Adiós a la razón Paul Feyerabend
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PAUL FEYERABEND
ADIOS A LA RAZON
TERCERA EDICION
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Diseño de cubierta: Joaquín Gallego
Traducción de José R. de Rivera
1.a edición, 1984 Reim presión, 1987 2.a edición, 1992 3.a edición, 1996
Reservados todos los derechos. El contenido de esta obra está pro tegido por la Ley, que establece penas de prisión y/o m ultas, ade más de las correspondientes indem nizaciones por daños y perjui cios, para quieres reprodujeren, plagiaren, distribuyeren o com uni caren públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, o su transform ación, interpretación o ejecución artísti ca fijada en cualquier tipo de soporte o com unicada a través de cualquier medio, sin la preceptiva autorización.
© P a u l F e y e ra b e n d
© ED ITO RIA L TECNOS, S.A., 1992 Juan Ignacio Luca de Tena, 15 - 28027 M adrid ISBN: 84-309-1071-9 Depòsito Legai: S. 710-1996 P rim ed in Spain. Impreso en España por Gráficas VARONA Polígono Industrial «El M ontalvo», parcela 49. 37008 Salamanca
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IN D IC E
P rólogo
C o n o c im ie n t o ........................................ Pág. A d ió s a la r a z ó n ................................................................... 1. P a n o rá m ic a .................................................................... 2. L a e s tru c tu r a de la cien cia ..................................... 3. E stu d io s de c a so ........................................................ ................ 4. C ien c ia : u n a tra d ic ió n e n tre m u c h a s 5. R a z ó n y p rá c tic a ........................................................ 6. E le m e n to s de u n a so c ie d a d lib re ...................... 7. B ien y m al ....................................................................... 8. A d ió s a la ra z ó n ......................................................... C i e n c i a : ¿ G r u p o d e p r e s ió n p o l í t i c a o i n s t r u m en to d e in v e s t ig a c ió n ? ............................................... C ie n c ia c o m o a r t e ...................................................................... 1. U n e x p e rim e n to r e n a c e n tis ta y su s c o n s e c u e n cias 2. V a lo ra c ió n del e p is o d io .......................................... 3. R e a l i d a d ............................................................................ 4. A b stra c c io n e s: «la» v e rd a d ..................................... 5. L a c o n d ic ió n d e la v e rific a b ilid a d .................... 6. R e su m e n .......................................................................... 7. O tr a s in d ic a c io n e s ...................................................... a
la
e d ic ió n
c a stellana:
P A R A LA S U P E R V I V E N C I A
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9 19 19 20 35 59 69 81 85 93 103 123 123 129 144 160 183 187 190
PROLOGO A LA EDICION CASTELLANA CONOCIMIENTO PARA LA SUPERVIVENCIA La ascensión del racionalism o en O ccidente es el resultado de dos desarrollos, uno gradual e involun tario, y o tro m ás bien repentino y basado en la o b ra de un pequeño grupo de intelectuales. El prim er desarrollo reem plazó los conceptos ricos y dependientes de la situación, p ro p io s de la prim itiva épica, por unas pocas ideas abstractas e independientes de la situación. El segundo d esarro llo dio com ienzo con el descubrim iento, efectuado algo antes p or Parm énides, de que las ideas abstrac tas e independientes de la situación generan histo rias especiales, p ro n to llam adas «pruebas» o «ar gum entos», cuya tram a no es im puesta a los caracteres principales, sino que «se sigue de» la naturaleza de ellos. N o los relatos accidentales de una tradición que son a m enudo contradichos por relatos procedentes de la misma tradición o de otras tradiciones, sino que son las propias cosas las que producen la historia y la dicen «objetivam ente», esto es, independientem ente de las opiniones y de las com pulsiones históricas. Los dos desarrollos p ro n to se fu n d ieron, y su presión co njunta afianzó el criterio de que el conocim iento es único — existe una sola historia aceptable: la «verdad»— , abs tracto , independiente de la situación («objetivo») y basado en argum ento. Se pueden hallar detalles y bibliografía en la sección 4 del ensayo «Ciencia com o arte», incluido en el presente volum en, así 9
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com o en mis escritos siguientes: Tratado contra el método (Tecnos, M adrid, 1981), capítulo 17; Philo sophical Papers, vol. II (C am bridge, 1981), capí tulo I; «X enophanes: a forerunner o f critical ratio nalism ?», en G u n n a r A ndersson (ed.), Rationality in Science and Politics, D ordrecht, 1983. La idea ab stracta del conocim iento desem peñó un im p o rtan te papel en la historia de la ciencia y filo sofía occidentales, y ha subsistido hasta hoy. Es a m enudo incom pleta en un im portante aspecto: no revela si, y cóm o, los hum anos van a sacar prove cho de ella. Es, en parte, una supervivencia de las m ás prim itivas form as de vida: el conocim iento abs tracto , tal com o lo han presentado algunos de sus m ás relevantes cam peones, tiene m ucho en com ún con los decretos divinos, y el p ropósito de los decretos divinos sólo en m uy escasas ocasiones es explicado. La incom pletud es tam bién una conse cuencia natu ral del enfoque abstracto: los conceptos «objetivos», es decir, independientes de la situación, no pueden cap tar a los sujetos hum anos y el m undo tal com o es visto y configurado p o r ellos. Con todo, los intelectuales han intentado frecuentem ente extender el enfoque abstracto a todos los aspectos de la vida hum ana. La tentativa es claram ente paradójica: conceptos que son definidos de acuerdo con argum entos o historias-prueba explícitos, claram ente form ulados y drásticam ente no-históricos, no pueden expresar en ab so lu to el con ten ido de conceptos que están ad ap tad o s a las características — en p arte conocidas, en p arte desconocidas, pero siem pre cam biantes— de las vidas de los seres hum anos, y p o r ello constitu yen p artes inseparables de su historia. A lgunos de los prim eros físicos fueron conscientes del p ro blem a. R idiculizaron a los filósofos que pretendían reducir todas las enferm edades a unas pocas nocio nes simples, y co n trastaro n la pobreza de esas 10
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nociones con la riqueza de su propia experiencia práctica. P lató n , pese a su inclinación fuertem ente teórica, nunca dejó de preocuparse p o r la m ateria, y a m enudo reto rn ab a a las form as tradicionales de pensam iento. P ero la m ayoría de los científicos y de los filósofos científicos no son conscientes de los problem as im plicados; para ellos, el enfoque abs trac to es el único p u n to de vista aceptable. (Esto tam bién se aplica a pensadores m odernos, com o Bohm , Prigogine o T hom , que rechazan el arm azón de la física clásica, dem andan una filosofía más adecuada a los asuntos hum anos, pero siguen cre yendo que una teoría abstracta que incluya m odelos de con d u cta hu m an a al lado de átom os y galaxias será la que dé en el clavo. Sólo B ohr y, h asta cierto p u n to , P rim as parecen hab er dado cabida a la sub jetividad de los seres hum anos individuales.) Es interesante observar que elem entos im portan tes del enfoque ab stracto hacen su aparición incluso en cam pos que han sido cultivados en abierta o p o sición a él. Las hum anidades son un ejem plo. R etó ricos, poetas, hum anistas, psicólogos hum anistas, historiadores, frecuentem ente han subrayado las deficiencias de los conceptos ab stracto s y «objeti vos», y h an d esarro llad o m odos alternativos de investigación y descripción. P or ejem plo, subraya ron la im p o rtan cia de «com prender» más allá y p o r encim a de los experim entos, observaciones y arg u m entos basados en ellos. Pero ese «com prender» que em plearon era el suyo propio, o bien un p ro ceso conform ado p or la profesión a la que pertene cían; la com prensión de personas ajenas entró a fo rm ar p arte de sus clases docentes y de sus libros sólo después de h ab er sido tam izada p o r ese filtro p articu lar. P o r o tra parte, las ideas de un individuo ingenioso o de un grupo privilegiado se convierten en m odelo p ara la vida de los dem ás. Pero, com o se preguntará el lector im paciente, 11
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¿de qué o tra m anera podem os proceder?, ¿de qué o tra m anera podem os ad q u irir conocim iento sobre el m undo y la posición de los hum anos en él? C on seguir saber cosas es una em presa difícil, y sólo unos pocos tienen tiem po y disposición p ara ello. E sta es la razón p o r la cual necesitam os grupos especiales de gente especialm ente preparada; esta es la razón p o r la cual necesitam os expertos. Estoy de acuerdo en que necesitam os expertos. Pero la cues tión es: 1) ¿cóm o procederían esos expertos?; 2) ¿cómo han de ser juzgados sus resultados?, y 3) ¿quién tiene que decidir al respecto? La tercera cuestión ya fue discutida en la an ti güedad. H ab ía esencialm ente dos respuestas, a saber: 3A) los expertos deben ser juzgados por super-expertos, y 3B) los expertos pueden ser juzga dos p o r todos. La respuesta 3A era la de P latón. Los expertos, decía P latón, son m uy buenos dentro de sus propios cam pos, pero carecen de un sentido de perspectiva y desconocen cóm o se hacen consistentes los resul tados especiales. Los filósofos (de la línea correcta) sí tienen este conocim iento. P or tan to , debiera d ár seles el p o d er de aco m o d ar la sociedad de acuerdo con sus ideas. A ún hoy perdura parte de la res puesta de P latón. Se halla en la creencia de que hay ciencias básicas y ciencias m ás periféricas, y que la em presa de av an zar y com entar el conocim iento correspondería exclusivam ente a las ciencias b á sicas. La respuesta 3B parece hab er sido la de P rotágoras. Según él, los ciudadanos de una dem ocracia donde la inform ación es fácilm ente disponible des cub rirán p ro n to la fuerza y la debilidad de sus expertos. C om o los m iem bros de un ju rad o , descu b rirán que los expertos tienden a exagerar la im por tancia de su labor; que expertos diferentes tienen a m enudo opiniones diferentes sobre el m ism o asunto: 12
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que están relativam ente bien inform ados en un pequeño cam po, pero que son m uy ignorantes fuera de él; que casi nunca adm iten esta ignorancia y ni siquiera son conscientes de ella, pero la salvan m ediante un lenguaje altisonante, engañando de este m odo a sí m ism os y a los dem ás; que no les repugnan las tácticas de presión de la p eo r especie; que pretenden buscar la verdad y usar la razón cu an d o su guía es la fam a y no la verdad, ni el deseo de e s ta r en lo c o rre c to , ni la ra z ó n , etc. Es inútil esperar — concluirá así su inform e un p ro ponente de la respuesta 3B— que el supercientífico esté libre de tales defectos: muy al contrario, al carecer de controles y contrapesos, pueden cultivar los y hacerlos florecer del m odo que deseen. E stos de acuerdo con esta respuesta. Llevo inten tando explicarlo hace unos quince años, y m ás recientem ente en La ciencia en una sociedad libre (F ran k fu rt, 1980 [Siglo X X I, M éxico-M adrid-B og otá, 1982]) y en el volum en II, capítulo 1, de mis Philosophical Papers. Los expertos — decía yo— están pagados p o r los ciudadanos; son sus sirvien tes, no sus am os, y han de ser supervisados p o r ellos com o el fo n tan ero que rep ara una gotera ha de ser supervisado p o r la persona que lo contrata; de o tra m anera, ésta tendrá que hacerse cargo de i'n a ab u ltad a factura e incluso de una gotera aún m ayor. Es inútil esperar que la ética profesional de un cam po se preocupe del asunto p o r dentro. P ara em pezar, u n a ética supone que el cam po es im por tan te y que debe crecer. Los ciudadanos de una sociedad libre pueden tener diferentes prioridades (p o r ejem plo, pueden decidir que es m ás im portante m ejorar la calidad del aire, del agua y de los ali m entos, que fin anciar aún m ás esa onerosa versión de la filatelia que se conoce por física de alta ener gía). ¿Y p o r qué h abríam os de confiar en los cientí ficos d en tro de su cam po cuando no confiam os en 13
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ellos fuera de él, som etiéndolos a las leyes civiles de la sociedad en que viven? Ciertamente, hay científi cos que ro b an , asesinan, m ienten, a pesar del hecho de que la ética general parece p ro h ib ir tal com por tam iento. ¿Por qué h ab rían de ser m ás honrados al dedicarse a sus especialidades? Pero, ¿es realista querer c o n tro la r no sólo la con du cta de los científicos, sino tam bién la dirección de sus investigaciones y la validez de los resultados que ellos obtengan (cuestión 2)? P or ejem plo, ¿es realista esperar que los deseos de los ciudadanos libres p o r una visión m ás arm oniosa del m undo — verbigracia, p o r una visión que utilice la religión p ara p o n er en perspectiva los logros del m ateria lismo— pueden re-dirigir la ciencia sin grave dete rio ro en la calidad de nuestro conocim iento? ¿No es una locura d ejar que los sueños antediluvianos de unos incom petentes perjudiquen un cuerpo de conocim iento y un m odo de investigación que han sido desarro llad o s d u ra n te siglos y apoyados por excelentes arg u m en tos y p o r la evidencia del tipo m ás poderoso y delicado? El ensayo «Ciencia: ¿grupo de presión política o instrum ento de investi gación?» in ten ta responder a estas preguntas. En breves palabras, la respuesta es com o sigue. En prim er lugar, los logros de la ciencia m oderna parecen im po rtan tes, y el dañ o p ara ellos parece desastroso, sólo si ya se ha aceptado u n a cierta visión de la natu raleza y un cierto p ro p ó sito de conocim iento. Sin em bargo, hay m uchas visiones así, y cada u n a de ellas ha engendrado culturas con «resultados» y con «conocim iento» que guían y dan contenido a las vidas de m ucha gente. C ualquier d añ o a un conocim iento de este tipo significa un d añ o personal a la gente im plicada. El hecho de que nuestros intelectuales de tendencia científica hablen de desilusiones y de un progreso glorioso que las elim ina no cam bia esta situación; sólo 14
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revela la falta de respeto que m uestran los intelec tuales p o r las form as de vida diferentes a las suyas. E n una dem ocracia, no hay d u d a de que tienen derecho a esa falta de respeto, pero no tienen dere cho a que to d a la sociedad se adapte a ella. En segundo lugar, m uchos de los denom inados logros del m aterialism o científico son rum ores, no resultados científicos. P or ejem plo, no existen gru pos de co n tro l integrados p o r voluntarios, tratados p o r m étodos no científicos, p ara analizar la eficien cia de la m edicina científica m oderna en áreas tales com o el cáncer, la nutrición, etc. En m uchos países, y en m uchos de los E stados de E E .U U ., la form a ción de gru p o s de co ntrol está p ro h ib id a p o r la ley, lo cual significa que los físicos han conseguido em plear la ley com o protección c o n tra posibles objeciones científicas. P o r o tro lado, corresponde a los ciu d ad an o s ev aluar y, quizá, cam biar esta situa ción m ediante iniciativa o votación popular. En tercer lugar, y lo que es m ás im p o rtan te, la ciencia, tal como es practicada por los grandes cientí fico s (en cu an to opuestos a la congregación de escritorzuelos que se dan el m ism o nom bre), tiene un carácter tan abierto que no sólo permite, sino que incluso demanda, la participación democrática. P ara ver esto, supóngase que una visión, A, que goza de las m ás altas credenciales científicas, es co n fro n tad a p or o tra visión, B, que entra en conflicto con A, contradice la evidencia y los m ás im portantes prin cipios científicos, y es adem ás b astan te ridicula y carente de desarrollo. En este caso, el juicio de los intelectuales de tendencia científica será claro: A subsiste; los defensores de A reciben to d o lo que la investigación garan tiza estar disponible en el área; B debe desaparecer, y no h abría que desperdiciar tiem po y dinero en intentar desarrollarla más. Este juicio p ara p o r alto algunas características interesantes e im portantes de la investigación cientí 15
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fica: solía suceder que determ inados investigadores enfrentados con alternativas tales com o A y B se las ap añ ab an p ara transferir de A a B tan to la eviden cia com o el apoyo de los principios básicos; esto es, tran sfo rm ab an B en una parte respetable de la cien cia y m o strab an que A carecía de m érito (los capí tulos 6 al 12 de Tratado contra el método describen tal desarrollo). A h ora bien, a p artir de la naturaleza de la situación resulta claro que esos desarrollos no p ueden preverse de una m anera científica; ni los p artid a rio s de A ni los p artid ario s de B pueden ofrecer argum entos contundentes p ara la o tra parte. C on to d o , las conseuencias de defender A o B pue den afectar a la sociedad en su conjunto, lo cual significa que el asunto ha de decidirse de una m anera dem ocrática, bien p o r votación, bien por consenso. Y, com o todos los casos en que la ciencia entra en conflicto con las dem andas populares son del tipo descrito, toda investigación científica está en principio sujeta a una votación democrática. C on esto llego finalm ente a la cuestión de la supervivencia: la supervivencia de la naturaleza y de la hum anidad ante la m ala adm inistración, la con tam inación y la am enaza de una guerra nuclear. E sto, en lo que a mí se refiere, es el problem a más difícil y urgente que existe. N os concierne a todos: to d as las clases, todos los países, to d o el ám bito de la natu raleza están afectados p o r él de la m ism a m anera. Nos fuerza a considerar seriam ente nues tras prioridades: ¿podem os co ntinuar desarrollando asu n to s recónditos y explayando sobre la belleza de soluciones que son evidentes para sólo unos pocos especialistas?; ¿podem os co ntinuar siguiendo el ejem plo de nuestros intelectuales, cuando sabem os que ellos aco stu m bran a reem plazar los tem as h um an o s simples p o r m odelos de sí m ism os, com plejos e inútiles (m arxism o, m odelos evolucionistas, teoría de sistem as, etc.)?; ¿podem os continuar acep 16
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tando sus proposiciones y sus visiones del m undo que no in co rp o ran a los seres hum anos y sí sus caricaturas teóricas, de las que han sido elim inadas la p arte m ás im p o rta n te de la vida h u m a n a , su subjetividad?, ¿o acaso no es necesario in fo rm ar a todos de las opciones disponibles y dejar que ellos decidan de acuerdo con sus am ores, sus m iedos, su piedad y su sentido de lo sagrado? H em os visto que los cam pos m ás abstractos del conocim iento no sólo perm iten la participación de todos los ciuda d anos, sino que invitan a ella. Sabem os que los ciu d adanos de la m ayor parte de los países occidenta les van m uy p o r delante de sus políticos en su deseo de fren ar la carrera de arm am entos. Sabem os tam bién que el sentido com ún suele ser superior a las p roposiciones de los expertos; esto lo dem uestran los juicios p o r ju ra d o que utilizan expertos. C om bi nem os estos descubrim ientos y desarrollem os una nueva clase de conocim iento que sea hum ano no p o rq u e incorpore una idea ab stracta de hum anidad, sino p o rq u e to d o el m undo pueda p articip ar en su construcción y cam bio, y em pleem os este conoci m iento p ara resolver los dos problem as pendientes en la actu alid ad , el problem a de la supervivencia y el pro b lem a de la paz; p o r un lado, la paz entre los h u m an o s y, p o r o tro , la paz entre los hu m an o s y to d o el conjunto de la N aturaleza.
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ADIOS A LA RAZON T raducción de la versión inglesa de la respuesta a los ensayos recogidos p o r H. P. D ü rr, en Versuchungen (T entaciones), F ran k fu rt, 1981. D ifiere de la versión alem ana. La versión alem ana de este ensayo se basaba en la tam bién versión alem ana de Against M ethod (tra ducción al castellano: Tratado contra el método, Ed. Tecnos, M adrid, 1981; abreviatura: TCM ), que difiere de las versiones inglesa, francesa y holan desa. Erkenntnis fü r freie Menschen (C onocim iento p ara hom bres libres; abreviatura: EFM) es una ver sión am pliada al alem án de la o b ra Science in a Free Society (traducción al castellano: L a ciencia en una sociedad libre, M adrid, 1982; abreviatura: C SL). N o contiene los capítulos sobre K uhn, la Revolu ción C o p ernicana, A ristóteles y las respuestas a las críticas, que en la versión inglesa su ponían m ás de la m itad del texto. En su luga se ofrece u n a explica ción m ás detallada de la relación entre razón y práctica, un capítulo am pliado sobre el Relativism o, un resum en del desarrollo filosófico desde Jenófanes a L akatos, así com o u n a reconstrucción racio nal del d ebate entre el a u to r y estudiantes de la U niversidad de Kassel. Las notas a pie de página deben leerse ju n to con el texto: son co n trap u n to , no m eras ideas elab o ra das posteriorm ente. 1.
P A N O R A M IC A
En T C M y en EFM he tra ta d o los tem as siguien tes: la estructura del raciocinio científico y el papel 19
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de u n a filosofía de la ciencia; la autoridad de la ciencia co m p arad a con o tras form as de vida; la au to rid ad de las tradiciones en general y el papel del p ensam iento científico (filosofía, religión, m eta física) y de los ideales abstractos (por ejem plo, el hum anitarism o).
2.
LA E ST R U C T U R A D E LA C IEN C IA
E n lo que concierne al prim er punto, mis ideas son las siguientes: las ciencias no poseen una estruc tu ra com ún, no hay elem entos que se den en toda investigación científica y que no aparezcan en otros dom inios O casionalm ente, desarrollos concretos tienen rasgos distintos y p o r ello, en ciertas circuns tancias, podem os decir p o r qué y cóm o han co n d u cido tales rasgos al éxito. P ero esto no es verdad p ara to d o desarrollo científico, y un procedim iento que nos ay u d ó en el pasad o puede p ro n to llevarnos al desastre. L a investigación con éxito n o obedece a estándares generales: ya se apoya en una regla, ya en o tra, y no siem pre se conocen explícitam ente los m ovim ientos que la hacen avanzar. U na teoría de la ciencia que ap u n ta a estándares y elem entos estruc turales com unes a todas las actividades científicas y las au to rice p o r referencia a alguna teoría de la racionalidad del quehacer científico, puede parecer m uy im ponente, pero es un instrum ento dem asiado tosco p ara ay u d ar al científico en su investigación. P or o tro lado, podem os enum erar m étodos em píri cos, aducir ejem plos históricos; usando estudios de caso podem os intentar d em ostrar la inherente com plejidad de la investigación y p rep arar así al cientí1 La objeción de que sin tales elem entos la p a la b ra «ciencia» n o ten d ría significado p resupone una teoría del significado que ha sido c ritic a d a , con razones excelentes, p o r O ckham , Berkeley y "W ittgenstein.
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fico p ara la ciénaga en que va a penetrar. Tal p ro cedim iento le d ará una idea general de la riqueza del proceso histórico en que él quiere influir; le an im ará a d ejar atrá s cosas infantiles, com o la lógica y los sistem as epistem ológicos; le ay udará a pensar en d erro tero s m ás com plejos, y esto es to d o lo que podem os hacer, dada la naturaleza del m ate rial. U na teo ría que p retenda m ás perderá el co n tacto con la realid ad precisam ente cu an d o debería ser p uram ente n o rm ativa. N o sólo las norm as son algo que no usan los científicos: es imposible obede cerlas, lo m ism o que es im posible escalar el m onte Everest usando los pasos de ballet clásico. Las ideas expuestas (ilustradas con ejem plos his tóricos en TCM ) no son nuevas. Las encontram os en B oltzm ann, M ach, D uhem , Einstein y tam bién, de una form a filosóficam ente desecada, en W ittgenstein. E stos científicos y o tro s antes de ellos han exam inado abstracciones com o «espacio», «tiem po», «substancia», «hecho», «espíritu», «cuerpo», y las en co n traro n defectuosas. Ni las m ism as leyes de la lógica q u ed aro n exentas de sus dudas, y, p o r ejem plo, B oltzm ann las consideraba com o ayudas tem porales al pensam iento que p ro n to serían sustitui das p or leyes m ejores Estos científicos creían que todo lo que influye en la ciencia debe tam bién ser exam inado p o r ella. H acer ciencia no significa resolver problem as sobre la base de condiciones externas previam ente co n o cidas, po n er restricciones a la investigación y capa citarnos p ara an ticip ar propiedades generales de to d as las posibles soluciones (por ejem plo, todas las soluciones son «racionales» y conform es a las leyes de la «lógica»); significa a d a p ta r cualquier conoci m iento que un o tenga y cualquier instrum ento (físico, psicológico, etC:) que uno use a las ideas y 10 Populäre Schriften, Leipzig, 1905, p. 318.
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exigencias de un particu lar estadio histórico. Un científico no es un sum iso tra b a ja d o r que obedece piadosam ente a leyes básicas vigiladas p o r sum os sacerdotes estelares (lógicos y /o filósofos de la cien cia), sino que es un oportunista que va plegando los resultados del p asad o y los m ás sacros principios del presente a un o u o tro objetivo, suponiendo que llegue siquiera a prestarles atención 2. Los princi pios generales pueden desem peñar un papel, pero son usados (y, todavía con m ayor frecuencia, a b u sados) de acuerdo con la situación concreta de la investigación. Es inútil intentar «explicar» o «justi ficar» o «presentarlos sistem áticam ente» y los cien tíficos q ue acab o de m encionar llam an realm ente a sus invenciones «aperçus» u «observaciones m ar ginales» o incluso «jokes» (brom as) 3. Especial m ente, M ach rehusaba h ablar de «filosofía». En la m edida en que el científico está interesado, hay tam bién investigación, hay m étodos em píricos ilus trados históricam ente p ara científicos del futuro, y no hay m ás que hablar. Los e sq u em atism o s de la lógica form al y de la lógica inductiva tienen sólo poca u tilid ad p a ra la investiga ción, p o rq u e la situación intelectual jam á s se repite de la m ism a fo rm a. Sin em b a rg o , los ejem plos de los g ran d es científicos son m uy estim ulantes, y así es co m o se d a el in te n to de realizar experim entos m en ta les a su m an era. E sta es, pues, la fo rm a en que gene raciones po sterio res han hecho a v an z ar a la ciencia [...]4. 2 E instein escribe (P. A. Schilpp [éd.], A lbert Einstein: Philo sopher Scientist, New Y ork, 1951, pp. 683 ss.): «Las condiciones e xternas establecidas [p a ra el científico] p o r los hechos de la experiencia no le p erm iten restringirse él m ism o d em a siad o en la c onstrucción de su m u n d o conceptual a dhiriéndose a un sistem a epistem ológico. P o r esta razón, a n te los ojos del epistem ologista sistem ático debe a p are ce r com o un o p o rtu n ista sin e scrúpu los [...].» 1 «A perçus», en E. M ach, A nalyse der Empfindungen, Jen a, 1922, p. 39; «Jokes», en P hilipp F ra n k , Einstein, his L ife and Times. L on d o n , 1948, p. 261. 4' M ach, E rkenntnis und Irrtum , Leipzig, 1917, p. 200.
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T odas las ciencias, psicología, fisiología incluida, co lab o raro n en el exam en de categorías trad icio n a les, com o la categoría de una existencia objetiva, y el estudio de la historia se ad a p ta al m ism o p ro p ó sito 5. Incluso las leyes m ás fundam entales del pen sam iento pueden ser derribadas en el curso del cam bio científico. Esto no fue p alab rería vacía; se trató de ideas fecundas: la revolución de la física m oderna hub iera sido im posible sin ellas 6. Surgió entonces una física que no era ya un esquem a de predicciones, sino una concepción filosófica, y esta concepción, a su vez, no era sim ple verbalism o inte lectual: estaba llena de contenido concreto. A hora bien, es interesante contem plar cóm o esta fecunda colaboración entre pensam iento filosófico, estudio histórico e investigación científica cesó repentinam ente y fue sustituida por un nuevo prim i tivism o filosófico 1. C ircundados p o r descubrim ien tos revolucionarios en el cam po de las ciencias, por interesantes p u n to s de vista en las artes, p o r sor prendentes desarrollos en política, los «filósofos» del C írculo de Viena se retiraron a un estrecho y mal construido bastión. Se rom pieron los lazos con la historia; dejó de usarse el tra ta r tem as distantes p ara solucionar problem as filosóficos; se im puso una term inología ajena a las ciencias, así com o problem as sin relevancia científica 8. D espués de un largo p erío d o de tiem po, Polanyi y luego K uhn fue 5 Se recuerda al lector cóm o usaba A ristóteles la historia para a y u d a r a la filosofía y las ciencias e in te g rab a en el proceso fisica, biología, psicología, filosofía política, retó rica, teoría de las ideas y de la poesía. 6 El in te n to de Z ah a r de m o strar que E instein fue un p o p p e rian o y que sólo M ach le h a b ría p o d id o fren a r en dicha ten d en cia ha sido re fu ta d o en el vol. II, cap. 6, de m is Philosophical Papers, C am bridge, 1981. * Así es com o yo interpreté la situación de form a m uy dife rente a la de Ravetz. 8 Para detalles, cf. vol. II, cap. 5, de mis Philosophical Papers.
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ron los prim eros pensadores qué co m p araro n la filosofía escolar resultante con su pretendido objeto — la ciencia— y m ostraron así su carácter de ilu sión. E sto no m ejoró la situación. Los filósofos no volvieron a la historia. N o a b a n d o n aro n las c h a ra das lógicas que eran su negocio actual. Las enrique cieron con nuevos gestos vacíos, la m ayoría to m a dos de K hun («paradigm a», «crisis», «revolución», etcétera), sin tener encuenta el contexto, y com pli caron su doctrina, pero no la acercaron más a la realidad 9. El positivism o pre-kuhniano era infantil, pero relativam ente claro (esto incluye a P opper que es un positivista en todos los aspectos relevantes). El positivism o post-kuhniano ha perm anecido sien do infantil, pero adem ás es muy oscuro. Im re L ak ato s fue el único filósofo de la ciencia que se enfrentó seriam ente con el desafío de Kuhn. C o m b atió a K uhn sobre su propio fu n dam ento y con sus p ro p ias arm as. A dm itió que el positivism o y el falsificacionism o ni ilum inan al científico ni le ayudan en su investigación. Sin em bargo, negó que ad en trarse m ás en la historia fo rzara a u n a relativización de todos los estándares. Esa puede ser la reacción de un racionalista confuso que se enfrenta p o r p rim era vez a la historia en todo su esplendor. Pero un estudio m ás p ro fundo del m ism o m aterial m uestra que los procesos científicos com parten una estru ctu ra y obedecen a reglas generales. H ay una teo ría de la ciencia y, m ás generalm ente, u n a teoría de la racio n alid ad p o r la que el pensam iento pene tra en la historia de una form a legítima. 9 Polanyi tiene sólo u n a influencia m enor: él era d em asiad o difícil p a ra los cientos de jóvenes sociólogos y filósofos de la ciencia que preferían fraseologías m ás m anejables y conceptos aca b ad o s a un tip o de com p ren sió n que no puede com prim irse en u n esquem a filosófico. A dem ás, él e stab a influido p o r Kierkegaard, u n o de los m ás radicales enem igos de u n a filosofía de «resultados».
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En TCM, así com o en el capítulo 10 del volum en II de mis Philosophical Papers (C am bridge 1981) he in ten tad o refu tar esta tesis. Mi form a de proceder fue parcialm ente ab stracta, consistiendo en una crí tica de la interpretación de la historia hecha por L akatos, parcialm ente histórica. A lgunos críticos niegan que mis ejem plos históricos apoyen mi causa (abajo serán trata d as sus objeciones). Sin em bargo, si estoy en lo ju sto — y me hallo b astan te seguro de ello— , entonces es necesario volver a la posición de M ach y Einstein. Entonces es im posible una teoría de la ciencia. Sólo existe un proceso de investiga ción, y hay to d o tipo de reglas em píricas que nos ayudan en n u estro in ten to de avanzar, pero que tie nen que ser siem pre exam inadas p a ra asegurar que siguen siendo útiles 10. C on esto tenem os una sencilla respuesta a las diversas críticas que o me corrigen p o r oponerm e a las teorías de la ciencia y p o r llegar a desarrollar yo m ism o u na teoría, o me reprenden p o r n o d a r «una determ inación positiva de aquello en que consiste una buen a ciencia» (D iederich): si un conjunto de reglas em píricas es llam ado «teoría», entonces, desde luego, yo tengo una teoría —pero esto difiere considerablem ente de los antisépticos castillos so ñ a dos de K ant y Hegel o de las perreras de C arn ap y Popper. Por o tra p arte, M ach y W ittgenstein care cen de un im ponente edificio m ental, de un «sis tem a», com o les gusta decir a los alem anes, no p o r carecer de potencia especuladora, sino p o r haberse 10 ¿C uáles son los criterio s que guían el proceso de c o m p ro bación? H ay criterios que parecen m ás a p ro p ia d o s p a ra la situa ción a m an o . ¿C óm o p o d rá determ in arse su ad ecu ació n ? N os o tro s la constituim os en la m ism a investigación que realizam os: los c riterios n o sólo enjuician sucesos y procesos; con frecuencia q u e d an constituidos p o r dichos elem entos y deben ser in tro d u c i d o s de e sta fo rm a, o , de lo c o n tra rio , la investigación jam ás p o d rá ser iniciada. Cf. TCM , p. 16.
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p ercatad o de que los «sistem as» po d rían ser la m uerte de las ciencias (artes, religión, etc.) u . Y las ciencias n aturales, especialm ente la física y la a stro nom ía, introducen el argum ento, no porque yo esté «fascinado p o r ellas», com o han no tad o algunos " L ak ato s, W orral y L enk después de él h a n p re sen ta d o la objeción de qu e, si esto p o d ría ser verdad en las reglas episte m ológicas que in te n tan guiar la investigación, n o p o d ría , en c am bio, aplicarse a las p a u ta s con que se juzgan resultados. A h o ra bien, tales juicios o lim itan la investigación, o son actos verbales sin consecuencias prácticas. L akatos, W orral y L enk, en reacción a an te rio re s observaciones críticas m ías y de M usg ra v e , e x clu y en la p rim e ra a lte rn a tiv a (cf. L a k a to s , e n C. H ow son [ed.], M eth o d and A ppraisal in the P hysical Sciences, C am bridge, 1976, pp. 15 ss.) e identifican la ho n estid ad cientí fica con el o frecim iento de descripciones correctas, en p a la b ras de L ak ato s, de estadios tran sito rio s de la investigación sin afec ta r a los m ism os estad io s. P ero ¿cuál es la u tilid ad de u n a ética d o n d e un lad ró n puede ro b a r to d o lo que qu iera, es a la b a d o com o un h o m b re h o n ra d o p o r la policía y p o r el h o m b re de la calle a co ndición de que él cuente a to d o s que es un ladrón? Si éste es el se n tid o en que la m eto d o lo g ía de los p ro g ra m a s de investigación difiere del « a narquism o», entonces yo estoy dis p u esto a con v ertirm e en un seguidor de los p ro g ram a s de inves tigación. P o rq u e ¿quién no p referirá ser a la b a d o a ser criticado c u an d o to d o lo que tiene que hacer es d escribir sus a cto s en la jerg a de u n a d e te rm in a d a escuela? Cf. mis Phil. Papers, vol. II, cap. 10, n o ta 25. E n su a u to b io g ra fía , que contiene la relación m ás c la ra sobre la filosofía de P o p p er, he leído en algún sitio que G e ra rd R adn itzky escribe que yo he «m alo g rad o el pro b lem a de la evalua ción de la teo ría ta n to com o antes lo hizo K uhn» (Philosophers on their own work, ed. A . M ercier am d M. Svilar, vol. 7, BerneLas V egas, 1981, p. 167). El a rg u m e n to en el tex to m u estra que n o hem os e stro p ea d o el p ro b lem a, sino que lo hem os a rtic u la d o — n o existe un p ro b lem a de evaluación de teo rías con u n a so lu ción, sin o que hay ta n to s p ro b lem as y tan ta s soluciones com o teorías m ayores— y le hem os asignado a él, o, m ejor d icho, a los m uchos p ro b lem as que han sido reem plazados p o r los sim plistas cuentos de h a d as de los filósofos, su con tex to adecuado, el de la investigación científica real: las filosofías q u e se o c u p an de la evaluación de teo rías en fo rm a a b stra c ta e independiente m ente de la situación en investigación en que debería realizarse la evaluación no son sino necios in ten to s de c o n stru ir un ins tru m e n to de m edida sin c o n sid e ra r lo q u e se va a m ed ir y en qué circunstancias. Cf. C SL, p. 33.
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críticos, sino p o rq u e son el tem a en cuestión: m atem áticas, física y astronom ía fueron las arm as que u saro n los positivistas y sus angustiados a n ta gonistas, los racionalistas críticos, p a ra asesinar o tras filosofías; a h o ra esta arm a se vuelve co n tra sus utilizadores y dispara contra ellos llfl. T am poco h ab lo de progreso p o rq u e yo crea en él o sepa lo que significa, sino con el p ro p ó sito de crear dificultades a los racionalistas, que son, pues, los am antes del progreso (utilizar una reductio ad absurdum no im plica que el argum entante tenga que acep tar las prem isas 12 [cf. TCM, página 12]). En lo que concierne al lem a «todo sirve», sin em bargo el asu n to es m uy sencillo. En TCM, esta consigna sólo aparece u n a vez y yo explico lo que significa {TCM, página 12): A quienes consideren el rico m aterial que p ro p o r ciona la h isto ria y no intenten em pobrecerlo, p a ra d a r satisfacción a sus m ás bajos in stin to s y a su deseo de se g u rid ad in telectual con el p re te x to de c la rid a d , p re cisión, «objetividad», «verdad», a esas p e rso n as les p a rec erá que sólo hay un principio que puede defen derse bajo cualquier circunstancia y en todas las etap as del d e sa rro llo h u m an o . M e refiero al p rin cip io todo sirve.
E sta es u n a explicación en sí ya clara, pero puede leerse to d av ía de dos form as: yo a d o p to dicho lem a y sugiero se use com o base del pensam iento; yo no 110 A dem ás, cu alq u ier niño puede a ta c a r un racio n alism o a b s tra c to con m aterial sacado de las ciencias sociales o de las hum anidades. Los rasgos irracionales de las ciencias n atu rales son algo m u ch o m ás difícil de identificar, son m ucho m ás so r prendentes y — éste es el p u n to cen tral— tienen substancia. 12 Parece que u n so rp re n d en te n ú m ero de críticas no conoce esta sim ple regla de arg u m e n ta c ió n que era ya a rc h isa b id a p o r P la tó n , y que fue c odificada p o r A ristóteles en sus Tópicos: los m ás cla m o ro so s d efensores del racio n alism o n o conocen el c o n ten id o de su d o c trin a fa v o rita. P a ra m ás detalles, cf. C SL, pa rte tercera («C onversaciones con analfab eto s» ), especialm ente pp. 182 ss.
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lo ad o p to , p ero describo sim plem ente el destino de un am an te de los principios que tom a en considera ción la historia: el único principio que le queda será el «todo sirve». En la página 17 de T C M (y lo repito en E F M y en C SL) he rechazado explícita m ente la p rim era in terp re tació n . Yo escribo ahí: Mi in ten ció n n o es su stitu ir un c o n ju n to de reglas generales p o r o tro c o n ju n to ; p o r el c o n tra rio , mi intención es convencer al lecto r de que todas las m eto dologías, incluidas las m ás obvias, tienen sus lím ites u .
Un crítico irritad o , que desgraciadam ente no ha sido bendecido p o r un exceso de inteligencia, denom ina este co m entario un «intento de inm uniza ción». Pero un o , ciertam ente, debe distinguir entre correcciones que d an nuevos significados a afirm a ciones an teriores y o tras correcciones que citan afirm aciones ya hechas pero pasadas por alto por la crítica. Mis com entarios son del segundo tipo y reve lan o u na falta de pensam iento claro o u n a conside rable falta de cu idado p o r p a rte de mis lectores m enos am istosos 14.
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13 El pasaje co n tin ú a: «La m ejor m anera de h acer ver esto consiste en d e m o s tra r los lim ites, e incluso la irrac io n a lid a d de alg u n a de las reglas que la m eto d o lo g ía o el lecto r g u sta n consid e rar com o básicas. En el caso de la inducción (incluida la inducción p o r falsación) lo a n te rio r equivale a d e m o stra r que la co n train d u cció n puede ser defendida satisfactoriam ente con a rg u m en to s [...]»: la co n train d u cció n es una pa rte de la crítica de m éto d o s trad icio n a le s, no el p u n to de p a rtid a de u n a nueva m etodología com o parecen su p o n e r m uchos críticos. 14 U n ejem plo in teresan te, y ex trem o , en cierto m o d o , es la recensión de m is lib ro s en la New York R eview o f B ooks hecha p o r Jo ra v sk y . C ierta m e n te , a Jo ra v sk y no le gusta m i estilo, mi form a de p re sen ta r, mis ideas; esto lo m anifiesta con clarid ad y ab u n d an tem e n te . Sin em b arg o , m e pide que a p o rte criterios p a ra preferir u n a teo ría o un p ro g ram a de investigación a otros. Pero ésta es precisam ente la cuestión que yo p lan teo y respondo en T C M y en C SL. En TCM , el con tex to es la investigación científica y la respuesta es; los c riterio s p a ra la investigación científica varían de un proyecto de investigación al próxim o. In te n ta r d iscutirlos y fijarlos independientem ente de la situación
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La situación se clarifica aún m ás si se consideran las siguientes circunstancias 15. D espués de p ro d u cir la consigna «todo sirve», escribí: «Este principio debe ah o ra ser exam inado y explicado en sus detalles concretos (TC M , pági na 12). Lo que quiere decir: el principio carece q u e se presum e deb en g u iar ellos m ism os es algo tan necio com o in te n ta r c o n stru ir un in stru m en to de m edida sin sa b e r lo que u n o va a m edir. En C SL, el con tex to es u n a so cied ad libre, y la respuesta: los resu ltad o s científicos son v a lo ra d o s p o r las p au tas de la trad ició n a que se ofrecen, lo que n a tu ra lm e n te p resupone una separación entre E stad o y ciencia. L a p re g u n ta de Jo ra v sk y m u estra que él no ha pod id o e n c o n tra r estas res puestas, a u n q u e están explicadas a lo largo de a m b o s libros y resum idas en las secciones in tro d u c to ria s. L o que h a pod id o e n c o n tra r h a n sido tres líneas de n atu raleza a u to b io g ráfic a que tra ta n del c o lo r de mi orina. O bviam ente, él p o d ría ser un exce lente c o rre c to r d e p ru e b as p a ra a nuncios de arabescos. U n o se p reg u n ta q u é es lo que ha m o vido a los e d ito res p a ra c ree r que él tam bién p o d ría recensionar libros. 15 El a nalfabetism o es u n a p a rte esencial de la historia de las ideas: el tem a no existiría sin él. E scritores filosóficos, inclu y endo al c u id a d o so Sim plicio, m ucho tiem po p e n sa ro n que Pla tón y A ristóteles tenían la m ism a filosofía. En este caso se unían p od ero so s m otivos teóricos. F uertes m otivos teóricos están tam bién suby acen tes en la tesis d e que los filósofos, y tam bién el m ism o A ristóteles, trab a ja n to d o s con un sistem a único y que ja m á s cam b ian de m en talid ad . En el caso de A ristó teles esta idea h a sido su p e ra d a sólo en el siglo xx, co m o re su lta d o del incisivo análisis de W erner Jäger. Los m otivos teóricos se com b in ab a n con v o racidad (de fam a) y la sim ple ignorancia tra n s fo rm ó a M ach en u n filósofo de los d a to s sensibles (cf. vol. II, cap. 6, de m is Phil. Papers p a ra una explicación m ás d etallad a). Niels B ohr inventó una interpretación predisposicional de la p ro b a b ilid ad y una in terp retació n objetiva d e los hechos c u á n ti cos sólo p a ra que P o p p er le criticara su subjetivism o, siendo m uy interesante que el m ism o P o p p e r em plea una versión recor ta d a de la idea d e Bohr so b re la p ro p en sió n co m o su in stru m ento de crítica (Phil. Papers, vol. I, cap. 16). T o d o holgazán de la filosofía de la ciencia ha criticado, o p o r lo m enos a n a te m atiza d o , a A ristóteles o a H egel, sin el m ás ru d im e n tario co n o cim ien to de las ideas de am bos. Se em plean m uchos p rejui cios b asad o s, c iertam en te, en la ignorancia: «¿Q uiere usted que v olvam os a A ristóteles?», escribió M ary H esse en una crítica a u n o de m is prim eros trab a jo s (cf. TCM, p. 32, n o ta 36) e influyó en m uchos lectores que jam á s han leído u n a sola línea de este
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to davía de contenido. Su contenido lo adquiere m ediante un análisis de procesos concretos, lo m ism o que el concepto de R enacim iento, p ara to m ar un ejem plo histórico, recibe su contenido desde la investigación histórica, que tra ta situacio nes m uy diferentes y com plejas. Los procesos h istó ricos a que aludo son, desde luego, estudios de caso. Estos estudios m uestran cóm o C opérnico, New ton, G alileo, los presocráticos y Einstein logra ron lo que hoy es conocido com o sus éxitos. Los d erro tero s que siguieron no carecían de dirección, y todos ellos tenían ideas m uy concretas sobre sus m étodos, aunque las ideas a las que llegaron fueron muy distintas de sus puntos de partida. T am poco p u d o preverse la dirección final de la investigación. N adie conocía de antem ano los virajes y vueltas que ten d ría que hacer; nadie preveía los m étodos que ten d ría que utilizar en el curso del viaje, p ero nues tros viajeros no dudaron y se ad en traro n valerosa m en te en t i e r r a d e n a d ie . R e tro s p e c tiv a m e n te podem os con frecuencia identificar itinerarios bien definidos; podem os retrazarlos en detalle y con pre cisión (TC M , capítulo 11), pero estos itinerarios difirieron considerablem ente de las heliografías de los filósofos (ver las m alhum oradas objeciones de D escartes a G alileo en TCM, página 53) y no eran conocidos previam ente. O portu n id ad , actividad h u m ana, leyes n aturales, circunstancias sociales; to d o esto co n trib u y ó de la form a m ás curiosa y asom filósofo. B runo y G alileo presentan objeciones de tal fo rm a que se ad vierte que no cono cían o no q u e ría n ten er en c u en ta las excelentes respuestas que A ristóteles d a a las m ism as objeciones. L essing, el g ra n ra cio n alista y p o e ta a le m án , hace tiem p o que re c o n o c ió e sta c a ra c te rís tic a de Ja h is to ria de la s id e a s e in te n tó c o m b a tirla escribiendo «rehabilitaciones» («R ettungen») de gente que h ab ía sido c alum niada p o r crasa ignoran cia y p o r analfab etism o . D esgraciadam ente, su h u m an itarism o nunca fue p o p u la r entre los «líderes» intelectuales cuya fam a y existencia p arece d ep en d er de ru m o res desaprensivos.
