rodó o Roberto de las Carreras. El francés fue el idioma de sus primeras publicaciones, de epidérmica –aún– sensibilidad modernista. En 1902 apareció en Rojo y Blanco su primer poema en español, “¡Poesía!”. Muchos nombres circulaban entre los jóvenes tras su paso consagratorio por la Revista Nacional , La Revista o la misma Rojo y Blanco: Darío, Leopoldo Lugones, Ricardo Jaimes Freyre, Leopoldo Díaz, María Eugenia Vaz Ferreira, Herrera y Reissig, Armando Vasseur, De las Carreras, Toribio Vidal Belo. Hacia ellos dio su primer paso. “¡Poesía!” fue una entusiasta declaración de intenciones –“¡Poesía inmortal, cantarte anhelo!”– y un intento de autodenición con lias explícitas: “¡Eres el cisne de sin par belleza / Que surca el lodo sin manchar su pluma!”. ¿Y yo quién soy, que en mi delirio anhelo Alzar mi voz para ensalzar tus galas? ¡Un gusano que anhela ir hasta el cielo! ¡Que pretende volar sin tener alas!
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Encerraba un meditado propósito: ser poeta; un guiño cómplice al cisne dariano que vertebraría su poesía hasta el nal; y una doble y trágica intuición bajo el mito de Ícaro, también central en su imaginario: la del cielo y el inerno, el éxtasis y el dolor, las alas y el lodo. En 1903 Agustini inició su poco convencional amistad con André Giot de Badet, que viajaba con frecuencia a París y estaba al tanto de sus novedades literarias. Con él leyó a Charles Baudelaire, Paul Verlaine, Albert Samain y Gabriele D’Annunzio. Desplazada por mujer de la bohemia literaria, los cafés y tertulias con poetas anes, encontró en su amigo un puente con el Montevideo de cenáculos, altares a la Poesía e irreverencias sociomorales. Pronto se les unió el poeta anarquista Ángel Falco. Se llamaban hermanos: “hermano negro”, “hermano rubio”, “querida Hermana-Elegida”. De una carta de Giot de Badet a Falco se deduce que la relación entre estos era amorosa y que Agustini era cómplice.8 “Os ahogaba el deseo de hacer «lo que no se debía hacer» en el Montevideo de esa época lejana”, evocaría años después Giot de Badet,9 y efectivamente, en las cartas de entonces parece feliz “al comprobar el asombro de los transeúntes” al encontrarlos de noche disfrutando de “una reunión bastante marginal en su contexto”.10 Con diecisiete años no se escandalizaba fácilmente, adoraba a Darío, “de quien conocía todas las obras”, y admiraba a María Eugenia Vaz Ferreira, D’Annunzio y Vasseur;11 sabía mitología, se sentía incomprendida, presa de convenciones sociomorales, se aislaba con frecuencia y llevaba una vida hogareña, a pesar de su desinhibición sexual. También en 1903 Agustini publicó poemas ligeramente decadentes en La Alborada, donde inició la sección “Legión etérea”, retratos de mujeres de Montevideo con los que se creó un paisaje femenino en el que normalizar sus aspiraciones. Dos destacan sobre el resto: el de Aurora Curbelo, “bachillera en ciencias y letras” que “muy lejos de parecerse a la mujer muñeca, tipo inevitablemente funesto para la familia”, es “la mujer grande, la mujer del porvenir”; y el de María Eugenia Vaz Ferreira defendiendo sus “extravagancias” y lamentando que haya “personas lo bastante malignas para reprobárselas ¡ignorantes!”.12 Agustini, que la frecuentaba, conocía las reprobaciones sobre sus ‘osadías’ (discusiones subidas de tono, subir sola al tranvía, gestos de altivez ante autoridades) y tomaba conciencia en 8. En Clara Silva, Genio y gura de Delmira Agustini, Buenos Aires: Eudeba, 1968, p. 116. 9. En ibid , p. 112. 10. Mª José Bruña Bragado, Delmira Agustini: dandismo, género y reescritura del imaginario modernista, Frankfurt am Main: Peter Lang, 2005, p. 82. 11. Según Giot de Badet, en Clara Silva, op. cit ., p. 100. 12. Cito por Magdalena García Pinto, “Delmira Agustini frente a los letrados uruguayos del 900”, Letteratura D’America, nº 49, 1993, p. 57.
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carne ajena del juicio distinto que un acto provocaba según lo cometiera un hombre o una mujer. Ese mismo año inició también su previsible álbum, como tantas señoritas de su clase. El álbum literario fue “territorio estrictamente femenino”, a medio camino “entre la total privacidad y la circulación pública y social”:13 un modo de permitir a la mujer saciar su curiosidad poética sin salir del ámbito doméstico. Pero el suyo no fue convencional: recogió poemas ajenos, pero también consejos de escritores de su ciudad, y anotó, entre esas rmas autorizadas, sus propios versos. En el ritual del álbum la mujer era receptora de un objeto, no su autora. Agustini lo modica convirtiéndose en sujeto a través de las autoridades que la aplauden como poeta y de sus poemas mismos. No solo eso: en La Alborada publicó tres poemas (dos titulados “En un álbum” y otro “En el álbum de la señorita E. T.”)14 que hacen más patente la inversión del ritual. De hecho, si inició un álbum fue por una razón que se volvería obsesiva: coleccionar respaldos de guras de prestigio, reconocimientos que le permitieran ingresar en el campo literario o refrendar su presencia en él. Tiene su lógica que, antes de su primer libro, Agustini recogiera esas rmas consagratorias. Si los modernistas necesitaron romper gestualmente con el pasado literario por esa anxiety of inuence con la que Harold Bloom describe la tradición moderna, las escritoras sufrieron lo que Sandra Gilbert y Susan Gubar han llamado anxiety of authorship: necesidad de ‘autorizarse’ mediante el apoyo expreso de miembros del mundo literario para integrarse en él, un respaldo, permiso o autorización para entrar allí donde era vista como rareza o anormalidad.15 La anxiety of authorship de Agustini no quedó ahí: protegió sus Cantos de la mañana con las “Opiniones sobre la poetisa” vertidas sobre El libro blanco y blindó, como se ha visto, la legitimidad de Los cálices vacíos con el “Pórtico” de Darío y los “Juicios críticos” a modo de epílogo. En 1907 apareció El libro blanco (Frágil). Elegir a Bertani como editor fue un acto deliberado de autodenición literaria, como el prólogo de Manuel Medina Betancourt y la cubierta art nouveau de Alphenore Goby.16 13. Mª José Bruña Bragado, op. cit., p. 39. 14. Quien se esconde tras las iniciales es Elsa Triaca, prima de Agustini. 15. Jacqueline Girón de Alvarado fue la primera en usar con Agustini el concepto de Gilbert y Gubar, que luego se ha hecho lugar común: “La escritora experimenta una gran conmoción intelectual al colocarse dentro de un ocio que no le corresponde o de un papel que le resta méritos a su sexualidad” (Voz poética y máscaras femeninas en la obra de Delmira Agustini, New York: Peter Lang, 1995, p. 63). A las culpas y dudas sobre su identidad femenina sumará la falta de referentes para manejarse en un mundo, el literario, que siente suyo, pero que se le escamotea y se resiste a aceptarla. 16. Bertani fue el editor de la bohemia novecentista. Medina Betancourt, que dirigía La Alborada, era miembro de la Torre de los Panoramas y tertuliano en el Polo Bamba.
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Caras y Caretas acababa de publicar “Los martirios del poeta aristócrata”, con la célebre fotografía de Herrera y Reissig inyectándose morna y el autorretrato en que declaraba su rareza en el medio montevideano: Creo que cuando escribo, estoy realmente loco, o inconsciente. ¡A qué escribir! ¡Para quién escribo! Si el país es sordomudo literariamente […]. Escribiré para el mañana, escribiré para mí, para vosotros, raros amigos de buen gusto, escribiré para París, para la Gloria, para la Posteridad… y para no morir de hastío entre tanta muerte moral. 17
Y al erial, Agustini, rara amiga del buen gusto, ofreció su libro que, más que de iniciación, como se repite, fue un examen. Con él quiso examinarse ante un imaginario –y no por ello menos real– tribunal de autoridades modernistas y aprobó con nota: ofreció a los maestros una síntesis de la retórica simbolista, sus tópicos y motivos, la demostración de que sabía la lección. El título mismo puede interpretarse bajo la idea del examen: los poemas de ese libro blanco constituyen, como los del álbum, una voz coral, colectiva, a la que Agustini se suma pero aportando, aprehendido el discurso común y el programa compartido, su sello personal: la “orla” rosa –el ribete del álbum–, un contorno que abre un camino propio. Por eso el poemario se plantea desde “Levando el ancla” como un viaje: aventura, descubrimiento, pero también conquista de un acotado territorio verbal construido entre unos cuantos elegidos en pos del Ideal y la Belleza, al que quiere pertenecer. Lo que sigue al abandono del hogar convencional, del lenguaje común, es también una peregrinación porque esa nueva tierra es un reino sagrado, el de la poesía, simbolizado en un cielo tormentoso (“Astrólogos”), una montaña (“Racha de cumbres”) –como la mítica de Pan del “Frontispicio” de Los raros – o la reconocible selva dariana (“Batiendo la selva” e “Iniciación”). Tiene fe en “una gran raza que abrirá mañana” (“La estatua”), heredera del aristocratismo nietzscheano vulgarizado en el Uruguay nisecular y el iluminismo profético de El que vendrá; pero a veces el poeta (aún no es ‘la’ poeta sino un yo masculino, arquetipo del poeta) sucumbe al dolor porque muere “el Ensueño” y no le queda sino beber en su copa “sangre de la sima” y rasgarse “la vena azul de la Verdad desnuda” (“El austero”). Agustini asume cada papel del cliché modernista: peregrina, sacerdotisa, soldado, mártir, vidente y profeta. Está en el poemario la imaginería oral modernista, su pedrería (los darianos rubíes y alabastros), el consabido exotismo y algo de mitología nórdica (Jaimes Freyre y Leopoldo Díaz), clásica y medieval. Pero también las visiones nocturnas, fantasmales y misteriosas que harán único el estilo de Agustini, su exaltación del sueño y el ensueño, y las simbólicas heridas 17. Cito por Aldo Mazzucchelli, La mejor de las eras humanas. Vida de Julio Herrera y Reissig , Montevideo: Taurus, 2010, p. 380.
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sangrientas y dolorosas que, acompañando exultantes epifanías y místicas iluminaciones, dominarán Cantos de la mañana. Pero lo que unica El libro blanco es la sagrada trinidad de la religión que Agustini ha empezado a profesar: Poeta/poema/Poesía, Padre/hijo/Espíritu Santo. En el culto a esta fe es una elegida que sabe la exigencia de sus votos y exhibe su compromiso. La retórica eclesial es constante (templos, ofrendas, oraciones, altares, cálices), y su lectura metaliteraria: la oración es el poema que reproduce los ecos misteriosos de la naturaleza (Baudelaire) ante el poeta que avanza hacia “la luz anunciada, la luz bendecida” (“La siembra”) arrastrando la herida de los días en que “vence el dolor” (“Llora, mi musa, llora”). Hervé Le Corre ha reparado en este “mitema aristocrático” o “elitista” que domina el libro y lo ha vinculado “con la reexión estética (teórica y práctica) típica del modernismo”.18 El resultado es la asunción del evangelio modernista y una “dispersa Ars Poetica”19 con la que Agustini se dene entre distintas rutas. Su opción es clara: rechaza el esteticismo ornamental (“La sed”); le incomoda la fría deshumanización parnasiana (“La estatua”); y renuncia al academicismo de las preceptivas tradicionales: “La rima es el tirano empurpurado, / Es el estigma del esclavo, el grillo / Que acongoja la marcha de la Idea”, dice en “Rebelión”, y lo rearma en “Al vuelo”, que incluye esta sorprendente estrofa que pregura el uso simbólico de la Venus de Milo en Trilce de Vallejo: Frente a la Venus clásica de Milo Sueño una estatua de mujer muy fea Oponiendo al desnudo de la idea Luz de virtudes y montañas de hilo!
Más interesante es que Academia, rima, y opresión del “vuelo de la Idea” sean para ella el correlato de “labios gastados de cifras” y “carne burguesa que profana el vergel” a la que dice “odiar” (“Girón de púrpura”). Y la insistencia en la Idea y el Pensamiento –subrayados con la mayúscula– como núcleo de sus versos. Hay alimento bajo la llamativa cáscara, dice Agustini, demostrando conocer el fondo ideológico del modernismo. En “Mi oración” aparecen dos palabras clave en el imaginario de Agustini: musa y torre. Con la musa empieza su enriquecedora y compleja
18. “Eros scriptor, letra y erotismo en la poesía de Delmira Agustini”, en Roland Forgues, ed.: Mujer, creación y problemas de identidad en América Latina, Mérida (Venezuela): Universidad de los Andes, 1999, p. 248. 19. Ibid , p. 249.
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conversión del tradicional objeto poético ‘mujer’ en nuevo sujeto literario.20 La torre remite a un poema que recorre El libro blanco y toda la obra delmiriana: “El Reino interior”. Denida la poética, queda la poeta con su tema, su particular obsesión: la carne y el alma, el tiempo y lo eterno, la sima y la cima, l’horreur de la vie et l’extase de la vie, los contrarios que intentará armonizar a través de Eros. En “Flores vagas”, aunque muy personal, la relectura de Darío es clara: “En la sala medrosa / Entró la noche y me encontró soñando”; la duerme la embriaguez de dos perfumes, “uno que es mirra y miel de los sentidos / Y otro grave y profundo que entra al alma”: Surgir los veo de las ores pálidas, Y tienen bellas formas, raras formas… Uno es un mago ardiente de oro y púrpuras, Otro una monja de color de cera Como un gran cirio erguida
Desde su torre, como el alma dariana, Agustini no dejará ya de observar este desgarramiento que provoca el dualismo esencial, aislándose, sufriéndose y disfrutándose en poemas de profunda introspección. Otro motivo de Darío se ja en El libro blanco para no desaparecer: está ya el cisne en el “pájaro que canta como un dios / Y arrastra la miseria en su plumaje” (“Ave de luz”), mezclado con “L’albatros” de Baudelaire y la paloma sagrada cristiana. Agustini dejó para “Orla rosa” siete poemas de amor. Como sección, es el ribete del álbum, su ‘color’ para la poética compartida (‘blanca’). Il en est qui jamais n’ont connu leur Idole, advirtió Baudelaire, pero no fue el caso de Agustini. En “Mis ídolos”, penúltimo poema antes de “Orla rosa”, la poeta llega al anhelado templo y deambula entre dioses prestados hasta que una puerta la conduce a Eros, su dios personal, su simbólica concreción de la trascendencia. El siguiente poema, “Misterio: ven”, erige la gura del amado, ese ‘otro’ hacia el que proyectará su amor y su deseo, su erotismo: “Ven, oye, yo te evoco. / Extraño amado de mi musa extraña”. Esa seducción 20. Como dice Girón de Alvarado, es una de las construcciones poéticas más personales de Agustini, porque su musa no acata el estereotipo: no es una abstracta, aunque corporeizada, fuente de inspiración, sino compañera de la poeta en su aventura y, a veces, su doble. Como ella misma, en ocasiones es crepuscular y otras solar y luminosa; enfermiza, pálida y gris, o energética y fuerte, pero inconfundiblemente humana. “Tiene cuerpo de mujer y profundidad (mi musa honda) intelectual” (Girón de Alvarado, op. cit ., p. 47) y por eso en el libro experimenta una compleja transformación: pasa de objeto de inspiración del poeta (rol femenino) a convertirse en la poeta misma (mujer). Al nal, la musa deja de ser “una idea femenina” para convertirse en “pensamiento/ sentimiento, cuerpo/alma. […] No es otro para el yo poético; hay una identicación entre ambos” (Patricia Varas, “Máscara vital y liberación estética en Delmira Agustini”, en Uruguay Cortazzo, coord., Delmira Agustini. Nuevas penetraciones críticas, Montevideo: Vintén, 1996, p. 141).
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del misterio marca “Orla rosa”, enriquece los poemas de amor y será en adelante la marca de Agustini: seductora, deseante, anhelante, hambrienta. El poeta ya no es el arquetipo sino un yo-mujer-particular obligado a corporizar su poesía para individualizarla, a humanizar como sujeto lo que hasta entonces fue objeto. Siguiendo el prototipo y alterándolo a la vez, el erotismo marca ese cuerpo-poeta que se trasciende en Poesía, Idea, Pensamiento. El poema más ambiguo de “Orla rosa” es “El intruso”, donde la unión amorosa (espiritual y física, con una imaginería genital tan obvia que sorprende) aparece como salvación contra el dolor, la muerte y la soledad.21 Pero en esa ambigüedad radican la riqueza y la complejidad del erotismo delmiriano, aquí todavía divinizado, feliz y lleno de promesas (promesas de unión, plenitud y comunicación), frustrante, doloroso y nihilista después. “Orla rosa” funda una voz lírica, su tema y su poética, tras la neutralidad del resto del libro. En el poemario se han entremezclado diferentes voces de mujer legitimadas (por la mística, la mitología, la tradición literaria y la iconografía nisecular) con complejos matices y sutiles variantes, y todas –de la pureza incorpórea de la mujer-lirio a la femme fatale, pasando por la musa– han participado en la conguración del nuevo yo. La elección de Eros como tema solo en parte es elección: es negociación, mitad claudicación e imposición, mitad amenaza o advertencia. El amor (y el sexo) era en la Montevideo nisecular –lo venía siendo en la historia cultural de Occidente– el asunto femenino por antonomasia, el que regulaba social y moralmente la vida de la mujer, y una pieza clave en el mito del progreso, la razón y la civilización. Como espacio único que la sociedad y la literatura de su tiempo le brindaban, Agustini asumió lo erótico como única posibilidad de intervención: desde ahí se erigirá como mujer en la frontera de la palabra social mujer, con la complejidad de ser “el «yo» pero también «lo otro»”.22 La divinización en masculino del objeto de deseo le permitió ejercer, invirtiéndola, la retórica modernista de la religión del arte: Eros será el objeto que dé la réplica a la Venus de Darío, y la poeta la que sufra la sed, el anhelo, la peregrinación y la caída. Si en “Orla rosa” aún están la mujerlirio y la utopía que guía toda iniciación, en Cantos de la mañana Agustini despeñará su yo poético por la femme fatal y el desengaño.
