Directores
Javier Pradera / Fernando Savater
DE RAZÓN PRÁCTICA
Diciembre 1998 Precio 900 pesetas
N.º 88
JAVIER JA VIER VARELA
Los intelectuales ante la Gran Guerra
ROBERT DAHL ¿Por qué la igualdad política?
MARIO VARGAS V ARGAS LLOSA El desafío de los nacionalismos
JUAN L. CEBRIÁN Jovellanos: el rebelde tranquilo
D I C I E M B R E 1 9 9 8
JAVIER JA VIER PRADERA Cuentos de hadas para uso político
ERNESTO GARZÓN VALDÉS Razonabilidad y corrección moral
DE RAZÓN PRÁCTICA
S U M A R I O
Dirección
JAVIER JA VIER PRADER A Y FERN ANDO SAVATER SAVATER
NÚMERO
88
DICIEMBRE
1998
Edita
PROMOTORA GENERAL DE REVISTAS Presidente
JESÚS DE POLANCO Consejero delegado
JUAN LUIS CE BRIÁN
Director gerente
EL DESAFÍO DE LOS NACIONALISMOS
MARIO VARGAS LLOSA
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ROBERT DAHL
12
¿POR QUÉ LA IGUALDAD POLÍTICA?
ERNESTO GARZÓN VALDÉS
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RAZONABILIDAD Y CORRECCIÓN CORRECCIÓN MORAL MORAL
JAVIER VARELA VARELA
27
LOS INTELECTUALES ESPAÑOLES ANTE LA GRAN GUERRA
ANTONIO BERISTAIN
38
ANTE LA TREGUA DE ETA
Semblanza
44
Jovellanos El rebelde tranquilo
Política
50
Cuentos de hadas para uso político
Historia militar
60
Vivencias del 98 en una familia militar
Historia económica
69
Economía política del 98
74
Laurence Sterne
79
Federico el Grande
Director general
JAVIER JA VIER DÍEZ DE POLANCO IGNACIO QUINTANA Coordinación editorial
NURIA CLAVER Maquetación
ITALA IT ALA SPI SPINET NETTI TI
Ilustraciones
JAVIER VÁZQUEZ (Madrid, JAVIER (Madrid, 1959) Ha realizado trabajos de diseño gráfico y escenografía para grupos de teatro, teatro, así como de ilustración editorial; ha participado también en diversas exposiciones colectivas.
Juan Luis Cebrián Ce brián
Javier Pradera
Jovellanos Caricaturas
Fernando Puell de la Villa
LOREDANO Correo electrónico:
[email protected] Internet: www www.progresa.es/claves .progresa.es/claves Correspondencia: PROGRESA.
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Germán Ojeda
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Literatura
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Casa de citas
Roberto Rodríguez Aramayo
EL DESAFÍO DE LOS NACIONALISMOS MARIO VARGAS LLOSA
riedrich Hayek escribió en Camino 1944-1945) que los de servidumbre ( 1944-1945) dos mayores peligros para la civilización eran el socialismo y el nacionalismo. El gran economista austriaco seguramente hubiera enmendado esa frase en nuestros días, suprimiendo en ella el vocablo socialismo y reemplazándolo por integrismo religioso. El socialismo al que Hayek se refería era el marxista, enemistado a muerte con la democracia liberal, a la que estigmatizaba como máscara de la explotación capitalista. Ese socialismo quería acabar con la propiedad privada de los medios de producción, colectivizar la tierra, nacionalizar las empresas, centralizar y planificar la economía e instalar la dictadura del proletariado como paso inicial hacia la futura sociedad sin clases. Aquel socialismo marxista desapareció con la desintegración de la Unión Soviética y la conversión de China Popular al capitalismo autoritario del partido único. Su epitafio fue la caída del muro de Berlín, hace 10 años. El socialismo que existe, y que goza de excelente salud, afortunadamente para la cultura democrática ya no es socialista sino de nombre. Acepta que la empresa privada produce más empleo y riqueza que la pública, sobre todo en un régimen de mercado, y es un convencido valedor del pluralismo político, las elecciones, la libertad y el Estado de derecho. El socialismo ha dejado de ser ideológico y se ha vuelto ético. En vez de preparar la revolución está empeñado en la defensa del Estado de bienestar, de políticas públicas de asistencia social a los parados, los ancianos, las minorías desvalidas y en una redistribución de la riqueza a través del impuesto para corregir lo que llama desequilibrios del mercado. En muchos casos, estas políticas, en el campo económico y social, resultan poco diferenciables de las que promueven los liberales o los conser-
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vadores. De hecho, en nuestros días sería laborioso tratar de encontrar diferencias significativas entre las políticas económicas del Gobierno socialista de Tony Blair en el Reino Unido y las del conservador (perdón, centrista) de José María Aznar en España, o entre las que aplicó la democracia cristiana de Helmut Kohl en Alemania y las que anuncia su sucesor, el social demócrata Gerhard Schröder. Este socialismo ya no es un enemigo, sino un componente central de la cultura democrática en el mundo moderno. El nacionalismo, en cambio, sigue siéndolo. No de la manera explícita con que aparecía cuando Hayek estampó aquella frase, encarnado en los rostros tremebundos del nazismo de Hitler, el fascismo de Mussolini o del franquismo. En nuestros días, el nacionalismo ya no es tan unívoco ni tan sesgado hacia el extremismo derechista como entonces; hoy es, más bien, un animal proliferante y escurridizo, de muchas cabezas, que adopta comportamientos diversos y adversarios entre sí. Contrariamente a lo que muchos optimistas llegaron a pensar, que, luego de la hecatombe de las dos guerras mundiales provocadas por él, iría languideciendo hasta desvanecerse, o vegetaría en los márgenes de la vida política de las naciones occidentales, enquistado en grupúsculos huérfanos de representación electoral, el nacionalismo ha experimentado un notable resurgimiento. Esto es válido sobre todo para España, donde poderosos movimientos nacionalistas en Cataluña y el País Vasco (y, de menor caudal, en Galicia y Canarias) plantean un riesgo de fragmentación a una soberanía que cuestionan (algunos pacíficamente y, otros, por lo menos hasta ayer, con métodos violentos). Pero, también lo es en países donde el nacionalismo parecía más apagado. En el Reino Unido, por ejemplo, hasta hace pocos
años, el Partido Nacionalista Escocés era una simpática curiosidad folclórica con faldas a cuadritos multicolores y gaitas. Hoy es la primera o la segunda fuerza política de Escocia, donde, por primera vez en la historia moderna de Gran Bretaña, las encuestas revelan que casi la mitad de los escoceses son favorables a la independencia. En Francia, Le Front National de Le Pen, atrae entre el 15% y el 20% del electorado. En Austria respalda el llamado Partido Liberal de Jorg Haider casi un tercio de los votos. En Italia, aunque algo disminuido, el movimiento nacionalista de Umberto Bossi, la Liga Lombarda, sigue empeñado en desgarrar al país, separando del resto a todo el Norte, la fantasmal Padania. Se me objetará, luego de estos rápidos ejemplos, que, bajo la etiqueta de nacionalismo, meto en una misma canasta huevos de muchos colores: de gallina, de pichón, de avestruz y hasta del literario basilisco. ¿Acaso son la misma cosa? Precisamente, una de las mayores dificultades para hablar del nacionalismo consiste en que esa doctrina protoplasmática se reproduce y manifiesta con apariencias y formas diferentes, aunque, en su secreta raíz, esa diversidad coincida en unos cuantos rasgos que me gustaría tratar de describir, porque es esa entraña, no la envoltura circunstancial, lo que constituye un desafío a la cultura democrática. A un líder del Partido Revolucionario Institucional mexicano, se atribuye haber explicado la filiación ideológica de su partido con esta afirmación, digna de Mario Moreno, Cantinflas: “El PRI no es de derecha ni de izquierda sino todo lo contrario”. Un galimatías conceptual parecido asoma cuando se busca situar al nacionalismo dentro de las tradicionales categorías de izquierda y derecha. Él se mueve sin dificultad entre esas antípodas, y adopta, a veces, semblante radical, CLAVES
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como, en España, ETA o Terra Lliure, o el IRA en Irlanda del Norte, o se identifica con posiciones inequívocamente conservadoras, cuando encarna en Convergència i Unió o el PNV (el Partido Nacionalista Vasco). Aunque también es frecuente que sea de izquierda antes de llegar al poder, y cuando lo captura se vuelva de derecha, como le ocurrió al FLN argelino y a casi todos los movimientos nacionalistas árabes. Atención, no estoy borrando las fronteras abismales que separan a los nacionalistas que practican el terrorismo de los nacionalistas que actúan en la legalidad y rechazan los métodos violentos. Naturalmente que constituye una diferencia sustancial defender un ideal de manera pacífica, por la vía de las elecciones y dentro de la ley, o asesinando, secuestrando y plantando coches-bomba. Son diferencias que, en términos prácticos, permiten la coexistencia social o la crispan hasta hacerla estallar en una orgía de sangre, como ocurrió en Bosnia y sigue ocurriendo en Kosovo. Pero, sin que esto signifique devaluar el compromiso con el pacifismo y la legalidad de los movimientos nacionalistas que rechazan la acción directa y optan por la vía electoral, debo decir también que no son los métodos y las conductas lo que determina que un movimiento político sea nacionalista, sino un núcleo básico de afirmaciones y creencias que todos los nacionalistas –pacíficos o violentos– suscriben. He dicho afirmaciones y creencias, no ideas, de manera deliberada. El punto de partida de toda doctrina nacionalista es un acto de fe, no una concepción racional y pragmática de la historia y de la sociedad. Un acto de fe colectivista, que imbuye a una entidad mítica –la nación– de atributos trascendentales, capaces de mantenerse intangibles en el tiempo, indemnes a las circunstancias y a los cambios históricos, Nº88
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EL DESAFÍO DE LOS NACIONALISMOS
preservando una coherencia, homogeneidad y unidad de sustancia entre sus miembros y elementos constitutivos, aunque, en la contingencia, aquella unidad sea invisible y pertenezca al dominio de la ficción. Junto al colectivismo, el esencialismo metafísico es ingrediente central del nacionalismo. Para esta doctrina, los individuos no existen separados de la nación, placenta materna que les da el ser, la identidad, palabra clave de la retórica nacionalista, que los vivifica social, cultural y políticamente, y que se manifiesta a través de ellos, en la lengua que hablan, las costumbres que practican, las vicisitudes de una historia que comparten, y, también, en algunos casos, en la religión, la etnia o raza a la que pertenecen, o, incluso, la conformación craneal el grupo sanguíneo de que Dios o el azar quiso dotarlos. Esta utópica noción de una comunidad perfectamente homogénea y unitaria se desvanece apenas intentamos contrastarla con las naciones reales y concretas de la pedestre realidad, donde, todas, unas más, otras menos, lucen una heterogeneidad flagrante, en los dominios cultural, racial y social, al extremo de que la noción de “identidad colectiva” –no se diga de “identidad nacional”– resulta un concepto falaz; que, bajo su pretensión uniformizadora, desnaturaliza siempre una rica y fecunda diversidad humana. El nacionalismo contrarresta este desmentido a sus tesis con otra de sus llaves maestras, el victimismo: una larga lista de agravios históricos y usurpaciones políticas y culturales de la potencia colonizadora e imperial para destruir, contaminar y degenerar a la nación víctima. Algo que aquélla ha intentado e intenta todavía, pero, alto ahí, sin conseguirlo nunca. No importa cuán feroces hayan sido los crímenes cometidos por el conquistador, ni cuántos siglos haya durado aquel genocidio sistemático para privar a la nación invadida, ocupada y “aculturada”, ésta sobrevive. La nación víctima, digan lo que digan las mentirosas apariencias, por debajo de ellas, ha seguido resistiendo, conservando su esencia, fiel a sus ancestros y a sus fuentes, con el alma intacta, esperando la hora de la redención de su soberanía arrebatada y de su libertad suprimida. Naturalmente, esta lista de agravios se asienta en algunas verdades históricas. Pero, sería un error creer que las violencias y abusos cometidos en el pasado por pueblos fuertes contra pueblos débiles son la razón de ser del nacionalismo. Si fuera así, el nacionalismo proliferaría como una epidemia en todas las comarcas del plane6
ta. ¿Hay acaso algún país que no tenga desagravios que reclamar a la historia? No hay sociedad que, cuando vuelve la cabeza y escruta su pasado, no se encuentre con un espectáculo de horror, de crímenes y atropellos indecibles que se cometían tanto transversal –entre sociedades, pueblos y naciones– como verticalmente –entre clases e individuos poderosos contra clases, grupos e individuos inermes en el interior de cada sociedad–, lo que hace de la historia de todos los países, también, aunque no únicamente, una historia universal de la infamia. Si se trata de ajustar cuentas al pasado ¿alguien duda de que un extremeño, un andaluz, un castellano padecieron menos de la prepotencia, la intolerancia, los abusos de los poderosos que vascos, catalanes o gallegos? Pero, sólo para el nacionalismo aquellas injusticias históricas son colectivas y hereditarias, como el pecado original. El nacionalismo necesita de aquellos agravios históricos para justificar sus pretensiones de víctima de una injusticia atávica de carácter comunitario a la que sólo dará satisfacción la reconquista de la independencia perdida. Los necesita, también, para explicar la supuesta adulteración de la unidad nacional –en el dominio de la lengua, de la cultura, de las instituciones y hasta de la raza– y para justificar las políticas que se propone impulsar desde el poder a fin de restablecer la pureza e integridad de la nación, maculados por siglos de dominio extranjero. Cataluña es una sociedad bilingüe, con –cifras más, cifras menos– un 50% de catalano-hablantes y un 50% de castellano-hablantes, con la particularidad de que la casi totalidad de catalanes que hablan catalán, también hablan castellano. Esta particularidad es, en verdad, un privilegio, que hace de la mayoría de catalanes señores y ciudadanos de dos culturas y tradiciones que les pertenecen por igual. Ya que en Cataluña, como ha dicho VidalQuadras, “las dos lenguas no están separadas por una frontera divisoria, sino que están presentes en cada provincia, en cada comarca, en cada ciudad, en cada barrio, en cada inmueble, en cada rellano”. Aceptar esta realidad cultural pondría al nacionalismo en un aprieto, pues lo condenaría a revisar el supuesto básico nacionalista de la homogeneidad lingüística y la unidad cultural, y a diseñar políticas educativas y culturales que respetaran y fomentaran ese bilingüismo. Como nadie reniega de sí mismo, y menos que nadie un partido político, los nacionalistas en el poder explican que la
situación cultural de Cataluña resulta de un atropello histórico: la persecución de que han sido víctimas la lengua y la cultura catalanas por unos Gobiernos que impusieron las de la potencia imperial. La política de “normalización lingüística” tiene pues, por objeto, corregir aquella in justiciaa pasada y devolve justici devolverle rle al catalán el protagonismo que perdió por un acto de fuerza. En la práctica, sin embargo, la corrección de esa injusticia pasada ha mudado en una injusticia equivalente: discriminar la enseñanza del castellano en Cataluña, imponiendo cada vez más, en los colegios y en la administración, como lengua preferencial (y a veces única) el catalán. Esta política es inevitable en todo partido nacionalista que sea fiel a sí mismo, es decir, que, partiendo de su idea de lo que es la nación, trate de convertir esta ficción en realidad. Naturalmente, esta política de “discriminación positiva” o “normalización” (bellos eufemismos) se sale a veces, por su propia dinámica, del cauce benigno y razonable en que pretenden querer sujetarla las autoridades. La realidad es que, por su naturaleza misma, este género de medidas, encaminadas a retroceder la realidad presente de una sociedad bicultural o multicultural hacia una mítica unidad lingüística que justifique la visión histórica del nacionalismo, se traduce a la corta o a la larga en violaciones de los derechos humanos, empezando por el de la libertad individual y el derecho a la libre elección. No cabe la menor duda de que muchos nacionalistas vascos, pacíficos y bien intencionados, quedaron espantados, hace unos meses, cuando se dio a conocer, con justificado escándalo, que en una ikastola del País Vasco, se castigaba, obligándolos a llevar los bolsillos llenos de piedras, a los niños a quienes se sorprendía hablando español en vez de eusquera. Y que eran sinceros al decir que una golondrina no hace verano y que no se podía llamar política del Gobierno autonómico a los excesos de celo de algunos militantes o funcionarios aislados. Sin embargo, lo cierto es que, a pesar de la vocación pacífica de la mayoría de los nacionalistas, en esta ideología, en su concepción del hombre, de la sociedad y de la historia, anida una semilla de violencia, que germina sin remedio cuando se vuelve acción de Gobierno, si el nacionalismo es consecuente con sus postulados, sobre todo, el principal: su empeño por reconstruir aquello que Benedict Anderson llama “la comunidad imaginada”, es decir la ilusoria nación integrada cultuCLAVES
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MARIO VARGAS LLOSA
ral, social y lingüísticamente, en cuyos retoños humanos se transubstanciaría la identidad nacional. El irremediable parentesco entre totalitarismo y nacionalismo, en el caso de ETA, Fernando Savater, un pensador vasco, lo explica así: “El totalitarismo consiste en la negación exterminadora del otro, no en la hostilidad al adversario político. Para ETA sólo son vascos viables –es decir, no candidatos al exilio o a la liquidación– los nacionalistas de uno u otro signo, sean los que se equivocaron aceptando el estatuto de autonomía, los héroes que lo rechazaron desde el principio o los conversos que poco a poco han llegado a la luz. El resto son españolistas recientemente envalentonados que viven entre los vascos, contra los cuales se predica sin rodeos la ‘persecución social’ y con cuyos partidos se prohibe taxativamente cualquier tipo de convenio político: exeunt omnes.” Como la historia verdadera no encaja, o lo hace sólo a trompicones, con la versión nacionalista del pasado, es inevitable que el nacionalismo acomode aquella historia, embelleciéndola o deformándola, para que sirva a sus propósitos y le proporcione una base de sustentación. Un libro reciente, de indispensable lectura –El bucle melancólico, de Jon Juaristi– documenta con copiosa información y gran sutileza de análisis este proceso de ficcionalización de la historia, con fines de actualidad política, del nacionalismo vasco. La mayor parte de los poemas, canciones, ficciones, artículos, memorias que Jon Juaristi escudriña tienen escaso valor literario y no trascienden un horizonte localista (una de las excepciones son los ensayos de Unamuno). Sin embargo, la agudeza del crítico nos revela, en la misma indigencia artística y la pobreza conceptual de aquellos textos, unos contenidos sentimentales, religiosos e ideológicos, que son iluminadores sobre la razón de ser del nacionalismo en general y del terrorismo etarra en particular. Juaristi llama melancolía a la añoranza de lo que no existió, a un estado de ánimo de feroz nostalgia de algo ido, espléndido, que conjuga la felicidad con la justicia, la belleza con la verdad, la salud con la armonía: el paraíso perdido. Que éste –la nación de los nacionalistas– nunca fuera una realidad tangible, no es obstáculo para que los seres humanos, dotados de ese instrumento terrible y formidable que es la imaginación, terminen por fabricarlo. Para eso existe la ficción: para poblar los vacíos de la vida con los fantasmas que la cobardía, la generosidad, Nº88
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DE RAZÓN PRÁCTICA
el miedo o la imbecilidad de los hombres requieren a fin de completar sus vidas. Esos fantasmas que la ficción inserta en la realidad pueden ser benignos, inocuos o malignos. Los nacionalismos pertenecen a esta última estirpe. Juaristi muestra en su libro el proceso de edificación de los mitos, rituales, liturgias, fantasías históricas, leyendas y delirios lingüísticos que sostienen al nacionalismo vasco, y su enquistamiento en una campana neumática solipsista, que le permite preservar aquella ficción e inmunizarla contra todo examen crítico. Las verdades que proclama una ideología nacionalista no son racionales; son, ya lo he dicho, dogmas, actos de fe. Por eso, como hacen las iglesias, los nacionalismos no dialogan: santifican y excomulgan. El nacionalismo tiene que ver mucho más con el instinto y la pasión que con la inteligencia y su fuerza no está en las ideas sino en las creencias y los mitos. Por eso, se halla más cerca de la literatura y de la religión que de la filosofía o la ciencia política, y para entenderlo pueden ser más útiles los poemas, las novelas y hasta las gramáticas, que los estudios históricos y sociológicos. sociológic os. Benedict Anderson, por ejemplo, en Imagined Communities, su estudio sobre el nacionalismo, explora a través de las ficciones del filipino José Rizal, el mexicano José Fernández de Lizardi y del indonesio Mas Marco Kartodikromo el desarrollo de la idea de nación que activara el movimiento nacionalista en aquellas antiguas colonias europeas en Asia y América. Que la ideología nacionalista esté, en lo esencial, desasida de la realidad objetiva y que se vea obligada, para justificarse, a una deformación sistemática de la historia, no significa, claro está, que no sirvan para atizar la hoguera que ella enciende, los agravios, injusticias y frustraciones de que una sociedad es víctima. Sin embargo, leyendo El bucle melancólico se advierte algo alarmante: aun si el País Vasco no hubiera sido objeto, en el pasado, sobre todo durante el régimen de Franco, de vejaciones y prohibiciones intolerables contra el eusquera y las tradiciones locales, la semilla nacionalista hubiera germinado también, porque la tierra en que ella cae y los abonos que la hacen crecer no son de este mundo concreto. Sólo existen, como los de las novelas y las leyendas, en la más recóndita subjetividad, y aparecen al conjuro de una insatisfacción y rechazo de lo existente, sentimientos que son canalizados por unas minorías –los partidos nacionalistas– en su provecho para alcanzar el poder
político. Lo que Juaristi llama, con ayuda de Freud, “melancolía”, impulso inicial de que se alimenta el nacionalismo, Karl Popper lo definía como sometimiento al “llamado de la tribu”, o resistencia recóndita en los seres humanos a la responsabilidad de asumir las obligaciones y los riesgos de la libertad individual, y la estrategia de rehuirla, amparándose en alguna categoría gregaria, en algún ser colectivo, en este caso la nación (en otros, la raza, la clase o la religión). Para Durkhein, todas las ideologías colectivistas, como el nacionalismo, resultaron de la desaparición de las jerarquías tradicionales y órdenes de la vida social, debido a la centralización y la racionalización burocrática que el progreso industrial requería. Al verse privado de la seguridad emocional y social de esas comunidades preindustriales –la tribu– el hombre buscó refugios colectivistas, como el que provee la primaria doctrina nacionalista, convirtiendo la pertenencia a una nación en un valor supremo, en el privilegio de ser parte de una dinastía selecta y exclusiva, ontológicamente solidaria, de seres muertos, vivos y por vivir. Para Elie Kedourie, uno de los más perceptivos analistas del nacionalismo, éste habría nacido como doctrina desviada de la teoría kantiana de la “autodeterminación” del individuo libre. Fichte, según él, reemplazó esta idea con la tesis de la autodeterminación de las naciones, entidades que daban al individuo su propia identidad. Y Herder, sin quererlo, completó esta noción con su férvida defensa de las culturas y las lenguas como fundamentos de la nación. Éste es el camino, según Kedourie, por el que las doctrinas nacionalistas fueron adquiriendo derecho de ciudad en la historia moderna, exacerbándose en algunos casos con conceptos racistas y delirios mesiánicos hasta alcanzar su apocalíptico apogeo con Hitler. Pero no es ésta la única vena del nacionalismo; también lo es la que nace en el Tercer Mundo como respuesta al colonialismo y las políticas imperialistas de las potencias occidentales, de las que serían ejemplo el sionismo y los movimientos nacionalistas árabes. Según Ernest Gellner “es el nacionalismo el que inventa las naciones y no lo contrario”. El nacionalismo, un producto, según él, típico de la sociedad industrial, utiliza de manera selectiva la preexistente proliferación de culturas en el seno de un país, y transforma a éstas de manera tan radical como artificiosa, resucitando lenguas muertas, inventando tradiciones y restaurando unas “ficticias purezas prístinas ”. 7
EL DESAFÍO DE LOS NACIONALISMOS
La diversidad de métodos y comportamientos, así como las circunstancias distintas en que han nacido los movimientos nacionalistas, aconsejan prudencia a la hora de hacer generalizaciones. Pero, una que cabe hacer sin vacilar, es que el nacionalismo tiene una entraña irracional –nazca de la melancolía, la desesperación, la anomia, el miedo a la libertad o la protesta contra la invasión colonial– y que, debido a ello, deriva con facilidad hacia prácticas violentas, y llega a veces como ETA en España o el IRA y los Provisionales en Irlanda del Norte, a cometer crímenes abominables en nombre de su ideal. Que haya partidos nacionalistas moderados, pacíficos, y militantes nacionalistas de impecable vocación democrática, que se empeñan en actuar dentro de la ley y el sentido común, no modifica el hecho incontrovertible de que, si es coherente, y lleva a sus últimas consecuencias los principios que constituyen su razón de ser, todo nacionalismo desemboca tarde o temprano en prácticas intolerantes y discriminatorias, y en un abierto o solapado racismo. No tiene escapatoria. Como esa nación homogénea, pura, cultural y étnica, y a veces religiosa, que lo inspira y que pretende restaurar, nunca existió –y si alguna vez existió, desapareció en el curso de la historia–, está obligado a crearla, a imponerla en la realidad, y la única manera de conseguirlo es la coerción. Tal vez en ningún otro dominio sean tan explícitos los estragos que el nacionalismo causa como en la cultura. Si la pertenencia a esa abstracción colectiva, la nación, es el valor supremo, y si éste es el prisma elegido para juzgar las creaciones literarias y artísticas, ¿qué puede esperarse como resultado de tan confusa y disparatada tabla de valores? La perspectiva nacionalista tiende a rechazar o minusvalorar toda creación del espíritu que, en vez de magnificar o privilegiar los valores locales –lo regional, lo nacional, lo folclórico– los relegue, ridiculice, niegue, o, simplemente, los minimice dentro de una perspectiva cosmopolita o universal, o los refracte en lo individual, realidades humanas difícilmente identificables con lo nacional. Para el nacionalismo, las creaciones literarias más respetadas y respetables son aquéllas que confirman sus pre juicio jui cioss sob sobre re las iden identid tidades ades col colect ectivas ivas.. Esto, en la práctica, significa la promoción del arte regionalista o folclórico como modélico, y el ensimismamiento provinciano, una consecuencia que ha resultado siempre, en todas partes, de las 8
políticas culturales nacionalistas. Ésa es la razón por la que el nacionalismo no ha producido hasta ahora nada digno de memoria en la literatura y las artes y por la que, como dice el profesor Ernest Gellner, “los profetas del nacionalismo no han ingresado nunca a la primera división en materia de pensamiento” (“the prophets of nationalism were not anywhere near the First Division, when it came to the business of thinking”.) Quisiera, para ilustrar lo que digo, citar el testimonio de otro libro reciente: Contra Catalunya, de Arcadi Espada. El autor, un periodista catalán, describe, a partir de su experiencia personal de joven que padeció los últimos años del franquismo, y vivió desde adentro la transición hacia la libertad, una Cataluña que pasó de la dictadura fascista a una demo-
desde el escamoteo histórico de la posición fascista que adoptaron muchos catalanes durante la guerra civil y la dictadura de Franco, hasta la abolición mágica del hecho social y económico que representan los inmigrantes, un elevado porcentaje de la población de Cataluña, que no hablan catalán, y son sin embargo catalanes, pues viven y trabajan allí, y porque han contribuido con su trabajo, de dos o más generaciones, a la prosperidad de Cataluña. Los hombres y mujeres de este vasto sector –“los pobres” los llama Espada– no están representados en el Gobierno nacionalista de la Generalitat, y, además de reducidos cada vez más a una condición fantasmal, de parias culturales, se ven ontológicamente disminuidos, por una idea de Cataluña que los enfrenta a este dilema: integrados o apestados. El libro de
cracia, que resultó empobrecida –para no decir mediatizada– por un nacionalismo que desde hace cuatro lustros ejercita un dominio aplastante sobre su vida política y cultural. El libro oxida el nacionalismo, no con argumentos ideológicos, sino mostrando los desvaríos y cursilerías insoportables que causa en distintos órdenes, así como la lenta asfixia del pensamiento crítico. Debido al temor de ser acusados de actuar “contra Catalunya”, e incurrir en una suerte de satanización moral, pocos osan contradecir ciertos mitos y tabúes impuestos por los nacionalistas: y los que se atreven a hacerlo, como Aleix VidalQuadras, ya saben lo que les espera. Gracias a esta invisible censura muchos temas se han vuelto intocables, o se han deformado hasta lo irreconocible, dice Espada:
Arcadi Espada muestra, con innumerables pequeños ejemplos, el provincianismo y la ridiculez a que una política cultural nacionalista, cuya función es proporcionar materiales para la “identidad” que se quiere fabricar, se ve fatalmente abocada. En el paisaje que diseña el testimonio de Espada –como en ciertas fulminaciones periodísticas de Félix de Azúa o en los ensayos políticos de Aleix Vidal-Quadras– se ve el daño que el nacionalismo viene infligiendo a una tierra que se caracterizó siempre por ser la más culta y europea de España, y que se va rezagando culturalmente debido a una doctrina que se empeña en colocar avisos por doquier que digan: “Sólo para catalanes”. Pero, ni siquiera para todos los catalanes: sólo aquellos que responden al identikit nacionalista. Los demás no lo son, pues no merecen serlo. CLAVES
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MARIO VARGAS LLOSA
No soy un pesimista ni tampoco un optimista profesional. Creo que la tarea intelectual –no así la artística– tiene la obligación de esforzarse por mantenerse dentro del realismo. Y el realismo obliga a reconocer que el nacionalismo –si se prefiere, los nacionalismos– son el problema más grave que enfrenta España, un problema que, sin duda, se ha aliviado mucho, pero no resuelto, con la decisión de ETA de poner las armas de lado y empezar a negociar, tregua que, explicablemente, ha despertado grandes esperanzas en la sociedad española, y sobre todo en la sufrida sociedad vasca. Pero sería ingenuo, para no decir ciego, suponer que esta reciente paz garantiza una pronta y definitiva solución del problema nacionalista. Dudo que sea así, por la naturaleza irracional y finalista del nacionalismo, al que las concesiones y transacciones políticas e ideológicas, en vez de apaciguarlo, suelen, como las banderillas a los toros de raza, embravecerlo e inducirlo a exigir más: ese apetito insaciable forma parte de su naturaleza. La Constitución española de 1978 constituyó un admirable esfuerzo ético y jurídico para hacer de España una sociedad plural y democrática, “una nación de naciones y de regiones” en palabras de Gregorio Peces-Barba, uno de los constitucionalistas. El texto constitucional y el régimen de las autonomías reconoce el derecho de Cataluña, el País Vasco y Galicia, a considerarse “naciones”, categoría más elevada y distinta que la de “regiones”, y a desarrollar y promover su lengua y cultura en la más irrestricta libertad; además, les concede una amplia gama de competencias administrativas, económicas, educativas y políticas. Muchos creyeron que los estatutos de las autonomías servirían para desactivar de manera preventiva el polvorín de recriminaciones nacionalistas contra los abusos del centralismo, y ganaría de este modo a los sectores más amplios de Cataluña, el País Vasco y Galicia, a esta idea de la coexistencia en la diversidad de la España descentralizada y pluralista diseñada por el texto Constitucional. Veinte años después, es evidente que aquello fue una ilusión. Los movimientos nacionalistas, en vez de languidecer, se han robustecido y siguen esgrimiendo el mismo catálogo de cargos contra supuestas injusticias y postergaciones, prejuicios y discriminaciones de que serían objeto por parte de un Estado español, del que hablan como algo ajeno e incluso hostil. Lo ha dicho el líder del PNV, señor Arzalluz, con claridad meridiana: “El País Vasco no cabe en esta Nº88
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DE RAZÓN PRÁCTICA
Constitución”. Como si nada hubiera pasado y la Constitución de 1978 y el régimen autonómico no significaran, desde la perspectiva de Cataluña, el País Vasco y Galicia, sino un cambio de disfraces, debajo de los cuales la España democrática, al igual que lo hizo la España dictatorial, siguiera oprimiendo y discriminando a sus ‘colonias’ internas. Esto es, desde luego, una delirante fantasía ideológica. Pero, cuando una ficción es respaldada por una mayoría electoral relativa, como ha ocurrido en Cataluña y el País Vasco, o por un considerable número de electores, como en Galicia, pasa a convertirse en una inquietante realidad política. El hecho de que, en la anterior y en la presente legislatura, las elecciones obligaran, primero al PSOE, y luego al PP, para poder formar gobierno, a aliarse con los partidos nacionalistas, despertó, en algunos, esperanzas. De que esa alianza tuviera también un efecto desactivador de los objetivos finalistas del nacionalismo –la independencia– y fuera llevando a estos partidos a asumir responsabilidades en el Gobierno central, y que, como consecuencia, se iría diluyendo cada vez más su nacionalismo, hasta hacerlo compatible, en la práctica primero, luego en la teoría, con la idea de la España plural. Por desgracia, tampoco ha ocurrido así. Convergència i Unió y el Partido Nacionalista Vasco dan sus votos al partido de gobierno para que sobreviva, pero no cogobiernan con él, y, más bien, utilizan su privilegiada posición para presionar al Gobierno central, pedir concesiones y hacer avanzar su propia agenda, de la que hasta ahora no se desvían un milímetro. Todo eso es perfectamente legítimo, desde luego; la democracia funciona de este modo. Pero lo evidente es que la coyuntural alianza parlamentaria de los nacionalismos periféricos con los partidos llamados estatalistas (horrenda palabra que equivale ya a una descalificación eufónica) no ha servido para aminorar un ápice la convicción política de aquellos que, dentro de la legalidad, sin el ruido y la furia de los extremistas, trabajan sistemáticamente por ese objetivo final, edulcorado con un envoltorio retórico delicado –la autodeterminación–, es decir, en buen castellano, la desintegración de España. No creo que esta desintegración llegue a ocurrir, ni, por supuesto, quisiera que ocurra. No porque sea un “nacionalista españolista” ni nada que se le parezca. Sino porque tengo el convencimiento de que el estallido de España en un puñado de naciones independientes (¿cuántas? ¿tres?
¿cuatro?) no traería más libertad ni mejores condiciones de vida, ni una actividad cultural más rica, ni más oportunidades de desarrollo y trabajo, ni a vascos ni a catalanes, y sí, en cambio, un empobrecimiento generalizado en todos esos órdenes, además de convulsiones sociales y políticas de muy incierta (y acaso siniestra) evolución. Es verdad que la disolución de Checoslovaquia no significó el fin del mundo para los eslovacos que la provocaron: sólo mediocrizarse, bajo una seudo democracia autoritaria y bastante corrompida, como la que instaló el gobierno nacionalista del señor Vladimir Meciar. En cambio, la explosión de Yugoslavia activada por los nacionalismos serbio, croata y bosnio ha sembrado de más de 200.000 muertos ese territorio, y sigue ensangrentando Kosovo. Salvo satisfacer satisfacer las ansias de poder de unos cuerpos políticos determinados, la realización del ideal nacionalista no haría avanzar, sino retroceder, la cultura democrática en Cataluña y el País Vasco, o Galicia. En estas regiones, aún cuando el nacionalismo obtenga mayorías relativas de votos, hay vastos sectores, mayoritarios en términos absolutos, que no han sucumbido a la propaganda y a la retórica de la ficción nacionalista, y que, sin por ello sentirse menos solidarios ni leales con su mundo particular, con su patria chica, se sienten españoles y quieren seguir siendo parte de España, antiguo país, patria común, multiracial, multicultural, cuyas vicisitudes, esperanzas, caídas y recuperaciones, sienten y son también suyas. Esos catalanes, vascos, gallegos, que quieren seguir siendo españoles, participan con voz discreta en el debate sobre el tema del nacionalismo, un extraño debate en el que la voz cantante la tienen casi exclusivamente los nacionalistas. Hay unas minorías valerosas que lo combaten, desde luego, sin dejarse intimidar. Pero, a muchísimos, no se les oye exponer sus razones en contra del nacionalismo, porque la coyuntura política los obliga a ser prudentes –en el País Vasco, hasta ayer, se jugaban la vida si lo hacían– o porque se han dejado derrotar de antemano por la intimidación moral, tan eficazmente usada por los nacionalistas, de que quien critica a los nacionalismos periféricos se convierte automáticamente en un “nacionalista españolista”, es decir, en un retrógrado y un carca. Ésa es, desde luego, otra ficción. Pero, como chantaje moral, ha conseguido silenciar a muchos vascos y catalanes. El esperpento llamado “nacionalismo españolista” es, hoy, en España, una postura de grupos y grupúsculos de extrema derecha insignificantes, sin 9
EL DESAFÍO DE LOS NACIONALISMOS
el menor respaldo electoral. La verdad es que el español promedio observa el fenómeno de los nacionalismos con una mezcla de desinterés y fatalismo, como si, en última instancia, el asunto no le concerniera, o como si, en cualquier caso, fuera inútil su intervención, porque lo que tiene que ocurrir, fatalmente ocurrirá. Esa actitud escéptica puede ser altamente civilizada; pero, puede también ser suicida. Nadie ha alertado sobre lo que esto podía generar mejor que un catalán, el filósofo Eugenio Trias: “Ante el comprensible sentimiento de hastío y hartazgo que el hostigamiento de los nacionalismos periféricos produce sería letal que se generalizara una actitud cada vez más perceptible en muchos españoles: “Que se vayan, que nos dejen en paz; si ellos no ponen fronteras y aduanas, las pondremos nosotros”. Es desmoralizador el efecto que esta actitud provoca en aquellos sectores que sufren los desmanes nacionalistas, no a través del mando a distancia, sino desde dentro de las comunidades donde éstos gobiernan”. Mi opinión es que los nacionalismos deben ser intelectual y políticamente combatidos, todos, de manera resuelta, sin complejos, y no en nombre de un nacionalismo de distinta figura, sino de la cultura democrática y de la libertad. Es decir, de la cultura que España abrazó con el entusiasmo de la inmensa mayoría de los españoles a partir de 1978, y cuyo espíritu impregna la Constitución vigente y el Estatuto de las autonomías. Estos textos puedan ser perfeccionados, desde luego: la reforma es uno de los motores del progreso. Pero sin traicionar el espíritu pluralista que los anima, de “proyecto sugestivo de vida en común”, según la fórmula de Ortega y Gasset, o de “plebiscito cotidiano” en palabras de Renan, que flexibiliza hasta el límite la descentralización española, a fin de garantizar, de un lado, las culturas, tradiciones y particularismos regionales, y, de otro, preservar la unidad nacional. De este equilibrio no depende sólo el futuro y la fuerza de España ante el formidable desafío que representa su incorporación a Europa, en el pelotón de vanguardia. Depende, sobre todo, la preservación y profundización de esa libertad, diversidad y racionalidad en la organización de la sociedad que son profundamente írritas a las ideologías y a las prácticas nacionalistas. El nacionalismo sólo comenzará a ceder el campo cuando en las regiones donde ahora campea se haga evidente lo que para quienes lo combatimos es una verdad transparente: que no hay un solo agravio, injusticia, prejui10
cio o postergación verídicas, reales, de la agenda nacionalista, que no pueda encontrar remedio o satisfacción en el régimen de libertades y de legalidad que impera hoy en España, y que, por el contrario, este régimen de pluralismo y libertades se vería seriamente comprometido si triunfaran los designios exclusivistas y discriminatorios del nacionalismo. Si esta verdad llega a ser aceptada por una mayoría significativa en las regiones periféricas de España –algo que no es imposible–, el nacionalismo experimentará entonces, acaso, un proceso equivalente a aquél que ha hecho del socialismo en los tiempos modernos una fuerza democrática: vaciarse de contenido y mudar de naturaleza, aunque conserve su nombre y algo de su retórica. Abandonar su vocación colectivista y excluyente, y adoptar, quizá, una línea de defensa de la diversidad cultural, algo que, por lo demás, está en la tradición de la más respetable de sus fuentes: aquella que surte de la obra del pastor alemán Johan Gottfried von Herder (1744-1803). Herder, a quien se atribuye haber usado por primera vez la palabra Nationalismus , es seguramente el único pensador de vuelo intelectual de que pueda jactarse la ideología nacionalista. nac ionalista. Pero, en verdad, Herder no fue un nacionalista en el sentido político y estatista con que, luego de él, resonaría esta doctrina. El pastor Herder, uno de los más severos críticos de la Filosofía de la Ilustración, tenía hacia el Estado la misma desconfianza que tenemos los liberales. La nación que él defendió con tanto brío y erudición no era una entidad política sino una realidad cultural. Más que padre del nacionalismo, Herder debería ser considerado padre del multiculturalismo contemporáneo. Como muchos de sus compatriotas alemanes, comenzó celebrando la Revolución Francesa, pero, luego, el terror jacobino y las conquistas del ejército revolucionario lo convirtieron en un enemigo declarado de todo lo que tiende a uniformizar o disolver las culturas locales dentro de una cultura universal. Él defendía la excepción, lo particular, el derecho de las lenguas y las culturas pequeñas a la supervivencia, a no ser arrolladas y borradas por las grandes, algo que no sólo es perfectamente válido desde la perspectiva de la democracia, sino requisito primordial básico para que ella exista. Herder fue el primer pensador en avizorar, antes que la palabra y el concepto existieran, los peligros para las culturas locales de lo que ahora llamamos
“globalización”. Muy claramente se opuso “globalización”. a que los individuos concretos y particulares fueran sacrificados en nombre de abstracciones políticas. Si se confina dentro de los límites en que lo ciñó el pensamiento de Herder, el nacionalismo puede prestar un provechoso servicio a la cultura democrática. Pero, no nos engañemos: sólo se resignará a replegarse dentro de ellos cuando una ofensiva intelectual y política, y una fuerza electoral suficientemente persuasivas, no le dejen alternativa. n
[Texto revisado de la conferencia pronunciada en el ciclo “Nuevas visiones de España”, organizado por el Círculo de Lectores, Madrid, 16 de octubre de 1998.]
Bibliografía
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Mario Vargas LLosa es escritor y novelista. Autor
de La ciudad y los perros y La casa verde. CLAVES
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¿POR QUÉ LA IGUALDAD POLÍTICA? ROBERT DAHL
¿Es la igualdad evidente en sí misma?
¿Por qué los derechos necesarios para el proceso democrático deben extenderse por igual entre los ciudadanos?La respuesta, aunque crucial para creer en la democracia, está lejos de ser obvia. En palabras que llegarían a ser famosas a lo largo y ancho del mundo, en 1776, los autores de la Declaración de Independencia Americana anunciaron: “Sostenemos como evidentes estas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre éstos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”. Si la igualdad es evidente en sí misma, entonces no se precisa una justificación ulterior. En la Declaración no se encuentra ninguna. Con todo, para la mayoría de nosotros está lejos de ser evidente que todos los hombres –y mujeres– han sido creados iguales. Si el presupuesto no es verdadero como una evidencia en sí mismo, ¿podemos razonablemen razonablemente te justificar su adopción? Y si no podemos, ¿cómo vamos a defender un proceso de gobierno que parece asumir que es cierto? Los críticos han rechazado a menudo aseveraciones como la contenida en la Declaración de Independencia alegando que no es más que retórica vacía. Si –insisten– una pretensión así se supone que establece un hecho sobre la naturaleza humana, esto es evidentemente falso. A la acusación de falsedad los críticos a veces añaden la de hipocresía. Como ejemplo señalan que los autores de la Declaración ignoraron el hecho incómodo de que en los nuevos Estados que ahora se estaban proclamando independientes, una mayoría preponderante era excluida de disfrutar los derechos inalienables de los que habían sido dotados por nada menos que su Creador. En esa época, y todavía durante mucho más tiempo después, las mujeres, los esclavos, los negros 12
liberados, y los pueblos nativos fueron privados, no sólo de sus derechos políticos, sino también de muchos otros “derechos inalienables” esenciales para la vida, la libertad y la persecución de la felicidad. En efecto, la propiedad era también un derecho “inalienable”, y los esclavos eran propiedad de sus amos. El mismo Thomas Jefferson, el principal autor de la Declaración, poseía esclavos. En aspectos importantes, las mujeres también eran propiedad de sus maridos. Y a un importante número de hombres libres –según algunas estimaciones en torno al 40%– les era negado el derecho de voto; en todos los nuevos Estados americanos el derecho de voto se restringió a los propietarios hasta bien entrado el siglo XIX. Ni en aquella época ni con posterioridad, fue la desigualdad algo peculiar de Estados Unidos. Más bien al contrario. En los años treinta del siglo XIX, el escritor francés Alexis de Tocqueville, concluyó que, en comparación con Europa, una de las características distintivas de Estados Unidos era su extraordinario nivel de igualdad social entre los ciudadanos del país. Aunque muchas desigualdades han disminuido desde 1776, muchas otras permanecen. Basta con que miremos a nuestro alrededor para ver desigualdades por todas partes. La desigualdad, no la igualdad, parece ser la condición natural de la humanidad. Thomas Jefferson tenía demasiada experiencia en los asuntos humanos como para ignorar el hecho palpable de que en muchos aspectos importantes las capacidades, ventajas y oportunidades humanas no se distribuían igualmente por el nacimiento, y mucho menos después de que la educación, las circunstancias y el azar hubieran acrecentado las diferencias iniciales. Es difícil presuponer que los 55 hombres que firmaron la Declaración de
Independencia (hombres de experiencia práctica, abogados, comerciantes, hacendados) fueran ingenuos en su comprensión de los seres humanos. Si aseguramos que no ignoraban la realidad ni eran simplemente hipócritas, ¿qué pudieron haber entendido por la audaz aseveración de que todos hombres son creados iguales? A pesar de tanta evidencia en contrario, la idea de que los seres humano son fundamentalmente iguales tuvo mucho sentido para Jefferson, igual que lo había tenido para otros antes que él como los filósofos ingleses Thomas Hobbes y John Locke1. Desde los tiempos de Jefferson, muchas más personas en todo el mundo han venido a aceptar, en alguna forma, la idea de la igualdad humana. Para muchos, la igualdad es simplemente un hecho. Así, para Alexis de Tocqueville en 1835, la creciente “igualdad de condiciones” que observaba en Europa y en América era tan sorprendente que constituía un “hecho providencial, y poseía todas las características de un decreto divino: es universal, durable, constantemente elude toda interferencia humana, y todos los acontecimientos así como todos los hombres contribuyen a su progreso”2. Igualdad intrínseca: un juicio moral
La igualdad y las desigualdades pueden adoptar una casi infinita variedad de formas. Desigualdad en la habilidad de ganar una carrera de maratón o un concurso de ortografía es una cosa; desigualdad en oportunidades de votar, hablar y parti-
1
Para un mayor abundamiento sobre esta cuestión, véase Garry Will, Inventing America: Jef ferson’s Declaration of Independence, págs. 167-228 (Doubleday, Garden City, Nueva York, 1978). 2 Al ex is de To cq ue vi ll e, Democracy in America, vol. 1 pág. XXX (Nueva York, Schocken Books, 1961). Hay traducción española en Alianza, Madrid, 1984. CLAVES
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cipar en el Gobierno de otras formas es otra cosa bien distinta. Para comprender por qué es razonable que nos comprometamos con la igualdad política entre ciudadanos de un Estado democrático, necesitamos reconocer que cuando algunas veces hablamos de igualdad no hacemos referencia o expresamos un juicio de hecho. No intentamos describir lo que creemos que es o será cierto, como cuando hacemos afirmaciones sobre los vencedores de las carreras de
la libertad y la felicidad de una persona no es intrínsecamente superior o inferior a la vida, libertad o felicidad de cualquier otra. Consecuentemente decimos que debemos tratar a todas las personas como si poseyesen una igual pretensión a la vida, libertad, felicidad, y otros bienes e intereses fundamentales. Permítanme calificar este juicio moral como el principio de igualdad intrínseca.
El principio no nos permite avanzar demasiado, y para aplicarlo al Gobierno
la Declaración, la pretensión de que la verdad de la igualdad intrínseca es evidente en sí misma me resulta, como sin duda también a muchos otros, altamente improbable. Aun así, la igualdad intrínseca incorpora una perspectiva tan fundamental sobre el valor de los seres humanos que está próxima a los límites de lo que requiere una justificación racional suplementaria. Como con los juicios de hecho, así también ocurre con los juicios morales: si se persigue un aserto hasta llegar lo suficientemente cerca de su fundamentación, al final se acaban encontrando límites más allá de los cuales la argumentación racional impide que se siga avanzando. En las memorables palabra de 1521 de Martín Lutero: “No es seguro ni prudente hacer algo en contra de la conciencia. Aquí estoy”, no puedo hacer otra cosa. “Dios me ayude. Amen”. Aunque el pri princip ncipio io de la igua igualdad ldad intrínseca está próximo a estos límites últimos, todavía no los hemos alcanzado del todo. Por distintas razones, la igualdad intrínseca es, creo, un principio razonable sobre el que fundamentar el Gobierno de un Estado. ¿Por qué hemos de adoptar el principio?
Razones éticas y religiosas. En primer lu-
maratón o los concursos de ortografía. Al contrario, pretendemos expresar un juicio moral sobre los seres humanos; pretendemos decir algo sobre lo que pensamos que debe ser. Un juicio moral de este tipo puede formularse de forma siguiente: “Debemos contemplar el bien de cada ser humano como intrínsecamente igual al de cualquier otro”. Por valernos de las palabras de la Declaración, en aplicación de un juicio moral insistimos en que la vida, Nº88
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de un Estado contribuye a añadir un principio suplementario que parece implicar lo siguiente: “al adoptar las decisiones, el Gobierno debe dotar de una igual consideración al bien y a los intereses de cada persona vinculada por tales decisiones”. ¿Pero, por qué habríamos de aplicar el principio de la igualdad intrínseca al Gobierno de un Estado y obligarlo a dotar de igual consideración a los intereses de todos? Contrariamente a los autores de
gar, para una gran cantidad de personas a lo largo y ancho del mundo, el principio es consistente con sus creencias y principios éticos más fundamentales. Que todos somos por igual hijos de Dios es un principio del judaísmo, el cristianismo y el Islam; el budismo incorpora una perspectiva algo parecida. (Entre las principales religiones del mundo, sólo el hinduismo puede ser una excepción). La mayoría de los razonamientos morales, la mayoría de los sistemas de la ética, explícita o implícitamente asumen tal principio. 13
¿ P O R Q U É L A I G U AL AL D A D P O L ÍT ÍT I C A? A?
Las debilidades de un principio alternativo. En segundo lugar, con indepen-
dencia de lo que ocurra en otras asociaciones, para gobernar un Estado muchos de nosotros consideramos cualquier alternativa general al principio de la igualdad intrínseca como no plausible y no convincente. Supongamos que el ciudadano Jones propusier propusieraa la siguiente alternati alternativa va como un principio válido para el Gobierno del Estado: “Al adoptar sus decisiones, el Gobierno debe tratar siempre mi bien y mis intereses como superiores a los de cualquier otro”. Rechazando implícitamente el principio de la igualdad intrínseca, Jones sostiene lo que podría calificarse como un principio de la superioridad intrínseca –o, al menos, de la superioridad intrínseca de Jones. La aspiración a la superioridad intrínseca puede hacerse, desde luego, más inclusiva, y generalmente lo es: “El bien y los intereses de mi grupo (la familia, clase, casta, raza o lo que sea, de Jones) son superiores a los de todos los otros”. No es nada sorprendente reconocer en este punto, que los seres humanos somos algo más que un poco egoístas: tendemos, en distintos grados, a estar más preocupados por nuestro propio interés que por el de los demás. Consecuentemente, muchos de nosotros pueden estar muy tentados de afirmar esa pretensión para nosotros mismos y para aquellos con los que estamos más unidos. Pero, a menos que podamos confiar en controlar el Gobierno del Estado por nuestros propios medios, ¿por qué habríamos de aceptar la superioridad intrínseca de otros como un principio político fundamental? Sin duda, una persona o grupo que gozara del poder suficiente puede hacer efectiva la pretensión de su superioridad intrínseca a pesar de tus objeciones –literalmente, sobre tu cadáver–. A lo largo de la historia humana, muchos grupos e individuos han hecho uso –o, más bien, abuso– de su poder por estos mismos medios. Pero, precisamente porque la fuerza bruta tiene sus límites, aquéllos que han pretendido encarnar su superioridad intrínseca sobre los demás, invariablemente han tenido que encubrir su, por otra parte, débil aspiración bajo el manto del mito, la religión, el misterio, la tradición, la ideología, y la pompa y las circunstancias. Pero si no perteneciéramos al grupo privilegiado y pudiéramos permitirnos rechazar sin riesgo la pretensión a la superioridad intrínseca, ¿consentiríamos libre y conscientemente en un principio tan absurdo? Tengo mis grandes dudas. 14
Prudencia. Las dos razones precedentes a favor de la adopción de un principio de igualdad intrínseca como fundamento del Gobierno de un Estado sugieren una tercera: la prudencia. Dado que el Gobierno de un Estado no sólo proporciona grandes beneficios, sino que también puede infligir grandes daños, la prudencia dicta una cautelosa preocupación por la forma en la que sus inusuales capacidades vayan a ser utilizadas. Un proceso gubernamental que definitiva y permanentemente privilegia un bien e interés propio sobre los de los otros puede ser atrayente si tuviéramos la seguridad de que nosotros o nuestro grupo siempre acabará prevaleciendo. Pero para muchas personas ese resultado es tan improbable, o tan incierto al menos, que es más seguro insistir en la idea de que nuestros intereses tendrán igual consideración que los de los demás. Aceptabilidad. Un principio que con-
sidere prudente aceptar será aceptado también por otros. Así, un proceso que garantice una igual consideración para todos, podemos concluir razonablemente, será más capaz de asegurar el consentimiento de todos aquellos cuya cooperación necesitamos para conseguir nuestros fines. Desde esta perspectiva, el principio de la igualdad intrínseca tiene mucho sentido. Con todo, a pesar de la pretensión en contra de la Declaración de Independencia, está lejos de ser evidente que debamos sostener el principio de la igualdad intrínseca y dotar de igual consideración a los intereses de todos en el Gobierno del Estado. Pero si interpretamos la igualdad intrínseca como un principio de gobierno que se justifica sobre la base de la moralidad, la prudencia y la aceptabilidad, me parece que tiene mucho más sentido que cualquier alternativa al mismo. Competencia cívica
Puede resultar ahora una sorpresa poco agradable enterarnos que, incluso aunque aceptemos la igualdad intrínseca y la igual consideración de intereses como juicios morales razonables, ello no nos conduce necesariamente a aceptar la democracia como el mejor sistema de Gobierno. Para ver por qué esto es así, imaginemos que un pequeño número de conciudadanos nos dicen a algunos de nosotros: “Al igual que vosotros, nosotros también creemos firmemente en la igualdad. Pero no sólo estamos profundamente dedicados al bien público; sabemos también mejor que la mayoría cómo puede llegar a alcanzarse. En consecuencia, estamos mucho me-
jor capacitados para gobernar que la inmensa mayoría del pueblo. Por tanto, si solamente nos concedierais autoridad exclusiva sobre el Gobierno, dedicaríamos nuestra sabiduría y nuestro esfuerzo a servir al bien común; y al hacerlo dotaríamos de igual consideración al bien y los intereses de todos”. La pretensión de que el Gobierno debe remitirse a expertos profundamente comprometidos con el Gobierno dirigido al bienestar general y que son superiores a otros en su conocimiento de los medios necesarios para alcanzarlo (Platón los denominó guardianes) ha sido siempre el principal rival de las ideas democráticas. Los defensores del Gobierno de la tutela atacan a la democracia en un punto aparentemente vulnerable: se limitan a negar que las personas corrientes sean competentes para gobernarse a sí mismas. No niegan necesariamente que las personas sean intrínsecamente iguales en el sentido que antes exploramos. Como en la República ideal de Platón, los guardianes pueden estar entregados al servicio del bien de todos y, al menos por implicación, pueden sostener que bajo su tutela todos son intrínsecamente iguales en su bien e intereses. Los defensores de la tutela en el sentido de Platón no pretenden que los intereses de las personas elegidas como guardianes sean intrínsecamente superiores a los intereses de otros. Afirman que los expertos en el Gobierno, los tutores, serían superiores en su conocimiento del bienestar general y de los medios necesarios para alcanzarlo. El argumento a favor de la tutela política hace un uso persuasivo de las analogías, particularmente de las analogías que incorporan conocimiento experto y competencia: el superior conocimiento del médico sobre cuestiones que tienen que ver con la salud y la enfermedad, por ejemplo, o la superior competencia del piloto para guiarnos sin peligro a nuestro destino. ¿Por qué no permitir, pues, que aquéllos con superior competencia en el Gobierno adopten las decisiones cruciales sobre la salud del Estado; que piloten el Gobierno hacia su destino adecuado, el bien común? Desde luego, no podemos presumir que todas las personas sean invariablemente los mejores jueces de sus propios intereses. Obviamente, los niños no lo son; otros, generalmente los padres, deben actuar como sus tutores hasta que estén capacitados para cuidar de sí mismos. Que los adultos también pueden estar equivocados respecto a sus intereses, sobre la mejor manera de satisfacer sus fiCLAVES
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nes, es algo que demuestra la experiencia común: la mayoría de nosotros llega a lamentar algunas de nuestras decisiones pasadas. Admitimos que estábamos equivocados. Aún más, casi todos nos apoyamos en expertos para adoptar decisiones cruciales que afectan directa y decisivamente a nuestro bienestar, felicidad, salud, futuro, incluso a nuestra supervivencia; no sólo en médicos, cirujanos, pilotos, sino, en nuestra sociedad compleja, en una miríada de otros especialistas también. Si dejamos que expertos tomen decisiones sobre cuestiones importantes como éstas, ¿por qué no debemos entonces trasladar el Gobierno a los expertos? Por muy atractivo que pudiera parecer a veces, el argumento que favorece la tutela en vez de la democracia fracasa a la hora de tener suficientemente en cuenta algunos de los defectos fundamentales de la analogía. Delegar en expertos algunas decisiones secundarias no equivale a ceder el control final sobre las decisiones fundamentales. Como dice un antiguo adagio, los
expertos deben estar a mano, no con la mano en el mando. Los expertos pueden poseer conocimientos que sean superiores al nuestro en algunos aspectos importantes. Un buen médico puede saber mejor que nosotros cómo diagnosticar alguna enfermedad, el rumbo que ésta probablemente vaya a seguir, qué tan seria vaya a ser, cómo tratarla mejor, mejor, y si es, en efecto, tratable. Razonablemente, podremos decidir seguir las recomendaciones de nuestro médico. Pero ello no significa que debamos cederle el poder de decidir si debemos o no seguir el tratamiento que recomienda. De la misma manera, una cosa es que los cargos públicos busquen la ayuda de expertos; pero otra completamente distinta es que una élite política posea el poder de decidir sobre las leyes y las políticas que estaremos obligados a obedecer. Las decisiones políticas hechas por individuos no son equivalentes a las decisiones adoptadas y hechas efectivas por parte del Gobierno de un Estado. La cuestión funda-
mental en el debate de la tutela frente a la democracia no es si los individuos deben algunas veces confiar en expertos. La cuestión es quién o qué grupo debe tener la última palabra en las decisiones hechas por el Gobierno de un Estado. Podremos desear razonablemente trasladar algunas decisiones personales a alguien que sea más experto que nosotros en esos asuntos, como nuestro médico, contable, abogado, piloto de avión, u otros. Pero de ahí no se deduce automáticamente que sería razoNº88
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nable para nosotros trasladar a una élite política la autoridad de controlar las decisiones fundamentales del Estado, decisiones que se harían ejecutivas, si fuera necesario, mediante la coerción, el encarcelamiento, quizá incluso por la muerte. Para gobernar bien un Estado se requiePara re mucho más que un conocimiento estrictamente científico. La acción de gobierno no
es una ciencia en el sentido en el que lo son la física, la química o incluso, en algunos aspectos, la medicina. Esto es así por distintas razones. De entrada, prácticamente todas las decisiones importantes sobre políticas, ya sean personales o gubernamentales, exigen juicios éticos. Adoptar una decisión sobre los fines que las políticas del Gobierno deben intentar alcanzar (justicia, equidad, imparcialidad, felicidad, salud, supervivencia, seguridad, bienestar, igualdad, y cualesquiera otros) significa aplicar un juicio ético. Juicios éticos no son juicios “científicos” en el sentido habitual 3. Asimismo, los buenos juicios entran a menudo en colisión unos con otros y los recursos son limitados. Consecuentemente, las decisiones sobre políticas, ya sean personales o gubernamentales, requieren casi siempre juicios sobre compensaciones, la ponderación de fines distintos. Alcanzar la igualdad económica, por ejemplo, puede disminuir los incentivos económicos; los costes de los beneficios para las personas mayores pueden imponerse sobre los jóvenes; gastos de las generaciones actuales pueden imponer costes a las generaciones venideras; preservar un área salvaje puede conseguirse al precio de la pérdida de empleos de mineros y madereros. Los juicios sobre compensaciones entre fines diferentes no son “científicos”. “científicos”. La evidencia empírica es importante y necesaria, pero nunca es suficiente. Al decidir cuánto hemos de sacrificar de un objetivo, bien o fin para conseguir alguna medida de otro, necesariamente nos ubica bastante más allá de lo que el conocimiento estrictamente científico es capaz de proporcionarnos. Hay una razón ulterior relativa a por qué las decisiones sobre políticas exigen juicios que no son estrictamente “científicos”. 3 El status filosófico de los enunciados éticos y cómo se diferencian de los enunciados en las ciencias empíricas como la física, la química y otras, ha sido objeto de un amplio debate. Aquí no puedo aspirar a hacer justicia a estas cuestiones. Sin embargo, para una excelente discusión sobre la importancia del argumento moral en las decisiones públicas, véase Amy Gutmann y Dennis Thomson, Democracy and Disagreement (Belknap Press of Harvard University Press, Cambridge, 1996).
