Directores
Javier Pradera / Fernando Savater
DE RAZÓN PRÁCTICA
Marzo 2000 Precio 900 Pta. 5,41 €
N.º 100
FERNANDO SAVATER La muerte antropomorfa
JAVI JA VIER ER MA MARÍ RÍAS AS
Pucheros de superstición
FRANCISCO CALVO SERRALLER El arte en el nuevo milenio
JAVIER PR PRADE ADERA RA
La dictadura de Franco: amnesia y recuerdo
M a r z o 2 0 0 0
K. S. KAROL
Las elecciones presidenciales en Rusia
CARLOS MARTÍNEZ GORRIARÁN La ruptura de la tregua de ETA
DE RAZÓN PRÁCTICA Dirección
JAVIER JA VIER PRADER A Y FERN ANDO SAVATER SAVATER
S U M A R I O NÚMERO
100
MARZO
2000
Edita
PROMOTORA GENERAL DE REVISTAS, SA Presidente
JESÚS DE POLANCO Consejero delegado
JUAN LUIS CE BRIÁN Director general
IGNACIO QUINTANA
FRANCISCO CALVO SERRALLER
4
FERNANDO SAVATER
10
LA MUERTE ANTROPOMORF ANTROPOMORFA A
JAVIER MARÍAS
13
PUCHEROS DE SUPERSTICIÓN
FÉLIX OVEJERO
18
IGUALDAD DE LAS LENGUAS, IGUALDAD DE LOS CIUDADANOS
CARLOS MARTÍNEZ GORRIARÁN
22
LA RUPTURA DE LA TREGUA DE ETA
ANDRÉS ORTEGA JOSÉ M. DE AREILZA
31
ESCISIÓN Y PERMANENCIA EN LA UE
LUIS MORENO
38
LOCALISMO COSMOPOLIT COSMOPOLITA A Y MESOGOBIERNOS
44
Las elecciones presidenciales en Rusia
49
Historia de la guerra
52
La dictadur dictaduraa de Franc Franco o
62
Civismo y voluntariado
68
Sir Richard F.Burton
73
Contra el cine
75
Händel
81
Miguel Torga
EL ARTE EN EL NUEVO MILENIO
Coordinación editorial
NURIA CLAVER Maquetación
ANTONIO OTIÑANO
Ilustraciones
ACACIO PUIG (Madrid, 1945) Artista plástico, plástico, el trabajo que que presentamos fue realizado tras una relectura de Esperando a Godot del escritor irlandés Samuel Beckett.
Política internacional
K. S. Karol
Historia
Gabriel Jackson
Política
Javier Pradera Francisco Franco Caricaturas
LOREDANO
Ciencias Sociales
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GRAN VÍA, 32; 2ª PLANTA. 28013 MADRID. TELÉFON TELÉ FONO O 915 38 61 04. FAX FAX 915 2222 91.
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Esta revista es miembro de ARCE (Asociaci ón de Revi stas Culturales Españolas) Esta revista es miembro de la Asociación de Revistas de Información Para petición de suscripciones y números atrasados dirigirse a: Progresa. Gran Vía, 32; 2ª planta. 28013 Madrid. Tel. 915 38 61 04 Fax 915 22 22 91
Cine
Vicente Molina Foix
Galería de Músicos
Jaime de Ojeda
Casa de citas
Manuel Arranz
EL ARTE EN EL NUEVO MILENIO FRANCISCO CALVO SERRALLER
1. El éxito sensacional de ‘Sensation’
Tras aproximadamente un cuarto de siglo, entre 1975 y 2000, en los que reiteradamente se nos advierte que el arte de vanguardia ha concluido y se inicia una era de posmodernidad, no parece que estas sustanciales mutaciones se reflejen en las obras de arte producidas durante este periodo. Es cierto que ya no hay grupos artísticos organizados, ni manifiestos al estilo de los que caracterizaron las llamadas vanguardias históricas de hasta la Segunda Guerra Mundial, ni tampoco que existan los centros internacionales que les sirvieron de plataforma, como París o Nueva York, pero tales modificaciones parecen más cambios coyunturales de estrategia, en relación con la respuesta social e institucio institucional nal ante el arte de vanguardia, que cambios significativos en ella misma. El hecho del éxito escandaloso de la exposición Sensation, exhibida durante el otoño de 1997 en la Royal Academy of Arts, de Londres, a partir de una selección de jóvenes artistas británicos de la colección Saatchi, Saatchi, puso en evidencia que, sin formar un grupo y su correspondiente manifiesto, el mecanismo de provocación vanguardista seguía siendo el mismo que a comienzos del siglo, aunque, en este caso, las controvertidas obras juveniles pertenecían ya a un adinerado coleccionista antes de dar la batalla en la calle. En cierta manera, a juzgar por el contenido, características e inmediato éxito de esta exposición, cuyos ecos aún no se han apagado, pues se pasea triunfalmente por todo el mundo, la supuesta crisis del modelo vanguardista debe referirse, en todo caso, a su universal entronizació entronización. n. La introducción del término militar de vanguardia vanguard ia en el campo del arte data aproximadamente de la época de la Revolución de 1830 y, al margen de las connotaciones políticas, se fue usando en el sentido, un tanto redundante, de “modernidad beligerante”, ya que lo propio de un arte moder4
no, de un arte “temporalizado”, es que, en efecto, “cambia”, que es un arte de novedades o, si se quiere, de modas, término éste que guarda una estrecha relación etimológica con el de moderno, que, según su origen latino, significa simplemente el arte hecho al modo o la moda de hoy, el arte actual. Desde esta perspectiva, la única oposición radical que se ha producido en el devenir histórico del arte durante los últimos siglos sigue siendo la que enfrentó al arte clásico, que se pretende intemporal, y el arte de nuestra época, surgido aproximadamente en la segunda mitad del XVIII, que se ha temporalizado. De esta manera, el arte moderno actual sigue el mismo curso cambiante que el del siglo pasado, y su beligerancia vanguardista –escandalosa– también, como lo demuestra el recientísimo caso de Sensation. ¿Nada ha cambiado entonces en el terreno del arte así ahora llamado “posvanguardista” o “posmoderno”, fuera del hecho del cambio de actitud del público actual? Si analizamos las obras presentadas en Sensation, no encontramos prácticamente ninguna novedad sustancial respecto a lo que realizaron los dadaístas históricos, más o menos actualizados por los sucesivos revivals posteriores vals posteriores y, y, por supuesto, por algunos medios tecnológicos ahora disponibles, ni, por supuesto, ha habido novedad alguna en cuanto al uso provocador de “contenidos”, aunque lógicamente éstos tengan que ver con la moral actual imperante, sobre todo, en la cultura anglosajona. Esta falta de innovación, en cuanto a los medios y el mensaje, de los “escandalosos” artistas de Sensation, ¿es acaso privativa de ellos y no una característica del arte que hoy se nos sigue presentando, si no ya como vanguardista, sí como renovador o, simplemente, nuevo? Cualquiera que visite con regularidad las plataformas promocionales residuales del llamado arte emergente o nuevo, como la Documenta de
Kassel o la Bienal de Venecia, por citar las comparativamente de mayor prestigio, sabe que los artistas de la celebrada exposición británica hacen aproximadamente lo mismo, al margen de que muchos de ellos han estado significativamente presentes en estos foros. ¿Se ha perdido entonces la capacidad de invención o está definitivamente emplazada en otros oscuros lugares, por el momento inaccesibles al público? La idea de una revolución artística permanente, no por reiteradamente deseada y proclamada también en los medios de la vanguardia política izquierdista de nuestro siglo, deja de ser una ilusión, aunque se dulcifique bajo la especie de un irredento utopismo, pero todavía más cuando el fundamento mismo en el que se basa el arte de nuestra época ha sido la libertad, cuya esencia negativa impide que cualquier positivación concreta la conculque; esto es: cuando no hay un fundamento concreto, no cabe violentar ninguna estructura o, en todo caso, lo revolucionario sería cambiar de fundamento, pero ¿es concebible hoy un arte que, en uso de la indiscriminada libertad, imponga su negación o, en nombre de la secularización, construya nuevos sacros principios intemporales? Antes, por el contrario, cuando uno lee a los heraldos de la posmodernidad posmodernida d lo que se encuentra es que lo que anuncian o describen es precisamente el triunfo universal de lo moderno. 2. Dos siglos de dinámica modernizadora
Es cierto que el repaso histórico de lo que ha ocurrido en el arte vanguardista durante los dos últimos siglos, desde la definitiva crisis del clasicismo, nos revela una compulsiva dinámica de aceleración, que, en una primera fase, llevó a un proceso de “modernización “mod ernización del contenido contenido”, ”, que concluyó aproximadamente hacia la época del impresionismo; y, a continuación, otro de “modernización “mod ernización de la forma”, que concluCLAVES
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yó, a su vez, en la época de entreguerras, momento en el que, si no en la esfera de difusión pública masiva, sí en el terreno estricto del arte y de la estética, se produjo la auténtica crisis de la vanguardia. En términos de puro escándalo social, la primera parte de este proceso modernizador, el que he denominado del “contenido”, “contenido”, pues llevó a la representación artística hasta la más completa “insignificancia “insignificancia”” y, por tanto, al aprecio de lo artístico por sus propias cualidades formales, produjo un mayor rechazo del público, pero, no habiendo afectado aún a los propios medios artísticos tradicionales, resultó menos espectacular. En cualquier caso, cuando, por un lado, los dadaístas proclamaron la muerte del arte, y por otro, los constructivistas soviéticos, su disolución en la ingeniería técnica y social, se hizo obvio que, en el futuro, el arte podía ser cualquier cosa. De ahí se acuñó la fórmula de que, en nuestra época, “arte es lo que llamamos arte” o, también, que arte es lo que los artistas deciden que Nº100
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DE RAZÓN PRÁCTICA
lo sea. ¿Cómo llevar a la práctica algo tan laxo e inconmensurable? Al principio, esta proclama produjo una frenética liberación de energía creadora, pero, como cabía esperar, agotó muy rápido sus campos de experimentación. En efecto, ¿qué cabe hacer de más, cuando, por poner un manoseado y socorrido ejemplo, Marcel Duchamp expuso, en 1917, un urinario firmado? Lo mismo ocurre si aplicamos el criterio a la utopía del artista como un diseñador al servicio de la máquina o del ambiente, que o bien desaparece como tal artista en el mecanismo de la producción, o bien se ha de refugiar en el diseño de lo inútil, lo cual, en lo que en la economía consumista del capitalismo avanzado, en la que la producción de mercancía posee una nula o muy leve utilidad, también le hace perder su singularidad. De hecho, los artistas de Sensation y todos los que hoy seguimos reconociendo como tales basan su identidad en la sola condición atávica de ser produc-
tores de obras únicas, incluso cuando usan medios y soportes que permiten su reproducción infinita, como el vídeo, la fotografía, etcétera. Ahora bien, si haga uno lo que haga, eso ya ha sido hecho, y si el medio técnico empleado, cuando es nuevo, debe ser usado de forma inadecuadamente anacrónica, como lo es, por ejemplo, la realización de una fotografía o vídeo incopiables, ¿qué es lo que hoy merece ser reconocido como nuevo, atributo esencial para cualificar algo verdaderamente verdaderamen te moderno? Y si el arte ya no puede cumplir con su condición de factor modernizador, ¿por qué seguir hablando de un arte moderno hoy? O bien, ¿de qué forma el así llamado arte posmoderno ha resuelto, si lo hace, estas contradicciones? Como, por otra parte, el proceso de institucionalización del arte contemporáneo ha seguido un curso de expansión apabullante a lo largo del siglo XX , pero con un ritmo acelerado a partir de la conclusión de la Segunda Guerra Mundial, tras la cual las potencias democráticas vencedoras decidieron que el arte de vanguardia era la genuina expresión de la democracia, nos encontramos con la paradoja, no ya de que nadie sabe qué es el arte moderno de la sucesiva actualidad, sino si, en efecto, éste puede p uede tener todavía sentido y, por tanto, existir. Tan acuciantes interrogantes, y con tan tremendas consecuencias sociales, económicas y políticas, lógicamente han acarreado un estado de ansiedad y una confusión formidables, que parecen alcanzar ahora mismo su grado cenital. Como suele ocurrir en estos momentos críticos, se han producido reacciones teóricas extremas. Por una parte, la de quienes impugnan como un error en sí toda la trayectoria seguida por el arte contemporáneo, mientras que, por otra, la de quienes creen que el problema radica en la obsolescencia teórica y que el problema del arte contemporán contemporáneo eo es que aún sigue incomprendido. Signifi5
EL ARTE EN EL NUEVO MILENIO
cativamente, ambas posturas concuerdan en que, bien el arte mismo, bien nuestra concepción del arte, han llegado a su fin, cuando no ambas cosas a la vez. 3. La vanguardia en la zaga
Para el reputado historiador marxista Eric Hobsbawm, autor de un breve ensayo titulado A lado A la zaga. Decadencia y fracaso de las vanguardias del siglo XX , “las diversas corrientes de la vanguardia artística que se han distinguido durante el siglo que acaba partían de una suposición fundamental: que las relaciones entre el arte y la sociedad habían cambiado radicalmente, que las viejas maneras de mirar al mundo eran inadecuadas y que debían hallarse otras nuevas. Esa suposición era correcta. Y lo que es más: el modo de mirar el mundo y de aprehenderlo mentalmente ha experimentado una profunda revolución. Sin embargo –y esta es la tesis central de mi argumentación–, en el terreno de las artes visuales los proyectos de vanguardia no alcanzaron este objetivo, ni podrían haberlo alcanzado jamás”.
La acusación de Hobsbawm contra las artes plásticas de vanguardia se basa en que se equivocaron al centrarse en cambiar –“modernizar”– las formas de expresión de un lenguaje en sí ya obsoleto, cuando lo que tenían que haber hecho era haber usado cualquiera de los nuevos lenguajes surgidos gracias al avance técnico-industrial de nuestra época, como la fotografía, el cine, la televisión o cualquiera de los así llamados nuevos medios. Estos nuevos medios, además de proporcionar espontáneamente una nueva sintaxis, fueron además concebidos para responder a las exigencias de una cultura de masas, cuya difusión exige la “reproducción técnica” ilimitada, tal y como se enunció en el tan citado ensayo de Walter W alter Benjamin acerca precisamente del “arte en la era de reproductibilidad técnica”. A este escrito se remite el propio Hobsbawm, aunque interesadamente parece ignorar lo que allí escribió Benjamin acerca de la “pérdida del aura”, que era privilegio de su tradicional carácter de “unicidad”, a no ser que el historiador británico obvie esta cuestión porque, en definitiva, crea que las obras de arte de nuestra época no deben tener aura. Sea como sea, tras caricaturizar, no pocas veces con eficaz sarcasmo, todas las piruetas del formalismo vanguardista hasta llegar a los mismos protagonistas de la exposición Sensation, Hobsbawm sólo deja entrever que el único posible camino válido al respecto, entre todos los que frustradamente siguió la vanguardia de nuestro siglo, fue el que emprendieron los “pioneros del diseño moderno”, pues, aunque él no los llame así, responden literalmente a 6
los que protagonizaron esa aventura que se inició con el movimiento británico de Arts de Arts and Crafts y Crafts y concluyó con la Bauhaus, tal como lo estudió el venerable historiador del arte Nikolaus Pevsner. Como es sabido, en esta corriente los artistas plásticos de vanguardia vanguard ia dedicaron sus esfuerzos a aplicar su talento al diseño industrial, la única opción válida para Hobsbawm, junto con la fotografía y el cine, para obtener una legitimación moderna. También cita a los constructivistas soviéticos, que, en la primera fase de la Revolución Revolución,, quisieron transformar al artista en un ingeniero, o, como titulara uno de ellos, Nicolás Tarabukín, pasar del “cuadro de caballete al automóvil Ford”. Al final de su ensayo, un tanto melancólicamente, Hobsbawm nos deja entrever que el fracaso de la Bauhaus Bauhaus se se debió a que “cambiar la sociedad es algo más que lo que pueden conseguir las escuelas de arte y de diseño por sí solas”, con lo que el hombre de nuestro siglo ha de conformarse artísticamente con lo único restante y, sobre todo, lo único que ha obtenido un inequívoco apoyo social masivo: la fotografía, el cine, la televisión, etcétera. Ahora bien, si los los revoluci revolucionari onarios os consconstructivistas soviéticos soviéticos fracasaron por resultar incomprensible para las masas sus futuristas diseños ingenieriles, y si los propios artistas de la Bauhaus, según una cita de Paul Klee aprovechada por Hobsbawm, tampoco obtuvieron el apoyo de la gente, ¿cómo salir del círculo vicioso? En un momento de su discurso, se le escapa a Hobsbawm, quizá por su afán de denostar las piruetas vanguardistas, que, al fin y al cabo, Lo que el viento se llevó fue llevó fue mucho más importante para la gente que el Guernica, de Picasso, con lo que, aunque rehuya la conclusión, habría que suponer que lo relevante no es, como sostiene, el medio –el cine o la pintura– sino el éxito popular. ¿Cómo si no explicarse que reputadas obras maestras del cine épico –Acorazado Potemkin, Iván el Terrible, Senderos de gloria, etcétera– sean hoy, no digo que mucho menos populares que Lo que el viento se llevó, sino menos conocidas para el hombre de la calle que el Guernica? Los artistas soviéticos soviéticos,, constructiv constructivistas istas o no, fueron exterminados y/o silenciados por la propia Revolución que entusiásticamente apoyaron, ya que sus jefes políticos creyeron fanáticamente en los bienes del progreso maquinista e industrial, pero sin la intervención de artistas en su diseño, que, vox populi, lo que debían hacer era pintar cuadros realistas. La Bauhaus, por su parte, fue cerrada por los nacionalistas, pero su labor continuó e incluso alcanzó tanto éxito
en EE UU y en la reconstruida reconstruida Europa dedemocrática de después de la Segunda Guerra Mundial, que el avispado y socarrón periodista estadounidense, Tom Wolfe, escribió ese divertido panfleto titulado titulado ¿Quién ¿Quién teme a la Bauhaus feroz? 4. Después del fin del arte
Curiosamente, la fascinación por la tecnoCuriosamente, logía industrial y el populismo subyace en la argumentación de quienes hoy, desde presupuestos neoliberales, antitéticos con los de Hobsbawm, analizan el sentido y el valor del vanguardismo del siglo XX . El caso reciente más característico es el del profesor estadounidense Arthur Danto, autor de sendos ensayos de éxito titulados sucesivamente La transformación de lo banal y banal y Después del fin del arte. El arte contemporáneo y el linde de la historia, este último recientemente publicado en castellano. Otra curiosa coincidencia entre autores de tan contraria ideología es que ambos sitúan a Andy Warhol Warhol en el epicentro del vanguarvanguardismo del siglo XX , si bien, para Hobsbawm, la importancia del célebre artista pop –“incluso”, nos dice, “la grandeza de esa figura extraña y antipática”– “radica en la coherencia de su rechazo a ser otra cosa que el vehículo pasivo de un mundo experimentado a través de la saturación de los medios de comunicación”. “Paradójicamente”,, continúa afirmando un po“Paradójicamente” co más adelante Hobsbawm, “en el conjunto de esa obra turbadora –pero no en cada obra en concreto– hallamos algo muy parecido a una expresión de los tiempos propios de los estadounidenses de su época. Pero tal expresión no se alcanzó mediante la creación de obras de arte en el sentido tradicional”.
Hobsbawm, desde luego, no explica en qué sentido Warhol se expresó con obras de arte no tradicional de una forma diferente, no sólo a la de sus colegas del pop, sino prácticamentee a cualquier vanguardista prácticament vanguardista de este siglo, con lo que deja en el aire la sospecha que lo destaca por su actitud cínica –su pasividad–, en lo que tampoco merece un pedestal singular, aunque sea uno de sus más firmes candidatos. Para Danto, sin embargo, Warhol lo merece todo y desde todos los puntos de vista, artístico, estético y ético, pues, a su juicio, es la figura clave del siglo XX , en el sentido que anunció el nuevo arte del futuro, que ya no es sólo posmoderno sino un arte “poshistórico” o, incluso, un “posarte”. Este profesor de filosofía confiesa haber recibido la revelación al ver la exposición en la que Warhol mostró sus Brillo Box, pero la revelación fue tan traumática que necesitó casi un par de décadas para asimilarla. En cualquier caso, CLAVES
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FRANCISCO CALVO SERRALLER
este nuevo san Pablo, tirado del caballo con la perentoriedad de la gracia tumbativa, también cambió su destino y profesión, dedicándose a partir de entonces a la crítica de arte desde una perspectiva posartística. Danto no cree, de todas formas, que el arte vanguardista del XX haya fracasado, sino que, haciendo suya el acta de defunción hegeliana, el arte en sí ha muerto, al agotarse sus dos grandes relatos conductores: el tradicional del contenido, que, según él, postuló Vasari, Vasari, y el formalista, que atribuye al crítico estadounidense Clement Greenberg. Dejando de lado el brutal reduccionismo de esta afirmación, puesto que, al fin y al cabo, Danto se mueve en un plano filosófico y no cabe exigirle mayor erudición histórica en materia de historiografía artística, el fin del arte se habría producido para él, así, pues, por consunción; ya que cuando no cabe juzgar una obra ni por lo que dice ni por la forma de decirlo, esto es, por parámetros críticos de calidad, como ocurre, por ejemplo, cuando los artistas o posartistas deciden exponer, sin más, cajas de detergentes, entonces hay que buscar Nº100
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DE RAZÓN PRÁCTICA
nuevas perspectivas críticas. En definitiva: cuando cualquier cosa puede ser arte, y, por consiguiente, lo que se exhibe como tal es, sobre todo, un juicio de intención, una idea, entonces el único competente para crear obras de arte y juzgarlas es el filósofo, alguien como el propio Danto. Lo que Danto no explica es qué aportación supuso la caja de detergente de Warhol en relación con el urinario de Duchamp, exhibido casi medio siglo antes en el mismo Nueva York, ni qué aporta él mismo, desde un punto de vista teórico, cuando el romántico Schiller, antes de acabar el siglo XVIII, ya estableció que el nuevo fundamento del arte del futuro era la libertad, en vez del canon tradicional tradicional de belleza. Una obra de arte, basada en la libertad, deviene por fuerza algo difícil de juzgar, porque serán los artistas, en todo caso, en el ejercicio de su libertaria concepción sucesiva para decidir qué es arte, los que dictarán las reglas adecuadas para juzgar lo que se les ocurra crear. crear. Por eso, a lo largo de todo el presente siglo, casi todos los teóricos de arte han aceptado, con más
o menos matices, que “arte es lo que llamamos arte”, aunque Danto no se haya enterado. Por lo demás, la “intelectualización” del artista es un proceso que se inició en el siglo XV (en los tres libros que conforman el tratado De Pictura, de L. B. Alberti, publicado a mediados del siglo XV , no hay, por ejemplo, la menor consideración respecto al oficio de fabricar materialmente una obra) y que, desde entonces, no ha dejado de incrementarse, pero sin que esa progresiva ampliación de los horizontes culturales y filosóficos del artista haya supuesto en sí una ruptura respecto a la exigencia original. Tampoco se entiende muy bien por qué Danto, si efectivamente cree que el arte ha muerto y, en su lugar, debe reinar la filosofía, hay que seguir haciendo un “posarte” y no simplemente dedicarse a pensar de la única forma que cabe hacerlo: conceptualmente. En este sentido, ni las Brillo Box, ni ninguna de las obras posartísticas con que él entusiásticam entusiásticamente ente nos anuncia la buena nueva justifican su existencia. De hecho, a los casos que enuncia y comenta del arte actual les ocurre lo mismo que a Warhol: W arhol: que se remiten a precedentes históricos sin mayor novedad, fuera de la que, a veces, usan algún artilugio técnico de la última generación, pero aceptar eso como revolucionario revolucion ario sería igual que afirmar que, cada vez que se ha presentado cualquier novedad técnica en el cine –el sonoro, el color, el cinemascope, etcétera–, habría que hablar del nacimiento del poscine. Lo que realmente subyace, por tanto, en el discurso de Danto es que ahora ya no hace falta entender de arte para juzgar algo qué no se sabe bien qué es y que la larga experiencia vanguardista vanguardista de nuestra época nos ha demostrado que puede ser cualquier cosa, como un urinario o una caja de detergente. Y no hace falta entender de arte, porque lo que ahora hay es otra cosa, ese “posarte” que ya no se aprehende con los sentidos sino con la mente, la materia prima de los filósofos. 5. La palabra: el punto de fuga del arte moderno
¿Cómo no recordar, llegados a este punto, el divertido ensayo, que, hace ahora exactamente un cuarto de siglo, escribió Tom Wolfe W olfe con el elocuente título La palabra pintada. El arte moderno alcanza su punto de fuga? Aunque fuga? Aunque curiosame curiosamente nte también Wolfe W olfe sólo salvaba de la quema a Andy Warhol, W arhol, aunque por razones bien distintas distintas a las aducidas por Hobsbawm y Danto, ni siquiera este último se digna nombrarlo. En cierta manera, se comprende este silen7
EL ARTE EN EL NUEVO MILENIO
tuales
cio, porque la tesis de Wolfe describía el fin del arte y el surgimiento del posarte precisamente por el desembarco de los Danto o, si se quiere, porque la palabra, el concepto, la literatura o la filosofía eran, cada vez más en EE UU, los que ocupaban ocupaban o usurpaban usurpaban el papel de los artistas. ar tistas. En este sentido, refiriéndose a la obra que publicó un artista conceptual en la revista Arts revista Arts Magazine en 1970, en la que lo único que había era un lacónico texto escrito con instrucciones, Wolfe W olfe escribió lo siguiente: siguiente: “¡Por fin! Se acabaron los objetos referenciales, las líneas, los colores, las formas, los contornos, los pigmentos, las pinceladas, las evocaciones, los marcos, las paredes, las galerías, los museos, se acabó el realismo, se acabó la torturada contemplación de la endiosada Pintura Plana, ya no se necesitan audiencias sino un destinatario que puede ser o no ser una persona y puede estar allí o no, se acabó la proyección del ego, tan sólo el artista, en tercera persona, que puede ser o no ser alguien, ya que nada se le pide, ni siquiera la existencia, la perdida en el modo subjuntivo; momento de abdicación absolutamente desapasionada, de abandono despreocupado, en el que el arte llevó a cabo su pirueta final, ascendió más y más arriba por una espiral sin fin que sólo decrecía para estrecharse y, en un acto final de libertad, en una última reacción vital previa al estado fósil, desapareció en la cima de su apertura fundamental… ¡y surgió por el otro extremo convertido en teoría del arte! Teoría del arte pura y simple, palabras escritas en una página, literatura que la mirada no puede mancillar; plana, más plana que nada, la más plana, una visión invisible, como los ángeles o las Animae Mundi”. Mundi”.
¿Había que llegar al arte conceptual de los setenta para percatarse del peligro de volatilización volatilizació n de lo artístico o de su reconversión en una subsección de un departamento universitario de filosofía? En un reciente ensayo, titulado ‘Filosofía del arte, filosofía de la muerte’, inserto en un libro colectivo, Filosofía y poesía: dos aproximaciones a la verdad, compilado por Gianni Vattimo, su autor, Thomas Harrison, considera que el arte murió hacia 1910, cuando una serie de artistas y músicos, como Kandinsky o Schönberg, decidieron convertirse en filósofos, a la vez que los filósofos se hacían artistas, provocando esta mutación respectivamente la muerte del arte y la filosofía. “La tragedia estética toma conciencia de sí misma”, escribe Harrison, “en el momento en el cual esta generación de idealistas intenta elevar el arte al rango de propuesta filosófica; en el momento en el cual los músicos, pintores y poetas de los primeros años del siglo XX salen en persecución de la forma física del alma pura, de las semblanzas de la identidad abstracta, de figuras palpables de conceptos que han constituido siempre el domino propio de la metafísica”.
6. El testimonio de los artistas acac8
Pero, a todas estas, ¿qué dicen al respecto los propios artistas actuales? No me refiero, desde luego, a los artistas en general (la encuesta sería imposible, no sólo dado el número, sino las muy diferentes procedencias y generaciones que hoy se aglutinarían en un corte basado sólo en la actualidad), sino a los que viven, como quien dice, en el ojo del huracán –el mercado neoyorquino– y han demostrado una cierta capacidad para reflexionar sobre lo que les pasa a ellos mismos y un poco más allá también, espacial y temporalmente. Tal es el caso del artista estadounidense Peter Halley, que hace poco ha publicado un largo artículo esclarecedor al respecto, que lleva por título, ¡cómo no!, Después del arte. De entrada, hay que agradecer a Halley que no sitúe el comienzo y el fin del problema en el socorrido Warhol sino en el Renacimiento, y que asocie el comienzo y el fin del arte, no al evento de que a un artista se le ocurra exhibir un urinario o una caja de detergente en una galería, sino con la muerte de Dios. Pues bien, la tesis central de Halley es que, tras la muerte de Dios, más o menos temerosamente intuida allá por el siglo XV , los hombres no han encontrado otro medio de sofocar la angustia de su desaparición en la nada y, por tanto, de sobrevivirse más allá de la muerte que reproducir su propia imagen o la del entorno que les acompañó mientras vivieron. Esto, según Halley, explicaría la gran corriente mimética de realismo que guió el arte occidental hasta el siglo XIX , en el cual la invención de unos medios técnicos de reproducción de más fácil manejo, más fiables y más versátiles, junto con la democratización democratización de la cultura y el aumento incesante de hipotéticos consumidores, puso en fatal entredicho la supervivencia del arte tradicional. Es frente a esta apoteosis de multiplicación de la imagen que, durante el XIX , no sólo se extendió técnicamente sino también, desde una perspectiva estética, bajo el ensalmo de un realismo total, contra la que, según Halley, los vanguardistas plantearon la revolución permanente del lenguaje, casi como la única forma de sentirse, aunque fuera sólo circunstancialmente, vivos. En cierta manera, la consigna era matar el arte, definitivamente alienado, para no ahogar la vida, el espíritu creador. No obstante, tras el orgiástico potlach orgiástico potlach de las vanguardias históricas, la industrial cultural de masas incorporó esta provocación al espectáculo y frustró definitivamente este resto de energía liberadora. El diagnóstico sobre la situación artística actual apunta, según Halley, a que
“hemos iniciado un nuevo periodo de Comentario, como denominara Foucault la práctica de la erudición en el mundo renacentista. Pero, hoy día, los artistas y los intelectual intelectuales es están creando un comentario sobre un universo de simulación, sobre un universo desprovisto de Texto. Se trata de un comentario sobre la estratificación sin fin de los signos que en otro tiempo constituyó el mundo renacentista y que hoy constituye el simulacro. Se trata de una interminable exégesis carente de verdad y falsedad. De un comentario sobre un universo de arenas movedizas y quimeras en el que nada es sólido y nada es real”.
7. ¿Muerte o reinvención del arte?
Esta última frase de Halley me parece una buena descripción sobre lo que ha sido el arte desde su fundación histórica, pues el sentido que le ha acompañado en Occidente ha estado marcado por la fragilidad. Que Platón desterrara a los artistas de la Ciudad Ideal, postergándolos extramuros de ella, ha marcado el destino de éstos, no sólo hasta Hegel, como así lo enunció en un bello y profundo ensayo Iris Murdoch, sino, ahora lo vemos, también hasta la actualidad. Habría, no obstante, que preguntarse, ante las últimas requisitorias de ahora mismo, si con la muerte del arte se va más allá de las sucesivas actas de defunción de los dioses y de ese gran relato occidental, que dio cuerpo doctrinal al arte frente a la muerte de lo divino, que fue el clasicismo, habiéndose desenvuelto este proceso histórico, que no es otro que el de la secularización de la sociedad occidental, desde, por lo menos, el Renacimiento. Y habría que preguntarse, en efecto, si se va más allá ahora, cuando se nos habla del arte posmoderno, poshistórico o hasta el del posarte, no sólo para plantear el sinsentido de la supervivencia actual del arte, tal y como, desde luego, se ha practicado a lo largo de toda nuestra época contemporánea, sino, todavía más atrás, salvo cambios insustanciales de soporte y técnica, desde el mismo renacimiento. He empezado este escrito refiriéndome a la exposición de Sensation, que corrobora la supervivencia del arte e, incluso, de lo más genuino de la estrategia vanguardista. También ahora podría subrayar que Peter Halley es un notable pintor estadounidense, cuya descorazonadora reflexión, no le impide hacer cuadros, a mi juicio, muy buenos, como tantos otros artistas actuales, no necesariamente jóvenes ni “sensacionales”. sacionales ”. Lo que, por su parte, no explican ni Hobsbawm, ni Danto es, si nos referimos al primero, cómo este fracaso absoluto de la vanguardia ha producido obras de tan prodigioso talento, que naturalmente él obvia a favor de ensañarse con lo más banal, cuya abundancia no deja de ser directamente proporcional a la multiplicación del número de artistas en nuestra CLAVES
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FRANCISCO CALVO SERRALLER
de arte, tras la muerte de Dios, no fue sino la patética respuesta sensible de miméticamente conservar la propia imagen para calmar la ansiedad ante la muerte, que eso no agota la explicación de Vermeer, ni el uso del cinematógrafo o de cualquier otro soporte técnico iguala indiscriminadamente indiscriminadamente la calidad de estos productos. El día que el arte muera de verdad será, en definitiva, cuando la bestia de Lascaux, un Vermeer, una película de Huston o Tarkovsky, o la última pirueta sensacional de un joven artista nos dejen indiferentes, pero entonces nadie se dará cuenta. ■ BIBLIOGRAFÍA BELTING, Hans: Das Ende der Kunstgeschichte? Deutscher Kunstverlag, Munich, 1983 (ediciones en inglés, en 1987 y en francés en 1989). BENJAMIN, Walter: Discursos interrumpidos. Taurus, 1992. BLANCHOT, Maurice: La bestia de Lascaux. El último en hablar. Tecnos, Madrid, 1999. BURGIN, Victor: The End of Art Theory. Criticism and Posmodernity. Macmillan, Londres, 1986. C ALVO SERRALLER , F.: La senda extraviada del arte. Mondadori, Madrid, 1992. D ANTO, Arthur: The Transfiguration of the Commonplace. Harvard University Press, 1981. — Después del fin del arte. El arte contemporáneo y el linde de la historia. Paidós, Barcelona, 1999. H ALLEY , Peter: ‘Después del arte’, en la revista Arte y Parte, núm. 24, págs. 80-86, diciembre 1999-enero 2000, Santander.
sociedad de consumo cultural masivo; mientras que, si se trata del segundo, cómo los posartistas filosóficos que él avala siguen produciendo obras, surgidas de la imaginación y, de alguna manera, siempre referidas a lo sensible, aunque naturalmente ya no se atengan al canon de la belleza, sino, como desde fines del XVII XVIIII, estén arrastrados por el torbellino vertiginoso de la libertad y su implacable lógica de sucesión de cambios. Habría, en fin, sobre todo que inquirir a cualquiera de los teóricos actuales acerca de si creen que cabe cualquier modalidad de arte que no funde su sentido en la fragilidad, como es siempre necesariamente la labor o, mejor, el acontecimiento de “desocultación de la verdad”, como explicó insuperablemente Heidegger, en mi opinión el único pensador contemporáneo que ha comprendido lo que significa ser artista en el mundo secularizasecularizado moderno. ¿Hay que hacer “futurismo” para decretar hoy el fin o la muerte del arte? DesNº100
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de los primeros objetos conservados de la prehistoria, eso que llamamos arte no ha dejado de cambiar y, por tanto, de morir. En realidad, el hombre es mortal y, por tanto, él y lo que hace, signos necesariamente supervivientes. Ayer y hoy, nuestra conciencia de temporalidad se produce en el seno del lenguaje o, si se quiere, de la expresión, las tramas de la memoria. La ansiedad vanguardista de adelantarse al tiempo provoca siempre la caída en la estupefacción, cuya peor esperanza es la ilusión de un cambio de condición, de un salto cualitativo. No pocas veces, el arte, como antes la religión, nos ha advertido precisamente de lo que nos ata a la tierra, al origen, al signo mortal. En este sentido, no nos vendría mal recordar que cuando Benjamin escribe sobre la pérdida de aura en la era de la reproductibilidad técnica, no se refiere a la imposibilidad de seguir produciendo unidades manufacturadas, sino a lo único de la unidad; esto es: haciendo buena la interpretación de Halley acerca de que la obra
HOBSBAWM , Eric: A la zaga. Decadencia y fracaso de las vanguardias del siglo XX . Crítica, Barcelona, 1999. HUGHES, Robert: La cultura de la queja. Trifulcas americanas. Anagrama, Barcelona, 1994. V ATTIMO, Gianni (com.): Filosofía y poesía: dos apro ximaciones a la verdad. Gedisa, Barcelona, 1999. W OLFE OLFE, T OM: La palabra pintada. El arte moderno alcanza su punto de fuga. Ed. Anagrama, Barcelona, 1976. — ¿Quién teme a la Bauhaus feroz? El arquitecto como mandarín. Anagrama, Barcelona, 1982.
Francisco Calvo Serraller es catedrático de Historia del Arte. Autor de Imágenes de lo insignifi-
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LA MUERTE ANTROPOMORFA FERNANDO SAVATER
“¿Cómo puedes tú dormir tranquilamente? t ranquilamente? El grito de esas infinitas angustias me impide reposar. No puedo soportar más esa visión. ¡Levántate! Ven conmigo fuera, a la Noche, y déjame descubrirte las tumbas. ¿No es un espectáculo doloroso? ¡Mira!”. E. A. Poe, El enterramiento prematuro
o recuerdo si se trataba de la cripta de la catedral o de una especie de catacumbas civiles pertenecientes a otro edificio en el centro histórico de Lima: recuerdo en cambio haber solicitado el agobio de la visita –“le advierto que a mucha gente le resulta desagradable”, me había prevenido el guía–, los cóncavos techos amarillentos como de bodega siniestra, los miasmas neuróticos que parecían intoxicar el aire acortando la respiración y los cientos, miles, quizá cientos de miles de calaveras y osamentas que se sucedían por los meandros de aquella espelunca artificial. Huesos mondos y lirondos, según la frase que tanto leí en los amados relatos de aventuras de mi niñez –“los cangrejos dejaron sus huesos mondos y lirondos, etcétera”–, y que siempre me produjo escalofríos. Reliquias incontables, copiosísimas, con una sobreabundancia estremecedora y de pésimo agüero. Refrendos múltiples de la estadística que nos es a cada uno de nosotros más radicalmente desfavorable. ¡Y en aquel sótano limeño no se guarda más que una parte infinitesimal de los esqueletos que en el mundo han sido, de los miles de millones que caminaron sobre la tierra soportando carne y sangre junto al resto de nuestros comunes atavíos fabricados con el mismo tejido del que están hechos los sueños! Abrumadora cosecha: nunca ha habido, hay ni habrá carestía de muertos. Con razón los sabios latinos decían que morir es “reunirse con la mayoría”. Nacer es un raro privilegio, un favor especial y misterioso, lo único que verdaderamen verdaderamente te podemos lla10
mar “estado de gracia” (y que, según Lautreamont, a cualquier espíritu imparcial “debería bastarle”). bastarle”). Entrar en la existencia, aunque sea a trompicones –y siempre es así, según bien señaló Schopenhauer–, nos convierte en aristócratas ontológicos frente a los posibles no realizados… En cambio morir es algo incurablemente plebeyo o, al menos democrático, la más común de las necesidades. La muerte corrige nuestra afortunada pero transitoria anomalía y nos devuelve a la vulgaridad donde todos los gatos son pardos y no hay nada o, mejor, falta de todo. La vida es algo demasiado exquisito para durar demasiado. De nuevo, Shakespeare: “Out, out, brief candle!”. Los esqueletos se acumulan, llenan las catacumbas y forman pirámides. Mezclados unos con otros, confundidos, sin rango ni jerarquía. jerarquí a. ¿Alivia ¿Alivia o abruma esta descarnada descarnada promiscuidad? Calaveras, más y más calaveras: mira cómo nos miran… Según ha precisado el estudioso Philip Ariès en su su libro libro La muerte en Occidente, los parámetros de la muerte oscilan tradicionalmente entre dos límites: la comunidad de los muertos, destino de la especie (todos hemos de morir), y la individualización suprema que sella la biografía personal (la muerte de uno mismo). Pero desde el uno hasta el otro extremo, la muerte conserva un mismo tono salvaje y amenazante, poderoso, un brío feroz que debe ser conjurado y encauzado como se pueda. La ominosa presencia de la muerte y su irrupción constante en la vida de cada comunidad y cada persona necesitan laboriosos procesos de domesticación. Se utilizan todas las estrategias: denegación (“mientras estamos, no está; cuando esté, no estaremos”), estaremos”), sosegado halago (“el sueño eterno”), la recomendación terapéutica (“descansa en paz”), el reconocimiento democrático (“la gran igualadora”), el desafío (“¿dónde está tu victoria?”), la exaltación estética (“una bella muerte honra toda una vida”), la conclu-
sión científica (“el tributo a la especie”), etcétera. Llegado el caso, no se retrocede ante la superposición de remedios hermenéuticos: se aceptan frenos y riendas de todos los modelos, yuxtapuestos. Lo que no cabe ante la muerte es la neutralidad, el que sea vista como un fenómeno meramente “natural”… ¡aunque resulte lo más natural de todo para nosotros, que somos “de naturaleza mortal”, a diferencia de los dioses, que no mueren, y de los animales, que ignoran que van a morir! Sobre esta condición natural de la muerte reina la ambigüedad. En efecto, llamamos “natural” tanto a lo que ocurre de modo espontáneo y no deliberado por el hombre como a lo que sucede sin escándalo ni sobresalto. Pero para nosotros ambos sentidos no suelen coincidir: ¿hay algo que nos sobresalte más que la naturaleza elemental y espontáneamente desatada? Por eso, en Occidente, según Ariès, la necesidad de controlar la muerte viene precisamente de que se la tiene por una manifestación pura de la naturaleza y que, como tal, debe ser sometida a pautas civilizatorias, de igual modo que los rigores del clima o las intemperanciass de la animalidad: “La ritualitemperancia zación de la muerte es un caso particular de la estrategia global del hombre contra la naturaleza, hecha de prohibiciones y de concesiones. Por eso la muerte no fue abandonada a sí misma y a su desmesura, sino, por el contrario, aprisionada en unas ceremonias, transformada en espectáculo” (el hombre ante la muerte). En cambio, otros pueblos han tenido a la muerte por habitual y necesaria, aunque nunca “natural” (es decir, no mero efecto de causas despersonalizadas, inintencionainintencionales): todas las muertes son decididas, sea por quien va a morir o por un enemigo perverso. En algunos lugares parecen haber pensado que nadie muere salvo por acto de magia… dictamen que quizá coincide oscuramente con lo que de veras creemos CLAVES
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también nosotros, los más modernos. La muerte es una conspiración, una trampa diabólica, un agravio incompatible con nuestra jugosa conciencia de nosotros mismos. “¿Morir? ¿Quién, yo? ¡Y ¡Yoo no estoy hecho para la muerte ni por la muerte! ¡Si muero ha de ser por mal de ojo o cualquier otro atropello!”. No faltan mitificadores de lo exótico para decir que en “Oriente” (sea cual fuere semejante sede cultural), donde viven en mejor comunión con la naturaleza (¿se puede sacar tal lección, por ejemplo, de un jardín japonés o del antiguo ritual hindú de quemar a las esposas en la pira del marido fallecido?), la muerte es vista como algo natural en el sentido de cosa reconciliada y padecida sin especial escándalo. Pero ¿acaso en Oriente no hay también rituales funerarios, no se busca con afán la inmortalidad del dragón o del jade, no se intenta promover el desapego a los deseos carnales sobre los que se edifica nuestra existencia –el proyecto moral más “antinatural” que cabe imaginar, imaginar, según el cual quien no apetece como vivo no padece al estar muerto– o se acuña toda una estética del suicidio honroso? A quienes hablan de la supuesta “naturalidad” de la muerte oriental no es preciso refutarles, basta con no creerles. Y con seguir pasando revista al resto de los embrujos necrománticos de todas las épocas y lugares. ¿Es caso único el de la muerte en cuanto irrupción devastadora de lo natural en lo social o, mejor, como perpetua manifestación indomable de lo natural dentro de lo social? A este respecto, se ha comparado a veces la muerte con el sexo. No me parecen instancias equivalentes si por “sexo” entendemos primordialmente el goce libidinal. Por mucho que insista Georges Bataille, la petit mort orgásmica está muy lejos de dar el peso cuando se la pone en la balanza antropológica frente a su falsa hermana mayor. A diferencia de la muerte, a la cual hay Nº100
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que disimular o de la que intentamos distraernos para que no nos abrume, el delicioso retortijón inguinal se haya notablemente magnificado y poetizado por sus entusiastas. Pero podemos concebir o constatar muchas vidas humanas en que tal episodio tiene una importancia nimia y ninguna, sin embargo, en que la muerte (propia y ajena) no desempeñe un papel de catalizador esencial de emociones, miedos o esperanzas. En cierta medida es posible renunciar a vérselas con el sexo (al menos conscientemente, pace Freud), pero nunca con la muerte. Cosa distinta es si por “sexo” entendemos no el placer erótico sino la reproducción. Ahí sí que parece darse un acontecimiento traumático (por su extraña mezcla de pureza y mancha, de dolor que proviene de un abandono gozoso, de aparición irremediable de lo ya previsto pero aún nunca visto), frente al que la sociedad ha de tomar medidas apaciguadoras ritua-
les. Entrar en el mundo y salir de él son las dos únicas cosas que ocurre a todos los miembros de una comunidad; por tanto, constituyen los percances individuales que exigen mayor compromiso colectivo. Y, sin embargo, tampoco entre ellos la simetría acaba de ser perfecta: pueden instrumentarse modos de prevenir la natalidad, pero no de prevenir la mortalidad. Es decir, que cabe disminuir el número de hijos pero el de muertos siempre ser el mismo: todos. En cualquier época y en cualquier cultura, el empeño funerario ha consistido siempre en dar forma humana a la muerte. O sea, transformar en significativo y simbólico el hecho crucial que nos convierte a todos en igualmente insignificantes. Se dirá que esto precisamente es lo que intentan las sociedades con cualquiera de los sucesos en que de cerca o de lejos nos vemos implicados, sean triviales o importantísimos. Pero el caso de la muerte parece particularmente urgente porque es el que resulta me11
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nos asimilable, menos dócil a cualquier pretensión de reconversión antropomórfica. Así, la muerte se muestra refractaria a la forma humana: es precisamente el nombre que damos a lo que (¿proceso? ¿suceso?) nos hace perderla definitivame definitivamente, nte, borrando nuestra humanidad concreta del imaginario registro de lo humano, donde estábamos provisionalmente inscritos. Por eso no hay nada tan feo, es decir, tan antihermoso como la muerte. Hablo literalmente: formosus,s, hermoso formosu hermoso,, es aquello dotado de una forma nítida, armoniosa y consistente. Según apunta Remo Bodei en su ensayo Las formas de lo bello, esta homologación valorativa entre lo bien formado y lo bello se debe probablemente a nuestra aterrada repugnancia ante la aniquilación de las formas y las figuras que la corrupción de la muerte impone como su síntoma más patente. El resultado de la muerte es lo informe, el desvanecimiento de las formas como si nunca hubieran sido: la nube que por un momento se asemejó a un camello o a un león se deshilacha y disuelve en lo azul. La forma de cada individuo humano –sobre todo en el esplendor ideal de su sazón– parece prometer que ya es al fin lo que debe ser y seguir siendo precisamente así; las modificaciones que a esa forma impone el transcurso del tiempo, por inquietantes que resulten, pertenecen al género de la metamorfosis, dentro del cual lo mismo permanece como lo mismo a través del paso por lo otro. Pero la muerte no nos transforma, sino que definitivamente nos deforma, nos roba toda forma posible: no nos cambia nada, sino que nos cambia en nada. No es un peregrinaje, sino la aniquilación. El niño recién nacido y el anciano más achacoso siguen mostrando formas de lo humano, mientras que el cadáver más reciente o me jor conservado ya no presenta más que que un patético remedo que desmiente la realidad misma de aquello a lo que parece parecerse. Embalsamar, momificar, disecar, empeños igualmente comprensibles aunque vanos, pues desde Aristóteles sabemos que el alma es la auténtica forma del cuerpo humano. Donde ella falta, sólo queda lo informe… en cualquiera de sus corruptas formaciones. Y lo informe no es sólo la forma desaparecida, sino la revelación de que la forma humana fue mera apariencia, sombra sin sustancia, ser del no ser. ¡Salvemos la forma humana de la muerte! Tal es el contenido de todo himno y propósito funerario desde la más remota antigüedad. Para ello, a lo largo de los siglos, las diversas sociedades han derrochado imaginación para convertir el aconteci12
miento devastador en un viaje a otro mundo, una partida de caza, el tránsito de la crisálida a la mariposa, un sacrificio voluntario en beneficio de la comunidad o de nuestros hijos, un sueño reparador, el regreso a la madre tierra, la semilla que se planta para dar nuevos frutos, el debido tributo del individuo a la especie, el castigo de Dios por la desobediencia culpable de nuestros primeros padres, el acceso al tribunal donde nuestra vida toda será juzgada, un supremo testimonio de amor amor,, etcétera. Las tumbas se han llenado de objetos cotidianos, platos de comida, armas, amuletos, juguetes, imágenes de divinidades protectoras, fotos de parientes y, últimamente, algún que otro teléfono móvil. También el arte ha contribuido a este intento de “salvar las formas”, o por lo menos una, la forma humana: se han hecho pirámides, estatuas yacentes de muertos que leen o que aferran su espada, figuras de amantes desaparecidos que intentan darse la mano o de padres que acarician a sus hijos, mausoleos grandiosos que no disimulan sino que evocan y subrayan el agusanamiento de lo que ocultan, momias, mascarillas mortuorias, cuadros como el de Chatterton ex nime, de cuya mano escapan los últimos poemas, o la seca y temible calavera en su hornacina pintada por Memling (se guarda en la vieja pinacoteca de Múnich), bajo la que puede leerse sobriamente: “Morieris”. “Morieris”. En nuestra modernidad positivista pugnan dos estrategias distintas: por un lado, el cadáver se oculta, se hurta a las miradas (¡no soportamos ser perturbados en nuestro confort que ignora los callejones sin salida y, a tal respecto, hasta el fallecido más rozagante resulta demasiado perturbador!) cuando no se le maquilla y embellece artificialmente para que ofrezca una engañosa apariencia de vida suspendida (“¡se diría que está dormido!”); por otro, la literatura y, sobre todo, el cine nos muestran la putrefacción o el descoyuntamiento de las abominaciones que surgen de la tumba, de los que se resisten a confinarse en ella, el muerto viviente que camina a trompicones con los intestinos fuera, el zombi que merodea sin decidirse a volver al cementerio, esa vampírica obstinación del alma que lo ha perdido todo corporalmente pero se niega a cesar en su animación atroz. Así que tenemos, por un lado, los primos de Nuestros seres queridos, de Evelyn Waugh, y, por otro, los nietos de El extraño caso del sePoe. Dos formas formas ñor Valdemar, de Edgar A. Poe. opuestas e igualmente engañosas de consuelo o distracción. ¿Los rostros de la muerte? Pero la muerte no tiene rostro… su única facies es la de-
saparición de cada una de las caras, el final de las apariencias físicas o psicológicas. En verdad, por debajo de las supersticiones, todos sabemos que la muerte no promete ni amenaza sino que resuelve. Disuelve. Se niega a contestar, repudiando todo coloquio. Las palabras sobran y el resto es silencio. Por eso es inhumana la muerte, porque no dice nada, porque hasta el epitafio tenemos que ponerlo nosotros. ¡Ah, si la muerte hablase a su modo un poco, si profiriera algo mínimamente inteligible, si diese señales de vida! O si nosotros pudiésemos comunicarnos con ella, introducir nuestras quejas en su urna, negociar nuestra retirada, encarecerle que cuide al menos a aquellos que amamos. Como hicieron aquellos padres angustiados, según perpetúa la estela helenística, cuando recomendaron a su hijito al inmisericorde Caronte: “Mira que es aún muy pequeño… tendrá miedo cuando se vea solo… cuídale, tranquilízale… y, si puedes, cántale algo… es lo que le gusta, cuando se hace de noche…”. ¿Esfuerzo perdido? Tampoco hay respuesta. ■
es catedrático de Ética. Autor de La ética como amor propio, Ética para Amador, El jardín de las dudas y Las preguntas de la viFernando Savater
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PUCHEROS DE SUPERSTICIÓN JAVIER MARÍAS
uanta mayor aceptación o mayor consenso, más prestigio, reverencia o mero respeto susciten una institución, un sistema político, unas momentáneas costumbres o creencias, un pasado real o imaginariamente agraviado, un tipo de sentimiento y hasta un determinado rasgo de carácter, mayor es el riesgo de que sur jan supersticiones supersticiones en torno a ellos; ellos; y mayor mayor el riesgo de que se conviertan en envilecidas coartadas para los caprichos y desmanes y abusos, o en instrumentos y comodines para la justificación de conductas y reacciones poco justificables, hasta el punto de que si una “mala” conducta se ampara o se da en el seno de esa institución o ese sistema político, obedece a esas costumbres o creencias, se explica por ese pasado de agravios, se atiene a ese sentimiento o a ese rasgo de carácter tan prestigiados que a veces parecen casi sacralizados, cuenta con grandes probabilidades de ni siquiera ser percibida como tal, como “ma “mala”. la”. Hay, Hay, por así decirlo, envoltorios o recipientes que obran milagros en favor de sus contenidos, y se erigen en salvaguardias siempre “legitimadoras” para quienes se alojan o cobijan, simplemente caen o con astucia se deslizan e introducen en ellos. Por el mismo motivo, pocas empresas resultarán tan impopulares como las que busquen no ya señalar o desenmascarar esos contenidos concretos cuya mala ley haya sido convertida en buena por el purificador y mirífico puchero de turno que los albergue, sino algo aún más grave y atentatorio contra las convicciones comunes, a saber: raspar la capa de superstición con que a menudo está bañado el mismísimo metal de esos pucheros. En la actualidad, y en nuestras sociedades, yo creo detectar los suficientes para que enumerarlos y abordarlos todos equivaliera a labor tan desmesurada como establecer una Pseudodoxia Epidemica de nuestro tiempo, tarea para la que no me siento Nº100
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capacitado ni a la que estoy dispuesto; pero quizá no esté de más pasar brevemente una lija –o incluso con más modestia: una lima– por un par de ellos, quizá los más relucientes y llamativos y los más asentados desde mi punto de vista o al menos los que más afectan a la cosa pública. (Me dejaré en el tintero unas cuantas supersticiones bien extendidas, como la superstición amorosa, la superstición nacionalista, la superstición de la visceralidad y la superstición del sufrimiento: otra vez será, acaso). Y antes de nada me conviene –por la cuenta que me trae– hacer hincapié en que comparto el generalizado respeto por los recipientes en cuestión. Lo que en ningún caso podría es compartir la veneración excesiva, la santificación, la inmaculización, la adoración –la superstición que los torna “intocables”, en suma– por ellos; y no tanto porque vea en el horizonte otros utensilios o representaciones o convencimientos o símbolos más merecedores de entronización y alabanza que los más deificados e idolatrados hoy por nuestras comunidades, sino más bien porque el ensalzamiento y la entrega incondicionales me parecen por principio desaconsejables, si es que no –y siempre– descartables y aun repudiables. No sería de extrañar que me viera obligado a suscribir aquí alguna que otra perogrullada, pero es que a eso suelen conducir, casi indefectiblemente, los combates contra las supersticiones, por modernas que sean. La superstición democrática
Quizá porque en nuestro país –no digamos en los pocos latinoamericanos que la disfrutan– la tradición democrática es todavía breve y una apreciable rareza histórica, se ha creado en torno a este sistema político una tan vigorosa como barata beatería que lo mismo sirve para denigrar y excomulgar a quienes no lo defiendan con uñas y dientes que para blindar las actuaciones de sus más conspicuos e inequívocos beneficiarios,
a saber, los políticos por él elegidos (en mucho mayor grado beneficiados que la ciudadanía). A menudo da la impresión de que esa elección fuera una especie de salvoconducto o patente de corso para las medidas y decisiones de los electos, también una ordenanza que exigiera acatamiento –en todo caso “respeto”– a esas decisiones, incluso a las opiniones sobre las que se sustentan. No son pocos, por ejemplo, los que hoy mismo exigen respeto a Hugo Chávez y a Alberto Fujimori por haber llegado al poder ambos a través de las urnas, sin que al parecer cuente mucho lo que están haciendo luego con ese poder democráticamente obtenido. “La gente así lo ha querido”; “Es la voluntad del pueblo”; “Los ciudadanos se han pronunciado”: pronunciado ”: son las huecas frases con que se tiende a acallar las críticas o a desautorizar el abierto enfrentamiento a esos dos dictadores democráticos totalitarios. Lo que acabo de decir –y así oírlo es parte de la superstición democrática– puede sonar a paradoja o a disparate, pero no es necesariamente una contradicción en los términos. En primer lugar, porque la esencia misma de la democracia, más allá de las bonitas y con frecuencia hueras palabras sobre la pluralidad y complejidad deseables en todas las sociedades, reside en la ambición de ganar cuantas elecciones vengan, y por el margen mayor posible; en consecuencia, el afán, desiderátum o ideal de cualquier partido sería ganarlas una tras otra y por unanimidad todas. El sueño del político democrático sería que todos los votantes se sintieran representados por él, o más por él que por ningún otro adversario, y en ese sentido su anhelo coincide plenamente con el del dictador y el totalitario, sólo que el primero de los tres aspira a verlo cumplido mediante la persuasión, y el segundo –o el segundo y el tercero, aunque estos dos no siempre van juntos, sí a menudo– mediante la imposición, la invasión, el sometimiento, la ocupación, la 13
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fuerza; el primero por aclamación, el segundo con o sin ella; el primero está dispuesto a conformarse con una aproximación razonable al cumplimiento de su anhelo, el segundo no tolerará el incumplimiento parcial, no aceptará otra cosa que la cabal realización del sueño. La meta de ambos es, sin embargo, la misma: tener el poder, ejercerlo sin apenas trabas, dirigir y manipular a los gobernados a su criterio, independientemente de que tanto el uno como el otro crean o puedan creer estarlos favoreciendo, protegiendo, guiando y hasta tutelando. O salvando. No debe olvidarse nunca que un político, de la clase que sea, es alguien que, para empezar, cree estar en lo cierto; cree saber lo que es mejor para sí mismo y para los demás, para la totalidad de sus conciudadanos; y quiere llevar a la práctica su proyecto o –más artísticamente– ver plasmadas en la realidad sus figuraciones. Es alguien que –tampoco se olvide– aspira siempre a regir sobre otros y a decidir por otros, aunque formalmente lo haga “en nombre” de esos otros. Que el uno utilice la persuasión y el otro la imposición no es diferencia baladí, al contrario: es toda la diferencia. Pero ésta no debe ni puede de hecho ocultar que dentro de la persuasión caben y también se inscriben el sofisma, la demagogia, la mentira, el engaño (hoy ya institucionalizado), las falsas promesas, tal vez la calumnia, sin duda las argumentaciones falaces, por supuesto la propaganda, no digamos el insulto, las acusaciones infundadas, la trapacería, la difamación, la emboscada, la hipocresía, lo taimado, el chantaje. Y sin embargo la 14
superstición democrática, en su manifestación más extrema –que hemos alcanzado aquí rápidamente, con creces–, pretende y logra que todo esto sea normalmente excusado, pasado por alto, aceptado y aun acordado, rara vez es denunciado ni condenado. Se toma como “parte del juego”, o como “gajes del oficio”, o como “lógica de las alianzas, de la compensación y la represalia, lógica del cambalache”. Todo esto se analiza con asombrosa asepsia, se cuenta y se especula con ello, se admite y aun se propicia. Parece normal que un político diga lo que no piensa, esconda sus intenciones, cambie de opinión en función de sus pactos, sin explicar tal cambio. Nunca es castigado por sus veleidades o inconsecuencias, no se le piden cuentas porque un día censure y al siguiente ensalce a un contrincante, a otro partido; siempre encuentra un comprensivo –en realidad resignadamente corrupto–. “Ya se sabe, la política”. Pero cuando surge por ventura alguien que por todas o algunas de estas prácticas descalifica a un político o a un partido, entonces éstos sacan a relucir su reluciente puchero –o aquí, si se prefiere, urna– para que con su magia vuelva las acusaciones en contra de quien los acusa: “Somos una agrupación democrática, gozamos de inmunidad democrática”; “Hemos sido limpiamente elegidos en unas votaciones libres”; “Atacarnos equivale a insultar a tres millones millon es de electores”, electores”, etc., etc. Estas proprotestas ni siquiera son ciertas, en su literalidad, al ciento por ciento. Un partido puede ser democrático en el sentido meramente técnico de estar registrado como tal y con-
currir a las elecciones, pero puede perfectamente no serlo ni en su espíritu, ni en su funcionamiento interno (no lo es casi ninguno), ni en su defensa de ese sistema político, ni desde luego en su tolerancia de los demás partidos. Unos políticos pueden haber sido, en efecto, elegidos en unas votaciones libres, pero será difícil o más bien imposible que lo hayan sido “limpiamente”: no sólo por las habituales manipulaciones antes expuestas, sino porque, sobre todo, habrán sido elegidos en primer lugar –esto es, contratados, comprados, premiados o “fidelizados”– por el aparato de sus respectivos grupos que los colocara en las listas cerradas. Y, claro está, criticar, atacar o incluso descalificar a un político no equivaldrá jamás a insultar a un solo votante suyo: no ya porque un altísimo porcentaje de votantes opte siempre por una u otra lista sólo como mal menor, sin ningún entusiasmo ni desde luego incondicionalidad alguna, sino porque, por mucho que a los políticos y a los partidos les guste considerarse o estén formalmente considerados “representantes” de la ciudadanía, a la hora de los hechos lo son en grado mínimo, en nuestras democracias. Lo decisivo aquí es que son siempre, y en el mejor de los casos, representantes interinos, provisionales, azarosos si se me apura, y la prueba de ello es cómo ellos mismos, cada vez que hay nueva campaña, procuran atraerse precisamente el voto de quienes la vez anterior no se lo dieron ni los quisieron como representantes suyos. Digamos, en suma, que su grado de “representación” está tan rebajado, es tan pálido, tan “televisivo”, su vínculo con los electores tan teórico, cambiante y superficial, que de ninguna manera cabe hallar veracidad en sus frecuentísimas pretensiones de trasvasar los ataques que reciben al cuerpo de sus votantes, la correa de transmisión es una entelequia. No hace falta remontarse una vez más al clásico ejemplo del Hitler que fue elegido democráticamente la vez que lo fue, para recordar que, en un sistema democrático asentado, lo importante no es que tal o cual político haya sido “democráticamente elegido” –eso sería tan sólo lo descontado, la obvia exigencia mínima, y sin embargo cómo se les llena la boca a todos cada vez que lo subrayan enfáticamente–, sino lo que ese político haga y diga después después de de haber sido –faltaría más– elegido. Y en este sentido, para lo único que ha de servirle el milagroso puchero que tanto gustan todos de blandir con ufanía, es para recordar a sus enemigos, rivales o críticos que lo que no puede hacerse con él en modo alguno ni bajo ningún pretexto es derrocarlo por CLAVES
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la fuerza y sin que medien unas elecciones nuevas. Sí puede hacerse, en cambio –y éste es el conjuro de la superstición democrática–, casi cualquier otra cosa: se lo puede criticar y hasta denostar, se le pueden afear sus palabras, sus opiniones y sus comportamientos, se puede señalar su cinismo, su volubilidad, su chalaneo, su frivolidad o su irresponsabilidad, se pueden cuestionar sus principios, doctrinas y fines, se lo puede tildar de racista o clasista si se conduce como lo uno o lo otro, por supuesto se lo puede tachar de incompetente. Nunca, al hacerlo, se estará incluyendo en el paquete a sus electores, menos aún –como pretenden muchos con grosería inaudita– a la ciudad, región, nacionalidad o nación que le hayan otorgado su cargo. “Haber sido elegido democráticamente”, “ser representante democrático de una parte de la población”, “Haber ganado un escaño en las urnas”, todo eso, en una democracia, no es en sí nada ni hace a nadie acreedor a ningún especial respeto ni miramiento. Es tan sólo la condición indispensable para cobrar el correspondiente sueldo, y trabajárselo. Como puchero purificador, protector o mirífico debería servir de muy poco, o aún es más, de nada. La superstición legal
Señalaba hace unos meses Fernando Savater, en un artículo sobre las chillonas stock options de options de Telefónica, que, como al parecer tal expediente para el velocísimo enriquecimiento de un centenar de directivos de dicha compañía es “legal”, está mal visto censurarlo, y las objeciones que puedan ponérsele suelen ser silenciadas con estos dos muy contundentes argumentos: a) “Eso se hace en todas partes”; b) el ya mencionado “Es legal hacerlo”. No es nada raro, en efecto, encontrarse con respuestas semejantes ante conflictos o situaciones peliagudos que crean cierto desconcierto: se recurre a expresiones como “Es conforme a la ley”, o “Eso está previsto en la ley”, para zanjar debates y acallar reparos a actuaciones y hechos dudosos o directamente repugnantes. Que se aplique cloroformo a la fuerza a unos inmigrantes ilegales y se los despache muy por las malas a su país de origen será presentado como algo impecable si “se ha obrado dentro de la legalidad”, y quienes esto aduzcan se permitirán a continuación indignarse con los indignados por la brutalidad cometida. Que un joven sea condenado a unos meses de cárcel por robar dos coca-colas en un centro religioso se querrá hacer pasar por muy justa sentencia si ésta se ha dictado “con la ley en la mano”. Los demenciaNº100
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les dispendios de ministros u otros funcionarios a cargo del erario público se justificarán siempre, por escandalosos y superfluos que sean, si “están contemplados en las partidas presupuestarias legalmente aprobadas”, y así hasta el infinito. (El recurso a la legalidad ha sido empleado con la misma tranquilidad y desahogo por todos nuestros Gobiernos, incluidos los variadamente autonómicos). Aquí la supersti superstición ción es quizá quizá más más dañina y peligrosa todavía, porque si hay algo siempre provisional, interino y hasta cierto punto arbitrario, eso es “la ley” o “lo legal”, y la invocación permanente a la una o a lo otro como instancia superior justificatoria supone, entre otras cosas, abdicar de conceptos tan fronterizos que a veces se confunden con el de “legalidad” y que sin embargo, pese a ser más imprecisos, deben a menudo trascender este último y prevalecer o quedar por encima de él. Son conceptos como “lo lícito” o “lo legítimo”, o incluso –si se me admite un vocablo anticuado– “lo recto”. Las leyes son una tentativa de regular, de plasmar en un código, lo que la sociedad percibe y siente en cada momento como “lícito”, “legítimo”, “recto”, o bien como sus contrarios. Vale decir que las leyes deben reflejar, representar, obedecer, guiarse por esa percepción y ese sentimiento, no a la inversa. Pretender lo contrario sería –por establecer una comparación aproximativa– como pretender que el pensamiento se acoplara y adecuara a la gramática y a la sintaxis de la lengua, en vez de esperar que sean éstas las que evolucionen de acuerdo con las necesidades o innovaciones expresivas del pensamiento (últimamente más bien inexpresivas, por desdicha, pero tanto da para el ejemplo). Que una actuación policial, una sentencia judicial, un enriquecimiento “aprovechado”, una maniobra política dudosa o abyecta se ciñan a la ley no basta para convertirlos ipso facto en “lícitos”, “rectos” o “legítimos”. Un ejemplo imaginario pero muy claro, que debo a mi señor padre, sería el siguiente: si el Gobierno vendiera a otro país o a un particular el Museo del Prado con todos sus contenidos, la venta podría tal vez ser “legal”, pero jamás sería “lícita” ni “legítima”. De similar manera, que Hugo Chávez en Venezuela o Alberto Fujimori en el Perú estén llevando a cabo sus reformas, ajustes, inventando sus prórrogas o Constituciones “conforme a la legalidad vigente” no opera como blindaje ante las objeciones, críticas o condenas a sus peculiares y estafadoras iniciativas, sobre todo porque en sus países la “vigencia” de la “legalidad” está sometida a un carru-
sel continuo, y la “legalidad” misma es un objeto de su diseño. Cierto es que las leyes han de ser respetadas (principalmente por quienes las emiten y han de velar por ellas), y que si una es injusta o tramposa o trasnochada o sofística, la única manera de arreglar el asunto en un Estado de Derecho es procurar derogarla o cambiarla, no saltársela ni incumplirla (excepto en casos muy extremos que inviten a la desobediencia civil, no descartable). Pero una cosa es que la legalidad haya de ser respetada y otra muy distinta que se eche mano de ella y pueda esgrimírsela en toda ocasión como garantía de la decencia y justicia de cualesquiera medidas, comportamientos, transacciones, persecuciones, represiones o disoluciones. En España nos bastaría con un ejemplo extremo, pero también muy claro, para comprobar la escasa o nula validez de semejante salvaguardia: si un día el País Vasco –o más exactamente sus políticos “democráticamente elegidos”– se separara unilateralmente del resto del Estado, sería “legal” que el Ejército interviniera allí en defensa de la llamada “unidad territorial”, según prevé la Constitución y de vez en cuando nos recuerda algún frívolo de escasas luces. Dudo muchísimo, sin embargo, que ese hipotético y “legal” raid raid militar militar pudiera ser visto o percibido como “legítimo”, “lícito”, “recto”, por la ciudadanía, con la salvedad probable de algunos grupúsculos veterofranquistas, los miembros y votantes más asilvestrados del Partido Popular, los más montaraces del Partido Socialista, la porción “galindesca” del mismo Ejército y ocho o diez columnistas nostálgicos del periódico Arriba riódico Arriba del que tan bien vivieron o de la Monarquía Invisible que les escamoteó Franco y que bien podría llamarse, con propiedad absoluta, el Interregno. Que algo sea “legal” significa, así pues, tan sólo que puede hacerse sin ser denunciado al instante ni ir a la cárcel de momento por ello quien se decida a hacerlo, nada más. per se, que ese algo esté bien hecho. Nunca, per Nunca, Y nunca garantiza per se que no sea una atrocidad lo cometido “en nombre de esa legalidad vigente”, por muy “democráticamente elegidos” que estén los legisladores del país de su vigencia. Creer otra cosa es sólo eso, una creencia supersticiosa. ■
Javier Marías es escritor. Ha recibido los premios Impac de Dublin, Nelly Sachs en Alemania y Mondello en Italia. Sus últimas obras son: Seré amado cuando falte y falte y Negra Negra espalda del tiempo. 15
IGUALDAD DE LAS LENGUAS, IGUALDAD DE LOS CIUDADANOS FÉLIX OVEJERO LUCAS
No hay que preocuparse de buscar lo nacional. Lo que estamos haciendo nosotros ahora será lo nacional más adelante.