21. Si es plausible su lectura mística a la luz de San Juan de la Cruz (Margarita Rojas et alii, Las poetas del buen amor. La escritura transgresora de Sor Juana Inés de la Cruz, Delmira Agustini, Juana de Ibarbourou, Alfonsina Storni, Caracas: Monte Ávila, 1989, pp. 85-107) y de El cantar de los cantares (Manuel Alvar, La poesía de Delmira Agustini, Sevilla: Escuela de Estudios Hispanoamericanos, CSIC, 1958, pp. 64-66), también lo son las más recientes que ven en los versos la descripción literal de un coito y su celebración. 22. Girón de Alvarado, op. cit ., p. 113.
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Esta soy Hasta 1910, Agustini publicó en Bohemia y Apolo, viajó a Buenos Aires con sus padres y cuidó su noviazgo con Enrique Job Reyes. Desde su ventana contempló el n de la Torre de los Panoramas, la reclusión de Herrera y Reissig en el hermetismo y el esoterismo, el exilio diplomático de De las Carreras, y la disgregación de la cohorte decadente. La inicial euforia nisecular daba paso a un momento de criba, ahondamiento y per sonalización, y mucho de esto explica el segundo poemario de Agustini: más suyo, hondo y arriesgado, más trágico y decadente también. Motivos de Proteo (1909) de Rodó y Moral para intelectuales (1908) de Vaz Ferreira buscaban reconducir el espíritu novecentista a la construcción nacional y al orden social y educativo, y la soledad de Agustini, connada en casa, excluida de esas esferas y sin el paisaje de la bohemia febril que amortiguaba su heterodoxia interior, creció. Lo que siguió fue un ahondamiento poético en la sangre y lo negro, la aparición lírica de un ‘soy’ real –aquí y ahora– herido y confundido, contrapuesto al ‘soy’ ideal que había diseñado para sí y que su aquí (su sociedad) y ahora (su tiempo) criminalizaba y condenaba al extrañamiento. Cantos de la mañana, editado también por Bertani, es un poemario breve y descarnado. Más constreñido, obsesivo y oclusivo imaginísticamente, se aparta ya del todo del sujeto lírico femenino convencional. En él Agustini selló el signicado profundo de su Eros personal, entre místico, blasfemo y platónico, como vía de conciliación de contrarios (“Supremo idilio”); lo particularizó en un tú –un “otro”– que, más que realización, devuelve frustración, soledad e incomunicación; y analizó los estragos del fracaso de su sueño frente a la realidad: un ennui paralizante, mórbido y anulador, sangrientas y dolorosas heridas, más hambre y sed expresadas en su reconocible retórica del deseo (abrazos frustrados, bocas abiertas); y además, duda y culpa, y después, autodemonización (“El vampiro”, “Fue al pasar”). Si exteriormente acataba la moral burguesa, con la poesía combatía el claustrofóbico molde social y demostraba a la selecta hermandad modernista, cuya receptividad seguía anhelando, de qué era capaz: hondura intelectual, melancólica aristocracia espiritual, arrojo interior y virtuosismo formal. Todo, con un simbolismo visionario contundente, despojado y propio, y una original intuición rítmica.
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Unamuno notó el cambio: “Ha progresado Ud.; se ha librado de no poca retórica que hay en ese Libro blanco; del ropaje pasó a la encarnadura”.23 Pero esa encarnadura no es tan luminosa como anuncia la engañosa “mañana” del título: más bien se acerca al tenebrismo y lo lúgubre de Baudelaire o Edgar Allan Poe, referencias explícitas en el libro. 24 El sol que despierta a la poeta del (en)sueño es El sol negro de la melancolía (Julia Kristeva), la amarga vigilia que pone n al ideal. Esa vigilia frustrante remite a las limitaciones del ser humano ante sus sueños, pero también a la particular circunstancia de Agustini –la sociedad misógina y positivista– implícita en ese ‘tú’ ausente y frío con el que no logra comunicarse y constata una esencial incompatibilidad. La jovial amante que se entregaba con pasión a la ley conciliadora de Eros se vuelve “un personaje cruel y perverso”, “un ser deforme, monstruoso y anormal”:25 al bajar del sueño a la realidad, de la idea de Eros a su realización, el ‘otro’ es un espejo que le devuelve su extrañamiento en forma de duda y culpa. Varios sonetos –“El vampiro”, “La noche entró…”, “El nudo”, “Fue al pasar”, “Tú dormías…”– reproducen la situación, en la que no hay desamor sino algo más complejo y delmiriano: dolor (“Los sueños son tan quedos que una herida / sangrar se oiría” en “La noche entró…”) y terror (“Yo envolví en un gran gesto mi horror como en un velo” en “Fue al pasar”; “¡Ah! Tu cabeza me asustó” en “Tú dormías”). El otro es un extraño, la prueba de una escisión o desgarradura que impugna el poder unitivo, conciliador de Eros. En esos poemas triunfa la visión del otro sobre el yo. Asumiendo su culpa, Agustini se autodemoniza y lacera, interiorizando las ‘razones’ de la misoginia nisecular: el otro sufre, llora o enmudece por ella. El peso de la mirada censoria del otro está en “Al pasar”, donde el yo poético se ve como un monstruo en los ojos de aquel, y sobre todo en “El vampiro”, donde asume el arquetipo decadente, aunque lo cambia, pues “lo humaniza y desmitica”,26 sin que desaparezca la culpa: su ansia de unión hace daño, su sed es “maldita”. La duda nal es clara –¿quién soy? ¿por qué causo dolor?– y también la confesión implícita: el miedo al rechazo, el temor a ser un monstruo. Frente a la diabólica y gélida vampiro baudelaireana, la delmiriana sufre, ama, inquiere, es también víctima. Canibalismo, sado23. Agustini reprodujo la carta completa en los “Juicios críticos” de Los cálices vacíos. 24. Baudelaire está en “El vampiro” y en la dinámica visionaria de abismos y cimas, alas y barro, vida y muerte que vertebra el poemario. Poe, en lo mortuorio y fúnebre de algunos poemas de amor: en la voz del amado que “con un olor de muerte, / vino a aullarme al oído un triste «¡Nunca más!»” (“De «Elegías dulces»”); y en el poema sin título en el que reconoce solo poseer al amado –su cabeza, en realidad, como Salomé– soñando su muerte: “La intensa realidad de un sueño lúgubre / Puso en mis manos tu cabeza muerta”. 25. Girón de Alvarado, op. cit ., pp. 14-15. 26. Ibid , p. 143.
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masoquismo, sangre y llagas acompañan esta nueva factura del aegritudo amoris reactivada con los argumentos médicos del positivismo. Esta victoria de la visión social del amor (“especie obscura que come llagas y que bebe el llanto”) sobre el Eros personal (“or”) acaba en frustración, autocuestionamiento y melancolía. Otro rostro de la femme fatale en Cantos de la mañana es la equívoca Salomé de “Lo inefable”, donde dolor, heterodoxia y demonización social se extienden al culto de la Poesía. El poema lamenta, como tantos de Darío, el don de la conciencia (“Dichoso el árbol…”) y reconoce las limitaciones del poeta que intuye lo que no puede expresar, fracasa al encerrar la Poesía en el poema. La inefable Poesía es la verdad del poeta y su martirio, y la conciencia de su palabra insuciente, la traducción de su sitio entre lo eterno y el tiempo, la muerte y Dios. El nal es una cifra personal y femenina del evangelio modernista: su deseo soberbio de abrazar a Dios es la heroica transgresión del poeta moderno, condenada de antemano. Abrazo consciente y logradamente ambiguo que apunta en una doble dirección: la maldita que decapita a Dios usurpando su puesto, y la de una nueva, humanizada, invertida modulación de Salomé como tierna enamorada que yace con Él, abraza amorosamente su cabeza, y aguarda el fruto –el poema– de su noche de amor. Aunque en Cantos de la mañana domine la sangre de Ícaro contra el suelo (“Las alas”), también hay armación, restitución del héroe-poeta y reactivación de la fe. El acto de contrición empieza en “A una cruz. Ex voto”, donde la poeta reencuentra su fe en una cruz “a la orilla del pálido camino”, continúa en “La barca milagrosa” con la que reanuda el rumbo, y termina con “Supremo idilio” y “¡Vida!”. Si este último es una entrega absoluta al credo recuperado, a la verdadera Vida en la poesía frente a la muerte en la vigilia, “Supremo idilio” es una personalizada denición de Eros con resonancias místicas y bíblicas que empieza donde acababa “El Reino interior”: si Darío deja en suspenso el encuentro de las Virtudes con los Pecados, Agustini imagina después una declaración de amor entre las dos partes imposibles en el mítico balcón de Romeo y Julieta. Las vírgenes son “una gura blanca hasta la luz” que aguarda en lo alto, y los satanes, una gura tenebrosa en lo bajo. Ambos dialogan su amor innito y cósmico –amor contra el miedo, la convención que los separa y la razón que los enfrenta–, y evocan un simbólico acto sexual entre Carne y Alma, Vida y Muerte, Cielo y Averno, origen de esa “or augural de una estirpe suprema” en la que Agustini se fuerza a creer. Pero la fe en Eros no se mantiene. Vigilia y sueño, mañana y noche libran una batalla con omnipresente campo semántico: derrota, victoria,
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héroe, enemigo, conciliación, pérdida de fe, ímpetu, bandera. Para la batalla, tan nutrida de experiencias hermanas –desde Baudelaire al propio Darío–, Agustini se rodea de almas gemelas, paladines de la misma guerra, abriendo el libro con una apelación directa a Villaespesa, uno de los poetas que más entusiastamente la acogieron, y cerrándolo con las “Opiniones sobre la poetisa”, encabezadas por el mismo Villaespesa. Hasta qué punto se sentía parte de la hermandad modernista lo prueba su participación, en 1911, en una polémica literariamente intrascendente pero con valor simbólico: como Darío, Lugones, Herrera y Reissig, Vasseur o De las Carreras, Agustini quiso su polémica, otro gesto o prueba que la ponía al lado de los maestros. Comenzó con un artículo en el que Alejandro Sux lamentaba que la recepción montevideana de El libro blanco hubiera señalado deudas con Darío, Lugones y Amado Nervo, reivindicando su originalidad; y Agustini respondió en defensa de la crítica –“la crítica de mi país me ha mimado”– y tachando la observación de Sux de “monstruosa por lo injusta”.27 Lo interesante es que Agustini demuestra conocer, pues las cita, cada reseña sobre su obra y temer enemistarse con la crítica uruguaya, cuya defensa es un nuevo gesto de anxiety of authorship: en su réplica insistió en su el pertenencia a un grupo –“nuestro movimiento intelectual”–; en las numerosas ‘cartas de aceptación’ (los elogios de De las Carreras, Vaz Ferreira, Carlos Reyles, Montero Bustamante o Rodó) que la avalaban; y más importante: en que, en efecto, la suya era una obra con huellas de Darío, lo que, lejos de restarle méritos, acentuaba su unión con un modernismo que, en realidad, solo le había entreabierto su puerta. Aquí estoy El 28 de junio de 1912, Darío, de gira con Mundial , hizo escala en Montevideo. Visitó a Agustini en julio y del encuentro surgió una breve pero signicativa correspondencia. No le importó que el maestro estuviera viejo y cansado, porque buscaba en él una réplica magisterial, no sentimental, el abrazo sancionador del “padre, maestro máximo”, la entrada denitiva en la hermandad de la mano de su gura mayor: “si Darío es para el mundo el rey de los poetas, para mí es Dios en el Arte”.28 Las cartas muestran hasta qué punto la visita de Darío signicó para Agustini un antes y un después: una toma de distancia respecto a su des27. Silva reproduce todos los artículos de la polémica en op. cit., pp. 119-132. 28. Delmira Agustini, “Carta a Rubén Darío”, en Cartas de amor y otra correspondencia…, p. 68.
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fondamiento y la empuñadura del timón perdido para salir del fondo de la ciénaga. La autolectura y autorrecuperación que supuso Los cálices vacíos tal vez no habrían sido posibles sin el diálogo con el maestro que la ubicó en el ‘aquí’ desde el que se enuncia ese tercer poemario. La primera carta de Agustini, dice Mario Álvarez, rezuma “exhibicionismo” y “espíritu competitivo”,29 y efectivamente, la poeta presume de neurastenia (“no sé si su neurastenia ha alcanzado nunca el grado de la mía”); de la soledad con que afronta su locura (“no sé si usted ha mirado alguna vez la locura cara a cara y ha luchado con ella en la soledad angustiosa”); y de su necesidad de un alma gemela, “otro espíritu mártir del mismo martirio”. ‘Decadente’ dolor que conesa a Darío por tener “más esencia divina que todos los humanos”, suplicándole “una sola palabra paternal”. La respuesta de Darío, alejado ya de sus Raros, no se hizo esperar: “Tranquilidad, tranquilidad, recordar el principio de Marco Aurelio: «Ante todo, ninguna perturbación en ti». [...] Vivir, vivir sobre todo. Y tener la obligación de la alegría, del gozo bueno”. Añadió su opinión sobre Cantos de la mañana –“muy bellos”– y le pidió para el futuro “más sinceridad, más malgré tout ”. Al responder, una Agustini más humilde se puso en sus manos: “es que hoy soy otra, al menos quiero ser otra. Seré dúctil [...] escúlpame sonriendo”. Pudiera pensarse en una táctica o máscara para complacer a Darío, pero teniendo en cuenta la retrospección emprendida en Los cálices vacíos, no se debe descartar una sincera disposición a recomponer la derrotada voz poética de Cantos de la mañana. En su última carta, Darío terminó con un consejo en la línea de su carta anterior: “Siga el rumbo a que se siente llamada. Nunca se engañe a sí misma que es la peor de las culpas. [...]. Produzca. Aunque de lejos, intelectualmente la miro y admiro”.30 Es difícil saber si las cartas determinaron la estructura nal de Los cálices vacíos, pero el hecho es que Agustini convirtió su planicada reedición de Cantos de la mañana en una revisión más completa de sí misma y en la restitución del exultante origen de su propia vocación –vivo y gozoso antes de las heridas, la pérdida de las alas y el extrañamiento– depurado e individualizado. Sus nuevos poemas fueron menos derrotistas, entregados al poder de su ensueño y a la Vida vivida en la poesía frente a la cruel vigilia, abiertos a “la alegría y el gozo bueno”, más despojados y “más malgré tout ”. Como se adelantó, Los cálices vacíos tiene mucho de recapitulación, autobiografía y autorretrato. El poema en francés que lo prologa tras el “Pórtico” es una declaración de intenciones el al consejo de Darío, y cobra especial sentido si se enfrenta a la negrura de Cantos de la mañana: “Debout 29. Mario Álvarez, Delmira Agustini, Montevideo: Arca, 1979, p. 33. 30. El intercambio epistolar gura en Cartas de amor y otra correspondencia…, pp. 65-69.
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sur mon orgueil je veux montrer / l’envers de mon manteau endeuillé”, un revés oculto bajo el luto que dará “des lys blancs à mes roses de amme / et des bandeaux de calme à mon front délirant…”. Lo que esta maga hace surgir bajo el pañuelo negro mojado en llanto es otra vez el dios Eros, pero ahora en forma de noche hermosa –el espacio del ensueño y la poesía, l’envers de la vigilia– que tendrá “pour moi l’âme claire et le corps profond d’un magnique amant”. Atrás quedó el amado distante y culpabilizador, el Eros frustrado. “Dios ha muerto pero su lugar le ha sobrevivido”, dirá Jürgen Habermas para denir la modernidad, y eso son estos cálices vacíos: cálices recuperados que Agustini se dispone a llenar con un nuevo amante, una nueva y mejor encarnación de Eros que le dé la réplica en una retórica erótica, por n, triunfal. Conjurando a la noche (el sueño, la poesía) y sus poderes alquímicos, restituye su culto a Eros, a quien ofrenda el librotemplo, ahora con la disposición al gozo y la Vida sugerida por el maestro. Tal vez “Para tus manos”, publicado cuatro días después de la marcha de Darío, sea un reconocimiento a ese íntimo apretón de manos que la ayudó a recuperar las alas.31 Además del poema en francés y el depurado ofertorio, versión estilizada de “Supremo idilio” convertido en oración, Agustini aportó veinte poemas nuevos en tres secciones: “Los cálices vacíos”, “Lis púrpura” y “De fuego, de sangre y de sombra”. Desde ese presente se recorre después repasando los poemarios anteriores, identicando vértebra a vértebra la columna sobre la que ha ido erigiéndose desde que fue elegida por su vocación, desechando lo insustancial y lo ajeno, podando hojarasca, y reconociéndose tanto en el impulso con que levó el ancla ( El libro blanco) como en la turbia parálisis de fracaso y dolor que desordenó su ruta (Cantos de la mañana). Je nis par trouver sacré le desordre de mon esprit , había escrito Rimbaud, lo que se aviene al sentido o inteligibilidad, la narratio en denitiva, que Agustini inventa para su aventura interior: la correspondencia de su desorden con el orden sagrado del bifronte Eros, potencia unitiva, cifra de coincidencia oppositorum, uno de los nombres de la armonía. La sección “Los cálices vacíos” es la realización del propósito de enmienda. Empieza con un soberbio “Nocturno” en el que la poeta re31. El poema, publicado en La Razón (10/10/1912), parece evocar su partida: “hoy que tu nave peregrina cruza no sé qué mar al soplo del Acaso”, y constata un reconocimiento similar al que se deduce del intercambio epistolar (“Tú me llegaste de un país tan lejos / que a veces pienso si será soñado… / Venías a traerme mi destino, / tal vez desde el Olimpo en esas manos”), la recuperación de aquellas alas que, “embriagadas de pereza”, se hundieron en fango en Cantos de la mañana, una alabanza a las manos que “me alzaron como un lirio roto / de mi tristeza como de un pantano”, y un agradecimiento eterno: “Manos que sois de la Vida / manos que sois del Ensueño; / […] / Llevad a la fosa misma / un pétalo de mi cuerpo”.