Incluso aunque los fines de las decisiones sobre políticas pudieran contar con un asentimiento general, casi siempre nos encontramos con una considerable incertidumbre y conflicto sobre los medios: sobre cómo puedan ser alcanzados mejor los ob jetivos, jetiv os, la conveniencia, conveniencia, viabilidad, viabilidad, aceptaaceptabilidad y consecuencias posibles de los medios alternativos. ¿Cuáles son los mejores medios para hacerse cargo de los pobres, los desempleados, los sin techo? ¿Cómo se protegen y promocionan mejor los intereses de los niños? ¿Qué tan grande debe ser el presupuesto necesario para la defensa militar y con qué propósito? Creo que es imposible demostrar que exista un grupo, o que éste pueda ser creado, que posea un conocimiento “científico o “experto” capaz de proporcionar respuestas definitivas a cuestiones como éstas. ¿Preferiríamos encargar la reparación de nuestro coche a un físico teórico o a un buen mecánico de automóviles? Para gobernar bien un Estado hace falta algo más que conocimiento. Hace falta
también incorruptibilidad, una firme resistencia a todas las enormes tentaciones del poder, una continua e inflexible dedicación al bien público más que a los beneficios para uno mismo o para el propio grupo. El que los expertos puedan estar cualificados para servir como agentes nuestros no quiere decir que estén cualificados para hacerlo como nuestros superiores. Los defensores de la tutela no elevan una pretensión única, sino dos. Una élite dirigente puede ser creada –sostienen– cuyos miembros son a la vez definitivamente superiores a los otros en su conocimiento de los fines que debería buscar un buen Gobierno y en los mejores medios para alcanzar esos fines; y están tan profundamente dedicados a la consecución del bienestar público, que les puede ser encomendada sin peligro la autoridad soberana para gobernar el Estado. Como acabamos de ver, la primera pretensión es altamente dudosa. Pero incluso si pudiera demostrarse que está justificada, esto no serviría por sí mismo para sostener la segunda. El conocimiento es una cosa; el poder es otra. Los probables efectos del poder sobre aquellos que lo ejercen fueron sucintamente presentados en 1887 por un barón inglés, Lord Acton, en un famos famosoo aser aserto: to: “El pode poderr tiende a corromper; el poder absoluto corrompe absolutamente”. Un siglo antes, William Pitt, un hombre de Estado inglés de amplia experiencia, había hecho una observación similar: “El poder ilimitado”, dijo en un discurso en el parlamento, “es 15
¿ P O R Q U É L A I G U AL AL D A D P O L ÍT ÍT I C A? A?
proclive a corromper las mentes de quienes lo poseen”. Ésta fue también la perspectiva general adoptada entre los miembros de la Convención Constitucional americana de 1787, a quienes no les faltaba experiencia a este respecto: “Señor, hay dos pasiones que tienen una poderosa influencia sobre los asuntos de los hombres”, dijo el delegado de más edad, Ben jamin Franklin. “Éstas son la avaricia y la ambición; el amor al poder y el amor al dinero”. Uno de los delegados más jóvenes, Alexander Hamilton, coincidió en la idea: “Los hombres aman el poder”. Y otro de los delegados más experimentados e influyentes, George Manson, puntualizó: “Dada la naturaleza del hombre, podemos estar seguros de que aquellos que tienen el poder en sus manos … siempre, … en cuanto puedan, … lo acrecentarán”4. Por muy sabios y dignos que sean los miembros de una élite gobernante dotada del poder de gobernar el Estado cuando acceden a él por primera vez, es posible que en unos pocos años o en unas pocas generaciones acaben abusando de él. Si la historia humana nos proporciona alguna lección, una de ellas seguramente es que los guardianes de un Estado tenderán a convertirse en déspotas valiéndose de la corrupción, el nepotismo, la promoción del interés individual o de grupo, y mediante el abuso de su monopolio sobre el poder coercitivo del Estado para eliminar la crítica, extraer riqueza de sus súbditos, y asegurar la obediencia mediante la coerción. Finalmente, diseñar una utopía es una cosa, y otra bien distinta es realizarla . Cual-
quier defensor de un régimen tutelar se enfrenta a un conjunto de formidables problemas prácticos: ¿Cómo debe instaurarse la tutela? ¿Quién va, por así decir, a diseñar la Constitución, y quién va a ponerla en práctica? ¿Cómo se van a elegir los primeros tutores? Si un régimen tutelar ha de depender de alguna forma en el consentimiento de los gobernados y no en mera coerción, ¿cómo habrá de obtenerse ese consentimiento? Comoquiera que se elija a los tutores, ¿elegirán ellos después a sus sucesores, como los miembros de un club? Si así fuera, ¿no correría el riesgo de degenerar desde una aristocracia del talento a una aristocracia del nacimiento? Pero 4
Sobre estas citas de la Convención Constitucional, véase Max Farrand, ed. The Records of the Federal Convention of 1787, 4 vols. págs. 1:82, 284, 578 (Yale University Press, New Haven, 1966). 16
si no son los tutores quienes eligen a sus sucesores, ¿quién lo hará? ¿Cómo pueden rechazarse los tutores abusivos y explotadores? Y así en adelante. La competencia de los ciudadanos para gobernar
A menos que los defensores del régimen de la tutela puedan aportar soluciones convincentes a los problemas tal y como los acabo de presentar, la prudencia y la razón exigen, a mi juicio, que rechacemos su posibilidad. Al rechazar la posibilidad de la tutela concluimos, en efecto, lo siguiente: Entre adultos, ninguna persona está tan definitivamente mejor cualificada que otras para gobernar como para dotar a cualquiera de ellas de autoridad completa y final sobre el Gobierno del Estado.
Pero, si no debemos ser gobernados por tutores, ¿por quién hemos de ser gobernados? Por nosotros mismos. Sobre la mayoría de los asuntos tendemos a pensar que, a menos que pueda presentarse un caso altamente convincente, toda persona adulta debe poder enjuiciar lo que sea mejor para su propio bien e interés. Esta presunción a favor de la autonomía personal la aplicamos, sin embargo, únicamente a los adultos, no a los niños. Por experiencia asumimos, por el contrario, que los padres deben actuar como tutores para proteger los intereses de sus hijos. Si los padres no lo hacen, otros, quizá el Gobierno, pueden tener que hacerlo. Algunas veces rechazamos también la presunción aplicable a personas de edad adulta, a las que se juzga carentes de una capacidad normal para ocuparse de sí mismas. Como los niños, pueden precisar también de tutores. Pero, contrariamente a aquéllos, para quienes la presunción ha sido invalidada por la ley y la convención, con la de adultos la presunción no puede ser anulada a la ligera. El potencial para el abuso es demasiado obvio. Consecuentemente, exigimos una indagación independiente, un proceso judicial de algún tipo. Si asumimos que, con pocas excepciones, los adultos deben ser dotados del derecho de tomar decisiones personales sobre aquello que se corresponda a su mejor interés, ¿por qué hemos de rechazar esta perspectiva en el Gobierno del Estado? Aquí la cuest cuestión ión centr central al ya no es si los adultos son generalmente competentes para tomar las decisiones personales a las que han de enfrentarse todos los días. La cuestión ahora es si la mayoría de los adultos son suficientemente competentes para participar en el Gobierno del Estado. ¿Lo son?
La democracia confiere muchas ventajas a sus ciudadanos. Los ciudadanos están fuertemente protegidos frente a gobernantes despóticos; poseen derechos políticos fundamentales; además, disfrutan también de una más amplia esfera de libertad; en tanto que ciudadanos, adquieren medios para proteger y avanzar sus intereses personales más importantes; asimismo pueden participar en la decisión sobre las leyes bajo las que han de vivir; pueden ejercitar una amplia dimensión de autonomía moral; y poseen inusuales oportunidades para el desarrollo personal. Si concluimos que la democracia proporciona estas ventajas sobre los sistemas de Gobierno no democráticos, se suscitan algunas cuestiones fundamentales: ¿Por qué deben restringirse las ventajas de la democracia a unas personas y no a otras? ¿Por qué no deberían estar a la disposición de todos los adultos? Si un Gobierno debe otorgar igual consideración al bien de cada persona, ¿no deberían todos los adultos tener el derecho de participar en la decisión sobre qué leyes y políticas permitirían alcanzar mejor los fines que buscan, tanto si sus fines se restringen estrechamente a su propio bien como si incluyen el bienestar de todos? Si ninguna persona está tan definitivamente mejor cualificada para gobernar como para serle encomendada la autoridad completa y final sobre el Gobierno del Estado, ¿quién está mejor cualificado entonces para participar que todos los adultos que se someten a las leyes? De las conclusiones que se extraen de estas cuestiones, surge otra que yo formularía de la siguiente manera: Excepto bajo una convincente demostración en contrario, en circunstancias singulares, todo adulto, protegido por el derecho, que esté sometido a las leyes del Estado, debe ser considerado lo suficientemente bien cualificado como para participar en e n el proceso democrático de Gobierno del Estado. La inclusión
Si se nos priva de una voz igual en el Gobierno del Estado, hay muy altas posibilidades de que no se dote de la misma atención a nuestros intereses que a los de aquéllos que sí tienen voz. Si no tengo voz, ¿quién va a hablar por mi? ¿Quién defenderá mis intereses si yo no puedo hacerlo? Y no sólo mis intereses como individuo. Si resultara ser el miembro de un grupo entero excluido de la participación, ¿cómo podrán ser protegidos los intereses fundamentales de dicho grupo? CLAVES
DE RAZÓN PRÁCTICA Nº88 n
ROBERT DAHL
La respuesta es clara. Los intereses fundamentales de los adultos a los que se niega la oportunidad de participar en el Gobierno no estarán adecuadamente protegidos y avanzados por aquellos que gobiernan. La evidencia histórica al respecto es abrumadora. Los nobles y burgueses en Inglaterra, descontentos con la forma arbitraria con la que el monarca les imponía cargas sin su consentimiento, demandaron y consiguieron el derecho de participar en el Gobierno. Siglos después, las clases medias, creyendo que sus intereses fundamentales eran ignorados, demandaron y obtuvieron a su vez ese derecho. Allí y en otros lugares, la continua exclusión legal o fáctica de mujeres, esclavos, pobres y trabajadores manuales entre otros dejó a los miembros de estos grupos escasamente protegidos frente a la explotación y el abuso incluso en países como Gran Bretaña y Estados Unidos, donde el Gobierno, por lo demás, era ampliamente democrático. En 1861, John Stuart Mill argumentó que, dado que a las clases trabajadoras se les negaba el derecho de sufragio, nadie en el Gobierno hablaba a favor de sus intereses. A pesar de que manifestara no creer que quienes participaban en el Gobierno buscaran deliberadamente sacrificar los intereses de las clases trabajadoras a favor de los suyos propios, se hizo la pregunta siguiente: “¿Acaso el parlamento, o alguno de los miembros que lo componen, se detiene por un instante a contemplar cualquier cuestión con los ojos de un trabajador? Cuando surge algún tema en el que los trabajadores como tales poseen un interés, ¿es visto acaso desde cualquier perspectiva que no sea la de los empleadores?”5. La misma cuestión podía haberse suscitado respecto de los esclavos en las repúblicas antiguas y modernas; respecto de muchas personas formalmente libres, pero privadas de hecho de derechos democráticos, tales como los negros en los Estados sureños de Estados Unidos hasta los años sesenta y en Suráfrica hasta los años noventa, y en otras partes. Sí, individuos y grupos algunas veces pueden estar equivocados respecto a cuál sea su propio bien. Ciertamente, algunas veces pueden no saber percibir cuáles sean sus auténticos intereses. Pero el grueso de la experiencia humana nos informa que
5 John Stuart Mill, Considerations on Represen-
tative Government [1861] pág. 44 (New York: Li-
beral Arts Press, 1958). Hay traducción española en Tecnos, Madrid, 1985. Nº88
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ningún grupo de adultos puede aportar garantías a los otros sobre el poder de que disponen para gobernar sobre ellos. Esto nos conduce a una conclusión de importancia crucial. Inclusión plena. El cuerpo de la ciudadanía de un Estado gobernado democráticamente debe incluir a todas las personas sujetas a las leyes de dicho Estado, excepto a los transeúntes y a aquéllas que han demostrado ser incapaces de cuidar de sí mismas. Problemas no resueltos
Rechazar el argumento de la tutela y adoptar la igualdad política como ideal aún deja abiertas algunas cuestiones difíciles. ¿Acaso no necesitan los ciudadanos y los cargos públicos ayuda de los expertos? ¡Claro que sí! La importancia de los expertos y del conocimiento especializado para que el Gobierno democrático funcione bien es innegable. Las políticas públicas son a veces tan complejas (y esto quizá vaya en aumento) que ningún Gobierno podría adoptar decisiones satisfactorias sin la ayuda de especialistas informados. Del mismo modo que todos nosotros algunas veces necesitamos recurrir a expertos en nuestras decisiones personales para que nos asesoren y debemos delegar en ellos decisiones importantes, así ocurre también con los Gobiernos, incluso con los Gobiernos democráticos. Cómo satisfacer mejor los criterios democráticos, mantener un adecuado nivel de igualdad política, y aun así apoyarse en expertos y en el conocimiento especializado a la hora de tomas decisiones públicas, representa un problema serio que sería insensato ignorar por parte de los defensores del Gobierno democrático. Pero tendré que ignorarlo aquí. Si los ciudadanos han de ser competentes, ¿no precisarán de instituciones sociales y políticas que les transmitan esas capacidades? Indudablemente. Las oportunidades para obtener una comprensión ilustrada sobre las cuestiones públicas no sólo forman parte de la definición de democracia. Constituyen un requisito de la democracia. Nada de cuanto he dicho implica que una mayoría de los ciudadanos no pueda cometer errores. Puede cometerlos y los comete. Esto es precisamente por lo que los defensores de la democracia han dotado de un alto valor a la educación. Y la educación cívica no sólo requiere una escolarización formal, sino discusión, deliberación, debate, y controversia públicas, disponibilidad efectiva de información fiable y otras instituciones de una sociedad libre.
Pero supongamos que las instituciones para desarrollar ciudadanos competentes son débiles, y muchos ciudadanos no saben lo suficiente como para proteger sus valores e intereses fundamentales. ¿Qué hemos de hacer? Para buscar una respuesta puede ser útil resumir las conclusiones a las que hemos llegado hasta aquí. Hemos adoptado el principio de la igualdad intrínseca: debemos contemplar el bien de cada ser humano como intrínsecamente igual al de cualquier otro. Hemos aplicado ese principio al Gobierno de un Estado: al adoptar las decisiones, el Gobierno debe dotar de igual consideración al bien y a los intereses de cualquier persona vinculada por sus decisiones. Hemos rechazado la tutela como una forma satisfactoria de aplicar el principio: entre adultos, nadie está tan definitivamente mejor cualificado que otros para gobernar como para que deba confiársele la autoridad completa y final sobre el Gobierno del Estado. En su lugar, hemos aceptado la inclusión plena: el cuerpo de la ciudadanía de un Estado gobernado democráticamente debe incluir a todas las personas sujetas a las leyes de dicho Estado, excepto a los transeúntes y a aquellas que se han demostrado incapaces de cuidar de sí mismas. En consecuencia, si las instituciones encargadas de promover la educación cívica son débiles, sólo queda una única solución satisfactoria. Deben ser fortalecidas. Quienes creemos en los fines democráticos estamos obligados a buscar fórmulas para que los ciudadanos puedan adquirir la competencia que precisan. Las instituciones dirigidas a promover la educación cívica que fueron creadas en los países democráticos durante los siglos XIX y XX quizá ya no sean adecuadas. Si esto es así, los países democráticos deberán entonces crear nuevas instituciones o completar las antiguas. n
Traducción de Fernando Vallespín [Este artículo forma parte del libro La democracia. Una guía para ciudadanos de próxima publicación por la editorial Taurus.]
Robert Dahl es catedrático emérito de Ciencia
Política en la Universidad de Yale. Autor de La poliarquía. Participación y oposición y La democracia y sus críticos.
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RAZONABILIDAD Y CORRECCIÓN MORAL ERNESTO GARZÓN VALDÉS
Para Osvaldo Guariglia
mas morales y encauzar la discusión por vías más sobrias y, probablemente, más promisoras.
Introducción
Suele decirse, y parece que es verdad, que Heinrich von Kleist se pegó un tiro el 21 de noviembre de 1811, en el lago berlinés de Wann, porque, después de haber leído la Crítica de la razón pura, de Kant, Kant, est estaba aba convencido de que era imposible lograr una fundamentación última del conocimiento del mundo1. Por su parte, Richard Rorty, en su libro Contingencia, ironía y solidaridad, propicia la actitud del liberal irónico, que puede renunciar a las fundamentaciones filosóficas últimas y seguir viviendo en un mundo metafísicamente más modesto, pero menos propicio al suicidio. Sería exagerado decir que los filósofos de la moral discuten desde hace siglos acerca de la fundamentación (justificación) última de las normas morales con miras a evitar el suicidio, sea a través de la superación de las posiciones de tipo kantiano, sea propiciando una ironía de tinte rortiano genealógicamente remontable a Cratilo, aquel que se limitaba a mover el dedo cuando se le planteaban problemas de solución aparentemente imposible. Sabemos, en cambio, que quienes participan en esta discusión suelen argumentar, en niveles paralelos, atribuirse certidumbres dudosamente defendibles o imputar al adversario insuficiencias que resultan de una no muy exacta reconstrucción de los argumentos de aquél. En lo que sigue pretendo formular algunas consideraciones que quizá puedan acotar el campo de lo plausiblemente sostenible en relación con la justificación de las nor1
La lectura del artículo ‘Letztbegründete Leberwurst’, de Stephan Wackwitz, publicado en el Süddeutsche Zeitung del 28 de julio de 1997, pág. 9, me ha hecho recordar esta versión del suicidio de von Kleist. 18
Un primer paso en esta dirección podría consistir en admitir que, por lo pronto, la tarea de justificación de las normas morales no es muy diferente a la que realizan los científicos de la naturaleza cuando intentan fundamentar sus leyes explicativas: ambos parten de supuestos básicos y aplican criterios de admisibilidad dentro del respectivo sistema. En ambos casos estos supuestos básicos incluyen alguna versión de la realidad a la cual se aplica el sistema. Así, podría decirse, los físicos presuponen la existencia de una cierta realidad objetiva, externa al observador, sujeta a mutaciones pero susceptible de conocimientos seguros, es decir, verdaderos. Dado que la ciencia de la moral se centra en el estudio y formulación de normas del comportamiento humano, es obvio que sus supuestos básicos deberán contener también alguna concepción del ser humano como agente moral y el rechazo de versiones fuertes del determinismo. Ello significa aceptar la existencia de seres autónomos, capaces de programar racionalmente sus acciones. El escéptico total acerca de la realidad externa y de la posibilidad de establecer relaciones causales no intentará, desde luego, formular leyes físicas; y, de igual manera, quien sustente una posición determinista extrema no podrá formular reglas de comportamiento (ni morales ni jurídicas). Detrás de estos supuestos básicos se extiende el ámbito de lo ignorado o de lo no fundamentable o no justificable. Pero esta ignorancia es una ignorancia que suele ser querida y es útil, pues permite acotar el campo de lo fundamentable y/o justificable. Si se quiere poner algún orden en la naturaleza o encontrar algún sentido a la vida humana sin recurrir a soportes trascendentes, tenemos que movernos sobre la base de una renuncia al conocimiento to-
1
tal. Algo de esto presupone Peter Strawson cuando se refiere al “make-up psicológico” de los seres humanos que los lleva a fijar un límite a las actitudes objetivas en sus relaciones interpersonales y a suspender el juicio acerca de la verdad o falseda falsedadd de las tesis deterministas2. Este primer supuesto podría ser llamado el “supuesto de la ignorancia querida”. Los límites de esta ignorancia están sujetos, desde luego, a desplazamientos producidos por el avance de las ciencias naturales y del círculo expansivo de la moral. La ignorancia querida no debe ser, pues, confundida con aquello que Condorcet llamaba la “ignorancia presuntuosa”, que le presenta al espíritu humano “lo que no conoce como imposible de ser conocido, a fin de dejar librado a la duda, a la incertidumbre y, por consiguiente, a principios vagos y arbitrarios, cuestiones importantes para la felicidad de la humanidad”3.
Ni los científicos de la naturaleza ni los teóricos de la moral podrían construir sistema alguno si no establecieran reglas de inferencia y criterios de selección para los enunciados que pueden ingresar en sus respectivos sistemas. Así, los físicos suelen postular el criterio de falsabilidad como criterio de admisibilidad. Quien no siendo escéptico rechace el criterio de admisibilida admisibilidadd (falsabilidad) podrá, en el mejor de los casos, practicar astrología pero no astronomía. Tanto en el caso de las ciencias naturales como en el de la moral se aceptan las reglas de inferencia de la lógica deductiva. Y,, de manera similar a lo que sucede en el Y caso de la física, también en el campo de
2
2 Cfr. Peter Strawson, ‘Freedom and Resentment’, en, del mismo autor, Freedom and Resentment and other Essays, Methuen & Co. Ltd., págs. 1-25, Londres, 1974. 3 Citado según Roshdi Rashed: Condorcet. Mathématique et société, Hermann, pág. 25, París, 1974.
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la moral existe un criterio básico de admisibilidad: el de imparcialidad. Quien se niegue a aceptarlo, al igual que el astrólogo, podrá formular leyes o normas de conducta, pero ellas no podrían ser calificadas de morales. A lo largo de la historia, este principio principio ha recibido diversas designaciones. Leibniz lo llamaba “principio de equidad”, es decir, el de la igualdad de razones para la justificación de las acciones y omisiones: “En general, se os formula un pedido de hacer u omitir algo. Si rechazáis el pedido, uno tiene razón para quejarse, pues puede suponer que formularíais el mismo pedido si estuvieseis en el lugar del que lo formula. Y es el principio de equidad o, lo que es la misma cosa, de igualdad o de la misma razón, el que exige que uno acuerde lo que uno quisiera en un caso parecido sin pretender estar contra la razón o poder alegar su voluntad como razón. […] Colocaos en el lugar del otro y os encontraréis en el punto de vista correcto para juzgar lo que es justo o no”4.
Del principio de equidad, Leibniz infería la posibilidad de proporcionar una fundamentación no sólo de los deberes negativos, sino también de los positivos. Leibniz suele adornar sus consideraciones éticas con ejemplos más o menos exóticos de ataques de elefantes africanos. Si hubiera conocido algunos detalles de las andanzas de Carlos V en Italia, podría haber tenido una buena anécdota histórica para ilustrar, al menos, el caso de la sustitución de los argumentos de la razón por las decisiones de la voluntad. Como es sabido, Carlos V ordenó derrumbar las torres de las casas nobles de la ciudad de Siena. Cuando se le preguntó cuál era la razón de esta medida, respondió: “Así lo quiero, 4 Gottfried Wilhelm Leibniz: ‘Méditation sur la notion commune de la justice’. En Georg Mollat: Mittheilungen aus Leibnizens ungedruckten Schriften. H. Haessel, págs. 41-70, 57, Leipzig, 1893. 5 Cfr. Klaus Zimmerm Zimmermanns: anns: Toscana. DuMont, pág. 278, Colonia, 1980.
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así lo ordeno; en vez de razón, valga mi voluntad”5. Georg Henrik von Wright ha propuesto el principio de simetría que exige que se den razones que justifiquen el
apartamiento del mismo y prohíbe la adopción de posiciones privilegiadas. “Pero, aun si uno no puede dar razones de por qué las personass deberían actuar moralmente por motivos morales, se puede tratar de hacer que una 19
RACIONALIDAD Y CORRUPCIÓN MORAL
persona respete el bien de otro como si fuera propio, usando argumentos que se parecen a una apelación a fines. […] Casi podría llamarse a esta apelación al sentido de justicia una apelación al sentido de simetría. ‘Si mis deseos son satisfechos a expensas de los de otro, ¿por qué no han de serlo sus deseos a expensas de los míos?’. Esto es como decir: ‘Por simetría tienes que desear ser justo” 6.
La violación del principio de simetría conduciría a comportamientos parasitarios o privilegiados: “La posibilidad de agregar a las bendiciones del reino de la justicia las ganancias de una acción injusta, dicho brevemente: la posibilidad de aquello que hemos llamado acción parasitaria constituye un sentido importante en el que puede decirse que la justicia y la moralidad carecen esencialmente de una justificación utilitarista”7.
Este segundo supuesto, referido al criterio de admisibilidad, tiene carácter normativo y puede ser llamado el “postulado de simetría”. Tanto para las ciencias de la naturaleza como para la de la moral rigen exigencias de racionalidad no sólo en el sentido de que en la formulación de las leyes o normas ha de respetarse la consistencia lógica, sino también en el sentido de que los argumentos que se aduzcan deben ser racionalmente accesibles, tienen que ofrecer razones puente que permitan ser recorridas y comprendidas por todos aquellos que deseen participar en la correspondiente empresa científica. Esto excluye la apelación a las propias creencias religiosas, metafísicas o ideológicas como base argumentativa. El avance de la ciencia es, por ello, la marcha desde el mito al logos, para usar la conocida fórmula de Werner Jäger. Tanto Tanto las cienc iencias naturales como las morales han tenido siempre que vencer la resistencia de la irracionalidad y del dogmatismo fanático que transforman la superstición en instancia suprema y el terror en virtud. La exigencia de racionalidad argumentativa interpersonal podría llamarse el “postulado del puente”, que permitiría satisfacer aquello que Gerald F. F. Gaus ha llamado “condición de accesibilidad”8.
3
Existe un cuarto aspecto que merece
4 ser tenido en cuenta cuando se intenta establecer comparaciones entre la labor 6
Georg Henrik von Wright: Varieties of Goodness. Routledge & Kegan Paul, pág. 210, Lon-
dres, 1963. 7 Georg Henrik von Wright: Varieties of Goodness, cit., pág. 215. 8 Gerald F. Gaus: Justificatory Liberalism. An Essay on Epistemology and Political Theory. Oxford University Press, pág. 132, Nueva York/Oxford, 1996. 20
de los teóricos de las ciencias naturales y los de la moral. Von Wright ha señalado también que los juicios acerca de lo que es bueno o malo para el hombre son, en parte, juicios sobre cuestiones fácticas, vinculadas con el conocimiento de relaciones causales9. Si esto es así, parecería que una parte de la discusión entre diversas concepciones morales no se refiere tanto a los valores que están en juego cuanto a los medios que deben utilizarse para obtenerlos. Por lo que respecta al nivel de las relaciones causales, sería, pues, posible reducir el ámbito de divergencias acerca de las normas que deben regir en una o en todas t odas las sociedades. Más aún, en muchos casos, se trataría exclusivamente de divergencias sobre hechos y no sobre valores. En un reciente libro, Partha Dasgupta ha insistido en la necesidad de analizar los desacuerdos morales con miras a determinar si se trata de conflictos sobre hechos o sobre valores10. Así, por ejemplo, hay algunos hechos que se refieren al bienestar de una persona y que son independientes de la concepción de lo bueno que uno tenga: “Está, por ejemplo, su estado de salud y el número de años que espera vivir, su disposición de recursos y servicios y el uso que puede hacer de esos recursos y servicios. Manifiestamente, consiste también en el grado en que es libre para formar asociaciones y amistades, expresar su opinión, hacer lo que racionalmente desea, el acceso que tiene a la información acerca de los demás y del mundo. […] Está, pues, el hecho agradable que estos determinantes del bien de una persona son medibles y comparables sin que para ello importe cuál sea la concepción del bien que la persona resulte tener. Esto es sintomático de la objetividad de la verdad ética y proporciona una razón de por qué la gastada distinción entre hechos y valores es mucho menos aguda que lo que típicamente se ha supuesto”. […] “Conceptos tales como desnutrición, enfermedad y miseria […] tienen también un contenido evaluativo ya que no hay forma de decir cuál debería ser o puede ser nuestra evaluación ética del estado de desnutrición o enfermedad o miseria sin tener que usar palabras como desnutrición, enfermedad o miseria. Para dar un ejemplo, supongamos que es una descripción apropiada decir que un 15% de la población de una nación sufre de desnutrición crónica. En la evaluación de este estado de cosas no juega ningún papel una oración adicional tal como ‘Es un mal estado de cosas que el 15% de la población sufra desnutrición’. Esto es así porque para responder por qué esto es malo nos veríamos forzados simplemente a ofrecer una descripción de la desnutrición o algo muy similar; es decir, estaríamos obli-
9
Georg Henrik von Wright: Varieties of
Goodness, cit., pág. 111.
10 Cfr. Partha Dasgupta: An In qui ry int o Well-Being and Destitution. Oxford University
Press, Oxford, 1993.
gados a describir las consecuencias físicas y mentales de una dieta inadecuada. No es posible separar los componentes descriptivos y evaluativos de conceptos tales como miseria. Están entretejidos”11.
Esta constatación nos permite formular una tesis modesta pero fecunda por sus consecuencias prácticas: la tesis del solapamiento parcial de los juicios morales y los juicios empíricos. Pero aun cuando se aceptaran estos cuatro puntos, queda por solucionar el núcleo de la cuestión. Se puede siempre aducir que el criterio de imparcialidad, de simetría o de equidad no es nada más que una variante de la regla de oro, sobre la que pesa la secular sospecha de vacuidad. A diferencia de las ciencias naturales o de la matemática, que pueden recurrir a la experimentación o a la pura coherencia lógica, respectivamente, inmunes a las opiniones subjetivas de los individuos, la ciencia de la moral sólo podría recurrir al auxilio de opiniones subjetivas incontrolables. Únicamente aquellos ámbitos del conocimiento humano que pueden ser sometidos a prueba empírica o que no requieren más que la consistencia lógica de sus enunciados podrían ser calificados de “científicos”. Como tal no es el caso de la moral, ella sería sólo un conjunto de enunciados incontrolables. Ésta fue la posición sostenida en el segundo tercio del siglo XX en el campo de las ciencias económicas, del derecho y de la filosofía práctica. En 1935, Lionel Robbins publicó, bajo el título Essay on
5
the Nature and Significance of Economic Science, un libro que es considerado co-
mo una obra clásica por lo que respecta a las relaciones entre ética y economía. La tesis central de Robbins sostenía la necesidad de establecer una distinción tajante entre los ámbitos de investigación de ambas disciplinas. Según Robbins, cierta clase de juicios de valor, especialmente los de naturaleza ética, debían ser desterrados del campo de la economía. Las comparaciones interpersonales de utilidad, que habían sido consideradas como fundamentales por los teóricos de la economía de bienestar de orientación utilitarista, fueron calificadas por Robbins como “normativas” o “éticas” y, por tanto, como “no científicas”. En el campo de la filosofía del derecho, Hans Kelsen publica en 1934, es decir, un año antes que el libro de Robbins, su Reine Rechtslehre. En esta obra, con argumentos similares a los de Robbins, 11
Partha Dasgupta, op. cit., pág. 6 s. CLAVES
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ERNESTO GARZÓN VALDÉS
aboga por una separación radical entre derecho y moral. Desde el punto de vista estrictamente filosófico, las posiciones de Robbins y de Kelsen contaban con el apoyo de la obra de Max Weber y Hans Reichenbach, y sobre todo de Julius Ayer, quien en 1936 publica su Language, Truth and Logic, en donde los juicios éticos quedan reducidos a expresiones de estados de ánimo de aprobación o de rechazo. En la filosofía del derecho, Alf Ross recogería esta versión emotivista de la ética en su libro Sobre el derecho y la justicia, en el que sostenía que decir que algo es justo era equivale equivalente nte a dar un puñetaz puñetazoo sobre una mesa en señal de aprobación. En nuestros días, por lo que respecta a la epistemología de las ciencias naturales, el no-cognoscitivismo emotivista ha vuelto a cobrar actualidad. Así, según Rorty: “Para el pragmatista […] ‘conocimiento’ es, al igual que ‘verdad’, simplemente un cumplido que se hace a las creencias que consideramos están tan bien justificadas que, de momento, no requieren otra justificación”12.
No es necesario entrar aquí en la consideración de los esfuerzos realizados por Charles Stevenson para procurar crear un marco racional a las discusiones éticas signadas por el emotivismo, con su distinción entre desacuerdos de actitudes y desacuerdos de creencias. Tampoco quiero detenerme en la exposición de los argumentos esgrimidos en contra del relativismo epistemológico de Thomas Kuhn o del anarquismo científico del “todo vale”, de Paul Feyerabend. Me interesa, en cambio, subrayar que este enfoque conduce a una discusión estéril que resulta precisamente del intento de aplicar indiscriminadamente criterios específicos de corrección, es decir, válidos sólo para un determinado campo del saber. Se produce entonces una especie de actitud imperialista de un ámbito con respecto a los demás. Así, por ejemplo, pretender aplicar el criterio de corrección de la verdad empírica a la moral significa negarle a esta última toda pretensión de cientificidad. Pero lo mismo sucedería con el intento de aplicar los criterios de corrección de la matemática (que no dice nada acerca de la realidad) a las ciencias naturales. Ulises Moulines13 ha insistido, en mi opinión con buenos argumentos, en la 12 Citado, según Ernest Sosa, ‘Normative Ob jectivity’, en Ernesto Garzón Valdés et al., Normative Systems in Legal and Moral Theory, Duncker & Humblot, págs. 141-151, 146, Berlín, 1997. 13 Cfr. Ulises Moulines: ‘Desarrollo científico y verdad’. En Agora, 11/1, págs. 179-182, 1992.
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imposibilidad de contar con un “criterio general para decidir qué juicios han de caer bajo el concepto de verdad y cuáles no”14. Éste habría sido el problema con el que infructuosamente se habría enfrentado Frege en los últimos años de su vida. Pero, Per o, admitamos que las ciencias naturales poseen un criterio de corrección de sus enunciados que no tiene por qué ser el de la verdad que buscaba Frege. Y admitamos que las matemáticas también lo poseen. Lo que sabemos con certeza es que ambos criterios no son idénticos y que pretender aplicarlos indistintamente a ambos tipos de ciencias sólo conduciría a la puesta en duda de su carácter científico, es decir, a lo opuesto de lo que se quería asegurar con el recurso a criterios de corrección. Es verdad que la aplicación de métodos de una ciencia general puede contribuir a dotar de mayor precisión a una ciencia particular. particular. Esto era precisamente lo que proponía Condorcet cuando se refería a la posibilidad de otorgar mayor “cientificidad” a las ciencias sociales a través del cálculo matemático15. Pero ello no significaba pretender aplicarles exclusivamente los criterios de corrección de este último. De lo que se trata, pues, es de aceptar el postulado normativo de “prohibición del imperialismo de los criterios de corrección”. Si se quiere usar la terminología de von Wright, podría hablarse de la “prohibición del fundamentalismo científico”. científico”. Pero hay algo más: del hecho que contemos con criterios de corrección generalmente aceptados en las ciencias naturales y en las matemáticas, no se infiere que no pueda haber algún criterio de corrección para la ciencia de la moral. Dejemos de lado los criterios de tipo teológico o puramente ideológicos ya que ellos no satisfacen el “postulado del puente”. Podría pensarse que, así como en las ciencias naturales la verdad o la falsedad empírica de las derivaciones de los supuestos básicos sirven para juzgar acerca de la sostenibilidad de aquéllos, así también en la moral la razonabilidad de las derivaciones prácticas de sus postulados básicos serviría para determinar la plausibilidad de los mismos. Este criterio podría ser llamado el “criterio de razonabilidad” que, al igual que en el caso del criterio de verdad empírica en las ciencias
6
14
Ulises Moulines: Desarrollo científico y verdad, cit., pág. 181. 15 Cfr. Roshdi Rashed: Condorcet. Mathématique et société, cit., pág. 18.
naturales, serviría también de freno a lo “meramente racional” (Georg Henrik von Wright). W right). El criterio de razonabilid razonabilidad ad sería, pues, el recurso salvador del carácter científico de la teoría moral. En la filosofía política, sobre todo por lo que respecta a la concepción de la justicia entendida no como una teoría moral amplia que establezca principios y reglas para todos los ámbitos de la vida, sino como una teoría referida al ámbito de las instituciones políticas, sociales o económicas, el criterio de razonabilidad ha sido utilizado en los últimos años por diferentes autores empeñados en buscar una solución a los problemas morales de sociedades multiculturales y en superar las supuestas debilidades del relativismo o del escepticismo axiológico, sin aceptar por ello argumentos de tipo prudencial que tan sólo asegurarían un inestable modus vivendi. Dos ejemplos pueden bastar para ilustrar esta afirmación. John Rawls recurre, por lo pronto, al criterio de razonabilidad para la justificación de los sistemas políticos:
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“[…] la idea de lo razonable es más adecuada como parte de la base de la justificación pública de un régimen constitucional que la idea de verdad moral. El sostener que una concepción política es verdadera, y sólo por esta razón la única base adecuada de la razón pública, es excluyente y, por ello, hasta sectario, y es probable que estimule la división política”16.
La concepción rawlsiana de la justicia política prescinde del concepto de verdad y se limita a la idea de lo razonable ya que ella haría posible “el solapamiento consensual de las doctrinas razonables de una manera que no puede lograrlo el concepto de verdad”17.
La tesis central de Political Liberalism, de John Rawls, es que una teoría de la justicia está justificada si es aceptable por toda persona razonable. Como es sabido, Rawls establece una diferencia entre racionalidad práctica y razonabilidad que remonta a Kant: “Lo racional es, sin embargo, una idea diferente de lo razonable y se aplica a […] un agente que tiene capacidad de juicio y deliberación en la búsqueda de sus fines e intereses que le son peculiarmente propios. Lo racional se aplica a cómo estos fines e intereses son adoptados y afirmados al igual de cómo se les da prioridad. Se aplica también a la elección de los medios […]” 18.
16 John Rawls: Political Liberalism.
Columbia University Press, pág. 129, Nueva York, 1993. 17 John Rawls Rawls:: Political Liberalism, cit., pág. 94. 18 John Rawls Rawls:: Political Liberalism, cit., pág. 50. 21
RACIONALIDAD Y CORRUPCIÓN MORAL
Un agente puramente racional carecería de aquello que Kant llamaba “predisposición para la personalidad moral”. Esta capacidad es la que tendría el agente razonable: “La disposición a ser razonable no se deriva de ni se opone a lo racional, pero es incompatible con el egoísmo, porque está relacionada con la disposición a actuar moralmente”19.
Sobre la base de su concepto de razonabilidad, Rawls formula lo que podría llamarse la “tesis de la gente razonable”, que conferiría objetividad a las convicciones políticas. Entre gente razonable existen divergencias provocadas por aquello que Rawls, con una designación que puede inducir a error, llama burdens of judgment, las cargas de la razón o del juicio. En el caso de estas divergencias razonables de opinión, cada cual puede defender su concepción del bien sin por ello poder demostrar que las que la contradicen son inconsistentes o no razonables. Sobre la base de este hecho es necesario, según Rawls, llegar a un solapamiento de consenso o a un consenso amplio que es el que sirve de sustento a una concepción política de la justicia. Lo único que se requiere es que los representantes de las diferentes teorías de la verdad o de la validez de las normas reconozcan el ideal de la libertad y la igualdad ciudadanas. Precisamente porque existen los burdens of judgment, ninguna concepción de lo bueno puede imponerse legítimamente a las demás, pues estas cargas fijan los límites a la fundamentabilidad a través de argumentos, si es que se quiere pensar racional e imparcialmente. De aquí infiere Rawls el principio de tolerancia con respecto a las otras concepciones de lo bueno. Esta tolerancia sólo se daría entre personas que razonablemente sostienen sus concepciones de lo bueno. Como el propio Rawls afirma, habría que “desalentar o hasta excluir” aquellas concepciones de lo bueno que propician
juicio. En el ámbito internacional, la to-
lerancia frente a otros regímenes exigiría una actitud de extrema cautela. En efecto, en su ensayo The Law of Peoples 21 , Rawls reduce considerablemente el universalismo del liberalismo al sostener que “no es posible requerir razonablemente a todos los pueblos que sean liberales” y que una sociedad no liberal “puede ser bien ordenada y justa”22. Dado que el liberalismo político rawlsiano está conceptualmente vinculado con la idea de razonabilidad como condición necesaria (y hasta suficiente), los pueblos que no cuentan con un régimen político liberal carecerían de una población razonable. Pero si en el orden interno está permitido “desalentar y hasta excluir” las posiciones no razonables, ¿por qué habría de estar prohibido moralmente la intervención benevolente en estos casos? A menos que se aliente un temor irrazonable ante posibles acusaciones de etnocentrismo o se crea firmemente en la relevancia moral de las fronteras políticas, no veo razón alguna para esta cautela rawlsiana. Pero, dejando de lado esta cuestión, más interesante es la afirmación según la cual estas sociedades podrían ser también “bien ordenadas y justas”. Me cuesta entender qué querría decir aquí “justas” ya que, por definición, ello exigiría la existencia de una sociedad razonable y, si lo es, tendría que aceptar los principios de la justicia política rawlsiana. Conviene ahora detenerse a recordar brevemente otra posición que recurre también al concepto de razonabilidad como criterio de corrección. Brian Barry, en Justice as Impartiality 23, sobre la base de la concepción de la posición originaria de Thomas Scanlon, recurre también a la idea de razonabilidad para definir su concepción de la justicia: “Llamaré una teoría de la justicia como imparcialidad, aquella teoría de la justicia que recurre a los términos del acuerdo razonable”24.
“la represión o la degradación de ciertas personas por razones raciales o étnicas, o perfeccionistas, por ejemplo, la esclavitud en la antigua Atenas o en el Sur antebellum” 20.
También para Barry lo importante es mediar entre concepciones conflictivas de lo bueno sabiendo que las disputas acerca de lo bueno son insolubles. Su línea argumentativa contiene tres elementos:
Pero esto valdría tan sólo para aquella sociedad que satisface las condiciones de razonabilidad impuestas por la carga del
“Presupone la existencia de un deseo de lograr un acuerdo con los demás en términos que nadie podría rechazar razonablemente. El argumento prosigue sugiriendo que ninguna concepción de lo
bueno proporciona una base para un acuerdo que nadie podría rechazar razonablemente. La neutralidad […] se presenta, pues, como la solución al problema del acuerdo”25.
En cambio, permitir que cada cual desarrolle sin más su concepción de lo bueno traería como consecuencia que en una sociedad la gente perseguiría fines recíprocamente inconsistentes y la salida final sería la guerra civil 26. “[Una] sociedad en la cual la gente no acepta ninguna guía de conducta excepto su propia concepción de lo bueno […] está condenada a la frustración mutua y al conflicto”27.
Por ello: “La respuesta que deseo defender es que ninguna concepción de lo bueno puede ser sostenida justificablemente con un grado de certeza que permita su imposición a quienes la rechazan” 28.
Sin embargo, parecería que existen algunas concepciones de lo bueno que vedan a quienes las sustentan la posibilidad de entrar en acuerdos razonables. Reiteradamente recuerda Barry que tal sería el caso de las concepciones de lo bueno de Tomás de Aquino, de Friedrich Nietzsche y de los católicos romanos que creen en un derecho natural. En estos tres casos nos encontraríamos frente a concepciones de lo bueno que no permiten llegar a un acuerdo razonable. Frente a ellas, la actitud de Barry es más decidida que la de Rawls: “No intento negar, por supuesto, que no haya que tomar en serio a la gente que desprecia la idea de razonabilidad. Pero la única respuesta válida frente a ella es tratar de derrotarla políticamente y, si es necesario, reprimirla por la fuerza” 29.
Así, pues, tanto la teoría de Rawls como la de Barry aplican el criterio de la razonabilidad como criterio de corrección de justicia política para sociedades multiculturales, pero homogéneas, en el sentido de que sus miembros están dispuestos a renunciar a la imposición de sus concepciones de lo bueno a fin de lograr una paz social razonable. Ambas teorías pretenden ser neutrales con respecto a las diferentes concepciones razonables de lo bueno. Esta neutralidad no presupondría ninguna concepción de lo bueno. En
168. 27.
19 John Rawls: Political Liberalism,
cit., nota 1 en pág. 49. 20 John Rawls: Political Liberalism, cit., pág. 196. 22
21 En Critical Inquiry, 20, págs. 36-68, 1993. 22 John Rawl Rawls: s: Critical Inquiry, cit. págs. 37, 44. 23 Clarendon Press, Oxford, 1995. 24 Brian Barry: Justi Justice ce as Impa Impartial rtiality, ity, cit., pág. 7.
169.
25
Brian Barry: Justice as Impartiality, cit., pág.
26
Brian Barry: Justice as Impartiality, cit., pág.
27 Brian Barry: Jus Justic ticee as as Impa Imparti rtiali ality, ty, cit., pág. 30. 28 Brian Barry: Justice as Impartiality, cit., pág.
29 Brian Barry: Just ice as Impa rtia lity , cit., págs. 168 s.
CLAVES
DE RAZÓN PRÁCTICA Nº88 n
ERNESTO GARZÓN VALDÉS
La gente que cree en la existencia de brujas podría argumentar que satisface plenamente los requisitos rawlsianos de objetividad y razonabilidad de su tiempo y sociedad. Desde otro punto de vista, Gerald Gaus35 ha criticado también la distinción tajante de Rawls entre racionalidad y razonabilidad y puesto en duda la prioridad de la razonabilidad tal como es concebida por Rawls. No he de entrar aquí a exponer la posición de Gaus. Tan sólo me interesa recoger una de sus sugerencias:
9
“En vez de considerar que una creencia es razonable si a ella ha llegado una persona razonable, la teoría política debería invocar directamente pautas para la razonabilidad de las creencias mismas”36.
Sobre esta propuesta de Gaus volveré más adelante. Retomando el ejemplo de las bru jas, podría decirse que el mismo es improcedente puesto que tanto Rawls como Barry se refieren a sujetos que son “libres e iguales” y que, además, ambos niegan carácter de miembros de la sociedad razonable a gentes que sustentan creencias no razonables, como los tomistas, los nietzscheanos, los nazis o los esclavistas. Correcto; pero si ello es así, entonces el principio de neutralidad queda considerablemente afectado ya que la exigencia de libertad e igualdad presupone una determinada concepción de lo bueno que atribuye a los seres humanos ciertos derechos. Pero es esta atribución la que necesita ser también justificada. Y esta justificación no puede basarse en un acuerdo razonable ya que éste, a su vez, presupone la vigencia de aquellos derechos. Todo esto provoca la no muy agradable impresión de un movimiento circular que suele conducir al desvanecimiento físico y mental. Con lo hasta ahora dicho podría formularse el siguiente razonamiento: Acuerdoss razonab razonables les son aquell aquellos os a) Acuerdo que acuerdan personas razonables. b) Personas razonables son aquellas que desde una posición de igualdad y
10 cierto modo, podría decirse que se basta a sí misma. Lo único que requiere es que los acuerdos sociales puedan “ser razonablemente aceptados por personas libres e iguales”30. También Rawls requiere que los sujetos de los acuerdos razonables sean “ciudadanos libres e iguales” 31. A diferencia de Rawls, Barry aspira a que su teoría de la justicia tenga alcance universal: “Una teoría de la justicia no puede ser simplemente una teoría acerca de lo que la justicia demanda en esta sociedad particular, sino que tiene que ser una teoría de lo que es la justicia en cualquier sociedad”. “[…] un segundo defecto en la imagen antiuniversalista es la tendencia a exagerar la inconmensurabilidad de las ideas prevalecientes en diferentes sociedades”32.
Pero ¿hasta qué punto la idea de lo ra-
8 zonable no posee una referencia con-
textual inescapable, es decir, hasta qué punto lo razonable no es un concepto eminentemente relativo? Tal vez pueda ser útil recordar algunas consideraciones de Alf Ross vinculadas con la afirmación “no pudo haber actuado de otra manera” 33. Cuando decimos que alguien no pudo haber actuado de manera diferente a como
30
112.
Brian Barry: Justice as Impartiality, cit., pág.
31 John Rawls: Political Liberalism, cit., pág. 55. 32 Brian Barry: Justi Justice ce as Impa Impartial rtiality, ity, cit., pág. 6. 33 Cfr. Alf Ross: ‘He could have acted other-
wise’. En Adolf J. Merkl (ed.): Festschrift für Hans Kelsen zum 90. Geburtstag Deuticke, págs. 242261, , Viena, 1971. Nº88
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CLAVES
DE RAZÓN PRÁCTICA
actuó lo que queremos decir no es que fácticamente no pudiera haber actuado de otra manera, sino que la forma como actuó era lo razonablemente esperable dadas no sólo las reglas de comportamiento de una sociedad, sino también su nivel epistémico. Lo razonable está en este caso condicionado por las experiencias y pautas de una sociedad, que son las que fijan el marco de lo razonablemente esperable. Dentro de este marco los miembros de una sociedad llegan a acuerdos de convivencia que consideran razonables. A la gente de una sociedad S* que cree que las brujas existen y que están poseídas por el demonio, le parecerá razonable la exclusión de estos seres de la vida en sociedad. Y esta gente no tiene por qué estar afectada por deficiencias de razonamiento o negarse a justificar públicamente su condena de las brujas. Ésta sería una “convicción política objetiva” en el sentido de Rawls: “Las convicciones políticas (que son también, por supuesto, convicciones morales) son objetivas –realmente basadas en un orden de razones– si personas razonables y racionales, que son lo suficientemente inteligentes y conscientes en el ejercicio de sus facultades de razón práctica y cuyo razonamiento no presenta ninguno de los defectos comunes de razonamiento, eventualmente aprobarían estas convicciones o reducirían considerablemente sus diferencias acerca de ellas, siempre que estas personas conozcan los hechos relevantes y hayan examinado suficientemente las razones relevantes en este asunto bajo condiciones favorables de debida reflexión”34.
119.
34 John
Rawls: Political Liberalism, cit., pág.
35
Gerald Gaus: ‘The Rational, the Reasonable, and Justification’. En The Journal of Political Philosophy 3, 3 (septiembre 1995), págs. 234-258. Citado según Lewis Yelin: ‘Jelin reviews Gaus’, Brown Electronic Article Review Service, Jam Jamie ie Dreier/David Estlund (eds.), World Wide Web (http://www.brown.edu/Departments/Philosophy/bears/homepage.html), sophy/bears/homepage .html), Posted 19.9.95. 36 Gerald Gaus: The Rational, the Reasonable, and Justification, cit. pág. 253. 23
RACIONALIDAD Y CORRUPCIÓN MORAL
libertad acuerdan no imponer unilateralmente sus concepciones de lo bueno. c) Pero para que las personas sean libres e iguales tiene que regir una concepción compartida de lo bueno que exige el otorgamiento de estos derechos de libertad e igualdad y que excluye de la celebración de los acuerdos razonables a quienes no la comparten. d) Pero entonces no es verdad que la razonabilidad no presuponga una concepción de lo bueno. Si lo que quieren decir Rawls y Barry es que el ámbito de los acuerdos razonables está enmarcado por límites que fijan los temas que no pueden ser objeto de la agenda política, la cuestión que importa es la de saber cómo se fijan estos límites. Rawls parece admitir la existencia de aquello que suelo llamar “coto vedado” de derechos que no pueden ser objeto de discusión en una sociedad democrática. Así, dice Rawls:
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“Apelamos a una concepción política de la justi cia para disting justicia distinguir uir entre aquell aquellas as cuest cuestiones iones que pueden ser sacadas razonablemente de la agenda política y aquellas que no pueden serlo”37.
Y algo parecido afirma Barry: “Hay otras dos cuestiones que tratan invariablemente las constitucion constituciones: es: establecen algunas restricciones con respecto a la operación del sistema legal y establecen los fundamentos del sistema político”38.
Parecería entonces que el ámbito de lo razonable está enmarcado por el coto vedado, y razonable, querría decir tan sólo aquello que los agentes acuerdan respetando el coto vedado. Si ello es así, la razonabilidad, como criterio de corrección, es un criterio débil dependiente del coto vedado. Pero supongamos que se quiera insistir en la neutralidad. Los enunciados de neutralidad, sabemos, no pueden, según Rawls, basarse en consideraciones prudenciales de un modus vivendi ni tampoco ser expresión de alguna concepción de lo bueno. El estado de estos enunciados sería algo similar al de los
12
151. 94.
37 John 38
Pero hay algo más: tengo fuertes dudas acerca de que la neutralidad pueda conducir a la tolerancia social que evitaría el conflicto entre diversas concepciones de lo bueno. El concepto de tolerancia requiere la existencia de un doble sistema normativo: el sistema normativo básico, en el que el acto tolerado está prohibido, y el sistema normativo justificante, que es el que permite levantar la prohibición. Y esta justificación requiere la invocación de valores que, en última instancia, son morales y, por tanto, responden a una concepción de lo bueno. No voy a insistir sobre el tema de la tolerancia porque ya me he referido a él en otro trabajo40.
13
Admit amos que cuan Admitamos cuando do ingres ingresaamos en el ámbito de las concepciones de lo bueno entramos en un terreno inseguro ya que no es posible formular con precisión qué es lo bueno para cada cuál. Evitemos el tembladeral y vayamos a un terreno más seguro o preparémonos adecuadamente para ingresar en aquél a través de un desvío. La vía que deseo proponer es la de considerar no lo que es lo bueno, sino lo que es lo malo. Por supuesto que alguien podría aducir que éste es un recurso barato ya que lo malo es la privación del bien, como diría San Agustín. Pero no nos apresuremos.
14
Rawls: Political Liberalism, cit., pág.
Brian Barry: Justice as Impartiality, cit., pág.
39
Cfr.Herbert L. A. Hart: Essays on Bentham. Ju ris pr ude nce and Po lit ica l Th eor y. Clarendon Press, Oxford, 1982. 24
enunciados desprendidos, no comprometidos (detached), introducidos por Hart en su trabajo sobre Bentham39. Estos últimos son enunciados que se formulan desde el punto de vista de quien acepta la validez de las normas sin comprometerse; podrían ser considerados como la expresión de una aceptación en sentido débil. Con esto, Hart quería subrayar la diferencia entre obligación jurídica y obligación moral. Pero lo importante es saber si estos enunciados no comprometidos pueden darse sin el apoyo de los comprometidos, es decir, los formulados desde un punto de vista interno, con sus connotaciones morales. Pienso que ello es imposible. Y lo mismo vale para enunciados de neutralidad que penderían en el aire si es que se acepta que no se basan en ninguna concepción de lo bueno ni tampoco en razones prudenciales de un modus vivendi.
40
Cfr. Ernesto Garzón Valdés: No pongas tus sucias manos sobre Mozart. ‘ Algunas consideraciones sobre el concepto de tolerancia’, en del mismo autor, Derecho, ética y política, Centro de Estudios Constitucionales, págs.401-415, Madrid, 1993.
La vía propuesta es una “vía nega-
15tiva” que partiría de tres suposiciones básicas, que deberían ser sumadas a las ya mencionadas al comienzo de este trabajo. La primera es que, sobre el trasfondo de la ignorancia querida, aceptamos una concepción del agente humano cuyas reglas de comportamiento no son las de un “club de suicidas”, como diría Herbert Hart: “No podemos hacer abstracción del deseo general de vivir y tenemos que dejar intactos conceptos tales como peligro y seguridad, daño y beneficio, necesidad y función, enfermedad y curación, pues éstas son vías para describir y apreciar simultáneamente las cosas haciendo referencia a la contribución que prestan a la supervivencia, que es aceptada como un fin. […] Para plantear […] cualquier cuestión acerca de cómo deberían convivir las personas, tenemos que suponer que su objetivo, hablando en términos generales, es vivir”41.
La segunda suposición es una concesión parcial a Rawls y Barry: admitamos que no existe ninguna concepción de lo bueno que no pudiera ser puesta en duda razonablemente. Pero Pero –y por ello la concesión es parcial– de aquí no se infiere sin más una neutralidad razonable que se soporte a sí misma: así como la tolerancia, si es que no quiere convertirse en tolerancia boba, ha de estar enmarcada por un cerco de intolerancias, así también lo razonable requeriría el cerco de lo irrazonable. La tercera recoge una constatación de Brian Barry relacionada con la cuestión de por qué la moralidad del sentido común establece una distinción entre evitar un daño y promover un bien: “La razón es que hay enorme desacuerdo acerca de en qué consiste lo bueno mientras que personas con una gran variedad de concepciones de lo bueno pueden estar de acuerdo con lo malo del daño” 42.
La vía negativa podría consistir en buscar, por lo pronto, alguna concepción de lo malo cuya aceptación fuera irrazonable. Partiría, pues, de lo absolutamente irrazonable, es decir, de estados de cosas cuyo rechazo sería unánime, independientemente de la concepción de lo bueno que se tenga o, dicho con otras palabras, cuya aceptación sería una perversión irracional (irrational perversion) para utilizar, una vez más, una expresión de Georg
41
Herbert L. A. Hart: The Concept of Law. Clarendon Press, pág. 188, Oxford, 1963. 42 Brian Barry: Justice as Impartiality, cit., pág. 25. 43 Georg Henrik von Wright: ‘Science, Reason, and Value’. En, del mismo autor, The Tree of Knowledge and other Essays, E. J. Brill, págs. 229248, 247, Leiden/Nueva York/Colonia, 1993. CLAVES
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ERNESTO GARZÓN VALDÉS
Henrik von Wright43. Tal vez no habría mayor inconveniente en utilizar aquí la expresión “irrazonable por excelencia”. El propio von Wright ha indicado expresamente qué estados de cosas podrían ser incluidos en esta categoría: aquellos que afectan básicamente a la supervivencia de la especie humana. Tras la barbarie del holocausto, no pocos autores han recurrido a la idea del “mal radical”, expresada por Kant en La religión dentro de los límites de la mera razón. El sentido de esta expresión ha sido,
desde luego, modificado, ya que no se refiere sólo a “la maldad insuperable” que habita en el corazón humano y que no puede “ser totalmente eliminada”, una versión secularizada del pecado original, sino al mal absoluto, a la evidencia empírica del mal. Lo radicalmente malo impide la realización de todo plan de vida (en cuya formulación suele manifestarse la concepción de lo bueno). Así, podría decirse que para John Stuart Mill, tan enemigo de todo tipo de paternalismo, la esclavitud era una de las manifestaciones de este mal radical y, por ello, rechazaba la permisibilidad moral de la esclavitud voluntaria aduciendo que la libertad era condición necesaria para la realización de todo plan de vida. La vía negativa aquí propuesta es similar a la de Dasgupta: “Mi idea es que estudiando una forma extrema de mal-estar (ill being) podemos obtener una comprensión del bien-estar (well being)” 44.
