Apuntes sobre clasificación clasificación y artefactos artefactos líticos
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tratamiento dado a los materiales, de las operaciones clasificatorias y especialmente de las unidades analíticas involucradas en la clasificación, pilares fundamentales de la actividad arqueológica.
APUNTES SOBRE CLASIFICACIÓN Y ARTEFACTOS LÍTICOS EN LA ARQUEOLOGÍA COLOMBIANA DEL SIGLO XX
De un tiempo para acá se ha reconocido que la innovación técnica, que desde hace algunas décadas se implementa para el estudio de materiales líticos, tales como los análisis de microhuellas de utilización (Keeley 1980, Newcomer y Keeley 1979, Semenov 1981, Tringham et al. 1974, Nieuwenhuis 2002), de caracterización de materias primas (Dorighel et al. 1999) y de mecánica de fracturas (Cotterell y Kamminga 1987, 1987, Purdy y Brooks 1971) entre muchas otras, ha ensombrecido la relevancia que para la investigación arqueológica tienen tanto la construcción, como la utilización de ciertas unidades y esquemas clasificatorios (Dunnell 1971,1986, Schiffer 1979, Tschauner 1985).
Maryam A. Hernández Venegas Antropóloga Universidad Nacional de Colombia Resumen La clasificación de materiales arqueológicos, lejos de ser una actividad repetitiva y de poco valor, constituye sin lugar a dudas una de las operaciones intelectuales que mayor alcance tiene dentro de la construcción de las narrativas interpretativas propias de la disciplina. Este texto es un intento por aproximarnos al desarrollo y estado actual del estudio de materiales líticos en Colombia desde el marco general de la Clasificación en Arqueología. Palabras clave: Arqueología Colombiana, Clasificación, Artefactos Líticos. Introducción La clasificación de materiales es quizás uno de los pilares fundamentales sobre los que se asienta el desarrollo de la disciplina arqueológica y una de las operaciones más importantes de las ciencias en general. Lejos de ser una actividad monótona y de poco valor dentro de la producción académica es un proceso necesario y muy relevante para los objetivos de cualquier investigación. El proceso de clasificación, por el mismo peso de sus implicaciones epistemológicas, ha sido objeto de acalorados y apasionantes debates desde los inicios de la arqueología como disciplina científica. Las observaciones, las estrategias de aproximación cualitativa o cuantitativa y la elaboración de inferencias o deducciones con las cuales desde el presente el arqueólogo intenta transformar el registro estático en un pasado dinámico, hacen del
La especificidad técnica y metodológica que se busca a la hora de enfrentarse a un u n conjunto lítico, no debe atenuar la necesidad también de especificidad analítica como la requerida por un proceso clasificatorio definido; es por esto, que pueden plantearse dos cuestiones básicas como puntos de partida: (1) Aunque la disciplina arqueológica en Colombia se ha preocupado desde hace varios años, tanto desde la teoría, como desde la práctica, por la importancia del estudio de los objetos arqueológicos y ha puesto especial énfasis en la clasificación de estos materiales, la orientación dada a algunos esquemas clasificatorios ha desconocido repetidamente, que sólo mediante el empleo de un ejercicio clasificatorio riguroso y la clarificación de las unidades analíticas por él seleccionadas, es posible ligar satisfactoriamente las definiciones y asociaciones de y entre los datos arqueológicos con el discurso interpretativo propio de la disciplina. Y (2) la unificación metodológica que puede reconocerse en algunos de estos esquemas, ha sido producto de las tendencias teórico-metodológicas que orientan la práctica arqueológica en el país, y consecuentemente, influyen fuertemente en los procesos de registro, manejo de información, selección de atributos y descripción de materiales arqueológicos. Los abundantes encuentros y desencuentros que desde hace varias décadas sostienen algunos grupos de arqueólogos (Bordes 1969,1972,1981; Binford 1994; Bisson 2000; Bonnichsen 1977; Ford 1954b; Odell 2001; Semenov 1970,198 1970,1981; 1; Spaulding Revista Revistade deEstudiantes Estudiantesde deArqueología ArqueologíaNo.3 No.3
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1954,1971; Whittaker et al. 1998) sobre la manera como debieran ser clasificados los materiales arqueológicos, al igual que las implicaciones interpretativas que éstas clasificaciones pudieran alcanzar, han sido sin duda insuficientes, y aún dependemos en gran medida del préstamo arbitrario de unidades clasificatorias de otras ciencias, o del uso y abuso de unidades que aunque siendo construidas con orientación arqueológica han sido mal entendidas en su funcionamiento como dispositivos clasificatorios, lo que ha generado la construcción y utilización de sistemas particulares de clasificación que con frecuencia no se hacen explícitos dentro de la literatura arqueológica.
