Directores
Javier Prad era / Fe rnando Sava ter
DE RAZÓN PRÁCTICA
Enero / Febrero 2004 Precio 8 €
N.º 139
JUAN LUIS CEBRIÁN
Mesianismo, populismo, autoritarismo
ANTONIO VERCHER
La corrupción urbanística
ALLESSANDRO A FERRARA El desafío republicano
W.. SOME W SOMERSE RSETT MAUG MAUGHA HAM M Herman Melville y ‘Moby Dick’ E n e r o / F e b r e r o 2 0 0 4
C. MALAMUD Yo, Y o, Augusto de Chile
VÍCTOR PÉREZ-DÍAZ La reforma de la Universidad española
DE RAZÓN PRÁCTICA Dirección
S U M A R I O NÚMERO
JAVIER PRADERA JAVIER FERNANDO SAVATER
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ENERO
/
FEBRERO
2004
Edita
PROMOTORA GENERAL DE REVISTAS, SA
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EL DESAFÍO REPUBLICANO
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MESIANISMO, POPULISMO, AUTORITARISMO AUTORITARISMO
VÍCTOR PÉREZ-DÍAZ
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LA REFORMA DE LA UNIVERSIDAD ESPAÑOLA
ANTONIO VERCHER
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LA CORRUPCIÓN URBANÍSTICA
JAVIER MOSCOSO
34
UNA HISTORIA DEL DOLOR
JIMENA A. PRIETO
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LA MEMORIA DEL GENOCIDIO ALEMÁN
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Herman Melville y ‘Moby Dick’
Director general
ALFONSO ESTÉVEZ
ALESSAND ALES SANDRO RO FERRA FERRARA RA
Director adjunto
JOSÉ MANUEL SOBRINO Coordinación editorial
NURIA CLAVER Diseño
MARICHU BUITRAGO
JUAN LUIS CEBRIÁN
CARLOS MARQUÉS (Madrid, 1976) Estudia Bellas Artes en la Universidad Complutense de Madrid. Participó en el curso de verano de escultura y pintura celebrado en la Villa de Ayllón (Segovia). Parte de su obra puede contemplarse en el Museo del Belosillo de dicha localidad y en la Facultad de Bellas Artes; Arte s; asimi asimismo smo tien tienee obra obra repar repartida tida en coleccolecciones privadas de Madrid y Tenesse (USA). Caricaturas
LOREDANO
Semblanza
William Somerset Maugham
Política
Carlos Malamud
60
Yo, Augusto de Chile Entre la traición y la cobardía
Herman Melville.
Narrativa
Correo electrónico:
[email protected] Internet: www.claves.progresa.es
Justo Serna
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El antifranquismo imaginario
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Cómo se hace una crítica
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Encarcelar el problema
81
García Márquez, el humorista
Correspondencia: PROGRESA.
FUENCARRAL, 6; 2ª PLANTA. 28004 MADRID. TELÉFONO 915 38 61 04. FAX 915 22 22 91. Publicidad: GDM. GRAN VÍA, 32; 7ª.
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Ensayo
César Pérez Gracia
Criminología
Emilio Monteserin
Literatura
Daniel Samper Pizano
EL DESAFÍO REPUBLICANO ALESSANDRO FERRARA FERRARA
T
rataré, en primer lugar, de ofrecerles una aproximación al núcleo esencial del republicanismo a través de su historia y de sus desarrollos más recientes. En segundo lugar, esbozaré aquello que distingue esta particular corriente del pensamiento político de otras muy cercanas, en especial del liberalismo. Finalmente, quisiera llevar a cabo una reflexión sobre el desafío que el republicanismo plantea al liberalismo como tradición política hegemónica en el mundo contemporáneo. Republicanismos
La doctrina política que hoy denominamos republicanismo es el fruto de dos grandes operaciones interpretativas de la historia del pensamiento político, dos grandes síntesis que han producido otras tantas formas de republicanismo muy diferentes. La primera lleva el nombre de Hannah Arendt y de John Pocock Pocock 1. En ella se reinterpreta y actualiza a Aristóteles y a Maquiavelo como inspiradores de una concepción de la política según la cual la participación en el proceso político, la “vida activa”, está entendida como codeterminación de un “bien común” que el conjunto del cuerpo social persigue como un telos subordinado a los fines individuales. La esfera de la actuación política se convierte en el ámbito más adecuado para la realización del bien para el hombre, lo que Aristóteles Arist óteles denominaba denominaba como el buen vivir o eudaimonia. Según esta interpretación, el antagonista ideal del republicanismo es el privatismo, propio de la concepción moderna de la política, entendido como procedimiento o conjunto de reglas del juego para articular la interacción de intereses entre ciudadanos y grupos organizados de ciuda-
danos que aspiran a conseguir un bien “privado”, concebido fuera del ámbito político. Pero hoy el republicanismo, en esa concepción aristotélica, no ejerce demasiada influencia. Vivimos en un mundo tan profundamente marcado por la experiencia del pluralismo que no encontramos atrayente la glorificación de un modo de vida –la vida como implicación activa en la res publica– que tenga en cuenta a los demás. Sin embargo, perviven ecos importantes en otra tradición que sólo de forma ocasional apela al republicanismo y que no está considerada sólo como una tradición de pensamiento político. Me refiero a algunos communitarians, como Michael Sandel o Alasdayr MacIntyre, cuando hacen referencia de forma explícita a la inconsistencia de un ideal “privado” de autorrealización y a la necesidad de la civic virtue (virtud cívica) para el funcionamiento de una democracia moderna. La segunda forma de republicanismo, inaugurada por la obra histórico-reconstructiva de Quentin Skinner, no comporta la identificación de la vida activa como sendero privilegiado para el acceso a la eudaimonia2. Es una concepción mucho menos exigente desde el punto de vista normativo que establece con el republicanismo neoaristotélico la misma relación que el “liberalismo político” del último Rawls con los liberalismos perfeccionistas del pasado, incluida su idea de liberalismo comprensivo desarrollado en Teoría de la justicia. Su eje central es la contraposición entre el vivir como hombre “libre” o como “siervo”. En este caso, las referencias clásicas son Polibio y Cicerón y, una vez más, el Maquiavelo de los Discursos sobre la primera década de Tito Livio . No existen fines colectivos, a no ser los compartidos con la tradición liberal como la protección de la vida, de la libertad y de la propie-
dad. Cicerón en De Officiis indica la garantía de la propiedad como la razón que empuja a los hombres a asociarse en comunidades políticas; y Maquiavelo en los Discursos define el “vivir libre” como la “posibilidad de disfrutar de las cosas con libertad sin ningún tipo de desconfianza, sin dudar del honor de las mujeres, del de los hijos, sin ningún temor de uno mismo” (XVI). Pero yo caracterizaría a esta segunda versión del republicanismo, con ascendencias romanas más que aristotélicas, por su énfasis sobre el concepto de libertad, lo que la transforma en una competidora insidiosa del liberalismo. Como ha observado Mauricio Viroli, uno de los defensores de esta versión del republicanismo, el liberalismo, en su larga historia, ha sido criticado en nombre de la justicia social, en nombre de la tradición, en nombree de ideales comunita nombr comunitarios rios o de participación, pero muy pocas veces (con la destacada excepción de Hegel) ha sido criticado por la insuficiencia de su concepto central, el de la libertad. Uno de los libros más importantes de los últimos años, Republicanism, de Philip Pettit3, está dedicado a la reconstrucción de este concepto republicano de libertad. Pettit comienza reproduciendo la polémica entre Hobbes y Harrington en torno al concepto de libertad. Al establecer un irónico contraste entre la despótica Constantinopla y el libre Ayunt Ayuntamient amientoo de Lucca, Hobbes Hobbes hacía notar que, a pesar de la gran inscripción “Libertas” colocada en la muralla de la ciudad, el ciudadano de Lucca no estaba ni menos vinculado por el Estado ni sometido a menos deberes de lo que estaba el súbdito del soberano de Constantinopla: distintas leyes, distinto el régimen político, pero idéntica sumisión de la voluntad del individuo a la
1 John
Greville Agard Pocock: The Machiavellian Moment . [El momento maquiavélico: el pensamiento político político florentino florentino y la tradició tradición n republicana republicana atlántica, Ed. Tecnos, 2002.] 4
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Quentin Skinner: The Foundations of Modern Political Thought.
Pettit: Republicanism. A Theory of Freedom and Government . [Republicanism [Republicanismo: o: una teoría sobre la libertad y el gobierno, Ed. Paidós Ibérica, 1999]. CLAVES
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constricción del derecho y del soberano. En su ensayo Oceana, Harrington le rebate indicando cuál es, en su opinión, la diferencia esencial. El ciudadano de Lucca puede estar las leyes de Lucca como lo tan vinculado por las está el súbdito de Constantinopla por las suyas, pero sin duda alguna tiene más libertad en virtud de las leyes de su ciudad. Aquí se contraponen dos concepciones de la libertad. La con concepc cepción ión inaugu inaugurada rada por por Hobbes Hobb es –y de la que posterio posteriormente rmente se apropió gran parte de la tradición liberal hasta la segunda mitad del siglo XX – según la cual ser libres quiere decir que que no hay nadie que interfiera en nuestra voluntad, que podemos hacer todo lo que deseamos hacer; y, por otra parte, la concepción según la cual ser libres quiere decir actuar de acuerdo con unas reglas y leyes que hemos contribuido nosotros mismos a darnos. En esta perspecNº 139
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tiva republicana, libre se contrapone a siervo, ya que el siervo sigue siendo tal incluso cuando el amo no interfiere con su voluntad; y no es libre puesto que depende de reglas que no puede promulgar o abrogar porque son fruto de la voluntad de otros incluso cuando los otros no manifiestan esa voluntad. La persona libre no considera disminuida su libertad cuando obedece a las leyes que él mismo ha contribuido a emanar: estas leyes no son límites, más bien son las condiciones de su libertad, los ladrillos de los que se compone su libertad para actuar en sociedad, no en el estado natural. No es posible equiparar libertad como ausenciaa de interferencia ausenci interferencia activa y libertad como ausencia de dominio con los conceptos contrapuestos que Isaiah Berlin denominó, en un célebre ensayo, “libertad negativa” y “libertad positiva”. No se puede equiparar
la libertad republicana entendida como ausencia de dominio, ausencia de dependencia de la arbitraria voluntad de otros, con el ideal de “libertad positiva” atribuido por Berlin a Rousseau y a Marx. La libertad republicana del dominio es otra versión de la libertad negativa, no comporta ninguna idea sustantiva del valor ni ningún “Se” colectivo en cuya realización el individuo debería participar. La libertad republicana, en cuanto variante de la libertad negativa, puede ser considerada como el eje de un ordenamiento político plenamente respetuoso del pluralismo moderno. En un ensayo de 2000 titulado Republican Liberty and Contestatory Democratization4, Pettit elabora un modelo de democracia organizado en torno a la idea de libertad como ausencia de dominio y al principio de “contestabilidad”. La relevancia del principio de contestabilidad se deriva de la improbabilidad de que “la condición necesaria de la autonomía o del autogobierno resida en haber examinado y compartido cada uno de los deseos o creencias propias de un proceso de autoconstrucción; si así fuera, no existirían individuos autónomos” (Pettit, pág. 223). Por el contrario, tiene sentido pensar la autonomía como la posibilidad que tienen los individuos de someter a crítica y a revisión todo lo precedentemente deliberado. Pettit resume este concepto al afirmar que “el índice de la autonomía individual es modal o contrafáctico, no histórico” (Pettit, pág. 223). Si entendemos la democracia como autogobierno por parte de un sujeto colectivo, podemos comprender, por analogía, que incluso en este caso la autonomía es una cuestión contrafáctica y modal más que histórica. A la hora de elegir una
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‘Republican Liberty and Contestatory Democratization’, en I. Shapiro y C. Hacker-Cordòn (eds.), Democracy’s Value, Cambridge University Press, 1999, págs. 163-90. 5
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conducta, tanto los individuos como los pueblos pueden apoyarse en creencias y preferencias cuyos orígenes se pierden en un pasado remoto y que no pueden ser objeto de elección consciente en el aquí y ahora. “Incluso el demos que se autogobierna se comporta con frecuencia de forma automática, permitiendo que los procesos decisorios actúen de forma más o menos indiscutible y mecánica”. Lo que define el carácter democrático del ordenamiento es el hecho de que el demos “no está expuesto a este modelo decisorio: si quiere, el pueblo en cuestión puede protestar por las decisiones tomadas y, cuando la protesta muestra discrepancia con sus intereses y sus opiniones, puede exigir que se cambien” (Pettit, págs. 223-224). Por tanto, la idea republicana de libertad como ausencia de dominio se traduce, desde un punto de vista de los ordenamientos políticos que se adecuan a sociedades complejas, en la propuesta de una democracia contestataria. Volveremos sobre este punto más adelante, cuando tratemos de evaluar en qué consiste el desafío republicano para la política del siglo XXI. Lo que ahora me interesa es completar el cuadro de las posiciones republicanas presentes en el panorama actual de la teoría política. Citaré tres casos de “republicanismo liberal”. Utilizo esta expresión para designar tipos de republicanismo que explícitamente se proponen no como formas alternativas al liberalismo sino como formas integradoras, como formas de liberalismo corregido. Y, por último, trataré de los “republicanismos ocasionales”. El primer caso es el de Cass Sunstein. En Beyond the Republican Republican Ideal, Sunstein se propone aportar una versión del republicanismo que supere su distancia tradicional con el liberalismo e, incluso, que “incorpore elementos esenciales de la tradición liberal” (pág. 1541). Los cuatro principios básicos de un ordenamiento político republicano así concebido son: a) la deliberación pública basada en la virtud civil; b) la igualdad de los actores políticos; c) el universalismo de la razón práctica; y d) la ciudadanía modulada por un conjunto de derechos-deberes de participación. El primer elemento es esencial porque se relaciona con el principio deliberativo intrínseco a las diferentes versiones de democracia deliberativa, de Habermas a Joshua Cohen, a Gutman y a Thomson, principio por el cual las preferencias individuales prerreflexivas deben ser examinadas en un espacio público a la luz de razones. La intuición republicano-deliberativa percibe que hasta que la política no deje de orientarse a la satisfacción de prefel
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rencias extrapolíticas no mediadas por instancias que las filtren a la luz de razones no se podrá esperar una superación de la atomización individualista de los electores, lo que siempre constituye una antesala de posibles tiranías por parte de la mayoría. Asimismo, es importante la continuidad con la veta rousseaniana y tocquevilliana respecto a la virtud cívica, a la necesidad de fortalecer un ethos de la participación que equilibre los intereses corporativos, incluso en las condiciones del pluralismo moderno. En este punto, Sunstein se encuentra en buena compañía. En la vertiente de la teoría social, la investigación de Robert Bellah y otros estudiosos, resumida en Habits of the Heart. Individualism and Commitment Commitment in American Life [Hábitos del corazón, ed. Alianza Editorial, 1989] y en The Good Society, se propone reconstruir las condiciones sociales que permiten el desarrollo de una cultura pública del commitment, del compromiso incluso en las condiciones de una sociedad compleja. El segundo caso es el de Frank Michelman. Según Michelman, una noción defendible de democracia deliberativa debe encontrar necesariamente un equilibrio entre el clásico énfasis liberal respecto al “gobierno consensual” y el republicano y democrático respecto al “gobierno de los gobernados”. Su punto de partida no es, como en el caso de Habermas, la clásica oposición entre el liberalismo de Locke y el republicanismo de Rousseau, sino las intuiciones presentes en la cultura constitucional estadounidense, en cuyo seno se contienen dos ideas de libertad política “aparentemente dispares” (Michelman 1995, c. 19); es decir, a) la idea según la cual “los ciudadanos son políticamente libres siempre que se autogobiernen”; y b) la idea según la cual “los ciudadanos son políticamente libres siempre que vivan bajo el gobierno de las leyes y no de los hombres” (Michelman 1995, c. 20). Es fácil explicitar la tensión entre estas dos nociones si se considera la primera como referida principalmente al ejercicio totalmente libre de la voluntad soberana y la segunda como algo que pone límites a ese ejercicio. Aunque se puedan comprender esos límites, bajo forma de derechos, como derivaciones de la voluntad soberana, es decir, como límites autoimpuestos, de todas formas permanece un cierto margen de tensión. Las limitaciones que los ciudadanos consideraban en un determinado momento imposiciones obligatorias a su libre voluntad pueden convertirse una generación más tarde en vínculos insostenibles. Si observamos esta tensión con lentes republicanas, podemos vislumbrar la forma de disminuirla. Dicha forma podría consistir l
en considerar la política como un proceso en el cual, y a través del cual, “individuos” privados se convierten en ciudadanos interesados por la cosa pública y, por tanto, colectivamente en un pueblo. En virtud de esta cualidad transformativa el proceso podría conferir a las instancias jurídicas carácter de validez, de vínculo jurídico autoimpuesto” (Michelman 1995, c. 22)5. jurisgeneneMichelman denomina política jurisge rativa a este proceso que representa la posibilidad de que un “gobierno de los gobernados” sea al mismo tiempo un “gobierno de las leyes”. Aclara el paralelo de esa política con el republicanismo cívico basándose en una cierta “circularidad” o influencia recíproca que presumiblemente existe entre “la idea de una ciudadanía que actúa políticamente como única fuente de la ley y garantía de sus propios derechos” y “la idea de leyes justas y derechos legales justos como precondici con diciones ones de una polí polític ticaa justa”. justa”. Michelman distingue con sumo cuidado entre su concepción de la política jurisgenerativa y el tono comunitarista que le atribuye Habermas. De hecho, todo el esfuerzo de una moderna democracia constitucional dualista se centra en separar la noción de política jurisgenerativa de la imagen de una “comunidad solidaria”, así como de la idea republicana clásica de la política entendida como demostración de una latente, preexistente y “prepolítica” convergencia de concepciones comprensivas. El defensor de la política jurisgenerativa subraya no tanto el hecho de compartir orientaciones normativas sustantivas sino más bien el de compartir de una forma “más “más débil” débil” experie experiencias ncias históricas concretas que ha vivido una ciudadanía o que posee en su memoria colectiva, un pasado político compartido “que está presente en la mente de todos bajo forma de memoria colectiva” (Michelman 1995, c. 32). Michelman sostiene que un “fondo” “fondo” tal de experiencias comunes podría ser suficiente para “garantizar a los participantes una identidad que los convierta en pueblo y los identifique como comunidad política”, así como para poner límite a una variedad infinita de posibles interpretaciones de objetivos y significados comunes. En Traces of Self-Government, Michelman (1968) distingue claramente su posición de la del republicanismo clásico. El republicanismo clásico, ejemplificado por James Harrington, acentúa el autogobierno, la deliberación práctica mediante el diálogo, la igualdad entre gobernantes y gobernados, la
5 Frank I. Michelman: Higher Law. On the Legal Theory of Constitutional Democracy, manuscrito, 1995.
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noción realista de bien común, el énfasis en la virtud y en esas propiedades individuales que son la base social de la virtud. Sin embargo, el principio fundamental reside en la idea de la libertad positiva, caracterizada a su vez por el autogobierno. Todos los demás ingredientes están concebidos como condiciones de posibilidad de la libertad positiva así entendida6. Si se quiere que este principio sea útil incluso para un enfoque republicano contemporáneo, debe ser modificado en varios aspectos importantes. A diferencia del republicanismo renacentista y harringtoniano, Michelman concibe el autogobierno como una forma institucionalmente encauzada de autogobierno, mediada por el papel del Tribunal Supremo: da la impresión de que los tribunales, y en especial el Tribunal Supremo, asumen entre sus funciones incluso la de plasmar ese autogobierno activo que los ciudadanos consideran más allá de su capacidad” (Michelman 1986, c. 74). El tercer caso es el de Bruce Ackerman. En cierto sentido, puede resultar extraño incluir al autor de Social Justice in the Liberal Liberal State [La justicia social en en el Estado liberal , Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 1993] entre los defensores del republicanismo. Y sin embargo, Ackerman ha ido derivando del modelo liberal abstracto de “forma de gobierno igualitaria” diseñado en su primer texto a una serie de urgencias teóricas que le han llevado, en primer lugar, a embarcarse en la empresa histórico-interpretativa de reconstruir los momentos sobresalientes de la historia constitucional estadounidense en la trilogía We, the People y, posteriormente, a elaborar propuestas constitucionales concretas sobre la división de poderes en la sociedad compleja y, lo que más nos interesa, propuestas institucionales para la introducción de un momento republicano, participativo y deliberativo, en el seno de nuestras sociedades democráticas actuales. La propuesta de Ackerman está desarrollada en un libro a punto de publicarse titulado Deliberation Day, escrito junto con James Fishkin Fishkin (auto (autorr de Deliberative Polling). Se trata de utilizar uno de los días festivos (President Day) que actualmente sólo sirven para incrementar la industria turística (y especialmente el turismo del esquí, dada la l
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Cfr: Michelman (1986, pág. 47).
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coincidencia del puente invernal con el President Day) para un experimento republicano a escala continental: dos días de participación para todos los ciudadanos que lo deseen, retribuidos al mismo nivel que la participación en los jurados, en discusiones en profundidad, intensivas, con la presencia de expertos y líderes políticos, en torno a una agenda decidida y establecida por los agentes políticos y dada a conocer con mucha antelación. La iniciativa se articularía en dos jornadas y habría turnos de participan-
tes para permitir, de forma realista, el funcionamiento de todas las actividades productivas y de los servicios esenciales para la sociedad. La idea fundamental es la de crear un “merc “mercado ado político” para la deliberación y la reflexión expresadas de forma discursiva. En el estado actual en que nos encontramos, las élites políticas de nuestra sociedad creen conveniente estructurar su comunicación política siguiendo el modelo de la publicidad, dirigiendo al electorado expresiones e imágenes marcadas por la emoción, más capaces de atraer la atención que de apoyar la reflexión. La institución de un deliberation day pondría este tipo de comunicación en desventaja respecto a una comunicación menos “publicitaria”, “publicitaria”, menos emotiva pero más meditada. No se pueden mantener 10 horas de discusión a base de consignas o eslóganes repetidos de forma obsesiva sin pagar un precio en las páginas de los diarios del día siguiente, los cuales resumirán, con toda probabilidad, lo sucedido durante toda la jornada de debate. En consecuencia, todos los partidos políticos estarían sometidos a la presión de elaborar posiciones políticas más meditadas y deliberativas. Este cambio en una dirección deliberativo-republicana del proceso democrático no exigiría un excesivo coste participativo y estaría de acuerdo con el precepto madisoniano de economizar en la virtud cívica. Más importante aún es el hecho de que la propuesta de Ackerman abandona los eternos debates en torno a la libertad de los antiguos y la libertad de los modernos, así como la invocación genérica de una esfera pública consistente y de un diálogo público igualmente consistente, planteada con frecuencia por los defensores de la democracia deliberativa. En efecto, la propuesta del Deliberation Day se diferencia de la noción habermasiana de esfera pública en que prevé y alienta un mayor grado de intervención pública, estatal, en el desarrollo del ámbito público. Los denominados “públicos débiles” –esa red informal de públicos que ejercen una función de control y de determinación de la agenda respecto a los públicos fuertes, institucionalmente designados para tomar decisiones– devienen un poco menos débiles en el esquema ackermaniano, puesto que el Deliberation Day les ofrece un canal institucional seguro, con una cobertura mediática garantizada, para lograr que su voz llegue a los públicos fuertes. Por otra parte, la función de determinación de la agenda de la esfera 7
EL DESAFÍO REPUBLICANO
pública resulta debilitada, ya que toda propuesta temática nueva deberá obtener la aprobación de las élites políticas existentes (y de sus expertos en sondeos, y de sus consejeros) antes de acceder a la mesa de debate del Deliberation Day. En el marco republicanodeliberativo trazado por Ackerman, la razón pública obtiene un auditorio más amplio public ic foru forum m en el que la confina que el publ Rawls. Las actividades previstas en el Deliberation Day se sitúan en una zona intermedia publicc forum en sentido estricto –es entre el publi decir, los públicos institucionales constituidos por los cuerpos deliberantes– y la back groundd culture, groun culture, que está formada por la actividad de iglesias, universida universidades, des, centros centros de investigación, investigació n, sociedades científicas científicas,, etcétera. Para finalizar, finalizar, el panorama debería completarse con los que he denominado “republicanismos ocasionales”, es decir, con las obras y momentos concretos en el seno de una andadura teórica en que unos autores que, en general, no se identifican con el republicanismo, apoyan temas republicanos y en cierto modo se califican como tales. Es el caso del “republ “republicanismo icanismo kantiano” sugerido por Habermas y el del “republicanismo cívico liberal” propuesto por Ronald Dworkin en Liberal Community . Pero estos detalles no añadirían mucho al panorama aquí esbozado y considero más importante afrontar otra tarea: situar el republicanismo respecto a otras concepciones políticas contemporáneas e identificar en qué consiste el desafío que propone. La diferencia republicana
Me limitaré a bosquejar la “diferencia republicana” solamente en relación con dos tradiciones del pensamiento político: la tradición liberal y la tradición democrática. de mocrática.
A) La tradici tradición ón libera liberal l Desde un punto de vista histórico, la relación entre republicanismo y liberalismo es, sin duda alguna, una relación genealógica: el liberalismo moderno es hijo de la tradición republicana, de la que representa una evolución en sentido individualista, y no viceversa. En efecto, el liberalismo ha tomado de la tradición republicana la idea central de una limitación de los poderes del Estado, en oposición a la idea de un Estado absoluto (para Maquiavelo la “potestad absoluta” es sinónimo de “tiranía”), aunque el rasgo distintivo del liberalismo y su innovación respecto al republicanismo consiste en haber desarrollado el concepto de “límites al poder del Estado” en la forma de una teoría de los derechos, de los derechos individuales inalienables, que, por el contrario, no encontramos en la tradición republicana. 8
Asimismo, Asimis mo, el liberalis liberalismo mo ha tomado tomado del republicanismo la idea de que el fin en cierto modo “neutral”, no controvertido, de la comunidad política es la protección de la vida, de la libertad y de la propiedad, idea que como hemos visto ya está presente en Cicerón y en Maquiavelo. Pero además de esto, hay aspectos originalmente republicanos que sobreviven y se desarrollan en el pensamiento liberal, como la idea de una fecundidad del conflicto, contrapuesta a las utopías conservadoras conserv adoras o incluso revolucionari revolucionarias as (pensamos en la sociedad comunista de Marx) de una sociedad totalmente reconciliada: Maquiavelo es, una vez más, quien explica cómo los conflictos entre la plebe y el Senado en la Roma republicana “fueron la causa principal de que Roma siguiera siendo libre” (Discursos IV). Del conflicto social a la institucionalización del conflicto a través de los madisonianos checks and balances hay una línea de continuidad. Cuando Maquiavelo habla de la distinción de las funciones de la soberanía, incluso un concepto liberal tan fundamental como la doctrina de la división de poderes tiene raíces republicanas. Sin embargo, y en mi opinión, un terreno controvertido es el contractualismo, es decir, la idea de justificar (no sólo describir) la organización política como fruto de un contrato negociado en condiciones ideales. Hay que subrayar que el contractualismo, aunque se le haya asociado con la tradición liberal, nace con Hobbes, el teórico del absolutismo, y encuentra en Rousseau un gran defensor incluso en el seno de la tradición republicana. Pero es esencial comprender que cuando hablamos de liberalismo o republicanismo hablamos de tradiciones muy amplias y difere diferenciad nciadas as entre entre sí. El libertarismo de Nozick o Hayek es muy diferente del liberalismo de Kant o de Rawls; así como el republicanismo de ascendencia aristotélica de Pocock o de Arendt es diferente del derivado de la tradición romana y maquiaveliana. No tiene sentido comparar teorías tan heterogéneas. Si en el seno del campo republicano advertimos la necesidad de distinguir entre las dos corrientes antes mencionadas, ¿qué sentido tiene comparar una de ellas con un igualmente poco especificado liberalismo considerado a nivel global? El liberalismo es, además, una tradición bastante compleja que incluye concepciones centradas en el concepto de libertad negativa entendida como esa libertad que “comienza allí donde la ley calla” y concepciones que, por el contrario, acogen una noción de libertad bastante semejante a la defendida por el republicanismo “político”. “político”. La alternatividad o diferencia del denominado paradigma
republicano está en función de hacia dónde dirigimos la mirada comparativa dentro del vasto panorama liberal. Es decir, existe una amplia familia de teorías liberales sobre las que no es sensato sostener su diferencia con el republicanismo a no ser por una diversidad de acentos, como se advierte en el seno de toda tradición suficientemente diferenciada. Exponiendo la tesis de una forma más exacta, podemos afirmar al menos que la distancia existente entre las formulaciones de autores representativos del republicanismo “político” y del liberalismo liberal no es superior a la distancia existente dentro del paradigma liberal entre autores como Rawls, Dworkin, y Ackerman, por un lado, y Nozick, Hayek y Popper, por otro. Para demostrar que esta convergencia es plausible, retomaré la distinción señalada por Pettit entre las dos concepciones de la libertad negativa –libertad de la interferencia o libertad de dominación– presentadas como típicas de la tradición liberal y de la republicana, respectivamente. Que esta dicotomía no logre resaltar alguna diferencia probable entre las dos tradiciones constituye un argumento a favor de la tesis según la cual no tiene mucho sentido ver en la tradición republicana maquiaveliana y en la liberal liberal dos aproximaciones antagonistas. Según Pettit, quien se declara liberal concibe la libertad principalmente como ausencia de interferencia con el propio querer subjetivo; y quien se declara republicano la concibe como ausencia de control arbitrario, no necesariamente como presencia de self-mastery. En este sentido incluso la concepción republicana de la libertad sigue siendo negativa en relación con la propia conducta, un control ejercido por quien está en una posición de predominio respecto a nosotros. Si analizamos con más profundidad lo que significa libertad como ausencia de dominación, descubrimos que ésa presupone “la ausencia de dominacion iante la presencia de otra gente, no la ausencia de dominacion ganada mediante aislamiento” o, con otras palabras, “la no dominacion es el estatus asociado al papel civil del liber ” y “la libertad es civil como algo distinto de la libertad natural” (Pettit, pág. 66). Es más, “no dominacion” dominacion” presupone no una ausencia casual de interferencia arbitraria con mis elecciones, sino una “una segura o resistente variedad de tal no-interferencia (Pettit, pág. 67). En mi opinión, la dicotomía entre estos dos conceptos de libertad negativa no puede asumir la función que Pettit le atribuye. Autores liberales contemporáneos como Gaus y Raz no sólo no son excepciones, como reconoce el mismo Pettit (cfr. Pettit, pág. 10), sino que toda una entera área del liberalisCLAVES
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mo, con toda probabilidad la más representativa y dinámica en esta fase histórica, tampoco logra ser situada con comodidad en el seno de esta dicotomía. Es decir, no logra separar de forma plausible las dos áreas diferentes del republicanismo “político” (no consideraré, por motivos de brevedad, el “metafísico”) y del liberalismo liberal, que, sin embargo, debería separar. Evitaré considerar el caso de un autor de difícil ubicación como Habermas, el cual, a pesar de acoger en su obra una notable cantidad de motivos liberales, ha demostrado siempre una desconfianza igualmente notable en el declararse liberal tout court. Por el contrario, examinaré algunos aspectos de la obra de Rawls y de Dworkin para demostrar cómo en este caso nos encontramos ante autores declaradament dam entee lib libera erales les,, cuy cuyaa idea idea de libe liberta rtad d no no se puede reconducir en ningún caso a la noción de “libertad de interferencia interferencia”. ”. Tomemos el caso de Rawls. Si examinajusticia, mos el párrafo 32 de Teoría de la justicia, encontramos una conceptualización de la libertad que concuerda con el esquema de Pettit. Como se ha sostenido, separar conceptualmente la libertad de la igual distribución de la libertad –como hace Rawls cuando se pregunta “¿por qué pedir que la libertad esté distribuida de forma igualitaria?”– significa admitir que tiene sentido hablar de libertad incluso cuando algunas personas tienen más que otras. Mientras que es propio de la idea republicana de libertad presuponer que la libertad, entendida como libertad mediante la ley y no como libertad de la ley, no subsiste para nadie si no está distribuida de forma igualitaria. Se podría abandonar Teoría de la justicia a su destino, aunque se conceda que en esa teoría persiste el reflejo de una concepción atomista, corregida con posterioridad en Liberalismo político, un reflejo que se pone de manifiesto cuando se pregunta por qué debemos desear que la libertad esté distribuida de forma igualitaria, como si la libertad preexistiera al Estado y a la política y estos factores pudieran modificar o dejar inalterada una distribución natural. Pero considero que no es necesario. Quizá los críticos republicanos estén mirando en la dirección equivocada. La estructura argumentativa de una teoría de la justicia es la de un balance de los resultados de un experimento mental, la tan conocida deliberación en la posición original tras el velo de la ignorancia, respecto a la estructura fundamental de la sociedad. El punto de vista de justicee as fairn fairness ess (la justicia la justicia, de la justic como equidada), equidada), emula emula a la ficción ficción del velo de la ignorancia tras el cual se produce la del
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liberación de los que deciden. Pero este mismo punto de vista, a partir del cual se discute sobre la distribución igualitaria de la libertad, se asienta en el tema imprescindible de la igual libertad de los que deciden para determinar los futuros ordenamientos distributivos de la sociedad. El “momento republicano” en el contexto de Teoría de la justicia reside en la igualdad imprescindible de su estatus de “coautores” de la elección respecto a la estructura fundamental, dado lo injustificable del hecho de que la opinión de alguien pese más que la de otro en esa elección. Incluso en Habermas, un autor que ha utilizado de vez en cuando la expresión de “republicanismo kantiano” para describir su posición, encontramos la ficción de un diálogo en torno a qué derechos es racional concederse por parte de coasociados libres e iguales que tienen la intención de regular su vida en común de acuerdo con el derecho y no con el equilibrio de relaciones de fuerza. En este diálogo, incluso los coasociados y los futuros conciudadanos habermasianos se deben plantear el problema del quantum de libertad se puede conceder y cómo se debe distribuir, pero no por esto se puede acusar a jusnatural uralista ista Habermas de tener una visión jusnat de la libertad como preexistente a las leyes. En realidad, es posible indicar en Teoría de la justicia otros elementos de disonancia con la atribución de una concepción de la libertad como ausencia de interferencia. Por ejemplo, entre los bienes primarios se incluyen “las bases sociales del respeto de sí mismo”. ¿Cómo es posible sostener que la idea de libertad como ausencia de dominación, es decir, de sometimiento al arbitrio de otros aunque éste no se ejerza, es ajena al pensamiento rawlsiano si uno de los bienes objeto de atención en la discusión sobre el esquema distributivo sobre el que construir la estructura fundamental de la sociedad son precisamente los requisitos necesarios para que todos puedan tener respeto de sí mismos? Sin duda alguna, es imposible proponer una interpretación de El liberalismo político que anule la idea de libertad aquí presupuesta respecto a la noción de mera ausencia de interferencia. Lo impide la propia formulación inicial del problema del cual todo el libro es una respuesta: “¿Cómo podemos concebir una noción de justicia que pueda asegurar la estabilidad o la integración de una sociedad de ciudadanos libres e iguales que suscriben visiones del bien profundamente divergentes?”. La idea de igual respeto, que es implícita también a la concepción de la libertad como ausencia de dominio, aparece aquí inseparable de toda una serie de nociones que sostienen la arquitectura de El liberalismo
políti co , como la idea de “igual coopera político ción”, ción ”, el “duty of civility” que relaciona a los ciudadanos entre entre sí, obligándoles a darse recíprocamente justificaciones, o las ideas de overlappi over lapping ng conse consensus nsus y de razón pública. Todas estas nociones se basan en un núcleo normativo más profundo que Charles Larmore ha identificado en el ideal de igual respeto. La transición misma del modelo rational choice, presente en Teoría de la justicia, al del consenso por intersección propio de El liberalismo político está explicada por Larmore en términos de influencia de un principio subyacente del igual respeto, según el cual los principios políticos fundamentales deberían ser aceptables de forma racional para los que van a estar más vinculados por ellos (Larmore 1997, pág. 11). En efecto, la razón por la que no consideramos justo que se acepten principios políticos basados en la fuerza no consiste en el hecho de que el uso de la fuerza sea siempre injusto de por sí: en caso contrario, la idea misma de asociación política, que incluye siempre en su trasfondo la posibilidad del uso de la fuerza, debería ser considerada intrínsecamente injusta, como nos enseña Weber. Más bien, la razón es que el conseguir la obediencia mediante el uso o la amenaza del uso de la fuerza, sin entrar de alguna forma en contacto con la capacidad de otra persona de pensar con su propia cabeza, o entrando en contacto sólo en el sentido limitado de una valoración costes/beneficios de las ventajas de obedecer, equivale a tratar a esa persona de una forma diferente, y seguramente “demeaning”, respecto a la forma en que deseamos ser tratados nosotros. Por tanto, concluye Larmore, “el objetivo de respetar a otra persona significa exigir que los principios políticos y los principios implícitos en la coerción física estén tan justificados para esa persona como lo están para nosotros” (1997, pág. 14). Todo esto excluye, por tanto, una interpretaliberalismo alismo político como reducción de El liber ción de la noción de libertad en ella implícita a la la mera ausencia de interferencia. El caso de Dworkin es aún más evidente. No sólo es autor de Liberal Community, el ya mencionado ensayo de 1989 en el que traza los contornos de un liberalismo que incluye aspectos de civil republicanism, sino que ha establecido como eje de su teoría del derecho la noción de igualdad entendida como igual respeto, una noción que entra en clara disonancia con la idea de libertad como ausencia de interferencia. En Liberal Community, Dworkin intenta distanciarse tanto del comunitarismo (entendido como concepto según el cual, en todas las esferas de la vida social existe una l
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primacía normativa del interés común respecto a los intereses individuales) como del liberalismo atomista tradicional (según el cual no existe nada que pueda ser denominado interés de la comunidad más allá de la suma de intereses individuales que coinciden y se agregan.) Dworkin Dworkin acepta la tesis según la cual toda comunidad política tiene una vida colectiva propia, con un mayor o menor nivel cualitativo en función de ciertas elecciones realizadas de forma colectiva, pero restringe el ámbito de esta vida común a la única esfera de la actuación política, entendida en sentido institucional (como conjunto de actos legislativos, jurídicos y de gobierno). Dworkin ilustra esta posición comparándola con la vida colectiva de una orquesta. La vida colectiva de una comunidad, sostiene Dworkin, se limita al conjunto de esos actos reconocidos como colectivos por la conciencia común y por las prácticas sociales vigentes. Por ejemplo, el acto de tocar una sinfonía está concebido normalmente, tanto por parte de los participantes (los músicos de la orquesta) como por parte de una comunidad más amplia, como un acto único realizado por un actor colectivo dentro de una práctica musical. En segundo lugar, las acciones individuales que contribuyen a constituir los actos colectivos de los que se compone la vida colectiva de la comunidad deben estar coordinadas no según el modelo de una convergencia no preconcebida de los resultados, típico del mercado, sino mediante la concertación de las intenciones y de los planes de acción de los actores. En resumen, debe existir una clara correspondencia entre las cualidades exigidas para ser miembro de la comunidad y la naturaleza de los actos colectivos que constituyen la vida en común, como también entre la naturaleza de estos actos colectivos y el tipo de vida colectiva que una comunidad conduce. Por un lado, una orquesta establece como cualidad relevante para pertenecer a ella la competencia musical y, por otro, vive una vida común que se limita al momento concreto de la ejecución musical. De lo que se deriva que la conexión entre la calidad de la vida individual y la calidad de la vida colectiva subsiste sólo en el ámbito de los actos colectivos que constituyen la identidad de la comunidad. Y esto convierte el enfoque de Dworkin en un enfoque liberal. Al mismo tiempo, se trata de un liberalismo indistinguible del núcleo axiológico que Pettit atribuye al republicanismo. En efecto, Dworkin presenta su “republicanismo cívico de marca liberal” como una tercera vía entre el individualismo atomista del primer liberalismo, (según el cual un individuo “no considerará su vida me10
nos lograda lograda si, a pesar pesar de todos sus esfuerzos, la comunidad acepta una gran desigualdad económica, o formas de discriminación racial, u otras formas de discriminación injusta, o límites injustos a la libertad individual7”), y el integrismo comunitarista, ( según según el cual la calidad de la vida individual está amenazada por cualquier desviación de las normas comunes.) Encontramos aquí presente de forma explícita la idea republicana según la cual no hay verdadera libertad para nadie si no hay, en el seno de un ordenamiento institucional, igual libertad para todos. Más allá de este importante artículo, hay que notar que el tema de la ausencia de dominación está presente en toda la obra de Dworkin bajo forma de valor conductor de la igualdad. “Que el Estado hable con una voz única a todos sus ciudadanos” se convierte en el principio que guía no sólo la interpretación constitucional (valorizar al má-
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Donald Dworkin: ‘Liberal Community’, cit.
ximo la Constitución estadounidense significa para Dworkin exaltar la dimensión intrínsecamente igualitaria), sino también la institucionalización de los derechos proporcionando una justificación no mayoritaria para la democracia. En Freedom’s Law, por ejemplo, la propia democracia está considerada no como un procedimiento válido en sí mismo, es decir, autojustificado, sino como ese procedimiento que normalmente proporciona un plus de seguridad a la realización de este ideal de igualdad política. Incluso en los ensayos que más recalcan el cliché del pensamiento liberal “abstracto” y “ahistórico” –los artículos sobre el tema de la igualdad y de sus diferentes interpretaciones– encontramos una acentuación que contrasta con la dicotomía de Pettit. También en el modelo distributivo abstracto de la subasta realizada en una isla lejana con conchas en vez de dinero la prueba que, según Dworkin, da la equidad de la distribución final no es otra que la ausencia de envidia por parte parte de todos haci haciaa el conjunto de recursos que el vecino ha CLAVES
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AL ES SA ND RO FE RR AR A
conseguido mediante la subasta. Y en esta ausencia de envidia se refleja, naturalmente, la ausencia de dominio. En conclusión, la relación entre republicanismo y liberalismo no puede ser concebida como una relación antagonista. Debe considerarse el hecho de que la dicotomía “libertad como ausencia de interferencia” versus “libertad como ausencia de dominación” ni siquiera logra funcionar si nuestras referencias se remontan a figuras liberales anteriores a la nueva época inaugurada por Teoría de la justicia. Figuras como Dewey y Roosevelt resultan de difícil clasificación como liberales que conciben la libertad como ausencia de interferencia. Por lo que atañe a Dewey, Liberalism and Social Action [Liberal [Liberalismo ismo y acción social y otros ensayos , Institución Alfonso el Magnánimo (Valencia), 1996] es un texto en el que se articula una noción de individuo bastante más rica de la asociada tradicionalmente al liberalismo. Refiriéndose a las corrientes “idealistas” en el seno del liberalismo británico, Dewey alaba su contribución sosteniendo que han favorecido el declive de la idea de “que la libertad es algo que los individuos poseen, (…) los nuevos liberales han cultivado la idea de que el Estado tiene la tarea de crear instituciones en el ámbito de las cuales los individuos pueden realizar con eficacia sus potencialidades” (pág. 26). Pero la obra de Dewey, The Public and its Problem, no puede ser entendida a no ser bajo el prisma de una concepción de la libertad que no equivale a la simple ausencia de interferencia. La esfera pública, para utilizar una terminología habermasiana, es importante sólo si se asume que la libertad incluye un momento de ausencia de dominación, que sólo la presencia de un público atento y vigilante puede hacer duradera. Por lo que concierne a Roosevelt, bastará citar sólo un párrafo de su famoso discurso de aceptación de la nominación como candidato presidencial, pronunciado en la Convención Democrática de Filadelfia de 1932, que anticipa algunos de los argumentos que años más tarde utilizará como defensa del new deal, bajo el ataque de un Tribunal Supremo que enmarca la Constitución en el trasfondo de una concepción laissez-faire de la libertad. Roosevelt habla de libertad, libertad política y libertad económica, y afirma: “La libertad exige la posibilidad de poderse ganar la vida, de vivir de una forma decorosa de acuerdo con los estándares del propio tiempo, de vivir de forma que dé a los hombres no sólo algo de lo que vivir, sino también algo por lo que vivir. Para muchos de nosotros, la desigualdad económica vació de sentido la Nº 139
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igualdad política de la que gozábamos antaño (…) para muchos de nosotros la vida ya no era libre (durante la Gran Depresión); la libertad ya no era real; y ya no era posible perseguir la felicidad. (…) Hoy, nos comprometemos a afirmar que la libertad no es algo que puede dejarse a medio camino. Si al ciudadano común se le garantizan iguales oportunidades a la hora de votar, se le deben garantizar iguales libertades en la economía de mercado” [citado en Ackerman, We, the People , II, págs. 378-379].
Si Roosevelt hubiera entendido la libertad como Pettit nos invita a esperar que todo liberal haga, como mera ausencia de interferencia, con toda probabilidad no habría habido ningún new deal, porque no habría habido ninguna diferencia entre la forma en que la clase empresarial y el Tribunal Supremo de comienzos de los años treinta concebían el liberalismo y la forma en que el propio Roosevelt lo concebía. Retrocediendo aún más en el tiempo, si analizamos el capítulo 3 del ensayo de John Stuart Mill Sobre la libertad, encontramos implícita la idea de libertad como posibilidad de cultivar la originalidad y unicidad de la personalidad, irreducible incluso en este caso a la simple ausencia de interferencia: realizar las propias potencialidades, a lo que contribuyen el máximo de libertad de expresión y el pluralismo cultural generado por ésa, no puede tener lugar en el seno de unas relaciones caracterizadas por la dominación y la arbitrariedad. Es inútil seguir aumentando la lista con otros nombres. Considero plausible sostener que si una distinción conceptual cuya finalidad es la de comprender la diferencia entre liberalismo y republicanismo no logra ni dar ni encontrar una aplicación adecuada a casos como los de Rawls, Dworkin, Dewey, Roosevelt y John Stuart Mill, y sobre todo no logra colocarlos en la vertiente liberal de esa diferencia, se plantea la duda razonable de que haya algo de radicalmente equivocado en esa operación. En pocas palabras, la distinción entre liberalismo y republicanismo no es reducible a una diferente concepción de la libertad. Lo que no quiere decir, naturalmente, que dicha distinción no pueda ser trazada sobre otras bases.
B) La tradición democrática La relación del republicanismo con la teoría democrática es bastante complicada. Por un lado, el republicanismo tiene una clara afinidad electiva con las concepciones deliberativas de la democracia, entendidas como esas concepciones según las cuales en el ámbito de la política concurren estos factores: a) más que la existencia de intereses contrastantes entre los cuales
encontrar compromisos, existe un objeto en torno al cual deliberar; b) la existencia de un cuerpo deliberante, un sujeto de la deliberación de naturaleza colectiva; c) la existencia de un proceso deliberativo, en el que se intercambian y evalúan razones a favor y en contra de las diferentes alternativas. Sin embargo, el republicanismo entra en disonancia con concepciones como, por ejemplo, la de Dahl o de Schumpeter, según las cuales en el ruedo político se produce una competición democrática para la afirmación de intereses particulares enfrentados, así como una competición democrática para la selección de las élites, pero no un objeto propiamente dicho de una praxis deliberativa común; y, según qué autores, no existe un sujeto colectivo (aunque sea “anónimo”, como veremos más adelante) de la deliberación, sino sólo un cuerpo electoral que, de acuerdo con preferencias distribuidas en los diversos sectores, expresa una demanda política a la que varios segmentos de la élite política responden con un abanico de ofertas que encuentran diferentes grados de éxito. Desde este punto de vista, la dinámica política de una sociedad democrática resulta más comprensible de acuerdo con la metáfora de la oferta y de la demanda en una economía de mercado que con la metáfora de un diálogo que, en las condiciones de la sociedad compleja, ya no tiene carácter asambleario, puesto que ya sólo se puede llevar a cabo en lugares institucionales determinados y en una esfera pública articulada a través de medios de comunicación, asociaciones y movimientos. Pero también es importante notar cómo en el seno de la tradición republicana conviven diferentes enfoques respecto a la democracia. Maquiavelo y Rousseau representan los dos extremos. Para Maquiavelo, el aspecto positivo de un ordenamiento republicano, por ejemplo el romano, es la posibilidad y la capacidad por parte del pueblo no sólo de aprobar o rechazar en asamblea asambl ea las propuestas propuestas del Sena Senado do o de sus más altos representantes, sino también la de discutir con amplitud y en profundidad y la de hacer propuestas. La bondad de la democracia reside en ofrecer a todos los ciudadanos la posibilidad de presentar públicamente su opinión acerca del bien común. Para Rousseau vale todo lo contrario. Cuantas menos discusiones haya entre los ciudadanos, menos probabilidades hay de que los intereses particulares distorsionen la voluntad general. Idealmente, una democracia republicana es una democracia en la que el ejercicio del voto debe estar protegido de la influencia de la retórica 11
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pública, de la elocuencia al servicio de los intereses, y, por tanto, debería suceder totalmente aislada del ciudadano. El desafío republicano
En esta última parte intentaré responder a la pregunta: ¿cuál es la contribución y, a la vez, el desafío que, para el pensamiento político del siglo que acaba de empezar, comporta la presencia de una tradición republicana? En las páginas precedentes hemos examinado argumentaciones que nos llevan a concluir que esta contribución específica y este desafío no pueden consistir en una idea de libertad como prerrogativa exclusiva del republicanismo ni en una teoría de los fines del Estado ni en una concepción del poder limitado a la que sea ajena la noción de los derechos, ni mucho menos en una idea de la vida activa como bien último. ¿En qué consiste, entonces, el valor del republicanismo republican ismo hoy para nosotros, más allá de sus méritos históricos como vientre del que ha nacido el liberalismo? En primer lugar, ¿existe dicho valor? En mi opinión, este valor existe y reside en otra afinidad afinidad electiva, electiva, esta vez de naturaleza metodológica, entre la sensibilidad republicana y la búsqueda de una normatividad que extrae su fuerza vinculante de su capacidad de expresar de la forma más adecuada la identidad de quien delibera. El pensamiento republicano no ha conocido nunca ni conoce esquemas abstractos, derivaciones estúpidamente geométricas, sino que posee una propensión natural hacia la “retórica”, entendiendo por ésta el convencer a los ciudadanos mediante argumentos en un contexto en que la mejor solución al problema planteado no puede ser conocida a priori. En cierto modo, el republicanismo es intrínsecamente ejercicio de la razón pública y del juicio, del juicio histórico y del juicio político. Si leemos un texto de Maquiavelo, nos sorprende tanto la ausencia de especulación abstracta como el hecho de que la estructura de la argumentación esté basada en la interpretación de hechos históricos con frecuencia desconocidos o lejanos para nosotros, pero que probablemente eran muy conocidos para sus contemporáneos. Los defensores del republicanismo lo consideran como el predominio de la “retór “retórica” ica” respecto a la construcción de modelos derivados de principios filosóficos generales. Pero considero que esta argumentación rinde un mal servicio a la causa del republicanismo. Se puede relacionar mejor su afinidad electiva metodológica con el marco filosófico general en términos de una propensión hacia el universalismo ejemplar; una forma de uni12
versalismo en que la pertinencia de los principios filosóficos está sustituida por la pertinencia de la ejemplaridad, la ejemplaridad de instituciones, ordenamientos, normas que se nos confían confían a nosotros nosotros como movimovimiento colectivo y que consiste, al igual que la ejemplaridad de una obra de arte, en su capacidad de poner en movimiento la imaginación política, gracias a su excepcional autocongruencia. A diferencia de lo sugerido por Arendt, en política, como en el arte, y salvando todas las distancias entre política y estética, lo que es ejemplar genera normatividad fuera de su contexto de origen, no porque dicha normatividad esté ejercida por los esquemas, sino porque proporciona precedentes a los que asimilar el caso actual, en el sentido en que las obras de arte proyectan la normatividad proporcionando representaciones sensibles de una autocongruencia excepcional, auténtica, que nos exponen a experiencias concretas de ese placer especial, relacionado con la experiencia estética, que Kant llamaba Befördeung des Leben , o “exaltación”, enriquecimiento, expansión, afirmación de la vida8. Este tipo de universalismo ejemplar no necesita covering-laws o principios trascendentales y funciona –como ha afirmado Paul Ricoeur– como una “lengua de fuego” que calcina todo un bosque, pero devorando siempre los árboles de uno en uno, por separado. En síntesis, podemos decir que el que una cosa posea ejemplaridad –en nuestro caso, una institución, una política, una constitución, una enmienda, una ley, una sentencia– no significa que sea un ejemplo de otra cosa. Si así fuera, la racionabilidad se relacionaría de nuevo con una tesis fundacionalista que implicaría la pertinencia a priori de esa determinada categoría normativa de la cual aquello que es ejemplar sería un ejemplo. Por el contrario, que una cosa posea ejemplaridad significa que es ley de sí misma, que posee esa autocongruencia de la que esa obra lograda es una encarnación. Pero no se debe entender entender esa cualidad cualidad de autoconautocongruencia o autenticidad como mera coherencia. Kant concibió la ejemplaridad estética como la capacidad de suscitar una experiencia estética relacionada con el sentimiento de exaltación y expansión de la vida, una experiencia que pone en movimiento la imaginación y todas nuestras facultades mentales. Si extendemos esta visión de la normatividad al ámbito del juicio polí-
tico, debemos volver a considerar qué significa para una idea no ya estética sino política (de nuevo, una institución, una política, una ley, una sentencia…) poner la imaginación política en movimiento y producir como efecto la sensación de una expansión y enriquecimiento de las posibilidades de nuestra vida, es decir, qué significa para una idea ide a política abrir un nuevo mundo político. Al examinar momentos genuinamente innovadores en política es cuando encontramos realmente esta propiedad. El elemento innovador, tanto en el terreno artístico como en el político, no es ni una consecuencia lógica del tejido normativo preexistente ni la expresión de una preferencia arbitraria. Por ejemplo, el new deal no era una derivación del dictado constitucional original ni el capricho de una mayoría efímera: fue una innovación que abría un nuevo mundo político a partir de las premisas comunes de la Constitución, interpretadas de forma diferente, una innovación que permitía una nueva perspectiva respecto a todo lo que significa igualdad entre los ciudadanos. Para concluir, las sociedades complejas en que vivimos son democracias. Esto significa que deben preservar un cierto sentido no ilusorio, no hipócrita, que permita afirmar que los ciudadanos, destinatarios de las leyes, son también sus autores. Pero, puesto que son sociedades complejas, son también, por una serie de motivos, sociedades inhóspitas para la democracia. Uno de estos motivos es la amplitud del pluralismo cultural que las caracteriza, una amplitud que dificulta, más que en el pasado, la identificación de un núcleo de valores y principios compartidos por todos. Para este desafío específico que la política del siglo XXI debe afrontar, el republicanismo es una fuente, un recurso cultural importante. Su afinidad electiva con un modelo de normatividad basado en la ejemplaridad y en el juicio le proporciona un modelo de justificación política que no depende de la improbable transculturalidad de principios y asuntos generales. n Traducción de Valentina Valverde
[Texto de la conferencia pronunciada en el curso de verano de la Universidad Complutense, “Los desafíos de la política del futuro”, El Escorial, 14-18 julio de 2003.]
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Cfr. Immanuel Kant: Crítica della facoltà di giudizio, a c. de E. Garrón y H. Hohenegger, ed. Einaudi, 1999, pág. 80. [Crítica del juicio, ed. EspasaCalpe, 2001].