No deja de ser interesante señalar que los intentos de justificación del establecimiento de un orden estatal suelen partir de la presentación de alternativas caracterizadas por notas negativas extremas cuya vigencia, se supone, nadie estaría dispuesto a aceptar, cualesquiera que puedan ser las concepciones de lo bueno que cada cual sustente. Baste aquí, como ejemplo, recordar a dos autores, que manifiestamente tenían concepciones diversas acerca de lo bueno (al menos por lo que respecta a lo bueno político): Thomas Hobbes y John Locke. Como es bien sabido, en el estado de naturaleza hobbesiano la vida es “solitaria, pobre, desagradable, brutal y breve”45. No muy diferente es la versión de John Locke: en la vida social pre-estatal imperan la “enemistad,
16
44
Partha Dasgupta: An Inq uiry into Well Being and Destitution, cit., pág. 8. 45 Thomas Hobbes: Leviathan. J. M. Dent & Sons, pág. 65, Londres, 1957. Nº88
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CLAVES
DE RAZÓN PRÁCTICA
la malicia, la violencia y la destrucción mutua”46. Ambos autores están persuadidos de que ningún ser razonablemente racional habrá de optar por el mantenimiento de esta precaria situación. El establecimiento de un orden social es, tanto para Hobbes como para Locke, el primer paso para la superación del “mal-estar” del estado de naturaleza. Otro es el caso cuando se trata de concepciones de lo bueno. Aquí no sólo existen divergencias notorias y hasta irreconciliables entre los diferentes individuos, sino que aquello que es bueno para una misma persona parece no poder ser nunca alcanzable plenamente. Nicolás Maquiavelo lo sabía: “Los deseos humanos son insaciables, pues la naturaleza humana desea y quiere todo […] de aquí surge […] una eterna insatisfacción […]”47. Es verdad que el argumento agustiniano es bien fuerte y hasta parece ser irrebatible: lo malo sería siempre la negación de lo bueno. Sin embargo, si se ven las cosas desde una perspectiva algo diferente, tal vez podría admitirse que es más fácil comprobar un consenso universal acerca del mal radical que acerca de lo bueno absoluto. El propio dinamismo de los deseos humanos hace difícil precisar la denotación de lo bueno en sí. Es ello justamente lo que aconseja dejar librado a cada cual las estrategias de la felicidad y, en cambio, encomendar al orden político jurídico la tarea de superar los llamados “estados de naturaleza n aturaleza”. ”. Pero no sólo parece haber consen-
17 so acerca de la irrazonabilidad del
llamado “mal radical”. También con respecto al concepto de daño pienso que existe un acuerdo básico, cualquiera que pueda ser la concepción de lo bueno que se sustente. Brian Barry ha observado al respecto: “Sin embargo, para la justicia como imparcialidad, la importancia del daño reside en que es reconocido como malo dentro de una amplia variedad de concepciones de lo bueno […]. Se ha sostenido muy a menudo como crítica a este paso que el concepto de daño no puede funcionar de esta manera porque el contenido de ‘daño’ refleja la concepción particular del bien de la persona que emplea el término. Sin embargo, nunca he visto que esta afirmación esté respaldada por una evidencia convincente, y no creo que pueda serlo. Vale la pena tener en
46 John Locke: The Second Treatise of Govern-
ment. The Bobbs-Merrill Company, pág. 13, In-
dianápolis, 1952. 47 Niccolo Machiavelli: Discorsi. Alfred Kröner, Stuttgart, 1977.
cuenta, por ejemplo, que toda sociedad recurre a una gama muy limitada de castigos tales como privación de dinero o propiedad, encierro físico, pérdida de partes del cuerpo, dolor y muerte. A menos que esto fuera considerado por gente que tiene una amplia variedad de concepciones de lo bueno como males, ellos no funcionarían confiablemente como castigos. Es también relevante que aun en sociedades con ideas acerca de la causación del daño que no compartimos, nos es familiar la concepción de los tipos de cosas que constituyen daño”48.
Es decir, que las diferentes concepciones morales no se diferencian tanto por lo que respecta a qué ha de constituir un daño, sino más bien por las razones que justifican la imposición del mismo. Obviamente, ellas serán tanto más razonables cuanto menos se acerquen innecesariamente al cerco de lo irrazonable. Tomando en cuenta los supuestos
18 mencionados en la sección anterior, podría recurrirse al concepto de irrazonabilidad como criterio de incorrección. Desde lo irrazonable por excelencia y su negación49 se puede iniciar la marcha moral, que consiste en irse alejando de la irrational perversion o del ill-being. Cada uno de estos pasos podrían ser calificados de razonables. Cuáles sean los pasos que haya que dar para lograr avances en esta dirección es algo que depende de la situación de cada sociedad. Ello puede explicar por qué las exigencias de razonabilidad pueden ser diferentes según los tiempos y lugares. En este sentido tendría razón Alf Ross cuando se refiere al condicionamiento contextual de lo razonablemente esperable. En todo caso, si utilizando la vía negativa quiere recurrirse al concepto de razonabilidad, estos pasos deberían satisfacer, por lo menos, dos condiciones mínimas: a) No lesionar aquello que, utilizando la terminología de Thomas Nagel, podría
48
141.
Brian Barry: Justice as Impartiality, cit., pág.
49
La vía de partir de lo extremadamente malo, para luego pasar a lo mínimamente bueno y a lo óptimo, puede ser bien fecunda. Así, Dasgupta (op. cit.) parte del concepto de ill-being para acercarse a una mejor definición del well-being. En el caso de la discusión acerca de la universalidad de los derechos humanos, muchas veces trabada por el argumento de que ellos responden a una concepción del bien propia de las sociedades occidentales, es aconsejable también partir del análisis de lo que universalmente es considerado como malo o dañoso; por ejemplo: la muerte, la tortura, la miseria. 50 Sobre este punto y sobre las condiciones de nonrejectability de las normas morales y su vinculación con el criterio de razonabilidad, cfr. Thomas Nagel: Equality and Partiallity. Oxford University Press, págs. 38 y sigs, Oxford, 1991. 25
RACIONALIDAD Y CORRUPCIÓN MORAL
llamarse la “razonable parcialidad” de todo agente50. Las normas morales no prescriben comportamientos supererogatorios que impongan a sus destinatarios actitudes de autosacrificio propias del héroe o del santo. Así, por ejemplo, por más respeto que se tenga por la vida de los demás, el agente destinatario de una norma moral privilegiará la salvación de su propia vida. El no haber considerado este aspecto de razonable parcialidad es lo que probablemente le hacía pensar a Max Weber que “El mandamiento evangélico es incondicionado e inequívoco: dona lo que tienes, todo simplemente. […] Una ética de la indignidad, a menos que se sea un santo. Esto es: hay que ser un santo en todo, al menos querer serlo; hay que vivir como Jesús, como los apóstoles, como san Francisco; entonces tiene sentido esta ética y es expresión de una dignidad. En caso contrario, no”51.
El criterio de razonabilidad no nos impone andar por el mundo con una cruz a cuestas ni privarnos de la satisfacción de nuestras propias necesidades para satisfacer necesidades o deseos de un mismo nivel de las demás personas. El criterio de razonabilidad impide justamente que el mundo se convierta en un infierno moral. b) No dar lugar a situaciones de privilegio que van más allá de la razonable parcialidad o promueven comportamientos
parasitarios. Si el cumplimiento de la primera condición impide la aparición del infierno moral, la segunda prohíbe el establecimiento de paraí paraísos sos de egoí egoísmo smo en donde la satisfacción de nuestras necesidades y deseos se realiza a costa del sacrificio de necesidades y deseos del mismo nivel de las demás personas. Los casos concretos de aplicación de una regla pueden poner de manifiesto la irrazonabilidad de aquélla. La irrazonabilidad funcionaría de manera similar a la falsabilidad en las ciencias naturales, sirviendo de límite a lo meramente
19
racional: “Tal como yo lo veo, la racionalidad, cuando es contrastada con la razonabilidad, tiene que ver primariamente con la corrección formal del razonamiento, con la eficacia de los medios para un fin, la confirmación y la puesta a prueba de las creencias. Está orientada a fines. […] Los juicios de razonabilidad, a su vez, están orientados a valores. Ellos se ocupan de la forma correcta de vivir, de lo que se
51 Max Weber, ‘Politik als Beruf’. En Gesammelte politische Schriften (herausgegeben von Jo-
hannes Winckelmann). J. C. B. Mohr (Paul Siebeck), págs. 505-560, 550, Tübingen, 1958. 26
piensa que es bueno o malo para el hombre. Lo razonable es, por supuesto, también racional, pero lo ‘meramente racional’ no es siempre razonable” 52.
Podría entonces decirse: a) No existen diversas concepciones del mal (o del ill-being). b) Aquellas máximas o reglas de conducta que propician el mal radical son absolutamente irrazonables. Son expresión de una irrational perversion. c) Aquellas máximas o reglas de conducta que propician la imposición de un mal son prima facie irrazonables. d) Si la aplicación concreta de una regla tiene consecuencias absolutamente irrazonables, esa regla debe ser abandonada: es absolutamente injustificable. e) Si la aplicación concreta de una regla tiene consecuencias prima facie irrazonables, esa regla debe ser sometida a examen y modificada o especificada de forma tal que aquéllas desaparezcan. En todo caso requiere ser justificada. La interrelación parcial de hechos y valores puede ser aquí de utilidad. f ) Una regla o máxima de comportamiento será considerada como razonable mientras no se demuestre su irrazonabilidad (absoluta o prima facie) en un caso concreto de aplicación. g) El ámbito de lo irrazonable es moralmente inaccesible; el de lo razonable tiene un carácter residual: en él pueden realizarse aquellas acciones cuya imposibilidad deóntica no está determinada por lo irrazonable. h) Por tanto, acuerdos razonables no son aquellos que realizan personas razonables, sino que personas razonables son aquellas que no se saltan el cerco de la irrazonabilidad. En este sentido, podría hablarse de pautas de irrazonabilidad o de razonabilidad, que es lo que le interesaba encontrar a Gerald Gaus.
d) Todas aquellas concepciones de lo bueno que excluyen máximas irrazonables son razonablemente aceptables. e) Entre dos concepciones de lo bueno razonablemente aceptables, aquella que permite una promoción mayor del bienestar (entendido como un mayor ale jamiento del mal-estar) es mejor.
Con las salvedades y recaudos
21aquí expuestos es posible dar una respuesta afirmativa a la pregunta “¿Puede la razonabilidad ser un criterio de corrección moral?”. Las consideraciones aquí expuestas no pretenden ser un antídoto contra los potenciales suicidas trascendentalistas que deseen seguir el ejemplo del autor de El príncipe de Homburg. No conozco razones morales contra el suicidio de adultos en uso de sus funciones mentales. Y tampoco es una aceptación de la ironía moral de sesgo rortiano-posmodernista. Después del holocausto, de la ignominia del terrorismo de Estado impuesto en Argentina por Videla y sus secuaces, de las tragedias colectivas provocadas por el regionalismo nacionalista en la Europa finisecular y ante la injusticia institucionalizada que padece buena parte de la población de Latinoamérica, la ironía moral es sólo obsceno cinismo. n
O sea, que ahora el razonamiento
20 sería el siguiente:
a) Personas razonables son aquellas
que rechazan máximas irrazonables de acción. b) Esto vale para todas las personas, cualquiera que pueda ser su concepción de lo bueno. c) Las concepciones de lo bueno no son inconmensurables, como suelen sostener algunas versiones del multiculturalismo.
52 Georg Henrik von Wright: ‘Images of Science and Forms of Rationality’. En The Tree of Knowledge, cit., págs. 172-192, 173.
es profesor en el Instituto de Ciencias Políticas de la Universidad de Maguncia. Autor de Derecho, ética y política. Ernesto Garzón Valdés
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LOS INT INTELE ELECTU CTUALE ALESS ESP ESPAÑO AÑOLES LES ANTE LA GRAN GUERRA JAVIER JA VIER VA VARELA RELA
Los intelectuales y la gran guerra
La Gran Guerra fue un periodo decisivo para muchos publicistas e intelectuales españoles. El conflicto les arrojó de golpe a la historia del mundo, permitiéndoles militar en una causa en la que parecían ventilarse principios morales absolutos. La guerra proporcionaba un grand affaire; affai re; la ocasión de encabezar la opinión liberal y dar la batalla a la España caduca. Una misma pasión unió a casi todos los que contaban en la república de las letras. Los intelectuales se manifestaron de acuerdo con pautas de acción política ya habituales: el manifiesto, la liga, la conferencia, el banquete, el mitin incluso. El manifiesto de adhesión a las naciones aliadas, de 1915, fue saludado y correspondido por los intelectuales franceses e ingleses; la Liga antigermanófila, nacida en enero de 1917 como “instrumento de lucha civil”, concitó la adhesión de varias decenas de catedráticos, publicistas, maestros y profesionales. La guerra fue, sin duda, un momento crucial para Manuel Azaña. El conflicto propició su interés por la cosa pública. No era poco en una vida como la suya, oscilante entre las letras y la política. En tanto que secretario del Ateneo tuvo ocasión de brindar –primer esbozo de orador– en honor de los intelectuales franceses que visitaron España como propagandistas. Luego fue invitado a recorrer los frentes de batalla franceses e italianos. Azaña Aza ña con contó tó sus imp impresi resione oness en vari varias as crónicas. Su nombre se asomó por vez primera a los grandes diarios de Madrid; su nombre y apellido completos, no los seudónimos que había empleado hasta entonces: Salvador Rodrigo y Martín Piñol. De estos paseos bélicos nacerá la afición a estudiar las cosas militares. Los resultados serán, el uno inmediato, el libro titulado La política militar francesa, publicado en 1919; más tardío el otro: el MiNº88
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nisterio de laGuerra en el primer Gobierno de la República. También fue importante la guerra para Miguel de Unamuno. Unamuno, como tantos intelectuales de Europa, tuvo una fuerte influencia del darwinismo social. En 1898 escribe sobre “la concepción de la guerra que nos han dado las doctrinas llamadas darwinistas”. Fue traductor de Herbert Spencer y Benjamin Kidd. Incluso después de su crisis religiosa, por así llamarla, citará con elogio las obras de Novicow y Gumplovicz, “el mejor de todos”. El darwinismo social trata de explicar por una tesis biológica –selección natural y lucha por la existencia– la evolución de las naciones modernas. Lo peculiar en Unamuno es que la lucha es intestina; es guerra civil antes que conflicto entre naciones; lucha en la sociedad de los hombres por imponer sus personalidades o intereses; lucha entre las castas que forman la nación española; lucha en el interior de la conciencia propia. Tan importante es
la metáfora de la guerra que acabó por convertirla en mito personal; el mito que daba cuenta de sus contradictorias actitudes y lo devolvía a la infancia; un mito de los orígenes, del perdido paraíso de la niñez. El conflicto mundial que estalló en 1914 reavivó la memoria de esa guerra paradisíaca, la guerra carlista, el bombardeo y liberación de la villa de Bilbao en 1874. Unamuno vivió o, mejor todavía, reinventó aquella como un periodo de asueto y liberación de la disciplina escolar; algo que formaba parte de los juegos de infancia: ejércitos de pajaritas de papel, el toque de campana, el cuerno luego y la explosión de la bomba. Más era el ruido que las nueces. Recuerdos de un bombardeo que pudieran ponerse en parangón con los de aquel otro vivido por Antonio Alcalá Galiano, el de Cádiz en 1810, cuando las gaditanas se hacían tirabuzones con el plomo que lastraba las poco eficaces bombas francesas. Recuerdos de Unamuno que se renovaban cada 2 de mayo, cuando la villa conmemoraba conmemora ba la liberación del cerco famoso, entre alardes de los auxiliares y canciones: “somos liberales, sin color ni grito”. Unamuno labró con estos recuerdos una idea de la guerra civil santa y buena; una idea que continúa aquella otra de Romero Alpuente: “la guerra es un don del cielo”; la discordia, la pelea e incluso la sangre eran un desahogo benéfico, algo que purgaba los rencores civiles; la guerra era condición de la paz; ninguna paz auténtica era concebible sin el acicate de la guerra. El 27 de mayo de 1917, las izquierdas españolas celebraron en la plaza de toros de Madrid un acto concurridísimo; un “mitin monstruo” que, según dijeron, iba a tener las características de un hecho histórico. Comenzaba en España la política de masas. El mitin era réplica del que Antonio Maura había celebrado un mes antes, en el mismo lugar. No era cosa de 27
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quedarse rezagados en lo de convocar a las multitudes. Desde varias ciudades españolas se fletaron trenes especiales. El estado mayor de la convocatoria (Albornoz, Araquistáin, Azaña, el doctor Simarro, etcétera) se reunía en la redacción de la revista España. Aquel domingo fue un día muy caluroso. Las tribunas de la plaza tenían colgaduras blancas, con los nombres de los 37 barcos españoles hundidos por submarinos alemanes. En los palcos se situaron las delegaciones provinciales, con banderas de las casas del pueblo y carteles: “La Zaragoza de siempre os saluda”, “Gijón saluda a las izquierdas españolas. ¡Vivan los aliados! ¡Viva España!”. El público –cerca de 25.000 personas– se daba aire con abanicos de colores. Había vendedores de té, churros y bastoncillos de junco. El espectáculo era muy vistoso. El mitin fue, de hecho, la cima de una campaña destinada a combatir la política de neutralidad de los Gobiernos españoles, pidiendo la ruptura de relaciones con Alemania. En la plaza de toros se susurró que aquello era “nuestra batalla del Marne”, una ofensiva en toda regla. La mayoría de oradores (Castrovido, Ovejero, Albornoz, Menéndez Pallarés, Unamuno, Lerroux) se produjeron en términos muy críticos con el monarca español. El más moderado fue Melquiades Álvarez. Metido en faenas revolucionarias, Unamuno encasquetó un gorro frigio a Alfonso XIII, denunciando como anticonstitucional (¿?) la neutralidad a todo trance y costa. La oratoria no era el fuerte de don Miguel. Su pluma fue siempre más expresiva que su palabra. En las conferencias y actos públicos prefería hablar sentado, como en su clase de Salamanca. Años atrás, en 1906, burló las esperanzas del público. En el discurso del teatro de la Zarzuela se salió por la tangente de la religión, cuando la gente esperaba una arremetida en toda regla contra la ley de Jurisdicciones y contra el régimen político. En el caluroso día de 1917 no defraudó. Habló de pie, adoptó ademanes tribunicios, sentó plaza como sans culotte , facilitó con algunos latiguillos los vivas y aplausos del auditorio. Unamuno fue al encuentro de la muchedumbre, se dejó moldear por ella. El deseo de revancha por la destitución del rectorado se mezclaba con la obsesión por la guerra. Llevado por el entusiasmo colectivo, preguntó: “¿Qué puede retener a los poderes públicos de incorporarnos a la historia de Europa? ¿El miedo a la guerra civil? Es que la tenemos ya; tenemos la guerra civil en España”. Su parlamento 28
fue muy alabado por republicanos y socialistas: “Unamuno cada vez nos parece mejor. Se ha metodizado, el fuego de la convicción ha quemado en su cerebro confusiones, contradicciones que privaban de claridad a sus obras....Todo su discurso es un portento” (El País , 28 mayo 1917). El acto, sin embargo, resultó algo premioso: dos horas largas entre salutaciones y discursos encendidos. Los pitos y mueras a Melquiades Álvarez, por su tibia actitud ante la monarquía, manifestaron la división de las izquierdas. Al final hubo algunas carreras, sonó un tiro, repartiéronse algunos sablazos. Las emba jadas jad as fr franc ancesa esa e ing ingles lesaa con contri tribuy buyero eronn con cinco mil pesetas cada una a la logística del mitin. El embajador Geoffray pudo envanecerse de estar tras las bambalinas del acto, ironizando incluso sobre la retórica de Unamuno (Affaires Etrangères , Guerre 14-18, Espagne, vol. 478). Con todo, alguna representación diplomática se mostró preocupada ante el sesgo que tomaba la aliadofilia española: “Los organizadores del meeting se confesaron bastante satisfechos; pero si el recuento de fuerzas ha sido imponente, es dudoso que vayan a ser empleadas con sabiduría. El meeting que, en la mente de los organizadores, debía apercibir al gobierno sobre los objetivos de política exterior, se ha convertido de hecho en una manifestación de política interior en sentido estrictamente republicano... Esto no favorece a la causa de los aliados. Esta mañana me decía un miembro del gobierno, no sin razón, que los oradores del meeting no lo habrían hecho mejor de haber estado a sueldo de la embajada alemana.” (Bonin a Sonino, 28 mayo 1917, MAE , Spagna, 1915-18, b. 189).
Dos días después del mitin de la plaza de toros, Manuel Azaña pronunció en el Ateneo de Madrid su confere conferencia ncia sobre . Su posición Los motivos de la germanofilia favorable a los aliados la funda en la orientación de la política exterior española, girando en la órbita francesa desde antes de 1914, como en el carácter democrático de ambas naciones; carácter que había de ser por fuerza simpático a los liberales españoles. El objetivo de Azaña no era tanto justificar la posición propia, que es compartida por el público del Ateneo, sino fundar sobre ella un ataque al gobierno por su ligereza e imprevisión, por su latrocinio incluso. También se propone denunciar la germanofilia como propia de “gentes retrógradas”, enemigas del ideal de libertad y tolerancia que representan Francia e Inglaterra; de “gentes equivocadas”, porque creen que el triunfo de los imperios centrales redundaría en el engrandecimiento de España; de “gentes rencorosas”, ya que ven a Alemania como
vengadora de los agravios históricos de España, imaginarios o reales. Dejemos para más adelante la discusión de las tesis de Azaña sobre la germanofilia. Al revés que en su conferencia, exploremos algunas facetas del mundo de los intelectuales aliadófilos; centrémonos en los motivos de la aliadofilia. Salutación de la guerra
Al considerar el periodo de la guerra desde una perspectiva europea, nos topamos con una primera consideración. La guerra fue saludada con alborozo por el grueso de los intelectuales europeos. Habían nacido, en el momento del affaire Dreyfus, como defensores de valores universales: la justicia frente a la razón de Estado. Ahora se despojaron gustosos de toda reserva crítica frente a la propia nación. Mejor dicho, era la nación la que parecía encarnar lo universal frente a las naciones enemigas. El sentimiento de abandonar la soledad del escritor y lanzarse a la vorágine era embriagador. Aquél era un momento único de exaltación colectiva, de fusión gozosa entre el individuo y la gente. La guerra, decía Emile Durkheim, “revive el sentimiento de comunidad” y, por tanto, solventa las patologías sociales que había analizado en sus obras. Grande y maravillosa es la guerra, escribió otro gran sociólogo, Max Weber, porque significaba un deber trágico; escarpado camino del honor y de la gloria, sin posibilidad de retorno, hacia la límpida y estimulante atmósfera donde opera la historia universal. La guerra, con mayor o menor grado de retórica, fue vista como la llegada del acontecimiento tremendo, tanto tiempo esperado; como la apertura de un mundo de posibilidades ilimitadas, bien como un éxtasis purificador. La guerra podía engendrar una “force spirituelle”, susceptible de cambiar las costumbres y la vida de los pueblos (Paul Adam). “Une espèce de rajeunissement”, rajeunissemen t”, la llamaba Roger Martin du Gard “Salute al mondo nuovo”, exclama Prezzolini. “La sangue è il vino degli popoli forti; il sangue è l´olio di cui hanno bisogno le ruote di questa macchina enorme que vola del passato al futuro” (G. Papini “¡Amiamo la guerra!”). Sentimientos y opiniones parecidas podemos encontrar en Gilbert Murray, en los Chesterton, en T. E. Hulme, en E. Jünger, Freud o Thomas Mann. Al final de la Montaña mágica , Hans Castorp baja del empinado cerro donde estaba el sanatorio de tuberculosos y se lanza con alegría al combate. Toda una metáfora de redención física y moral por la guerra (EjemCLAVES
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plos en Roland Stromberg: Redemption by war , Kansas, 1982; Ch. Prochasson, A. Rasmussen: Au nom de la patr patrie ie , Paris, 1996, M. Isnenghi: Il mito della grande guerra, Bolonia, 1989). La salutación de la guerra se dio también entre los intelectuales españoles. Expresión del malestar de la cultura; anhelo de escapar al mundo gris de lo cotidiano y burgués. Unamuno titula “¡Venga la guerra!”, el 19 de septiembre, un artículo de Nuevo Mundo: “Dicen que la guerra es como una tempestad que purifica”. Sin embargo, su reacción entonces es mesurada. Mal estaba la invasión de Bélgica. Pero mala era también las vociferaciones contra Alemania, el pueblo de la Reforma, el de Kant y el de Goethe. Unamuno había considerado a la guerra como una pelea de familia, fraternal tal vez, cosa de chiquillos, sin apenas efusión de sangre. “Agarrarse de una vez, zurrarse de lo lindo la badana, romperse la crisma...y luego, acardenalados de los golpes...abrazarse vencedor y vencido”; eso escribe en la novela Paz en la guerra. La guerra seria, la que se libra entre ejércitos y naciones, no tenía virtudes redentoras. No las tuvo la guerra de Cuba, “estúpida y brutal”, obra del militarismo y del capitalismo burgués. Tampoco la guerra balcánica de 1912; “guerra a la guerra”, dijo entonces. Una excepción hay en esto: los combates librados en el Rif en 1909: “me parece muy bien la guerra....espero que esto acabe por levantarnos algo el abatido espíritu” (carta a J. María de Onís; Epistolario inédito, Madrid, 1991). Claro que la guerra de Marruecos venía a ser una manera de guerra civil entre dos pueblos de fondo berberisco. En todo caso, la guerra buena, la que pone por modelo ante sus compatriotas, es la del affaire Dreyfus; una guerra civil librada con “armas de ardiente palabra”. Lucha con la pluma, no con la espada, era la que trató de enconar en 1906, a consecuencia de la ley de jurisdicciones. Y su particular Kulturkampf , con K mayúscula; la guerra religiosa para descatolizar el cristianismo español. El comienzo de la guerra vino a coincidir para Unamuno con un importante acontecimiento biográfico: la destitución del rectorado, cargo para el que se consideraba destinado por “derecho divino”. Destitución que él achacó a maniobras de políticos rastreros (Bergamín, Romanones, daba igual que fuesen conservadores o liberales), a influencias nobiliarias (la del duque de Tamames en particular) por sus campañas agraristas de meses atrás. El cese en el rectorado provocó una Nº88
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reacción de solidaridad entre los intelectuales españoles. Ortega, Maeztu, García Morente, Urgoiti, Andrenio, sintieron menospreciado el gremio intelectual –representantes de la llamada España vital– en la persona de don Miguel. El Diario de sesione sesiones s registra una de las contadísimas intervenciones parlamentarias de Azorín: “el señor Martínez Ruiz pronuncia palabras que no se entienden”. La indignación santa de Antonio Machado puede valer por la de todos: “no solamente la España intelectual, sino toda la España honrada está de su parte”. Tanta era la ofensa de los políticos que bien podían perdonársele al ex rector sus invectivas antieuropeas. (Digamos, de paso, que el cargo de rector era de libre disposición por el ministro de Instrucción; un ministro conservador lo nombró en 1901 y otro ministro conservador lo cesó trece años después, seguramente por motivos nada nobles. Los nombramientos procuraban aunque no siempre, tener en cuenta la opinión de los claustros universitarios. Pero Unamuno no tenía detrás suyo a la mayoría del claustro salmantino, escaldados por su celo en perseguir las corruptelas docentes; sus diatribas contra los profesores, como puede suponerse, tampoco gozaban de popularidad entre sus colegas; para insultar a los alemanes decía: soldados no, ¡catedráticos!). La significación política de Unamuno hasta octubre de 1914 no había sido la de un hombre de izquierdas. No lo fue, desde luego, en el momento del fusilamiento de Ferrer. A pesar de sus ataques al parlamento y a los políticos de la Restauración, tenía una relación digamos especial con algunos de ellos; con el conde de Romanones sobre todo. Tampoco escatimaba elogios a don Antonio Maura, tanto que se veía obligado a proclamar que él, Miguel de Unamuno, no era maurista ni romanonista, por más que en vísperas de la guerra viese con buenos ojos que se le propusiera como senador por la universidad de Salamanca. Destitución y guerra europea fueron agravio sumo y suma liberación, como salir de una jaula en la que estaba preso. Entonces se le abrieron los ojos, “le quitaron la venda”. Entonces pudo echar fuera todo ese malestar antimoderno que le obsesionaba, como a tantos intelectuales europeos; entonces pudo manifestar su agresividad –que era mucha– y sus instintos de muerte. “Estoy harto de los pueblos ricos. Estoy harto de la pedantería del arte y de la elegancia y de la comodidad y del bienestar, de la pedantería del deporte y de la caballerosidad y de la flema y de las li-
bertades públicas, harto de la ciencia y de la disciplina y del orden...Estoy harto de Europa...estoy harto del delirio de la vida, de la obsesión de la vida, de la preocupación del enriquecerse y de la de hacerse culto e instruido también. Yo no sé lo que quiero, ni sé si quiero algo, pero sé que la actual guerra, con su cortejo de salvajismos y sus explosiones de odios ha remejido el poso de mi alma y me ha levantado a flor de ella todas las amargas y fangosas heces que allí yacían” (“Un extraño rusófilo”, 28 oct. 1914).
Unamuno podrá, pues, volver a su papel de profeta con más violencia que nunca; pero sin sufrir la crítica de sus pares, aquellas que lo motejaron de energúmeno e insigne morabito. Al contrario, su anuncio del apocalipsis de la modernidad, el inminente reinado del Eclesiastés, edificado sobre las ruinas de Alemania, lo conc onvertirán en la cabeza, en el portaestandarte de los intelectuales aliadófilos. “Esto de la guerra me ha producido una tremenda sacudida”, escribe Unamuno a Ramiro de Maeztu. Maeztu sintió algo parecido a lo que expresaba su antiguo maestro y amigo, reconciliados en la común inquietud bélica. Un modesto arriero le dio la noticia del estallido del conflicto, en un pueblo perdido de la Rioja. Y Maeztu se puso en movimiento hacia los países en lucha, como respondiendo a una llamada de insólito atractivo. Aquello era como la “descarga de una tensión que se había hecho insostenible”. Maeztu había tenido desde antiguo lo que él denomina como “afición a las armas”; al menos desde que sirviera como soldado raso entre 1897 y 1898. Las virtudes militares –disciplina, valor, sacrificio– eran para él prototipo de las virtudes necesarias para la eficacia nacional. Maeztu vivirá desde 1914 pendiente exclusivamente de observar y meditar sobre la guerra. Ahora podrá argüir sobre el conflicto como una manifestación de la voluntad de poderío; sobre el “amor a la guerra” y el “espíritu guerrero” en tanto que expresión originaria del hombre. Y escribir una catarata de crónicas –para España, Inglaterra o Argentina– sin que los intelectuales pacifistas del estilo de Luis Araquistáin le buscasen las vueltas. Entre otras razones porque los pacifistas anteriores a 1914 se habían convertido al belicismo más desaforado. Los intelectuales de uniforme
Las actitudes del grueso de los intelectuales aliadófilos fueron propias de un grupo en armas. Alberto Insúa lo expresaba así: “desde agosto de 1914 formo parte de uno de los grupos en que se ha dividido la humanidad, y obedezco como un soldado a la disciplina moral de este grupo. 29
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Mi psicología es la de un combatiente” (Abc , 23 julio 1916). Unamuno habla de Said Armesto como un “combatiente que ha caído a nuestro lado”, entre los que estrechan filas ante la barbarie, y lo cuenta entre quienes le excitaron a salir de la neutralidad armada en que se encontraba (“En la muerte de Said Armesto”, El País , 13 feb. 1915). Pertenecer a un país neutral no era obstáculo para formar esas “filas” a las que se refiere el ex rector. Porque, al decir de Araquistáin, “en rigor, no hay neutrales. Todos estamos en guerra. No hay más que diferencias de grado” (El Liberal , 18 feb. 1916). Correspondiente a esa movilización voluntaria, entusiasta, la mentalidad se polariza, se hace dicotómica, de acuerdo con la distinción básica entre amigo y enemigo. Según esto, la descripción de los grupos y naciones en conflicto se simplifica al máximo, con el empleo de estereotipos, símbolos y mitos cargados de significado moral. Los estereotipos del alemán son raciales y culturales. Al alemán, se dice, lo delata su cráneo cuadrado, diminuto, rapado. Araquistáin los notaba a distancia, al toparse con ellos en el tranvía, al verlos en la calle. Era un ser genérico, uniforme en sus rasgos antropológicos: modales toscos, mirada huidiza, trajes de poco gusto, lengua áspera y gutural, poco armoniosa. Bagaría se encargó de difundir la imagen del tudesco como un autómata monstruoso, moderno Frankenstein, cabeza cuadrada con la punta de una lanza asomando por el occipucio, a manera de casco prusiano. Las imágenes del alemán ladrón, cínico, sádico, asesino de mujeres y niños, anticristiano, profanador de iglesias, fueron habituales en la prensa aliadófila española. El alemán es una presencia obsesiva, un bárbaro degenerado. En la retaguardia, incluida España, es espía o terrorista; “está en todas partes”, vuelve a decir Araquistáin, siempre escucha aunque finja seguir sus ocupaciones. Su poder maléfico es denunciado por El Liber Liberal al , que titula: “El último crimen alemán. Las naranjas que España exporta están envenenadas por los alemanes” (8 mayo 1917). “El tudesco –escribe Unamuno sin inmutarse– se reduce al infecto y abyecto papel de espía o cambia hipócritamente de nacionalidad para conspirar contra la adoptada” (“Las liturgias”, Iberia, 27 mayo 1916). Diríase que tiene mucho de judío, que sus míticas representaciones son equiparables, de ahí que Unamuno resalte una y otra vez la condición semítica de Carlos Marx, “símbolo del materialismo de Jehová”, 30
convirtiéndole en fantástico colaborador del militarismo germánico. Una de las polaridades o disyuntivas absolutas que sirven para distinguir al amigo franco-inglés del enemigo alemán es la de noble-plebeyo. Así se manifiesta en la pintura de Valle Inclán: “Montigny apuró su copa y se levantó para abrir la ventana. Era un hombre joven, con el cabello lleno de mechones blancos. Tenía un hermoso rostro de viejo linaje francés, como se ven en algunos retratos de cardenales y mosqueteros. La expresión noble, galante y audaz de una cabeza de peluca empolvada”. Por el contrario, el alemán es “espurio de toda tradición”, y su hostilidad a Francia es odio de inclusero a “los que tienen nombre y remoto abolengo”. El ejemplo de Valle Inclán puede parecer extraordinario. Los franceses valleinclanescos no se diferencian mucho de los
cruzados de la causa carlista en que militaba el escritor genial por motivo medio estéticos medio políticos. Sin embargo, la nobleza, la aristocrática naturaleza de los combatientes aliados es exaltada en otros escritores desde una filosofía del superhombre nietzscheano. Los oficiales franceses que que vio Andrenio Andrenio –de lejos– lejos– pertenecían también a “una raza selecta y aristocrática....son los descendientes de los caballeros de la guerra de los Cien Años”. A su vez, los oficiales ingleses son gentleman , caballeros cumplidos que realizan las mayores hazañas sin darles ninguna importancia. Maeztu describe a los jóvenes aviadores británicos como trasuntos del doncel de Sigüenza, almas educadas, la flor de las universidades, la sonrisa en los labios y los ojos con un velo de melancolía. Pero no son solamente los jefes o soldados escogidos. De acuerdo con
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Maeztu o Madariaga, todo el cuerpo expedicionario inglés parece imbuido del espíritu de Eton, mezcla de altanería noble, audacia y deporte. Frente a ellos, el ejército alemán se funda en la ciega obediencia, en la disciplina mecánica. El resto de antinomias –analogías, metáforas– usadas por los escritores aliadistas son las comunes en la cultura europea de estos años. Algunas de ellas fueron inventadas para dar cuenta del tránsito a la sociedad industrial moderna: culturacivilización, organismo-mecanismo, comunidad-sociedad. Los intelectuales de los países en lucha las usaron a porfía. Tönnies, el inventor de la distinción entre comunidad y sociedad, puso a Alemania y Francia como ejemplos de Gemeinschaft y Gesselschaft . Bergson invertía los términos, estableciendo una vaga teoría de la mecanización del espíritu alemán por el abuso de la técnica. Una teoría, por cierto, muy vecina a la que establecieron los intelectuales españoles aliadistas. Alemania significaba el reino de lo petrificado y mecánico, sin alma; el dominio de un Estado y de una burocracia omnipresente sobre una multitud anónima, rigurosamente disciplinada. Este género de contraposiciones llegaron al paroxismo en un escritor tan antinómico como Unamuno, y desde él irradiaron hacia otros escritores. Desde tiempo atrás, el ex rector venía aplicando a los países centroeuropeos una sumaria psicología de los pueblos. Alemania era equivalente a ciencia y, como es sabido, aquello no era para él. Ni la ciencia ni sus aplicaciones, con su horror al telégrafo y al automóvil. Los alemanes eran laboriosos, pero sobrado ordenancistas. Además, la vieja Alemania romántica había decaído en su literatura, sobre todo después de 1870 y la consiguiente hegemonía de Prusia. También parecían haber decaído sus saberes, la historia en erudición, la ciencia pura en aplicada. “Soy más germanófobo que nunca, escribe en carta a Pedro Mújica (13.4.1909, Santiago de Chile, 1965). Pero, con todo, su germanofobia era poca cosa comparada con la hostilidad a Francia. Al fin y al cabo, Alemania era el país de la Reforma protestante, de la religión que un tiempo quiso encarnar y difundir en España. Pero Francia no tenía remisión. Francia es lo opuesto al genio español. Los franceses son sensuales, lógicos, alegres, mientras los españoles, ya se sabe, apasionados y arbitrarios, berberiscos en el fondo. Mediocres burgueses los unos, individuos característicos los otros. España era, pues, una nación compuesta Nº88
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por veinte millones de Unamunos. Ahora bien, desde 1914, el ex rector se inclinó por la Unión sacrée frente al enemigo común, y puso sordina a su profunda galofobia. Desde entonces proyectó hacia Alemania el odio desaforado al mundo moderno, la Kultur con K mayúscula, el Satán técnico y científico y despersonalizador, una de sus máximas obsesiones de anarquista místico. El mal moderno bajo la figura de un Leviatán desalmado, monstruoso Moloch estatal que amenazaba tragarse a la personalidad; pecado original de la ciencia positiva, el “hórrido cientificismo”, o técnica que tritura al hombre entre sus engranajes sin finalidad. En sus delirantes reflexiones, Unamuno llega a fundir en un mismo fantasma los rasgos atribuidos antes a Francia y Alemania por separado. Así, el bienestar material, la pesadilla de la prosperidad material que hace caer al hombre en olvido de sus fines ultramundanos. Unamuno no se recata en presentar la causa aliada, la suya en realidad, como una cruzada en defensa de la civilización occidental, cristiana, espiritual, contra los bárbaros paganos y materialistas alemanes. Quizás se hubiera sorprendido al saber que teólogos como Harnack, Eucken o Troeltsch, que tanto admirara en otro tiempo, oponían la interior piedad luterana de la civilizada Alemania a la hedonista Francia y a la bárbara Rusia. Extraño resulta, por otro lado, que esta hostilidad sin fisuras al mundo moderno fuese coreada por los escritores y publicistas de la izquierda radical española. En los ambientes republicanos y socialistas fue donde mayor aquiescencia logró Unamuno. Luis Araquistáin comenzó explicando el origen de la guerra, tal y como podía suponerse en un dirigente socialista, por el “delirio aristocrático de la familia imperial y de la camarilla militar”. Salvas de responsabilidad eran la cultura germana, la “pacífica burguesía” y, por supuesto, la socialdemocracia y el proletariado. Una carta de Álvarez del Vayo (Araquistáin y Álvarez del Vayo, amigos y cuñados, son el Cástor y Pólux del socialismo español) le sacó de su error. La unidad alemana al declararse la guerra era completa, entusiasta. Los académicos alemanes se distinguían por su entusiasmo patriótico. Entonces Araquistáin buscó ese algo, algo “nefando”, que diese cuenta de la conversión de un pueblo culto al credo militarista. Buscó a su alrededor y se encontró con Unamuno, “admirado maestro” lo llama, con sus tesis sobre la “pedantería de la eficacia”. cacia ”. En realidad, Alemania era toda ella
un “inmenso taller”. Todo el mundo aherrojado por la técnica, acoquinado por una técnica ayuna de espíritu humano. Los alemanes eran, pues, especialistas, no hombres. Ese era su pecado. Presencia del mito
La guerra fue explicada por los intelectuales aliadistas a través de los mitos clásicos. La hubrys de Alemania, la violación del orden natural y divino tiene por fuerza que acarrearle la desgracia. Adolfo Posada habla de la locura de grandezas, Maeztu de orgullo. De forma explícita, los contendientes parecen reeditar las guerras del Peloponeso. D´Ors se refiere en sus Cartas a Tina al carácter lacedemonio de los alemanes y al carácter ateniense de los franceses. Tomás Elorrieta, colega y amigo de Unamuno, adjudica a los alemanes los principios estatales y autoritarios de Esparta y a los aliados los principios atenienses de libertad y arte. La dualidad se hace implícita al convertir a Alemania en una nación dominada por la aristocracia y la disciplina militar, siendo Francia e Inglaterra la inteligencia, la iniciativa y la libertad creadora. En casi todos los publicistas aliados hay profusión de comparaciones sacadas de la antigüedad clásica: Marne-Maratón, Reims-Acrópolis, soldados que parecen guerreros homéricos, etcétera. Con mayor frecuencia, el mito que da sentido a la guerra es cristiano. Unamuno insiste una y otra vez en el tema de la redención por la sangre, poniendo, como es lógico, el modelo del Dios hecho hombre: “sí la lluvia fecunda los campos, la sangre fecunda los espíritus” (El Día, 2 ene. 1917). Francia se ha redimido por el sufrimiento y la sangre de los pecados de su vida anterior, de su vida muelle y algo viciosa (la baja natalidad, el lujo, el juego, el deporte, en suma, la frivolidad y el egoísmo). La guerra merece la pena con solo haber librado a Francia del régimen “inmoral” del hijo único, del alcoholismo, porque “el alcoholismo es mil veces peor que la guerra”. Lo venenoso no son los gases asfixiantes, sino los “gases morales” del antiguo París cosmopolita y artificial” (“La guerra y la vida del mañana”, 28 mar. 1915; “Una plaga”, 18 feb. 1917). En el republicanismo anticlerical, cristiano en el fondo, en Gabriel Alomar por ejemplo, no cabe duda ninguna del “sentido redentor de la guerra”. Alomar pinta a Francia como una Madre dolorosa, que “ha llevado en su corazón los siete puñales clavados por los bárbaros”. Francia es idéntica al Cristo, que derrama su 31
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sangre para que los demás vivan. Los padecimientos de Francia son como un vía crucis, pasión, calvario; indefectiblemente, resucitará al tercer día. Por ello, la guerra, como en Unamuno –al que sigue de cerca–, es cruzada, una “guerra santa” para que el espíritu triunfe sobre la carne; cruzada de la que presume que resultará una “nueva religión”. Movida por el “viento de Dios”, la humanidad se aprestaba a recibir su “bautismo de sangre”, “la humanidad nueva que dobla la cabeza para recibir el rojo crisma”. Francia era a la vez Cristo y su iglesia espiritual, opuesta al poder temporal de Alemania. Francia militante de la que saldría la Francia triunfante del mañana. Tanta era la unción religiosa de Alomar que Unamuno, al volver de una excursión a Mallorca, en 1917, anunció por broma su próxima conversión al catolicismo. Muchos republicanos se apoyaban en el mito bíblico para explicar las vicisitudes del mundo. La historia seguía una secuencia de caída y redención, aunque el momento cumbre de la renovación, la fecha que inauguraba la nueva época, era 1793: la república jacobina. De ahí el papel histórico universal de Francia como nación redentora en el mito republicano. De ahí que la aliadofilia del grueso del republicanismo español sea más bien francofilia. La sangre viene a rescatar a los pueblos del pecado en que yacían. La guerra forma parte del orden providencial. Pecado de vanidad –ejércitos permanentes, dominio temporal (Unamuno). Pecado de orgullo, de soberbia originada por los logros materiales, por el “industrialismo” (Palacio Valdés). El mito cristiano puede unir a dos escritores tan distintos como Unamuno y Palacio Valdés. “La serpiente aduladora les sopló al oído (de los alemanes) que debían comer del fruto del árbol prohibido”, dice este último. Alemania había olvidado a Dios por la verdad científica. Con sus interpretaciones bíblicas de la guerra, el grueso de la élite intelectual española mostró su escasa secularización. Los esquemas cristianos inspiraban a intelectuales de filiación institucionista como Altamira o Zulueta, para quienes la guerra era una expiación, dolorosa sangría que llevaba al arrepentimiento a unas almas ansiosas de una regeneración ética y un vivir fraternal. También en autores como Ramiro de Maeztu, que entonces reafirma su aproximación a la religión. El problema de Alemania, y aun de la civilizaci civilización ón occidental, residía en el desconocimiento del pecado original. 32
Virtudes de la guerra guerra
La guerra se vivió como la entrada en un tiempo radicalmente distinto del tiempo de la vida conocida hasta entonces; anuncio de un mundo nuevo, preñado de posibilidades. La historia, dice Ortega y Gasset, “tiembla hasta sus raíces, sus flancos se desgajan convulsivamente, porque va a parir una nueva realidad” (agosto 1914). El mundo viejo se había desplomado de golpe, y los intelectuales creyeron adivinar muy pronto cuales eran los rasgos de la nueva utopía que alboreaba. Por lo pronto, el nuevo orden guerrero era un orden igualitario; significaba el final de los privilegios que habían conocido las sociedades europeas. Es cierto que el uso del uniforme imponía entre los movilizados una igualdad aparente. Los soldados podían acceder a lugares antes reservados a grupos privilegiados. Todas las clases contribuían al tributo de sangre. La mujer accedía masivamente al trabajo en los países beligerantes. Al cruzar Francia, a fines de 1914, Maeztu observó que los hoteles y casinos de la Riviera estaban reservados para los soldados heridos: “habrá sido necesario que el mundo se despeñe en los horrores de la guerra para que las ideas de igualdad y fraternidad se hayan realizado un poco en esta tierra”. Maeztu creyó que estaba en marcha una reorganización de la sociedad, acorde con el principio de función, una suerte de socialismo gremial. Azorín habló de “socialismo cordial”, que echaría en olvido el viejo liberalismo individualista. D´Ors anunciaba una era de “vida sencilla”, mezcla de disciplina clásica y socialismo espartano. La libre empresa, como puede verse, no tenía defensores entre los intelectuales de España. Hasta un economista de profesión como Luis Olariaga veía llegado el momento en que el capital pasara al Estado, la empresa a la inteligencia y la soberanía al trabajo. Lo que en Pablo Iglesias o Besteiro se llamaba “socialismo depurado”, era en Fernando de los Ríos germen de un nuevo derecho; tan nuevo que lo bautizaba con el nombre equívoco de “democracia orgánica”. Ademáss de igual Ademá igualitario itario,, el orden nuevo que parecía surgir de la guerra era antiburgués, de acuerdo a la convencional visión romántica de lo burgués –el filisteo–, común entre los intelectuales europeos. Las falsas virtudes pacíficas del cálculo, el egoísmo mercantil, eran sustituidas por los auténticos valores de una vida tensa y exaltada, trágica y heroica. En Alemania, Werner Sombart –Helde Helden n und haendler – colocó a los héroes germanos enfrente del mercachifle inglés. Los españoles no hacen más
que retorcer la antinomia. Al crítico Andrenio le bastó bastó con echar echar una mirada mirada al vagón de ferrocarril que le conducía a Italia. Una cosa era el “marco rutinario y mezquino” de la vida anterior, las ocupaciones “prosaicas e industriosas” de la vida civil, y otra muy distinta la libertad, la belleza espontánea y el heroísmo que se había apoderado por milagro hasta de la retaguardia. “La cuestión está en ser héroes”, se decía desde la revista España; eso es lo que quieren los pueblos, héroes. Luis de Zulueta, el grave y austero institucionista, dedicó una conferencia en la Residencia de Estudiantes a glosar los tiempos de prueba. La humanidad vivía, arrastraba más bien, una vida mezquina, baja, oscura. La guerra venía a ser una severa corrección de la mediocridad. Según la interpretación clásica –desde Tito Livio a Maquiavelo–, la decadencia de las naciones sobreviene después de un largo periodo de paz, comodidad y lujo. Los pueblos necesitan de la guerra para no perecer. “Íbamos aburguesándonos demasiado”, proclama Luis Bello; el conflicto era necesario para templar el ánimo y dejarlo listo para las cosas grandes que se avecinaban. Hasta Ortega y Gasset, bastante discreto en sus opiniones sobre la guerra pero nietzscheano contumaz, advertía una relación entre la “periculosidad” del momento y los valores nuevos, más vitales, enérgicos y entusiastas, que eran necesarios a las sociedades europeas. Si la guerra tenía en los combatientes estos efectos salutíferos, en forma de unidad nacional, eficacia militar, reorganización económica, regeneración moral y “entusiasmo”, es lógico que los intelectuales españoles, condenados a la neutralidad forzosa, la mirasen con envidia. La envidia de quien, como Ortega y Gasset, era consciente de escribir “desde un arrabal de Europa”. El pesimismo de los intelectuales, sobre todo de los madrileños, había imaginado un diagnóstico del problema español en términos de atonía. Nación decadente que permanece al margen de las grandes corrientes históricas. Pueblo echado al borde del camino, según Azaña, como un can apaleado; perdido por la mala índole racial –“el corazón podrido” de Ortega– o mental – el “carácter degenerado” de Araquistáin–. El diagnóstico de Unamuno en los años de la guerra era abrumador: España es una charca palúdica. inmunda; no hay opinión pública, ni pueblo, ni gobierno, ni régimen, ni siquiera nación; “y las tinieblas –dice con acento profético– están sobre la haz del abismo” (El Día, 14 ene. 1918). A grandes males, debieron pensar, grandes remedios. ¿Y qué mejor remedio CLAVES
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que la guerra? Buena parte de los intelectuales aliadistas no eran tan sólo ideales defensores de la justicia y de la libertad. Eran partidarios de la entrada de España en la guerra, como poco de una neutralidad armada. Araquistáin veía en la guerra una sacudida orgánica, algo que habría de imprimir movimiento de vida a un pueblo inerte. Un remedio taumatúrgico para transformar de cuajo a España: “quién sabe, pensamos, qué exaltaciones, qué sacudimientos vitales, qué renovaciones espirituales traería la guerra a España al rozarla con su ala de hierro, al envolverla con un aliento de llama”. Las tesis de Araquistáin tenían gran parecido con las del maximalismo socialista europeo, con las de un Mussolini por ejemplo. Nietzsche antes que Marx. Y si la intervención no era posible, transformar el influjo beneficioso de la guerra mundial en guerra civil. Esta es la tesis de Unamuno. Bajo el influjo del conflicto europeo, el ex rector fue transformando su idea vieja y querida de la guerra civil incruenta en una guerra interior que no esquivaba el derramamiento de sangre. Los partidos españoles tomaron los rasgos de los contendientes europeos: carlistas-alemanes-anticristiano listas-aleman es-anticristianos, s, contra liberales-aliados-cristianos. A la inversa, los contendientes europeos se dibujaron con rasgos españoles, como si fueran las dos Españas las que se enfrentasen en los campos de batalla. Si en alguna ocasión logró su deseo de españolizar Europa, unamunizándola, fue entonces. La guerra europea tomó en su imaginación la forma mítica de una lucha entre personalidades nacionales; una lucha por imponer ideales distintos, los materiales y los espirituales, los civiles y los militares, los pueblos y los Estados. Esa fantástica proyección explica que el aborrecimiento unamunesco de los ejércitos permanentes sólo se dedicase a uno de los contendientes: de un lado, los distintos pueblos aliados (el pueblo, depósito de la intrahistoria, es siempre bueno), de otro el ejército alemán; por una parte, los pueblos de las luchas intestinas, (la Francia del affaire Dreyfus, la Inglaterra de Lloyd George), los pueblos en armas; por otro, la disciplina militarista del Estado alemán. A resultas de esta transformación del mito, la guerra con pajaritas de papel, la infantil pedrea, se convirtió en revolución; en una revolución inconcreta, hecha de anhelos vagos, de “cosas gordas”, como en Rusia: opresiones terribles, ukases tiránicos, deportaciones. Tragedia era lo que necesitaba el ex rector, aunque hubiera que andar a tiros, y no el Nº88
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sainete que, según él, era la política española. Como confesaba a su amigo Gutiérrez Abascal, tenía tendencia a confundir lo general y lo particular, como si sus problemas personales fuesen los del universo, “la guerra, por ejemplo, estimando que me la han declarado a mí” (carta del 17.4.17). Entre los monstruos que engendró la imaginación de don Miguel, el de la guerra civil fue el más terrible de todos. Tendría que venir una guerra civil cruenta, una guerra civil de verdad, para que –ahora sí– la venda cayera de sus ojos. La guerra desde una estrella
Considerando esta fascinación por la guerra y sus virtudes salutíferas, no cabe extrañar el que los intelectuales intentaran verla de cerca. En un primer momento, se desconfió de periodistas y escritores. Como mucho, el paseo bélico rozaba la retaguardia de los combatientes. Poco pudo ver, por ejemplo, Blasco Ibáñez después de la batalla de la Marne; “no he podido ver la guerra....He visto sus espaldas”. Muy pronto, los ejércitos y sus estados mayores se hicieron más accesibles. Los servicios civiles y militares de propaganda, que no existían al principio, descubrieron los efectos favorables que podrían tener esos viajes. Las crónicas desde el frente serían difundidas en los grandes periódicos europeos y americanos. Escritores prestigiosos, periodistas de nombradía, convenientemente seleccionados y autorizado autorizados, s, podrían ser altavoces de mayor resonancia que los partes de guerra y las noticias oficiales. El intelectual, sin recibir orden alguna, era susceptible de expresar a la perfección los deseos de los anfitriones. Los viajes de españoles al frente italiano se hicieron a iniciativa del embajador italiano en Madrid, el conde Bonin: “muchos españoles aman a Italia como al país del arte, de la música y del clima agradable”. Se trataba de que, ahora, lo admirasen también por su poder militar y sus recursos económicos. El ministro italiano de exteriores, Sonnino, recomendó esta clase de visitas a Salandra, el presidente del gobierno, que asintió a ellas “con el fin de avalorar la importancia de nuestra acción militar y hacer más favorable a nosotros...la opinión pública española”. El primer viaje organizado a Italia partió en 1916, formado por Andrenio, Gustavo Pittaluga, Pérez de Ayala y el periodista Díaz Retg. En sus correspondencias, Andrenio se expresaba de forma parecida a la del embajador: “el prestigio artístico de Italia hace que no se valoren bien otros rasgos de su historia y
de su florecimiento moderno...no sólo tierra del arte...sino...gran pueblo que tiene voz y voto en Europa”. El viaje de los intelectuales españoles a los frentes de guerra tuvo algo de viaje iniciático. Pérez de Ayala había hecho gala de opiniones antimilitaristas antes de 1914. Al estallar el conflicto dio cabida en su editorial, la biblioteca Corona, a ciertas publicaciones aliadistas. Fue él, sin embargo, quien presentó la traducción española del libro de Romain Rolland, Por encima de las pasiones , Au-dessus de la melée , en 1915; un libro cuyo objeto era mantener el entendimiento entre los hombres de cultura de todas las naciones combatientes, sobreponiéndose a la pasión del momento. Pues bien, a lo largo de su viaje a Italia (”yo también me voy a la guerra”, anunció en 31 de agosto del 16) el novelista asturiano experimentó una transformación. El sonido del cañón, como una tronada distante, le produjo “cierto sentimiento de satisfacción y entusiasmo”. Caminando hacia las trincheras, pudo apreciar el despliegue de la parafernalia militar, hombres y máquinas moviéndose sin pausa. Allí le acometió la sensación de que había que renunciar a “ciertos prejuicios”; que, visto de cerca, el ejército podía ser un “organismo espiritual”, algo elástico y libre, no una fuerza ciega, mecánica. Él se figuraba por lecturas pasadas que el cuartel era vejatorio para la dignidad humana; una institución semejante al presidio. Ahora, al vivir unos días entre los militares italianos, compartiendo mesa y emociones, creyó encontrarse en un “gran monasterio” –él, un laico militante–, en una residencia consagrada al valor. Los oficiales que conoció no respondían al tópico del miles gloriosu gloriosus s ; al contrario, eran hombres de elevada cultura espiritual. Entonces le vino a las mientes el libro de Alfred de Vigny, o sea que la servidumbre militar, por ser la suprema abnegación, era también la suprema grandeza. “Este es el viaje más interesante emocional e instructivo que he hecho nunca”, le contó a un amigo. Desde entonces, tuvo que hacer raros equilibrios para conciliar su postura nueva y la anterior a 1914. Los aliados hacían, sí, la guerra; pero por amor a la paz. El suyo era un militarismo de un tipo especial, un militarismo antimilitarista, pacifista incluso. “¡Yo le debo a la guerra tantas revelaciones!”, concluía el novelista. Manuel Azaña escribe: “nuestro viaje desde Hendaya a París fue como una iniciación preciosa”. La “atmósfera moral” contaminó a aquel grupo de españoles 33
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(Menéndez Pidal, Altamira, Jacinto Octavio Picón y él mismo); gentes de estudio la mayoría, severas, poco propicias a las efusiones sentimentales. “Íbamos a contemplar con fervor religioso el gran misterio de un pueblo unido hasta la muerte en la defensa de una causa justa”. Que un laico a machamartillo como Azaña use la expresión “fervor religioso” y “misterio” tiene su importancia. Claro está que el laicismo tenía que ser olvidado momentáneamente, por mor de la unión sagrada. Los españoles rindieron visita en esta ocasión al arzobispo de París, para demostrar que en su apoyo a Francia no les movía ningún interés partidista. La llegada a Reims, con su catedral mutilada, tuvo asimismo algo de iniciación. Las impresiones fueron “las más fuertes de nuestra vida”. También También visitaron Verdun, en donde “no se entra sin sufrir una especie de iniciación”, a través del sistema subterráneo de defensa y abrigo. Podría decirse que la iniciación bélica, real o ilusoria, sólo concluyó para Azaña con el final de la guerra. En 1917, durante la visita al frente italiano, todavía describía los efectos fulminantes que sobre él causó el paisaje del lago de Como, “desde mi llegada al lago he sido otro”. Esta iniciación, o sea, dejar el estado anterior para entrar en una condición radicalmente nueva, parecía lograrse a través del rito guerrero. La particularidad notable es que el rito bautismal no requería en los viajeros la efusión de sangre propia. La proximidad a la batalla, por simbólica que fuese, tenía la virtud de despertar un fondo dormido, un sí es no es bárbaro y embriagador. Primero era el lejano retumbar del combate, el cañoneo que no se apagaba nunca, ni siquiera en los momentos de calma aparente. Al principio, decía Blasco Ibáñez, causa impresión el estruendo, luego se acostumbra uno; “el suelo parece temblar a lo lejos con blanc blancas as palpit palpitacioaciones; algo semejante al aleteo de una banda de mariposas que se hubiese posado sobre los surcos”. Luego viene la visión directa de las trincheras, mareante ir y venir sin rumbo aparente desde los ramales de aproximación hasta las primeras líneas. Desde aquí se podía imaginar la guerra real: fango, alambradas, disparos y explosiones. La existencia diaria del hombre al acecho. Blasco Ibáñez se enardecía al advertir el estallido de un obús en las líneas enemigas: “experimento una impresión de alegría animal. ¡Qué espectáculo tan interesante!”. A punto estuvo de disparar él mismo contra los alemanes; vio un fusil apoyado en su aspillera, y el oficial francés que le guiaba se lo ofreció con el gesto: 34
“no, no tiro....yo soy ciudadano de un país neutral”. ¡Menos mal! Esa sensación de vitalidad redoblada, de entusiasmo, la sintieron nuestros viajeros, de uno u otro modo. A Pérez de Ayala le latían las sienes al subir a las crestas del Carso; un sobrante de energía que necesitaba ser empleado: “me entra la tentación de sentar plaza como soldado raso alpino”. El alpino Ayala. Ramiro de Maeztu visitó por vez primera el frente inglés en el verano de 1916, a raíz de la batalla del Somme. Pasó encogido la travesía por el canal de la Mancha, con el vago temor de que un torpedo alemán acabase de mala manera con la aventura. En la tierra castigada por las bombas, la impresión fue muy distinta, de “alegría”, de “dilatación”, “no se tiene otro deseo que el de adelantarse”. El sentimiento era primitivo, y Maeztu no tenía inconveniente en reconocerlo. Pese a ello se notaba como en el centro del mundo, como si en esos momentos su voluntad marchase al mismo son que la historia. Digamos, de paso, que de todos los corresponsales y viajeros españoles, Maeztu fue el único que vio la guerra de cerca, y su horrible secuela de cuerpos mutilados o en descomposición; ello tuvo lugar en 1918, cuando seguía el avance inglés por tierras de Bélgica. A pesar de su ardor guerrero, los intelectuales no pusieron en riesgo sus vidas. Su viaje se parece mucho a una excursión, una “escapada” “escapada” dice Azaña, antes que a una misión informativa de modernos corresponsales de guerra. Se dirigen, o son dirigidos, a sectores en calma, cuidando mucho que sus personas no sufran daños. Cuando más, se les hace presenciar una escaramuza a distancia conveniente. La mayoría se trae de vuelta algunos souvenirs o trofeos irrisorios: balas, cascos de acero, cristalitos de las vidrieras de la catedral de Reims y hasta barro, el barro sagrado de las trincheras de Verdun. Visión tan indirecta propicia relatos embellecedores, que orillan todo lo feo, sucio y espantoso de la guerra moderna. Es curiosa, por inverosímil, la descripción que hace Rafael Altamira de una trinchera francesa: “es un sitio limpio, sin un papel en el suelo, sin inmundicias y sin nada que acuse falta de diligencia ni de cuidado. Todo está perfectamente dispuesto y el problema de las letrinas se ha resuelto a fuerza de desinfectantes.....Tampoco existe olor alguno en los dormitorios y ha desaparecido la impresión de la humanidad hacinada”. ¡Preocupación institucionista por la higiene! La guerra podía ser limpia. Limpios los hospitales de campaña que vio Maeztu; hermosos jardines y recintos para
convalecientes. Los cirujanos reparando mutilaciones faciales con la facilidad de un alfarero. Soldados cuya cabeza es una enorme bolsa de pus, sin nariz y sin rostro, que sonríen ante la perspectiva de su inmediata reconstrucción. Como si la habilidad o el artificio fuese capaz de mitigar el horror. Limpia la guerra y, además, bella. La guerra, sobre todo la guerra industrial, hecha con máquinas modernísimas, ofrecía impresiones insólitas. Enormes carros de asalto que tenían cierto carácter poético, el de una edad pretérita que hubiera resucitado a los ictiosaurios. Escenas de la guerra aérea novísima. Pedro Salinas miró en la noche oscura de París los haces de proyectores, “angustiosos brazos de luz”, las “estrellas” móviles de los aparatos y un ruido de motores: aeroplanos de luminosa cola, como si fueran cometas; comparó con emoción pura de poeta la guerra primitiva, homérica, con la guerra moderna. Maeztu acertó a ver los zeppelines desde un café, cerca de Picadilly Circus: “en lo alto surcan los reflectores eléctricos el azul negro del cielo londinense, y en lo más alto de los blancos reflejos ¡allí están! ¡dos zeppelines!....Yo me los figuraba tal como los había visto en Berlín: grandes cigarros de un color ocre. Pero eran, al contrario, muy lindos. Dos sombras de un gris pálido y plateado, que flotaban en el extremo de los reflectores como las polillas de estas noches de otoño...Retumban los cañonazos. Las granadas van marcando en el cielo líneas luminosas....¡Bang! ¡Bang!...Y luego, el resplandor rojo, enorme, sobre la silueta de los edificios, al ser alcanzado uno de los ingenios”. Maeztu sentía, como muchos de sus colegas, la tentación de la literatura; una tentación que a menudo no podía satisfacer desde su profesión de cronista político. Literaria es su descripción de un combate aéreo sobre el cielo de Francia, en 1918: “la luna está en creciente, pero esparce abundante luz de plata sobre el sereno cielo azul. No hay viento. Noche de estío en plena primavera”. Y luego sigue el zumbido de un aeroplano, el estrépito de las ametralladoras, las luces blancas en lo alto, etc. El paisaje bélico está como transfigurado. En las ruinas de las ciudades francesas, Azaña creía entender un lenguaje de epopeya; los escombros de Verdun, a la luz de una tarde de otoño, tenían una “belleza torva”, nada melancólica. La guerra, qué duda cabe, podía ser hermosa. Sobre todo si uno no se acercaba demasiado a ella. Azorín, algo más tímido que sus colegas, no pasó de París. Allí vio lo que parece ser un amago de lucha aérea: CLAVES
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“volví a la calle; el ruido de la artillería –como una tronada pavorosa– seguía tan intenso como antes. Los trazos luminosos de los reflectores continuaban explorando el cielo. Surgían los puntitos luminosos de las explosiones. Y como el volar de una enorme abeja, ronroneaba el ruido de los motores. Vi ya bastante con lo visto, subí a mi cuarto y me acosté”.