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b rosa a llevarles a sus objetivos. P or esta razón, los estudios de caso tienen un resultado positivo y o tro negativo. El resu ltado negativo es que se violan y hay que violar m uchos estándares si querem os obtener lo que ah o ra consideram os ser logros de im portancia. N o hay estándares que tengan un con tenido y den una explicación correcta de todos los descubrim ientos hechos en las ciencias. El resultado positivo es que m étodos que hoy parecen poseer cierta racio n alid ad e integridad (estas cosas, sin. em bargo, ten ían un aspecto muy distinto cuando se las usó p o r prim era vez [cf. M argolis]) tuvieron éxito y pueden ser considerados com o útiles reglas em píricas p ara la investigación del futuro. (Estoy muy lejos de recom endar la elim inación de todas las reglas y m étodos de las que intento explicar cóm o ayudaron a conseguir los éxitos pasados, es decir, sobre qué acciones fueron posibles dichos éxitos; yo solam ente hago n o ta r que los éxitos se dieron bajo condiciones específicas prácticam ente desconocidas, que n o sotros frecuentem ente no com prendem os a dónde se dirigían y que su repetición no sólo no es una cosa n atu ral, sino algo b astante im probable; adem ás, que las ideas sobre éxito y progreso cam bian de u n episodio de la investigación al próxim o.) Sólo pocos lectores han escuchado mi advertencia y han p restad o atención a los estudios de caso. La m ayoría de los críticos parecen haber suspendido su lectura después del prim er «todo sirve». P ara ellos, los estudios de caso o han debido ser dem asiado difíciles 16, o dem asiado detallados, o, si es que han tom ado el vacío in terno en sus cabezas com o pauta, 16 Así, G ellner, en su crítica (cf. CSL, p a rte tercera, sec ción 2), adm ite su incom petencia en m aterias científicas y de histo ria de la ciencia, p e ro escribe, sin em b a rg o , u n a recensión su p o n ie n d o , co m o tam bién lo h a n hecho o tro s, que m is a firm a ciones pueden ser criticadas independientem ente de los ejem plos que elegí p a ra ilustrarlas.
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han debido pen sar que el vacío y el principio sin explicar eran ya la m ism a cosa. H ay o tra razón que justifica el que no se tom en los ejem plos seriam ente. Se b asa en una idea que desem peña un im p o rtan te papel en todas las trad i ciones racionalistas y que puede expresarse diciendo > que lo que importaría en una argumentación no son los ejemplos mismos sino sus descripciones abstractas. D esde luego, las descripciones deben ser exam ina das co m p arán d o las con los ejem plos. Sin em bargo, si son verdad, entonces su fuerza argum entativa es independiente de una estrecha fam iliaridad con tales ejem plos. La idea se viene abajo con las obras de arte. P ara ju zg ar logros artísticos, uno tiene que fam iliarizarse con ellos; no b astan las descripciones, p o r «verdaderas» y «bien confirm adas» que sean. A hora bien, un o de los principales p u n to s del análi sis de las ciencias en M ach, de la actitud de Einstein an te la investigación científica, de la filosofía de B ohr, así com o de los dos libros que ycr he escrito p ara defender a estos pensadores, es que precisa m ente en esta problem ática es donde las ciencias se asem ejan a las artes. O que, p a ra expresarlo de u n a fo rm a algo p arad ó jica, la ciencia en su mejor aspecto, es decir, la ciencia en cuanto es practicada por nuestros grandes científicos, es una habilidad, o un arte, pero no una ciencia en el sentido de una empresa «racional» que obedece estándares inaltera bles de la razón y que usa conceptos bien definidos, estables, «objetivos» y por esto también independien tes de la práctica. O, p ara utilizar una term inología to m ad a del g ran d eb ate sobre la distinción entre «G eistesw issenschaften» (Ciencias del espíritu) y «N aturw issenschaften» (Ciencias de la naturaleza), no existen «ciencias» en el sentido de nuestros racio nalistas; sólo hay humanidades. Las «ciencias» en cuanto opuestas a las humanidades sólo existen en las cabezas de ¡os filósofos cabalgadas por los sueños. 32
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Este resu ltad o ten d rá luego su im portancia cu an d o trate de la política. Los co m entarios de los tres últim os p árrafo s no sólo se aplican a los críticos que se oponen al «todo sirve», sino tam b ién a los au to res que lo siguen y que quieren utilizarlo en provecho propio. En este caso, mi objeción es que la ausencia de estándares «objetivos» no hace la vida m ás fácil: la dificulta aún más. Los científicos no pueden seguir ap o y án dose en reglas de pensam iento y acción bien defini das. No pueden decir: nosotros poseem os ya los m étodos y estándares p a ra u n a investigación correc ta; to d o lo que necesitam os es aplicarlos. P orque según la visión de la ciencia defendida p o r M ach, B oltzm ann y Einstein, y que yo he presentado de nuevo en TCM, los científicos no sólo son respon sables de u na aplicación adecuada de los estándares existentes, sino que además son responsables de esos mismos estándares. Ni siquiera puede uno referirse a las leyes de la lógica, p o rq u e pueden darse circuns tancias que nos fuerzan a revisarlas tam bién (p o r ejem plo, la m ecánica cuántica analizada p o r Von N eum ann y B irkhoff, p o r Jau c h y P irón, p o r Pri mas y otros). H ay que recordar esta situación cuando consideram os la relación entre los «grandes pensadores», p o r un lado, y los editores, benefacto res e instituciones científicas, p o r o tro . Antes, los científicos con ideas inusitadas y las instituciones a las que pedían ay u d a com partían ciertas ideas gene rales, y to d o lo que tenía que hacer un científico que necesitaba dinero era m ostrar que su investiga ción, ap a rte de contener ciertas sugerencias origina les, estaba de acu erdo con estas ideas. Ahora, los científicos y sus jueces tienen tam bién que argum en ta r acerca de principios; no pueden confiar ya en tópicos establecidos (su intercam bio es «libre», no «guiado» [CSL, p ágina 28]). En esta situación, la petición de los científicos «anarquistas» de «m ayor 33
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libertad» puede interpretarse de dos form as: se la puede considerar com o deseo de que se realice una discusión científica libre no ligada a regla específica alguna, pero que intenta (cf. de nuevo CSL, pág in a 28) llegar a una base com ún. O puede in ter pretarse tam bién com o exigencia de que se acepten ideas de investigación sin examen alguno sim ple m ente p a ra h acer la vida m ás fácil a grandes e in u sitadas m entes (o en la m ayoría de las veces a gente que pretende tener tales cabezas). Siguiendo la arg u m en tació n de T C M y de CSL, el segundo tipo de petición puede apoyarse en la puntualización de que las ideas absurdas e inusitadas frecuentem ente han llevado al progreso. La argum entación pasa p o r alto que los jueces, editores, benefactores pue den utilizar la m isma fo rm a de razonar: el statu quo tam bién ha llevado al progreso y el «todo sirve» tam bién se aplica a sus defensores. P or esto es nece sario ofrecer algo m ás que la arrogante petición de m ayor libertad. Los estudios de caso m uestran que los científicos rebeldes verdaderam ente ofrecieron m ucho m ás. G alileo, p o r ejem plo, no se contentó con quejarse y resignarse: intentó convencer a sus adversarios con los mejores m edios de que disponía. Estos m edios frecuentem ente diferían de los proce dim ientos tradicionales —aquí se encuentra la com ponente an arq u ística de la investigación de G ali leo— , pero con frecuencia tuvieron éxito. Y no olvidem os que una plena dem ocratización de la ciencia incluso h a rá m ás difícil la vida a los autoproclam ados descubridores de G randes Ideas. P or que éstos ten d rán que dirigirse a gentes que no com parten precisam ente su interés p o r la ciencia. ¿Qué h arán nuestros «anarquistas» que am an la libertad en tales circunstancias? Sobre to d o cuando sus adversarios no son ya odiados personajes de alto co turno, sino ciudadanos libres queridos por todos. 34
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E ST U D IO S D E CASO
Mis estudios de caso han sido criticados p o r dos caballeros: clara y hum orísticam ente, p o r G u n n ar A nderson (abreviado en G A); prim itivam ente y de una form a b astan te confusa, p o r Jo n ath an W urril (JW ). Ellos no com entan mis consideraciones gene rales (TC M , capítulos 1, 12, 18; CLS, partes 1 y 2); lo que analizan y cuestionan es el m ism o m aterial histórico y las conclusiones que yo he deducido de él. El m aterial —dicen— no apoya las conclusiones. Según G A , el caso G alileo puede poner en peligro una «versión dem asiado sim ple e ingenua del falsificacionism o», pero no am enazaría una filosofía donde teorías y observaciones fueran falibles. Así pues, mi interp retación de las hipótesis de G alileo revelaría que yo no he com prendido la definición de las hipótesis ad hoc dada p o r P opper. G A dice que las h ip ó tesis a d hoc no son m eras su p o sicio n es introducidas p ara explicar efectos específicos, sino que rebajan el grad o de falsificación del sistem a en que o curren. A h o ra bien, esto es precisam ente lo que hacen las suposiciones más fundam entales de Galileo. G alileo no sólo introduce una teoría del m ovim iento que convierte el argum ento de la torre de u na refutación de C opérnico en una confirm a ción; el con ten id o de esta teoría del m ovim iento es considerablem ente más restringido que el de la teo ría aristotélica que le había precedido {TCM, pági nas 128 ss.). La teoría de A ristóteles tal com o se la desarrolla en los libros I, II, VII y V III de la Física es u n a teoría universal del m ovim iento que ab arca el m ovim iento espacial, la generación y corrupción, cam bio cualitativo, crecim iento y decrecim iento. C ontiene teorem as com o los siguientes: to d o m ovi m iento es precedido (tem poralm ente) p o r o tro m o v im ien to ; existe u n a cau sa inm óvil del m ovi 35
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m iento y un prim er m ovim iento (en la serie causal) cuyo ritm o de cam bio es constante; la longitud de un objeto en m ovim iento no tiene valor exacto, etc. El prim er teorem a se apoya en la suposición de que el m undo es u na entidad som etida a leyes. Puede utilizársele co n tra ideas tales com o la teoría del Bing Bang (estallido inicial) sobre el origen del un i verso; y la idea de W igner de que la reducción del paquete de o ndas se debe a la acción de la concien cia. Así pues, la teoría de A ristóteles era coherente: existía u na term inología unificada para la descrip ción y explicación de todos los tipos de m ovi m iento. E stab a confirm ada en un alto grado, esti m ulaba la investigación en física, fisiología, biología, epidem iología, y condujo a num erosos descubri m ientos 17. Sigue teniendo im portancia hoy porque las ideas de la m ecánica de los siglos x v n y x v m 17 La teo ría que a c a b a de describirse debe distinguirse de las leyes especiales que fo rm u la A ristóteles en el De Coelo. T ene m os, pues, q u e p r o c u ra r n o c o n fu n d ir un d e b a te so b re co n d i ciones especiales c o n u n d e b ate sobre leyes fu n d am en tales. Así, A ristóteles a firm a m uy explícitam ente que «en un vacío to d o s los objetos tienen la m ism a velocidad» (Física, 216a20), pero niega que el m u n d o c ontenga un vacío: su teo ría del m ovi m iento es suficientem ente general com o p a ra cu b rir a m b o s tipos de m ov im ien to , en u n m edio o en el vacío. H ace d e p en d e r el m ovim iento de la fo rm a y n atu raleza del m edio, de la n a tu ra leza de la fu erza inh eren te; lo que m u estra que el fam oso «argum ento» de G a lile o c o n tra la «ley de la caída libre» de A ristóteles (si los objeto s m ás pesados cayeran m ás deprisa que los m enos pesados, entonces un objeto pequeño sujeto a uno m ayor debería h a ce r que am bos se m ovieran m ás dep risa, p o r que el objeto co m b in a d o es ah o ra m ás pesado, y n o tan deprisa, p o rq u e el o b jeto peq u eñ o reten d ría el m ovim iento del m ay o r) no se puede a p lic ar a A ristóteles, d onde el m ovim iento resul tan te d epende de la m anera com o se co m b in a n los objetos (estam os tra ta n d o de un pro b lem a de m ecánica de fluidos). Y así sucesivam ente. H istó ricam en te, el d eb ate no tuvo lugar entre G alileo y A ristóteles, sin o entre G alileo y un c h a p u rre ro A ristó teles artificio sam en te m o n ta d o p a ra hacer ap arecer com o inven cibles los a rg u m e n to s de G alileo. (P a ra este p u n to , cf. tam bién la nota 15 supra.) T am bién nuestros filósofos de la ciencia p re sentan una relación c h ap u rre ra de este m ism o debate.
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siguen siendo totalm ente inadecuadas p ara tra ta r el m ovim iento 18. ¿Qué es lo que hace G alileo? El reem plaza esta com pleja y sofisticada teoría con su p ro p ia ley de la inercia, que carece de confirm ación excepto en el contexto de la teoría aristotélica 19, la aplica solam ente a la locom oción y «reduce d rásti cam ente el grad o de falsificación de to d o el sis tema». Sin em bargo, si se considera la falsificabilidad de las afirm aciones observacionales, la situación es la siguiente: el racionalism o crítico, la «filosofía» que defiende G A , o es un fecundo p u n to de vista que guía al científico, o es m era ch arla hueca que puede ponerse de acuerdo con cualquier m étodo. Los popperianos afirm an que se tra ta de lo prim ero (rechazo de la afirm ación de N eurath de que cual quier afirm ación puede ser refutada p o r cualquier razón). P o r esto insisten en que afirm aciones fun dam entales que intentan refu tar u n a teo ría tienen que estar m uy bien com probadas. Las observacio nes realizadas al telescopio p o r G alileo no satisfa cen esta exigencia: p o r autocontradictorias, no p u e den ser repetidas p o r cualquiera; los que las repiten com o K epler llegan a resultados diferentes, y no hay teo ría que perm ita separar «fantasm as» de los 18 B ohm , Prigogine, Eigen, Ja n tsc h y o tro s h a n c o m e n tad o los inconvenientes de la m ecánica clásica (incluyendo algunos aspectos de la m ecánica c u án tica ) y han p e d id o u n a filosofía en la que el c am b io no fu era u n a a p arien cia periférica, sino un fenóm eno fu n d am en tal. A ristóteles ha d e sa rro llad o precisa m ente u n a filosofía de ese género y podem os a p re n d e r m u ch o de él. Incluso en los detalles, A ristóteles o casio n alm en te va b a s tan te m ás lejos que sus m o d ern o s sucesores. U n ejem plo es su teoría de la c o n tin u id ad . Cf. m is «Remarles on A risto tle ’s T h eo ry o f M athem atics», en M idwestern Stu d ies in Philosophy, 1982. 19 C o p é rn ic o y G alileo se m ueven d e n tro del m arc o a risto té lico de u n a op o sició n en tre el m ovim iento rectilíneo y el circ u lar, p ero in te n ta n a d a p ta rlo a la hipótesis de q u e la tierra es un a stro (y p o r ello p a rticip a del m ovim iento circular).
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fenóm enos verídicos (la óptica física m encionada p o r G A es irrelevante, porque las afirm aciones básicas en discusión no trata n de los rayos de luz, sino de la oposición, color y estructuras de los rem iendos visuales, y una hipótesis po p u lar que pone en correlación la prim era con la segunda se puede m o strar fácilm ente que es falsa [TC M , página 148]). P o r esta razón, las afirm aciones bási cas de G alileo son hipótesis atrevidas, sin m ucha confirm ación. G A parece aceptar esta descripción: hace falta tiem po — se dirá— para obtener eviden cia co n firm ad o ra (y las «teorías-piedra-de-toque» concernientes, p ara usar u n a excelente expresión de Lakatos). La prim era interpretación del raciona lismo crítico m encionado arrib a afirm a que du ran te ese tiem po las afirm aciones no tienen poder refutador. Si un o dice, com o G A , que G alileo refutó con cepciones populares con sus observaciones, entonces se desplaza u no de la prim era a la segunda interpre tación, donde las afirm aciones básicas pueden utili zarse de cualquier m anera. La expresión literal sigue siendo crítica, pero su contenido se ha evapo ra d o to talm en te. Este es claram ente el p u n to donde un h o n esto ad v ersario de confusiones babilónicas, tal com o pretende serlo G A , debe to m ar posición. Debe confesar que, m ientras que él no puede tener su G alileo y hacerle racional, al m ism o tiem po se encuentra dem asiado em barazado p ara adm itir esto en público. Esta es u n a buena ocasión p ara m encionar una crítica que ha p ublicado T. A. W hitaker en dos car tas en la revista Science 20. W hitaker señala que existen dos conjuntos de imágenes de la luna, los grabados en m adera (que m encioné y m ostré en TCM ) y los en cobre, que son m ucho m ás exactos, desde un p u n to de vista m oderno, que los g rabados - 20 2 de m ayo y 10 de o ctubre de 1980.
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en m adera. Según W hitaker, los g rabados en cobre m uestran a un G alileo que era m ucho m ejor obser vad o r de la luna que el G alileo que he p in tad o yo. Pues bien, lo p rim ero es que yo jam ás he d u d ad o de la cap acid ad de G alileo com o observador. C itando a R. W olf (Geschichte der Asíronomie, página 396), que escribe que «G alileo no era un gran o b servador astronóm ico, a no ser que las em ociones producidas p o r tantos descubrim ientos telescópicos com o él hizo en este período hubieran dism inuido su destreza o su sentido crítico», res pondía yo (TCM, página 117): E sta afirm ació n tal vez sea v erdadera (aunque me inclino a p o n e rla en d u d a a la vista de la e x tra o rd in a ria h ab ilid ad observacional que m anifiesta G alileo en o tra s ocasiones). Pero resulta po b re de c o n te n id o y, creo, poco interesante [...]. E xisten, sin em b a rg o , o tras h ipótesis que sí c o n d u ce n a nuevas sugerencias y que nos revelan cuán com pleja era la situ ació n en tiem pos de G alileo.
Luego m enciono dos de tales hipótesis, u n a que trata de las peculiaridades de la visión telescópica co ntem poránea, la o tra que considera la suposición de que las percepciones, es decir, las cosas vistas con el ojo d esnudo, tienen una historia (que puede descubrirse co m b in ando la histo ria de la a stro n o m ía visual con la de la p in tu ra, poesía, etc.). En segundo lugar, la referencia a los grabados de cobre no elim ina to d o s los aspectos problem áticos de las observaciones de G alileo sobre la luna. G alileo no sólo dibujó, sino que tam bién describió verbalm ente lo visto. P o r ejem plo, pregunta (TCM, página 115): ¿ P o r qué no vem os d esigualdades, rugo sid ad es e irreg u larid a d es en la periferia de la luna creciente, hacia el oeste, o en el o tro borde c ircu lar de la luna m en g u a n te, h acia el este, o en el círcu lo e x te rio r de la luna llena? ¿P or qué aparecen perfectam ente red o n d as y circulares?
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K epler resp o n día, basándose en observaciones hechas a ojo d esnudo (TC M , página 115, n ota 167): Si m iras c u id ad o sam en te la lu n a llena, parece per ceptible que algo falla en su círcularidad.
Y contesta a la pregunta de Galileo: N o sé cuán cuidadosam ente has reflexionado sobre este a su n to , o si tu p re g u n ta , co m o es m ás p ro b a b le , se basa en im presiones populares. Pues [...] yo afirm o que existe con seguridad alg u n a im perfección en ese círculo ex tern o d u ra n te el p erío d o de luna llena. Vuelve a estudiar el asu n to e infórm anos qué te parece.
E sta pequeña discusión nos m uestra, en tercer lugar, que el p ro blem a de la observación existente en el tiem po de G alileo no puede resolverse m os tran d o que las observaciones de G alileo están de acuerdo con nuestra visión del asunto. P ara m ostrar cóm o actu ab a G alileo, si fue «racional» o si que b ra n tó reglas im portantes del m étodo científico, tenem os que co m p arar sus logros y sus sugerencias con su circu n stancia y no con la situación de un fu tu ro todavía desconocido. P or ejem plo, tenem os que preg u n tar: d ados los m edios aceptados y las p au tas de observación de la época, ¿fueron las in fo rm a c io n e s de G a lile o in fo rm a c io n e s de «hechos»?, es decir, ¿eran algo repetible y bien fun dam en tad o teóricam ente? P ara en contrar u n a res puesta a esta p regunta tenem os que co m p arar las observaciones de G alileo con observaciones hechas p o r astrónom os de su propio tiem po, así com o con teorías de visión y, especialm ente, de la visión teles cópica en que se apoyaron dichas observaciones. Si resulta q ue los fenóm enos referidos p o r G alileo no fueron co n firm ados p o r ningún otro , que no había razones p ara confiar en el telescopio com o en un instrum ento de investigación, sino que existían m uchas razones, tan to teóricas com o observacionales, que h ab lab an co n tra tal instrum ento, entonces 40
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tam bién h ab ría sido un m étodo no científico el que G alileo p ro p u g n a ra la existencia de dichos fenóm e nos — lo m ism o que tam poco sería científico hoy afirm ar resultados experim entales que carecieran de co rro b o ració n independiente y que se obtuviesen con m étodos no p ro b ad o s— , sin importar hasta qué punto sus observaciones se aproximarán a las nues tras. P ara ser científicos en el sentido que discuti m os aquí (y que se critica en T C M y C S L ) hay que ac tu a r ad ecu ad am en te con respeto a los conoci m ientos existentes y no p o r respeto a las teorías y observaciones de un futuro desconocido. A hora bien, p a ra calibrar las reacciones de los co ntem poráneos de G alileo he utilizado los g ra b a dos en m adera. N ótese que no intenté p ro b a r que G alileo fu era un científico m ediocre apoyándom e en el hecho de que los grabados en m ad era difieren de las im ágenes m odernas de la luna (tal argum en tación hu b iera co n tradicho las consideraciones que acabo de exponer). Mi suposición fue, más bien, que la luna en cu an to se la contem pla a ojo des nudo tiene un aspecto muy distinto del ofrecido por los g rab ad o s en m adera, que podría haber tenido o tro aspecto d istin to p a ra los contem poráneos de G alileo, y que algunos de ellos podrían haber criti cado el Sidereus Nuncius apoyándose en sus propias observaciones a ojo desnudo. Esta suposición sigue siendo útil, p o rq u e los grabados en m adera acom p añ ab an la m ayoría de las ediciones de la obra. ¿Se aplica tam bién a las lám inas? Sí, com o se m uestra p o r las críticas de Kepler. P or añ ad id u ra, había m uchas razones p o r las que el telescopio no era considerado unánim em ente com o un fiable p ro d u c to r de hechos (algunas de estas razones, em píricas y teóricas, h an sido expuestas en TCM ). La afirm a ción de W hitaker, hecha en su segunda com unica ción, de que los dibujos de la luna hechos p o r G ali leo tienen u n a excelente calidad co m p arad o s con 41
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imágenes m odernas, es algo irrelevante con respecto a esta discusión. El caso de las observaciones de la luna hechas p o r G alileo constituye sólo una pequeña p arte de mi argum entación de que G alileo no aplicó lo que la m ayoría de los científicos y todos los filósofos de la ciencia consideran hoy com o el «m étodo cientí fico adecuado» y que no podría haber realizado sus descubrim ientos de dicho m odo. En cuanto la investigación histórica avanza y altera nuestras ideas sobre el p asad o , la evidencia que yo em pleo en mi argum entación tam bién puede, naturalm ente, q u ed ar m odificada. Estoy claram ente decidido a conceder que esto puede hacer más «científico» a G alileo en algunas áreas. Sin em bargo, debates más recientes (algunos de ellos m encionados en TCM: h ablo de la d em ostración hecha en la to rre incli n ada, del experim ento con el plan o inclinado de sus observaciones de las lunas de Júpiter, del paso del ím petus a la relatividad galileica) han m ostrado que está más bien aum entando el núm ero de áreas en que aparece m enos «científico». E sto no convertirá en un mal científico a G alileo; sim plem ente m uestra que la ciencia tiene poco que ver con lo que los filósofos, e incluso los mismos científicos, dicen sobre ella. M ientras que G A se equivoca, p o rq u e la perpleji dad oscurece su visión, la razón del fallo de JW es sim plem ente incom petencia. V erdaderam ente, su ap o rtació n es un triste ejem plo del deterioro de los estándares de la discusión racional que se han im puesto en la LSE tras la m uerte de Im re L akatos. JW expone cu atro quejas: una concerniente a la p reten d id a originalidad de mis ideas, o tra sobre mi form a de ver la relación entre teorías y hechos, o tra sobre el experim ento de la torre y, finalm ente, otra sobre mi in terpretación del m ovim iento brow niano. - P ara em pezar, yo nunca he pretendido en ningún 42
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sitio haber inventado las ideas que discuto. T odo lo contrario: más de una vez he rehusado el dudoso h o n o r de h ab er sido el iniciador de una y o tra inte ligente ideílla 21. D esde luego, he h ab lad o y escrito de una fo rm a muy directa, pero esto, sólo puede crear confusión en los seguidores de «pensadores» que consideran su afirm ación m ás trivial com o su más íntim a pro p ied ad y que carecen de inform ación histórica p a ra conocer m ejor las cosas; en una palabra, entre los popperianos 22. En segundo lugar, JW me atribuye el «truism o de que los “ hechos teó ricos” son dependientes de la 21 C om o ejem plo cf. cap. 6, n o ta 1, de m is P hilosophical Papers, vol. I (C am bridge, 1981). Este tra b a jo se pub licó por p rim era vez en 1965. En la versión original yo tam b ién m encio n aba a P opper. H a b ien d o descubierto luego que su c ontribución al pro b lem a d iscu tid o es nula, he b o rra d o su n o m b re de la lista. “ Es curioso o b serv ar la frecuencia con que la gente inter p reta u n a fo rm a de escribir directa y sincera com o si im p licara preten d er ser original. P erm ítasem e repetir p o r esto lo que he dicho frecuentem ente en mis conferencias y he su b ra y a d o en m is trabajos escritos: ninguna de las ideas que describo y defiendo es p ro p ied a d m ía. N o soy un c rea d o r de ideas —p a ra eso se necesitan talentos m uy distin to s del m ío— ; soy un d efen so r y un p ro p a g an d ista de ideas valorables pero m altratad a s, es decir, soy u n a especie de p eriodista. ¿Quién inventó las ideas que yo defiendo? N o A d o rn o , com o dice J u tta . Y tam p o c o P opper, c o m o escribe A gassi en su confusa explosión. N o m e interesan efím eros insectos filosóficos com o éstos. P ero he a p ren d id o de P rotágoras, al cual el m ism o P latón le p re sen tó de tal form a que p erm ite q u e u n a te n to lecto r p u ed a re fu ta r la m ism a crítica de P latón. H e a p ren d id o de K ierkegaard, que e la b o ró excelentes a rgum entos c o n tra c ualquier filosofía de resultados y c o n tra c u alq u ier fo rm a de racionalism o b a sa d a en el p ro g reso e n el cam po de los resultados. H e a p ren d id o de H elm h o ltz, M axw ell, B oltzm ann, D uhem y M ach, que hace ya tiem po pusiero n en claro que el c am b io científico p u e d e d e rrib a r c u a lq u ie r p a u ta , aunque sea «racional», sin tener que term in ar en el caos. He a p ren d id o de A ristóteles que las fan tasías a b stra c ta s c u en tan poco c u an d o se las c o m p a ra con los elem entos de las fo rm as de vida de d o n d e surgieron. E sto s y o tro s m uchos escritores h a n sido m is m aestro s, y yo he in te n tad o «rehabilitarlos» del m ism o m o d o que L essing re h ab ilitó en sus R ettungen a g ra n d es y difam ados escritores.
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teoría», así com o argum entos que «dependen de to m ar “ hecho” a un nivel teórico m uy elevado». Lo que realm ente afirm o en el texto en que se explican estos tem as es que todos los hechos son teóricos (o, de m odo fo rm al, «hablando lógicam ente, todos los térm inos son “ teóricos” » 23). Y esto no es una afir m ación que introduzco sin m ás p ara convertirla luego en base de posterior retórica: to d o el texto está dedicado a m o strar que, y p o r qué, esto es p re ferible a o tras alternativas, incluyendo la que el mism o JW parece tener en la cabeza 24. Las quejas 23 Phil. Papers, vol. I, p. 32, n o ta 22, últim a frase. «T heory ladenness» (carga teórica) fue in tro d u c id a p o r H a n so n en 1958 (P atterns o f D iscovery). El m ism o a ñ o p u b liq u é yo «An A ttem p t a t a R ealistic In te rp re ta tio n o f E xperience» (reim preso co m o cap. 2, vol. I, d e m is Philosophical Papers), d o n d e se in tro d u c e la tesis del c ará cte r plenam ente teó rico de todos los hechos (y n o só lo de los hechos teóricos), se la fu n d a a rg u m e n tativ am en te y se la defiende c o n tra las críticas. A q u í JW puede e n c o n tra r to d o s los «argum entos reales» que quiere escuchar. Sobre el m ism o p u n to pueden en co n trarse m ás a rg u m e n to s en mi tra b a jo « D as Problem d e r E xistenz T h eo retisch er E n titäten » , que ap areció en 1960. JW no tra ta estos a rg u m en to s en ningún sitio. 24 JW tiene g ran dificultad con la n a tu ra le z a de los hechos. Q uiere d istin g u ir en tre hechos em píricos y hechos teóricos, p ero no tiene idea de cóm o separarlos. En alg u n a ocasión define la diferencia en térm in o s p u ra m e n te psicológicos (lo que m ucho antes que él, y de una form a m ucho m ás clara, fue hecho ya p o r C a rn ap , en Testability and Meaning, y p o r mí m ism o, en «A ttem p t» , sección 2), co m o una diferencia entre hechos que son a ce p ta d o s p o r to d o s los expertos en un cierto dom in io y o tro s hechos que suscitan debate. En o tra s ocasiones parece su p o n e r que el acu e rd o logrado es algo m ás que psicológico, p e ro fu n d a m e n ta d o sobre los m ism os hechos: los hechos em pí ricos e starían m enos im pregnados de teo ría de lo que lo están los hechos teóricos; ten d rían un «núcleo em pírico». N e u rath , C a rn a p y yo d iría m o s que tales hechos aparecen co m o m enos invadidos p o r teoría: los antiguos griegos p ercibían d irectam ente a sus dioses; estos fenóm enos no m o stra b a n ningún elem ento te ó ric o , p e ro a lg u ie n d e sc u b rió e v e n tu a lm e n te la id e o lo g ía com pleja existente en la base y m o stró cóm o incluso «hechos» m uy sencillos están c o n stitu id o s p o r una e stru ctu ra ex tre m a d a m ente com pleja (cf. TCM , cap. 17). Los físicos clásicos descri-
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de JW n o tienen n a d a que ver con esta posición y con estos argum entos. El arg u m en to de la torre, según JW fue d esarro llado p o r G alileo del siguiente m odo: la tierra en m ovim iento, de acuerdo con la teo ría aristotélica bían y siguen describ ien d o n u estro e n to rn o en un lenguaje que a penas c o n sid era la relación entre el o b se rv ad o r y los objeto s o bservados (suponem os cosas estables e inalterables; basam os nuestros ex perim entos en ellas), pero la teo ría de la relatividad y la teo ría cu án tica nos h a n hecho c o n s ta ta r que este lenguaje, esta form a de percepción y esta m anera de realizar experim entos tienen consecuencias cosm ológicas. N o se fo rm u la n explícita m ente las consecuencias — y p o r esto no las a d v ertim o s y seguim os h a b la n d o sencillam ente de «hechos» em p írico s— , pero dichass consecuencias se e n cu e n tra n en la base de to d o s los fenóm enos; es decir, los hechos a p are n te m en te em píricos son plenam ente teóricos aun cuando frecuentem ente fu ncionen como jueces entre alternativas teóricas. JW su p o n e q u e tales jueces deben c o n te n er o u n a c o m p o n e n te teórica n e u tra l, o un núcleo n o-teórico «fáctico»; es decir, supone que los científicos que u ti lizan hechos al ex am in ar diversas teorías no los a lte ra n , p o r ejem plo, n o los convierten en hechos diferentes. Se m uestra fácilm ente el e rro r de esta suposición. Los relativistas y los teó ricos del éter tienen hechos diferentes, p recisam en te en el d o m i nio de observación. P a ra el relativista, la m asa, la longitud, el intervalo de tiem po ob serv ad o s son proyecciones de estru ctu ras de c u a tro dim ensiones en ciertos sistem as de referencia (cf. Synge, en D e W itt y D e W itt, R elativity, Groups and Topology, New Y ork, 1964), m ientras que el « absolutista» los considera com o p ro p ied ad es intrínsecas de los objetos físicos. El relativista adm ite que las descripciones clásicas (pensadas p a ra expresar hechos clásicos) pueden usarse ocasionalm ente p a ra tra n s p o rta r inform ación so b re hechos relativistas y no las em plea en las cir cun stan cias p e rtin en te s. P ero esto n o im plica que él acepte su interpretación clásica. T o d o lo c o n tra rio . Su a ctitu d está m uy cerca de la del p siq u ia tra que puede h a b la r con un pacien te que cree estar poseído, em pleando el lenguaje del paciente, sin que ello im plique que acepte tam bién una o n to lo g ía de d em onios, ángeles, etc.: n u e stra fo rm a no rm al de h a b la r, incluyendo los a r g u m e n to s c ie n tíf ic o s , es m u c h o m á s c lá s ic a d e lo q u e cree JW . T o d as estas cosas h a n sido explicadas con gran d etalle en la lite ratu ra de los p asad o s trein ta años (la arg u m e n ta c ió n de las últim as líneas, p o r ejem plo, se explica en la sección 7 de mi « E x p lan atio n , R eduction a n d E m piricism », que se p ublicó p o r prim era vez en 1962; a h o ra , en el cap. 4 del vol. 1 de m is Philo-
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del m ovim iento, haría que la piedra se ap artase de la torre. La p ied ra no se a p a rta de la torre, luego, afirm a el G alileo de JW , «el experim ento no refuta a C opérnico, sino a un sistem a teórico más am plio», y reem plaza la dinám ica de A ristóteles que es p arte de este sistem a, p o r su p ro p ia ley de iner cia. Al hacer esto perm anece dentro del m arco del análisis de la teoría del cam bio de D uhem . Más especialm ente, él corrige un «error lógico» de los anti-copernicanos según el cual la afirm ación falsa (la piedra se m ueve alejándose de la torre) seguiría directam ente de la suposición de que la tierra gira. H asta aquí JW . Pero, en prim er lugar, el pretendido «error lógico» nu n ca fue com etido por los anti-copernicanos. Estos sabían m uy bien que la conclusión nece sitaba p o r lo m enos dos prem isas. Tam bién las m encionaban, pero dirigían la flecha de la falsifica ción sólo c o n tra una de ellas —el m ovim iento de la tierra— , pues la o tra prem isa era teóricam ente plausible y estaba confirm ada en un alto grado, y, adem ás, no era el asu n to en discusión (cf. los com entarios de P opper a la argum entación de D uhem ). En segundo lugar, el reem plazam iento de la ley de inercia de A ristóteles fue sólo una p arte de los cam bios llevados a cabo por Galileo. La ley aristosophical Papers), y especialm ente en el espléndido ensayo de L ak a to s so b re los p ro g ra m a s de investigación, p e ro JW parece qu e n o ha o íd o nunca n a d a de esto. Su form a de p la n te a r p ro blem as, su term inolo gía, sus sugerencias pertenecen a alguna e d ad arcaica a n te rio r al p rim er p e ríodo de ilustración d e n tro del C írculo de V iena que e n co n tró su expresión en la o b ra de C arn a p , T estatibility and M eaning. P or esto ad m ito que m e equivo q u é al d e n o m in a r «falsas» (C SL , p. 256) las sugerencias de JW ; p ero tenía m is razones; d a b a p o r hecho que el a n tig u o a lu m n o de L akatos estaba m ejor in fo rm ad o de lo que está realm ente. La a p o rta c ió n de JW m u estra que m e h a b ía e q uivocado. JW no es u n a persona de intenciones «falsas»; es sim plem ente incom pe tente.
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télica describía m ovim ientos absolutos, y lo m ism o hizo el arg u m en to de la torre (la predicha desvia ción de la p ied ra de la torre es, desde luego, la dife rencia entre dos m ovim ientos absolutos y, p o r eso, un cam bio relativo; pero el problem a es lo que cam bió G alileo y no las razones por las que realizó dichos cam bios). Si se introduce una nueva «hipóte sis auxiliar», entonces esta hipótesis tam bién debe utilizar nociones absolutas: debe ser u n a form a de la teoría del Ímpetus. P or o tro lado, G alileo se con virtió g radualm ente en un relativista del m ovi m iento (TC M , página 63, n ota 82; página 83, n o ta 117). Su hipótesis auxiliar tenía que funcionar sin ímpetus. Así, al final, él no sólo cam bió una hipótesis de un sistem a conceptual no m odificado en lo dem ás (el m ovim iento absoluto es alrededor de la tierra, o alred ed o r del sol, pero no directam ente hacia el centro), sino que sustituyó los concep tos del siste m a p o r o tro s c o n c e p to s: in tro d u jo u na nueva m isión del m undo. El prim er proceso puede ex p resarse p o r el esq u em a de D uhem ; el segundo, no. En el caso del m ovim iento brow niano, final mente, JW ofrece un análisis ju n to con unos pocos apartes teatrales sórdidos. Estos son ingenuos, o, p ara expresarlo de u n a form a suave: ¿Por qué con sideran E xner y G ouy el m ovim iento brow niano com o un riesgo p a ra la segunda ley? P orque consi deraban la hipótesis atóm ica, aunque esta hipótesis les condujo ya una vez a dificultades (ver las m edi das de Exner que se exponen en TCM, página 24, n o ta 27). Los cálculos del equilibrio de energía que se supone determ inan si la energía de la partícula es o btenida del fluido sin m ás trabajo, usan la prim era ley, no la examinan. En lo que atañe al m ovim iento brow niano, mi respuesta es la siguiente. Yo in tro duzco un argum ento. JW dice que él no com prende este argum ento. H asta aquí to d o va bien. P ara 47
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co m p ren d er el argum ento, JW lo traduce a un len guaje fam iliar p a ra él, a una especie de lógica chapurrera. Esto es tam bién un m étodo m uy razonable: si yo no entiendo un argum ento intentaré reform ularlo a mi m odo. JW va m ás allá. L am enta que yo no haya fo rm u lad o mi argum ento en su lenguaje ya desde el principio. Esto sería una queja legítim a si yo hubiera escrito el argum ento personalm ente para JW . Pero esto no lo hice. Lo construí p ara físicos que favorecen un m onism o teórico, y éstos parecen haberlo com prendido perfectam ente (originalm ente, el argum ento provenía de D avid Bohm ). A dem ás, JW no presen ta precisam ente u n a objeción a que se le haya dejado fuera, sino que supone que el len guaje que él com prende es el único razonable. En esto, ciertam ente, se equivoca, com o se m uestra p o r el sinsentido que produce su traducción 25. C om o los nativos que hablan un lenguaje del que no conocen sus propios límites, él proyecta el sin sentido sobre mi p ro p io argum ento y pretende h aber m o strad o así su incoherencia. Yo, p o r o tro lado, concluiría que hay m uchas cosas que pueden expresarse m ucho m ejor en el lenguaje inform al uti lizado p o r los científicos cuando discuten problem as del cam bio teórico; es decir, argum entaría: supon gam os que poseem os una teoría T (y con esto aludo a to d a la teoría com pleja más las condiciones inicia les, m ás las hipótesis auxiliares, etc.). T afirm a que o cu rrirá C. C no ocurre; en su lugar ocurre C ’. Si se conociera este hecho, entonces uno po d ría decir que T ha sido refutada y C ’ sería la evidencia refu25 Su noción de evidencia, p o r ejem plo, le hace im posible h a b la r de evidencia desconocida o de sucesos que, a u n q u e bien cono cid o s y a u n q u e exista evidencia, no son conocidos com o e v id e n tes. M i n o c ió n de ev id en cia es de o tro tip o d is tin to , m ás cercana a la form a com o h ablan los físicos (y que tam bién c o n cu erd a con el uso del térm in o en S herlock H olm es); JW parece su p o n er que su noción es la única legítim a.
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tad o ra (nótese que yo no distingo entre hechos y afirm aciones; no hay paso en la argum entación que dependa de la distinción, y ninguna persona inteli gente se sen tiría confusa ante tal ausencia). S upon gam os ah o ra, adem ás, que las leyes de la naturaleza nos previenen p a ra que no sepam os C y C ’: no hay experim ento que pueda inform arnos sobre la dife rencia. P o r o tro lado, p o d ría ser posible identificar C ’ de u n a fo rm a vaga, con la ayuda de efectos especiales que o curren ante C ’ pero no en presencia de C y que son excluidos p o r T, pero postulados p or una teo ría altern ativa T \ Un ejem plo de tales efectos sería que C ’ pone en m ovim iento un m acroproceso M 26. En tal caso, T ’ puede ay u d arn o s a en co n trar u n a evidencia co n tra T que no h abría sido descubierta utilizando sólo la teoría T y los experim entos descritos con sus categorías: p ara Dios, M o C ’ son evidencias co n tra T; nosotros, sin em bargo, necesitam os T ’ p ara tener seguridad de este hecho. El m ovim iento brow niano es un caso especial de esta situación general: C son los proce sos en un m edio no p ertu rb ad o en equilibrio tér mico, según la teo ría fenom enológica de la term o dinám ica; C ’ son los procesos en el m ism o m edio( según la teo ría cinética. C y C ' no pueden distin guirse directam ente p o r ningún instrum ento, porque la m edida del contenido en calor contiene las mis mas fluctuaciones de calor que suponía revelaría. M es el m ovim iento de u n a partícula brow niana; T ’, la teo ría cinética. C om o en el caso de G alileo, es posible p resio n ar estos elem entos en el esquem a de D uhem diciendo que se ha reem plazado u n a hipóte sis auxiliar p o r o tra y que así se h a elim inado algo de la dificultad —pero nótese que, en nuestro caso, no fue la dificultad la que condujo a la sustitución, 26 JW tiene dificu ltad es con «triggers» [«im pulsar», en el sen tido del gatillo p a ra d isp a rar (N. del T .)\ C u alq u ier d iccionario le puede in fo rm a r sobre el significado del térm ino.