J. L. Borges
adie se declara partidario de la desigualdad. Los dictadores más siniestros, carentes de reparos a la hora de atacar “los excesos de la libertad”, se cuidan mucho de levantar la voz contra cont ra la igualdad. No hay partido o tradición política que no incluya alguna invocación a la defensa de la igualdad. La crítica más elemental referida al más singular asunto acostumbra a arrancar apelando a algún tipo de igualdad (“ante la ley”, “económica”, “social”, “de oportunidades”) que ha sido violentada. Desde luego hay muchas situaciones en las que no hay dudas acerca de la pertinencia y el buen sentido de la crítica en nombre de la igualdad. Sólo una voluntad cínica o sofística buscaría argumentos para justificar situaciones en donde un 1% de la población dispone del 90% de la renta. En tales casos parece razonable valorar cómo están las cosas sobre el horizonte de la igualdad, desde el trasfondo de cómo podrían estar, desde una situación más deseable que se procura conseguir, que justifica la modificación de una presente que, así, se juzga negativamente. Pero no siempre las cosas están tan claras. Muchas apelaciones a la igualdad no pasan de ser un ejercicio retórico. Unas veces, porque no son “auténticas”; en otras, porque no son pertinentes, porque no todas las igualdades son posibles o ni siquiera deseables. A nadie se le ocurre lamentar la desigualdad en la composición por edad, inteligencia o peso de la población, y reclamar que todos tengamos 30 años, seamos igualmente listos o memos o pesemos 70 kilos. Al contrario, se consideraría bárbaro y, en ese sentido, inmoral cualquier intento de modificar lo existente. No resultarían menos grotescos otros esfuerzos de igualación referidos a aspectos “no na-
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turales”: igualar el número de practicantes de dos religiones, el interés entre los deportes o las tendencias artísticas. A pesar de eso, muchas defensas de actividades minoritarias (“medicinass alternativas”, por ejemplo) o re(“medicina clamaciones presupuestarias no buscan razones distintas de un impreciso reclamo en nombre de la igualdad. La igualdad y la escasez
¿Tiene sentido la igualdad lingüística? Pues, depende. Depende de la idea de igualdad que se esté manejando. En sentido estricto no lo tiene el uso trivial y frecuente que, por ejemplo, lleva a decir que “X (determinada lengua) está discriminada”, que “todavía X no está en igualdad de condiciones respecto a Y” o que “hay que conseguir la igualdad entre las lenguas”. Por lo pronto, una lengua no se discrimina, se discrimina a sus hablantes. La igualdad no tiene sentido referida a un instrumento de comunicación, sino a determinados aspectos –como es el caso de la renta– relativos a sujetos morales (o con capacidad para sufrir, dirían ciertos filósofos). El acento, lo importante, no son las lenguas, sino las personas. Éstas son las que sufren, toman decisiones, pueden ser explotadas o aspiran a ser felices. La unidad de valoración son los sujetos. En todos los casos. Si las desigualdades importan es porque importan las personas. No se puede pedir la igualdad de peso, pero sí que no se discrimine a las personas por razones de peso (aun si, para ciertas actividades, no se puede considerar discriminatorias ciertas exclusiones; en el estado actual de la tecnología no se puede condenar, por ejemplo, la exclusión de los invidentes como candidatos a conductores de autobuses). En segundo lugar, también hay que acotar el territorio de referencia. No tendría sentido decir que el castellano está discriminado en Alaska o el eusker euskeraa en Bale Baleares. ares. En breve, no basta con recordar que lo que cuentan son las gentes, sino que también hay que precisar “qué gentes”, quiénes son los sujetos cuya
lengua hay que tomar en cuenta. Y la respuesta no parece complicada: la lengua que hay que tener en cuenta es la lengua de la comunidad y esa lengua es la lengua de sus miembros. No la que hubo alguna vez, ni la que pueda haber en el futuro. Los muertos no tienen nada que decir en ninguna lengua. Lo que habrá de ser, como cualquier intento de modificar la realidad, es precisamente lo que ha de justificarse. La igualdad que podría interesar es la de –oportunidades entre– los individuos para realizar sus planes de vida1. Cuando se discrimina a alguien por razones de lengua (peso, sexo, edad), sí que hay que pensar que algo que tiene que ver con la igualdad ha sido maltratado. Pero sin perder el sentido de la medida. Al otorgar una beca para una universidad en Estados Unidos parece razonable excluir a quienes desconocen el inglés. Algo parecido sucede en la vida cotidiana, en el trato con las instituciones. Por razones de elemental economía hay que echar las cuentas sobre el número de hablantes. Una lengua que sólo habla un 1% de la población no puede convertirse –en nombre de la igualdad– en una “lengua en igualdad de derechos”, se entienda por ello lo que se entienda. Al final final,, como como en much muchas as situ situacio aciones nes de jusjusticia, hay aquí un problema de escasez. Si los recursos no fueran escasos, si hubiera un número ilimitado de becas o los documentos de la administración tuvieran tuvieran costo cero, el problema de la igualdad sería menos problema. En ese sentido, el desarrollo tecnológico puede modificar los escenarios. Si los impresos se pueden “bajar” por Internet y cada uno escoge el ejemplar en la lengua que quiere, el “problema lingüístico” se simplifica. Por eso mismo el problema de “la lengua en la televisión”, en muchos casos, tiene una solución sencilla: bastaría bastaría con emitir en dual y que ca-
1 Habría que hilar más fino en la referencia a las oportunidades, pero es suficiente para lo que aquí interesa.
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da cual escogiera la lengua que quisiera. Al fin, en estas cosas, donde no hay una distribución distribu ción de riqueza desigual, donde cada uno tiene la misma capacidad de consumo, el mercado es lo mejor: recoge las preferencias de las gentes. En la medida en la que no hay “lenguas esencialmente mejores”, sobre esas preferencias nadie tiene que decir nada (a diferencia de otras, susceptibles de valoración moral). La idea misma de “política lingüística” produce cierto escozor intelectual. En sentido literal, “normalizar” una lengua es un desatino2. Si algo es normal, común, no hace falta normalizarlo; si ha de ser normalizado, es que no es normal. Aquella fórmula sólo resulta significativa en el caso de que una lengua cuyo uso está extendido en una comunidad no tenga presencia en las instituciones, esto es, cuando los hechos sociales son ignorados. Indiscutiblemente hay “hechos” (situaciones) que no deben ser respetados y que justifican justif ican su modific modificación ación,, como como la pobre pobreza, za, pero hay otros frente a los cuales es la modificación la que es inmoral. Vale la pena comparar las defensas de la igualdad lingüística con las argumentaciones que recuerdan que las mujeres, que constituyen la mitad de la población, apenas si tienen presencia en las instituciones. En ese caso se juzga que el “hecho social” no es recogido por las instituciones y que esa discriminación es la que debe corregirse. Los hechos (el 50%) se respetan y se considera condenable que las instituciones
los ignoren, aunque lo hagan en nombre de razones distintas del sexo. Con frecuencia, en el caso de la igualdad lingüística se produce exactamente lo contrario. Los hechos (el uso general de una lengua) se condenan y las instituciones actúan “contra los hechos” o se muestran impermeables a una parte de –los usos de– la población. Es más, se reconocen unos “hechos” acerca de los usos que las personas hacen de la lengua, hechos que no de jan de expre expresar sar,, precisamente, precisamente, “la normalidad”, y esos hechos se utilizan para argumentar –por así decir– que “tanto peor para la realidad”. Se trata de un extraño uso de los datos. Una lengua que realmente es la lengua de una comunidad no es una lengua que está en peligro en esa comunidad. A poco respeto que se tenga por las palabras no se puede decir que “X es una lengua de uso minoritario en la comunidad Z” y, y, a la vez, afirmar que “X es la lengua de la comunidad Z”. No hay lenguas asociadas esencialmente a comunidades, por encima de su biografía. Aceptar Acept ar esa esa tesis tesis implicarí implicaríaa estar estar dispuesto dispuesto a sostener, en el límite, que “X es la lengua de todos, aunque no la hable nadie”. La argumentación “normalizadora “normalizadora”” sólo se puede sostener si la lengua es la unidad de valoración moral. Las consecuencias de aceptar ese supuesto son bien diferentes de las que se siguen de tomar a los individuos como las entidades relevantes moralmente3. Si se toma la lengua como unidad de valoración, el que una lengua “esté en peligro” es razón suficiente para intervenir: un tipo de inter-
2 Parece existir una ambigüedad calculada en el uso de “normalizar”. El uso inicial, y común entre los lingüistas, se refiere a la operación de establecer ciertas medidas que impidan que el cambio y el diverso uso de la lengua acabe por romper su unidad. Desde luego no es ése el uso que parece haberse acabado por imponer.
3 La argumentación, en este extremo, es muy parecida a la de quienes entienden “las especies” (una entidad conceptual, en principio) como entidades moralmente relevantes (en lugar de los individuos). En el extremo, la salvación de unos pocos ejemplares de una especie (de unas plantas) en peligro de extinción podría justificar el ex-
La norma frente a los hechos
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vención pública bien diferente de la que se seguiría en el caso de tomar a los individuos como punto de referencia. Para fijar la ideas, pensemos en un escenario hipotético de una Cataluña independiente4 y bajo el supuesto de que el catalán tiene unos particulares problemas de supervivencia que no se dan en el caso del castellano5. Pues bien, en ese escenario, para quienes juzgan que la lengua es la unidad de valoración, estaría justificado algún tipo de intervención para limitar el uso público (educación, medios públicos de comunicación) del castellano y que, desde luelu ego, afectaría a las posibilidades de realizar algunas actividades a una parte de la población que tiene en el castellano su lengua materna. Para preservar la lengua, estaría justificada su imposición pública. En ese sentido, si se trata de preservar una lengua en peligro no pueden recibir el mismo trato 50 hablantes del castellano en mitad de 300 hablantes del catalán que 50 catalanoparlantes que conviven con 300 castellanoparlantes. La lengua como valor
La idea de la lengua como fundamento normativo último no parece demasiado solvente6. Por ello, con frecuencia se busca un principio más básico. La intervención en defensa de la lengua se justifica por la necesidad de alentar la diversidad, para preservar la cultu-
terminio de miles de sus potenciales predadores. Por supuesto, la política conservacionista se puede sostener, pero no sobre estas bases, sin necesidad de suponer que “la especie” es una “clase natural”, una entidad “real” (en el sentido en el que, por ejemplo, cuando se clasifican “causas de muerte entre los jóvenes” cabría decir que “el sida” es una clase más “natural” que “los accidentes”, etiqueta bajo la cual se agrupan procesos materiales bien diferentes, o cuando se dice que clasificar a los individuos por el sexo es más “natural” que hacerlo por la primera letra –vocal/consonante– de su apellido). 4 cf. Infra, addenda, apartado b. 5 De nuevo, en sentido laxo. De hecho, se considera que una lengua está en peligro cuanto tiene menos de 100.000 hablantes. 6 cf. Infra, addenda, apartado a. 19
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ra o para hacer posible la realización de los proyectos vitales de las personas. Las dos primeras argumentaciones tienen cimientos endebles. La diversidad, por sí misma, no justifica nada. De otro modo, habría que aprobar la proliferación de ideologías esclavistas o de organismos (bacterias) patógenos. La diversidad que interesa ha de ser, a su vez, justificada normativamente y eso nos deja como antes: a la búsqueda de un principio justificador. Algo parecido sucede con la apelación a la cultura. Aunque esta tesis, que justifica la defensa de la lengua como un medio para asegurar la defensa de la cultura, ha gozado de bastante pedigrí, no es más sólida que la anterior. La versión más fuerte, la idea de que compartir una lengua supone compartir una cosmovisión, tan cara para las tradiciones románticas, no resiste ni el análisis filosófico ni la comparación con los resultados de las ciencias cognitivas7. Pero no hay que ir tan lejos: el más elemental sentido común nos recuerda que, como mucho, el vínculo entre cultura y lengua es circunstancial. Resultaría exagerado decir que una bogotana y un barcelonés castellanoparlante (o una londinense y un tejano) participan de la misma cultura, aun si comparten lengua. Desde luego, y siempre en estos términos poco respetuosos con la inferencia estadística, un parisino y un barcelonés, que no comparten lengua, guardan bastantes cosas en común en lo que atañe a sus modos de vida, comparten “cultura” en algún sentido no insensato de la palabra. Por lo demás, la preservación de la cultura no es nunca una tesis normativamente fundante. Hay rasgos moralmente “ne “neutros” utros” y cuya preservación no parece que deba ser un asunto político: resultaría ridículo otorgar subvenciones por ir vestidos de gaiteros o con traje de faralaes. En otras ocasiones, los aspectos culturales se pueden aquilatar moralmente. Por eso podemos condenar la ablación del clítoris o la tortura de los animales. En un caso y en otro, por omisión y por acción, porque unas veces se juzga que no hay nada reprensible y otras sí, a la propia tradi-
7 La versión contemporánea de esa idea es la cono-
cida “hipótesis Sapir-Whorf”, según la cual un lenguaje “estructura” los procesos perceptuales y cognitivos de sus hablantes: organiza lo significados, limita lo expresable. La versión más fuerte, la única de perfil reconocible, como casi siempre, establece una identidad entre lenguaje y pensamiento. Ni una ni otra resultan solventes y, en ese sentido, siguen valiendo las palabras de Fray Luis de León: “En lo que toca a la lengua, no hay diferencia, ni son unas lenguas para decir unas cosas, sino en todas hay lugar para todas”, Los nombres de Cristo, Libro tercero, Obras completas castellanas, Biblioteca de autores cristianos, Madrid, 1991, p. 687. 8 De otro modo y para el asunto fundamental: “La afirmación de identidad nacional es moralmente irrelevante” (Nussbaum). Que las gentes tengan una disposi20
ción se le echan cuentas normativas8. La cultura deja de ser argumento último, se necesita un basamento ulterior en donde apuntalarla. El otro argumento, la defensa de la lengua como un medio para asegurar que no se penaliza a ciertos individuos (hablantes de una lengua) en la realización de sus proyectos de vida, sí que es claramente normativo (e importante). Pero precisamente por eso, por invocar principios de igualdad, obliga a abandonar toda pretensión de hacer de la lengua una unidad de valoración. En ese caso, sea cual sea su lengua, aquellas 50 personas a las que se limita el ejercicio de su lengua, están en la misma situación. No cabe otorgar un peso especial a ningún grupo de individuos. Cuando se quiere modificar una situación hay que dar razones para ello y mostrar la posibilidad de otra que resulte accesible y más deseable. Por eso la búsqueda de algunas igualdades (de la riqueza) tiene sentido y no sucede lo mismo con otras o tras igualdades. A diferencia, por ejemplo, de la política “social “social”, ”, la política “lingüística” parece necesitar de justificaci justif icación ón9. Cuesta entender razonamientos que a partir del reconocimiento de que “la lengua Y predomina en los usos de la población”, infieren que la “lengua X se ha de equilibrar con la lengua Y” y, de ahí, la necesidad de que “la enseñanza en general se haga en X y que, en todo caso, quien quiera puede solicitar aprender en Y”. Lo primero es un hecho que no es susceptible de d e ser juzgado moralmente, como la estatura o que las gentes hablen con ciertos dejes. Para cambiarlo habría que dar razones de por qué es mejor para las personas la situación que se procura y eso no se sabe muy bien que quiere decir en tales casos. No respetar “el hecho” exige forzar a los individuos y, en ese sentido, resulta una situación indeseable. Lo segundo, la decisión política de no respetar los datos, es una acción (política) movida por un objetivo y, como sucede con cualquier acción política, es susceptible de ser valorada, cabe preguntarse por qué se persigue determinada ción a reconocer lealtades especiales con los de “su” nación es una simple cuestión fáctica, no un argumento moral. Y no importa que esa disposición tenga una base biológica. De hecho, está comprobado que la disposición a favorecer a los del propio grupo está bastante generalizada, aun si el propio grupo no tiene otro atributo común que el de compartir el último número de su DNI (Cf. Naive Sociology, The MIT Encyclopedia of The Cognitive Sciences, The MIT Press: Harvard, 1999). Tampoco la violencia queda justificada por el hecho de que tengamos disposiciones violentas, cosa por demás bastante normal en una especie que se ha pasado la vida cazando. 9 Por supuesto, también hay “liberales” que critican la política “social”. Pero sus propias estrategias revelan: a) que lo hacen desde la crítica a cualquier intervención pública; b) cuando se enfrentan a la “política social” asumen que la carga de la prueba es suya, que han de mostrar que limita el trato igual de las gentes, o su libertad, o lo que sea.
objetivo, acerca de si la meta está justificada. Las políticas “lingüísticas” tienen su test normativo en la enseñanza. Por supuesto, para defender una lengua se puede invocar el peligro de su desaparición. Pero el argumento tiene sus limitaciones a la hora de justificar las intervenciones públicas, como justificación de las “políticas lingüísticas”. Como antes se apuntó, llevado al límite, invitaría a extender el uso de una lengua que se hable en un valle, que es la que realmente está en peligro: el máximo peligro requeriría las medidas más enérgicas. De nuevo: las lenguas versus las gentes como unidades de valoración. Si lo que importan son los ciudadanos, parece bastante más razonable que la enseñanza se realice en la(s) lengua(s) de mayor uso social, las lenguas de la comunidad, y que se conceda la posibilidadd de aprender otras de menor uso. posibilida Lo que importa es lo que las gentes puede hacer con las lenguas en las que se han de desenvolver. ¿Tiene sentido para ese 8% de cherokees que habla “su “su”” lengua anteponer su aprendizaje al del inglés? Si se trata de salvar a la lengua, llegada la ocasión habría que estar dispuesto a afirmar que nadie –o muy poca gente– usa X y que por ello mismo, por el “peligro” para la lengua (¿qué es el peligro para una lengua?), hay que adoptar institucionalmente X. La política de que “quien quiera tiene lugares donde aprender la enseñanza en Y” es la más natural cuando se supone que Y es de uso minoritario, minoritario, como suced sucedee con quienes aprenden inglés o francés en países donde no se hablan esas lenguas; pero no lo es cuando se reconoce –y se lamenta– que “Y es la lengua de mayor uso social”. Si ése el caso, no parece razonable pretender que la enseñanza general deba realizarse en X. De nada sirve invocar la necesidad de “normalizar X”, la “verdadera” lengua de la comunidad. La historia y la justicia
El decreto de Nueva Planta o el franquismo resultaban condenables porque quisieron violentar los hechos, los usos lingüísticos, y con ello limitar la libertad de las personas. Eso era una acción programada y por tanto susceptible de ser valorada. En cambio, si por circunstancias demográficas o por movilidad de la población, o por el puro transitar de la historia, una comunidad se recompone en sus usos (lingüísticos, en sus modas o en sus costumbres), al cabo de unas cuantas generaciones, inexorablemente, los “hechos” son otros y nadie puede reclamar el patrimonio de la identidad. La población actual de California es hoy más rubia y más alta que hace 300 años. Quizá dentro de otros tantos años, como resultado del afincamiento de la población turca, en Alemania predominen gentes de tez más oscura y menor estatura. Pero a naCLAVES
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die en su sano juicio se le ocurriría rehacer el curso de la historia para recrear los rasgos de los “anteriores” habitantes, la restauración de la “auténtica” esencia perdida. El curso de la historia está plagado de opresiones y sufrimientos, de injusticias, padecidas por los vivos, por quienes ven prohibido el uso de su lengua y, también, por quienes se ven arrastrados a abandonar sus lugares de origen y escoger trabajos miserables, explotados y sin derechos. Se pudo cometer una injusticia, pero una injusticia sobre un muerto no se repara con una injusticia sobre un vivo. Sencillamente, la idea de reparación no tiene sentido si no hay a quien reparar, si la víctima ha desaparecido. Si una catástrofe hiciese desaparecer Madrid, sólo sobreviviesen los miembros de la Real Academia y Madrid fuera repoblado, los “36 individuos, domiciliados en Madrid”, de los que se burlaba Borges, no tendrían razones para invocar que la lengua de aquella tierra era la que ellos dicen proteger (incluso, por cierto, frente a sus hablantes). Las razones anteriores quisieran valer dentro de cien años. Si como consecuencia de las acciones políticas de hoy en la comunidad en donde se hablaba mayoritariamente X se acaba por hablar Y, cualquier intento de retornar a X supondrá una injusticia con los habitantes vivos, como lo fue antes con los que padecieron un tránsito que no se justificaba. Porque lo que cuenta es eso: violentar a las gentes, no “el peligro de la lengua”. Por eso resultaba condenable la “política lingüística” de Franco y por eso también lo sería el intento de reinstaurar en Filipinas el castellano. Circunstancia, por cierto, que parecen ignorar quienes temen que “el castellano se pierda en Cataluña”. El problema no es, obviamente, “para el castellano”. El castellano es un idioma y los problemas son para las personas. En todo caso lo sería, si tal fuera el caso, para aquellos catalanes que pierden una lengua que siempre ha sido suya –y, en ese sentido, una lengua de Cataluña aunque no se llama “catalán”– y que les permite comunicarse con muchas gentes. Ésa es la verdad sencilla y perdurable: los problemas son para las gentes. Su vida es la que hay que procurar mejorar, resolver sus problemas, mitigar sus padecimientos. Lo que a ellas les suceda, es lo que le “sucederá” a las naciones. Inevitablemente, como nos lo recordaba el aserto de Borges con el que se encabezan estas líneas. Cuando se cree que a los ciudadanos les pasan cosas distintas de lo que le pasa a la nación, empieza el peligro. Para los ciudadanos. Todo lo demás, mitos y héroes.
sobre la “cuestión nacional”. En la relación lengua-nación caben dos posibilidades (o mejor, dos casos límites). En la primera, la defensa de la lengua se desprende de consideraciones nacionalistas. En ese caso, “el problema de la lengua lengua”” abandona las referencias a la “identidad”. La lengua es un rasgo cultural entre otros, como lo pueda ser la religión, y su defensa se convierte, en términos prácticos, en algo parecido a la defensa de los derechos religiosos: hay ciertas prácticas que han de quedar garantizadas sin exclusión, pero sin que la comunidad participe como tal de ninguna identidad, simplemente se limita a asegurar el libre ejercicio, la ausencia de prohibiciones. La otra posibilidad vincula la defensa de la lengua con la afirmación de una identidad nacional. En ese caso, la lengua se convierte en un requisito que determina la pertenencia o no a la nación. Para formar parte de la nación hay que participar de la comunidad lingüística. Ello no supone igualar sin más m ás “nacionalidad” a “cultura”; “cultura”; esto es, cabría reconocer que existe un vínculo entre lengua y nacionalidad, pero, a la vez, afirmar que la nacionalidad (y, por ende, la lengua) es sólo un aspecto de la cultura (como podría serlo la religión). Lo que sucede es que en ocasiones, no escasas, no es difícil recalar, desde esta perspectiva, en la tesis de que una lengua proporciona “un modo de mirar” al mundo compartido por la comunidad de referencia (cf. Supra. Nota 9). De facto, eso equivale a hacer coextensivas lengua y cultura. No hace falta extenderse sobre los peligros de exclusión de esta segunda formulación. Tampoco hay que ignorar su coherencia: habida cuenta las dificultades para señalar un conjunto de condiciones necesarias y suficientes que identifiquen a la nación (y, consiguientemente, al demos), la tesis de que “todo pasa por la lengua”, que ésta “otorga”” manera de mirar al mundo, resuel“otorga ve (metafísicamente, claro) el enojoso problema de la identidad política. Tampoco se discute aquí el estatalismonacionalismo, aun si, desde lo afirmado en el texto, se desprende que su solvencia moral es discutible. Como algún filósofo ha recordado, quien afirme que por nacer en ciertas circunstanciass (geográfica circunstancia (geográficas, s, culturales) irrelevantes moralmente, unos individuos (y sus descendientes) deben gozar de ciertos privilegios negados a los demás (empezando por el control sobre cierto territorio), debería estar dispuesto a defender el feudalismo. No hay una relación de necesidad lógica entre la idea de nación (y, por ende, de lengua, en el caso de que se utilice la lengua como criterio de identificación de nación) y el derecho a la autodeterminación (o a la independencia). B.
AD DEN DA ADDEN Dos notas sobre la lengua y la cuestión nacional A. Nada se ha dicho en las páginas anteriores
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Sostener que una comunidad X constituye una nación no conlleva comprometerse con la idea de que X requiere un Estado independiente. Si se adopta una caracterización objetiva de las naciones (lengua, cultura, etcétera), las naciones potenciales serían decenas de miles. En esas condiciones, un mundo en el que a cada nación le corresponde un Estado tendría serios problemas de viabilidad (es la tesis de E. Gellner). Por lo demás, un mundo donde a cada nación le corresponde un Estado, amén de emigraciones en masa, reclamaría algún tipo de instituciones de coordinación que, de facto, equivaldrían a la reinvención de los Estados-plurinacionales. También aparecen problemas si se adopta una caracterización “subjetiva”, según la cual, “existe una nación cuando existe un conjunto de individuos que cree que es una nación”: hay que precisar el segundo uso de la palabra “nación” y ahí cabe poco más que “los individuos que (creen que) tienen una identidad compartida”. En este caso, al determinar que nación es la que ejerce el derecho a la autodeterminación parece que inevitablemente hay que recalar en una tautología: la nación, esto es, los “individuos” (el demos) que lo ejercen estarían constituidos por los individuos que “son” “son” la “nación”, “nación”, que son, son , precisamente, quienes creen que son una nación. Por otra parte, también desde el otro lado se puede ver que no se da un vínculo necesario entre la idea de nación y la autodeterminación/independencia: cabría defender la segunda sin comprometerse con la primera. Es lo que sucede entre quienes apelan, por ejemplo, a los intereses, a la conveniencia o a algún tipo de opresión (no “nacional”, económica, por ejemplo). Así X podría ser independiente de Y sin que X (los individuos de X) tenga(n) que participar de ninguna identidad nacional compartida. Ahora bien, quienes afirmasen eso, implícitamente, se estarían comprometiendo con la razonable idea de que un Estado no se funda en una nación, que puede ser plurinacional (un patriotismo constitucional) y, en ese sentido, las objeciones a la existencia de Y (el Estado del que se quieren separar), en clave de “nación”, se complican: el patriotismo constitucional es individualista ético, esto es las unidades de valoración son los (intereses de los) individuos. Se puede apelar a la injusticia, a que los individuos que se quieren separar han sido, por ejemplo, objeto de explotación, pero, claro, eso ya es apoyarse en otro pie: no es la opresión nacional el argumento último, sino la opresión económica. Si ésta no se diera, las objeciones tendrían que desaparecer. ■ Félix Ovejero Lucas es economista y profesor
de Metodología de las Ciencias Sociales. Autor de De la naturaleza a la sociedad y Mercado, Mercado, ética y eco21
LA RUPTURA DE LA TREGUA DE ETA CARLOS MARTÍNEZ GORRIARÁN
Si ahora no, entonces ¿cuándo?
Durante los 14 meses que median entre septiembre de 1998 y noviembre de 1999, la situación política vasca, y por extensión la española en general, estuvo presidida por la siguiente incógnita: el significado de la tregua indefinida observada por ETA en ese periodo. Se trataba de una tregua de homicidios pero pero no de otras acciones violentas, pues el grupo terrorista se reservó el derecho a mantener sus redes habituales de extorsión y cometió, incluso antes de declarar rota la tregua, robos a mano armada de explosivos, en Bretaña, y de máquinas de troquelar matrículas de automóvil, por citar algunas de las acciones más espectaculares. La tregua relativa fue acompañada por una extraordinaria actividad política, encomendada a su brazo político (Herri Batasuna, que adoptó como etiqueta electoral la marca EH: Euskal Herritarrok, esto es, “Nosotros ciudadanos vascos”), desarrollada sobre dos ejes principales: el proceso en torno al Pacto de Estella o Lizarra-Garazi (en lo sucesivo, Lizarra) y el lanzamiento de una gran campaña de movilizaciones que recuerdan a las de los años 1977-1981: campaña proamnistía, boicoteo activo a las elecciones españolas, campaña contra las fuerzas policiales españolas (alde hemendik), etcétera. Por lo demás, la llamada kale borroka, vandalismo callejero a cargo de comandos juveniles, así como varias campañas de acoso contra profesores, políticos, periodistas y medios de comunicación disidentes, mantuvieron con diversos altibajos tácticos la tensión suficiente que ETA consideraba imprescindible para sacar adelante su proyecto. Baste con recordar que durante los 14 meses de tregua hubo más de cuatrocientas denuncias de atentados de “baja intensidad”, eufemismo que incluye desde el destrozo de mobiliario urbano hasta el incendio 22
intencionado de domicilios y negocios privados. El proyecto no era otro que atraer a sus posiciones políticas a los nacionalistas moderados (PNV y EA, sindicatos nacionalistas y una pléyade de organizaciones satélites, además del grupo seudopacifista Elkarri y algunos organismos culturales), promovidas por el acuerdo o Pacto de Estella, que también suscribió Izquierda Unida. El objetivo buscado era aprovechar el deseo de paz general para, a su socaire, impulsar la construcción de un Estado independiente vasco de base étnica. El nacionalismo moderado aceptó el juego propuesto por ETA, presentándolo ante la opinión pública como un proceso democrático para debatir una nueva articulación política del País Vasco, incluyendo, bajo el nombre de Euskal Herria, no sólo a las tres provincias de la comunidad autónoma vasca, sino también Navarra y el País Vasco francés o Iparralde, territorios donde el nacionalismo vasco es minoritario o testimonial. La pretensión abertzale de tomar la iniciativa política, imponiendo su agenda de objetivos y ritmos a todos los demás, parecía arraigada en la convicción de estar ante la última oportunidad histórica para conseguir objetivos de virtualidad cada vez más remota. La tregua de ETA cumplía el doble papel de servir como trampolín para el despegue del proyecto de Lizarra y como receso indispensable para tomar aliento y emprender nuevos saltos históricos. El objetivo de Lizarra, al menos desde el punto de vista de ETA-HB, que a tenor de sus declaraciones compartían más o menos literalmente muchos nacionalistas moderados, no era otro que construir un frente nacionalista por la independencia que lograra rápidos progresos mediante una política de hechos consumados tendentes a imponer la territorialidad (más
adelante se aclara el verdadero significado de esta misteriosa categoría) y reivindicando dar la palabra a Euskal Herria (que, a pesar de las apariencias, no es un eufemismo de autodeterminación en sentido clásico, sino otra cosa). Esto debía conseguirse mediante la construcción de instituciones nacionales vascas alternativas a las estatutarias y constitucionales, como Udalbiltza (asamblea de cargos municipales nacionalistas que pretendía ser un embrión del Parlamento Nacional Vasco). El proceso debería culminar con el aislamiento político de los partidos y organizaciones españolas, y en particular del PP, porque ni ETA ni HB renunciaban a integrar y disolver en Lizarra a los socialistas y a los sindicatos sindicatos (UGT y CC OO), acaso acaso alentados por las vacilaciones y ambigüedades de los denominados “vasquistas”, que en alguna ocasión manifestaron su interés por Lizarra. En síntesis, el objetivo de Lizarra era recuperar para el mundo nacionalista la iniciativa perdida tras las movilizaciones cívicas y los golpes judiciales sufridos entre el verano de 1997 y septiembre de 1998. Esta nueva iniciativa política, diseñada por ETA, trataba de imponer una ruptura irreparable de Euskal Herria (los abertzales) con España y Francia. Para conseguirlo, los estrategas no dudaron en proponer medidas que, a pesar del lenguaje eufemístico y deliberadamente vago en que aparecen formuladas, son sin duda características de una auténtica limpieza étnica, como la propuesta de reservar el derecho al voto a la propia parroquia mediante la instauración de un censo ideológico de genuinos vascos, que no serían otros que los conformes con el proyecto de Lizarra. Ahora bien, el éxito de Lizarra, como repiten obsesivamente sus textos internos, dependía de la rapidez y de la credibilidad de sus actos. Ambas exigencias estaban unidas, porque un ritmo lento no sólo CLAVES
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permitiría una reacción de los sectores más realistas o pragmáticos del PNV y de los constitucionalistas, sino que también dañaría la gran ilusión de Lizarra, a saber, la posibilidad de obtener rápidamente, y sin problemáticos excesos de violencia (de todos modos muy impopulares), el objetivo histórico del nacionalismo vasco: un Estado vasco de base étnica. Pero ello requeriría, como se verá en los textos de ETA y HB, fabricar primero esa etnia, todavía inexistente o sólo minoritaria. Ahora bien, estas expectativas expect ativas se disiparon pronto por diversos motivos: en primer lugar, por los resultados electorales del 13 de junio de 1999, que si bien fueron buenos para EH aparecieron demasiado polarizados en su distribución, pues el progreso de EH se limitó a las comarcas menos urbanas, sin avanzar en las capitales y ciudades medias, todas de mayoría constitucionalista con la relativa excepción de Bilbao y alguna otra localidad. Y los resultados fueron pobres para la coalición PNV-EA, por no decir malos. Por tanto, la intención de conseguir una gran mayoría abertzale para aislar a los españolistas fracasó, poniendo en peligro, como así fue, la pretensión de avanzar velozmente mediante grandes golpes de efecto. Nº100
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Dejaremos de lado los detalles de la crónica política del periodo para escrutar el conglomerado de ideas y representaciones con las que la izquierda abertzale planeó su asalto del poder con la colaboración de los moderados. Como se ha dicho, el segundo eje de la reactivación política del mundo de ETA-HB descansaba en el lanzamiento de grandes y ruidosas campañas dirigidas a estimular la movilización popular: por la amnistía, el salario social o el euskera; contra el españolismo, la policía y la Guardia Civil, etcétera, sin olvidar el recurso a la kale borroka, convenientemente dosificada como dosis de recuerdo de los virus terroristas. Pero estas campañas, por virulentas que fueran, no expresaban ninguna movilización de masas real, aunque cumplían el objetivo de sostener la ficción de un pueblo en marcha, presionando por la construcción de Euskal Herria. En realidad, el frenesí movilizador mostraba más bien la debilidad de esta estrategia, basada en el voluntarismo y el anacronismo, pues pretendía retrotraer el presente al ambiente de hace 20 años, con total desdén de la evolución sociopolítica y de las expectativas e intereses de la sociedad vasca. Un solo ejemplo de esto:
en la euforia inicial de Lizarra, los propios presos de ETA recomendaban a HB que no perdiera el tiempo reclamando su libertad o una nueva política penitenciaria con la conocida reivindicación del acercamiento de los presos a su lugar de origen. La razón es obvia: la libertad de los presos parecía algo conseguido con la mera firma de Lizarra, y su reclamación no debería distraer las fuerzas necesarias para objetivos más relevantes. Sin embargo, el paso de los meses desveló el autoengaño, pues no sólo se vio remota la liberación general, sino que la policía y los jueces siguieron mandando a prisión a más terroristas. A la luz lu z de esta estrategia, hay que relativizar la supuesta integración de HB en la política convencional y en las instituciones democráticas. En realidad, la pretensión de HB era ir formando instituciones extraconstitucionales alternativas a las existentes, dominadas por los abertzales y al estricto servicio de sus intereses, cuya máxima expresión era Udalbiltza, la asociación de municipios nacionalistas. De la lectura de los documentos de ETA y HB se deduce con meridiana claridad que no albergaban voluntad alguna de convertirse en un partido político normal ni, por 23
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tanto, de auspiciar la normalización de la vida política y social del País Vasco, evolución contraria a sus intereses y pretensiones de vanguardia iluminada. Las prisas que manifiestan los autores de los documentos que a continuación se exponen llevan a pensar que en HB latía el temor a perder una oportunidad irrepetible. La consigna era, en términos de Primo Levi: “Si ahora no, entonces ¿cuándo?”. La realidad según ETA y Herri Batasuna
La política convencional se ha convertido en el arte del eufemismo espectacular, y por eso es inútil tratar de aclarar cuáles son las verdaderas intenciones de los políticos y estrategas de Lizarra a la luz de sus declaraciones públicas. Por fortuna siguen existiendo las acciones, cuyo sentido es menos equívoco, y ese subgénero de la literatura burocrática que son las ponencias políticas, organizativas e ideológicas de los partidos políticos. Aunque buena parte del éxito social de Herri Batasuna hay que atribuirlo a la soltura con la que aborda todos los temas de actualidad sin ofrecer jamás verdaderas alternativas operativas ni otra cosa que esas demostraciones de inflexible agresividad verbal que tanto gustan a los resentidos, y aunque esta regla del éxito rige incluso en sus textos de debate interno –que no son, desde luego, los que maneja la dirección misma–, esta literatura de consumo interno proporciona una fuente valiosa para interpretar correctamente lo que pasaba por sus cabezas a lo largo de la tregua. Y, por tanto, lo que los demás podíamos esperar de sus obsesiones, previsiones e intereses. La vaporosidad de la ideología batasuna ha sido compensada históricamente por la literalidad absoluta de las acciones de ETA, que eliminaban cualquier ambigüedad de interpretación; excepto, claro está, en algunas de esas mentes ofuscadas por la hermenéutica de lo oculto que buscan misteriosos mensajes subliminales hasta en los cadáveres más evidentes. Ahora bien, ETA era y es una organización con todos los hábitos y métodos discursivos de los grupos antisistema, militaristas y totalitarios: centralización de los debates y decisiones, limitaciones estrictas a la disidencia (ilustradas por el asesinato de la antigua dirigente Yoyes, acusada de deserción), prohibición de la crítica pública y, en consecuencia, gran necesidad de producir abundante documentación y verborrea teórica que justifique y legitime las acciones perpetradas y por perpetrar. Esto permite afirmar que si ETA hubiera 24
decidido retirarse del escenario, esa decisión aparecería reflejada en sus análisis ideológicos sobre la coyuntura y el futuro inmediato. Y no era así. Si ETA pensara retirarse, tendría que afrontar una profunda reconversión no sólo de estrategia y táctica –para decirlo en su estilo militarista–, sino un cambio profundo y general de sus convicciones políticas y de los análisis en las que éstas se manifiestan. Por ejemplo, debería renunciar de algún modo a su identidad como vang vanguar uardia dia abert abertzale zale,, al estilo de la delegación que el IRA ha hecho en el Sinn Fein dentro dentro del proceso proceso de paz en en el Ulster (algunos analistas favorables a Lizarra creen que ETA daba ese paso al delegar d elegar su “representación” en los partidos políticos, pero esa delegación parece imaginaria, pues es evidente que siguió siendo ETA quien decidía los pasos a dar que luego anunciaba HB como decisiones propias). Y, por supu supuesto esto,, deb debería ería renu renuncia nciarr a la violencia como instrumento político, así como admitir la legitimidad del Estado
democrático constitucional y aceptar la pluralidad de la sociedad vasca en todos los sentidos. Pues hasta hoy mismo, el combustible ideológico de ETA es un cóctel de afirmación de la legitimidad de la violencia revolucionaria (terrorismo), de negación de la legitimidad del Estado democrático constitucional y de pretensión de una comunidad nacional vasca totalmente homogénea cuyo embrión es Herri Batasuna –que, como se verá, pone mucho cuidado en distinguirse de un partido político o un movimiento social corriente. De lo que se trata, pues, es de averiguar si más allá de los cambios que fueron consecuencia de la coyuntura política, como la tregua de homicidios que siguió a la reacción de Ermua, había o no en ETA signos de cambios tales que permitieran prever el abandono voluntario y definitivo del terrorismo, con el horizonte de la autodisolución, seguido de la democratización de su brazo político, Herri Batasuna. Para averiguarlo, examinaremos vaCLAVES
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rios documentos internos datados en julio y septiembre de 1999 (esto es, tres meses anteriores al fin de la tregua) de ETA y HB. Se trata del Zutab Zutabe e nº 84 de ETA (en lo sucesivo, Z), y de tres documentos de discusión interna de Herri Batasuna: Unidad Popular (UP), básicamente ideológico; el titulado De Oldartzen a Eraikitzen (OE) –que puede traducirse como “De atacamos a construimos”– trata de la dirección política; Proyecto y línea de intervención política (LP), de un estilo muy didáctico y el más redundante y simple –aunque todos son así–, está sin duda dirigido al consumo de las bases. Como se ha advertido, una de las claves del éxito social de HB entre colectivos sociales muy heterogéneos (desde trabajadores industriales a pequeños empresarios, pasando por estudiantes y amas de casa) es el extremo cuidado que ponen en huir de las definiciones fuertes: el eufemismo gobierna su lenguaje, de modo que, por ejemplo, el capitalismo es rechazado muchas veces, pero sin presentar ninguna alternativa positiva que vaya más allá de tópicos políticamente correctos tales como “justicia social”, “economía justa”, “economía vasca” y otros similares. Tampoco emplean en ningún momento el término etnia o étnico, pero pocas dudas pueden albergarse de que su concepto de la nación o el pueblo coincide con lo que tradicionalmente se llama etnia, esto es, una comunidad natural de pertenencia obligatoria independiente de la voluntad ciudadana, con una base de tipo racista, religiosa o lingüística. La novedad, relativa, radica en que la etnia en que está pensando el mundo abertzale es una etnia ideológica: si lo natural es que el vasco sea abertzale, también lo será que quien no lo sea quede excluido y desprovisto de derechos políticos. La relación de las ideas que se van a exponer con la realidad social que supuestamente sirve de referencia es, cuando menos, problemática. Pero hay que tener en cuenta que la visión nacionalista está presidida por un característico alejamiento de lo real, pues la realidad no sólo se contempla como un objeto dinámico a transformar sino como un obstáculo a superar mediante la negación de su existencia. Así, ellos mismos admiten que la sociedad vasca actual no tiene gran cosa que ver con ese pueblo vasco objeto de sus desvelos emancipadores, pero tal contradicción se salva proyectando al presente la existencia del pueblo futuro, que será el producto de la construcción nacional en marcha, pero que ya existe en germen, coNº100
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mo un sujeto político colectivo que se construye a sí mismo, en Herri Batasuna. De modo que las invocaciones al pueblo vasco como principio metahistórico de legitimación deben leerse de este modo: el pueblo somos nosotros, HB (la Unidad Popular); la vanguardia (ETA) sólo habrá cumplido su misión cuando pueda disolverse en el seno del pueblo. La construcción nacional no es por tanto otra cosa que la expansión de HB hasta convertirse en la mayoría social determinante, de acuerdo con el proyecto político de ETA. El Pacto de Lizarra es el primer intento de sentar las bases de esta expansión, absorbiendo a los nacionalistas moderados. Hay un párrafo introductorio del texto bautizado Proyecto y línea de intervención política (que consta de 243 parágrafos) que justifica así la legitimidad de la línea política de HB: “Independencia y Socialismo son las dos caras de un mismo proyecto político. Para los abertzales de izquierdas, este antiguo y pequeño pueblo de Europa necesita de su independencia para subsistir, pero también del socialismo para desarrollarse como pueblo y construir una sociedad justa e igualitaria. Por tanto, son las propias necesidades de este pueblo las que hacen legítimo y necesario nuestro proyecto político”.