naturaleza y construcción de las unidades analíticas que los constituyen (Dunnell 1971; Krieger 1944; Rouse 1939,1972; Steward 1954). Aunque un recuento por los principales supuestos clasificatorios de la arqueología contemporánea sería un excelente complemento a los propósitos de éste artículo, nos limitaremos aquí a seguir el desarrollo de algunas propuestas metodológicas vinculadas a la construcción de ciertos esquemas clasificatorios imperantes en la arqueología colombiana, y que se encuentran estrechamente ligadas al desarrollo histórico de la disciplina en el país. Idealmente cualquier inquietud académica que se relacione con el desarrollo de la disciplina arqueológica en Colombia debería remontarse varios siglos atrás; pero dado a que el énfasis puesto a los materiales arqueológicos se hace más evidente entrado ya el siglo XX, y que son precisamente estos materiales nuestro interés principal, será esta época nuestro punto de partida. Los primeros intentos clasificatorios: Las bases del andamio tipológico
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La manera en que nos aproximemos al ejercicio de clasificar los materiales, depende en gran medida, de como entendamos las propuestas teóricas para la construcción y desarrollo de las unidades clasificatorias, la naturaleza de estas unidades, y otros conceptos involucrados en la clasificación; pero también de las propuestas metodológicas sobre la manera más acertada de construir los esquemas clasificatorios, y de la 26
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Si bien a comienzos del siglo XX ya se habían reseñado varios monumentos arqueológicos, estos eran tratados en su mayoría como hallazgos aislados descubiertos gracias a informes de campesinos. La excavación no se consideraba una actividad importante del trabajo arqueológico, por lo que en muchos de estos sitios no se realizaron registros rigurosos, ni llegaron a proponerse cronologías o interpretaciones a partir de los materiales encontrados. La excavación fue durante mucho tiempo considerada actividad de guaqueros, quienes eran los encargados de sacar a la luz los vestigios del pasado, vestigios que eran a su vez utilizados por quienes hacían los registros generalmente intelectuales que estaban en contacto con las tendencias históricas europeas- en la elaboración de a s n discursos 1 9 6 ) interpretativos (Herrera 2001; sus Langebaek 2003). Hacia la primera mitad de la década de los veinte, al investigador norteamericano J. Alden Mason1 le fue encomendado el trabajo de recolectar objetos arqueológicos en la región litoral de la Sierra 1. Miembro de la Marshall Field Archaeological Expedition para Colombia durante los años 1922 y 1923.
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Nevada de Santa Marta2 (Fig. 1), de su trabajo (Mason 1936) sobresale la fuerte influencia de las ideas de su maestro Franz Boas. La tendencia boasiana abogaba por una arqueología de corte inductivo, orientada a la búsqueda rigurosa y descripción detallada de información arqueológica (Harris 1997), en la que primaba la lectura de las características individuales de los artefactos material, dimensiones, forma general y específicasobre los rasgos generales de los conjuntos artefactuales, y que a nivel explicativo se tradujo en la imposibilidad de abordar cualquier clase de interpretación basada en presupuestos. El particularismo boasiano surge reaccionario a la tendencia que por aquellos años motivaba a la arqueología norteamericana a construir las primeras síntesis cronológicas regionales (Dunnell 1986), y en las que los tipos arqueológicos serían reconocidos como marcadores cronológicos con significado histórico y cultural. El particularismo propuesto por Boas, no consideraba el establecimiento de tipologías como uno de los objetivos de la disciplina arqueológica, por lo que propuso abandonar el énfasis en establecer tipologías culturales, para reparar más bien, en ciertos aspectos individuales de las sociedades del pasado (Langebaek 2003). No obstante, las ideas particularistas boasianas retomadas por Mason, no tuvieron la acogida en el medio académico colombiano que por el contrario sí recibieron las propuestas de la escuela cultural difusionista (Gnecco 1995). Dentro de este marco, los objetivos de la arqueología colombiana se orientarían al estudio de rasgos específicos la mayoría de las veces con el apoyo de relatos y crónicas del siglo XVI- que permitieran la reconstrucción de corrientes culturales y poblacionales. Si bien, con el advenimiento de misiones extranjeras principalmente provenientes de museos de Francia y Alemania, y la ocasional visita de coleccionistas particulares, y cuyo propósito era la recuperación de materiales que ampliaran sus colecciones, se vio fuertemente estimulada la práctica de la excavación dentro de la
2. Los resultados de su expedición se publicaron en tres amplios volúmenes, uno de ellos dedicado exclusivamente a la descripción detallada de materiales de piedra, concha, hueso y metal (Mason 1936).
recuperación de vestigios arqueológicos, y a pesar de que el investigador alemán Konrad T. Preuss3 en sus publicaciones sobre arqueología agustiniana (Preuss 1974) (Fig. 2), había manifestado ya la necesidad de rigurosidad metodológica en las excavaciones, la arqueología aún no intentaba escindirse de otras formas de búsqueda de restos materiales del pasado como aquellas practicadas por aficionados4. La creciente desconfianza que comenzaba a generarse hacia la utilización de fuentes escritas e informaciones etnográficas en la “reconstrucción” de la prehistoria nacional, permitió reconocer en la excavación arqueológica una fuente potencial de información sobre el pasado; no obstante, el estudio de los objetos arqueológicos se consideró también como una actividad importante en la recuperación de información y quizás, más importante que el proceso mismo de excavación. Desafortunadamente, el estudio de los objetos se restringió, la mayoría de las veces, a la clasificación de colecciones privadas y de museos, por lo que muchos debates se limitaron a discutir la pertinencia de las clasificaciones presentadas y no el alcance de las interpretaciones que los mismos arqueólogos hacían con los datos que obtenían (Langebaek 2003). De allí en adelante, se equipararían los análisis de los materiales arqueológicos con el proceso mismo de clasificación, marginalizando de esta forma, cualquier operación clasificatoria5 a un proceso netamente descriptivo.