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sino que ésta nos ayudó a encontrar la dificultad— y este p u n to se ha perdido com pletam ente en el análisis de JW (es com o si alguien negara la dife rencia entre los m étodos de inducción y de falsifica ción p o r el m o tiv o de que en am bos casos se d ed u cen afirm aciones singulares de. otras generales). Estoy dispuesto sinceram ente a adm itir con Ian H acking (IH ) que la ciencia es más com pleja y poli facética de lo que yo he expuesto en alguno de mis escritos an teriores e incluso en algunas partes del TCM. He com etido dos tipos de equivocaciones: he tenido u na idea dem asiado sim plista de los elemen tos de la ciencia, y he tenido u n a idea dem asiado sim plista de la relación entre los elem entos. La cien cia contiene teorías, pero éstas no son sus únicos ingredientes ni pueden analizarse éstos en térm inos de proposiciones asertivas (o de entidades de Sneed, en esta m ateria). La ciencia ocasionalm ente analiza sus ingredientes en térm inos de los conceptos dis ponibles m ás abstractos, pero este m étodo no es universal ni aplicable universalm ente. P or ejem plo, puede que no sea posible tra ta r teorías ya d errib a das com o casos especiales de sus sucesores; en cam bio, quizá debam os restringirlas am bas a dom inios especiales (por ejem plo, la teoría cuántica y la m ecánica clásica del punto). En conjunto, la em presa científica puede ser algo m ás cercano a la m ultiform idad de las artes de lo que han supuesto los lógicos (y yo entre ellos) y existen indicios de que el progreso científico es im posible m ientras prevalezcan tendencias abstractas y universalizadoras. Mis prim eras dudas sobre el m étodo ab stracto surgieron del estudio de los escritos de W ittgenstein; p ero yo expresaba entonces mis dudas de form a ab stracta, en térm inos de problem as concep tuales (inconm ensurabilidad, elem entos «subjetivos» de la teoría de la explicación). Al iniciar el trab a jo del capítulo 17 de T C M me encontré ante cuestiones 50
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m ás precisas sobre la naturaleza, el origen y la ade cuación de los m étodos abstractos, ta n to en las ciencias com o en la filosofía de la ciencia 27. Inten tando co n testar a las cuestiones y resolver las dudas, distinguí entre dos tipos de tradiciones que yo he d en o m in ad o tradiciones abstractas y trad icio nes históricas respectivam ente 28. H ay m uchos m odos de caracterizar estas tradiciones. U na dife rencia que encontré com o p u n to de p artid a favora ble es la fo rm a en que los dos tipos de tradiciones tratan sus objetos (gente, ideas, dioses, m ateria, universo, sociedades, etc.). Las tradiciones ab strac tas form ulan proposiciones. Las proposiciones se sujetan a ciertas reglas (reglas lógicas, reglas de experim entación, reglas de argum entación, etc.) y los objetos sólo afectan a las proposiciones en con form idad con las reglas. Esto — se dice— garantiza la «objetividad» de la inform ación tran sm itid a p o r las proposiciones o el «conocim iento» que ellas con tienen. Es posible entender, criticar y m ejo rar tales proposiciones sin h aber tro p ezad o con u n o solo de los objetos descritos (ejem plos: física de las p a rtíc u las elem entales; psicología conductista; biología 27 A quí me a y u d a ro n tres libros: el m agnífico Discovery o f the Mind, de B runo Snell; Principies o f E gyptian Art, de H einrich Schäfer, O xford, 1974 (lie u tilizado la edición ale m an a m ucho m ás d e so rd en a d a , p e ro tam bién m ucho m ás in teresan te, que fue p re p ara d a to d av ía p o r el m ism o a u to r), y la o b ra de V asco R onchi, Optics, the Science o f Vision. H o y a ñ a d iría los escritos sobre la h isto ria del arte de Panofsky y, especialm ente, su o b ra que ab re nuevas ru tas, D ie P erspektive als «Sym bolische Form», (reim presa en A u fsätze zu Grundfragen der Kunstw issenschaft, Berlin, 1974), y A lois Riegl, Spätröm ische Kunstindustrie, W is senschaftliche Buchgesellschaft, D a rm stad t, 1973. E stos e scrito res h a n c o m p re n d id o m ejor que casi to d o s los filósofos m o d er nos el p roceso de la adquisición del co nocim iento y el cam bio de conocim iento. 28 P ara detalles, cf. cap. I, vol. II, de m is Philosophical Papers. El tem a fue m ás e la b o ra d o en mi lección in au g u ra l, E T H -Z ü rich , 7 de ju lio de 1981, con el título de W issenschaft als Kunst (C iencia co m o A rte).
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m olecular que puede ser expuesta por personas que jam ás han visto en su vida un perro o un cerdo). Los m iem bros de las tradiciones históricas tam bién form ulan proposiciones, pero llegan a ellas y las exam inan de u n a form a totalm ente distinta. A ctúan com o si supusieran que los objetos poseen un len guaje pro p io e intentan aprenderlo. Intentan ap ren derlo no basándose en teorías lingüísticas, sino p o r inm ersión, lo m ism o que los niños pequeños se fam iliarizan con el m undo. P ara describir un p ro ceso de este tip o son totalm ente inadecuadas cate gorías del m étodo de acceso abstracto, com o, p o r ejem plo, el concepto de verdad objetiva. S uponga mos que un extranjero quiere entender el signifi cado de una expresión facial concreta. Al principio, él no tiene idea de que hay una cosa «objetiva» que debe entenderse: él reacciona sim plem ente. Su p ri m era reacción d a form a a lo que de o tro m odo sería un fenóm eno neutral o am biguo (¡relaciones de figura y trasfondo!). El cam bio es advertido por la persona observ ada, provoca u n a to m a de con ciencia de sí y cam bia, adem ás, el am biente del fenóm eno (la am abilidad de una persona am able que vive entre gente am able es diferente de la am a bilidad de un proscrito). A ñádase la articulación debida al lenguaje, norm as sociales, pensam iento, poesía, artes, costum bres y religión; considérese cóm o el desarrollo, el descubrim iento de cosas irre levantes, accidentes, m itos interfieren constante m ente en el proceso y p o d rá verse lo absurdo de la idea de una sonrisa am istosa «objetiva» que estaría sim plem ente d ad a ahí, y la de un investigador «científico» que se acercaría gradualm ente cada vez más a su «verdad» 28°. El ejem plo tiene aplicaciones 280 W illy H ochkeppel, cuya noción de verd ad está firm em ente fu n d a d a en trad icio n e s a b strac ta s, no parece c o m p re n d er que la v erdad, tal com o o c u rre en las tradiciones históricas, no sólo guía d e sa rro llo s, sino que también queda constituida por ellos, y
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inm ediatas a cam pos tales com o la psicología, la sociología, la antropología, pero tam bién se aplica a la física (com plem entariedad). En m edicina tenem os la vieja d isp u ta entre los curadores que aprenden m edicina en co ntacto directo con m aestros y gente enferm a (sana) y los teóricos que desarrollan nocio nes ab stractas de salud, enferm edad y los corres pondientes tests abstractos 29. A m bas tradiciones históricas em plean todos los talentos del hom bre, m ientras que las observaciones abstractas se reali zan de u na form a rigurosam ente som etida a reglas. Es b astan te interesante n o tar que las tradiciones abstractas frecuentem ente se convierten en tradicio nes históricas y conservan su fecundidad sólo si no se excluyen del to d o tales cam bios. Esto está tam bién co n firm ad o p o r lo que decía yo hacia el final de la sección 2: la ciencia buena es un arte, no una ciencia 30. El análisis de IH es una excelente ilustra p o r eso se m odifica de un p erío d o h istórico a o tro . E sto es un rasgo in m am ente de la histo ria, no un fin objetivo situ ad o fuera de ella. T eniendo este c ará cte r, ni puede a poyarse en « d e sa rro llos o ntogenéticos o filogenéticos», ni tam p o c o puede ser una «alternativa»: es d e m a siad o b lan d a e in articu lad a com o noción que p u d iera fu n c io n a r com o a ltern ativ a o su m in istra r u n a base p a ra una alternativa. 29 P arte del d e b ate se explica en Paul M eehl, Clinical vj. Slatistical Prediction, M inneapolis, 1966. 50 M arg h erita von B rentano afirm a que las trad icio n es h istó rica y a b stra c ta son p a rte s de un proceso universal de racio n ali zación, que com enzó en la a n tig ü e d ad y que p e rd u ra h a sta hoy. E sto es v erd ad , p ero no elim ina el a n tag o n ism o , el ansia del lado a b stra c to p o r lo g rar el pred o m in io , ni tam p o c o elim ina las d istorsiones del proceso cau sad as p o r tal ansia. Jen ó fan e s, Parm énides, H eráclito y especialm ente P latón se o p onen a H om ero, el « ed u cad o r de to d o s los griegos» (Jenófanes), el «general» de to d o s los filósofos (P latón); critican en p a rte el co n ten id o , en p a rte la fo rm a del pensam iento hom érico (las objeciones del Sócrates p lató n ico , que parecen revelar equivocaciones triviales de los interlo cu to res, son de hecho objeciones a tradiciones in d e p e n d ie n te s d e c o n te n id o p ro p io ; cf. B ru n o S n e ll, D ie E nldeckung des Geistes, G ó ttin g e n , 1975, así com o K. J. D over, G reek Popular M orality, Berkeley-L os A ngeles, 1974). L os nue-
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ción del aspecto-arte de la experim entación cientí fica (y de o tras cosas que ocurren en las ciencias). A nthony Perovich (AP) m uestra que, al discutir la in co n m ensurabilidad, yo he pasado de una ver sión sem ántica a u n a versión ontológica, y que oca sionalm ente ha co n fundido am bas cosas. El cam bio se explica (post hoc, ¡desde luego!) p o r mi creciente convicción de que la m etodología es algo p arasita rio en la o n tología y no al revés. La idea del au m en to de conten ido, p a ra aducir un único ejem plo, tiene sentido en un m undo infinito ta n to cuali tativa com o cuantitativam ente; no tiene sentido en un m undo finito. Yo añ ad iría que los «principios universales» no deben interpretarse de una form a d em asiado intelectualista (TC M , página 264 y siguientes). P or ejem plo, no deben interpretarse com o principio de uso lingüístico que pueden sepa rarse de su em pleo y discutirse aisladam ente. Q ui siera, pues, su b ray ar que la inconm ensurabilidad no dificulta el tráfico entre las tradiciones, com o han dicho D uerr, F ran z y otros antes de ellos 30a; y que vos conceptos que in tro d u c e el criticism o son de p o b re c o n te nid o , pero este m ism o rasgo es lo que les perm ite u sarlos en p ru e b as «objetivas». Los co n cep to s a n te rio re s son m ás ricos: dependen de circunstancias, no o riginan pru eb as, sino conside raciones d e p lau sib ilid ad (cf. Snell, op. c it., cap. I, así co m o Die A usdrücke f ü r den B e g riff des W issens in der Vorplalonischen Philosophie. B erlín, 1924, reim preso en New Y ork, 1976). La « p rueb am anía» se extiende y ejerce u n a fuerte influencia sobre el de sa rro llo de las ciencias: las consideraciones de objetividad logran el pred o m in io . M uchos tem as del pen sam ien to en el siglo xx (m étodos clínicos versus estadísticos en psiq u iatría; m edicina analítica versus holística; intuicionism o versus fo rm a lism o en m atem áticas; m atem áticas de d e m o stra ció n versus m atem áticas de raciocinio plausible; y así sucesivam ente) son la expresión tard ía de esta «vieja querella entre las artes y las cien cias», tal com o lo ex p resab a ya P la tó n , y no o tra cosa es la dis p u ta en tre los filósofos del lenguaje o rd in ario y los filósofos que recom iendan la c onstrucción de lenguajes form alizados. Los p aralelo s e n tre H o m e ro y los filósofos del C om m onsense están, p o r tan to , lejos del anacronism o. 3-°a Yo d iscutí la in co n m e n su rab ilid a d varios añ o s antes que
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esto no es una objeción al intento de encontrar p untos de vista unificados (com o parece haber supuesto Scheurer cierto tiem po 31). Lo que esto im pide es un «cam bio dirigido» (C SL , página 28) que restringe un debate im poniendo ciertas condi ciones 32. Estoy de acuerdo en que la inconm ensu rabilidad no excluye un realism o en el sentido de AP, pero, cuando los científicos declaran que las cosas son reales, piensan en objetos fenom enológicos, y aquí mi argum entación conserva to d a su fuerza. A lan M usgrave ha m ostrado que la trad ició n instrum entalista de la astronom ía antigua era m ucho m ás débil de lo que pretendía D uhem . Lo que él olvidó m encionar es que la ciencia m oderna con K uhn in tro d u je ra el térm ino, y m ostré ya cóm o p o d ría c o m p a rarse teorías in conm ensurables y cóm o p o d ría n p re p ara rse entre ellas experim entos cruciales. Cf. Philosophical Papers, vol. I, cap. 2, n o ta 21 y texto. Cf. su R évolutions de la Science et perm anence du réel, París, 1979. 32 Las condiciones son, en su m ayoría, de tipo sem ántico (estabilidad del significado, a u m e n to de co n ten id o , y así sucesi vam ente). Se las viola en to d a discusión in teresante. Y, cierta m ente, son violadas d u ra n te las revoluciones científicas. Pero n o so tro s po d em o s, n a tu ra lm e n te , c o m p a ra r teorías de otras m uchas m aneras. Así, una teo ría lineal (es decir, una teoría cuyas ecuaciones fundam entales sean ecuaciones diferenciales lineales) es preferible a u n a teoría no lineal; u n a teo ría que p ro duce fácilm ente hechos es preferible a u n a teo ría q u e no es coherente (en la práctica, esta exigencia puede e n tra r en con flicto con la exigencia precedente), pues existen condiciones m etafísicas tales com o el «principio de realidad» de E instein, etcétera. Así pues, p odem os e n c o n tra r (y se han e n c o n tra d o fre cuentem ente) teorías que tra ta n con áreas que antes eran cub ier tas p o r u n a varied ad de diversas teorías. Este caso, sin em bargo, im plica casi siem pre un cam bio de significado: lo que la nueva teo ría a firm a so b re el d o m in io es d istin to de lo que d ecían las teorías p recedentes sobre él y, así, las condiciones sem ánticas m encionadas a rrib a pueden tam bién ser v ioladas (nótese, inci d en talm en te, que el m ero cam bio de significado no es suficiente p a ra la in co n m e n su rab ilid a d : el c am b io d ebe ser de tip o es pecial).
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du jo a un instrum entalism o de signo contrario: ah o ra se considera com o instrum entos a cualidades y leyes cualitativas. Lo m ism o se aplica a los lazos entre observaciones (subjetivas) y predicciones (obje tivas) que están en la base de to d as las observacio nes o experim entos «m odernos». A ristóteles ha establecido dichos lazos en su Física; ahí no existía el problem a cuerpo-espíritu. La ciencia m oderna utiliza el instrum entalism o en su p ro p ia base, y lo m uestra (p o r ejem plo, la teoría cuántica de la m edida). En u n a co rta introducción que no tiene n ad a que ver con el tem a central de su texto y que parece h ab er añ ad id o com o una especie de reflexio nes posteriores, M usgrave presenta una curiosa crí tica de un tra b a jo m ío a n terio r 33. En dicho tra b a jo m o strab a yo que la m ayoría de los argum entos filo sóficos en favor de una interpretación realista de la ciencia eran dem asiado débiles, que existían casos especiales d o n d e podían ser derribados p o r conside raciones físicas, que p o r esta razón debía hacérseles m ás fuertes, y pasaba entonces a desarrollar una versión m ás fuerte de realism o que pudiera resistir incluso a los co n tra-argum entos físicos. Según M usgrave, yo hago lo contrario: intento en co n trar argum entos universales p a ra el instrumentalismo. No puedo pen sar que A lan haya leído m al mi trab ajo , pues es un crítico m uy esm erado y mi texto es uno de los m ás claros que he escrito yo jam ás, pero estoy dispuesto a aceptar un alegato de dem encia tem poral. Perm ítasem e añadir, incidentalm ente, que ya no creo en la im p o rtan cia de tales pruebas gene rales, com o las que expuse en dicho trab a jo , p a ra nuestra com prensión de la ciencia. Estoy de acuerdo con prácticam ente todos los p untos y objeciones presentados en el herm oso 33 R e im p re so c o m o c ap . 11, vol. I, de m is P h ilo so p h ica l Papers.
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ensayo de G ro v er Maxwell sobre el problem a cuerpo-espíritu. A d m ito que, a pesar de mis buenas intenciones, «con dem asiada frecuencia recaí en la [...] p ráctica em piricista [...] de tra ta r el significado de una fo rm a apriórica» (pero tam bién tuve mis m om entos de lucidez y entonces tra té los significa dos com o estru ctu ras neurofisiológicas o com o «program as» 34). T am bién adm ito que ocasional m ente olvidé la natu raleza d e la teo ría pragm ática de la observación (p ara mis m om entos de lucidez en este p u n to , cf. mi p equeña nota «Science w ithout Experience» 35). Es verdad que, al criticar relaciones de fam iliarización cognitiva, «presenté un títere». Pero, realm ente, yo no fui el que lo presentó, sino los p artid ario s de d ato s sensibles, aunque al elim i n arlo creo que he elim inado todos los aspectos de fam iliarización cognitiva, y así, ciertam ente, me he equivocado. N o fui coherente en mi e rro r porque ocasionalm ente supuse, com o había hecho Russell, que el cerebro p o d ría ser directam ente percibido, pero no saqué la conclusión lógica y declaré que algunos hechos eran m entales. No me p ertu rb a dem asiado que algunos de mis argum entos sum inis tren m unición al m entalista elim inativo (esto me parece que se aplica a todos los argum entos sobre tem as contingentes). En lo que concierne a la p ro pia teo ría de G ro v er, mi único problem a es que se apoya dem asiado en nociones y m étodos científicos. Ya sé que en el p asad o yo m ism o fui un caprichoso de la ciencia, pero actualm ente me he hecho muy escéptico sobre la a u to rid a d de la ciencia en tem as ontológicos. El hecho de que la «ciencia funciona» no elim ina mi incom odidad. La ciencia funciona algunas veces, y con frecuencia falla. Y, adem ás, la eficiencia de la ciencia viene determ inada p o r crite 54 C fr. m is P hilosophical Papers, vol. I, cap. 6, vol. II, cap. 9. 35 N ueva p u blicación en cap. 7, del vol. I de Phil. Papers.
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rios que pertenecen a la tradición científica. La ciencia no salva alm as, pero esto no es parte de su «funciona». Yo concluiría, pues, que G M ha m os trad o cóm o nuestras ideas sobre espíritu y cuerpo pueden desarrollarse d en tro del m arco científico sin p or eso elim inar nociones que pueden desem peñar un im p o rtan te papel en otros m arcos de referencia. F inalm ente, el sutil estudio de caso de Van de Vate tiene un significado m uy personal p a ra mí. Joachim -C asim ir Schm oller (no Schm óller, com o sugiere equivocadam ente: el papel del m anuscrito que utiliza debe de haber tenido un grano muy grueso o h a sido incidentalm ente desfigurado por depósitos de insectos; debería dársele un buen cris tal de aum ento o hacérsele m irar m ás exactam ente) es un p ariente lejano mío. El legado literario de mi tía m aterna, Josefine M utzenbacher, contiene un m anuscrito b astan te confuso de su p ro p ia m ano, que ah o ra, finalm ente, encuentra su explicación. Puedo co nfirm ar las atrocidades de su latín, aunque su alem án no es m ucho mejor: Schm oller era de origen polaco (no se conserva su nom bre polaco, lo que confirm a o tra de las hipótesis de Van de Vate o su actividad com o agente doble); su principal obje tivo vital parece haber sido salvar a C opérnico de la rein terpretación m odernista de G alileo. Pero su am bición no se detuvo ahí; no sólo pretendió m os tra r que A ristóteles no fue superado en asu n to s de física y filosofía (un pu n to que nunca puso en d u d a C opérnico); tam bién quiso p ro b a r que el principio vital de A ristóteles afectaría tam bién a la trayecto ria de los organism os en caída libre. D om inado por un ataq u e pasajero de dem encia (que en sus cartas describe de m anera conm ovedora com o causada p o r su gran am o r a la V erdad; tengo la ca rta ante mí y el texto casi ilegible donde alrededor de la p alab ra vertías se desintegra, en m ovim ientos espás^tioos, sin sentido, lo que revela claram ente su 58
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estado m ental), él levantó a su hijita de seis años, que ju g ab a a su lado en lo m ás alto de la to rre inclinada, y sólo la decidida intervención de una vigorosa pisana le im pidió arro jarla a u n a m uerte cierta. D u ran te la lucha, dos piedras de tam año desigual se desp ren d ieron del p a rap eto y cayeron a\ suelo (debieron p ro v o car los huecos m encionados p or Van de Vate). La hija era un an tep asad o lejano de mi m adre, y yo agradezco al destino y a la m en cionada m ujer h aberla salvado, porque su supervi vencia me d a o p o rtu n id a d p a ra defender la sana causa de la falta de salud m ental de Schmoller.
4.
C IEN C IA : U N A T R A D IC IO N ENTRE MUCHAS
Mi segundo tem a era la au to rid ad de la ciencia: no hay razones que obliguen a preferir la ciencia y el racionalism o occidental a o tras tradiciones, o que les presten m ayor peso. Desde luego podem os deci dir in ten tar expulsarlos. Intentándolo, podem os co n struir instituciones que resistan el cam bio; podem os llegar a habituarnos a dichas instituciones, y al final seríam os incapaces de im aginar la vida sin ellas. T odas estas cosas pueden o cu rrir, y h an ocu rrido. Mi p u n to de vista es que su excelencia sólo puede dem o strarse de una form a circular, supo niendo u n a p arte de lo que debería dem ostrarse. Los más recientes intentos de revitalizar viejas tra diciones, o de sep arar la ciencia y la instituciones relacionadas con ella de las instituciones del E stado, no son p o r esta razón sim ples síntom as de irracio nalidad; son los prim eros pasos de tan teo hacia una nueva ilustración: los ciudadanos no aceptan p o r más tiem po los juicios de sus expertos; no siguen d an d o p o r seguro que los problem as difíciles son m ejor gestionados p o r los especialistas; hacen lo 59
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que se supone que hace la gente m adura 36: configu ran sus propias m entes y actúan según las conclu siones que han logrado ellos mismos. Principalm ente tengo dos razones p ara mi afir m ación. Mi p rim era razón es que no existe ninguna cosa que co rresp o n d a a la palab ra «ciencia» o a la p alab ra «racionalism o». Ni hay nada así com o un «m étodo científico», o un «m odo científico de tra bajo» que g uiaría todas las etapas de la em presa científica (cf. arrib a, sección 2). Pero sin tales uni dades y tales m étodos unifícadores no tiene sentido h ab lar de la « au toridad de la ciencia» o de la « au to rid ad de la razón» o afirm ar la excelencia co m p arativ a de la ciencia y /o de la racionalidad. En segundo lugar, los argum entos en favor de la ciencia o del racionalism o occidental em plean siem pre ciertos valores. Preferim os la ciencia, aceptam os sus p ro d u cto s, los atesoram os p o rq u e están de acuerdo con dichos valores. Ejem plos de valores que nos hacen preferir la ciencia a o tras tradiciones son la eficiencia, el dom inio de la n aturaleza, la com prensión de ésta en térm inos de ideas abstractas y de principios com puestos p o r ellas. Sin em bargo siem pre h u b o y sigue habiendo valores m uy d istin tos (cf. los ensayos de Naess y D eloria). A dem ás, la ciencia m ism a ha d ad o con frecuencia u n a o p o rtu n idad a tradiciones extracientíficas, precisam ente en el campo de los valores científicos: tienen m ejores 56 Según K ant, la ilustración se realiza cuan d o la gente supera una inm adurez que ellos m ism os se cen su ran . La ilu stra c ió n del siglo x v in hizo a la gente m ás m a d u ra an te las iglesias. U n ins tru m e n to esencial p a ra conseguir esta m ad u rez fue un m ayor c o nocim iento del h o m b re y del m undo. Pero las instituciones que c rearon y ex p an d iero n los conocim ientos necesarios m uy p ro n to co n d u je ro n a una nueva especie de inm adurez. H o y se ace p ta el veredicto de científicos o de o tro s ex p erto s con la m ism a reverencia p ro p ia de débiles m entales que se reservaba an te s a o bispos y card en ales, y los filósofos, en lu g ar de criticar este proceso, in te n tan d e m o stra r su «racionalidad» interna.
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resultados; los resultados se logran de una form a más sim ple y producen daños m enores en o tras p ar tes (m étodos de diagnóstico m édico, tratam iento del suelo en ag ricu ltu ra, interferencias terapéuticas en m edicina y psicoterapia, etc.). Pueden encontrarse detalles en la p arte 2, secciones 8 y 9 de EFM, así com o en la introducción a este libro. La dependencia de valores específicos ha sido p asad a p o r alto precisam ente p o r aquellos críticos que se h an dad o cuenta de los límites de un p u n to de vista m eram ente científico. Así, el intento de Kekes de su perar el relativism o parece tener éxito solam ente p o rque él ha ad o p tad o ya cierta posición. E sta es co m p artid a p o r m uchos de sus lectores; no se dan cuenta de las suposiciones hechas y conside ra r a h o ra las razones deducidas com o «algo o b jetiv o » e in d ep en d ien te de la trad ició n . L a posi ción (tradición) de que procede Kekes contiene tres suposiciones: 1) es im portante resolver problem as; 2) existen m étodos más o m enos am biguos p ara resolver problem as, y 3) algunos problem as son independientes de todas las tradiciones; Kekes llam a a los problem as de este género problem as de vida. Se supone, pues, que la conceptualización desem peña una p arte m uy im p o rtan te en el reconoci m iento, form ulación y solución de problem as. Pero algunas sectas cristianas, grupos religiosos, tribus enteras consideran las cosas, que nosotros denom i nam os problem as que necesitan u n a «solución», com o tests necesarios de fibra m oral, o com o pre paraciones p a ra u n a difícil tarea (cf. el D euteroIsaías) o com o caprichos que divierten en vez de co n stern ar y que u n o sim plem ente deja pasar en lugar de in ten tar resolverlos 37. O tros solucionan 57 Los rep resen tan tes g u bernam entales blancos del A frica C entral a m enudo se vieron to talm en te d esconcertados p o r el hécho de que p ro b lem as que ellos h ab ían a d v ertid o , sobre los
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problem as básicos recurriendo a una escatología que los convierte en pasos necesarios hacia la vida espiritual: «los p roblem as de la vida» en el sentido de Kekes desem peñan un papel sólo en tradiciones especiales y relativam ente jóvenes, donde los cuer pos h um anos, los progresos m ateriales y el pensa m iento ab stracto son las únicas cosas consideradas com o im portantes o, p ara expresarlo de o tra form a, tales problem as son «relativos a» las tradiciones fundam entadas en valores m aterialistas y hum anís ticos. Sus soluciones es claro que no pueden ser jueces im parciales de tales tradiciones. A dem ás, dependen de lo que nosotros esperam os de la vida, p o rq u e hay m uchas form as distintas de vida. Esto se m uestra en nuestros artistas. Incluso cam pos «objetivos» com o la m edicina dependen de nociones tales com o las de enferm edad y salud, que no sólo poseen una historia, sino que pueden cam biar tam bién con la cu ltura a que pertenece la persona enferm a (cf. los resultados de F oucault que fueron anticipados p o r algunos m édicos antiguos). Hay que ad m itir que m uchos valores y m uchas culturas han cesado de existir: nadie sigue tom ándolos ya en serio. Pero Kekes quiere una solución teórica del p roblem a del relativism o, y tal solución no se encuentra en cam ino. O bservaciones sim ilares hay que aplicar al intere sante y p ro v o cad o r ensayo de N o re tta K oertge. En la m edida en que yo puedo verlo, hay m ucho que h abían tra b a ja d o y presen tad o luego a sus colegas negros, no eran tra ta d o s seriam ente, con un m ay o r esfuerzo m ental, sino q u e e ran d e ja d o s de lad o c o n risas: m ie n tras m ás grave era el pro b lem a, m ay o r era la h ilaridad. E sto — decía el racionalista b lan co — era una fo rm a de c o n d u cta m uy irracional (y real m ente lo era de acu e rd o a sus p au tas). P o r o tro lad o , ¡qué espléndido m o d o de e v ita r gu e rra s y to d a la m iseria q u e ellas a p o rta n ! Los p rincipios de K ekes articu lan los m étodos h a b itu a les en ciertas tradiciones: no tienen u n status «objetivo», es decir, trans-tradicional.
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acuerdo p ráctico entre nosotros. Sin em bargo, N oretta to d av ía distingue entre apariencia y reali dad y afirm a que la ciencia produce resultados auto rizad o s sobre la últim a. H ay que alab arla p o r su b ray ar que, al tra ta r con otros, la apariencia de los ciu d ad an o s (que después de to d o es nuestra única guía) es p o r lo m enos tan im p o rtan te com o la «realidad» (que es precisam ente la form a com o a p a recen las cosas a los expertos de m oda): «N o sólo debe hacerse justicia, sino que debe parecer que se hace justicia». Lo que cuenta en una dem ocracia es la experiencia de los ciudadanos, es decir, su subje tividad y no lo que pequeñas bandas de intelectua les autistas declaran que es real (si a u n experto no le gustan las ideas de la gente corriente, to d o lo que tiene que hacer es h ablar con ella e in ten tar p ersu a dirla p ara pensar en líneas distintas; sin em bargo, no debe o lv id ar q ue m ientras él se com prom ete en esta actividad, es un m endigo y no un «m aestro» que intenta presionar cierta verdad en las cabezas de alum nos renitentes). P ero la distinción que introduce N o retta no puede sostenerse. Estoy de acuerdo en que las ciencias y las civilizaciones cons tru id as a su alred ed o r contienen algo llam ado «opi nión de expertos», pero esto tam bién es verdad en o tras tradiciones (p o r ejem plo, es verdad del D ogon tal com o ha m o strad o G riaule en su m aravilloso libro). T am bién adm ito que la opinión de los exper tos ocasionalm ente m uestra convergencias. Pero la convergencia en algunas áreas, en cierto m om ento, está m ás que com pensada p o r la extrem a divergen cia en otras. Sin em bargo, la convergencia ocasional de la opinión de los expertos no establece u n a a u to ridad objetiva, y, si lo hace, entonces tendrem os que elegir entre m uchas au to rid ad es diferentes: la distinción entre experto-realidad, p o r un lado, y lego-apariencia, p o r otro, se diluye en lo que le pare ce a cada un o de n o sotros, incluyendo los expertos. 63
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Lo que los racionalistas clam ando p o r la objeti vidad y la racio n alidad intentan vender es u n a ideo logía tribal p ro p ia, y esto se adviente claram ente en las reacciones de algunos de los m iem bros de la trib u m enos d o tados. Así, T ibor M acham (TM ), escribiendo a co sta de un equipo om inosam ente denom inado The Reason Foundation 3S, distingue entre pau tas, ideas y tradiciones aceptables y tra diciones que son «sim plem ente caprichosas y des tru ctiv as p a ra la vida hum ana». ¿Qué es lo racional en esta distinción? U na teoría del hom bre. ¿D ónde está la substancia de su teoría del hom bre? En que los «seres hum anos son anim ales racionales [...], seres biológicos con la necesidad característica y con la capacidad de pensar según principios (o con ceptualm ente) y de acción». Esto, desde luego, es una descripción perfecta del intelectual, pero una p ersona con u na perspectiva algo distinta podría objetar, m odestam ente, que la «teoría del hom bre» de TM es sólo una entre m uchas y que los intelec tuales sólo constituyen todavía un débil porcentaje de la hum anidad. Existe tam bién la idea de que el hom bre es un e rro r del m undo m aterial, incapaz de com prender su posición y su finalidad y «con una necesidad característica» de salvación; existe la idea, íntim a m ente relacio n ad a con la m encionada, de que el hom bre es una chispa divina encerrada en una vasija terren a, u n a «huella de oro im plantada en el b arro», com o solían decir los gnósticos «con la característica necesidad» de liberarse p o r la fe. Y éstas no son precisam ente ideas abstractas: pertene cen a form as de vida que se estru ctu raro n de acuerdo con ellas. O tra form a de vida de este género contiene la idea de que el hom bre quiere 38 Me refiero a u n a recensión de C S L que a p are ce rá en Philo sophy o f the Social Sciences.
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huir del sufrim iento, que el pensam iento y la activi dad finalizada b asad a en el pensam iento son las principales causas del sufrim iento y que el sufri m iento sólo cesará cuando se elim inen las distincio nes habituales y los fines usuales. El Génesis de los H opi p resenta al hom bre en u n a arm onía inicial con la n aturaleza. El pensar y el esfuerzo, es decir, la m ism a «necesidad de pensam iento según princi pios y acción» que TM pone en el centro de su teo ría del h om bre, destruyen la arm onía, los anim ales se retiran del hom bre, la especie hum ana se divide en razas, surgen trib u s con ideas y lenguajes dife rentes, h asta que los individuos ni se entienden unos a otros. Pero los seres hum anos, teniendo esa «característica necesidad y capacidad de» arm onía pueden su p erar la fragm entación liberándose de las cadenas del pensam iento conceptual y de la lucha así o rig in ad a y recu p erar el equilibrio original. H ay num erosas ideas de este tipo y todas ellas difieren de la «teoría» m encionada y considerada como demostrada p o r TM . D esde luego, TM está en su derecho de favorecer una visión o condenar otra. Pero lo hace en una pose de racionalista y hum anitarista. P retende no tener sólo anatem as, sino tam bién arg um entos, y pretende que le m otiva su am o r a la hu m an id ad . Un exam en de su crítica m uestra que am bas pretensiones son espurias. Sus argum en tos no son sino an atem as pronunciados con la envarada retórica del erudito endiosado, y su am o r p o r la hum anidad se detiene ju stam ente a la puerta de su oficina. C om o es h ab itu al entre los eruditos, TM utiliza casos no analizad o s com o el de las m uertes de Jonestow n p a ra asu star a su lector en lugar de inten tar ilustrarle (los «racionalistas» germ anos uti lizan A uschw itz y, más recientem ente, el terrorism o ad nauseam, con el m ism o propósito). «Estos son casos sencillos», dice TM . ¿H asta dónde puede lle 65
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gar tu ingenuidad? A lgunas personas, se suicidaron librem ente, sabiendo a conciencia lo que hacían (caso 1). O tros vacilaban, estaban indecisos, les h ab ría gustado sobrevivir, pero se som etieron a la presión de sus com pañeros y de sus líderes (caso 2). Finalm ente, otro s fueron sim plem ente asesinados (caso 3). P ara TM no existen estas distinciones. Pero son com pletam ente esenciales p ara un análisis aleccio n ad o r del caso. El caso 3 puede ser «fácil» si uno prefiere h ab lar de esta form a superficial, a u n que hay notables problem as precisam ente aquí (¿H abría que m atar el cuerpo p a ra salvar las almas? Los inquisidores racionales pensaban así y con argum entos excelentes. ¿Pueden dejarse de lado tales argum entos? ¿H em os de to m ar el m aterialism o com o algo dem ostrado? No tengo dificultad ante el últim o m étodo, pero ¿a dónde llevaría esto a un racionalista, es decir, a una persona que pretende tener razones p a ra cada m ovim iento que hace?) El caso 1 es de nuevo «fácil», aunque no de form a que supone TM . Desee luego, es «destructivo p a ra la vida hum ana», pero ¿es la vida hum ana el valor suprem o? Los m ártires cristianos ciertam ente no p en sab an así (y ni TM ni otros racionalistas han logrado d em o strar que estuvieran en el error). Tenían u na opinión diferente, y eso es todo. Sócra tes expresaba sentim ientos sim ilares cuando se sui cidó (¡recuérdese que h abría podido ab a n d o n ar A tenas!). Ni p o r una vez se le ocurre a TM que su visión del hom bre no es sino u n a entre m uchas posibles, y que él m ism o form a parte del debate, no es su supervisor. Q ueda el caso 2: aquí estoy ple nam ente con los que piden que la gente debe ser protegida ante las presiones de los m iem bros del grupo o de los líderes. Pero este «caveat» debe apli carse tan to a los líderes religioso del tipo del Reve rendo Jo n es com o a los líderes seculares, com o son filósofos, Prem ios N obel, m arxistas, liberales, per 66
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sonas de influjo en fundaciones y sus representantes educacionales: hay que robustecer al joven contra la m anipulación p o r los llam ados m aestros y, sobre to do, co n tra los racio-fascistas com o TM y sus cole gas; de lo co n trario , estarán en peligro de p erd er su alm a sin haber tenido una o p o rtu n id ad de conside ra r siquiera la m ateria y de haber tenido en cuenta sus propios deseos. N o es necesario decirlo: la edu cación co n tem p o rán ea está lejos de co n co rd ar con este principio. F inalm ente quiero re fu tar un argum ento sobre la superioridad de la ciencia que parece ser m uy p o p u lar, pero que está totalm ente equivocado. Según este argum ento, las tradiciones no-científicas tuvie ron ya su o p o rtu n id ad , pero no sobrevivieron a la com petencia de la ciencia y del racionalism o. D esde luego, la cuestión obvia es: ¿fueron elim inadas p o r m otivos racionales, o su desaparición fue resultado de presiones m ilitares, políticas, económ icas, etc? Por ejem plo, ¿se elim inaron los rem edios ofrecidos p o r la m edicina india (que m uchos m édicos norteram ericanos to davía utilizaban el siglo xix) p o r haberse co m p ro b ad o que eran inútiles o peligrosos, o p o rq u e sus inventores, los indios, carecían de p o d er político y financiero? 39 ¿Se elim inaron los m étodos tradicionales de la agricultura y fueron sustituidos p o r m étodos quím icos p o r una superio ridad sobre el terreno, o p o r ser la quím ica clara m ente superior, o p o rque se generalizaron sin más exam en los éxitos de la quím ica en otros dom inios muy lim itados y p o rque las instituciones que a p o yaban la quím ica tuvieron el poder de sustituir este 39 R ecientem ente, un in stitu to de investigación alem án exa m inó unos 800 p ro d u c to s farm acéuticos c o n tra varias fo rm as de e nferm edades del co razó n y e n c o n tró que p o r lo m enos el 80 % de ellos eran to ta lm e n te inútiles. ¿C óm o h ab ían sido a ce p ta d o s tales m edios al p rincipio? C iertam en te, la investigación n o des e m peñó ahí ningún papel.
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brinco intelectual con coacción práctica? En m uchos casos, la contestación es del segundo tipo: las trad i ciones diversas de las del racionalism o y de las ciencias fueron elim inadas no porque un exam en racional hubiera dem ostrado su inferioridad, sino p o rque presiones políticas (incluida la política de ciencia) arro llaro n a sus defensores. La referencia a oportunidades pasadas pasa tam bién p o r alto un im portante rasgo en el desarrollo de las ciencias: incluso refutaciones claras e inequí vocas no sellan el destino de un interesante punto de vista (p ara lo que sigue, cf. C SL, páginas 115 y siguientes): la idea del m ovim iento de la tierra fue exam inada y refutada en la A ntigüedad, pero reto rn ó y arro lló a sus arrolladores. La teoría a tó m ica se in tro d u jo (en O ccidente) p ara «salvar» m acrofenóm enos, com o el del m ovim iento. Fue superada p o r la filosofía, m ás sofisticada en los aspectos dinám icos, de los aristotélicos; regresó con la revolución científica, tuvo que retroceder al des arro llarse las teorías de la continuidad, volvió de nuevo a fines del siglo xix y experim entó un nuevo retroceso con la com plem entariedad. La lección a sacar de ejem plos de este género es que un re tro ceso tem poral en una ideología, u n a teoría o una tradición no debe tom arse com o fundam ento p ara elim inarlos 39°. U no advertiría tam bién chocantes y b astan te incóm odas sem ejanzas entre esta argum en 590 L os teólogos católicos y p ro testa n tes se han hecho m uy h u m ild e s a n te la s c ie n c ia s . S u p o n e n q u e los a r g u m e n to s científicos c o n tra un d e te rm in a d o p lan team ien to pueden a ca b ar con dich o p u n to de vista de u n a vez p a ra siem pre y q u e nadie g a n aría n a d a p rosiguiendo su defensa. Pero si los científicos no a ce p ta n el veredicto de sus colegas, si c o n tin ú a n tra b a ja n d o ideas d e sa cre d ita d as y si su testaru d ez les conduce ocasio n al m ente a un gran éxito, entonces ¿por qué debería detenerse a los teólogos, so b re to d o si ellos poseen no sólo u n a m etodología, sino tam b ién u n a visión del ho m b re, un ingrediente que d esg ra ciad am en te fa lta en la ciencia? P a ra m ás detalles so b re el tem a a rrib a m encionado, cf. vol. I, cap. 8, de mis Philosophical Papers.
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tación y com en tario s com o los que hacían los nazis después de su triu n fo de 1933: el liberalism o ha tenido ya su o p o rtu n id ad , ha sido superado p o r nuevas fuerzas que han p ro b a d o así su excelencia. Finalm ente, b asta con que los ciudadanos elijan las tradiciones que ellos prefieren. La dem ocracia, la fatal incom pletud de to d a crítica, el descubrim iento de que el pred o m in io de u n a m anera de ver nunca es ni ha sido el resu ltado de una aplicación exclusi vista de los principios defendidos p o r dicho m odo de ver, to d o esto sugiere que los intentos de revivir tradiciones antiguas y de intro d u cir nuevas perspec tivas anticientíficas han de ser acogidos com o al com ienzo de u n a nueva era de ilustración donde nuestra acción sea guiada p o r cierta dosis de visión y no sim plem ente p o r eslóganes piadosos y con fre cuencia totalm ente enajenados m entalm ente.
5.