La tautología es obvia: nuestra legitimidad política se funda en el pueblo en que está fundada nuestra política. La negación de la realidad se apoya en dos recursos retóricos y morales destacados: el voluntarismo militante y la sospecha de toda subjetividad, destinados a mantener la cohesión del grupo contra la erosión del pensamiento individual y el contraste con la realidad. En consonancia, la vida comunitaria y comunitarista, objeto de muchos desvelos y destinada a asegurar a cada militante la protección del colectivo a cambio de su completa sumisión, es vista como una prolongación natural de la militancia política: no hay límite alguno entre lo público y lo privado. Veamos algún ejemplo. En una carta publicada en el boletín interno, un militante anónimo de ETA hace esta profesión de fe: “Tal y como van las cosas, me parece que tenemos oportunidad de conseguir todo. Las limitaciones las tenemos nosotros en nuestras cabezas. Todavía tenemos la mentalidad de sirvientes, mentalidad de colonizados, sumisos y vergonzosos. Pero si analizamos objetivamente la situación tenemos todas las probabilidades de ganar. Tenemos todo lo que tiene que tener un pueblo para conseguir la independencia (...). Si de verdad lo queremos, lo conseguiremos. Tenemos que tener confianza en nosotros mismos, un poco más de autoestima como vascos y dar el salto a la indepen-
dencia”.
Y sobre la desconfianza respecto a la subjetividad, los analistas de ETA aluden a la estrategia mediática antiabertzale planeada por Mayor Oreja, uno de cuyos tres ejes consistiría en: “Trabajar el factor subjetivo en torno a los pasos de la construcción nacional para generar dudas y para dejar de antemano sin fuerzas las iniciativas que pudieran realizarse” (Z, 13). El doble pensar: realismo y delirio
La negación de la realidad puede ser muy onerosa para un partido empeñado en el asalto del poder, pues este empeño se hará imposible si tal partido elabora una representación irreconocible, y por tanto engañosa, del estado del poder que pretende asaltar. Durante muchos años, más o menos hasta 1992, ETA ha obrado sobre la falacia de que el poder fáctico dominante en España era el ejército. ETA y HB han tardado mucho en admitir y reconocer que las instituciones autonómicas vascas, y no el ejército español, son la principal barrera para sus aspiraciones totalitarias; parece que comenzaron a entenderlo tras padecer numerosos reveses en sus intentos de movilización popular y tras sufrir el aislamiento político consecuencia del Pacto de Ajuria Enea, además de los golpes policiales y judiciales de 1997 contra su cúpula política (detención de la dirección de ETA y de la Mesa Nacional de HB) y sus medios de comunicación (cierre de Egin), sin olvidar la resistencia del Estado y de los partidos políticos a la presión terrorista; especial efecto desmoralizador tuvo el movimiento cívico de Ermua (también llamado espíritu de Ermua), detonado por el secuestro y asesinato de Miguel Ángel Blanco, concejal del PP en la localidad vizcaína. En sus documentos internos aparecen menciones a todos estos factores negativos y en especial al aislamiento político, reconociendo su impacto negativo para ETA y HB. Sin embargo, esto no ha significado que hayan reconocido la derrota o la legitimidad de la democracia que se les opone. Por el contrario, el modo de eludir los efectos del baño de realidad fue intentar un gran salto adelante que combinara la renuncia táctica al terrorismo (tregua indefinida de ETA entre septiembre de 1998 y diciembre de 1999) con la oferta de un pacto de unidad de acción al con junto del nacionalis nacionalismo. mo. Como justific justificaación de este genuino frente nacional abertzale se invocaba la necesidad de encontrar vías políticas para la paz, pero más bien hay que entenderlo como una 25
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respuesta común de todos los nacionalistas a los alarmantes progresos del españolismo, que estaba arrinconando a los abertzales y haciendo trizas sus argumentos. Es innegable la habilidad y audacia de este giro, sintetizada en la oferta del Pacto de Lizarra: paz a cambi cambioo de construcción nacional . Algo posible, piensa HB en sus documentos internos, si todos los nacionalistas y parte de la izquierda se suman –los primeros por convicción, los segundos por conveniencia o derrotismo– a su estrategia de construcción de la comunidad política abertzale, que culminaría en un Estado vasco independiente. Si bien el principio de irrealidad impregna todas las representaciones abertzales, y tanto más cuanto más puramente abertzales sean, esto no impide que algunos cálculos y previsiones aparezcan fundados en análisis muy realistas. Es lo que sucede, por ejemplo, con los análisis de ETA acerca de los resultados electorales del 13 de junio de 1999, que entienden como un gran éxito de EH (marca electoral de HB creada para la ocasión) pero también como un fracaso del Pacto de Lizarra en su conjunto. En efecto, HB recuperó en esos comicios votantes perdidos hacía mucho y mejoró resultados en todas partes. Pero esta recuperación fue muy insuficiente en las ciudades importantes, ruralizando en cierto modo el voto de HB, consciente de que el peso demográfico y político de las ciudades medianas y grandes, verdaderos centros decisivos y donde está menos representada, desbarataba en gran medida sus progresos en las comarcas periféricas donde disfruta de mayor poder. Este avance pírrico fue empeorado por el retroceso de PNV-EA, el descalabro de IU, el aguante del PSE y el crecimiento de PP-UPN. Datos que, según ETA, demuestran la necesidad de acelerar la estrategia de construcción nacional emprendida, en lugar de su abandono, corrección o adaptación a la realidad electoral y política del país. ¿Por qué esta extraña interpretación? Indudablemente, porque los estrategas etarras comprenden que en el futuro inmediato, con sus fuertes tendencias a la globalización, la integración europea y las mareas migratorias, va a ser mucho más difícil imponer su proyecto. Ahora o nunca. La consigna es ir más deprisa, presionar más, ocupar cuanto antes la calle y presionar a los medios de comunicación, saturando la agenda política con sus iniciativas, creando un clima apremiante de crisis histórica y oportunidad para la paz que no puede desperdiciarse. Todo lo cual exige medi26
das extraordinarias de gran calado político y social, como las que se exponen a continuación. Las elecciones españolas [nota: el Zutab Zutabe e
atribuye las propuestas a ciertas anónimas “aportaciones de militantes” pero, como se puede comprobar, son casi las mismas que luego propone, debate y aprueba HB en sus asambleas abiertas]: “Nuestro objetivo tendría que ser el siguiente: ‘En Euskal Herria no se hacen elecciones españolas. Los ciudadanos españoles tendrían que votar en sus consulados’. Está claro que sitúo este objetivo en una situación de independencia. Si no nos encontramos en una situación de independencia, esto nos lleva al enfrentamiento directo pero no dentro de nuestro pueblo, sino con el Estado español. Quiero decir: quien se considere español tendría derecho a votar [en las elecciones españolas], pero nadie más. (…) Como estas elecciones no son las nuestras, se celebrarán en una situación no normal (…) tendríamos que estudiar cómo desarrollar este objetivo en los ayuntamientos (…) [y propone] en cada localidad una única mesa electoral (y si también es posible, una única mesa electoral para una provincia) (…) si los españoles quieren hacer votaciones tendrían que presentarse ellos como testigos [se refiere a los miembros de la mesa electoral] (por ejemplo, presentándose voluntariamente)”. “(…) tendríamos que tener en cuenta que los que no vivimos aquí en democracia somos los ciudadanos vascos. Si Euskal Herria continúa oprimida y negada estas elecciones tendrían que tener una respuesta amplia y directa. Tendríamos que poner en marcha una campaña de boicoteo activo en Euskal Herria, estudiando y utilizando todas las formas de lucha para no dejar celebrarse (sic) las eleccione eleccioness españolas”.
El censo nacional de Euskal Herria: el rela-
tivo pero innegable fracaso electoral del Pacto de Lizarra, el 13 de junio de 1999, hace pensar a los estrategas etarras que, con la actual composición electoral e ideológica, la victoria requerida es imposible. ¿La solución?: elaborar un censo de verdaderos vascos que, con diversos pretextos, prive del derecho al comicio a los electores desafectos, constituyendo un censo de aplastante mayoría abertzale. “En un trabajo anterior sobre territorialidad se menciona la propuesta de hacer las primeras elecciones nacionales de Euskal Herria. Pero previamente tenemos una gran trampa: “¿quiénes son los votantes?”. “En el sistema electoral actual nos hacen una gran ofensa sistemáticamente con el censo. El censo no es neutral, en Euskal Herria están censadas las fuerzas opresoras, carceleros y todo tipo de alimañas que nos oprimen (sin contar cuánta gente vota dos veces, o, sin s in ser de Euskal Herria, se cuenta su voto como ciudadano vasco porque están en el censo). En cambio, los presos huidos y muchos ciudadanos vascos tienen de un modo u otro negado su derecho al voto. Por tanto, cada vez será más
urgente definir el sujeto-ciudadano de Euskal Herria, lo cual no es solamente una cuestión de territorialidad. Precisamos establecer la nacionalidad de Euskal Herria”. “(…) Tendríamos que negar la nacionalidad de Euskal Herria a las fuerzas opresoras y a los lacayos de los Estados español y francés, estudiar si aceptar o no la doble nacionalidad y, en caso de aceptarla, cómo, y, a partir de esta decisión, a la práctica: hacer el primer censo nacional de Euskal Herria”. “La Asamblea de Municipios o las diputaciones forales pueden abrir el debate sobre la nacionalidad (…) todos los que quieran ser votantes tendrían que pedir el derecho al voto. (…) En una primera fase seguramente el censo de ciudadanos de Euskal Herria conviviría con otros censos, pero si ahora es tiempo de establecer el ‘solar de construcción’, la definición de nacionalidad está dentro del ‘solar”. El presente, la transformación en curso y el proyecto político
A continuación co ntinuación se presenta una antología de párrafos (muchos de ellos completos) procedentes de las ponencias y textos políticos arriba citados, agrupados según ciertos temas fundamentales. El estilo y los argumentos son exactamente los originales. Cuando ha parecido necesario, he introducido alguna aclaración entre corchetes [ ]. a) La situación real según Herri Batasuna. “Estos dos Estados [España y Francia] niegan sistemáticamente la palabra a Euskal Herria [la autodeterminación]. Junto con la partición política e institucional, llevan a cabo políticas de asimilación, que niegan nuestra identidad y hecho diferencial. Impiden unas instituciones que nos representen, niegan la oficialidad de nuestra lengua, desprecian nuestra cultura y nos imponen la de ellos, impiden un sistema de enseñanza propio y, para erradicar la imprescindible imprescindi ble lucha de este pueblo, para su supervivencia [sic], utilizan permanentemente una represión brutal. El proceso en contra de Euskal Herria es dinámico, utilizando diferentes instrumentos y fases con el objetivo de hacer desaparecer Euskal Herria”. (LP, 40) “La caracterización de los poderes fácticos estatales españoles ha cambiado [antes eran los militares], pero los objetivos siguen siendo los mismos (en el Estado francés este proceso [la supeditación del poder militar] se dio anteriormente). El poder económico es ya hegemónico. Han condicionado esta aparente división de poderes y, para llevar literalmente a la práctica el sistema económico ultraliberal, han puesto a los partidos políticos a su servicio”. (LP, 41) “Por otra parte, se han apoderado de los medios de comunicación, que se han convertido en instrumentos imprescindibles para la asimilación de este pequeño pueblo, facilitando la penetración directa de la lengua española y francesa, su cultura, su identidad… Por otra parte, no podemos olvidar el papel de muchos medios de comunicación, que operan en contra de Euskal Herria y de aquellos que defienden y luchan a favor de Euskal Herria”. (LP, 42) “Herri Batasuna desea, por medio de una so-
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lución democrática, dar por terminado el conflicto que, durante siglos, nos ha enfrentado a los Estados español y francés. Para que la solución sea democrática, se deben respetar la palabra y las decisiones de Euskal Herria”. (LP, 168) “Cuando hablamos de la palabra de Euskal Herria estamos hablando de la palabra de los ciudadanos vascos y queremos la participación de todos los que viven y trabajan en Euskal Herria, aceptando la pluralidad existente y siendo esta participación imprescindible imprescindible a la hora de construir entre todos y para todos Euskal Herria (…) (por supuesto, dejando fuera los aparatos que en este país tienen las dos administraciones)”. (LP, 169) “No se puede admitir ninguna injerencia extranjera. Para que la solución sea democrática es imprescindible que las fuerzas armadas extranjeras abandonen Euskal Herria y que no interfieran en el proceso que atañe exclusivamente a los vascos”; “aparte de las fuerzas armadas extranjeras, existen otros aparatos que no tienen lugar en este proceso abierto, como, por ejemplo, el Poder Judicial. En ese sentido, y para el desarrollo del proceso democrático, habría que desactivar los instrumentos que resultan parte de los Estados opresores”. (LP, 179 y 180) “En Euskal Herria nos someten a una invasión permanente y, para ello, cumplen una función política fundamental la Guardia Civil, CRS, Policía Nacional, PAF y los ejércitos. Todo ese variado plantel de fuerzas armadas tienen como misión pisotear las libertades democráticas, impedir que Euskal Herria tenga la palabra, negar la libertad de expresión, ejercer la tortura, perpetuar la política penitenciaria de exterminio y servir como moneda de cambio”. “Ya que la construcción de Euskal Herria debe estar en manos de los ciudadanos, todas las tropas extranjeras deben salir de nuestro territorio”. (UP, 81)
b) Etni Etnicidad cidad y sujeto político: político: territorialidad, pluralidad, identidad. Los abertzales no se hacen ilusiones res-
pecto a la existencia presente del sujeto político al que supuestamente representan. El debate sobre la ponencia Oldartzen –que guió la estrategia de HB entre 1995 y 1999, y se hizo famosa por su pretensión de “socializar el sufrimiento”– discutió cómo “construir el sujeto” (OE, 4). El documento OE (129) finaliza así, como síntesis y resumen: “Hemos de promover la autocreación de la sociedad euskaldun, en todos los planos y luchas sectoriales”. “El proyecto estratégico, nacional y social de la IA [izquierda abertzale] no es compatible con el de las fuerzas que sustentan al Estado español, pero tampoco es compatible con el del PNV, UPN o la misma EA”; “hemos logrado sustituir la dicotomía demócratas-no demócratas por la dicotomía ‘aceptar los contenidos democráticos de la solución política o no aceptarlos’. Por tanto (…) Herri Batasuna ha logrado romper la exclusión (…) No hemos hecho dejación de nuestros principios políticos y hemos recuperado la iniciativa política”. (OE, 5) “Eraikitzen (…) se fija como característica fundamental la estructuración de la Unidad Popu-
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lar, que tendrá en cuenta la unidad territorial de toda Euskal Herria. El objetivo de la línea Eraikitzen (…) es poner en marcha un agente político, que actúe desde un punto de vista nacional y social a lo largo y ancho de Euskal Herria”. (OE, 24) “Queremos que los seis herrialdes [territorios históricos o provincias] que constituyen Euskal Herria estén unidos, para construir conjuntamente nuestro futuro. Por su propia identidad e historia, por los acontecimientos políticos y por su realidad social, económica y política, podemos decir que Euskal Herria ciertamente es plural. Por ello, la unidad territorial que deseamos construir ha de garantizar una articulación territorial que respete esa identidad propia y plural de los diferentes herrialdes”. (LP, 15) “Se debe apostar y crear sujetos nacionales en los diferentes ámbitos y áreas [grupos sectoriales ligados a HB] que nos permitan pensar y actuar como nación y avanzar hacia un futuro propio”. (LP, 80) “La unidad territorial y la territorialidad no son términos sinónimos. Mientras que el primero proclama la unidad y vinculación de los diferentes herrialdes, el segundo, la territorialidad, es un principio democrático que define el sujeto de decisión. Euskal Herria, en su totalidad, en toda su territorialidad, debe tomar parte en el proceso democrático”. (LP, 173)
c) La Paz. “Algunos sectores de la sociedad vasca han confundido esta situación [la tregua indefinida de ETA] con la distensión, es decir, con un auténtico proceso de paz que no está en marcha aún. Esto no hace sino evidenciar el vacío que hemos padecido y seguimos padeciendo en el campo de la comunicación de masas a la hora de hacer llegar nuestros mensajes”. (OE, 6) “El desarrollo de la línea de intervención políti-
ca Oldartzen ha desactivado la posibilidad de un ‘tercer espacio’ [Elkarri, desarrollo de la disposición adicional primera del Estatuto o de los derechos históricos reconocidos en la Constitución]”. (OE, 11) “(…) en cuanto a la coyuntura internacional, hay que mencionar que los procesos de pacificación, que no de paz, que se han dado en el mundo (Guatemala, Palestina…) y la pérdida de norte ideológico de la izquierda han dificultado la labor internacional de Herri Batasuna”. (OE, 59) “(…) se ha abierto la posibilidad de unir fuerzas para hacer frente a los Estados que nos oprimen y conseguir un escenario democrático para Euskal Herria. Si avanzamos por el camino de la construcción nacional, inevitablemente, vamos a encontrarnos frente a los Estados español y francés; pero la consecución de un marco democrático nuevo hace imprescindible imprescindi ble la lucha”. (LP, 63) “El Acuerdo de Lizarra-Garazi ha evidenciado quién está a favor y en contra de una solución democrática para Euskal Herria, y ello ha supuesto una nueva correlación de fuerzas dentro del escenario político”. (LP, 82) “Se puede prever que la estrategia de guerra de estos dos Estados [España y Francia] vaya a más en la medida en que avance el proceso iniciado en Euskal Herria. La represión no será la única vía que vayan a emplear. Pueden ofertar a determinados sectores, en calidad de ‘cebo’, una propuesta de remodelación del Estado que no reconozca la autodeterminación y la territorialidad. El objetivo será el mismo: neutralizar y acabar con el proceso iniciado hacia la democracia vasca”. (LP, 89) “… [en] la ponencia Oldartzen, el objetivo táctico de la izquierda abertzale era un modelo muy concreto de proceso negociador: una negociación entre la izquierda abertzale y/o ETA y el Estado”; “en esta fase política, en lugar de estar esperando a una hipotética negociación, los vascos tenemos que empezar a tomar decisiones, construyendo instituciones o sujetos nacionales que repre27
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senten los intereses de Euskal Herria en una posible negociación”; “en un momento determinado, la negociación será un instrumento imprescindible para la solución del problema (…) la necesidad será más urgente cuanto mayores sean los progresos en la construcción nacional y en el proceso constituyente o en el enfrentamiento a la estrategia represiva llevada a cabo por los Estados”. (LP, 185, 186 y 187)
d) La lucha. “En la ponencia Oldartzen, renovamos el concepto ‘calle’, entendiendo por ‘calle’ todos los espacios colectivos. (…) Por eso mismo, cada miembro de Herri Batasuna tiene su ‘calle’ [centro de trabajo o estudio, barrio, círculo de amigos, etcétera] y se convierte en su espacio prioritario de lucha”. (OE, 13) “En el documento Oldartzen, quedó clara la necesidad de hacer frente a todo tipo de ataques, siempre teniendo en cuenta que la iniciativa debe estar en nuestras manos”. (…) “Por otro lado, no hemos sido capaces de dejar a un lado el envenenado debate, que el enemigo nos impone, en torno a las diferentes clases de luchas que se dan para responder a la negación violenta a que nos someten los Estados español y francés”. (OE, 14, 17) “Se está comenzando a fraguar una colaboración con los agentes sociales y políticos, facilitando la participación social y creando la coyuntura necesaria para que se materialice la desobediencia civil, atrayendo a esta apuesta popular sectores y ciudadanos que antes se encontraban sometidos a la estrategia del Estado. Es reseñable el trabajo realizado por UEMA (ayuntamientos que funcionan sólo en euskera), o el boicoteo impulsado (…) a los juicios realizados sólo en castellano (…), la creación del carnet vasco (…) Pero hay que decir que vamos un poco lentos en cuanto a este aspecto”. (OE, 75) “La democracia vasca no es algo que vendrá o se conseguirá de repente y por sí misma. No ha sucedido en ningún proceso de liberación y no va a suceder en nuestro pueblo (…) Únicamente mediante la lucha conseguiremos el reconocimiento de este pueblo y el respeto a su palabra”. (LP, 45) “La caracterización principal del proceso abierto y de la nueva fase política será la de las acciones de soberanía y desobediencia”. (LP, 197) “La herri borroka [lucha popular] es un medio de lucha imprescindible para poder incidir en la sociedad. Pero esta forma de lucha debe entenderse en un sentido amplio y en permanente y directa comunicación con el pueblo. Dentro de la herri borroka entendemos la movilización social masiva, cualitativa y/o la que responde a los diferentes tipos de agresiones. Todas ellas deben entenderse dentro de unos objetivos y ámbitos sociales, sindicales, políticos, sectoriales, diferentes”. (UP, 88) “Además de los métodos de lucha impulsados por la Unidad Popular [Herri Batasuna], existen personas [militantes de ETA] que han estado y están dispuestas a adquirir compromisos mayores en el proceso de liberación nacional de Euskal Herria”; “las carencias de voluntad democrática de los Estados que dividen y niegan la existencia de Euskal Herria han llevado a poner en cuestión el futuro de este pueblo. La persistencia de esa negación ha traído consigo el nacimiento de otras formas de lucha. ETA surgió para hacer frente a la violencia originaria, con toda legitimidad y ofreciendo grandes aportaciones políticas”. (UP, 105-106) “La postura que ha mantenido la Unidad Po28
pular respecto de la lucha armada parte de la valoración de la aportación histórica que ha realizado ETA, sin negar la legitimidad de las formas de lucha de que este pueblo se ha dotado para hacer frente a la violencia de los dos Estados. Nos situamos fuera de una dinámica de alabanzas o críticas a los efectos de la lucha armada, ya que lo que nos une dentro de la Unidad Popular es un proyecto político y en eso empeñaremos todas nuestras fuerzas. Por tanto, no pondremos por encima de lo que nos une lo que nos separa y será una postura que deberemos respetar todos los militantes”. (UP, 107)
e) La futura Euskal Herria. “Ha llegado el momento de poner las bases del futuro y de nuestra identidad sin tener que pedir permiso a nadie y comenzando a trabajar desde ahora mismo”. (UP, 53) “La izquierda abertzale debe tener definida su opción, que será la independencia de Euskal Herria,
concretada en un Estado vasco que agrupe a los seis territorios. Las razones para defender la independencia son tan simples como contundentes: es la única forma de hacer pervivir nuestra lengua y nuestra identidad cultural, económica y social”. (UP, 59) “El proyecto político de Herri Batasuna es conseguir una Euskal Herria independiente, socialista y euskaldun. (…) Objetivos políticos que, además de viables, son imprescindi imprescindibles bles para la supervivencia y desarrollo de nuestro país”. (LP, 1) “El Estado que queremos construir ha de canalizar la capacidad de decisión y la voluntad de la sociedad vasca. Habrá de contar permanentemente con la opinión de la sociedad, garantizar una democracia participativa y crear los instrumentos democráticos necesarios para conseguir esos objetivos. No se trata de representar a los ciudadanos sino de actuar conjuntamente con ellos”. (LP, 7) [Democracia socialista vasca] “El socialismo que queremos para Euskal Herria ha de materializarse en un modelo propio, respetando la opinión y la voluntad de de los ciudadanos vascos. vascos. No deseamos imitar modelos extranjeros, defendemos un CLAVES
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nuevo modelo con la identidad, medios y posibilidades de nuestro pueblo”. (LP, 9) “Resulta necesario un nuevo sistema económico, que supere el sistema capitalista y atienda los intereses de los ciudadanos. Para ello hemos de apostar por una economía identitaria (que tome en consideración la estructura económica y el carácter de nuestro pueblo), [hay que] constituir un sector público fuerte y eficaz, otorgar una especial importancia a las estructuras municipales y locales; controlar y atender los sectores básicos y promover la economía social”. (LP, 12) “Queremos construir un sistema que descentralice el poder político y garantice la participación activa del pueblo. La democracia no es más que el poder del pueblo”. (LP, 13) “Uno de los ejes fundamentales de nuestra alternativa es la creación del espacio económico vasco, superando la actual división administrativa. Al fin y al cabo, necesitamos soberanía económica para construir una sociedad progresista”. (LP, 101) “Nuestra alternativa reside en la construcción de un espacio socioeconómico vasco con capacidad económica, social y laboral, con el objetivo de poder explotar con sentido nuestros recursos naturales, organizar e impulsar la industria, abastecer nuestro mercado con productos pesqueros y agrícolas de nuestro país y de calidad. Tenemos que constituir un sector financiero (…) que responda a nuestras necesidades”. (LP, 153)
f ) La cultura y la lengua. “La lengua es el signo de identidad más relevante y la característica más importante de la identidad na-
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cional. (…) Une a los miembros de la comunidad y esa realidad se convierte en distintivo, respecto a las otras comunidades”; “Euskal Herria es la nación del euskera. El euskera es un derecho, la raíz que nos convierte en pueblo. El euskera es el principal y necesario elemento significativo del hecho nacional vasco y otorga identidad y unidad a Euskal Herria”. (LP, 19 y 20) “El bilingüismo social supone irremediablemente una situación de diglosia que perjudica a los hablantes de la lengua minorizada. En las condiciones sociolingüísticas actuales, no es acertado pensar que el euskera pueda sobrevivir en una situación de supuesto bilingüismo social”. (LP, 22) “El euskera ha de ser la lengua oficial de todo Euskal Herria. Debe tener el mismo status legal en los seis territorios históricos. El euskera ha de ser la única lengua oficial en toda Euskal Herria”. (LP, 55) “El euskera es el primer e indispensable distintivo del ser euskaldun y tenemos que prioritar [sic] su defensa”. (LP, 104) “La cultura es agente de primer orden de la construcción nacional”. (LP, 109) “Debemos luchar por una Euskal Herria independiente, socialista, euskaldun y no patriarcal”. (LP, 103) “Todo el/la que vive en euskera es euskaldun, es un concepto lingüístico cultural que concede a la territorialidad una identidad especial y única en el mundo”. (LP, 112) “Cultura popular, es decir, la que se conforma desarrollando la tradición de una forma liberadora y positiva. Cada nueva aportación que enriquece la con-
ciencia social del pueblo es cultura popular”. (LP, 113) “Es imprescindible realizar un esfuerzo para superponer estos tres conceptos [nacionalidad, euskaldunidad, cultura popular], ya que son complementarios, con el objeto de crear un pueblo-nación que tenga una cultura nacional, popular y universal”. (LP, 114) “Bases de la política cultural: conservar y fortalecer la cultura heredada, manteniendo las costumbres, deporte y demás aspectos culturales legados por nuestros antepasados, ya que ésta es la raíz de la que brotará la cultura de hoy y de nuestro futuro”. (LP, 115) “Mientras que el castellano y el francés están completamente normalizados, el euskera se encuentra, desafortunadamente, en proceso de extinción”. (LP, 119) “Es fácil darse cuenta de que uno de los objetivos de la división territorial de Euskal Herria es acelerar la pérdida de identidad nacional, impulsando una política contraria al euskera. En consecuencia, encontrándose el euskera por debajo de los mínimos de supervivencia, hay que señalar que nuestra lengua está en permanente lucha por sobrevivir y en esa lucha no se pueden dar parones”. (UP, 68)
g) Europa, la globalización y el mundo en general. “En general, Europa se ha negado a denunciar la política represiva practicada por parte del Estado español contra Euskal Herria (encarcelamiento de la Mesa Nacional de HB, cierre del periódico y la radio Egin, detenciones de miembros de la izquierda abertzale, criminalización de la juventud). Euro-
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pa no abrió las puertas a Euskal Herria y seguimos siendo objeto de negación a todos los niveles existentes”. (OE, 60) “(...) somos conscientes de que es difícil el reconocimiento de Euskal Herria como nación, ya que ponemos en duda el ordenamiento político y jurídico que está en vigor actualmente en Europa”. (OE, 62) “Cada vez el mundo es menos la suma de diferentes naciones y día a día se avanza hacia un mundo uniforme. La ONU, como punto de encuentro de naciones, no es el Gobierno del mundo, y EE UU ha logrado la hegemonía”. (LP, 29) “El Banco Mundial y demás entes financieros hacen desaparecer los diferentes sistemas económicos e imponen el capitalismo (…) Ya que la globalización de la economía necesita de un único y gran mercado, la cultura, lengua, identidad (…) de las diferentes naciones y pueblos están sufriendo cada vez mayores agresiones”. (LP, 30) “Ha fracasado la apuesta a favor del Estado de las autonomías realizada hace 20 años, al igual que la esperanza de la nueva Europa”. (LP, 66) “Los pueblos pequeños que convivimos junto a los grandes Estados tenemos muchas opciones para ser perdedores, y esa situación no hace más que agravarse, en función de la tendencia general observada en Europa. Por tanto, tenemos que formar un Estado independiente lo antes posible”. (UP, 62)
h) La identidad de Herri Batasuna (la Unidad Popular). “En 1995, en la ponencia Oldartzen se define a Herri Batasuna como ‘instrumento para la independencia y el socialismo’. Este último documento recoge una definición correcta de la Unidad Popular actual y del futuro”. (UP, 111) “Herri Batasuna siempre ha subrayado las razones que nos unen, siendo una de las diferencias que nos distinguen de los partidos políticos cerrados y clásicos. Aunque el resto de partidos tiene una tendencia a conseguir la mayor cohesión interna y concretan ese objetivo al máximo, nosotros no vamos a actuar de la misma forma, ya que mantendremos un equilibrio entre lo que nos une y lo que nos diferencia”; “por tanto, todo el que se nos acerque tendrá que realizar dicha reflexión, siempre respetando las reglas y estructuras de funcionamiento e intentando anteponer lo que nos une”; “en este sentido, la Unidad Popular [Herri Batasuna] ofrecerá una estructura abierta, amplia y participativa para poder unir las diferentes sensibilidades. En este momento aceptamos que haya modelos organizativos diferentes, pero sin llegar a la coalición de partidos de nuestros inicios”. (UP, 114, 115 y 116) “Aunque en la base de la democracia interna esté la participación, no podemos olvidar que, aparte de las opiniones colectivas, existen las personales. En este sentido, si mantenemos un mínimo respeto por las reglas que deben regir las estructuras, nos daremos cuenta de que el respeto hacia éstas es una de las características de la democracia. Y en la medida en que todos podemos dar nuestras opiniones, por medio de las posibilidades que nos ofrecen las diferentes estructuras, las posturas que se encuentren fuera del análisis colectivo no son lícitas ni leales”. (UP, 120) “La Unidad Popular y sus estructuras creen en la diferencialidad de la sociedad vasca; la capacidad militante de Euskal Herria ha creado medios de comunicación, ha condicionado a los Estados poderosos, ha desarrollado sistemas educativos y, en 30
fin, ha sido capaz de crear una forma diferente de organizar la sociedad”. (UP, 131) “Trabajar en un colectivo requiere tener un respeto por las reglas y estructuras que dirigen dicho colectivo. Si nos implicamos en torno a un colectivo, al mismo se le debe conceder todo el protagonismo”. (UP, 136) La nueva etnicidad del nacionalismo vasco
Los documentos aquí reproducidos no permiten pensar en ninguna transformación ideológica de ETA y HB en sentido democrático, sino, más bien, en un intento de adaptación transitoria a una realidad percibida como cada vez más adversa. Pero no hay afirmación alguna que permita pensar en la aceptación de las reglas del juego democrático, como tampoco de reconocimiento del pluralismo ideológico e identitario. Por el contrario, conceptos como los de pluralismo o cultura sufren una inversión radical en sentido étnico: pluralismo es que existen diversos territorios con diferentes tradiciones –en fin, que el proyecto político de ETA y HB admitiría que en su Estado vasco cada comarca conservara sus tradiciones folclóricas–: a eso se reduce el pluralismo; la cultura es propaganda y ejercicio de narcisismo colectivo: todo lo que sirva para hacer, reforzar y cerrar la comunidad a la intromisión de los extraños. Nada permitía pensar durante la tregua, ni tampoco ahora, que la llamada izquierda abertzale liderada por ETA acepte colaborar en un proceso de normalización política, y menos que Lizarra sea o haya sido un proceso de esa naturaleza. Da la impresión de que, lejos de abandonar el nacionalismo étnico que ha caracterizado al movimiento abertzale desde Sabino Arana, estamos asistiendo a una transformación cualitativa del etnicismo, entrado en un tercer estadio involutivo donde la etnia, como sujeto de derechos políticos exclusivos, ya no vendría definida por la sangre o la fisiología –como pretendía el primer nacionalismo aranista– ni solamente por la lengua –como sostuvo ETA a partir de los años sesenta y todavía se sigue sosteniendo cuando se habla de la normalización del euskera–, sino por la pertenencia ideológica y la adscripción identitaria según la categoría de territorialidad: serían vascos y, por tanto, sujetos con derechos políticos aquellos pertenecientes a la comunidad abertzale, definida como la de aquellos sujetos que reconocen en el territorio –hipóstasis material de la nación inmaterial– el sujeto político colectivo llamado a decidir el destino de los seres humanos
ubicados entre el Ebro y el Adour. “Que decida Euskal Herria”, la última coletilla nacionalista, es un intento desesperado de que “la voz de la tierra” ahogue las palabras de las gentes diversas. Es muy posible que este giro ideológico lleve al desastre del movimiento nacionalista vasco, pero, entretanto, resulta muy peligroso para quienes se opongan a sus pretensiones. Como puede verse, ya alberga proyectos como el de censo vasco, que puede tomarse como la premisa de una genuina limpieza étnica según perfiles ideológicos, pues los vascos que no son nacionalistas, o que no lo sean con suficiente fervor, pueden verse abocados a elegir entre el estatuto de residentes extranjeros en su propia tierra o el simple exilio. Que el triunfo de semejante plan sea altamente improbable no debe engañar sobre su verdadera naturaleza. Atrapada entre la falta de voluntad de llegar a la verdadera paz y la incapacidad para hacer la guerra auténtica que sus principios y representaciones reclaman (como decían en su comunicado de fin de tregua, los terroristas se creen capaces de “arrinconar a las fuerzas extranjeras” que puedan oponerse por la fuerza a sus pretensiones), ETA y HB optan por intentar atraerse socios y compañeros de viaje mediante el cebo de un remedo de paz conveniente para la construcción nacional. Lizarra, por lo demás, fue pensada como el motor de una estrategia de hechos consumados, capaz de imponer por la vía política lo que no pueden conseguir ni los votos, insuficientes, ni los atentados. Teniendo en cuenta todo esto, es evidente que cualquier evolución a mejor de la situación política en el País Vasco sólo podrá venir del retroceso y marginación progresiva de este nacionalismo totalitario y delirante, auténtico vampiro que extrae toda su razón de ser de la sangre y la muerte, nunca de concesiones o de pactos que, tengan o no buenas intenciones, no tienen otro efecto que el de estimular al terrorismo y animarle a perseverar en la tragedia hasta el triunfo final. ■
Carlos Martínez Gorriarán es profesor de Estética en la UPV-EHU. Autor de Estética de la diferencia. El arte vasco y el problema de la identiCLAVES
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ESCISIÓN Y PERMANENCIA EN LA UE Aproximación a un marco teórico sin precedentes ANDRÉS ORTEGA / JOSÉ M. DE AREILZA
l objeto de este estudio es examinar la hipótesis de que un territorio de un Estado miembro (como Escocia, Córcega, País Vasco o Cataluña), o incluso de varios Estados miembros, de la Unión Europea decidiera escindirse y permanecer permanecer,, o ingresar, en la UE. Aunque tiene en cuenta distintas consideraciones políticas y económicas, trata de desarrollar las normas jurídicas que se aplicarían a este caso hipotético, para al que, sin embargo, no hay precedentes, sino pistas. Nadie, que sepamos, ha esbozado hasta la fecha, con cierta profundidad, los elementos principales para un análisis teórico de tal hipotético caso. Distintos partidos nacionalistas que gobiernan regiones europeas pretenden ofrecer a los ciudadanos el mito de una nueva identidad colectiva, más nítida que la de los viejos Estados miembros, hoy convertidos en entidades plurales y abiertas. Parte de ellos han expresado, más o menos retóricamente, su deseo de que sus regiones se escindan en un futuro del Estado miembro al que pertenecen y formen parte de la Unión Europea como nuevo Estado desde el momento de la separación, es decir, permaneciendo todo momento en la Unión. Lo cual no es evidente, y puede resultar engañoso. Ni la Unión ni sus Estados miembros tiene interés en favorecer el estallido de ninguno de sus miembros. Cabe opinar incluso lo contrario: en buena medida, la integración europea ha fortalecido a los Estados que participan en el proceso 1. Uno de los elementos más valiosos del proyecto europeo es el intento de unir preservando identidades, nacionales y subnacionales. Europa suplementa la capacidad nacional de formular un proyecto colectivo, limi-
1 A. Ortega: La razón de Europa. Aguilar, Madrid Madrid
1994, y Allan Millward, The European Rescue of the Nation-State. Routledge, Londres 1994. Nº100
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tando tanto el estatismo como el nacionalismo excesivo. En terminología de Joseph Weiler, W eiler, la integración ha transformado a los Estados-nación en Estados miembros de la UE. Además, la inserción de un Estado miembro en una polis más amplia, una Unión que es verdadera Comunidad de Derecho, contribuye al respeto y protección de las minorías comprendidas en los territorios de los socios comunitarios. Pero el refuerzo producido por el proceso de integración de sus unidades componentes no significa que no las haya cambiado: un Estado miembro no se define ya por su moneda, ni se definirá, un día, por su ejército. Incluso aunque su territorio siga siendo el mismo y sea un referente de identidad, sus fronteras con otros Estados de la Unión han perdido sustancia. En este sentido, la integración relativiza el concepto mismo de soberanía nacional. En virtud de la construcción europea, los ciudadanos de la Unión han visto alterarse el contenido real de sus constituciones nacionales y la forma en la que se gobiernan. Sus gobiernos tienen que aceptar decisiones obligatorias contra las que han votado en el Consejo de la UE. Con frecuencia la representación de intereses nacionales en Europa convive con la de otros intereses más fragmentados, y a veces más decisivos, en áreas como el comercio exterior o el mercado interior. interior. Los tratados originales comunitarios y sus posteriores reformas y añadidos no han previsto la posibilidad de que un Estado miembro deje de serlo, es decir, que se salga. Tampoco ningún Estado miembro quiere salirse. Sólo en previsión de los casos de descolonización se establecieron algunas disposiciones disposiciones para que lo que eran territorios de un Estado se independizaran y dejaran de pertenecer a la Comunidad. También se abordó en su momento el caso de Groenlandia, que permaneció en su Estado, Dinamarca, pero fuera de la Co-
munidad Europea, es decir, el caso contrario al que nos ocupa. Y, si sinn em ba rg o, pa pare re ce op or tu no abordar las posibilidades que un territorio escindido de un Estado miembro tendría para permanecer en la UE y sus efectos previsibles. El territorio escindido, convertido en nuevo Estado, ¿acabaría negociando su adhesión como cualquier otro candidato a la Unión Europea o, por el contrario, podría conseguir su permanencia bajo una nueva forma? Sea como sea, el debate sobre la viabilidad de la opción que estudiamos es sólo la antesala del debate principal: el de su eventual idoneidad. Antes de entrar en materia es conveniente mencionar la cuestión del tamaño económico óptimo del Estado, que se trata crecientemente en la literatura. Para el economista Robert J. Barro2 “no existe relación alguna entre el crecimiento o el nivel de renta per cápi cápita ta y el tamaño de un país, medido en función de su población o de su extensión”. Los países pequeños pueden tener éxito y, de hecho “el tener un tamaño reducido favorece la apertura exterior porque la alternativa no sería viable económicamente”. Ahora bien, una vez en la UE, con su mercado abierto, este tipo de razonamiento pierde fuerza. Además, no es lo mismo ser un Estado rico y bien adaptado al mundo actual que escindirse de un Estado para convertirse en Estado independiente y rico. Albertoo Alesina Albert Alesina y otros3 consideran que con el libre comercio el tamaño de los Estados deja de ser relevante para el tamaño de los mercados. Cuando unas economías pueden
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Robert J. Barro: ‘El tamaño óptimo de una nación o los atractivos de la secesión’, en El poder del razonamiento económico. Colegio de Economistas de Madrid, Celeste Ediciones, Madrid 1997. 3 Albe rto Ales Alesina, ina, Enrico Spola Spolaore ore y Romain Wacziarg: Economic and Political Disintegration. Working Paper 6163, National Bureau of Economic Research, Cambridge Cambridge Mass., EE UU, Septiembre 1997. 31
ESCISIÓN Y PERMANENCIA EN LA UE
sacar provecho del efecto de escala de su integración económica en una unidad superior se reduce la necesidad de formar países grandes. Alesina llega incluso a la conclusión de que una mayor integración económica puede reducir en Europa la necesidad de una integración política, ya sea de los Estados o de la propia Unión Europea. Conviene recordar que el nivel de solidaridad interna que proporciona la UE es mínimo (el tope presupuestario de la Unión sigue en un 1,27% del PIB) y que esta función de redistribución, y la de creación de “bienes públicos” esenciales para las economías y el bienestar, corresponden básicamente aún al Estado. Asimismo, hay que tener en cuenta la cuestión de la capacidad negociadora internacional de un Estado para conseguir condiciones ventajosas. A este respecto, los Estados grandes tienen ventajas, aunque la pertenencia a la UE potencia las capacidades de los pequeños en las negociaciones extra-comunitarias. Conviene también recordar que desde fuera de la UE, las expectativas de incorporación han servido en unas ocasiones de freno a tendencias secesionistas en el país aspirante, pero en otras de aliciente para las secesiones. Este último caso se ha dado cuando la escisión en un Estado europeo no miembro de la UE facilitaba el ingreso del territorio escindido en la Unión, como Eslovenia o Chequia. Eslovenia quería ingresar en la UE, pero sabía que no lo conseguiría junto a Serbia y otros en la antigua Yugoslavia. Y ugoslavia. La explosión de aquel Estado federal comenzó en parte por Eslovenia. Evidentemente, el deseo de ingresar en la UE no es el único motivo de la decisión eslovena de separarse, pero contribuyó a ello. La historia le está dando la razón: Eslovenia está entre los primeros elegidos para la ampliación al Este de la UE. En parte se podría considerar algo parecido de la facilidad con que la parte checa admitió la separación de Eslovaquia en la antigua Checoslovaquia. Ahora, sin embargo, se plantea un problema. Pues la República Checa y Eslovaquia mantienen acuerdos bilaterales en el terreno comercial y otros que tendrían que romper si uno de ellos, pero no el otro, ingresara en la UE. Probablemente el problema se resuelva con periodos transitorios adecuados y con la aceleración del ingreso de Eslovaquia, para que se produzca si es posible al mismo tiempo que el de la República Checa. El territorio de la UE y el territorio de los Estados miemmiembros
Ningún territorio forma parte jurídica32
mente de la Unión sino como parte de un Estado (aunque no todos los territorios de un Estado forman parte de la UE, por ejemplo Groenlandia en el caso danés). Pero son los Estados miembros los que conservan competencia para definir su propio territorio. Esta competencia nacional encuentra limitaciones en el Derecho Internacional y también en el Derecho Comunitario, pues un Estado no puede modificar unilateralmente el territorio que es parte de la UE, entre otras razones porque supone la modificación del Tratado, formal o materialmente, y por la posible incidencia del citado territorio en las políticas comunes. El debate más parecido que recientemente se ha dado en el plano europeo se ha concentrado no en la secesión, sino en la posibilidad de suspensión de los derechos de pertenencia en casos en los que un Estado miembro diera marcha atrás en su situación democrática: las modificaciones introducidas por el Tratado de la Unión Europea (TUE, modificado por el de Amsterdam) en los artículos 49 (condiciones de adhesión) y 7 (sanciones) indican la cautela europea sobre su propio futuro. El nuevo Tratado prevé la posibilidad de suspender en sus derechos a un Estado miembro por “violación grave y persistente” de los principios democráticos. Ha sido introducido en el nuevo Tratado sin que ningún Estado haya puesto dificultades, especialmente a instancias de Estados miembros partidarios de una rápida ampliación y, sin embargo, preocupados por el respeto futuro a estos principios en las nuevas democracias del Este. Este artículo 7 encarga al Consejo Europeo, compuesto por jefes de Estado o de Gobierno, la vigilancia del respeto a los derechos humanos y principios democráticos por parte de un Estado miembro. La tensión es difícil de resolver: si un Estado entra a formar parte de la UE se debería dar por descontada su naturaleza democrática y su respeto por los derechos fundamentales. Casos indicativos
Otras mutaciones de territorio de los Estados miembros de la UE distintas a la secesión han tenido lugar en la historia de la Comunidad. Estos cambios han confirmado la vigencia del principio de competencia nacional sobre la definición del territorio, con sus distintos matices. Por ello, y, porque sirven para el argumento sobre la hipotética secesión y permanencia o ingreso, merece la pena estudiar casos como el de la salida sin secesión (Groenlandia); secesión y salida (Argelia); o unifi-
cación y entrada (Alemania). a) Groenlandia: salida sin secesión Aunque se trata de un caso inverso al que nos ocupa, guarda un claro paralelismo. Es el de una parte de un Estado miembro que decide no seguir siendo parte de la (entonces) Comunidad Europea. No fue simple. Pero puede llevar a algunas enseñanzas sobre el grado de complejidad que supondría tener que gestionar una escisión de un Estado dentro de la UE. Groenlandia 4 era, y es, parte de Dinamarca. Con 62.000 habitantes (42.000 esquimales y 10.000 daneses) no tenía estatuto de autonomía cuando se negoció el ingreso de Dinamarca en la Comunidad Económica Europea (CEE). Pero, pese a las resistencias en Groenlandia, Dinamarca decidió incorporar este territorio como comunitario. El referéndum danés de 1972 arrastró a Groenlandia a ingresar en la CEE como parte de Dinamarca el 1 de enero de 1973. De hecho, el entonces Consejo Provincial (Landsret) de Groenlandia había previamente pedido, en marzo de 1972, que el plebiscito en ese territorio se aplazase hasta que se pudiera difundir más información sobre la Comunidad Europea, y que, en todo caso, los votos de los groenlandeses no contaran en el referéndum danés si éste se acercaba a un empate. La petición del Landsret, sin embargo, se rechazó, pues ya se había firmado el Acta de Adhesión de Dinamarca. Una vez Groenlandia en la CEE, los pescadores comunitarios de alta mar, sobre todo alemanes, desplazaron una parte importante de su actividad hacia aguas de Groenlandia, donde se generó una reacción aún más contraria a la permanencia en la CEE. El estatuto de autonomía para Groenlandia, aprobado el 29 de noviembre de 1978, entró en vigor el 1 de mayo de 1979. El 3 de abril de 1981, el Landsting (Parlamento) groenlandés decidió organizar un referéndum sobre la permanencia en la CEE, que se celebró el 23 de febrero de 1982, y en el que una mayoría (52%, algo menos que en 1972) se pronunció a favor de la salida de Groenlandia de la Comunidad. El Landsting decidió por unanimidad solicitarle al Gobierno danés que diera los pasos oportunos para sacar a Groenlandia de la CEE. El 19 de mayo de ese año, el Gobierno danés presentó un memorándum al Con-
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Hjatlte Rasmussen (ed.): Greenland in The Process of Leaving the European Communities, Forlaget Europa, Copenhague, 1983. CLAVES
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A N D R É S O R T E G A /J OS É M. DE AR EI LZ A
posterior ingreso (art. 227 V CEE). Las Faroe tenían un estatuto de autonomía desde 1948, según el cual, la legislación danesa y los tratados internacionales que firme Dinamarca (aunque mantenga el Gobierno las relaciones exteriores) sólo se aplican en las islas si éstas dan su consentimiento. Temores nacionalistas, culturales y de recursos pesqueros para un pueblo de 40.000 habitantes, llevaron a las Faroe a optar por quedarse fuera de la CEE. Dinamarca intentó en las negociaciones de adhesión buscar un acuerdo satisfactorio para las Faroe dentro de la CEE, y no fuera, pues el único estatuto externo posible entonces era el de país y territorio de ultramar, pensado para no europeos. Las Faroe obtuvieron este estatuto y un plazo de tres años para poder ingresar en la CEE, optando por no ejercitar este derecho.
sejo de Ministros comunitario, proponiendo unas modificaciones de los Tratados, basado en los artículos 96 del Tratado CECA, 236 del Tratado CEE, y 204 del Tratado Euratom (CEEA), solicitando que Groenlandia se incorporara a la lista de los Países y Territorios de Ultramar que figuraban en el Anexo IV del Tratado CEE. Se negociaron estas reformas. La Comisión Europea hizo una propuesta: simplemente tres artículos para los tres tratados (CEE, CECA, CEEA) que rezaban: “El presente Tratado no se aplica a Groenlandia”. Y la mención al Anexo IV, junto con algún ajuste más como un acuerdo de pesca entre Groenlandia y la CEE, además de un acuerdo de asociación. Groenlandia quedó vinculada a la CEE por un acuerdo de asociación especial, de una “forma mutuamente armoniosa”, como señaló el Parlamento Europeo, que aprobó al respecto un dictamen no vinculante. Este Tratado Nº100
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fue aprobado por unanimidad y ratificado por todos los Estados miembros y se publicó en el Diario Oficial del 1 de febrero de 1985. Era, como señaló el Parlamento Europeo, “la primera vez que el Gobierno de un Estado miembro solicita exclusión de la jurisdicción de los Tratados para una parte de su territorio que, aunque se le haya concedido una amplia autonomía, sigue siendo parte de la estructura de ese Estado”. Hoy, con la proliferación de políticas y programas y legislación comunitaria, resultaría mucho más compleja la negociación de la salida de la jurisdicción de los Tratados de un territorio como Groenlandia, pese a tener una economía relativamente simple. A diferencia de lo ocurrido con Groenlandia, cuando Dinamarca ingresó en la CEE, expresamente dejó fuera a las islas Faroe,, pertenecientes al Reino, aunque deFaroe jó abie abierta rta la posi posibili bilidad dad de su even eventual tual
b) Argelia: Independencia y salida Argelia era un Departamento de Francia –es decir, parte de la República– cuando se negoció y entró en vigor tanto el Tratado de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero, como el posterior Tratado de Roma (art. 227.2 TCEE), con la misma consideración que los Departamentos de ultramar franceses (Martinica, Guadalupe, Guyana y Reunión). Esto significaba que Argelia entraba en el campo de aplicación territorial del Tratado CEE, con las “modulaciones” previstas en el citado artículo (con un estatuto parecido al de Canarias en la actualidad), un caso de “aplicación parcial” de los tratados. Argelia no entraba en el ámbito de aplicación del Tratado CECA. Un Protocolo anejo al Tratado de Roma de 1957 preveía que en la primera revisión del Tratado de la CECA se solucionaría la cuestión. Naturalmente, con la independencia de Argelia en 1962, dicho protocolo nunca se desarrolló. La independencia de Argelia y su constitución como nuevo Estado significó su salida de la CEE, pero nunca se formalizó. Entra en la categoría de modificaciones no expresamente previstas por el Tratado, pero aceptadas por interpretación. La mención a Argelia sólo fue eliminada del texto por el Tratado de Maastricht (TUE) en 1992, con la desaparición del art. 227. Fue un caso en que un Estado miembro modificó el alcance de su territorio tan sólo con el consentimiento tácito de los demás Estados. c) Alemania: unificación y entrada Algo similar, desde el punto de vista jurídico, ocurrió con la unificación de Alema33
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nia, con la incorporación de lo que antes había sido territorio de un Estado distinto, la República Democrática Alemana (RDA), no miembro de la UE. Ésta modificó el alcance de su territorio, lo que no implicó cambio en los tratados –pues el Estado miembro seguía siendo el mismo–, aunque sí una compleja negociación sobre adaptaciones y transiciones para la aplicación de las políticas comunitarias en los nuevos Länder del Este. También posteriormente hubo que negociar otros aspectos, como la modificación en el Tratado de Maastricht el número de escaños en el Parlamento Europeo que correspondían a Alemania. La Ley Fundamental de Bonn ofrecía dos vías para la unificación, el artículo 23 y el artículo 1465. Los alemanes eligieron el artículo 23, ya que contemplaba la posibilidad de extender la vigencia de la Ley Fundamental a otras partes de Alemania, sin alterar su orden constitucional ni tampoco los fundamentos jurídicos de su adhesión a la Comunidad Europea. El artículo 146 hubiera llevado a la redacción de una nueva Constitución y a un debate peliagudo sobre si se había creado un nuevo Estado a partir de los dos anteriores. Es cierto que la mayoría de los constitucionalistas alemanes opinaban que el 146 no conducía a la fundación de un nuevo Estado. De ser así, la nueva Alemania debería haber negociado su adhesión a la Comunidad Europea. El artículo 23, en cambio, permitía la integración de la población y el territorio de la RDA en las instituciones federales existentes. La RDA quedaba disuelta y sin Estado sucesor. El artículo 23 también era de posible aplicación a “otras partes de Alemania”, Alemania ”, pero en las negociaciones bilaterales con Polonia se limitó esta vía. De hecho, tras la unificación el artículo fue suprimido y las alusiones del Preámbulo de la Ley Fundamental a futuras unificaciones fueron eliminadas. Alemania recibió en su empresa unificadora el apoyo decidido de la Comisión Europea, presidida entonces por Jacques Delors, y del Parlamento Europeo, que reconoció el derecho de los alemanes del Este a formar parte de una Alemania y una Europa unidas. El Consejo Europeo de abril de 1990, celebrado en Dublín bajo presidencia irlandesa, aprobó un Documento sobre la unidad alemana, que reconocía el derecho a la autodeterminación
5 Marco Sanz Arribas: tesina, Instituto Ortega y Gasset, Madrid, junio de 1999.
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del pueblo alemán y aceptaba la vía rápida del artículo 23, con lo que algunos jefes de Gobierno hacían de la necesidad virtud y olvidaban sus reticencias iniciales a una unificación acelerada y no tutelada internacionalmente. Los alemanes decidieron que los Tratados comunitarios serían aplicados tal cual en todo nuevo territorio tras la unificación, sin necesidad de renegociar su contenido con la CE y de recibir el consentimiento de los demás Estados miembros. Alemania contaría con casi ochenta millones de habitantes, pero conservaría su mismo número de votos en el Consejo y sus dos comisarios. Sólo con la reforma de Maastricht se rompió su igualdad con los otros grandes de la UE y se le permitió a Alemania crecer en número de diputados europeos por encima de los demás. Desde la perspectiva del Derecho Comunitario, las normas europeas se seguían aplicando en toda Alemania, de acuerdo con el antiguo artículo 227 del Tratado CE, que se limitaba a enumerar los territorios sujetos al derecho comunitario. Lo único que variaba era la definición de la extensión del territorio alemán, una cuestión de derecho interno y de Derecho Internacional Público, pero que produjo una alteración del estatuto jurídico de Alemania en la CE. La CE adelantó al 1 de julio de 1990 la vigencia en la antigua RDA de las normas europeas que dan lugar a una unión aduanera, unos meses antes de la unificación formal de las dos Alemanias. Con la unificación, Alemania pactó algunos periodos transitorios para la aplicación de normas europeas en los länder de la antigua RDA, no acostumbrados al funcionamiento del libre mercado y en una situación económica y social delicada. Los casos de Groenlandia, Argelia y Alemania son distintos al caso de escisión y permanencia e ingreso en la UE. Sin embargo, ilustran el principio de competencia nacional sobre modificaciones del territorio de un Estado miembro, con algunas limitaciones de derecho europeo, pues, en dos de los casos, los otros Estados miembros también tuvieron que dar su consentimiento, mientras el de Argelia es una situación de hechos consumados, pero que no planteaba problemas prácticos pues era un territorio que se independizó y se salió de la UE. Estas limitaciones no impiden que un Estado expulse una parte de su territorio, pues a él le corresponde la definición de su alcance geográfico. Un jurista de renombre cómo C. D. Ehlerman, Ehlerman, antiguo director
general de los Servicios Jurídicos de la Comisión Europea, ha considerado que “los Estados miembros conservan el poder para definir el alcance de su territorio”6. Es, pues, al Estado miembro a quien corresponde fijar su alcance territorial. Aunque este principio debe ser complementado por otro, según el cual el Estado no puede hacerlo unilateralmente si ello implica modificación de los tratados o de la aplicación de la políticas comunitarias. Pues práctica establecida es que con los años se han creado unos vínculos jurídicos y políticos en la UE que impiden la marcha atrás respecto a la pertenencia de un territorio. En este sentido, no existe la posibilidad de una inaplicación efectiva de normas comunitarias a través de una declaración unilateral, salvo las salvaguardias por razones de seguridad previstas en el propio Tratado. Es decir, que la integración produce efectos no sólo a través de la definición del territorio, sino esencialmente de la aplicación de políticas. Así, Canarias se incorporó en 1986 a la CE como parte de España, quedando exenta de la aplicación de algunas políticas comunes. Los posteriores cambios en la situación comunitaria de Canarias han requerido la aprobación de todos los Estados miembros de la UE. En este sentido, se está desarrollando otro factor adicional que actúa en contra de las posibilidades –e incluso del posible sentido– de las escisiones: el euro. En el Tratado de Maastricht que sirve de diseño jurídico-constitucional a la construcción de la Unión Económica y Monetaria se señalan las posibles condiciones para la entrada en el euro, pero no hay indicación alguna sobre posibles salidas de un país de la Unión Monetaria, algo que resultaría incluso más difícil una vez que esté en circulación el euro físico en el 2002 y desaparezcan las denominaciones nacionales. Técnicamente, al constituirse en nuevo Estado, el territorio escindido dejaría de ser parte de la Unión Monetaria y tendría que renegociar su ingreso, en caso de que lo quisiera, lo que le obligaría a constituir (como, por cierto, lo hizo Luxemburgo para participar en el Sistema Europeo de Bancos Centrales) un Banco Central propio y a cumplir los requisitos que hubiere en ese momento, lo cual implica una nueva contabilidad nacional. En resumen, cabe señalar que el euro, además de relativizar el concepto de soberanía en materia monetaria, es un factor suplementario en contra de las escisiones en la UE por los elevados costes de transacción 6 En Hjatlte Rasmussen: op.cit.