¿Y Unamuno? El también viajó a Italia, en compañía de Azaña, Américo Castro, Luis Bello y Santiago Rusiñol. Pero tan sólo escribió dos artículos sobre la experiencia. Habla de “reconquista espiritual” italiana, cuyo espíritu iba siendo absorbido poco a poco por el espíritu tudesco. Nada, pues, de combates ni de paisajes transfigurados. En sus artículos define al Cadore como el Tirol austríaco y llama serbios a los eslovacos. Lo suyo era, en todo caso, los paisajes del alma y el combate interior. Sabemos que no paró de discutir de filología con don Américo; que no se dignó echar una mirada a la catedral de Milán y que recitaba a Leopardi a los franceses y a Baudelaire a los italianos, eterno espíritu de contradicción. Azaña subió en avión, por primera vez en su vida; pero Unamuno bendecía la tierra que pisaba. En el lago de Como, los viajeros fueron agasajados por una ilustre familia italiana, los príncipes de Borromeo; il professor professore e Uñamucco permaneció ajeno a las atenciones, sentó a los hijos de la familia sobre sus rodillas y se puso a hacer pajaritas de Nº88
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papel (C. Rivas Cherif: Retrato de un desconocido , Madrid, 1979. Vincenzo de Tomasso: Unamuno in Friuli , Udine, 1984) La ilusión de ser un combatiente más se ve corroborada por los arreos guerreros que visten nuestros intelectuales. Se retratan con polainas, chaquetones y gruesas botas y hasta cascos o “capacetes”, como los llama Azaña. Los ingleses proporcionaron a Ramiro de Maeztu un uniforme impecable de oficial, y al entrar en Lieja se siente aclamado por la población. Los intelectuales españoles, muchos de ellos, vistieron el uniforme hasta para escribir. Su descripción de la guerra, idealizada como es, cae a veces dentro de la propaganda más estereotipada y burda. Los unos son combatientes por la libertad y la democracia. Los otros son agentes de la barbarie y el despotismo. La credulidad es sorprendente. Gómez Carrillo recoge puntualmente todo lo que le cuentan acerca de los alemanes: gentes que necesitan del alcohol para combatir, tan crueles como para atar a los servidores de una ametralladora a su cureña. Blasco Ibáñez se hace eco de la cobardía, del deseo de entregarse prisionero del soldado alemán, cuando no está bajo el látigo de los oficiales. El primer grupo de escritores españoles que visitó Italia divulgó una leyenda sobre las cachiporras austríacas. El gobernador italiano de Gorizia mostró a sus
huéspedes una maza de gruesas puntas, con tres argollas de hierro, presuntamen presuntamente te destinada a rematar a los heridos; una maza a la que, para mayor verosimilitud, se le había colocado un lacito con los colores austriacos. “Esta maza”, escribe Andrenio, “tiene algo de bárbara, primitiva, que repele”. Gustavo Pittaluga dice que había centenares de mazas como aquella. La imaginación de Pérez de Ayala, alpino honorario, termina de adornar la historia. El hallazgo de aquellas porras singulares se habría producido “en ciertas profundas cavernas”. De su uso no se podía tener dudas, pues había manchas de sangre en ellas. Ninguno de los expedicionarios españoles aludirá siquiera al desastre de Caporetto. Azaña estuvo en Italia pocas semanas antes de la ofensiva austríaca. Las crónicas de su viaje se interrumpen justamente con el desastre italiano. Ocupado como estaba en mostrar, en admirar más bien, la holgura, robustez, inspiración, facilidad –todos los elogios son suyos–, el perfecto dominio que sobre la guerra tenían los italianos, el mentís era demasiado evidente. Da la impresión que nuestros excursionistas sabían de antemano lo que iban a encontrar; que la proclamada iniciación –bautismo sin sangre– era ficticia. Ellos venían a alabar y maravillarse por unos logros que comparaban ventajosamente con el atraso de la triste y espaciosa España. O bien, como il professo professore re Uñamucco, a confirmar una idea providencialista de la historia, la eficacia redentora del dolor: “me dolía oírles hablar el año pasado, antes de la catástrofe de Caporetto, que limpia el alma nacional de torpezas imperialistas, o mejor austriacantes, me dolía oírles hablar con desdén de las nacionalidades pequeñas. Hablando de Grecia, de Serbia, decían invariablemente: c´ è finito. Al fin han reconocido su error” (Iberia, 28 sept. 1918). Guerra de papel
La guerra vicaria que libraron los intelectuales españoles fue, en buena parte, una guerra de papel. Una guerra –negro sobre blanco– hecha desde las columnas de los periódicos y revistas españolas, La mayoría de ellos eran periodistas de profesión o bien, como el caso de Unamuno, obtienen parte de sus ingresos de las colaboraciones periodísticas. La prensa española era familiar, de partido; sus tiradas eran cortas, comparadas con la prensa europea y algunos diarios hispanoamericanos. A decir verdad, tampoco era muy limpia. La guerra afectó a la prensa de varias maneras: negativas unas, como el encarecimiento 35
LOS INTELECTUALES ESPAÑOLES ANTE LA GRAN GUERRA
vertiginoso del papel y la disminución de la publicidad, que representaba alrededor de la mitad del precio de venta. La repercusión positiva residía en el interés del público por el conflicto. En todo caso, el aumento de lectores no podía compensar el aumento de costes. Pero he aquí que se produjo el milagro. Durante la guerra no desapareció prácticamente ningún periódico. Lejos de ello, se crearon otros nuevos: El Día, La Nación, El Sol , El Fígaro; se revitalizaron otros como El Parlamentario o España Nueva, que eran antiguos periódicos “sapos”, y hubo una insólita floración de semanarios: España, Los Aliados , La Razón, Los Comentarios , Renovación, etc. nunca habían estado los quioscos españoles tan abarrotados como entonces. El milagro de que la prensa española se mantuviera y prosperase tanto entre 1914 y 1918 sólo se explica por la financiación oculta que recibieron de las naciones contendientes. Directores de diarios, periodistas bohemios, formaron el contingente principal de la aliadofilia. Algo parecido, aunque en mucha menor escala, puede decirse de sus antagonistas germanófilos. Los dineros aliados empezaron a circular muy pronto. Los madrugadores fueron las compañías que explotaban recursos españoles. Según los informes ingleses, estas compañías habrían empleado selectivamente cinco millones de pesetas en el primer año de guerra, subvenciones que se disfrazaban como publicidad impresa. Tenemos noticia de una relación estrecha entre la Río Tinto Co. y el diario El Mundo. Las compañías Peñarroya y RCAM, de capital francobelga, emplearon entre el 15 de enero y el 19 de marzo de 1918, 688.975 pesetas en subvenciones a políticos y periodistas; políticos entre los que destacaba Alejandro Lerroux. También intervinieron pronto las embajadas que, al menos desde 1915, proporcionaron subvenciones regulares a la prensa española. Los Ministerios de Exteriores tardaron algo en organizar agencias especializadas, como la Maison de la Presse francesa, o en poner en planta una red de agentes y delegados destinados a los servicios de propaganda. Puede decirse que los servicios ingleses y franceses estaban ya configurados en la primavera de 1916, al cuidado respectivamente de John Walter W alter y Leon Rollin, buenos conocedores del mundo periodístico español. Una tercera forma de financiación, nada desdeñable, es la que llevaron a cabo las comunidades de residentes en España, coordinadas a veces por los respectivos cónsules. Es el caso de la revista Iberia , 36
subvencionada enteramente con fondos de los residentes franceses en Barcelona; o del periódico Las Noticias , sufragado por la colonia franco-inglesa de Las Palmas. A consecuencia de esta masiva intervención, los grandes diarios españoles El Imparcial , El Liberal , La Epoca, La Correspondencia de España gozaron en distinta cuantía de aportaciones aliadas; ello sin contar con las que procedían del fondo de reptiles del gobierno español. También fueron subsidiados los diarios provinciales y de partido: El Diario Universal , El País , El Diluvio, La Voz de Guipúzcoa, El Mercantil Valenciano, El Cantábrico. Los subsidios podían llegar bien a través del suministro de noticias, fotografías o caricaturas, bien de artículos directamente redactados por los servicios de propaganda; ya por adjudicación de la publicidad, ya por asignaciones mensuales. Sólo en un caso se dio el control completo de un periódico, El Parlamentario, dirigido por Luis Antón del Olmet; un bohemio de guante blanco, maurista, datista, germanófilo hasta 1915 y luego agente muy estimado por los ingleses, siempre al servicio del mejor postor, dando bandazos siempre por lo que llamaba “los azares del vivir”. También existieron asignaciones directas a periodistas, como Luis Bello, Salvador de Madariaga o Luís Bagaría; o subvenciones para gastos de edición o compra de libros y folletos: Dos ideales políticos de Luis Araquistáin, para la Biblioteca Corona de Pérez de Ayala, En desagravio , del carlista Melgar; Un español prisionero de los alemanes de Valentín Torras, o los cien mil ejemplares del manifiesto de la Liga antigermanófila. Maeztu, Unamuno, Araquistáin, Pedro Salinas, tradujeron o prologaron obras de Toynbee, Chesterton, Durkheim para las casas editoriales Bloud y Gay o Nelson. Los aliados tomaron a su cargo varias revistas, entre ellas España, primero los ingleses, luego franceses, italianos e incluso los belgas a través de directas entregas de dinero o suscripciones. En febrero de 1917, los servicios de propaganda franceses gastaban 135.000 pesetas al mes en la prensa española. Los ingleses, más parcos o me jores admini administrad stradores, ores, dedi dedicaban caban en las mismas fechas 32.000 pesetas. mensuales en subvencionar a ocho periódicos; pero hicieron importantes desembolsos para renovar la maquinaria de La Correspondencia de España, o auspiciar las operaciones barcelonesas que afectaron al cambio de propiedad de La Tribuna y El Día Gráfico (“A short report...” y “The press”, FO, 395/117 y 321/16009). Incluso los
italianos destinaban una pequeña cantidad, 14.000 pesetas. mensuales, para gastos de propaganda. “El año que acabó –1915– ha sido el más próspero de todos”, escribe Unamuno a Matilde Brandau de Ross: “Mis asuntos van bien. Tengo todo el trabajo que necesito”. Como es sabido, eran muchas y constantes las inquietudes pecuniarias de don Miguel. La familia numerosa, los estudios de los hijos, los gastos que suponía la redención del servicio militar. La situación fue desahogada en los años de la guerra. Las colaboraciones periodísticas aumentaron: a las ya habituales de El Imparcial de Madrid, La Publi Publicidad cidad de Barcelona y La Nación de Buenos Aires, se unieron las del diario El Día y las revistas España, La Semana e Iberia. Hubo meses en que salió a quince artículos. Su campaña aliadófila le sirvió para ser más y mejor conocido en otros países. En 1916 llegaron propuestas de traducciones al francés. En italiano andaba ya la mitad del Sentimiento trágico. A otro corresponsal le dice: “la actitud franca que he tomado en esto de la guerra me ha servido de no poco” (Epistolario americano, Salamanca, 1996). El caso de Unamuno se parece a los de otros intelectuales españoles. Quizá tenga algunas peculiaridades. Una es la manera en que cohabitan en don Miguel la prédica milenarista y una escrupulosa contabilidad; la íntima tragedia y la cuidadosa planificación de su carrera literaria, el afán de sinceridad y el artificioso cultivo de una imagen de perseguido. Otra es que una parte significativa de esos artículos fueron publicados en El Día, diario fundado bajo la inspiración de Niceto Alcalá Zamora; un diario de orientación francamente germanófila. Unamuno conocía perfectamente la significación de este diario. De hecho, reservará para él las colaboraciones que trataban de política interior española; su animadversión al conde de Romanones se sumó por paradoja a la campaña desencadenada por la prensa partidaria de Alemania. Sus colaboraciones, iniciadas en 1916, se prolongaron hasta el verano de 1918, pocas semanas antes del armisticio y, se supone, en el momento en que F. Melgarejo, gerente de El Día y de otras publicaciones germanizantes como La Nación , o su director nominal, Gómez Hidalgo, dejaron de recibir las subvenciones alemanas a través del Banco Alemán Trasatlántico. Los nombres de Melgarejo e Hidalgo, miembros del hampa periodística, aparecen a menudo vinculados a los hermanos Mannesman, financieros alemanes; a los Mannesman se dirigieron desCLAVES
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pués de la guerra los trabajadores del periódico en quiebra. Que sepamos, Unamuno no hizo referencia a la manera en que podían conciliarse su exaltada aliadofilia y los comentarios en un órgano tan señalado como El Día. El panorama de la aliadofilia española es más complejo que la genérica adscripción al liberalismo y a las izquierdas: republicanos, socialistas, intelectuales; la que se llamaba a sí misma España nueva o España vital. Lo mismo cabría decir de la germanofilia con respecto a cualquiera de los mismos que suelen oponérsele: militarismo, autoritarismo, clericalismo, etc.; la vieja España en resumen. Hubo una minoría de intelectuales germanizantes, José María Salaverría, Jacinto Benavente, Ricardo León o Pío Baroja, por motivos disparejos, ya el nacionalismo, el futurismo, o la admiración por la ciencia alemana. Baroja veía en el triunfo de Alemania nada menos que la derrota del catolicismo. En el campo germanófilo formaron republicanos como Soriano y su periódico Es paña Nueva. En cambio, miembros de la aristocracia como el duque de Alba, Alcalá Galiano o el marqués de Valdeiglesias con el influyente diario conservador La Epoca, formaron entre los aliadófilos. Por lo que toca al ejército, no es lo mismo La Correspondencia militar que Ejército español , subvencionado este último por los ingleses. Misiones militares españolas visitaron como observadoras unos y otros frentes. El general Berenguer, por poner un caso, hizo gala de simpatías aliadas. La aparición de las Juntas de Defensa en junio de 1917 introdujo nuevas divisiones entre los militares. También el carlismo se dividió ante el conflicto: Francisco Melgar y el propio don Jaime, por no citar a Valle Inclán, se decantaron por el bando aliado; El Correo español , del lado germano. Entre los liberales dinásticos se produjo una escisión. El conde de Romanones inició gestiones diplomáticas para la entrada de España en la guerra, entre febrero y marzo de 1917, y ello le costó sin duda la presidencia del Consejo y la jefatura del partido. Alcalá Zamora era favorable a los imperios centrales. A su vez, Antonio Maura defend defendió ió la neutrali neutralidad dad de España en resonantes actos públicos, pero las reacciones de sus oyentes, aplaudiendo los párrafos menos favorables a Inglaterra y a Francia, demuestran que el maurismo era germanófilo. La jerarquía católica, a través de su diario oficioso El Universo, muestra posiciones bastante matizadas. Las misiones católicas de propaganda, encabezadas por monseñor BauNº88
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drillart y Jean Gaillard a lo largo de 1916, se hicieron eco de la buena acogida que recibieron en España y del funcionamiento de varios comités católicos de propaganda. Publicistas católicos como Severino Aznar o Salvador Minguijón simpatizaron con los aliados. El PSOE pasó de una condena global de la guerra capitalista a una neutralidad que unas veces se decía “idealmente intervencionista” y otras no era tan ideal: “El pueblo español expresa más que su deseo, su decisión de incorporar en la realidad nacional el espíritu revolucionario de la guerra guerra”, ”, así celebró El Socialista el mitin de las izquierdas; aún así una minoría representada por Saborit, García Cortés o el doctor Verdes Montenegro mantuvo su condena de todos los beligerantes. Hasta los anarquistas se dividieron entre aliadistas como Federico Urales y germanistas de conveniencia, en Barcelona sobre todo, que no dudaron en aceptar alguna que otra subvención alemana para sus propósitos subversivos. El nacionalismo catalán, las izquierdas catalanistas catalanistas sobre todo, demostró una francofilia estridente; pero su ideal, su sueño quizás, era una Cataluña libre no una España renovada; su ideal era ilustrado por los artículos y dibujos de Iberia, que cantaban las virtudes de la raza (los de Rovira y Virgili), elogiaban a los voluntarios catalanes como núcleo de un futuro ejército liberador o vestían a Joffre –catalán del Rosellón– con la barretina, cierto adminículo cortante en la mano, y la leyenda bon cop de falç . En síntesis: más que dividirse en dos bandos, España apareció en los años de la gran guerra como una nación políticamente fragmentada; con divisiones que pasaban a través de partidos y organizaciones. La aliadofilia de los intelectuales, sin embargo, interpretó la guerra europea a la manera valleinclanesca, desde una estrella; y bien pudiera decirse lo mismo en lo tocante a la política interior española. Los gobiernos conservadores o liberales, lo mismo Eduardo Dato que Romanones o García Prieto, se mantuvieron como pedía Azaña, fieles a sus compromisos internacionales. La neutralidad española fue harto benevolente para los aliados. Y así lo interpretaron las diplomacias de Francia, Inglaterra e Italia. España desempeñó un papel importantísimo (así lo califican los informes técnicos franceses), aún por evaluar, en el esfuerzo de guerra realizado en el frente occidental: materias primas como plomo, hierro, piritas, tungsteno y otros minerales; fuerza de trabajo ( 200.000 personas en 1917), uniformes, animales de tiro, armas y cerca
de tres mil combatientes fueron a parar exclusivamente a Francia (Guerre 14-18, Espagne, vol. 483). La pretensión de convertir la propaganda aliadófila en agitación republicana o socialista (esa “bendita” guerra civil por la que suspiraba Unamuno) fue desaprobada con energía por la diplomacia y los agentes aliados. Huelgas como la de 1917 ponían en peligro el esfuerzo de guerra, cosa mucho más valiosa para los países combatientes que las disputas internas. Los aliados consideraron que la continuidad de la monarquía era garantía de estabilidad política. Además, de haberse llevado a efecto el intervencionismo más o menos solapado de los intelectuales españoles, su envidia de la guerra ajena, lo probable es que ello hubiera significado menos la guerra civil y la caída de la monarquía que la descomposición del Estado español. Manuel Azaña fundaba su conferencia sobre los motivos de la germanofilia en argumentos morales de gran pureza, en la democracia, la justicia o la conciencia universal. Lo mismo hará Unamuno con su defensa de la libertad humana, o sus apelaciones a la civilización cristiana y occidental. La política, decía Azaña, era otra cosa. La política no se hacía desde el Ateneo. Tampoco debía hacerse, decimos nosotros, desde los mitos y reconcomios del ex rector de Salamanca. Antonio Machado acuñó en esta época una frase celebre: “no pueden las ideas brotar de los puños”. Algo que ni Azaña ni Unamuno, sobre todo Unamuno, debieron olvidar jamás. n
Nota bibliográfica
El lector interesado puede encontrar las referencias sobre la actitud de los intelectuales europeos ante la Gran Guerra en: M ARIO ISNENGHI: Il mito della Grande Guerra, Bolonia, 1989. J.J.BECKER , STEPHANE A UDOIN UDOIN-R OUZEAU OUZEAU : Les sociétés européennes et la guerre de 1914-18, París, 1990. NNE R ASMUSSEN: Au CHRISTOPHE PROCHASSON, A NNE nom de la patrie. Les intellectuels et la premiére guerre mondiale (1910-1914); París, 1996
P AUL FUSSELL: The Great War and modern memory , Londres, 1975. R OLAND OLAND STROMBERG: Redemption by war, Kansas, 1982. P AUL A UBERT UBERT: “La propagande etrangère en Espagne pendant la première guerre mondiale”, en Españoles y franceses en la primera mitad del siglo XX,
Madrid, 1982.
Javier Varela es profesor de Historia del Pensamiento Jovellanos nos y La muerte del rey. Político. Autor de Jovella 37
ANTE LA TREGUA DE ET ETA A Una reflexión criminológica y victimológica ANTONIO BERIST BERISTAIN AIN
A los ciuda ciudadanos danos de Ermua, Ermua, en homenaj homenajee agradeci agradecido do por su su impar impar ciudad ciudadanía anía respo responsabl nsablee ante la macrovi macrovicctimación terrorista de ETA, ante el bestial asesinato de Miguel Ángel Blanco.
l hacerse pública la tregua de ETA, el 18 de septiembre de este año 1998, comprendí que se inicia una época nueva, y decidí dedicar estas páginas, con profundo afecto, a las víctimas directas e indirectas indirectas de ETA: ETA: las ochocientas diez asesinadas y muchas más, en el País Vasco y en toda España. Y también, pero en tono distinto, a sus victimarios. A ellas y a ellos, con la esperanza y la ilusión de que empiecen a convivir y trabajar juntos, unidos -pero no confundidos-, conscientes de su cualidad de acreedores y deudores. Y de su insustituible protagonismo, partenariado, como recreadores de la ciudadanía fraternal. Estas víctimas ( a las que una vez más pido que en las tres capitales vascas se eri jan monumentos públicos que les honren perpetuamente) son ante todo acreedoras de que los victimarios les reparen los gravísimos daños que les han causado. Tienen derecho fundamental a su idemnización completa. Son también, aunque en grado menor, deudoras de alguna comprensión y de algún perdón hacia los autores de tan trágicos delitos de terrorismo. A estos victimarios, lógicamente, les considero obligados a reparar efectiva y totalmente a sus víctimas directas e indirectas. Pero, dada su inherente indestructible dignidad como personas (aunque ellos quieran, no la pueden aniquilar), también hemos de considerarlos merecedores de respeto e incluso de más o menos perdón , si cumplen determinados requisitos elementales. Ese perdón encuentra serios límites que ni el juez ni las víctimas pueden olvidar-superar . Como atinadamente escribe el jesuita José María Tojeira, Tojeira, ex provincial para Centroamérica: “el acusado y
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convisto debe dejarse perdonar. Reconocer su culpa, reparar, o estar dispuesto a reparar, en la medida de lo posible, el daño causado, y asumir algunas consecuencias de tipo penal precautorias, serían las condiciones que indicarían que la persona está dispuesta para el perdón. Y, por supues-
to, realizando este proceso ante la autoridad legítima” (Verdad justicia y perdón, en Eguzkilore, Revista del Instituo Vasco de Criminología, San Sebastián, Núm. 11, diciembre 1997, 251-265) Ojalá la tregua abra puertas nuevas en nuestro País Vasco: que nuestros centros CLAVES
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docentes intensifiquen (o inicien ) la pedagogía de la cultura de la paz, que ciertos medios de comunicación y determinadas judiciales superen el síndrome de Estocolmo para descubrir-describir la verdad. Por fin, que los corazones de todos se transformen en manantiales de poesía y música agápica. A. La libertad libertad aboca a la responsabilidad
Aquí y ahora nos preocupa el ciudadano libre-responsable hoy y mañana. Según Xavier Xav ier Zub Zubiri iri,, la per person sonaa es lib libre re sól sóloo cuando esa libertad la ejercita para vincularse en servicio de alguien y de algo. Por eso habla “de la libertad entendida como autodeterminación en el orden de lo moral” (231), y del poder de lo real que “vincula a los hombres entre sí”. Estas realidades nos sugieren dos imperativos categóricos s desde las ciencias que profeso: el co Derecho penal, la Criminología y la Victimología. El primero para propugnar que la ciudadanía responsable, ante la actual macrovictimación, mantenga en vigencia la responsabilidad penal, a pesar de las tendencias abolicionistas; y, por otra parte, para que, ante los graves abusos del Poder judicial de ayer y de hoy hoy,, introduzca radicales reformas humanitarias en el Derecho penal, iniciadas ya por el marqués de Beccaria y los Ilustrados. El segundo imperativo reclama que se logre una transformación binaria: que la ciudadanía se convierta en partenariado, con todo lo que puede implicar de nueva e innovadora fraternidad; y que las respuestas de la Administración de Justicia se formulen menos en sanciones privativas de libertad de los victimarios, y más en sanciones reparadoras/recreadoras de las víctimas, llevadas a cabo por los victimarios, en cuanto sea factible. A continuación comento brevemente estos dos temas. Nº88
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A. 1. El ciudadano obligado a responder ante el juez
“Haber fallado es la manera más intensa de comprender la responsabilidad –si uno es capaz de abrirse a ella plenamente y sin excusas– como responsabilidad de uno mismo”. Václav Havel (303). Todos sabemos que el ciudadano no está obligado a responder a las preguntas que le formule el juez y/o el fiscal; él puede guardar silencio. Pero no olvidemos que sí está obligado a responder de sus hechos delictivos. Con otras palabras, está obligado a llevar a cabo las “respuestas” (las sanciones, las restituciones, las reparaciones y las indemnizaciones) que le imponga el Juez. Al conocer, personalmente y por los medios de comunicación, las enérgicas y doloridas protestas de seis millones de ciudadanos en Ermua, en España y fuera de España (los días siguientes al asesinato de Miguel Ángel Blanco, el 12 de julio de 1997) contra la criminalidad organizada de ETA (y de quienes les apoyan, directa e indirectamente); al conocer los crímenes contra la humanidad en la ex Yugoslavia y en otros países, no podemos menos de proclamar que también en el siglo XXI la civilidad implica responsabilidad penal, implica que el ciudadano infractor merece sanciones por sus delitos. Ante el terroris terrorismo mo de ETA, muchas personas (sobre todo, en el País Vasco) se muestran partidarias de considerarlo como un mero conflicto más que como una criminalidad organizada terrorista que, además de aterrorizar a millones de personas, produce gigantescos injustos enriquecimientos económicos de los victimarios y las correspondientes ruinas económicas de las víctimas. Aunque parezca y sea absurdo, pocas fechas después del impar y universal grito contra el terrorismo de ETA, en julio de 1997, personas e instituciones (políticas, religiosas, etcétera) dignas de considera-
ción propugnan, públicamente, una negociación entre los de ETA y el Gobierno de Madrid, como si de un mero conflicto entre esas dos partes se tratase. No caen en la cuenta (o no lo dicen, por el síndrome de Estocolmo o por otros motivos más turbios) de que, sobre todo, hay otra parte –miles de víctimas directas e indirectas– y, de que se trata de una criminalidad que está aterrorizando a millones de personas desde hace muchos años. Está pisoteando los principios más elementales de la democracia, de la libertad y de la justicia. (Beristain, 1997, 2; 1998, 229 ss.). Algu Al gunos nos ar argu gume menta ntann que no de debe be considerarse delito porque emerge desde ciertas situaciones injustas históricas. (Algo similar pensaban miles de alemanes, en tiempo del nazismo hitleriano). Ignoran que los delitos, en general (principalmente los delitos contra la propiedad que llenan nuestras cárceles), emergen desde estructuras sociales injustas. Si tales innegables antecedentes pudieran aducirse como causa de justificación o de atenuación, las prisiones estarían vacías. Desde siempre, todos los países mantienen, reelaboran y aplican códigos penales que niegan tal vigencia exculpatoria a esas injusticias históricas. El hambre que sufrieron los abuelos ya fallecidos no permite que los nietos roben ahora. En nuestro caso, no cabe hablar del hurto famélico, faméli co, y se rechaza tajantemente la postura de quienes consideran al criminal “menos culpable que a la colectividad”; de quienes malinterpretan el principio de la responsabilidad universal compartida. Cada día resulta más carente de argumentos, más extraño y más perjudicial que en el País Vasco haya partidarios de que, si los miembros de ETA entregan las armas, se les debe amnistiar. La amnistía del año 1977 no puede repetirse 20 años después, por mil razones y también porque vivimos en circunstancias cuantitativa y cualitativamente distintas. 39
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Ante otras infracciones, muchas personas se plantean y resuelven el problema con más sensatez. Así, por ejemplo, los medios de comunicación coinciden en constatar que todos los ciudadanos consideran que los casos de pederastia que se han hecho públicos, recientemente, en Bélgica, en Sevilla y (julio de 1997) en Barcelona, deben sancionarse en y con el Código penal. Se duda y se discute si tal o cual persona ha realizado esos delitos (nadie los califica como meros “conflictos”) que se le imputan; pero no se duda que, si los cometió, debe cumplir la sanción correspondiente. Y debe reparar los perjuicios causados a las víctimas. Lo mismo y más se dice, lógicamente, de Pol Pot, el genocida de Camboya. Todos los ciudadanos proclaman que esas conductas merecen una sanción penal (y ésta debe ir acompañada con otras diversas medidas de política social, pedagógica, etcétera); que no es un mero conflicto; que no cabe amnistía, ni “negociación inter pares” con el Gobierno. Algun Al gunas as pe pers rson onas as qu quee se di dice cenn no abolicionistas, lo son en la práctica, engañados por una concepción errónea de la moral cristiana cristiana y cívica, como indica J. P. Morin (174). Por ejemplo, las personas e instituciones religiosas y caritativas y políticas de extrema derecha que ayudaron a huir de la policía y de la justicia a miles de antiguos Schutzstaeffel (SS), criminales de guerra como Mengele el siniestro médico de Auschwitz, Klaus Barbie, el verdugo de Lyon, Henri Muller el directivo de la Gestapo, etcétera. También se han dado casos similares, y se dan todavía hoy en el País Vasco, respecto a asesinos de ETA. Quizá este talante de ignorante anarquía seudocristiana o de preilustración encuentre su origen y su dinámica en el desconocimiento de la Aufklä Aufklärung rung y/o en algunos literatos; por ejemplo, en Gabriel Aresti, cuando escribe “defenderé la casa de mi padre contra la justicia”. Muchas personas leen estos versos al pie de la letra, sin descodificarlos, sin “ilustrarlos”, sin entender su simbolismo, sin saber que nuestra justicia, la humana, es algo pactado entre los hombres, necesario, y que hemos de respetar y cultivar. Podemos criticarla; pero, nunca luchar contra ella. A todos los ciudadanos, a unos más que a otros, nos compete afirmar la “amarga necesidad” de la sanción punitiva impuesta a través de un proceso respetuoso de las garantías jurídicas (E. Gimbernat). No cabe el silencio ante las voces que, acá y acullá, se oyen pidiendo la ley del “punto final” o la amnistía de los te40
rroristas si se comprometen a dejar las armas. El silencio ante casos extremos de criminalidad puede considerarse delito de comisión por omisión, delito de prevaricación. A eso se refieren los obispos católicos y los protestantes, de Alemania, cuando piden pública y repetidamente perdón por su comportamiento durante los años del nazismo, del holocausto, hitleriano. Como escribió Cicerón, ubi societas ibi ius, donde hay ciudad hay Derecho. Y, donde hay delincuencia hay Derecho penal. Pero, como veremos a continuación, éste debe reestructurar sus coordenadas vindicativas, debe respetar a todo ciudadano. A. 2. El juez obligado a respetar al ciudadano
El marqués de Beccaria no cayó en el extremo de negar la exigencia de la pena para los autores de los delitos, pero protestó contra el talante expiacionista de los sacerdotes y los jueces de los pueblos primitivos (primos hermanos de los terroristas de hoy) y también contra el sistema judicial inquisitorial y de las monarquías absolutas y del Derecho penal católico. Los herederos y superadores de la Ilustración rechazamos al juez y al magistrado que juzga y condena en nombre de Dios. Beccaria, ya en el año 1764, había criticado y rechazado con sumo acierto que el Código penal deba atenerse y someterse a los criterios de la Iglesia católica y de su jerarquía. (Ésta reaccionó con la condena pública de su persona y la prohibición de editar y/o leer su libro, incluido en el Índice hasta el Concilio Vaticano II). En cambio, Manuel de Lardizábal y Uribe, como sus coetáneos de la Real Sociedad Bascongada de los Amigos del País, por influjo negativo de la Iglesia católica española, se apartó del maestro italiano en este tema fundamental. (Nadie ha analizado detenidamente esta divergencia de tan funestas consecuencias y que, en cierto sentido, perdura hoy todavía, aunque larvado). Su excelente Discurso sobre las penas contrahido á las leyes criminales de España, para facilita faci litarr su reforma, reforma, publicado en 1782, sigue manteniendo la tradicional necesidad de acatar los criterios de la religión católica y romana. Como comprobación de la radical y triste diferencia en este campo entre Lardizábal y Beccaria, basta constatar que el italiano, en el capítulo segundo de su Dei delitti e delle pene niega textual y expresamente que la justicia humana “dimana de Dios”; en cambio, el español, en su capítulo primero, número 6, asegura, también expresa y textualmente, que el fundamento de las penas “dimana del mismo Dios”.
Todavía en los últimos años del siglo XIX, la Universi Universidad dad de Salamanca, mantiene esta lamentable doctrina de Lardizábal, esta anacrónica y trágica dependencia de la jerarquía católica. Las críticas escritas y las gestiones “políticas” del obispo de Salamanca, el agustino Tomás Cámara y Castro, contra la doctrina que expone en su cátedra el eminente profesor Pedro Dorado Montero llegan a conseguir que el decano de la Facultad de Derecho, el día 9 de junio de 1897, dicte un decreto por el que elimina a Dorado Montero del tribunal encargado de examinar a los alumnos de su asignatura de Derecho penal; y pocos días después, el lunes 14, le suspende de su cargo y de su sueldo de catedrático. Ésta tan desagradable efeméride concluyó parcialmente el día 18 por un decreto del rector, el profesor Mames, por el que tiene “a bien levantar la suspensión del catedrático de Derecho Penal, Pedro Dorado Montero, y reintegrarle en el ejercicio de su cargo”. (Berdugo Gómez de la Torre, Hernández Montes). He dicho que concluyó “parcialmente”, porque concluyó la sanción pero no desapareció la dependencia universitaria de la jerarquía católica: todavía por los años cincuenta, cuando yo estudiaba la carrera de Derecho en la Universidad de Valladolid, algunos libros de texto de Derecho penal estaban sometidos al control eclesial, al Nihil obstat, que podíamos leer en sus primeras páginas. En pocas palabras, proclamamos necesaria la justicia penal que faculta al juez, en cuanto éste representa a la ciudadanía, para imponer al delincuente la sanción que señala el Código penal. Pero, insistimos en que el magistrado está obligado a defender la autonomía del poder judicial (sin dependencia del divino y eclesiástico) y a respetar los derechos humanos de todas las personas. Más y especialmente de las víctimas. El Derecho penal debe permanecer. Pero, a diferencia del tradicional (que trataba de pecados y delitos), debe tratar sólo de delitos. De desvalores convertibles en valores personales y comunitarios. B. Dos utopías: el partenariado y la creatividad creatividad victimológica victimológica
En el umbral del tercer milenio, el ciudadano con sensibilidad humana, creadora, no puede permanecer instalado en los códigos penales del siglo XX. El panta rei de Heráclito le exige auscultar la nueva ciudadanía responsable, le exige intentar dos utopías: a) transformar la ciudadanía en partenariado, partenari ado, y el ciudadano en partenari partenario, o, b) transformar la responsabilidad ante el CLAVES
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juez en creatividad victimológica, en obligación de re-crear a las víctimas del delito. B. 1. Transformar la ciudadanía en partenariado y el ciudadano en partenario
“La mediación (ciudadanía) significa, fundamentalmente, que los conflictos se resuelven allí donde se crean y, en especial, una confianza en el hombre y para el hombre, pues como decía un filósofo de la ilustración lo que viene del hombre debe permanecer en el hombre” Esther Giménez-Salinass (212). ménez-Salina Como indica Wittgenstein, el nombre merece mucha más atención de lo que generalmente le concedemos. En el número 3.22 de su Tractatus Logico-Philosophicus leemos: “En la proposición el nombre hace las veces del objeto”. (Der Name vertritt im Satz den Gegenstand). Por tanto, si varía el objeto debe variar el nombre, la palabra. Actualmente, la crisis cósmica que modifica y amplía tan grandemente el “objeto” de la ciudadanía y del ciudadano reclama que cambien sus vocablos. A nuestra palabr palabraa “ciudadano” se le pueden atribuir cuatro raíces etimológicas en griego; demos ou: pueblo, conjunto de ciudadanos libres, como opuesto a aristócrata; etnikos e on: étnico, es decir, ciudadano en cuanto perteneciente a una misma raza, como opuesto a gentil; laos ou: nación, multitud, laico, como opuesto a religioso; hetairos ou: compañero, perteneciente a la ciudad, e integrado activamente en ella, como opuesto al delincuente desterrado. Nuestra mentalidad occidental hodierna sólo tiene en cuenta las tres primeras acepciones. Desde diversos puntos de vista, parece deseable atender también a la cuarta, que está en la base de la cosmovisión griega en cuanto cultura de la amistad, del compañero de trabajo, del colaborador, de quien forma parte activa de un todo, de alguna cosa más grande, sin implicar el riesgo de división o exclusión. Esta palabra (relativamente nueva) conlleva una innovadora realidad significativa que interesa a penalistas, criminólogos y victimólogos. Es un concepto muy fluido, de difícil definición (y traducción al castellano); por ejemplo, cuando Terrie E. Moffitt, de la University of Wisconsin, titula su artículo Partner Violence Among Young Adults. Aquí nos limitamos a una breve reflexión sobre sus posibles definiciones y sobre los nuevos contenidos que los estudiosos le pueden asignar, con especial referencia a la ciencia penal, criminológica Nº88
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y victimológica. Hoy sabemos, como propugna Paul Ricoeur, que la reflexión sobre el lenguaje, la hermenéutica, se convierte en algo más que la metodología de la exégesis, o sea, discurso de segundo orden aplicado a las reglas de la lectura del texto; concierne a la constitución del ob jeto como proceso de la palabra. palabra. Una definición abierta, elemental y/o provisional del partenariado puede formularse, a la luz de los especialistas, como el proceso por el cual dos o más personas naturales o jurídicas, conservando su peculiaridad, se ponen de acuerdo para en un tiempo determinado realizar alguna cosa que es más que la suma de sus acciones o que ellas no podrían hacer individualmente y que implica riesgos y beneficios que ellos comparten. En el ámbito de la criminalidad y sus controles, el partenariado conlleva una manera de superar las diferencias, un saber estar y convivir con los distintos, con los excluidos, con los marginados. El partenario es, a la vez, el que invita y el invitado, el anfitrión y el huésped; él inicia la labor, pero después los otros se sienten coautores, no meros colaboradores. El partenario quiere lo que Unamuno, en su novela Paz en la guerra, dice que quería su don Miguel: “el campo en las calles, la romería cerca, al arrimo de la villa” (Unamuno, 127). Si lo cultivamos con imaginación y con tino, el partenariado puede abocar a innovaciones enriquecedoras en las modernas crisis sociales y, especialmente en los problemas penitenciarios y en los de los infractores juveniles, pues procura una forma de acercamiento desde lo alto hacia lo de abajo, y desde abajo hacia lo alto, desde lo local a lo nacional e internacional, y viceversa. También en el campo policial, como se aprecia en la Policing Research and Evaluation: Fiscal Year 1997, del National Institute of Justice, que informa de “types of partnerships… Public Safety Partnerships and Community Policing… Initiated Police-Researcher Partnerships… Partners in Policing…”, etcétera. Aparece, a veces, como una especie de mediación (tan necesaria hoy día) y de solidaridad, como un reparto nuevo del poder y de la jerarquía, en un espacio y un tiempo determinado con miras a modificar, conjuntamente, de común acuerdo, las relaciones individuales y colectivas. No es de extrañar que Christine Lazerges escriba: “C’est ainsi que les médiations pénales opérées dans les Maisons de justice et du droit de Lyon (antennes décentralicées et partenariales du tribunal”… “Les médiateurs ils sont bénévoles et mem-
bres d’une association de médiation pénale dont les deux présidents sont les partenaires directes du parquet” (189).
Con la voz partenariado se evoca la conjunción de diferentes actores (los excluidos, los voluntarios y sus organizaciones, los profesionales, los elegidos, la administración pública, los sindicatos, las empresas y, no menos, los ciudadanos), de diversas dimensiones (sociales, económicas, políticas) de múltiples sectores (financiero, sanitario, religioso), alrededor de planes integradores de desarrollo (Estivill, 58; Zay, 22). Cada día aparece más fuerte la necesidad de aprender a cohabitar en una dinámica conflictiva que acepte las diferencias y multiplique las fórmulas de negociación. Urge crear estructuras permanentes de partenariado en el ámbito local, regional, nacional y transnacional. La Commission des communautés européennes, de la Unión Europea, ya tiene conciencia de esto, como se patentiza en su Libro Verde, en los Seminarios Delors, de abril 1992 y junio 1993, en las iniciativas “Now”, “Horizont”, “Euroforum”, en los programas “Ergo II”, “Helios II”, etcétera. B. 2. El partenariado re-crea las víctimas del crimen. Real Decreto, de 18 de julio de 1997
“La democracia no consiste solamente en respetar los derechos iguales de los ciudadanos, porque los ciudadanos no son un fruto natural de la tierra que brota espontáneamente sin más ni más. La democracia tiene que ocuparse también de crear los ciudadanos…” Fernando Savater (174).
Cada juez tiene doble responsabilidad: como ciudadano y como representante de todos los ciudadanos. El juez debe auspiciar el futuro, y caer en la cuenta de que esa doble responsabilidad evoluciona cada día y le obliga a una transformación profunda de sus criterios y de sus quehaceres: tiene que estudiar y elaborar respuestas nuevas, más humanas, a los delincuentes; respuestas alternativas a la privación de libertad y que intensifiquen la reparación a las víctimas. Mejor dicho, que logren la recreación de las víctimas, llevada a cabo, principalmente, por los victimarios en cuanto sea factible (que puede llegar a cotas muy altas). Según indican eminentes victimólogos, como McElrea, Waggoner y otros, no hay readaptaciónni reeducación, ni resocialización social del delincuente si éste no se compromete a la reparación y re-creación de sus víctimas. Para lograrlo, han de programarse diversas estrategias teóricas y legales. 41
A N T E L A T R EG U A D E ET A
Entre las teóricas, una de las primeras es redefinir la Criminología de manera que, sin dejar de ser una ciencia, sea también un “arte”; es decir, algo que supera la metodología lógica y sistémica de las ciencias, algo que llega a lo metarracional, con una fuerte dosis creativa, en sus medios y en sus fines. La Criminología busca la verdad racional y la razonable; pero también busca otra verdad, otra justicia y otro amor. Cuando se trata de lo criminológico científico también se debe tratar de lo criminológico poético, de lo criminológico artístico y de lo criminológico simbólico. Recordando a san Juan de la Cruz, se puede decir que habla mal de las entrañas de la Criminología quien no lo hace con entrañable Criminología, ya que el lenguaje acerca de lo radical de la Criminología debe llegar más allá del lenguaje, pues todo crimen oculta y desvela un misterio. Todo criminal es “urdimbre de carne y espíritu”; toda víctima es “confín de carne y sueño”. Desde la perspectiva de la Criminología como ciencia y como arte, su objetivo llega mucho más adelante que a la clarificación lógica del crimen; llega hasta la atención médica, psicológica, económica, etcétera, de las víctimas; hasta su transformación creativa. A la luz de la moderna Antropología, teniendo en cuenta la dimensión y energía renovadora de todo lo humano, se comprende a quienes propugnan que la naturaleza y la existencia del hombre le exigen esencialmente desarrollar su capacidad de autotransformación y autorrenov autorrenovación. ación. “L’évolution humaine est un processus de maximisation de l’improbable” (A. Gehlen, D. Szabo, 37; Beristain, 1994, 346).
El criminólogo, consciente de que el estiércol puede transformarse en gladiolos, adopta como misión suya, no sólo la “readaptación “reada ptación social del delincuente” sino más aún: la re-creación abierta de las víctimas. Pretende cumplir el artículo primero de la Declaración Universal de los Derechos Humanos cuando proclama que “Todos los seres humanos… deben comportarse fraternalmente los unos con los otros”. Pretende que se haga realidad la oración de François-Marie Arouet, más conocido por su seudónimo Voltaire, antiguo alumno del colegio de jesuitas “Louis Le Grand”, en su Traité sur la tolérance (1763), cuando suplica al “Dios de todos los seres, de todos los mundos, de todos los tiempos, … ¡Ojalá que todos los hombres recuerden que son hermanos!”. Pretende transformar el dolor de las víctimas en valores nuevos de mayor fraternidad. 42
En cuanto a las estrategias segundas, las legales y jurisprudenciales, en España se ha dado un paso importante hacia adelante con el Real Decreto de 18 de julio de 1997 por el que se aprueba el Reglamento de ayudas y resarcimiento a las víctimas de terrorismo. Mejora todo tipo de ayudas (que, aunque el legislador no lo diga, son debidas en estricta justicia), y pretende que las personas afectadas o sus familiares puedan volver al entorno social en el que desarrollaban sus actividades. Por desgracia, en el País Vasco, mientras no cambie radicalmente el ambiente y la mentalidad (y ambigüedad) de muchas personas políticas (y religiosas), numerosas víctimas y familiares no pueden volver al entorno social en el que vivían anteriormente. Por desgracia, el nuevo Código penal español olvida toda forma de tratamiento a las víctimas (De la Cuesta, 724). C. La nueva responsabilida responsabilidad d partenaria sin “culpabilidad “culpabilidad””
De lo anteriormente indicado se puede deducir que, entre otras conclusiones: – el partenario desea integrar la aldea en y con la ciudad, para mutuo enriquecimiento de sus valores; – esta integración se enraíza en una cosmovisión innovadora de responsabilidad fraternal y solidaria, sin culpabilidad ni reproches teológicos, aunque sí con reproches de ética cívica; – lo estatal, así como “lo multi y supranacional”, admite y fomenta también el protagonismo del ciudadano y sus organizaciones no gubernamentale gubernamentales; s; – el partenariado facilita la transformación del individuo en ciudadano de la aldea global (Fernan (Fernando do Savater). Esta deseada simbiosis planetaria presupone y/o aboca al pacto ilustrado de la justici just iciaa huma humana na (no div divina, ina, ni “por la gracia de Dios”), centrada en lo personalsolidario y su inherente responsabilidad (sin la “culpab “culpabilidad” ilidad” tradicional), creadora y re-credora, que establece normas legales preventivas más que retributivasretributivas-resrestauradoras. El partenariado procura que el poder y el liderazgo en los grandes centros de población no no sea únicamente únicamente público público sino que deje amplio espacio y protagonismo al sector privado en todas las líneas de actividad, no sólo en la empresarial sino incluso también en la espiritual (primacía del laicado), en la estatal, en la docente (universidades privadas), en la judicial (el juradoo de escabi jurad escabinos) nos) y la penit penitenciar enciaria. ia. (Las cárceles privadas son tema de estudio en el Consejo de Europa y en la Sociedad
Internacional de Criminología). Otro ejemplo: que el Ministerio de Justicia admita un protagonismo mayor de la Asociación de las Víctimas del Terrorismo. El tercer milenio comienza colocando en el centro de la ciudad al “partenario/a del mundo”, nunca culpable, pero siempre responsable. Para responder, escucha al otro; le respeta y se une a él; ambos dan a luz algo nuevo. n
[Estas páginas, escritas en agosto de 1997, resumen mi ponencia oral, en la Universidad de Salamanca (“Quinta Jornada Internacional” de la Fundación Aquinas, de Washington), presidida por su rector, profesor, Ignacio Berdugo Gómez de la Torre y por el director de la Fundación, profesor Szabo, de la Universidad de Montreal.] Bibliografía
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de Criminología de San Sebastián. CLAVES
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S E M B L A N Z A
JOVELLANOS JOVELLANOS EL REBELDE TRANQUIL TRANQUILO O JUAN LUIS CEBRIÁN
uando, en mayo del año pasado, dediqué mi discurso de ingreso en la Real Academia Española a don Gaspar Melchor de Jovellanos, existían muy concretos motivos para ello. El primero de todos, según tuve ocasión de explicar, el hecho de que el sillón “V” mayúscula, que me honro en ocupar hoy, sirviera de asiento en su día a dicho ilustre personaje. Pero semejante circunstancia resultaba más que nada un pretexto, aunque muy oportuno, para traer a colación el pensamiento y el ejemplo de uno de nuestros grandes ilustrados, precisamente en momentos en que la vida política y social española se veía aquejada de antiguas y crónicas enfermedades. Sus síntomas perviven, por desgracia, entre nosotros y son indicio de que los viejos y familiares fantasmas de los españoles siguen vigentes y prestos a visitarnos de nuevo. Pocos meses antes de pronunciar el citado discurso, había dictado también una conferencia sobre El problema de Es paña, ( publicada publicada en el número número 84 de esta revista), con el título Europa y los nacionalismos. En ella trataba de alertar acerca de la entronización del odio político como arma común entre nosotros, y de la división profunda y preocupante que se detectaba en nuestro cuerpo social, consecuencia directa de determinadas prácticas de nuestros gobernantes, que desdecían y desdicen del espíritu de concordia que había caracterizado la llamada Transición. Nos enfrentamos a la resurrección de las dos Españas en muchos y diferentes escenarios: la del Centro
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Jovel lanos
y la Periferia; la acusada como responsable de la corrupción y el crimen de Estado y la que se mira a sí misma con autosatisfacción arrogándose el derecho de expandir carnets de honradez y democracia; la de consenso y la de la arbitrariedad; y tantas otras dos Españas, tantas fracturas sociales como podemos imaginar. Pensaba yo entonces, y sigo pensando hoy, que no estaba de más traer a colación el ejemplo de un español como Jovellanos, por si en algo pudiera ayudarnos a la reflexión sobre nuestros más acuciantes problemas y a la puesta en marcha de las soluciones tendentes
a erradicarlos. En efecto, don Gaspar es uno de los primeros intelectuales de nuestra historia, en el sentido moderno del vocablo: el que atribuye a esa condición no solo la facultad de diagnóstico y comprensión de los hechos, sino la voluntad de incidencia en los mismos. Actitud más que rara en los tiempos que corren, en los que la moda al uso es la adulación al poder o la fuga de las responsabilidades públicas. Un intelectual es siempre un inconformista, y don Gaspar lo fue en gran medida, por lo que pagó un precio considerable. Hoy parece que no son ya muchos los dis-
puestos a imitar su ejemplo, sabedores sin duda de los riesgos que eso habría de comportarles. Pero son, en cambio, muchos los vociferadores, y arman tal ruido que apenas es posible distinguir sus requerimientos. La Memoria que presenté a mis colegas de la Academia versaba sobre tres aspectos concretos de la obra del polígrafo asturiano: su definición frente al universo femenino, sus consideraciones acerca de los espectáculos públicos y sus intentos de publicar un periódico económico. Pero sirvió para que me adentrara, con decisión y sosiego, en la lectura de una gran parte de la obra de Jovellanos que, a excepción de su Informe sobre la Ley Agraria, era hasta entonces casi desconocida para mí. Descubrí así las múltiples facetas del pensamiento de un español cuya influencia principal en mi vida había provenido, hasta la fecha, de la mirada transparente y sagaz con que Goya lo retrata. Esa especie de descaro intelectual, con el que observa desde el lienzo a cuantos lo contemplan, rezuma melancolía. Es un personaje al borde de la infelicidad, pero no sugiere tribulación alguna. Ese famoso retrato de don Gaspar, apoyado el codo izquierdo sobre la mesa de trabajo, permitiendo a su cabeza reposar en la misma mano mientras la diestra sostiene un billete escrito, nos transmite la curiosidad y el cansancio de alguien muy cercano a alcanzar la sofrosine griega, lo que podríamos llamar el equilibrio o, más modernamente, estar a bien con uno mismo. Con uno mismo y con nadie más, desde luego, según puede apreciarse en la coCLAVES
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A su lado se ve el pálido miedo, / la piosa producción literaria que encogida encog ida pobreza, / y la ignora ignorancia ncia y esnos legó, y que da cuenta de uno pereza / y la ignorancia ignorancia audaz de lo fracasos vitales más reso- tólida pereza que con el dedo dedo / señala a pocos pocos sanantes de nuestra historia, sólo bios / y con risa risa brutal cierra cierra sus lalacompensado, y sólo en parte, bios… por el tributo de la posteridad. Los talleres talleres desierto desiertos, s, del arado arado / Tantas consideraciones prearrumbado arrumba do el oficio, / El saber sin estima, vias son para explicar únicaen trono el vicio, vicio, / la belleza belleza a la puja, mente un par de cosas. La pri- Marte airado, sin caudillo las tropas… mera, que no soy un jovellanista al uso, sino sólo un lector ¿Tornan, señor, los tiempos de don aplicado de Jovellanos por mor Opas? / ¿En esto había de parar mi glode una casualidad concreta. No ria? / ¿Mi fin ha de ser éste? / ¿Y falsías, hambre, y peste / los postrime pidan, entonces, precisiones y guerra, y hambre, meros fastos de mi historia? que no sé, ni condiciones que no tengo. Limítense a ver en mí un aficionado al personaje, al Al comen comentar tar estas estro estrofas, fas, que por otra parte considero co- pertenecientes a la oda Manimo ejemplo memorable de que festación festac ión del estado de España España,, el genio español no está com- bajo la influencia de Bonaparte, puesto sólo de pan y toros. La en el gobierno de Godoy, Fransegunda, que el conocimiento cisco Ayala1 indica el probable de su figura y sus escritos son estado de ánimo de Jovellanos hoy de una gran pertinencia, desde mucho antes de que fuehabida cuenta de las circuns- ra escrita: ha perdido la ilusión. tancias culturales y políticas de Pero no debido a su personal nuestro país. Es difícil encon- desdicha ni a los avatares que le trar mentes lúcidas como la su- atañen, sino a la observación ya; y mucho más difícil aún to- que hace de los sucesos espaparse con alguien de su hones- ñoles. tidad y coherencia. No voy, Va a poner todo de su parte”... “papues, a descubrir nada que no se ra llevar a la práctica, como ministro, sepa sobre él, ya que no he rea- sus ideas de reforma; tiene talento, calizado investigación que lo per- pacidad, designios claros; lo que no tieya es ilusión. Prevé el fracaso de su mita. Trato sólo de aprovechar ne gestión, porque ha percibido el drama algunas especulaciones sobre los que se está desarrollan desarrollando do en la opinión sucesos de su tiempo para me- pública española, y ha medido bien su jorar el que a nosotros nos ha tremendo alcance. Sabe que la política tocado vivir. Pretendo luchar ilustrada, siempre en duro forcejeo concontra la resurrección de un pa- tra las fuerzas tradicionales, ha perdido la muerte de Carlos III su apoyo sado persistente y terrible, que con institucional: abierto el trono a la inepmereció la descripción ardiente cia y el vicio, de la inepcia y el vicio se de la pluma del propio Jovella- aprovechan ahora esas fuerzas a ciegas nos, cuando entona su elegía para extirpar del Estado aquella idea popor España en los que son, sin lítica, ¿y quien podría resistir un empu je en tales condiciones?. condiciones?. duda, sus mejores versos: Mas hoy, triste triste llorosa llorosa y abatida, abatida, / de todos despreciada, despreciada, / sin fuerzas fuerzas casi al empuñar la espada / que ha sido en en otros tiempos tan temida… Nº88
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1 Francisco Ayala, Jovellanos en su centenario, publicado por el Ayunta-
miento de Gijón, 1992.