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conquista su alcoba, esa gruta en la que fue maga y ejerció la alchimie du verbe. Mientras la noche solloza fuera, la poeta se cierra en su cuarto y crea la primera de varias noches de amor gozosas, victorias de Eros frente a la prosa del mundo, mágicas uniones que no solo estremecen por el goce carnal sino también, diría Darío, por “el euvio espiritual”. En esta noche, el yo es “Primavera” y el tú “Invierno”, y al nal, Eros se realiza “sobre mi lecho en blanco, tan blanco y vaporoso como or de inocencia, / como espuma de vicio”, explosionando en “un ramo de rosas y de lirios”. A esta primera realización plena del mito sucederán más: “Tu boca”, “¡Oh tú!” y “Día nuestro”. El último poema de la serie, sin embargo, el celebrado “Visión”, vuelve a rasgar el velo del sueño, y tal vez el porqué esté en la primera estrofa: ¿Acaso fue en un marco de ilusión, En el profundo espejo del deseo, O fue divina y simplemente en vida Que yo te vi velar mi sueño la otra noche?
Hasta “Visión” todos los poemas transcurren en “un marco de ilusión”, pero en este se abre la puerta a la vida –a la vida con minúsculas– e irrumpe un prometedor amado que nalmente impide el encuentro. Ahí está otra vez el ‘otro’ distante “como un hongo gigante, muerto y vivo”, y su mirada acusadora señalando en la mujer el estigma del pecado, el castigo y la culpa (la serpiente bíblica). Son extraordinarias las imágenes con las que Agustini congela el momento previo al encuentro esperado y frustrado, su absoluta entrega a un cuerpo cada vez más extraño que se inclina sobre ella “como un enfermo”, “como un creyente”, “como el gran sauce”, “como la torre de mármol del Orgullo, “como si fuera / Mi cuerpo la inicial de tu destino en la página oscura de mi lecho”, “como al milagro de una ventana abierta al más allá”, y que nalmente se echa atrás envuelto “en yo no sé qué pliegue inmenso de la sombra”. Emir Rodríguez Monegal sugirió que Manuel Ugarte fue el destinatario de estos poemas eróticos,32 pero la poesía delmiriana trasciende el dato biográco. No puede descartarse, con todo, que un hombre concreto –Ugarte seguramente– esté bajo los tres poemas de “Lis púrpura”, que remiten a escenas cotidianas de un amor oculto, los primeros, y a una sentida oración a Eros rogando la realización de ese amor, el último.
32. Sexo y poesía en el 900. Los extraños destinos de Roberto y Delmira, Montevideo: Alfa, 1969, p. 59.
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Pero es en “De fuego, de sangre y de sombra” donde están los mejores poemas, los más complejos, al reaparecer la reexión metaliteraria, el poema y la poeta como temas. Agustini comienza armando de nuevo el “amante ideal”, “vivo a fuerza de soñado” y, en consecuencia, la “Vida” frente a la vida, esto es, la poesía y el sueño frente a la vigilia (“El surtidor de oro”); y reconociendo su entrega a esta “rara ceguera luminosa” que “me borras el mundo” a la que pide que sea para siempre (“Ceguera”). Desde esa conciencia escribe “Fiera de amor”, que ejemplica las dudas y contradicciones de su resolución y su superación a través de la poesía. Esta era famélica ansiosa de Vida interpela al amante ideal y se pregunta hasta qué punto puede ser posible y saciante la unión. Frente a la mujer mortal, la estatua de emperador “con la frente en Mañana y la planta en Ayer” parece inalcanzable en su perennidad fuera del tiempo, pero el dariano “abrazo imposible” se hace posible en la última estrofa, armación de la realidad del sueño, exaltación de la Vida que transmuta y eterniza el poema. Si Darío se conformaba con contemplar la estatua de Venus en su jardín, imaginando en otras mujeres su carnalización, Agustini se diviniza en el poema eterno (“y desde entonces muerdo soñando”) devorando para siempre una presa que “no es ni carne ni mármol” sino una “sobrehumana pasión” que trasciende materia y tiempo. Como en “Lo inefable” se abraza a su dios, poseyéndolo a través de la misma imagen de canibalismo que soñó en “Tu boca”. Sus amantes no se besan, se alimentan el uno del otro, se muerden, mastican, tragan, convirtiéndose en mutuo nutriente unicador, armonizador. Es una vuelta de tuerca más, la última y más personal, al abrazo soñado de las vírgenes y satanes de “El Reino interior”: abrazo resuelto en la fusión indisoluble en un cuerpo único. Ese canibalismo no es ajeno a Darío: frente al imaginario del nicaragüense que hizo del cuerpo de la mujer oblea sagrada, manjar cósmico de comunicación con el mundo, Agustini diviniza al hombre para devorarlo ella, comunicarse ella pero con la armonía, lo eterno, el todo. Si como dice Paz, para Darío “el cuerpo de la mujer es el cuerpo del cosmos y amar es un acto de canibalismo sagrado. Pan sacramental, hostia terrestre: comer ese pan es apropiarse de la sustancia vital. Arcilla y ambrosía, la carne de la mujer, no su alma, es celeste”,33 para Agustini amar es cuestión de dos cuerpos carnales y celestes cuya unión solo contempla ya en el poema. No es este el único diálogo con Darío en Los cálices vacíos: hoy apenas se cuestiona la, sin embargo, discutible impugnación del magisterio dariano en “El cisne” y “Nocturno”. El primero se ha visto como una inversión del mito de Leda en clave sexual, pero esa lectura fue ya cuestionada por Sylvia 33. Cuadrivio, Barcelona: Seix Barral, 1991, p. 57.
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Molloy en un artículo imprescindible, dando inicio a otra interpretación que pone a discutir al cisne delmiriano con el dariano. Para Molloy, Agustini resemantiza el icono modernista partiendo forzosamente del precursor Darío, “usando su texto, no desechándolo, vaciando signos para cargarlos según otras pulsiones”. Molloy señala cómo Darío observa y transcribe, espía y celebra la escena clásica de Leda sin tocarla, aunque le dé valor simbólico personal, mientras Agustini “fabrica un ámbito personal” que es “fondo metonímico del yo”, se introduce en la escena y la vive desviándose de su interpretación canónica y haciendo que sea la mujer la que se vacíe en el cisne, creando y fecundando.34 Siguiendo a Molloy, Niall Binns ha insistido en la originalidad de la relectura de Agustini que, frente y contra Darío, habría feminizado el cisne, que acaba hinchado de sangre de la mujer, preñado de nuevas signicaciones: “blanca y agotada, tras la lucha apasionada y parricida con el símbolo de su precursor, al nal lo ha preñado con su sangre de poeta y mujer”.35 Algo parecido añade Aída Beaupied que interpreta el nal del poema como “una suerte de partogénesis que dramatiza la unión entre la voz lírica y su propio pensamiento”, provocando “el nacimiento de la poeta”: sangre, pérdida de virginidad y parto que remiten a un “rito de pasaje, en este caso el de la poeta consagrada como tal”, al nacimiento de una nueva poeta tras la aniquilación, por posesión, del padre (Darío).36 Pero queda un cabo suelto en esas lecturas: la Leda nal, que “de blanca” da miedo. Si el cisne se feminiza enrojeciéndose, Leda se masculiniza blanqueándose en un intercambio que remite de nuevo a la retórica de canibalismo y fusión. Indiscutiblemente Agustini corrige a Darío, lo relee y lo resemantiza humanizando al objeto poético Leda, pero más que impugnarlo lo enriquece, completa y sublima. Construye con el poema lo que Darío ni siquiera intuyó: una relación erótica en círculo, doble entrega y doble dación, un acto pleno, por n, de dos. Roja y blanca, la estirpe fecundada será el hijo del dios bifronte Eros, el fruto andrógino de esta coincidentia oppositorum. Más hermoso, enigmático y hermético, “Nocturno” retoma el motivo del cisne logrando su cifra perfecta y aportándole un sello extraordinariamente personal. Desde que Molloy sugirió leerlo como “respuesta violenta
34. “Dos lecturas del cisne: Rubén Darío y Delmira Agustini”, en Uruguay Cortazzo, ed., Delmira Agustini. Nuevas penetraciones críticas, Montevideo: Vintén, 1996, pp. 100-101. 35. Niall Binns: “Lecturas, malas lecturas y parodias: desplumando al cisne rubendariano (Enrique González Martínez, Delmira Agustini, Vicente Huidobro, Nicanor Parra)”, Anales de Literatura Hispanoamericana, nº 24, 1995, p. 170. 36. Aída Beaupied: “Otra lectura de «El cisne» de Delmira Agustini”, Letras Femeninas, vol. XXII, nº 1-2, 1996, p. 137.
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e iconoclasta a un maestro de cuya poesía se separaba”37 se ha insistido en esa dirección. Al abordar lo más complejo del poema, la identidad del “tú”, su propuesta es “adosar a este poema el soneto que cierra Prosas profanas” y considerar este diálogo intertextual el origen del contradiálogo de Agustini con un antiguo y desautorizado maestro. Jorge Luis Castillo identica el cisne con Agustini abandonando el lago modernista,38 y Binns interpreta los “sangrientos rastros” con una menstruación exhibida con desafío, un alarde de fertilidad que declara que “el cisne se ha hecho mujer” y remite “a la incursión violenta de la poeta en los terrenos masculinos de la poesía”.39 También Patrick O’Connell identica el lago con una tabula rasa en la que Agustini habría representado “el espacio blanco de la mujer” que ella comenzaba a llenar.40 Pero más interesante es la propuesta de Girón de Alvarado que, compartiendo la de Molloy, ve en “Nocturno” algo más: “El poema está también dirigido a la poesía misma, como receptor abstracto. Primero la hablante exalta la pureza, la limpidez y la grandeza de la poesía para después contrastarla con su propia naturaleza destructiva y sucia”.41 Encuentro difícil una lectura rotundamente antidariana del “Nocturno”: han de ser un homenaje, un guiño entre hermanos, esos “alabastros”/“astros” extraídos de “El Reino interior”. Ahora bien: esta poeta no es ya discípula ni hija, sino su propia dueña, su propio cisne. En medio de la noche, en la gruta mágica del cuarto en que sueña, escribe y vive, Agustini se desdobla como nunca. Con una invisibilidad inusual en ella, tan desmesurada, usa con sutileza su doble instancia poética –sujeto y objeto–, pero en un plano distinto. Bajo el hechizo de Narciso, se observa en el espejo del lago y pone a hablar a la poeta y a la mujer. El poema que es el alma es esa “tela de cristal y de calma tramada por las grandes arañas del desvelo”, la fragilísima y sagrada lámina que reeja, separa y une abismo y cima, fango y estrella, inerno y cielo, tiempo y eternidad, mujer y poeta. Las dos son Agustini, las dos se hablan y se miran: la mortal-errante-mártir que arrastra su herida y la poeta-héroe que remonta el vuelo y devuelve al lago-alma-poema la perfección inicial, la condición de puerta doble que se abre hacia arriba y hacia abajo. Esta poeta que escribe con la sangre y el dolor de la mujer no la abandona al tormento y al delirio, no renuncia a la alquimia-magia del verbo-vuelo. Es la realización perfecta del artista moderno, un Ícaro conde37. Art. cit., p. 104. 38. “Delmira Agustini o el modernismo subversivo”, Chasqui, vol. 27, nº 2, noviembre de 1998, p. 80. 39. Art. cit., p. 169. 40. Cfr. Patrick O’Connell: “Delmira Agustini, Rubén Darío y la tabula rasa”, Explicación de Textos Literarios, vol. 26, nº 1, p. 74. 41. Op. cit ., p. 194.
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nado que se eleva a pesar del fango sobre su aristocrática leyenda. La poesía cura a esta mujer herida porque desentierra un mundo, una Vida, un amante que complementa su hambre, su miedo, su soledad y su distinguida estirpe. Desaparecen la culpa y la mirada del otro, su monstruosa rareza encarcelada. Nada puede la envidia del vulgo (“¡Ave envidia!”) contra este albatros que transforma en alimento las burlas de los marineros, esta or que convierte el veneno ajeno en savia propia. Esta soy, aquí sigo, no estoy vencida.
Balance y restitución: centralidad y originalidad de Los cálices vacíos en el Modernismo hispánico ¿Qué cabe deducir de la poética y el autorretrato de Los cálices vacíos? La respuesta a esta pregunta ayuda a responder una segunda: ¿qué lugar ocupa –o debería ocupar– Los cálices vacíos en el modernismo hispánico? Segregado tanto por la crítica tradicional como por la feminista del núcleo del movimiento, es justo restituir su valor, su centralidad y, cómo no, su originalidad en un período de la literatura hispánica cuyo sentido se enriquece y completa con este espléndido libro.42 Agustini quiso ser poeta, pero no una poeta cualquiera sino una a la manera de Baudelaire o Darío, sus referentes explícitos. Pronto demostró ser, como ellos, analista de su interior en conicto con lo exterior, en tiem pos en los que lo interior como categoría del yo se ponía en cuestión y la crisis del cristianismo hacía de él un espacio nuevo, a descubrir y refundar ética y existencialmente. Olvidar esa dimensión de la poesía de Agustini y limitarla a un gesto de liberación sexual y respuesta contracanónica a Darío la empobrece. La suya fue la obra de una mujer que asumió una determinada concepción de la Poesía y el poeta en relación con su tiempo y su sociedad, y sufrió al ver que ser mujer le dicultaba ejercer ese ‘yo’ elegido. Cuando empezó a publicar, el evangelio modernista estaba tan consolidado en Montevideo como para que conociese el camino que quería recorrer: pocos entendieron tan profundamente lo que la hermandad dariana decía con la mayúscula de Poesía, y el papel heroico y mártir, aventurero y sacerdotal del poeta, un “raro” en tiempos de culto a la razón. Pocos manejaron con tanta soltura el metalenguaje modernista, su coherente (i)lógica, su codicación simbólica y su programática autojusticación. Y ninguno pudo entender como ella la situación doblemente crítica de un poeta el al nuevo credo cuando además era mujer. Teniendo en cuenta el papel objetual de la mujer en el modernismo, se entiende que Agustini sucumbiese al sopor del molde. 42. Me he detenido en esa doble segregación en el apartado “Cartografías delmirianas” de mi edición de Los cálices vacíos (pp. 37-74).
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Esa realidad complicó su vida porque no tuvo acceso al oasis cenacular en el que los modernistas paliaron su alienación, pero enriqueció el lenguaje modernista y singularizó el suyo al incorporar a la mujer a una enunciación vedada, sin renunciar al fondo trascendente que inspiró el movimiento, su inconformismo y su conciencia crítica. No solo cambia la poesía femenina tras Agustini: cambia en sí la poesía porque no será la misma la mujer en la obra literaria, ni los temas a ella asociados –amor y erotismo– que dejaron de ser sus únicos referentes. Sola en un mundo masculino –la sociedad montevideana, la fraternidad modernista–, Agustini sumó a la desolación del hombre moderno la de la mujer a la que el hombre moderno negó la capacidad y el derecho mismo a esa desolación. Escribir fue la cura del mal du siècle y, para Agustini, de esa otra herida por la que su poesía se desbarranca. Nada explica el n de siglo, dice Matei Calinescu, como el conicto entre la poética moderna y la irrupción de la historia.43 Es la matriz del dualismo esencial sobre el que Baudelaire construyó su dramática visión del poeta, entre le ciel profond y l’abîme, un dualismo con tres consecuencias en la poesía moderna: la dialéctica, la paradoja, la coincidentia oppositorum y el anhelo de conciliación o, usando la palabra de Paz, “completud”;44 la religión del arte como alternativa a la fórmula cristiana de lo trascendente; y la poesía como aventura espiritual terrenal (cuerpo) y celestial (alma) vivida entre la realidad y el deseo (“El Reino interior”). En esta aventura contra la historia y la razón el poeta es un hijo pródigo que no olvida su origen. Miedo y arrojo, vacío y plenitud, utopía y frustración jalonan su itinerario de elevaciones y caídas uctuando entre un yo real histórico y otro soñado que aspira a realizarse en el verso. Si lo reconocemos en Baudelaire y Darío, Rimbaud y Herrera y Reissig, Samain y Juan Ramón Jiménez, ¿por qué no en Agustini, en cuya poesía esas tres consecuencias están con lucidez y plenitud? También su yo poético –el real y el soñado– empieza en la casa burguesa, en la moderna civilización positivista y su culto a la razón y la historia, y en una insoportable insatisfacción. Si el hombre intuyó que la razón le amputaba una parte y que las ruinas del templo cristiano dejaban su alma a la intemperie, la mujer sumó a esa amputación y ese erial una norma sociomoral claustrofóbica. Cuando empezó a escribir, Agustini se sumó a la intuición primera, pasó a la certeza segunda y se chocó con una tercera: no tener sitio tampoco en el cenáculo y el lenguaje del modernismo. Aun así, realizó con sus “hermanos” a la distancia el protocolario trayecto como heroína y mártir, entregándose a las dos tentaciones que Paz coloca en los 43. Matei Calinescu, Cinco caras de la Modernidad , Madrid: Tecnos, 1991, p. 61. 44. Octavio Paz, Los hijos del limo, Barcelona: Seix Barral, 1986.
