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C O L E C CL·'I O N
ESTUDIO
DXü CONOCIM IENTOS
G EN E RA L ES
LA LIBERTAD EN LA
GRECIA ANTIGUA PO R
A.-J. F E 8 T U G1 È R E , O. P. D ire c to r d e
e s tu d io s e n
la “ É c o le d e s H a u t e s É t u d e s '’ d e
P a rís
Traducción,
E D IT O R IA L
S E IX
d e B a rc e lo n a
BARRAL.
BARCELONA 1953
S. A
E ste volumen es la traducción de n n a p a rte del libro L IB E R T É E T C IV IL IS A T IO N CHEZ L ES GRECS publicado en la serie “ I n itia tio n s ” de la E4ltiom de la lîcvuv des Jcu:<<>,s\ P a ri s
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I. G. S eix y B a r r a i ÏT r o s ., S. A. - P ro v e :îz a , 219 - B A R C E L O N A
INTRODUCCIÓN La idea griega y la idea c ristia n a de lib ertad son seguram ente dos de la s piedras fundam entales de la civilización occidental. P ero hay que in d icar en qué sentido esta afirm ación es cierta. L a lib ertad , como nom bre y como idea, no es algo absoluto sino relativo. Cuando se dice “ un hom bre lib re” y se preten d e a n a liz a r esta noción, inm edia tam en te se va a p a ra r a la idea co n tra ria de “ cau tiv erio ” . Ser libre es no ser cautivo, es e s ta r “l i berado” . P ero ¿liberado de quién o de qué? E n el caso del cristianism o, el objeto relativam ente al cual se es lib re o se está liberado, se halla expresado sin confusión posible p or los prim eros textos cristianos. E l cristian o está libre del pecado, de la ley del peca do. “Jesú s dijo pues a. los judíos que hab ían .creído en él : “ Si p ersistís en mi p alab ra, sois verdaderam en te mis. discípulos ; conoceréis la verdad y la verdad os h a rá lib res” . Y ellos le co n testaro n : “ Somos la raza de A braham y nunca liemos estado som etidos a nadie (οΰδενΐ δεδο'-ιλεύκαμεν ΐώΐϊοτε). ¿Cómo puedes d e c ir: seréis lib re s ? ” Y Jesú s les contestó: “ E n verdad, en verdad os digo, quienquiera que comete pecado es esclavo del pecado (δούλος Ijt:v της αμαρτίας)... A sí pues si el H ijo os em ancipa, seréis realm ente lib res” {Jn., 8, 31-36). “ G racias sean ciadas a Dios, porque, después de haber sido esclavos clel pecado (δούλοι τής αμαρτίας), habéis obedecido de todo co
razón a la fo rm a de d o ctrin a a que se os lia e n tre gado. E m ancipados del pecado (έλευθερωθέντες άτο τής αμαρτίας) habéis pasado a ser esclavos -de la ju s tic ia ... A hora pues, libres del pecado y convertidos en esclavos de Dios, poseéis vuestra m ies p a ra la santificación y poseéis el fin y la vida e te rn a ” (*) (Rom ., 6, 17-18, 22). San Pablo está lleno de ese gran tem a, y b asta leerle p ara darse cuenta de los sen tim ientos que experim enta al pensar que Jesu cristo liberó por fin a los hom bres de la m uerte espiritual. E s la d o ctrin a co nstante de la Iglesia. Lim itém onos a la oración de San F élix de V alois, el 20 de noviem b re : “D eus qui beatum F elicem ... ad, m unus redi m endi captivos cœ litus vocare dic/natus es, prœ-sta, quaesumus, u t per gratiam tu a m ex peccatorum nos tro ru m ca p tivita te eius intercessione liberati, ad coe lestem pa tria m p erducam ur” (Olí, Dios, que te has dignado llam ar celestialm ente a la m isión de red i m ir cautivos al beato F élix, concédenos, te lo rog a mos, que por tu gracia, liberados del cautiverio de nuestros pecados por su intercesión, seamos llevados a la p a tria celeste). E n seguida se ve en qué plan se sitú a la lib ertad cristian a. Se tr a t a de un plan m oral y esp iritu al que im plica un ra d ic al dualism o. Ese plan no se h alla sin duda ausente del pensam iento griego: baste re(*) E n m i o p in ió n h a y q u e p u n tu a r : τό 6ε τέλος, ζωτγν aíóm ov. L ib re d el pecado·, e sc la v o de D ios, el c r is tia n o se h a lla y a en p o s e sió n d e la v id a e te rn a . G e n e ra lm e n te se tr a d u c e “ y el fin es la v id a e t e r n a ” , y a q u e los d o s a c u s a tiv o s y a 110 d e p e n d e n d e εχετε, s in o de u n είναι s o b re e n te n d id o . E s p o sib le, p e ro m u c h o m en os á iíil. M ás b ie n se e s p e r a r ía ζωή αιώνιος, com o m á s a r r ib a , τό γάρ τέλος .. θάνατος.
ci m iar, e a P la tó n , el dualism o, asim ism o radical, del cuerpo y el alm a, del alm a prendida en las cadenas del cuerpo (Fed. 82 e 2), clavada al cuerpo (Fed. 83 d i) , la idea de la m uerte liberadora, ese m otivo de la liberación que persiste a través de todo el F edón (la filosofía, es la que em ancipa, Fed. 82 d 5) y que hace de este diálogo uno de los breviarios de la piedad an tigua. Tampoco es necesario reco rd ar la influencia de esa co rrien te p lató n ica sobre to d a la filosofía he lenística. Sin embargo, cuando el nom bre y la idea de lib er ta d aparecen en la lite ra tu ra griega, no se refieren prim ordialm ente a la vida esp iritu al, sino a la vida política. Y son todavía resonancias políticas las que desp iertan en nosotros la expresión de “ lib ertad g rieg a” . Y a se verá, por o tra parte, que si bien, es de origen político, ese concepto de la lib ertad entre los griegos ha tenido las m ayores consecuencias p a ra la idea m ism a d e hombre, y para, la noción de sabidu ría con todo cuanto im plica, entre los antiguos, de nobleza, dignidad y au to n o m ía; y que como conse cuencia, ese concepto griego de 1a. lib ertad ha. influido poderosam ente en la génesis de las ideas m orales en occidente y ha contribuido no poco a la construc ción de lo que podríam os lla m a r el “ hom bre Occi d e n ta l” , que es, por lo menos en mi opinión “ el hombre civilizado” . De ah í viene el sumo in terés de un an álisis de la lib ertad e n tre los griegos. E ste estudio com prenderá tres partes. A nte todo dem ostrarem os cómo la idea de lib ertad se formó sim ultáneam ente con la idea de polis que dom ina
to d a la G recia clásica, y cómo, orgulloso de la liber ta d que posee en su ciudad y apasionadam ente de seoso de conservar ta n g ra n bien, el ciudadano de los E stados griegos del siglo v, com batió con todas sus fuerzas p o r la lib ertad de su p a tria , que es una m ism a cosa que la suya propia. Luego, después de haber recordado todo cuanto el ferm ento de la lib ertad hizo su rg ir entre los grie gos del siglo v en los diferentes órdenes de las dis ciplinas hum anas, expondrem os cómo los filósofos del siglo IV, P la tó n y A ristóteles, definieron y preci saron la noción de lib ertad en sus relaciones con un determ inado régim en político, m ostrando a la vez las ventajas y peligros de éste, ventajas bien cono cidas en su época y sobre las cuales apenas insisten, y peligros que les parecen tem ibles y por lo mismo les in d u cen .a re s trin g ir la idea de lib ertad , m ás que a ex altarla. F inalm ente harem os ver el últim o av a ta r de esa lib ertad griega a p a r tir del día en que la caída de la polis y el establecim iento de la m onarquía de los Diadocos la forzaron a refugiarse en cierto modo en la in tim id ad del hombre. Se nos puede a rre b a ta r todo excepto la lib ertad del alm a. Se nos puede a rre b a ta r todo, excepto el derecho im prescriptible de llam ar blanco a lo que es blanco e injusto a lo que es injusto, y de co n stituirnos u n a filosofía de la .vida que res ponda a n u estra s aspiraciones. Ese espectáculo de u n a lib ertad pu ram ente filosófica es el que ofrece to davía a nuestros ojos la Grecia som etida y éste no es el m enor testim onio de su grandeza.
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LA LIBERTAD POLÍTICA L a noción de lib ertad e s tá inm ediatam ente vincu lada, en Grecia, a la de demoler atia, es decir al go bierno del pueblo p o r el pueblo (dem os): “ E l fu n dam ento del régim en dem ocrático es la lib e rta d ” , dice A ristó teles [Pol., Z 2, 1317 a 20), después de P la tó n [Rep., V II I, 557 b 3, 502 b 6). Considerem os de m ás cerca qué enten d ían los grie gos al establecer aquel vínculo. E l térm ino dem ocra cia·, p a ra nosotros como p a r a P la tó n que vió los exce sos de aquel régim en d u ra n te la g u e rra del Peloponeso, evoca in m ediatam ente la idea de licencia, P ero no por ello dejó de significar, en los orígenes de la ciu dad griega, u n a herm osa conquista del hombre. E n los tiem pos de Hom ero (siglo v m ) y de Hesíodo (si glo t u ) , el pueblo no contaba. E n la Iliada, en las reuniones del agora, sólo el rey y los gerentes, jefes de trib u , tienen derecho a em puñar el cetro p a ra d ar su opinión y p ro n u n ciar sus fallos. E n Los Traba jos y los Días, vemos asim ism o u n a diferencia ra d i cal entre los grandes terraten ien tes, que se llam an a sí mismos “ hom bres de bien” , y la m asa de la gente hum ilde que tra b a ja duram ente, ora como ver daderos siervos bajo la form a de la esclavitud o del — 9 —
m ercenariado (th e te s), ora en la condición ta n ines table de colonos obligados a en treg ar cinco sextas p artes de la cosecha (heJctemoroi) o de m odestos campesinos libres que no cultivan m ás que un breve pedazo de tierra . Condición, por lo dem ás, 'com pletam ente in e sta ble, ya que, a pesar de 'las privaciones que se im po nen, en la m ayoría de los casos ni el colono ni el campesino lib re pueden salir ad elan te: el colono no puede p ag ar el arrendam iento y el campesino se ve obligado a p ed ir en préstam o. A hora bien, los ricos prestan a usu ra, y la costum bre es entonces cruel p a ra el deudor. Si es insolvente, es vendido como esclavo, él, su m u jer y sus hijos; y su campo viene a sum arse a la finca del rico. De modo que en re a li dad, sólo p a r a éste existe la lib ertad verdadera. Si los pobres quieren alcanzar la lib ertad — y nos refe rim os a la lib ertad en sentido e s tric to — , si quieren ser libres en sus personas, en sus cuerpos, tienen que ag ru p arse y unirse, p a ra com pensar por un efecto de m asa el estado de inferioridad en que individual m ente les coloca su nacim iento y su pobreza. No hay por qué explicar aquí cómo, d u ra n te el siglo vu, a consecuencia de la colonización, de los progresos de la población en las ciudades y en los puertos, de los progresos del comercio y del a rte sa nado. se constituyó u n demos urbano, m ás compacto y m ejor organizado que el de los campos, que supo darse jefes y lu ch ar así contra los E u p átrid a s, h asta im ponerles finalm ente una especie de re p arto de po deres. De ese compromiso resultó la polis democrá— 10 —
I ica, en la que ta n excelentem ente se expresa el genio griego. Ese cambio se produjo hacia el año 600. Todavía conservam os el texto de la m ás antigua, sin duda, de las leyes constitucionales de O ccidente (*). Como las leyes de Solón, h abía sido grabada en u n cubo de piedra, clavado a un poste, lo cual p erm itía hacer g ira r la p ied ra p a ra leer sus cuatro caras sin nece sidad de moverse (Cf. las κυρβεις de Solón). E l texto, grabado hacia el año 600, se h alla hoy m uy d eterio rado. P ero el tono dem ocrático de la ley es innegable : el pueblo, demon, prom ulga u n a ley constitucional (rh e tre ); sus dem arcas, es decir m agistrados elegi dos por él, desempeñan un papel dom inante en el gobierno de la ciu d ad ; al lado de los dem arcas a p a recen unos “ reyes” (hastiéis), supervivencia de un régim en p uram ente aristo crático o m onárquico ; ju n tos convienen en reunirse en asam blea po p u lar (δήμου κβκλημ.ένου), en días Ajos, p ara ad m in istra r justicia. E l condenado puede ap e la r a un consejo po p u lar (δημ-οσίη βουλή), organism o constituido por elección, que consta de cincuenta m iem bros por trib u y que deberá celebrar sesión p len aria el día 9 de cada mes p a ra a d m in istra r todos los asuntos del dem os y p a r ticu larm en te ju zgar todos los 'litigios que d u ra n te el mes se hay an presentado (líneas 19-22). H acia la misym época (592), las leyes de Solón g a ra n tiz a n a (*i ilh< ¡ f t' ch'- Q u í n s . ( Ί’. T u d , (!r. / ¡ i n / . I n x r . , I. Ln p i o d r a h a l l a Jn>y i-nip·»! r a d a γιι H m u r o d r m u I (‘■lición d r la i n o d o r t m c a r n d o r a q u e sale m d i t v n · i ó ri :;in\ r a r a u l r o s I r .x í o s r o n I <‘iii|H>r:11 t i's, v<;a::r Λ .1, 1'Vsl iij-.iriv, K e l i i t i i m < /v c n / // r , <· ι ι la /// .sinire
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los atenienses, p a ra toda la duración de su h istoria, i la “ lib ertad civil” , prohibiendo la esclavitud de los deudores insolventes (*) ; todos los hijos de aten ien ses son ciudadanos libres, y se distribuyen en cuatro clases cen sitarias; los derechos y deberes son p ro porcionales al censo, pero aun los ciudadanos de la últim a d a s e p artic ip a n en la gestión de los asuntos públicos como m iem bros de la Asam blea y de los t r i bunales. L a evolución así iniciada h ab rá de term in ar con la prom ulgación de las leyes de Pericles, en 451, al in stitu irse el pago de las funciones públicas, lo cual p erm itirá a los ciudadanos más pobres el acceso práctico a todos los cargos a excepción del de e stra tega, por razón de las capacidades que exige. La alianza en tre “ lib e rta d ” y “ dem ocracia” im p lica pues, como se ve, dos privilegios : por un lado la lib ertad civil, en el sentido de que todo miembro de la ciudad, hijo de padres ciudadanos, se halla g a ran tizad o en su persona y en sus bienes m ientras no: in frin ja n inguna de las leyes civiles ni políticas del E stad o , y por otro la lib e rta d política, en cuanto el ciudadano, por el solo hecho de su nacim iento, y a reserva, evidentem ente, de obedecer a las leyes, es apto p a ra rev estir to das las m ag istra tu ra s públicas, ya sea que le correspondan por sorteo o que se le confíen por elección. S em ejante régim en es d istin to del oligárquico o· aristo crático en el que el poder sólo (*) Cf. lo s v e rso s de S olón c ita d o » p o r A ris tó te le s , C o n s t i t u ción de Atenanj, X I I , -i : τούς δ'ένθά6’αύτοΰ δουλίηγ άεικεα || έχοντας·, η8·η δεσποτών τρομευμένους, [] ελευθέρους εθ’ηκα, y P la tó n , R e p ú b lic a , V I I I , 5.-'2 <1 9 : “ Y b ien , en lo s E s ta d o s o lig á rq u ic o s, ¿ a c a so no ves m e n d ig o s ? — C asi to d o s lo son, d ijo , a ex cep ció n d e lo s j e f e s ” . — 12 —
pertenece a la clase re strin g id a de los “ ricos” o de los '•'mejores” (en sentido social) y del régim en mo nárquico o tirán ico , en que el poder pertenece ú n ica m ente a u n solo hom bre cuya decisión tien e fuerza de ley. A la p re g u n ta que m ás a rrib a form ulábam os : C uál es el objeto relativam ente al cual el hom bre griego es libre, es decir, está liberado, o cuál es el cautiverio de qué se ha em ancipado?” podemos con te s ta r con una p alabra. E l griego se ha liberado, por una p arte, en su m ism a persona, ele las cadenas de la esclavitud que 'le ata b a n de hecho (en form a de servidum bre) o que constantem ente le am enazaban con ligarle, dado lo precario de su condición m ate ria l (esclavitud por deudas) ; y por o tra p arte, se ha liberado, en ta n to que anim al político, del dominio tiránico- de los prim eros dueños de G recia, los reyes o los señores feudales que poseían la tie rra . H e aquí el sentido de la libertad entre los griegos (*). Si hay que ju zg ar las cualidades o los vicios de un régim en según la m ayor o m enor ju s tic ia que in stau re entre los hombres, no cabe d u d ar de que la dem ocracia griega, en su p rim er estado, fué un rég i men infinitam ente m ejor que la oligarquía p u ra m e n te egoísta que su stitu ía. Veamos pues en qué con siste exactam ente la lib ertad a p o rta d a por aquélla. Después de haber recordado que el fundam ento (*) E l té rm in o o p u e sto a έλευθ-ερος, en e sa p rim e r a a ce p c ió n , os s ie m p re δούλος, to m a n d o e s a p a la b r a en su s e n tid o p rim itiv o do ■esclavo to ta lm e n te so m etid o a su d u e ñ o (δεσπότης). Of. J e n o f o n te , Giro-pedia, V I I I , 1, 4 : “ E l esc la v o obedece a su d u e ñ o ακων (c o n tra su v o lu n ta d ), m ie n tr a s une el h o m b re lib r e c u m p le έκών (de b u e n irrad o ) lo s a c to s d ig n o s de a la b a n z a ” .