Naturalmente la España de la racionismo con las fuerzas invaépoca para nada es comparable a soras que, de una u otra forma, la de nuestros días y cualquier representaban la nueva cultura. intento de equipararlas consti- Jovella Jovellanos nos supo supo,, empero, empero, comb combiituiría un abuso. ¿Pero no pode- nar con decencia su doble condimos encontrar, al menos, ecos de ción de iluminado o aluminado, la arrogante ignorancia que Jo- partidario de las luces que llegavellanos denunciara en el poder, ban de Francia, y su convicción en algunos de los sucedidos de de patriota a machamartillo machamartillo.. Son nuestros días? ¿No reconocemos muchos y muy elocuentes los dade nuevo a las fuerzas de la tradi- tos que ponen de relieve la calición luchando opacamente con- dad de ilustrado de Jovellanos tra el progreso en tantas y tantas –con toda la carga intelectual y manifestaciones de la goberna- política que el término encierra–. ción del Estado? Por culpa de los Su inmensa cultura y su enorme errores, y de los delitos, cometi- curiosidad, que le llevó a interedos por algunos conspicuos re- sarse por las más variadas discipresentantes del socialismo en plinas, hicieron de él un enciclonuestro país, asistimos ahora a pedista. Sus convicciones religioun desperezamiento de la España sas, afines al jansenismo, le profunda, a la que creíamos antes convirtieron en un verdadero muerta que dormida. El pensa- azote del clero de su época, conmiento reaccionario nos acecha tra cuyos privilegios y abusos clapor doquier y vuelven el casticis- mó sin cesar. Su temple moderamo y la cerrazón, triunfantes a do y dialogante, y su indiscutible los sones de un bienestar econó- bondad, le permitieron entregarmico que es el fruto acumulado se en brazos de la Razón sin nede décadas de esfuerzo de los es- cesidad de deificarla, como otros pañoles y no el mirífico don de hacían, pero rindiéndola un triquien se define a sí mismo como c omo buto muy superior al que él misun milagro en persona: el presi- mo quería reconocer. El culto a la dente Aznar. La inepcia y el vicio: Razón no era una moda ni un insiste Ayala en designar ambas dogma entre los ilustrados, sino lacras como causa mayor de la consecuencia natural del afán nuestras desventuras frente a las por saber que el Siglo de las Luque los ilustrados se alzaban, con ces despertó en las gentes: las desigual fortuna a la hora de eva- ciencias empíricas, las matemátiluar sus conquistas. Imposible, cas y la mecánica, junto a la geoen esas circunstancias, domeñar grafía y la historia, ocuparon lulos obstáculos fundamentales gar primordial en su atención, en para el progreso de España: la un mundo todavía dominado pobreza y la ignorancia.La Ilus- por la autoridad y los dogmas. tración tuvo entre nosotros un La Ilustración significaba el fin destino discutible, probablemen- de la incapacidad de los hombres te marcado por la contradictoria para pensar por sí mismos, neceactitud de aquellos patriotas que, sitados hasta entonces del permiseguidores a ultranza del credo so o la dirección de alguien. En la racionalista que nos llegaba del España heredera de la Contraotro lado de la frontera norte, se rreforma, la barreras religiosas, negaron sin embargo al colabo- políticas y administrativas que se 45
J O VE L L AN O S , EL R E BE L D E T R AN QU I L O
alzaban ante un empeño seme- un servidor del Estado. Hasta el jante result resultaban aban fabulo fabulosas. sas. punto que siempre se consideró Los ilustrados eran una élite digno acreedor de él, y en no poen toda Europa, las más de las cas ocasiones reclamó pensiones veces amparados por el despotis- y sueldos oficiales que le permimo de reyes tan brillantes como tieran primero subsistir y luego pagados de sí mismos. Pero esas subvenir a las necesidades de su minorías, tantas veces compla- Instituto. Como tantos otros de cientes en exceso con sus sobera- su especie, consideraba que la nos, sentaron las bases del naci- mejor forma de cambiar las cosas miento de una conciencia revo- era educando al pueblo, esparlucionaria en capas más amplias ciendo los saberes. “Una nación de la sociedad. Jovellanos se in- que se ilustra puede hacer grancorpora a la vida intelectual y po- des reformas sin sangre, y creo lítica cuando ese tránsito se que para ilustrarse tampoco sea anuncia, y vivirá con angustia su necesaria la rebelión”, dice en la consumación. De la lectura de carta antes citada, para añadir en sus escritos se desprende, sin la otro lugar: “En este orden de las menor duda, que trata de ser un causas de prosperidad de una nareformista sincero, tanto por ción tiene el primer lugar la ilusamor al progreso como por deseo tración, y se presenta a mis ojos de salvar los que salvarse pueda como la fuente de toda prosperide la antigua tradición. Abomina dad”. Sus proyectos se enmarcade la Revolución Francesa, “fe- ban en un difuso sentimiento roz Quimera de la bandera trico- rousseauniano de la existencia, lo lor impía sigue proterva”2, renie- que le llevaba a una especie de ga de la República y en todo se determinismo natural, sin duda distancia de cualquier radicalis- fruto de su convicción acerca de mo. “Dirá usted que estos reme- la bondad humana: “Si suponedios son lentos”, le escribe al cón- mos que una nación ilustrada lo sul Alexander Jardine en 1797. primero que hará será perfeccio“Así es, pero no hay otros; y si al- nar su legislación, puesto que no guno, no estaré yo por él. Lo he puede desconocer las ventajas dicho ya: jamás concurriré a sa- que de esto resultará; ni conocrificar la generación presente ciéndolas, dejar de desearlas; ni por mejorar las futuras. Usted deseándolas, dejar de buscarlas; aprueba el espíritu de rebelión, ni buscándolas, dejar de hacer, yo no: lo desapruebo abierta- por lo que su ilustración le ensemente y estoy muy lejos de creer ñará con igual claridad los males que lleve consigo el sello del mé- y los remedios”. Esta suposición rito”. En otro lugar afirma: “El de que el conocimiento es la priprogreso supone una cadena gra- mera causa del bien y de que, duada, y el paso será señalado gracias a él, se desharán muchos por el orden de sus eslabones. Lo entuertos sociales, fruto no tanto demás no se llamará progreso, si- de la maldad del hombre como no otra cosa… La Francia nos lo de su ignorancia, le acompañará prueba… es necesario llevar el toda la vida. La visión jovellanista es bien simple, y bastante soprogreso por sus grados”3. Las ansias reformadoras de Jo- crática. Como dice Santiago Savellanos eran sinceras, pero rene- gredo en su ensayo sobre Jo Jovellavellagaban de cualquier recurso a la nos y la Educación en Valores, las violencia. Le horrorizaba la idea buenas luces, traerán las buenas de que los vientos de moderni- leyes, y éstas los buenos fondos 4. dad acabaran con la Monarquía, Toda actividad pública de Jode la que se sentía fiel súbdito, vellanos está orientada a ese fin. desconfiaba de los políticos y se Ahí rad radica icann los mo motiv tivos os de la fun fun-contemplaba a sí mismo como dación del Instituto asturiano; y
2 Oda satírica de Jovino a Poncio. 3 Obras completas, tomo II, págs.
635-636. 46
4 Santiago Sagredo, Jovellanos y la Educación en Valores, Foro Jovellanos,
1995.
en esa premisa se basa el proyecto de reforma de la Universidad, con que llegaba a su fugaz ministerio. Por lo mismo se muestra tan activo en las academias y las Sociedades Económicas, verdaderas residencias del saber social y de la ciudadanía emergente. El cambio educativo significaba, empero, una auténtica revolución cultural, por tranquila que esta se anunciara. Promover algo así en un país en el que, todavía, la Inquisición y el Índice de libros prohibidos campeaban campeaban por su respeto era más que arriesgado. Los ideales educativos de Jovellanos se prolongaron en las preocupacioness de nuestros iluspreocupacione trados, de los intelectuales del 98 y de las generaciones siguientes. No podríamos encontrar mejor precedente del programa político de Joaquín Costa, “escuela y despensa”, ni de los esfuerzos de la Institución Libre de Enseñanza por llevar a cabo una tarea similar. Pero Jovellanos no se limitó sólo a predicar sobre la necesidad de la educación: también teorizó sobre ella y puso en práctica sus proyectos. Una de las características de su propósito, que entronca con su afán enciclopedista, es la conjugación de los estudios de ciencias naturales con los de la literatura y bellas artes. En la Oración inaugural del Instituto Asturiano, pronunciada el 7 de enero
de 1794 y dedicada a la necesidad de unir ambas disciplinas, dice: Las ciencias serán siempre a mis ojos el primero, el más digno objeto de vuestra educación; ellas solas pueden ilustrar vuestro espíritu, ellas solas enriquecerle, ellas solas comunicaros el precioso tesoro de verdades que nos ha transmitido la antigüedad… ellas solas pueden poner término a tantas inútiles disputas y tantas absurdas opiniones; y ellas, en fin, disipando la tenebrosa atmósfera de errores que gira sobre la tierra, pueden difundir algún día aquella plenitud de luces y conocimientos que realza la nobleza de la humana especie… Mas no porque las ciencias sean el primero, deben ser el único objeto de vuestro estudio; el de las buenas letras será no menos útil y aun me atrevo a decir que no menos necesario.
Este deseo larvado de servir a la idea del hombre universal en la formación de sus alumnos se completará con repetidas reco-
mendaciones a fin de incorporar el estudio de la ética, y a través de él, el de la religión, a los saberes científicos y prácticos. Jovellanos quería formar ciudadanos completos, obsesionado con la idea –en cierta medida antirracionalista– de que el Hombre es el centro del Universo. Este antropocentrismo, que desdice de la necesaria reverencia a la diosa Razón, hunde sus raíces en sus profundas convicciones católicas, que le hacían abominar de los privilegios y la desidia del clero, y criticar la excesiva influencia de los jesuitas en la vida política española. El otro rasgo inequívoco de su programa educativo es su apoyo a la instrucción pública, abiertamente expresado en las Bases para la formación de un plan general de Instrucción, que redactó en
1809, siendo miembro de la Junta Central. La Comisión de Instrucción Pública de este organismo tenía por finalidad “meditar y proponer todos los medios de mejorar, promover y extender la instrucción nacional” y “el bien público exige que la buena y liberal instrucción se comunique a la mayor porción posible de ciudadanos”. La defensa de una educación pública, gratuita y de calidad, no es, contra lo que algunos zoilos creen, característica de los regímenes colectivistas o del socialismo real, sino fruto de la convicción liberal sobre la igualdad de los hombres ante la ley. Resultó un triunfo de las revolucione revolucioness burguesas y es uno de los anclajes más firmes con los que debe contar toda sociedad democrática. Sin una instrucción pública gratuita, la igualdad de oportunidades, base de todo régimen de competencia, es una verdadera filfa. Jovellanos predicó abiertamente esta tesis; y avergüenza contemplar que, todavía hoy, en nombre de la libertad, se quiere perjudicar o perseguir a la escuela pública. La libertad de cátedra, la libertad de conciencia y la libertad de enseñanza fueron so juzgadas juzg adas hist histórica óricament mentee en en nuesnuestro país por el abandono en manos del clero y de las órdenes religiosas del sistema de instrucCLAVES
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J U A N L U I S C E BR I Á N
ción. Por lo mismo, resulta patético ver hoy a portavoces del episcopado atribuirse vanamente su carácter de adalides de la libertad de expresión en defensa de sus aulas o de sus programas de radio, la radio de los obispos, que conculcan no sólo la moral cristiana sino los mínimos principios de la convivencia democrática, so pretexto de que la Iglesia no está dispuesta a poner mordazas a nadie. Si hay una Institución poco legitimada en nuestro país para hablar en nombre de la libertad o en contra de la violencia y la intolerancia política y del Estado, es la Iglesia católica. La mínima prudencia, y la mínima decencia, recabarían más sosiego de algunos de sus portavoces. Sus pretensiones de igualdad llevaban a Jovellanos a solicitar que la instrucción fuera laica –aún con contenido religioso– y se hiciera en una lengua común e inteligible para todos los ciudadanos, combatiendo la persistencia del latín en las Universidades y promoviendo el uso del español. Pero aún, en sus ensoñaciones y utopías, quiso ir más lejos, imaginando la existencia de un idioma universal y de un orden internacional basado en el mutuo entendimiento.
maestra de la vida y mensajera de la antigüedad. Y no sólo ella sino también, y muy señaladamente, la geografía histórica, y la geografía a secas, cuando reclama la elaboración de un mapa adecuado de la península “sin cuya luz la política no formará un cálculo sin error, no concebirá un plan sin desacierto, no dará sin tropiezo un solo paso”. En cualquier caso, para Jovellanos es imposible ilustrar el origen y progreso de nuestra cultura y civilización, de nuestra industria agraria y fabril, de nuestro comercio y población, de nuestra literatura, usos, costumbres y estilos, sin recurrir a los archivos originales. La historia”–señala–“sin este descubrimiento, nunca será otra cosa que un montón de hechos y noticias, de nada importantes, y sólo útiles para contentar la vana curiosidad y el más vano orgullo de algunos pueblos. Son tantas y tan jugosas las citas que podrían traerse a colación acerca de las preocupaciones jovellanistas sobre la educación y los materiales necesarios en la misma, que abusaría si siguiera expurgando en ellas. Me sirven sólo como argumento de autoridad para establecer unos cuantos puntos que me parecen inteUn solo pueblo entonces, entonces, una sola sola / resantes, que ya he señalado y y gran familia, unida unida por un solo / co- que a continuación resumo común idioma, idioma, habitará contenta / los mo prudente recordatorio: indivisos términos del mundo. Jovellano ellanoss creía en la edu1. Jov Así escr escribía ibía a Leand Leandro ro Fe Fernán rnán-- cación como el mejor sistema de dez de Moratín, contestando a conseguir el desarrollo económiotro poema suyo. Esta pasión de co y social de los pueblos. 2. Entendía que este era un universalismo, fruto de un espíritu también universal, era ingenua método progresivo y lento, reantes que utópica. Don Gaspar formista, pero renegaba de los la sentía profundamente, lo mis- cambios revolucionarios. 3. Intentaba activamente inmo que la necesidad de promover un plan de humanidades y de es- tegrar las disciplinas técnicas y tudio de la Historia acorde con científicas con las humanidades, esos principios. “… la historia, y especialmente con los estudios la historia solamente, le podrá en- históricos, la literatura, y la ética señar [al jurisconsulto] a conocer en sentido amplio. 4. Promulgaba la necesidad de los hombre, y a gobernarlos según el dictamen de la razón y el una educación igualitaria, en un dictado de las leyes”5, señala idioma común y con unos míninuestro autor, citando a Cicerón mos garantizados que permitieen el reclamo de que la historia es ran a cualquier individuo convertirse en ciudadano. 5. Como consecuencia de todo ello, defendía abiertamente la 5 Discurso de Ingreso en la Real Acainstrucción pública y gratuita. demia de la Historia, febrero, 1780. Nº88
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DE RAZÓN PRÁCTICA
Todos estos son preceptos claramente integrables, e integrados, en un programa liberal, de respeto al individuo y entusiasmo por su futuro. Preceptos duramente combatidos por las fuerzas reaccionarias de este país que prácticamente sólo ha abrazado en su conjunto, y a regañadientes, tales principios hace apenas dos décadas, coincidiendo con la implantación de la Monarquía parlamentaria. Naturalmente no estoy sugiriendo que en los dos siglos que median desde los escritos del gijonés hasta nuestros días no se hayan producido avances, y substanciosos, en estas cuestiones. La Segunda República marcó un momento floreciente para nuestra cultura. El Gobierno azañista, en palabras del historiador Juan Pablo Fusi, “hizo un gran esfuerzo educativo y cultural. Los presupuestos de educación se elevaron en un 50%. Entre 1931 y 1933 se construyeron unas 10.000 escuelas y se habilitaron unos 7.000 nuevos maestros”6. Más tarde, en pleno oscurantismo franquista, durante los años sesenta, la sociedad comenzó a crear su propia contracultura oficial, incorporando los movimientos artísticos y literarios mundiales a la actualidad española, pese a la censura, la represión y la estulticia del régimen. Pero sólo en nuestros días ha sido posible declarar erradicado el analfabetismo y reconocer la escolarización completa de nuestra juventud. Los Gobiernos de la UCD contribuyeron grandemente a ello y los del PSOE cerraron el ciclo histórico. Ahora… ahora nos vemos enredados en unas cuantas polémicas sobre la enseñanza de la religión católica en la escuela pública y el futuro del estudio de las Humanidades. De las recomendacion recomendaciones es jovellanistas yo me quedaría en este tranco con dos: el reconocimiento necesario de la lengua castellana como vehículo de comunicación y diálogo de cientos de mi-
6 Juan Pablo
Fusi y Jordi Palafox,
España 1808-1996. El desafío de la modernidad, Espasa Calpe, Madrid,
1997.
llones de personas; y la tarea de reconstruir la Historia común de los españoles y la de éstos y los pueblos latinoamericanos. “El lenguaje” –dice John Ralston Saoul en su libro Los hijos bastardos de Voltaire– “no el dinero o la fuerza, otorga legitimidad. Si los sistemas militares, políticos, religiosos o financieros no controlan el lenguaje, la imaginación de la gente puede volar libremente con sus propias ideas. Las palabras incontroladas son muchos más peligrosas para la autoridad establecida que las fuerzas armadas armadas”” Debemos, pues, investigar el ambiente en que el desarrollo literario y artístico y la educación se han de producir entre nosotros, herederos custodios de un idioma que constituye, por sí mismo, un acervo cultural y un patrimonio social y comunicativo de enorme riqueza. El español, que es como se denomina d enomina al castellano en todas las partes del mundo salvo en España, es una de las pocas lenguas en expansión y, y, con el inglés, la que ha de experimentar un mayor crecimiento –siquiera demográfico– en las próximas décadas. Tenemos la fortuna de que las disensiones políticas, las distancias geográficas, las luchas sociales y la diáspora de la migraciones modernas no han sido capaces de acabar con la unidad de esta lengua que, de forma paradójica, se estableció y reforzó al tiempo que se producían los movimientos independentistas de las colonias frente a la antigua metrópoli. En este año de 1998, cuando conmemoramos el centenario del hundimiento del viejo imperio español, podemos contemplar también que muchos lazos se han aflojado entre este rincón de Europa y los países de América Latina, pero que, al mismo tiempo, el uso de un idioma común mantiene vivas las relaciones entre países de tradición, historia, composición social y proyecciones de futuro quizá muy diferentes, salvo en un punto: sus habitantes, la mayoría de ellos, aprenden y sueñan todos en la misma lengua. El imaginario colectivo de esas comunidades, cualesquiera que sean 47
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sus componentes, se expresa a sí una pérdida de poder y soberanía. miento de unos criterios sufiÉsta es, quizá, una de las camismo y se difunde hacia los otros Por el otro se reavivan las tensio- cientemente seguros que nos per- racterísticas del siglo XXI que se en español. En un mundo en el nes particularistas, localistas, y ra- mitan desenvolvernos en esa so- aviene mal con el talante y la préque reina la globalización, con sus ciales, los exclusivismos y separa- ciedad del aprendizaje. Cualquier dica jovellanistas: la rapidez. El peligros de homogeneización cul- tismos. En plena era de la globa- plan de estudios que merezca tal concepto del tiempo desaparece tural y de establecimiento de im- lización, asistimos al reverdecer nombre necesita tener funda- en la nueva sociedad digital, que perialismos de nuevo cuño en nacionalista en la antigua Yugos- mentalmente ese en cuenta. se transforma a ritmo inimaginanombre del pensamiento único, la lavia, a la desmembración de lo Jovellano Jov ellanos, s, en la línea de los ble, circulando las informacione informacioness conciencia de ser y sabernos his- que fue la Unión Soviética, al re- grandes ilustrados de su tiempo, y el conocimiento a la velocidad panohablantes, hispanoescribien- surgir del Islam como concepto tuvo la intuición de la necesidad de la luz. En el mundo de la glotes, hispanolectores, es ya mucho: político-relig político-religioso, ioso, al crecimiento de una patria universal. En agos- balización aumentan los interno tenemos que defender nuestra de los fundamentalismos de todo to de 1975 escribía así en su dia- cambios culturales, el cruce y el lengua del acoso de las otras; te- género. Incluido ese que he dado rio: “¿Quién no ve que el progre- diálogo entre las civilizaciones y la nemos únicamente que proteger- en denominar fundamentalismo so mismo de la instrucción con- necesidad de una virtud cada vez la del abuso de nosotros mismos, democrático, que lo practican to- ducirá algún día, primero las más escasa entre nosotros como y aprender a comunicarnos en dos esos periodistas, políticos, naciones ilustrada de Europa, y es la tolerancia. Es nuevamente ella. Por eso podemos ser opti- jueces jueces y func funcion ionari arios, os, dem demócra ócratas tas al fin las de toda la tierra, a una el estudio de la Historia buena mistas respecto al futuro de nues- de nuevo cuño, que defienden la confederación general, cuyo ob- receta para vacunarnos de los extra literatura, porque se expresa y existencia de una democracia ab- jeto jeto sea man manten tener er a cad cadaa una en el clusivismos y nacionalismos que construye con la materia prima soluta, de una democracia pura. goce de las ventajas que debió al acechan por doquier, en un mode un idioma que, pese a a su an- La pureza democrática me suena cielo, y conservar entre todas una mento en el que los movimientos cianidad, vive hoy la adolescencia a mí parecida a la pureza de san- paz inviolable y perpetua, y re- migratorios y los contactos entre de un nuevo crecimiento. creci miento. Porque gre, y he aprendido a desconfiar primir, no con ejércitos ni caño- culturas pueden llegar a originar podemos imaginar, inventar, pen- de quienes no miran el ejercicio nes, sino con el impulso de su situaciones dramáticas. “Si quesar y sentir en él, sabiendo que al- de la libertad como el fruto de voz, que será más fuerte y temible remos solucionar este problema, canzaremos el corazón de cientos un pacto en el marco del respeto que ellos, al pueblo temerario que evitar la incomprensión, la guede millones de personas. a unos principios. La pureza de- se atreva a turbar el sosiego y la rra, el genocidio –dice el histoUna situación así no colma las mocrática, la democracia perfec- dicha del género humano?”. Pero, Pero, riador francés Jacques Le Goff– es esperanzas de Jovellanos sobre la ta, no existen y quienes las pre- pese a estas premoniciones, un necesario que preparemos a los existencia de algún dialecto uni- tendan albergan, aún sin saberlo, tanto ingenuas debido sin duda a pueblos y a las culturas para la versal, pero se acerca mucho a su un corazón totalitario. su excesiva fe en la bondad hu- única vía de solución; el mestizamarcoo cobra cobra espe especial cial satisfacción. También sirve para Una de las características de la mana, no podía imaginar siquie- je. Y en este marc comprender y enmarcar en sus imperfección democrática que ra el alcance de la globalización importancia la educación”. justos just os términos términos la polémica polémica sus- vivimos es el poder y la exten- actual del fenómeno. Lo que en ¿Podemos encontrar eco más citada por la enseñanza de las sión que han adquirido los me- cambio no ha variado mucho res- claro, y más actual, de las enseHumanidades en nuestro país y la dios de comunicación, sobre los pecto a su percepciones es la ne- ñanzas de la Ilustración que esta dispersión y fragmentación edu- que se basa, por un lado, la cons- cesidad de integrar las diversas cita? Este país ha sufrido secularcativas que puede generar el Es- trucción política y cultural de disciplinas en la formación uni- mente de un déficit preocupante tado de las autonomías, si no so- nuestros pueblos mientras, por taria de las gentes. La convergen- en lo que a historiografía se refiemos capaces de encauzar el diálo- el otro, son considerados una cia de saberes que él preconizaba re, aunque este vacío se viene colgo cultural y sí, en cambio, nos amenaza real para el ejercicio de entronca directamente con la mando feliz y brillantemente en mostramos dispuestos a politizar- las libertades, si no se someten a convergencia de tecnologías que las últimas décadas. Nuestra Hislo a cada paso, sin mejores fines un control social adecuado. Di- está dando pábulo a esa sociedad toria ha sido demasiadas veces que los electorales. Cuando me chos medios afectan también a del conocimiento. Y la contribu- manipulada, fragmentada, esconrefiero a estas cuestiones manten- la concepción educativa, que se ción del estudio y la investigación dida, utilizada en beneficio de go en la retina las crónicas viajeras ha visto transformada, y mucho, al desarrollo económico de los pa- unos, contra la libertad de los de Jovellanos, sus visitas al País durante los dos últimos años. íses se ve perfectamente expresada más. Hasta el punto de que ya Vasco, cuyo paisaje y costumbres Hoy, en realidad, antes que de en sus palabras: “una nación que dudamos de conocerla. conoc erla. Todos Todos los describe con precisión, y com- educación podemos hablar de la recibiere sabiduría irá abriendo pueblos tienen páginas brillantes pruebo hasta quépunto los na- “sociedad del aprendizaje”. Se- progresivamente todos los ma- en su pasado, y también cuentan cionalismos, todos ellos, tal y co- gún los expertos del ramo la en- nantiales de su prosperidad y au- con una larga retahíla de crímemo han llegado hasta nosotros, señanza institucional, la que en- mentando y difundiendo sus rau- nes, persecuciones, discriminason fruto primordial del siglo tronca con los programas y los dales hasta el término señalado ción y opresión. No podemos ig XIX, por más más que que los los nacio nacionali naliss- esfuerzos de Jovellanos, no puede por su situación natural y políti- norar ninguno de esos aspectos, tas pretendan hundir raíces en ser sino una preparación para la ca”. Los ensueños del hombre ni sentirnos estúpidamente heriedades anteriores. Los tiempos educación verdadera de cada universal se pueden hacer hoy dos (como en ocasión del célebre que ahora corren son, sin embar- cual, destinada irremediable- más realidad que nunca. Fiados discurso de Fidel Castro ante el go, los de la paradoja. Por un la- mente al autodidactismo. Todos Todos de la capacidad de los nuevos sis- Papa) porque alguien nos los redo los Estados clásicos –demasia- somos autodidactas y lo único temas tecnológicos, nuestra sobe- cuerde. No podemos, sobre todo pequeños para lo grande y de- que la escuela y la Universidad ranía sobre la cultura y el saber do, si queremos una España, una masiado grandes para lo puede ofrecernos es la definición aumenta de manera constante y a Europa, hechas de culturas y puepequeño– agonizan en medio de de unos valores y el estableci- gran velocidad. blos dialogantes, convivientes, en 48
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J U A N L U I S C E BR I Á N
los que el mestizaje y no la unicidad sean la norma. Unitas in pluribus, es el nuevo lema lanzado por el pensador Edgar Morin a la hora de especular sobre el futuro europeo. Unitas in pluribus es, en cualquier caso, un buen eslógan para la democracia española, en momentos en los que el poder se muestra cada vez más a los ojos de los ciudadanos como representante de un nuevo despotismo, pero –eso sí– esta vez no ilustrado. Por eso importa mucho insistir en la virtud, tan poco habitual entre nosotros, y tan predicada y practicada por Jovellanos, de la tolerancia. Sin tolerancia es imposible la vida democrática, mucho menos aún en una situación de cruce de razas, culturas y clases sociales como la que se avecina. La tolerancia fue, por ejemplo, símbolo y síntoma de la Transición política, puesta en entredicho por los que se han inventado para su peculio la necesidad de una segunda transición. ¿Una segunda transición hacia dónde? ¿Hacia el autoritarismo, la autocracia y la autosatisfacción? Cuando desde el poder se dictan normas a la opinión pública sobre lo que interesa o lo que no, cuando se establece qué es lo importante y qué lo marginal, cuando con estólida impavidez se denigra y descalifica al adversario, cuando el poder no sólo es arrogante sino soberbio, no sirve a los ciudadanos sino que los adoctrina, cuando se cree poseedor de las respuestas justas a las preguntas justas, es porque comienza a parecerse demasiado a la Inquisición. Impresiona repasar las páginas del diario de Jovellanos, que se siente víctima de toda clase de conspiraciones –palabra, por cierto de moda– hasta el envenenamiento y se lamenta de las asechanzas que se yerguen contra él y contra su obra educativa. “¿Qué será esto? ¿Por ventura empieza alguna sórdida persecución del Instituto? ¿De este nuevo Instituto, consagrado a la educación y al bien público? ¿Y seremos tan desgraciado que nadie pueda asegurar semejantes instituciones Nº88
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contra semejantes ataques? ¡Y qué ataques! Dirigidos por la perfidia, dados en las tinieblas”. ¿No podríamos repetir hoy palabra similares ante la agresión furibunda del poder político y del religioso a cuántos no piensan como ellos, llenando de dádivas y lisonjas a quienes les adulan y sirven? ¿No podríamos repetirlo al contemplar la pudibundez culpable con la que callan insignes y notables actores de la vida española en nombre del interés de su partido, de su empresa, de su banco, de su pequeña ambición particular? ¿Quién habla aquí en nombre de la tolerancia, del derecho a disd iscrepar sin ser humillado, de las minorías silentes de emigrantes y parados? ¿Quién habla en nombre de lo discriminados a la fuerza? El retorno de la derecha dura a situaciones de poder ha arrastrado consigo las tinieblas de la España profunda. Apropiándose impíamente de valores universales, que hasta hace poco le eran incluso ajenos, ella dictamina quién es y quién no demócrata, quién pregunta y quién no estupideces, y se pasea por los corredores de palacio como el amo por su finca, sabedora de que ese edificio le pertenece, como le ha pertenecido siempre, y explicita sus aires de vieja dama ofendida cuando comprueba que, durante poco más de una década, ha sido regentado por la antigua servidumbre. Nada nuevo bajo el sol. ¿Bastará la educación para defenderse de lo que amenaza convertirse en un reinado de tinieblas, para promover la felicidad y libertad que los ilustrados auguraran? En cualquier caso es preciso restaurar el espíritu de tolerancia, de curiosidad y de diálogo que la Ilustración supuso. Restaurar, así, la fe en las instituciones jurídicas, en el Estado de derecho, en la racionalidad de las decisiones del hombre y en la capacidad de este para convivir con los demás y su voluntad para hacerlo. Es preciso recuperar el ingenuo posibilismo de Gaspar Melchor de Jovellanos, ministro a regañadientes, embajador a la fuerza, observador, a la vez implacable y benévolo, de la escena
española. Y es preciso imitar su de muerte, el bombardeo de Irak pragmatismo, su decisión perma- o una película de porno duro. La nente en la búsqueda de solucio- transversalidad de los saberes, que nes, su poner manos a la obra, los ilustrados predicaran –y con sin atrincherarse en el rincón del qué ahínco– ha terminado por escepticismo ni en la altiva sober- confundirlos, amalgamarlos, desbia del análisis erudito. figurarlos y difundirlos. El triunEn su pasión por conocer de fo de la farándula, en el drama o todo e intervenir intelectualmen- en la comedia, es total. te en todo, fruto de su convicHoy el hombre no sólo, ni prición todavía hoy modernísima mordialmente, aprende en las ausobre la transversalidad de los sa- las. Aprende cuando juega, cuanberes, Jovellanos dedicó atención do está en familia, cuando trabacuidadosa a los espectáculos pú- ja, cua cuando ndo via viaja, ja, cua cuando ndo se ded dedica ica blicos, sobre cuya organización al ocio y al entretenimiento. La escribió una famosa Mem Memoria oria por escuela de la calle ya no es priviencargo de la Academia de la His- legio de los autodidactas, autodidactas, porque toria. Es probablemente ese el autodidactas somos todos y la catexto más actual de cuantos sa- lle está casi en todas partes. O por lieron de su pluma, según ya he mejor decir: en ninguna estamos tenido ocasión de señalar, pero al abrigo de nada. El espectáculo no tanto que pudiera percibir la forma parte de nuestras vidas, peincidencia formidable de ese con- ro le ha sido arrebatada su exclucepto de espectáculo en la orga- siva a los hechiceros de la tribu, a nización futura de la sociedad. los sacerdotes o los magos. En cirPara Jovellanos el teatro seguía cunstancias así, ante el ataque de siendo un arte elitista y burgués tanto intruso y oportunista, la sopresentado sólo a las clases eleva- ciedad necesita más que nunca das y había que proteger al pue- guiarse por criterios firmes, asenblo de sus malas influencias. Aun- tarse en valores seguros y seguir a que él mismo se adentró en la es- líderes fiables. Necesita inventar cena con obras como El (en el mejor sentido de la palabra, delincuente honrado, de claro con- el de encontrar) sus mejores Jotenido moralista, no hay nada vellanos, que sean como él fue: que indique que previera la inci- un rebelde tranquilo, acostumdencia del mundo de la farándu- brado a decir no, a no transigir la en los sistemas educativos. Hoy, porque estaba, precisamente, dissin embargo, en la sociedad del puesto a dialogar. Y necesita imaprendizaje, el cine, la televisión, pulsar los criterios igualitarios de Internet, no sólo complementan, educación que el practicó sin dessino que tratan de sustituir, mu- decirse de la excelencia de su trachas veces, la función de los ma- bajo ni de la calidad en sus frutos. estros. Esto no lo pudo prever la Valgan pues, estas reflexiones coimaginación jovellanista: la con- mo homenaje justo a su figura y versión final del homo sapiens, cla- como imprecación urgente. Desve y centro de todo filosofía, en el cubramos de nuevo la inercia y el moderno y atolondrado homo vi- vicio que transitan por el poder, dens. El primero rinde culto a la denunciemos a los déspotas de razón: elabora conceptos y abs- los nuevos tiempos, y desterrétracciones, y a partir de ellos pien- mosles, en beneficio de la intelisa. El segundo se somete a la gencia. emoción: no opera con ideas sino con analogías, con representaciones. La irrupción de lo audiovi- [Texto revisado de la conferencia prosual en nuestras vidas ha termi- nunciada en el Foro Jovellanos (Gijón) nado por trastocar el conoci- el 26-2-1998.] miento y las formas de adquirirlo. De los ritos y liturgias de la religión y la magia hemos pasado a los del cine y la televisión. Todo es espectáculo: un viaje del Papa a Juan Luis Cebrián es escritor y noveCuba, la ejecución de una pena lista. n
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P O L Í T I C A
CUENTOS DE HADAS PARA USO POLÍTICO JAVIER JAVIE R PRADERA
Miguel Herrero de Miñón Derechos Históricos y Constitución
Madrid, Taurus, 1998, 344 págs.
iguel Herrero, miembro de la ponencia que redactó el anteproyecto de la Constitución Española (CE) de 1978, ha reunido en
M
Derechos Históricos y Constitución (DHC) diez ensayos, artí-
culos y conferencias, fechados entre 1985 y 1998 y completados con otros tres trabajos inéditos, sobre un tema común: los Derechos Históricos de los Territorios Forales reconocidos y amparados por la Disposición Adicional Primera de la norma fundamental1. La introducción y el epílogo ayudan a situar el volumen en la perspectiva de las reivindicaciones presentadas conjuntamente durante el verano de 1998 por los principales partidos nacionalis-
1 “La Constitución ampara y respe-
ta los Derechos Históricos de los Territorios Forales. La actualización general de dicho régimen foral se llevará a cabo, en su caso, en el marco de la Constitución y de los Estatutos de Autonomía”. Miguel Herrero de Miñón relata pormenorizadamente en sus Memorias de estío las vicisitudes de la discusión de la Disposición Adicional Primera en las Cortes Constituyentes; en su opinión la ceguera jacobina de UCD tuvo la culpa tanto de que no fuese aprobada la versión del texto presentada por el PNV como de que los nacionalistas no votaran la Constitución. Por el contrario, Patxo Unzueta, que subraya la contradicción existe entre la enmienda foral del PNV en 1978 y su actual reivindicación paralela del derecho de autodeterminación, cree que los dirigentes nacionalistas nunca se plantearon seriamente la posibilidad de aprobar la Constitución (Patxo Unzueta, ‘El nacionalismo y la vía foral’, El País , 8-XI-1997. 50
tas catalanes, vascos y gallegos para reformar o releer la Constitución –a los 20 años de su promulgación– en beneficio de la singularidad de sus respectivas comunidades autónomas. La dimensión operativa de ese debate a la vez político y doctrinal es la búsqueda de fórmulas que permitan, al menor coste posible y con el mayor consenso imaginable, una nueva distribución territorial del poder en favor de esas tres llamadas nacionalidades históricas. Miguel Herrero considera haber encontrado la fórmula que puede servir “como punto de encuentro entre posiciones políticas muy diferentes, desde la izquierda a la derecha, desde el nacionalismo al foralismo” (DHC, 15).
Letrado del Consejo de Estado, académico de Ciencias Morales y Políticas y abogado en ejercicio, Miguel Herrero hizo una rutilante entrada en la vida pública al comienzo de la transición; sus Memoria Memoriass de eses tío (ME) reconstruyen las principales etapas de esa brillante carrera política, desde la secretaría general técnica del Ministerio de Justicia en 1976 hasta la portavocía del grupo parlamentario de Unión de Centro Democrático (UCD) en el otoño de 1980, pasando por una activa participación en la ponencia constitucional. Miguel Herrero de Miñón modificó sus lealtades partidistas e ingresó en Alianza Popular (AP) a finales de 1981; el anuncio de retirada de Manuel Fraga de la vida pública a finales de 1986 (presentada como definitiva pero sólo temporal) le brindó la oportunidad de ocu-
par provisionalmente la presidencia del partido. Derrotado por Antonio Hernández Mancha en el Congreso Extraordinario de AP de febrero de 1987, Miguel Herrero volvería al primer plano de la actividad parlamentaria con el regreso de Fraga en el otoño de 1988; sin embargo, la designación de José María Aznar en 1989 como candidato a la Presidencia del Gobierno y en 1990 como nuevo presidente del partido, rebautizado con el nombre de Partido Popular (PP), significó su eclipse, tal vez debido al imperdonable imperdonab le pecado de haber sido el jefe político y el tutor ideológico del futuro presidente del Gobierno. Está justificada, así pues, la curiosidad del lector en torno al enfoque –político o jurídico– de los artículos y conferencias reunidos en Derechos Históricos y Constitución . Miguel Herrero se adelanta a satisfacerla: aunque “la materia y la forma” de la obra correspondan al ámbito de los estudios jurídicos de corte académico, “la causa y el fin” tienen carácter político (DHC , 25). Metafóricamente cabría considerar esos trabajos como un dictamen jur jurídi ídico co solicitado por el demandante de un ima político co sobre los ginario pleito políti Derechos Históricos del País Vasco, ampliables posteriormente a Cataluña y Galicia. Sucede, sin embargo, que en este litigio abogados y clientes tienden a superponerse o a confundirse; utilizando la figura retórica de la sinécdoque, los partidos nacionalistas, nacionalistas, en especial el PNV, tienden a presentarse como la encarnación del
País Vasco o al menos como sus representantes exclusivos: tal vez la razón de ese abuso conceptual es que los nacionalistas serían los verdaderos beneficiarios de la actualización incondicional y perpetua de los Derechos Históricos de Euskadi. Por lo demás, DHC no es un libro improvisado; buena parte de sus ideas estaban ya en otras obras anteriores de Miguel Herrero: su prólogo de 1978 a la versión castellana de Fragmentos de Estado de Georg Jellinek Jelline k (FE) y su discurso de entrada en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas publicado como libro en 1991 con el título Idea de los Derechos Históricos (IDH). La declaración de Barcelona
La publicación de DHC ha coincidido con la creación de un órgano de colaboración permanente en las Cortes Generales de los partidos o coaliciones nacionalistas hegemónicos en el País Vasco, Cataluña y Galicia. En sus reuniones de Barcelona, Vitoria y Santiago de Compostela de julio, septiembre y octubre de 1998, el Partido Nacionalista Vasco (PNV), la coalición Convergencia i Unió (CiU) y el Bloque Nacionalista Galego (BNG) concertaron la puesta en marcha de grupos de traba jo sobre el Tribun ribunal al Consti Constitutucional, los órganos estatales de designación parlamentaria y la política de defensa y exterior. Esta iniciativa nacionalista del verano de 1998 invoca los precedentes de la Triple Alianza de 1923 y de la Galeuzca de 1933. Las Declaraciones y documentos de trabajo de BarceCLAVES
DE RAZÓN PRÁCTICA Nº88 n
lona, Vitoria y Santiago fijan resume telegráficamente esa objetivos a corto, medio y lar- pretensión: go plazo de la nueva alianza tri“al cabo de 20 años de democracia, partita no demasiado alejados continúa aun sin resolver la articulaen su fundamentación doctri- ción del Estado español como plurinal de la concepción expuesta nacional”. por Miguel Herrero para deNo sólo el recuerdo de la fender “la pluralidad asimétri- vinculación en el pasado de las ca de España, el carácter dife- reivindicaciones estatutarias rencial que no federal de su es- con el programa democratizatructura” (DHC, 16). El recién dor remueve la mala conciencia creado frente nacionalista de los de algunos veteranos rupturispartidos catalán, vasco y galle- tas de los setenta o despierta go propugna una segunda tran- las simpatías de los adversarios sición que posibilite una refor- la Constitución de 1978 (CE) ma de la estructura del Estado para movilizarlos en la cruzada a la altura de las conquistas de- de una segunda transición camocráticas alcanzadas por la paz de colmar las carencias y primera transición transi ción en el ámbito de corregir los defectos de la de las instituciones democráti- primera. tr egua in primera . Además, la tregua cas, las libertades políticas y los definida declarada por ETA el derechos fundamentales. 16 de septiembre de 1998 crea Los ecos de los agitados y es- un clima propicio para el reperanzadores tiempos posterio- planteamiento de algunas exires a la muerte de Franco pare- gencias nacionalistas hasta ahocen resonar en el programa de ra inaceptables precisamente la nueva Galeuzca. Si la triple por el respaldo que recibían de consigna libertad, amnistía, es- la violencia terrorista. La detatuto de autonomía de las mo- magógica descalificación de vilizaciones populares de los cualquier crítica a las reivindiaños setenta asociaba inextrica- caciones nacionalistas como Miguel Herrero de Miñón blemente la defensa de las rei- una condenable manifestación vindicaciones autonomistas de de nacionalismo español inCataluña y el País Vasco con la confeso (o incluso de neocenrecuperación de la democracia tralismo franquista disfrazado) ción del legado leninista del y con la liberación de los presos empieza a producir los cono- derecho a la autodeterminapolíticos, los portavoces y com- cidos efectos de la espiral del ción con la herencia falangista pañeros de viaje de los partidos silencio en algunos medios de- –reivindicada de manera exnacionalistas utilizan ahora su- mocráticos2. Finalmente, los presa por Julio Anguita 3– de bliminalmente la memoria de pecios del naufragio de 1989 España como unidad de destiaquella época para sostener que refugiados en Izquierda Unida no en lo universal. la transición del franquismo a han irrumpido como elefante la monarquía parlamentaria no en cacharrería dentro del de- La Constitución de 1978 quedará definitivamente cerra- bate constitucional para reco- La intención de este comentada hasta que el Estado de las mendar la imposible concilia- rio bibliográfico no es hacer un Autonomías sea reformado para dar satisfacción a las aspiraciones de CiU, PNV y BNG. 3 Una biografía autorizada de Julio 2 Elisabeth Noelle-Neumann, La esLa Declaración de Barcelona, piral del silencio , Barcelona, Paidós, Anguita reproduce literalmente su opinión sobre José Antonio Primo de Rifechada el 16 de julio de 1998, 1996. Nº88
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enjuiciamiento de los aciertos vera, fundador de Falange Española, expresada en septiembre de 1988 cuando ya era secretario general del Partido Comunista de España: “Hizo aportaciones, aparte de su apuesta programática en los famosos veintisiete puntos de reforma agraria y nacionalización de la banca, ignoradas después por los falangistas. El supo llegar al problema de España al definirla por carencia, por vacío. Al no poder decir que España era una zona geográfica o un determinado proyecto histórico, dijo: ‘España es una unidad de destino en lo universal’. Y he utilizado ese concepto varias veces”, José Luis Casas, El último cali fa, Madrid, Temas de Hoy, 1990. 51
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o de los errores del dictamen 1976 una fórmula próxima al de Miguel Herrero desde el rupturismo: la creación de una punto de vista técnico-jurídi- Comisión Regia integrada por co; quede constancia, en cual- los representantes de todas las quier caso, de que la gran ma- fuerzas políticas (excluídos los yoría de los profesores de De- comunistas) que elaborase una recho Constitucional y Dere- Constitución sometida postecho Administrativo y buen nú- riormente por el Rey a referenmero de historiadores han cri- dum popular (ME, 79-82) . A ticado con severidad la débil su juicio, la vía finalmente elebase teórica de los Derechos gida para restablecer la demoHistóricos de los Territorios cracia fue “la más difícil en el Forales4. Es cierto que las tesis procedimiento, la mas aleato jurídi jur ídicoco-con consti stituc tucion ionale aless de ria en el resultado y jurídica y Miguel Herrero deben ser ana- políticamente innecesaria”; lizadas en si mismas: sólo su quince años después, todavía buena o mala fundamentación piensa que “la transición se hulógica y empírica determinarán biera cerrado antes y el coste su validez o su inutilidad. Es político hubiese sido menor” inevitable señalar, sin embar- de haber sido atendidos sus go, que las propuestas incluidas consejos ( ME, ME, 84-85) . Como miembro de la poen DHC suscitan la inconfundible sensación del dejà vu nencia constitucional, tampoco freudiano: en este caso, el re- logró Miguel Herrero la aceptacuerdo de la fórmula defendida ción de sus propuestas para una por Miguel Herrero durante la nueva configuración territorial etapa constituyente (la reanu- de la Monarquía parlamentaria. dación del tracto foral y el Pac- A su juicio, España no era una to con la Corona ) para vincular sociedad federal como Suiza, side forma singular y diferencia- no “como el Reino Unido hoy o da al País Vasco con el resto de la vieja Hungría”, una sociedad España (ME, 158-168). en la que “los hechos diferenNo fue ésta la única aporta- ciales discontinuos no sólo son ción original de Miguel Herre- distintos entre si sino heterogéro a la tarea de encontrar la neos”: en consecuencia la “Raherramienta de ingeniería cons- zón histórica”, y no la técnica titucional más apropiada para administrativa o la ingeniería desmontar la dictadura y sentar constitucional, debería ser enlas bases de la monarquía par- cargada de dar respuesta a sus ME, 149). Su prolamentaria; frente a la vía re- problemas ( ME, formis for mista ta finalmente utilizada yecto de Título VIII, presentapor Adolfo Suárez (la aproba- do sin éxito en marzo de 1978 a ción por las Cortes franquistas la ponencia constitucional, conde una Ley para la Reforma Po- vertía a las comunidades autólítica que desembocó en la ce- nomas de régimen común “en lebración de unas elecciones grandes comunidades interprodemocráticas), Miguel Herrero vinciales” y reconocía la pecudefendió durante el verano de liaridad de “los hechos diferenciales catalán, vasco, gallego y navarro” mediante las disposiciones adicionales. 4 Entre otros, Manuel García PelaTampoco consiguió Miguel yo, Eduardo García de Enterría, Tomás-Ramón Fernández, Francisco Herrero su propósito de que Rubio Llorente, Javier Corcuera, José Ramón Parada, Juan Pablo Fusi, An- UCD aceptara las enmiendas drés de Blas y Antonio Elorza. El pro- del PNV orientadas a encajar pio Miguel Herrero constata las críticas el foralismo vasco dentro de la de juristas e historiadores sobre la ma- Constitución: la causa fue –esteria (IDH, 16). La Fundación BBV ha recogido en un volumen las ponencias cribe en sus memorias– “una sobre el curso Foralismo, Derechos His- mixtura de pseudoracionalismo Madrid, 1998) ce- jacobino y de una tóricos y democracia ( Madrid, u na cultura cult ura juríju rílebrado por la Universidad del País Vasco y dirigido por Miguel Herrero de dica demasiado tributaria de los manuales Themis aptos para el Miñón y Ernest Lluch. 52
primer ciclo de estudios uni- sin mencionar expresamente versitarios” (ME, 164). Pero a sus nombres: la triquiñuela fue diferencia del debate sobre las saber de antemano que únicasalidas institucionales al fran- mente esos tres territorios cumquismo, defintivamente cerra- plían la condición de haber pledo por la historia, Miguel He- biscitado afirmativamente en el rrero piensa que la discusión en pasado estatutos de autonomía. torno a las reivindicacio reivindicaciones nes de El artículo 148.2 fijaba que los partidos nacionalistas sobre las demás comunidades sólo pola distribución territorial del drían acceder a esos niveles de poder sigue viva. La necesidad competencias hasta después de de dar satisfacción a todos los transcurridos cinco años desde partidos democráticos (excluí- su creación. Pero la diferenciados los nacionalistas vascos) sin ción inicial entre las tres nacioromper el consenso obligó a los nalidades históricas y el resto del constituyentes a fabricar una territorio español fue superada solución ambigua y confusa ba- por el paso del tiempo. Andalusada sobre “compromisos apó- cía logró la equiparación formal crifos” y no sobre “silencios in- con Cataluña, el País Vasco y teligentes” (ME, 145) que per- Galicia al acceder a la vía rápimite replantear en 1998 las da del artículo 151 mediante el reivindicaciones insatisfechas referéndum de febrero de 1980; en 1978. Valencia y Canarias consiguieEl texto de la CE muestra ron una situación muy semeque las heridas del problema si- jante gracias a la transferencia guen abiertas. Aunque el artí- de competencias de titularidad culo 25 haga referencia a nacio- estatal prevista por el artículo nalidades y regiones , la Norma 150.2 7 Navarra actualizó en Fundamental no vuelve a men- 1983 su ley paccionada foral; y cionar esos términos en su arti- el acuerdo entre el PP y el culado ni los hace jurídicamen- PSOE de 1992 permitió a las te operativos; Cataluña, el País restantes diez comunidades auVasco y Galicia ni siquiera tie- tónomas iniciar el camino para nen el monopolio oficial del elevar sus techos competenciales término nacionalidad, adopta- y reformar sus estatutos. estat utos. Veinte do por Aragón y Canarias en la años después de promulgada la reforma de sus estatutos de au- CE, así pues, la ventaja de salitonomía. Y aunque la Disposi- da inicial de Cataluña, el País ción Transitoria Transitoria Segunda Segu nda6 con- Vasco y Galicia, tres “indivicediera a Cataluña, País País Vasco Vasco dualidades” jurídico-políticas y Galicia una ventaja de salida decantadas por “una larga hisen la carrera para alcanzar rápi- toria” y por “una afectividad” damente los máximos techos que les hace “infungibles e irrecompetenciales previstos por el ductibles a una pauta común” artículo 148 de la CE, lo hizo (DHC, 50), ha quedado considerablemente reducida y mueve a los nacionalistas a exigir que 5 “La Constitución se fundamenta sus hechos diferenciales reciban en la indisoluble unidad de la Nación el reconocimiento de un nuevo española, patria común e indivisible de distanciamiento respecto a los todos los españoles, y reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de restantes corredores. las nacionalidades y regiones que la integran y la solidaridad entre todas Veinte años despu és ellas”. Ciertamente, la historia no ha 6 “Los territorios que en el pasado hubiesen plebiscitado afirmativamente proyectos de Estatuto de Autonomía y cuenten, al tiempo de promulgarse es7 “El Estado podrá transferir o deta Constitución, con regímenes provisionales de autonomía” podrían acceder legar en las Comunidades Autónomas, de inmediato a todas las competencias mediante ley orgánica, facultades coenumeradas por el artículo 148.1 de la rrespondientes a materias de titulariCE sin tener que aguardar el plazo de dad estatal que por su propia naturalecinco años establecido por el artículo za sean susceptibles de transferencia o delegación”. 148.2 de la CE. CLAVES
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sido escrita de antemano por la divina providencia ni está rígidamente predeterminada por coercitivas condiciones objetivas: la solución dada finalmente por la CE a la distribución territorial del poder bien hubiese podido ser otra. El recurso a la imaginación historiográfica contrafactual permite idear desarrollos alternativos al curso de los acontecimientos que tal vez hubiesen podido resolver mejor los problemas de la distribución territorial del poder tras la muerte de Franco. La generalización de las autonomías y la potencial homogeneización de sus competencias establecidas por el título VIII de la CE recibieron en 1978 abundantes críticas; durante la etapa constituyente, la propuesta de dar un tratamiento singularizado a los regímenes de autonomía de Cataluña y el País Vasco fue defendida mediante fórmulas menos arcaicas que el pacto con la Corona propugnado por Miguel Herrero. Ahora bien, los ejercicios contrafactuales, que devuelven a la historia su inquietante incertidumbre y defienden la existencia de diferentes caminos en cada encrucijada (antes de que la elección de la senda relegue irreversiblemente al pasado ese desafío a la libertad de decisión), se prestan facilmente a una utilización ventajista: siempre es posible marchar hacia atrás en el tiempo y demostrar que la opción desechada hubiese conducido al paraíso, en tanto que el camino efectivamente seguido ha llevado al purgatorio o al infierno. ¿Es seguro que el tratamiento autonómico singularizado dado por la CE a Cataluña y el País Vasco, paralelo a una España provincial moderadamente regionalizada y descentralizada, hubiese servido realmente para satisfacer las reivindicaciones de los nacionalistas catalanes y vascos y para cerrar definitivamente el modelo de Estado? ¿Cabe afirmar que los demás territorios habrían aceptado pacíficamente ese arreglo? Nº88
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Si las Cortes Constituyentes hubiesen aprobado la Disposición Adicional Primera sin subordinar la actualización de los Derechos Históricos de los Territorios Forales Forales al marco de la Norma Fundamental y de los estatutos, ¿habría abandonado ETA las armas? ¿Fué responsable la generalización del régimen autonómico de que el nacionalismo vasco violento asesinara a 702 personas desde que la Ley de Amnistía de 1977 vaciara las cárceles de acusados o condenados por delitos terroristas? Y, sobre todo, ¿tiene sentido replantear en 1998 la disputa de 1978 y proponer que los corredores regresen de nuevo a la línea de salida? La profundidad de los cambios producidos en la distribución territorial del poder en España desde 1980 hasta hoy es de muy difícil resumen; baste con recordar que las 17 comunidades manejaron conjuntamente en 1997 recursos presupuestarios por encima de los nueve billones de pesetas, es decir, en torno el 25% del gasto público. Mientras Cataluña dispuso de billón y medio de pesetas, Galicia de 795.000 millones y el País Vasco de 714.000 millones, Andalucía rebasó los dos billones y Valencia rozó el billón 8. En el terreno fiscal, el País Vasco y Navarra gestionan la amplísima autonomía proporcionada por sus respectivos conciertos económicos; las demás comunidades han recibido la cesión de algunos impuestos y una participación en el impuesto sobre la renta. El País Vasco cuenta con un bien dotado cuerpo de policía autonómico; Cataluña ha emprendido la creación de su propia policía. Cataluña, el País Vasco y Galicia fomentan el aprendizaje aprendiza je y la difusión de sus lenguas propias mediante el control del sistema educativo, la promoción cultural y las te-
8 Instituto de Derecho Público, In forme Comunidades Autónomas 1997 ,
volumen II, pág. 565, Barcelona, 1998.
levisiones autonómicas; Valencia y Baleares tienen igualmente competencias para desarrollar el bilingüismo. Las tres llamadas nacionalidades históricas y Andalucía alcanzaron rápidamente los techos competenciales señalados por el artículo 148.1 de la CE; las restantes comunidades han obtenido ya –o están a punto de lograr– un nivel de autogobierno parecido. Las 17 comunidades disponen de parlamento, gobierno, administración pública (servida por funcionarios propios) y tribunales superiores de justicia propios. Las propuestas nacionalistas de impulsar una segunda transición para lograr a una nueva redistribuciónn territorial del poredistribució der no toman debidamente en cuenta los grandes cambios producidos en el sujeto pasivo de sus reivindicaciones: el Estado centralizado de 1978, dividido en provincias y con sentimientos de pertenencia regional más bien someros, ha cedido su lugar a un Estado de las Autonomías estructurado en comunidades con amplios recursos presupuestarios, instituciones de autogobierno poderosas y una creciente conciencia de identidad. La entidad interlocutora de las tres consabidas nacionalidades históricas no es ya la España jacobina de 1975 sometida a la bota de Madrid (Arzalluz dixit) sino una poliarquía territorial emparentada con el federalismo asimétrico. Pero los nacionalistas catalanes, vascos y gallegos rechazan esa estructura estatal y tratan de resucitar los buenos tiempos en que Cataluña, el País Vasco y Galicia se enfrentaban con una monolítica monolítica España unitaria para exigir el reconocimiento de sus hechos diferenciales.
Aunque el viejo Estado Est ado centralizado del franquismo haya sido sustituido por el Estado de las Autonomías, Miguel He9 Jon Juaristi, El bucle melancólico ,
Madrid, Espasa Calpe, 1997.
rrero regresa 20 años atrás para retomar sus viejas tesis. En El bucle melancólico9, Jon Juaristi Juari sti describe los sentimientos de tristeza indefinida, vaga y persistente que invade a los nacionalistas ante la imaginaria pérdida de un paraíso inexistente; Miguel Herrero parece dominado mas bien por la añoranza de su derrotada propuesta de 1978 y por el deseo de replantear –dos décadas después– su vigencia. Porque, a su juicio, no todo se perdió con el rechazo del Pacto con la Corona; en realidad, “los constituyentes no impusieron, antes por el contrario, un modelo autonómico uniforme y general para toda España”. La responsabilidad de la criticable deriva actual correspondería exclusivamente a los gobiernos y a las mayorías parlamentarias posteriores que ejecutaron con sesgo centralista un mandato abierto a muy diversas interpretaciones: “fueron los prejuicios doctrinales de raíz orteguiana, políticamente explotados por izquierdas y derechas, los que llevaron a la generalización de las preautonomías primero, de las autonomías no queridas, como en Andalucía y Castilla, después, de las instituciones y de las competencias en fin: una vez más, los errores intelectuales produjeron equivocaciones morales” (DHC, 35).
De ahí que no considere necesario ni conveniente la reforma de la Constitución de la que fue ponente. En su contribución al libro colectivo Veinte años después: la Constitución cara al siglo XXI (VAD), ratifica
su creencia de que “un gran pacto de Estado, génesis de una verdadera convención constitucional” permitiría obviar la “difícil reforma” de la norma fundamental (DHC, 34), consciente tal vez de que sería muy difícil conseguir las mayorías cualificadas de los dos tercios de las Cámaras y el apoyo popular en el referéndum exigidos por el artículo 168 de la CE para modificar su artículo 2. Aunque la reforma constitucional sea en teoría posible, “no parece ni urgente, ni siquiera deseable, dadas las posibilidades in53
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coadas en la Constitución y aún no desarrolladas” (VAD, 89). La Disposición Adicional Primera
La ganzúa jurídico-constitucional que permitiría dar satisfacción a las aplazadas reivindicaciones de los nacionalistas catalanes, vascos y gallegos es la Disposición Adicional Primera con su amparo a los Derechos Históricos de los Territorios Forales. Miguel Herrero pone su destreza hermeneútica al servicio de esa tarea. De un lado, utiliza el recurso a la institución iuscivilista de la novación para hacer compartir a la Comunidad Autónoma del País Vasco con Vizcaya, Guipúzcoa y Álava el ejercicio de los Derechos Históricos de los Territorios Forales, hasta ahora circunscritos a las tres provincias y a Navarra 10 ; de otra, la habilidosa conexión de la Disposición Adicional Primera con las previsiones del artículo 149.1.8 de la CE11 sobre los derechos civiles forales o especiales que continúan existiendo en determinadas Comunidades Autónomas le sirve para dar entrada a Cataluña y Galicia, como supuestos titulares tácitos de los Derechos 10 Francisco Rubio Llorente ha hecho una penetrante crítica jurídica de la utilización por Miguel Herrero de Minón de la categoría iuscivilista de novación para extender a la Comunidad Autónoma de Euskadi Euskadi la titularidad de los Derechos Históricos. En vez de recurrir a la novación como modo de extinguir las obligaciones regulado por el artículo 1157 del Código Civil, el antiguo vicepresidente del Tribunal Constitucional propone aplicar la categoría de confusión que opera cuando acreedor y deudor coinciden en la misma persona. Concebidos los Derechos Históricos como límite de los poderes del Rey, la sustitución del principio monárquico por el principio democrático significa que los vascos han dejado de ser súbditos del rey de España para convertirse en cosoberanos. (Transcripción todavía inédita de su intervención en el acto de presentación de DHC realizado el 28 de octubre en la Fundación BBV). 11 “[El Estado tiene competencia exclusiva sobre] legislación civil, sin perjuicio de la conservación, modificación y desarrollo por las Comunidades Autónomas de los derechos civiles, forales o especiales, allí donde existen”.
