Capítulo I EVOLUCION GENERAL DE LA NOCION DE HISTERIA HASTA CHARCOT
Para captar lo que constituye la originalidad de los trabajos de Charcot y de sus alumnos me parece indispensable bosquejar de entrada a grandes rasgos lo que fue la histeria para los autores que los precedieron, en qué contextos sucesivos se inscribió, cómo quedó progresivamente delimita da en el campo de la clínica.1 Lo que por cierto no ocurrió de una mane ra lineal: la histeria vio variar su concepción y su extensión a lo largo del tiempo, acompañando a diferentes perspectivas, a los prismas a tra vés de los cuales se observaban y comprendían los fenómenos. Tampoco se trata de hacer la historia en las distintas épocas de lo que nosotros llamamos histeria (enfoque que en el trabajo de Veith surge inextricable y sin gran interés), sino de lo que se designaba con esa palabra desde los orígenes griegos de la medicina, echando circunstancialmente al pasar una mirada a aquello que puede igualmente tener que ver con el significa do que nosotros le damos al término.
La histeria y la hipocondría hasta Sydenham Desde Platón e Hipócrates hasta ese fin del siglo XVII en el que Syden ham cambió las concepciones recibidas en cuestión de histeria, aparente mente el foco esencial del concepto de enfermedad histérica estuvo cons tituido por la gran “crisis”. Durante esos veinte siglos, la histeria fue concebida como una enfermedad propia de la mujer (de donde surgen la constancia con que se la atribuyó a un desorden uterino y su nombre mismo), dolencia que se manifestaba en paroxismos: sensación de que 21
una bola (globus hystericus), partiendo del vientre, ascendía al epigas trio, donde provocaba una impresión de ahogo o vómitos, y después al tórax y al cuello (ansiedad precordial, palpitaciones, disnea), llegando a la cabeza, afectada entonces de dolor, pesadez, somnolencia letárgica, o convertida en fuente de convulsiones epileptoides en todo el cuerpo, con o sin pérdida de la conciencia. Si se describe un cierto número de sínto mas particulares (trastornos sensitivos, sensoriales, motores, desórdenes funcionales viscerales), ello se hace en tanto que preceden o acompañan al acceso, o se encuentran estrechamente vinculados con él; por otra par te, existen naturalmente formas parciales de crisis que no llegan al sín cope o a las convulsiones. Finalmente, poco a poco se adquirió la cos tumbre de atribuir a la histeria y a la matriz diversos síndromes que se encontraban en las mujeres reputadas como histéricas, sin que por ello fueran objeto de una descripción sistemática: se trata sobre todo de rela tos anecdóticos. Por lo demás, la clínica como disciplina autónoma de observación y de descripción no existía todavía en esa época, en la que se interpenetraban sin límites claros la forma mórbida y la imagen me tafórica que a la vez la explicaba y la generaba. A medida que las doctri nas empiristas2 se aseguraban un dominio que encontró el apoyo del de sarrollo de las ciencias exactas, en el estudio de las enfermedades se afir mó la parte de clínica descriptiva. Ese proceso no desembocará en funda mentos realmente seguros hasta fines del siglo XVIII, en particular con Philippe Pinel. Hasta Charles Lepois (1618), la histeria siguió siendo concebida co mo efecto de desórdenes uterinos. Ya no se trataba por cierto de peregri naciones de la matriz, un verdadero animal vivo poseído por el deseo de engendrar niños, que se agitaba en todos los sentidos en el cuerpo (cri sis) con el furor de una frustración intolerable. El mito platónico del Timeo, que Hipócrates todavía retomaba, había cedido el lugar en la doctrina galénica de los humores a los efectos deletéreos de la retención de las reglas o del “esperma femenino”; un humor (un vapor, como se dirá más tarde) sutil irritaba y anonadaba los nervios y los centros ner viosos, causando los síntomas del “mal de matriz”.3 Cuando Lepois considera a la histeria una enfermedad cerebral primitiva (idiopálica y no simpática, como lo sería si resultara del trastorno de otro órgano, en este caso el útero), cercana a la epilepsia y común a los dos sexos, in troduce una concepción tan revolucionaria que tendrá que pasar más de medio siglo para que se imponga con Willis y Sydenham. Veremos que hasta mediados del siglo XIX todavía seguirá habiendo partidarios de la antigua doctrina. Las consideraciones clínicas de Lepois son por lo de más bastante notables, pues, si bien continúa describiendo de entrada y por sobre todo la crisis, reconoce también una multitud de síntomas bien individualizados: trastornos sensoriales (ceguera, sordera), sensiti 22
vos (anestesias cutáneas, dolor de cabeza, dolores diversos), motores (afonía , parálisis, contracturas, temblores), vegetativos (palpitaciones car díacas, angustia precordial, disnea). En 1667, Willis, célebre por sus estudios sobre la anatomía del cere bro y de los centros nerviosos, retomó naturalmente las concepciones de Lepois. En efecto, no queda duda alguna de que el interés creciente que suscitaban las funciones del cerebro y del sistema nervioso, y las nocio nes progresivamente más precisas de las que se disponía entonces sobre ese tema,4 iban a llevar a cambiar la concepción causal de todo un gru po mórbido, y en particular de la histeria. En su controversia con N. Highmore (quien, abandonando también la teoría uterina, consideraba la histeria como una enfermedad general debida a una perturbación de la composición de la sangre) Willis abordó asimismo el problema de la hi pocondría, que había planteado igualmente su contradictor. Sólo cuarenta años antes (1630) Sennert había separado de la melancolía ese síndrome descripto desde Hipócrates y Galeno. El término melancolía abarcaba una multitud de estados mórbidos unificados por la imagen metafórica de la bilis negra (etimología de la palabra melancolía) que difundía en el organismo su veneno siniestro: esencialmente estados de tonalidad de presiva y ansiosa, desde lo que nosotros llamaríamos melancholia o de presión hasta los delirios de tonalidad triste (persecución, posesión, in fluencia, celos, culpabilidad o falta, ruina, destrucción del mundo), pa sando por estados de angustia de todo tipo o incluso por el simple “tem peramento melancólico” o “atrabiliario” (propensión a la tristeza y al pesimismo, a la misantropía). Por extensión, con frecuencia se asocia ban a ese conjunto estados delirantes de otro matiz (megalomaníaco, místico, erótico) en cuanto presentaran el carácter parcial que constituía el segundo polo de esta vasta noción: en lo que no concerniera a su deli rio, y en el interior mismo del delirio, el enfermo seguía siendo lúcido, con sus aptitudes intelectuales intactas, a diferencia de lo que ocurría en las manías (estados de excitación de toda naturaleza) y las demencias (es tados de incoherencia y debilitamiento intelectuales). Al principio se denominó en consecuencia melancolía hipocondríaca a un estado de tristeza y de preocupación ansiosa concerniente a la salud, con ideas de incurabilidad, tentativas terapéuticas incesantes y abortadas, todo ello centrado en una multitud de síntomas corporales que giraban en tomo de la región de los hipocondrios, esencialmente trastornos digesti vos (dolores de estómago, pesadez, acidez, hinchazón, borborigmos, eructos y gases, a veces vómitos, constipación, diarrea, alternancia de fal ta de apetito y hambre imperiosa), pero también palpitaciones cardíacas, ahogos, cefaleas y cenestopatías cefálicas (zumbido de oídos, sensacio nes de pesadez, de vacío, de plenitud, de consunción, etcétera). De modo natural se atribuía ese estado a desórdenes de los órganos de los hipocon •23
drios (hígado, estómago, bazo) y a los humores viciosos que se despren derían de esos órganos perturbados en su funcionamiento. Sennert con servó esta explicación, pero separando la afección hipocondríaca, esen cialmente constituida por trastornos funcionales viscerales y su repercu sión psíquica, de la melancolía hipocondríaca, estado delirante en el que el enfermo injertaba, en trastornos del mismo tipo, ideas más o menos caprichosas que iban desde la certidumbre firme de estar afectado de tal o cual enfermedad hasta el delirio de influencia, hasta ideas de posesión y de habitación demoníaca o zoantrópica del cuerpo, o hasta el futuro sín drome de Cotard (delirio de las negaciones). Es por lo tanto la hipocon dría simple lo que Willis considera igualmente como una afección cere bral idiopática, que perturba simpáticamente los órganos viscerales por intermedio del sistema nervioso vegetativo.
Sydenham y la unidad del grupo de los vapores El terreno estaba entonces preparado para la gran mutación que operó Sydenham en 1681, en su respuesta a una carta de W. Colé,5 quien le insistía en que hiciera públicas sus observaciones y su convicción acerca de “las enfermedades llamadas histéricas”. En ese momento en el apogeo de su gloria, el “Hipócrates inglés” estaba en la fuente del movimiento de renovación que un siglo más tarde se desarrollaría en los inicios de la medicina moderna; al referirse a Hipócrates por encima de la obra de Ga leno, trataba de promover una medicina de observación, liberada de dog mas y sistemas, más bien avara de prescripciones (método denominado expectante), más preocupada por reglas higiénicas y profilácticas que por el activismo terapéutico intempestivo. Su metodología rigurosa inspira rá en gran medida a su alumno Locke,6 quien extraerá de ella las tesis generales que constituyen el eje de su filosofía, origen del sensorialismo empírico y de la psicología asociacionista del siglo siguiente. Sydenham propuso en consecuencia la síntesis de hipocondría e his teria: en ambos casos se trataría de la misma enfermedad, denominada de modo diferente según el sexo del enfermo: “Todos los Antiguos han atribuido los síntomas de la afección histérica al vicio de la matriz. Sin embargo, si se compara esta enfermedad con la que se denomina común mente en los hombres afección hipocondríaca o vapores hipocondría cos, y que se atribuye a obstrucciones del bazo o de otras visceras del bajo vientre, se encontrará una gran semejanza entre ambas enfermeda des."7 El conjunto de los dos “vapores”8 representa entonces “la más fre cuente de las enfermedades crónicas (...) es decir la mitad (de éstas). En efecto, son muy pocas las mujeres enteramente exentas de ella, con la 24
excepción de las que están acostumbradas a una vida dura y laboriosa. (...) E incluso entre los hombres, muchos de los que se dedican al estu dio y llevan una vida sedentaria, están sujetos a la misma enfermedad.”9 Fuera del énfasis puesto en la influencia de las costumbres y del modo de vida, que va a constituir una constante en el pensamiento médico has ta mediados del siglo XIX, es preciso observar que la constitución del grupo de los vapores se justifica por la atribución explícita al sistema nervioso (desorden de los “espíritus animales”, denominación cartesiana del agente nervioso) de la patogenia del trastorno: ello es lo que permite la aproximación de las dos entidades y la crítica de su bipartición sexual (sobre todo para la histeria; la hipocondría siempre fue considerada una enfermedad común a los dos sexos, aunque más frecuente en el hombre). Si bien, por lo tanto, la herencia de Lepois y Willis es claramente perceptible en Sydenham, la fusión de las dos enfermedades reposa sin embargo en un decisivo cambio de énfasis en la consideración de los trastornos histéricos; en adelante la esencia ya no está tanto en la crisis como en la multitud de pequeños síntomas “nerviosos” acumulados en la observación a lo largo de siglos y con frecuencia efectivamente idénti cos a los que se describen en los hipocondríacos: cefaleas (“clavo histéri co”), palpitaciones cardíacas, disnea, trastornos digestivos y urinarios (poliuria límpida por acceso), dolores diversos (nefríticos, abdominales, dorsales, dentales), sensaciones de calor y frío, insomnio. Finalmente, los trastornos del carácter, observados con mucha perspicacia: “Ahora bien, aunque las mujeres histéricas y los hombres hipocondríacos estén extremadamente enfermos del cuerpo, más aun lo están del espíritu, pues desesperan absolutamente de su curación, y si a uno se le ocurre darles la menor esperanza, montan en una gran cólera, de modo que esa desespera ción es esencial de la enfermedad. Por otra parte, se llenan el espíritu de las ideas más tristes, y creen que les esperan todo tipo de males. Se abandonan, por el menor motivo, e incluso sin ninguno, al miedo, a la cólera, a los celos, a las sospechas y a las pasiones más violentas, y se atormentan sin cesar a sí mismos. No pueden soportar la alegría, y si sucede que se regocijan, ello es muy poco frecuente, y por algunos mo mentos; incluso esos momentos de alegría les agitan tanto el espíritu que hacen que las pasiones sean las más afligentes. No conservan nin gún término medio, y sólo son constantes en su liviandad de carácter. Ora aman en exceso, ora odian sin razón a las mismas personas. Si se proponen hacer algo, cambian en seguida de proyecto, y emprenden todo lo contrario sin darle de todas maneras acabamiento; en fin, no tienen determinación y son tan indecisos que nunca saben qué partido tomar, y sobrellevan una inquietud continua. (...) Se sabe también que las muje res histéricas ríen o lloran inmoderadamente sin ninguna causa evidente. (...) La noche, que es para los hombres un momento de reposo y de 25
tranquilidad, se convierte para los enfermos de los que hablamos, lo mismo que para los supersticiosos, en ocasión de mil penas y mil te mores, a causa de los sueflos que tienen, y que por lo común giran en tomo de muertos y de aparecidos”.10 Sydenham no ignora sin embargo la integridad mental de esos enfermos, muy diferentes de los alienados: “Ello no les ocurre solamente a los maníacos y a los locos furiosos, si no a gente que, fuera de esto, es muy cuerda y considerada, y que tiene una penetración y una sagacidad extraordinarias.”11 Por lo demás, cuida de precisar el aspecto secundario de los trastornos psíquicos con relación a los desórdenes nerviosos: “Es cierto que un estado tan triste no es algo que afecta a todas las personas atacadas por la enfermedad de la que ha blamos, sino solamente a aquellas que experimentan desde hace mucho tiempo los más rudos asaltos, y que por así decir están abrumadas.”12 En suma, la histeria comienza con Sydenham a tomar el aspecto que adquirirá a continuación con Briquet y Charcot, quien lo sistematizará en la doctrina: trastornos paroxísticos espectaculares que se elevan sobre un fondo, un terreno “nervioso” particular (“estigmas” de Charcot). Ese fondo neuropático es común a la histeria y a la hipocondría: él permite su fusión y en adelante va a reglar la evolución de sus conceptos. Con los vapores, el siglo XVII se da así un concepto homólogo a la noción moderna de neurosis, aunque la correspondencia no debe enmascarar la disparidad de los contextos y de las concepciones, ni la imposibilidad de superponer efectivamente las dos ideas. Por otra parte, es preciso subrayar la concepción patogénica de los síntomas tal como se desprende de las concepciones de Sydenham: va mos a volver a encontrarla sin cambios hasta Charcot, y su disolución constituyó la condición de posibilidad misma de los descubrimientos freudianos, que al mismo tiempo los hacía necesarios. Como dice Sydenham, “la afección histérica no es solamente muy frecuente; tam bién se muestra bajo una infinidad de formas diversas, e imita casi todas las enfermedades que afectan al género humano, pues sea cual fuere la parte del cuerpo en la que se encuentra, produce enseguida los síntomas propios de esa parte. Y si el médico no tiene mucha sagacidad y expe riencia, se equivocará fácilmente, y atribuirá a una enfermedad esencial, y propia de tal o cual parte, síntomas que dependen solamente de la afec ción histérica.12bis (...) Sería interminable tratar de informar aquí sobre todos los síntomas de la afección histérica, a tal punto son diferentes, e incluso contradictorios entre sí. Esta enfermedad es un Proteo que adopta una infinidad de formas diferentes, es un camaleón que cambia sin cesar de colores.”13 Para que esto sea así hay una importante razón: la histeria es una enfermedad del sistema nervioso y el sistema nervioso está pre sente en todo el cuerpo, regula y controla todas las actividades corpora les, está interesado en toda manifestación patológica. Los síntomas his 26
téricos reproducen simplemente los síntomas de todas las enfermedades porque representan la patología funcional de todos los órganos. Lo úni co que tienen “de particular entre todas las otras enfermedades es que no siguen ninguna regla, ningún tipo uniforme, y sólo constituyen un con junto confuso e irregular.” 14 De modo que, durante dos siglos, nada di ferenciará verdaderamente un trastorno histérico de un trastorno orgánico, salvo su desarrollo (condiciones de aparición, evolución, declinación) y su repercusión general en el organismo: como regla, los síntomas histé ricos no alteran el estado general. Así, una parte importante de lo que nosotros reconocemos como histeria fue ignorada por los médicos de esa época; del mismo modo, mucho de lo que le atribuían (como los ede mas elásticos que señala Sydenham y que retomará Charcot) no nos pa rece que le sea propio. Un mejor conocimiento del sistema nervioso hi zo posible la nueva concepción, así como nuevos progresos en ese cam po habrían de disolverla dos siglos más tarde: la evolución de las doctri nas y de los conocimientos en un dominio interactúa infaltablemente con los campos vecinos. Paralelamente a la esencia nerviosa que reconocía en la afección, Sydenham iba a insistir mucho en la importancia etiológica de las cau sas morales, de las pasiones, como agente principal de las perturbacio nes del equilibrio nervioso: “Las causas antecedentes15 de esta enferme dad son con la mayor frecuencia agitaciones violentas del alma produci das súbitamente por la cólera, la pena, el temor o por cualquier otra pa sión análoga. Así, cuando las mujeres me consultan sobre alguna enfer medad cuya naturaleza yo no podría determinar mediante los signos ordi narios, siempre tengo el cuidado de preguntarle si el mal del que se que jan no las ataca principalmente cuando están apenadas o su espíritu está perturbado por alguna otra pasión. Si confiesan que es así, entonces es toy plenamente seguro de que su enfermedad es una afección histéri ca.”16 A la recíproca, la importancia de la etiología afectiva explica el predominio femenino de la enfermedad: “A ello se debe que haya muchas más mujeres atacadas de vapores que hombres, dado que las mujeres son naturalmente más delicadas, y de un tejido menos ceñido y firme, y es tán destinadas a funciones menos penosas, mientras que los hombres tienen un cuerpo robusto y vigoroso, porque deben realizar trabajos grandes y rudos.”17 No obstante, Sydenham es parco en explicaciones etiopatogénicas. En el siglo siguiente, por el contrario, si bien la corriente dominante re tomó sus concepciones clínicas y sobre todo la síntesis de los dos va pores, iban a encontrar libre curso los sistemas explicativos más o me nos fantásticos y sus corolarios terapéuticos:18 tal es el caso de los céle bres tratados sobre los vapores de Raulin (1758) y de Pomme (1760). Algunos autores siguieron conservando la distinción entre las dos enti27
dudes y el carácter puramente femenino de la histeria: veremos el resur gimiento de esta opinión en los nosógrafos de fines del siglo y sobre to do en Pinel. El gran tratado de Robert Whytt (1764),19 célebre a justo título porque se trata indisputablemente de la mejor obra publicada en esa época sobre ese tema, pareció introducir, por el contrario, concepcio nes más originales, que se encuentran en el origen de lo que prevalecería a mediados del siglo XIX como solución a la polémica entre las dos grandes corrientes, la proveniente de Sydenham y la que iniciaron Sauvages y sobre todo Pinel con su retorno a las tesis de los Antiguos. En efecto, además de retomar a las ideas de Sydenham, tanto en lo que con cierne a la concepción general sintética de la enfermedad como en lo re ferente a la semiología, por lo demás estudiada muy detalladamente, y a la patogenia, Whytt propone una tripartición interna de los vapores, en el nivel de lo que nosotros llamaríamos formas clínicas: “Las personas afectadas de los males que acabo de mencionar, algunas de las cuales me recerían ser calificadas de nerviosas mucho más que otras, pueden formar tres clases. La primera clase estará compuesta por personas que, aunque ordinariamente gozan de una buena salud, son no obstante, a causa de la delicadeza de su sistema nervioso, muy susceptibles a ser atacadas por violentos temblores, palpitaciones, síncopes y convulsiones, al ser afec tadas por el pavor, la aflicción, la sorpresa o cualquier otra pasión, y ca da vez que una de las partes más sensibles del cuerpo sea vivamente irri tada o afectada de una manera desagradable, por cualquier causa. ”La segunda clase estará formada por personas que, además de ser ata cadas por las enfermedades antes expuestas sufren casi siempre más o menos de los males que siguen: indigestiones, gases en el estómago y los intestinos, la bola en la garganta, el clavo histérico, vértigos, dolo res de cabeza pasajeros, una sensación de frío detrás de la cabeza, fre cuentes suspiros, palpitaciones, espíritu inquieto, agitado, y a veces, flujos abundantes de saliva o de orina descolorida, etcétera. ”La tercera clase incluirá a las personas que, con una sensibilidad menos exquisita, o menos movilidad en el sistema nervioso en general, no sufren casi nunca palpitaciones violentas, síncopes, movimientos convulsivos causados por el miedo, la aflicción, la sorpresa u otras pa siones. Pero como los nervios de su estómago y de sus intestinos se en cuentran en un estado desordenado o enfermizo, se quejan casi continua mente de indigestión, eructos y comidas que repiten, gases, falta de ape tito o de hambre muy grande, constipación o desviación, de rubores y calores que les suben al rostro, de vértigos, opresiones, desfallecimien tos que relacionan con el pecho, de desaliento, ideas desagradables, in somnio o sueno turbado, etcétera. "Los síntomas de los enfermos que se encuentran en la primera de las tres clases precedentes pueden denominarse simplemente nerviosos; a los 28
de la segunda clase se los puede llamar histéricos, para adecuarse al uso; en fin, los de la tercera clase se llamarán hipocondríacos.”20 Esta idea de conservar la denominación de histérico o hipocondríaco para los síntomas mejor individualizados de los dos síndromes y de lla mar simplemente “nervioso” al fondo común de hiperactividad nerviosa difusa va a seguir durante tres cuartos de siglo afiligranando las grandes controversias, antes de que Cense y Sandras se impusieran a mediados del siglo XIX.
Los nosólogos y el retorno a la diferenciación de los dos vapores Al iniciar una actividad de observación en la que los diferentes hechos patológicos eran sistemáticamente confrontados y comparados entre sí, Sydenham aspiraba de modo explícito a constituir cuadros clasificatorios, guías para quienes pusieran en práctica esa nueva concepción tera péutica que tendía más a ayudar a la naturaleza que a reemplazarla. Para todos los promotores de ese renacimiento médico, el observador, en efecto, tenía más acceso al orden de los fenómenos, de las manifestacio nes exteriores, que al de las esencias, de las realidades patológicas ocul tas e inabordables, de modo que tenía que explorar del modo más ex haustivo posible el nivel de las apariencias que, si bien era distinto del de las realidades últimas, conservaba con ellas un “paralelismo” sufi ciente como para justificar el esfuerzo de capitalizar un saber siempre aproximativo pero sin embargo pragmáticamente sustancial. La prudencia terapéutica se adecuaba a esa posición epistemológica: aquel a quien el orden de las causas últimas le será siempre inaccesible considerará más oportuno ayudar al movimiento natural que tratar de intervenir “a ciegas” en un proceso después de todo conducido por la Providencia 21 Fue en consecuencia natural que el esfuerzo nosológico se concretara hacia fines del siglo XVIII: iba a inspirarse en gran medida en el ejem plo de la botánica y de las clasificaciones de Linneo, y después de Buffon.22 En 1761, Boissier de Sauvages publicó su Nosología Methodica, traducida del latín al francés diez años más tarde, que ejercerá una in fluencia muy fuerte en los autores ulteriores. Es lógico que una buena clasificación se apoye todo lo posible en las diferencias que permiten la caracterización de las clases, de los géneros y de las especies que la cons tituyen. Así, a contrapelo de la empresa sintética de Sydenham, se verá que Sauvages distingue y opone la hipocondría y la histeria haciendo pie en los elementos de esos dos cuadros morbosos que permiten diferenciar los mejor.23 De modo que, sin dejar de reconocer su común naturaleza nerviosa, opone: 29
la histeria, que clasifica entre las enfermedades convulsivas o espnsmódicas, volviendo en consecuencia a la concepción clásica, que cen tra el concepto en la crisis paroxística; —la hipocondría, que ubica entre las vesanias (enfermedades que l>crturban la razón), junto a las enfermedades mentales, los trastornos patológicos del comportamiento y los trastornos sensoriales. En esa última clase (“alucinaciones”: el término no tiene todavía el sentido moderno que le conferirá Esquirol) ocupa su lugar “la hipocon dría, enfermedad crónica, acompañada de palpitaciones del corazón, de comidas que repiten, de borborigmos y de otros males leves que cambian sin ninguna causa evidente, y que no obstante hacen que el enfermo te ma por su vida. (...) Los hipocondríacos tienen por otra parte el espíritu sano, y sólo se extravían en cuanto al juicio que les merece su enferme dad. Su alucinación sólo gira en tomo de su salud, que creen mucho peor de lo que es en realidad, y que ellos debilitan por una atención demasiado escrupulosa a su estado, y por la aflicción a la cual se entregan. (...) De ello resultan las flatulencias, la comida que repite, los borborigmos, los dolores de los hipocondrios, los vómitos ácidos, acres, biliosos, atrabiliarios, la constipación, el sueño inquieto, agitado, la delgadez, et cétera.”24 Su pasaje por la unidad de los vapores, por lo tanto, transformó pro fundamente la concepción y la descripción de la hipocondría: el énfasis aparece en las perturbaciones psicológicas que Sydenham consideraba se cundarias. La hipocondría inicia así su retomo al seno de la melancolía y de los delirios parciales tristes, de donde la había sacado Scnnert un siglo y medio antes. El síndrome visceral pasó a ser secundario respecto de la ansiedad, el miedo a la enfermedad y la depresión; está lejos de definir el cuadro. En cuanto a la histeria, se aproxima a la concepción antigua, si bien la noción de histeria masculina subsiste, justificada por el carácter nervioso reconocido a sus manifestaciones. Los argumentos de Raulin25 y de Whytt26 aún estaban sin duda presentes en los espíritus y retardaron el retomo ineluctable a las teorías uterinas. En 1775, Cullen, uno de los más grandes médicos ingleses de su época, publicó a su vez una nosografía, en la cual distinguió cuatro gran des clases de enfermedades, entre ellas la neurosis, término que creó pa ra designar todas las enfermedades sin fiebre ni lesión local verificada: le parecía que los trastornos de este tipo resultaban de una disfunción ner viosa local o general (lo que corresponde casi a la concepción de los va pores de Sydenham). Si bien considera a la histeria y la hipocondría co mo dos neurosis, las opone con un espíritu muy conforme al de Sauva30
Res, pero, sobre todo, retoma, en lo que concierne a la histeria, la teoría uterina, extendida ul conjunto de los órganos genitales de la mujer. La histeria aparece así como una neurosis esencialmente convulsiva, una al'ccción nerviosa simpática respecto de un dafio de los órganos genitales Icmeninos y en conmxuenciu exclusivamente femenina —bien diferen ciada |nh lo tanto do la hipocondría, afección cerebral idiopática (primiti va) t
I .a descripción clínica de la histeria sigue adecuándose en todos sus puntos a la concepción clásica de antes de Sydenham: sensación de bola ascendente que parte de la matriz, comprime el estómago, molesta la respiración y el funcionamiento del corazón (primer grado), ocasiona síncopes y convulsiones (segundo grado), incluso una “suspensión casi absoluta de la circulación y la respiración (...), palidez, insensibilidad, muerte aparente”32 (tercer grado). Sin embargo, la complicación posible con la hipocondría (y también con la melancolía y la epilepsia) no deja de observarse, del mismo modo que la dificultad, en ese tipo de casos, de “distinguir los síntomas que pertenecen a cada una de las enfermeda des”.33 En lo que concierne a la etiología, se encuentra una síntesis de los puntos de vista antiguo y moderno: “Una gran sensibilidad física o moral, el abuso de los placeres, emociones vivas y frecuentes, conversa ciones y lecturas voluptuosas, privación de los placeres del amor, des pués de haber gozado de ellos durante mucho tiempo, una disminución o supresión de la menstruación, leucorrea.”34 En cuanto a la hipocondría, la sintomatología asocia los muy clási cos trastornos abdominales, torácicos y cefálicos con diversos “males imaginarios”: “inquietudes, ansiedades, tristeza profunda, la desconfianza más recelosa, terror pánico por las causas más ligeras o incluso sin cau sa”.35 Pinel cita por otra parte extensamente a Stahl, “quizás el único que enseña a distinguirla de toda otra enfermedad nerviosa y que expone con justeza y profundidad su carácter propio”;36 este último concluye su descripción de los síntomas viscerales mencionando las fases de “exacer bación de los síntomas llevados hasta los extravíos de la razón, o a un desorden manifiesto, pero fugaz y pasajero en las ideas, lo que distingue a la hipocondría de la melancolía” 37 El punto es importante: la hipo condría queda así al borde de la locura, en sus orillas; bien si forma parte nosológicamente de las vesanias, no entra en la locura propiamente di cha y no será descripta en el gran Traité médico-philosophique sur l'aliénation mentale (1802), como tampoco lo son el sonambulismo o la pesadilla, también vesanias, pero limitadas al breve período del sueño, y que no justifican por lo tanto la reclusión ni su inclusión en la categoría totalmente pragmática de la locura 38 Señalemos para concluir un punto de importancia: si en la descrip ción de la hipocondría Pinel pudo asociar trastornos funcionales viscera les y trastornos mentales, y no obstante considerar esa enfermedad como una vesania pura,39 ello se debió a su concepción general de la aliena ción mental, en la cual la perturbación parte “de la región del estómago y los intestinos desde donde se propaga como por una especie de irradia ción el trastorno del entendimiento”.40 Veremos cómo esta concepción sintética se derrumba a partir del momento en que, con Georget en parti cular, se impone una doctrina diferente. 32
I ti estela de Pinel y sus controversias: louyer-Villermay, Georget y los concursos Vamos ahora a abordar un prolongado período de controversias: desde la publicación del gran Traité des vapeurs41 (el último que llevará ese tí tulo) de Louyer-Villermay, en 1816, hasta la del Traité des maladies nrrveuses de Sandras (1851), las concepciones generales provenientes do Pinel seguirán constituyendo la base de la evolución de los conceptos de histeria e hipocondría, y de las polémicas desencadenadas por la ve cindad de hecho de esos dos síndromes que casi todos se aplican a dife renciar, pero que, aunque inmersos por igual en el gran conjunto de las neurosis, siguen constituyendo una especie de pareja patológica. Así, Louyer-Villermay, en su tratado que no obstante estaba destina do esencialmente a distinguir los dos vapores, considera que ambos son vesanias. Si bien, como lo hemos visto, pasó a ser habitual clasificar de ese modo a la hipocondría (todavía esto no era evidente para un autor que admitía como forma típica de la enfermedad una simple perturbación funcional de las visceras abdominales), la inclusión de la histeria en esa clase resultaba por lo menos extraña: “Ubicamos la histeria en la clase de vesanias, antes bien que en la de los espasmos, porque ella se aproxi ma mucho más a vesanias tales como la hipocondría, con lo cual se la ha confundido e incluso identificado, que a afecciones espasmódicas de las cuales la han distinguido casi siempre la mayor parte de los buenos autores.”42 No obstante, sigue a Pinel al incluirla “en la clase de la neurosis, orden de las vesanias, género de las neurosis de la genera ción, especie de las neurosis genitales de la mujer”.43 También co mienza por cuestionar su existencia en el hombre y, comunicando dos observaciones de Hoffmann, llega a una conclusión de manera por lo menos dogmática: “¿Esta observación corresponde a una verdadera histe ria? No vacilo en responder negativamente, porque la matriz no existe en el hombre. Se me objetará que los accidentes de esta enfermedad presen tan una analogía casi perfecta con los fenómenos histéricos tal como se los encuentra en la mujer. Respondo que este hecho aislado prueba sola mente que a veces se pueden observar en el hombre síntomas muy aná logos a los accidentes de la histeria, e incluso casi idénticos. Pero se en cuentran muy pocos ejemplos de ese tipo, y aunque hubiera un gran nú mero habría que elegir otra palabra o más bien una denominación que fuera al término de histeria lo que el de satiriasis (...) es al vocablo nin fomanía.”44 La histeria, neurosis del sistema nervioso visceral del útero, afección de la mujer en período de actividad genital, encuentra de modo natural su principal causa en los trastornos de la vida amorosa (y tam bién en el desorden de las reglas) y su tratamiento consiste en la antigua prescripción de los placeres del matrimonio 45 La descripción clínica si33
lA falta de higiene en las costumbres (vida sedentaria y urbana, exceso de actividad intelectual o imaginativa) como causas predisponentes; las causas morales (emociones violentas en la histeria, afecciones tristes prolongadas en la hipocondría) como causas desencadenantes; a las habi tuales causas físicas, póí otra parte, les retira toda influencia etiológica. Le parece que la sintomatología de ambas afecciones confirma ese punto de vista; considera que los_síntomas fundamentales son esencialmente cerebrales: trastornos afectivos, insomnio, migrañas, convulsiones, tras tornos sensoriales y motores — de esta manera resulta en efecto muy comprensible la sintomatología de la histeria, fuera de algunos síntomas viscerales que Georget asimila a los de la hipocondría—. Respecto de esta última, pone de manifiesto un síndrome fundamen tal compuesto de insomnio, cefalea, congestión y cenestopatías cefáli cas, una hiperestesia sensorial con la cual vincula la mayor parte de las sensaciones desagradables variadas de las que se quejan los pacientes, trastornos del humor (hiperemotividad, humor pesimista y depresivo) y del carácter, perturbaciones intelectuales cuya esencia es la fatigabilidad (ideación lenta, difícil, pereza intelectual, lagunas en la memoria, etcéte- * ra), trastornos motores de tipo espasmódico (cf. histeria) o de debilidad muscular. A esta descripción ya muy precisa de lo que Beard denomina rá neurastenia, Georget añade “síntomas simpáticos”, es decir los tras tornos viscerales funcionales que le valieron su nombre al síndrome y que él considera como el efecto simpático de la irritación cerebral que causa la enfermedad. Por lo demás, la mayor parte de los síntomas de ese tipo de los que se quejan los enfermos le parecen más bien el efecto de la hiperestesia sensitiva, con frecuencia incluso verdaderas alucinacio nes,59 y señala en tal sentido el contraste entre el buen estado general que se observa casi siempre en esos sujetos y la intensidad de sus quejas y de sus angustias,60 así como la renuencia que tienen a admitir desórde nes “de la cabeza”, en contraste con su facilidad para llevar al primer pla no los trastornos del cuerpo. Las concepciones de Georget representan en consecuencia una muta ción bastante profunda: para empezar, las dos neurosis se encuentran de nuevo próximas entre sí por compartir su asiento y su patogenia; Geor get propone por otra parte poner término a toda ambigüedad, rebautizan do a la hipocondría como cerebropatía, y a la histeria como cerebropatía espasmódica o convulsiva (les yuxtapone por otra parte la “cerebropatía epiléptica”, lindante con la última). Hemos visto que cierto número de síntomas son comunes a los dos tipos de casos: “Hay autores que consi deraron que histeria e hipocondría son una sola enfermedad. Creemos que existe una gran analogía entre las dos enfermedades, relacionada con su asiento y su naturaleza: los hipocondríacos experimentan espasmos en la garganta, en el tórax, en el abdomen; los histéricos presentan todos los
fenómenos de la hipocondría. Pero ambos tipos de fenómenos suelen í presentarse aislados.”61 En lo que concierne a la histeria, nos encontra mos ante una síntesis de los aportes de Sydenham y de la tradición clási01, síntesis que prefigura la posición de los autores de la segunda parte del siglo XIX. En cuanto a la hipocondría, si bien la descripción clínica que Georget realiza de ella es de una perspicacia sorprendente 62 y no se fli retomada antes de que transcurra medio siglo, sigue siendo oscuro el problema de la relación entre los trastornos funcionales y el aspecto cua ti delirante que induce a muchos autores a considerar la afección como una vesania. Sin duda los progresos que día tras día hacen de la medicina de la época un conocimiento cada vez más concreto, desempeñaron una fUnción importante en el avance al primer plano de este último aspecto del problema: en el momento en que aumenta el conocimiento de las en fermedades orgánicas, el hipocondríaco aparece cada vez más como un “enfermo imaginario” obsesionado por sus trastornos, a la vez, ávido de tratamiento e indócil respecto del médico, presa de los charlatanes y pe sadilla del profesional íntegro. Tampoco las posiciones de Georget van a persuadir a sus contemporáneos: si bien J.-P. Falret63 las retomó ense guida, los autores siguientes no la retuvieron más que en pequeña parte, como vamos a verlo. En adelante, la cuestión de la hipocondría y la histeria evolucionará a lo largo de los concursos abiertos por las grandes sociedades de medici na, que ilustran el interés y el desasosiego que los dos vapores seguían suscitando, en su difícil integración a la medicina científica. Se sucedie ron así el concurso convocado en 1830 por la Sociedad Real de Medicina de Burdeos sobre la hipocondría y la histeria (en el que resultó laureado Dubois d'Amiens),64 el de-la Academia de Medicina de 1840 sobre la hi pocondría (laureados: Michéa y Brachet), y el Premio Civrieux de 1845 sobre la histeria (laureados: Brachet y Landouzy).65 Con respecto a esta Última afección, la evolución era en adelante irreversible: se iban a im poner las ideas de Georget, a pesar de la resistencia de Dubois y de Lan douzy, que todavía retomaban los conceptos de Pinel y de Villermay. Brachet las defendió, antes de que prevalecieran con Sandras y sobre to do con Briquet. La evolución de la hipocondría iba a ser más compleja y a concluir en una disociación de la entidad. En efecto, Dubois d’Amiens impuso una concepción general que se adecuaba mejor a la evolución de las ideas sobre las vesanias desde Pinel y que, de hecho retomaba ideas de Boissier de Sauvages: >*Se puede considerar esta afección como una monomanía66 clara y distinta, puesto que está caracterizada por una pre ocupación dominante, especial y exclusiva, es decir por un miedo exce sivo y continuo a enfermedades extravagantes e imaginarias, o por la ín tima persuasión de que las enfermedades, reales en verdad, pero siempre juzgadas de modo erróneo, sólo pueden concluir de una manera funesta.
(...) (Esta afección) consiste por lo tanto primitivamente en una desvia ción, o más bien en una aplicación fastidiosa de las fuerzas de la inteli gencia humana”.67 “La hipocondría depende de un modo de pensar.”68 Si no se produce una curación que interrumpa el proceso, la enfermedad tiene tres períodos, a lo largo de los cuales la atención excesiva que el enfermo dedica a sus órganos (primer período) determina trastornos vis cerales en primer término funcionales, neuróticos (segundo período) y después realmente lesiónales (tercer período)69 La distinción de sínto mas fundamentales encefálicos y síntomas accesorios simpáticos, tal co mo la había trazado Georget, viene a sustentar una concepción exclusi vamente psiquista.70 Dubois, en efecto, cuestiona que “el cerebro y sus anexos (sean) nunca primitivamente alterados” y que se pueda “suponer que sean irritados, idiopática o simpáticamente”.71 No se trata de que, como Leuret, que pronto va a retomar exactamente sus concepciones,72 él rechace la idea de un fundamento cerebral funcional u orgánico de la locura, sino de que, por el contrario, la considera algo diferente: “En la hipocondría, el principio intelectual no está enfermo. (...) No hay locura tal como se la entiende comúnmente. (...) Por lo demás, (el hipocondrí aco) puede cumplir perfectamente con sus deberes. (...) No se lo ve caer en las alienaciones mentales que siguen con tanta frecuencia a los otros géneros de monomanía. (...) Las monomanías de los autores terminan, en efecto, casi siempre, como ya lo he dicho, en un estado completo de alienación mental, porque en general son producidas por alguna lesión física del cerebro.”73 La hipocondría así definida, como delirio parcial concerniente a la salud, todavía va a oscilar durante mucho tiempo entre las fronteras de la locura y la inclusión en la alienación mental propia mente dicha, antes de que los autores de fines de siglo repartieran los ca sos entre las formas fóbico-obsesivas y las formas delirantes paranoi cas.74
La solución del problema: Cerise, Sandras, Beard y la neurastenia Si bien en el conjunto75 la concepción de Dubois se va a imponer y a dar un nuevo sentido (el que conocemos en nuestros días) al antiguo tér mino “hipocondría”, lo que sobre todo se retuvo fue la definición gene ral, o sea el primer período de la afección. El concepto de una repercu sión simpática de la idea fija en la vidá de los órganos (segundo y tercer períodos), si bien fue todavía retomada por Michéa, iba en efecto a desa parecer progresivamente, a falta de una base fisiológica segura. Por lo demás, esa bella síntesis provenía de un “hombre de gabinete” (así lo ca lificó Brachet, a justo título), más erudito que observador: su tratado casi 38
¿••provisto de observaciones es una vasta compilación a la cual se recum rá considerablemente para las reseñas históricas, pero a la que en grado •XCesivo le faltan bases concretas para imponerse durante un lapso pro longado. Había desaparecido la ambigüedad del sentido del término y del doble cuadro, vesánico y funcional, que abarcaba, pero aún hacía falta llicontrar una nueva denominación para designar la antigua neurosis tal COmo Georget todavía la había descripto. En consecuencia, en 1842, Cerise, cofundador con Baillarger de los Annales médico-psychologiques, publicó su libro Des fonctions et des maladies nerveuses, el cual (como toda su obra, por otra parte) se funda en cuestiones más “filosóficas” (en realidad psicológicas) y ortopedagógicas que propiamente clínicas: en efecto, en esta obra acerca de la “so breexcitación nerviosa” le interesan sobre todo las “relaciones de lo físi co y lo moral en el hombre”76 y sus repercusiones educativas. Sin em bargo, cierra el trabajo con “el bosquejo de un método de clasificación de Us principales formas de la sobreexcitación nerviosa”, donde propone un listema nosológico de inspiración fisiológica, y sobre todo la descrip ción de la neuropatía proteiforme, junto a la histeria (neurosis esen cialmente caracterizada por “los accesos espasmódicos y convulsivos que ion los que constituyen su carácter diferencial”)77 y a la hipocondría (de lirio parcial triste que gira en tomo de la salud, respecto del cual remite naturalmente a la obra de Dubois). La neuropatía proteiforme “corres ponde al estado de predisposición a las diversas neurosis (y) comprende a la vez los trastornos de la impresionabilidad y de la inervación, que son el cortejo inseparable de los temperamentos llamados nerviosos o me lancólicos, y aquellos que constituyen ya la afección vaga e indetermina da que se denomina histericismo. (.••) Esta forma se caracteriza más bien por la infinita variedad de sus síntomas que por la presencia de un sínto ma dominante”.78 Naturalmente, si bien “la neuropatía proteiforme exlste con frecuencia aislada, a veces se asocia a la histeria y a la hipo condría, de las cuales constituye de alguna manera el carácter común. Sin duda porque le preocupó más ese carácter común a las dos afecciones que los caracteres propios de cada una de ellas, Sydenham las vio como una sola y la misma enfermedad, y por la misma razón la mayor parte de los autores las han definido tan mal, descripto tan diversamente y apre ciado de modo tan confuso”.79 Así, por ejemplo, en la histeria importa distinguir por una parte los accesos convulsivos característicos, y por la Otra “el conjunto de los síntomas que corresponden a la neuropatía proteiforme”, con el cual “esta neurosis se confundirá con frecuencia, fuera de los accesos”.80 Como se ve, la noción de neuropatía, término en otro tiempo frecuentemente empleado como sinónimo de vapores, retoma y precisa la idea bastante vaga que ya se encontraba en Whytt (y, a princi pios de siglo, en Pougens, el autor del Dictionnaire de médecine prati39
qué). Así se solucionó el problema planteado por Sydenham un siglo y medio antes: —hay una parte común en lo que clásicamente se entendía por hipo condría y por histeria; se trata de un síndrome multiforme que asocia trastornos nerviosos de todo tipo, funcionales pero reales: la neuropatía proteiforme; —existen casos de hipocondría y de histeria en los que ese síndrome está apenas marcado, o incluso ausente; la histeria se muestra entonces en su pureza y, en esa época, eran sobre todo los síntomas de la crisis lo que se conocía de ella; en cuanto a la hipocondría pura, se revela enton ces más como una enfermedad mental que como una enfermedad nervio sa; la autosugestión explica las quejas de un enfermo por otra parte ex tremadamente sugestionable;81 — subsiste una parte importante, quizás la mayoría de los casos de hipocondría; hemos visto que Cerise se refiere a ella, pero no insiste mucho: se Vb allí Ja asociación del estado mental hipocondríaco con la neuropatía proteiforme; las quejas del enfermo están entonces parcial mente justificadas pero imaginariamente exageradas, sobre todo en cuan to a la naturaleza y las consecuencias supuestas del mal que se sufre; no obstante, si bien una parte de la sintomatología es cuasi alucinatoria, otra parte es muy real. En su tratado, Brachet pretenderá que la hipocondría continúe repre sentando a estas últimas formas compuestas:82 “Todas las observaciones (...) darán como resultado: 1) fenómenos nerviosos muy variables y sin embargo indispensables; 2) ideas fantásticas, miedos, pavores, enferme dades imaginadas, etcétera. En todas hay asociación de fenómenos ner viosos con los fenómenos intelectuales. Los hechos son los que (...) re únen los dos tipos de actos mórbidos.”83 No obstante, formula el diag nóstico diferencial de la hipocondría y de una neuropatía de concepción muy restringida, reducida a un eretismo sensitivo generalizado.84 Pero allí donde el análisis distingue dos tipos de hechos que pueden presen tarse aislados uno del otro, no cabría cuestionar la diferenciación nosológica, incluso aunque la asociación sea muy frecuente. También Michéa (que, continuando a Dubois, definió la hipocondría como “una de las nu merosas especies de la monomanía o lipemanía 85 que consiste en una meditación exagerada sobre el yo físico, sobre el estado del cuerpo, sobre la propia salud y, en otras palabras, en el terror de padecer enfermedades peligrosas, incurables, capaces de llevar a la tumba”)86 divide los casos de hipocondría en dos grupos: las formas puras, “primitivas o idiopáticas”, para las cuales retoma exactamente la descripción de Dubois y sus tres períodos, y las formas “secundarias y simpáticas”, que reconoce co40
mál frecuentes, Sn efecto, “la hipocondría puede ser producida I IftllfllQOiOMa del cuerpo, sin ninguna excepción”,87 en partiÉVM M "Muroall viscerales" (piezas desprendidas de la antigua y sobre iodo por la neuropatía. Por 0(11 p if tl' dekle un punto de vista diagnóstico, Michéa precisa I “importa lebn lodo buacar en qué la hipocondría difiere de la simple ■tía 0 neurastenia, pues esos dos estados mórbidos se encuentran npre combinados y presentan varios puntos de contacto. En eS, M ambo* eaioa loa enfermos tienen la atención fijada constanteen tul sufrimientos; analizan con vehemencia los síntomas de los iquojan. y loa deacrlben minuciosamente; desean vivamente curarisultan p in conseguirlo a médicos y a personas ajenas a la mediü h li leen obnut concernientes a esta ciencia, pero tienen el alma triste, l, entregada al miedo y a la desesperación. Pero en los hipocondríl el Juicio es depravado, en tanto que la inteligencia sigue siendo saRt en los simples neurasténicos. Los primeros temen sobre todo a la muirte, y en consecuencia creen padecer un mal más grave de lo que es MI realidad; se ingenian para encontrarle causas y una esencia que no tieM. Los segundos temen principalmente al dolor, a su estado valetudina rio; se afligen por él, pero no se desvelan por explicarlo, por deducir pronósticos molestos; no son propensos a suponerle una terminación fUnesta".18 Lo esencial de la antigua descripción de la hipocondría se va I encontrar de tal modo transferida a la cuenta de la neuropatía, futura neurastenia, la hipocondría en el nuevo estilo que se une a las formas de la alienación mental;89 así, el tratado de Michéa será la última obra de conjunto dedicada a ella.90
S
En 1851, con el nombre de estado nervioso, Sandras retomó la des cripción de la neuropatía, en su gran Traité pratique des maladies nerveuses. “Este estado enfermizo es incuestionablemente el más común de los trastornos que se presentan en las funciones nerviosas; son pocas las personas a las que no afecte accidentalmente; casi toda la especie hu mana se ve sometida a él, por lo menos en ciertos momentos de la vida. (,„) Es imposible ocuparse de las enfermedades nerviosas sin observar que casi todas esas afecciones tienen cierta semejanza entre sí, vínculos de familia, si así puedo decirlo, y, cuando se mira de cerca, se ve que eSOS vínculos, esas semejanzas, resultan casi siempre del estado nervioso sobre el cual se superponen la mayor parte de estas enfermedades.”91 Si bien la clase de las enfermedades nerviosas92 es todavía muy amplia en Sandras, la noción de estado nervioso permite unificar numerosos sínto mas aislados que aparecen de alguna manera como piezas separadas de di cho estado (otras se unirán progresivamente a la histeria). Su descripción es muy completa, y asocia: 41
m é íé h
—el estado mental constituido por irritabilidad, susceptibilidad, emotividad extremas, tristeza, taciturnidad; es de señalar la gran sensibili dad a las circunstancias del humor de estos enfermos, sus accesos de en tusiasmo y energía; — los síntomas físicos que afectan a la totalidad del cuerpo. Estos últimos abarcan en primer lugar la cabeza: cefaleas, accesos de calor, aturdimientos, sensaciones singulares (vacío, pesadez, apretamien to, punzadas, pulsaciones). A continuación, los trastornos sensoriales (obtusión, hiperestesia dolorosa, parestesias diversas), motores (astenias, tics diversos), los accesos de calor o de frío, los dolores agudos erráticos (punzadas, quemazones, frío, entumecimiento, picazón, hiperestesias dolorosas), los trastornos del sueño. Después están los trastornos viscera les: respiratorios (tos nerviosa, opresión, sofocación), circulatorios (pal pitación, arritmia, trastornos vasomotores locales), bucales (sequedad de la boca, ptialismo, perversiones del apetito), de la faringe y gástricos (vómitos, dispepsias, acidez, eructos, dolores), abdominales (hinchazón, constipación), urinarios (disuria, polaquiuria, poliuria límpida). Final mente, el pujo rectal o vesical, los “cólicos nerviosos” que afectan al es tómago y el vientre con evacuaciones paroxísticas en la parte de abajo o de arriba, los espasmos uterinos dolorosos. La variabilidad de la sintomatología, su polimorfismo, su carácter evasivo, explican las formas innumerables que puede tomar la afección. Lo mismo que la mayor parte de los autores anteriores, Sandras la con sidera un estado de debilidad nerviosa, cuya consecuencia es la hiperirritabilidad: Beard sistematizará esta doctrina treinta años más tarde. Entre tanto, Bouchut va a retomar, con el nombre de nerviosismo,93 la des cripción de Sandras, en una memoria dirigida a la Academia de Medicina (1858) y en un tratado que apareció en 1860;94 le agregó como forma aguda un síndrome febril95 mal precisado (salvo en cuanto a su termina ción posible en una especie de delirio agudo), pero sobre todo extendió desmesuradamente la acepción de la forma crónica. La afección iba a ser descripta por diversos autores que privilegiaban en ella uno u otro aspec to y le atribuían distintas denominaciones, antes de que Beard impusiera su neurastenia, universalmente aceptada, que subsumía todas las for mas. Un primer artículo de 1869 pasó inadvertido hasta la lectura de una memoria ante la Academia de Medicina de Nueva York (1878), publicada en 1879 y desarrollada en el célebre tratado de 188096 y en las dos obras que lo sucedieron (American Nervousness, 1881; Sexual Neurasthenia, 1884); en los diez años siguientes, el término fue adoptado en el mundo entero. La descripción de Beard es bastante similar a todas las que hemos examinado, con un énfasis particular, no obstante, en los síntomas de depresión y de astenia psíquica (cf. Georget) y muscular 97 que forman 42
ib u e de una descripción, por otra parte, en última instancia muy clási, Más original fue la incorporación en la neurastenia de los “miedos Mdos”, o fobias: veremos el alcance que esto tuvo con respecto a las ciones psiquiátricas concernientes a las neurosis. Beard concibe la i hipocondría de una manera que ya no puede sorprendemos: “En realidad Ja hipocondría consiste en el miedo infundado a una enfermedad (...) Así Ifltendida, la hipocondría es una forma de fobia.”98 “En la mayoría de loa casos de la llamada hipocondría, existe una enfermedad real que es la b u e del trastorno mental”" y, naturalmente, se trata con frecuencia de !• neurastenia.
La clínica moderna de la histeria Sería por cierto exagerado decir que el campo de la histeria está en ese momento bien delimitado y que la profundización de su clínica y su Comprensión en adelante no presentan obstáculos: todavía durante mu cho tiempo seguirán siendo vagos los límites entre la histeria y las otras neurosis, en primer término sin duda la neurastenia (puesto que ella con frecuencia constituye su segundo plano) pero también la epilepsia y las Otras “neurosis extraordinarias” (catalepsia, letargía, sonabulismo, éxtasis). La clínica sigue siendo tributaria de la conceptualización que orienta su mirada, lo que no le impide trascenderla muchas veces, como lo veremos en particular en el caso de Charcot. No obstante, mientras que los fenómenos histéricos sean concebidos como trastornos neurológicos funcionales (y nada todavía permite en ese punto concebirlos de otro modo) su situación no dejará de estar mal precisada para nuestra mi rada moderna. Falta que se cierre el prolongado proceso dialéctico inicia do por Lepois y Willis y que la delimitación de histeria y neurastenia lea una experiencia fundamental: ha llegado la hora de superar el marco estrecho de la tradición. El Traité de l'hystérie que Briquet publicó en 1859 fue incuestiona blemente la fuente de una de las formas más acabadas de la concepción prefreudiana de la histeria: influyó mucho en el conjunto de los autores de fines de siglo, alemanes y franceses, y naturalmente en Charcot. “Co locado por obra de las circunstancias a la cabeza de un servicio al que desde hacía mucho tiempo se acostumbraba enviar a los enfermos que padecían afecciones histéricas”,100 Briquet (cuya formación y sus traba jos anteriores eran de tipo estrictamente médico) se resignó a dedicar “to da (su) atención a esa clase de enfermos, hacia la cual no lo inclinaba mucho (su) gusto por las ciencias positivas”;101 reuniendo sistemática mente las observaciones (¡cuatrocientos treinta casos!), comparándolas con los antecedentes publicados sobre el tema, en resumen, actuando co 43
mo un verdadero clínico, y con un material amplio (“Creo haber tenido la oportunidad de ver casi todo lo que puede suceder con esta enferme d a d " ) ,^ llegó a definir un cuadro muy completo de la afección, que de ese modo pensaba arrancar a la imagen anárquica que con frecuencia to davía presentaba adherida a ella. Así enriqueció notablemente su clínica, retomando con frecuencia síntomas que los autores anteriores ya habían descripto, pero asociándolos estrechamente a la crisis (pródromos, con comitantes o secuelas); en adelante iban a adquirir autonomía. “Esos diversos fenómenos pueden agruparse en ocho clases: la pri mera comprende las hiperestesias (dolores de cualquier localización, su perficial o profunda), la segunda las anestesias, la tercera las perversio nes de la sensibilidad (parestesias diversas, dolorosas o paradójicamente agradables), la cuarta los espasmos (espasmos viscerales y contracturas musculares), la quinta los ataques de espasmo, convulsiones, catalepsia, sonambulismo, éxtasis, coma, letargía, síncope; la sexta las parálisis (parciales, extensas, viscerales), la séptima las perversiones de la con tractibilidad (temblores, coreas, ataxias), la octava las modificaciones de exhalación y secreción (ptialismo, sudores, secreción de leche, orina lla mada histérica, gases).” 103 Sería cansador retomar punto por punto esa muy completa sintomatología: desde entonces se ha integrado tan bien al conocimiento moderno de la histeria que nadie ignora su sustancia. Conviene sin embargo insistir en algunos puntos en particular: —No se establece ninguna distinción de naturaleza (y por otra parte todavía no era posible hacerlo) entre los diversos trastornos sensoriomotores histéricos y los que se pueden encontrar en las afecciones neurológicas: sólo la débil repercusión funcional y la duración imprevisible de los síntomas histéricos, su aparición y desaparición abruptas, el terre no particular en el que se producían, eran los factores que hacían posible realizar la diferenciación. Así, los ataques “histero-epilépticos” eran con siderados como una complicación grave, “una alteración cada vez más profunda en el encéfalo”,104 es decir una verdadera asociación con la epi lepsia. — Debe subrayarse el análisis muy notable de los ataques histéricos, en particular con los fenómenos “que sólo se ven accidentalmente, que sólo se producen por influencia de condiciones peculiares (...), el delirio, la letargía, la catalepsia,105 el éxtasis, el sonambulismo”.106 Recorde mos que en esa época el término delirio, junto a su sentido general im preciso, tenía una acepción más específicá y abarcaba entonces poco más o menos lo que medio siglo más tarde se denominará estado onírico: así, se hablaba de delirio de las fiebres o de las intoxicaciones, en particular de la etílica.107 “El delirio se ve con bastante frecuencia en los históri cos, Se lo encuentra en dos circunstancias diferentes. Con la mayor fre44
'Cuencia acompaña a las otras formas de ataque como fenómeno secunda dlo; a veces, por el contrario, el delirio es el hecho dominante, constitu y e el ataque.” 108 —En Briquet los síntomas aparecen ya jerarquizados de una manera 'Ique Charcot retomará y ampliará (distinción de “estigmas” y accidentes): '"Los fenómenos mórbidos a los cuales la histeria da origen son bastante numerosos; entre ellos algunos son constantes y siempre están presen tes: por ejemplo una extrema impresionabilidad, dolores en el epigas trio, en el costado izquierdo del tórax y a lo largo del canal vertebral iz quierdo.109 Otros son menos constantes, pero existen por lo común, y de alguna manera constituyen el fondo de la enfermedad. Son ellos las hiperestesias diversas, los espasmos, las anestesias, los ataques convulllvos, las parálisis, etcétera. Finalmente, hay otros que sólo se ven de mo3o accidental.”110 ¡La concepción general de la enfermedad de Briquet merece también algunos comentarios. Como la mayor parte de los autores de la tenden cia moderna (Georget, Brachet, Cerise), considera que la histeria es una afección puramente cerebral111 y naturalmente común a los dos sexos, aunque predomina netamente en la mujer.“Se puede decir que la histeria es una enfermedad que consiste en una neurosis de la porción del encéfa lo destinada a recibir las impresiones afectivas y las sensaciones.”112 En efecto, “todo fenómeno histérico tiene su tipo propio en las diversas ac ciones vitales por las cuales las sensaciones afectivas y las pasiones se manifiestan al exterior. (...) Todos esos trastornos histéricos que parecen tan extravagantes y que durante tanto tiempo han desconcertado a los médicos no son más que la repetición pura y simple de esos actos, au mentados, debilitados o pervertidos; tómese un síntoma cualquiera de la histeria y siempre se encontrará su modelo en uno de los actos que Constituyen las manifestaciones pasionales. Elijo por ejemplo lo que le ocurre a una mujer un poco impresionable que experimenta una emoción brusca y viva: en ese mismo instante, esa mujer padece una constricción del epigastrio, siente opresión, el corazón le palpita, algo le sube a la garganta y la ahoga, y finalmente un malestar de las extremidades hace que de algún modo caiga, o bien es presa de una agitación, de una nece sidad de movimiento que le hace contraer los músculos. Allí está el mo delo del accidente histérico más corriente, el más común, el espasmo histérico. La observación de los hechos demuestra que los fenómenos histéricos, de ordinario, y debería decir casi siempre, son la repetición más o menos desordenada, no de todos esos actos, sino solamente de aquéllos por los cuales se manifiestan las sensaciones penosas, las afec ciones y las pasiones tristes o violentas”.113 La histeria ligera puede así limitarse a una manifestación afectiva de 45
Alguna manera hipertrofiada y poco persistente, Pero si las causas que la producen continúan actuando, la reacción se fija, se extiende, alcanza a todos los órganos, y después se deforma, generando por ejemplo las ma nifestaciones de las pasiones alegres en lugar de las pasiones tristes.114 “Finalmente esas manifestaciones, por su repetición frecuente, terminan por ocasionar lesiones, dinámicas o materiales, en los órganos con cuya ayuda se produce, y añaden así una nueva serie de accidentes que comple tan la escena de la que se compone la histeria.”115 Así sobrevienen las “neurosis de órganos” o incluso las lesiones inflamatorias.116 Esta pa togenia afectiva ilumina el análisis de las causas. “Las causas predispo nentes de la histeria se limitarían a aumentar la impresionabilidad del sistema nervioso cerebral, produciendo un debilitamiento de su constitu ción, o bien aumentando directamente la irritabilidad del sistema nervio so; las causas determinantes, a su vez, serían todas agentes que disminu yen la fuerza con la cual el encéfalo resiste á las impresiones, ó que en sí mismos producen esas impresiones.”117 La intensidad de la predispo sición, en particular la hereditaria (temperamento nervioso) determinaba “el grado de actividad que deberá tener la causa determinante para dar lu gar a la histeria. Así, sujetos muy predispuestos se convertirán en histé ricos por la causa más ligera”.118 En ese nivel se explica el predominio femenino de la enfermedad, ligado a la sensibilidad, la impresionabilidad más grande del “sexo débil”. La teoría de Briquet ejerció una profunda influencia en los autor©» ul teriores; Bemheim la retomará oponiéndola a Charcot, y Freud se inspi ró indisputablemente en ella (teoría del “afecto sofocado”). En cuanto a la clínica, como ya lo he dicho, ha llegado hasta nuestros días. Retenga mos por el momento que con Briquet la histeria tiende a aparecer como una patología de la emotividad, y que por lo tanto se acentúa su carácter psicológico en detrimento de la metáfora “nerviosa”, aunque siempre en su interior; en los primeros textos de Freud encontraremos una ambi güedad análoga que da cabida a las concepciones características del am biente de entonces.119 Ese carácter de alguna manera “parapsiqmátrico” se va a afirmar con los autores de la corriente que vamos a estudiar a continuación, antes de que Charcot invierta la tendencia (ya veremos có mo), y de que después su posteridad volviera progresivamente a una con cepción de este tipo, cuando se desmoronó la doctrina de aquél.
NOTAS 1. Sobre este tema se pueden consultar los capítulos históricos de los dos tratados de J.-L. Brachet, del tratado de Briquet y del de Michéa, •ai como también la reseña general adjunta como apéndice al se-
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fundo tomo da la obra do Whytt, págs. 479 a 575. La Histoire de l'hyttéri* mt h i parecido muy poco utilizable debido a la gran «mAtlión d t loi eonotptoi y del plan que sigue la autora. Cf. infH , btbl iognffa. flfaafclo al Anal 4a la Idad Media de l u teorías nominalistas y desarrotl«4e a lo largo d t la ipoct Olálica, desde Bacon hasta Locke y OMlillM, fi MMMlonlimo ejerció una influencia considerable en ÍM AlflÉMhfftt é t la Olfnie*. Cf, M. Foucault: Naissance de la cli'¿fttff m m k á f k f k 4U ngaré médlcai, P. Bercherie: Les fon■« K M Paría, 1910 •, ittfm, segunda parte. '
•lillo il d* matrimonio para las vírgenes y las viuCCfl Jévanai afectada! por ana enfermedad, de embarazo para las m ujani eu a d ll, ¿aitin tan lejoi de loa aoftalamientos de Charcot y d t Chrobak que tanto impreaionaron a Freud? Cf. S. Freud: CoftíributlOH á ¡'historia du mouvement psychanalytique (1914), til Cinf Itfong sur la psychanalyse, págs. 78-79. [Versión caste llana "Contribución a la historia del movimiento psicoanalítico” en Obras completas, t.14.] 4i lobra «ata punto, cf. H. Hécaen y G. Lantén-Laura: Evolution des connalssances et des doctrines sur les localisations cérébrales. Paría, Desclée de Brouwer, 1975, cap, 1, 5, Publicada en francés en T. Sydenham: Médicine pratique, pág. 473. •, Cf. F. Duchesneau: L'Empirisme de Locke, La Haya, Martinus Nijhoff, 1973. 7. T, Sydenham: Médicine..., pág. 474. 8. Término de origen humorista que va a servir para designar la enferme dad hasta mediados del siglo XIX. 9. T. Sydenham: Médicine..., pág. 473. 10. Ibíd., págs. 480-481. 11. Ibíd., pág. 481. 12. Ibíd. 12bii. Ibíd., pág. 476. 13. Ibíd., pág. 480. Estas metáforas de Proteo y del camaleón serán cons tantemente reiteradas hasta Charcot: la explicación es simple, re side en la patogenia entonces admitida (cf. a continuación). 14. Ibíd., pág. 481. 15. Por cierto, se encuentran también todo tipo de causas físicas que asi mismo actúan debilitando a los “espíritus animales” y ocasionando en consecuencia una ataxia, un desequilibrio nervioso general. Se advierte, por debajo del vocabulario anticuado, que la concepción va a perdurar: es idéntica a la noción de “debilidad irritable” de los neurasténicos (Beard: cf. infra). La irritabilidad local y el desequi librio general son allí la consecuencia del debilitamiento del con trol regulador central.
115. Ibíd., pág. 4.
116. Briquet atribuyó las manifestaciones psíquicas extraordinarias de la histeria (coma, catalepsia, éxtasis, delirio, etcétera) a una afec ción encefálica de ese tipo. 117. P, Briquet: Traité clinique..., pág. 600. 118. Ibíd., págs. 602-^03. 119. Cf. infra, segunda parte.
Capítulo II LAS M ANIFESTACIONES PSIQUICAS DE LA HISTERIA: LOCURA HISTERICA Y LOCURAS NEUROTICAS ANTES DE CHARCOT
Los trastornos psíquicos histéricos. La clínica de Pinel y la de J.-P. Falret Hasta Briquet inclusive, las manifestaciones psíquicas de la histeria, si bien observadas por todos los autores que examinaron la cuestión, si guieron siendo secundarias en el cuadro de conjunto de la enfermedad. Se trata por otra parte de manifestaciones inconstantes que se pueden agru par bajo tres encabezamientos: —Los fenómenos prodrómicos de eclosión de la enfermedad y sobre todo del acceso: ”Los enfermos se encuentran en un estado de malestar, de tristeza, de desesperación o de alegría forzada; tienen el espíritu tenso y agitado, el humor variable (...) alternativamente ríen a carcajadas y lloran irrestrictamente; pero se trata de una risa forzada.”1 A esas pertur baciones se unen diversas manifestaciones funcionales y un “estado de angustia (...) a tal punto insoportable que no hay enfermo que no desee ardientemente la invasión del ataque para librarse de él”.2 —El estado mental habitual, entre la crisis: “Casi todos esos enfer mos son nerviosos, inestables, muy susceptibles, de una imaginación viva; se inquietan con facilidad por los motivos más triviales; se mues tran impacientes, irascibles, tercos, porfiados. (...) En ellos el dormir muy pocas veces es profundo, continuo; suele resultarles difícil o impo sible, incompleto, turbado por sueños penosos, interrumpido por un despertar sobresaltado. La mayoría son habitualmente melancólicos, so litarios, inclinados a ideas sombrías, a veces acompañadas de un deseo vago de suicidio; algunos son alegres en extremo y ríen sin cesar por 55
causas nimias, o sin saber por qué; a otros los atormenta el impulso a llorar.’’3 La repercusión de la cronicidad de lqs trastornos en el humor hubitual del enfermo fue observada por todos los autores desde Syden ham:4 Georget señala que “casi siempre se observa entonces un estado melancólico e hipocondríaco pronunciado.”5 —Finalmente, las perturbaciones mentales ligadas al acceso, del cual Briquet nos ofreció una descripción muy completa. Justamente hacia la época en que escribió este último, Morel creó la noción de “locura histérica”, que modificaba en grado considerable la concepción clásica de las manifestaciones psíquicas de la histeria. La an tigua neurosis iba entonces a tener una especie de carrera paralela en un campo en el que no se había destacado hasta ese momento, el de la psi quiatría, y ello en la oportunidad de una revisión fundamental que esta ban promoviendo Jean-Pierre Falret y sus alumnos, en particular Morel. Para ubicar correctamente este nuevo contexto,6 es preciso retroceder al gunos siglos, hasta el momento en que, durante los últimos años del siglo XVIII, Pinel sentó las bases metodológicas y doctrinarias de la clí nica psiquiátrica. Pinel, en efecto, ejerció esta última; no se trataba de que desde mu cho antes de él no existiera una clínica de los trastornos mentales, sino de que fue el primero en fundar la clínica como una disciplina autónoma, una ciencia pura de la observación, metodológicamente separada, con hi pótesis etiopatogénicas y consideraciones prácticas y terapéuticas. Las concepciones del propio Pinel, de su alumno Esquirol y de la escuela de este último reinaron absolutamente hasta mediados del siglo XIX. En ellas la locura era considerada como un género homogéneo en el interior del cual se demarcaban especies presentadas como cuadros sincrónicos, síndromes cuyo concepto se aglutinaba en tomo de la manifestación más central y ostensible del estado mórbido. Así, desde Pinel hasta Baillarger y Delasiauve, un análisis que se vuelve cada vez más sutil opone los es tados de excitación (manía), los de depresión (lipemanía), los delirantes (monomanía), los esiuporosos (estupidez), los de incoherencia (demen cia), los actos impulsivos (locura o monomanía instintiva). Estas for mas se sucedían, se asociaban, se combinaban; su etiología era por otra parte no específica y se las consideraba tipos de reacciones psico-cerebrales, antes que enfermedades en el sentido moderno, anátomo-clínico, que cntonces inauguró Bichat. No obstante, ya se había aislado progresivamente de la locura una CNpccie concebida de esa manera: la idiotez representaba un estado en el cuul la patogenia y la evolución parecían fijadas, y que se distinguía clí nicamente de todos los otros. Pero sobre todo, desde 1822, el descubri miento fortuito de la parálisis general por Bayle preparó la transforma 56
ción conceptual y metodológica que encontrará a su teórico en J.-P. Fal ret. Pues la parálisis general se opuso a la clínica sincrónica originada en Pinel como entidad patológica que desplegaba en un ciclo diacrónico una secuencia de estados mórbidos que abarcaban al conjunto de los sín dromes pinelianos. El diagnóstico se apoyaba no en la parte central del cuadro, sino en signos pequeños, secundarios en apariencia, pero esen ciales en realidad, ya muy sutilmente analizados, que lo especificaban y diferenciaban de cualquier otro cuadro análogo: ni la monomanía, la ma nía o incluso la demencia paralítica podían ser confundidas con otros .síndromes de ese tipo. Además, esta primera “forma natural” (Falret) presentaba una patogenia particular y típica: la meningo-encefalitis, que le era específica. Se necesitaron treinta años para que se impusiera esa revolución conceptual a través de la enseñanza de J.-P. Falret, quien ex trajo de aquélla una crítica radical de la antigua metodología y los princi pios que permitieron erigir una nueva clínica: estudio de la evolución de la enfermedad, del pasado y el futuro del paciente, búsqueda de una pato genia específica, reunión de los signos negativos, atención a los peque ños signos secundarios que permitían la diferenciación de entidades hasta entonces confundidas en los “conglomerados inconexos” de la nosología de Pinel y Esquirol. Al mismo tiempo, los lazos de la clínica y la noso logía, estrechamente complementarias desde Pinel (puesto que se trataba de la demarcación de un espectro homogéneo de fenómenos) se aflojaron: la locura dejó de ser un género para convertirse en una clase de enferme dades yuxtapuestas en lo que más tarde iba a denominarse una clasifica ción-nomenclatura. Toda una serie de trastornos que desde hacía ya cierto tiempo tendían a ser aislados como “vesanias sintomáticas”, de las “ve sanias puras”, de la locura propiamente dicha (concepción de Baillarger), demostraron responder a la nueva óptica: trastornos mentales del alcoho lismo, enfermedades infecciosas y lesiones cerebrales, locura epiléptica. J.-P. Falret y sus alumnos comenzaron a describir otros nuevos: locura circular, delirio de persecución de evolución progresiva de Laségue, per seguidos-perseguidores (futuro delirio de reivindicación) y locura de la duda con delirio del tacto (neurosis obsesiva) de Falret hijo, etcétera.
La clínica de Morel: degeneración y neurosis Fue sobre sobre todo Morel, el más original de los alumnos de J.-P. Falret, quien retomó la enseñanza de su maestro, añadiéndole su toque personal: pensaba que el gran principio para aislar nuevas “formas natu rales” era la etiología (patogenia sería un término más exacto). Las ve sanias sintomáticas de Baillarger entraban sin dificultad en ese marco. 57
P iri las “vesanias puras” de ese mismo autor Morel iba a proponer un nuevo principio de comprensión y clasificación basándose en tres fuen tes principales: —A lo largo del siglo, la atención de los clínicos, retenida de entrada por la descripción de las formas de la locura, se había ido dirigiendo cada vez más hacia los antecedentes del enfermo y en particular a su herencia, en el marco de la investigación de las causas de la afección. Para Pinsl la herencia era ya la principal de las predisposiciones, mientras que consi deraba que las causas morales eran los factores determinantes de la alie nación mental. Pero las observaciones fueron acumulándose progresiva mente, dando testimonio de la frecuencia de los trastornos mentales y nerviosos7 en las familias de los alienados: —Una de las vesanias sintomáticas mejor individualizadas, la locura epiléptica, ofrecía el modelo de una neurosis que en su curso generaba con frecuencia delirios de aspecto peculiar (manía o furor epiléptico, epi sodios estuporosos) y desembocaba en una terminación demencial; por otra parte, los accesos podían presentar la forma convulsiva típica, aso ciarse a trastornos mentales o ser reemplazados por un equivalente psí quico. —La idiotez, finalmente, se presentaba como una forma muy especí fica de alienación mental en la cual el daño de la personalidad constituía lo esencial de la enfermedad y el fondo sobre el cual se desarrollaban eventuales síndromes mentales de aspecto más agudo. Esos materiales, y lo que conservó de las enseñanzas de J.-P. Falret, permitieron a Morel dar una forma teórica a lo que constituye incontes tablemente su intuición propia, su mirada personal dirigida a la locura, es decir, una percepción muy perspicaz del vínculo entre los trastornos mentales espectaculares y bien individualizados, por una parte, y por la otra los trastornos “nerviosos” o caracteriales que esos sujetos siempre presentaban antes de la enfermedad propiamente dicha (en el sentido de Pinel) y que con frecuencia se encontraban en sus ascendientes. El matiz peyorativo o incluso denigrante que acompañó (o justificó) esa mirada,8 la impresión de arcaísmo que suscita la explicación elaborada para esos hechos, no puede enmascarar el incuestionable progreso que en ese pun to promete Morel, ni la homología de sus concepciones con ciertas no ciones psicoanalíticas modernas que ofrecen para los mismos datos una concepción por cierto más válida. No se ve, por otro lado, qué es lo que hubiera podido imaginar de distinto un autor de esa época, en vista del conjunto de conocim ientos de los que se disponía entonces. La doctrina de la degeneración hereditaria ofreció la solución para ese cor\junlo de hechos e interrogantes. Bajo la influencia de causas que son 58
justamente las de las vesanias sintomáticas (intoxicaciones, enfermeda des orgánicas y cerebrales) las taras — según esta doctrina— se adquieren y se transmiten hereditariamente; dichas taras se ponen de manifiesto en un desequilibrio nervioso y en trastornos del carácter, terreno propicio para la eclosión, por acción de causas diversas (morales o somáticas) de l l alienación mental, que entonces toma del fondo “degenerativo” subya cente un aspecto y una evolución peculiares, específicos. La tarea se aCumula y se agrava a lo largo de generaciones, si no se produce una re generación gracias al cruzamiento con individuos exentos de tara (lo que no es frecuente, pues un tropismo electivo hace que los degenerados se atraigan entre sí): los trastornos nerviosos son sucedidos por las “dispo siciones para la locura por así decir innatas; las tendencias serán instinti vas y de mala naturaleza. Se resumirán en actos excéntricos, desordena dos y peligrosos”.9 Finalmente, en el último grado, los niños nacerán sordomudos, idiotas o se hundirán rápidamente en una demencia precoz, extinguiéndose la casta en una especie de eliminación natural. El desequilibrio nervioso se manifiesta: —En el primer grado, por un predominio del temperamento nervio
so; para definir dicho predominio Morel retoma la descripción del esta do nervioso de Sandras, que cita extensamente.10 Esos sujetos le pare cen propensos a todo tipo de “ideas fijas” obsesivas, fobias y excentrici dades (caprichos, coleccionismo). Por primera vez los fenómenos fóbico-obsesivos, ya descriptos anteriormente en otros marcos (monomanías “con conciencia”, seudomonomanías, etcétera), bosquejan un movimien to hacia su autonomía nosológica. De esta primera clase11 de locuras hereditarias Morel desprenderá, en 1866, “el delirio emotivo, neurosis del sistema nervioso ganglionar”:12 reagrupa allí en una nueva neurosis, cuya base es la angustia, fobias y obsesiones ansiosas. — En las “neurosis capitales” más individualizadas: histeria, hipo condría, epilepsia. Esta última sirve de modelo para la noción de “neuro sis transformada”, en la cual los síntomas clásicos desaparecen o pasan a un segundo plano, para hacer lugar a “nuevas condiciones patológicas (que) reflejan siempre el carácter fundamental de la neurosis, de la que son una transformación”:13 se trata de trastornos mentales que atesti guan un desplazamiento o una extensión del proceso neurótico a los centros cerebrales de las funciones psíquicas. Así, lo mismo que en el epiléptico, cuyas peculiaridades de carácter y cuyos trastornos nerviosos permanentes Morel es el primero en individualizar correctamente, las crisis convulsivas pueden acompañarse de episodios delirantes o cederles su lugar. De modo análogo, el estado mental hipocondríaco (Morel tiene de él una imagen clásica del tipo de la de Brachet) puede constituir un primer período y después dar origen al delirio de persecución (segundo 59
período) que Laségue acaba de describir (1852) y al que Morel añade un tercer período de delirio de grandeza. Es importante precisar que la idea de que las grandes neurosis son un terreno particularmente propicio para la eclosión de trastornos mentales es antigua y, en todo caso, fue sostenida corrientemente a principios del siglo XIX (Pinel, Esquirol, Louyer-Villermay, etcétera). Pero si bien la del parentesco entre neurosis y locura (no olvidemos por otra parte que la locura no era más que un tipo de neurosis: cf. Pinel) constituía una noción familiar, bien subrayada por Georget entre otros, el concepto de que las neurosis representaban la fuente de una especie nosológica par ticular de enfermedad mental podía considerarse impensable antes de J.P. Falret y fuera de su marco doctrinario, en cuyo interior se inscribió Morel.