Alessandro Aless andro Ferra Ferrara ra es profesor asociado de la Facul-
tad de Letras en la Universidad de Parma. CLAVES
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MESIANISMO, POPULISMO, AUTORITARISMO AUTORIT ARISMO JUAN LUIS CEBRIÁN CEBRIÁN
l término fundamentali fundamentalismo smo atañe, primordialmente, a las convicciones de los seguidores de las religiones monoteístas cuando, por su propia naturaleza, se convierten en intolerantes e intransigentes. Esa intolerancia conlleva un deseo apostólico inherente a todo aquel que está convencido de poseer la verdad. Si uno es dueño de la palabra de Dios, ¿cómo no querer transmitirla a los otros?, ¿cómo no tratar de imponérsela, a veces incluso por la fuerza, si con ello ha de producirles la felicidad eterna? Pero hay otro tipo de fundamenta fundamentalismo lismo más benigno, relativo a aquellas corrientes filosóficas que aseguran que el conocimiento, como tal, tiene unos fundamentos últimos, sobre los que reposa el resto de los saberes, igual que un edificio necesita cimientos para poder elevarse. De ahí se deriva el reduccionismo, del que los comunistas, y la izquierda en general, han hecho gala con frecuencia, pero que es aplicable a cualquier ideología. El reduccionismo es, pues, una forma de fundamentalismo y la comprensión de la democracia, o las normas que de ella se derivan, no se ha mostrado inmune a esa enfermedad. Una consideración reduccionista tiende a describir la democracia única o primordialmente como el gobierno de la mayoría, ignorando muchos otros aspectos, tan fundamen fundamentales tales o más, del sistema, como la igualdad ante la l a ley, el derecho de las minorías o el respeto a las libertades individuales. El argumento del apoyo mayoritario de la población, sin ninguna otra consideración al respecto, ha sido muchas veces enarbolado por los regímenes autoritarios como justificación de su propia existencia, y ha acabado minando los sistemas políticos de las democracias jóvenes. jóven es. Otro ejemp ejemplo lo irritan irritante te de reduccionismo es la doctrina del Fondo Monetario Internacional en lo que atañe a las políticas económicas de los países en desarrollo. Sus recetas unívocas han sumido en la ruina a países del Tercer Mundo e inmolado miles de vidas humanas en el altar del fanatismo neoliberal. Mientras el fundamentalis fundamentalismo mo tiene por
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referencia última la verdad, revelada por Dios o establecida por los hombres, la democracia es un régimen que huye de las doctrinas y se construye sobre opiniones. Esto es algo mal comprendido por los espíritus autocráticos. Cuando José Antonio Primo de Rivera, fundador de la Falange Española –partido fascista vencedor en la Guerra Civil–, se burlaba de que las urnas pudieran llegar a decidir sobre la existencia de Dios, no hacía sino poner de relieve su ignorancia acerca del concepto de la democracia misma. La regla de la mayoría no concede en ningún caso el conocimiento de la verdad, sino la legitimidad y el derecho para gobernar a un conjunto de individuos. Es el mundo del derecho, el universo de la norma, lo que caracteriza a los regímenes democráticos: aquellos, como dice Norberto Bobbio, en los que los ciudadanos se reconocen a sí mismos en tanto que los únicos autorizados a establecer las reglas que les obligan, y no están dispuestos a aceptar ningún otro tipo de limitaciones. La democracia se basa en el consenso social que es, por su propia condición, mudable. Lincoln la definió como el Gobierno del pueblo, para el pueblo y por el pueblo, significando así que es la voluntad de éste expresada en las urnas –un hombre, un voto– la única fuente legítima del poder. En eso consiste, precisamente, su soberanía. Vista desde ese ángulo, la democracia no puede ser una ideología, pues admite en su seno una pluralidad ideológica infinita, con tal de que todas sean respetuosas con la norma autoproclamada por la comunidad. Eso facilita que ideologías antidemocráticas puedan nacer y desarrollarse sin dificultad en el seno de regímenes que respetan y promueven las libertades, aunque parezca un contrasentido. Las ideologías tienden a establecer una relación del hombre con algún tipo de verdad, definen un mundo más cerrado cuanto más perfecta es la construcción del pensamiento que lo sustenta y, por laxas que sean, acaban convirtiéndose en excluyentes. La democracia vive del consenso, de hecho constituye un
método para conseguir éste, y no puede permitirse el lujo de exclusión alguna, fuera de las establecidas por la ley. Por eso es incompatible con la idea de que el fin, si es bueno, justifica los medios, porque la bondad reside en el método de actuación antes que en lo excelso de lo actuado. La democracia política no garantiza en absoluto un buen gobierno, ni es ésa su misión, sino la de asegurar que el poder, cualesquiera que sean sus cualidades o defectos, emana directamente de la voluntad de los ciudadanos. Cabe preguntarse cómo es posible hablar de un fundamenta fundamentalismo lismo democrático, cuando parecen términos tan contradictorios entre sí. No pretendo con ello hacer ninguna aportación a la ciencia política, sino sólo describir actitudes, comportamientos y gestos que, invocando las libertades, amagan con sofocarlas. Fundamentalismo y democracia son, desde luego, vocablos que casan bastante mal, aun si el diccionario puede ser benévolo también en esta ocasión. El fundamentalismo, como hemos visto, es de origen religioso, preconiza la interpretación literal de los textos sagrados y su estricto cumplimiento. Por extensión, podemos aplicar el mismo calificativo a aquellas corrientes que pretenden aplicar de manera ortodoxa la doctrina de un partido político, y aun ejercer del mismo modo la acción pública. Según dicha consideración, fundamentalista es, en realidad, todo aquel que entiende que existe una única manera de ser, y una única manera de hacer para una única manera de pensar. pensar. Un intento de de comprensión nos puede llevar a suponer que este fundamentalismo responde a un afán bienintencionado de perfeccionismo, a un esfuerzo para hacer coherente lo que se vive con lo que se piensa o cree, y eso obligaría a no alejarse ni un ápice en la acción respecto a los principios que la inspiran. Esta actitud ingenua resultaría casi inane si no se complementara con la mucho más inquisitiva de tratar de convencer al otro, o de dirigir al otro por la senda adecuada, apartándole del error en el CLAVES
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que se halle sumido, independientemente de si, en ese empeño, han de usarse métodos más o menos coactivos, más o menos violentos. Un fundamentalista es, en definitiva, un integrista, alguien tan convencido de que tiene la razón que está dispuesto a imponerla a los demás, para el bien de ellos, y que no ha de reparar en métodos a la hora de hacerlo. La democracia, en la forma en la que la conocemos actualmente, tiene sobre todo que ver con el triunfo de la razón y del positivismo científico frente a la organización teocrática o mágica de la convivencia. Pero, en los últimos años, ha sido posible descubrir la existencia de una nueva teología del poder, en donde la Trinidad divina se reviste de ropajes naturales para hacerse más acomodaticia a la moda imperante, sin perder su capacidad de misterio, de arcano y de trascendencia. La inefabilidad ha sido siempre campo propicio para el desarrollo de sacerdotes y nigromantes, mientras que el don de la palabra constituye la piedra angular de nuestra civilización. Nº 139
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La Ilustración fue, primordialmente, una revuelta del habla, del logos , contra el silencio del poder, un proyecto de convivencia basado en la racionalidad y en la duda, en las capacidades de conocer del hombre, pero también en sus potencialidades de yerro. La democracia de nuestros días, heredera lejana del movimiento de los ilustrados, se aparta con peligrosa insistencia de los senderos de la duda, para revestirse de certezas cada vez más resonantes: mercado, globalización, competencia, son conceptos que describen esa nueva realidad en la que, finalmente, las diferencias entre tecnocracia y teocracia resultan simplemente alfabéticas, pues se reducen a dos consonantes. Cuando Silvio Berlusconi tomó posesión como presidente de turno de la Unión Europea, para hacerlo con mayor dignidad que la que le prestaba su historial ante la justicia italiana, logró que el Parlamento le concediera inmunidad mientras ocupara el sitial de primer ministro. Molesto por las críticas de un
diputado socialdemócrata alemán que le afeaba semejante proceder, le espetó una desabrida respuesta en la que vino a decir que, si en Italia se rodara una película sobre la II Guerra Mundial, el diputado en cuestión podría hacer de figurante en su papel de kapo nazi. Llamó mucho la atención que un aventurero de la industria del entretenimiento, que ha llenado de basura la televisión de varios países, actuara con tal jactancia, en un obvio intento de determinar quién es más o menos demócrata en el panorama internacional. Una de las características más notables del fundamentalismo democrático y de quienes lo practican resulta, sin embargo, su afición a extender carnés de democracia a troche y moche, a establecer por sí mismos la nómina de los militantes por la libertad. Éste es el caso, en España, de determinados escritores y columnistas bravucones que, no contentos con haber cantado las mieles de la dictadura, se pretenden transformar en tenores de los nuevos tiempos. El propio José María Aznar, en el tran transcur scurso so de apen apenas as quinc quincee años, pasó de ser detractor de la Constitución española a convertirse en supuesto paladín de su defensa. Lo que me interesa resaltar no es tanto lo sospechoso de esas actitudes, como la frecuencia con que los fundamentalistas democráticos tienden a convertirse en verdaderos oráculos del sistema de convivencia que les ha llevado al poder. Para ellos se trata de apadrinar una ideología, no un método, por lo que la distinción entre éste y los fines tiende a palidecer en sus análisis. Por eso, el debate sobre si es lícito o no defender la democracia mediante sistemas o recursos no estrictamente democráticos es viejo en la historia. Las expresiones weberianas acerca de la ética de la responsabilidad han jugado un papel importante en esa discusión, y gobernantes de la talla de Felipe González acudieron frecuentemente a su amparo a la hora de justificar justi ficar o explicar acciones acciones de la lucha antiantiterrorista (es famosa su frase de que la democracia se defiende también desde las cloacas). 15
MESIANISMO, POPULISMO, AUTORITARISMO
Yaa Bertrand de Jouvenel Y Jouvenel alertó contra lo que él llamaba la democracia totalitaria, poniendo de relieve las tendencias autónomas de crecimiento que todo poder experimenta. Es difícil aceptar la idea de que las democracias pueden concentrar un poder mayor que el de los absolutismos, puesto que aquéllas presuponen una mejor distribución, difusión y reparto del poder; pero los fundamentalistas democráticos son, en cualquier caso, principales aliados de las corrientes totalitarias o totalizadoras de los poderes públicos, ya que garantizan una coartada electoral respecto a sus decisiones. Cuando los dirigentes y los líderes de opinión abandonan el relativismo de sus convicciones para adentrarse en definiciones cada vez más rotundas de los valores sociales que dicen defender, la democracia, convertida en ideología, comienza a perder sus características de sistema dialéctico y cuestionable, para arrimar vicios y formas de una nueva y sutil esclavitud. Las cadenas de antaño se ven sustituidas por las convenciones de ahora, núcleo esencial de lo que ya ha venido en denominarse politic political al corre correctness ctness o corrección política. ¡Misterios del idioma!, pues, de esta forma, describe no una realidad que merece corregirse, como podríamos inferir de la proposición, sino otra que, por naturaleza, es absolutamente incorregible. Las encendidas soflamas aznaristas, tratando de convencer a los electores españoles de que la intervención militar en el Golfo se debió al deseo de erigir un régimen parlamentario en la zona, no han logrado todavía despejar la duda sobre si es lícito y posible establecer una democracia por la fuerza. No lo hicieron porque quienes las entonaban consideran la democracia como un fin, como un objeto a conseguir, antes que como un sistema de organizar la convivencia. O la democracia política –previa a esos otros conceptos de democracia social y económica, como muy bien ha explicado el profesor Sartori– se construye sobre el consenso de la población, o se convertirá en una mera apariencia, en una simulación, en un engaño. Una de las primeras cosas que cualquier buen demócrata debe preguntarse es hasta dónde es aplicable su concepción sobre la igualdad ante la ley en países de tradiciones contrarias a ese principio, y qué es preciso hacer para lograr la evolución o, si preciso fuera, el seísmo cultural que faciliten el contrato social sobre el que se basa todo régimen de libertades. Los representantes del fundamentalismo democrático piensan que su sistema es un bien exportable porque ignoran que no es un bien en sí mismo, sino algo que emana del reconocimiento efectivo de los derechos individuales de la persona. Al hacer de la democracia una ideología, pretenden investirse de 16
su condición de apóstoles de la misma, y son capaces de emprender la más sangrienta de las cruzadas en nombre de la libertad. Los fundamentalistas no lo serían, por lo demás, si no creyeran que con sus actos responden a una llamada divina, si no estuvieran convencidos de que efectivamente tienen una misión que cumplir. Muchos de quienes han hablado con el presidente Bush en la intimidad comentan que éste no se recata a la hora de reconocer que su curación de la dipsomanía, después de haber llevado una vida frívola y disoluta, constituyó para él una auténtica caída del caballo en su particular camino hacia Damasco que, paradójicamente, le ha conducido hasta Bagdad. También un antiguo ministro de Aznar, tras acudir a visitarle al hospital el mismo día en que sufrió un atentado de ETA, del que salió milagrosamente ileso, me confesó que el entonces jefe de la oposición española se mostraba convencido de que se había salvado por intervención divina. Sin duda, tenía un encargo que cumplir en esta vida. El comportamiento mesiánico de los fundamentalistas democráticos hace que frecuentemente se deslicen hacia el populismo y la demagogia, descaros que mucho tienen que ver con el autoritarismo. El populismo agita las emociones de los pueblos, en detrimento de las posturas racionales de los individuos. En los tiempos modernos, cuenta además con la poderosísima alianza de los medios de comunicación y la industria del entretenimiento, que han logrado convertir en espectáculo casi todo lo que se mueve sobre la Tierra. El show business alcanza tanto a la difusión del pensamiento como a las manifestaciones del poder y es algo que comprendió muy bien, desde el principio de su papado, Karol Wojtyla. Habiendo sido históricamente uno de los pilares esenciales de la civilización eurooccidental, la Iglesia Católica no podía mostrarse al margen de las corrientes fundamentalistas de final de siglo que, en su particular terreno, trataron de desandar gran parte de lo conseguido tras el Concilio Vaticano II. El mérito de Juan Pablo II consiste en haber podido conciliar sus posturas, crecientemente retrógradas en los terrenos moral y doctrinal, con una abierta defensa de la justicia e igualdad sociales. Pero, en su empeño por encabezar espiritualmente un mundo cada vez más desconcertado, acabó sucumbiendo, también él, a la tentación populista, encarnada en los recibimientos multitudinarios de sus viajes, las ingentes concentraciones de jóvenes apiñados en torno suyo y en grandes espacios abiertos, la grandiosidad y ritualidad de sus apariciones en público. Como explica José María Martín Patino, que fue vicario general de la diócesis de Madrid a la muerte de Franco, hemos asistido al tránsito
desde la Iglesia de la mediación a la Iglesia de la presencia. La primera dedicaba primordial atención al individuo, promovía la investigación y la ciencia y, en el terreno estrictamente religioso, cifraba sus esperanzas de conversión en la administración de los sacramentos y la predicación. La Iglesia de la presencia considera que tiene que manifestarse rotunda y triunfante ante los pueblos para defenderse de las tendencias anticlericales de nuestro tiempo. Exhibir su poder es una manera de obtenerlo, por lo que busca las primeras páginas de los periódicos, necesita codearse con los políticos, disfruta con espectáculos que pueden competir en audiencia y entusiasmo con los más multitudinarios conciertos de rock, y apetece medir su influencia sobre la opinión pública con el propio Estado, en el que multiplica sus formas de penetración, al tiempo que no duda en diseminarse por cientos, y hasta miles, de organizaciones no gubernamentales en todo el mundo. De esta forma, aprovecha las corrientes neoliberales para contribuir, por su parte, a ese crecimiento autónomo del poder del que antes hablábamos. Con su intervención moral sobre los asuntos públicos, resulta un aliado excelente del fundamentalismo democrático, no tanto por sus opiniones concretas –el Papa se opuso a las dos guerras del Golfo, aunque alimentó las ansias de independencia de Croacia–, cuanto por su contribución a las interferencias entre los llamados poderes temporales y los espirituales. No son gratuitas, por eso, la frecuencia con que el nombre de Dios aparece en labios del presidente Bush, ni las ventajas obtenidas por la jerarquía católica durante la gobernación de José María Aznar, tan empeñado como estuvo en que el preámbulo de la Constitución europea recogiera una alusión a las raíces cristianas del continente. Es preciso llamar la atención sobre las tendencias totalizadoras, absolutistas y demagógicas de gran parte de los poderes que operan hoy en el mundo, y poner sobre aviso acerca de la mixtificación de la democracia, de su conversión en cuerpo ideológico cerrado y de su malversación, a fin de proteger los intereses y las manías de las clases dominantes. Éste, por lo demás, puede ser un mal universal, pero sus síntomas se han hecho notar con especial virulencia en España durante los años de gobernación de la derecha. Sobre las consecuencias perversas para nuestra convivencia, repleta de decepciones frente a las esperanzas alumbradas después de la muerte del dictador,, trata también este ensayo. dictador n
[Este texto corresponde a un capítulo del libro El fundamentalismo democrático, Taurus, 2004.]
Juan Luis Cebrián
es escritor y novelista.
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LA REFORMA DE LA UNIVERSIDAD ESPAÑOLA VÍCTOR PÉREZ-DÍAZ PÉREZ-DÍAZ
Dos narrativas y dos balances posibles1
Las universidades tienen tres objetivos principales: proveer de una enseñanza profesional, hacer investigación y proporcionar alguna forma de educación liberal, y debemos juzgarlas por el grado en que los alcanzan. Pero hay dos maneras distintas de establecer un balance de estos resultados. Cabe que se haga una narrativa y un balance benignos de los resultados de las universidades españolas de los últimos cuarenta o cincuenta años, y cabe que se hagan otros más críticos. Parecen narrativas contradictorias, y en cierto modo lo son; aunque siempre se puede añadir que lo son sólo hasta cierto punto, porque en ambas hay algo de verdad. Sin embargo, al menos en ciertos momentos de la discusión, conviene optar por una u otra, y éste es uno de esos momentos. Porque nos encontramos en una fase del proceso en la que se da la posibilidad de rectificar una senda histórica muy prolongada en el tiempo, y, en lugar de continuar las rutinas y los mecanismos establecidos, apostar (de alguna forma, en alguna medida) por una senda muy diferente. Para hacer esto, conviene hacer un balance que responda a criterios de exigencia más altos de los habituales y contemplar horizontes más dilatados. La narrativa benévola (y, a mi juicio, autocomplaciente) supone unos niveles de exigencia relativamente bajos. Es la dominante en el establishment educativo, la clase política y el conjunto de la sociedad. Se afirma que el nivel educativo de los españoles ha subido durante los últimos tiempos. Nunca, se dice, ha estado el país tan bien educado. Con tantos españoles con títulos académicos, tantos
universitarios, y profesores, tantas universidades por todas partes, tantas publicaciones científicas, por ejemplo. Además, estamos en un país en el que funciona una economía de mercado compleja, avanzada y eficaz, puesto que asegura un grado alto de prosperidad, y una democracia liberal con un alto grado, también, de complejidad y sofisticación y bastante estable y bien consolidada. Nada de esto habría podido ni podría funcionar sin una base educativa suficiente. Todo esto es cierto, y, por tanto, la narrativa crítica (que suscribo) no la contradice tanto cuanto que la da por supuesto. Simplemente, pongo el listón a un nivel más alto. Mi narrativa crítica se basa en la filosofía moral de un orden de libertad, y, al tiempo, en un proyecto político moderadamente patriótico por el que se aspira, para el país en cuestión, a un nivel de excelencia, llámese mayor crecimiento económico, mayor cohesión social, mayor disfrute de la vida o mayor creatividad cultural, siempre que ello sea compatible con aquel orden de libertad. Quede constancia, por lo demás, de que en el pensamiento del autor de estas líneas, aquella filosofía moral de la libertad y este proyecto (moderadamente) patriótico están ligados por lazos bastante firmes.2 Quiero decir, que, en abstracto, cabría un proyecto político que se limitara al orden de libertad en general y se desinteresara del bienestar particular de este país o aquel, y se orientara directamente a conseguir el bienestar de una sociedad mundial. Pero dado que todavía no tenemos una sociedad mundial, aunque quizá estemos en el proceso de tenerla en el curso de los próximos dos o tres siglos, no tenemos más remedio que (al menos por ahora) con-
1 Las páginas que vienen a continuación pueden leer-
se en conexión con un ensayo anterior (‘Carácter y evolución de la Universidad española’: CLAV LAVES ES DE R AZÓN PR Á CTICA , núm. 136, octubre, 2003), pero tienen una intención diferente. No sólo hacen un balance (desde la perspectiva expuesta en aquel ensayo), sino que también sugieren algunas líneas de actuación en la España (e, implícitamente, la Europa) de comienzos de siglo XXI. 18
2 Sobre esta relación, entre una filosofía del orden de libertad y un patriotismo moderado cabe consultar Víctor Pérez-Díaz, Una interpretación liberal del futuro de España (Taurus, Madrid, 2002, págs. 14-20), donde también se contiene una breve discusión del tema de la universidad (págs. 35-64).
vertir nuestro proyecto de la búsqueda de la libertad (y tal vez la felicidad) abstracta del planeta en el de la libertad (y tal vez la felicidad) concreta del trozo de la humanidad que el destino nos haya colocado más cerca y por cuyas actuaciones podamos ser hasta cierto punto y en cierto grado responsables. Y propongo que llamemos a este trozo local de humanidad “patria”, aunque sólo sea para abreviar la discusión del momento. La enseñanza profesional y la invest investigaci igación ón científ científica ica
Los resultados profesionales, medianos pero interesantes
Los resultados profesionales en las universidades españolas son medianos, pero no necesariamente peores que en tiempos pasados ni que los que se dan en otras universidades europeas cuyos modos de funcionar son relativamente similares (lo que puede dar a quienes suscriben una narrativa benigna un margen de consuelo). Sabemos que los procedimientos de selección de profesores y estudiantes son defectuosos y que ambos exhiben un sesgo muy acusado de localismo, que se ha acentuado en los últimos veinte años. Los estudiantes se mueven poco, y menos que antes. Ahora se quedan en sus lugares de origen, con los padres supuestamente felices de tenerles tan cerca (y gastar menos en su manutención que si tuvieran que pagarles una estancia lejos), y con las universidades locales al alcance de la mano pobladas por profesores a los que quizá se puede tener más fácil acceso. En cuanto a los profesores, su reclutamiento arroja una tasa de endogamia local altísima, del orden del 90% (en comparación con la de Francia, que es del 30% al 40%; o la de EE UU, que es del 5%). Se Se sabe, asimismo, que el sistema es poco eficiente, a juzgar por las altas tasas de abandonos de los estudios, que son del orden del 30%; y también se conoce la alta tasa de repetidores (47% al CLAVES
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acabar los años ochenta) y las proporciones que asume el retraso escolar (un 30% tarda más de siete años para completar una carrera de ciclo largo, y un 75% tarda más de cinco años para completar una de ciclo corto). En cuanto a la calidad del producto, hay que reconocer que es difícil juzgarlo. No hay pruebas decisivas en un sentido o en otro. Pero sí hay una acumulación de indicios de los que pueden inferirse algunas conclusiones tentativas razonables. En términos globales, no hay lugar para catastrofismos. Al fin y al cabo, las universidades españolas se han centrado siempre en la educación profesional, y tienen dos siglos de experiencia acumulada. La sociedad no se queja apenas de los resultados, y de hecho el país ha seguido operando durante este tiempo, hasta llegar, en el último cuarto del siglo XX , a una economía de mercado, una democracia liberal y una sociedad plural que funcionan aceptablemente. Si elevamos el listón, surgen problemas. Pero, en todo caso, conviene distinguir por campos de disciplinas. Lo que ocurre con las ingenierías, las ciencias naturales o, incluso, la medicina, en las que el control de la sociedad sobre las profesiones tiende a ser mayor mayor,, no es lo mismo que lo que ocurre con disciplinas que proporcionan, en gran medida, lo que he llamado títulos multiuso3, y en las que el control de la sociedad sobre las profesiones suele ser menor. Tradicionalmente, arquitectos e ingenieros han resuelto el problema de la calidad de la educación profesional incrementando el nivel de exigencia en los primeros cursos de las
3 Sobre los títulos ‘‘multiuso’’ y ‘‘miniuso’’ ver el ensayo citado en la nota 1
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carreras. En medicina, se introdujo en los años sesenta el procedimiento de los médicos internos residentes (MIR), para que al menos una minoría completara su educación escolar con una experiencia hospitalaria. En el caso del derecho, se ha contado con el procedimiento alternativo de las oposiciones a un cuerpo del Estado o la preparación en un bufete de abogados (lo que afecta a muy pocos). En el de las ciencias y las letras se ha podido recurrir a estancias en universidades extranjeras y a la elaboración de tesis doctorales cuidadosas si lo permitían los (pocos) recursos locales disponibles. Los resultados de investigación, mejorando pero insuficientes
La Universidad española no ha sido tradicionalmente una Universidad de investigación, aunque haya habido investigación en ella, o en sus aledaños o instituciones próximas (como el Consejo Superior de Investigaciones Científicas). Seguramente se ha investigado más en los últimos veinte años, pero hay que tener en cuenta cómo se cuantifica esa investigación. Al medir la actividad por el gasto podemos olvidar el efecto de cuatro factores. Uno, que el gasto universitario en educación se calcula sobre la base de imputar (discrecionalmente) un tiempo de investigación a todo docente universitario. Dos, que esta atribución se hace, con frecuencia, dando por supuesto que gran parte de la investigación en humanidades, derecho y ciencias sociales es investigación universitaria básica. Tres, que el número de docentes se ha multiplicado en estos años, sin que, dados los mecanismos de selección, podamos suponer que los entrantes tengan una calidad de vida intelectual que se refleje en alta calidad de investigación (o si-
quiera en la capacidad de hacer investigación, a secas). Cuatro, que la masa salarial se ha incrementado sustancialmente no sólo porque los profesores son más numerosos sino porque están mejor pagados que antes (y en ello han influido las olas de consolidación de profesores no numerarios a las que ya me he referido). En conclusión, el gasto y el volumen de investigación en las universidades están probablemente hinchados. Por lo que se refiere a la calidad o la relevancia de la investigación, tampoco tenemos buenas informaciones. Pero de nuevo cabe recurrir a un conjunto de indicios y de inferencias para dibujar, tentativamente, un estado de la situación. Se sabe que el tercer ciclo, el de doctorado, es, en términos generales, bastante caótico. En realidad, a la hora de imaginar maneras de realizar una enseñanza de posgrado, las universidades han dedicado la mayor parte de sus energías a secundar los esfuerzos de sus docentes, interesados en obtener ingresos suplementarios y en arbitrar un sinnúmero de cursos de lo que llaman masters, que son de lo más variado, unos excelentes, y otros (quizá muchos, pero es difícil saberlo) del nivel de un tipo de “educación para adultos”, a medio camino entre el entretenimiento y la aplicación inmediata a tareas de nivel medio o a fases cortas de la carrera profesional (estudios orientados a los que he llamado títulos miniuso). Ocurre, además, que muchos, o bastantes, de quienes hacen investigación en la Universidad suelen tener una idea de la investigación un tanto unidireccional. Parecen pensar que el desarrollo del conocimiento arranca con las hipótesis teóricas que se alumbran en la investigación básica (que se haría en la Uni19
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versidad), las cuales descienden al terreno de la investigación aplicada y acaban en el campo de las actuaciones llamadas “de desarrollo” (que se realizarían en las empresas), es decir, de intervenciones pragmáticas, menores, astutas e incesantes que hacen el producto en cuestión operativo, vendible y utilizable por las masas de las gentes. Esta lectura platonizante del crecimiento del conocimiento está relativamente extendida en las universidades, y quizá alimentada por una experiencia de relativo aislamiento de la “vida real”. Aparte de que tenga el efecto de dificultar las relaciones con las empresas, lo peor es que no es correcta, e inhibe el propio crecimiento del conocimiento, que se hace no de una manera unidireccional, o de arriba abajo, sino de manera multidireccional, en todas las direcciones direcciones.. El medio social local, por lo demás, ofrece unos incentivos a la creatividad cultural de los docentes e investigadores un poco dudosos y quizá desconcertantes. Una plétora de organismos oficiales y de fundaciones culturales, en proceso de crecimiento, suele embarcarse en estrategias que podemos llamar “de premios y congresos” con algunas excepciones notables (como, por ejemplo, en el terreno de los programas de becas en el extranjero para estancias de cierta duración). Lo que tienen en común aquellas dos actividades es la consecución de un efecto inmediato en la prensa local y el incremento de la visibilidad del donante. Ofrecen una oportunidad para que brille la imagen de algunas instituciones, pero es dudoso que de esta forma se consoliden institutos de investigación con programas de largo alcance. En términos generales, el sector privado español ha sido y es renuente a lanzarse a grandes proyectos de investigación y desarrollo. Se sabe que la rentabilidad a corto plazo de esos proyectos es dudosa cuando se trata de industrias de bienes y servicios que están acostumbradas a las tres condiciones siguientes: primera, a ofrecer bienes y servicios de tecnología media y baja; segunda, a competir en precios más que en calidades, y tercera, a reducir su horizonte al entorno local o español. El hecho es que el sector empresarial privado español en gran parte ha compartido y (aún) comparte estas características. Su impulso a la investigación ha sido y es modesto, hace directamente poca investigación y tiene poca experiencia de colaboración con las universidades, tanto más cuanto que éstas tienen una idea de la investigación que no les orienta a esa colaboración; aunque quizá las cosas hayan ido cambiando a este respecto en los últimos tiempos a ritmo lento. Por lo que se refiere al Estado, cabe decir que, puestos a adoptar un modo estatista y corporatista de coordinación de la economía, 20
que es lo que ha hecho durante muchas décadas, el Estado podría haber tenido, al menos, una política coherente y sistemática de compras públicas, que hubiera favorecido a aquellas empresas españolas que hubieran hecho inversiones en investigación y desarrollo, pero no la tuvo. Ahora que está en trance de adoptar un modo más liberal de manejo de la economía, parece que está comenzando a utilizar mecanismos fiscales y presupuestarios a este efecto. Respecto al resultado final, la investigación que se hace, la narrativa benévola insiste en que ha aumentado el número de publicaciones científicas firmadas por autores españoles; y es cierto que la proporción de citas de trabajos de españoles en los índices de citas del mundo va creciendo. Pero también lo es que hay una correlación bastante alta entre nivel de renta y proporción de citas, y que, por tanto, el impulso al que hay que atender no es tanto al que se refleja en un aumento lineal del volumen de las investigaciones cuanto al que debiera reflejarse en un aumento más que proporcional al que le corresponde al país por su nivel de renta. Sin embargo, las preguntas más interesantes no son las que se refieren a la cantidad, sino a la calidad de la investigación. Algunas de estas preguntas tienen muy difícil respuesta. Por ejemplo, es difícil precisar si hay mucha o poca investigación hecha por españoles que tenga influencia importante en lo que se discute hoy en las diversas comunidades científicas. Habría que entrar en el terreno de las disciplinas diversas; aunque no podemos hacerlo sin reconocer, de entrada, que, en todo caso, no tenemos premios Nobel concedidos a españoles por trabajos realizados en centros españoles desde el premio que recibió don Santiago Ramón y Cajal, hace aproximadamente un siglo. En cambio, sí hay lugar para hacer balance sobre la base de la evidencia disponible acerca de los usos industriales de esa investigación. Ese balance es crítico, a pesar de indicios de mejora en los últimos años. En el con juntoo de los últimos veinte junt veinte años, las tasas de dependencia de las patentes extranjeras son altas y han ido en aumento, los coeficientes de inventiva (proporción de patentes solicitadas por residentes sobre el total de la población) se han mantenido estables a un nivel muy bajo, la balanza tecnológica sigue siendo deficitaria (y la tasa de cobertura, o relación entre exportaciones e importaciones, ha tendido a empeorar), y la importancia relativa de la industria española en los sectores de industrias de alta tecnología es marginal. Entre la hospitalidad y la hostilidad: reacciones de algunas comunidades locales
ante la presencia de cuerpos extraños, y cómo éstos pueden sobr sobrevivi evivir r fundiéndose fundié ndose en el ambient ambiente e
También es posible que vaya mejorando el encaje de las comunidades científicas locales con la comunidad científica internacional. Esto sería muy prometedor. Pero hay que tener en cuenta, una vez más, cómo funcionan las cosas vistas de cerca. De cerca, se observa cómo quienes se van a trabajar al extranjero bien se quedan allí, o bien vuelven y tienen difícil la reinserción. Puede ocurrir que quienes se fueron, si lo hicieron a universidades de calidad, vengan con una mentalidad distinta, producto de una experiencia de dar “lo mejor de sí mismos”, espoleados por colegas competentes y competitivos, y por estudiantes muy motivados. Pero puede suceder también que, cuando vuelven, llegan y se encuentran rodeados de colegas obsesos con estar donde están y por estudiantes pasivos o inexpertos. En este caso, se encuentran con que quienes están a su alrededor,, para empezar, no leen lo que ellos leen. dedor Sus reglas de juego no son las que ellos aprendieron y se acostumbraron a respetar en el extranjero. Así que con el tiempo, si quieren vivir en España tienen que aprender a “vivir y dejar vivir”. A no ser el testimonio vivo de “cómo hay que hacer las cosas”. A no espolear el resentimiento de quienes se sienten inferiores, entre otras cosas porque los primeros se fueron y ellos se quedaron. Así que se van adaptando, intentando tener dos vidas, una de publicar fuera y otra de convivir dentro, y, paulatinamente van dejando de dar lo mejor de sí mismos. En otras palabras, muchas comunidades locales identifican (certeramente) a estas gentes como cuerpos extraños a los que hay que destruir o domesticar, y así lo hacen. Algunas de estas comunidades pueden llegar a desarrollar considerable experiencia y adquirir una probada expertise en generar anticuerpos con los que defenderse de tales cuerpos extraños, o en metabolizarlos. La educación liberal
La Universidad española dedica una atención mínima a la educación liberal de sus estudiantes, e incluso a su educación general. Apenas Apen as hay cursos y disc disciplin iplinas as directamen directamente te relacionadas con su formación como gentes civilizadas (lo propio de la educación liberal), salvo algunas asignaturas introductorias a algunas carreras profesionales que establecen esa relación de manera fragmentaria e inconexa. Tampoco incita a sus estudiantes a desarrollar sus capacidades y sus inquietudes en un entorno universitario: espacio, bibliotecas, actividades culturales, vida asociativa, desarrollo de capacidades expresivas. CLAVES
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El espacio de las universidades españolas ha sido diseñado no para la conversación de una comunidad que se refracta en miles de pequeños círculos, sino para servir como lugar de paso a miles de transeúntes. Las bibliotecas universitarias son de poca entidad: las universidades de Harvard y Yale en Estados Unidos tienen 24,5 millones de libros para algo menos de 30.000 estudiantes, y todas las universidades españolas juntas tienen 21,8 millones de libros para 1,5 millones de estudiantes. La importancia relativa de las actividades teatrales universitarias es pequeña. La vida asociativa de los universitarios, con fines culturales, recreativos, cívicos, es muy modesta. El uso efectivo de los idiomas, el conocimiento del inglés, las experiencias de vida (de estudios, de trabajo) en el extranjero son reducidos. Las capacidades comunicativas parecen poco desarrolladas entre los universitarios, y el rigor con el que éstos hacen uso del lenguaje escrito es bajo, a juzgarr por la pobreza juzga pobreza de su léxico y el carácter atormentado de su sintaxis en los exámenes escritos.
dernas para mejorar un sinnúmero de aspectos de la vida humana, y han reforzado en aquél la disposición a embarcarse en un proyecto mal definido, pero sugerente, de modernización, que se ha solido traducir en una estrategia de imitación de lo que ocurría en las sociedades supuestamente más avanzadas de Europa. Esto ha tenido siempre una traducción cívica o política ambigua; y, por ejemplo, ha llevado a la admiración de regímenes políticos tanto autoritarios como democráticos. Pero, a la postre, esta mentalidad ha reforzado el deseo de ser como los países europeos capitalistas y democráticos de la segunda mitad del siglo XX . Como se sabe, los saberes jurídicos y económicos pueden tener, y han tenido, usos muy diversos. Pero en general, a largo plazo, la impronta del derecho romano y los usos germánicos, transmitidos a través de muchos avatares y codificados en el siglo XIX , han dado lugar a una tradición legal positivista con con-
La universidad y la educación educación liber liberal: al: los modos explícito e implícito de ‘hacer cultura cultura’ ’
La Universidad española ha descuidado tradicionalmente la educación liberal. Las tradiciones heterodoxas en este sentido han sido marginadas o destruidas Los colegios de jesuitas se enfrentaron a la animosidad de las universidades, y en su momento hubieron de desaparecer hasta su reaparición siglos más tarde bajo un formato diferente y ubicados en la educación secundaria. El proyecto de la Institución Libre de Enseñanza quedó a medias, incluso bajo los regímenes constitucionales del primer tercio del siglo XX , y fue finalmente proscrito por los vencedores de la guerra civil, aunque se le permitiera subsistir bajo la forma (también en este caso) de un colegio. Sin embargo, de hecho, y simplemente por el tenor de sus enseñanzas profesionales, las universidades han tenido una influencia apreciable en los grandes cambios culturales de la segunda mitad del siglo XX ; como se ve en el caso de las carreras de ingeniería, de derecho o de economía, por poner algunos ejemplos. Las escuelas técnicas han difundido en el país una mentalidad de respeto y confianza en las capacidades de la ciencia y la técnica mo.
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notaciones iusnaturalistas o de filosofía jurídica jurídi ca intere interesantes santes,, que han tenido efectos positivos en la evolución legislativa del país, en las prácticas de los tribunales de justicia, en la aplicación del principio de sumisión de la Administración Pública al imperio de la ley, y, en definitiva, en el establecimiento de un Estado de derecho. derecho. Otro tanto cabe decir decir del papel de los economistas, en la medida en la que no han podido obviar la impronta de los escritos clásicos de su disciplina, a la que han vuelto y vuelven bajo diferentes guisas una y otra vez. De este modo, las escuelas de economía han intentado acompañar razonablemente la marcha de la economía de mercado y han contribuido a difundir entre los funcionarios y las capas ilustradas del país al menos un aprecio instrumental de la economía de mercado y de sus efectos; y por ello, con alguna frecuencia, han tendido a complementar, acompasar y limitar los excesos de los modos de coordina-
ción de tipo estatista y corporatista que han prevalecido en España hasta fecha reciente. Pero obsérvense dos cosas. Una, que la mayor parte de lo que se ha hecho, y se hace, en estos terrenos ha sido y es derivativo de lo que se origina en otros países con mayor creatividad cultural. Dos, que lo que se proporciona suele ser un saber instrumental de las cosas, con el anejo implícito de algunos de sus supuestos tácitos. Lo que no se hace es una tematización explícita de la filosofía moral y política que da sentido al manejo de las leyes, la tecnología y el análisis económico. Observaciones sobre la mutación cultural de la época, en España y otros países europeos, y sobre sobre algun algunos os síntom síntomas as de ‘haber perdido el rumbo’
Francia, Italia y Alemania (por poner unos ejemplos de naciones de nuestro entorno histórico y geográfico) son países con una historia de alfabetización y escolarización que lleva a España dos o tres generaciones de ventaja, que tienen una densidad mayor de instituciones culturales y unas clases medias más instruidas y que han disfrutado de un régimen de mayor libertad cultural que España durante unos cuarenta años. Pero también hay que tener en cuenta que se trata de países que han tenido una experiencia confusa de mutación cultural durante la segunda mitad de siglo; y esta confusión ha repercutido en España, aunque en este país ello haya sucedido contra el telón de fondo de un nivel cultural inferior. Conviene entender la confusión cultural de países como Francia, Italia y Alemania en relación con la experiencia de las generaciones que se han sucedido a lo largo de la segunda mitad del siglo XX . La generación de los años cuarenta (es decir, la que, en su juventud, hubo de afrontar los problemas de aquellos años) se encontró con una Europa recién recuperada o liberada del nazismo, pero no como resultado de su propio esfuerzo, de su reconquista, por así decirlo, sino de la lucha protagonizada por los ejércitos (y las sociedades) de los países anglosajones (dejando aparte la contribución soviética). A la hora de transmitir esa Europa a la generación siguiente, la generación europea de los cuarenta transmitió, por tanto, una forma de vida europea (su democracia liberal, su economía de mercado, su pluralismo) de la que ella se había beneficiado y ella había contribuido a mantener (y a defender, con la ayuda de los norteamericanos frente a la amenaza 21
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soviética), pero de la que, en último término, sólo era parcialmente responsable. Esta experiencia de construcción y de defensa a medias del orden liberal en Europa tra jo consigo consigo,, en un segmen segmento to importan importante te de los los europeos, en la derecha y en la izquierda, falta de claridad y de decisión a la hora de valorar y defender el orden de libertad. De aquí, probablemente, la propensión de bastantes europeos a preferir el modo estatista y corporatista de coordinación de la economía; de aquí, la lentitud de la transformación cultural interna de unos movimientos sociales proclives a convertir sus motivos de descontento en una denuncia (supuestamente radical, más bien superficial) del orden de libertad; y de aquí, la simpatía de amplios segmentos de la población hacia los partidos y las ideologías (totalitarios) comunistas. Y de aquí, también también,, en su momento, las confusiones mentales de la siguiente generación, la de los años sesenta; es decir, si se quiere, la generación de 1968. Los miembros universitarios de esta generación han luchado y, todavía hoy, en buena medida luchan contra una “sociedad de consumo” adoptando una actitud de consumidores insatisfechos. Se enfrentan a un mundo que no han producido, pero quieren que cambie para que se ajuste a sus deseos de uso y consumo. Pretenden más libertad pero no entienden los rudimentos del orden de libertad gracias al cual pueden ejercerla y ampliarla. Como conclusión de estas contradicciones, esta generación termina abocada a una reconciliación peculiar con ese mundo cuando llega a su edad adulta (entre mediados de los setenta y mediados de los noventa). Sus miembros se hacen líderes y cuadros de partidos que, por una parte, se encargan de mane jar ese capitalism capitalismo, o, y, por otra, exhiben exhiben señas de identidad que parecen inseparables de la denuncia “radical” del capitalismo. La manera de gestionar esta contradicción es adoptar una disposición ligeramente esquizofrénica por la cual se hace “lo que hay que hacer” pero sin reconocerlo en el terreno de los principios. A este síndrome de duplicidad sistemática semiconsciente se le intenta justificar dándole el nombre de sofisticación, complejidad e inteligencia práctica. Todas estas confusiones no han hecho sino repetirse, adaptándose a las circunstancias locales, en el caso español, aunque con las peculiaridades impuestas por el franquismo y el 22
retraso económico. Y han llevado, por sus pasos contados, a la confusión de los medios culturales españoles de hoy. De hecho, si descendemos al nivel supuestamente más profundo de la “alta cultura” del país encontramos un paisaje bastante escaso de vegetación. Sus intelectuales, ensayistas, moralistas y teólogos han solido acompañar la mutación cultural de la época, pero no han protagonizado esa mutación ni han influido mucho en ella. Es cierto que ha habido un proceso de cambio cultural en España en lo relativo a la percepción que el país tenía de la nación, la ley, el mercado y la religión entre 1940 y 1990. Este cambio trajo consigo una civilización o desdramatización de conflictos normativos que, en el pasado, habían abocado a una guerra civil. Pero ese proceso se debió más a
cambios pragmáticos en la conducta de millones de gentes ordinarias que se habían ido consolidando con el paso del tiempo y a transformaciones institucionales que al estímulo de un debate cultural complejo e intenso; y en realidad tuvo lugar en medio del ruido de un debate cultural bastante superficial. El resultado final de ese proceso ha sido, ciertamente, una pacificación de los violentos conflictos normativos del pasado, que es muy de agradecer. Pero el modo como esto ha ocurrido es un testimonio del carácter ligero del debate cultural del país, en general, y de la debilidad de la vida intelectual generada en torno a la Universidad española, en particular. Conclusión
Hemos considerado (en otro lugar)4 los avatares de esta especificación y variante de la
4 Ver mi ensayo ‘Carácter y evolución de la universidad española’, ya citado.
Universidad occidental, que es la universidad española de los últimos cincuenta años, y hemos llegado a la conclusión (aquí) que, tomada en conjunto, esta Universidad parece tener una calidad mediana, a juzgar por el tenor general de los resultados del conjunto, ya sean éstos profesionales, de investigación o de educación liberal. Hemos visto también (en el ensayo anterior) algunas de las razones de esa medianía: los estudiantes están poco preparados y poco motivados; los profesores han sido seleccionados por un procedimiento de circunstancias; las redes de magisterio y discipulado se han deshilachado, por así decirlo, a lo largo de una experiencia compleja de rupturas y equívocos a lo largo del tiempo; determinadas concepciones de los bienes universitarios como bienes (principalmente) públicos han ido arraigando en la opinión; y el modo de coordinación y de gobierno ha tendido y tiende a minimizar el ejercicio de una libertad responsable y, por tanto, la autonomía real de los agentes, sean éstos los estudiantes, las familias, los profesores o las universidades mismas. Estamos ante una Universidad todavía sometida a un modo de coordinación estatista y corporatista, con su inevitable inclinación a la escasa movilidad de sus recursos en su interior y al proteccionismo frente a la competencia exterior. De ahí las resistencias al distrito único y la propensión a establecer barreras lingüísticas, para proteger a las universidades locales; la degradación del estatus de los profesores asociados, para marcar bien las distancias respecto al profesorado funcionario; la endogamia local en la selección de profesores; la escasa hospitalidad de las comunidades locales a los venidos de fuera, y la falta de entusiasmo de las universidades estatales (sus órganos rectores, sus profesores, sus estudiantes) hacia las universidades privadas. Pero hay que ver estas razones en el contexto del entorno de la Universidad. La demanda social de educación por parte de unas familias con poca capacidad de discriminación entre lo excelente y lo mediocre en materia de cultura, pero ansiosas de que sus retoños obtengan un título universitario, se ha encontrado con una estrategia del lado de la oferta, es decir, de los políticos, funcionarios y profesores, sostenida sin desfallecimiento CLAVES
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desde los años sesenta, orientada a ampliar la oferta de plazas y a mantener las tasas a un nivel muy bajo, y apoyada, en general, por las capas ilustradas del país (con dosis variables de entusiasmo en función de sus simpatías políticas partidistas). Por supuesto que es normal que en un mundo semejante, que (en último término) propicia en sus agentes un ejercicio timorato de su libertad, la Universidad cometa el lapsus freudiano de olvidar la educación liberal, e incluso de olvidar la pregunta misma sobre qué pueda significar ese tipo de educación, y que el resto del país tampoco repare en él. Las posibles reformas de la Universidad española
La Universidad europea, y la española, pueden ser vistas como reformables o irreformables. Si las vemos como irreformables, podemos entender la Universidad como un animal desconcertado, incapaz de adaptarse a su medio ni de controlarlo, resistente al cambio pero sin futuro, el eslabón final de una cadena evolutiva. En este caso, podemos hacer dos cosas. Podemos declararla “especie protegida” e invertir una energía considerable en mantenerla artificialmente. O dejamos que se extinga, y elegimos cómo sucede esto: por ejemplo, la atendemos piadosamente en el trance final, procurando evitarle traumas excesivos e innecesarios. Sea dicho incidentalmente, la idea de que la Universidad es una especie que conviene dejar que se extinga no es nueva. Mucha gente vio así a la Universidad en el largo tránsito de la Baja Edad Media a la época contemporánea. La Universidad europea fue relativamente marginal en la revolución científica del siglo XVII y en la Ilustración del siglo XVIII. Bastantes pensaron en extender su certificado de defunción, y sustituirla con los think tanks de la época, las academias científicas, las redes de correspondencia y los círculos de discusión que habían ido formando una “república de las letras y de las ciencias” a escala europea. El renacimiento de las universidades europeas sólo tuvo lugar más tarde, a lo largo del siglo XIX , y en mucho muchoss países sólo al final de él, como resultado de un aumento sustancial de la demanda social de educación superior y de movimientos internos de reforma. La universidad, reformable: su modelo de referencia
Pero cabe adoptar, por el contrario, una actitud “positiva y optimista”, y decidir que, después de todo, el tipo de Universidad europea continental, que incluye la española, es reformable. Por “reformable” entiendo aquí: susceptible de un tipo de reforma que increNº 139
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mente sustancialmente el grado de libertad y de responsabilidad de todos los agentes del sistema educativo y atienda a la educación liberal de los estudiantes5. El modelo de referencia, en este caso, es la experiencia norteamericana más que la europea, pero con reservas. No abogo por la mera imitación de las universidades norteamericanas. Sólo mantengo que el modelo norteamericano debe servir de referencia y, en cierto modo, de inspiración, en tanto que su modo de coordinación incorpora un grado de libertad y de responsabilidad de los agentes y en tanto que desarrolla un grado de atención al tema de la educación liberal que son muy superiores a los de las universidades europeas. Por supuesto, es posible que aquella universidad y aquellos agentes, en el ejercicio de su libertad, yerren; lo que hacen, desde mi punto de vista, en la medida en la que se convierten bien en una comunidad de expertos que se dejan llevar de la hubris corporativa y aplican un enfoque intelectualista desmesurado, bien en unos partícipes entusiastas de un tipo de sociedad en el que las gentes viven obsesionadas por la obtención del dinero fácil, el estatus aparente, y el poder sobre los demás (lo que podríamos llamar una societas cupiditatis). Pero esa posibilidad es parte de su libertad. Los buenos cristianos pensaban, y muchos de ellos siguen pensando, que hacer un pacto con el mundo, el demonio y la carne era y es abominable; pero poder hacerlo es precisamente la misteriosa prerrogativa de los seres humanos, a quienes el propio Dios habría hecho libres. Algunos flancos débiles débiles de las universidades universidades españolas que favorecen su posible reforma
Las universidades españolas tienen, afortunadamente, varios flancos débiles organizativos, institucionales y culturales, difíciles o quizá imposibles de proteger. Una de las razones de ello reside en la lógica centrífuga y descentralizadora que se ha ido introduciendo en el sistema desde hace tiempo, y que hace que el sistema universitario incorpore un elemento caótico que ya es endémico en el sistema. Es el “caos de competencias” que resulta del desarrollo de la jurisdicción educativa de las comunidades autónomas en combinación con la autonomía de las propias universidades, particularmente cuando todas estas autonomías se dan en un medio institucional y cultural en el 5 Sobre el modelo norteamericano y sobre las posibles reformas de la Universidad española, ver también Víctor Pérez-Díaz y Juan Carlos Rodríguez, La educación superior y el futuro de de España (Fundación Santillana, Madrid 2001, págs. 59-74, y 365-378), y mi Una interpretación liberal del futuro de España España (ya citada, págs. 53-60).
que los agentes se han ido acostumbrando a pensar que las reglas de juego son un instrumento en sus luchas interminables por ampliar su poder. A ello se añade la influ influenci enciaa de la soci socieedad civil, en forma de consejos sociales, fundaciones y otras aventuras filantrópicas, que traen consigo el crecimiento de un tercer sector (pluralista) en la educación superior; además de la presión de las empresas, cada una siguiendo sus propios intereses, que deberá hacerse sentir cada vez más en el terreno de los estudios de tercer ciclo. Todos estos forcejeos tienen lugar contra el telón de fondo de una sociedad en la que tiene lugar un aumento gradual de la capacidad de discriminar entre una buena y una mala educación profesional por parte de los empleadores, los propios estudiantes y sus familias (que resulta de factores económicos y culturales diversos, entre otros, del aumento del nivel de información y educación del conjunto de la población), y un incremento continuo de sus recursos económicos, susceptibles de financiar los estudios superiores de sus hijos. Además, Adem ás, lo que ocurre ocurre en España sucede sucede en el marco de un escenario más amplio. Es continuo el flujo de estudiantes (y profesores) españoles hacia Estados Unidos y hacia Europa (y europeos hacia España); y se van tejiendo unas redes cada vez más densas entre las universidades (públicas y privadas) y entre los agentes reguladores (estatales) españoles y europeos. Esto da lugar a una diversidad de experiencias, la comparación entre las mismas y la difusión de algunas de ellas. De hecho, en Europa, las deficiencias del sistema universitario son objeto de un debate tan continuo y los retos del presente son vistos como tan graves y apremiantes, que es difícil que, de una forma u otra, no se dé, al menos en algunos países, una respuesta reflexiva a esta situación. Es probable que esto origine dos procesos de reforma. Uno en el terreno del modo de coordinación y gobierno de las universidades: en la dirección de una diferenciación interna del campo universitario y el desarrollo de las autonomías universitarias porque se piense que conviene estimular mecanismos de flexibilidad, de adaptación local a las circunstancias y de desarrollo de las peculiaridades idiosincrásicas de cada universidad. Otro, en el terreno de los contenidos educativos: hacia una reforma del sistema de enseñanza profesional y del sistema de investigación que incluya experimentos con diversas formas de educación liberal. Y si esto ocurre, es raro que no se asista a un proceso de difusión cultural por el que los ecos de estas reformas no lleguen al resto de los países europeos, incluida España. 23
LA REFORMA DE LA UNIVERSIDAD ESPAÑOLA
Por tanto, creo que las universidades europeas, incluso las españolas, son reformables, y que la tarea de reformarlas puede ser considerada como una tarea factible, si se acomete con la estrategia y la actitud adecuadas. Por una parte, hay que aplicar presión en los flancos sensibles. Por ello, los reformadores deben concentrar su atención en la promoción de algunos experimentos locales con mayores probabilidades de éxito, sin desperdiciar sus energías en “grandes batallas” imposibles de ganar. Por otro lado, conviene que adopten la actitud “positiva y optimista” a la que me he referido antes. Los reformadores deben confiar en el proceso de incremento del caos del sistema universitario español y de inmersión de España en el espacio europeo y transatlántico; deben contemplar horizontes dilatados en el tiempo (quizá el necesario para que haya dos o tres cambios generacionales); deben armarse, por tanto, de paciencia y cultivar el lado místico y contemplativo de su personalidad mientras perfeccionan el arte de la supervivencia personal; y deben esperar que la fortuna les sonría mezclando de manera imprevista los acontecimientos súbitos con las consecuencias inesperadas de las estrategias autointeresadas de los diversos agentes sociales. Deben tratar, incluso, de persuadir a estos agentes apelando a su buena voluntad, su espíritu cívico y su eventual compromiso con una filosofía de la libertad y otros valores similares. El papel de la Universidad privada
La universidad privada puede ser clave para rectificar la senda histórica de las universidades europeas y españolas. En España, la Universidad privada ha crecido en los últimos años a un ritmo tres veces superior a la Universidad pública, absorbe en torno al 12% de la matrícula total (y en las regiones españolas de mayor importancia económica, ese porcentaje asciende a más del 20%)6. Su dinamismo es innegable, aunque todavía sigue siendo una parte pequeña del paisaje general. Hay que equilibrar, por tanto, la balanza entre universidades públicas y privadas, todavía desmesuradamente sesgada a favor de las primeras. No sólo debe haber más universidades privadas, sino que, sobre todo, debe prevalecer la “lógica 6 Por ejemplo, en Cataluña, según el Avance Estadístico para el curso 2001-2002 que publica el Consejo de Coordinación Universitaria, había 40.203 alumnos matriculados en universidades privadas (incluida la Universitat Oberta de Catalunya) y de la Iglesia, más 10.542 alumnos en centros privados adscritos a universidades públicas. Sumados unos y otros, ello representa el 23,9% de la matrícula total en las universidades catalanas. Los porcentajes son similares en Madrid y en el País Vasco.
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de las universidades privadas”, de modo que el sector en su totalidad opere con arreglo a los principios de funcionamiento de este tipo de universidades, como ocurre en Estados Unidos. Esto significa que el modo de coordinación y gobierno del sector debe ser un modo liberal, en el sentido propio del término: uno que maximiza el grado de libertad responsable de todos los agentes del sistema educativo. Visto desde la perspectiva de las universidades, esto implica un modo de coordinación que permita el pleno desarrollo de la autonomía responsable de cada universidad, con objeto de que cada una defina y lleve adelante su proyecto educativo propio y se atreva a afirmar su identidad institucional. El paso siguiente es, lógicamente, que se atreva a acudir al mercado de profesores, estudiantes y fondos públicos y privados de investigación, y, enarbolando la bandera de sus señas de identidad, compita por todos esos recursos. Esto tiene la contrapartida de un cambio de actitud por parte de los profesores, los estudiantes y los financiadores del sistema. Los estudiantes no pueden pretender fingir que la educación es meramente un bien público, cuando en realidad es menos un bien público (que debería competir, en todo caso, por recursos públicos con otros bienes, como la sanidad, por ejemplo) que un bien privado (que debe ser costeado por sus beneficiarios). No es, por tanto, un derecho, sino una oportunidad: por ello su coste debe recaer, en buena medida, sobre ellos mismos, y, además, éstos tienen que merecerla con su esfuerzo. Tienen que someterse a algún procedimiento de selección; como puede serlo el cruce de ofertas y demandas en un mercado competitivo en el que los mejores estudiantes se ofrecen y aportan sus méritos, y las mejores universidades demandan y plantean sus exigencias (y viceversa, los estudiantes comparan precio y calidad educativa mientras las universidades ofrecen sus servicios). Y los profesores y los agentes financiadores del sistema tienen que pasar por experiencias similares. Si las universidades privadas se comportan de este modo y operan con esa lógica dentro de su campo de actuación, pueden servir de estímulo a las universidades públicas que las rodean. Pueden ofrecer un ejemplo de flexibilidad institucional, de adaptación al medio y de establecimiento de puentes con él, en especial si se internacionalizan y amplían su horizonte hasta abarcar el con junto jun to de Eur Europ opaa y ot otros ros pa paíse íses.s. Pued Pueden en ofrecer asimismo un ejemplo de capacidad de experimentación y de promoción de un talante de libertad responsable entre sus es-
tudiantes, profesores, financiadores y antiguos alumnos, por ejemplo. En otras palabras, la Universidad privada puede ser clave para la educación liberal si ahonda en la experiencia de su propia libertad, y de su propia identidad. Se trata de que cada universidad privada se interrogue por su razón de ser y vea si tiene o no un proyecto educativo propio; y, en consecuencia, se pregunte si tiene ya una identidad propia, o, en su caso, si es capaz de adquirirla. Si la Universidad privada tiene o adquiere identidad propia será capaz de establecer una relación moral significativa con sus miembros, y entonces estaremos en condiciones de observar el fenómeno, casi desconocido en la vida universitaria española en general, de los vínculos morales y afectivos entre los alumni (los antiguos alumnos) y sus universidades. Cuando estos vínculos existen, los alumnos se sienten concernidos por el destino de su universidad y dispuestos a ayudarla e incluso a hacerle donaciones. Se establecen así relaciones de “amistad”, verdaderas y duraderas, entre la universidad y sus antiguos alumnos, hasta el punto que éstos pueden entender que su compromiso con “su” universidad es para toda la vida. (O como se dice, con breve elocuencia, en el obituario de un antiguo alumno de Harvard, Robert Baker, de la promoción de 1936: “He felt that he didn´t just go to Harvard for four years-he went for life”7). Nótese que digo que la Universidad privada “puede ser” clave para rectificar la senda histórica de la Universidad europea o española, no que lo será inevitablemente . Depende de ella. En el ejercicio de su libertad, la Universidad privada puede desviarse de ese ideal y decidir una estrategia que refuerce aún más el sesgo estatista del modo de coordinación del sector universitario público; o una estrategia que desatienda o distorsione la educación liberal de sus estudiantes. Ilustraré estas dos estrategias “desviadas” con una breve alusión a dos variantes o modalidades de ellas que llamaré la de “la búsqueda del favor del príncipe” y la de “la formación integral de estudiantes modosos”. Imaginemos, por ejemplo, que la Universidad privada, llevada de la confusión, insegura de sí misma, ansiosa de quedar bien en el medio local en el que opera y dando por buenos los prejuicios y las convenciones de ese medio, intenta congraciar-
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Harvard Office of News and Public Affairs, The Gazette , diciembre de 2002, pág. 3. ‘‘Sintió que no había ido a Harvard sólo para cuatro años, sino para toda la vida’’. CLAVES
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se con el legislador y la opinión dominante, rema con la corriente y aspira a ser una “universidad concertada” (siguiendo el modelo del colegio concertado de la enseñanza primaria y secundaria) que trata de aseme jarse a las otras. Adapta sus programas, sus reglas de funcionamiento, sus procedimientos de selección al modelo de la universidad pública, e intenta homologarse con ella. Quizá piense la universidad que, de este modo, pagará a sus profesores con menos coste, tendrá más estudiantes y recibirá algunas subvenciones públicas y determinados apoyos institucionales en momentos complicados de su vida. Esto sería congruente con una estrategia encaminada a buscar la protección de los gobiernos regionales correspondientes, a los que se rendirían, a cambio, determinados servicios. Se les ofrecerían masters para sus funcionarios y formación para sus cuadros administrativos, y se suministraría a sus dirigentes ocasiones de propaganda política: discursos con ocasión de inauguraciones y clausuras, festividades y puestas de la primera piedra o de la última piedra de los edificios de rigor, etcétera. Quizá con todo ello la Universidad privada actuaría en menoscabo de su libertad institucional, y de la tarea de atender a su propio proyecto educativo y de profundizar en él; en otras palabras, quizá vendería por un plato de lentejas no ya su primogenitura, sino su identidad. También cabe imaginar que la Universidad desarrolle la estrategia de convertirse ella misma en un colegio secundario concertado no sólo hacia fuera sino también hacia dentro, incluido el modo de concebir su relación con los estudiantes. Tendríamos entonces la experiencia de una Universidad empeñada en un tipo de formación integral de los estudiantes que pasaría por inculcarles criterios e imponerles disciplinas que incluyen, muy en primer término, un atiborramiento de los espíritus, el diseño de su vida intelectual como una carrera de obstáculos, de examen en examen y de asignatura en asignatura, todo inmediato, preciso y concreto, todo en apuntes claros y esquemáticos, todo en clave de buen sentido, todo con la menor complejidad y el menor misterio y ambigüedad posible. A primera vista, parece como si todo estuviera pensado para una vida bien rangée, colocada en su sitio, y por eso el proceso educativo se fundiría con la carrera profesional futura en una secuencia continua, por donde el estudiante avanzaría, por su orden y sus pasos, de escalón en escalón hacia la nómina del personal con su escalafón de méritos: una senda que le conduciría a las puertas del cielo y al coro de los ángeles. Lo que vendría a ser una acNº 139
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tualización del sueño de las madres de clases medias de los años cuarenta y cincuenta: su grito de guerra no era ciertamente el de Ricardo III, “¡Mi reino por un caballo!”, pero pero sí venía a ser el de “¡mi reino porque mi retoño gane unas oposiciones en un cuerpo del Estado!”. Y para eso, entonces, hacía falta orden, mucho orden. Pero la obsesión (clásica) por ocupar su sitio en un mundo ordenado necesita hoy un matiz que refleje el signo de los tiempos. Para que las cosas tengan hoy su punto de morbo y de actualidad, y dado que el trasfondo histórico de los empeños educativos se ha movido con el tiempo y ahora el logro de los oficinistas públicos palidece ante el de los empresarios o los directivos privados, hay que hablar de iniciativa, riesgo y agresividad, aunque sea en dosis prudentes. Por ello, puede ocurrir que la Universidad privada que se defina a sí misma (tácitamente, por sus actos) como “un colegio secundario concertado ampliado” se dedique, en consecuencia, al mismo atiborramiento del espíritu al que ya me he referido antes, y lo haga del modo sistemático y absorbente mencionado, pero utilizando métodos “agresivos” y aguijoneando a los estudiantes para que se presten a la controversia y exciten su ambición personal. De esta forma, un ideal (clásico) de estudiantes modosos se habría convertido en un ideal (moderno) de estudiantes “modosos pero revoltosos”. Una anotación sobre la dudosa tarea de aconsejar aconsejar y una sugerencia sugerencia final
Acons ejar es una tare Aconsejar tareaa inev inevita itable, ble, pues puesto to que con toda intervención en el mundo intentamos persuadir a alguien, aun sin palabras, y tanto más con ellas; pero también es una tarea un poco desconcertante. A veces quienes reciben los consejos saben mucho más que sus consejeros; otras, sucede lo contrario, y no es raro que unos y otros se refuercen en el propósito de cometer los mismos errores. Incluso cuando llegamos a formular consejos sensatos hemos de reconocer que, con frecuencia, se los damos a gentes que fingen pararse a recibirlos cuando en realidad siguen corriendo. Nos escuchan con creciente impaciencia porque, lejos de suspender lo que hacen y esperar a ver lo que les decimos que tendrían que hacer, siguen haciéndolo, y están a la expectativa de que les confirmemos en lo que quieren oír o enriquezcamos con algún detalle adicional (“que se les había escapado”) el cuadro cuyos rasgos principales ya se han encargado ellos de trazar firmemente sobre el lienzo. En estas circunstancias, más vale convertir el consejo en una mera sugerencia; y
con una sugerencia termino. Propongo que consideremos considerem os este momento como un tiempo oportuno para una reforma de la educación superior en España y en Europa. Nuestro orden de libertad (si es eso lo que nos interesa) se enfrenta con retos graves pero también estimulantes, cuya respuesta requiere cambios en nuestras universidades. Éstas deben reformarse sabiendo que están ubicadas en un espacio que desborda sus horizontes locales, y por ello es deseable que todos los agentes del sistema educativo (estudiantes, profesores, autoridades académicas, agentes reguladores, financiadores) miren más lejos. Puestos a mirar más lejos, sugiero que lo mejor es mirar lo más lejos posible. Por eso diría que el modelo es “la Universidad de Harvard”, y lo digo no tanto por el valor intrínseco de esa universidad en particular (que personalmente estimo en mucho) cuanto porque puede ser usada como un símbolo de aquello que cada cual considere, de manera plausible, como la mejor universidad que pudiera haber hoy en el mundo. Y si se me objeta que el modelo es demasiado ambicioso o es inadecuado, mi respuesta sólo puede ser: que cada cual proponga el suyo, y decida, considerando sus recursos (empezando por los de su carácter, su razón de ser y sus sentimientos), el alcance de lo que se atreve a hacer. En todo caso, los modelos a los que me refiero no son meras entelequias. No son inalcanzables. Para alcanzarlos hay que entender la situación; pero, en este sentido, es probable que el tiempo no haya transcurrido en vano y que todos hayamos aprendido, o podamos todavía aprender, de la experiencia histórica, próxima o lejana. Hay que decidirse a actuar y ponerse a ello, contando (sobre todo) con las propias fuerzas, pues no hay razón para delegar la responsabilidad en nadie. Y, puestos a actuar, siempre podemos adoptar aquella actitud “positiva y optimista” antes señalada, que incluye confiar en el caos, contemplar un horizonte dilatado en el tiempo, armarse de paciencia, cultivar el lado místico y contemplativo de la vida, y, last but not least, apelar al buen sentido y el instinto de libertad de nuestros semejantes. n
Víctor Pérez- Díaz
es catedrático de Sociología. Autor de La primacía de la sociedad civil. 25
LA CORRUPCIÓN URBANÍSTICA Una nueva expresión delictiva ANTONIO VERCHER VERCHER NOGUERA
“Si queremos una sociedad de bienestar, es inevitable que el poder económico sea muy fuerte. El problema empieza cuando éste se infiltra en el mundo político y surge la corrupción” (Giovanni Sartori. ¿Qué es es la Democr Democracia?) acia?)