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Históricos, en ese privilegiado ámbito. Si la parcial absorción por el País Vasco de los derechos de sus tres provincias plantea ya serios problemas jurídicos, todavía más discutible resulta la argucia de cooptar a Cataluña y Galicia como beneficiarias de la Disposición Adicional Adicion al Primera. Prim era. El Antiguo Reino de Navarra rompe la simetría del edificio construido por Miguel Herrero: aunque sea un indiscutido titular de Derechos Históricos, es excluído de las nuevas rivindicaciones planteadas por los partidos nacionalistas de Cataluña, el País Vasco y Cataluña. No hay duda alguna de su condición de territorio foral: uno de los trabajos de DHC se titula precisamente “Los Derechos Históricos de Navarra como paradigma”, es decir, como “expresión de la substantividad de una entidad política, de un corpus politicum evolutivamente decantado, singular e infungible”. (DHC, 299). Según Miguel Herrero, Navarra no dejó hasta 1841 de ser un Reino (a pesar de haber perdido su independencia en el siglo XVI), ni ha sido nunca una verdadera provincia, ni constituye hoy una auténtica Comunidad Autónoma (DHC, 303). ¿P ¿Porqué, orqué, entonces entonces,, esos “elementos de estatalidad” que la hacen “singular e infungible” (DHC, 305) y que le otorgan “codecisión y cosoberanía” para lo que le resulta propio “por encima de la letra escrita de las leyes” (DHC, 308) no quedan formalmente definidos como rasgos de una realidad nacional? Miguel Herrero distingue específicamente, dentro de los beneficiarios genéricos de Derechos Históricos, algunos titulares “a todas luces nacionales” (DHC, 18); Ahor Ahoraa bien, los Derechos Históricos, “un a priori trascendental” de los derechos nacionales tanto cronológica como lógicamente, también pueden ser invocados in vocados “por “por cuerpos políticos conscientes de su propia identidad pero carentes aún de conciencia nacio-
nal”, tal y como sucedió en el Imperio Austro-Húngaro (DHC, 105). ¿Será Navarra uno de esos cuerpos políticos anexos y yuxtapuesto que no han alcanzado aún la condición nacional? ¿O estará influyendo sobre esa cuestión el irredentismo de los partidos nacionalistas vascos respecto a Navarra como territorio irrenunciable de Euskadi? Durante la transición, Miguel Herrero sopesó las ventajas e inconvenientes de la integración de Navarra en el País Vasco: “lo que qu e ahora es inviable e innecesario dada la estructura de Euskadi –escribe en 1993– era entonces mas que posible” (ME, 160). Según su testimonio, Ajuriaguerra –máxima autoridad del PNV en esa época– “sugirió incluso renunciar a la denominación de Euskadi y asumir para el conjunto de los cuatro territorios la tradicional de Antiguo Reino” (ME, 162). No es imposible que la omisión actual de Navarra en la ritualizada invocación por Miguel Herrero de la santísima trinidad catala, vasca y gallega obedezca al deseo de nadar en las aguas navarristas y de guardar al tiempo la ropa en el armario del irredentismo nacionalista. Aunque alguna inventiva invent iva reconstrucción contrafactual del pasado permitiera imaginar una situación mejor que la actual si las Cortes Constituyentes le hubieran hecho caso a Miguel Herrero en 1978 o el parlamento hubiese desarrollado después el Estado de las autonomías en una dirección favorable a las pretensiones nacionalistas, no es posible, en cambio, dar marcha atrás al reloj de la historia y suprimir como por encanto los 20 años transcurridos desde entonces: si haber tenido una vez razón no acredita para tenerla siempre, el transcurso del tiempo puede restar vigencia a una solución aceptable en el pasado. Contra lo que Miguel Herrero supone y un tango célebre afirma, es falso que 20 años no son nada. Miguel Herrero trata de re-
cuperar el tiempo perdido por las tres nacionalidades históricas mediante la distinción entre las competencias de contenido material y extenso, que están al alcance de las 17 comunidades autónomas, y el reconocimiento simbólico y cualitativo, reservado exclusivamente a Cataluña, el País Vasco (con Navarra al fondo) y Galicia. Recortadas o anuladas las distancias entre las comunidades de primera (acogidas a la vía rá pida del artículo 151 de la CE) y las comunidades de segunda (relegadas inicialmente a la vía lenta del artículo 143) habría llegado la hora de promover otra vez las diferencias mediante un nuevo adelantamiento de Cataluña, el País Vasco y Galicia, esta vez definitivo e irrecuperable. Sabemos ya que la palanca para esa nueva vuelta de tuerca polític pol íticaa ser serían ían los Derec Derechos hos Históricos de los Territorios Forales amparados por la Disposición Adicional Primera . Ahora bien, tras la sorprendensorprenden te aparición de Cataluña y Galicia como titulares tácitos de tales derechos, ¿cómo estar seguro de que no puedan surgir nuevos aspirantes? La exclusión de Aragón, Valencia y Baleares del privilegiado ámbito de la Disposición Adicional Primera, con el doble argumento de que los derechos civiles especiales no son equiparables con los forales y de que la foralidad civil no siempre implica una foralidad político-administrativa, ¿podría admitir otra interpretación? Lanzados a la discriminatoria búsqueda de los titulares –expresos o tácitos– de Derechos Históricos, ¿cómo determinar el momento de su nacimiento? Origen y contenido de los Derechos Históricos
En uno de los divertidos relatos de Cosmicósmicas 12, el viejo
12 Italo Calvino, Memoria del mun-
do y otras Cosmicósmicas, Madrid, Si-
ruela, 1994, pág. 17. CLAVES
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Qfwfq rememora cómo en la materia fluida y granulosa de las nébulas de su infancia todo estaba oscuro como la pez y nada tenía consistencia: hasta el día en que su padre gritó “¡Atención! ¡Aquí hago pie!” y la materia empezó a condensarse. El origen temporal de esos derechos –advierte Miguel Herrero– es muy impreciso y las leyendas en torno a su nacimiento ayudan bien poco a fijarlo; pero aunque esos mitos, entendidos como tópicos historiográficos de una época, no prueben lo que quieren demostrar, son exponentes, en cambio, de “una autoconciencia del hecho diferencial”. En suma, “la conciencia colectiva que expresa el espíritu del pueblo” es “determinante en el mundo del derecho” y basta para justificar la existencia de esos títulos históricos: aunque los mitos historiográficos sobre el surgimiento de una institución como el señorío tengan difícil defensa, lo que resulta “históricamente incontrovertible es la conciencia, generalizada durante siglos, de su naturaleza pactada” (IDH, 47). A primera pr imera vista, así pues, p ues, la fuerza vinculante erga omnes de los Derechos Históricos nace de mecanismos emparentados con la prescripción adquisitiva del derecho privado; sin embargo, Miguel Herrero invoca principio pio democ democrárátambién el princi tico para fundamentarlos. Porque los Derechos Históricos no son “una alternativa al principio democrático” sino antes bien su “antecedente” histórico y su “alveolo” lógico. (DHC, 107). 107 ). De esta esta form forma, a, los los pleplebiscitos para refrendar los Estatutos de Cataluña, el País Vasco y Galicia durante la etapa republicana (requisito exigido, como ya vimos, por la Disposición Transitoria Segunda para acceder a la vía rá pida del artículo 151) fundamentarían también los Derechos Históricos de los tres territorios; frente a los “historicistas ar-queologizantes”, Miguel Herrero afirma que “tan Nº88
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historia es 1932 como 1714” (DHC, 21). ¿Se podría considerar, entonces, que el referéndum sobre el Estatuto de Carmona Carmona creó algún tipo de Derecho Histórico Histó rico para Andaluc Andalucía, ía, esesgrimible en el futuro por las generaciones venideras? ¿Algún día estarán los valencianos, los canarios o los extremeños en condiciones de celebrar su propio referendum y de exclamar –como el personaje galáctico de Italo Calvino– “¡Aquí se están empezando a condensar los Derechos Históricos!” en el caso de que las urnas les fueran favorables? No se trata de una conjetura desprovista de fundamento: la reclamación por la Comunidad Autónoma de Andalucía a la Administración Central de una deuda histórica de varios miles de millones de pesetas expresa ya la idea de la obligación por el Estado de satisfacer un derecho cuya titularidad nacería de causas situadas más allá de la legalidad estatutaria. En realidad se trata de una falsa polémica. Miguel Herrero coloca el concepto de derecho histórico en un nicho ontológico inexpugnable para el principio democrático: se trata de “un hecho existencial con relieve jurídico” jurídico” y significa más “una personalidad que una titularidad”: de ahí “su irrenunciabilidad y su imprescriptibilidad, que no está vinculada tanto a aquiescencia de terceros o interrupciones de los plazos extintivos, sino a la realidad de una magnitud intensiva cuya cualidad suprema es la existencia dotada del poder normativo de los hechos” (IDH, 57).
El contenido de los Derechos Históricoss es tan indeterminaHistórico do y vagoroso que representa una amenaza para la seguridad jurídica. juríd ica. No exist existee un lista listado do inequívoco y preciso de reivindicaciones frente a terceros: “el contenido de los Derechos Históricos no puede identificarse con determinada imagen , por ejemplo la imagen de la foralidad socialmente vigente, sino con su propia historicidad; es por tanto un a priori material de la norma, y en consecuencia, pre y
para normativo, pre y para constitucional” (IDH, 61).
No deberán ser buscados, así pues, en los códigos o en las compilaciones consuetudinarias: son los titulares de los Derechos Históricos, o mejor dicho, los abogados nacionalistas que asumen su repre-sentación, los únicos facultados para revelar sus contenidos de manera unilateral, imprevisible e incondicionada. Los eventuales conflictos a la hora de determinar o interpretar las obligaciones pendientes de los deudores no serán resueltos por un tribunal o por un árbitro imparcial sino por la voluntad misma del derechohabiente; los partidos nacionalistas, como representantes del titular, se convierten en juez y parte de los pleitos sobre la existencia y el alcance de esos derechos, en la única instancia con legitimidad para definirlos y para ejecutarlos. Liberados de la incómoda carga de los deberes que suelen acompañar como su sombra a los derechos en otros ámbitos públicos o privados, los Derechos Históricos son un cheque en blanco y una inagotable fuente de reivindicaciones para los partidos nacionalistas que han decidido asumir su defensa. Los fragmentos de Estado
de esa árida fuente jurídicoconstitucional un caudaloso manantial de argumentos, Miguel Herrero utilizó FE para fundamentar la necesidad de dar a Cataluña y al País Vasco un tratamiento constitucional diferente del recibido por los restantes territorios, relegados a la condición de meras provincias o de agregados pluriprovinciales. Los lectores de Jellinek –advierte Miguel Herrero– deben prepararse “a escuchar un cuento de hadas”; ahora bien, con independencia de que las disquisiciones en torno al Gran Principado de Finlandia, el Reino de Croacia-Dalmacia y la Corona de San Esteban tengan un aire “arcaico y arcaizante”, los españoles de 1978 podrían encontrar en ellas “respuesta a las cuestiones de más candente actualidad”. Al fin y al cabo, “los “los cuentos de hadas han sido y son paide paideia ia insustituible de la racionalidad”: permiten a los niños acceder al mundo de los valores objetivos, y a los adultos adultos reconocer “con más nitidez aún que en la tragedia clásica las articulaciones fundamentales de su existencia” (FE, 13, 14). La explosión de Yugoslavia convertiría una década después a los fragmentos de Estado del vie jo Imperio Austro-Húngaro Austro-Hú ngaro en víctimas de un cuento de hadas trágico. En la concepción de Jellinek, los fragmentos de Estado son entidades “sometidas al poder del Estado sin disolverse totalmente en el Estado: que no son Estado pero ofrecen los rudimentos de un Estado” (FE, 57). Miguel Herrero concede gran importancia a la denominación singularizada, “sumamente heterogénea y cargada de infungibilidad” (FE, 46), de
Las nieblas que rodean los orígenes y los contenidos de los Derechos Históricos también envuelven a la naturaleza de sus beneficiarios. Miguel Herrero inició la búsqueda de sus rasgos definitorios en el prólogo a la versión castellana de la monografía escrita por Georg Jellinekk en 1896 Jelline 189 6 para tratar t ratar de encajar dentro de su Teoría General del Estado (definido por los elementos esenciales de un territorio, unos súbditos y un poder propios) algunas situaciones atípicas13. Sacando franco-prusiana, Islandia en sus rela-
13 Los protectorados coloniales, los
dominios británicos de Canadá, Australia y Sudáfrica, la Alsacia Lorena conquistada por Alemania tras la guerra
ciones con Dinamarca, los Reinos y Países austríacos, los territorios del lejano Oeste de Estados Unidos, los ducados de Sajonia, Coburgo y Gotha, el Reino de Croacia-Eslovenia dependiente de la Corona húngara de San Esteban, el Gran Principado de Finlandia respecto a la Rusia zarista. 55
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esos fragmentos estatales y cita con delectación la larga lista de reinos, archiducados, ducados, margraviatos y condados incluida en la Ley Austriaca de 186114. Po Porque rque esas arcaizantes arcaizantes denominaciones permiten “racionalizar la individualidad histórica”: “En el nombre y en el título jurídico de un fragment o de Es tado se expresa la personalidad de éste en su dimensión histórica y jurídico-pública”…”Hay casos en que la entidad histórica en cuestión solamente es captable a través de una denominación e, incluso, de un título; casos en los que el nombre comprende toda una tradición o, lo que es lo mismo, una aspiración; supuestos, en fin, donde el título ha sido, durante largo tiempo, la garantía de la propia personalidad política y su reconocimiento actual podría ser el mejor aval de ésta” (FE , 47).
DHC recuerda que los frag-
mentos de Estado incluyen “diversos, no todos ni completos, elementos de una organizaci organización ón estatal”; en su condición de tales, no se subordinan al Estado superior,, como lo hacen los essuperior tados federados o las regiones, sino que se “yuxtaponen” a la organización estatal. El fragmento de Estado revela “una propia personalidad más o menos avanzada, más o menos desarrollada”” pero distinta a la sarrollada l a organización más completa; es una “anexa pars ” que sirve de expresión a un “corpus separatum”. Cataluña y el País Vasco (con Navarra al fondo), acompañados ahora por Galicia, no sólo ofrecen las características propias de los fragmentos de Estado; además, poseen la exclusiva de tan singular estatus, sin que ninguno de los demás territorios constituidos en Co14 “La representación común de los reinos de Bohemia, de Dalmacia, de Galitzia y Lodomeria con el gran ducado de Cracovia, del archiducado de Austria,, sobre y bajo el Ems, de los Austria ducados de Salzburgo, de Stiria, de Carinthia, de Carniola y de Bukowina, del margraviato de Moldavia, del ducado de la Baja y Alta Silsia, del condado-principado del Tirol y del territorio de Voralberg, del margraviato de Istria, del condado-principado de Gorz y de la ciudad de Trieste con su territorio…”. (FE, 46)
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munidades Autónomas pueda aspirar a tal pretensión. El cuerpo político-histórico que adopta la forma de un fragmento de Estado es una realidad existencial: “una realidad que pertenece no al orden de lo extenso sino de lo intenso; que no se puede medir, sino sentir; que se caracteriza por su singularidad, temporalidad y afectividad y que, por lo tanto, es infungible, mutable y eminentemente simbólica” (DHC , 321).
Como hemos visto, la transformación de esa entidad histórico-política en una entidad jurídico-política se produce mediante “la conversión del nombre histórico en título”. Esa es la enseñanza que las Cortes Constituyentes desaprovecharon lamentablemente al comienzo de la transición. “No es indiferente denominarse o no Reino de Navarra o Principado de Cataluña”; si la Comunidad Autónoma catalana hubiese adoptado la denominación de Principado habría quedado claro que continúa siendo “jurídicamente, como lo fue en el pasado, un corpus separatum con competencias originales” (DHC, 173). Las Naciones
Comunidades histórico-políticas dotadas de soberanía originaria, yuxtapuestas a la organización del Estado español como partes anexas, titulares de Derechos Históricos como Territorios Forales y poseedoras de una denominación histórica propia, Cataluña, el País Vasco (con Navarra al fondo) y Galicia son esos corpora politica que hoy llamamos naciones” “ que (DHC, 23); la actual “plurina“plurinacionalidad española” no es, sino la herencia de la “politerritorialidad” de la antigua Monarquía (DHC, 97). Esa elevación de las tres nacionalidades históricas a la condición de naciones está cargada de consecuencias prácticas: las transferencias competenciales en favor de esas tres comunidades deberían ser “la consecuencia del previo reconocimiento
conceptual, como Nación, del hecho diferencial y de su correspondiente entramado institucional” (DHC, 38). Si Miguel Herrero mencionó los cuentos de hadas al exhumar la teoría de Jellinek sobre los fragmentos de Estado, Ernest Gellner utilizó imágenes y toponímicos de los cuentos populares para explicar el surgimiento de los movimientos nacionalistas en el siglo XIX: la mitifi mitificada cada histori historiaa de un país llamado Ruritania cuya identidad nacional es creada por las elites intelectuales y políticas emergentes a caballo de las transformaciones industrializadoras y modernizadoras de la expansión capitalista 15 . La manipulación de la historia sirve a los nacionalistas para inventar a sus naciones: con independencia de que el pasado común, el territorio, la lengua, el derecho, la religión o la cultura suministren los ingredientes indispensables para su construcción, son los imaginativos arquitectos nacionalistas quienes extienden la correspondiente partida de nacimiento. Porque que las naciones, tal y como las presentan los nacionalistas, no caminan hasta el presente desde el fondo de una historia milenaria sino desde el siglo pasado. De nada sirve mostrar a quienes comparecen a esos debates dominados por las emociones el carácter mitológico o simplemente inventado de las credenciales aportadas por los nacionalistas para mostrar a sus naciones como entidades esenciales y transhistóricas 16 ; al igual que en las discusiones sobre la existencia de Dios entre los agnósticos y los creyentes, la posibilidad de un entendimiento que vaya más allá de la
mutua tolerancia es muy débil. Pero Miguel Herrero es un laico y no le preocupa que la noción de los Derechos Históricos sea una “típica tradición inventada”, es decir, un replanteamiento de la historia y no su herencia. El presente da sentido al pasado, no a la inversa: “La voluntad de ser en que la nación consiste reclama un pasado y construye una historiografía incluso científica: por eso mismo suele inventar tradiciones” (IDH, 51).
Dejando a un lado esa historiografía descaradamente mítica, ¿cuáles son los requisitos de esos cuerpos jurídico-políticos, fragmentos de Estado y entidades nacionales que Cataluña, el País Vasco y Galicia constituyen? En cualquier caso “no basta el recuerdo histórico de los antiguos Reinos” para justificarl justi ficarlos: os: también es necesaria “la existencia de Naciones vivas” (DHC, 54) 54).. Mig Miguel uel Herrero sale de ese laberinto mediante juegos logomáquico logomáquicoss tales como afirmar que la Disposición Adicional Primera, amparadora de esos cuerpos separados, yuxtapuestos y anexos, no se remite a la historia ni tampoco a la historiografía sino simplemente a la historicidad . 104). ). El hecho hecho de de ha(DHC, 104 ber sido resulta insuficiente: “no todas las antiguas entidades histórico-políticas de la antigua Monarquía española pueden esgrimir Derechos Históricos” (DHC, 91); suponer lo contrario implicaría considerarlos como un haber y no como un ser. Tampoco basta con presentar la credencial de los orígenes étnicos o esgrimir el respaldo del plebiscito cotidiano de sus habitantes: “El Pueblo Vasco [...] no es una entelequia racial ni una abstracta voluntad de vivir juntos, ni, claro está, menos aún, un mero meron n qua quantum ntum demográfico: es una magnitud histórica”
15 Ernest Gellner, Naciones y nacio-
nalismo, Madrid, Alianza Editorial,
1988. 16 Entre otros Ernest Gellner, op. cit.; Eric Hobswan y Terence Ranger, The Invention of Tradition , Cambridge Universityy Press, 1984; Benedict versit Benedict Anderso Anderson, n, Comunidades imaginadas , México, Fon-
do de Cultura Económica, 1993; Ernest Gellner Nacionalismo, Barcelona, Destino, 1998; Jon Juaristi, ‘La invención de la tradición’, CLAV LAVES ES DE RAZ RAZON ON PRA PRACTI CTICA , núm. 73, junio de 1997. CLAVES
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JA VI ER P RA DE RA
(DHC, 199).
La realidad existencial última que da sentido nacional a la vida de los hombres y que les transmite calor y afecto en este inhóspito planeta viene definida mediante términos ambiguos, adjetivos emocionales y sustantivos equívocos. Sabemos, por ejemplo, que España no es una nación pero sí –como afirma Jordi Pujol– una “reali “reali-dad entrañable” cuya “epidermis” es el Estado (DHC, 39). Miguel Herrero coincide con los nacionalistas en que nación, como madre, no hay más que una. El mundo está formado por identidades nacionales que exigen lealtades no compartidas a sus hijos; ningún ser humano puede liberarse de ese destino, lo quiera o no, lo sepa o no. Los partidos nacionalistas explican la aparente anomalía de que haya catalanes y vascos que también se sientan españoles: se trata simplemente –arguyen– de nacionalistas españoles encubiertos. Esa inefable condición ontológica defendida por los nacionalistas para Cataluña, el País Vasco y Galicia tiene como reverso la futilidad de las aspiraciones de otras Comunidades Autónomas a constituirse en fragmentos de Estado o naciones: esas regiones nunca lograrán alcanzar la masa crítica suficiente ni reunir los elementos necesarios para pasar de la magnitud extensiva a la magnitud intensiva. Poco importa que Baleares y el País Valenciano sean tan bilingües como Cataluña o que el norte de Navarra sea más euskaldun que muchas zonas del País Vasco; que Aragón tenga una historia compartida con Cataluña y un derecho civil propio; que la multisecular sujeción de Andalucía al dominio islámico haya dejado en su cultura un trasfondo inconfundible; que los antiguos Reinos de León y Castilla la Vieja tengan materializado el propio pasado en su literatura y sus monumentos; que Canarias ofrezca rasgos criollos semejantes a muchos Nº88
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CLAVES
DE RAZÓN PRÁCTICA
países latinoamericanos. ¿Porqué únicamente Cataluña, el País Vasco y Galicia ofrecerían la dosificación de lengua, cultura, historia, derecho, población y territorio necesaria para ser naciones, para constituir cuerpos históricopolíticos yuxtapuestos a España como fragmentos de Estado y para ser titulares expresos o tácitos de los Derechos Históricos reconocidos por la Constitución? Y, sobre todo, ¿cuáles son las razones que impiden a valencianos, canarios o andaluces albergar la esperanza de alcanzar algún día tal condición y les obligan a formar parte de España quiéranlo o no? ¿Por qué ninguna otra comunidad autónoma que no sean Cataluña, el País Vasco (con Navarra al fondo) o Galicia puede ser una anexa pars yuxtapuesta al Estado? ¿No están ya incoados –20 años después de sentadas las bases del Estado de las Autonomías– los vínculos afectivos comunitarios dentro de Valencia, Andalucía y Canarias? Las billonarias transferencias de recursos presupuestarios desde la Administración Central a la Administración Autonómica, la gestión de la sanidad y la educación, la creación de burocracias funcionariales propias y las instituciones parlamentarias, ejecutivas y judiciales de autogobierno, ¿no han consolidado nuevas elites políticas, empresariales y sociales regionales? El asentamiento de los mesogobiernos creados por la “nueva desamortización de cargos públicos” promovida por los primeros gobiernos de UCD (DHC, 69), ¿no está forjando realidades y lealtades políticoadministrativas tan irreversibles como lo fue la redistribución de la tierra de la Iglesia y de los ayuntamientos en el siglo XIX? El planteamiento esencialista subyacente a la teoría de los cuerpos políticos y los fragmentos de Estado no puede ser ni confirmado ni desmentido por los hechos; como los viejos
concursos radiofónicos, conmina con un dilema: dilema: o lo tomas o lo dejas. Mientras que la Generalitat “ es el Estado en Cataluña”, Cuenca simplemente “está en el Estado” (DHC, 41). La imper impermeabi meabililidad de esa construcción doctrinaria abre la puerta sólo a los hechos favorables y deja a la intemperie (el mismo destino que aguarda a los catalanes, vascos y gallegos no nacionalistas) las realidades molestas: por ejemplo la obstinada resistencia de casi la mitad de los votantes del País Vasco a dar su voto a los partidos nacionalistas o la modesta minoría que respalda a los nacionalistas gallegos en las urnas. Miguel Herrero insiste una y otra vez en la necesidad de abrir la normatividad constitucional a la facticidad y la historicidad; sin embargo los nacionalistas, por su parte, no abren su propia construcción a los hechos de la historia si éstos contradicen sus prejuicios doctrinales.
tentes para que los normativistas convenzan a los historicistas, y en una discusión sobre el origen, el alcance y la vigencia de la Constitución: “el debate constructivo es dificil entre una visión historicista y otra normativa, entre una idea y otra de jerarquía constitucional, entre una idea y otra de nación”17. Baste, pues, con levantar acta de las dos tajantes afirmaciones de Miguel Herrero a este propósito: de un lado, no toda la Constitución escrita forma parte de la Constitución verdadera, reducida a las disposiciones, principios y pronunciamientos no contradictorios con una irrestricta actualización de los Derechos Históricos de los Territorios Forales realizada en la dirección y con la orientación que los partidos nacionalistas exigen; de otro, “una parte importante de la Constitución sustancial no está contenida en la Constitución formal, sino en otras normas” (VAD, 81). No se trata de un debate bi-
El marco constitucional
Miguel Herrero descarta el derecho de autodeterminación co17 José Ramón Recalde, ‘Dificultamo vía para alcanzar las metas des del debate constructivo’, El País, de reconocimiento y poder polí- 17-X-1998, reseña bibliográfica de . Las tesis de José Ramón Recalde tico que los nacionalistas exi- DHC sobre la materia en: “Constitución y gen para Cataluña, el País Vas- Derechos Históricos”, CLAVES DE CTICA , núm número ero 85, sep sep-co y Galicia. Vimos ya que el RAZÓN PR Á CTICA tiembre de 1998. camino adecuado es la Dispo18 Javier Varela cree que la intersición Adicional Primera de la pretación de Miguel Herrero, llevaría CE. La clara, explícita e ine- en última instancia a la destrucción de quívoca referencia al marco la Constitución y a adjudicar al Rey la capacidad de expresar la voluntad del constitucional como espacio Estado como poder moderador, único dentro del cual deben ser ac- capaz de mantener unidos a los fragtualizados los Derechos Histó- mentos de Estado; sostener que el marde la Constitución no significa la ricos de los Territorios Territorios Forales co Constitución como marco, sino el (sean cuales sean aquéllos) “marco político cambiante e impreciso” fuerza a Miguel Herrero a dar de ésta, equivale a defender que la disadicional “significa lo que nos una largo rodeo para distinguir posición da la gana que signifique” (‘En el marentre la verdadera Constitu- co de la Constitución…’, El País, 17ción, o Constitución sustanti- XI-1998). Las discrepancias de Javier va, y las simples leyes de la Varela se extienden a la fundamentación doctrinal de esas tesis, especialConstitución, situadas fuera del mente la concepción de los titulares de sagrado recinto de los princi- los Derechos Históricos, a caballo entre pios y de los valores que for- la naturaleza y la historia: mientras que comunidades autónomas se compoman aquélla. Cualquier debate las men de “individuos, grupos sociales, entre interlocutores que utili- partidos, ideologías y hasta provincias zan idiomas distintos e intra- diferentes”, los corpora politica son completas, afectivamente ducibles es un diálogo de sor- “identidades cargadas, redondas como bolas de bidos; José Ramón Recalde ha llar…son ficciones sin existencia real, subrayado los problemas exis- mónadas sin ventana”. 57
CUENTOS DE HADAS PARA USO POLÍTICO
zantino18. El repertorio argu- “tremendo error” –afirma tammental suministrado por la te- bién Miguel Herrero– tratar de oría de los fragmentos de Esta- “comprar” a los partidos naciodo y las identidades naciona- nalistas con transferencias; “el les convierte en dogma de fe precio nunca será suficiente” que los Derechos Históricos de porque “las conciencias naciolos Territorios Forales no sólo nales exceden con mucho los preceden a la Constitución (que meros complejos de intereses”: se limita a reconocer su exis- “la manera mas segura de hacer tencia sin posibilidad de modi- inaceptable una realidad no veficarlos) sino que la sobrevivi- nal es precisamente aparentar rían si desapareciera: los Dere- que está en venta y que, en chos Históricos no forman consecuencia, se puede comparte de la Constitución sino prar”(DHC, 43). Las magnituque son “una realidad tercera” des intensivas catalanas, vascas y (DHC, 99). Bastará, así pues, gallegas no pueden conformarcon arrojar fuera de la Consti- se con unas concesiones que retución sustantiva, esto es, a las sultan aptas, en cambio, para tinieblas exteriores de las meras satisfacer las reivindicaciones leyes de la Constitución , todo de las magnitudes extensivas de aquello que impida una actua- Andalucía, Andal ucía, Canar Canarias, ias, Astu Asturias rias lización de los Derechos His- o La Rioja. Ya vimos la esterilitóricos de los Territorios Territorios Fora- dad de la vía arqueológica, emles conforme a los deseos de los peñada en identificar a los Departidos nacionalistas (espe- rechos Histó-ricos “con un cialmente el Título VIII de la acervo competencial, esto es, Norma Fundamental y la ju- con el haber y no el ser de su tirisprudencia del Tribunal tular”, en lugar de considerarConstitucional); unos derechos los un fondo, una reserva de que no son “meras normas” normas” si- facultades (IDH, 74, 75) 75).. Por no “complejos institucionales el contrario, “el ser determinade normas, valores, representa- rá un haber” sin que “éste pueciones y entidades” de un or- da sustituir a aquel porque la den concreto. (DHC, 104) primera cualidad de las cosas, en este caso unos corpora politica, es la existencia: el ser anReconocimiento tecede al obrar” (IDH, 82). El y compete ncias Llegamos así al final del reco- objetivo proclamado por la rrido: ¿cuáles son los Derechos Declaración de Barcelona es Históricos pendientes de ac- que el resto de España asuma tualización? La única forma de “la pluralidad nacional en el averiguarlo es preguntárselo a ámbito del Estado” y formalice los partidos nacionalistas que “el reconocimiento jurídicose arrogan el monopolio de ha- político, social y cultural” de blar en nombre de Cataluña, –y sólo de– Cataluña, el País el País Vasco y Galicia como Vasco y Galicia. Se trata, en sus exclusivos y excluyentes in- suma, de “remover los obstátérpetes y portavoces. Los fir- culos que impiden el reconocimantes de las Declaraciones de miento del carácter plurinaBarcelona, Vitoria y Santiago cional, pluricultural y plurilinlamentan la rastrera concep- güe del Estado español” y de ción materialista que convierte conseguir una “redistribución la distribución territorial del de soberanía y poder” en benepoder en un mero asunto de ficio de las tres llamadas narecursos presupuestarios, com- cionalidades históricas . Ese repetencias transferidas, corres- conocimiento, justo y democráponsabilidad fiscal, ámbito de tico en si mismo, resulta actuación de las instituciones “absolutamente necesario en parlamentarias y ejecutivas de una Europa en proceso de artiautogobierno,, policías propias, culación económica y polítiautogobierno sistemas educativos bilingües y ca”. El reconocimiento, sin emcuerpos de funcionarios. Es un bargo, no concierne sólo a rea58
lidades simbólicas tales como himnos, banderas y fiestas patrióticas o a declaraciones de principios sobre la soberanía originaria, el derecho de autodeterminación y la soberanía compartida: no sólo de pan vive el hombre pero el hombre también vive de pan. Las Declaraciones de Barcelona, Vitoria y Santiago subrayan que la petición de reconocimiento simbólico e institucional incluye también mayores competencias en los ámbitos de la educación y la cultura, la política fiscal y la presencia exterior. El documento del grupo de trabajo de la reunión de Barcelona, además de criticar el modelo estatal centralista y uniformista borbónico que sustituyó a comienzos del siglo XVIII a la Monarq Monarquía uía de los Austrias, aspira as pira a superar supe rar la actual etapa autonómica, simple proceso de descentralización política y administrativa, para configurar “un Estado plurinacional de tipo confederal”. Esa nueva estructura estatal deberá acabar con la “progresiva homogeneización competencial” de las 17 comunidades autónomas, considerada por los nacionalistas como “una estrategia de las fuerzas estatales para desvirtuar el autogobierno de las naciones sin Estado”. Así pue puess el reconocimiento, además de plasmarse “en los símbolos y las instituciones”, requerirá también “una adecuación de la financiación” a las nuevas necesidades de autogobierno y “un traspaso de competencias que haga políticamente efectivo el reconocimiento de la pluralidad del Estado”. El listado de esas pretensiones es amplio: “la competencia plena y exclusiva exclusiva”” para la legislación sobre lenguas y culturas propias; el nombramiento por los parlamentos de Barcelona, Vitoria y Santiago de magistrados del Tribunal Constitucional; la ampliación de las competencias de los Tribunales Superiores de Justicia; el control efectivo de la seguridad pública no supracomuni-
taria; la competencia plena en Admini stración Administrac ión Local, inclu incluiida la eventual modificación de los ámbitos provinciales y de las diputaciones; el establecimiento de un sistema de financiación capaz de asegurar la autonomía y la suficiencia propias; la “competencia exclusiva”” sobre los recursos proclusiva pios naturales, etc. Una nueva cultura política
Los partidos nacionalistas de Cataluña, el País Vasco y Galicia exigen, así pues, una nueva cultura política que subraye la singularidad y la especificidad de las tres llamadas nacionalidades históricas; que reconozca su soberanía originaria, su cosoberanía futura y su derecho a la autodeterminación; que propicie una relectura de la Cons Cons-titución a través de nuevas leyes orgánicas orgánicas y de bases; bases; que reforme el Tribunal Constitucional para conseguir interpretaciones favorables a las tesis nacionalistas; y que incluya elementos confederales en el ámbito de la cultura y la educación. Esa nueva cultura política, vinculada al reconocimiento para Cataluña, el País Vasco y Galicia, también pretende que las restantes comunidades autónomas renuncien a nuevos techos competenciales y acepten su condición de partes inseparables de esa España con la que las tres nacionalidades históricas mantienen una relación de yuxtaposición en régimen singular y diferenciado de anexa pars. Miguel Herrero contribuye a esa tarea con la infundada tesis según la cual la habilitación establecida por el artículo 150.2 de la CE para transferir o delegar facultades de titularidad estatal nunca hubiera debido ser aplicada a esas autonomías residuales; el ámbito de ese mecanismo delegador de competencias estatales debería circuns-cribirse exclusivamente a las comunidades titulares de los Derechos Históricos (IDH, 97). Surgen algunas dificultades para dar por bueno ese prograCLAVES
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ma reivindicativo. Por lo pronto, los nacionalistas carecen del apoyo de casi la mitad de la población en el País Vasco y son abiertamente minoritarios en Galicia: ¿con qué títulos democráticos comprometen al resto de sus compatriotas? Pese a las probadas convicciones democráticas y liberales de Miguel Herrero, esos fantasmales corpora política situados a caballo entre la historia y la ontología, pertenecientes al orden intenso, caracterizados por su singularidad, temporalidad y afectividad, infungibles, mutables y eminentemente simbólicos (DHC, 321), evocan ominosame nos amente nte el espectr espectroo de la limpieza étnica de la Europa balcánica. De añadidura, las variaciones dentro del campo nacionalista correspondiente a cada una de esas tres comunidades quedan ejemplificadas por las diferencias existentes entre el PNV y HB o entre Convergencia y Esquerra Republicana; la remisión hecha por la Declaración de Barcelona a los precedentes históricos del Pacto de la Triple Alianza de 1923 y del Pacto de Compostela de 1933 difumina también los sustanciales cambios producidos en el seno de los nacionalismos a partir de la guerra civil. Además, ese frente conjunto oculta las discrepancias entre los nacionalismos hegemónicos de unas y otras comunidades; así, las fronteras entre el nacionalismo catalán en sentido estricto y el catalanismo en sentido genérico son mucho mas borrosas que las nítidas barreras que separan al nacionalismo aranista del vasquismo constitucionalista. En términos operativos las diferencias entre las llamadas nacionalidades históricas son así mismo grandes. Los programas educativos de inmersión lingüística y de discriminación positiva a favor de las lenguas propias en Cataluña y Galicia (cuyos idiomas están emparentados con el castellano por su común procedencia del latín y
cuentan con una vieja tradición de uso familiar generalizado) plantean desafíos muchísimo menos graves para los derechos individuales de los castellanohablantes que los suscitados por el euskera en el País Vasco. Y también resulta obvio que la extensión a Cataluña y Galicia del régimen de concierto económico vasco y navarro crearía dificultades de escala al conjunto de la economía española. Finalmente, ¿cómo fabricar la cuarta pata que daría estabilidad a esa nueva mesa jurídico-constitucional sostenida por las otras tres patas de Cataluña, el País VasVasco y Galicia? ¿Pueden los nacionalistas catalanes, vascos y gallegos obligar a los habitantes de las restantes comunidades autónomas a ser meras astillas de esa cuarta pata? ¿El hecho diferencial de las tres naciona justific ificaa que lidades históricas just las Cortes Generales impidan el acceso de los restantes territorios a los mismos techos competenciales? La cobertura doctrinal y la justificaci justi ficación ón teóric teóricaa tan generosamente dadas por Miguel Herrero a los nacionalistas catalanes, vascos y gallegos tienen cuando menos dos flancos débiles. Por un lado, las reivindicaciones políti políticas cas de los partidos nacionalistas –en si mismas defendibles– no necesitan de la arbitrista protección del Derecho y de la Historia, cuando no de la Ontología, suministrada por sus dictámenes: en los sistemas democráticos cada fuerza política tiene libertad para defender sus programas con el peso de los votos y de los argumentos. El obsequio a nacionalistas catalanes, vascos y gallegos de cuentos de hadas contrarios a las reglas del juego establecidas por la CE es un mal servicio a la racionalidad que debe presidir los debates
democráticos, sobre todo si el donante se presenta como nacionalista español (ME, 48). Por otro lado, aún siendo cierto que la carrera de agravios comparativos emprendida por las comunidades de la vía lenta para igualar a las comunidades de la vía rápida crea problemas blem as de difícil difícil arreglo arreglo19, el intento de que las restantes comunidades autónomas acepten la congelación de sus techos competenciales y una rebajada condición regional frente a Cataluña, el País Vasco y Galicia tropieza con un obstáculo insalvable: son los ciudadanos, y no los profesores o los abogados, quienes deciden en una democracia. n
Bibliografía
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19 Javier Pradera, ‘La liebre y la tor-
tuga. Política y Administración en el Estado de las Autonomías’, CLAV LAVES ES DE RAZON PRAC PRACTICA TICA , 38.
Javier Pradera es editor y periodista.
H I ST O R IA
M I L I T A R
VIVENCIAS DEL 98 EN UNA FAMILIA MILITAR FERNANDO PUELL DE LA VILLA
ucho es lo que, en estos firmantes de las cartas. días, se viene publican- Descripción del documento do sobre el llamado “de- La conservación de este lote de sastre” de 1898 y pocas son las 51 cartas manuscritas se debe a aportaciones realmente origina- una extraña casualidad. Las carles que sobre el tema han apare- tas están firmadas por diversas cido. No se puede negar que los personas, todas ellas familiares trabajos surgidos alrededor de la del destinatario: básicamente, el conmemoración del centenario padre y dos hermanos, uno y serán de utilidad para corregir otros militares profesionales. errores, reflexionar sobre posi- Son escritos que carecieron de bles paralelismos entre la crisis valor en su día, salvo el estrictafinisecular decimonónica y la si- mente sentimental. La mayoría tuación actual, o ajustar a la de los temas tratados hacían rerealidad determinados tópicos e ferencia a aspectos cotidianos de interpretaciones históricas. Con- la existencia de aquellos homtinúa pendiente, sin embargo, bres. El destino final de las cuarel necesario trabajo de investi- tillas, como debió ocurrir con la gación histórica, que explique inmensa mayoría de la correscon claridad la crisis militar de- pondencia íntima y familiar del sencadenada tras el Desastre. siglo pasado, hubiera debido ser Crisis de enorme trascendencia el cesto de los papeles o el fuego. y con muy diversas facetas, cu- Sin embargo, viajaron desde el yas consecuencias trastocarán, escritorio de un cadete de la en mi opinión, la vida política Academia de Segovia a La Haespañola hasta época muy re- bana; le acompañaron en su reciente. Para contribuir a ese ob- patriación a la Península; sufrie jetivo, este artícu artículo lo pretend pretendee ron numerosos traslados, e indesvelar lo que la guerra de Cu- cluso los avatares de la guerra ba significó para muchos mili- civil en Madrid; luego, el exilio, tares del siglo XX. y, por último, fueron rescatadas Por un azar fortuito y hace muy recientemente de su desalgunas semanas, ha caído en trucción por mero azar azar.. mis manos tal vez la única doEl lote consta de tres series cumentación inédita y original de cartas. Cada una de las series sobre aquellos acontecimientos presenta características singulaque vaya a salir a la luz pública res, pero presta unidad al conen este año de exposiciones, junto la circunst circunstancia ancia de que que tocongresos y conmemoraciones. da la correspondencia tiene un Se trata de la correspondencia único destinatario. Cuando éste privada, sostenida durante el pe- recibió la primera serie, comriodo bélico, entre varios miem- puesta por 22 cartas, fechadas bros de una familia de artille- entre el 10 de septiembre de ros. El titular del archivo ha ac- 1894 y el 21 de abril de 1896, cedido a que se haga uso de la era alumno de la Academia de misma para estas páginas, con Artillería de Segovia; Segovia; todas ellas la única condición de permane- iban firmadas por su padre, cocer en el anonimato, tanto él ronel jefe de uno de los regimismo como sus antepasados mientos de la guarnición de Sevilla. La segunda serie, sin duda
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la de mayor interés histórico, la integran 26 cartas, fechadas entre el 14 de febrero de 1897 y el 11 de septiembre de 1898. El destinatario era ya teniente y, tras un par de destinos en la Península, había embarcado hacia La Habana en noviembre de 1897. En esta ciudad permanecerá durante la guerra con Estados Unidos y hasta su regreso a España, en enero de 1899. La razonable desazón familiar por el joven oficial –acababa de cumplir 19 años al tiempo del embarque– se advierte en que aumenta el número y variedad de los remitentes: recibe 17 cartas del padre, trasladado a Segovia para dirigir la Academia del Arma; cuatro del hermano mayor, sota del citado centro escolar (es decir, teniente ayudante de profesor); dos del hermano menor, alumno de la misma Academia; otra de la hermana; una de una tía, y otra de un amigo. La última serie la forman tres cartas, fechadas en abril y mayo de 1906, que el padre, retirado, dirigió a los tres hermanos, uno capitán y otros dos tenientes, todos ellos destinados en Burgos. La vida cotidiana de una familia militar
El capitán general Fernando Fernández de Córdova afirmaba en sus Memorias, obra básica para conocer en profundidad el universo de las familias militares del siglo XIX, que desde principios de aquel siglo el Ejército se había ido mesocratizando y que la alta sociedad había ido dejándolo de lado. Durante la Restauración, periodo en el que redactó su obra, eran ya muy escasos los miembros de las familias aristo-
cráticas que seguían la carrera militar.. Igual había militar había ocurrido con “los jóvenes de posición y de riqueza”, queza ”, los cuales preferían cursar otras carreras “o ninguna, malogrando sus mejores años en fútiles costumbres”. La relevancia adquirida por el Ejército durante el siglo siglo XVIII había ido declinando en la primera mitad del XIX y, a partir de 1850, estimaba el anciano general, cedió su supremacía “al abogado, al escritor o periodista, y a ése que ahora se llama genéricamente hombre político”. Todo ello, según él, se debía a que el Ejército llevaba muchos años nutriéndose de “hijos de la clase media”. Debido a esta extracción, los oficiales eran “tenidos en poco” y su vida social había quedado limitada “a muy estrechos círculos”. Ya no se les admitía en los salones si no “ostentaban otros títulos de nobleza o posición que la espada que ceñían”; tampoco solían frecuentar los teatros o, cuando lo hacían, ocupaban asiento “en las altas galerías, rara vez en los asientos de preferencia”. La práctica totalidad de su tiempo libre la pasaban en los cafés, “donde se oscurecían privada y colectivamente”1. Fernández de Córdova había ingresado en el Ejército en los últimos años del reinado de Fernando VII. Su primer entorchado lo obtuvo, al amparo de su hermano Luis, durante la primera guerra carlista. Al ser casi un producto residual del Anti-
1 Fernando Fernández de Córdova,
Mis memorias memorias íntimas, íntimas, Sucs. de Rivade-
neyra, tomo III, pág. 470, Madrid, 1886-1889. CLAVES
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guo Régimen, podríamos valorar el juicio anterior como distorsionado, o incluso bastante alejado de la realidad. Sin embargo, contamos con tantos otros testimonios semejantes sobre los rasgos distintivos de aquella colectividad, que su visión de la misma queda cuanto menos confirmada, si no preferimos darla la consideración de optimista. El militar de carrera de la Restauración pertenecía a un colectivo muy numeroso y sobredimensionado sobredimension ado para las necesidades reales de la defensa del país. Este factor condicionaba toda su vida profesional. El exceso de oficiales gravaba hasta tal punto el presupuesto del Ministerio de la Guerra que era preciso dedicar más de las cuatro quintas partes del mismo a pagar la nómina del personal. Dicha asignación, aunque fuera la partida más abultada del Presupuesto del Estado, no permitía que las retribuciones de los militares estuvieran equiparadas a las de los funcionarios civiles del mismo nivel y las mantenía aún más alejadas del sueldo habitual de los profesionales liberales de parecido nivel sociocultural. Sus expectativas de carrera quedaron seriamente mermadas al superar con creces la nómina de personal en activo el número de puestos de trabajo disponibles. Más de 25 años solían transcurrir antes de que un oficial alcanzara el empleo de jefe, con el inconveniente añadido de que el sueldo iba ligado al empleo, sin que otro tipo de medidas correctoras, semejantes a los actuales trienios, cubrieran sus mayores obligaciones familiares. Aunquee se idearon Aunqu idearon fórmulas fórmulas papara colocar al excedente de persoNº88
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nal, dichas soluciones sólo lograron paliar un problema viciado en su origen: la imposibilidad geométrica de que una estructura piramidal se transformara en otra prismática. Se conocen los rasgos generales de la cuestión gracias a la reivindicativa y beligerante prensa militar del periodo y, en menor medida, a la literatura costumbrista y regeneracionista, en la que se podrían incluir muchas obras de autor militar. Sin embargo, hasta ahora era difícil contrastar si aquellos lacrimógenos artículos de prensa, o las miserias descritas en los libros, se ajustaban exac- Weyle r tamente a la realidad. Tampoco se podía deducir de los testimonios disponibles hasta qué pun- nada por esta circunstancia, suto la mayoría de los militares vi- mada a la influencia del abuelo vían conforme a lo expresado en materno, también coronel de letra de imprenta. Artillería. La correspondencia objeto de El cuerpo tenía una tradición este artículo puede proporcionar de más de cien años y había senalgún indicio sobre sus vivencias tado los cimientos del incipiencotidianas. Es, desde luego, hi- te proceso de industrialización potético generalizar la informa- español. Esta circunstancia, que ción aportada, sin disponer de Azaña se ocupó de recordar otras fuentes similares. Pero al cuando se puso en duda la idopartir de cero a este respecto, no neidad de los artilleros para diqueda otro remedio que dar co- rigir los establecimientos fabriles mo bueno lo que tenemos entre militares2, imprimía carácter y las manos y esperar a confirmar- singularidad a estos oficiales del lo a que la fortuna nos depare resto de sus compañeros. Ellos otra fuente similar. Conviene, no se autoconsideraban la élite del obstante, hacer alguna matiza- Ejército y creían estar por encición previa. La familia en cues- ma de los problemas cotidianos tión la formaban dos generaciones de oficiales de Artillería. El padre, coronel del Cuerpo, había 2 “Yo no soy erudito –afirmó en las ingresado en la Academia de Se- Cortes–, pero creo saber que una gran govia en 1854. Era hijo de un parte de las iniciativas fabriles e industriales en España se hicieron en el siglo industrial gallego, cuyas empre- XVIII, cuando en España no no había insas, como tantas otras, se habían genieros civiles. Es decir, que vino una visto severamente afectadas por gran parte del progreso, o la inauguradel proceso fabril en España, por las sucesivas crisis financieras de- ción los militares, por los artilleros, por los cimonónicas. Tal vez la vocación ingenieros militares”. DSCD, 27 de militar del hijo estuvo condicio- enero de 1932, pág. 3456.
de la oficialidad. En cierto sentido, dicha creencia era cierta. Sin embargo, nuestra correspondencia describe un entorno social y profesional que, en términos generales, apenas se aparta de la visión ofrecida por Fernández de Córdova. Es posible que los artilleros estuvieran más preparados profesionalmente; es posible, también, que tuvieran mayores inquietudes científicas. Pero en su vida cotidiana, en sus relaciones sociales, permanecían inmersos en el estrecho mundo de las clases medias provincianas, y más pendientes de cómo llegar a fin de mes que de la crisis interna e internacional por la que estaba pasando el país. También es cierto que, no sólo los artilleros, sino la mayoría de los oficiales de la Restauración se revolvían impotentes contra su sino. Su educación elitista y aristocratizante los impulsaba a excluirse de la clase media, a la que pertenecían por origen y posibilidades económicas, y pretendían arroparse en 61
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un universo cultural ajeno a la realidad de su entorno, exigiendo que el Estado compensara las estrecheces financieras con privilegios políticos y distinciones sociales, y que la sociedad hiciera reconocimiento público de su singularidad. Situémonos, ahora, en Sevilla, en septiembre de 1894. Un coronel, al mando de una relativamente importante unidad artillera, escribía a su segundo hijo, que cursaba estudios en la Academia de Segovia. El mayor era también alumno del último curso y el menor se preparaba para el ingreso. Los tres convivían con la madre y otra hermana en el domicilio familiar. Entonces, el régimen de internado en las academias militares no era obligatorio y a las familias les resultaba más barato establecerse en la ciudad que pagar los gastos de manutención de sus hijos. Desde la primera carta, dejados aparte los habituales consejos paternales, animando al hijo a estudiar, portarse bien y aprovechar el tiempo, trascienden los apuros económicos de una familia obligada a mantenerse dispersa. El coronel ocupaba un “cuarto pequeño” en el Círculo de Labradores, tal vez el club social más aristocrático de Sevilla, lo que demuestra la inclinación de los militares a guardar las apariencias y no renunciar a sus ínfulas de distinción. Consideraba, no obstante, su alojamiento “bastante malo”, y añadía: “como necesito el dinero para vosotros me aguanto en él, porque me llevarán menos que en otro mejor”. Las siguientes cartas, escritas durante el otoño de 1894 y el invierno de 1895, centran su atención en los estudios de los hijos. Es muy característico del ambiente de la época que la escrita el 27 de febrero, cuando ya se conocía el inicio de la insurrección cubana, no lo mencione y la dedique por completo a describir la terrible inundación que asolaba Sevilla: “Aquí estamos en pleno diluvio. El río está un metro sobre el muelle y tan pronto está arriba como abajo, porque el
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temporal dura desde Diciembre. Las alcantarillas que vierten las aguas de la población al río están cerradas, para que por ellas no entre el río, y toda el agua que cae queda en las calles. El prado de San Sebastián está convertido en lago, el paseo de la Fábrica de Tabacos, que rodea el cuartel, está lleno de agua. Hay una humedad horrorosa”.
Un mes después, el 20 de marzo, las secuelas de la guerra de Cuba aparecen por primera vez en el texto. Sin prestar atención alguna al conflicto bélico, el coronel advertía las posibles consecuencias del mismo para la carrera de sus hijos: “Los Regimientos están sin Tenientes, nosotros también y lo mismo le pasa a la Infantería. Necesariamente han de aligerar la carrera, y es lo probable que a todos les cojan los cursos cortos . Pero aunque así no sea, nada te perjudica que los que están delante salgan más pronto”.
Sin embargo, el naufragio del acorazado Reina Regente en aguas de Tarifa, ocurrido el 9 de marzo, después de dejar en Tánger a la delegación del Sultán que había negociado en Madrid la liquidación de la revuelta melillense de 1893, atraía su atención y, tras justificar técnicamente la catástrofe: “Los barcos blindados son buenos para combatir, pero malos para navegar”, se extendía en una larga disertación sobre las carencias náuticas de los navíos artillados. También Filipinas, donde habían culminado con éxito las operaciones para la ocupación de Mindanao, mereció un recuerdo en la carta. Durante el resto del curso, la correspondencia, al margen de la parte de carácter privado, incidía en los mismos temas apuntados. La guerra brilla por su ausencia (sólo presente en la reforma del plan de estudios, reducido a tres años y cuatro meses de duración) y los apuros económicos surgían una y otra vez entre líneas. A veces como excusa para limitar a uno de los hijos la invitación para ir a Sevilla durante la Semana Santa y la Feria de Abril: “Yo no tengo dinero para dos, ni tampoco para uno, pero ya me las arreglaré para pagar lo tuyo”. Otras, para
quejarse de los gastos ocasionados por los estudios y de la escasez del sueldo: “Este año no tengo un cuarto, tu Madre no hace más que pedir y yo tengo mensualmente una cantidad fija, que no me es posible aumentar”. Las cartas del siguiente curso escolar, 1895-1896, durante el cual los tres hijos serán alumnos de la Academia, no presentan otra novedad que la mayor satisfacción del padre por los progresos escolares de su segundo hijo. Es digno de mención, y evidente síntoma de las carencias científicas del país, que las asignaturas técnicas, como mecánica y electricidad, se estudiaran sobre textos franceses; situación heredada y que siguió vigente en las Academias de Artillería Artille ría e Ingen Ingenieros ieros hasta bien entrado el siglo XX: “Yo también he estudiado por textos en francés –escribía el padre, el 8 de octubre de 1895– y, al principio, la traducción se hace un monte, pero pasado algún tiempo se acostumbra uno al lenguaje del autor y resulta muy fácil”.
Otra singularidad del plan de estudios, muy denostada en la prensa militar por la oficialidad de Infantería y Caballería, era la importancia concedida a las asignaturas técnicas en perjuicio de las militares. Estas cartas, además de confirmar un hecho testimoniado en otras fuentes 3, parecen indicar que la atención prestada a las primeras tenía un objetivo mucho más prosaico que la estricta motivación profesional aducida oficialmente: formar a los artilleros para gestionar y dirigir fábricas de armamento y munición. “Dedica todo el tiempo que puedas a la electricidad –sigue la última carta citada–, en la inteligencia de que no
3 Según el testimonio de otro oficial
de Artillería, que ingresó 15 años después, las matemáticas, electricidad, termodinámica, resistencia de materiales, y demás asignaturas técnicas, tenían consideración de principal principales es y era difícil aprobarlas; las materias profesionales, las de carácter militar, se consideraban accesorias y se superaban con poco esfuerzo. Antonio Cordón, Trayectoria. Memorias de un militar republic ano,
pág. 32, Grijalbo, Barcelona, 1977.
pierdes el tiempo, porque es una asignatura muy útil, que tal vez te dé de comer andando el tiempo. Para no tener un trabajo excesivo, dedica menos tiempo a la Artillería. Esta asignatura no te sirve más que para el examen; es bueno que la sepas y lleves en ella buen puesto, pero nunca este estudio te reportará más ventaja que aprobar el curso con buena nota, mientras que todo lo que aprendas de electricidad te ha de ser útil toda la vida”.