La locura histérica: Griesinger y Morel El primer autor que habló de locura histérica fue aparentemente el funda dor de la psiquiatría clínica alemana, Griesinger,14 cuyas concepciones ejercieron una influencia muy profunda en J.-P. Falret y su hijo, lo mismo que en Morel. El daño psíquico le parece constante en lajiisteria; incluso “en los casos ordinarios, leves, que. todavía no constituyen una afección mental, junto a anomalías muy marcadas de la sensibilidad o del movimiento, a veces también sin anomalías de este tipo, se encuen tra un estado predominante del carácter que es propio de los sujetos afec tados de histeria; son de una extrema sensibilidad, de una susceptibilidad exagerada; el menor reproche los afecta, son fácilmente irritables, cam bian de humor por el menor motivo, a veces incluso sin motivo alguno; se observa que por momentos experimentan una ternura muy sentimen tal por otras mujeres; algunos tienen una inteligencia muy viva; a este estado general se añaden a veces algunas peculiaridades individuales; los hay mentirosos, celosos, desordenados; les gusta hacer maldades; etcéte ra.”15 Pero las cosas pueden llegar más lejos, y “las neurosis espiritua les,16 sea que se limiten simplemente a una afección convulsiva o neu rálgica muy restringida, o que se pongan de manifiesto en un estado de histeria confirmada, pueden dar origen a la locura. En tal caso, la alienación puede resultar de la extensión, de la propagación progresiva de la neurosis a lás partes esenciales de los centros nerviosos, o bien, y ello ei» bastante frecuente en las histéricas, es producida por el tránsito brusco ul cerebro de la neurosis de un punto del sistema nervioso; si ocurre esto 60
Último, con frecuencia la locura puede alternar, de una manera de algún modo periódica, con otras afecciones nerviosas. (...) ”La locura histérica profunda se manifiesta principalmente con dos formas distintas: la aguda y la crónica. En la primera forma aparecen acCSSos agudos de delirio y de agitación que llegan a veces hasta la manía; ella se desarrolla a continuación de los ataques convulsivos ordinarios de la histeria, pero, en ciertos casos, esos ataques son muy leves; a veces incluso el acceso-de locura parece reemplazar al ataque convulsivo que falta por completo; lo mismo se observa en la epilepsia. A veces tales accesos de manía se advierten ya en jovencitas de muy poca edad, que gritan, cantan, golpean a sus compañeros, les dicen injurias; en algunos casos padecen un delirio furioso, intentan el suicidio, sufren una excita ción ninfomaníaca, o bien un delirio religioso o demoníaco; finalmente, se entregan a actos extravagantes, pero aún coherentes. En tales casos, las enfermas sólo conservan un débil recuerdo de lo que han hecho du rante el acceso. (...) ”La locura histérica crónica puede presentarse en forma de melancolía O de manía;17 a veces el estado habitual del carácter peculiar de las histé ricas se va agravando lenta y progresivamente; los síntomas son más persistentes, cada vez más intensos, de manera que la enferma se vuelve más y más incapaz de dominarlos, o bien la enfermedad se inicia de ma nera aguda, después de algunos pequeños ataques histéricos a veces in completos. En el comienzo se observa simplemente un pequeño cam biaren el carácter: las enfermas están un tanto melancólicas, egoístas, preocupadas por su salud; carecen de voluntad, son indecisas, impacien tes», violentas, irritables; después adelgazan, se convierten en anémicas, algunas incluso caen en el marasmo; padecen constipación; su digestión y su menstruación son irregulares; finalmente caen en las formas cróni cas de la melancolía y de la manía. (...) ”En muchas enfermas, el delirio presenta cierto matiz erótico, que a veces es muy leve; a veces incluso ese matiz falta por completo. Algu nas veces esas mujeres experimentan éxtasis; en fin, la locura histérica degenera en demencia con más frecuencia de lo que se podría suponer a priori.”ls Me pareció que resultaba interesante citar casi in extenso es te pasaje, en el que es posible reconocer la fuente de la mayor parte de las nociones desarrolladas por Morel y sus sucesores:/la noción de trans-i formación psíquica de la neurosis; la descripción, junto al temperamento nervioso, de trastornos del carácter que hacen de esos enfermos seres in soportables para quienes los rodean (egoísmo, celos, impaciencia e irri tabilidad, tendencia a m entir); las psicosis agudas en las que predomina la agitación, los actos impulsivos más o menos extravagantes, los te mas eróticos y religiosos, a veces el estupor, que dejan tras de sí una amnesia casi completa; las terminaciones crónicas que tienden a la de 61
mencia;19 finalmente, el vínculo entre los aspectos específicos de esas psicosis con los trastornos del carácter anteriores, de los que no parecen ser más que su exageración. No obstante, para Griesinger la locura his térica sigue siendo un simple rótulo etiológico, debido a su concepción sincrónica, pineliana de la nosología. En 1853, en sus Etudes cliniques, Morel retoma la descripción del carácter histérico: advierte “la costumbre de exagerar sus sensaciones, la necesidad que experimentan de que uno se ocupe de sus sufrimientos. (...) Nunca se las quiere como habría que quererlas; llevan la manía de la sospecha hasta el último límite posible. Se hunden en las suposiciones más extravagantes, más falsas, más ridiculas y más injustas. Por otra parte el amor a la verdad no es la virtud dominante de su carácter, de mo do que nunca exponen los hechos en su realidad, y engañan tanto a sus maridos, a sus padres y a sus amigos como a sus confesores y sus médi cos”.20 Veremos a Jules Falret y a Laségue retomar esta visión “de las perversidades y mentiras” de los histéricos, y a Charcot combatirla. Mq: rel insiste por otra parte en la frecuencia de “la producción-de-íos-actos más insensatos”,21 lo que los autores contemporáneos denominan mo nomanías instintivas (piromanía, cleptomanía, homicidio, etcétera), en la locura histérica propiamente dicha. Las formas agudas, con frecuencia amnésicas, muestran por otra parte “una violencia y un desorden extre mos en los actos y las palabras. (...) En esos casos, los enfermos se sienten a veces irresistiblemente impulsados a proferir insultos, a pro nunciar palabras obscenas. Experimentan deseos de golpear, de morder, de escaparse, de suicidarse”.22 El autor subraya también el vínculo entre histeria y ninfomanía: entiende que un erotismo difuso suele impregnar las manifestaciones psíquicas de la histeria, aunque los “actos sólo son completamente depravados en el periodo extremo de la enfermedad” 23 El conjunto de estas descripciones24 se vuelve a encontrar en el gran Trai té des maladies mentales de 1860, cuya concepción general ya hemos analizado; en dicha obra, ellas permiten aislar una nueva especie nosológica, la locura histérica, en el seno de la clase de las locuras por trans formación de las neurosis.
La locura histérica después de Morel. la "ertfermedad aborrecible" de Falret En adelante la locura histérica fue incluida en las nosologías psiquiátri cas, junto a otras formas de alienación mental debidas a las grandes neu rosis (hipocondría o neurastenia, epilepsia, con frecuencia también coreu). l^»s concepciones de Morel serán retomadas sin grandes modificacio62
por algunos autores, como Moreau de Tours25 y parcialmente por J. et. Sin embargo, la mayor parte de los alienistas que iban a seguirlo que aceptaron la noción de locura histérica, entendieron su ampliación una manera a la vez más restringida y más específica: —Desde luego, ellos incluyeron una descripción del carácter histéri!, más bien tomada de Falret, quien, como vamos a verlo, acentúa sus ^Hugos. —Incorporaron también los “equivalentes psíquicos”, psicosis agu
das que acompañaban, seguían o reemplazaban a las crisis; la escuela de Charcot reservará la expresión “psicosis histérica” para estos accesos, en general breves.
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—En cambio las psicosis crónicas que habían descripto Griesinger y Morel serán más bien vinculadas con entidades nosológicas de las que lólO se diferencian por pequeños detalles (manía, melancolía, paranoia, demencia).26 Esta concepción es la de Mareé27 y de los grandes alienistas alema
nes de la escuela de Illenau,28 que por otra parte reiteran lo esencial de Üs orientaciones de Morel. Consideraban que las neurosis, como toda otra forma de tara degenerativa, podían servir de base para el desarrollo de una jpsicosis-tipo; la paranoia histérica, por ejemplo, englobaba en su proceso los síntomas basales de la histeria: el delirio de persecución somático se fundaba en la sintomatología sensorio-motriz de la neurosis; las alucinaciones visuales, las visiones, los temas místicos y eróticos se presentaban en abundancia; sin embargo, se trataba de una paranoia, con la estructura y el desarrollo específicos de esa entidad patológica. KrafftEbing y Schule aplicaron esa conceptualización al conjunto de las “lo curas neuróticas”: a la epilepsia desde luego, pero sobre todo a la hipo condría, respecto de la cual retoman la acepción global arcaica de Morel, y en seguida a la neurastenia,29 curiosamente adjunta de modo tardío (en 1890) a la hipocondría, con cuyo cuadro coincide en gran medida.30 Al seguir o más bien ampliar la concepción del propio Beard, muy lógica mente a dicha concepción se le va a agregar la locura por obsesiones (lo cura neurasténica), hasta ese momento considerada una “paranoia rudi mentaria” (Westphall).31 Esa idea será importada a Francia por Régis32 Sin mucho éxito: en ese entonces dominaban las ideas de Magnan33 y el propio Régis se adhirió a ellas en las ediciones ulteriores de su Précis. Bs cierto que se trataba fundamentalmente de la misma concepción, puesto que Magnan (cuyas doctrinas lo vinculaban estrechamente con Morel) relacionó el conjunto de las obsesiones, impulsos, fobias, inhi-
bidones ("fenómenos de detención”) y perversiones sexuales, en tanto "síndromes psíquicos de la degeneración mental”, con el estado mental habitual del degenerado, es decir con el estado nervioso de Sandras. El matiz es más bien de tipo psicopatológico: Magnan concibe las obse siones con una óptica muy próxima a la de Westphall, de modo que para él el lazo con el desequilibrio nervioso no es directo (homología de es tructura más bien que vínculo causal), como lo pretendía Régis. Fue Pierre Janet, inspirándose en Charcot, quien impuso la síntesis neurastenia-obsesiones en su psicastenia, en el momento (1903) en que las ideas de Magnan desaparecían de la nosología francesa. El problema de las psicosis histéricas estaba así casi solucionado (Charcot, como lo veremos, lo zanjará de modo perdurable, aunque des pués resurgió periódicamente); la descripción del carácter histérico era lo que iba a retener sobre todo la atención de los psiquiatras. Así J. Falret, durante toda su vida fiel propagador de las ideas de su padre, emprendió dicha descripción a su tumo, en 1866, durante una discusión célebre34 de la Sociedad Médico-Psicológica sobre la locura razonante. Esa antigua noción tomada de Pinel (manía sin delirio) y de Esquirol (monomanía razonante), un poco olvidada desde entonces, y que Delasiauve (seudomonomanías) trató de exhumar, abarcaba no “una forma distinta de en fermedad mental (sino) una reunión artificial de hechos incoherentes, pertenecientes a categorías diversas y hoy confundidas bajo un mismo nombre”.35 Ese “grupo informe”,36 que en efecto era puramente sinto mático, sólo quedaba caracterizado por un rasgo central, común a las di ferentes “categorías naturales”37 que reunía: la conservación de una for ma de pensamiento de tipo lógico y racional junto a los fenómenos mórbidos que de ese modo se encontraban objetivados (“con conciencia”) o racionalizados (“razonante”). J.Falret iba a extraer de ese grupo ocho categorías: cinco sintomáticas de grandes entidades, formas de iniciación o atenuadas de esas mismas entidades (exaltación maníaca, parálisis ge neral, epilepsia, delirio de persecución, ciertas locuras hereditarias de Morel), y tres que constituían descripciones bastante originales: la locu ra histérica y otras dos entidades que por primera vez encontraron úna descripción detallada: —La hipocondría moral, en la cual, sobre un fondo de pesimismo y de postración, se desarrollaba un estado en el cual el mundo exterior pa recía descolorido, cambiado, sin atractivo, mientras que el sujeto se sentía transformado, insensible e Indiferente a todo, incapaz de actuar o de querer, sin iniciativa, sin gusto, sin energía. La inteligencia estaba poco perturbada; el sujeto tenía conciencia de su estado permanente de unsiedad. Esos enfermos padecían crisis de terror y obsesiones impulsi64
\ cercanas al vértigo (atractivo y horror del suicidio, del asesinato, de incongruentes u obscenos). Finalmente, un cortejo de trastornos apáticos (cenestopatías, equivalentes ansiosos) completaban ese
—La “alienación parcial con predominio del miedo al contacto con I objetos exteriores (locura de duda y locura del tocar)” cercana a la anr pero distinta de ella, y en la que se reconocía una descripción, por
ñera vez clara y completa, de la neurosis obsesiva. Sefialemos al pasar que los dos estados que J. Falret distingue allí líente iban a ser confundidos a continuación por la mayor parte i autores, que acercarán ambos cuadros entre sí, en nombre de sus 3sas formas mixtas. Del predominio del primero surgió la psicasi de P. Janet (cf. la bella descripción de los sentimientos de incomüd); el predominio del segundo generó la neurosis obsesiva de Freud i los psicoanalistas. En general, por otra parte, los psiquiatras francei de fin del siglo, junto con Magnan, iban a seguir a Morel, y a en globar esos estados en las locuras hereditarias.
En cuanto a la locura histérica, si bien se incluyen en ella las grandm manifestaciones asilares (manía histérica) a la manera de Morel, J. Falret pretendió sobre todo describir una forma razonante, constituida eUncialmente por trastornos del carácter y del comportamiento, y que no representaba más que la exageración de los rasgos del carácter histérico, ■Obre el cual realizó un estudio muy detallado: “Todos los médicos que han observado a muchas mujeres afectadas de histeria, todos los que han tenido la desdicha de vivir con ellas en común, saben perfectamente que, en el carácter y la inteligencia, todas tienen una fisonomía moral propia y que permite reconocer en ellas la existencia de esta enfermedad, incluso antes de haber verificado los síntomas físicos. (...) El carácter de la ma yoría de las histéricas (...) representa en diminutivo los rasgos principa les de la locura histérica plenamente confirmada.”38 J. Falret desprende Q^nco rasgos principales que especifican el carácter histérico: —“En primer lugar, la gran inestabilidad de todas sus disposiciones psíquicas, según el momento en que se las observa”;39 caprichosas, veriMfes , pasan fácilmente del entusiasmo a la aversión, de la excitación a nrUSpresión, “permanecen frías frente a los más grandes dolores y, por OtrO lado, la influencia de simples contrariedades las conmueve al punto de desencadenar en ellas crisis nerviosas. Contrariedad es la palabra má gica (sin otra análoga en el vocabulario de los sentimientos humanos) que las histéricas emplean con predilección; ella resume de por sí toda su vida emotiva y representa el móvil de todas sus acciones.”40 65
— A continuación, “el espíritu de contradicción y de controversia”:41 oposición porfiada, resistencia pasiva “que contrastan singularmente (...) con la volubilidad habitual de sus sentimientos e ideas”. Laségue obser vará la importancia de ese punto en la constitución de la anorexia histé rica. — “Otro hecho principal, esencialmente característico de las histéri cas, es el espíritu de duplicidad y de mentira.”42 La exageración teatral de sus manifestaciones afectivas, la afectación de actitudes o de senti mientos contrarios a los que experimentan, la mentira, la mitomanía, las intrigas y la simulación (J. Falret nota que incluso los síntomas de la neurosis son con frecuencia simulados en parte) convierten a “estas enfermas en verdaderas comediantes; su mayor placer es el de engañar e inducir a error”.43 —“La rapidez e incluso instantaneidad en la producción de las ideas, en.los impulsos y en los actos.” 44 Concebidos en seguida, la idea o el impulso se imponen para desaparecer en la primera oportunidad. En tal sentido Falret se detuvo particularmente en los movimientos súbitos de cólera: insultos, violencia, gritos, rotura de objetos, manifestaciones es pectaculares contrastantes con la apariencia reservada que afectan en pú blico. Por otra parte, ése es un punto en el que Falret insiste varias ve ces: la locura de estas enfermas se manifiesta esencialmente en privado y, con mucha frecuencia, el observador exterior no puede sospechar en qué “infierno” viven las familias. —“Finalmente, las histéricas son por lo general romanticonas y so ñadoras, dispuestas a dejar que las fantasías de su imaginación predomi nen sobre las necesidades de la vida real; con frecuencia tienen también tendencias eróticas pronunciadas, aunque se ha exagerado mucho respecto de esta disposición ordinaria de su naturaleza, pues son coquetas y vani dosas con más frecuencia que verdaderamente ardientes y apasionadas.”45 No obstante, en ese registro se manifestaba sobre todo la exageración enfermiza del carácter histérico que Falret denomina “locura razonante de las histéricas”: ninfomanía, celos enfermizos y tiránicos, incluso perver sos en la venganza. De modo que así se estableció firmemente la visión psiquiátrica de la histérica, esa “enferma aborrecible”, visión cuya paternidad liza Veith atribuye con justicia a Griesinger. Ese retrato sobrecargado, de trazos cla ramente peyorativos, será muy ampliamente aceptado por los autores franceses (entre otros Legrand du Saule y Laségue) y de otras nacionali dades, hasta que Charcot y su escuela cuestionaron su validez, vamos a ver con qué fundamentos. 66
NOTAS ■ Georget: “Hystérie”, artículo del Dictionnaire de médecine , pág. 160 . Ibíd., pág. 161. Ibíd., pág. 164.
f. supra. 8, Georget, en op. cit., pág. 166. Desde luego, se habrá notado la se mejanza de esta descripción con la del estado mental del “nervioio ” (Sandras). Bl análisis que sigue retoma a vuelo de pájaro la argumentación que he desarrollado en P. Bercherie: Les fondements..., partes I y II, en especial los capítulos 1, 5, 6 y 7, donde se podrán encontrar los materiales que sustentan este pensamiento, i Y también de las enfermedades orgánicas graves (tuberculosis, reuma tismo, etcétera), pero la mayoría de los autores (y por otra parte Morel) rechazan esa asociación demasiado remota y demasiado po co específica. i . Por lo demás, en el conjunto de los autores de este período sobrevino un tránsito desde el espíritu filantrópico y benévolo con que Pinel abordaba a los alienados, hasta un clima de desconfianza: en ese momento adquiría carácter de imperativo prioritario la protección de la sociedad. La decepción con respecto a los entusiasmos tera péuticos del inicio de la psiquiatría, pero sobre todo el compromi so médico-legal cada vez más importante de los alienistas, expli can en parte esa transformación. 9. B. A. Morel: Traité des maladies mentales, pág. 515. 10. Ibíd., pág. 123. 11. Las clases segunda y tercera agrupan a todo tipo de personalidades pa tológicas (psicópatas, perversos, paranoicos). La cuarta clase está formada por los imbéciles y los idiotas. 12. B. A. Morel: “Du délire émotif, névrose du systfcme nerveux ganglionnaire”, en Archives de médecine, 1866, tomo I, págs. 385, 530 y 700. 13. B. A. Morel: Traité..., pág. 264. 14. Sobre Griesinger, cf. P. Bercherie: Les fondements..., vol. I, cap. 4. 13, W. Griesinger: Traité..., pág. 214. 16. En esa época, la doctrina más difundida entre los autores alemanes y anglosajones consideraba que la histeria era un síndrome de irrita ción de la médula espinal. 17. Los términos “melancolía” y “manía” aún tenían un sentido muy ge neral (estado de excitación, estado de depresión) de tipo pineliano en esos autores de la primera mitad del siglo XIX (cf. supra, el principio de este capítulo). 18. W. Griesinger, Traité..., págs. 214-215. 19. A fines del siglo, Kraepelin considerará que la mayor parte de las lo-
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20. 21. 22. 23. 24.
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26. 27. 28. 29.
30.
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32. 33. 34.
35. 36. 37. 38. 39. 40. 41. 42. 43. 44. 45.
curas histéricas son signo de demencia precoz, la futura esquizofre nia. i B. A. Morel: Etude des cliniques. Traité théorique et pratique des maladies mentales, tomo II, pág. 212. Ibíd., pág. 206. Ibíd., pág. 199. Ibíd., pág. 215. Quizás con un énfasis más sostenido en las “terminaciones deplora bles en las que la naturaleza humana se muestra con su aspecto más degradante” (B. A. Morel: Traité..., pág. 265), es decir el embo tamiento, la degradación, la incuria de una demencia precoz. J. Moreau de Tours: Traité pratique de la folie névropathique (vulgo hystérique), 1869. H. Legrand du Saulle: Les hystériques, 1883, asocia las concepciones de Morel con las ideas de Laségue-Falret y de Charcot. Pronto demencia precoz, a la cual pertenecían según Kraepelin la ma yoría de los antiguos casos de locura histérica. L. V. Mareé: Traité pratique des maladies mentales, 1862. Cf. P. Bercherie: Les fondements..., cap. 9. Freud tomará de Krafft-Ebing la distinción neurastenia-hipocondría en el seno de las neurosis actuales, clase que divide la antigua neuras tenia en sentido amplio. Así, nada diferencia la paranoia hipocondríaca (que toma los elemen tos basales de los temas delirantes a las cenestopatías neuróticas subyacentes), de la nueva paranoia neurasténica. WestpHall considera en efecto que la obsesión es un trastorno in te lectual (y no emotivo, como decía Morel), una “idea fija”, y con cibe los delirios de la misma manera. Cf. E. Régis: Manuel de médecine mentale, 2a. ed., 1892, capítulo “Neurasthénies”, págs. 255 a 296. Sobre Magnan, cf. P. Bercherie: Les fondements..., cap. 11. Cf. la memoria de J. Falret: Etudes cliniques sur les maladies menta les et nerveuses, págs. 475 a 544, y P. Bercherie: Les fonde m ents... cap. 6. J. Falret: Etudes..., pág. 489. Ibíd., pág. 490. Ibíd. Ibíd., pág. 500. Ibíd. Ibíd. pág. 501. Ibíd. Ibíd. Ibíd., pág. 502. Ibíd. Ibíd., pág. 503.
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\ Capítulo III LA CONCEPCION GENERAL DE LA HISTERIA EN CHARCOT
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I»' metodología clínica de Charcot Sn condiciones muy análogas a las que conoció Briquet, Charcot se vio Hwido a estudiar la histeria. En 1870 asumió la dirección de la sala de iM “convulsivos” (histéricos y epilépticos no alienados), que poco antes M b h sido separada del gran servicio de Delasiauve en la Salpétriére (en •1 cual era médico desde 1862). En ese momento ya tenía detrás de sí uM extensa carrera médica, consagrada sobre todo a las enfermedades cró nicas y a la neuropatología, de la cual fue uno de los pioneros; veremos que en consecuencia quien abordó ese nuevo campo no era un espíritu verdaderamente libre de concepciones previas. Por otra parte, se lanzó a CN nuevo estudio con más entusiasmo que Briquet, e inició en tomo de la histeria esa “segunda carrera” que lo convertiría en una celebridad mundial aureolada con una reputación fascinante y misteriosa de tauma
turgo. En el estudio clínico de lo que en términos bastante clásicos le pare cía una enfermedad nerviosa (o más bien — y éste es un matiz funda mental— una enfermedad neurológica), Charcot retomó la muy riguroia metodología definida con mucho éxito a partir de sus trabajos anterio res (sobre la enfermedad de Parkinson, la esclerosis en placas, etcétera). De entrada denominó “método nosológico”1 a una cierta concepción del procedimiento clínico, para lo cual retomó y aplicó a la neuropatología loe principios de Duchenne de Boulogne. Esa concepción apuntaba a la Constitución de un tipo, forma completa de una enfermedad en la que agrugaba todos los elementos sintomáticos posibles, versión perfecta, ca nónica del cuadro patológico, “indispensable y la única eficaz para hacer 69
surgir, del caos de nociones vagas, una especie mórbida determinada. (...) Pero una vez constituido el tipo, le llega el tumo a la segunda ope ración nosográfica: hay que aprender a descomponer dicho tipo, a frag mentarlo. En otros términos, es preciso aprender a reconocer los casos imperfectos, desdibujados, rudimentarios”.2 A la recíproca, la pureza de la entidad así aislada permitía la descom posición analítica de las formas mixtas o combinadas: “Querría destacar una vez más el gran hecho nosológico de que incluso y quizás sobre to do en la patología nerviosa, las especies o tipos mórbidos ofrecen, en la combinación de sus caracteres clínicos, una verdadera firmeza, una origi nalidad real que casi siempre permitirá reconocerlos o separarlos median te el análisis, incluso cuando varias de esas especies coexistan en un mismo individuo, en el que pueden dar forma a complejos diversos. La doctrina que quemamos hacer prevalecer en esta materia es (...) que los complejos nosológicos de los que se trata no representan en realidad for mas híbridas, productos variables e inestables, una mezcla, una fusión íntima, sino más bien el resultado de una asociación, de una yuxtaposi ción en la cual cada uno de los componentes conserva su autonomía.”3 Así, a través de la vía única de una observación que a él mismo le gustaba llamar “morfológica”, mediante una ascesis de la mirada, se des prendía el tipo de una enfermedad nueva. Llega entonces el momento del “método anátomo-clínico”:4 las autopsias en serie permitirían identi ficar el asiento de la lesión causal, y con las correlaciones anátomo-clínicas obtenidas de ese modo se podría “proveer a la nosografía de carac teres más fijos, más materiales que los síntomas mismos, si así puede decirse”.5 En cuanto al momento fisiopatológico, explicativo, en el que uno se dedica a “captar la naturaleza de las relaciones que vinculan a las lesiones con los síntomas exteriores”,6 Charcot lo relegará siempre a un “segundo plano”;7 toma de la tradición clínica francesa, muy positivista, esa desconfianza de siempre respecto de la teoría, actitud que tanto habrá de impresionar a Freud. La aplicación de ese esquema de estudio a las neurosis y sobre todo a la histeria tiene diversas consecuencias: en efecto, lleva consigo una concepción implícita de la enfermedad que prefigura sus resultados en un estadio de la investigación que según se pretende es todavía puramente empírico y está exento de presupuestos. Lo que reveló ser notablemente fructífero para la neuropatología, en el estudio de la histeria, como vere mos, iba a desembocar en un fracaso y a identificara contrario la verda dera naturaleza de la enfermedad. Pero es preciso subrayar que ese pasaje por el absurdo permitió por si solo levantar la hipoteca “nerviosa”, y que en consecuencia el descubrimiento del inconsciente dependió histó rica y epistemológicamente del progreso de la patología médica. 70
\ tria, una enfermedad neurológica o que la actividad de Charcot estaba guiada por un cierto número uencias y presupuestos: •—Seflalemos de entrada la influencia de los trabajos alemanes, pero todo anglosajones, que Charcot conoce bien y cita respecto de to los puntos que examina. Según ya lo he indicado, la concepción de Iteria como neurosis espinal, irritación de la médula, presuntamente te de diversos trastornos nerviosos reflejos (“las histerias locales”), muy difundida en esos autores, que eran esencialmente médicos y os y que se complacían en considerar la histeria desde un ángulo neurológico. Si bien (ya lo hemos visto) los trabajos franceses atn a una patología cerebral, su inpiración seguía siendo muy psista y análoga a las concepciones de los alienistas (cf. Briquet). —No quedan dudas de que Laségue ejerció también una influencia Uy profunda en Charcot, a pesar de la existencia de divergencias im:r«ntes acerca de ciertos puntos capitales, a pesar también de una cierta ptecieción en las citas, por lo demás frecuentes, con las que el último se lim ite a los escritos del primero. Persuadido de que “no se llegará a lonatituir la historia de los accidentes histéricos más que estudiando aislldamente cada uno de los grupos sintomáticos”,8 y recomponiendo a OOfltinuación la enfermedad mediante la reunión de diferentes fragmentos, Laiégue tendía a descomponer la afección en varios grupos:9 carácter histérico que entendía a la manera de Morel y de J.-P. Falret;10 crisis y Síntomas sensorio-motores que relaciona con perturbaciones cerebro-es pinales y estudia con una perspectiva ya muy neurológica; finalmente, síntomas de histeria local11 que tiende a vincular con una hiperreflexividad de los sistemas nerviosos autónomos viscerales (espasmos inten sos y sostenidos a continuación de irritaciones con frecuencia leves). En lo relativo a tales espasmos (tos histérica, blefarospasmo, espasmo laríngeo, vaginismo, esofagismo, etcétera), Laségue subraya diferentes oaracteres que Charcot habrá de retomar: tenacidad, firmeza, inicio y con clusión abruptos, repercusión leve en el estado general, importancia del Autor moral y de la interacción entre el enfermo y quienes lo rodean,12 interés terapéutico de los cambios de ambiente (viajes, aislamiento). / - L a semiología de la afección es estudiada con un serio prejuicio: a V la inversa de Laségue (quien piensa que “la definición de la histeria nun ca ha sido formulada ni lo será jamás, pues los síntomas no son lo bas tante constantes, ni lo bastante ajustados, ni lo bastante análogos en du ración e intensidad como para que un mismo tipo descriptivo pueda abercar todas las variedades”),13 a la inversa de Briquet (cuyas concepcio nes patogénicas tienden a inscribir la histeria en el orden de las manifes71
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laciones pasionales, expresivas), Charcot quiere encarar lo que le parece una enfermedad neurológica con el mismo método que le ha procurado el éxito en otro campo. Así, si bien no desconoce los peligros de la simulación,14 se ve llevado a ver más bien en ella una sobresimulación, y en consecuencia a ir más allá, a tomar diversas precauciones para eliminaría e identificar el síntoma muy real al que la puesta en escena,“exagerándo lo, (tiende) a imprimirle el carácter de extraordinario, de maravilloso”.15 —La búsqueda del “tipo” lleva a privilegiar en el estudio del cuadro morboso las formas más extensas y espectaculares. Así, Charcot se verá conducido a no estudiar a fondo más que a algunas grandes histéricas de su servicio, que presentaban una sintomatología máxima y que pronto iban a convertirse en verdaderas vedettes adiestradas para producir todas las manifestaciones que se investigaban. Sucede que (como lo veremos en unos cuantos ejemplos), si bien la escuela de la Salpétriére tomaba grandes precauciones contra la simulación (tal vez sin llegar a eliminarla por completo), nada la prevenía contra los efectos, en particular incons cientes, de la sugestión y del adiestramiento involuntario ampliamente facilitado por las características de los exámenes clínicos,16 practicados en público y comentados paso a paso: en ellos la histeria revelará del mejor modo su verdadera naturaleza sólo más tarde, retrospectivamente. — A la inversa, el aislamiento de los casos “puros” llevó a rechazar del cuadro de la enfermedad diversos agrupamientos sintomáticos tradi cionalmente incluidos en él y que parecían representar “asociaciones mórbidas”. Veremos que sobre todo la locura histérica fue excluida del “tipo”, en tanto se la consideró una complicación con la degeneración mental. De modo que los casos más corrientes tendían a aparecer a la vez como forma desdibujada y formas combinadas (tal era el caso de la histe ria masculina, casi siempre histero-neurastenia). — El esfuerzo sistemático por poner de manifiesto leyes de correla ción, de asociación, de sucesión de los síntomas, a pesar de la corrección introducida por la idea de las formas incompletas o rudimentarias, tendía a desviar el estudio clínico, pues naturalmente todo lo que uno busca se verifica en la “patoplastia” (Dupré) histérica. “Hay quienes en varias de esas afecciones (nerviosas) no ven más que un conjunto de fenómenos extravagantes, incoherentes, inaccesibles al análisis y que quizás sería preferible relegar a la categoría de lo incognoscible.17 Se apunta sobre todo a la histeria con esta especie de proscripción. (...) Sólo una obser vación superficial ha podido conducir a la opinión a la que acabo de refe rirme; un estudio más atento nos hace ver las cosas con un aspecto totnlmcnte distinto. (...) También la histeria a igual título que los otros estados mórbidos, obedece a reglas, a leyes que una observación atenta y suficientemente multiplicada siempre permitirá identificar. (...) Para no clutr más que un ejemplo (...) la descripción del gran ataque histérico, 72
ucido a una fórmula muy simple.18 Cuatro períodos se suceden ~ue completo con la regularidad de un mecanismo: 1) epileptoigrandes movimientos (contradictorios, ilógicos); 3) actitudes pa" (lógicas); 4) delirio terminal. (...) El ataque puede ser incom-
(...) pero a quien tenga la fórmula siempre le resultará fácil reducir las formas al tipo fundamental.”19 Más allá de la rehabilitación de icría por alguien que en consecuencia creía conservar su dominio ’drmula”), esta larga cita pone de manifiesto los postulados básicos posición de Charcot Los síntomas serán siempre estudiados desde perspectiva, procurando definir, a partir del modelo de las sistematineurológicas, asociaciones regulares como por ejemplo las ge-
por el aspecto bipartido de los territorios de proyección de los nerviosos en el nivel del cuerpo (hemianestesia del mismo cos
que el dolor ovárico, contracturas,20 estrechamiento del campo vietcétera), o las leyes de desaparición y reaparición de las acroma:i*5 a los diversos colores en un orden particular 21 ' Resulta entonces natural que la tendencia a comprender la histeria del modelo de las enfermedades neurológicas lesiónales desem en un cotejo de los mecanismos patogénicos atribuidos a los sín"Entre la hemianestesia vulgar de los histéricos y la que es signo | | una lesión en el foco físico de la enfermedad, la analogía es sorprendinte. En el fondo, se trata del mismo síndrome. La misma semejanza Miste entre la paraplejía espasmódica de los histéricos y la que pone de manifiesto una lesión orgánica espinal. (...) Ahora bien, esa semejanza, que desespera a veces al clínico, debe servir de enseñanza para el patólo go que, detrás de la sede común, entrevé una analogía anatómica y, mutatis mutandis, localiza la lesión dinámica de acuerdo con los datos que proporciona la lesión orgánica correspondiente.”22 Cinco años más tarde, en 1889, en el prefacio a la tesis de su alumno Athanassio sobre I d trastornos tróficos histéricos, Charcot es aun más claro: “Es importante que se sepa que la histeria tiene sus leyes, su determinismo, abso lutamente del mismo modo que una afección nerviosa con lesión mate rial Su lesión anatómica no es todavía accesible a nuestros medios de ijRveatigación, pero de manera innegable se traduce para el observador atento en trastornos tróficos análogos a los que se ven en los casos de le■iones orgánicas del sistema nervioso central o de los nervios periféri cos. (...) En adelante, el camino está en gran medida abierto, y me atre vo a esperar que un día u otro el método anátomo-clínico en materia de podrá incluir un éxito más en su activo, éxito que permita finalmeift»4escubrir la alteración primordial, la causa anatómica de la cual se qonpdftn hoy en día tantos efectos materiales.”23 Ya nos hemos encontrado varias veces con el concepto de “lesión di
námica”: antes de Charcot era una referencia más bien vaga que connota ba la inclusión de la histeria entre las enfermedades del sistema nervioso, pero en aquél adquirió una denotación precisa, un sentido anatómico fo cal que da acabamiento a la homogeneidad de su concepción general de la enfermedad. Esa manera de concebir la histeria va a permitir que se pon ga definitivamente de manifiesto el carácter fundamental de los síntomas histéricos, que se presentan, para el sujeto consciente que los sufre, co mo un fenómeno automático que tiene que soportar pasivamente, de la misma manera que cualquier manifestación de un trastorno orgánico. Los estudios minuciosos de Charcot y sus alumnos, si bien los arrastra ron a un terreno cada vez más inverosímil, e incluso grotesco, fueron re alizados de manera tal que la antigua altefnativa entre fenómenos neurológicos inconscientes y fenómenos psicológicos más o menos conscien tes y simulados, iba a desembocar en la paradoja que constituye el ori gen tiel psicoanálisis freudiano: los fenómenos psicológicos incons cientes, no más o menos por debajo del umbral de la conciencia (como de hecho se encaraban hasta ese momento los fenómenos inconscientes), sino realmente inconscientes, totalmente clivados de conciencia, y no obstante intensamente activos. Había sido necesario ese desvío para echar luz sobre un fenómeno en ese entonces tan sorprendente y notable. Tomemos el ejemplo de “la catalepsia (...) en ciertos histéricos. La cuestión es ésta: ¿puede ese estado ser simulado de manera tal que enga ñe al médico? Se cree generalmente que si a un sujeto cataléptico se le extiende el brazo horizontalmente, él puede conservar esa actitud un lap so lo bastante prolongado como para descartar toda sospecha de simula ción. Según nuestras observaciones, eso no sería exacto: al cabo de 10, 15 minutos, el brazo comienza a descender, y al cabo de 20 a 25 minu tos como máximo, cae verticalmente. Ahora bien, ésos son también los límites que corresponden a un hombre vigoroso que trata de conservar esa posición. De modo que es necesario buscar en otros elementos el ca rácter distintivo. Tanto en el simulador como en el cataléptico, un cilin dro registrador con la pluma conectada a la extremidad del miembro ex tendido servirá para recoger en un gráfico las menores oscilaciones de esa extremidadv-mientras que un neumógrafo, aplicado en el pecho, propor cionará la*Curva de los movimientos respiratorios. Ahora bien, lo que se observa en esos trazados, cuyo resumen les presento, es lo siguiente: en la cataléptica, durante toda la duración de la observación, la pluma co rrespondiente al miembro extendido traza una línea recta perfectamente regular. Durante el mismo lapso,-el trazado del simulador se asemeja al principio al de la cataléptica, pero al cabo de algunos minutos comien zan a advertirse diferencias considerables; la línea recta se convierte en quebrada, muy accidentada, con instantes de grandes oscilaciones dis puestas en serie. Los trazados del neumógrafo no son menos signific'ati74
i la cataléptica se registra una respiración muy escasa, superficial, ^flnal de la curva se asemeja al comienzo. El dibujo del simulador ||Compuesto por dos partes distintas: al principio, respiración regular 1; en la segunda parte (la que corresponde a los indicios de fatiga Bular observados en el trazado de la extremidad), irregularidad en el i y la amplitud de los movimientos respiratorios (depresiones rápiI y profundas, signo del trastorno de la respiración que acompaña al ueno del esfuerzo).’'24 I Aparatos de ese tipo eran corrientemente utilizados en el estudio de I,Síntomas histéricos: ellos demostraban en la mayor parte de los caI la ausencia de simulación, la objetividad de los trastornos25 y p o r Uto su naturaleza orgánica. ¿Qué otra cosa hubiera podido pensarse l i l e momento? Será necesaria la confrontación con hipnosis para que | hechos sean encarados desde otro punto de vista; todavía se verá que chos investigadores no pudieron desprenderse del antiguo modo de r. Cuando Bemheim impuso su concepción acerca de la naturaleza Itiva, y en consecuencia psíquica, de numerosos fenómenos descripI en la Salpétriére, muchos se apartaron, persuadidos de que Charcot se ¡)ÍBdejado engañar por simuladores, olvidando el rigor de sus protocode observación. Veremos que Babinski y Dupré volvieron a una f a m i ó n apenas retocada de las opiniones de Laségue y Falret, tomándose ||n embargo una pequeña molestia al señalar que, con todo, el problema había sido entrevisto.
La clínica de la histeria según Charcot Examinemos ahora los resultados clínicos del estudio de la histeria en la Salpétriére. Retomando nociones ya presentes en Briquet, Charcot opuso lot fenómenos paroxísticos, espectaculares pero intermitentes de los Cuales era el modelo la gran crisis, al fondo común sobre el que evolu cionaban dichos fenómenos, caracterizados por su permanencia y su te nacidad, su resistencia al tratamiento. Son los estigmas permanentes:26 lu presencia signa el estado histérico, y sólo su desaparición indica cura. Los estigmas consisten esencialmente en trastornos en la sensibilidad: anestesia completa o disociada (termoanestesia, analgesia, anestesia tác til), general o parcial, y sobre todo bipartida (hemianestesia), extendida al “sentido muscular” (sensaciones de posición), a los órganos de los ■entidos (sordera o hipoacusia, estrechamiento del campo visual y acronuttopsias), a las mucosas; hiperestesias de todo tipo, en particular rela cionadas con el ovario y el “clavo” histérico (cefalea aguda focal). Se agregan al cuadro los trastornos motores: contracturas permanentes, pare 75
sias o amiostenias, temblores. Finalmente un estado mental peculiar esencialmente constituido por impresionabilidad, excitabilidad, sugestionabilidad, estado que nos remite a la antigua noción de estado nervioso; Charcot excluye en efecto de la histeria cualquier otro rasgo moral y en particular los conceptos provenientes de la corriente psiquiátrica. Los estigmas presentaban un cierto número de propiedades notables: — Algunas zonas, en particular hiperestésicas, son denominadas “hísterógenas”: “regiones circunscriptas del cuerpo, dolorosas o no de las que parten, durante los pródromos de ataques espontáneos, sensaciones que desempeñan un rol en el conjunto de los fenómenos del aura histéri ca, y cuya presión tiene el efecto de determinar el ataque convulsivo, o una parte de los fenómenos espasmódicos del ataque, o bien de detener bruscamente las convulsiones”.27 Se observan así, zonas espasmógenas, frenadoras o espasmo-frenadoras. El ovario fue la primera localización estudiada por Charcot.28 Pitres describirá también zonas “ideógenas”, cuya estimulación desencadena la irrupción en la conciencia de imágenes e ideas diversas o específicas. -—La anestesia ocupa un lugar peculiar entre los estigmas. Casi siempre se superpone a los grandes síntomas (parálisis, contracturas) o a otros estigmas. Charcot le atribuye por otra parte una significación peculiar para el pronóstico, puesto que juzga la curación sobre la base de su desaparición completa. —Los estigmas pueden ser bastante inestables, desplazarse o desapa recer espontáneamente. No obstante ciertos agentes electivos tienen la propiedad de provocar esas variaciones:29 faradización, aplicación de di versos metales y sales metálicas (metaloscopía de Burq), imanes, electri cidad estática, vibraciones sonoras, vejigatorios, modifican o suprimen anestesias y trastornos sensoriales. Esos agentes estesiógenos provocan frecuentemente el fenómeno de la transferencia: el estigma desaparece del costado en el que se asentaba pero se transfiere a la región simétrica de la otra mitad del cuerpo. A continuación puede volver progresivamente a ocupar su asiento anterior; una nueva aplicación local lo transfiere de nuevo, hasta que, después de una cierta cantidad de esas “oscilaciones consecutivas”, desaparece o por lo menos se atenúa. El estudio de los paroxismos constituyó otro aspecto de la explora ción sistemática de la histeria. Ya he citado la descripción del cuadro de la gran crisis histérica “completa”.30 Comienza con diversos fenómenos premonitorios: síntomas nerviosos diversos, trastornos de humor y del carácter,31 “auras” de todo tipo, sensitivas, sensoriales, motrices (espas mos), en particular la clásica aura espasmódica oválica, con sus irradia ciones en tres “nódulos” (primer nódulo, epigástrico; segundo nódulo, 76
1: bolo histérico; tercer nódulo, cefálico: obnubilación). Sobrevietonces el primer período epileptoide, con una fase tónica de con~i generalizada, una fase clónica de resolución espasmódica del tolina fase estertorosa de relajamiento muscular.32 Sigue el segundo !o O clownismo, dividido en una fase de contorsiones y de “actiilógicas” (por ejemplo el famoso arco de círculo) y una fase de *s movimientos coreiformes y pantomímicos de baile. El tercer es el de las “actitudes pasionales”: se trata de una fase alucinatolirismo) en la que el enfermo vive un cierto número de escenas de carga emotiva y sobre todo expresa teatralmente lo que siente; no ibe la realidad exterior, vive exclusivamente su sueño, que suele ser reviviscencia de escenas de su pasado (“delirio ecmnémico” de Pi, Por fin se produce el cuarto y último período, de delirio (en el sende delirio onírico); este período prolonga al anterior pero el enfermo bíén percibe en parte lo que lo rodea y por otro lado es sugestionae te puede influir parcialmente en el contenido de las escenas vividas; nás se trata de un “delirio de acción” (Richer) en el que el enfermo, que expresarse como en el tercer período, actúa. Ble gran ataque, hysteria major (gran histeria o histero-epilepsia) enladvamente poco frecuente. En cambio se solían ver formas trunca_ e incompletas, en las que faltaba alguno de los períodos (hysteria I¡fU>r), y formas reducidas a uno solo de los episodios del ataque: aura (Ittque de espasmos, ataque sincopal), primer período (ataque epileptoi* ) , segundo período (ataque de clownismo, ataques demoníacos, coreas ritmadas de las epidemias de la Edad Media y de la época clásica), tercer ptffodo (ataque de éxtasis), ptíarto período (ataque de delirio, locura hisÜriea). En el capítulo siguiente hablaremos de las variedades peculiares do Itaque por intervención de fenómenos hipnóticos (catalepsia, letargia, Sonambulismo). Además de los ataques, Charcot describe otras formas de paroxis mo:33 parálisis (hemiplejía, paraplejía, monoplejía, parálisis facial o ‘ffláfragmática), inhibiciones funcionales (astasia-abasia, mutismo, ce guera, sordera), contracturas musculares (exteriorización de la “diátesis de CGntractura” con frecuencia latente y que maniobras diversas objetivan), Pftnfljjgis y espasmos viscerales (disnea y asma histéricas, tos, bostezos, hipo, resoplidos, disfagia, timpanitis, embarazo nervioso, vaginismo), Sncrexia llamada histérica. Finalmente, todo un conjunto de trastornos tráficos y vegetativos pueden sobrevenir de manera paroxística: pertur baciones vasomotrices (dermografismo, edemas, incluso gangrenas su perficiales), erupciones, equimosis, hemorragias espontáneas de la piel y mucosas, fiebres histéricas, anomalía de las secreciones (sialismo, actorrea, poliuria, iscurias, clásica perturbación de las reglas) o del tabolismo. Al cabo de poco tiempo, este último grupo pasará a estar
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muy cuestionado, y Babinski le retirará más tarde toda validez, salvo en lo que respecta a algunos trastornos tróficos secundarios de las grandes parálisis (edema, resfriados, amiotrofía, retracciones tendinosas). Todos estos síntomas fueron descriptos con la preocupación de co piar el estudio clínico de los grandes síndromes, sobre todo neurológicos, con los cuales eran sistemáticamente comparados. En un primer momento, de ello resultará una demarcación precisa atinente a tres enti dades hasta entonces mal diferenciadas de la histeria: —En primer lugar la epilepsia. Todos los autores continuaban acep tando la existencia de casos de histero-epilepsia, es decir, de una combi nación de la histeria con la epilepsia.34 Charcot se consagró a diferen ciar los escasos ejemplos de histero-epilepsia con “crisis distintas” (en las que las dos enfermedades coexistían sin fusionarse) de los más nume rosos de histero-epilepsia llamados “de crisis mixtas”35 en los que se fu sionarían los fenómenos del acceso histérico y del ataque epiléptico. Charcot iba a demostrar que en ese último caso se trataba “únicamente y siempre de la histeria, que reviste la forma de la epilepsia”.36 A los argumentos que se sustentaban en los pródromos (aura histérica), en el aspecto mismo de la crisis y en la evolución del caso (nunca aparecían otros fenómenos epilépticos: pequeño mal, vértigo, demencia terminal) se añadía la presencia de estigmas, la acción con frecuencia frenadora de la compresión ovárica y las características del estado de mal (sucesión incesante de crisis subintrantes) que nunca provocaban hipertermia (ni por otra parte deterioro del estado general o muerte) como en la epilep sia. —En segundo término, la alienación mental. La escuela de Charcot se esforzó en disociar la noción de locura histérica heredada de MórSTy Falret.37 Consideraba que sólo tenía que ser conservado como histérico el estado mental peculiar de los nerviosos (como ya lo hemos señalado con respecto a los estigmas) y los estados delirantes que correspondían a los dos últimos períodos de la crisis (o a fenómenos hipnóticos)jMjue eran siempre de corta duración, incluso aunque se prolongaran en estado de mal o se convirtieran en intermitentes al repetirse: estados segundos y crepusculares, delirios onírico y ecmnémico, fenómenos de doble perso nalidad. El resto de lo que se había descripto como locura histérica no representaba más que la eclosión de formas clásicas y en absoluto espe cíficas de alienación mental en enfermos histéricos, y tenía que ser con siderado como una asociación mórbida. En cuanto al carácter histérico, tal como Falret en particular lo había delineado, los partidarios de la Salp&tri&re no encontraban esos rasgos en la mayoría de los casos de su práctica; en particular estaban ausentes en los numerosos histéricos de sexo masculino que Charcot estudió a partir de 1884; se trataba de ob78
iones de alienistas que abarcaban asociaciones de la histeria con Itomos caracteriales del desequilibrio mental, cuya descripción fue Mda por Magnan y su escuela, prolongando a Morel, en su “locura heredo-degenerados”.38 Mitomanía, perversión, erotismo y ninfo, actos impulsivos y escandalosos, ideas fijas y obsesivas, celos e : nada de esto difería de los rasgos del desequilibrio psicopático, tras que se encontraban numerosos histéricos exentos de esas carac has y que justificaban el trabajo de rehabilitación desde el punto de moral”,39 que realizaban con cierto éxito Charcot y sus discípulos. «—Finalmente, la neurastenia. Charcot hará una descripción de esa unedad que evidentemente toma como modelo su estudio de la histey que restringe de modo notable su extensión.40 Le reconoció estigespecíficos: cefalea, astenia, raquialgia, dispepsia atónica, insomnio último un estado mental peculiar consistente en “depresión cereI” (abulia, aprosexia, emotividad, tristeza, preocupaciones hipoconcas, tendencia a la duda y la ansiedad). Contra ese fondo permanente destacaban síntomas secundarios accesorios: vértigos, trastornos sen•vos (dolores neurálgicos, parestesias diversas, hiperestesias) y sensoes (sensaciones parásitas: moscas voladoras, zumbido de oídos), moI M I (calambres, temblores), vegetativos (perturbaciones cardiovascula•M, respiratorias, genito-urinarias). Charcot reconocía por otra parte la existencia de una forma particu2ir, degenerativo-constitucional, en la que el síndrome de agotamiento Bfprvinso de las formas adquiridas pasaba al segundo plano, detrás de los problemas psíquicos: crisis de angustia.jabsesiones ansiosas y fobias de todo tipo, en particular hipocondríacas; de ese modo introdujo en Francia Ol concepto alemán, proveniente de Beard, de locura neurasténica, que habrá de ejercer su influencia en la gran síntesis de la psicastenia realilada por Janet. Pero sobre todo, al acentuar de ese modo la importancia do los síntomas de la serie depresión-astenia-atonía, Charcot separó neta mente la neurastenia de la histeria en el punto en el que habitualmente n o ié encontraban: si bien las dos grandes neurosis podían asociarse (en particular en la histeria masculina postraumática; cf. infrd), en princi pio seguían siendo mutuamente excluyentes. Así preparó Charcot por otrt parte la autonomía del síndrome de eretismo neurovegetativo que es taba en el centro de la descripción antigua del estado nervioso, pero que tervía frecuentemente como basamento “actual” (cf. Freud) de la histeria: lumergido durante algún tiempo en las fronteras de esa neurastenia res tringida y el estado mental del degenerado de Magnan, pronto encontrará oon Freud (neurosis de angustia) y con Dupré (constitución emotiva) un lugar exclusivo para él en la nosología de las neurosis.41 Si bien la histeria tuvo de ese modo fronteras más firmes, hemos
visto que la delimitación entre su sintomatología y la de las afecciones neurológicas lesiónales con frecuencia se basaba sólo en la inestabilidad, el buen pronóstico y la escasa repercusión funcional de la primera: “En tre la hemianestesia vulgar de los histéricos y la que es signo de una le sión en el foco físico de la enfermedad, la analogía es sorprendente. En el fondo, se trata del mismo síndrome. La misma semejanza existe entre la paraplejía espasmódica de los histéricos y la que pone de manifiesto una lesión orgánica espinal.”42 Por otra parte, allí está lo que funda menta la noción totalmente analógica de “lesión dinámica”. Veremos que la confrontación de histeria e hipnosis, a partir de 1885, comenzará a erosionar esta concepción, y que de allí surgirán las bases de la psicolo gía profunda.
Etiología y tratamiento Nos falta aún examinar rápidamente la concepción etiológica que tenía Charcot de la histeria. “La causa principal de la histeria, enseña M. Charcot, es la herencia, que puede ser similar (madre histérica, hija his térica) o actuar por transformación (uno o ambos progenitores, o sus ascendientes, han padecido una afección nerviosa distinta de la histeria misma). Junto a la herencia, sólo existen agentes pram cadores dc la neurosis.”43 Es incontestable la influencia de Morel en esta concepción de la “familia neuropática”44 en la que coexisten lado a lado neurópatas, alienados, epilépticos y enfermos neurológicos. De modo que la histeria tiene sólo una causa: el terreno hereditario peculiar, la “diátesis”, que sirve de fondo a sus manifestaciones y es lo único que permite que so brevenga. En cuanto a la eclosión de los síntomas, se produce en presencia de cualquier causa de agotamiento general o exigencia excesiva al sistema nervioso: enfermedades generales o infecciosas, intoxicaciones, surmenage, pero sobre todo las causas de shock45 (emociones intensas, trau matismos) y de fragilización del sistema nervioso (otras enfermedades nerviosas, defectos educativos, prácticas religiosas o supersticiosas exa geradas, epidemias por imitación, hipnosis). Entonces aparecen estigmas y paroxismos en los que se actualiza la diátesis latente. Si bien el tratamiento de la predisposición no permitía albergar gran des esperanzas, justificando sólo medidas eugenésicas profilácticas,46 quedaba no obstante un amplio margen para la curación de los síntomas y para los intentos de anular la actualización del terreno latente 47 En contramos entonces las prescripciones clásicas del tratamiento de las neuropatías (aislamiento, reposo, régimen tónico y antianémico) junto 80
vos métodos sintomáticos (agentes estesiógenos, hidroterapia, may reeducaciones funcionales). A ese conjunto se sumó muy pronto un factor que hasta ahora sólo mencionado al pasar: la hipnosis. Si bien parece que en los primeros de sus investigaciones sobre la histeria Charcot tenía conocimiento ese fenómeno, a partir de 1878 comenzó a estudiarlo sistemáticamen, y al cabo de poco tiempo los trabajos de toda la escuela de la ítriére englobaron indisociablemente histeria e hipnotismo. No nte, preferí empezar desagregando un tanto artificialmente ese con tó: en efecto, las concepciones doctrinarias de Charcot provienen de do inequívoco de la primera fase, y el estudio de la hipnosis iba a tomarlas con mucha rapidez. En mérito a la claridad de la exposición hacía necesario reservar el problema de la hipnosis, que es el que aho yamos a abordar. v NOTAS
li J.-M. Charcot: Legons sur les maladies du systéme nerveux (en ade lante Legons..., que no debe confundirse con Legons du mardi...), 1887, tomo III, págs. 9 y 10. 2, J.-M. Charcot: Legons du mardi á la Salpétriére (1887-1888), citado en H. Colin: Essai sur l'état mental des histériques, 1890, pág. 76. 3, J.-M. Charcot: Legons..., pág. 77. La oposición de las formas puras y mixtas, y la descomposición de estas últimas (como lo he señala do con insistencia en el vol. I) es, por otra parte, un principio bá sico de la clínica, desde Pinel a de Clérambault, pasando por Freud, cuyo estudio nosológico de las neurosis sigue siendo un modelo notable de esa metodología. 4. J.-M. Charcot: Legons..., tomo HI, págs. 10-14. 5, Ibíd., pág. 11. 6. Ibíd. 7. Cf. Freud: “Préface et notes á la traduction de J.-M. Charcot, Legons du mardi á la Salpétriére, 1887-1888” (1892), Standard Edition, tomo I, pág. 135. I, C. Laségue: “De la anorexie hystérique” (1873), en Ecrits psychiatriv ques, pág. 134. 9. Cf. Laségue: “De la toux hystérique”,. en Etudes médicales, tomo II, págs. 1 y 2; del mismo autor: “Des hystéries périphériques”, en Ecrits psychiatriqu.es, pág. 153. 10. Cf. el célebre artículo de C. Laségue, “Les hystériques, leur perversité, leurs mensonges”, en. Ecrits psychiatriques, pág. 165. II. El término es retomado directamente de Brodie y de los autores ingle-
Capítulo IV EL ESTUDIO DE LA HIPNOSIS Y LA EVOLUCION DE LA DOCTRINA DE CHARCOT
El magnetismo animal Cuando en 1878 Charcot inició sus trabajos sobre el hipnotismo, éste era ya un fenómeno estudiado desde hacía muchos años, en particular en Francia, con el nombre de “magnetismo animal”.1 Esa expresión prove nía de Mesmer y designaba una doctrina tan confusa como celosamente mantenida en secreto por su iniciador, lo que no le impidió constituir un punto de viraje esencial en la historia de las terapias. En ese fin del siglo XVIII en el que actuó Mesmer parece que, en efecto, para toda una parte de la sociedad, en particular para las capas sociales superiores, pasó a ser necesaria una vestidura seudocientífica que restituyera su eficacia a las técnicas inmemoriales de la curación mágico-religiosa. Copiando con bastante fidelidad la puesta en escena clásica de los taumaturgos tradicio nales (decorado estudiado, aparición calculada y espectacular del mago, función de objetos de poder misterioso y formidable, presencia numerosa de fieles, palabras y gestos cabalísticos, doctrina secreta y todopoderosa, honorarios muy elevados), y utilizando ampliamente la influencia de la preparación psicológica y del renombre social, Mesmer se jactaba de po seer una doctrina que tomaba de los descubrimientos físicos sobre el magnetismo la apariencia remota de una justificación racional; por otra parte, solicitaba ruidosamente (mientras trataba de evitarlos el mayor tiempo posible) el control y el reconocimiento de las sociedades científi cas y médicas de la época, lo que me parece muy característico de un cambio notable de mentalidades. La aventura mesmeriana concluyó naturalmente en el ridículo, pero además de la fortuna que le reportó a su iniciador, iba a dejar una poste84
sumamente importante. En efecto, el punto culminante del trata-
llto magnético estaba representado por la “crisis”,2 y al salir de ella cía la enfermedad que había motivado la intervención terapéutica; lo señalaron numerosos observadores de la época, en la mayoría de Acasos se trataba de una “crisis de nervios”, totalmente análoga a las Criptas en las afecciones vaporosas.3 Un discípulo de Mesmer, el ¡jués de Puységur, tuvo entonces la oportunidad de observar uoaJotr ?, que el propio Mesmer por otra parte había advertido sin arle importancia: el paciente pareció caer en un estado de sueño pe’ en cuyo transcurso siguió en comunicación con su magnetizador; [estado tenía el mismo valor curativo que la crisis mesmeriana. Puy•lo llamó sonambulismo; en adelante, dicho estado iba a ser obje>las prácticas e investigaciones de los magnetizadores, que a partir ices se esforzaron por evitar las manifestaciones convulsivas. I,, La salida de Mesmer de Francia en 1784, motivada por una firme i de las sociedades de científicos (después de un examen bastante fcjetivo de su doctrina y de sus prácticas), y después de la gran revolu, sólo permitieron que subsistiera una débil corriente de interés resi del magnetismo animal, corriente que iba a expandirse cuando vol| la calma con la Restauración. En la primera mitad del siglo XIX el l i n i m i e n t o magnetista presentaba características bastante homogéneas, i U trataba de un conjunto de investigaciones, de prácticas de intención Curativa y de doctrinas explicativas concernientes siempre al sonambu lismo o “sueño magnético” tal como lo había descripto Puységur. Muy pronto los magnetizadores describieron diversas variantes de ese estado, Mgún fuera el adormecimiento más o menos profundo, o en función del eventual acompañamiento de distintos fenómenos motores (catalepsia, COntracturas peculiares) y sensitivos (anestesia más o menos completa); I veces ciertos procedimientos hacían posible el pasaje de una forma a Otra/ Si bien el magnetismo animal se inició sin duda como terapia, fue Obra cosa la que sobre todo suscitó el interés y la curiosidad de los mag netizadores: el sujeto en sonambulismo parecía presentar en grado varia ble capacidades extraordinarias, supranormales, todas las cuales se resu mían finalmente en una lucidez peculiar. El propio sujeto indicaba el i para curar su mal4 y la fecha de curación, proporcionaba indicaiiagnósticas y terapéuticas para otros enfermos, presentaba capaerceptivas extraordinarias (percepción de estímulos ínfimos, a kvés de cuerpos sólidos, transposición sensorial: visión o audición con loe dedos, la espalda, etcétera), tenía anticipaciones premonitorias y por ato conocimiento de acontecimientos futuros, podía ver a distancias aordinarias, a veces planetarias, leer el pensamiento, hablar lenguas ¡íranjeras o desconocidas, etcétera. Según la credulidad o la imagina ción de los autores, la lucidez magnética resultaba más o menos amplia i
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y fantástica, pero era ella la que los preocupaba y lo que siempre trataron de hacer reconocer. Un nuevo examen del magnetismo animal por parte de la Academia Real de Medicina concluirá en 1840, lo mismo que en los tiempos de Mesmer, con una condena total y con la asunción de la sugerencia del informante (que no era otro que Dubois d'Amiens) en cuanto a que “en el futuro no se responda más a solicitudes de esa natu raleza”. Naturalmente, la encuesta versó sobre todo acerca de los fenó menos de la lucidez, y ello por pedido de los propios interesados. Se necesitará toda la autoridad de Charcot para que el mundo científico5 acep te, cuarenta años más tarde, que se le vuelva a hablar de sonambulismo. En lo que respecta a la esencia misma de los fenómenos magnéticos, la corriente que predominó de modo más claro era “fluidista”6 y admitía la existencia de un fluido magnético (que además solía ser visible para los sonámbulos), aunque no lo concebía como Mesmer (un fenómeno físico análogo al electromagnetismo y a la atracción planetaria), sino más bien como una propiedad animal y vital, particularmente desarrolla da en ciertos individuos y sometida a la voluntad de ellos. La técnica de inducción del sonambulismo dependía en gran medida de esas concepcio nes: consistía esencialmente en grandes “pases” realizados con las manos que presuntamente inundaban de fluido el cuerpo del paciente, en parti cular las partes enfermas; por lo demás, ciertos objetos servían también para almacenar y ceder el fluido (agua, árboles, etcétera, herederos de la cuba de Mesmer). No obstante, desde 1819, inspirándose sin duda en los “espiritualis tas” que, ya en la época de Mesmer, negaban la existencia del fluido y consideraban que el magnetismo animal era una propiedad natural del al ma, Faria inaguró la corriente “animista”: asimiló el “suefio lúcido” a un sueño natural parcial y lo atribuyó a la concentración del sujeto; el magnetizador solo desempeñaba una función catalizadora, favoreciendo el desarrollo de fenómenos naturales. Descubrió al mismo tiempo las in mensas posibilidades y la importancia terapéutica de las sugestiones hipnóticas y posthipnóticas (alucinaciones, amnesias más o menos pro longadas, fenómenos motores, ideas y actos impuestos, placebos, anes tesia quirúrgica) y en consecuencia modificó también el métotio de in ducción, que se redujo a la orden de dormir acompañada de algunos ges tos simbólicos. Lameñtablemente, siguió siendo tan crédüIcTcomó" los fluidistas en lo que concierne a la lucidez de los sonámbulos, lo mismo que sus discípulos Noizet (1820) y después Philips, alias Durand de Gros (1855; este último conocía a Braid y sus doctrinas están mucho más elaboradas). Rápidamente, por otra parte, su enseñanza y sus méto dos penetraron en la corriente fluidista (Noizet era gran amigo de Bertrand) y se convirtieron en un bien común. 86
hipnosis: somatistas y psicologistas O a partir de 1843, con la Neurhypnologie del inglés Braid, el estude la hipnosis entró en una fase realmente racional: al rechazar la idez”7 y afirmando la existencia de fenómenos que rebautizó “hipnóese autor inauguró en efecto las investigaciones de tipo experiital.8 La credulidad de los observadores en adelante se expresará en oregistro, el del error metodológico, y ya no en el de lo sobrenatural y I©supranormal; por lo demás, Braid dio el primer paso con su “frenootismo”.9 Digamos desde ahora que se trataba del mismo escollo: «deptos de la hipnosis no podían imaginar la importancia de la su‘íionabílidad inconsciente de sujetos por lo general sinceros y de buefe, en los cuales inducían sin advertirlo los mismos hechos que creían ^ rv a r objetivamente. Veremos que el propio Bemheim cayó en la |n m p a , a pesar de haber percibido tan bien sus efectos en los trabajos de IB escuela de la Salpétriére. < En esa nueva etapa es fácil poner de manifiesto la descendencia dé las 4&§ grandes corrientes, la fluidista y la animista, de la fase precientífica: •illas dieron origen a dos concepciones opuestas de los estados hipnóti§9§, oposición que habría de expandirse en la lucha abierta que libraron I* escuela de la Salpétriére (detrás de su maestro Charcot) y la escuela de Nancy (agrupada en tomo de Bemheim). Para la primera de esas dos corrientes (que me parece justificado de nominar somatista y de la que Braid fue evidentemente el iniciador), la hipnosis constituía un estado especial del sistema nervioso que la mayoría consideraba una neurosis particular, artificial o, mejor, experimental. Entendían que las maniobras que la provocaban inducían un anonada miento, una especie de parálisis de los centros nerviosos, objetivada por diversos signos sensorio-motores. Para alcanzar su completo desarrollo, esa neurosis hipnótica inducida exigía naturalmente una predisposición neuropática, la cual, para los autores que introdujeron en Francia el “braidismo” (a continuación de Azam y Broca), sobre todo interesados en lis posibilidades de la anestesia quirúrgica, no era otra que la histeria. fi la idea dé Laségue10 (1865) iba a ser retomada por Richet (1875), en tonces in'temo ae Charcot en la Salpétriére: el maestro estaba justamente en pleno estudio de la histeria y rápidamente habría de apasionarlo la Mpnosis.(La corriente somatista, al considerar que los estados hipnótí-1 COS eran estados peculiares, extraordinarios (en el sentido etimológico) del sistema nervioso, racionalizó las ideas fluidistas de modo tal que prescindió de la acción de un fluido inmaterial y atribuyó los fenómenos Observados a propiedades fisiopatológicas del organismo. Por idéntica lüzón, el poder magnetizador, convertido en simple inductor, pasó a ser . iccesorio y, al quedar en un segundo plano la “relación magnética”, ! 87
quienes la buscaban estaban particularmente expuestos a caer en la tram pa de las sugestiones inconscientes: Charcot y su escuela fueron el e| jemplo más evidente. La segunda corriente, que Barrucand denomina con toda justicia gsicologista, era la heredera de los animistas, y tomó de ellos lo esencial de su concepción, exceptuando la “lucidez”; se originó un tanto tardía mente en Nancy con Poincaré (1864) y sobre todo Liebault (1866), del que será alumno Bemheim. Esos autores consideraban quella hipnosis <> ra un estado de sueño totalmente idéntico al sueño fisiológico, salvo por la vigilia parcial de la relación con el inductor. Ese estado de inercia mental (el estado “hipnotáxico” de Durand de Gros) era provocado me diante diversas maniobras y sobre todo por la orden de dormir, y dejaba el cerebro del sujeto abierto a toda sugestión, es decir, a la fuerza de rea lización propia de las ideas (“ideoplastia” de Durand de Gros, “ideodinamismo” de Bemheim), que tendían espontáneamente a realizar su carga motriz, sensitiva o sensorial, fuera del control inhibidor de la conciencia despierta. Dfijnodo que la hipnosis era un fenómeno fisiológico que sóloxeposaba en las leyes habituales, fisiológicas, del funcionamiento psicológico: la credibilidad (término que Bernheim tomó sin cambios de Durand de Gros) capaz de asegurar la sujeción del sujeto al hipnotiza dor, y lajugestionabilidad, es decir la facultad de las ideas de convertir se de manera refleja en el acto o en la sensación de las cuales no son más que la huella,11 desde el momento en qu$ queda fuera de juego el control de las instancias superiores del psiquismo (o de los centros ner viosos superiores). Finalmente, la hipnosis era sólo un estado que favo recía la acción de la sugestión, y a su vez inducido por sugestión: todo se reducía en consecuencia a ésta, es decir a una ley fundamental del funcionamiento psíquico, el ideodinamismo o automatismo psicológi co.12 Una posición de ese tipo entrañaba diversos corolarios: —La corriente psicológica estaba mucho más en condiciones de se ñalar las realizaciones inconscientes de las sugestiones involuntarias: podrá preverlas y prevenirlas. Pero habrá una sugestión involuntaria constante, que persistirá como un punto ciego, puesto que estaba en el fundamento de la teoría: la confusión entre hipnosis y sueño, y entre los signos exteriores de ambos estados. Por otra parte, la concepción “auto mática” de la sugestión tendía a atribuirle una realización obligatoria, lo que en algunos casos llevó a la escuela de Nancy a absurdos médico-le gales (problema del crimen por sugestión). — Siendo la hipnosis un fenómeno de tipo fisiológico, resultaba ló gico que fuera corriente, casi constante, que casi todo el mundo fuera hipnotizable. A la inversa de la interpretación somatista (para la cual se trataba de un fenómeno relativamente raro, propio de ciertos sujetos de 88
tución neuropática) la concepción psicologista tendía a exagerar rablemente la frecuencia de su obtención (un 3 por ciento de re os según las estadísticas de Liébault). «—Llevada a su extremo, esa concepción despojó a la hipnosis de tojuliaridad: a decir verdad, ya no quedaba en ella nada por observar ni que sorprendiera. No puede por lo tanto asombrar que entonces, coBemheim en 1897, se le negara todo interés e incluso la existencia, léndose a ella la psicoterapia sugestiva en estado de vigilia. Así, la ia de la escuela de Nancy conducirá a la declinación y después a la ción casi total del interés por la hipnosis y su práctica. »■
1;. concepción de Charcot: los tres estados de la neurosis hipnótica modo que en 1878 Charcot, interesado por los trabajos de Richet, Bomenzó a estudiar el hipnotismo. Los resultados de sus investigaciones iptrecen consignados en las ediciones sucesivas de la gran obra de su atamno P. Richer sobre la gran histeria13 y fueron objeto de la célebre fomunicación de Charcot14 a la Academia de Ciencias (1882) que inau guró un período de intenso interés en la hipnosis, de allí en más oficial mente reconocida como objeto de estudio científico. Los trabajos de la fICtiela de la Salpétriére fueron naturalmente realizados sobre las bases metodológicas y conceptuales que hemos analizado en el capítulo precé dante con respecto a la histeria. En consecuencia se trató de aislar tipos Mitológicos lo más diferenciados entre sí que resultara posible, y de es tudiar su sintomatología neurológica como en los exámenes practicados •B las enfermedades orgánicas. De ese modo, Charcot se verá llevado a distinguir tres estados hipnó ticos de caracteres semiológicos bien diferenciados: —El estado cataléptico se produce bajo la influencia de una excitajCión sensorial brutal (ruido fuerte e inesperado, luz intensa, interrupción blusca de la concentración visual) o abriendo a la luz los ojos cerrados de Un sujeto en letargía. El sujeto queda inmóvil, con la mirada fija, la fi■onomía impasible, la respiración intermitente, entrecortada por largas detenciones; hay analgesia y anestesia completa del tegumento externo y los reflejos tendinosos están abolidos. Se verifica la aptitud de los miembros y de todas las partes del cuerpo para conservar durante bastan te tiempo las posiciones y las actitudes en que se lo dispone, sin resis tencia (impresión de ligereza a la manipulación: ausencia de flexibilidad íérea). La excitación mecánica de los nervios y de los músculos no de termina ninguna contractura sino más bien un debilitamiento parético o 89
una parálisis. La persistencia del sentido muscular, y parcialmente de la visión y la audición, permite desarrollar por sugestión alucinaciones y diversos impulsos hacia actitudes o movimientos (en particular las acti tudes en que se ha colocado el cuerpo sugieren la realización de la expre sión afectiva correspondiente: las manos juntas conducen a una plegaria ferviente, etcétera). Pero el sujeto obra como un autómata, sir. voluntad ni conciencia, y los automatismos inducidos siguen siendo parciales y limitados.15 —-El estado letárgico se obtiene mediante la concentración de la mi rada en un objeto o por la presión continua o ligera sobre los globos ocujares, o bien, finalmente, cerrando los ojos de un sujeto en catalepsia. Se trata de un sueño profundo con resolución muscular, ojos cerrados y en blanco, insensibilidad completa en la piel y las mucosas (los sentidos pueden subsistir en cierta medida), ineptitud para los fenómenos de su gestión y de automatismo. Los reflejos tendinosos están muy exaltados y se observa una hiperexcitabilidad neuromuscular: la estimulación de los troncos nerviosos, de los tendones, la malaxación de masas muscu lares determinan contracturas que se pueden resolver mediante estimula ción de los antagonistas. Es posible provocar una conservación rígida de las actitudes (estado cataleptoide) que de hecho se reduce al fenómeno de la hiperexcitabilidad. —EJ_£{3tado sonambúlico es consecuencia de una excitación senso rial débil y monótona, a veces por la fijación de la mirada, y finalmente y sobre todo resulta de los procedimientos sugestivos de los magnetiza dores;16 también lo determina la fricción de la coronilla de un sujeto en letargía o catalepsia. El sujeto parece ligeramente adormecido, tiene los ojos cerrados o semicerrados, con los párpados temblorosos, y presenta uña analgesia completa de los tegumentos externos y de las mucosas. Excitaciones cutáneas superficiales (rozamientos, “pases”, soplidos) pro vocan una contraclura muscular que sólo desaparece por acción de ma niobras del mismo tipo. Con frecuencia se observa una exaltación nota ble de ciertos modos sensoriales (sensibilidad de la piel, sentido muscu lar, vista, oído, olfato), que adquieren una hiperacuidad sorprendente. En el transcurso del estado sonámbulico el sujeto tiene la mayor sensibili dad a las sugestiones más variadas, en particular a las verbales: las facul tades mentales están despiertas, son con frecuencia muy vivas, y el^siyeto participa enteramente en la realización de todas las órdenes del operador (por otra parte, puede presentar una fuerte resistencia si la sugestión choca con su personalidad habitual). Ya no se trata entonces del autóma ta cataléptico sino de un estado de sumisión a la voluntad todopoderosa del inductor: “El sonámbulo (...) ya no es una simple máquina. Es el esclavo de la voluntad de otro, es el verdadero súbdito del operador. Su automatismo está hecho de servidumbre y obediencia.”17 No obstante, 90
lien la escuela de la Salpétriére pudo citar algunos fenómenos hipnóque persistían después del despertar (contracturas, parálisis, aluciiones sugeridas), no conocía, por lo menos al principio, las sugeses poshipnóticas que estudiaron Bemheim y la escuela de Nancy. Etaguna era muy lógica: siendo la hipnosis concebida como un fenó“O objetivo, localizado en el tiempo, dependiente de condiciones pe-
liares, sólo excepcionalmente se podía observar que produjera efectos a Itanda temporal. 4* —Algunos fenómenos particulares completan esta descripción y antdan su aspecto neurológico. Por empezar, los diversos estados hiprlicos podían localizarse en una sola mitad del cuerpo: abriendo o ce0 « i ! o un solo ojo, se obtenía una hemiletargia o una hemicatalepsia. Por otra parte, si estando el sujeto en catalepsia, se le sugería que ha d a ra (una enumeración, por ejemplo), cuando le cerraban el ojo derecho f§ interrumpía, cosa que no ocurría si le cerraban el ojo izquierdo: esto Confirmaba la localización de Broca; el hemisferio izquierdo, sede del lenguaje, quedaba paralizado al cerrarse el ojo del otro costado. Final mente, tomemos nota del carácter extremadamente concreto de los fenó menos descriptos: las contracturas determinadas por la hiperexcitabilidad neurológica estaban tan estrictamente localizadas, que gracias a ellas se podían estudiar las distribuciones nerviosas tan bien como por medio de UTOaplicación localizada de comente eléctrica; las alucinaciones obede cían a leyes físicas: la lupa las aumenta, el espejo las refleja, el prisma lis desdobla... En ciertos alumnos de Charcot, muy crédulos, como Chambard, Luys y muy pronto Richet, la aparición de fenómenos cada vez más extraordinarios al cabo de poco tiempo dará lugar a la creencia en la lucidez de los sonámbulos, bajo la forma de investigaciones parapSicológicas. Desde luego, los tres estados típicos del “gran hipnotismo” eran ra ros: habitualmente se encontraban más bien formas desdibujadas, mixtas (pequeño hipnotismo). Richet admitió no haberlos “encontrado casi en seis años (...) más que en siete u ocho enfermas, afectadas todas de gran histeria”;1S además reconoce ingenuamente que “incluso en los casos más completos que he tenido la oportunidad de observar, no siempre presentaron todos los fenómenos, desde el inicio de las experiencias, las características de nitidez y precisión que hemos verificado más tarde. Po co a poco, a través de la repetición de las experiencias, los sujetos de al guna manera se perfeccionaron”. Rechaza igualmente “la participación consciente del sujeto (...) la superchería y la s i m u l a c i ó n ”, y es suma mente probable que tenga razón respecto de esto. P. Janet, más de treinta aflos después, logrará resolver el misterio del origen de los tres estados de Charcot:20 poniendo en duda también él cualquier engaño por parte de los sujetos, y, desde luego, del propio Charcot o de sus discípulos, de
muestra la existencia de elementos básicos de la concepción de los tres estados en las observaciones de los antiguos magnetizadores, la influen cia sobre Charcot de estos últimos a través de viejas enfermas de la Salpétriére magnetizadas en la generación anterior, y la gravitación dis creta de un magnetizador, el marqués de Puyfontaine, que guiaba los in tentos de los internos y de los jefes de la clínica del maestro.21 El resto era cuestión de educación inconsciente y de sistematización fortuita, co mo involuntariamente lo indica el propio Richer. De modo que, en la concepción de Charcot. la hipnosis era lina neu rosis artificial de esencia histérir-a Así, los histéricos eran los sujetos en los cuales las manifestaciones hipnóticas se presentaban de modo más nítido y, como lo hemos visto, los estados nosológicos típicos sólo se observaban en sujetos afectados de gran histeria. Por otra parte, la escue la de la Salpétriére se esforzará, con éxito, en poner de manifiesto las numerosas correlaciones existentes entre ambas neurosis: frecuencia de los fenómenos espontáneos de tipo hipnótico en la histeria (ataques de letargía, de catalepsia, de sonambulismo, puros o asociados con las for mas típicas del acceso); semejanza de los trastornos anestésicos en los dos estados; identificación de los fenómenos hipnóticos neuromusculares con la “diátesis de contractura” histérica; existencia de zonas “hipnóge nas” según el modelo de las zonas “histerógenas” y a veces coincidentes con estas últimas: asimilación,22 en fin, del sonambulismo, de las fases tercera y cuarta del gran ataque histero-epiléptico (actitudes pasionales y delirio) y de los casos de desdoblamiento de la personalidad o de persona lidades alternantes descriptos desde la célebre observación de la Felida de Azam23 y desde entonces anexados a la histeria (“vigilambulismo histé rico”).