Introducción
Hablar de corrupción hoy en día es como hablar de la fe, del odio o del valor. Se trata de conceptos tan generales que con frecuencia resulta peligroso aventurarse en el examen de su contenido. De hecho, sólo una adecuada acotación del término proporciona una mínima garantía de éxito en esa labor de análisis. La corrupción tiene, sin embargo, una complicación adicional y es que si la fe, el odio o el valor son conceptos extraordinariamente generales, aunque estables, con el término objeto de análisis no ocurre lo mismo. Y es que allá donde se abre un nuevo campo al quehacer humano, allá aparecen nuevas formas de corrupción. La corrupción se perfila, pues, como algo consustancial al hombre y en la medida que el hombre progresa, evoluciona o se desarrolla, la misma lo hace igualmente. Algunas considera Algunas consideracione cioness iniciales iniciales sobre sobre el concepto de corrupción
De entrada, esa generalidad del concepto de corrupción a la que se está haciendo referencia, así como su falta de estabilidad, son características comúnmente aceptadas. Según el informe del Instituto Andaluz Universitario de Criminología sobre Urbanismo, Corrupción y Delincuencia Organizada en la Costa del Sol, cuantificar la corrupción es una tarea extremadamente difícil precisamente por esa generalidad y ausencia de estabilidad1. Es por ello por lo que Malem Seña se inclina inclina por un concepto descriptivo y
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Gómez-Cespedes, A., Prieto del Pino, A.M. y Stangeland, P.: Urbanismo, Corrupción y Delincuencia Organizada: Un Proyecto en la Costa del Sol. En: Boletín Criminológico. N° 65. Mayo-Junio 2003. Pág. 1. 26
excluyente de corrupción, en lugar de recurrir a las definiciones al uso. Ese concepto de corrupción implica, por ejemplo, y en lo que a su parte descriptiva se refiere, la violación de un deber posicional, una actuación secretiva o rodeada de gran discreción, la existencia de beneficios, etc2. A su vez, quedan excluidos excluidos del mismo la simple simple recepción de dádivas, regalos o recompensas que sean expresión de reconocimiento o muestra de afecto o las medidas estatales de carácter promocional, de las que son buen ejemplo las leyes de incentivos fiscales, entre otros supuestos3. Además Además esa generalidad generalidad propia del término se desprende del hecho de que, según Lascoumes, existen 46 infracciones que de una forma u otra son constitutivas de corrupción en el Derecho penal francés 4. Como no podía ser de otra forma, se trata de una lista completamente abierta precisamente por la falta de estabilidad del término controvertido. En cualquier caso, además de los dos aspectos destacados que configuran el concepto de corrupción, un tercer elemento de interés al respecto es la existencia de una situación de abuso de la que se aprovecha una de las partes y en virtud de la cual se actúa. El profesor de la Universidad de Cardiff Michael Levi afirma que corrupción no es sino una situación de abuso producida cuando se actúa con absoluta discrecionalidad, en una posición de monopolio y sin ningún mecanismo que permita exigir responsabilidad por lo realizado 5. Esa misma concepción viene recogida por Francisco J. Laporta al
2 Vide Malen Sseña, J.F.: La Corrupción. Aspectos Éticos, Económicos y Jurídicos. Barcelona: Gedisa. 2002. Págs. 32 a 35. 3 Malem Seña, J.F.: Op. cit. Págs. 23 a 31. 4 Lascoumes, P.: Corruptions. París: Press de Sciences Po. 1999. Pág. 49. 5 Conferencia pronunciada con ocasión del Second Evaluation Round: Training Seminar for Ex perts-Evaluators. Paphos (Chipre). 21-23 de noviembre de 2002.
señalar que la gran corrupción encuentra su ambiente más propicio cuando se adoptan importantes decisiones económicas en régimen de monopolio de poder, con amplia discrecionalidad y sin controles ante los que responder6. Por su parte, Lascoumes mantiene que la corrupción es una alteración de los valores políticamente jerarquizados, donde el interés privado reemplaza al interés público o social7. Todo ello en íntima conexión con el concepto expresado en el Diccionario de la Lengua Española de la Real Academia Academ ia al destacar que es, simplemen simplemente, te, un vicio o abuso introducido en las cosas materiales8. El problema reside en que las formas de degradación que se pueden producir, y aplicadas al contexto ahora objeto de análisis, son, pura y simplemente, innumerables. Es evidente que con tales precedentes, y habida cuenta la generalidad e inestabilidad del término, resulta poco menos que imposible determinar con absoluta certeza qué es la corrupción. Lo que está claro es que la corrupción ha existido siempre9 y que, como ya se adelantaba, allá donde se abre un nuevo campo al quehacer humano, allá aparecen nuevas formas de hacer o de no hacer, a las que son aplicables el término debatido.
6 Laporta, F.: Caldo de Cultivo. En: El País. 10 de julio de 2003. 2003. Pág. 11. 11. 7 LASCOUMES, P.:Op. cit. Pág. 49. 8 Cuarta acepción del término corrupción. Diccionario de la Lengua Española de la Real Academia. Decimonovena Edición. 1970. Pág. 369. 9 Jesús Carrera, citando citando el Inform Informee Bontempi sobre la Comunicación de la Comisión al Consejo y al Parlamento Europeo sobre la Política de la Unión en Materia de Lucha contra la Corrupción (Comisión de Libertades Públicas y Asuntos Interiores, A4-0285/98), señala que en un archivo del siglo XIII a. C. figuraban nombres de altos funcionarios y el propio de una princesa asiria que habían aceptado sobornos. CarreraHernández, J.: La Persecución Penal de la Corrupción en la Unión Europea. Mesa Redonda sobre Cooperación Jurídica Internacional en Materia Penal: una Visión desde la Práctica. Colección Escuela Diplomática. Cooperación Jurídica Internacional. N° 5. Pág. 207.
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Así pues, pues, me atrev atrevería ería a decir que la labor de obtención de un concepto de corrupción universal arrastra los mismos lastres que arrastraba en su momento la búsqueda de un concepto de delito universal, en el que tanto esfuerzo y trabajo invirtieron los positivistas del finales del siglo XIX y principios del XX 10. Precisamente por esa razón se habla de corrupción en los más variadas áreas y ámbitos. Se plantea plantea la existenc existencia ia de corrupció corrupción n privada, de corrupción política, de corrupción en el comercio internacional, etc. etc. Existe, a su vez, una importante cantidad de subclasificaciones. Así, por ejemplo, y dentro del concepto de corrupción privada se habla de la misma en un sentido omnicomprensivo, como en el caso de Suecia, limitada al cuño ius-laboral (Francia), referida a la protección de la competencia (Alemania) o centrada en la relación de lealtad patrimonial entre mandatario y mandante (Austria)11. Aun así, se producen en ocasiones supuestos de corrupción con características o peculiaridades tales que resulta difícil incardinarlos en alguna de las clasificaciones al uso. Ese es el caso, por ejemplo, del supuesto descubierto recientemente en Italia con ocasión del Festival de San Remo que se vio
10 Puig Peña, F.: Derecho Penal. Tomo I. Madrid:
Editorial Revista de Derecho Privado. 1969. Pág. 185. 11 Foffani, L.: La Corrupción en el Sector Privado: La Experiencia Italiana y el Derecho Comparado. En: Revista Penal. Julio 2003. Pág. Pág. 63. Nº139
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sacudido por un escándalo de corrupción y que culminó con la detención de sus tres responsables acusados de cobrar dinero a los aspirantes a participar en el conocido evento musical. La operación judicial Pinocho puso al descubierto una organización que obtenía pingües beneficios gracias a los jóvenes que soñaban con la fama, llegando a pagar cada uno hasta 50.000 Euros para conseguir los primeros puestos y llegar a ocupar así un lugar en el escenario de la canción12. El urbanismo y la ordenación del territorio. Regulación incipiente y degradación posterior
Lo que está ocurriendo en los últimos años en relación con la ordenación del territorio y el urbanismo resulta verdaderamente llamativo. En sus orígenes, la ordenación del territorio no era más que una función pública que, surgida tras la Segunda Guerra Mundial, estaba dirigida a controlar el crecimiento espontáneo de los diversos usos y actividades que se desenvuelven en el territorio. Se trataba de ordenar el descompasado crecimiento surgido después de la última conflagración mundial. De hecho aquel crecimiento no era más que una opción de política económica planificada, que prescindía de importantes variables espaciales y de problemas como la equitativa distribución de la renta. Pues bien, para afrontar aquella pro-
12 Vide El País. 14 de junio de 2003. Pág. 48.
blemática y aquel planteamiento económico preeminente, surgió la ordenación del territorio, de la mano además de la urbanística13. A su vez el urbanismo como tal había ya nacido en la primera mitad del siglo XIX en Francia y Gran Bretaña ante la necesidad igualmente de corregir los profundos desequilibrios resultantes de las profundas transformaciones económicas y sociales de la época14. Se trata pues, en principio, de dos loables e interrelacionadas disciplinas que trataban de poner cierto orden en una materia incipiente y que era necesario organizar. Por lo demás, si anteriormente ambos tenían razón de ser en la actualidad la tienen todavía más en un mundo en el que el 83% de su superficie está ya ocupada o marcada por la huella del hombre. Así, según un estudio de la Sociedad Estadounidense para la Conservación de la Fauna y de la Red Internacional de Información para la Ciencia de la Universidad de Columbia, el hombre ya ocupa el 83% de la superficie terrestre. Es decir, menos de dos partes sobre diez permanecen vírgenes. Ese 20% de zonas vírgenes corresponde a áreas más inaccesibles, frías como la Antártida Antá rtida o calu calurosas rosas como los desiert desiertos, os, o
13 Vide Pérez Moreno, A.: Ordenación del Territorio y Medio Ambiente. En: Protección Administrativa del Medio Ambiente. Madrid: C.G.P.J. 1995. Pág. 300 et seq. 14 Vide Benévolo, L.: Orígenes del Urbanismo Moderno. Madrid: Ecleste Ediciones. 1996.
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en altitudes donde el hombre tiene grandes dificultades dificultades para la superviv supervivencia. encia. A su vez, el 83% de influencia antropomórfica se ha logrado discernir incluyendo las áreas donde la densidad de población es de más de una persona por kilómetro cuadrado, dentro de los quince kilómetros de un río o pista terrestre, dentro de los dos kilómetros de influencia de una vía férrea o en un área donde una luz artificial sea visible con regularidad por la noche desde un satélite15. España afrontó con relativa prontitud la temática urbanística 16 . Sin embargo pronto empezó a aparecer una serie de condicionamientos y características en virtud de las cuales se abrió un cauce muy especial que vino a determinar el desarrollo del urbanismo tal y como ha tenido lugar y según lo conoc conocemos emos en la actualidad. actualidad. Por una parte, y esta sería la primera de las indicadas características, ya desde la primera Ley de 195617 se optó por la planificación del todo el territorio nacional y esta tesis planificadora estatalista continuó con la legislación posterior 18. La nu nuev evaa si si-tuación acabó degenerado, pues “Todo se resolvía con más licencias y controles que precipitaron al sistema en una rígida espiral de intervencionismo y controles superpuestos que, más que suelo barato, generaron demoras y complejidad gratuitas que sólo favorecían la especulación y la corrup-
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Vide El Mundo. 1 de noviembre de 2002.
Pág.27. 16
Según Bassols Coma, “conviene recordar la anticipación y prioridad cronológica en el marco del Derecho urbanístico comparado de nuestra legislación urbanística. En efecto, las Leyes de Ensanche de 1864, 1876 y 1892 junto con las de Saneamiento y Mejora Interior de Poblaciones de 1885, en cuanto normas globales y sistemáticas de la disciplina de los desarrollos y transformaciones urbanas se adelantaría a las de otros países europeos con un proceso de industrialización y urbanización más relevante y acelerado no dispondrán de normativa de esta naturaleza hasta el primer decenio del presente siglo”. Vide Bassols Coma, M.: Panorama del Derecho Urbanístico Español: Balance y Perspectivas. En: Revista de Derecho Derecho Urbanístico y Medio Ambiente Ambiente . Nº 166. Diciembre 1998. Pág. 64. 17 Ley de 12 de mayo de 1956, de Ordenación Urbana y Régimen del Suelo. 18 “Los hechos han demostrado que durante décadas el urbanismo español siguió un camino equivocado. La primera ley, por otro lado coherente y vanguardista, la de 1956, optó por la planificación del todo el territorio nacional. Y las siguientes, deslumbradas por el prestigio entonces indiscutido de las doctrinas estatalistas planificadoras, a cada nuevo fracaso respondían incrementando obstinadamente la dosis de intervención. La Ley de 1975 y sobre todo la de 1990, aumentaron los controles, hicieron requisas del 10% y del 15% del suelo para especulación municipal y, en pleno delirio intervensionista, expropiaron al derecho de propiedad de todo su contenido y consagraron la estatalización.” Vide Aristónico Aristó nico García, García, J.: Urbanismo Urbanismo en Crisis. Crisis. En: El País. 25 de febrero de 2003. Pág. 56. 28
ción y el encarecimiento del precio del suelo”19. Se trataba de una Ley Ley promulgada promulgada en un momento de absoluta ausencia de control democrático en España y, como ya se sabe, “de aquellos polvos provienen estos lodos”. En segundo lugar, y como consecuencia el establecimiento y creación de Comunidades autónomas previsto en la Constitución de 1978, se inició un proceso de descentralización administrativa cuyo resultado fue un sensible aumento del número de organismos públicos, especialmente en sede autonómica. Ese incremento supuso la inevitable aparición de un mayor número de áreas de competencia pública que eran potenciales canteras para todo tipo de supuestos de corrupción20. En tercer lugar, y con el advenimiento del régimen democrático a finales de los años setenta, las corporaciones locales tuvieron que afrontar un salto cuantitativo y cualitativo competencial difícil de digerir ante la inexistencia de una cultura previa de comportamiento democrático21. A consecuencia de lo dicho resultó especialmente afectado, entre otras materias, el urbanismo y no precisamente de una una manera positiva. De hecho, el urbanismo ha acabado convirtiéndose en “una mera técnica”, técnica”, por no decir tecnocracia, sin mayores contenidos de futuro. Dicho crudamente se trata de paliar en parte los efectos negativos del viejo negocio de comprar por hectáreas y vender -mucho más m ás caro- por metros cuadrados”22, cuyos proc proceedimientos, amén de crípticos, no parecen tan siquiera ajustarse a los mas elementales principio de seguridad jurídica. Ello ha llevado a señalar que “No se concibe cómo unos procedimientos como los urbanísticos, que se gozan en el fárrago de sus trámites esterilizantes y resultan angustiosos de tanta rigidez, estén tan salpicados de autorizaciones administrativas de naturaleza concesional y puedan ser vadeados por los cada vez más frecuentes convenios urbanísticos extraplan, lábiles a la especulación y a la corrupción23. Tal y como se ha puesto de manifiesto, los ayuntamientos y corporaciones locales son también áreas potenciales de
19 Aristó Aristónico nico Garc;i Garc;ia, a, J.: Op. cit. Pág. 56. 20 Democracy and Corruption in Europe.
Edited by Donatella Della Porta and Yves Mény. London and Washington, Pinter, 1997, pág. 176. 21 Borja, J.: ‘La innovación en política local’, en El País, 19 de mayo de 2003, pág.16. 22 Vide Parra, F.: ‘Utopía libertaria y Ecologismo’. Comentario al libro La ecología humana en el anarquismo ibérico, del autor Eduard Masjuan, en ‘Babelia’, suplemento cultural del periódico El País, 30 de septiembre de 2000, pág. 15. 23 Aristónic Aristónicoo García A, A , J.: Op. cit., pág. 56.
corrupción, habida cuenta el alto número de relaciones individuales que priman en las mismas y en las que es difícil establecer un adecuado y eficaz control 24. Se trata del patronazgo y el clientelismo que respecto a España y a otros países mediterráneos ha venido a denunciar Heywood, y que son tan característicos en el ámbito competencial de las autoridades locales25. Se trata igualmente del antiguo caciquismo caciquismo denunciado por Gerald Brenan y que tan pronunciado arraigo tenía en el amplio contexto de las corporaciones locales26. Si a ello añadimos el hecho de que el 30% de la población española vive en municipios ligados a espacios protegidos27, es fácil hacerse una idea de las simples posibilidades numéricas de corrupción que pueden surgir al respecto. En cuarto lugar, el Estado es titular de 50.000.000 de metros cuadrados de suelo, con la Seguridad Social, Fomento, Interior y Defensa a la cabeza. Este último ha protagonizado subastas de suelo en Madrid capital a 400.000 pesetas el metro cuadrado de repercusión28. Todo ello sin olvidar, por supuesto, el suelo propiedad de los ayuntamientos. Y si bien bien es cierto cierto que que ese suelo suelo debiera debiera estar estar dedicado a la construcción de viviendas para afrontar la escasez y para limitar los procesos especulativos, el mismo acaba convirtiéndose en un mero instrumento de financiación pública29. Lo grave del caso radica en que se trata de características y condicionamientos que inciden sobre una materia de capital importancia en el contexto nacional como lo es la vivienda. Así viene claramente reconocido en el artículo 47 de la Constitución Española, al señalar que “T “Todos odos los españoles tienen derecho a disfrutar de una vivienda digna y adecuada.” Y precisamente precisamente a consecuencia de esa importancia, el propio artículo 47 de la Const Constitució itución n prohíbe de manera expresa expresa
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Democracy and Corruption in Europe. Op. cit.
Pág. 176. 25 Heywood, P.: ‘From Dictatorship to Democracy: Changing Forms of Corruption in Spain’. En Democracy and Corruption, op. cit., pág. 82. 26 Brenan, G: The Spanish Laburinth. Cambrid ge Unive University rsity Press Press.. 1982. Pág. 7. 27 Según Múgica de la Guerra, más de 1.300 municipios contribuyen al territorio de algún espacio protegido. En ellos viven 12 millones de personas que se ven influidas directa o indirectamente por el hecho de la existencia de algún espacio protegido. Vide Múgica de la Guerra, M.: Espacios Protegidos y Desarrollo Económico. En: El Ecologista. nº 37. Otoño 2003. Pág. 39. 28 Expansión. 17 de octubre de 2002. Inmobiliario. Pág. III 29 Vide al respecto el Informe Completo 2002 del Defensor del Pueblo. Boletín Oficial de las Cortes Generales. VII Legislatura, núm. 442, 3 de junio de 2003, págs. 294 a 296. CLAVES
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todo acto o supuesto de especulación en relación con la vivienda. Así, ese mismo artículo 47 establece establece sin paliativos que que “Los poderes públicos promoverán las condiciones necesarias y establecerán las normas pertinentes para hacer efectivo ese derecho, regulando la utilización del suelo de acuerdo con el interés general para impedir la especulación.”30 No hay que indagar demasiado para comprobar que esa prescripción constitucional está tan alejada de la realidad social española que su simple contenido casi parece una utopía. Las autoridades están tan desbordadas por el tema que parecen incapaces de controlar la galopante especulación que tiene lugar en torno a la vivienda. En esa línea, y según fuentes tan poco sospechosas como el Ministerio de Hacienda, en el año 2002 el precio de la vivienda se disparó en España casi un 17% (exactamente 16,62%), lo cual constituye la mayor alza de precios producida en los últimos 13 años. Subida incluso superior a la que tuvo lugar en el año 2001, que fue del 15,40%. 31 A su vez, el precio de la vivienda ha crecido tres veces más que los salarios en los últimos 15 años, según un Informe de la Fundación de Cajas de Ahorros Confederadas.32 Lo curioso es que esa previsión constitucional a favor de la vivienda, no es un capricho o veleidad sino que se trata de un planteamiento perfectamente acorde con el sentir de la población de nuestro país, en el que la vivienda ocupa el segundo lugar de preferencia tras la familia. Se trata pues de una realidad tangible y fácilmente comprobable. Así lo aval avalaa “El Observador Observador de la DistribuDistribución” tras la encuesta correspondiente al año 2002.33 Pero no solamente no se ha evitado la especulación en torno al precio de la vivienda. Una de las funciones del urbanismo es proporcionar elementos de faciliten bienestar, un entorno satisfactorio, así como aportes estéticos que hagan más fácil y llevadera la vida de todo ciudadano de cualquier clase
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“El artículo comentado, además de establecer el principio rector vinculante en materia de vivienda, diseña un sistema constitucional de urbanismo, establecido con carácter instrumental del llamado derecho a la vivienda, del que son principios caracterizadores el de la regulación de la utilización del suelo de acuerdo con el interés general, para impedir la especulación, y el de participación de la comunidad comunidad de las plusvalías que genere la acción urbanística de los entes públicos”. Arozamena Sierra, G.: ‘‘Consideraciones sobre el Artículo 47 de la Constitución. La Vivienda y el Urbanismo en la Constitución’’. En: La Ley. 17 de diciembre de 1996. Pág. 1. 31 El País. 6 de marzo de 2003. Pág. 60. 32 El País. 16 de septiembre de 2003. Pág. 59. 33 Vide ABC Inmobiliario. 26 de mayo de 2002. Pág. 18. Nº139
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y condición34. Se trata, en esencia, según señala el Defensor del Pueblo, de mejorar la calidad de vida del ciudadano con el urbanismo35. Sin embargo, tales aportes estéticos y elementos que faciliten el bienestar brillan por su ausencia en las ciudades de hoy. Lo cierto es, y así ha venido a reconocerse por la doctrina, que lo que verdaderamente prima en la ciudad española actual es el urbanismo basura, carente de la más elemental sensibilidad estética y fruto de intervenciones fragmentarias producto del mercadeo36. Según Hernández Pezzi, Presidente del Consejo Superior de los Colegios de Arquitectos de España, nuestro país se ha convertido en una gran agencia inmobiliaria que descuida la calidad de las ciudades y somete a las familias a un esfuerzo desmesurado para la compra de vivienda37. Del proceso de degradación en materia de ordenación del territorio y urbanismo a la aparición de supuestos de corrupción.
Dicho lo dicho, es evidente que el urbanismo y la ordenación del territorio constituyen en España caldo de cultivo potencial para muchas y muy variadas posibilidades de corrupción. De hecho en un trabajo anterior38 tuve la oportunidad de plantear una serie de presupuestos explicativos del proceso evolutivo que han llevado ya a la aparición de importantes casos de corrupción en estas dos disciplinas. Huelga señalar que existe un importante número de publicaciones y artículos de prensa tratando de explicar el desmesurado crecimiento de los precios de la vivienda en nuestro país -es decir,
lo que se ha dado en llamar la burbuja inmobiliaria-, aportando incluso posibles soluciones al problema. Se habla por ejemplo de la crisis bursátil desconocida en la historia financiera desde la crisis de 1989. En ese largo período de recesión de la renta variable los inversores se han refugiado en el mercado inmobiliario –en plena expansión- y en los productos financieros más seguros y tradicionales. En ese sentido se calcula que entre el 20% y el 30% de los compradores de vivienda son inversores que huyen de la bolsa.39 Se alude también a la falta de información sobre el tema, pues no se controlan los distintos mercados, ni se obtienen datos de transacciones reales, sino sólo estimaciones, lo cual produce inseguridad y, por consiguiente, aumento de los precios. Existen igualmente elementos coyunturales que favorecen el aumento de los precios, tales como la apertura de nuevas estaciones del metro o del AVE, etc. etc. 40 También surgen factores coyunturales determinantes de reducciones de precio de los inmuebles, como puede ser, por ejemplo, la localización de los mismo en áreas de “botellón”.41 Lo mismo ocurre cuando se trata de una zona donde se trapichea con droga, como es el caso del barrio de los Pajarillos de Valladolid, según se ha comprobado recientemente.42 Tal como se ha indicado por algún autor muchas de estas publicaciones y artículos parten de bases erróneas o se fundan en verdades aparentes,43 quizás porque España no es precisamente un país caracterizado por sus investigaciones serias sobre la materia o 39 Vide El Mundo. 23 de junio de 2002. Pág. 49. Vide igualmente El Mundo. Su Vivienda. 21 de febre-
34 De hecho, según un estudio del Instituto de Psi-
quiatría del King´s College de Londres, la propensión del individuo a la violencia viene determinada principalmenprincipalmente por factores genéticos, así como por factores de ecología urbana y ambientales, especialmente durante su juventud. Vide The Economist. 3 de agosto de 2002. Pág.65. 35 Informe Completo 2002 del Defensor del Pueblo. Op. cit. Pág.285. 36 “...refugiados en la pereza intelectual de los mantras mediáticos –la especulación del suelo, la mafia del ladrillo, la especulación inmobiliaria–, rehusamos reconocer que el urbanismo basura consume y colmata los territorios metropolitanos como manifestación material de la prosperidad, y como expresión gráfica de la democracia. Al igual que la comida basura basura o la televi televisión sión basura, basura, las promociones residenciales de ínfima calidad arquitectónica que proliferan en las periferias urbanas responden a una demanda social oceánica...” Fernández–Galiano, F.: ‘‘Urbanismo Basura’’. En: El País. Babelia. 5 de julio de 2003. Pág. 16. 37 Hernández Pezzi, C.: ‘‘La Burbuja y sus Refle jos’’.. En: El País. 1 de julio de 2003. Pág.56. jos’’ 38 Vide Vercher Noguera, A.: ‘‘Reflexiones sobre Corrupción y Urbanismo’’. En: Fraude y Corrupción en la Administración Pública. Edit. Juan Carlos Ferré Olivé. Salamanca: Ediciones Universidad de Salamanca. 2002. Pág. 303 et seq.
ro de 2003. Pág. 3.
40 Vide Expansión. 6 de febrero de 2003. Pág. 33. 41 Vide El País. 15 de febrero de 2002. Propieda-
des. Pág. 7
42 El País. 16 de agosto de 2003. Pág. 22. 43 Leal Maldonado mantiene que al estudiar la cri-
sis de la vivienda se parte tradicionalmente de cinco equívocos. Así, se dice en primer lugar que no es España un país con una fuerte cultura de propiedad inmobiliaria. Lo que ocurre, dice el autor, es que se adquiere vivienda en propiedad ante la casi inexistencia de vivienda social en alquiler. En segundo lugar, se afirma que el precio de la vivienda nunca baja, lo cual no es cierto, pues los precios bajaron en los años ochenta y mediados de los noventa. Tampoco es cierto que sea el valor del suelo el máximo determinante del precio de la vivienda. En cuarto lugar, se afirma que en España hay una proporción de viviendas vacías por habitante superior al resto de países de Europa, lo cual no es cierto, pues existe un reiterado error censal al respecto. Finalmente, no es tampoco cierto que la política de la vivienda exista para facilitar el acceso a una vivienda a los hogares con bajos ingresos, pues el 30% de los hogares con rentas más elevadas acaparan más del 60% de las desgravaciones. Es decir, los más necesitados que ni siquiera pueden comprar la vivienda se encuentran con que el que recibe las ayudas es el casero. Vide Leal Maldonado, J.: ‘Cinco equívocos que han impulsado la crisis de la vivienda’, en El País, ‘Propiedades’, 21 de febrero de 2003, pág. 5. 29
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por su cultura inmobiliaria. Pero, en cualquier caso, que duda cabe que la existencia de casos de corrupción inciden igualmente en el precio final de los inmuebles. A este punto, sin embargo, no parece que se le conceda demasiada importancia por parte de muchas de las publicaciones especializadas en la materia en España, salvo contadas excepciones. Antes de continuar es importante poner de manifiesto que el objetivo del presente trabajo no es efectuar aportación alguna, al menos de manera directa, en relación con la burbuja inmobiliaria o temas similares. El objetivo del presente trabajo es más bien analizar de que manera los supuestos de corrupción, y el proceso de degradación previo, que se está viviendo en ordenación del territorio y urbanismo, acaban desvirtuando toda una plasmación constitucional expresada en el artículo 47. Pues bien, quizás sería lo conveniente a tal efecto examinar la materia, procediendo para ello a distinguir entre los diferentes tipos de autores, para analizar acto seguido la panoplia de diferentes figuras delictivas que pueden ser cometidas por los mismos. Es inter interesan esante te subrayar subrayar que nos encontramos ante una temática revestida de especial complejidad. Ello es así dado que las dos car caract acteerísticas casi inmanentes a todo proceso de corrupción son, primero, primero, la existencia existencia de compo comportartamientos que no generan víctimas individualizadas y, segundo, que la corrupción tiende a vincularse a redes de delincuencia organizada, beneficiándose de su propia estructura para perpetrar y ocultar delitos de la máxima gravedad.44 Existe, en esa línea, un reciente Informe de especial interés, por cuanto que examina la realidad de la Costa del Sol, y que puede servir de base para el análisis del tema en el presente trabajo, por ser uno de los primeros trabajos serios, si no el primero, que se realizan sobre la materia. Se trata del informe del Instituto Andaluz Universitario de Criminología sobre Urbanismo, Corrupción y Delincuencia Organizada en la Costa del Sol, que es el resultado de la
investigación criminológica efectuada sobre el tema en Marbella y aledaños. Pues bien, el Informe distingue entre tres posibles tipos de autores estrechamente relacionados a tres específicas mecánicas comisivas: a) Constructores y promotores que reciben un trato de favor por parte del consistorio, consistente en la permisividad respecto de ciertas irregularidades cometidas. b) Autoridades locales que realizan o propician la venta de aprovechamientos urbanísticos a un precio inferior al del mercado o la recalificación de terrenos en función de sus intereses, en íntima cone-
xión con los constructores y promotores referidos en el apartado anterior. c) Inversores extranjeros con dinero procedente del narcotráfico u otros delitos, dando lugar con ello al incremento de los precios de los inmuebles y al aumento de los beneficios en el sector.45 Los dos primeros tipos de autores y su correspondiente forma de actuar viene ya denunciados en el Informe del Defensor del Pueblo correspondiente al año 2002, constituyéndose de tal forma en dos fuentes de informació información n distint distintas as y de indudaindudable valor sobre el mismo tema. Así, por ejemplo, el Defensor del Pueblo denuncia que los municipios infringen la legalidad
45
44 Carrera Hernández, J.: Op. cit., pág. 208.
30
Gómez-Céspedes, A.; Prieto del Pino, A. M., y Stangeland, P.: ‘Urbanismo, corrupción y delincuencia organizada: Un proyecto en la Costa del Sol’, en Boletín Criminológico, núm. 65, mayo-junio 2003, pág. 2.
llevando a cabo alteraciones del planeamiento que constituyen auténticas revisiones, sin la más mínima observancia de los requisitos legales procedentes, lo cual constituye una “práctica a todas luces fraudulenta”. 46 A su vez, según el Defensor del Pueblo, las mismas autoridades locales, mediante el sistema de “convenios sobre planeamiento” están privatizando el urbanismo. En esencia consisten, según el Defensor del Pueblo, en que el titular de unos terrenos se compromete a llevar a cabo determinadas cesiones de los mismos, independientemente de aquellas a las que los propietarios del suelo están obligados por Ley, o, incluso, pagos en metálico a favor de la Administración urbanística, para el caso en que se apruebe o modifique por dicha administración un plan con unas determinaciones concretas (clasificación, usos, intensidades...) sobre terrenos especificados en el convenio. 47 Se añade, además, que “A través de sus investigaciones, esta Institución ha podido constatar la peligrosidad, que estos convenios de planeamiento, entrañan, dado que planea sobre los mismos la sombra de una posible perversión de los intereses públicos a favor de los particulares e incluso en los casos más extremos, de la reserva de dispensación o la de la prevaricación”. 48 El Informe andaluz, sin embargo, partiendo de la mecánica comisiva acabada de describir, da un paso más y alude a la posibilidad de que los inversores extranjeros provistos con dinero negro puedan llegar a hacerse con el control de las compañías inmobiliarias, promotoras y constructoras y, como último paso, conseguir igualmente el control político del municipio, 49 dando lugar,, con ello, a una situación con resultalugar dos, pura y simplemente, imprevisibles
46 Informe Completo 2002 del Defensor del Pueblo. Op. cit., pág. 288. 47 Informe Completo 2002 del Defensor del Pueblo. Op. cit., pág. 289. 48 Informe Completo 2002 del Defensor del Pueblo. Op. cit., pág. 289 49 Gómez-Céspedes, A.; Prieto del Pino, A. M., y Stangeland, P.: ‘Urbanismo, corrupción y delincuencia organizada: Un proyecto en la Costa del Sol’, en: Boletín Criminológico, núm. 65, mayo-junio 2003, pág. 2.
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desde el punto de vista tanto social como legal. Volviendo de nuevo al Informe del Instituto Andaluz Universitario de Criminología, el mismo incorpora los resultados de una serie de entrevistas en relación al urbanismo y a la ordenación del territorio efectuadas a las autoridades locales de nueve de los once municipios investigados,50 que son altamente reveladores en relación con la acabado de expresar en los párrafos anteriores: 1. El partido que forma la corporación municipal influye en el modelo urbanístico elegido, al menos en teoría. Mientras los alcaldes socialistas destacaban la necesidad de una planificación regional, los alcaldes del PP e independientes defendían más la autonomía municipal y la necesidad de atender a los intereses locales. 2. Con independencia del modelo urbanístico elegido, todos los alcaldes están a favor de convenios urbanísticos como forma de conseguir ingresos. 3. La modificación de los planes municipales son frecuentes, entre 4 y 62 modificaciones han tenido lugar en cada municipio durante los últimos dos años. Todos introducen modificaciones de elementos y permiten con frecuencia una mayor edificabilidad. 4. La vigilancia sobre construcciones ilegales y desviaciones del proyecto aprobado es poco intensa. No todos los municipios cuentan con inspectores dedicados a ello y básicamente investigan denuncias, sin realizar inspecciones sistemáticas. El nivel de sanciones administrativas oscila entre los municipios. Unos inician 10 expedientes al año, y otros 350, sin que quede claro el porqué de las diferencias dado que la actividad urbanística es semejante. 5. Las sanciones administrativas suelen consistir en multas, y casi nunca se llega a decretar demoliciones. Los pocos casos que acaban con orden de demolición suelen referirse a estructuras temporales o en estado de ruina. La edificación ilegal se regulariza a través del pago de una multa y el reestablecimiento de la legalidad urbanística. 6. El llamado “delito urbanístico” es poco conocido. En general, la vía penal para frenar las ilegalidades está vista como
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De los once municipios que forman parte del estudio, nueve concedieron una entrevista personal con el alcalde. Las entrevistas versaron sobre la regulación de la actividad urbanística, la autonomía municipal frente a la comunidad autónoma, la planificación urbanística y los convenios, la disciplina urbanística y la relevancia de la vía penal para disuadir infracciones. Nº139
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poco adecuada. Los alcaldes mantienen que el cumplimiento de la normativa urbanística es bueno51. El aspecto más destacable que se puede extraer de la información acabada de reflejar es la apariencia de normalidad, expresada por las propias autoridades, y que son las que tienen la obligación de investigar, desde el momento en que consideran que no se vienen produciendo irregularidades y que el cumplimiento de la normativa urbanística es bueno. El Defensor del Pueblo refleja igualmente el tono de habitualidad, y por ende de normalidad, que han adquirido estas prácticas52. En tales situaciones lo procedente sería propiciar escándalos a través de los medios de prensa.53 Sin embargo, ni tan siquiera, según el Informe andaluz, cabe la posibilidad de denunciar periodísticamente el problema o iniciar periodismo de investigación, pues los medios locales y que están en más directo contacto con la realidad, “se ven disuadidos a través de conductas de hostigamiento y discriminación de profesionales”54. Sólo los medios de prensa autonómicos o nacionales están en condiciones de denunciar la situación 55. Dicho esto, cabría preguntarse si la situación descrita es exclusivamente predicable de la Costa del Sol o si la misma se produce, o podría estar produciéndose, en otros puntos de la geografía española. Hay que admitir la existencia de datos cuyo análisis y consideración producen cierta inquietud.
51
Gómez-Céspedes, A.; Prieto del Pino, A. M., y Stangeland, P.: ‘Urbanismo, corrupción y delincuencia organizada: Un proyecto en la Costa del Sol’, en Boletín Criminológico, núm. 65, mayo-junio 2003, págs. 2 y 3. 52 Informe Completo 2002 del Defensor del Pueblo. Op. cit., pág. 288. 53 Jimén Jiménez, ez, F.: La batalla por la opinión pública en el escándalo político. Estudio de un caso en la España contemporánea. Instituto Juan March de Estudios e Investi-
gaciones. Estudio/Working Paper 1994/60, noviembre 1994, pág. 4. Vide también Jiménez, F.: Detrás del escándalo político. Barcelona, Tusquets, 1995. 54 Gómez-Cespedes, A.; Prieto del Pino, A. M., y Stangeland, P.: ‘Urbanismo, corrupción y delincuencia organizada: Un proyecto en la Costa del Sol’, en Boletín Criminológico, núm. 66, julio-agosto 2003, pág. 2. 55 Es expresivo, por ejemplo, a ese respecto el trabajo de José María Irujo y Pablo Ordaz, con el título ‘Marbella, el lado oscuro del paraíso’, publicado en El País, suplemento ‘Domingo’, de 13 de julio de 2003, págs. 1 a 4. En la misma línea, el artículo de Inmaculada de la Vega, con el título ‘El reino de la irregularidad’, en el suplemento ‘Propiedades’ de El País, de 18 de julio de 2003, pág. 2, detallando los aspectos más relevantes del Informe del Instituto Andaluz Universitario de Criminología, que está siendo objeto de análisis en el presente trabajo. Vide igualmente el trabajo periodístico de José María Camacho y Luis Domingo titulado “La última prestidigitación de Gil”, publicado publicado en el n° 101 de Los Domingos de ABC, correspondiente al 19 de agosto de 2001. Págs. 1 a 5.
De entrada, la economía española en su conjunto está fuertemente basada en la construcción. De hecho, según las Cámaras de Comercio, la construcción y los servicios impulsarán la recuperación española en 2004 y las empresas constructoras se mantendrán como el motor de la economía 56. Según la Fundación de Cajas de Ahorros Confederadas, el sector ha aportado un 26,4% del crecimiento del Producto Interior Bruto (PIB) en los últimos tres años, de manera que el peso de la construcción en el PIB ronda el 9%57. En segundo lugar, el Informe del Defensor del Pueblo manifiesta que las irregularidades municipales en materia de urbanismo son “habituales” o que constituyen “procedimiento usual”, especialmente en materia de planeamiento, que es lo que más interesa para el objeto del presente estudio58. De hecho, si el Instituto Andaluz denunciaba que se había producido entre 4 y 62 modificación de los planes municipales en cada uno de los Consistorios investigados durante durante los últimos dos años, el Departamento de Urbanismo del Consell de Mallorca manifestaba que los Municipios de Mallorca han modificado sus planeamientos urbanísticos en 227 ocasiones en los últimos cuatro años. El caso más espectacular es el de Santanyí, donde el Consell ha recomendado la paralización de las modificaciones, ya que desde que en 1985 fue aprobado su planeamiento urbanístico el mismo ha sido modificado en 74 ocasiones59. En tercer lugar, los presupuestos que a nivel poblacional existen en la Costa del Sol se reproducen, a su vez, en otros muchos municipios turísticos españoles. Tal sería el caso, por ejemplo, de la existencia de una elevada población de hecho sin censar debido al turismo flotante; la producción de un crecimiento exponencial de esa población en los meses de verano y el desconocimiento que se tiene de tales personas. Presupuestos todos ellos determinantes, según el Informe objeto de debate, de la situación de corrupción que se observa en la Costa del Sol60. En cuarto lugar, no puede afirmarse que el problema esté exclusivamente circunscrito a Marbella y las ciudades donde gobierne el Grupo Independiente Liberal (G.I.L.), pues
56 Vide Expansión, 9 de agosto de 2003, pág. 37. 57 El País, 16 de septiembre de 2003, pág. 59. 58 Informe Completo 2002 del Defensor del Pue-
blo. Op. cit., pág. 288. 59 Diario de Mallorca. 2 de noviembre de 2003. Pág. 23. 60 Gómez-Céspedes, A.,; Prieto del Pino, A. M., y Stangeland, P.: ‘Urbanismo, corrupción y delincuencia organizada: Un proyecto en la Costa del Sol’, en Boletín Criminológico, núm. 66, julio-agosto 2003, pág. 1. 31
LA CORRUPCIÓN URBANÍSTICA
el Informe pone de manifiesto que en los once ayuntamientos investigados algunos estaban gobernados por los socialistas, otros por el PP y otros por los independientes. En quinto lugar, en España, en general, existen grandes bolsas de dinero negro o dinero opaco, como señala el Defensor del Pueblo, sin que, evidentemente, su tonalidad en uno u otro sentido tenga demasiada trascendencia a los efectos del presente trabajo. Pues bien, el dinero negro tiene una tendencia casi natural a refugiarse en el patrimonio inmobiliario, de manera que, en ocasiones, más de una tercera parte del precio de la vivienda, según el Defensor del Pueblo, es dinero opaco61. El procedimiento es sencillo. Se paga en efectivo parte del precio total del inmueble y se declara su adquisición en escritura por un precio inferior –coincidente este último con la cantidad que se puede justificar patrimonialmente-. También puede comprarse sólo el bien natural –el solar- y posteriormente “evaporar” el dinero entre los encargados de la construcción62. Evidentemente esa tendencia natural del dinero negro hacia el patrimonio inmobiliario se ha visto acentuada por la llegada del Euro63, hasta el punto que la vivienda ha llegado a absorber más de un billón de pesetas del dinero negro aflorado a lo largo del 200164. Lo cual supone, necesariamente, una mayor demanda de vivienda y el consecuente aumento de los precios. 65 Aunque Aun que pudiera pensarse pensarse que una vez efec-
61 Informe Completo 2002 del Defensor del Pueblo. Op. cit., pág. 298. 62 Bornstein, F.: ‘El paso del negro al blanco’. En: El Mundo, suplemento ‘Su Vivienda’, 7 de septiembre de 2001, pág. 3. 63 El afloramiento de cantidades no declaradas como consecuencia de la llegada del euro activa el consumo; de ahí que parte del dinero negro existente vaya a al sector inmobiliario, aunque haya también otros sectores que se beneficien del blanqueo de esas cantidades, como son las joyerías, casas de subastas, comerciantes de vino, etcétera. Vide El Mundo, ‘Su Vivienda’, 7 de septiembre de 2001, pág. 2. Vide también Abc Inmobiliario, Inmobiliario, 7 de septiembre de 2001, pág. 4. 64 Según el Informe del Servicio de Estudios del BBVA, la llegada del euro habrá supuesto la inversión de 1,6 billones de pesetas (9,600 millones de Euros) de dinero negro. De esa cantidad, las dos terceras partes (más de un billón) corresponden al sector inmobiliario. 65 Curiosamente, una vez pasado el efecto del euro, empiezan a salir a la venta inmuebles adquiridos aprovechando tal “coyuntura”. Así, según el periódico El Mundo: “Aparte de las necesidades básicas de este bien, muchos de los adquirentes, como se sabe, caían en este mercado para limpiar sus millones antes de la entrada del euro. Pero el efecto del euro ya pasó y los que invirtieron en bienes inmuebles parece que los están sacando ahora al mercado. O así lo constata el portal inmobiliario idealista.com, que afirma que la oferta de vivienda en venta y alquiler que sale a la calle y que posteriormente se incorpora a su web se está doblando en relación a hace unos meses”. El Mundo, ‘Su vivienda’, 24 de mayo de 2002, pág. 17.
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tuado el afloramiento de dinero negro como consecuencia del efecto “Euro”, el mismo iba a remitir, recientemente el Banco de España ha identificado nuevas e importantes acumulaciones de dinero ilegal. Los bancos españoles creen que los ciudadanos están atesorando billetes grandes en sus domicilios, en su mayor parte dinero opaco, debido a que la economía sumergida ha vuelto a generar liquidez. Así se deduce de las cifras de cierre de 2002 de efectivo en circulación que han sido publicadas por el Banco de España. Los datos revelan que se ha producido un fuerte incremento de la demanda de los billetes de alta denominación. La circulación de papel moneda de 500 Euros –más de 83.000 pesetas- se ha duplicado en el último año, según el Banco de España. Este espectacular aumento ha provocado que el 51% del efectivo en las carteras de los españoles esté denominado en billetes de valor facial igual o superior a los 50 Euros, cuando en enero esa proporción era sólo del 24%66. Todo Todo lo cual coincide coincide con las cifras cifras que proporciona la Comisión Europea en Bruselas sobre la economía sumergida en España, que asciende al 23% del Producto Interior Bruto, la tasa más alta después de Italia con un 27,2%67. Con lo cual existe dinero negro fresco fresco presto para ser blanqueado, por ejemplo, en bienes inmobiliarios. Finalmente, y en sexto lugar, cada vez se publican más referencias en los medios de comunicación sobre informes policiales relativos a mafias procedentes especialmente de países del Este que invierten en sectores inmobiliarios y servicios en España. Se trata de grupos mafiosos asentados preferentemente en Madrid, en Málaga68 y en el resto del litoral mediterráneo. Además, el propio Presidente del Consejo Superior de los Colegios de Arquitectos de España, Sr. Hernández Pezzi, manifiesta que el caso de Málaga se repite en todo el territorio español y en su centro69. En cualquier caso, si bien existen esos peligrosos presupuestos en amplias zonas del territorio español, también hay que efectuar una serie de puntualizaciones de interés y que nos llevan a pensar en la posible existencia de interesantes soluciones. Pero, a su vez, hay otros datos que abundan quizás en una mayor complejidad del problema. 66
y 33.
Por una parte, existen comunidades autónomas como las Islas Baleares, con una fuerte incidencia de turismo alemán y en la que las autoridades fiscales españolas traba jan codo con codo con las alemanas, dispuestas a averiguar si sus propios ciudadanos que compran casa en España cumplen con Hacienda. Estas medidas bilaterales pueden permitir una reducción importante del blanqueo de dinero negro de origen alemán. A este respecto, respecto, la Agencia Tribut Tributaria aria española ha reconocido las excelentes relaciones que existen con el fisco alemán y el alto grado de cooperación al que han llegado ambas instituciones70. Ademáss de lo dicho, las moratorias Ademá moratorias turísticas iniciadas por Baleares y Canarias constituyen, que duda cabe, buenos sistemas para limitar la construcción y, por consiguiente, el blanqueo a través de la misma. De hecho la moratoria en Baleares y Canarias, sumada a la recesión del mercado turístico alemán han permitido rebajar la construcción residencial un 24% y un 15%, respectivamente en el último año 71 . En Canarias, además, todos los grupos políticos aprobaron en el Parlamento el 11 de abril de 2003 las Directrices de Ordenación General y de Turismo, cuyos efectos inmediatos consistirán en la prohibición, durante tres años, de conceder una sola licencia urbanística y en la desclasificación de todo el suelo que contaba con licencia turística pero que no se habían desarrollado72. En esa misma línea, la coalición Iniciativa per Catalunya VerdsEsquerra Unida i Alternativa (ICV-EuiA) ha introducido en el programa de Gobierno tripartito catalán una batería de medidas ecológicas y sociales entre las que destacan una moratoria para la construcción en el litoral y en el Pirineo. A tal efecto el nuevo Ejecutivo revisará el Plan Territorial Territorial General y todos los Planes Territoriales Parciales antes de octubre de 2005. Mientras tanto “se aplicará una figura equivalente a la de suspensión de licencias o moratoria específica en aquellos lugares considerados más susceptibles de especial esp ecial protección” protección”73. En todo caso la solución es difícil dado que el problema es extraordinariamente complejo y las conductas y las figuras penales aplicables muy variadas. Piénsese que además de los posibles supuestos de delitos sobre la ordenación del territorio del artículo 319 o prevaricaciones en el mismo senti-
Vide Expansión. 1 de febrero de 2003. Págs. 1
67 Vide El Mundo. 4 de marzo de 2002. Pág. 35. 68 En la cuestión parlamentaria elevada por el di-
putado socialista Miguel Ángel Heredia, el Gobierno respondió en julio de 2002 que “Se habían detectado en Málaga más de 100 grupos organizados a lo largo de 2001”. 69 Hernández Pezzi, C.: Op. cit. Pág. 56.
70 Vide Gómez, L.: ‘La Costa Negra’, en El País, ‘Domingo’, 4 de agosto de 2002, págs. 1 a 4. 71 El País, ‘ Propiedades’, Propiedades’, 25 de abril de 2003, págs. 1 y 3. 72 Vide El País, País, 12 de abril de 2003, pág. 30. 73 El País, 14 de diciembre de 2003, pág. 20.
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A NT O NI O V ER C HE R NO GU E RA
do del artículo 320 del Código Penal, el Informe del Instituto Andaluz Universitario de Criminología habla de posibles fraudes, estafas masa agravadas, falsedad documental, administración desleal del patrimonio, etc. etc74. Todo ello sin olvidar otras posibles figuras penales, algunas incluso a nivel de laboratorio jurídico. Recuérdese, por ejemplo, que actualmente el valor del suelo representa el 50% del coste total de la vivienda75. A su vez, el precio del suelo viene encareciéndose hasta niveles insospechados. Hace unos meses y en un interesante artículo76, se denunciaba la práctica de acaparar masivamente suelo en manos privadas -normalmente por constructoras y promotoras-, provocando con ello una aparente carencia de suelo con el consabido aumento de su precio ante tal situación. Ante tal situación cabría preguntarse, con toda la razón del mundo, tal como hacía J. Leguina, si ese quehacer no constituye lo que el artículo 281 del Código Penal califica como una “maquinación fraudulenta para alterar el precio de las cosas”77. Todo ello sin olvidar, además de los supuestos anteriormente descritos, toda una larga lista de prácticas protagonizadas básicamente por Ayuntamientos y grandes empresas que ponen en entredicho, como mínimo, los más elementales principios éticos que debieran regir el funcionamiento de la vida pública española. Se trata, por ejemplo, de expropiaciones a particulares y la cesión a muy bajo precio de suelo a empresas para fines de utilidad social, siendo así que tales fines nunca se llevan a cabo o aun llevándose a cabo la empresa vende después ese suelo a precios astronómicos. Supuesto, que sin ir más lejos, ha ocurrido con algunas empresas y está ocurriendo con ciertos clubs deportivos. En tal caso, la empresa vende posteriormente el suelo a precios astronómicos, ingresando en su patrimonio cantidades que de otro modo hubieran ingresado en el erario público. Podría hablarse también de expropiaciones de terrenos privados para actividades de utilidad
74
Gómez-Céspedes, A.; Prieto del Pino, A. M., y Stangeland, P.: ‘Urbanismo, corrupción y delincuencia organizada: Un proyecto en la Costa del Sol’. En: Boletín Criminológico, núm. 66, julio-agosto 2003, pág. 1. 75 Informe Completo 2002 del Defensor del Pueblo. Op. cit., pág. 298. 76 Leguina, J.: El País, 13 de enero de 2003. 77 El artículo 281 del Código Penal establece que: 1. El que detrajere del mercado materias primas o productos de primera necesidad con la intención de desabastecer un sector del mismo, de forzar una alteración de precios, o de perjudicar gravemente a los consumidores, será castigado con la pena de prisión de uno a cinco años y multa de doce venticuatro meses. 2. Se impondrá la pena superior en grado si el hecho se realiza en situaciones de grave necesidad o catástrofe’’. ‘‘
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social o pública y la posterior venta de los mismos en el libre mercado con pingües beneficios para la Administración. Los propietarios originales se quedan, a su vez, a la luna de Valencia, en el sentido más amplio de la expresión. Constantemente Constantemente vienen apareciendo noticias en prensa indicativas de tales irregularidades. A título meramente referencial, el Tribunal Supremo condenó al Ayuntamiento de Madrid a pagar miles de millones por hacer negocio con suelo expropiado. Los hechos son los siguientes: el Ayuntamiento expropió en 1969 unos terrenos para levantar un centro cívico en Ciudad Lineal. La expropiación costó poco más de 24 millones de pesetas. Sin embargo, nunca llegó a utilizar el suelo, ni para construir el centro cívico ni para edificar ninguna otra cosa. Los antiguos propietarios reclamaron, en consecuencia, la devolución de sus terrenos en 1969. El Ayuntamiento sin embargo prefirió sacar a subasta los terrenos en 1991 con un precio tipo de 6.153 millones. Al quedar, sin embargo, desierta la subasta, el Ayuntamiento optó por utilizar los terrenos para liquidar una antigua deuda con una empresa que ascendía a 3.700 millones. Así, la Gerencia Municipal de Urbanismo entregó la parcela, convenientemente recalificada, a la empresa en cuestión para construir viviendas y comercios por un precio 154 veces superior al que pagó el Ayuntamiento por ese suelo. Actualmente existe un gran centro comercial en los terrenos controverti controvertidos. dos. Hay muchos otros casos en la práctica en los que se reproduce de manera casi idéntica el mismo supuesto fáctico.78 Es evidente que las características de inestabilidad y generalidad que se anunciaban al inicio del presente trabajo, siguen haciéndose presentes en todas las instancias y
78 Vide El País, ‘ Madrid’, Madrid’, 3
de junio de 1999, pág. 1. En el mismo sentido, el periódico Expansión señalaba que “el Tribunal Superior de Justicia de Madrid acaba de dictar una sentencia en la que se concede una indemnización a dos antiguos propietarios de suelo en el actual Parque de las Naciones de Madrid, terrenos que fueron expropiados por el Ayuntamiento en 1987. La importancia de la decisión judicial va más allá de su limitada repercusión económica –el Ayuntamiento y, de manera solidaria, la comunidad tendrán que desembolsar una indemnización de 1,8 millones de euros calculada a partir de un precio por metro cuadrado cuatro veces superior al último establecido–. La trascendencia de la sentencia estriba en el precedente jurídico que se crea, que obligará a los municipios a replantear sus estrategias de suelo a efectos expropiatorios... Este es un ejemplo más de la arbitrariedad de los ayuntamientos en la gestión del suelo, la fuente de la que mana el 65% de sus ingresos tributarios”. Vide Expansión. 23 de mayo de 2003. Pág. 2. 79 El País, 3 de agosto de 2003. págs. 1 y 13. 80 Los informes sobre los diferentes Estados pueden encontrarse en la dirección www.greco.coe.int. 81 El País. 8 de noviembre de 2003. pág. 26.
en todos los contextos, en lo que a las irregularidades urbanísticas y de la ordenación del territorio se refiere, ratificando con ello su genuino carácter de una nueva forma más de corrupción. Lo más preocupante es, quizás, el hecho de que, según parece, el Centro Nacional de Inteligencia, antiguo CESID, ha suprimido la división de economía y tecnología que investigaba asuntos de corrupción política y económica, como el caso KIO o las presuntas irregularidades contables y urbanísticas del GIL en el Ayuntamiento de Marbella79. Todo ello en un momento en que el Grupo de Estados contra la Corrupción (GRECO), del Consejo de Europa, sigue reclamando a España una estrategia multidisciplinar contra la corrupción y que se considere a la misma como un asunto de Estado80. Mientras tanto, casualidad de casualidades, ahora se sabe que el motivo ostensible de ruptura que planeaba sobre los pactos BNG-PSOE en la Alcaldía de Vigo fue la elección del Gerente de Urbanismo: el BNG y PP impusieron un candidato contrario al que pretendía el PSOE, y eso fue, en palabras del Alcalde, Sr. Pérez Mariño, “la gota que colmó el vaso”. En su propia versión los nacionalistas afirmaban que iban por libre y que sin embargo el Alcalde quería presidir un gobierno único 81. Conclusiones
Creo que las conclusiones de este trabajo son tan evidentes, a tenor de lo ya dicho, que ni tan siquiera hace falta reproducirlas a modo de epílogo. Si hay sin embargo una consideración final que no me resisto a dejar en el tintero. En el fondo, quizás, el problema no resida tanto en el beneficio económico, promocional o del tipo que sea que se consigue, o se puede conseguir conseguir,, con los actos de corrupción. Semejante ventaja o beneficio siempre es fácilmente perseguible, o al menos lo es relativamente, con los instrumentos que nos proporcionan las normas penales. El problema reside más bien en el planteamiento ético con que con frecuencia se revisten actos de corrupción, de manera que un acto delictivo se “vende” desvergonzadamente como la más loable de las iniciativas. Se trata ésta de una sociedad con principios “pret a porter”, que se ofrecen con distinto continente y contenido, según las circunstancias, y tan impávidamente como hacía Grouncho Marx con su famosa frase de: “Estos son mis principios, y si no les gustan tengo otros”. O sea, es como vivir inmersos en un inmenso chapapote moral. n
Antonio Vercher Noguera es Fiscal del Tribunal
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UNA HISTORIA DEL DOLOR JAVIER JA VIER MOSCOSO
urante los últimos 30 años, nuestras formas de relación con el pasado han experimentado modificaciones muy notables1. Después de la herencia que dejó la revolución historiográfica francesa, ya no puede extrañar a nadie que hayamos comenzado a dar cuenta de la historia de la admiración y del prodigio, o de las façons de sentir et de penser,, o de las representaciones colectivas o penser de las estructuras del conocimiento. La vida cotidiana, la civilización material, las prácticas punitivas o las formas de conducta, constituyen parte de los nuevos objetos de la historia en general. Pero también de la historia de las ciencias. La vieja dicotomía que opuso durante los años sesenta y setenta una historia del desarrollo del conocimiento objetivo –historia interna– a una historia de la creencia socialmente condicionada –historia externa– hace ya tiempo que se ha desvanecido. En su lugar, ha florecido la historia de los instrumentos científicos, de las prácticas experimentales, de los conocimientos tácitos, de las formas de representación, de las variaciones locales de la administración de la prueba, de los mecanismos de negociación colectiva y, lo que más me interesa en este caso, de los propios objetos de la ciencia. Ya no estudiamos tan sólo las variaciones sucesivas en las teorías del calor, sino la historia del calórico; no la historia de las teorías eléctricas, sino de los fluidos imponderables; no de la mecánica, sino de los cuerpos en colisión; no de la física de partículas, sino de los elementos constitutivos de la materia; no de la biología molecular,, sino del ADN. Esto es: no sólo escrilecular bimos la historia del pensamiento o de las representaciones teóricas de objetos elusivos, sino que hemos comenzado a prestar atención a la historia del comportamiento de esas
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mismas entidades, a sus procesos de nacimiento y transformación2. Uno de estos objetos de la nueva historia ha estado siempre entre nosotros. Difícilmente podría ser de otra manera cuando la capacidad para reaccionar ante estímulos lesivos se encuentra no sólo en los estadios más tempranos de la evolución, sino entre los organismos celulares más primitivos. El dolor constituye, por otra parte, uno de los fenómenos culturales más universales. Sus límites configuran los límites del mundo. Por eso la antropología del dolor se ha convertido en una de las muchas ciencias capaces de testimoniar la globalidad del padecimiento físico o del sufrimiento moral. No hay sociedad que no incluya el desgarramiento, el daño o el duelo como un elemento notable de su sistema de integración social. Aunque los seres humanos no poseen en exclusividad la capacidad de sufrir, la ausencia de esta prerrogativa ha servido como discriminador suficiente de lo inorgánico o de lo inanimado. La insensibilidad de los leprosos, por ejemplo, fue considerada durante la Edad Media como uno de los rasgos más notables de una enfermedad en la que las víctimas debían extremar los cuidados para evitar, en las condiciones de insalubridad de los leprosarios, que sus extremidades fueran devoradas por las ratas. La falta de respuesta ante el dolor se tomó como evidencia de la presencia del Maligno, de prácticas de hechicería durante los procesos inquisitoriales de la Contrarreforma o como uno de los síntomas más propios de la enfermedad mental durante el mundo Ilustrado. La ausencia del dolor, y no necesariamente de los signos expresivos que lo manifiestan, se equipararon con la carencia de humanidad o con la presencia, como en el caso de la histeria, de alguna forma de locura. Al contrario,
1 Para estos asuntos, véase Peter Burke, La revolución historiográfica francesa, la Escuela de los Annales: 19291989 . Barcelona, Gedisa, 1993; y Roger Chartier, El mundo como representación: Estudios sobre historia cultural . Bar-
hies of Scientific Objects, Chicago, University of Chicago
celona, Gedisa, 1992.