Con respecto al régimen de estudios académico, la correspondencia presenta la novedad de describir con viveza dos aspectos poco conocidos: las técnicas de aprendizaje habituales en la época, método que tal vez fuera compartido por universidades y escuelas técnicas, y el entramado de relaciones e influencias, por no decir presiones y recomendaciones, que los padres de los alumnos mantenían con el profesorado. Durante Durante los dos cursos escolares que cubre la correspondencia, el padre impartió numerosos consejos sobre el método que consideraba más conveniente para dominar el programa de estudios y obtener buenas calificaciones, así como el tiempo y horario que debían dedicarse al estudio: “Por la tarde, antes de cenar, y después al amanecer, levantándote a las cuatro”, por lo que el alumno debía acostarse “inmediatamente después de cenar”. La obsesión de todos ellos –del padre y de los hijos– era el puesto que ocupaban en clase y las calificaciones obtenidas en las diversas materias. Para obtener buenos resultados, el padre les recomendaba que cada día estudiaran primero “la conferencia de mecánica” y luego “la lección de Electricidad, sin empeñarte en entenderla”. Con respecto a las asignaturas de carácter militar, consideraba suficiente que tomaran notas en clase, “sin preocuparte de estudiarlas en el cuaderno con gran precisión”. Al estar más pendiente de los resultados que del aprendizaje, el padre no alentaba el estudio global de la materia: “lo primero y principal es la lección del día”, y añadía: “la lección es necesario entenderla, aprenderCLAVES
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la y saberla decir, las tres cosas cuando el Ministerio de la Gueson necesarias para llevar un rra se vio obligado a cubrir todas buen puesto en clase”. No obs- las vacantes de teniente en la Petante, se advierte en las cartas nínsula y Ultramar. Es preciso una especial insistencia en que, a cuestionarse si sería posible gediario, “por lo menos una ho- neralizar dicha actitud, convirra”, se efectuara un “repaso de- tiéndola en sintomática del sentenido y bien estudiado de la tir de la corporación. Como meElectricidad, leyendo cualquier ra hipótesis, me siento inclinado párrafo que no se dé, si en él se a contestar afirmativamente a la funda lo que se da”. cuestión.. Se parte del hecho ciercuestión Las injerencias de las familias to, avalado por una veintena de en la vida académica eran conti- cartas suscritas por el jefe de una nuas. En la mayor parte de las importante unidad artillera, de ocasiones, la cuestión era lograr que la guerra no afectó ni su vique determinado profesor saca- da cotidiana, ni la de su unidad. ra a la pizarra al alumno con Se parte también de la hipótesis más frecuencia, bien para indu- muy probable, dado que se puecir a éste a estudiar más o para de constatar que el padre conque aquél apreciara mejor su testó punto por punto a cuantas aplicación y rendimiento. En cuestiones le planteaban sus hiotras, se buscaban apoyos para jos, de que ninguno de éstos, que algún compañero influyera alumnos del establecimiento acasobre el profesor que había sus- démico más prestigioso de la pendido al hijo o le había baja- Restauración, sintió preocupado la nota. Sin embargo, cuando ción alguna por la situación bése advertía que algún traspiés es- lica que atravesaba Cuba. colar podía causar la repetición ¿Podría ello significar que amdel curso, con el consiguiente bas partes vivían de espaldas a la quebranto económico, la pre- realidad? Tal vez sí en el caso de sión aumentaba y se acudía a los alumnos, pero muy improcualquier recurso: “Ya veremos bable en el del padre. Las acadecómo se busca una fórmula mias militares han sido hasta –puede leerse en la carta fechada época muy reciente, prácticael 9 de febrero de 1896– de que, mente hasta la comercialización de un modo u otro, podamos masiva de la radio de transistores defender al pobrecito niño”. niño”. An- bien entrados los años sesenta de te la animadversión manifiesta nuestro siglo, espacios muy cede un profesor, atribuida gene- rrados sobre sí mismos y poco ralmente a antiguos piques o ro- permeables a las noticias e inces profesionales, lógicos en una quietudes procedentes del extecorporación tan cerrada y poco rior. No es factible saber a ciencia numerosa, el alumno recibía cierta si lo anterior es trasferible a pleno respaldo de su familia: “Si una época en la que los alumnos se portase mal contigo, de una no vivían en régimen de intermanera marcada –advierte el pa- nado; probablemente sí. Además, dre, el 12 de octubre de 1895–, la población escolar militar era entonces me avisas, y ya vere- muy joven, la mayoría de ellos mos quién puede más, si él o casi niños de 14 a 18 años. Pocos nosotros”. se sentirían atraídos por la lectura del periódico en el improbable caso, dada la penuria de medios Ecos de la insurrección cubana En las cartas de la serie anterior, económicos, de que su familia se observa que el conflicto cu- estuviera suscrita a alguno de bano no llegó a ser objeto de ellos. En cuanto al padre, la sipreocupación. Ni el padre, ni el tuación es muy distinta. Aunque hijo, le prestaron apenas aten- no comprara la prensa, tenía a ción. Sólo esporádicamente para mano los periódicos que, a no comentar sus posibles conse- dudar, el Círculo de Labradores cuencias sobre el programa de ponía a disposición de los socios, estudios, drásticamente reduci- y evidentemente también los del dos de cinco a tres años y medio, cuarto de estandartes del RegiNº88
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miento. Alejado de la familia y sin graves preocupaciones profesionales, tendría también tiempo sobrado para participar en las diversas tertulias del Círculo. El hecho cierto es que el coronel estaba bien informado sobre la guerra y mantenía opiniones claras sobre la misma, como lo demuestran los comentarios que, una vez rotas las hostilidades con Estados Unidos, hará a su hijo. ¿Por qué, entonces, no hizo alguna referencia a la guerra en sus cartas? Lo más probable es que nunca llegara a imaginarse que ésta afectaría directamente a su familia, ni se planteara que alguno de los suyos pudiera verse implicado en el conflicto. Esta hipótesis, de ser cierta, indicaría que los militares peninsulares, como pocos años después volvería a ocurrir durante la guerra de Marruecos, no prestaron excesiva atención a la cíclica y lejana insurrección cubana ni llegaron a implicarse emocionalmente en la misma. Seguramente creyeron que el llamado Ejército de Ultramar se bastaba y sobraba para sofocarla en plazo más o menos largo de tiempo y a costa de muchas o pocas víctimas, tal como había ocurrido 20 años atrás. Sin embargo, a partir del otoño de 1896, la situación varió sensiblemente. En septiembre, el padre fue nombrado director de la Academia de Artillería de Segovia, en la que seguían cursando estudios los dos hijos menores. Tres meses después, el 26 de diciembre, el mayor de ellos, destinatario de nuestras cartas, obtuvo el empleo de primer teniente y se incorporó al Regimiento de Artillería de Plaza, cuya Plana Mayor estaba en Cádiz. En marzo de 1897, el padre le indujo a pedir traslado al 5º Regimiento Montado, Montado, de guarnición en Segovia. La intervención paterna tenía como objeto el que la familia pudiera disponer de sus ingresos, según se desprende de cartas cruzadas con el hermano mayor, también forzado a permanecer en el hogar familiar y a renunciar a la libre administración de su sueldo. En
septiembre, volvió a su destino anterior; esta vez obligado por el sorteo de plazas que cubría las vacantes del Ejército de Cuba. De Segovia viajó de nuevo a Cádiz, donde permaneció “en expectación de embarque” hasta el 10 de noviembre, fecha en que lo hizo en el mercante de la Compañía Transatlántica Santo Domingo, tras ser encuadrado en el 11º Batallón de Artillería de Plaza. Llegado a la isla, pasó, “en comisión de servicios”, a la Comandancia General de Artillería de La Habana, puesto que desempeñó hasta ser repatriado a la Península, en diciembre de 1898. Permaneció, por tanto en Cuba, 13 meses, a lo largo de los cuales recibió las cartas que ahora se analizarán. Prácticamente su incorporación coincidió con el relevo de Weyler W eyler por por Blanco Blanco en en la Capita Capita-nía General (31 de octubre de 1897) y el inicio del proceso que pondría fin a la soberanía española sobre las Antillas. Fue testigo del retorno de los campesinos c ampesinos “reconcentrados” “reconcent rados” a sus aldeas, de la instauración de la autonomía, de los disturbios protagonizados por la oficialidad habanera (en los que se mantuvo al margen), de la visita y explosión del Maine, Main e, del cese unilateral de hostilidades con los insurrectos impuesto por Estados Unidos, de la declaración de guerra, de los combates de las Lomas de San Juann y Caney, Jua Caney, de la destruc destrucción ción de la escuadra de Cervera en Santiago, de la capitulación del Ejército de Ultramar y de la sustitución de la bandera española por la norteamericana en el Castillo del Morro, desde el que, como oficial telemetrista, había participado en el dispositivo artillero que defendió La Habana contra el previsible ataque estadounidense. Como era de esperar, tan trascendentales acontecimientos tuvieron reflejo fiel en las cartas recibidas de Segovia, al hilo de los comentarios que el joven teniente hacía sobre ellos cuando escribía a la familia. Como es lógico también, las cuartillas recogen frases cariñosas, recomendaciones higiénicas, noticias sobre 63
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la vida académica, cotilleos sobre la sociedad segoviana y mucha preocupación ante el afán de combatir que debía mostrar el hijo. Antes de analizar la parte más interesante de la correspondencia (la relativa al impacto de la derrota sobre aquella familia militar), se prestará atención a los aspectos arriba reseñados. En la primera carta de la segunda serie, fechada el 12 de noviembre de 1897, sin noticias aún de la llegada del hijo a Cuba, el padre, aunque no conocía la isla, se mostraba muy preocupado por su salud física y moral:
dos por vómito negro y 30.120 más por paludismo, tuberculosis, tifus y otras enfermedades4. La segunda parte de la cita sirve para poner en evidencia la profunda religiosidad y conservadurismo de los militares de la l a Restauración. Habían quedado muy atrás los tiempos en los que una notable proporción de oficiales, los que lucharon en la Guerra de la Independencia y combatieron contra los carlistas, pertenecían a la masonería o eran adalides del liberalismo, condenado por la Iglesia como herético. Los motines cuarteleros del Sexenio, cuando muchos militares vieron “Ten ánimo, que vas al país del oro y la guerra puede darte ocasión de dis- en peligro su vida y su puesto de tinguirte. Tienes tres enemigos: el vó- trabajo, les apartaron del avenmito, las calenturas y los vicios de ese turerismo político y les convirpaís pervertidísimo. Contra el vómito, tieron en el baluarte de la ley y el ten prudencia y atiende bien los conse- orden. Sus hijos, educados ya en jos de los prácticos. Contra las calentulos colegios religiosos que moras, que es la enfermedad más mortífera, procura explotar las relaciones de tu nopolizaron la enseñanza secunPadre para que no te destinen a la tro- daria durante la Restauración, cha, ni tengas que dormir en la mani- no habían conocido otro sistegua. El tercer enemigo, los vicios, es el ma de valores y seguramente no más temible y para combatirle debes se lo cuestionaban. De ellos surrezar a la Virgen todas las noches una salve y una ‘bendita sea tu pureza’. Ha- giría la generación castrense que ciéndolo así te dará la Virgen castidad y impregnó de militarismo conno se debilitará tu buena educación servador la vida pública españomoral. El vino y el juego son a tu edad la durante los 50 años centrales grandes enemigos, que pueden hacerte del siglo XX. olvidar que tienes el deber de rendir Incluso en aquellos graves moculto al honor y que ningún acto queda secreto, porque todos los haces de- mentos, sigue presente en las cartas la preocupación por la escasez lante de Dios”. del sueldo, con el inconveniente No andaba descaminado al añadido de los atrasos en las pahacerle las primeras observacio- gas de Cuba y los problemas de nes. En Cuba, murieron más de liquidez derivados de la guerra. 60.000 soldados durante los tres “Es muy natural que paguen a la Inaños de guerra. De ellos, unos fantería y no a los artilleros –razonaba la 3.000 en el campo de batalla o a carta del 8 de marzo de 1898, cuando el causa de heridas en combate. teniente desplazado llevaba tres meses sin cobrar–. Observa que hay muchos Otros 28.819 murieron afecta- Jefes y Oficiales de de Infantería Infantería que están 4
La trocha, a que se refiere la carta, era una especie de enorme cortafuegos abierto en la manigua con el fin de limitar los movimientos de los mambises. Se talaron dos; la primera en Oriente, durante la guerra de 1868-1878; la segunda, en 1896, en Pinar del Río, al oeste de La Habana, para contener las partidas de Antonio Maceo. La tala de esta última fue la operación que costó mayor número de bajas en la campaña. La mitad de los 40.000 soldados que cortaron árboles y limpiaron maleza, que se dejaba pudrir al sol, contrajeron paludismo y fueron evacuados a hospitales improvisados en la bahía de La Habana, donde murieron 13.000 de ellos. 64
achantados en las poblaciones, eludiendo más o menos legítimamente ir a campaña, pero en operaciones está el resto, que es inmenso. En cambio observa los jefes de Artillería que están en campaña y el número de capitanes que duermen es sus casas. Es muy justo que se pague al que trabaje y no se pague al que está en su casa”.
Las noticias sobre la vida segoviana recibían especial atención. La familia acudía cada domingo a una tertulia que “dura de 6 a 8 y media, y no dan ni agua”. Rutina que, cuando se interrumpía, merecía descripcio-
nes detalladas del padre y los hermanos. Por ejemplo, la patrona de Artillería de 1897 se celebró con un baile en la biblioteca de la Academia, decorada con una “alfombra de bayeta encarnada y en el techo tres grandes arcos voltaicos”; en la vecina clase de dibujo, alumbrada con “lámparas incandescentes”, se sirvió “pavo trufado, jamón en dulce, dulces y té”. En Navidades, visitaron Segovia dos compañías de zarzuela “seria” y una compañía infantil, que actuaron en el remodelado teatro, “sin palcos bajos, con luz eléctrica, y decorado y butacas nuevas”. Con ocasión del santo de Alfonso XIII, el el 23 de de enero, enero, se organizó organizó un “concierto en el picadero” al que asistió “toda la hit-live” y donde el lugar de la orquesta lo ocupó “un fonógrafo perfeccionado” que interpretó “una malagueña, un aria de Mancini, una guajira y una pieza tocada por la música de Alabarderos”. Hacia la guerra con Estados Unidos
violencia si incidían en aquella línea informativa. Su actuación, réplica de la que derivó en la dimisión de Sagasta en 1895 y antecedente de las que condujeron a la aprobación de la ley de Jurisdicciones en 1906, dio pie a que Washington enviara el acorazado Maine a La Habana, teóricamente para proteger vidas y haciendas de los súbditos norteamericanos, ante posibles desmanes del mismo cariz. En realidad, la actitud de aquellos oficiales evidenciaba la situación de la colonia tras la instauración de la autonomía política. Su base social era tan débil que resistía con dificultad los zarandeos y presiones de españolistas irreductibles o independentistas declarados. Los militares peninsulares según se desprende del contenido de esta correspondencia, desconocían o estaban mal informados sobre lo que se fraguaba en Cuba. El coronel era consciente de la gravedad y trascendencia de los incidentes narrados, así como de sus previsibles implicaciones bélicas y políticas, y se valió de ellos para interpretar, bastante peculiarmente, el problema colonial. Sus comentarios pueden ser de gran utilidad para conocer cómo en juicia jui ciaban ban la sit situac uación ión los mil milita itares res que no estaban directamente implicados en el mismo.
La primera referencia a la guerra aparece en una carta del hermano mayor, fechada el 27 de diciembre de 1897, en la que, al congratularse por la pacificación de Filipinas, se pregunta “¿cuándo será la de esa isla?”. A partir de ese momento, el proceso que “Los últimos sucesos ocurridos en conduciría a la ruptura de hos- La Habana prueban que, a las dificultilidades con Estados Unidos tades de la guerra, se han unido las de la comenzó a dominar el panora- política, y por consiguiente, no será poma y lo cotidiano dio lugar a sible hacer la paz. El Ejército ha vencilos acontecimientos históricos. do y arrolla al enemigo siempre que lo En carta del 17 de enero de encuentra. La dominación del país no la hace el Ejército, sino una ley rígida y 1898, el padre hace referencia a justa. El general Blanco ha ido a planlos incidentes ocurridos en La tear un sistema que fracasó desde el Habana, que suponía suficien- principio y es necesario un cambio que temente conocidos por el hijo. no estará bien representado por Blanco. Se trataba de la destrucción, El general Weyler ha hecho mucho más que el necesario; la concentración unos días antes, de los locales daño es una medida cruel con la que nada se del diario El Reconcentrado, van- ha adelantado. Si ése hubiera fusilado a dalizado por dos decenas de ofi- un centenar de personas, estaría el país ciales, en airada protesta contra aterrorizado y nadie se atrevería a salir los comentarios del periódico al campo, pero la concentración de los sobre los desmanes cometidos campesinos ha hecho miles de víctimas sin asustar a nadie. Entiendo que es popor Weyler en los campos de sible abandonar la isla, como ha hecho concentración. Tras Tras el asalto, se Italia con su posesión de Egipto, y que dirigieron a las redacciones de cuanto más tardemos, peor parado queLa Discusión y de El Diario de la dará el honor de España. Estamos per Marina para amenazar a sus di- diendo ahí honra y provecho”. rectores con nuevos actos de El texto es tan expresivo que CLAVES
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obvia cualquier comentario. De“De cuantas cosas dijeron que habían nota que no todos los militares pasado en Madrid, como consecuencia españoles eran partidarios de de los desórdenes de La Habana, nada verdad. Produjo aquí gran senticonservar la colonia a cualquier de miento la noticia, pero nada se ha hecho coste y parece indicar que un sec- en contra del Gobierno, no ocurrió más tor suficientemente significativo que aumentaron el deseo de que, de del Ejército podría haber asumi- cualquier modo que sea, se concluya do la venta de Cuba a Estados pronto una guerra que nos arruina”. Unidos sin que ello hubiera ocaSegún se desprende de un resionado la hecatombe nacional ciente trabajo de investigación, que vaticinaba la clase política de es posible confirmar que el la Restauración. Como más ade- contenido de la carta se ajustalante se podrá comprobar, la ba con notable exactitud a la derrota naval y la capitulación realidad, lo que valida el conmilitar tuvieron efectos más trau- junto de la correspondencia. El máticos sobre la conciencia de 17 de enero, el mismo día en estos militares que los que hu- que el coronel se hacía eco de bieran podido derivarse de la pa- los motines, el embajador de cífica cesión de soberanía, opción Estados Unidos en Madrid readmitida, sin repugnancia ni mitió un extenso informe congrandes aspavientos, en la trans- fidencial al presidente McKincripción anterior. ley dándole cuenta de las enDos semanas después, el coro- trevistas mantenidas con la nel, en respuesta a una pregunta Regente y con el ministro de del teniente, desmiente los ru- Ultramar Ultramar,, los días 15 y 16. Mamores, al parecer llegados tam- ría Cristina, saliendo al paso de bién a la isla, de que en Madrid la los rumores que corrían sobre oficialidad joven, solidaria con sus el descontento de la oficialidad, compañeros de La Habana, había se limitó a darle garantías de protagonizado nuevos incidentes. que “ella aplastará cualquier
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conspiración en España”. Segismundo Moret le aclaró con todo detalle la situación: “Le pregunté” –escribía el embajador Woodford– “hasta qué punto eran ciertos los rumores sobre motines y conspiraciones, aquí en España. Me contestó que Weyler, Romero Robledo, los ultraconserv ultraconservadores, adores, los carlistas, los socialistas y los republicanos intentaban aunar esfuerzos para lograr que el Gobierno no disolviera las actuales Cortes; forzar la dimisión del Gabinete liberal; rescindir la autonomía, y enviar a Weyler de nuevo a hacerse cargo de la situación en Cuba. Pero que él no veía peligro inminente de que ninguna de esas conspiraciones tuviera éxito”5.
Más reales eran los rumores de que los incidentes habían puesto en marcha la maquinaría bélica de Estados Unidos y de que España se preparaba, sin demasiado entusiasmo, para afrontar la posible ruptura de
hostilidades. “Las noticias que ahora corren –seguía la carta del coronel, de 6 de febrero de 1898– son que Estados Unidos arma su escuadra a toda prisa. Nosotros hacemos lo mismo sin gran clamorío. No se grita, ni se toca la marcha de Cádiz, pero parece que se ultiman los aprestos, por si hubiera que batirse. Mal asunto es éste de una guerra con Estados Unidos. Me parece que nuestros barcos se conducirán con gran valor, como siempre, y si hay un combate será una epopeya, pero dudo que a bordo de nuestros barcos haya práctica en el manejo de la artillería y me temo que vamos a quedar en ridículo”.
Cinco meses antes del hundimiento de la escuadra de Cervera un coronel de Artillería, seguramente desconocedor del informe presentado al Congreso de los Diputados por el ministro de Marina en 1894 y desde
6 Agustín Ramón Rodríguez Gon-
5 El texto original inglés está recogi-
do en la obra de Julián Companys, Es paña en 1898, entre la diplomacia y la guerra, pág. 328, Ministerio de Asuntos Exteriores, Madrid, 1992.
zález, ‘La situación de la Armada en 1894 a través de los informes parlamentarios’: Juan Pablo Fusi y Antonio Niño “desastre”:: orígenes orígenes y an(eds.), Antes del “desastre” tecedentes de la crisis del 98, págs. 206209, UCM, Madrid, 1996.
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luego ignorante de la situación puntual de la flota en 1898 6, vaticinaba con notable clarividencia el resultado del, por entonces, hipotético enfrentamiento naval. Una vez más, nuestra correspondencia demuestra su fiabilidad y da fe de que el desequilibrio de fuerzas era patente para cualquier persona medianamente informada, que la ulterior campaña de prensa fue un desatino y que al Gobierno y a la Junta de Almirantes les impulsó un voluntarismo suicida, pues eran conscientes de la imposibilidad de vencer. La carta del 17 de febrero, sólo dos días después del suceso, se hacía eco de la catástrofe del Maine: “Hoy me despertó Mamá con las noticias de la voladura del acorazado de Estados Unidos. Confieso que la noticia me produjo gran alegría, a pesar de los muchos muertos y heridos que habrá habido”. De nuevo las cosas se enfocaban de muy distinta manera en los dos hemisferios. Lo que en Segovia fue motivo de regocijo, en La Habana causó aflicción, y muy pocos dejaron de apreciar la trascendencia del hecho. Las autoridades movilizaron cuantos medios tenían a su disposición para atender a los heridos y rescatar los cadáveres. La guarnición puso en peligro sus vidas para socorrer a las víctimas del naufragio. El ambiente popular se tiñó de luto. Incluso el general Lee, cónsul de Estados Unidos en la ciudad, que tan escasa simpatía sentía hacia la causa española, hubo de admitir, en comunicación oficial a Washington, que “era posible constatar un sentimiento de tristeza en toda la ciudad”7. Entretanto España celebraba los carnavales, ajena a los sucesos del otro lado del Atlántico. El 26 de febrero, el coronel escribía en solitario mientras la familia se encaminaba al “baile de piñata”. Su carta incluía un excelente análisis de la situación y el pre7 Companys, op. cit., pág.
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174.
visible desarrollo del conflicto, sin dejar de mencionar la brillantez de “los bailes de La Unión” y hablar de las “mascaradas sin gran animación animación”” que se vieron por las calles. Las clases populares, tan castigadas por las levas y la subida del precio del pan, debían sentirse poco proclives a celebraciones. Abría sus comentarios con la advertencia de que el enfrentamiento tenía raíces más profundas que la explosión del acorazado. Reconocía nuestra inferioridad naval y se mostraba convencido de que, si por un afortunado azar se venciera en el mar, el desenlace final sería favorable a España. Este convencimiento es clave para comprender el derrumbe moral de la oficialidad española y entender determinados comportamientos futuros. Como luego demostraron los hechos, la valoración de la potencia terrestre del enemigo se ajustaba bastante a la realidad: recuérdese que el general Shafter solicitó permiso para reembarcar tras soportar sólo una semana de lluvias y un día de combate. Sin embargo, el análisis carece de visión de conjunto. Pocos militares parecieron darse cuenta de que la misma declaración de guerra llevaba implícita la derrota, al carecer España de una flota capaz de mantener expeditas las comunicaciones entre la colonia y la metrópoli. “No he podido remediar el alegrarme de la voladura del Maine. Puede producir la guerra, pero no como causa, sino como pretexto. Nuestra desventaja es horrible. Racionalmente debemos ser aplastados, pero si Dios nos ayuda podemos vencer. Unos cuantos disparos de suerte y el valor de algún comandante de torpedero pueden darnos la victoria. Si vencemos en la mar, lo cual puede ser pero no es probable, nos reiremos del poder de Estados Unidos y no tardarían en proponer la paz, que motivaría la pacificación de Cuba. No son militares los Estados Unidos, no tienen patriotismo ni tendrán fortaleza para resistir una catástrofe. Charlan porque ven segura la victoria, pero si les viesen las orejas al lobo pronto se aclocarían”.
El hermano mayor, unos días después, el 8 de marzo, confirmaba que los profesores de la Academia participaron participaron del mis-
mo regocijo que el director, al clarará, y créeme que lo siento, pues conocer el hundimiento del tengo la convicción que les daremos “Yoo estaba aquella noche una paliza. Pues aunque los yanquis Maine: “Y unos barcos más que nosotros, en el Casino cuando llegó el He- tengan en cambio no pelearán con tanto valor raldo, y no puedes figurarte la como espero que tendrán nuestros maalgarada que se formó”. El 17 de rinos, que, convencidos de que nuestra abril, todos los miembros de la honra y nuestro todo está en sus mafamilia escribieron a La Habana nos, se portarán como unos valientes. creo que los marinos yanquis convencidos de que la guerra era Además, saben manejar un barco, pero en camun hecho inevitable. El padre, bio no son artilleros y no sabrán sacar lamentando “no poder estar a tu partido de los elementos que tienen lado”, le recomendaba “pruden- superiores a nosotros. Y, dado el modo cia y cuidar de tu persona, fuera que tienen de apreciar el honor, se porde los momentos decisivos en tarán como cobardes, y nuestra victoria conseguirá con poco. Si tenemos la que todos los sacrificios son pe- se suerte de echarles un solo barco a piqueños”, y finalizaba la carta con que, los demás tomarán las de Villaun viva a España. Una vez más, diego; si no, sucedería que, aunque el maduro coronel mostraba su venciéramos, sus barcos se irían al fontemor al fatal desenlace y señala- do del mar, y los nuestros a sus astilledestrozados. Lo malo es que los inba con acierto que el riesgo no ros gleses metan la pata, como es muy proestaba precisamente en La Ha- bable que suceda, pues sienten bana, cuyas baterías de costa, simpatías por los cerdos y en este caso lanzatorpedos y minas ampara- es imposible hacer nada. Con su forban la ciudad con suficiente efi- midable escuadra nos obligarían a no cacia. La hipótesis más peligrosa hacer nada, lo que equivale a dar la raa los yanquis y tener que hacer lo la situaba, como después confir- zón que ellos quieran”. marían los hechos, al otro lado de la isla: “No sé cómo se las van a arreglar en Santiago, donde su- El impacto del “desastre” pongo que habrá poca artillería”. La declaración de guerra, el 23 El hermano mayor consolaba su de abril, interrumpió la perioausencia del teatro de la guerra dicidad semanal de la corresaventurando que ésta duraría pondencia, al quedar bloquea“muy poco” y que, antes de tres das las costas cubanas por la esmeses, se habría concluido “la cuadra norteamericana, y no se cuestión de esa isla”. Menos reanudó hasta después de la caconsciente de la realidad que el pitulación. Se conservan sólo padre, por lo que la derrota le dos cartas de este último perioafectará más profundamente, do, una del padre y otra del herconsideraba que la guerra se re- mano mayor, fechadas ambas el solvería desde tierra: “Ojalá se 11 de septiembre de 1898. Sin pongan esos canallas delante de embargo, su contenido supera los cañones y tengáis la suerte de en interés a cualquiera de los estropearles unos cuantos bar- textos antes comentados. El cocos, a ver si entonces chillan me- ronel pasaba revista a la situanos”. El menor, aparentemente ción familiar, antes de hacer no menos bravucón y desde lue- ninguna referencia al desastre. go menos informado de nues- Le habían destinado a Burgos y tras posibilidades reales, no esta- vivían con más desahogo, pero ba aún convencido de la inmi- la madre se había ido “arrugannente ruptura de hostilidades, do”, preocupada por la falta de pero en ese supuesto no ponía noticias del hijo: “ella no comen duda la victoria española. Se prende que de ese país se pueda denota por su carta, muy ilus- volver con vida”. Admitía que trativa para conocer la opinión él pasó los mismos “miedos” y de los alumnos de la Academia que había rezado cada día para de Artillería, que éstos debían se- que “Dios te conserve la salud”. guir el desarrollo de los aconte- El hermano, trasladado también cimientos con mucha atención, a Burgos, resumía la situación enmarcándolos incluso en su vivida asegurándole que “la incontexto internacional. comunicación pasada ha sido una angustia por la carencia “Me parece que la guerra no se deCLAVES
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FERNANDO PUELL DE LA VILLA
completa de noticias”. ¡Cuántas den de un oficial repatriado y otras familias pasaron el mismo de otro que aún no había ingresuplicio, ignorantes del destino sado en la Academia. La prensa de sus hijos y sin que, a la pos- militar militar,, por su parte, se limitó a tre, sus plegarias fueran atendi- justificar actuaciones actuaciones concretas, das! Se habló antes de los reivindicar comportamientos 60.000 muertos que ocasionó la colectivos y proclamar la indigcampaña, pero no ha sido posi- nación de la corporación ante ble, hasta el momento, contabi- los ataques de políticos y periolizar el número de jóvenes inha- distas. Sin embargo, nada se cobilitados para el trabajo, a causa nocía, hasta el momento, sobre de las heridas recibidas en com- el impacto de la derrota en la bate, y los muchísimos más que intimidad de las conciencias del no pudieron emprender una vi- cuerpo de oficiales peninsular. da normal, debido a las secuelas Las dos cartas citadas permitidel vómito, la tuberculosis o el rán clarificar este punto. paludismo. Ambos corresponsales corresponsales enjui“El Desastre es, por encima de todo ciaron muy negativamente lo –afirma uno de los más destacados es- ocurrido. Ninguno de ellos prepecialistas del tema–, ese inmenso dra- tendió justificar la conducta de ma humano de miles y miles de jóvenes sus compañeros, ni individual ni heridos, mutilados, enfermos para colectivamente. Sólo el soldado siempre, condenados a una vida de marginación y mendicidad. Su impac- quedó libre de culpa. Pero, sobre to en la sociedad española tardaría mu- todo, subyace en sus páginas el sentimiento de vergüenza. Verchos años en borrarse”8. güenza por pertenecer a una insEl desastre tuvo además otro titución que no había sido catipo de consecuencias para los paz de cumplir con el cometido militares. Sus lesiones fueron in- que justificaba su existencia. Verternas, más de carácter psíquico güenza por compartir escalas con que físico: desmoralización, des- un mando que no supo resolver, prestigio del sistema de valores profesional y airosamente, la sique veneraban y, muy en espe- tuación planteada. Vergüenza, cial, el autoconvencimiento de particularmente, al ir teniendo que no eran eficaces, última ra- conocimiento de tantos casos de zón de ser de una profesión in- cohecho, de tantos casos de cotegrada por hombres de acción. rrupción, protagonizados por Como después confesó otro jo- compañeros de todos los rangos. ven teniente, se sintieron “viejos Será preferible ceder el puesto a en el pensar” al volver de Cu- los autores de las cartas, de forba9. Y, todavía en 1911, un fu- ma que el lector juzgue por sí turo personaje histórico con- mismo la profundidad de los templaba anonadado cómo mu- sentimientos expresados, la huechos de sus compañeros, al salir lla que dejará el desastre en aquede la Academia, se deprimían llas generaciones militares. De la pensando que el Ejército “nunca carta del coronel, la menos veserviría para nada nada””10. Los ante- hemente de las dos, se han selecriores testimonios –los únicos cionado tres párrafos: el primero que se han podido entresacar de enjuicia la debacle naval, el sevarias decenas de obras de au- gundo la campaña terrestre y el tor militar, referidos a estados tercero, de demoledor contenide ánimo individuales– proce- do, la actuación de sus compañeros de armas. 8 Rafael Núñez Florencio, El Ejérci-
to español en el Desastre de 1898, pág.
55, Arco Libros, Madrid, 1997. 9 José Garc García ía Benít Benítez, ez, Treinta años de práctica profesional, págs. 18 y 19, A. Marzo, Madrid, 1925. 10 Emilio Mola Vidal, ‘El pasado, Azaña y el porvenir’: Obras completas, pág. 976, Santarén, Valladolid, 1940. Nº88
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CLAVES
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“La marina yanqui siempre ha sido buena y, después de tantos bombardeos, tiene muy buenos artilleros. Cervera llevaba reclutas y la superioridad de inteligencia y de número uno aplastó. No se le puede tachar de ignorante ni cobarde, pero no tuvo resolución para ser un héroe y se quedó en ridículo; no por la derrota, sino por no haber causado daño al enemigo”.
“Weyler destruyó destruyó la isla; hizo impo- mente cada cual tendrá más o menos sible la vida en el interior y, al ser due- coraje, en el conjunto somos un pueblo ños los yanquis de la mar, quedó el Ejér- que merece lo que nos ha sucedido y cito en una situación imposible de sos- más aún todavía. ¿Quién duda ya que tener. El general Toral no cumplió con Dios nos ha castigado? Él decide de la su deber, no extremó la defensa hasta el suerte de las armas y ha querido que palímite marcado en la Ordenanza, pero al guemos nuestros vicios, envolviéndover llegar a los repatriados, al ver que no nos a todos en el castigo que tan en vuelven hombres sino espectros, se de- justicia merecen merecen,, como son los que tantanduce que el Ejército de Cuba sólo pudo to han robado a los soldados en ese batirse con los mambises y que no hay Ejército, a los que han dejado sin conmedio de continuar la guerra. Esto de- diciones para la lucha, dándose el caso ja en una situación situación desairad desairadísima ísima no só- de que los soldados dicen aquí que lo al Ejército, sino a toda la Nación. nunca han comido mejor que cuando recibían su ración de los americanos. “El soldado es valiente y sufrido; el oficial se ocupa más de los garbanzos “No será, sin embargo, porque de que de sus deberes; los jefes son resaquí no ha ido dinero. Pero éste pasó ponsables del mal estado de la tropa y por generales y jefes y capitanes ladrodel mal espíritu de la oficialidad; los nes, los cuales, cosa después de todo generales son malísimos. Vara del Rey bien sabida, que todo el mundo sabe. Y ha sabido morir y esto es bastante. Li- ¿cómo se mira? La mayoría se encoge nares cubrió su responsabilidad con de hombros y hacen caso omiso de ello. una herida. De Pareja nada se ha haDespués, y esto es todo, de una palabra blado y nadie se explica este silencio, de indignación. Y, aparte de esta inmas que atribuyéndolo a inexperiencia moralidad, que alcanza a todos, yo y falta de espíritu militar. Los demás creo, además, que no sólo en Cuba, sihan brillado por su ausencia, y habien- no a donde quiera que fuésemos, nos do tantos en la isla, tantos para pedir re- pegarían. En la misma Habana, a doncompensas, tantos para cobrar y darse de no han ido, porque no les convenía, pisto con sus ayudantes al lado, no es y a donde hubieran ido, si la escuadra disculpable que hubiese llegado Toral a de Cervera hubiera llegado. convertirse en jefe único”. “Yo digo esto porque comparémoComo recapitulación de lo nos con ellos y resulta que no sabemos anterior, concluía: “Éstas son las nada. Porque nosotros también teneopiniones que por aquí corren, mos nuestros vicios. ¿Quién ha hablado aumentar el presupuesto de Artillería que se resumen en que ni la Ma- de para adquirir material y ha dado una rina ni el Ejército valen nada”. enérgica campaña? Nosotros también La segunda de las cartas, escrita tenemos que si se suprime un jefe popor un teniente que acababa de nemos el grito en el cielo, pero si se decañón, nadie se ocupa ocupa entrar en su mayoría de edad, es ja de comprar un cañón, de ello. Nosotros también tenemos la mucho más crítica y espontánea preocupación de los que no saben lo que la anterior. Más de las tres que llevan entre manos. Y están esos cacuartas partes del texto tienen pitanes de batería muy ocupados con relación directa con los recien- el arreglo de las perchas, en la simetría tes acontecimientos, pero su de los cuadros, en la presentación, el contenido es tan original y me- golpe de vista del dormitorio, pero la ¿Qué escuelas prácticas rece tanta atención que se ha instrucción… se hacen? El regimiento, que no va a tipreferido conservarlo íntegro. rar por tirar y gastar las municiones Aborda Abor da el el tema tema por por donde donde lo haha- pronto, para dejar tiempo para comer bía cerrado su padre: la autoa- un arroz en agradable compañía, reniecusación de ineficacia. Tras ape- ga de las escuelas prácticas y nada se o se aprende muy poco. Jamás lar al providencialismo y asumir aprende se ve a los oficiales que se apliquen, hasla merecida condena divina, pro- ta el curso de todo, en una temporada cede a señalar los vicios del Ejér- de viajes. Y así somos tan ignorantes, cito ultramarino, antes de incluir pensando sólo en el número de los que en la inculpación al peninsular, hacen guardias y semanas, pero no escuyas carencias y defectos enu- tudiando siempre y aprendiendo o enseñando, que es lo que hace falta. meraba detalladamente. “Tengo la seguridad de que si tú examinas imparcialmente lo que habéis “Muchas veces pienso en el papel hecho en esa contra los barcos, casi con que hacemos por aquí, mostrando museguridad creo que habéis metido la pacha milicia en todos los actos, para que ta. Estamos a la misma altura que los luego resulte el cuadro que hemos ofremarinos, no podemos echarles nada en cido al mundo de nosotros en esa isla. cara, ellos tampoco tiran ni se ocupan De esto más vale no hablar. Han pasade su instrucción. A ellos les pegaron, do cosas que parecen increíbles. Tenepues a nosotros también nos pegarían”. mos que desengañarnos, no servimos para nada. Porque, si bien particular67
V IV E NC I A S D EL 9 8 EN U NA F A MI L I A M I LI T A R
A renglón renglón segui seguido, do, ambos ambos corresponsales centraron su atención en la vertiente política de la derrota. El coronel se contentó con relatar al hijo distante su personal interpretación de la crisis política que atravesaba el país, sin pretender enjuiciarla ni transmitirle su opinión. Quizá lo más original del relato –el resto es suficientemente conocido– sea la última frase, en la que parece dar por sabido que la sociedad civil de la Restauración se circunscribía al estrecho círculo de los funcionarios públicos. “Los cargos no van directamente al general Blanco, más bien se dirigen al Gobierno, y aquí viene la cuestión mayor. Los carlistas dicen que toda la responsabilidad es de la Reina, porque el turno de Cánovas y Sagasta ha desmoralizado al país. Los republicanos están conformes con los carlistas en que la Monarquía ha sido la causa de todo, pero quieren la República y están completamente divididos en la forma y la jefatura. Los conservadores echan toda la culpa a Sagasta y están sin jefe, divididos y llenos de encono los unos con los otros. Silvela es el de más prestigio entre ellos. “El público encuentra malos a todos los políticos, cree que cada uno va a su negocio y nada más, y no da cuartos por unos ni por otros. Sólo dos figuras descuellan: Polavieja y Weyler. Este último tiene muchos partidarios y no pocos enemigos. Polavieja cuenta con el prestigio que le da su buena estrella y la campaña de Filipinas. El Ejército quiere a Polavieja; los paisanos, es decir, todos los empleados civiles, le temen porque temen una dictadura militar”.
Sin embargo, en la valoración del hermano se advierte que los militares jóvenes abordaban el cambio de siglo con ideas muy distintas de las de sus progenitores. En aquella coyuntura, la generación castrense de la Restauración, que he calificado como premilitarista en otra obra que acaba de publicarse 11, estaba a punto de ser relevada por otra compuesta por oficiales acostumbrados a que el Ejército fuera dueño de sus destinos. 11 Fernando Puell de la Villa, ‘El premilitarismo canovista’: Javier Tusell y Florentino Portero (eds.), Antonio Cá-
novas y el sistema político de la Restauración, págs. 289-312, Biblioteca Nueva,
Madrid, 1998. 68
Oficiales que tachaban de ineficaz al sistema parlamentario decimonónico y ansiaban ver prosperar a su patria por medio de soluciones prácticas y eficaces. Conscientes de que eran demasiado jóvenes para que de sus filas saliera el líder capaz de regenerar al país, les habría llenado de satisfacción respaldar a cualquier general de prestigio que hubiera dado un paso al frente. “Parte de esto lo ha comprendido el país. Pues en las Cortes, un señor conde de las Almenas ha puesto al Ejército como chupa de dómine, llegando a decir que a algunos generales les debían pasar el fajín por el cuello, armándose con éste el consiguiente escándalo y sin sacar nada de sustancia. Pues para nuestra generación hace falta obrar, pero no hablar”. “La desgracia es que no hay un hombre que levante la voz. Se creía que Weyler haría algo, pero permanece cacallado. El único que parece respirar es Polavieja, que ha publicado una cartamanifiesto, al que han ponderado mucho El Heraldo y El Imparcial , y que sienta buenos precedentes. Pero, hasta ahora, sólo lo podemos esperar como sinónimo de tener una esperanza, pues es que da vergüenza la dictadura de Sagasta. Al primer disparo salta toda la Nación”.
latándoles, con detalle, la extirpación de unos pólipos nasales. El tema, de cierto interés paleoquirúrgico, es ajeno al objeto del artículo. La operación costó 1.000 pesetas, hubo que pagar a plazos y los tres hermanos contribuyeron con sus sueldos a liquidar la deuda. Otra muestra más de las estrecheces financieras de aquellos hombres y de la solidaridad familiar típica de la época. Aprovechó también para recordar a sus hijos que tenían el deber, “como militares y como ciudadanos”, de educar a los soldados: “sólo se perfecciona el hombre cuando, al mismo tiempo, se le hace más fuerte, más inteligente y más virtuoso”. Compendio del concepto de milicia, instaurado durante la Restauración, que orientó el estilo español de mando hasta tiempos muy recientes.
Estas cuartillas obligarán a replantear algunas cuestiones, dadas en general por supuestas, acerca de la influencia del desastre de 1898 en la mentalidad militar del siglo XX. Se afirmaEn este punto se interrumpe ba, como yo mismo lo he hela correspondencia con Cuba. cho en varias ocasiones, que los Weyler W eyler y Polavi Polavieja, eja, típico típicoss reprerepre- militares se consideraron ajenos sentantes de la generación militar a la debacle naval. Era cierto surgida del Sexenio, se mantu- que, en su conjunto, las operavieron leales al Trono, represen- ciones contra los insurrectos se tado por una mujer que mantu- saldaron con éxito y que, en los vo en todo momento el más ex- dos brevísimos combates con las quisito respeto al orden tropas estadounidenses, vencieconstitucional, y desoyeron el ron éstas gracias a la desproporclamor de cuantos les urgían a ción numérica (12.000 yanquis proclamarse salvadores de la pa- frente a 800 españoles), y a costria. Si la Regente se lo hubiera ta de inmensas pérdidas de vidas insinuado habrían representado humanas. Si nos atenemos a lo gustosamente el papel de Pavía publicado por la prensa militar, o de Martínez Campos (golpes de ésta era la opinión generalizada: timón militares para resolver cri- los militares no fueron derrotasis concretas, sin propósito de dos en Cuba, por lo que los ataocupar el poder), pero les repug- ques de políticos y periodistas naba reencarnar a los espadones eran desproporcionados e injusisabelinos (personajes que les me- tos, y provocaban indignación recían desprecio desde sus años y repulsa en la colectividad mide juventud), y aún no estaban litar. mentalizados ni preparados para Ahora comprobamos comprobamos que diimponer modos castrenses en el cho juicio no se ajustaba exactaGobierno del Estado. mente a la realidad. Es muy proEl lote finaliza en 1906, con bable que a algunos oficiales les tres cartas que el coronel remite causaran repulsa algunos discura Burgos, donde estaban desti- sos parlamentarios; también que nados sus tres hijos. Escribía re- muchos se indignaran ante los
crueles comentarios aparecidos en la prensa, como corroboraron los varios asaltos de sus redacciones en los primeros años del siglo. Pero, si se acepta que nuestras cartas reflejan una realidad objetiva, probablemente la mayoría de la colectividad castrense se sintió profundamente avergonzada del papel que el Ejército había desempeñado durante el conflicto. Y, también, que no se dedicó a buscar chivos expiatorios sobre los que descargar responsabilidades, sino que las interiorizó y asumió. A la postre, el proceso derivó en un sentimiento de frustración, de ineficacia, de convencimiento de que el Ejército “nunca “nunca serviría para nada”, como dirá Mola. Ello puede explicar el alivio que sintieron los profesionales más inquietos cuando se les abrió el horizonte africano, teatro de operaciones utilizado para intentar demostrar su eficacia. Otros, y de aquí partirá el germen de desunión que nos despeñaría hacia la tragedia de 1936, se refugiaron en las rutinas de la vida de guarnición para lamerse las heridas y lamentar su suerte. Los unos, arropados por el monarca, se consideraron llamados a trasformar sus laureles bélicos y su experiencia en la administración colonial en prácticas dictatoriales. Los otros, inmersos en un imparable proceso de funcionarización, decidieron acudir a métodos seudosindicales para defender sus intereses, creando las Juntas Militares de Defensa. n
Fernando Puell de la Villa es coronel
de Infantería y doctor en Historia Autor de El soldado desconocido: de la leva a la “mili”. CLAVES
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H I S T O R I A E C O N Ó M I C A
ECONOMÍA POLÍTICA DEL 98 GERMÁN OJEDA
n octubre de 1890 empezó el contrario, otra en la Península última guerra de Cuba, la la de los empresarios españoles guerra económica: el Con- con intereses en el mercado angreso de Estados Unidos había tillano1. aprobado el famoso bill McEn realidad, el bill Mc-Kinley Kinley que exigía un trato de y el malestar insular fueron el “reciprocidad” para que el azú- pistoletazo de salida del llamado car y también el tabaco cubanos movimiento económico por la resiguieran entrando sin restric- ciprocidad, que fue seguido del ciones arancelarias en el merca- movimiento político por la indo norteamericano, que por esas dependencia. Así lo vieron ya fechas ya compraba más del entonces los responsables espa90% del azúcar del que depen- ñoles del momento, el ministro día la economía de la isla. de Ultramar Antonio María FaCuba dependía de Estados bié y el general Polavieja. Fabié Unidos pero el Gobierno de Ma- le escribiría al gobernador de drid mandaba entonces como Cuba en noviembre de 1890, al gobernador general de la isla al mes de aprobación de la ley Mcmilitar Camilo Polavieja para re- Kinley, que primir el descontento social, fa“no desconozco yo el espíritu del bill, vorecer el españolismo político aplicación al orden económico de la docy conservar la soberanía en la co- trina de Monroe … el problema econólonia, mientras seguía sin apli- mico no es más que el pretexto para trael problema político … con el bill car los principales “Acuerdos del tar Mc-Kinley se trata de promover un gran Zanjón” firmados en 1878 al tér- movimiento de oposición favorable al mino de la primera guerra, anexionismo o al separatismo”2. acuerdos que significaban aplicar en las Antillas el mismo sis Y Polavie Polavieja, ja, al detallar detallar su plan plan tema constitucional que en las para el gobierno de Cuba, en un provincias peninsulares. extenso informe remitido a Fabié Y,, por otra parte, la “recipro Y “recipro- el día 30 del mismo mes, descidad” exigida por Estados Uni- pués de subrayar las ambiciones dos significaba no sólo una ame- anexionistas de Estados Unidos, naza directa a las exportaciones escribirá con toda claridad que de azúcar, al gran pilar de la ecoec o“la mejor política colonial no hará nomía cubana, sino también el más que alejar la catástrofe, nunca evi“desastre” económico para los tarla. Con honra y prez debemos salir comerciantes españoles, para los de Cuba3 y no arrojados vergonzosatextiles catalanes, los harineros mente” . de Castilla y los fabricantes de zapatos del Levante que vendían 1 Para una magnífica visión de consus productos en la isla con una junto sobre estos estos problemas, problemas, véase HerHerprotección arancelaria que los minio Portell Vilá, Historia de Cuba, blindaba frente a los productos tomo III, págs. 66-104, La Habana, norteamericanos. Por eso Espa- 1939. 2 Antonio María Fabié: Mi gestión ña se veía forzada a negociar un ministerial respecto a la isla de Cuba, acuerdo comercial con Estados págs.3 328-329, Madrid, 1898. Camilo Polavieja, Relación docuUnidos si no quería que estalla- mentada de mi política en Cuba, pág. ra una rebelión económica en 105, Madrid, 1898. Para Polavieja, la Cuba contra la metrópoli, o por inevitable salida de España de la isla y
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DE RAZÓN PRÁCTICA
En la inmediata contestación del ministro de Ultramar, después de reconocer “la dolorosa impresión” que le ha producido el informe de Polavieja, y de reconocer asimismo que el objetivo yanqui era hacerse con la isla, todavía dice “confiar en que el porvenir de Cuba sea semejante al presente de Canadá, o cuando menos al de las Antillas inglesas o francesas, añadiendo por mi parte que el ejemplo de éstas nos obliga a que el régimen de las nuestras no difiera mucho del de ellas”4.
Pero, como es sabido, el régimen de gobierno de la isla difería radicalmente: Canadá disfrutaba de una autonomía completa, mientras Cuba y Puerto Rico eran gobernadas desde Madrid. Y ni el llamado “movimiento económico” de protesta iniciado entonces, ni los intentos de insu control por Estados Unidos se basaba en razones estratégicas, económicas y también geográficas, tal como escribe pocas semanas después al mismo Fabié: “Ahí todo es español dentro de la influencia europea, aquí todo es americano dentro de la influencia yanqui; la española va desapareciendo según va aumentando la facilidad de las comunicaciones con el continente de este nuevo mundo. Cuando forzosamente para ir a Estados Unidos había que desembarcar en Nueva York, aquel país estaba lejos de Cuba. Hoy, con los ferrocarriles a la Florida, Estados Unidos es nuestro más próximo vecino, le tenemos a 12 horas de viaje y esto motiva que la ola yanqui comience a venir sobre Cuba. Durante el invierno, esta ciudad se llena de viajeros yanquis … Hoy, en La Habana, comidas, trajes, distracciones, etcétera, todo es a la americana; lo criollo desapareció por completo … También se preparan bajo el punto de vista económico. Háblase ya de que constituirán fuertes sociedades para la compra de ingenios y esta blecimientos de comercio sucursales de sus fábricas”, págs. 120-121. 4 Fabié: Mi gestión gestión ministeri ministerial…, al…, op. cit., págs. 336-337.
surrección en aquellos primeros años de la década de los noventa, ni incluso el inicio de la guerra a comienzos de 1895, cambiaron este estado de cosas. Hasta 1897, después de dos años de una cruel confrontación entre el ejército colonial y los mambises cubanos, no se hicieron las primeras concesiones autonómicas; y hasta poco antes de consumada la derrota no se concedió una autonomía integral semejante a la de Canadá. Ahora bien, en la Penín Península sula la situación se presentaba de otra manera. Hace un largo siglo, el 6 de febrero de 1897, después de aprobar en Consejo de Ministros esas primeras reformas autonómicas para Cuba, la prensa le preguntaba al presidente del Gobierno, a Cánovas del Castillo, cómo veía la situación y éste declaraba que “he querido hacer de las reformas una obra nacional; he trabajado en ellas por la patria y para la patria”, y añadía que “no cabe dudar que la guerra va bien”5. La guerra iba bien y, según Cánovas, las reformas también, pero un año después perderíamos el imperio colonial. Y ¿en qué consistí consistían an esas reformas aprobadas para tratar de mantener el control de las Antillas? En conceder una cierta autonomía administrativa a los ayuntamientos de la isla, que podrían nombrar a sus alcaldes, y también a las diputaciones, que, supervisadas por el gobernador general y por el llamado Conse jo de Adminis Administración tración (una especie de Parlamento autonómico compuesto por 33 consejeros 5 Fernando Soldevilla: Año político,
pág. 45, 1897.
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ECONOMÍA POLÍTICA DEL 98
elegidos a dedo desde Madrid), podrían informar y proponer sobre orden público, presupuestos, aranceles, etcétera, pero nunca decidir: el poder seguía estando en la capital de la metrópoli6. Después de dos años de guerra imposible de ganar ganar,, después de haber enviado más de 200.000 soldados7, después del fracaso de la política del palo y la zanahoria del nuevo gobernador de la isla, general Martínez Campos, y de la cruel política de “reconcentración” de su sucesor, el espadón Valeriano Weyler W eyler,, después después de de no poder parar la insurrección extendida por toda la isla, después de intentar a sangre y fuego detener la rebelión, las reacciones ante esta autonomía de gaceta, las críticas a esta última política (una vez fracasada la anterior del último hombre y la última peseta) fueron muchas y muy distintas; por ejemplo, el jefe de la oposición, Sagasta, dijo sencillamente que “no se podían aplicar dada la situación de guerra” 8, y Labra, uno de los líderes del autonomismo, declaraba que las reformas no prosperarían si no iban acompañadas de una amplia reforma electoral, con sufragio universal “lo mismo que en la Península”, y en lo económico se buscaba “una fórmula como el vigente concierto de las Vascongadas”9. Mientras tanto, desde Estados Unidos pedían indemnizaciones por los daños a sus intereses en la 6
Estas reformas venían a ser un remedo del fracasado intento autonomista de Antonio Maura en 1893, cuando éste había sido ministro de Ultramar. Véase Javier Tusell en su libro Antonio Maura. Una biografía biografía política,
págs. 23-48, 1994. 7 Moreno Fraginals, en su último libro, Cuba/España, España/Cuba, calcula que en total España envió 220.285 hombres a Cuba; esto es, según sus palabras, “el mayor esfuerzo militar jamás llevado a cabo por una potencia colonial en América… el mayor ejército que jamás cruzara el Atlántico hasta la Segunda Guerra Mundial, cuando Estados Unidos se aprestó a la invasión de Europa”, pág. 274, 1995. 8 Año político, pág. 139, 1997. 9 Rafael María de Labra, La crisis colonial de España, págs. 245-255, 1901. 70
teamericanos desalojaran a España de los restos de su imperio ultramarino. Los costes de oportunidad
Joaquín Joaqu ín Costa Co sta
isla, ayudaban a la parte más moderada del independentista Partido Revolucionario Cubano fundado en 1892 por José Martí, se quejaban contra la brutal represión de Weyler y se planteaban el reconocimiento diplomático de las partes beligerantes, mientras por otro lado desde Nueva York el presidente de la junta revolucionaria cubana en el exilio, Tomás Estrada Palma, declaraba que “lo único que puede satisfacer a los cubanos es la independencia absoluta de la isla (y que) la concesión de esas reformas no ha de modificar la marcha de la lucha”10.
gasta asumía la presidencia del consejo y decidía otorgar la autonomía más completa para frenar la temida intervención de Estados Unidos y el desastre de una segura derrota. Desde el Gobierno se habló de “una nueva era y de nuevos procedimientos” 11, se sustituía al odiado general de la “reconcentración” Weyler12, se cedía en todo, pero la suerte estaba echada: sólo faltaban unos meses y algunos tiros para que los nor11 Año político ,
págs. 390-391,
En efecto, las tímidas refor- 1897. 12 El capitán general Valeriano mas autonómicas en lo político, Weyler, para tratar trata r de cortar corta r el apoyo sin conceder ninguna autono- de los campesinos a los insurrectos, “remía económica, no sirvieron concentró” a la población rural en popara nada: la guerra continuó. blados y campamentos, en condiciones y alimenticias muy precarias, En agosto de ese año fue asesi- higiénicas lo que provocó la muerte de más de nado Cánovas; en octubre Sa- 300.000 personas, sobre todo niños, 10
Emilio Portell Vilá, Historia de Cuba, op. cit., págs. 269-366.
ancianos y mujeres. Sobre esta dramática historia de la guerra hispano-cubana acaba de publicarse un libro de Raúl Izquierdo Canosa, La reconcentración, 1896-1897, La Habana, 1998.
Pues bien, la economía política del 98 está enmarcada entre ese año fatídico de 1897, el año del fracaso militar, militar, del fracaso de la autonomía y de la ingerencia directa de Estados Unidos en el conflicto, y 1899, el año del adiós a las armas, de las cuentas, de la regeneración, de las asambleas de las Cámaras de Comercio, de ese movimiento de protesta de las clases medias articulado por la “Unión Nacional' Nacional' y del ascenso de los regionalismos. La economía política del 98 está enmarcada, por personalizar en dos ejemplos bien representativos, entre los planteamientos de 1897 de Pablo de Alzola, el gran estratega e ideólogo del proteccionismo económico finisecular, y las propuestas en 1899 de Joaquín Costa, el gran estratega e ideólogo de la regeneración ante el fracaso del régimen y del país entero por el “desastre”. El economista y dirigente empresarial vasco Alzola, que también era un destacado conocedor de la cuestión antillana, escribía en septiembre de 1897 en su libro El problema cubano lo siguiente: “Al estallar la insurrección actual, la deuda garantizada por la metrópoli era de unos 180 millones de pesos, y en el mes de junio último la calculaba el señor Giberga en 400 millones de pesos, equivalentes a 2.000 millones de pesetas, que requieren unos 120 millones de pesetas para el servicio de intereses y amortización. Agréguese la gente sacrificada, los soldados anémicos y lisiados que han regresado y regresarán a la Península transformados en esqueletos vivientes, la oficialidad creada al improvisar un ejército muy superior a nuestras necesidades; el aumento de la Marina de guerra, el peso abrumador de las clases pasivas y los fuertes recargos de guerra en las contribuciones e impuestos y los nuevos monopolios; el empobrecimiento del mercado interior por efecto de la extracción del ahorro con las redenciones militares y del capital con los empréstitos repetidos; la subida alarmante de los cambios, el aumento incesante de la circulación fiduciaria, el peligro del curso forzoso, y se comprenderá toda la profundidad del ambismo”13. CLAVES
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GERMÁN OJEDA
Y para salir del d el abismo “haciendo números”, Alzola añadirá que no nos salen las cuentas, que “en los países regidos con buen sentido las posesiones ultramarinas se conservan únicamente para obtener ventajas comerciales y sólo a nosotros estaba reservada la insensatez de resignarnos a la pérdida del mercado, pagando en cambio su espantosa deuda y el déficit de su presupuesto”, presupuesto ”, que “la guerra de emboscadas es una empresa superior a las fuerzas de España España”” y que, como acaba diciendo con toda claridad, “muchos españoles, entre los cuales nos encontramos, opinan que debería procederse a la liquidación de tan desastroso negocio”14. Naturalmente, las reacciones contra Alzola por semejante proposición no se hicieron esperar y el españolismo volvió a la carga acusando al empresario vasco y cerebro del giro proteccionista poco menos que de antipatriota antipatriota.. No se liquidó a tiempo tan desastroso negocio y luego vendría lo peor: el hundimiento del Maine, la guerra con Estados Unidos, la derrota en Cavite y en Santiago, la destrucción de la escuadra, la pérdida de los territorios ultramarinos, el “desastre “desastre”” y el pago de las deudas –también de las deudas de Cuba y Filipinas– con un Tesoro esquilmado, un país sin imperio, sin recursos, sin infraestructuras y, según la célebre expresión del que después iba a ser presidente del Gobierno, Francisco Silvela, “sin pulso”. p ulso”. Y,, una vez consumada Y c onsumada la derrota, Joaquín Costa, el hombre de la regeneración, de la política quirúrgica, del cirujano de hierro, de la “reconstitución y la europeización” de España, el protagonista intelectual y política del cambio de siglo, hablando
13
Pablo Alzola Minondo: El problema cubano, pág. 25, Bilbao, 1898.
Alzola había escrito también en 1895 un documentado libro titulado Rela-
ciones comerciales entre la Península y las Antillas, Bilbao, 331 páginas, donde
analiza en detalle el alcance económico de estas relaciones. 14 Ibídem, págs. 37-48. Nº88
n
CLAVES
DE RAZÓN PRÁCTICA
en términos económicos del cos- El antes y el después te de oportunidad de las guerras Y, Y, sin embargo embargo,, hay un antes y coloniales escribe que un después del 98; esto es, la Es“todo lo que era progreso, riqueza y paña contemporánea tiene un sicontento de la vida, todo lo que era au- glo, empezó en realidad en enemento de bienestar, de vigor, de s alud, ro de 1899 después de la firma de vida media, de población, de cultu- del Tratado de París que obligó a ra, de aproximación a Europa, de p or- España a renunciar a la soberanía venir en la historia del mundo, lo hemos dilapidado ¡locos y criminales! en en Cuba y Puerto Rico, a asumir pólvora y en humo: durante cuatro sus deudas de ultramar, y adeaños la guerra se ha estado tragando un más a entregar el control de las canal de riego cada semana, un camino Filipinas a Estados Unidos 17. cada día, 10 escuelas en una hora… fiComo es sabido, tiene un an jémonos nada más en los 4.000 millotes en Cánovas y en Sagasta, en nes a los que se acerca el coste de la guerra en el cuatrienio último, ello re- la Restauración, en el centralispresentan la suma de los objetos si- mo, en el sistema oligárquico y guientes: todos los canales y pantanos en las colonias. Tiene un desposibles en España, 250.000 kilóme- pués en los nuevos dirigentes cotros de caminos antiguos convertidos mo Maura y Canalejas, en las en vías perfeccionadas para carros y 10.000 kilómetros de carreteras; una nuevas políticas y en los nuevos colonización interior representada por protagonistas colectivos. El fin 1.000 poblaciones nuevas, con un au- del imperio, las guerras coloniamento de cuatro a cinco millones de les y el “desastre” alumbran, en habitantes; adquisiciones territoriales efecto, un nuevo tiempo que es en África para nuestra industria, para el nuestro. Valgan cuatro grannuestra marina, para nuestra emigración, en una superficie doble que la Pe- des ejemplos para demostrarlo. nínsula: toda la potencia vital, el alma Entonces empezaron las granentera de la nación” 15. des campañas de información (y A la vista de este lamentable lamentable de desinformación) en la prensa cuadro macroeconómico, Costa pe- y surgen los intelectuales como dirá a los pequeños empresarios líderes de opinión. Entonces se organizados en las Cámaras de abre paso, con la crisis del EstaComercio y además a las Cáma- do, la diversidad nacional y el ras Agrícolas, a los intelectuales, a avance de los regionalismos: las clases medias y a los ciudada- tiempo después, Ortega y Gasnos en general, echar a los res- set escribirá que “el hecho radiponsables del “desastre”, prepa- cal y constante que se produjo rarse para “recoger a España del (después del 98) fue la sublevaarroyo, donde la han arrojado, ción de las provincias contra muerta o moribunda, sus tutores Madrid”18. Entonces Europa se después de haberle dilapidado la convierte en el horizonte de la fortuna”16. Pero tampoco Costa, sociedad española y, desde Coscomo antes Alzola, vio realizados ta a Unamuno, la llamada eurosus planteamientos, y no consi- peización se identifica con la guió montar su “partido regene- modernización del país. Entonrador”, pues la “Unión Nacio- ces, por último, se impone una nal”, creada al efecto, no pudo nueva cultura económica que pasar de organizar alguna cam- también es la de ahora: presupaña de prensa y alguna huelga puesto equilibrado, independe contribuyentes contra la polí- dencia del Banco de España de tica de nuevas contribuciones y la Hacienda, política de “rede ajuste presupuestario que ha- constitución”, es decir, inversiobía emprendido el nuevo ministro de Hacienda Raimundo Fer17 Los detalles de las negociaciones nández Villaverde en el Gobierno pueden consultarse en E. Montero Rípresidido por Francisco Silvela. 15 Joaquín Costa: Costa : Reconstitución y
europeización de España. Programa para un partido nacional, Madrid, pág.