R A ZO N Y P R A C T IC A
En este p u n to , m uchos críticos, al parecer, están b astan te más adelan tados que yo. Pueden estar de acuerdo con mis sentim ientos, pero me urgen a tra ta r de tem as m ás im portantes. Es verdad — dicen— que el racionalism o no puede ser defendido de u n a form a racional y que no existe pru eb a científica de la ciencia, p ero esto apenas si es un descubrim iento de interés. A dem ás, una m era reseña intelectual de sus defectos no alterará las instituciones que lo sos tienen. Tal reseña no puede explicar precisam ente el p o d er de la ciencia en el curso de la historia. P or esta razón, mi n arración es incom pleta e induce a erro r. H asta qué p u n to es incom pleta se m uestra en mi política. P orque aquí yo o no digo n ad a en ab soluto, o solam ente cosas infantiles. Vuelve a tus libros — exclam an estos críticos— , estudia las cosas más detenidam ente, léete a M arx (¡desde luego!), 69
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quizá tam bién un poco a W eber y A dorno, y vuelve a no so tro s sólo cu ando hayas com enzado a exam i n ar seriam ente la sociedad. Yo adm ito , sin m ás, que mis observaciones sobre ciencia y política son incom pletas y que no llegan ni a un tosco esbozo. Esto parcialm ente se debe al p ro p ó sito que yo m ism o me he fijado. Mi intención no era desarrollar una nueva teoría del conoci m iento y de la sociedad, sino m o strar la fatal debi lidad de u n a vieja teoría. P ero yo tam bién expliqué que, y p o r qué, no podem os tener más. C om o he sub ray ad o en T C M y en C SL (EFM), y com o he vuelto a arg u m en tar en la sección 2 del presente ensayo, no puede haber ninguna teoría del conoci miento y de la ciencia que sea a la vez adecuada e informativa prescindiendo de qué ingredientes socia les, económicos, etc., quiera uno añadir a la teoría. Yo ofrecí dos razones de esta situación. El m undo en que vivimos es dem asiado com plejo para ser com prendido p or teorías que obedecen a principios (generales) epistem ológicos. Y los científicos, los políticos —cualquiera que intente com prender y /o influir al m undo— , teniendo en cuenta esta situa ción, violan reglas universales, abusan de los con ceptos elaborados, distorsionan el conocim iento ya obtenido y d esbaratan constantem ente el intento de im poner una ciencia en el sentido de nuestros epistem ologistas. El proceso, en un alto grado, es inconsciente, com o puede verse en los m uchos intentos p o r p resentarlo com o algo realizado en con fo rm id ad con las «leyes de la razón»: «subjeti vam ente», la m ayoría de los científicos obedece a reglas estrictas y sin piedad. «O bjetivam ente» p ra c tican un arte o un oficio. Yo no niego que las con diciones que influyen sobre habilidades en el des em peño de un oficio pu ed an ser descritas y que puedan explicarse sus efectos. Pero la explicación consiste en cam biar al interro g ad o r hasta que llegue 70
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a ser capaz de p a rtic ip a r en la habilidad que quiere explicar y en usar las historias que llegan así a su m ente, y no en u n a deducción a p a rtir de principios «objetivos» que no presuponen un dom inio de tal habilidad (cf. Phil. Papers, volum en II, páginas 5 y siguientes). T am poco quiero negar a las artes un puesto den tro de las ciencias; to d o lo co n tra rio , me parece que lós artistas han resuelto problem as que todavía confunden a serios pensadores objetivos (por ejem plo, cóm o cap tar la subjetividad de una persona de u n a fo rm a que la haga accesible a otras), y que sus m edios de presentación son m ucho m ás ricos, m ucho m ás adaptables y m ucho más realistas que los estériles esquem as que uno puede en c o n trar en las ciencias sociales. Pero los críticos, al n o ta r la po b reza de mis sugerencias positivas, apenas han pensado en las artes; lo que ellos desea ban eran teorías científicas y program as políticos basados en la ciencia. Y aquí es donde se aplican en to d a su fuerza mis objeciones: el desarrollo de la ciencia, su relación con las condiciones externas, sean ideas o circunstancias m ateriales, tales com o las exigencias de gu erra, sólo pueden ser determ ina das de una fo rm a práctica, p o r ejem plo, p o r científi cos y generales que colaboren, en un determ inado tiem po, con un cierto objetivo; y los resultados de tal colaboración no p o d rán pasarse p o r alto. Pode m os describirlos después de que se ha concluido el proceso, pero todo intento de generalizar esta des cripción y convertirla en una teoría del cam bio científico debe fracasar. ¿Por qué? Porque el resul tad o depende de condiciones que son en parte «objetivas» (por ejem plo, propiedades de los m ate riales), pero que tam bién contienen un am plio com ponente «subjetivo» (por ejem plo, el tem peram ento de un particip an te). A m bas condiciones pueden perm anecer estables du ran te largos períodos de tiem po, pero la estabilidad de las relaciones ab strac 71
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tas causadas p o r ello no m uestran que hayam os en contrado p o r fin la naturaleza de la R azón Cien tífica; sólo m uestra que el espíritu del m undo a veces duerm e. Así que no soy yo quien tiene dem asiada con fianza en el p o d er de la teoría y del esfuerzo del espíritu hum ano, sino mis contrarios. Ellos escriben libros que in ten tan ap reh en d er la ciencia y el racio nalism o desde fu era, y luego sugieren reform as sobre la base de los m odelos obtenidos. Ellos creen que debe ser posible desem brollar y do m in ar la ciencia, el capitalism o, el im perialism o y m uchas o tras cosas con la ayuda de alguna bonita teoría pequeña; ellos me piden que lea libros p a ra que lle gue a co m p ren d er m ejor el papel social de la cien cia, m ientras que yo he intentado dem ostrar que la práctica científica y la teoría filosófica difieren ya en casos tan sim ples com o el surgim iento de la teo ría de la relatividad o de la m ecánica cuántica. C onfían en el po d er de la razón en áreas donde sólo puede obstaculizar el progreso, y dudan de ella donde p o d ría realm ente ayudar. P orque la inteligencia y las ideas que vienen con ella tienen m ucha m ás influencia de lo que suponen los apóstoles de u n a visión m ás com pleja de la his toria. M ás del 30 % de los ciudadanos de los E sta dos Unidos superan actualm ente el pugilato de la capacitación a estudios superiores. La indoctrina ción que reciben deja huellas claras y precisas. Es verdad que m uestra m uy poco de la calidad de la m ism a inteligencia; to d o lo que m uestra son sus reflexiones toscam ente distorsionadas en las oficinas universitarias, sus corredores y aulas, pero sigue creando la im presión de que ha sido una cierta fo rm a de pensar lo que ha hecho del m undo lo que es hoy. Precisam ente aquellos autores tan fascina dos p o r las fuerzas sociales, y que se m ofan de los poderes del pensam iento puro, sólo raras veces 72
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intentan vigilar de cerca dichas fuerzas. Ellos no participan en las prácticas que pretenden haber creado, no perm iten que ellas guíen su pensam iento, no, perm anecen hundidos en sus pupitres, en sus oficinas, en sus bibliotecas, en sus buhardillas, y allí escriben ensayos y libros donde la fatal incom pletud de los m étodos p uram ente intelectuales se m uestra con argum entos brillantes e irrisión m ordaz. El gran respeto que precisam ente la gente crítica m ani fiesta ante los expertos se m uestra en la angustiada reverencia con que m uchos de ellos aceptan el juicio de sus m édicos y cum plen sus órdenes. U na persona que acab a de o ír que él, o ella, debe ser o p e ra d a de cáncer; que es in fo rm ad a de su tragedia en la atm ósfera carcelaria de un hospital m oderno donde uno se p regunta, donde uno nunca sabe exacta m ente lo que sucede pero cum ple toda orden reci bida; una p ersona que busca consuelo y fortaleza p ara enfrentarse con lo inevitable en un psiquiatra (p alab ra de m édico = juicio divino); este paciente apenas es ya u na persona; indefenso y consum ido p o r el tem or, él o ella es sim plem ente el objeto de las m aquinaciones de torturadores expertos 40. A hora bien, si u no explica que todo este circo del destino no es algo inevitable; que es el p roducto falible de seres hum anos; que parece sólo im presio nante p o r el excelente trab a jo de relaciones públicas y la buena gestión del escenario; si uno añade que la gente que h ab ita el circo, aunque conozca algu nos buenos trucos (recosido de m iem bros heridos, incluido el pene), usa tales trucos m ucho m ás allá de su dom inio de aplicabilidad (cortando, que 40 Situaciones com o éstas no han sido inventadas: suceden día tras día en n u e stro s hospitales, ju stific an d o el dicho de N o rm a n C ousin de que un h o sp ital es el p e o r sitio p a ra qu ien in te n ta ponerse b ueno (los hospitales tienen tam bién el m ay o r coefi ciente de accidentes de c ualquier tip o de em presa; cf. Iván Illich, M edical Nemesis.
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m ando, serran d o al m enor pretexto, usando im pre sionantes m aquinarias p ara achaques triviales; muy p ro n to tendrem os una m áquina-de-extracción-deastillitas-de-un-m illón-dólares), que con m ucha fre cuencia no saben ni de lo que hablan, pero que o cu ltan su ignorancia con u n a tan d a de tests aquí, algo de cirugía ex p loratoria allá, sólo para d ar la im presión de que están al cabo de todo; que a m enudo rechazan procedim ientos inofensivos (dieta en el caso de cáncer), sin exam inarlos siquiera y sin la m ás m ínim a curiosidad; que los éxitos de la m edicina científica en conjunto son un tem a b as tante quisquilloso, precisam ente en el dom inio donde pretende ser plenam ente com petente; que existen estudios que m uestran fallos totales en cier tas áreas (fallo total práctico, pues la teoría puede seguir en su apacible sendero); que «el m étodo cien tífico» a que se apela en caso de dificultad sim ple m ente no existe; que en m edicina, lo m ism o que en cualquier o tro cam po, los deficientes m entales supe ran con m ucho el n úm ero de la gente inteligente; si uno explica todas estas cosas a la víctim a o a la víc tim a planeada, entonces el poder institucional de las sociedades médicas no h ab rá dism inuido en un ápice, pero uno h ab rá elim inado la angustia, la im presión de inevitabilidad, y h ab rá ayudado a un ser h um ano en su esfuerzo p o r seguir siendo una persona con dignidad y respeto propio, aun en situaciones de auténtica prueba. Los científicos sociales m uestran poco conocim iento de la n a tu ra leza h u m an a al dejar de lado estos aspectos y to d a vía m enos com pasión al p roponer que se pase a otros tem as pretendidam ente m ás im portantes. H oy, cuando la «form a correcta de pensar» desem peña un papel tan im portante y cuando sus preten didos resultados tienen tal au to rid ad , u n a ilusión m eram ente intelectual es m ucho más que un lujo. N o sólo sum inistra inform ación, sino que ayuda 74
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tam bién a la gente a resistir los intentos de los polí ticos, cardenales, cirujanos y físicos nucleares que quieren convertirla en dóciles instrum entos de sus m aquinaciones. Y cuando el tem a llegue a co n o cerse m ejor y cada vez m ás gente em piece a consul ta r a curanderos en vez de a fontaneros científicos del cuerpo, entonces tam bién se irá erosionando el poder social de la m edicina científica. T om em os o tro ejem plo. Un prisionero, al que exam ina un p siq u iatra de la prisión y le dice que sus tendencias antisociales están relacionadas con sucesos en p arte dolorosos, en parte incom prensi bles de su niñez, está som etido a u n a gran presión psicológica y física 41. Parecen inevitables cam bios de perso n alid ad . A quí, de nuevo, algunas ideas sobre las lagunas, y, quizá, la com pleta vacuidad de la p siq u iatría científica, po d rían au m en tar su m ar gen de libertad 42. C onsidérese, adem ás, a personas que particip an en culturas diferentes, com o Josephus Flavius, el h isto riad o r 43, los intelectuales de H aití, o jóvenes indios a que se obliga al conflicto y que sufren de él 44. Las ventajas, p o r un lado —ciencia occiden tal— , parecen ap o yarse en una com binación única de principios filosóficos y de éxitos prácticos: el pensam iento y la m ateria se com binan de una form a tal que p erm ite llegar a grandes ideas y a resultados prácticos terroríficos, especialm ente en el 41 S obre los efectos de tal presión, cf. la biografía de G enet p o r Sartre. 42 Los p resid iario s calan las p retensiones científicas de los psiq u iatras de las prisiones, los m anejan a su gusto, consiguen excelentes evaluaciones, son liberados antes de tiem p o y así m uestran que su sen tid o com ún es m uy su p e rio r a las sutiles teorías de los expertos. 41 Cf. la novela de Lion F euchtw anger com o u n a buena des cripción de la vida en el lím ite entre tradiciones diferentes. Cf. C hildhood and Society, de Erik E rikson, así com o la b iografía de E rikson escrita p o r Colé.
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dom inio de la guerra 45. Si uno m uestra que el com ponente intelectual es m ucho más débil de lo que pretenden los apóstoles de la racionalidad, si uno explica que no puede existir p o r sí m ism o, que los llam ados argum entos en su favor son engaño y sus principios m itos, si uno recuerda a sus potenciales seguidores que los m ism os resultados prácticos son m ucho más restringidos de lo que se anuncia y que deben ser exam inados en cada caso (la habilidad en la construcción de cañones no im plica una excelente m edicina; los éxitos en la elim inación de plagas no van m ano a m ano con la habilidad p ara cu rar el cáncer), entonces surgirá la posibilidad de utilizar las ventajas del racionalism o occidental, sin destruir al m ism o tiem po los valores tradicionales 46. D esde luego, to davía no poseerem os una teoría de la cien cia, o del im perialism o, pero tendrem os algo m ucho m ás im p ortante: habrem os reducido la presión psi cológica del éxito (parcial), habrem os reconocido que hay m ás de u n a m ísera m anera de hacer las 45 E sta hipótesis es lo que condujo a un chauvinism o cientí fico en C h in a y en J a p ó n . Los co m u n istas fu e ro n suficiente m ente inteligentes co m o p a ra no doblegarse an te la a u to rid a d de la ciencia (TC M , p. 35), y los vietn am itas, m ás tard e , re fu ta ron la idea de que la ciencia d a la victoria al p o d e r m ilitar. Sobre el d e sa rro llo en el Ja p ó n , cf. C arm en B lacker, The Japa nese Enlightenm ent, C am bridge, 1969. 46 M arg h erita von B ren tan o escribe que el racio n alism o no fue in ventado p o r los filósofos, sino que surgió en el curso de un proceso m ás am p lio de racionalización, y pone com o parte de dicho proceso la a p ro p iació n de las arm as e ideas de Occi dente p o r las naciones d o m in ad as. Si u n o lo adm ite, com o lo he hecho yo (Phil. Papers, vol. II, cap. 1), entonces n o puede p asar p o r a lto las o p o rtu n id a d e s que se p e rd ie ro n en la recepción: los «m odernistas» fueron m ás lejos: elim inaron sus p ro p ias tra diciones en lu g ar de co n te n tarse con m odificarlas. A lgo m ás de reflexión p o d ría haberles enseñado las desventajas de tales exce sos. P or o tro lado, he su b ray ad o con frecuencia que el m ito, la religión o las form as trad icio n ales de p en sar no desap areciero n p o r ser m ejores las ciencias, sino «porque los apóstoles de la ciencia eran los conquistadores m ás decididos» (C SL, p. 118, en cursiva en el original).
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cosas, y así habrem os abierto el cam ino a sueños que h asta ah o ra no tenían posibilidad de llegar a realizarse. C on esto, vuelvo ah o ra a la objeción que afirm a que yo digo m uy poco sobre cóm o puede usarse esta libertad recién conquistada. Esto es com pleta m ente cierto, pero ya he expuesto mis razones. Vivir es un ofició que sólo puede ser com prendido p o r los que lo p ractican, y lo m ism o puede decirse de la política. Yo no creo que los planes políticos deban desarrollarse desde deseos, observaciones o ideas que se originan independientem ente de la realidad (social, psicológica, física) que hay que reform ar, com o resultado de un raciocinio «obje tivo» sobre dicha realidad, y dudo de que acciones pertinentes puedan discutirse independientem ente de las intuiciones y em ociones que las guiarían dentro de los en to rn o s pertinentes. D esde luego, una discu sión ab stracta tiene resultados; tenem os ah o ra teo rías, ideas, planes, argum entos y, quizá, incluso algunos principios sobre el juicio m oral, pero el intento de p asa r a la realidad lo hablado conduce siem pre a situaciones inesperadas o, si uno no las percibe p o r estar dem asiado em bebido en la ideolo gía m im ada, a penosas distorsiones del hom bre y de la sociedad 47. Tóm ese el ejem plo m ás sencillo: dos personas que se am an. A quí tenem os ya m uchos desarrollos no previstos e imprevisibles. C om enza mos con dos seres hum anos m ás o m enos definidos; pero éstos cam bian, sus ideas, em ociones y deseos se tran sfo rm an , to d o el m undo se les m uestra a una luz distinta. ¿Quién com prende tales transform acio nes, quién las advierte, quién sabe cóm o ac tu a r d u ran te su curso? Los am igos y los íntim os, no teó 47 Estoy plenam ente de acu erd o con la aversión de H ayek a los esquem as a b strac to s en política, pero yo extendería tam bién dichas razones a las ciencias naturales.
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ricos distantes. Volvem os a en co n trar de nuevo una im p o rtan tísim a diferencia entre problem as ab strac tos, tales com o los que he discutido en la sección 2, y los problem as de la acción práctica (incluyendo las acciones prácticas del teórico). Los problem as surgen p o rque usam os principios abstractos (prim er ejem plo extrem o: el U no incam biable y hom ogéneo de Parm énides). O casionalm ente pueden resolverse de form a ab stra cta (lo que no es enteram ente ver d ad, pero contentém onos ah o ra con una prim era aproxim ación). P or ejem plo, es relativam ente fácil exponer los errores de los racionalistas m odernos (positivistas, racionalistas críticos, m arxistas), que pretenden h ab er en co n trad o reglas adecuadas y fecundas p ara la investigación. Pero, si uno quiere hacer avan zar las m ism as ciencias, entonces no bas tan ya los arg u m en tos abstractos: uno m ism o debe sum ergirse en la práctica del dom inio que uno quiere hacer progresar; hay que in ten tar el Fingers pitzengefühl * necesitado en este dom inio, lo m ism o que un artista adquiere conocim iento y habilidades técnicas, y la investigación sólo puede com enzar después de que este proceso de crecim iento ha lo grado un equilibrio tem poral. En política, la situación es exactam ente la m ism a. Es fácil soñar con teorías grandiosas sobre la naturaleza hum ana y la sociedad, y es igualm ente fácil ridiculizar tales teorías co m p arándolas con la inagotable riqueza de la realidad y con la infinita variedad de deseos, ideas, sentim ientos y aspiraciones del hom bre. Pero después, la dim ensión crítica de las teorías queda reem plazada, no p o r un esquem a m ejor o p o r ideas m ás sofisticadas, sino una vez m ás p o r la acción. D esde luego, no so tros nunca actuam os sin pensar; * L iteralm ente trad u c id o significa «sensibilidad en las yem as de los dedos», p ero en el uso se refiere a u n a persona que «tiene a ntena», tacto , in tuición, sensibilidad (N. del T.).
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pero las ideas que usam os al actu ar han superado el test de la práctica; h an sido m odificadas p o r em o ciones, deseos, sueños de quienes participan en la acción (E F M , p ág in a 153 y siguientes), lo que signi fica que han ab so rb id o u n a gran parte de la subjeti vidad de los agentes. E sta es, p o r tan to , la razón p o r la que no tengo n ad a que decir sobre proble m as políticos, éticos, estéticos, científicos, etc.: una discusión abstracta de las vidas de gentes que no conozco, y cuya situación no me es fam iliar, no es sino una pérdida de tiempo. Tam bién es algo impertinente. N o teniendo fam i liaridad con las condiciones en que viven esos extraños, con la m an era en que tales condiciones se les m u estran a ellos m ism os, no teniendo experien cia directa de sus sueños, tem ores o deseos, yo rehúso co n stru ir mis propios estándares, mis form as de ver las cosas, mi presunto conocim iento (grande o pequeño, esto no im porta); en una p alab ra, rehúso poner com o base de diagnóstico y sugeren cias «objetivos» mi p ropia y m uy lim itada hum ani dad. (Sólo gente m uy ingenua o muy intolerante puede creer que un estudio de la « naturaleza del hom bre» es algo superior a contactos personales, tan to en la vida priv ada propia com o en la polí tica.) J u tta , que tiene un nom bre de jum er, pero que fácilm ente alcanza el nivel de chauvinism o de sus m ás fogosos colegas académ icos m asculinos, dice que carezco de corazón e im aginación. T odo lo contrario: yo puedo im aginarm e que hay situaciones en las que nunca he pensado, que no están descritas en libros, que nunca han sido encontradas p o r los científicos y que si se vieran confrontados con ellas no reconocerían, y creo que tales situaciones tienen un aspecto distinto p ara personas diferentes, que las afectan de form a diversa, que suscitan diferentes tem ores y esperanzas y tengo corazón para som eter mis sospechas distantes a las im presiones de los 79
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directam ente afectados. J u tta dice que debería «exam inar», y con «respeto», lo que yo conozco. ¿Exam inar? Si yo am o a una m ujer y quiero com p a rtir su vida en provecho p ro p io y de ella, enton ces no debo «exam inar» esa vida ni respetuosa m ente ni con desdén; debo in ten tar participar en ella (supuesto que ella me lo perm ita), de fo rm a que pueda com prenderla desde dentro. H aciéndolo, me transform aré en u na nueva persona con ideas nue vas, con sentim ientos nuevos, con nuevas form as de ver el m undo. N aturalm ente, yo podré seguir haciendo sugerencias, pero sólo después de que haya ocurrido el cambio y sobre la base de las nuevas sensibilidades creadas con él. La política, bien com pren d id a, tiene m ucho en com ún con el am or; res p eta a las gentes, considera sus deseos personales, no las «estudia», sino que in ten ta com prenderlas desde d en tro y une sugerencias de cam bio con las ideas y em ociones que fluyen de tal com prensión. Tal com prensión personal y puram ente subjetiva es lo que decide el asunto, no las teorías políticas «objetivas». Pero el h áb itat de J u tta parece ser el de los pasillos de la vida académ ica. Así, ¿por qué no tra ta r con lo que ella encuentra allí? ¿Por qué no in ten tar log rar m ejores salarios p ara sus am igos y colegas? (El dinero parece estar muy cerca de su corazón, com o se advierte p o r sus envidiosas obser vaciones sobre mis dos puestos de trab ajo .) En vez de suponer tales cosas, si usara su corazón y su im aginación p ara «respetuosos» «exámenes» podría ser capaz de en tender las vidas de los cam pesinos de la P rovenza, o de los esqim ales, o de los an cia nos clérigos b áv aros 48. P or o tro lado, quizá se me 48 J u tta a rm a tam b ién un g ra n a lb o ro to an te el hecho de que no tengo n ad a nuevo que decir. E stoy to ta lm e n te de a cuerdo, p e ro ¿he p re te n d id o yo jam á s h a b er sido el in v en to r de nuevas cosas? (Cf. n o ta 22.) A dem ás, ¿qué diferencia su p o n d ría esto? Las ideas que yo discuto y defiendo puede que no sean nuevas,
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perdone si al enfren tarm e con vanos sueños com o los del criticism o yo me refugie en la realidad de un m elodram ático serial o de una función de teatro; si es necesario, incluso con la ayuda de un taxi.
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E LE M E N T O S D E UN A S O C IE D A D LIB R E
¿C óm o arm o n izar esta exposición con mis ideas sobre policía, igualdad de tradiciones, separación de E stad o y de ciencia? La respuesta ha sido d a d a ya en C SL y en EFM (EF M , pág in a 77 y pàssim ): estas ideas deben atravesar el filtr o de las tradiciones (ini ciativas de los ciudadanos) para las que han sido des arrolladas. Un erro r fundam ental de casi todos los que trata n con esta p arte de mis escritos —y esto incluye a C hristiane van Briessen, que en m uchos otros p u n to s ap o stó p o r mi núm ero— es que ellos in terp retan mis sugerencias de la m ism a form a en que los políticos, filósofos, críticos sociales y gran des hom bres de to d o tipo quieren que se les lea: los in terp retan com o la silueta de un nuevo orden social que debe im ponerse ah o ra a la gente con la ayuda de un chantaje m oral, una b onita revolucioncita, eslóganes m elosos (com o «la verdad os h ará libres»), o utilizando las presiones de instituciones existentes (educacionales, etc.). Pero sueños de poder com o éstos no sólo están m uy lejos de mi m ente; realm ente me ponen enferm o. Me gusta muy poco la actitu d del ed u cad o r o la del re fo rm ad o r m oral que tra ta sus infelices ideas com o si fueran un nuevo sol que ilum ina las vidas de los que viven en las tinieblas; desprecio a los m aestros que inten tan el ap etito de sus discípulos, h asta que, perdidos p e ro cie rta m en te no se las com prende bien. Así, u n o debe repe tirlas, lo m ism o que un m aestro en la escuela elem ental repite la tabla de m ultip licar an te cada nueva generación.
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to d o respeto pro p io y autocontrol, se revuelcan en la verdad com o cerdos en el fango; sólo tengo des precio p ara todos los bellos planes de esclavizar a la gente en nom bre de D ios, de la verdad, de la ju sti cia o de o tras abstracciones vacías, especialm ente cuando los que p erp etran tales delitos son dem a siado cobardes p a ra acep tar la responsabilidad y se o cultan d etrás de la «objetividad» de lo que preten den im ponernos. M uchos de mis lectores parecen considerar tales m aquinaciones com o u n m étodo muy norm al; si no, ¿cómo podré explicar que lean mis p ropuestas de dicha form a? Pero las observa ciones que he hecho ocasionalm ente de form a totalm ente incom pleta sobre E stado, ética, educa ción y el negocio de la ciencia deben p ro b arse pri m ero en la subjetividad de la gente a que se dirigen. Son opiniones subjetivas, no una guía objetiva. No se dirigen a instituciones influyentes, a grupos de p o d er político, a líderes intelectuales, y, cierta m ente, no p retenden ofuscar las alm as esclavas de potenciales «pupilos», se dirigen a gente de cuya situación tengo una vaga idea, cuyos problem as creo p o d er en ten d er en cierta m edida; yo les hablo con la esperanza de que esto increm ente su libertad e independencia, incluyendo independencia ante mis propias sugerencias. L a objeción de que prim ero debe enseñarse a la gente el correcto uso de la libertad sólo refleja el engreim iento y la ignorancia de los que la hacen, po rque el problem a fundam ental es: ¿quién puede h ab lar y quién debe perm anecer callado? ¿Quién tiene conocim iento y quién es m eram ente un obsti nado? ¿Podem os confiar en nuestros expertos, en nuestros físicos, filósofos, senadores y educadores? ¿Saben ellos de qué hablan, o sim plem ente quieren m ultiplicar su p ro p ia y m ísera existencia? ¿Tienen nuestras grandes cabezas, tienen P latón, L utero, R ousseau, M arx algo que ofrecer, o es la reverencia 82
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que sentim os ante ellos un m ero reflejo de nuestra credulidad? Estas son cuestiones que nos afectan a todos, y todos debem os p articip ar en su solución. El estu d iante estúpido y el más ladino cam pesino, el más h o n rad o servidor de la sociedad y su m ujer que hace tan to tiem po sufre, personalidades de la vida académ ica y perreros, asesinos y santos, todos ellos tienen el derecho de decir: m irad aquí, yo tam bién soy h um ano; yo tam bién tengo ideas, sueños, sen tim ientos, deseos; yo tam bién he sido creado a im a gen de D ios, pero vosotros nunca me prestáis la m á s m ín im a a t e n c i ó n e n v u e s t r o s p r e c io s o s cuentos 49. La im p o rtan cia de cuestiones ab stractas, el con tenido de las respuestas que se les han d ad o , la calidad de vida entrevista en estas contestaciones, todas estas cosas sólo pueden decidirse si todos pueden p artic ip a r en el debate y si se les anim a a exponer sus p u n to s de vista sobre la m ateria. El m ejor y m ás sencillo resum en de esta posición se encuentra en el gran discurso de P rotágoras (P la tón, Protágoras, 320c-328d): los ciudadanos de A te nas no necesitan que se les instruya en su idiom a, en la práctica de la justicia, en el tratam ien to de los expertos (señores de la guerra, navegantes, arquitec tos): al haber crecido en una sociedad abierta donde la instrucción es directa y no m ediada y p ertu rb ad a p o r educadores, ellos han aprendido todas estas cosas de n ada, sim plem ente. Sin em bargo, la o tra objeción de que los E stados y las iniciativas de ciu dadanos no surgen inesperadam ente, sino que deben ser puestos en m ovim iento p o r acciones intencionadas, es fácil de contestar: perm ítase al 49 T al actitu d estaba m uy extendida en la E dad M edia. No sobrevivió a la tran sició n a lo m o d ern o , que era hostil a las alternativas y que elim inó un gran núm ero de ellas. Cf. F riedrich H eer, Die D ril te K raft, F ra n k fu rt, 1959.
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o b jeto r iniciar u n a iniciativa de ciudadanos, y p ro n to en co n trará lo que necesita, lo que fom enta sus fines am b icio n ados, lo que obstruye, h asta qué p u n to sus ideas son una ayuda a otros, h asta qué p u n to les estorban, etc. 50. E sta es, pues, mi respuesta a las diversas críticas de «mi» « m o d elo » p o lític o . El m o d elo es vago — ello es cierto — , pero la vaguedad es necesaria p o rq u e se p resum e que « h ará sitio» (E F M , pági na 160) a las decisiones concretas de los que lo usen. El m odelo recom ienda una igualdad de trad i ciones: prim ero debe com probarse esta propuesta en las tradiciones e iniciativas de ciudadanos p ara las que ha sido p ensado y nadie puede prever los resultados. Los conflictos se trata n , no con una «educación», sino con las fuerzas de policía. M arg h erita von B rentano in terp reta las últim as sugeren cias com o im plicando que los ciudadanos sólo pue den hablar, y quizá escribir, pero que sus acciones están gravem ente lim itadas, y otros críticos han levantado desesperados sus brazos: H ablan de poli cía, de liberales y de m arxistas com o si se fueran a 50 M uchos críticos o b jetan que las iniciativas de los c iu d a d a nos tienen una calidad m uy desigual y que com eten graves equi vocaciones. P ero lo m ism o sucede en todas las instituciones. P or ejem plo, la m edicina científica fue y to d av ía es g o b e rn ad a p o r m odas ridiculas de dud o so valor (em pleo de calom elanos, san grías que fueron an im ad as p o r el m onism o m édico de B. R ush, m anía o p e ra to ria de m édicos m o d ern o s, c o n cen tració n en la m icrobiología excluyendo m étodos diversos que p o d rían signifi car un avance en la lucha c o n tra el cáncer, etc.). A h o ra bien, ¿qué m étodo debe preferirse? ¿Un procedim iento en que los «líderes» científicos e intelectuales com eten o corrigen sus e rro res sobre las espaldas de los ciu d ad an o s sin darles u n a o p o rtu n id ad p a ra a p ren d e r, o u n p ro ced im ien to en que los m ism os c iu d a d an o s com eterían los errores y p u d iera n a p ren d e r de ellos? E xisten instituciones com o el juicio con ju ra d o d o n d e los no especialistas pued en a p ren d e r y utilizar lo a p ren d id o p a ra enjui ciar la o p inión de expertos, y estas instituciones fun cio n an muy bien. T o d o lo que se necesita es extender in stituciones de este género al c o n ju n to de la sociedad.
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m ojar los calzones. Pero éste es precisam ente el erro r descrito arrib a. P orque la policía no es un agente externo que vaya em pujando a la gente de un lado p a ra o tro ; es introducida por los m ism os ciudadanos, consta de ciudadanos y sirve a sus nece sidades (cf. mis co m entarios sobre la gu ard ia de protección de los Black M uslims en EFM , páginas 162 y 297). Los ciudadanos no sólo piensan; tam bién deciden sobre su entorno, incluyendo asuntos de policía. Yo sim plem ente sugiero que es más h um ano regular el co m portam iento con restriccio nes exteriores — éstas pueden elim inarse fácilm ente si se co m p ru eb a que n o son prácticas— que el m ejorar las alm as. P orque, suponiendo que tuvié ram os éxito en im p lan tar el Bien en todos, ¿cómo seríam os capaces entonces de volver jam ás al Mal?
7.
BIEN Y M AL
C o n esta o b servación llego a un p u n to que ha encolerizado a m uchos lectores y m olestado a m uchos am igos: mi negativa a condenar incluso un fascism o extrem o y mi sugerencia de que se le p er m ita sobrevivir. A h o ra bien, debería haber quedado claro p o r lo m enos esto: el fascism o no es mi taza de té (cf. EFM, página 156: «a pesar de mi p ro p io y muy d esarrollado sentim entalism o y de mi tenden cia casi in stin tiv a a “ ac tu a r de u n a form a hum ani ta ria ” »). E ste no es el problem a. El problem a es la pertinencia de mi actitud: ¿se tra ta de u n a m era inclinación a la que sigo y acojo favorablem ente en otros, o existe un «núcleo objetivo» que me capaci taría p ara co m b atir el fascism o no precisam ente porque no m e guste, sino porque es algo intrínseca m ente malo? Y mi respuesta es: tenem os una incli nación, y n ad a m ás. N aturalm ente, esta inclinación, com o cualquier o tra, está circundada p o r nubes de 85
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p alab rería y sobre ella se han construido sistem as filosóficos enteros. A lgunos de estos sistem as hablan de cualidades «objetivas» y de «deberes objetivos» p ara m antener o destruir dichas cualida des. Sin em bargo, la cuestión no es cóm o h ablar sino qué co ntenido puede darse a nuestra palabre ría. Y todo lo que podem os en co n trar al intentar identificar ciertos contenidos son diversos sistem as que afirm an diferentes conjuntos de valores con n ad a m ás que nuestras inclinaciones p a ra decidir entre ellos (C S L , p arte I). A hora bien, si una incli nación se co n trap o n e a o tra inclinación, al final la inclinación m ás fuerte g anará, y esto es lo que sig nifican los bancos, o los libros más gordos, o los educadores m ás decididos, o los cañones más gran des. A hora, lo m ás significativo en el D erecho y en O ccidente parece ser favorecer a la gente que p ro fesa defender valores hum anitarios, y así queda resuelta la cuestión. Esta, entre paréntesis, fue una de las lecciones que yo ap ren d í de la vida de Remigius, el inquisidor. M argherita von B rentano, que m enciona mi referencia a él, ha sido suficientem ente am able com o p ara no suponer que yo estaba p idiendo u n a resurrección de la brujería y de las persecuciones de brujas. N aturalm ente, no es ésa mi intención. T am p o ca creo que yo fuera un silencioso testigo de tales persecuciones 51. Pero mi explicación sería que el tem a no me agrada, y no que es algo intrínsecam ente m alo y basado en ideas retrógradas sobre el universo. Tales expresiones superan con m ucho lo que puede fundam entarse en las mejores intenciones y en los argum entos. Prestan al que las usa una au to rid ad que él sencillam ente no posee. Le colocan del lado de los ángeles, cuando to d o lo que hace es expresar sus opiniones personales. Parece 51 Al a rg u m e n ta r a h o ra d e n tro de u n a trad ició n p a rtic u la r no e n tro en conflicto con mi a n te rio r afirm ación de que d eberían darse iguales derechos a to d as las tradiciones.
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que es la m ism a verdad la que le acom paña cuando es una m era opinión lo que guía sus acciones, y una opinión m uy m al argumentada en este punto. Existen cantidades de argum entos contra los átom os, el m ovim iento de la T ierra, el éter del siglo xix, cosas to d as que, aunque refutadas, han vuelto a la escena. La existencia de D ios, el dem onio, el cielo y el infierno nunca ha sido atacada con razones p o r lo m enos m edio decorosas. Así, si yo quiero elim inar a Rem igius y el espíritu de su época, desde luego puedo com enzar a hacerlo, pero debo ad m itir que los únicos in stru m en tos de que dispongo son el poder, la retórica y el agradable sentim iento de estar en el lado de la verdad. Si, p o r o tra p arte, acepto sólo razones «objeti vas», entonces la situación me obliga a ser tole rante, porque no existen tales razones, ni en éste ni en o tro s casos (cf. C SL , p artes I y II, cap ítu lo 3 de EFM). R em igius cree en D ios, cree en una in m o rta lidad, cree en el infierno y en sus torm entos, y tam bién cree que los niños de las brujas que no son quem adas term in arán en el infierno. Y él no sólo cree en estas cosas, sino que a p o rta tam bién argu m entos. N o arg u m en ta a nuestro m odo, y su evi dencia (la Biblia, las afirm aciones de los Padres de la Iglesia, las decisiones de los Concilios) no es lo que n o sotros llam aríam os hoy evidencia. Pero esto no significa que sus ideas carezcan de substancia. Porque ¿qué es lo que tenem os p ara oponerle? ¿La creencia de que existe un m étodo científico y que éste ha llevado al éxito? La prim era p arte de esta creencia es falsa (cf. de nuevo sección 2); la segunda p arte es, desde luego, correcta, pero debe com ple tarse con el com entario de que se han dad o y siguen dándose m uchos fallos, así com o que los éxi tos ocurren en un estrecho dom inio que apenas llega a to car lo que está en discusión (p o r ejem plo, el alm a queda com pletam ente olvidada). Lo que cae 87
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fuera del dom inio, com o la idea del infierno, es algo que nunca fue examinado, excepto de la form a m ás superficial; se han perdido lo m ism o que los logros científicos de la A ntigüedad se perdieron en los prim eros cristianos. D e n tro del m arco de este pensam iento, Rem igius actú a com o un ser hum ano responsable y racional, y h ab ría que elogiarlo. Si nos repelen sus ideas y som os incapaces de darle lo que le debem os, entonces tenem os que reconocer que no existen ab so lutam ente argum entos «objeti vos» p ara ap o y ar nu estra repulsión. Podem os, n a tu ralm ente, decir m uchas cosas, y éstas pueden con co rd ar m u tu am en te de una form a muy herm osa, pero no podem os co nstruir con esta p alabrería nin gún puente a Rem igius y, apelando a su razón, traerle p o r él a n u estro lado. P orque él usa su razó n , pero con un fin diferente, de acuerdo con reglas diferentes y sobre la base de una evidencia diferente. No hay escapatoria: cargam os con la plena responsabilidad de no ac tu a r com o lo hizo Remigius, y no hay valores objetivos que nos defiendan si descubriéram os que nuestras acciones han llevado al desastre. P o r o tro lado, no olvidem os que nuestros tiem pos tam p o co carecen de inquisidores, aunque no los encontram os en la teología, sino en las ciencias, en la m edicina, en la educación, en la teoría política. Basta m irar a los m édicos que cortan, envenenan, o som eten a radiaciones a gente sin haber estudiado m étodos alternativos de tratam ien to que son bien conocidos, que no tienen consecuencias peligrosas y que pueden ap elar a sus éxitos. No vale la pena experim entar tales m étodos (¿no vale la pena inten ta r m antener vivos a los niños de las brujas?). Vale la pena p ro b ar. P ero considerando tales sugeren cias, nuestros inquisidores m odernos sólo tienen una respuesta: ¡Anathema sint! O perm ítasenos exam inar los esfuerzos de nuestros educadores, a
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quienes de añ o en añ o se les suelta sobre la genera ción joven y que han aprendido muy bien a disim u lar su estupidez n atu ral, su intolerancia y presun ción tras u n a term inología científica 52. El espíritu de Rem igius, mi querida M argherita von B rentano, sigue vivo entre n o sotros, en la econom ía, en la pro d u cció n y uso (abuso) de la energía, en la ed u cación, en las ciencias. La única diferencia im por tante es que Rem igius actuaba p o r razones humani tarias (quería salvar a los niños pequeños de la condenación eterna), m ientras que sus sucesores m odernos sólo se preocupan de su «integridad pro fesional». No sólo les falta perspectiva: también les fa lta humanidad. A mí no me gustan, pero mis razones, de nuevo, no son norm as objetivas, sino sueños de una vida m ejor. Si uno com bina tales sueños (los que yo tengo) con una idea de valores objetivos (que yo rechazo) y denom ina el resultado u na conciencia m oral, entonces no tengo conciencia moral, afo rtu n ad am en te, porque, diría yo, la m ayo ría de la m iseria de nuestro m undo, guerras, des trucción de alm as y cuerpos, carnicerías sin fin, son algo causado no p o r individuos m alos, sino por gente que objetiviza sus deseos m ás personales e inclinaciones y así los hace inhum anos. Esto, entre paréntesis, es la única cosa que parece haber advertido Agassi en su extraño estallido. Agassi dice que quiere expresar la verdad. Algo muy bo n ito en él, pero que no nos alivia m ucho. P orque los críticos de su o b ra científica han n o tad o ya hace tiem po que él ra ra vez sabe de qué habla, incluso cuan d o in ten ta contarnos la verdad 53. Su artícu lo confirm a esta im presión. Dice que yo entré 52 Cf. I. M ich, Deschooling Society, y, en un cam p o m ás espe cial, J. Jaegge, D um m heil ist lernbar, Berne, 1976. 53 Cf. p. e. los c o m e n tario s del e ru d ito en C o p é rn ic o E. R osen, en el ítem 882 de su gran bib lio g rafía so b re C opérnico, Three Copernican Treatises, New Y ork, 1971.
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de v o lu n tario en el ejército alem án: se me reclutó. Dice q ue intenté o lvidar los aspectos m orales y políticos de la Segunda G u erra M undial: no háblé de ellos. Dice que yo idolatré a P opper. Es cierto que me gusta id o latrar a la gente, me gusta ser capaz de m irar desde abajo a alguien, adm irarla o adm irarle, tom arle com o ejem plo, p ero P opper no es de la m ad era de que se hacen los ídolos. Agassi me llam a discípulo de Popper. Esto es verdad en un sentido, y com pletam ente falso en otro. Es verdad que yo asistí a las clases de P opper, asistí a su sem inario, ocasionalm ente le visité y hablé con o tro s estudiantes en la L ondon School o f Economics. No lo hice p o r mi p ro p io deseo, sino porque P opper era mi supervisor: una condición de mi estancia en In g laterra era que trab a jara con él. No elegí a Popper p ara esta tarea: yo había elegido a W ittgenstein. Pero W ittgenstein m urió y P opper era el siguiente ca n d id a to en mi lista. ¿Tam poco se acu erd a Agassi de cuántas veces me rogó, de ro d i llas, que a b a n d o n ara mi reservatio mentalis p ara que me entregara totalm ente a la filosofía de Popper y especialm ente que desperdigara cantidades de no tas de pie de p ágina con P opper en todos mis ensayos? Lo últim o lo cum plí 54 — bueno, yo soy un 54 Yo n o tenía la m en o r idea de que gestos am istosos com o éstos p r o n to serían in te rp reta d o s co m o signos de la g ran origi nalidad y del p o d e r c re a d o r de escuela de Popper. C reo m ás bien que se tra ta de signos de su h a b ilid ad p a ra c o n v ertir a m is tad en u n a escala a la fam a. E studié a W ittgenstein m ucho m ás deten id am en te de lo que jam á s hice con P o p p e r (y con razón, p o rq u e W ittgenstein es un filósofo, m ie n tras que P o p p e r es un am bicioso m aestro de escuela); d u ra n te cierto tiem po estuve m uy cerca de em inentes w ittgensteinianos, p e ro ellos ja m á s me p id ie ro n que e n riq u e cie ra m is n o tas de pie de p ág in a con sus nom bres, y jam á s se les h a b ría o c u rrid o c o n fu n d ir mi interés perso n al p o r las ideas de W ittgenstein con la pertenencia o con el h acerm e discípulo d e n tro de cierta escuela. D esde luego, ellos po d ían c o n sid era r con to ta l serenidad la cuestión, pues, después de to d o , W ittgenstein tenía algo que decir.
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tipo bon d ad o so y totalm ente dispuesto a ayudar a los que parece que sólo existen cuando ven su nom bre im preso— , pero no cum plí lo prim ero: al final del añ o de que habla Agassi (1953), P opper me pidió que fuera su asistente; dije que no, a pesar del hecho de que no disponía de ningún dinero y tenía que ser alim entado una vez p o r uno, o tra vez p o r o tro , de mis am igos que sí disponían de él. Agassi cu en ta tam bién algunos de los rum ores que cenvertían la vida en el círculo popperiano en u n a experiencia tan agradable: dice que P opper afirm ó que ya había lam en tado u n a vez, llorando, haber particip ad o en la Segunda G u e rra M undial. Esto es com pletam ente posible —soy una persona em ocio nal y he hecho m uchas cosas estúpidas en mi vida— , p ero es m uy poco probable: jam ás discuto tem as personales con extraños y, adem ás, no había nada que lam entar, excepto quizá la insuficiente inteli gencia m o strad a en el intento de escapar al reclu tam iento. Las lágrim as —esto es m ás pro b ab le— serían lágrim as de aburrim iento que fluyeron b astan te librem ente durante mis visitas al m aestro. Es un triste signo de la decadencia de los estándares de la vida académ ica en A lem ania que u n a pieza de desperdicios lacrim ales com o el ensayo de Agassi haya p o d id o escribirse con la ayuda de u n a beca que lleva el viejo, y h o norable nom bre de A lexander von H u m b o ld t 5S. H ay sólo un pu n to donde Agassi m uestra cierto sentido de la realidad, y esto con cierne a nuestra discusión sobre tem as m orales. Yo tam bién recuerdo la discusión. Agassi me pidió que 55 Agassi nos da tam bién un fascinante ejem plo de política en el círculo p o p p e ria n o . D ice que él no co n fiab a en mí y que no q uería convertirse en am igo m ío. Pero el m aestro, o lfa te a n d o un potencial con v erso (yo) y el co rre sp o n d ie n te in crem ento de su e n to rn o , pidió a Agassi que su p e rara su aversión, y Agassi superó su aversión. Así de fácil es co n v ertir a un p u rita n o israelí en un escabel a los pies de la razón crítica.