Press, 2000.
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2 Véase, por ejemplo, Lorraine Daston (ed.), Biograp-
la búsqueda deliberada del dolor y, en consecuencia, la inversión valorativa de una sensación que, en la mayoría de los casos, va de lo desagradable hasta lo insoportable también ha conformado formas más o menos variadas de conducta estrafalaria. El masoquista constituye el ejemplo más extendido, pero los faquires, los penitentes o los místicos también ocuparían un lugar privilegiado en la historia de este dolor que se persigue como fin o como medio. De ahí su carácter al mismo tiempo atractivo y repulsivo, su naturaleza necesaria y aborrecible, su poder curativo y destructivo, su capacidad de educar y también de destruir,, la fascinación que genera, pero tamdestruir bién el desprecio que despierta. La universalidad del dolor, sin embargo, no debe confundirse con su centralidad. La ausencia de sociedades sin dolor no debería hacernos perder de vista el camino sinuoso que lo ha transformado en un objeto privilegiado del conocimiento y la cultura. Más aun, que lo ha ligado a grupos sociales específicos, como los enfermos de dolor crónico intratable, inexistentes inexistentes hasta mediados del siglo XX . A lo largo de la historia, el dolor ha sido interpretado como un medio de salvación, como el signo de la enfermedad, como el síntoma de una lesión orgánica, como un elemento necesario en el proceso de aprendizaje, como un ejemplo socorrido para ilustrar el mito de lo subjetivo en la filosofía de la mente e, incluso, como una condición del desarrollo económico: “No pain, no gain”, solía decir Margaret Thatcher. En todos los casos, el estudio y la comprensión del dolor recoge una secuencia que lo examina como signo, que lo toma como evidencia y que, por último, lo considera el objeto fluctuante de una nueva ciencia. Para comprender la progresiva centralidad del dolor durante la segunda mitad del siglo XX , habría que atender, en primer lugar, al crecimiento exponencial de las unidades de cuidados paliativos que han tenido lugar durante los últimos cincuenta años. Solamente CLAVES
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en Inglaterra, se pasó de la ausencia de este tipo de centros en 1950 a tener más de doscientos a finales de la década de 1980 3. La mayor parte de estas clínicas se crearon como respuesta al sufrimiento asociado al cáncer terminal y posteriormente a dolores crónicos de naturaleza inespecífica como los miembros fantasma o las neuralgias faciales. En 1967 se fundaba la Intractable Pain Society –la Sociedad de Dolor Intratable– que contaba con unos cuatrocientos miembros, la mayoría anestesistas, a finales de los años ochenta. Igualmente notable fue la fundación de la revista Pain como parte de la Asociación Internacional para el Estudio del Dolor. En la década anterior, el anestesiólogo norteamericano John J. Bonica había publicado The Management of Pain. La traducción castellana de este texto sólo recogía parte de las pretensiones del autor, puesto que no se trataba tanto de establecer un tratamiento puntual cuanto de una verdadera legislación en torno a la manipulación del dolor4. Había ya en el título del libro una reivindicación de una capacidad de operar de manera casi artesanal con un fenómeno de muy difícil de-
3 Jenni Jennifer fer Beinar Beinart:t: ‘The ‘The
Snoball Sn oball effect: The growth growth of the treatmentt of intractable pain in postwar Britain’, en Ronald D. Mann (ed.), The History of the Management of Pain, New Jersey, The Parthenon Publishing Group, 1988, págs. 179-186. 4 John J. Bonic Bonica, a, The Manegement of Pain, Londres, Henry Kimpton, 1953. Traducción castellana, El tratamiento del dolor, Barcelona, Salvat, 1959. Nº 139
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terminación teórica. La expresión “Pain Clinic”, que introdujo el propio Bonica, dirigía la atención hacia el esfuerzo colectivo en transformar el dolor privado en un asunto de responsabilidad pública. Su objetividad dependía del establecimiento establecimiento de una práctica médica delimitada y de una cohesión social lo suficientemente amplia como para convertir el dolor en general, y el dolor crónico en particular,, en un objeto de atención primaria 5. ticular Ésa es una de las razones por las que escribir la historia del dolor no quiere decir dar cuenta de las teorías o doctrinas que han copado las reflexiones de médicos, filósofos y naturalistas. Si fuera así, la historiadora de la ciencia Rosalyne Rey ya se enfrentó con semejante tarea6. A esta obra se han sumado en tiempos recientes algunas otras aportaciones provenientes de la antropología o de la historia social o cultural7. Hemos desarrollado, en el ámbito de la sociología, lo
5 Isabelle Baszanger [1995], Inventing Pain Medicine.
From the Laboratory to the Clinic, Londres, Rutgers Uni-
versity Press, 1998. 6 Véase Rosalyne Rey, Histoire de la doleur [1993] París, La Découverte, 2000. 7 Véase, entre otros, los libros de Lucy Bending, The Representations of Bodily Pain in Late Nineteenth-Century English Culture; Oxford, Oxford University Press, 2000; Mitchell Merback, The Thief, the Cross and the Wheel. Pain and the Spectacle of Punishment in Medieval and Renaissance Europe, Londres, Reaktion Books, 1999; Ariel Glucklich, Hurting the Body for the Sake of the Soul, Ox-
ford, Oxford Univesristy Press, 2001. Mención especial merecería el libro de la crítica de la literatura y profesora de Harvard Ellaine Scarry, The Body in Pain. The Making
que Hanna Arendt denominaba una política de la piedad y estamos cerca de escribir una historia de la compasión, según demandaba en su día Lucien Febvre 8. Cada uno de estos textos constituye una aportación importante a la historia del dolor, pero todos en su conjunto dejan constancia de su carácter fragmentario e inconcluso. Subsiste la impresión de que el dolor no se s e deja apresar fácilmente por la historia. La dificultad de dar cuenta de un objeto de estas características reside en la naturaleza esquiva de su definición, en el carácter muchas veces inexpresivo de las experiencias que desata, en la invisibilidad de su localización morfológica o en los problemas relativos a su conmensurabilidad. Pero Pero hay más. La historia del dolor es la historia de su constitución y aparición como objeto al mismo tiempo de conocimiento y de consumo. Una historia indisociable de los mecanismos de formación de grupos humanos ligados a representaciones, valores y prácticas culturales. No sólo científicas. Desde luego. Pero sobre todo científicas. La clasificación taxonómica que voy a desarrollar en el siguiente epígrafe servirá paand Unmaking of the World, Nueva York, Oxfod, Oxford
University Press, 1985. Véase igualmente: David B. Morris, The Culture of Pain, Berkeley y Los Ángeles, University of California Press, 1991 y David Le Breton, Anthro pologiee de la pologi la douleur, douleur, París, Métailié, 1995. 8 Hanna Arendt, Men in Dark Times, Times, Nueva Cork, 1968, Vease Luc Boltanski, Distant Suffering. Morality, Mediaa and Politics Medi Politics [1993]. Cambridge, Cambridge University Press, 1999. 35
UNA HISTORIA DEL DOLOR
ra delimitar fronteras conceptuales entre las formas elusivas de las respuestas publicas ante el dolor privado, pero también para insistir en el carácter elusivo del padecimiento físico y del sufrimiento moral a través de la historia de la cultura. La cuádruple raíz
Entendido como un acontecimiento universal, el dolor constituye un objeto que todo el mundo conoce. Más aun, al contrario que otras formas específicas de conocimiento sobre entidades no observables –como los neutrinos, los muones, los campos electromagnéticos o los intereses generales– todos sabemos lo que es el dolor, antes que nada, por experiencia. Experiencia personal, sin duda, pero también experiencias colectivas de dolores interpuestos que, a través de un con junto más o menos preciso de signos y de gestos, permiten inferir la similitud de las sensaciones o, a la inversa, la disparidad de los gustos. El conocimiento por introspección ha venido muy al caso para argumentar que no había mayores certezas que las que provenían de la propia conciencia o de las impresiones sensoriales. En esto coincidían el racionalismo y el empirismo de los siglos XVII y XVIII XVIII. En ambos casos, casos, la verdad verdad bien entendida comenzaba por uno mismo. ¿Pues de qué podríamos estar más seguros que de las sensaciones o de las emociones propias? ¿Cómo podríamos negar la certeza del dolor o la impresión inequívoca del desconsuelo o la desdicha? ¿Quién no ha sufrido alguna vez la picadura de un insecto? ¿Un golpe, una caída? La mayor parte de los seres humanos hemos pasado por el tormento de una fractura ósea o por el suplicio de una neuralgia pasajera. Casi todos hemos padecido alguna vez una molestia digestiva, que va y que viene, que desaparece y que olvidamos. Sólo cuando el dolor aprieta y la sensación no cesa comprendemos que el fisiólogo francés Xavier Bichat definiera la salud como el silencio de los órganos, como la ausencia de un lamento fisiológico que produce un grado notable de sufrimiento, de angustia y, en no pocas ocasiones, también de miedo. Sólo en esos casos en los que el cuerpo no responde a nuestra demanda inmediata de alivio y de remedio, nos sentimos como el piloto encerrado en una máquina que ya no gobierna y de la que parece no poder evadirse. El cuerpo, ya se sabe: la cárcel del alma. Lo cierto es que con la excepción de los casos muy extraños de analgesia congénita (una condición que se caracteriza por la ausencia de sensibilidad hacia los estímulos lesivos), todos decimos saber del dolor por experiencia, por un conocimiento que, la mayor parte de las veces, consideramos inobjetable, 36
privado e infalible. Por eso la historia del dolor responde a una tradición que lo señala y lo describe como un acontecimiento de naturaleza privada ligado irremediablemente al mito de lo subjetivo9. Juntoo a estos Junt estos dolores dolores privados privados,, de los que uno mismo es el depositario, el objeto directo (y no el indirecto, como nos dice la gramática), también sabemos que hay hombres y mujeres que mueren en agonía, consumidos por el dolor sin que nada ni nadie pueda liberarlos de semejante tormento. Aun cuando asumimos con demasiada celeridad la imposibilidad de compartir experiencias sensoriales, no hay escena de extremo padecimiento que nos resulte incomprensible. Más bien al contrario, junto a los dolores que sufrimos, nos representamos otros que no nos parecen ni ajenos ni desconocidos. Sólo a través de esa capacidad de imaginar sensaciones podemos reaccionar ante la brutalidad y la barbarie, no desde la perspectiva de los muertos, sino de los sobrevivientes. El sentimiento de compasión, de impotencia, de indignación o de vergüenza que acompaña el dolor ajeno no es más que el efecto de sensaciones presentidas. Sin ellas, estaríamos solos. Más aun: ni siquiera podríamos ser nosotros. Nuestra relación interpuesta con el sufrimiento ajeno no difiere mucho de la relación intensa que mantenemos con nuestro propio dolor. En ambos casos, sabemos hasta tal extremo de lo que estamos hablando que encontramos un cierto deleite en la recreación imaginaria de tormentos que, afortunadamente para nosotros, tienen a otros por protagonistas. El cultivo de la violencia o el consumo del dolor a través de imágenes o relatos de extraordinaria crudeza constituye tan sólo un indicador más de su progresiva centralidad a finales del siglo XX . De la manera que sea, la constatación del dolor de los otros genera enigmas tan complejos como las sensaciones propias. La posibilidad de equivocarnos a la hora de sopesar los signos más evidentes del sufrimiento ajeno, o de considerar sus lamentos en el marco de la exageración deliberada o de la mentira consciente, nos empuja más que al escepticismo a la metafísica de la sospecha. ¿No sucederá después de todo que los demás nos engañan? ¿No será que simulan sus penas o exageran sus padecimientos? ¿No cabría pensar que las mujeres no sufren como los varones o que los miembros de distintas razas no sienten el dolor con la misma intensidad o no lo soportan con la misma entereza?
9 Véase Donald Davidson: ‘El mito de lo subjetivo’, en
Mente,, Mundo y Acción Mente Acción,, traducción castellana a cargo de
Carlos Moya, Barcelona, Paidós, 1992, págs. 51-71.
Guiados por una fatua convicción y apoyados en la distinción y claridad de sus propios estados de conciencia, algunos filósofos nos invitaron hace ya más de trescientos años a poner en duda al mismo tiempo la existencia de una realidad exterior y la honestidad del prójimo. Contrariamente a lo que podría pensarse, hemos preferido renegar del mundo antes que abandonar la sospecha que se cernía sobre nuestros semejantes. Tanto así que podría decirse que el mundo de las sombras en el que habitamos no ha sido más que la contrapartida ontológica del triunfo de la impostura. Vivimos en un mundo posmoderno donde ya nada es verdad porque ya nadie es completamente honesto. La correspondencia entre las palabras y las cosas ha desaparecido al unísono con la integridad moral de los testigos del conocimiento. Por eso la historia social de la evidencia se ha estudiado a través de la construcción social del testimonio y, en consecuencia, con relación a la honorabilidad cuestionada de la propia experiencia10. Estas dos formas diferentes de dolor, en todo caso, el dolor que he llamado propi el propioo y el dolor que imaginamos en los otros, no constituyen los únicos objetos fluctuantes en la historia del dolor. Para muchas personas, junto al padecimie padecimiento nto puramente puramente físico físico deberíamos hablar de un dolor o de un daño moral, de una emoción compleja que describimos como sufrimiento, angustia o pena. Éste es el dolor que provoca la muerte de un familiar o de un ser querido, el que acompaña la desesperanza o la tristeza. Las desventuras del joven Werther, que dejaron una estela de sentimentalismo y no pocos suicidios en la Europa romántica, fueron padecimientos de esa naturaleza. Pese a los efectos físicos que produce (como las lágrimas, la pérdida de apetito o la caída del cabello), el sufrimiento que llamamos “moral” no suele considerarse una sensación sino que se interpreta más bien como una emoción regida por los mismos principios que gobiernan otras muchas afecciones o afectos. Más aun: mientras esta emoción recibe el nombre de “sufrimiento”, reservamos normalmente la palabra “dolor” para referirnos a la sensación causada por una lesión orgánica. Esta atribución de propiedades responde al lugar común –falso, por otra parte– según el cual el dolor es un fenómeno localizado en la geografía del cuerpo, mientras que el sufrimiento consiste en un daño moral inespecífico que puede aliviarse mediante el concurso de la voluntad. No es por casualidad que el em-
10 Véase Steven Shapin, Social History of Truth, Chicago, Universisty of Chicago Press, 1994.
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perador romano Marco Aurelio [121-180] inaugurara la reflexión filosófica sobre la naturaleza esquiva del dolor moral en unas meditaciones que escribió durante sus campañas bélicas contra los pueblos de Germania 11. La convivencia con la guerra debió darle motivos suficientes como para meditar por extenso sobre las formas de mitigar los efectos de la reiterada fragmentación y aniquilación del cuerpo. Llegados a este punto, nos enfrentamos con dos parejas de términos opuestos. Por una parte, el dolor se presenta en forma de una tensión no resuelta entre lo privado y lo público, entre la sensación propia y el sufrimiento ajeno. Por la otra, nos encontramos con una relación compleja entre lo mental y lo físico, entre lo psíquico y lo orgánico o, según lo describía el citado Marco Aurelio, entre el dolor inevitable del cuerpo y el sufrimiento sobre el que puede intervenir el alma. En uno de los primeros tratados dedicados exclusivamente al dolor, el médico François Billon también distinguía entre ambas formas de padecimiento12. Los enigmas del dolor se sostienen así sobre la cuádruple raíz de dos emulaciones. Lo físico y, por extensión, lo público, lo psíquico, y por extensión, lo privado, conforman la estructura general sobre la que el dolor se ha comprendido como gesto y como signo, como evidencia y como objeto. Cualquier reflexión sobre el dolor debe dar cuenta pormenorizada de cómo han surgido y cómo se mantienen estas oposiciones entre lo privado, lo público, la mente y la materia. La anatomía del dolor, la indagación analítica, contribuye a distinguir los elementos constitutivos de este objeto fluctuante. El dolor de uno, el dolor de otros, el dolor físico y el sufrimiento moral constituyen elementos irrenunciables en cualquier historia del dolor. Muy a pesar de todo, sin embargo, estas clasificaciones tienen, y sólo pueden tener, un carácter propedéutico. No señalan la estructura interna del acontecimiento que estudiamos más que mediante una violencia analítica que se lleva a cabo en nombre del conocimiento. No en vano nos hallamos inmersos en una tradición anatómica para la que pensar es dividir, y dividir es vencer. La clasificación tan sólo contribuye a simplificar los fenómenos con propósitos claramente explicativos. Sucede, sin embargo, que la explicación y la descripción se hallan en una relación inversamente inversamente proporcional, de modo que cuanto más au11 Marco Aurelio, Medita Meditaciones, ciones, Libro VII, epígrafe 28. Traducción castellana a cargo de Bartolomé Segura, Madrid, Alianza, 1985, pág. 104. 12 François Marie Hippolyte Bilon [1780-1824], Dissertation sur la doleur, París, 1803.
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menta la capacidad explicativa menos coincide nuestro conocimiento con la evidencia disponible13. Tal vez la ciencia deba renunciar a la verdad para dar cuenta de la razón de los fenómenos. Y tal vez, a la larga, no se pierda tanto en la renuncia. Al poner en tela de juicio la misma anatomización del dolor que acabo de proponer, no pretendo decir que haya otra clasificación que describa de un modo más adecuado el mismo fenómeno. En éste como en otros casos, lo que ocurre es que el todo no equivale sin más a la suma de las partes. Estas tipologías del dolor se sostienen sobre presupuestos conceptuales que renuncian a la globalidad para favorecer, precisamente, precisamente, la clarificación taxonómica. Sucede así, por ejemplo, que al poner el acento en el carácter privado de la experiencia consciente se ha perdido de vista su carácter público o que al reflexionar sobre el dolor físico se abandona su dimensión moral. Cabría pensar, sin embargo, que la dificultad no consiste en establecer cómo es posible que mi dolor no sea privado o cómo podemos estar seguros de la presencia del dolor en otros, sino en cómo hemos podido perder de vista su carácter colectivo. La carga de la prueba debería estar de parte de quien pretendiera hacernos creer que el dolor no es un concepto socialmente mediado y, por extensión, un fenómeno público. Lo contrario sería renunciar al desarrollo fluctuante de lo privado y a su carácter rigurosamente histórico. De la misma manera, habría también que resolver esta falsa oposición entre una historia del dolor y una historia del sufrimiento que se miran de soslayo. No existe necesidad alguna en trazar líneas imaginarias entre el dolor y el sufrimiento, entre las sensaciones y las emociones o, si se prefiere, entre el cuerpo y el alma. Todas estas oposiciones no sólo son simplificadoras sino, para colmo de males, inevitablemente estériles. Una comprensión adecuada del dolor y de su historia no puede apoyarse exclusivamente en una componenda taxonómica o, al contrario, en una historia ciega hacia sus conceptualizaciones sucesivas. Podríamos ubicar la historia del dolor en el contexto de la filosofía analítica si entendiéramos por esa expresión el estudio de las condiciones que hacen posible la aparición de los objetos en la experiencia y no, como a veces se piensa, el estudio del conocimiento mediante el análisis lógico del lenguaje. No es del concepto de “dolor” de lo que pretendemos hablar, sino de
13 Una posición parecida ha sido defendida por Nancy
Cartwright con relación a las leyes de la física en su How the Laws of Physics Lie, Oxford, Oxford University Press, 1983.
las formas de objetivación que lo han hecho posible y que han transformado sus manifestaciones en instancias de lo que hoy parece una clase natural. La necesidad de reivindicar el carácter crítico del análisis resulta tanto más urgente cuanto que el dolor se muestra siempre ligado a otros aspectos de la historia y la filosofía del conocimiento y, más particularmente, del conocimiento objetivo. Porque el dolor siempre ha estado con nosotros, pero no siempre como un objeto de atención científica, hay que reconstruir la formación de este nuevo objeto de la ciencia que lo legitima; una ciencia que se define además por una práctica experimental antes que por la enunciación de leyes o teorías. Dolor y objetividad
En la historia de otras ciencias empíricas –y especialmente en la historia de la física o de la filosofía natural– los procesos de objetivación se suelen explicar por medio de la introducción paulatina de conceptos métricos o por la aceptación de un uso intersubjetivo de experiencias privadas14. No por casualidad, la ob jetividad jetiv idad se ha ha interpr interpretado etado como una pérd pérdiida de perspectiva que, ligada a un conjunto de términos análogos como “desinterés”, “imparcialidad” o “distanciamiento”, postula una ausencia de subjetividad en el proceso de conocimiento.. La universalid nocimiento universalidad ad de los saberes y de las prácticas experimentales parecen requerir el abandono deliberado de todo lo que nos es más propio para adoptar en una notable constricción epistemológica, el punto de vista de ninguna parte 15. Al menos en principio, cualquiera estaría dispuesto a reconocer que la objetividad se opone a la subjetividad de la misma manera que la verdad contradice la falsedad o que los hechos públicos representan una victoria moral sobre los intereses privados. En la historia del dolor, sin embargo, la objetividad no aparece asociada a una pérdida de referencia subjetiva, sino a una modificación considerable de la capacidad perceptual y, y, más particularmente, a la susceptibilidad de dar cuenta de un fenómeno invisible para el espectador y relativamente inefable para quien lo padece. Puesto que 14 Véase Charles Gillispie, The Edge of Objectivity , An
essay in the History of Scientific Ideas, Princeton, Princeton University Press, 1960; Theodore Porter, Trust in Numbers. The Pursuit of Objectivity in Science and Public Life,
Princeton, Princeton Universtity Press, 1995; Nancy Cartwright, Nature’s Capacities and their Measurement, Oxford, Clarendon Press, 1989. 15 Véase Lorraine Daston: ‘Objectivity and the Escape from Perspective’ en Mario Biagioli, ed., The Sciences Studies Reader, Nueva York y Londres, Routledge, 1999, págs. 110-124 y Thomas Nagel, The View from Nowhere, Oxford, Oxford University Press, 1986. Traducción castellana Jorge Issa González, Una visión de ningún lugar, México, Fondo de Cultura Económica, 1996. 37
UNA HISTORIA DEL DOLOR
el dolor se esconde detrás del gesto fisiológico y de la estructura anatómica, el escape de la perspectiva no consiste en renunciar a lo que nos es más propio para adoptar el punto de vista de Dios, sino en aceptar el punto de vista de otros. La objetividad no es un proceso menos social sino más social, en el que el conocimiento se establece por medio de la homogeneidad de los testigos antes que por la uniformidad de los síntomas. El filósofo natural se distancia de sí con el propósito de alcanzar un acuerdo sostenido por la semejans emejanza de los públicos antes que por la igualdad de los efectos16. La objetividad del dolor, dicho de otro modo, no consiste en una modificación o reformulación matemática de una entidad no observable (o, como la denominaba Edmund Burke siguiendo la terminología de John Locke Locke,, de una “idea simpl simple”) e”) sino en el el desarrollo de un conjunto de técnicas experimentales ligadas a la unidad de los sujetos, y no a los objetos, del conocimiento. Aunque la comprensión cabal de estos procesos requeriría un estudio más detenido, sí merece la pena detenerse en dos piedras miliares de la historia del sufrimiento. Tomemos, para empezar, los comienzos del mundo moderno. El siglo XVI no fue un buen siglo para el dolor. Más bien al contrario, la historia europea estuvo marcada por las guerras de religión, las hambrunas endémicas, la pobreza y los brotes de peste que asolaron periódicamente el continente desde 1563 hasta 1596. Los jinetes del Apocalipsis de Durero no podrían haber representado me jor el sufrimiento colectivo de una época marcada por las referencias continuas al triunfo de la muerte. El historiador francés Philipe Ariès nos ha dejado constancia manifiesta de hasta qué punto las artes moriendi aparecieron ligadas, todavía en el Renacimiento, a la muerte del caballero de las canciones de gesta o de las vidas de santos. En el contexto de la danza macabra, los esqueletos aparecían una y otra vez entre lo cómico, lo dramático y lo fantasmagórico, como si el mundo conocido no pudiera escapar de su propio Gólgota y debiera recordar una y otra vez el dolor como destino inevitable. En esta recreación colectiva del sufrimiento, todos los hombres, sin distinción de cunas o estamentos, parecían víctimas propiciatorias de una misma muerte. Esta exacerbación de lo macabro se traduce en un conjunto muy notable de elementos iconográficos: músculos que se separan de los huesos, pieles que se li-
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La expresión “unforced agreement” proviene de Richard Rorty en ‘Solidarity or objectivity?’, en Objectivity, Relativism and Truth, Philosophical Papers, vol. I, Cambridge, Cambridge University Press, 1991. 38
beran de la carne, esqueletos melancólicos o reflexivos, figuras diseccionadas mostrando sus propias vísceras. Y de nuevo, nuevo, otra vez, la la guerra. guerra. La introintroducción de la pólvora en las campañas militares, la masacre de san Bartolomé, las guerras de Flandes, explican, al menos en parte, por qué proliferaron durante este periodo las referencias escatológicas, por qué se extendieron en pintura los descensos de la cruz o por qué la mística española pudo establecer una equiparación sin precedentes entre el dolor y la vida: “sufrir [escribió santa Teresa] ... o morir”. La interpretación iconográfica del dolor en Europa durante el mundo moderno se encuentra, además, indisociablemente relacionada con la representación religiosa del dolor como pena, como castigo y como culpa. Primero, hablamos de una forma de religión que ensalza el martirio. Más aun, que representa sistemáticamente a su dios crucificado. En segundo lugar, el dolor no es sólo consecuencia de la naturaleza humana o de
un castigo divino, sino una forma de redención. El martirio redime. O con otras palabras: el martirio es una forma de dolor que libera de un dolor diferente. Por eso se puede predicar una correspondencia, a mi juicio aborrecible, entre el sufrimiento y la dicha, como si la retribución futura dependiera de una relación proporcional entre la felicidad y el sufrimiento: “Dichosos los que sufren, porque serán consolados”, se escribía en el evangelio de Mateo17. Nuestros oídos, cansados por esta eterna letanía, ya no escuchan sus contradicciones. Como si la nueva ley que sustituye a la vieja alianza mosaica no bendi jeraa lala desd jer desdich icha, a, o como como si el dol dolor or pas pasado ado pudiera trascenderse. Desde el punto de vista de la historia de la 17 Mateo, 25, 4-5 y Lucas 6, 21. Véase El evangelio de
Mateo,, Lectura comentada de J. Mateos y F. Camacho, Mateo Madrid, Ediciones Cristiandad, pág. 51; y El evangelio se gún san san Lucas, Lucas, ed. de François Bovon, Salamanca, Sígue-
me, vol. I, pág. 418. CLAVES
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medicina –igual que en la historia de la pintura– hablamos de una época que vio también el renacimiento de la anatomía y de un conocimiento sensorial del cuerpo relacionado con la práctica de la disección o con el desarrollo de la medicina militar. Los implantes en distintos miembros, las amputaciones o las extracciones de metralla hicieron del cirujano un elemento cotidiano tanto en la indagación anatómica como en el arte de la guerra. En este recorrido por la terra incognita del cuerpo, los anatomistas del Renacimiento fueron dejando sus nombres en las partes seccionadas. Eustaquio en el interior de la oreja, Falopio en los órganos de reproducción femeninos, Fabricius de Aquapente en el sistema venoso. El cuerpo se asemejaba a un Nuevo Mundo muchísimo más próximo, pero igualmente desconocido. Se trataba de un viaje sin precedentes por las sendas de la finitud y del decaimiento, de la sexualidad y del dolor18. Los cuerpos de las planchas de los tratados anatómicos, sin embargo, no reflejan los accidentes de los cuerpos diseccionados sino que aspiran a proporcionar un modelo anatómico de un individuo que, a decir verdad, no existe en la naturaleza. Aunque conozcamos el nombre y las circunstancias que rodearon el fallecimiento de los protagonistas, la mirada anatómica no se dirige hacia este o aquel individuo, sino que desentraña la norma que gobierna su estructura. Desde la crucifixión de Mondino hasta los écorchées de la nueva anatomia sensibilies, el dolor de la disección se utiliza para construir un cuerpo imaginario y, y, sobre éste, un entero cuerpo de conocimiento. Cada parte constituye una evidencia, una instancia de un modelo anatómico invisible. Durante la división y anatomización del cuerpo presenciamos la transformación de los sujetos (de la pasión) en objetos (de conocimiento). La muerte marca el fin de la vida, pero también el final de la preservación de la identidad, de la subjetividad, de lo que nos es más propio. Muy distinta fue la situación durante el siglo XIX . Aquí el dolor no se presenta como condición de la evidencia anatómica sino como una herramienta del conocimiento experimental ligada a la formación de subespecialidades tanto dentro como fuera del ámbito de la medicina. La historia de las tecnologías del dolor en los inicios del mundo contemporáneo incluye el ejercicio sistemático de la vivisección y la producción deliberada de insensibilidad. Ambas prácticas
18 Sobre la correspondencia entre arquitectura y ana-
tomía, véase B. M. Stafford, Body Criticism. Imagining the Unseen in Eithgteenth century Art and Medicine, Cambridge, MIT Press, 1993. Nº 139
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se inscriben en la conciencia europea y americana en el contexto de los éxitos de la ciencia comprendidos entre el último cuarto del siglo XVIII y, sobre todo, la segunda mitad del siglo XIX . Las dos aparecen ligadas además a la formación de grupos sociales específicos antes que a formas sustantivas de conocimiento. Por un lado, las hipótesis especulativas que habían acompañado el estudio de la función vital se sustituyeron a partir de la última década del siglo XVIII por un programa de investigación marcado por la búsqueda de relaciones constantes entre fenómenos. Una reconfiguración de un viejo cuerpo de conocimiento que no se produce por igual en todos las regiones de Europa. En las zonas que caen bajo la influencia alemana, esta nueva fisiología se desarrolla en torno a conceptos teleológicos y finalistas de inspiración kantiana que eclosionarán, sobre todo, en la figura de Johannes Müller, en Berlín. En Inglaterra tampoco se dieron las circunstancias más propicias para el desarrollo de una ciencia fisiológica independiente de la medicina. La misma sociedad que aceptó como un asunto de necesidad casi biológica las condiciones de hacinamiento, semiesclavitud e insalubridad del proletariado, y que contempló con impasibilidad metafísica la mayor tasa de mortandad infantil de la historia, mantuvo posiciones claramente antiviviseccionistas, llegando a descubrir incluso los beneficios físicos y morales de la dieta vegetariana. La situación fue muy diferente en Francia. Los tres autores más representativos de la nueva ciencia fisiológica –Bichat (1771-1802), Magendie (1783-1855) y Claude Bernard– desarrollaron un programa altamente empirista, exento de consideraciones metafísicas o de hipótesis especulativas, que hizo un uso sistemático de la intervención quirúrgica como procedimiento de control y manipulación de los fenómenos vitales. Lejos de operar como un elemento más entre otros, el uso de la vivisección comenzó a desvelarse como el método por excelencia del estudio de las funciones orgánicas. Hay que enfatizar enfatizar,, sin embargo, que en ningún momento aparece el dolor como objeto privilegiado del conocimiento sino tan sólo como el instrumento del que se sirve la ciencia para estudiar la vida. El uso de esta herramienta permite una unificación de prácticas experimentales más que un acuerdo conceptual relativo a la comprensión de los fenómenos19. En el ámbito opuesto, el de la producción
19 John D.
Lesch, Science and Medicine in France. The Emergence of Experimental Physiology, 1790-1855, Cambridge, Mass. y Londres, Harvard University Press, 1984.
deliberada de insensibilidad, también nos encontramos con una práctica experimental antes que con un cuerpo de conocimiento asentado20. Hasta mediados del siglo XIX , la imposibilidad de eliminar eficazmente el dolor, sobre todo en lo que respecta a la cirugía y a lo que hoy denominaríamos obstetricia y odontología, obligaba a combatir el sufrimiento con pequeños remedios medicinales y grandes dosis de resignación. Los tormentos a los que los barberos o dentatores sometieron a las poblaciones europeas se inscribieron en una ética de la retribución por la que Dios castigaba al mismo tiempo el pecado de la soberbia (que buscó, desde los tiempos de Adán, los dulzores de la vida) v ida) y el instrumento de su ejecución. La extracción del diente corrupto adquiría así un significado social de expiación de la culpa, de sometimiento voluntario a la amputación del miembro enfermo y, en consecuencia, de aceptación del dolor privado como vía de salvación publica21. Lo mismo, por supuesto, se aplica a los dolores del parto. Inscritos en la máxima bíblica del “parirás a tus hijos con dolor”, todavía a finales del siglo XVI una mujer llamada Eufame Macalyne fue quemada en la hoguera por haber buscado alivio durante el alumbramiento del que a la postre sería el último de sus hijos 22. Después de la primera intervención con éter de John Collins Warren en el Massachussets General Hospital, el 16 de octubre de 1846, y la publicación por James Robinson en 1847 de un tratado sobre los beneficios de este procedimiento en operaciones quirúrgicas, lo que sorprende es que esta capacidad para provocar el sueño a voluntad (que ya había intentado el cirujano inglés John Hunter en el siglo XVIII , interrumpiendo el flujo de las arterias carótidas, y que continuó por otros medios a través de las practicas de hipnotismo y mesmerización) no fuera aceptada sin resistencias 23. Por un lado, el dolor no sólo seguía asocia20 Véase Donald Caton, What a Blessing She Had Chloroform. The Medical and Social Response to the Pain of Childbirth from 1800 to the Present, New Haven y Lon-
dres, Yale University Press, 1999. Un segundo libro más general es el Martin S. Pernick, A Calculus of Suffering. Suffering. Pain, Professionalism and Anesthesia in Nineteenth-Century America, Nueva York, Columbia University Press,
1985.
21 Cfr. David Kunzle: ‘The Art of Pulling Teeth in the 17th and 19th centuries: From Public Martydom to Private Nightmare and Political Political Struggle’, en M. Feher et al., eds, Fragments for the History of the Human Body, Nueva York, MIT press, press, vol. vol. 3, págs. págs. 28-89. 28-89. 22 Citado por Howard Riley Raper, Man Aga Against inst Pain Pain.. The Epic of Anaesthesia, Londres, Victor Gollancz Ltd., 1947, pág. 11. 23 J. Robison, Robison, A Treatise Treatise on the Inhalation Inhalation of the the Va-
pour of Ether for the the Prevention Prevention of of Pain in Surgical Surgical OperaOperations, Londres, Webster & Co., 1847. 39
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do a la maternidad o al valor sino a una forma de cirugía que había aprendido a interpretar los gritos y lamentos como indicadores de la dirección que debía tomar el escalpelo. Todavía en 1796, el fisiólogo Charles Bell recomendaba proporcionar opio tan sólo después de la operación; e incluso en el Hospital General de Massachussets, una de cada tres operaciones se realizó sin anestesia durante las décadas de 1850 y 186024. Por el otro, hubo que establecer la proporción en que debían administrarse las dosis de anestesia entre personas de distinto sexo, de distinta procedencia social y, por supuesto, entre miembros de razas diferentes. En todos casos, lo que se va a producir es una asignación diferente de sensibilidad y, y, en consecuencia, una susceptibilidad del dolor mayor o menor que la dependiente de factores fisiológicos. Después de todo, ni la historia de la fisiología ni la historia de la anestesiología operaron jamás sin resistencias. Estas constricciones fueron desde el auge de los movimientos antiviviseccionistas y la defensa de los derechos de los animales como, en el lado contrario, la pretensión de que el dolor natural no debía ser eliminado mediante procedimientos artificiales. En los dos casos, el dolor no aparece como objeto sino como medio. No es más que una evidencia experimental en el estudio de las funciones vitales o un signo que limita el desarrollo de la cirugía. Signos, evidencias y objetos
Ésa es también la secuencia que pervive en la comprensión y el estudio del dolor. Primero los signos. Después las evidencias. Por último los objetos. Lo que constituía el signo de una lesión natural o de una advertencia sobrenatural se transformó en la evidencia de una enfermedad y, y, sólo posteriormente, en objeto de conocimiento. Al menos hasta el siglo XVIII, el dolor no existe separado de aquello a lo que representa. No es un objeto de la ciencia sino un medio de indagación médica o de cuestionamiento moral. Ocupa un lugar intermedio, a menudo prelingüístico, entre la comunidad que lo contempla y los hechos que componen la comunidad. Visualizar el dolor supone el uso de una disciplina, de una capacidad de ver más allá de los individuos representados. Puesto que el dolor se encuentra en todas partes, no puede en modo alguno estar localizado en un lugar anatómico preciso. Como la enfermedad o como las pasiones, 24
Ch. Bell, Cours complet de chirurgie, 1796, cuarta edición, París, Barroiss, vol. vi, cap. xlv. Citado por Joyn Kirkup: “Surgery before general anaesthesia”, en Ronald D. Mann, The History of the Management of Pain, Casterton Hall, Carnforth, The Parthenon Publishing Group, 1988, págs. 17-18. 40
aparece ligado a formas de conducta, a modificaciones lingüísticas y gestuales que nos lo presentan fusionado en el seno de la comunidad. No cabe hablar, sin embargo, de una sustitución rigurosa del mundo de los signos por la filosofía de las evidencias o la constitución de los objetos. Por el contrario, esta modificación implica una superposición espacial de conceptos en donde el signo permanece, todavía hoy, como una excrecencia cognitiva. Las edades epistemológicas del hombre no se cumplen sino que se acumulan. Por eso sería erróneo pensar que los signos, las evidencias y los objetos se sucedieron durante el mundo moderno. La preeminencia de unos no ocurrió a expensas de la desaparición de los otros. Por eso el espacio semiótico en el que se manifiestan los signos perdura en las demandas reiteradas de explicación ante fenómenos o acontecimientos inesperados. Desde la pintura de Grünewald hasta la tomografía de emisión de positrones o la imagen de resonancia magnética nuclear, la pregunta que inaugura el arte médico –‘‘¿dónde le duele?”, y más genéricamente “¿qué es lo que siente?”– ha adquirido una notable significación cognitiva y una extraordinaria relevancia simbólica. El espacio físico o la estructura semántica en la que puede darse o decirse el dolor forman parte de un proceso complejo de elaboración de síntomas, de afirmación de evidencias o de disolución de identidades25. Queda, en fin, una última advertencia. Al afirmar que el dolor es un acontecimiento cultural no pretendo sugerir que sea un constructo social ni, por extensión, que sea menos real que algunas de las lesiones morfológicas o de las enfermedades que lo acompañan. La oposición entre lo real y lo cultural, entre lo que se construye y lo que se descubre, se ha convertido en uno de los grandes malentendidos de la filosofía analítica y posanalítica de finales del siglo XX . Sus raíces se encuentran en una reflexión filosófica mediatizada por la historia de la física y por la necesidad política de edificar una ciencia unificada que, literalmente, pudiera aborrecer de cualquier referencia externa al pensamiento judío o de cualquier exabrupto interno relacionado con la ciencia alemana26. En mi caso, sin embargo, cuando pienso en la ciencia no pienso necesariamente en la física (que constituye
25 Nelson Goodman, Ways of Worldmaking, traducción castellana a cargo de Carlos Thiebaut, Mane Maneras ras de hacer mundos, Visor, 1993. 26 Véase Ronald N. Giere y Alan W. Richardson, Origins of Logical Empiricism, Minneapolis, University of Minnesota Press, Minnesota Studies in the Philosophy of Science, 1996.
más bien una excepción en el contexto de las ciencias modernas), sino en las ciencias biomédicas y, y, más específicamente en este caso, en la anatomía, en la fisiología, en la psicología, en la neurología y, por supuesto, en la nueva ciencia del dolor. De la misma manera, cuando pienso en la filosofía no la entiendo desligada de la historia. Más bien al contrario: porque pensar consiste todavía en dar cuenta de la historia, la reflexión sobre el ob jeto va va ligada ligada a lala aparición aparición de ciencia cienciass y a la formación de comunidades. Reconocer los estados progresivos por los que el dolor se asocia durante el mundo moderno con el universo de los signos o de las evidencias, dar cuenta del momento que antecede a su constitución como objeto independiente de la lesión o del testigo, no implica mantener una actitud escéptica en relación a su naturaleza, sino que tan sólo refleja la pretensión de convertirlo en el término medio de su propio silogismo. La realidad del dolor, al menos en tanto que objeto de conocimiento científico, no constituye un asunto que podamos cuestionar o aceptar con inocencia. Más bien habría que afirmar que, como en el caso de cualquier otra forma de objetivación, su realidad se expresa en grados y no en categorías. Nadie discute su existencia. Lo que se subraya es que el dolor no es un hecho inmediato, sino que se encuentra constreñido por las mismas negociaciones históricas que acompañan la aparición de cualquier otro objeto del conocimiento y la cultura.
es profesor de Historia y Filosofía de la Ciencia en la Universidad de Murcia. Autor de Materialismoo y religión. Materialism religión. Actualmen Actualmente te es comisario comisario de la exposición sobre el dolor que se inaugurará en el Javier Moscoso
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LA MEMORIA DEL GENOCIDIO ALEMÁN JIMENA A. PRIETO PRIETO
istoria monumental” llama Nietzsche en la segunda de sus Consideraciones intempestivas al acto de rememoración que los pueblos hacen de su propio pasado: ya sea a través de monumentos nacionales o de conmemoraciones oficiales, en esencia, se trata de representaciones destinadas a reflejar un tiempo lejano, fijándolo inamoviblemente como fundamento mítico de la nación. Mientras que la historia misma está marcada con el sello de lo irrepetible, la memoria colectiva de un pueblo se encarga de escenificar aquel tiempo digno de ser conjurado y elevado a heroico pasado nacional. A pesar de lo oscuro de su historia, a principios del siglo XXI Alema Alemania nia ha logrado hacerse de una “historia monumental”. La realización de esta empresa podremos verla materializada en el Monumento Nacional a los Judíos Europeos Asesinados, que en octubre de 2003 comenzó a construirse en el corazón de la nueva capital, Berlín. No deja de sorprender este momento cumbre de escenificación política, sobre todo al tener presente que la historia posterior al nacionalsocialismo se caracteriza por el peso de la propia culpa. Sin embargo, podemos entender la especificidad de este monumento al tomar en cuenta que toda conmemoración en torno al nacionalsocialismo lleva en su seno su propia negación; ya sean recintos del recuerdo o fechas conmemorativas, estos espacios sólo pueden configurarse en términos opuestos a los que otras naciones celebran afirmativamente su propio pasado: Alemania recuerda sus propios crímenes, de allí el carácter de luto como momento constitutivo de la memoria colectiva. Este artículo, en el que se recorre la historia de Alemania desde el momento de su derrota, pretende dar una visión general del complejo proceso de formación de la memoria colectiva. Se necesitarán varias décadas para comprender que el genocidio no constituye únicamente una etapa de totalitarismo y criminalidad, sino una radical
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“ruptura civilizatoria”, que tiene lugar a mediados del siglo XX , en una nación que representa en su tradición humanística uno de los puntos más elevados del pensamiento ilustrado europeo. Se necesitará también el esfuerzo de una nueva generación para consolidar las bases de un proceso de saber cada vez más diferenciado en torno al genocidio. Una auténtica cultura de la memoria sólo será posible una vez que los jóvenes de los años sesenta exijan a la generación anterior la confrontación crítica y reflexiva con el pasado. El genocidio se convertirá entonces en objeto de saber popular, en el “holocausto”, y comenzarán a multiplicarse indefinidamente toda suerte de representaciones comerciales y artísticas, tanto en Alemania como en otros países. Un punto final de la historia de la representación del genocidio puede verse en la puesta en escena oficial del discurso de las víctimas, cuyo máximo monumento podrá ser visitado en 2004, en Berlín. Todos y cada uno de estos momentos reflejan una historia desgarrada entre la necesidad de olvido y la obsesión por recordar el pasado nazi; búsqueda histórica de absolución y de confrontación constante con la culpa alemana. 1. El genocidio, entre escenarios jurídicos
Entre el foro de Núremberg y el ‘f‘foro oro’’ de la concien conciencia cia moral moral
En el verano de 1945, una vez terminada la Segunda Guerra Mundial con la derrota alemana, los jefes de Gobierno de los países aliados se dieron cita en la ciudad de Potsdam. El objetivo de reunirse en las cercanías de una Berlín convertida en ruinas era asegurar con toda clase de medidas que nunca más surgiera una guerra en suelo alemán. Para lograr este fin, los aliados establecieron un tratado cuyas cláusulas principales se refieren a la “desnazificación”, la “desmilitarización” y la “reeducación” de Alemania. Ciertamente, entre la ocupación soviética y
la de los países occidentales, se abrió con el tiempo un abismo ideológico en torno a las maneras de entender la democratización y la construcción del nuevo orden 1. Sin embargo, en los años en los que Alemania no era más que un montón de escombros, todos estaban de acuerdo en que la tarea urgente era la de reeducar a una nación que había permitido un orden de terror y que había causado una guerra en la que habían muerto alrededor de 55 millones de seres humanos, por no hablar de los cuantiosos daños materiales que afectaron gran parte de Europa. Ninguna medida resultó más efectiva que erigir un tribunal militar para enjuiciar ante los ojos del mundo a los responsables del régimen nazi; los famosos juicios de Núremberg surgieron en el contexto de la política reeducativa de los aliados y se constituyeron como el primer foro público a través del cual tomó la palabra el momento más oscuro de la historia alemana. No es casual que los aliados hayan elegido Núremberg como sede del tribunal militar. Finalmente, en esta idílica ciudad fueron formuladas y sancionadas las leyes que legitimaron el exterminio de seis millones de judíos europeos, y la Blutschutz gesetz (ley de protección de la sangre), expedida por el Gobierno de Hitler en 1935. Los procesos que los aliados montaron en la ciudad del Reichsparteitag duraron poco menos de un año: del invierno de 1945 al otoño de 1946; se llevaron a cabo 218 sesiones en las que se recogió el testimonio de 249 personas. De los 24 acusados, 12
1 La Alemania socialista se desentendió rápidamente de toda confrontación crítica en torno al pasado nazi. El argumento principal que justificó una política de “olvido del pasado” fue el siguiente: el fascismo es indisociable del capitalismo; una vez superado este último por el socialismo tienen que desaparecer también las tendencias fascistas en la sociedad. Véase, Friedrich H. Tenbruck: ‘Von der verordneten Vergangenheitsbewältigung zur intelektuellen Gründung der Bundesrepublik’, en: Die intelektuelle Gründung der Bundesrepublik, Frankfurt/Main 2000.
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ciso concepto de “crímenes de guerra”. En el tiempo de la posguerra nadie quería saber del reciente pasado nazi. Todo crimen relacionado con el nacionalsocialismo se convertía rápidamente en tabú. Sin embargo, no puede hablarse de un desplazamiento radical del pasado si tomamos en cuenta que éste se infiltraba en la vida pública a través de varios discursos. Ya de por sí el acto de realizar un tribunal militar era una forma específica de confrontar a la sociedad, aunque difusamente, con la realidad de los campos de concentración. A este respecto, resulta interesante la tesis que Daniel Levy y Memo-Natan Sznaider sostienen en su libro Memo ria en la época global: El holocausto sobre memoria y holocausto: el que no haya existido un nombre para el holocausto en la primera fase de la posguerra no lleva a suponer que reinaba un estado de amnesia colectiva:
fueron condenados a muerte. Lo interesante, y a la vez desconcertante, de los juicios de Núremberg es que los jueces se encontraban ante una realidad inclasificable dentro de las convenciones del derecho internacional de aquella época. En 1945, lo que había existido en el mundo y, en consecuencia, era sancionable jurídicamente, eran las “guerras” 2. La exigencia de enjuiciar y castigar a los responsables del nacionalsocialismo sólo podía interpretarse dentro de los márgenes del derecho internacional que entonces existían, es decir, en el contexto de una “guerra” que había comenzado en 1939. De esta suerte, los máximos dirigentes del nazismo fueron sentenciados
2 Si bien el derecho internacional no estaba aún consolidado institucionalmente, existían ya desde principios del siglo XX estatutos jurídicos internacionales: la convención de Ginebra de 1906 y la de la Haya de 1907. Éstas encontraban sus límites al ser válidas únicamente para situaciones de guerra, tal y como se entendía este concepto desde el siglo XIX .
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en Núremberg por haber cometido “crímenes de guerra”, guerra”, ignoran ignorando do el contexto más amplio de la ideología totalitaria y racista que sirvió de instrumento para exterminar al pueblo judío y a otros grupos estigmatizados. Un historiador escribe: “El exterminio judíoo fue interpreta judí interpretado do en Núremberg Núremberg como como consecuencia de acciones militares y como parte de crímenes de guerra, y no así como un complejo que formara parte de la política racial del nacionalsocialismo”3. Los crímenes que los nazis llevaron a cabo muchos años antes del comienzo de la guerra pasaron desapercibidos en este tribunal; y el genocidio mismo, como eje fundamental alrededor del cual giraba la maquinaria entera del nacionalsocialismo, no pudo percibirse entonces en su inconmensurable singularidad. Por el contrario, su su carácter específico se perdía perdía al quedar subordinado bajo el amplio e impre3
Véase Peter Reichel, Vergangenheitsbewältigung in Deutschland , München 2001, pág. 44 [trad. J. A. P.].
“La primera representación del holocausto tiene la forma de un tribunal de justicia, es decir, una forma visual [...]. Nunca, ni en ese entonces, fueron totalmente borrados los delitos de los nazis; inmediatamente después de la guerra se publicaban ya reportajes e imágenes de lo que había sucedido” 4.
Los estadounidenses, bajo el imperativo democratizador, tenían particular interés en que los procesos de Núremberg se convirtieran en un escenario mundial donde ellos quedaran representados como liberadores del mal. Más de doscientos reporteros de prensa y radio se apretujaban en las salas plenarias; algunas revistas semanales, tales como Life, reportaban continuamente el avance de los procesos. Incluso dentro de los márgenes de su Re-education-Program realizaron un documental “educativo” de los propios procesos: Núremberg y su enseñanza, en el que aparecían imágenes del campo de concentración Buchenwald. Buchenwald. En otra película
4 Véase
Daniel Levy/Natan Sznaider, Erinnerung im globalen globa len Zeitalter: Zeitalter: Der Holocaust Holocaust , Frankfurt/Main 2001, pág. 69 [trad. J. A. P.]. 43
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de la época, The Nazi Concentration Camps, aparecen por primera vez ante las pantallas cinematográficas las imágenes de miles de cadáveres amontonados en fosas comunes. En resumen, las posibilidades publicitarias de la época fueron utilizadas al máximo por los estadounidenses para generar discursos de tono moralizante y acusador: se daban a conocer al mundo los crímenes de guerra de los nazis, y se estigmatizaba de paso al pueblo que había permitido seme jante catástrofe. catástrofe. Los juicios de Núremberg, así como toda la publicidad que gira a su alrededor, fueron la primera forma en que el genocidio se representó y se trajo a la memoria pública. Aunque Aunq ue para ese entonc entonces es no puede puede hablarhablarse de una “memoria colectiva” en torno al pasado nazi, al no haber suficiente distancia histórica para que ésta se haya consolidado, los tribunales permiten vislumbrar el uso de ciertas estrategias de una comunidad para recordar su propio pasado. El acto colectivo de representar el pasado –lo señala por primera vez Maurice Halbwachs– no se guía únicamente por valores institucionalizados, por ejemplo, honrar la memoria de los héroes; son, sobre todo, intereses políticos enraizados en el presente los que guían la selección que se hará para tal representación. Esta estrategia de selección es claramente aplicable a “Núremberg”: fueron elegidos aquellos fragmentos del pasado nazi –a través de tribunales, documentos cinematográficos, reportajes fotográficos, etcétera– que pudieran servir para marcar un contraste entre la barbarie del nazismo alemán y la superioridad política y moral, y además democratizadora, de Estados Unidos. De las perspectivas que fueron seleccionadas en la política de re-education resulta claro que no sólo se perseguía el interés de sensibilizar a la población hacia una actitud proestadounidense; también se quería generar una atmósfera de culpabilidad. Así, en el verano de 1945 se veía en los muros de las ciudades y de los pueblos un cartel con imágenes del campo de concentración Bergen-Belsen, al pie del cual se leía: “¡Ésta es vuestra culpa!”. Los alemanes miraban incrédulos estas primeras imágenes de los campos de concentración: sin duda se preguntaban si eran tan reales como la miseria en la que se encontraban inmersos al cabo de una guerra en la que la mayoría había perdido seres queridos. ¿Cuántos de ellos habían estado realmente involucrados en un régimen en el que muchos habían creído y del cual se habían beneficiado económicamente? Finalmente, la pregunta que todos se hacían en su fuero interno: ¿Quiénes eran los verdaderos culpables?, ¿no se trataba más bien de un pueblo 44
víctima de un dictador al que nadie pudo oponerse con éxito? La acusación que provenía del foro jurídico y de la propaganda aliada encontraba un replanteamiento en el foro de la conciencia moral y en el “silencio “silencio”” de la vida privada: o bien los culpables habían sido unos cuantos, o bien resultaba culpable la sociedad entera que de una forma u otra había participado en ellos. El reproche de una “culpa colectiva”, que desde entonces ha sido objeto de reflexión pública y largos debates académicos, nació en este ambiente de política educativa impuesta por los aliados y es indisociable de la primera representación –jurídica– del genocidio 5. En la vida privada el “silencio” que reinaba en torno a los campos de concentración estaba marcado por un fuerte contraste con la escenificación grandilocuente de los juicioss de Núrembe juicio Núremberg. rg. Sin Sin embargo, embargo, una una rereflexión crítica o una representación diferenciada del genocidio estaba definitivamente excluida de ambas formas de discurso, el público y el privado. Núremberg, como foro jurídico y representación pública, implica una toma de distancia escénica, toda vez que la distancia histórica, como condición para que surja un genuino interés reflexivo, es imposible en este tiempo de posguerra. Otros factores también explican la imposibilidad de ir más allá de un sentimiento de culpa paralizante: no se debe únicamente a la falta de distancia histórica, afirma el sociólogo Friedrich Tenbruck, sino también al carácter impuesto de la propaganda. La revelación del pasado a través de tribunales, acusaciones y películas documentales, tenía la forma de una “culpa ordenada”; “en esta forma impuesta de confrontar el pasado no había lugar para que surgiese en los alemanes un proceso de reflexión libre” 6. Sólo algunas décadas más adelante, bajo el influjo de la distancia histórica y con el ímpetu de una nueva generación, podría comenzar un proceso reflexivo en torno al genocidio; éste se constituirá, entonces, en la base sobre la cual pudo darse una cultura de la memoria institucionalizada en los años ochenta.
5 La discusión de una “culpa colectiva” ha sido desde entonces un tema de permanente debate entre los alemanes. El filósofo alemán Karl Jaspers fue uno de los pocos intelectuales que se ocupó de la cuestión de la “culpa colectiva” en los primeros años de la posguerra, en su obra La cuestión de la culpa. Acerca de la responsabilidad política de Alemania (1946). Un momento culminante en la discusión actual sobre la “culpa alemana” lo constituye la controvertida tesis del estadounidense Daniel J. Goldhagen acerca de un “antisemitismo eliminatorio” propio del ser alemán, desarrollada en su obra
Hitler’s willing executioners. Ordinary Germans and the Holocaust , New York, 1996. [Los verdugos voluntarios de Hitler, Taurus, 1998] 6
Véase el artículo ci+tado más arriba de Friedrich
‘El proceso de Auschwitz’ y su dramatización signifi-En un pequeño ensayo titulado ¿Qué signifi ca superar el pasado? (1959), Theodor Adorno reflexiona sobre las causas del olvido del
pasado criminal nazi en la próspera sociedad alemana de los años cincuenta. El filósofo de la Escuela de Frankfurt refiere que, si ya en ese tiempo era común hablar de una su peración per ación del del pasado pasado7, con ello se indicaba sobre todo la necesidad de abstraerse de la incómoda realidad del nacionalsocialismo. “Superar el pasado no quiere decir en nuestros días que nos confrontemos reflexivamente y en serio con él, que rompamos su hechizo con una conciencia clara; más bien quiere trazarse un punto final y, si es posible, borrar el pasado de la memoria” 8.
Negar el pasado nazi era lo más normal en la sociedad de esa época. Si había que justificar este “olvido” se decía, cuando mucho, que la traumática carga psíquica-traumática del pasado sólo podía generar sintomáticamente una amnesia colectiva. Adorno, en su pretensión de entender cómo los intereses políticos y económicos del presente determinan el discurso sobre el pasado, ofrece una explicación más compleja: El “olvido” puede deberse al desplazamiento característico de experiencias traumáticas; sin embargo, argüía, este “olvido” es más bien explicable a raíz de la prosperidad material de Alemania como un fenómeno emergente en los tempranos años cincuenta. En Hitler, afirma el filósofo de la Escuela de Frankfurt, la sociedad había encontrado un lugar en el que expresaba su ideal colectivo narcisista, en otras palabras, su orgullo de “ser alemán”. Si bien es cierto que muchos habían sufrido carencias y pérdidas bajo el terror de la dictadura nazi, a la mayoría no le había ido mal económicamente. Tras el colapso del nacionalsocialismo, y la consecuente decepción social al haberse desenmascarado como régimen criminal, el narcisismo alemán había sufrido un daño que sólo podría ser reparable en una nueva época de florecimiento económico 9. Gracias al 7 En el término alemán Vergangenheitsbewältigung [“superación del pasado”] está contenida tanto la noción de combatir como la de ir más allá del pasado. La “superación del pasado” se convierte en fórmula institucionalizada desde los tempranos años sesenta para referir diversas actitudes políticas de la memoria colectiva. 8 El título original de este ensayo es: ‘Was bedeutet: Aufarbei Aufa rbeitung tung der Vergangen Vergangenheit heit ?’, en Theodor W. Adorno, Erziehung zur Mündigkeit , Frankfurt/Main, 1970, pág. 10 [trad. J. A. P.]. Adorno emplea el término alemán Aufarbeitun Aufarb eitung g en el sentido psicoanalítico de trabajo/recuerdo/repetición del pasado; es decir, traer a la memoria el pasado en un proceso reflexivo de confrontación. 9Para esta tesis, véase ibídem., sobre todo pp. 19–20.
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boom económico de los cincuenta se
rehabilitaría la conciencia nacional; sin embargo, los alemanes estaban dispuestos a afirmarse de nuevo como triunfantes, una vez que los aspectos negativos del pasado fueran olvidados. Con el tiempo, esta época se tipificó como “la era Adenauer”, no en última instancia por la consolidación material, que fue el gran logro de Konrad Adenauer, un hombre de 73 años elegido canciller en 1949. Aunque Adenauer hizo posible el auge económico de Alemania occidental, en su programa no estaba contenida la mínima intención de impulsar una cultura política e histórica y, mucho menos, de desarrollar una conciencia crítica respecto al pasado nazi. La tendencia al olvido que Adorno constata en sus estudios psicosociales es característica de una década en la que no conviene que el pasado nazi forme parte de la identidad nacional. Alemania Alem ania entrega entrega al mundo una imagen imagen de una nación económicamente fuerte, de competencia internacional, de alta productividad y eficiente reconstrucción. El pasado criminal sólo puede tener el carácter de mácula eliminable en una nación que, lejos de definir su identidad históricamente, la define sólo por el alto rendimiento económico económico y el bienestar material. La exigencia de Adorno y, en general, de la Escuela de Frankfurt, de llevar a cabo una confrontación crítica y de Aufkläru ng en torno al nacionalsocialismo y sus crímenes, será un propósito realizable en la sociedad alemana sólo a partir de los años sesenta. El genocidio comenzó a ser objeto de una atención cada vez más diferenciada, incluso cuando toda discusión de ese tiempo se haya limitado a los círculos académicos del saber10. La relativa apertura de los sesenta no se debió sólo al impulso obtenido por el movimiento liberador y revolucionario propio de ese tiempo, sino al surgimiento de una nueva generación: los hijos de quienes experimentaron el nacionalsocialismo en carne propia cuestionaban a sus padres; querían saber cómo actuaron en los tiempos de Hitler, en qué medida se comprometieron, en pocas palabras, exigían cuentas a la generación anterior. En la sociedad de los años sesenta se dieron básicamente dos discursos opuestos 10
La obra de Alexander y Margarete Mitscherlich,
Die Unfähigkeit zu trauern, publicada en 1967, tuvo
un gran efecto en los círculos intelectuales. Dentro de la tradición de la Escuela de Frankfurt, los autores estudian las razones psicosociales de la incapacidad de recordar a las víctimas del nacionalsocialismo; la percepción del “otro” (judío, gitano, extranjero, etcétera) como diferente y ajeno al ser alemán explica, en parte, esta indiferencia. Nº 139
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en torno al pasado nazi. Por una parte, se generaron discursos políticos y culturales a los que subyacía el interés de superar el pasado crítica y reflexivamente. Por otra parte, y política ica amnésiamnésien cierta continuidad con la polít ca de Adenauer, se generaron discursos oficiales que supeditaban la cuestión del pasado al interés preeminente del nuevo orden económico. Sobre todo, era en la política oficial donde convenía “superar el pasado” mediante el olvido. Ludwig Erhard, canciller en ese entonces de la Alemania capitalista, expresó esta intención en su política: “Bien es cierto que todas las generaciones posteriores tienen que cargar con las consecuencias de la política llevada a cabo de 1933 a 1945 en nombre del pueblo alemán. Sin embargo, los puntos de referencia en la actual política de la Alemania Federal ya no pueden ser la guerra o la época de la posguerra. Los puntos de referencia no están atrás de nosotros, sino frente a nosotros. El tiempo de la posguerra ha llegado a su fin” 11.