de la dem ocracia es la libertad, y que, según la opi nion común en A tenas, ese régim en es el único en que los hom bres p artic ip a n de la lib e rta d y que ta l es el fin mismo que se propone toda constitución de m ocrática, A ristóteles continúa en los siguientes té r minos (Pol., Z 2, .1317 b 2): “ A hora la lib ertad con siste, por una parte, en el hecho de ser a lte rn a tiv a m ente gobernado y gobernante (το εν μέρει αρχεσθαι καί αρχειν)— ya que la noción po p u lar de la ju stic ia es la igualdad de los derechos p a ra todos num érica m ente hablando y no según su valor, y si ta l es la, noción de la ju sticia, la masa, es necesariam ente so b eran a: es la decisión de la m ayoría la que cuenta en últim o térm ino y dicta el d e re c h o ...— ; la lib er tad consiste, por o tra parte, en el hecho de que cada uno es libre de vivir a sn guisa (το ζην ώς βούλεταί τ ις ): ésa, es en efecto la función propia de la liber tad, si es cierto que lo que caracteriza al esclavo es no vivir a su guisa. Tal. es pues el segundo rasgo distintivo de la dem ocracia, de donde procede la p re tensión de no ten er señores. Si es posible, de no ten er ninguno; si es imposible, de ser a lte rn a tiv a m ente señor y sú b d ito: pues de este modo se tiende a re alizar la lib ertad en la, igualdad p ara todos” . Veamos a continuación algunos textos del siglo v, p a ra m ejor a c la ra r esa definición del m ás lúcido e im parcial de los escritores políticos de la antigüedad. H erodoto interrum pe súbitam ente el relato de la conjuración de D arío contra los m agos p a ra refe rirn o s que, después del asesinato del falso Sm erdis, al reunirse los siete conjurados, tres de ellos, Otanes, — .14 —
.Wega.hizo y D arío, sostuvieron sucesivam ente la cau,"a A tossa. clice t a m b i é n d e su h i j o Jer.je s (E sq u ilo , P e r s a s , :J ! :ί > : “ Si f r a c a s a no tie n e p o r q u é d a r c u e n ta s a l p a ís (ούχ ήπκΰΟ'ΐ'γος πόλει), y, a co n d ic ió n d e q u e v u e lv a , s e g u irá s ien d o el s<‘i')<>]· de e s ta t i e r r a (τησδε κοιρανεί χ&ονός)” . E l té rm in o άνεύθυνοί:, ;ιsí m n io
gim ào lu gar, ese gobierno no ac tú a en ningún modo como el monarca,: las m a g istra tu ra s se confieren por sorteo, todos los m agistrados deben re n d ir cuentas (υπεύθυνον Sé άρχήν ε'χειν), y todas las deliberaciones se celebran an te el público” . O tanes opina, pues, en favor del gobierno p o p u lar: “y a que en el núm ero consiste todo (έν γάρ τώ πολλφ ενι τά πάντα)” . E n esa opinión se reconocen m uchos rasgos, y aun térm inos, favoritos del alm a griega del siglo v. A nte todo “ el m ás bello de todos los nombres·: isonom ia”. L a isonom ia es el re p a rto igual e n tre todos, lo que nosotros llam aríam os la “ igualdad de derechos civi les y políticos” (*). A hora bien, p a ra d em ostrar h asta qué pu n to la idea y el térm ino son fam iliares a los esp íritu s del siglo v, b a s ta rá con u n a sencilla anéc dota. Un médico, Alcmeón de Orotona, pretende de term in ar, según la costum bre de los médicos de en tonces, las causas generales de la salud y de la enfer medad. Respecto a este punto, reinaban esencial m ente en la M edicina an tig u a dos te o ría s: una, que podemos llam ar “ d ietética” hace depender el buen o m al estado de salud del régim en alim enticio y, en general, del modo de vivir (ejercicios físicos, descan so, etc.) ; la o tra, que podemos denom inar “ som ática” (*) K s im p r e s io n a n te o b s e r v a r e l n ú m e ro tie n o m b re s p ro p io s fo rm a d o s con el a d je tiv o ίσος, so b re to d o si .se re c u e r d a que la elecció n d e l p re fijo en lo s n o m b re s p ro p io s g rie g o s no es in d if e re n te , sin o q u e se p ro p o n e f o r m a r u n .sen tid o f a v o ra b le a l p o rta d o r del n o m b re . M en cio n em o s, .sólo p a r a A te n a s , se g ú n la Prosop ogr ap h i a A t t i c a d e K ir e h n e r : I s á g o r a s (r iv a l d e C lís te n e s , fin es del s ig lo v i. L a m ism a fo rm a c ió n se h a lla en Is é g o ro s), I s a r c o (a rc o n te en 4 2 4 /3 ), Iso d e m o (sig lo v : L is ia s , προς Ίσόδημον), Is o d ic e (si glo v : esp o sa de C im ón, h iio de M ilc íad e s), Is o c r a te s (siglo v : L isia s , προς Ίαοκράτην), ïs o lo c o (4 2 6 /5 ), Isó n o m o (415), Is o tím id e s (-115), Is ó tim o («‘54.9/8), Isó filo (2 2 7 /0 ). — 16 —
lu Γιιinl;i en la buena o m ala mezcla, en el cuerpo, de low cu atro elem entos o, m ás precisam ente, de sus cualidades fu n d am en tales: frío, calor, sequedad y /nmiedad. Alcm eón com parte esta segunda opinión, que es, en general, la de la escuela m édica de Sicilia .v JVIagria Grecia. Y he aquí cómo se expresa p a ra i'xplicíu· que la salud depende del equilibrio de las cualidades fu n d am en tales: “ Lo que m antiene la sa lud es la isonom ia de las cualidades, hum edad y se quedad. frío y calor, am arg o r y dulzura, etc. ; mienlia s que, por el contrario, la m onarquía de una de el law es cansa de enferm edad. E n efecto, el poder absoluto (m onarquía) de uno de los contrarios tra e consigo la ru in a de la persona. De hecho las enfer medades sobrevienen, por lo que a su causa se refiere, I><»t- exceso de calor o de frío ... E n cambio la salud consiste en la mezcla bien proporcionada (σύμμετρον κράσοι de las cualidades” (fr. -í Diels). .Pasemos ahora, a la g u erra del Peloponeso y al l'amoso discurso de P ericles sobre los atenienses que perecieron d u ra n te el p rim er año de aquella contienda (Tucídides, I I . 35 y ss.) (*). P ericles empieza con <*) H a y q u e re b o rd a r sin duda, la p a r to do c o n v e n c io n a lis m o Mn<> g o b ie rn a ese g é n ero de la o r a to r i a fú n e b re , ta .11 A riam en te i 111*' Indo po].· P la tó n en su M e n é xo n o . ,E] elogio· de la d e m o c ra c ia es iíjj p a s a je o b lig a to rio . Cf. Menéæ., 2 3 9 a i y ss. : “ N o so tro s y los MMeslroK, h e rm a n o s to d o s n a c id o s d e u n a m is m a t i e r r a — la t i e r r a m ism a d e l A tic a — no n o s c re em o s n i e sc la v o s ni se ñ o re s u n o s de m inis', p o r (“1 c o n tra rio , Va ig u a ld a d dt* o ris o n (ίσογονία') e s ta b le c id a pu»· la n a tu ra le z a n o s o b lig a a b u s c a r Ja ig u a ld a d p o lític a (ισονομία) •■slab lecid a p o r la. ley y a uo c e d e rn o s m u tu a m e n te l a p ro c e d e n c ia m ás qui: en n o m b re de un. solo -derecho·: la r e p u ta c ió n de· v ir t u d y di' s a b id u r ía ” . (E n e ste m ism o d iá lo g o se e n c u e n tr a ta m b ié n el Irm a do Jos g rie g o s lib re s , en J u c h a c o n tr a Jos p e rs a s p o r Ja lib e r ta d di* su p a tr ia , 2 3 9 a 6 y ss.) P e ro , si es c ie rto que P la tó n se b u rla do e^os e fe c to s fá c ile s, q u e a su s ojo s p e ca n de h a la g a r a les a N 'nicase.s, no es m en o s c ie rto q u e e llo e ra v e rd a d , y que IV ricles te n ía p e rfe c ta m e n te d e re c h o a re c o rd á rs e lo a su a u d ito rio . — 17 —
Tin elogio de los antepasados que, “ con sus virtudes m ilitares (δι'άρβτήν), tran sm itiero n a sus sucesores el suelo de la p a tria libre h asta hoy” (II, 36). C onti núa con un elogio de la dem ocracia en el que h a lla mos ya los dos caracteres distintivos señalados por A ristó teles: p o r un lado la igualdad de derechos (το ίσον), p or otro la lib ertad que cada uno tiene de vivir a su guisa. “ N u estra constitución — dice — se llam a dem ocracia, porque interesa, no a un pequeño núm ero de individuos, sino a la m ayoría. P o r lo que respecta a las leyes, todos, en Jas querellas entre p a r ticulares, gozan de derechos iguales; en lo que se refiere a las dignidades, cada uno, según el m érito que le distingue, es ordinariam ente preferido p ara los cargos públicos, no por causa de su partido, sino por sus virtudes. Y ni siquiera hay exclusiones por fa lta de ilustración debida a la pobreza, cuando un ciudadano se h alla capacitado p a ra p re sta r algún servicio al E stado. N uestra conducta por lo que res pecta a la adm in istración de los negocios públicos y en lo que concierne a la desconfianza en las re la ciones d iarias de la vida, es com pletam ente fran ca : ni nos irritam o s co ntra nuestros sem ejantes si obran a su guisa, ni infligimos torm entos de esos que, por cuanto no tienen reparación, no son menos penosos de so p o rtar a los ojos de todos. A pesar de esa faci lidad en n u estra s relaciones privadas, un tem or res petuoso, más que n inguna o tra cosa, nos im pide in frin g ir las leyes en nuestros actos públicos, pues obe decemos a los m ag istrados que se suceden en los car gos lo mismo que a la leyes, y sobre todo a aquéllas — 18 —
>|iH\ sin estar escritas, rep resen tan p ara quienes fa l len a ellas u n a vergüenza por todos reconocida” . Tal es el ideal de la dem ocracia ν de la liberlai| (*). A ntes de señ alar sus excesos, conviene mosI ra c cómo ese principio de lib ertad suscitó en A tenas un prodigioso desarrollo de vida y actividad en todas las disciplinas hum anas. Ante todo, es indudable que ]a lib ertad de que alian en cuanto ciudadanos im pulsó a los a te nienses a defenderse sin desfallecer, a p rin cip io s del siglo V, co n tra los persas y, a fines de ese m is mo siglo, co n tra E s p a rta y sus aliados. E s un lu g a r común en tre los poetas trágicos y los h isto riad o res de la época el com parar a los griegos con los súbdilos del G ran Rey, como hom bres libres fren te a esclavos. Ko sólo com batían pro aris et focis, sino |tni' un ideal de vida que habían conquistado en Inicua lid y del que ten ían conciencia que era el único que les podía aseg u rar un to ta l desarrollo de la persona hum ana. E n los Persas de Esquilo (472), cuando A tossa p reg u n ta al coro (versos 230 y ss.) : “ ¿'Dónde está A ten as? ¿E s acaso una ciudad tan grande y ta n poderosa por su ejército y por sus te soros que J e rje s haya considerado necesario ab atirl;i ? ¿Q uiénes son, pues, esos atenienses? ¿Q ué jefe Ies conduce al com bate y les gobierna como déspo<*) E s r e a lm e n te u n id e a l, y com o t a l T u c íd id e s lo elo g ia p o r Iio -ii de P e ric le s . A c e rc a de la a d m ira c ió n d e l h is to r ia d o r p o r ose· ho m b re de E stad o ., cf. I I , 05, d o n d e, con o c asió n de la m u erte· d<‘ r e n d e s , T u c íd id e s a h ib a la x o im a en que h a b ía g o b e rn a d o ' Λ I(Ίΐ;is, no s in re c o n o c e r p o r o tr a p a r t e q u e “ el g o b ie rn o , e n to n c e s , sólo n o m in a lm e n te e ra u n a d e m o c ra c ia , p u e s d e h e ch o p ra u n a m o n a rq u ía en m a n o s d e l p rim e r c iu d a d a n o ” (έγίγνκτό τε λόγφ μέν «‘ηΐμ.οχραπα, t-ίργφ bk υπό του πρώτου άνδρός αρχή). — 19 —
t a ? ”, los ancianos co n testan : “ No se dicen esclavos de ningún hom bre n i obedecen a n ad ie” (v. 242). Xo ser esclavo ele ningún hombre, ésta es la gloria del griego. Cuando el Otanes de H erodoto, que, a u n que persa, expresa el ideal griego, ve rechazada su proposición de un régim en dem ocrático y aceptada la m onarquía, d eclara que por su p a rte rechaza el poder: “ pero a condición — dice — de que no estaré a las órdenes de ninguno de vosotros, ni yo ni n in guno de mis descendientes a p e rp etu id ad ” ( I II, 83). Y el h isto riad o r concluye ( I I I ,’ 84) : “Y todavía hoy, la casa de O tanes es la única libre entre los persas (μούνη έλευθέρη)” . ¿E n qué consiste esa lib e rta d ? “ E sa casa no está som etida (δρχεται) m ás que m ien tras q u iera, en cuanto no infringe las leyes de los persas (νόμους οόχ ύπερβαίνοοσα)” . Toda la diferencia está resum ida en esas p alabras. E l griego no obedece a un hombre, pero obedece a la ley, ya (pie ésta es la expresión de la voluntad del pueblo, y el pueblo es él. E n efecto, él es quien, en el consejo y en la asam blea, lia prep arad o y redactado la ley ; él es ta m bién quien la aplica en los d istin to s trib u n ales de la ciudad. E s ta concepción p o lítica no es p a rtic u la r de ta l o cual E stad o griego. Sin duda A tenas constituye el modelo (Tucídides, II, 37), pero no es la ún i ca ciudad que posee sem ejante privilegio. H erodoto lo atrib u y e tam bién a los espartanos en una circuns tan cia memorable. Jerje s, en Dorisco de T racia, a punto de in v ad ir G recia propiam ente dicha, hace el recuento de su ejército y de su flota (V II, 100).