Las lecciones de 1885 sobre la histeria .traumática El año 1885 representa el momento clave en él que se produjo el gran viraje en el estudio de los fenómenos histéricos: apenas en tres o cuatro artos se va a ver conmocionada, severamente criticada, la concepción de Ijt histeria impuesta ñor Charcot. que será sustituida por teorías de la histeria como enfermedad mental, en tanto que íá vieja neurosis, cam biando de cuadro nosológico, emigrará de la neurología hacia la psiquia tría, donde quedó fijada desde entonces. En ese proceso estaban en juego diversos elementos, que aparecen condensados en las célebres lecciones de Charcot correspondientes a ese año:24 — Ya desde hacía varios años, Charcot se interesaba en la histeria 92
asculina, en la que puso de relieve ciertas características específicas: “ J ominio de las formas desdibujadas, sin las grandes crisis clásicas de neurosis, con una mucho mayor frecuencia de sintomatología de as,to más trivialmente neurológico (estigmas, parálisis y contracturas); ^tenacidad de los síntomas que sólo en pequeña medida presentaban las Características de inestabilidad y movilidad habitualmente atribuidos a las manifestaciones histéricas; personalidad psicológica muy alejada de la descripta tradicionalmente (se trataba con frecuencia de hombres del pue blo, trabajadores robustos y en absoluto emotivos por costumbre); fi nalmente, frecuencia del desencadenamiento de los síntomas por influen cia de un factor traumático (accidente de trabajo, en la vía pública, fe rroviario, riña, etcétera). —Ese último punto iba a llevar a que se tomara posición respecto de un problema de primera importancia en el plano médico-legal: el de la “neurosis traumática”, expresión que Oppenheim acababa de proponer para designar los trastornos nerviosos secundarios a los accidentes de ferrocarril y de otras catástrofes, trastornos que en los países anglosajo nes, desde el trabajo de Erichsen (1866) eran conocidos con el nombre de railway spine. En esos síntomas típicos Charcot reconoció inmediata mente la histeria: eran hemianestesias, anestesias sensoriales, estrecha mientos del campo visual, trastornos motores en el nivel de las extremi dades, pesadillas que reproducían el recuerdo del accidente (equivalentes a la tercera fase del gran ataque). Los argumentos de Oppenheim tendientes a diferenciar ese estado de la histeria no resistían a la crítica, sea que se tratara de la fijeza desesperante de los síntomas (frecuentes en el hombre histérico y de ningún modo rara en la mujer histérica), del estado mental depresivo peculiar de los enfermos, debido a la presencia de un síndrome neurasténico sobreañadido (cefalea, vértigos, insomnio, fatiga y aprosexia, nerviosismo intenso), o de la presunta incurabilidad (la cual, según lo demostró Charcot, era muy relativa).25 Los autores alemanes perma necerán bastante reticentes ante ese análisis; reconocieron rápidamente el parentesco de histeria y neurosis traumática, a continuación del propio Oppenheim (1888).26 Veremos el análisis por Charcot del rol del “shock nervioso” en la génesis de ese tipo de trastorno. Sobre todo en lo inmediato, la anexión a la histeria de las neurosis traumáticas tuvo el efectode poner de manifiesto la frecuencia de la enfermedad en el hombre: ki escuela de la Salpétriére terminará por encontrarla tan frecuente como en la muier~~ — Aparentemente el refinam íp.ntn del análisis semiológico comenzóen la misma época a permitir una cierta diferenciación de los síntomas histéricos y orgánicos, a ue hasta ese momento (como ya lo hemos visCharcot consideraba idénticos. En su análisis de los síndromes histe93
ro-traumáticos, puso de relieve, en efecto, diferencias características to cantes a la distribución de las parálisis, contracturas y anestesias: lími tes nítidos, delimitación por líneas circulares perpendiculares al gran eje de los miembros (disposición “en manguito” o “en brazalete”); superpo sición completa de los trastornos motores y sensitivos; observó, por otro lado, la ausencia o debilidad de la repercusión trófica de las parálisis en el nivel de los músculos (atrofia muy limitada, ausencia de degenera ción objetivada por las reacciones eléctricas) o de la piel. Esos caracteres diferenciaban absolutamente los trastornos histéricos de los trastornos orgánicos homólogos, fueran ellos de nivel espinal o cerebral. En ade lante veremos a la escuela de la Salpétriére esforzarse en oponer las dos series semiológicas, con cierto éxito: Babinski habrá de perfeccionar el edificio en los últimos años del siglo, después de la muerte del maestro. — Finalmente, la prosecución de experimentaciones bajo hipnosis hizo posible algo que hay que considerar un hallazgo inesperado, aunque sólo tenía sentido en el contexto que acabamos de estudiar. En efecto, los síndromes sensitivos y motores obtenidos por sugestión en el curso del estado sonambúlico demostraron ser, desde el punto de vista semiológico, exactamente idénticos a los trastornos histéricos espontáneos, en particular a los síntomas homólogos de las neurosis traumáticas. De modo que esos diferentes elementos iban a permitir que Charcot, en sus lecciones clínicas de 1885, enunciara respecto de las parálisis histero-traumáticas la conclusión lógica a la cual llevaba su reunión en un haz: ese tipo de síntoma histérico podía ser considerado psíquico, en tanto que sólo reposaba sobre una idea, la idea de parálisis o la idea de insensibilidad, y representaba la realización funcional de ella. La “idea fija” subyacente podía ser de origen externo, como en la sugestión hip nótica, o de origen interno, cuando, en las histerias traumáticas, el shock local (dolor y entumecimiento parético transitorio) conducía a una autosugestión de impotencia funcional. Para realizarse de ese modo y paralizar el centro correspondiente,27 la idea fija tenía que adquirir una gran intensidad y en especial no tropezar con ningún obstáculo: sobre todo su aislamiento en el psiquismo, sea que esta obnubilación del yo se debiera al estado sonambúlico provocado o al shock nervioso que pro ducía un equivalente espontáneo de aquél (estado crepuscular emotivo), aseguraba su potencia.28 La histeria, además, constituía de por sí un es tado de esc tipo, y la sugestión en estado de vigilia era capaz de obtener los mismos efectos en los casos mayores. El reconocimiento de la naturaleza psíquica de numerosos accidentes histéricos diferenciados cada vez mejor desde el punto de vista semiológico, a pesar de las notables perspectivas terapéuticas que, ahrirt, v que 94
t no iba a dejar de explotar, no le impidió mantener intacto el eio doctrinario erigido en los años 1870-1880. Así, continuó hablande una lesión dinámica de asiento cortical para fundamentar fisiológiente los trastornos, que al mismo tiempo analizó en términos psico lógicos y que se esforzará en curar mediante procedimientos sugesti. Ello, por tres grandes razones: —En principio, la naturaleza de la teoría psicológica, muy difundida
la época, que él utilizaba. Ya la hemos recordado: debido a la escasa insidad” que atribuía a los fenómenos mentales, pensados como inmetómente adosados al funcionamiento de los centros nerviosos sensoí-motores, dicha teoría justificaba tales confusiones. En ella el psi;ismo era concebido sólo como constituido por asociaciones y reactüaEációries de intensidad débil de las imágenes sensoriales y motrices que eómponían los centros nerviosos.29 —En segundo lugar, la orientación somática que seguía teniendo el Mátisis de la mayor parte de los síntomas histéricos: estigmas, fases del Kttque completo, estados de hipnotismo, trastornos tróficos y viscerales. La concepción de la neurosis continuaba en consecuencia centrada en una | teoría neurológica; los síntomas psicógenos no dejaban de ser un epife nómeno interesante, espectacular pero limitado. —Finalmente, y quizás sobre todo, la paradoja “objetiva” resultaba todavía muy difícil de pensar. Podemos tomar el ejemplo de “esas parálisis singulares designadas con el nombre de parálisis psíquica, parálisis que depende de una idea, parálisis por imaginación; no digo, obsérvese Wen, parálisis imaginaria, pues, en resumen, esas impotencias motrices desarrolladas como consecuencia de un trastorno psíquico son, objetivañj/inte, tan reales como las que dependen de una lesión orgánica”.30 Hasta su muerte en 1893, y aunque a su alrededor caían uno detrás de otro los pilares clínicos que sostenían su interpretación de la enfermedad, * Charcot trató de lograr la supervivencia de su primera concepción. Vere mos que el socavamiento no provino exclusivamente de Nancy (el ene migo) sino también de la misma Salpétriére y de sus propios alumnos (Janet, Binet, Babinski, Freud). Cuando aparecieron los dos últimos to mos del gran Traité de l’hystérie d'aprés Venseignement de la Salp itrié re, de Gilíes de la Tourette, en 1895, dos años después de la muerte del maestro, ya nadie daba crédito a la doctrina de Charcot. Georges Guinon, su jefé de clínica y último secretario privado, afirmó por otra parte que, poco antes de morir, Charcot estimaba que “su concepción de la histeria había caducado (y) él mismo se preparaba para dinamitar el edificio que tanto contribuyó a erigir personalmente” 31 No resulta difíCil adivinar en qué sentido pensaba entonces orientarse; su prefacio (1892) a L'état mental des hystériques de P. Janet lo indica suficiente 95
mente: “Estos estudiosos (...) confirman un pensamiento con frecuencia expresado en nuestras lecciones, a saber, que la histeria es en gran parte una enfermedad mental.” En su último y muy notable artículo (“La foi qui guérit”, 1893), Charcot estudió el mecanismo de las curaciones mi lagrosas, a través de diversos documentos históricos; en ellos volvió a encontrar la sintomatología histérica y subrayó su sensibilidad a la tera pia sugestiva: “Los histéricos presentan un estado eminentemente favo rable a la faith-healing [curación por la fe], pues son sugestionables en el más alto grado, sea que la sugestión se ejerza mediante influencias ex teriores, sea, sobre todo, que ellos mismos presenten los elementos tan poderosos de la a u to s u g e s tió n .”32 Como vemos, se aproximaba a las.te sis de Japet y a las que muy pronto sostendría su fiel Babinski, es decir a una integración de las investigaciones de la Salpétriére con las críticas y los trabajos d e Bemheim. Queda para nosotros interrogarnos brevemente sobre el valor de los pacientes estudios clínicos de la Salpétriére. La rueda de la historia giró, en efecto, con mucha rapidez, y si bien la entidad de Charcot fue pronto desmembrada, uno no puede sino interrogarse sobre los múltiples térmi nos que, treinta aflos más tarde, recubrían los restos de la neurosis: “psiconeurosis” diversas, trastornos “funcionales”, “fisiopáticos” (Babinski), síndrome “subjetivo” de los traumatizados, tetania-espasmofilia, incluso numerosas enfermedades psicosomáticas, catatonías, accesos delirantes, esquizofrenias agudas o confusiones mentales. Es indudable que en ese plano se produjo una regresión, y que con un poco de prisa se arrojó al bebé con el agua del baño. Todo lo que parecía insensible a la sugestión, todo lo que no tenía un aspecto semisimulado, dejó de ser histérico. Es to significaba olvidar que, si bien Charcot y sus discípulos se encarniza ron en sistematizarlo todo, deseando convertir la histeria, a imagen de la epilepsia, en “una evolución cíclica determinada por un simple automa tismo nervioso”,33 y si bien ignoraron la importancia de la sugestión, de la imitación y del adiestramiento, por lo demás observaron con cuida do y perfección, poniéndose al abrigo de la simulación. Significa asi mismo descuidar el hecho de que la sugestión actúa en los dos sentidos, y que hacer confesar a un histérico que ha simulado o que simula, obte ner pruebas flagrantes del carácter “voluntario” de los síntomas, equivale con frecuencia a sugerirle una actitud conforme al deseo del observador y lograr la realización de ese deseo, i En resumen, si se deja de lado el aspecto sistemático de los trabajos de la Salpétriére, queda un conjunto de “piezas separadas” impresionante, series notables de observaciones, un estudio clínico inigualado de los fe nómenos histéricos. Aparentemente, sólo dos autores mantendrán ese juicio después de la muerte de Charcot: es cierto que se trató de Sigmund Freud y Picrrc Janet... 96
NOTAS Para una reseña histórica detallada, cf. la excelente obra de D. Barrucand, Histoire de l' hypnose en France, 1967, a la cual no obs tante se le puede reprochar su posición favorable a los animistas y a Bemheim, y su falta de comprensión respecto del interés de los trabajos de la Salpétriére. Los capítulos históricos de la obra de P. Janet, Les médications psychologiques, tomo I, págs. 19 a 32 y 137 a 190, la completan bien desde ese punto de vista. Cf. tam bién A. Binet y C. Féré: Le magnétisme animal, 1888, caps. 1 a 3. Se trata de algo tomado, conceptual y terminológicamente, de la tradilj, ción hipocrática. Cf. P. Bercherie: Les fondements..., cap. 1. , Cf. supra, cap. 1. En la relectura, se trata esencialmente de trastornos neuropáticos; por otra parte, los magnetizadores colocaban siempre a la neurosis y la histeria a la cabeza de sus indicaciones terapéuticas. A. Como lo subraya P. Janet (Les médications..., tomo I, pág. 30), quie nes todavía se interesaban en el magnetismo después de 1840 lo hacían discretamente; entre ellos había nombres de la envergadura de Morel. :'í, Citemos, detrás de Puységur, a Deleuze (1819), Bertrand (1823), Dupotet (1840), Despine (1840) y Teste (1845). >7. Allí estaba evidentemente la mutación esencial. Seguir a Bemheim y remontar la hipnosis hasta Faria, como lo pretenden Janet y Barrucand, es insostenible; Faria llegó a dar la descripción de los habi tantes de la Luna y de sus costumbres, tal como le fue comunicada en el transcurso de un sueño magnético, f , Hasta nuestros días seguirá habiendo desde luego adeptos a la extralucidez. 9. Discípulo de Gall y de su frenología, obtenía diversas manifestaciones conductales típicas (robo, lucha, oración, etcétera) haciendo pre sión sobre las protuberancias craneanas correspondientes, durante el transcurso del sueño nervioso. Sobre la frenología, cf. P. Ber cherie: Les fondements..., cap. 3, y, sobre todo, G. Lantéri-Laura: Histoire de la phrénologie, París, PUF, 1970. 10. En su artículo “Des catalepsies partidles et passagéres” (1865), en Etudes médicales, tomo I, pág. 899, C. Laségue describe un esta do cataléptico provocado cerrando los ojos del sujeto, y no parece dudar de que ha redescubierto el sonambulismo. Integró esa obser vación en un estudio general de la catalepsia que, según le parece, “sólo sobreviene en las mujeres en plena evolución histérica” (pág. 907). 11. Pues se trata evidentemente de una concepción de origen sensualista. Cf. infra, segunda parte. 12. Esta teoría de origen espiritualista (Maine de Biran), retomada por Baillarger y después por los evolucionistas, opone el funciona-
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Capítulo V E L DERRUM BE DE LA DOCTRINA DE CHARCOT: LA HISTERIA, ENFERMEDAD MENTAL
Bemheim: la sugestión y la histeria Si hasta el momento hemos hablado poco de Bemheim, ello se debe a que él se dedicó tardíamente al problema de la histeria, en 1891,1 cuando en lo esencial Janet ya había demostrado la caducidad de la doctrina de Charcot. El interés terapéutico de Bernheim y sus trabajos habían girado en tomo del hipnotismo. Como ya lo he indicado, se adhirió a la ense ñanza de Liébault y a la corriente psicologista, de modo que rechazaba la teoría de los tres estados, los fenómenos neuromusculares, las zonas hipnógenas, la pérdida de conciencia del estado letárgico y la limitación mental del estado cataléptico. Para él la hipnosis era sólo un dormir par cial2 favorable para la sugestión; lo mismo que esta última, se trataba entonces de un estado común a toda la especie humana, fundamental mente unitaria, y en el que no había más que diferencias de grado (grado de profundidad del dormir). La conciencia seguía estando siempre más o menos presente; así, iba a demostrar que, insistiendo lo suficiente, era posible llevar a la memoria del sujeto despierto el recuerdo de los acon tecimientos ocurridos durante la hipnosis. Por otra parte, Bemheim consideraba que la sugestión era un hecho psicosocial de principal importancia: a la luz de esa idea interpretó una multitud de hechos históricos y culturales. Por ejemplo, numerosos ri tos religiosos ligados al arte de curar: describió la faith-healing antes de que Charcot le dedicara su célebre artículo,3 el que hizo decir a algunos que el maestro, a su vez, se había convertido en alumno de la escuela de Nancy. Pero estas consideraciones conducirán sobre todo a ese pragmáti co a cultivar las condiciones ambientales capaces de favorecer la suges100
y sus efectos terapéuticos (práctica pública, con enfermos ya formaftnte los nuevos, etcétera). A Freud lo impresionará el “clima sugesmantenido en Nancy, lo mismo que la confidencia que le hizo
eim, en cuanto a que lograba sus mayores éxitos en el hospital, y I la práctica privada. CSde su primera obra, que data de 1884 (habían transcurrido enton’dos afios desde que se encontró con Liébault y practicaba la hipno, Bemheim describió toda la gama de los fenómenos de la sugestión oriales, motores, actos amnésicos, retroactivos) e insistió en parti_en la importancia de los efectos viscerales susceptibles de obtenerpor medio de sugestiones poshipnóticas, capaces de actuar al cabo de lapso considerablemente prolongado, lo mismo que en las sugestioéíí estado de vigilia, las cuales, en los individuos ya habituados a eprácticas, eran con frecuencia tan eficaces como las realizadas bajo pnosis. De modo que progresivamente prescindirá de la hipnosis, para cticar una psicoterapia exclusivamente sugestiva. Cauteloso al principio, Bemheim se convirtió rápidamente en un crí) abierto de la Salpétriére: los fenómenos que cuestionaba le parecían II fruto de un adiestramiento sugestivo, de un entrenamiento, y según él (10 ge los encontraba nunca si se tomaba la precaución de evitar provo carlos. Después extenderá esta interpretación a la mayor parte de los fe nómenos histéricos descriptos por Charcot y su escuela (estigmas, des niegue de las fases de la gran crisis, acción de los metales y agentes esiBliógenos), denunciando la “histeria de cultivo” de la Salpétriére. Me diante una serie de experiencias iba a demostrar entonces no solamente que los síntomas de que se trata no se observaban si no se provocaba su ¿parición con investigaciones inhábiles, sino sobre todo que la suges tión deliberada permitía fabricarlos a voluntad y a diestra y siniestra. Por BRBmás, los histéricos conservaban siempre un resto de conciencia y de iScfóez , incluso durante los ataques más intensos, y era en esos momeníntre otros) cuando se les sugería cualquier cosa. Bemheim propuso entonces una concepción mucho más restringida déla histeria, reducida a las diversas variedades de crisis y a los grandes ÉCCidentes motores y psíquicos descriptos clásicamente. Formuló una interpretación muy claramente heredada de Briquet: la histeria era sólo una manifestación emocional hipertrofiada, una psiconeurosis emotiva; reposaba en la puesta en juego de un montaje psico-fisiológico, el “apa rato histerógeno”, cuya función era la expresión de las grandes manifes taciones afectivas, y que en ese caso se encontraba “muy desarrollado y fácil de conmover (...) particularmente sensible”;4 esa “histerizabilidad” » acrecentaba y perfeccionaba por medio de la repetición (que después A d ía activarse por simple asociación mnémica). En cuanto al resto de lo que hasta ese momento se denominaba histérico, en particular los es 101
tigmas, se trataba esencialmente de múltiples “psiconeurosis sugesti vas”, originadas en una sugestión externa o en la autosugestión. No es difícil advertir que nada de esto presentaba un gran interés. La obra de Bemheim tuvo una importancia esencialmente crítica, negativa: Bemheim realizó realmente su trabajo histórico acelerando la descompo sición de la doctrina de Charcot; es preciso retener sobre todo sus innu merables experiencias de sugestión5 y en especial las contraexperiencias destinadas a demoler los trabajos de la Salpétriére. Por lo demás, cuando los hechos le dieron la razón y la victoria de Nancy fue completa, él mismo cayó rápidamente en el olvido: para reemplazar el edificio impo nente erigido por Charcot sólo podía ofrecer finalmente una doctrina muy pobre, con frecuencia totalmente verbal, abarcada por completo en el concepto de “sugestión”. Pero le abrió el camino a Babinski para la muy notable concepción que impuso en la década de 1900, en reemplazo de la de su maestro Charcot.
Babinski A. Su metodología y el pitiatismo Desde 1888, el alemán Moebius trató de extraer de las lecciones clínicas de Charcot sobre las parálisis histero-traumáticas una concepción psico lógica de la histeria: “La histeria es una psicosis. (...) La modificación esencial que la caracteriza es un estado enfermizo del espíritu. Se pueden considerar histéricas todas las modificaciones enfermizas del cuerpo que son causadas por representaciones.”6 Por lo tanto, entiende que las repre sentaciones mentales, en virtud.de una predisposición degenerativa parti cular,7 ejercen una influencia considerable en las funciones psíquicas y nerviosas de los histéricos, sea en el sentido de la inhibición, sea en el sentido de la excitación, particularidad que explica la sugestionabilidad de esos sujetos y su tendencia a la autosugestión, lo mismo que la facilidad con la cual realizan síndromes nerviosos o mentales; el efecto de esa predisposición consiste en crear un estado monoideico análogo a la hip nosis (estados hipnoides). Babinski llegará a una posición bastante cercana a la de Moebius, aunque mucho más consistente, por un camino distinto del de la intui ción y la interpretación fisiopatológica.8 Como ya lo hemos visto, a partir de 1885, Charcot y sus alumnos se esforzaron por establecer dife rencias semiológicas entre los síntomas histéricos y los de las enferme dades neurológicas; por ejemplo en el caso de la seudoparálisis facial histérica, que no era más que un hemiespasmo glosolabial controlate102
(y no una flaccidez hipotónica homolateral), o en el de la marcha del ipléjico verdadero que, proyectando delante de sí la pierna enferma, Circunducción, camina “guadañando”, mientras que el hemipléjico lírico, aiTastra el pie paralizado, con el cual barre el suelo:10 asimiseran numerosos los caracteres que diferenciaban el mutismo histérií e las afasias de emisión.11 Babinski prosiguió ese trabajo después de muerte del maestro, con reglas metodológicas rigurosas:12 consideraesencial distinguir los síntomas subjetivos, acerca de los cuales el CÓ sólo recibe información por intermedio del enfermo (sensaciones nómenos mentales), de los síntomas objetivos, que son los únicos íptibies de verificación. También le parecía esencial oponer, entre esfntomas objetivos, aquellos que la voluntad puede reproducir, y los ~ es impotente para imitar, que son los únicos capaces de asegurar cerbre clínica, en particular en el plano médico-legal.
Así se vio llevado a definir un cierto numero de signos clínicos, en particular el que lleva su nombre,13 que no pueden ser reproducidos vo luntariamente más que de una manera muy grosera, y que indican con CCrteza’ía existencia de una lesión neurológica. A contrario, los síntoOpuMhistéricos adquirían una coherencia clínica que en 190114 le permitijjprqponer la definición siguiente de las grandes manifestaciones de la ngjirosis (crisis, parálisis, contracturas, trastornos sensitivos y sensoria¡ "La histeria es un estado psíquico especial que se manifiesta princi- > pálmente por trastornos que se pueden denominar primitivos y acceso riamente por trastornos secundarios. Lo que caracteriza los trastornos primitivos es que resulta posible reproducirlos por sugestión en ciertos mjetos, con una exactitud rigurosa, y hacerlos desaparecer por medio de ÚÜCñHuencia exclusiva de la persuasión. Lo que caracteriza los trastornos secundarios es que están estrechamente subordinados a los trastornos pri mitivos.”15 El status clínico de los trastornos histéricos, cuyo origen es siempre Wgestivo (sugestión externa o autosugestión) queda así muy precisa mente determinado: se trata del campo de los fenómenos psíquicos, en el sentido de aquello a lo cual la conciencia y la voluntad pueden estar liga das, que se limita al dominio de las ideas y de las representaciones men tales (representaciones del ámbito de la percepción o del acto). Ello con éxcepción de los trastornos secundarios (del tipo de la fusión muscular generada por una parálisis, etcétera), que por lo demás son inconstantes y de poca importancia. Una definición tal no podía abarcar más que a una parte de lo que Charcot incluyó en la histeria, pero el “pitiatismo” (curable mediante la persuasión) reagrupó los fenómenos más caracterís ticos y más clásicos de la neurosis (crisis, trastornos motores y senso riales) y Babinski observa que, de todas maneras, su coherencia empírica
y conceptual justifica el aislamiento nosográfico de la entidad y un tra bajo de desmembramiento que emprende en seguida;16 —Los trastornos cutáneos, vasomotores, tróficos y viscerales consi derados hasta ese momento histéricos, a su juicio eran signos de asocia ciones histero-orgánicas, de errores de diagnóstico o simplemente de su perchería. — A la “locura histérica”, fuera de los episodios delirantes particula res ligados a las crisis o que las constituían , no la aceptaban ni siquiera los alienistas, y ello ya desde Charcot. Por lo general se trataba de for mas de la demencia precoz. — Al destrabar los lazos tradicionales que ligaban la histeria a las emociones, Babinski desprendió de la histeria los fenómenos neurovegetativos del antiguo nerviosismo (que Dupré iba a convertir muy pronto en una neurosis autónoma, su “constitución emotiva”, muy inspirada en la neurosis de angustia de Freud).17 La emoción-shock provocaba sín dromes específicos (confusionales, estuporosos, n euro vegetativos) y nunca manifestaciones pitiáticas; lo demostraban las observaciones mé dicas realizadas después de las grandes catástrofes (y pronto lo haría la patología de la Gran Guerra). Las emociones prolongadas, los estados afectivos, favorecían en cambio la sugestión y la autosugestión, pero los trastornos histéricos sólo aparecían con la mediación de estas últi mas (y en consecuencia por mediación de las ideas). — Los “estigmas” eran de naturaleza completamente histérica, pero justamente se debían (como lo demostró Bemheim) a la sugestión y, le jos de ser permanentes, podían desaparecer por efecto de la persuasión. —El hipnotismo fue considerado parte de las manifestaciones histé ricas, como siempre lo habían hecho los alumnos de Charcot y como demostraba que era correcto la identidad clínica de esos dos tipos de fenó menos: “El hipnotismo es un estado psíquico en el cual el sujeto que lo padece es sensible a las sugestiones ajenas. Se manifiesta en fenómenos originados por la sugestión, que la persuasión hace desaparecer, y que son idénticos a los accidentes histéricos.”18 Es necesario precisar la manera en que Babinski entiende lainfluencia de la persuasión en los fenómenos de origen sugestivo o autosugestivo que constituyen el pitiatismo. Esa influencia no siempre los hace desaparecer: sólo es capaz de hacerlo, y esto instantáneamente en los casos favorables, en los que por otra parte no actúa una contrasugestión; en el plano teórico, basta con que se haya podido obtener ese efecto un número significativo de veces para una sintomatología determinada. Además, se debe observar que la sugestión puede por cierto producir una mejoría en otros fenómenos neuróticos (neurasténicos, hipocondríacos, t#
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ivos o ansiosos), pero siempre incompleta y temporariamente; los hace desaparecer por entero como en el caso de la histeria. Ao, se pueden desencadenar por sugestión otros trastornos (fenóemotivos: taquicardia, eritema emotivo, etcétera), pero ellos esentonces más allá del control del psiquismo, que no puede hacerlos instantáneamente. , Dupré y el retomo a la concepción psiquiátrica concepción de Babinski era coherente y homogénea; constituía la longación lógica de los últimos trabajos de Charcot y de las críticas Bemheim; integraba en un mismo cuerpo los estudios contradictorios Nancy y de la Salpétriére. Pero siguió siendo puramente clínica, desptiva: el problema del “estado psíquico especial” que permitía las ma nifestaciones pitiáticas quedó intacto; sólo pudo abordarlo una concep ción psicopatológica que pronto iba a proponer Dupré. A principios del ligio XX ya hacía algunos años que tendía a imponerse la idea de que las Hlfermedades mentales cuya etiología no era con evidencia orgánica (de mencias, síndromes tóxico-infecciosos) se asentaban en una constitución piicológica específica, anterior a ellas y que hacía posible sus manifesfciones. De ese modo comenzó a descomponerse el bloque un tanto indiferenciado de la degeneración, para dar origen a una caracterología psi quiátrica que iban a sistematizar Dupré en Francia y Kretschmer en Ale mania.19 En 1905,20 Dupré aisló la mitomanía, desequilibrio constitucional de la imaginación que lleva al sujeto a “alterar la verdad, a mentir, a fabular, a simular, en pocas palabras, a reemplazar la percepción de la rea lidad por la creencia en acontecimientos imaginarios”.21 Distinguió va-/ fias formas de ese trastorno constitucional del carácter: fisiológica en el nifio, su persistencia la convertía en patológica en el adulto, y podía en tonces presentarse como fanfarronadas vanidosas, como malignidad (mistificadores, calumniadores), o como perversión (estafadores, seduc- \ tOres). Babinski ya había insistido en la dificultad de diferenciar semiológicamente pitiatismo y simulación: “En todo tipo de circunstancias, el histérico se comporta como si fuera en parte el amo de su enfermedad y su sinceridad no fuera absoluta: a diferencia del epiléptico, no tiene ata ques más que en lugares determinados, sale casi siempre sin contusiones de las crisis clównicas que espanta a quienes lo rodean; presa de alucina ciones terroríficas, no comete, como lo hace un alcohólico alucinado, actos peligrosos para él mismo; si padece una anestesia térmica en apa riencia muy profunda, no estará expuesto a quemarse como un siringomiélico; un estrechamiento del campo visual, por pronunciado que sea, 105
no le impedirá ambular evitando todos los obstáculos, a diferencia de lo que ocurre cuando el trastorno es orgánico. Todo ello asemeja la histeria a la simulación, y acostumbro decir que el histérico es un semisimulador.”22 No obstante, Babinski tiene claramente presente que el enfermo no es consciente de sus trastornos, que solamente se comporta como si tuviera conciencia de ellos: con frecuencia lo describe como un simula dor inconsciente o más bien subconsciente, semiconsciente. Para él el hecho es claro desde el punto de vista clínico, pero sin embargo carece de las nociones psicológicas que le permitirían pensar una paradoja de ese tipo. Así, para diferenciar al simulador del histérico, lo único que propone es el criterio de la impresión moral y del olfato del médicp. De modo que, cuando Dupré y su alumno Logre vincularon la histe ria —en tanto que simulación inconsciente— con la mitomanía y los delirios de imaginación (mitomanía delirante, es decir también incons ciente) que acababan de describir (1910), se limitaban a extraer la lección de los estudios de Babinski, incorporando definitivamente la histeria a la psiquiatría, como forma de la patología constitucional. “La psiconeurosis histérica, por lo común somática en su expresión, es esencialmente psíquica en su determinismo. Ella realiza afecciones seudoorgánicas, que indican menos la competencia del neurólogo que la del psiquiatra. ”La histeria, que expresa, en un dominio especial, el desequilibrio_de la imaginación, aparece como una variedad de la mitomanía. En el histé rico, lo mismo que en el mitómano, se observa una mezcla íntima de credulidad y mentira. Esa aproximación permite captar aun mejor la na turaleza, aparentemente singular y desconcertante, del estado mental de los histéricos, que nunca parecen totalmente conscientes ni totalmente inconscientes de su comedia patológica, que a la vez padecen y organi zan. Como la mitomanía, la histeria es un síndrome rico en reacciones interpsicológicas: la imaginación del sujeto es particularmente impre sionada por las reacciones dramáticas de quienes lo rodean, quienes a su vez le aportan al histérico la complicidad inconsciente de su sorpresa in genua y su solicitud intempestiva. En el histérico, como en el mitóma no, se encuentran sugestionabilidad y tendencia a enriquecer el tema su gerido, según sean el temperamento individual, los allegados, las cir cunstancias, etcétera. ”La histeria, especie del género mitomanía, se caracteriza por la ten dencia, más o menos inconsciente e involuntaria, a la simulación de en fermedades. La histeria es una mitomanía de síndromes. Para que esta fórmula sea exactamente aplicable a la histeria, conviene especificar que en este caso se trata de mitomanía más o menos inconsciente, y pertene ciente, en consecuencia, a la misma familia nosológica que los delirios de imaginación. Por otra parte, el síndrome es realizado por el enfermo directamente en sí mistral, en virtud de esta psicoplasticidad mitopática 106
caracteriza esencialmente la histeria, y que se podría designar con el bre, a la vez brave y claro, de mitoplastia.”23 ‘De modo que con Babinski y Dupré la histeria encontró su justa ubinosológica, al mismo tiempo que se sacaron a luz sumariamente mecanismos psicológicos y la función de sus síntomas. No obstan,'en varios puntos se trataba de una concepción estrecha y reduccionis-
—Ciertos grupos sintomáticos desaparecían del cuadro de la neurosis bido al aspecto restrictivo de la nueva definición: Babinski parece asiilar algo precipitadamente sugestión (y por lo tanto representación) y Wlifestación voluntaria. Sin embargo, Bemheim había demostrado la ibilidad de provocar una evacuación intestinal violenta con la ayuda ttt una pildora de miga de pan presentada al sujeto como un purgante po deroso (efecto placebo). Algunas manifestaciones histéricas muy clásiCfcS, como la perturbación del flujo menstrual o el embarazo nervioso, litaban también fuera del alcance de una reproducción voluntaria, si bien la sugestión podía efectivamente generarlas. Por otra parte, Pavlov y* había empezado a demostrar experimentalmente la influencia de las representaciones mentales en los fenómenos vegetativos, y a utilizar sus
vías. —La ausencia de una integración conceptual de la especificidad de los fenómenos histéricos, es decir de su carácter a la vez psíquico e incons ciente, tendía incesantemente a reducir la histeria a la simulación. Es cierto que la cuasi desaparición de los grandes accidentes histéricos des pués de que se tomaran las medidas profilácticas promovidas por Babins ki (evitación de las sugestiones médicas involuntarias, contrasugestión listemática más o menos autoritaria) significó una confirmación parcial de sus puntos de vista.24 Pero también confirmó para el mundo médico el carácter artificial de esos trastornos y su falta de seriedad:25 el histéri co volvió pronto a convertirse en el “enfermo aborrecible” de Griesinger y Falret. Por otra parte, basta con considerar en qué punto se encontraba el de bate treinta años más tarde para verificar una vez más que no hay clínica posible sin un mínimo de sostén conceptual. En el curso de la década de 1930, en efecto, diversos autores propondrían una nueva teoría neurológica de la histeria (Pinel, Marinesco, Titeca), ¡pues creían haber demos trado el carácter objetivo, en consecuencia material, de ciertos sínto mas! Así, la anestesia histérica podía presentar algunas características que la convertían en un síntoma biológico “real”: un estímulo doloroso BO provocaba reflejos vegetativos, ni despertar durante el dormir, ni per turbación electroencefalográfica, cuando se lo aplicaba en la zona anesté
sica de ciertos histéricos. Para restablecer la validez de lo que creían era la tesis de Babinski, H. Gastaud y su alumno J. Boisseau publica ron26 una serie de protocolos de experiencias realizadas en este último, cuya notable resistencia al dolor permitió la reproducción exacta de las “proezas” de los histéricos. De ese modo demostraban el “origen simula do” de la anestesia histérica y “la exactitud de la concepción del pitiatismo de nuestro aflorado maestro Babinski”...27 Por otra parte, el contra sentido está claro desde las primeras páginas, en virtud de que, en la defi nición del pitiatismo, la expresión “reproducible por sugestión” aparece reemplazada por “reproducible por la voluntad”...28 Sin embargo, desde hacía ya mucho tiempo, quince años antes que I * Babinski, P .Jaaet se había esforzado por salir de los atolladeros del car tesianismo (oposición de lo psíquico consciente y lo somático incons ciente) y, abordando el problema de la histeria desde el ángulo más ta jante, comenzó a elaborar una teoría estructural de carácter a la vez psí quico e inconsciente de los fenómenos determinantes de los síntomas de la neurosis. Pero el edificio que erigía, si bien por cierto no estaba de todas maneras al abrigo de las críticas, era demasiado complejo, dema siado teórico para el gusto de los clínicos franceses, positivistas desde siempre.
Pierre Janet: automatismo y campo de conciencia Con una formación inicial exclusivamente filosófica y un espíritu muy orientado por la idea de una nueva psicología, fisiológica y experimental como la quería su maestro R ibot29 Janet abordó el estudio de los fenómenos hipnóticos, y después de los histéricos. Diversas publicaciones, a partir de 1886, iniciaron la elaboración de una concepción general, ex puesta, con un muy rico material clínico subyacente, en su tesis filosó fica L'Automatisme psychologique (1889), en lo que concierne a los conceptos propiamente psicológicos, y en su tesis de medicina L'Etat mental des hystériques (1892), respecto de la teoría de la histeria y de la hipnosis. Si bien la mayoría de los fenómenos histero-hipnóticos le parecieron al principio de tipo psíquico y no somático, la influencia de Charcot se guía siendo muy claramente perceptible en el aspecto de objetividad que siempre les reconocía y en la especie de materialidad que así se veía lle vado a atribuir a los fenómenos psicológicos, en particular a los patoló gicos. Hemos visto que el reconocimiento del carácter no somático de los síntomas histéricos tendía a privarlos de todo valor en el espíritu de los clínicos; lo mismo que en el caso de Freud, la actitud inversa iba a 108
itir a Janet una evolución psicopatológica extremadamente fecunda, ento de una obra inmensa y apasionante, de la que aquí sólo exa mos el inicio todavía modesto.30 )¡t Por la vía de la experimentación,31 Janet empezó por demostrar que fenómenos histéricos de apariencia neurológica (anestesias, parálisis, ~esias) dependían de una disociación de la personalidad y no de una 1 tdera afección funcional: en realidad, el miembro anestesiado o el oCÍego siguen percibiendo las sensaciones; resultaba posible recordarlas lo hipnosis, incluso objetivarlas en el instante mismo en que se proCÍan mediante diversos procedimientos a veces ingenuos (por ejemplo testimonio escrito obtenido del miembro anestesiado —escritura autoática— sin que el sujeto consciente tuviera conocimiento de él). El m odelo de esta concepción era por otra parte clásico: la sugestión posbipnótica (ejecución de una tarea después del despertar) señalaba la exisUncia de una parte disociada de la personalidad, que recibía la orden hjpaótica y conservaba su conocimiento durante toda la fase de “latencia” interior en el sujeto despierto a la ejecución de un acto del que no tenía ninguna conciencia y para el que con frecuencia forjaría una explicación racionalizante a posteriori. De modo que en realidad los fenómenos psicológicos elementales implicados en los síntomas existían siempre; el gobierna residía en que se añadían a la personalidad consciente, a la ffatesis personal: persistían en estado subconsciente (término que Janet p&fería al de inconsciente, que le parecía demasiado tajante). El estudio de los casos famosos de “personalidades alternantes”, llamados desde Charcot sonambulismos espontáneos, en los cuales en el mismo sujeto le turnaban varios personajes de características diferentes que no tenían en sus memorias los mismos recuerdos (cf. Anna 0 ...)/lo mismo que el examen del sonambulismo hipnótico provocado, parecían apuntar a un • mismo fenómeno32 en una forma más completa: síntesis personales múltiples, que se sucedían, alternadas, compitiendo entre sí. Con tales Existencias psicológicas sucesivas” estaban vinculados numerosos fe nómenos histéricos, como “existencias psicológicas s im u ltá n e a s coe xistiendo con la personalidad consciente, una subpersonalidad subcons ciente mantenía entonces bajo su dependencia los fenómenos mórbidos, percibía las sensaciones de las zonas anestésicas, recordaba aconteci mientos cubiertos por la amnesia, podía movilizar los músculos parali zados, etcétera. También era posible, por otra parte, objetivarla artifi cialmente: Janet entraba en contacto con ella mediante procedimientos diversos, entre ellos la escritura “automática” y sobre todo la hipnosis (la cual permitía el diálogo y muchas veces poner de manifiesto una ver dadera “personalidad segunda”); una crisis espontánea solía dar, por otra Jtorte, los mismos resultados: simultáneo o sucesivo, el fenómeno era ióéntico.33 Esa subpersonalidad tenía no obstante una extensión variable: 109
por cierto, podía alcanzar el grado de cohesión de la personalidad cons ciente y entrar en competencia con ella, como en los casos de personali dades alternantes; lo más frecuente era que fuera notablemente más res tringida, a veces reducida a automatismos reflejos bastante elementales. Los fenómenos de sugestión tomaron entonces su verdadera signifi cación: consistían en utilizar una disociación ya existente de la persona lidad, una subpersonalidad ya presente, o con frecuencia en provocar su formación utilizando la capacidad de ciertos sujetos para presentar tales estados, capacidad que justamente parecía definir la histeria. La hipnosis resultaba entonces un estado facilitador, pero, en tanto que disgregación provocada, pertenecía evidentemente al mismo tipo de fenómenos: la histeria y el hipnotismo, como lo enseñaba Charcot, reposaban sobre una misma base. El análisis de la mayoría de los síntomas histéricos, en consecnencia, sacó a luz la existencia de “un sistema psicológico” syksonscisnte que los determinaba: ese sistema estaba compuesto por ideas fijas (“complejos” freudianos), conjuntos, de pensamientos y recuerdos de fuerte carga emocional, cuyo -contenido explica la naturaleza y la distri bución de los síntomas, pn 1? medida-misma en que éstos son su repre-sentación m ás o menos directa. Diversos procedimientos permitían sacar ) a luz las ideas fijas: con frecuencia aparecían claramente en los ataques de histeria o durante el sonambulismo hipnótico,34 pero también se ma nifestaban en los sueños, en la escritura automática y en el crystal gazing (método proyectivo que utiliza una superficie brillante moderada mente iluminada en la que el paciente veía desfilar diversas alucinaciones ¿significativas). De modo que Janet publicó desde .1886 varios “análisis psicológicos” de grandes casos de histeria,35 de un carácter perfectamente comparable con el de los que Breuer y Freud habrían de exponer en Etu des sur Thystérie [Estudios sobre la histeria], No obstante, su concepción general hacía que operara de manera diferente en el plano terapéutico, y que no prestara ninguna atención a la “catarsis”: trataba deshacer desaparecer las ideas fijas mediante sugestión o, si esto revelaba sqtídsuficiente, las disociaba pieza por pieza, reemplazando los recuerdos traumáticos por eleméntos anodinos sugeridos.36 La constitución de las ideas fijas explicaba en consecuencia lo que Charcot denominó accidentes histéricos: parálisis, contracturas, tics y grandes movimientos coreiformes, ataques 37 fenómenos hipnóticos y sugestivos (ideas fijas provocadas). Janet pieftsa sin embargo que cierto número de síntomas, para los cuales, conserva el nombre de estigmas, no pueden explicarse de esa manera, aunque también sean psicológicos: en tiende que las anestesias, las amnesias, las catalepsias, con frecuencia, sobre todo en los casos recientes, no dependen de ninguna idea fija, sino que traducen más bien el carácter psicológico fundamental de la histeria: 110
posibilidad de distraer el campo de la conciencia, el estrechamiento de campo, que también se pone de manifiesto en ciertas peculiaridades lógicas (modificaciones del carácter, abulias) que Janet añade a los
Igmas. El campo de la conciencia representa “el número más grande de fMtómenos simples o relativamente simples que pueden ser reunidos en
(•da momento, que pueden ser simultáneamente vinculados a nuestra personalidad en una misma percepción personal”.38 La .lusteria constitu ya una manifestación de un agotamiento mental peculiar, constitucional
Q&douirido. que se revela en la “impotencia del sujgtopara reunir, con f e s a r sus fenómenos psicológicos. q f f l # r l o s a su personalidad”. ^ fLas cosas ocim encom o si los fenómenos psicológicos elementales füeran tan reales y numerosos como en los individuos más normales, pero (también como si) debido a una debilidad peculiar de la facultad de tíntesis, no pudieran reunirse en una sola percepción, en una sola coneTenria nersonal.”40 Así, “un cierto número de fenómenos elementales, sensaciones e imágenes, dejan de ser percibidos y parece?; su ■dos de ia percepción personal; de ello resulta una tendencia a la división permanente y completa de la personalidad, a la formación de varios grupos in dependientes entre sí: esos sistemas de hechos psicológicos se alternan, unos detrás de otros, o coexisten; finalmente, esa falta de síntesis favo rece la formación de ciertas ideas parásitas que se desarrollan por com pleto v aisladamente. ¿1 abrigo del control de la conciencia personal, y que se manifiestan en los trastornos másdivei > 41 Es necesario precisar que esta concepción de la histeria (que, como veremos, está muy cerca de la de Breuer) se basa en una teoría psicológica ya muy elaborada, inspirada en Spencer y Jackson (vía Ribot)42 pero también en la tradición espiritualista. Dicha concepción oponía las_actividades psicológicas inferiores, de tipo reflejo o automático, regidas por las leyes de la asociación, a ■ vid£ int a ' 3 la cc iciaque, en su tensión adaptativa, efectúa siempre nuevas síntesis de los elemen tos psicológicos (percepciones, actos, recuerdos, hábitos adquiridos), síntesis que a continuación se convertirás en hábitos y después en automatismós~quéaigún día la conciencia podrá desmontar o reunir en una síntesis más vasta. Las formas de la debilidad o del debilitamiento, de la “pobreza psicológica” (histeria, psicastenia y otras psiconeurosis) se ca racterizan por nnfl dfomnuciiSn de la faculti- • isy u r.. liberación de las formas psicológicas inferiores, automáticas y poco adaptativas ? 3 Por otra parte, hay que precisar que, si bien la histeria es una enfer medad mental, no se deben olvidar sin embargo “los numerosos sínto mas orgánicos que presentan esos enfermos”,44 síntomas que recuerdan que se está ante una enfermedad cerebral. Trastornos viscerales, vaso motores, tróficos, aunque frecuentemente son sin duda consecuencias de 111
ideas fijas, en particular por el rodeo de la reproducción de manifestacio nes emotivas,45 apuntan asimismo a un fondo de desequilibrio fisioló gico al que Janet se refiere vagamente, pero que de inmediato recuerda el antiguo “nerviosismo” que todos los observadores habían reconocido co mo la base de la afección. * • De modo que, en su punto de partida, la histeria se manifiesta por una disminución del campo de conciencia; al no poder tomar en cuenta el conjunto de las percepciones, de los recuerdos, de los actos motores, la enferma adquiere el hábito de pasar por alto algunos, y así se constitu yen los primeros estigmas, de los que el sujeto suele no tener concien cia, tal como lo habían subrayado Charcot y sus alumnos. Esos sínto mas no tienen por lo'tanto correlato ideico subconsciente, sentidos; su localización quedará explicada más bien por hábitos o consideraciones prácticas: negligencia respecto de las percepciones táctiles (tendencia a las anestesias), en beneficio de las visuales, descuido del costado izquier do en beneficio del derecho, etcétera 46 Esta tesis es coherente con las posiciones doctrinarias de Janet y con su fidelidad a Charcot; ya lo opo nía a Breuer y Freud47 de una manera homologa al diferendo que después separará a estos últimos. Dicha tesis, en cambio, le permitía enfatizar las características de la personalidad de sus enfermos y, en ese plano, las observaciones de Janet sobre los histéricos primero, y sobre los psicasténicos muy pronto, iban a procurarle una ventaja de décadas respecto del psicoanálisis, sobre todo en el aspecto clínico 48 Así, Janet insistió en: —La abulia de los histéricos, carácter manifiesto en su ostensible pereza, éñ su lentitud, sus vacilaciones, sus dificultades para la acción, sobre todo tratándose de acciones nuevas; en el plano intelectual, se unen la aprosexia, la dificultad para concentrarse, la atención débil, una gran proclividad a la distracción, indecisión y tendencia a la duda. Conti nuamente se observa la conservación de hábitos y automatismos, y la reducción de las acciones voluntarias que exigen adaptación nueva e ini ciativa. A la abulia se agrega una característica que Janet denominará más tarde necesidad de dirección: “Los enfermos (.••) apelan sin cesar a la ayuda del prójimo. (...) Todos los que se han ocupado de los histéri cos observaron pronto una manera de ser muy característica (...): el ape go extraordinario de esos enfermos a su médico» Quien se ocupa de ellos deja de ser un hombre común; ocupa una situación preponderante que ninguna otra cosa puede alcanzar.”49 Advierte el carácter de obcecación, de celos y de exclusividad que tiene ese apego, y su desarrollo extremado por las prácticas de la hipnosis y la sugestión. Esa dirección de la_£Qnciencia es una especie de defensa ante los problema¿.y ante la-angustia que causa la abulia. 112
— Su trastorno de carácter. “Sus entusiasmos pasajeros, sus desespe raciones exageradas y pronto consoladas, sus convicciones no razonadas, IBS impulsos, sus caprichos, en pocas palabras, ese carácter excesivo e inestable nos parece depender de un hecho fundamental: ellas se entregan por completo a la idea presente, sin ninguna de las reservas, de las res tricciones mentales que dan al pensamiento su moderación, su equilibrio y sus transiciones.”50 Es también el estrechamiento del campo de con ciencia lo que explica el carácter inestable y contradictorio de los histéri cos; cada nueva impresión borra bruscamente cualquier otra idea, sin ser ISSitrabalanceada por nada, y se manifiesta de inmediato. Pero detrás de esa aparente fluidez, Janet pone de manifiesto el fondo de vacío emocio nal, indiferencia y apatía, de retracción egoísta, y la importancia de la depresión: “Todas las enfermas de las que he hablado están tristes y,4eígsperadas; el tedio continuo, el cansancio de vivir, el miedo, los terro res, la desesperación extrema: eso es lo que expresan ininterrumpida mente. Los estallidos de alegría loca son accidentes en medio de una tristeza muy monótona.”51 Las emociones ruidosas revelan entonces ser é gidas, estereotipadas, monótonas; por lo demás, el ensueño se con vierte en la actividad principal, casi permanente, de esas enfermas siem pre distraídas (en lo cual se originan numerosas ideas fijas). En cambio, lo mismo que Briquet, y que Charcot y la escuela de la Salpétriére, no reconoce el erotismo tradicionalmente atribuido a las his téricas; entiende que ellas son más negligentes que coquetas, más frígid . ue sensuales: “No hay que engañarse groseramente, tomar por amor esa necesidad infantil que tienen de ser conducidas y consoladas.”52 Asi mismo, las tendencias a la mentira y a la simulación, aunque a veces se las encuentra, no son características; esa reputación proviene según Janet de diversos elementos mal interpretados (alucinaciones, amnesias fluctuantes, extravagancia y movilidad de los síntomas) y de la confusión entré lo imaginario y una realidad siempre indistinta y mal percibida en esas enfermas en permanente ensueño. A ello se añaden los reconoci mientos retrospectivos de enfermas envejecidas, en las cuales ha desapa recido la disociación, y que se explican a sí mismas los recuerdos que tienen por “la hipótesis grosera de la mentira”.53 Sabemos que Freud rechazó ese cuadro del debilitamiento psicológico de los histéricos; además de la disparidad probable de los casos de su práctica (Janet veía muchos enfermos graves, internados) es posible que también haya habido un equívoco: se trataba del carácter de enfermos en plena fase patológica, y Janet no ignoraba las metamorfosis psicológi cas que podían resultar de la curación o simplemente de la mejoría de su estado mental. La concepción del tratamiento de la histeria tal como lo preconizó 113
Janet derivaba directamente de su concepción general de la enfermedad. Sacar a luz y disociar las ideas fijas constituía para él un momento esen cial del tratamiento: en efecto, si bien la formación de tales ideas era consecuencia directa de la debilidad de la síntesis mental, él estaba seguro de que a continuación la agravaban intensamente al absorber una gran parte de la energía psíquica, provocar incesantes estados disociativos y finalmente agotar a un enfermo ya debilitado. De modo que era absolutamente necesario descubrirlas y destruirlas; hemos visto que en lo que concierne a este último punto, Janet utilizaba métodos peculiares y no pensaba “que la curación fuera tan fácil ni que bastara hacer expresar la idea fija para removerla”54 (respecto de la catarsis de Breuer y Freud). Las indicaciones del tratamiento general, que apuntaban al fondo “diatésico” de la enfermedad eran más triviales: tónicos, hidroterapia y masajes, agentes estesiógenos, sueño prolongado e hipnosis, aislamiento; a ello se agregaba una dirección moral y una simplificación del régimen de vida (eyitación de las situaciones demasiado complejas, demasiado ricas en emociones) que se integraban en lo que veinte años más tarde Janet deno minaría “economías psicológicas”.55
NOTAS 1. H. Bemheim: Hypnotisme, suggestion, psychothérapie. En 1887, sin embargo, Bemheim publicó en la Revue de ¡'hypnotisme un ar tículo titulado “De 1' amaurose hystérique et de l'amaurose suggestive”, que extraía como conclusión la estricta identidad de los dos fenómenos: “A la imagen visual percibida el histérico la neutraliza inconscientemente con su imaginación.” (Citado en P. Janet: L ’ automatisme psychologique, pág. 304.) pero no hizo aún ninguna crítica propiamente nosográfica. 2. Más tarde, Bemheim rechazará también la interpretación de la hipnosis como idéntica al sueño: “El estado llamado hipnótico no es más que un estado de sugestionabilidad exagerada." (H. Bemheim: Hypnotisme..., pág. 668.) 3. Cf. supra, pág. 63. 4. H. Bemheim: Hypnotisme..., pág. 219-220. 5. Bemheim, en efecto, fue ante todo un práctico; et^ sus primeros escri tos, Freud lo presenta siempre como tal. 6. Citado en P. Janet: Etat mental des hystériques, pág. 414. 7. Moebius fue el traductor e introductor de Magnan en Alemania. Allí iba a promover una reacción contra Kraepelin, de inspiración psicogenista y constitucionalista. Cf. P. Bercherie: Les fondements..., cap. 15. 8. Esas diferencias podrían proporcionar una nueva ilustración de las o-
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rientaciones opuestas y complementarias que, según lo he expues to en mi obra anterior, entiendo que caracterizaron a las escuelas clínicas alemana y francesa. 9. Cf. J.-M. Charcot: Clinique..., tomo I, lección 14, pág. 285. 10. Ibíd., lección 18, pág. 363. 11. J.-M. Charcot: Legons..., tomo III, lección 26, pág. 422. 12. Cf. J. Babinski: “Introduction á la sémiologie des maladies du systéme nerveux” (1904), en CEuvre scientifique, pág. 3. 13. Cf. J. Babinski: “Sur le réflexe cutané plantaire” (1909), en CEu vre..., págs. 27-28; “Diagnostique différentiel de l'hémiplégie organique et de l'hémiplégie hystérique” (1909), ibíd., págs. 91-111. 14. J. Babinski: “Définition de 1' hystérie”, en CEuvre..., pág. 457-464. 15. Esa es la fórmula de 1906, ligeramente modificada y más satisfacto ria, extraída de J. Babinski: “Ma conception de l'hystérie et de l'hypnotisme”, en CEuvre..., pág. 464. 16. Cf. J. Babinski: “Ma conception de l'hystérie et de l'hypnotisme”, en CEuvre..., págs. 465 a 485, y “Démembrement de l'hystérie traditionelle” (1907), en ob. cit., págs. 486 a 504. 17. En 1902 Hartemberg la introdujo en Francia, donde en general fue aceptada como entidad clínica (la teoría psicosexual tuvo menos éxito). Cf. P. Hartemberg: La névrose d'angoisse, 1902. 18. Babinski: CEuvre..., pág. 483. 19. Cf. P. Bercherie: Les fondements..., caps. 14 y 15. 20. E. Dupré: “La mythomanie”, en Pathologie de l'imagination et de l'ém otivité, págs. 3 a 72. 21. Ibíd., pág. 498. 22. J. Babinski: CEuvre..., pág. 511; cf. también, del mismo autor, “De l'hypnotisme en thérapeutique et en médicine légale” (1910), ibíd., pág. 505. 23. E. Dupré: Pathologie..., págs. 146-147. 24. Muy legítimamente, J. Babinski extrae de ello un argumento adicio nal para disociar histeria y emoción (en el sentido de emociónshock): en efecto, esta última es un fenómeno humano constante y, de estar la histeria ligada a él, resultaría incomprensible la brusca disminución de su frecuencia registrada desde los primeros años del siglo XIX. 25. Como ya lo he subrayado reiteradamente, todo tipo de síntomas de la misma naturaleza pero menos espectaculares y sobre todo muy te naces, tenderán a encontrar con otras etiquetas una situación nosológica más respetable. 26. J. Boisseau y H. Gastant: “Le probléme de l'anesthésie hystérique et de sa réalité biologique” (1948), en Annales médico-psychologiques; ese artículo fue ulteriormente objeto de una publicación por separado. 27. Ibíd., pág. 32. 28. Ibíd., pág. 2 (las bastardillas son mías). 29. Cf. infra, segunda parte.
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Capítulo VI. EL ASOCIACIONISM O INGLES
Del nominalismo al sensualismo A. El nominalismo occamiano Al convertir el problema epistemológico del origen del conocimiento (y por lo tanto la relación entre lo real y el pensamiento) en el corazón de toda filosofía, es incontestable que Marx y Engels operaron una re ducción muy fuertemente modemocentrista: en efecto, ése es probable mente el problema esencial de la filosofía contemporánea, ¡pero tal con cepción equivale a olvidar que, en los siglos pasados, la filosofía apun taba a objetivos mucho más ambiciosos! Lo cual no impide que ese problema haya sido uno de los temas esenciales de reflexión y de contro versia, desde que hubo filósofos o casi desde entonces. La psicología de asociación, cuya comprensión es fundamental para situar el conjunto de la psicología y la psicopatología del siglo XIX, y en particular a Freud, se originó precisamente en una comente filosófica preocupada de modo principal por ese problema. En el fin de la Edad Media,1 las ideas nominalistas se afirmaron con Guillermo de Oscam en la crítica del realismo tomista, versión teológica de la metafísica de Aristóteles. La querella se refería al carácter de las ge neralizaciones abstractas, de las categorías conceptuales. Aristóteles con sideraba la inteligencia como una facultad que permite captar las esencias de una realidad sensible, perceptible y, de ese modo, emplaza las catego rías generales en lo real (realismo), como ley de las realidades individua-j les sólo percibidas por los órganos de los sentidosy'Si bien hace de la imagen el material indispensable del pensamiento y por lo tanto rechaza 121
la aprehensión directa, intuitiva, de las abstracciones (idealismo platóni co), de todos modos ubica a tales abstracciones en el corazón secreto de la realidad percibida, matriz de las imágenes mentales; con ello, la crítica aristotélica acompaña en parte al idealismo de Platón.2' Las ideas nominalistas se originaron en los sofistas y los escépticos griegos, avanzaron lentamente a lo largo de toda la Edad Media (Abelar do y, en parte, Duns Escoto), antes de desplegarse en el siglo XIV en la obra de Occam y de generar la conmoción de los valores tradicionales que dará lugar al Renacimiento. Para Occam, el espíritu sólo tiene acce so a las realidades individuales concretas (tal o cual objeto): no tiene in tuición directa más que de las individualidades singulares. El carácter de las relaciones, las abstracciones, las categorías generales (universales) es puramente mental, conceptual: las ideas son los signos de las cosas. Cuanto más abstractas son, más representan una visión global e impre cisa de esas cosas: de lejos, veo un hombre; de cerca, reconozco a Sócra tes; el concepto general es una percepción difusa; la percepción clara es la de una individualidad. En última instancia, las generalizaciones no son más que palabras (nominalismo), pues las palabras tienen por fun ción designar esas ideas generales, y al mismo tiempo les confieren una sustancialidad engañosa en la que se originan el idealismo y el realis mo. Por cierto, en esa época la oposición de nominalismo y realismo te nía un alcance sobre todo místico y político:3 la naturaleza, ¿seguía las leyes de un orden razonable que era manifestación de la divinidad, en el que la ciudad y sus leyes ocupaban su lugar entre el individuo y su Dios, y el papa se interponía entre el poder real y la ley del universo? ¿O bien, por el contrario, no existía ninguna realidad intermedia entre la omni potencia divina y las individualidades singulares, en particular el creyen te? El poder temporal aparecía en tal caso como una realidad de hecho, independiente de la Iglesia, y no como un elemento integrado en la vasta visión jerárquica de un universo de razón en el que la voluntad de Dios estaba constreñida por leyes inteligibles (tomismo). Los nominalistas eran en efecto, franciscanos, y su misticismo huraño no se adaptaba a la teología moderada y al Dios de razón de Tbmás Aquino; eran también (en particular Occam) partidarios del emperador contra el papa; las teorí as del contrato social (individualismo político: la sociedad es una reu nión de individuos contratantes) y del positivismo jurídico (la sociedad es una realidad de hecho y no una esencia inteligible) se originaron e\i sus doctrinas, que sentaron las bases de la idea de una soberanía política independiente de la fe.4 Pero lo que en este punto nos interesa en particular es el impulso que las tesis nominalistas iban a darle al dominio de la investigación científica y técnica, y a la crítica epistemológica. El rechazo de la “cien122
cia aristotélica”, doctrina que había dominado toda la época precedente, la insistencia en el conocimiento de las realidades singulares, restauraron la curiosidad respecto del mundo que habrá de marcar con tanta intensidad al Renacimiento. Paralelamente, la filosofía sensacionista inglesa descien de en línea recta del nominalismo de Occam y se presenta de entrada co mo uña crítica metodológica y conceptual muy radical. B. La filosofía sensacionista: Locke En un primer momento, la filosofía sensacionista5 se desarrolla a lo lar go de varios ejes: —En ella es esencial la dimensión empirista y experimental: la ob servación constituía la fuente única de conocimiento, y el desarrollo de las ciencias positivas sólo resultaba de la multiplicación de los datos re cogidos y de las investigaciones experimentales. El progreso del conoci miento se espera de la inducción (Bacon) a partir de un material concreto lo más rico posible e incesantemente controlado por la experiencia; np„ se lo espera, en cambio, de la deducción a partir de principios primeros. En tal sentido, el sensacionismo fue a la vez el contexto favorable y la ilusión teórica del desarrollo de las ciencias experimentales que signaron ese período; es preciso subrayar su inmenso valor heurístico. —La crítica nominalista se prolongó en la denuncia de las trampas en las que caía un recorrido intelectual no regulado exclusivamente por los datos de la experiencia. De ese modo Bacon intentará exorcizar los “ídolos” que fascinaban y perdían al espíritu no advertido: ídolos de la tribu (confianza sin crítica en nuestra percepción de las cosas, que tiene “más relación con nosotros que con la naturaleza”), ídolos de la caverna (el sujetivismo espontáneo de nuestro pensamiento, tributario de nues tros estados anímicos variados, sucesivos y contradictorios, y de nocio nes inculcadas por nuestra educación y nuestra cultura), ídolos del foro (las trampas del lenguaje vulgar, “lengua mal hecha”, con sus clasifica ciones de confección, arbitrarias, erróneas y contradictorias), ídolos del teatro (el prestigio usurpado de los grandes sistemas dogmáticos, pero también de las tradiciones culturales). De modo que en todas partes era necesario reemplazar la inercia de lo tradicional, de lo subjetivo, del sen tido común, por una observación acrecentada de lo real; tales críticas apuntaban particularmente a la “ciencia aristotélica”. —En la crítica de las cualidades perceptivas (Hobbes) es claramente visible la influencia sofista y escéptica: las percepciones eran el efecto de la acción de los objetos de lo real sobre los órganos de los sentidos, de modo,que sólo imperfecta e indirectamente correspondían a aquéllos. Había que cuidarse de hacer, de tales nociones cualitativas, datos (realis123
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mo) de un real que sin duda deformaban profundamente, como lo confir maban recientes descubrimientos científicos de la época (rotación de la Tierra en tomo del Sol, por ejemplo). —El nominalismo estaba lejos de desembocar sólo en la denuncia del carácter artificial del lenguaje (ídolos). Ya en Occam, y muy abierta mente en Hobbes, el lenguaje aparece como el único lugar de la verdad científica: la lógica aristotélica, separada de la correspondencia realista, tomaba el aspecto de un aparato convencional, una máquina formalista6 que proporcionaba elementos básicos y articulaciones reguladas para operaciones intelectuales concebidas como una computación eficaz. Por lo tanto, si bien el lenguaje podía constituir una trampa temible para la razón, era también el soporte y el medio para el pensamiento abstracto, e incluso el lugar donde ese pensamiento se constituía y operaba: “La ciencia es una lengua bien hecha”, dirá.Condillac. Todas esas dimensiones iban a consolidarse en un todo homogéneo en la obra de Locke,7 quien, en los últimos años del siglo XVIII, fijó con firmeza el sistema de ideas que prevalecerá durante el siglo siguien te, el siglo “de las luces”. La obra de Locke se centra ante todo en una crítica de la noción de ideas innatas, herencia platónica que acababan de retomar Descartes y los neoplatónicos. A la inversa, Locke se esforzó por demostrar el origen perceptivo de las ideas, que aparecían en su con cepción como el elemento fundamental del psiquismo. El pensamiento consistía en operaciones realizadas con ideas; combinaciones, relaciones, asociación de ideas; el conocimiento emergía del análisis como la percepción de una relación (identidad, diversidad, coexistencia, etcéteraXentre los elementos simples que eran las ideas. Las ideas en sí podían ser complejas (es decir reducibles a una combinación de ideas simples), o bien simples e irreductibles, provenientes en tal caso de la experiencia sensible en sus dos registros: sensación y reflexión (percepción interna de las facultades mentales: memoria, atención, voluntad, etcétera). Las ideas complejas eran ya el resultado de un trabajo combinatorio del pen samiento; en consecuencia, resultaba posible analizarlas y descomponer las en sus elementos últimos (“atomismo mental”). Locke distingue dos clases de ideas complejas: — Aquellas en las que las ideas simples permanecen distintas en la idea que las combina: ideas de relación, como por ejemplo la de filiación, que une las ideas de padre e hijo. » — Aquellas en las que las ideas simples forman una idea de combina ción única y homogénea, que existe por sí misma (idea de sustancia: un hombre, oro) o que sólo tiene una existencia abstracta (idea de modo). Los modos pueden ser simples (una idea simple se combina consigo misma: número, espacio, duración), o complejos o mixtos (combina 124
ción de ideas simples heterogéneas: nociones morales, jurídicas, estéti cas, etcétera). Dentro de la más pura tradición nominalista, Locke reduce de esas maneras las categorías aristotélicas de modo y sustancia, hasta entonces consideradas formas a priori del conocimiento y esencias constituyentes dé lo real, a simples agregados estadísticos de sensaciones. Un grupo su ficientemente constante de percepciones denominado con un solo nom bre: tal es la esencia última de una sustancia (por ejemplo, el oro: ama rillo, fusible, dúctil, pesado, etcétera). Del mismo modo, las ideas de duración y extensión estaban constituidas por la repetición de una idea sensible, unidad homogénea del tiempo o del espacio; el infinito lejos de ser anterior a lo finito que lo limita, es lógicamente posterior a él y de él se deduce: sólo se distingue por consistir en una repetición imagina riamente ilimitada del mismo elemento. Así, “el espíritu es una tabla rasa, el espíritu está vacío, y la sensación lo llena. La reflexión sólo en trega lo que ha recibido de la sensación”. En cuanto a la constitución íntima, real de los seres, del espacio y del tiempo, de ella no tenemos conocimiento alguno, y la vía de la ob servación y la experimentación es la única manera con la que contamos para encarar lo que explicaría las diversas propiedades de la realidad.8 La física de Newton, ciencia modelo y guía de la época clásica, demostraba que para realizar una obra útil había que establecer entre los fenómenos leyes de correlación, y no intentar una imposible aprehensión de su esencia. La ciencia ya no consistía en explicar (como todavía lo intentó Descartes) sino en crear los medios de prever, y por lo tanto de utilizar, secuencias de acontecimientos regidas por reglas constantes. Por otra parte, la idea simple era a la vez el elemento del espíritu úl timo y representativa de lo real,9 pero, en lo que a este punto concierne, no sin importantes restricciones. Locke retoma de Gassendi la distinción entre “cualidades primeras” (extensión, forma, solidez, movimiento) que nos representan bastante directamente las cosas tal como son (tampoco deben ser tomadas por elementos reales en sí mismas), y “cualidades se gundas” (colores, sonidos, sabores, temperaturas), producidas en noso tros por efecto de las cosas de lo real, pero que no corresponden directa mente a cualidades de esas cosas.10 En esa distinción se habrá sin duda reconocido la imposición de la física mecanicista. De ese modo, el conocimiento se descompone en dos tipos de rela ciones. El primero es el que relaciona una idea y lo real: aunque sea ab surdo dudar de la existencia de las cosas,11 es cierto que en este dominio toda certidumbre es relativa y siempre sujeta a revisión. El segundo aso 125
cia dos ideas entre sí, y en este otro campo la certidumbre puede ser to tal. Así, resultan opuestas las ciencias ciertas (matemática, ciencias mo rales y jurídicas) que tratan de los modos, es decir de nociones constantes y seguras en tanto que convencionales, y las ciencias inciertas, experi mentales, que tratan de sustancias y que dependen de la verificación de la adecuación de nuestras ideas a lo real. Por lo tanto el lenguaje es el úni co lugar de la verdad, en el sentido de certidumbre segura de las proposi ciones, pero su valor representativo es relativo: sin duda esa certidumbre no es nula, y nuestras ideas generales no son arbitrarias, pero en ese ám bito la experiencia y el uso son nuestros únicos maestros.