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extremos del péndulo de la poesía moderna: la religiosa y la revolucionaria.45 La primera culminó en el altar a Eros, con el que buscó, como Baudelaire con la Belleza o Darío con Psiquis, neutralizar dualismos y borrar la desgarradura: “Puente de luz, perfume y melodía, / Comunicando inerno y paraíso”. Pero fue la segunda la que llevó más lejos su poesía, porque el erial o la intemperie modernista no dejan de ser barbarie domesticada, sometida por sus sacerdotes a una inteligibilidad cifrada y compartida, transmutada en articio según la palabra de Baudelaire, cuyo culto se simultanea con el de la naturaleza. Cosicada como mujer en ambos ámbitos –el natural y el articial–, Agustini se enfrentó sola a su intemperie, por lo que su imaginario es más emocional, sensual e instintivo, bestializado, atenazado por jaulas de las que el articio modernista también fue responsable. Pero esa constatación no la convierte en desertora del modernismo, sino en su revulsivo: una limpieza que amplió las posibilidades del sujeto femenino y desestabilizó las representaciones artísticas de la mujer. Obedeciendo a la tradición simbolista, Agustini hizo de su poesía autoindagación y conocimiento, inspirada por el mismo hálito rebelde e idealista de sus correligionarios, la misma sed de trascendencia, aunque separada por una higiénica mampara de cristal. Por la codicación de la mujer como texto, escribir fue también leerse a sí misma desde la mirada ajena y desde la propia, y después, transcribir y/o corregir la(s) lectura(s). Se leyó sin miedo, entre la culpa y la soberbia, y realizó una transcripción consciente que, sin poderse desprender del todo de la mirada ajena, se proyectó a veces sobre el vacío al que va el cisne herido de “Nocturno”. Al nal, su poesía se ensimismó y enroscó, alejándose de la mirada ajena y sometiéndose a su propio escrutinio: casi no hay lugares o cosas en los últimos poemas de Agustini, tan visionarios. Si es, como dice David Zambrano, la más baudelaireana del modernismo hispánico, no es por sus vampiros sino porque “hace de su naturaleza, de su experiencia, del puro ujo de su yo, incondicionado, no restringido a experiencia concreta alguna, la trama de su verso”.46 El retrato nal es indiscutiblemente femenino pero también indiscutiblemente humano. Como la humanista, la tradición poética occidental se ha construido sobre la convención falaz de que “lo humano” es traslación universal del hombre. La tautología, con la coartada del lenguaje, no solo ha excluido de “lo humano” verdades femeninas imprescindibles, sino a la mujer de lo asociado a la poesía y al humanismo: excelsitud intelectual y moral, distinción espiritual, profundidad existencial. La furibunda melan45. Ibid, p. 62. 46. David Zambrano, “Presencia de Baudelaire en la poesía hispanoamericana”,Cuadernos Americanos, año XVII, vol. XCIX, nº 3, mayo-junio de 1958, p. 228.
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colía de Agustini es la vivencia consciente de esta exclusión y su frustrada insistencia en refutarla públicamente. Ya en los sesenta, Arturo Sergio Visca advirtió de los riesgos de la crítica sobre Agustini: desgajada de sus contextos (el histórico y el literario), se convertía en leyenda, previa literaturización de los hechos nales de su vida. La “circunstancia biográca”, alertaba, “sólo sirve para enturbiar el juicio crítico”,47 y lamentaba que se interpretase su erotismo como trasunto de su vida, y que ese erotismo extraordinario líricamente se simplicara y borrara una obra de mayor dimensión. Pero no solo ha proseguido esa descontextualización sino también la reducción de su poesía al erotismo y de este al sexo. Aunque el erotismo delmiriano sigue discutiéndose, parece haberse impuesto la tesis “revisionista” que deende que la poesía de Agustini es “política, ya que participa de la categoría de «literatura femenina», pero además –y principalmente– porque el núcleo temático de su obra es el sexo”.48 Pero esa interpretación se funda en un retrato vital de desinhibición sexual discutible y en esa descontextualización que borra el diálogo del erotismo delmiriano con el modernista y decadente.49 Aunque haya ansiedad de orgasmos, que casi nunca llegan, en algunos de sus poemas, demasiados escapan a esa lectura. Cabe recordar los versos de “El cisne” –“A veces ¡toda! soy alma; / y a veces ¡toda! soy cuerpo”– y su nal en el que Leda acaba inmaculadamente blanca, blancura para la que la misma Agustini exigió sitio en Los cálices vacíos. Rechazado por la crítica revisionista, el temprano juicio de Zum Felde merece una relectura porque si molesta cómo quita carne al deseo delmiriano, tiene razón cuando dice que “todos sus poemas están hechos de visiones extraordinarias y de gritos de angustia”, percibe en sus imágenes “un mundo sombrío y desolado” y la encuentra en el verso “en mi alcoba agrandada de soledad y miedo”;50 o cuando la calica de “introvertida fatal, pasional subjetiva, amante onírica”,51 descripción que, injusticadamente, se ha entendido incompatible con el feminismo. De hecho, si un estado domina la poesía de Agustini, dice Esther de Cáceres, es la soledad, 52 que convoca al metamórco tú de los poemas y la naturaleza alegórica de los espacios en que lo invoca, acaricia, muerde u observa (torres, alcobas, 47. “La poesía de Delmira Agustini”, Cuadernos de Literatura, nº 1, 1968, p. 2. 48. Uruguay Cortazzo, “Una hermenéutica machista: Delmira Agustini en la crítica de Alberto Zum Felde”, en Delmira Agustini. Nuevas penetraciones ..., pp. 48-9. 49. He discutido el retrato vital nal de Agustini en “Una triple profanación: la mujer”, en mi edición de Los cálices vacíos, pp. 22-30. 50. Crítica de la literatura uruguaya, Montevideo: Maximino García, 1921, p. 290. 51. Proceso intelectual del Uruguay. La generación del Novecientos, Montevideo: Ediciones del Nuevo Mundo, 1987, p. 259. 52. “Prólogo” a Delmira Agustini, Antología, Montevideo: Colección Clásicos Uruguayos, 1965, p. xviii.
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jardines, selvas), tan poco cotidianos, tan visionarios y transgurados. La soledad explica el hambre o la sed que no se sacia (el cáliz que no se llena) y la permanente herida (del cuerpo o del alma) que solo sana en contadas y espléndidas epifanías. Hambre y herida, espiritualismo y decadentismo: la famélica loba machadiana aullando de dolor en la tierra desnuda porque busca y no encuentra en el ocaso. Que la poesía de Agustini no deba leerse solo en términos de feminismo político no signica que no deba leerse en términos de feminismo. De hecho, la idea misma de poesía del modernismo, concebida contra la norma positivista y capitalista, la moral burguesa y la medida humana del cienticismo, es política. El idealismo, el individualismo y el subjetivismo modernistas supusieron un concepto de hombre nuevo y su ejercicio exigió una contranorma. Si en algunos como Agustini fue un ideal informe de ins piración nietzscheana (“nueva estirpe”, “inconmovible raza sobrehumana”), en otros tuvo concreciones políticas (el anarquismo de De las Carreras o Herrera y Reissig), educativas (el idealismo o el espiritualismo laico de Rodó), o una función en el discurso de identidad americana (Ugarte). Desde ese enfoque político, el logro de Agustini fue sumar a la mujer a ese otro modelo humano y al ejercicio libre, íntimo y público, de sus posibilidades. Si la poesía sirvió para expresar y crear ese otro yo indecible desde la lengua común y los discursos ociales, Agustini reclamó su huella en un proyecto que la excluyó. No sólo tuvo que hacer su revolución, como dice Ida Vitale, “con armas ajenas”, sino emprender la revolución dentro de la revolución. Solo reivindicar la poesía como profesión y ejercicio público fue un acto de feminismo al que se añadió otro: la alteración y ampliación por una vía inédita de ese producto cultural colectivo que es la tradición literaria. Este ejercitar “un ocio nuevo para ellas” le permitió plasmar poéticamente “una sensibilidad sin uso”, y aunque Vitale cree que no llegó hasta el nal en su trabajo con “fórmulas creadas por un estilo verbal masculino, por una cultura masculina” y eludió “inconscientemente el camino virgen que ella misma había descubierto”, la empresa continúa hoy.53 Por encima del esfuerzo monumental y del sacricio personal, algo garantiza el éxito político de la poesía de Agustini: su calidad, su verdad viva y su belleza profunda, el ser imprescindible e insustituible en la historia de la literatura. Aunque su familia poética fue la simbolista y decadente, aunque sus poemas dialogan con Darío, Baudelaire o D’Annunzio, logró su mundo propio, su tono, su intensidad y su mitología poética personal. A pesar del imaginario reiterativo, la de Agustini no es una poesía fácil: 53. Ida Vitale, “Los cien años de Delmira Agustini”, Vuelta, nº 2, setiembre de 1986, p. 64.
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es compleja emocionalmente, insatisfactoria intelectualmente, agonística verbalmente, tensionada por polaridades y dicotomías que se busca resolver. En la ortodoxia misma del simbolismo, su poesía es un mundo cifrado en el que la literalidad no basta y el símbolo hace de la realidad no un espejo sino un prisma. En ese horizonte, su militancia femenina no se desvanece, sino que se hace más profunda y se enriquece: una militancia de actos o gestos, pero también de emociones, reexiones, percepciones y sentimientos no considerados hasta entonces en una mujer.
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El peso del secreto en la correspondencia de Delmira Agustini Ana Inés Larre Borges1 Departamento de Investigaciones de la Biblioteca Nacional
En un ensayo pionero sobre la escritura epistolar Pedro Salinas piensa en la correspondencia como una comunicación “desvalida de todo concurso de nuestro ser carnal”, es decir, en una comunicación que es casi inmaterial y que toma la apariencia del “puro tráco de espíritu”. Recuerda, sin em bargo, un curioso experimento que presenció “en un museíto de provincia”, donde tomaron en una balanza de precisión el peso de un papel en blanco y contrapesaron en el otro platillo un papel idéntico en calidad y tamaño pero con algunos renglones manuscritos. En la levísima inclinación reconoció el peso perceptible de la comunicación escrita, y el tributo que el pensar humano paga a su etimología (Salinas, 1967: 50-51). A esa ínma materialidad quiero referirme en este trabajo y atender a lo que puede decirnos sobre Delmira y su época. La correspondencia de Delmira Agustini ha contribuido a crear el mito de su vida y de su muerte y alcanzado así una cierta fama.2 Hoy elijo leer esas mismas cartas pero no como un insumo de anécdotas o de evidencias en el juicio estelar del crimen que desde hace cien años ha 1. Es profesora, crítica y ensayista literaria. Es investigadora en el Departamento de Investigaciones de la Biblioteca Nacional de Uruguay (BNU) e integra el Sistema Nacional de Investigadores (Agencia Nacional de Investigación e Innovación). Desde 2010 dirige la Revista de la Biblioteca Nacional. Ha publicado artículos en revistas especializadas y dictado cursos y conferencias en el campo de la literatura uruguaya e hispanoamericana en Uruguay y en el extranjero con énfasis en la literatura de viajeros (Hudson, Burton, Darwin) y las ‘escrituras del yo’, diarios y literatura epistolar. Entre otros ha publicado: Cartas de amor y otra correspondencia íntima de Delmira Agustini (2005), Idea Vilariño: la vida escrita (2008) y Diario de juventud de Idea Vilariño (2013) en coedición con Alicia Torres. 2. Prueba curiosa de la difusión de sus cartas da la parodia que de sus cartitas aniñadas a Enrique Job Reyes hace Juan Carlos Onetti en una nota de los originales de Cuando ya no importe. Es además ejemplo, entre otros, de la conciencia del escritor sobre el signicado de los originales y su destino maniesto. Fue reproducida por Alma Bolón, aunque no relacionada con las cartas de Agustini, en “De puño y letra: algunas anotaciones sobre manuscritos y borradores de Onetti” en Lo que los archivos cuentan Nº 2, Montevideo, 2013, p. 275. Ver reproducción en Anexo 1.
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venido alimentando un expediente que parece sin solución de sentencia, sino atendiendo a la carta en tanto objeto y a la correspondencia en tanto práctica de escritura. Elijo no pensar las cartas como un género literario pero sí como una de las posibles formas adoptadas por las llamadas escrituras del yo junto a diarios y memorias con las que comparte varios rasgos y sostiene algunas diferencias.
Delmira Agustini tuvo una casilla de correos con el anagrama de su nombre donde recibía correspondencia secreta. (Colección D.A.D. 545).
En la caja 11 de la Colección Delmira Agustini del Archivo de la Biblioteca Nacional hay un sobre dirigido a Lía del Dream. El evidente anagrama del nombre de Delmira fue usado por la poeta para recibir correspondencia secreta en una casilla de correo o poste restante. El sobre testimonia su ingenio para eludir el control familiar de su correspondencia. Clara Silva, su mejor biógrafa, reparó en su uso de una casilla bajo nombre falso aunque leyó mal –Lía de Drealu descifró insucientemente (Silva, 1968: 80)– y su error involuntariamente excluye la dimensión de sueño del nombre elegido, su aptitud para signicar el anhelo maniesto de una existencia paralela. El uso de una casilla clandestina por parte de Delmira exacerba el secreto que anida en toda correspondencia. La carta se distingue como discurso que elige a su destinatario. La carta es entre dos, “el número de la perfecta intimidad, el más semejante al número del amor”, como también recordaba Salinas (36). Si el diario es la contraseña de los solitarios y el género de quienes conversan consigo mismos, la carta remeda el diálogo, aunque al tratarse de un diálogo diferido en el tiempo, ese discurso acabe ocupando una zona difusa que inadvertidamente tiende
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al ensimismamiento. La correspondencia, aunque sea “una conversación entre fantasmas”, como dijo famosamente Franz Kafka,3 preserva los gestos discursivos del diálogo: se dirige explícitamente a través del encabezamiento a otra persona y se pliega el y gramaticalmente a esa segunda persona. Por eso es posible sostener que la verdadera carta es la carta de amor (Violi, 1968: 98). Al elegir al otro, al raticar el compromiso con la rma, la carta es un discurso performático que, como el amor, exige ser correspondido. Emisor y destinatario se apartan de la sociedad para decirse entre sí. Los protocolos físicos de la correspondencia acompañan esa intimidad. El sobre protege el pudor de la carta, el lacre garantiza su inviolabilidad. Entre las tarjetas pintadas por Delmira hay una muy curiosa que representa tan solo el reverso de una carta con su lacre y por su simplicidad parece una pintura de vanguardia. La elección del motivo es signo del protagonismo que la carta tuvo en su vida y en su época.4
Tarjeta con lacre pintada por DA.
3. Escribe en carta a Milena: “En verdad es una relación con fantasmas, y no sólo con el fantasma del destinatario sino también con el propio fantasma del remitente, que crece entre las líneas de la carta que se escribe, y más aún en una serie de cartas, donde la una corrobora a la otra y puede referirse a ella como un testigo. ¡Cómo diablos pudo alguien tener la idea de que la gente se comunica entre sí mediante cartas!” (Kafka: 25). 4. En ocasión del centenario de su muerte, la BNU hizo un rescate de las pinturas y dibujos de Delmira Agustini entre las que se encuentra una serie de “tarjetas” pintadas por ella. Sus pinturas están ahora disponibles para descargar en el sitio web de la BNU (www.bibna.gub. uy).
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En una cultura epistolar como la del 900, la correspondencia fue además de comunicación, moda, y la tecnología del secreto produjo una parafernalia de tarjetas postales importadas, “papeles del Japón exquisitamente raros” (Silva, 1968: 136) y otras formas de la industria del gusto que acompañaron a la circulación de la correspondencia.
Un universo epistolar
Tarjetas postales del “Álbum” de Julieta de la Fuente de Herrera y Reissig.