Asombrado a n te su mismo poderío, m anda llam ar ¡míe sí a D em arates, antiguo rey de E s p a rta expul sado de su p a tria y refugiado en la corte persa, y le liare la siguiente p re g u n ta : “ ¿Cóm o po d rán los grie gos re sistir a un ejército ta n fo rm id ab le?” (V II, 101). Doma ra te s le contesta que los lacedemonios, aunque no tu v ieran m ás que un m illar de hombres, combaI ii-faii h a sta el últim o antes de ver esclava a Grecia (V il, 102). J e rje s se echa a re ir. ¿Q ué h a rá n m il hombres co n tra él, o cinco mil, o aunque sean cin cuenta m il? ¡ Sin co n tar con que esos hom bres son lodos igualm ente libres y no obedecen a un jefe ú n i co ! Si al menos, como entre los persas, los griegos estuvieran gobernados por un m onarca, le tem erían, y, por miedo, se resig n arían a u n a lucha desigual. I’ero, puesto que son libres, no com batirán (V II, 10.'!). ¿Q ué contesta D em arates? “ Los lacedem onios son libres sin duda, pero no lo son en todo. Tienen por dueño a la ley, y la tem en mucho m ás de lo que los persas puedan tem er a Jerjes. Siem pre obedecen a sus m andatos, y el m andato de la lev siem pre es el m ism o: no h u ir del combate, cualquiera que sea el número de los adversarios, sino m antenerse firme en su puesto h asta vencer o m o rir” (V II, 103). Iín cuanto al tesón de A tenas en los últim os años, lan trágicos, de la guerra del Peloponeso, b aste el la i· las nobles líneas de Tucídides en el pasaje mismo en que, a pesar de todo, condena la política de los a icnkmees después de Ja m uerte de P ericles (II, 65). “ A p esar de su desastre en Sicilia, de las pérdidas que sufrieron de todo su ejército y de la, m ayor p arte — 21 —
de su arm ada, y a pesar de que en la ciudad misma no hubo m ás que disensiones, los atenienses, du ran te tres años resistieron, no sólo a sus antiguos enemi gos, sino tam bién a los sicilianos que se sum aron a ellos, a sus propios aliados, que en su m ayoría les habían abandonado, y finalm ente a Ciro, hijo del G ran Bey, que h abía sum ado sus fuerzas a la coali ción y daba d in ero a los peloponesios p a ra su m a rina. Y aunque no puede negarse que al fin cedieron, ello no fué an tes de que hubiesen sucum bido a sus propias luchas in terio res y se hubiesen derribado a sí m ism os.” E l coro de ancianos, en los Persas, se lam enta de la ru in a del poderío del G ran Rey. Y a nadie p a g a rá trib u to ni se a rro d illa rá p a ra recibir las órde nes reales. Se acabó la fuerza del ta sileu s (vv. 584, 590). Y añade luego: “ Ay, ni siquiera p a ra las len guas h ab rá freno. l ’orque un pueblo se siente des atado y habla librem ente (λέλυται... ελεύθερα βάζε(ν) en cuanto no se h alla som etido al yugo ele la fu e rza” (vv. 591-594) (*). Como puede verse, del sentido de lib ertad polí tic a que es el fu n d am ental, en cuanto to d a lib ertad d eriv a del derecho im prescriptible que todo hom bre tien e a u sar a su antojo de su propia persona, se h a pasado n atu ra lm e n te a la lib ertad de pensa m iento, de lenguaje, de a c titu d y de conducta: el ελεύθερος debe com portarse como un hom bre li(*) A c erca do la lib e r ta d de le n g u a je 'π αρρη σία), cf. D emóc ry 2 2 G D. οί κ ή ιο ν έλευΟ-ερίης π α ρ ρ η σ ί η , y el p a s a je d e l I o n de E u r í p ides c ita d o m á s a b a jo , p ág \ 41, n o ta (*).
fr.
hre (*). E l mismo adjetivo ελεύθερος,y m ás aú n el de ελευθέριος form ado sobre él, indican ese enriquecim ien to de sentido. La evolución sem ántica sería in te re sante, pero dem asiado larg a de explicar (**). Ú nica mente quisiéram os, por medio de algunos ejemplos, dem ostrar cómo ese esp íritu de lib ertad favoreció el esp íritu de investigación e invención, entre los grie gos del siglo V , en la m ism a m edida en que favorecía tam bién el m ayor desarrollo de la personalidad. (*) E s t e p u n to lia sido· m u y b ien d ilu c id a d o p o r H . G o m p erz, Die L c b e n s a u f f a s s u n g d e r g r i c c h i s c h c n P h i l o s o p h a i i m d d a s I d e a l i;ppia d el ελεύθερος” y a en 'VVWcfo. 144 d 8, l a c o n fin a a l s e n tid o d e “ lib e r a lid a d ” en a s u n ins do d in e ro , a ce p c ió n r e s tr in g id a que fig u ra y a com o ú n ic a en A ris ló i oles. É t i c a a N ic ó m a c o , IV , 1, 1119 b 22 y ss. P e ro o b s é r vese que en el p a s a je a n te s c ita d o d el T e e t e t o P la tó n p re c is a el ¡ion I ido 1 )01.· m ed io d e u n c o m p le m e n to : ή των χρημάτων ρ.λευ&ερίότης hil ig n a í quo J e n o fo n te , B
Así ocurre, en prim er lugar, en el a rte m ás im p o rtan te de la época, o sea. la trag e d ia ática. La prim era obra que conservamos de Esquilo, las S u p li cantes (493-490), es apenas un dram a cuyos persona jes viven y se mueven : m ejor podría com parársela a un oratorio. Mucho m ayor vigor se encuentra ya en los Persas (472), aunque, asimismo, los persona jes tienen todavía m ayor carácter de símbolos que de individualidades concretas. Y lo mismo cabe de cir, por grandiosa que sea, de la figura de Eteocles, en los S iete contra Tedas: Eteocles es la resistencia, y como a ta l nos conmueve, y no por los rasgos p a r ticulares que le caracterizan como individuo. Quien, por así decirlo, emancipó la personalidad de los hé roes trágicos, fué Sófocles, cuyo prim er éxito d ata de 468: Ayax, Edipo, A ntigona, Teemesse, D eyanira, F iloctetes, nos in teresan en cuanto a, individuos. Y esa liberación corre p arejas con innovaciones téc nicas. Sófocles in troduce el tercer actor, aum enta de doce a quince el núm ero de los co rd ita s, se des prende de la norm a que exige que las tres piezas de una trilo g ía se refieran a una misma leyenda. H acia la m ism a época, A gatarco inventa el a rte de la pers pectiva y este progreso técnico, ap en as descubierto, se emplea en las decoraciones del teatro . Y lo que dem uestra claram ente la curiosidad y el ard o r cons tan tes de los griegos de la época, es que el viejo Esquilo, en su Oresíiaéa (458), adopta las innova ciones de su riv al : Agamenón, O litem nestra, C'asandra, E lec tra y O restes son caracteres de una fuerza y u n a vida inolvidables. — 24 —
lín el a rte de la escultura, cuya edad clásica eml>U‘Ka con las g u erras médicas, se observa u n a lib era c i ó n an álo g a: “Antes del año 500 — escribe Ch. Pira rd (* )— habían aparecido algunos a rtis ta s m uy notorios; pero sobre todo existían “ ta lle re s” , si no “escuelas” . E l clasicismo de los dos grandes siglos de G recia p erm ite los m ás expresivos triu n fo s del individualism o’'’. P a ra m an ifestar el camino re c o rri do desde los tiem pos de la b a ta lla de M aratón h asta iridias, aquel mismo au to r publica (**), después de las estatu a s ¿le los frontones del P arten ó n , u n a figu ra de hom bre tendido o herido, de un fro n tó n de ¡¡no de los tesoros de D elíos, fechada entre 490 y 485. Cambios de orden análogo se revelan en el a rte de la m úsica. Son de dos clases. E n tiem po de P in daro, y sin du d a desde mucho antes, los griegos cono cían tres escalas m usicales, la enarm ónica, la cro m ática y la diatónica, que procedían respectivam ente por cuartos de tono, tercios de tono y sem itonos. La escala enarm ónica, de la cual apenas podemos en la ac tu a lid a d form arnos idea (***), no p erm itía m ás que una m elodía severa y grave, b astan te m onótona, sin inflexiones sensibles ni m odulaciones apasionadas. C orrespondía a la nobleza y a la pureza de líneas del estilo dórico. E ra la m úsica que convenía a la poe sía sagrada, lo mismo que a las grandes obras pindáricas o a los coros trágicos. Se ajustaba, perfecta(*Ί M a n u e l d ’ar ch éolog ie grec qu e. L a s c u l p t u r e , t. I I , fa s e . I (Ίί)89Ί. pp. 1-2. (**) Ob. cit.. p. Π22. (***.) C ie rta s m e lo d ía s d e c a n to lla n o p u e d en , lia a ta c ie rto p u n to , c o m p a rá rse lo .
m ente al papel de consejeros m orales que los poetas de la lírica coral, y después de ellos, los coros t r á gicos, solían atrib u irse. P o r esto, desde F rín ico (ha cia 500), esa escala era la única ad m itid a en la m úsica que sostenía los textos cantados por esos co, ros. La crom ática, en cambio, se p restab a a u n a me lo d ía sensible y apasionada, aquella que P la tó n lla m a “m úsica az u carad a” y a Ja que no regatea cen su ras (*). P a r a un antiguo, pasar de la escala enarinónica a la crom ática era algo sem ejante a lo que puede ser p a ra un m oderno p asa r de Bacli a Schu m ann. A hora bien, desde los tiem pos de E urípides, algunos m úsicos in ten taro n m oderar la au steridad de la enarm ónica en los coros aproxim ando sus in tervalos al sem itono, es decir, acercándola a la cro m á tic a (**). E l últim o paso fué franqueado por el poeta trágico A gatón, en 410, al in tro d u cir el em pleo de la crom ática en el acom pañam iento de los coros de tragedias. La o tra liberación es la siguiente. Todavía en tiem pos de P ín d aro , el canto vocal (¡al unísono!), la iniísica de acom pañam iento y los movimientos coreográficos constituían, en la lírica coral, un con ju n to indisoluble (***). La m úsica era muy sencilla y (*) ή γλυκεία μούσα, P la to n , L e y e s , V II, S02 C 0 ; A ris tó x e n e s , A r m o n í a , p. ?>1, Marquai**! : τό βούλεσθαι γλυκαίνειν αεί. V éase ta m b ié n P la tó n , B a n q u e t e , 1ST d-e, R e p ú b lic a , X , 007 a, ή ήύυσμένη μούσα, y p a r a la c o n d e n a c ió n do loria n o v e d a d en m ú s ic a , IV , 424 c : “ N o p u e d en c a m b ia r s e lo s m o d o s de la m ú s ic a sin t r a s t o r n a r la s le y e s f u n d a m e n ta le s dol E s t a d o ” , con re fe re n c ia a D a m ó n (fr. 10, D io ls -K ra n z ). (*i*) Cf. E . F r a n k , P l a t o u n á die s ogen annten- P y t h a g o r e c r , H a lle, 1928, p. 6. V é a n s e ta m b ié n la s p r o te s ta s d e la M ú sic a en F e r é c r a te s ap. P lu ta r c o , D e m u s i c a , 1 1 4 0 D. (***) C f. A. C ro is e t, L a po ésie de P i n d a r e , P a r ís , 1880, pp. 71 y ss., 86 y ss. — 26 —
u na m ism a m elodía se repetía en todas las estrofas y an tiestro fas, variando únicam ente en el epodo. A quella m úsica perm anecía realm ente en su rango de sirvienta. Lo que prevalecía era el canto. Éste, por lo demás, era obra del poeta mismo, que lo había com puesto ju n tam en te con la letra, al igual que d iri gía personalm ente las evoluciones del coro. Quien triu n fab a era pues el poeta : ni siquiera se saben los nom bres de los flau tistas o c ita rista s profesionales que con sus in stru m en tos acom pañaron la ejecución de las odas pindáricas. P ero la m úsica no ta rd ó en sa lir de ese papel secundario. Y a en tiem pos de E s quilo, su riv al P ra tin a s p rotesta, en un hiporquem a, contra las libertades que se han tom ado los flau tis tas, destinados, por profesión, a acom pañar el canto (‘oral : “ -No son ellos quienes ac o m p a ñ a n — d ic e — , sino el canto del coro el que p asa a ser un acom pa ñam iento de las flau ta s” (*). H acia m ediados del siglo, la m úsica se h a hecho b astan te independiente — aunque sin d ejar de fundarse, n atu ralm en te, en un conjunto esencialm ente vocal — para, que se pueda co n stru ir en A tenas la p rim e ra sa la -de conciertos, el Odeón de Pericles. Más tard e, bajo la influencia de Timoteo, que fué amigo de E urípides, y de Filoxeno, la m úsica se convirtió en un a rte casi enl.craniente autónom o y que apasionaba a los aten ien ses. H acia la m ism a época, el coro, por lo menos en las tragedias, tiende a ceder el paso a puros in te r medios do m úsica y danza. A sí parece que o curría (*)
i ' L í t . 1 E d m o n d s { L y r a g r a c m , col. Loeb, I I I , p. 5 0).
en las Eeclesiasusai (392?) y el P luto (388), de A ris tófanes (*). E n las comedias de M enandro el coro lia desaparecido, y h a sido sustituido por danzas o pantom im as acom pañadas de m úsica. Análogo progreso cabría en co n trar en otros gé neros. P o r ejemplo en la prosa, en la que, desde el período gorgianesco cristalizado en la e stru c tu ra a n tité tic a en que todos los miembros de la frase, g ra n des y pequeños, se corresponden rigurosam ente, se pasa en pocos años (**) al estilo infinitam ente más flexible de los prim eros diálogos de P lató n , donde parece oirse h a b la r a la buena sociedad ateniense. P o r ejemplo, por fin, en la Medicina, donde, al lado de la M edicina clerical cuyo triu n fo será el estable cim iento del culto y de los “ m ilagros” de Esculapio a p a rtir de los iiltim os años del siglo v, se ve a p a recer una. M edicina laica independiente de toda su perstición, y únicam ente fundada en la experiencia y el razonam iento que, ya a fines del siglo v, des emboca en esta declaración del a u to r del Mal mrgrado (capítulo 1): “ E sta enferm edad no me parece tener nada m ás divino que las demás, ni. m ás sagrado; del mismo modo que todas las dem ás enferm edades tienen un origen n a tu ra l a p a r tir del cual nacen, ésta tiene tam bién un origen n a tu ra l y una causa ocasional” . (*) Cf. G. M u rra y . Aris to p hane *., O x fo rd , 1 i):>;>, p. 18.'!. (**.) C u an d o G o rg ia s e stiw o p o r p rim e r a v ez en A te n a s , on 427, e ra y a un h o m b re d e c ie r ta ed ad , .Sus ïogoi p u e d e n . p u e s, re m o n ta r s e a i to iv e r c u a r to d el s ig lo y. L o s p rim e r o s d iá lo g o s de P la tó n , el Jon , el A l c ib ia d e s I , lo s d o s H i pía s, el P r o t a g o r a s , so n p ro b a b le m e n te a n te r io r e s a la m u e rte d e S ó c ra te s (MÍ-)O) y p u e d en h a b e r sido e s c rito s e n tr e 40.‘> y 400. R e s u lta p u e s, como· m áx im o , u n in te rv a lo do 4 0 a Π0 a ñ o s. — 28 —
II
CRÍTICA FILOSÓFICA DE LA IDEA DE LIBERTAD En la “ prosopopeya de las leyes” del Gritón, la base de la argum entación es que la ley es u n a especie de co ntrato entre la com unidad cívica (το xotvbv τής χόλεως, 50 a 8) y el individuo ("'). Al llegar a la edad v iril y u n a vez enterado de la vida pública y de las leyes, el ciudadano ateniense puede m uy bien, si esa vida y esas leyes no le convienen, ir a establecerse en o tra p a rte llevando consigo todos sus bienes (51 d 1 y ss.). S ócrates no hizo n a d a de eso. Vivió siem pre en A tenas y dem ostró así que las leyes y el régim en político atenienses eran de su agrado. P o r consiguiente se ligó a sí mismo y ah o ra no le es posible violar aquel acuerdo huyendo del Á tica (52 b 53 a). Ahora, bien, en ese célebre p asaje hay u n a frase m uy notable. Sócrates, se dice, se lo debe todo a las leyes de la ciudad: ellas son las que le engen(* )
Cf. 5C c 5 : ώ Χ ώ κ ρ α τ ε ς , ή καί τ α ΰ τ α ώ μ ο λ ο γ η τ ο ή μ ιν τε κ αι σ ο ί. . .
.»1 e 3 : ήδη φ α μ ε ν τ ο ύ τ ο ν ώ μ ο λ ο γ η κ έ ν α ι ε ρ γ φ
ή μ ιν
ά
α ν η μ ε ίς κε λε ΰω με ν
πο ιή σ ειν τ αΰ τ α. 52 d 2 : π α ρ ά τ ά ς συνθ'ήκας τε καν τ ά ς ο μ ο λ ο γ ί α ς καθ>’ά ς ή μ ιν (ΐυνεΟ·ου πο λ ιτ ε ύ ε σ θ α ι. 54 d 4 : φ ά σ κ ο ν τ έ ς σε ώ μ ο λ ο γ η κ έ ν α ι πο λ ιτ ε ύ ε σ θ α ι κα-9·’ ήμας εργφ ,
ά λ λ ’ ού λ ό γ φ .
52 d 9: άλ λο τι ο ύ ν η σ υ ν θ ή κ α ς τ ά ς π ρ ο ς ή μ α ς
α υ τ ο ύ ς καί ο μ ο λ ο γ ί α ς π α ρ α β α ίν ε ις . 53 a 5 : ν υ ν δε ού κ ε μμ έ νε ις τ ο ίς ώ μ ολ ογη με νο ις .