C. Berkeley y Hume El siglo XVni iba a producir una radicalización de la crítica sensacionis ta que, al encerrar cada vez más el proceso del conocimiento en el fun cionamiento perceptivo y mental del sujeto, se deslizó irresistiblemente desde el problema epistemológico hasta la institución de una psicología: el asociacionismo. En los primeros años de ese siglo se publicaron las obras de Berkeley. Este autor se proponía perseguir las últimas huellas de realismo subsistentes en Locke, denunciando en las categorías de ma teria, de sustancia, en resumen, en el postulado de una realidad exterior, una ilusión ilustrada en especial por la distinción perfectamente arbitra ria entre cualidades primeras y cualidades segundas, y también por la transformación de simples leyes de correlación entre fenómenos físicos en el fenómeno de causalidad que subsumía una sustancia dotada de mo vimiento. Nada, en efecto, demostraba'la existencia del mundo exterior y de las cosas externas: sólo tenemos acceso a ideas, imágenes perceptivas para las cuales imaginamos una causa, un garante exterior a nosotros, de cuya existencia no hay ninguna prueba; ser es percibir o ser percibido; lo demás es pura construcción. Berkeley entiende que la noción de abs tracción es la responsable de esa trampa: al confundir la noción de sig no que adquiere un elemento singular verbal o concreto cuando represen ta a otros elementos de la misma propiedad (un triángulo cualquiera por todas las figuras planas cuyos ángulos suman dos rectos, por ejemplo) con una pretendida categoría general desprendida de toda relación percep tiva particular, se crea una quimera que aparece como el correlato mental de la esencia desconocida de las cosas. Las nociones abstractas se presen taban en los empiristas (por ejemplo en Locke) como creaciones puras del entendimiento, irreductibles pero homologas a las esencias de lo re al; Berkeley, en su inmaterialismo místico, les negaba toda existencia. No hay materia, ni sustancia, ni ideas abstractas: sólo hay ideas singula res, impresiones sensibles y el trabajo simbólico del espíritu. Por otra 126
parte, una idea sólo puede remitir a otra idea y no a una cosa; para Ber keley la realidad se reducía a los otros hombres y Dios, los únicos ca paces de suscitarla en cada uno. El idealismo radical de Berkeley preparó así el terreno al escepticis mo de Hume, quien sin decirlo iba a fundar la psicología asociacionista; su visión era en efecto más la de un moralista que la de un científico, y serán los sucesores quienes den carácter positivo a una obra esencial mente crítica. En él, sin embargo, ya es evidente el deslizamiento: Loc ke disertó sobre el entendimiento humano, Berkeley sobre los principios del conocimiento humano, y en su tratado Hume estudió la naturaleza humana. Comenzó intentando remediar la dificultad que representa en Locke una presa fácil para el inmaterialismo de Berkeley. Locke, en efecto, no trazaba ninguna distinción entre sensación e imagen, llamaba “ideas” a los dos elementos y dejaba flotar ese concepto entre la repre sentación y el objeto. Hume opuso las impresiones (modelos percepti vos) a las ideas (copias de las anteriores, de las cuales se distinguían por su débil intensidad) de modo que la idea simple era representativa de una impresión y no de una cosa. Las ideas complejas y el conocimiento se constituían por la acción de una fuerza de atracción, de asociación, en la que se reconocía una facultad mental cuya función le parecía a Hume muy superior a la de la razón: la imaginación.12 Esa era una ley psico lógica que este autor ubica en el mismo plano que la atracción en la físi ca newtoniana: las ideas se asociaban irresistiblemente debido a su se mejanza, a su contigüidad o a un lazo causal que las vinculaba; de ese modo se constituían las ideas complejas. La relación de causalidad, en particular, abarcaba una parte importante del conocimiento: todas las re ferencias y probabilidades en cuestiones de hecho en las que los aconte cimientos pasados (o el testimonio de ellos) conferían una cuasi certi dumbre a la previsión (por ejemplo respecto de la salida cotidiana del sol). Por otra parte, la causalidad se reducía, no a una certeza a priori del tipo matemático, sino a las fuerzas de la creencia y la costumbre, que nos llevan a inferir un hecho futuro a partir de otro hecho existente, en virtud de toda nuestra experiencia pasada. Además, el hábito o la costumbre sólo puede desempeñar esa función en el conocimiento (génesis de las ideas de sustancia y de relaciones de causalidad) porque la realidad exterior le da la oportunidad de hacerlo, con la repetición de los fenómenos idénticos. Esa repetición de impresiones idénticas explica la creencia en la existencia del mundo exterior y de las cosas, que imaginamos permanentes en los intervalos durante los cua les las percibimos más: así nacen las ideas de sustancia. Del mismo modo, la idea de la permanencia y de la identidad de nuestro yo tiene su origen en la ligazón que se establece entre los estados de conciencia su 127
cesivos que lo sustentan y que están vinculados por su semejanza, su sucesión y sus conexiones causales; la imaginación crea entonces la fic ción de esa sustancia íntima y constante que sería nuestra conciencia. La asociación de las ideas generaba también, por otro lado, numerosas qui meras que no correspondían a nada real y a las cuales la creencia podía adherirse con la misma fuerza que a las imágenes mejor fundadas en el hábito y la experiencia. La razón sólo tenía un débil poder para la diso ciación de esos complejos, sobre todo si ellos eran sostenidos por la fuerza del sentimiento (supersticiones y mitos diversos). Ya hemos dicho que los análisis de Hume apuntaban más a funda mentar los juicios de un moralista escéptico que una psicología: quiso demostrar la fragilidad de la razón, cuya existencia por lo demás no ne gaba, pero cuyo imperio le parecía muy pobre frente a la potencia de la costumbre, del sentimiento y de la creencia, potencia a la cual acompaña la asociación de las ideas. En el ámbito de la motivación de las conduc tas humanas, Hume adoptó también una posición escéptica inspirada en el materialismo de Hobbes: los motores principales de las acciones hu manas eran la búsqueda del placer y la fuga del dolor. Los juicios mora les, lejos de derivar de una intuición a priori o de un juicio racional, se vinculan con éstos a través de la aprobación o desaprobación que provo can nuestros actos entre quienes nos rodean.13 Así se explican a la vez su universalidad y su ostensible variabilidad, que depende de las circuns tancias sociales e históricas del ambiente: los sentimientos primordiales, verdaderos fundamentos de nuestras conductas, siguen siendo los mis mos por debajo de diferencias superficiales. También en ese caso es muy reducido el poder de la razón frente a la potencia de las pasiones. Con Hume, la corriente crítica proveniente del nominalismo alcanza su punto extremo y su equilibrio: poco queda de las categorías eternas en las que se fundaba la visión tradicional del mundo, la de Aristóteles, y poco queda del imperio del logos y de la razón que habían estado en la cima de la jerarquía. La concepción moderna del universo se emplazó en aquella doctrina con firmeza: una realidad exterior incierta y desconocida, una subjetividad fragmentada en busca de una identidad ilusoria, un co nocimiento esencialmente subjetivo y limitado a su eficacia práctica, una razón artificial, convencional y siempre dominada por el poder de las fuerzas instintivas y pasionales, y la fuerza del “sentido común”, como dirán muy pronto los filósofos escoceses,14 para sostener una práctica cotidiana y empírica de lo real, mediante la cual se evitaban los sofisnfes de Berkeley (es decir, se lograba la sustitución de un razonamiento per fecto y absurdo según las evidencias del sentimiento y de la costumbre). De ese momento agudo de la crítica provienen el pensamiento moderno (a través de Kant, cuya reflexión arranca de ese punto) y los inicios de la psicología empirista, cuyas bases Hume acaba de asentar. 128
La psicología de la asociación
A. James Mili La psicología asociacionista inglesa15 de la primera mitad del siglo XIX no se originó directamente en Hume, aunque se haya fundado en gran medida en sus análisis. Tuvo su origen directo en un psicólogo materia lista inglés, Hartley, cuyas teorías, muy semejantes y ligeramente ulte riores, son por lo demás mucho menos inspiradas. Ellas influyeron en gran medida sobre Jeremy Bentham, fundador del radicalismo filosófico inglés,16 moralista, jurista y político, que tratará de promover su doctri na, el utilitarismo, como fundamento de una ciencia social y guía del le gislador y del hombre de gobierno. Fue su discípulo James M ili17 quien, en su Analyse du phénoméne de l'esprit humain (1829), extrajo más específicamente las consecuencias filosóficas y psicológicas de las ideas de Bentham, descuidando lo mismo que éste las implicancias “fi siológicas” de las tesis de Hartley, y en consecuencia vinculándose más directamente a la corriente de ideas que llevaba de Locke a Hume.18 La psicología asociacionista iba a extender al conjunto de la vida psicológica los principios de la crítica sensacionista del realismo: redía lo de los conceptos que sustancializaban los datos del sentido común y (Je ese modo erigían como categorías de lo real la vivencia psicológica inmediata. Ya hemos visto el efecto de ese tipo de análisis en las nocio nes de sustancia, modo y causa: apuntaba a reducir lo complejo a ele mentos simples y a algunas leyes de construcción. Asimismo, la psico logía asociacionista rechazará las “facultades del alma” que convierten en categorías realizadas a simples categorías clasificatorias de los fenóme nos concretos, y tratará de reducir toda clase de hechos psicológicos a un pequeño número de hechos simples. Así, J.Mill considera que el con junto de la vida psíquica se reduce a tres elementos: —las sensaciones provenientes de los diferentes sentidos; — la ley de asociación que combina las huellas de esas sensaciones y produce el conjunto de los elementos mentales: imágenes, ideas, con ceptos y términos generales; — la escala del placer y el displacer, base de todos los sentimientos y también de las motivaciones y fenómenos voluntarios, por la mediación de asociaciones particulares con ciertas ideas (principio de utilidad). Examinemos más detalladamente las diferentes piezas de este siste ma. La forma primitiva de la idea es la imagen, copia de las sensaciones de diversos sentidos: J.Mill añade, a la lista clásica de cinco sentidos (Aristóteles), el sentido muscular, que nos comunica sensaciones de ten 129
sión o esfuerzo, y dos grupos de sensaciones orgánicas viscerales; en el conjunto de sus sucesores volvererfios a encontrar esos dos nuevos rótu los. Las innumerables variedades de ideas resultan de la combinación de esos estados de conciencia primitivos en los términos de la ley de aso ciación, que se fija siguiendo el orden de los fenómenos naturales y en consecuencia en dos planos contextúales; el sincrónico (existencia si multánea: orden en el espacio) y el sucesivo (orden en el tiempo). Las causas de la asociación se reducen a la vivacidad de las impresiones aso ciadas y a la frecuencia de su asociación. Las diferentes facultades menta les pasan a ser sólo modalidades peculiares de la asociación de ideas: la imaginación se reduce directamente a ello, en tanto que la memoria aso cia el estado de conciencia actual, el estado de conciencia pasado y el conjunto de los estados de conciencia sucesivos que llenan el intervalo entre ambos puntos; el pensamiento recorre rápidamente la serie de esos estados y en ese aspecto la memoria difiere de la imaginación. La clasi ficación asocia por semejanza un gran número de imágenes individuales análogas, formando de esa manera una imagen global e indistinta, pero inteligible, que sirve de base a la denominación, fundamento del lengua je, por la cual un signo se asocia a una idea y le sirve de marca. La abs tracción consiste en retirar de una idea compleja (rojo como adjetivo) la connotación completa que subyace en el objeto al cual se aplica (lo que es rojo); así se obtiene un término no connotativo (el rojo, rojo como sustantivo) que sólo puede tener una esencia verbal (se reconoce un aná lisis típicamente nominalista). El juicio consiste en comparar dos clases de ideas y en reconocer que ellas se aplican a un mismo objeto (ejemplo: el “hombre” es un “animal racional”): en consecuencia, abarca las rela ciones de equivalencia o de englobamiento. En cuanto a la creencia, si ella tiene por objeto un hecho presente, se reduce a la sensación (sentir es creer en lo que se siente) y a un juicio de causalidad que atribuye una causa común (objeto externo) a un grupo de sensaciones fundidas en un todo por asociación simultánea. La causalidad reposa en efecto en la aso ciación invariable de un hecho antecedente con un hecho consecuente, y ella explica la creencia en los hechos futuros o anticipación, de modo que ésta se reduce en última instancia a la creencia en los hechos pasa dos, es decir a la memoria; prever el futuro es esperar, basándose en el pasado, que de un hecho actual (la noche) se produzca un hecho futuro (el día) que siempre lo sigue regularmente. Asimismo se va a tratar de reducir los términos abstractos y genera les a asociaciones de ideas simples y, en definitiva, a sensaciones. Así el concepto de espacio, de extensión, es idéntico a la noción concreta de es pacio menos la connotación,19 que en este caso es esencialmente la de resistencia y nos es proporcionada por el sentido del tacto y el sentido muscular; sólo secundariamente (y en los videntes de nacimiento) se a130
locian irresistiblemente las ideas visuales (es decir ideas de color).20 La idea de espacio infinito es por lo tanto una elaboración de las ideas de línea, de superficie, de volumen resistentes, ideas que provienen directa mente de la sensación. De modo análogo, el tiempo se reduce a ideas de cosas pasadas, presentes, futuras, menos las connotaciones concretas unidas a ellas en la experiencia sensible. La idea de infinito sólo se aplica al número, a la extensión y a la duración, es decir a dimensiones a las cuales el pensamiento siempre puede agregar la idea de una unidad más, aumentando en un elemento complementario una cantidad finita, de mo do que la noción de infinito signa el estado de conciencia en el cual la idea de uno más está asociada de manera recurrente con toda cantidad que se presenta; el término abstracto “infinito” es la misma idea sin su con notación espacial, temporal o numérica. El mismo tipo de análisis pue de aplicarse de ese modo al conjunto de los términos abstractos: se trata siempre de volver a encontrar las dimensiones sensoriales ocultas de las cuales son extraídos mediante el rechazo de la connotación. En lo que concierne a los sentimientos, los dos hechos primitivos son el placer y el dolor; nuestras acciones apuntan a prolongar las sensa ciones agradables y a poner fin a las desagradables; a través de ese mecanismo la escala del placer y el displacer regula las motivaciones, las acciones de la voluntad. Lo mismo que las sensaciones perceptivas, las sensaciones de placer y dolor dejan una huella en el espíritu: la idea de placer es un deseo, la idea de dolor una aversión. Estas ideas se asocian a las otras: la idea de una sensación agradable futura es una esperanza si no es segura, y una alegría si lo es; al registro de lo desagradable correspon den el temor y la pena. La asociación de las ideas de placer y dolor con la idea de su causa engendra el amor y el odio. Las causas de placer y de displacer ejercen en nuestras acciones una influencia determinante. En tal sentido, J. Mili observa que las causas inmediatas de placer (la comida, por ejemplo) son mucho menos interesantes que las causas que él llama alejadas y que, disponiendo de lazos asociativos mucho más numerosos, desempeñan un papel preponderante. Clasifica a estas últimas debajo de tres rótulos. El primero es el de la riqueza, el poder y la dignidad; agrupa los principales medios de procuramos los servicios de nuestros semejantes, remunerándolos, ordenándoles o ganándonos su respeto; en muchos hombres, debi do a una asociación “errónea”21 pero tenaz, dejan de ser simples medios para convertirse en fines; pronto (en 1830) Mackintosh denominará transferencia a ese proceso, estableciendo un concepto en adelante fun damental del asociacionismo. La segunda categoría es la de nuestros se mejantes, que son en sí mismos fuentes de numerosos placeres, directos o derivados (participación en sus alegrías o aflicciones por la vía de la simpatía). Finalmente, están los objetos de las emociones estéticas, que, 131
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también en este caso, resultan de asociaciones de ideas particulares y fi jas. La asociación de la idea de una acción que emana de nosotros, con la idea de un placer obtenido como efecto, produce un estado de conciencia particular caracterizado por una tendencia a la acción: el motivo. Lo que llamamos voluntad resulta del conflicto de motivos contradictorios, en particular de los que procuran un placer inmediato y los que apuntan a un beneficio más alejado pero más duradero, intenso o exento de conse cuencias desagradables. De modo que la educación tiene una función im portante en el refuerzo de ciertas asociaciones en detrimento de otras. En tal sentido se retoma en particular la “aritmética moral” de Bentham: la virtud y el vicio se definen por la suma de felicidad o sufrimiento que ocasionan las acciones consideradas. En ese balance de placeres y penas se tiene en cuenta lo que experimenta el sujeto de la acción, tanto en lo in mediato como a más largo plazo, pero también el resultado de sus accio nes en sus semejantes, lo que asimismo representa una consecuencia im portante, directa (participación simpática en lo que ellos sienten) o indi recta (consecuencia para él de las reacciones de ellos). La razón tiene una función capital en el cálculo correcto del balance: ella puede a justo títu lo guiar al legislador y al educador para promover a un hombre mejor y más feliz, evitando los principios erróneos y “ficticios”, como la asocia ción sistemática de virtud y sufrimiento. B. John Stuart Mili
La obra de J. Mili, por su misma aridez, pone de manifiesto un espíritu más lógico y sistemático que sensible a las realidades psicológicas. Su hijo John Stuart Mili hará mucho por introducir un poco más de flexi bilidad y matices en ese sistema, cuyos grandes lincamientos continuó sosteniendo, y que iba a subsistir como base común de la psicología “experimental” del siglo XIX. No dejó un tratado psicológico en sentido estricto, pero sus obras filosóficas contienen un enfoque muy personal del asociacionismo:22 en efecto, a través del rodeo por la teoría del co nocimiento, de la cual, como ya lo hemos visto, provino aquel enfoque, Stuart Mili modificó y enriqueció la psicología de su padre23 en su gran tratado de Lógica (1843).24 Situó su intento, como filosofía a posteriori, en una doble oposi ción, por una parte al positivismo de Comte (que negaba la poübilidad de la observación interior, con el antiguo argumento de que el espíritu no puede observarse a sí mismo, de modo que la psicología quedaba re ducida a una fisiología injertada en la observación del comportamien to) 25 y por otro lado a la filosofía a priori que sostenía la irreductibilidad, en todo acto de pensamiento, incluso el más elemental, de un ele132
' mentó aportado por el espíritu, que trascendía y estructuraba la experien cia.26 La filosofía a posteriori, por el contrario, se proponía analizar todos los fenómenos mentales y restituir su génesis, reducir así lo com plejo a la combinación de lo simple de lo que proviene, hacer retroceder incesantemente los límites de lo no reductible a la experiencia, la cual a su juicio estructuraba el conjunto de la vida mental. Al definir el espíri tu como “lo que siente”, por cierto rechazó del dominio de lo psicológi co y de lo nervioso la eventualidad de hechos psicológicos inconscien tes,27 pero sobre todo convirtió la experiencia (es decir, según él, la sensación) en el fenómeno fundamental del psiquismo. Iba no obstante a introducir una corrección importante en la interpre tación de la ley de asociación en la cual se basaba la construcción de las entidades psicológicas complejas: a la simple asociación mecánica en virtud de la cual los elementos componentes siguen siendo discemibles en la globalidad producida, opuso el modelo de la combinación química (química mental), tomada del escocés Thomas Brown, combinación cu yas propiedades son irreductibles a la suma de las partes y en la que el análisis tiende más a recuperar una génesis que a explicar lo complejo por lo elemental. Así, introdujo la clase de las propiedades peculiares de la síntesis, lo que preparó el camino al evolucionismo28 y superó una ob jeción principal al asociacionismo (la de los filósofos escoceses):29 el carácter forzado y artificial de sus análisis a los ojos del sentido común, y por lo tanto la necesidad de un entrenamiento previo para que la con ciencia se habituara a su método de reducción analítica. Esta teoría “quí mica” fue, por otra parte, una manera de introducir sin decirlo mecanis mos inconscientes en los hechos psicológicos, puesto que el sujeto ol vidaba en su totalidad, una vez producidos tales hechos, las partes que los componían, y sólo podía volver a encontrarlas por medio de una di fícil gimnasia del espíritu; Helmholtz habrá de inspirarse en esta idea para su teoría de las “inferencias inconscientes” en materia de percep ción. A partir del concepto general de que una cosa no es para nosotros más que un cúmulo de sensaciones (sensacionismo), Stuart Mili edificó su lógica. Todo conocimiento era en consecuencia fáctico, y el esfuerzo de la ciencia consistía, en todas partes y siempre, en sumar, vincular los hechos entre sí. De ese modo analiza la definición como una proposi ción que enuncia el significado de una palabra, es decir la serie de ideas de la cual es el resumen y que consiste no en la aprehensión de la esen cia desconocida e incognoscible de los seres, sino en la enumeración de la suma indefinida de sus propiedades, tal como ellas se nos aparecen a través de la experiencia sensible. Una proposición general no es más que el resumen de la serie de las experiencias particulares de la cual ha sido inducida: el silogismo no llega a su conclusión pasando de lo general a 133
lo particular (con lo cual no serviría de nada y constituiría una repetición y no un progreso); en realidad extrae una conclusión yendo de lo particu lar a lo particular, de la masa de casos observados al caso no observado, por medio de una fórmula compendiada y rememorativa.30 Los axiomas no provienen directamente de una experiencia sensible, sino de una ex periencia mental que retoma, amplía y completa la de los sentidos. Dos rectas paralelas no pueden cercar un espacio: sin duda, los ojos son im potentes para verificar la proposición, pero allí interviene la imagina ción, permitiendo la contemplación interior de la misma figura geomé trica reproducida mentalmente y que en tales términos es posible seguir imaginariamente hasta el infinito. De modo que también los axiomas son experiencias de una cierta clase, en las cuales la imaginación reconduce y amplifica el testimonio de los sentidos. Así es que toda proposición instructiva o fecunda proviene de la ex periencia, y la inducción es la única clave de la naturaleza. Consiste en el procedimiento mediante el cual descubrimos las proposiciones genera les, concluyendo que lo que es verdadero respecto de cierto individuo de una clase también lo es para toda la clase; por lo tanto, la inducción re posa en realidad sobre el axioma de la uniformidad de la naturaleza, el que por otra parte proviene asimismo de la experiencia. Esa uniformidad de la naturaleza da fundamento a la idea de causa, la cual se reduce al or den de sucesión invariable de dos fenómenos: al antecedente invariable lo denominamos causa, y al consecuente invariable, efecto. No existe por lo tanto una distinción real entre la causa y las condiciones de un fenó meno, sino que llamamos causa a la condición necesaria, que el efecto «sigue incondicionalmente. Para descubrir ese vínculo experimental, Stuart Mili propone cuatro métodos (concordancia, diferencia, residuos y variaciones concomitantes) que se reducen por igual ai mismo artificio: lá eliminación de los antecedentes no necesarios para los consecuentes que se consideran. No obstante, existen hechos naturales complejos e indescomponibles:31 la eliminación y por lo tanto el aislamiento, nece sarios para la inducción, resultan entonces imposibles, y se debe recurrir 3 un artificio: el método de la deducción. En consecuencia se deja de lado el fenómeno por estudiar (por ejemplo el movimiento de los planetas) para examinar otros hechos más simples, y después inducir leyes; supo niendo el concurso de un cierto número de causalidades simples, se dedu ce de ellas el fenómeno complejo, con la reserva de que la verificación tendrá que confirmar la predicción. Toda ciencia aspira a convertiré en deductiva y a resumirse en unas cuantas proposiciones generales, pero los primeros pasos de toda disciplina científica son y siguen siendo in ductivos durante mucho tiempo; cuando no se emplea el método correc to, el conocimiento permanece inmóvil. Desde el punto de vista metafísico, Stuart Mili se ve llevado a profe 134
sar un fenomenismo absoluto inspirado en Berkeley y Hume y que recu sa la irreductibilidad de materia y espíritu, fundamento del apriorismo. La idea de materia, en efecto le parece susceptible de análisis en térmi nos de la idea de una posibilidad permanente de sensaciones, a lo cual puede reducirse la noción de exterioridad; sensaciones posibles, agrupa das en configuraciones particulares (objetos) que se suceden en un cierto orden (causal), confirmadas por la actitud semejante a la nuestra que se observa en los otros hombres. Su permanencia indica que las volvemos a encontrar idénticas a sí mismas reapareciendo en las condiciones que surgen, y, una vez que ha nacido en nosotros la idea de causalidad, la ex tendemos a esas posibilidades permanentes para incorporarles una exis tencia independiente de nosotros y causa de nuestras impresiones. En cuanto a la idea de espíritu, ella se reduce a una posibilidad permanente de esos estados de conciencia sucesivos (sensaciones) que nosotros expe rimentamos y a los cuales incorporamos una sustancia causal.32 Una y otra idea reposan en definitiva en la capacidad del espíritu para anticipar la experiencia, esperar su posibilidad según las leyes de las asociaciones adquiridas (simultaneidad, sucesión, semejanza, frecuencia, intensidad); por lo tanto, en última instancia, ellas traducen una vez más la gran ley de la asociación.
Los presupuestos del asociacionismo: empirismo, individualismo, racionalismo, atomismo Es importante delimitar de entrada los caracteres generales que sigilan el asociacionismo, puesto que, modificado o enmendado, continuará preva leciendo claramente eo la psicología científica de fines del siglo XIX, en Freud en particular. Si bien, en efecto, esta doctrina representó el conte nido positivo de un movimento crítico de impacto extremadamente fe cundo en el movimiento del pensamiento occidental, particularmente en la constitución de ese nuevo campo positivo que era la psicología, ella vehiculizó igualmente cierto número de presupuestos que determinaron en medida muy considerable la estructura de las investigaciones que ins piró. El primero de tales determinantes es desde luego el empirismo sensa cionista, que concibe al espíritu en su inicio como una hoja en blanco, una tabula rasa, a la que sólo la experiencia perceptiva va a dar forma, proveyéndole la totalidad de su contenido. Incluso aunque el sensacionismo haya estado en su origen más preocupado por la epistemología que por la psicología, tendía intensamente a presentar al niño en su naci miento como desprovisto de todo conocimiento del mundo exterior y, en 135
consecuencia, de todo interés en él, por lo tanto, habrá que reconstituir el descubrimiento de la exterioridad, de los objetos externos como alteridad, a partir de una pura mónada. Un segundo determinante esencial era el individualismo, que concibe al espíritu como primitiva y esencialmente independiente del orden relacional y social. También en este caso una perfecta mónada tiene que ex traer de sí misma su investición de las relaciones humanas, al igual que valores y conductas colectivos que aparecen de entrada como un orden segundo, casi artificial, en la estructuración del psiquismo. Otro punto es preciso subrayar: el racionalismo que domina esas concepciones y que asimila sistemáticamente la actividad psíquica a mo dalidades más o menos complejas del juicio, y los contenidos psíquicos a categorías más o menos elaboradas de imágenes. Las representaciones mentales (como dicen los alemanes) y sus vínculos, aparecen como la esencia del funcionamiento mental. Si bien, por lo tanto, el “ideísmo” sensacionista tiende a reducir las formas más elevadas de la actividad mental a leyes simplificadas de la asociación, es igualmente proclive a presentar como modelos del psiquismo total el funcionamiento de la conciencia en sus aspectos más claros, y una fórmula casi algebraica del razonamiento. Finalmente, se puede observar el carácter que las críticas de fines del siglo XIX (Brentano, Bergson) denominarían el “atomismo” mental de los asóciacionistas. Allí también está, por cierto simplificado, el mode lo implícito del razonamiento, que tiende a fragmentar la actividad psi cológica en elementos simples (imágenes, ideas, representaciones) com binados a continuación mecánicamente. Veremos que los espiritualistas comenzaron a reaccionar al aspecto pasivo del funcionamiento mental así reproducido, lo mismo que a la ocultación de su aspecto sintético, y por lo tanto activo. También ellos mismos quedaron largo tiempo pri sioneros de ese elementalismo y de la transparencia racionalista de la concepción de esos átomos psíquicos que son las imágenes.
NOTAS 1. Cf. Gilson: La philosophie du Moyen Age, 1944. * 2. Cf. E. Bréhier: Histoire de la philosophie, tomo I, fase. 1. 3. Cf. M. Villey: La formation de la pensée juridique moderne, 1975, parte II. 4. Cf. M. Villey: La formation..., partes III, IV y V; L. Dumont: La conception moderne de l'individu, 1965.
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5 Cf. E. Bréhier: Histoire..., tomo II, fase. I, el siglo XVII. 6 . Cf. E. Largeault: Enquéte sur le nominalisme, 1971.
7. Cf. E. Bréhier: Histoire..., tomo II, fase. I; F. Dechesnau: L'empirisme de Locke, 1973. 8 . Allí se encuentran las ideas que fundamentaron el trayecto clínico en Sydenham, y que Locke extiende a todo conocimiento. Cf. supra, primera parte, y P. Bercherie: Les fondements..., cap.l. 9. Cf. la famosa sentencia sensacionista: Nihil est in intellectu quod
non prius fuerit in sensu. 10. Locke atribuye las cualidades segundas a movimientos de corpúsculos minúsculos. 11. Pronto Berkeley se va a arriesgar a esa concepción, que no constituye más que el extremo sofístico de esta misma posición doctrinaria. 12. Desde Platón y Aristóteles, era clásico atribuir la memoria y la ima ginación (cf. Malebranche) a asociaciones de imágenes. 13. Esa es la tesis de la “simpatía” tomada de Hutcheson y que, a través de Adam Smith impregnará el utilitarismo. 14. Cf. infra, cap. 7. 15. Por lo demás, como ya lo hemos visto, en Hume subsiste una razón autónoma, junto a la mecánica asociativa, mientras que el asocia cionismo se encierra precisamente en su reducción de todo al fun cionamiento común. Cf. infra, caps. 7 y 9, la reacción espiritua lista y la síntesis evolucionista. 16. Sobre J. Bentham, sus doctrinas y su evolución, cf. E. Halevy: La formation du radicalisme philosophique en Angleterre, 19011904; cf. también M. Foucault: Surveiller et Punir, 1975. 17. En lo que concierne a James Mili y a John Stuart Mili, mi exposición sigue a la notable obra de T. Ribot: La psychologie anglaise contemporaine, 1870. 18. Tampoco debe descuidarse la influencia en J. Bentham y J. Mili de los sensualistas franceses (ideólogos): las ideas inglesas se adap taron inicialmente al continente, antes de volver a su región de origen; por lo demás, J. Bentham publicó primero en francés, du rante la Revolución. Acerca de todo ello, cf. E. Halevy: La forma tion..., tomo I. 19. Cf. el análisis nominalista de la noción de “el rojo” en el apartado precedente. 20. En este punto Mili retoma y hace más complejo un análisis célebre de Berkeley: su teoría de la visión; negando al ojo la visión del es pacio, atribuye la impresión espontánea de verlo a una asociación indisoluble de sensaciones coloreadas (las únicas que percibiría el ojo) y táctiles. 21. Se da la oportunidad de consideraciones educativas, pues la escuela utilitaria apunta siempre a resultados prácticos en sus análisis. 22. Además de T. Ribot: La psychologie..., ya citada, cf. el excelente estudio de H. Taine: Le positivisme anglais, étude sur Stuart Mili, 1864, recomendado por el propio Stuart Mili. 137
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23. Así, para dar un ejemplo, si bien Stuart Mili reduce la idea del espa cio, lo mismo que su padre, a sensaciones musculares, opone el espacio pleno o extendido (que se origina en la sensación de resis tencia) a la noción más fundamental de espacio vacío o distancia (que deriva de un fenómeno sucesivo y no sincrónico, el del movi miento muscular no impedido, y por lo tanto se reduce en definiti va a una idea de tiempo). 24. J. Stuart Mili: Systéme de logique inductive et déductive, 2 tomos, París, Germer-Baillere, 1865. 25. En este caso se trató de la primera neuropsicología, la frenología de Gall. Cf. infra, cap. 7. 26. Evidentemente, Stuart Mili pensaba en Kant como modelo de esta orientación filosófica. 27. Veremos que esto es lo que diferencia a la corriente inglesa, la cual, a través de Locke, se vincula con Descartes, de la corriente alemana, heredera de Leibniz vía Herbart. 28. Cf. infra , cap. 9. 29. Cf. infra, cap. 7. 30. En realidad, Stuart Mili pensaba que la mayoría de los razonamientos extraen directamente conclusiones de particular en particular y por lo tanto consisten en inferencias y no en inducciones. Por otra parte es así como entendía que razonaban el niño y el animal (en lo cual también se perciben los rudimentos de un pensamiento evolucionista). ¿31. Se trata en particular de la mayor parte de los problemas psicológicos concretos, y sobre todo de esa ciencia del carácter, o etología, que Stuart Mili quería promover. 32. Stuart Mili permanece más indeciso y dubitativo en lo que concierne a su teoría del espíritu que en lo que respecta a la materia. Finalmen te tenderá a admitir la irreductibilidad de la memoria como esencia del yo, pero no llega al límite de su propio pensamiento
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Capítulo VII M ATERIALISTAS Y ESPIRITUALISTAS FRANCESES
Condillac y el análisis La filosofía sensacionista inglesa ejerció una influencia preponderante en Francia durante todo el siglo XVIII. Si bien la empresa cartesiana, hasta ese momento dominante, parecía eclipsarse progresivamente, es induda ble que la manera muy peculiar en que las ideas de Locke iban a implan tarse y modificarse entre los filósofos franceses de fines del siglo XVIII y después del principio del XIX determinó que en ese mismo ámbito subsistieran principios del pensamiento de Descartes: lo observaremos con respecto a las diferentes corrientes de las que vamos a ocupamos. Así, si bien Condillac1 retomó a grandes rasgos los principios del empirismo inglés (sensacionismo, análisis de las ideas, utilitarismo, fenomenismo y relativismo en la ciencia), introdujo en dos puntos esen ciales una preocupación racionalista que traducía la influencia del carte sianismo y de su manera de razonar “en el estilo de la matemática”. Ya más psicólogo que filósofo, tuvo cuidado de definir en primer término una experiencia fundamental que contenía en sí el conjunto de los fenó menos psicológicos, de las “facultades del alma”; naturalmente, no fue en el cogito sino en la sensación donde quiso encontrarla. Así, para materializar la “tabla rasa” que es el espíritu en la concepción sensacio nista, imagina una estatua2 a la cual confiere sucesivamente diferentes sentidos, para demostrar mediante esa abstracción que de tal modo se puede reconstruir el conjunto del funcionamiento mental del hombre. Abramos para esa estatua un sólo sentido: ella experimentará una multitud de sensaciones; si se concentra en una sola o una en particular se le impone por su intensidad, está en juego la atención; si una nueva 139
sensación se convierte a su vez en exclusiva, otra vez hay allí atención, pero subsiste el recuerdo de la precedente y la capacidad de sentir se di vide entre la sensación nueva y la antigua: ésa es la memoria. Si la esta tua presta atención simultáneamente a dos sensaciones, hay compara ción; si percibe diferencias o semejanzas, tenemos el juicio; de la reite ración del juicio surge la reflexión. Si la atención se dirige a un objeto ausente y lo siente como presente, allí está la imaginación. Por otra parte, toda sensación es agradable o desagradable, y por esa vía intervie ne la “organización” (organismo) en la vida psíquica para su conserva ción y la satisfacción de sus necesidades; el recuerdo de algo agradable que falta actualmente es la necesidad, y engendra una tendencia, el deseo, por el cual el alma dirige todos sus sentidos y su atención hacia el obje to faltante; los deseos intensos y continuos se convierten en pasiones. Si uno juzga que puede obtener el objeto, tiene esperanza; si se está se guro de alcanzarlo, obra el querer. Finalmente, la estatua adquiere la idea de la duración por la sucesión de las sensaciones que experimenta. Tiene la idea del yo, que es la colección de tales sensaciones, y de las que con serva el recuerdo; sin embargo, no puede distinguir el exterior y su pro pio cuerpo más que por medio del sentido del tacto, el único que aporta la idea de extensión y que diferencia los objetos externos (una sola sen sación de contacto) del cuerpo propio (doble sensación de contacto). A continuación el tacto instruye a los otros sentidos, que a su vez, apren den a sentir el espacio y el tamaño. \ Todas las facultades mentales, tanto las del entendimiento (atención, comparación, juicio, reflexión, imaginación, razonamiento) como las de la voluntad (necesidad, deseo, esperanza, querer), y por lo tanto el con junto de los elementos que componen lo que Condillac llama la facultad de pensar, no son más que sensaciones transformadas. No insistiremos en este análisis muy formalista y totalmente lógico; señalemos al pasar su afinidad con las ideas de J. Mili que, como ya lo hemos dicho, fue muy influido por ciertos discípulos críticos de Condi llac (en particular por Destutt de Tracy).3 Es más interesante aislar y examinar el método que utiliza Condillac, el análisis, que continuará gra vitando considerablemente, incluso en pensadores que rechazaban mu chas de sus ideas (en primer lugar los ideólogos, pero también Lavoisier, Vicq d'Azir o Pinel, por ejemplo). Condillac entendía que todo co nocimiento científico era el resultado de un trabajo del espíritu a partir de la observación de los fenómenos tal como surgen en la sen&ción, trabajo que trataba de introducir sistemáticamente en esa observación un orden que separara sus diferentes elementos, que los comparara y dife renciara entre sí, que los clasificara siguiendo sus semejanzas (géneros) y diferencias (especies). Descomposición en elementos simples, recompo sición tendiente a reconstruir el todo y regulada a cada instante por la 140
observación: tal es la esencia del análisis, y éste fue el método que guió a Condillac en sus intentos psicológicos.4 Pero para permitir que el pensamiento abarcara con su poder las ideas y superara el razonamiento espontáneo (pensamiento de los animales o del niño), para llegar al análisis, era indispensable que ese pensamien to tuviera acceso a los signos del lenguaje, y en esto consiste la segunda corrección de Condillac a Locke. El pensamiento abstracto y la ciencia sólo pueden operar en el nivel del lenguaje, y la ciencia está constituida por enunciados, cuya validez, es decir su adecuación a los fenómenos,5 debe ser verificada cuidadosamente, por descomposición y síntesis. Puesto que una proposición exacta es en última instancia una proposi ción idéntica,6 todo está basádo en la corrección de la definición de las palabras (y por lo tanto en su vínculo adecuado con los fenómenos) y en la exactitud de las proposiciones (es decir del vínculo de las palabras en tre sí). “Una ciencia perfecta sería una lengua bien hecha.”7 Vamos a examinar ahora el objeto propiamente dicho de este capítu lo, que es la posteridad de Condillac, posteridad crítica por otra parte, pe ro que prolongó su metodología y su preocupación por fundar la filoso fía en una psicología positiva.
El materialismo psicofisiológico A. El materialismo moderno El materialismo moderno, que considera al espíritu como un aspecto del funcionamiento del cuerpo, y más particularmente del sistema nervio so,8 se originó en el inicio de la época clásica con Hobbes, quien pre tendía explicar todos los aspectos de la actividad psíquica en términos de movimiento de los fluidos en el organismo y, como ya lo había hecho Galeno, ubicaba la sede del espíritu en el cerebro. No obstante, también se debe tomar en cuenta la muy importante influencia ejercida por la obra de Descartes en el desarrollo de esta posición. Su dualismo es, en efecto, un semimaterialismo: los animales le parecen máquinas muy complejas cuyo funcionamiento se esclarece mediante el conocimiento de las acciones reflejas; el cuerpo humano es una máquina del mismo ti po, salvo que está subordinada a un alma inmaterial. La psicología car tesiana,9 mucho más compleja que la de Hobbes, analiza detenidamente las relaciones entre alma y cuerpo, tanto en lo que concierne a la percep ción, la memoria y la imaginación, como en el estudio de las pasiones, a través de las cuales el cuerpo afecta al alma. El desarrollo ulterior de las tesis materialistas puede considerarse como un esfuerzo por superar 141
el dualismo cartesiano, asimilando el hombre al animal10 y el alma in material a un aspecto particular del funcionamiento corporal. Ese es uno de los elementos que explican la afinidad de siempre entre materialismo y sensacionismo. Al rechazar toda trascendencia del espíri tu, sea que se trate de contenidos (ideas innatas) o de principios (catego rías a priori), y reducir la actividad mental a la sensación, la memoria y la asociación de ideas, funciones todas fácilmente interpretables en tér minos materialistas, la psicología sensacionista preparó incuestionable mente el camino del materialismo. Pero es preciso no olvidar que hubo tal vínculo sólo en cierto sentido: el sensacionismo tendía por lo menos en igual medida al fenomenismo y al inmaterialismo, como lo atesti guan Berkeley, Stuart Mili o Mach. Todos los materialistas del siglo XVIII fueron también asociacionistas y utilitaristas. Por otra parte, eran casi todos médicos, y se debe su brayar la importancia esencial del desarrollo de los conocimientos anató micos, fisiológicos y patológicos para el progreso de esa corriente de pensamiento y el efecto creciente de su influencia. Ya hemos hablado de Hartley, el “padre del asociacionismo inglés” (J. Mili), pero iban a ser sobre todo los franceses quienes popularizarían sus doctrinas.11 Mencio naremos rápidamente a La Mettrie y Helvecio antes de dar cuenfa de la obra capital de Cabanis, que puso su sello en los últimos años del siglo XVIII.12 B. Cabanis Las tesis de Cabanis se fundaban en la observación de los fenómenos fi siológicos (acciones reflejas, irritabilidad neuromuscular, motricidad es pontánea y autónoma de las visceras) que apuntaban a la existencia de una sensibilidad orgánica independiente de la conciencia, de una “sensibi lidad sin sensación” y por lo tanto de una reactividad propia de los órga nos vivos. La sensibilidad y el movimiento resultantes constituían a su juicio el carácter general de lo viviente y no algo privativo del psiquis mo y la conciencia. En los animales superiores esa propiedad se concen traba en el sistema nervioso, que penetra y regula todas las partes del or ganismo. El cerebro aparece entonces como el órgano del pensamiento y de una forma particular de la sensibilidad, la sensación consciente, mate rial básico del pensamiento. Así como el estómago digiere los alimen tos, el cerebro segrega el pensamiento a partir de las sensaciones que lle gan a él; respecto de esta operación, Cabanis remite a los análisis de Condillac y de su amigo Destutt de Tracy. De la misma manera que por la vía de la simpatía (es decir del enlace de sus sensibilidades propias) los órganos interactúan entre sí, también influyen de mil modos distin tos en el funcionamiento cerebral, y por lo tanto en el curso del pensa 142
miento; la acción de lo moral sobre lo físico, del alma sobre el cuerpo, no era por otra parte más que un caso particular de esa acción simpática de los órganos. Pero a Cabanis le interesaba sobre todo poner de manifiesto la acción de lo físico sobre lo moral. La edad, el sexo, el temperamento (la cons titución física), las enfermedades, el “régimen” (temperatura, peso, grado de humedad, composición del aire del ambiente; alimentación, sustancias narcóticas, bebidas, estados de movimento o reposo, trabajo), los cli mas, influían de manera esencial en el alma y en los fenómenos de la inteligencia, lo mismo que en la voluntad; el estudio detallado de esas diferentes categorías representa por otra parte la mitad de la obra de Ca banis. De ese modo apunta a cuestionar la noción del espíritu como ta bla rasa, tal como Helvecio en particular la había tomado de los sensacionistas para fundamentar, en la concepción de una maleabilidad total del psiquismo ante las impresiones extemas, una verdadera omnipotencia de la educación. Por lo tanto Cabanis rechazó esa psicología por com pleto mental como lo era la de Condillac. Para él, el desarrollo del pen samiento dependía en gran medida del organismo, de la “pulpa cerebral” en primer término, pero también del conjunto de los órganos. En efecto, junto a las sensaciones extemas (en las que tanto insistieron los sensacionistas) existía un mundo inmenso de sensaciones internas, más o menos claras para la conciencia, pero de influencia preponderante en el pensamiento. Ellas dominaban por cierto el instinto,13 esa reactividad primitiva y hereditaria que traducía el desarrollo y el estado de los órga nos, pero también, más oscuramente, la conciencia y el curso de las ide as, que dichas sensaciones internas determinaban por otra parte a través de ligazones que establecían con las sensaciones externas y en recuerdo (imágenes de alimentos para la nutrición, por ejemplo). Además los ins tintos ejercían una influencia muy importante en esa voluntad conscien te que Cabanis, antes de Maine de Biran, identifica con el yo. Finalmen te, las sensaciones internas que tienen su sede en el cerebro mismo se ponen de manifiesto particularmente por su potencia en ciertas condicio nes peculiares (sueño, epilepsia, locura) en las que ellas prevalecen sobre el orden de la realidad extema. C. La estela de Cabanis: psicopatología, neuropsicología y positivismo De modo que allí donde los sensacionistas veían una tabla rasa, una pá gina en blanco abierta a las inscripciones perceptivas, el monismo ma terialista de Cabanis iba a ubicar toda la densidad del organismo vivo, de las determinaciones somáticas e instintivas. Por otra parte, entre la con ciencia clara y la vida inconsciente y espontánea de lo órganos aparecía un amplio espectro de fenómenos; así se hacía lugar a fenómenos que 143
seguían siendo psíquicos, pero cuyo grado de conciencia era débil o nu lo. Veremos salir a la luz del día en el marco de otras concepciones (la de Herbart o la que Helmholtz tomó del “quimismo” de Stuart Mili) la idea de hechos psíquicos inconscientes. Observemos por otra parte que esa primera corrección al empirismo sigue de cerca al pasaje de la teoría del conocimiento a la psicología pro piamente dicha, campo en el que el problema del cuerpo es una cuestión permanente. En adelante no se podrá aflojar el lazo que unió a la medici na, la fisiología, en particular la del sistema nervioso y los estudios psi cológicos; esa vinculación fundamentó una de las grandes corrientes de la psicología moderna. En lo inmediato, varias líneas de pensamiento se relacionaron con la obra de Cabanis: — En primer lugar, la psicopatología. Pinel está muy impregnado del pensamiento de los ideólogos; si bien su doctrina de la alienación mental no es “anatomista” como aquella a la que se inclinaba Cabanis, no deja de ser fundamentalmente somatista y psicofisiológica, como lo he demostrado en otra parte. En adelante los alienistas franceses conci bieron el psiquismo como una función cerebral. Se le podía aplicar en consecuencia la idea que Claude Bemard tomó de Broussais y de Auguste Comte para fundar la medicina experimental: los mecanismos de lo pa tológico y de lo fisiológico sólo presentan diferencias de grado, siendo la patología una especie de experimentación fisiológica natural. En este punto se fundó una tradición, sobre todo francesa, para la cual la psico patología se convirtió en la ciencia guía de la psicología; Freud la reci birá directamente a través de Charcot. —Richard, por otra parte, aunque lo silenciara sin duda por razones políticas, sufre evidente y directamente la influencia de Cabanis, lo mis mo que, indirectamente, y en este caso de manera confesada, la de Pinel. Va a retomar la sustancia de las ideas de Cabanis al introducir un corte y una dualidad allí donde éste, en su monismo, veía un continuo. Así, opuso la vida orgánica (funciones viscerales e instintivas: respiración, circulación, etcétera) que se despliega de manera continua y en la que se enraizan las pasiones, a la vida animal (funciones sensoriales y motri ces), intermitente (suefio) y fuente de la inteligencia y la voluntad. Vere mos más adelante las consecuencias de esa distinción en la obra de Maine de Biran. —Finalmente, la neuropsicología, que en el estudio del^istema ner vioso, y sobre todo del encéfalo, busca la clave de los problemas psico lógicos y el método más valioso para investigarlos. Broussais, que se apoya en Cabanis y los ideólogos, iba a acoger y transmitir de manera preferente la frenología de Gall, que también oponía al sensacionismo la estructura innata de los órganos cerebrales.14 Neuroanatomista de primer 144
orden, Gall fue el primero en establecer la función fundamental de la materia gris en el funcionamiento nervioso; localizaba las funciones in telectuales y mentales en el nivel del córtex cerebral, que concebía como un conjunto pluriorgánico en el cual se arriesgó a delimitar territorios correspondientes a una lista arbitraria de veintisiete facultades que a su juicio resumían la naturaleza15 del hombre, desde el gusto por el com bate hasta el talento poético, pasando por diversas memorias y la capaci dad para el lenguaje articulado. Partiendo de la postulación de un parale lismo entre las superficies corticales y las craneanas, y de una relación de proporcionalidad entre la importancia funcional de un territorio y su volumen, Gall diagnosticaba los dones, los talentos y los defectos de ca da uno mediante la palpación del cráneo (nos ha quedado de él la “protu berancia de la matemática”) y creía poder aislar una monomanía corres pondiente a cada una de las facultades de su psicocaracterología, con la protuberancia respectiva en el cráneo del alienado. Su obra profética pero prematura, incluso charlatanesca, no iba a sobrevivir, pero a través de Broussais y Bouillaud llevará a Broca a descubrir los centros corticales del lenguaje y del predominio hemisférico, punto de partida de todas las investigaciones de la segunda mitad del siglo XIX acerca de las localiza ciones cerebrales.16 El positivismo de Auguste Comte es fundamentalmente una teoría empirista del conocimiento (la ciencia apunta al descubrimiento de las leyes de correlación entre los datos del orden fenoménico y no tiene ac ceso alguno al plano de las esencias), pero su concepción de la psicolo gía se apoyó considerablemente en las ideas de Gall. Rechazó el método introspectivo: la inteligencia, según él, no podía tomarse a sí misma como objeto sin modificar correlativamente su funcionamiento;17 el ac ceso directo a la esencia de una realidad cualquiera, y con mayor razón el acceso a ella misma, le resultaba por otra parte imposible. De modo que la psicología sólo podía constituirse como un saber mediante el método de las ciencias naturales: la observación de los fenómenos externos, es decir el estudio del comportamiento. Además Comte la consideraba una rama de la biología,18 y veía en la frenología, con su intento de objeti var tendencias y aptitudes innatas legibles en la superficie craneana, un modelo metodológico ejemplar, si no acabado. Además de situarse así en el origen de la tendencia objetivista que tres cuartos de siglo más tarde engendrará el conductismo y el pavlovismo, Comte signa un momento capital del pensamiento psicológico: aquel en el cual el materialismo generó la psicología comparada, exigen cia principal y permanente de los teóricos de la segunda mitad del siglo XIX. Pues si el psiquismo es en última instancia una función vital, su 145
observación “en situación”, a la manera de los fisiólogos, era al menos tan importante como los datos internos introspectivos:así se impuso la idea de que el observador, sobre todo si contaba con una experiencia pro longada,19 se encontraba mejor ubicado que el sujeto mismo para dar cuenta del funcionamiento subjetivo. De allí la insistencia con que Taine y Ribot (para hablar sólo de los franceses, por otra parte los más cla ros en lo tocante a este punto) subrayaron la importancia de los datos provenientes de una observación psicológica del niño, de las civilizacio nes “inferiores”, de los documentos literarios e históricos, y sobre todo de los enfermos mentales. La psicopatología que ya había servido a Gall como campo de observación privilegiado20 se encontró, en virtud de este rodeo, a la vanguardia de las preocupaciones de los psicólogos materia listas.
Los espiritualistas A. La ideología racional Condillac creía poder fundar la filosofía en una psicología que proveyera las bases teóricas y el método. Sus discípulos, los ideólogos,21 conser varon el concepto de que la teoría del espíritu, que él prefería llamar ide ología, debía constituir la base de una teoría moral, fundamento de la ac ción política y pedagógica progresista y liberal que se proponían promo ver. Ellos ejercieron una influencia dominante durante la gran Revolu ción, en particular a partir de Termidor, y al principio creyeron hallar en Bonaparte un aliado todopoderoso y ganado por sus ideas. Muy pronto volvieron a encontrarse en la oposición; estos republicanos anticlericales pasarían a ser rápidamente la bestia negra del Imperio y, después, de la Restauración, regímenes que convirtieron a sus críticos espiritualistas en filósofos casi oficiales. Ya hemos hablado de la ideología fisiológica, es decir de Cabanis. Fue su amigo Destutt de Tracy quien, consagrándose a la ideología ra cional (la distinción entre ambas ramas por otra parte le pertenece), reto mó y corrigió el proyecto de Condillac. Aunque también para él se trata ba de intentar un análisis de las facultades del alma, trabajó menos como genetista y lógico que como fenomenólogo, y se aplicó a diferenciar facultades primitivas e independientes, elementos último^22 que el aná lisis ponía de manifiesto, pero que no podía superar y reducir (a “sensa ciones transformadas”, por ejemplo). Así reconoció cuatro modos funda mentales e irreductibles de la sensibilidad: percibir, recordar, juzgar y querer; ese análisis de las facultades del alma fue clásico en Francia du 146
rante mucho tiempo, a través de su influencia en Cousin y el esplritua lismo.
En una primera memoria aparecida en 1798, Desttut de Tracy añadió a esa lista la facultad de moverse, que a su juicio constituía el funda mento de la idea de exterioridad y por lo tanto de la distinción entre yo y no-yo,23 en virtud dé la resistencia con la que esa facultad tropezaba. En 1801, en sus Eléments d'idéologie, modificó ligeramente su tesis para tomar en cuenta la objeción implícita que significaba la obra de su amigo Cabanis, a la que por otra parte no cesaba de referirse. Si bien existe en efecto una motilidad instintiva, refleja e inconsciente, ella no podría ser base de una noción tan compleja y en la que intervenía el jui cio.24 De modo que en última instancia atribuyó el reconocimiento de la exterioridad a la voluntad, a la resistencia que ella encuentra en la mate ria. No obstante, Destutt de Tracy sigue definiendo el yo en términos sensacionistas, como el conjunto de las sensaciones que el alma puede experimentar y de las que se acuerda. Otro ideólogo, Laromiguiére,25 orientó la crítica de Condillac en un sentido análogo, al distinguir tajantemente, en la percepción, la sensa ción pasiva (ver, oír) de la atención activa (mirar, escuchar), por la cual el alma, mediante un acto voluntario, hace claro y distinto lo que se pre senta en una confusión indistinta. Era la atención, la única facultad acti va, la que daba origen por una parte a la comparación, y por lo tanto al juicio y al razonamiento, y por otro lado al deseo, concentración del al ma en un objeto para obtener su goce, y sus correlatos: la preferencia (comparación de los objetos del deseo) y la libertad. De ese modo se fue introduciendo lentamente, entre pensadores que todavía pretendían ser simples discípulos de Condillac, la reivindicación de una actividad espiritual fundamental e irreductible. Los ideólogos fue ron en efecto la fuente de la corriente de pensamiento que iba a dedicarse directamente a destruir la influencia de aquéllos. Maine de Biran era por otra parte amigo de Tracy, y al principio formó parte del grupo, antes de que el esplritualismo reconociera en él a su fundador.26 B. Maine de Biran Aunque con toda evidencia se inspiró en Cabanis, Tracy y Laromiguiére, para una obra que en lo esencial pretendía ser una crítica de Condillac y del sensacionismo, Maine de Biran, desde sus primeros escritos, pensó en el interior de un dualismo de inspiración cartesiana apoyado en una existencia de neurópata27 muy inclinado a la introspección. En efecto, él no describe, analiza y clasifica los fenómenos partiendo de una observa ción análoga a la de las ciencias físicas; no es así como aspira a encon 147
trar la clave de las realidades del espíritu, sino en las revelaciones inme diatas del sentido íntimo, en virtud del cual los hechos psicológicos des cubrían directamente su esencia a la introspección. La primera conclu sión que extrajo de esa postura fue la oposición en el alma de una clase de fenómenos sufridos (sensaciones, ideas, sentimientos), a la cual eran particularmente aplicables los análisis objetivantes, y por otro lado una vivencia inmediata, irreductible: la de una fuerza actuante y voluntaria con la cual se identifica el yo. Esos dos registros heterogéneos eran el de la materia (para el caso, el cuerpo y sus correlatos mentales; cf. Caba nis) y el del espíritu (realidad “hiperorgánica” inaprehensible por los procedimientos de la observación externa). Pero Maine de Biran, si bien en el plano de los conceptos y esencias concibe tales registros como fundamentalmente distintos, en el nivel práctico encuentra que esas dos realidades están siempre asociadas y son interactuantes; a continuación se esforzará por analizar esa interacción y atribuir a cada una de esas dos sustancias lo que le corresponde en los hechos psíquicos. Un primer estudio, L'Influence de l'habitude sur la faculté de penser (1802) le permitió enunciar y precisar sus ideas. Consideraba, en efecto, que el hábito tenía consecuencias muy diferentes en nuestras facultades pasivas, que alteraba y debilitaba poco a poco hasta borrar completa mente las impresiones sensibles suscitadas por aquellas facultades, por un lado, y por el otro en nuestras facultades activas, que adquirían en virtud de él más nitidez, prontitud y seguridad, exigiendo menor esfuerzo —lo que por otra parte tendía a suprimir las diferencias y a reducir lo voluntario a lo automático y a lo espontáneo— . Así se delimitaban cla ramente los dos dominios: el del cuerpo, con sus sensaciones, sus emo ciones, sus necesidades, sus deseos y sus pasiones, y el del espíritu, im pregnado del carácter voluntario del esfuerzo en sus manifestaciones: la percepción (sensación reconocida), el pensamiento claro y distinto, la memoria activa y el acto de querer. Del mismo modo, así se demostraba su incesante colaboración: a la sensación, hecho puramente pasivo, es pontáneo, sufrido, se superponía la percepción, en la que se manifestaba la atención voluntaria y la acción de los sistemas musculares ligados a los órganos perceptivos, que hacían la impresión más clara y distinta cuanto más complejos y eficaces fueran (en tal sentido, la vista se opo nía nítidamente al olfato); del mismo modo, la memoria podía ser evo cación deshilvanada, despliegue espontáneo de imágenes, o actividad re flexiva, búsqueda ordenada. Finalmente, estaba el pensamiento, fuera que se abandonara a la amplificación imaginativa de las imágenes, guia da solamente por el estado de ánimo es decir, por el estado de los órga nos y las asociaciones circunstanciales, o que, en la tensión*de un es fuerzo de combinación libremente consentido, tratara de dominar su ma terial de sensaciones e imágenes y de reducir a la unidad lo múltiple de 148
lo dado,28 generando así “esas ideas arquetipos de conjunto, de armonía y de belleza”. Ahora bien, las manifestaciones de las facultades activas se reducen todas a un acto único: el querer, inmediatamente percibido por la con ciencia como esfuerzo activo y como idéntico al yo. De modo que la sensación de esfuerzo es el hecho primitivo de la conciencia, del sentido íntimo. No se trata sólo de que en él se funde la distinción del no-yo y el yo (como ya lo habían afirmado los ideólogos); es también la expe riencia única para la conciencia de una fuerza y de una causalidad inme diatamente percibidas y vividas, y no construidas deductivamente o por inducción. Es esa experiencia primordial la que funda nuestra creencia en el mundo exterior, en las fuerzas, en los seres y en las causas que adivi namos en juego detrás del orden de los fenómenos a los cuales sólo te nemos acceso en la experiencia sensible. No nos detendremos en el mo do en que la misma cadena de pensamientos condujo a Biran a Dios y a la última fase, mística, de su obra filosófica. Del mismo modo que opuso la imaginación pasiva a la combinación activa, el deseo pasional al querer, Maine de Biran diferenció también el lenguaje interjectivo espontáneo de la lengua como sistema organizado de signos. En efecto, lo que caracteriza al signo es su intencionalidad, en virtud de la cual el sujeto dispone de él y se siente causa de su discur so. De modo que el principal instrumento del pensamiento sólo funcio na por el imperio que permite que el individuo ejerza sobre sus propias ideas; sea cual fuere, por otra parte, el origen del lenguaje, su funciona miento interno en el sujeto reposa en esa misma facultad activa e inteli gente que interviene en la construcción del pensamiento y que en este caso entiende, concibe e impone los signos a las ideas. Es esencial precisar un punto fundamental de la teoría de Biran, que por otra parte también puede encontrarse en todos los dualismos, pero que se presenta más puro en el de este autor que en todos los otros; vol veremos a hallar su influencia en las concepciones psicopatológicas ins piradas en el esplritualismo (cf. Baillarger). Se trata del aspecto básica mente conflictual de la relación entre las dos sustancias o los dos modos de vivencia psicológica: la voluntad no es sólo un esfuerzo ejercido so bre la materia, y su despliegue espontáneo es una lucha del yo por con servar el dominio de su vida, en realidad para conservarse como fuerza li bre a secas, pues la persona se hunde en el deseo pasional, en la imagi nación desenfrenada, en la profusión sensible, en los estados de alma y los humores cambiantes, cada vez, en suma, que “el cuerpo” prevalece sobre la actividad espiritual. En ese punto se pone de manifiesto la in fluencia profunda de la vida personal de Biran en un pensamiento que, por propia confesión, en ella encontró su fuente. 149
C. El esplritualismo
De tal modo, lo que en el pensamiento de los ideólogos estaba apenas bosquejado, en Maine de Biran se convirtió en un sistema psicológico y filosófico nuevo y completo que restableció el dualismo cartesiano (el “quiero” reemplazaba al “pienso” como fundamento de la subjetividad) e influyó considerablemente en el método, pasando del análisis condillaciano a una práctica de la introspección como intuición fenomenológica de las realidades espirituales. Al importar a Francia la filosofía escocesa, 29 Royer-Collard, cuya obra fue muy poco ulterior, reforzó ese desplaza miento metodológico y el retomo al esplritualismo. En efecto, Reid ha bía erigido su crítica al sensacionismo sobre la base de un retomo a las realidades inmediatas e instintivas del sentido común (existencia del yo, del mundo exterior, de los valores morales y de Dios), es decir sobre una fenomenología de los datos de la conciencia. La escuela originada en él (Dugald Stewart, Brown, Hamilton) prolongó esa puesta de manifiesto de las condiciones a priori de todo ejercicio del pensamiento, que se asemejaba de hecho progresivamente a las ideas asociacionistas; la teoría “química” de las ideas y juicios complejos que Stuart Mili tomó de Brown indica con claridad el encauzamiento tendencial hacia una sínte sis. Royer-Collard se sirvió del intuicionismo de Reid para atacar lo que consideraba la pieza maestra del sensacionismo y por lo tanto del escep ticismo que en él encontraba su fuente: la teoría de la percepción exterior (fenomenismo) y de las ideas representativas. El yo le parecía un dato inmediato de la conciencia, que se conocía intuitivamente como causa, como sustancia pensante y como unidad duradera. Transferimos irresisti blemente esos caracteres a los objetos del mundo exterior por una espe cie de inducción espontánea; ellos se encuentran en el fondo de toda per cepción, junto a los caracteres sensibles provenientes de los objetos mismos. Así definida, la percepción exterior es segura, porque es natu ral, y obligada, digna de fe, porque lo mismo que los conocimientos de la razón y de la conciencia, resulta imperiosa y espontánea, incluso aun que, como ellos, siga siendo un misterio para el espíritu. Así se constituyó el conjunto de trayectos y doctrinas que constitu yen el esplritualismo, filosofía dominante de la primera mitad del siglo XIX en Francia. No examinaremos en detalle el modo en que Cousin y Jouffroy popularizaron esas tesis, ni los esfuerzos del primero por extra er de esa psicología un sistema filosófico ecléctico que tomó sus mate riales de todas las escuelas anteriores, basado en el recurso a la intros pección como fundamento y piedra de toque de la validez de las p ro p o r ciones. Por otra parte, el esplritualismo tenía segundas intenciones evi dentes y confesas: preservar y restaurar los “valores profundos” puestos 150
en peligro por el sensacionismo y el materialismo, volver a hallar el sentido primordial y eterno “de la verdad, de la belleza, del bien” (título de la obra principal de V. Cousin), justificar con la razón la fe religio sa. Lo que con frecuencia no le impidió proponer argumentos sólidos, por ejemplo para refutar la reducción utilitarista de las nociones morales o estéticas y tratar de establecer su iireductibilidad. Algo tiene más interés a los fines de nuestro estudio: la influencia del espiritualismo en el conjunto de las investigaciones de ese periodo y en particular en el pensamiento de los neurólogos y los alienistas.30
El problema de la alucinación A. Baillarger y la teoría del automatismo
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Bajo la influencia de los espiritualistas, en efecto, los alienistas france ses elaboraron una concepción de los trastornos mentales que ya se ve desembocar en Esquirol y que, a través de la célebre controversia sobre la génesis de las alucinaciones31 se concretó en los textos contemporáne os (1845) de Moreau de Tours y sobre todo de Baillarger. Este último fi jó definitivamente su estructura, con el nombre de teoría del automatismo,32 la cual dejará una profunda huella en todos los psicólogos del fin de siglo:33 “Existen en nosotros, en cuanto al ejercicio intelectual, dos estados muy diferentes. En uno de ellos, dirigimos nuestras facultades, las empleamos según nuestros designios, solicitamos las ideas y'después de haberles dado origen, las conservamos durante un lapso más o menos largo para examinar todos sus aspectos: hay entonces una intervéncíSn activa de la personalidad, se trata del ejercicio intelectual volun tarla"!! otro estado es enteramente opuesto: es el estado de independen cia para las facultades y de inercia para el poder personal. ‘Sentimos en tonces -Office Jouffroy— que nuestra memoria, nuestra imaginación, nuestro entendimiento, se ponen en campaña sin nuestro permiso, co rren a derecha e izquierda como escolares durante el recreo, y nos traen ideas, imágenes, recuerdos hallados sin nuestro auxilio y que nosostros no hemos solicitado.’ Por poco que se observe, puede reconocerse que esos dos estados se suceden alternativamente; a cada instante retomamos la dirección de nuestras ideas y a cada instante la perdemos. Pero tam bién puede ocurrir que el estado de independencia de las facultades se pro longue; entonces ‘el desfallecimiento es general, es decir que el poder personal abdica por completo, y al mismo tiempo suelta las riendas a todas nuestras facultades. Eso es lo que puede observarse en los momen tos en que, estando el cuerpo en un reposo perfecto, con la sensibilidad 151
apenas rozada por algunas sensaciones ligeras, dejamos ir nuestra me moria, nuestra imaginación y nuestro pensamiento hacia donde quieran, y caemos en lo que se denomina estado de ensueño. Nuestra personalidad no se ha extinguido, todavía vigila el juego natural de las capacidades que la rodean, tiene conciencia de que, cuando quiera, puede recobrarse, pero por el momento no gobierna, se deja ir, reposa. En ese estado, to das nuestras facultades se activan con su movimiento propio y según su ley, no siguiendo nuestras leyes ni en virtud de nuestro impulso. El hombre se ha retirado, y nuestra naturaleza vive como una cosa; todo lo que sucede para nosotros es fatal, hemos vuelto a caer bajo el imperio de la ley de la necesidad, que se aplica a nosotros como se aplica al ár bol y las nubes’. A estos pasajes de Jouffroy me limitaré a añadir el si guiente: ‘El hombre se asemeja a las cosas cuando abandona ese impe rio que de él depende retomar; cuando, en lugar de apropiarse de sus fa cultades, las abandona a su propio movimiento, queda perezosamente adormecido en medio de un mecanismo del que está en sus manos gober nar todos los resortes.’ ¿En qué consiste ese estado de ensueño durante el cual nuestra naturaleza vive como una cosa, en el que todo lo que ocurre nos es fatal, en el que hemos vuelto a caer bajo el imperio de la ley de la necesidad, que se aplica a nosotros como se aplica al árbol y a las nu bes? ¿Qué es ese estado que Jouffroy compara con un mecanismo movi do por resortes? Ese estado es el automatismo de la inteligencia, carac terizado por el ejercicio involuntario de la memoria y de la imagina ción.’^ De modo que apoyándose en Jouffroy, quien por otra parte se limita a repetir a Maine de Biran, Baillarger produjo le versión más elaborada de una doctrina ampliamente reconocida, durante todo el período que si guió, como la clave de la interpretación de toda una serie de fenómenos fisiológicos (ensueño, sueño, estado hipnagógico) y patológicos (so nambulismo, alucinaciones, delirio y formas diversas de alienación mental). Pero en particular publicó esa versión con respecto al problema de la alucinación; ubiquemos rápidamente lo que estaba en juego en la controversia. B. La controversia acerca de la alucinación En esta controversia se enfrentaron dos corrientes de pensamiento: —La primera, de la que Lelut era el representante más visible, se apoyaba en las tesis sensacionistas. La sensación era el original y la ima gen sólo su copia; la imagen misma estaba en el punto de partida de la formación de las ideas. Por un proceso inverso, resultaba comprensible que las ideas, reencontrando su origen perceptivo, pudieran revivificarse 152
en imágenes (como en las premisas de la creación artística o en la preo cupación intensa) o incluso en sensaciones (tal como lo atestiguaban la ilusión, la alucinación y el sueño). De modo que la alucinación “ya no deberá ser considerada y no es sino poco más que el resultado un tanto forzado de un acto normal de la inteligencia, el más alto grado de .trans formación sensorial de la idea”.35 El carácter estésico de la alucinación! era por otra parte más o menos nítido, lo supiera el sujeto o no. Una disputa interna dividía a esta corriente en torno al punto de saber si allí había siempre un fenómeno patológico (como creía Lelut) o si la aluci nación podía ser simplemente el efecto de una concentración intensa, y en consecuencia sobrevenir en el hombre normal, incluso en el genio j (posición de Brierre de Boismont). —La segunda corriente, que podía reivindicar legítimamente la pater nidad de Esquirol, analizaba el fenómeno alucinatorio como un trastorno d e ja creencia, en el cual la conciencia debilitada se dejaba engañar por los fantasmas engendrados por la imaginación y la memoria. En conse cuencia, el “estado primordial” (Moreau de Tours) precedía, engendraba y explicaba la alucinación, estado de reducción de la vigilancia, de dominio del yo por las facultades mentales exaltadas^ Baillarger legitimó esta última corriente, no sin introducir un correc tivo importante que toma en cuenta una dificultad sustancial; la tesis sensacionista, en efecto, explica mejor el carácter incuestionablemente estésico de muchas alucinaciones. Por lo tanto Baillarger introdujo una distinción (que quedó como clásica) entre las alucinaciones psíquicas (simples representaciones xenopáticas, vividas como de origen ajeno, para las que la teoría de Moreau de Tours parecía adecuada) y las alucinaciones psicosensoriales (en las que la incontestable vividez perceptiva de la alucinación demostraba la intervención activa de los aparatos percepti vos). Respecto de estas últimas Baillarger se ve llevado a retomar una parte de las tesis de Lelut, dándoles por otra parte un giro más netamente neurológico y anticipándose de ese modo a las posiciones ulteriormente asumidas por Tamburini y Séglas hacia el'fin del siglo. La excitación retrógrada de los centros sensoriales corticales, en virtud de un proceso que Freud denominará regresión tópica, se agregó en consecuencia a la puesta en juego del automatismo en la génesis de la alucinación verdade ra, explicando la frecuente determinación de su contenido por excitacio nes periféricas. La célebre obra de Alfred Maury titulada Le sommeil et les reves (1848), que dominará el campo de la psicología del sueño hasta Freud (y más allá de él), se basaba en una tesis análoga. Maury considera el sue ño como un desfile automático de imágenes durante un estado de relaja miento (hipnagogia) o abolición (dormir) de la atención. El contenido de 153
las imágenes oníricas estaba a su juicio sometido al dominio de la aso ciación de ideas y de la memoria (sobre todo reciente: recuerdos del día), pero también de las sensaciones internas (viscerales, orgánicas) o exter nas que siguen alcanzando al durmiente. Estas últimas eran tanto más importantes en cuanto el sueño era una alucinación psicosensorial y por lo tanto en su génesis entraban en juego las “pantallas perceptivas”, como se dirá más tarde. Típicamente, su estimulación se producía a con tracorriente (desde las ideas a las imágenes y a la alucinación), pero po día ser directa, lo que proveyó material para experimentaciones diversas acerca del durmiente (integración en el sueño de estímulos extemos de toda naturaleza), experimentos que se convirtieron en clásicos. C. Taine: “El espíritu es un polipero de imágenes” A partir de la década de 1850, un movimiento de crítica antiespiritualista se perfiló en Francia bajo la influencia conjugada del positivismo de Comte y de la psicología inglesa contemporánea. Hacia el fia del siglo desembocará en la rama francesa del evolucionismo, con Ribot y sus alumnos — de esto hablaremos más adelante— .36 Sin embargo, desde 1855, Taine dotó a esa corriente de sus primeros textos teóricos, sobre la base de una doctrina que estaba más en deuda con Condillac y Hegel que con Spencer, y cuyo sistema completo proporcionará en su tratado De i intelligence (1870). Por estas razones, y también porque del pro blema de la alucinación surgía uno de los pilares de su doctrina, lo estu diaremos a continuación. Taine tomó del sensacionismo la identidad fundamental de imagen y sensación, el carácter puramente subjetivo de los fenómenos mentales y en particular de la percepción (fenomenismo), y finalmente la ley de asociación de ideas como clave de la construcción de los diversos elemen tos psíquicos (sensaciones complejas, imágenes, ideas, conceptos y pro posiciones). Les añadió la idea de un conflicto incesante de los elemen tos mentales entre sí:37 “En la lucha por vivir (obsérvese: struggle fo r life, Darwin) que en cada instante se establece entre todas nuestras imá genes, aquella que en su origen fue dotada de mayor energía conserva en cada conflicto (...) la capacidad de reprimir a sus rivales.”38 Pero basándose sobre todo en los estudios psicopatológicos (lo que estaba convirtiéndose en regla en el pensamiento psicológico francés), Taine rechazó las distinción automática de imagen y sensación, fuera el criterio propuesto cuantitativo (a la manera de Hume) o cualitativo (co mo lo pretendían los espiritualistas). Entendía que la imagen era un des pertar de la sensación de la cual constituía el recuerdo: en consecuencia, tendía naturalmente a desarrollar todas sus potencialidades perceptivas y a tomar un carácter alucinatorio. No lo hacía en virtud de la acción de e154
lementos correctores: los reductores antagonistas-, éstos consistían por una parte en el conjunto de las percepciones actuales que antagonizan di rectamente la imagen al contradecirla (pienso en Waterloo, pero percibo los techos de París: ambos elementos son inconciliables y uno de ellos reduce la exterioridad del otro), y por otro lado en la acción del stock de recuerdos y conocimientos de los que el sujeto dispone y que reducen la imagen en función del contexto y de la verosimilitud (pienso en mi her mano pero sé muy bien que está a tres mil kilómetros de distancia). De modo que la imagen queda secundariamente situada como interna, y de marcada como pasada (memoria) ó irreal (imaginación), etcétera. Según la formulación de Taine, “cada imagen está provista de una fuerza automática y tiende espontáneamente a cierto estado que es la alu cinación, el seudorrecuerdo y el resto de las ilusiones de la locura. Pero se ve detenida en su marcha por la contradicción de una sensación, de otra imagen o de un grupo de imágenes. La detención recíproca, el tironeo mutuo, la represión, constituyen en su conjunto un equilibrio, y el efec to que se acaba de ver producido por la sensación correctiva especial, por el encadenamiento de nuestros recuerdos, por el orden de nuestros juicios generales, es sólo un caso de las rectificaciones perpetuas y de las limi taciones incesantes que incompatibilidades y conflictos innumerables operan ininterrumpidamente en nuestras imágenes e ideas. Ese balance es el estado de vigilia razonable. En cuanto termina, por hipertrofia o atro fia de un elemento, nos volvemos locos, total o parcialmente.”39 Sobre la base de este análisis, Taine puede definir la sensación como “una alucinación verdadera”. Toda representación (tomamos de la traduc ción alemana este término cómodo) es en efecto interna y subjetiva: en^ tre imagen y sensación no puede trazarse ninguna distinción de naturale za. Entre la alucinación y la percepción la única diferencia que existe, desde el punto de vista del sujeto que las vive, consiste en que una es interna y la otra externa, verdadera. El misterio de la alucinación es al mismo tiempo resuelto sin que se recurra a una concepción trascendente y metafísica del yo: la obliteración de los reductores antagonistas (desa parición de la percepción actual en el dormir, extravío del pensamiento en la confusión mental) o la intensidad de la imagen (procesos pasiona les) bastan para explicarlo. Taine puede así integrar una verdadera rein terpretación de la teoría del automatismo en un sensacionismo fisiologista, pues es el basamento neurológico del funcionamiento mental lo que en última instancia determina tanto su estructura como su devenir. Así, por detrás del análisis psicológico, piensa en la acción de los cen tros hemisféricos, soporte de las imágenes e ideas, sobre los centros sensoriales, en la génesis de la alucinación. Volveremos a encontrar ese tipo de análisis en los partidarios de la “mitología cerebral” de fines del siglo XIX.40 155
Señalemos otro tema que signa la doctrina de Taine: él lo retoma de Condillac y lo volveremos a encontrar en diversos psicólogos ulteriores, como por ejemplo Romanes. Es la idea de que el pensamiento no puede alcanzar la abstracción, los conceptos, las ideas generales, las proposi ciones y por lo tanto la ciencia, sin el empleo de signos, es decir, esen cialmente, sin servirse del lenguaje. El signo es sólo una imagen y obe dece a las leyes generales de la imagen, pero su poder de representación, fundado en la sustitución de una imagen por otra, le permite aislar un elemento constituyente de esta última (el color de un objeto, por ejem plo) y en consecuencia, por una parte, operar esa sustracción que es esencialmente la abstracción como operación psicológica,41 y por la otra alcanzar la representación de lo que no es directamente un dato de la ex periencia (la noción del color, por ejemplo, y el conjunto de los abstrac tos). Así, el espíritu sólo tiene acceso al orden de la generalidad y a la ciencia a través de la mediación del lenguaje. El empleo permanente de los signos tiende sin embargo a borrar en la conciencia de quien los uti liza el efecto propio que ellos producen, y a hacer atribuir una realidad sustancial a la idea que a la vez vehiculizan y generan, fabricando de tal modo, incesantemente, en tomo del hombre, un mundo de “pequeños se res metafísicos” (volvemos a encontrar en este punto la tradición crítica nominalista), como por ejemplo el yo de los espiritualistas, que Taine descompone analíticamente a la manera asociacionista. Así, si uno quiere “hacerse una idea de nuestra máquina intelectual, es preciso dejar de lado las palabras razón, inteligencia, voluntad, poder personal e incluso yo, del mismo modo que se dejan de lado las palabras fuerza vital, fuerza medicatriz, alma vegetativa; son metáforas literarias, a lo sumo cómodas en tanto expresiones abreviadas y sumarias para ex presar estados generales y efectos de conjunto. Lo que el observador dis cierne en el fondo del ser vivo en el ámbito de la fisiología son células de diversos tipos, capaces de desarrollo espontáneo, y modificadas en la dirección de su desarrollo por el concurso o antagonismo de las células vecinas. Lo que la observación discierne en el fondo del ser pensante en el ámbito de la psicología son sensaciones de imágenes de diversos ti pos, primitivas o consecutivas, dotadas de ciertas tendencias y modifica das en su desarrollo por el concurso o el antagonismo de otras imágenes simultáneas o contiguas. Así como el cuerpo vivo es un polipero de cé lulas mutuamente dependientes, el espíritu actuante es un polipero de imágenes mutuamente dependientes, y la unidad, tanto en uno como en otro caso, es sólo una armonía y un efecto” 42 Freud leyó el tratado de Taine en 1896; entonces le escribió a Fliess: “La psicología —o más bien la metapsieología— me preocupa sin ce sar. El libro de Taine De l'intelligence me agrada enormemente. Espero que de esto salga algo. Algo tardíamente, observo que las ideas más an156
liguas son justamente las más utílizables.”43 Fue la primera vez que el término metapsicología apareció en un texto de Freud: aparentemente se lo inspiró la lectura de Taine...