3. Konrad T. Preuss patrocinado por el Museo Etnográfico de Berlín, realizó a comienzos de la segunda mitad de siglo XX, exploraciones en el área agustiniana del Alto Magdalena donde identificó ejemplares de hachas, manos y metates de piedra (Preuss 1974). 4. Era apremiante que la excavación se considerara parte importante del desarrollo de la investigación, por tanto, debía contarse con una metodología específica que permitiera obtener información adicional sobre el contexto en que las piezas eran desenterradas. Años más tarde el arqueólogo español José Pérez de Barradas quién trabajo también en la región agustiniana- se intereso al igual que Preuss en darle cierta rigurosidad al proceso de excavación y la metodología de campo utilizada en la excavación de sitios arqueológicos; solo la aplicación de procedimientos cuidadosos permitiría ampliar la brecha que separaba el trabajo del arqueólogo profesional de la labor de guaqueros (Pérez de Barradas 1943:9). 5. Teniendo en cuenta que las operaciones clasificatorias se desenvuelven en varios niveles de análisis, que i ncluyen desde la identificación, registro y selección de atributos, hasta la definición de los tipos y la valoración de su importancia histórica.
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Si bien la minuciosidad descriptiva de las excavaciones se consideraba un objetivo inaplazable para la arqueología, otros aspectos vinculados al análisis y organización de los materiales arqueológicos estaban llenos de carencias, por lo que resulta casi una falacia referirse a los primeros intentos “clasificatorios” de la arqueología colombiana, cuando en realidad las aproximaciones a los materiales dejaban mucho que desear en cuanto a un tratamiento riguroso en la descripción y organización de los conjuntos cerámicos y líticos. El énfasis dado a las técnicas de excavación no tuvo eco en el proceso de registro y análisis de los materiales arqueológicos. Sus coincidencias con las aproximaciones clasificatorias intuitivas desarrolladas a fines del siglo XIX en la arqueología norteamericana (Dunnell 1986), no son producto del azar. La aproximación intuitiva no es más que la respuesta lógica a la diversidad de criterios que pueden eventualmente ser adoptados por un investigador que busca sencillamente documentar material arqueológico como parte de la reseña de un sitio o región, pero que no posee un objetivo clasificatorio concreto.
Como parte del proceso de aproximación intuitiva a la organización de materiales, se dio prelación a aquellos rasgos que se consideraban históricamente significativos a cada objeto; no obstante, en ningún momento se hizo explicito cómo se asignaba ese valor histórico a cada uno de los criterios seleccionados. No puede desconocerse sin embargo, que es desde esta base intuitiva que comienza a procurarse cierto grado de detalle a las narraciones descriptivas de los materiales, especialmente aquellos ejemplares completos. La amplia variedad de criterios seleccionados en las investigaciones se ve reflejada en los trabajos de Oppenheim y Recasens (1943) durante sus exploraciones en el Chocó6 . Aunque su propósito era la recuperación de información cultural de los pueblos vivos de la región, el análisis individual de las piezas líticas, constituyó un valioso esfuerzo de organización de un conjunto lítico que tuvo en cuenta dentro del discurso descriptivo, tanto las continuidades -a las que denominaron tipos de proporciones fijas- como las variaciones -en dimensiones, material y desgaste- que podían presentarse de manera comparativa. Los autores proponían de igual forma, utilizar la información lingüística como complemento a la información arqueológica y que desde un enfoque comparativo permitiera ver influencias desde y hacia otros sitios. Resulta interesante del trabajo de Oppenheim y Recasens (1943) su preocupación por la aparición de algunas hachas de piedra muy similares a las halladas en el sitio Conte en Panamá (Fig. 3 Nº 5,7), en las que se combinó la utilización de la técnica del “pulimento” con la de “percusión o choque”. Al parecer, la utilización de la “percusión” y en algunos casos de posible “presión” lateral para aguzar los bordes, podría eventualmente sugerir la pervivencia de técnicas paleolíticas en algunos conjuntos líticos colombianos. Las posibles similitudes técnicas con
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en la región de San Agustín.
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6. Durante sus expediciones académicas al departamento del Chocó en 1942, se registraron materiales cerámicos y líticos procedentes de diferentes yacimientos en las cabeceras del río Tumaradó, Cúpica, San Miguel, río Cogucho, Bagado Alto río Atrato-, río Salaquí y Bahía Solano. Una descripción detallada de estos materiales y en especial de sus características tecnomorfológicas fue publicada en compañía de José de Recasens, donde además se incluyó un extenso apartado etnográfico sobre los pueblos del Chocó (Oppenheim y Recasens 1943).
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Conjuntos del paleolítico medio europeo, no fueron, sin embargo, asumidas como indicio de flujos culturales entre el viejo y el nuevo mundo, ni indicativas de similitudes entre las fases culturales paleolíticas europeas y las de la prehistoria americana. Si bien, los brazos del difusionismo permitieron a algunos estudiosos proponer cronologías paralelas entre el viejo y el nuevo continente (véase Schobinger 1969), los rasgos técnicos del instrumental lítico chocoano fueron interpretados simplemente como continuidades de una escogencia tecnológica desde épocas más antiguas (Oppenheim y Recasens 1943; Recasens 1946).