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to m ara una posición, es decir, que c a n ta ra arias m orales. Yo me sentí muy incóm odo. P or un lado, la m ateria parecía m uy idiota. Yo canté mi aria, el nazi can ta su aria; ah o ra bien, ¿cuál? P or o tro lado, sentía yo fuertem ente la irracional presión de Auschw itz que Agassi y m uchos otros cantores callejeros antes y después de él han utilizado des vergonzadam ente p ara im pulsar a la gente a gestos vacíos. ¿Qué digo yo hoy? D igo que A uschw itz no es el problem a. El p roblem a es el tratam ien to de las m inorías en las dem ocracias industriales; el proble m a es la «educación», educación hacia un p u n to de vista hum anitario, incluido el hecho de que la m ayo ría del tiem po consiste en tran sfo rm ar a m aravillosa gente joven en copias incoloras y farisaicas de sus m aestros; el problem a es el colosal engreim iento de nuestros intelectuales, su creencia de que saben pre cisam ente lo que la hum anidad necesita y sus esfuer zos inexorables p o r recrear a la gente a su triste im agen y sem ejanza; el problem a es la infantil m egalom anía de algunos de nuestros m édicos que ch an tajean con tem ores a sus pacientes, los m utilan y, finalm ente, los persiguen con enorm es cuentas; el problem a es la falta de sentim iento de m uchos a u to d en o m inados buscadores de la verdad, que to rtu ra n sistem áticam ente anim ales, estudian sus m olestias y reciben prem ios p or su crueldad. En lo que a mí con cierne, no existe diferencia alguna entre los verdugos de A uschw itz y esos «benefactores de la h um ani dad»: en am bos casos se abusa de la vida p a ra p ro pósitos especiales. El problem a es la falta de consi deración de valores espirituales y su sustitución p o r un m aterialism o o un hum anism o crudo, pero «cien tífico»: el h om bre (es decir, seres hum anos en cuan to en tren ad o s p o r sus intelectuales) puede resolver todos los problem as; no necesita ninguna confianza y ninguna asistencia de o tras agencias. ¿Cóm o puedo to m ar yo en serio a una persona que deplora 92
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crím enes lejanos, pero alab a a los crim inales de su entorno? ¿y cóm o puedo decidir un caso desde lejos viendo que la realid ad es m ás rica que la más m aravillosa im aginación? Ya lo sé: m uchos de mis am igos pueden to m ar u n a decisión así con am bas m anos atad as a su espalda; bien, ellos pueden haber logrado u na conciencia m oral bien desarrollada. Yo, p o r o tra p arte, quisiera considerar un p u n to de vista d istin to d o n d e el m al es p arte de la vida, lo m ism o que es p arte de la creación. U no no lo verá con ag rad o , p ero tam poco se c o n ten ta con reac ciones infantiles. U no lo delim ita, pero lo deja per sistir en su dom inio. P orque nadie puede decir cu án to bien contiene todavía, y h asta qué p u n to la existencia precisam ente de la m ás insignificante cosa buena está ligada a los crím enes más atroces.
8.
A D IO S A LA R A ZO N
¿Cuál es el origen de esta extraña colección que yace aquí ante los atónitos ojos del lector? Y ¿por qué he escrito una respuesta? Es fácil responder a la prim era pregunta. H ace dos años, en 1979, H ans Peter D u err fue invitado a convertirse en a u to r de la prestigiosa E ditorial S u hrkam p en A lem ania. R ehusó p o r tener otras obligaciones. Pero le quedó la conciencia tranquila: a H ans Peter no le resulta cóm odo recha zar invitaciones am istosas. El D r. Unseld, espíritu que guía la E dito rial S uhrkam p, cuya habilidad en olfatear la conciencia intranquila de la gente sólo es superada p o r su pericia en m anipularles, descubrió la situación en que se h allab a H ans Peter y le tra tó con p alabras, alim entos y bebida 56. R esultado: 56 obra.
E sta frase fue c en su rad a en la edición a le m an a de esta
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H ans Peter concibió la idea de un festival PK F (Paul K arl Feyerabend) y com enzó a enviar cartas en todas direcciones. A lgunas de las cartas regresa ron sin haber sido abiertas, o tras con reflexiones sobre su salud m ental, o tras con la excusa de falta de tiem po, p ero tam bién algunas personas decidie ron alabarm e o m aldecirm e o realizar exorcism os sobre mí rodeándom e con círculos de retórica. No fue, pues, el m érito de mi o b ra el que ha p roducido tal colección, sino el poder del alcohol. M ucho m ás difícil es contestar a la segunda pre gunta. M ucha gente, científicos, artistas, juristas, políticos, sacerdotes, no hacen distinción alguna entre su profesión y sus vidas. Si logran éxito, ello se entiende com o u n a afirm ación de to d a su exis tencia. Si fracasan en su profesión, creen que han fracasado tam bién com o seres hum anos, sin im por tarles las alegrías que puedan sentir con sus am igos, hijos, esposas, am antes o perros. Si escriben libros, novelas, colecciones de poem as o tratad o s filosófi cos, esos libros se convierten en parte de un edificio co n stru id o desde su más íntim a substancia. «¿Quién soy yo?», se interroga Schopenhauer, y responde: «El que ha escrito El mundo como voluntad y repre sentación y el que ha resuelto el gran problem a del ser». Padres, herm anos, herm anas, esposas, m ari dos, queridas, periquitos, los sentim ientos m ás per sonales del au to r, sus sueños, sus tem ores, sus espe ranzas, todo esto sólo tiene significado con referen cia al edificio que construyen, y de acuerdo a este hecho se describe todo el resto: la m ujer, los am i gos, los hijos crearon la atm ósfera adecuada o per tu rb aro n al pobre chico; lo com prendieron, lo ali m entaron, lo anim aron, le prestaron dinero, lo ay u d aro n afanosam ente en el p a c to de los m ons tru o s que alu m b ró , o les faltó lealtad y han hecho aú n m ás pesada la ya grave carga de su «obra»; el p erro lo acom pañó en sus paseos y lo entretuvo con 94
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sus cabriolas, o lo m an tu v o despierto en la noche con su p lañ id era atención a la luna, y así sucesiva m ente. E sta actitu d se encuentra m uy extendida. Es la base de casi todas las biografías y autobiografías. Se dio en pensadores realm ente grandes (Sócrates, pocas horas antes de su m uerte, echa fuera a su m ujer e hijos p a ra po der p arlo te ar sobre cosas muy profundas con -sus estudiantes que le ad o rab an [Fedón 60a]) 57, pero es tam bién m uy corriente entre los roedores académ icos de hoy. P ara mí, esta actitu d es extraña, incom prensible y ligeram ente siniestra. C ierto que yo tam bién adm iré un día este fenóm eno desde lejos; esperaba entonces en tra r en los castillos desde donde residía éste y particip ar en las guerras de ilustración que los eru ditos caballeros de aquellos castillos, los cated ráti cos, habían lanzado sobre to d o el m undo. O casio nalm ente advertí, sin em bargo, los aspectos más pedestres del asu n to , el hecho es que los caballeros sirven a m aestros que los pagan y les dicen lo que tienen que hacer; no son m entes libres buscando la arm o n ía y la felicidad p ara todos, sino sirvientes civiles (D enkbeam te —funcionarios del pensam ien to — , p ara usar una m aravillosa palabra alem ana), y su m anía p o r el orden no es resultado de u n a inves tigación eq u ilib rad a, sino u n a enferm edad profesio nal. Así, m ientras que yo utilicé plenam ente los apreciables salarios que adquirí p o r hacer muy poco, me p reo cu p ab a de proteger de dicha enfer m edad a los pobres hum anos (y en Berkeley a perros, gatos, m apaches y tam bién, de vez en cuando, a un m ono) que venían a mis lecciones. Después de todo — me decía a mí m ism o— , tengo algo de responsabilidad sobre esta gente y no debo ab u sa r de su confianza. Les co n tab a historias y 57 El paralelo en el caso de artistas es n a rra d o «con gusto», p ero tam bién con m ucho resentim iento, p o r C laire G oll en su au to b io g rafía, Ich verzeihe keinem , M ünchen, 1980.
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p ro c u rab a fortalecer su natu ral testarudez y resis tencia, p orque — pensaba— esto sería la m ejor defensa co n tra los cantores callejeros ideológicos con que iban a tropezar: la mejor educación consiste en inmunizar contra toda educación organizada per petradle. Pero estas am ables consideraciones nunca siquiera llegaron a establecer un lazo cerrado entre mi tra bajo y yo. F recuentem ente, al conducir p o r la uni versidad, ya sea en Berkeley, o bien en Zurich, d o n d e se me paga en buenos francos suizos,co m encé a pensar que yo era «uno de ellos», «soy un profesor en esta U niversidad» — me decía a mí m ism o— , «im posible, ¿cómo ha sucedido esto?». En lo que concierne a mis llam adas «ideas», mi actitu d es exactam ente la m ism a. A mí siem pre me gustó el diálogo con los am igos sobre religión, polí tica, sexo, asesinato, la teoría cuántica de la m edida y m uchos o tro s asuntos. En tales discusiones yo to m ab a una vez una posición, o tra vez o tra, cam biaba de posición, e incluso la form a de mi vida, en p arte p ara escapar al aburrim iento, en parte porque soy an tisu g erid o r (com o advirtió K arl P opper una vez con tristeza), y en parte p o r mi creciente con vicción de que incluso el p u n to de vista m ás estú pido e in h u m an o tiene sus m éritos y m erece una buena defensa. Casi todos mis escritos — bien, per m ítasenos llam arlos «obra»— , com enzando con mi tesis, surgieron de tales discusiones vivas y m ues tran el im pacto de los participantes: V ictor K raft y los m iem bros del C írculo K raft du ran te mis prim e ros años en Viena (cf. C SL, páginas 126 y siguien tes; era la época en que me sentí m uy im presionado p o r los escritos de H ugo D ingler, el convencionalista alem án); K órner, Bohm , Edgley, P opper, W atkins, en In g laterra; Feigl y los m iem bros de su m aravilloso C en tro (H em pel, Nagel, G rü n b au m , Maxwell, Putnam , Landé, Hill, Scriven y m uchos 96
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otros), en los E stad o s U nidos; en V iena, H ollitscher, uno de mis m aestros, me cam bió de positivista cabezota en realista algo m enos cabezota; K uhn y L akatos tam bién discutieron conm igo algo después. E lizabeth A ncscom be, con quien vivam ente discutí d u ra n te días enteros sobre W ittgenstein, y los escri tos del m ism o W ittgenstein desem peñaron un papel muy im p o rtan te en mi pensam iento. A veces creía que tenía ideas p ro p ias — alguna vez todos som os víctim as de tales ilusiones— , pero nunca habría soñado en considerar tales pensam ientos com o p ar tes esenciales de mí m ismo. C om o dije al com enzar a tra ta r este tem a, verdaderam ente soy algo muy distinto de la m ás sublim e invención que haya p ro ducido yo m ism o y de la convicción más p ro fu n dam ente sentida que me haya invadido, y nunca debo p erm itir que estas invenciones y convicciones lleguen a d o m in ar y a convertirm e en su obediente servidor. D e vez en cuando puedo «tom ar una posi ción» (aunque la práctica e incluso las palabras me sacan de ella), pero, si lo hago, entonces la razón es un an to jo pasajero, no una «consciencia m oral» o algún o tro m onstruo de esta índole. C on esto, pienso que puedo finalm ente d ar una respuesta a la segunda pregunta: ¿por qué escribí u na réplica? Escribí u n a réplica, en prim er lugar, p o r curiosi d ad infantil: ¿C óm o se relacionan m utuam ente los trab a jo s que he p u blicado a lo largo de los años? ¿Existe siquiera un nexo o sólo hay cam bios arb i trarios? La respuesta es que, en efecto, existe un nexo. (Lo he descrito en parte en la introducción a los volúm enes I y II de mis Philosophical Papers. El rem anente m ental que me guió tras lo que yo digo en dicha introducción está fuera del dom inio de racio n alid ad tal com o se lo concibe en el libro.) En segundo lugar, escribí mi réplica p ara m ostrar cóm o los racionalistas m enores observan el dictam en del 97
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instrum ento tan restringido que han to m ad o com o guía. Se p resentan com o eruditos, navegan bajo la b an d era de la razón, pero casi nunca conocen ni un arg u m en to fu n d a d o en u n a perforación del suelo. Los académ icos son dem asiado educados, o están dem asiado asustados o dem asiado preocupados, o son dem asiado incom petentes p ara que puedan in fo rm ar al público sobre los deficientes m entales en su seno. Yo no tengo tales reparos. En tercer lugar, habiendo finalm ente constatado los inconve nientes del racionalism o m oderno, quise defender aquellas contribuciones m ías que lo apoyaban, a u n que fuera sólo indirectam ente. La razón es una d am a m uy atractiv a. Los asuntos con ella han ins p irad o algunos m aravillosos cuentos de hadas, tan to en las artes com o en las ciencias. Pero es una característica peculiar de esta singular d am a que el m atrim onio la cam bia en una vieja b ru ja p arla n chína y dom inante. M uchos de mis am igos no im a ginan la m ugre de un m atrim onio así y llegan a alabarse a sí m ism os p o r el vigor m oral que les capacita p ara sobrevivir en las circunstancias. U na b o n ita cosa en lo que a mí concierne. Lo que no me gusta es que intenten extender su m ugre a su alre d ed o r y que creen instituciones que garantizan que tam p o co generaciones futuras lleguen jam ás a libe rarse de ella. En los últim os años he descubierto que esta acti tud mía no es precisam ente un capricho personal, sino que ha sido y sigue siendo c o m p artid a p o r m uchas tradiciones. Los medievales investigaban en cam pos estrechos, p ero tam bién eran fieles m iem bros de la Iglesia. Pertenecían a la com unidad de los eruditos, p ero tam bién eran m iem bros po ten cia les de la com unidad de los santos y eran conscientes de ello. E sta consciencia les im pedía obtener, de una em presa lim itada, estrecha e históricam ente accidental, una m edida de la hum anidad en su con 98
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ju n to . Los ju d ío s am aron y siguen am an d o el cono cim iento. P ero p a ra ellos el conocim iento pertenece a un rico y cro m ático tapiz. Ilum ina cada u n a de las partes de este tapiz y es hum anizado p o r él (el nexo fue trad u cid o a térm inos intelectuales p o r M aim ónides y d estru ido p o r el intelectualism o agre sivo e inhum ano de Spinoza). Las ciencia, en am bos casos, no es im p o rtan te p o r sí y en sí m ism a. No tiene im p o rtan cia independiente; recibe su substan cia com o p arte de una vida dedicada a m aterias incom parablem ente m ás im portantes. Un ser h u m a no puede ser un científico, pero él, o ella, es sólo un verdadero científico si es consciente de esos asu n to s m ás am plios. O , dicho con las palabras de Einstein, la g randeza de un científico consiste en que él p er m anece cuando se le sustrae su ciencia í8. El surgim iento de la ciencia m oderna ha elim i nad o tales m ecanism os com pensadores y los ha reem plazado p o r u na «filosofía» m aterialista estre cha (a veces tam bién llam ada «hum anística»). A h o ra n ad a im pide a un individuo destruirse él m ism o y a los otro s, en nom bre de versiones p u ra m ente seculares, es decir, que p ro n to se especializa ro n , de la verdad, de la realidad y de la justicia. N ad a le im pide destruirse a sí m ism o y a los otros en nom bre de la Razón. Porque las prom esas de éxito y hum anidad que aco m p añ ab an el ascenso del racionalism o científico se convirtieron p ro n to en gestos vacíos. Es cierto que las ciencias p rogresaron (en un sentido que fue definido p o r ellas y que cam bió de un perío d o a otro), pero el racionalism o tiene poco que ver con 58 D e b o esta cita al D r. T h eo G in sb u rg , del In stitu to F ederal de T ecnología, en Z urich. La leyó d u ra n te una discusión m uy in stru ctiv a, p e ro tam b ién m uy m ovida, so b re el papel de la ciencia en la trad ició n ju d ía . Los o tro s p a rticip a n te s fu ero n el R e cto r M ichael B ollag, el ra b in o D r. J a k o b T eich m an n y el Prof, D r. H . St. H erzka.
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este hecho (detalles en TC M y en la sección 2, supra). Es verdad que ocasionalm ente la gente ha sacado provecho de los resultados científicos, pero no com prendieron lo que sucedía, no tenían nada que decir sobre el tem a, se m antenían en un estado de ignorancia, y, p o r o tra parte, se producían m uchos fracasos y desastres. Las instituciones se hicieron m ás hum anas, pero, de nuevo, poco tiene que ver esto con las ciencias. U na total dem ocrati zación del conocim iento podría haber restaurado p o r lo m enos p arte del contexto más am plio, habría establecido un nexo real y no m eram ente verbal con la h u m an id ad , y h ab ría podido llevar a una a u tén tica ilustración, y no sim plem ente a la sustitución de una clase de inm adurez (fe firm e e ignorante en la Iglesia) p o r o tra (fe firm e e ignorante en la C ien cia). En cam bio, sólo unos pocos intelectuales p er m itirían que un lego les to cara su m ás exquisita posesión: la ciencia. Luego, incluso em presas secu lares fueron subdivididas y convertidas en especiali dades. K ant, Hegel, Schopenhauer, Steiner estud ia ron las ciencias y las artes, exploraron la religión, el derecho y la política, e intentaron hallar un arreglo eq u ilibrado entre estos asuntos y los talentos hum anos que los había creado (y que fueron m ucho más allá de cualesquiera resultados particulares). E rnst M ach, que era un científico y un filósofo de la ciencia, situado p o r encim a de las m edianías inte lectuales que pueblan este^cam po, no habló sim ple m ente de racionalidad y Vérdad: intentó transformar las ciencias, hacerlas m enos especializadas, y en este proceso hizo contribuciones a la psicología, fisiolo gía, filosofía, física- historia del conocim iento, e incluso a la literatura; al darse cuenta de que el proceso del desarrollo científico es dem asiado com plejo p ara ser cap tad o p o r categorías ordenadas, ello le hizo esforzarse p o r conseguir un estilo n a rra tivo que siem pre m antuviera la incom pletud ante 100
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los ojos del lector. Sin em bargo, incluso esta activi dad ya am pliam ente lim itada es dem asiado com pleja p a ra los «racionalistas» de hoy que se enorgu llecen de h aber superado el dogm atism o de sus predecesores al tiem po de precisar de los talentos y, en la m ayoría de los casos, del conocim iento histó rico p ara beneficiarse de los éxitos de ellos 59. Sepa rad o ta n to de los intereses de la hum anidad (aun que no de los eslóganes edulcoradam ente h u m an ita rios, este «racionalism o» es una buena ayuda p ara los llam ados pensadores que pueblan ah o ra nues tras universidades y m arcan pautas a la hum anidad m ientras que carecen de los elem entos m ás básicos de ella. No los acuso. La m iseria que constituye su h áb itat n atu ra l fue preparada p o r grandes y vanido sos escritores, com o Spinoza y K ant, que intentaron encajar a D ios y el M undo en las dim inutas áreas de sus cerebros capaces de una actividad constante y desarrolladas en profundidad p o r hordas de inte lectuales apoyados estatalm ente. Sus denom inadas filosofías han envenenado nuestras vidas y torcido nuestras alm as. Ya es hora de elim inar esta enfer m edad de entre no sotros y re to rn ar a ideas más m odestas p ero tam bién m ás abiertas. Ya es h o ra de volver a ap reciar la m ás am plia perspectiva de las visiones religiosas del m undo.
59 M ach reco m en d ab a el uso de hipótesis audaces e inductivism o criticad o . Lo hacía en unas pocas líneas e ilu stra b a sus p ro p u estas con ejem plos tom ados de la historia de la ciencia. P o p p e r extendió esas pocas líneas a to d a u n a c arre ra sin incre m en tar su contenido.
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CIENCIA: ¿GRUPO DE PRESION POLITICA O INSTRUMENTO DE INVESTIGACION? 1. Las discusiones generales sobre las ciencias, su naturaleza, sus im plicaciones, o sobre su papel en la sociedad, plantean las dos cuestiones si guientes: a) ¿Qué es ciencia? b) ¿Qué es lo que hace que la ciencia sea tan im portante? P or ejem plo, el reciente juicio sobre el creacio nism o en A rkansas (EE. UU.) 1 giró alrededor de la cuestión de si el creacionism o era una ciencia, y el deseo de revivir m étodos tradicionales de diagnós tico y terap ia en M edicina ha surgido porque algu nos creían que la ciencia, aunque haya conseguido sorprendentes éxitos en Física o A stronom ía, ha fracasado en los asuntos hum anos. Me parece que hasta ah o ra am bas cuestiones no han obtenido u na respuesta satisfactoria. Decisiones legales que im plican ciencia, proyectos basados en ella, políticos influidos p o r su au to rid ad , se apoyan en rum ores, no en conocim ientos serios. Pero ¿cuál será la respuesta satisfactoria a nues tras dos cuestiones y cóm o p o d rá obtenerse? 2. La cuestión a) supone que todas las discipli nas científicas en todos los estadios de su historia 1 Para una inform ación sobre el caso, c o n su lta r Science, vol. 125 (enero 1982), pp. 142 ss., y la literatura citada. El juicio final fue p ublicado en Science, vol. 125 (1982), pp. 934 ss.
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tienen en com ún ciertos rasgos y que estos rasgos pueden ser identificados, descritos y com prendidos independientem ente de la com plejidad de las p rá cti cas a que pertenecen. E sta es u na suposición com pletam ente ingenua. Incluso u na m irada superficial sobre el estado actual de las ciencias m uestra u n a m ultitud de ideas, m étodos, preferencias y aversiones que resiste todo intento de unificación teórica 2. D esde luego, el observ ad o r debe considerar todas las ciencias: la física de altas presiones y la topología de los con ju n to s puntuales; la etología y la botánica, lo m ism o que las especulaciones sobre el origen del m u n d o , y no puede p asa r p o r alto la enorm e varie d ad de vías de acceso existentes en cada cam po: algunos m atem áticos llegan a sus resultados con la ay u d a de ingeniosos experim entos m entales; otros perm anecen en un nivel de estricto form alism o; algunos físicos (p o r ejem plo, V on N eum ann) ofre cen m odelos teóricos bien construidos; otros (com o B ohr) n arran historias. A lgunos psicólogos intentan e n c o n trar un único principio subyacente en todas las conductas hum anas. O tros se contentan con una d etallad a descripción ideográfica de los fenóm enos. M irando hacia atrás, com probarem os que en la his to ria no ha existido u n a sola regla que no fuera cri ticad a o mal utilizada, y ningún principio que no suscitara oposición. El atom ism o fue u n a hipótesis útil y valiosa p a ra M axwell, y un m o n struo m etafísico p a ra M ach. El tiem po fue un m edio de existencia relativam ente no estru ctu rad o p a ra los geólogos uniform istas, y una 2 U n in te n to fu n d a d o en algo m ás que en p erogrulladas p ia d o sas, q u iero decir. Así es com pletam ente verdad que los cientí ficos son gente «crítica». Pero n o son críticos an te cualquier cosa, no son la única gente crítica, y puede que la a ctitu d m ás dogm ática se in tro d u z ca , com o ha sucedido con frecuencia, a través de una d etallad a crítica de m étodos m ás liberales.
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entidad m edible exactam ente p ara Kelvin, su m ayor enemigo entre los físicos. La increíble sofisticación de la ciencia no ha m ejorado las cosas; to d o lo con trario , ha m inado todavía m ás ideas fundam entales (límites estrictos entre observador y objetos obser vados, existencia de leyes físicas am plias, validez universal de las leyes de la lógica form al, etc.), pero, p o r o tro lado, ha reintroducido ideas an ted i luvianas (idea de un universo finito con un com ienzo ab soluto tem poral). En esta situación, ¿cuál puede ser la respuesta a la cuestión a)? H ay dos cosas obvias: la respuesta no puede ser un a contestación ab stracta, y no puede restringir investigaciones futuras. T odo lo que podem os decir es: éstas son las ideas existentes hoy (y h ab rá m uchas ideas conflictivas sobre ellas), éstas son las razones p o r las que algunos científicos las aceptan, éstas son las razones (frecuentem ente m uy distintas) p o r las que otro s científicos las rechazan, éstas son las form as en que m uchos científicos (pero, desde luego, no todos) delim itan y valoran la investiga ción. Pero nuevas ideas y nuevos m odos de hacer ciencia pueden estar ya a la vuelta de la esquina. 3. A lgunos de los m ejores científicos están de acuerdo con esta idea. Según E rnst M ach 3, «los esquem as de la lógica form al y de la lógica induc tiva tienen p oca u tilidad (para los científicos), p o r que la situación intelectual jam ás es exactam ente la m ism a; pero los ejem plos de los grandes científicos son m uy instructivos». No son instructivos p o r con tener elem entos com unes que el investigador sólo tendría que d estacar y que tendrían tam bién sentido aislado, sino p orque sum inistran un rico y variado fundam ento p ara en tren ar su capacidad inventiva. 3 E rnst M ach, E rkenntnis und Irrtum , Leipzig, 1917, p. 200.
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P enetrando en este fundam ento p ara el adiestra m iento, el investigador desarrolla su m ente, la hace m ás despierta y versátil, m ás capaz de crear nuevas form as de pensam iento y nuevas posibilidades de investigación. P o r esto, en cierto sentido «no se puede enseñar la investigación» 4, no es «un saco con trucos de legistas» 5; es un arte cuyos rasgos específicos sólo revelan u n a tenue p arte de sus posibilidades y cuyas reglas nunca llegan a estar perm itidas p ara crear dificultades insuperables a la ingenuidad hum ana. Estas reglas pueden ocasionalm ente guiar la investigación, pero frecuentem ente quedan reconsti tuidas p o r nuevas invenciones y nuevos m étodos. Según Einstein 6, «las condiciones externas estable cidas [para el científico] p o r los hechos de la expe riencia no le perm iten lim itarse él m ism o dem asiado en la construcción de su m undo conceptual al ad h e rirse a un sistem a epistem ológico. P or esto, p a ra un epistem ólogo sistem ático aparecerá él com o el tipo de un o p o rtu n ista sin escrúpulos.» «Sí, yo la he ini ciado —dijo a Infeld sobre una nueva m anera de tra b a ja r en física— , pero consideraba estas ideas com o algo provisional. Jam ás pensé que otros las to m arían m ucho m ás en serio de lo que yo m ism o lo hice.» 7 D icho de form a m ás ligera, «una buena b ro m a no debe repetirse dem asiado» 8. Niels B ohr 4 Loe. cit. 5 O p. cit., p. 401, n. 1. 6 P. A. Schillpp (ed.), A lbert Einstein, Philosopher-Scientist. E vanston, 1951, pp. 683 ss. 7 C ita d o de R. W. C lark , Einstein, New Y ork, 1971, p. 360. La a ctitu d de M ach fue sim ilar, D e n o m in a b a a sus ideas sobre la ciencia sugerencias p rovechosas o «aperçus» (Analyse der Empfindungen, Je n a , 1922, p. 39), y a firm ab a que «no hay nece sidad de cam b iar este punto de vista transitorio p o r un sistem a de p o r vida del que nos con v ertiríam o s en esclavos» (Populär wissenschaftliche Vorlesungen, Leipzig, 1896, p. 226). 8 Philipp F ra n k , Einstein, H is L ife and Times, L o ndon, 1946, p. .261.
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(y W illiam Jam es, a quien B ohr ad m irab a m ucho) subrayaba la inestabilidad de los logros científicos. P or esto los presen taba históricam ente com o p ro ductos provisionales dentro de un desarrollo largo y com plejo y se oponía a los intentos de clarificación independientes de la investigación (Som m erfeld, Von N eum ann, teorías axiom áticas de cam po). Pen saba que tales intentos estabilizarían am plias zonas científicas y dificultarían la investigación 9. Boltz m ann, al ap licar el darw inism o a la ciencia, ha in terp retad o precisam ente de esta m anera las leyes del pensam iento com o ingredientes del estadio de d esarrollo m ás reciente, pero todavía transicional, que las cam bia en el preciso m om ento en que com ienzan a existir 10. Podem os resum ir la actitud de estos científicos diciendo que no existen condicio nes restrictivas perm anentes de la investigación y que la investigación y sus resultados no son »racionales» en el sentido de tales condiciones restrictivas. 4. La situación que acaba de describirse tiene consecuencias obvias. Si la ciencia está abierta a todo cam bio, si hay ideas y pau tas incom patibles con cierto estadio científico que todavía pueden im ponerse y tra n s fo rm ar la ciencia — lo que ha sucedido num erosas veces en la historia de las ideas científicas— , en to n ces el exam en científico de las nuevas sugerencias y de los m itos antiguos no puede consistir sim ple m ente en co m pararlos con este estadio del conoci m iento y rechazarlos cuando no encajan. H ay que perm itir que los m itos, que las sugerencias lleguen a fo rm ar p arte de la ciencia y a influir en su d esa rro llo. N o sirve de n ada insistir en que carecen de base 9 P ara detalles, cf. sección 6 de mi ensayo «Niels B o h r’s W orld View», en Phil. Papers, vol. 1, C am bridge, 1981. 10 Cf. sus Populare Vorlesungen. Leipzig, 1906, p. 318.
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em pírica, o que son incoherentes, o que tropiezan con hechos básicos. A lgunas de las m ás bellas teo rías m odernas fueron en su día incoherentes, care cieron de base y chocaron con los hechos básicos del tiem po en que se las p ro p u so p o r prim era vez. Tuvieron éxito p o rque se las usó de una form a que ah o ra se niega a los recién llegados n . Después de todo, la base evidencial, la adecuación a lo fáctico, la coherencia son algo producido por la investigación y, por tanto, algo que no puede impo nerse como precondición de ella. A dem ás, la misma investigación que p roduce evidencia en favor de un p u n to de vista, o que rem ueve las dificultades de ese m ism o p u n to de vista considerado hasta el m om ento com o sin fundam ento, puede dism inuir su evidencia o crear dificultades p a ra los «hechos» que aparentem ente p ro b arían su inadecuación 12. R echa zar u n a hipótesis p o r estar en pugna con hechos bien establecidos favorecidos científicam ente signi fica em pezar la casa p o r el tejado. El conflicto m uestra que no concuerdan los hechos y la h ipóte sis. Pero no m uestra que los hechos no puedan ser abatidos p o r la hipótesis l3. T am poco es posible rechazar un pu n to de vista p o r haber sido exam inado ya, y, si ha fracasado p ara la ciencia de hoy, no es la ciencia la que lo hace fracasar. La ciencia m oderna está llena de ingredientes que frecuentem ente fracasaron en el 11 Los científicos que presen tan ideas nuevas e inusitadas o c u lta n frecuentem ente estos defectos d a n d o una relación enga ñosa de sus descubrim ientos. E jem plos son: G alileo (cf. caps. 8 y siguientes de mi TCM , versión española, M adrid, 1981) y N ew ton (cf. Philosophical Papers, vol. II, cap. 2). 12 Cf. la form a en que G alileo cam bia el experim ento de la to rre de u n a refutación en u n a co nfirm ación del p u n to de vista copernicano. 13 E sto supone que las ciencias sólo p ro p o rcio n a n una serie co n sisten te de hechos p a ra e n fre n tarlo s a la hipótesis. E sto sólo se d a ra ra vez y, adem ás, debilita la posición de la «ciencia» an te nuevas (o viejas) form as de hipótesis.
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pasado. La filosofía del atom ism o ofrece un buen ejem plo. Fue in tro d u cida (en O ccidente), en la A ntigüedad, con el p ro p ó sito de «salvar» m acrofenóm enos tales com o el del m ovim iento. Fue asu m ida luego p o r la filosofía de A ristóteles dinám i cam ente más sofisticada, volvió con la revolución científica, fue considerada com o un m onstruo an te diluviano a fines del siglo xix (en el continente europeo, no en Inglaterra), tuvo un regreso triunfal al cam bio de siglo sólo p ara volver a quedar de nuevo restringida p o r la com plem entariedad. O tro ejem plo es el m ovim iento de la tierra. Se aceptó en la A n tigüedad, fue d erro tad o p o r la poderosa argum entación de los aristotélicos considerado com o una concepción «increíblem ente ridicula» por Ptolom eo l4, inició un regreso triunfal en el siglo x v n sólo p a ra volver a ser considerado com o una de las m últiples posibilidades de la teoría general de la relatividad. Lo que rige en el caso de las teorías es tam bién verdad en los m étodos o «estándares». El conocim iento, p rim ero, fue algo basado en la especulación y en la lógica; luego, A ristóteles in tro dujo m étodos m ás «em píricos», que fueron a su vez reem plazados p o r los m étodos m atem áticos de G alileo y D escartes 15, sólo p a ra volver a com binarse con consideraciones cualitativas en los siglos xix y xx. La idea de que el universo es finito y con un com ienzo en el tiem po fue considerada du ran te m ucho tiem po com o un vástago de ideas religiosas y ridiculizada h asta el advenim iento de la teoría general de la relatividad, que le perm itió volver 14 Synlaxis, trad u c id a p o r M anitius, Handbuch mie, vol. I, Leipzig, 1963, p. 18. 15 A ristóteles m aneja m uy c uidadosam ente las (cf. mi ensayo «C om m ents on A risto tle ’s T heory tics», en M idwestern Studies in Philosophy (1982), asigna una función auxiliar.
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com o una hipótesis científica respetable, aunque «repulsiva» 16. Hoy es u n a idea que form a p arte del sentido com ún científico. La lección a sacar de este esbozo histórico es que la relegación tem poral de una teoría, de un pu n to de vista o de u na ideología no puede tom arse com o u na razón p ara elim inarlos. U na ciencia interesada p o r en co n trar la verdad debe retener todas las ideas de la h u m an id ad p ara su posible uso, o, dicho de o tra fo rm a, la historia de las ideas es un constitutivo esencial de la investigación científica 17. Recíprocam ente, un debate que elim ina ideas p o r estar en pugna con concepciones populares científi cas (principios, teorías, «hechos», estándares) no es un debate científico, no puede invocar la au to rid ad de la ciencia en fav or del m odo con que se trab a ja, y u na victoria gan ada en el curso de dicho debate no es una victoria de la ciencia, sino de aquellos que han decidido convertir el estado tran sito rio del conocim iento en un árb itro perm anente de disputas. O, p ara describirlo de o tra m anera, se tra ta de una victoria de los que han decidido convertir la ciencia de instrum ento de investigación en grupo de presión política 18. La «victoria» de la evolución, la sustitu ción de la au to rid ad de la iglesia p o r la au to rid ad de los científicos, educadores, intelectuales del m ontón, la expulsión del alm a en psicología, la elim inación 16 Cf. el m em orial presidencial, m uy instructivo, de E ddington (M ath em at. A ssoc., 5 de enero de 1931), p u b lic a d o en Nature, vol. 127 (1931), pp. 447 ss. 17 U n im p o rta n te c o ro la rio es el siguiente: los p ro p io s teó lo gos que basan sus ideas en escritos sa g rad o s n o se lim itan a tem as éticos, sino que pu ed en c o m p e tir con las ideas m ás a v a n z ad as d e las ciencias físicas. Sin e m b a rg o , varam ente se d a tal fortaleza en los p en sad o res religiosos m odernos (en O ccidente; las religiones orientales no se dejan im p resio n ar ta n to p o r las conquistas de la ciencia). 18 Parece que el p rim e r p e n sa d o r que criticó tal m éto d o fue P latón. Cf. sus objeciones a los «antilógicos» (Rep., 453e, y Teeteto, 164c) (el térm ino significa inclinación a la controversia).
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de la m edicina trib al de la praxis m édicá en el si glo xix 19, la decisión de los teólogos de no seguir interfiriendo en los debates sobre la estructura del universo m aterial sino de dejar dichas m aterias a los científicos, to d o esto han sido victorias políticas en el sentido descrito 20. El hábito de considerar los desarrollos que conducen a tales victorias oscurece esta situación. P roduce la im presión de que las norm as de valor actualm ente aceptadas tenían ya fuerza entonces y que los perdedores fueron conde nados p o r ellas y no precisam ente vencidos p o r un m ero trab ajo de relaciones públicas (ejem plo sobre saliente de esta ilusión es la discusión entre la física aristotélica y la nueva ciencia de G alileo y sus seguidores). 5. La tesis central de la últim a sección era que el exam en científico de ideas, m étodos y p u n to s de vista no consiste en com pararlos con los m étodos, hechos y teorías de la disciplina científica ap ro p iad a y en rechazarlos cuando no encajan. Tal procedi m iento 21 no sólo es dem asiado ingenuo, sino que está en conflicto con lo que sabem os sobre im por tantes episodios de la historia de la investigación científica. Un exam en científico ad ecuado (y, en esta m ateria, cualquier exam en de cualquier pu n to de vista) consiste en el intento de reestructurar la ciencia (y las disciplinas utilizadas en el curso del exam en), de m an era que puedan acom odarse al 19 E n el siglo xix , los m édicos de los E stad o s U n id o s hicieron frecuente uso de la sa b id u ría m édica india hasta que las co m p a ñías farm acéuticas consiguieron elim inarla sin haberla exam i nado. El actual avance de las prácticas científicas está incluso m enos fu n d a d o en la «razón» de lo que se acab a de describir. 20 Y no debem os o lv id a r que incluso estas victorias h a n sido a m en u d o conseguidas sin el m ás somero exam en de la m ateria en cuestión. 21 Q ue fue re co m en d a d o p o r G alileo en su fam osa c arta a C astelli, y p o r Jo h n S tu a rt Mili en su ensayo sobre el teísm o: Jo h n S tu a rt M ili, Theism, ed. R. T aylor, New Y ork, 1957, p. 5.
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m aterial del que se d u d a, así com o en u n a evalua ción de las dificultades que im plica tal intento. A quí hem os de conservar una perspectiva del conjunto: hay que superar grandes obstáculos; a largos períodos de fracaso pueden suceder éxitos brillantes que, a su vez, pueden revelarse luego com o ficticios y com o preludio de fallos aún m ayo res. Incluso la idea aparentem ente m enos esperanzadora puede finalm ente convertirse en un principio científico básico; y el principio aparentem ente m ás fundam ental puede revelarse com o un disparate. Y n o olvidem os que las p au tas según las cuales enjui ciam os un logro son precisam ente tan móviles com o el logro enjuiciado: p ara los aristotélicos, una teoría del m ovim iento sólo era satisfactoria si cubría todos los casos de cam bio y m ovim iento, m ovim iento espacial y cam bio cualitativo, crecim iento y m ero increm ento, y en cu anto preservaba la un id ad cuali tativa del m ovim iento. En cam bio, los seguidores de G alileo se co n centran en el m ovim iento espacial y se d ab an p o r satisfechos si podían usarlo m era m ente p ara predicciones. C am bios com o el ru b o ri zarse o el proceso de aprendizaje de un alum no bajo un m aestro con talento y constancia no eran, p o r tan to , sujeto de explicación, ni siquiera de con sideración. Lo co nsiderado era el m ovim iento de objetos sim ples sin vida en condiciones enorm e m ente idealizadas, e incluso se suponía que este m ovim iento co n stab a de m om entos individuales indivisibles. C ualquier idea que en determ inado m om ento queda fuera de la ciencia puede llegar a convertirse en un refo rm ad o r potencial de la cien cia, y cualquier idea «científica» puede tam bién term in ar su vida en el m o n tó n de desperdicios de la historia. 6. P o r o tro lado, está claro que los científicos no poseen ni el dinero ni la fuerza p ara exponer su 112
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cam po de trab a jo a la enorm e cantidad de ideas que han sido creídas y respetadas en las sociedades en que viven. Tienen que seleccionar, tienen que h acer una elección, tienen que elim inar sugerencias sin haberlas exam inado de la form a que acaba de describirse. A quí la ciencia no se diferencia de la vida cotidiana. N osotros tam bién elegim os profe siones, cam pos de interés, pareja, países, tom am os decisiones que nos afectan a nosotros m ism os o a otro s de u n a form a fundam ental sin un detallado estudio de to d as las rutas, pero rechazam os otras sim plem ente, sin a rro jar ni u n a m irada en su direc ción, y esto es lo adecuado, pues todavía no han tenido éxito los hom bres sabios de todos los tiem pos en iniciar siquiera un estudio com pleto de todas las posibles historias vividas. La analogía entre la ciencia y la vida va m ás allá. La decisión de p asa r p o r alto posibilidades im por tantes conduce siem pre a cam bios irreversibles: habiendo decidido vivir con preferencia en un país, ap ren d o su idiom a; me fam iliarizo con su arte, lite ra tu ra, burdeles; hago am istades, y con to d o esto llego a ser u n a persona muy diferente de la que hizo la elección. Igualm ente, la decisión de invertir dinero, energía, form ación o esfuerzo intelectual en un d eterm inado pro g ram a científico cam bia ciencia y sociedad de una form a que im posibilita volver de nuevo a la decisión y al p u n to de p artid a. Precisa m ente en los cam pos puram ente teóricos ocurren cam bios irreversibles. C uando se acababa de pre sen tar la teo ría de la relatividad, a m ucha gente le chocaba aquella extraña form a de hacer física y estaba dispuesta a rechazarla al m enor pretexto. P osteriorm ente no hubiera sido posible desalojarla ni con argum entos m ucho más fuertes. P or eso podem os decir que una decisión científica es una decisión existencial, que, m ás que seleccionar posibilidades de acuerdo a m étodos previam ente 113
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determ inados desde un conjunto preexistente de alternativas, llega a crear esas m ismas posibilidades. T o d o estadio de la ciencia, to d a etapa de nuestras vidas han sido creados p o r decisiones que ni acep tan los m étodos y resultados de la ciencia ni son justificados p o r los ingredientes conocidos de nues tras vidas. 7. Pocas personas están preparadas p ara poder acep tar lagunas tan grandes en sus vidas e intentan tap arlas. Casi to d as las autobiografías creadas por «grandes hom bres» o «grandes m ujeres», casi todas las biografías en ciencias, artes o política son un intento de m o strar razón y finalidad donde una visión más d etallada revela una serie de accidentes benéficos felizmente fom entados p o r la ignorancia y /o la incom petencia de la persona sujeta a ellos. V erdaderam ente, m uchos de los llam ados grandes son m onom aniacos que no tuvieron escrúpulos en d estruir su h u m anidad (y la de sus am igos y cola boradores) para poder acabar así el cuadro per fecto, la teo ría perfecta, el arm a perfecta; pero incluso estas vidas pueden encajar sólo en un plano después de que la elim inación de num erosas equi vocaciones, falsos com ienzos y accidentes produce la ilusión de sim plicidad. El hecho es que nosotros creamos nuestras vidas actuando en y sobre condi ciones que nos re-crean constantem ente. Los científicos, así com o los intelectuales inclina dos a lo científico, pueden conceder que sus vidas tienen m uchos cabos sueltos, pero se oponen a con siderar la ciencia del m ism o m odo. Incluso científi cos de m en talidad to leran te y liberal tienen la sen sación de que las afirm aciones científicas y las de fuera de la ciencia tienen distinta autoridad: que la prim era puede desplazar a la segunda, pero no al revés. H em os visto que esto es una visión bastan te ingenua de la relación entre ciencia y no-ciencia. 114
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P ara ap o y ar esta idea, p ara m o strar su «raciona lidad» y elim inar, o por lo m enos reducir, el tam añ o de las lagunas d en tro de la ciencia, algunos científicos y filósofos han apelado a principios de gran generalidad. Si esta apelación parece tener éxito es sólo p o rque los principios utilizados son vacíos — es decir, pueden ad o rn ar, com o un b ro cado, to d o tip o de actividad, con lo que parece que estas les ap o y an — o porque todos han olvi dad o las altern ativ as. La observación de que la ciencia es au to crítica pertenece a la prim era catego ría: cualquier form a de actuar puede ser introducida criticando alternativas dentro de un cierto cam bio (el dogm atism o, p o r ejem plo, fue frecuentem ente introducido basándose en una detallada y to ta l m ente rebuscada crítica de alternativas liberales). El principio de que la ciencia crea y debe au m en tar el conocim iento y el requerim iento reseñado contra las hipótesis ad hoc 22 en tra dentro de la segunda cate goría: p en etra en un m undo que es finito c u a n tita tiva y cu alitativam ente. Un llam am iento a una cosa llam ada «lógica» parece im presionar a un gran núm ero de personas, pero sólo porque no saben m ucho de ella. P ara em pezar, hay que recordar que no existe «una lógica», sino m uchos sistem as dife rentes lógicos, unos m ás fam iliares, otros casi des conocidos. La física clásica estaba m ás en co n fo r m idad con sistem as m ás fam iliares; la teoría cuántica, en cam bio, no. (Y cuando hablo de la «física clásica» o de la «teoría cuántica» no me refiero a la investigación en estas disciplinas, sino a algunos estadios tran sito rio s idealizados en ese cam po de investigación.) Más im portante aún: las leyes de to d o sistem a lógico se aplican solam ente en la m edida en que los conceptos se m antienen esta 22 Lo que es u n a repetición, en el «m odo form al de hablar», de la a ntigua aversión c o n tra las cualidades ocultas.