— 29 —
draron, en el sentido de que nació de un m atrim o nio legítim o consagrado por la ley, y ellas le cria ron y educaron, en cuanto prescribieron a su padre la obligación de in stru irle en la m úsica y en la gim nasia. E ra n , pues, como Sócrates lo reconoce, unas leyes buenas. “ Aliora. bien, si nosotras somos quienes te trajim o s al mundo, te criam os y te educa mos (50' e 2, cf. 51 c 8), ¿acaso puedes pretender que no eres n u estro (ήμ,έτερος), que no eres nuestro vastago y n u estro esclavo (εκγονος καί δούλος), tú y tu s descendientes ?” L a frase, ciertam ente, no deja de ser curiosa. E l ciudadano es un hom bre libre en cuanto no obedece a otro hombre. P ero es esclavo de la ley. La ciu dad le lia hecho libre garantizándole las libertades políticas que m ás a rrib a liemos definido: pero esa m ism a ciudad le considera su esclavo, y a que a ella pertenece por entero. Así es, en efecto, en v irtu d de un contrato. La ciudad propone las leyes a la asam blea, y cada ciudadano es libre de acep tarlas o de d iscu tirlas (*) ; si, no las discute, queda atado por ellas. Lo cual equivale, en definitiva, a decir que el ciudadano es esclavo en la m ism a m edida que es libre. La libertad, p ara él, im plica tom ar p a rte en la vida política. Si p artic ip a en la política, él es quien hace las leyes. Por consiguiente, cuando obe dece a la ley no hace m ás que obedecer a sus propios derechos, o dicho de otro modo, a sí mismo. (*) πει&ειν, Π2 a l). L i te r a lm e n te : “ p e r s u a d i r ” a la A sa m b le a , p o r m edio de u n d is c u rs o , d e que re c h a c e la p ro p o s ic ió n . É se es todo eí oficio d el o ra d o r p ú b lico . — 30 —
Y a se com prende cuáles son las consecuencias de sem ejante concepción. A nte todo, no hay verdadera libertad sin p articipación en el gobierno (*), lo cual lleva consigo u n a obligación: el ciudadano debe h a cerse responsable (**). Adem ás, u n a vez votada la ley — y el ciudadano lia tenido el derecho y la posibi lidad de oponerse a su votación — hay que obede cerla sin restricción. E n una palabra, la lib ertad política obliga a u na disciplina del esp íritu y de las costum bres. E l gobierno del pueblo por el pueblo su pone una educación que h a ría a todos los ciudada nos conscientes de sus propios actos. Éste es, en verdad, todo el problem a de la li bertad griega. E n el célebre pasaje de la República (V III, 555 b y ss.), los excesos d e la lib ertad condu cen a la άναρχία, es decir a un estado donde no liay autorid ad y, p o r consiguiente, todos los p artid o s se desgarran m utuam ente. La a n a rq u ía a su vez con duce a la tira n ía . B ajo esta form a, el punto de vista teórico de P la tó n no responde p o r completo a la re a lidad de los hechos en Grecia. P ero no deja de ser in teresan te ver lo que los griegos pensaron respecto a los peligros de la lib ertad y cómo P la tó n llegó a co n stru ir su teo ría de la sucesión de las constitucio nes (tim ocracia —> oligarquía —> dem ocracia —> tiran ía). No es exacto que las tira n ía s del siglo v u nacie(*) E n A te n a s , osa p a rtic ip a c ió n no a d m ite in te r m e d ia r io s : no h a y d ip u ta d o s , p o r lo m en o s en la A sa m b le a y en lo s tr ib u n a le s . (**) S i h em o s d e c re e r a A ris tó te le s , C o n s t i t u c i ó n de A t e n a s , V III. S olón c a s tig ó con la p riv a c ió n do d e re c h o s p o lític o s a a q u e llo s que. eu caso de co n flic to en la c iu d a d , 110 h u b ie ra n to m a d o h is a rm a s p o r u n o u o tro p a rtid o . — ,31 —
ra n de los excesos del régim en dem ocrático : en efec to, entonces no h abía dem ocracias sino únicam ente oligarquías. E n realidad, las tira n ía s de aquella, épo ca no siguieron a l gobierno popular, sino que le p re cedieron. Lo que sí es cierto es que las tira n ía s se establecieron con la ayuda del demos. Éste, al adqui r ir poco a poco conciencia de sus derechos e in te n ta r liberarse del yugo de los grandes señores, se aliaba a uno de ellos p a ra com batir a los dem ás: el oligarca así convertido en “ p ro tec to r” del pueblo (*) no t a r daba en co n stitu irse en tirano. Además, corno la t i ra n ía era, d e origen popular, generalm ente se m an tenía, por lo menos al principio, favorable al de mos y hostil a los oligarcas. En este sentido A ris tóteles puede escribir (Pol., E 1.0, 1310 b 15, cf. 5, 1305 a 9) : “ Casi todos los tiran o s empezaron por ser jefes del p artid o popular que se aseguraron la con fianza. del pueblo atacando a los no tab les’’ ; y cita el caso de Panecio de L eontini (608 a. de J.), de Oipselo de Oorinto (tí55 a. de -I.) y de P is is tra to de A tenas (561 a. de J.). Y en otro pasaje dice m ás explícitam ente (E 5, 1305 a, 21): “ Todos esos p ro tectores del. pueblo (τιροστάται τοϋ δήμιου) no se ele varon a la tira n ía h asta después d e haber logrado la confianza del pueblo. Y adquirieron esa confianza porque se veía que odiaban a los ricos: así P isistra to (*.) προστάς η ς του δήμου, H e ro d o to , Γ ΙΙ, ()5 d 1, δήλον o n , δτανπερ φύηταν τύραννος, έκ προστατικής ρίζης... έκβλαστάνει. H e ro d o to y P la tó n p ie n s a n en el caso d e P is is tr a to , qu e es c lá sic o en A te n a s . P o r lo d e m á s, e s te caso d itie re en p a r to d el d e lo s tir a n o s d el sig lo v il. L a t i r a n í a d e P is is tr a to (TíGI-.jIO) v in o d e sp u é s d e l e s ta b le c im ie n to d e u n a p rim e r a fo r m a de ré g im e n d e m o c rá tico ', p o r S o ló n , en 502 (eccïe sia, boule, t r i b u n a le s p o p u la re s ).
llegó a ser tira n o en A tenas cuando hubo form ado un p artid o co n tra los propietarios del llano, y Teágenes lo fué en M égara (625 a. de J.) cuando des pués de haber cap tu rad o todo el ganado de los g ra n des pro p ietario s que estaba paciendo junto al río, liubo degollado a todas las reses” . Lo que tam bién es cierto, es que la tira n ía es el térm ino de un pe í-iodo de discordias ( σ τ ά σ ε ι ς ) y de asesinatos (φόνοι). Esos dos rasgos fueron observados ya en el siglo v por los prim eros escritores políticos de G recia (*). Veamos an te todo a H erodoto. E n la discusión m ás a rrib a citad a en tre Otanes, Megabizo y D arío (Her., I I I , 80-82), Megabizo critica el gobierno po p u la r desde el punto de v ista del régim en oligár quico, del cual se ha erigido en campeón. N ada más necio, dice, n i m ás insolente que la m asa, y sería una locura p asar de la hyhris de un tira n o a la hybris, mucho peor, de un populacho desenfrenado. E l prim ero, por lo menos, sabe lo que hace, m ien tras que el segundo ni siquiera lo sabe. Y ¿cómo po d ría saberlo, si no ha recibido nin g u n a instrucción, ni tiene ¡«lea ninguna del bien, y se lanza a la política como un to rre n te , sin reflexionar (δνευ νόου)? (I II, 81). E sa crítica es muy poco original. Xo hace m ás que expresar el desdén, común a todos los oligarcas, por la m asa popular. Teognis (fines del siglo vu) ya había escrito (vv. 53 y ss.) : “ Sin duda, Cirno, esta ciudad se sostiene todavía, pero ¡qué diferencia en quienes la h ab itan ! Esos m iserables, en otro tiem(*) A c e rc a de la l i t e r a t u r a p o lític a en A te n a s d u r a n t e e l s i glo v, cf. W ila m o w itz , A r i s t u t é l e s unci A t h e n I , pp. 169 y ss.
po, no conocían ni trib u n ales ni leyes. C ubierto el flanco por raídas pieles de cabra, pacían fuera do la ciudad como ciervos y ahora, ¡ oh hijo de Polipais!, ellos son los “ hom bres de bien” , y aquellos que en otro tiem po gozaban de prestigio hoy no son n ad ie” . Más in teresan te es lo que dice D arío (Her., I I I , 82), en favor de la m onarquía. E l gobierno de uno solo es el m ejor no ya por sí mismo, sino tam bién porque a él conducen fatalm ente las dos o tra s form as políticas. La oligarquía engendra forzosam en te violentas enem istades entre los privilegiados que la componen ; de esas enem istades nacen discordias (στάσεις), de esas discordias, asesinatos (φόνοι) y esos asesinatos conducen a la m onarquía E n el go bierno popular, los antiguos oligarcas, que han p a sado a ser los reprobos (κακοί) se entienden entre sí p ara conspirar contra la república (oí γάρ κακοΰντες τά κοινά συγκύψαντες τιοιεύσι). Y así sucede h asta «pie un hom bre se constituye en prolector del pueblo. E ste hom bre se convierte en objeto de la adm iración po p u lar y es proclam ado m onarca. Pero a él le debe el pueblo la lib ertad : “ P uesto que hemos sido libe rados g racias a un solo hom bre (ήμέας έλευθερωΟέντας διά Iva ανδρα), n u estras preferencias deben ser por un régim en de esta clase (m onárquico)” . Se lia observado ya desde hace mucho tiem po (**) que la serie de acontecim ientos: “ desórdenes, asesi (*) A ris tó te le s , Po l., E 10, 1316 a 35 y ss., c ita c ie rto n ú m e ro de c a so s ou lo s quo se p asó de la o lig a rq u ía a la t i r a n í a : la m a y o r p a r lo de la s a n tig u a s o lig a rq u ía s de S ic ilia , dice, se tro c a ro n eu tir a n ía s , a sí, p o r ejem p lo , en L e o n tin i, G ela y R egio. (,*-*) C f. W . N e stle , P h i lo lo g u e , 10 1 1 , p p . 253 y ss. — 34 —
natos, m o n arq u ía” (*), se halla ya en Teognis a lines del siglo vii (Vv. 43 y ss.) : Los “ buenos” , dice el poeta, no han arru in ad o jam ás ninguna ciudad. P ero cuando los “ m alos” se ponen a ser insolentes (ύβρίζειν), a corrom per al pueblo, a d ictar fallos in ju stos en favor de éste (**) y todo ello porque asp iran a la fo rtu n a y al poder, la tra n q u ilid a d de la ciudad ha llegado a su fin : realm ente, aunque la ciudad p a rezca e s ta r en paz,-todo se lia perdido desde el día en que los “ m alos” quieren enriquecerse a expensas de la cosa pública (δημοσίψ συν κακφ). De alii en efec to nacen las discordias (στάσεις), corre la sangre por la ciudad (καί Ιμ,φολοι φόνοι άνδρών) y así se llega a la tira n ía (μούναρχοί 6’ ). E se cuadro corresponde a la génesis de las tira n ía s del siglo vu, vista por un oligarca. Los “ buenos” son las personas bien s itu a das. Los “ m alos” son aquellos oligarcas que, p a ra alcanzar el poder, h alagan al demos. De ello resu l ta n luchas in testin as y finalmente la tiran ía. H erodoto rep ite la m ism a fórm ula “ desórdenes, asesinatos, m on arq u ía” , pero la aplica, esta vez, al trá n sito de la o ligarquía a la tira n ía , considerando a esta última como un bien, en cuanto pone té rm i no a las rivalidades entre oligarcas. No se habla aquí de lucha entre oligarcas y el p artid o popular. Pero a pesar- de esa diferencia, es m uy posible que, (*) T e o g n is y ' lo s a u to r e s d e l sig lo v e m p le a n to d a v ía in d is tin ta m e n te μοναρχία p o r m o n a rq u ía y t i r a n ía . L a d is tin c ió n no e m p ie za h a s t a el sig lo iv . Cf. W ila m o w itz . A r i s t o t e l e s u n d A t h c n , I, p. 181, n. S5 y A ris tó te le s , Pol., E 10, 1310 b 1 y ss. (**) T a l es el verd ad ero · s e n tid o de δίκας τ’άδίκοισι διδώσιν, v. 45. L os άδικοι son a q u í el p u eblo. Cf. la h is to r ia de P e io c e s en H e ro d o to , I s 96 y ss.
como a p u n ta N estle (*), H erodoto haya tom ado ese rasgo ele Teognis. Lo que dice a continuación se refiere de un modo m uy preciso al caso de P isistra to (**). L a dem ocracia existe (δήμου αρχοντος). Los “ m alos” — que ahora son los oligarcas — conspiran co n tra la república (τά ixotvá). Ellos, que antes se detestaban, cuando el poder estaba en sus manos, ahora m antienen entre sí am istades sólidas (ψίλιοα δ’ίσχυραί) y secretas (συγκύψαντες) (***). l)o hecho, se sabe que apenas es tab lecid a la constitución de Solón, los nobles, con siderando que no se les hacían bastantes concesio nes, com enzaron los tra sto rn o s a. que P isis tra to hubo de poner fin. Un hombre surgió entonces p a ra pro teger al pueblo (προστάς τις τού δήμου): lo logró y se proclam ó tiran o . Le descripción, en su conjunto, es exacta. P ero conviene observar que no presenta las cosas, en modo alguno, como lo h ará P lató n . E l tira n o no resu lta de los excesos de la lib e rta d ; míis bien es él quien lib erta al demos (****), H acia el final de la vida de H erodoto (que m urió e n tre 430' y 424), d u ra n te los prim eros tiempos de (*) P h i lo lo g u s , l. c.3 i>. 255. {**) H e ro d o to , I, 50 y ss., so e x tie n d o a c e rc a de e s te caso. (***) E s p o sib le q u e lle r o d o to a lu d a a q u í a la fo rm a c ió n de la s “ h e t a i r í a s ” o lig á rq u ic a s en la A te n a s de su é p o c a ; ta m b ié n es p o sib le que ese elogio de la m o n a rq u ía , d e u n m o n a rc a a q u ie n el p u e b lo debe su lib e rta d , se in s p ire iná.s o· m en o s en el ejem p lo de P e ric le s , b a jo el c u a l l a d e m o c ra c ia íu é , d e h e ch o , ύπό του πρώτου άν&ρός άρχή (T u cíd id es, I I , 6 5 ). E n to d o c aso la d e sig n a c ió n d e los o lig a rc a s com o κακοί p a re c e p ro c e d e r -de u n lib e lo d e te n d e n c ia a n ti o lig á rq u ic a . (****) έλε-υθερωθέντας διά fíva avbpa. E s to p u e d e a p lic a r s e a C iro, cf. A ris tó te le s . Pol., E 10, 131Ó b S oi δ’ έλευ^ερώσαντες. ώσπερ Κ ύρ ος, χ)0Γ0 ta m b ié n c o n v ie n e a I ’is ís tr a to .
I.'i g u erra del Peloponeso, se encuentra, en un breve I i'atado politico del que Jám blico (*) nos lia conser vado fragm entos, una teoría de la génesis de la t i r a nía que se aproxim a a la tesis de P la to n (**) : “ (12) La tira n ía , ese m al ta n grande y ta n funesto, no tiene o tra causa sino el abandono de las leyes (anom ia). H ay quienes creen, equivocadam ente, que el establecim iento de la tira n ía tiene un origen d is tinto, y que los hom bres que pierden la lib e rta d no son personalm ente responsables de esa pérdida, sino que sufrieron la coacción del tira n o , u n a vez éste hubo ocupado el poder ; esta opinión no es correcta (13). E n efecto, es una locura creer que pueda s u r gir un rey o un tira n o por u n a razón que no sea el abandono de las leyes y las am biciones desenfre nadas (εξ ανομίας τε καί πλεονεξίας). De hecho, eso sólo ocurre cuando la ciudad en tera se inclina hacia el mal, ya que no es posible que los hom bres vivan sin ley n i ju stic ia (14). Así, pues, cuando esas dos cosas, la ley y la ju sticia, son abandonadas por el pueblo, la vigilancia y la salv ag u ard ia de ellas p a san a las m anos de un solo hom bre ; y, en realidad, ¿cómo podría llegarse al poder de uno solo si an tes no se hubiera elim inado la ley que defendía los in tereses del pueblo? (15). E se hom bre que ab o lirá la ju sticia y su p rim irá la ley común y ú til a l pueblo, deberá tener un corazón de hierro, ya que, solo con tra la m u ltitu d , deberá a rre b a ta r al pueblo la ley y (*) E n el P r o tr é p t ic o . (*,*) A n o n y m . J a m b lie h i, f r . p. 404, 16 y ss. D ie ls-K ra n z .