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que supone salir y entrar de nuevo en la moneda única, para lo que habría que crear un banco central, aprobar nuevas normas y cumplir antiguos o nuevos criterios de convergencia o de funcionamiento. Pero lo más importante es que la Unión no decide sobre posibles mutaciones de los territorios nacionales. Sólo sobre sus consecuencias para la UE. No hay territorios miembros de la UE, sino Estados. Ahora bien, una escisión genera expectativas. Formalmente, hasta que la región escindida se constituyera en Estado, un proceso que sería arduo, no estaría en situación de poder ser, o de volver a ser, territorio de la Unión. En lo que sigue se estudiarán las condiciones de la escisión y las de la vinculación (mediante permanencia o incorporación) del nuevo Estado. Escisión y constitución de un nuevo Estado
Las normas aplicables a una escisión serían, en primer lugar, las normas constitucionales del Estado al que pertenece la región que se escinde. La situación más favorable a la escisión es que por mayoría se haya dado un status y un procedimiento constitucional a las comunidades territoriales para que ejerzan de un modo concreto este derecho. Como el ejercicio del derecho de autodeterminación por parte de Alemania, aunque en este caso se ejerciera en un sentido contrario: para la unificación. Pero una vez escindido el territorio, tanto la incorporación como la permanencia en la UE del mismo requiere la constitución sobre él de un nuevo Estado. Un nuevo sujeto de derecho internacional Estos dos pasos, la escisión de un territorio perteneciente a un Estado miembro de la UE y la constitución en él de un nuevo Estado, se regulan también por normas de Derecho Internacional Público. En la Europa Central y Oriental y en la ex URSS, tras 1989 se han multiplicado las escisiones por la fuerza de las armas o de los hechos. Pero tales escisiones han requerido también un reconocimiento internacional y el respeto al derecho internacional. Y dicha normativa no está diseñada para facilitar una independencia unilateral. En general, toda escisión requiere formalmente y en principio la aceptación del Estado de origen –o de los Estados de origen si implica a varios de ellos–, incluso, en el ejercicio del llamado derecho de autodeterminación. La situación del derecho a la autodeterminación en el derecho internacional contemporáneo no avala una escisión de un territorio de un Estado de la UE Nº100
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mientras conserve el Estado su carácter democrático y no haya una mayoría en todo el Estado a favor de la división en cuestión. En el conjunto de Europa el derecho de autodeterminación está sumamente limitado. La Carta de Naciones Unidas recoge tal derecho, como principio en sus artículos 1 y 55, y se pueden citar otros textos en un debate siempre polémico sobre si este derecho se refiere sólo a la descolonización o no. Limitándonos a Europa, habría que hacer referencia al Acta Final de Helsinki de 1975, revalidada en varias ocasiones, la última en Estambul en 1999. No es un tratado propiamente dicho, pero las alusiones a ella son constantes en todos los debates europeos. Ese texto, habla del “principio de la igualdad de derechos y libre determinación de los pueblos”, aunque no habla del problema central de qué es lo que constituye un pueblo. Y posteriormente, limita el derecho de autodeterminación autodeterminac ión con dos principios complementarios con una fuerza que no recogen otros textos internacionale internacionales: s: el principio de la integridad territorial de los Estados, y el principio de la inviolabilidad de las fronteras (no “inmutabilidad”, justamente porque la República Federal de Alemania no quiso renunciar a la posibilidad de una unificación que eventualmente llegó). Evidentemente, lo ocurrido en la parte oriental de la OSCE (Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa), con la desaparición de la Unión Soviética, la explosión de Yugoslavia, la separación de la República Checa y Eslovaquia, han puesto a prueba estos principios. Pero se mantienen. Y, de hecho, se ha venido fortaleciendo en la Europa comunitaria un régimen antisecesionista, basado en principios interrelacionados: la integridad territorial; la inviolabilidad de las fronteras de acuerdo con el Acta Final de Helsinki de 1975; el hecho de que la UE no contemple escisiones territoriales; el respeto a “la identidad nacional de los Estados miembros” recogido en el Tratado de la Unión, e irónicamente7, el propio principio de autodeterminación –con sus limitaciones– que los secesionistas invocan, pues sigue sin definirse quién es el yo que ejercería el derecho a la autodeterminación. Cabe afirmar, pues, que en la UE no existe un derecho de autodeterminación para ejercer la secesión. La propia existencia y evolución de la UE vacían de 7 Alexis Heraclides,:’E Heraclides,:’Ethonational thonational and Separatist Conflict Settlement and the Case of Kosovo’, en Thanos Veremis and Evangelos Kofos (eds.), Kosovo: Avoiding another Balkan War. Hellenic Foundation for European and Foreign Policy, Atenas, 1998.
contenido el sentido de la autodeterminación. Además, los Estados miembros de la Unión Europea no pueden atribuir el derecho de autodeterminación a un “pueblo” de uno de ellos sin negar validez al artículo 6 del Tratado, que versa sobre la vigencia de la libertad y la democracia en un Estado miembro y el respeto de la Unión a las identidades nacionales. Sólo si existe una situación patológica que amenaza la paz internacional se puede plantear a la vez la reclamación del derecho y la capacidad de ser titular del mismo. En la práctica internacional, se ha entendido como situación dramática la existencia de represión o violencia por parte del Estado en el que se inscriben los territorios o la dominación extranjera. Pero no hay ni siquiera un criterio general y más bien lo que existe es una presunción jurídica en contra, difícil de vencer mientras el Estado no atente contra la dignidad humana de los habitantes de esa comunidad territorial. En ese sentido, si no se ha desencadenado el mecanismo de suspensión de derechos de pertenencia de un Estado en la UE, previsto en el ya citado artículo 7, no hay comprobación jurídica de situación fáctica que avale un ejercicio de autodeterminación. Un nuevo Estado europeo: ¿adhesión o permanencia?
En la hipótesis de que el nuevo Estado haya sido reconocido por el viejo y por los restantes miembros de la Unión, es cuando se plantea la cuestión de si puede permanecer en ella o debe pasar por una adhesión, como cualquier país candidato. La permanencia formal, como se ha indicado, es imposible porque el territorio escindido sólo puede planteársela una vez ha logrado constituirse en un nuevo Estado independiente. A partir de ese momento su deseo de permanencia no evita que formalmente lo que se plantee sea una adhesión o incorporación, aunque se trate de una incorporación cualificada (en el sentido de que el territorio formaba parte anteriormente de la UE, de su mercado único, y aplicaba sus políticas comunes). Es muy probable que en el caso de que el territorio escindido de un Estado miembro, éste afirmase desde el primer momento su pertenencia a la UE y buscara tan sólo hacer los ajustes necesarios para poder funcionar como nuevo Estado miembro. Pero el mecanismo jurídico que se desencadenaría sería el mismo de las ampliaciones, aunque se consiguiese un reconocimiento por parte de las instituciones europeas y de los Estados miembros del derecho del territorio escindido a “perma35
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necer” políticamente en la UE. En este caso, sería decisiva la actitud de los distintos actores en esta negociación, que estaría influida por consideraciones institucionales, económicas y políticas que describimos a continuación, especialmente, la del Estado de origen y la de los otros Estados miembros. La actitud del Estado de origen
En teoría, tras una escisión habría un nuevo Estado, mientras que el viejo conservaría su personalidad internacional y europea. Estaría muy claro en el caso de la escisión de una parte menor, principalmente en términos de población, como el País Vasco o Cataluña, respecto a España, o Escocia, respecto al Reino Unido. Si la creación del nuevo Estado implica la desaparición del Estado anterior, nacerían al menos dos Estados, ninguno de los cuales sería parte de la UE. Bélgica es un caso siempre citado en este sentido. Una hipotética ruptura de Bélgica sería un caso de escisión si la región flamenca acaba por separarse de la valona y se constituye en Estado, mientras que los valones reclaman para sí la estatalidad belga, con su pertenencia automática a la UE. Pero también podría ocurrir como caso de ruptura y desaparición de un Estado, el belga, e intento de permanencia en la UE de sus partes integrantes, una vez constituidas en nuevos Estados. Toda modificación de los Tratados –y el número de Estados miembros es una modificación sustantiva– exige un acuerdo por unanimidad de los Estados miembros. El Estado o los Estados de origen, como los otros Estados miembros, dispondría de esta palanca, pues se requiere su aceptación. Incluso, a partir del Tratado de Amsterdam, requeriría no sólo el acuerdo de los Estados, sino también, del Parlamento Europeo, y, por supuesto, la ratificación en todos los Parlamentos nacionales y la aprobación en referéndum en algunos países. En caso de escisión, el Estado de origen tendría un doble veto, sobre la creación de un nuevo Estado (siempre que sea en condiciones pacíficas) y sobre la adhesión del nuevo Estado a la Unión. Probablemente, la negociación principal sobre el nuevo ingreso en la UE sería entre el Estado escindido y el Estado de origen, pues habrían de repartirse los activos, institucionales y financieros, existentes. El Estado de origen podría mantener la posición de no querer perder peso institucional o recursos comunitarios. La actitud de los restantes Estados miembros
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y sus Estados facilitasen la integración del nuevo Estado dependería de una serie de factores sobre cómo afectaría esta escisión a la UE misma. Como se ha indicado, toda modificación en el número de Estados miembros requiere una decisión por unanimidad, lo que equivale a un derecho de veto para el Estado sucesor y para los otros Estados miembros (incluidos los Parlamentos nacionales), y para el Parlamento Europeo. Desde un punto de vista práctico, en el seno de las instituciones europeas, se plantearían algunos problemas importantes. Habría que negociar la aplicación de las diversas políticas al Estado de origen y al nuevo Estado, y las modificaciones institucionales oportunas. Tomemos un ejemplo: los votos en el Consejo de Ministros. En la situación actual, sería difícilmente concebible que en el futuro previsible, por ejemplo, en caso de escisión de Escocia, a la suma del Reino Unido (sin Escocia) más el nuevo Estado escocés independiente, se le otorgaran más votos (o más eurodiputados) que al antiguo Reino Unido, porque significaría que los otros Estados miembros tendrían que quitarse votos o escaños o perder peso relativo por la incapacidad de un Estado de mantenerse unido. El reparto tendría que hacerse entre el Estado de origen y el nuevo Estado. Así, ante una hipotética separación de Cataluña, si ésta tiene seis millones de habitantes (es decir, 1/6 parte del total de España), y si los ocho votos de España en el Consejo se repartieran proporcionalmente, le correspondería a Cataluña uno o dos, y a la nueva España seis o siete. Se daría la paradoja de que Cataluña con seis millones de habitantes tendría menos votos que Finlandia con tres votos y un millón menos de habitantes. Hay que señalar, sin embargo, que la solución de este problema podría facilitarse si la reforma de la UE avanzara en el sentido de eliminar votos por países a favor de decisiones que combinaran número de Estados y población. Las escisiones supondrían un aumento del número de Estados pequeños y agravarían el problema que supone el desequilibrio institucional a favor de estos últimos y en contra de los grande grandes.s. Ahora bien, este desequilibrio está también provocando la aparición, en la práctica, de un directorio formado por los grand grandes: es: al menos Alemania, Francia y el Reino Unido. Una escisión en cualquiera de ellos restaría fuerza al Estado de origen. El riesgo de contagio en otros Estados miembros y nuevas escisiones en sus territorios limita los términos de benevolencia
posibles de cualquier acuerdo político que facilite la adhesión del nuevo Estado. Una serie encadenada de escisiones debilitaría a los Estados miembros de la UE y, por tanto, a su capacidad de llevar adelante en el proyecto europeo y su profundización. Lo mismo puede decirse de un aumento aún mayor del número de países candidatos: los actuales 13 aspirantes ya plantean una serie de problemas de difícil resolución. Es importante subrayar, a la vista de la práctica de negociaciones de ampliación, pasadas y presentes, que no se trata tanto de una negociación contractual entre el país candidato y la UE, algo de por sí complejo si tenemos en cuenta el número de áreas en las que legisla la Unión, sino de un examen más riguroso para la aplicación plena de todo el acervo comunitario. Aunque existiese un acuerdo político para facilitar esta permanencia, la dinámica propia que supone negociar una ampliación pondría en una posición débil al candidato a permanecer como territorio y convertirse en Estado miembro. Estamos ante una solicitud de entrada en un club que no va a cambiar sus reglas de funcionamiento para facilitar la adhesión de un nuevo Estado resultante de una escisión. Pues al margen de razones institucionales prácticas que dificultan una escisión más adhesión, existen razones políticas europeas para poner freno a tal posibilidad tanto desde los Estados miembros como desde las instituciones europeas. Los ideales de paz, prosperidad económica compartida y supranacionalidad, en los que se funda la Unión Europea y sin los cuales no se entiende la evolución del proceso integrador hasta nuestros días, son contrarios a que estallen los Estados miembros o a que se facilite en algún modo estas tendencias. La Unión pone en marcha un proceso de civilización y de relación entre los pueblos europeos que la fundan o se adhieren posteriormente a ella. Transforma el poder de los Estados y sus excesos nacionalistas, en beneficio de las sociedades que componen estos Estados. Pero en ningún momento pretende dividir a sus Estados miembros, sino todo lo contrario: el ideario de la integración refuerza la identidad estatal, sometiéndola, eso sí, a la disciplina comunitaria y favoreciendo su evolución hacia la convivencia fructífera con otras identidades nacionales, mediante las cláusulas de no discriminación, libre circulación o sus normas de creación de un mercado interior y unas políticas comunes en muchos sectores. La UE relativiza el concepto clásico de soberanía, y por ello mismo, el de escisión. En CLAVES
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nuestra sociedad europea, compleja y abierta, las identidades tienen saludables zonas grises, repartidas entre unas comunidades políticas y otras, y conviven con el pluralismo de lealtades. Hay un ejemplo de relativización de la soberanía con la pertenencia a la UE que viene aquí al caso. El proceso de paz, aunque difícil, en el Ulster no sería posible si Irlanda o el Reino Unido no pertenecieran a la UE, diluyendo la cuestión de la soberanía (y aportando en los últimos cinco años, 400 millones de dólares, condicionados a la creación de proyectos intercomunitarios, especialmente en el sector no gubernamental). Ha funcionado, al parecer, bastante bien. También dos funcionarios de la Comisión tuvieron una cierta contribución al debate norirlandés, al proponer en 1994 la posibilidad de utilizar para el Ulster el modelo institucional de la UE, con una Comisión y un Consejo de Ministros, para Irlanda del Norte, Reino Unido e Irlanda, que tiene algo que ver con las instituciones que se crearon a raíz del acuerdo de Stormont del 10 de abril de 19988. La capacidad de negociación del nuevo Estado
“La UE ofrece un objetivo ilusorio a los movimientos separatistas regionales que estiman poder negociar solos”, estima Patrick McCarthy 9. Con una escisión no sólo perdería peso institucional y político el Estado de origen y miembro, sino también el nuevo Estado creado, incluso, aunque aumente sus márgenes de maniobra para alianzas. Cabe subrayar lo difícil que ha sido para cualquier Estado nuevo y pequeño convertirse en interlocutor permanente de los demás y de las instituciones europeas y tener un aparato administrativo eficaz y preparado para negociar en todos los niveles europeos y en su momento presidir la UE, entre otras consideraciones. El anverso es que el Estado se refuerza también hacia el interior por su capacidad de negociar hacia el exterior y, especialmente, como categoría especial, en el terreno europeo. Es lo que hace un tiempo se venía a llamar el Estado estratega y hoy se vuelve a bautizar, con un concepto más amplio que no es sólo exterior, sino también interior, como el Estado negociador. El nuevo Estado tendría que negociar 8
‘EU´s Little Reported yet Significan Significantt Contribution’, Patrick Smith, The Irish Times. 17 de abril de 1999. 9 En Anne Marie Le Gloannec (ed): Entre Union et Nation, L´État en Europe, París 1998. Nº100
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su acceso a las distintas políticas comunitarias y europeas. Para que se incorporara el territorio escindido al mercado interior al que antes permanecía, debería crear autoridades de normalización y reconocimiento. El nuevo Estado debería legislar masivamente para convertir y adaptar las anteriores normas nacionales que transponían el derecho europeo en normas suyas. Aparte del esfuerzo legislador, cabria imaginar que en la negociación con la UE, se le exigiera a este nuevo socio que cediera en algunas de las ventajas ya ganadas por el Estado miembro al que pertenecía. Esto puede ocurrir en asuntos tan importantes como los niveles de ayudas públicas o de incentivos fiscales, por citar un ejemplo, por lo que el nuevo Estado podría tener interés en solicitar periodos transitorios o excepciones en algunas materias para adaptar mejor su estructura productiva a la competencia europea, sin por ello, romper el mercado único. En tal negociación, se podrían perder posiciones duramente obtenidas por el antiguo Estado al que pertenecían. Además, la aplicación de otras políticas, especialmente las estructurales, requeriría una dura negociación, al partirse de una nueva situación de niveles de renta en ese territorio, lo cual puede suponer su no acceso a algunos fondos de los que antes participaba o, en el caso de que el nuevo Estado sea más pobre que el anterior,, una negociación desde fuera de la anterior Unión, siendo comparado con Estados candidatos de Europa del Este con rentas, previsiblemente, mucho más bajas y en unos años en los que reina la austeridad presupuestaria europea. Baste un ejemplo: ni Cataluña ni el País Vasco tendrían acceso al Fondo de Cohesión.
a través de la adopción por el nuevo territorio de la forma de Estado se puede plantear su relación plena con la UE. Si se diese el caso de que el territorio escindido se constituyera en nuevo Estado, con el beneplácito del Estado de origen y de los demás Estados miembros que lo reconocen, lo que se plantea jurídicamente es una adhesión, al ser una modificación sustantiva de los Tratados. Para ello es necesario de nuevo el consentimiento del Estado de origen y de los demás Estados miembros y del Parlamento Europeo. En la hipotética negociación aparece un cúmulo de problemas institucionales y de acceso a políticas europeas del nuevo Estado candidato. También planea el riesgo de contagio en otros Estados miembros que temen escisiones en su territorio. Todo ello refuerza la tesis de que con las escisiones, todos pierden. El nuevo Estado miembro no obtendría beneficios y estaría haciendo un sacrificio de intereses objetivos en aras de una pasión. En definitiva, la opción de escisión y permanencia no respeta las reglas del juego. La de escisión y adhesión a la UE no es fácil de imaginar en una situación pacífica y no resiste un análisis racional costebeneficio. Y si se formula esta opción como un ideal, por encima del cálculo de intereses, acaba desembocando en la ironía de que su cumplimiento es más decepcionante que su no obtención. ■ [Los autores quieren a agradecer al profesor Francisco Rubio Llorente su impulso en la elaboración de este trabajo].
Conclusiones
El juicio de idoneidad de una escisión debe hacerse después del de posibilidad, y hay que precisar que se haría desde una perspectiva que no es la del nuevo Estado. La hipótesis de escisión y, luego, permanencia o adhesión, va en contra de los fines de la Comunidad y no beneficia a nadie, empezando por el propio territorio escindido. Éste tendría que hacer frente al doble veto del Estado sucesor, primero para poder constituirse en Estado y luego para poder adherirse a la Unión, ya que en ningún caso permanecería automáticamente en ella, sino que formalmente tendría que ingresar. La escisión es en sí muy difícil: jurídicamente, no hay posibilidad de escisión unilateral en una situación pacífica. Si se consigue, la escisión no lleva a la permanencia en la Unión, porque sólo
Andr An drés és Or Orte tega ga es periodista. Autor de La razón
de Europa. José M. de Areilza es profesor de Derecho
Comunitario en el Instituto Universitario José Ortega y Gasset. 37
LOCALISMO COSMOPOLITA Y MESOGOBIERNOS LUIS MORENO
El hombre es un animal de cercanías Francisco Murillo
n el umbral del tercer milenio, los ciudadanos confrontan un escenario de acelerado cambio social. Los efectos de los últimos desarrollos tecnológicos se dejan sentir en un refuerzo “descendente” de las identidades societarias y en un fortalecimiento “ascendente” “ascendente” de la mundialización de la economía. Ambas tendencias conllevan elementos de incertidumbre y condicionan las evoluciones de las democracias europeas posindustriales1. Más allá de la perenne pugna entre lo individual y lo colectivo, asistimos a una reedición de la vieja dicotomía entre lo propio y lo ajeno. A resultas de ello, las identidades identidades ciudadanas se hallan sometidas a un proceso de redefinición con derivaciones para la cultura política, la vida ciudadana, la movilización social y el entramado institucional. institucional. Subyace en el vigente proceso de transformación social un énfasis en lo espacial. Conceptos tradicionalmente orillados en los debates académicos contemporáneos, tales como los de autonomía, descentralización o identidades etnoterritoriales, son ahora objeto de una febril revisión. Hasta la fecha, el interés predominante de científicos sociales y decisores públicos (policy makers) se había concentrado en la discusión sobre la eficacia y eficiencia de las instituciones estatales en la provisión de los servicios ciudadanos. Ahora los enfoques teóricos han fi jado su atención analítica en otras consideraciones. Los procesos de construcción 1 El posindustrialismo pretende significar que los cambios en la economía productiva implican mutaciones trascendentales en la estructura social de las democracias avanzadas (Esping-Andersen, 1999). En realidad, las “sociedades posindustriales” reflejan nuevas formas de “industrialismo avanzado”, las cuales son resultado de los cambios tecnológicos y de un transvase productivo desde los sectores manufactureros al de servicios y, especialmente, al de telecomunicación.
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estatal y formación nacional en el desarrollo de los Estados modernos, las relaciones gubernamentales en el seno de los Estados contemporáneos, y la crisis de legitimidad de las instituciones políticas del Estado-nación han pasado a ocupar un lugar preeminente en análisis y prescripciones. Naturalmente la dimensión funcional de la sociedad incide en todos los aspectos de las organizaciones humanas. Los alineamientos y fracturas de clase, grupo y género son factores estructurantes de la vida social. Pero los elementos de identidad y territorio han cobrado protagonismo como responsables de la cohesión y dispersión sociopolíticas contemporáneas. Además, los ciudadanos muestran su disposición a integrar complementariamente identidades varias correspondientes a los diversos contextos económicos, políticos y sociales de las instituciones (municipales, regionales, nacionales, supraestatales). Tal fenómeno de solapamiento identitario facilita el acuerdo y la cooperación para superar conflictos y enfrentamientos en países de composición plural. El caso de España es un buen ejemplo de ello. Su dinamismo institucional y el establecimiento de nuevas arenas de iniciativas económicas y sociales en el ámbito de las comunidades autónomas confirma su aggiornamento como país integrador de identidades en el proceso de europeización. Proceso que atiende a dos principios ya consagrados en el ordenamiento constitucional español: la subsidiariedad y la exigencia democrática (democratic accountability). No cabe duda que el marco estatal e statal asiste a una pérdida progresiva de su soberanía. La incidencia de la mundialización económica en dicho proceso es crucial, aunque es de naturaleza más preceptiva que real (Strange, 1995)2. Sin embargo, el trasvase 2 Se sostiene, alternativamente, que las tesis de la globalización económica y las prescripciones políticas
de autoridad estatal a los mercados internacionales se ha efectuado en paralelo con un aumento de la capacidad de influencia de los mesogobiernos en áreas acotadas tradicionalmente a las administraciones estatales. Los mesogobiernos desarrollan su acción institucional en el nivel intermedio entre lo local y estatal, y con una participación directa en la economía internacional. La renovación de la vida comunitaria en los niveles mesogubernamentales ha correspondido con un creciente rechazo a la centralización característica de los Estados unitarios, y con un refuerzo proactivo de las culturas subestatales y de sus identidades “proyecto”3. Los mesogobiernos ya no dependen necesariamente de la acción “racionalizadora” de las élites centrales y de los programas de formación estatal característicos de los siglos XIX y XX . El nivel intermedio de la acción política cuenta con su propia burocracia e intelligentsia que sirven de “puente” entre lo local y lo global. En realidad, su legitimidad se fundamenta en un tipo de localismo cosmopolita que se manifiesta no sólo en naciones minoritarias que forman parte de un Estado plural (Cataluña, Escocia), sino en regiones (Languedoc, Véneto) o áreas metropolitanas (Berlín, Bruselas). Estas dos últimas mani-
“desregularizadoras” anglonorteamericanas anglonorteamericanas no se basan en la evidencia empírica. Es más, se arguye que los procesos de readaptación confrontados por los Estados de bienestar (en el primer mundo) deben adecuarse individualmente a sus propias peculiaridades nacionales, económicas, políticas y sociales, evitando confundir globalización con la universalización de la experiencia norteamericana (Fligstein, 1998). 3 Para Manuel Castells (1997) las identidades proidentidades pro yecto no parecen surgir de las antiguas identidades incardinadas en la sociedad civil de la era industrial sino del desarrollo de las identidades resistencia actuales. El argumento es circular y referido al caso de EE UU. En el país norteamericano no cabe hablar de identidades etnoterritoriales, noterritor iales, las cuales sí están fuertemente arraigadas en el Viejo Continente y se “proyectan” hacia el futuro. CLAVES
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festaciones del localismo cosmopolita parecen seguir pautas de revitalización de pasadas y florecientes comunidades políticas (Estados-ciudad transalpinos, mancomunidad hanseática, principados centroeuropeos). Empero, y en contraste con el periodo renacentista, existen ahora unos intereses socioeconómicos comunes y unas instituciones compartidas en el seno de la Unión Europea. Aún de forma gradual y tenue, la mayoría de los países comunitarios han interiorizado las instituciones europeas como parte integral de su vida económica, política y social. La Comisión, el Parlamento, el Tribunal de Justicia, el Convenio de Schengen, y la adopción del euro como moneda común son referentes institucionales de primera magnitud en la vida cotidiana de los ciudadanos de la Unión Económica y Monetaria. Incluso áreas de actuación históricamente reservadas a los niveles centrales
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Debe recordarse que dichos procesos se han desarrollado en Europa durante un largo periodo de crecimiento económico estable, caracterizado por la ausencia de guerras, excepción hecha de los últimos conflictos bélicos en la península Balcánica. Algunos autores, no obstante, opinan que la potencialid potencialidad ad de escenarios pesimistas puede estar a la vuelta de la esquina. Las siempre latentes rivalidades entre los Estados-nación, conflictos comerciales entre las regiones mundiales, el incremento del fundamentalismo religioso y la xenofobia, son potencialmente explosivas (Chomsky, 1994). Nº100
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estatales poseen una mayor incidencia supra y subestatal4. Simultáneamente, los europeos traducen institucionalmente sus afiliaciones identitarias de forma que se posibilite un acceso más efectivo de la sociedad civil a la formación de decisiones políticas. Es precisamente en el nivel mesocomunitario donde el grado de congruencia entre lo particular y lo general aparece como más fructífero. Una mayoría de comunidades autónomas, länder, regioni, naciones sin Estado o conurbaciones sustentan su acción institucionall en un localismo cosmopolita instituciona que aparece como mejor pertrechado para conciliar crecimiento económico y progreso social. Identidades societarias y mundialización económica
La modernización trajo junto con el Estado-nación la asunción de una identidad ciudadana omniabarcante enraizada en los órdenes cívico y cultural. En el tránsito hacia el tercer milenio, tal tipo de identidad se encuentra en reflujo. Al tiempo que la identidad nacional estatal ha sido corroída por las fuerzas de la globalización, su funcionalidad ha quedado expuesta a procesos de fragmentación, competición y elementos superpuestos de una múltiple y variada índole. Además, un fortalecimiento de las identidades locales, regionales y nacionales minoritarias es patente en el marco del vie-
jo Estado Estado nacional nacional liberal5. La discontinuidad y heterogeneidad de los entramados sociales auspician que identidades diversas interactúen entre sí de una manera a menudo impredecible. Según los análisis normativos de las influyentes escuelas funcionalistas norteamericanas, la modernización y el progreso universal requerían de una integración asimilacionista6. Con la aceleración de la cons XIX por trucción estatal en los siglos XVIII y XIX la extensión del liberalismo burgués y el capitalismo industrial, se provocaría una asimilación homogeneizadora homogeneizadora de tipo cultural, político y económico dentro de los límites geográficos de la organización estatal en ciernes. Consiguientemente, las diferencias etnoterritoriales en el seno de los Estados serían, paulatinamente, sustituidas 5
Recuérdese, tal y como ha señalado Yael Tamir (1993), que la mayoría de los postulados liberales son nacionalistas estatalistas. 6 Estos teóricos funcionalistas, en sus variantes conductista y difusionista, han sido beligerantes ahistoricistas. Para ellos la historia es una mera sucesión de eventos que, merced a la ausencia de replicabilidad, no permite comparaciones y generalizaciones. Asocian la historia, además, con sociedades primitivas y premodernas, por lo que su estudio debería dejarse a los antropólogos culturales. Naturalmente, el énfasis cuantitativo y neopositivista está implícito en estas consideraciones, constituyendo uno de los rasgos más característico de la contemporánea ciencia social estadounidense (Safran, 1987). 39
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por una nueva hornada de conflictos funcionales, especialmente, de tipo material interclasista. El curso de la historia, lejos de corroborar semejantes asertos, los ha falsado repetidamente. Así ha quedado ampliamente constatado con el resurgir de los movimientoss etnoterritoriales en Europa. movimiento Para los científicos sociales el problema surge a la hora de establecer líneas divisorias en la autoidentificación de los ciudadanos, así como en la interpretación de las causas de movilización política que se relacionan con las identidades territoriales. En realidad, existen identidades múltiples compatibles en diversos grados y sujetas a una constante interiorización por los miembros de los grupos de adscripción. Como puede ser el caso de la identidad europea, los niveles supranacionales supranacion ales de pertenencia pueden integrar complementariamente identidades municipales, regionales, nacionales y estatales. Esta combinación identitaria está en la base de la articulación de instituciones que cooperan en diversos niveles administrativos y que comparten viejas soberanías y ámbitos de organización política. En el caso de España, la persistencia de una identidad dual o doble nacionalidad revela la naturaleza ambivalente de sus relaciones etnoterritoriales. Los peculiares procesos de construcción estatal y formación nacional en la historia moderna de España explican en gran parte cómo los ciudadanos se autoidentifican en el marco de las comunidades autónomas. Si bien es patente el carácter nacional del Estado español, fruto principalmente de la naciona40
lización unitaria durante los siglos XIX y XX , no es menos cierta la pervivencia de profundos ligámenes afectivos de los ciudadanos a sus nacionalidades y regiones (Linz, 1973). Alrededor de tres cuartas partes de los ciudadanos españoles se adscriben sin exclusiones a ambos ámbitos espaciales: nacional/estatal o español, y etnoterritorial o autonómico7. En realidad, la doble nacionalidad manifestada en una lealtad com partida a las instituciones estatales y subestatales, y ligada al modo de identidad dual de los españoles, refleja el solapamiento entre lo general y lo particular. Se produce así una congruencia espontánea y simultánea entre lo español y lo andaluz, catalán, vasco, etcétera. Ha sido determinante en este proceso de compatibilidades identitarias la transformación del hipercentralista Estado franquista en otro descentralizado, donde autonomía y solidaridad son fundamentos de la convivencia democrática. Deben tomarse en cuenta, igualmente, las relaciones de interacción intergrupal en el seno de los Estados. El acuerdo y la cooperación etnoterritorial no sólo constituyen una manera de superar conflictos y enfrentamientos en politeyas de composición plural, sino que auspician una profundiza-
ción de la democracia al facilitar un acceso más efectivo de la sociedad civil a la formación de decisiones políticas e instituci institucioonales. En el caso de España, este último proceso se articula mediante una federalización de su diversidad etnoterritorial (Moreno, 1997a). Nexo común, efectos diversos
En el mundo contemporáneo, los mitos étnicos y las pertenencias grupales siguen constituyendo el trasfondo de buena parte de los anhelos de la ciudadanía. En particular, las sociedades de la Europa meridional parecen reforzar lazos seculares de integración en el seno de la familia8, o persiguen recrear viejos ámbitos culturales y políticos en los niveles subestatales. La revolución informacional reproduce viejas divisiones entre participantes “activos” (clases medias urbanas y con niveles educativos altos, principalmente) y “pasivos” (clases subordinadas y con instrucción básica, mayores y población rural). Sin embargo, en los países desarrollados el acceso a los nuevos instrumentos de comunicación no posee un carácter socialmente restringido y su costo material no supone un impedimento para una gran mayoría de
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7 Adoptamos la terminología terminología de español y autonóespañol y autonó-
mico para hacer más gráfica su comprensión al lector. Naturalmente, y desde un punto de vista constitucional, lo autonómico es igualmente español.
Según los resultados de la investigación dirigida por Tomás Calvo, casi tres cuartas partes de los escolares españoles consideraban a la familia como la fuente de socialización principal y en “… donde se dicen las cosas más importantes para la orientación en la vida”. En segundo lugar, pero a más de cincuenta puntos, figuraba la escuela (El País, 3 de febrero de 1998). CLAVES
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sus consumidores. Ello ha favorecido una difusión informacional que contribuye no sólo a la preservación de culturas minoritarias, sino a su conocimiento por parte de otras. La existencia de pueblos integrados en Estados nacionales se ha hecho más visible para el gran público. A su vez, la globalización implica una relativa superación del Estado-nación como arena central en la que se ha venido representando la trama de vida económica durante las dos últimas centurias. El Estadonación asiste como espectador, en muchas ocasiones pasivo, a la vorágine de las transacciones financieras planetarias. Su antaño influyente política económica debe tener ahora en cuenta las constricciones impuestas por los mencionados flujos. A resueltas de todo ello, la índole de la competición y las pautas de conducta domésticas e internacionales están crecientemente conformadas por las nuevas pautas del mercado global y las estrategias de las empresas multinacionales. Ahora bien, contra lo que comúnmente se aduce, aquellas reglas y pautas no son territorialmente neutrales. El mercado no se rige exclusivamente por intereses de rentabilidad al margen de factores territoriales. En la consideración de las plazas financieras donde invertir o localizar nuevas industrias priman los tipos de intereses e incentivos de radicación, pero también lo hacen las circunstancias menos tangibles como puedan ser el desarrollo institucional y político del país destinatario, su sistema educativo, las afinidades de lengua y cultura entre origen y destino transnacional, o el clima de paz y la cohesión social. Capital humano y capital social se han constituido en elementos decisivos a tomar en cuenta en la elección de las plazas financieras por el capital inversor. Junto Jun to con con los efectos limita limitadores dores que la mundialización económica supone para los Gobiernos estatales, la vocación centralizadora de los Estados unitarios ha colisionado con los deseos autonomistas de regiones y municipalidades, divergencia generadora de no pocas tensiones. Recuérdese que las reglas del mercado global también atañen a los niveles subestatales, circunstancia que favorece su participación directa y sin intermediarios. Mediante ayudas regionales, cesiones urbanísticas o acuerdos concertados con sindicatos y patronales locales, algunos mesogobiernos han demostrado gran capacidad de negociación con las compañías transnacionales. Al reforza reforzarse rse las identida identidades des territo territo-riales locales y regionales se han auspiciado unos mayores deseos de protagonisNº100
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mo de sus respectivas sociedades civiles. Los ejemplos en la Europa occidental no se manifiestan sólo electoralmente (CiUCataluña, CSU-Baviera, Lega-Pa Lega-Padania, dania, SNP-Escocia). También los movimientos sociales y los agentes de desarrollo local encuentran un contexto flexible y ágil a las necesidades cambiantes impuestas por la revolución informacional (Madrid metropolitano, París-Île de France, Greater Londres, región de Bruselas). En estos ámbitos las identidades territoriales no poseen una base necesariamente étnica. Junto a su vocació vocaciónn como c omo urbes cosmopolitas convive una aspiración por desarrollar culturas cívicas a la vez locales y cosmopolitas. Este neolocalismo9 en la Europa occidental habría que diferenciarlo de la experiencia neocomunitarista en Estados Unidos, donde se prescribe un incipiente renacimiento de la comunidad de base local (Etzioni, 1993). Buena parte de las experiencias comunitaristas norteamericanas son actos reflejos defensivos ante fracturas sociales apremiantes (criminalización), respuestas instrumentales al urbanismo residencial (aislamiento en las zonas suburbiales) o instancias de socialización alternativas a las prácticas sociales imperantes (individualismo posesivo). En el Viejo Continente, el referente supranacionall del proceso de convergencia supranaciona de la UE aporta un elemento “nuevo” de cosmopolitismo forjado en la “vieja” cultura europea universalista. Coyunturalmente, y ante los problemas económicos encarados por Europa en el contexto de una competencia global, se ha especulado con la idea de su secesión de la economía mundial. Según esta visión, el levantamiento de un muro aduanero preservaría las conquistas sociales de generaciones de esforzados europeos, amén de mantener un compensado ritmo de crecimiento10. Pero semejante curso aislacionista abocaría el europeísmo cosmopolita a una mudanza desnaturalizadora. Corolario de los divergentes efectos del nexo local-global es un entrelazamiento de identidades y una multiplicidad identitaria favorecedora de un variado abanico de lealtades hacia las diversas fuentes de legiti-
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O nuevo localismo, de corte municipalista, que apunta a las potencialidades de los ayuntamientos para la puesta en marcha de iniciativas de desarrollo económico, político y social, asegurando modelos de mayor democracia participativa (Navarro Yáñez, 1998). 10 Así lo expuso Manuel Manuel Castells Castells en su artículo, artículo, ‘El dilema europeo’, publicado en El País, 10 de abril de 1996.
midades políticas (municipio, región, nación, Estado, Unión Europea). Los mesogobiernos en España: actores de movilización política
España, un estado de composición plural, asiste en el tránsito al tercer milenio a la institucionalización en clave federal de su organizaciónn política territorial. La reorgaorganizació nización territorial y política del Estado de las autonomías ha generalizado en España concurrencia encia múltiple etunas relaciones de concurr noterritorial (Moreno, 1997b). Sus rasgos constitutivos constitutiv os incorporan elementos políticos, sociales y económicos en un modo dinámico, y condicionan los escenarios de conflicto y cooperación en la España autonómica. El término concurrencia se emplea en su acepción de competición múltiple y simultánea, de la cual resultan, aunque no en un proceso lineal y necesario, acuerdos políticos amplios. En esta interpretación semántica subyacen principalmente los elementos de asimetría, heterogeneidad y pluralidad, los cuales conforman el patrón federalizante de la organización territorial del Estado de las autonomías autonomías.. Los mesogobiernos han adquirido un protagonismo institucional como actores de movilización política sin parangón en la última historia española. Para afianzar su objetivo de legitimidad institucional, han desarrollado actuaciones en pos de maximizar sus actuaciones económicas y políticas. La supraestatalización de la política en Europa y el grado creciente de mundialización económica han favorecido que los mesogobiernos españoles no se hayan refugiado meramente en prácticas políticas de exculpación (blame avoidance). También se han implicado en la puesta en vigor de nuevas políticas públicas (policy innovation). Los objetivos han sido, en suma, los de hacer atractivo el país, región o localidad con fines de inversión y desarrollo comunitario. Naturalmente, y aunque el principio constitucionall de solidaridad sirve constituciona sir ve de amortiguador a las pretensiones excesivamente particularistas de los mesogobiernos, la concurrencia múltiple etnoterritorial en España introduce a menudo un elemento de competencia entre los mesogobiernos en su dimensión material. Recuérdese que la concurrencia es un fenómeno social que suele ser indeseable para los competidores. Es decir, a los que ofrecen sus productos y servicios les gustaría eliminar a los competidores y hacerse en monopolio con la clientela. Los mesogobiernos en España han desplegado una panoplia de actuaciones, programas y políticas públicas que han contri41
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buido enormemente a dinamizar no sólo la vida política y social sino también el desarrollo económico español. Es en este sentido inapropiado hablar hoy en España de unas simples relaciones entre un centro preeminente y una periferia subordinada, ni siquiera de un norte próspero y un sur atrasado, como sucede en el caso de Italia (Giner y Moreno, 1990). Los ritmos en la gestión e innovación institucionales han sido asimétricos en línea con la propia heterogeneidad autonómica. autonómica. El empuje de Cataluña y el País Vasco por el autogobierno, por ejemplo, se ha basado mayormente en la apelación a sus hechos diferenciales. Así asumieron la iniciati iniciativa va constitucional en la captación de recursos y poderes desde el inicio del proceso de descentralización. Las restantes comunidades autónomas han tenido como referente en sus reivindicaciones y capacidades de administración a las antedichas nacionalidades. Existe, pues, una tendencia a la mímesis autonómica que junto al agravio comparativo constituyen dos pilares en la actuación de los mesogobiernos españoles. En un país donde envidias y piques son patrimonio común de todas sus idiosincrasias, el afán por no quedarse rezagado o sentirse discriminado no podía menos que condicionar el desarrollo del proceso autonómico. Así, las distintas comunidades autónomas se “vigilan” entre sí y mantienen un escrutinio –formal e informal– de aquellos traspasos y delegaciones d elegaciones realizados que podrían comportar una situación de “privilegio” de unas comunidades respecto de otras. Sin embargo, lejos de un carácter meramente reactivo, la “ob “observación servación participante” de los mesogobiernos implica elementos innovadores y proactivos, y se ha plasmado en transferencias de programas públicos que han superado corsés y legados institucionales (path dependency). En el caso de la España autonómica, la herencia del pasado ha estimulado indirectamente una mayor capacidad de innovación de políticas públicas. Una ilustración práctica de ello, analizada brevemente a continuación, ha sido la implantación de los programas de ingresos mínimos de inserción (IMI). Los también denominados como “salarios sociales” han contribuido a favorecer una espiral de incentivación y de renovación de los servicios sociales con base autonómica. Recuérdese que la Constitución de 1978 establece la asistencia social como una competencia “exclusiva” de las comunidades autónomas (artículo 148; 20). La labor innovadora en la reestructuración y creación de nuevos programas de bienestar ha sido asumida en su práctica totalidad 42
por las administraciones autonómicas y locales, las cuales han contado en ocasiones con el concurso del Gobierno central (Plan Concertado de Prestacion Prestaciones es Básicas). El diseño y posterior implantación de los IMI tuvieron su origen institucional en Euskadi. En marzo de 1989, el Ingreso Mínimo Familiar, antesala del posterior Ingreso Mínimo de Inserción, entró en vigor en la Comunidad Autónoma Vasca, constituyéndose en el precedente y referente de planes similares puestos en práctica con posterioridad en todas las comunidades autónomas11. El efecto de mímesis autonómica en la extensión de los IMI por toda España, si bien con particularidades y especificidades de cada comunidad autónoma, ha sido ejemplar en lo que a los efectos innovadores de las políticas públicas autonómicas se refiere. Además, es erróneo calificar la naturaleza de tales planes como meramente “subordinada” a la acción estatal central. En realidad han sido actuaciones públicas de nuevo cuño implantadas por las propias comunidades autónomas, y que pretendían completar el sistema asistencial de Estado de bienestar en España con una “red mínima de seguridad” (safety net). En lo que afecta a nuestra discusión, la relevancia de los programas de ingresos mínimos radica en que se trata de una política pública que tiende a fortalecer la ciudadanía social a nivel mesocomunitario. mesocomunitario. Sus efectos para el refuerzo de las identidades subestatales son, por tanto, de gran importancia. Con su implantación, los ciudadanos “visualizan” la acción de los poderes públicos más próximos, como es el caso de las ayudas a sus convecinos en situaciones de pobreza o exclusión social12. Políticas Polít icas públicas como los programas de ingresos mínimos de inserción coadyuvan poderosamente a recrear las bases sociales de comunidades cuyo nexo de unión es el lazo intuitivo de su ascendencia común (Gemeinschaft), caso de la mayor parte de las comunidades autónomas autónomas españolas. Se ha aducido a menudo que los hechos diferenciales deberían traducirse en mayores competencias y “cuotas de poder” para Ca11 Dos son los objetivos principales de los programas puestos en marcha bajo la denominación de ingresos mínimos de inserción: a) garantizar un ingreso mínimo a los ciudadanos que acrediten su situación de necesidad; y b) favorecer la inserción social de los perceptores (Serrano y Arriba, 1998). 12 En el caso de Euskadi, la previsión de esta política social toma en cuenta la peculiar confederación de sus “territorios históricos”, así como las relaciones de dirección y coordinación entre las Juntas Generales, las Diputaciones Forales y los servicios sociales municipales de base que atienden directamente a los perceptores del subsidio.
taluña, Euskadi y Galicia. Su distinto origen diferencial parece indicar que las nacionalidades reclamarán legítimamente la atención debida a su asimetría constitutiva. En lo que afecta a las competencias insertas en sus singularidades identitarias (cultura, geografía, lengua, tradiciones) es lógico pensar que también procurarán mantener una disparidad competencial respecto a otras comunidades autónomas. Resta por comprobar si semejante vindicación es extensible a otros campos en los que los hechos diferenciales (económicos, institucionales, sociales) podrían ser esgrimidos por la práctica totalidad de las regiones españolas. El ejercicio del derecho a la autonomía de las “n “nacionalidades acionalidades históricas” no debería implicar una limitación al ejercicio de dicho derecho por el resto de las regiones españolas. Con el desarrollo de las prácticas de concurrencia múltiple los mesogobiernos han desplegado unas ciertas prácticas “diferenciales” que pueden perjudicar indirectamente a otros territorios autónomos limítrofes. En este sentido, el caso más ilustrativo es el relativo a los incentivos fiscales a fin de atraer inversiones foráneas, lo que genera conflictos a la hora de las localizaciones –y relocalizaciones– industriales13. No cabe esperar una nivelación automática de las rentas en el conjunto territorial de España por la simple mejora de la gestión de las comunidades autónomas y las municipalidades, aunque no cabe duda que ello contribuiría decisivamente a una mayor eficiencia económica. Tampoco cabe argüir la tendencia “natural” al equilibrio territorial, producto de la acción libre de las fuerzas del mercado14. Por otra parte, las políticas de intervención económica desde el Gobierno central a menudo reflejan los intereses particulares de las élites regionales cooptadas a las instancias centrales de la Administr Admi nistración ación.. Ejemplo Ejemploss de tales prácti prácticas cas 13
La propia Comisión Europea vela para que no se produzca competencia desleal mediante ayudas de tipo fiscal (fiscal dumping). El reciente rechazo a los incentivos aprobados inicialmente por el Gobierno vasco es prueba de ello. 14 Es ésta una argumentación sofista sin sustentación en la realidad de la actividad económica. Ciertamente, las fuerzas del mercado tienen a aumentar la desigualdad entre regiones, cuyos niveles de crecimiento económico ya eran desiguales en sus inicios. Gunnar Myrdal (1957) apuntó que se trataba de un proceso de “desequilibrio acumulativo”. 15 El cual se diferencia del tipo de subsidiariedad funcional, característico de los regímenes del bienestar continental y que favorece que la iniciativa social tome el protagonismo en el diseño, elaboración y provisión de programas sociales. Los poderes estatales, subsiguientemente, garantizan los pactos sociales alcanzados en la concertación social por los agentes sociales. CLAVES
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han sido la regla en la historia política de la XX y en otros países España del siglo XIX y XX del sur de Europa. Sólo, pues, una acción conjunta de las administraciones central, autonómica y local puede procurar un mantenimientoo de grados proporcionados mantenimient de solidaridad interterritorial de acuerdo a las potencialidades de las sociedades civiles autonómicas. Las áreas de gestión e innovación susceptibles de ser asumidas por los mesogobiernos son todavía amplias. Las provisiones constitucionales amparan la profundización del autogobierno en España (artículo 150.2). Es no sólo posible sino deseable intensificar el protagonismo mesogubernamental. Los mesogobiernos están convenientemente pertrechados de instrumentos económicos, políticos y sociales para garantizar y acrecentar el bienestar de sus ciudadanos. Descentralización y federalización en España se alinean plenamente con el prinpr incipio de subsidiariedad territorial15 recogido como fundamento del proceso de europeización en el Tratado de la Unión Europea. Dicho principio establece que las decisiones que afectan a la UE se tomen en el nivel comunitario o transnacional sólo si no se puede efectuar a nivel nacional, regional o local de manera más eficiente. En otras palabras, el ámbito preferido en los procesos de toma de decisión es aquel más próximo al ciudadano como sea posible. Con el progresivo trasvase de la otrora omnipotente soberanía de los Estados-nación a la Unión Europea, la iniciativa y rendimiento institucional de aquellos foros de la vida ciudadana conformado por las adscripciones identitarias será indudablemente mayor. Cabe colegir, por tanto, que aquellos países europeos con estructuras federales o federalizantes estarán mejor equipados institucionalmente para confrontar las situaciones generadas por la creciente globalización social y económica. Se auspiciará, de ese modo, un desarrollo económico más equilibrado mediante una cohesión social cimentada en las múltiples identidades de sus ciudadanos. ■
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Luis Moreno es investigador del Consejo Superior
de Investigaciones Científicas. Autor de La federalización de España. 43
P O L Í T I C A I N T E R N A C I O N A L
LAS ELECCIONES PRESIDENCIALES EN RUSIA K. S. KAROL
os moscovitas opinan que plica en absoluto su conducta “tenemos derecho a votar durante su permanencia en el pero no a elegir”. En efecto, poder. No fue en la escuela sutodo parece indicar que en las perior del Partido donde elecciones presidenciales del 26 aprendió a amar la economía de marzo el Kremlin va a im- de mercado en su forma más poner su candidato, Vladímir salvaje. El equipo de jóvenes Putin, elegido por el “zar Borís” “comunistas” que eligió para quien, en los nueve años que lanzar las “reformas radicales” ha durado su reinado, ha logra- (Gaidar, Fiodorov, Chubais, do desacreditar la idea misma Aven…) Aven…) no tenían nada en code democracia en Rusia. mún con la izquierda en ninEn el Este se ha puesto de guna de sus tendencias. Es moda una anécdota para ilustrar más, se distinguen por su afán el gran desbarajuste de 1989: al- de ensombrecer el pasado soguien dispara un tiro cerca de viético, su única justificación un árbol lleno de pájaros que, para su política que ha transasustados, levantan el vuelo; al formado el viejo árbol doliente rato, todos vuelven al árbol, qui- en una planta seca y casi morizá cada uno a una rama diferen- bunda. En sus ramas se pueden te, pero toda la bandada sigue encontrar, además, unos pájaposada en el árbol1. Esta imagen ros que no había antes, oligarse utiliza sobre todo en Rusia cas-rapaces deseosos de preserpara subrayar la continuidad de var a toda costa sus bienes de Rusia con respecto a la URSS origen dudoso y su poder. básandose en la composición de Mis amigos en Moscú sula actual élite política en la que bestimaron la capacidad de esa son legión los antiguos miem- nueva clase dirigente para debros del Partido Comunista de fender sus intereses. Tras el la Unión Soviética (PCUS) o crash financiero de agosto de del Komsomol. 1998, creyer creyeron on que Yeltsin Yeltsin y los Pero las conclusiones que se suyos habían perdido irremepretende sacar son engañosas: diablemente la partida porque el árbol no es el mismo que el su descrédito había llegado de antes del disparo y los pája- hasta las capas que parecían beros tampoco son de la misma neficiarse de sus “reformas”. especie que la de antes de la Asimismo, sus protectores ocdesbandada. El hecho de que cidentales, que también habían Borís Yeltsin hubiera sido sufrido en cierta medida por el miembro suplente del Politbu- crash ruso, parecían buscar en ró del PCUS, y que el lema de Moscú otros “reformadores” su campaña de 1989 fuera “so- más fiables. Se creía, pues, que cialismo para todos y no sólo los responsables del hundipara los privilegiados”, no ex- miento financiero sólo pensaban en conseguir inmunidad frente a la justicia o en buscar un refugio cómodo en el ex1 Véase Janos Kornai: ‘Du socialistranjero. Pero apenas quince me au capitalisme’, capitalisme’, en el libro colectivo colectivo meses después, los oligarcas del Capitalisme et socialisme en perspective. Ed. La Découverte, París, 1999. Kremlin lograron remontar el 44
vuelo gracias a un partido que se sacaron de la manga, el Oso, y al nombramiento de un sucesor, Vladímir Putin, encargado de continuar “el yeltsinismo sin Yeltsin”. Aunque su control sobre la maquinaria del Estado y la guerra de Chechenia les ha permitido lograr un resultado inesperado en las pasadas elecciones legislativas de diciembre de 1998, hay que reconocer que han demostrado ser unos maestros de la táctica y que han jugado sus cartas con brío. La oposición, por el contrario, no ha sabido estar a la altura de las circunstancias. Desperdició sus bazas en el momento propicio y no fue capaz de prever los movimientos del Kremlin. Pero, sobre todo, no fue capaz de presentar un programa alternativo y que movilizara a las masas. Todo no está perdido y es probable que a Putin le cueste ganar las elecciones presidenciales, pero, antes de analizarlo, conviene volver a nuestro árbol inicial y a los pájaros de aquella época. El desmembramiento de la URSS fue una catástrofe, todo el mundo lo reconoce hoy, porque partió en pedazos, bruscamente y sin anestesia, a una sociedad prácticamente unificada. Sin embargo, aparte de esta constatación, las ideas sobre el pasado soviético difieren de unos a otros. Un buen número de rusos considera que la corrupción que hoy causa estragos comenzó entonces, así como, aunque en menor medida, el crimen organizado. Los nuevos estudios sobre la tenevaia economica (economía sumergida) revelan, en efecto, cosas asombro1.
sas. Los críticos occidentales de la URSS reprochaban a la planificación soviética su generosidad para con la industria pesada en detrimento de la de bienes de consumo y de los servicios. Como la carrera armamentista agravó ese desequilibrio, la penuria asoló toda Rusia. Y la penuria engendró conductas, en la cumbre y en la base, que los planificadores, a menudo cualificados y competentes, no lograban controlar ni incluso prever. Confiaban en las organizaciones del partido y en los sóviets locales encargados de verificarlo todo cuando en realidad eran esos apparátchiki (burócratas) los implicados en actividades dudosas, por no decir ilegales. Inventaron una nueva profesión, la de tolkatch (“impulsador”), el equivalente ruso del lobbysta, cada uno con su “caja B” para untar a los proveedores atrasados o reticentes. El trueque –“tú me das más carbón y yo te doy máquinas de coser”– era, por ejemplo, una práctica generalizada. Por si fuera poco, junto a la economía “sumergida” ligera, no tardó en aparecer la economía “sumergida” media. Algunos talleres de las fábricas funcionaban como empresas independientes con el fin de aumentar los fondos para inversiones y, a menudo, para recompensar a los cuadros dirigentes. Lo mismo se puede decir de los chabachniki, obreros independientes organizados en equipos para trabajar en un primer momento en la construcción, y luego en otros sectores. Mucho mejor pagados que los obreros normales, no disfrutaban de ningún derecho CLAVES
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dio luz verde en 1987-1988 a la creación de empresas privadas, convencido de que su existencia acabaría con las actividades ilegales y sacaría a flote lo sumergido en la economía oficial. El resultado fue el contrario del esperado. Los únicos soviéticos que disponían de dinero para abrir restaurantes o pequeñas empresas eran los especuladores profesionales y los traficantes, los farts fartsovchtchi ovchtchiki. ki. Como ya no necesitaban esconderse, encontraron sin problemas el modo de entenderse con el crimen organizado al que invitaron a proteger sus negocios. Al mismo tiempo, compraban los servicios de bu Vladím ir Puti n rócratas mal pagados. A partir de ese momento se desató una carrera en pos de la riqueza social (ni seguros ni pensio- los precursores de la extorsión no puede haber crimen organi- con una extorsión, arreglos de nes), pero la mayoría podía actual. Por no hablar del enor- zado”, sostenía un miembro de cuentas, prostitución y corrupprescindir de ellos porque tenía me tráfico de divisas extranje- la Academia de Ciencias, ¡to- ción desconocidos hasta entonotro empleo (a menudo ficti- ras: el rublo valía oficialmente davía en la época de Gorba- ces. Y no era más que el cocio). Su situación legal era muy más que el dólar, mientras que chov! Por ello, en ese país “po- mienzo mienzo.. “T “Todo odo lo que no no está precaria pero, como en el caso un extranjero podía comprarlo, licial” no había policía especia- prohibido está autorizado autorizado”, ”, de los talleres autónomos, el a los especuladores que le abor- lizada en la lucha contra el proclamaba el lema de los yeltpoder prefería cerrar los ojos. daban a la salida del hotel, seis crimen organizado2. sinians cuando llegaron al pros Y donde existe este tipo de o diez veces más barato que la En la época de Gorbachov cenio; “con una copa se pueden economía, es inevitable que se divisa americana. los “sesudos” de la Academia sortear todas las prohibiciones”, desarrolle el crimen organizado. Durante mucho tiempo, el de Ciencias terminaron por se decía por experiencia. DesLos especuladores se profesiona- Kremlin y la Staraia Plocht- hacer estudios sobre la ampli- pués, La gran revolución crimilizaron y dejaron de molestarse chad (sede del Comité Central tud de la economía sumergida na nal l –título de la película de en aparentar que tenían un tra- del PCUS) negaron la existen- y calcularon que la cifra de ne- Stanislav Govorukhin– recibió bajo legal. En la industria ligera cia de la economía sumergida y gocios de ésta alcanzaba unos un gran impulso, gracias a la a veces se prefería entregar la del crimen organizado. No fue 70.000 millones de rublos “terapia de choque” adoptada producción directamente a los hasta después de la muerte de anuales, ¡cerca de 80.000 mi- en 1992 por Borís Yeltsin y su especuladores porque hacían Bréznev cuando el Ministerio llones de dólares de la época!3. mano derecha, Yegor Gaidar. mejor uso de ella que los distri- del Interior recibió el encargo Parece que Mijaíl Gorbachov buidores oficiales. Estas prácti- de estudiar ese problema. Tarea 2. Los traficantes no fueron los cas dieron lugar a otra nueva gigantesca y en cierto sentido únicos protagonistas de esta profesión, la de los fartsovcht- sorprendente: el cine soviético “revolución”. El cuerpo directi2 Vadim Bakatin, ex ministro del Inchiki (traficantes), grandes y pe- mostraba desde hacía tiempo terior, da mucha información sobre es- vo de la economía “socialista” queños, que, aprovechándose bandas de atracadores y de ma- tos problemas en su reciente libro. se lanzó a la construcción del 3 ‘Tenevaia economika kak osobende que ninguna mercancía esta- tones a sueldo, pero la doctrina nostrossikovo capitalismo ruso con una enercapitalisma’, de L. Kolba garantizada, engañaban, ha- oficial se obstinaba en negar su sals, en Voprossy economiki , núm. 10, gía jamás manifestada hasta cían chantaje, se convertían en existencia. “Bajo el socialismo 1988. entonces. Una parte de la nueNº100
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va élite rusa (los fartsovchtchiki) tiene un pasado oscuro y prefiere no mostrar sus antecedentes penales. Algunos, que fueron condenados por crímenes económicos o por crímenes a secas, se presentan como “víctimas del terror comunista”. El resto de la élite, probablemente mayoritario, está formado por ex soviéticos honorables: son “managers rojos” reconvertidos en hombres de negocios y en banqueros. Han hecho fortuna tras la liberalización total de la economía porque podían vender todo, y no importa qué, sin dar cuentas a nadie. La propiedad del Estado no es propiedad de nadie, pregonaba la propaganda oficial para mejor convencer a los rusos de que sólo la propiedad privada podía hacer su felicidad. En su última novela, Sin gle and Single 4, John Le Carré describe un personaje ruso-georgiano que, al saber que en Rusia es fácil hacer cuestaciones de sangre sin pagar a los donantes, organiza una gigantesca colecta para venderla a muy buen precio a los americanos. La operación se hace, evidentemente, de modo clandestino para no chocar con los prejuicios de ambos lados del Atlántico, y cada noche un Boeing 747 lleva el botín ruso-georgiano a algún lugar de Estados Unidos. La imagen elegida por el novelista es alegórica; señala con dedo acusador a los occidentales, cómplices de los “nuevos rusos” en los tráficos más inmundos y en el blanqueo de su dinero negro. Bancos de Londres, de Nueva York o de Zúrich estaban hasta tal punto afanosos de hacerlo que, según Jo hn Le Ca r ré , se ha br í an planteado incluso la posibilidad de anunciar sus servicios en las páginas amarillas de los listines telefónicos5. De hecho, “la gran revolución criminal
4 Véase John Le Carré. 5 Para convencerse de
que el autor tiene razón basta con asomarse al Rusia46
rusa” coincidió con la mundia- finanzas para enriquecerse en lización de las economías occi- esas condiciones, ni para consdentales bajo la égida del capi- truir para su banco un rascatal financiero, que le ha dado cielos digno de las grandes firalas. Los consejeros del Fondo mas occidentales. Un amigo, Monetario Internacional (FMI) que volvió a la ciudad de Kirov impusieron a Yeltsin la total tras diez años de ausencia, enconvertibilidad del rublo, úni- contró un único edificio nueco medio, según ellos, de atraer vo, el del banco regional, a los inversores extranjeros. Pe- mientras las calles vecinas suro al suprimir el control del cumbían bajo las ruinas. cambio, se permitía a los nueEl FMI también impuso a vos ricos rusos exportar sus ca- Rusia su prioridad antiinflaciopitales a una escala tal que el nista, cuyo primer paso es la repaís se ha quedado exangüe. ducción del gasto social, y el seLos ju jumbo mbo je jets ts que salían de gundo, la disminución de la Moscú estaban cargados de di- masa de dinero en circulación6. nero sucio, no de sangre dona- A partir de ese momento, los da, pero las consecuencias eco- “managers rojos” –que ya habían nómicas son más dramáticas fraccionado sus empresas transaún. A partir de 1995-1996, la formándolas en sociedades acnueva Bolsa de Moscú se con- cionariales– volvieron a acorvirtió en un Eldorado para los darse de su vieja práctica del especuladores occidentales que trueque. Incluso era el único tampoco tenían escrúpulos en modo de pagar los salarios, con bombear el dinero de los rusos. r usos. mucho retraso y en especie. La vieja boutade de Bertold Así, un ingeniero de la región Brecht de que los auténticos la- industrial de Kuzba, en Siberia, drones son los que fundan un me contó que le pagan con una banco y no los que lo atracan serie de productos semimanutiene una perfecta ilustración facturados y dos sacos de sal. en Rusia. La creación de un Obligado a revenderlos en el sistema bancario privado fue mercado, decidió convertirse prioritario para los liberales del en un tchelnok –hombre que va Kremlin. El encargado de ha- y viene– y que viaja a China a cerlo fue el Banco Nacional, buscar los bienes más apreciaque prestó dinero a unos pocos dos por la población rusa. Teóprivilegiados y les ayudó a ricamente sigue en su puesto de multiplicar su fortuna. Duran- trabajo, perpetuando la vieja te esos años de fuertísima infla- costumbre de los empleos fictición (2.500% en 1992) los cios, y deplora que los obreros, bancos privados obtenían su- que no tienen siquiera la posimas considerables a un interés bilidad de ir y venir como él, 10, 20 o 100 veces inferior al roban todo a la fábrica. “Si no que aplicaban a sus clientes. robas en tu trabajo, robas a tu No hay que ser un genio de las familia”, dice un nuevo proverbio ruso. Los tchelnoki, teledirigidos por la mafia, han termi gate, escándalo que salió a la luz del día nado por ser los grandes proveel pasado verano. En vísperas del crash edores del mercado ruso7. de agosto de 1998, los próximos al Kremlin, que tenían datos, transfirieron cerca de siete mil millones de dólares al Bank of New York, que terminó por inquietarse ante semejante flujo de dinero de origen dudoso. Pero, pretendiendo no saber suficiente, el banco sólo despidió a unos empleados subalternos. Si bien es cierto que, gracias a la informática, el dinero circula en tiempo real, también lo es que cada transferencia deja huellas en el ordenador. Si el FBI hubiera querido desenmascarar a los traficantes del Kremlin, tenía una ocasión de oro. Hasta el momento guarda el secreto para sí.