(Pérez de Barradas 1943:65). Una excepción al respecto la constituye nuevamente el trabajo de Oppenheim y Recasens (1943). La posible relación de similitud establecida entre el conjunto lítico chocoano y panameño, a pesar de evidente carácter difusionista, constituye quizás, una de las primeras menciones a posibles relaciones tecnológicas entre conjuntos líticos, no obstante, la amplia variedad de criterios forma, dimensiones, material, uso utilitario o ritual, y ergonomía- hizo que como parte del proceso de documentación de carácter ampliamente descriptivo, se asumiera además que casi cualquier atributo poseía en sí mismo significado histórico. La búsqueda de las primeras síntesis El proceso de institucionalización y profesionalización de la arqueología no se iniciaría formalmente hasta la fundación del Instituto Etnológico Nacional en 1941 por parte del francés Paul Rivet y del primer arqueólogo profesional colombiano Gregorio Hernández de Alba (Llanos 1999b:11). La intervención política en la conformación del Instituto Etnológico Nacional a pesar de su carácter francamente democrático, se manifestó en la práctica de una arqueología desligada de las realidades sociales de los indígenas de entonces, pero muy apegada a los vestigios materiales que vincularan gloriosas culturas prehispánicas al discurso identitario nacional (Gnecco 1995:11). Aunque por los mismos años en que se abrieron las puertas del Instituto Etnológico Nacional, el Programa de Arqueología del Caribe de la Universidad de Yale, permitiría a James Ford7 trabajar en cercanías a Cali y a Wendell Bennett realizar un mapeo cerámico en Colombia, su trabajo realizado más que apresuradamente (Gnecco 1995:12), no tuvo mayor influencia en la práctica clasificatoria de la arqueología colombiana.
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Ejemplares líticos hallados por Oppenheim y Recasens (1943) en sus exploraciones en el Chocó.
La consideración de los artefactos líticos estuviesen o no asociados con cerámica- como simples pervivencias tecnológicas de un pasado primitivo, hizo aparentemente innecesario establecer comparaciones entre conjuntos artefactuales, por lo que fueron poco frecuentes dentro de la literatura arqueológica, especialmente en comparación con las complejas relaciones que se empezaban a establecer entre materiales cerámicos
Contrariamente a los trabajos de Ford y Bennett, la influencia de Rivet claramente difusionista y con algunos elementos del históricoculturalismo, fue notable. Sus propósitos investigativos hicieron que a la importancia dada a la descripción de los contextos arqueológicos, se sumara también la de establecer relaciones entre las culturas a partir de la distribución de ciertos rasgos
7. Recordemos que las propuestas sobre la definición de los tipos culturales de Ford (1954a) serían publicadas casi diez años después.
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Arqueológicos, por lo que dentro de sus objetivos se hizo evidente la necesidad de levantar las primeras síntesis cronológicas colombianas (Herrera 2001). Estos trabajos se movían bajo el supuesto de que los materiales arqueológicos eran fácilmente asimilables con culturas del pasado. Esta asimilación se daba casi de la misma forma en que Childe había propuesto el concepto de “culturas arqueológicas” dentro de sus síntesis paneuropeas8 . Si la identificación de una serie de rasgos básicos en los objetos arqueológicos, era a la vez la identificación de la sociedad que los había producido, en términos de Childe de una “cultura arqueológica”, podría decirse también que la distribución espacial de estos rasgos, era a su vez la distribución territorial de estos grupos y por ende, las “áreas arqueológicas” donde se habían establecido en el pasado. Esta es la premisa básica que desde un marco difusionista, permitió que el concepto de “áreas culturales” y su equivalente arqueológico, fuesen el soporte de la reconstrucción de las síntesis histórico-culturales de la arqueología colombiana, mediante la narrativa de “las historias culturales” (Mora 2003:50).
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Raspador cóncavo reseñado por Pérez de Barradas (1943) en San Agustín.
8. Un concepto base dentro de las clasificaciones arqueológicas de corte histórico-cultural, es el de “cultura arqueológica”. El concepto introducido por el australiano V. Gordon Childe a finales de los años veinte del siglo pasado, se refería a “la manifestación material de un grupo social o étnico concreto”, que podría ser definida mediante la identificación de ciertos fósiles directores. Según la acepción de Mortillet, los fósiles directores son tipos de artefactos que caracterizan cada periodo de ocupación humana (Champion et al. 1991). La identificación de estos fósiles se basaba en el papel desempeñado por los artefactos en la cultura, es decir, su significación histórica estaba anclada en criterios funcionalistas; mientras algunos elementos aportaban información cultural específica, otros artefactos o sus variaciones podían referirse a contactos entre grupos prehistóricos y eran además útiles en la reconstrucción de cronologías a gran escala.