Estas postales son parte del “Álbum” de Julieta de la Fuente, el amor persistente de Julio Herrera y Reissig. Los álbumes fueron parte de la etiqueta femenina en la sociedad patricia del 900. Eran por lo general propiedad de una dama donde se depositaban versos y estampas destinadas a celebrar sus dotes. Lógicamente representaron las formas más retardatarias de la femineidad y “una concepción de la poesía que es suntuosa, decorativa y colectiva” (Blixen, 2014: 115). El álbum de Julieta está constituido por la serie de postales con poemas a “Los ojos negros” escritos por Julio Herrera que le dedicó en un gesto asimilable al del novio que llena con su nombre el carnet de baile de su prometida. Hacia el nal, sin embargo, aparecen algunas tarjetas que fueron enviadas por otras jóvenes uruguayas pidiendo al poeta que les enviara una tarjeta para colocar en sus álbumes. Esa colección de rmas y de versos escenica la identidad que tuvieron en la sociedad del 900 la poesía, lo femenino y lo epistolar. Una asimilación peligrosa que al mismo tiempo que refrenda el lugar privilegiado acordado a la poesía, lo trivializa sometiéndola al intercambio convencional. Por eso tal vez, el álbum que perteneció a Delmira Agustini muestra solo unos pocos meses de uso entre nes de 1903 y principios de 1904. Blixen lo exhuma y concluye que es “evidente que el álbum como instrumento de subjetividad era ya, para ella, absolutamente inadecuado” (78). Como les ocurrió a otras mujeres poetas del n de siglo hispanoamericano, Delmira debió enfrentar una tradición
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masculina con el paradójico instrumental provisto por esa misma tradición. La crítica feminista se ha ocupado de estudiar esa “ansiedad de autoría” que tienen las escritoras dentro del orden patriarcal de la literatura (Gilbert y Gubar: 59). A partir de las imágenes, repertorio, lenguaje, formas y temas de la escuela modernista Delmira consiguió crear algo distinto, ensayando desvíos y cometiendo las necesarias rupturas para conseguir una expresión propia en un proceso que interrumpió la muerte. “Debió hacer su revolución con armas ajenas”, escribió Ida Vitale en ocasión del centenario de su nacimiento. Del mismo modo que se apropió indócilmente de la poética modernista, también usó los rituales y prácticas sociales disponibles para crear grietas en el sofocante ambiente nisecular. La publicación en revistas, las dedicatorias, las fotografías para las que posó, pero fundamentalmente, la correspondencia, fueron parte de su apropiación de mecanismos a su alcance que ella usó como formas de tecnologías del yo para crearse a sí misma (Foucault, 1996: 11). El universo epistolar del 900 que habitó Delmira Agustini es heredero de la consagración de la carta postal que nace en el XVII europeo. Aunque antiguas en su invención, las cartas como discurso de la intimidad se ex pandieron en ese siglo. Las escenas epistolares que registraron los pintores de la escuela holandesa como Gerard ter Borch, Gabriel Metsu, Frans van Mieris, Pieter de Hooch y las memorables y más difundidas pinturas de Vermeer ilustran una práctica que se popularizó primero en la precozmente letrada sociedad holandesa. El culto a la correspondencia aparece en esa iconografía unido al universo femenino y al imperio de los sentimientos. Casi todas las cartas que las guras representadas escriben o leen son cartas de amor. Proclaman serlo, aunque el contenido de esas cartas permanezca opaco a nuestra mirada. Una de las imágenes socorridas de la pintura epistolar amenca fue la escena epistolar con dama y criada. La complicidad de la servidumbre en el trasiego de las cartas fue aprovechada por los artistas que jugaron con la capacidad de fábula que producía la inclusión de otro personaje y los contrastes provistos por las dos guras y sus situaciones. Por la misma época pero en versión literaria e hispánica, Cervantes hizo uso de Sancho como impar intermediario epistolar entre Don Quijote y Dulcinea. Esta extendida genealogía sirve para detectar algunas particularidades en la práctica epistolar de Delmira Agustini. No ha quedado ningún rastro de la existencia de alguna persona de servicio que hubiese podido intermediar en el tráco de sus cartas, lo que hace honor a las declaraciones de María Murfeldt de que ella se encargó personalmente de la educación de la hija y conrma un control inexpugnable. En las cartas formales que intercambió Delmira es asiduo el registro de la presencia materna. La madre es saludada por los interlocutores de la hija que también insiste en nombrarla casi a cada
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paso. Esa sobreexposición materna encuentra su contraparte en un emergente “arte del disimulo” y en un secreto amparado por la correspondencia.
Un secreto epistolar Las cartas intercambiadas con Enrique Job Reyes durante el largo noviazgo muestran, como es sabido, etapas diferentes. En la primera correspondencia, que se inicia con motivo de un viaje de los Agustini a Buenos Aires en 1908, las alusiones a la madre revelan la buena relación que imperaba todavía con el futuro yerno; no obstante, ya el tema del secreto comparece. En la misma carta en que le transmite las bromas de “mamá nuestra” porque él “no quiere ser argentino” –María Murfeldt lo era– Delmira advierte: no se extrañe si le escribo poquito. Recibí su cartita y el telegrama. Gracias. En cuanto a las gracias que Ud. me da por el regalo: Ud. las merece… Cuánto cumplimiento, eh? Ud. ya sabe que si no le escribo más es… etc. etc”.
Y suma una posdata: (Como el sobre es muy transparente no te escribo más como te había prometido…).
Carta a Reyes, Colección D.A.D. 339.
Las prevenciones se agudizan en otra serie de cartas que a partir de una cita de una carta de Delmira, Arturo Sergio Visca agrupó bajo el nom bre de “Correspondencia secreta” en la edición de 1978. En ese apartado están las famosas cartitas escritas en media lengua que tanto espantaron a
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la cejijunta generación del 45 y que Visca interpreta como un deliberado enmascaramiento para sortear el control familiar y social (16). “Por favor, no vuelvas a la imprudencia del sobre… para mí es un placer pero es un peligro enorme. Sobre todo no aludas, para nada, a mi correspondencia secreta…”, alerta Delmira a su novio. Incluso le da instrucciones de comunicación cifrada: “Para que yo me dé cuenta de que has recibido ésta pon como seña una admiración después de tu rma. (No se me ocurre nada más ingenioso en este momento de prisa)”. Y en otra: “A veces cuando pienso si llegaran a descubrirme. No puedo decir más ¡Peligro!”. No es fácil calibrar cuál fue la situación capaz de justicar estos temores. Faltan las cartas de él que podrían iluminar la escena.5
Papel celeste. Colección D.A.D. 48 (Peligro! ).
Idea Vilariño desde el prólogo a las Cartas de amor registra estas alarmas pero sospecha de la veracidad de Delmira: “Yo no le creo siempre a Delmira, puede estar dramatizando”. Precisamente, cabría matizar, dra5. Es muy probable que la madre haya destruido las cartas de Reyes tal como tijereteó las fotos de la boda amputando a todos los integrantes de la familia del novio. (Ver Cartas de amor : pliego central). Irónicamente, solo se salvó una postal enviada desde Florida y fechada en 1908, que parece concebida deliberadamente para ridiculizarlo. Dice: “Hacia ti Nena encantadora / Va mi alma que te adora. Mañana de vuelta. Espera verla de noche” (Agustini, 2005: 19). Y, en contraste, las amenazadoras cartas de después del divorcio que no se conservan más que como versiones copiadas de originales perdidos o publicadas en los periódicos después de la tragedia. La más importante, “Hasta mis oídos ha llegado…”, es la transcripta por Clara Silva y reproducida también en Agustini, 2005: 44-46.
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matizando un amor que necesita una cuota de drama. Delmira practicó el secreto de la correspondencia también como un ingrediente para el amor. El intercambio epistolar con Reyes no es vano por el ridículo de la media lengua sino por la inanidad de la comunicación. Vilariño diagnostica adecuadamente a estas cartas que “son las más, pero dicen poco, a menudo, nada: seguridades, reproches, mensajes insignicantes” (6). La fatigada lectura de esas cartas muestra sucesivos intentos por parte de Delmira, que busca ganar un poco de emoción mediante el humor o pequeñas propuestas de transgresión a lo prohibido. No se equivoca Idea cuando descree de que Delmira pudiese sentirse aterrorizada ante su madre, pero erra el destinatario de sus ngimientos. Fue ante sí misma y ante su novio que ngió peligros que pudiesen dotar a su amor de alguna intensidad o aventura. Toda correspondencia compromete el secreto, pero alguna necesita de la clandestinidad. En los meses que transcurren entre el divorcio y la muerte de Delmira Agustini, una correspondencia bastante nutrida con distintos corresponsales masculinos exhibe variadas estrategias de ocultamiento. Entre otros, vuelve a escribirse con Enrique Job Reyes, su exmarido. Clara Silva anota un “detalle extravagante” al consignar que las esquelas que intercambió con él iban dentro de unos tubos de vidrio que “no se han conservado” (74). Isidro Mas de Ayala, una tardía relación sentimental de Delmira según sus biógrafos, escribe en el encabezamiento de su carta: “Mi chiquita grande: // Aunque sin estar autorizado para ello, te envío estas líneas…” (Agustini, 2005: 86). Alguien que rma Edipo y que le propone a Delmira un encuentro “en cuerpo y alma” anota después de la rma esta instrucción: “Nota: Prepare aunque sea una esquelita, la recibiré yo en el momento en que Ud. entre a su casa. Indíqueme dónde nos veremos” (87-88). Nótese cómo la letra se encoge en la posdata, empequeñeciéndose para no ser descubierta.
El uso de un seudónimo y las instrucciones en el arte del disimulo como estrategias de amores tan clandestinos como la correspondencia. Colección. D.A.D. 538.
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Manino o El intruso epistolar Entre toda esta correspondencia secreta el caso más notable es, tal vez por la especicidad epistolar de sus consecuencias, el intercambio que Delmira sostuvo con quien desde Buenos Aires rma Manino. El 26 de diciem bre de 1913, la revista Fray Mocho publica el poema “Serpentina” de Delmira Agustini: El ilustrador Friedrich que ilustra varios otros artículos y poemas de este número de la revista tomó evidente nota del subido tono erótico del poema. Unas “Serpentina”, publicado en Fray Mocho, páginas antes, “Rojo Montevideo, 26.12.1913. y azul”, poema de Manuel Ugarte que celebra a una andaluza, es ilustrado con un retrato de mujer agradable y convencional, con ores en el pelo y mantilla sobre los hombros. La modelo de “Serpentina”, presumiblemente desnuda, abrazada a la serpiente, mira al lector, y también lo hace la serpiente. Los odios –hay otras dos serpientes de perl escoltando el poema– muestran su lengua bída. “Serpentina” integra la última producción poética de Agustini, que incursiona en un erotismo más tenebroso y audaz. Delmira se apropia de la simbología tradicional; aquí recurre a la serpiente bíblica que subvierte al identicarse con ella y adoptar en consecuencia un rol activo y una subjetivación genéricamente transgresora. El yo lírico femenino asume en el poema una actitud poderosa y fálica que, sin embargo, se niega a la disociación de carne y mente:
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En mis sueños de amor, yo soy serpiente! Gliso y ondulo como una corriente; Dos píldoras de insomnio y de hipnotismo son mis ojos; la punta del encanto es mi lengua… y atraigo como el llanto! Soy un pomo de abismo. Mi cuerpo es una cinta de delicia. Glisa y ondula como una caricia Y en mis sueños te odio, ¡soy serpiente! Mi lengua es una venenosa fuente; Mi testa es la luzbélica diadema Haz de la muerte, en un fatal soslayo Son mis pupilas; y mi cuerpo en gema es la vaina del rayo! Si así sueño mi carne, así es mi mente: Un cuerpo largo, largo de serpiente. Vibrando eterna, voluptuosamente!
Si la poesía de Agustini pudo ser considerada por Emir Rodríguez Monegal “la primera manifestación de la sexualidad poética femenina en América Latina”, “Serpentina” llegó a ser denido como “pornografía inocente” (Colombi, 1999: 11). Una “pornografía” que no solo fue comprendida por el ilustrador sino por al menos un lector que se sintió impulsado a tomar contacto con la autora. Hay que notar que no era inhabitual recibir cartas en respuesta a poemas y que en la correspondencia conservada hay varias cartas dirigidas a Delmira que agradecen y elogian poemas que fueron publicados en revistas. Con remitente del Boxing Club, calle Santa Fe 1140, Buenos Aires, Delmira recibe un soneto bien medido y lujurioso en “Respuesta al soneto aparecido en Fray Mocho – “Serpentina”.
En “Respuesta al soneto aparecido en Fray Mocho, “Serpentina”, Delmira recibe este soneto lujurioso (Colección D.A.D. 540-2).
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A Delmira Agustini Quiero ser tu faquir, glauca serpiente el faquir que te esconda entre su pecho. Quiero ser arenal de blando lecho donde glise y ondule tu corriente. Quiero ser el escudo en que silente El dardo de tu lengua sea un estrecho aguijón, que se abata en el deshecho espasmo loco de tu cuerpo ardiente. quiero ser el profeta visionario de tu carne ritual en que palpita el ritmo del placer y de la vida; quiero ser en tu carne enardecida ociante de aquel devocionario
en que tu alma sedienta se ejercita.
Lo rma Manino y lo fecha enero de 1914. Y aquí sucede un fatal y divertido equívoco. Delmira cree que es Manuel Ugarte quien le ha enviado el poema. Varias razones propician su equivocación aunque la principal esté en el deseo evidente de que fuese él.6 Pero además, la carta venía desde Buenos Aires, la rma decía “Manino”, un posible apelativo de Manuel, y ambos usan una tinta negra y un tipo de papel similar, y sus caligrafías no son tan diferentes:
Enviadas ambas desde Buenos Aires, una caligrafía parecida, el mismo tipo de tinta negra, la cercanía de un nombre y el deseo de Delmira crearon una confusión fatal (Colección D.A.D. 471 y 540-2).
6. Prueba del deseo y la predisposición de Delmira puede observarse en el registro de su ansiedad por saber de Ugarte en borrador de respuesta a una carta a Salvadora Medina que exhumamos en Anexo 2.
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Tal vez puestas una al lado de la otra las cartas evidencien sus diferencias formales, pero la confusión se explica por varios motivos: la distancia que media entre las correspondencias –la última carta de Ugarte debió de haberla recibido Delmira meses antes de este incidente–, el tiempo emocionalmente alterado del divorcio y el ya dicho anhelo de Delmira por ser correspondida por Ugarte. Además, el detalle de que Ugarte rmase con solo una inicial, la “M” de su nombre. La comedia de enredos que se suscitó fue un hallazgo de la profesora Rosario Peyrou, que generosamente me autorizó a darlo a conocer en mi edición de Cartas de amor y otra correspondencia íntima de 2005.7 Creo interesante mostrar el caso por medio de los manuscritos originales, especialmente porque en el transcurso de la investigación se sumó otro descubrimiento que aporta al estudio genético de la poesía y resulta también sentimentalmente pertinente. Al recibir el soneto de Manino, Delmira, confundida, responde creyendo que es Ugarte. En carta fechada el 16 de febrero, la respuesta de Manino es terminante y nos deja imaginar la desazón de Delmira: Delmira, yo no soy otro que Manino… y no por olvidar pasados, ni recuerdos, juro que jamás fui más que Manino… No hay dos personalidades… soy yo que si no he tenido la dicha de conocerla me he atrevido a dedicarle un soneto que escribí ebrio de placer inspirado en el fuego de sus poesías!! Soy un desconocido para Ud., pero seguro que nuestras almas vibran a unísono.
Y al despedirse aclara: Como indudablemente su otra carta no ha de llegar a mi poder por las razones que Ud. me da, le pido sea tan buena y me dirija otra al “Círculo de armas”. (Agustini, 2005:81-82)
Esa “otra carta” es la que, para su bochorno, Delmira envió a Ugarte como veremos enseguida, pero vale anotar que Manino y Delmira continuaron escribiéndose. No tenemos las cartas de ella, las de él juegan fuerte al erotismo epistolar. Se conservan tres cartas posteriores, la última fechada el 8 de marzo de 1914. Manino conesa junto a su admiración sus “frenéticas pasiones tropicales”, recuerda haber visto la fotografía de ella junto a la de Rubén Darío publicada en Fray Mocho, encabeza una de sus cartas con un “Hermosa serpiente” y otra, “Serpentina”; promete goces y anuncia, si ella acepta, una visita (Agustini, 2005: 77-85).
7. Ni Clara Silva en su completo estudio, aunque dedica varias páginas al incidente (76-82), ni Visca en la edición de Correspondencia íntima de Delmira Agustini advirtieron la confusión.
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Carta de Manino a Delmira (Colección D.A.D. 541).
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Manuel Ugarte dibujado por Delmira.
El 9 de marzo es Ugarte quien responde a esa “otra carta”, que ella envió después de recibir el soneto, una carta que no conocemos pero que por la reacción de él imaginamos rendida y casi seguramente voluptuosa. Desde Mar del Plata, Ugarte rectica: […] tomo la pluma para decirle que ignoro cuál es el soneto a que Ud. se reere, que no sé una palabra del asunto, pero que bendigo al anónimo que nos pone en corres pondencia otra vez.
También se anima a avanzar en la sensualidad: Será vanidad o misterioso presentimiento, pero siempre he pensado que la serpiente ondularía mejor si yo la acariciara. No sea orgullosa y estrechemos otra vez las manos fuertemente y déjeme que me acerque bien a Ud., que la haga crujir apretándola contra mi cuerpo y que ponga al n en su boca, largo, culpable, inextinguible, el primer beso que siempre nos hemos ofrecido. M.
Detalle de carta de Ugarte a Delmira, 9 de marzo de 1914 (Colección D.A.D.).
Una segunda carta donde indica que ya recibió dos de Delmira, seguramente ansiosa de haber dado un paso en falso, y vuelve a prometer besarla.
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Nueva carta de Ugarte (Colección D.A.D. 422).