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bles a través de u n a argum entación: condición raram en te cum plida en un debate científico de inte rés. E sta es la razón p o r la que los científicos logran hacer buena física con teorías que adolecen de serios defectos lógicos 23. Un tercer intento de d ar poder a la ciencia sobre p u n to s de vista no científicos es construir teorías científicas que no sólo reclam an una jurisdicción sobre una gran variedad de hechos, sino que tom an m uchos de estos hechos en su valor aparente. La m ecánica clásica, tal com o la interpretaban m uchos científicos del siglo xix, tenía la pretensión de ser una descripción adecuada del m undo. El que no pu d iera d ar cuenta de cualidades, crecim iento, novedad, conciencia, era considerado com o u n a crí tica de estos fenóm enos — que serían m eras aparien cias— , no de la m ecánica. Las teorías de Bohm , Prigogine y otros intentan conseguir m ayor alcance sin negar realidad a tales fenóm enos. Esto h a dism inuido el abism o entre las ciencias y las artes y hum anidades, haciendo esperar que una teo ría nueva y m ás am plia pueda llegar un día a capa citar a los físicos de form a que pu ed an tra ta r todos estos temas. P ero la m encionada laguna no desaparecería así. Tóm ese la cosm ología de Prigogine. Es inm anentista en el sentido de que el m ovim iento no es 23 Niels B ohr, p o r ejem plo, «nunca in te n ta ría bo sq u ejar un cu a d ro aca b ad o , sino que re co rre ría pacientem ente to d as las fases de d esarrollo del p ro b lem a, p a rtie n d o de algo a p are n te m ente p arad ó jico y c am in an d o g ra d u alm e n te a su dilucidación. De hecho, él nunca c o n sid eró los resu ltad o s logrados a o tra luz que com o p u n to s de p a rtid a p a ra nuevas exploraciones. E specu lan d o so b re las perspectivas de alguna línea de investigación, d e sc artaría las usuales consideraciones sobre sim plicidad, ele gancia o incluso consistencia, con la advertencia de que tales cualidades sólo pueden ser enjuiciadas a p ro p ia d am e n te después del acontecim iento [...]» (L. R osenfeld, en S. R ozenthal [ed.], N iels Bohr, his L ife and W ork as Seen by his Friends, New Y ork, 1967, p. 117).
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im puesto desde fuera, sino que es un constitutivo de las entidades m ovidas (cf. A ristóteles: «T odo p ro ducto de la natu raleza tiene dentro de sí un princi pio de m ovim iento y quietud»). Existen alternativas que contienen fuentes de cam bio y de m ovim iento y que no están ellas m ism as som etidas al cam bio y al m ovim iento (un ejem plo es el «prim er m otor» de Aristóteles; la concepción del átom o de N ew ton es otro). Una altern ativ a es to d o lo que necesitam os p a ra lanzar los argum entos de la sección 5. Ni la lógica ni la ciencia ni la filosofía pueden cerrar las lagunas descritas en esa sección. ¿Existe u n a form a de aceptar la esencial arbitrariedad, la naturaleza existencial, y, p o r tan to , «subjetiva», incluso de nuestras decisiones «más racionales», o p o r lo m enos de im poner cierto orden en las elecciones hechas p o r los científicos? 8. C reo que existe un cam ino así, pero p ara tom arlo tenem os que rechazar todos los ^iogm atism os y racionalizaciones superficiales. H ay que poner to talm en te de m anifiesto las partes arb itrarias de nu estro raciocinio. Y entonces la argum entación es com o sigue: Prim er paso: considerar una carrera de caballos. T o d o ap o stad o r dispone de ciertas inform aciones. U sando la inform ación, puede g anar con u n a raza particular, pero tam bién puede perder: no existe un sistem a (aparte de interferencias en la m archa) que garantice tener éxito en determ inada carrera. Un ap o stad o r que vaya co n tra to d a suposición razo n a ble tam bién puede g an ar un buen fajo. La organi zación refleja esta situación: el dinero p a ra la apu esta es su m inistrado p o r el m ism o ap o stad o r (y p o r aquellos asociados a los que ha logrado p er suadir). No hay leyes que autom áticam ente em pleen p arte del dinero de todos p ara financiar apuestas particulares. 117
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Segundo paso: la ciencia difiere de la carrera de caballos en varios puntos. P or ejem plo, la situación de apuesta en las ciencias no está regida p o r están dares sim ilares. C ad a estadio alcanzado en la cien cia introduce nuevas reglas, nuevos hechos, nuevas condiciones enm arcantes: «la situación intelectual nu n ca es exactam ente la m ism a» (E. M ach; cf. n o ta 3). En el siglo x v n , el experim ento de M ichelsonM orley h abría sido una im presionante pru eb a de la inm ovilidad de la tierra; hoy constituye la base de u n a teoría que la m ayoría de los científicos da p o r supuesta. Existe o tra diferencia aún más im por tante: en u na carrera de caballos, todos los cab a llos, incluso, aquellos p o r los que nadie soñaría ap o star ni un penique, pueden acabar la carrera. En las ciencias, sólo los caballos agraciados son sufi cientem ente bien m antenidos p ara que puedan correr. Al final sabem os que han llegado a un sitio; no sabem os si otro s caballos no hubieran ido más lejos. (Sabem os h asta dónde nos ha llevado la m edicina científica; no sabem os si la m edicina de los Nei Ching, si hubiera dispuesto de m edios sim i lares y con an álo g o prestigio social, no nos habría llevado m ás lejos.) F inalm ente, el resultado de u n a carrera de caballos puede afectar al ap o stad o r y a su fam ilia, p ero la decisión sobre un p ro g ram a de investigación en ciencia (m edicina) frecuentem ente altera grandes zonas de todas nuestras vidas de una form a irreversible. Eligiéndolo, hem os elegido una form a de vida sin conocer ni su form a ni sus consecuencias. R esultado: la elección de un p ro g ram a de investi gación es u n a apuesta. P ero es u n a apuesta cuyo resultado no puede ser com probado. La apuesta es p ag ad a p o r los ciudadanos; puede afectar a sus vidas y a las de generaciones futuras (basta conside ra r cóm o la relación de los hom bres con D ios 118
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quedó afectada al surgir la ciencia m oderna). A ho ra bien, si tenem os cierta seguridad de que existe un g rupo de p ersonas que p o r su en trenam iento son capaces de elegir alternativas que im plicarían gran des beneficios p ara todos, entonces nos inclinaría mos a pagarles y a dejarles actu ar sin más control d u ran te largos períodos de tiem po. N o existe tal seguridad ni p o r m otivos teóricos ni p o r o tro s per sonales. H em os de concluir que, en una democracia, la elección de programas de investigación en todas las ciencias es una tarea en la que deben poder participar todos los ciudadanos. Esta dem ocratización de la ciencia y de otras form as de conocim iento no hará desaparecer las lagunas descritas en la sección 5. Sin em bargo, dadas estas lagunas, el curso más racional de acción a to m ar es: si debe existir una elección, pero no hay g aran tía de éxito, entonces la elección deberá dejarse a aquellos que paguen la política elegida y que sufran sus consecuencias. En tales circunstan cias, dejar la ciencia a los científicos significaría a b a n d o n ar nuestra responsabilidad ante una de las instituciones m ás poderosas y, si no se tom an gran des precauciones, tam bién m ortales de nuestro m edio, m ortal p ara las m entes tan to com o p ara los cuerpos. 9. En este p u n to suelen presentarse las siguien tes objeciones: O bjeción n úm ero uno: el caso Lyssenko. Res puesta: el caso Lyssenko m uestra lo que sucede en un E stado to talitario ; no es un argum ento contra to d a interferencia estatal. A dem ás, muy pocos cien tíficos se h ab ría n inquietado si Lyssenko hubiera sido un especialista delicado y sensible en genética. O bjeción núm ero dos: el público en general no com prende suficientem ente la ciencia com o p ara participar en la elección de program as de investiga 119
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ción. R espuesta: tam poco los científicos com pren den la ciencia. La m ayoría de ellos intenta sustituir opiniones im populares m ediante argum entos tan sim plistas com o los descritos al com ienzo de la sec ción 5, m ientras que la investigación que nos ap o rtó las teorías m ás destacadas de la ciencia m oderna era m ucho más com pleja. A dem ás, hay m uchos científicos que son egom aníacos de m entalidad estrecha y que inten tan m ejorar su posición en la profesión y están com pletam ente desinteresados p o r el bienestar hum ano. O bjeción n úm ero tres: la m ejor m anera de hacer u n a ciencia que m uestre m ás interés p o r las necesi dades públicas es «educar» a los científicos, es decir, fam iliarizarlos con las hum anidades. Res puesta: una sugerencia m uy poco realista. ¿Quién va a sacar a los científicos de sus laboratorios y llevar los, digam os, a una conferencia filosófica? Adem ás, la m otivación es egoísta: uno quiere m antener al público fuera de los asuntos académ icos. P ero, si la ciencia necesita u n a supervisión pública, tam bién las hum anidades y cualquier com binación de am bas. O bjeción núm ero cuatro: la analogía con u na carrera de caballos es u n a caricatu ra de la situación actual de las ciencias. En la ciencia tenem os hechos y leyes que deben perm anecer siendo válidas — no im p o rta cuáles— , que crean nexos entre distintos program as de investigación y posibilitan a los cien tíficos el hacer predicciones sobre la estructura de p ro g ram as de investigación que tengan éxito. Res puesta: pueden predecir que una tosca conjetura que colisione con un detallado program a de investi gación no llegará a resolver los problem as resueltos p o r dicho program a. Pero no pueden predecir lo que sucedería si se d esarro llara tal conjetura en to d o su detalle. A dem ás, nuevos desarrollos ponen frecuentem ente de relieve zonas todavía nuevas y no 120
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tratadas. En éstas pueden pronto superar a sus riva les. El problem a entre la biología m olecular y la m edicina del N ei Ching es un caso m ás de dicha situación. 10. La respuesta a la cuestión b) es ah o ra obvia: depende del p u n to de vista. U na persona práctica, interesada p o r el p o d er sobre el universo m aterial y convencida de que la ciencia va a sum inistrarle tal poder, ten d rá la m ayor estim a de la ciencia. Se con ten tará con aproxim aciones y m o strará sólo un leve interés p o r una investigación básica. U na persona interesada en el conocimiento (fáctico) q u ed a rá insa tisfecha ante m eras aproxim aciones e in ten tará co n stru ir teorías de gran alcance. Pero p a ra una persona espiritual, interesada en el bienestar de las almas, la ciencia p o d rá ser un trem endo ejercicio de futilidad: cu an to m ejor sea, tan to peor serán sus efectos. Tal p erso n a p o d rá adm itir que, viviendo en un a era científica, no podem os existir sin cierta preparación en m aterias científicas, pero esto ape nas le reconciliará con la ciencia, lo m ism o que la necesidad de estudiar la langosta en zonas infecta das p o r ella no h a rá que la gente am e la langosta. En una dem ocracia, la decisión sobre el poder a entregar a distintos puntos de vista está en las m anos del electorado. P or esto, en una dem ocracia, tam bién el puesto de la ciencia en la educación, etcétera, está en las m anos del electorado. Supongam os ah o ra que valoram os el conoci m iento del p o d er sobre la naturaleza. ¿O btendrá así la ciencia el sobresaliente? La respuesta a esta p re gu n ta es que no lo sabem os. Sabem os lo que han logrado las ciencias y hasta dónde nos han traído (a través del trab a jo de relaciones públicas de la cien cia, con dem asiada frecuencia este conocim iento se convierte en m itos o rum ores), pero no sabem os lo que h ab ría logrado un procedim iento distinto, y 121
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tam poco sabem os cóm o habríam os enjuiciado los logros que h ab rían surgido así en nuestro m edio. Podem os p lan tear la pregunta en térm inos todavía más concretos. Supongam os que los m étodos cientí ficos de diagnóstico, tratam ien to o prevención de la enferm edad, adm inistración, etc., son reem plazados totalm ente p o r m étodos de un sistem a m édico alter nativo: ¿m ejoraría esto la calidad general de vida vista desde la perspectiva de los que reciben un tra tam iento? No lo sabem os. T odavía peor: no existe ninguna evidencia científica que nos capacite p ara responder a esta cuestión en térm inos científicos. U na evidencia científica necesita grupos de control tratad o s de una form a no científica, pero la form a ción de tales grupos de control está frecuentem ente h asta p ro h ib id a p o r la ley, y la profesión m édica se opone fuertem ente a ella. Así es que poseem os inform aciones aisladas sobre éxitos y fracasos en am bas zonas, p ero no tenem os idea de lo que tales logros nos refieren sobre el cuadro total (por ejem plo, el papel de la m edicina científica en la elim ina ción de plagas sigue siendo todavía muy oscuro). La m edicina científica, tal com o se la practica hoy, p o d ría ser muy bien u n a enferm edad social peligrosa que ocasionalm ente d a a la gente la sensa ción de estar bien, pero su desaparición podría q uizá m ejorar la calidad de vida de u n a form a ni so ñ ad a aún. E sto, desde luego, no es nada nuevo: cualquier estadio de la ciencia puede revelarse luego que es una m era ilusión p o r cualquier conjetura p o r ab su rd a que parezca ésta a prim era vista (cf. sec ciones 4 y 5, supra). La conclusión es la m ism a que antes: en u na dem ocracia, la decisión final sobre la investigación a hacer y los resultados que deben ser enseñados co rresponden a los ciudadanos, NO a los expertos.
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CIENCIA COMO ARTE UNA D IS C U S IO N D E LA T E O R IA D E L A R T E D E R IE G L R E A L IZ A D A C O N EL IN T EN TO D E A P L IC A R L A A LA C IE N C IA El siguiente ensayo sigue mi lección inaugural en la Escuela Técnica Superior de la C onfederación, en Zurich, del 7 de ju lio de 1981. R ealm ente, esta lec ción no fue tal, sino una conferencia de tem a libre. En el texto escrito se ha m antenido en lo posible el estilo de la conferencia pronunciada.
1.
UN E X P E R IM E N T O R EN A C EN TISTA Y SUS C O N SE C U EN C IA S
En u na biografía de Filippo Brunelleschi, M anetti, am igo y a d m ira d o r del gran arquitecto, p re senta la siguiente n arración de un suceso que ocu rrió en F lorencia el añ o 1425: En este caso de perspectiva, p o r p rim era vez m o stró él una tab la de ap ro x im ad am en te m edio codo en c u a d ro en que h a b ía realizad o u n a represen tació n de la vista e x te rio r del tem p lo de San G io v an n i en F lo re n cia (es decir, del B aptisterio). Y lo d ibujó tal com o se ve desde fu era. Al parecer, m ien tras d ib u ja b a se e n co n trab a a unos tres codos hacia el in terio r de la p u e rta c en tral de S anta M aría del F iore. Y ha creado su c u a d ro con ta n ta diligencia y belleza, con tan ta exactitud en los colores del m árm ol b lanco y negro, que ningún p in to r m in ia tu rista lo h ab ría p o d id o hacer m ejor [...] y to m ó com o tran sfo n d o del d ibujo un espejo pulid o , de fo rm a que reflejara la a tm ó sfera y el cielo n a tu ra l, así com o las nubes que e m p u ja b an el viento c u a n d o so p lab a. El p in to r p ro c u ra b a determ i-
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Imagen
Espejo
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-------------,
Ojo
Baptisterio
1 F i g u r a 1.
F i g u r a 2.
E xperim ento de Brunelleschi.
Principio de c onstrucción según K rautheim er.
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n a r u n único sitio desde el que se p u d iera c o n tem p lar el c u a d ro . Y p a ra que no p u d iera com eterse falta a lg u n a en su contem p lació n , d a d o que la im agen varía p a ra el ojo según el sitio, hab ía hecho un a g u je ro en la tab la en que se e n co n trab a la im agen, situ á n d o lo en la re p ro d u c c ió n del tem plo de San G io v an n i, e x acta m ente en el p u n to a d o n d e m iraba el ojo desde el inte rio r de la p u e rta c en tral de S a n ta M a ría del F io re en que h ab ía e stad o él m ien tras p in ta b a . Este a gujero era tan p e q u eñ o com o u n a lenteja p o r el lad o de la im a gen y se a b ría piram id alm en te hacia la p a rte p o ste rio r en form a de so m b re ro de paja de m ujer, h asta el tam a ñ o de un d u c a d o o algo m ás. El q uería que el esp e c ta d o r c o lo c ara su ojo en la p a rte p o ste rio r del c u a d ro d o n d e el a g u jero era grande y que con u n a m an o ace rca ra la im agen al ojo m ientras que con la o tra se m an ten ía frente a la tabla un espejo p la n o que reflejara la im agen. La distancia del espejo de la segunda m ano d eb ía su p o n e r tan to s codos pequeños com o la d istan cia en codos reales desde el sitio en que h abía e stad o d u ra n te su d ib u jo h asta el tem plo de San G iovanni. J u n to con las o tras circunstancias m encio n a d a s, el espejo p u lid o , la Piazza y lo d em ás; al m ira r desde dicho p u n to la im agen, parecía que realm ente se veía el m ism o B aptisterio. Y yo lo tuve en la m an o y lo c o ntem plé entonces m uchas veces y p uedo testim o niar la v erdad de lo dicho
A \
E l rayo que incide oblicuamente no produce efecto F i g u r a 3.
La pirám ide visual.
1 C ita según E ugenio B attistini, Philippo Brunelleschi, S tu tt g art-Z ürich, 1979, 103.
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El hecho tiene todas las propiedades de un expe rimento científico. En prim er lugar, se realiza una comparación entre un objeto producido p o r el hom bre, la imagen dibujada p o r Brunelleschi, y la «reali dad». En segundo lugar, la com paración no queda al arb itrio del experim entador; éste no m ira la cosa sim plem ente, sino q ue la exam ina bajo condiciones determ inadas estrictam ente: debe situarse en un p u n to calculado con exactitud, a unos nueve pies d en tro de la en tra d a de la catedral, m antiene el a p a ra to a unos cinco pies de altura, m ira a través de una ap e rtu ra en el centro de la im agen y sitúa el espejo a una distancia tam bién calculada exacta m ente. El espejo refleja en su m itad inferior la im a gen dibujada, en la m itad superior las nubes, de form a que el esp ectador contem pla una com bina ción de arte y realidad. Se aleja entonces el espejo, y el efecto es que no se altera lo visto, aunque ah o ra se trata de la «realidad». En tercer lugar, el ob jeto a enjuiciar, es decir, la im agen, no ha sido pin tad o sim plem ente, sino que se le ha construido de acuerdo con reglas. Estas reglas, com o sospecha K rautheim er, proceden — y éste es el cuarto p u n to — de la práctica de la proyección horizontal y vertical en perspectiva (fig. 2), que Brunelleschi conocía muy bien com o arquitecto. Pero la m era práctica no explica p o r qué la construcción lleva a idéntica im presión de im agen y realidad. P ara esto hay que com binarla con una determ inada concep ción sobre la naturaleza del proceso visual. Según la muy plausible sospecha de Edgerton 2, esta concep ción, siguiendo la óptica m edieval (Bacon, Geckham ), une el proceso visual con una pirám ide de rayos visibles. Sólo aquellos rayos que llegan verti calm ente a la superficie del ojo producen un efecto. 2 The Renaissance Rediscovery o f Linear Perspective, Y ork, 1975.
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G eneran una im agen bidim ensional de la cara del objeto ofrecida al ojo. En q uinto lugar, la actividad to d av ía muy intuitiva de Brunelleschi en este expe rim ento conduce p ro n to a una am plia y tam bién ya algo d o ctrin aria teoría sobre la p intura. En el tra tad o Delia pittura, de Leon B attista A lberti, se encuentra la siguiente definición: La im agen es un co rte transversal de la pirám ide óptica.
La producción de una im agen se convierte así en un problem a de geom etría. Según A lberti, el p ro blem a puede resolverse, pues: Existen nuevos principios que nos p erm iten repre se n tar en un plan o las condiciones de que p arte la pirám ide. La fu nción del p in to r [sin em bargo] es la siguiente: d ib u ja r con líneas un plan o y c o lo re arlo de form a tal que, co n sid erad o a cierta distancia y desde un p u n to d e te rm in a d o , se asem eje p lenam ente a los objetos representados.
Y A lberti continúa sus reflexiones 3: N u estras p rescripciones en que se d iscute del a rte perfecto y a b so lu to del p in ta r son m ás fácilm ente c om prensibles p a ra un geóm etra que para una persona que no co nozca la geom etría. P or esta razón su b ray o yo que es necesario que el p in to r ap ren d a geom etría.
Así, pues, la p in tu ra es una ciencia que se inserta sin solución de continuidad en el conjunto de las otras ciencias. Esta nueva concepción de la pintura —y éste es el sexto p u n to — se em plea p ara m ejorar su posición d en tro del d o m in io de las ciencias y artes. D esde la A ntigüedad h asta el R enacim iento, la p in tu ra, la escultura y la arq u itectu ra habían sido m eram ente artesanía. P latón clasificaba a arquitectos, esculto res y zap atero s com o obreros m anuales. P índaro ' Della pittura. com ienzo del tercer libro.
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escribió odas a los atletas, a los luchadores, a los políticos, pero no m enciona ni a pintores ni a escul tores. A ristófanes m enciona a m úsicos, poetas, luchadores y políticos, pero jam ás a pintores y escultores. Las universidades medievales asum ieron la m úsica y la poesía entre las artes liberales, pero la p in tu ra siguió entre las actividades grem iales. Parece que fue G io tto el prim er p in to r y arquitecto a cuyo arte se concedió la m ism a categoría que a la m úsica o a la poesía. H oy m ism o las disciplinas m ás diversas intentan m ejorar su prestigio m os tran d o de una u o tra form a sus nexos académ icos o, com o suele expresarse, su cientificidad. Así, p o r ejem plo, los astrólogos que ganan m ucho dinero no se co n ten tan con ello. T am poco les b asta que m uchas p ersonas sigan sus esfuerzos casi con reve rencia religiosa (quieren ser tam bién científicos). Ya en la época de A lberti ay u d ab a la ciencia a ob ten er prestigio, y A lberti intenta m o strar que la p in tu ra y la arq u itectu ra tienen bases científicas. Sus esfuer zos tienen éxito y p ro n to Vasari funda, en F loren cia, la prim era academ ia de arte, la Accademia del Disegno. N o p asará m ucho tiem po sin que llegue a lam entarse la rigidez de la p in tu ra académ ica. ¿Existe m ejor p ru eb a de la cientificidad del con ju n to de este desarrollo? En séptim o lugar, a la queja precede una crítica objetiva de los principios de la nueva p intura. A lberti había to m ad o de Euclides el principio de que: Si el ángulo de visión es m ás agudo, entonces el objeto visto parece m enor.
P osteriorm ente, en K epler y D escartes, este prin cipio desem peñaría un im portante papel en la ó ptica occidental. E xpresándolo de form a m oderna, supone la igualdad entre el espacio visual y el óptico-físico. L eonardo critica esta equiparación y llam a la atención sobre un fenóm eno que hoy en 128
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psicología se llam a el fenóm eno de la constancia. Sobre to d o subraya L eonardo que las leyes presen tad as p o r A lberti sólo tienen validez en condiciones muy determ inadas y restringidas, exactam ente en aquellas condiciones que Brunelleschi había ya resaltado en su experim ento. Pero un p in to r no p in ta n orm alm ente p a ra tu erto s con u n a cabeza ato rn illad a a un p u n to fijo; pinta p a ra personas que se m ueven librem ente ante la im agen. Y, si la im a gen debe aparecer com o algo natural y no defor m ado p ara estos espectadores, entonces deberá construirse según o tras leyes.
2.
V A L O R A C IO N D E L E PISO D IO
Un análisis de este episodio, de sus condiciones y de sus repercusiones a p o rta algunas interesantes ideas sobre las relaciones entre arte y ciencia. C onsiderem os en prim er lugar una interpretación m uy difundida, que parece muy natural al hom bre m oderno y que han defendido y siguen defendiendo tod av ía num erosos historiadores de las artes y de las ciencias. D e acuerdo a esta interpretación, el hom bre ha sido colocado en un m undo lleno de orden, vive en un Cosmos. El no lo percibe inm ediatam ente, e incluso, cuando com ienza a reconocer lentam ente los rasgos del m undo, con frecuencia le faltan los m edios p ara expresar adecuadam ente su conoci m iento. Pero el hom bre aprende. L entam ente m ejora su situación. D esaparecen errores y percep ciones toscas; en su lugar aparece una form a de represen tar la realidad m ás n atu ral y m ás adecuada a ella. Así es com o tan to las artes com o las ciencias progresan desde un conocim iento im perfecto hacia un conocim iento y representación del m undo cada vez mejores. 129
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Un ejem plo de esta interpretación se encuentra en la o b ra de G iorgio V asari, Descripción de la vida de fa m osos arquitectos, escultores y pintores 4: En la E ra p rim e ra y m ás a n tig u a vim os a las tres arte s (a rq u itec tu ra, p in tu ra y escultura) to d av ía m uy lejos de su perfección y, a u n q u e ya p ro d u jera n ciertas cosas buenas, esto venía a co m p añ a d o de ta n ta im per fección que c iertam en te no q u e d ab a m ucho lu g ar para grandes a lab an zas. En la segunda E ra se ve in m ed ia tam ente que el a rte ha m ejo rad o m ucho, ta n to en sus proyectos co m o en su realización, que se hace con m ejor dib u jo , p ro ced im ien to y m ás c u id ad o . Así es com o a h o ra ha desap arecid o aquella h errum bre pasad a de m oda, p o r así decirlo, y aquella to rp ez a y falta de fo rm a que se le h a b ía n a d h e rid o p o r la falta de com petencia de los tiem pos antiguos [...]. Precisa m ente es algo p ro p io de las a rte s, algo in trín seco a su peculiar n a tu ra le z a, el que p artien d o desde un hum ilde com ienzo m ejoren m ás y m ás, h a sta llegar finalm ente a la cu m b re de la perfección [...]. Así se ve có m o la m anera griega, prim ero gracias a C im abue y luego por el im pulso a p o rta d o p o r G io tto , m urió p ro n to y dejó a p are ce r en su lu g ar u n a nueva m anera que quisiera d e n o m in a r la m anera de G io tto [...]. En ella en co n tra m o s su p e rad a s aquellas líneas de c o n to rn o que ro d e ab a n al p rin cip io las figuras, los ojos m uy a b ie r tos, los pies colocados sobre sus puntas, las m anos ala rg ad a s, la fa lta de som bras y o tro s toscos defectos de aquellos p in to res griegos; y, en com pensación, aquella a g rad a b le elegancia de las cabezas y un c o lo rido suave. Sobre to d o , G io tto prestó a sus figuras actitudes m ejores, p o r prim era vez m o stró algo de vida en las cabezas, con los pliegues de sus vestidos se acercó m ás que sus predecesores a la n atu raleza y tam bién d e sc u b rió ya algo de perspectiva y a c o rta m iento en las figuras. A dem ás, com enzó una represen tación de los m ovim ientos del án im o , de fo rm a que se pueden reconocer en él un cierto g ra d o de expresiones de tem o r, de esp eran za, de cólera y de a m o r, y la m anera suave de su form a de p in ta r sustituye la form a a n te rio r d u ra y torpe. 4 P u blicada p o r p rim era vez en 1550 — segunda edición en 1568— y cita d a aquí según la traducción de W ackernagel (1916).
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H asta aquí V asari sobre las artes cuya historia narra. M uchas descripciones de la historia de las ciencias siguen un esquem a análogo. El esquem a no puede arm onizarse ya con los conocim ientos histó ricos que poseem os actualm ente. Es verdad que los «com ienzos del arte», tal cual los conocem os hoy, se encuentran «lejos de la p er fección», si se com prende, com o Vasari, la perfec ción com o n atu ralism o y vivacidad. Según A. LeoiG o urhan, antes del período clásico del arte paleolíti co, que supera en naturalism o y vivacidad a m uchas representaciones posteriores (figuras 4 y 5), hubo
F i g u r a 4.
F ont-de-C óm e, fase D (parte de la im agen).
períodos con im ágenes abstractas y desproporcio nadas. Pero la situación no m ejora continuam ente de la form a descrita p o r Vasari. A la viveza del período clásico no sigue una época aún m ás 131
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realista, sino u na creciente esquem atización: faltan detalles, la imagen queda dom inada p o r toscas líneas de co n to rn o (fig. 5a).
F ig u r a 5a.
M esolitico, estilo español oriental.
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Sólo fo rzando las cosas puede describirse un des arro llo de este género com o decadencia. El halcón en la estela triu n fal del Rey N arm er (prim era dinas tía, hacia 2900) tiene un m ovim iento vivo (fig. 6, arrib a a la derecha); el halcón en la estela funeraria
F i g u r a 6.
Im agen del rey N arm er en la ba ta lla , anverso (M useo de El C airo, C G 14716).
del rey W adj (asim ism o prim era dinastía) es más rígido, está estilizado, le falta la viveza que tan to significa p a ra V asari (y con to d o , no podem os h ab lar aquí de decadencia. La realización artística es espléndida, la rigidez no es un defecto, sino un signo de concentración extrem a. P osteriorm ente, en el taller de T utm osis en Tell el A m arna (el antiguo 133
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F i g u r a 7.
E stela fu n eraria del rey W adj (El L ouvre, E 11007).
A chet-A ton) se encuentran m áscaras realistas de m odelos vivos, con todas las protuberancias y hoyos del cráneo (fig. 9), y, sin em bargo, a su lado hay tam bién form as m ucho m ás simples. Un ejem plo extrem o es la cabeza totalm ente lisa y m uy alargada hacia atrás de un funcionario (fem enino) (fig. 8). M uestra que «por lo m enos m uchos artistas conscientem ente se co m p o rtab an de form a indepen diente an te la naturaleza» 5. D u ra n te la m o n arq u ía 5 H . Scháfer, Von A egyptischer K unsl 4, W iesbaden, página 63.
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1963,
de Am enofis IV (1364-1347), que sustituyó la vieja religión sacerd o tal p o r un culto solar, y las petrifi cadas form as del arte tradicional p o r un expresio nism o casi salvaje, la form a de representar se alteró incluso dos veces. La prim era alteración, la que se acab a de describir, aparece sólo cu a tro años des pués de su subida al trono. Así pues, existía tan to la cap acid ad visual com o la técnica p a ra un estilo que se distinguía del tradicional. D educir desde el
F i g u r a 8.
C abeza de u n fun cio n ario (M useo del E stad o , Ber lín, 14113).
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F
ig u r a
9.
C abeza de una princesa (M useo del E stad o , Ber lín, 21364).
estilo u na nueva m odalidad en la experiencia del m undo o una d istinta capacidad técnica im plica p o r esto argum entos especiales, no es algo evidente y puede llevar con frecuencia al error. Sobre todo cuando las circunstancias externas pueden influir en el curso del arte (y de las ciencias). Un ejem plo: las reglas estéticas dictadas p o r el C oncilio de T rento y la consecuente m odificación en el arte eclesial. Reflexiones com o esta han llevado a una concep ción del desarrollo del arte, que se diferencia fun 136
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dam entalm ente de la de Vasari: en el arte no existe ningún progreso y ninguna decadencia. Pero existen diferentes form as estilísticas. C ada form a de estilo es algo perfecto en sí y obedece a leyes propias. El arte es la pro d u cció n de form as de estilo y la histo ria del arte es la h isto ria de su sucesión. E sta con cepción fue ju stificad a y d esarro llad a con gran cla rid ad p o r A lois Riegl en su o b ra Spatróm ische Kunstindustrie (In d u stria artística del final de la época ro m a n a ) 6. Riegl basó su idea en una investigación del an ti guo arte cristiano, que generalm ente era conside rad o com o un fenóm eno de decadencia. Se decía que el arte cristiano prim itivo no h abía constituid o un fenóm eno positivo, sino que había sido m era m ente un resto: no sería sino el m ism o arte antiguo despojado de sus características escandalosas e imi tad o im perfectam ente p o r falta de talento y capaci d ad artesanal. Riegl escribe: Es realm ente significativo que jam á s nadie haya e m p re n d id o la tarea de investigar en detalle el pre su n to proceso de una destrucción violenta del a rte clá sico p o r los b á rb aro s. Sólo se h ab lab a en térm inos generales de una barb arizació n , d e ja n d o los detalles de ésta en una niebla im penetrable, a u n q u e la hipótesis m an te n id a no h a b ría pod id o subsistir a la disipación de dicha nebulosidad. Pero ¿qué p o d ría haberse puesto en su lugar c u a n d o se d a b a p o r evidente que el a rte ro m a n o del últim o p erío d o no h ab ía significado ningún progreso, sino sólo una decadencia? 7.
Riegl investiga la arquitectura, escultura y p in tu ra de la época y encuentra que obedecen a ciertas leyes de estilo: el m aterial es elab o rad o y o rd e n ad o de una form a muy peculiar. 6 P ublicada p o r prim era vez en 1901 y reim presa en 1973 por la W issenschaftliche Buchgesellschaft. 7 Riegl, o.e., p. 7.
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E n la o b ra de a rte se concede a las cosas una plena trim en sio n alid ad . Así se reconoce tam bién la existen cia del espacio, p e ro sólo en la m edida en q u e se adhiere a los individuos m ateriales, es decir, com o un espacio c e rra d o en sí e im p en etrab le, m edible cú b ica m ente, no co m o un espacio de infinita p ro fu n d id a d e ntre las cosas 8. L o p ecu liar de la a rq u ite c tu ra ro m a n a de la últim a época se e n cu e n tra en su a ctitu d an te el problem a del espacio. R econoce el espacio com o una m agnitud m aterial cúbica (en esto se distingue de la a rq u ite c tu ra del A ntig u o O riente y de la clásica); p ero n o lo reco noce co m o u n a m ag n itu d sin form a e in fin ita (en esto se distingue de la a rq u itec tu ra m oderna). P a ra ver con plena clarid ad estas condiciones basta situ ar m entalm ente ju n to u n a construcción central ro m a n a , un tem p lo griego y u n a iglesia gótica de aldea. H oy (¡1901!) en co n trarem o s chocantem ente d u ro s los c o n to rn o s del edificio central (el P anteón); esto p o d ría so rp re n d e r si se considera que tam bién nuestra m o d ern a visión del arte se apoya en una c o n tem plación a distancia, pero se explica p o r el hecho de que la c o n stru cció n central ro m an a busca plenam ente en sí m ism a la conclusión individual. En cam b io , n o s o tro s exigim os una sensibilización de la u n id ad de la c o n stru cció n individual con el espacio c irc u n d an te , y p o r esta razó n la a g u d a to rre de iglesia que penetra c o rta n te m en te en el espacio atm osférico despierta n u e stro a g rad o . P ero tam bién el tem plo griego e n cu e n tra gracia a n te nuestros ojos, p o r m ás que se delim ite estrictam ente an te el espacio circu n d an te, pues p o r lo m enos busca u n a conexión con el plan o b ásico (ideal) q u e le ro d e a , y esta conexión de una form a a rtística con dos dim ensiones espaciales nos b asta p a ra hacernos olvidar la conexión con la tercera. C iertam en te, la c onstrucción central ro m an a no ha p e rd id o to ta lm e n te el nexo con el p lan o , pero al m enos p a ra u n a c o ntem plación detallada lo ha debili tad o su stancialm ente, y el aislam iento p ro d u cid o así es lo que nos hace rechazar sem ejante tipo de c onstruc ción. T o talm en te aislado se en cu en tra el o tro tip o de construcción ro m an a tardía: la basílica.
8 lbídem , p. 34.
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La escultura satisface a las mismas leyes de estilo. P ara m ostrarlo , Riegl analiza entre otros objetos el relieve del arco de C onstantino, construido hacia el 315: L as d istin ta s p a rte s de las figuras se e n cu e n tra n se p a ra d a s un as de o tra s p o r zonas en so m b ra s, lo que se aprecia especialm ente en el tra ta m ie n to del cabello y vestidos. Así es com o, de la m ism a fo rm a que se relacionan las figuras con el co n ju n to , tam bién los m iem bros y los vestidos no se e n cu e n tra n en una rela ción de p alpable unión frente a las figuras, sino en ais lam iento ó p tico m u tu o 9.
F inalm ente, el p in to r del arte rom ano tard ío se im pone a sí m ism o la tarea de p re sen ta r al ojo del o b se rv ad o r to d as las p artes de sus figuras con la m ism a in te n sid a d , en lu g ar de de ja r que u n a pa rte de ellas se pierda en el espacio, es decir, p e rm itie n d o que las a b so rb a la luz o las zonas de som bras l0. Es incom prensible que pueda llegarse a h a b la r de «decadencia» a n te o b ra s com o los m osaicos de de San V itale, pues cada línea testim onia una clara reflexión y u n a v o lu n ta d positiva artística. P ara v a lo ra r plena m ente el efecto c o n tu n d e n te re tra tista de las cabezas en su im p o rta n cia artística, hay que reflexionar que, p rescin d ien d o de sus c o n to rn o s, dicho efecto aparece p ro d u c id o en lo substancial sólo p o r lo c aracterístico de la m ira d a (ju n to a a lgunas so m b ra s lineales), m ien tras que, en cam bio, ha desaparecido aquí to d o m ode lad o de las superficies de m úsculos en sem isom bras, que era lo que h ab ía c o n stitu id o el elem ento artístico en el arte del re tra to antes de M arco A urelio. Si nos c h o ca n estos re tra to s ju stin ia n o s y no nos llenan p le nam ente, esto se debe m eram ente a la falta de la u n i d a d espacial en la im agen: cada figura (y cada p arte de la m ism a) se concibe ó p tic a m e n te p o r sí sola, sin c onsideración a las figuras colin d an tes que se encuen tra n en la m ism a sección del espacio, p o r lo cual 9 Ibídem , p. 89. 10 Ibídem , p. 237.
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F igura
10.
Arco
de Constantino
(Rom a). Relieve
con
el reparto
del dinero.
tenem os que cosechar aislad am en te cad a fig u ra desde la im agen, si es que querem os d isfru ta r realm ente de ellas. In d u d a b le m e n te, el a rte ro m an o ta rd ío (y el b izantino) ni siquiera ha buscado u n a nueva un id ad espacial [...]
E sto se m uestra tam bién en los intensos contras tes de color en el m osaico o en las m iniaturas de los libros, en las líneas de contorno que tan to aborrecía V asari, en la ac titu d com o de suspensión de los pies 12 y en o tras cosas. R esum iendo, Riegl caracteriza así las leyes estilís ticas del arte ro m an o tardío: La v o lu n ta d estética del arte ro m an o tard ío se e n cu e n tra to d av ía sobre el fu n d a m e n to co m ú n de la v o lu n ta d estética de to d a la A ntigüedad a n te rio r, que seguía o rien tán d o se a la p ura c aptación de las form as singulares individuales en su m anifestación d irecta m aterial evidente [... Se] distingue [...] de la de a n te riores p e río d o s a rtístico s de la A n tig ü ed ad [...] en que no se c o n te n ta ya con c o n te m p la r la fo rm a singular en su extensión ¿¡dim ensional, sino que quiere ver esta m ism a com o presente en su aislam iento espacial com p leto tridim ensional. C on esto, fo rzosam ente se p ro ducía u n a disolución de la fo rm a singular del plan o visual universal (el tran sfo n d o ) y un aislam iento de la m ism a fo rm a frente a ese plan o básico y frente a otras fo rm as singulares. P ero, así, no sólo se libera la fo rm a individual, sino tam bién las d istin ta s zo n as interm e dias en el tran sfo n d o en tre las form as singulares que antes h a b ía n e sta d o enlazadas en el p lan o básico com ún (tran sfo n d o ); el com pleto aislam ien to de la fo rm a sin g u lar tuvo así com o consecuencia u n a em an cipación de tos intervalos; la elevación del tran sfo n d o an te rio rm e n te neu tral e inform e al ran g o de p otencia a rtística , es decir, a u n a p o ten c ialid a d fo rm al, a u n a u n id a d individual con potencialidad form al en sí m ism a 13.
11 Ibídem , p. 252. 12 Ibídem , p. 251. 13 Ibídem , pp. 389 y ss.
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F igura
11.
M osaico, San
Vitale
(R àvena).
El nuevo estilo se distingue así, ciertam ente, del estilo del arte clásico. Pero la diferencia no consiste en u na decadencia del arte clásico o en que se haya perdido algo p ro p io de él. Las nuevas leyes estilísti cas que incluso m enciona V asari en su d iatrib a, y que, p o r tan to , tuvo que conocer (líneas de con to rn o , falta de som bras, rigidez, etc.), son algo bien d eterm inado, delatan u n a concepción positiva o, com o dice Riegl, son la expresión de u n a nueva voluntad artística muy específica. A pliquem os ah o ra este resultado al experim ento que he descrito en la prim era sección. Según la idea del progreso, el experim ento y las generalizaciones hechas a p artir de él p o r A lberti son im portantes estadios en un desarrollo continuo, que conduce a una representación cada vez m ejor y m ás fidedigna de lo real. Según Riegl, no encontram os aquí p ro greso, sino m ero cam bio. El nuevo estilo perspectivístico tiene el m ism o grado de perfección interna que el de la maniera greca apostrofada p o r V asari (sim plem ente obedece a diferentes principios estilís ticos). El experim ento m uestra que estos principios pueden realizarse de distintas form as, p o r imágenes muy bien constru id as sobre un lienzo, pero que deben contem plarse de una form a muy poco n a tu ral, o p o r u na contem plación asim ism o muy poco n atu ral de objetos tridim ensionales, com o la del B aptisterio. La cuidadosa preparación m uestra que tam bién en el últim o caso no se ab a n d o n a uno sen cillam ente a u na «realidad», sino que se intenta im poner los nuevos principios estilísticos tam bién en el espacio óptico. El experim ento co m para preci sam ente dos obras artísticas. U na es la im agen del B aptisterio; la o tra, el m ism o B aptisterio, p ero no tal com o es «en sí m ism o», sino tal com o aparece a un o b serv ad o r situ ad o en una determ inada form a y h ab itu ad o a las peculiaridades de la perspectivas. Así pues, ni nos hem os acercado m ás a u n a «reali 143
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dad» no afectada p o r el arte, ni nos hem os alejado de ella. H asta aquí, dos concepciones extrem as del papel de la perspectiva central y del desarrollo de las artes. ¿Qué concepción debe preferirse y en qué consisten sus ventajas?
3.