No puede formularse de mejor manera la ideología progresista liberal en su estrategia deshistorizante: sólo cuando el –incómodo– pasado sea una dimensión cerrada y agotada podrá darse la apertura hacia horizontes futuros. El discurso futurista de Erhard –hay que decirlo– resulta más sorprendente si se toma en cuenta que fue formulado en 1965, cuando llegaba a su fin el proceso penal más grande que se había realizado en Alemania Occidental contra actores involucrados en Auschwitz; un proceso que, al esclarecer radicalmente el pasado nazi, contradecía la política oficial representada por Erhard. Claro, a menos que fuese visto como un proceso que nada tenía que ver con la política histórica alemana... El proceso de Auschwitz: interpretaciones en conflicto
A finales de 1939, el comandante Arpad Wigand Wig and pro propus pusoo a Hit Hitler ler con const strui rui r un “campo de concentración” en las cercanías de la ciudad polaca ocupada Oswiecim. Pocos meses después, en la primavera de 1940, el dirigente superior de la SS (Schutzstafel , organización policiaca mediante la cual el Gobierno de Hitler consolidó su sistema totalitario de terror), Rudolf Höß, fue nombrado comandante del nuevo campo de concentración para los presos judíos. El campo se dividió en Auschwitz I, que albergaba los campamentos de vigilancia y control, y Auschwitz-Birkenau II, donde se encontraban los campamento campamentoss de reclutamien reclutamien--
11
Extracto de la declaración gubernamental de reelección del canciller Ludwig Erhard, el 10 de noviembre de 1965.
to y los crematorios. Ambos estaban rodeados de una cerca que abarcaba 24 kilómetros cuadrados, al oeste y sureste de la población de Oswiecin. “Para los seres humanos que fueron arrastrados en vagones de ganado a Auschwitz, este lugar sólo puede simbolizar una ruptura total. Auschwitz significa el fin de la civilización, el fin del mundo, el fin de todo lo posible”12.
El que “Auschwitz” se haya constituido con el tiempo en el símbolo por excelencia la civilizació civilizaciónn se debe en gran pardel fin de la te a la información que salió por primera vez a la luz pública a través de los juicios contra 24 vigilantes y operadores del campo de concentración Auschwitz-Birkenau, que se llevaron a cabo en las salas Römer del Ayuntamiento Ayuntamie nto de Frankf Frankfurt, urt, entre 1963 y 1965. Un montaje periodístico espectacular, cuyo antecedente fue el famoso juicio a Adolff Eichm Adol Eichmann ann en Jeru Jerusalén salén,, hizo posible que los alemanes y el mundo entero fueran testigos, por primera vez, del funcionamiento en detalle de la maquinaria de exterminio que fue este campo de concentración. Procedentes de varios países europeos llegaron a comparecer más de 300 testigos: judíos y presos políticos sobrevivien sobrevivientes. tes. El testimonio rendido por las víctimas constituye un documento invaluable, ya que abre las puertas a un conocimiento objetivo y detallado sobre Auschwitz. Lo que sucedió en los campos de concentración dejó de enfocarse bajo la perspectiva de otros tantos “crímenes de guerra”, lo cual permitió que se tuviera conciencia de las proporciones reales y espantosas del genocidio. Por otra parte, el que los acusados en el proceso de 1965 fueran vigilantes, médicos y capataces, y no los creadores intelectuales de Auschwitz Ausc hwitz –muchos –muchos ya habían muerto ya–, ya–, es característico de una estrategia de la política oficial de los años sesenta: una vez más se trataba de escenificar un acto de justicia a través de un gran foro jurídico penal. Sin embargo, por más que el juicio significara dirigir la atención hacia el atormentante pasado, no se quería hacer escándalo en el presente: muchos de los “peces gordos” del nazismo estaban perfectamente reintegrados a la sociedad alemana en altos puestos de Gobierno13. El Proceso de Auschwitz dio origen a un
12
Cfr. Matthias Kontarsky, Trauma Auschwitz, Saarbrücken 2001, pág. 16 [trad. J. A. P.]. 13Véase el interesante reportaje de Hannah Arendt, “Der Auschwitz-Prozeß”, en: Nach Auschwitz , Berlín, 1989. Los acusados no fueron los Schreibtischtäter [autores intelectuales], sino los que hicieron el trabajo sucio, pp. 111-118. 45
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debate sobre el significado político del genocidio para el presente alemán. El conflicto, al que sólo podemos aludir brevemente, nos da cuenta de la dificultad de abrir una dimensión histórica al discurso de la identidad nacional. El presidente del tribunal, Hans Hofmeyer, representa la interpretación oficial del proceso de Auschwitz. Hofmeyer estaba convencido de que no había que ver en éste un proceso donde estuviera compareciendo ante la ley “toda una etapa de la historia alemana”; se trataba únicamente de un proceso en el que determinados individuos estaban siendo juzgados por haber cometido, sin más, determinados delitos: “Los jueces de este tribunal no han sido convocados para ‘superar el pasado’ alemán. Si bien es cierto que el proceso ha llamado enormemente la atención más allá de las fronteras del país y ha obtenido el nombre de ‘Proceso de Auschwitz’, se delimita a ser únicamente un proceso penal’’ 14.
Nadie protestó más contra la tendencia a despojar el proceso de toda significación política e histórica que el fiscal Fritz Bauer, verdadero autor intelectual del proceso. Bauer opinaba que un proceso penal contra los operadores de Auschwitz tenía que abrir un espacio para una dimensión simbólica: no sólo había que ver a los acusados como individuos criminales sino, sobre todo, como partes partes constitutivas de todo un sistema estatal que justificaba su existencia a través de la eliminación racional y sistemática de la población judía, por no hablar de los otros grupos de víctimas: presos políticos, homosexuales, gitanos, enfermos mentales, etcétera. El proceso tenía que hacer transparente el funcionamiento del criminal como parte del engranaje de la maquinaria de destrucción
que fue el sistema entero del nacionalsocialismo. Las razones de Bauer para insistir en el carácter político del proceso no eran tanto reprocharle a toda una nación la “culpa” de semejante pasado, sino superarlo en el sentido en el que Adorno lo había propuesto: con una intención pedagógica preventiva Auschwitz witz no volvi volviera era a repe repetirse tirse 15. para que Ausch Mientras que la política se debatía entre interpretaciones sobre el significado que había que darle al proceso de Auschwitz para el presente, fueron en realidad los intelectuales y artistas quienes impulsaron discursos y fo14 Citado por Jochen Winters, ‘Das Unfaßbare vor Gericht’, en: Frankfurter Allgemeine Zeitung, 19-8-1995 [trad. J. A. P.]. 15 El famoso imperativo ético-pedagógico de Adorno, “el que Auschwitz no vuelva a tener lugar, es ésta la primera de todas las exigencias educativas” [trad. J.A.P.],, subyace a la lectura J.A.P.] lectura política política de Bauer del proceproceso. Véase “Erziehung nach Auschwitz”, en: Theodor W. Adorno, Adorn o, op. cit .,., p. 88.
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ros de discusión crítica en torno al genocidio. En estos círculos comenzó a surgir la concepción de Auschwitz como símbolo del “rompimento civilizatorio” y la barbarie en el corazón de la civilización. ‘La pesquisa’, una dramatización del Proceso de Auschwitz
A través del del ejemplo ejemplo que el dramatur dramaturgo go alemán Peter Weiss brinda con su obra teatral La pesquisa, constatamos la verdad contenida en la afirmación de Anna Sa’adah: “Mientras que las estrategias institucionales se preocupan más por guardar principios de orden, las estrategias culturales tienden a tomar más en cuenta a las víctimas de una injusticia” 16.
En 1946 Peter Weiss había sido espectador de los procesos que se llevaban en Frankfurt. Como artista comprometido, estaba convencido de que nada de lo declarado en los juicios podía clausurarse en el pre pasado; o; por el contrasente como un pasado pasad
16 Cit. por Daniel Levy/Natan Sznaider,
Erinnerung im globalen Zeitalter: Der Holocaust , Frankfurt/Main,
pág. 76 [trad. J. A. P.].
rio, había que ocuparse una y otra vez de Auschwit Aus chwitz, z, y los testi testimonio monioss de los sobrevivientes; ésta era la responsabilidad moral del artista: “Sólo a través del arte como acto moral el artista puede recuperar algo del pasado en el presente”17. El “teatro documental”, tal y como Weiss designa su trabajo, pretende ser un instrumento formativo de una opinión crítica dirigida al presente, a través de un tema político escenificable 18. Las declaraciones de acusados y testigos, la revisión de las actas y protocolos de cada sesión del proceso, la investigación sobre las víctimas en las interminables listas de defunción, la revisión, en fin, del campo de concentración Auschwitz como el núcleo del terror organizado, integra el conjunto del material del que se sirvió Weiss para elaborar un drama que representa sobriamente el tribunal que juzga a los operadores de Ausch witz. El teatr teatroo se conv convierte ierte,, de esta suert suerte, e, en 17 Véase Matthias Kontarsky , op. cit . pág. 28 [trad. J. A. P.]. 18 Véase Peter Weiss, ‘Das Material und die Modelle’, manifiesto en el que Weiss explica los principios del teatro documental, en: Peter Weiss, Dramen 2, Frankfurt/Main, 1991, pág. 467.
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el verdadero foro de diálogo, provocación y comunicación con el público, dando un lugar a la dimensión política y simbólica que el juez Hofmeyer excluía del proceso real que ocurría al mismo tiempo en Frankf Frankfurt. urt. La pesquisa fue montada simultáneamente en 15 ciudades de Alemania. A mediados de los sesenta no sólo sirvió como un documento político esclarecedor –en virtud de su carácter realista–, sino que, al ser una representación artística de “Auschwitz”, dio origen a un nuevo problema que, con el tiempo, se ramificó en varias cuestiones: ¿es representable “Auschwitz” estéticamente?, ¿no se está banalizando el genocidio y así, renunciando a la seriedad moral que se merece?, ¿no estamos ante el peligro de hacer del crimen alemán, más que un lugar de discusión crítica, una industria comercial? Las bases para que en poco más de una década se diera un boom mundial del Holocausto ya estaban puestas, pero también estaban allí para dar inicio a una investigación más diferenciada en la historiografía y, finalmente, para que naciera la cultura oficial de la memoria. 2. El ‘Holocausto’ entre escenarios estéticos
El surgimiento del ‘Holocausto’ ‘Holocausto’ a través de la imagen televisiva
Hoy día conocemos varios nombres que designan el genocidio alemán. Los términos más usuales son “shoah”, “Auschwitz” y “holocausto”. “Shoah’’ es un término teológico de origen hebreo que se traduce como “desesperación en la historia de exilio y sufrimiento del pueblo judío” 19 ; mientras tanto, “Auschwitz” es la traducción en alemán de la población Oswiecin en Polonia, lugar del campo del concentración Auschwitz-Birkenau. Finalmente, el holocaust ust (holoc (holocausto austo en esconcepto inglés holoca pañol) es un derivado del griego holókaustus , y remite a la víctima incinerada en un sacrificio religioso. Aunque todos estos nombres se refieren al mismo suceso histórico, nuestro discurso aparecerá contextualizado en un determinado horizonte de significados (políticos, históricos, religiosos, etcétera) dependiendo del nombre que usemos. La relación entre el acto de nombrar y el genocidio alemán como hecho histórico ha sido objeto del análisis de James E. Young, estudioso del judaísmo, en su brillante ensayo Writing and Rewriting 19 Véase
James E. Young, Beschreiben des Holocaust, Frankfurt/M, 1992, pág. 144 (título original: Writing and Rewriting the Holocaust. Narrative and the Consequences of Interpretation, Bloomington, 1988). Nº 139
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the Holocaust . El acto de nombrar, escribe Young, es el primer paso hermenéutico que damos en torno a un suceso histórico. Los nombres no descubren en primer lugar un qué histórico, sino un cómo “narrativo”: de acuerdo con qué intereses, con qué mitos fundantes, en función de qué ideologías nacionales, etcétera. Que en Israel, por ejemplo, se use desde tiempos del nazismo el concepto de “shoah” obedece a un interés predominantemente político: en este término de origen bíblico el sionismo fundacional encontraba las resonancias teológicas necesarias que legitimaban la ocupación de Palestina: nada justificaba mejor que la shoah la necesidad de fundar un Estado propio como solución a la diáspora; la shoah se enfocaba así como la última fase en la historia de persecución del pueblo de Abraham. Independientemente de que cada nombre sea usado en determinados contextos y de acuerdo con determinados intereses, existe un término con el que designamos inequívoca y universalmente, desde finales de los años setenta, el genocidio alemán: holocausto. Resulta interesante acercarse al momento en que esta palabra de origen griego se convirtió en la designación universal del genocidio. En el año 1978 se transmitió por televisión en varios países del mundo una serie estadounidense, Holocaust . Se trataba de la historia ficticia de una familia judía víctima del genocidio alemán. La miniserie fue transmitida en Estados Unidos en cuatro tardes consecutivas; la audiencia de casi cien millones de espectadores prueba ampliamente el rotundo éxito de los episodios en ese país. En Alemania, con unos 15 millones de espectadores, su éxito fue igual de significativo. La configuración realista de la serie y el altísimo índice de audiencia fueron precisamente los factores que determinaron el nombre de “Holocausto” para el genocidio. Desde los tiempos de la serie, todo el mundo tiene al menos una vaga noción de lo que pasó –y cómo fue que pasó– en los campos de concentración alemanes . Peter Novick escribe que en esas siete horas televisivas (el tiempo total de duración de la serie) los estadounidenses obtuvieron más información sobre el “Holocausto” que en los 30 años precedentes; una información, por cierto, confeccionada a través de highlights históricos que ofrecen una visión panorámica de la historia de los judíos en la Alemania Alema nia nazi: el año en el el que fueron fueron sancionadas las leyes de Núremberg, la “Noche de los cristales rotos”, la Conferencia de Wannsee W annsee en la que se decid decidió ió la “Solución final”, el levantamiento del gueto de Varso-
via y, finalmente, el terror en diversos campos de concentración: Buchenwald, Theresienstadt y Auschwitz20. No resulta exagerada la afirmación de Levy y Sznaider de que “del Holocausto surgió el Holocausto Holocausto”; ”; es decir, que que un producto mediático configuró nuestro saber sobre el genocidio. Sin embargo, habría que decir con estos autores que, si bien la americanización del holocausto, como se llama a este fenómeno de mercado que empezó en Estados Unidos, ofrece una versión muy tipificada y “disneylándica” del genocidio, no implica la muerte de toda discusión productiva. Finalmente, no podemos abstraernos en la modernidad de la “reproducibilidad técnica” (Walter Benjamin) en tanto una mediación constitutiva de toda producción cultural. La aparición de la serie Holocaust no fue, ni siquiera en el momento de su transmisión en 1978, un mero entretenimiento televisivo. Muy Muy por el contrario, contrario, fue la gota que activó discusiones a nivel mundial sobre las formas válidas de representar y escenificar el pasado criminal alemán, sobre todo, tomando en cuenta que se trataba ya de historia para las generaciones jóvenes de los años setenta. Ciertamente, ya se sabía mucho sobre el genocidio y lo que había sucedido en los campos de concentración. Sin embargo, toda investigación se limitaba a los estrechos círculos del saber especializado y, como mucho, en la esfera privada interesaba a los sobrevivientes o descendientes de los afectados. Las expresiones políticas y artísticas como los procesos penales, el cine documental, el teatro de Peter Weiss, la poesía de Paul Celan no tenían repercusiones en el ámbito del saber popular. Sólo con la emisión de la serie el tema alcanzó a grandes sectores de la sociedad alemana: se discutía en las escuelas, en la comunidad judío-alemana y en las universidades; era objeto de debate en la televisión y en revistas populares. Un periodista alemán escribió: “Por primera vez, y gracias a Holocaust, la gran mayoría de la nación sabe lo que se esconde detrás de la horrenda pero poco alusiva fórmula burocrática de ‘Solución final de la cuestión judía’. Esto es así gracias a que los cineastas estadounidenses tuvieron el valor de liberarse del imperativo paralizador de que el genocidio es irrepresentable”21.
El periodista se refiere implícita pero claramente al dictum de Adorno: “Después 20 Véase
Peter Novick, Nach dem Holocaust , München 2003, pág. 270 (título original: The Holocaust in American Amer ican Life Life , N. Y., 1999). 21 Véase Heinz Höhne, Der Spiegel , 29 de enero, 1979, pág. 22; citado por Peter Novick , op. cit., pág. 275. 47
LA MEMORIA DEL GENOCIDIO ALEMÁN
de Auschwitz escribir un poema es un acto de barbarie”22. Aunque esta frase disuasoria de representar Auschwitz estéticamente haya tenido significado sólo en el contexto de la crítica cultural adorniana, en Alemania se había convertido en una especie de imperativo moral respecto a lo que le es permitido representar al arte, tomando en cuenta que el objeto a estetizar es “Auschwitz”. Para muchos, Auschwitz tenía que representarse como símbolo de lo irreprese irrepresentable. ntable. La serie Holocaust logró liberar a la sociedad de la prohibición de representar popularmente el genocidio. Ello desencadenó tanto una comercialización extrema del tema como una extensa conciencia social respecto al pasado criminal alemán. En los años ochenta, una vez que el holocausto formaba parte del saber popular, comenzaron a surgir discursos inconcebibles años atrás: se investigarían a fondo casos particulares, se publicaría literatura testimonial y memorias de sobrevivientes, se filmarían vídeos caseros de cierta difusión comercial, se fundarían organizaciones civiles de apoyo terapéutico para los afectados y sus descendientes, entre otras actividades. En 1993 se estrenó de nuevo una película estadounidense sobre el holocausto, La lista de Schindler , de Steven Spielberg. En esta ocasión, se trataba de la historia real del empresario nazi Oskar Schindler, que salvó la vida de más de mil judíos. No obstante el carácter pedagógico de esta película, el genocidio se enfoca desde una perspectiva bastante provocativa: Spielberg no ubica en el centro del filme la matanza de los judíos, sino la salvación de mil cien judíos por un nazi de buenas intenciones. La película se discute por todas partes; sin embargo, pertenece a una época en la que, a fuerza de su explotación comercial, el holocausto comenzaba a causar hastío. En la Alemania reunificada de los años noventa, la prohibición de Adorno de representar Auschwitz parece estar definitivamente superada. No sólo se ha convertido en un topus popular, sino que será parte constitutiva de una política estatal cada vez más consciente del peso del pasado en la narrativa nacional. La puesta en escena oficial: cultura de la memoria y sus escenarios políticos
Al reflexionar sobre la exposición “Holocausto, sus monumentos y formas de memoria”, James E. Young señala un momento característico en la constitución de la me-
moria colectiva: “Cuanto más se aleja de nosotros en el tiempo el holocausto, más se acercan al primer plano sus monumentos y museos”23. Sin duda, el tiempo es un factor esencial en la configuración de la memoria histórica de un pueblo. Así como en la vejez surgen los mejores recuerdos de la remota infancia, los pueblos obtienen las representaciones del pasado más nítidas cuanto más se alejan de éste. Por esta razón, no debe extrañarnos que en las últimas décadas del siglo XX , el genocidio se haya convertido en objeto de toda suerte de discursos estatales a nivel mundial. Museos y monumentos se multiplican en todos los países afectados por el nazismo; incluso los mismos monumentos son ya tema de exposiciones. “El problema de la conciencia del holocausto en los ochenta y noventa (escribe Andreas Huyssen), no era ni es el olvido, sino más bien su omnipresencia, el exceso de símbolos del holocausto en nuestra cultura; la fascinación del fascismo en la literatura, en el cine y en los monumentos públicos’’ 24. Hay que decir, sin embargo, que la omnipresencia “holocáustica” en monumentos y museos no se explica sólo por la natural distancia histórica y la obsesión por retener el pasado: los monumentos estatales constituyen un momento importante de la escenificación simbólica de la política. Una excesiva escenificación del pasado podría ser –contradictoriamente– una estrategia política para suprimirlo, o bien, originar una vivencia estetizante descartando la posibilidad y el riesgo que implica la sobriedad de una conciencia crítica histórica. En síntesis, toda conmemoración oficial del pasado es significativa también porque representa intenciones e intereses políticos que pertenecen al presente. El ejemplo más sobresaliente desde el aspecto de una política simbólica nacional es el Holocaust Memorial Museum, inaugurado en 1993 en Washington, D. C. Desde su ubicación, podemos empezar a descifrar el significado político de este museo dentro del discurso nacional estadounidense: se encuentra en la zona de los museos y monumentos más representativos de esa ciudad: frente al Capitolio y al Jefferson Memorial, a una manzana del National Mall y muy cercano al complejo del Instituto Smithsonian, que contiene un conjunto importante de museos. Junto con su archivo y biblioteca, constituye el centro de investigación e información sobre el genoci-
dio alemán más importante de Estados Unidos. Según leemos en su catálogo, el Memorial fue construido “como un componente importante de los museos de la historia americana”. Sin embargo, cuanto más sobresale este museo por sus dimensiones extraordinarias y por la semántica nacional que implica, tanto más urgente se hace tratar de responder a la pregunta con la que James E. Young abre su estudio sobre la escenificación del holocausto en Estados Unidos: “¿Qué significado tiene un museo nacional del holocausto en un país tan lejano y tan ajeno al lugar de los hechos?”25. El mismo catálogo nos da la respuesta: “El “El Memo Memorial rial Museum Museum no sólo refleja el evento histórico del holocausto, sus víctimas y perpetradores, sino también la historia de los testigos, salvadores y liberadores de los KZ”. Leamos entre líneas: este museo no se interesa tanto por documentar la historia alemana en sí sino por representar al Ejército estadounidense como redentor del terror nazi. En efecto, fueron las tropas estadounidenses las que abrieron las puertas de los campos de concentración de Dachau y Buchenwald; además, esta nación se convirtió en uno de los países más importantes de la emigración europea y en un lugar seguro para los judíos que lograron huir del nazismo. Es ésta precisamente la perspectiva que Memorial,, proyectando pretende resaltar el Memorial hacia el presente, como escribe Young, los valores que fundan la identidad nacional estadounidense: la libertad y la posibilidad de una sociedad democrática y enemiga del racismo. Sin embargo, representar los ideales estadounidenses en un fragmento de historia alemana bien puede ser una hábil estrategia para ocultar la propia historia y sus crímenes. En su debatido libro, La industria del holocausto , Norma Normann Finkelstein Finkelstein pregun pregunta: ta: ¿Por qué ocuparse de la historia de los alemanes y no así de los “capítulos más oscuros” de la propia historia?26. La respuesta no se deja esperar: la memoria colectiva nacional se construye a partir de hechos heroicos, sacrificando necesariamente el discurso de las víctimas. El caso de Alemania no necesita mayor justificación justifi cación en su ímpetu por establecer monumentos y museos; nos encontramos en el lugar de los hechos, en la nación a la 25 Véase James E. Young, The Texture of Memory. Holocaust Memorials and Meanings , London, 1993,
22 Véase
Adorno, Kulturkritik und Gesellschaft I, Gesammelte Schriften 10/1, Frankfurt/Main 1977, pág. 30 [trad. J. A. P.]. 48
23 Véase Mahnm Mahnmale ale
des Holocaust, des Holocaust, editado por James
E. Young, München 1996, pág. 19. 24 Véase ibídem, pág. 13 [trad. J. A. P.].
pág. 375. 26 Véase Norman G. Fink , Die Holocaust Industrie , München, 2002, pág. II [versión alemana de: The Holocaust Industry , London, 2000]. CLAVES
DE RAZÓN PRÁCTICA Nº 139 n
JI ME N A A. P RI ET O
que pertenecieron los responsables del genocidio. Mucho antes de que se diera el boom mundial del holocausto, existía en Alemania una tradici tradición ón de monumento monumentoss públicos, sobre todo en la antigua República Democrática Alemana. Claro, el significado político de los Gedenkstätte, o sea, los recintos del recuerdo, ha ido cambiando a lo largo de los años, según el discurso de la política oficial. Plötzensee y Sachsenhausen, como dos Gedenkstätte sobresalientes de la Alemania Alema nia socialista, socialista, tenían poco poco interés por por subrayar en su museografía que las víctimas hubiesen sido judíos, homosexuales o gitanos, e intentaban, más bien, guiar la atención hacia el triunfo del socialismo como superación del fascismo. Sólo hasta en los años ochenta los monumentos obtuvieron un papel fundamental en la política estatal alemana, concretamente, en la política histórica impulsada por el canciller de Alemania Occidental, Helmut Kohl. Si tomamos en cuenta que las conmemoraciones públicas se interesan por fortalecer la identidad nacional, escenificando orgullosamente el pasado colectivo, podemos imaginar por qué ha sido tan problemática la creación de una memoria nacional histórica. Los franceses, por ejemplo, fundan su identidad histórica en una mitificación extrema de la Revolución Francesa, de la misma manera en que los rusos lo hacen basados en la Revolución Bolchevique, o los mexicanos en la Revolución de 1910. El caso de Alemania no es muy afortunado en este sentido: el genocidio significa para toda posteridad una ruptura radical en la historia heroica. Uno de los intereses de la política cultural de Helmut Kohl fue fomentar una visión del pasado en la que el genocidio se volviera relativo: recordar esta etapa como un momento oscuro, sí, pero también como un momento entre otros más heroicos de la historia alemana; si de alguna manera había que rendir culto a las víctimas, había que incluir a todas las víctimas: incluyendo en esa categoría a los soldados alemanes y a los soldados de la SS. El tema está, desde entonces, en el aire: ¿qué valor puede otorgarse al pasado nazi en la totalidad de la historia alemana? En Alemania, como en ninguna otra parte del mundo, cada monumento, cada recinto del recuerdo, cada placa conmemorativa, es objeto de infinitas discusiones públicas y debates intelectuales. Bien señala Young Y oung que se trata de la memoria de una nación que se encuentra frente a la difícil tarea de levantar un nuevo Estado sobre la base del recuerdo de sus terribles crímenes. Hay que echar finalmente una mirada a la Nº 139
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CLAVES
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más grande discusión en torno a la representación estatal del genocidio: un desgarrante debate de 10 años refleja la lucha en la Alemania reunificada por poseer un discurso viable del pasado nazi. Este debate desemboca en la construcción del monumento nacional en memoria del genocidio, el momento cumbre en la canonización estatal del pasado. El escenario nacional, un monumento a los judíos
A 500 metros de distancia del Reichstag, Reichstag, y casi en colindancia con la Puerta de Brandenburgo, en una superficie ocupada en la época nazi por la Villa de Joseph Goebbels, nos topamos hoy en día con un terreno cercado de 19 mil metros cuadrados. A principios del año 2005, según las estimaciones actuales, Alemania tendrá un monumento nacional dedicado a los judíos víctimas del genocidio; 2.700 bloques de cemento de diferente altura constituirán artísticamente un campo de estelas a través del cual el visitante podrá pasear y, según la intención, recordar a las víctimas judías del nacionalsocialismo. En 1999 se decidió por mayoría parlamentaria la construcción del Monumento a los judíos europeos asesinados. El monumento será construido de acuerdo con el proyecto del arquitecto neoyorquino Peter Eisenmann, y contará con un centro de información en el sótano. La construcción, que costará en total 27 millones de euros, corre a cargo del Estado. A pesar de ello, el grupo encargado de la promoción y realización del proyecto considera importante que los ciudadanos alemanes hagan donaciones de apoyo para impulsar su participación activa en la realización del monumento. Hace poco tiempo se contrató a la modelo Claudia Schiffer para realizar una campaña televisiva de recaudación de fondos. Una desgarrante discusión precedió al permiso concedido por el Parlamento para construir semejante obra en el corazón del país, Berlín. Todo comenzó en 1989, poco antes de la caída del muro. Un grupo independiente de periodistas argumentó que, a pesar de los llamados Gedenkstätte, no hay, precisamente en el país de los actores responsables, un monumento nacional en memoria de las víctimas judías. Este grupo promotor se ganó el favor de Helmut Kohl a principios de los noventa; sin embargo, surgieron una y otra vez obstáculos que impedían el permiso de construcción. Las discusiones abordaron numerosos aspectos del asunto: quiénes deben financiar semejante obra, las cuestiones estéticas en torno a la representabilidad de “Auschwitz”, “la monumentalidad” nazi que podría reflejar positi-
vamente este monumento y la idea de que los estadounidenses e israelitas tienen ya monumentos insuperables, por enumerar sólo a algunas. Al ser por defin definición ición un un símbolo símbolo glorifi glorifi-cador de una nación, de sus guerras y sus victorias, el monumento tendría que interpretarse en este caso como una especie de “antimonumento”, a través del cual la nación muestra sus propios crímenes. Sin embargo, hay muchas formas de interpretar una escenificación oficial de la historia. Sybille Quack, miembro del grupo encargado de la construcción, subraya la “dimensión futura” como la última razón de llevar el discurso de las víctimas a las páginas de la narración nacional: “Con este monumento integramos la memoria del holocausto y el duelo por las víctimas en nuestra historia nacional, y mostramos así nuestra responsabilidad futura”27. La opinión de Quack señala precisamente los intereses políticos actuales como una dimensión que no puede suprimirse de toda escenificación nacional del pasado. El monumento nacional a las víctimas del genocidio tiene que significar más que un mero recinto de luto humano: abrir una dimensión hacia el futuro en tanto vistosa advertencia de los peligros que traen consigo los prejuicios raciales, la discriminación por religión, origen, etcétera. Sin embargo, precisamente en este punto, el grupo promotor refleja una política separatista y jerarquizante: el monumento debe representar sólo a los judíos asesinados, con exclusión de todos los demás grupos que fueron víctimas del nacionalsocialismo. Los pros y los contras de un monumento ‘singular’
El profesor israelí Yehuda Bauer, reconocida autoridad mundial en la investigación del genocidio nazi, sostiene que el exterminio de los judíos es incomparable a cualquier otro genocidio: ¿por qué es la Shoah, afirma Bauer, más especial que el genocidio de los armenios, la matanza de los tutsi en Ruanda, del pueblo bosnio en Yugoslavia o de los indios de Norteamérica? Bauer argumenta que por primera vez en la historia fueron condenados a muerte seres humanos por la simple razón de haber nacido; en otros genocidios, las razones han sido reales; sólo en la Shoah se trata de motivos ideológicos, fantásticos. El discurso del profesor Bauer tuvo lugar en el Parlamento alemán, en 1998, poco antes de que se votara a favor de la construcción del monumento. Así con-
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Véase ‘Dissonanzen im Raum der Stille’, Süd-
deutsche Zeitung , 27 de enero de 2003. 49
LA MEMORIA DEL GENOCIDIO ALEMÁN
textualizado, puede verse que Bauer toma posición por un monumento en el que sólo sean recordados los judíos como grupo específico de víctimas. Bauer ignora que los comunistas, los homosexuales, los gitanos, los testigos de Jehová y los minusválidos también fueron asesinados por razones ideológicas, y supone implícitamente que la discriminación a homosexuales, por mencionar un grupo, es una razón real, mientras que el antisemitismo es una razón fantástica. Con certeza, el problema más delicado de todas las cuestiones que impedía la construcción del monumento era la cuestión de la exclusividad. No ha de asombrar que la insistencia del grupo promotor para erigir un monumento sólo a los judíos haya suscitado la indignación de muchos intelectuales, periodistas y políticos; este monumento no puede tratarse de un recinto más del recuerdo, sino de la representación nacional, la última palabra de Alemania como nación respecto al momento más oscuro de su historia. La mayor parte de los grupos de víctimas han de quedar excluidos de este discurso. A la ideología de la exclusividad se opuso sobre todo Romano Rose, el representante de los sinti y los roma –gitanos– en Alemania. Alem ania. Rose argü argüía ía que que lo que carac caracteriz terizaa al holocausto es el carácter de víctima y no así de pertenecer a determinada identidad cultural; “la postura del grupo promotor significa jerarquizar víctimas; el holocausto contiene también el asesinato de 500 mil sinti y roma”28; por otra parte, Ignatz Bubis, en ese entonces director del Consejo Judío Alemán, Alem án, estaba estaba de acuerd acuerdoo en que se erigiera erigiera también un monumento a los sinti y los roma, pero, decía Bubis, éste no debía estar vinculado de ninguna suerte con el Monumento Nacional a los Judíos. Así se movía el péndulo entre la defensa de los unos por un único grupo de víctimas y la indignación de los otros por la exclusión de todos los grupos que debían ser representados en las páginas escénicas del pasado nacional. Hay que decirlo abiertamente: algo de ofensivo hay en la insistencia de la singularidad de los judíos como grupo de víctimas y, en consecuencia, en la exclusividad del Monumento nacional. Parecería ser que el resto de las víctimas es de segunda categoría, que su dolor no es comparable al dolor de los judíos. Sin embargo, hablar de singularidad es estratégicamente atractivo: elige, compara, jerarquiza jerar quiza,, eleva eleva un un grupo grupo al al peldañ peldañoo más más alto. Como bien señala Peter Novick, la singularidad histórica es una categoría mera-
28 Véase Romano Rose ‘Ein Mahnmal für alle Opfer’, semanario Die Zeit , 28 de abril de 1989.
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mente cuantitativa, vacía de por sí, si tomamos en cuenta que todo suceso histórico es singular.. En Estados Unidos se discutía si en singular Bosnia se trataba “de un holocausto en realidad o sólo de un genocidio” 29. Para muchos, en Bosnia se había llevado a cabo un genocidio, y con ello se atribuía implícitamente una importancia menor en comparación con el holocausto. El día de la conmemoración oficial de la Shoah en Israel, en 1999, el primer ministro Benjamín Netan jahu subrayó subrayó que los sucesos en Kosovo no fueron comparables a las monstruosidades del holocausto alemán30. Ciertamente, la singularidad del genocidio reside en eso que se ha llamado “ruptura civilizatoria”, y no así en que un grupo de seres humanos haya sido el grupo mayoritario de víctimas de los nazis. Daniel Goldhagen nos recuerda el sentido, al menos ideal, de escenificar el pasado nacional en la memoria: “Si una sociedad se interesa por la justicia, entonces debe honrar la memoria de aquellos que fueron perseguidos [...] ¿merece un grupo de víctimas en virtud de su dolor un monumento más significativo que otro grupo?”31. Si nos encontramos en el caso alemán con un “antimonumento”, el me jor significa significado do que éste puede tener es llamar la atención para el presente y el futuro a través de la memoria de todas las víctimas discriminadas y asesinadas por razones arbitrarias. Por desgracia, este fin es irrealizable en la medida en que resulta discriminada la mayoría de los grupos de víctimas. El Monumento Nacional a los Judíos Europeos Asesinados, cumbre del difícil y doloroso proceso de la memoria del genocidio en Alemania, lleva en su esencia este fracaso. La historia de la representación del genocidio alemán se constituye como momento fundamental de la historia política de Alemania. Alema nia. En las inmediaciones inmediaciones de la guerra no podía haber una conciencia clara de lo que fue el genocidio en todas sus significaciones; una “culpa ordenada”, manifiesta a través de tribunales militares y medidas radicales de desnazificación, parecía ser la única forma de “superar el pasado”. Sólo con el tiempo, los alemanes han tomado conciencia de que las estrategias jurídicas poco o nada redimen del pasado. El genocidio toma la palabra permanentemente, década tras década, ya sea en el silencio convertido en tabú, en la amnesia colectiva
producto del bienestar económico o en la popularización mundial del “Holocausto”. Esta historia alcanza su punto culminante en el momento en que la nación escenifica monumentalmente su propio crimen y se solidariza de esta suerte con las que fueron sus propias víctimas. La Alemania del siglo XXI ha logrado integrar a su narrativa nacional el discurso de las víctimas, es decir, ha logrado tomar distancia de la identidad de “los actores responsables” de Auschwitz. La escenificación del pasado fracasa éticamente si el monumento nacional refuerza en primer término la conciencia del otro como “el otro excluido”, “el extranjero”, el “no-alemán”. El recuerdo, en términos de luto, es productivo sólo si existe una solidaridad con las víctimas en tanto que víctimas y no en tanto que grupo específico de víctimas. Para algunos, el Monumento a los Judíos Europeos Asesinados no significa tanto un acto de solidaridad con las víctimas sino el último peldaño en la “monumentalización de la vergüenza alemana”; refleja la “incansable necesidad de ritualizar e instrumentalizar el pasado” (Martin Walser). En realidad, siempre ha existido una instrumentalización de “Auschwitz”; es parte constitutiva de la memoria colectiva el señalar intereses del presente a través de la escenificación del pasado. Sin embargo, el sentido del recuerdo y de una política de la memoria no tiene que reducirse necesariamente a la mera instrumentalización. También en el espacio de la política oficial puede abrirse una dimensión, al menos ideal, en la que encuentre un reflejo el imperativo ético de “un mundo mejor y más justo”, al ser este imperativo la justificación profunda de la escenificación del pasado alemán. Ya sea los Gedenkstätte, los museos sobre el holocausto, e incluso el monumento nacional, deben tener la función que Kafka atribuía a la literatura: “Un libro debe ser el hacha para el mar congelado en nosotros”. Sólo en la medida en que el pasado criminal alemán dialogue con los problemas sociales del presente (por ejemplo, el racismo y sus expresiones en sociedades multiculturales), cumplirá con la función del imperativo ético de la justicia, y podrá hablarse de un aspecto productivo de la política nacional de la memoria. n
Berlín. Agosto 2003
29 Véase Peter Novick, op. cit ., ., págs. 22-28. 30 Véase semanario alemán Der Spiegel , 13
de abril de 1999. 31 Véase Daniel Goldhagen, ‘Es gibt keine Hierarchie der Opfer’, semanario Die Zeit, 7 de febrero de 1997. CLAVES
DE RAZÓN PRÁCTICA Nº 139 n
S E M B L A N Z A
HERMAN MELVILLE MELVILLE Y ‘MOBY DICK’ DICK’ W.. SOMERSET MAUGHAM W
a novela”, leo en la Enciclopedia Británica, “se ha convertido en vehículo de sátira, de instrucción, de exhortación política o religiosa, de información técnica; pero estas cuestiones son secundarias. La finalidad simple y directa de la novela es divertir mediante una sucesión de escenas pintadas del natural y mediante un hilo narrativo emotivo”. emotivo”. Estas líneas resumen la cuestión en pocas palabras. La novela, sigo leyendo, comenzó a gozar de aceptación en la época alejandrina, cuando la vida era lo bastante fácil como para que la gente se deleitara con narraciones, realistas o fantásticas, de las aventuras y emociones de personajes imaginarios. Sin embargo, la primera obra de ficción que ha llegado hasta nosotros a la que en rigor puede calificarse de novela es la escrita por un griego llamado Longo y titulada Dafnis y Cloe . De ésta, a través de innumerables generaciones, con mucho altibajos y muchas desviaciones, se derivan las novelas cuya finalidad directa es, como señala la Enciclopedia Británica, divertir mediante una sucesión de escenas pintadas del natural y mediante un hilo de narración emotiva. Pero hay novelas tan distintas en los efectos que producen en el lector,, que parecen haber sido eslector critas con una intención tan distinta que deben incluirse en una clase aparte. aparte. No Novelas velas tales tales como Mobyy Dick, Cumb Mob Cumbres res borrasco borrascosas sas y Los hermanos Karamazov, pero también las novelas de James Joyce y Franz Kafka. Los novelistas son mutaciones de la estirpe común de los obispos y los camareros, los policías y los políticos, etcétera; y las mutaciones se producen en serie. Pero los biólogos nos dicen que la mayoría son dañinas,
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y muchas letales. Ahora bien, puesto que el tipo de libro que un escritor escribe depende de la clase de hombre que sea, y eso depende en parte de la asociación en el cromosoma de genes procedentes de diferentes progenitores y en parte del medio, no deja de ser significativo que los novelistas tengan propensión a la esterilidad; sólo hay dos en la historia, Tolstói y Dickens, que fueron extraordinariamente fértiles. Es evidente que la mutación es letal. Pero tal vez sea mejor así, pues mientras que las ostras cuando proliferan producen ostras, los novelistas las más de las veces producen mentecatos. La mutación concreta que ahora me interesa no ha dejado, que yo sepa, descendientes literarios. Hablaré en primer lugar del autor de esa novela extraña y llena Dick . He de fuerza titulada Moby Dick leído Herman Melville, marinero y místico, de Raymond Weaver; Herman Melville, de Lewis Mumford; Melville en los mares del Sur, de Charles Roberts Anderson; Herman Melville: La tragedia de la mente, de William Ellery Sedg Melville, le, de Newton Arvin. wick, wic k, y Melvil
He leído con interés todas estas obras, he sacado provecho de la mayoría y he conocido por ellas algunos datos útiles a mi modesto propósito. Pero tengo mis dudas de que ahora sepa más que antes acerca de Melville, el hombre. Según Raymond Weaver, “en 1919, con ocasión del centenario de Melville, un crítico no muy cauto”” escribió: “Debido a alguna cauto extraña experiencia psicológica, que nunca ha sido explicada de modo concluyente, su estilo, su concepción de la vida sufrieron un cambio total”. No llego a entender por qué se califica de no muy cauto a ese crítico no identi-
ficado. Atinó con el problema que debe traer de cabeza a todo aquel que se interese por Melville. Por ese motivo se examinan todos los detalles conocidos de su vida y se leen sus cartas y sus libros, algunos de los cuales sólo pueden leerse con un decidido esfuerzo de la voluntad para descubrir alguna pista que pueda ayudar a esclarecer el misterio. Pero vayamos primero con los hechos, según nos los cuentan los biógrafos. En apariencia, pero sólo en apariencia, resultan de lo más sencillo. Herman Melville nació en 1819. Su padre, Allan Melville, y su madre, Maria Gansevoort, eran de buena familia. Allan era un hombre culto que había viajado mucho, y Maria una mujer elegante, distinguida y piadosa. Durante los primeros cinco años de su matrimonio vivieron en Albany, y después se instalaron en Nueva York, York, donde el negocio de Allan –era –era importado importadorr de comescomestibles franceses– prosperó durante algún tiempo y donde nació Herman. Fue el tercero de sus ocho hijos. Pero en 1830 Allan Melville pasaba por una mala racha y la familia regresó a Albany, donde dos años después murió arruinado y, según se dice, demente. Dejó a su familia en la miseria. Herman ingresó en el Instituto Clásico para niños de Albany y, al dejar la escuela a los 15 años de edad, entró a trabajar como empleado en el New York State Bank; en 1835 trabajaba en el almacén de pieles de su hermano Gansevoort, y al año siguiente en la granja de su tío en Pittsfield. Durante un trimestre fue maestro en la escuela comunal del distrito de Sykes. A los 17 años se hizo a la mar. Se ha escrito mucho para explicar esta decisión, pe-
ro no entiendo la necesidad de buscar más razones que la que él mismo ofrece: “Tristes decepciones en varios planes que había trazado para mi vida futura; la necesidad de hacer algo por mí mismo, unida a una disposición errante por naturaleza, habían conspirado ahora dentro de mí para enviarme al mar como marinero”.
Había probado suerte sin éxito en varias ocupaciones, y por lo que sabemos de su madre podemos suponer que ésta no vaciló en expresar su desagrado. Se hizo a la mar, como muchos jóvenes han hecho antes y después, porque se sentía desdichado en casa. Melville era un hombre muy extraño, pero resulta innecesario buscar extrañeza en un proceder por completo natural. Llegó a Nueva York calado hasta los huesos, con unos pantalones remendados y una cazadora, sin un centavo en el bolsillo y una escopeta cuya venta le había encomendado su hermano Gansevoort; cruzó la ciudad para ir a casa de un amigo de su hermano, donde pasó la noche, y al día siguiente se dirigió a los muelles junto con ese amigo. Buscaron hasta que encontraron un barco que zarpaba rumbo a Liverpool, y Melville se enroló como “grumete” por tres dólares al mes. Doce años después escribiría en Redburn una crónica del viaje de ida y vuelta y de su estancia en Liverpool. Lo consideró un trabajo sin importancia, pero es un libro pintoresco e interesante, y está escrito en un inglés sencillo, directo, fácil y sin afectación. Es una de sus obras más legibles. No se sabe gran cosa de cómo pasó los tres años siguientes. De acuerdo con las versiones aceptadas, “dio clases” en diversos lugares: en uno de ellos, Greenbush, CLAVES
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Nueva York, percibía seis dólares al trimestre más la comida; y escribió varios artículos para periódicos de provincias. Se han encontrado un par de ellos. Carecen de interés, pero ofrecen indicios de que había hecho lecturas abundantes aunque poco sistemáticas, y tienen una peculiaridad de la que nunca pudo desprenderse hasta el fin de sus días, a saber, la de hacer alusión sin venir a cuento a dioses mitológicos, personajes históricos y románticos y toda clase de autores. Raymond Weaver W eaver señala al respecto respecto:: “Invocaba a Burton, Shakespeare, Byron, Milton, Coleridge y Chesterfield, además de a Prometeo y Cenicienta, Mahoma y Cleopatra, la Virgen y las huríes, los Médicis y los musulmanes, que salpicaban sin orden ni concierto sus páginas”.
Pero tenía espíritu aventurero, y cabe suponer que al final no pudo soportar más la insustancialidad de la vida a la que parecían haberlo condenado las circunstancias. Aunque Aun que la vida en el mar no hab había ía sido de su agrado, decidió embarcarse de nuevo, y en 1841 zarpó de New Bedford a bordo del ballene Acushn shnet, et, rumbo al Pacífico. Exro Acu cepto uno de ellos, los hombres del castillo de proa eran toscos, brutales e incultos; la excepción era un grumete de 17 años llamado Richard Tobias Greene. Así lo describió Melville: “Toby estaba dotado de una apariencia notablemente atractiva. Ataviado con su capote azul y sus pantalones de lona, era el marinero de aspecto más elegante que nunca pisó una cubierta; era singularmente pequeño y de constitución liviana, con gran flexibilidad de miembros. El color oscuro por naturaleza de su tez se había intensificado debido a la exposición al sol tropical, y una masa de mechones de color azabache se agolpaban en torno a sus sieNº 139
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CLAVES
DE RAZÓN PRÁCTICA
Herman Melville
nes y proyectaban un tono más oscuro sobre sus grandes ojos negros”.
Después de 15 meses de cruce Acushnet net hizo escala en Nuro, el Acush ku-Hiva, una isla de las Marquesas. Los dos muchacho muchachos,s, asqueados de las penalidades de la vida a bordo del ballenero y de la brutalidad del capitán, decidieron desertar. Escondieron todo el tabaco, las galletas y el percal (para darlo a los nativos) que pudieron en el delantero de sus capotes y huyeron hacia el interior de la isla. Al cabo de varios días, durante los cuales sufrieron diversos contratiempos, llegaron al valle habitado por los taipis, que los recibieron de manera hospitalaria. Poco después de su llegada, Toby partió con el pretexto de conseguir ayuda médica, pues en el camino Melville se lastimó de tal gravedad en una pierna que sufría grandes dolores al caminar, aunque en realidad pretendía organizar la fuga de ambos. Los taipis tenían fama de caníbales, y la prudencia indicaba que no
era sensato depender durante de- lación, un médico venido a memasiado tiempo de que su nos a quien Melville llama doctor buena voluntad no se Long Ghost, Melville navegó hasagotase. Toby Toby no regresó, y ta la vecina isla de Moorea, donde mucho después se descu- se ofrecieron a dos hacendados pabrió que, al llegar a la costa, ra recolectar patatas. A Melville no lo raptaron para enrolarlo en le había gustado la agricultura un ballenero. Melville, se- cuando trabajó para su tío en Masgún su propio relato, pasó sachusetts, y menos aún le gustó cuatro meses en el valle. bajo el sol tropical de la Polinesia. Lo trataron bien. Se Deambuló en compañía del dochizo muy amigo tor Long Ghost, viviendo de lo de una mucha- que les daban los nativos, y, al ficha llamada nal, convenció al capitán de un Fayaway, salió ballenero al que llama Leviathan a nadar y a nave- de que lo contratara y dejó al docgar con ella, y ex- tor en Moorea. En ese barco llegó cepción hecha de a Honolulú. No se sabe con cersu miedo a ser devora- teza qué hizo allí. Se supone que do, fue bastante feliz. Después su- encontró trabajo como adminiscedió que el capitán de un balle- trativo. Después navegó como manero que fondeó en Nuka-Hiva rinero en una fragata estadounise enteró de que había un mari- dense, la United States, y un año nero en manos de los taipis. Mu- después, a la llegada del buque a chos de sus tripulantes habían de- puerto, fue dado de baja. sertado, así que envió un bote carEstamos ya a 1844. Melville gado de nativos tabúes para tenía 25 años. No existe ningún conseguir liberar a aquel hombre. retrato suyo de joven, pero por los Melville, también según su pro- que se le hicieron en su madurez, pio relato, convenció a los nati- podemos imaginarlo con veintivos de que lo dejasen ir a la playa tantos años como un hombre alto y, tras una escaramuza en la que y bien parecido, fuerte y activo, mató a un hombre con un biche- de ojos bastante pequeños, de naro, logró escapar. riz recta, color saludable y hermoLa vida en el barco en el que sa cabeza de cabello ondulado. ahora navegaba, el Jul Al regre regresar sar a su país enco encontró ntró a Julia, ia, era aún Acushnet, net, y al cabo su madre y sus hermanas instalapeor que en el Acush de algunas semanas de infructuosa das en Lansingburg, un suburbio navegación a la caza de ballenas, el de Albany. Su hermano mayor, capitán puso al pairo su nave fren- Gansevoort, había abandonado su te a la costa de la isla de Tahití. La almacén de pieles y era abogado y tripulación se amotinó y ensegui- político; su segundo hermano, da, después de un juicio en Pa- Allan, Allan, también también abogado abogado,, se había había peete, los marineros ingresaron en establecido en Nueva York; y el Julia, ia, menor, Tom, que pronto se haría a la cárcel de esa población. El Jul una vez contratada una nueva tri- la mar como Herman, era todavía pulación, se hizo otra vez a la mar, un adolescente. Herman se cony los prisioneros quedaron en li- virtió en el centro de interés como bertad poco después. Junto con “el hombre que había vivido entre otro miembro de la antigua tripu- los caníbales”, y contó la historia 53
HERMAN MELVILLE Y ‘MOBY DICK’
de sus aventuras ante oyentes ávidos que lo animaron a escribir un libro, lo que se aprestó a hacer de inmediato. Había probado a escribir antes, aunque con escaso éxito. Pero tenía que ganar dinero, y escribir le pareció, como a muchos otros escritores equivocados, antes y después, una manera fácil de hacerlo. Cuando Taipi, el libro en el que describía su estancia en la isla de Nuka-Hiva, estuvo terminado, Gansevoort Melville, que había viajado a Londres en calidad de secretario de un ministro estadounidense, se lo presentó a John Murr Murray ay,, que lo aceptó, aceptó, y algún tiempo después Wiley y Putnam lo publicaron en Estados Unidos. La obra fue bien acogida, y Melville, animado por ello, escribió la continuación de sus aventuras en el Pacífico Sur Sur en un libro titulado Omoo. Éste apareció en 1847, y ese mismo año se casó con Elizabeth, hija única del magistrado Shaw, cuya familia era conocida de los Melville desde hacía tiempo. La joven pareja se mudó a Nueva York Y ork,, donde donde vivi vivióó en en casa casa de Alla Allann Melville, en el número 103 de la Cuarta Avenida, junto con las hermanas de Herman y Allan, Augusta, Fanny y Helen. No se nos dice por qué las tres jóvenes dejaron a su madre en Lansinburg. Herman se puso a escribir. En 1849, cuando llevaba dos años casado y unos meses después del nacimiento de su primogénito, un niño al que se puso el nombre de Malcolm, volvió a cruzar el Atlántico, en esta ocasión como pasajero, para entrevistarse con algunos editores y concertar la publicación de Chaqueta blanca, el libro en el que describe sus experiencias en la fragata United States . Desde Londres via jó a París París y Brusel Bruselas as y remontó remontó elel Rin. Su esposa escribió lo siguiente en sus áridas memorias: “En el verano de 1849 nos quedados en Nueva York. Escribió Redburn y Chaqueta blanca. El otoño viajó a Inglaterra y publicó lo anterior. Disfrutó poco del via je por la añoranza, y regresó a casa en cuanto pudo, dejando pasar invitaciones atractivas de personas distinguidas –una del duque de Rutland para que pasara una semana en el castillo de Belvoir–; véase su diario. Fuimos a Pittsfield y embarcamos 54
en el verano de 1850. Nos mudamos a Arrowhead en otoño, octubre de 1850”. Arrowhead 1850”.
Arrowhea Arro wheadd era el nombre que Melville le había dado a una gran ja que compró en Pittsfi Pittsfield eld con dinero adelantado por el magistrado, y allí se instaló con su esposa, su hijo y sus hermanas. La señora Melville, con su estilo prosaico, dice en su diario: “Escribió La ballena blanca o Moby Dick en circunstancias desfavorables; pasaba todo el día sentado ante su escritorio escr itorio sin escribir nada hasta las cuatro o las cinco; luego iba a caballo al pueblo después del anochecer, se levantaba temprano y salía a pasear antes del desayuno, y a veces cortaba leña para hacer ejercicio. Todos nos sentimos preocupados por la tensión sobre su salud en la primavera de 1853”.
Cuando Melville se instaló en Arrowhea Arro whead, d, descubrió descubrió que Hawthorne vivía en las proximidades. Sentía por el escritor más veterano algo muy parecido al enamoramiento de una colegiala, un enamoramiento que pudo desconcertar un tanto a aquel hombre reservado, egocéntrico e inexpresivo. Las cartas que le escribió eran apasionadas: “Dejaré el mundo, según creo, con más satisfacción por haber llegado a conocerlo”, decía en una de ellas. “Conocerlo a usted me convence de nuestra inmortalidad más que la Biblia”. Una noche cabalgó hasta la Casa Roja de Lenox para hablar –por lo que parece, con cierto hastío por parte de Hawthorne– “de la Providencia y del futuro y de todo lo demás que está fuera del alcance del conocimiento humano”. Mientras los dos escritores disertaban, la señora Hawthorne cosía sentada a su mesa, y en una carta a su madre describió así a Melville: “No estoy del todo segura de no considerarlo un gran hombre. [...] Un hombre con un corazón auténtico y afectuoso, y un alma y un intelecto; vital hasta las yemas de los dedos; serio, sincero y reverenrever ente; muy tierno y modesto. [...] Tiene un poder de percepción muy agudo; pero lo que me asombra es que sus ojos no son grandes ni profundos. Parece verlo todo de forma muy exacta; pero no sabría decir cómo puede hacerlo con esos ojos tan pequeños. Su nariz es recta y bastante agraciada, su boca expresa sensibilidad y emoción. Es alto y erguido, con un aire libre, valeroso y varonil. Cuando conversa, es todo gestos y fuerza, y se pierde en el asunto del que habla. No hay gracia, ni brillo.
De vez en cuando, su animación da lugar a una expresión de singular quietud, de esos ojos a los que he puesto reparos; una mirada hacia dentro, borrosa, pero que al mismo tiempo hace sentir que en ese momento está anotando profundamente lo que tiene ante sí. Es una mirada extraña, perezosa, pero con una fuerza ciertamente única. No parece penetrar a través de uno, sino llevarlo hacia sí”.
Los Hawthorne se marcharon de Lenox, y la amistad, entusiasta y profunda por parte de Melville, sosegada y quizás incómoda por la de Hawthorne, llegó a su fin. Melville le dedicó Moby Dick . No No se ha conservado la carta que éste le escribió después de leer la novela, pero por la respuesta de Melville da la impresión de que éste suponía que a Hawthorne no le había gustado. Tampoco gustó al público, ni a los críticos; y Pierre, que se publicó a continuación, mereció una acogida más desfavorable si cabe. Fue recibida con improperios despectivos. Melville ganaba muy poco dinero con sus escritos y tenía que mantener no sólo a su esposa, sus dos hijos y sus dos hijas, sino también, es de suponer, a sus tres hermanas. A juzgar juzg ar por sus cartas, cartas, cultivar cultivar sus tierras le agradaba tan poco a Melville como segar el heno de su tío en Pittsfield o recoger patatas en Moorea. Lo cierto es que nunca le había interesado el trabajo manual: “Vea mi mano: cuatro ampollas en la palma, causadas por azadas y martillos en los últimos días. Llueve esta mañana, así que estoy dentro, y todo el trabajo suspendido. Me siento alegremente en disposición”. No es probable que un labrador con las manos tan delicadas labrase con provecho. Parece ser que su suegro, el magistrado, acudía de forma periódica en auxilio económico de la familia; y como era un hombre sensato, además de muy buena persona, cabe suponer que fue él quien sugirió a Melville que buscase otra forma de ganarse la vida. Se movieron varios hilos para conseguirle un consulado, pero sin éxito, y se vio obligado a seguir escribiendo. Enfermó, y el magistrado acudió una vez más en su ayuda; en 1856 viajó al extranjero, en esta ocasión a Constantinopla, Palestina, Grecia e Italia, y al regresar
consiguió ganar algún dinero pronunciando conferencias. En 1860 hizo su último viaje. Tom, su hermano menor, estaba al mando de un clíper que comerciaba con Chi Meteor, r, y en esta embarcana, el Meteo ción navegó Melville, doblando el cabo de Hornos, hasta San Francisco. Cabía esperar que le quedase aún bastante espíritu aventurero para aprovechar la oportunidad de viajar hasta el Extremo Oriente, pero por alguna razón desconocida, ya fuera porque se hartó de su hermano o porque éste no lo aguantaba, desembarcó en San Francisco y regresó a casa. Desde hacía algunos años, la familia Melville vivía sumida en una gran pobreza, pero en 1861 el magistrado murió, y dejó a su hija una generosa herencia; entonces decidieron desprenderse de Arrowhead y comprar una casa en Nueva York a Allan, el próspero hermano de Herman, y al que como parte del pago cedieron Arrowhead. En esa casa, en el número 104 de la calle Veintiséis Este, vivió Melville hasta el fin de sus días. En esta época, según Raymond Weav W eaver er,, era era un bue buenn año año si gan ganaba aba cien dólares en concepto de derechos de autor; en 1866 consiguió el nombramiento de inspector de Aduanas, Adua nas, por por el que percib percibía ía cuacuatro dólares diarios. Al año siguiente, Malcolm, su hijo mayor, se disparó un tiro en su habitación, aunque no se sabe con certeza si fue un accidente o una acción deliberada; su segundo hijo, Stanwix, huyó de casa y nunca más se supo de él. Melville conservó su modesto empleo en Aduanas durante veinte años, hasta que su esposa heredó de su hermano Samuel y él renunció al puesto. En 1878 publicó, por cuenta de su tío Gansevoort, un poema de veinte mil versos titulado Clarel. Poco antes de su muerte escribió, o reescribió, una novela corta titulada Billy Budd. Murió, olvidado, en 1891. Tenía 72 años. Ésta es, en síntesis, la historia de la vida de Melville como la cuentan sus biógrafos, pero es evidente que hay muchas cosas que no han contado. Pasan por alto la muerte de Malcolm y la huida de Stan wix de cas casaa com comoo sisi fuer fueran an asu asunto ntoss CLAVES
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carentes de importancia. Es indudable que la desafortunada muerte del primogénito afligió a sus padres; es indudable también que la desaparición de su segundo hijo los perturbó. Debió haber un intercambio de cartas entre la señora Melville y sus hermanos cuando el muchacho, de 18 años de edad, se disparó; no podemos por menos que suponer que fueron eliminadas; es cierto que en 1867 la fama de Melville había menguado, pero cabía esperar que ese hecho hubiera recordado su existencia a la prensa, y que se hiciera por tanto alguna mención al suceso en los periódicos. Era noticia, y los periódicos estadounidenses nunca han vacilado a la hora de sacar el máximo partido. ¿No se efectuó una investigación sobre las circunstancias del fallecimiento del joven? jove n? Si se había había suicidado suicidado,, ¿qué lo impulso a hacerlo? ¿Y por qué se escapó de casa Stanwix? ¿Cuáles eran las condiciones de su vida en su casa que lo impulsaron a dar ese paso, y cómo es que nada más se supo de él? La señora Melville, al parecer, era una madre buena y afectuosa; es extraño que, también por lo que sabemos, presuntamente no hiciera nada para ponerse en contacto con él. Partiendo del hecho de que sólo ella y sus dos hi jas asistieron asistieron al funeral de MelviMelville –los únicos miembros de su familia inmediata que vivían–, según se nos dice debemos suponer que Stanwix había muerto. Los documentos indican que en su vejez a Melville le gustaban sus nietos, pero sus sentimientos hacia sus hijos eran ambiguos. Le wis Munfor Munford, d, cuya biografía de Melville es sensata, y todo parece indicar que fidedigna, ofrece un sombrío relato de sus relaciones con ellos. Al parecer era un padre severo e intolerante: “Una de sus hijas no podía recordar la imagen de su padre sin cierta dolorosa repugnancia. [...] Cuando se gastaba diez dólares en comprar una obra de arte, un grabado o una estatua, y apenas había pan que echarse a la boca, ¿quién puede extrañarse de sus negros recuerdos?”.