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Incluso hoy, tras una cierta mejora, el porcentaje de dinero en circulación en Rusia respecto a su PIB es del 13%. En Europa occidental oscila entre el 65% y el 110%. 7 Turquía y Chipre son los lugares predilectos de los “hombres que van y vienen” rusos, que tampoco desprecian Italia. Han elegido Rímini como base de aprovisionamiento adonde llegan en vuelo directo desde Moscú y San Petersburgo.
Los managers no sufrían demasiado porque sabían jugar con la diferencia entre los precios de producción y los del mercado exterior. Por ejemplo, un coche comprado en rublos y vendido en dólares daba el 500% de interés. Cito este ejemplo porque la fortuna de uno de los mayores oligarcas, Borís Berezovski, fue edificada gracias a este comercio. Nadie se escandalizaba, porque se consideraba que era el único modo de lograr la acumulación capitalista primitiva. Y lo mismo ocurría con las privatizaciones, llevadas a cabo a tambor batiente para beneficio de amiguetes y granujas y sin alimentar el presupuesto del Estado. Éste tuvo tal escasez de ingresos que, en 1995, se vio obligado a pedir préstamos a los mismos a los que había regalado el dinero. Y a un precio alto, muy alto. Berezovski, por ejemplo, entró en las dos cadenas de televisión pública que, en teoría, pertenecen todavía al Estado. Por otra parte, un ruso, incluso medianamente pudiente, no admitía la posibilidad de pagar impuestos. “¿Por qué quiere que dé mi dinero a unos hombres que lo exportan a Suiza? Prefiero transferirlo a mi propia cuenta en ese país”, me dijo una directiva de una agencia de publicidad de Moscú, convencida de estar en su derecho. El Gobierno no encontró nada mejor para tapar los agujeros de su presupuesto que construir una pirámide financiera, emitiendo obligaciones a corto plazo (el GKO), generosamente remuneradas (hasta un 200% anual). Pero una burbuja financiera, así creada, termina siempre por estallar. Es lo que ocurrió el 17 de agosto de 1998. Los rusos perdieron todos sus ahorros el 1 de enero de 1992 debido a la liberación total de precios y a la hiperinflación. Seis años más tarde, los pocos que habían logrado ahorrar algo de dinero fueron expoliados por el crash financiero. La nueva clase media, suCLAVES
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puestamente encargada de constituir el esqueleto de la democracia rusa, fue la más duramente casti castigada. gada. Es sabido que Moscú cuenta desde hace mucho tiempo con gran número de institutos de investigación científica y de humanidades que emplean a más de un millón de intelectuales. Mal pagados, a menudo han logrado abrirse un hueco en las empresas extranjeras que les dan las migajas de sus fabulosos beneficios… Pero, de repente, tras el fatal agosto de 1998, incluso ese complemento salarial era insuficiente para llegar a fin de mes. “Es difícil vivir en una ciudad con precios de Occidente y salarios del Este”, me decían con las cifras en la mano. Se calcula que los ingresos de los rusos han sido amputados en un tercio y que 80 millones de ciudadanos se han visto arrojados por debajo del umbral de la pobreza. Considero inútil citar otras estadísticas abrumadoras sobre el resultado de la gestión de Borís Yeltsin Y eltsin8. Pero el descontento generalizado se traduce en apatía y no en movilización política. Los rusos votan poco y con frecuencia es difícil reunir un quórum del 50% o incluso del 25% de los votantes para elegir a un gobernador o un Consistorio municipal. En teoría, más de 250 partidos querían presentarse a las elecciones, pero son, en general, dyvannyié partie, partidos en los que todos sus militantes pueden sentarse
8 Véase Le tableau de bord d’Europe centrale et orientale 1999, publicado por
CERI, París, 1999. Incluso Putin reconoció en el discurso pronunciado con motivo de la reunión de su partido, el Oso, el pasado mes de enero, “el PNB de Rusia es 10 veces inferior al de Estados Unidos y 5 al de China (...) la productividad, en descenso constante, no representa más del 20% al 24% de la de Estados Unidos (...) la renovación de la maquinaria industrial ha pasado del 29% en 1990 al 4,5% en 1998 (...) el 70% de las máquinas están obsoletas (...), la parte correspondiente a Rusia en el comercio mundial es del 1%, 36 veces menor que la de Estados Unidos”. Nº100
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en un sofá. Un total de 127 de ellos se presentaron en las elecciones del 19 de diciembre, pero sólo seis lograron escaños. Este espectáculo desolador se puede explicar porque la vida es tan dura que no deja tiempo para hacer política o por lo desacreditadas que están todas las ideas universales, ya sean socialistas o auténticamente democráticas. No pegan, se dice, con la realidad rusa. El hecho es que el único partido implantado en el conjunto del territorio sigue siendo el partido comunista de Guennadi Ziugánov, que busca, ante todo, dotarse de una fisionomía específicamente rusa. La clase detentadora lo utiliza como un “coco rojo”, pero no es en absoluto una fuerza radical. Los comunistas gobiernan 19 regiones –el “cinturón rojo” de Rusia–, que no funcionan de modo muy diferente al resto del país. Obligadas a enfrentarse a la adversidad, todas las regiones se han hecho en gran parte autónomas. Cada una de ellas tiene acuerdos bilaterales con Moscú que les permiten promulgar sus propias leyes y una decena de ellas tiene incluso su Tribunal Constitucional. Todo ello ha fortalecido la autoridad de los gobernadores9, como se ha podido constatar en las últimas elecciones legislativas. El crash de 1998 llevó al poder a Yevgueni Primakov, un dirigente independiente que supo apoyarse en la Duma y confiar varios puestos clave del Gobierno a los comunistas. Buen conocedor de la élite del Kremlin, quería minar su poder por etapas y evitar, así, un choque frontal. Como no le
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Elegidos por sufragio universal, los gobernadores y los presidentes de la asamblea regional están en el Consejo de la Federación, el Senado ruso. Tienen tanta legitimidad como el presidente de Rusia, sobre todo si se considera que, como informó la prensa, la elección de Borís Yeltsin en 1996 fue fraudulenta según todos los expertos. A propósito de este equilibrio de poderes, véase el estudio de María Mendras en Le Debat, núm. 107, París. 47
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faltaban bazas, pues la mayor parte de los bancos estaba en quiebra 10 , propuso un pacto institucional entre el presidente, el primer ministro y las dos cámaras del Parlamento. Si ese acuerdo se hubiera firmado, se habría evitado un procedimiento demasiado complicado para modificar la ultrapresidencial Constitución, haciéndola algo más democrática. Además, Ademá s, dich dichoo pacto hubie hubiera ra permitido a Primakov conservar su puesto hasta las nuevas elecciones presidenciales, garantizando a Borís Yeltsin un cargo de senador vitalicio tras el fin de su mandato. Pero Guennadi Ziugánov torpedeó esa iniciativa, pues no quería renunciar a su proyecto de destituir al presidente lo antes posible, a partir del mes de marzo. La cabezonería del líder comunista es incomprensible. Incluso suponiendo que la Duma hubiera votado el impeachement de Yeltsin –lo que no ocurrió–, debería haber sido aprobado por dos instancias jurídicas –el Tribunal Supremo y el Tribunal Constitucional– que, como es notorio, están dominados por el Kremlin11. Este último se aprovechó de la bravata de los comunistas para despedir a Primakov, sin tener en cuenta la popularidad de un primer ministro que había “salvado” al país tras el crash del año anterior. Algunos, como el alcalde de Moscú, Yuri Luzkov, radicalizaron entonces sus críticas al régimen.
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Como los bancos rusos pidieron prestado mucho dinero al extranjero para colocarlo en las obligaciones rusas, mucho mejor remuneradas, no tenían modo de devolverlo tras el desplome de agosto de 1998. Muchos llegaron incluso a desear ser nacionalizados para que el Estado pagara sus deudas, pero Primakov no les hizo ese regalo. 11 El veredicto sobre el caso Skuratov puso en evidencia este año la docilidad del Tribunal Constitucional. A pesar de que, según la Constitución, el Consejo de la Federación es el único con potestad para nombrar y destituir al fiscal general, el Tribunal dio la razón a Borís Yelts Ye lts in que hab ía sus pen pendid didoo de sus funciones a Skuratov, desoyendo las tres votaciones de los senadores, exigiendo que permaneciera en su puesto. 48
Pero cuando el tándem Primakov-Luzkov se lanzó a la batalla electoral del pasado mes de diciembre sobrevaloró su fuerza. “Voy a golpear a los kaznokrady (los que roban al Estado) y a los corruptos. Ya me conocéis, siempre mantengo mi palabra”: esta amenaza del ex primer ministro atemorizó al Kremlin, pero también a buen número de gobernadores a los que Berezovski pidió que formaran a toda prisa un partido progubernamental. El tiempo apremiaba. El partido Unidad, conocido como el Oso, nacido apenas tres meses antes de las elecciones, presentó en sus listas a ilustres desconocidos (lobbystas de los diversos gobernadores) que no tenían ninguna práctica política ni conocimiento de la labor de la Duma. Y, ¡milagro!, obtuvo el 23% de los votos, desplazando a la lista de Primakov-Luzkov al tercer lugar (el PC, evidentemente, sigue el primero)12. La campaña electoral orquestada por el Kremlin traspasó los límites de la decencia. No he visto nada parecido ni siquiera en países que no pretenden ser democráticos y no son invitados por los occidentales a sus grandes instancias internacionales como el G-8 o el Consejo de Europa. Hay que rendirse a la evidencia: los estrategas del Kremlin no se equivocan cuando sostienen que aquel que controla la televisión y no le falta dinero gana todos los asaltos. El 19 de diciembre, tuvieron además otro as: la guerra de Chechenia de Vladímir Putin, el auténtico jefe del partido Oso. La guerra estaba en el aire desde hacía tiempo. Ninguna potencia puede tolerar que su representante oficial, que además es un general de tres estre-
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La prensa pregona por doquier que el Oso ganó las elecciones rusas, cuando en realidad sólo tiene 72 escaños de los 450 que forman la Duma, menos de la mitad que el partido comunista y apenas cuatro más que la lista de Primakov y Luzkov.
llas, sea secuestrado cuando aterriza en un pequeño país con un status jurídico jurídico poco claro. Al apoderarse así, el pasado 16 de marzo, del general Guennadi Chipigun y exigir un rescate de un millón y medio de dólares, los señores de la guerra de Chechenia habían proporcionado ya un casus belli a Rusia. Pero el Kremlin esperó aún seis meses antes de pasar a la acción, con el pretexto de otros hechos graves, empezando por los actos terroristas cometidos en el mismo Moscú y atribuidos a los chechenos. Esta vez, la opinión pública no podía dejar de aprobar la nueva guerra del Cáucaso porque la situación le parecía intolerable. Como me dijo Primakov en París, las bombas, en lugar de extirpar el terrorismo islámico, pueden llevar agua a su molino. Pero en Moscú no ha querido distanciarse de la guerra ni de Vladímir Putin. Tras su casi fracaso en las legislativas, Primakov no quería lanzarse a la campaña presidencial, no soportaba los ataques personales de la televisión ni los artículos de la prensa de Berovski que anunciaban su muerte para el próximo mes de mayo. Finalmente es el cineasta Stanislav Govorukhin el que se presenta en su lugar. Aunque es muy conocido en Rusia no tiene el mismo peso político que Primakov. El único competidor de talla del presidente interino es, hasta el momento, Guennadi Ziugánov, de 55 años, el incombustible candidato comunista. Le he visto en tres ocasiones y tengo la impresión de que este hombre sencillo y, en cierto modo, simpático; habla sin reflexionar sobre el “traidor” Gorbachov y sobre lo floreciente que era la economía soviética anterior a la perestroika. Antes de las legislativas, decía que estaba seguro de lograr 13
Véase Giulietto Chiesa: Roulette russe. Ed. Guerini, Varese, Italia.
300 escaños, es decir, una mayoría cualificada en la Duma. Apenas Apen as ha logr logrado ado 150 esc escaaños, lo que no está mal pero no basta para legislar. Ahora dice que “Putin es Yegor Gaidar con otra piel” y que le ganará el 26 de marzo porque va a desenmascarar sus auténticos propósitos. ¿Lo cree sinceramente? Raros son en Moscú los que apuestan por su victoria. El líder del PC es un pájaro viejo posado en la rama superior del árbol ruso y que mantiene sus viejas costumbres. No ha comprendido que en un sistema multipartidista conviene hacer alianzas y pactos para no quedarse aislado. Pero no pactos sin principios; al aceptar los votos de los diputados del Oso para que su camarada Seleznov fuera elegido presidente de la Duma, probablemente ha desconcertado a sus electores. Mijaíl Gorbachov pensaba que una coalición de oposición, bajo la égida de Primakov, podría ganar el 26 de marzo. El estudio de los votos de las elecciones de diciembre le da la razón. Pero nadie ha sido capaz de formar esa coalición y Ziugánov ni siquiera la ha tomado en consideración. Da la impresión de que prefiere permanecer en la oposición y esperar su hora, dentro de cuatro u ocho años. ¿Qué será de Rusia mientras tanto? ¿No corre acaso el peligro de desintegrarse, hipótesis planteada con muchos argumentos por Giulietto Chiesa en su último libro Roulette russa? 13. ■ Traducción: María Cordón
es periodista y escritor. Obras traducidas al español: China: el otro comunismo y La nieve roja. K. S. Karol
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H I S T O R I A
HISTORIA DE LA GUERRA GABRIEL JACKSON
John Keegan A History of Warfare
Pimlico, Londres, 1994 Historia de la guerra
Planeta, 1995
ste libro ha sido recibido con general aplauso en el mundo anglosajón. El autor es un hombre de conocimientos enciclopédicos que tiene además ideas muy originales sobre la función de las fuerzas armadas en muchas épocas distintas. La historia política y la institucional se ven constantemente enriquecidas con materiales pertinentes extraídos de la antropología, la geografía, la ingeniería, el desarrollo del comercio de metales en la era premoderna, y la tecnología de las armas modernas desde los mosquetes de retrocarga hasta los misiles nucleares. A Keegan, como a este escritor, le interesa la cuestión de por qué luchan los hombres (y la guerra ha sido una ocupación casi exclusivamente masculina, aunque no sin el aliento y algunas contribuciones especializadas de las mujeres). Le preocupa también la evidente necesidad, ahora y en el futuro, de limitar la escala de violencia entre las sociedades humanas y dentro de ellas. Keegan hace referencias frecuentes, y críticas, a la influencia del concepto de Clausewitz de la guerra como continuación de la acción política por medios violentos. Menciono esta amplia variedad de temas para que el potencial lector sepa hasta qué punto es este un libro extraordinariamente informativo. Pero en el presente análisis voy a tratar dos cuestiones que han sido centraNº100
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les a mi propio pensamiento desde agosto de 1945, cuando fueron arrojadas las primeras bombas atómicas en dos ciudades densamente habitadas con un intervalo de tres días solamente. Una es la cuestión de por qué libran los hombres guerras agresivas que claramente sobrepasan cualquier necesidad perceptible de autodefensa. La otra es si hay posibilidad de limitar la guerra para que la civilización humana no sea destruida en el futuro próximo. Consideremos en primer lugar lo que Keegan denomina “guerra primitiva”. Se trata de una guerra entre dos tribus relativamente pequeñas, en estado de prealfabetización, sin instituciones burocráticas, sin ejército regular y sin sistema económico de comercio e impuestos. Los ejemplos de Keegan, basados en la lectura de numerosos antropólogos, provienen en su mayoría de pueblos que habitan las islas y selvas del Pacífico o América del Sur. No disponemos en modo alguno de un historial completo de esta clase de conflictos, pero es evidente que, al menos en algunos casos, estas guerras no son masivamente destructivas. Las fuerzas contendientes acuerdan con frecuencia (aunque no sabemos con cuánta) un momento y lugar para la batalla. Sus armas de madera y piedra están más pensadas para herir que para matar. Las causas principales de conflicto son: a) quién ocupará las tierras más fértiles, y b) quién tendrá derecho de propiedad sobre las mu jeres más deseab deseables les (desde la perspectiva masculina). Con el debido respeto hacia el cuidado con que Keegan ana-
liza sus diversos ejemplos, tengo que ser muy escéptico respecto a las descripciones antropológicas de las sociedades tecnológicamente primitivas. Un historiador puede pasarse años estudiando miles de documentos y testimonios personales en torno a una determinada guerra breve y quedar no obstante con muchas cuestiones sin resolver sobre los factores materiales y humanos implicados en ella. Pero, por fuerza de las circunstancias, en lo que atañe a pequeñas sociedades tribales tenemos que depender por lo general de las descripciones de uno o dos antropólogos occidentales que a su vez han dependido de un puñado de “informadores nativos”. Hasta qué punto pueden conocer estos antropólogos las lenguas locales, en qué medida saben interpretar los gestos y tonos de voz de sus informadores, qué parte de lo que oyen es lo que dichos informadores creen que estos forasteros desean oír; todos estos son factores que es imposible ponderar con exactitud. Pero lo que sí sabemos es que no es infrecuente que distintos antropólogos lleguen a conclusiones completamente distintas respecto a los motivos y emociones de un mismo pueblo. Por todo ello no me es posible llegar a ninguna hipótesis general fiable sobre una posible naturaleza humana menos agresiva y cruel que la que conocemos en la historia occidental. Pero es esperanzador que en algunas sociedades pequeñas la guerra se haya limitado deliberadamente tanto en cuanto a los motivos como al grado de destrucción. La guerra estaba también bastante limitada, al menos por cri-
terios del siglo XX , en los imperios milenarios de Egipto y China. Unas sociedades compuestas por millones de personas eran gobernadas, en su mayor parte de manera pacífica, por reyes cuya autoridad se aceptaba porque se creía de origen divino. La sociedad estaba jerárquicamente ordenada por oficios. Justamente por debajo del rey estaban los sacerdotes y los burócratas que sabían leer y escribir. Después venían grupos intermedios como los comerciantes, recaudadores de impuestos, inspectores de vías fluviales y veedores de obras de irrigación, policías y artesanos que atendían a las necesidades de las clases funcionariales. El servicio de armas era una carrera. Los campesinos con tierras en régimen de aparcería hereditaria producían lo suficiente para mantenerse con frugalidad ellos mismos y a la población urbana. A lo largo de muchos siglos, un funcionariado profesional suministraba a la sociedad en general un gobierno cohesivo. Egipto estaba en gran medida protegido de invasiones por la presencia de abrasadores desiertos a ambos lados del valle del Nilo. Los chinos erigieron una muralla fortificada para reducir (porque no lograron impedirlo del todo) las incursiones que venían de Siberia y Asia central. Ambos imperio imperioss estaban más densamente poblados y ofrecían mejor nivel de vida que los desiertos y estepas de los cuales salían sus enemigos. Éstos podían acaso ganar batallas y reunir grandes botines, pero en última instancia eran asimilados en estas sociedades estables y jerárquicas que encontraban utilidad apro49
HISTORIA DE LA GUERRA
piada para las destrezas de todo tipo de la fuerza invasora. Keegan no proporciona muchos detalles sobre lo que ocurría en los choques frontales entre los soldados de a pie egipcios y chinos y sus enemigos. Pero parece deducirse que la guerra no era tan cruel y destructiva como, pongamos por caso, las dos guerras mundiales en Europa y el Pacífico y las actuales guerras poscoloniales de África. Las masivas carnicerías del siglo XX han estado motivadas por fanatismos ideológicos o convicciones excluyentes étnicas y racistas. Esta clase de fanatismo no era característico de los dos ancestrales imperios ni de sus enemigos. Guerreaban por el poder y por el botín, pero no para aniquilarse mutuamente. Y lo mismo es en gran medida aplicable a muchas de las limitadas guerras dinásticas causadas por pequeños ajustes territoriales libradas en la Europa del siglo XVIII. Pero cuando nos alejamos de la privilegiada situación de los antiguos Egipto y China, la guerra presenta casi siempre un semblante más implacable, más destructor. Los inestables imperios rivales del valle del TigrisEúfrates lucharon para aniquilar ejércitos y esclavizar a la población enemiga. A juicio de Keegan, en la mayoría de las guerras “primitivas” había un esfuerzo consciente para evitar las matanzas en masa y eran escasos los combates cuerpo a cuerpo. Fueron los griegos quienes, para defender sus limitadas zonas de tierra cultivable, inventaron la falange, una formación hombro con hombro de un grupo disciplinado de soldados que se enfrenta a sus enemigos cara a cara y utiliza sus espadas y lanzas metálicas para matar a tantos de ellos como sea posible. Las legiones romanas adoptaron la técnica griega; y también entre los teutones, según Keegan, existía la tradición del combate mano a mano, junto al valor y la ferocidad necesarios para matar en semejantes circunstancias. Los romanos, y en la época medieval también los diversos 50
pueblos de la estepa que invadieron Europa desde el Este, creían que era perfectamente legítimo masacrar o esclavizar a la población de las ciudades sitiadas si éstas se negaban a rendirse después que se hubiera abierto brecha en sus murallas por primera vez. En relación con mi primera pregunta sobre por qué libran los hombres guerras deliberadamente agresivas, no me puede consolar demasiado la limitación de la guerra en Egipto y China: en Oriente Próximo, en el Mediterráneo, y en toda Europa en el pasado reciente (y más abundantemente documentado), ha habido guerras casi constantes que han implicado pillaje, crueldad intencionada y destrucción masiva de personas y objetos que en cualquier cálculo racional habría sido más conveniente conservar que destruir destruir.. Más aún, incluso entre pueblos pequeños prealfabetizados, que en ocasiones libraban guerras muy contenidas, dichas guerras podían llegar a ser muy cruentas y masivamente destructoras cuando se producía presión demográfica sobre unos recursos naturales limitados y cuando eran necesarias autoridad jerárquica y disciplina para la actividad tanto de paz como de guerra. Keegan describe casos entre los maoríes del Pacífico Sur, los zulúes de África a comienzos del siglo XIX y los indios de las llanuras de América del Norte en que la muerte en masa iba acompañada de todo tipo de torturas crueles e imaginativas. La competencia económica y la inseguridad respecto a las fronteras entre pueblos vecinos sin duda terminan por producir guerras totales entre las sociedades primitivas tanto como entre las sociedades “civilizadas “civilizadas”. ”. El canibalismo y los sacrificios humanos han sido prácticas muy utilizadas. La esclavitud y las luchas para obtener esclavos eran corrientes en los imperios preindustriales. Keegan menciona repetidamente que prácticamente en todas las sociedades, antes de la aparición de la falange griega,
Karl von Clausewitz
los hombres tendían a evitar el combate cara a cara. Sus descripciones de los efectos que tenían en la carne y el hueso humano las piedras y metales aguzados y las armas de bordes afilados hacen muy comprensible que los hombres buscaran modos diversos para ritualizar sus luchas y evitar combates en masa con la finalidad de matar. Y algunas sociedades muy guerreras, como la asiria y la azteca, limitaban las víctimas porque su objeto era hacer prisioneros para utilizarlos como mano de obra o sacrificarlos a sus dioses. Teniendo presentes ejemplos antiguos y modernos, cabe preguntar qué es lo que hace posible que hombres “corrientes”, que no se odian ni son fanáticos, se maten entre sí en gran número. El combate a distancia, en que el agresor no ve directamente los efectos de sus armas, es sin duda un factor importante. El auriga que acorralaba al enemigo, igual que hacía con el ganado o los caballos de la estepa, podía entregarse a la exalta-
ción de lanzar flechas a una distancia de varios cientos de metros, hiriendo así o matando a personas que nunca veía de cerca. Lo mismo puede decirse de los diestros arqueros de la Europa medieval, de los artilleros de la época napoleónica, de las dotaciones de ametralladoras de fines del siglo XIX y de las dos guerras mundiales, de los bombarderos de Mussolini en Etiopía, de Hitler y Mussolini en España, y de todas las naciones “avanzadas” que participaron en la II Guerr Guerraa Mundial. Mundial. Lo más aséptico de todo desde el punto de vista del soldado es el lanzamiento de bombas nucleares, de misiles de largo alcance y de las bombas “inteligentes “inteligentes”” utilizadas por primera vez en la guerra del Golfo de 1991. Otro de los temas generales de Keegan es que la mayoría de los seres humanos intentan casi siempre vivir en términos amistosos con sus vecinos, y que todas las sociedades disponen de medios para detectar a la minoría de hombres dotados de temCLAVES
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peramento para la carrera militar. Eso plantea la interesante cuestión de por qué en ocasiones la totalidad de la población masculina ha estado dispuesta a ir a la guerra en los siglos XIX y XX . El autor ofrece una explicación muy convincente, comenzando con los ejércitos de la Francia revolucionaria y napoleónica. Los gobiernos revolucionarios ofrecieron libertad política y ciudadanía a cambio del servicio militar en defensa del nuevo orden. Napoleón confirmó tanto la ciudadanía como el servicio militar y añadió la “gloria” de extender la libertad revolucionaria por todo el continente europeo. Fue por el ejemplo de la Revolución Francesa y de Napoleón que grandes ejércitos aceptaron la disciplina militar, cantidades ingentes de ba jas e ilusio ilusiones nes de gloria en la guerra de Crimea, la guerra civil americana, en la “apertura” de África y gran parte de Asia a la “civilización “civili zación”” occidental y en las dos guerras mundiales. Para volver a las cuestiones que me preocuparon al leer este libro, tengo la impresión de que los hombres libran guerras agresivas, más allá de cualquier necesidad defensiva racional, porque se dejan arrastrar emocionalmente por doctrinas ideológicas (tanto laicas como religiosas) y porque matan casi siempre a distancia, sin contacto directo con el enemigo. En cuanto a la segunda cuestión: ¿qué posibilidad hay de limitar la guerra antes de que destruya civilizaciones enteras? El gran psicólogo y filósofo norteamericano William James declaró hace más de un siglo que los hombres tienen que encontrar “un equivalente moral a la guerra”. Los deportes de competición (un legado griego mejor que la falange militar) proporcionan un desahogo ordenado a los impulsos agresivos, siempre que haya suficiente cantidad de policía, e hinchas civilizados, para controlar a los hooligans del fútbol. No deja de ser interesante que, según Keegan, el concepto de deporte competitivo Nº100
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no constituyera un rasgo de las sociedades guerreras, que en ocasiones sustituían la sangría generalizada por un combate de “campeones”. Pero lo más importante, por utópico que pueda parecer a la mayoría de los lectores, es lograr el desarme nuclear/químico/biológico antes de que un futuro Hitler llegue al poder en una sociedad industrial avanzada. A History of Warfare demuestra que algunas veces la guerra no ha sido total, pero también que todo tipo de sociedades, en el pasado y el presente, han llevado a cabo guerras con fines de aniquilación. Así pues, a mi juicio la conclusión ineludible es que la comunidad internacional tiene que hallar el modo de eliminar las armas de destrucción masiva, y más aún, de controlar el comercio internacional de armas. Del mismo modo que el Estado ha de tener el monopolio de la violencia mediante sus legítimos poderes policiales, así todos los Estados, mediante acuerdos internacionales o mediante un Gobierno mundial con autoridad limitada, deben tener monopolio sobre la fabricación y distribución de las armas (en su mayoría pequeñas) necesarias para funciones policiales en cualquier sociedad no formada por ángeles. He estado repitiendo todo esto ante miles de estudiantes desde 1945. No me hago ilusiones en cuanto al número de personas que he podido convencer, pero prefiero pensar que los seres humanos son en última instancia suficientemente racionales para que cuando reconocen la necesidad absoluta de un determinado curso de acción, encuentren la forma de ponerlo en práctica. ■ Traducción: Eva Rodríguez
Gabriel Jackson es profesor eméri-
tus de Historia en la Universidad de California en la Jolla. Autor de La Re pública española y la guerra guerra civil civil y El di funto Kapellmeister Mozart (novela). 51
P O L I T I C A
LA DICTADURA DICTADURA DE FRANCO Amnesia y recuerdo JAVIER PRADERA
cognitiva sobre las responsabilidades políticas de quienes gober-
Michael Richards Un tiempo de silencio
Barcelona, Crítica, 356 páginas Nicolás Sartorius y Javier Alfaya La memoria insumisa
Madrid, Espasa-Calpe, 436 páginas 1. Amnistía y amnesia
Dos obras aparecidas casi simultáneamente en las librerías españolas iluminan aspectos insuficientemente conocidos por el gran público de las etapas inicial y terminal del franquismo, separadas entre sí por la década transcurrida entre la derrota de Hitler y el ingreso de España en Naciones Unidas: Un tiempo de silenci sile ncioo (TS) se ocupa de la inmediata posguerra, lleva un prólogo de Paul Preston y fue publicada en inglés en 1998; La memoria insumisa (MI) cubre desde los sucesos estudiantiles de 1956 hasta la muerte del dictador. Esta doble exhumación de las actuaciones represivas de un régimen que privó a los españoles de sus libertades durante 39 años tiene –cuando menos– el valor de contrarrestar los distorsionadores efectos de los trabajos orientados a trivializar el franquismo “como una dictadura que al final devino dictablanda dictablanda”” (MI, pág. 318); Michael Richards también denuncia el tono exculpatorio de muchos estudios sobre la dictadura animados por el “deseo evidente de exonerar al franquismo” de su alineamiento político e ideológico con la Alemania nazi y la Italia fascista (TS, pág. 12). Pero ambos libros no se limitan a recordar hechos que nunca deben ser olvidados: también invitan a reflexionar sobre la eventual insuficiencia del trabajo de duelo de la España democrática 52
Francisco Franco
respecto a su pasado autoritario. democrático actual y el silencio Así, Michael Michael Richards Richards afirma sobre las actuaciones de las élites que el “pacto del olvido” sobre la políticas, eclesiásticas, funcionaguerra civil y el franquismo riales, judiciales, económicas y –presentado como una “con- culturales a lo largo de casi cuadición indispensable” de la tran- tro décadas. Porque la transición sición pacífica a la democracia– del franquismo a la democracia no hizo sino prolongar la estra- –lamentan Sartorius y Alfaya– tegia defensiva de supervivencia no se limitó a promulgar una impuesta a los vencidos por los amnistía legal para borrar las resvencedores después de 1939 ponsabilidades penales del poder (TS, pág. 6). Y Nicolás Sarto- arbitrariamente ejercido desde rius y Javier Alfaya decidieron el estallido de la guerra civil hasescribir un ensayo, y no un libro ta 1975 (obligado reverso de la de historia, precisamente para amnistía en favor de la oposiaflorar las relaciones causales en- ción antifranquista), sino que tre las deficiencias del sistema también promovió una amnesia
naron a sangre y fuego. Ahora bien, “si en otros países europeos se ha hecho un examen riguroso de las responsabilidades políticas y morales de los diferentes sectores ante los periodos negros de su historia, ¿por qué en España no se puede hacer lo mismo”? Esa revisión no afectaría a las responsabilidades penales: “Por supuesto, no se trata de llevar a nadie ante los tribunales de justicia”; tan sólo desharía el injustificado vínculo de la amnistía penal con la desmemoria histórica: sin “poner en cuestión la reconciliación” alcanzada durante la transición democrática, sería necesario ahora “superar el periodo amnésico que ha vivido la sociedad española” respecto al franquismo (MI, págs. 21-25). Ahora bien, bien, ¿hasta ¿hasta qué punto la amnistía de la transición implicó realmente la amnesia del franquismo? La democracia no sólo no ha desalentado las investigaciones de los historiadores sobre el periodo, sino que ha impulsado los estudios sobre la represión franquista (MI, pág. 237). Pero si el olvido de las iniquidades pasadas no es achacable a los historiadores, ¿dónde están los culpables? Sartorius y Alfaya apunta apuntann con el dedo dedo contra las instituciones públicas y culturales: los libros de texto escolares, el silencio de los medios de comunicación, las calles dedicadas a los prohombres del franquismo, el desinterés de los novelistas y directores de cine por la guerra civil y sus consecuencias (MI, pág. 14). Especialmente grave es la dificultad de acceder a los archivos de la CLAVES
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Brigada Político-Social, de la Guardia Civil y de los servicios de información militar y de Falange, a diferencia de lo que ocurrió en Portugal y la ex República Democrática Alemana (MI, pág. 280). Sólo poniendo fin a esa amnesia cognitiva se impedirá que vuelvan a repetirse los enfrentamientos fratricidas del pasado y se conseguirá que “el espíritu democrático no sea solamente un eslogan o algo epidérmico al cuerpo social, sino que impregne hasta el fondo la cultura civil de los españoles” (MI, pág. 21). Seguramente hay mucho de verdad en la afirmación de que la ignorancia del pasado condena a repetir sus errores. Menos probable parece, en cambio, que los males de la democracia española denunciados por Sartorius y Alfaya (el apoliticismo, la incapacidad para relacionar las dificultades particulares con los problemas generales, la oligarquización de los partidos, el caudillismo, el populismo) se deban al largo letargo del civismo alentado por una dictadura que compró la pasiva aquiescencia política de sus súbditos con pan y circo, esto es, con el consumismo y con los espectáculos deportivos: sería demasiado simplista atribuir al legado del franquismo la causación única de actitudes y hábitos sociales ampliamente extendidos en países de vieja tradición democrática. 2. La sociedad española y el franquismo
La activación de la memoria del franquismo arroja una conclusión nada amable: “La verdad es que, aunque duela reconocerlo, un sector amplísimo de la socieNº100
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dad española colaboró con la dictadura, mucho más allá de lo que ahora se quiere reconocer” (MI, pág. 19). Aunque la oposición al régimen solía hacer alusiones rituales al aislamiento de Franco, “probablemente la parte mayoritaria de la sociedad española”, aun sin colaborar activamente con la dictadura, “la soportaba con resignación, amoldándose lo mejor que podía a los vaivenes de las coyunturas económicas” (MI, pág. 20). Así pues, la aséptica propuesta inicial de relacionar los males de nuestra vida pública actual con un pasado insuficientemente recordado adquiere una inesperada deriva moralizante: sólo la confesión general de los pecados colectivos cometidos durante el franquismo permitiría su absolución: “Es ya tiempo de que la sociedad española afronte con todas sus consecuencias sus responsabilidades”. Porque, a diferencia de los alemanes, los italianos y los franceses tras la Segunda Guerra Mundial, “el pueblo español no ha arreglado sus cuentas con la dictadura” (MI, pág. 21). Pero ese paralelismo no resulta convincente: Sartorius y Alfaya recono reconocen cen la impro improcecedencia de comparar los regímenes fascistas derrocados por las armas con una dictadura personal sólo concluida cuando Franco murió en la cama (MI, pág. 140). Los arreglos de cuentas realizados en Alemania, Italia y Francia no recurrieron a un examen colectivo de conciencia sino a ejecuciones sumarias, juicios penales, encarcelamientos y depuraciones (tal y como habían hecho los franquistas con los vencidos después de la guerra ci-
vil). Otra diferencia sustancial entre el final clínico del franquismo y la derrota militar de los fascismos en la Segunda Guerra Mundial es que la exigencia de responsabilidades colectivas a las sociedades que apoyaron a Hitler y a sus aliados se hizo en nombre de los crímenes perpetrados contra la comunidad judía y la población civil de las naciones ocupadas; las actuales protestas por la llegada al poder de Jörg Haider en Austria no invocan la represión de los nazis austriacos contra sus compatriotas sino el holocausto. Más adecuado sería comparar a la España franquista con el Portugal de Salazar, la Grecia de los coroneles, la Argentina de Videla, el Chile de Pinochet y las innumerables dictaduras militares y sistemas autoritarios que han sojuzgado durante el siglo XX a sus ciudadanos. Por lo demás, ¿es justo exigir responsabilidades colectivas a una sociedad por no haber tenido el valor de combatir y derrocar a una dictadura capaz de encarcelar,, torturar y asesinar a los carcelar discrepantes? En 1946 PierreHenri Teitgen, Teitgen, ministro de Justicia del general De Gaulle, contestó a quienes le reclamaban mayor dureza contra los colaboracionistas: “¿Podían “¿Podían 40.000 resistentes juzgar a los cuarenta millones restantes de franceses que no habían luchado contra el régimen de Pétain?” (Lottman, 1998, pág. 383). Esa misma conclusión podría aplicarse a la sociedad española bajo el franquismo. Sartorius y Alfaya denuncian cómo la lucha contra el régimen corrió exclusivamente a cargo de “un puñado de hombres y mujeres que sabían
que su oposición activa al franquismo conllevaba el peligro de detención, de tortura, de largos años de cárcel o, incluso, de muerte” (MI, pág. 359). Los requerimientos al autoexamen de la sociedad española por sus connivencias con el régimen desembocan así en un recordatorio de las deudas impagadas por la democracia a ese “puñado” de antiguos combatientes que arrostraron los costes de oponerse al franquismo. El recordatorio del colaboracionismo con la dictadura de amplios sectores sociales y la presentación de las facturas incobradas por las minorías que tuvieron el valor de combatirla trasladan la discusión desde la moral a la política: ¿tendrían los mismos derechos en un sistema democrático los que pelearon por las libertades y los que colaboraron por activa o por pasiva con el anterior régimen? Sin duda, las críticas lanzadas contra los demócratas por quienes guardan todavía en el armario –sirva de ejemplo el libelista Jaime Campmany– la camisa azul y el correaje desafían la paciencia de cualquiera. Junto a la grima provocada por corruptos que denuncian la corrupción y defensores de Franco, Videla y Pinochet que sermonean en nombre de las libertades, la llegada al poder en 1996 de un partido fundado por un ex ministro de Franco (sólo la mitad del grupo parlamentario popular votó en 1978 la Constitución) creó el campo abonado para relacionar de forma operativa la historia de la España franquista con la política de la España constitucional. La proposición no de ley del Congreso de 53
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los Diputados para rendir homenaje al exilio republicano y la sentencia del Supremo contra el ex ministro Barrionuevo y el ex secretario de Estado Vera por el secuestro de Segundo Marey actualizaron recuerdos de la guerra civil y de la dictadura que hasta entonces habían sido excluidos de la competición partidista. Si para Clausewitz la guerra no era sino la continuación de la política por otros (y violentos) medios, las evocaciones históricas del pasado también pueden ser una prolongación de las luchas políticas del presente por otras vías. La utilización de la historia del franquismo con fines político-partidistas suele recurrir a tres procedimientos: la mecánica comparación entre algunos acontecimientos actuales y los sucesos de la guerra civil o la dictadura; la colaboración con el anterior régimen de políticos todavía en activo; y los antecedentes familiares de los actores del sistema constitucional llegados a la vida pública durante la transición. Las analogías entre el presente democrático y el pasado autoritario son poco convincentes; en la España del año 2000 los enfrentamientos entre la derecha y la izquierda pasan por líneas divisorias muy diferentes de los dramáticos conflictos de la etapa republicana sobre la forma de gobierno, la reforma agraria, el pretorianismo militar, el papel de la Iglesia y las desigualdades sociales. La exhumación histórica de la Revolución de 1934 para agredir al PSOE resulta tan desafortunada como la evocación del golpe militar del 36 para atacar al PP. Y produce asombro que el ingreso de Barrionuevo y Vera en la cárcel de Guadalajara haya podido ser equiparado con el encarcelamiento de las decenas de miles de socialistas que combatieron contra Franco durante y después de la guerra civil: “Siempre vamos a la cárcel los mismos”, llegó a decir un vocal de la Ejecutiva del PSOE. El testimonio historiográfico de los comportamientos públi54
cos (políticos, funcionariales o periodísticos) durante la dictadura de personajes con puestos de poder o influencia en la España democrática plantea problemas de difícil respuesta. Sería imposible ocultar que Alianza Popular –el primer nombre del Partido Popular– fue fundado por seis ex ministros de Franco (Fraga entre ellos) y que muchos de sus actuales alcaldes en la España rural ejercieron ese cargo durante la dictadura. Finalmente, la descalificación por sus orígenes familiares de políticos que no colaboraron con el franquismo, sea por motivos ideológicos o por razones de edad, tiene poco recorrido: los descendientes de los vencedores de la guerra civil no militan sólo en las filas del PP, sino también en formaciones nacionalistas y de izquierda: a tales efectos (aunque no a otros) resulta indiferente que esos ascendientes que lucharon contra la República, participaron en la represión y colaboraron con el régimen fuesen de baja o elevada condición social, esto es, campesinos carlistas, pequeño-burgueses falangistas o aristócratas monárquicos. 3. Psicología, moral y po política
La exigencia de responsabilidades colectivas a la sociedad española por su colaboración con el franquismo pone en marcha los efectos perversos propios de las pretensiones globalizadoras: si todo el mundo en general es culpable de algún mal (sea el holocausto o la represión franquista), nadie lo será en particular. Sartorius y Alfaya tratan de evitar ese peligro sustituyendo a la sociedad en su conjunto por algunas de sus partes: Franco fue “seguido “se guido y asistido por unas clases sociales que gozaron bajo su gobierno de privilegios dignos de una monarquía oriental” (MI, pág. 86). La lucha contra el franquismo corrió sólo a cargo de “los sectores más audaces pero minoritarios de la clase obrera y de los estudiantes”; en cambio “la burguesía sostuvo
por activa y por pasiva al régimen” (MI, pág. 135). Pero esa reducción de escala de las responsabilidades macrosociales no resuelve el problema, sino que lo desplaza: también hubo colaboracionistas dentro de la clase obrera y opositores en la burguesía. El enfoque micro disuelve el comportamiento macro de una sociedad reificada o de unas clases antropomorfizadas en una miríada de comportamientos individuales –de colaboración, de neutralidad o de oposición– frente a la dictadura. Javier Marías Marías trató trató hace unos meses de abrir ese debate con un artículo mal interpretado por sus críticos; frente a la tesis exculpatoria de que “al fin y al cabo todo el mundo se manchó o está manchado” por el franquismo, el escritor recordaba que las ba jezas cometidas por algunos no eran algo inevitable: “Hay y hubo otros que no hicieron lo que hicieron ellos en las mismas circunstancias”” (Marías, 1999). Los cunstancias Lo s comportamientos de personajes con relevancia pública durante la dictadura (verdugos, víctimas o espectadores) están expuestos a interpretaciones maliciosas y a simplificaciones deformadoras. La sustitución de las contradictorias biografías de quienes vivieron bajo el primer franquismo por empalagosas hagiografías dotadas de una perfecta coherencia interior y una ininterrumpida continuidad temporal no hacen sino perjudicar a sus supuestos beneficiarios. El franquismo ocupó cuatro décadas de la vida española, a lo largo de las cuales bastantes vencedores de la guerra civil cambiaron de bando y algunos vencidos se acomodaron al sistema. Sobre esas evoluciones personales jugaron motivaciones muy dispares en tiempos muy diferentes: sólo los farsantes y los aprovechados maquillan su pasado para parecer demócratas desde la cuna. La manipulada exposición de datos biográficos o de citas fuera de contexto para poner en su sitio a quienes colaboraron con la dictadura en alguna etapa de su vida y luego pasaron a la oposi-
ción es un arma mellada cuando el destinatario del ataque nunca ha disfrazado su pasado. Las actitudes individuales frente al franquismo, capaz de matar, torturar, encarcelar, echar del trabajo y marginar socialmente a sus opositores, no deberían ser juzgadas desde la España democrática de hoy –caso de que alguien decidiera arrogarse ese derecho– sin tomar en consideración la especificidad de los conflictos morales bajo cualquier dictadura. Javier Marías afirma que la gente nacida después de la guerra civil o de la primera y más dura posguerra carece de autoridad para juzgar a quienes sufrieron aquellos duros tiempos: “Ninguno podemos saber a ciencia cierta cómo habríamos obrado en aquellas circunstancias, acaso habríamos incurrido en bajezas aún mayores, quién sabe”. Durante el franquismo, algunos españoles combatieron al régimen, otros lo apoyaron y muchos se mantuvieron neutrales. Pero, además, esas actitudes no fueron permanentes, sino que cambiaron con el tiempo: partidarios de la dictadura por convicciones religiosas, origen social, simpatías emocionales, procedencia familiar, creencias ideológicas o desconocimiento de los hechos pasaron a la oposición cuando sus construcciones justificatorias –muchas veces sinceras– se vinieron abajo. En el campo de los derrotados, el instinto de autoconservación, el temor físico, el miedo a perder el trabajo, el deseo de proteger a la familia o la falta de altruismo operaron como factores disuasorios para proseguir o emprender la lucha contra el régimen. Y aunque los enfrentamientos con la dictadura de muchos vencidos pudieran servir de ejemplo a sus compañeros de infortunio, los comportamientos morales no son norma de obligado cumplimiento para terceros. Buena parte de quienes combatieron al régimen sin buscar recompensas, albergar excesivas esperanzas ni creer en su inmediato derrumbamiento proCLAVES
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bablemente actuarían hoy de parecida manera ante las mismas circunstancias, fueren cuales fueren las posibilidades de éxito. Pero las respuestas altruistas a los conflictos morales no se pueden imponer a los demás como si fuesen mandamientos. El antifranquismo estuvo animado por múltiples, diferentes y yuxtapuestas motivaciones personales. La oposición a la dictadura de los vencidos, de sus familiares y de sus descendientes estuvo alentada por la memoria de la guerra, la cárcel y la discriminación. La población asalariada, despojada de sus derechos a la sindicación y a la huelga, forzada a la emigración y asediada por la pobreza, tenía razones de clase para enfrentarse a la dictadura. La comprobación de que la retórica del régimen ocultaba los abusos y las corrupciones de sus beneficiarios abrió los ojos a muchos hijos de los vencedores y les llevó a la oposición. Los rencores de los antiguos franquistas apartados del poder o insuficientemente recompensados con el botín de la victoria también pusieron en marcha dinámicas de oposición desde fecha muy temprana. Y durante la etapa final del régimen, muchos profesionales del poder decidieron apostar por la reforma del franquismo para seguir dedicándose a la política –su oficio– en el marco democrático. Las circunstancias y las motivaciones de cualquier comportamiento no pueden dar cuenta por sí solas de su congruencia respecto a una determinada escala de valores: el contexto de ex plicación de los móviles psicológicos no debe ser confundido con el contexto de justificación de los móviles éticos. La sustitución de los análisis históricos por los juicio juicioss morales perturba la comprensión del proceso que llevó desde el franquismo a la Monarquía parlamentaria. Los comportamientos en defensa de las libertades producen efectos de mostración y secuencias emulativas con capacidad expansiva imprevisible; sin embarNº100
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go, la respuesta a un conflicto moral se agota en sí misma. Y si el franquismo no fue derribado por la protesta moral de la ciudadanía, sino que duró hasta la muerte en la cama del dictador, las claves explicativas de la transición española a la democracia deben ser buscadas en la prolongada existencia del régimen. Ni que decir tiene que las gentes que sacrificaron la vida o sufrieron graves daños por oponerse a las brutalidades, las in justicias justici as y los atropello atropelloss del franquismo merecen respeto y admiración. Javier Marías rinde homenaje a los estudiosos que renunciaron a entrar en la Universidad porque no quisieron jurar fidelidad a los principios del Movimiento; a los vencidos que fueron depurados después de la guerra y no pudieron ejercer su profesión como abogados, médicos, ingenieros, arquitectos o periodistas; a los escritores que nunca publicaron loas a Franco y a su régimen; a los fusilados, a los encarcelados y a los exiliados. El respeto hacia sí mismos de quienes adoptaron esos patrones de conducta sin esperar nada a cambio fue su única recompensa: buena parte de los opositores a la dictadura nada exigen en el presente a cuenta del pasado. La experiencia enseña, por lo demás, que las virtudes de los opositores a una dictadura no siempre son los rasgos de carácter más adecuados para hacer política en una democracia: la conversión de las ejecutorias de los ex combatientes en credenciales indispensables para ejercer el poder ha resultado desastrosa en los partidos y en los sistemas que aplicaron ese criterio. 4. La represión
En cualquier caso, las veladuras amnésicas que recubren al franquismo remiten al debate sobre la memoria y el olvido del conflicto de 1936 (Aguilar, 1996). No hay una muralla China entre la guerra civil española y la dictadura de casi cuatro décadas edificada sobre los cementerios de aquella cruel matanza. La in-
vestigación de Michael Richards (sobrecargada de citas no siempre debidamente discriminadas y jerarquizadas) aporta datos estremecedores sobre la perpetuación del clima bélico en la España autárquica del primer franquismo. Durante seis años, los vencedores tuvieron a su entera merced a los vencidos sin el más mínimo control de la opinión internacional. Michael Richards considera “muy posible que 200.000 hombres y mujeres fuesen ejecutados por el régimen después de la guerra”; también afirma que “otros 200.000 murieron de hambre a raíz del resultado de la contienda y de las medidas políticas adoptadas por la dictadura que se había alzado con la victoria” (TS, pág. 7). Aunque esa conjetura no está documentada y parece muy exagerada (otros cómputos son mucho más cautos con las cifras), está fuera de duda que la febril actividad de los consejos de guerra, las inhumanas condiciones de las cárceles, la dureza de los batallones disciplinarios, la desnutrición y las enfermedades epidémicas incrementaron de manera extraordinaria la mortandad durante esos años. Pese a los 450.000 españoles exiliados, a finales de 1939 cerca de 300.000 presos se hacinaban en las cárceles franquistas; tres años después su número era todavía de 125.000 (TS, págs. 89 y 253). Caso de salvar la vida, los condenados a largas penas de privación de libertad podían ser castigados también con la incautación de su patrimonio. Los funcionarios públicos, los militares de carrera, los diplomáticos, los jueces, los catedráticos y los maestros fueron sometidos a un proceso de depuración que acabó con la sanción o expulsión de buena parte de ellos. También los colegios profesionales de abogados, ingenieros, arquitectos, médicos y periodistas fueron sometidos a depuración. La batería normativa utilizada por los vencedores para aplastar a los vencidos era de grueso calibre: el Bando de la Junta Jun ta de de Defens Defensaa Nacio Nacional nal de 28 de julio de 1936 (dictado diez
días después de la insurrección) tipificó como delito de rebelión militar la lealtad a la República y entregó a la jurisdicción castrense su castigo mediante procedimiento sumarísimo; la Ley de Responsabilidades Políticas de 9 de febrero de 1939 fue aplicada con efectos retroactivos desde 1934; la Ley de Represión de Masonería y Comunismo de 1 de marzo de 1940 amplió hasta el absurdo el ámbito punitivo; la Ley de 2 de marzo de 1943 incluyó las huelgas y la propaganda clandestina dentro de la rebelión militar. Junto a la prohibición de los partidos y sindicatos y a la incautación de sus bienes, la unificación de las fuerzas políticas en una sola estructura partidista acaudillada por Franco asfixió incluso el incoado pluralismo –monárquicos, falangistas, cedistas, tradicionalistas– de los vencedores. Ilegalizados los periódicos republicanos y confiscadas sus instalaciones, la Ley de Prensa de 1938 –vigente hasta la ley Fraga de 1966– exigía autorización administrativa para editar cualquier publicación; establecía la censura previa de sus contenidos hasta extremos inverosímiles de severidad y minuciosidad; reservaba al Estado el nombramiento de los directores y la concesión a los periodistas del carné de prensa indispensable para ejercer la profesión; hacía obligatoria la inserción de artículos y orientaba la difusión de noticias y las opiniones mediante consignas. El universo represivo y famélico en que fueron enclaustrados los derrotados de la guerra civil contrastaba con los abusos de poder, los enriquecimientos ilícitos y las oportunidades desiguales de los triunfadores. Un decreto de agosto de 1939 concedió el 80% de los puestos estatales a los hombres y mujeres afiliados al Movimiento; la expresión exámenes patrióticos reflejaba humorísticamente las enormes facilidades dadas a los ex combatientes. Los vencedores de la guerra civil se beneficiaron directa o indirectamente de la 55
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marginación de los vencidos no sólo en el ámbito estatal sino también en el mundo de los negocios, del comercio y de las profesiones liberales: el primer franquismo fue el marco para la acumulación de grandes fortunas y la conquista de posiciones dominantes en el mundo cultural, universitario y profesional por los servidores y cómplices del régimen. Vencedores y vencidos quedaban separados por un amplio espacio de tierra de nadie ocupada por gentes dejadas a su aire por la dictadura a cambio de su apoliticismo. El viaje a los infiernos de Michael Richards permite comprender la huella de terror que marcó durante décadas a la sociedad española. La derrota de Hitler no implicó el aflojamiento de la presión represiva: durante la década siguiente, los mecanismos de intimidación del franquismo siguieron funcionando a pleno rendimiento sobre una oposición diezmada por el exterminio de la inmediata posguerra. Sartorius y Alfaya recuerdan el elevado precio pagado por aquel heroico “ejército secreto” que continuó librando “una guerra sin esperanza” contra el régimen durante esos terribles años: “Cayeron a miles, hombres y mujeres. Los que no lo hicieron ante los piquetes de ejecución envejecieron en las cárceles o soportaron una especie de muerte civil, vigilados, espiados, depurados, rodeados de soplones y de confidentes de policías y de jueces” (MI, pág. 145). La Ley de 18 de abril de 1947 sobre delitos de bandidaje y terrorismo completó el terrorífico arsenal a disposición de la jurisdicció juris dicciónn castren castrense. se. Hasta 1948 no fue levantada la ley marcial dictada en 1936. La Ley de Responsabilidades Políticas –reformada en 1942— siguió en vigor hasta 1966. La Ley de Represión contra la masonería y el comunismo fue aplicada incluso a la duquesa de Valencia por sus actividades promonárquicas. Hasta 1963, la disidencia política era competencia de 56
los consejos de guerra; en 1954, 1.266 paisanos fueron condenados por la jurisdicción castrense (Ballbé, 1983, capítulo 12). La represión del maquis hizo un amplio uso de los métodos de guerra sucia. Tras el desembarco de Normandía, los rescoldos de resistencia armada de los huidos de la venganza franquista fueron avivados desde el exterior y recibieron el apoyo de nuevos frentes combatientes; aunque las investigaciones sobre los movimientos guerrilleros y sus organizaciones de apoyo en los pueblos y las ciudades no arrojen todavía resultados concluyentes, las estadísticas oficiales reconocen que murieron más de 2.000 guerrilleros, otros 3.500 fueron capturados y casi 20.000 colaboradores resultaron castigados (Payne, 1987, pág. 387). Pese a las embellecidas visiones difundidas por los propagandistas del régimen, la política represiva de la dictadura se mantuvo hasta la muerte de Franco. La polémica sobre la verdadera naturaleza del franquismo ayuda poco a esclarecer la parte más sombría de su etapa final. La tesis de la inmutabilidad del régimen conduce a exageraciones innecesarias: el exterminio de los vencidos de 1939 a 1945 y el aplastamiento de la oposición desde el fin de la Segunda Guerra Mundial hasta 1956 no son magnitudes comparables con la represión posterior. Las definiciones esencialistas del franquismo dejan sin explicar sus transformaciones a remolque de la coyuntura internacional, el cambio demográfico y el desarrollo económico. La ampliación al primer franquismo del enfoque académico que caracterizó al tardofranquismo como pluralismo limitado tampoco conduce a ninguna parte. Como ha señalado Josep Fontana, la única manera de entender la naturaleza del franquismo es examinarlo en sus comienzos: “Cuando se nos aparecen sus propósitos libres de disfraces e interferencias de las obligadas acomodaci acomo daciones ones poste posterior riores es”; ”; su reblandecimiento posterior fue
menos el resultado de cuatro décadas de evolución autónoma que la consecuencia de los cambios impuestos desde dentro por la lucha de la oposición y desde fuera por el acomodo a la situación internacional (Fontana, 1986, pág. 9). Las partes más interesantes de MI son los capítulos dedicados a recrear el asfixiante clima del tardofranquismo. Sirva de botón de muestra el Tribunal de Orden Público, creado en 1963 para descargar parcialmente a los tribunales militares del trabajo sucio de la represión política: el juzgado de orden público instruyó de 1964 a 1976 más de 21.000 causas que implicaron probablemente a unos 200.000 imputados (MI, 258). La jurisdicción castrense, sin embargo, siguió actuando. Aunque el decreto de 21 de septiembre de 1960 sobre bandidaje y terrorismo que sustituyó al decreto equivalente de 1947 fue derogado a finales de 1971, los tribunales militares siguieron condenando a civiles que luchaban contra el régimen; el sobrecogedor decreto-ley de 22 de agosto de 1975 ampliaría de nuevo el ámbito de actuación de la jurisdicción castrense (Ballbé, 1983, cap. 12). La actuación de los cuerpos de seguridad, que formaban parte parte de las Fuerzas Armadas, fue también brutal: entre 1969 y 1974 causaron 17 muertos al disolver manifestaciones de protesta política o social. Y aunque la Ley de Prensa de 1966 sustituyó la censura previa por un procedimiento mixto más flexible, la Administración siguió reservánreservándose el privilegio de autorizar nuevas publicaciones y la capacidad de multar, suspender y cerrar periódicos; como ministro de Información, Fraga aplicó 350 sanciones: su sucesor Sánchez Bella cerró el diario Madrid en 1971 (Tusell, 1999, págs. 506-509). La opinión internacional obligó a Franco a conmutar en diciembre de 1970 las nueve condenas a muerte dictadas por un consejo de guerra contra seis militantes m ilitantes de ETA
(algo inimaginable en los cuarenta); pero la sombra de Caín siguió proyectándose hasta los últimos momentos de la dictadura, como prueban las ejecuciones de Julián Grimau y de Delgado y Granados en 1963; de Puig Antich en 1974 y de Paredes, Otaegui, Baena, García Sáenz y Sánchez Bravo en 1975. 5. Los costes del desarrollo