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El alcance de estos parámetros conceptuales, invade desde hace más de cincuenta años el plano metodológico de la práctica arqueológica colombiana, por lo que sus implicaciones en los procesos clasificatorios han sido determinantes de la manera en que nos hemos aproximado a los materiales arqueológicos -inicialmente cerámicos, luego líticos y óseos, y últimamente vegetales y minerales- y por ende al dato arqueológico. La arqueología normativa: el tipo como marcador cultural y las áreas arqueológicas El trabajo del co-fundador del Instituto Etnológico Nacional, Gregorio Hernández de Alba en la región agustiniana y la publicación de su libro “Colombia: Compendio Arqueológico” en 1938; se orientó al establecimiento de “áreas culturales”. En sus investigaciones el concepto de área cultural fue concebido como una herramienta que permitía reconocer y sintetizar los rasgos materiales particulares de una cultura. Aunque la elaboración de los mapas de distribuciones de “culturas arqueológicas” utilizados por los arqueólogos nacionalistas europeos, difiere en tiempo y propósitos de los construidos por los arqueólogos colombianos, el presupuesto básico era el mismo: la aproximación directa a las culturas del pasado a partir de una lectura vagamente descriptiva de rasgos morfológicos tanto en la cerámica, como en los artefactos líticos y las estructuras. No obstante, algunos investigadores también del Instituto Etnológico, reconocerían la poca utilidad de aquellos mapas en el momento de aportar información sobre las relaciones mutuas espaciales y temporales de los materiales descritos dentro y entre regiones. Para Justus Schottelius (1946), el simple hecho de hallar uno o más vestigios dentro de una de las delimitadas zonas arqueológicas, no garantizaba que se tratase de objetos pertenecientes a la misma unidad étnica; por lo que propuso entonces, adoptar el método histórico-cultural para dilucidar las relaciones entre regiones, mediante la comparación de rasgos de diferentes culturas. La construcción de secuencias histórico-culturales fueron planteadas al igual que en Norteamérica por su utilidad en la resolución de problemas cronológicos. La variabilidad dentro de los conjuntos tecnológicos especialmente cerámicos- fue asumida como marcador cronológico. De igual forma sería patente la necesidad de realizar un mayor número de excavaciones estratigráficas bien controladas y la
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posibilidad de realizar comparaciones entre culturas que se relacionaran cronológicamente y que permitieran la comparación con materiales cuya ubicación cronológica fuera menos precisa. Durante las décadas del cincuenta y con la primera generación de antropólogos formados en Colombia, surgió una mayor preocupación por la descripción de los materiales y por la obtención de información confiable antes de comprometerse en la sustentación de importantes hipótesis. Aunque no tuvo el mismo impacto que las propuestas difusionistas, el escepticismo sobre la capacidad interpretativa de la disciplina arqueológica originada por las propuestas boasianas, que se había manifestado años antes en los trabajos de Alden Mason (1936), se vio reflejado de manera implícita en gran parte de la producción académica nacional. Si bien, las propuestas histórico-culturales abrirían nuevos derroteros interpretativos sobre la caracterización de las culturas arqueológicas y sus transformaciones en el tiempo, no logró opacar el debate evolucionista, ni la utilización frecuente de los conceptos de difusión y migración como factores externos generadores de cambio, y en este sentido útiles en la interpretación de las similitudes y diferencias entre rasgos culturales. Sin embargo, y como lo comenta Langebaek (2003), la arqueología se encontraba limitada por su atraso metodológico y la utilización indiscriminada de paralelismos etnográficos que aparentemente solventaban cualquier dificultad interpretativa. El problema fundamental no era la utilización de paralelismos etnográficos, sino la significación histórica atribuida a las categorías generadas por ellos. Las múltiples ambigüedades que se forjaron en las primeras síntesis arqueológicas regionales, obedecían no sólo a la aplicación de esas categorías, sino a la formación interdisciplinaria de los primeros profesionales de la arqueología, que les permitió hacer uso de elementos derivados de corrientes difusionistas, evolucionistas y particularistas (Llanos 1999:11), que consecuentemente cargaron los esquemas comparativos con unidades analíticas disímiles. Las propuestas de Luís Duque Gómez alumno de Paul Rivet, a raíz del trabajo que venía realizando desde la década de los cuarenta en San Agustín, darían un nuevo aire a los problemas metodológicos que afrontaba la arqueología colombiana en ese momento. Duque (1964) propuso una cuidadosa
excavación sistemática, acompañada de excelentes criterios clasificatorios que permitieran una reconstrucción cronológica clara de los hallazgos; de esta forma, se reduciría en gran medida la especulación en la interpretación, la cual debía centrarse más en las características de los materiales que en las analogías de carácter etnográfico. Para Duque las clasificaciones de material cerámico agustiniano presentadas hasta entonces, -muchas de las cuales no dejaban de ser simples descripciones y agrupaciones de materiales-, no cumplían con los requisitos de la clasificación sistemática; aunque no fuera explícito cuando una clasificación, o una excavación, era sistemática o no (Langebaek 2003:181). Muchos arqueólogos siguiendo a Duqueasumieron que la realización controlada de las excavaciones, donde fuesen claras las técnicas de trabajo y la manera en que se hacían las reconstrucciones estratigráficas le daba un carácter científico y sistemático a su trabajo. La preocupación cronológica hizo que se excavaran sitios y materiales que antes se pasaban por alto, como por ejemplo, los basureros, los fragmentos cerámicos y los instrumentos líticos que aportaran material suficiente para hacer sus interpretaciones. Si bien, aún eran