NOTAS 1. Sobre Condillac, cf. E. Bréhier: H istoire..., tomo II, fase. II, y, so bre todo, el estudio muy completo con el que F. Picavet introdujo su reedición (1885) del Traité des sensations de Condillac. 2. Cf. E. de Condillac: Le traité des sensations. 3. Cf., sobre las doctrinas de la ideología, el apartadoque sigue acerca de Cabanis y la ideología fisiológica, y el que trata de Destutt de Tracy y la ideología racional. 4. Este es el método que más positivamente fundará la clínica. Cf. P. Ber cherie: Les fondements..., cap. 1. y, supra, primera parte. 5. Condillac, lo mismo que el conjunto de los sensacionistas, considera que las cosas son incognoscibles. 6. En efecto, según Condillac, el razonamiento consiste en una serie de ecuaciones, y la evidencia es la piedra de toque de la verdad de las proposiciones. En esto continúa manifiesta la gravitación del car tesianismo. 7. Esta metodología demostró ser más fructífera en química, en botánica y, en medicina, en la clínica semiológica de Pinel. M. Foucault ha intentado poner de manifiesto el dominio del modelo clasificatorio (taxonomía) durante toda la época clasica. Cf. M. Foucault: L es mots et les chases, 1966. 8. Los materialistas antiguos, como Demócrito y Epicuro, consideraban que el alma era una “materia sutil”, un cuerpo sustancial; de modo que, en definitiva, seguían siendo espiritualistas. 9. Cf. el capítulo dedicado a la psicología cartesiana en F. L. Mueller: Histoire de la psychologie, 1960. 10. Lo atestigua el título de la obra de J. O. de La Mettrie: L'homme-machine, Leyde, Luzac, 1747, evidente y por otra parte explícita alusión a Descartes y a sus animales-máquinas. 11. A la recíproca, esos materialistas franceses influyeron mucho en J. Bentham y James Mili, como ya lo hemos indicado. 12. Leído en parte en el Instituto en 1795-1796, Rapports du physique et du moral chez l'homme, de P. J. G. Cabanis, fue publicado en forma de libro en 1802. 13. Un poco más adelante analizo detalladamente la teoría del instinto en Cabanis, con respecto a la sexología (infra, cap. 10). 14. Acerca de Gall y la frenología, cf. G. Lantéri-Laura: Histoire de la phrénologie, 1970; P. Bercherie: Les fondements..., cap. 3. 15. En efecto, Gall oponía una concepción innatista del psiquismo y una 157
Capítulo VIII E L ASOCIACIONISMO CIENTIFICISTA ALEMAN
Herbart A. Los entredichos kantianos La psicología empirista alemana del siglo XIX tuvo exclusivamente su origen en la obra de Herbart, que en muchos aspectos constituyó una reacción al criticismo kantiano y a la gran corriente idealista proveniente de él a través de Fichte, del que Herbart fue alumno. Como se sabe, Kant opuso al fenomenismo empirista de Hume (cuya faceta crítica por otra parte integró a su doctrina) la actividad constituyente del espíritu en la aprehensión de la experiencia y la estructuración del saber. Formas a priori de la experiencia sensible (tiempo, espacio), categorías del enten dimiento (que se reducen al postulado de un determinismo universal), la estructura innata y trascendental a la experiencia de la psique, determina ban el saber humano, sin que el hombre tuviera jamás acceso al mundo de la realidad en sí. Por otra parte, Kant negó la posibilidad de una psi cología científica, pues a su juicio el estudio del espíritu no podía apo yarse en ninguno de los registros que dan su fundamento a las ciencias: —En ese ámbito la experimentación es imposible y, en consecuen cia, también lo es el empleo de la matemática, lenguaje indispensable de la ciencia. En efecto, esos dos métodos suponen la existencia en los fe nómenos de por lo menos dos dimensiones (el espacio y el tiempo en el caso de la mecánica, por ejemplo), en tanto que los hechos psíquicos só lo tienen una: el tiempo. —El método racional a priori, en el sentido de Leibniz y de Wolf, 160
no es más utilizable que para el conocimiento del mundo exterior; el Ich trascendental no es un dato del sentido sino una condición a priori de toda experiencia y de todo conocimiento posibles. No podría en con secuencia pensarse a sí mismo, es decir pensar su propia esencia, tan os cura e incognoscible como la de las realidades en sí del mundo exterior. — Finalmente, el método fisiológico, en el sentido de Cabanis, no puede aplicarse: la disparidad de espíritu y cuerpo no es la de dos sustan cias, sino la de dos registros fenoménicos: el de los sentidos externos, estructurado en el espacio, y el del sentido interno, que sólo está relacio nado con el tiempo. De modo que el problema de la relación entre espí ritu y cuerpo puede dar lugar a reflexiones y a observaciones pertinentes (Kant por otra parte también aportó algunas) pero no podría fundar un saber universal. Por lo tanto la psicología, al fin de cuentas, sólo podía ser un cono cimiento puramente empírico, basado en los datos del sentido interno y del sentido íntimo; no estaba en condiciones de pretender constituirse en ciencia. Sobre el rechazo de toda esa cadena de razonamiento, eslabón por eslabón, iba a constituirse la psicología “científica” y después expe rimental del siglo XIX en Alemania. Ya vamos a ver que ese movi miento se inspiraba en gran medida en la filosofía de Leibniz por una parte (filosofía de la cual el kantismo era una crítica, por más de una ra zón), y por otro lado en ideas inglesas y francesas.1 En el momento en que la psicología positiva europea adquiría su unidad, la influencia per sistente de Leibhiz, a través de Herbart, otorgará su tonalidad peculiar a la psicología alemana de fines de siglo: volveremos a encontrar la gravi tación de esa herencia desde los orígenes del pensamiento freudiano. B. Herbart: psicología científica y matemática de las representaciones Herbart2 publicó sus dos grandes obras dedicadas a la psicología entre 1815 y 1825; quiso fundarla como ciencia sobre la base de “la expe riencia, la metafísica y la matemática”: no se podría expresar mejor el programa antikantiano de su investigación, al mismo tiempo que su de pendencia con respecto al marco conceptual del kantismo. Inspirándose en Leibniz, retomó la concepción de un universo constituido por sustan cias simples, secundariamente asociadas en cuerpos complejos, pero le añadió la idea de una lucha continua de esas mónadas contra una interac ción recíproca que tendería a modificar su naturaleza primera. El alma era uno de los cuerpos simples de los cuales toda la actividad consiste en conservarse en su ser; cada una de esas reacciones a las interferencias de las mónadas que constituyen el cuerpo y el mundo exterior producirá en ella una representación. Originalmente vacía (tabula rasa), de ese modo 161
se puebla de sensaciones, imágenes e ideas. Por otra parte, siendo una sustancia simple, la actividad del alma no puede dividirse en facultades distintas, abstracciones demasiado forzadas de un dato concreto insufi cientemente conocido; así Herbart recusó la clásica división kantiana en inteligencia, sensibilidad y voluntad. Sobre esa base metafísica, Herbart erigió su psicología, que también quería fundar en la experiencia, en el sentido de la observación empírica, en particular introspectiva,3 y en la matemática (ya vamos a ver cómo). Las representaciones mentales (expresión que, como la idea en Locke, abarca sensaciones e ideas propiamente dichas) obedecen a su tumo a las leyes de las mónadas: una vez que han nacido, no desaparecen nunca; el olvido no es más que una ocultación momentánea, y la reaparición de lo que se olvidó es siempre posible. La unidad y la simplicidad del alma implica en efecto la estrechez de ese campo de la conciencia que las re presentaciones se disputan: de ese modo éstas oscilan entre la plena con ciencia, la libertad completa y la completa inhibición, o bien, reprimi das, se convierten en simples tendencias inconscientes, pasando por di versos grados posibles de “oscurecimiento”.4 En virtud de su lucha, las representaciones son también fuerzas, y en efecto, toda representación, además de su calidad propia, tiene una cierta intensidad, lleva consigo un concepto de magnitud intuitivamente percibido como fuerza o debilidad relativas, una claridad más o menos grande. Si bien esa cantidad no po dría estar lo suficientemente determinada como para ser medida, Herbart pensaba que las relaciones entre esas cantidades se prestaban a una matematización; creía poder construir así una mecánica psíquica que incluía una estática (estudio de las relaciones intensivas de las representaciones en su lucha por llegar a la conciencia) y una dinámica (con el añadido de la dimensión temporal), y determinar leyes científicamente formuladas. El antagonismo de las representaciones estaba en lo esencial relacio nado con sus cualidades: se oponen si forman parte del mismo registro perceptivo, del mismo “continuo” (sonidos o colores, por ejemplo). Además, en un mismo registro, son más o menos inconciliables y más o menos susceptibles de combinación: complicación (combinación de re presentaciones de registro diferente) o fusión (registro idéntico: por ejemplo la fusión del amarillo y el rojo en el anaranjado). En función de ese grado de antagonismo, las representaciones en oposición sufren una inhibición recíproca, proporcional a su intensidad: cada una pierde así una cierta cantidad de claridad, según sea su propia fuerza y la suma total de las fuerzas presentes. Herbart se entrega entonces a cálculos algebrai cos complejos para determinar la suma de inhibición y 1a relación de inhibición en el conflicto de las representaciones;5 ellos no nos intere san aquí.6 Por debajo de cierta intensidad, intrínseca y primitiva o secundaria a 162
las inhibiciones recíprocas, las representaciones quedan por lo tanto re primidas, en un nivel inferior al del “limen” o umbral de la conciencia; se convierten en tendencias inconscientes, “oscurecidas”. Por otra parte, las percepciones conscientes más simples son ya grandes complejos de “percepciones insensibles” (cf. el ejemplo de Leibniz: en una ola que se abate sólo percibimos el fragor homogéneo, y no los innumerables rui dos producidos por todas y cada una de las gotas de agua). Por el contra rio, la masa de representaciones combinadas que ocupan el campo de la conciencia influye en el destino de toda nueva representación, lo que subjetivamente se percibe como atención consciente orientada. Esta “masa aperceptiva” (lo mismo que Leibniz, Herbart llama apercepción a la percepción consciente de una representación) realiza entonces una se lección entre las percepciones y las ideas que tratan de llegar a la con ciencia. Allí adquiere sentido la definición del yo, por lo demás muy tí picamente humiana, que propone Herbart es la suma de las representa ciones actualmente conscientes, es decir la masa aperceptiva con sus efectos de inhibición o de facilitación sobre el destino de las representa ciones solicitadoras. También en ese punto tuvieron consecuencias sus preocupaciones educativas, pues su doctrina iba a dominar durante mu cho tiempo la teoría pedagógica: el educador modela la personalidad pre sente y futura determinando la naturaleza de la masa aperceptiva, es decir eligiendo el contenido y seleccionando lo que debe entrar en la concien cia del alumno. La psicología de los estados afectivos constituye otra originalidad del sistema de Herbart. A diferencia de los utilitaristas, considera que los sentimientos son el efecto de las interrelaciones de las representaciones.7 El placer aparece entonces manifestando el acuerdo de los elementos y la libertad de su circulación; el dolor expresa su antagonismo conflictivo y el hecho de que unos obstaculizan a otros. El deseo es típicamente anali zado como la asociación del placer y de un objeto específico; si la masa aperceptiva es favorable, el deseo engendrará la acción voluntaria. Asi mismo, en el nivel de los actos de la voluntad, sean interiores de un mismo individuo o realizados por individuos diferentes, el acuerdo armo nioso produce la satisfacción moral y la imptesión de un acrecentamien to de la perfección; el antagonismo da origen a la aversión y a una im presión de imperfección. Por otra parte, para la transformación de la vo luntad en actos motores es necesaria la cooperación del alma y el cuerpo. Si bien, lo mismo que.Kant, Herbart rechaza la idea de una psicología fundada en la fisiología, también subraya la interacción de las mónadas corporales con el alma, y en particular la acción del cuerpo sobre el cur so de las ideas, que obstruye (represión), como por ejemplo en el sueño, o que por el contrario refuerza ciertas representaciones “resonantes”, tal como ocurre en ciertas intoxicaciones o en los desarrollos pasionales.
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C. La herencia de Herbart en la psicología alemana Seflalemos desde ya los puntos fundamentales de las concepciones de Herbart, aquellos que ejercerán una influencia duradera en la psicología alemana ulterior: — Antes que nada, la idea de una ciencia psicológica, muy estructu rada conceptualmente, que da cuenta de su campo empírico tan exhausti vamente como hay derecho a esperarlo de una disciplina plenamente constituida. La tendencia sistemática de la psicología y de la psicopatología alemana del siglo XIX echó sus raíces evidentemente en esa exi gencia. —En segundo lugar, la preocupación de presentar un análisis de los problemas psicológicos en el que la cantidad, y por lo tanto el empleo del cálculo y la medida estuvieran en el centro de los resultados obteni dos. Muy pronto, de ello resultará un uso más metafórico, incluso más fetichista, que realmente fundado en el instrumento matemático. — A continuación, la concepción de una estrechez constitutiva del campo de la conciencia y por lo tanto de una competencia activa de los elementos psíquicos por ser asumidos en dicho campo (apercepción). Además de que una visión de las cosas como ésa justifica naturalmente una cuantificación, por lo menos supuesta, de las valencias de los ele mentos presentes, concebidos como fuerzas, ella obliga a considerar que una parte importante de lo psíquico es no consciente sino latente, pero siempre actualizable si cambian las condiciones del equilibrio de los ele mentos. El punto es esencial: herencia de Leibniz, esta teoría, en efecto — a la inversa de la tradición cartesiana, dominante en Francia y en In glaterra (a través de Locke; cf. Stuart Mili), que tiende a identificar siste máticamente lo psíquico con lo consciente— permite pensar no sola mente la existencia de elementos psíquicos inconscientes, sino incluso que la conciencia, lejos de ser la cualidad psicológica fundamental, no es más que el lugar privilegiado de un campo más amplio.8 A ello se vin cula una concepción del yo que no abarca el conjunto del campo mental, sino solamente una configuración dominante de elementos cuya estabili dad no es por otra parte más que relativa.9 —Finalmente, la doctrina que considera que las manifestaciones afec tivas son un efecto del juego de los elementos propiamente representati vos de la vida mental y que tiende por lo tanto a imponer la idea de una dominación de estos últimos sobre el conjunto del funcionamiento psi cológico. Veremos que el conjunto de las corrientes que sucedieron a Herbart retomó esa concepción de una psicología como verdadera ciencia de la dinámica mental. 164
Los experimentalistas A. Fechner y la psicofísica En la construcción de una ciencia psicológica, el paso siguiente fue dado por el físico Fechner,10 quien afirmaba la posibilidad y por otra parte la necesidad de la experimentación. De ese modo, en su gran obra de 1860 fundó la psicofísica, teoría exacta de las relaciones entre el alma y el cuerpo. Su base era altamente especulativa: muy influido por Schelling y por la psicología romántica, Fechner consideraba en efecto al alma y al cuerpo como los dos rostros de una misma realidad, que parecía dife rente según fuera el punto de vista relativo desde el cual se la examina ba. Ese monismo de estilo spinozista lo conducirá a producir dos tipos de obras: ensueños místicos en los que trata de ganar al mundo para sus revelaciones, y algunos libros de suma dignidad científica, en los que sólo se toman en cuenta los registros fenoménicos físicos y mentales, y no las sustancias El objetivo de Fechner en esos últimos textos era en consecuencia erigir una ciencia fundada en la experimentación y la medición y que in tentaba determinar las leyes que vinculaban los fenómenos físicos (psi cofísica externa) y fisiológicos (psicofísica interna) con los fenómenos mentales, en el sentido de una relación regular y cuantificable. Las cien cias particulares concernientes a cada uno de los registros ya estaban a su juicio suficientemente avanzadas (en cuanto a la psicología, aparente mente pensaba en Herbart); por lo tanto, el estudio de sus relaciones le parecía realizable en adelante. Fue naturalmente en el ámbito de la sen sación donde realizó su intento, bajo la forma de una medición de su re lación con la excitación física causal. Puesto que de la subjetividad no surgían más que datos muy imprecisos referentes a la intensidad (inten sidad mayor, equivalente, menor) en la comparación de dos sensaciones, resultaba necesario idear procedimientos de medición que se fundaran en el único dato realmente mensurable: la excitación externa; a diferencia de la física, que mide las causas por sus efectos, la psicofísica mediría los efectos por sus causas. La astucia técnica iba a consistir en medir, no cantidades (imposible medida directa de las sensaciones), sino diferen cias entre sensaciones de un mismo registro (intensidades luminosas o sonoras, pesos, temperatura, espaciamientos cutáneos, etcétera). Con ese propósito, Fechner puso a punto tres métodos (método de las diferencias mínimas perceptibles, método de los casos acertados o erróneos, método del error medio) que permitían una medición de la sensibilidad dife rencial. De ese modo, experimentos en serie le permitieron ir más allá de la verificación inmediata, para la cual la sensación crece en el mismo sen 165
tido pero más lentamente que la excitación, y encontrar un resultado que ya habían presentido diversos investigadores, en particular Weber (1846) para el dominio del tacto. Dentro de ciertos límites (entre el mínimo perceptible y la intensidad perjudicial para el órgano sensitivo), “la sen sación crece como el logaritmo de la excitación”, lo que significa que, para que aumenten cantidades iguales, la excitación tiene que aumentar en cantidades siempre proporcionales a sí misma, o también que para que la primera crezca siguiendo una progresión aritmética, el acrecenta miento de la segunda debe realizarse según una progresión geométrica. No nos detendremos en los protocolos experimentales, ni en la formula ción matemática de la ley, ni en las innumerables críticas y enmiendas que ella suscitó, ni tampoco en las respuestas justificativas del propio Fechner; más bien trataremos de comprender lo que significa su obra. Pero, en primer término, es preciso volver al problema del umbral a partir del cual la excitación produce una sensación perceptible, que, para cada registro sensorial, Fechner se aplica a determinar con la mayor exactitud posible. Entre la excitación física y la sensación se intercala un movimiento psicofísico (fisiológico) que es el verdadero sostén de la conciencia o más bien su reverso material, directamente proporcional en términos cuantitativos a la excitación (conservación de la energía); eso es por lo menos lo que le parece más verosímil a Fechner, y eso es lo que postula. La ley psicofísica regula por lo tanto en realidad la relación (psicofísica interna) entre la conciencia y el “movimiento psicofísico” que es su correlato material. Fechner va entonces a definir un valor de umbral en el que la sensación es nula, pero no la excitación; por debajo de ese umbral hay un segmento de la curva logarítmica para el cual los valores de excitación son positivos y mensurables: en consecuencia, Fechner define “sensaciones negativas”, por debajo del umbral de la. con ciencia, que corresponden a movimientos psicofísicos positivos. Esta teoría, muy explícitamente inspirada en Herbart, se extenderá a conti nuación al conjunto de la vida mental: la actividad psicofísica oscila continuamente en intensidad, pero persiste siempre. Cuando dicha inten sidad desciende a un nivel inferior al del umbral de la conciencia, la vida psíquica se apaga (dormir) hasta un ascenso que atraviesa ese umbral (despertar). Por otra parte, es preciso considerar la repartición de la acti vidad psicofísica, que no es uniforme en todos los sectores de la con ciencia total, conjunto de fenómenos relativamente independientes, algu nos de los cuales pueden estar despiertos, mientras que otros se encuen tran en suefío parcial (cf. el dormir jo la atención concentrada). Además de la renovación de los principios herbartianos (intensidad de los elementos mentales, umbral de la conciencia, fenómenos psíquicos inconscientes), Fechner introdujo dos grandes innovaciones conceptua les: 166
—La idea de una experimentación psicológica y la puesta a punto de los primeros métodos de experimentación, fuentes de la psicología expe rimental ulterior y moderna. Ese fue un tema capital en psicología, pero aquí no nos interesa directamente.11 —La convicción de que los hechos psíquicos son de la misma natu raleza que los hechos físicos y en consecuencia pueden expresarse en idéntico lenguaje, es decir en el lenguaje de la cantidad, de la medida y de las leyes matemáticas. Desde luego, ése es el punto en que tenemos que detenemos: si bien para Fechner el movimiento es sobre todo inverso y apunta a “psiquizar” la naturaleza, su progenie percibirá esa exigencia de un modo totalmente distinto, y hará de ella el fundamento de un mate rialismo mecanicista riguroso en psicología. De allí derivó en particular la costumbre de concebir en términos de cantidad, de energía, los fenómenos psíquicos y los fenómenos nervio sos que constituyen su base material (movimiento psicofísico de Fech ner); el elemento mental cualitativo correspondía estrechamente a una cantidad específica de energía nerviosa: ésa es la significación de la gran ley psicofísica. En ella Fechner integró una tradición bien establecida en fisiología del sistema nervioso, que desde hacía mucho tiempo asimilaba las corrientes nerviosas a ondas eléctricas y las concebía en términos de circulación de energías más o menos específicas.12 En adelante nada se oponía a una evolución del mismo tipo en psicología, disciplina en la cual la noción de fuerza y de energía nerviosa iba a convertirse en ha bitual: volveremos a encontrarlas constantemente a lo largo de nuestra investigación. Aparte de la ley fundamental (la relación logarítmica excitación-sensación de la que acabamos de ocupamos) es preciso señalar que Fechner reiteró varias veces su intento de interpretar en el mismo sentido diver sos problemas psicológicos. Así, retomó las concepciones herbartianas del placer (relación armoniosa de los elementos psíquicos implicados) y de displacer (antagonismo), para analizarlas en términos de estabilidad e inestabilidad (“principio de constancia”), es decir aproximándolas a las leyes de los equilibrios sistémicos en física.13 B. Helmholtz: el empirismo cientificista y el inconsciente Helmholtz,14 cuya formación científica era no obstante también la de un físico, contribuyó como fisiólogo a la fundación de una psicología ex perimental. Alumno del gran fisiólogo Müller, después asumiría posi ciones contrarias a las de su maestro. Desde 1845, con sus amigos Brüc167
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ke, Dubois-Reymond y Ludwig, se propuso combatir el vitalismo en fi siología (del cual Müller era el principal representante) sobre la base de la idea de que “en el organismo no hay más fuerzas activas que las fuer zas físico-químicas comunes”. Los cuatro amigos se juramentaron para imponer esa convicción, y ese compromiso fundamentó la posición de Helmholtz, tanto en fisiología como en psicología, aproximándolo a Fechner. En ello aparece claramente el consenso fisicalista que llevó al conjunto de la psicología alemana hacia posiciones homólogas. En el plano fisiológico, las posiciones del grupo conducirían a una interpretación sistemática de los fenómenos orgánicos en términos de fuerza, de cantidad, de movimiento de las moléculas. El organismo es considerado como un sistema físico en equilibrio que tiende a conservar ese estado, es decir a la constancia de su potencial energético. El reflejo es el modelo de esa regulación asumida por el sistema nervioso: la ener gía recibida del medio exterior en el polo sensible, abierto a las fuerzas del ambiente, se descarga en el polo motor, en virtud de la acción del sistema muscular. Brücke, el “embajador” del grupo (berlinés en su ori gen) en Viena, popularizó allí la nueva orientación doctrinaria y meto dológica; en su laboratorio realizará Freud sus primeras investigaciones. En cuanto a Helmholtz, su primer trabajo de importancia encaró la medición del tiempo de conducción del flujo nervioso, al que Müller to davía le atribuía una transmisión casi instantánea, o por lo menos una altísima velocidad, inconmensurable. Helmholtz demostró que en reali dad la cifra era bastante baja, muy inferior a la velocidad del sonido (en tre 50 y 100 metros por segundo). Ese descubrimiento fisiológico estaba muy lejos de resultar indiferente para la psicología: por empezar, intro dujo la medición en el tipo de problema que parecía pertenecer al orden de lo inefable (vivencia del cuerpo); además, reforzó la visión materialis ta de una separación de cuerpo y espíritu, bajo la forma de actividad cere bral: de ese modo introdujo materialmente una distancia entre la excita ción y la sensación, lo mismo que entre la voluntad y el acto; las “fa cultades mentales” se encamaban cada vez más en el funcionamiento del sistema nervioso. Los trabajos más célebres de Helmholtz (1856-1866) versaron sobre la fisiología de la percepción visual y auditiva, ámbito en el cual sus tratados son todavía clásicos. En el plano fisiológico, sus teorías de la visión de los colores o de la audición armónica de los sonidos, por ejemplo, mostraron la integración de varios parámetros físicos particula res (tres colores fundamentales, elementos sonoros específicos: longitud de onda, amplitud) en una sensación única, cualitativamente irreductible, experimentada por la conciencia; es evidente la homología de este tipo de descubrimiento (problema totalmente idéntico al de la velocidad de
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transmisión del flujo nervioso) con las concepciones de Fechner (corre lación sin paralelismo de lo físico y lo mental). Desde un punto de vista más psicológico, los trabajos de Helmholtz apuntaban a demostrar la tesis de una génesis empírica de las principales dimensiones del mundo perceptivo, en particular el espacio.15 También en ese punto se oponía a Müller, quien, parafraseando fisiológicamente a Kant, era el gran partidario de la tesis adversa, denominada “nativista” (por Helmholtz), según la cual la intuición espacial es una categoría in nata de la percepción, inscripta en la estructura misma de los órganos de los sentidos. Retomando la idea de Müller atingente a una “energía espe cífica” de las fibras nerviosas, es decir de señales peculiares para cada una de las sensaciones provenientes de cada punto del cuerpo, y sumándose de ese modo a Lotze y a su teoría de los signos locales (1852), Helm holtz presentó la construcción del mundo perceptivo, y de lo que más tarde se denominará esquema corporal, como la coordinación de innume rables experiencias primitivas; para ello se apoyó en gran medida en las concepciones asociacionistas inglesas y especialmente en Stuart Mili, citados explícitamente. En consecuencia, considera que el objeto es un agregado de sensaciones elementales, asociadas de manera íntima por su recurrencia en la experiencia perceptiva; su aislamiento es el producto de una “experimentación mental” que mediante ensayos y errores diferencia en lo percibido aquello que varía por acción de la voluntad y lo que es fi jo, salvo por desaparecer y reaparecer globalmente (puesta en relación del objeto con los órganos sensoriales). Para explicar el hecho de que las ca tegorías esenciales de la percepción puedan parecer innatas, Helmholtz sostiene que su puesta en juego, adquirida muy pronto, de alguna manera se convierte en automática. También en ese punto parafrasea a Lotze, quien afirmaba: “La localización de nuestras sensaciones en el presente parece ocurrir de modo súbito, en el instante mismo en que abrimos los ojos; en el inicio de la vida, esa aptitud sólo se desarrolla con la ayuda de una serie de experiencias que, si estuviéramos en condiciones de re producirlas, nos permitirían ver, lo mismo que tantos estados de con ciencia del niño, todos esos estados intermedios que han llegado a ser imperceptibles para la conciencia del adulto.”16 Se habrá reconocido la síntesis “química” de Stuart Mili; Helmholtz, conforme a la tradición herbartiana, prefiere hablar de inferencias inconscientes. Entiende que las percepciones puras son escasas; la mayor parte de nuestras “percep ciones” son en realidad elaboraciones intuitivas que suponen un impor tante incremento que proviene de la memoria y opera por inducción ana lógica: es la inferencia inconsciente, irresistible (causa, por ejemplo, de las ilusiones perceptivas que sólo la atención analítica puede corregir se cundariamente), y que resultan de la asociación y la repetición de expe riencias sensoriales. 169
El empirismo y el geneticismo psicológico se encuentran en efecto estrechamente vinculados, y en ese marco conceptual la psicología del niño comenzó a suscitar un interés creciente.17 Otro corolario de ese ti po de posición antinativista fue el cuestionamiento de la importancia del instinto, por lo menos en el hombre: “Las observaciones realizadas has ta el presente no prueban a mi juicio que los animales, al nacer, traigan consigo algo más que tendencias, y es seguro que el hombre presenta como rasgo distintivo que sus tendencias innatas se reducen a la más pe queña medida posible.”18 En virtud de esa posición, el asociacionismo quedó en estado de conflicto latente con la corriente evolucionista prove niente de Spencer y Darwin.19
C. Wundt: apercepción y conciencia j A Wundt se lo considera por lo general como un hombre que marcó un hito capital y signó una etapa nueva en la historia de la psicología, so bre todo en la psicología experimental. Ello se refiere menos al volu men considerable de su obra que a su infatigable entusiasmo en el desa rrollo de la experimentación y la formación de investigadores, y sobre todo a la firmeza con la cual, desde sus primeros trabajos (1860), este fi siólogo, alumno de Helmholtz, erigió la psicología como disciplina au tónoma, independiente en particular de la metafísica y de la fisiología (con esta última conservaba no obstante relaciones especiales).20 La Consideraba una ciencia experimental que difería de las ciencias naturales por su utilización exclusiva de la experiencia inmediata (estudio intros pectivo de los estados de conciencia), mientras que aquéllas se fundaban en una mediatización de la vivencia fenoménica. El propósito de la psi cología era entonces el análisis, en el sentido de las descomposición en sus elementos constituyentes, del dato de los estados de conciencia, y del descubrimiento de las leyes de composición de las globalidades comple jas de la vivencia.21 Ese proceso analítico podía aplicarse directamente, por la vía de la experimentación, a los hechos psíquicos más simples (percepción, acción, conciencia, sentimientos simples, atención)22 p$co en lo tocante a los fenómenos superiores (lenguaje, cultura, religión, hechos sociales), demasiado complejos para permitir una experimenta ción analítica, era preciso recurrir a la comparación a través de la “psico logía de los pueblos”, que ocupó los últimos veinte años de la vida de Wundt, a partir de 1900. Wundt considera al espíritu como una realidad no sustancial sino ac tual, fenoménica, y activa, viviente. La causalidad psíquica correspondía a la ley del desarrollo de un proceso, analizable en sucesión secuencial de 170
elementos, y no en relaciones de sustancias independientes (causalidad física). Si bien (en última instancia y en un plano metafísico) pensaba que las realidades físicas y psíquicas eran de la misma naturaleza, corres pondiendo el pasaje de las primeras a las segundas a un relevo de la me cánica por la lógica (inducción). Wundt no era sin embargo materialista y no concebía el psiquismo como un fenómeno de esencia fisiológica. El análisis de los hechos debía más bien sacar a luz el inconsciente, que constituía el segundo plano en el que tenía su fuente todo lo consciente, y por lo tanto el objetivo de la investigación psicológica que, como las ciencias naturales, podía así trascender el plano de las apariencias para alcanzar el de las causas. Para Wundt toda actividad mental es una variedad de razonamiento que pone en relación un objeto y el sujeto; la conciencia registra el re sultado de esa actividad inconsciente (cf. las inferencias inconscientes de Helmholtz) bajo la forma de la afirmación pura y simple de una cuali dad, de una señal específicas. En tal sentido, entendía que la actividad psíquica era esencialmente sintética (síntesis de tipo químico en la que el producto no se reducía a la suma de los elementos: cf. Stuart Mili), des de las simples percepciones hasta el juicio, pasando por el mundo oscu ro de los sentimientos, que Wundt analiza como reacciones de orientación de la conciencia ante ideas y sensaciones.23 No examinaremos el conjunto de las tesis de Wundt, dejando en par ticular de lado su teoría, o más bien sus sucesivas teorías de la afectivi dad. Es preciso sobre todo retener el hecho de que prolongara principios fundamentales de Fechner (introducción de la medición y de la experi mentación en psicología, estudios psicofísicos) y de Helmholtz (trabajos de psicofisiología experimental, en particular de la percepción). No obs tante, consideremos rápidamente su teoría de la apercepción, incuestio nablemente su aporte más personal a la psicología alemana. Si bien, si guiendo la tradición herbartiana, considera que la conciencia es unitaria y sintética, la concibe como una especie de órgano sensorial interno, to mando como modelo el campo visual. Dentro de su campo total (per cepción), la conciencia posee por lo tanto un punto central de claridad máxima (punto de apercepción) al que está ligada una función voluntaria (apercepción) cuyo ejercicio, determinado por las representaciones actua les dominantes, se acompaña de una sensación de tensión y esfuerzo, de uiTacrecentamiento de la acuidad perceptiva y de un estrechamiento del campo de la conciencia; Wundt estima que el campo aperceptivo no puede incluir más de seis elementos. En este análisis es posible recono cer la influencia de las ideas espiritualistas francesas, ampliamente di fundidas en Alemania por las traducciones de las obras de los alienistas franceses. 171
Los neuropsicólogos A, Griesinger: el yo y la represión Lo que se ha convenido en denominar la “mitología cerebral” de fines del siglo XIX constituyó un intento entusiasta y prematuro por lograr la síntesis de los datos nuevos sobre las localizaciones cerebrales24 y las elaboraciones de una psicología que creía haber arribado por fin a resulta dos concluyentes. Con Meynert y Wemicke, Alemania proveyó sin duda los representantes más eminentes de esa corriente de ideas. La inició W. Griesinger, del que fue alumno Meynert; por otra parte el primero fundó la psiquiatría clínica alemana.25 En su Traité des maladies mentales (1845)26 se encuentra una doctrina psicológica muy interesante cuya in fluencia fue inmensa, en particular en Freud, tal como ya lo señalé en el primer volumen de esta obra. Sobre la base del modo de funcionamiento de la médula espinal, que “produce los actos reflejos simples, transformación bastante directa de las sensaciones en movimientos”,27 Griesinger considera que la activi dad cerebral es una esfera intermedia, de alguna manera derivada de esa reactividad primitiva, que introduce en ella una acción reguladora, facili tadora o inhibidora. El cerebro mismo aparece como “un inmenso centro de acciones reflejas en el cual todos esos estados de excitaciones senso riales, de los cuales este órgano es casi constantemente asiento, se trans forman en intuiciones de movimientos”.28 De tal modo se constituye “por así decir una esfera accesoria que ocupa la zona intermedia entre la sensación y el impulso motor, y esa esfera, extendiéndose, acrecentándo se poco a poco, termina por convertirse en un centro poderoso y com plejo, que a su tumo domina en muchos aspectos la sensación y el mo vimiento. (...) Esa esfera es la inteligencia”.29 Griesinger concibe a esta última, siguiendo el modelo asociacionista, como una actividad asociati va cuyo elemento básico es la representación, “esencialmente constituida por dos cosas: por una parte, una excitación subjetiva comúnmente muy débil, apagada, de los centros sensoriales, y por otro lado, una combina ción de varias de esas excitaciones qu» dan origen a una imagen general abstracta”.30 De modo que la representación proviene de la sensación y “entre esos dos procesos existe una multitud de analogías importantes”,31 que Grie singer detalla ampliamente y que a su juicio refuerzan la homología del funcionamiento de los centros nerviosos inferiores (médula espinal: re flejos) y superiores (cerebro: actividad mental). Si bien la motricidad le parece originalmente instintiva, independien te de la inteligencia,32 y directamente activada por las excitaciones sen soriales, “por otro lado, las formas generales de esos grandes impulsos 172
de movimentos y su reproducción ideal se mezclan así con un trabajo de nuestro espíritu, que penetra en la representación aislada como parte in tegrante esencial. Así es como la representación misma toma un carácter motor, una dirección muscular, y en virtud de ello se convierte en es fuerzo”.33 Las representaciones tienen por lo tanto una tendencia espon tánea a realizarse en acto, una especie de impulso motor, y ello en tanto que “las sensaciones que provienen de todo nuestro organismo, pero par ticularmente de las visceras, del intestino, de los órganos genitales, co mo necesidad sensual, nos empujan a actuar; lo hacen a veces levemen te, y otras de una manera impetuosa” 34 Los “impulsos sensitivos” provenientes del organismo mismo cons tituyen móviles sensacionistas, entre los cuales “los más simples y fá ciles de entender son el hambre y el instinto sexual (...), los motivos más poderosos que dirigen nuestras acciones ”.35 Las sensaciones orgá nicas producen sobre todo , en primer lugar, “movimientos oscuros de la conciencia (...) que en parte se denominan sentimientos, pero que pueden no encerrar ninguna idea distinta del objeto en que recaen”;36 a continua ción establecen lazos con “ciertos complejos de ideas relacionados con el fin a obtener (que ) luchan contra los obstáculos que se oponen a su lo gro”,37 y de ese modo tienden a llegar a la efectuación motriz. Por otra parte, “una actividad constante reina en esta esfera hundida en las tinie blas o el crepúsculo, actividad que es mucho más importante y caracte rística para la individualidad que el número relativamente pequeño de ide as que pasan al estado de conciencia. Una multitud de irritaciones físicas, de impresiones nacidas en el seno mismo del organismo golpean de en trada y por así decir incluso exclusivamente esa esfera y obran sobre e11a, sin que tengamos conciencia, modificando los fenómenos que esa esfera incluye (y que) contribuyen poderosamente a determinar la dispo sición actual del carácter; ellas guían nuestros gustos, dirigen nuestras simpatías y nuestras antipatías”.38 A esa poderosa síntesis de asociacionismo y de un materialismo en el que parece prevalecer la influencia de Cabanis, Griesinger iba a inte grar una concepción de la conciencia y del yo tomada de Herbart. En efecto, “cuando las ideas nítidas y de las cuales tenemos conciencia, en virtud de la mezcla de intuiciones de movimiento, llegan a ejercer una influencia en los músculos, a ese fenómeno se le da el nombre de vo luntad. (...) En el fondo, es el mismo proceso del acto reflejo (y) cuan do se produce, el alma se siente aliviada, liberada; de ese modo se ha descargado de las ideas y se restablece su equilibrio”.39 “Pero así como las sensaciones y los sentimientos se transforman tanto más fácilmente en tendencias cuanto más enérgicos sean, del mismo modo las ideas se transforman tanto más en voluntad cuanto más fuertes y persistentes se an.”40 Las representaciones, y por su intermedio las tendencias que ellas 173
representan, se entregan por lo tanto a una lucha por ocupar el campo de la conciencia y lograr descargarse en acto; en esa lucha, la intensidad re lativa de las representaciones es capital, pero también lo son las asocia ciones de alianza o de contraste que se anudan entre ellas a través de la perpetua actividad asociativa del cerebro. Así, “en el curso de nuestra vi da, gracias a la ligazón progresiva de las ideas, se forma un gran com plejo de ideas cada vez más sólidamente eslabonadas. Su particularidad en cada hombre depende no solamente del contenido especial de las ideas aisladas provocadas por las impresiones sensoriales y por los aconteci mientos externos, sino también de las relaciones habituales de las ideas con los móviles y la voluntad, y asimismo de las influencias del orga nismo entero, que se han convertido en persistentes y activan o entorpe cen su producción”.41 Así se constituye el yo que en adelante ejerce una influencia determinante en el despliegue de las representaciones en la conciencia, “reforzando” los elementos conformes, “reprimiendo” los elementos antagonistas, de tal modo privados de toda posibilidad de efec tuación motriz. Ante cada idea que se presenta, “todo el complejo de ide as que representa el yo es puesto en juego y, después de haber rechazado o favorecido la idea primera, concluye por dar la resolución”.42 Ese pro ceso es la reflexión, cuya base es la asociación de las ideas, y cuyo des pliegue exige un mínimo de calma psíquica. En efecto, las grandes emo ciones trastornan el funcionamiento del yo, obstaculizando y anonadando su actividad reguladora (véase la teoría de la locura y de sus trastornos iniciales en Griesinger): de su fuerza y coherencia depende entonces su capacidad para enfrentar los conflictos de tendencias que pueden presen tarse y atravesarlo. Por otra parte, el yo experimenta como placer lo que facilita la actividad asociativa, como dificultad lo que la traba, y es la base de una división de las emociones en depresivas y expansivas, clasi ficación que ejercerá una influencia duradera en las nosologías psiquiátri cas ulteriores. No obstante, es preciso cuidarse de considerar al yo como un “com plejo único de pensamiento y voluntad” (cf. los espiritualistas france ses), homogéneo e intangible. “Nuestro yo, en diferentes épocas, es muy diferente de sí mismo; según sean la edad, los diversos deberes de la vida, los acontecimientos, las excitaciones del momento, tal o cual complejo de ideas que, en un momento dado, representan al yo, se desa rrollan más que otras y ocupan el primer rango. Somos ‘otro y sin em bargo el mismo’. Mi yo como médico, como científico, mi yo sensual, mi yo moral, etcétera, es decir los complejos de ideas, de tendencias y de dirección de la voluntad a los cuales se designa con aquellas palabras, pueden oponerse unos a otros y rechazarse recíprocamente en diferentes momentos.”43 El yo es por lo tanto múltiple, está atravesado por con flictos de tendencias y su unidad armoniosa queda siempre por hacerse y 174
no es dada, en las diferentes circunstancias. Además, las relaciones de fuerza de los elementos que lo constituyen pueden evolucionar con el tiempo y los acontecimientos. “Uno de los ejemplos más evidentes y constructivos nos lo proporciona el estudio (...) de la pubertad. Con la entrada en actividad de ciertas partes del cuerpo que hasta ese momento se encontraban en completa calma, y con la revolución que se produce en el organismo en esa época de la vida, grandes cantidades de sensacio nes nuevas, de nuevas tendencias, de ideas vagas o distintas, y de nuevos impulsos de movimiento, pasan en un lapso relativamente breve al esta do de conciencia. Penetran poco a poco en el círculo de las ideas anti guas y llegan a formar parte importante del yo\ por ello mismo, éste se vuelve distinto, se renueva, y el sentimiento de sí sufre una metamorfo sis radical.”44 No obstante, más allá de su variabilidad, el yo tiende a la unidad y a la armonía, y “en estado normal, es sobre todo en el complejo de ideas de nuestro cuerpo donde los diferentes complejos que pueden representar el yo encuentran un elemento fundamental de unidad. Aunque esta sensa ción física de nuestro cuerpo cambia también en el curso de nuestra vida (enfermedad, edad, etcétera) el conjunto de las percepciones del cuerpo si gue siendo siempre el punto de reunión de todas las otras ideas, como un centro del que parten los actos motores”.45 B . Meynert y la mitología cerebral Fue por cierto de una manera muy original y personal como Griesinger restableció la tendencia materialista a retraducir los datos psicológicos a metáforas fisiológicas. Su discípulo Meynert iba a elevar al nivel de sis tema el aspecto más particularmente neurologizante de la doctrina de su maestro, imponiendo de ese modo en los países de lengua alemana esa “mitología cerebral” que también se estableció por otra parte en la mis ma época en Francia, con Charcot y su escuela, y en los países anglosa jones con Bastían y Ferrier. Ella se basaba en la doctrina de las localiza ciones cerebrales, retomada de la tesis frenológica, esa vez apoyada por descubrimientos anátomo-clínicos (localización de las lesiones de la afa sia por Broca en 1861), por trabajos anatómicos (Meynert), y por inves tigaciones experimentales con la estimulación cortical localizada (Fritsch y Hitzig: 1870), todo lo cual le confirió la garantía de una me todología rigurosa. La doctrina “unitaria” de Flourens (1824), quien con sideraba que los lóbulos cerebrales constituían un todo funcional global e indiviso, base material del espíritu (tesis de inspiración espiritualista), perdió así durante cierto tiempo su prevalencia en ese campo de investi gación; a principios del siglo siguiente se producirá el retomo de teorías completamente análogas, con la reacción globalista. 175
Desde 1865 Meynert elaboró su doctrina, a continuación expuesta en detalle en el primer tomo46 (el único que apareció) de su tratado de psi quiatría (1884). Ella se basaba en una concepción del sistema nervioso que lo presentaba como una red de fibras de conexión que relacionan ele mentos nodales, las células nerviosas, y conducen la “fuerza nerviosa” de uno a otro de esos elementos excitables. En el nivel de la corteza, sus trabajos de microanatomía iban a permitirle distinguir dos tipos de fibras blancas de conducción: —Las fibras de proyección que vinculan la superficie cortical con los centros grises de la médula y del tronco cerebral, y por lo tanto, a través de ellos, con el conjunto del cuerpo y su periferia; — las fibras de asociación que solidarizan y unen entre sí a todos los puntos de la corteza, constituyendo una inmensa red de conexiones. La corteza cerebral aparece entonces como una especie de “molusco” insertado en el funcionamiento reflejo medular, cuya actividad controla y descompone. Fundándose en su maestro Griesinger pero también en el asociacionismo de Stuart Mili, Meynert concibió la actividad cortical como de naturaleza esencialmente asociativa', ella se desarrollaba entre los diversos territorios de proyección de las sensaciones provenientes de la actividad subcortical: elementos sensitivos periféricos y sensoriales (órganos de los sentidos), sensaciones de inervación motriz (sentido muscular que informa a la conciencia sobre la motricidad refleja espontá nea). La asociación de esas sensaciones elementales de diversos regis tros, de las cuales la corteza conservaba la huella (“permeabilización” de las vías de asociación) engendraba a continuación, según el análisis asociacionista, imágenes complejas de objetos, ideas, conceptos y len guaje, a través de una actividad inductiva que era sólo el reflejo mental de las conexiones nerviosas. De ese modo, dos sensaciones simultáneas (balido de un camero y visión del animal) son asociadas en una imagen cuyo conjunto podrá ser suscitado por la excitación que produce un solo elemento (inducción). Ese modelo lógico simplificado adquiere entonces una segunda valencia por la superposición, en el concepto psicológico de asociación, de un correlato anátomo-fisiológico, la asociación córtico-cortical; en el caso del camero, por ejemplo, la fijación de una liga zón entre un punto de la corteza visual y un punto de la corteza auditiva. A ese fenómeno, Exner, alumno de Meynert, lo denominará vía abierta, facilitación (alemán Bahnung, francés frayage), después de haberse des cubierto la estructura de la neurona. La corteza cerebral se presenta en consecuencia como un vasto com plejo de centros de imágenes, al principio una tabla rasa, donde se ins 176
criben a la largo de la vida las huellas de todas las sensaciones que allí dejan su impresión, y de sus ligazones sincrónicas y sucesivas. Meynert rechaza por otra parte la noción de instinto (cf. Helmholtz), fenómeno en el que no ve más que una modalidad de la actividad refleja. La motricidad voluntaria se desarrolla sobre la base de las imágenes motrices de positadas por aquélla, y de los lazos asociativos con las sensaciones co nexas. Así, el niño de pecho que tiene hambre sólo busca el seno des pués de una primera experiencia de satisfacción: entonces se establece el vínculo entre la sensación interna dolorosa y el recuerdo de la satisfac ción y de las impresiones a ella ligadas, en particular las sensaciones de inervación provenientes del acto reflejo de la succión. En suma, el acto voluntario no es más que la movilización mnémica del acto reflejo subcortical; querer es en última instancia recordar. Siguiendo ese modelo general se constituye una vasta red cortical asociativa en la que el juego de las oposiciones (asociaciones por contras te), y de las correlaciones, limita y coordina las posibilidades asociativas (pensamiento ordenado). Las sensaciones provenientes del cuerpo propio constituyen en esa red un núcleo que corresponde a la primera noción del yo (yo primario infantil); a ese núcleo primitivo se agregan progresiva mente las imágenes de objetos del mundo exterior con los cuales está en relaciones constantes y que de ese modo podrán llegar a serle más caras y personales que su propia individualidad; la constitución de ese yo se cundario explica los valores relaciónales y sociales y su frecuente pree minencia sobre la autoconservación.47 Así la estructuración de la red asociativa y la constitución del yo se suman para una regulación del jue go asociativo (cf. Griesinger). Pero el funcionamiento de la conciencia reposa en condiciones metabólicas y en definitiva vasomotrices. Puesto que las posibilidades de irrigación sanguínea de la corteza son limitadas, en ella los territorios asignados están en función de sus necesidades, es decir de la medida en que están en actividad. Por debajo de un cierto nivel de perfusión, la actividad fisiológica, sin ser nula, es insuficiente para producir la conciencia, de modo que las imágenes de que se trata son la tentes, inconscientes. Volvemos a encontrar en ese punto la teoría del umbral (Herbart-Fechner), respecto de la cual Meynert intenta en conse cuencia una interpretación,metabólica. Se va a servir de ella para expli car diversos estados fisiológicos (el dormir y el soñar) o patológicos (confusión mental y delirios oníricos: su amencia).48 Si, en efecto, a continuación de condiciones diversas la irrigación sanguínea de la corteza desciende por debajo de cierto umbral, la red asociativa ya no puede fun cionar correctamente y se asiste a una verdadera involución psíquica: in coordinación del pensamiento y reducción del yo por regresión a su es tructura primitiva infantil (pensamiento borroso, automatismos impul sivos “subcortieales”, yo primario egoísta), y después confusión mental 177
propiamente dicha con falta de distinción de las percepciones e imáge nes, realización alucinatoria de los deseos, asociaciones azarosas, no re conocimiento de los objetos (pensamiento onírico), y finalmente obnu bilación, inconsciencia y dormir. C. El modelo neuropsicológico Para concluir, nos falta subrayar la inmensa difusión de ese modelo neu ropsicológico que constituye el bosquejo básico del pensamiento de Meynert y que se denominó “conexionismo”, puesto que se fundaba en la idea de las conexiones nerviosas entre centros corticales de imagen. Wemicke habrá de perfeccionarlo, lo mismo que Charcot en Francia,49 y servirá para explicar una multitud de problemas patológicos, desde las afasias hasta las alucinaciones. Pondremos de relieve dos puntos en parti cular: \ —La mayor parte de sus partidarios se apoyaban en él para refutar toda localización de las funciones psíquicas propiamente dichas (con ciencia, inteligencia, memoria) aduciendo que, fundadas esencialmente en las conexiones asociativas, tales funciones aparecen como emanando del conjunto de la actividad cortical. No obstante, algunos que utilizaban un modelo psicológico más próximo al esplritualismo o a Wundt (apercep ción) trataron de atribuir a ciertas áreas sin especialización sensorial o motriz particular (corteza prefrontal o puntos de cruce) una función de regulación y de síntesis; ésa era, por ejemplo, la posición de Flechsig. —En el conexionismo, el lenguaje es esencialmente concebido como la asociación de una palabra y una idea (complejo de imágenes) de la que pasa a ser el signo. La palabra es a su turno analizada como un comple jo de imágenes: auditiva (palabra oída), visual (palabra leída), motriz de articulación (palabra hablada), motriz gráfica (palabra escrita).50 Esta concepción más taxonómica que nerviosa del lenguaje anula su estructu ra al atomizar los componentes. En consecuencia, si bien sigue siendo presentado como el instrumento necesario de las formas más complejas del pensamiento, lo que se tiene en vista es su función de signo (y el cúmulo cultural que autoriza), más que una función propia de analizador. El pensamiento abstracto es de hecho concebido sin vínculo intrínseco con el lenguaje, que a continuación se le une como instrumento privile giado. En suma, an el seno de esa nueva versión del asociacionismo encon tramos las características constantes de esta doctrina, en este caso hechas más complejas por la traducción neurológica de sus partes constituyen 178
tes. Pero en Gran Bretaña ya había surgido la corriente evolucionista: al principio síntesis,51 será a continuación uno de los terrenos de origen de una crítica radical.
NOTAS 1. Cf. los capítulos precedentes. 2. Sobre Herbart, cf. los capítulos dedicados a él en la obra de E. G. Boring: A History o f Experimental Psychology, 1950, y sobre todo en el estudio fundamental de T. Ribot: La psychologie allemande contemporaine, 1879. 3. Si bien rechaza la experimentación, por esencia analítica, en nombre de la unidad del alma, Herbart recomienda la observación; su escue la iba en consecuencia a producir numerosos trabajos de psicología étnica y psicopedagogía. 4. Para Herbart se trata evidentemente de estados inestables: si una repre sentación es reprimida por otra más fuerte y antagonista, podrá re aparecer si una tercera antagoniza a su tumo a la representación dominante, o si entra en conexión con una o varias representacio nes conscientes (llamado asociativo). 5. En esa concepción de las cosas, Herbart fue fuertemente influido por el modelo de las proporciones matemáticas en las relaciones armóni cas de los sonidos de la escala (cf. el estudio de M. Straszewski: “Herbart, sa vie, sa philosophie”, 1879). 6. Más detalles acerca de este tema se encuentran en T. Ribot: La psychologie allemande... 7. También en este punto el campo estético (musical en particular) pro porciona el paradigma de emociones determinadas por las relacio nes y proporciones de las partes de lo percibido o representado. 8. Toda una tradición filosófica, desde Platón hasta Leibniz y desde Leib niz hasta Hegel, se refleja en esa intuición de la conciencia como efecto y objetivo final de una dialéctica en la que el pensamiento es más un esfuerzo y una tensión, un proceso, que un conocimien to inmanente. 9. Cf. infra, el subtítulo “Griesinger: el yo y la represión”. 10. Sobre Fechner, cf. los capítulos correspondientes de las obras de con junto de T. Ribot: La psychologie allemande..., de E. G. Boring: A History..., y sobre todo M. Foucault: La psychophysique, 1901. 11. Acerca de esta cuestión de la experimentación en psicología, señale mos también la obra monumental de E. G. Boring: A History..., que constituye una notable puesta a punto histórica respecto de aquélla.
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Capítulo IX LA SINTESIS EVOLUCIONISTA (I): FUNDAMENTOS TEORICOS
Bain y las bases psicofisiológicas A. Bain y el sentido muscular Hasta Stuart Mili inclusive, como ya lo hemos visto, el asociacionismo inglés siguió siendo una psicología de los estados de conciencia todavía muy próxima a la teoría empírica del conocimiento y basada en una me todología introspectiva. Desde el punto de vista metafísico, el idealismo de Berkeley era todavía el telón de fondo y Stuart Mili finalmente reto mó en gran medida los argumentos de ese autor. Fue a partir de media dos del siglo XIX cuando las ideas materialistas, ya muy influyentes en Francia y Alemania, comenzaron a hacer pie en Inglaterra, reencontrando de tal modo su tierra de origen y de elección (cf. Hobbes y Hartley). Las cosas iban entonces a desarrollarse muy rápidamente: en el espa cio de una o dos décadas, la psicología inglesa se convirtió en fisiologista, evolucionista y comparativa. Aunque los autores que provocaron esa mutación eran en realidad contemporáneos, resulta preferible estu diarlos en la secuencia lógica en la que se disponen sus ideas, orden éste que por otra parte corresponde a la realidad de la repercusión que tuvie ron. Así, Bain,1 cuyo tratado apareció el mismo año (1855) que la pri mera edición de los Principios de psicología de Spencer, tuvo al co mienzo más influencia, incluso sobre el propio Spencer, que en conse cuencia modificó considerablemente la segunda edición de su obra (1873). Bain era amigo y discípulo de Stuart Mili, y sus propuestas psicoló gicas se aproximaban bastante a las de su colega mayor. Al estudio in
trospectivo, descriptivo, clasificatorio y analítico de los estados de con ciencia, siempre añadió no obstante el estudio fisiológico del soporte material y nervioso de la actividad mental. Más bien inclinado a un ma terialismo paralelista (la secuencia de los fenómenos psicológicos, se gún él, reposaba en una secuencia correspondiente de fenómenos nervio sos), suele conformarse con yuxtaponer, al clásico examen de las sensa ciones, imágenes y asociaciones, una revista de las nociones conocidas de la fisiología de los órganos de los sentidos y del sistema nervioso. En el dominio del movimiento y del “sentido muscular”, esas posiciones de principio desembocan no obstante en una tesis más original que signa el conjunto de su sistema. Bain reconocía, en efecto, una actividad primaria espontánea, puro gasto de “fuerza nerviosa”, expresión de la integración de las sustancias nutritivas en el nivel del sistema nervioso y del exceso de energía que derivaba de aquélla.2 Esa actividad primitiva, que se desarrolla al azar, deposita las primeras sensaciones de movimiento, los primeros datos del sentido muscular. Esos movimientos espontáneos provocan por otra parte sensaciones particulares de placer y displacer,3 que entrañan su acrecentamiento o su inhibición. Así, por la asociación de las emociones, las imágenes de movimientos y las percepciones, se bosqueja una selec ción experimental de los movimientos adecuados para una determinada experiencia o propia para desencadenar una reacción en particular; la multiplicación de ese tipo de asociación está en el origen de los que más tarde aparecerán como fenómenos voluntarios. Estos se basan en la dife renciación selectiva de los distintos movimientos asociados de entrada en las combinaciones difusas de la motricidad espontánea. El poder volun tario se origina así en la discriminación y la coordinación de los movi mientos elementales que componen a dicha motricidad espontánea, salvo que la voluntad no puede diferenciar lo que es indiferenciable en la es tructura preformada de las inervaciones motrices (es imposible, por ejemplo, separar los movimientos de cada dedo del pie). En el análisis del resumen clásico de lo que corresponde a las diferen tes sensaciones en nuestra percepción del mundo exterior, Bain atribuye por otra parte al sentido muscular un papel capital, puesto que a su jui cio desempeña la función esencial en la constitución de nuestra concep ción de la exterioridad espacial. El sentido muscular provee directamente nociones estáticas (resistencia, peso) y dinámicas (duración, extensión); aliado al tacto, produce las nociones de longitud, superficie, volumen, forma, dirección y situación; vinculado a la vista (motricidad propia de los músculos anexos a los globos oculares), genera el espacio visual, fundamento esencial de nuestra concepción del espacio. De modo que, si bien, de acuerdo con la tradición de Berkeley, insiste en la subjetividad total de nuestras sensaciones, Bain subraya en la dis 183
criminación entre imágenes y percepciones el papel principal de los mo vimientos que modifican las segundas y no las primeras.4 “La extensión es el hecho objetivo por excelencia; el placer y el dolor son las fases mejor marcadas de la subjetividad. Entre la conciencia de la extensión y la del placer, está la línea de demarcación más amplia que la experiencia humana puede trazar en la totalidad del universo existente. De modo que allí están el extremo objeto y el extremo sujeto: y en último análisis el extremo objeto parece reposar en el sentimiento de un gasto de energía muscular.”5 Así como reduce el yo a una simple colección de estados de conciencia presentes y pasados, Bain, lo mismo que sus precursores asociacionistas, rechaza desde luego la conciencia como criterio verídico in manente de la realidad mental (cf. los espiritualistas): a su juicio, toda una multitud de hechos demostraban que la conciencia percibía aparien cias e ilusiones, tanto en lo concerniente al mundo interno como al mundo exterior. B. El modelo psicofisiológico de fines del XIX Así, en ese tercer cuarto del siglo XIX, en todo Occidente se estableció un materialismo sólidamente implantado en la neurofisiología. Hemos estado considerando a sus principales representantes: Taine en Francia; Helmholtz, Wundt y Meynert en Alemania, Bain en Inglaterra. Cada una de las componentes nacionales de esa vasta corriente aportó su acento particular a una concepción de conjunto que siguió siendo extremada mente homogénea. Los franceses (ya lo dijimos) continuaron sobre todo vueltos hacia la psicopatología, y fueron esencialmente los alienistas y la escuela de Charcot quienes hicieron uso del modelo ahora clásico.6 Los alemanes se adhirieron a una concepción fisicalista, en la que el ide al de la medición y de la ley matemática dominó una investigación de espíritu experimentalista. A través de Bain, Inglaterra conservó el con tacto con la teoría lógica, tierra de origen del asociacionismo. Además, los tratados de psicología de ese período presentan un sor prendente homomorfismo: lo atestigua el largo capítulo dedicado a la anatomía del sistema nervioso y de los órganos sensoriales que en todas esas obras constituye una parte importante, y que suele ser la entrada en materia. La convicción de que todo hecho psíquico es al mismo tiempo un hecho físico, nervioso por cierto, pero que interesa también al con junto del organismo, constituyó en adelante la columna vertebral de la psicología. A ese lenguaje común se tradujeron las tesis psicológicas heredadas del asociacionismo, del utilitarismo, incluso del esplritualis mo, entonces confirmadas, enmendadas, rectificadas por una búsqueda cuya preocupación por el carácter concreto, a un siglo de distancia, suele hacemos sonreír. 184
Sobre esa base se erigió el edificio evolucionista: la ligazón, la iden tidad de lo psíquico y lo corporal, en efecto, más que un postulado cons tituía para esta posición una evidencia previa tan segura que ni siquiera planteaba más problemas. Sólo con esa condición el espíritu pudo inte grarse conceptualmente a la sucesión jerárquica de los fenómenos natura les. Durante mucho tiempo las dos concepciones estuvieron lo bastante próximas entre sí como para mezclarse, confundiendo sus fronteras: nu merosos representantes prominentes de ambos movimientos eran con temporáneos, no cesaban de citarse recíprocamente y de tomar unos de otros sus conceptos y sus materiales. Sin embargo, retroactivamente, la delimitación es evidente y, como veremos, concluyó por cristalizarse en un conflicto irreductible.7
Spencer A. Orígenes del evolucionismo El evolucionismo fue resultado de la síntesis de dos corrientes de pensa miento. La primera, relativamente antigua, se originaba en la idea de que las transformaciones sociales (en sentido amplio: políticas, intelectua les, técnicas, morales, etcétera) de las que la historia había podido hasta ese momento conservar el recuerdo, ponían grosso modo de manifiesto una evolución, en el sentido de un progreso continuo, de modo que desde los orígenes se habrían sucedido las etapas de un desarrollo que sin cesar conducía al hombre y a la sociedad hacia un grado mayor de bienestar, de libertad, de saber y de técnica, y también de conciencia. Si bien la idea del devenir se puede encontrar muy lejos en la historia del pensamiento, es indudable que fue la época clásica la que proveyó sus bases materiales a esa corriente intelectual. La conciencia aguda de las mutaciones que signaron el fin de la Edad Media y el Renacimiento (nacimiento de las ciencias exactas, advenimiento de un pensamiento político individualis ta, autonomización de la filosofía respecto de la religión, progreso de las técnicas, etcétera) se expandió en el siglo de las luces con la certidumbre de la llegada de un hombre nuevo que la gran Revolución querrá ubicar en la base del nuevo orden social. El despliegue de un proceso evolutivo social les pareció entonces evidente a quienes observaron que en algunos siglos se había pasado de una sociedad feudal y cristiana a Estados de ideología democrática, y de una economía de subsistencia a la sociedad industrial y científica. Por lo tanto, si bien esa corriente de pensamiento se originaba en la filosofía de las luces (en Condorcet en particular), fue en la primera mitad del siglo 185
XIX cuando se convirtió en un tema filosófico dominante, con los pro fetas del socialismo utópico (Saint-Simon, Fourier) y sobre todo con Hegel y Auguste Comte,8 quien, como se sabe, tomó mucho de los pri meros. La doctrina comteana de los tres estados (teológico, metafísico, positivo) por los cuales a su juicio pasaba todo campo u objeto de pen samiento y, en correspondencia, toda organización social, iba a ejercer una influencia preponderante tanto en Spencer como en los primeros te óricos de la antropología comparada. La segunda corriente, más reciente, estaba representada por el trans formismo, es decir el descubrimiento de que las especies animales y ve getales, lejos de perpetuarse idénticas a sí mismas desde el Génesis, no habían cesado de evolucionar y transformarse, y que con igual derecho podían dar lugar a un cuadro clasificatorio y a un árbol genealógico. La biología se constituyó verdaderamente en el pasaje del siglo XVIII al XIX, en tomo del vitalismo y de la noción de organización que privile giaba el funcionamiento vital unitario del organismo en relación con la autonomía de los órganos. El juego de las comparaciones en la morfolo gía externa de las especies, que generó los cuadros taxonómicos de la época clásica, fue reemplazado entonces por el estudio del plan de organi zación interna y la anatomía comparada. El nacimiento de la geología y el estudio de los fósiles proporcionó materiales complementarios a esa evolución conceptual que Lamarck9 dotó de un aparato teórico en su Filosofía zoológica (1809).10 Es preciso observar la visión armonista del universo en cuyo seno se ubican estas concepciones: la evolución de las especies las conducía a una complejidad cada vez mayor de su organi zación y a una adaptación cada vez mejor al medio; los esfuerzos del or ganismo por satisfacer sus necesidades y los hábitos adquiridos en el proceso modificaban directamente los órganos y la organización, cam bios éstos que se transmitían a la descendencia. Las especies vivas cons tituían así una gradación progresiva en la que cada grupo representaba una etapa de un proceso de perfeccionamiento indefinido. Se habrá adver tido la homología de esta tesis con la ideología social del progreso: ve remos de qué modo Darwin se aparta nítidamente de una tal concepción del transformismo. También otras corrientes (geología, astronomía, paleontología, an tropología, arqueología, estudio de las lenguas, etcétera) concurrieron a la constitución del evolucionismo. Como lo ha subrayado con énfasis Michel Foucault {Les mots et les choses), fue todo el conjunto del pensamiento occidental el que, desde principios del siglo XIX, integró la dimensión diacrónica y empezó a pensar la historia. En tal sentido, Herbert Spencer sólo fue el espíritu más sintético, el pensador más amplio y el precursor de una vasta corriente que por otra parte produjo también a Karl Marx, Charles Darwin y los inicios de la antropología comparada. 186
En ella el ser perdió su estabilidad y su autonomía (cf. las mónadas de Leibniz) para reducirse a un devenir continuamente móvil y a una inter dependencia permanente respecto de lo antecedente y lo coexistente. B. La psicología spenceriana Los grandes lincamientos de la doctrina de conjunto de Herbert Spencer aparecen enunciados en la primera edición (1855-1856) de Principios de psicología, pero todos sus aspectos fueron desarrollados sistemática mente en los diez volúmenes de su Sistema de filosofía sintética (1862-1892). La nueva versión de Principios de psicología (1870-1872) constituyó los volúmenes cuarto y quinto, entre los Principios de la biología y los de la sociología.11 En el ínterin habían aparecido las obras de Darwin, lo mismo que numerosos trabajos de sociología primi tiva, cuyos materiales e ideas Spencer utilizó con frecuencia en esa gran síntesis del pensamiento evolucionista. De modo que con Spencer la psicología empirista abandonó el área del fenomenismo en la que la habían confinado Berkeley y Hume. Spen cer propuso como marco conceptual un realismo “transfigurado”, cerran do de esa manera el ciclo iniciado por los nominalistas occamianos del prerrenacimiento. Según él, existe una correspondencia global entre la realidad externa y los datos de la percepción, aunque el conjunto de los elementos y sus relaciones estén tan deformados que lo real, en su esen cia, siga siendo incognoscible para siempre. No obstante, la correspon dencia entre las variaciones concomitantes de los dos tipos de fenóme nos, externos e internos, permite la construcción de las ciencias positi vas. Por lo tanto, el conocimiento sensible no es simplemente reductible a hechos de conciencia: también constituye el símbolo, la transposi ción de lo incognoscible, es decir de las causas últimas (esencia de la materia, de la fuerza, del espíritu, en resumen, del ser). Esa expresión tomada de Hamilton señala la posible conciliación que procura Spencer entre un saber limitado a los fenómenos, a las transformaciones de lo incognoscible (positivismo) y una religión excluida de lo real sensible. Sobre tales bases puede entonces enunciarse la gran ley que gobierna la transformación de las realidades existentes: la ley de la evolución. La persistencia de la fuerza, la multiplicidad de los efectos, entrañan un pa so incesante de lo homogéneo, difuso, incoherente, a lo heterogéneo, de limitado, coherente, tanto en el nivel de la materia como en el del movi miento: el resultado es una diferenciación cada vez mayor del ser, un acrecentamiento de la complejidad de su estructura. Una ley inversa, de disolución, acompaña desde luego a la gran ley de la evolución, llevan do lo complejo a lo simple, lo heterogéneo diferenciado a lo homogéneo indiferenciado. Spencer puede así trazar el bosquejo de una génesis evo 187
lucionista: desde la nebulosa primitiva hasta la condensación del sistema planetario (tesis de Laplace), desde el globo en fusión hasta la infinita diversidad de la corteza terrestre, desde el organismo unicelular hasta las plantas y los animales más complejos, desde los peces a los mamíferos primitivos, y después hasta los primeros hombres, desde la unidad pri mitiva del género humano hasta las diferentes razas que lo componen en la época moderna, desde estas últimas a las diversas civilizaciones, hasta la diferenciación incesante y además creciente de los hechos sociales y culturales, desde las sociedades primitivas hasta la Inglateira victoriana y las relaciones internacionales. En efecto, consideraba evidente la analo gía entre la evolución de las especies y la de las sociedades: crecimiento en tamaño, creciente diferenciación estructural interna, mayor compleji dad de la organización y aumento de la dependencia recíproca de los ele mentos en la división del trabajo orgánica o social. En consecuencia, parecía claro que los fenómenos fisiológicos y psi cológicos debían ser concebidos como esencialmente de la misma natu raleza y ubicados en una continuidad evolutiva y genética. En el orga nismo unicelular, la irritabilidad primitiva de un tejido no diferenciado asegura el conjunto de las funciones metabólicas y reproductoras. Acompañando al acrecentamiento cuantitativo y de la diferenciación de los elementos constitutivos, las diversas funciones vitales se van a encon trar, en los organismos pluricelulares, asumidas por aparatos especiali zados; así, el sistema nervioso centraliza progresivamente las funciones de adaptación al ambiente, en particular las sensorio-motrices. El arco reflejo simple constituye su organización primitiva, en la que una sola contracción responde a una sola impresión. La vida consiste en efecto en un ajuste continuo de las relaciones internas (organismos) a las relacio nes externas (medio circundante): la correspondencia es al principio di recta y homogénea, y el ser unicelular sólo puede sobrevivir en un me dio adecuado que presente características fijas. Acompañando a la evolu ción, el carácter cada vez más complejo de las estructuras biológicas per mite una extensión del poder adaptativo en el espacio y el tiempo, un crecimiento de las capacidades de respuesta y del poder discriminador y la capacidad sintética ante las modificaciones del medio; las corresponden cias se vuelven cada vez más numerosas y complejas, distantes y especí ficas; su coordinación y su integración permiten la supervivencia en ambientes cada vez más variables y en condiciones cada vez más alejadas de las condiciones originales óptimas. El desarrollo del sistema nervioso desempeña una función esencial en ese progreso: del reflejo simple se pasa al reflejo complejo, en el que una combinación de contracciones musculares responde a una combina ción de impresiones. El instinto, transmitido hereditariamente, es un fe nómeno de naturaleza idéntica, en el que las coordinaciones son aun más
complejas y organizadas. A partir de un cierto nivel de diferenciación y de complejidad, los montajes instintuales ya no pueden funcionar de ma nera automática: su puesta en acción se vuelve más irregular y conflicti va, puede ser sólo bosquejada y reprimida, y se ingresa en la esfera psí quica propiamente dicha. La memoria, en efecto, consiste en un inicio de puesta en acto, de inervación motriz, de naturaleza instintual, en res puesta a las impresiones perceptivas correspondientes, de tal modo reco nocidas.12 Así se constituyen las imágenes mentales, recuerdos debilita dos de las percepciones y de las respuestas motrices correspondientes que las ubican, y después base del desarrollo de la inteligencia. Por otra parte, el deseo también se origina en esa fase evolutiva: es el aspecto motriz, impulsivo del acto instintual retenido en su realiza ción por la puesta en juego de factores antagonistas. El produce los fe nómenos voluntarios, siendo la volición el resultado del conflicto de impulsos hacia el acto cuando desemboca en el movimiento apropiado. El deseo es también la fuente de los sentimientos simples cuya agrega ción en virtud de las asociaciones mentales va a constituir las emocio nes, tanto más poderosas cuanto más importante sea el número que agrupan de sensaciones elementales, es decir de impulsos instintivos. Es el caso de la pasión amorosa, que según Spencer agrega a los elementos puramente físicos emociones estéticas, sentimientos no sexuales de afecto, de admiración, de satisfacción de la autoestima, un placer de pose sión y la participación simpática en el placer del compañero; cada una de estas emociones es en sí compleja y conduce a un alto nivel de excita ción, y el agregado final representa una de las motivaciones más podero sas que afectan al ser humano. Existe en efecto un vínculo íntimo entre sentimiento y volición; en ese punto Spencer se adhiere al utilitarismo, cuyo análisis renueva considerablemente: el placer resulta del ajuste ade cuado entre el organismo y su medio; el bien y las leyes de la naturaleza están consecuentemente en una conrelación estrecha; todo organismo que no respetara esa necesidad estaría automáticamente destinado a la destruc ción (interpretación biológica del utilitarismo). Aún nos falta subrayar al pasar un punto esencial de este análisis evolucionista del psiquismo: este análisis retoma el esquema fisiologista del reflejo como modelo estructural de la actividad mental (cf. Griesin ger) pero introduciendo un matiz capital. Si bien, en efecto, las “faculta des mentales” siguen siendo pensadas como las formas más elevadas de los procesos sensorio-motores (volveremos a encontrar este punto en Jáckson), si bien la neurología subsiste como base material, fundamento de la psicología (incesantemente Spencer se manifiesta paralelista), el evolucionismo introdujo sin embargo una jerarquía allí donde el fisiologismo veía una homología de estructura. Así, tanto el pensamiento co mo el lenguaje o la afectividad aparecen naciendo de una represión de la 189
acción (en el sentido del acto impulsivo) cuyo relevo aseguran. Resulta entonces que se atribuye al psiquismo una función esencial, lo que im posibilita toda concepción simplemente “epifenomenista” (la conciencia como epifenómeno de la actividad nerviosa superior, sin función pro pia). Veremos la importancia que este tema tuvo para Jackson, para Freud y para los funcionalistas. Señalemos en seguida que al reintroducir potencialmente una causalidad psíquica, condujo a un dualismo por lo menos metodológico, más allá de un puro determinismo mecánico (mo nismo). Los mismos principios generales iban a guiar el análisis de la inteli gencia en Spencer: en él se encuentra el camino clásico del asociacionis mo traspuesto al plano de una génesis evolucionista, concepción más amplia que permite integrar en ella numerosas criticas, en particular aprioristas. Para Spencer, la condición de todo pensamiento y toda con ciencia reside en la desemejanza, que es lo único que hace posible una discriminación de los estados de conciencia sucesivos. La operación fun damental del espíritu es entonces la percepción de las relaciones de se mejanza (no cambio) o de diferencia (cambio: sucesión, secuencia) en el nivel de los datos perceptivos brutos o de sus recuerdos debilitados, las imágenes mentales. El resultado del funcionamiento mental elemental es por lo tanto la diferenciación y la integración continua de los estados de conciencia; allí se origina la clasificación (de las cosas) y forma la base del razonamiento primitivo, concreto y cualitativo (clasificación de re laciones). La percepción de la igualdad de las cosas y de las relaciones desemboca en la búsqueda de la identidad, lo único que permite el razo namiento cuantitativo y la medición; la extensión lineal provee el mo delo y el patrón al que se reduce todo cálculo. Los nombres de las unida des de medida (pulgada, pie, paso, codo), las bases evidentemente digita les (5, 10, 20) de los sistemas de numeración más usuales, traicionan sin ambigüedad el origen concreto y empírico de las operaciones de cuantificación. De la coordinación de los razonamientos cuantitativos nacen las ciencias abstractas; el conjunto de las ciencias, sea cual fuere su nivel de evolución, siguen estando vinculadas entre sí por un consen so técnico y conceptual. Lo mismo que la vida, la inteligencia consiste en una corresponden cia de las relaciones externas y las relaciones internas, en este caso entre las secuencias y coexistencias reales del pensamiento. El grado de atrac ción entre elementos psíquicos es correlativo del grado de ligazón de los hechos reales correspondientes. Allí encontramos las bases de la ley de asociación de las ideas, salvo que su sustrato es fisiológico (cambio co rrelativo de los elementos nerviosos) y que ciertas asociaciones indisolu bles, como el espacio y el tiempo, se transmiten hereditariamente a tra vés de la estructura del sistema nervioso. 190
Al análisis empírico y asociacionista de la inteligencia (tal como lo ha recibido de Stuart Mili), Spencer le añade en consecuencia la correc ción de la existencia de relaciones fisiológicas preestablecidas, transmiti das hereditariamente, base de las presuntas formas a priori del pensa miento; el análisis empírico sigue siendo filogenéticamente exacto, si bien su proceso ya no se despliega de nuevo en cada individuo. Así Spencer, lo mismo que Bain, puede analizar la relación de coexistencia constitutiva de la noción de espacio en tanto que secuencia de hechos de conciencia perfectamente reversible (por oposición a la relación de suce sión temporal) —y por lo tanto reducir el espacio al tiempo, dimensión específica de la conciencia— mientras considera el espacio y el tiempo como formas innatas del pensamiento. El evolucionismo representó en efecto la gran síntesis de las diversas corrientes de la psicología europea del siglo XIX: integró en una con cepción fundamentalmente empirista y asociacionista el apriorismo kan tiano y el nativismo, así como la jerarquía psicológica de los espiritua listas, todo ello en un marco materialista y psiconeurológico. De ese modo iba a representar el horizonte más general del pensamiento de fin de siglo en psicología y filosofía; los autores se diferenciaban más por matices “dialectales” que por verdaderas divergencias, siempre en el inte rior de esa “lengua fundamental” común. Desde esa perspectiva tendre mos que estudiar el matiz darwinista del evolucionismo. C. La antropología evolucionista Pero el pensamiento psicológico de Spencer superó ampliamente el marco individualista heredado del asociacionismo, que constituía el hori zonte de las tesis fisiológicas o espiritualistas. Su sociología13 fue por más de una razón la fuente y la síntesis de otra gran corriente de la psi cología evolucionista. Si bien Spencer tomó de Comte la palabra mis ma y, con ella, la idea de un orden propio de los fenómenos sociales, irreductible a la suma de los hechos individuales que aquéllos abarcan, la teoría de la evolución le permitió en ese caso como en otros hacer apare cer un vínculo genético entre esos órdenes empíricos que según Comte eran radicalmente heterogéneos. Ya hemos visto que Spencer atribuye a las sociedades un tipo de existencia homólogo al de los organismos: crecimiento progresivo en volumen, diferenciación interna creciente, solidaridad e interdependencia cada vez mayor entre los elementos constituyentes; la comparación entre la evolución dé los dos órdenes de fenómenos parece convincente e ilus tra su continuidad genética. A partir de una organización primitiva indiferenciada, en la que los miembros del grupo son funcionalmente inter cambiables, surge una diferencia entre los individuos encargados de las 191
relaciones externas, en particular de la guerra (amos), y los que aseguran las relaciones internas de subsistencia (esclavos). Cuando, como conse cuencia del crecimiento propio del volumen o por la agregación de los grupos entre sí, la entidad social toma una dimensión tal que la separa ción entre las dos clases que la componen se hace tajante y plantea pro blemas prácticos, se interpone un sistema distribuidor intermediario. A partir de esas tres capas fundamentales se desarrollan a continuación el sistema productor o de sostén, el sistema distribuidor o de transporte, y el sistema regulador, gubernamental y militar; este último, a través de las instituciones ceremoniales indispensables para su dominio sobre el conjunto social, dará origen a las instituciones políticas, religiosas y sociales. Es patente la analogía entre ese esquema general y las etapas de la evolución embrionaria: masa celular indiferenciada, embrión de dos y después de tres plegamientos, desarrollo de los diferentes órganos y de la jerarquía orgánica. Pero si bien el hecho social tiene de ese modo un orden propio de existencia y desarrollo, también descansa en ciertos caracteres psicológi cos de los individuos constituyentes de los grupos humanos; a la recí proca, y acompañando a la evolución de las sociedades, esos caracteres psicológicos sufren ellos mismos una evolución muy importante.14 Y al principio la existencia misma del grupo reposa en la aparición de un tipo particular de sentimientos que Spencer opone a los sentimientos egoístas basales (utilitarismo puramente individual) como sentimientos altruistas, que corresponden a lo que los utilitaristas denominaban “sim patía”. En el nivel inferior, están de entrada los sentimientos ego-al truistas: el individuo “aprende por experiencia la utilidad que tiene, en lo que concierne a sus propios fines, evitar la conducta que provocaría en los otros manifestaciones de cólera, y adoptar la que suscita en ellos ma nifestaciones de placer”.15 Como consecuencia de las peculiaridades pro pias del psiquismo primitivo,16 esas nociones se interiorizan y generan una primera forma de moral y de sentimiento religioso, basada en la ver güenza, el miedo y el gusto por la aprobación. Sólo mucho más tarde aparecen los sentimientos altruistas propiamente dichos (generosidad, piedad, sentimiento de justicia, misericordia): para ello es preciso una prolongada elaboración sintética de los elementos precedentes, su enraizamiento en virtud de la herencia, y también la disminución de las acti vidades guerreras y predadoras necesarias para los grupos primitivos. Todo ello significa desde luego que una serie de conflictos entran en juego entre los grupos de tendencias y sentimientos que aparecen sucesi vamente en la evolución de las especies (y de la especie humana) y que representan intereses potencialmente antagónicos. Así, Spencer subraya la oposición entre la conservación individual y la reproducción de la es pecie (sexualidad), lo mismo que entre esos grupos instintivos primor 192
diales y las tendencias sociales de aparición ulterior. En Darwin veremos este punto más acabadamente desarrollado. Todas esas nociones permitieron a Spencer trazar un retrato del hom bre primitivo y de las características generales de su psicología: impul sividad, predominio de la acción primaria de las emociones, sin gran de liberación consciente (poca acción del juicio), conservadorismo funda mental (escasa plasticidad, fijeza de las costumbres), dominio en la co hesión de los sentimientos ego-altruistas (cf. el status de las mujeres, la ausencia de la verdadera moral). En el plano intelectual, el rasgo domi nante es la incapacidad para alcanzar lo general, la abstracción, la preci sión del pensamiento. Carácter concreto, proximidad, rigidez de las cre encias y de las concepciones, predominio de la imaginación simplemen te reproductora por sobre la imaginación creadora, ausencia de espíritu crítico y de escepticismo: a una vida intelectual poco desarrollada,17 po co curiosa, rígida, se oponen excelentes facultades perceptivas, una gran destreza, movimientos hábiles, una multitud de observaciones elementa les concretas. Estas últimas, desde luego, sólo pueden generar clasifica ciones groseras, concretas, analógicas. Pero de los conocimientos y de los medios intelectuales limitados del primitivo ante los misterios del mundo y de la vida emerge sobre todo una visión muy peculiar: la duali dad del mundo que Tylor acababa de bautizar como animismo. “Los cambios en el cielo y sobre la Tierra favorecen en el salvaje la noción de dualidad, que por otra parte le confirman las sombras y los ecos, los sueños y el sonambulismo, y aun más la insensibilidad anor mal del síncope y la apoplejía; esas formas temporarias de inconsciencia se ligan en su espíritu con la forma duradera de inconsciencia en la que no se puede hacer volver al doble, con la muerte. La creencia de que los dobles de los hombres muertos son la causa de todas las cosas extrañas y misteriosas empujó a los hombres primitivos a cuidarse de ellos con la ayuda de exorcistas y hechiceros, o a hacerlos propicios mediante plega rias y alabanzas. De estas últimas observancias provienen todas las cla ses de culto. Además de esos productos aberrantes del culto a los antepa sados que resultan de la identificación de éstos con ídolos, animales, plantas y fuerzas naturales, hay desarrollos directos de ese mismo culto. En la tribu, el jefe, el mago, o algún otro personaje que posee cualquier capacidad, respetado durante su vida por manifestar un poder de origen y alcance desconocidos, inspira un grado de temor más grande cuando, des pués de su muerte, adquiere el otro poder que poseen todos los espíritus. Con mayor razón aun, al extranjero que aporta artes nuevas, y al con quistador de raza superior, se lo trata como a un ser sobrenatural durante su vida, y se lo adora después de su muerte como a un ser sobrenatural todavía más grande. Así, partiendo de la idea del doble viajero que sugie re el sueño, pasando al doble que se va en el momento de la muerte, pa 193
sando de este espíritu, al que al principio sólo le atribuye una vida tem poraria, a espíritus existentes para siempre, y cuyo número crece sin ce sar, el hombre primitivo poco a poco puebla el espacio ambiente de se res sobrenaturales, pequeños y grandes, que en su espíritu se convierten en las causas de todo lo que es extraordinario. Y extremando lógicamente este método de interpretación así inaugurado, se entrega a las supersti ciones cada vez más numerosas que hemos mencionado.”18 Spencer estaba suscribiendo los trabajos sobre antropología primiti va: Mac Lennan, Lubbock, Tylor, Morgan,19 publicaron sus principales obras en el corto lapso que media entre 1865 y 1877, e inspiraron tanto a Spencer como a Darwin y Marx.20 Recordemos que junto al estudio de la psicología y de las costumbres del primitivo, su preocupación esen cial concernía a las formas primitivas de la familia y de las relaciones conyugales. Si bien en general divergen en cuanto al esquema evolutivo propuesto, Spencer coincide con Bachofen (1861) en la idea de un esta dio preliminar de promiscuidad sexual a partir del cual se organiza el matrimonio de grupo y después el matrimonio propiamente dicho, cada úna de esas fases lleva consigo una organización social y cultural parti cular, cuyas huellas se aplicaron a encontrar en los cuatro puntos cardi nales del planeta.21
El darwinismo A. La especificidad de la antropología darwiniana Los cuadernos de notas manuscritas de Charles Darwin indican que los grandes lincamientos y numerosos detalles de su pensamiento ya eran claros para él desde 1838-1839. No obstante, aguardará veinte años para publicarlos, hasta que Wallace estuvo a punto de adelantársele y de poner en circulación una versión por otra parte empobrecida de las mismas te sis. Todavía L ’origine des espéces (1859) sólo alude tímidamente a la especie humana, en las últimas líneas de la conclusión. Hasta 1871, en La descendance de l'homme, Darwin no se arriesgará a publicar sus te sis antropológicas y psicológicas. En el ínterin, el evolucionismo en contró su teórico en Spencer, y el pensamiento de Darwin tenderá a fun dirse en la comente general sin revelar en seguida su originalidad. Recordemos que la columna vertebral del darwinismo estaba consti tuida por una\concepción inédita del transformismoVel modelo utilizado por Darwin estaba representado por la selección de las especies domésti cas de plantas y las razas domésticas de animales: el criador obtenía im portantes modificaciones de la raza cruzando los individuos que presenta194
ban variaciones espontáneas que iban en el sentido que él buscaba y re pitiendo la operación en un gran número de generaciones. Ese era el mismo proceso que operaba en la naturaleza sin intervención voluntaria: la selección natural favorecía sistemáticamente la descendencia de los ^mcjor dotados y su progenie era más numerosa y estaba mejor armada para la lucha por la vida;22 a lo largo de innumerables generaciones, de los antepasados comunes derivaban especies nuevas especialmente adap tadas a tal o cual medio en particular; los eslabones intermedios con fre cuencia desaparecían en el curso de ese proceso evolutivo, que explicaba la enorme cantidad de especies vivas diferentes que pueblan el planeta, y a la vez la presencia y la ausencia, según los casos, de las formas inter medias (algunas veces también recuperadas en forma de fósiles);Esto equivale a señalar la importancia en la formación del darwinismo de la geología de Lyell, quien, desde 1830, trastrocó la concepción clásica de la historia de la Tierra, al demostrar la edad entonces casi inconmensura ble que había que atribuirle 23 Así, resultaba pensable una evolución lenta, insensible, que desplegara su proceso en millones de generaciones, con lo cual el transformismo adquiría su verdadera significación. Por otra parte, Darwin reconocía la presencia de otros mecanismos de evolución. Por un lado, como Spencer, reservó un lugar a la adaptación y a la herencia de los caracteres adquiridos, es decir al lamarckismo: fue ron sus discípulos más tardíos (Weismann en particular) quienes recha zaron totalmente ese mecanismo, abriendo un debate que aún está lejos de haberse resuelto verdaderamente. Además, reservará en consecuencia un lugar por lo menos equivalente a la selección sexual, cuya exposi ción ocupa las dos terceras partes de la obra de 1871; ciertos caracteres sexuales carentes de valor adaptativo,24 en efecto, desempeñaban un pa pel principal en la selección de las especies, interviniendo en el nivel de la competencia sexual, favoreciendo a ciertos individuos en detrimento de otros en la conquista del compañero y por lo tanto en la reproducción.^ Ciertos autores, como Sulloway, pretendieron discernir, por la distin ción de las dos selecciones, la presencia en Darwin de una oposición conceptual entre instinto de reproducción e instinto sexual. Si bien re trospectivamente se puede tener la ilusión de encontrar en su obra una concepción semejante, en ninguna parte de dicha obra se la lee explícita mente y, como habremos de verlo, ella se opone a su concepción gene ral del instinto. Los teóricos del instinto sexual, por otra parte, provení an de una corriente de pensamiento totalmente distinta, como lo exami naremos más adelante. Lo que más importa aquí es la concepción que tiene Darwin de la “antropogenia” —para retomar el título de una de las grandes obras de su discípulo Haeckel— y las concecuencias psicológicas que de ella deri van. La descendencia del hombre25 intenta demostrar que “el hombre ‘ 195
desciende de una especie inferior”, incluyéndolo en cuerpo y alma en la gran cadena de la evolución de las especies. Su razonamiento con respec to al psiquismo humano sigue el modelo de los argumentos presentados concernientes a la estructura somática, que son de tres tipos: — Analogías estructurales en el nivel de la anatomía, de la morfolo gía, de la embriología, de la fisiología y de la patología (enfermedades y parásitos comunes, por ejemplo) comparadas; las conformaciones homólogas de la especie humana y especies animales (sobre todo mamífe ros, en particular los más evolucionados, los monos antropoides) eran innegables y por otra parte conocidas desde hacía mucho tiempo. — Similitud en el desarrollo ontogenético. Esta es la famosa “ley biogenética fundamental” de Haeckel, su gran discípulo alemán: “la on togenia es un resumen de la filogenia”.26 Así, el embrión humano pasa por las diferentes fases de desarrollo de la especie, desde la célula única hasta el pez con branquias y el mamífero. En el curso de ese proceso recapitulador, numerosos órganos aparecen y después involucionan. —Existencia en el hombre de numerosos rudimentos de órganos de especies inferiores, más o menos desarrollados según los individuos (forma de la oreja externa, olfato, muelas del juicio, pilosidad, apéndice, cóccix, etcétera). A veces también se verifican verdaderos retornos atávi cos de los caracteres morfológicos de los antepasados animales del hom bre, patológicamente (útero tabicado, cerebro de los microcéfalos) o den tro de límites fisiológicos (caninos, pilosidad, detalles de la musculatu ra, etcétera). Todos esos hechos, numerosos y convincentes, junto a la extrema variabilidad espontánea de los caracteres somáticos de la especie, hablan en favor del origen común del hombre y otras especies animales. Sub siste el argumento principal de los adversarios de esta teoría: la incon mensurabilidad del espíritu humano con las manifestaciones psicológi cas de los animales más desarrollados. Darwin la reconoce sin reservas: “La diferencia entre el poder mental del mono más elevado y el del sal vaje más tosco es inmensa.”27 No obstante señala que también es in mensa entre un pez inferior y un mono antropoide, cuyo parentesco re moto ya nadie negaba, y por otro lado entre un salvaje “y un Newton o un Shakespeare”. Además, en el curso de la(ontogenia‘humana, el desa rrollo mental se produce progresivamente, desde la vida psíquica elemen tal del recién nacido, y después del niño (la cual, en muchos aspectos, evoca los diversos grados de la escala animal), hasta la plenitud intelec tual y moral del adulto.28 Para tratar correctamente ese problema es preciso no detenerse en la apariencia de los fenómenos, sino más bien preguntarse si existe entre 196
el hombre y los animales, desde el punto de vista mental, una diferencia fundamental de naturaleza, o si no se trataría sobre todo de una diferencia cuantitativa en el nivel de ciertos elementos comunes. En consecuencia, Darwin va a entregarse al mismo tipo de examen comparado efectuado en el registro de las estructuras físicas del hombre y de las especies ani males. Llega a la conclusión de que existe “una diferencia de grado y no de clase. Hemos visto que sentimientos, intuiciones, emociones y facul tades diversas, tales como la amistad, la memoria, la atención, la curio sidad, la imitación, la razón, etcétera, de los que el hombre se enorgulle ce, pueden observarse en estado naciente, o incluso bastante desarrollado en los animales inferiores. Ellos son además susceptibles de ciertos per feccionamientos hereditarios, tal como nos lo demuestra la comparación del perro doméstico con el lobo o el chacal.29 Si se pretende sostener que ciertas facultades, como la conciencia, la abstracción, etcétera, son específicas del hombre, es muy posible que ellas sean el resultado de otras facultades intelectuales muy desarrolladas que a su vez derivan prin cipalmente del empleo continuo de un lenguaje que ha llegado a la per fección.”30 La argumentación de Darwin se funda en los materiales de la psico logía animal que existían entonces y que esencialmente consistían “en un conjunto de anécdotas”.31 No se trataba en efecto de observaciones sistemáticas ni de experimentaciones, como será el caso en el siglo XX, sino de relatos con frecuencia ingenuamente antropocentristas (cf. la asi milación de las plumas o del canto de los pájaros a producciones estéti cas, por cierto instintivas y hereditarias, pero que generaban emociones de ese tipo en el compañero). Esta clase de razonamiento analógico no sometido a crítica, que solía desembocar en la humanización del animal para descubrir en él facultades humanas en embrión o esbozo, a prin cipios del siglo siguiente llevará a una reacción de sentido inverso,32 conductista, en la que todavía se inscribe nuestra concepción de la psico logía animal y que también plantea algunos problemas. En efecto, ¿no vemos acaso que quienes acogen con favor el conductismo aplicado a los animales rechazan con indignación su versión humana,33 y no se han resucitado de ese modo los animales-máquinas de Descartes ante el alma inmaterial del rey de la Creación? No obstante, es en el desarrollo de los instintos sociales donde Dar win ubica la especificidad del psiquismo humano, a través de los dos elementos que lo caracterizan: el lenguaje y la conciencia moral. Si bien uno y otra reposan por cierto en un potencial intelectual incomparable mente superior al del animal, también se inscriben en el dominio pro gresivo de los instintos sociales sobre el conjunto del comportamiento del individuo y sobre los instintos egoístas fundamentales. Retomando los elementos principales del análisis utilitarista y asociacionista, Dar197
wln reduce el sentido moral y los valores a una gran red de imágenes, de ideas y de conceptos en los que la simpatía constituye la sustancia y la “columna vertebral” emocional, pero la vincula con esa categoría espe cial y particular de instintos que empujan a los animales sociales a agru parse y ayudarse mutuamente, y que desarrolla en ellos los sistemas de señales y de comunicación al mismo tiempo que la solidaridad y la de pendencia afectiva. Pero desde luego es finalmente la selección natural la que explica el doble desarrollo intelectual y moral del hombre: la ventaja que confieren esas cualidades nuevas permiten a los individuos y a los grupos mejor dotados por ellas para asegurarse un crecimiento y una descendencia más importante y suplantar progresivamente a los competidores menos dota dos en tal sentido.34 Así, por selección y por herencia (herencia lamarckiana del refuerzo incluida), los instintos sociales adquieren una exten sión y un dominio crecientes, multiplicados por el desarrollo intelectual (esos instintos duraderos y no vinculados a un ciclo apetito-saciedad, in fluyen tanto más intensamente en las asociaciones). Paralelamente se inscriben el desarrollo del lenguaje, a partir de los rudimentos identificatorios de los animales, y la gravitación decisiva del juicio de los miem bros de su comunidad acerca de la conducta del individuo. En tal sentido, Darwin señala que los “salvajes” sólo adquieren las virtudes sociales, las que corresponden a los valores del grupo; las virtu des “personales” (cf. el imperativo categórico kantiano que frecuente mente coloca al individuo en conflicto con su comunidad histórica) co rresponde a una fase ulterior del desarrollo, en este caso a una interiori zación más profunda de los juicios de valor, que reposa en capacidades intelectuales (retención mnémica, abstracción y generalización) acrecen tadas. También en ese punto los materiales de la antropología primitiva daban apoyo a la teoría de la evolución: “todas las naciones civilizadas fueron en otro tiempo bárbaras”,35 de modo que las costumbres de los “salvajes” contemporáneos proporcionaban un eslabón principal de la cadena que vinculaba al hombre moderno con los animales superiores, en particular cuando constituían la clave de numerosas costumbres, cre encias, expresiones corrientes de los hombres civilizados que son “las huellas evidentes de su antigua condición inferior”.36 La selección sexual desempeña también un papel importante en la evolución humana y ejerce sobre todo su acción, asimismo, con la me diación del grupo. Ella explica las diferencias morfológicas (importancia de los factores estéticos én la elección de compañero, sobre todo de las mujeres, en el origen) pero también psicológicas (Darwin pone de relie ve la combatividad, la energía, la perseverancia, la superioridad intelec tual de los machos...) entre los sexos, en un estadio en el que las virtu des de la existencia del grupo limitan los efectos de la selección natural. 198
Darwin señala por otra parte la aparición tardía en la ontogenia humana de los caracteres sexuales denominados secundarios, según lo atestigua la indiferenciación sexual relativa de los niños, huella de la fecha reciente de su adquisición filogenética (ley de biogenética). Nos falta ahora subrayar la originalidad del darwinismo en el seno del evolucionismo. Vayamos directamente al punto fundamental: en Darwin las etapas de la evolución no se inscriben en la construcción de una je rarquía piramidal en la que cada estrato sea una versión más compleja del precedente y hunda en él sus raíces. La idea de la selección natural intro duce un amplio margen de azar en la evolución, azar en las condiciones peculiares del medio externo, pero también en las mutaciones espontá neas y en su devenir. De ello resulta que las fases sucesivas de la evolu ción no son obligadamente coaxiales: una rama evolutiva puede origi narse en un punto periférico de la etapa precedente, incluso brotar a par tir de un estrato ya antiguo (por ejemplo, importancia en el hombre de la liberación de las patas anteriores como consecuencia de la posición er guida, y desarrollo a continuación del circuito mano-ojo). De modo que se introduce la posibilidad de conflicto en las etapas de la evolución; un ejemplo capital es el que opone en el hombre los ins tintos egoístas y los instintos sociales.37 Si la ontogenia recapitula e integra la filogenia (ley biogenética fundamental de Haeckel), la madura ción habrá de salpicar el desarrollo individual con momentos claves en los que aparecen modalidades psicológicas específicas, eventualmente contradictorias entre sí, y de las cuales la antecedente está lejos de ser in tegralmente recubierta por la siguiente. Por lo tanto, como vamos a ver lo, si la concepción spenceriana en patología remite automáticamente a un descenso del nivel evolutivo y a la reaparición de actividades inferio res liberadas (Jackson no tendrá ningún inconveniente en retomar la teo ría del automatismo de Baillarger), Darwin introduce en este punto un nuevo modelo, que los sexólogos y después Freud emplearán amplia mente; él mismo proporciona su paradigma cuando escribe en uno de sus manuscritos: “ ¡Por lo tanto nuestra ascendencia está en el origen de nuestras malas pasiones! ¡Nuestro abuelo es el diablo, en forma de ba buino!”38 Así, la idea de lucha, la guerra permanente cuya imagen estructura el darwinismo, la noción de una difícil victoria del superior sobre el infe rior, no por trascendencia sino por exterminio, se inscriben también en el interior mismo del individuo, así como la conciencia de la argamasa biológica, es decir del resultado azaroso de una batalla en la que la victo ria del progreso es sólo estadística y no ontológica. Bastará con que al gunas particularidades contingentes alteren el equilibrio de las fuerzas, y lo arcaico aplastará con su impulso salvaje los aspectos más refinados de las etapas ulteriores de la evolución. Sin duda Spencer había querido 199
mostrar la filiación ininterrumpida del hombre respecto del resto de lo vivo, incluso de lo existente; Darwin, por su parte, subraya la perma nencia actual de lo atávico más profundo, en todos sus aspectos, en el hombre más evolucionado. El matiz, sin duda, es sutil, pero no por ello menos fundamental. B. La expresión emocional y el registro de lo originario En 1872, Darwin publicó separadamente lo que en principio no iba a ser más que un capítulo de La descendencia del hombre y que constituiría su obra puramente psicológica: La expresión de las emociones en el hombre y en los animales.39 Se trata allí del mismo tipo de problema que preocupa a la nueva psicología fisiológica: el hecho de conciencia y su correlato corporal aparecen estrechamente imbricados, y el abandono de la antigua idea de un ordenamiento divino preexistente del “lenguaje de las emociones” dejaba el campo libre para las teorías materialistas y evolucionistas. En 1860, con respecto a la risa, Spencer había propuesto cierto nú mero de tesis, retomadas y sistemáticamente expuestas en los Princi pios. Su piedra basal era la idea de la fuerza nerviosa que ya encontra mos en los psiconeurólogos; toda puesta en juego de-ios elementos y circuitos nerviosos correspondía a fenómenos de descarga de “energía nerviosa”, siguiendo el modelo de la corriente de despolarización que atraviesa las fibras nerviosas excitadas. Ya hemos visto que para Spencer el funcionamiento psíquico consiste en una cierta suspensión de una ac tividad sensorio-motriz compleja (de nivel suprainstintual) que pone en circulación cantidades de energía nerviosa, descargas nerviosas, no desde ñables. Esas descargas se consumen por ejemplo en suscitar otros esta dos psíquicos según el modelo asociativo, también con frecuencia en virtud de una acción motriz clásica que pone fin a la deliberación mental (acto voluntario). Pero cuando de ese modo se activan cantidades dema siado importantes que no encuentran salidas internas suficientes, lo que ocurre especialmente en el caso de las emociones, sobre todo si son in tensas, se producen diversos fenómenos de descarga somática: —Descarga difusa muscular: toda emoción fuerte provoca una descar ga no específica de ese tipo (cf. el grito, que acompaña tanto a la alegría como al dolor, la risa o la sorpresa), tanto más objetivable cuanto que los músculos presentan una inercia específica más débil (de allí la acción predominante sobre los músculos del rostro, más bien que en los de los miembros). Según Spencer, una descarga de ese tipo explicaría la risa, expresión motriz de una caída brutal de la tensión emocional (por ejem200
pío, en la interrupción de una escena intensamente emotiva por una re presentación trivial). —Descarga restringida específica, que corresponde al bosquejo de los movimientos que implicarían la puesta en acto inmediata del contenido mental (actitud y bosquejo de movimientos de combate en la cólera). A ese primer tipo de descarga restringida se añade un segundo, el que resul ta de los esfuerzos del sujeto por limitar o combatir esas manifestacio nes primarias o por ocultarlas dirigiendo la tensión nerviosa hacia otra parte. Desde luego, es necesario precisar que toda corriente de descarga permeabiliza la vía nerviosa que recorre, tanto más cuanto mayor sea la frecuencia con que la utiliza (Bahnung de los autores alemanes) y que muchos de esos circuitos facilitados se convierten en hereditarios por re petición: su puesta en juego, por ambas razones, se convierte en auto mática para una emoción dada. —Finalmente, otra vía posible es la descarga visceral que acompaña a la mayor parte de las grandes emociones de diversos signos más o me nos objetivables y específicas.