Para decir lo que ahora siento coneso que no sé escribir. Si yo estuviera ahora con Ud., allá en el comedor de su casa aprovecharía una breve ausencia de alguien a quien los dos queremos mucho y diría todo lo que siento, sin escribirlo, sin hablar, con el silencio oprimido de un beso largo, interminable. M
Las cartas siempre están hablando de sí mismas, no es raro que cuando la correspondencia se torna más íntima, Ugarte mente el secreto y recuerde la sombra del control materno. También tematiza la imposibilidad de las cartas para consumar el amor, paralelo a su paradójica capacidad de nom brarlo, de “decir el deseo” (Violi, 1987: 34). Por eso resulta natural que este intercambio propicie otro poema íntimo de Delmira, respuesta escritural a los besos no menos simbólicos de Ugarte. “Para una boca” fue enviado en respuesta a los besos epistolares de Ugarte acompañado de una breve carta en la que conesa su vergüenza por el equívoco. Teme que él pudiera “hasta sospecharme una segunda intención a mí que, desgraciadamente tal vez, no he sabido nunca tenerlas”. La carta es, sin embargo, ambigua, o, más exactamente, alterna lo que considera adecuado confesar con lo que de verdad siente. Exhibe esa inestabilidad de sentido que hace al encanto y paradójicamente a la sinceridad de las más antológicas cartas de Delmira: Yo le juro por la vida de mamá que mi sueño supremo ha sido tener una sola hora nuestra en la vida y que no me olvidara Ud. del todo al alejarse acaso para siempre. Y crea que esa hora, que yo no sé cómo pagaría, es el alma quien más la pide. Mi carta anterior, demasiado precipitada para no ser confusa habrá contribuido a vigorizar sus sospechas. Eso me aterra. Le ruego me escriba una línea en cuanto reciba esta para calmarme sabiendo que todavía me estima. (Col. D.A: 421).
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Historia de un poema
“Para una boca”, poema que Delmira envía a Ugarte (Colección D.A.D. 423).
“Para una boca” es una versión primaria del poema “Boca a boca” que fue publicado póstumamente en La Razón de Montevideo el 12 de mayo de 1924, en ocasión del anuncio de la edición de las Obras completas, donde quedó integrado a El rosario de Eros (Agustini, 1924: 42-43). Resulta valioso conocer la circunstancia en que se originó uno de los poemas últimos de Delmira y uno que marca una modulación nueva, la de un erotismo som brío impregnado de una pulsión de muerte. Este poema dialoga con toda la urdimbre simbólica que teje su poesía y nombra el deseo de muerte de una manera que acabó siendo atrozmente premonitoria. Los cambios advertidos entre las dos versiones tienen un interés genético, especialmente porque parece no existir ningún otro original ológrafo de este poema,8 pero señalan además los contactos y divergencias entre el discurso epistolar y el poético. 8. Los editores de Delmira no han consignado esta versión del poema “Boca a boca”. Existe copia manuscrita hecha por el padre, Santiago Agustini, en la página 11 del Cuaderno 7 de manuscritos, que no tiene variantes respecto al publicado. De puño y letra de Delmira solo se conservó la última estrofa de “Boca a boca” escrita aisladamente en las “hojas sueltas” de su Colección.
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Para una boca…
Boca a boca
Copa de encanto y miedo en la que sueño 9 Beber el cielo o el inerno un día ;
Surco de fuego donde logra Ensueño Una semilla de melancolía.
Copa de vida donde quiero y sueño Beber la muerte con fruición sombría, Surco de fuego donde logra Ensueño Fuertes semillas de melancolía.
Boca que besas a distancia y llamas En silencio; pastilla de locura Color de sed y húmeda de llamas Verja de abismos es tu dentadura!
Boca que besas a distancia y llamas En silencio, pastilla de locura Color de sed y húmeda de llamas... ¡Verja de abismos es tu dentadura!
Sexo de un alma triste de gloriosa. Puñal de llama en vaina de embeleso Me come en sueños como un cáncer rosa!
Sexo de un alma triste de gloriosa, El placer unges de dolor; tu beso, Puñal de fuego en vaina de embeleso, Me come en sueños como un cáncer rosa...
Joya de sangre y luna; vaso lleno De rosas de silencio y de armonía, Nectario de su miel y su veneno… Vampiro vuelto mariposa al día.
Joya de sangre y luna, vaso pleno De rosas de silencio y de armonía, Nectario de su miel y su veneno, Vampiro vuelto mariposa al día.
Tijera de Placer para los lirios;
Tijera ardiente de glaciales lirios. Panal de besos, ánfora viviente Donde brindan delicias y delirios Fresas de aurora en vino de Poniente...
Ha de saber a más allá tu beso
Panal de besos, ánfora viviente Donde perfuma un lánguido delirio.
Fresas de aurora en vino de poniente… Estuche de encendidos terciopelos En que su voz es fúlgida presea;
Estuche de encendidos terciopelos En que su voz es fúlgida presea, Alas del verbo amenazando vuelos,
Alas del deseo amenazando vuelos Y cáliz donde el corazón amea;
Cáliz en donde el corazón amea.
Pico rojo del buitre del deseo Que hubiste sangre y alma entre mi boca, De tu largo y sonante picoteo Brotó una llaga como or de roca.
Inaccesible... Si otra vez mi vida Cruzas, dando a la tierra removida Siembra de oro tu verso fecundo, Tú curarás la misteriosa herida: Lirio de muerte, cóndor de vida. ¡Flor de tu beso que perfuma al mundo!
Si otra vez, hacia el sol, cruzas mi vida Llamando a incendio con tañidos de oro, Cura en mis labios la tremenda herida Que nadie cierra… bésame, lo imploro!
9. Para facilitar la percepción de las variantes van en cursiva en la primera versión.
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Sería ingenuo dar por sentado que Delmira escribió el poema para res ponder a Ugarte, aunque tampoco imposible. El poema enviado parece una versión primera que el publicado reelabora, pero también es posible creer que fue adaptado (de otra versión anterior que no tenemos) para su envío como carta. Hay trazas que inducen a pensarlo. El título “Para una boca” tiene clara voluntad de ofrenda, pero es especialmente la variante en el último verso la que revela su adecuación epistolar. Allí donde el poema publicado dice: ¡Flor de tu beso que perfuma al mundo!
El que envió a Ugarte dice: bésame lo imploro!
Es un verso indigno de Agustini que agrantemente sacrica la excelencia estética pero que cumple con ecacia la comunicación: Delmira ansía ser besada por Ugarte, aceptar su oferta. En las dos versiones hay una marca de la circunstancia vital por la que transitaba la relación entre Ugarte y Delmira que precisamente versa sobre esa oferta y sobre la que han insistido sus biógrafos: por qué no vino él a buscarla, por qué no cruzó el río. El velado reproche queda dicho en el poema a esa “boca que besas a distancia y llamas en silencio”. Al mismo tiempo, existe entre ambos poemas una diferencia destacable que también llama a la interpretación. Falta en el poema-carta la penúltima estrofa. Precisamente la que se atreve con las imágenes sexualmente más audaces: Pico rojo del buitre del deseo Que hubiste sangre y alma entre mi boca, De tu largo y sonante picoteo Brotó una llaga como or de roca.
No disponemos de documentos que permitan discernir si Delmira agregó estos versos con posterioridad al envío o si censuró la estrofa en el momento de enviar su poema a Ugarte. El poema publicado es, por la inclusión de esa estrofa, radicalmente más audaz en su enunciación del deseo y está emparentado con “Serpentina” en su articulación de metáforas “casi pornográcas”10 y en el recurso de la animalización como acentuación de la carga erótica. La acción violenta del pico ensangrentado comparte con otros poemas evidentes connotaciones fálicas y cierto sadismo consentido o ejercido por la voz poética que estalla osada en la última poesía de Agustini. 10. Hay una opinión de Borges que ha circulado como anécdota pero que descubre el juego que jugó Delmira para cumplir su audacia y explica además la perturbación que provocaron sus versos, incluso en Borges. Según testimonio de Abel Posse, en Venecia, frente al atardecer y ante descripciones que querían hacerle ver lo que sus ojos ya casi no veían, Borges recordó el verso “tu llave de oro cantó en mi cerradura” de “El intruso” (Agustini, 2009: 122) y comentó: “si no fuese porque recordó el dorado de la llave, sería algo grosero”. Posse, Abel: “Carpentier y Borges, dos maestros en Venecia”, La Nación, Buenos Aires, 14/08/1988.
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Creo interesante observar que la mayor intimidad se da en el poema y no en la carta, a pesar de la virtual exposición pública del primero frente a los recaudos del secreto epistolar. En los poetas más audaces –es claro el ejemplo de Idea Vilariño– esa regla siempre se cumple. Al mismo tiempo, el uso epistolar que hizo Delmira de este poema delata una analogía profunda entre poesía y correspondencia.11 En el caso de Delmira, esa identidad radica en el peso del secreto. Su poesía nal es una poesía en evolución hacia el hermetismo. Em peñada en decir lo inefable, transita la oscuridad, escribe de lo que no sabe. Se pliega –señala Bruña junto a Brodel y Gadamer– a una “escritura del secreto” (Bruña, 2005: 215). Todo secreto, es sabido, necesita de dos, y por eso cartas y poemas de amor se confunden. El secreto habita en la etimología de la escritura epistolar y de quienes la ejercen.12 El secreto se dene en relación con el otro, necesita del marco dialógico pero no aspira a la réplica. Dice Delmira a Darío: “No me conteste a esta carta. Va en el más riguroso secreto de confesión”, pero le ruega, en cambio, que un buen día le escriba “aunque sea una línea por cuenta propia” (Agustini, 2005: 68). También cuando le envía “Para una boca” pide a Ugarte que “ignore haber recibido” el poema:
“Son mis últimos versos, Ugarte. Le ruego, no sé por qué que al responderme ignore el haberlos recibido”. Mensaje escrito transversalmente al poema “Para una boca” Colección D.A.D. 423).
El entendimiento, ¿el amor?, no puede ser una negociación ni ser argumentado. Debe actuar, como la poesía, por revelación. El gesto epistolar que imita los gestos del amor está en enviar un secreto que aspira a ser descifrado y a mantenerse, sin embargo, oculto.
11. Es más claro aún en Vilariño que recurre a las cartas como “forma” del poema y aún las titula como tales. 12. De secretum deriva secretario en sus tres acepciones de persona que escribe cartas para otro, mueble donde se escriben y el manual que enseña a hacerlo. Todas mantienen la vigencia de lo reservado, cuidadosamente callado, es decir, del secreto que hace a la matriz epistolar (Bouvet: 129 y ss).
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BIBLIOGRAFÍA Delmira, Obras completas (dos tomos) “El rosario de Eros” y “Los astros del abismo”, Montevideo: Maximino García, 1924. _______________, Cartas de amor y otra correspondencia íntima , Prólogo de Idea Vilariño; edición notas y epílogo de Ana Inés Larre Borges, Montevideo: Cal y Canto, 2005. _______________, Poesía completa. Edición e introducción de Martha L. Caneld, Montevideo: Biblioteca Nacional, 2009. BLIXEN, Carina, El desván del Novecientos: Mujeres solas, 2ª edición. Montevideo: Ediciones del Caballo Perdido, 2014. BRUÑA, María José: Delmira Agustini: dandismo, género y reescritura del imaginario modernista, Berlín, Peter Lang, Col. Perspectivas Hispánicas, 2005. BOUVET, Nora Esperanza, La escritura epistolar , Buenos Aires: Eudeba, 2006. COLOMBI, Beatriz, “En el 900, a orillas del Plata” en AGUSTINI, Delmira: Los cálices vacíos, Edición y prólogo de Beatriz Colombi, Buenos Aires: Simurg, 1999, pp. 7-40. FOUCAULT, Michel: Tecnologías del yo, Barcelona: Paidós, 1996. K AFKA, Franz, Cartas a Milena, Buenos Aires: De la Flor, 1974. GILBERT, Sandra M. y GURBAR , Susan, La loca del desván, la escritora y la imaginación literaria del siglo XIX , Universitat de Valencia, 1998. LARRE B ORGES, Ana Inés, “Idea Vilariño y la autonomía del deseo. Erótica de la escritura en su diario y en su poesía” en Lazo Erótico, Revista Uruguaya de Psicoanálisis, Nº 112, 2011. SALINAS, Pedro, El confesor , Madrid: Alianza, 1967. SILVA, Clara, Genio y gura de Delmira Agustini, Buenos Aires: Eudeba, 1968. SUTTON, Peter C., Love letters: Dutch Genre Paintings in the Age of Vermeer , Londres: Frances Lincoln, 2003. VERGARA, Lisa, “Women, Letters, Artistic Beauty: Vermeer’s Theme and Variations” en Sutton, Peter C., Love letters Dutch Genre Paintings… cit. VIOLI, Patrizia, “La intimidad de la ausencia: formas de la estructura epistolar” en Revista de Occidente, Nº 68, enero 1987. VISCA, Arturo Sergio: Correspondencia íntima de Delmira Agustini, Montevideo: Biblioteca Nacional, 1978. VITALE, Ida, “Los cien años de Delmira Agustini” en Vuelta 2 (Sudamericana), Buenos Aires, setiembre de 1986. AGUSTINI,
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Anexo 1 Una cartita de Delmira en el archivo de Onetti
Hesta magnica/ novela sige aki/ por causa de que la/ gran PP mescondi/ la hotra libreta/ que bieneacer/ primera parte. / Dada en casa/ de Yo el rey y/ abalado por/ Perra/ Bichi/ Potota.
Manuscrito ológrafo en portadilla de agenda de originales de Cuando ya no importe (16 x 24 cm) Colección JCO – D85-2.
En la colección Juan Carlos Onetti, en los originales manuscritos de Cuando ya no importe, última novela del escritor, publicada en 1993, aparece esta anotación que, en característico estilo humorístico, indica el orden de su escritura en las agendas donde escribió su novela. Como en otras ocasiones hay alusiones domésticas, la Bichi aquí nombrada es su perra. Pero la carta es asimismo una parodia de las cartitas que Delmira escribió a Enrique Job Reyes durante el noviazgo y que solía rmar a veces con tres nombres: “Delmira/Nena/Yo”, y otras veces con el apelativo de Potota o Pototita (Archivo Literario BN, Col. JCO D.85-2).
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Segunda carta de Salvadora Medina a Delmira Agustini. Primer folio.
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Anexo 2 Una carta (de) Salvadora
Raramente en la Colección Delmira Agustini, la más consultada de las que guarda el Archivo Literario de la Biblioteca Nacional, hay un par de cartas en las que nadie ha reparado y que pertenecen a una mujer notable en la historia del Río de la Plata. Salvadora Medina Onrubia (1894-1972) fue una gura destacada en el anarquismo y el mundo cultural argentino y ha merecido una biografía de Josena Delgado: Salvadora: la dueña del diario Crítica (2005). En 1914 Salvadora Medina era una joven de veinte años que ya había escrito para el teatro y abrazado el anarquismo. Muy pronto, apenas un año después, se casaría con Natalio Bottana (1888-1941), uruguayo de nacimiento y fundador del diario bonaerense Crítica, que revolucionó la prensa rioplatense con un periodismo sensacionalista al estilo de los tabloides ingleses pero que fue receptivo a la nueva sensibilidad de vanguardia y publicó la Historia universal de la infamia de Jorge Luis Borges, entre otros escritores jóvenes rioplatenses. A la precoz muerte de Bottana, ocurrida en un accidente automovilístico, Salvadora pasó a dirigir Crítica. Su larga vida, su carácter, su feminismo, su compromiso político que la llevó entre otras aventuras a la cárcel bajo el régimen de José Félix Uriburu, trazan una vida novelesca y destacada. El cruce de su personalidad con la de Delmira habla de una anidad electiva y, al poner sus vidas en paralelo, evidencia un contraste que acusa la oportunidad perdida que signicó la muerte de la poeta, ocurrida poco después del breve intercambio epistolar. En febrero de 1914, por las mismas fechas de la confusión de cartas que se explica en el estudio precedente, Delmira recibe una carta desde Buenos Aires de Salvadora que invoca el nombre de Manuel Ugarte para presentarse. Escribe para invitar a Delmira a que colabore en una revista que quiere fundar y de la que no da nombre. Es posible que el uruguayo Bottana también la haya introducido en el conocimiento de Delmira desde que gura en el apéndice de Los cálices vacíos con un juicio laudatorio publicado originalmente en “El eco del país”. Delmira lo cita también en la polémica literaria que tuvo en el diario La Razón en 1911 (Silva, 1968: 125). Al profesarle su admiración, Salvadora comparte la idea de Ugarte de que de todas las mujeres es “la única que tiene talento”. Pone su casa, “aunque bohemia”, a su disposición en Buenos Aires. De todas las noticias, Delmira parece reparar solo, o especialmente, en las de Ugarte. Salvadora dice que
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él siempre habla mucho de ella, “tanto que me ha hecho quererla mucho“. Sobre la misma carta fechada por Salvadora el 4 de febrero de 1914, Delmira escribe en los márgenes un borrador de su respuesta.
Borrador de Delmira escrito en carta de Salvadora. Detalle.
Yo no puedo ir a esa por ahora. ¡Cómo quisiera ir! Perdóneme Ud. Que no le hable de su Almafuerte. No lo he leído todavía. Así le contesto más pronto. En mi próxima le diré mis impresiones. [Escríbame más largo quiero conocerla mejor]. 13 Agradezco los buenos recuerdos de Ugarte. Qué es de él ahí? Sabe Ud. si pasará por Montevideo como pensaba antes de irse a Europa.