ambiguos los criterios técnicos y metodológicos que permitían llevar a cabo una excavación de manera satisfactoria. La clasificación del material cerámico se organizaba según “tipos”, definidos generalmente por las características formales de los tiestos y a los que se consideraba con significado cultural y herramienta indispensable en la construcción cronológica. La dificultad para escoger qué criterios eran los más adecuados en la definición de los “tipos”, hizo que se buscaran además de la forma, otros criterios de agrupación como el color o la dureza. Gracias al esfuerzo de varios investigadores en distintas zonas del país, se establecieron las primeras cronologías arqueológicas, apoyadas exclusivamente sobre material cerámico. A pesar de la gran cantidad de información recuperada -producto de la preocupación de los arqueólogos por ofrecer datos detallados de sus investigaciones- aún las interpretaciones seguían siendo muy cautelosas. Se dio tanto énfasis a la descripción del contexto de las excavaciones, de las características de los materiales y de su ubicación
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cronológica, que se dejaron de lado cuestiones tan importantes como la comprensión de las sociedades del pasado y las interpretaciones sobre el cambio social. Esta manera de orientar las preocupaciones cronológicas y clasificatorias es lo que se conoce como arqueología normativa, una forma de practicar la disciplina que se impondría desde mediados del siglo XX hasta nuestros días (Langebaek 2003). La tendencia a aproximarse de esta manera a los conjuntos de artefactos, se deriva en parte de la búsqueda de los arqueólogos de ubicar sus hallazgos dentro de los esquemas culturalistas que desde mediados del siglo XX han tratado de sintetizar información arqueológica a escala continental (Krieger 1964; Willey y Phillips 1958), generando por su amplitud comparativa, ambigüedades en la periodización. Dentro de los estados, fases, tradiciones, horizontes, etc. que se describen en estos esquemas, se utiliza una aproximación morfológica muy tradicional en la arqueología norteamericana, recordemos que la forma de los objetos reseñados en las primeras síntesis arqueológicas, adquirió una “dimensión descriptiva natural”, que sin importar su significado arqueológico se convirtió en un sensible marcador crono-espacial. El modelo interpretativo del cambio cultural propuesto por Gordon Willey y Philip Phillips (1958) a finales de la década del cincuenta. Legitimó la reconstrucción de culturas a partir de la presencia de ciertas clases de restos materiales; con su propuesta, la mayoría de los desarrollos culturales, económicos y políticos de las sociedades del pasado americano, se vincularon a un esquema evolucionista multilineal del cambio cultural. La asociación de ciertos restos materiales que se consideran significativos en la identificación de las fases, ha sido una constante en la mayoría de las narraciones interpretativas generadas por los arqueólogos, independientemente de los factores que se consideren como generadores del cambio cultural; y aunque se reconozca más ampliamente que no hay definiciones claras, ni limites temporales puntuales entre una u otra fase, así como tampoco rasgos precisos que permitan relacionar los vestigios materiales de una sociedad pasada a una fase de desarrollo específica, su utilidad como herramienta analítica fue aprovechada ampliamente en la identificación de procesos de cambio a gran escala -vinculados a factores externos como la 32
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Difusión y migración- y como herramienta clasificatoria en la elaboración de las síntesis arqueológicas americanas más representativas. A partir de estas propuestas culturalistas, las síntesis arqueológicas locales y regionales se reducirían a la clasificación de objetos que por sus parecidos formales se organizarían en estilos distintivos de unidades étnicas particulares, lo que permitiría la rectificación espacial de las áreas culturales, y su alcance temporal mediante la identificación de tradiciones y horizontes. Las similitudes formales entre materiales de diferentes unidades culturales, sería fácilmente atribuible a contactos, invasiones e influencias culturales entre grupos (Langebaek 1996). Gerardo Reichel-Dolmatoff, quien venía acumulando cuantiosa información producto de sus investigaciones a lo largo de la geografía nacional, y de alguna forma influenciado por las propuestas de Julian Steward, construyó un modelo interpretativo para la arqueología colombiana, donde se vinculó el medio ambiente como uno de los factores externos más determinantes en los procesos de cambio cultural. En este sentido, se podía hablar de múltiples secuencias evolutivas derivadas de las diferentes estrategias que desarrollaban las sociedades humanas para adaptarse al medio; sobre esta base, Reichel-Dolmatoff desarrolló un modelo sintético de la arqueología colombiana, que fue publicado a mediados de los años sesenta, en su libro Colombia Ancient People and Places (1965)9 , allí reconoció el papel fundamental de la interpretación de los conjuntos líticos en el estudio de las estrategias adaptativas desarrolladas por los primeros pobladores del continente americano, e hizo un llamado a la investigación arqueológica de muchas zonas potencialmente útiles para el entendimiento de los procesos migratorios más tempranos del continente. Su libro constituye un primer intento de sistematización sobre la información arqueológica producida hasta ese momento en el país. 9. En el año de 1986, Gerardo Reichel-Dolmatoff publicó una reedición en español de su libro de 1965, bajo el titulo Arqueología de Colombia. Un texto Introductorio (1997), donde además incluyó la nueva información arqueológica proporcionada por recientes investigaciones. Esta entrega logró una mayor difusión entre los académicos colombianos de las propuestas que hiciera ya desde los años sesenta. Algunas de estas propuestas fueron revisadas y reevaluadas por el mismo autor en este último texto y en otros textos en español que ya habían sido publicados (Reichel-Dolmatoff 1989).