A la muerte de Franco casi un 60% de los españoles había nacido después de la guerra civil. Aunque su socializaci socialización ón política discurrió dentro de los cauces doctrinales del régimen, el acelerado proceso de desarrollo económico y cambio social puesto en marcha desde finales de los años cincuenta situaba a las nuevas generaciones en un escenario muy diferente del dramático paisaje vivido por sus padres: “En términos estructurales”, escribe Raymond Carr, “la sociedad española cambió con mayor rapidez entre 1957 y 1978 que en siglos anteriores” (Carr, 1983, pág. 219). A muchos exiliados que regresaban después de 30 años de ausencia les costaba reconocer los viejos paisajes urbanos y tenían sensaciones de extrañeza al tomar contacto con sus compatriotas. Durante la década de los sesenta, más de cuatro millones de personas cambiaron su residencia; en 10 años la población rural se redujo del 42% al 25%. Más de dos millones de trabajadores emigraron en esos años a Europa; el flujo también se produjo en dirección inversa: los siete millones de turistas de 1961 eran 24 millones en 1970. La tasa de crecimiento de la economía española entre 1960 y 1974 se situó por encima del 7%; la renta por habitante pasó de 300 dólares en 1964 a 2.500 en 1975 (Tusell, (T usell, 1999, págs. 435-462). 435 -462). El crecimiento económico inducido por la prosperidad europea de la posguerra siguió los caminos metafóricos de la astucia de la razón; la locomotora del desarrollo arrastró a los via jeros hacia un destino ignorado por los maquinistas del tren a CLAVES
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través de estaciones intermedias aparentemente beneficiosas para el franquismo. A partir de los sesenta, el desarrollo sirvió al régimen de fuente alternativa de legitimación: el Estado de Obras y la sociedad de consumo desplazaron a la vieja retórica falangista y suplieron las carencias democráticas del sistema. A mediados de los setenta, sin embargo, la incapacidad del franquismo tardío para gestionar la crisis económica cegó esa postrera fuente de justificación para mantener en pie el resquebra jado edificio. El desarrollo económico del tardofranquismo ni se debió a la capacidad de previsión del dictador ni justificó los dolores y los sufrimientos causados durante esos años por el régimen. Convencido partidario de la autarquía y del intervencionismo, Franco desconfió de las propuestas liberalizadoras de sus ministros económicos y retrasó hasta el último segundo la aprobación del Plan de Estabilización de 1959 (Preston, 1994, pág. 840). El proceso de modernización y secularización y la profunda mutación económica, social y cultural de España se consiguieron en buena medida “no sólo con independencia, sino también a pesar de determinadas medidas de la política económica franquista” (García Delgado, 1999, pág. 146). La historia de ese periodo incluye los elevados costes humanos de una transformación social que Franco no buscó, sino encontró. Shlomo Ben Ami comenta que un Dickens contemporáneo hubiese hallado en la España de los sesenta material sobrado para sus novelas: el desarrollo construido sobre las espaldas de millones de emigrantes desde el campo a la ciudad produjo sacrificios y sufrimientos sin cuento (Ben Ami, 1980, pág. 137). La iluminación de la cara oculta de aquellos años resulta tan necesaria para entender ese periodo como los escalofriantes testimonios de Michael Richards para reconstruir la etapa transcurrida entre el final de la Nº100
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guerra civil y la derrota de Hitler. Durante el franquismo del consenso (empleando analógicamente la expresión acuñada por Renzo de Felice para la Italia de los treinta) se perpetuaron muchos de los males de la pobreza antigua (en los años setenta, el 80% de las casas de la provincia de Orense carecían de agua corriente) y aparecieron las lacras de la nueva pobreza del chabolismo suburbano (T ( Tusell, 1999, pág. 462). Sartorius y Alfaya evocan las penosas condiciones de la emigración durante los años sesenta y la baja capacidad adquisitiva de los salarios de los trabajadores españoles en comparación con sus homólogos europeos (MI, pág. 102). El feliz desenlace de la lucha contra la dictadura –esa historia que ter-
mina bien, como un veterano resistente dice en sus memorias (Solé Tura, 1999, pág. 13)– no cancela la memoria de los horrores y los padecimientos sufridos durante casi cuatro décadas. Si la buena marcha de la macroeconomía no consuela a un empresario quebrado o a un traba jador parado de sus desgracias microeconómicas, tampoco el feliz desenlace macropolítico producido tras la muerte de Franco puede ser utilizado para borrar las iniquidades de la micropolítica durante el franquismo. Pero la memoria de un dolor colectivo se enfría a medida que pasa el tiempo y desaparecen las personas que lo sufrieron directamente. Pese a los elevados costes humanos de la etapa de crecimiento, los españoles de los sesenta se sintieron coprotagonistas de una proeza histórica: la recuperación de los destrozos de la guerra, la superación de la etapa de aislamiento y el despegue del desarrollo. La ambigüedad hacia el franquismo de la generación del seiscientos que vivió el milagro económico con mentalidad apolítica nace del desdoblamiento desdoblamien to de su memoria: si como ciudadanos recuerdan en blanco y negro el opresivo clima policial y la ausencia de libertades, como trabajadores manuales, profesionales o empresarios evocan con vivos colores la modernización del país y el descubrimiento de la sociedad de consumo. También hubo españoles modestos que atribuyeron al dictador el relativo bienestar de esa etapa final del régimen (MI, pág. 375). No sólo los tiempos del hambre, de la cartilla de racionamiento (eliminada sólo en 1951) y del frío habían quedado atrás para amplios sectores de la sociedad española: si en 1960 sólo el 1% de los hogares tenía televisión y el 4% disponía de automóvil, 15 años después los porcentajes eran, respectivamente, del 85% y del 40% (Fusi y Palafox, 1997, pág. 311). Aunque el nivel de vida de los trabajadores españoles fuese “menos que mediocre”
en relación con los baremos europeos, “rozaba lo inimaginable” si se comparaba con la miseria de los años cuarenta y cincuenta (MI, pág. 279). Las transformaciones no se limitaron a la economía, a la sociedad y a las costumbres, sino que también afectaron al Estado. El incremento del gasto público, la expansión de los servicios sociales y la ampliación de la oferta educativa forzaron el aumento de escala y la mayor profesionalización de la burocracia. La reforma de la Administración puso en marcha un proceso de racionalización de la función pública que redujo los cargos de libre designación y las decisiones arbitristas (Santos Juliá, 1999, pág. 183). Políticos y altos funcionarios del Estado vinculados al Opus Dei sustituyeron a la vieja clase política falangista y se convirtieron en leales gestores del sistema autoritario animados animados por el propósito propósito de conservarlo a la muerte del dictador bajo forma monárquica; de los últimos 21 ministros de Franco, 19 eran funcionarios públicos, 18 de ellos catedráticos (Carr, 1982, pág. 671). Sin embargo, otros miembros de esa renovada y ampliada Administración pública (profesores universitarios,, jueces, médicos de la versitarios Seguridad Social, técnicos del Estado), o hacían gala de su apoliticismo, o se incorporaron durante los años sesenta a la oposición. Los tiempos también habían cambiado políticamente. Si de un lado la guerra fría había deparado a Franco la oportunidad de convertirse en socio vergonzante de Estados Unidos, los compromisos internacionales le obligaron de otro a adaptarse a la nueva coyuntura. El dictador había despejado en 1969 las incertidumbres relacionadas con su muerte al designar sucesor a título de rey a don Juan Carlos de Borbón, en tanto que los representantes más broncos del paleofranquismo iban siendo desplazados por miembros de los cuerpos de élite de la Administración y por políticos profe57
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sionales que no habían combatido en la guerra civil y deseaban seguir ejerciendo su oficio en un futuro inevitablemente posfranquista. Aunque la oposición moderada procedente del bando de los vencedores nunca llegó a ser legalizada, su prudente actividad conspiratoria gozó de cierta tolerancia en las postrimerías del régimen; sembrada la semilla de esa cauta disidencia por algunos antiguos protagonistas de la sublevación militar de 1936 que empezaron a conspirar en los años cuarenta a favor de una restauración monárquica, sus filas se habían ido engrosando a partir de 1956 con otros vencedores que habían colaborado con el régimen como altos cargos del Estado y de la Falange. Los dirigentes socialistas y republicanos en el exilio, defraudadas ya sus esperanzas en el derrocamiento de Franco por una intervención de los países democráticos, sellaron públicamente en 1962 las paces con la remozada oposición moderada del interior. El PCE había dado por clausurada la etapa de lucha armada y aprobado en la primavera de 1956 su línea estratégica estratégica de reconciliación nacional, que defendía una amplísima alianza de todas las fuerzas antifranquistas cualquiera que fuese su origen o su ideología. Y aun cuando a la muerte de Franco no faltasen jóvenes –fundamentalmente estudiantes– seducidos por el ejemplo de Argelia, Cuba y Vietnam, Vietnam, o de mayo de 1968, 1968, la voluntad de los representantes políticos de los vencidos –en el exilio o en el interior– de establecer acuerdos y sellar alianzas con los vencedores de 1939 que habían roto con el régimen marcó la orientación del futuro. Desde mediados de los cincuenta, la oposición comunista, socialista y republicana superviviente de la guerra civil abrió sus organizaciones a los hijos de los vencedores. La frecuente aparición a partir de 1956, en las listas de detenidos y condenados por delitos políticos, de estudiantes nacidos y educados en familias del régimen fue el pri58
mer indicio de la superación generacional de la guerra civil. Ese crisol unitario de la oposición, al fundir en su seno a gentes de contrapuestas procedencias, no podía por menos que restar operatividad a la dolorosa memoria de la guerra (con sus miles de muertos en ambos bandos) como herramienta política para ajustes de cuentas personales o partidistas. Sartorius y Alfaya confirman que entre los estudiantes antifranquistas de los sesenta “no existía una nostalgia de la República” sino que “se palpaba un deseo difuso de superación del enfrentamiento de 1936, que se intuía como un gran fracaso nacional” (MI, pág.56) También dentro de la Iglesia católica, que había bendecido la sublevación franquista y justificado la guerra civil como una cruzada, empezaron a producirse cambios; los privilegios obtenidos por la jerarquía eclesiástica resultaron insuficientes para ahogar el surgimiento de asociaciones católicas de oposición al régimen. Es cierto que la dictadura no hubiese podido sobrevivir sin el apoyo del episcopado y de buena parte del clero regular y secular: el franquismo no fue tanto un nacionalsocialismo a la alemana o un nacionalsindicalismo o nacionalcorporativismo a la italiana como un nacionalcatolicismo a la vaticana. Pero la aparición en los años sesenta de organizaciones cristianas de base opuestas a la dictadura desempeñó un importante papel en la superación de los rencores de la guerra civil. La reconciliación de ese sector emergente del mundo católico con los vencidos no era un gesto retórico ni una maniobra vaticana; implicaba una considerable carga emocional para los creyentes de una fe religiosa castigada con una de las mayores carnicerías del conflicto fratricida: más de 6.800 eclesiásticos, esto es, cerca del 10% de los sacerdotes, religiosos y monjas españoles, fueron asesinados en la zona republicana (Julián Casanova, 1999, pág. 154).
¿Hasta dónde llegaría el nuevo abrazo de Vergara? La política de reconciliación nacional del PCE no fijaba plazo para el regreso de los hijos pródigos y se extendía indefinidamente hacia el futuro; aunque “la camarilla de Franco” quedaba momentáneamente excluida del perdón, el paso del tiempo abriría las puertas de la democracia a todos los colaboradores directos del dictador que quisieron traspasar su umbral por tardía que fuese su decisión. Solé Tura cuenta cómo Santiago Carrillo criticó a los redactores de Radio España Independiente por haber llamado asesinos a todos los ministros del Gobierno de Franco (entre otros Manuel Fraga), que no había conmutado la pena de muerte de Julián Grimau en abril de 1963: “No les podemos poner a todos en el mismo plano. Para derrocar al franquismo y construir la democracia, algún día tendremos que entendernos con algunos de ellos” (Solé Tura, 1999, pág. 183).
auténticos héroes de la retirada: la condición de posibilidad de tal heroísmo fue precisamente la nada heroica colaboración hasta el último segundo con la dictadura de Adolfo Suárez y Rodolfo Martín Villa. ¿Se hubiese debido excluir de ese nuevo abrazo de Vergara a los franquistas autores de actos criminales? La respuesta a esa pregunta no incumbe –sea cual sea su sentido– al ámbito de la amnesia cognitiva de las responsabilidades políticas, sino al campo de la amnistía legal de las responsabilidades penales; de añadidura, los juicios y las depuraciones realizadas tras la derrota de Hitler y la caída del muro de Berlín por crímenes cometidos desde el poder muestran las dificultades para delimitar las responsabilidades individuales en la adopción de decisiones tomadas, confirmadas o consentidas por órganos colectivos. ¿Tal vez la ocupación de los más altos cargos públicos durante el franquismo hubiera po6. Arqueología de la pureza dido servir como criterio para la El cuidado político de Sartorius discriminación? Pero si Ruiz-Giy Alfaya para no hacer sangre ménez fue ministro, Areilza emcon los antiguos franquistas in- bajador, Ridruejo jerarca de Facorporados al sistema democrá- lange y Francisco Fernández Ortico sirve como indicio de sus dóñez presidente del INI, ¿códificultades para ajustar cuentas mo depurar a sus antiguos colecon la dictadura sin dañar los gas o subordinados? Cabría palogros de la reconciliación. No rafrasear el cínico comentario de hay delito sin autor ni víctima Talleyrand sobre la traición y sin verdugo: ¿cómo armonizar sostener que la absolución reentonces el espíritu de la transi- trospectiva de los desertores del ción con el recordatorio –histó- franquismo es una simple cuesricamente veraz y a la vez políti- tión de fechas. Pero ni siquiera camente operativo– de los servi- el calendario sirve a ese propósicios prestados a la dictadura por to: ¿hasta qué día, mes y año hualgunos actores del actual siste- bieran podido los vencedores de ma constitucional? Por lo pron- la guerra civil abjurar del régito, ¿dónde, cuándo y cómo de- men sin levantar sospechas de ben ser trazadas las fronteras en- oportunismo? No siempre las fetre los demócratas verdaderos y chas son un jalón seguro: el malos demócratas falsos? Ni siquie- drugador reciclaje antifranquisra el 20-N sirve para separar las ta de Gil Robles, Pedro Sainz churras de las merinas: la con- Rodríguez, Aranda y Kindelán o tribución al restablecimiento de el temprano apartamiento del la democracia de un ex secreta- régimen de Serrano Suñer ¿son rio general del Movimiento y más dignos de estima que el tarotros antiguos jerarcas falangis- dío reformismo de Suárez? La tas los convirtió –para utilizar la sentencia absolutoria o condeexpresión de Hans Magnus En- natoria dictada en ese nuevo Juizensberger (1999, pág. 55)– en cio Final dependería en última CLAVES
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instancia de las filias o de las fobias, de la permisividad tolerante o del rigorismo puritano de los miembros del tribunal: cualquier investigador puede encontrar en las hemerotecas insultos procaces contra los derrotados en la guerra civil o elogios abochornantes al Caudillo escritos o proferidos por políticos, empresarios e intelectuales que fueron luego sinceros opositores al franquismo. ¿Se pueden hoy leer sin sonrojo los abyectos halagos dirigidos a Franco por el conde de Barcelona? La búsqueda por los cristianos viejos de las credenciales de pureza de sangre democrática de los conversos tropieza con un terco hecho: el actual titular de la Corona y de la Jefatura del Estado fue socializado en los valores de la dictadura y designado por Franco como su sucesor. ¿Hasta qué punto podrían sentirse culpabilizados por haber colaborado con el anterior régimen los nutridos escalafones de funcionarios de la Administración pública, de la Universidad, del Poder Judicial y de las Fuerzas Armadas si las élites políticas del franquismo (encabezadas por el entonces príncipe de España) juraron fidelidad a los Principios del Movimiento y no hicieron suyos los valores democráticos hasta el fallecimiento del dictador? Las responsabilidades políticas y morales por haber colaborado con el franquismo o no haberlo combatido alcanzarían a todos los vencedores de la guerra civil si ese criterio se aplicase de forma estricta. También los hijos de los vencedores serían rechazados del club de la pureza democrática por muy precoz que fuese su militancia antifranquista; sus apellidos prueban que se beneficiaron durante la niñez y la primera adolescencia de las ventajas y de las oportunidades del sistema: durante la posguerra, la pertenencia familiar a uno u otro bando era relevante para obtener facilidades educativas y acceder a los escalafones del Estado. Llevando las cosas al extremo límite, los vencidos y los Nº100
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hijos de los vencidos también una actitud paralela de la socieverían puesta en discusión su le- dad española. Sartorius y Alfaya gitimidad de origen democráti- reconocen que los españoles deco si sus pasividades o complici- seaban una democratización “sin dades con la Administración del traumas, sin enfrentamientos ciEstado durante alguna etapa de viles, sin regresar de ningún mosu vida les negase la legitimidad do al pasado” (MI, pág. 170). Esa generalizada sensibilidad de ejercicio. Pero ni siquiera los vencidos hundía sus raíces en la conviccon una impecable ejecutoria ción –más o menos articulada y antifranquista de origen y de consciente– de que la historia ejercicio quedarían a salvo de los de España pudo y debió desaexcesos inquisitoriales. La guerra rrollarse de otra manera en la civil dejó tras de sí enconados década de los treinta; es decir, cruces de acusaciones por la de- que la guerra civil no fue un rrota: comunistas contra trots- mandato del destino, sino una kistas después de los sucesos de tragedia evitable (Santos Juliá, mayo de 1937 en Barcelona; co- 1998, págs. 183-210). Las primunistas, socialistas de Negrín meras elecciones de la transición y partidarios de la defensa a ul- constituyen un poderoso argutranza contra socialistas, cenetis- mento a contrario a favor de esa tas y derrotistas que secundaron tesis: en junio de 1977, los ciuel golpe de Casado en marzo de dadanos optaron masivamente 1939. Yves Fargue, nombrado por dos partidos encabezados por comisario de la República para líderes ajenos a la guerra civil Lyon en 1944, descubrió que si (Adolfo Suárez y Felipe Gonzála depuración no fija límites lez) y castigaron a dos figuras temporales y conceptuales, “un (Fraga y Carrillo) vinculadas con puro siempre encuentra a otro su recuerdo. más puro que lo depura” (LottLa historia contemporánea man, 1998, pág. 173). de España narrada desde la persLas barreras de acceso al sis- pectiva de la lucha por las libertema democrático por el pasado tades y la democracia también franquista hubiesen chocado debe investigar la suerte de los con la opinión mayoritaria de la vencidos. Los ajustes de cuentas sociedad española. De poco hu- por la derrota derrota dentro del bando bieran servido los propósitos ne- republicano de 1939 y los efecgociadores de la élite dirigente tos de la guerra fría se prolonga(los reformistas y los rupturis- ron casi hasta el final de la dictas, la oposición moderada y la tadura: el PCE fue excluido de oposición radical, los ex fran- los organismos unitarios de la quistas y los exiliados) si esa es- oposición pese a su gran potentrategia reconciliadora no hu- cial organizativo y movilizador. biese reflejado la sensibilidad de Los comunistas españoles lulos ciudadanos. Cuatro décadas charon denodadamente por dedespués de su estallido, la guerra rribar la dictadura de Franco; civil no se había borrado de la pero hasta el enfriamiento de sus memoria colectiva, pero operaba relaciones con la Unión Soviétien dirección opuesta al revan- ca a finales de los sesenta, sus chismo: el recuerdo de aquella combates por la conquista de la matanza, vivida de modo per- democracia parlamentaria y las sonal o transmitida de padres a libertades formales eran estratéhijos, tuvo efectos disuasorios gicamente un escalón para concontra la violencia. No sólo el seguir en el futuro la democracia transcurso del tiempo y el cam- popular y las libertades reales . Esa bio generacional habían difumi- doble y contradictoria militancia nado las fronteras entre vence- de los comunistas –democrática dores y vencidos dentro de la en lo inmediato y antidemocráoposición: la decisión de los par- tica a medio o largo plazo– no tidos de poner entre paréntesis restaba valor a su combate conlos agravios de la guerra civil y tra el franquismo pero levantaba del franquismo coincidía con sospechas en las demás fuerzas
de la oposición. Al igual que la dialéctica entre el proyect proyectoo táctico del Frente Sandinista (la defensa del pluralismo) y su pro yecto estratégico estratégico (la dictadura revolucionaria) terminó transformando a los sandinistas en demócratas, así así el combate por las libertades de los comunistas españoles cambió finalmente su mentalidad y sus propósitos (Ramírez, 1999, pág. 105). La distinción entre lucha por la democracia y lucha antifranquista es clave para entender la transición. Parafraseando el dicho de Saint-Just sobre la felicidad, la democracia fue una idea nueva en la España de 1977, descubierta a la vez por una derecha y por una izquierda que habían combatido por objetivos que no eran la democracia representativa y el Estado de derecho durante la guerra civil. No sólo la derecha ex franquista aceptó por vez primera las reglas de juego de un sistema constitucional basado en la soberanía popular, la división de poderes, el imperio de la ley ley,, los derechos humanos y el respeto a las minorías; también lo hizo la izquierda revolucionaria. Nada más antihistórico que lanzar a pelear desde los orígenes de los tiempos, o al menos desde comienzos del siglo XIX , a dos entes fantasmagóricos denominados derecha e izquierda, de los que serían meras encarnaciones las formaciones políticas que invocan hoy tales nombres en el marco democrático. Esa concepción esencialista de la dinámica histórica como simple despliegue temporal del eterno conflicto entre dos abstracciones hipostatizadas, ni explica la originalidad de la experiencia democrática inaugurada en 1978, ni ayuda a estabilizarla. 7. Las otras transiciones
La transición española de la dictadura a la democracia (esto es, de la Monarquía del 18 de julio instaurada por Franco a la Monarquía parlamentaria respaldada por las urnas) exigió de la oposición la aceptación de una completa amnistía para sus an59
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tiguos adversarios o enemigos. No se trataba sólo de la renuncia a pedir responsabilidades penales a quienes habían ejercido el poder a lo largo de casi cuatro décadas, un desestimiento implicado en la paralela exigencia de amnistía para los antifranquistas. El cierre de la memoria afectaba también a la consolidación de las rentas de situación económicas, sociales y profesionales logradas por los vencedores de la guerra civil durante ese periodo. Los mecanismos de discriminación del franquismo habían distribuido las cartas de la fortuna de manera desigual, desde el ingreso y los ascensos en los cuerpos de la Administración hasta las oportunidades de un rápido y fácil enriquecimiento a la sombra del Estado. Los beneficiarios por los dados cargados y la ruleta trucada de la dictadura llegaron a las costas de la democracia con su acumulación primitiva de dinero, posición social y puestos en los escalafones del Estado ya realizada: la transición legalizó y perpetuó esas ventajas. El éxito de la transición española condujo a muchos analistas a la apresurada conclusión de que su modelo era válido para cualquier supuesto: bastaría con que el sector reformista del régimen dictatorial propenso a suicidarse se entendiera con los dirigentes de la oposición dispuestos a hacer borrón y cuenta nueva del pasado. Pero otras transiciones no siguieron el camino de la negociación pacífica entre los administradores encargados de negociar la quiebra de una dictadura y la oposición emergente: esas otras salidas del sistema autoritario no sólo no han favorecido la amnesia cognitiva de las fechorías pasadas, sino que ni siquiera han otorgado la amnistía penal por los crímenes perpetrados. Puede ocurrir que el sector reformista de una dictadura no logre desbancar a sus colegas fundamentalistas; o que la oposición sea muy fuerte y se decida a conquistar el poder sin necesidad de hacer concesiones; o que el cuerpo so60
cial rechace el acuerdo entre las élites para imponer una transición pacífica. Si se encuadra a la transición española dentro de la tercera ola descrita por po r Samuel P. P. Huntington (1991), ese álbum de familia incluye entre las fotografías el encausamiento de los antiguos gobernantes (Grecia, Argentina, Alemania) y la depuración depuración de la Administración Administ ración pública (Chequia y República Democrática Alemana). El rechazo rechazo social social a las medidas de amnistía (Uruguay) o la batalla judicial de los familiares de las víctimas contra la impunidad (Chile, Argentina) tampoco cuadran con la experiencia de la transición española. Los costes humanos del franquismo fueron enormes en términos de muertos, encarcelados, depurados, exiliados y marginados; tal vez esa terrible factura explica la voluntad de nunca jasuperv ivientes. TamTammás de los supervivientes. bién la duración de la dictadura resultó excepcional: el precio pagado por el régimen para sobrevivir a la derrota militar de los fascismos fue el acomodo a la nueva coyuntura política internacional y la integración de la economía española en el mercado mundial. Veinte años después de concluida la guerra civil, la estructura social española, renovada demográficamente, empezó a ser modificada por el desarrollo económico inducido desde la Europa de posguerra. También la cultura política sufrió cambios considerables durante estos años: junto al abandono del régimen de antiguos vencedores de la guerra civil y la llegada a la escena pública de una generación sin vivencias de la guerra, el nuevo espíritu del Concilio Vaticano y los difusos sentimientos de culpas compartidas de los protagonistas del conflicto fratricida prepararon el terreno para la reconciliación. Sin embargo, el camino recorrido efectivamente por la sociedad española desde 1939 a 1975 no era el único imaginable en términos de historia virtual. ¿Y si Alemania hubiese forzado
la entrada de España en la gue- cenarios contrafactuales –adrra mundial? En tal caso, Franco vierte Niall Ferguson- no son y sus colaboradores hubiesen su- fantasías construidas por el cafrido el mismo destino que los pricho o los deseos, sino simudictadores del Eje y sus secuaces: laciones –“¿qué hubiera pasado mientras los derrotados en la si…”?– fundadas sobre cálculos guerra civil habrían celebrado su relativos a la probabilidad de redesfile de la victoria, los fran- sultados plausibles: esto es, quistas hubiesen sido víctimas “aquellas alternativas que podede ejecuciones, encarcelamien- mos demostrar, sobre la base de tos, incautaciones y depuracio- evidencia contemporánea, que nes. ¿Y si los aliados hubiesen en efecto tomaron en consideapoyado activamente en 1945 a ración los coetáneos” (Ferguson, los generales españoles que tra- 1998, pág. 82). ¿Cumplen tales taban de restaurar la Monar- requisitos las propuestas ruptuquía? La reconciliación entre ristas derrotadas estrepitosavencedores y vencidos no habría mente en las urnas en las elecalcanzado en tal supuesto la am- ciones libres de 1977? La negaplitud y la hondura de 1977; ex- tiva de socialistas y comunistas a pulsados o autoexcluidos los co- pactar la salida del franquismo munistas del sistema por obra con los reformistas del régimen de la guerra fría, los fantasmas de ¿hubiese conducido a una situala reciente guerra civil difícil- ción más democrática (sea cual mente hubiesen sido enterrados. sea el significado que se quiera Sartorius y Alfaya construyen dar a esta expresión) o al refortodavía un tercer escenario de zamiento de las posiciones auhistoria virtual: “Imaginemos toritarias? qué hubiera sucedido en 1959 Las transiciones iniciadas en en España si los franquistas en- Europa central y oriental a parrocados en su defensa a ultranza tir de 1989 han abierto un de la autarquía hubieran triun- amplio debate sobre la convefado sobre los que eran partida- niencia de investigar el comporrios de una liberalización eco- tamiento durante la etapa dictanómica” (MI, pág. 149). ¿Y si torial no sólo de la clase polítiFranco hubiese sido obligado ca hoy en el poder sino también entonces por los reformistas del de los colaboradores y confirégimen a una retirada pactada dentes de la policía transformaen el marco de una monarquía dos ahora en pacíficos demócrasituada a medio camino entre el tas: las opiniones en contra de autoritarismo y el liberalismo? Adam Michnick (1992) y a faLos gobernantes chilenos que vor de Timothy Garton Ash criticaron a la Audiencia Nacio- (1999) sobre esa política de arnal por solicitar la extradición chivos abiertos son dos buenos de Pinochet, y que recordaron el ejemplos de las opiniones extreamigable trato concedido por la mas. En cualquier caso, la inmitransición española a los res- sericorde revisión del pasado de ponsables franquistas de críme- los países sometidos durante larnes contra los derechos huma- go tiempo a una dictadura denos, ¿podrían imaginarse a un bería requerir como condición Franco jubilado del poder pa- previa la consolidación de un taseando tranquilamente por el lante moral de reconciliación y Londres de los Beatles en los la renuncia a utilizar la historia años sesenta? con fines propagandísticos de Todavía quedaría un cuarto naturaleza partidista. Aunque escenario de historia virtual: su España haya tenido la fortuna de trazado corresponde a quienes haber pasado con éxito lo peor descalifican la transición real- de esa prueba, todavía queda mente existente desde las posi- pendiente la reconciliación del ciones de la izquierda radical o País Vasco. Nadie debería ceder movidos por el despecho de no a la tentación de emplear contra haber ocupado un lugar a la al- el adversario los muertos protura de sus ambiciones. Los es- pios con el argumento de que CLAVES
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JAVIER PRADERA
no se trata de hacer política sino de escribir la historia. Michael Ignatieff cierra su libro sobre las guerras étnicas en el mundo contemporáneo con unas sugerentes reflexiones: “Reconciliarse significa romper la espiral de la venganza intergeneracional, sustituir la viciosa espiral descendente de la violencia por la virtuosa espiral ascendente del respeto mutuo”. Esa tarea implica respetar el dolor de los adversarios, en lugar de reservar toda la piedad para el bando propio. Nadie puede aspirar al monopolio de los buenos sentimientos: no se trata sólo de amnistiar delitos y olvidar ofensas, sino de entender también que las víctimas de la violencia son merecedoras de duelo cualesquiera que fueran sus creencias. “La reconciliación será compartir la herencia de una democracia de la muerte para enseñar a las nuevas generaciones la absoluta inutilidad de las luchas que producen muertos, la interminable futilidad de los intentos de vengarse de los que ya no existen porque la única certeza es que matar no devuelve la vida a nadie” (Ignatieff, 1999, págs. 179 y 180). No les falta en absoluto razón a quienes reclaman –como Michael Richards, Nicolás Sartorius, Javier Alfaya y muchos otros– un mejor y mayor conocimiento del pasado inmediato por los españoles. En el año 2000, casi el 80% de la población española ha nacido después de la guerra civil y más del 30%, después de la muerte de Franco. Los franceses siguen estudiando la Revolución de 1789; lo mismo hacen los estadounidenses con la Guerra de Secesión, librada entre 1861 y 1865. Conocer y comprender los orígenes y las consecuencias de los conflictos fratricidas de los antepasados ayuda a no caer en la tentación de poner en marcha secuencias causales que pudieran llevar a catástrofes semejantes. De añadidura, los interesados intentos de dar una “versión light de la era de Franco” hace todavía más necesaria esa miraNº100
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da crítica sobre la guerra civil y la dictadura (MI, pág.143). Pero la sabia advertencia según la cual quienes ignoran el pasado están condenados a repetirlo no justifica que las fuerzas políticas de la España constitucional enarbolen las banderas de una guerra concluida hace sesenta años para ganar votos o para quitárselos al adversario. Resulta tan inevitable como deseable que la derecha y la izquierda democráticas establezcan o busquen genealogías y líneas de continuidad con los conservadores y los progresistas de nuestra historia contemporánea. Sería pura demagogia, sin embargo, que socialistas y populares simulasen continuar librando los inconciliables conflictos que ensangrentaron España entre 1931 y 1939: los latifundistass contra los campesilatifundista nos y jornaleros en torno a la reforma agraria; los patronos contra los asalariados por los derechos sindicales y de huelga; la acumulación de la riqueza en pocas manos contra su distribución igualitaria; el campo contra la ciudad; los partidarios de la Monarquía autoritaria contra los defensores de la República; la intolerancia eclesiástica contra el laicismo anticlerical; el pretorianismo militar contra la subordinación del Ejército al poder civil; los revolucionarios contra los reformistas y los fascistas contra los demócratas. La España del siglo XXI no es un país aislado sino integrado en Europa; no produce emigrantes sino que los acoge; no padece las lacras del atraso económico, el estancamiento social, el analfabetismo cultural y la elevada mortalidad infantil y epidémica sino que ofrece buenos índices de desarrollo, movilidad, educación y salud; no es una sociedad rural sino urbana; no depende de la agricultura sino de la industria y los servicios; no se halla fracturada por barricadas de clase o ideológicas sino atravesada por conflictos que sólo mueven a la preocupación en lo que se refiere a la distribución territorial del poder y a la
xenofobia. Ése es el escenario donde derecha e izquierda deben buscar los votos ciudadanos y entroncar con el pasado; de otra forma harían buena la aseveración de Marx de que el empeño de mirarse en el espejo del pasado para repetir la historia suele convertir las tragedias en farsas. ■
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Javier Pradera es escritor y perio61
C I E N C I A S
S O C I A L E S
CIVISMO Y VOLUNTARIADO HELENA BÉJAR
ejemplo– a alumnos de cuarto que desconocen la fecha de la Revolución Francesa, que ignoran a los clásicos y que no tienen el há1. Introducción bito de leer no ya literatura, sino El patio del recreo anda revuel- la mera prensa. Tampoco saben to. La religión y la ética se dis- cómo estudiar ni elaborar arguputan un espacio en la educa- mentos teóricos. En un tiempo ción primaria y secundaria. La de contrarreforma en todos los ausencia de la religión ha con- niveles educativos hay que entatribuido a agravar la ignorancia blar un debate de la nueva asigde los escolares, que desconocen natura de ética. Paso por alto el la historia sagrada y con ella las litigio político que enfrenta a claves para apreciar el arte y la li- aquélla con la religión. En mi teratura occidentales, así como modesta opinión, ambas deberían los mitos y los valores que fun- ser evaluables, aunque no pundamentan la tradición judeo- tuar para nota media alguna, porcristiana. Costes de la seculari- que el peso de ambas materias zación. El Antiguo y el Nuevo quitaría importancia a lo que Testamento (y la mitología, una quede de las humanidades. vez prácticamente extinguida la Cuantas más asignaturas, menos enseñanza del latín y el griego) tiempo dedicado a cada una, por son algo ajeno a nuestros estu- una lógica básica de economía de diantes, que pasan por la Uni- esfuerzos. Y más vale que el tiemversidad sin entender a Boticelli, po, tan escaso, se dedique a la liRubens o Murillo. La necesaria teratura y a la historia que a otros reforma de las humanidades fue saberes secundarios. derrotada en el Congreso por Mas la nueva propuesta de la una alianza entre nacionalistas ética no es cuestión baladí. La y socialistas. Mientras que aqué- materia que se quiere impartir llos defienden en la legislación y nada menos que durante 10 años practican en las aulas un arte, (de los 6 a los 16) se presentó una literatura y una historia (o primero con el nombre de “valolo que de ellas quede) particula- res cívicos” y después con el de ristas y chatas, ceñidas a las tra- “educación en valores”. Cuando diciones –frecuentemente in- estas páginas se publiquen pueventadas– de la nación catalana, den haber mudado el nombre y el País Vasco, Vasco, la comunidad co munidad au- los contenidos, debido a disputas tónoma madrileña o la andalu- de política educativa. También za, el centro izquierda parece de- los expertos que están tras ella. fender un modelo de educación Por eso sólo quiero echar mi tecnocrática y “abierto al merca- cuarto a espadas con el análisis do de trabajo”. Clamar por unas del llamado civismo y, dentro de humanidades potentes en la éste, del voluntariado como una educación es algo considerado de sus prácticas. Espero que ni hoy como superfluo y elitista. uno ni otro sean borrados de los De este modo se produce una contenidos de la asignatura en paradoja en la enseñanza univer- discusión. Para ello voy a dessitaria. Tiene poco sentido expli- brozar, primero, el Manu el Manual al de de cicicar sociología histórica –por vismo de Victoria Camps y Sal-
Victoria Camps y Salvador Giner Manual de civismo civismo Ariel, Barcelona, 1999
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vador Giner –aquélla forma parte del comité de expertos que están modelando la ética en el bachillerato– y, después, analizaré brevemente el voluntariado como un fenómeno de interés sociológico. Parto de que civismo y voluntariado son la teoría y la práctica de una forma comprometida de entender la sociedad y la política. 2. La educación cívica
El Manual El Man ual de civis civismo mo no es, pues, un libro cualquiera. Hoy cobra una relevancia especial porque se quiere enseñar –imagino que a través de varios manuales adecuados a las diferentes edades– a todos los púberes. Trasciende el ámbito del ensayo y expresa un modelo educativo público. Es decir, se trata de enseñar a la gente a ser de una manera determinada a través de la educación, que a su vez se debate legislativamente. Los gobiernos, las leyes y las costumbres se interrelacionan para formar al individuo, en este caso considerado como ciudadano. Éste es el núcleo del republicanismo que informa este ensayo. Adoptaré Adopt aré la perspe perspectiva ctiva de Norbert Elias, para quien los manuales de conducta expresan unos códigos específicos que justifican o legitiman las coacciones. Desde su origen, los manuales de comportamiento descansan en un argumento o códi go que explica –de manera explícita o implícita– por qué se deben coartar los impulsos, moderar las costumbres, mudar los sentimientos y –en este caso– aprender ciertos valores, las vir-
1 En cierto sentido estas páginas son una continuación de un análisis de los
tudes cívicas1. A mi juicio este manual revela las tensiones de los lenguajes morales contemporáneos y es una vívida muestra de la pugna entre las dos tradiciones que hoy se oponen, a saber: el liberalismo triunfante y el republicanismo ascendente. También llamado humanismo cívico, el republicanismo es la configuración ideológica que define al hombre como ser político, como un ciudadano que se autorrealiza con la participación. El ciudadano es un ser sobre todo público y se debe a su comunidad política2. En tiempos de hegemonía de la configuración liberal, que ha llegado a ser una suerte de lingua franca (el hombre como individuo que persigue su interés, la primacía de lo privado sobre lo público, la consideración de las instituciones como convenciones útiles pero carentes de contenido moral), el republicanismo se está recuperando como un lenguaje de participación y compromiso con lo colectivo. A derecha y a izquierda se oye hablar de virtud, centro de la acción republicana, y
manuales de comportamiento que acometí en ‘La ordenación de los placeres: civilización, sociabilidad y autocontrol’, en Los placeres (Éxtasis, prohibición, templanza),, Enriq za) Enrique ue Gil Calvo (ed.), (ed.), Tusquets, Tusquets, Barcelona, 1992. 2 Para un análisis de los sentimientos políticos que sostienen el republicanismo puede verse Helena Béjar: El corazón de la república, CLA LAVE VESS DE R AZÓN PR Á CTICA CTICA , núm. 91, abril 1999. 3 Para una defensa del mismo véase el artículo de Salvador Giner: Las razones AV ES ES D E R AZ ÓN del republicanismo, CL AV PR Á CTICA CTICA , núm. 81, 81, 1998; y en un inintento de maridar republicanismo y liberalismo, el trabajo de Andrés de Francisco: Republicanismo y modernidad, CLA VES DE R AZ ÓN PR Á CTICA CTICA , nú núm. m. 95 95,, septiembre 1999. CLAVES
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de civismo3. Parto de que el Manual de civismo civismo (y los “valores cívicos” o como quiera que acaben llamándose) tiene un código republicano templado por un liberalismo razonable. Su carácter híbrido delata quiebras teóricas, al tiempo que le permite un enorme alcance y, seguramente, una amplia aceptación para una política educativa progresista, una empresa necesaria y urgente. “Este manual no pretende enseñar nada” es la primera frase. Esta preterición despista al analista eliasiano, que cree que todo manual debe enseñar, aunque el comportamiento cívico se fundamente en normas no escritas, costumbres y maneras (pág. 7). ¿No se trata de enseñar un conjunto de normas, muy parecidas a las propuestas a debate legislativo? ¿Por qué este principio vergonzante o modesto? Quizá porque educar en el sentido fuerte, republicano, formar a buenos ciudadanos, no sea del gusto de todos. ¿Pero acaso no es el republicanismo o humanismo cívico el código dominante aunque implícito? Analicemos detenidamente cuáles son los lenguajes que tironean a este nuevo civismo. En primer lugar se reencuentra el argumento tradicional de la urbanidad, que creíamos muerto y enterrado. Algo muy serio debe ocurrir cuando uno de los contenidos contenidos del proyecto proyecto de la asignatura es “el propio cuerpo, hábitos de higiene, limpieza y salud”. (Bertrand Tavernier muestra el panorama desolador de la educación primaria francesa en su película Hoy empieza todo). Así, el niño bueno debe aprender valores genéricos coNº100
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mo “agradecimiento y sinceridad”, “afectividad, sexualidad y formas culturales”, dicen los contenidos. En esencia esencia,, la urbaurbanidad es el aprendizaje de las buenas maneras a través del “autodominio”. Elias veía en el autocontrol tocontr ol la materia de la civilización occidental, que se había hecho a sí misma a base de contención de los impulsos y de una paulatina pacificación. Giner y Camps trasladan sus hipótesis al terreno de la “convivialidad” en lo que definen una y otra vez como una ética mínima que puede ser aceptada por todos, por encima de ideologías o religiones. Entre las formas de sociabilidad que propugnan hay una saludable defensa de la deferencia (el uso del “usted “usted”) ”) y el refinamiento (una “cierta puesta en escena”), es decir, una rigidificación del comportamiento. El uso indiscriminado del tuteo responde a un igualitarismo mal entendido que ha hecho estragos y que ha minado otra virtud a la que aquí se apela, el respeto. Pero los autores pasan de puntillas sobre la crítica al igualitarismo popular, porque defender la excelencia, un valor republicano fuerte, sería poco demócrata y poco liberal. Y ellos quieren ser las dos cosas (pág. 7). Es difícil defender en serio el respeto en las formas (el uso del usted) sin poner en cuestión la creencia en la igualdad, es decir, el reconocimiento del mérito, como ya sabía Tocqueville. La insistencia en la virtud del autodominio carga contra la educación antiautoritaria y el imperio de la psicopedagogía, reyes y señores de los manuales de la educación durante los últimos años. (Se ha incluido entre
los contenidos de la asignatura la “comunicación social, el diálogo y la expresión expresión”, ”, así como la “asertividad “as ertividad y autoestima autoestima”; ”; muy loables, pero que son valores psicologistas e individualistas, nada cívicos). En un sentido republicano, la educación es paideia paideia,, transmisión de conocimiento, no intercambio de comunicación o negociación. (Es curioso que el protagonista de Hoy em pieza todo rechace la idea de vocación y afirme que la educación es intercambio. ¿Qué se puede intercambiar con un niño de tres años?). La prédica del autocontrol se engarza con la formación de la voluntad y el desarrollo de la capacidad crítica (“saber decir no” a la droga y a la violencia). Aquí se podría mencionar la tiranía de la mayoría y de nuevo a Tocqueville, sorprendentemente ausente en este ensayo donde, a pesar de no tener ni una sola línea de bibliografía, sí hay mención a muchos clásicos. La “capacidad crítica” suena a la reivindicación milleana de la propia voz, incluso si ha de oponerse a los pares, a la sociedad y a la masa. En segundo lugar recorre el proyecto de la asignatura y del manual el lenguaje de la ética. “La vida como proyecto” es en la materia a debate lo que es en el libro una existencialista “vida como compromiso”, la consideración kantiana del otro como fin y no como medio, la crítica a los gorrones que se aprovechan de los demás (el egoísmo no es funcional porque agota los recursos públicos; así ocurre con el mal uso de los medicamentos). Locke, Kant o Rawls son señalados como referencias para entender la vida como un contra-
to: “Renuncio a parte de mi libertad, e incluso a alguno de mis privilegios, para que me ayudes o me protejas” (pág. 151). Pero el fundamento de una ética fuerte es la responsabilidad y no la reciprocidad, algo condicionado y en el borde de la conducta utilitaria. Con frecuencia, el intento de adecuar el discurso al público potencial (¿el lector de ensayo?, ¿los padres ilustrados?, ¿los jóvenes?) ablanda las virtudes del manual en cuestión, que pierden la exigencia republicana clásica necesaria para formar al buen ciudadano. O quizá esto sea una retórica que sólo veamos unos pocos, y el libro sea un compendio de valores mínimos. Mas ¿por qué entonces hablar tanto de virtud? Y es que aquí la virtud no es precisamente la cristiana. Por su parte, la vida como contrato alumbra la idea de negociación; algo muy realista y muy liberal. Pero sucede que el contrato republicano de Rousseau (al que se nombra –junto al pesimista Freud– como teórico de la bondad del hombre) no es un intercambio entre individuos, sino una cesión completa de la voluntad a la construcción del bien colectivo. Muy cívico y potencialmente autoritario. Vale más dejar a Rousseau en paz, porque su republicanismo extremo no cuadra con el minimalismo del manual. Siguiendo con lo que llamo el lenguaje ético, se afirma que el comportamiento cívico, que está en un saber combinar –dicen– la autorrealización y la implicación pública, devendrá en eudemonismo moral: el esfuerzo por fomentar los propios fines y los 63
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del otro contribuirán al perfeccionismo de la especie. Este optimismo kantiano e ilustrado se aleja algo de lo que llaman enseñanza en “virtudes humildes”, que quieren abonar el terreno para cosechar las grandes. Podría haberse nombrado el entusiasmo como uno de los sentimientos que sostienen la virtud política. Claro que el entusiasmo también es el fuelle de la disidencia, como ocurrió en Seattle. Quizá por eso sea mejor ignorar los sentimientos fuertes, clave de la bóveda republicana, más no del liberalismo ilustrado, más acorde con las virtudes míninas. Porque este civismo es “una cultura de las buenas maneras que nos permite diferir pacíficamente y avanzar en la solución de conflictos de manera incruenta” (pág. 103). Elias dixit dixit y y sólo los partidarios de la violencia diferirían. El principio axial del lengua je ético es la tolerancia, núcleo de estos valores cívico-liberales: “el respeto al otro”, “derechos de niños/as” y “valores compartidos; respeto y tolerancia en lugares sociales”, decían los contenidos de la asignatura. El niño bueno debe aprender apertura (en el sentido crítico de Allan Bloom) ante la pluralidad de “hechos religiosos” para vivir en el multiculturalismo. (“El mestizaje cultural” es otro contenido). La tolerancia es ya un principio indiscutible de nuestra tradición pluralista y liberal, pero es tan cívica o tan democrática como la buena educación; es decir, es una virtud mínima y necesaria, pero nada republicana. (Locke es su teórico, no Maquiavelo ni Rousseau, los padres del civismo clásico). La tolerancia linda con la indiferencia privada y permite el desarrollo de la privacidad social, pero no alienta el compromiso público. Es su marco, no su aliento. Otra virtud que Camps ha definido desde hace tiempo como pública es la profesionalidad. Otrora Giner defendía la vocación, valor fuerte que en efecto tiene una proyección pública. Pero la vocación es miel de 64
los pocos y valor en bancarrota. Es poco políticamente correcta. Como las humanidades, parece ingenua y anacrónica. Quedan pocos profesionales independientes y los profesores necesitan libros como éste para encauzar a un alumnado poco civilizado. Se dice que “la excelencia profesional es un valor en alza” (pág. 75); mas la excelencia no es aquí ser el mejor (como cree el republicanismo clásico, que exige a los mejores en los puestos políticos), sino que se subdivide en competencia (conocimientos curriculares) y competitividad (agresividad, ambición). Creo que o se predica la excelencia –la especialización, la “vida como proyecto” y la vocación– o el proteísmo –la capacidad de ser reciclado en las actividades que demande el mercado–. John Gray y Ralph Dahrendorf, metidos en arenas educativas últimamente, alaban la “convertibilidad”, acorde con la cada vez más extendida disociación entre estudios y trayectoria laboral. Pero tal flexibilidad es necesidad, no virtud, y mucho menos cívica, como parece que tenemos que creer. Imagino que es arduo enseñar la virtud de la profesionalidad cuando el trabajo es un bien precario. En todo caso, dicha virtud se sitúa en la esfera social –en el sentido arendtiano–, más cerca de la privada –excepto para los escogidos– que de la pública. Es virtud societaria, no política. Aceptable para todos, es indiscutible: lo difícil es hacer de ella un valor público. El argumento ético bebe también del feminismo, que reivindica un reparto igualitario de las tareas domésticas. Trabajo productivo-reproductivo, espacios masculinos-femeninos, arenas público-privada tienen que redefinirse. Supongo que tales mensajes del Manual del Manual se se vierten en los contenidos de la asignatura que apuntan a la “organización de las actividades sociales” y a la “organización personal y social del tiempo cotidiano”. Junto a estas recomendaciones incuestionables, se predica la éti-
ca del cuidado, un feminismo de corte comunitarista a años luz tanto del republicanismo (que lo considera blando) como del liberalismo (que lo ve ingenuo). El manual insiste en que el cuidado de los necesitados es sobre todo tarea de la familia: abandonar a aquéllos a un Estado impersonal es ejercer la irresponsabilidad. Es curioso que en el manual no se mencione la quiebra del Estado benefactor, mientras se insiste en el peso de la familia y de los otros próximos como sujetos de la ayuda. Algo con lo cual liberales y comunitaristas estarían de acuerdo: la ayuda es cosa de la sociedad civil o de la comunidad moral. Nunca de los republicanos, que ven en el Estado el promotor del bien común. Esto es muy importante a la hora de fomentar el voluntariado como práctica cívica, tal como veremos. En tercer lugar está el lenguaje del ecologismo desde el cual se vuelve a recomendar la autolimitación (el autocontrol eliasiano). La sociedad de la opulencia y el imperio de la razón instrumental han creado sus efectos perversos: el agotamiento de los recursos y el despilfarro como forma de vida. En línea con la reivindicada responsabilidad se recomiendan la virtud de la templanza y la de la austeridad. En los tiempos de cultura posmaterialista, posmaterial ista, hay que ver con simpatía tales propuestas, presentes en las tradiciones antigua y cristiana. Junto con la conciencia ecológica el manual aplaude la disidencia cívica, de la mano de figuras como Jesucristo, Gandhi o Martin Luther King. En verdad ningún cristiano, ningún liberal ni ningún comunitarista podría objetar tales enseñanzas. Pero la enseñanza de la disidencia va más allá de tales figuras y su práctica radical contradice la construcción de la comunidad cívica. Hay varias alusiones a las medidas que diversos Gobiernos han tenido que adoptar para embridar a la ciudadanía: restricciones demográficas en China, controles de contaminación
en México, obligación de cuidar a los padres como propuesta del Gobierno catalán. A buen entendedor… El niño debe, pues, aprender que es mejor que la sociedad civil cambie sus costumbres a que el Estado le obligue a ello. Una sociedad responsable que busque el “interés común” (el bien común es un vocablo más cargado) ha de evitar que la moral la imponga el Gobierno. Ya lo dijo Locke cuando defendía la privacidad de las llamadas “cuestiones indiferentes”. Se me ocurre que si el Estado dictamina el cuidado de los ancianos padres, la tutela de los hijos en disputa, el mal trato intrafamiliar (es decir, el ámbito privado de los sentimientos) pocas cosas le son ya indiferentes. Habría que volver a ser cívicos para que el Estado no acabe siendo despótico; es decir, hay que practicar el interés bien entendido. ¿Mas no es éste un valor opuesto a la virtud del cuidado? Finalmente y en último lugar recorre el manual y los contenidos de la asignatura en cuestión el lenguaje del civismo, el más importante y que constituye el código del texto analizado. Su argumento es la construcción de la ciudadanía a través de la educación. Su lógica implícita es la del republicanismo, porque de lo que se trata es de articular el triángulo entre gobierno, leyes y mores. y mores. Montesquieu y Tocqueville plantearon esta compleja interrelación e insistieron en la gestación de cuerpos secundarios (tribunales de justicia, gobiernos locales, asociaciones de toda laya) para construir costumbres morales –mores– que creasen libertad política. La interpretación republicana de ambos clásicos incide en la participación que suscitan las instituciones; la lectura liberal en la creación de una sociedad civil hecha de flujo asociativo. El republicanismo clásico –Rousseau– entrega al Gobierno el alma de los ciudadanos; el moderno –Tocqueville–, que pecha con un hombre privatizado, incita a los hombres a parCLAVES
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CIVISMO Y VOLUNTARIADO
ticipar en las leyes y el gobierno y así cambiar sus mores . Al liberalismo, en cambio, le importa menos la calidad moral de los individuos siempre que no rebasen los límites que permiten la paz social y el desenvolvimiento del mercado. Recordemos que el centro de interés del manual son las costumbres. Aquél define al civismo como una ética mínima, base de una cultura pacífica y solidaria; es el buen gobierno de la convivencia, pero no desde el Gobierno, se advierte. Cualquiera aprobaría esto, excepto un republicano, que piensa que el buen Gobierno crea la buena ciudadanía. Algo, por cierto, que no está lejos de la tradición, también emancipativa, marxiana. Aunque es de justicia recordar que la educación ciudadana en manos del gobierno lleva consigo la semilla del autoritarismo de cualquier signo. Quizá por eso el manual insista en potenciar una moral autónoma, a lo que no se opondría nadie excepto un republicano clásico y “fuerte”, es decir, cívico. El niño debe aprender “justicia social” (el adjetivo quita hierro a un término emancipativo y tradicionalmente progresista, quizá indigerible para otros interlocutores en las difíciles bregas de las políticas educativas) y “asociacionismo profesional y ciudadano; voluntariado”. Antes de ver esto, analizaré algo más el código del civismo. El Manual define al hombre como animal político (en sentido amplio, dicen) y social. Pero mientras que el zoon politikon forma parte del corazón del republicanismo –cuya entraña es la participación–, la comprensión del hombre como animal social es cosa del cristianismo y transita por la cultura occidental hasta hoy. Ser político en un sentido fuerte no es lo mismo que gustar de compañía, característica no sólo humana sino también animal. Estoy segura de que esto es pan comido para los autores del manual, pero si quieren solapar la participación con la interdependencia no hay por qué ha66
blar de construir una “vida en común, una comunidad”. Y es que ni siquiera los utilitaristas, que defienden el egoísmo natural, la funcionalidad de los vicios priva privados dos y los polizones polizones de la acción colectiva, dejan de reconocer que “no podemos vivir en solitario”; es más, celebran la empatía, que permite la negociación y el intercambio no sólo mercantil sino moral. El manual bastante hace con inculcar virtudes mínimas como la ayuda, la mesura o el respeto, dentro de una cultura de individualismo y materialismo rampantes. Pero lo que no hace es apoyarse en la tradición republicana. ¿Por qué entonces utilizar su retórica? O dicho de otra forma, ¿para qué mencionar una y otra vez lo malo de la tradición liberalutilitaria, si no es para afirmar la contraria, la republicana? Quizá esto no se haga por timidez teórica o por prudencia política. La sustitución de “valores cívicos” por “educación en valores” da idea de lo arduo de proponer un modelo educativo. Y éste merece toda la simpatía smithiana concebible. El código cívico insiste en la necesaria recuperación de los deberes ciudadanos frente a la insistencia liberal en los derechos, individuales o grupales, que llevan al egoísmo y esconden –Berlin dixit– dixit– resentimiento resentimiento de status. Frente al imperio libertarista del derecho, los autores claman por una “libertad con norte”. La del interés común de una ciudadanía responsable. Otro norte (la Buena Sociedad, objetivo republicano) entraña peligros. De esta manera se defiende la justicia: “tiene que haber leyes que obliguen a ser benevolentes y simpáticos con el desfavorecido del que nadie se puede acordar” (págs. 44 y 45). Por ejemplo, a cuidar de los mayores, pero ¿no es esto poco liberal y demócrata, aunque sí republicano? ¿Cómo forzar las costumbres individualistas en condiciones de progresiva privatización, adelgazamiento de la familia y emancipación de la mujer? El cuidado y la empatía son senti-
mientos morales espontáneos. Sólo un republicanismo fuerte quiere modelar la naturaleza humana a través de la conjunción entre gobierno y leyes. Y a través de éstas la educación entra en escena. Mas entonces hablemos de bien común, y no de interés común. Un tema crucial del código cívico es el patriotismo, que este manual apenas toca y desliga del nacionalismo. Mas ambos están vinculados en el republicani republicanismo smo clásico –Maquiavelo y Rousseau– . Con la tribu hemos topado. A no ser que el patriotis patriotismo mo se edulcore y se transmute en una actitud; deja así de ser una pasión política para devenir asunto psicológico4. La figura repetida en la trilogía de Kielowski de la anciana que camina trabajosamente hasta depositar una botella en un envase de reciclado sería entonces la estampa del nuevo patriotismo. En este manual menudean las virtudes femeninas como la delicadeza (muy nombrada) y el cuidado, tradicionalmente opuestas al ardor guerrero y al entusiasmo asamblearioo del republicanismo asambleari clásico, cuya virtud es claramente masculina. Algo muy incorrecto políticamente, pero muy cívico en el sentido fuerte. El autodominio es lo que más podría parecerse a la virtud republicana, si no fuera porque aquél es el autocontrol eliasiano mudado en una austeridad antimaterialis antimaterialista. ta. Pero la mundialización –que choca con el patriotismo clásico– dificulta la educación de los jóvenes en la templanza y la abnegación. La disidencia civil tampoco es patriotismo y tomada en serio tampoco tiene nada que ver con la dulzura. (La pelí-
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“El patriotismo es la actitud abnegada y altruista de conducirse pensando en los intereses de nuestra comunidad. Cómo ésta alcanza hoy, por la mundialización, a toda la humanidad, conviene que pensemos en él con una nueva perspectiva. La mejor forma de expresar nuestro cariño por el mundo que nos rodea es tratarlo con dulzura y con mesura, es decir, con cierto patriotismo cívico. Sin grandes heroísmos. Solamente con buenos modales” (pág. 67).