“Repugnancia” es una palabra muy fuerte: cabría pensar que intolerancia o irritación fueran más Nº 139
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adecuadas para expresar lo que sus hijas podían sentir cuando su padre se mostraba tan irreflexivo. Debía de haber algo más que causara su amargura. Al parecer, Melville era de una jocosidad no muy de su gusto, y si se lee entre líneas, es difícil dejar a un lado la sospecha de que a veces volvía a casa cargado de alcohol. Me apresuro a añadir que estoy conjeturando conjeturando.. El profesor Stoll, en un artículo publicado en The Journal of the History of Ideas, sugiere que Melville era un “completo abstemio”. No me lo creo. Era una persona sociable, y es en efecto muy probable que cuando era marinero a pie de mástil bebiera con los demás. Sabemos que en su primer viaje a Europa como pasajero permanecía despierto hasta altas horas de la noche, bebiendo ponches de whisky y hablando de metafísica con un joven erudito llamado Adler, y después en Arrowhead, cuando llegaban de visita los amigos de la ciudad, “se oye hablar mucho de champán, ginebra y cigarros” en las excursiones que hacían a los lugares de interés de los alrededores. El trabajo de Melville consistía en parte en inspeccionar los barcos que entraban en el puerto, y a menos que los capitanes estadounidenses hayan cambiado muchísimo desde aquella época, es en rigor cierto que no pasaría mucho tiempo desde que ponía el pie en cubierta hasta que lo llevaran bajo cubierta para tomar un trago. Sería perfectamente natural que en su desencanto de la vida buscase consuelo en la bebida. Debo añadir que, a diferencia de muchos de sus compañeros de Aduanas, cumplía con sus obligaciones con la mayor integridad. Melville era una persona muy especial, aunque son muy escasos los datos concluyentes de que se dispone para saber algo acerca de su carácter; sin embargo, de sus dos primeros libros se puede obtener una idea bastante aproximada de cómo era en su juventud. Omoo me parece más legible que Taipi . Es una narración directa de su experiencia en la isla de Moorea, y en términos generales puede aceptarse como verdadera; Taipi, en cambio, parece una mezcolan-
za de realidad y fantasía. Según Charles Roberts Anderson, Melville sólo pasó un mes en la isla de Nuku-Hiva, y no cuatro, como él aseguraba, y sus aventuras en el camino hasta el valle de los taipis no fueron tan extraordinarias como él da a entender ni tan grandes los peligros que corrió por la supuesta predilección de éstos por la carne humana; y el relato de su huida, según él lo narra, resulta muy inverosímil:
Pero el retrato del autor de estos dos libros aparece con nitidez, y no hay que hacer ningún n ingún esfuerzo imaginativo para comprobar que era un joven fuerte, valiente y decidido, vitalista y aficionado a la diversión, haragán pero no perezoso; alegre, afable, amistoso y despreocupado. Le fascinó la belleza de las muchachas de la Polinesia, como le habría sucedido a cualquier joven de su edad, y lo extraño habría sido que no aceptase los favores que sin duda estaban dis“Toda la escena del rescate en sí mispuestas a concederle. Si había algo mo es romántica y poco convincente, apapoco habitual en él era que disfrurentemente escrita de manera apresurada y taba sobremanera con la belleza, más con la intención de presentarse como aspecto ante el que los jóvenes tieun héroe que con la adecuada consideración al refinamiento lógico y dramático”. nen tendencia a mostrarse indiferentes, y hay cierta intensidad en No hay que criticar a Melville sus descripciones admirativas del por ello. Se nos ha dicho que en mar y el cielo y las verdes montamuchas ocasiones hizo una cróni- ñas. Tal Tal vez el único indicio de que ca de sus aventuras ante audiencias tenía algo más en su interior que entregadas, y todo el mundo sabe cualquier otro marinero de 23 lo difícil que es resistirse a la ten- años es que era de “natural reflexitación de mejorar un poco la his- vo”, y era consciente de ello. “Soy toria, y de hacerla algo más apa- de un humor meditabundo”, essionante, cada vez que se cuenta. cribió mucho después, “y cuando Cuando se dispuso a ponerla por estaba en la mar solía subir a meescrito, le habría resultado emba- nudo a la jarcia por la noche, y, razoso reseñar los hechos escuetos sentado en una de las vergas más y no especialmente emocionantes altas, me arrebujaba en mi capote pues en innumerables charlas los y me abandonaba a la reflexión”. había adornado con despreocupa despreocupa-¿Cómo se explica la transforción. Lo cierto es que Taipi parece mación de este joven en apariencia una recopilación de material que normal en el feroz pesimista que Melville encontró en libros de via- escribió Pierre? ¿Qué convirtió al jes contempo contemporáneo ráneos,s, combinado combinadoss escritor mediocre de Taipi en el con una versión muy parcial de misteriosamente imaginativo, llesus experiencias personales. El di- no de fuerza, inspirado y elocuen Mobyy Dick? Algunos ligente señor Anderson ha demos- te autor de Mob Algunos trado que en ocasiones no sólo re- piensan que un ataque de locura. petía los errores que se cometían Sus admiradores han negado con en esos libros de viajes, sino que en vehemencia esta posibilidad, covarios casos utilizó las mismas pa- mo si fuera algo vergonzoso; pero labras que sus autores. Creo que desde luego, no es más vergonzoso eso explica cierta pesadez que el que padecer un ataque de ictericia. lector puede encontrar en esa obra. No voy a analizar en este ensayo Taipi y Omoo están bastante bien Pierre . Es un libro absurdo. Hay escritas en el idioma de la época. en sus páginas afirmaciones preMelville tendía ya a usar el térmi- ñadas de significado: Melville esno literario en vez del común: así, cribía con dolor y amargura, y su por ejemplo, prefiere emplear edi- pasión daba origen de vez en cuan fice a building para decir “edificio”; do a pasajes convincentes y elouna cabaña no está cerca de otra, cuentes; sin embargo, los incidenni siquiera en su proximidad, sino tes son inverosímiles, las motivaen su vecindad; tiende más a estar ciones poco terminantes y los fatigadoo que, como la mayoría de diálogos forzados. Da la sensación fatigad la gente, cansado; y prefiere dejar de que Pierre se ha escrito en un traslucir, antes que expresar, un estado de neurastenia avanzada. sentimiento. Pero eso no es locura. Si existe al55
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guna prueba de que Melville es- marido y que era una mujer sentuvo loco loco alguna vez, vez, no se ha pre- sata, bondadosa y práctica, si bien sentado, que yo sepa. Se ha insi- estrecha de miras y convencional. nuado también que las profundas Sobrellevó la pobreza sin quejarse. lecturas que efectuó cuando se Es indudable que le desconcertó trasladó de Lansinburg a Nueva la evolución de su marido, y tal York Y ork lo afectaron tanto que lo vez lamentó que tendiera a desconvirtieron en un hombre dis- aprovechar la reputación y poputinto; la idea de que lo volvió loco laridad que había conquistado grasir Thomas Browne, del mismo cias a Taipi y Omoo, pero continuó modo que a Don Quijote lo vol- creyendo en él y admirándolo hasvieron loco las novelas de caballe- ta el final. No era una intelectual, ría, es demasiado ingenua para re- pero era una esposa buena, tolesultar convincente. Por algún pro- rante y cariñosa. ceso que desconocemos, el escritor ¿La amaba Melville? No se ha han escrito acerca de Melville ha mediocre se convirtió en un escri- conservado ninguna carta que él pu- pasado por alto el placer que hator con algo parecido al genio. En diera haberle escrito durante el no- llaba en la belleza masculina. En esta época caracterizada por la viazgo, y no es más que una suposi- una conferencia que pronunció sopreocupación por el sexo, es na- ción sentimental el decir que se vio bre la escultura tras regresar de Patural buscar una causa de índole afectado por una “sagrada y miste- lestina e Italia, escogió la estatua sexual para explicar una circuns- riosa alegría”. Se casó con ella. Pero grecorromana conocida por el tancia tan extraña. los hombres no siempre se casan nombre de Apolo Belvedere para Melville escribió Taipi y Omoo por amor. Es posible que estuviera hacer un comentario pormenoriantes de su matrimonio con Eli- cansado de llevar una vida errante y zado. El principal mérito de esa zabeth Shaw. Durante el primer quisiera sentar la cabeza: una de las obra es que representa a un joven Mardi,, cosas extrañas de este hombre ex- muy apuesto. He hablado ya de la año de su unión escribió Mardi libro que comienza como una traño es que aunque, como él mis- impresión que en Melville causó simple continuación de sus aven- mo dice, de “disposición errante por Toby, el muchacho en cuya comturas en el mar pero que después naturaleza”, tras su primer viaje co- pañía desertó del Acushnet, y en se vuelve sumamente imaginati- mo grumete a Liverpool y sus tres Taipi describe la perfección física vo. Se hace interminable y, a mi años en los mares del Sur, su sed de de los jóvenes con los que tenía juicio, juici o, tedioso tedioso.. No No sabría sabría expon exponer er aventuras se había saciado. Los via- trato. Se los presenta de una mael tema mejor de lo que lo hizo jes que que empr emprend endió ió despu después és fuer fueron on nera mucho más viva que a las Raymond Weaver: meras excursiones turísticas. Puede muchacha muchachass con las que coqueteaque Melville se casara porque su fa- ba. Pero antes de eso, a los 17 “Mardi es la búsqueda de una posesión milia y sus amigos pensaban que ya años, partió en un barco rumbo a total e íntegra de esa sagrada y misteriosa iba siendo hora de que lo hiciera, o Liverpool. Allí se hizo amigo de alegría que afectó a Melville durante el para combatir inclinaciones que lo un joven llamado Harry Bolton. periodo de su noviazgo: una alegría que había sentido en la crucifixión de su amor abatían. ¿Quién puede saberlo? Le- He aquí la descripción que hace de por su madre; una alegría que lo había wis Mumf Mumfor ordd asegur aseguraa que “nun “nunca ca él en Redburn: deslumbrado en su amor por Elizabeth fue del todo feliz en compañía de Shaw. [...] Y Mardi es un peregrinaje en “Era uno de esos seres menudos, pero Elizabeth, como tampoco lo era del busca de un encanto perdido. [...] Es una perfectamente formados, de cabello entodo lejos de ella”, y apunta que no búsqueda de Yillah, una doncella de Orosortijado y músculos como la seda, que olia, la isla del Placer. Se hace un viaje a sentía por ella sólo afecto, sino que parecen haber nacido en capullos. Su tez través del mundo civilizado por ella; y “en aquellas largas ausencias, la paera morena y ruborosa, femenina como la aunque [los personajes de la novela] tienen sión se acumulaba en él”, aunque de una muchacha; sus pies, pequeños, sus la oportunidad de hacer muchos discursos manos, muy blancas; y sus ojos, muy graniba seguido de un rápido hartazgo. sobre la política internacional, y otros teNo sería el primer hombre que des- des, negros y femeninos; y, poesía aparte, mas, no se encuentra a Yillah”. cubre que ama más a su esposa su voz era como el sonido de un arpa”. Si alguien desea lanzarse a con- cuando está separado de ella que Se han planteado dudas acerca jeturar jetur ar,, se puede toma tomarr esta esta extraextra- cuando está con ella, y que la ex- de la excursión que los dos muña narración como el primer signo pectativa de la relación sexual es más chachos hicieron a Londres, e indel desencanto de Melville con el excitante que su consumación. Me cluso sobre la existencia de la perestado de casado. Hay que recurrir parece verosímil que Melville no so- sona de Harry Bolton; pero si a las contadas cartas que se han portase el vínculo matrimonial; es Melville lo inventó para añadir un conservado de ella para adivinar posible que su esposa le diera menos episodio interesante a su narracómo era Elizabeth Shaw. No era de lo que esperaba, pero siguió ción, es raro que un tipo tan varouna buena escritora epistolar, y es manteniendo relaciones conyugales nil como él inventase un personaposible que tuviera que ofrecer durante el tiempo suficiente para je tan tan obviame obviamente nte homos homosexua exual.l. más de que lo que revela; pero la que ella concibiera cuatro hijos. Y, En la fragata United States, el correspondencia demuestra, al me- que se sepa, él siempre le fue fiel. gran amigo de Melville fue un manos, que estaba enamorada de su Ninguno de los autores que rinero inglés, Jack Chase, “alto y 56
fornido, de mirada clara y abierta, bella frente y abundante barba de color castaño caoba”. En Chaqueta blanca, escribió: “Tenía aquel hombre un increíble aire de sentido común y tan buenos sentimientos que aquel que no fuera capaz de amarlo debía llamarse bellaco. [...] Dondequiera que estés surcando las olas, querido Jack, recibe mi más sincero cariño, y que Dios te bendiga, allá donde vayas”.
Un detalle de ternura poco habitual en Melville. Aquel marinero causó en él una impresión tan profunda que le dedicó la novela corta Billy Bud, cuya redacción terminó sólo tres meses antes de su muerte, 50 años después. La base del relato es la asombrosa belleza del protagonista, la cual hace que todos los tripulantes de la embarcación lo amen, e indirectamente provoca su trágico final. Parece bastante evidente que Melville era un homosexual reprimido, un tipo que, si podemos creer lo que leemos, era más habitual en aquella época en Estados Unidos que en nuestros días. Las tendencias sexuales de un escritor no son incumbencia de sus lectores, salvo en la medida en que influyen en su obra, como en el caso de André Gide o Marcel Proust. Cuando influyen, y los hechos se plantean, pueden aclararse muchos aspectos confusos o incluso increíbles. Si me he detenido en esta peculiaridad de Herman Melville es porque puede explicar su insatisfactoria vida de casado; y cabe la posibilidad de que una frustración sexual ocasionase el cambio que se operó en él y que ha traído de cabeza a todos aquellos que se han interesado por el autor. Es muy probable que su CLAVES
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sentido moral prevaleciese, pero mismo modo que al señor Ed- nerse en toda la obra. El fondo ¿quién puede saber qué instintos, wards, wards, comp compañero añero de estudio estudioss del debe adaptarse a la forma. El estal vez incluso inconscientes y, aun doctor Johnson, le resultaba im- critor no puede permitirse ser conscientes, furiosamente repri- posible filosofar porque la joviali- sentimental ni gracioso, pero midos y nunca, a excepción quizá dad siempre lo penetraba todo, en Melville era con gran frecuencia de en la imaginación, liberados; un pastiche el lenguaje contempo- ambas cosas, y entonces se lo lee quién puede saber, decía, qué ins- ráneo que es natural en el autor lo con cierto sonrojo. tintos pueden morar en el ser de penetra para desentonar con el lenTenía un gusto vacilante y a un hombre que, aun sin sucumbir guaje que ha adoptado. “Para pro- veces, en el intento de ser poétia ellos, ejerzan un efecto abruma- ducir un libro que tenga fuerza”, co, lo único que conseguía era dor sobre su conducta? escribió Melville, “hay que esco- ser absurdo: Las lecturas de Melville, aun- ger un tema que tenga fuerza”, y “Pero pocos pensamientos sobre Pan que poco sistemáticas, siempre fue- está bastante claro que pensaba agitaban el cerebro de Ahab, plantado coron amplias. Al parecer le atraían que debía acometerlo con un estimo una estatua de hierro en su acostumprincipalmente los poetas y los lo depurado. Robert Louis Ste- brado lugar junto a los obenques de meprosistas del siglo XVII, y cabe su- venson afirmaba que Melville no sana, y con un agujero de la nariz aspiponer que encontraba en ellos al- tenía oído; no sé qué quería decir rando sin pensar el dulce almizcle de las go que concordaba en especial con con eso. Melville poseía un verda- islas Bashi (en cuyos placenteros bosques sus confusas propensiones. Si su dero sentido del ritmo, y sus frases, debían pasear dulces amantes), mientras el otro inhalaba, dándose cuenta, el influencia le resultó perjudicial o por largas que sean, están equili- con aliento salado del mar recién hallado” 1. beneficiosa es una cuestión de opi- bradas de un modo excelente. Le nión personal. Su primera educa- gustaban las frases altisonantes, y Oler un olor con un orificio ción fue poco profunda y, como lo cierto es que el léxico majestuo- nasal y, al mismo tiempo, uno dissuele suceder en esos casos, no asi- so que empleaba le permitía con- tinto con el otro es algo más que miló del todo la cultura que ad- seguir con frecuencia efectos de una proeza extraordinaria: es una quirió en años posteriores. La cul- gran belleza. En ocasiones esta in- proeza imposible. No siento mutura no es algo que uno se pone clinación lo llevaba a la tautolo- cha simpatía por la debilidad de como si fuera una prenda de ves- gía, como cuando habla de “um- Melville por los términos arcaicos tir confeccionada, sino un ali- brosa sombra”, que sólo significa y las palabras en su uso poético: mento que se absorbe para cons- sombra sombreada, pero no puede o’er por over (“sobre”); nigh por truir la personalidad, del mismo negarse que suena bien. El lector se near (“cerca”); ere por before (anmodo que la comida forma el queda de piedra a veces por una tes); anon (“sin tardanza”) y eftsocuerpo de un muchacho en edad tautología como “apresurada pre- ons (“al punto”); confieren un aire de crecimiento; no es un adorno cipitación”, hasta que descubre trasnochado y ampuloso a una para decorar una frase, sino un con cierto sobrecogimiento que prosa que en sus mejores momenmedio, adquirido con dolor, de Milton escribió: “Allí se apresura- tos es sólida y vigorosa. Dominaenriquecer el espíritu. ron con alegre precipitación”. Mel- ba un extenso vocabulario, y a veMelville hizo un peligroso ex- ville emplea a veces palabras co- ces se dejaba llevar por él. Le reperimento cuando, para escribir rrientes de una forma inesperada, y sultaba difícil poner un sustantivo Moby Dick ideó para sí un estilo en muchos casos consigue así un sin añadirle un adjetivo místico, y basado en el de los escritores del si- agradable efecto novedoso; e in- lo usaba como si significase extraglo XVII. En sus mejores pasajes, cluso cuando parece que las ha ño, misterioso, sobrecogedor sobrecogedor,, atees impresionante y tiene fuerza empleado en un sentido equivoca- rrador, en realidad cualquier cosa poética; pero a fin de cuentas no do, es imprudente censurarlo con que en ese momento deseara que deja de ser un pastiche. Eso no sig- “apresurada precipitación”, precipitación”, pues es significase. El profesor Stoll, en el nifica menospreciarlo. Los pasti- muy posible que tuviera una auto- artículo antes citado, y que es tan ches pueden ser muy bellos. La ridad en la que basarse. Cuando sumamente, y aun tan tremendaVenus de Milo, una obra del siglo habla de “redundante pelo”, puede mente sensato como todo lo que I a. de C., es un pastiche, como lo pensarse que el cabello es redun- él escribe, ha tildado con justicia es también el más tardío Spinario dante en el labio de una mucha- esta inclinación de seudopoética. en Roma. Hubo un tiempo en que cha, pero difícilmente en la cabeza En dicho artículo, el profesor Stoll se creyó que ambas obras eran de de un joven; pero si se examina ha mencionado una característica escultores de mediados del siglo detenidamente el diccionario de que debe llenar de inquietud a toV a. de C. El estilo de Duccio, el lengua inglesa se comprobará que dos los lectores de Melville, que es gran pintor sienés, se basaba en la la segunda acepción de redundant su predilección por los adverbios pintura bizantina de comienzos es “copioso”, “abundante”, y Mil- formados a partir de participios. del siglo XII y no en la pintura bi- ton escribió acerca de “mechones Puede ser ésta la razón que explizantina de su época, dos siglos des- redundantes”. La dificultad que entraña el pués. Pero, cuando un escritor intenta hacer un pastiche, se enfrenta tipo de escritura que Melville se 1 Moby Dick, traducción de José María Dick es Valverde, Planeta, Barcelona, 2000, pág. 528. a la dificultad de que la coherencia propuso utilizar en Moby Dick es prácticamente inalcanzable. Del que el nivel retórico debe mante- (N. del T.). Nº 139
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CLAVES
DE RAZÓN PRÁCTICA
que por qué Stevenson afirmaba que Melville no tenía oído, pues es menester admitir que estas construcciones rara vez presentan en lengua inglesa una eufonía que las haga recomendables. La menos eufónica que he encontrado es whistlingly (“mientras silba”2), pero el profesor Stoll ha citado otras, burstingly (“explosivamente”) y suckingly (“rebañando (“rebañando”), ”), y podría haber citado cien más que se le parecen. Newton Arvin, en su meticuloso, aunque en mi opinión desatinado, libro de la colección American Men of Letters, ha ofrecido ejemplos de palabras acuñadas por Melville: footmanism (“lacayismo”), omnitooled (“herramienta universal”), uncatastrophied (“sin catástrofe”), domineerings (“tiranías”); y por lo visto piensa que añaden una peculiar excelencia a su estilo. Aumentan sin duda su peculiaridad, pero seguro que no su belleza. Si Melville hubiera recibido una educación más católica, y tuviera un gusto más formado, podría haber logrado los efectos a los que es de suponer que aspiraba sin las distorsiones del lenguaje que le agradaba emplear. Los diálogos de Melville guardan escaso parecido con el lenguaje corriente. Es sumamente estilizado. Como los personajes principales a bordo del Pequod son cuáqueros, es natural que Melville use la forma arcaica de la segunda persona del singular [thou], pero creo, además, que descubrió que era apropiado para sus fines. Es muy posible que pensara que imprimía un tono jerárquico a las conversaciones que reproducía y un sabor poético a las palabras que empleaba. No tenía una gran habilidad para diferenciar la forma de hablar de los distintos personajes: todos lo hacen de forma muy parecida a la de los demás, Ahab habla como sus oficiales, los oficiales como el carpintero y el herrero, de forma por completo figurada, con un
2 Respetamos la traducción que de estos
términos se hace en la versión castellana de J. M. Valverde Valverde que empleamos empleamos como como referencia en este capítulo. (N. del T.). 57
HERMAN MELVILLE Y ‘MOBY DICK’
uso abundante de metáforas y símiles. Queequeg, pensando que va a morir, yace en el ataúd que se ha hecho para él, y Pip, un pequeño grumete de color que ha perdido la razón, “se aproximó a donde estaba tendido, tendid o, y, con suaves sollozos, le tomó de la mano, sosteniendo en la otra su pandereta”3; y así es como se dirige a Kanaka: “¡Pobre vagabundo! ¿Nunca habrás acabado todo ese fatigoso vagabundeo? ¿Adónde vas ahora? Pero si las corrientes te llevan a esas dulces Antillas cuyas aguas sólo están batidas por los lirios de agua, ¿me harás un recadito? Busca a un tal Pip, que se ha pedido hace mucho; creo que está en esas Antillas lejanas. Si le encuentras, consuélale, pues debe de estar muy triste, porque ¡mira! se ha de jado olvidada la pandereta. pandereta. Yo la he encontrado. ¡Tan, tan, tarantán! Ea, Queequeg, muérete; y yo te tocaré la marcha fúnebre”4.
Starbuck, el primer oficial, está “mirando por el portillo” esta escena y murmura lo siguiente: “He oído decir [...] que, en fiebres violentas, hombres muy ignorantes han hablado en lenguas antiguas, y que, cuando se examina ese misterio, resulta siempre que en su niñez, completamente olvidada, esas antiguas lenguas las hablaban realmente algunos elevados sabios al alcance de sus oídos. Así, mi confianza más amorosa es que Pip, en esta extraña dulzura de su demencia, nos ofrece celestes garantías de todos nuestros hogares celestes. ¿Dónde ha aprendido esto, si no allí?” 5.
Como es lógico, los diálogos de las obras de ficción son por necesidad estilizados. Reproducirlos de manera fiel sería insufrible. Es una cuestión de grado. Deben tener una verosimilitud que no horrorice al lector. Ahab, hablando con Stubb, el segundo oficial, sobre la ballena blanca, exclama: “¡Daré la vuelta diez veces al globo inmenso; sí, y me zambulliré derecho hasta atravesarlo, pero todavía la he de matar!”6. El lector despacha de inmediato la ampulosidad altisonante con una carcajada. 3 Mob Mobyy Dick Dick,, op. cit cit.,., pág. 525. (N. del T.). 4 Moby Dick Dick,, op. cit., pág. 525 (N. del T.). 5 Mob Mobyy Dick, Dick, op. cit. cit., págs. 525-526. (N.
del T.).
6 Mob Mobyy Dic Dick, k, op. cit cit.., págs. 605. (N. del T.).
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Pero a pesar de esto, no obs- ble alegoría”. ¿Es arriesgado supo- de “natural reflexivo” y, y, a medida tante las reservas que se puedan ner que, cuando un escritor expe- que envejecía, se abstraía en la metener, Melville escribía un inglés rimentado dice una cosa, es más tafísica, que a juicio de Raymond Weaver eaver,, por extraño extraño que que parezca, parezca, singularmente bueno. A veces, co- probable que quiera decir lo que W mo he señalado, el estilo que había dice que aquello que sus comen- no es más que “sufrimiento disueladquirido lo llevaba a un exceso taristas piensan que quiere decir? to en pensamiento”. Es una opiretórico, pero en sus mejores pági- Es cierto que en una carta a la se- nión estrecha de miras, pues se nas exhibe un abundante esplen- ñora Hawthorne afirmaba que, ocupa de los más grande probledor, una sonoridad, una grandeza, mientras escribía, tuvo “alguna va- mas a los que se enfrenta su espíuna elocuencia que ningún escri- ga idea de que todo el libro era ritu. El enfoque de Melville en tor moderno, que yo sepa, ha susceptible de una construcción esos problemas no era intelectual, logrado. De hecho, a veces recuer- alegórica”; pero se trata de una sino emocional; pensaba como da la frase majestuosa de Sir Tho- prueba endeble de que tuviera in- pensaba porque sentía como senmas Browne y el periodo majes- tención de escribir una alegoría. tía; pero eso no impide que mutuoso de Milton. Me gustaría lla- ¿No puede darse el caso de que, si chas de sus reflexiones sean memar la atención del lector hacia el es en efecto susceptible de esa in- morables. Yo diría que para escriingenio con el que Melville entre- terpretación, sea algo que sobrevi- bir de forma deliberada una tejió en el complicado dibujo de su no de manera accidental y, como alegoría hacía falta un distanciaprosa los términos náuticos habi- las palabras de Melville a la seño- miento intelectual del que Melvituales que usaban los marineros ra Hawthorne parecen indicar, pa- lle era incapaz. El profesor Stoll ha demostramientras desempeñaban sus tareas ra su no pequeña consternación? cotidianas. El efecto es aportar una No sé cómo escriben novelas los do lo ridículas y contradictorias nota de realismo, un sabor a la sal críticos, pero tengo alguna idea de que son las interpretaciones simDick que han sifresca del mar, a la sinfonía lúgubre cómo las escriben los novelistas. bólicas de Moby Dick que es la extraña y poderosa nove- No toman una proposición, por do arrojadas a la cabeza de un púDick. Todos los escri- ejemplo, “La honestidad es la me- blico inofensivo. Y lo ha hecho de la de Moby Dick. tores tienen derecho a ser juzga- jor políti política ca”, ”, o “No es oro oro todo todo lo lo manera tan concluyente que es indos por sus mejores páginas. El que reluce”, y dicen: “Escribamos necesario que me extienda sobre el lector puede juzgar por sí mismo una alegoría sobre ello”. Un grupo tema. En defensa de esos críticos, hasta qué punto son buenas las de personajes, generalmente suge- sin embargo, diría lo siguiente: el mejores de Melville leyendo el ca- ridos por personas a las que cono- novelista no copia la vida, la dispítulo titulado “La gran armada”. cen, excitan su imaginación, y pone para que se ajuste a su proCuando tiene que describir una unas veces de manera simultánea, pósito. Usa los datos que se le acción, lo hace magníficamente, otras después de algún tiempo, un suministran de acuerdo con la pecon fuerza, y entonces su ceremo- incidente o una sucesión de inci- culiaridad de su propio temperanioso estilo de escribir refuerza so- dentes, experimentados, oídos o mento. Traza un modelo cohebremanera el efecto emocionante. inventados, aparecen ante ellos rente, pero éste varía de acuerdo Nadie que haya leído algo de cuando menos se lo esperan para con la actitud, los intereses y la cuanto he escrito esperará que ha- permitirles hacer un uso adecuado idiosincrasia del lector. Según las Dick, el único título de aquéllos en el desarrollo del te- inclinaciones de cada cual, una ble de Moby Dick, de Melville que figura entre las ma que ha surgido en su mente cumbre alpina cubierta de nieve grandes obras de ficción, como gracias a una suerte de colabora- que se eleva hacia el empíreo con una alegoría. Sólo puedo ocupar- ción entre los personajes y los in- radiante majestad se puede ver come de esta obra desde mi propio cidentes. Melville no era imagi- mo símbolo de la aspiración del punto de vista: el de un novelista nativo, o al menos, cuando in- hombre a la unión con el infinito; no carente de experiencia. La fi- tentaba serlo, como en Mardi , o, si se prefiere, ya que una cadenalidad de las obras de ficción es fracasaba por completo. Para ima- na montañosa puede haberla leproporcionar placer estético. No ginar, y entonces su imaginación vantado una convulsión violenta tienen ningún fin práctico. El co- era poderosa, necesitaba una sóli- en las profundidades de la tierra, metido del novelista no es presen- da base de datos. De hecho, algu- se puede tomar por un símbolo tar teorías filosóficas; esa misión nos críticos lo han acusado por de las oscuras y siniestras pasiocorresponde al filósofo, que puede ese motivo de carecer de imagina- nes del hombre que amenazan desempeñarla mejor. Pero como ción, creo que sin razón. Es cierto con destruirlo; o, si se desea estar algunas personas muy inteligen- que inventaba de manera más a la moda, se puede ver como un tes han tomado Moby Dick por convincente cuando tenía un sus- símbolo fálico. Newton Arvin una alegoría, procede que me ocu- trato de experiencia lo que hace la considera la pierna de marfil de pe de la cuestión. Han considera- mayoría de los novelistas; y cuan- Ahab “un “un símbolo símbolo inequívoco inequívoco de de do irónico un comentario del pro- do lo tenía, su imaginación traba- su impotencia y del principio pio Melville: “Temía que su obra jaba en libertad y con fuerza. masculino independiente dirigido pudiera considerarse una fábula Cuando, como en Pierre, no con- de forma atroz hacia él”, y la bamonstruosa, o peor y aún más de- taba con ello, escribía de manera llena blanca “el padre arquetípitestable, una horrenda e insufri- absurda. Es cierto que Melville era co; el padre, sí, pero también la CLAVES
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W. SO ME RS ET MA U GH AM
madre, en la medida en que se convierte en sustituta del padre”. Para Ellery Sedgwick, que afirma que es su simbolismo lo que hace grande al libro, Ahab es “el Hombre, el Hombre sensible, especulativo, resuelto, desplegada toda su estatura contra el inmenso misterio de la creación. Su antagonista, Moby Dick, es ese inmenso misterio. Él no es el autor del misterio, pero es idéntico a esa mortificante imparcialidad en las leyes y la ausencia de leyes del universo que Isaías atribuía devotamente al Creador”.
Lewis Mumford tomó Moby Dick como símbolo del mal, y el conflicto de Ahab con él como el conflicto entre el bien y el mal en el que el bien es vencido finalmente. Hay cierta verosimilitud en esta visión, y concuerda con el malhumorado pesimismo de Melville. Pero las alegorías son animales difíciles de manejar; se las puede agarrar por la cabeza o por la cola, y en el fondo creo que una interpretación completamente opuesta es igualmente verosímil. ¿Por qué hay que suponer que Moby Dick sea un símbolo del mal? Es cierto que Melville hace que Ishmael, el narrador, adopte la descabellada pasión de Ahab por vengarse de la bestia muda que lo había mutilado; pero eso es un artificio literario al que tenía que recurrir, primero, porque ya estaba allí Starbuck para representar el sentido común, y en segundo lugar porque necesitaba alguien que compartiera el tenaz propósito de Ahab, y hasta cierto punto que simpatizara con él, para conseguir de ese modo que el lector lo aceptara como algo no del todo irrazonable. Ahora bien, la “maldad vacía” de la que habla el profesor Mumford consiste en que Moby Dick se defiende cuando es atacado. “Cet animal es très méchant, Quand on l’attaque, il se défend” 7.
¿Por qué no puede representar
7 “Este animal es un malvado / se defiende si es atacado”. Dicho popular francés. (N. del T.).
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la Ballena Blanca el bien en vez del mal? De belleza espléndida, inmenso tamaño y fuerza extraordinaria, surca los mares en libertad. Ahab, con su insensato orgullo, es despiadado, severo, cruel y vengativo; él es el mal; y cuando llega el encuentro definitivo y Ahab con su tripula tripulación ción “de renegados mestizos, de proscritos y de caníbales”8 son destruidos, y la Ballena Blanca, imperturbable una vez hecha justicia, continúa su misterioso camino, el mal ha sido vencido y el bien ha triunfado por fin. Esta interpretación me parece tan verosímil como cualquier otra, pues no olvidemos que Taipi es una exaltación del buen salvaje, no corrompido por los vicios de la civilización, y que para Melville el hombre natural era bueno. Por fortuna Moby Dick puede leerse, y leerse con enorme interés, sin pensar en qué significado alegórico o simbólico tendrá o no. No me cansaré de repetir que una novela no ha de leerse buscando instrucción o edificación, sino disfrute inteligente, y si resulta que no se puede conseguir eso de ella, es mucho mejor no leerla. Pero hay que reconocer que Melville parece haber hecho todo lo posible para dificultar el disfrute de sus lectores. Escribía una historia extraña, original y emocionante, pero perfectamente sencilla. El inicio, tan romántico, es admirable. Despierta y mantiene el interés del lector.. Los personajes, al ser introlector ducidos de uno en uno, son presentados con claridad, resultan vivos y convincentes. La tensión aumenta y, a medida que la acción se acelera, la excitación del lector va in crescendo. El clímax es poderosamente dramático. No es fácil comprender por qué Melville sacrificó de manera deliberada la atención que había obtenido de sus lectores haciendo una pausa aquí y allá para escribir capítulos que tratan de la historia natural de las ballenas, su tamaño, esqueleto, emparejamiento, etcétera. Tiene tan poco sentido, en apariencia, como que un hombre que contase
8 Moby Dick, op. cit.,
del T.).
pág 218. (N.
una historia a los comensales durante una cena se detuviese de vez en cuando para hablar del significado etimológico de una palabra que ha empleado. Montgomery Belgion, en una acertada introducción a una edición de Moby Dick, supone que puesto que es la historia de una persecución, y el final de una persecución debe aplazarse de forma permanente, Melville escribió esos capítulos simplemente con ese fin. No lo creo así. Si hubiera tenido tal propósito, durante los tres años que pasó en el Pacífico debió de presenciar sin duda incidentes, o debieron de contarle relatos, que podía haber entrelazado con su narración de forma más adecuada para conseguir ese aplazamiento. Por mi parte, creo que Melville escribió esos capítulos por la sencilla razón de que, como muchos otros autodidactos, concedía una importancia exagerada a los conocimientos que con tanto dolor había adquirido y no pudo resistirse a la tentación de exhibirlos, del mismo modo que en obras anteriores “invocaba a Burton, Shakespeare, Byron, Milton, Coleridge y Chesterfield, además de a Prometeo y Cenicienta, Mahoma y Cleopatra, la Virgen y las huríes, los Médicis y los musulmanes, que salpicaban sin orden ni concierto sus páginas”. Por mi parte, puedo leer con interés la mayoría de esos capítulos, pero es innegable que son digresiones que lamentablemente repercuten a la tensión. Melville carecía de lo que los franceses llaman l’sprit de suite , y sería una necedad afirmar que la novela está construida. Pero si la compuso como lo hizo, es porque así lo deseaba. O se toma o se deja. Sabía muy bien que Moby Dick no gustaría. Era de un temperamento obstinado, obstinado, y es muy posible que el olvido del público, los despiadados ataques de los críticos y la falta de comprensión en sus más allegados no hicieran sino reafirmarlo en su determinación de escribir exactamente como quería. Hay que soportar sus rarezas, su gusto poco formado, su pesada picardía, sus errores de construcción, a cambio de sus excelencias, el frecuente es-
plendor de su lenguaje, sus vivas y emocionantes descripciones de la acción, su delicado sentido de la belleza y la fuerza trágica de sus reflexiones “místicas” que, quizá porque era un tanto atolondrado carecía de un talento especial para el razonamiento, por ese motivo son emocionalmente impresionantes. Pero, desde luego, es la siniestra y gigantesca figura del capitán Ahab la que impregna el libro y le confiere su fuerza excepcional. Hay que acudir a las tragedias griegas para encontrar algo parecido a ese sentido de la fatalidad con el que impregna todo lo que se dice de él, y a Shakespeare para encontrar seres de tan terrible poder. Es porque Herman Melville lo creó por lo que, pese a las reservas que se puedan tener, Moby Dick es un gran libro. He dicho ya, y lo repito, que para comprender de verdad una gran novela es preciso saber lo necesario sobre el hombre que la escribió. Me da la impresión de que en el caso de Melville rige algo así como lo contrario. Cuando se lee y se relee Moby Dick me parece que se obtiene una impresión más convincente, más clara, del hombre que de cualquier otra cosa que se pueda aprender sobre su vida y sus circunstancias; una impresión de un hombre dotado por la naturaleza de un gran talento malogrado por una influencia maligna, del mismo modo en que el agave se marchita en cuanto echa su espléndida flor; un hombre malhumorado e infeliz, atormentado por instintos que los rehúye con horror; un hombre consciente de que la virtud lo ha abandonado, y está amargado por el fracaso y la pobreza; un hombre que imploraa amistad implor amistad para descubr descubrir ir que también la amistad era vanidad. Así, según lo veo yo, era Herman Melville, un hombre al que sólo se puede mirar con profunda compasión. n
[Este texto es un capítulo del libro Diez Tusque quets, ts, grandes novelas y sus autores , Tus 2004]
W. Somerset Somerset Maugham escritor bri,
tánico. Autor de Servidumbre humana y El filo de la navaja. 59
POLÍTICA
YO, AUGUSTO DE CHILE Entre la traición y la l a cobardía CARLOS MALAMUD
Yo, Augusto
Ernesto Ekaizer Aguilar, Madrid, 2003
ace cuatro o cinco años atrás, en un homenaje al 11 de septiembre realizado en la FNAC madrileña, se me ocurrió comentar que, con bastante probabilidad, el primer Pinochet que había pisado suelo chileno había sido un contrabandista francés, uno más de los tantos comerciantes galos que a principios del siglo XVIII pululaban por las costas del Pacífico Sur americano, haciendo pingües negocios cambiando sus telas y otros productos manufacturados por la codiciada plata potosina. Si bien la alusión al Código Penal me parecía clara, los Pinochet empezaron en Chile como presuntos delincuentes y terminaron como tales, ello no fue obstáculo para que en el posterior debate un ex exiliado chileno saltara muy enfadado reprochándome el elogio que estaba haciendo del ex dictador al atribuirle profundas raíces de chilenidad . Como se ve, son tales las pasiones (amor y odio, pero casi nunca indiferencia) que desató el caso Pinochet , que resultaba muy difícil navegar en aguas donde primara la cordura y la objetividad. Por eso me gustaría resaltar el hecho de que con toda probabilidad uno de los mayores méritos, pero no el único, del monumental (en prácticamente todos sus sentidos) libro de Ernesto Ekaizer sea el tono aséptico, casi neutral, que utiliza para narrar los acontecimientos gestados por la detención del general Augusto Pinochet en
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Londres, el 16 de octubre de 1998. Resulta obvio que para poder escribir un libro de semejantes características y proporciones el autor tuvo que invertir no sólo mucho tiempo y trabajo, sino también mucha pasión. Siguiendo la trayectoria vital de Ekaizer, junto a su origen argentino, se puede decir que esta obra tiene mucho de reto personal. Sin embargo, y esto es muy de agradecer, es fácilmente apreciable que ni la pasión de la hechura ni la proximidad al tema por los orígenes del autor fueron trasladados a los contenidos, lo que el lector inteligente terminará reconociendo muy rápidamente. Es verdad que este libro no es, ni pretende serlo, una biografía de Pinochet, pero también es cierto que, a diferencia de muchos otros textos del género biográfico o periodístico, en este caso el personaje no se impuso al autor, sino todo lo contrario. De una forma meticulosa y sistemática, sin perder jamás el más mínimo detalle, Ekaizer va desgranando en los múltiples escenarios simultáneos en los que se desarrolla la trama, incluso en aquellos más secundarios, la historia de la detención londinense de Pinochet, clausurada el 4 de julio de 2002 con su dimisión como senador ante el cardenal Francisco Javier Errázuriz, que supuso su alejamiento definitivo de la primera fila de la vida política chilena. La renuncia era una consecuencia directa del fallo de la Sala Segunda Penal de la Corte Suprema que lo sobreseía de las graves acusaciones formuladas en su contra por la justicia chi-
lena por violaciones a los derechos humanos en base a la demencia señalada en los análisis médicos realizados en enero de 2001. De este modo, Pinochet se convertía en un “venerable ancianito”, capaz de decir de vez en cuando alguna insolencia o alguna manifestación inconveniente y llena de soberbia (como las que formuló cuando cumplió 88 años: “¿A quién le pido perdón, de qué voy a pedir perdón? Se han olvidado de que son ellos los que tienen que pedirme perdón a mí, por los atentados que sufrí contra mi vida”), pero incapaz de seguir influyendo, como hizo durante más de 25 años, en la vida política de su país. En realidad, la narración de Ekaizer comienza en los prolegómenos del golpe militar que derrocaría al gobierno constitucional de Salvador Allende. En el libro queda claramente establecida la traición del Comandante en Jefe del Ejército, Augusto Pinochet, a su superior jerárquico, el presidente de la República y también su condición de recién llegado al complot, al que sólo se plegó en el último momento. En efecto, Pinochet se sumó al golpe en sus horas previas, cuando tomó nota de su carácter irreversible y tras cometer un grave acto de felonía, muy apartado de los valores militares, como el honor y la lealtad, que un día le jano había prometido defender. defender. Pero no fue la única ocasión en que semejante azote de comunistas y marxistas traicionó los sacrosantos valores castrenses. Después de su encarcelamiento en Londres lo invadió la cobardía y el temor al ridículo a tal
punto que en sendas ocasiones tuvo que recurrir a los atenuantes de la senilidad y la demencia para escapar a la acción de la justicia. Él, el augusto emperador que todo lo controlaba y todo lo dominaba, a tal punto que no volaba una mosca en Chile sin que lo supiera; él, a quien nunca le temblaba el pulso si tenía que escarmentar a los enemigos de la Patria para cumplir con su sacrosanta misión de cruzada, y que por lo tanto fue el directo y mayor responsable de los fusilamientos y desapariciones ocurridas durante su paso por el poder; él, el augusto dictador, terminó su vida pública como un vulgar cobarde, incapaz de enfrentar sus responsabilidades pasadas. Pobre ejemplo y flaco favor a las generaciones futuras de militares chilenos. Chile: ¿una transición fallida?; ¿una democracia vigilada?
La captura de Pinochet en Londres abrió un agrio debate en España y en otras partes del mundo acerca de la impunidad, las transiciones políticas a la democracia y la validez de la justicia universal. ¿En una época de creciente globalización era lícito juzgar a Pinochet en España o, por el contrario, debía ser la justicia chilena, en la medida de sus posibilidades, quien se ocupara de ello? ¿Podía España, que durante su transición se había negado sistemáticamente a mirar hacia atrás, arrogarse el derecho de juzgar a un dictador sangriento como Pinochet? ¿En qué medida había que respetar los acuerdos tácitos sobre los que se asentaba la transición chilena, una transiCLAVES
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ción pactada, que llevaban a definir a su sistema político como una democracia vigilada, o era lícito hacerlos saltar por los aires de modo que la democracia luciera plena y refulgente? Pese a todo lo que se dice sobre el “compromiso” de Pinochet con el proceso político chileno y con la democracia, su salida del poder no fue fácil, aunque fue su derrota en el plebiscito del 5 de octubre de 1988 la que impidió que continuara en el poder hasta 1997. En ese entonces, al igual que ocurrió durante el último viaje a Londres de su vida, lo perdió su soberbia y su arrogancia. Hoy ha aprendido la lección y sabe que si sale de Chile terminará con sus huesos en la cárcel, por lo que es de esperar que a ningún futuro gobierno chileno se le pase por la cabeza la peregrina idea de otorgarle un pasap asaporte que le permita alejarse de su celda dorada. Es verdad que cuando se produjo el golpe militar que acabó con el gobierno de Allende, la dictadura militar tenía el respaldo de una parte nada despreciable de la sociedad chilena, y que supo ganarse incluso el favor de sectores importantes de los grupos menos favorecidos; es verdad que, con anterioridad al referéndum que perdió, había ganado otro plebiscito, el 11 de agosto de 1980, que le permitió aprobar una Constitución redactada a su imagen y semejanza; pero también es verdad que en esa ocasión, octubre de 1988, fue incapaz de detectar que su país había empezado a cambiar y que no supo leer algunos signos externos que lo alertaban Nº139
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Augusto Pinoch Pinochet et
de un riesgo posible y de innegable trascendencia. Entre estos últimos destaca el hecho de que en noviembre de 1980 los militares uruguayos habían perdido un referéndum, lo que marcó el irreversible comienzo de su salida del poder. Ocho años después pasó lo mismo con Pinochet. Y entonces las cosas ya no fueron iguales a lo que ocurría en los años setenta, cuando el augusto general imponía abierta y descaradamente su voluntad a los comandantes en jefe de la Armada, Fuerza Aérea y Carabineros. Su intento de desconocer la abrumadora respuesta popular (54,7% en contra de su reelección frente a un nada despreciable 43% a favor) y su amago de autogolpe no fueron secundados por los restantes miembros de la Junta militar, razón por la cual Pinochet no tuvo más remedio que reconocer la derrota y comenzar a transitar el doloroso via crucis que lo terminaría apartando del poder. Un poco más de un año después, el 14 de diciembre de 1989, se celebraron unas elecciones presidenciales que dieron el triunfo a la Concerta-
ción, una alianza de socialistas y democratacristianos, encabezada en esa oportunidad por Patricio Aylwin. Los esfuerzos para modificar la Constitución de 1980 sólo se vieron cumplidos a medias y el texto constitucional quedó como una pesada herencia para los futuros gobiernos democráticos, como una serie de normas que tendían a condicionar y limitar la capacidad de acción de la democracia chilena. Entre ellas se contaba la existencia de senadores vitalicios designados entre los altos cargos más representativos del régimen (luego se sumarían los ex presidentes, pero no Patricio Aylwin); un sistema electoral binominal que impedía la formación de claras mayorías, de cualquier signo (hoy de centro izquierda pero mañana de derecha), que pudieran imponer por si mismas las necesarias reformas constitucionales; la permanencia de Pinochet como comandante en jefe del ejército hasta enero e nero de de 1998; la imposibili imposibilidad dad (impotencia?) presidencial de destituir al comandante en jefe; el funcionamiento del Consejo
Nacional de Seguridad (Cosena), con importantes atribuciones y un largo etcétera. La sola presencia de Pinochet en el primer plano de la escena política y con pleno control sobre las fuerzas armadas llevó a hablar de una democracia vigilada; baste recordar episodios como el del boinazo a fines de mayo de 1993. Sin embargo, la democracia chilena demostró ser más fuerte de lo que aparentaba, gracias a contar con un Estado fuerte, unas instituciones que funcionaban y, esto es de gran importancia, a tener unos presidentes que oponían férrea resistencia a los intentos sistemáticos de chantaje por parte del ex dictador, que intentaba permanentemente llevar el juego a su propio terreno. En este sentido hay que señalar que tanto Patricio Aylwin como Eduardo Frei y Ricardo Lagos, al igual que sus ministros de Defensa, supieron defender el territorio de la democracia y del imperio de la ley con gran tesón y voluntad. La mejor prueba de la fortaleza de la democracia chilena se vio precisamente durante el juicio a Pinochet en Londres. A través del relato de Ekaizer, un verdadero trabajo de periodismo de investigación, se observan claramente las limitaciones institucionales de los militares chilenos y su paradójica debilidad, un hecho en el que no se insistió lo suficiente en aquellos momentos, en los que sólo se hablaba de la fractura de la sociedad chilena y de la capacidad de ingerencia política de los militares. Por primera vez en tiempos, no eran las Fuerzas Armadas las que marcaban las 61
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reglas de juego, ni trazaban los límites del territorio donde se debía operar ni las características de la contienda. Más allá de algunos temores iniciales ante la posibilidad de un nuevo golpe de Estado contra el gobierno del presidente Frei, las Fuerzas Armadas chilenas se convencieron rápidamente que si daban un golpe contra el gobierno democrático Pinochet no volvía a Chile. Su mayor fuerza se había convertido en su principal debilidad y esto tendría importantes consecuencias para la evolución de las relaciones entre el gobierno y los militares. Sólo la legitimidad democrática del gobierno y del Estado chileno podían interceder ante los gobiernos de España y Gran Bretaña para devolver al senador vitalicio a su país, ya que de otro modo las respectivas opiniones públicas lo hubieran vivido como una traición en toda regla a la democracia. Por la tanto, más allá de sus deseos, los militares chilenos debieron admitir, con una sensación de cierta frustración e impotencia, que no tenían más alternativa que subordinarse al poder civil si querían que se produjera el regreso de su mítico y augusto caudillo. Pero no sólo fue eso. Coincidiendo con la última etapa de la detención de Pinochet en Londres, Chile volvió a elegir a un presidente socialista después de Salvador Allende. Está claro que la Concertación de fines de la década de los 90 no era lo mismo que la Unidad Popular de los setenta. Sin embargo, en la sociedad chilena de entonces todavía estaban muy presentes numerosos fantasmas del pasado, vinculados muchos ellos a los orígenes del sangriento golpe de Estado de 1973 y a la posterior represión. Los actos recientes por el 30 aniversario de la desaparición de Allende y del golpe militar que la provocó sirvieron para exorcizar algunos de dichos fantasmas, pero no todos. Para ello habrá que profundizar algún día en las responsabilidades del 62
gobierno de la Unidad Popular Bolivia), la calidad del funcioen el deterioro del clima de namiento institucional chileno convivencia que dividió a la so- es, y ha sido en los últimos ciedad chilena y que fue la an- años, muy superior. tesala del golpe de Estado militar. ¿Hasta qué punto es posible Pinochet, Garzón y el pedido impulsar profundas reformas de extradición sociales y económicas sin contar La historia que cuenta Ekaizer con los respaldos políticos (par- tiene dos grandes protagonislamentarios) y sociales necesa- tas: el general/senador Augusto rios? Pero esa es otra historia, Pinochet y el magistrado de la que se aleja del periplo final del Audiencia Audie ncia Naciona Nacionall Baltas Baltasar ar augusto dictador. Más allá de Garzón. Es indudable que Piestas elucubraciones es impor- nochet figura en el reparto por tante señalar que la elección de (des)méritos propios; sin emRicardo Lagos, y su posterior bargo, éste no fue el caso de labor presidencial, evidenciaron Garzón, que apareció en la esla madurez de la sociedad chi- cena del caso Pinochet a último lena y la consolidación de su momento y con el pie algo forproceso de transición democrá- zado. En la Audiencia Naciotica. nal existían sendos pleitos por El general Ricardo Izurieta, cuestiones vinculadas a violael comandante en jefe del Ejér- ciones de los derechos humacito que había sucedido a Pi- nos en el Cono Sur. Uno contra nochet en el cargo, había co- los militares argentinos, iniciamenzado a dar pasos significa- do por una denuncia presentativos para normalizar la relación da a fines de marzo de 1996 con el gobierno, caracterizadas por el fiscal Carlos Castresana por una situación de tirantez ante el Juzgado Central de Insque sólo llevaba a la parálisis trucción Nº 5 de la Audiencia futura de las Fuerzas Armadas Nacional, a cargo del juez Garchilenas. Pero ese proceso de zón; y otro contra militares y normalización fue abortado por civiles chilenos, a instancias del la detención de Pinochet en también fiscal Miguel Miravet, Londres, ya que Izurieta debió que como Castresana también abandonar el frente político pa- pertenecía a la Unión Progrera emplear todas sus fuerzas en sista de Fiscales (UPF), y que se lidiar con sus subordinados más asignó al Juzgado Central de cerriles y, especialmente, con el Instrucción Nº 6 de la Audiencolectivo de militares retirados, cia Nacional, a cargo de Malos más afectados personalmen- nuel García-Castellón. Por tante por los avances en las inves- to, en el reparto transandino de tigaciones de la justicia chilena papeles, al juez Garzón le habíen las cuestiones de derechos an tocado los torturadores arhumanos. Por eso hubo que es- gentinos y al juez García-Casperar a la llegada del general tellón los chilenos. Juan Emilio Cheyre para que el Durante un tiempo las dos tema comenzara a discurrir por causas se fueron instruyendo a carriles de cierta normalidad, un ritmo relativamente lento, aunque todavía es necesario lo- aunque sin pausa, enmarcado grar el consenso con los parti- en el debate de fondo de si la dos de la derecha (UDI y Re- justicia española era competennovación Nacional) para hacer te para sustanciar dichos proaprobar los necesarios cambios cesos. Pero más allá de estos tecconstitucionales que permitan nicismos jurídico jurídicoss (que tienen el funcionamiento de una de- una gran importancia), había mocracia plena en Chile. De un tema que podía unir a los todas formas vale la pena men- dos juicios y terminaría englocionar el hecho de que, a la vis- bándolos bajo una misma caráta del comportamiento de otras tula como era la famosa Operademocracias latinoamericanas ción Cóndor. Se trataba ni más no vigiladas (como Ecuador o ni menos que de una conspira-
ción a gran escala impulsada por los servicios chilenos, con la complicidad de los argentinos, uruguayos, paraguayos y, en menor medida, los brasileños, para hacer muchos más eficiente la represión contra los enemigos internos, persiguiéndolos ahí donde se escondieran. A efectos de estas causas, la Operación Cóndor era como la famosa cueca chilena “Las dos puntas”: Cuando p`a Chile me voy, cruzando la cordillera, late el corazón contento,una chilena me espera. Y cuando vuelvo de Chile, entre cerros y quebradas, late el corazón contento, pues me espera una cuyana. Viva la chicha y el vino, viva la cueca y la zamba. Dos puntas tiene el camino y en las dos alguien me aguarda. Yo bailo bailo la cueca cueca en Chile y en Cuyo bailo la zamba; en Chile con las chilenas y en Cuyo con las cuyanas.
Pues bien, eran tantas las ganas de bailar del juez Garzón que terminó haciéndolo simultáneamente con las chilenas y con las cuyanas (Cuyo es una región argentina que comprende a las provincias de Mendoza, San Luis y San Juan). Pero para eso fue necesario que previamente el juez García Castellón se inhibiera de sus responsabilidades procesales en la causa chilena, que terminó asumiendo Garzón. La noticia de que Pinochet estaba en Londres hizo sonar todas las alarmas en el equipo jurídico que llevaba el caso contra Pinochet, encabezado por Joan Garcés, la verdadera bestia negra del augusto dictador.. Ante las reticencias de dictador García-Castellón a tomar alguna iniciativa, como enviar una comisión rogatoria para interrogar a Pinochet en Londres, Garcés optó por presentar una demanda contra Pinochet ante el juez Garzón por la “Operación Cóndor”. Una vez inhibido García-Castellón, Garzón pasó rápidamente a la ofensiva y desató una de las mayores tormentas jurídico-políticas de los últimos tiempos. En ese momento se plasmó una realidad que ni siquiera había pasado por la cabeza de los más audaCLAVES
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ces: ya no se trataba sólo de interrogar al dictador, de poder ponerlo en un aprieto ante sus responsabilidades pasadas. Pinochet había sido detenido, algo totalmente impensable hasta entonces, e inclusive cabía la posibilidad de que fuera extraditado a España. Los temores de los más cautos (esto va a ser el sueño de una noche de verano) se fueron disipando a medida que el cautiverio de Pinochet se extendía mes a mes y a medida que los distintos fallos de la justicia británica iban poniendo las cosas en su sitio, un sitio totalmente desfavorable para los intereses del senador vitalicio. En el planteamiento inicial de las causas contra las dictaduras argentina y chilena se manejó el argumento principal de las víctimas españolas. Sin embargo, como se vio en el posterior desarrollo de los acontecimientos, y como se puede observar a través de la instrucción que sigue instruyendo el juez Garzón, esto esto terminó siendo un elemento totalmente prescindible a efectos de la instrucción, ya que finalmente los cargos se centraron en los delitos de genocidio, torturas y violaciones de los derechos humanos, con independencia de la nacionalidad de las víctimas. Garzón solicitó la prisión para Pinochet por un delito de genocidio “por una serie de detenciones ilegales seguidas en unos casos de asesinato o desapariciones” de 91 personas. No puede existir la más mínima duda de que los crímenes cometidos por las dictaduras argentina y chilena fueron aberrantes, y cualquier adjetivo que usemos para definirlos siempre será insuficiente. Sin embargo, esto no nos debe llevar a calificarlos erróneamente, ya que en términos estrictamente jurídicos la calificación de los delitos imputados debe ser precisa. Por eso veo un intento de desvirtuar lo que el genocidio es o significa (“destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso coNº139
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mo tal”)1 para intentar convertir las causas contra los militares argentinos y chilenos en causas generales contra las dictaduras militares. Éstas deberían hacerse en Argentina o en Chile, pero en España está fuera de lugar. No es en España donde se deben realizar los juicios políticos contra las dictaduras militares argentinas y chilenas, sino en cada uno de esos países. La política virtual es un mal remedo de la democracia representativa y sólo puede servir para alentar soluciones autoritarias, de cualquier signo, más allá de que algunos revolucionarios nostálgicos de la Guerra Fría hayan descubierto recientemente el poder utópico y redentor de la justicia universal. La opinión pública española ante el Caso Pinochet
Como se señaló más arriba, la detención de Pinochet planteó un agrio debate en España en torno al futuro del dictador chileno. La mayor parte de la opinión pública española se alineó detrás de aquellos que clamaban justicia y que entendían que la actuación de los jueces españoles era el mejor camino para acabar con la impunidad de todos aquellos, militares y civiles, argentinos y chilenos, que de forma sistemática habían violado los derechos humanos. Con múltiples referencias a la transición española se debatía en torno a una cuestión crucial, a una ecuación de muy difícil por no decir de imposible solución: ¿cómo compaginar los legítimos derechos de las víctimas y de sus familiares de exigir justicia frente a las aberraciones sufridas con el
1 Una discusión más extensa de la apli-
cación del delito de genocidio a los crímenes de las dictaduras militares argentina y chilenas en Carlos Malamud (ed.), El caso Pinochet. Un debate sobre los límites de la im punidad punida d , Instituto Universitario Ortega y Gasset, Documentos de Trabajo, América Latina 1/2000 y Carlos Malamud, “Spanish public opinión and the Pinochet case”, en Madeleine Davies (eda.), The Pinochet Case: Origins, Progress and Implications , ILAS, Londres, 2003.