7,
12
y -ss. = Yor solcr ati k e r,
II,
como a p u n ta N estle (*), H erodoto haya tom ado ese rasgo de Teognis. Lo que dice a continuación se refiere de un modo m uy preciso a l caso de P isistra to (**). L a dem ocracia existe (δήμου αρχοντος). Los “ m alos” — que ahora son los oligarcas — conspiran co n tra la república (τ'ά κοινά). Ellos, que antes se detestaban, cuando el poder estaba en sus m anos, ahora m antienen entre sí am istades sólidas (φίλιαι δ’ίσχυραί) j secretas (συγκύψαντες) (***). D e hecho, se sabe que apenas es tablecida la constitución de Solón, los nobles, con siderando que no se les hacían b astantes concesio nes, com enzaron los tra sto rn o s a que P isistra to hubo de poner fin. Un hom bre surgió entonces p ara pro teger al pueblo (προστάς τις τού δήμου) : lo logró y se proclam ó tiran o . Le descripción, en su conjunto, es exacta. Pero conviene observar que no presenta .las cosas, en modo alguno, como lo h ará P lató n . E l tiran o no resu lta de los excesos de la lib e rta d ; m ás bien es él quien lib erta al demos (****). H acia el final de la vida de H erodoto (que m urió en tre !·".·> y 42á), d u ra n te los prim eros tiem pos de (*) P h i l o l o g u s , l. c., y. 255. (**) H e ro d o to , I, 59 y ss., se e x tie n d e acerca, de e s te caso. (**#) Kg p o sib le q u e lle r o d o to a lu d a a q u í a la fo rm a c ió n de la s “ l i e t a i r í a s ” o lig á rq u ic a s en l a A te n a s de su é p o c a ; ta m b ié n es p o sible que ese elogio de la m o n a rq u ía , d e u n m o n a rc a a q u ie n el p u eblo debe su lib e rta d , se in s p ire m á s o m e n o s en el ejem p lo de r e r ie le s , b a jo el c u a l la d e m o c ra c ia fn é , de h ech o , ύπο του πρώτου άνδρός άρχή (T 'ucídides, I I , 65). E n to d o c aso la d e sig n a c ió n d e los o lig a rc a s com o «αχοί p a re c e p ro c e d e r d.e u n lib e lo d e te n d e n c ia a n tioK g árq u ica. (****) έλειιθ’ερωθ'έντας διά fiva άνδρα. E s to p u e d o a p lic a r s e a C iro, cf. A ris tó te le s , ΡοΙ.„ Ë 10, 131Ó b S ot b ’ έλευθ-ερώσαντες. ώσπερ Κ ύρος, p e ro ta m b ié n c o n v ie n e a P is is tr a to . — 36 —
la. g u erra del Peloponeso, se encuentra, en un breve Iratado político del que Jám blico (*) nos h a conser vado fragm entos, una teoría de la génesis de la t i r a nía que se ap ro x im a a. la tesis de P la tó n (**) : “ (12) La tira n ía , ese m al ta n grande y ta n funesto, no tiene o tra causa sino el abandono de las leyes (anem ia). H ay quienes creen, equivocadam ente, que el establecim iento de la tira n ía tiene un origen dis tinto, y .que los hom bres que pierden la lib e rta d no son personalm ente responsables de esa pérdida, sino que sufrieron la coacción del tiran o , una vez éste hubo ocupado el poder ; esta opinión no es correcta (13). Un efecto, es una. lo cura creer que pueda s u r g ir un rey o un tira n o por una razón que no sea el abandono de las leyes y las am biciones desenfre nadas (εξ ανομίας τε και πλεονεξίας). De hecho, eso sólo ocurre cuando la ciudad en tera se inclina hacia el mal, ya que no es posible que los hom bres vivan sin ley n i ju stic ia (14). Así, pues, cuando esas dos cosas, la ley y la ju sticia, son abandonadas p o r el pueblo, la vigilancia y la salvaguardia de ellas p a san a las m anos de un solo hom bre; y, en realidad, ¿cómo podría llegarse al poder de uno solo si an tes no se hubiera elim inado la ley que defendía los in tereses del pueblo? (15). E se hom bre que a b o lirá la ju stic ia y su p rim irá la ley común j ú til a l pueblo, deberá tener un corazón de hierro, ya que, solo con tra la m ultitu d , deberá a rre b a ta r al pueblo la ley y (*) E n el P r o tr é p t ic o . (*i*) A no n y m . J a m b lic h i, f r . p. 404, 16 y ss. D iels-K r& nz.
7,
12
y
ss. = V o r s o h r a tih e r ,
II,
Ja ju sticia (10). Si no fuera m ás que un ser carnal sem ejante a los demás, no podría lo g rar su propó sito, pero su poder m onárquico consistiría en re sta b le c e r'la antigua, constitución” (*). E sta vez, la tira n ía so nos m uestra como el resul tado de la corrupción de la lib ertad dem ocrática. P o r exceso de libertad, el pueblo llega a la anomia, es decir a un estado de cosas en el que se dejan de re sp etar las leyes. Y entonces reina tam bién otro mal, la pleoneaefa, es decir, que los individuos en la ciudad, al no estar retenidos por nada, se dejan lle var por el deseo, innato en todos nosotros, de po seer cada vez más. E n u n a palabra, el interés p ri vado se sobrepone al interés general, y de ello se siguen necesariam ente discordias. Todo el m undo se inclina hacia el m al; no hay ley ni. ju s tic ia ; y como no puede vivirse sin gobierno, es necesario que ap a rezca un hombre que asum a el mando : este hombre será el tiran o . De donde resu lta que la tira n ía es el térm ino inevitable de los excesos de la libertad. E sta conclusión, sin duda debida a un p a rtid a rio de la oligarquía, an u n cia ya la d octrina de P latón. Los excesos de la lib ertad fueron adm irablem ente descritos p o r Tucídides en su resum en de los acon tecim ientos que siguieron a la m uerte -de Pericles (II, 05) (**) : “Pericles decía a los atenienses que, si no se alborotaban, si p restab an atención a la flota, si, en la guerra, se abstenían de conquistas, y final(*) E l fin a l u e e ste p a sa jo no os se g u ro en e l te x to . (**) L a s c ita s fio h a c e n on g ra n p a r t e s e g ú n l a tra d u c c ió n , a m e n u d o e x ce le n te , de A m b ro ise É irin in -D id o t, P a r ís , 1833. — 38 —
m ente si no exponían su ciudad a los. peligros, aca barían ganando. P ero los atenienses hicieron todo lo contrario. Incluso en las cosas que parecían aje nas a la g u erra, ad m in istrab an según sus am bicio nes individuales y sus intereses p artic u la res (κατά τάς ιδίας φιλοτιμίας και ίδια κέρδη) en su propio d etrim en to y el de sus aliados. E l resultado de esas em presas no procuraba honor y provecho m ás que a los p a rtic u lares, m ien tras que los reveses perjudicaban al estado en vistas a la guerra. Los sucesores de Pericles, m ás iguales entre ellos (*), y aspirando todos al p rim er puesto, em pezaron a, re la ja r la adm inistración p ú blica según el capricho del pueblo. De ello resultó que, como suele suceder en un E stado vasto y pode roso, se com etieron muchos errores, entre otros, la expedición m arítim a a Sicilia. E n este caso el erro r consistió, m ás que en a ta c a r a los sicilianos, en que los mismos que enviaron el ejército a aquella isla, lejos de pensar en abastecerle después que hubo m archado, únicam ente se ocuparon de sus propias querellas, por la, je fa tu ra del pueblo : desde entonces, no sólo no se interesab an apenas por lo que concer n ía al ejército, sino que, en lo relativo a la ciudad, em pezaron a entregarse a luchas in te stin a s” . E sas discordias in terio res (**), y no los enemigos ex terio res, fueron la causa p rin cip al de que A tenas, al fin, sucum biera.
i*) ilrm íls.
D e lo que h a b ía sido P e ric le s , q u e d o m in a b a a to d o s lo s
( * ’M έν στάσει ο ντε ς..., α ύτοι έν σ φ ίσ ι κα τά τ ά ς ίδ ια ς δ ια φ ο ρ ά ς περιττεππνπ :ς.
No puede decirse que el régim en de los T rein ta T iranos saliera directam ente de los abusos de la de m ocracia ateniense. F ué un régim en im puesto por el ex tran jero y representó en A tenas el p artid o “ co lab o racio n ista” . In m ediatam ente suscitó u n a resis ten cia activa, que acabó por im ponerse. Los exce sos de la lib ertad tuvieron p a ra A tenas las conse cuencias más funestas, en cuanto le hicieron perder la guerra, pero no la condujeron a la tiran ía. El ejemplo en que P la tó n pudo in sp irarse p a ra expli car la tira n ía como un resultado de la dem ocracia, no fué el de su p a tria , sino el de Dionisio I, tiran o de S iracusa (405-367), a quien P la tó n conoció perso nalm ente. Veamos pues lo que dice P latón. Después de h a ber analizado, en los libros I I a V II de la R ep ú b li ca (*), la organización de la ciudad ju sta, describe como co n tra p artid a, en los libros VI I I IX. las cons tituciones in ju sta s y sus tipos individuales, desde el régim en que menos se aleja de la ciudad ju sta, o sea la tim ocracia, h asta el que se aleja más, o sea la tira n ía (V III, 545 c - IX , 576 b). E n esa descripción P la tó n rean u d a y am plía el m étodo indicado ya por H erodoto en el discurso que éste pone en boca de D arío ( I II, 82), en el sentido que deduce uno de otro esos regím enes cada vez peores: el régim en de la ciudad ju s ta se consideraba el m ejor porque en él el poder residía en los filósofos ( τον μέν δ ή τή αριστο κρατία δμοιον διεληλύθαμ,εν ή δ η , 544 e 7); la corrup (*)
R esu m id o s a l p rin c ip io del lib ro — 40 —
V I I I , 5 4 3 a-c.
ción de e s ta aristocracia d a rá nacim iento a la timocracia, en la que los dirigentes asp ira n al honor (r¡ φιλότιμος πολιτεία, 545 b 5, cf. 545 a 2); de la iim ocracia sald rá la oligarquía, en la que los d ir i gentes no tien d en m ás que a la riqueza ; de la oligar quía, la democracia, y de ésta, finalm ente, la tiranía. Aquí nos in tere sa n las ú ltim as etap as de esa evo lución. Los orígenes de la dem ocracia, según los ve P la tón, corresponden a los hechos m ás a rrib a referidos : la dem ocracia se establece cuando el demos, que es pobre, se da cuenta de que los grandes señores no deben su riqueza m ás que a la cobardía de los pobres (xavda τη σφετέρα πλουτεϊν τούς τοιούτους, 556 d 6). E l pueblo entonces se rebela, triu n fa de los ricos “ alim entados a la som bra y cargados de u n a g ra sa excesiva” (556 d 4), da m uerte o d estierra al m ayor núm ero de ellos y com parte por igual (έξ ’ίσου) con aquellos que quedan el gobierno y las m ag istratu ra s, que, a p a r tir de entonces, se confieren por sorteo (557 a). Ese régim en es esencialm ente el de la lib e rta d : “ ¿No es verdad que al principio el hom bre es libre en sem ejante E stad o y que por todas p artes re in a n la libertad, la franqueza (*) y la licencia de vivir como cada uno q u ie ra ? ” (**). E n apariencia, esa lib ertad es algo adm irable. B ajo sem ejante régim en, cada uno vive como le acomoda, y n ad a es ta n variado como {*,) π α ρ ρ η σ ία . C f. τεκο υσ ’ είη γ υ ν ή , || ώ ς μοι (* * ) έξ ο υ σ ία .,. ποιενν f>7, A r i s t o t e l e s , P o l ., Z
E u r í p i d e s , I o n , G 71-672 : εκ τω ν ’Α θ η ν ώ ν μ'η, γέν η τα ι μήτροθ· ενπα ρ ρ η σ ία. δ τι τις β ούλ ετα ι, 5 5 7 b 5, c f. T n c íd id e s , II,. 1 0 , 1 3 1 7 b 12 : vo ζην ώ ς βούλεται τ ις .