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El énfasis de la síntesis de Reichel-Dolmatoff, fue totalmente novedoso, ya que a pesar de su interés por establecer cronologías confiables, se alejó de las descripciones exhaustivas de cultura material y se interesó por la interpretación de los procesos de cambio de las sociedades del pasado, sin abandonar su preocupación por hacer del trabajo de campo una actividad con “rigurosidad científica” que tuviese en cuenta aspectos que antes se habían pasado por alto, como el estudio de los basureros de cerámica y/o concha o la descripción exhaustiva de materiales líticos. La síntesis de Reichel-Dolmatoff (1965, 1989, 1997) como modelo explicativo, se elaboró desde un postulado central, en el cual la intervención del medio ambiente y aún la utilización de factores como la difusión y migración serían recurrentes: el poblamiento del continente americano tuvo sus orígenes en una base cultural homogénea, uno de cuyos epicentros fue sin duda y según sus investigaciones en la Costa Atlántica- las tierras bajas del noroeste de Suramérica. Este gran foco cultural alcanzaría también el bajo magdalena, alto Amazonas y la costa pacífica ecuatoriana; a partir de allí se diversificaría ya bien entrado el Holoceno en sociedades con mayor nivel de complejidad social y que serían el germen de los estados mesoamericanos y andinos (Reichel-Dolmatoff 1985, Ardila 1987); este proceso de diversificación estaría estrechamente vinculado a estrategias de adaptación particulares a cada medio ambiente (Reichel et al. 1957). Acoplándose al esquema cultural de Reichel, la arqueología colombiana iniciaría entonces un proceso de aproximación metodológica unificada al dato arqueológico, paradójicamente, amparada en uno de los programas de investigaciones de mayor envergadura que se han realizado en el país: Medio Ambiente Pleistoceno y Hombre Temprano en Colombia-, en el marco del cual se establecieron las primeras tipologías líticas colombianas, y que contrariamente a la aproximación descriptivocualitativa, abogaba por una aproximación muy sistemática al estilo de la arqueología ambiental inglesa (Llanos 1999:15, Herrera 2001:363), por lo que dentro de sus informes se incluyeron análisis frecuenciales detallados de los conjuntos líticos (Correal y Van der Hammen 1977:101). La utilización de una metodología unificada desde los años setenta hasta comienzos de este
siglo, se hace manifiesta en los datos que se recopilaron de una muestra bibliográfica de la serie de monografías publicadas por la Fundación de Investigaciones Arqueológicas Nacionales (FIAN)10 , y donde priman la selección de atributos formales, generalmente con implicaciones funcionales, sobre aquellos estrictamente funcionales y tecnológicos. La selección de los atributos formales considerados en la mayoría de las investigaciones, se apoyaron en los lineamientos clasificatorios propuestos por García Cook (1967) en sus investigaciones de la Cueva Nopalera en México, y que serían retomados por Correal et al. (1969,1977) para sus construcciones tipológicas. El método tipológico de García Cook (1967:38) delimitaba industrias según material, clases según técnica de trabajo, usos de función genérica, categorías por funciones específicas, familias por forma genérica, tipos por forma específica y variantes por formas particulares. Aunque muchas de sus propuestas se ampararon en las distinciones de modo y tipo desarrolladas por Irving Rouse (1939), es claro, que las dificultades prácticas de la identificación de modos en el registro arqueológico (Siegel 1996), instaron a García Cook, a utilizar el término “variante” en el reconocimiento de rasgos formales específicos, aunque debe anotarse que sus identificaciones funcionales se apoyaron principalmente sobre la lectura de atributos morfológicos. A pesar de la avalancha de datos generada por las investigaciones respaldadas financieramente por la FIAN y que tuvieron la posibilidad de orientar el análisis de sus datos más allá del discurso interpretativo histórico-cultural11 , muchos de estos datos no sobrepasaron el plano descriptivo, lo que a nivel interpretativo se manifestó en narrativas que marginalizaron el potencial informativo de los conjuntos artefactuales líticos. Debe reconocerse, sin embargo, que algunas investigaciones sí sobrepasaron el límite de lectura de atributos formales forma general y específica, dimensiones, entre otros-, y avanzaron en la identificación de las 10. Esta revisión bibliográfica incluyó una selección de 36 libros de la serie de monografías publicada por la Fundación de Investigaciones Arqueológicas Nacionales desde 1980. 11. Recordemos que la mayoría de publicaciones de FIAN, cuentan con dataciones radiocarbónicas, que les permitirían abordar criterios clasificatorios que excedieran las identificaciones espacio-temporales.
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materias primas utilizadas en su elaboración análisis petrográficos, fuentes de obtención, observaciones sobre mecánica de fracturas-, y acercamientos tecnológicos a nivel de industrias (Cardale 1976,1981). Muchas de ellas realizaron un registro más riguroso de la ubicación contextual de los hallazgos líticos, e hicieron precisiones sobre su grado de conservación, su pertinencia en la identificación de áreas de actividad generalmente talleres- (Castaño y Dávila 1984, Llanos 1988), y muchas veces hicieron también precisiones terminológicas (Wolford 1991). A nivel interpretativo se continuaron estableciendo paralelos etnográficos y etno-históricos de algunos conjuntos (Herrera 1985, Andrade 1986) que a pesar de no profundizar en diversos elementos de la organización tecnológica de estos grupos, sí permitieron dilucidar algunas implicaciones de la tecnología lítica en las estrategias de subsistencia por ellos desarrolladas (Salgado y Stemper 1995). Para periodos más recientes “agro-alfareros”no es frecuente encontrar estudios orientados específicamente a la industria lítica, salvo algunas excepciones (Pinto y Llanos 1997; Llanos 2001). Generalmente y siguiendo de alguna forma, un enfoque más bien particularista, cuando se encuentran materiales líticos en proyectos de investigación que se orientan a periodos “cerámicos”, se registra el conjunto lítico mediante extensos listados descriptivos de los artefactos, en los que es frecuente la utilización de aproximaciones morfo-funcionales en un intento de identificación parcial de los conjuntos. Es por esto que muchas de estas aproximaciones pueden considerarse de carácter netamente “descriptivo-cualitativo”.