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también legítimo derecho de la sociedad chilena (o de cualquier otra sociedad) a pasar página? Junto a esta cuestión se plantearon otras, más vinculadas con la realidad nacional y las agendas locales, comenzando por la posibilidad de que la justicia española se convirtiera en un sucedáneo de un Tribunal Penal Internacional, como se vio con la demanda presentada por Rigoberta Menchú contra Efraín Ríos Montt y otros militares guatemaltecos, que finalmente no fue aceptada a trámite. La discusión y la práctica unanimidad de la opinión pública detrás de la postura de juzgar a Pinochet Pinochet en en España España debe ser puesta necesariamente en el contexto político de la época, ya que muchas reacciones respondieron más a consideraciones de política interna que a cuestiones ideológicas o de principios. También en Bélgica ocurrió algo similar, cuando prácticamente al final del caso Pinochet el gobierno belga se manifestó como el único gobierno interesado, de todos los implicados de un modo u otro en el caso, en recurrir la decisión de Straw de poner fin al proceso de extradición y permitir su regreso a Chile por razones de salud. En España, cuando se produjo la detención del ex dictador chileno, el Partido Popular (PP) de José María Aznar se encontraba en pleno “viaje al centro” y oponerse de forma abierta a la extradición de Pinochet hubiera supuesto el aborto inmediato de la operación. Todos los esfuerzos por centrar al partido se hubieran ido al garete si el gobierno se hubiera mostrado comprometido con la defensa de Pinochet o hubiera tomado una postura favorable a su excarcelación y a su devolución a Chile. Aznar y su ministro de Asuntos Exteriores, Abel Matutes, sabían que no querían que por ningún motivo Pinochet fuera enviado a ser juzgado en España, lo que hubiera implicado un sinnúmero de complicaciones de todo tipo (polí64
ticas, diplomáticas, de seguridad y orden público); pero se trataba de una verdad que no podía ni siquiera ser mencionada. Por su parte el PSOE atravesaba por una extraña situación de bicefalia y contaba con un partido profundamente dividido. Después de las elecciones primarias en que Josep Borrel se había impuesto al entonces secretario general Joaquín Almunia, la dirección del partido era llevada conjuntamente por el candidato Borrell y el secretario general Almunia, en un intento desesperado de recuperar el poder en las siguientes elecciones generales; y para ello había que asimilar de una forma clara al PP con la derecha. Por eso estaba excluida la solidaridad con sus camaradas chilenos. El caso Pinochet era una oportunidad de oro para golpear al PP y por eso la dirigencia socialista fue tan refractaria a los argumentos esgrimidos por algunos de sus colegas chilenos (especialmente aquellos más próximos al gobierno o a la candidatura de Ricardo Lagos) de que lo mejor para la democracia de Chile era que Pinochet volviera a su país, donde, en la medida de lo posible, debería ser juzgado. En este punto radicaba precisamente el principal argumento de los partidarios del juicio en
España: Pinochet nunca sería juzgado en Chile y en caso de serlo nunca sería condenado. Ahí estaban, para muchos, los límites de la impunidad. La actitud de los partidos políticos españoles, ninguno opuesto a la extradición, fue seguida por los medios de prensa, tanto escrita como televisada o radiofónica, donde la unanimidad a favor de juzgar a Pinochet en España era casi absoluta. En los principales partidos políticos (PP y PSOE) sólo se alzaron dos voces en contra de la posición generalizada: las de Manuel Fraga y Felipe González, claro está que por motivaciones bien diferentes. Pese a continuar actualmente como presidente de la Xunta de Galicia, Fraga ya estaba en un carril sin salida y sin posibilidades políticas futuras a escala nacional. Por tanto, estaba en condiciones de decir lo que le viniera en gana sobre Pinochet: como que nadie debía meterse en asuntos de otros países. Su posición en las filas de la derecha se vio reforzada después de que la baronesa Thatcher se pronunciara rotundamente en contra del juicio a Pinochet y hubiera recordado los méritos y logros de su gobierno. Por su parte, Felipe González había abandonado la conducción del partido y también
estaba en condiciones de adoptar posturas más independientes que las mantenidas por el PSOE. Su rotundo pronunciamiento por la territorialidad de la justicia penal, el respeto que merecía la transición chilena y a favor del retorno del dictador a su país no tuvo mucho eco entre sus correligionarios, que seguían más pendientes de la política interna que de las relaciones con América Latina, que era una de las principales preocupaciones del ex presidente. Los artículos de opinión en los periódicos seguían más o menos la misma tónica, apoyando la necesidad de juzgar a Pinochet en España. Y entre ellos destacaban, por su profundidad y por la información de primera mano transmitida, las crónicas y las opiniones de Ernesto Ekaizer en las páginas de El País. De vez en cuando aparecía algún pro pinochetista trasnochado que cantaba loas a los logros del general y poco más. En aquel entonces fuimos muy pocos (como, por ejemplo, Emilio Lamo de Espinosa, Oscar Alzaga y quien esto escribe) quienes señalábamos la importancia de que Pinochet fuera devuelto a Chile para ser juzgado allí. allí . A esta e sta exigua lista hay que sumar a Jorge Ed wards,, cuya voz dese wards desentona ntonaba ba del conjunto de opiniones chilenas expresadas en la prensa, como las de Luis Sepúlveda, Ariel Dorfmann o Isabel Allende, todos ellos partidarios de la extradición a España. Las voces de la derecha pinochetista chilena apenas se oían en este contexto. Con el trasfondo de las constantes presiones y agresiones a la Embajada de España en Santiago se trataba de voces muy poco bienvenidas. Hoy, años después de estos acontecimientos, es lógico que surja la pregunta de si Pinochet hubiera sido juzgado en Chile de no haber mediado la detención ordenada por Garzón o de qué hubiera pasado si hubiera sido extraditado a España. Se trata, evidentemente, de contrafactualess de muy difícil comtrafactuale CLAVES
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CARLOS MALAMUD
probación empírica, pero hay argumentos para todos los gustos. Están los que, como Ernesto Ekaizer, consideran que la actuación de Garzón fue decisiva y fundamental en el procesamiento del augusto dictador y que la iniciativa de Garzón marcó un antes y un después importantísimo en la transición chilena. El reputado historiador británico E.H. Carr se manifestó en su momento sobre la importancia relativa de la nariz de Cleopatra como para volver a hacerlo en esta ocasión. Y si bien la acción de Garzón fue relevante –sería ingenuo pensar de otra manera– creo que se puede argumentar que si Chile está donde está, si en Chile pasan las cosas que pasan, se debe básicamente a la propia sociedad chilena y a los esfuerzos por ella realizados. De otra manera, de haber mediado sólo la iniciativa de Garzón y la prisión en Londres, ni Pinochet hubiera sido desaforado, ni juzgado en Chile ni hubiera pasado a un segundo plano en la vida política de su país. Ya antes de la providencia de Garzón de solicitar a Interpol la detención internacional de Pinochet la justicia chilena había dado dad o pasos de gigante en la aclaración de las responsabilidades del pasado y el juez Juan Guzmán había comenzado su paciente instrucción en torno a la causa conocida como “la caravana de la muerte” y gracias a ello destacados personeros del régimen, como el general Sergio Arellano Stark, acabaron en la cárcel. En este sentido no debe olvidarse ese gran paso adelante que supuso la creación por parte del presidente Patricio Ayl win de la Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación para informar sobre las violaciones de derechos humanos entre 1973 y 1990. La comisión estuvo presidida por Raúl Rettig, que presentó un contundente informe en febrero de 1991 que abrió las puertas para mucho de lo que pasaría más tarde. El informe de la Comisión supuso un gran revulsivo Nº139
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para una parte importante de la sociedad chilena, que fue enfrentada con un cúmulo de hechos que no quería o no podía ver. Gracias a él la sociedad chilena pudo comenzar la difícil tarea de recuperar la memoria y de comenzar su tan necesaria catarsis. Paso a paso la sociedad chilena, y no sólo la sociedad civil sino también lo más lúcido de su sociedad política, se fue abriendo paso en la lucha por la verdad y por la recuperación de la memoria. Sin estridencias y sin manipulaciones políticas, como por el contrario ocurre al otro lado de los Andes, los chilenos fueron extendiendo el margen de maniobra para ampliar los márgenes de la convivencia. Una de las más flagrantes manipulaciones a las que aludo se observan en el lema recogido por las pancartas enarboladas por algunas organizaciones piqueteras y por la rama bonafiniana de las Madres de Plaza de Mayo: “los desaparecidos de ayer son los pobres de hoy”. Fin de juego
Las continuas y constantes presiones del gobierno chileno sobre el británico terminaron dando resultado, básicamente porque ni Tony Blair ni Jack Straw, por entonces su ministro del Interior, querían encontrarse con el macabro regalo de un Pinochet muerto en Inglaterra, algo que entraba dentro de lo factible ante el deterioro de la salud del dictador. Un hecho de semejante naturaleza no sólo atentaría contra las relaciones chileno-británicas y contra la estabilidad de la democracia chilena sino también sería un duro golpe contra el propio gobierno británico, muy acosado en este punto por unos conservadores muy beligerantes en la defensa de Pinochet, especialmente Margaret Thatcher y Norman Lamont. ¿Cuán grave estaba Pinochet? ¿Podía resistir un juicio en Gran Bretaña? Según Straw su deteriorada salud no lo permitiría. Según las imágenes de
televisión emitidas después de su regreso a Santiago de Chile, el 3 de marzo de 2001, cuando jaleado por por la banda banda militar militar que ejecutaba marchas militares alemanas y por la presencia de muchos camaradas, se levantó de la silla de ruedas y caminó erguido por la pista de aterriza je, había margen margen para pensar pensar en otra cosa. Ese tira y afloja entre la chulería de un dictador que no puede aguantar someterse a los dictados de la razón y la exigencia de un guión que, a efectos de evitar la humillación del juicio y la condena, requiere requie re la presencia de un anciano sumiso, enfermo y casi ido fue una constante en los momentos finales del caso Pinochet y todavía hoy lo sigue siendo. La labor paciente del juez Guzmán terminó dando sus frutos. Pero para eso no bastaba con la sola presencia de un juez estrella en el firmamento de la justicia chilena. Se requería del de l concurso de otras instancias y otros magistrados, que serían los encargados de tomar las últimas resoluciones. En ese sentido, el fallo de la Corte Suprema, que terminó sobreseyendo a Pinochet por razones médicas, se estimó la existencia de una demencia senil transitoria, es toda una pieza de maquiavelismo y de cinismo. Mientras Pinochet pueda seguir probando que está afectado de demencia senil podrá mantenerse al margen de una condena judicial, pero en el momento en que se pruebe que ha recuperado sus facultades podrá volver al banquillo. Por eso, tras las polémicas declaraciones del augusto dictador en ocasión de la celebración de su 88 cumpleaños, el juez Guzmán pidió la transcripción del reportaje, para dar luego otro paso al intentar procesarlo por la “Operación Cóndor”. Con todo, lo más importante es que más allá de los vericuetos legales, de las vueltas que ha dado el caso Pinochet, la historia ya ha juzgado y tampoco le absolverá. Creía, en sus años mozos Fidel Castro que la
historia le absolvería de los cargos esgrimidos en su contra después del fallido intento de capturar el cuartel Moncada. Puede que la historia sea benévola en ese aspecto, pero no en lo referente a las continuas violaciones de los derechos humanos en Cuba. La historia no absolverá ni a Castro ni a Pinochet, que más allá del profundo desprecio que sienten uno por el otro, tienen muchos, demasiados, puntos en común. El caso Pinochet, como muy bien demuestra Ekaizer en su libro, ha significado el ocaso definitivo del augusto dictador y su total alejamiento de la política chilena. n
Carlos Malamud es profesor titular de
Historia de América en la UNED e investigador principal para América Latina del Real Instituto Elcano. Autor de América latina: El Estado en crisis. 65
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EL ANTIFRANQUISMO IMAGINARIO La ficción autobiográfica de Antonio Muñoz Molina JUSTO SERNA
Antonioo Muñoz Antoni Muñoz Molina Molina El dueño del secreto
Castalia, 1997
n 1994 apareció El dueño del secreto, de Antonio Muñoz Molina. ¿Hay alguna actualidad o alguna razón cronológica que hoy motiven el recuerdo? Tal vez, el lapso de los diez años pueda servirnos de justificación; tal vez, los treinta años transcurridos desde 1974, que es el tiempo evocado en la narración, nos permitan la relectura. Los modernos nos hemos acostumbrado a festejar los números redondos, como si la cifra exacta, acabada en cero o en cinco, tuviera algo especial, un añadido simbólico que justificara la evocación. Pero, como nos advirtió Enrique Vila-Matas unos seis años atrás, es absurdo el prestigio que concedemos a los números redondos. Es, desde luego, una superstición que muchos compartimos, una superstición que, en fin, carece de fundamento pero que suele servir para orientarnos, para delimitar efemérides. Hace treinta años, Franco se vio aquejado de una enfermedad circulatoria y con ella se iniciaba su declive físico facilitando las expectativas políticas y los inicios de la transición democrática en España. Lejos de ser aquel episodio una derrota del dictador, la crisis final mostraba el fracaso inapelable del antifranquismo, la incapacidad de las fuerzas democráticas para echar a un tirano ya senil. A los treinta años de aquellos sucesos, Albert Boadella ha sabido retratar cinematográficamente la corte áulica y esperpéntica que rodeó a un Franco moribundo. Pero diez años antes que él, Antonio Muñoz Molina ya había sabido tratar literariamente el ambiente de miedo y de espe-
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ranzas colectivas del antifranquismo y lo había abordado en una especie de episodio posgaldosian posgaldosianoo irónico, incluso sarcástico, con la ternura cruel de quienes quieren hacerse cargo de sí mismos apreciando las derrotas y valorando las mansedumbres. Ahora que estamos en tiempos de celebración constitucional, ahora que estamos examinando la transición y sus resultados, tal vez sea un buen momento para releer aquel relato del antifranquismo imaginario. Probablemente aprendamos mucho de lo que fueron nuestras flaquezas y de lo que fueron los embelecos en que quisimos creer mientras vivió aquel Franco terminal. El dueño del secreto apareció publicada originariamente en dos ediciones diferentes por Ollero & Ramos. La primera aparición fue en forma de volumen no venal para la FNAC, un libro ideado como obsequio para los primeros clientes del establecimiento abierto en Madrid por aquellas fechas. La segunda, ya en el mercado, se destinaba a todos los lectores e inauguraba la colección “Novelas ejemplares” de Ollero & Ramos, con una cubierta bien significativa: según podemos leer en la contracubierta, se trata de un detalle del cuadro de Otto Venio, Nada más provechoso provec hoso que el silencio, una alusión directa, explícita, al secreto del título y al pecado de incontinencia. Como sugiere el rótulo cervantino de la colección, podemos concebir esos primeros volúmenes al estilo de relatos morales. Como es harto sabido, el conjunto de historias contenidas en las Novelas ejemplares se publicaron en Madrid en 1613 y fueron llamadas “novelas” “novelas” por adoptar Cervantes la palabra italiana novella, esa voz que aludía a la narración
breve imaginaria. Se trataba del relato de episodios acaecidos a personajes variopintos en circunstancias normales o extraordinarias, relato que, además de pintoresco y entretenido, podía tener algún valor moral, algún valor del que extraer enseñanza y provecho, experiencia. Se trataba, en fin, de hacer retratos y críticas, de volcar agudísimas observaciones que sirvieran de cuadro y de descripción en los que mirarse y mirar. mir ar. Los primeros títulos de Ollero & Ramos, con obras de Antonio Muñoz Molina y de Arturo PérezReverte, no hacen sino confirmar ese sentido ejemplar que le atribuye el editor: de una simple peripecia personal, de un avatar circunstancial, puede extraerse lección, puede sacarse enseñanza para todos. No se trata, por supuesto, de que los novelistas pontifiquen o emprendan largas digresiones sobre el devenir de sus personajes, ni de que se consientan intromisiones autoriales que aclaren pasajes oscuros o consecuencias morales. De lo que se trata es de recuperar o de confirmar otra vez el valor del relato, algo que estaba en los primeros historiadores y que a veces olvidamos: en la narración de una peripecia, real o ficticia, hay literalmente experiencia humana, es decir, modos de enfrentarse a los hechos y a las coerciones de la existencia, maneras de afrontar las acometidas del mundo, sea aquélla la vida esforzada de un joven provinciano y apocado, timorato y pobretón en Madrid o sea aquélla la vida agitada, vertiginosa, canalla de un periodista en guerra. Los personajes de esas primeras novelas ejemplares relatan después, cuando ha pasado más o menos tiempo y cuando ya tienen roturada la piel por las heridas y por las arrugas,
cuando se han distanciado de la experiencia y cuando los hechos se contemplan con el sedimento y el sentido que la posteridad les da. De algún modo y aunque no se prediquen como tales, esas narraciones son literalmente novelas de aventuras, pertenecen al género de aventuras, si por tal entendemos no sólo la sucesión vertiginosa de lances que el protagonista debe superar y supera con acierto, con valentía y coraje, sino también la relación de avatares de los que se ha librado milagrosamente, con astucia o por chiripa, que lo han curtido, que lo han herido, que lo han hecho más cobarde o más descreído. En este caso, la aventura es siempre una amenaza que logró superarse, una circunstancia en la que el personaje se vio envuelto y de la que quiere extraer alguna consecuencia que lo libre de los horrores que vivió o del riesgo en que estuvo. El presente es así el momento de la evaluación, el ajuste de cuentas con uno mismo y con quienes nos rodearon; pero ese escrutinio puede o no ser realista, puede ser acomodaticio y consolador, un recuerdo que nos apacigua y que sirve para justificar lo que hicimos o no dejamos de hacer. La novela ejemplar que relata un hecho antiguo sirve para exhumar avatares lejanos, pero sirve sobre todo para otorgar un sentido, para investir el pasado con un significado concreto que dé asiento a lo que ahora sucede. El relato de Pérez-Reverte transcurre en medio de un conflicto bélico y esa circunstancia parece propicia para que el carácter humano se curta, se endurezca, para que se atemperen o se pierdan las ilusiones y para que el escepticismo o el sarcasmo herido sean la consecuencia del espectáculo sangriento CLAVES
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Antonio Muñoz M olina
que el cronista debe cubrir. Comparada con esa “novela ejemplar”, con el vertiginoso y cruento relato de una guerra, la narración narraci ón de Muñoz Molina es, en principio, un relato menos angustioso. Al tratarse de un recuerdo juvenil y nostálgico del personaje y narrador narrador,, la novela contiene en principio una experiencia menos exótica, menos aventurera. Todo transcurre en Madrid, todo acaece en unas pocas semanas de 1974, y no hay muertos ni silban las balas. Si ésa es la evocación, si el relato lo es de las peripecias de un joven estudiante solitario y atribulado, taciturno y acobardado en una capital gris y fría, no parece que esa historia enerve, que esa historia nos haga contener la respiración o que los lances contados aceleren el pulso del lector. El episodio es menor, la circunstancia es escueta y el heroísmo es clandestino. Comparado con los periodistas acanallados y gastados de Territorio comanche , el personaje y narrador de El dueño del secreto tiene poco que contar y su gesta no es más que un avatar pequeño, sin consecuencias. Ha dicho Andrés Soria rotunda y juiciosamente que la novela de Antonio Muñoz Molina es una suerte de episodio nacional . Al calificarlo así, establece una filiación evidente con Galdós, con el Galdós de Trafalgar . ¿En qué sentido lo dice Andrés Soria? No se trata de que las obras de Galdós o Muñoz Molina compartan un parentesco exNº139
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plícito, un modo de realismo que ahora ya no podría ser igual al del ochocientos. En realidad, aquello que haría de la novela de Muñoz Molina un episodio nacional es la voluntad expresa de contar una circunstancia colectiva, un hecho histórico, una derrota, la rendición de todo un país, tomando la perspectiva y la voz de un personaje, un Gabriel Araceli también humildísimo, que relata, muchos años después, su propia derrota, su rendición. La vida colectiva se resuelve colectivamente, pero la existencia de la nación –que se relata en un episodio efectivamente nacional– no es nada si no sabemos de qué modo afrontan el destino los particulares. No hay individuo aislado que pueda escapar a las restricciones de su tiempo. No hay, en efecto, Robinson alguno que pueda sortear lo que su sociedad le permite, le presta o le niega. Por eso, en cada individuo se resuelve la dimensión colectiva y cada acción individual pone en juego a la colectividad. En Galdós había una retórica patriótica explícita, un patriotismo enfático y liberal expresado bajo la forma de la novela de aventuras y marinera. En Muñoz Molina, el episodio nacional tiene un sentido cómico que echamos a faltar en el novelista del ochocientos. Hay Hay,, en efecto, algo de risible en El dueño del secreto, algo de patético, triste y conmovedor, remotamente parejo ese patetismo al de Lorencito Que-
sada o al del narrador apocado de Nada del otro mundo. Lo que en el Gabriel Araceli de Galdós es heroísmo y arrojo, propiamente aventura y exaltación del coraje juvenil, en el relator de Muñoz Molina es miedo, inconstancia y ridiculez. Quien nos cuenta los hechos en Trafalgar asistió de joven a una derrota colectiva y al principio de la edad contemporánea, a aquel momento en que pudo expresar y dolerse del “amor santo de la Patria”; quien relata la peripecia en El dueño del secreto nos evoca una rendición personal, una cobardía y una huida, que el tiempo y su memoria convierten en circunstancia disculpable. Aunque sólo fuera por eso, el resultado de la novela tenía que ser forzosamente cómico. El avatar de la novela aventurera que se tipificó y que se difundió sobre todo en el siglo XIX exigía inteligencia, astucia, audacia y capacidad para descubrir la doblez del otro, del adulto o del adversario emboscado que afecta gestas y que simula heroicidades. El avatar exigía algo de coraje, exigía, en fin, que el personaje demostrase sobreponerse a sus miedos para sacar el valor viril que es propio de la juventud. En la novela de aventuras clásica, en La isla del tesoro por ejemplo, el joven Jim Hawkins está en principio lleno de pavores, tiene un pánico cerval a los bucaneros y facinerosos que frecuentan la posada de su padre o a los insurrectos que se revelan como feroces
piratas. Pero, como indicara Fernando Savater en La infancia recuperada, la novela de Robert Louis Stenvension es, a la vez, “una refle xión sobre sobre la audac audacia ia”, sobre la necesidad de extraer ese don o cualidad que el muchacho posee sin saberlo previamente y sobre las consecuencias también perniciosas o temerarias que ese coraje pueda acarrearle. El joven se prueba, se mide con rivales temibles, se amista con John Silver y, al mismo tiempo, sabe que esa compañía es peligrosa y aleccionadora. No teme tanto la brutalidad del bucanero cuanto su inteligencia, su doblez, su cautela estratégica, su capacidad negociadora: John Silver, al que Hawkins contempla con atracción y aversión, es bravucón o afecta docilidad cuando le conviene para salvar su pellejo; es, en fin, el pirata amante del ron, pero el bebedor que bebe con templanza, el bucanero que no se deja aturdir y perder por el alcohol, como sus estúpidos camaradas. El dueño del secreto también tiene por protagonista a un joven, a alguien a quien la vida le exige sacar de sí coraje, energía, inteligencia, astucia y sentido práctico, alguien que no sabía que la vida iba a demandarle tanto. Tampoco Hawkins lo sabía, un jovencito que atendía en la taberna familiar, pero la peripecia, la relación con John Silver y su temple particular le permitieron mostrar su audacia, su olfato, su intuición. Tampoco Gabriel Araceli lo sabía cuando su noble amo lo llamó y le preguntó “¿eres tú hombre de valor?” En efecto, añade, “no supe al principio qué contestar, porque, a decir verdad, en mis catorce años de vida no se me había presentado aún ocasión de asombrar el mundo con ningún hecho heroico”. Al respon67
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der afirmativamente, “con pueril arrogancia”” insiste el personaje de arrogancia Galdós, se comprometió, comprometió su palabra y, por ello, se vio forzado más adelante a sacar de sí ese coraje viril de que daría suficientes pruebas. El protagonista de El dueño del secreto no cuenta con nada de eso, a pesar de que comprometerá también su palabra y a pesar de sumar más años, de haber superado estrictamente esa edad púber. Ni su avatar será heroico, ni el hombre adulto con quien habría de tratar poseía la nobleza que la circunstancia demandaba. Lo que nosotros, lectores, comprobamos es la debilidad de carácter del narrador narrador,, tal vez porque cuando llegó a la juventud que exige arrojo ya había pasado el tiempo de los héroes. Por eso, cuando en un relato de aventuras se niega todo eso, cuando la aventura y el heroísmo se frustran tan estrepitosa y estúpidamente, por mucho que ahora pretexte o se justifique el narrador, la novela lo es de un experiencia patética, de una peripecia ridícula. El persona je es, pue pues,s, cóm cómico ico malgré lui , es risible, y su narración es la del hombre acobardado, pero, atención, no la novela de un hombre acobardado con el que ensañarnos. ¿Por qué razón? Porque sabemos que si nosotros hubiéramos estado en esa situación tal vez no habríamos obrado de manera muy distinta, porque advertimos en cada uno algo de ese carácter miedica, algo de ese temple medroso que en todos está y que en este personaje aflora sin contención, sin contrapunto, sin que él mismo le oponga freno o decisión. ¿Cuál es la historia que se nos relata? En principio, la historia que se nos cuenta es la de una conspiración frustrada, urdida en 1974 y, al decir del narrador, destinada a derribar el régimen franquista. Lo que se nos relata concretamente es la historia de la participación de un joven de dieciocho años en ese plan dirigido a cambiar el curso de los acontecimientos, el devenir español; lo que se nos cuenta es un episodio nacional en el que un Gabriel Araceli del novecientos narra la historia de su fracaso personal, de cómo su incontinencia ver68
bal facilitó un chivatazo que desbarató el golpe de Estado previsto y el triunfo deseado y adelantado de la democracia en España. Que los hechos transcurran en Madrid no hace a esta novela menos aventurera que otras del género a las que podíamos asociarla por tradición y por forma expresiva: no hace falta irse a los mares del Sur para vivir una peripecia tan excitante y llena de peligros. Nada había más arriesgado en la España de 1974 que participar en una conspiración antifranquista: la represión más dura y pertinaz, los grises más violentos, la cárcel más temida, el exilio más triste o, incluso, la pena de muerte eran las amenazas ciertas que pendían sobre todo aspirante a opositor. Por eso, por tener ese perfil la aventura, El dueño del secreto podría concebirse también como una novela política, ese género comprometido que justamente por entonces triunfaba en el cine, por ejemplo, y que consistía en denunciar dictaduras y atropellos constitucionales. Pero este relato no es contemporáneo de los hechos, sino que está contado diecinueve años después, cuando el régimen ya había caído hacía tiempo y, por tanto, cuando no había nada que abatir, cuando lo político ya no solía ser materia de narraciones, cuando el compromiso era palabra que suscitaba dudas y cuando el género de denuncia estaba muy alicaído. Recapitulemos, pues, el género al que adscribir El dueño del secreto. Por lo dicho, comprobamos inmediatamente las dificultades de identificar esas convenciones y, por tanto, el anacronismo explícito y metanarrativo en que incurre quien nos cuenta el avatar. No cumple con las reglas clásicas de la novela de aventuras (el coraje, el héroe que afronta y sale victorioso de todo tipo de penalidades). Tampoco responde al esquema del relato político, porque éste suele tener como rasgo la denuncia contemporánea, la crítica simultánea de lo que narra, mientras que el narrador de El dueño del secreto se demora casi veinte años en contarnos lo que cree que debe contarnos, casi dos décadas para atreverse a revelar lo que en otro tiempo pudo haber si-
do decisivo, capital, para la caída del franquismo. Si tarda tanto tiempo, entonces es que el personaje es decididamente timorato y peca de una prevención excesiva, injustificada, incluso ridícula. Si tarda tantos años en detallar y revelar ese secreto del que es poseedor, entonces...¿qué es este relato? Una manera sencilla de responder sería decir que es una narración de la memoria, que transcurrida la juventud aquel que cuenta se apresta a hacer exhumación de un pasaje decisivo de su vida. En ese sentido, el relato sería la memoria de ese personaje que se expresa en primera persona, un yo que nunca se identifica con nombre y apellidos (hasta ese punto es timorato), un yo que no incluye un primer capítulo en que detalle sus orígenes, como hacía Gabriel Araceli en Trafalgar . No hay nada que denunciar de lo que se derive consecuencia, no hay aventura heroica que mostrar y que pruebe el temple personal: se trataría sólo de contar lo que uno hizo en aquel tiempo; se trataría de relatar –ahora justamente que han pasado los años y no hay peligro que amenace– ciertas cosas en las que uno estuvo involucrado; se trataría de evocar, muchos años después, cuando uno llega a la cuarentena, lo que fue su primera juventud. Desde este punto de vista, pues, sería una novela de formación, un relato de aprendizaje, de cómo me constituí, de cómo aprendí, de cómo fui asendereado por la vida y por contemporáneos y por adversarios. Insistíamos antes que la peripecia narrada tiene algo de ridícula, de patética y que revela a un personaje acobardado. ¿Para qué contar casi veinte años después un pasaje de tu vida si éste tiene poco de glorioso? ¿No ¿No sería mejor callar lo que hay de ridículo en tu pasado? Lo cómico de esta novela es que el sesgo patético de la experiencia se la vemos nosotros, los lectores, como sucedía en Los misterios de Madrid . No está claro que el personaje y narrador de esta historia se vea así y, con nostalgia mansa de sedentario, con melancolía acomodaticia, se dice a sí mismo que “aquellos fueron tiem-
pos”, esto es, que aquellos fueron los tiempos de la juventud, del atolondramiento de los dieciocho años. Sabe que cometió ciertos errores, que por su imprudencia se desbarató la conspiración democrática a la que se había sumado, sabe que no puede corregir aquellas decisiones erróneas, pero está orgulloso, explícitamente orgulloso, de haber sido testigo y copartícipe de actividades clandestinas, de haber sido depositario de uno..., no, de varios secretos. Lo cuenta cercano ya a los cuarenta, en 1993, cuando tiene una vida estable, cómoda y provinciana y ya no precisa los tumbos de la juventud ni las aventuras erróneas y bienintencionadas de los dieciocho años. Si hacemos cálculos, hemos de concluir que el narrador nació en 1956 en un pueblo que nunca se nombra, un pueblo del sur. Probablemente calla también sobre este hecho para evitar que se le reconozca, temeroso a pesar de la distancia temporal que le separa de aquellos hechos. Es hijo de tenderos Quesada, propietarios de un pequeño comercio, tiene varios hermanos e hizo sus primeros estudios en un colegio salesiano, como Lorencito. Por espacio de un tiempo, entre 1974 y 1976, ayudó a su madre en el negocio familiar, después de regresar de su estancia madrileña, después de que acabara su vida universitaria e izquierdista en aquel Madrid de la Complutense adonde había ido con el propósito frustrado, pronto abandonado, de estudiar periodismo y en donde vivió el espejismo o la realidad de participar en una conspiración antifranquista. Tal vez por eso, por el aprecio que sintió desde niño por la escritura, por la crónica de sucesos y por la prensa es por lo que ahora, a pesar de no haber concluido la carrera, puede contar de la forma en que cuenta. Tal vez por eso no nos sorprende la posible incongruencia de un relato hecho por alguien que no concluyó sus estudios y que maneja bien la pluma y se sabe expresar.. En efecto, parece tener culpresar tura, unos estudios inconclusos, y desde luego, al margen de lo que opine de ellos, que no suele ser CLAVES
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muy positivo ni elogioso, sabe cando al yerno. Generoso o interequién es Umberto Eco o quiénes sado, por lástima –añade dolorosafueron Roland Barthes o Nicos mente el narrador–, el padre de su Poulantzas. A los dos primeros los esposa emplearía al joven en la gescita como ejemplos de la semiolo- toría regalándoles su piso de casagía que le hacían estudiar en la l a Fa- dos. Les nacieron dos hijos, uno cultad, un saber arcano, de funda- en 1977, resultado del pecado preción reciente, de vocablos extra- matrimonial, de aquel desliz de la ños, incomprensibles; al último lo carne, y el segundo en 1981. Son menciona para hacer alusión al es- dos chavales bien distintos, indica tructuralismo entonces imperante el narrador: uno resulta ser ya el en ambiente académico y como típico adolescente arisco que se aleemblema de un cierto marxismo ja, que se se distanc distancia ia de los padre padress y continental. De hecho, según con- del mundo de los adultos, y otro es fiesa el narrador parece haber abra- aún obediente, cariñoso, gordito y zado un marxismo elemental, en buen estudiante. Ahora, cuando el verdad elemental, inspirado remo- narrador nos cuenta todo esto, tamente en aquella versión com- el matrimonio vive en otro piso. pleja, abstrusa y áspera que fue el Fue un cambio de domicilio que se althusserianismo. verificó a la muerte de su padre, Desde fecha temprana, al me- seguramente –aunque no lo dice– nos desde los dieciocho, en una con motivo de una herencia que época en la que a esta edad aún no posibilitó el traslado, al acceso a la se gozaba de la mayoría legal, te- nueva propiedad. En el piso en el nía novia, la novia de toda la vida. que conviven reside también Se trataba de una joven limpia, la madre desde que le sobrevino la hacendosa y modesta, sin las ín- viudez y se vio sola. La vida del narrador no tiene fulas intelectuales del narrador. Se trataba, en fin, de una joven que secretos, es –dice–“trasparente, sepronto empezaría a trabajar en la rena”: es la vida de un pueblerino gestoría de la que era propietario –admite–, pero es una existencia su propio padre, una gestoría y “en la que no falta algún relativo una autoescuela llamadas Virgen privilegio ni ocurre casi nada fuera de Guadalupe , como correspon- de mi trabajo y de mi familia”. Se día a la devoción mariana de una trata, en efecto, de una vida atempersona de orden que, además, perada, basada en la rutina de prohabía pertenecido a la guardia de vincia y en lo previsible, en una Franco. La muchacha y el narra- comodidad muelle y sin sobresaldor compartieron un idilio dura- tos, un modo como otro de mandero, como entonces era normal tenerse y un modo como otro de en una pareja de provincias, pare- esperar la muerte que a todos, ce decirnos: un noviazgo casi mi- aventureros o sedentarios, nos lleneral que, sin embargo, fue visto ga. Es decir, que lo escueto de la vicon escasa simpatía por el gestor. da parece haberse asumido como Repitieron paseos por la calle una espera irreparable. En 1974, Nueva y sofocaron su prurito con el narrador tomó la decisión de unas relaciones prematrimoniales volver a su pueblo, tan lejano, tan de cine y manitas , tocamientos distante, tan diferente, desde un breves, escuetos, un noviazgo de Madrid vertiginoso y cosmopolita pueblo que sólo se aceleró, preci- de grandes edificios y de vida mosamente en 1976, cuando se vie- derna que le aturdía y le atraía, desron obligados a casarse de penalty . de un Madrid que debió abandoPor supuesto aquella boda se cele- nar precipitadamente por creerse bró en una ermita ubicada fuera posible y futura víctima de la redel pueblo, una ermita que les sir- presión franquista que se avecinavió para emboscarse y que les con- ba. Por lo que dice, no parece que cedía tregua en el escándalo pro- regresara después a la capital en los vinciano de un embarazo que, a la veinte años transcurridos desde postre, revelaba sexo. aquella fecha, pero no renuncia a Sin embargo, el suegro no tuvo hacerlo, pues se trata de un viaje más remedio que olvidar pronto la que le ha prometido a su esposa y culpa de la carne para acabar colo- que por hache o por be se ha ido Nº139
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postergando una vez tras otra. Aunque no se queja de lo que ha Aunque sido su existencia (a la postre, la muerte a todos nos llega y acaba por liquidar las esperanzas más vanas), aunque admite con un tono acomodaticio lo que le ha deparado el futuro, se pregunta a veces qué otra vida pudo haber llevado, si había otros porvenires potenciales para alguien que optó por regresar a su lugar de nacimiento y de arraigo abandonando estudios y urbe. Aún hoy se pregunta, en efecto, qué habría sido de su persona si hubiera continuado cursando la carrera, si hubiera sabido mantener el secreto de la conspiración en la que participaba y que él malbarató con su incontinencia, con su verbo fácil. La vida se le ha asentado y la existencia se le ha hecho previsible, cómoda, lo cual es un alivio. La provincia es su hábitat, el pueblo es su refugio, el trabajo administrativo de escribiente en la gestoría le proporciona seguridad y un confort modesto en unos tiempos que son y siempre han sido difíciles. La vida, en efecto, siempre es dura. Pero...¿había otras existencias potenciales reservadas para él, otro destino diferente? Según admite, siempre fue un tipo algo acobardado y precisamente por eso no ha querido ni quiere complicarse demasiado la vida, un devenir lleno de amenazas y de riesgos difíciles de afrontar. Por eso, aunque se pregunte sobre ese curso potencial, sobre esa existencia distinta que no ha conocido, no echa en falta lo que no ha sido o lo que no ha ocurrido, aunque pudiera haber sido o pudiera haber ocurrido. Sobrevive con mansedumbre alimentando un recuerdo o una fantasía que él misma agranda, sin duda, un recuerdo o una fantasía que mejora y que agiganta probablemente; vive alimentándose de una reminiscencia antigua que le devuelve a la juventud que se fue, porque albergado en su memoria tiene un secreto que lo vivifica, que lo nutre, que le hace respirar en medio de su rutina confortable y sedentaria de provincias. Se refiere, claro, a ese Madrid noctámbulo y vertiginoso de los setenta que él conoció y que es su tesoro particular y que sus pai-
sanos ignoran; alude a ese Madrid en el que vislumbró milagrosamente desnuda y regia a una mujer de bandera. Pero Pero...¿es ...¿es ése el único secreto del que él fue depositario? La narración se titula pomposamente El dueño del secreto, con el énfasis algo ridículo que provoca una ironía evidente e involuntaria –añadiríamos–; se titula así, en singular enfático, pero a decir verdad no hay uno solo, sino varios secretos. Hay ese secreto del Madrid cosmopolita y apresurado del tardofranquismo, de la carne entrevista y lasciva y apetitosa de una mujer de lujuria que a él no le pertenecía, de la que él no era el dueño. Hay el secreto de Ataúlfo Ramiro Retamar, Retamar, el hombre adulto y experimentado –¿un John Silver de pacotilla?– que lo guía, que le enseña, que lo adiestra en las artes puticlub ub y del cosmopolitismo, del puticl de las whiskerías , el cicerone que lo lleva por el Madrid pecaminoso y aventurero, y que a la vez le revela el secreto político de su persona: Ataúlfo Ataú lfo Ramir Ramiroo Retam Retamar ar dice pertenecer a la Federación Anarquista Anarquista Ibérica, dice ser el Secretario General de la FAI. Y luego, como colofón y como corolario de la historia, está el secreto de la conspiración antifranquista: el golpe de Estado democrático que se está urdiendo, en el que participa Ataúlfo y en el ingresará como simple grumete, como mecanógrafo, el propio narrador. Aprovechando esos avatares y el detalle de esos arcanos, la novela describe ambientes y personajes de aquel tiempo, se demora en una España de los setenta que es recreación y que es análisis involuntario, que es retrato y que es retoque retrospectivo, lo que el personaje recuerda de una época remotísima y que ahora se nos presenta con nostalgia y con distancia. Los protagonistas de El dueño de secreto son una ciudad, cuatro personajes masculinos y dos femeninos. La ciudad es, por supuesto, Madrid, pero un Madrid que no tiene una sola vertiente, que no sólo queda caracterizada por un único rasgo. Hay, en primer término, el Madrid pobre y popular, de hambre y de privaciones, las que padeciera un estudiante de provin69
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cias sin posibles y albergado en una pensión menesterosa. Es la ciudad enorme, ajetreada, imponente, de grandes edificios como el de la Telefónica que aturden al joven pueblerino que los observa con vértigo. Es la ciudad de los aprietos estudiantiles y de la soledad, con descripciones que recuerdan las propias de la tradición picaresca y de la la tradición galdosiana, con hambre atrasada, con alucinaciones y con comilonas soñadas al estilo de Car panta pan ta, tan popular entonces. Hay el Madrid pecaminoso y cosmopolita, el Madrid cuya estética vemos ahora antigua y lejanísima, pero que entonces era rabiosamente moderna y singular, el Madrid que Ataúlfo le descubre al narrador. Es la ciudad de los clubes nocturnos con barras de acero inoxidable forradas de eskay, con prostitutas obsequiosas y mujeres descomunales y amenazadoras que calzaban zapatos de suela enorme, aquellas plataformas que las elevaban con peligro. Es la ciudad a la que llegan los whiskys de malta y en la que unos pocos disfrutan de alcoholes finos y man jaress copiosos jare copiosos.. Hablo Hablo también también del del cocido humeante que sirven en de Lhardy , de las tapas de Jos Joséé Luis Luis , de los combinados de Chicote , del To pic’s pic ’s , de los helados y los refrescos ingeridos en las terrazas o en La Mallorquina Mallorq uina, el célebre establecimiento de la Puerta del Sol. Hay el Madrid Villa y Corte, la capital política, la población dominada por el gris de los funcionarios y de la policía, el Madrid de la última represión franquista en el que se agolpan estudiantes melenudos y patilludos de la Complutense que acuden a manifestaciones improvisadas, estudiantes pertrechados de marxismo y uniformados con pantalones ligera o abruptamente acampanados. Hay el Madrid asediado, resistente, el Madrid casi perdido de la guerra civil que aguantó bajo la presión franquista y del que quedan huellas, unos pocos vestigios que Ataúlfo Ata úlfo rev revela ela al nar narrad rador or,, los res restos tos de un pasado popular y democrático que el triunfo de la conspiración ayudará a desenterrar. Y luego está el Madrid castizo y hortera, incluso para el propio narrador, de moqueta gastada, de trastos de formic formicaa y de mueble bar, con adornos esfor70
zadamente decorativos, con plástico e imitación de madera. madera. Esa localización variada y ese mundo de objetos pasados y ya anacrónicos se contienen en ciento cuarenta y ocho páginas y son el espacio real e imaginario, recordado, de su protagonista, de ese narrador que habla y habla sin parar para así revelar el secreto o los secretos que le acompañan desde los años setenta. No recuerdo inspección histórica más condensada, sintética y documentada del Madrid de aquellas fechas. Los historiadores necesitan páginas y páginas, documentos y documentos, para detallar una ciudad, un tiempo y un avatar colectivo. En cambio, el relato dudoso de un pobre diablo nos da cuenta de las varias ciudades que se superponen y que se agolpan en el mismo recinto urbano, con sus personajes y sus edificios. Pero, además, retiene lo fundamental de una época tomando emblemas de entonces, símbolos ya perdidos o asimilados u olvidados, el repertorio material de un tiempo ya caduco, de osadías estéticas y de materiales innobles. Y al hacerlo con ese tono patético y risible, al emprender la reconstrucción un pobre diablo, le resta épica y nobleza y, por tanto, rebaja la peripecia colectiva. Franco murió en la cama, no hubo conspiración democrática que derribara la dictadura, tal vez porque todos creían en la solidez mineral del Régimen y sólo cuando el miedo empezó a perderse, los contemporáneos comprobaron la fragilidad de un sistema enfermo y pronto desaparecido. Pero si hubo miedo no fue sólo el del narrador, tan apocado, tan retraído, sino que lo padecieron todos y gracias a esa prevención y a la represión que todos temieron con razón, el dictador no fue abatido. El narrador y personaje tiene una serie de características, de hábitos de conducta y de propensiones, que vamos a ir descubriendo conforme nos relate su peripecia, o bien por que no las confiese abiertamente o bien porque logremos entreverla en sus palabras. Se trata, en efecto, de un estudiante pobre y miedoso, alguien que se ve desde siempre cobarde y taciturno, solitario y amedrentado, el ejemplo de
un estudiante de provincias pobretón, un pueblerino –según él mismo confiesa– que sobrevive en aquel Madrid de entonces con trabajos precarios e imprevisibles y que se alimenta regularmente con bocadillos y con embutidos remitidos por su madre y excepcionalmente con los opíparos manjares con que le obsequiará Ataúlfo. No le acaba de convencer del todo la rutina, la mansedumbre, de sus mayores y del mundo rural y pequeño del que procede, pero le asusta y le doblega el vértigo de la vida de ciudad, la aventura de un Madrid universitario y urbano. urbano. Tiene incontinencia verbal y de la otra. Es decir, por un lado, no sabe guardar un secreto durante mucho tiempo, tal vez porque mantener silencio se convierte para él en un lastre, aquejado como está de una soledad dolorosa. Tantas horas de incomunicación a las que está obligado por falta de relaciones y de arrojo le llevan a largar en cuanto puede, que es inmediatame inmediatamente. nte. Y tiene, como digo, incontinencia de vejiga, esas urgencias mingitorias que le vienen en los momentos más delicados y que le abochornan, una mala pasada que le juega el destino. ¿Cómo se puede ser héroe corajudo sin uno precisa mear a cada instante, justamente en los momentos en que se debe probar la fuerza, en que se debe mostrar decisión? Eso no lo digo yo, lo piensa el protagonista y narrador. Por esto y por otras razones, pues, el personaje no se considera demasiado, incluso se vive como un botarate y un farsante. Al no tener la autoestima bien asentada, se muestra en cuanto puede como un contemporizador y evita, por razones obvias, emprender aventuras sexuales comprometedoras. Es muy vergonzoso y le aqueja un vago remordimiento propio y heredado, una culpa de él y de sus mayores, un mal inespecífico que afronta como lo mejor que sabe. Teme defraudar, vive momentos de pasividad, de inactividad, y a cambio suele ser enérgico a destiempo, como es característico de aquellos que tienen el alma sedentaria y prudente y asustadiza. asustadiz a. Detesta la aventura y el misterio, si la aventura y el misterio
lo ponen en riesgo, y sólo se consiente las quimeras bienintencionadas de un izquierdismo imaginario, pusilánime, elemental, un obrerismo nacido en Acción Católica e influido por cristianos por el socialismo. Comparte tantas cosas con Lorencito... Su gran logro, esa conquista de los pobres de la que él se sirve, ese orgullo del que tantos se vanaglorian, es la mecanografía: gracias a las pulsaciones que alcanza con su Tippa Adler reluciente, bien engrasada, es por lo que pudo entrar en el ambiente de Ataúlfo. Pero su sueño auténtico, aquel que le llevó a Madrid en 1974, era ser periodista, y para eso justamente está en la capital, para cursar Ciencias de la Información, título extraño algo enfático que no le gusta. Puesto que se cree dotado de imaginación, incluso de imaginación febril, lo que de verdad quiere hacer en la vida es estudiar periodismo, llegar a ser un periodista de raza, convertirse en un nuevo John Reed que atestigüe ante el mundo un devenir que cambiará el curso de la historia, un verdadero cronista atento a la noticia que salta. Pues eso es precisamente lo que hace al final de su estancia madrileña: estar atento a los indicios de una conspiración, un hecho histórico definitivo que suponía decisivo para acabar con el dictador,, una conspiración urdida dictador por unos cuantos escogidos y que él, por imprudencia, hará fracasar fracasar.. Concede gran valor a la mirada. Como buen solitario que es y como ese periodista que aspira a ser, mira constantemente, aprecia, observa y cree distinguir lo que sus contemporáneos no ven. “En aquellos días –dice– aún me gustaba todo de Madrid, incluso lo que me asustaba, y me sumergía en los túneles y en lo vagones del metro con la disposición aventurera y enérgica de un explorador”.
Es decir, que su periplo errabundo por las calles o el suburbano de la capital es una suerte de aventura propiamente, una indagación, un esfuerzo de la mirada. Se trazaba “itinerarios en lo desconocido con la ayuda de un mapa y mirando una por una todas las caras con las que me cruzaCLAVES
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ba queriendo no perderme ni un personaje ni un detalle en el gran espectácul espectáculoo de las vidas ajenas”.
Por eso insiste en que sabe mirar, en que sabe otear el horizonte como un explorador y en que sabe adivinar las huellas de lo que está por venir: y lo que llega es la represión, el desastre, la rendición. Lo que empezó siendo una exploración, lo que continuó siendo una aventura, acabó como un Trafalgar personal. ¿Es así? Quizá sea todo menos heroico de lo que él mismo admite, quizá no sepa mirar y vea sólo lo que quiere ver, lo que su imaginación febril le hizo o le hace o le permite ver, en este caso un vulgarísimo lío de faldas que él no distingue y que confunde enfáticamente con una premonición de desastre colectivo, los vaticinios de una conspiración fracasada. La memoria es dudosa, ya lo sabemos, y del relato del pasado y de la reminiscencia solemos hacer una historia coherente. Sólo contamos con su versión, una versión que se demora durante dos décadas y frente a la que no hay contraste posible. Ataúlfo ya murió tiempo atrás y nadie más es convocado en este relato para confirmar o desmentir sus aseveraciones y juicios. Por eso, nosotros, los lectores, los historiadores que confrontaran su relato, debemos conformarnos con un único testimonio: unus testis . Sin embargo, este relato vibrante y deplorable, algo ridículo y un pelín patético, es insuficiente y una vaga sospecha se le despierta al lector. O, por qué no, al historiador exigente que no confía en un solo testimonio. No acabamos de creernos la veracidad y la solidez de esta versión. Pero no porque el narrador mienta o porque tergiverse los hechos por doblez o autojustificación, sino porque, por lo que cuenta, no sabe ver lo que a todas luces es evidente. Él, que se cree un buen observador, que mira con detenimiento y cuidado lo que pasa, lo que acontece a su alrededor, está ciego ante unas circunstancias sospechosas. Es decir, que sería un pésimo periodista, un testigo impresionable que rellena la realidad con sus fantasías involuntarias y con los engaños de los otros, de esos que lo deslumNº139
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bran y que le impide ver bien y llevar a cabo sus pesquisas. Intentemos explicarlo. El segundo gran personaje del relato es Ataúlfo Ramiro Retamar. Es decisivo, es la contraparte, es el guía y el ángel tutelar del jovencito de dieciocho años. Jim Hawkins necesitó un John Silver para aprender qué era la vida, la dureza de la vida, cómo desenvolverse eficazmente, cuáles eran los engaños que la existencia nos depara y cuál la doblez de que son capaces algunos que se nos enfrentan. De su relación ambivalente y del contacto arriesgado con el bucanero, el joven volvió con experiencia, más astuto, menos infantil: había tratado con un personaje inquietante, bueno y malo a la vez, estratega, cicerone de adolescente y urdidor de mentiras. Todo ello con un único fin, el de hacerse con el tesoro o, en el peor de los casos, como así fue, salvar la vida con una dotación aceptable. Ataúlfo es un adulto a cuyo conocimiento el narrador llegará por azar azar,, por recomendación, afanoso como estaba por hacerse con trabajos que le permitieran la subsistencia en Madrid. ¿Y qué mejor que la mecanografía, esa competencia técnica del menesteroso con aspiraciones? Ataúlfo es abogado, lleva una vida agitadísima, oscura, rumbosa, clandestina, una vida en la que se mezclan desenvoltura cosmopolita y manejos, urdimbres más o menos secretas. A ese Ataúlfo llega el narrador, deslumbrado por el Madrid que le hace conocer, el pecaminoso, sobre todo. Pero esa vida de crápula de club nocturno, de whisky y francachela, de mujeres monumentales y de putas enamoradizas, de taxis por la Gran Vía, no parece ser muy congruente –admite el narrador– con la existencia de casado ejemplar, con hijos y con bufete distinguido, y menos aún con la condición –según revelación del propio Ataúlfo– Ata úlfo– de dirigente dirigente máximo máximo de la FAI. ¿Cuál es el verdadero Ataúlfo?, nos podríamos preguntar. preguntar. El narrador da la coherencia por supuesta, acepta lo congruente de esas vidas distintas y salva los roces entre una existencia y otra en un Ataúlfo Ata úlfo que que se nos antoj antojaa dudoso. dudoso. De haber contradicciones, conclu-
ye, se deberían a la vida de secreto y de clandestinidad a que está abocado el conspirador. Si estás en el centro de una conspiración, no pidas que tu vida privada y tus correrías públicas encajen sin conflicto. El club nocturno Azul no es sólo un whiskería, no es sólo un puticlub putic lub: es o puede ser –según colige el narrador– el centro neurálgico de la conspiración o, al menos, el refugio en el que se cobija el propio Ataúlfo cuando amenazan la represión y las pesquisas policiales. Ataúlfo es abogado, abogado, es –según confesión propia– libertario, es dandy, lleva una doble vida clandestina, es noctámbulo, es moderno y desenvuelto, es maduro y elegante, es bebedor de malta y fumador de Winston. Pero lo que no parece advertir el narrador es algo mucho más simple, la verdad más trivial que, como la carta de Poe, de tan visible que resulta ser él mismo no ve: Ataúlfo es un adúltero que se ve a escondidas, a hurtadillas, con una mujer de bandera cuyo desnudo pudo entrever nuestro relator. La novela trata de un secreto conspirativo, de acuerdo con el sentido que le da la memoria del narrador, pero si leemos el relato según la clave del adulterio, los indicios evidentes del plan o de sus desmantelamiento no son nada obvios. Más aún, podemos preguntarnos: ¿de verdad el narrador participó en una conspiración? Él no miente. Por tanto, no ponemos en duda lo que él cree, lo que nos revela: para él esos indicios son huellas indudables de ese plan y de su frustración, porque los quiere ver así. Como tantas veces se ha dicho, no sólo es cierto lo que es objetivamente cierto, universalmente incontrovertible, sino lo que creemos que lo es, al menos porque provoca efectos y consecuencias en nuestros actos. Tal vez algo parecido le sucede al narrador. Es decir, pudo muy bien no haber conspiración en aquel Madrid del tardofranquismo, lleno de rumores intencionados y de expectativas de cambio, de ansiedad por la duración del Régimen. Rumores y patrañas debieron de menudear y quimeras golpistas que la memoria y la oposición derrotada agiganta-
ron en un Madrid que contemplaba la revolución de los claveles y el fin del salazarismo portugués. ¿Es posible que la conspiración proclamada por Ataúlfo sólo fuera una excusa e incluso una mentira urdida y rápidamente creída por un estudiante que, según reconoce el propio narrador, es “hambriento, solitario y algo lunático” lunático”?? Cuesta creer que un plan tan decisivo se ponga en conocimiento de un acobardado muchacho de provincias, débil de carácter. O es directamente falso y muestra la credulidad del jovencito, o, si es cierto, prueba la fragilidad de aquella oposición acotada y acorralada por el franquismo terminal. ¿No sería el presunto golpe el modo de lograr por parte de Ataúlfo una mayor intimidad, entrega y colaboración del muchacho para otros fines que el propio narrador desconoce? De esa manera pudo enredarle como tapadera verosímil para una meta que no estaba clara. Incluso pudo tenerle como correveidile para llevar a alguna amante vulgar cartas y billetitos que leía con dificultad y cuyo contenido el propio narrador ignoraba por completo, atribuyéndolo fantasiosamente fantasiosamente a las urgencias políticas en las que creía estar envuelto. Al margen de que hubiera o no esa conspiración en la que el relator insiste, en cualquier caso se le tomó como tonto útil por parte de un adúltero, de un crápula, de un calavera que emprendía correrías sexuales y del que poco o nada más sabemos. Esta interpretación no queda avalada por el punto de vista del narrador, por supuesto, quien casi veinte años después no parece ver lo que estaba a la vista de todos: el adulterio de don Ataúlfo, el engaño urdido contra una esposa que fue bella y ahora ajada y que, según revela inocentemente el relator, en algún momento reprocha al abogado sus embustes, una esposa a la que hemos oído llorar con “quejidos de animal”, una esposa que le grita al marido: “Mentira, mentira y nada más que mentira y siempre mentira”. ¿Conspiración? ¿El secreto de una conspiración? Podría ser, desde luego, pero lo que el narrador se obstina en no ver es cómo un marido engaña a 71
EL ANTIFRANQUISMO IMAGINARIO
su mujer y lo encubre con bellas razones políticas. ¿Periodista de raza? Tal vez nuestro narrador asistió a un melodrama sin saberlo, siendo testigo de un folletín, incluso de un sainete, mientras creía asistir a un gran drama en un solo acto. Si es así, lo patético de la experiencia se agranda. Los otros dos personajes masculinos son comparsa y asistencia de la trama, interlocutores habituales u ocasionales del relator, amigos o conocidos de los que Muñoz Molina se sirve para darle compañía y contrapunto al narrador. Son, en primer lugar, Ramonazo o Tovarich, en realidad Ramón Tovar, convecino del pueblo ahora en Madrid, y, en segundo término, otra persona más de la que no se nos dice el nombre, pero al que se identifica también como paisano. Veamos al primero de ellos. Ramonazo procede del pueblo, en efecto, pero, además, a juicio del narrador, se le ve encima su procedencia, lo basto que es, un mecánico que habiendo escapado de su localidad para probar fortuna en Madrid acabaría logrando un trabajo dignísimo en la capital en una pista de coches de choque, y ello gracias a las influencias de Ataúlfo. En ocasiones, es indolente, incluso un poco vago y cuando está en paro se lo toma literalmente: no se mueve y así su cuerpo consume la menor cantidad de energía posible. En otras, por el contrario, es enérgico y mandón, mujeriego y ligón: se sabe obrero y detesta el intelectualismo blando de los estudiantes. De hecho, profesa el maoísmo de manera avasalladora, como una novia fantasmal que se echa en Madrid, una novia a la que nunca veremos u oiremos, y cuando roza la prosperidad (es decir, cuando se ve instalado en un porvenir fastuoso como propietario de su propia pista de coches de choque) sabe hacer coherente el colectivismo y la gerencia empresarial. El chivatazo o, al menos, el soplo que hace fracasar todo el plan de la conspiración tiene en Ramonazo y en su novia su eslabón, pues es al primero al que confesó el narrador el golpe de Estado que se avecinaba. Si el relator relator de esta historia se 72
confiesa débil de carácter carácter,, Ramón Tovar es todo lo contrario, la antítesis: aspira a triunfar, no parece apenado por ningún sentido de culpa, y con el paso del tiempo se desembarazará fácilmente de su maoísmo acabando, años después, en un pueblo de Valencia como director gerente de una fábrica de zapatos. Ese carácter avasallador, incluso chabacano (ese “macho” con que inicia sus interpelaciones), se opone al del medroso narrador, al de un relator lleno de melindres y de contención que, de puro miedo, regresó a su pueblo para no salir nunca más. El otro personaje masculino no tiene prácticamente papel en este relato, y sólo es mero recurso, casualidad de la vida de la que se vale el narrador para obtener el puesto de mecanógrafo con Ataúlfo. Es de su pueblo también y, como él, tiene dieciocho años en 1974, es decir, nacido en 1956. No es amigo ni lo fue: simplemente coincidieron en el Instituto y después en el Madrid de aquellas fechas. Allí estudia gracias a una beca-salario de que disfruta. Es silencioso y, a juicio juic io del nar narrado rador, r, no se sab sabee muy muy bien si es altanero o distraído o, incluso, mal educado: en cualquier caso, y son palabras de nuestro protagonista, hace gala de una insoportable suficiencia. Estudia idiomas y con los años logrará un puesto institucional importante: algo así como alto cargo en el servicio de traducción simultánea del Parlamento europeo, aunque no podría precisar, apostilla el narrador. Aparecee en el relato sólo en dos Aparec ocasiones, pero es un guiño evidente del autor, un dato irónico, incluso una parodia de sus personajes y de sus novelas. Ese carácter, ese individuo, no puede ser otro que el Manuel de El jinete polaco. Es decir, Manuel y el narrador coincidieron en Madrid, en efecto, en los años finales del franquismo, cuando la dictadura se desmoronaba y cuando “el enano mineral, el galápago eterno”, según palabras del narrador, había iniciado su cuenta atrás. Hagamos una inferencia: si son paisanos, si ambos estuvieron en ese Madrid crepuscular, si ese personaje es efectivamente Manuel,
entonces el pueblo del que habla quien cuenta no puede ser sino Mágina, aun cuando nunca se nombre en esta novela. Para algunos, El jinete polaco sería algo así como la autobiografía ficticia de Muñoz Molina; para otros, El dueño del secreto sería algo así como la ficción autobiográfica del escritor de Úbeda. Ha habido lectores que han supuesto que el Manuel de El jinete polaco era un trasunto evidente del novelista, copia prácticamente literal, y ha habido otros que lo han identificado en el narrador de El dueño del secreto. Si aceptamos así sin más ambas cosas y apreciamos esa parte de recreación autobiográfica en la que se insiste, entonces nos tropezamos con un dilema cómico y trivial: ¿cuál de los dos personajes se asemeja más Muñoz Molina, el Manuel de El jinete o el narrador de El dueño? Más aún: si uno y otro son recreaciones, ¿cómo pudo hacerlos coincidir el escritor en la misma novela? Se trata de una broma, por supuesto, y de un gesto de complicidad con los lectores de El jinete polaco, pero se trata también del modo de operar propio de ese mundo posible que es una ficción. En el mundo posible de las novelas, ya lo dijimos, conviven personajes inspirados en sujetos históricos, procedentes de la realidad externa, y personajes que son pura invención. Las mujeres que aparecen en El dueño del secreto son varias, pero, para lo que aquí nos interesa, dos merecen destacarse. Una es la presunta amante de Ataúlfo, “la mujer más guapa que yo haya visto en mi vida”, añade el narrador casi cuarentón, esa mujer a la que se le desprendió el cinturón que ceñía su bata, a la que pudo ver desnuda y radiante y de la que sólo conserva recuerdo, vislumbre y memoria secreta. La otra es su antigua novia, la hija del gestor, y actual cónyuge, con la que ha hecho su vida de provincias. La primera es puta, trabaja en un club de alterne; la segunda es esposa y madre de sus hi jos. La prim primera era tenía un halo de misterio y parecía ser portadora de un mundo interior inaccesible al narrador; la segunda forma parte de la rutina de cada día desde hace
más de veinte años. La primera, a la que iba destinada una carta de Ataúlfo, Ata úlfo, par parecía ecía leer con dific dificulta ultadd o, al menos, nunca sabremos qué leyó en aquel billete que recibió; la segunda es la hija de quien le dio empleo, un tranquilo puesto de escribiente en la gestoría, la segunda, en fin, es la que le ha permitido sobrevivir en medio del miedo y del secreto. Son estereotipos, desde luego, pero no porque el autor no haya sabido dotarlos de mayor hondura y perfiles, sino porque el narrador no ve más allá, porque de la primera sólo conserva una imagen probablemente favorecida por el recuerdo y por el hambre sexual de entonces, y porque de la segunda sólo ve la persona previsible que habita en su hogar, la novia, la esposa, la compañera que Dios le dio en aquella ermita hasta que la muerte los separe. No hay vida alternativa y, desde ese punto de vista, el pasado siempre es pretérito perfect perfectoo, acabado, simple. Ésa es la conclusión acomodaticia del narrador. No hay un más allá del pasado que pueda pensarse, una vida paralela o en curso que aún pueda rehacerse o que todavía perdure. Si se me permite decir así, señalaría que nuestro narrador rechaza el pretérito imperfecto, ese curso de acción inacabado y que todavía ejerce consecuencias en cada uno, en él mismo. Eso no obsta para que en ocasiones y con un punto de nostalgia se pregunte si lo que sucedió y no perdura pudo haber sido de otro modo, si pudo haber tenido una existencia diferente. La interrogación es melancólica y, por eso, inmediatamente se corrige y se consuela. La vida quizá pudo ser de otro modo, quizá pude adoptar otro curso de acción, tal vez pude tomar otras decisiones, probablemente pude emprender otros actos. De haber hecho eso que no hice habría logrado evitar lo que hice mal, conquistando –ahora sí– un pretérito verdaderamente perfe perfecto cto, mejor, ese hecho ideal de la conspiración antifranquista triunfante. Pero no vale la pena interrogarse cuando no lo puedo cambiar –concluiría–, cuando es en sí mismo un pasado acabado, perfect perfectoo, desde ese punto CLAVES
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J US TO SE RN A
de vista temporal. Más aún, para Muñoz Molina, esa esperanza requé incomodarse cuando uno al- trospectiva que se da a sí mismo reberga un tesoro al que accedió sin construyend construyendoo su autobiografía poproponérselo, el secreto de aquel tencial, esa confianza que se da creMadrid agitado y vertiginoso que yendo que son posibles futuros él vivió y el secreto de aquella mu- diversos. Quien habla en El dueño jer cuya fantasía fantasía aún le alim alimenta enta.. del secreto no es, desde luego, el es¿Podemos tropezar con mayor critor o, al menos, no lo es a cuerprueba de mediocridad delibera- po entero; quien relata es un nada, de conformismo consciente? rrador del que no sabemos su El narrador se ha adaptado per- nombre y que parece ser la antítefectamente a la vida plueblerina –y sis de lo que a Muñoz Molina le ha son palabras suyas– y no le pide sucedido o por lo que ha optado nada más a la existencia de que go- después. ¿Qué habría sido de mi za, empleado en la gestoría de su vida si yo hubiera regresado derrosuegro. Tiene, pues, un trabajo re- tado a mi pueblo para no salir nungular, como el del escritor admi- ca más? ¿Qué habría sido de mi nistrativo que cuenta la historia de existencia si yo hubiera continuado Nada del otro mundo, un relato an- con mi novia de entonces, a pesar terior de Muñoz Molina. Ahora de la rutina o del frío conyugal? bien, el narrador de aquel cuento, Un narrador pasivo, sedentario y ocupado como auxiliar de oficina, aún acobardado responde sin cularrastraba un rencor sordo y pade- parse, aceptando con mansedumcía una derrota interior. A aquel bre y con fatalidad lo que la vida le perfectoo escritor de éxito provincial y mo- ha deparado, ese pretérito perfect derado le acosaba el fantasma de la que contempla con melancolía remediocridad. En cambio, el narra- paradora. Si yo fracasé en medio de dor de El dueño del secreto se aco- una peripecia colectiva, entonces moda y acepta el mundo tal y co- mi ruina tiene algo de heroica, de mo le ha venido dado, un mundo conmoción nacional, de episodio que es resultado de un pasado per- nacional, propiamente. Para nosofecto justamente porque ya está tros, sus lectores, el patetismo de la acabado y sobre el que no pueden experiencia es, a esta alturas, indisni la voluntad ni las ganas ni la cutible. fantasía de rehacerse a sí mismo. El narrador de Nada del otro Le gusta –o al menos eso dice– la mundo había conseguido escapar vida de provincia, como a Loren- momentáneamente de sus persecito Quesada o al mancebo narra- guidores alojándose en un hotel. dor de Los misterios de Madrid , esa Le bastaban unas pocas pertenenmisma vida tras la que se emboscó cias para aguantar y sobrevivir, pa Jacinto Jacin to Solana en Beatus ille , esa ra enfrentar el acoso fantasmal de que al Manuel de El jinete polaco le esos espectros que amenazaban con ahogaba, esa que al relator de Na- hacerle regresar. regresar. El hotel era el coda del otro mundo lo sumía en una bijo en el que él permanecía ocultristeza definitiva. Le gusta la vida to. Más allá del texto, en ese espacomo ha sido, porque esta que ha cio vacío que aún no ha sucedido, sido es la única que se le ha conce- nos formulábamos una pregunta. dido, o al menos eso cree. Enton- ¿Batallará bravamente bravamente por un porces, para qué lamentarse, pues. No venir propio, incierto pero libre?, hay un pasado virtual, no hay exis- nos decíamos. ¿O se abandonará tencias potenciales ni un curso que al acoso de sus propios fantasmas, perdure, no hay un devenir distin- regresando a la comodidad muelle to ni un porvenir que colme a este de una auténtica muerte civil? La sedentario que tuvo una juventud interrogación se la hacíamos a un acobardada y una madurez no me- personaje en la Granada de 1986, nos apocada justament justam entee cuan cuando do ese mis mismo mo pro pro-Si hemos de creer lo que se ha tagonista veía regresar con pavor sostenido desde el principio en es- un pretérito en curso, un pretérito te ensayo, una conclusión como imperfecto, lo que él creía que era ésa, la acomodación mansa del na- un pasado acabado, de 1976. La rrador, contradice totalmente la te- respuesta quedaba pendiente: es un sis por la que se inclina Antonio más allá al que nunca accederemos Nº139
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como lectores al dejarlo el narrador en estado latente. Esa misma pregunta podría plantearse ahora al narrador de El dueño del secreto. En este caso, se la haríamos a un personaje de 1993 que rememora un pretérito perfecto, también concluido, de 1974. Ahora, sin embargo, la respuesta no queda en suspenso. No hay un más allá virtual alojado en el pasado ni hay un estado potencial que dé esperanza al porvenir que aguarda el narrador. Él ha elegido ya: regresó a su pueblo y renunció a todo eso, a las promesas de una vida de vértigo. Era muy duro ser un tipo corajudo todo el tiempo y hasta los individuos simpáticamente desastrosos precisan sentar cabeza. Pero...¿era necesario que, con motivo de la presunta conspiración abortada, el narrador se reformase hasta ese punto y dejase de meterse en política hasta hacer de sí mismo una persona mansa, reintegrada, sin un rescoldo de rebeldía o sin un ápice de ironía? Parece una derrota, fra franncamente . n
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es profesor de Historia Contemporánea en la Universidad de Valencia. Justo Serna
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E N S A Y O
CÓMO SE HACE UNA CRÍTICA CESAR PÉREZ GRACIA
pasión por Stevenson– y sus pinitos como escritor precoz o ensayista fo Ariel,, 2003 Ariel 2003 goso, hasta hoy mismo, como escritor y ciudadano ejemplar. Creo Mira por dónde: que aquí reside el quid crítico del autobiografía razonada Savater auténtico. La combinación Taurus, 2003 feliz de placer y valor. “Sin valor es estéril la sabiduría”, nos dice Graon los elogios admisibles en cián. Leer es un placer de dioses, una crítica? A estas alturas, tal pero escribir exige o requiere una pregunta puede parecer ba- alta dosis de valor o coraje dialéctinal. Todo depende del grado co co.. La infancia recuperada (1976) es del elogio. Si una crítica es inteli- el canon savateriano del placer de gente difícilmente incurrirá en la leer. Pero sus ensayos primerizos coba o la adulación. Creo que soy son buenos ejemplos de cañonazos un lector agradecido y entusiasta, y contra los estertores de la dictaduen el mejor de los casos, supongo ra franquista. Recuerdo con cierta que puedo exagerar ese entusiasmo nostalgia su ensayo sobre Nietzsal redactar una reseña, una crítica. che. Su valor de escribir en estado Por el contrario, detesto el papelón de ebriedad ensayística. Nietzsche y de crítico feroz, siempre dispuesto a Cioran reflejan dos modos de penmachacar, crucificar o triturar a sus sar o aforizar la realidad, acaso sivíctimas. Un grado mezquino de multánea, en el Savater adolesceneste tipo de críticos es el crítico- te o eternamente jovial. Su pasión perdonavidas, mucho dardito satí- por el derby y los hipódromos no es rico para los novatos y botafumeiro sino el espejo de su filosofía persoa toda vela para los divos o santones nal más visceral. La vida como intocables o venerables. ¿Queda si- competencia feroz o test permatio para la crítica ecuánime o cohe- nente de la valía real de cada criarente? El lector lo dirá. El joven Sa- tura viviente. El derby stevensoniavater, reseñista hueso, solía procla- no y nietzscheano. El valor de elegir mar como Hotspur: vivimos para es el título certero de su último enpisotear la cabeza de los reyes. Pa- sayo. Elegir bien en el amor, en la rafraseando a cierto escritor brita- amistad, en los libros, en los placeno, podríamos simular ser Hots- res cotidianos –comer, ir al cine, pur un minuto: como escritor Sa- beber–, hacer apuestas en el hipóvater domina todo excepto el dromo, elegir bien en política, eslenguaje, como novelista es capaz cribir artículos rebosantes de hude todo excepto de contar una his- mor y algún coraje. toria, y como filósofo puede hacer todo excepto alumbrar la razón. ¿Es Embustes de madrugada esto –hablando en serio– hacer crí- Quizá el mejor capítulo de sus metica o más bien pavonear un inge- morias sea el titulado ‘El origen de nio ácido y decadente? la mentira’. Stendhal sostenía que si Hacer crítica de Savater, leer a mentía se aburría mortalmente. Savater, sigue siendo un placer in- Contar la verdad vendría a ser simenso al cabo de tres decenios si- multáneamente el juego primorguiendo sus páginas. Sus memo- dial (no en vano Machado dijo que rias Mira por dónde describen su también la verdad se inventa y Heiinfancia como lector absoluto –su degger que la verdad no llueve del Fernando Savater El valor de elegir
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cielo, es menester “robarla”, en el sentido de “des-velar” las trampas de la realidad) y la aventura ética primordial. No hay verdades absolutas, pero no hay sombra de persona donde no hay cierto grado de veracidad. En ese sentido, el diálogo entre amigos –entre personas– se basa en ese grado mínimo de veracidad recíproca. Igual me paso de ingenuo, pero no me importa. En ese capítulo antedicho, Savater –convertido en Casanova noctámbulo en Madrid– logra una página memorable, digna del Descartes autobiográfico del Discurso: “No sé por qué se me desarrolló la costumbre de contarle al taxista de turno alguna historia fantástica sobre los motivos de ese paseo madrugador: si llevaba mi cartera solía ser un médico... en otras ocasiones fui un periodista... y hasta un sacerdote que acudía con los santos óleos a la cabecera de un moribundo”.