tí
El conjunto de esos elementos constituye la expresión emocional: en efecto, ellos proporcionan signos relativamente estables y genéricos para una especie, cuyo reconocimiento también es en gran medida hereditario. Por lo demás, Spencer se apoya en esos fenómenos para dar a la simpa tía, base de los sentimientos sociales, un fundamento material indubita ble. No obstante, sorprende que haga un uso tan amplio de un modelo causal de tipo fisiológico sin recurrir a los pasos genetistas (examen del fenómeno en los animales, los primitivos, los niños) que tanto le repro chaba a Bain no haber seguido en su estudio de las emociones.40 Por el contrario, precisamente ese método va a guiar el intento res pectivo de Darwin. A primera vista, los tres principios explicativos que proponen sólo parecen retomar en otro orden el análisis de Spencer: —Principio de asociación de los hábitos útiles: “Los movimientos útiles para la realización de un deseo o el alivio de una sensación dolorosa terminan (...) por convertirse en tan habituales que se reproducen to das las veces que aparecen ese deseo o esa sensación, incluso en un nivel muy débil, incluso cuando su utilidad resulta nula o muy discutible.”41 —Principio de la antítesis: tendencia involuntaria a la realización de actos en general sin utilidad pero absolutamente contrarios a los que co rresponden a un estado de espíritu opuesto al del momento (por ejemplo en el perro que se arrastra y se acuesta ante su amo, siendo que para en frentar a un enemigo se yergue, tieso y erizado). —Principio de la acción directa (automática) siguiendo la estructura propia del sistema nervioso: la descarga sigue entonces las conexiones 201
nerviosas y las vías abiertas y permeabilizadas por el hábito, sin utilidad ni especificidad. Como se ve, los dos primeros principios corresponden en el análisis de Spencer a las modalidades de la “descarga restringida”, el tercero á la “descarga difusa” y a las descargas viscerales. Lo peculiar es la utiliza ción que de ellos hace Darwin, de conformidad con el espíritu general de su doctrina. Se trata en efecto de encontrar para cada expresión emocio nal la significación fisiológica que pudo tener en algún momento de la evolución de la especie o del individuo, y por lo tanto eventualmente una significación que ya no es más que un resto ontogénico o filogénico anacrónico y sin ningún valor funcional actual. Es el caso de la expre sión de disgusto “con la ayuda de movimientos en la región de la boca, análogos a los que acompañan al vómito”,42 o del gesto antitético de encogerse de hombros en signo de impotencia o resignación, que sólo se comprende por oposición a la actitud de combate (cabeza alta, pecho re plegado, hombros echados hacia atrás, puños cerrados) que expresa irrita ción o indignación; lo mismo ocurre con el plegamiento de los múscu los perioculares y los movimientos de cejas en diversas emociones pe nosas (sufrimiento, tristeza, ansiedad), resto de los movimientos de pro tección de los ojos en el llanto que acompaña a los gritos en el lactante. El modelo explicativo darwiniano se muestra claramente en esos es tudios sobre la expresión emocional: comprender un hecho psicológico es encontrar, a través de una mítica “escena originaria”, su sentido fisio lógico primero por debajo de las deformaciones, los desplazamientos, las elaboraciones secundarias que ha sufrido a continuación. Proceso genéti co en consecuencia, pero con una corrección esencial: la génesis es aquí la historia, con todo lo que ella puede tener de circunstancial, de contin gente, de aleatorio; la búsqueda de lo originario tiende así a oponerse a la puesta en evidencia de lo elemental que caracterizaba más bien el proceso spenceriano, más logicista. C. Romanes: la evolución mental Poco antes de su muerte, Darwin confió sus notas manuscritas, en parti cular psicológicas, a su discípulo G. J. Romanes, quien se consagró en tonces a la tarea de retomar en detalle y elaborar en sistema las ideas de su maestro. Las dos grandes obras de Romanes43 tuvieron una gran re percusión en ese final del siglo XIX: constituyen una referencia esencial del darwinismo. Desde luego, Freud tenía esos volúmenes, y su ejem plar del segundo, el dedicado al hombre, presenta los márgenes cubiertos de anotaciones de su mano. En muchos aspectos, la obra de Romanes aparece como una síntesis 202
de las ideas de Darwin y las de Spencer, cuyas tesis son discutidas antes que nada en cada punto importante, y con frecuencia retomadas sin gran modificación. La idea fundamental que lo guía es por otra parte la ausen cia de salto cualitativo en los fenómenos naturales: los que parecían en un principio irreductibles provenían en realidad de la mayor complejidad adquirida y de la integración de los fenómenos más elementales de las elapas precedentes.44 Un gran cuadro sinóptico (que reproducimos aquí) resumía la marcha global del autor: un árbol central representa el desa rrollo escalonado de las facultades mentales y está dividido en grados que corresponden a la vez a las etapas del desarrollo intelectual y emocional, a una escala jerárquica de las especies animales y a las edades del creci miento del embrión y después del niño. El desarrollo de las funciones voluntarias, desde la irritabilidad primitiva hasta la voluntad propiamen te dicha, pasando por las adaptaciones nerviosas y reflejas, constituye su eje, prefigurando las tesis futuras de los funcionalistas. Las facultades intelectuales son representadas a los lados, como ramas secundarias de la evolución de las funciones adaptativas. Así, Romanes ubica el nacimiento de la conciencia primitiva, que identifica con la facultad de sentir (sensación) de la “neurilidad” (función originaria del sistema nervioso), tal como ella se manifiesta por ejemplo en el reflejo. La neurilidad tiene su fuente en dos propiedades fundamen tales provenientes de la excitabilidad primitiva característica de la mate ria viva: —El discernimiento, por el cual las excitaciones externas son distin guidas con independencia de su intensidad mecánica respectiva (ejemplo de la planta carnívora que repliega sus tentáculos al menor roce pero no reacciona ante el fuerte choque de las gotas de lluvia). —La conductibilidad, es decir la capacidad de transmitir progresiva mente una onda de excitación, propiedad que concentrará muy particular mente el tejido nervioso. De modo que la conciencia emerge de simples adaptaciones nerviosas primitivas, con la aparición de órganos específicamente sensitivos y de las primeras sensaciones confusas de placer y displacer; ese estadio psi cológico muy primitivo corresponde a la vez a las facultades mentales obtusas de los celenterados y los equinodermos, y a las del ser humano en su nacimiento. La conciencia es casi inseparable de la memoria y de las primeras capacidades asociativas que se originan en las etapas inme diatamente ulteriores (moluscos, larvas de insectos, primeras semanas de vida extrauterina). Paralelamente aparecen los instintos primarios, las formas más elementales de la actividad consciente, y las emociones más primitivas, las que guardan relación con la conservación del individuo y la reproducción de la especie. Ese es el lugar de precisar la concepción
darwinista del instinto, fielmente reproducida por Romanes: “El instinto es un acto reflejo en el cual entra un elemento de conciencia de modo que ese término es genérico y comprende todas las facultades del alma que están en juego en la acción consciente y adaptada, anterior a la expe riencia individual, sin conocimiento necesario de la relación existente entre los medios empleados y el fin alcanzado, pero realizada de manera análoga en condiciones similares y frecuentemente presentes, por todos los individuos de la misma especie.”45 Por lo tanto, el instinto representa un comportamiento innato, here ditario, pero no automático como el reflejo, de lo cual proviene su nota ble plasticidad adaptativa; se presenta más bien como un impulso men tal imperioso —con una base emocional compleja y eficiente— que tiende a hacer cumplir un cierto ciclo de conductas. De esta concepción general se sigue que la concepción darwinista del instinto es a la vez muy concreta y plural: los instintos son innumerables, con frecuencia específicos de las especies estudiadas (instintos de vuelo, de nidificación, de incubación, de canto, de migración, de simulación de heridas, para to mar los ejemplos más conocidos entre los pájaros). Estamos lejos de los “grandes instintos” de una cierta tradición filosófica de la que hablaremos más adelante, lo mismo que de la idea de una infalibilidad del instinto: comportamiento preciso, concreto, limitado, el instinto puede desadap tarse o ser defectuoso (término empleado por Darwin), poniendo en des ventaja a su portador. En cuanto al origen del instinto, Romanes propone una doble vía genética, realizando así, conforme a las opiniones de Darwin, una sínte sis de las tesis formuladas: — La de Spencer, que considera que el instinto se origina en la inte gración de conductas más elementales, de tipo reflejo; la selección natu ral fija entonces modos de comportamientos no inteligentes que revelan ser ventajosos para la especie (instintos primarios). —La de Lewes, más clásica, de la “extinción de la inteligencia”: ac tos y hábitos originalmente voluntarios y conscientes (actos inteligentés) se convierten, por repetición, en automáticos y después en heredi tarios (lamarckismo), dando origen a los instintos secundarios. —Finalmente, es posible un origen mixto: instintos provenientes de una u otra de las dos vías genéticas anteriores pueden sufrir a continua ción un perfeccionamiento por la otra vía o agregarse por fusión a con juntos más vastos de origen compuesto. Los instintos secundarios suponen desde luego un desarrollo mental superior: de la memoria, de las facultades asociativas, nacen la percep ción (reconocimiento intelectual de la sensación), la imaginación que a 204
parece con la facultad de representarse un objeto ausente, y por fin la ra zón,46 “facultad implicada en la adaptación voluntaria de los medios al fin (que) entraña en consecuencia el conocimiento consciente de las rela ciones existentes entre los medios empleados y el fin alcanzado y puede ejercerse en la adaptación a circunstancias nuevas para la experiencia del individuo y para la de la especie” 47 Así pasamos de los moluscos a los insectos, y después a los peces, crustáceos superiores, batracios, reptiles y cefalópodos, en tanto el lactante humano llega a los catorce meses de vida extrauterina. Paralelamente, el desarrollo afectivo ha dado lugar al nacimiento de las emociones familiares y luego a las primeras formas de la “socialidad” y de los sentimientos sociales que la acompañan. El pro greso ulterior del psiquismo cubrirá a los animales superiores (himenópteros, aves, mamíferos, hasta los monos ántropoides y los perros) y los quince primeros meses de la vida del niño; así se desarrollarán, con las primeras formas de la abstracción, el reconocimiento de personas, la co municación de las ideas, la comprensión de los signos, de los mecanis mos, la utilización de útiles, la aparición de la moral, mientras se des pliegan las emociones sociales (simpatía, emulación, resentimiento, pe na, ira, venganza, remordimiento, vergüenza, engaño, etcétera). Roma nes trata de fijar cada fase de ese proceso y de definirle como equivalente una etapa de la evolución de las especies y del desarrollo del niño. Por otra parte señala que se trata del momento de aparición del fenómeno es tudiado y no la de su pleno y completo desarrollo; insiste varias veces en el carácter aproximativo y esquemático de un cuadro que procura más un valor demostrativo y evocador que el rigor y la pertinencia. D. Inteligencia y lenguaje No obstante, en este punto de su trabajo Romanes iba a tener que abor dar el problema crucial que ya hemos visto bosquejado por Darwin: la transición de la inteligencia de los animales más evolucionados a la del hombre. Romanes dedicó su segundo volumen a cubrir ese salto cualita tivo, lo más difícil para el pensamiento evolucionista; por otra parte, ese volumen es el que más nos interesa aquí. El subtítulo (Orígenes de lasfacultades humanasí48 indica claramente lo que está en juego, y que el autor precisa en el prefacio: “Desde que se ha demostrado que el pen samiento conceptual se origina en antecedentes no conceptuales, la gran mayoría de los lectores (...) estará dispuesta a admitir que ya no existe una barrera psicológica entre el hombre y el animal.”49 Un rápido exa men comparativo de las facultades mentales del hombre y de los anima les permite efectivamente al autor concentrar lo esencial del problema en la existencia en el hombre del pensamiento abstracto y conceptual; las semejanzas lo conducen en gran medida hacia las diferencias en el nivel 205
de las emociones, de los instintos, de la voluntad e incluso de las facul tades intelectuales básicas —con la excepción de los elementos particu lares de esas diversas categorías que precisamente dependen de modo di recto del pensamiento abstracto (emoción religiosa, sentido de lo subli me, religiosidad, “libertad” en el ejercicio de la voluntad) y que en todo tiempo se utilizaron para demostrar el status peculiar del hombre— . El razonamiento de Romanes parte de una clasificación general de las ideas50 que le permite oponer: — los perceptos, simples recuerdos de impresiones perceptivas (ideas simples de Locke); —los receptos, ideas genéricas (por oposición a generales) que resul tan de una comparación asociativa, y por lo tanto espontánea, de los re cuerdos perceptivos; se trata de “un compuesto de representaciones men tales que implica un agrupamiento ordenado de imágenes más simples conforme a la experiencia pasada”51 pero ningún trabajo voluntario de la conciencia; — finalmente, los conceptos, o ideas generales, que resultan de una reflexión del espíritu acerca de sus propias ideas e imágenes, es decir acerca de los receptos y perceptos, a través de una combinación y una ela boración conscientes de tales elementos espontáneos del pensamiento. Le parece poco dudoso que las dos primeras categorías se puedan considerar comunes al hombre y al animal, y que sólo la tercera sea pro pia del hombre y caracterice el pensamiento conceptual y abstracto. Esta última se funda en la facultad que tiene el espíritu de tomar conciencia de sus propios elementos y de hacer de ellos el objeto del pensamiento (contienda de sí), lo que, según la opinión corriente, sólo puede basarse en el lenguaje: el espíritu vuelve claros sus propios contenidos para sí mismo mediante la fijación de las ideas en palabras (de allí la confusión de las dos funciones en el término griego logos). En consecuencia nos vemos llevados al problema del lenguaje, como ya lo había indicado Darwin; Romanes considera que consiste esencialmente en la facultad de elaborar signos, facultad cuyos rudimentos es evidente que presentan los animales, pero que realmente no puede desarrollarse sino con el lenguaje articulado (habla) por una parte, y con la intención de significar los con ceptos y proposiciones (juicio), por la otra. En este punto, el análisis parecería desembocar en un círculo vicioso, si no hubiera ya sacado a luz los principales elementos de una solución que se organiza como una es piral dialéctica. No es dudoso en efecto que el lenguaje no comienza con la enuncia ción de conceptos y juicios, sino que por el contrario puede experimen tar un desarrollo ya importante sobre una base receptual, tanto en el ni 206
vel de la denominación (Romanes prefiere entonces hablar de denotación) como en el nivel de la proposición (inferencias prácticas, “juicios ins tintivos”); es preciso no confundir “la enunciación de una verdad percibi da (con) la enunciación de una verdad percibida en tanto que verdade ra";52 sólo esta última representa el juicio propiamente dicho, es decir, el pensamiento conceptual. El pasaje desde ese estadio preconceptual del lenguaje y del pensamiento hasta el de los conceptos inferiores (nombra miento consciente de los receptos) y superiores (clasificación consciente de los conceptos de primer orden y nombramiento de las integraciones ideales resultantes) y del juicio conceptual, está determinado por el mo mento en que surge la facultad de reflexión introspectiva que permite el examen por el espíritu de sus enunciaciones espontáneas. “De modo que todo retoma a un análisis de la conciencia.”53 Existe por otra parte un mundo interior de imágenes y pensamientos en un estadio muy inferior, cuyo juego interno, aunque involuntario, puede ser relativamente independiente de las circuntancias sensitivas ex ternas del momento (cf. los fenómenos nostálgicos en el animal). Desde ese estadio está presente una conciencia psicológica difusa, y permite por analogía la aprehensión de los estados mentales de otros seres (inter pretación con frecuencia correcta, en los animales, de sus estados menta les recíprocos), bajo la forma que Romanes califica de eyectiva. Así, un mundo de eyectos duplica el mundo de los objetos antes de toda concien cia subjetiva propiamente dicha; corresponde a un conocimiento de tipo receptual de la individualidad y proporciona la base del pasaje a la con ciencia de sí, a través de su nombramiento al principio simplemente de notativo (cf. el estadio en el que el niño habla de sí mismo en tercera persona). “Los conceptos son primeramente receptos nombrados”,54 y el pasaje del pensamiento no conceptual al pensamiento conceptual por la mediación de un lenguaje en un principio simplemente nominativo (fase preconceptual) explica la génesis del pensamiento y de la psicología hu manos, sin otras condiciones que un aumento progresivo de las capaci dades retentivas y asociativas basales del intelecto. Romanes encuentra en dos niveles las pruebas de la validez de su análisis: antes que nada, en el desarrollo psicológico del niflo y en parti cular en la evolución de su competencia verbal, para emplear una termi nología moderna. Los diferentes estadios que el análisis ha identificado se encuentran allí claramente, desde lo que puede haber de común con los animales superiores,55 hasta lo que a continuación se aproxima al pensamiento del adulto; a decir verdad, todo el razonamiento empieza a constituirse en tomo de ese tipo de materiales, tomados en particular de los psicólogos del niño (Preyer, Pérez, Sully) y de los primeros ensayos de Darwin y Taine.56 Romanes insiste por otra parte en la subsistencia y aun el predominio, en el adulto, del pensamiento preconceptual: “In 207
cluso después de que la facultad de introspección conceptual haya sido plenamente alcanzada, sus servicios no son siempre exigidos por la co municación de los conocimientos puramente receptuales, y de ello resul ta que no es necesario que toda proposición sea introspectivamente me ditada y examinada en tanto que tal, antes de que se pueda enunciar (...). La única diferencia que es posible descubrir entre un enunciado no con ceptual formulado por un niño y el mismo enunciado formulado por el adulto consiste en que, en el primer caso, no es siquiera potencialmente capaz de convertirse en un objeto de pensamiento.”57 Pero Romanes quiere también validar sus análisis en el plano de la filogenia, y para ello tratará de encontrar los elementos en el nivel de la filología comparada;58 esa disciplina estaba entonces en plena expan sión, en particular en el dominio de las lenguas indoeuropeas y del sáns crito, y nuestro autor va a apoyarse sobre todo en los célebres trabajos de F. Max Müller 59 “El primer gran resultado de la fdología comparada ha consistido en la demostración, que parece inobjetable, del hecho de que el lenguaje tal como existe actualmente no surgió, equipado con to das sus piezas, o por la vía de una intuición especialmente creada, (sino que) fue el resultado de una evolución gradual.”60 A partir de ello, dice Romanes “las lenguas aparecen tanto más simples cuanto más se retro cede en su existencia, hasta el momento en que llegamos a lo que se de nomina sus raíces”.61 En lo que concierne al sánscrito, Müller pensaba haberlas reducido a un centenar, y su examen mostró que correspondían a ideas genéricas, es decir a receptos nombrados (preconceptos). Por otra parte, tenían una estructura condensada correspondiente a una proposición (“palabra-frase”); no existía aún distinción de las “partes del lenguaje” (verbo, nombre, pronombre, adjetivo, preposición, artícu lo) en esa fase arcaica de la predicación; los filólogos contemporáneos atribuían en consecuencia una función importante al gesto, a un acom pañamiento pantomímico de la palabra, para precisar el sentido de las enunciaciones primitivas: ése era el lugar futuro de la gramática, cuyas diferenciaciones provienen del acompañamiento gestual del lenguaje. A partir de la palabra-frase y del gesto-signo, la primera forma de organiza ción de la proposición parece haber sido la aposición,62 simple yuxta posición de raíces cuyo sentido era precisado por el gesto, antes de que el orden de las palabras comenzara a adquirir significación y de que se dife renciaran flexiones y partes del lenguaje; la aposición correspondía por otra parte a la lógica de los acontecimientos exteriores (lógica de los re ceptos): la relación indicada derivaba necesariamente de la experiencia del sujeto: “La verdad es recibida en el espíritu, no es concebida en él (pe ro) resulta evidente que las enunciaciones reiteradas de verdades así alcan zadas en la ideación receptual conducen a la ideación conceptual, o a la enunciación de la verdad en tanto que verdad.”63 Las primeras raíces ver 208
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bales64 remiten, por otra parte, a “esos actos y cualidades físicos que son directamente percibidos por los sentidos” (receptos) y es la exten sión connotativa de su significación (“metáfora fundamental”) lo que va a darles una significación moral o intelectual, y después conceptual. De modo que con Romanes el evolucionismo parece cerrar su pro yecto y alcanzar la síntesis general del pensamiento de. su siglo, y tam bién del de sus padres fundadores. No obstante, ya estaban echadas las bases primeras del vasto movimiento crítico que en gran medida provino de aquél y que al mismo tiempo relegó numerosas tesis evolucionistas a un pasado que hoy puede parecemos muy remoto. En el capítulo si guiente estudiaremos la reacción globalista, después de haber examina do primeramente algunos problemas temáticos particulares.
NOTAS 1. Acerca de Bain, cf. el capítulo que le dedica T. Ribot: La psychologie
anglaise... 2. Observemos al pasar la aparición de esta noción de energía nerviosa, de cantidad a consumir que se escurre por cualquier vía en el caso de no ser canalizada. Ya la encontramos en los alemanes, y reapa recerá en Spencer y Darwin. 3. Bain tenía del placer y del displacer una idea bastante próxima al utili tarismo clásico, aquí traspuesto a términos biológicos: el placer correspondía a un acrecentamiento de la vitalidad, y el displacer a una disminución de la energía vital. 4. En la constitución de una noción abstracta de la realidad externa, la co municación con los semejantes mediante el lenguaje es igualmente un factor esencial para el pensamiento asociacionista y desde lue go para Bain. 5. Bain, citado en T. Ribot: La psychologie anglaise..., pág. 283. 6. Cf. P. Bercherie: Les fondements..., cap. 9, que recapitula esta cues tión para la segunda mitad de siglo XIX. 7. Cf. infra , cap. 11. 8. Sobre las concepciones psicológicas de A. Comte, cf. supra, el cap. 7. 9. Es interesante observar qüe Lamarck (por otra parte muy próximo a Cabanis) pertenecía al grupo de los ideólogos; cf. F. Picavet: Les i-
déologues. 10. Sobre esta cuestión, cf. M. Foucault: Les mots et les chases, y F Jacob: La logique du vivant, 1970, caps. 1, 2 y 3. 11. He utilizado sobre todo la traducción francesa (1875) de la segunda edición de los Principes de psychologie, el análisis de T. Ribot: La psychologie anglaise..., y también el muy oficial Résumé de
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mo, en revancha, el estilo general muy asociacionista del razona miento precedente. En el inicio del primer tomo y de “la parte más importante desde el punto de vista de la controversia” (pág. vi) se habla de una serie de obras que su muerte prematura impedirá que Romanes escriba y tenían que abordar el desarrollo de las facultades humanas a partir de su estado primitivo. G. J. Romanes: L'évolution mentale chez l'homme, pág. vi. Para su clasificación general de las ideas, Romanes se basa en los análisis de Locke y de los grandes psicólogos del siglo XIX, en particular Stuart Mili, Wundt y Taine. G. J. Romanes: L'évolution mentale chez l'homme, pág. 389. Ibíd., pág. 398. Ibíd. Ibíd., pág. 406. El material comparativo está sobre todo constituido por observacio nes de pájaros parlantes, por una parte, y por la otra, de los ma míferos más evolucionados (perros, monos). Cf. infra, cap. 10. G. J. Romanes: L ’évolution mentale chez l’homme, pág. 406. Romanes se proponía añadir, como volumen complementario a L'éyolution mentale chez l’homme, un estudio de los materiales de antropología primitiva, a título de tercer campo comparativo. F. M. Müller es antidarwinista y opone el lenguaje emocional, imita tivo e interjeccional, común al hombre y a los animales, al len guaje conceptual propio del hombre y basado en “la facultad de abstraer” la palabra, incluso la primitiva (raíz) representaría siem pre una idea general (que en realidad Romanes analiza casi siempre como genérica). Cf. el excelente compendio (con numerosas ci tas) de las tesis de Müller en H. Taine: Sur l'acquisition du langage chez Venfant et dans l'espéce humaine, adjunto en nota a De l’intelligence, tomo I, pág. 383 a 395. G. J. Romanes: L'évolution mentale chez l’homme, pág. 407. Ibíd., pág. 408. Uno recuerda que, según Freud, ése era el único mecanismo gramatical del pensamiento onírico, encontrándose en él precisada, por el contexto o imágenes adicionales, el sentido de la relación así in dicada. G. J. Romanes: L'évolution mentale chez l'homme, pág. 418. En cuanto al origen de esas raíces, Romanes remite a las dos teorías entonces reinantes, la tesis interjeccional y la tesis onomatopéyica (imitativa), pero sobre todo al homo alalus, mono antropoide sociable, hábil, sagaz y locuaz, antepasado del homo sapiens.
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Capítulo X LA SINTESIS EVOLUCIONISTA (II): REPERCUSIONES ESPECIALES
Psicopatología: deJackson a Ribot A. Jackson: evolución y disolución de las funciones nerviosas La psicología evolucionista ejerció rápidamente un gran atractivo en los clínicos de la psiquiatría y de la neurología, pero es preciso señalar que durante mucho tiempo las referencias respecto de aquélla permanecieron como una especie de marco general de pensamiento, sin penetrar en el análisis de los fenómenos en sí, que seguían considerándose con una perspectiva materialista y neuropsicológica. Abundan los ejemplos de tal actitud, desde Meynert a Charcot; por otra parte, Wundt representa una posición idéntica en psicología propiamente dicha, pues sus ideas ge nerales no dejaron de ser muy distintas de las referencias al evolucionis mo que salpican sus escritos. Veremos la importancia de este punto en lo que concierne al propio Freud. Maudsley constituye otro modelo no table de esa actitud primera: a una concepción que grosso modo sigue siendo muy próxima a la de Cabanis o de Griesinger, le yuxtapone refe rencias evolucionistas precoces, puesto que la primera edición de su gran obra apareció en 1867.1 Más adelante volveremos a hablar de Maudsley, cuyas concepciones sobre la afectividad en general y la importancia de la cenestesia como fundamento del carácter y base del sentimiento perso nal, influyeron fuertemente en Ribot. No obstante, desde 1863 J. Hughlings Jackson elaboró una concep ción de la fisiología del sistema nervioso que constituía verdaderamente la aplicación del evolucionismo de Spencer y que iba a guiar sus inves tigaciones clínicas a lo largo de toda una obra fecunda de precursor, en la 213
que se originaron muchas concepciones neurológicas modernas.2 En ella, el sistema nervioso es concebido como una jerarquía organizada de centros escalonados, que aparecieron progresivamente en el curso de la evolución de las especies y que asumen sus funciones sucesivamente en el desarrollo del individuo, desde la infancia hasta la edad adulta. Todos esos centros son de estructura sensorio-motriz, como los más elementa les y más bajos entre ellos, los de la médula espinal, sustento del arco reflejo. A continuación se produce el pasaje desde los centros inferiores mejor (es decir, más rígidamente) organizados, los más simples y auto máticos en su funcionamiento, hasta los centros superiores menos orga nizados (los más plásticos en su actividad: durante toda la vida permane cen incesantemente organizándose), los más complejos, también los más voluntarios, es decir los menos automáticos en su puesta en juego. Ya encontramos en Spencer los grandes lincamientos de esta tesis (pasa je del reflejo al instinto y después a los actos voluntarios), pero Jackson tomó directamente de Baillarger la teoría del automatismo, que por otra parte propone a veces rebautizar “principio de Baillarger”, y cuyo dualis mo automático-voluntario integra3 a la interpretación de las interrelaciones de una jerarquía compleja de niveles funcionales. Jackson diferencia expresamente los centros, localizables en el pla no anátomo-fisiológico, y las funciones, no localizables pero descom ponibles (cf. Spencer) en fenómenos sensorio-motores que son los úni cos que pueden ser localizados y por lo tanto pertenecer al ámbito de la ciencia (crítica de las “facultades mentales” y de las concepciones freno lógicas de su localización). Así, si bien considera que los centros más elevados son los “órganos del espíritu” y la “base física de la conciencia”, también entiende que la conciencia está distribuida a todo lo largo del eje nervioso, tanto más vivo cuanto más complejos son sus ordenamientos funcionales: la conciencia propiamente dicha corresponde a una integra ción de innumerables impresiones y movimientos representados. Por otra parte, se trata de una correlación entre fenómenos materiales y fenó menos mentales (tesis del paralelismo) y no del pasaje de un orden de hechos a otro; las nociones fisiológicas y psicológicas corresponden a dos diferentes modos de acceso a los fenómenos: se los puede poner en relación pero no tratarlos como idénticos (por ejemplo, buscar la locali zación cerebral de la facultad de hablar, tesis absurda). La actividad de los centros superiores puede por otra parte ser netamente sensorio-motriz, cuando funcionan en conjunción con los centros inferiores (circuito que va de la percepción a la acción), o autónoma, cuando los ordenamientos nuevos de esbozos de movimientos y el despertar de impresiones senso riales de nivel elevado se operan de manera disociada —“evolución inter na” que corresponde a la actividad simbólica, a las operaciones mentales y cuyo gran desarrollo en el hombre explica su superioridad creadora—. 214
En el marco de esta concepción de conjunto, las enfermedades del sistema nervioso aparecen como reversiones de la evolución, disolucio nes localizadas o generalizadas. El cuadro clínico está compuesto por dos tipos de signos, también clínicos, que resulta esencial distinguir bien:4 «/ —Los signos negativos, deficitarios, que corresponden a la'supresión de las manifestaciones de actividad superior y a la puesta fuera de fun ción, lesional o funcional, de los centros más elevados. —Los signos positivos, o de liberación, que por el contrario ponen de manifiesto la emancipación de la actividad de los centros inferiores, habitualmente inhibidos, “reprimidos” por el control jerárquico integrador de los niveles más elevados. Según sea la lesión próxima a los cen tros o propiamente central, esos signos positivos serán intensos (descar gas por excitación de proximidad) o débiles (destrucción). Jackson aplicó ese modelo de análisis clínico a diversos tipos de trastornos. En lo que por ejemplo concierne a los centros motores, con sideraba a cada uno representante no sólo de un segmento separado del cuerpo y por lo tanto de un músculo particular, sino una integración de segmentos corporales en orden compuesto y específico, es decir de mo vimientos. Ascendiendo en la jerarquía de los centros, esa localización funcional sería cada vez más amplia, de manera que en el nivel de los centros superiores corticales cada centro representa en particular una zo na determinada y en general la totalidad del cuerpo —lo que por otra parte explica las suplencias posibles en caso de destrucción, es decir las posibilidades de recuperación— . La lesión de los centros provoca enton ces una afección paralítica de la zona considerada, en la cual los movi mientos resultan más perturbados cuanto más voluntarios sean: en el ni vel de la extremidad superior, por ejemplo, la mano sufre proporcional mente más que el brazo. Pero estos principios revelaron particularmente su fecundidad con respecto al problema crucial de la afasia, al permitirle a Jackson una crí tica muy revolucionaria de las concepciones asociacionistas entonces ad mitidas corrientemente, las de Meynert, Wemike o Charcot. Baillarger había dedicado a la afasia una memoria publicada en 1865,5 que Jackson conocía bien. En ella examinó el problema de los restos del lenguaje de los afásicos, fuera que no dispusieran más que de unas pocas palabras que empleaban para todo fin, o que emitieran una profusión de discursos incoherentes (parafasia), o que todavía pudieran escribir correctamente. Baillarger rechaza la tesis de la amnesia (Trousseau), admisible única mente en el caso de afasia total, y también la hipótesis de Bouillaud y Broca, la cual postulaba la existencia de un centro coordinador o “legis 215
lador” de la palabra, que controlaría los movimientos articulados del len guaje y que estaría desorganizado o destruido. Examinando esos casos clínicos se podía demostrar que el material verbal, simbólico o motor seguía estando perfectamente presente: las palabras restantes eran correc tamente pronunciadas, y sobre todo las que el enfermo no podía encon trar o repetir voluntariamente surgían a veces de modo espontáneo por acción de una causa excitadora cualquiera (una emoción, por ejemplo). Baillarger llega por lo tanto a la conclusión de que ha sido afectada la “incitación verbal voluntaria”, pero con conservación de la “palabra au tomática”: lo lesionado en ese tipo de casos sería la capacidad para la utilización instrumental de la palabra al servicio de la voluntad, y no el instrumento en sí. Jackson retomó los grandes lincamientos de ese análisis, integrando en él sus concepciones psicofisiológicas personales. Aplicando su tesis de que se puede localizar la lesión pero no la función, empieza por re chazar la teoría de una lesión de “centros de imágenes” verbales o de sus conexiones. En la afasia, el lenguaje está dañado, no como facultad au tónoma que tuviera su propia localización y sus centros específicos, si no en tanto función voluntaria, de nivel simbólico elevado; por lo tanto no puede tratarse del daño de elementos discretos del lenguaje, sino más bien de su uso, en particular de una disociación entre la supresión de los aspectos voluntarios y la conservación, incluso la liberación de los aspectos automáticos de los empleos del lenguaje. Así, el lenguaje inte lectual, es decir la forma superior, proposicional,6 aparece profundamen te alterada (signo negativo), en tanto que los síntomas positivos con ciernen a las formas inferiores, arcaicas y automáticas de las emisiones verbales: lenguaje emocional (inflexiones de la voz, interjecciones), len guaje automático (emisiones estereotipadas impulsivas, emisiones oca sionales espontáneas más o menos adecuadas), lenguaje “de confección” (ready-made: sintagmas preformados). En consecuencia se observa la conservación de las formas organizadas de mayor antigüedad, y con fre cuencia la perseveración de las últimas formas de organización volunta ria (palabras o frases pronunciadas inmediatamente antes o durante la aparición de la lesión responsable de la afasia) del habla. De la misma manera, Jackson rechazó la distinción clásica entre len guaje interior y lenguaje exterior (o más bien exteriorizado), que sería el único afectado en ciertas formas de afasia llamadas motrices, según las tesis localizadores. Entre esos dos aspectos del lenguaje no podría haber disociación; ellos son fundamentalmente idénticos y de nivel funcional equivalente. A lo sumo podía admitirse que el lenguaje interior se limita con frecuencia a esbozos, que las formas del lenguaje automático tienen en consecuencia en él un lugar más importante que en la expresión ver bal externa, lo que podría explicar una relativa conservación en caso de
afasia. Pero en lo que concierne a las formas altamente organizadas, pre posicionales, el daño seguía siendo rigurosamente idéntico. Jackson trata igualmente de explicar las enfermedades mentales en los términos de su doctrina. En ese punto, sus análisis son muy próxi mos a los de Baillarger; en ellos siempre subraya el aspecto negativo más discreto de los trastornos ruidosos de los alienados: “Ilusiones, deli rios, conductas extravagantes y estados emocionales anormales en un lo co (...) significan que continúa la evolución de lo que queda intacto de los centros más elevados que han sido deteriorados, de lo que la enferme dad, en el curso de una disolución tal, ha respetado. Esos estados menta les positivos (...) implican la coexistencia de estados mentales negativos que son una percepción defectuosa, una menor potencia de razonamiento, una menor adaptación al ambiente actual, y la ausencia de las emociones ‘más sutiles’ (en comparación con lo que era la persona anteriormente sana). Para dar ejemplos, toda ilusión significa que una cosa ya no es re conocida como lo hubiera sido antes de la locura, lo que quiere decir que coexiste un elemento mental negativo”7 (ejemplo del paralítico general que se cree emperador de Europa y por lo tanto ignora su verdadera iden tidad). Por otra parte, Jackson insiste en el carácter con frecuencia parcial del déficit: “Es posible que con una falla de la voluntad, la memoria, la razón y la emoción, haya persistencia del resto de lo que se denomina fa cultades (...) que el enfermo ejecute de una manera determinada cosas tri viales, que conserve la memoria de todos los hechos ordinarios y de mu chas circunstancias de un pasado remoto, que hable de manera adaptada de cosas simples y se interese en acontecimientos sorprendentes.”8 Las posiciones fisiopatológicas de Jackson implican esos análisis, más suti les, es preciso decirlo, que las tesis mecanicistas corrientes en la época, y que él critica tanto en ese lugar como en otros: “El tejido nervioso atrofiado no es en nada tejido nervioso; funcionalmente, no es exacta mente nada y no puede ser la causa de nada positivo; los síntomas men tales positivos (...) aparecen durante la actividad que se produce en los elementos no atrofiados, sanos, de lo que queda del enfermo. (...) No pue den originarse durante la actividad de elementos atrofiados.”9 Volvemos a encontrar las distinciones cruciales y paralelas entre lesión y síntoma, y entre centro y función. Otros factores hacen más complejo ese análisis patogénico de la alie nación mental: a la profundidad (el nivel por lo tanto alcanzado por la disolución) se añade su velocidad (la rapidez con la cual desaparece el control de los niveles superiores y que determina la intensidad, propor cional, de los fenómenos de liberación). Por otra parte, la estructura de la personalidad que sufre la disolución (niño, adulto, anciano, hombre o mujer, inteligente o estúpido, portador de una tara degenerativa o sano, 217
instruido o no y de qué manera, etcétera) modula el contenido de los sín tomas, al mismo tiempo que la naturaleza de lo que es automático y por lo tanto subsiste, y de lo que es voluntario y desaparece. Finalmente, la influencia de los estados corporales y de las circunstancias exteriores del momento desempeña un papel esencial en la determinación de las mani festaciones patológicas (ejemplo de las imágenes oníricas provocadas por tal o cual sensación corporal en el curso de la disolución fisiológica que es el dormir). La obra de Jackson no tuvo inmediatamente, entre los neurólogos todavía imbuidos de las concepciones localizadoras, la repercusión que iba a alcanzar en el siglo XX. Pero, contrariamente a lo que se ha soste nido, alcanzó rápidamente una influencia considerable en psicopatología, puesto que inspiró la obra del fundador de la psicopatología francesa, el maestro de Janet y Binet, Théodule Ribot. B. Ribot y la escuela psicopatológica francesa En efecto, hasta Ribot la escuela espiritualista siguió siendo dominante en la psicología francesa, a pesar de los violentos ataques de Comte y, después, de Taine. Fue Ribot quien puso término a su influencia cientí fica en Francia, al introducir las ideas de los psicólogos empiristas in gleses y alemanes en dos notables obras que ya he citado con frecuencia: La psychologie anglaise contemporaine (1870) y La psychologie alle mande contemporaine (1879). Los prefacios que redactó para esos dos volúmenes constituyen el manifiesto teórico de la nueva escuela; con un lenguaje muy claro y gran dominio, retoma allí las posiciones de una psicología empírica y comparada, en gran medida evolucionista y mate rialista (por lo menos en el sentido del paralelismo psicofisiológico). Su positivismo crítico se inspiró en Mili, Bain y Spencer; ya conocemos sus argumentos: crítica de la psicología de las “facultades mentales” rechazo de toda intromisión de tipo moral o metafísico, asociación método subjetivo (introspección) con el método objetivo comparado (es tudio de las lenguas, de lá historia, de las sociedades inferiores, de la pa tología mental, de los niños'y los animales),10 vinculación permanente de los fenómenos psicológicos con los fenómenos fisiológicos, en par ticular con sus concomitantes nerviosos y con toda la “cerebración in consciente” en la que hunden sus raíces y a la que vuelven finalmente a fundirse. Para Ribot, la psicología era la última rama de las ciencias po sitivas que se separaba del tronco común de la filosofía, reducida a no contener en adelante más que “las especulaciones generales del espíritu humano acerca de los principios primeros y las razones últimas de toda cosa: finalmente, será metafísica, y nada más.”11 No obstante, algo caracteriza la posición de Ribot en medio del con 218
cierto de la psicología europea contemporánea, y se trata de una tradición de pensamiento que, a través de Taine, Comte y Broussais, lo vincula directamente con Cabanis. Es la importancia metodológica que atribuye al campo de la patología mental en la constitución de la nueva psicolo gía. Los hechos psíquicos son los más complejos, los más elevados de los fenómenos naturales: su conocimiento directo es inseguro, ilusorio, de lo cual surge la necesidad de los procedimientos indirectos de la psi cología objetiva. Entre ellos, Ribot reserva un lugar escogido a las téc nicas de los experimentalistas alemanes, incluso aunque ésa sea una vía que no parece tentarlo personalmente;12 en efecto, él mismo nunca rea lizó experimentos, y fueron sus alumnos quienes fundaron los primeros laboratorios franceses. Más bien parecía atraerlo la dimensión comparada pero, entre sus diversos registros, uno ocupaba a su juicio un lugar ex cepcional: la patología mental, ámbito privilegiado de aplicación a la psicología del método de las diferencias (cf. Mili). Como lo había afir mado Claude Bemard para la fisiología, entendía que la enfermedad reali zaba una experimentación natural, una verdadera disección espontánea de los fenómenos psicológicos más complejos. Así se estableció el matiz específicamente francés en la psicología empirista europea contemporá nea, matiz que capitalizaba el prestigio y la fuerte implantación en Fran cia, desde Pinel, del trabajo clínico y teórico en el dominio de la aliena ción mental. De allí provino, a través de Charcot, siempre muy reveren te respecto de Ribot, todo el pensamiento psicodinámico de principios del siglo XX, cuyos adelantados fueron Janet y ese retoño germánico de la psicopatología francesa, como por muchas razones puede considerarse a Freud. Pero lo que autorizaba a Ribot a considerar la patología mental como una especie de disección natural de las operaciones mentales más com plejas, era la tesis de la disolución que tomó muy explícitamente de Jackson y que utilizó como “ley de regresión” en la primera parte de su obra. Ella es la base teórica de esos “tres pequeños libros que tienen por título Les maladies de la mémoire (1881), Les maladies de la volonté (4893) y Les maladies de la personnalité (1885) (y que) durante mucho tiempo fueron el breviario de los psicólogos y de los médicos; (esos li bros) los agruparon, les proporcionaron estudios comunes, un lenguaje inteligible para todos y modelos a imitar. (...) De allí provino (...) ese movimiento científico notablemente caracterizado por la asociación es trecha de los estudios psicológicos y los estudios médicos.”13 Veamos por ejemplo cómo cierra Ribot su estudio de la patología de la memoria: “Hemos demostrado que la destrucción de la memoria sigue una ley. (...) En el caso de disolución general de la memoria, la pérdi da de los recuerdos da los pasos de tín trayecto invariable: los hechos re cientes, las ideas en general, los sentimientos, los actos. En el caso de 219
disolución parcial mejor conocido (el olvido de los signos),14 la pérdida de los recuerdos sigue un proceso invariable: los nombres propios, los nombres comunes, los adjetivos y los verbos, las interjecciones, los gestos. En ambos casos la marcha es idéntica. Es una regresión de lo más nuevo a lo más antiguo, de lo complejo a lo simple, de lo volunta rio a lo automático, de lo menos organizado a lo mejor organizado. La exactitud de esta ley de regresión es corroborada por los casos bastante escasos en los que a la disolución progresiva de la memoria sigue una curación: los recuerdos retoman en un orden inverso al de su pérdida.”15 En esa primera fase de su obra, las concepciones de Ribot no son por otra parte muy originales: su inmensa erudición le permite simplemen te una síntesis amplia y clara, conceptualmente muy segura, de las tesis de la psicología y la psicopatología del siglo XIX. Así, inscribe el fun cionamiento mental en el interior del funcionamiento nervioso, y este último en el interior del organismo íntegro; lo psíquico se origina y vuelve a hundirse en el inconsciente, que para Ribot es idéntico a lo fi siológico.16 Ello no impide que la conciencia sea un nivel funcional significativo, el más elevado en la jerarquía nerviosa, con características propias (dimensión temporal, determinismo muy abierto, instancia de control y de síntesis, etcétera). El funcionamiento y las necesidades del organismo íntegro están representados psicológicamente por sensaciones confusas, emociones, tendencias que orientan toda la actividad mental. “La unidad del yo, en el sentido psicológico, es por lo tanto la cohesión, durante un lapso dado, de un cierto número de estados de conciencia cla ros, acompañados por otros menos claros y por una multitud de estados fisiológicos que, sin un acompañamiento de conciencia como el de sus congéneres, obran tanto o más que ellos.”17 “La personalidad real es el organismo y el cerebro, su representación suprema, que contiene en sí los restos de lo que hemos sido y las posi bilidades de todo lo que seremos. Allí está inscripto totalmente el carác ter individual, con sus aptitudes activas y pasivas, sus simpatías y sus antipatías, su genio, su talento o su tontería, sus virtudes y sus vicios, $u torpor o su actividad. De allí es poco lo que emerge a la conciencia rf en comparación con lo que queda enterrado, aunque actuando. La perso nalidad consciente nunca es más que una pequeña parte de la personalidad física."18 De modo que la unidad del yo de los espiritualistas no era en realidad sólo una coordinación, como lo afirmaban los asociacionistas, sino que se afianzaba en la permanencia de un “sentimiento vago de nuestro cuerpo”,19 esa cenestesia, conciencia vaga del conjunto del or ganismo y del funcionamiento de los órganos (incluso del mismo cere bro), en la que desde Griesinger20 se tendía a encontrar la clave del senti miento unitario de la personalidad y también de sus mutaciones patoló gicas (cf. la teoría de la psicosis en Griesinger). 220
Del mismo modo, la voluntad no era más que un estado de concien cia, reflejo de la coordinación del conjunto de las tendencias y motiva ciones antagónicas por las cuales el organismo estaba representado psí quicamente . De modo que el acto voluntario constituía el desenlace de una vasta deliberación que el “yo quiero” observaba y verificaba sin constituirla: él expresaba la síntesis personal, el carácter como “expre sión psíquica de un organismo individual”.21 Era la forma más comple ja, inestable y frágil del mismo proceso del que el arco reflejo represen taba el fenómeno más elemental: en realidad, “el secreto de los actos producidos debe buscarse en la tendencia natural de los sentimientos e imágenes a traducirse en movimientos”.22 C. La teoría de la afectividad en Ribot Ribot siempre deploró (por ejemplo en sus estudios sobre los psicólo gos contemporáneos ingleses y alemanes) la debilidad y el carácter in completo de las tesis existentes acerca de los fenómenos afectivos. A partir de 1896, fecha de la aparición de su Psychologie des sentiments, trató de llenar él mismo esa laguna y al mismo tiempo abordó una serie de trabajos paralelos sobre el desarrollo y la estructura comparada de la inteligencia y la afectividad. En esta segunda fase de su obra, el recurso a la patología pasó al segundo plano ante la apelación a la antropología, la historia y la biogénesis de la especie: Darwin reemplazó a Jackson como principal punto de referencia teórica. “La antropología, la historia de la costumbres, de las artes, de las religiones, de las ciencias, nos se rán con frecuencia más útiles que lo aportes de la fisiología. (...) La evolución de los sentimentos en el tiempo y en el espacio, a través de los siglos y las razas, es un laboratorio que opera hace miles de años, con millones de hombres. (...) Si bien la vida del espíritu tiene sus raíces en la biología, sólo se desarrolla en los hechos sociales”.23 El fondo de la tesis de Ribot retoma la teoría de James que estudiare mos más adelante y que él resume como sigue: “La emoción no es más que la conciencia de todos los fenómenos orgánicos (interiores y exterio res) que la acompañan y que generalmente son considerados sus efectos; en otros términos, lo que el sentido común considera los efectos de la emoción es en realidad su causa.”24 En suma, lo mismo que Maudsley y que Spencer, Ribot entiende que la emoción es la conciencia de la puesta en juego de tendencias (“necesidades, apetitos, instintos, inclinaciones, deseos”) cuyas manifestaciones le parecen de naturaleza fundamental mente motriz, en sentido amplio: “movimientos, gestos, actitud del cuerpo, modificación de la voz, rubor o palidez, temblores, cambios en las secreciones y excreciones y otros fenómenos corporales”.25 La emo ción es por lo tanto el estado de conciencia que corresponde a la activa221
clón de una tendencia, es decir fundamentalmente de un instinto, y Ribot va a esforzarse por reducir los grandes grupos de estados afectivos a los fundamentos instintuales de los que emanan. Los estados emotivos, por otra parte, tienen una tonalidad agradable o penosa, en sí misma no específica: no se trata más que de un indicio, el cual indica que la tendencia fundamental que la emoción manifiesta está siendo satisfecha o contrariada. En efecto, placer y dolor connotan grosso modo (el organismo no es profeta) lo útil y lo nocivo, lo que incrementa y lo que reduce la energía vital; como lo había observado Darwin, la selección natural se encarga de asegurar la suficiente adecua ción de esa guía esencial de la actividad animal a las condiciones reales del ambiente. Por lo tanto, si bien “la mayor parte de los tratados clási cos dicen que ‘la sensibilidad es la facultad de experimentar placer y do lor’, (Ribot) diría, empleando su terminología, que ‘es la facultad de ten der y desear, y como consecuencia, experimentar placer y dolor’ ”.26 Se advierte el cambio fundamental que así sufre el utilitarismo en la época evolucionista. Queda el problema de la ligazón entre los estados afectivos y las sen saciones, percepciones, imágenes, ideas que los acompañan o que casi siempre tienen el poder de desencadenarlos. Se trata desde luego de un fe nómeno que pone de manifiesto el lazo, directo o secundario (por la me diación de las asociaciones de imágenes e ideas), entre los estados inte lectuales precitados y las condiciones de existencia naturales o sociales que gobiernan la puesta en juego de las tendencias de las que emanan las emociones. En resumen, “se trata de una cuestión de génesis”,27 y al examinarla Ribot retoma la corrección que un buen número de autores contemporáneos querían introducir en la clásica ley de asociación. Al análisis puramente intelectual (semejanza, contraste, contigüidad) tradi cional, la idea es añadir (para algunos incluso ceder el lugar a ) el papel esencial de las disposiciones afectivas como base de los fenómenos aso ciativos, problema “recientemente estudiado por Lehmann28 con el nombre de desplazamiento (Verschiebung) de los sentimientos, y por Sully con el nombre de transferencia de los sentimientos”.29 Por otro lado —piensa Ribot— ésa es una de las fuentes esenciales de las in fluencias conscientes en la vida psíquica: junto a hipotéticos factores he reditarios atávicos (Ribot prefiere hablar de la acción de tendencias inna tas), y de la gravitación global, permanente o transitoria, de la cenestesia, “el inconsciente personal, residuo de estados afectivos ligados a per cepciones anteriores o a acontecimientos de nuestra vida”,30 ejerce una influencia capital en nuestra vivencia consciente. En 1897, por otra par te, en su Essai sur l'imagination créatrice, Ribot estudiará otras dos formas de asociación inconsciente:
-teta MOdación mediata (Hamilton), cuya “fórmula general es: A eVOOt I C , aunque no haya entre ellos ni continuidad ni semejanza, porque un término intermedio B, que no entra en la conciencia, sirve de transición desde A a C”;31 —el efecto de “constelación” (Ziehen), en el que el resultado asocia tivo, aparentemente imprevisible y consecuencia de un puro azar, reposa en una suma de lazos asociativos subconscientes del tipo de la asocia ción mediata. Para determinar las formas primitivas, elementales, de la emoción, Ribot confiará, más que en las fuentes sospechables de la observación interior y de la descomposición analídca, en el método genético, bajo su forma cronológica (observación del niño). Así, toma de Preyer y de los psicólogos contemporáneos del niño una lista secuencial32 que le servirá de guía: miedo, cólera, cariño, emoción personal (ligada al yo, a la per sonalidad: self-feeling, Selbstgefühl), emoción sexual, aparecían en ese orden sucesivo y constituían la base de los sentimientos complejos (sentimientos sociales y morales, religiosos, estéticos, intelectuales); la disociación se producirá en el orden inverso (sentimientos complejos de sinteresados, sentimientos altruistas, emociones ego-altruistas, egoís tas), verificándose lo que la evolución parece poner de manifiesto. La vinculación de las emociones primitivas con los grandes instintos fundamentales se desprende entonces sin dificultad: temor y cólera co rresponden respectivamente a las formas defensiva y ofensiva del instin to de conservación; el cariño (emoción tierna) deriva de la simpatía, for ma elemental del sentimiento social; las emociones personales (senti miento de fuerza o debilidad: orgullo, humildad), de carácter semisocial, son la expresión de la misma tendencia en su forma reflexiva; finalmen te, el instinto de reproducción da origen a las emociones sexuales. Las emociones complejas derivan entonces de las emociones simples por la mediación de los procesos intelectuales y de las asociaciones que en ellos se constituyen: de allí se desprende una diferenciación evolutiva (cf. la evolución de los sentimientos estéticos o del sentimiento de propie dad, desde los pueblos primitivos hasta el hombre occidental) que a ve ces toma la vía de una detención del desarrollo (el odio, la resignación, el amor platónico, como formas abortadas de la cólera, de la pena, del deseo sexual) o de una composición por mezcla o fusión (cf. el análisis por Spencer del sentimiento amoroso). En los sentimientos desinteresa dos se añaden fuentes particulares que les confieren su especificidad: así, los sentimientos estéticos tienen su origen en esa “actividad de lujo”, ese gasto de energía superflua que es el juego; la danza-pantomima cons tituía la forma primitiva de ese juego estético. Los sentimientos intelec 223
tuales nacen de la necesidad de conocer, emanación puramente utilitaria de los instintos fundamentales antes de que esa necesidad se autonomice en una actividad desinteresada. D. La lógica racional y la lógica afectiva en Ribot En 1905 Ribot completó su primera obra sobre una “lógica de los senti mientos” (Logique des sentiments). Allí examina la existencia de una lógica extrarracional de base afectiva, distinta de una simple “lógica de los sofismas”, puesto que encuentra su fuente no simplemente en el error intelectual sino en el problema de los valores. Ambas formas de lógica se diferenciaron partiendo de una matriz común, la inferencia, for ma elemental del razonamiento. La lógica racional proviene de una se lección progresiva de las formas de razonamiento convincentes, es decir conformes a la naturaleza de las cosas: a lo largo de los siglos, por ensa yos y errores, se diferenció de ese modo el razonamiento objetivo del que a continuación los lógicos, por reflexión y análisis, extrajeron las leyes; en ese proceso, los progresos de la técnica desempeñaron un rol esencial: “La técnica es la madre de la lógica racional”33 Por otra parte, de la construcción de las abstracciones y de la evolución intelectual del mundo de las imágenes hasta el de los conceptos, Ribot tiene una idea muy se mejante a la del análisis que hemos detallado en Romanes.34 No obstan te, le aporta a la clásica teoría nominalista una corrección (o más bien un comentario) esencial: si bien el concepto es sólo una palabra, es decir un signo, si bien se puede razonar con esos signos abstractos sin tener conciencia de su significación, es decir de lo que representan, a la manera del álgebra, de ningún modo la interpretación del fenómeno puede dete nerse en ese punto, como lo atestiguan ampliamente las dificultades de toda persona no informada ante una página de un texto un poco abstracto en un dominio que le es extraño. En efecto, “los términos generales cu bren un saber organizado, latente. (...) Las ideas generales son hábitos en el orden intelectual (...) es decir una memoria organizada. (...) Lo que ocurre siempre que tenemos en la conciencia solamente la palabra gene ral no es más que un caso particular de un hecho psicológico muy cono cido, que consiste en lo siguiente: el trabajo útil se realiza por debajo de la conciencia, y en ella sólo aparecen sus resultados, indicios o señales. (...) Ese sustrato inconsciente, ese saber potencial, organizado, no sólo le da a la palabra su valor verbal, sino que deja en ella sus huellas. (...) El pensamiento simbólico, operación en apariencia puramente verbal, es sostenido, coordinado, verificado por un saber potencial y un trabajo in consciente”.35 Por lo tanto, si bien el razonamiento objetivo se ha desprendido pro gresivamente de la matriz común, no ha podido reemplazarla y “exten224
• la totalidad del dominio del conocimiento y de la acción. Ahora . al hombre tiene una necesidad irresistible de conocer ciertas cosas | i l l l rtzón no alcanza, de obrar sobre ciertas personas o cosas, y la ló» objetiva no le proporciona los medios para hacerlo. En una palabra, lógica de los sentimientos (...) esa forma de razonamiento inferior, aItatoria, con frecuencia engañosa (...) le sirve al hombre en todos los caMMen los que existe un interés teórico o práctico (en el fondo siempre práctico) en formular o justificar una conclusión y no se pueden o no se quieren emplear los procedimientos racionales.”36
S
Así delimitada, la lógica de los sentimientos aparece como una for
ma de razonamiento cuyos términos son juicios de valor y cuyas propoliciones están esencialmente regidas por el principio de la finalidad: “En
el razonamiento racional, las relaciones se establecen entre los términos medios por semejanza, analogía, pasaje de la parte al todo y del todo a la parte, inclusión, exclusión, etcétera, y la serie condiciona la conclu sión, en tanto que en la lógica afectiva las relaciones (...) se establecen según una tendencia única, siguiendo un principio de finalidad (...) y la conclusión condiciona la serie.”37 Ribot puede entonces desprender dos tipos principales de razona miento, según sea el punto de partida un deseo (razonamiento imaginati vo; ejemplos: adivinación, magia) o una creencia (razonamiento de jus tificación; “ejemplo: justificar la Providencia de un desastre que aniquila en masa a personas piadosas”).38 Además de esos dos tipos, describe una forma “mixta” de superestructura racionalizada (tipo alegato-elocuencia) y dos formas desdibujadas cercanas a la simple asociación de base afecti va:39 el razonamiento pasional y el razonamiento inconsciente — tal co mo puede intervenir en las conversiones y las mutaciones sentimenta les— . Todas las formas de la lógica afectiva tienen la misma estructura: indiferencia al principio de contradicción, propensión a la satisfacción de las tendencias, necesidades, deseos; utilización predominante de procedi mientos retóricos (acumulación o gradación de argumentos que apuntan esencialmente a lograr un efecto emotivo). Al sistematizar de ese modo la oposición de dos lógicas, incluso de dos pensamientos en el individuo, Ribot sin duda retoma un tema bas tante trillado, pero también conceptualiza con claridad, en el interior mismo del marco de la psicología científica de su época, un modelo de conflicto que va a convertirse en el tema general de los análisis psicopatológicos inmediatamente ulteriores, por lo menos en lo que concierne a lo que en ese mismo momento se estructuraba en la clínica como pato logía constitucional.40 Veremos que Freud formuló análisis totalmente homólogos cuando opuso los procesos primario y secundario del pensa miento. 225
Irtfancía y sexualidad A. La psicología del niño: reduccionismo o especificidad Indudablemente en la estela del pensamiento evolucionista, tan preocu pado por cuestiones de génesis, la psicología del niño comenzó a susci tar hacia el último cuarto del siglo XIX un interés creciente. Por lo de más fue un texto de Taine aparecido en 187641 el que impulsó el movi miento; muy pronto traducido al inglés, llevó a Darwin a publicar a su vez (1887) observaciones breves sobre el desarrollo mental de sus hijos. En pocos años aparecieron42 las grandes obras de Preyer (1881) y de Pé rez (1878 y 1886), y los artículos monográficos de Sully (a partir de 1880): el movimiento estaba iniciado y no se detendría; la psicología del niño siguió siendo hasta nuestros días objeto de trabajos cada vez más numerosos. ¿Es posible imaginar hoy que hubo un tiempo en el que ese campo no existía y no suscitaba ninguna investigación particular? En efecto, si se quieren encontrar las concepciones difundidas acerca de la infancia y su psicología antes de mediados del siglo XIX, es preci so dirigirse a las teorías pedagógicas y a toda la masa de escritos consa grados a ese tipo de problemas desde el Renacimiento hasta el fin de la época clásica.43 En tal sentido, en el siglo XVIII se levantó la hipoteca cristiana acerca de la tendencia natural al mal del ser humano, es decir, sobre todo del niño antes de alguna corrección educativa. Rezagándose en todas partes, esta concepción fundamental de la pedagogía cristiana dejó emerger dos tesis provenientes del humanismo más que nada signa das por la creencia en la naturaleza bondadosa y perfectible de la humani dad. La primera, heredera de Rabelais, reunió a empiristas (Condillac) y teóricos del progreso (Condorcet), concordes en confiar en el conoci miento, en las “humanidades”, para transmitir al niño la cultura que hace de él un hombre cada vez mejor y un ciudadano. La segunda, más bien en la veta de Montaigne y próxima a la tesis filosóficas aprioristas e innatistas (Kant), encontró en Rousseau su mascarón de proa; ella espera ba más bien de la confrontación del niño con las experiencias de la vida el desarrollo natural del que el pequeño es capaz y que el educador condu ce diestramente desde bambalinas. Pero detrás de esta oposición superficial, que corresponde de hecho estrechamente a la controversia entre empirismo y apriorismo, ambas posiciones tenían en común una concepción de la infancia que no veía en ella otro contenido que el de tender al estado adulto. Ese adultomorfismo se expresaría cómodamente con el vocabulario aristotélico: el ni ño era el adulto en potencia y la educación sólo tenía la finalidad de ha cer pasar esa potencia al acto y engendrar al adulto que de hecho el niño era potencialmente. La tesis “dirigista” es más clara en cuanto designa a 226
como “fábrica de la humanidad” (Comenio) o afirma que “el eém Ó O t, junto al niño, es el representante del hombre que él será más aMUMe” (Herbart), aquel que hará que “el hombre se convierta verdadera mente en hombre” (Comenio). De allí proviene el carácter decididamente «Ofnitivo de lo que hacía las veces de teoría del desarrollo, y el hecho de qiM lt dosis de “información” necesaria fuera pensada en términos de sa ber O#n términos de experiencia. La controversia apuntó finalmente a la descomposición analítica del espíritu en “facultades mentales”: los em plastas reducían todo a la percepción, los aprioristas pretendían una au tonomía y por lo tanto una educabilidad propia de la voluntad. La poca experiencia clínica paidopsiquiátrica de la que se disponía en esa época era el reflejo de aquella concepción fundamental y de esta polémica secun daria. Su única noción, en efecto, era la de detención del desarrollo, la idlotez, y las controversias versaban sobre la irreversibilidad de ese esta do: los empiristas la consideraban nula (Pinel, Esquirol). Esa no era la opinión de los “educadores de idiotas” (Séguin, Delasiauve), más bien espiritualistas, quienes pensaban en una lesión predominante de la vo luntad y por lo tanto de la atención: estimaban que la educación de esos nlflos era posible, con la condición de que se utilizaran métodos especia les.44 Al principio, la curiosidad nueva que suscitó en la segunda mitad del siglo XIX el desarrollo psicológico del niño no se apartó mucho de la óptica tradicional: se trataba de verificar, de validar las concepciones de la génesis de las funciones mentales tal como se la representaban las te orías reinantes, asociacionistas y evolucionistas. Es el caso del artículo de Taine que encuentra las etapas de su análisis de la inteligencia en la observación del desarrollo del lenguaje y de los conceptos en el niño. El breve trabajo de Darwin o las obras de Pérez se presentan como protoco los de observación de un estilo más bien sobrio, que procuran determinar las fechas de aparición y las modalidades de evolución de los fenómenos mentales, encarados y descriptos de una manera bastante académica (sen saciones, movimientos, emociones, fenómenos intelectuales, lenguaje, desarrollo moral y de la personalidad); la óptica es por cierto evolucio nista y el objetivo validatorio evidente, aunque las observaciones en sí pueden tener un valor propio (cf. la lista de aparición secuencial de las emociones en el niño utilizada por Ribot). El trabajo de Preyer que domina el período se funda en una orienta ción fisiologista próxima a la de Bain: retoma en particular la tesis de este último acerca de la constitución de los movimientos voluntarios a partir de una selección-combinación de los movimientos automáticos espontáneos (impulsos, reflejos o instintos innatos) asociados a las pri meras representaciones sensoriales de objeto, tal como ellas se constitu yen bajo el imperio determinante de los estados de placer o dolor y por 227
la acción discriminativa de los movimientos en las percepciones (apro ximación o retirada con repetición del placer o displacer). La facultad de constituir nociones, o inteligencia, aparece como innata, lo mismo que su disposición en el tiempo y el espacio (referencia a Kant y a los nativistas), pero la percepción es indispensable para llenar ese primer marco (referencia empirista). Por otra parte, la inteligencia se constituía inde pendientemente del lenguaje, incluso aunque las nociones primarias, mudas, necesarias para la adquisición de este último, se encontraran des de luego precisadas en ella (Preyer cita en tal sentido las inferencias in conscientes de Helmholtz, que prefiere denominar “mudas”, “sin habla”). De estas diversas investigaciones de espíritu muy empírico se des prendieron pronto una cierta cantidad de temas específicos: — De entrada y sobre todo, el problema de lo innato y lo adquirido en el desarrollo: ¿cuáles eran por lo tanto las partes respectivas de la estruc tura hereditaria del psiquismo y de la influencia del medio y de la imita ción45 en el ser humano? El primer factor, en una óptica evolucionista, relaciona al hombre con la animalidad y con determinaciones instintivas; el segundo subraya la presencia de la cultura y de la dimensión social. Preyer retomará una tesis de Helmholtz (debilidad de los instintos en el hombre), que él reinterpreta y que parece encontrar un amplio consenso: la inmadurez psicofisiológica notable del recién nacido y del niño, en re lación con el mundo animal, explica la perfectibilidad indefinida del ser humano y su adaptabilidad muy abierta; en ellas se unen la importancia de los aprendizajes, la prolongada duración de la infancia, el desarrollo de los instintos familiares y sociales. —A continuación, la gran variabilidad cronológica del desarrollo en el niño: resultaba imposible fijar fechas precisas para estadios y fenóme nos delimitados; cada niño tenía su propio ritmo para recorrerlos. De allí la importancia de la dimensión comparativa, la necesidad de estudios empíricos y estadísticos abundantes. La metodología de la psicología genética comenzó a precisarse en esa época: tuvo su origen en la con frontación de los estudios monográficos al principio realizados casi siempre en los propios hijos de los autores. —Finalmente, la mirada evolucionista, entonces darwinista, aisló progresivamente una secuencia de fases de desarrollo que recapitulaban en el niño la evolución de la especie. La ley biogenética de Haeckel en contró por ejemplo su aplicación en Sully en la idea de una secuencia en la que se sucedían un estadio de dominación de los instintos vitales (ani malidad), un período de asombro ingenuo e imaginación supersticiosa (correspondiente a las culturas primitivas, “infancia de la humanidad”), y finalmente un estadio en el que aparecían una observación más reflexiva del mundo exterior y modos de razonamiento más exacto y eficaces. 228
iMbráde tomar en gran medida ese camino,46 que todavía gravimiento de su discípulo Piaget. livamente, dos corrientes de pensamiento fueron diferenciáni campo de la psicología del niño, desde luego, las vinculaba pilo espectro de posiciones intermedias. Tomemos a Baldwin coIM paradigma de la primera: para ese funcionalista,47 sobre todo preoQUpado por la génesis de las funciones intelectuales, la psicología del niAOM caracterizaba principalmente por su simplicidad: primero reducida a una pura impulsividad ideodinámica (modelo: la hipnosis) se desarro llaba a través de la complejización creciente de una estructura primitiva ffluy limpie, puesto que en líneas generales equivalía al arco reflejo. Los "hábitos" hereditarios se modificaban por la influencia del medio en vir tud de la operación de la acomodación, a través de las “reacciones circu lares"48 que reforzaban los efectos de la experiencia al tender a la repeti ción de los estímulos positivos (forma originaria de la imitación) y a la fuga respecto de los estímulos negativos. Esa génesis logicista de las operaciones mentales se fundaba en una concepción de tipo mecánico (aunque dinámica) en la que el problema de la motivación era evitado mediante metáforas fisiológicas, como por ejemplo la “reacción de exce so" tomada de Spencer y Bain y que explicaba la reacción circular: el placer correspondía a una ventaja vital para el organismo y se manifesta ba por un aumento de la energía y la actividad susceptibles de invertirse en los movimientos necesarios para la repetición del estímulo y por lo tanto de la reacción (el dolor provocaba los fenómenos inversos). Con respecto a Piaget, Wallon ha definido magistralmente la estructura y las debilidades de ese tipo de concepciones que tratan de formular una econo mía de la conciencia en el análisis del pensamiento, extrayendo modelos lógicos de la actividad mental primitiva, con peligro de reintroducir, sin decirlo, en los momentos claves del análisis, lo mismo que acaban de rechazar.49 Lo que retendremos principalmente es la afirmación de la simplicidad y la certidumbre de la transparencia de la vida mental del niño, y detrás de ellas la subsistencia del adultomorfismo clásico. J. Sully atestiguará el origen de la segunda corriente, la que llevaba en germen la concepción nueva y la mirada psicoanalítica. “Los niños son mucho menos fáciles de descifrar de lo que se supone comúnmente”,50 y ello no solamente a causa de su reticencia y su timidez. En efecto, “cuando el chiquillo se muestra perfectamente cándido y se esfuerza, con sus preguntas y obser vaciones acompañadas de la más elocuente de las miradas, por enseñar nos lo que ocurre en su espíritu, nos encontramos constantemente inca paces de comprenderlo. El pensamiento infantil sigue su propio sendero, ‘su propio camino’, como dice muy justamente Rudyard Kipling, ‘ca 229