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lina ciudad dem ocrática: es como una herm osa capa ab ig arrad a (557 b e) y no ya una constitución, sino una feria de constituciones (χαντοχώλιον πολιτειών, 557 (i 8). N adie está obligado a m andar, aunque sea capaz de hacerlo ; en cambio, se puede a sp ira r a todas las m ag istratu ra s o ju d icatu ras, aunque la ley m is ma lo prohiba; ¿Xo es ello algo divino y delicioso? (557 e - 558 a). P o r todas p artes ruinan la indulgen cia y la am p litu d de m iras : nadie se pregunta por medio de qué estudios el gobernante se lia preparado a la po lítica; le b a sta con proclam arse amigo del pueblo p a ra verse colmado de honores (558 b-c). En conclusión, ese agradable régimen de la dem ocracia es, en verdad, u n a an a rq u ía (πολιτεία άναρχος) que dispensa indiferentem ente la igualdad a lo desigual y a lo ig u al (558 c 4-6). A hora bien, ¿p o r qué se. pasa de la dem ocracia a la tira n ía ? P o r la misma especie de enferm edad que produce la ruina, d e todos los regím enes: el ex ceso en el bien que caracteriza a éste. La dem ocracia tiende a la libertad, -que es sin duda un bien, pero ese bien, lo am a con un am or insaciable (απληστία), sin p reocuparse de n ad a m ás (502 b-c)- Así, “ cuan do un E stado dem ocrático, sediento de libertad, tiene a su frente a malos coperos, pierde el sentido de la m esura y se em briaga de lib ertad sin m ezcla; en tonces, si los que gobiernan no se m uestran e x tre m adam ente acom odaticios y no le conceden una li b ertad com pleta, los acusa y los castiga como a cri m inales y olig arcas” (562 c-d). Til m undo está vuelto del revés. Los que obedecen a los m agistrados se oyen — 42 —
m otejar de esclavos voluntarios (*) y de hom bres sin carácter. Lo mismo en la vida p a rtic u la r que en la vida pública, sólo se alaba y honra a los gobernantes que parecen gobernados, y a los gobernados que pa recen gobernantes. E n una palabra, la a n a rq u ía reina en to d as p arte s (562 d-e). El hijo es el igual del p ad re; el meteco es el igual del ciudadano, el alum no se eq u ip ara al m aestro, el joven al viejo, el es clavo al hom bre libre, la m ujer al m arido, y el an i m al al hom bre (562 e - 563 d). Y en esa som bría susceptibilidad ¡inte todo cuanto p u d iera parecer se a la esclavitud, y en esa repugnancia a reconocer tod a au to rid a d (h a δή μηδαμτ] μηδείς αΰτοϊς f¡ δεσ πότης), se llega a p erd er el respeto ta n to a las leyes escritas como a las leyes no escritas (563 d). A hora bien, de ese extrem o de la lib ertad surge precisam ente el extrem o de la esclavitud; porque, si todo exceso produce generalm ente una, reacción violenta, lo mismo en las estaciones del año que en las p lan tas o en los cuerpos, ello es todavía m ás cierto en los regím enes políticos (563 e - 564 b). ¿Cómo se efectúa ese paso? E l E stad o dem ocrático com prende tres clases : los que n ad a poseen, v iru len ta tu rb a donde se reclutan ios agitadores que a su men casi exclusivam ente el m ando (το προεστός τής δημοκρατίας, 564 d D) ; las personas n atu ra lm e n te o r denadas, que componen la clase re strin g id a de los ricos (564 a 6-7 ) , y finalm ente, el pueblo propiam en te dicho, o sea el conjunto de los trab a jad o res aje(*)
εΟ'ελοδουλοι : cf. ol ru er e in s e r v i t u t e m cíe· T fieilo. — 43 —
nos a los negocios, que, una vez reunidos, constituye la clase m ás num erosa y m ás potente (565 a 1-3). E stos últim os, en el fondo, no se interesan d irec ta m ente por la política. H ay que atra erles a la asam blea y el m ejor medio de lograrlo es prom eterles r i quezas. Así lo hacen los agitadores. P a ra despojar legalm ente a lo's ricos, necesitan un decreto de la asam blea; p a ra obtener ese decreto, deslum bran a sus miem bros con el espejuelo del re p arto de los bie nes de los ricos; y una vez obtenido el decreto, se g u ard an la p arte m ás considerable y sólo d istrib u yen los restos (565 a 4-8). Sin em bargo, como es n a tu ra l, los ricos se defienden por medio d e la palab ra en la asam blea y por todos los demás medios de que disponen. P ero a p a r tir de ese momento, hicieren lo que hicieren, pasan p o r revolucionarios : se les acusa de co n sp irar c o n tra el pueblo y de a sp ira r a la oli g arq u ía ; de modo que, aunque al principio no hubie ra n sido oligarcas, acaban siéndolo realm ente (565 b-c). Entonces viene la g u erra civil: las denuncias y los procesos m enudean (565 c 6-7). Ha. llegado la h o ra del tiran o . E l pueblo se¡ busca u n “ p ro tec to r” (ενα τινά άεί δήμος ε’ίωθεν... προίστασθαί ¿αυτού, 565, c 9-10). Ese protector, que nunca habla de o tra cosa que de rem isión de las deudas y de dis tribución de las tie rra s, se hace conceder plenos po deres por el pueblo, .y después, lleva a los ricos ante los trib u n ales y les m anda d ar m uerte o les destierra (565 e - 566 a). Como con estas m edidas se ha creado enemigos m ortales y tem e por su vida, reclam a del pueblo una g u ard ia personal (566 a-b). Desde enton— 44 —
ces todo se acabó: los ricos que quedan no tienen otro recurso que h u ir, y el p ro tec to r del pueblo es el Tínico dueño, que rápidam ente se convierte en un verdadero tira n o (566 c d ). Al principio, todo parece m arc h ar m aravillosa m ente p a ra el pueblo. E l tira n o se deshace en so n ri sas, m u ltip lica las prom esas, perdona las deudas y distrib u y e las tie rra s (566 d-e). P ero después, una vez ha librado al pueblo ele los oligarcas y ha te rm i nado en cierto modo su ta re a de “ p ro te c to r” ¿cómo se m an ten d rá en el poder? P a ra ju stificar su ex is tencia, p a ra conservar su hegem onía sobre el pue blo, y asim ism o p ara ocuparle e im pedirle conspirar, no tiene otro recurso que estar continuam ente sus citando g u erras (566 e- -567 b). Desde entonces, no ta r d a en hacerse odioso al pueblo, y la tira n ía , que al principio no era cruel, acaba necesariam ente por serlo. F u n d a d a en la ilegalidad, no puede to le ra r nin g u n a crítica. E l tira n o se ve -obligado a su p rim ir a todo aquel que dem uestre valentía, grandeza de alm a, prudencia o sim plem ente fo rtu n a. Sólo puede rodearse de u na corte servil a la que desprecia, y de u n a g u ard ia cada vez m ás num erosa, en la m ism a m edida que au m en ta el núm ero de sus enemigos (567 b - 568 d). P a ra m antener y pag ar esa g u ard ia se ve obligado, prim eram ente, a echar m ano del te soro sagrado. P ero cuando le fa lta rá n esos fondos, se verá fatalm en te llevado a exigir del pueblo im puestos cada vez más gravosos. De suerte que el pue blo, que sólo h abía llam ado al tira n o p a ra lib rarse de los oligarcas, caerá en u n a esclavitud mucho peor — 45 —
(568 d -56!) 1)). Y si quiere rebelarse se d ará cuenta del erro r que cometió. “ Henos aquí, al parecer, lle gado.’, a lo que todo el m undo llam a la tira n ía ; el pueblo, pretendiendo, como suele decirse, escapar del humo de la esclavitud al servicio de hom bres libres, ha caído en el fuego del despotism o de los escla vos, y, a cambio de esa libertad extrem a y desorde nada, ha tom ado la librea de la servidum bre más d u ra y m ás am arga, al hacerse esclavo de los es clavos” (50!) b - 8 c 4) (*). A pesar d e las críticas d e A ristóteles (Pol., E 10, 131G a 1 - b 27), esa descripción, prodigiosa por su inteligencia y su vigor, sigue todavía vigente. Sin duda no se a ju s ta de un modo absoluto a la realidad de los hechos ta l como se produjeron en la m ism a Grecia. Como señala A ristóteles, los excesos de la dem ocracia no conducen necesariam ente a una tir a nía ; tam bién dan lu gar, e incluso m ás a m enudo, a. un régimen, oligárquico (131(5 a 24-25). Y por o tra parte, toda revolución en. un régim en oligárquico no conduce fatalm en te a la dem ocracia; el cambio pue de hacerse hacia o tras form as de constitución (131(5 b 20-21). Parece, pues, que el edificio platónico es m ás bien u n a construcción, del esp íritu que un re sultado de la experiencia. H echas estas reservas, no podemos por menos que a d m ira r la penetración de P latón como filósofo po lítico. L a h isto ria h a dem ostrado am pliam ente que toda d ictad u ra ilegal que se hubiese dado por p re (*) Esori esc la v o s, de lo s que el p u e b lo g u a r d ia s du co rp s p a g a d o s p o r el tir a n o . — 46 —
es
e sclav o ,
son
lo s
texto la defensa de los intereses populares ha te r m inado en la esclavitud del pueblo; que toda d ic ta d u ra en gendra de por sí la g u e rra ; que toda d ic ta d u ra im plica u n a tira n ía policíaca cada vez más cruel y finalmente que un régim en sem ejante, después de haber agotado los fondos públicos, se ve necesaria m ente obligado a expoliar los tesoros sagrados. P ero la h isto ria dem uestra, tam bién que esas d ictad u ras suelen suceder generalm ente a períodos de p e rtu rb a ciones sociales en las que la au to rid a d es impotente, nadie obedece a las leyes y los demagogos no gobier nan más que p o r decretos ilegales. Así, la ilegalidad de la tira n ía nace de esa o tra ilegalidad fundam ental a la (pie conducen los excesos del gobierno popular. La tiranía, sale de la anarquía. Si el m ayor bien de la dem ocracia es sin duda, la lib ertad , ésta, a su vez, no tiene* m ejor g a ra n tía que el respeto a las leyes y la común preocupación por el interés público.
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Ill LA LIBE R T A D INTERIO R DEL SABIO E n 338/337, algunas sem anas después de la ba ta lla de Queronea, las ciudades griegas firm aban un pacto de alianza con Filipo. E n él ju rab a n no hacer arm as ni co n tra éste, n aturalm ente, ni co n tra n in g u na do las ciudades signantes del pacto, y no in te n t a r d errib ar ni la m onarquía de F ilipo y de sus su cesores ni los regím enes que cada una de las ciuda des co n tra tan tes tu v iera en el momento de firm ar el pacto. Si u na de ellas lo violase, perturbando la paz común, las o tras le d eclararían la guerra, “ conforme — decía el tex to del ju ram en to — a io que me ha sido im puesto y a las órdenes del general en jefe” , es decir, el rey de M acedonia (*). E s ta fecha memo rab le a o sólo m arca el fin de la autonom ía de las ciudades griegas, sino que in a u g u ra u n período nue vo p a ra la vida m oral y esp iritu al del hom bre de Occidente. H a sta entonces, el hom bre antiguo, en cuanto persona m oral, se había definido esencialm ente como m iem bro de u n a ciudad. El ciudadano, por n a tu ra leza, era u n ελεύθερος, en el sentido de que no obe (*)
D itte u b firg e r, 8-yll. I n s c r . G-r., 2G0. — 48
decía a ningún o tro hom bre ni se h allab a al servi cio de nadie (*). Sólo obedecía a la ley; y la ley, como liemos visto, es, en teoría, un pacto que el ciu dadano contrae librem ente con la ciudad. P o r su parte, la ciudad tam bién es libre. P o r pequeña que la supongam os — pues la extensión de su te rrito rio no modifica en n ad a sus derechos— , es dueña ab solu ta de sus actos, decide la paz y la guerra, cam bia su constitución si así lo cree necesario, y se gobierna en to ta l independencia. P ero a p a r tir de la liga de Corinto, la ciudad deja de ser autónom a, p ara obedecer a un señor, el rey de Macedonia. D es pués de algunos in ten tos de rebelión, A tenas acabará por recibir una guarnición de soldados macedonios, y la gobernará uno u otro p artido, de acuerdo con las órdenes de aquel rey. Sem ejantes cambios, incluso en nuestros E stad o s m oderno s,. pueden sacu dir prof lindam ente la concien cia m oral. P ero el hombre m oderno halla otros refu gios: la religión, la filosofía, las investigaciones de orden puram ente científico. E l h a b ita n te de la G re cia clásica carecía de estos recursos. P a r a él el E s tado lo era todo. E ra una Iglesia, y a que la religión apenas se distinguía de la ciudad. E l E stad o le en señaba la m anera de vivir y le b rin d ab a el m ás bello fin a que pudiera en tregarse: servir a la p a tria . To davía P lató n , en la Academ ia, se propone form ar futuros gobernantes y con ello no pretende otra cosa que tra b a ja r p ara el bien de la ciudad. Lo único que (*) D esd e lue,ico. se a d m ite oí h e ch o de la e s c la v itu d , p e ro p r e c isa m e n te e l e sc la v o 110 es u n a p e rs o n a m o ra l. — 40 —
cambia es el método, pero no el objetivo. Isócrates, en su escuela, hace lo mismo. Cabe, pues, im aginar la grave significación que tuvo, p ara el bom bre a n tiguo, la caíd a de la ciudad. Con ella se derrum baba todo cuanto encuadraba su vida. Pocas veces la hu m anidad pensante se h a visto llam ada a revisar sus valores y toda su concepción de la vida en una fo r m a ta n completa. E n circu n stan cias análogas, decíamos antes, el hombre moderno puede refugiarse en la religión, la filosofía o la ciencia. P recisam ente en aquella época esos tres caminos em piezan a ad q u irir su autonom ía. Son los tiem pos en que, bajo la influencia del Timeo, de las Leyes, del Upinomin, del περί Φιλοσοφίας de A ristóteles, s© fu n d a la religión del Dios cósmico que por ñn propone al hom bre un objeto de adoración que pueda co n ten tar a la vez las exigencias de su razón y de su corazón al. tiem po que le m u estra en el cielo y los astro s divinos un objeto de contem pla ción que le embelesa y le libera de las m iserias te rre nales. Isó crates y P la tó n asp irab an a form ar gober nan tes; A ristóteles 110 se propone otro objeto que fom entar la ciencia. E l Liceo es el prim er estableci m iento de la antig ü ed ad del que puede afirm arse que 110 ten ía otro objeto que la ciencia pura. Del Liceo la trad ició n p a sa rá al Museo de A lejandría, y los trab a jo s de los críticos alejandrinos h ab rán de fijar la le tra de los grandes tex to s del pasado y p re p ara r los grandes descubrim ientos del porvenir. Finalm en te, aquélla es tam bién la época en que la filosofía se convierte en un refugio. E picuro, en 306, funda la — 50 —
escuela del J a r d ín ; Zenón, en 801, la del Pórtico, lin a y o tra a sp ira n a d a r al hom bre nuevos m arcos, en su stitu ció n del de la ciudad, ya desaparecido. E n la filosofía del J a rd ín , el medio nuevo en que el hom bre se sen tirá acogido y en que podrá d esarro llarse a su gusto, será la fam ilia de los “ am igos” . La am istad epicúrea no es tínicam ente el signo exte rio r que liga en tre sí a los discípulos del m aestro, sino el fundam ento mismo de la sab id u ría (*). E l hom bre debe ten d er a la serenidad (ataraxia) ; pero no puede alcanzar esa. m eta si no le sostienen, con fortan y consuelan la presencia y el afecto de los “ am igos” . E n la filosofía del P órtico, el concepto de la ciudad se extiende h asta el universo. E l sabio es ciudadano de la ciudad del m undo, en la que los mo vim ientos regulares de los astro s m anifiestan un O r den y un Pensam iento. Tina m ism a A lm a y una m ism a Ka.zón p en etran a todos los seres del m undo ; pero se m anifiestan sobre todo en el hom bre y en los dioses-astros, igualm ente dotados de razón. E l m un do es, pues, la verdadera ciudad, o si se quiere la verdadera fam ilia, en la que el hom bre está em pa rentado con los dioses. Desde entonces el hom bre ya no está solo. Tampoco lo está en el seno de los pe queños grupos de amigos form ados por los discípulos de Epicuro. Y, después de todo, tam poco lo está en la ciudad del mundo, ya que a cada momento puede, volver en idea al lado de su fam ilia divina. Así los sabios de A tenas, en aquellos tiem pos de í*) A c crca (le e ste p u n to , v é ase F e s tu g ie re , JÉp ic u re e t scs d i e u x ,. P a r ís , 194.6, c ap . I I I . — 51 —
profunda m iseria, a p o rta ro n al m undo una nueva concepción de la lib ertad. H a sta entonces A tenas h a bía sido la campeona de la lib ertad : de la lib ertad del individuo en la ciudad, y de la lib ertad de la ciudad en Grecia. Cuando la lib ertad política hubo perecido, los filósofos de A tenas enseñaron que el sabio se m antiene libre si aprende a b astarse a sí mismo y a vivir de acuerdo con el orden del cos. m os (*). Según la bella frase del h isto riad o r Hegesan d ro (**) “ si todo lo dem ás es común a todos los griegos, sólo A tenas supo enseñar a los hom bres el camino que conduce al cielo” . A hora, en lu g ar de perdernos en el detalle de las doctrinas, encarém onos con las realidades de la vida. Procurem os av eriguar por qué esas m orales helenís ticas fueron realm ente in stru m en to s de consuelo y <].e fuerza, y de dónde procede el hecho de que, a dife (*) In v id e n te m e n te h a y q u e r e c o rd a r, co n II, G o m p e rz (o^. cit., p. í3-ü) qu e ese id e a l de lib e r ta d in te r io r 110 fu e d e sc o n o c id o i04 filósofos a n te r io r e s a la é p o ca h e le n ís tic a . 101 eje m p lo de l a v id a y sobre tod o de la m u e r te d e S ó c ra te s e je rc ió en e s te s e n t i d 0. UJ1;1 in flu e n c ia d e cisiv a . C f. su ú ltim o a d ió s a los ju e c e s , Apología ^ 41 d 1 : “ A l h o m b re de b ie n n o le p u e d e s u c e d e r n in g ú n m a l d u r a n te su v id a n i d e sp u é s d e su m u e rte , y su s u e r te n o d e ja in d i f e r e n te s a lo s d io s e s ” , b e lla s p a la b r a s a la s c u a le s eoiT eyponti ejl la s que te r m in a n la R e p ú b l i c a 3 a n te s d el m ito de 13r el P a n tilio : “ l l a y p u e s que rec o n o ce r, re s p e c to a l h o m b re ju s to , q u e s i 05 ^ s u je to a la p o b re z a, a la e n fe rm e d a d o a c u a lq u ie r otro· d e esos e s ta d o s q u e p a s a n p o r s e r m a le s, ello a c a b a r e s u lta n d o en gu beneficio, y a s e a m ie n tr a s v iv e, y a se a d e sp u é s d e su m u e r te ; en efe cto , lo s d io s e s 110 p u e d e n o lv id a r a q u ie n se e s f u e r z a p 0 r se r ju s t o y p o r lle g a r a ser, m e d ia n te la p r a c tic a d e l a v irtu Q > ta n p a re c id o a la d iv in id a d c u a n to es p o sib le a u n h o m b r e ” (R epúblic a, X , 01 o a 5 - b 1 ). S in e m b a rg o , 110 d e ja de s e r c ie rto que ei filó sofo d e la G re c ia c lá sic a , .S ó c ra te s o P la tó n , se p ro p o n ía r e fo r m a r la c iu d a d t e r r e s tr e , y e d u c a r a loe h o m b re s q u e d irig ie s e n i 0g n e _ gocios s e g ú n el m o d elo d e la C iu d a d j u s t a . E l sab io h e le n ístic o h a re n u n c ia d o a ese p ro p ó s ito y sólo p ie n s a en s a lv a r a l in d i vid u o . (**) A p . A te n eo , V I, 250 f. : ταλλα πάντα είναι κοινά Ελλήνω ν, την δ ’έπι τόν ούρανόν ανθρώπους φέρουσαν όδόν Α θηναίους κί&έναι μόνους· H e g c s a n d ro d e D e lfo s v iv ió h a c ia m e d ia d o s d e l sig lo 11 a. de .T. C. Of. J a c o b y ap. F a u li-W is s o w a , V II, 2 6 0 0 -2602. — 52 ~
rencia de los sistem as éticos de P la tó n y de A ristó teles que ya no nos dicen nada, los de E picuro y de Zenón conserven todavía adeptos, ta l vez inconscien tes de pertenecer a sus sectas, pero que no por ello son menos au tén tico s epicúreos (en el verdadero sen tido de la p alab ra) o auténticos estoicos. E picuro era un enfermo, C leanto un aguador que trab a jab a, por las noches, al servicio de u n a p a n a dera, y E p icteto fué esclavo y luego vivió en el des tierro. E picuro y Zenón pertenecen a u n a época en que a cada paso se cernía sobre los hom bres la am e naza del ham bre y de la m uerte. E picuro fundó su escuela en 306 y m urió en 270; Zenón fundó la suya en 301 y m urió en 261. E n ese lapso ele 45 años, apenas una, vida de hombre, A tenas cambió de m a nos siete veces ; se sublevó o tras tres y las tre s re beliones fueron ahogadas en san g re; soportó cinco asedios y fué tom ada cinco veces; finalm ente, d u ra n te esos 45 años, guarniciones inacedonias dom inaron el P ireo, los puertos del A tica y d u ran te cinco años incluso la colina de las M usas en A tenas. E s verda deram ente una de aquellas épocas en las que se tiene el sentim iento de lo absurdo, y en las que se d iría que sólo lo absurdo gobierna el mundo. Y, p recisa m ente entonces, la noción d e absurdo aparece por prim era vez en la, filosofía de la, vida, bajo el nom bre de Tyche, la. fortuna, o el azar, que la época, hele nística convierte en divinidad, y aun en tínica d iv i nidad todopoderosa. Aquellos dos sistem as de m oral se form aron, pues, en épocas de m iseria y responden a la m iseria del hom bre m oderno que, a su vez, em
pieza a aparecer tam bién por aquellos tiempos. El hom bre moderno, es decir el hom bre desencuadrado, el h ab itan te de las grandes ciudades, perdido en me dio de la m u ltitu d , convertido en un sim ple núm ero en medio de una infinidad de seres hum anos seme ja n te s a él, que nada saben de él y
Los m odernos conocen las drogas. P ero esos m éto dos, en tre otros inconvenientes, tienen el ele que sus efectos son poco duraderos. La sab id u ría es o tra cosa com pletam ente d istin ta. P uesto que no se puede cam biar la realidad, que da. el recurso de cam biar o, en u n caso extrem o, su p rim ir el deseo. P ero su p rim ir enteram ente el deseo es, una vez más, algo imposible. U n ser que no tenga deseos será un ser que no ten d rá ninguna, form a de vida, un cadáver. Lo m ás que puede hacerse es dis tin g u ir e n tre los deseos, y no d a r satisfacción m ás que a aquellos que no puedan desatenderse sin mo rir, ¿'Cuáles son esos deseos incoercibles del ser vi viente? “ La carne g rita : no tener ham bre, no tener sed, no tener frío ” (Epicuro). Ú nicam ente conside rarem os, pues, deseos necesarios y n atu ra les aquellos que tienden a la simple conservación. A hora bien, nada es más fácil que co n ten tar sem ejantes deseos. Un puñado d e habas secas, un poco de agua y u n a grosera capa (*) y he aquí al sabio — dice E picuro — capaz de riv alizar en felicidad con el propio Zeus. Hemos mencionado a E p icu ro ; pero esa elim inación progresiva de los deseos, esa sab id u ría que se p ro pone lo que podríam os llam ar el “ ideal del m ínim o” es común a todas las escuelas helenísticas en las que se busca la, independencia del sabio : la, escuela cínica, la epicúrea y la estoica. E s m ás, se· en cu en tra (*) E l fa m o so ιρίβω ν de los filósofos. Cf. y a S ó c ra te s : A m ips ia s , Connos, i r . 1, P la tó n , P r o t á g o r a s , 335 d, B a n q u e t e , 219 b. C apa, b o rd ó n γ z u rró n (τρίβων, βάκτρον, πήρα), se c o n v ie rte n e n el d is tin tiv o d el sab io cín ico . Cf. D io g e n es L a e rc io , V I, 13 (A u tis te n es). 22-23 (D ió g en es).