gran alcance comparativo, dependen del refinamiento y clarificación constante de las categorías utilizadas, de los atributos seleccionados y su carga significativa, de las formas de análisis empleadas y su manipulación del dato arqueológico. Muchas aproximaciones clasificatorias han sido construidas y utilizadas de manera implícita, y aunque en pro de la resolución de problemas locales, son difíciles de verificar empíricamente aún por investigaciones en áreas vecinas-, consecuentemente su utilización ha generado el préstamo arbitrario de unidades, y la ambigüedad terminológica que opaca la variabilidad tecnológica de los conjuntos artefactuales. Muchos de los supuestos clasificatorios sobre los que se ha desarrollado la arqueología colombiana en el siglo XX, fueron en su mayoría y quizás en su totalidad por lo que se refiere a la primera mitad del sigloedificados sobre la descripción y análisis de materiales cerámicos, pero indudablemente, los criterios de categorización de estos materiales y los relatos interpretativos derivados de ellos, se aplicaron muchas veces también a los conjuntos líticos. Aunque de alguna forma se ha promovido la utilización de propuestas tecnológicas y funcionales como complemento a las definiciones tipológicas basadas netamente en la morfología de los artefactos, esto no quiere decir que deban sustituirse de un tajo las aproximaciones morfológicas, en pro de los estudios tecnológicos o funcionales; ya que ambos constituyen fuentes importantes de construcción y clarificación tipológica y clasificatoria.
Luego de este recorrido por algunas de las tendencias, debates y posibilidades metodológicas que nos acercaron a la clasificación, como operación arqueológica, queda la sensación de haber abordado tangencialmente mucha información potencialmente útil para la elaboración de esquemas clasificatorios más acordes con las necesidades de la disciplina. La elaboración de clasificaciones más ajustadas a los requerimientos de contextos particulares, pero que ofrezcan a la vez
Ese refinamiento que hemos dicho, es necesario dentro de las clasificaciones generadas por la arqueología colombiana no depende solamente de la aplicación de nuevos y modernos métodos, sino de la reformulación constante por parte de los arqueólogos de sus preguntas de investigación y por tanto, de la validez de las unidades clasificatorias que para tal fin se han construido. Publicaciones recientes en este sentido (Langebaek 2003) dan cuenta de un nuevo proceso de objetalización de la arqueología colombiana, que nada tiene que ver con la específicidad analítica de los sistemas de categorización.
12. Las aproximaciones a los materiales líticos consideradas como “descriptivas y cualitativas”, se manifestaron en casi el 90% de las investigaciones arqueológicas consultadas durante la revisión bibliográfica.
La significación histórica de los atributos definitorios de los tipos, y la construcción y naturaleza de las unidades analíticas por ellos
CONCLUSIONES
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construidas, han sido poco examinadas desde posturas críticas, en las que a la par con la inclusión de nuevos elementos empíricos, se sitúen las investigaciones revisadas dentro de su propio contexto histórico. La práctica arqueológica y sus apreciaciones teórico-metodológicas están adscritas al contexto en el cual son formuladas (Langebaek 1996; Politis 1995).
desechan la información que no pueden contener. No todos los conjuntos artefactuales presentan la homogeneidad tipológica esperada, por lo que ante la imposibilidad de establecer tipologías, la organización analítica se limita a la observación de tendencias formales de los artefactos; información per se, que no aporta más que rigurosidad descriptiva.
El énfasis dado a la descripción de objetos, que desde los años cuarenta, es consigna de la labor y el debate arqueológico normativo en Colombia (Schottelius 1946, Langebaek 2003:167-168), nos pone en riesgo de asumir la cantidad de atributos derivados de las nuevas tecnologías aplicadas a la lectura de materiales arqueológicos, como una esfera informativa más. La búsqueda de medios “más o menos científicos de recolección de información” como el fin mismo de la disciplina y que particularmente culmina con la elaboración de listas-tipo, hace que las implicaciones interpretativas y formas de variabilidad no se hagan explícitas y se marginalicen. Las derivaciones de la aplicación de las propuestas del históricoculturalismo en la práctica arqueológica han conducido a la homogenización étnica de la arqueología (Langebaek 1995:3), que opaca la diversidad tecnológica manifiesta en el conjunto artefactual, no siempre como respuesta a factores externos generadores de cambio y aún entre unidades culturalmente relacionadas. No se ha reconocido dentro de la naturaleza del tipo, su distinción como herramienta analítica diferente al conjunto de artefactos que representa (Rouse 1939), y las posibilidades interpretativas que ofrece su identificación como un patrón conceptual complejo.
Es necesario que se reafirme el papel de la clasificación como herramienta analítica mediadora entre el análisis más básico de los objetos y el desarrollo teórico producto de su interpretación. No hay un procedimiento estándar para clasificar, lo importante del procedimiento elegido, es que las unidades se justifiquen a partir de la problemática planteada y no de manera inversa; de igual forma, que la relevancia otorgada a los atributos seleccionados y sus implicaciones interpretativas, logren dar cuenta de esa variabilidad tecnológica continuamente invisibilizada, y a la vez sean útiles en los ordenamientos espacio-temporales que requiere la disciplina.
Los objetivos normativos de la práctica arqueológica, han supuesto que en la elaboración de síntesis arqueológicas, se considere como objetivo último, la búsqueda de la inclusión de datos y sitios en esquemas preconcebidos de ordenamiento cronológico y cultural, lo que ha generado que a muchos tipos o a sus atributos más característicos, se les atribuya significación cronológica y cultural primaria, y que por ende se conviertan en términos clasificatorios precisos, cuya rigidez los hace inoperantes cuando aparece nueva evidencia empírica. Esta rigidez se desprende del status de los tipos histórico-culturales que asumen una posición materialista de la variabilidad (Dunnell 1986), que a manera de paquetes discretos Revista Revistade deEstudiantes Estudiantesde deArqueología ArqueologíaNo.3 No.3
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