89, 1900.
16 Ibídem, pág. 14.
os, que fue presidente de la comisión que negoció por parte de España el Tratado de París. Conferencias pronun-
ciadas en el círculo de la Unión Mercantil, Madrid, 1904. 18 José Ortega y Gasset: La redención de las provincias, Obras Completas,
tomo XI, págs. 233-237.
nes en educación, infraestructuras, etcétera, y además, el impuesto como base de la nueva política económica, pues, como dirá el gran protagonista de este cambio, el ministro de Hacienda Villaverde, frente a “la eterna excusa de la inercia fiscal y de la pereza administrativa, otros lo han formulado así: a la riqueza que nace no se la debe gravar, para que crezca; a la riqueza que crece no se la puede gravar, para no estorbar su crecimiento, y la riqueza que decae es también intangible, porque gravarla precipitaría su ruina. De esta manera no se organiza ninguna Hacienda. La regla es gravar toda la riqueza, pero gravarla en armonía con sus condiciones, sin dañar a su desarrollo” 19.
Hay pues un antes y un después del 98, que sin embargo no se suele subrayar en los estudios recientes sobre la economía del periodo o simplemente se niega, como se pone de relieve en un trabajo sobre la situación económica en torno a la crisis colonial de A. Gómez Mendoza, donde afirma que “a mi entender, 1898 pierde en lo tocante a la economía buena parte de la connotación de fractura que se le ha otorgado desde otras perspectivas, cultural o ideológica. En lo económico, no existió un antes y un después de 1898, sino continuidad en el esfuerzo por modernizar la estructura del país” 20.
Pero dos maestros, dos clásicos, han distinguido claramente el antes y el después del 98, Enrique Fuentes Quintana y Valentín Andrés Álvarez: el profesor Fuentes en su viejo artículo La carga tributaria de España, al analizar el cambio de política presupuestaria en aquellos años, y Valentín Andrés estimando que la repatriación de capitales y de empresarios después del 98 determina un vuelco radical que impulsa el dinamismo y la modernización en la economía española desde el cambio de centuria, el ya famoso en la histo-
19
Raimundo Fernández Villaverde: Discursos pronunciados en el Congreso de los Diputados los días 23, 24 y 25 de mayo de 1898, pág. 53, Madrid, 1898. 20 En ‘Del desastre a la modernización económica” en el libro Vísperas del 98, pág. 78, Madrid, 1997. 71
ECONOMÍA POLÍTICA DEL 98
riografía económica “auge de fin de siglo”. Aunque es verdad que, como también apunta Gómez Mendoza, hay un proceso de modernización anterior al 98 en algunos sectores industriales, que la minería crece y la agricultura levantina tiende a especializarse, que el proteccionismo se aplica desde comienzos de los años noventa, y que además (como se concluye en otro interesante trabajo sobre la crisis finisecular) “el Desastre no fue un desastre económico”, sin embargo creemos que, en conjunto, la economía española sufrió importantes transformaciones –cualitativas y cuantitativas– a partir del desastre colonial21. Con deudas y sin pulso
La situación económica de los años noventa, el antes, es bien conocida. En Cuba, una cierta apertura entre 1891 y 1894 gracias a los acuerdos de “reciprocidad” establecidos con Estados Unidos tratando de contener el llamado “movimiento económico” de protesta contra la política arancelaria y comercial en la isla, que, como vimos, no consigue apaciguar el malestar en la Gran Antilla22. En la Península, al contrario, se cierra el mercado con el giro proteccionista arancelario aprobado al terminar 1891 para hacer frente a la crisis de sobreproducción, los avances tecnológicos y la caída de precios internacionales. Y poco después se pondrá la doble llave al sepulcro del librecambio gracias al empeño de los siderúrgicos del Norte en acabar con las franquicias a la introducción de material 21 Juan
Pan-Montojo: Pan-Monto jo: ‘El atraso económico y la regeneración’, en Más se se perdió en Cuba. España, 1898 y la crisis de fin de siglo, pág. 327, Madrid,
1998. El empuje económico después del 98 es destacado por José Luis García Delgado y Juan Carlos Jiménez en ‘La recuperación económica tras la pérdida de los mercados de ultramar’, en el libro editado por Pedro Laín Entralgo y Carlos Seco Serrano, España en 1898. Las claves del desastre, págs. 261-276, Madrid, 1998. 22 Portell Vilá: op. cit., págs. 71-77. Las maniobras de la metrópoli contra esas protestas están contadas con detalle en los libros citados de A. M. Fabié y del general Polavieja. 72
ferroviario, y también al empeño compartido con los catalanes para reservar el mercado nacional amenazado por los tratados comerciales con países europeos; esto es, los grandes empresarios de las regiones industriales se juntan para imponer definitivamente la proclamada política proteccionistas de “España para los españoles”, mientras, por otra parte, el déficit presupuestario es crónico porque se gasta poco pero se ingresa menos23. Blindada frente a la competencia exterior, sin acuerdos comerciales estables ni con los países europeos ni tampoco con Estados Unidos, endeudada, España echa sin embargo el resto una vez iniciada la guerra en 1895: empréstitos patrióticos, emisión de deuda, continuas peticiones de anticipos al Banco de España, al que se le autoriza para que aumente su emisión de papel, y varias acuñaciones de plata, con la consiguiente inflación, la depreciación de la moneda y la caída de capacidad de la inversión productiva. La guerra no se financia, como había hecho antes Francia en su guerra contra Alemania, apelando a los recursos del país, al impuesto, a los gravámenes, a las contribuciones extraordinarias, porque entonces seguramente el país se hubiera opuesto a esa lejana guerra imperial. No se financia tampoco privatizando, vendiendo bienes nacionales que ya se habían liquidado en las desamortizacio-
23
La situación de la Hacienda, tema central de debate durante la crisis colonial, era descrita por el citado ministro de Ultramar, A. M. Fabié, con estas palabras: “Se ha abusado en España de lo que llaman los franceses el arte de agrupar las cifras, cuyo ejercicio es por cierto facilísimo, pues consiste en abultar la cifra de los ingresos y en disminuir la de los gastos públicos en el papel: luego la realidad se encarga de descubrir el engaño, por no decir la falsedad, resultando con déficit de cientos y más millones de pesetas presupuestos que se habían calculado con excedentes”, op. cit., pág. 645. Para una visión de conjunto sobre la Hacienda Ha cienda durante la Restauración, véase Francisco Comín, Hacienda y economía en la España contemporánea (1800-1936), vol. II, págs. 575-645, Madrid, 1988.
nes. Se financia, como ha puesto de relieve en un artículo que acaba de salir el profesor Jordi Maluquer, endeudándose más y más: en 1895, poniendo en circulación cerca de medio millón de billetes hipotecarios de la isla de Cuba –los famosos cubas –; –; en 1896 otro empréstito con la garantía de las rentas de aduanas; en 1897 nuevas emisiones pignorando además otras rentas, y así cada vez con más intensidad hasta el término de la guerra24. Al final, final, la guerra guerra ha costado, costado, según A. García Alix, un ministro conservador que se encargó de estudiarlo poco tiempo después, 2.230 millones de pesetas, esto es, tres veces más que el presupuesto de ingresos del año 1899, de los cuales sólo 51 millones se habían pagado sin acudir al crédito, mientras las llamadas deudas de ultramar ascienden a 1.469 millones. Para 1899, el primer año de la paz, 408 millones, es decir, casi el 50% del presupuesto, deben destinarse a pagar intereses y amortizaciones25. Total, Total, un desastre para todos, menos para aquellos que jugaron en la bolsa de la guerra. El crédito, la deuda al servicio de la financiación del conflicto, ocupa toda la economía y casi toda la política económica durante los casi cuatro años que du-
ra la guerra, mientras la agricultura se estanca por falta de brazos, el ahorro campesino se gasta en la redención del servicio militar y los circuitos comerciales están medio paralizados. Cuando ya todo está decidido, en agosto de 1898, Francisco Silvela, el conservador que va a pilotar el Gobierno salido de ese desastre económico y político, escribe su célebre artículo Sin pulso, donde, después de afirmar que a España “donde quiera que se ponga el tacto no se le encuentra el pulso”, propone con énfasis que “hay que dejar la mentira y desposarse con la verdad; hay que abandonar las vanidades y sujetarse a la realidad, reconstituyendo todos los organismos de la vida nacional sobre los cimientos, modestos, pero firmes, que nuestros medios nos consienten … y hay que levantar a toda costa, y sin pararse en amarguras y sacrificios y riesgos de parciales disgustos y rebel días, el concepto moral de los Gobiernos centrales, porque si esa dignificación no se logra, la descomposición del cuerpo nacional es segura”26.
Por esas mismas fechas, antes de terminar 1898, el corresponsal americano del New York Herald en Madrid había descrito la situación de descomposición que atravesaba el país en estos términos: “La corriente del descontento va creciendo cada día más deprisa y para contener ese torrente no hay más que la reina, el Rey y Sagasta, una mujer, un niño y un anciano”27. Pero Sagasta 24 En el magnífico trabajo de Jordi no aguantó y Silvela se dispuso Maluquer sobre la financiación de la desde la presidencia del Gobierguerra se hace un seguimiento detalla- no a recuperar el pulso del país, a do del volumen de la deuda pública emitida y de las oscilaciones bursátiles levantar el Gobierno central, a de los títulos que reflejan la opinión de salvar a la nación en 1899 con el los compradores sobre la evolución del siguiente planteamiento estratéconflicto. Maluquer subraya que “aún en los momentos de mayores dificulta- gico: en lo institucional, tomar el des, la caída no fue absoluta” y que “pe- Estado reorganizando la Admise a la enorme magnitud de los s ucesi- nistración y haciendo “la revoluvos empréstitos, siempre quedaron cu- ción desde arriba” que proponía biertos con creces. El ahorro nacional, político, o, reforzar el estimulado por la llamada de la patria y Maura; en lo polític por un tipo de interés francamente poder “central” para contener el atractivo, no faltó a la cita”. Véase ‘La avance de los regionalismos y, financiación de la guerra de Cuba y sus consecuencias sobre la economía espa- además, integrar en el sistema el ñola. La deuda pública”, en La nación movimiento de protesta de las soñada: Cuba, Puerto Rico y Filipinas Cámaras de Comercio, de las claante el 98, págs. 325, Madrid, 1996. 25 A. García Alix: El presupuesto de reconstrucción, págs. 2-20 y sigs., Ma-
drid, 1907, donde el autor analiza con detalle los costes de las guerras coloniales de Cuba y Filipinas, aunque no incluye en el cálculo los gastos financieros ni el valor de la escuadra destrozada.
26
Francisco Silvela: Artículos, d iscursos, conferencias y cartas, pág. 497, tomo II, Madrid, 1923. 27 Reproducido en Montero Ríos: Conferencias…, pág. 50. CLAVES
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ses medias, el movimiento de Joaquín Costa, dejando fuera a Costa; y en lo económico, el ajuste de caballo que encargará a su ministro de Hacienda, Fernández Villaverde28. El después del 98, lo que viene pasado el “desastre”, es la política de estabilización y saneamiento de Villaverde, que tuvo tres patas, a saber: primero, nivelar el presupuesto, aumentando los ingresos y reduciendo los gastos para pagar las deudas de la guerra; segundo, aumentar esos ingresos mediante un nuevo sistema fiscal que incorpora el impuesto de utilidades, aumenta los que gravaban los consumos e introduce un impuesto sobre los rendimientos de los títulos de la deuda; y, por último, dar autonomía al Banco de España haciéndolo independiente del Gobierno. Villaverde partía del hecho central de que “no hay Hacienda de partido, la Hacienda es de todos”, y que su obra de equilibrio presupuestario, de pago de deudas y de aumento de los ingresos públicos con la reforma tributaria, era su verdadera obra de “la regeneración de la patria”29. Así, en efecto, lo juzgaría mucho tiempo después, como ya apuntamos, Enrique Fuentes Quintana al valorar la labor de Villaverde y destacar que, junto con la reforma tributaria de Mon-Santillán de 1845, había sido el segundo gran paso en la modernización de la Hacienda pública española30. Y esa política de saneamiento saneamiento
28 Para profundizar en estos plante-
amientos políticos, véase Silvela: Artículos…, op. cit., tomos II y III. 29 Ricardo Mazo: Raimundo Fernández Villaverde, pág. 118, Madrid, 1947. La política de saneamiento y ajuste era planteada también por la oposición; por ejemplo, en el momento en que Villaverde entraba en la cartera de Hacienda en el Gobierno conservador de Silvela, un destacado dirigente del partido liberal, Segismundo Moret, defendía esa misma política en una importante Conferencia sobre el problemas de las asambleas de Zaragoza, en el Círculo de la Unión Mercantil, en marzo de 1899. Para una valoración de la obra de Villaverde, véase Gabriel Solé Villalonga, La reforma fiscal de Villaverde, 18991900, págs. 118 y sigs., Madrid, 1967. Nº88
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CLAVES
DE RAZÓN PRÁCTICA
y ajuste se juntó con la repatriación de capitales y la venida de empresarios durante la última década del XIX para impulsar, acabada la contienda colonial, una activa recuperación de la economía española en los primeros años de este siglo, con la creación de numerosos bancos, muchísimas sociedades industriales y mercantiles, y también de servicios: fue la obra de los famosos indianos, que el gran economista asturiano Valentín Andrés Álvarez valoraría como “una obra de decisiva importancia histórica” por cuatro razones principales: por lo que inyectaron de liquidez y de numerario a la economía española (él dio la cifra de 2.000 millones de pesetas oro que todavía no ha sido rectificada); por lo que aportaron de espíritu empresarial moderno, con nuevas técnicas de gestión y administración de los negocios; por la creación de nuevos bancos, como el Hispano Americano; y por lo que contribuyeron a la diversificación de la economía nacional. En palabras elocuentes del propio Valentín Andrés que, aunque sean largas, merecen repetirse: “Como el nuevo espíritu empresarial no podía desenvolverse dentro de los antiguos moldes del crédito, los gestores de los nuevos bancos fueron influidos por el dinamismo mercantil de los capitalistas indianos. Éstos introdujeron en España los métodos modernos del crédito, vigentes en los países de donde procedían, métodos que sustituían el fundamento tradicional del préstamo, el valor de los bienes de una persona, por el valor de la persona misma, porque aquellos hombres habían aprendido, en la economía de los países nuevos, que el progreso económico no es impulsado por la riqueza presente sino por la futura que el crédito mismo contribuye a crear. En este hecho se advierte bien la importancia de la obra que realizaron: la transformación de nuestra sociedad tradicional en la moderna”31.
Las soluciones
Pero esa modernización, para ser completa, requería, además de indianos, de nuevos bancos e industrias, y de política de saneamiento presupuestario, un cambio radical del sistema político que también saneara la Administración, el sufragio y toda la vida pública. Requería una economía política que adelgazara el Estado quitándole la grasa de la ineficiencia y de la corrupción32, y una política económica que impulsara la “reconstrucción”, ción ”, el fomento de la riqueza, r iqueza, de las obras públicas y de la educación, para hacer de España un país moderno. Requería, en fin, como dijo el viejo autonomista Labra recién terminada la guerra en El pesimismo de última hora33, que la atención principal del presupuesto fuera sobre todo para la instrucción primaria, estableciendo si fuera preciso un impuesto especial para financiarla, porque sin esa base no podría haber ni nueva política ni nueva economía, ni nueva administración, ni regeneración siquiera. Y en efecto no la hubo, como no hubo tampoco presupuesto de “reconstrucción” ni inversiones “reproductivas” ni educativas en bastante tiempo, porque el gasto público se mantuvo estancado en los años posteriores; y cuando el desastre amainó, lo primero que se hizo fue reconstruir la escuadra y equipar al ejército para volver a las andadas en Marruecos. Pero aunque ninguna de las grandes soluciones que se predicaron para salir sanos y salvos de la pérdida del imperio colonial se llevaron entonces a la práctica, ni el Cirujano de hierro de Costa, ni la dictadura militar que propo-
nía Polavieja, ni la revolución desde arriba de Maura, ni el cambio de régimen político que pidieron las organizaciones republicanas y obreras, ni la regeneración que todos predicaban, el sistema oligárquico y caciquil de la Restauración también fue derrotado en el 98. n
[Este texto integra dos conferencias impartidas en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo (UIMP) sobre la crisis del 98.]
32 Ramiro de Maeztu llegó a apoyar
30 E. Fuentes Quintana: ‘Los principios del reparto de la carga tributaria en España’, Revista de Derecho Financiero y de Hacienda Pública, nº 41, 1961. 31 Valentín Andrés Álvarez: Guía
espiritual de Asturias y obra escogida,
pág. 50, Oviedo, 1980.
entonces el fraude fiscal, pues el dinero que se entregaría al Estado sería improductivo, mientras que en manos privadas serviría a la actividad económica del país. Artículos desconocidos, 18971904, Castalia, págs. 106-107. 33 Rafael María de Labra: El pesimismo de última hora, Centro de Instrucción Comercial de Madrid, 9 de enero de 1899.
Germán Ojeda es profesor en la Uni-
versidad de Oviedo. Autor de Asturias en la industrialización y Geografías e Historias. 73
L I T E R A T U R A
LAUR LA UREN ENCE CE ST STER ERNE NE EN ES ESP PAÑ AÑOL OL De Alfonso Reyes, 1919, a Javier Marías, 1978 CÉSAR PÉREZ GRACIA
e diga lo que se diga, también la escritura y la razón que la sustenta pueden incurrir o son vulnerables al tedio más absoluto. Nadie está libre de un mal año, una mala temporada, una racha pésima. Pero tal vez todavía hay algo peor. La simulación del entusiasmo, la espontaneidad fingida, el camelo como método. Puede ser que con todo este cúmulo de barruntaciones livianas me haya propuesto una tarea algo insensata. Escribir un breve ensayo con alegría no fingida. La elección del tema está en el filo justo entre el capricho y la pasión literaria. Me ha pillado por sorpresa descubrir en una novela de 1925 que un persona je ilust ilustrado rado hag hagaa una una extra extraña ña síntesis de su Europa ideal, en materia literaria, con estos nombres: Cervantes, Sterne y Goethe. La novela es de Azorín – Doña Inés –. –. Con los ojos eruditos de 1998, la vigencia canónica sería Shakespeare. Borges señalaría, con su ojo clínico de aguafiestas, que el libro sagrado de los ingleses es la Biblia. Pero voy a ser fiel al capricho azoriniano de 1925. ¿Qué razón le impulsa en tal fecha –a dos años del centenario de Góngora– para preferir y equiparar a Sterne con Cervantes y con Goethe? Es extraño que Azorín se saltase su genio francés. Quizá dudaba entre sus ídolos –Montaigne, Racine, Flaubert– y prefirió el silencio al agravio comparativo o selectivo. El primer español que descubre y traduce a Shakespeare es Moratín, que trasladó el Hamlet. Goya conoció sin duda los grabados de Hogarth y los retratos de Lawrence. Es obvio que la España de fines del XVIII tiene una importante veta inglesa.
S
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Pero Sterne brilla por su ausencia. La estela cervantina en Fielding, Hogarth o Sterne o el propio Dickens –Pickwick – ha hecho muy tardía mella en la novela española. El viaje de ida y vuelta ha durado siglo y medio. Es posible que el gracejo cockney o pícaro de Dickens haya eclipsado al ingenio sutil de Sterne. Galdós o Baroja se saben a Dickens de memoria, pero de Sterne nadie nos pone los dientes largos hasta que aparece Azorín y lo encumbra en su estimación entre Cervantes y Goethe.
Si se echan cuentas, hay medio siglo entre la alta estimación de Azorín en 1925 y la traducción de Shandy de Marías en 1978. No es más explícito Azorín sobre qué título de Sterne basa su crédito pleno respecto al novelista inglés. Pero es muy posible que esa idolatría sterniana se despertase con la traducción que Alfonso Reyes hizo para la Colección Universal Universal de Calpe en 1919 de El viaje sentimental. Había versiones previas pero de dudosa capacidad para excitar la euforia. Benet sostenía que un buen libro eclipsa al peor o más torpe traductor. Lo decía respecto a Dostoievski. No cabía decir o pensar que su prosa a escobazo limpio fuese achacable a la nulidad o incompetencia del traductor. Las novelas del ruso eran petardos o bodrios en su idioma original. Yo lamento –en esta ocasión– discrepar de tan fantástico escritor. Pero sospecho que, igual que un mal intérprete fusila a Mozart y un cicerone de brocha gorda anubla a Velázquez, de igual forma un traductor flojo contagia su inopia expresiva a un Shakespeare, o, Laurence Stene como es el caso, a un Sterne. PoEs menester esperar hasta seo un ejemplar de la traducción 1989 para volver a encontrar en que Edmundo González Blanco una novela española idéntica ad- llevó a cabo en 1915 de El viaje miración por Sterne. “Yo adoro sentimental (editorial Mundo Laese libro”. Quien habla es Toby tino, Madrid). Y me barrunto Rylands, un experto de Oxford que es traducción del francés, l as una edición de 1866, de la Bien Sterne, de la novela Todas las almas, de Javier Marías. Y el li- blioteque Nationale, de París, de bro adorado es The Sentimental traductor anónimo, que también Journey Jo urney.. Es posible que una mez- me pertenece. Los libros son cla de flema e ironía aflore en expertos en correr rumbos o azaesa predilección por tal novela res imprevisibles. La conclusión de Sterne, ya que Marías tradu- –si no me engaño– es que es jo el Shandy en 1978 y lo consi- muy raro que Reyes publicase en dera su obra maestra, o, dicho Calpe en 1919 su versión del con sus palabras, su mejor libro. Viaje de Sterne sabiendo que haCLAVES
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bía edición reciente de 1915, en Acaso tendríamos un Manzon Manzonii ba yo el molde hecho, y para ésel propio Madrid. Pero, como en la primera mitad del XIX. Un te me lo daba nuestra prosa del todavía creo en la espuela feliz libro de Vincenzo Tripodi (Studi siglo de oro”. Y nos hace otra del entusiasmo, me temo que su Laurence Sterne ed Ugo Fosco- confidencia, al cabo de dos de Alfonso Reyes, Reyes, cuya estancia en lo), Madrid, 1978, me informa cenios de la traducción de MaMadrid corrió entre 1914-1924, sobre los traductores franceses de drid –lamenta deplorables errase tomó su versión de Sterne co- Sterne (Frenais, 1797; Crassous, tas, una Mrs. Draper que se conmo una subsanación del delito 1801, ambas en París) que pudo vierte, por vuelo de una ese, en de impunidad literaria, cometi- leer Foscolo antes de lanzarse a la un Mr. Draper, de modo que el do por don Edmundo en 1915. arriesgada aventura de la traduc- lance de amor en inglés es con Tengo leído en algún autor me- ción. Lo divertido es constatar una madama y en español con xicano que Reyes supera a Sterne que todo el mundo barre para un monsieur– y Reyes nos concon su texto del Viaje. Qué atre- su casa. También Tripodi Tripodi cae en tagia su humor sensual. Y ahí revido es el aldeanismo seudoilus- la endeble pretensión de suponer side la cifra de esa veta inédita trado. Si el señor González Blan- que Foscolo mejora a Sterne en –tan borrosa y desvaída desde co es penoso, peor todavía es po- ciertos pasajes. Muy dudoso, pe- Cervantes– que regresa al campo ner sobre los cuernos de la luna ro quién sabe. No en vano tanto de la ficción española. Una toal embajador Reyes. Pero lo Foscolo como Reyes han sido nalidad preciosa y preciosista de esencial creo que se logró. Azorín poetas eminentes. El italiano, la zumba radiante que Sterne pudo leer el Viaje en la traduc- una cima romántica, como Es- imprime a sus mejores páginas. ción de 1919, llevada a cabo por pronceda o Bécquer entre noso- Diderot es alegre como unas Alfonsoo Reyes, Alfons Reyes, y en 1925 1925 Sterne Sterne tros. El mexicano, una figura ci- campanillas; el propio Schiller goza de la máxima estimación mera de las letras hispanoameri- también posee esa gracia diecioen el panteón inglés, por encima canas, descubridor de Borges chesca, pero agriada por su fusta de Shakespeare o Dickens, y en cuando fue embajador de Méxi- jacobina. Goethe es lector de igualdad olímpica europea con co en Buenos Aires, y un maes- Sterne, pero su serenidad olímCervantes y Goethe. tro y precursor de Octavio Paz. Y pica está en las antípodas del noPero siempre cabe otro derro- de este modo tan inesperado, te- velista inglés, o, por ser más pretero, otra hipótesis, otro hilo bo- nemos a Sterne resucitado en ciso, del irlandés educado en rroso o nítido en la pesquisa. Al Madrid entre 1919 y 1925; y, Cambridge y retratado por Reyigual que Baudelaire fue el mago por azares históricos imprevisi- nolds. Pero el quid no debe esintroductor de Poe en Europa, bles, Alfonso Reyes contagia su fumarse. Sterne no se parece a el poeta romántico italiano Ugo pasión literaria por Sterne a Azo- nadie. Shakespeare es terrible coFoscolo publicó su traducción rín, y su pasión por Chesterton a mo el Moisés de Miguel Ángel y de Sterne –Viaggio Sentimentale – Borges. De ambos autores fue divertido como un Chaucer que en Pisa en 1813, a la que siguió traductor el humanista mexica- conoce a Montaigne. Lear y otra de Londres, en 1817, du- no. No me siento con fuerzas Falstaff, Cordelia y Próspero, rante el exilio del poeta. Pero para tirar de tan sabrosos hilos. Edmund y Ricardo III. A su lacuesta creer que un libro duerma Me contentaré con el Sterne de do, la familia Karamazov son un un siglo y se despierte por arte de Alfonso Reyes, Reyes, con el descubri- colegio de ursulinas. Sterne, por magia. Del Sterne de Foscolo al miento de Azorín en 1925. En buscarle un parangón imposible, de Reyes –1813-1919– ha llovi- La experiencia literaria, Reyes sería el bufón Yorick cruzado do mucho en Europa. El punto nos confiesa en su ensayo sobre con el genio alado de Ariel. Una crítico de esta errática deriva de la traducción (hace referencia al mezcla milagrosa, un espíritu de Sterne, antes de ser asimilado en título de Ortega Esplendor y mi- la comicidad volátil, de la ubiEspaña, reside en que Moratín seria de la traducción) que en cuidad radiante. quedó hechizado por Hamlet; cierta conversación con Wells, le ¿Cómo traduce un poeta? A pero ¿qué hubiera sucedido si, al “resultó más difícil reducir al es- Sentimental Journey, 1768, es igual que hizo Foscolo, le hubie- pañol a Sterne que a Chesterton, una novela breve, 125 páginas se fascinado el Viaje de Sterne? porque para aquél no encontra- en la edición de Oxford UniverNº88
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sity Press. La edición de Calpe, Madrid 1919, lleva por título Viaje sentimental por Francia e Italia. Ya en la primera página asoma el complejo de le mot juste, y Alfonso Reyes –cuatro de-
cenios después– rectifica el término usado para trasladar o verter el vocablo breeches. Donde dijo pantalones debería haber escrito calzones. Ah, el léxico anacrónico y sus infinitos sinsabores. ¿Son minucias o son indicios de perfección? Hay docenas de pasajes deliciosos en un libro como El Via je de Sterne. Uno de mis preferidos es el concierto en Milán, el tête a tête en la escalera del teatro y la invocación archicómica a Santa Cecilia, patrona de la música. Pero casi es una delicia conc ontinua, sin altibajos, una chispa de gran literatura y gran humor sensual en cada página. Su agilidad narrativa es magistral, pura acrobacia o equilibrio en la cuerda en vilo del tiempo. “So taking up, Much Ado about Nothing I transported myself instantly from the chair I sat in to Messina in Sicily, and got so busy with with Don Pedro and and Benedick Benedick and Beatrice, that I thought not of Ver”. salles, the Count, or the Passport ”.
Reyes moldea su español de Sterne así: “Veamos: Mucho ruido para nada… Heme transportado desde mi sillón hasta la siciliana Messina, y tan preocupado con don Pedro y Benedicto y Beatriz, que ya ni me acuerdo de Versalles ni del conde ni del dichoso pasaporte”. “Sweet pliability of man’s spirit, that can at once surrender itself to illusions
–¡Oh, dulce plasticidad del alma, que así sabe entregarse a las ilusiones!– wich cheat expectation and sorrow of their weary moments! –panacea de la aflición y
remedio de las crueles horas de espera! –long– long since had ye number’d out my days days had I not trod so great great a part of 75
LAURENCE STERNE EN ESPAÑOL
them upon this enchanted ground : Hace
mucho, mucho tiempo, que mis días se habrían acabado, a no ser por mis frecuentes paseos a esta tierra encantada”.
Es posible que el idioma de Sterne-Reyes nos suene hoy como velado por una patina anticuada, pero cuesta creer que el endecasílabo de Sweet pliability of man’s spirit pueda ser superado o mejorado en la lírica formulación de Reyes –¡Oh, dulce plasticidad del alma–. Pero hay que dejar la puerta abierta a toda nueva perfección, oh dulce elasticidad del espíritu humano. En todo caso, el duende de Ariel aflora en este fragmento de Sterne. Esa gota de rebeldía ante el lado plomizo del mundo y ese himno a la lectura de Shakespeare o de Cervantes –this enchanted ground– la lectura como tierra encantada y panacea de la aflición, nos asoma al mundo del mago Sterne, experto en irisar y balsamizar la terca acechanza de la vulgaridad del mundo. O de su terrible propensión al tedio. ¿No es lo mismo? A Sterne le pirran los juegos jocosos, la chanza coloquial, el doble sentido de las palabras, el diálogo jovial y festivo. A su lado, Hamlet es un cenizo con pico de oro funerario. No es extraño que Sterne haya resucitado al juglar Yorick, la alegría alegría del del casticastillo cuando Dinamarca estaba muy lejos de apestar a podrido. “There ir not a more perplexing affair in life to me, than to set about telling any one who I am” .
Y Reyes traslada traslada así: “No hay cosa que me desconcierte tanto como tener que decir quién soy”. Una de las muchas gracias que adorna la prosa de Sterne es su peculiar sintaxis. Tiene el encanto y la elegancia de un caballo de ajedrez. Leves titutebos o simulación de sintaxis en rizo o espiral constante. Si Góngora o Milton, Quevedo o Donne, tienen y sienten la holgura textual, si puedo decirlo así, de leer a Virgilio o saberlo de memoria, e improvisar variantes inéditas que ocultan su espinazo romano, el caso de Sterne es tan especial como el de un Tinto76
retto en Venecia. Tan cerca de Es una delicia cotejar ambos un genio como Tiziano que só- textos. Si el humor británicolo cabe la audacia feliz de una musical es de una finura de alta manera inexplorada. Más o me- guasa, Reyes consigue con su sunos así fue el dictamen del doc- til pitorreo que la sonrisa –si no tor Johnson sobre Sterne: una la carcajada– acuda con relamexcentricidad sin futuro. Sterne pagueante celeridad a nuestros brota de Shakespeare –resucita a labios. El espíritu aflora donde Yorick Y orick para su viaje continen- le da la real gana. Su templo es tal–, pero necesita insuflar en el la libertad literaria. panteón inglés un poco de aire Reyes traslada así: fresco. ¿De dónde saca ese hu“Sólo debo añadir que ninguna otra mor, esa volubilidad encantado- relación me fue más grata durante mi ra, ese temple de infinita lumi- estancia en Italia que ésta, debida, sin nosidad del mundo? Sterne es duda, a una traducción acertada”. un niño irlandés injertado en la El capítulo es perfecto –La culta Cambridge, tal vez corre traducción, París– y evoca en un por su fantasía infantil toda la palco milanés a Toby Shandy. legión de duendes de la dulce Ir- Sterne imagina la locuacidad de landa, pero es más rico su face- un veterano leyendo su mirada. tado estilo. La Biblia, los clásicos, Yorick Yorick –el narrador– es el peShakespeare, su personalísima renne traductor de la Rossetta interpretación del siglo XVIII: de la realidad, una calle de Lonla joie de vivre de un Diderot o dres, o la Scala de Milán. Es una Voltaire, la veta libertina de un obra maestra de humor cordial y Casanova, la música de Italia –el libertino. Un Casanova transfiperfecto libretista del Don Gio- gurado por el toque inconfunvanni de Mozart– y, por último, dible de un Cervantes. Tal es la pero no por ello menos impor- proeza y gusto único de Sterne. tante, la tradición cervantina de El arte de ceder el paso es una la novela inglesa en su precursor página maestra de humor galanFielding (sin olvidar los graba- te, de humor radiante, de hudos cervantinos de Hogarth y su mor musical. Santa Cecilia impronta en los Caprichos de como Cupido de un duetto Goya) que alcanzará en él su co- nocturno en Milán. ta o nota más radiante. Pero este aspecto de la reviviscencia de Laurence Sterne (1713-1768) Cervantes en Sterne se aprecia publicó la primera parte de The Life and Opinions of Tristram mucho mejor en su Shandy. Pero me resisto a abandonar Shandy en 1759. El éxito fue in Journey ey de Sterne sin darme el mediato. En 1760 sigue la seel Journ gustazo de saborear su humor gunda parte; en 1761, la tercera; sensual. en 1765, la cuarta; en 1767, la “ And what became of the concert, St. quinta. En total, nueve libros en Cecilia, who, I suppose, was at it, knows nueve años. Una novela imparamore than I”. ble, andante, entre su fama en “I will only add, that the connection Londres, sus viajes de medio año which arose out of that translation, gave a París y Toulouse, al Nápoles me more pleasure than any one I had the de lady Hamilton. Su salud es honour to make in Italy”. penosa y los viajes son placer cuSterne es increíble. Escribe rativo, ocio melancólico. Shandy como un Casanova con la fle- tiene 615 páginas en la edición ma de Henry James. Un impo- Penguin. El tomo de clásicos Alvivre a la veneciana, faguara de 1978 –la traducción sible. Joie de vivre más una prosa de una sofistica- de Marías– tiene 575 páginas, ción sintáctica y expresiva de pero con la addenda de sermones una elegancia insólita. Veamos de Yorick y las notas y glosario cómo traduce esta joya el poeta llega hasta las 718 páginas. ¿Qué significa una empresa mexicano Alfonso Reyes. “Y del concierto, Santa Cecilia como la traducción del Shandy –que, sin duda, estaba presente– sabrá al español? Alfonso Reyes fue lo que hubo; yo, no”. audaz y jovial al emprender la
versión del Viaje. Pero tenía a su favor que es una novela breve, apenas un centenar de páginas. El Shandy es como media docena de Viajes. Desde luego, no es tarea imposible, de hecho hubo traducciones previas y las hubo posteriores, pero la cuestión clave es la calidad de la traducción. Se dice que Quevedo y ValleInclán no pueden traducirse a otros idiomas porque quedan poco menos que irreconocibles. Es un viejísimo y tedioso debate. Cuanto más lee uno a Cervantes, cuesta creer que funcione en otros idiomas. Su Quijote es un libro tan recio en su comicidad dialogada que funciona incluso al 50% de fidelidad al original. La gran sutileza queda para el idioma de origen y esa es nuestra fortuna, poder saborear esa riqueza inicial. Con Sterne pasa lo propio. Es un meteorito o un precioso excéntrico en su propia lengua. De hecho, el pronóstico del doctor Johnson se ha cumplido, no nos engañemos. Shakespeare es el genio inglés de la Inglaterra cultivada y Dickens es el ídolo de la Inglaterra plebeya. Sterne es una pieza demasiado sofisticada para paladares masivos. Un exquisito para la inmensa minoría. De ahí mi sorpresa, cuando Azorín en 1925 elige a Sterne como par de Goethe o Cervantes, de Montaigne o Dante en el panorama de cimas literarias de una Europa ideal. Sterne lograba casi lo imposible, abrirse hueco y paso entre los dos colosos rivales, el autor de El rey Lear y el autor de Pickwick . ¿Acaso Reyes con su traducción de 1919 del Viaje y Azorín con con su estimación inédita representan una tendencia de una España demasiado selecta y exquisita? Siguió otro medio siglo de eclipse para Sterne y sus dos grandes rivales volvieron a ocupar el primer plano. Shakespeare alcanzó una idolatría absoluta. El reciente ensayo de Harold Bloom no me dejará mentir. Pero me temo que es una gran simpleza el intentar despejar misterios tan inextinguibles como la potencia de seCLAVES
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ducción literaria que ejercen tales o cuales autores. Los hechos son tercos. Javier Marías (1951) emprende la gran aventura de traducir el Shandy durante casi dos años de su vida, tecleando mil folios y componiendo mil notas, a una edad en que uno suele tener siempre mejores cosas que hacer. Dar volatines en Recoletos, seducir bellas acróbatas o escribir sus propias novelas. Parece ser que tuvo tiempo para todo. Un marciano de nuestras letras. Ahí tenemos al traductor-artistraductor-ar tista adolescente entre 1975 y 1978 en plena brega con el tocho de Sterne. Un mozo de 24 años, de 27, que ha escrito un par de pastiches y que busca con denuedo su propio rumbo libresco. El Shandy se inicia así:
vivre; la verdad lema es la joie de vivre; tiene que ser jovial y radiante, de lo contrario es pura patraña dogmática. Pozo gótico. Un ensayo como el de Paul Hazard sirve de orientación en el curso del XVIII – El pensamiento europeo en el siglo XVIII, traducción de Julián Marías Marías en 1946– y allí se vuelve a hablar y valorar a Sterne, con tino. Otra sorpresa más. No sólo Reyes y Azorín valoran al Sterne del Viaje; también Julián Marías en 1946 –cinco antes de que nazca su hijo Javier– sabe quién es Sterne. De modo que la pregunta de Shandy, en su caso, tiene una ración extra de guasa erudita a la española. Su padre estaba traduciendo al dieciochesco Hazard.
“Ojalá mi padre o mi madre, o, me jor dicho, ambos, hubieran sido más conscientes, mientras los dos se afanaban por igual en el cumplimiento de “I wish either my father or my mother sus obligaciones, de lo que se traían enor indeed both of them, as they were in tre manos cuando me engendraron”.
duty both equally bound to it, had minded what they were about when they be got me”.
El tono reflexivo o meditante de Sterne es inconfundible y de una finura socarrona espléndida. Se consideraba a sí mismo como un híbrido de Locke y la Biblia, un lector crítico-jovial del Antiguo y Nuevo TestamenTestamento. La era moderna de Europa es una progresiva criba del legado clásico. Dante o Shakespeare o Cervantes no horadan la Bastilla de Homero y Salomón. Pero desde Descartes hasta Kant o Heidegger, todo filósofo es un jacobino de la Bastilla clásica. Sterne es un punto de vista muy exótico en el panorama intelectual y literario de la Europa de Kant y Voltaire. Voltaire se burla de Leibniz y su aforismo o principio de optimización del mundo. Kant es un heredero excéntrico de Hume y Rousseau, dos músicos de la prosa dieciochesca. Kant era un ser delicioso y metódico, y nos cuenta que sometió a su adorado Rousseau a la peor prueba, sopesar su melodía y su grado de razón. Separar la idea de su nube tonal o vestimenta melódica. En el caso de Sterne tenemos a un príncipe de la prosa caprichosa cuyo Nº88
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Es, como puede verse, un comienzo de novela de una extravagancia insólita. Un cuadro del Génesis personal y familiar de una chispa o duende inglés sin parangón. Es como una página de Freud, siglo y medio antes, pero con un tono de especulación absolutamente antagónico al del divanista vienés, que diría Nabokov. Por cierto, hay una hermosa veta o escuela Sterne en el despertar de la mejor literatura rusa del XIX. Pushkin es lector de Sterne y su Oneguin tiene el tono vital de Shandy o Yorick; Y orick; y lectores de Sterne han sido Tolstoi y el propio Nabokov, alumno del Cambridge donde se formó Sterne. Ese comienzo tan rebosante de guasa controlada, que es como una meditación erótica –Sterne o el Eros contemplativo– en torno a la más recia y demente de las pasiones humanas, la fogosa urdimbre corporal de la que todos somos hijos oscuros, es la mayor proeza literaria de Sterne. Es su filón personal. Una mezcla de humor, erotismo, erudición, gusto absoluto del idioma inglés. Un amasijo feliz que hace de sus páginas una experiencia inolvidable. Diderot 77
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divierte, Goethe reflexiona con “No concibo cómo alguien puede como Sancho Panza le decía muy encanto pastoral, Jovellanos cu- verter o haber vertido al castellano, de bien a Don Quijote, lo mismo riosea a lomos de mula por As- manera aceptable, todas y cada una de las pudiera haber logrado con estarde este libro, y no acierto a exturias, Casanova es una máqui- páginas se quietecito en su casa”– y que plicarme cómo quien fui lo hizo una vez. na de fornicar que sabe escribir, El que soy hoy, creo, no sería capaz”. explaya su maravilloso y melanSade es una bestia gótica. Pero cólico humor sensual, vagando Sterne es Ariel o un extraño Cu Y poco después añade: por tierras de Francia e Italia copido kantiano y ubícuo que nos “Es la novela más cercana al Quijo- mo una insólita reedición del héengatusa y lleva donde quiere. te y la más cercana a la novela de mi roe cervantino. Es menester esQuizá su forma personal de ra- propio siglo; tanto su recuerdo como su perar medio siglo más para enzón nos convence más que otras. frecuentación esporádica me producen contrar otro español tan audaz y indefectible placer”. La serenidad o erotismo al- un “Además extravagante como para acometer de leerlo, hubo un día en ciónico de su peculiar humor que lo volví a escribir”. tamaña aventura. Traducir de modo aceptable el Shandy. Ese año inglés nos encanta y su mundo del Shandy es siempre la víspera El texto de Marías pertenece feliz fue 1978. Fue galardonado del futuro cordial. ¿Se casará el a un artículo de septiembre de con el Premio Nacional de Trapobre tío Toby con la viuda es- 1989. ducción. Por una vez, la España plendorosa y coqueta? ¿Nacerá ¿Cómo se ha producido el oficial acertaba. Benet pasó in alde una vez el narrador amnióti- largo camino de ida y vuelta en- bis para esa España mezquina y co o fetal, ese Shandy flotante tre la gran novela publicada en seudoprogresista. La presunta en el paraíso de la piscina ma- Madrid entre 1605 y 1615, y la alegría de este pequeño ensayo ternal? ¿Concluirán sus escara- gran novela de Sterne publicada no está reñida con la pura y simmuzas dialécticas los dos her- en Londres entre 1759 y 1767? ple verdad. Benet se merecía el manos Shandy?, ¿terminarán las En este breve y modesto ensayo Nobel o el Premio Cervantes. Y guerras continentales del Blimp –no sé si tan alegre como yo me su mejor discípulo, Javier Marías, de Sterne?, ¿se descubrirá si sus las prometía– he intentado ras- lo sabe mejor que nadie. vergüenzas o partes pudendas trear ese curioso viaje tan lleno La inclinación cervantina de están todavía listas para el com- de eclipses. Sterne no podía pre- Sterne es patente a cada paso y a bate de Cupido o han sucumbi- ver –ni él ni nadie, claro– que cada página, tanto en el Shandy do para siempre en los campos Walter Walter Scott resucitaría a Ama- como en el Viaje. La página sode la historiada y belicosa Euro- dís en su Ivanhoe, 1819, mien- bre la continencia de Rocinante pa? El tío Toby se nos antoja un tras que Dickens retomaría la en el Shandy es pura delicia. pobre Zeus con la tía Europa a saga cervantina de Fielding y “Sé muy bien que el caballo del hécuestas, la viuda Europa a hom- Sterne en su delicioso Pickwick. roe era un caballo de castísima conducbros de un curtido veterano, del La España literaria del XIX ta que, sin embargo, pudo haber dado que Sterne nunca despeja la du- fue terca lectora de Balzac y Dic- motivos para sostener la opinión conPero también es cierto, al mismo da clave, una duda heredada de kens y a comienzos del siglo XX, traria. tiempo, que la continencia de RocinanCervantes y su héroe manche- con motivo del tercer centenario te (como puede demostrarse con la go. ¿Son herederos de Orígenes, del Quijote –1905–, hubo revi- aventura de los arrieros yangüeses) no príncipes de la castidad drástica val cervantino: Unamuno, Azo- era debida a ningún defecto físico ni a y demencial que llega hasta el rín, meditan y reflexionan sobre ninguna otra causa de esta índole, sino padre Sergio de Tolstoi? ¿Son el libro o sobre el paisaje concre- a la templanza y regular circulación de parodia mohína y melancólica to de ese libro. Llegamos enton- su sangre”. de donjuanes fatigados que se ces a la famosa traducción de AlLa afección o enigmática doburlan de sus pasiones depreda- fonso Reyes en 1919, para los lencia que aqueja al pobre tío doras de juventud, mediante po- hermosos y menudos libritos de Toby no anda lejos de estas cabres payasos aterrados por el Calpe. Azorín lee esa versión de briolas sternianas y cervantinas fantasma de su impotencia se- El viaje sentimental y se queda sobre la dudosa envergadura del nil? ¡Dios mío, parezco un prendado con Sterne. Dickens jamelguito manchego. FernanFreud de pacotilla! ¿Y qué sé yo pierde la primacía en favor de ese do Savater, que es un Erasmo de de esas profundidades del deseo petimetre zumbón que admiraba las ciencias equinas, sabe mejor y la pasión más devastadora que a Cervantes –“obrará muy sabia- que yo en qué consiste la gloria acosa al género humano? Como mente el que pueda dispensarse de ganar un Derby montando a diría el príncipe de la guasa in- de conocimientos extranjeros y Reina del Nilo. No menos apto glesa, san Agustín sabrá mejor extranjeros provechos; y más si para la lírica del hipódromo era que yo en qué terminó todo es- vive en un país donde ni una ni nuestro Nobel onubense. En su to, o cómo empezó, o cómo ter- otra cosa faltan en absoluto. Que rocinantesco Platero galopa esta minará. No yo. en verdad me causa mucha pe- cita –nada pueril– del Antonio y Al elegir su libro favorito na… el considerar todos los pa- Cleopatra, de Shakespeare –o, –Shandy– y escribir sobre la ra- sos inútiles que da el viajero cu- happy horse, to bear the weight of zón de esa querencia, Marías ha rioso para adquirir puntos de vis- Antony– . Su asno no es, como escrito: ta y hacer descubrimientos que, piensan los simples, un burrito 78
de peluche en un cuento de hadas andaluz. De hecho, ese fresco y vigente desdén o rencor libresco hacia Platero huele a cien millas al mismo efecto que produjo Rocinante entre los mamelucos ilustrados del barroco. Gracián o el doctor Johnson repiten el viejo esquema o espejismo puritano de Platón cuando ningunea los mitos de Homero. En la milenaria brega o torneo entre la razón y la imaginación o ficción, a la larga, siempre se lleva el gato al agua Cervantes o Sterne. El presente es, por supuestísimo, campo predilecto del dogma. ¡Faltaría más! “Nature is shy, and hates to act ”. La naturaleza befores spectators ”. –traduce Reyes– es pudorosa y no le gusta representar en público. El pasaje emana primor dinámico en cada palabra. Hay dos ariscas vestales esperando un coche y el jocundo Yorick de Sterne nos confiesa: “Yo hubiera dado la luna por hacerlas felices. Pero aquella noche el destino quiso que la felicidad les llegara por otra parte”.
La expresión exacta de Sterne dice –to come from another quarter – y, desde luego, Reyes es harto pudoroso al elegir en ese pun o juego de vocablos el término menos comprometido. Quarterhorse es un tipo de caballo que corre de perlas el cuarto de milla. Y sospecho que Sterne iba al hipódromo casi tanto o más que Fernando Savater. “Probablemente es y será mi mejor texto, y si digo probablemente es pensando en alguna otra traducción que he hecho (El espejo del mar, de Conrad o las obras de Sir Thomas Browne) o en alguna que quizá me gustaría hacer algún día”.
La confidencia es de Javier Marías respecto a su Shandy, a diez años de la traducción de 1978, y sin sospechar que un decenio después toda Europa conocería un par de sus novelas, y su mejor texto iba a ser su obra maestra más secreta. n
César Pérez Gracia es crítico literario. Autor de La Venus Jónica.
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C A S A
D E
C I T A S
FEDERICO EL GRANDE Federico II de Prusia representa el prototipo del déspota ilustrado. Además de un refinado estratega militar, fue un hombre culto que, pese a los esfuerzos de su padre (apodado el rey sargento) por hacerle abandonar su afición al estudio, gustaba de componer música y escribir poesía. Pero, sobre todo, se consideraba un amante de la filosofía que solía publicar sus escritos como las Obras del filósofo de Sans-Souci (el nombre que puso a su palacio de Postdam). Apreciado por ese mismo Kant, que también veneró la Re-
Convicciones morales Convicciones morales / razón de Estado (De La historia de mi tiempo )
Espero que la posteridad acierte a distinguir en mí al filósofo del príncipe y al hombre honesto del político. Debo confesar que resulta muy difícil conservar un talante ingenuo y caracterizado por la honestidad al quedar atrapado en el gran torbellino político de Europa. Expuesto a ser constantemente traicionado por sus aliados, abandonado por sus amigos, avasallado avasalla do por los celos y la envidia, uno se ve constreñido finalmente a escoger entre la terrible resolución de sacrificar a sus pueblos o ser infiel a su palabra. n
volución Francesa, este monarca prusiano con vocación filosófica llegó a representar para Voltaire la posible personificación de aquel rey-filósofo que según Platón constituiría toda una panacea para los males políticos. El punto álgido de dicha esperanza se cifra en un texto que Voltaire mismo editó, y que ha sido publicado hace poco en el Centro de Estudios Constitucionales Constitucionales por quien ha realizado esta selec Antimaquiavelo. lo. ción de textos: el Antimaquiave
halla por debajo del interés; sin embargo, un príncipe podría exponer sus Estados a enormes desgracias actuando así. ¿Acaso el pueblo debe perecer antes de que su soberano rompa un tratado? ¿Qué se diría del cirujano que, haciendo gala de una ridícula escrupulosidad, no amputara el brazo gangrenado de un hombre porque cortar algún miembro supone algo malo? (Introducción de 1775).
Del Ensayo acerca del amor propio considerado como principio de la moral (1770).
(Prólogo de 1743).
Este resorte tan poderoso es el amor propio, ese guardián de nuestra conservación, ese artesano de nuestra felicidad, ese manantial inagotable de nuestros vicios y nuestras virtudes, ese principio oculto bajo todas las acciones humanas. n
El arte de la política se diría diametralmente opuesto en muchos extremos a la moral de los particulares, mas no lo es con respecto a la de los príncipes, quienes, basándose en un mutuo consentimiento tácito, se otorgan el privilegio de propiciar su ambición al precio que sea, aunque para ello tengan que secundar todo cuanto exija su interés e imponerlo a sangre y fuego, cuando no mediante intrigas o añagazas en las negociaciones, faltando incluso a la escrupulosa observancia de los tratados, que para ser francos no son sino juramentos consagrados consagrados al fraude y la perfidia. n
(Prefacio de 1746).
En tanto que particular particular,, un hombre que compromete a otro su palabra debe mantenerla, por mucho que su promesa pueda perjudicarle al haberla hecho de un modo irreflexivo, pues el honor se n
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CLAVES
DE RAZÓN PRÁCTICA
Se me objetará sin duda de mi hipótesis encontrará ciertas dificultades para conciliar ese felicidad que atribuyo a las buenas acciones con esas persecuciones que padece la virtud, así como con esa prosperidad que disfrutan tantas almas perversas. Esta dificultad es fácil de sortear, siempre que restrinjamos la palabra felicidad a un perfecto sosiego del ánimo. Esta paz interior se funda en el hecho de hallarse contento con uno mismo. n
No intentamos desmentir a la experiencia; reconocemos la existencia de un sinfín de crímenes impunes. ¿Mas no ten
Roberto R. Aramayo
men estos criminales que con el tiempo no termine por desvelarse aquella verdad tan terrible para ellos y se descubra su oprobio? ¿Acaso las banalidades de que disfrutan les impide oír esa secreta voz de la conciencia que los condena y les devora con los remordimientos como un látigo que, aunque invisible, les fustiga?. Pues no es en los objetos, ni tampoco en esas fortunas que el mudable escenario del mundo crea y destruye sin ton ni son, donde podemos encontrar una felicidad que sólo podemos buscar dentro de nosotros mismos. No hay otra dicha que la tranquilidad del alma; de ahí que nos interese aprestarnos a la búsqueda de un bien tan preciado; y si las pasiones lo perturban, habrá que domarlas. n
El afán de amasar riquezas se impone sin tregua el avaro; sin embargo, el miedo de dispersar lo que tanto esfuerzo le ha costado juntar le hurta el disfrute de cuanto posee. El ambicioso pierde de vista el presente para precipitarse a ciegas en el porvenir; abriga continuamente nuevos proyectos; los obstáculos con que topa en su camino le irritan, y la posesión de lo que tanto anhelaba se ve acompañada por el hastío. El pródigo, al gastar el doble de lo que recauda, es como el tonel de las Danaides; no se colma nunca y siempre anda buscando nuevos recursos para unos deseos que multiplican incesantemente sus necesidades. El enamoradizo que ama tiernamente suele verse convertido en el juguete de amantes que lo engañan. n
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F E DE DE R IC I C O E L G R AN AN D E
Del Ensayo sobre los deberes del soberano (1777)
Esa gran verdad (actuar para con los demás como quisiéramos que se comportaran respecto a nosotros) es el principio de las leyes y del pacto social, de donde mana el amor a la patria, considerada como el asilo de nuestra felicidad. n
Si el príncipe, por pereza, decide abandonar el gobierno del Estado en manos mercenarias, quiero decir, de sus ministros, entonces todo marcha mal, pues el uno querrá tirar hacia la derecha y el otro hacia la izquierda, mas ninguno trabaja teniendo presente un plan general; cada ministro tiende a deshacerlo todo, por bueno que pueda ser, para pasar por un innovador y poner en práctica sus fantasías. n
Con objeto de que no falte jamás a sus deberes, el príncipe debe recordar a menudo que sólo es un hombre más, como cualquiera de sus vasallos. El príncipe sólo es el primer servidor del Estado y está obligado a conducirse con probidad, prudencia y desinterés, como si en cada momento debiera rendir cuentas de su administración a sus ciudadanos. n
Del Antimaquiavelo (1740)
Cordura y prudencia constituyen virtudes tan imprescindibles para los príncipes, como la brújula y el compás, que guían a las gentes del mar, lo son a los pilotos. n
(Capítulo 20).
La fortuna y el azar son palabras vacías de sentido que han sido alumbradas por la mente de los poetas y que, según parece, deben su origen a esa profunda ignorancia en que se hallaba estancado el mundo cuando daba nombres vagos a efectos cuyas causas les resultaban desconocidas. n
(Capítulo 25).
El vulgo, que no sabe apreciar bien las reputaciones, se deja seducir fácilmente por las apariencias de cuanto es grande y maravilloso, llegando a confundir las buenas acciones con las extraordinarias, la riqueza con el mérito, aquello que relumbra con lo que posee solidez. Las gentes ilustradas y sensatas tienen un juicio completamente distinto; supone una dura prueba pasar por su crisol, ya que disecan la vida de los grandes hombres como los anatomistas hacen con sus cadáveres. Examinan si su intención fue honesta, si fueron justos, si hin
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cieron más mal que bien a los hombres, si su coraje estuvo supeditado a su sensatez o si se debió a un ardor de su temperamento; enjuician los efectos por sus causas y no a las causas por sus efectos. (Capítulo 21).
Se sabe muy bien hasta qué punto es curiosa la gente. También los príncipes se hallan expuestos, y más que el resto de los hombres, a la curiosidad de la opinión pública; son como astros hacia los que un pueblo de astrónomos hubiese dirigido sus telescopios y astrolabios; un gesto, un guiño, una mirada les traiciona; y los pueblos se familiarizan con ellos a base de conjeturas; en una palabra, en tan escasa medida como el sol puede cubrir sus manchas, la luna sus fases o Saturno sus anillos, poco pueden hacer los grandes príncipes por ocultar sus vicios y el fondo de su carácter a los ojos de tantos observadores. n
(Capítulo 18).
El lujo que nace de la abundancia y que hace circular las riquezas por las venas de un Estado es lo que multiplica las necesidades de los ricos y de los opulentos para terminar igualándolos en menesterosidad con los pobres indigentes; es como el movimiento de sístole y diástole atribuido al corazón dentro del cuerpo humano. Se trata del resorte que manda la sangre a través de unas grandes arterias hasta las extremidades de nuestros miembros y que la hace circular por las venas, las cuales la conducen al corazón para que sea distribuida de nuevo por las diferentes partes del cuerpo. Si algún torpe político intentase desterrar el lujo de un gran Estado, éste se desplomaría y se debilitaría considerablemente; el dinero se volvería inútil, quedaría en los cofres de los ricos, el comercio languidecería, las manufacturas caerían por falta de venta, la industria perecería, las familias ricas lo serían a perpetuidad y los indigentes no tendrían recurso alguno para salir de su miseria. (Capítulo. 16). n
El mundo sería dichoso si no hubiese otros medios salvo el de la negociación para mantener la justicia y restablecer la paz entre las naciones. Se emplearían entonces los argumentos en lugar de armas y se disputaría en vez de degollarse mutuamente. (Capítulo 26). n
Conforme al hábito de los hombres, se pretenden cosas contradictorias. Como el amor propio es el príncipe de nuestras virtudes, y por consiguiente de la felicidad del mundo, se quiere que los príncipes ten-
gan bastante amor propio como para mostrarse susceptibles a la hermosa gloria que anima sus grandes acciones y que, al mismo tiempo, se muestren bastante indiferentes como para renunciar de buen grado al salario de sus trabajos; uno y el mismo príncipe debe esforzarse por merecer el elogio y por menospreciarlo. (Capítulo 23). Los príncipes prudentes optan por aquellos en quienes prevalecen las cualidades del corazón para emplearlos en el interior de su país. Por el contrario, prefieren a quienes tienen más vivacidad e imaginación para conformar el cuerpo diplomático. Mientras no se trata sino de mantener el orden y la justicia justic ia en sus Estado Estados, s, basta basta con con la hones hones-tidad, pero cuando se trata de seducir a los vecinos mediante argumentos especiosos o empleando la vía de la intriga o la corrupción en las misiones del extranjero, se comprende muy bien que la probidad no haga tanta falta como la maña y el ingenio. (Capítulo 12). n
Los ministros que un soberano mantiene en las cortes extranjeras representan una suerte de espías privilegiados, cuyo encargo es vigilar las acciones del rey de turno, para descubrir si hay alguna que contravenga los intereses de su señor; ellos deben cimentar los lazos de amistad entre los soberanos, pero con frecuencia, en lugar de ser los artesanos de la paz, son los órganos de la guerra. Capítulo 26). n
Comoquiera que no hay tribunales por encima de reyes ni existe ningún magistrado en el mundo que pueda dirimir sus diferencias, corresponde a los combates el decidir sobre sus derechos y enjuiciar la validez de sus razones. Los soberanos pleitean con las armas en la mano. Así pues, este tipo de guerras se llevan a cabo para mantener la equidad en el mundo, siendo esto algo que las imprime un carácter sacro y las hace indispensables. n
(Capítulo 26).
Todas las guerras que sean emprendidas para repeler a los usurpadores, mantener los derechos legítimos y garantizar la libertad del universo, resultan conformes a la justicia y a la equidad; en tales circunstancias, la guerra es un infortunio menor que la paz. n
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Roberto R. Aramayo es investigador en el Instituto
de Filosofía del CSIC. Autor de Crítica de la razón ucrónica y La Quimera del Rey Filósofo (en prensa). CLAVES
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