en tre los P ad res del desierto y entre innum erables ascetas cristianos, y m ás aún, es uno de los dogmas de la sab id u ría o riental, y 110 sin razón se h a com parado a B uda con 'Diogenes y con E picuro. E n una p a la b ra ; aunque actualm ente muy poco tenida en cuenta, ésa es u n a tendencia profundam ente a r r a i gada en el alm a hum ana : m illares de seres se han esforzado en ap a g a r cuanto pudieran sus deseos, en la ín tim a persuasión de que p a ra ellos re su lta ría un bien infinitam ente m ás precioso la lib ertad in terio r, la paz del alm a, ese estado que, según la frase de los antiguos, se asem eja a la superficie perfectam en te lisa de un m ar sin oleaje (galenism os). Pero, ¿es eso todo? Tengo mis altram uces, mi vaso de agua y mi capa. He calmado, en hipótesis, todo vano deseo. ¿ Soy feliz ? ¡ Ay !, queda todavía el tem or. E l tem or a los dioses, el. tem or a la m uerte, el tem or al sufrim iento. ; E l tem or a los dioses ! Acaso parezca absurdo al hom bre moderno, que ha dejado de ser un anim al religioso. P ero b asta con poseer alguna experiencia de la religión p a ra saber con cu á n ta fuerza y h asta qué profundidad ese tem or penetra en el alm a. E l hecho básico de la religión es el sentim iento del te rro r, y corno de h o rror sagrado, que se experim enta al contacto, o incluso a la sola aproxim ación, de ese ser radicalm ente “ d istin to ” que es la D ivinidad. E sa a lte rid a d fu n d am en tal de lo divino es, en realidad, inexpresable. Nos lim itam os a tra d u c irla por dife rencias secundarias : lo sagrado en oposición a lo pro fano, lo puro fren te a lo im puro. lío s damos cuenta
de que ese algo sagrado pertenece a otro dominio, de que es im posible tocarlo o expresarlo. Y sentim os tam bién que fren te a esa pureza absoluta, nosotros somos esencialm ente im puros. De ahí viene la noción de pecado, de m ancha, común a todas las religiones. Toda desgracia que nos abrum a, las catástro fes que 0
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v\ ¿ aiqureq p 'a^sgd u[ ‘sojafntu siq tb naaBq guerra, todo ello nos, parece ser el resultado de una fa lta que liemos cometido y que lia irrita d o a los dioses. Desde entonces vivimos continuam ente en el tem or de h ab er ofendido a la D ivinidad. Si, por o tra parte, creemos en una vida fu tu ra , en la que seremos felices o desdichados según haya sido nues tro com portam iento en la tie rra , esos tem ores no sólo ten d rá n por objeto la vida presente, sino nues tr a su erte postum a. Y como consecuencia puede su ceder, y en efecto sucede todos los días, que personas profundam ente religiosas sólo obtengan de la re li gión incesantes sufrim ientos. La religión es para, ellas un peso. Y quien las libere ele este peso a p a re cerá a sus ojos como un salvador. T al fué E picuro. Su p rin cip al m érito a los ojos de muchos, por ejem plo a, los ojos del escritor latin o Lucrecio, fué p re cisam ente el haber em ancipado a los hom bres del tem or a los dioses. Ahora bien, ¿p o r qué, según E picuro, los dioses no son tem ibles? Porque no pueden ejercer ninguna acción sobre los acontecim ientos del mundo. E sto se dem uestra de dos m aneras. P o r u n a p arte, esos acon tecim ientos dependen en su to talid a d de causas ma-
teriales : los . átom os en movimiento, y el azar que liace que esos átom os se encuentren en u n a infinidad de modos im previsibles. E picuro es un puro m ate ria lista . Γογ o tra p arte, así lo quiere la n atu raleza m ism a de los dioses. E n efecto, si existen, son feli ces. Y si son felices, no tienen ninguna preocupa ción. ¿Cómo suponer, pues, que se im pongan el t r a bajo de gobernar el m undo y los quehaceres hum a nos? E l prim er “ precepto soberano” de E picuro es el de que “ el ser feliz e in m o rtal no conoce trasto rn o s ni los causa a los demás : y por lo ta n to no es sus ceptible ni de cólera ni de te rr o r” . E l tem or a la m uerte es com pletam ente vano. Al m orir, el hom bre se disuelve. Y lo que se ha disuelto carece de sensaciones. E n cuanto al sufrim iento, o bien dura, y enton ces es tolerable, o es intolerable y entonces no d u ra : o cesa o nos m ata. E l epicúreo, por consiguiente, es libre. No tiene ni deseo ni tem or. E s libre de ocuparse de su alm a y de cuidarla, en com pañía de algunos amigos en tre gados como él a ese mismo m enester. V ivir ta n lejos como se pueda de todo negocio, reh u sar todo cargo y toda función, buscarse algunos am igos seguros que com partan n u estras m ism as repugnancias y hayan elegido, como nosotros, dedicarse por entero a la te rap éu tica del alm a, he aquí el ideal de lib ertad in te rio r, según lo concibe el epicureism o. Y todavía abun dan, los epicvtreos a nuestro alrededor. E l últim o método, decíamos antes, consiste en tra n sfo rm a r los deseos. No hay medio de cam biar la _
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re alid ad que n o s ■hace su frir; pero, ¿qué o cu rriría si a esa re alid ad la juzgáram os buena, buena por n a turaleza, por u n a cualidad inherente a su mismo ser? La sab iduría, ¿no co n sistiría entonces en conform ar se con lo re a l? E sta es la solución estoica, que lia ejercido un in dujo decisivo sobre el pensam iento humano. A decir verdad, el estoicism o no la inventó : y a a n tes, P la tó n la había form ulado en nn famoso pasaje de las Leyes (X, ÍH)Í> b-d). Sufrim os, y ese sufrim ien to nos aparece como un desorden. P ero ese sen ti m iento que tenem os de un desorden proviene de que sólo consideram os una p arte de la realidad, sin con tem plar el Todo. Si consideram os el Todo, éste no puede presen tarse a. nuestros ojos m ás que como un Orden. Y quien dice orden dice un conjunto com puesto de p artes necesariam ente desiguales. Su des igualdad consiste en su d istin to grado de bondad. N inguna de ellas es la bondad perfecta. (Jada una es buena únicam ente en la p a rte que le corresponde, y ésta puede no sor más que el sim ple hecho de exis tir. P ero esas p arte s son todas necesarias p a ra com poner el Orden to tal, que es el único perfecto. E n consecuencia, todo desorden se reabsorbe en el orden. Kd m al no es m ás que un bien m enor, y ese m al p a r cial es indispensable si se quiere que el Todo exista. La sab iduría, por consiguiente, h a de cifrarse en la consideración del Todo (Marco A urelio, X II, 18, 2; l’lotino, II, í), 9, 75). La lib ertad in terio r consiste por lo ta n to en cam biar nuestros deseos, rublim ándolos y tra sla d á n d o — 59 —
los del plano individual al plano del universo. A spi ram os a ser personalm ente felices. ; In ú til afán ! H ay que querer la felicidad del Todo. Y puesto que el Todo es necesariam ente bueno, y por lo ta n to feliz, hay que aleg rarse de ese bien del Todo, de su p er fección y de su felicidad. “ Ponerse de acuerdo con la n atu ra leza u n iv ersal” : he aquí el único precepto de la ética. Es el único porque no se necesita otro. E n efecto, una vez de acuerdo con el universo, sólo puedo obrar de conform idad con ese acuerdo. Todas las reglas p artic u la res son por consiguiente inútiles. Poseo toda la sab id u ría y es im posible que realice ningún acto que 110 sea sabio. O se es totalm ente sabio o no se es sabio. Y si, puesto de acuerdo con el universo, soy to talm ente sabio, tam bién soy libre de o b rar a, mi antojo, gozo de una lib ertad total. E l resultado feliz o desdichado de mis actos me deja com pletam ente indiferente. Lo que cuenta es la forma, que les doy, y esta form a es excelente. Así se llega, a la indiferen cia absoluta. Todo está bien, puesto que todo ocurre según la ley del inundo, que es buena. Y 110 tengo que hacer o tra cosa que seguir ciegam ente la ley del m un do p a ra que todo cuanto me suceda, sea lo que fuere, me parezca ig u alm ente bueno. L a vida se convierte en un juego puro. No puede negarse que obro, puesto que vivo. P ero obro como el niño que juega a pelota y que no se preocupa m ás que de cogerla y de devol verla bien, sin pensar en gan ar la p artid a. Soy buen ciudadano, buen m arido, buen padre y buen amigo. Si veo a un hombre que se ha caído al m ar me a rro — 60 —
ja ré al ag u a p a ra salvarle. Si puedo p re sta r un ser vicio lo p restaré. P ero Tánicamente obraré así p a ra conform arm e a m i n aturaleza, que a su vez se con form a a la n atu ra leza universal, y en ningún modo p a ra cum plir u n deber, o p a ra hacer u n a buena ac ción, o p a ra lo g ra r un buen efecto. Si el hom bre se ahoga, tan to peor. S i el servicio que presto d a m al resultado, ta n to peor. T anto peor o ta n to m ejor: a decir verdad, no tiene im portancia. Todo está bien. E l mundo es bueno, y yo estoy de acuerdo con el mundo. Yo puede d ejarse de com parar esa a c titu d con la que im plica la frase de San A g u stín : A m a et fac quod vis. “ Ama a D ios” , es decir, som étete a Dios. Quiere todo cuanto Dios quiera. Considera bueno todo cuanto Dios decida, a sp ira a que se realice ple nam ente la orden de Dios, y entonces, “ haz lo que q u ieras” . Posees el am or — la caridad cristian a — y por consiguiente todo cuanto haces está bien. E s indudable que la fórm ula estoica conduce al ex tre mo de la lib ertad in terio r, y que al descubrir esa fórm ula el P ó rtico aportó al m undo un poderoso fil tro de paz. P ero hay u n a diferencia e n tre la a c titu d del sa bio y la actitu d del cristiano. L a a c titu d del sabio carece to talm en te de dinam ism o. L a cosa es evidente si se considera a los discípulos de E picuro. P ero no lo es menos en el caso de los estoicos. Sin duda es' exacto que el secreto de la felicidad consiste en su blim ar nuestros deseos, traslad án d o lo s del plano del yo al plano del Todo, ele la orden del Tocio. P ero —
ci —
este Orden, p ara el estoico, es un Orden puram ente e stá tic o ; lia sido establecido d e-an tem an o y existe p a ra siempre. E s perfecto tal -como es. No puede cam biarse nada, hay que aceptarle ta l cual. Todo cuanto sucede está bien. Toda la cadena de los acon tecim ientos, esa cadena de la F atalid ad , expresa una N ecesidad perfectam ente sabia y ju sta y perfecta m ente ordenada. No tengo que hacer otra cosa que someterme, y desde el momento en que me someto alcanzaré la sab id u ría y la libertad. Pero en el fondo, ¿ p a ra qué obrar aún, si mi acción no debe cam biar n ad a en el orden de las co sas, y si, tan to si obro como si no, todo será ig u al m ente bueno? Torio debe ser como es y lo único que debo hacer es conform araie. E ntonces, dejemos que las cosas sean como son; dejemos p asa r til río
poso. Mi acción es necesaria a Dios. Soy, p a ra Dios, un colaborador indispensable. Si no obro, ta l o cnal alm a d ejará de salvarse. E l am or cristiano, la caridad cristian a, ha a p o r tado, pues, al m undo algo m ás que el estoicism o. E l sabio estoico, a suponer que sea posible y que ex ista, es indudablem ente lib re; pero sólo es libre con lib ertad de indiferencia. ¿A qué elegir esto y no aquello, si todo va a p a ra r a lo m ism o? E n el lím ite, e s a ,sab id u ría se confunde con la de E picuro : como ella, conduce a u na especie de n irv an a. E l cristiano que am a tam bién es libre. A m a et fa c quod vis. P ero en la m edida m ism a en que am a este am or le dicta su elección. “ La caridad de Jesu cristo me im p u lsa” , dice San Pablo (I I Cor., 5, 14) y P asca l: “ Jesu c risto estará en agonía h asta el ûn del inundo : no hay que dormii· d u ra n te este tiem po” .
NOTA A modo de apéndice, se incluyen a continuación algunos textos y aclaraciones. E l hecho común es la tendencia a en co n trar un principio que haga to ta l m ente independiente al sabio : este principio es la αυτάρκεια, o sea el estado en que uno se b asta enterainente a sí mismo.