mino olvidado por quienes han dejado la infancia detrás de sí’. Siendo esto así, nos parece bastante osado hablar de la investigación científica de la inteligencia infantil. A decir verdad, es preciso reconocer, a pesar de los recientes trabajos preparatorios muy notables y plenos de promesas acerca de la psicología infantil, que estamos lejos de poseer documentos verdaderamente científicos en tal sentido. Nuestras llamadas teorías sobre la actividad intelectual de los niños no son con frecuencia más que gene ralizaciones precipitadas de observaciones imperfectas. Es probable que los niños tengan maneras de pensar y de sentir mucho más variadas de lo que nuestras teorías suponen”.51 Así, Sully subraya la heterogeneidad del pensamiento del niño res pecto del nuestro, y los obstáculos que encuentra la investigación empí rica. Si bien insiste en la importancia de una simpatía cariñosa del ob servador para penetrar en ese ser complejo y diferente, también reco mienda una buena formación científica para evitar las trampas de la in tuición proyectiva: la madre o la nodriza son quienes están mejor ubica das desde la perspectiva del primer criterio; el padre o el médico, con re lación al segundo. Así se identifican bien temas modernos y también el del “niño originario”, padre del adulto y clave de su comprensión, lo que invierte totalmente la perspectiva tradicional. Es preciso ver en ese cam bio conceptual radical la huella de la influencia darwinista: ella tiende progresivamente a definir su especificidad, más allá de los aspectos más clásicos del evolucionismo común, spenceriano. Por otra parte, ese tipo de crítica de un geneticismo demasiado simplista se extenderá a muchos ámbitos en el siglo XX, en particular al campo cultural y social: tam bién en ellos la comparación retrocederá ante la evidencia de una autono mía estructural por lo menos relativa. A continuación del pasaje que hemos citado, Sully toma el ejemplo del “juego del niño, acerca del cual tanto se ha escrito, y con tanta segu ridad, (y que) hasta ahora sólo ha sido comprendido imperfectamente”.52 En dos grandes obras aparecidas en 1896 (Los juegos de los animales) y 1899 (Los juegos del hombre), Karl Groos, con una óptica por lo demás un poco diferente, intentó darle a este problema una respuesta que respetara la especificidad de esta actividad tan propia del niño. Recha zando las explicaciones tradicionales (solaz, gasto de la energía superflua, restos hereditarios sin valor actual), atribuyó al juego una función esencial de ejercicio, de ajuste y de maduración de las actividades instintuales ulteriores (de allí la especificidad de los juegos de cada especie animal): “El animal no juega por ser joven, sino que tiene una juventud para satisfacer la necesidad de jugar.”53 También en ese caso la infancia ocupa un lugar capital y un papel autónomo en el desarrollo: si bien la actividad que la caracteriza mejor es propedéutica con respecto a la del adulto, signa también una fase que tiene su significación propia. 230
Clásica del instinto sexual d i que la atracción recíproca entre los sexos es una ley natural y • U atracción irreprimible encuentra su fuente individual en los genitales es extremadamente remota: no hay ventaja alguna en lu filiación desde los escritos más antiguos.54 A la noción mo t a n ! del instinto sexual, tal como ella va a funcionar a lo largo de todo •1 ligio XIX, proporcionando a la clínica naciente de las perversiones MXU«le> su fundamento teórico, nos resultará en cambio más fácil y fructífero situarla en su origen, puesto que incuestionablemente su pun to de partida se encuentra en la obra de Cabanis. Era lógico que quien COniideraba los instintos como “una consecuencia de las leyes de la for mación y del desarrollo de los órganos”,55 y que les atribuía una fun dón esencial en las determinaciones psíquicas, se interesara particular mente en la sexualidad. “Los historiadores del sistema animal, especial mente los dedicados a describir las costumbres de las diferentes especies (...) pudieron ver fácilmente que las propensiones y los hábitos propios de cada una tenían que ver, en gran parte, con el modo en que ella se propaga; y que el carácter de sus necesidades, sus placeres y sus trabajos, su sociabilidad, la extensión o la importancia de sus relaciones con las otras especies, o con los diferentes agentes o cuerpos exteriores, tienen particularmente sus fuentes en las circunstancias o condiciones a las cuales festá ligada su reproducción, y en la disposición de los órganos empleados con tal fin.”56 Por otra parte, Cabanis dedica la quinta memoria sobre las “relacio nes entre lo físico y lo moral en el hombre” a “la influencia de los sexos en el carácter de las ideas y de las afecciones morales”. En las diferencias anatómicas y fisiológicas entre los sexos, ve la fuente de las diferencias “de sus propensiones y hábitos” 57 Pero, sobre todo, atribuyó finalmen te a la sexualidad, como vector de la reproducción de la especie, lo esen cial de la determinación de toda la esfera de las relaciones interpersonales (amorosas, familiares y sociales), que de ese modo aparecen como su ex presión psicológica. Cabanis bosqueja por otra parte en diversos pasa jes la gran oposición de los instintos de conservación y el instinto de re producción, modelos de dos grandes clases de “hábitos instintivos” que él reconoce;58 con rasgos mejor delimitados, esa concepción gravitaría en toda la temática ulterior acerca de esta cuestión. Schopenhauer, del que se sabe hasta qué punto lo marcó la influencia de Bichat y Caba nis,59 se convertirá en su propagador, y ella pasará a ser muy comente hacia fines del siglo XIX. En su subtítulo “Trastornos del instinto” de su Traité clinique de psychiatrie,60 Krafft-Ebing por ejemplo opuso las anomalías del ins tinto de nutrición a las del instinto sexual, que él considera como “tras 231
tornos elementales muy importantes, puesto que la naturaleza de los sentimientos genésicos es la que, en gran parte, determina el carácter, la naturaleza de la personalidad intelectual y en particular sus sentimientos éticos, estéticos, sus tendencias sociales”.61 Maudsley ya había observa do con respecto a la pubertad: “En ese momento los sentimientos al truistas comienzan a germinar: antes de la pubertad, casi todos los varo nes son los más perfectos egoístas; consideran que les corresponde y merecen todo el afecto que se les testimonia y todos los cuidados que hay que brindarles. Después de la pubertad, empiezan a apreciar lo que se hace por ellos y a experimentar una chispa de gratitud. Si siguiéramos el desarrollo del instinto sexual hasta su punto culminante, verificaríamos su remota influencia hasta en los sentimientos más elevados, sociales, morales y religiosos, de la humanidad.”62 En efecto, “¿de qué fuente sal ta la primera chispa del sentido moral? Respondo, exponiéndome a mu chas reprobaciones: del instinto de reproducción”;63 Maudsley subraya entonces la naturaleza semialtruista de ese instinto que empuja al sujeto a “sacrificar una parte de sí mismo para la propagación de la especie” que “entrafla la asociación por lo menos temporaria de dos individuos y de ese modo emplaza el primer jalón de la vida social. Es fácil ver, además, que el afecto por el ser engendrado como consecuencia del ejercicio de ese instinto, y los cuidados constantes, necesarios para la progenie, des piertan el instinto de maternidad y de paternidad. (...) En virtud de ese procedimiento, el individuo entra en el campo del egoísmo familiar. Ahora bien, el sentimiento de la familia (...) es la base del sentimiento social”.64 Los evolucionistas, antropólogos o psicólogos, en general, a esa te sis de la génesis de los sentimientos sociales y de la sociedad a través de la familia y de los instintos parentales (es decir, en última instancia, a partir de la sexualidad65 y de los vínculos que ella engendra) le opusie ron una concepción más compleja, según la cual el grupo era un hecho originario. Hemos visto que Spencer y Darwin sostuvieron este último modo de ver, que Ribot defenderá con fervor: “El grupo familiar y el grupo social provienen de tendencias diferentes, de distintas necesidades; cada uno tiene un origen psicológico especial e independiente, y es im posible derivar a uno del otro.”66 Como ya lo he indicado, la antropología comparada se preocupó bas tante en esa época del origen y de las fases primitivas de la familia y de las organizaciones del parentesco (desde que, como decía Engels, la cien cia histórica se desprendió de la dominación total del Pentateuco).67 A través de dos grandes obras aparecidas en 1871 y 1877, Morgan impon drá la idea, ya bosquejada por Bachofen (1861), de una fase primitiva de “comercio sexual sin trabas”, a partir de la cual emergía lentamente la 232
i monogámica de derecho paterno después de una prolongada fase ^NM M diade matrimonio grupal, o predominio del derecho materno, deM o a l Carácter incierto de la paternidad. El establecimiento del derecho P llim o correspondía en efecto a la vez a una organización mejor regulad l de l u relaciones sexuales y a un progreso en el sentido de la abstrac ción, puesto que un criterio conceptual (la paternidad) reemplazaba a la •videncia concreta inmediatamente perceptible (la maternidad). Como se puede verificar, esta concepción (que fue bastante bien acogida en gene ral) inscribía la estructuración de las relaciones y de los sentimientos conyugales y parentales en el interior de la evolución propia del grupo, Clan u horda primitiva: prevalecía el hecho social. C. El problema de las perversiones sexuales Pero el problema de la sexualidad se planteará sobre todo en un horizon te totalmente distinto: una sexología de pretensión científica habrá de constituirse a partir del campo bastante reciente de la clínica de las per versiones sexuales. Hasta los trabajos alemanes de los años 1860-1870, la patología sexual inventariada se refería a casos de trastornos impor tantes del comportamiento que habían podido necesitar de la intervención del alienista, en un cuadro esencialmente médico-legal. A la antigua no ción de “hipersexualidad” (ninfomanía, satiriasis), el campo nuevo de los dictámenes periciales en los tribunales pudo así afladir el estudio de los grandes perversos, autores de actos “monstruosos” (necrófilos, asesinos sádicos o pedófilos), que se agrupaban entre las monomanías instinti vas de Esquirol. Morel, que rompe abiertamente con tal clase de orien tación nosológica en su gran tratado de 1860, sólo describe en él ese ti po de “perversiones de los instintos genésicos”68 en el marco de sus lo curas hereditarias. Fue el único tratado de la época que dedicó algunas páginas a ese problema todavía muy marginal para la psiquiatría. Asi mismo, cuando Laségue, en 1877, describió por primera vez el exhibi cionismo, lo analizó más como un acto impulsivo (su descripción se asemeja a la que consagró a la cleptomanía) que en sus relaciones con la sexualidad. Por otra parte, en un primer momento, hasta los últimos aflos del siglo XIX e incluso después, existirá una tendencia a vincular las perversiones sexuales con el conjunto de los síndromes impulsivos y obsesivos; Magnan proporciona su modelo más claro 69 La nueva óptica provendrá de Alemania, con los trabajos que giraban en tomo del problema de la homosexualidad.70 Su punto de partida fue la obra del jurista C. H. Ulrichs, él mismo homosexual, que en una se rie de escritos aparecidos a partir de 1864 tratará de obtener la abolición de una legislación muy represiva, afirmando el carácter natural de lo que 233
domina “uranismo” y que opone a la disolución y a la pederastía, lo mismo que a la patología, en particular la mental. Se trataba según él de una disposición singular e irreversible de la naturaleza, de un alma o ce rebro de mujer en un cuerpo de hombre, para la cual reclamaba un reco nocimiento legal que llegara al matrimonio homosexual: en efecto, los uranistas sólo podían desear al hombre, con todos sus caracteres de viri lidad (a diferencia de los “disolutos” aficionados a efebos). La anomalía o más bien la singularidad era congénita, pero en absoluto patológica, y para justificar su punto de vista Ulrichs se apoyó, con un espíritu explí citamente darwinista, en dos argumentos biológicos destinados a ejercer una influencia perdurable: el hermafroditismo de ciertos animales infe riores, y el del embrión humano hasta su decimosegunda semana de vi da. En 1870, Westphall retomó el estudio del problema, para el cual for jó la expresión “inversión sexual” (más exactamente “sensibilidad sexual contraria”) y reprodujo globalmente la descripción de Ulrichs; no obs tante, vinculó la anomalía con el grupo de las neurosis, sobre la base de una muy frecuente sintomatología “neurótica” asociada, y la enlazó así con la patología heredo-degenerativa. En adelante, las anomalías del comportamiento sexual se convertirán en un tema clínico que suscitó en Alemania y después en otras partes un interés creciente. Krafft-Ebing publicó su primer artículo acerca de la patología sexual en 1877; progresivamente amplió su campo de estudio a todas las for mas de desviación sexual a las que tuvo acceso, lo que le permitió redac tar la primera obra de conjunto sobre la cuestión, su Psychopathia sexualis, cuya primera edición apareció en 1886, y que modificará conti nuamente hasta su muerte.71 Dividió las “anomalías del instinto sexual” en cuatro grandes clases:72 —Anestesia: “cuando ese instinto está debilitado al punto de faltar por completo (...). Fisiológica en la infancia y en la vejez (...) la anes tesia sexual es (...) con la mayor frecuencia (...) una anomalía adquiri da”.73 —Hiperestesia: “cuando (el instinto) está acentuado de una manera anormal” 74 Volvemos a encontrar en este punto las antiguas nociones de ninfomanía y de satiriasis. Para Krafft-Ebing este fenómeno es sobre todo cerebral, “relacionado con las enfermedades funcionales de la corteza cerebral (histerismo, estados de exaltación psíquica) o con las enfermeda des orgánicas del cerebro (demencia paralítica, senil).”75 —Parestesia: “cuando (el instinto) se manifiesta de una manera per versa, es decir cuando su tipo de satisfacción no tiene por fin la conser vación de la especie” 76 Estas son perversiones sexuales propiamente di chas, divididas en dos grupos: sadismo, masoquismo, fetichismo, por u234
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M íplfle,77 y la homosexualidad por la otra. Se encuentra que la homo■MHIlUdad presenta diversos grados de desarrollo: hermafroditismo psicoaMMl (atracción por ambos sexos), homosexualidad exclusiva, inverItán plfquica completa (“todo el ser psíquico adquiere su forma en tomo
el fondo la misma estructura. La herencia degenerativa, entonces, sólo explica una cosa: que “un hecho insignificante haya llegado a grabarse con trazos profundos e indelebles en la memoria de estos enfermos”84 gracias a un estado de receptividad particular que “se asemeja en más de un aspecto al estado hipnótico”;85 la herencia da cuenta además de un segundo factor etiológíco: la frecuente precocidad de las emociones se xuales implicadas en ese tipo de experiencia (paradoxia de Krafft-Ebing). Por lo demás, entiende que sólo se trata de la exageración de un proceso normal: cada uno tiene particularidades amorosas o eróticas adquiridas en su historia (asociaciones fijadas) y “el amor normal se nos aparece (...) como el resultado de un fetichismo complicado (...) politeísta: resulta, no de una excitación única, sino de una miríada de excitaciones. (...) ¿Dónde comienza la patología? En el momento en que el amor a un de talle cualquiera se convierte en preponderante, al punto de borrar a todos los otros. (...) Al politeísmo le responde el monoteísmo”.86 De modo que lo que en el espíritu de Binet no es más que una correc ción a la tesis de la degeneración, rápidamente va a convertirse en un punto de vista radicalmente opuesto. A partir de 1889, A. von Schrenck-Notzing publicó una serie de trabajos que relataban la cura su gestiva bajo hipnosis de los pacientes pervertidos sexuales: se trataba de destruir, en virtud de la fuerza de sugestiones hipnóticas, la “asociación” patológica, y de reemplazarla por su homóloga normal. Lo que era re versible por acción de influencias externas no podía sino haber sido ad quirido en circunstancias análogas:87 “Cuanto más se incrementa el nú mero de casos en los que se ha obtenido una curación duradera, más dis minuye, en nuestra opinión, la proporción correspondiente a aquellos en los que puede invocarse una disposición hereditaria para explicar las ano malías.”88 Los autores que sustentan ese tipo de posiciones89 subrayan tam bién que, en un gran número de pacientes afectados de perversiones se xuales, el único “estigma” degenerativo es justamente la perversión misma, y que al presuponer una tara como referencia etiopatogénica se cae entonces en la tautología. Si bien la mayor parte de los autores, ali neándose detrás de Krafft-Ebing,90 se atuvieron a una posición idéntica a la de Binet, la tesis de la degeneración salió muy desquiciada de esta con troversia. D. La teoría evolucionista de la sexualidad En materia de sexualidad, normal o patológica, el acuerdo en torno de una doctrina que encontrará rápidamente un amplio consenso iba a lograr se sobre una base conceptual muy diferente: la aplicación de las ideas e236
solucionistas y, más propiamente, darwinistas, al conjunto de los proWMMI planteados. Una concepción simplemente jacksoniana, como la » C .F d r f en su obra aparecida en 1899,91 en efecto, no modificaba reIfcnente las concepciones anteriores; él analizó la disolución del instinto MlUftl como una desdiferenciación que le hacía perder sus características uenclales en los diversos estratos de su estructuración. Así, la desapariolón "de los instintos relativos a la protección de los jóvenes y a la unldn permanente (...) primer grado de la decadencia”,92 se manifiesta en l l l dificultades conyugales, en el divorcio y la propensión a una activi dad sexual sin freno (retomo atávico a la promiscuidad sexual primitiva). "Una seflal más grave de la disolución es la pérdida de los instintos rela tivos a la búsqueda y a la atracción sexual”:93 dicha pérdida conduce a la persecución brutal en el macho (atentados al pudor), a la mengua e in cluso a la inversión de la resistencia púdica “instintiva” de la mujer, que es en realidad un medio de seducción (prostitución); en ella está también la fuente del onanismo y las “condiciones en las que elementos extraños a los caracteres sexuales (...) pueden desempeñar un papel en la elec ción".94 Finalmente, la inversión sexual “signa la tendencia a borrar las diferencias sexuales”,95 con lo cual revela ocupar un lugar próximo al de la impotencia y el de la desaparición del deseo. Vemos que en Féré se trata de una simple puesta en forma evolucionista, de intención clasificatoria, de las concepciones degenerativas, y no de un verdadero cambio de registro; por otra parte no lo oculta: “Las perversiones sexuales (...) caracterizan una tara orgánica”;96 “la naturaleza degenerativa de la diso lución del sexo y (la naturaleza degenerativa) de sus perversiones sale con frecuencia a la luz por la coincidencia con otros estigmas” 97 Los primeros que aplicaron a la sexualidad el enfoque darwinista y la ley biogenética fundamental de Haeckel fueron autores norteamerica nos.98 En un artículo que apareció en 1881, S. Clevenger propuso deri var filogenéticamente el instinto sexual del “hambre, deseo originario” (según el título mismo de su artículo), rechazando así la teoría “altruis ta” de Maudsley. En favor de esa tesis adujo el ciclo crecimiento-fisión reproductiva en los organismos unicelulares, los hechos de canibalismo durante la copulación observados en diversos animales inferiores (can grejos de mar, insectos) y finalmente los besos, mordiscos y abrazos de los animales superiores. En el mismo año, E. Spitzka señaló el interés dé esa teoría para la comprensión de los asesinatos sádicos, en particular cuando, como ocurre con frecuencia, van acompañados de descuartiza miento y antropofagia. En una serie de publicaciones aparecidas en 1884 y 1891, J. Kieman retomó esta explicación fílogenética de las perversio nes sexuales y, recurriendo a ciertos argumentos de Ulrichs, tuvo la idea de extenderla a la homosexualidad, sobre la base del hermafroditismo de las especies inferiores 99 Así, presentó una etiología biogenética en 237
1 la que la patología sexual aparecía como regresión atávica a característi cas arcaicas como el canibalismo o la bisexualidad. G. Lydston, final mente, sistematizó este punto de vista (1889) en tomo del concepto de detención del desarrollo: si el desarrollo individual recapitulaba las eta pas de la filogénesis, las aberraciones sexuales aparecían entonces como trastornos del desarrollo ontogénico. En 1892 (séptima edición de Psychopathia sexualis), Krafft-Ebing retomó el conjunto de estas teorías a través de la mención elogiosa de los escritos de Kieman, Lydston y Chevallier: ello las difundió rápida mente, reemplazando la tesis degenerativa y también a su rival asocia cionista. Krafft-Ebing estaba particularmente satisfecho por contar final mente con una explicación del sadismo y del masoquismo (perversiones cardinales a sus ojos, como lo hemos visto) que daba cuenta de su rela ción intrínseca, en particular de su frecuente asociación en el mismo in dividuo, y de su vínculo privilegiado con cada uno de los sexos: si el ca nibalismo estaba en la forma primitiva de la sexualidad, “un deseo ins tintivo de ser la víctima” correspondía al papel pasivo asumido por la hembra, y se encontraba también en el macho sádico como esbozo de inversión sexual. Por otra parte, la homosexualidad hallaba su fuente en la bisexualidad originaria de la especie y del embrión, a partir de la cual se desarrolla normalmente la heterosexualidad por represión e involución de la tendencia alternativa, lo que no ocurre (hermafroditismo psíquico) o se realiza en sentido contrario (uranismo) en la inversión sexual. La aplicación a la teoría de la sexualidad de una orientación biogené tica facilitará especulaciones más amplias aun que la de Maudsley acerca de la infuencia omnipresente de las manifestaciones del instinto sexual en la vida fisiológica y psíquica. W. Fliess100 constituye sin duda el ejemplo más delirante de ese tipo de pensamiento: a los conceptos enton ces corrientes de los autores darwinistas (recapitulación de las etapas filogenéticas, bisexualidad fundamental, etcétera), añadió un sistema ex traño que por cierto no suscitaría mucho interés si Freud no se hubiera ocupado tanto de él (relación de la nariz con los órganos genitales, “perí odos” machos y hembras que determinaban toda una serie de aconteci mientos fisiológicos y patológicos a lo largo de la vida, etcétera). En todo caso, resulta perfectamente absurdo ver en él una “prefiguración” de conceptos metapsicológicos freudianos (Sulloway): a lo sumo se puede reconocer allí una especie de modelo organológicow l (pues Fliess no abandona nunca el dominio fisiológico) de la teoría de la libido, para la que por otra parte se pueden reivindicar muchas otras raíces menos capri chosas. Pero, sobre todo, a las especulaciones filogenéticas no tardarán en sumarse investigaciones y teorías acerca del aspecto ontogenético del de238
Urrollo sexual, es decir sobre las manifestaciones sexuales en el niño. lUtOmando una idea de Max Dessoir (1894), que había propuesto el toneepto de una fase sexual indiferenciada (bisexualidad) prepuberal, M olí,102 en su gran obra de 1897 (Investigations sur la libido sexua«*), extendió esa concepción a períodos muy anteriores de la vida inflintil. A su juicio, el instinto sexual (libido sexualis) se manifestaba frecuentemente en la infancia, a veces muy pronto (primera infancia), ■In que ello constituyera un factor automáticamente patológico. Si bien, en efecto, como lo hemos visto en el caso de Krafft-Ebing, las observa ciones de manifestaciones sexuales o amorosas precoces pasaron a ser muy comentes, ellas seguían siendo percibidas como manifestaciones degenerativas (“paradoxias”). Según Molí, la aparición de la libido antes de la pubertad debía entenderse como una actividad anticipatoria y prepa ratoria del instinto, en concordancia con un modelo conforme a la teoría del juego de Groos.103 Esas manifestaciones, por otra parte, resultaban peculiares: bisexuales, con frecuencia signadas por rasgos perversos, eran aún una forma poco diferenciada del instinto, que en absoluto permi tía presagiar en todos los casos una perversión ulterior. Para Molí, el instirtto sexual reunía dos componentes principales: el instinto de “detumescencia”, que apuntaba al alivio de la tensión del ór gano local (eyaculación en el hombre), y el instinto de “contactación”, la propensión al contacto, físico y mental, con el objeto sexual. Ambas componentes podían manifestarse desde la infancia, aisladamente y con un orden de aparición cronológica cualquiera. De modo que Molí des compone fenómenos hasta ese momento siempre pensados en conjun to: placer local de órgano y relación objetal (para decirlo con la expre sión moderna); el primero era el aspecto somático, y la segunda, la faz psíquica de la sexualidad. Fue desde luego con una óptica evolucionista como Molí opuso dos componentes cuyo orden de aparición filogenético era evidentemente sucesivo. En cuanto a las perversiones sexuales propiamente dichas, Molí las vincula a una debilidad constitucional de la componente heterosexual normal de ese abanico libidinal. Una componente aberrante, herencia filogenética habitualmente reprimida y latente en la síntesis del desarrollo normal ulterior, prevalece entonces y se convierte en el factor libidinal dominante. Queda la acción de un factor cultural de predisposición: la ci vilización tiende a disimular estímulos instintuales esenciales (olfativos pero sobre todo visuales: indumentaria), debilitando de ese modo artifi cialmente el efecto de las componentes hereditarias normales del instin to. Así Molí libera definitivamente los estudios psicosexuales de la hi poteca degenerativa, conservando la idea de un factor constitucional.104 No obstante, es preciso subrayar que, si bien reconocía la sexualidad en 239
la infancia, no la entendía como sexualidad infantil;105 le atribuía un desarrollo particular y su propio orden de consistencia y de realidad, in dependiente de la sexualidad del adulto, e incluso la consideraba ilumina dora respecto de esta última; en ello volvemos a encontrar la oposición de los puntos de vista antiguos y modernos acerca del niño, que ya he mos examinado. Por lo demás, sigue siendo muy prudente: “Si dividi mos la infancia en dos períodos, uno desde aproximadamente el primero hasta el séptimo año cumplido, y el otro desde el octavo hasta el deci mocuarto año cumplido, las manifestaciones del instinto sexual en el primer período deben siempre suscitar la sospecha de una disposición mórbida. Pero en el segundo ya se presentan con frecuencia manifesta ciones netamente psicosexuales en niños completamente sanos.”106 En sus famosos Estudios de psicología sexual (1897-1910), H. Ellis retomó frecuentemente las tesis de Molí. Se adhiere así a la teoría de la detención del desarrollo como etiología principal de las perversiones sexuales, aunque le reserve un lugar más amplio al factor ambiente (te sis asociacionista tipo Binet), en particular a la seducción del niño por adultos o por otros niños. Introdujo por otra parte las nociones de autoerotismo y de experiencias sexuales ligadas al ejercicio de las funciones orales, anales y uretrales. También en ese caso se trata de fenómenos ya reconocidos con el rótulo de degenerativos107 y encarados entonces con una perspectiva diferente. Pero estamos cerca del propio Freud, que Ellis conocía bien: cita los casos de Etudes sur l'hystérie como ejemplos de satisfacción autoerótica y ya mantiene correspondencia con el fundador del psicoanálisis. Hay allí una convergencia de contemporáneos más que influencias posibles, pero algunos pasajes resultan sorprendentes. Así, con respecto al amamantamiento, dice Ellis: “El extremo eréctil del seno figura el pene eréctil; la boca húmeda y ávida del niño, la vagina húmeda y palpitante; la leche vital albuminosa, la sustancia vital albuminosa. La satisfacción mutua total, física y psíquica, de la madre y el niño (...) es una verdadera réplica fisiológica de la relación que une al hombre y la mujer en el clímax del acto sexual.”108 Las nociones de manifestaciones sexuales en el niño y de zonas eró genas (la expresión ya era antigua: Chambard, 1881; Féré, 1883) no ge nitales pasarán al primer plano en la obra antropológica109 de Iwan Bloch (Contributions á l'étiologie de la psychopathia sexualis, 19021903) que utiliza diversos estudios anteriores —en particular Les rites scatologiques de toutes les nations, de Bourke (1891), cuya traducción alemana fue prologada por Freud (1913)— . De modo que cuando Freud elaboró la teoría de la libido sobre la base de la anamnesis psicoanalítica de pacientes adultos, ya se había acumulado un vasto material empírico y conceptual que de modo incuestionable iba a inspirar o dar seguridad a sus posiciones. 240
NOTAS
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H. Maudsley: Physiologie et pathologie de l'esprit. La tercera edición fue traducida al francés, con la obra dividida en dos partes: Physiologie de l'esprit (1879), y Pathologie de l'esprit (1883). Acerca de Jackson, véase el capítulo 16 de la obra de A. Qmbredane: L'aphasie et l'élaboration de la pensée explicite, 1950. La mayor parte de esta obra está constituida por una muy notable reseña histórica de las tesis concernientes a la patología de las funciones su periores y en particular la afasia. Jackson mismo proporcionó una exposición general de su doctrina en J. H. Jackson: Croonian
Lectures on the Evolutíon and Dissolution of the Nervous System, 1884, traducción francesa en Archives suisses de neitrologie et de psychiatrie, 1921. I
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3. También lo hará Janet veinticinco años más tarde. Peroéste se inspiró más directamente en Maine de Biran. 4. Se introdujo así una diferenciación entre clínica y fisiopatología; no todos los elementos sintomáticos tenían el mismo valor patogéni co. 5. J. Baillarger: De l'aphasie au point de vue psychologique, retomado en Recherches sur les maladies mentales, 1890, tomo I, págs. 584 a 601. 6. Junto al aspecto proposicional-expresivo del lenguaje, Jackson distin gue una fase voluntario-organizativa de la percepción: la interac ción y la reactivación recíproca de ambas vertientes del pensa miento constituirían la reflexión. En el afásico, los dos aspectos están más o menos afectados; de allí el estancamiento del pensa miento en un nivel subjetivo-automático. 7. J. H. Jackson: Mémoire sur les facteurs de la folie, traducido por Ey y Rouart en H. Ey: Des idees de Jackson á un modéle organo-dynamique en psychiatrie, 1975, pág. 108. Hay que desconfiar de los comentarios tendenciosos de los traductores, que atribuyen a Jack son sus propias ideas. 8. Ibíd., pág. 109. 9. Ibíd., pág. 126. 10. Como todos los evolucionistas, Ribot reprocha a la psicología tradi cional el hecho de que su único objeto de estudio fuera “el hombre blanco adulto y civilizado”. 11. T. Ribot: La psychologie anglaise contemporaine, pág. 16. 12. Lo mismo ocurre, por otra parte, con los procedimientos estadísticos (encuestas, tests, cuestionarios). 13. Es Janet quien se expresa de ese modo en el prefacio a una selección de textos de Ribot que apareció en una colección de divulgación. 14. Se trata de la afasia: de modo que Ribot sealinea con la concepción de Trousseau, retomando en realidad el análisisde Jackson, que cita continuamente. 15. T, Ribot: Les maladies de la mémoire, pág. 164-165.
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dolo por hipótesis constitucionalistas más restringidas y más refi nadas. Cf. P. Bercherie: Les fondements..., vol. I, cuarta parte. Es lo que Sulloway, acuciado a reducir la originalidad freudiana, no ha querido comprender. R. von Krafft-Ebing: Psychopathia sexualis, segunda edición fran cesa, págs. 91-92; como ya lo he indicado (supra, nota 71), se trata en realidad de una nueva obra enteramente reescrita por A. Molí, que en ese pasaje, por otra parte se cita a sí mismo. Cf. el artículo de S. Lindner, “Le su£0 tement chez les enfants” (1879), traducido en la Revue Frangaise de Psychanalyse, 1971, XXXV, págs. 593-608, que Freud cita varias veces cuando habla del erotismo oral. H. Ellis, citado en F. Sulloway: Freud..., pág.293. Fundándose en particular en el carácter casi institucional de la ho mosexualidad en la Antigüedad griega, Bloch trata de imponer la idea de un muy amplio relativismo cultural e histórico de las cos tumbres sexuales.
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Capítulo XI LA REACCION GLOBALISTA
La descendencia de Brentano A. La reacción globalista En la segunda mitad del siglo XIX prevaleció netamente un asociacio nismo fisiológico; en los últimos años del siglo se establecieron un po co en todas partes, en Europa y Estados Unidos, las bases de una fuerte reacción contra esa patología elementalista que tendía a atomizar y me canizar la actividad mental. Esa reacción “globalista” se expandirá desde principios del siglo XX y dará origen a las grandes corrientes psicológi cas contemporáneas. Abandonamos esta vez el área de los modelos con ceptuales que pudieron inspirar a Freud para explorar en rápido sobrevue lo el contexto sincrónico en el que evolucionó su pensamiento. Vere mos por otra parte que, en muchos aspectos aunque con cierto retardo, él mismo participó en esta ola profunda e inspiró algunos de sus rasgos. Un tal trastrocamiento conceptual supone por otra parte como coro lario una conmoción epistemológica considerable. La orientación domi nante durante el período que acabamos de examinar era un monismo del que Helmholtz, Spencer o el darwinista alemán Haeckel propocionan los paradigmas más acabados:1 unidad fundamental de las propiedades de la materia; identidad en última instancia del espíritu y el cuerpo a través de la mediación de la fisiología del sistema nervioso; falta de solución de continuidad, por lo menos en el nivel de los principios, entre la física mecánica y la antropología. De allí el aspecto objetivante de las concep ciones psicológicas de ese período, que tienden a alinear los fenómenos mentales con los fenómenos físico-químicos, a describir sus causas y le247
yes, con un deterninismo estrecho (en el que se inscribe el esfuerzo ha cia una psicología experimental), y por lo tanto a hacer desaparecer de ellos toda huella de finalidad, de intencionalidad, de espontaneidad pro pia. La reacción globalista tenderá precisamente a restituir ese tipo de propiedad a los fenómenos mentales, en un movimiento de balanceo muy característico del progreso del pensamiento, particularmente en este campo. Los hombres que iban a promover esa corriente tendieron sobre todo a restablecer los lazos con los pensadores que ocuparon, en el período precedente a la relativa victoria del sensacionismo fisiológico, una posi ción homologa a la de ellos —vitalistas, espiritualistas, “fenomenólogos” escoceses, kantianos y nativistas, neuropsicólogos “unitarios” an tilocalizadores— y se procuraron en aquellos autores los materiales con ceptuales indispensables para la construcción de las nuevas doctrinas. En ese plano general, Freud siguió siendo durante mucho tiempo un hom bre de la segunda mitad del siglo XIX, monista impenitente, como bien lo ha demostrado P.-L. Assoun. B. Brentano y la fenomenología de la actividad psíquica En primer lugar, debemos volvernos hacia Alemania (en el sentido lin güístico).2 Si bien la corriente empirista prevaleció en ella durante la se gunda mitad del siglo XIX, no puede decirse que no haya tenido ningún contradictor: el nativismo neokantiano continuó oponiéndosele, tesis por tesis.3 Representado primero por el vitalismo de J. Müller, el maes tro de Helmholtz, su portavoz fue a continuación el gran rival de este último, E. Hering. Experimentador bien preparado, Hering tenía sin em bargo más confianza en un abordaje fenomenológico que en el enfoque experimental de los hechos psíquicos: sobre esa base rechazó la compo sición de las sensaciones elementales y la noción de inferencia incons ciente, tales como Helmholtz trataba entonces de imponerlas. Defendió en particular esa tesis con respecto a la visión, objeto de diversas publi caciones científicas realizadas por él durante la década de 1860; a su jui cio, el espacio, la distancia, la visión binocular, eran formas innatas de la percepción visual (nativismo). Pero todavía no había llegado el momento de una inversión de la tendencia: cuando F. Brentano publicó en 1874 la primera parte de su gran obra inconclusa,4 no obtuvo una gran repercusión. Tendrían que pasar treinta aflos para que sus ideas se impusieran y fecundaran la psi cología alemana, aún dominada por Wundt. Brentano, más bien impreg nado de Aristóteles, no era un experimentador, no porque menospreciara la investigación, sino porque desconfiaba de la manera en que era inter pretada, de las conclusiones que se extraían de ella y de la sobrevalora248
•U n de la que gozaba en esa época. Definió la psicología como “ciencia d i los fenómenos psíquicos”, anunciando de entrada su intención posiIftVilta y su antiespiritualismo (ciencia “del alma”) inscriptos en el título mlimo de su libro. El método lo separaba de los wundtianos: entendía que la fuente principal de datos y de conocimientos era la percepción iM r n a y no la observación interna que utilizaban estos últimos; lo mlimo que Comte, pensaba en efecto que la observación, en el caso de loi fenómenos mentales, altera y modifica profundamente lo que se deiea observar. Por lo tanto había que recurrir, no a la introspección, sino limplemente a la percepción espontánea que tenemos en nuestros esta dos de conciencia. Por otra parte, Brentano no rechaza en cuanto fuentes accesorias los materiales introspectivos, la autoobservación por medio de la memoria y los recuerdos, y el conjunto de los datos comparados. Pero critica con vehemencia la orientación fisiologista y las pretensiones cuantitativas de la psicofísica: el enunciado de las leyes empíricas debía basarse en los fenómenos psíquicos en sí. De esa manera se vio conducido a rechazar el concepto de inconsciente que prevalecía entonces en la psicología expe rimental: la conciencia (percepción interna) era la única fuente empírica de la psicología; al salir de ella, uno se deslizaba a la metáfora fisiológi ca y a concepciones bastardas. Esa actitud rigurosa le permitía (a su jui cio) definir el carácter propio de los fenómenos mentales, lo que los dis tinguía de los fenómenos psíquicos materiales: eran experiencias, eran siempre representativos, es decir que siempre se relacionaban con algo, siempre estaban en relación con un objeto. Brentano dirá que poseen una “objetividad inmanente” (un oído moderno percibirá “objetalidad inma nente”), que el objeto tiene en todos ellos una “existencia intencional”. Esto debía entenderse no sólo para el deseo o la inteligencia (juicio), si no también para la sensibilidad: un color, por ejemplo, no es un hecho psíquico sino un hecho material, un objeto físico; lo psíquico es ver, es decir un acto mental que apunta a un objeto en este caso coloreado. Por otra parte, el acto puede a su tumo convertirse en objeto; en esto mismo la introspección deforma aquello a lo que se considera que se re fiere, puesto que objetiviza — y por lo tanto hace pasivo o inerte— lo que era actividad subjetiva. Sobre esta base, Brentaino propondrá una nueva clasificación de los fenómenos mentales, rompiendo con la clásica división tripartita kantia na (inteligencia, sensibilidad, voluntad). Así, diferencia representación (sentir,5 imaginar) y juicio (conocer, rechazar, aprehender, comprender, recordar), y por el contrario reúne sentimientos y voluntad como “fenó menos de amor y de odio” (apetecer, desear, anhelar, decidir, intentar). La primera clase corresponde a la conciencia de un objeto, la segunda al juicio que puede formularse acerca de él, la tercera a la reacción que sus 249
cita. De modo que en esta psicología, que expulsa del campo mental imágenes y sensaciones como simples objetos de los fenómenos menta les, todo es movimiento, acto. Habría sido imposible proponerse una crítica más radical del asociacionismo entonces triunfante: lejos de ser un “polipero de imágenes” (Taine), efecto pasivo del juego de las sensa ciones y representaciones que lo atraviesan, el espíritu es enteramente exterior a sus contenidos, únicos objetos que puede captar la introspec ción. Su verdadera naturaleza, en cambio, le es restituida por la pura conciencia fenoménica de la actividad espiritual (percepción interna). C. Wurzburgo y la psicología del acto Brentano tuvo una doble descendencia: filosófica con Husserl, que siem pre se reconocerá discípulo suyo, y psicológica con la psicología del acto que él fundó (frente a la “psicología de los contenidos” wundtiana), en la que por otra parte Husserl influirá notablemente. En un primer momento, con su alumno Stumpf, experimentalista de talento, el movi miento desembocó en una concepción bipartita (1906): excluir las sensa ciones y las imágenes de la psicología no era algo fácil; en consecuencia parecía más viable describir lado a lado contenidos y actos psíquicos. También Külpe, el gran discípulo de Wundt, llegó en la misma época a una posición de ese tipo, con los trabajos de sus alumnos agrupados en la denominada “escuela de Wurzburgo”. Al principio, Külpe, en la década de 1890, fue un wundtiano ortodo xo, como su amigo Titchener, que por su parte seguiría siéndolo; se ad hirió al positivismo de Mach, un fenomenismo absoluto. Era elementalista y veía a los contenidos como los únicos fenómenos psíquicos ob servables y sobre los cuales en consecuencia podía erigirse la ciencia de la psique. Más radical incluso que Wundt, quería abordar los procesos psíquicos superiores mediante los mismos métodos experimentales utili zados para el estudio de los fenómenos elementales — se recordará que Wundt no pensaba poder encararlos más que por la vía de la psicología colectiva y del lenguaje— . Ebbinghaus había logrado (1885) experimen tar con un fenómeno “superior”, la memoria; lo propio hizo Binet en el mismo momento en Francia;6 Külpe, por su parte, quería observar el pensamiento con la ayuda de un método de “introspección experimental sistemática”. De modo que a partir de 1900, en Wurzburgo, Külpe (ade más frecuentemente sujeto de las experiencias) y sus alumnos iniciaron su trabajo, difundido en informes que se fueron publicando poco a poco. Los resultados7 eran extremadamente homogéneos: entendían que la cla ve del pensamiento estaba en la fase preparatoria de la ejecución de la consigna que constituía el objeto de experimentación (consignas total mente análogas a las de los tests de cociente intelectual). El proceso de 250
iento en sí era sólo débilmente consciente: lo que de él se trasluen la conciencia consistía en “elementos impalpables”, sentimientos telectuales (espera vigilante, intuiciones de comprensión, sentimientos de verdad y falsedad, etcétera). En lo que concierne a la actividad mental de que se trata, Marbe (1901) habló de “actitudes de conciencia”, Watt (1905) de un “ajuste a la consigna”, Ach (1905) de “tendencias determi nantes”, Messer (1906) y Bühler (1907-1908) describieron la moviliza ción de un esquema anticipador por la consigna dada, ese “posicionamiento” subjetivo exigía por otra parte un breve tiempo de prepara ción. Como resultado de esas apasionantes investigaciones va a producirse la aproximación de Külpe y sus alumnos a la escuela de Brentano; las Investigaciones lógicas de Husserl (1900-1901) fueron muy influidas además por Messer y sobre todo por Bühler. La escuela de Wurzburgo de sembocó así en un individualismo cercano al de Stumpf: junto a conte nidos psíquicos objetivables en la observación interior, reconocían la existencia de actos psíquicos, funciones estructurantes pero impalpables para la conciencia. No obstante, ésa era una posición epistemológica in sostenible: los contenidos aparecían como secundarios pero fácilmente observables, y los actos como primordiales e inasibles. Así la psicolo gía de la subjetividad (también llamada introspeccionismo) pareció por un lado desembocar hacia 1910 en un fracaso resonante que tuvo consi derables consecuencias del otro lado del Atlántico.8 El dualismo, por otra parte, era una posición doctrinaria ecléctica sin salida: retrospectiva mente, parece obvio que la nueva orientación tenía que poner a punto un método experimental que objetivara la actividad psíquica. Por otra parte, era eso lo que estaba sucediendo: el mismo afio de 1910, en efecto, Wertheimer sentó las bases de la psicología de la forma [o psicología de la Gestalt], experimentando con la fenomenología del movimiento. D. La psicología de la Guestalt* Fueron alumnos de Brentano quienes, en la década de 1890, pusieron de manifiesto, en el nivel de la percepción sensible, “cualidades guestálticas” irreductibles a la suma de los elementos constituyentes del lodo percibido. Ehrenfels (1890) subrayó por ejemplo que una melodía es *E1 término Gestalt suele también traducirse como forma o estructura. Ninguno de estos términos traduce exhaustivamente la palabra Gestalt, muy utilizada también en la psicología en habla castellana. Usamos por lo tanto Guestalt para referimos a la corriente y guestáltico como adjeti vo. [E.]
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percibida como tal sea cual fuere la altura de las notas que la componen, y que por lo tanto esa “Guestalt temporal” trasciende el nivel de sus constituyentes elementales. Otros casos no temporales (figuras geomé tricas como combinación de líneas) o temporales (sensaciones de calen tamiento y enfriamiento, de movimiento, etcétera) parecían objetivar la actividad estructurante del espíritu sobre el dato sensorial bruto, aunque en ese momento no fuera todavía claro que tal descubrimiento no podía clasificarse entre los elementos psíquicos, en un nivel jerárquicamente superior al de las simples sensaciones elementales. En tal sentido Meinong (1891) parece haber percibido mejor la originalidad de lo que el propio Ehrenfels había sacado a luz. Sólo con Max Wertheimer y sus dos alumnos Wolfgang Kohler y Kurt Koffka, y contra el telón de fondo del fracaso del wundtismo en Wurzburgo, pudieron originarse un nuevo trayecto y nuevas doctrinas. No nos interesa detenemos en detalles; se trata por lo demás de una de las corrientes de la psicología contemporánea, y la documentación al respecto es fácilmente accesible.9 Recordemos simplemente los grandes ejes: —La experiencia fenoménica está directamente relacionada con tota lidades guestálticas [o estructuradas) cuya descomposición analítica es artificial, pues la Guestalt global que emerge es irreductible a la sim ple suma de sus presuntos elementos constituyentes. —Las globalidades así localizadas en el campo fenomenológico de la subjetividad incluyen la información que les da sentido y las interpreta como objetos: el espíritu capta en primer término las relaciones y no los estímulos particulares. De allí los célebres modelos de “figuras con tra el fondo”, en las que la conciencia puede vacilar entre diversas per cepciones inmediatas del mismo campo perceptivo (dos perfiles negros sobre un fondo blanco o un vaso blanco sobre un fondo negro, por ejemplo). — Así se desprende la noción de campos estructurados, tanto en el nivel perceptivo, punto de partida de las investigaciones guestaltistas, como en el nivel del pensamiento (cf. los trabajos de Kohler sobre los monos superiores) o de las relaciones personales (Lewin). —La metodología experimental utilizada sigue siendo subjetivista, pero rechaza el análisis introspectivo: se recurre a un abordaje fenome nológico de las evidencias intuitivas inmediatamente vividas. La psico logía de la Guestalt, por lo tanto, concuerda con el nativismo, con la psicología del acto y con la fenomenología husserliana, aunque sus con tenidos tienden a afirmar su originalidad y minimizan como fuentes a Stumpf o Külpe. Esta metodología se funda en un antielementalismo un poco caricaturesco, se diría que todo el asociacionismo se les presenta 252
loa rasgos de las doctrinas de James Mili; en efecto, el “quimismo” >fltuart Mili y del propio Wundt abrió el camino a muchas anticipanes guestálticas. ‘1, S» Nos resta situar la posición epistemológica de los psicólogos de la Oueitalt; sobre todo KOhler se aplicó a producir en ese campo, con la ilOCión de isomorfismo, una posición doctrinaria coherente. Esta contlste en última instancia en un intento de acomodamiento con el monis mo que alinea el campo dinámico puesto de manifiesto en el nivel de la lubjetividad con los campos de fuerzas físicos (eléctricos, electromagné ticos), y en postular una probable estructura cerebral homóloga. Reten gamos este esfuerzo por evitar el idealisipo espiritualista hacia el cual tendieron incesantemente los autores más avanzados del movimiento globalista (cf. Husserl y su descendencia); más adelante comentaremos su ambigüedad.
Funcionalismo y conductismo en Estados Unidos de América A. El eclecticismo de James y la teoría de la conciencia Como lo observa Boring en su gran obra, el funcionalismo formó un solo cuerpo con la ideología espontánea de esa “tierra de pioneros” que es Norteamérica. No puede sorprender que los psicólogos norteamerica nos, aunque formados técnicamente en la escuela de los experimentalistas alemanes (sobre todo Wundt), de entrada hayan captado en el dar winismo el marco posible para una nueva concepción de la psicología. La idea de la supervivencia del más apto como hecho biológico funda mental los llevó a ver en el psiquismo un órgano útil, y a poner énfasis en las capacidades individuales (y diferenciales) de adaptación exitosa al ambiente. Es perceptible todo lo que oponía esta concepción a una psi cología tradicional del “espíritu en general” como la de Wundt o Bain: justamente eran las diferencias individuales las que entonces pasaban al primer plano, del mismo modo que el carácter práctico y la utilidad del saber psicológico —de allí el lazo intrínseco del funcionalismo con la práctica y la teoría de los tests mentales y con la psicología aplicada (educativa o vocacional)— . Galton, ese primo de Darwin de talentos múl tiples, precedió (1883) a los psicólogos del Nuevo Mundo en esta vía, pero sus ideas10 no tuvieron mucha influencia en sus compatriotas. William James publicó en 1890 los dos gruesos volúmenes de sus Principios de psicología:u en ellos se enunció por primera vez la nue va concepción en el seno de un conjunto por lo menos ecléctico. En e 253
fecto, James expuso, no sin reticencia, la psicología asociacionista y fi siológica entonces clásica (en términos globales, la de Wundt o de Bain) corrigiéndola llegado el caso con ideas generales fenomenológicas y perspectivas funcionalistas inspiradas en Darwin y Spencer (en particular con respecto al instinto, las emociones y la conciencia). La nueva vi sión de las cosas, todavía vacilante, buscó al tanteo una doctrina que pu diera separarla de su contexto. Así, si bien James definía todavía la psicología como “descripción y explicación de los estados de conciencia”,12 si bien consideraba “la acti vidad mental (como) una función de la actividad cerebral”,13 lo hacía precisando de inmediato: “Para estudiar bien la conciencia, es preciso ubicarla en el medio físico que ella tiene por misión conocer; separarla de él significa falsearla.” 14 Y más adelante: “La vida mental es antes que nada finalidad.”15 Además, es en el famoso capítulo “La corriente de conciencia” donde se concentra toda la originalidad de su obra. James no puede aplicar allí lo que denomina “el método analítico”: “Ir de los datos concretos e in mediatos de la vida interior a los supuestos elementos psíquicos(...). Si go estando convencido de que se tiene un conocimiento mucho más vi viente reteniendo durante el mayor tiempo posible la mirada de la aten ción dirigida a esos estados concretos, sintéticos e indivisos, tal como, en fin, nos los proporciona nuestra experiencia inmediata, y no disecan do sus cadáveres para extraer de ellos elementos simples, necesariamente abstractos y artificiales, y que podrán ser todo lo que se quiera, salvo da tos naturales.”16 Esta profesión de fe antielementalista (en el sentido de las síntesis químicas de Stuart Mili) prefigura la crítica de inspiración fenomenologista al asociacionismo. Así, James, como antes los escoce ses, subraya que “las sensaciones son conocimientos”17 es decir que de entrada se refieren a objetos, del mismo modo que “toda cosa o cualidad sentida es sentida en el espacio externo”,18 siendo la exterioridad inma nente a la sensación; afirma de ese modo la irreductibilidad de la sensa ción en tanto estado de conciencia bruto, indescomponible. Si bien, por ejemplo, la percepción es al principio “la conciencia del objeto inmedia tamente presente ante el órgano sensorial”,19 si bien por lo tanto “el contenido consciente se explica por una combinación de procesos de sensación y procesos de reproducción”, 20 siendo experimentada de ese modo toda percepción (que se refiere a un objeto, y no a sensaciones), no es menos cierto que la “percepción no es un estado de conciencia compuesto”2* y en consecuencia descomponible. Como se ve, James acepta el análisis asociacionista de los empiristas, pero lo atempera en cierto modo con un punto de vista fenomenolo gista. Entiende que las vivencias perceptivas son originalmente dadas en su globalidad, y analizadas en elementos más simples secundariamente, 254
intervención de una actividad del pensamiento, la “discriminá is que James considera de alguna manera la contrapartida del fepasivo de la asociación y la base de la abstracción. Para ello es íürio que el espíritu disponga de otros materiales que permitan piración y la discriminación que en ella se apoya: “Sean cuales el número y la diversidad de sus fuentes sensoriales, todas las im*S que caen simultáneamente en la conciencia componen allí un Individual, a menos que ya hayan sido experimentadas separada,"22 De modo que la conciencia fusiona todo lo que experimeny lólo distingue lo que ya ha podido sentir en estado aislado. James liona un ejemplo notable: la percepción del espacio. El niño ye “el espacio real a partir de una aprehensión global e indivisa MI campo perceptivo estructurado espacialmente. Para ello el niño deSUCesivamente aprender a: 1) fragmentar en elementos distintos e in dividuales el objeto global que le procuran sus sensaciones visuales o táctiles primitivas; 2) sintetizar ciertas cualidades sensibles heterogéneas Itleclonándolas con un solo y el mismo ‘objeto’ (...); 3) situar con pre cisión ese objeto extenso entre los otros objetos extensos que lo rodean y que constituyen el universo; 4) disponer según un orden determinado KKkMesos objetos en el espacio de tres dimensiones; 5) finalmente, per cibir. es decir medir sus tamaños respectivos (~.).”24 Entiende que ése SS "todo el esfuerzo de su primer año”.25 Pero sobre todo, al estudio de los “estados de conciencia”, clásicos elementos psíquicos (sensaciones, imágenes, sentimientos), James super pone la idea de la conciencia como sujeto pensante, de modo que la opone al “sí-mismo” [self]: “sea cual fuere el objeto de mi pensamiento, si mismo tiempo que pienso, tengo más o menos conciencia de mí mis mo [de mi self], de mi existencia personal. Y es el ‘yo’ el que tiene conciencia de ese sí-mismo, de modo que mi personalidad total es enton ces como doble, a la vez el sujeto conocedor y el objeto conocido” 26 A ese sí-mismo “empírico” James lo analiza clásicamente (cf. Ribot) en sus elementos (corporal, social múltiple, espiritual), sus emociones, su multiplicidad conflictiva, como un agregado de estados presentes y pasa dos. En cuanto a la conciencia, es un flujo, una corriente de la que ha bría que decir “piensa” [ir thinks] del mismo modo que se dice “llueve” [it rains]. James le atribuye cuatro caracteres: —Es personal, es decir que cada estado que la compone se integra al sentimiento de un sí-mismo individual. —Es siempre cambiante: “Una vez que ha desaparecido, un estado nunca puede volver a ser idéntico a lo que fue. (...) lo que reaparece (...) es el mismo objeto.”27 James subraya entonces la irreductibilidad de los estados de conciencia sucesivos, la imposibilidad de descomponerlos 255
“químicamente”: “Una idea dotada de una existencia permanente que aparezca de modo periódico en las candilejas de la conciencia es una enti dad tan mitológica como la sota de espadas”.28 —Es “sensiblemente continua” en su carácter personal (integración de los estados sucesivos de un sí-mismo personal). —Es selectiva: “La conciencia se interesa desigualmente en los di versos elementos de su contenido, acoge a unos y rechaza a otros: pensar es realizar elecciones.”29 Principio que James pone de manifiesto en to dos los niveles de la actividad mental, desde la pura sensación hasta el intelecto y el sentido moral. En resumen, sintética, personal, subjetiva, continua, intencional, tiene todos los atributos indivisos de la subjetividad, fuera de toda des composición objetivante. En ese curso que tenderá a unirse con la co rriente fenomenológica alemana, James observa que el pensamiento tie ne “estados sustantivos” en los que se detiene en un contenido figurado objetivable (sensación, imagen, palabra) y estados “transitivos” en los que “el pensamiento vuela”30 y que corresponden a las relaciones men tales que el asociacionismo querría considerar como un puro resultado pasivo de la estructura de los elementos asociados, el cual reencuentra de ese modo su status de actividad esencial del pensamiento. Así James se ñala que “todo objeto tiene una franja”,31 un halo que lo rodea y que lo ubica: círculo contextual de las relaciones, ámbito temático, pues “todo pensamiento voluntario se refiere a un tema que es como el foco, el centro de gravedad de las ideas actualmente admitidas en la concien cia” 32 Lo que así aparece es la dirección ejercida por la conciencia in tencional sobie la corriente de pensamiento a la que orienta y guía en el segundo plano de los contenidos y de las imágenes. Los diversos ejem plos que da James (actitudes de expectativa, búsqueda de una palabra ol vidada, comprensión súbita de un problema, intención expresiva antes de la emisión de una palabra) apuntan hacia todas esas actitudes intenciona les activas de la conciencia que objetivarán Binet y la escuela de Wurz burgo quince años más tarde. Así sus observaciones culminan en la afir mación de que “el pensamiento racional es indiferente a la cualidad de las imágenes que pone en juego”:33 el pensamiento sigue su curso, su vue lo, ayudándose con imágenes de naturaleza diversa (imágenes visuales, palabras en distintas lenguas, etcétera), en las que se detiene y asienta su proceso, pero que, más que contenerlo, lo simbolizan y lo materializan. La fecundidad está en otra parte, en el movimiento, en la intención que guía esta marcha con mano segura, sea cual fuere el medio. Como vemos, la obra tan inspirada de James posee dos facetas (tres si se cuenta el aspecto simplemente clásico en la psicología de su tiem po): su rechazo del elementalismo asociacionista, reforzado por su hosti256
personal a Wundt y el poco guMo que sentía por la experimenta* M apoya en un doble fundamento, conceptual y metodológico. ■Ubrayado el aspecto fenoménico, a menudo ignorado, pero sobre |0 que hizo época fue el aspecto funcionalista. Ya nos hemos refe• la definición de la conciencia como un órgano funcional, selectiefecto, James considera que el espíritu tiene una función de coItntO, la forma más elevada de adaptación del organismo al am(cf, Spencer). El punto de vista funcionalista se expresa por otra W IU célebre teoría de las emociones. Aunque él mismo la consiidéntica a la del fisiólogo Lange,35 la teoría de James difiere de ütima tanto como una tesis evolucionista puede distinguirse de una ;;p:ión simplemente fisiológica, tipo Cabanis, en la que la emoción analizada como secundaria respecto de los fenómenos somáticos que ICOmpaflan 36 James sostiene en realidad que la emoción no es más la conciencia de las diversas reacciones del organismo a un objeto li|nificativo específico, reacciones fisiológicas adaptadas o que lo han tídO (en este punto James remite al estudio de Darwin sobre la expresión «nocional):37 “Todo lo que excita un instinto excita una emoción.”38 De allí provienen las célebres agudezas: “Estamos afligidos porque llora mos, irritados porque golpeamos, asustados porque temblamos.”39 Ademál es preciso subrayar que el “porque” que podría sugerir una tesis conductista40 de hecho designa una relación de simultaneidad. Como dice James, “Si nos representamos una emoción fuerte, y a continuación tra tamos de abstraer de la conciencia que tenemos de ella todas las sensa ciones correspondientes a sus síntomas corporales, encontramos que ya no nos queda nada”.41 Por lo demás, ¿Brentano no señalaba el mismo problema al afirmar que la emoción, como la representación, siempre tiene un objeto? B. Funcionalismo y conductismo norteamericanos Incidentalmente, James opuso la función de los fenómenos psíquicos a IU estructura (en el sentido de las descomposiciones asociacionistas); fue Titchener, representante fiel y aislado de Wundt en Estados Unidos de América, quien enfrentó con su punto de vista “estructuralista” al funcionalismo de aquellos en. quienes quería estigmatizar el eclecticis mo. Hallando su fuente en la obra de James y, más allá de ella, en la parte más innovadora del pensamiento evolucionista, el funcionalismo se estableció en adelante con toda firmeza como corriente de pensamien to. A la taxonomía descriptiva al elementalismo asociacionista, opuso una aprehensión teleológica de la función de las operaciones mentales en la adaptación del organismo, totalidad cuerpo-espíritu, a su ambiente; a los interrogantes acerca del qué y del cómo, opuso el porqué. Rápida 257
mente la corriente tuvo manifiestos teóricos: el tratado de Ladd (1894), la obra de Baldwin (1895) de la que ya hemos hablado, pero sobre todo los textos de John Dewey y su alumno J. R. Angelí, ambos conquista dos por el pragmatismo de James. En 1896, Dewey publicó su artículo sobre “el concepto de arco refle jo en psicología”.42 En ese trabajo rechazó la concepción clásica del re flejo como reacción motriz específica y aislada a un esü'mulo particular: el organismo era un todo coordinado y no una suma de elementos. Estí mulo y respuesta eran por otra parte estrictamente correlativos y con temporáneos: el estímulo sólo es estímulo porque tiene una respuesta y viceversa, de modo que debía rechazarse la descomposición diacrónica en dos tiempos. Por otro lado, el reflejo se integra a la totalidad de un orga nismo, actividad adaptativa e intencional; también se debe considerar la entrada en juego de todo el ambiente y del organismo entero, de sus mo vimientos precedentes y de los estímulos perceptivos que ellos han en contrado, de las sensaciones kinestésicas generadas a su vez por la acción refleja y de la modificación del medio que ésta ha producido. De ese mo do Dewey cuestiona el correlato fisiológico del asociacionismo, la reflexología, que analiza toda la actividad mental como homomorfa de una concepción elementalista y mecánica del reflejo. Si bien conserva y re comienda el modelo del reflejo en psicología, lo hace globalizando su significación. En 1906, Angelí dedicó su memoria como presidente de la Ameri can Psychological Association a “El campo de la psicología funcio nal”.43 Opuso el nuevo punto de vista al “estructuralismo” elementalis ta y subrayó sus grandes orientaciones: psicología del organismo total cuerpo-espíritu, psicología de la utilidad fundamental de la conciencia que, en su mediación entre las necesidades del organismo y la naturaleza del ambiente, aparecía como una función de acomodamiento, es decir de adaptación a las variaciones, a las modificaciones del medio; en tanto función de urgencia y de alarma, se desvanecía, en efecto, en las situa ciones habituales (automatismos). El funcionalismo tenía entonces el mayor consenso en Estados Unidos de América; con la excepción del pe queño grupo de Titchener, el conjunto de los psicólogos norteamerica nos se adhería a él. Resta decir que en el nivel de la psicología general, salvo por su orientación doctrinaria, los funcionalistas no se apartaron mucho de los experimentalistas clásicos; se distinguían más por el espí ritu y el vocabulario que por el tratamiento de los problemas. El funcio nalismo parecerá abrir perspectivas nuevas y fecundas (muy en concor dancia con su pragmatismo natural) sobre todo en el nivel de la psicolo gía aplicada (tests mentales, psicología de la educación) y de la psicolo gía animal. Ahora bien, los tests mentales y la psicología animal tienen en co258
metodología objetiva en la cual la conciencia parece un factor ite, pura inferencia del analista, ante la gravitación de la obserdel comportamiento y de la eficacia de lo observado, que es en ncia el único material que realmente se utiliza. El funcionalistcaba de estipularse como objeto la actividad de la totalidad bioCUCrpo-espíritu, se encontró por otra parte trabado ante el problel t conciencia, con el que no sabía qué hacer y cómo abordarlo, si medio del clásico método introspectivo de los experimentalistas. situación provendrá el conductismo y, tal como la chispa que la explosión de una mezcla detonante, el artículo de Watson de ("La psicología vista por el conductista”)44 volcará a toda la psi!* norteamericana hacia el conductismo. 1movimiento se originó en la psicología animal, campo en el cual _a era una autoridad. En 1890, Lloyd Morgan había reaccionado firmeza contra el antropomorfismo sin freno de Darwin y de Romaimponiendo su famoso canon de parsimonia: “En ningún caso deS interpretar una acción como efecto del ejercicio de una facultad Uica elevada si puede ser interpretada como efecto del ejercicio de una Itad situada más abajo en la escala psicológica.”45 Se trataba, en la \da de lo posible de limitar la inferencia de razonamientos, de imámentales, de emociones, en suma de estados de conciencia anima b a, y de atenerse hasta donde se pudiera a los hábitos e instintos, inclu10 a los reflejos. Lloyd Morgan tendrá seguidores y sus émulos irán mucho más lejos que el maestro, hacia la supresión de toda referencia a la conciencia. Es lo que ocurrió en la escuela “tropística” alemana (Lo•b, Uexkull) o en Thomdike (1898), que trataron de eliminar los últi mos restos antropomórficos analizando la inteligencia animal como “la Consolidación por el efecto” de los éxitos y fracasos de un comporta miento regido por el azar y el método de ensayos y errores. Por lo de más, bastaba con retomar una idea de Baldwin, la de la reacción circu lar:* un ala importante del funcionalismo tendió así a concepciones mecanicistas, de tipo reflexológico. Apoyándose por una parte en esta orientación, y por la otra en Pavlov y su teoría de los reflejos condicionados, Watson logró imponer el conductismo. Su punto de partida es simple: dejar de trasponer a térmi nos de psicología de la conciencia (sensación, memoria, deseos, volun tad, juicio, etcétera) los estudios realizados con el animal, y contentarse con un examen positivista y funcionalista del comportamiento; lo mis mo había que hacer con el hombre: ignorar la conciencia, sus datos y las interminables polémicas que suscitaban (en ese juicio gravitaron consi derablemente las dificultades del método introspectivo en la misma épo ca: cf. Wurzburgo). Modelados en tomo del arco reflejo, los conceptos básicos de Watson eran entonces la pareja estímulo-respuesta (E-R), la 259
noción de un equipamiento reflejo primario lo más simple posible y la omnipotencia del aprendizaje, también llamado condicionamiento, en virtud de mecanismos del tipo Baldwin-Thorndike (ensayos y errores, consolidación por el efecto, etcétera). En conclusión, el conductismo es extremadamente desconfiado respecto del concepto de instinto y de todo lo que pueda representar la intervención de un factor teleológico o subjetivista (“saber heredado” instintivo). Más allá de Watson, la evolución de la corriente conductista será compleja:47 una rama (Weiss), a la que sin duda pertenecía el propio Watson, se hizo cada vez más fisiologista (transposición a términos or gánicos de los hechos psicológicos);48 otra, inspirada en Baldwin, se orientó hacia un logicismo de tipo cibernético (Skinner, Hull), en el que un asociacionismo conductista se une a los conceptos del positivismo lógico; una tercera, finalmente, trató de reintroducir en el estudio del comportamiento los factores de motivación, significación, función. En su “conductismo intencional”, Holt y después Tolman criticaron el con ductismo “molecular” de Watson (reflexología) y propusieron una “con cepción molar” , de influencia guestaltista, en la que las motivaciones emergen del comportamiento considerado como un todo global. Entre es tímulo y respuesta existen entonces “variables intermediarias” o “intervinientes” que corresponden al saber, a la significación y al deseo. Así, ese purposive behaviorism [conductismo intencionista] se aproximó mucho a la purposive psychology [psicología intencionista] de Carr o de Woodworth (1917), proveniente del funcionalismo, por la introduc ción de factores de motivación (drives). Por lo demás, la influencia de Freud, como por otra parte la de James, fueron explícitas tanto en una como en la otra corriente. C. Los factores de la reacción conductista Me parece esencial analizar correctamente el fenómeno conductista como paradigma de las dificultades y aporías de la psicología moderna: en su simplismo, el conductismo las pone de manifiesto de modo excepcional. Sobre todo en Watson, esta doctrina aparece como una regresión extraor dinaria: retomo a una psicología sin tercera dimensión, adherida a un funcionamiento nervioso sumariamente mecanicista, elementalismo asociacionista, negación desmedida de las propiedades de la subjetividad precisamente redescubiertas cor* métodos experimentales en la misma época. ¿Cómo entender ese movimiento retrógrado, del que por otra parte no se podría ignorar su indudable fecundidad experimental y su eficacia pragmática, ál menos relativa (psicología aplicada), adecuadas además a su proyecto manifiesto? Para ello hay que prestar atención al énfasis de rebelión en que se 260
)|0 que Watson rechaza es la idea del dualismo, es decir de la esi metodológica que asignaría a la psicología como ciencia un ► particular subjetivista (fuera éste la introspección o la intuición nica, poco importa); especificidad de un objeto inmaterial, no Kble y renuente a subordinarse al deterninismo natural. Watson i un alineamiento furibundo con las ciencias físicas, un monisI principio metodológico (observación del comportamiento) y muy i absoluto, ontológico (negación de la conciencia, visión mecaniidel animal y del sujeto humano). Al mismo tiempo se explícita el í de ese proceso: la psicología, que todo el siglo XIX consideró a i da integrarse a las leyes comunes de los fenómenos naturales, esI Volcándose hacia un tipo de concepción que le reabría la puerta al iimo y al espiritualismo (cf. Husserl, Bergson, etcétera). El psicólo¡ ixperimentalista, de ideal monista, que soñaba con convertir su discii en una ciencia natural, una ciencia “como las otras”, veía entonces Itiarse su proyecto. Si tenía un espíritu flexible y abierto, se adaptaba nueva evolución, a los hechos que se iban descubriendo, y conservá i s Como ideal remoto su anhelo de que la ciencia del espíritu se integrara l l tronco común de las ciencias de la naturaleza; mientras tanto, tendría MOiencia, consolándose con el campo nuevo que se le abría. Pero en hombres tan rígidos como Watson, en un medio cientificista y sin gran perspectiva como el de los experimentadores norteamericanos, se produote una reacción pasional del tipo de la que tuvo Comte con respecto al eipiritualismo de Biran y de Cousin. De modo que toda referencia a la Conciencia parecía apelar objetablemente a una forma laica del alma de los teólogos y los metafísicos, como si los empiristas clásicos les hu bieran alguna vez reprochado otra cosa que substancializar de esa manera Una clase de fenómenos empíricos que ellos más bien se proponían analizar y explicar. La huella de esta especie de descuartizamiento epistemológico se en cuentra en todas partes entre los partidarios antiespiritualistas del movi miento globalista: con frecuencia hacen todo lo que pueden por conser var un vínculo con las “ciencias naturales”, por ejemplo “dinamizando” la biología (Janet, MacDougall), e incluso la física (teoría del isomorflsmo de KOhler). Veremos cómo se le planteó el problema a Freud en la última fase de su teorización, y a través de qué vía original él pudo abordarlo. Por lo demás, como hemos visto, el conductismo mismo se vio rápidamente llevado a reintegrar a su ámbito los datos teleológicos conscientes (Holt, Tolman). En lo que concierne a su aporte experimen tal, es preciso observar que ya desde más de medio siglo la psicología, an el plano metodológico, era a la vez subjetivista y objetivista. Así, los datos comparados o simplemente objetivos puestos de manifiesto por los conductistas, no marcados en su totalidad por el peso de la ideo261
logia, seguían siendo utilizables por las escuelas psicológicas menos obtusas.