R E A L ID A D
En el segundo a p a rta d o he descrito brevem ente la siguiente teoría del desarrollo del conocim iento hu m an o y de su capacidad artística: el hom bre ha sido situ ad o en un m undo bien ordenado, vive en un Cosmos. N o lo com prende inm ediatam ente y, aunque com ience a conocer lentam ente la realidad, con frecuencia le faltan los m edios para expresar adecuadam ente este conocim iento. El hom bre ap ren de. L entam ente m ejora su situación. D esaparecen errores y asperezas; en su lugar aparece una form a de representación más natural y objetiva. Uno en cu en tra «verdad». T an to las artes com o las cien cias avanzan desde un conocim iento y representa ción del m undo im perfectos a form as cada vez más adecuadas de conocim iento y representación del m undo. P ara la persona a cuya m entalidad responde esta teo ría, las ideas de Riegl son m uy inusitadas. C ier tam ente existe una g ran diferencia entre la M ujer en azul, de Léger (fig. l ia ) , y el dibujo de F ara d ay , de G eorg R ichm ond (fig. 12). Q uizá consideradas desde el p u n to de vista form al sean igualm ente p er fectas am bas im ágenes, pero no puede negarse que u n a representa adem ás un objeto real, es decir, una persona que vivió en un tiem po, cuyos rasgos vem os y que p o d ría reconocerse a p a rtir de su im a gen, m ientras que la o tra es una p u ra com binación de colores sin significado objetivo. Si uno afirm a, 144
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F igura
12.
M ichael F a ra d ay (1791-1867). D ib u jo de G eorge R ichm ond.
com o lo hace RiegI, que am bas im ágenes y tam bién o tras m uchas obras de arte pueden coexistir sin conflicto unas al lado de o tras, entonces se estará afirm ando que el arte no tiene n ad a que ver con la realidad. Pues la realidad —y éste es el pensam iento fu n d am en tal en la argum entación— es una; y sólo una fo rm a de representación puede ser la adecuada. 146
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El argum ento se hace plausible cuando se consi deran análogas situaciones en el cam po de las cien cias. Tam bién aquí existe una actividad que consiste en d esarro llar form as sólo atendiendo a su perfec ción interna, es decir, la matem ática pura: La m atem ática p u ra es el análogo científico al arte según Riegl. C om o el arte de Riegl al. artista, así la m atem ática p u ra concede al científico u na gran libertad en la construcción de m undos ap aren tes. C u an d o el h om bre se concentraba exclusiva m ente en el conocim iento de la realidad, no existía aún esta lib ertad — incluso ni se advertía que sólo p o día en trarse en contacto con la realidad a través del rodeo de instrum entos quizá inaplicables com o son la concepción y la representación. O casionam ente se to m ab a al instrum ento p o r la m isma realidad y no se in ten tab a com probarlo co m p arán dolo con o tro s instrum entos (form as estilísticas, form as de pensam iento). P or esta razón tam poco se descubrían aquellos rasgos de la realidad que los m edios representativos deform aban y que quizá o cu ltab an to talm ente. La m atem ática p u ra y el arte según Riegl hacen posibles tales descubrim ientos — son pues im p o rtantes m edios auxiliares de una avanzada investigación de la realidad. Pero ésta consiste en que se seleccione desde la plenitud de form as disponibles sólo algunas, y en caso ideal sólo u n a fo rm a b asándose en u n a com paración con la realidad. U n arte que se im pone la ta re a de investigar y representar la realidad no puede con tentarse, p o r tan to , con un relativism o a lo Riegl. P ara exam inar m ás detalladam ente este arg u m ento, desarrollem os el p u n to de vista de Riegl de la siguiente fo rm a. C oncedam os a Riegl que el arte produce m uchas form as distintas artísticas, que to d a form a artística tiende a una perfección interna, y que ocasionalm ente tam bién la alcanza. N o toda producción artística nos perm ite reconocer las leyes 147
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de u n a d eterm in ad a voluntad artística (existen defectos en el talen to , falta de capacidad técnica, to rp eza y errores). P ero hay obras que m anifiestan estas leyes con m ay o r claridad. N osotros vam os m ás allá de Riegl al afirm ar que el artista quiere representar tam bién la realidad (perfección interna y representación de la realidad son las dos condi ciones m arco que orientan su creación). Según esta nueva teoría, ta n to el arte paleocristian o com o el R enacim iento han creado form as esti lísticas de gran perfección interna; pero el arte paleocristiano fracasa en su intento de ca p ta r un espacio real independiente de los cuerpos. E n la arq u itectu ra sí se logra, p o r ejem plo, en Brunelles chi (pórtico in terio r de la plaza del H ospicio; figu ra 13), en la p in tu ra de Rafael (el espacio en La Escuela de A tenas no se adhiere a los cuerpos, no qu ed a separado p o r ellos en bloques espaciales definidos, sino que perm ite m ovim ientos libres a los cuerpos en to d as las direcciones; fig, 14). La teoría es m uy plausible y explica m uchos episodios histó ricos. Pero padece ciertas dificultades teóricas y hay hechos totalm ente incom patibles con ella. Las dificultades teóricas com ienzan con la pre gunta: ¿Cóm o encuentra el artista la realidad que aparentem ente le sirve de m arco orientador? ¿D ónde se encuentra este p u n to de com paración de su acti vidad y cóm o se identifica con él? El posee in stru m entos, ideas, convicciones, cierta capacidad téc nica; an te sí no tiene sólo las obras de artistas an teriores y de sus contem poráneos, tiene tam bién las ob ras de científicos, teólogos, políticos (y to d o esto debe m editarlo según u n a p a u ta interdependiente de la o b ra hu m ana según la «realidad»). Esta es u n a exigencia im posible. Se exige que el hom bre salga de su n atu raleza y de su historia y que las enjuicie desde un p u n to de vista que él ni to m a ni n u n ca p o d rá to m ar. Pero si p ronuncia un juicio o 148
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ad o p ta un p u n to de una o b ra hu m an a ya m ism o acto de ju zg ar tes. La exigencia de
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vista, entonces, o se atiene a existente, o la produce en su y con las acciones consiguien que u n a o b ra de arte o una
La Escuela de Atenas, de Rafael.
opinión científica sea verdad, o que responda a la realidad, o no tiene, pues, ningún sentido o exige que la o b ra de arte o una determ inada teoría se acom ode a una o b ra h um ana ya existente o aún p o r hacer. Pero una o b ra h u m an a es algo com plejo. En la 150
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p in tu ra, en la escultura, en el arte de la poesía, tam bién en las ciencias, existe un gran núm ero de m uy diversas tradiciones (co m p arar de nuevo la figura 6 con la fig. 7, la 11 con la 12 y las 4 y 5 con la 5a). Parece que, a pesar de n u estro discurso sobre la relación a la realidad, hem os aterrizado de nuevo en él p u n to de vista de Riegl. Incluso la indicación de que las tradiciones no son percibidas com o m eram ente yuxtapuestas, sino que se las o rd e n a según su proxim idad a la reali dad, no soluciona el problem a, pues exactam ente lo m ism o que hay m uchas tradiciones distintas, tam bién existen muy diversos principios de orden. T oda tradición de suficiente generalidad enjuicia las cosas a su m odo p ropio. Nosotros tenem os la sensación de algo natu ral ante la fotografía de u n a casa o ante un dibujo con perspectiva; una persona no fam iliarizada con la perspectiva ve un edificio que se derru m b a. M uchos consideran com o n atu ral el cu ad ro de F arad ay y com o locura la d am a azul de Léger (¿dónde está la dam a?); pero tam bién pueden verse las cosas de o tra fo rm a totalm ente distinta, com o un intento de p en e trar desde una representa ción superficial que sólo cap ta la corteza social más apacible de u n a época p asad a a un esbozo (leve m ente irónico) de los aspectos de u n a E ra indus trial. Y no olvidem os que la transición desde la cosm ovisión aristotélica hasta la im agen del m undo de la física y la biología m odernas ha elevado a principio de verdad la locura que se acaba de criti car: el m undo colorista y polifacético de la concien cia habitual queda sustituido p o r u n a tosca esquem atización en que no existen ni colores, ni olores, ni sentim ientos, ni siquiera el curso tem poral habi tual; y esta caricatu ra es considerada ah o ra com o la realidad. El desarrollo y el conflicto que ha suscitado se m u estra m uy bien en las ilustraciones de textos de 151
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enseñanza. N orm alm ente han sido preparadas por artistas que in ten tab an representar, p o r un lado, los nuevos «hechos» científicos y, p o r o tro , la vieja «realidad», au n q u e ésta cada vez m enos (figs. 15 y 16). A quí realm ente no se está ya m uy lejos del arte m oderno. Es cierto que las caricaturas científicas nos ayudan a en ten d er el m undo, pero, en prim er lugar, no funcionan en todas partes (hay lagunas enorm es en psicología, sociología, m edicina, donde el éxito de la acu p u n tu ra recuerda de nuevo viejas concepciones de la realidad, y en la com prensión de nuestros coetáneos) y, en segundo lugar, el dom inio de la n atu raleza es sólo un principio de orden entre m uchos. A los hom bres, o se les puede dom inar — y, p o r cierto, o con presión em ocional o con la ayu d a de arg u m en to s— o se puede in ten tar aum en tar su libertad (y con ello dism inuir su dom inabilid ad y predictibilidad); tam bién puede am árselos, puede intentarse com penetrarse con ellos, y así alte ra r to talm en te la n aturaleza propia, incluidos los propios principios de orden. Igualm ente m últiples son las posibilidades de nuestra conducta ante la n atu raleza, e igualm ente m últiple tam bién es la «realidad» que contem plam os en ella. La circuns tancia de que hoy sólo parece do m in ar una form a de co n tem p lar la naturaleza no puede seducirnos a erro r y hacernos p ensar que a fin de cuentas, a pesar de to do, hem os alcanzado «la» realidad. Solam ente significa que o tras form as de realidad provisionalm ente no tienen consum idores, am igos, defensores, y ciertam ente no porque no tengan nada que ofrecer, sino porque no se las conoce o porque no existe interés p o r sus productos. No es posible co m p letar la concepción de Riegl con un criterio de realidad, y elim inarla así. Si se asum e tal com ple m ento, entonces p ro n to se descubrirá que tam bién está som etido a la concepción de Riegl, y esto signi fica que noso tro s no sólo tenem os form as artísti152
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Ilustración a n ató m ic a del texto de enseñanza de G iu lio C asserio (ca. 1600).
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Ilu strac ió n del Tratado sobre el hom bre, D escartes, p ublicado en 1664.
de
cas, sino tam bién form as de pensar, de verdad, de racio n alid ad y, precisam ente, form as de realidad. A donde nos volvam os no encontrarem os un p u n to de apoyo arquim édico, sino otros estilos, tradiciones o principios de orden. Puede ser aleccionador no sólo deducir estas con secuencias, sino tam bién ilustrarlas con ejemplos. C oncedam os, pues, que la referencia a la realidad sólo puede ser u n a referencia a una o b ra hum ana, y preguntém onos: ¿qué o b ra hu m an a ya existente o aún p o r surgir introduce la realidad a la que deben atenerse los artistas? A rtistas del R enacim iento com o A lberti, pero tam bién otro s m uchos artistas, filósofos o científi154
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eos después de él, d an a esta pregunta la siguiente respuesta: realidad es lo que nos representan los científicos com o realidad. Leam os ah o ra el siguiente texto del Libro de la consolación divina del M aestro Eckehart: A dem ás, debem os sab er que, en la n a tu ra le z a, la im presión y el influjo de la n atu raleza su p rem a y m ás elevada es p a ra to d o ser algo m ás delicioso y recreante que su p ro p ia n a tu ra le z a y m o d o de ser. El agua, d e b id o a su n a tu ra le z a, fluye hacia a b ajo , hacia el valle, y ahí está tam bién su natu raleza. C o n to d o , bajo el influjo y la im presión de la luna allá a rrib a en el cielo, niega y olvida su p ro p ia n a tu ra le z a y fluye m o n te a rrib a hacia la a ltu ra , y esta e m a n ac ió n le es m ucho m ás fácil que el b a ja r p o r el río. En esto debe co n o cer el h o m b re si se en cu en tra en el buen cam ino: que le re su lta rá m ás delicioso y satisfactorio de ja r su v o lu n ta d n a tu ra l y vaciarse to ta lm e n te de sí m ism o en to d o lo que D ios quiera que sufra el hom bre. Va dich o en b u e n sen tid o c u a n d o n u e stro S eñor dice: «Q uien q u iera venir a mí debe negarse a sí m ism o y vaciarse de sí y debe to m a r su cruz». Es decir: debe de ja r y a b a n d o n a r to d o lo que es cruz y su frim ien to . Pues ciertam en te, c u an d o se hubiera negado a sí ple nam ente y se h ubiera o lvidado de sí, p a ra él esto no sería ya ni cruz ni su frim ien to o padecer. P ara él to d o sería delicia y vendría a D ios y lo seguiría realm ente l4.
En esta cita enco n tram os una concepción de la realidad que se diferencia esencialm ente de la con cepción de las m odernas ciencias. La realidad con siste aquí en dos dom inios, uno n atu ra l y o tro so b ren atu ral. El h om bre puede p artic ip a r en am bos dom inios. Si p articip a en el dom inio sobrenatural, entonces tam bién se m odifica su parte natural, incluso su cuerpo. Pero su alm a encuentra la paz en D ios. No sólo se expone esta concepción; se la fun dam enta. En la justificación desem peñan un papel: 14 C ita según D eutsche Predigten und Traktate, del M aestro E ckehart, M ünchen, 1978, p. 126.
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los escritos sagrados, las ideas de los Padres de la Iglesia, las resoluciones de los concilios y de los sínodos locales, reflexiones filosóficas. T am bién se em plean experiencias, com o una curación de una enferm edad m ortal, u n a paulatina satisfacción des pués de u n a larga dolencia, y o tro s hechos singula res. La fundam entación es hum ana y dem ocrática, en el sentido de que un hom bre que pide razones no tiene que em pezar p o r realizar un aprendizaje que le conduzca a la sabiduría del p resen tad o r de razones, sino que p ara to d a p ersona y p ara toda com prensión existe una explicación que hace plau sible el tem a: hay leyendas p ara personas piadosas y sencillas, «evidencia» p ara escépticos notorios, argum entos filosóficos p ara intelectuales, vías de aproxim ación m ística p ara personas que pueden av an zar p o r estos cam inos. Se tom a a las personas tal com o son, se atiende a cada peculiaridad h u m an a, se aproxim a uno a ellos, pues C risto ha m u erto p ara todos los hom bres, y no sólo p a ra los profesores. Los argum entos sólo responden p a r cialm ente a las exigencias de una justificación cien tífica m oderna, p ero esto no es ninguna objeción. Pues la realidad de la que habla el M aestro Eckeh art no es la realidad del m undo m aterial, de la que quizá tengan las ciencias una idea adecuada, sino un dom inio muy diverso. Si se rehúsa aceptar tal dom inio con la observación de que no es accesible a las ciencias, entonces tenem os un juicio exactam ente com o el rechazo de u na iglesia gótica p o r el m otivo de que no se ha construido según los principios esti lísticos rom ánicos. Si se responde que la iglesia gótica sí existe, pero no el dom inio sobrenatural del M aestro Eckehart, entonces la respuesta es que p ara un seguidor fanático de principios estilísticos más an tiguos tam p o co existe u n a iglesia gótica, es decir, una casa de D ios construida según un orden; p ara él existen iglesias, y éstas son o rom ánicas o defor 156
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mes m ontones de piedras. Si con Riegl se atiende a que una iglesia gótica posee, sin em bargo, una estru ctu ra peculiar, que se puede reconocer y des cribir después de cierto aprendizaje, entonces tam poco puede negarse un dom inio divino, pues éste, p ara los que han ap rendido, es algo que está clara m ente presente. Así pues, no sucede que a la «realidad» de-las ciencias se oponga un reino de la apariencia, sino que n osotros o tenem os dos im áge nes aparen tes, o dos realidades, y am bas están estru ctu rad as según principios peculiares. Si final m ente se ob jeta que las teorías científicas nos ayu dan, con to do, a alcanzar ciertas cosas — podem os vo lar a !a luna, podem os repetir experim entos, cu rar enferm os incurables— , entonces la respuesta es que esto tam bién rige p ara el objeto religioso. Tam bién aquí se em prenden viajes, sólo que a dom inios espirituales; tam bién aquí se cura, sólo que del pecado o del do lo r del apego a objetos terrenos. No hem os superado a Riegl. T om em os un segundo ejem plo: según Riegl, el ám b ito del arte paleocristiano está com puesto de bloques espaciales, y éstos dependen de los cuerpos que ocupan el espacio. Ello responde exactam ente a la concepción espacial aristotélica. Según A ristóte les, el lugar de un objeto no es u n a p arte de un m édium universal donde el objeto ha penetrado casualm ente, sino el límite interno de las cosas que rodean al objeto l5. A hora bien, de ningún m odo quiero afirm ar que los artistas cristianos prim itivos han leído a A ristóteles (dada su posición social, esto no sería posible, y, adem ás, la Física de A ristó teles no era conocida entonces en Occidente). Pero la definición aristotélica del espacio no era un sutil pensam iento divorciado de la vida coti d iana, sino el resultado del intento de trad u cir a 15 Física, 212a20.
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conceptos claros la concepción subyacente, pero inarticulada en la m entalidad cotidiana. En el intento de o rien ta r y enjuiciar estilos artís ticos de u n a fo rm a «objetiva», es decir, unidos en este caso a una «realidad» supuestam ente fijada por las ciencias, nos encontram os, pues, no con un p u n to de apoyo arquim édico, sino de nuevo con o tro s estilos, aunque éstos no son ya estilos artísti cos, sino estilos de pensar. El relativism o de Riegl no es, pues, lim itado; se extiende a las ciencias. El que las artes y las ciencias no quedan sep ara das sino acercadas p o r el problem a de la realidad se m uestra en m últiples recubrim ientos de los que aquí sólo quiero ad ucir algunos y de u n a form a muy som era. C om o ya se advirtió arriba, el espacio indepen diente de los objetos (después de ciertos p rep arati vos en la teología) fue introducido en la p intura y arq u itectu ra m ás de 250 años antes de N ew ton (co m p arar figs. 13 y 14) y construido sobre la base de reglas simples. L eonardo ya criticó la identifica ción de este espacio con el espacio visual, que per d u ra en la óptica hasta el siglo xix y que produce m uchas dificultades (R onchi y su escuela han elim i n ad o esta identificación com pletam ente en el si glo xx). El arte poético, la epopeya y el d ra m a des arro llan m edios p ara representar peculiaridades individuales y leyes sociales, ya m ucho antes que la psicología y la sociología se ocu p aran del tem a, y siguen to d av ía hoy m uy p o r delante de estas disci plinas en la capacitación y presentación de la ten sión sujeto-objeto: no en vano denom ina A ristóte les al arte literario m ás filosófico que la historia 16. Incluso esquem as lógicos básicos com o el modus tollens, que florecen y se extienden en los dom inios m ás secos de la lógica form al, se encuentran pri 16 Poética, 1451b5.
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m ero en la trag ed ia, p ara la construcción y enredo del nudo trágico; y eso, a su vez, es el resultado de un choque entre tradiciones incom patibles: Orestes debe vengar a su padre y, p o r ta n to , m atar a su m adre, pero no puede m atarla pues es consanguínea. Yo he m encionado ya que los defensores de una verdad y de una realidad apelan aquí a principios de orden que no sólo separan las ciencias de las artes, sino que deben m ostrar que las ciencias, y más generalm ente el pensam iento racional, son lo único objetivo. N o se niega la posibilidad de antici paciones com o las m encionadas, pero sólo afectan a lo real tras u n a transform ación en el sentido de los principios de orden. Yo ya he respondido a esta objeción: no existen sólo principios de orden téc nico (racionales), sino tam bién m uchos otros. Una segunda respuesta sería que no existe ninguna trad i ción, tam p o co en las ciencias, que se atenga exclu siva y perm anentem ente a los supuestos principios de orden: la razón sólo rara vez es razonable. P ara ju stificar esta segunda respuesta pregunte m os sobre qué condiciones debe cum plir una estruc tu ra p ara poder ser una representación válida de «’la» realidad, o u na expresión válida de «la» ver dad. E n la m edida en que conozco yo la situación, sobre to d o dos condiciones han desem peñado un papel en la historia del pensam iento: — conceptos abstractos y — m étodos estrictos de com probación. C onsiderem os condición. 4.
m ás
detenidam ente
la
prim era
A B STRA CC IO N ES: «LA» V ER D A D
La intro d u cció n de conceptos abstractos en el occidente griego es uno de los capítulos m ás n o ta 159
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bles de la h isto ria de n u estra cultura. En las epope yas que precedieron a este acontecim iento, dioses, hom bres, datos históricos y hechos cosm ológicos no eran caracterizados p o r definiciones o teorías, sino p o r narraciones. C onocem os este m étodo en las novelas, historias breves, leyendas y obras de teatro, pero tam bién en la historia, en la m edida en que ésta no se co n tenta con una m era enum eración de hechos. Es el m étodo más ap ro p iad o p ara ilum inar un objeto desde m uchos aspectos, donde ocasio nalm ente se m anifiesta muy claram ente que la inform ación d ada no es ni com pleta ni «objetiva»; com párese, p o r ejem plo, cóm o se va estructurando lentam ente la im agen de O telo — a través de los relatos de B rabantio, D esdém ona, C assio, Jag o , de la co n d u cta de éstos y del com portam iento del m ism o O telo— sin que nunca llegue a precisarse inequívocam ente (lo que m uestra en la pluralidad de posibles escenificaciones de ésta y otras obras). La exposición puede ser muy larga, pero puede caracterizarse tam bién p o r su brevedad, com o sucede con la caracterización de H edda G abler al com ienzo de la obra: incluso antes de que aparezca se sabe exactam ente qué tipo de persona vam os a en co n trar. En la epopeya y en los m itos que se des arro llan independientem ente de ella, dioses, hom bres y sus relaciones se caracterizan exactam ente de esta form a; p o r lo dem ás, con la excepción de que aquí se tra ta de realidades experim entables, no de ficciones. M uchos eruditos (ejem plo m ás reciente, W. B urkert 17) h an negado la referencia a la reali dad, p o r lo dem ás sólo basándose en u n a visión algo superficial sobre la relación entre experiencia y tradición. N ietzsche lo vio m ucho más claro. Es cribía: 11 Griechische Religion der Archaischen und Klassischen Epo che, S tu ttg a rt, 1977, p. 199.
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D e suyo, el h o m b re en e sta d o de vigilia só lo ve cla ram en te q u e está d esp ierto p o r el ríg id o y regular h ilad o co n ce p tu a l, y p recisam ente p o r esto llega a veces a creer que sueña c u a n d o ese h ila d o de concep tos llega [...] a desgarrarse. Pascal tiene razó n al a fir m a r q u e n o so tro s, si tuviéram os to d as las noches el m ism o su eñ o , tam b ién nos o c u p aría éste en el m ism o g ra d o en que nos o c u p an las cosas que vem os to d o s los días [...]. El d ía, desp ierto , de un p u e b lo m o vido m íticam ente co m o el de los a n tig u o s griegos, es de h echo m ás sim ilar al su eñ o , a causa del m ilagro c o n ti n u a d o su p u e sto en el m ito, q u e al d ía de u n pen sa m ien to científico sobrio. Si cada á rb o l puede h a b la r una vez c o m o nin fa, o si b a jo la e n v o ltu ra de u n to ro u n dio s puede ra p ta r vírgenes, si puede verse rep en ti n am en te a la m ism a diosa A tenea c u a n d o co n d u ce a trav és d e los m ercad o s d e A ten as un bello tiro de caballos a c o m p añ a d a p o r P isístrato — alg o q u e creía el h o n ra d o ateniense— , entonces en to d o instante, c o m o en el sueño, to d o es posible y to d a la n a tu ra le z a revolotea a lre d ed o r del ho m b re, co m o si fuera sólo el carnaval de los dioses [...]
En mi libro Tratado contra el M étodo he expuesto la m ism a idea m ás detalladam ente (capítulo 17). El m ito y las epopeyas articulan la experiencia de que h abla Nietzsche y la transm iten a las generaciones siguientes. Son las únicas form as de explicación y representación que hacen justicia a la com plejidad de los fenóm enos. Se las em plea aún m ucho des pués de su disolución; basta acordarse de la fre cuencia con que el Sócrates platónico, en lugar de un argum ento, presenta un «m ito», y ciertam ente no de form a marginal* sino plenam ente consciente de que utiliza u na form a peculiar de explicación d istinta de la argum entación filosófica. En los siglos v y vi van introduciéndose p au lati nam ente o tras form as m uy distintas de explicación 18 F. N ietzsche, « U ber W ah rh eit u n d Lüge im A usserm oralischen Sinn», en E rkenntnistheoretische Schriften. F ra n c k fu rt, 1968, p. 109; o W erke, ed. Schlechta, t. III, pp. 331 y ss.
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y representación. D igo que se van deslizando p o r que sus representantes se co m p o rtan com o si todo lo an terio r fuera m era palabrería, que con algo más de atención hubiera podido sustituirse ya hace tiem po con el conocim iento. No se p ro p o n e una nueva form a de conocim iento; se insinúa que a falta de un pensam iento claro, h asta ah o ra ni siquiera ha habido conocim iento. Los cam bios que (entre otros) van apareciendo a consecuencia de esta insinua ción, son descritos habitualm ente p o r los eruditos en su contenido, es decir, se expone qué nueva con cepción de dios y qué nuevas ideas sobre el alm a ocupan el lugar de las ideas de la epopeya y de los m itos antiguos, y adem ás se asum e que, en la tran sición, el pensam iento racional ha desem peñado un papel esencial. P o r ejem plo, según M ircea Eliade, «un largo proceso de erosión [...] ha desnudado de su significado original a los m itos hom éricos y a los dioses» l9, d o n d e la «aguda» crítica de Jenófanes 20 y el descubrim iento de la form a esférica de la tierra («[...] dado que ahora se sabia que la tierra es una esfera» 2I), desem peñó un im portante papel: el pen sam iento arran ca del m ito y contribuye, p o r lo m enos, a su disolución. Es el m ism o pensam iento antes, después, entonces, hoy, pero (¿falta de inteli gencia?) sólo desde el siglo vi se le em plea de form a decidida. Así pues, aq u í tenem os un im p o rtan te com po nente de la concepción de la realidad que, según m uchos eruditos y artistas, debe com pletar el punto de vista de Riegl. ¿Nos ofrece una correcta descrip ción del poceso de «erosión»? No lo pienso. C onsiderem os, p a ra seguir la pista del tem a, la 19 M . E liade, Geschichte der religiösen Ideen, t. II, H erder, 1979, p. 175. 20 Ibidem , p. 407. 21 Ibidem , p. 175, su b ra y ad o p o r mi.
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«aguda» argum entación de Jenófanes. Es la si guiente: Los h a b ita n te s de E tiopía hacen a sus dioses negros y ch ato s; los tracios, con ojos azules y pelo ro jo [...]. Si las vacas, los caballos y los leones tuvieran m anos, ento n ces los caballos crea ría n figuras de dioses en form a de cab allo y las vacas en form a de vaca [...] 22.
La argum entación supone, pero no prueba, que una concepción de Dios que se m odifica de dom i nio en d om inio (de pueblo en pueblo) no vale en ningún lado. ¿Es aceptable este supuesto? Y, sobre to d o , ¿estaba en la base de la tradición? (Sólo en este caso puede aplicarse en una crítica de la trad i ción.) En H eró d o to encontram os la siguiente his toria: C u a n d o D a río era rey hizo llam ar una vez a todos los griegos de su e n to rn o y les p re g u n tó p o r qué rem u n eració n e starían dispuestos a com erse los cad á veres de sus padres. P ero ellos re sp o n d iero n que no lo h a ría n p o r ningún prem io. L uego D a río llam ó a los calatio s de la India, que com en los cadáveres de sus p a d res, y les p re g u n tó en presencia de los griegos —a través de un intérp rete com p ren d iero n lo que él decía— p o r qué prem io e starían d ispuestos a q u e m a r a sus p ad res difuntos. Ellos g rita ro n y le pidieron fer vientem ente que a b a n d o n a ra tal im pías p alab ras. Así son las co stu m b res de los pueblos y P ín d a ro tiene, en mi o p in ió n , razó n c u an d o dice que la co stu m b re es el rey de todos los seres 25.
La costu m b re es el rey de to d o lo que es, pero seres distintos eligen distintos reyes: Si se pidiera a los pueblos de la tierra elegir de entre to d as las d istin ta s costum bres, las m ás ace rta d a s. 22 Fragmentos, I I , 15, 16. 23 H e ró d o to , 3, 38.
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to d o s, después de e xam inar el tem a con ex actitud, pre ferirían las co stu m b res p ro p ias a to d as las dem ás. H a sta tal p u n to está cu alq u ier p ueblo co nvencido de que sus form as de vida son las m ejores.
E sta convicción no carece de sentido. Sobre la co n d u cta de C am bises, que derribó tem plos y se b u rló de las costum bres, H eró d o to ap u n ta lo si guiente: Para mí está del to d o c la ro que C am bises estaba ab so lu ta m en te loco; de lo c o n tra rio no h u b iera a te n tad o c o n tra tem plos y usos.
Asi pues, convicciones, usos y leyes no son acep tad o s generalm ente; tienen vigencia en ciertos dom inios, m as no en otros; pero sólo un loco se b u rlaría de ellas p o r esta razón (nótese que Jenófanes, según esta opinión, es uno de tales «locos»). T am bién P rotág o ras, al que quizá siguió H eró d o to , acen tú a no sólo la relatividad de todos los usos y leyes, sino tam bién su obligatoriedad. Sin leyes el hom bre no puede sobrevivir y un E stado no puede subsistir. Los hom bres que conculcan repeti dam ente las leyes son algo que «hay que m atar com o una enferm edad en el cuerpo del E stado» 24. P ro tágoras tam bién actuó com o legislador: consi d eró razonable m ejorar las leyes de una ciudad o buscar nuevas leyes p ara ella. La concepción que está en la base de estas citas y form as de co n d u cta es exactam ente la concepción que Jenófanes, sin m ás, considera ridicula: las leyes, los usos, las form as de vida son ciertam ente algo «relativo», son distintas en distintos dom inios, pero tienen vigencia a su m anera en cada uno de los dom inios que les com peten. ¿Podem os extender esta concepción de la validez al ser, es decir, a la exis tencia, pongam os p o r caso, de los dioses? !4 Platón, Protágoras, 22d; c o m p a ra r el paralelo «racional» en 31b.
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En La Ilíada leemos: Pues som os tres los h erm an o s q u e C ro n o s e n gendró con Rea: Z eus, yo m ism o [Poseidón] y H ades, el rey de los infiernos. En tres partes fue to d o re p a rtid o y cad a u n o o b tu v o su d o m in io . E ch ad as las suertes, a mí me c o rre sp o n d ió h a b ita r p a ra siem pre el can o so m ar, tocóles a H ades h a b ita r la tenebrosa so m b ra y a Z eus a l a n c h o cielo, h a b ita n d o en el é te r y en las nubes. Pero la tie rra c o n tin u ó siendo h erencia c o m ú n , y com ún es tam bién el elevado O lim po. J a m á s ,-p o r ta n to , m e som eteré yo a Zeus; p o r fuerte que sea, ¡que perm anezca tran q u ilo en su m odesto tercio! 21
A quí la n aturaleza m ism a queda dividida en dom inios con distintas leyes (naturales), y a cada d om inio pertenece un dios que lleva los .rasgos de este dominio , lo m ism o que los dioses de E tiopía tenían los rasgos de los etíopes, Moira es el dom i nio parcial espacial al que se ord en a un dios, su d om inio y su idiosincrasia. El poder de los dio ses está lim itado; ninguno parece vanagloriarse de que dom ina el to d o y de expresar en su ser las leyes del todo. Pero tam bién el sentido prim itivo de nomos corresponde a esta concepción regional del ser y de la vigencia: en La Ilíada, el verbo nemein (em parentado originariam ente con el verbo alem án nehmen: tom ar) tiene, entre otros, el sentido de dis trib u ir, repartir. El m undo de La Ilíada, para em plear una acertad a y breve expresión, es, pues, un mundo de agregados (detalles en el capítulo 17 de TCM). Pero la argum entación de Jenófanes presu pone un mundo de substancias, introduce toda una nueva cosm ología, sin dar los motivos de ello, pero difam a a los que no se adhieren a esta cosm ología. No en contram os aq u í una argum entación «aguda»; en contram os la equivocada aceptación de la eviden cia de ciertas cosm ologías. ¿De dónde vienen esas cosm ologías y p o r qué parecen tan evidentes? 25 La Ilíada. 15, 184 y ss.
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El dios de Jenófanes tiene las siguientes propie dades: Existe un dios que no es igual a los m ortales, ni en form a ni en pensam ientos. P erm anece siem pre en el m ism o lugar e inm óvil. N o le conviene ir de acá para allá, pues él dirige sin esfuerzo el universo con la fuerza de su espíritu.
A dviértanse los rasgos inhum anos, incluso m ons tru o so s, de este dios al que m uchos eruditos han alab ad o com o «apoyado en una concepción purifi cada de dios» (Schacherm ayr, Von F ritz y otros); nada extraño, pues es precisam ente el espejo de los intelectuales que quieren dirigir el m undo desde su escritorio «sin ir de acá para allá» m eram ente por la «fuerza de su espíritu». Obsérvese tam bién la pobreza de propiedades de este dios. Esto lo rela ciona a ciertas tendencias de los siglos vi y v n que siguen aún presentes en P latón. Exam inem os estas tendencias y preguntém onos p o r los fundam entos de su aparición. En el Teeteto, Sócrates plantea la cuestión. Así pues, dim e. y sin m iedo, qué es lo que tú pien sas que es el cono cim iento 2\
Y recibe la respuesta: Yo creo, pues, que es c o nocim iento ta n to aquello que uno puede a p ren d e r con T eo d o ro , es decir, el arte de la m edida y las o tra s cosas que a cab as de m encio n ar. co m o tam b ién , p o r o tro lado, el a rte de hacer zap a to s y las o tra s a rte s de los restantes arte sa n o s; me parece a mí que todas y cada una de ellas no son nada sino conocim iento.
En el Menón, el p roblem a es la virtud, y Sócrates pregunta: Pero, p o r los dioses, ¿qué crees tú m ism o, M enón, que es la virtud? D ilo y no nos niegues la res puesta [...] 27 26 Sócrates, Teeteto, 146c3. 27 Sócrates. Menón, 7 Id.
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M enón responde: P ero no es difícil, Sócrates, re sp o n d erte . D esde luego, si de lo que quieres h ab lar es de la virtu d de un h o m b re, es fácil decirlo; significa ser c ap a z de a d m i n istra r los a su n to s de la ciu d ad y a se g u ra r el bien de sus am igos frente al m al de los enem igos, y ten e r cui d a d o de preservarse a u n o m ism o de to d o m al. Si piensas en cam bio en la virtud de la m ujer, tam p o c o es difícil de te rm in a rla : debe a d m in istra r bien la casa y m an ten erla en buen e stad o y tam bién obed ecer a su m arido. D istin ta es tam bién la virtu d del n iñ o , del m uch ach o o de (a niña, o la del an cian o , ya pienses en h o m b res libres, ya en esclavos. Y a ú n hay m uch as o tra s clases de virtu d es, de m o d o que no te verás p e r plejo si tienes que decir lo que es la virtu d ; ya que p a ra cad a situación y p a ra cada ed ad , p a ra cada acción y p a ra cad a u n o de n o so tro s existe una virtud p a rticu la r; y lo m ism o o cu rre, creo yo, S ócrates, con el vicio.
Las respuestas dad as p o r M enón y T eeteto son adecuadas al problem a. Se pregunta por cosas que desem peñan un im p ortante papel en el c o m p o rta m iento hum ano. No se tra ta de ninguna pregunta fácil, pues las condiciones sociales cam bian y con frecuencia son difíciles de conocer. No están desve ladas sencillam ente y se encuentran m uy entrem ez cladas en las dem ás circunstancias. Las respuestas reflejan esta situación. Enum eran ejem plos y dirigen así la atención en una determ inada dirección. Según el tipo de los ejem plos, explican la com pleja n a tu ra leza del objeto y con la ap ertu ra de la lista ofrecida, su cap acid ad de m odificación y ap e rtu ra: no se puede a g o ta r con p alab ras el tem a, pero se puede lograr cierta delim itación (provisional) con los ejem plos. Así es com o proceden los sofistas que p rep aran a sus discípulos p a ra la riqueza de la vida u rb a n a con sus ejem plos, y este es tam bién el m étodo de la narración épica, donde se ilustran conocim ientos y virtudes, pero sin fijarlas de una 167
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vez para siem pre. Sócrates no está de acuerdo con este m étodo. Así responde a Teeteto: L ibre y generosam ente, m i q u e rid o am igo, das tú m ucho d o n d e sólo se te ha p e d id o una cosa, y ofreces lo com plejo en lugar de lo sencillo.
Y en el M enón se encuentra la siguiente obser vación: M anifiestam ente, he tenido aquí gran suerte, M enón: pues busco una virtud y al m ism o tiem po enco n tré to d a una b a n d ad a de virtudes que alm acenabas tú.
La queja es, en prim er lugar, puram ente verbal: se pedía lo uno y se dio com o respuesta lo mucho. La queja sólo está ju stificada cu an d o a una palabra tam bién corresponde una cosa, o una propiedad común de cosas. T eeteto continúa esta hipótesis de la siguiente form a: T e e t e t o : [...] T em o que a ti te pasa con tu preg u n ta com o nos pasó a n o so tro s hace poco en una conversa ción que sostuve yo con u n o que lleva tu nom bre, Sócrates. S ócrates:
¿Qué es, pues,
lo
que pasó, T eeteto?
T e e t e t o : T eo d o ro nos d ib u jab a algunas figuras para re p re se n tar los n ú m ero s c u ad ra d o s; nos m o stró que el c u a d ra d o que m ide tres pies c u ad ra d o s y el que m ide cinco pies cu ad ra d o s no eran m edibles con un pie c u a d ra d o , y asi c o n tin u ó h asta llegar al de diez y siete pies, y ahí se detuvo. Pero a no so tro s se nos ocu rrió de p asad a la siguiente idea: d a d o que parece no tener fin el n úm ero de los n ú m ero s c u ad ra d o s, deberia in ten tarse c om pendiarlos b a jo un m ism o c o n cep to con el que p o d ríam o s designar to d o s esos n ú m ero s c u a drados.
En lenguaje actual m ostró, pues, T eodoro la irra cionalidad de las raíces cuadradas de tres, cinco y así h asta diez y siete. Lo m ostró para cada núm ero p o r sep arad o y ofreció, con la ayuda de las prue bas, una enumeración de núm eros irracionales de 168
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tres a diez y siete. Teeteto y su am igo Sócrates quie ren caracterizar los núm eros irracionales de o tra form a, no p o r la enum eración a base de las pruebas ap o rta d as paso a paso, sino con la ayuda de con ceptos que d eterm inan de una vez p o r todas la p ro piedad de los núm eros irracionales. Teeteto describe su procedim iento com o sigue: T e e t e t o : [ ...]
D iv id im o s
la s t o ta lid a d
de
lo s n ú m e
r o s e n d o s g r u p o s ; a lo s q u e p u e d e n s u r g i r c o m o p r o d u c to
de
fa c to re s
ig u a le s
f ig u ra d e l c u a d r a d o , cos
y
y
lo s
re p r e s e n ta m o s
con
la
lo s d e s c r ib im o s c o m o c u a d r á t i-
e q u ilá te ro s .
S ó c r a t e s : E stá bien a s i. T e e t e t o : Lo que se en cu en tra en tre estos núm eros, co m o p o r ejem plo el tres y el cinco, y to d o n ú m ero que no puede surgir co m o p ro d u c to de factores igua les, sin o co m o p ro d u c to de u n o m ay o r con o tro m en o r, o de u n o m en o r con o tro m ay o r, y que así re p resen ta una figura d o n d e siem pre hay un lado m ay o r y o tro m enor, a éstos los hem os rep re se n tad o con la figura del rectán g u lo y los hem os d e n o m in a d o núm eros «rectangulares». S ócrates:
M uy bien, pero ¿qué sucede ahora?
T e e t e t o : A hora bien, a to d as las líneas que fo rm a b a n un c u a d ra d o , que c o rre sp o n d e en la superficie al n úm ero de lados iguales, las hem os d en o m in a d o longi tudes; en cam b io , a las que fo rm ab a n un rectán g u lo con lados desiguales las hem os d e n o m in a d o «raíces», d a d o que no. pueden m edirse en su longitud con a q u e llas, pero sí con sus superficies [...]. Y p a ra los núm e ros cúbicos rige lo m ism o.
T eeteto define, pues, las longitudes com o los lados de núm eros cuadrados, y puede enunciar el Teorema que afirm a que sólo son medibles longitu des p o r núm eros enteros. Raíces, es decir, núm eros que form an un rectángulo de lados desiguales, no son, pues, medibles. En lugar de una enum eración de núm eros irracionales, se presenta una definición que contiene una propiedad de todos los núm eros 169
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irracionales y que perm ite derivar teorem as sobre todos los núm eros irracionales. — M uchachos — dice S ócrates— , esto me parece to d o lo a c e rta d o q u e puede ser lo d ich o p o r un h u m a n o . P e ro m e p arece que T e o d o ro n o q u e d a afec ta d o p o r el reproche de un falso testim onio. — Sí — objeta T eeteto — , ¡Sócrates!, yo no p o d ría c o n te sta r a tu p reg u n ta de la m ism a form a que a la cuestión so b re las longitudes y núm eros c u ad ra d o s.
Pues el saber, parece querer decir T eeteto, no sólo es más com plicado, sino de una naturaleza totalm ente d istin ta a la de un concepto m atem ático. La discusión con M enón tiene rasgos análogos. En prim er lugar, Sócrates m enciona algunos casos en que parecería darse cierta unidad m ás allá de la de la palabra: las abejas, p o r ejem plo, tienen p ro piedades com unes y el biólogo puede determ inarlas. T am bién se convence rápidam ente a M enón de que la salu d y la enferm edad son lo m ism o en el ho m bre y en la m ujer (lo cual no es cierto, pues si un h o m b re pierde sangre todos los meses está enferm o, p ero no una m ujer). Pero con la virtud M enón vuelve a vacilar: D e algún m o d o tengo la im presión de que esto no es lo m ism o q u e aquellos o tro s casos.
C on fino olfato describe, pues, Platón una difi cultad precisam ente en aquellos sitios y en aquellos conceptos que la n arración épica o el m ito (y leyen das, novelas y obras de teatro de tiem pos posterio res) explican con narraciones y ejem plos, no con definiciones. Y es com prensible la resistencia. Los núm eros, y quizá tam bién las abejas, son cosas sen cillas. Son lo m ism o p ara griegos y b árb aro s, p ara atenienses y espartanos, y p o r esto es posible determ inarlos con la ayuda de definiciones genera les. Sin em bargo, costum bres, virtudes o conoci m ientos varían de una nación a o tra , y tam bién 170
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p ara los m ism os griegos son distintas en la ciudad y en el cam po, en tiem po de H om ero y en tiem po de la dem ocracia ateniense, en A tenas y en E sparta. No parece aq u í posible una determ inación com ún, p ero Sócrates pretende lograrla. N osotros sospecha rem os que los conceptos que realicen tal d eterm ina ción, caso de que lleguen siquiera a darse, podrán a firm a r m uy poco, y m uy poco concreto, sobre aq uello que es com ún a todas estas situaciones tan d istintas: el in terro g ar socrático, tal com o se le pre sen ta en los Diálogos de P latón, es un in terro g ar sobre conceptos relativam ente vacíos y la «vieja d isp u ta entre la poesía y la filosofía» de que habla P latón 28 es u n a disputa entre form as de presentar que son ricas en detalles y que se co n ten tan con toscos esquem atism os. Es interesante ver que los nuevos intelectuales, entre los que se cuenta tam bién P lató n , niegan u n a referencia a la realidad, al epos, a la tragedia o al m ito, y lo reclam an p a ra sus alam bicados esquem atism os. El dios de Jenófanes es el p rim er y m uy extrem o ejem plo de esta ten dencia. (El conflicto entre form as com plejas de represen tación y esquem atism os sim ples tam bién se d a en el arte. La perspectiva se inspira p o r lo m enos p a r cialm ente en el intento de fundam entar la presenta ción del espacio sobre principios que deben ser válidos en to d as las circunstancias. Si se com para el L ili M arlene de F assbinder con la biografía de la heroína, o con la novela autobiográfica que ella m isma escribió, o Los diablos de Ken Russell con Los demonios de Loudun de Aldous H uxley, entonces se ve m uy claram ente que tam bién los artistas han logrado cierta m aestría en el traer de acá p a ra allá sím bolos vacíos. Se puede incluso d a r un paso más: tam bién estos artistas afirm an p o d er p en e trar hacia 28 P lató n , República, 607b6.