Una larga carta de Salvadora responde a la que Delmira debió enviarle. Fechada el 16 de febrero, la misma fecha de la respuesta de Manino. El intercambio con Salvadora coincide con la confusión de las cartas. Ahora ella le dice que Ugarte está en Mar del Plata. Más allá de esas referencias, la alegría que inaugura la amistad expone con elocuencia las virtudes de la fraternidad entre pares que algunas mujeres hubieron de conquistar. No sabe la alegría que me dio su carta rica. Es Ud. tal como yo la conocía y la imaginaba, con razón la quería yo tanto. Verá qué hermosa amistad será la nuestra. Será distinta a todas, porque es nuestra. Nos escribiremos mucho y nuestras charlas serán buenas y malas, pero siempre leales y dignas de nosotras ¿Quiere? Por de pronto, suprimamos el tonto Ud. Ese es tratamiento de gatos y los dioses no tienen tratamiento. El tú es muy dulce y sin él no pueden decirse muchas cosas. No comprenderá nunca el enorme impulso de simpatía que me lleva a Ud. Es extraño; pero la quiero tanto que si se lo dijera no lo creería. Yo amo mucho la amistad, pero 13. Interlineado arriba de esa frase testada se lee: “temprano podría escribirle largo”. Col. D.A. 433 A.
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a Ud. rica creo que con ella le pasará lo que a mí. Me conformo con adorarla pues aunque la he dado y buscado no puedo entregarme enteramente a ella. Para eso hay que encontrarla y encontrarla en quién más buena o más mala sea igual a una… Yo no sé hay que explicárselo. ¡No lo siente Ud. también?... Además yo amo todo lo bello y en nombre de mi amor a lo bello tengo que quererla. Ugarte está ahora en Mar del Plata. No sé cuándo viene, creo que pronto. Dice que se va en Abril a Europa; de Montevideo no le oí nada. Escríbame mucho y cuénteme muchas cosas. Creo que nos conoceremos pronto: pero quiero que antes seamos ya lo amigas que podamos ser. Tiene que venir pronto a Buenos Aires y a mi casa. Ya lo sabe. Cuando quiera venir me lo dice. En esta semana se va mi familia al campo y yo quedo sola en mi casita que verá cómo le gusta ¡Vendrá alguna vez? También me manda su retrato para mí ¿Quiere? Tengo uno suyo pero no vale. De mi obra no juzgue nada. Es un capricho ácrata. Yo tengo un montón de caprichos y cosas raras y ridículas; pero como son mías me gustan. Mándeme algo suyo. ¡quiere? Crea para siempre en mi amistad; pero con la amistad más fuerte y más leal que yo le ofrezco. Yo soy muy buena, muy chiquilla y tengo tanta ingenuidad que en todo creo. Sea buena conmigo y quiérame como la quiero yo. Me escribe pronto, prontito y me cuenta todo lo que quiera y más. Yo la comprenderé. Es hermoso tirar pensamientos dolores y alegrías en la onda del misterio sabiendo que muy lejos alguien sabrá recogerlos, comprenderlos, conservarlos.
Abrazos de Salvadora Febrero 16/14.
Carta de Salvadora Medina, fechada el 16 de febrero de 1914. Son cuatro folios manuscritos a una faz en tinta negra (21 x 27 cm), Colección D.A. 433B-4.
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Los manuscritos iniciales y la pintura de Delmira Agustini Elena Romiti1 Departamento de Investigaciones de la Biblioteca Nacional
La colección Delmira Agustini guardada en el Archivo Literario del Departamento de Investigaciones Literarias de la Biblioteca Nacional de Uruguay (BNU) tiene un fondo de 1.679 documentos. Se trata de manuscritos, libros, pinturas, dibujos, fotografías y objetos personales variados que fueron donados en su mayoría por Antonio Trabal en 1952 al Instituto Nacional de Investigaciones y Archivos Literarios (INIAL), antecedente inmediato del actual Departamento de Investigaciones de la BNU.2 En el INIAL, bajo la dirección del profesor Roberto Ibáñez se inician las tareas de organización archivística del fondo documental Delmira Agustini, que privilegiaron siete cuadernos de manuscritos, cinco de los que ya habían sido estudiados y numerados según un criterio cronológico por Ofelia Machado.3 La falta de fechas en los documentos revela un detenido estudio de contenidos para su ordenación. El Cuaderno 1, efectivamente, contiene la producción más arcaica de la serie de los siete cuadernos de manuscritos. Consta de 29 folios más la guarda posterior y en la primera zona predominan los poemas de la primera época transcriptos por Santiago Agustini, el padre de la poeta, que fueron publicados en revistas como Rojo y Blanco, La Alborada y La Petite Revue, entre 1902 y 1903. En la segunda zona, a partir del folio 8, predominan los 1. Es Doctora en Ciencias del lenguaje, culturas y literaturas comparadas por la Universidad de Córdoba (Argentina), Magíster en literatura latinoamericana por la Universidad de la República y Profesora de literatura egresada del Instituto de Profesores Artigas. Es investigadora de la Biblioteca Nacional de Uruguay y profesora de literatura iberoamericana en el Instituto de Profesores Artigas. Su último libro, Las poetas fundacionales del Cono Sur. Aportes teóricos a la literatura latinoamericana, fue publicado por la BNU en 2013. 2. Antonio Trabal compró la casa quinta de Sayago perteneciente a la familia Agustini. El hermano de Delmira, Antonio Agustini, se la vendió con la condición de que preservara el archivo de la poeta desaparecida. Otros donantes de este fondo documental fueron la Librería de Salamanca (29/11/1952), Magdalena Badin de Agustini (8/7/1953), Hugo Barbagelata (3/9/1953), Alina Reyes (15/10/1953), André Giot de Badet (27/11/1956), Roberto Ibáñez (27/11/ 1956) y Cándido Bordoli (1956). 3. La profesora Ofelia Machado tuvo acceso al fondo y trabajó en la ordenación, transcripción y estudio de los documentos en la misma nca de Sayago. El resultado de su trabajo fue publicado en el libro Delmira Agustini (1944).
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manuscritos escritos de puño y letra por Delmira Agustini y a partir del folio 15 los manuscritos son en su totalidad inéditos (Ver ilustración 1). Ilustración 1.
Contenidos del Cuaderno 1 En la siguiente tabla de contenidos se presentan los textos por su título, siendo el criterio para los manuscritos inéditos que carecen de titulación, su identicación por la primera unidad de sentido registrada. También se adjunta en cada caso la información referida a la condición de édito o inédito de cada manuscrito, así como los datos editoriales correspondientes. – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – –
“¡Poesía!”( Rojo y Blanco, Nº 93, 27/9/1902) “La violeta”( La Petite Revue, año 1, Nº 12, 18/9/1902) “Crepúsculo” ( La Alborada, Nº 245, 30/11/1902) “La fantasía” ( La Alborada, Nº 248, 14/12/1902) “En un álbum” “Tus grandes ojos de oriental pupila” ( La Alborada, Nº 253, 18/1/1903) “En un álbum” “Cuando abriendo tu boca perfumada” ( Los astros del abismo, 1924) “Al General F. Rivera” (Inédito) “En un álbum” “La belleza más pura y delicada” ( Los astros del abismo, 1924) “La Esperanza” ( Los astros del abismo, 1924) “Nos critiques” ( La Petite Revue, 19/11/1902) “Flor Nocturna” ( La Alborada, Nº 250, 28/12/1902) “Gracias maga y ben” (Inédito) “¡Artistas!”( La Alborada, Nº 258, 22/2/1903) “La Duda” ( La Alborada, Nº 286, 6/9/1903) “Yo avanzaré hacia Él en su trono de estrellas” (Inédito) “Cabe las aguas jeroglícas” (Inédito)} dos versiones “Un lago azul, un horizonte de oro” (Inédito)} tres versiones “Yo amé con delirio a aquellas dos exangües viejecitas” (Inédito) “Sire, vuestro prestigio, venciendo tiempos” (Inédito) “La chouette des clochers” (Inédito) “Un noble viejo me ofreció de un vino” (Inédito) “Medianoche. De oriente fabuloso y divino”(Inédito) “Y ojos talismánicos” (Inédito) “Oh, tu musa pálida de ojos de un verde extraño” (Inédito)} dos versiones “O cobres patinosos” (Inédito) “Y luego… los pálidos espejos” (Inédito) “Estrellándose en el Oriente una mirada” (Inédito) “Cabe las aguas jeroglícas del mar de los Destinos” (Inédito) “Solemnes evocando en sus ritmos” (Inédito) “Los ópalos ducales” (Inédito)
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En los textos transcriptos por Santiago Agustini y en el magma confuso y poco legible de los manuscritos de la poeta, se descubre la convergencia de tres principios estructurales y temáticos que reaparecen constantemente a lo largo de la obra édita de Delmira Agustini, revelando su unidad: la creación poética, la creación plástica y la creación del amante. Entre estos tres principios se advierte un cruce constante que instala en todo el recorrido del Cuaderno 1 la presencia del discurso metapoético, una suerte de diseño epistémico, que funciona como plataforma de sentido, sobre la que se desarrollan las diversas producciones escriturales. En razón de ella es posible constatar una permanente reexión sobre la poiesis la poiesis,, en la antigua acepción de creación, a lo largo de toda la obra de Delmira Agustini. Agustini. Sin embargo, la serie de los manuscritos inéditos solo cobra signicado signicad o suciente a partir de la doble ilación con la obra édita de la poeta, por un lado, y con los archivos precedentes de la tradición occidental –Mnemosyne– por otro. En este artículo proponemos los resultados de la investigación referida al discurso metapoético del Cuaderno 1, en la articulación de la triple vertiente de la creación poética, plástica y del amante, desde la metodología de las dos ilaciones enunciadas. De este modo, recurrimos al desciframiento de los manuscritos casi ilegibles de Delmira Agustini a partir de su contexto inmediato –la obra édita– y del contexto más amplio de los archivos literarios hispanoamericanos, dentro de los que se destaca el modernismo, y de los archivos europeos, en los que destacaremos la mayor jerarquía de la liación francesa. La reexión metapoética que vertebra la producción temprana de Delmira Agustini conduce al transitado problema de la “originalidad” de su poesía, cuyo punto de partida fue la carta con que Carlos Vaz Ferreira celebró El celebró El libro libro blanco (1907) y a la joven poeta desde la inexplicabilidad y la sorpresa: Y ante todo, claro es que no la juzgo con criterio relativo. Si hubiera de d e apreciarla con este criterio, teniendo en cuenta su edad, su sexo, […] entonces diría que su libro es, simplemente, un milagro. Si Ud. tuviera algún respeto por las leyes de la psicología, ciencia muy seria que yo enseño, no debería ser capaz, no precisamente, de escribir, sino de entender su libro. Cómo ha llegado Ud., sea á saber, sea á sentir lo que ha puesto en ciertas poesías suyas […] es algo completamente completamente inexplicable. Pero quiero hablar sólo del valor de su libro por sí y en sí mismo, con prescindencia de ese misterio psicológico. […] Entre los caracteres sorprendentes de su libro, tal vez lo sea más que todos éste: que Ud. no imita en absoluto. 4
4. Colección Delmira Agustini. Correspondencia. Carpeta 12. Doc. 437-1. 437-2. Los subrayados son del autor. Esta carta fue publicada en La en La Tribuna Tribuna Popular el el 9 de marzo de 1908. La poeta luego la publica fragmentariamente en Cantos de la mañana (1910), mañana (1910), en el apartado nal,
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La línea central de la crítica hizo suya esta apreciación del lósofo uruguayo como en el caso de Alberto Zum Felde (1930) y de Clara Silva (1968), quien retoma y conrma el juicio fundacional5: Esta admiración de Vaz Vaz Ferreira señala otra faz de su personalidad lírica, que se maniesta desde el principio y antes que todo. Es su capacidad de pensamiento de pensamiento intuitivo, su penetrante inteligencia para comprender sentidos profundos de la vida, de la realidad, del ser. Eso es lo que le parecía misterioso e inexplicable al lósofo, ddentro entro de lo relativo de una losofía más o menos determinista. Delmira era demasiado joven y había estudiado demasiado poco, y menos aún había “vivido”, experimentado, para poder saber ciertas cosas, para comprender ciertos sentidos profundos, para tener conciencia intelectual suciente que le permitiera escribir muchos de los versos de ese libro publicado a los veinte años. La intuición intelectual –podríamos intelectual –podríamos decir losóca– es lo primero que se maniesta en ella, en ese misterio introspectivo de su soledad, cuando, encerrada en su cuarto, “La Nena” se transforma en la poetisa, como la crisálida en la mariposa. Pero que vuelve a ser crisálida al día siguiente, cuando sale de nuevo a la vida real, a su realidad cotidiana de señorita burguesa y niña mimada (Silva, 1968: 31-32).
Emilio Oribe insiste de manera enfática en esta idea de poeta milagrosa (1930): La última advertencia, y de carácter fundamental, es que estamos comentando un temperamento espontáneo y originalísimo. Nada de lo que aquí se menciona debe atribuirse a inuencias o lecturas, o debido a una cultura superior, extraordinaria. Nada de eso. No fue posible posib le esa confusa intervención. in tervención. Se trata del análisis de un lirismo auténtico. Las inuencias de las lecturas o estudios de Delmira Agustini fueron externas e insignicantes, y se revelan en algunos giros o vocablos sin mayor valor, que se caen del resto de la obra. El hecho es que, de pronto, con El libro blanco, la Agustini reveló su genio lírico, en poesías que no habría de superar. Esto nos obliga a considerarla incluida entre los grandes inspirados; la inspiración en el sentido del diálogo platónico solo podría explicar ese milagro.6
Solitariamente, Roberto Ibáñez, por el contrario, discute con la clasiclasicación de Delmira Agustini Agustini como “pitonisa poseída”. Así Así queda conrmado en su conferencia pronunciada en Amigos del Arte (s/f), cuando tras el detallado análisis de poemas como “Plegaria” y “Visión” concluye: bajo el título “Opiniones sobre la poetisa”. Ocupa Oc upa el primer lugar, luga r, lo que da cuenta del carácter fundacional del juicio del lósofo. 5. Alberto Zum Felde conrma estos juicios en Proceso en Proceso intelectual del Uruguay (1930: Uruguay (1930: 294), aunque se debe reconocer que en el mismo libro y pocas páginas más tarde agrega que Delmira Agustini era lectora apasionada de poetas y novelistas decadentes (250). Los subrayados son nuestros. uruguaya, Montevideo, 1930. Citado 6. Emilio Oribe, Historia Oribe, Historia sintética de la literatura uruguaya, Montevideo, por Clara Silva, Genio y gura de Delmira Agustini (1968: 167). Los subrayados son nuestros.
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Ilustración 6. Pareja de ancianos relacionada con la memoria y las artes en los manuscritos de Delmira Agustini.
Ilustración 9. Ache de
El libro blanco (1907).
Ilustración 10. Postal que reproduce el cuadro titulado By the Riverside, del pintor británico Hebert A. Horwitz (1865-1937).
Ilustración 11. Cuadro de Delmira Agustini sobre el modelo de la postal de Horwitz.
Ilustración 12. Pandereta de cuero pintada por Delmira Agustini, con el motivo de la escena de lectura femenina.
Ilustración 13. Escena de lectura en salón dieciochesco con fondo de
diosa y amorcillos.
Ilustración 20. Autorretrato de Delmira Agustini y visión de mar tenebroso.
Ilustración 22. Autorretrato de Delmira Agustini, relacionado con el modelo del retrato de A. Goby, en fondo verde.
Ilustración 28. Mujer frente al mar.
Ilustración 29. Escena oriental con imagen central femenina.
[…] Tales procedimientos –y algún otro, como la densicación de la forma– desau torizan la doble y contumaz herejía del erotismo y el delirio. […] Desde luego, en Delmira tiene el amor fulgurante presencia como tema. Desde luego, asimismo, hay en ella espacios tenebrosos. Pero privan en ella la conciencia estética y la voluntad creadora. Nunca, sino en términos gurados y transguradores, es una sacerdotisa de Eros. Tampoco una pitonisa poseída por el abismo.7
El espectáculo de los manuscritos de la etapa arcaica del Cuaderno 1, al visualizar su proceso creativo, ilumina la cuestión del origen y desde el contexto de su propia obra y desde las tradiciones en las que abrevó, nos permitirá revisar y cuestionar el mito de la misteriosa inspiración poética de Delmira Agustini. La crítica más reciente ya ha señalado la incongruencia existente entre la idea de la poeta milagrosa que escribe sin modelos literarios y en estado de trance y la insistente corrección y reescritura de sus manuscritos. 8 El mismo hecho de que su padre y su hermano participaran en ese proceso escritural, al transcribir sus desordenados manuscritos que aun después de esta instancia nal seguían siendo corregidos por la poeta, es muestra del recorrido realizado y desdice la tesis de una escritura directa relacionada con la intuición intelectual. Pero es objetivo de este trabajo situar la mirada en el contenido de los manuscritos inéditos del Cuaderno 1 y su relación con la pintura de Delmira Agustini, a los efectos de descubrir relaciones modélicas no observadas hasta el momento, que contradicen desde un lugar nuevo la versión ocial de una escritora intuitiva, sin preparación ni antecedentes.