bunda de turbadora e irresistible belleza. Nunca callar y por qué tú
Son dos leitmotiv de Savater. Su abuelo madrileño le conminó en su lecho de muerte: ¡Que nadie te haga nunca callar! Y frente a ese consejo tan poco sensato, surge la eterna pregunta de su madre, cada vez que Fernando se metía en problemas al final del franquismo: ¿Por qué tú? En la famosa Carta a mi LAVE VESS DE madre, publicada en CLA CTICA , y convertida en R AZÓN PR Á CTICA capítulo III, ‘Lo que te debo’, de sus memorias, nos dice: nunca me desalentabas. Su madre fue siempre su rival imbatible a la hora de discutir. Todas las batallas dialécticas posteriores le parecían sosas. La impostura literaria o el énfasis
Y añade añade una una frase frase clave. clave.
Sería estúpido por mi parte descubrir que Savater es un maravi“Creo que alguna vez me proclamé sen- lloso escritor. En su reciente ensacillamente un amante satisfecho, identidad yo El valor de elegir hay una bueque fue acogida con mayor escepticismo na prueba de su ojo crítico a la que cualquiera de las otras”. hora de atrapar la impostura intePara rematar: lectual o literaria. El capítulo XII –‘Elegir lo contingente’– comien“Pues bien, mientras improvisaba tales za así: “Los humanos estamos enficciones tenía tan escasa conciencia de fermos de énfasis”. Se trata de un mentir como el novelista en su mesa de análisis de gran brillantez de la trabajo”. larga convalecencia dogmática Savater acota con humor el re- diagnosticada por Kant y su diecio dilema entre verdad íntima y ciochesca invitación a despertar verdad expresada. Es como la no- del “sueño dogmático”. En aleción de tiempo para san Agustín. mán sueño es trauma, de modo Hay cosas que reinan en el fuero que Freud era un nieto de Kant interno y que al salir de labios afue- empeñado en curarnos del sueño ra se echan a perder. perder. La verdad pue- de la infancia o trauma edípico. El de, a veces, ser tan inverosímil que énfasis delata la entronización de pide a gritos ser coherente con la lo contingente, hace una montaña circunstancia, es decir, ser inventa- de un grano de arena, nos ahoga da o novelada. Resulta cómico ima- en un vaso de agua. Nos pasamos ginar al padre Savater o al doctor la vida magnificando o desquiSavater llevando los santos óleos o ciando la justa proporción o razón el fármaco milagroso a una mori- de las cosas más importantes. CLAVES
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admite la broma. Montaigne es como un Baudelaire renacentista, un genial ensayista literario. Quizá –acaso su única pega– hoy nos resulta demasiado latosa su erudición de latinajos. Pero ¡escribe un francés de tan recio desparpajo! Por cierto, Montaigne nunca cita un verso de Marcial, digno del Aretino, sobre las desdichas que esperan a quienes son alérgicos al sexo femenino
La perspectiva cóncava
Parafraseando a Gracián, podemos Parafraseando decir: en la voz gigantes y en la idea enanos. Savater hace diana absoluta en la página 180: “El énfasis distorsiona por exceso de intensidad: anula las proporciones, desvirtúa la escala humana como los espejos en las barracas de feria... Lo antes familiar se agiganta para esclavizarnos”.
La página no tiene desperdicio. Se dice siempre que la memoria es traicionera, pero lo que está en juego tal vez es la perspectiva múltiple y traicionera del tiempo mismo en el que vamos inmersos. En francés se llama mise en cadre al talento para componer un cuadro, cómo encajar cada detalle en el conjunto. Tengo la impresión de que Savater describe ahí una suerte de “Primores de lo efímero”, en el sentido de las cosas menudas que llenan una vida. El entusiasmo crítico ante la ética y estética de lo contingente, y acaso ante lo imponderable. Nos pasamos la vida otorgando significado sublime a las cosas triviales. Enfocando violentamente la perspectiva concreta. Y nos pasamos media vida corrigiendo o rectificando a destiempo. Feliz es aquel que vive un minuto presente en toda su modesta plenitud. Quizá estamos enfermos de mesianismo cronológico. Esperando siempre coronar la cima del Tiempo Absoluto. Y eso es un un camelo, camelo, claro. claro. Nuestra Nuestra vida es todo lo contrario, tiempo dosificado paso a paso, latido tras latido, ilusión y decepción, día y noche. La distorsión histórica como camelo
La Inquisición ha vuelto al mundo camuflada en el siglo XX de Estado totalitario. Los jacobinos dieron en la diana al llamarlo Salud Pública, pero la experiencia histórica demuestra todo lo contrario: el sueño de la Razón Pública produce Monstruos políticos. Véase hoy lo que sucede en el País Vasco. El PNV y la Iglesia vasca hacen la vista gorda ante el millar de víctimas de ETA o ante el éxodo de doscientas mil personas hacia el sur del Ebro. ¿No es eso una evidencia monstruosa de la auNº 139
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CLAVES
DE RAZÓN PRÁCTICA
(si cunnus fuerit res peregrina tibi).
Montaigne o el libertino sobrio
Montaigne gasta una estupenda guasa sobre la extrema vecindad de delices et ordures en nuestra pecadora anatomía. Savater se lo sabe par coeur coeur y nos debe un buen libro sobre Montaigne –acaso su obra maestra de senectud–, pero en este libro va un sabroso aperitivo –pág. 127-128–, sobre el arte de la templanza insensata de los puritanos, o dicho de otro modo, perseguir la sobria ebriedad de Séneca. “¡Qué monstruoso animal es el que se causa horror a sí mismo... aquel al que sus placeres manchan!”. Al parecer,, también hace falta valor para recer gozar, el valor de folgar sin faltar a la dignidad sexual, ahora que todo el monte parece orégano en tal materia. Montaigne es el humanista libertino, una forma de conciliar el lado animal humano y la dignidad o elegancia intelectual. También la sensatez tiene excesos, nos dice. Acasoo elel arte Acas arte supre supremo mo es dar a cada cada cosa su tiempo, su sitio, su ocasión, su lugar. En este sentido, Pascal viene a ser un Montaigne puritano, no sé si decir un Montaigne degenerado. Diderot retorna al Montaigne libertino y Baudelaire es un Pascal con la prosa de Montaigne, si vale tal engendro. Savater pertenece a esa saga del gran savoir vivre francés, que incluye –cómo no– saber leer y saber escribir. Se dice que hoy Francia está en horas bajas; quizá no han mirado bien hacia el Sur para descubrir en la ciudad más francesa de España –San Sebastián– a un magnífico heredero de esa saga, un híbrido de Montaigne, Voltaire y Cioran.
Las páginas savaterianas (El valor de elegir) sobre el placer según Montaigne son excelentes. Montaigne es un genio del arte de vivir, un filósofo de la vida diaria. Descartes es más cartesiano, si se me
César Pérez Gracia es escritor.
Fernando Savater
sencia de Salud Pública en el sentido de salud política? La bala en la oreja
¿Cree alguien sensato que es plato de gusto vivir con la mosca etarra en la oreja? Con la bala en la sien. Así viv vivee y lee y esc escrib ribee Sava Savater ter.. UnaUnamuno se exilió en Bayona con Primo de Rivera. A Savater ni se le ha ocurrido exiliarse a París u otro lugar idílico de Europa. Pongamos Londres; así tendría el derby de Epsom más a mano. Su liderazgo de opinión frente al imperio nacionalista del PNV, la versión siniestra del nacional-catolicismo vasco, aliada con el terrorismo etarra, ha alcanzado en su caso, en su propio pellejo, cotas de heroísmo cívico o épico difíciles de igualar. Savater tiene claro que hay opciones políticas que salen gratis porque no tienen el menor riesgo; por ejemplo, a nadie le pegan un tiro por manifestarse contra la guerra de Irak o contra el chapapote de Galicia, y por el contrario, el riesgo es real si uno se manifiesta en el País Vasco contra la alianza mafiosa del PNV y ETA. Todo esto parece bastante claro y sin embargo la intoxicación mediática es de tal rango que se procura por todos los medios que sea el colmo de la confusión. Sería ingenuo confiar a estas alturas en tal periódico o tal telediario para burlar la intoxicación informativa o electoralismo letal. ¿ Acaso Savater es un pontífice infalible? Desde luego que no. ¿Pero díganme: qué otros caballos de la
dialéctica pública española pueden competir con Savater? A mi modo de ver, a un ciudadano sensato no le queda otra opción que leer a Savater, escriba en la gaceta que escriba, porque hora es de decir que es el buen escritor el que honra al periódico inocuo o de sinuosa ideología –y casi todos pecan antes o después de esa lacra reaccionaria– y no al revés. La izquierda ‘pompier’
En una reciente reseña de la revista Archipiélago, Archipi élago, Fernando Savater se
pregunta con obvia pertinencia: ¿hay un uso reaccionario del pensamiento de izquierda? El master en fascismo lo obtuvimos con la dictadura, pero nadie nos alertó sobre la falacia del caciquismo autonómico –Pujol, Arzallus, Fraga, Bono, Chaves– o sobre el fascismo de izquierdas latente en el felipismo. La Constitución es muy maja, pero la experiencia histórica nos dice que tales extravíos han sido y son posibles. ¿Se puede poner coto o límite al imperio caciquil de los Franquitos autonómicos? ¿Es posible la regeneración real de los partidos de izquierda? El valor de elegir incluye el arrojo a la hora de elegir el rumbo político.
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CRIMINOLOGÍA
ENCARCELAR EL PROBLEMA EMILIO MONTESERÍN
l igual que con la política económica de déficit cero, reflejada en otros campos con discrepancia cero, el Gobierno del PP emprendió durante la última mitad de la legislatura 2000-2004 la lucha contra la delincuencia con una política de tolerancia cero. Su referente fue EE UU y la justijustificación la encontró en la necesidad de actuar contra la inseguridad ciudadana, concepto tan subjetivo como manipulable. El barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) de octubre de 2002, entre los problemas que más preocupan a la población, situó la inseguridad ciudadana en tercer lugar después del paro y del terrorismo, percibido así por el 23% de los ciudadanos. Y el CIS de septiembre de 2003 volvió a situarlo en tercer lugar, considerado así por el 27% de los encuestados. Es cierto que la tasa delictiva ha aumentado en los últimos años, pero no alcanzamos los niveles de países de nuestro entorno. Sin embargo, sí sufrimos otras inseguridades como la vial (muertes en carretera) y laboral (muertes en el trabajo) que nos debieran preocupar mucho más, pues alcanzamos niveles muy por encima de la media europea. La política delictiva se ha vuelto una obsesión por cambiar leyes y endurecerlas; el código penal se ha convertido en mera contingencia. Y en estos momentos correspondía llevar a cabo la reforma de una serie de artículos del “Código de la democracia”” de 1995, que fue aprocracia bado por todas las fuerzas po-
A
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líticas, excepto por el Partido Popular que ahora pretende desvirtuar 1. Reforma de la ejecución de las penas de prisión
Que consiste, por un lado, en que todos los penados a más de cinco años no podrán ser clasificados en tercer grado hasta que no hayan cumplido la mitad de la condena (“periodo de seguridad”). Por otro, también es necesario para alcanzar ese grado de tratamiento, paso previo para obtener la libertad condicional, haber satisfecho la responsabilidad civil derivada del delito. Esta reforma que con dudosa constitucionalidad se ha comenzado a aplicar de forma retroactiva, constituye a mi juicio una medida de gran calado social porque elimina aspectos básicos de nuestro progresista sistema penitenciario que orgullosamente exhibíamos ante otros países, sobre todo latinoamericanos, y que algunos tomaron como paradigma para renovar sus sistemas. Lo quiebra porque considera el tercer grado o régimen de semilibertad como una gracia o beneficio penitenciario y no una forma de ejecución de la pena privativa de libertad a la que tiene dere1 Ley
Orgánica 7/2003 de 30 de junio, de medidas de reforma para el cumplimiento íntegro de las penas. Ley Orgánica 11/2003 de 29 de septiembre, de medidas concretas en materia de seguridad ciudadana, violencia doméstica e integración social de los extranjeros. Ley Orgánica 13/2003 de 24 de octubre, de reforma de la Ley de Enjuiciami Enjuiciamiento ento Criminal en materia de prisión provisional. En estas leyes se recogen las reformas más importantes del código penal realizadas hasta ahora en esta materia.
cho todo aquel que se encuen- nidades y su inclusión social. tra capacitado para ello, como Las penas máximas expresamente señala la norma- aumentan de 30 a 40 años tiva actual. Y porque una ma- Y los benefici be neficios os penitenciar peni tenciarios ios yoría de los penados en prisión quedan prácticamente anulase ven afectados por estas re- dos al ser aplicados a la totaliformas y son personas caren- dad de la pena y no a la resulciales e insolventes. ¿Cómo po- tante máxima a cumplir. Este drán reparar el daño causado si incremento afecta sobre todo a no se les facilita trabajo remu- los terroristas, y a mi juicio, nerado en prisión y no se les confunde a la opinión pública permite salir a la calle? Reco- cuando se resalta la excarcelanocer y reparar los males pro- ción de algunos condenados a ducidos parece una medida decenas de años por el código justa y un buen comienzo para p ara penal derogado, que, con la el arrepentimiento y la reinser- aplicación de redención de peción. Muchos internos afirman nas por el trabajo, sólo cumestar dispuestos a hacerlo, pero plían, por ejemplo, 18. Pero necesitan facilidades o posibi- no se dice que esa reducción lidades para poder llevarlo a de pena fue suprimida al encabo. Por ejemplo, salidas con- trar en vigor el Código penal dicionadas a satisfacer esa res- vigente desde el 25 de mayo ponsabilidad mediante una de 1996. Por lo que cumplirícuota mensual de sus ingresos. an de manera efectiva 30 años, tiempo y castigo más que sufiLa comisión de cuatro faltas ciente para intimidar, modificonstituye un delito y la car conductas o quebrar voluntades. La experiencia no inreincidencia se convierte dica que a más castigo mayor en circunstancia agravante eficacia. Con el sistema actual de la pena Estas dos enmiendas al actual estamos venciendo al terrorisCódigo afectan a uno de los mo: ¿por qué cambiar? principios básicos del Derecho Penal en un Estado de dere- Los inmigrantes ilegales que cho, el “principio de interven- delincan serán expulsados ción mínima”, mínima”, que persigue so- De forma inmediata, los conlucionar los problemas meno- denados hasta seis años; y en res no de una manera drástica penas mayores, una vez cumy expeditiva como resulta la plidas las tres cuartas partes de prisión, sino con sanciones de la condena o fuesen clasificamulta, reparación del daño o dos en tercer grado de tratarealizando trabajos comunita- miento. Medida que, en mi rios. Porque considera que los opinión, no va a resultar efiautores de estos conflictos me- caz, porque la mayoría de los nores en su mayoría pertene- extranjeros que delinquen lo cen a colectivos marginales, ca- hacen transportando droga. renciales, etcétera, que lo que Empujados por la pobreza que realmente necesitan son medi- sufren en su país volverán a indas sociales de promoción y tentarlo; si les sale bien se queayudas para alcanzar oportu- dan, si no, les devuelven gratis CLAVES
DE RAZÓN PRÁCTICA Nº 139 n
a su país. Estas reformas, así como incrementar la prisión provisional, suprimir la pena de arresto fin de semana, etcétera, indudablemente suscitan gran preocupación entre los internos, bastantes sectores jurídicos, numerosos colectivos sociales que trabajan en la prevención de la marginación social y la delincuencia y entre los que nos dedicamos al “tratamiento del delincuente”. Porque instaura la cadena perpetua de hecho y resta facultad a los profesionales penitenciarios y jueces de vigilancia a los que la legislación actual les permite ejercer en función de un tratamiento individualizado y orientado a la reinserción social como señala la Constitución. Porque se van a frustrar las expectativas sociales esperanzadoras que veníamos manteniendo y se producirá más hacinamiento y conflicto. Ya ocupamos el tercer terce r lugar en en la tasa de población reclusa de la Unión Europea (117 presos/100. 000 habitantes), dato que contrasta con la tasa delictiva registrada (44,7 delitos/1.000 habitantes) muy por debajo de la media de la UE (67 delitos/1.000 habitantes) 2. Lo cual indica la tendencia abusiva a solucionar los problemas con las penas de prisión, a pesar de contar con bastantes medidas alternativas
2 Instituto
de Estudios de Seguridad y Policía, en diario El País 15-10-2002, pág. 26. Sobre población reclusa en general y extranjera, véase Informe General 2000, pág. 15 y sigs. Dirección General de Instituciones Penitenciarias. Ministerio del Interior, Madrid Nº 139
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DE RAZÓN PRÁCTICA
como suspensión y sustitución de la pena, arrestos fin de semana, trabajos comunitarios, o referente al delincuente funcional por drogodependencia que, merecedor de un menor reproche social, según señala el Tribunal Supremo (20-42000), debería cumplir su pena en un centro de rehabilitación. En mi opinión, tomamos un rumbo equivocado porque construir muros y encarcelar a más ciudadanos no significa resolver o disminuir el problema de la delincuencia. Equivale a disponerse a transitar por un camino emprendido hace décad décadas as por por EE UU en cuyo paradigma nos miramos para casi todo. Sin embargo, los resultados no deberían invitar precisamente a su seguimiento, sino a la reflexión. Con dos millones de personas en la cárcel, la cadena perpetua y la aplicación de la pena de muerte, Estados Unidos continúa siendo una de las sociedades más conflictivas y violentas del mundo: ¿por qué? La historia de la lucha contra el delito tiene un marcado carácter represivo. En nuestro país, a partir de la Constitución de 1978 e inspirándonos en las teorías que conforman la nueva doctrina sobre el “tratamiento del delincuente”, nos dotamos de la Ley Orgánica General Penitenciaria (LOGP) que, aprobada en 1979 por consenso de todas las fuerzas políticas, considera al preso como un ciudadano que, aunque privado de libertad, conserva
3
Ley Orgánica General Penitenciaria, 1/1979 de 26 de septiembre. En el
todos los demás derechos fundamentales 3. Entre ellos, el derecho a que la Administración le facilite la reinserción a la sociedad. Para ello, en estos casi 25 años de andadura, se han producido considerables avances 4. Una mayor atención a las carencias de los internos, como la educación, la salud, la formación laboral o su problemática específica (drogodependencias, etcétera) que, aunque la mayoría de las veces se convierten en medidas paliativas, sirven al menos para humanizar el encarcelamiento, aumentar la autoestima y devolverles la confianza en la sociedad que experimentarán en salidas de permiso, en tercer grado, en libertad condicional y en la ayuda generosa que les prestan los colectivos sociales que trabajan para lograr su normalización social. Fruto de esta experiencia, y con el fin de avanzar y profundizar en el tratamiento resocializador de las personas presas, se aprobó un nuevo reglamento penitenciario (Real Decreto de 9-2-1996) que modificaba el anterior y se justificaba por la necesidad de desarrollar: a) Una concepción del
art. 3 señala que los internos podrán ejercer los derechos e intereses jurídicos no afectados por la condena: “Derechos civiles, políticos, sociales, económicos y culturales”. Aquí se refleja que esta ley tiene un espíritu más restrictivo que privativo de libertad. Otra cosa es la práctica. 4 Monteserín, E. (2001), Veinte años de Ley Penitenciaria, en C LAVES R AZÓN PR Á CTICA CTICA (Madrid), núm. 110, marzo 2001, págs. 36-45. Allí se exponen los avances penitenciarios más importantes que a juicio del autor se han producido, así como las numerosas deficiencias que se aprecian.
tratamiento más acorde con los planteamientos actuales de las ciencias de la conducta; b) Potenciación y diversificación de la oferta de actividades que dinamicen la vida de los centros y se conviertan en verdaderos programas dirigidos a la resocialización de los internos, y c) una mayor apertura de las prisiones a la sociedad, consistente no sólo en los permisos de salida, régimen abierto, tratamiento extrapenitenciario y comunicaciones especiales, sino también en “favorecer decididamente la colaboración de entidades públicas y privadas dedicadas a la asistencia de los reclusos”5. Todo esto se irá al traste con las reformas introducidas. Porque, por una parte, aumentará el hacinamiento y disminuirá la oferta de actividades, de tal modo que la principal y única prioridad de los directores de los centros se convertirá en garantizar el orden y disciplina de los internos en vez de la realización de los programas de tratamiento. Por otra, si actualmente la ratio profesional/interno en esta área se encuentra: jurista/300 internos, psicólogo/250 internos, educador/125 internos, trabajador social /130 internos, etcétera, ineludiblemente ésta se verá muy aumentada, porque los presupuestos no se destinarán a dotarse de más especialistas sino a la construcción de más prisiones y más funcionarios de seguridad. El conjunto de las actividades y
5Reglamento Penitenciario. Real De-
creto de 9 de febrero de 1996, en su exposición de motivos. 77
ENCARCELAR EL PROBLEMA
programas que actualmente bien o mal se realizan constituyen lo que penitenciariamente se denomina “seguridad dinámica”, frente a la “seguridad estática” caracterizada por una fuerte vigilancia externa y un férreo control interno en el movimiento de los reclusos, considerando el orden y la disciplina como un fin en sí mismo y no un medio al servicio del tratamiento. Esta “seguridad estática” con resultantes de violencia, conflictividad, regímenes cerrados, evasiones, suicidios, etcétera, lamentablemente volverá a recuperar terreno en detrimento de la dinamización y humanización de la vida de la prisión. Pero los responsables políticos parecen determinados a plantear la lucha contra la delincuencia en términos bélicos; “la otra guerra”, “barrer las calles”. Suena todo a dureza y simpleza, sin más consideración que la represión y el castigo: encarcelar el problema. Sin embargo, criminólogos y especialistas coinciden en afirmar que el fenómeno delictivo resulta extraordinariamente complejo y necesita ser abordado desde diferentes aspectos. De lo contrario, combatiremos los síntomas sin conocer las causas y actuar sobre ellas. Veamos algunas. Inmigración-delincuencia
Actualme nte se está Actualmente es tá señalando señal ando al colectivo de inmigrantes como un factor desestabilizador y causante del incremento de la delincuencia en nuestro país. Y es posible que lo sea en cierta clase de delitos, sobre todo violentos. Es cierto que en los últimos años viene aumentando considerablemente el número de personas extranjeras en prisión. Se ha pasado de un 17% en 1996 al 22% actual. Pero es necesario analizar este problema con mayor atención y rigor, porque el examen de su actuación delictiva pone de manifiesto varias circunstancias que, a mi entender, siendo jurídica y penalmente responsables los delincuentes 78
no lo serían tanto socialmente considerados: a) En primer lugar, hay que tener en cuenta que los sistemas de control social (policial) actúan rigurosa y selectivamente sobre este colectivo “sospechoso”, por lo que se producen numerosas detenciones que engrosan grandes estadísticas y luego en su gran mayoría no se traduce en procesamiento y condena. En otros muchos casos, su delito o falta consiste en no tener papeles o falsificarlos para legalizar su estancia en España; b) Casi todos realizan la acción delictiva de tráfico de drogas, iniciándola en su país, donde radica su etiología, y finalizándola en los aeropuertos españoles; c) Casi todos delinquen por primera y única vez; d) Casi todos proceden de países pobres, África (Marruecos, Argelia…) e Iberoamérica (Colombia y otros); e) Un grupo bastante numeroso ponen en riesgo su vida transportando la cocaína en el intestino (boleros); f ) Varias ONG acogen con gran satisfacción y ayudan a reinsertarse en nuestra sociedad a muchas de estas personas porque no les suelen fallar. Sinceramente, creemos que con este perfil existen muy pocos argumentos sólidos para considerarles ciudadanos reprobables y rechazables, en vez de personas empujadas a delinquir por la situación de miseria que sufren en su país. Delincuentes económicos que con el reclamo de “obtener unos dólares” parten en busca de mejor vida aún con alta probabilidad de perderla o finalizar su viaje en la cárcel. En cuanto a ese pequeño grupo de extranjeros, al parecer causante del aumento de homicidios en Madrid y otras ciudades, nada tiene que ver con estos otros que podemos definir delincuentes por pobreza 6. Los
6 Wacqua Wacquant nt
L. (1999). (1999). Las Cárceles de la Miseria, Ediciones Manantial, Buenos Aires, 2000. El autor nos expone expone cómo cómo en EE UU. se encarcela cada vez más más gente
autores de atracos a joyerías, desestructura, sus problemas se ajuste de cuentas, sicarios, et- multiplican y su inmediata necétera, pertenecen a grupos or- cesidad pasa por la urgente ganizados de carácter mafioso. consecución de su dosis diaria Se sabe que en la costa sureste de la forma que sea, casi siempeninsular operan numerosas pre robando o traficando al organizaciones delictivas de es- menudeo. Así pues, si se roba te tipo, algunas de las cuales por o para la droga (50% de blanquearían supuestamente los condenados, más el 30% su dinero en la empresa taba- condenados por traficar con quera norteamericana Rey- ella), ya tenemos ese 80% de nolds, como ha denunciado la delincuentes relacionados con Unión Europea. Pero esta va- la droga7, que, tanto en unos riante del fenómeno social de- como en otros resalta un perfil lictivo nos sitúa en otra di- carencial. mensión del problema que debe ser considerado de manera Otras adicciones-delincuencia específica y probablemente ne- Además de las drogas ilegal ilegales es cesite ser perseguido con más existen otras no penalizadas policía especializada y con ma- causantes también de abunyor castigo. Por lo tanto, mirar dante conflicto social. Por eso, a dos o tres árboles no debe es necesario centrar la atención impedirnos observar el bosque, en otro tipo de patologías soque siempre nos presenta di- ciales o precursores del delito ferentes colores. que generan las sociedades desarrolladas de hoy. Vivimos envueltos en adicciones: al alcoDrogas-delincuencia Binomio muy traído y muy hol, al juego, al sexo, a Interllevado respecto al cual se sue- net, al teléfono móvil, a la le decir que el 80% de los de- velocidad, al fútbol, al trabajo, litos están relacionados con la etcétera, que se sobrellevan droga. Puede ser cierto, por- con una vida más o menos que, por una parte, alrededor normalizada. Hasta que, llegadel 65% de delincuentes en dos a un punto, cualquier deprisión tienen problemas de tonante resquebraja, rompe la drogodependencia, y por otra, convivencia y salta el conflicto. casi todo el colectivo de reclu- La delincuencia siempre estuvo sos extranjeros, como hemos asociada con el alcohol, el jueseñalado, está condenado por go y el sexo. Tener un probletráfico de estupefacientes. Pe- ma de alcoholismo, ludopatía ro, a mi juicio, estas afirma- u obsesión por el sexo consticiones de que droga equivale a tuyen factores muchas veces delincuencia necesitan un po- suficientes para emprender un co más de aclaración. Ya que camino de desviación y delinno todo drogadicto es delin- cuencia. Hoy estos factores se cuente pero casi todo delin- han intensificado y aparecen cuente es drogadicto. Es decir, otros característicos de una soconsidero que en el origen de ciedad extremadamente comla mayoría de estas conductas petitiva en la que predomina delictivas no se encuentra la el éxito por encima de todo y droga sino una situación ca- en la que se vive anhelando la rencial que en un proceso de notoriedad: “Vale más ser masocialización socializaci ón deficiente necesi- lo que no ser nada”. Esta sotan incorporar estimulantes ciedad exageradamente consucon el fin de paliar su malestar. mista nos estimula a que para Una vez adquirida la drogode- ser hay que tener, cosas y sobre pendencia, su personalidad se todo dinero; y si esto no se obtiene por medios legales, se utilizan los ilegales. Hace más de las clases bajas, que con una política ultracapitalista pretende responder así a los problemas sociales, y otros países comienzan a imitarle.
7Informe
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General 2000, p. 21 y ss. DE RAZÓN PRÁCTICA Nº 139 n
EMILIO MONTESERÍN
de medio siglo señalaba R. Merton (1949) con referencia a la sociedad norteamericana que el factor más importante que origina conductas delictivas radicaba en la falta de correspondenciaa entre metas culrrespondenci turalmente inducidas y medios socialmente estructurados 8. Es decir, nuestras sociedades se caracterizan por la exaltación de metas y la restricción de medios para lograrlas. Violencia-delincuencia
Cada vez vivimos más sumer8
Merton, R. (1949). Teoría y estructura sociales, Fondo de Cultura Económica, México 1964, págs. 130 y sigs. El autor consideraba que había cinco modos de adaptación social. Conformidad (clase social alta). Innovación (clase baja): aquí se encontraría el delincuente porque acepta las metas y le faltan los medios. Ritualismo (clase media): reduce las metas y acepta los medios. Retraimiento (rechaza las metas y los medios, hippies, automarginados). Rebelión (rechaza metas y medios y pretende sustituirlo todo, revolucionarios).
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DE RAZÓN PRÁCTICA
gidos en un clima de violencia. Las relaciones internacionales destilan diariamente violencia. De forma inmediata y gratuita recibimos desde la aldea global información de hechos, circunstancias o estímulos en los que resalta una conducta agresiva y violenta. Se produce violencia en la familia, la escuela, el trabajo, el deporte, la televisión, el cine, etcétera, sin que hasta ahora sepamos cómo atajarla. En las sociedades desarrolladas hemos alcanzado altos niveles de educación, desde la primaria hasta la universitaria; sin embargo, las relaciones humanas dejan mucho que desear, nuestra educación en valores registra niveles muy bajos, lo ético no está de moda y parece que no hubiese más alternativa que agredir o ser agredido. Sorprende escuchar a personas responsables de violencia doméstica decir que “yo nunca había tenido problemas de vio-
lencia”. Pues casi mata a su mujer. Casos así abundan bastante; y su perfil responde a un ejecutivo de empresa agresivo al que nada se le pone por delante, dominado por un fuerte espíritu competitivo, triunfador y con una irrefrenable ambición por el éxito. Aquí la violencia no se había manifestado; sin embargo, qué duda cabe que en su vida laboral sobre todo, desarrollaba continuamente una serie de resortes agresivos que producían una violencia larvada, retenida y expresada en cuanto apareció la ocasión. Si hemos detectado algunas causas relevantes de la delincuencia y si estamos de acuerdo en que el problema delictivo constituye un fenómeno social muy complejo que necesita ser estudiado de forma multidisciplinar, entonces deberemos considerar razonable plantear otras respuestas diferentes a las clásicas (más
policía y más castigo), al parecer recursos inevitables tan conocidos como ineficaces. La emigración que producen los países pobres tiene unas causas muy concretas: subdesarrollo, exclusión social, violencia, etcétera. La realización de programas de desarrollo económico, una mayor redistribución de la riqueza y más oportunidades para acceder a la educación y la salud servirían para paliar la pobreza y la desesperación en que vive gran parte de la población de Marruecos y otros países del continente africano. La trágica y continua llegada de inmigrantes, sobre todo menores, a nuestras costas del Sur no se puede responder sólo con medidas penales. En Iberoamérica no basta con destruir las plantaciones de coca como promueven los gobiernos de los países ricos. Hace falta convertir en realidad lo que desde hace varios años se viene prometiendo:
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ENCARCELAR EL PROBLEMA
sustituir ese cultivo constitutivo básico de la cocaína por otros cultivos alternativos que resulten rentables a los agricultores, como el azúcar, arroz, café, maíz, cacao, etcétera. Sin embargo, hasta ahora no se han desarrollado programas serios y convincentes para esos campesinos. Por el contrario, Bolivia por ejemplo, el país que más hojas de coca cultiva, se quejaba quejaba de que que EE UU hubiese incumplido el acuerdo de compra del azúcar que habían cosechado 9. Respecto a los afectados por la drogodependencia, además de procurar su rehabilitación, se debería avanzar por la vía de la despenalización y la regulación. Hace unos años cualquier planteamiento en este sentido era considerado idealista, temerario, inviable. Actualmente se vienen aplicando de forma generalizada sucedáneos de la heroína como la metadona, y hasta la misma heroína se ha comenzado a aplicar con carácter experimental. Con el respaldo positivo de estas experiencias se vendría a demostrar que una regulación controlada de estas sustancias resultaría menos nociva para los drogodependientes y, sobre todo, reduciría la conflictividad del problema en éstos y eliminaría el comercio de aquellos. Referente a la violencia, señalan los psicólogos que “el agresivo nace, pero el violento, en la mayoría de los casos, se hace”10. Afirma el profesor Sanmartín (2002) que frente a los biologistas que defienden una
9 Stiglitz
Joseph E. ( 2002). El Malestar en la Globalización, Taurus, Madrid 2002, p. 90 . El autor, Premio Nobel de economía 2001, analiza la política económica del Fondo Monetario Internacional y Banco Mundial, resaltando que con las relaciones comerciales impuestas por los países ricos resulta imposible producir desarrollo en los países pobres. 10 Sanmartín J. (2002). Emoción Razón y Violencia. Ponencia en el VI encuentro internacional sobre Violencia, Mente y Cerebro, celebrado en Valencia 7 y 8 de Noviembre de 2002. Organizado por el Centro Reina Sofía para el Estudio de la Violencia que dirige este profesor. 80
determinación genética de la violencia y los ambientalistas que le atribuyen un origen social o cultural, cabe una tercera posición. Según la cual, la violencia es una alteración de la agresividad natural y se puede producir tanto por factores biológicos como ambientales. Biología y ambiente se entrelazan en el cerebro humano de manera indisoluble; y perder de vista esto es incurrir en teorías simplistas y parciales, sostiene este autor. Por lo tanto, ¿puede resultar positivo restringir los programas violentos en la televisión y el cine como se pretende llevar a cabo en Francia? Probablemente. ¿Lo sería también reducir la tenencia de armas de fuego, por ejemplo ejemplo en EE UU? Sin Sin duda. La lucha contra la violencia en nuestras complicadas sociedades avanzadas debe formar parte de una pedagogía social permanente y generalizada cuya piedra angular debería ser la sensibilización social por parte de educadores, docentes, mediadores sociales e interculturales. Responder eficazmente al problema de la delincuencia consiste en intervenir con muchos más medios sobre las causas que la producen. Principalmente, con medidas sociales preventivas en nuestros barrios que reparen necesidades y faciliten oportunidades para desarrollar una vida digna para todos los ciudadanos. La mayor parte de los comportamientos delictivos hunden sus raíces en carencias y abusos. Aquellos cuyas carencias tienen un carácter económico, como casi todos los inmigrantes, o bien no demandan tratamiento o bien éste resultará más fácil porque se trata de personas normalizadas que sólo necesitan oportunidades laborales para reinsertarse. En cambio, los carenciales nacionales reclaman tratamientos más amplios e individualizados porque sus carencias son múltiples: personales, familiares, educativas, laborales..., y ade-
más sufren la esclavitud de sus adicciones. Para facilitar la superación de tanta problemática estas personas precisan de toda clase de apoyo menos la cárcel. Y así lo vienen demostrando cuando se les ofrece otras alternativas como el tercer grado penitenciario, comunidades terapéuticas o unidades extrapenitenciarias que tan buenos resultados están consiguiendo en colaboración con ONG. La conducta delictiva por abusos, sean sustancias tóxicas u otras adicciones, requiere tratamientos más específicos; para desarrollarlos tampoco la prisión en régimen ordinario constituye el mejor marco. Pese a todo, en algunos centros se desarrollan programas específicos para drogodependientes, agresores sexuales, violencia familiar y enfermos o con trastorno mental, cuya primera valoración consideramos positiva. Al menos está sirviendo para que los mismos profesionales penitenciarios nos creamos un poco más la posibilidad de cambio que pueden realizar estas personas. Pero, en un síntoma claro de que no se cree ni interesa el “tratamiento” las autoridades penitenciarias han dejado de promover y de apoyar los programas señalados; y solamente la voluntad y esfuerzo de determinados profesionales permite continuar con algunos. Sin embargo, la experiencia nos lleva a la convicción de que, aún con las dificultades que ya hemos indicado para intervenir en régimen de prisión ordinaria, se puede llevar a cabo el “tratamiento del delincuente” y obtener unos resultados medianamente satisfactorios. Se ha demostrado que se pueden trabajar y mejorar aspectos de la conducta como la empatía, la distorsión cognitiva, la ansiedad, el auto-
control, superar frustraciones, controlar la gratificación inmediata, manejar y solucionar problemas, etcétera. Del mismo modo, en un estudio empírico realizado por especialistas de la propia institución penitenciaria11 llegan a la conclusión de que aquellos delincuentes que durante el cumplimiento de su condena participaron en actividades y programas, disfrutaron de permisos, tercer grado y libertad condicional, reinciden bastante menos que los demás. Por lo tanto, ¿por qué “cumplimiento íntegro de las penas?”, ¿qué razones existen para apartarnos de esta filosofía tan nítidamente marcada por la Constitución y la ley penitenciaria? ¿O es que vamos hacia una privatización de las cárceles, según el modelo norteamericano?
11Estudios e Investigaciones de la Cen-
Emilio Monteserín es sociólogo,
tral Penitenciaria de Observación (2001), p. 275. Direc. Gral. de Instituciones Penitenciarias. Ministerio del Interior. Madrid
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educador de Instituciones Penitenciarias y colaborador de la Universidad Complutense de Madrid CLAVES
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LITERATURA
GARCÍA MÁRQUEZ, EL HUMORISTA HUMORISTA DANIEL SAMPER PIZANO
ay pocas dudas de que el Premio Nobel utiliza el humor en sus obras; lo que se discute es qué clase de humorista es. Sus recientes memorias ofrecen algunas pistas. El 17 de enero de 1981, en la cola de una de sus columnas semanales que eran leídas en el mundo entero, Gabriel García Márquez (GGM) agregó el siguiente párrafo titulado “Pregunta sin respuesta”:
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El señor Hans Knospe, un lector alemán, me dice lo siguiente en una carta: “Usted dice en la página 239 de Cien años de soledad: ‘Y cuando llevaba toda su ropa a casa de Petra Cotes, Aureliano Segundo se quitaba cada tres días la ropa que llevaba puesta y esperaba en calzoncillos a que estuviera limpia’. Pregunto: ¿cuándo se cambiaba y lavaba Aureliano Aureli ano Segundo Segundo los calzoncillos calzoncillos?”. ?”.
Gabriel García Márquez
para unos cuantos, un poeta disfrazado de prosista. Uno no se imagina a Victor Uno de los primeros en recoHugo, tan pomposo, ni a Tho- nocer las virtudes hilarantes de mas Mann, tan circunspecto, en la obra de Gabo fue Jacques Giplan de comentar con sus lecto- lard, el francés que recuperó, res los problema de higiene ínti- compiló y comentó sus artículos ma de sus personajes. Pero yo de periodista. En el prólogo a las juraría, en cambio, que García notas de GGM en El Universal , Márquez disfrutó como pocos de Cartagena, entre mayo de con la carta del señor Knospe y 1948 y 1949, y El He Hera rald ldo, o, de se divirtió mucho al descubrir Barranquilla, donde firmó como la evidente zancadilla que se Septimus la columna ‘La Jirafa’ tiende a sí mismo el texto de la entre enero de 1950 y diciembre novela. Y es porque, antes que de 1952, Gilard lo define como cualquiera otra cosa, el Nobel es “comentarista de prensa y huun hombre que mira el mundo morista”. Y en otro lugar señala con los ojos ingenuos e ingenio- que Gabo practica “el género husos, escrutadores y traviesos del morístico”. humorista. Uno más que está dispuesto a Muchos críticos y lectores re- colgarle la medalla del hombre conocen el sentido risueño de que hace reír es el crítico colomGGM, pero pocos se han atrevi- bo-español Pedro Sorela. Dice do a definirlo redondamente co- Sorela: mo un humorista. Es, para al“Antes que un novelista a secas, algunos, un escritor de mitos y fágunos querido ver en García Márbulas; para otros un autor de quez a han un humorista, y lo cierto es que parábolas; para la mayoría, el los Textos costeños dan argumentos a esprofeta del realismo mágico; y tos últimos”. NºXX
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CLAVES
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El comentarista descubre entonces en García Márquez a un humorista de variados registros. Puede esgrimir el humor tradicional (“el amor es una enfermedad del hígado contagiosa como el suicidio”), o bien se revela irónico (“una de esas epidemias migratorias que azotan a la China con tanta frecuencia como lo hacen el hambre, la guerra y la señora Pearl S. Buck [autora de discutibles novelas orientales]”). En otras ocasiones, juega con el público o emplea una frase ingeniosa para rematar una columna, tal como se supone que lo hacían los graciosos y por él denostados intelectuales bogotanos que se trenzaban en duelos de chuscos a comienzos del siglo XX . Greguerías y gaberías
Ni Gilard ni Sorela van más allá de señalar que GGM practicaba cierto tipo de humor estililístico que había puesto en boga Ramón Gómez de la Serna en España. Escritor, periodista y cua-
sifilósofo, creó a partir de 1917 toda una escuela con sus gregue gregue-rías, frases breves e impactantes que combinaban humor y poesía. Lo mismo picaban como un aguijón, flotaban como una nube o martillaban una idea con sucinta elocuencia. La influencia de don Ramón saltó con unos años de retraso a América. En el periodismo colombiano se siente la huella de Gómez de la Serna en los articulistas de los años treinta y se prolonga durante 20 años, cuando militan en el humorismo tierno varios escritores como García Márquez, Héctor Rojas Herazo y Álvaro Cepeda Samudio. En Brasil tarda aún más. Hacia 1950, el humorista Millôr Fernandes inventa un tipo de frase cuyo estilo describe así: “Entre la poesía, el humor objetivo y el nonsense, pero sin hallarse precisamente localizado”. Sólo después descubre que el género ya estaba inventado, y que “el verdadero inventor, con el nombre de greguerías, era el viejo Ramóz de la Serna, que escribió cientos de frases admirables dentro de este estilo”. De este corte eran las greguerías de Millôr Fernandes: “Soñó que decía a una moza: ‘Usted es la moza de mis sueños’”… “El número más peligroso en el circo de la existencia es el del Eterno Triángulo”… “La luna es una isla nocturna”…
En cuanto al joven García Márquez, sus greguerías de la misma época tenía el siguiente sabor: “Nos iremos a dormir antes de que los relojes doblen la esquina de la medianoche”… “Este mundo que nos entregan nuestros mayores tiene un olor de barricada”… “Cuando sentimos el avión 81
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suspendido sobre los hombros del aire, descubrimos inesperadamente que aún nos queda la capacidad de angelizarnos”… “Crucificado en la mitad de la tarde está el espantapájaros”… “Pocas cosas tienen tanta belleza plástica como una negra engreída”… “El más optimista de los mortales se preguntaría, en tarde como ésta, en qué lugar del mundo está sembrado el árbol que ha de servir para la fabricación de su ataúd”.
Hasta ese momento de su obra García Márquez es catalogado como un humorista con propensiones a las imágenes poéticas. Un discípulo, en fin, de las greguerías, a las cuales él mismo alude en más de una oportunidad. Cierta nota sobre el acordeón, por ejemplo, empieza así: “No sé qué tiene el acordeón de comunicativo que cuando lo oímos se nos arruga el sentimiento”.
Y en el párrafo siguiente, el autor pide perdón “por este principio de greguería”. ¿Qué es el mamagallismo?
La idea de que en vez de un blando artista de la sonrisa enternecedora puede ser un bravío tomador de pelo surge después. Es una imagen que salta quizás cuando el propio García Márquez comenta en 1968 que los venezolanos son “enormes mamadores de gallo”. “Mamar gallo”… “mamadores de gallo”… “mamagallistas”… Toda una batería de expresiones para denotar cierto tipo de humor caribeño. Ya GGM había usado el término en 1962 al mencionar en Los funerales de la Mamá Grande a algunos de los asistentes al gran entierro. Allí, al lado de los papayeros de San Pelayo y los improvisadores de las Sabanas de Bolívar, desfilan “los mamadores de gallo de La Cueva”. Cueva ”. Aludía, naturalmente, al grupo de sus amigos barranquilleros, irredentos bromistas entre quienes sobresalían el periodista y novelista Álvaro Cepeda Samudio, que imaginaba cerbatanas para matar silenciosamente a los futbolistas, y el pintor Alejandro Obregón, que agarró a bala su autorretrato. Como consta en Vivir para contarla, los alegres y al82
cohólicos compañeros tenían como sede de tertulias un pequeño local llamado La Cueva, donde se hablaba, sobre todo, de literatura. En sus tiempos escolares de Zipaquirá, Gabo había sido el típico “payaso de la clase”, el que tiene la más divertida ocurrencia y escribe versos para tomar el pelo a sus compañeros: “Mi amigo José Consuegra se queja de su apellido porque dice que la suegra lo tiene ya carcomido.” Tenía 12 años y ya era, según uno de sus biógrafos, “un mamagallista de mucho cuidado”. La expresión no es del escritor de Aracataca, Aracata ca, pero pero como como si lo fuera. fuera. El filólogo Ángel Rosenblatt persigue el prontuario de la palabre ja hasta 1887, 1887, cuando un perióperiódico humorístico caraqueño habla de alguien que está “mamándole el gallo” a otro. “Mamar gallo” se sigue usando en partes del Caribe en las siguientes décadas, pero es GGM quien lo pone de moda. A partir de los años setenta, el mamagallismo se convierte en religión cuyos adeptos reconocen a García Márquez como el Sumo Pontífice. ¿Qué es el mamagallismo, quiénes lo utilizan y para qué sirve? Según Dasso Saldívar, biógrafo de Gabo, “los costeños son, por regla general, gente antisolemne, bromistas para quienes el sentido del humor es la cosa más seria del mundo”.
Sorela agrega otro elemento: “Sentido del humor permanen”. Y Gilard –francés, al fin y al te ”. cabo– precisa el contexto histórico en el que se hace popular: “la filosofía mamagallística en toda Colombia coincide con el estancamiento político que fue el Frente Nacional inaugurado en 1958”.
La clave consiste en conservar la cara seria. Se ejerce el mamagallismo sin el preaviso de sonrisas ni guiños oculares que adviertan el salto a la onda cachonda. Literatura de carnaval
¿Humorista tierno o mamagallis mamagallis-ta feroz? Aún estaban los gabólo-
gos tratando de definir la verdadera condición de GGM cuando apareció el libro más docto que se haya escrito sobre el humor garcimarquiano. La colombiana Isabel Rodríguez Vergara publica en 1991 su largo y fundamentado ensayo
remonia o representación de engaños (farsa) y de fusión de lo serio y lo risible para que la misma sonrisa exprese alegría y temor (grotesco). En síntesis, dice la persona que con más cuidado ha estudiado el humor de GGM, habría El mundo satírico de Gabriel que señalar que, más que un esGarcía Márquez, donde afirma critor de humor, es un escritor que el Nobel es un expresivo y cómico. Este último concepto lo torrencial escritor carnavalesco. acerca mucho más al sentido fesEn este tratado recoge los pasos tivo popular que al concepto inde algunos críticos angloparlan- telectual de la disonancia contes que ya habían inscrito el hu- ceptual o el juego de palabras. mor de Gabo en la vertiente re- No es un inglés del siglo XIX . Es presentada de manera superla- un caribeño renacentista. tiva por Miguel de Cervantes y François Rabelais. Todo lo anterior anterior junto El humor carnavalesco imita a Y ahí estamos. El recorrido que las formas propias de las fiestas empezó tímidamente con las copopulares, inspiradas en una fi- lumnas de greguerías gabianas losofía patas arriba donde caben adquirió velocidad con sus las transgresiones y burlas a las cuentos hasta desembocar en el autoridades, las befas a las cere- galope desbordado de El otoño monias solemnes de la religión, la del patriarca. Finalizado el periparodia caricaturesca del mundo plo, si hubiera que definir el huordenado y lineal. El humor de mor de GGM sería preciso carnaval es el mundo al revés, echar en la licuadora una serie que eleva lo terrenal –la escatolo- de conceptos que corresponden gía, los instintos– y rebaja lo ofi- a distintas épocas y distintos texcialmente considerado sublime. tos: burlón, tierno, satírico, paEl humor de carnaval vuelve jol- ródico, grotesco… gorio un entierro, como ocurre Lo que nadie puede dudar es en Los funerales de la Mamá que García Márquez es un escriGrande, y se solaza en el sexo y las tor que emplea el humor como excreciones. una de sus principales materias Fue el ruso Mijail Bajtin primas. A veces es herramienta quien planteó con mayor lucidez subversiva y a veces mero encanuna teoría del humor grotesco, y tamiento de lectores. Pero la risa a esa teoría se acoge Isabel Ro- está siempre presente en su pedríguez Vergara para ubicar varias riodismo y en su literatura. obras de Gabo (principalmente A quien quien no no esté esté convenc convencido ido le El otoño otoño del patriar patriarca, ca, los citados propongo el siguiente juego: abra Funerales y El amor en los tiempos cualquier página de Cien años de del cólera) bajo el paraguas gene- soledad y si no encuentra allí una roso y festivo que también am- frase, una situación, un personapara al Quijote y a Gargantúa y je o un diálogo diálogo que lo haga haga sonPantagruel. reír, yo le contaré dónde, cuándo A tenor tenor de de este este ensay ensayo, o, Garcí Garcíaa y cómo lavaba los calzoncillos Márquez es un humorista muy Aurel Aureliano iano Segu Segundo. ndo. distinto y mucho más profundo que aquel que bromea con los amigos o imagina frases divertidas y hermosas para describir los objetos. Estamos ante alguien que emplea el humor a modo de bisturí contra el poder establecido (sátira), de burla del mundo “normal”, de alteración de sus modelos (parodia), de conversión Daniel Samper Pizano es periodista y esdel objeto denostado en una ce- critor colombiano residente en España. n
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