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la «realidad» a través del en tram ad o de circunstan cias ocasionales; tam bién ellos opinan que la reali dad es algo vacío, desierto y pobre en detalles.) A hora se plantea la pregunta: ¿En qué consistía la ventaja de las esquem atizaciones y vaciam ientos conceptuales a que se dirige el preguntar socrático y cóm o se ha llegado a que este m étodo dom ine de tal form a to d o el pensam iento occidental? ¿C óm o se ha llegado a este rasgo fundam ental del naciona lismo occidental que sigue tendiendo todavía hoy a un dom inio ab soluto donde se habían conservado m edios m ás realistas de presentación y tratam ien to de la naturaleza? La p regunta tiene una fácil respuesta, pero las siguientes circunstancias merecen que se les preste atención. En prim er lugar, ya en los epos existía un m ovi m iento hacia conceptos más abstractos y esquem á ticos. Un ejem plo es el concepto de la honra. El concepto de la h o n ra subyacente en La Ilíada es un concepto relacional: tiene h o n ra quien es tra ta d o de una form a honrosa, en el convite, después de la vic to ria en el cam po de batalla, en el sacrificio. El concepto ab arca las acciones que dispensan h o n ra y las circunstancias en que deben realizarse; tiene, pues, un rico contenido. En el canto noveno, Ulises en u m era los dones honrosos que se ofrecen a Aquiles, pero éste d u d a de que realm ente aporten honra. La h o n ra «verdadera» a la que él apela es algo que no se explica en ningún lugar, sólo se la advierte en que sustrae a las dem ás acciones su valor, y el con cepto que la corresponde apenas es conocido. Pero una cosa sí se sabe: no es ciertam ente algo rico en detalles, pues está separado de los sucesos de este m undo. En su Teogonia. H esíodo ord en a la historia de los dioses y de los hom bres según un esquem a genealógico. Los prim eros m iem bros del esquem a son: surgim iento del C aos, de la T ierra, del Eros. El 172
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C aos engendra a E rebo y a la Noche; ésta, unida con E rebo, al Cielo claro (E ter) y al D ía. La T ierra engendra al Cielo con estrellas, a M ontañas, P ra dos, C am pos, así com o a los M ares interiores, pero a los últim os sin cooperar el am or. Erebo y la N oche, que han surgido del Caos, le son sem ejan tes, pues tam bién son oscuros. El Cielo, los M ontes, el M ar Interio r son sem ejantes a la T ierra. P odría designarse, pues, a E rebo y a la Noche «com o p ro piam ente perteneciendo al “ concepto” fde Caos]» (Schwabl), pues com parten con el C aos ciertas p ro piedades m uy generales y tam bién muy indeterm i nadas. En mi o pinión, un fuerte m otivo p ara que se independizasen estas nuevas propiedades pobres en detalles fue el descubrim iento de que con su ayuda podían contarse, p o r así decirlo, nuevos tipos de historias, nuevos m odos de m itos con rasgos sor prendentes. El curso de estos nuevos m itos no estab a ya som etido a la coacción externa de una tradición, sino que venía regulado desde dentro, «era consecuencia» de la naturaleza de las cosas. Si, p o r ejem plo, en lugar del concepto tradicional de dios explicado p o r num erosos episodios se intro duce un concepto en que sólo se habla ya del poder o del ser, entonces se puede n arrar la siguiente his to ria, ciertam ente no m uy interesante y tam poco autentificada p o r la tradición, pero, con to d o , muy constrictiva: D ios o es uno o es m uchos. Si es m uchos, entonces o éstos son iguales o son desiguales. Si son iguales, entonces son com o los c iu d a d an o s de una c iu d a d , es decir, no dioses. Si son desiguales, entonces algunos son inferiores, es decir, tam p o c o son dioses (pues el poder de un dios, que es única característica, no tiene lim ite alguno). Luego dios es sólo uno.
H istorias de este tipo — posteriorm ente se las llam ó dem ostraciones— docum entan una nueva 173
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actitu d ante el hecho de la gran pluralidad de tradi ciones. T o m ad o en sí, este hecho no plantea todavía problem a alguno. T odo lo co n trario , despierta la curiosidad: se investigan cosas desconocidas, se integran logros ajenos, se alcanza un vivo intercam bio cu ltu ral que no llega a interrum pirse ni por confrontaciones bélicas. Un buen ejem plo de tal interacción de tradiciones es la situación en Asia M enor, M esopotam ia y Egipto al Final del período del bronce (hacia 1600-1200, a de C.), un período que el egiptólogo J. H. Breasted ha denom inado el «prim er internacionalism o». Las tribus, reinos, pue blos que habitaban dicha zona disputan constante m ente entre sí, p ero esto no les im pide aprender y asum ir unos de otro s ideas fundam entales, institu ciones, form as de conducta. Este fecundo intercam bio, m otivado p ráctica m ente, de bienes espirituales y m ateriales, del que la historia ofrece todavía otros m uchos ejem plos en todos los círculos y períodos culturales, es obstacu lizado con frecuencia p o r tendencias de un género totalm ente diferente o queda incluso co rtad o del todo. Tales tendencias contienen habitualm ente dos elem entos: la exagerada valoración de u n a determ i n ad a tradición, que tran sfo rm a diferencias de grado en diferencias cualitativas, y diferencias cualitativas en dicotom ías ingenuas pero plenam ente eficaces (sum iso a la volu n tad de dios-sin dios, hum anoin h um ano, racional-irracional o, en nuestro tiem po ya muy provinciano, científico-no científico). La separación de la tradición condecorada de las o tras tradiciones lleva n aturalm ente a un problem a: ¿C óm o se convence a los hom bres de que la unici d ad no sólo es afirm ad a, sino que responde a la naturaleza de las cosas? ¿C óm o se ejecutan los invo luntario s sacrificios de la nueva m anía de form a que no sólo se tengan que realizar p o rq u e ni 174
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siquiera existen o tras posibilidades, sino de form a que se com pongan de obras libres? Un m edio que ya utilizó el antiguo judaism o con éxito parcial es el de la indoctrinación: se aisla a la joven generación del tra to con otras tradiciones, se le ofrece u n a presentación deform ada de las propie dades de dichas tradiciones y se pro cu ra que estas im ágenes d isto rsio n adas se hagan carne y sangre de los pupilos. El descubrim iento de historias que tienden por sí m ism as a un d eterm inado final ofreció a los defen sores de la lim itación provinciana un instrum ento todavía m ejor: la dem ostración (o el argum ento). Lo que se dem uestra no es algo a que se coacciona exteriorm ente al alum no: se sigue de la m ism a n atu raleza del objeto. N o los m étodos educativos de una tradición, que siem pre son casuales históricam ente, sino las cosas indican ah o ra el cam ino, y, p o r cierto, de una fo rm a «objetiva», independiente de las opiniones existentes casualm ente. P ara los inte lectuales de la G recia antigua surgió así una posibi lidad ap arentem ente nueva y muy fecunda de en co n trar d en tro de la disputa entre las tradiciones una y sólo u n a «verdad». N aturalm ente, esto fue un error. La circunstancia de que los conceptos, p o r así decirlo, se reúnan por sí solos en historias los distingue únicam ente cuando en co n tram os agrado en esta «necesidad interna», cu an d o la preferim os a o tras reflexiones, com o pueden ser reflexiones de plausibilidad. No nos vem os forzados a aceptar dicha necesidad; to d o lo co n tra rio , las personas a las que interesa m ás el co ntacto directo con la realidad considerarán com o gran desventaja el vacío de los conceptos utilizados. N aturalm ente, uno puede introducir una concepción de la «realidad» o de la «verdad» que presuponga la m encionada encajabilidad m utua de los conceptos vacíos, p ero notem os que aquí se tra ta exactam ente 175
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de una nueva concepción que se añade a las con cepciones ya existentes. Y, adem ás, esta concepción, com o se ha dicho ya, es una concepción muy extraña, pues habla de «realidad» donde realm ente es sólo m ínim o el co n tacto con lo cotidiano y los conocim ientos ya existentes. Sea lo que sea, la idea de Riegl, según la cual existen distintas form as de arte y de conocim iento, de ningún m odo ha sido superada. Tam bién el dios de Jenófanes, que es un resultado parcial del m ovim iento hacia el vacío conceptual, es sólo un dios entre m uchos. C on esto hem os vuelto de nuevo a nuestra pre gunta: ¿C óm o p u d o suceder que el proceder ab s tracto de los intelectuales, que el «racionalism o» vacío que es su invención, haya podido desem peñar un papel tan im portante en el pensam iento occiden tal? ¿C óm o se ha llegado a que esta tradición, a pesar de num erosos fracasos y a pesar de largos períodos de m arch ar en pu n to m uerto, con todo haya p odido regalarnos uno y o tro pequeño descu brim iento? ¿Qué ha sucedido para que no se descu briera enseguida la inutilidad del m étodo y no se rechazara inm ediatam ente ese m ism o m étodo? Las respuestas a estas cuestiones nos ofrecen una intere sante visión de los m ecanism os que m antienen viva una tradición. En prim er lugar se descubrió y criticó muy p ro n to la inutilidad de la nueva form a de pensar. Tom em os, p or ejem plo, la m edicina. En ocasión de su discusión sobre la m edicina, en el diálogo Fedro, P lató n alude a que no b asta c u ra r cuerpo y alm a «sólo p or rutina y experiencia», sino que es necesa rio «sum inistrar salud y fuerza con un arte cons ciente, m ediante m edicam entos y alim entos». Un arte consciente significa que se quiere clarificar la n atu raleza de las cosas, sobre todo la naturaleza del hom bre, del cuerpo, del alm a 29, y esto significa, a 29 P latón. Fedro. 270b y ss.
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su vez, que deben introducirse conceptos generales sobre dichos objetos y determ inarlos férream ente m ediante definiciones (es decir, con teorías senci llas). Un procedim iento de este género sustituye los conceptos anclados m uchas veces en la práctica tal com o los poseía la m edicina tradicional, cuyo con tenido es dem asiado rico com o p ara que pueda cla rificársele p o r una definición, m ediante ideas senci llas pero m ucho m ás pobres. A quí ya había precedido Em pédocles a Platón. P ara él, el cuerpo hu m an o co n stab a de cu a tro elem entos, y la enfer m edad era sim plem ente la falta de equilibrio entre estos elem entos. Los m édicos de la escuela coica criticaban así la definición: N o p u ed o sencillam ente co m p ren d er cóm o aquellos que defienden o tra concepción y a b a n d o n a n el viejo m éto d o [de la m edicina práctica] p a ra fu n d a m e n ta r el a rte m édico sobre un p o stu lad o pueden tr a ta r a sus pacientes en el sen tid o de este p o stu lad o . Pues, com o a mi me parece, no han d escubierto ningún c alo r o frío ab so lu to s, ninguna sequedad o h u m ed ad a b so lu tas, que n o p a rticip e n de nin g u n a o tra fo rm a. P ero yo creo que ellos tienen los m ism os alim entos y bebidas que tenem os to d o s, y añ ad en a uno la p ro p ied a d de lo caliente, a o tro la p ro p ied a d de lo frío, a o tro lá sequedad y a o tro la hum edad; pues no ten d ría ningún sentido p rescribir a un paciente algo caliente, porque él p re g u n ta ría inm ediatam ente: ¿Qué cosa caliente? Así pues, o h a b la n algo sin sen tid o o deb en apoyarse en una de las substancias conocidas.
Los nuevos conceptos, dice la crítica, son cierta m ente sim ples, pero sin contenido. O com o se dice posteriorm ente en el m ism o texto: A lgunos m édicos y filósofos a firm an que nadie puede e n te n d e r algo de la m edicina si no sabe lo que es el h om bre: quien quiera tra ta r a d ec u ad a m en te a un paciente, dicen, debe a p ren d e r p rim ero aquello. C on to d o , esta cuestión pertenece a la filosofía [es decir, al p en sam ien to a b stra c to , no a la práctica m edicinal]; es del d o m in io de quienes, com o E m pédocles, h a n escrito sobre la ciencia n a tu ra l y sobre aquello que es el
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hom bre desde el prin cip io , cóm o surgió y de q u é ele m entos. Pero yo creo que to d o lo que han dicho o escrito los filósofos y m édicos so b re la ciencia natu ral no tiene m ás que ver con la m edicina que con la pintura.
Así pues, estos m édicos antiguos ven m uy claro que, ciertam ente, ha surgido u n a nueva disciplina, con nuevos conceptos, con nuevos m étodos, con una nueva im agen de la realidad — la filosofía— , pero que esta disciplina to d o lo m ás que tiene en com ún con la práctica m édica es un par de palabras y que, en verdad, no la va a fom entar. La crítica no deja n ada que desear en cuanto a perspicacia. Lo m ism o puede decirse de la crítica de los sofistas, sobre todo de la de G eorgias y P rotágoras. En segundo lugar, de ningún m odo puede subes tim arse la tenacidad de las tradiciones. La m edicina organizada ha com etido torpezas enorm es e n su his to ria y se ha desencadenado entre los hom bres com o u na auten tica epidem ia; pero, dad o que estab a ya ahí, se la consideró com o la lluvia, el viento o los incendios, com o un hecho n atu ra l con que uno tenía que arreglárselas. La m edicina m oderna em plea un enorm e esfuerzo p ara curar el cáncer. D esde hace veinte años apenas ha conse guido registrar éxitos, pero hoy com o ayer siguen rechazándose sin ningún examen alternativas de m étodos de curación m átural com o algo «no cientí fico». R um ores tiq V e rific a d o s, pero au to ritario s, apoyan este proceso; dificultades claram ente vistas o son reprim idas o echadas a un lado, de nuevo sin m ás exam en, con un gesto au to ritario . M uchas opi niones, prácticas, instituciones deben su superiori d ad y supervivencia no a su «verdad» o a su éxito, sino a la bendita confianza o la falta de atención hum anas. El racionalism o no dispuso en su carrera ascen d ente de estos m edios de afianzam iento de tradicio 178
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nes establecidas. ¿De dónde obtuvo él su pujanza? La o btuvo de los dos fenóm enos ya m encionados, es decir, de un d esarrollo general hacia u n a m ayor abstracción, que quizá se vio apoyado por tenden cias religiosas fuera del ám bito hom érico, así com o p o r el descubrim iento de «pruebas», tal com o lo acabam os de describir. Estas «pruebas» — y con ello llego a u n a nueva aportación a la pujanza del prim itivo racionalism o— condujeron a una acum ulación de «resultados» (com o el teorem a de Parm énides de que nada se mueve, y que no existen cosas que existan sep ara dam ente, o el correspondiente teorem a de Zenón) y, con ello, a una acum ulación de problem as y de investigaciones (m uy p ro n to com enzó a proliferar alegrem ente el nuevo cam po de la filosofía). La p ro liferación hace ser conocido y fam oso, aun cuando se tra ta de u na proliferación del sinsentido y algo que no co n tribuye en n ad a a los problem as ya exis tentes en disciplinas tam bién existentes (com párese la situación muy sim ilar de los desarrollos produci dos en la teo ría de la ciencia a p artir del C írculo de Viena). No puede tam poco pasarse por alto que los d ebates filosóficos se realizaban en A tenas en la plaza del m ercado y despertaban el interés del público (com párense aquí los debates posteriores de los representantes de distintas direcciones religiosas en las plazas del m ercado de las aldeas m edievales). Se fo rm aro n escuelas de pensam iento. Sócrates estro p eab a a la juv entud con sus preguntas ab stra c tas, pero to davía no de una form a sistem ática. Pla tón organiza, selecciona, reúne, pro cu ra con trucos psicológicos que sus alum nos no se distraigan. Esto tam poco tiene n ad a que ver con «verdad» o con «realidad», tro p as de choque * de alum nos decidi * D e nom inación em pleada p a ra las b a n d as p a ram ilita re s de los nazis (N. del T.).
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dos que se han reunido p ara defender las ideas más locas. La ventaja del racionalism o es que puede resolver problem as aparentes surgidos fuera de las escuelas e independientem ente de ellas (por ejem plo, en la astronom ía). Y no olvidem os que fue A ristóte les, que desem peñó aquí un papel m uy decisivo, quien logró restablecer el nexo con el sentido com ún y con las disciplinas existentes, p o r lo m enos parcialm ente. En ello utiliza, entre o tro s, un m étodo que ha sido m antenido vivo hasta hoy por el racionalism o, es decir, el método de los movim ien tos retrógrados: los conceptos abstractos, el orgullo de los racionalistas, son sacados de su contexto abs tracto , se les relaciona con la práctica, dan un nuevo im pulso a ésta, y se realizan nuevos descu brim ientos. Los éxitos no se consiguen p o r haber sujetado a la razón, tal com o esta se presentaba en las abstracciones conseguidas previam ente, sino por que se es suficientem ente razonable como para proce der irracionalmente. En la historia de las ciencias hay num erosos ejem plos de este procedim iento irrazonable-razonable, para esta irracionalidad que siem pre vuelve a salvar el racionalism o. Así es com o los m édicos alejandrinos no m ostra ron ninguna aversión ante los conceptos de los filó sofos naturalefe; p e ro /n o los utilizaron de acuerdo con las reg las^p rescritas por los filósofos, sino basándose en una com binación intuitiva y apenas describible de estas reglas con las de la práctica m édica. En los Principia, N ew ton construye ap aren tem ente una ciencia estricta con conceptos precisa m ente clarificados, pero en la discusión del p ro blem a de los tres cuerpos no utiliza dichos conceptos, sino que vuelve a trab a jar intuitiva m ente. En la época de Einstein había disciplinas com o la m ecánica, la electrodinám ica y la term odi nám ica, que habían desarrollado un elevado nivel 180
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de form alism o (recuérdese, por ejem plo, la teoría de H am ilton). En su prim er artículo sobre el problem a de la radiación (1905), Einstein no em plea los con ceptos así explicados: habla muy generalm ente de «imágenes teóricas» bajo las que alude a caracterís ticas generales de las teorías que tenían ante sí e independientes de su form ulación m atem ática. Estas im ágenes, no las m ism as teorías, fueron lo que él investigó. Y ahí no se apoyó en las leyes de su tiem po m ejor confirm adas em píricam ente, sino que utilizó aproxim aciones y preguntó cuál de aque llas im ágenes era apoyada por la aproxim ación ele gida. Supuso que esta imagen tam bién estaría en la base del hecho adecuado, pero oculta bajo otros procesos. La argum entación a base de aproxim aciones fue luego el m étodo de la prim era teoría cuántica. El m ism o B ohr ha criticado de esta m anera inform al aplicaciones con éxito de los m étodos exactos de la m ecánica a la teoría atóm ica (crítica del m étodo de Schwarzschild, Epstein y Somm erfeld). Su crítica y sus argum entos asim ism o inform ales ap o rta ro n num erosos resultados, y éstos condujeron final m ente a una nueva y precisa teoría. Im re L akatos ha escrito espléndidam ente análogos procesos en la m atem ática p ura. (Tam bién en el arte se dan dichos m ovim ientos retrógrados. Así es com o M asaccio em plea la pers pectiva, pero no sólo p ara representar la realidad i. aterial, sino tam bién la jerarq u ía de principios espirituales: el D ios Padre, que norm alm ente es representado com o m ayor físicam ente, adquiere ah o ra grandeza p o r su colocación totalm ente atrás en una extrem a construcción en arco [fig. 17]. Y los m anieristas em plean la perspectiva, pero locam ente, p ara generar efectos especiales.) Resum o: la p rim era condición que los pensadores orientados científicam ente quieren im poner a una 181
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F ig u r a
17.
La Santísim a Trinidad, de M asaccio.
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presentación objetiva es que tengan, que utilizar conceptos ab stracto s y que realizar pruebas (argu m entos) basándose en las leyes vigentes p a ra dichos conceptos. Esta condición no introduce «la» reali d ad y tam p o co «la» verdad; a lo sum o, una nueva concepción de la realidad, es decir, un nuevo estilo, y adem ás raras veces es cum plida en las disciplinas que esos mismos pensadores tan to alaban. Así, pues, a la extensión del p u n to de vista riegliano a las ciencias y a la conexión im plicada en él de cien cias y artes sólo se opone todavía la segunda condi ción, es decir, la condición de la verificabilidad.
5.
LA C O N D IC IO N D E LA V E R IF IC A B IL ID A D
Se elim ina esta dificultad aludiendo a que a diversos estilos de pensam iento (form as de arte, form as de realidad) tam bién corresponden diversos estilos de verificación, y a que la sucesión de estilos de pensam iento, incluso en la ciencia, no está som e tida siem pre a un control m etódico. Existen tran si ciones que alteran tan to form as de estilo com o tam bién m étodos y que p o r eso son puras transi ciones de estilo, exactam ente en el sentido de Riegl, causado p o r una nueva voluntad general estilística. T om em os com o ejem plo la transición de la im a gen del m undo aristotélica a la imagen del m undo en el m ecanicism o. La Física aristotélica es una teoría general del movimiento. Explica la naturaleza del m ovim iento, las circunstancias en que sucede un m ovim iento, así com o el re p arto del m ovim iento en el universo. Bajo m ovim iento se entiende aquí to d o tipo de cam bio: m ovim iento local, cam bio cualitativo, así com o calentam iento de un objeto, su origen y su m uerte, su crecim iento y su dism inución. Tam bién 183
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se explica cóm o se relacionan m utuam ente estos m ovim ientos: unos son básicos, otros más bien peri féricos. P o r p rim era vez en la historia del pensa m iento A ristóteles form ula algo así com o u n a ley de la inercia4~lQs objetos no necesitan siem pre un im pulso, to m o p o d ría ser su alm a, y cuando son m ovidos p o r un alm a, es decir, de una form a n a tu ral (y A ristóteles ofrece lo que son los posibles m ovim ientos n atu rales).-L a física se construye y se la verifica en y p o r «fenóm enos». Estos, en parte, son sim ples observaciones, com o la observación de que el au m en to del m ovim iento siem pre exige una cierta fuerza m ínim a; en parte, en constataciones com o la de que «el lugar y los cuerpos son cosas distintas, pues un cuerpo puede ser alejado de su lugar», que aparecen plenam ente evidentes, aunque no se puede in d icar con precisión en qué se apoya esta evidencia; en parte, se tra ta de intentos anterio res p o r llegar a u n a teoría m ás am plia a p a rtir de lo conocido y pensado. A ristóteles supone que el hom bre y el m undo, en condiciones norm ales, se en cuentran en arm o n ía. Lo que los hom bres pien san sobre el m undo, cóm o ven el m undo, to d o esto contiene, pues, un núcleo verdadero que debe ser to davía liberado de perturbaciones. A ristóteles exam ina la hipótesis al ap licar la teoría del m ovi m iento fu n d ad a sobre ella a la interacción entre los objetos y los órganos de sensación hum anos y m uestra qué y cóm o resultan aquellas im presiones de las que él m ism o h a p artid o al principio. D ad o que las observaciones constatan cualidades, la física de A ristóteles es una teoría cualitativa. C ontiene num erosas afirm aciones que hoy consideram os m uy triviales, pero tam bién contiene teorem as, com o, p o r ejem plo, los siguientes: antes de cualquier m ovim iento existe o tro m ovim iento; existe un pri m er m ovim iento, y éste tiene velocidad constante; la longitud de un objeto en m ovim iento en la direc 184
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ción del m ovim iento carece de valor determ inado. El últim o teorem a ni se apoya en la observación ni se le puede verificar con observaciones. Es una con secuencia de la aplicación de la teoría de la conti nuidad aristotélica al m ovim iento. En esta física, las predicciones desem peñan un papel insignificante: son tarea de o tras ciencias, com o la astro n o m ía. La astro n o m ía no se preocupa m ucho de la naturaleza de los objetos predichos p o r ella; esta tarea recae sobre la física, ella se contenta con identificaciones prácticas. La física que suele denom inarse física de Galileo d a gran v alor a fórm ulas cuantitativas y, p o r lo m enos según su idea, está co n tro lad a p o r prediccio nes. Se dice que triu n fó p o r su éxito sobre la física aristotélica. Exito: esto puede significar o que una nueva v oluntad estilística plantea nuevas exigencias al pensam iento, y que la física de G alileo cum ple estas exigencias —ésta sería la concepción del proceso según Riegl— , o que se ha en contrado com o insufi ciente al aristotelism o a base de norm as que también él aceptaba. En el últim o caso se h ab la h a b itu al m ente de u n a crítica «objetiva», pero yo no alcanzo a co m p ren d er p o r qué u n a crítica que utiliza pautas m ás po p u lares ha de ser «más objetiva» que una crítica q ue se ap o y a en p au tas m enores di fundidas. Sim plem ente se co n stata que el m aterial en que se quiere realizar un cierto estilo de pensar no sirve p ara esto, y se encuentra uno ante la alternativa: nuevo estilo de pensam iento o nuevo m aterial. En tal situación, los científicos no siem pre tom an el prim er cam ino — b asta contem plar con qué decisión las form as de p en sar galileicas y las form as de pen sar del siguiente m ecanicism o se aplicaron a la vida e incluso a procesos aním icos: si la voluntad artís tica oculta tras una determ inada form a de pensar está m uy m arcad a, entonces no se deja uno forzar 185
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tan fácilm ente a un cam bio del estilo m ental p o r las peculiaridades del m aterial. Pero el segundo caso, que, com o se acaba de m ostrar, encaja m uy bien en el esquem a de Riegl, no es el que se da en la «revolución copernicana». Pues no se intro d u cen en absoluto nuevas ideas basándose en viejos criterios, sino que se cam bian ideas y criterios. P or ejem plo, se lim ita desde el ~ \ principio al estudio del m ovim iento local. La d o c trin a aristotélica del m ovim iento se ocupa tan to del m ovim iento local com o de los cam bios que se p re sentan cuando un m aestro inteligente enseña a un alum no recalcitrante. La doctrina galileica del m ovim iento sólo se ocupa del m ovim iento local, e incluso aquí em pleando m edios m entales muy sim ples. P ara A ristóteles, el m ovim iento local era un proceso co n tin u ad o en un m edio continuo: así, pues, en un caso sencillo, en u n a línea recta. La co n tinuidad de la línea significa que sus elem entos se encuentran en interdependencia recíproca. D ado que los p u n to s son indivisibles, no pueden interdepender y, p o r tan to , tam poco pueden ser elem entos de u na línea. Pero están contenidos en ella p o ten cialm ente: se puede c o rta r la línea, actualizar un determ inado p u n to e interrum pir así la continuidad de la línea. G alileo rechaza sin m ás esta concep ción: E x actam ente co m o u n a línea de diez hebras [carne] con tien e diez líneas de una lo n g itu d de una h ebra y c u a re n ta líneas de la lon g itu d de un b razo [bracchia] y o ch en ta líneas de m edio b ra zo de longitud, etc., así contiene tam b ién un n úm ero sin fin de p u n to s, llám a los actuales o potenciales, com o te plazca, mi q u erid o Sim plicio, pues en lo que concierne a este detalle me d oblego an te tu o p in ió n y tu juicio.
A h o ra bien, es verdad, naturalm ente, que nada cam bia en la lo n g itu d de u n a línea cuando se la concihe com o co n stitu ida p o r puntos reales, pero su 186
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estructura se altera de una form a esencial. P ara G alileo, esta estru ctura no es ya interesante. En lo que concierne a las predicciones que con firm an ap arentem ente el éxito de la d octrina galileica, la situación es la siguiente: en A ristóteles, el acto de la percepción se veía som etido a las mismas leyes que cu alq u ier o tra interacción. Y, d ad o que las interacciones tam bién pueden llevar a un inter cam bio de cualidades, la descripción de las percep ciones y la realidad objetiva son de género esen cialm ente diferente: existe un problem a alm acuerpo. El p ro b lem a no se queda en la periferia, pues en cada observación se supone que acaba resuelto. El p ro b lem a no es resuelto. Las observa ciones y los procedim ientos básicos de verificación de la nueva form a de pensar están en el aire. Si uno sigue apoyándose en ellos, esto im plica una especie de acto de fe. N o se advierte dicho acto de fe, pues se posee ah o ra frente al m étodo de com probación una actitu d tan ingenua com o ante la cuestión de la continuidad: los resultados de las m edidas produci dos sobre el acto de fe concuerdan m utuam ente (m ás o m enos): esto basta. Tal actitud práctica se diferencia esencialm ente de la actitud de A ristóteles, al que no im p o rtaban sólo buenas predicciones, sino tam bién el conocim iento de la naturaleza de las cosas sobre las que se predecía algo. Pero esto significa que tenem os ante nosotros un nuevo estilo de pensam iento, con nuevos criterios y con una nueva estructura del saber construido p o r él.
6.
R ESU M EN
A h o ra podem os form ular las siguientes tesis sobre la n aturaleza de las artes y las ciencias y sobre la relación entre unas y otras. 187
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1. Riegl tiene razón al decir que las artes han desarrollado una serie de form as estilísticas y que estas form as existen en igualdad de derechos, a no ser que se las enjuicie desde el pu n to de vista arb i trariam en te elegido de una determ inada form a de estilo. Incluso cu an d o se elige con m otivos un p u n to de vista de este tipo, existe p ara cada grupo de m otivos o tro s grupos, es decir, en la fundam entación o se llega a una elección o a intuiciones, o sea, a acción au to m ática y, así, de nuevo a una elección, aunque esta vez no reflexionada. 2. La afirm ación de Riegl afecta asim ism o a las ciencias. T am bién éstas han desarrollado una serie de estilos, incluyendo estilos de com probación, y el desarrollo de un estilo a o tro es, decim os nosotros, totalm ente análogo al desarrollo desde la A ntigüe dad al estilo gótico. 3. T an to artistas com o científicos, cuando ela bo ran un estilo, con frecuencia trab ajan con la segunda intención de que se tra ta de la presentación de la verdad, o de «la» realidad. 4. E sta segunda intención no lleva más allá de la concepción de Riegl. Sólo es una p arte de la voluntad artística que Riegl ha dejado muy im pre cisa, y sólo m uestra que los estilos artísticos están estrecham ente enlazados a estilos de pensam iento: hem os insertado un cuadro, o una estatua, o una tragedia, insertos en una o b ra de arte verbal (por lo dem ás, apenas excitante). 5. Esto se m uestra en los m uchos significados de la p alab ra «verdad» o «realidad». Pues, si se investiga lo que un determ inado estilo de pensa m iento com prende bajo estas cosas, no se encuentra algo m ás del m ism o estilo de pensar, sino sus p ro pias presuposiciones: verdad es lo que afirm a el estilo de p ensar que es verdad. Así es com o en un tiem po fue verdad que existían los dioses griegos, pero hoy esto es un absurdo p a ra m uchas personas. 188
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6. El éxito sólo puede distinguir a un estilo de pensar cuan d o se poseen ya criterios que determ i nan lo que es éxito. P ara el gnóstico, el m undo m aterial es ap arien cia, el alm a real, y el éxito es sólo lo que acontece a la últim a. D e nuevo se o culta tras la aceptación de un estilo, no algo «objetivo», sino un elem ento más del estilo. 7. P or ejem plo, m uchas personas se atienen hoy al estilo de pensar de las ciencias, p o r haber per d ido su interés p o r cosas sobrenaturales, p orque les parece m ucho m ás im portante la fam a terrena que la salud del alm a, porque uno quiere m antenerse alejado de o tras personas (éste es el m otivo objetivo del deseo de objetividad) y porque se cree — y, por cierto, no basándose en investigaciones m ás preci sas— que las ciencias pueden au m en tar y m ejorar los bienes terrenos. 8. La elección de un estilo, de una realidad, de u na form a de verdad, incluyendo criterios de reali d ad y de racionalidad, es la elección de un p roducto hum ano. Es un acto social, depende de la situación histórica, ocasionalm ente es un proceso relativa m ente consciente —se reflexiona sobre distintas posibilidades y se decide una p o r u n a— , m ucho m ás frecuentem ente es acción directa basándose en intuiciones m ás fuertes. Es «objetiva» esta elección sólo en el sentido condicionado p o r la situación his tórica: tam bién la objetividad es una característica de estilo (com párese, p o r ejem plo, el puntillism o con el realism o o el naturalism o). Así, pues, uno se decide en favor o en contra de las ciencias exacta m ente com o u n o se decide p o r el p u n k rock o en co n tra de él, p o r lo dem ás con la diferencia de que la actu al inserción social de las ciencias rodea a la decisión del prim er caso con m ucha m ás palabrería y tam bién con m ucho más ruido. 9. Y, d ad o que hasta ah o ra se creía que sólo las artes se en cu en tran en esta situación; d ad o que, p o r 189
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tan to , la situación sólo se ha conocido, h asta cierto pun to , en las artes, la conclusión es que la m ejor m anera de describir la situación análoga en las ciencias y los m uchos recubrim ientos existentes ahí, y de los que yo sólo he m encionado una pequeña porción, se dice que las ciencias son artes en el sen tido de esta com prensión progresiva del arte. (Si viviéram os en un tiem po en que se creyera ingenuam ente en el poder curativo y en la «objeti vidad» de las artes, si no se separa arte y E stado, si las artes se sustituyeran con m edios fiscales, si se las apren d iera en las escuelas com o disciplinas obliga torias, m ientras que las ciencias serían consideradas com o colecciones de juguetes, de las que los ju g a dores u n a vez elegirían un juego y o tra vez otro, entonces, com o es n atu ral, sería igualm ente indi cado reco rd ar que las artes son ciencias. Pero, des graciadam ente, no vivimos en un tiem po así.)
7.
OTRAS IN D IC A C IO N E S
De las m uchas descripciones del experim ento de Brunelleschi, de su transfondo histórico y de sus repercusiones sólo m encionaré la o b ra de S. Y. Edgerton Ju n , The Renaissance Rediscovery o f Linear Perspective, New York, 1976. Allí puede encontrarse más literatura. Es fundam ental Erwin Panofsky, Die Perspektive als Sym bolische Form, reim preso en los A ufsätze zu Grundfragen der Kunstwissenschaft, Berlin, 1974. En el m ism o libro se encuentra el a rtí culo de Panofsky «D er Begriff des K unstwollens» (El concepto de la v oluntad artística), en que critica la idea de Riegl sobre la voluntad artística. Espero haber elim inado p arte de esta crítica con mi exposición. Sobre el desarrollo de la teoría estética en Italia inform a breve pero com pendiosam ente A nthony 190
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Blunt, A rtistic Theory in Italy 1450-1600, O xford, 1975 (prim era publicación en 1940). En la discusión sobre la perspectiva y la relación a la realidad en p in tu ra y escultura, con frecuencia no se distinguen con suficiente claridad los dos problem as siguientes. En prim er lugar, el problem a de la representación de la realidad y, en segundo lugar, el problem a de la presentación del m odo en que aparece la realidad al espectador. El prim er problem a es am biguo: tan to la figura A com o la figura B son im ágenes de un estanque rodeado de árboles. A m bas sólo captan ciertos aspectos de la realidad: no tienen ni color ni m uchos detalles. Esto rige p ara todas las representaciones de
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~
F ig u r a
A.
F ig u r a
B.
la «realidad», incluso p ara el intento de im itar exac tam ente un d ad o de acero con o tro dad o de acero. Las representaciones de objetos tridim ensionales sobre u na hoja de papel son com o m apas, o com o m odelos, y se necesita una clave para entenderlas. La solución del prim er problem a de ningún m odo tiene com o consecuencia la solución del segundo problem a: la form a en que se presenta un objeto a la percepción es sólo una de m uchas representacio nes (o, lo que suena m ás realista, u n a subclase), y al so lu cio n ar el p rim er problem a no se llega siem pre directam ente a esta subclase. Por o tro lado, de nin gún m odo es fácil determ inar m ás exactam ente dicha subclase. La diferencia entre lo que es una 191
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cosa y la form a en que se ofrece a un observador sólo puede trazarse claram ente muy raras veces. ¿Tiene la cab añ a de m adera de un lab ra d o r pared trasera? Sí. ¿Se ve que tiene pared trasera aun cuando no se ve la pared trasera? ¡Claro que sí! El lector puede hacer p o r sí m ism o la prueba: prim ero se le en fren ta a un o bjeto de pega vacío p o r de trás (fig. C), luego a un bloque totalm ente lleno (fig. D ), pero que p o r delante tiene exactam ente el m ism o aspecto que el objeto de pega. La prim era im presión será que se tra ta de dos casas sólidas. Si el o b servador circula alrededor de la escena y vuelve a m irar desde delante, entonces verá la vacuidad del objeto de pega y la solidez del bloque macizo. Se necesita mucho ejercicio para ver todas las cosas como el objeto de pega, es decir, para poder acertar en la percepción con la diferencia entre cosa y m odo de aparecer. Este ejercicio no m ejora nuestra percepción, es decir, no la hace más realista, pues ver una casa com o un objeto de pega significa tener una falsa im presión. Es esta falsa im presión aquello sobre lo que se funda la p in tu ra perspectivística y, por esto, de ningún m odo es un paso hacia una presentación más realista, a no ser que se suponga que la realidad en su totalidad está constituida p o r aspectos.
L .J F ig u r a
C.
F ig u r a
D.
La circunstancia, de que nosotros habitualm ente vemos m ucho más que objetos de pega o «aspectos» se expresa frecuentem ente diciendo que la percep ción se aco m o d a a n uestro conocim iento y así se 192
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b o rra la diferencia entre el prim ero y el segundo problem a. T am bién se olvida la com ponente con vencional. Pero la convención sólo se da en la m edida en que se concibe una determ inada percep ción com o la representación correcta de la realidad y tam bién en aquello que ah o ra es considerado com o «realidad»: la casa tal com o la concibe el que la habita, o el arq uitecto, o el físico que, p o r ejem plo, calcula la rad iación sobre el e n to rn o de una casa co n tam in ad a radiactivam ente. La casa es lo que es, ciertam ente; pero ¿qué es? C osas distintas p ara distintas personas, y algo totalm ente distinto p a ra el p erro casero, p a ra la rata, la chinche en la cam a, la cigüeña en el tejado. Una espléndida discusión de los problem as que se presentan aquí se encuentran en H. Scháfer, Von Aegyptischer Kunst, 4, W iesbaden, 1963. U na expli cación a un caso especial puede verse en el capítulo 17 de mi libro Wider den M ethodenzwang, F ran k furt, 1976, d o n d e tra to del arte arcaico en Grecia. Detalles sobre el relativism o se encuentran en la p rim era p arte, caps. 4 y 5, de mi libro Erkenntnis fü r Freie Menschen, F ran k fu rt, 1980. P rotágoras fue el prim ero en a p o rta r la idea básica. Es interesante ver que tam bién existe una form a artística p a ra la realidad descrita p o r el M aestro Eckehard, que intenta representarla o, p o r lo m enos, llevar a ella: es el arte gótico naciente en la Isla de Francia. El ab ad Suger de Saint-D enis, que p a rti cipó decisivam ente en el nacim iento de este arte, le atrib u y e la facultad de elevar el espíritu hu m an o a la verdad a través de los m ateriales o rd enados adecuadam ente: M ens hebes ad verum per m aterialia surgit Et dem ensa prius hac visa luce resurgot 30. 30 Versos del portal de la catedral de Saint-D enis.
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C om o b ro ta n d o de mi éxtasis an te la belleza de la casa de D ios, c u an d o los en can to s de las m uchas pie d ras co lo re ad a s me h a b ía n liberado de las p re o cu p a ciones exteriores y m ovido a m editar sobre la diferen cia de las sa n tas virtudes, en c u a n to que trasp asab a lo que es m aterial a lo inm aterial; entonces, m e pareció com o si m e viera a mí m ism o h a b ita n d o en una e x tra ñ a región del universo-, que no existe ni en el fan g o de la tie rra ni en la pureza del cielo; y que yo, p o r la G ra cia de D ios, p odía ser trasla d ad o de una fo rm a anag ó g ica desde este m u n d o inferior a aquel su p erio r 51.
U na realidad d istinta necesita tan to m edios m en tales distintos com o tam bién un arte diferente p ara representarla, p ero (en aproxim ación) se la hace igual ju sticia que lo que consigue un arte realista (o n aturalista) con la realidad m aterial, tal com o uno puede im aginarse dicho arte en una era determ i nada. Sobre este aspecto del arte gótico véase, sobre to d o , O tto von Sim ón, Die Gotische Kathedrale, D arm stad t, 1968 *. Sobre la relación entre las form as de observación aristotélica y galileica, véanse caps. 6 al 11 de mi libro Wider den Methodenzwang, F ran k fu rt, 1976; ahí tam bién hay m ateriales sobre las dificultades que surgen de la identificación entre el espacio visual y el espacio óptico-físico; sobre la falta de n orm atividad en la transición, véase p arte I, caps. 3 a 5, Science in a Free Society, L ondon, 1978. Mi opinión sobre el descubrim iento y sobre el papel de las p ruebas la he tom ado, parcialm ente, de Karl R einhardt, Parmenides, F rankfurt, 1959 (1.a edi ción, B onn, 1916). Según R einhardt, Jenófanes es el a u to r de los argum entos descritos en el texto: «Lo que [Jenófanes] in ten tab a dem ostrar era la unidad ” L íber de A dm in istratio n e, x x x m , c itad o según R osario A ssunto, D ie T heorie des S chönen im M ittelalter, K öln, 1963. * T rad u cció n al castellano: La catedral gótica, M ad rid , 1981 (N. de! T.).
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de Dios. P ara ello eligió el concepto de o m n ip o ten cia. El que este concepto no estuviera más d ad o que el o tro —pues am bos eran ajenos a la fe p o p u lar— no se le o cu rrió o, p o r lo m enos, no le preocupó; pues sólo el concepto de unidad era p ara él concebi ble y d em ostrable, y lo que más le importaba era la dialéctica» n . A quí se encuentra ya in nuce la concep ción de u na conexión entre conceptos y pruebas tal com o la he explicado yo brevem ente en el texto, y se afirm a, adem ás, que tal nexo fue utilizado p o r p rim era ver p o r Jenófanes. Se ha discutido la A F IR M A C IO N , y hoy se la considera generalm ente com o refutada. Pero no se ha refutado la posibili d ad de estru ctu ras de dem ostración pre-parm enídicas del tip o dicho. A rgum entos en p ro de tal hipótesis son la presencia de elem entos de tales estructuras de dem ostración en Esquilo (esque ma: A, p o r ta n to B; y no-B, luego no-A ), ya m uy claram ente en Parm énides y tam bién en Zenón. Lo im p o rtan te es que sólo quedan determ inadas las pruebas de un unicidad divina cuando se está dis puesto a acep tar un cierto concepto de D ios y con siderarlo com o el único correcto (del m ism o m odo, los argum entos de Parm énides sólo son convincen tes cuando se h a aceptado ya un concepto u n itario del Ser, es decir, cuando no se afirm a, com o A ristó teles, que se puede h ablar de lo que es de m uchas m aneras). Lo m ism o rige p a ra la m atem ática p u ra que se convirtió p ara m uchos filósofos en u n m odelo de una cosm ología racionalista. Pues a los núm eros pu ro s (p o r ejem plo) existen los núm eros constatables em píricam ente, y éstos satisfacen a distintas leyes, a distintos dom inios.
32 O .C ., p. 96. S u b ra y a d o m ío.
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«Adiós a la razón», «Ciencia: ¿grupo de presión política o instrum ento de investigación?» y «Ciencia como arte» son los tres trabajos de Paul Feyerabend que integran el presen te volumen, encabezado por un prólogo a la edición caste llana titulado «Conocimiento para la supervivencia», donde queda resumido el ideal final de la filosofía del autor con las siguientes palabras: «... desarrollemos una nueva clase de co nocimiento que sea hum ano, no porque incorpore una idea abstracta de hum anidad, sino porque todo el mundo pueda participar en su construcción y cambio, y empleemos este co nocimiento para resolver los dos problemas pendientes en la actualidad, el problem a de la supervivencia y el problem a de la paz; por un lado, la paz entre los hum anos y, por otro, la paz entre los humanos y todo el conjunto de la N atura leza». Del mismo autor, Editorial Tecnos ha publicado Tratado contra el método y ¿Por qué no Platón?
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