cula de Tavernier no es, como se dice, “patriotismo de barrio”, más bien parece protesta ciudadana desarticulada) desarticulada).. Y es que el patriotismo republicano está mezclado con el nacionalismo: releamos a Rousseau y a los jacobinos, es decir, a la tradición progresista. Y si queremos deshacernos del patriotismo y abrazar el cosmopolitismo, digámoslo claramente. Cuando uno se siente orgulloso de que el derecho internacional y la disidencia humanitaria avancen a través del juez Garzón o de que el cine español –y por ende europeo– triunfe en Estados Unidos, se puede sentir una suerte de patriotismo cívico. Mas ocurre que en Cataluña, por ejemplo, consideran que Almodóvar hace “cine madrileño”. Ser patriota hoy sin ser nacionalista es muy complicado. Por otra parte, hay que repetir que el republicanismo clásico y el cosmopolitismo son incompatibles. Uno ama a la patria como a su familia, y la humanidad o la sociedad son familias demasiado grandes para ser queridas, sentencia Jean-Jacques. El “patriotismo de campanario” –decía Durkheim– es peligroso, pero forma parte de la tradición auténtica del civismo que es entregado, recio, austero y guerrero. Nada de dulzura y buenos modales. Habrá que ir a disposiciones que combinen el individualismo y el comunitarismo para aprender a estimar Europa o la humanidad5. Pero en esa formación de sentimientos de pertenencia concéntricas perderemos la patria. No se puede tener todo. El cosmopolitismo demanda universalismo –o pluralismo, dice Berlin–. Entre los valores que todos los niños tendrían que abrazar (fueran cristianos, budistas musulmanes o hindúes) está la igualdad de derechos entre los sexos y el fomento de la
5 Así
dice Víctor Pérez Díaz en La formación de Europa, CLAV LAVES ES DE R AZÓN PR Á CTICA CTICA , núm. 97, noviembre 1999, pág. 19. CLAVES
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HELENA BÉJAR
libertad. Pero hay que resaltar que la asunción profunda del universalismo supone, a largo plazo, una educación en valores comunes, que acabarán por chocar con las comunidades de origen de la sociedad multicultural. Esta extensión del pluralismo y la tolerancia produce el efecto de homogeneizar a la ciudadanía. Además, tolerancia, pluralismo, cosmopolitismo y mundialización tejen un marco de valores “fríos”. Podríamos construir una sociedad multicultural cuya urdimbre fuera la indiferencia intragrupos, etnias y demás diversidades. ¿Cómo ejercer entonces el cuidado? La enseñanza del civismo liberal tiene consecuencias: la tolerancia es fría y no tiene por qué ser acompañada del cuidado. Por último, no parece convincente mezclar en la enseñanza del civismo la virtud del autocontrol –sustentada en la fuerza de voluntad y el amor propio, valor individualista y de estirpe estoico-nietszcheana– con la dulzura –de contornos teóricos oscuros6–. La alusión a virtudes femeninas –dulzura, delicadeza– no parece fundar una ciudadanía cívica, ni liberal ni republicana. Pero pasemos a la noción de cuidado y, con ella, a esbozar el estado de su práctica, el voluntariado. 3. La práctica ciudadana
Ensalzada por tirios y troyanos, la nueva filantropía es un fenómeno escurridizo. Su análisis en profundidad, al que me estoy dedicando, lo revela. Los voluntarios a los que he entrevistado recelan de la práctica de la ayuda como algo obligatorio, porque ello desprovee al voluntariado de su esencia: es por definición una actividad libre. Mientras que en el proyecto de la asignatura Valores Cívicos (¿permanece en
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“El civismo que hemos visto como expresión solidaria del amor propio, de la convivialidad, puede poner coto a bastantes excesos fomentando el autodominio. Pero nadie nace sabiendo autodominarse: hay que aprenderlo. Hay que aprender a vivir con dulzura” (pág. 157). Nº100
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Educación en Valores?) se inclu- como una energía que, si está diye en la enseñanza primaria la rigida, normada, enseñada, pier“solidaridad y su expresión: or- de su carácter adversativo y radiganizaciones”, los voluntarios cal. La crítica a las ONG dedicacreen, desde una lógica conspi- das a la cooperación para el rativa, que el Estado “ha hecho desarrollo concentran las críticas una jugada maestra” introdu- a la organización de la filantrociendo el voluntariado en la edu- pía. Todo esto puede conectarse cación. La crítica se aplica tanto con un Manual un Manual cívico cívico que quiea la enseñanza secundaria (el vo- re enseñar a la vez el valor de la luntariado se ejerce en algunos disidencia y el de la práctica asocolegios religiosos) como a la su- ciativa. Mientras que la primera perior, en estudios como trabajo parece connatural al estilo de social o pedagogía. A la afirma- pensar de los jóvenes, la segunda ción de que el voluntariado es requiere un aprendizaje de las una actividad libre y espontánea bondades y conveniencia de la se une la desconfianza hacia tales solidaridad organizada. No es napracticantes del cuidado. Los vo- da fácil combinar ambas cosas. luntarios rechazan que su labor Una educación cívica que insea utilizada, puesto que el al- sista en el voluntariado iría gestruismo se esfuma cuando se in- tando el sentido de la responsatercambia por beneficios (horas bilidad tan importante para crelectivas, créditos, etcétera). Pa- ar una moral7 que contrarreste rejo rechazo suscita el volunta- el imperativo individualista de riado unido a la prestación social la autorrealización. El análisis sustitutoria que llenan las ONG de los discursos de los jóvenes vode intrusos que abandonan la lunta luntarios rios indica que la tendencia ayuda en cuanto acaban su ser- es que el altruismo organizado vicio social. Tales resistencias a se convierta en una actividad los incentivos selectivos deberían sectorial más, rutinizándose la tenerse en cuenta si se quiere im- emoción de la ayuda. A ello plantar el voluntariado como contribuirían tanto la educación parte de la nueva ética laica. cívica como los proyectos de poLa desconfianza hacia el Esta- tenciar el tercer sector. Por otra do –extendida asimismo a los parte, el voluntariado como partidos y a sus representantes– práctica del civismo desde la esalcanza a las propias organizacio- cuela resolvería el problema de nes no gubernamentales, que la transmisión de valores almantienen con respecto a aquel truistas, que los voluntarios deun vínculo de dependencia. Co- jan en suspenso. Si el voluntamo el Estado y los partidos, las riado y los valores que lo acomONG se asocian con la burocra- pañan (la solidaridad y el cia, en este caso sostenida por las cuidado) se aprenden desde nisubvenciones. Por cierto, la iden- ños sería más fácil de mantener tificación entre el espacio público esa cadena de ayuda que hoy pa(del cual forman parte crucial las rece muy frágil, basada más en asociaciones) con la burocracia un romanticismo efímero que es una de las más finas victorias en una práctica organizativa del liberalismo –en su versión arraigada. clásica de individualismo posesi Y,, sin embargo, se me ocu Y vo– que contrapone a la socie- rren dos preguntas. Una: si lo dad política republicana un es- que se ha de enseñar en una edupacio social donde individuos cación cívica es solidaridad y cuiprivatizados conviven en una dado, ¿cómo combinar estas virproductiva confluencia. Los vo- tudes republicana y comunitaluntarios recelan de un volunta- ria, respectivamente, con la riado “desde arriba” que tachan prédica de la “asertividad” y la de conservador, pues las diversas administraciones tienen tentáculos que ahogan la disidencia que 7 Al respecto puede verse el atractivo pretende sostener el voluntariado libro de Manuel Cruz: Hacerse cargo. cargo. Paide los jóvenes. El altruismo se ve dós, Barcelona, 1999.
autoestima, enseñas individualistas y psicologistas? El civismo debe ser menos ecléctico y contemporizador para crear ciudadanos responsables. A no ser que creamos que la atención al otro nos ayuda a nosotros mismos: en esta amalgama se mueven los discursos de los voluntarios hoy, dominados por el egoísmo racional. Por otra parte, la enseñanza del asociacionismo conlleva en buena ley la de la libertad de asociación, principio cívico y liberal. Tal libertad es compatible con el disfrute de la vida privada, en un ejercicio de shifting involvements que involvements que la modernidad nos exige. Mas el asociacionismo tomado en serio desemboca en la formación de todo tipo de grupos a los que los ciudadanos puedan unirse voluntariamente, desde las asociaciones religiosas a los grupos paramilitares. Mi segunda pregunta es: ¿Cuáles son los límites de la pertenencia asociativa? asociativa? ¿Acaso no eran los cuerpos secundarios la materia de la virtud cívica moderna? Éste es un asunto que el republicanismo liberal debería afrontar. Pero dejemos tal nudo gordiano de momento y pensemos en cuáles son las auténticas virtudes cívicas. Y entre ellas cuáles son todavía hoy posibles. ■
Helena Béjar es autora de El ámbi-
to íntimo, íntimo, La cultura del yo y El corazón de la república (en prensa). 67
S E M B L A N Z A
SIR RICHARD F. BURTON El sincero disfraz del embustero
CÉSAR RENDUELES
Y tantos se exponen a los últimos peligros para vanagloriar vanagloriarse se después después de una plaza que han tomado, tomado, y tan tontamente para mi gusto; y finalmente, los otros se matan para anotar todas estas cosas, no para ser más sensatos, sino solamente para mostrar mostrar que las conocen, conocen, y éstos son los más tontos de la compañía, porque lo son con conocimiento. Pensamientos, Pascal
iscurre la primavera de 1863. Ya han pasado 10 años desde que sir Richard F. Burton (1821-1890) cobrara pingüe fama tras visitar las ciudades prohibidas del islam. En esta ocasión se dispone a iniciar una nueva expedición hacia las regiones ignotas de África central. Carcomido quizá por esa laudánica melancolía que, aunque inconstante y morosa, fue su inseparable compañera de via je, escribe una carta a su amigo Monckton Milnes: “Bogando en un tronco ahuecado, a miles de millas río arriba, con tan sólo una infinitésima probabilidad de regresar. Me pregunto ¿por qué? y solamente puedo responderme ¡condenado loco!… Lo quiere el diablo”.
Esta sentencia, probablemente ya la más famosa de Burton merced a la biografía de Brodie que toma de ella su título 1, recoge el profundo anonadamien-
1 Cfr. Fawn M. Brodie: The Devil Drives. A Life of Sir Richard Burton. Norton, Nueva York, 1967. Puede encontrarse un resumen de esta obra en la página web de la Sir Richard Burton Society. La obra de Brodie fue, hasta hace bien poco, la biografía más solvente sobre Burton, honor que ha heredado el ya indispensable trabaRichard F. Burton jo de E. Rice El capitán Richard (Siruela, Madrid, 1992). No obstante, somos muchos los que seguimos apreciando el luminoso entusiasmo, adornado con una divertida pátina vienesa del libro de Brodie.
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to, ese ser conducido por el diablo, que protagonizó la vida de Burton, convirtiéndola en la escenificación de un pastiche por el que desfilaron personajes radicalmente antagónicos, intérpretes de una obra que se fue componiendo en el propio obrar. No es una exageración. Si alguien hubiese “escrito” su vida organizándola en clave de ficción, hubiera resultado una novela profundamente inverosímil. La gracia de las obras de Burton y, sobre todo, de las biografías que le han retratado, es precisamente ese toque de excentricidad stendhaliano que las hace poco menos que inauditas2. Sus extenuantes periplos –de Arabia a Somalia, de Islandia a Estados Unidos, de Brasil a la India…–, su deslumbrante dominio de los clásicos grecolatinos y árabes, su capacidad casi grotesca como lingüista (llegó a dominar 29 lenguas e innumerables dialectos), los 72 copiosos volúmenes que escribió o su actividad como agente secreto conforman una amalgama biográfica absolutamente folletinesca. Por poner un ejemplo especialmente hilarante, podemos citar aquella ocasión en que, después de recuperarse del cólera, hacia 1846, se enamoró perdidamente de una monja, profesora de latín del convento de Santa Mónica, en la colonia portuguesa de Goa. Tras un mañoso cortejo –escudado 2 De hecho, al menos en una ocasión, R. Burton ha aparecido como personaje novelesco. Se trata trata de la novela de P. J. Farmer –ya clásica para los aficionados a la vuestros cuerpos cuerpos dispe dispersos rsos ciencia-ficción– A vuestros (Ultramar, Barcelona, 1982), que, al margen de sus méritos literarios, tiene la virtud de proporcionar más datos acerca de Burton que muchas de las biografías al uso.
tras el disfraz de inglés pío, rico y católico– en el que medió el dolo de una madre superiora cegada por la avaricia, logró persuadir a su amada de que consintiese en fugarse con él. Al fin, una noche drogó a los guardianes que custodiaban el convento y, en compañía de un sirviente musulmán, se introdujo en la zona donde se encontraban las celdas de las monjas. Desdichadamente, la oscuridad le llevó a cometer un comprometido error, así lo cuenta cuenta J. C. Simmons Simmons3: “Se equivocó y penetró en la celda de la vicepriora, que se encontraba durmiendo. Era una mujer de unos sesenta años. Burton cogió rápidamente aquella forma durmiente y corrió con ella fuera del convento sin descubrir, para horror suyo, el error hasta que no se encontraron en la playa cercana”. “La cagamos’, dijo el enfadado Burton, mientras que la vieja dama gritaba aterrorizada”. “¿Qué podemos hacer con esta diablesa?”. “¿Le cortamos el cuello?’, sugirió el sirviente”. “No, no podemos hacer eso. Átale los brazos, amordázala con tu pañuelo y déjala. Tenemos que irnos inmediatamente”.
La elección de esta aventura no es gratuita; está extraída de una de las obras que escribió Burton en su juventud 4, textos plagados de elaboraciones ficticias y, al mismo tiempo, evidentemente autobiográficos. Lo cierto es que Burton, cuando prepara su viaje a las ciudades prohibidas, construye su disfraz con la minuciosidad de un novelista. Selecciona con cuidado
3 J. C. Simmons: Peregrinos
apasionados, pág. 138. Mondadori, Madrid, 1989. 4 Cfr. Goa and the Blue Montains; or Six Months of Sick Leave. Londres, 1851.
la nacionalidad que adoptará, el estrato social al que pertenecerá, el oficio e incluso la personalidad de la que hará gala, todo para convertirse en su propio “informador”. Así, quien peregrina a la Meca será Mirza Abdullah, médico y derviche afgano; una elegante combinación de caracteres que le permitiría cierto margen de excentricidad que disculpase posibles errores y, al mismo tiempo, un galénico acceso a amplios sectores de población. Las hazañas del capitán Burton parecen encontrarse más allá de la distinción entre realidad y ficción, es decir, de la asimilación de ficción y falsedad. Al conseguir fingir convincentemente distintos personajes árabes, pone de manifiesto un ejemplo límite del contacto intercultural, en el que todo con junto nomológico, incluido el propio bagaje ideológico, se muestra como convencional. De este modo, la propia vida de Richard Burton saca a la luz una ubicuidad de la ficción que, a buen seguro, desesperaría a cualquier avezado deconstructor. En su vida y en sus obras, el hipertexto siempre parece adelantarse a cualquiera de los ardides típicos de la microastucia; tras su muerte, los médicos descubrieron que su cuerpo estaba literalmente cubierto de cicatrices a consecuencia de su participación en ritos lacerantes sufíes5: resulta fácil imaginar el gesto de fastidio de cualquier derridiano de
5 T. Wright achaca estas cicatrices a los
combates en los que participó Burton. Sin embargo, parece mucho más plausible la hipótesis de Rice, quien afirma que “la CLAVES
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yor importancia, Burton disuelve la escisión entre una vida interior, lugar de la verdad y la certeza, y una exterioridad susceptible de mentir, de engañar a través de miles de añagazas, para establecer así un contexto de validez cercano a lo poético: “Se debe preferir lo imposible verosímil a lo posible inverosímil”, aunque también “es verosímil que sucedan cosas al margen de lo verosímil” 9.
Richard F. Burton
y voluntaria negación de lo que pro ante la impertinencia, clara- liberada el hombre considera ser la verdad en mente obscena, que supone tal materia tan sacra como la religión. Seexplicitud de las marcas, tal evi- mejante violación de la conciencia no puede justificarse por la meta que el redencia de las huellas. 6 De hecho, Burton fue dura- negado tiene ante sí” . mente criticado en su época por De alguna manera, Burton fue disfrazarse de musulmán, por re- plenamente consciente del carácnunciar a la subjetividad occi- ter siempre fronterizo de su vida, dental. A este asunto dedica el de estar viviendo en un peculiar líprólogo a la tercera edición de mite en el que toda costumbre Mi peregrinación peregrinación a Medina y la (religiosa, sexual, militar, litera Meca, recordando los reproches ria…) se presenta como una inque otros viajeros (Alí Bey, vención que es posible imitar 7. Buckhardt…) habían sufrido Así, Así, no pu pudo do dej dejar ar de señ señala alarr en en el por idéntico motivo. Burton no libro que cierra su producción deja de llamar la atención sobre centrada en la India lo fácil que rela índole explícitamente moral sultaba en el Este crear “extrema de estos ataques, citando algu- confusión entre realidad y ficnos de los más llamativos: “No es éste el lugar para discutir la moralidad de un acto que implica la decausa más probable de las cicatrices perceptibles en el cadáver de Burton ha de ser su éxtasis al implicarse en la sama’ y en la danza de las espadas propias de los khanqahs sufíes” (Rice, op. cit., pág. 537). Nº100
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CLAVES
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6 Apud. R. F. Burton: Burton: Personal
Narrative of a Pilgrame to Al-Madinah & Meccah, trad. esp. Mi peregrinación peregrinación a Medina Medina y la Meca (3 vols.), vol. I, pág. 18. Laertes, Barcelona, 1983-1985. 7 El proceder mimético de Burton no se limita a sus disfraces. Así, por ejemplo, su traducción del Kama Sutra consiguió
ción”8. Resulta desconcertante la naturalidad con que logra escapar a la falacia de la sinceridad unívoca, esa extendida creencia en que a todo disfraz subyace un fondo de honradez con uno mismo. La plenitud personal queda anulada en el momento en que se comprueba que no es más que una perspectiva ideológica más, una de las múltiples posiciones que se pueden adoptar en un sistema de reglas cuya calidad privilegiada aniquila el disfraz, al mostrar la contingencia de todo juego. Sigilosamente, sin darle ma-
convertir la obra en un clásico del erotismo a base de enmendar con sus conocimientos el original que, en comparación, resulta más bien tedioso y algo pedestre. Tampoco hay que olvidar el texto que recoge una síntesis del pensamiento de Burton, The Kasidah, escrito siguiendo pautas poéticas sufíes y bajo el seudónimo de Ha ji Abdu El Yezdi. 8 Falconry in the Valley of the Indus, pág. 87, Londres, 1852.
Términos que, al abandonar el universo de la poies poiesis is para trasladarse, a través del disfraz, al mundo de las acciones, adquieren un curioso espesor praxeológico. No en vano ha sido amplio motivo de discusión la cuestión de si Burton era o no verdaderamente musulmán. Sin lugar a dudas, se trata de un debate enteramente espurio. Muy tempranamente, Burton adoptó la táctica que utilizaban los ismaelíes para defenderse de los musulmanes ortodoxos: el encubrimiento de las propias creencias o taqiya. Se forma así un extraño círculo de herejías. Porque, Porqu e, en efecto, lo que apasiona de Burton es que sus embozos carecían de toda vocación trocaica; no fue sólo un espía al servicio de su majestad que de cuando en cuando se disfraza de derviche para mejor intrigar contra el moro infiel. Éste sí es el caso de T. T. H. Lawrence; su vovocación arábica jamás dejó de mostrarle como lo que era: un agente secreto, ligeramente alienado pero de una eficiencia inaudita. Pocas dudas caben ya de que la principal actividad pro9 Aristótel Aristóteles: es: Poética, 60a26-27 y 61b15.
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SIR RICHARD F. BURTON
fesional de Burton fue la de espía mitía11. (un peón más en la compleja Y,, pese Y pese a todo todo,, hast hastaa aquí aquí nad nadaa partida colonial decimonónica, hay de sorprendente: tan sólo un a menudo zarandeado por las retrato más de una de esas vidas decisiones de la “alta política” violentas y agitadas, uno de esos imperial tan alejadas del campo periplos biográficos que, muy en de batalla), pero, curiosamente, el fondo, a todo heredero de las es ése el único aspecto de su vida luces ilustradas le hubiera gustado del que apenas tenemos noti- recorrer. La peculiaridad que lo cias10. Da la impresión de que, a distingue, y de la que tan sólo Alfin de cuentas, su uniforme de berto Cardín parece haberse ocusoldado no deja de ser el disfraz pado con un mínimo de seriebajo el que se esconde un apa- dad, es que su trabajo como sionado filólogo que aprovechó etnógrafo goza de un rigor insossu destino militar en la India pa- layable. Sus disfraces dejan de para estudiar y comenzar a trabajar recer entonces una pura burla. en la traducción de las monu- Sus máscaras de derviche o de jementales obras maestras de la li- que que le permitieron viajar por teratura erótica que, no sin cier- tierras prohibidas a los occidento malicioso aire de contuber- tales se muestran de golpe como nio, introdujo en la sociedad una instancia gnoseológica de un victoriana. valor incalculable, toda vez que, Pero, al mismo tiempo, tras como escribe Cardín, los detallasu máscara de erudito se guare- dos informes de Burton acerca ce un joven que se empecinó en del mundo árabe sólo pueden ser expulsado de Oxford, que compararse a la Enciclopaedia of despreciaba profundamente el Islam12. mundo académico y gustaba de En Burton no hay observaromper las pueriles jerarquías ción participante, ni antropólouniversitarias, universitari as, retando a duelo a gos y autores, ni etnografía refleaquellos estudiantes que se reían xiva, ni militancia antiimperiade sus excentricidades. Burton lista, ni mucho menos cárceles es un espía inglés en Oriente… lingüísticas. Nada que impida o el quintacolu quintacolumnista mnista de la bar- dar cuenta de que la auténtica barie en el Reino Unido. Si va- dificultad con la que tropieza la mos despojando cada brinza de etnografía es la de no ser capaz esta especie de cebolla biográfi- de pasar por nativo. El plano ca, probablemente sólo nos que- “objetivo” de la obra de Burton, de al final el retrato de un bro- la excepcional y convincente remista. El mismo que dijo haber presentación del islam que facidescubierto a los descendientes lita, está brutalmente legitimade las 10 tribus perdidas de Is- da por el hecho de que, al menos rael (despertando la admiración para los musulmanes musulmanes (si “engañade los especialistas en la materia) dos” o no es precisamente lo que o escribió un informe militar hay que discutir) era musulmán. acerca de los prostíbulos indúes, Cuando Burton ofrece un dato ligeramente más documentado de lo que la moral castrense per10 Sin lugar a dudas, el mayor misterio
respecto a la vida de Burton, al margen de los distintos intereses más o menos cotillas de sus biógrafos, sigue siendo el de su via je por Estados Unidos, en el que Burton aprovechó para visitar Salt Lake City, la ciudad de los mormones [Viaje a la ciudad de los santos (El país de los mormones), Laertes, Barcelona, 1986]. En concreto, el misterio se centra en torno a la época que pasó en Nueva Orleans, poco antes de que estallara la crisis que escindiría la Unión, en un momento en que Inglaterra tenía considerables intereses en apoyar la causa sudista. 70
11 Se trata, por supuesto, del famosísimo Epílogo a las mil y una noches (Laertes, Barcelona, 1989), editado también bajo el título The Sotadic Zone, en el que se da cuenta de las costumbres sexuales en los países islámicos. A pesar de lo mucho que se ha escrito sobre este ensayo, a uno le acaba quedando la sensación de que su tono arcaizante, sus explicaciones de las costumbres en términos climatológicos o la exuberante erudición desplegada corresponden más a una cuidadosa broma que a alguna clase de militancia homosexual. 12 Prólogo a la tercera edición españoperegrinación…, op. cit., vol. I, la de Mi peregrinación…, pág. 10.
empírico sobre el islam, necesariamente sabe lo que se dice; la prueba irrefutable es que sobrevivió para escribirlo. Buena cuenta de ello da aquella historia que, siempre fanfarrón, tanto le gustaba contar. Cierta noche en que se encontraba en el desierto se alejó de la caravana para orinar. Puede que la oscuridad le hiciera confiarse y bajar la guardia; el caso es que comenzó a orinar de pie, a la manera occidental, y no en la postura que adoptaban los árabes. Un muchacho que casualmente pasaba por allí le vio, comprendiendo inmediatamente que era un impostor. Burton, al saberse descubierto, no lo dudó un instante, se abalanzó sobre él y le acuchilló. Las infinitas contingencias no permiten un respiro; en ningún momento se puede dejar de ser musulmán: “Finalmente, llegamos al otro lado del Darb, donde a punto estuve de descubrirme al confundir el destartalado lugar de entierro de los cismáticos Na jawilah con Al Bakia, el glorioso cementerio de los Santos. Hamid corrigió mi error con aspereza, a lo que yo repliqué con no menor acritud, diciendo que en mi país –Afganistán– quemábamos los cadáveres de todos los herejes que caían en nuestras manos. Tal costumbre, verdaderamente islámica, fue escuchada con general aprobación”13.
La “metodología” etnográfica de Burton exige un minucioso disfraz pragmático en el que se comienza a conocer al otro desde el momento mismo en que se empieza a ser el otro. Por eso, como el propio Cardín señala, su escritura es reconstructiva, sus textos se alejan enormemente de la típica narración decimonónica de un viaje. Se trata de una construcción enteramente operatoria que, sin llegar a elaborar estructuras teóricas, marca parámetros praxeológicos que legitiman la etnografía como, si no verdadera, al menos sí fiable. Resulta curioso verificar que los textos de Burton, quizá quien más razones tenía para convertir 13 R. F. Burton: Mi peregrinación…, peregrinación…, op. cit., vol. I, pág. 30.
sus libros en novelas freudianas, adolecen de una tediosa minuciosidad. Ni siquiera hace falta comparar su severo estilo narrativo con el atormentado romanticismo de Lawrence; basta comprobar cómo Stevenson consigue convertir un paseo en burro por la campiña francesa en una suerte de periplo mítico14, o la forma en que Goethe transforma un señorial viaje a Italia en poco menos que una experiencia mística. Aún más, Burton puso mucho cuidado en señalar cuáles eran los límites pragmáticos de su “narración personal”, en explicar por qué a la hora de narrar sus viajes –y a la diferencia de otros viajeros occidentales, como acertadamente señala Goytisolo15– se desprende de su disfraz: “Quizá algunos muestren curiosidad por saber las medidas que hube de tomar para poder aparecer de pronto como un oriental en medio del escenario de la vida oriental, y puesto que tal relato puede resultar útil para futuros aventureros, no intentaré disculparme por la apariencia egotista de mi narración”16.
Precisamente la única referencia que la “nueva antropología” hace a la obra de Burton 17 es para situarlo en ese contexto del viaje “personal” –quizá “turístico” sería un calificativo más apropiado– que tanto parece gustar a Crapanzano, Rabinow y compañía. La antropología posmoderna y sus complicados epiciclos no han conseguido sino la definitiva eliminación de una instancia, tan básica en las compresiones políticas clásicas como es el estatuto de extranjero. Lo procelosos remordimientos “poshumanistas” que persiguen a la última camada de antropólogos
14 Cfr. R. L. Stevenson: Viajes con una
burra. Edhasa, Barcelona, 1971. 15 Cfr. J. Goytisolo: Crónicas sarracinas. Ruedo Ibérico, Barcelona, 1982. 16 R. F. Burton: Mi peregrinación… Op. cit. Vol. I, pág. 30. 17 Tan sólo M. L. Pratt se ha ocupado, ocupado, siquiera periféricamente, de Richard Burton: ‘Fieldwork in Common Places’, en Clifford and Marcus (ed.), Writing Culture. University of California Press, Berkeley, 1986. CLAVES
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CÉSAR
norteamericanos han borrado el horizonte etnográfico de comprensión de la barbarie18. Sin embargo, se trata de una categoría perfectamente clara para Burton; su admiración sin límites por la civilización musulmana, que consideraba muy superior a la cristiandad, en ningún momento fue óbice para que expresara crueles prejuicios, con todos los visos de haber sido cuidadosamente elaborados, en relación a otros pueblos. En realidad, resulta muy interesante comprobar cómo la categorización del extranjero cambia para Burton en los distintos “papeles” que representa. En una misma obra alaba primero las costumbres árabes para, pocas líneas más abajo, mostrarse quejoso de la barbarie que le rodea. Así, en otra carta a 18 Llegados a este punto, resulta obli-
gada la referencia a una de las grandes asignaturas pendientes de la antropología de nuestro país; se trata, por supuesto, de la obra de Gustavo Bueno Etnología y uto pía. Júcar, Gijón, 1987 (1ª ed. 1971).
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Milnes, escrita también en la época en que era cónsul en la isla africana de Fernando Poo, escribe: “Me proponía, con una curiosidad prodigiosa, ver a cinco mil vírgenes africanas adultas, por no haber conocido nunca un solo espécimen. Descubrí que la mayor parte habían sido descubiertas en flagrante adulterio, y entregadas al rey para su uso personal, en vez de haber sido ejecutadas. Eran casi todas ya viejas, y todas repugnantes. A las oficiales las habían escogido decididamente por el tamaño de sus traseros”.
Quizá no sea mera retórica afirmar que Burton mimaba sus propios prejuicios, los conocía y cultivaba exhaustivamente porque conocía su valor. Sus disfraces no consistían sólo en ropajes orientales, una circuncisión y la piel teñida con alguna sustancia bituminosa. Debía conocer todos y cada uno de los gestos que componen una cultura, desde con qué mano se agarra la comida hasta los comentarios varoniles que ante un grupo de amigos se debe proferir. Un buen ejemplo de esto último es
un bello párrafo donde describe, con una minuciosidad endiablada, la forma en que se debe beber un vaso de agua si se desea pasar por musulmán. Se traza así la abrupta frontera que separa, y al tiempo une, la descripción y la acción, de forma tal que es ya imposible considerar la cultura como una totalidad expresiva en la que cada su jeto refleja refleja la identidad identidad del con junto. jun to. Aqu Aquíí la etno etnograf grafía ía cons consist istee en adoptar un lugar peculiar de la acción en el entramado social que se describe; requiere, por tanto, una dolorosa labor pragmática de mediación. El disfraz establece momentáneamente una determinación diferencial que nunca acaba de clausurarse, en la medida en que se distancia de cualquier identidad “interior” aparentemente fijada para siempre. Es decir, muestra la contingencia de cada papel reificado, tanto el propio como el ajeno. Uno nunca se disfraza simplemente de “árabe”; es importante que la máscara esté escrupulosa-
RENUELES
mente detallada, determinada hasta en sus más nimios detalles. El disfraz se va definiendo con tal minuciosidad que se convierte en acto, de forma que su cierre conceptual pasa a ser contingente: cualquier clausura demasiado forzada es literalmente peligrosa, pues es susceptible de ser aniquilada por algún movimiento pragmático. Nada tiene que ver esto con ninguna clase de escepticismo; más bien traza la índole crítica de toda reflexión racional sobre los grupos humanos, la referencia de las ciencias humanas a eso que antes se llamaba polític política. a. En realidad, no estamos exponiendo nada más que lo que “de hecho” ocurre en todo buen trabajo de campo19. Lo excepcional es que Burton consigue superar las medias tintas en las que, por razones obvias, suele quedarse cualquier etnógrafo con un adarme 19
¿Será necesario recordar el trabajo de W. F. Whyte Whyte Street Corner Society?
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SIR RICHARD F. BURTON
de sentido común, y realizar así un trabajo de campo modélico, un trabajo de campo llevado a su límite último. Tan ejemplar fue su contacto con la alteridad que parece disolverse su propia identidad personal; nunca se sabe cuál es la posición de de la sinceen su vida y en su obra. ridad Aparecen curiosos bucles, nuevas máscaras superpuestas. Así, disfrazarse de peregrino musulmán también significa, literalmente, disfrazarse como se disfraza un peregrino musulmán: “Posteriormente pude ir viendo de qué modo todos mis compañeros de via je iban metamorfoseándose de manera igualmente notable. Como hombres sensatos que eran, aparecían en harapos allí donde eran, o deseaban ser, desconocidos, y vestían con finos trajes donde y cuando el mundo debía juzgar su prosperidad en vista de su atuendo” 20.
gar a ser falsa. Un límite cuya piedra angular es precisamente la posibilidad de discernir dos polos conjugados; una pluralidad –constatada como tal por el disfraz– que internamente –desde el prejuicio que la acompaña– es isoglósica. Por eso Burton ha ocupado siempre una posición ambigua para sus lectores de este siglo: por una parte, se le ha considerado un ferviente antiimperialista y, por otra, una especie de taimado colono21. Una tensión que ningún biógrafo ha dejado de señalar. Lo cierto es que incluso en sus libros, que escribe aceptando sin ambages su papel de británico (uno se siente tentado de decir “bajo su disfraz de británico”), hay duras críticas al colonialismo, pero, en no menor número, indicaciones estratégicas para mejorar la posición del imperio. ¿Qué clase de espía es un hombre que acepta entusiasmado sus misiones, ansiando alejarse de las “afeminadas” costumbre del país al que sirve? ¿Qué clase de antiimperialista hace planes para conquistar el corazón mismo del islam?:
A partir partir del siglo siglo XIX se ha ido desarrollando una verdadera autoconsciencia antropológica; las vicisitudes de la “cultura” han superado con creces el ámbito académico. Sin embargo, ésta es una textura ideológica a la que Burton es irreverentemente ajeno. “Cultura” para Burton sigue siendo poco menos que sinónimo de “Sería aconsejable estar representaerudición, de civilización, y no dos en el Hiyaz por un cónsul y en la esa triste reminiscencia de la vie- Meca por un agente nativo, hasta que ja noción noción de raza que que hoy se ca- sea llegado el día en que la marea de los mufla bajo el nombre de “etnia”. acontecimientos nos obligue a ocupar la Por eso, el colonialismo de Bur- ciudad madre del islam. Mi disculpa volver sobre este punto debe poton es plur plural al y extrañamente crí- por nerse por cuenta de mi naturaleza de tico: se sitúa al borde mismo de lo inglés, que no puede sufrir ver su nación científico. A veces es un soldado “por detrás de nadie”, ni siquiera en inglés dispuesto a hacer todo lo Yeddah”22. posible por ampliar los límites del imperio; en otras ocasiones es un Hablar de influencia sería de refinado musulmán que desprecia una ingenuidad atroz, pero, aun a profundamente profundamen te la vulgaridad oc- sabiendas de los peligros que encidental. Burton en ningún caso cierran los remedos plutarcianos, acepta la nivelación acrítica de to- es difícil vencer la tentación de dos los grupos humanos entre sí; encontrar misteriosas líneas comás bien parece establecer el lu- munes entre Richard Burton y gar del disfraz como límite mis- Pascal. Burton aparece casi como mo de esa nivelación. En la posi- la inversión especular de la “conbilidad de adoptar el prejuicio versión” pascaliana, el opuesto que envuelve al disfraz, se expre- punto por punto de una misma sa la frontera paradigmática en la que toda costumbre, propia o aje21 Dos ejemplos meridianamente clana, se convierte en fict ficticia icia sin lle20 R. F. Burton: Mi peregrinación…, peregrinación…, op. cit., vol. II, pág. 11.
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ros son, respectivamente, los trabajos de Goytisolo (op. cit.) y E. W. Said: Said: Orientalismo. Libertarias, Madrid, 1990. 22 R. Burton: Mi peregrinación…, peregrinación…, op. op. cit., vol. III, pág. 104, nota 13.
imagen. Vidas extravagantes, desconcertantes para sus contemporáneos, que sacan a la luz la misma “falsedad”. Pascal renuncia a lo mundano, al divertissement, como ámbito del juego, de la instauración de sistemas de reglas constitutivas que proporcionan elencos de posibilidad de sustracción a la temporalidad cotidiana. cotidiana. Su atormentada introspección culmina en el descubrimiento de que aquello que parecía el yo, la sustancialidad por excelencia, es en realidad una pura y simple nada. El juego evita que el yo se enfrente a la ausencia de plenitud que define su esencia; por eso la conversión se cifra en términos de una auténtica aniquilación a través del rigorismo ascético. Nada hay al margen de los sistemas de reglas convencionales; incluso la geometría, como escribe Pascal en una carta a Fermat, no es más que un entretenimiento trivial. El establecimiento de una continuidad de espacios ficticios de representaciones codificadas evita la melancolía que sucede a la consecución de los objetivos, siempre triviales, que componen la vida social. La complejidad reticular de los símbolos encubre ese anonadado descubrimiento de lo menesteroso, por contingente y convencional, de los espacios mundanos. La vida entera de Burton es, en cambio, una auténtica hipertrofia del “divertimento”. Perseguido por un tedio acuciante, no duda ni un instante en probar todo “juego”, cuanto más peligroso mejor, que se le pone por delante (drogas, caza, guerra, sexo, viajes…). A fin de cuentas, qué mejor juego que el lenguaje 23 Como nos recuerda Giorgio Agam-
ben (Estancias, caps. I y II, Pre-Textos, Valencia, 1995), la tristitia formaba parte de los pecados capitales que, en las más antiguas tradiciones patrísticas, eran 8, y no 7. Posteriormente, la tristitia fue absorbida por la acedia para, más adelante, converger con la melancolía. 24 Quizá el viaje más arriesgado de Burton fue el que le llevó a la ciudad de Harar: R. Burt Burton, on, Primeros pasos en el este de África. Expedición a la ciudad prohibida de Harar. Lerna, Barcelona, 1987. 25 Frank Harris: Contemporary Portraits. Nueva York, 1963.
comprueba la naturaleza constitutiva de las normas; la diferencia entre lengua y habla proporciona el horizonte de comprensión de un juego al que nunca se puede dejar de apostar, una partida a la que estamos abocados indefectiblemente. Y tanto que Burton aceptó la partida: precisamente una de las causas de su fama fue su extravagante capacidad para aprender un idioma en escasísimo tiempo. En ese aventurarse en cualquier juego, viviendo la propia vida como si de una representación teatral se tratase, se muestra un nuevo anonadamiento pascaliano; el yo desencalla de las arenas de la identidad etnocéntrica, para naufragar en las aguas de la multiplicidad. Del mismo modo que la conversión descubría que nada había tras la máscara, el disfraz llevado a su extremo hace olvidar lo que había tras la máscara. Ya sólo queda perplejidad y tristeza23. Si la conversión nos enfrenta a Dios como una nada esencial frente a su plenitud, el disfraz y la aventura, la plenitud de la acción, nos acercan a una nueva inesencialidad, a una hipertrofia del juego y la ficción que, como el propio Burton señaló, sólo puede estar guiada por… el diablo. Diabólica y herética fue su obsesión por visitar las ciudades santas, gozando de mayor satisfacción cuanto más peligrosa fuera la empresa24. Diabólica y herética fue su actividad como editor de obras eróticas en su propio país. Siempre fementido, Burton vivió melancólicamente esa fuerza que proporciona la ubicuidad de una acción que se sabe al mismo tiempo contingente y perentoria. Cuando Frank Harris25 se lo encontró, ya anciano, no sólo le sorprendió su aspecto de ermitaño salvaje sino, sobre todo, su aire de tristeza fúnebre. Para Harris era evidente que “en lo más profundo de su ser latía la lúgubre desesperación de una incredulidad absoluta”. ■
César Rendueles es traductor.
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C I N E
CONTRA EL CINE VICENTE MOLINA FOIX
uan Gil-Albert fue un anciano pulido y escenográfico, pero a él estos adjetivos no le habrían gustado. Su coquetería –¿y por qué un hombre no va a tenerla?–, de tan escrupulosa, podía caer en el pintoresquismo: el tableau vivant. Jua Juann preparaba preparaba con tanto sentido del efecto bello y la formalidad elegante sus entornos, su atuendo, sus manos, su palabra, que a veces el figurón predominaba sobre la persona del poeta. Poeta grande, autor de esa novela única y absorbente que es Valentín, escritor de alta inteligencia expresada en una prosa que para mí figura entre las más hermosas del siglo XX castellano. Le vi algunas veces en Madrid y en su esmerada casa de Valencia; nos escribimos, le elogié en privado y en público, algo que él, tocado por el comprensible síndrome de los grandes artistas reconocidos mal y tarde, no sólo escuchaba con agrado, sino esperaba de ti. Vanidoso. Tenía derecho a serlo. Siempre he visto un hilo tendido –aunque no conectado– entre el viejo escritor de 75 años, Azorín, Azorí n, que, que, ajeno al cine toda su vida, lo descubre en 1950 y se entusiasma, lo frecuenta, lo indaga y escribe, en un periodo de poco más de diez años, luminosos artículos de crítica, y Gil-Albert, el exiliado republicano que regresa de México recién cumplidos los 40, vive apartado de la primera fila de las letras en su provincia valenciana, y, tras haber sumado su voz a la de las vanguardias de la República maravilladas por el cine, lo fustiga ahora en un librito que llama Contra el cine. Los dos de Alicante, y estilistas (si bien el más joven se pone baNº100
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Mientras que el esmirriado Azorín se sube a la locomotora del “inconsciente óptico”, de la fugacidad del Tiempo en la pantalla, sin molestarle que en un melodrama de Hollywood el puro devenir se imponga al ser, el dandi Gil-Albert que ha perdido una guerra, una fama, amigos y algún amor transoceánico, no está dispuesto a renunciar al patrimonio de sus bienes culturales. Por eso increpa a los que le animan a dejarse ir, a hacer la vista gorda en el barullo del oropel, a disfrutar del cine como de un tobogán: “Esto es lo que querían que abandonáramos a la puerta del cine. Todas aquellas adquisiciones impalpables que han hecho de nosotros un lince humano, toda esa percepción de inverosímiles mutaciones, de las que vivimos hoy, para mal o para bien”. Juan G il-Alb ert
jo el el manto manto del del Otro, Otro, el tercer tercer es- puedan a veces sonar semejantilista que da la zona, Gabriel Mi- tes. Sigue yendo al cine, se deró). Los dos, pequeños de talla. cepciona, le da a cada nueva pe Azorín, al al que sólo vi vi muerto en lícula oportunidades de crecer a el velatorio de la calle de Zorrilla, sus ojos severos, de hacerse eniba modestamente atildado y con tender por él como algo más que un sombrero de la preguerra; Gil- una paparruchada pueril; se re Albert, Albe rt, seg según ún una ley leyenda enda del exi exi-- siste a dejarlo metido en el saco lio, se gastó el dinero de una co- nostálgico de las ventoleras de lecta que sus amigos hicieron en juventud. Y aun así: México, para que no pasara ham“El cine no me interesa, pero tambre, en un fastuoso abrigo de pe- poco me distrae. Conozco a personas lo de camello. Los dos publicaron inteligentes que aceptan que el cine pueen el mismo año 1955, sin cono- da no interesar como arte; ellos ni sicerse, sus libros esenciales sobre el quiera lo consideran como tal, pero les cine: Azorín, El efímero cine; Gil- distrae, van al cine, como dicen, a distraerse, sin más. No sé si les envidio. Albert, su diatriba. diatriba. hacen?, me pregunto. ¿Dejarse en Lo importante de Gil-Albert ¿Qué la puerta su formación, su cultura, sus es que no pertenece al género de ideas, su gusto, y entrar allí limpios, no los sedentarios fundamentalistas de polvo y paja, sino de grano, de susdel logos, aunque sus argumentos tancialidad tancialidad,, de espíritu?”.
¿Y a cambio de qué, se pregunta Gil-Albert? ¿Un arte nuevo, una vida más alta? Según él, “al cine le falta ese cordón umbilical que une la forma al centro viviente que le transfiere el “ser”; queda reducido siempre a unas imágenes fragmentariamente admisibles y hasta en ocasiones, preciosas –como expresión–, pero en conjunto nos producen ese malestar que resulta de remedar lo auténtico con habilidad, pero sin conocimiento de causa”.