1. La función metapoética Como hemos señalado líneas arriba, el tema de la creación en su triple vertiente recorre todo el Cuaderno 1 y esto constituye un primer elemento a tener en cuenta a la hora de cuestionar la tesis de la poesía intuitiva e inexplicable de Delmira Agustini. En este corpus documental es posible identicar textos que abordan directamente la denición del fenómeno poético –“¡Poesía!” y “La fantasía”–, el objeto poético y su paisaje –“La violeta”, “Crepúsculo”, los tres poemas titulados “En un álbum”, “La esperanza”, “Flor nocturna” y “La duda”–, así como otros que abordan la cuestión de la crítica literaria y la situación de los artistas –“Nos critiques” y “¡Artistas!”–. En lo que reere al magma más confuso de los manuscritos del Cuaderno 1, es posible anticipar que presentan las mismas líneas identicadas por separado en las composiciones ya citadas, pero coexistiendo de manera fusionada, al modo de un palimpsesto borroso, en 7. La cita es tomada de Clara Silva (1968: 174). Creemos que la datación es errada ya que la registra en 1913. 8. Así lo señala Rosa García Gutiérrez en su introducción a Los cálices vacíos. Delmira Agustini (2013: 63).
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el que la reescritura reescritura incesante de Delmira Agustini Agustini persigue el objeto de su creación. De manera que el desarrollo que sigue ordena y separa líneas temáticas y estructurales que suelen aparecer aparec er de forma conjunta en los manuscritos inéditos. El tema de la creación de la poesía, de la plástica y del amante ideal da forma a una sola gesta desde el comienzo en la producción de Delmira Agustini. El mito de Pigmalión9 alimenta esta gesta en una apropiación que desde el comienzo invierte los roles del creador y el objeto creado, c reado, ya que en el orbe de la poeta uruguaya es su gura poética femenina la que qu e crea. La mujer objeto en la poesía legitimada por la tradición patriarcal invierte su situación y se ubica en el locus del locus del poeta que crea al hombre objeto, su bibelot su bibelot . El poema titulado “¡Poesía!”(33)10 inaugura el espacio escritural de los cuadernos de Delmira Agustini, al tiempo que también inicia su producción édita, siendo publicado sin variantes en la revista La revista La Alborada el 27 de setiembre de 1902. En este poema, a diferencia de lo que acontece en las producciones inéditas del Cuaderno 1, predomina el orden de un pensamiento clasicador regido por la descripción del fenómeno poético. Y este orden movido por la función cognitiva11 va acompañado de la caligrafía clara y perfecta de Santiago Agustini, indicador de la llegada al tramo nal del proceso de escritura de un texto del que no tenemos a la vista los manuscritos iniciales. El desarrollo de la función metapoética se formula en la línea romántica del deseo de acceso al mundo de la poesía “inalcanzable”, en la primera y última estrofa del poema: ¡Poesía inmortal cantarte anhelo! ¡Más mil esfuerzos he de hacer en vano! ¿Acaso puede al esplendente cielo Subir altivo el infeliz gusano? […………………………………………………….] ¿Y yo quién soy que en mi delirio anhelo Alzar mi voz para ensalzar tus galas? ¡Un gusano que anhela ir hasta el cielo! ¡Que pretende volar sin tener alas!
Sin embargo, en las cuatro estrofas centrales se desarrolla una línea contraria, de captura y denición del fenómeno poético: 9. En relación con el mito de Pigmalión y la obra de Delmira Agustini ver: John R. Burt, Hispánica 9.1-2. 1987: 115“The personalization of classical myth in Delmira Agustini”, Crítica Hispánica 9.1-2. 124. Tina Escaja, Salomé decapitada. Delmira Agustini y la estética nisecular de la fragmentación (2001). 10. En la cita de poemas seguimos la edición de Martha Caneld (2009). 11. Sobre esta función central en la poesía de Delmira Agustini, Linda Davis observa: “el acto poético es un modo de conciencia que conduce al conocimiento”. Citado por A. Cáceres (2006: 104).
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Tú eres la sirena misteriosa Que atrae con su voz al navegante, ¡Eres la estrella blanca y luminosa! ¡El torrente espumoso y palpitante! Eres la brisa perfumada y suave Que juguetea en el vergel orido,
¡Eres la inquieta y trinadora ave Que en el verde naranjo cuelga el nido! Eres la onda de imperial grandeza Que altiva rueda vomitando espuma, ¡Eres el cisne de sin par belleza Que surca el lodo sin manchar su pluma! Eres la or que al despuntar la aurora
Entreabre el cáliz de perfume lleno, ¡Una perla blanquísima que mora Del mar del alma en el profundo seno!
Entre los polos del deseo inalcanzable y la posesión cognitiva del fenómeno poético se desarrolla el poema fundante del proceso escritural de Delmira Agustini. Agustini. Mientras la aspiración innita se construye desde un hablante que se presenta a través de una primera persona y se dene a partir de la imagen metafórica y fáustica de un “gusano”, sin posibilidad de acceso al “esplendente cielo de la poesía”, esta última, por el contrario, se revela y desvela a través de una larga serie de metáforas de denición, en las que el término oculto de la gura emerge y se vuelve visible, haciendo posible el conocimiento de su ser. ser. La poesía emerge, efectivamente, en forma de segunda persona a la que el hablante lírico interpela según el uso dialógico de la lírica amatoria: “Tú eres…”, pero siguiendo la estructura de denición propuesta propue sta por Charles BauBaudelaire en el soneto “Correspondances” que fuera llave de ingreso al universo simbolista: “La Nature est un temple” (1976 [1857]). En el texto de Delmira Agustini la naturaleza ocupa los términos ccionales ccionale s de la metáfora que dene a la poesía, en lógica inversa a la gura inicial del poeta francés. La poesía se dene como sirena, estrella, torrente, brisa, ave, onda, cisne, or y perla marina; imágenes tomadas en movimiento vital que se vuelve más intenso a partir partir de la sucesión sucesión múltipl múltiplee y cambiant cambiante. e. Pero también también imágenes imágenes visuale visualess que proceden de la naturaleza canónica en la poesía occidental y que reeditan complejos sinestésicos. De modo que ya se advierte en este poema inicial el cruzamiento de las artes o de las sensaciones que rigen en ellas, sugiriendo que la concepción simbolista según la que las sensaciones del mundo natural
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tienden correspondencias sutiles entre sí, en razón de su origen único ubicado en un plano metafísico, ha sido fundante en la producción de Delmira Agustini. Agustini. Otro tipo de relación confrontativa es la que se tiende entre la serie de los poemas de denición y los textos que podríamos llamar de confusa inindenición, reriéndonos a los manuscritos inéditos del Cuaderno 1. A modo de ejemplo, el siguiente pasaje inédito muestra imágenes de la naturaleza equiparadas analógicamente con la imagen de un “libro blanco”, donde el término comparante, y por tanto cticio, es el “libro”, pero en un marco en el que el término comparado, y por tanto real, dentro del texto: “la playa”, existe junto a “las aguas jeroglícas del mar de los Destinos”, en contaminacontaminación semántica con dichas aguas de signos. Un registro envolvente de perl neobarroco que según la operación de fusión de guras confunde realidades e irrealidades, así como identidades, al modo herreriano: F.16r. M de DA, a lápiz, ilegible, tenue, borroso. Cabe las aguas jeroglícas del mar del los se abre una playa Triste y spleenada como un libro blanco lleno de los Misterios y las nostalgias nostalgias (mórbida ereza de las páginas páginas vírgenes vírgenes
La renuncia neobarroca a ceñirse a un orden identitario denido y estaesta ble hace que la “playa” y el “libro blanco” se se fusionen, como acontece tam bién en la imagen que ocia de marco y de reejo: “las aguas jeroglícas”. jeroglícas”. Una tercera línea textual dedicada a la reexión sobre el fenómeno poético está conformada por el poema “¡Artistas!” “¡Artistas!” y el artículo “Nos critiques”. Si bien ambos textos operan de manera distinta de acuerdo a sus respectivos géneros, presentan la conexión central de referirse al entorno adverso del artista. El poema denuncia a la envidia en vidia y la calumnia del contexto social; el artículo hace lo propio con los críticos uruguayos que, sin tener en cuenta la real valía de la obra de arte, emiten juicios en razón de amistades y odios, desarrollan reexiones metapoéticas válidas para el medio local como también para el ámbito mayor de la modernidad occidental. La hostilidad que revela esta línea discursiva tiene también un signicado más preciso, porque en los dos textos se deslizan elementos que, aunque mínimos, reeren la dicultad especíca que el medio ofrecía a la mujer poeta. En lo que hace al poema (Ver (Ver ilustración 2), esta función la cumple la dedicatoria a María Eugenia Vaz Vaz Ferreira con que el texto fue reescrito en el Cuaderno 212 y que luego fuera publicado, en la revista La revista La Albora Alborada da,, el 22 de febrero de 1903. Una na sugerencia de liación se tiende a partir del equilibrio que se construye desde la presencia dual de las personicaciones negativas de la envidia y la caca12. Cuaderno Cuade rno 2, F. 4 r.
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Ilustración 2.
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lumnia: “dos hermanas maldecidas”, denidas como “dos sierpes venenosas”, y las dos poetas, de las que se ha documentado su amistad.13 También dentro de esta línea dedicada al entorno del hecho poético es posible ubicar un poema titulado “Al General F. Rivera” (Ver ilustración 3) que tiene la singularidad de haber sido transcripto por Santiago Agustini, en ajustada y prolija versión nal, pero de no haber sido publicado nunca. Como en el poema “¡Artistas!”, el entorno es regido por la hostilidad y la envidia, solo que en este texto el lugar de la poesía y el poeta lo ocupa el general Fructuoso Rivera. De esto da cuenta la imagen canónica del hecho poético que sustituye al personaje histórico: “El albo cisne de imperial gura”. La ausencia de rastros del poema en la producción édita de Delmira Agustini sugiere una opción de ceñirse a una poesía pura y desmarcada de temas políticos, históricos y sociales. Incluso dentro del poema esta opción se hace presente al centrar el brillo inextinguible del personaje en la sobrevivencia de su nombre, en denitiva, palabra poética. Ilustración 3.
13. Documentos que avalan la relación amistosa de las dos poetas son el texto de María Eugenia Vaz Ferreira asentado en la cuarta hoja del álbum de Delmira Agustini, la dedicatoria que esta inscribe en la edición de su poema “¡Artistas!”, en el Cuaderno 2 y en la revista La Alborada (1903), el retrato que realiza Delmira de María Eugenia en la sección “Legión etérea” de La Alborada (23/08/1903) y también la sugerencia que el propio Carlos Vaz Ferreira hace en el comienzo de la carta que dirige a Delmira, a propósito de brindarle su opinión sobre la reciente publicación de El libro blanco: “Recibí su carta motivada sin duda por la noticia que había llegado á Ud, de que sus versos me habían impresionado fuertemente” (D 437-1).
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En el caso del artículo “Nos critiques”, publicado en La Petite Revue el 19 de noviembre de 1902, su manuscrito, escrito de puño y letra por la poeta en francés, se centra de modo agenérico en los críticos y los artistas, hasta el momento en que arma: “On y parle plus de la beauté de la chevelure ou les yeux de l’artiste que de son habilité” (F 9v).14 La observación remite a la textualización de las mujeres que escriben, de uso frecuente en la época de Delmira, de manera que en lugar de juzgar y reexionar sobre la obra, la crítica masculina se refería a las características físicas y espirituales de sus autoras.
2. Ut pictura poesis Los manuscritos del Cuaderno 1 presentan una relación con la producción plástica que Delmira Agustini desarrollaba por la misma época de sus inicios (Ver ilustración 4). En 1903, mientras comienza a publicar sus primeros textos en revistas del medio, ingresa al taller de pintura de Domingo Laporte (Montevideo, 1855-1928). Al observar los motivos de los cuadros que produjo en esta etapa, se advierte la relación horaciana pictura-poesis en su práctica artística. En este punto la poeta fue heredera del legado romántico, que en contra de la negación de la unidad de las artes gurativas y la poesía, enfáticamente propuesta por Lessing (1729-1781) en su Laocoonte (1766), promueve dicha unidad. Los artistas románticos incursionaban en las diversas artes, sosteniendo su praxis plural en este principio teórico de unidad, uno de cuyos exponentes sobresalientes fue la obra wagneriana y su concepto de “la obra de arte general o total”. El mismo Baudelaire, de cuya obra Delmira Agustini fue atenta lectora, tendió pasillos reexivos entre su trabajo de crítico de arte y poeta, pero también en el ensayo Los paraísos articiales (1860), donde investiga experiencias en las que el cerebro humano reacciona ante el haschich y el opio, con resultados innovadores en la producción de artistas que cruzan sensaciones y visiones por encima de las fronteras de distintas artes. Así, cuando desarrolla la relectura de la obra de De Quincey, en el citado ensayo, rescata la imagen del cerebro humano como palimpsesto inmenso y natural, donde se superponen incontables capas de ideas, imágenes y sentimientos.15 Y también cuando en Mi corazón al desnudo escribe: “Las imágenes son mi grande, mi primitiva pasión”.16 14. “Se habla más de la belleza de la cabellera o de los ojos de la artista que de su habilidad”. Las traducciones del francés son nuestras. 15. Los paraísos articiales (1860: 141). 16. Citado por A. Seché y J. Bertaut, en C. Baudelaire (s.f.: 15).
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Ilustración 4. Taller de pintura de Domingo Laporte (1855-1928). Sobre la izquierda, en el segundo lugar, Delmira Agustini.
Muchos eran los ejemplos de la relación pintura-poesía que ofrecía la literatura francesa de la época de aprendizaje de Delmira Agustini y a la que tenía acceso uido, entre otros motivos por sus relaciones personales con André Giot de Badet y con su profesor de francés Constant Willems,17 con quien estudió entre 1902 y 1905. Al respecto apunta Ofelia Machado: Fue así como Delmira estudió a todos los grandes autores franceses, lo que desmiente la atribución, tan difundida, de su genio inculto; leía, asimismo, muchos diarios y revistas en ese idioma (24).
En su construcción de la relación poesía-pintura pesó también el trabajo de los parnasianos franceses, a quienes leyó en libros y revistas, que aún se conservan en su archivo así como los que compartía con André Giot de Badet, entre ellos los tres volúmenes de poesía de Le Parnasse Contemporain (1866-1871-1876) donde escribían Théophile de Gautier, Leconte de Lisle y Théodore de Banville, así como el mismo Baudelaire. El magisterio ejercido por Rubén Darío inuyó en general y en la relación poesía-pintura especícamente, aunque debe tenerse en cuenta que Delmira Agustini leía con detenimiento y admiración las apropiaciones 17. Willems también oció de editor y traductor en los textos que Delmira Agustini publicó en La Petite Revue, en su primera etapa.
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hechas por el modernismo y su líder, sin detrimento de sus lecturas directas en las fuentes francesas. La producción plástica de Delmira Agustini no fue divulgada hasta el presente año, en que coincidiendo con la conmemoración del centenario de la muerte de la poeta, la BNU, luego de proceder a los trabajos de restauración correspondientes, la ha hecho visible en una exposición virtual en su página institucional.18 A partir de este momento se abre por tanto un nuevo campo de investigación en lo que hace al abordaje crítico de la obra de Delmira. En este marco estudiaremos la relación entre poesía y pintura, siguiendo dos líneas de observación: la pintura como objeto de representación en la poesía, y la poesía como objeto de representación en la pintura. Ambas líneas persiguen el conocimiento del fenómeno poético en el corpus del Cuaderno 1, que como ya quedó asentado es el tema central de estos primeros manuscritos. De la relación concreta de la pintura y la poesía surge una poética de la creación artística resultante de un origen único. Desde la convicción planteada por Mario Praz, en Mnemosyne, el em blemático ensayo dedicado al estudio de las relaciones entre literatura y artes visuales, cuando escribe “[…] hay una unidad latente o maniesta en las obras de un mismo artista, sea cual sea el campo en que trabaja” (Praz, 1971: 161), proponemos la hipótesis de un procedimiento de composición modélico en la producción delmiriana. Este procedimiento no pasa necesariamente por la detección de una obra inicial desde la que se generó una transposición o traducción intersemiótica, más allá de que efectivamente esta haya existido, sino por la presencia de los mismos temas, motivos y mitos en los distintos campos artísticos en que Agustini se manifestó, a partir de la tradición occidental. En este sentido, la relación poesía-pintura en la producción de Delmira responde al antiguo mito griego según el cual la Memoria dio a luz a las nueve musas protectoras de las artes, engendradas por Zeus en nueve noches seguidas. Según este mito, la poesía y la pintura serían hermanas cuyas creaciones abrevarían en los viejos archivos de la madre Mnemosyne.19 Esta cuestión se ilumina explícitamente en el manuscrito inédito del Cuaderno 1, localizado en el folio 17 v (Ver ilustraciones 5 y 6), donde la poeta escribe sobre su relación amorosa con “dos exangües viejecitas”, de las que arma: “Eran hermanas” y se pregunta: “¿Se parecían? ¡Enigma!”. Estos personajes hablaban al yo lírico de “muchas cosas remotas y extrañas” 18. Los trabajos de restauración estuvieron a cargo del maestro Walter Di Brana. La exposición virtual se encuentra en la página web de la BNU: www.bibna.gub.uy. 19. Este mito griego estaba muy presente en el imaginario de la época, baste recordar que el parnasianismo obtiene su nombre del monte Parnaso, donde habitaban las nueve musas.
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pero a su vez atendían a “una voz grave y lenta que las tiraba más allá del suelo…” (Ver la transcripción de este manuscrito en la ilustración 7). De modo que en el confuso manuscrito inédito del Cuaderno Ilustración 5. 1, Delmira Agustini se apropia del viejo mito de Mnemosyne y lo reedita ajustándolo a su experiencia artística. Resulta interesante observar la reducción de las nueve hermanas a dos, que en este estudio vinculamos con la poesía y la pintura, así como el relacionamiento de la voz que ellas reciben como una fuerza que las inclina y tira hacia el suelo con la imagen del “fardo enorme y misterioso” que representa al pasado. Ilustración 7.