E i 'ic u k o
(* )
“ La to ta l independencia es la, m ayor riqueza” , fr. 70 B. = 476 U. “ E l fru to m ás precioso de la to ta l independen cia es la lib e rta d ” , Gr. V. 77. “ Consideram os un gran bien la independencia to ta l, no porque queram os siem pre contentarnos con el m ínimo, sino p a ra contentarnos con ese m ínimo si no podemos ten er mucho, ten la ín tim a persuasión de que los que m ás gozan del lujo de la mesa son quienes menos lo necesitan, y que aquello que los (*) B. = B aile y , TJ. = U-sener, G. V. = Gnom-ologium Vatic aJinnij E p . — E p i s t u l a eon la n u m e ra c ió n de D iógeuc.s T h e re in . B n e s ta s c ita s la e x p re sió n “ t o t a l in d e p e n d e n c ia ” , tra d u c e , a f a lta de o t r a m e jo r, e l té rm in o g rie g o αύτάρκεΐκ. — Ü4 —
deseos n atu ra les exigen es fácil de obtener, y difícil de lo g rar aquello que reclam an los deseos vanos” . E p „ I I I , 130, cf. fr. 29 B. “ El estudio de la n atu ra leza no conduce a 1a. va nidad, n i a grandes efectos de voz, ni. a una osten tación de esa c u ltu ra de que los hom bres se envane cen a porfía : lo que enseña es la estim a de sí mismo, la to ta l independencia, y el no enorgullecerse m ás que de los bienes que en propiedad se poseen, y no de aquellos que _se deben a las circ u n sta n cias” , C t. V. 45 (*). “ E l que obedece a la n atu ra le z a y no a las va nas opiniones es independiente en todo (έν πδσιν αυτάρκης). E n efecto, por lo que se refiere a las exi gencias de la natu raleza, por poco que posea uno es rico, m ien tras que, en com paración con los ape tito s ilim itados, la riqueza, por grande que sea < j i o es riqueza, sino p o b r e z a ^ ” , fr. 45 B. = 202 U., cf. G. V. 25. “ Cuando el sabio se ha. acomodado perfectam en te (**) al estricto mínimo necesario a la vida (βΐς τά άναγκαία), es más apto a d ar lo que tiene que a reci bir de los demás : ta n grande es el tesoro de la to ta l independencia que ha enco n trad o ” , G. V. 44. (*) C o n se rv a m o s con B ig n o n e el te x to d el m a n u s c rito : κομπούς y no κόμπου, σοβαρούς y 110 άφοβους (ÎJsen e r) ο άσοβάρουί (L eo p o ld ). (**) σ υ γ κ α ^ ί ς TJst'jier. Si se c o n se rv a , con B ig n o n e , la e x p re sió n σ υγχριθεί? d el m a n u s c rito , el s e n tid o e s : “ C u a n d o el sab io se lia co m b in ad o p e rfe c ta m e n te c o n . . . ” h a s tu. form ai* u n a p e rfe c ta m ezcla. — 05 —
“ U na vida libre (ελεύθερος β ίο ς ) no puede adqui rir muchos bienes, porque ello no es fácil sin conver tirse en servidor del populacho o de los m onarcas; y sin em bargo esa vida posee todos los bienes en con tin u a ab u n d an cia” , Gr. V. (37. H e aquí Analmente el testim onio de uno de los prim eros discípulos de Epicuro, ta l vez H erm arco : “ La vida de E picuro, si se la com para a la de los dem ás desde el punto de vista de la dulzura y de la to ta l independencia, parece Tina leyenda” , O. Y. 3G.
Los ESTOTOOH (*) La idea, de lib e rta d entre los estoicos tiene un doble valor. 'Por u n a p arte el sabio es libre en la m edida en que, como el universo (**), so b asta por entero a sí mismo. Ahora bien, se b asta a sí mismo porque po see la v irtu d , y la v irtu d se basta, p a ra la felicidad : “ Según Zenón, C risipo en el prim er libro Sobre las virtudes y H ecatón en el segundo Sobre los bienes, la v irtu d b asta p a ra la felicidad. Si, en efecto — dice C risip o — , p ara colocar al alm a por encim a de todo (*) VS. V. F . = S t o i a o r u m V c t c r u m F r a g m e n t a (te V on A rn im . Se c ita seg ú n el to m o y el n ú m e ro . (**) C risip o , έν τφ πρώ τφ περι προνοίας : “ E l m u n d o es el único que se dice to ta lm e n te in d e p e n d ie n te ( αυτάρκης) p o rq u e e s : e l ú n ic a q ue po see en sí m ism o to d o cuanto· n e c e s ita (el. P la tó n , Timeo', Γ>Γ> d 2). Se n u tr e y se a c r e c ie n ta d e su m is m a s u s ta n c ia , m ie n tr a s q u e to d a s s u s p a r t e s se c a m b ia n u n a en o t r a ” . >S. V. F ., I I , 604. — 66 —
b asta la grandeza, de alm a, aun no siendo m ás que una p arte de la v irtu d, la v irtu d en si es suficiente p a ra d ar la felicidad, y a que desdeña, además, aque llas cosas que son consideradas desgracias” (S. Y. F., I, 187 y I I I , 49). Desde entonces, por lo tan to , el sabio es to ta l m ente independiente. Lo es respecto a los grandes de este m undo: Zenón, enm endando la frase de Sófo cles (fr. 25;? X) “ aquel que se va a vivir ju n to a un tira n o se convierte en su esclavo, aunque hubiera sido hom bre libre cuando llegó” , decía: “ ...no se con vierte en esclavo, si al llegar era realm ente lib re ” , ya que, con esa expresión “ lib re ” entendía el hom bre sin miedo, de alm a grande, a quien nada abate (S. Y. F., I, 219). N ada puede obligar al sabio. Al decir de Zenón, “ antes se h u n d iría en el agua un odre henchido de aire que se fo rzaría a un sabio, quienquiera, que sea, a cometer un acto contrario a su voluntad : su alm a es inflexible e invencible, pues la recta razón le d a la tensión (*) de las fuertes doc trin a s ” (S. Y. F., I, 218). E l sabio, asimismo, es tam bién com pletam ente in dependiente respecto a. los bienes de la fo rtu n a : “ En el segundo libro Sobre los géneros (le vida, C risipo t r a ta tam bién de la cuestión de si liay que p reo cu p ar se por g an ar dinero, y enseña cómo debe com por ta rse el sabio en ese punto. ¿ P a r a qué te n d ría el sabio que g an ar dinero? ¿ P a ra vivir? La vida es cosa indiferente. ¿ P a ra p rocurarse placeres? E l pía(*)
L a p o n e te n s a com o u n m ú sc u lo : ένεύρωσε. — 67 —
cer tam bién le es indiferente. ¿ P a r a p ra c tic a r la v irtu d ? La v irtu d posee en sí m ism a todas las con diciones de la felicidad. Además, todos los medios que se em plean p ara gan ar dinero son despreciables. ¿S e dirige uno al príncipe? Tiene que cederle en todo. ¿ Se dirige uno a los amigos ? E s vender su am istad a cambio de un provecho. ¿P one lino precio a su sab id u ría? Es traficar con ella” (S. V. P., I I I , 685). E n u na p alabra, la v irtu d por sí sola nos p ro cura todo cuanto es necesario p a ra v iv ir: “ L a aiitarkeia es una disposición h ab itu al (εξίς) que se con te n ta con lo indispensable (άρκουμένη οΐς δει) y que po r sí misma pro cu ra todo cuanto es necesario p a ra la v id a” (S. Y. F., I I I , 272) (*). P o r o tra parte, el sabio es libre, e incluso es el único ser realm ente libre, porque obedece a la Ley divina, es decir a esa Razón universal de la que él mismo p a rtic ip a por su razón. Lleva en sí la huella de Dios, y, como está establecido en e sta conform i dad, o, en otros térm inos, en la sabiduría, es libre de o b ra r a su guisa. E n efecto, obra bien en todas las cosas. Como está conforme con la Kazón del mundo, y como ese consentim iento inicial confiere un carác te r específico a todos sus actos, estos actos son nece sariam ente buenos. De ello re su lta que el sabio es toico, según u n a p a rad o ja famosa, puede decirse que es el único ciudadano verdadero, el único verdadero pariente, verdadero amigo y verdadero hom bre libre. “ E n su República, Zenón ha dem ostrado que sólo el (*) E s t a 'es la d o c tr in a c o m ú n ü e la e sc u e la : cf. A n tip a tr o d e T a rs o , f r . 56, S. V. F ., I I I , p. 252, 30. — 6S —
ta m b ié n
sabio merece los nom bres de ciudadano, amigo, p a rien te y hom bre lib re ” (S. V. P ., I, 222). “ Sólo el sabio es hom bre libre y los no sabios son esclavos. E n efecto, la lib ertad es la fa cu ltad de obrar a su guisa (αύτοιτραγία), y la esclavitud es la privación de esa fa c u lta d ” ( I II, 355). A hora bien, esa fa cu ltad de o b rar a n u estra guisa deriva de n u e stra conform i dad a la Ley d ivina: en virtud de esa m ism a Ley, poseemos el derecho a decidir de nuestros propios actos ("). “ Todos cuantos viven según la. Ley son libres. E n efecto, la verdadera. Ley es el recto juicio que fue grabado en caracteres indelebles en n u estra razón in m o rtal por la in m o rtal n a tu ra le z a ” (S. V. F., I I I , 300). P o r ello sólo el sabio es lib re: el no sabio, p or el contrario, es esclavo a causa de su dis posición de ánim o servil (S. V. í'.. I I I , 593). V arios escritos de los siglos i y n de n u e stra E ra tienen por objeto esa noción de la lib ertad del sabio : el tra ta d o de F iló n titu lad o De la libertad de todo sabio (t. V I, Colín-W endland), el tra ta d o D e ¡a ver dadera nobleza (xepi εύγενείας), de P lu ta rco , los dis cursos de ¡>¡on Crisóstom o .Sobre la, esclavitud y Ιβ libertad (XIV-XV, t. I I , 6-1 y 65 A rn.), el extenso capítulo Sobre la libertad (TV, 1) -de los Diálogos de E picteto, y finalm ente una. inscripción ru p e stre g ra bada en un san tu ario de Apolo en P isid ia (**)· S ería in teresan te com parar estas obras y d em o strar el (*) νομι’μη επιτροπή, S. V. ΙΛ, I I I , 544. (**) H e r m e s , X X I I I (1S8S), p p . 542-54IJ (K a ib e l). A e s ta lis ta h a y que a ñ a d ir, n a tu r a lm e n te , los p a s a je s d e S én eca, M arco A u re lio, etc ., relativo-a a la lib e rta d . P a r a S é n e ca , v é a n s e so b re to d o E i 75, 18. D e P r o v i d e n t i a , 1, 5 ; 6 , G. — GO —
influjo que ejercieron en la vida e sp iritu a l bajo el Im perio (*). Tam bién seria in tere sa n te estu d iar la noción de lib ertad in terio r en E picteto. Se ha observado (**) que los térm inos ελεύθερος, ελευθερώ, ελευθερία se en cuentran tinas 130 veces en E picteto, o sea seis veces m ás que en el Nuevo Testam ento y dos veces m ás que en M arco Aurelio. E picteto, nacido esclavo, caído, en Roma, al servicio de E p afro d ita, liberto de Nerón, el cual, según algunas tradiciones, le m altrató , y luego, después de haber obtenido la libertad, desterrado a N icópolis (Epiro), sabía por experiencia qué es la esclavitud y cuanto m érito tiene, en sem ejante estado, conquistar la lib ertad del alm a. De ahí la insistencia con que tra ta de esa lib ertad y el acento de convicción con que h ab la de ella. Pero como no es posible seguir m ultiplicando las citas, nos lim itarem os, como conclusión, a trad u c ir
(*) E s in te r e s a n te o b s e r v a r q u e e sto s a u to re s , so b ro todo D ión C ris ó sto m o y E p ic te to (v é a n se lo s ín dic as de V on A rn im , p. MO5 y d e S c h e n k l), se v a le n a m e n u d o del eje m p lo d e .S ó c ra te s q u e es, para, ellos, el tip o m ism o d e l v e rd a d e ro sab io . ‘‘L o s filó so fo s d el P ó r tic o — <11c=e y a el e sto ico de la s T u s c u h m a e (TU, Π, 1 0 ) — h a n c o n se rv a d o e x a c ta m e n te la tra d ic ió n d e S ó c r a te s ” . L a f r a s e de la A p o l o g í a y d e la R e p ú b lic a (cf. supra, p. 52, n o ta (*) : “ N a d a m a lo a c o n te c e a l s a b io ” es c o n s ta n te m e n te r e p e tid a p o r el. P ó r tic o b a jo la fo rm a ,. “ N a d a malo· a f e c ta a l sabio*’, cf. S. V. E ., T il, 507 y ss., en p a r tic u la r 570 ( = C ic eró n , T u s c u l a n a s , 1ΓΙ, 10, 21) : A b e s i erg o a m p i a n t e a e g rit u d o (πάθος·). E s la fa m o s a ap a t h cia e s to ic a cuyo p e rfe c to m odelo p a s a a s e r S ó c ra te s . E l D e in ó n a x do L u c ia n o ex p re s a a m a ra v illa esa. m o d a (L u cian o , X X X V II, 20) : I n te r r o g a d o a c e rc a do la fe lic id a d , P e m ó n a x c o n te s ta : “ Sólo es fe liz el h o m b re lib re , es d e cir, a q u e l q u e no tiene· y a n i e s p e ra n z a n i te m o r de n a d a .” ; y é l mismo., c u a n d o le p r e g u n ta n c u á l es su filósofo p re ferido·, c o n te s ta : (JMd, ti2) : “ T o d o s1 so n d ig n o s do a d m ir a c ió n : p ero p o r m i p a r te v e n e ro a S ó c ra te s, a d m iro a D ió g e n es y m e g u s ta A r is tip o ” . A c erca d e iS ó c ra te s y de su m a n e r a d e c o n s id e ra r la ATid a com o u n juego· (ya en .P la tó n , B a n q u e t e , 216 d^-e), cf. · E p ic te to , D ie s., I I , 5, IS (d o n d e h a v q u e le e r M ele to s p o r Á n ito s ), IV , 7. 30-81, P lo tin o , lünn., I I I , 2, 15. (**) O ld fa th e r. en su e d ic ió n d e E p ic te to , L oeb C la ss ic a l L i b ra ry , I (1026), p . 'X V II . — 70 —
la inscripción de P isid ia que m ás a rrib a liemos m en cionado (*) : “ A la buena F o rtu n a. ” Lee, ex tran jero , y g an arás u n precioso viático cuando hayas aprendido que sólo es libre quien es libre de carácter. ¿Q uieres pesar la lib e rta d de un hom bre? C onsidera su natu raleza, si es libre por dentro, si sus juicios se fundan en la re cta razón: lie aquí lo que constituye la verdadera nobleza. F u n dándote en este criterio p a ra conocer la lib ertad de un hombre, considera necedad y sim pleza esa larg a sa rta de antepasados de que algunos se alab a n : no, no son los antepasados quienes fu n d a n la lib ertad de un hombre. E n efecto, no hay m ás que un solo antepasado p a ra todos, Zeus, y u n a m ism a ra íz p a ra todos, y un mismo barro ha servido p a ra todos. Quien ha recibido en dote un bello carácter es el verdadero noble y el verdadero hom bre libre. E n cambio, no temo llam ar esclavo, y aun tres veces esclavo, p or mucho que se vanaglorie de sus an te p a sados, al hom bre vil que sólo posee un alm a cobarde. ’’E x tran jero , de una m adre esclava nació .Epic teto, esa ág u ila en tre los hom bres (**), ese esp íritu ta n famoso por su sabiduría. ¿Cómo debo llam arlo? F u é un hom bre divino. Q uiera el cielo que todavía hoy, en respuesta a los votos del universo, naciera de m adre esclava un hom bre sem ejante a aquél, po deroso socorro y m aravilloso motivo de gozo p ara los m ortales.” (*) (**)
V éase p á g . 00. αίε[τός] S tc r r e t : ώγε[μών] K a ib el, “ ese g u ía d e lo s h o m b r e s ” . — 71 —
INDICE Pâgs.
In troducción
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I. — L a lib ertad política TI. — C rítica filosófica de I I I . — Χλ lib e rta d in te rio r
.................................................. la idea de lib e rta d del
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5 9 29
sabio .........................
48
N ota ....................................................................................
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