El escritor de Alcoy es perspicaz, pero le falta mundo. O dicho con crueldad: cultura. Precisamente. Cultura cinematográfica. El cine son todos los cineastas, incluidos los invisibles y los remotos. Es una injusticia descabellada que un poeta condene al cine por ser “un espectáculo multitudinario” y “porque, necesita, además, dinero”. ¿Aca73
CONTRA EL CINE
so las masas ilustradas del XIX en las películas del repertorio co- orema, Dulce pájaro de juventud leían a Mallarmé y Holderlin? Y mercial no avanzadas doctrinas o Instinto básico, y montadores e la industria de la edición: tam- fílmicas ni nuevas olas, que, se- iluminadores también hicieron bién se basa mayoritariamente gún le reveló al gran crítico de su importante contribución. La en el dinero y no en los nombres Cahiers du Cinéma y director genuina pasión interior que hay de Musil o Lezama Lima. ¿Co- Jacques Rivette, a él no le inte- en estos profesionales es, sin emnocía Gil-Albert el cine que ca- resaban, sino la “substancia de bargo, la que nos hace amarles. llada pero denodadamente hizo los sueños”. En un pasaje de Contra el cien Portugal Manoel de Oliveira, Diríase también que a Gil-Al- ne, Gil-Albert se pregunta: el de Bresson y Pudovkin, el de bert el cine le anonada en su “¿Quién podría soportar a diario Ozu y Satyajit Ray, o, sin poner- apabullante corporeidad. ¿Era a Shakespeare?”. Curiosa prenos exóticos, el de los indepen- Juan un poco puritano? No le gunta, y más curiosa respuesta. dientes de la escuela de Nueva conocí lo suficiente. Algo tiene “Pues al cine se va a diario –bien York, Y ork, el el de Welles elles,, el que, a tran- de razón cuando escribe: a Shakespeare o al cowboy–, se cas y barrancas, consiguió hacer soporta a diario, se goza a diario, “No se va a ver Hamlet ni Gilda, se Stroheim? se ‘necesita’ a diario. Esta necesiva al cine, a la penumbra viciosa, a la ¿Diría, si así fuera, que “el despersonalización del yo, a sumirnos dad adopta las característic características as de más enrevesado problema: esté- en aquel erotismo flagrante que son los un hábito, de una rutina o, intico, moral, psicológico, de con- actores en manos de la cámara acaricia- cluso, de un vicio”. ciencia, no va nunca en la pizarra dora, en todo ese esplendor olímpico Es cierto que el cine adquiere pupilas, aletas de nariz, comisuras de del cine más allá de las ecuacio- de para mucha gente categoría de labios, barbilla rizada, nuca expresiva, nes de primer grado; en general, formas, formas más o menos acentuadas proveedor a mansalva de ficción. nada se sale de las proporciones por la sexualidad”. A menudo, la línea que separa exigidas por las páginas de texto costumbre amigable y voluntad de un colegial, y de ahí que la La oscuridad. La concurren- de conocimiento es borrosa: gente se encuentre tan cómoda- cia gregaria. Los actores. Natu- quedas para ir al cine y no para mente arrellanada en esa medio- ralmente. Son peligros y tenta- leer una novela en grupo, y aunpenumbra viendo cómo le sir- ciones del cine; salidas por la que sí vas al concierto y al teatro ven, por procedimientos tan ex- tangente de nuestra intimidad. en compañía, los programas espeditivos, los mayores adelantos A Gil-Albert, seguro seguro del espacio espacio tán elegidos de antemano, y las del siglo. Es el triunfo de la co- acotado por su yo, le da recelo entradas compradas. Al cine sales lectividad”? ¿Leen las colectivi- que otro viva por él en la panta- de casa sin predeterminación, y dades a Pessoa, Montale o Anna lla una hermoseada intensidad al llegar a la puerta de las multi Ajmatova? ¿Se arrellana la clase superior. Le atrae y le intimida el salas decides la película. media en sus comedorcitos ro- actor o la actriz, y para silenciar Hoy, por lo demás, todos los deada de cuadros de Anselm el “motor oculto de su fascina- placeres se sirven a domicilio Kiefer o esculturas de Louise ción” les rebaja la capacidad ar- (los sucedáneos videográficos y teBourgeois? tística, llamándoles “profesiona- levisivos del cine, el CD, el DVD, Ni siquiera buscando distrac- les del amor”. y lo que nos queda por ver). ciones básicas tuvo suerte nuesLas putas y los putos del tea- Ahora bien, decir, decir, como lo hace tro querido autor: tro los tenemos delante: si sudan Gil-Albert, que al cine se va “no les vemos sudar, si se equivocan a acrecentar la vida, como ante “Yo entraba a distraerme, por unas breves horas, de la realidad –tal vez si no hay rectificación, si son bajos un cuadro, con un conocimienbailaran, si cantaran inútilmente, si hi- nos parecen bajos, si son gordos to estáticamente inefable, o ante cieran piruetas, si trataran de ilustrarme advertimos la carne allí donde una sinfonía, con una pitagórica sobre la selva virgen o sobre el micros- les sobra, si andan a trompicones modulación astral, sino a depocópico mundo de las amibas, que son o desgarbadamente así seguire- nerla, a salirnos de nosotros mis‘realidades’ ‘realidade s’ tan fantásticas, hubiera pomos sus pasos por el escenario. mos”, es una cruda tergiversadido distraerme; pero no, me meten de golpe en un mundo tan real, con asfal- Por el contrario, la trucancia es- ción. El vicio de leer novelitas to y todo, incluso con guardias del trá- tá al servicio de las grandes co- rosas o escuchar machaconacottes del cine, pero el milagro es mente a Ricky Martin no desfico, que no puedo evadirme”. incapaz de infundir la gracia del virtúa la literatura de Thomas ¿No se tropezó en ningún ci- arte. Ni Sternberg ni Buñuel, ni Bernhard o las canciones de ne de barrio con las gold-diggers Pasolini, Richard Brooks o Paul Schubert. La gran novela y la de Busby Berkeley, ni con los Verhoeven han podido convertir gran música llevan siglos convimusicales oníricos de Donen y en profunda verdad interpretati- viendo con la bazofia escrita por Minnelli? Viviendo en Nueva va la hermosura de Marlene Die- quienes también llamamos no York, Y ork, Claude Lévi-Strauss, asi- trich, Ángela Molina, Terence velistas y compositores. Y su arduo y poco selectivo espectador Stamp, Paul Newman o Sharon tisticidad sobrevive. de los pequeños cines del Village Stone. La ayudaron con su proUna masa de público irá una (“una especie de retiro al uso del pio talento de autores de Moro Morocc- noche al cine a ver una trepihombre moderno”), encontraba co, Ese oscuro objeto del deseo, TeTe- dante nadería de efectos especia74
les y gore gore burbujeante y, fuera de sí, bramará. A la misma hora, en la sala de espera de un aeropuerto o en no importa qué hogar, millones de personas honestas gozan sin juicio de la basura sentimental impresa y del pulp fiction. Deponiendo la vida, como diría Gil-Albert. Un cuadro, una sinfonía, la acrecientan, según él. ¿Siempre? ¿Necesa ¿Necesariamente? riamente? Mas de repente, en 1966, el puntilloso autor de Contra el cine descubre que “era de la pantalla cinematográfica de donde iba a serme lanzado un motivo de emoción espectacular que, en estos últimos tiempos, no podía ser comparado a nada”. Una tarde cualquiera en algún cine de estreno de Valencia, “un contenido artístico que se me muestra aquí expresado con el dominio de una plenitud excepcional propia, en arte”. El gatopardo. Aunque en el texto que le dedicó, Homenaje a Luchino Visconti , menciona la palabra rectificar, se nota que Gil-Albert no está en edad de desdecirse del todo. “La película es superior al libro”, reconoce este letraherido, y me imagino el daño que le haría su afirmación; “una obra perfecta, acabada, completa, cabal”. Si una sola obra que para muchos, entre los que me cuento, no es la cima del cine, entra en el reino del arte como un cuadro, como la mejor novela de Flaubert, como una sinfonía, entonces, concluimos nosotros el silogismo que Gil-Albert dejó inacabado, se trata de salir más de casa a buscar –y las hay– las películas que nos convierten en linces humanos. ■ [Capítulo de unas memorias ensayísticas sobre el cine de próxima publicación en la editorial Temas de Hoy].
Vicente Molina Foix es escritor. Autor de La mujer sin cabeza y La misa
de Baroja. CLAVES
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G AL ER ÍA
D E M ÚS IC OS
HÄNDEL JAIME DE OJEDA
ientras todo languidecía en la España España de Carlos II, en Europa se vivía una auténtica fiesta musical. Triunfaba el “clave bien templado”, que, con la afirmación de la tonalidad, permitió un desarrollo extraordinario extraordina rio de la modulación. No es sólo el sonido de la música, que comienza a oírse moderna, sino el desarrollo de su forma, que la modulación permite en infinito cromatismo. El perfeccionamiento técnico de los instrumentos perseguía la explotación de esa nueva cantera musical y permitió, a su vez, una evolución que capturó a la expresión vocal. Los humanistas florentinos, en su afán por restaurar el drama griego, habían llegado a la conclusión de que era musicalmente recitado y acompañado de un coro cantado. Por ahí empezó el drama musical , que aún no se llamaba ópera, ligado a sus precedentes medievales; y el bel canto descubría en ese marco la libertad dramática de la voz. De esta forma, la segunda mitad del XVII nos ofrece el nacimiento de la música moderna que anunciaba Monteverdi con un pie en el pasado y otro en el futuro. Como ocurre siempre, sin embargo, esta evolución estaba íntimamente trabada con la transformación social que catalizó la guerra de los Treinta Treinta Años: mientras triunfaba en la música la modulación tonal, en la sociedad aparecían no menos triunfantes las clases medias. La música, hasta entonces, había sido espectáculo de corte, entretenim entretenimiento iento y telón de fondo de las figuras heroicas de la nobleza; los dramas musicales eran representaciones teatrales con temas mitológicos que aludían a eventos y sucesos de las Nº100
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familias reinantes en Turín, Milán, Ferrara, Parma y Mantua, y que terminaban con un ceremonioso baile de máscaras en el que la corte participaba junto a los actores. Ahora, las nuevas clases que surgían al pairo de la prosperidad mercantil de las ciudades libres y de las monarquías nacionales querían divertirse y estaban dispuestas a pagar para escuchar música en salas públicas, poniendo el apogeo mitológico al servicio de sensaciones dramáticas aliviadas por sainetes cómicos y costumbristas. El nuevo invento prendió enseguida en Venecia, donde las clases medias lo elevaron a una forma operística bien establecida, con Monteverdi a la cabeza. Las cortes italianas y Florencia competían con Venecia. Mientras tanto, en Roma, Felipe Neri había iniciado el oratorio: recitativos y arias litúrgicas, especialmente con temas bíblicos, entreverados con sermones. Los jesuitas lo desarrollaron hasta convertirlo en un verdadero drama litúrgico, con escenificación del Nuevo y Antiguo Testamento, en un esfuerzo por competir con las licencias carnales del carnaval. En su desarrollo, ambos géneros se fueron ligando considerablemente, incorporando al oratorio arias y cantantes de ópera, y ésta las actitudes litúrgicas de la ópera seria. El mundo protestante, cortado por la reforma de esta evolución humanista, continuaba con formas más próximas al drama litúrgico medieval, y especialmente las Pasiones. En vez de arias y cantantes singulares prefería corales y cantatas. Pero la moda italiana atraía a las clases medias y pronto Viena, las cortes meridionales y sobre todo la ciu-
dad libre de Hamburgo, abrían sus primeros teatros musicales. En ese clima social había prosperado particularmente Sajonia. De ubérrima agricultura, todo parecía favorecer a ese Estado alemán que, a mitad de camino c amino entre el Norte de Italia, y entre Francia y Polonia, combinó las corrientes de unos y otros. En ese crisol surgieron Telemann, Händel y Bach, tres lumbreras de la prolífica e imaginativa constelación de músicos alemanes de esa época. En nuestros días, sin embargo, cuando se habla de Händel es para suspirar que no es tan profundo como Bach. Pero es que se desconoce prácticamente la mayor parte de su obra; a muchos sorprendería saber que Händel fue, ante todo, un compositor de óperas (nada menos que 44), 31 oratorios dramáticos y otras 9 corales religiosas, que guardan una estrecha relación con su producción teatral, frente a sólo 5 obras vocales seglares y 10 obras instrumentales, entre las que los conciertos para órgano estaban destinados a ser tocados en los intervalos de sus oratorios. Si Bach se entregaba a la religiosidad profunda de la Reforma, prácticamente un místico, Händel se dedicó en cuerpo y alma al teatro: lo que quería era divertir, emocionar al público y prosperar en su fama y hacienda. Mientras Bach se sumía en una interioridad cuya grandeza su generación no acabó de comprender, Händel alcanzó la mayor fama operística de su tiempo en toda Europa. “Era el Rossini de su tiempo”, decía Wagner. De la misma manera que en Mozart, “siempre sentimos en Händel al poeta y al dramaturgo” (Reynaldo Hahn). Mientras Bach, Corelli, Vivaldi,
Gabrielli, Telemann y ambos Scarlatti se esforzaban por concretar la arquitectura del nuevo modelo tonal de la época buscando su ortodoxia formal, Händel fue un original, un orfebre de la elocuencia de la frase musical al servicio del drama teatral, para el que consiguió un inimitable sentido del color y del equilibrio orquestal. A pesar del del éxito que tuvo tuvo en su época, la posteridad ha recobrado a Bach y ha dejado atrás a Händel. Ha llegado a nuestros días sin el lustre que tuvo en su época: el estilo operístico de su tiempo, similar al de Calderón, ha caído en el mayor desuso; sus óperas y oratorios no tienen la dinámica teatralidad a la que nos ha acostumbrado la ópera italiana del XIX y Wagner. Impacienta a la vulgaridad del público la serie de arias, con sus da capo y ritornellos, unidas por extensos recitativos, por muy maravillosas que sean las primeras y elocuentes los segundos. Arias aisladas han sobrevivido mejor a sus óperas: así, por ejemplo, pocos saben que su famoso Largo, hoy tocado reverentemente en las iglesias, es el canto de amor que Jerjess le dedica a un castaño del Jerje que está enamorado, según la leyenda griega. Se ha perdido el conocimiento y la emoción que inspiraban la literatura greco-romana y los argumentos mitológicos y bíblicos en la Europa del barroco. Al oído moderno, acostumbrado a la declamación dramática del canto romántico, repugna, asimismo, la constante coloratura, con esa sensación de escalas bien ensayadas, a pesar de que en su su época producía producía una singular emoción, una sensación de desasosiego y drama que to75
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davía se siente en nuestros días. Era el estilo obligado del canto en el barroco; y no olvidemos que Mozart seguía empleándolo, notablemente, en la magnífica melopea de la Reina de la Noche. A esto hay que añadir algo mucho más grave: el predominio de los castrati . La combinación de la pureza de su tono con una evidente masculinidad, tan preciada en su época, es muy difícil de reproducir con sopranos y contratenores. “No hay medio humanitario para sustituir al castrato”, nos dice un crítico moderno; y Mozart se quejaba, en carta a Martini, de su falta en Alemania. Todavía peor ha sido el esfuerzo que durante el XIX se hizo en Inglaterra por recuperar a Händel mediante versiones elefantiásicas de sus obras: 1.000 cantores, donde sólo había a lo máximo dos docenas, y 500 instrumentistas, donde sólo tocaban unos veinte; así como versiones estentóreas de escenas tan íntimas que iban acompañadas de un guitarrón. Así ha adquirido la reputación de una música groseramente solemne y pretenciosamente aburrida. Y, sin embargo, Händel tuvo una enorme influencia en su propia época y luego en pleno romanticismo: Liszt, Schumann, Brahms y Wagner W agner han dejado testimonio de su admiración. Beethoven le proclamaba “maestro inigualable de maestros”, y declaraba que “Händel es el más grande compositor que haya vivido… me descubro y me arrodillo al pie de su tumba…es el más grande y más hábil de los compositores. Aún tengo tengo mucho mucho que que aprender aprender de él”. Dicen, incluso, que murió mirando al lugar donde reposaban los tomos recién llegados de sus obras completas, impresas por Arnold. La Pasión que sobre el evangelio de san Juan compuso Händel en 1712 y representó en Hamburgo en 1717 se convirtió en el modelo que siguieron luego Bach (que la transcribió cuidadosamente) y otros compositores alemanes de la época. (T ( Telemann, Mattheson, Fasch y Stolzel). Las visitas de Haydn y 76
Mozart a Londres les hizo caer bajo su fuerte influencia. Haydn, en 1791, exclamó al oír Jep Jephta, hta, la última ópera de Händel, que “ningún autor podrá jamás componer música tan sublime”; y el manejo coral de Händel es evidente en el estilo de Haydn en sus últimas Misas, en La Creación y en Las Estaciones. Mozart visitó Londres cinco años después de la muerte de Händel; y en Viena lo había estudiado ampliamente en casa de su gran admirador, el barón Gottfried van Swieten, quien más adelante le encargó orquestación adicional para algunas de las óperas de Händel representadas en Viena en 1789 y 1790. Igual que a Haydn, a Mozart le interesaba el empleo que del coro hace Händel y la libertad estructural de su lírica. Se nota su influencia en el monumental Adagi Adagioo en Do menor y fuga (K 546), en su Misa en Do mayor y, sobre todo, en el Réquiem. No puede oírse a doña Elvira en Don Giovanni sin que nos recuerde el drama lírico händeliano en su orquestación, harmonías e impulso rítmico; así como un eminente investigador ha declarado que la Flauta mágica “sin Händel, especialmente el Händel del Mesía Mesías s , sería inconcebible”. […] George Frederic Händel nació en Halle en 1685, de las segundas nupcias de un padre de 63 años, cirujano de las cortes vecinas, al que desesperaba la tenaz tendencia musical de su hijo: quería destinarlo a una segura carrera burguesa de médico o abogado, como toda su familia. Niño prodigio al clave y al violín, a los 17 años Händel consiguió el puesto de organista en la Domkirche de Halle. Podría haber seguido una vida parecida a la de Bach, como organista en otra catedral o kappellmeister de alguna de las muchas cortes alemanas, pero prefirió ir en 1703 a Hamburgo, quizá por consejo de Telemann, al que había conocido en este periodo y cuya amistad cultivó durante toda su vida. La riqueza y el reconocimiento internacional de la capital hanseá-
tica daba a sus clases medias un inusitado gusto por toda novedad teatral y la posibilidad de atraer a los artistas más notables de Alemania e Italia. El teatro en el Gänsemarkt, de 1677, fue uno de los primeros teatros de ópera en Europa. Allá fue donde Händel perfeccionó la sólida educación germánica que había adquirido en Halle con su maestro Zachow,, a quien nunca olvidó, pero chow también donde en plena juventud quedó fuertemente impresionado por el enorme ascendiente social de la ópera y sus consiguientes ventajas crematísticas. En Hamburgo se reunía el género italiano de la música galante, la ópera veneciana y el gusto francés por el ballet y el espectáculo. Händel quedó prendado de la independencia personal que como empresario permitía el género, así como de la pasión por el drama teatral que marcó todo el resto de su vida y su producción musical. Habría podido suceder a Buxtehude en Lübeck, pero el contrato incluía tener que casarse con su hija. Prefirió quedarse en Hamburgo, donde empezó a componer con la imperiosa seguridad en sí mismo que le acompañó siempre de manera característica: no era más que uno de los segundos violines de la orquesta de la Ópera cuando presentó con todo desparpajo su primera ópera, Almi Almira, ra, reina de Castilla, con un libreto veneciano que seguía al Don Sancho de Navarra, de Corneille. El romanticismo empezaba a apuntar con la moda gótica de temas medievales y comenzaba el mito romántico de la España de Gautier, Bizet y Schiller. Pero en esta primera ópera, compuesta a los 19 años, se vislumbra ya todo el genio de Händel: la música persigue dramatizar la letra y la letra sigue a la música que la expresa. El lirismo dramático de sus arias no se volverá a oír hasta Mozart, y el colorido y expresividad de la orquesta es realmente único. A pesar de que en su primera ópera el Händel que conocemos sólo aparece como un esquema, oír Almira Alm ira es comprender enseguida
por qué Händel consiguió un éxito tan grande desde el principio: llenaba el teatro con un público ávido de sensaciones dramático-musicales, elocuente y claramente expresadas en un medio inteligible. Apoyado Apo yado por sus admir admirador adores es y por su propia familia, Händel decidió viajar a Italia, la meca del nuevo estilo operístico. El hecho es que en 1707 apareció en Roma, después de haber pasado por Florencia, deslumbrando a todos con su maestría al clave y al órgano. Trabó amistad con Carissimi, Domenico y Alessandro Scarlatti, de quien aprendió a componer arias con unidad de estilo bien centrado en su texto. El caro sassone se convirtió pronto en uno de los ídolos del mundo musical centrado en el palacio de la Cancillería Apostólica, sede del cardenal Ottoboni, el mayor mecenas de la ciudad. Allá conoció a Corelli, cuyos Concerti Grossi serían una de sus principales influencias musicales y de quien aprendió la importancia de una orquesta bien ensayada y disciplinada, aspecto sobre el que insistió siempre, incluso en sus momentos de mayor penuria, pues sabía que era una de las claves del éxito. También trabó amistad con varios músicos ingleses e italianos, que luego aparecieron con él en Londres. Compitió al clave con Domenico Scarlatti: el público le prefirió al clave, pero a Händel al órgano. Scarlatti le estimaba por encima de todo, aseguran los hermanos Plá, oboístas catalanes en Roma, que recuerdan que Scarlatti seguía a Händel por toda Italia. En Roma comenzó a componer sus famosos himnos , fértil síntesis de coral luterana y del cantus firmus romano que continuaría luego en Inglaterra. Otro gran mecenas romano, el cardenal Panfilj, le pidió pusiera música a sus oratorios, comenzando con El triunfo del tiempo y de la verdad (Bernini había esculpido una estatua sobre el mismo tema), al que Händel retornó varias veces años después. Händel también se convirtió en uno de los asiduos de los conciertos en el palaCLAVES
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cio Bonelli, del opulento marqués Rúspoli, para quien compuso cientos de cantatas y el monumental oratorio La resurrección de Nuestro Señor Jesús con el mismo eclecticismo de estilos alemán e italiano de sus himnos, que cimentaron su fama en la ciudad eterna. De esta manera, quedó sembrada en Händel la semilla que luego brotaría en sus magníficos oratorios ingleses: el estilo coral alemán adornado del canto libre italiano sobre un texto altamente dramático. También compuso para Rúspoli su primera ópera italiana, otra vez sobre un tema español, Rodrigo, Re dalle Spagne, que tuvo tanto éxito que fue representada luego en Florencia. Por todas partes Händel se afirmaba con su característico aplomo y absoluta confianza en su talento. Un grabado de su época romana nos lo pinta con viva mirada y socarrona expresión; mientras que las cuentas que dejó por su comida y bebida nos lo muestran gozando ya de la buena mesa; lo que años más tarde le daría la robusta rotundidad de sus retratos retratos en Londres. Londres. La guerra de la sucesión española comenzaba a invadir a toda Italia.. Clemente Italia Clemente XI apoyaba apoyaba la causa de los Borbones; las tropas imperiales invadían la Península. Händel se refugió en Nápoles en 1708. Aunque bajo la dominación austriaca, el virrey Grimani era veneciano y para él continuó su producción musical componiendo la mejor de sus óperas italianas, Agrip Agripina. ina. La fama que había adquirido el caro sassone se pone de manifiesto a su vuelta a Roma, donde el cardenal Pamphilj le encargó compusiera música para acompañar una oda del cardenal: “¡Händel! no puede mi musa componer en un instante versos dignos de tu lira”. Händel triunfaba en la misma Venecia Venecia adonde le llevó Grimani a representar Agri Agripina, pina, de cuyo libreto era autor. Durante el resto del XVIII continuaban los italianos recordando a Händel con sucesivas representaciones de sus óperas italianas e inglesas. El extraordinario triunfo de Agripina Agrip ina en Venecia le valió imNº100
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portantes recomendaciones para las cortes alemanas e indujo al duque de Manchester, embajador británico en Venecia, a invitarle también a Londres. Händel partió hacia Alemania para ale jarse de un mundi mundillo llo que había comenzado a serle políticamente incómodo pero en el que había aprendido todo cuanto luego desarrollaría en su vida: el gusto por la pintura que, junto a Corelli, le condujo a ir adquiriendo una pequeña pero importante colección, en la que figuraban dos rembrandts en el inventario a su muerte. Pero también su técnica musical: había llegado a Italia cuatro años antes como un músico extraordinariamente dotado que a todos impresionaba por su dexteridad al clave y su fertilidad en la composición, pero con estilo aún crudo y poco dominio de la forma, y pasó a Hannover con una gran reputación, pero también con un estilo refinado y formalmente depurado. La principal característica de su periodo italiano era la fuerza que despedían sus composiciones en todos los sentidos; una fuerza que venía ampliada por su dominio del contrapunto. Pero, junto a esa enérgica expresión musical, su personalidad surge por todas partes: una facilidad innovadora, capacidad para crear un ambiente en un instante; un carácter reflexivo y tierno, y una comprensión de los secretos de la personalidad humana, tan elocuente y bellamente expresados en las arias de sus óperas. Con la fama adquirida en Italia llegó a Hannover en 1710, por recomendación del príncipe, que le había conocido durante su éxito en Venecia, hermano del Elector Elect or,, el futuro Jorge Jorge I de Inglaterra, que le nombró enseguida kappellmeister. El duque de Hannover estaba casado con Ana, la hermana hermana de la reina reina MaMaría, quien, sin descendencia, abría la sucesión al pretendiente jacobinoo en Saint Germain. El jacobin partido liberal, Whig, ponía así todas sus esperanzas en Hannover. Sobre las intensas relaciones entre Londres y Hannover, le fue fácil a Händel aceptar la invita-
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ción del duque de Manchester truyó el de Haymarket, favorecipara pasar una temporada en do por los gustos italianizantes Londres. Mordido por la pasión de la nueva reina. Aunque a muteatral y su consiguiente inde- chos molestaba el uso de una lenpendencia personal, Händel pre- gua extranjera que, además, estafirió dejar la seguridad de su ha- ba ligada al papism papismo, o, el público, lagadora posición de kappellmeis- sin embargo, exigía novedades, ter para probar fortuna en un y éstas, igual que en Hamburgo y Londres que tanto se parecía so- Venecia, tenían que estar pagacialmente a Hamburgo y Venecia das con suscripciones y ventas de y donde también reinaba un de- taquilla. Traer a Händel en 1710 senfreno operístico y musical en fue una manera de conseguirlas. el que Händel esperaba triunfar. Además, Además, el nuevo teatro, teatro, mayor mayor En efecto, a pesar de la inde- que los otros, también había impendencia y prosperidad de sus portado técnicas teatrales italiaclases medias y de la pasión ita- nas: rayos y truenos, haces de luz lianizante de la época, Londres y fuegos de artificio, oleaje maríestaba considerablemente alejada timo y tempestades, pájaros y de la evolución musical del con- otros animales sueltos por la estinente desde la muerte de Pur- cena, que ganaron por completo cell, en 1695, 1695, y el triunfo de los los al público. Para el Haymarket copuritanos,, y por ello dependía en menzó Händel a componer con puritanos todo de Italia. La categórica con- su característico vigor un sinnúdena puritana del teatro trajo co- mero de óperas italianas, a las mo consecuencia que a princi- que presentaba con sus cantantes pios del XVIII sólo hubiera en favoritos que, como empresario, Londres dos. En 1705 se cons- contrataba en Italia. 77
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Nada ilustra mejor el clima ópera inglesa, Rinaldo. En junio que condujo a la Revolución de 1711 volvió a Hannover, Francesa que el contraste musical donde el elector casi no le deja parentre París y Londres. En la ca- tir de nuevo para Londres un año pital francesa, la ópera sólo podía después por invitación de lord ser representada en el teatro del Burlington, que se convirtió en rey en Versalles, donde Lully go- su Rúspoli inglés y en cuya magzaba de una exclusividad que nífica mansión vivió durante sus mató toda competencia a su al- primeros cuatro años en Londres. rededor. No sólo quedó así la Burlington intentaba ser en Lonópera francesa anquilosada, por dres el árbitro de la elegancia, muy maravillosas que fueran sus después de haber aprendido en producciones (siempre en torno qué consistiera durante su viaje a temas de alusión cortesana, por Italia. Terminaba por entonigual que el teatro de Molière), ces la guerra, y, para celebrar su sino que el género no pudo pro- terminación, compuso en 1713 gresar fuera de la corte. En París el Te Deum et e t Exultate de Utrecht, se desquitaron con una ópera combinando coros y solos en una bufa, pero sus inevitables ironías fusión que causó sensación entre políticas causaron su prohibi- los compositores de la época. ción. Recurrieron entonces los La reina María murió el misparisinos a la mímica, creando mo año de la paz, en 1714, así el tradicional talento francés abriendo la posibilidad de un repor este recurso. En Londres, en torno del pretendiente Estuardo. cambio, la ópera, aún favorecida Las clases medias y su partido, por la nobleza, estaba en manos los whigs, lo impidieron, decide una clase media políticamen- diéndola en favor del duque de te fuerte y que estaba prosperan- Hannover. El primer biógrafo do lujosamente con su expan- de Händel, Mainwaring (1770), sión colonial. La demanda de narra que Jorge Jorge I estaba molesto molesto sensaciones dramático-musicales con Händel por haber abandoprestó una levadura creativa al nado sus tareas en Hannover y desarrollo del teatro en Inglate- por haber compuesto ese Te rra, cuya fertilidad todavía dis- Deum para celebrar una paz a la frutamos en nuestros días. Bue- que se había opuesto. No parece na prueba del papel de las clases cierto, pues a su entrada en Lonmedias en el desarrollo musical dres fue acogido con un nuevo de Inglaterra eran las veladas Te Deum de Händel y poco desmusicales que músicos profesio- pués el nuevo rey le encargaba nales y burgueses amateurs pasa- una representación de una de sus ban tocando y cantando –y tam- óperas. La fábula es que el rey bién comiendo y bebiendo– en perdonó a Händel por el éxito las casas de Thomas Britton, tra- que tuvo en esos días su brillanficante de carbón, y del pintor te Mús Música ica acu acuáti ática ca. El barón Kiel William Willi am Caslop Caslop,, así así como como en va- mansegg (cuya mujer era favoririas famosas tabernas de Lon- ta del rey) había organizado unas dres, en las que Händel, con su máscaras para divertir al rey en característica generosidad y vi- Chelsea y le pidió a Händel que gor sajón, se entregaba al clave. compusiera un concierto fluvial, La llegada de Händel a Lon- a cargo de unos cincuenta músidres fue precedida de su fama, cos a bordo de una barcaza que que los parientes de la reina en acompañaba a la falúa del rey Hannover se cuidaron de resaltar. desde Whitehall, en la noche del Deslumbró a la corte por su dex- 17 de julio de 1717. Tanto le teridad y elegancia al clave, pero gustó al rey que pidió que la totambién supo aprovechar los ava- caran de nuevo por tres veces. tares de las armas inglesas en la Esta Músi Música ca acuát acuática ica, que es hoy, Guerra de Sucesión española pa- junto al Mesías, la música más ra presentar composiciones en las conocida de Händel, le permitió que destacaba la osadía de las una gran innovación; no solo lotrompetas en la música de guerra gró una variedad inigualable de que compuso para su primera contrastes –en ritmo y senti78
miento– sino que combinó los estilos que imperaban en Italia, Alemania Alema nia y Fra Francia ncia en un con junto homogéneo, incorporan incorporan-do al estilo galant galante e la orquestación francesa de trompas, oboes y fagotes con un agudo sentido de su respectivo colorido, que algunas monumentales orquestaciones modernas no han podido superar. La suite supera en mucho las que otros compositores de la época –tal el mismo Bach– compusieron con la misma intención. Händel volvió a este estilo en 1749 cuando, para celebrar la paz de Aquisgrán, al término de la Guerra de Sucesión austriaca, Jorge Jor ge II orden ordenóó unos unos monu monumenmentales fuegos de artificio y le pidieron a Händel que compusiera música al aire libre para presentarlos: una masa sensacional de instrumentos de viento proyectó la más barroca y marcial de las suites de toda aquella época. Sólo Händel se habría atrevido a aceptar un encargo tan aventurado y fue el mayor éxito de toda su carrera musical: para oírlo, todo Londres se echó a la calle, causando un fantástico y pintoresco atasco de carruajes. La carrera musical de Händel en Inglaterra fue una constante sucesión de grandes éxitos y fracasos, de los que siempre se sobreponía por la buena suerte que le daba su tenaz seguridad en sí mismo y la osadía de sus iniciativas. A diferencia de otros músicos de su época, Händel no fue víctima del capricho de patrones y príncipes, sino que mantuvo una insobornable independencia y una voluntad germánica de triunfar, basada en la seguridad que tenía en su propio talento dramático y musical; pero si no era víctima de los caprichos principescos, sí lo era de un público mesocrático que no estaba tan convencido de la superioridad de su talento; le gustaba compararlo y hacerlo competir con otros; se rebelaba ante todo cambio de las convenciones y era adicto a toda novedad. El mismo Händel decía: “Los que vivimos para agradar tenemos que agradar para vivir”. El mundo de la ópera en una sociedad tan reducida sufría
periódicas quiebras. El Haymarket cerró en 1717 y Händel se encontró en una de sus frecuentes crisis financieras. James Brydges había hecho su fortuna con la intendencia de los ejércitos ingleses durante la guerra, especialmente en Portugal. Una cuidadosa táctica política le valió el marquesado de Carnarvon y luego el ducado de Chandos. En su palacio de Cannons mantenía un establo de caballos y otro de músicos. Para Chandos compuso Händel la colección de himnos que lleva el nombre de su mansión, en la que Händel comenzó a adaptarse al estilo religioso y estético de Inglaterra como antes lo había hecho con el romano. Los aficionados, sin embargo, no cejaban y formaron en 1720 la Real Academia de Música vendiendo acciones tal y como una sociedad mercantil. Händel fue nombrado su director musical. Un visitante francés, Pierre Jacques Fougeroux, describía así la orquesta de la Academia: 24 violines, lin es, 1 laú laúd, d, 3 che chelos los,, 2 con contra tra-bajos, 3 fagotes y, y, a veces, flautas y trompetas. Para el continuo, dos claves y el laúd, acompañados del chelo para los l os recitativos. El teatro era pequeño, la escenificación “muy primitiva” y, en vez de arañas de cristal, la iluminación consistía en vilains chandeliers de bois suspendidos por multitud de cuerdas “que daban la impresión de un circo de funambulistas”. En 1729, la Academia le pidió a Händel que via jara a Itali Italiaa a enco encontra ntrarr cantan cantantes tes que recobraran el prestigio de la ópera. Esto le puso nuevamente en contacto con la fuente original de toda la música de su época. El nuevo estilo era el “napolitano”, porque muchos de sus exponentes, como Pergolesi, eran oriundos de la gran capital del mediodía. En Roma, Venecia y Nápoles contrató a lo más granado del mundo musical italiano, y entre ellos al castrato Farinelli (Carlo Broschi). Händel era entonces conocido en toda Europa como compositor y ejecutante. Bach intentó verle durante su viaje a Dresden, pero cuando salió de Cöthen Händel ya había marCLAVES
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chado. A su vuelta pasó por Ha- impopulares que intentaba im- Comenzaba a triunfar la deman- ticos: Ester, Deborah, Athalia, lle para visitar a su familia. Por poner Walpole. La Ópera de la da de una música nacional ingle- Saúl, Israel en Egipto y, sobre todo, segunda vez intentó Bach en- Nobleza comenzó a representar sa que el publico no había oído L’Allegro, il Penseroso ed e d il Modecontrarse con él: envió a su hijo, las óperas italianas al estilo na- desde la muerte de Purcell y el rato. Magníficas arias, sonoros Wilhelm Wilhe lm Friedeman Friedemannn para invi- politano que, con un estilo más desastre cultural de los puritanos. coros con el mismo protagonistarle a ir a Leipzig, pero Händel ligero, traía Porpora en un inten- Händel comenzó a prestar aten- mo que los solistas, apoyados por pretextó no disponer del tiempo to de destruir el monopolio que ción a esta creciente demanda. una orquesta en la que las cuernecesario. ejercía Händel en Londres. La Sus oratorios fueron la fórmula das competían con los instru A su su vuelta vuelta a Londr Londres, es, el elenelen- competencia entre ambas com- perfecta que le ganó para siempre mentos de viento y hasta con co de músicos que había reunido pañías dividía a un público rela- al público inglés. Ya había co- enormes timbales militares traívolvió a poner de moda la ópera tivamente reducido. Así comen- menzado a componerlos, si- dos de la Torre de Londres al italiana.. Tuvo varias temporadas zó a resentirse la taquilla y logra- guiendo la forma concebida por efecto, produjeron una sensación de gran éxito, pero sin poder su- ron, efectivamente, arruinar al Felipe Neri en Roma. Junto al difícil de imaginar en nuestros perar sus dificultades financieras. Haymarket. depravado cinismo que estaba días. Naturalmente, los oratorios Händel, indignado, decidió pintando Hogarth en esos mis- fueron criticados, por los que se Händel pagaba magníficos sueldos y a cambio trataba a sus mú- entonces aceptar una invitación mos días, se estaba extendiendo daban cuenta de lo que realmensicos con imperiosa voluntad. Le de la Universidad de Oxford, por toda Inglaterra una tenden- te eran, como una profanación impacientaba cualquier incom- donde su éxito clamoroso le tra- cia puritana y una sensibilidad de los templos en los que se repetencia que castigaba con un jo de nuevo nuevo a Londres. Londres. Se Se instainsta- religiosa que se afanaba por con- presentaban. El público, sin emhumor ácido, cuando no con ló en las afueras para renovar sus seguir una espontaneidad natu- bargo, votó a favor de Händel y desprecios y empellones. La afi- esfuerzos operísticos en el teatro ral, aunada a una devoción sen- sus oratorios comenzaron a teción comenzó a quejarse de que del Covent Garden, situado pre- timental que culminó en el mo- ner un éxito enorme. No obsdespedía o maltrataba a sus fa- cisamente donde se encuentra el vimiento wesleyano. El oratorio tante, Händel continuaba tenazvoritos sin contar con quienes les de nuestros días. Allá volvió a satisfacía esa tendencia: el públi- mente sus esfuerzos por reavivar pagaban, y acusaba a Händel de triunfar, a pesar de la clac an- co acudía a un templo, no a un la ópera, incorporando ahora un enriquecerse a su costa.; una ca- tihändeliana que enviaban sus teatro, y a oír una exaltación de la estilo más ligero, menos alemán, ricatura le presentaba como un competidores. Acudía a sus re- Biblia, no un estrafalario capri- más italiano, siguiendo la moda obeso jabalí tocando bajo una presentaciones todo el mundo cho pagano; quedaba excusado continental. No lo lograba, y su gran peluca el órgano, contem- musical inglés –cantantes, ins- de los goces musicales que le pro- impaciencia con el público y sus plándose, embelesado, en un es- trumentistas y libretistas– siem- porcionaba lo que en el fondo colaboradores no le ayudaba en pejo, rodeado de jamones, fiam- pre interesado en seguir sus no- era una auténtica ópera. Händel nada. En esta tesitura, prácticamenbres y barriles de cerveza, acom- vedades musicales, y más aún las trabajaba con un ahínco y un arpañado por los rebuznos de un sociedades musicales que por to- dor que le permitía componer te en bancarrota una vez más, le asno. Los descontentos decidie- da Inglaterra, Escocia e Irlanda extensos textos a una rapidez llegó una invitación del duque ron hundir a Händel formando mantenía la burguesía inglesa. asombrosa sin merma de su fértil de Devonshire, opulento potenuna compañía rival en 1732: la También aparece el apoyo de la variedad. La fatiga, sin embargo, tado que acababa de ser nomÓpera de la Nobleza. Reunida comunidad sefardita de Londres, le causó un ataque de parálisis brado virrey de Irlanda y que en torno al príncipe de Gales los Núñez, Méndez y Costas, que le dejó sin poder tocar y con quería rodearse en Dublín de to–que, fiel a la tradición de la fa- atraídos por los temas bíblicos de una exacerbación de su natural e da la ostentación real de Londres. milia real inglesa, detestaba a su Händel. La rivalidad entre ambas impaciente excentricidad que sus Al igual igual que que sus sus fugas a Oxford y padre–, fue aprovechada por la compañías no sólo las estaba contemporáneos temieron fuera Covent Garden, Händel decidió oposición tory al ministerio whig arruinando sino que el público locura. Se recobró por completo poner mar de por medio y llegó a de Walpole. El rey y la reina eran comenzó a aburrirse con sus fú- en los famosos baños de Aquis- Dublín en 1741. Varias sociedahändelistas y acudían constantes tiles esfuerzos. Los grandes can- grán en 1736. Su vuelta a Lon- des musicales mantenían un vivo a sus óperas en el Haymarket, tantes italianos comenzaron a dres coincidió con la muerte de interés melómano en la capital mientras los partidarios del prín- volver al continente a medida la reina Carolina, a la que Hän- irlandesa. Se suscribieron con encipe de Gales corrían a aplaudir a que disminuían los recursos de del veneraba desde sus días en tusiasmo a la serie de conciertos, su rival, Bononcini, en el Lin- ambas óperas. Farinelli pasó a la Hannover. No es sorprendente, óperas y oratorios que organizó coln Inn’s Fields. Un comentario corte de Madrid, donde se con- por tanto, que la música que Händel. Allá presentó su inefable de la época llegaba a señalar que virtió en el favorito de Felipe V, compuso para el funeral sea una Mesía Mesías s , con los coros de las dos “la rivalidad entre ambos parti- al que durante los siguientes nue- de sus más elocuentes obras. catedrales y el apoyo de varios dos llegó a tener las mismas pro- ve años consoló todas las noches Tampoco lo es que en su Himno conciertos para órgano, el 13 de porciones que la de azules y ver- con las mismas cuatro arias. funerario , casi exclusivamente abril de 1742. Había compuesto Algo más grave estaba suce- coral, Händel haya vuelto a sus este nuevo oratorio en menos de des en la Constantinopla de Justiniano”” y que atacar a Händel en diendo entonces: el enorme éxito raíces alemanas trayendo a cola- un mes, poco antes de partir patiniano la incipiente prensa de la época de The Beggar’s Opera, con un ción varias corales luteranas. ra Irlanda. El texto era algo más era una manera indirecta de ata- gracioso libreto ingles de John El público le exigía oratorios que una compilación de fuentes car a Walpole y al partido del rey. Gay y una música que pretendía en vez de óperas. óperas. Buen conoceconoce- del Antiguo y Nuevo TestamenCriticaban a Händel por la codi- ridiculizar a la afición italiani- dor de la Biblia, Händel extraía to: un diletante adinerado, Charcia que revelaban los precios de zante y sobre la que años más tar- los momentos más dramáticos de les Jennens, gran admirador de los billetes de sus óperas, que de compondrían Brecht y Weill la historia sagrada y los presenta- Händel, los había combinado y comparaban con los impuestos su famosa Ópera de tres peniques. ba con engañosos vuelos operís- transcrito de tal manera que forNº100
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HÄNDEL
maban una secuencia continua agrupados en torno a varios temas principales. La primera parte trata de las profecías del Mesías, la segunda del sacrificio de Jesúss por la humanidad Jesú humanidad y la tertercera de la victoria del alma cristiana sobre la muerte. Las tres partes del oratorio recuerdan, no por coincidencia, los tres actos de la ópera italiana. El Mesía Mesías s representa así la más perfecta síntesis estilística, tan característica de Händel. Al mismo tiempo, es la culminación del carácter inglés de la música de Händel: combina el bel canto italiano con el estilo declamatorio inglés de una manera que ha dominado la música de la isla hasta nuestros días. Desde entonces, el Mesía Mesías s ha sido repetido y transformado, al igual que Shakespeare, para adaptarse al gusto y capricho de cada época, pero siempre ha sido el epítome de la música inglesa. Händel fue recibido clamorosamente a su vuelta a Londres en 1742. Comenzó así a componer las sublimes óperas y oratorios cuya madurez caracteriza la última etapa de su vida: Samson, Semele, Joseph, con letra enteramente inglesa. Dos contemporáneos nos han dejado una descripción del Handel de estos días que cuadra con los espléndidos retratos que los mejores pintores de Londres nos han legado: “Era una persona de considerable talla y muy grueso. Su andar, que era siempre vivo, era poco agraciado, pues iba acompañado de un cierto balanceo, como el que distingue a los que tienen las piernas combas” (sir John Hawki Hawkins). ns). Un rictus amargo daba a “la expresión de su cara un aire más bien severo y grave”; el labio inferior, protuberante, reflejaba su imperiosa voluntad, la aplastante seguridad que tenía en su talento, “…pero cuando sonríe es como si saliera el sol detrás de una negra nube. Su inteligencia brillaba súbitamente, con sus chispeantes ocurrencias y su buen humor” (Burney). En una cara de trazos finamente delineados, la viveza de los ojos es la misma que vemos en su retrato romano. Gluck pa80
só por Londres en esa época y representó La Caduta dei Giganti , que no impresionó nada a Händel, para quien Gluck “entendía de contrapunto menos que su cocinero”. Händel aconsejó al joven Gluck que no se molestara tanto en componer óperas para los ingleses: “Aquí, en Inglaterra, eso es simplemente una pérdida de tiempo. Lo que gusta a los ingleses es una tonadilla con la que puedan marcar el tiempo, algo que les rasque el tambor del oído”. Gluck, sin embargo, guardó el más exaltado recuerdo de Händel, a quien siempre proclamaba su maestro y cuya evidente influencia se trasluce en Ifigenie en Táuride y Orfeo ed Euridice. Mientras estaba componiendo el oratorio que tanto impresionó a Haydn años más tarde, Jephtaa, comenzó a perder la vis Jepht ta. En 1753, ya completamente ciego, seguía dando conciertos al órgano y dirigiendo reposiciones de sus composiciones anteriores. Murió poco después, en 1759, y fue enterrado en la abadía de Westminster acompañado de un público inmenso y de una resonancia nacional nunca antes conocida; prueba de ello es la docena de espléndidos retratos, la estatua de Roubiliac que en vida le erigieron en los jardines de Vauxhall y el testimonio de sus contemporáneos sobre su vida y sus obras, considerablemente mas voluminoso que el de cualquier otro compositor de su época. Recogió el testigo de Purcell, lo revivió con su fértil eclecticismo y le proveyó del nuevo sentido religioso y nacional del país de su adopción. Evidentemente, el género ya estaba establecido a su llegada a Londres. En Purcell percibimos ya sus elementos esenciales: sencillez en la composición, claridad en su exposición, viveza alegre generalmente expresada en movimientos de baile, especialmente la jiga, y el gusto tan inglés por la prosopopeya solemne, sin olvidar la obligada payasada y nota de humor. Pero Händel era un auténtico camaleón musical, y, de la misma manera que incorporaba el género italiano al
alemán, se apropiaba del drama- formas independientes. Tenía un tismo clásico francés, lo mezcla- sentido altamente pragmático de ba todo con lo que en Inglaterra la ópera, una imaginación visual había encontrado. Ya lo perci- que le permitía anticipar la reacbían los contemporáneos, Un crí- ción del público. Händel cuidaba tico alemán, Marpurg, calificaba rigurosamen rigurosamente te la efectividad draa una ópera de Händel en 1732 mática no menos que la musical como ein gar besonders mishmash. de sus libretos. De esta forma, Händel era consciente del angli- las reposiciones que se han hecismo que estaba creando y en cho de algunas de sus óperas en 1726 solicitó su naturalización nuestros días demuestran su soren “la nación que tanto ha aplau- prendente atractivo. No sólo es la dido mi modesto talento”. El re- música de una soberbia belleza, sultado es la más perfecta defini- sino que la dramatización de ción de la música inglesa, recibi- Agripina Agripina o de Semele , por ejemda de Purcell pero fijada en su plo, es mucho más interesante y propio e inimitable estilo. real que la del ridículo Rigoletto o El interés por Händel, como la lacrimógena Madama Butpor otros compositores de su terfly . Agripina baila gozosa al coépoca, comenzó a redescubrirse nocer su triunfo al son de un vals con la autenticidad que Wanda de modernidad vienesa; Popea y Landowska imprimió a sus eje- Otón preludian el amor en un cuciones de Bach y Nadia Bou- picaresco dúo; Claudio, grandilanger a las de Monteverdi. locuente y bufón, olvida su venGeorge Bernard Shaw, ya en ganza, adormecido en el seno de 1891, clamaba por su restitución Agripi Agripina; na; Nerón Nerón sale sale malparado malparado auténtica. Hoy día, Händel vuel- como petit maître. En realidad, ve a la palestra gracias al interés el mayor éxito de Händel, el caque se ha generado por los ins- rácter y la letra inglesa de sus trumentos de la época y los dis- obras, es precisamente lo que cos compactos, por donde obras más le ha perjudicado fuera del que ya no admiten representa- mundo anglosajón. En el mundo ción teatral nos llegan a través de de habla inglesa, sus oratorios se espléndidas grabaciones de Colin siguen cantando con reverente Davis, Charles Mackerras, Chris- devoción, y no sólo el Mes Mesías ías,, dutopher Hogwood, John Elliot rante el que se mantiene la tradiGardiner y David Willcocks. Las ción de ponerse de pie en su moóperas de Händel, pese a todo su mento culminante; los Himnos convencionalismo teatral y mu- de la coronación han sido su resical, destacan notablemente so- pertorio obligado. Su personalíbre todas las de su época; desde sima definición de la música in Agripina, una de sus primeras glesa la ha mantenido cautiva óperas, presentan una gran fuer- hasta nuestros días, siempre doza caracterológica de sus prota- minada por händelismos, de tal gonistas, un singular acierto en la manera que los compositores que expresividad de sus arias y un le siguieron no pudieron escapar consumado control de la teatra- a su tradición hasta la irrupción lidad del libreto. Una reciente bárbara del wagnerismo. ■ restauración de Orlando furioso, de Vivaldi, en la Ópera de San Francisco, por ejemplo, no podía evitar las risas del público por la artificialidad en la que se sumía irremisiblemente la tensión dramática. Nadie se ríe en una ópera de Händel. El hilo dramático de sus óperas corre con una claridad realista que no tienen las de su época, y sus elementos formales –arias, coros y recitativos– están elocuentemente ligados entre sí en vez de sucederse como Jaime de Ojeda es diplomático. CLAVES
DE RAZÓN PRÁCTICA Nº100 ■
C A S A
D E
C I T A S
MIGUEL TORGA Una teoría de la cultura, hasta la fecha no desmentida, es que los tiempos de las grandes novelas y de los sistemas filosóficos globalizadores han, por decirlo de algún modo, periclitado. De todas las explicaciones que se han dado de este incuestionable hecho se desprende, nítida y rotunda, una conclusión: nuestra concepción del tiempo, y consiguientemente del espacio, ha experimentado un cambio a todas luces sustancial. Podrá parecer absurdo relacionar la imposibilidad de que se escriban hoy novelas como A la recherche, u obras como Sein und Zeit, con un cambio en la percepción espacio-temporal de la historia y la biografía del hombre, pero a poco que reflexionemos sobre ello comprenderemos comprenderemos lo fundado de la hipótesis. Los cambios en la percepción no son más que un reflejo de lo que los historiadores de las ideas llaman horizonte de expectativas. Sé lo que valen las ideas, pero no las comparo en absoluto con los sentimientos. ■
La imposibilidad de integrar la experiencia humana en una obra única ha dado como resultado algunas importantes novelas, que bien podríamos denominar, abusando del término, metafísicas, a cuyos autores debemos también voluminosos diarios donde las reflexiones sobre el hecho de la escritura constituyen una especie de contrapunto. Éste es el caso del escritor portugués Miguel Torga. Muerto en 1994, sus impresionantes diarios constituyen una de las cumbres indiscutibles de la literatura portuguesa y un excepcional testimonio del siglo que acaba. Traducidos al castellano por Eloísa Álvarez, disponemos de una selección de los diarios de 1932 a 1987 (Alfaguara-Santillana 1988), y los diarios completos de 1987 a 1993, del que proceden las citas que q ue siguen (Alfaguara-Santillana 1997).
Nunca he escrito una línea que no fuese para mí un imperativo. Como hombre de letras he sido siempre un poseso. ■
Selección de Manuel Arranz
prosélitos y alienados como los demás. Y ser más ellos que nosotros mismos. Antes, vivía; ahora, ahora, se veía vivir. vivir. Había perdido la gracia de ignorarse. Y no hay paz fisiológica y psicológica que se resista al cáncer de la autocontemplació autocontemplación. n. ■
Sé que no hay palabras para determinados momentos. Que sólo el silencio puro puede estar a la altura de los sentimientos puros. Pero es con palabras con lo que abrimos nuestra alma. Y hablamos, hablamos. Después nos queda en la boca el gusto acre de la verborrea. La amargura de una aparente pobreza interior de la que damos testimonio sin ser nuestra. ■
Lo daría todo para que me comprendiesen. Pero ya me contento cuando me respetan. ■
Pero no se borran los latidos de un corazón generoso. ■
Y yo no puedo pactar ni conmigo conmigo mismo. ■
El pecado de los pecados es el orgullo intelectual. ■
Convivir, atender a las llamadas de los Convivir, amigos y apartar del espíritu las razones que nos convierten en lobos solitarios. Transigir en las ideas, intercambiar amabilidades, dialogar en el vacío. Olvidar durante unas horas que la dignidad del hombre es una tensión sin treguas. Tener la ilusión de que también existe descanso para la lucidez. ■
■ Cada vez me hago entender menos. Antes los confundía confundía con palabras; ahora, es con silencio.
Pero tampoco es posible en determinados momentos confiar sólo en la elocuencia del silencio... ■
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CLAVES
DE RAZÓN PRÁCTICA
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La envidia. Nuestra verdadera pobreza.
Parar a tiempo... ¿Por sabiduría o por premeditación? ■
Lo mejor y lo peor de nosotros perdura casi siempre en la memoria de los demás. ■
Nos encontramos casualmente y me contó otra aventura suya en que arriesga todos los valores burgueses que él representa. —A usted, como ya le he dicho una vez, le gusta pasear al borde de los abismos... —Pero no caigo en ninguno, ¿se ha dado cuenta? ¿Por qué será? —Porque es incapaz de amar... ■
La razón me ha confundido muchas veces. La intuición nunca. ■
Entenderlo todo, perdonarlo todo, renunciar a todo, menos por virtud que por cansancio. Bien que apetece, en una época como ésta de permanente asedio de las más desgarradas demandas. Pero ¡nada! Humanos frágiles en un ruedo de dureza, parcialidad y tumulto, en que la fatalidad de la muerte se omite y el gusto inocente de la vida se ha perdido, todo nos obliga a entrar en la recua y a trotar, ■
Hay épocas felices, en que el hombre, en vez de vivir hacia dentro, vive hacia fuera. En vez de afligirse, se divierte. En vez de llorar, sonríe. No adelanta nada en relación a la muerte que lo espera al final de ese festival de inteligencia y de placer. Pero no da el espectáculo penoso de ser, mientras vive, un calendario de días nocturnos. ■
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MIGUEL TORGA
Lo que ocurría, sin embargo, es que el sueño era mayor que el soñador. ■
Hay momentos en que sólo la desmesura es legítima y solvente. ■
En barbecho, viendo simplemente cómo crecen hierbas dañinas en esos parterres de mi espíritu que suelo tener labrados. Pero tengo épocas así, en que sólo me apetece ser tan idiota como c omo la vida. ■
No sé si ha sido sincero. Pero ha sido inteligente, y es preferible así. Me gusta admirar.. Y sólo el espíritu consigue admirar deslumbrar a mi espíritu. ■
Ser idéntico en todos los momentos y situaciones. Negarme Negarme a ver el mundo por los ojos de los demás y no pactar nunca con el lugar común. ■
Ser idéntico a sí mismo nunca lo consigue el hombre pacíficamente. ■
Los gestos que no hacemos esperando que otros los hagan por nosotros. Y así perdemos la vida, que es una expresión permanente que no puede ser aplazada, ni postergada. No hay prueba de comunión que podamos esperar recibir si no somos capaces de atrevernos a ofrecerla antes. ■
He cambiado. Hasta ahora, combatía con las armas erróneas y ciegas del instinto, de la pasión y del sentimiento sentimiento.. Y perdía siempre. Ahora, menos impulsivo, también pierdo, pero las derrotas me duelen menos. Me escudo en la indiferencia. No pacto, ni quiero traicionar mi vida. Aún lucho denodadamente, es verdad. El objetivo, sin embargo, no es vencer en ningún terreno, ni contestar a nadie. Es salir de de este mundo con amor propio y lucidez. l ucidez. ■
Yo bien que lucho. Pero Yo Pero nada consigo. consigo. Este tiempo les pertenece a esos seres felices que, acomodados en el confort de cualquier pesebre, ni siquiera tienen conciencia de su mala conciencia. ■
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Somos la voz que tenemos.
Sin palabras no hay comunión de cuerpos y almas. Hay tropezones del instinto.
hay en nosotros en ninguna circunstancia sale a la luz. Y mucho menos sale de la pluma de los que más se explican y confiesan, disfrazados de penitentes, y que son casi siempre maestros consumados del fingimiento. San agustines hay pocos. Con todas las raíces cortadas, ya nadie se siente orgulloso de la alfombra de boñigas que tapizaba sus pasos en cuanto nacía. ■
Tanto como llevo dicho de mí, por palabras y obras, y me quedo pasmado diariamente ante la incomprensión de los más allegados. ■
Hacer justicia siempre vale la pena, incluso cuando parece demasiado tarde. Los actos pasados adquieren otra luz. Lo que parecía turbio, ambiguo o indigno, se hace limpio, franco y digno. Las rehabilitaciones rehabilitacion es tardías no son válidas solamente en la gran historia de las sociedades. Lo son también en la pequeña de cada uno de nosotros. ■
Me despido (...) de las únicas riquezas que me han gustado realmente poseer en este mundo, y de las que soy un avaro. Que no tuve que ganarlas, sino que merecerlas. ■
He sabido desde siempre, desde el momento temerario de mis comienzos, que escribir es un acto ontológico, que compromete a perpetuidad a quien lo realiza. Que ningún otro implica tanta responsabilidad y tanto riesgo, ya que todavía hoy la humanidad tiene en el banquillo de los acusados a todos los que se abalanzaron a coger la pluma en su nombre. Y también que no hay honra mayor ni mayor dignidad que pertenecer al grupo de esos penitentes que esperan el veredicto de cada generación. ■
¡Cómo comprendo su preocupación! Publicar un libro cuando ya no estamos en esa edad feliz en que creemos que lo merecemos todo y que todo se nos da, sólo se hace por irreprimible necesidad de expiación. Exponer a los ojos del mundo la desnudez de nuestro espíritu, es un riesgo que únicamente los vanidosos y los inconscientes corren sin pensárselo dos veces. Los primeros, porque creen en su propio genio; los segundos, porque creen que las lágrimas que vierten duran más que la pena que las causó. Pero ¿y los otros, los lúcidos y escépticos? Éstos mueren en la duda. No hay ilusión que los engañe. Para ellos los escaparates de las librerías son potros de tortura eternos. ■
Antes de leerle la verborrea que que me estaba imponiendo a la fuerza, me dejé caer, hablándole claro: —No sé si sabe que describir es fácil. Escribir es lo que es difícil. ■
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Nuestras inquietudes y angustias nunca pueden ser completamente compartidas (...) Lo más profundo y significativo que ■
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Leo, leo. Y cada vez me quedo más pasmado ante el enigma humano. ¡Qué cosas tan extraordinarias hemos sido capaces de pensar y escribir en todos los idiomas y tiempos sobre nuestra condición sin mejorarla lo más mínimo! ■
Manuel Arranz
es traductor. Autor de Con las pa-
labras. CLAVES
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