Otras corrientes globalistas A. La periferia del movimiento globalista Es preciso insistir en que la reacción globalista fue un fenómeno general que se puso de manifisto en el conjunto de los países que, en ese final del siglo XIX, constituían la cultura. Sería fastidioso y no presentaría gran interés hacer el inventario de todas las corrientes menores que la componían y analizar su base conceptual.49 Citaremos rápidamente las más importantes. En Dinamarca hay que destacar al psicólogo Hoffding, cuya obra (1882) fue traducida a varios idiomas y tuvo numerosas edi ciones; basándose en Kant, consideraba a la conciencia como una sínte sis activa de elementos psíquicos múltiples y subrayaba la función pri mordial de la actividad mental. En Inglaterra, Ward (1886) y su alumno Stout (1896) se inspiraron en Aristóteles, lo mismo que Brentano (con quien se reconocían en deuda) para sostener una posición del mismo ti po. MacDougall, finalmente, uniría su enseñanza, la de James y una lec tura personal de Freud, para fundar su psicología “hórmica”, que llevaba al primer plano la actividad de las fuerzas instintuales consideradas como grandes ciclos vitales. En Francia, F. Paulhan (1889) opuso al asociacionismo de Mili o de Taine la “principal función del espíritu” (la coordinación y síntesis de los elementos que lo recorren) así como “el carácter principal de su acti vidad” (la finalidad). Estaba sobre todo Janet, en el que no volveremos a detenemos, pues ya bosquejamos el primer estado de su doctrina,50 y un estudio más digno de esa obra tan rica exigiría todo un libro. Señale mos simplemente que a su psicología de la síntesis y de los automatis mos comenzará a añadirle, a partir de la época de 1900, una psicología dinámica de las “tendencias” que integra el semiespiritualismo de sus co mienzos en un vasto sistema funcionalista. Recordemos asimismo la evolución de Ribot hacia una psicología de los instintos que lo apartó progresivamente de sus primeras posiciones fisiologistas. Por otra parte, hay que insistir en la influencia que tuvo la reflexión bergsoniana, críti ca aguda del asociacionismo fisiológico, en todo el pensamiento psico lógico francés. B. La “fenomenología” del pensamiento en Binet Es preciso que nos detengamos más particularmente en Alfred Binet, de bido al aspecto ejemplar de su evolución y a la importancia de su obra. 262
Y» hemos tropezado con su nombre muchas veces: alumno de Charcot y ilc' Kibot, inicialmente estaba más bien cerca de Taine; de hecho, su pri mera orientación fue considerablemente asociacionista y fisiologista (cf. niin estudios sobre la hipnosis, las personalidades múltiples, el fetichis mo), La publicación en 1903 de su Etude expérimentale de l'intelligeni r marcó un viraje decisivo de su evolución intelectual: en ésta conservii unu orientación funcionalista y en adelante se dedica a la puesta a punto (con su alumno Simón) del célebre test de nivel intelectual al que no siguen vinculando sus nombres. Pero la obra de 1903 era todavía e(ilMcmológicamente heterogénea, muy próxima (como lo veremos) al Jumes de 1890. Hinct se interesó siempre en el pensamiento y el razonamiento. En phc aspecto intentó una vez más experimentar mediante el método enlom es clásico (introspección-bajo control); como Külpe en el mismo momento, piensa que orientando la atención del sujeto hacia los procemim mentales superiores (memoria, pensamiento, etcétera) se pueden i oiiNervar los protocolos puestos a punto para el estudio de las sensacioiipn. Además-—diferenciándose en esto de Külpe, que sólo utiliza sujetos muy entrenados e impregnados de nociones teóricas (él mismo en parti cular) Binet experimentó con dos adolescentes, sus hijos, entendiendo ijiip de ese modo evitaba toda deformación autosugestiva (no olvidemos ijUP había hecho la experiencia de la Salpétriére). Por lo demás procura Wihrc todo identificar tipos psicológicos de funcionamiento intelectual y mentid. En el curso de esa investigación puso en juego la existencia de Ult pensamiento sin imágenes, título del capítulo más célebre de su obm I ,o que surgió muy rápidamente en el curso de los protocolos utilizadon por Binet es que el desarrollo del pensamiento muestra algo que su pera el mecanismo asociativo: “La existencia de los temas de pensa miento es inexplicable por el automatismo de las asociaciones. (...) Para que un tema se desarrolle, se necesita una apropiación de las ideas, un de elección y de rechazo que supera con mucho los recursos de la lioctoción. Esta es inteligencia sólo si está dirigida; reducida a sus fuer|M , ulili/a cualquier semejanza, cualquier contigüidad, de modo que no M ide producir más que incoherencia.”51 Por otra parte, se desprende que M "imagen no es más que una pequeña parte del fenómeno complejo al |M I ao le da el nombre de pensamiento”;52 en efecto, “el pensamiento es i d Mito inconsciente del espíritu, que para llegar a ser plenamente cons o l é . tiene necesidad de palabras e imágenes. (...) El pensamiento sin 'Mi es como un sentimiento y se advierte que uno experimenta lo M, mucho más que saber en qué consiste. (...) La palabra, así como |m i |0n sensorial, aporta precisión a ese sentimiento de pensamiento, fttll, lln esos dos socorros (...) seguiría siendo muy vago”.53 263
¿Qué es entonces el pensamiento, si “el espíritu no consiste, riguro samente hablando, en un polipero de imágenes, salvo en el sueño o el ensueño”?54 Binet sostiene y demuestra que “las imágenes son mucho menos ricas que el pensamiento; el pensamiento por una parte interpreta la imagen, que con frecuencia es informe, indefinida; por otro lado, el pensamiento está con frecuencia en contradicción con la imagen, y es siempre más completo que ella; a veces se forma y desarrolla sin la ayu da de ninguna imagen apreciable; en algunas de sus evoluciones ninguna imagen puede seguirlo. (...) Toda la lógica del pensamiento está más allá de las imágenes”.55 Asimismo, Binet encuentra en “un acto intelec tual del espíritu (...) en una intención”,56 el factor dinámico, la “fuerza invisible”57 que estructura el trabajo del pensamiento, guía su curso, apoyándose en elementos (imágenes, palabras) que marcan el trayecto y, para terminar, expresan sus resultados. Finalmente, propondrá el bos quejo de una nueva doctrina, un “intencionismo” que se vincula con Brentano y prefigura los trabajos contemporáneos de la escuela de Wurz burgo. Por tal razón, Binet resume bien en su recorrido personal la evolu ción del pensamiento psicológico de su época: partió de un hombre má quina no carente de semejanzas con el que muy pronto iba a redescubrir Watson, y terminó lindando con la concepción de un ser organizado, in tencional, en la que es patente la influencia de Bergson. Pero él aspiraba a un saber científico, es decir pragmáticamente utilizable: en realidad su libro desemboca en una tipología de los temperamentos (el imaginativo, el observador) en la que se objetivan aptitudes intelectuales diferenciales. Llegamos así a estar muy cerca de los tests de nivel que intentan esen cialmente la medición de esas aptitudes. Por lo demás, en sus prolon gadas investigaciones experimentales Binet encontró el material que en unos cuantos meses le permitió poner a punto su escala psicométrica.
Apéndice PRINCIPALES EJES DE LA HERENCIA PSIQUIATRICA EN FREUD
Consideraremos ahora un cierto número de referencias psiquiátricas que para Freud representaron modelos conceptuales o fuentes de inspira ción 58 264
I n\ ti m a s morales de la locura y Benedikt Un# noción que prevaleció en la primera fase de la evolución de la psit|uiitlt(n clásica (es decir aproximadamente en la primera mitad del siglo XIX) lúe la del predominio de las causas morales en la génesis y el deMHhmlcnamiento de las enfermedades mentales. Es éste un tema con el t|i«r pnrlicularmente se vinculan los nombres de Pinel y su alumno Es-, t|iilrol, cuya tesis por otra parte versó sobre “las pasiones consideradas como causas, síntomas y medios curativos de la alienación mental” ( /»m /xixsions considérées comme causes, symptómes et moyens cural(f\ tic l'aliénation mentale, 1805) Se trataba en efecto de una psicogéii0k!n emotiva, en el doble aspecto de choques emocionales intensos y hrulnles (forma aguda) y estados emocionales prolongados (forma cróni(*n); desde luego, casi siempre se pensaba en emociones dolorosas o deAl avanzar el siglo, la insistencia en la importancia de las causas tilín tilos (y, desde luego, en el tratamiento moral que le hacía pareja) será t' intlu ve/. más contrabalanceada por la extensión de la categoría de las cau la* IIsicas, por un lado (alienaciones llamadas sintomáticas) y, por otra |MM<\ por el paso a l primer plano d e la teoría d e la predisposición here do degenerativa, que ya para Pinel era la primera de la causas predispo nente* y a la que Morel consideró el terreno invariable de todas las enferHlPdmlcs mentales llamadas funcionales. Resta decir que en lo que conUterne u la revelación de la predisposición, a su paso desde el estado lalinio hasta las manifestaciones patentes, el conjunto de los autores con tinué «tribuyendo a las causas morales una importancia predominante. Además es necesario precisar que sé trataba de un esquema etiológiaplicable no solamente a las enfermedades mentales (por lo menos | Imn no sintomáticas) sino también al conjunto de las neurosis, en par ticular a la hipocondría-neurastenia y a la histeria. Por otra parte, la he||§fl fncontrado durante todo el transcurso de nuestro estudio de los vaJ f H li desde Sydenham hasta Charcot, pasando por Pinel, Georget o BriRetengamos en consecuencia el hecho de que a fines del siglo XIX (tfnblén a continuación) fue una concepción extremadamente corrienSIÁkícu.
H .y un último punto que merece ser subrayado: la insistencia con la M Indica siempre el carácter frecuentemente secreto, oculto (en par para el medio familiar y para los amigos, pero también para el 0) de muchos de esos factores determinantes de neurosis y vesa| n particular Guislain, durante mucho tiempo médico privado de familias aristocráticas, impuso la idea de que la configuración afeiponsable era siempre de naturaleza dolorosa (“frenalgia” ini265
cial) pero también de que con mucha frecuencia estaba disimulada; de allí las incertidumbres de los autores acerca de esta cuestión. Griesinger ha brá de seguirlo en ambos puntos, lo mismo que la mayor parte de los alienistas ulteriores. Más tarde, Moritz Benedikt60 — del que Freud y Breuer dice, en los Etudes sur l'hystérie, que “en ciertas observaciones publicadas (...) por (él) hemos encontrado los puntos de vista más seme jantes a los nuestros”— 61 continuó esa tradición; en particular, con res pecto a la génesis de las neurosis, de las enfermedades mentales e inclu so de numerosas enfermedades físicas, subrayó la importancia de la se gunda vida (second Ufé), es decir del mundo interior de ensueños y fan tasías secretos que el sujeto puede albergar y cuyo contenido es en gran medida sexual y amoroso. Benedikt publicó informes sobre algunos ca sos sorprendentes en los que los síntomas estaban ligados a la frustra ción de un amor o a una ambición defraudada, y en los que la confesión y después su intervención personal para lograr una solución práctica de esos problemas los hicieron desaparecer.
La psiquiatría alemana prekraepeliniana: Krafft-Ebing En la época en que Freud comenzó sus investigaciones en el campo de las neurosis y de la psicopatología, las concepciones clínicas y nosológicas dominantes en los países de lengua alemana eran las de la escuela de Illenau y, en particular, de Krafft-Ebing. Si bien, como lo veremos, Freud tomó ciertas nociones esenciales en Griesinger (transformación del yo en el delirio),62 por el contrario sus concepciones y su terminología nosológicas permanecieron durante mucho tiempo bajo la influencia dominante de esa corriente más tardía. Enumeraremos algunas de sus ideas destacadas: —Tomado de Morel, el concepto de un estado neurótico basal que preexiste a la eclosión, bajo la influencia de causas particulares, de tras tornos mentales constitucionales, y constituye su terreno.63 Así se des prende una jerarquía (en el sentido de organización vertical del sistema nervioso) de los trastornos: fenómenos somáticos de la neurosis (estado nervioso, histeria, hipocondría o neurastenia, pero también epilepsia, corea), las neuropsicosis (trastornos psíquicos y caracteriales permanen tes: estado mental del neurótico) y psicosis propiamente dichas —conce bidas como accidentes de agravamiento (“neurosis transformada”: cf.Morel), pasaje en consecuencia del proceso mórbido a los centros nerviosos superiores, psíquicos— . La oposición freudiana neurosis actuales / psiconeurosis se inspira evidentemente en esa concepción, así como la uti266
Ii/nción del término “neuropsicosis” en sus artículos de 1894 y 1896, o niin teorías etiológicas (serie complementaria de predisposición hereditai iu / acontecimientos traumáticos vividos). —Tomada también de Morel, la idea de los grados de la tara degene rativa, que explica en última instancia la etiología de las psicosis no orgánicas. Pero la escuela de Illenau llevó a ese concepto lo suficiente mente lejos como para diferenciar tres grupos de casos: el primero abar caba individuos cuya predisposición era totalmente latente y que no se dcscompensaban más que ante choques físicos o psicológicos importan tes; el segundo correspondía al status nervosus, del que acabamos de hablar; el tercero reunía a verdaderos psicópatas crónicos cuyos trastor nos caracteriales permanentes e “innatos” eran asimilados teóricamente itl retardo mental. También en este aspecto se advierte todo lo que Freud debía a la idea de una predisposición diferenciada de la degeneración palente, lo mismo que el empleo que pudo hacer ocasionalmente de la no ción de “degeneración psíquica” permanente. —El término paranoia, que Krafft-Ebing tomó de Kahlbaum, cons tituye una de las claves esenciales de la nosología alemana de esa época. Se trata de un concepto muy amplio, puesto que abarca el conjunto de los estados delirantes, agudos o crónicos, alucinatorios o no, que ponen de manifiesto una predisposición marcada o una simple disposición, di sociativos o que dejan intacta la síntesis personal. Todavía tardíamente f’reud utilizará este concepto, que explica ciertas extravagancias aparen tes de sus diagnósticos, como el que le aplicó a Schreber. En efecto, el término “paranoia” sólo tomará su sentido moderno en 1899, con Kraepelin. —Numerosos autores, entre ellos Krafft-Ebing hasta 1890, siguieron a Westphall e identificaron la neurosis obsesiva con una forma “aborti va" o “rudimentaria” de paranoia, puesto que también parece consistir en lina invasión de la conciencia por neoformaciones patológicas ideativas o alucinatorias. Se sabe que, por lo menos en la primera parte de su obra, Freud se esforzó en pensar las dos “neuropsicosis” como de estruc tura parecida.
La clínica de Kraepelin Freud entró en contacto con el grupo de Zurich en 1906. No sin reticen cia, recibió entonces de Jung, Abraham y Bleuler las nuevas nociones clínicas y nosológicas provenientes de Kraepelin. Entre ellas por lo me nos tres me parecen esenciales: 267
—El nuevo desglose de las psicosis delirantes, es decir la oposición demencia precoz (por otro nombre esquizofrenia) / paranoia (en el senti do moderno restringido de un delirio crónico no alucinatorio ni disociati vo). Así, a continuación de sus discusiones con Jung,64 añadió el diag nóstico de dementia paranoides al de paranoia en lo concerniente a Schreber, cayendo por otra parte en un contrasentido importante (la de mentia paranoides no es toda la demencia precoz de forma paranoide, si no una forma poco frecuente y específica de ella).65 Por otra parte co menzará a interesarse en la psicogénesis de las esquizofrenias, cuya exis tencia clínica ignoró hasta ese momento, pues aún sólo prestaba aten ción al delirio (“paranoia”), desconociendo autismo y disociación. —La concepción de la psicosis maníaco-depresiva y por lo tanto de un vínculo intrínseco entre la depresión melancólica y los estados maní acos; si bien Freud prestó atención en varias oportunidades al problema de la melancolía, todavía no había examinado nunca los dos estados en una relación psicopatológica recíproca. —La separación de la histeria y una neurosis traumática cuyo con cepto Kraepelin tomará de la tradición alemana (Oppenheim). Hasta ese momento Freud seguía a Charcot y por lo tanto asimilaba los dos sín dromes;66 en Viena se atrajo incluso algunas molestias con esta discu sión delicada a causa de sus consecuencias médico-legales 67 A partir de 1919, respecto de este tema cambió su opinión de modo espectacular, puesto que en su nueva concepción desapareció el vínculo entre los dos estados, que Kraepelin no cuestionaba. Por otra parte, es preciso decir que estas cuestiones de nosología, tan vacilante en la obra freudiana, son imposibles de comprender si no se tiene presente su falta de experiencia y formación psiquiátricas propia mente dichas. Para Freud el campo de las psicosis siempre fue un domi nio de aplicación de concepciones adquiridas y consolidadas en otra par te (neurosis, sueño, psicopatología “cotidiana”), un terreno que sólo procuraba algunos encuentros fructuosos pero excepcionales.
NOTAS
1. Más detalles pueden encontrarse en la obra notable de P.-L. Assoun: Introduction á l’épistémologie freudienne, 1981. 2. Una vez más, en este capítulo utilizaré la reseña histórica de E. G. Bo ring. 3. Acerca del nativismo, Hering y después Brentano, cf. T. Ribot: La
psychologie allemande... 268
H Cf. F. Brentano: Psychologie du poirtí de vue empirique\ traducción francesa de 1944 con diversos suplementos y fragmentos póstumos. "í U>« verbos se adecúan mejor que los sustantivos a la expresión de los fenómenos tal como los concibe Brentano. fi Cf. infra, el párrafo sobre Binet al final de este capítulo. / Cf. el resumen de estos trabajos realizado por A. Burloud: La pensée selon les recherches expérimentales de Watt, Messer et Bulher, 1927. H Cf. infra, en la segunda parte de este capítulo, “Funcionalismo y con ductismo en los Estados Unidos de América”. •>. Cf. el estudio de P. Guillaume: La psychologie de la forme, 1937, texto que constituye una autoridad en la cuestión. 10. Las ideas de Galton se inspiraban en su proyecto eugenista (fue por otra parte el inventor del término). I I. Me refiero a la edición abreviada (1892) de W. James, Principes de psychologie, traducción francesa de 1909 con el título de Précis de psychologie. Una parte había aparecido desde 1882 en artícu los separados. 12. Ibíd., pág. 1. 13. Ibíd., pág. 7. 14. Ibíd., pág. 4. IV Ibíd., pág. 5. 16. Ibíd., pág. xxxv. 17. Ibíd., pág. 16. 18. Ibíd., pág. 19. 19. Ibíd., pág. 411 20. Ibíd., pág. 412. 21. Ibíd., pág. 413. 22. Ibíd., pág. 321. 23. James imagina por otra parte para esta concepción una base neurofi siológica de tipo unitario: “Si hemos podido eludir aquí la hipóte sis extraexperimental de átomos psíquicos, lo realizamos tomando como hecho de conciencia mínimo toda la conciencia en un ins tante dado (...), y como hecho cerebral mínimo, la totalidad del cerebro en el mismo instante.” (Ibíd., pág. 617.) 24. Ibíd., págs. 447-448. 25. Ibíd. 26. Ibíd., pág. 227. 27. Ibíd., págs. 199-200. 28. Ibíd., pág. 204. 29. Ibíd., pág. 220. 30. Ibíd., pág. 207. 31. Ibíd., pág. 211. 32. Ibíd., pág. 216. 33. Ibíd., pág. 217. 34. De toda esta “psicología de los instrumentos de latón”, de esta “ho269
Capítulo XII
EL CAM PO C LINICO DE LOS FENOMENOS INCONSCIENTES: LA HISTERIA 1886-1893
El encuentro de Freud con la histeria según Charcot: 1886-1888 A. Tradición alemana y herencia de Charcot Cuando Freud llegó aParís, el 13 de octubre de 1885, para recibir ense ñanza de Charcot, ya tenía detrás de sí una carrera científica no desdeña ble, y en consecuencia quien iba a recoger los trabajos de avanzada abso lutamente recientes del maestro de la Salpctriére en el campo de la histe ria no era un espíritu libre de toda orientación doctrinaria. Freud se había formado en la investigación biológica en el laboratorio de Brücke, al que destinó una admiración nunca desmentida. Ahora bien, Brücke era uno de los cuatro miembros eminentes de la escuela de Helmholtz, es decir que su alumno adhería al famoso juramento1 y a una concepción matemática y físico-química de la fisiología. En 1883, Freud, habiendo renunciado, por falta de una salida satisfactoria, a la investigación fisiológica y a la microanatomía del sistema nervioso, decidió orientarse hacia la neuropatología, y hasta 1886 trabajó en el servicio de Meynert. El propio Meyncrt, (quien incluso le propuso que se ocupara en su lugar del curso de unatomía cerebral) lo consideraba entonces un neurólogo de gran talento con una formación anatomopatológica sin par. De modo que llegó a Pa rís siendo en gran medida partidario de las tesis y doctrinas de la escuela psicofisiológica alemana (que impregna todos sus textos de ese período). Se sabe que Charcot causó en Freud una impresión inmensa, al pun to de conmover durante un tiempo la influencia de sus maestros anterio res. En efecto, fue al principio en un plano metodológico donde tuvo la sensación de encontrar una mirada nueva; Freud se refiere a ello en diver275
sos lugares, pero el comentario más inequívoco se encuentra en el “Pre facio a la traducción” de las Legons du mardi de Charcot,2 que publicó en alemán en 1892: “He insistido aquí con énfasis en los conceptos de ‘entidad mórbida’, de las series, del ‘tipo’ y de las ‘formas desdibujadas’, porque en su empleo reside la principal característica del método clínico francés. Esta manera de ver las cosas es en efecto extraña al método ale mán. En el caso de este último, el cuadro clínico y el tipo no desempe ñan ningún papel; en cambio, otras características pasan al primer pla no, lo que se explica por la evolución de los clínicos alemanes: una ten dencia a realizar una interpretación fisiológica del estado clínico y de la interrelación de los síntomas. La observación clínica francesa gana indu dablemente en autonomía relegando al segundo plano las consideraciones fisiológicas.”3 La observación es muy pertinente y, como ya lo he mostrado, ella explica divergencias y diferencias de las clínicas psicopatológicas france sas y alemanas. Subsiste el hecho de que la actitud de Charcot estaba le jos de verse libre de presupuestos: hemos tenido amplias oportunidades de verificarlo.4 Por lo demás, precisamente por su punto de vista “fisio lógico”, es decir por la interpretación que intentó del cuadro clínico y los síntomas de la histeria, Freud puso de manifiesto de entrada su originali dad en el interior de la escuela de Charcot (1886-1891) y después, a par tir de 1892, se apartó de la enseñanza de este último y opuso sus con cepciones personales a las de su maestro. En consecuencia, de un modo muy lógico, se vio llevado en 1893, en su nota necrológica de Charcot, a denunciar precisamente “el enfoque exclusivamente nosográfico de la escuela de la Salpétriére (...) inadecuado para un tema de orden puramen te psicológico”.5 Desde luego, en el dominio de la histeria se ubicó inicialmente el conjunto del problema: muy impregnados por la concepción psiquiátrica de la histeria,6 los clínicos alemanes parecían abandonar “toda inclina ción a ocuparse del paciente (...) cuando se formulaba un diagnóstico de histeria”.7 Así, Freud estaba persuadido de que la histeria, hasta Charcot, había sido “estudiada poco y de mala gana”.8 Lo que iba a impresionarlo era justamente la paciencia y el rigor con las cuales se observaba en la Salpétriére los fenómenos histéricos, sobre la base del rechazo (aparente) de todo presupuesto acerca de su naturaleza y funcionamiento reales. Du rante algunos de los años que siguieron, vemos a Freud tironeado entre un respeto formal a lo qye había aprendido en la Salpétriére, es decir so bre todo una cierta presentación de la sintomatología de la histeria y del hipnotismo (por una parte), y (por otra) la concepción fisiopatológica a la que rápidamente llegó de los fenómenos histéricos, y que siguió afir mándose hasta que retomó las investigaciones “catárticas” de Breuer. A través de ese dilema surge claramente que desde el principio percibió 276
muy bien el nudo del problema, acerca del cual tanto he insistido al co mienzo de esta obra: la objetividad de los síntomas histéricos, tal como las investigaciones de Charcot la establecían firmemente, y en conse cuencia la necesidad de una interpretación que superara el trivial punto de vista psicológico de la tesis psiquiátrica. Cuando llegó a construir en grado suficiente dicha interpretación a la medida de su deseo, abandonó lo que quedaba de su sujeción a Charcot. H. La parálisis histérica, parálisis psíquica Después de su retomo de la Salpétriére, en 1886, Freud anunció la apari ción, en los Archives de neurologie, de un artículo proveniente de “un vivo intercambio de opiniones con el profesor Charcot acerca de los puntos de vista que surgen de sus investigaciones”,9 texto que apuntaba a “la comparación de las sintomatologías histérica y orgánica”. El arlículo, directamente redactado en francés, sólo aparecerá siete años des pués en 1893, con un título más limitado: “Algunas consideraciones con miras a un estudio comparativo de las parálisis motrices orgánicas e histéricas”; la correspondencia con Fliess nos permite pensar que los tres primeros apartados fueron escritos en 1888, mientras que el último data manifiestamente de 1893, puesto que se trata de una referencia explícita a la “Comunicación preliminar” de Etudes sur l'hystérie. En consecuen cia, en la parte del artículo escrita en 1888 se encuentra la concepción de los síntomas histéricos a la cual Freud se vio inicialmente conducido y se refirió en varias oportunidades durante ese período; consideraba que ella podía “servir para captar algunos caracteres generales de la neurosis y llevar a una concepción acerca de la naturaleza de esta última”.10 El problema aparece de entrada formulado tal como Babinski lo hará diez años más tarde: “Con frecuencia se ha atribuido a la histeria la fa cultad de simular las afecciones nerviosas orgánicas más diversas. Se trata de saber si de una manera más precisa ella simula los caracteres de las (...) parálisis orgánicas.”11 Freud se entrega entonces a una discusión de rigor impecable con toda la seguridad que se encuentra siempre en sus textos neurológicos.12 Eliminando toda semejanza con la parálisis espi nal periférica (parálisis detallada, músculo por músculo, con trastornos tróficos y degeneración eléctrica del músculo afectado), comparará las dos formas, orgánica e histérica, de parálisis “en masa”, es decir de fun ción (afección global de un conjunto funcional: cf. Jackson). La paráli sis histérica, en sus aspectos más característicos, revela “una limitación exacta y una intensidad excesiva", en tanto que su homologa orgánica "no puede convertirse en absoluta y a la vez quedar delimitada”.13 Ahora bien, “no queda la menor duda acerca de las condiciones que dominan la sintomatología de la parálisis cerebral. Son los hechos de la 277
anatomía, la constitución del sistema nervioso, la distribución de sus vasos y la relación entre estas dos series de hechos y las circunstancias de la lesión. (...) Cada detalle clínico de la parálisis (cerebral) de repre sentación puede encontrar su explicación en un detalle de la estructura cerebral, y viceversa podemos deducir la construcción del cerebro a partir de los caracteres clínicos de las parálisis”.14 En cuanto a la histeria, “se comporta en sus parálisis y otras manifestaciones como si la anatomía no existiera, o como si la ignorara absolutamente”.15 En efecto, “sólo puede haber una anatomía cerebral verdadera y como ella encuentra su expresión en los caracteres clínicos de las parálisis cerebrales, es eviden temente imposible que dicha anatomía pueda explicar los rasgos distinti vos de la parálisis histérica”.16 Ya he subrayado en la primera parte la importancia esencial de ese ti po de enunciado para la epistemología del descubrimiento freudiano: de muestra que la aprehención correcta de la verdadera naturaleza de los fe nómenos histéricos se inscribe dentro de los progresos del conocimiento neurológico, fisiológico y patológico, y que por lo tanto el saber médi co fu e la condición de posibilidad del psicoanálisis. El rigor de su razo namiento de neurólogo llevó a Freud a las puertas del inconsciente. Ade más enseguida rechazó el concepto ambiguo de “lesión dinámica” al que todavía se aferraba Charcot: “¿Qué es por lo tanto una lesión dinámica? (...) La lesión dinámica es desde luego una lesión, pero una lesión de la cual no se encuentra huella en el cadáver, en forma de edema, de anemia, de hiperemia activa. Pero, aunque no persisten después de la muerte, aunque sean leves o fugaces, son lesiones orgánicas verdaderas. Es ne cesario que las parálisis producidas por las lesiones de ese tipo compar tan en todo los caracteres de la parálisis orgánica. (...) La anatomía del sistema nervioso determinará las propiedades de la parálisis, tanto en el caso de anemia fugaz como en el caso de anemia permanente y definiti va”.17 De modo que se puede poner de manifiesto la verdadera naturaleza de la “lesión” histérica: “la lesión de la parálisis histérica es una alteración de la concepción, de la idea”18 de una función o de un órgano. Ello ex plica que la histeria tome “los órganos en el sentido vulgar, popular, del nombre que llevan: la pierna es la pierna hasta la inserción en la cadera, el brazo es la extremidad superior tal como ella se dibuja por debajo de la ropa”.19 El síntoma histérico es sólo un trastorno psíquico, una “le sión” de la representación de las funciones y de los órganos, de ello pro viene su ignorancia de las condiciones verdaderas de la producción orgá nica de los síntomas de ese tipo; el saber del neurólogo, deducido de su conocimiento de la clínica, de la anatomía, de la fisiología y de la pato logía del sistema nervioso, permite afirmar lo anterior. Así debería des moronarse la metáfora nerviosa que, desde lustros, prevalecía en el abor 278
daje de la histeria; pero vamos a ver que las cosas no fueron tan senci llas: quedaba el lado objetivo de los síntomas, que Freud tenía presente y que se negaba a ceder a cambio de una interpretación en un marco psico lógico tradicional. ■ C. Una psicofisiología de la histeria En ese periodo que precedió a los textos “catárticos” de 1893, encontra mos otras dos publicaciones de Freud acerca de la histeria, por otra parte de estructura totalmente idéntica. La primera data de 1886: es una “observación de un caso severo de hcmianestesia en un varón histérico”.20 Trata allí de responder a las ob jeciones y críticas que encontró cuando, de retomo de París, pronunció en la Sociedad de Medicina de Viena su conferencia acerca de la histeria masculina. Aparentemente, en este episodio hubo una cierta incompren sión de su parte: los “importantes” vieneses siguieron siendo sobre todo escépticos ante la asimilación de neurosis traumática e histeria, por una parte, 21 y por otra respecto del carácter de sistematización neurológica de la sintomatología descripta por la Salpétriére (por ejemplo existencia y características de los estigmas); no se trataba en absoluto de cuestionar la existencia de la histeria en el hombre, noción ésta bien conocida en tonces, tanto allí como en otras partes. La observación “demostrativa” que presentó Freud guardaba total conformidad con el estilo y el espíritu de la Salpétriére (primera manera, por lo demás).22 Volveremos a hallar estas características en el artículo “Histeria” de 1888 destinado a la enciclopedia Villaret, que presenta un carácter más general, como lo indica el título. En efecto, tanto la sintomatología felaques, estigmas, trastornos sensoriales o motores) como la etiología (que “debe buscarse enteramente en la herencia”),23 los factores desenca denantes, el desarrollo y el tratamiento de la enfermedad, son abordados dentro de la más pura tradición de la Salpétriére.24 Algunos puntos sim plemente señalan el camino seguido por el pensamiento de Freud: De entrada la afirmación sin ambages, en las primeras líneas^ de que “la histeria es una neurosis en el más estricto sentido del término, lo que quiere decir no sólo que en esta enfermedad no puede descubrirse nin gún cambio perceptible en el sistema nervioso, sino que no debe espe rarse de cualquier refinamiento de las técnicas anatómicas la revelación de tales cambios”.25 La reanudación del análisis semiológico que ya he mos detallado (realizada en el apartado “parálisis” y después en el que trata de los caracteres generales de la afección), es la contrapartida dé esta definición de la histeria. —A falta de una “fórmula fisiopatológica” que explique la afección,
Freud propone “contentarse, mientras se espera, con definir la neurosis de una manera puramente nosográfica por la totalidad de los síntomas que en ella se presentan”.26 Como ya lo he señalado, la fidelidad a la pura clínica “francesa” de Charcot era para él en consecuencia una solu ción provisional, mientras no fuera posible reemplazarla por una inter pretación fisiológica “a la alemana” pero teniendo en cuenta los hechos. Ahora bien, justamente Freud empezó a bosquejar los rasgos genera les de esta interpretación con respecto a los “trastornos psíquicos que se pueden observar (...) lado a lado a los síntomas físicos (...) y en los cua les algún día sin duda se descubrirán los cambios característicos de la histeria”.27 Se trata de “trastornos en la circulación y asociación de las ideas, de inhibición de la actividad voluntaria, de exageración o de supre sión de emociones, etcétera, lo cual puede resumirse como perturbacio nes en la distribución normal en el sistema nervioso de las cantidades estables de excitación" 28 Esta fórmula un poco enigmática para nues tra mirada moderna está explicitada unas líneas más adelante: “Los cam bios psíquicos que hay que postular como fundamento del estado (sta tus) histérico tienen lugar por completo en la esfera de la actividad cere bral inconsciente y automática. Quizás todavía sea necesario subrayar que en la histeria la influencia de los procesos psíquicos en los procesos físicos del organismo está acrecentada (lo mismo que en todas las neuro sis) y que los pacientes histéricos trabajan con un excedente de excita ción en el sistema nervioso —excedente que se manifiesta en algún caso como inhibición, en otro como irritante, y que es desplazado con gran libertad al interior del sistema nervioso— ”.29 El marco general de la concepción freudiana es aquí la noción de una estabilidad de las masas de energía almacenadas en el sistema nervioso; ya hemos encontrado esta concepción en Fechner y en el grupo de Helmholtz;30 recordemos que proviene de los modelos físico-químicos utilizados para explicar los fenómenos biológicos. De ella Freud extraerá pronto su “principio de constancia” (también llamado de placer-displa cer). Dejemos de lado por el momento la referencia a lo que él llamará más tarde “complacencia somática”, es decir la predisposición “psicosomática” del neurótico. En ese estadio de su reflexión, Freud considera por lo tanto que los síntomas histéricos son la expresión del desplaza miento, en el interior de la esfera psíquica pero en el nivel de esos auto matismos cerebrales que entonces es habitual suponer como soportes de los fenómenos mentales inconscientes, de un excedente de excitación, de una cantidad supernumeraria (en relación con el funcionamiento normal) de energía mental, es decir neurosis. En este punto se aclara una obser vación formulada en los primeros párrafos del artículo, esclareciendo al mismo tiempo nuestro tema: “La histeria es fundamentalmente distinta 280
de la neurastenia y de hecho, estrictamente hablando, es su opuesta.”31 Ahora bien, sin duda alguna Freud está compartiendo una idea de la neu rastenia muy conforme a la opinión general de esa época, idea que se re fleja en la palabra misma: un estado de debilidad, de astenia psíquica, una disminución de la cantidad de energía nerviosa disponible 32 De modo que si la neurastenia atestiguaba una falta, la histeria sería un trastorno por exceso de energía disponible 33 lo que Freud considera todavía co mo un “status, una diátesis nerviosa”34 de etiología hereditaria. Ese ex ceso por otra parte localiza su acción funcional (inhibición o excitación) según las circunstancias y las particularidades psíquicas del enfermo (más adelante hablaremos de la referencia que hace Freud a las lecciones de Charcot acerca de la histeria traumática). Lo que en este tipo de concepción le resulta difícil integrar a un lec tor moderno es el pasaje incesante, en el vocabulario y el pensamiento de Freud, desde la vertiente psíquica de los fenómenos (inhibición / exci. tación de tal o cual función) a una interpretación físico-fisiológica (can tidades de energía nerviosa, funcionamiento cerebral) que parece muy metafórica. Además del predominio del modelo fechneriano-helmholtziano en la formación del pensamiento freudiano de esa época, hay que se ñalar con énfasis el valor heurístico que toma por otro lado una concep ción como ésa: ella permite concebir el carácter objetivo de los fenó menos inconscientes mientras se los sigue pensando como psíquicos, gracias a la ambivalencia de un vocabulario en el que voluntad y canti dad, psíquico y cerebral son idénticos, y que por lo tanto permite pasar a discreción de una descripción subjetiva a una descripción objetiva de los fenómenos, sin que parezca que se cambia de campo. Ese es el papel del modelo psicofísico en el trayecto freudiano, y ese papel nos permitirá comprender su gravitación y permanencia. Observemos, por otra parte, en qué dirección se orienta la investiga ción de Freud y lo que lo diferencia de quien en muchos aspectos seguía la misma pista: Janet. Freud (acabamos de verlo) consideraba los síntomas histéricos como proliferaciones, complementos, algo “de sobra”, y en adelante iba a tratar de penetrar cada vez más en el origen de ese exce so hasta localizar su fuente en la sexualidad y elaborar la teoría de la li bido. Janet, por su parte, era sensible al hecho de que los síntomas ema naban de una actividad inconsciente, que ellos atestiguaban una “fractu ra” mental, y era eso lo que lo preocupaba, en esa dirección buscó; al “de sobra” del síntoma opuso el “de menos” de una personalidad disociable (estigmas en el sentido de Janet: distraibilidad, abulias, sugestionabilidad, estrechamiento del campo de la conciencia). Lejos de parecerle lo inverso de la neurastenia, consideraba más bien a la histeria como una modalidad de las “astenias psíquicas”, y en ese punto (lo mostraré en otro lugar) reside el notable valor de su obra. 281
Resulta mucho más importante ver de entrada a Freud afirmando que “lo que vulgarmente se describe como un temperamento histérico — inestabilidad de la voluntad, cambios de humor, acrecentamiento de la ex citación con una disminución de los sentimientos altruistas— puede es tar presente en la histeria, sin que en absoluto sea necesario para su diagnóstico. Hay casos severos de histeria en los cuales una modifica ción psíquica de ese tipo está enteramente ausente; muchos pacientes que pertenecen a esta clase se cuentan entre las personas más amables, los espíritus más claros, las voluntades más fuertes”.35 Esta posición, que convertía a Freud, en la línea de la enseñanza de Charcot, en un extre mista antipsiquiatrista (en el sentido de la concepción psiquiátrica de la histeria) 36 era el reverso de su concepción de los síntomas y de su inte rés exclusivo en su origen como excrecencias. Posición homóloga a una característica general del pensamiento freudiano: su dificultad para captar los trastornos de la personalidad, siempre encarados como sínto mas, es decir accidentes contingentes y virtualmente reversibles. Así, en Etudes sur l'hystérie, afirmó que el carácter histérico está presente du rante las fases agudas de la enfermedad; en suma, él mismo no es más que un síntoma. Esto, por cierto, concierne al modelo asociacionista de la psique que utiliza Freud y que la reduce enteramente a elementos, ve tando la captación del aspecto “global” (veremos las dificultades que sus cita en ese marco la teoría del narcisismo). Ello tiene que ver sin duda con un factor personal: así, en este punto Freud está mucho más cerca de Charcot (también él neurólogo y no alienista) y de su mirada benévola respecto de los histéricos, que de la tradición psicopatológica, en el sen tido de la mirada de un Morel.37 Volvamos ahora al artículo de 1888 para seguir, en el nivel de las indicaciones terapéuticas, las consecuencias de la concepción ambigua que guía al conjunto del texto. Freud retoma la mayoría de los procedi mientos de la Salpétriére: aislamiento y tratamiento moral,38 masaje, gimnasia, electroterapia, hidroterapia, cura de reposo y sobrealimentación ,39 agentes estesiógenos. Pero “es preciso insistir especialmente en la influencia de (...) la sugestión hipnótica (...) porque ella apunta parti cularmente al mecanismo de los desórdenes histéricos y no puede sospe charse que produzca más que efectos psíquicos”.40 Freud opone en efecto el tratamiento indirecto, tratamiento del terreno (diátesis histérica o fac tores locales de irritación), al tratamiento directo que “consiste en retirar las fuentes psíquicas de estímulos de síntomas histéricos, (lo que) es comprensible si buscamos las causas de la histeria en la vida ideativa inconsciente.(...) Este método es nuevo, pero producto de éxitos terapéuti cos que no se pueden obtener de otra manera. Es el método más apropia do para la histeria, porque imita precisamente el mecanismo del origen y la desaparición de los síntomas histéricos. Pues numerosos síntomas 282
histéricos que han resistido a todo otro tipo de tratamiento desaparecen bajo la influencia de motivos psicológicos suficientes”.41 De modo que reencontramos, con la referencia implícita a las lecciones de 1885 de Charcot (génesis de los accidentes histéricos), la concepción personal , hacia la cual tendía Freud y que yuxtapuso así a la enseñanza clásica de la Salpétriére. Por otra parte, en este punto Freud remite a Bemheim co mo autor clásico de referencia.42 Es preciso por otro lado observar que junto a la supresión autoritaria de los síntomas mediante sugestión bajo hipnosis, indica “un método aun más activo (...) primero practicado por Joseph Breuer, de Viena, (quien) conduce al paciente bajo hipnosis a la prehistoria psíquica del mal y le permite tomar conocimiento de la ocasión psíquica en la que encontró su fuente el desorden de que se trata”.43 Freud, como se sabe, conocía desde 1882 el procedimiento catártico, del que incluso intentó hablarle a Charcot. Todavía nunca lo había practicado (veremos que em pezó en 1889) y parecía no saber demasiado dónde ubicarlo, puesto que esta breve referencia se encuentra sumergida en medio de un largo aparta do acerca de la sugestión, que concluye con la mención de Bemheim. Por otra parte, en el futuro inmediato iba a volverse hacia este último.
Hipnosis y sugestión:1888-1891, entre Bernheim y Charcot Desde su retomo de París, Freud, que acababa de abrir su consultorio de neurólogo y en consecuencia se ocupaba esencialmente de problemas neuróticos, empezó a practicar la hipnosis terapéutica. En ese camino era sin duda Bemheim quien podía enseñarle más: antes de visitarlo a fi nes de 1889 en Nancy, tradujo al alemán en 1888 su célebre obra De la suggestion et de ses applications thérapeutiques, dotándola de un consi derable prefacio.44 En él defiende por cierto, ante todo, la hipnosis como procedimiento terapéutico eficaz y carente de riesgos en las manos de un técnico experimentado; se sabe en efecto que Meynert tenía una opinión por completo opuesta, y exteriorizaba hacia su ex colaborador una agre sividad que desbordaba con mucho la justa medida de una polémica. Pero junto a todo el interés que, según se ponía de manifiesto, suscitaba en él Bemheim, Freud adoptó una posición una vez más muy ambigua en la controversia entre la escuela de Nancy y la Salpétriére. El problema fue pronto planteado tal como quedaría después para Freud, y de una manera muy homóloga a la de los síntomas histéricos: “Uno de los partidos, cuyas opiniones son enunciadas por el doctor Bemheim, sostiene que todos los problemas hipnóticos tienen el mismo origen: es decir, que emanan de una sugestión, una idea consciente, que 283
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ha sido introducida en el cerebro de la persona hipnotizada mediante una influencia externa y aceptada por ella como si se le hubiera aparecido es pontáneamente. Según esta óptica, todas las manifestaciones hipnóticas serían fenómenos psíquicos, efectos de la sugestión. El otro partido, por el contrario, sostiene que el mecanismo de por lo menos algunas de las manifestaciones del hipnotismo se basa en modificaciones fisiológicas, es decir en desplazamientos de la excitabilidad en el sistema nervioso, que se presentan sin la participación de las partes de éste que operan con conciencia; hablan en consecuencia del fenómeno físico o fisiológico del hipnotismo.”45 Freud indica entonces los peligros de la posición de la escuela de Nancy, es decir el cuestionamiento de toda la sintomatología de la hip nosis y la histeria tal como la habían establecido Charcot y su escuela, y que presuntamente se revelaba como pura construcción sugestiva.“Estoy convencido de que esta opinión recibirá una bienvenida absoluta por parte de quienes experimentan una inclinación — y que son todavía el partido que prevalece en la Alemania de hoy— a no tener en cuenta que los fenómenos histéricos están gobernados por las leyes.”46 De modo que mucho antes de que Bemheim iniciara sus ataques contra la enseñan za de la Salpétriére, Freud presintió su alcance y su peligro, es decir el riesgo del retorno a una concepción trunca (del tipo “psiquiátrico”) de la histeria. Por lo demás formuló de entrada algunos argumentos de defen sa: los documentos históricos mostraban la permanencia a través del tiempo de los fenómenos histéricos; algunos eran por otra parte fisioló gicamente comprensibles (“transferencia” que ilustraría la relación fisio lógica cerebral entre partes simétricas del cuerpo); otros, como la hiperexcitabilidad neuromuscular letárgica, no podían ser obra de la suges tión, “que no puede producir nada que no esté contenido en la conciencia o sea introducido en ella”.47 En esta oportunidad, Freud reconoce además un síntoma no abarcado por la representación “vulgar” de los órganos y las funciones, puesto que los músculos pueden ser excitados en ese mar co aisladamente (y no en “masa”) 48 Asimismo, en el renglón siguiente, remite enseguida a su estudio acerca de las parálisis histéricas. En realidad, se trata sobre todo de mantener que “se puede aceptar la afirmación de que, en lo esencial (la sintomatología de la histeria) es de una naturaleza real, objetiva":49 Se percibe cierto desarraigo en la justificación de ese reconocimiento de la Salpétriére que Freud había re cibido demasiado bien como para aceptar que se lo cuestionara. Parecía vacilar entre una pura y simple defensa de las posiciones de Charcot (ob jetividad biológica) y la orientación que ya vimos que tomaba y que se fundaba en una tesis psicofisiológica. Así pudo incluso sostener que “esto no implica ninguna negación del hecho de que el mecanismo de las manifestaciones histéricas es de naturaleza psíquica: pero no es el meca284
nismo de una sugestión por parte del facultativo”.50 En resumen, para entenderlo en nuestra terminología: por cierto psíquico, con toda seguri dad no consciente, por lo tanto “fisiológico” en la óptica de Freud en esa 6|xx;a. Así, puesto que histeria e hipnosis concordaban, puesto que la sinto matología de la histeria debía ser objetiva, Freud iba a tratar de demosirar que el mecanismo de la hipnosis también tenía que serlo, y que por lo tanto no se reducía a la sugestión. Para ello se basó en los hechos de la hipnosis espontánea, en particular por fijación de la mirada (braidismo), y en la escasa verosimilitud de una constancia tan grande de los síntomas físicos (catalepsia, sueño aparente, etcétera) de un fenómeno puramente sugerido. De modo que, tanto en el gran hipnotismo de los histéricos como en el sonambulismo hipnótico común, aparentemente se trataba de un doble fenómeno, psíquico y fisiológico, y Freud intentó "dar alguna indicación acerca del lazo que vincula el aspecto psíquico con el aspecto fisiológico de la hipnosis”.51 Para ello subrayó la ambigüe dad del término sugestión, que abarcaba por igual la orden, la intimación directa, y una influencia indirecta como en la catalepsia espontánea, eñ la cual el sujeto mantenía la postura en que estaba al “adormecerse”, o incluso en las experiencias de Charcot. “Charcot le da al sujeto un golpe ligero en el brazo, o dice: ‘¡Mire esa cara horrible! ¡Golpéela!’ El sujeto golpea y (en ambas alternativas) su brazo cae paralizado. En estos dos últimos casos, un estímulo externo debe comenzar por producir una impresión de agotamiento doloroso en el brazo, y a cambio de ella, es pontánea e independientemente de cualquier intervención por parte del médico, la parálisis ha sido sugerida, si tal expresión sigue siendo apli cable tratándose de esto.”52 Bemheim abarcará ambas formas de fenómenos con el término “su gestión” pero en realidad en el segundo caso “se trata (...) no tanto de sugestión como de estimulación de las autosugestiones”.53 La suges tión indirecta que por lo tanto incluye de hecho el empleo de la autosu gestión (del automatismo habría dicho Janet), constituye para Freud el fenómeno esencial de la hipnosis: en la mayoría de los casos, “la suges tión abre las puertas que en realidad están abriéndose lentamente por au tosugestión”.54 Ahora bien, la autosugestión “contiene un factor objeti vo, independiente de la voluntad del médico, y revela un vínculo entre condiciones diversas de inervación y excitación en el sistema nervioso.) Autosugestiones de este tipo conducen a la producción de las parálisis histéricas espontáneas, y una tendencia a tales autosugestiones es lo que caracteriza a la histeria”.55 El trayecto de Freud es este punto exacta mente paralelo al de Janet: como Charcot, ellos identifican hipnosis e histeria; lejos de considerar que ia hipnosis y la sugestión son fenóme nos de'psicología corriente (Bernheim), las inscriben en el marco más 285
amplio del estado histérico como estado psicofisiológico. Las autosu gestiones, en efecto, “siguen siendo a pesar de todo procesos psíquicos; pero ya no están expuestas a la plena luz de la conciencia como las su gestiones directas. (Ellas) pueden en consecuencia ser igualmente bien descriptas como fenómenos fisiológicos o psicológicos”.56 En cuanto a su naturaleza última, Freud indica “el despertar recíproco de los estados psíquicos de acuerdo con las leyes de asociación. (...) Esas ligazones conciernen a la naturaleza del sistema nervioso y no a cualquier acción arbitraria del médico”;57 es el caso de la asociación que vincula y des pierta recíprocamente las diversas componentes del estado de sueño; ojos cerrados, relajamiento o fatiga muscular, estado de los “centros vasomo tores” del cerebro (cf. Meynert). En suma, tanto respecto de la hipnosis como de la histeria, Freud (en este punto muy cercano a Janet y al Charcot de 1885) postula un estado particular del sistema nervioso, un funcionamiento psicofisiológico es pecial que deja curso libre a los “automatismos” psico-cerebrales incons cientes. Por otra parte, todavía no está seguro de contar con una concep ción exhaustiva del problema, puesto que a pesar de todo va a interrogar se acerca de la cuestión de “si todos los fenómenos hipnóticos deben pa sar en alguna parte por la esfera psíquica; en otros términos (...) si los cambios de excitabilidad que se presentan en la hipnosis sólo afectan invariablemente la región de la corteza cerebral”.58 Lo mismo que en lo que concierne a la “diátesis de contractura” (cf. el artículo de 1888 o las reflexiones citadas abajo acerca del estado letárgico del gran hipnotismo), Freud está todavía lejos de haberse persuadido de que las primeras concepciones de Charcot hayan caducado por completo; sigue sospechando la existencia de algunos fenómenos verdaderamente físicos (es decir, en la terminología meynertiana, “subcorticales”) en el histero-hipnotismo. Hasta 1893 no denunció “el enfoque puramente nosográfico de la es cuela de la Salpétriére” 59 Todo lo que había sostenido hasta entonces acerca de la teoría de Charcot pareció vacilar; “La restricción del estudio de la hipnosis a los pacientes histéricos, la diferenciación entre gran y pequeño hipnotismo, la hipótesis de los tres estados del gran hipnotis mo y su caracterización por fenómenos somáticos, todo ello se derrum bó en la estima de los contemporáneos de Charcot cuando Bemheim, el alumno de Liébault, se aplicó a construir la teoría del hipnotismo sobre una base psicológica más amplia e hizo de la sugestión el punto central de la hipnosis.”60 Es cierto que en el ínterin Freud se había dedicado a una práctica in tensiva con el procedimiento catártico, y comenzado a publicar sus re sultados en colaboración con Breuer (la “Comunicación preliminar” apa reció a principios de 1893). No obstante, en el intervalo, los tres artícu los61 que consagró a la hipnosis entre 1889 y 1891 retoman exacta 286
mente las posiciones expresadas en 1888 en el “Prefacio” que acabamos tic estudiar.
h i cosecha catártica:1892-1893 A. La comunicación preliminar A partir del artículo de 1890 acerca del “tratamiento psíquico”, Freud co menzó a señalar las debilidades del tratamiento sugestivo y a expresar uiiii cierta decepción: “Los pacientes neuróticos son precisamente en su iiinyoría malos sujetos hipnóticos, de manera que las poderosas fuerzas en virtud de las cuales la enfermedad se enraíza en el espíritu dél enfermo lidien que ser contrabalanceadas no por una completa influencia hipnótit i» sino solamente por un fragmento de ésta. (...) Un tratamiento hipnó tico único, por lo tanto, no cambiará en nada los desórdenes severos de origen mental. No obstante, si la hipnosis se repite, pierde una parte del t'lccto milagroso que quizás el paciente esperaba. Una sucesión de hip nosis puede eventualmente producir por grados (...) un resultado satislnctorio.(...) Pero un tratamiento hipnótico de ese tipo puede ser tan faslidioso y fatigante como cualquier otro.”62 Freud señala además otro ti po de dificultad: un éxito inicial pero de duración precaria; “si (la hipnon ís ) se repite con bastante frecuencia, agota en general la paciencia del paciente y del médico por igual, y se termina por abandonar el trata miento hipnótico. May también casos en los que el paciente se convierte en dependiente del médico, y en los que se instala una especie de necesi dad de hipnosis”.63 Así, Freud concluye el artículo formulando votos |H)r que pronto se disponga de un método mejor: “una mejor compren sión de los procesos de la vida mental, cuyo bosquejo se basa precisa mente en la experiencia hipnótica, señalará los caminos y los métodos para este fin”.64 En el artículo de 1891 se encuentran las siguientes reflexiones desen gañadas: si el tratamiento se prolonga, “pronto se fatigan tanto el médi co como el paciente, lo que resulta del contraste entre la coloración deli beradamente optimista de las sugestiones y la triste verdad. (...) En todo tratamiento hipnótico prolongado, es preciso evitar cuidadosamente un procedimiento monótono. El médico tiene que estar constantemente en busca de un nuevo punto de partida para sus sugestiones, de una nueva prueba de su poder, de una "nueva modificación en su procedimiento de hipnotización. También para él, que quizás tenga dudas con respecto al éxito final, esto representa un esfuerzo grande y en última instancia ago tador”.65 En 1892 (“Prólogo y notas de la traducción, de J. M. Charcot, 287
Legons du mardi”) Freud será incluso más definido: “A la larga, ni el 1 médico ni el paciente pueden tolerar la contradicción entre la negación 1 decidida de la enfermedad en la sugestión y su necesario reconocimiento 1 fuera de su ámbito.”66 1 En tales condiciones no sorprende que, en su búsqueda de un medio 1 terapéutico más satisfactorio, desde 1889 se haya vuelto hacia lo que le I pareció un procedimiento más realista, un verdadero tratamiento causal, 1 el procedimiento catártico que Anna O. le había sugerido a Breuer ocho I años antes. De ese modo pudo precisar sus opiniones sobre la histeria y 1 volver a interesar en ella a Breuer: los dos amigos llegaron entonces a u- 1 na posición común que expusieron juntos en la “Comunicación prelimi- y I nar” de 1892.67 Analicemos rápidamente su contenido, apartado por a- 1 paitado: 1 1. “El histérico sufre sobre todo de reminiscencias [5].” Toda histeria revela poseer una estructura idéntica a la de la histeria traumática de Charcot: los síntomas remiten a recuerdos por expresión directa, parcial, simbólica o desplazada (acontecimientos simultáneos).68 Inconscientes o sólo parcialmente conscientes, esos acontecimientos de fuerte carga afectiva (traumatismos psíquicos) actúan entonces no simplemente como “agentes provocadores” (Charcot) sino como causas patógenas per manentes, como verdaderos “cuerpos extraños internos”. 2. El debilitamiento normal de los recuerdos de fuerte carga emotiva tiene lugar por reacción voluntaria, expresión emotiva o verbal, o inte gración asociativa: su representación está integrada en la red de asociaciones mentales, y por lo tanto así taponada, contrabalanceada por ideas contrarias (el caso del recuerdo de una humillación y los de pequeños éxitos). En la histeria, “las representaciones que han pasado a ser patóge nas se mantienen (...) con todo su frescor y siempre cargadas emocional mente (...) porque el debilitamiento normal (...) les está vedado [8]” de bido a su carácter inconsciente. Dos grupos de causas engendran esas re presentaciones inconscientes patógenas; en primer lugar, las situaciones en las que el sujeto no pudo o quiso reaccionar: imposibilidad intrínseca de reacción (por ejemplo, pérdida irreparable de un ser querido), represión de la reacción por razones sociales, represión intencional fuera de la conciencia del conjunto del contenido representativo traumático, por úl timo. A continuación, estados de anonadamiento, de obnubilación psí quica que paralizan toda posibilidad de reacción: afectos paralizantes (pa vor; cf. los casos traumáticos de Charcot), autohipnosis espontánea (“estados hipnoides”). Las dos series de causas69 pueden desde luego combinarse (serie complementaria). 3. “La disociación de la conciencia (...) existe rudimentariamente en todas las histerias [8].” Fenómeno fundamental de la neurosis, homólo288
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m> u los estados hipnoides, esa disociación indica una predisposición innultt, un trauma grave o una represión difícil (histeria adquirida). Los au tores insisten en cambio en el hecho de que “entre los histéricos se enmcntran a veces personas que poseen una gran claridad de miras, una vo luntad muy fuerte, un carácter de los más firmes, un espíritu de los más aílicos [9].” 4. El acceso histérico y los estados de histeria aguda (psicosis histéilnis en el sentido de Charcot) representan una invasión de la conciencia por el estado de conciencia disociada hipnoide que “se hace dueña (...) de la inervación corporal del enfermo y gobierna toda la existencia de éste 112 1 N o obstante, la conciencia normal sigue estando presente, lo mis mo que el estado hipnoide cuando la primera se rehace; el estado hipnoi de domina entonces una parte de la inervación corporal, dando origen a los síntomas permanentes de la histeria crónica. 5. El procedimiento catártico suprime los efectos de la representación patógena al reestablecer gracias a la hipnosis sus lazos con la concien cia, “permitiendo que el afecto ahogado se derrame verbalmente [12] ” y padezca del desgaste o debilitamiento normal.70 Pero ese procedimiento sintomático no actúa sobre los estados agudos ni sobre la predisposi ción: “aún queda por descubrir la causa interna de la histeria [13]”. En conjunto, el espíritu de esta exposición está muy próximo al Janct de L'automatisme psychologique. En L'état mental des hystérit/ues, Janet calificará a la “Comunicación preliminar” como “el trabajo más importante que haya venido a confirmar nuestros antiguos estu dios” 71 en tanto que Breuer y Freud citan un caso de Janet, “Historia de una curación obtenida, en una jovencita histérica, mediante un procedi miento análogo al nuestro”.72 Justamente resulta muy importante seña lar los puntos de divergencia de las dos concepciones, que conciernen a lu teoría de la personalidad histérica en Janet y explican el débil interés que despertó en este último el procedimiento catártico (en realidad toda vía no lo había empleado nunca: operaba de un modo bastante distin to) 73 Como ya lo he señalado en el apartado precedente, Janet era sensi ble a la disociabilidad del psiquismo histérico, que considera una debili dad degenerativa, una “insuficiencia psicológica”; Breuer y Freud veían en la disociación la consecuencia de la constitución de una especie de ex crecencia psíquica, de un excedente energético que la catarsis reducía (abreacción), aliviando así al psiquismo por otra parte normal de los histé ricos (cf. el párrafo 3 de la “Comunicación preliminar”). Acerca del ori gen de esa “hernia” mental, Breuer y Freud divergirán pronto; en esa búsqueda en la que Freud se compromete sin reservas reside el resorte de su originalidad: allí descubrirá el psicoanálisis. Pero nosotros compren demos mejor lo que estaba en juego en todo ello examinando de cerca las
concepciones teóricas de Breuer, tal como las expuso en 1895 en el ca pítulo 3 de Etudes sur l'hystérie. En el ínterin, Freud continuó avan zando, y dejó atrás a su amigo, cuya experiencia se resume casi por completo en su primer caso. De modo que es preciso leer la exposición de Breuer teniendo en cuenta que se trata de la posición inicialmente co mún, como lo verificaremos a continuación mediante el examen de los textos de Freud de los años 1892-1893. B. La teoría de Breuer Pero, para comenzar, tratemos de esclarecer un punto que intriga:_¿de dónde provino la idea del procedimiento catártico? Breuer mismo lo ex plica: “Afirmo (...) que en absoluto traté de sugerir mi descubrimiento a mi paciente; por el contrario, mi estupefacción fue inmensa y sólo des pués de toda una serie de liquidaciones espontáneas pude extraer una téc nica terapéutica.”74 Se trata de un hecho bien conocido: la talking cure fjl£_una invención de Anna O. Pero, ¿qué es lo que pudo darle a Breuer la idea de seguir las indicaciones de la enferma y dócilmente hacerla imitar por hipnosis su comportamiento en sus estados hipnoides? Allí intervi no el peso de la tradición magnética: en efecto, no se ha subrayado lo bastante que Breuer no conocía la práctica de la hipnosis de Charcot (que en esa época todavía no había dirigido su célebre comunicación a la Aca demia de las Ciencias), ni la de Bemheim (quien no hará conocer su práctica y la de Liébault hasta varios años más tarde). Como lo ha indi cado Ellemberger 75 los médicos alemanes de la época tomaron contacto con la hipnosis directamente a través del magnetizador público Hansen: Freud, Breuer, Benedikt, asistieron a sus presentaciones, lo mismo que Heidenhaim, quien publicó en 1880 el primer estudio positivo en lengua alemana de los fenómenos hipnóticos. Ahora bien, como ya lo he seña lado, según uno de los temas fundamentales del magnetismo animal el sonámbulo puede indicar gracias a su “lucidez” particular el origen de su mal y los medios para curarlo (por otra parte, podía también hacerlo res pecto de otras persotias); desde hacía décadas, los magnetizadores seguían escrupulosamente las indicaciones de sus médiums.76 Volvamos ahora a las concepciones teóricas que Breuer dedujo ante lo evidente del caso de Anna O. Su punto de partida está en la crítica de la definición de Moebius:77 por cierto, admite que “un gran número de fenómenos histéricos, más quizá de lo que imaginamos hoy,78 son ideógenos”79 y por lo tanto que reposan en representaciones. Pero ese mis mo fenómeno de la acción patógena de ciertas representaciones sólo se comprende en el interior del estado psíquico particular que lo engendra y que caracteriza a la histeria. Tendrá entonces que abordar “la exposición fisiológica de procesos psíquicos complejos”.80 Volvemos a encontrar 290
allí una crítica muy homóloga a las que Freud dirigió a Bemheim: cuan tío los fenómenos se ubican en la esfera psíquica pero no se reducen al |nrgo de las ideas en la conciencia, es necesaria una interpretación psicollNiológica. En consecuencia, Breuer propondrá la idea de un “aparato ( nervioso cerebral” cuyo modelo toma del funcionamiento de una “insta lación eléctrica montada con muchas derivaciones y destinada a asegurar la Iluminación y la transmición de una fuerza motriz.(„.) A fin de que la inrti|iiina esté siempre lista para trabajar es preciso que, incluso durante peí iodos de reposo funcional, en toda la red conductora persista una cier ta tensión, y, con ese objetivo, la dínamo debe utilizar una cierta canti dad de energía. De la misma manera tiene que mantenerse también un cierto grado de excitación en las vías de transmisión del cerebro en repo«hi".k1 I.a tensión tónica, “excitación nerviosa intracerebral”, debe en conse cuencia permanecer en un cierto nivel constante para asegurar un funcio namiento normal: en el punto óptimo, todas las vías asociativas están Itermcabilizadas, todas las asociaciones abiertas, y el juego de las activi dades mentales se desarrolla sin defectos. Más allá de cierto umbral, la disminución de la tensión tónica entraña una sensación de fatiga y un mal funcionamiento (modelo de la confusión mental: Meynert),82 inclu id>una supresión (sueño) de los lazos asociativos; en el caso del sueño, la recuperación por el reposo de las reservas energéticas permite a conti nuación una recomposición del tono y de la actividad fisiológica. A la Inversa, un aumento excesivo de la energía tónica provoca una sensa ción de displacer, de tensión, de sobreexcitación nerviosa y una propenitlón a la descarga a través de una actividad motriz o de una expresión emotiva adecuadas; en caso de imposibilidad, se observa nerviosismo, aUltación. El aparato tiende así en efecto a mantener constante mediante c n o s mecanismos (sueño, descarga) la cantidad total de energía que encierru (Breuer remite aquí al “principio de constancia de Freud”). Por otra parte actúan fuentes permanentes de excitación, exógenas (estímulos ex ternos) o endógenas (afectos, necesidades orgánicas, en particular sexua les), y solicitan constantemente las capacidades de equilibrio del aparato mental-cerebral. El trauma (o los traumas: posibilidad de suma) consiste precisamente en una situación en la que existe la imposibilidad de descargar una cantidud importante de energía: ya hemos visto sus condiciones. Entonces se crea un reflejo psíquico anormal, forma primaria de la histeria (es la histeria “de retención” de Freud): la excitación cerebral anormalmente elevada “funde” una de las “resistencias eléctricas” del aparato y se descar ga así a la periferia con la forma de una manifestación anormal, desvia da, de afecto. El “corto circuito” hace al mismo tiempo desaparecer la cantidad, y por lo tanto la sensación, central (consciente). La vía abierta 291
puede a continuación volver a servir: la conciencia ya no será informada: ésta es la primera razón del carácter inconsciente de los traumatismos psíquicos, o por lo menos de su afecto. Ciertas condiciones patológicas favorecen el reflejo psíquico anormal o conversión (término que Breuer atribuye a Freud) al reducir las “resistencias” intersistémicas cerebrales: constitución particular predispuesta, debilitamiento general (agotamien to, grandes fases de mutación fisiológica como la pubertad), enfermedad local que desempeña la función de un punto de llamada. Así se explica la constitución del síntoma histérico; en cuanto a su perpetuación, ella necesita la constitución de un grupo psíquico aislado del resto de las asociaciones mentales, es decir una disociación psíquica. Para Breuer, ese estado de cosas sólo puede tener una causa: la existencia previa de estados de conciencia disociados, de estados hipnoides. Por cierto, a título de segunda alternativa etiológica menciona la hipótesis freudiana de la defensa (represión) pero enseguida anula su alcance: “Las observaciones y los análisis de Freud demuestran que la disociación del psiquismo puede también ser provocada por una ‘defensa’. (...) Sin em bargo ello sólo se produce en ciertas personas, a las cuales debemos por lo tanto atribuir una constitución mental particular. (...) No podría decir cuál es la naturaleza de esta constitución particular. Sólo me aventuraría a sugerir que la asistencia del estado hipnoide es necesaria si la defensa debe entrañar no simplemente que ideas encubiertas individuales se con vierten en inconscientes, sino una verdadera disociación del psiquismo. La autohipnosis ha creado, por así decir, el espacio o la región de activi dad mental inconsciente a la cual son rechazadas las ideas que es preciso evitar.”83 Por lo tanto, en esa etapa Freud y Breuer están de acuerdo con Janet en considerar como necesariamente patológica la existencia de “esas especies de representaciones actuales que permanecen inconscientes no porque carezcan de vivacidad, sino al contrario a pesar de su gran in tensidad”; ellos las llaman “representaciones incapaces de pasar a ser conscientes” El inconsciente “normal” encierra en consecuencia re presentaciones demasiado débiles como para convertirse en conscientes o capaces de hacerlo en otro momento, en función de fluctuaciones de la atención (lo que más tarde Freud llamará preconsciente). Breuer y Freud sólo comenzaron a divergir en la explicación de la existencia de estas re presentaciones, permaneciendo el primero muy próximo a Janet, mien tras que el segundo formuló cada vez con mayor firmeza su tesis perso nal sobre la defensa. Era por lo tanto natural que Breuer buscara en una predisposición constitucional particular la causa última de la histeria. Ya hemos visto dos aspectos de esta predisposición compleja: en primer lugar, la “tendencia a la hipnoidía”, fenómeno esencial de la enfermedad; a continua ción, la debilidad de las “resistencias cerebrales intersistémicas” que 292
Iiisiiíica las conversiones (“complacencia somática” freudiana), es decir i'l pasaje del exceso de excitación cortical a los “aparatos nerviosos senNllivos que no son normalmente accesibles más que para los estímulos | h * i ¡Céricos, lo mismo que (a) los aparatos nerviosos de los órganos ve getativos que están —normalmente— aislados del sistema nervioso cen ital |x>r poderosas resistencias”.85 Resta un tercer factor, esencial, pues to i|uc es el que funda la divergencia de opinión con Janet: es la “produc tividad mental desbordante (de los) histéricos. (...) Su vivacidad y su agltación, su necesidad de sensaciones y de actividad intelectual, su ineplilud para soportar la monotonía y el aburrimiento, pueden explicarse de la manera siguiente: ellos pertenecen a una categoría de individuos cuyo nisiema nervioso libera, en estado de reposo, un excedente de excitación t|iie exige ser utilizado”.86 Desde luego, “la gran mayoría de los seres vivaces y ágiles no por ello se convierten en histéricos”:87 también se in|u¡ere la acción conjunta de los otros dos factores y de circunstancias traumáticas. Pero este último factor es esencial; en efecto, explica muchos de los laxgos de carácter en los histéricos, así como su temperamento apasio nado o lo que Janet denominó más tarde búsqueda de la excitación: “Su necesidad de sensación los empuja (...) a interrumpir el curso monótono de su existencia con todas clases de ‘incidentes’ que constituyen (...) so bre todo fenómenos patológicos”;88 así, Breuer opone su “necesidad de enfermedad” al miedo a la enfermedad de los hipocondríacos. Le parece en consecuencia que “Janet ha establecido sus concepciones principales ul estudiar a fondo a los histéricos débiles mentales que recogen los hos pitales y los asilos”;89 por ello, su “opinión es inadmisible”.90 Cuan do existe, la “debilidad mental” de los histéricos no débiles es una mani festación secundaria de la enfermedad: se debe a la enorme pérdida de ettergía que engendran la disociación y las conversiones de afectos. Lo mismo vale para la sugestionabilidad: “El psiquismo inconsciente y di sociado de los histéricos es eminentemente sugestionable como conse cuencia de la pobreza y del'carácter incompleto de su contenido ideativo”;91 se trata de un estado cercano al monoideísmo hipnótico en el que Imcondición defectuosa del juego de las asociaciones mentales excluye la crítica y deja libre curso al “ideodinamismo”, para emplear el vocabula rio de Bemheim. Cuando se restablece la integridad mental, por ejem plo a continuación del tratamiento catártico, muchos histéricos vuelven Hencontrar sus eminentes cualidades mentales (véase el apartado 3 de la "Comunicación preliminar”). La posición particular de Breuer y Freud se «poya en este punto en dos factores: —En primer lugar, el tipo de enfermos a los cuales ellos trataban y que diferían incuestionablemente de los de Janet (medio social, cultura, 293
pero también personalidad), por lo menos superficialmente. A ello se suma la evidente contratransferencia positiva que esos pacientes aristo cráticos engendran en los dos médicos: sus apreciaciones entusiastas,92 sin embargo, dan que pensar en la lectura de los protocolos de los casos. Por otra parte, en el capítulo “Psicoterapia de la histeria” de los Etudes, Freud subraya la necesidad, para el empleo del procedimiento catártico, de “mucha simpatía personal respecto de los enfermos (y) cierto grado de inteligencia por debajo del cual (el método) es totalmente inutilizable”.93 —A continuación, la posición teórica que les es común y que (ya lo hemos observado varias veces) reposa en las concepciones de la escuela de Helmholtz. Breuer proporciona algunos ejemplos caricaturescos, in cluso grotescos, de la aplicación de esos principios, del circuito eléctrico como modelo del psiquismo, al análisis de fenómenos morales tan com plejos como el remordimiento o la necesidad de venganza, en términos de “reflejo no consumado”94 cuya energía intacta continúa buscando una vía de descarga y que halla su modelo en la irritación “esencialmente análoga”95 de la inhibición del reflejo de estornudo. Asistimos allí a un fenómeno muy edificante desde el punto de vista epistemológico: un modelo teórico arcaico permite una apertura96 en un campo no obstante cubierto por modelos mucho más englobantes (Ja net); el escotoma con el que ese modelo cubre un punto capital (la per sonalidad como estructura global) le proporciona un valor heurístico no table en su reverso, es decir en el examen de los síntomas aislados. El psicoanálisis encuentra allí su punto de partida, a través de la búsqueda: freudiana del origen de la “cantidad excedentaria” del síntoma. Nada puede ilustrar mejor la función de la mirada teórica en la investigación clínica, ni el aspecto fortuito, y que con frecuencia trasciende ese primer marco, de los descubrimientos que tal vez el abordaje teórico hace posibles. C. La defensa y los inicios de la originalidad freudiana En todos los trabajos que Freud publicó en ese período de 1892 a 189397 se hace referencia a la “Comunicación preliminar”, cuyas con cepciones demarcan con fidelidad. Sólo nos vamos a detener aquí en un texto: exactamente en el momento de publicarse la “Comunicación”, es te escrito enunció consideraciones bastante originales aunque conexas. Pero sobre todo dicho texto ilustra la configuración originaria en la que se inscribió el nacimiento del psicoanálisis: las consideraciones clínicas son en él análogas en todos los puntos a las ideas de Janet; sólo la inter pretación general, doctrinaria, difiere y orienta justamente en la dirección de otra pista. Se trata de “Un caso de curación por hipnosis, con obser294
v»u Iones acerca del origen de los síntomas histéricos por ‘contravolunIml' no son precisamente esas observaciones las que van a ocupamos. 1*1 punto de partida del artículo es un caso de inhibición histérica del amiunantamiento, al que se trató de un modo puramente sugestivo, pero l'reiid realiza respecto de él un comentario teórico aparentemente muy Inspirado en ideas provenientes de ciertos aspectos del caso de Emmy v o i i N. (primera observación freudiana de Etudes sur l'hystérie). Comienza con la consideración de las ideas antitéticas (representacioiic n contrarias al objetivo fijado o a la salida esperada por el sujeto: ideas ilc contraste de Janet) y de su devenir en el individuo normal y en el neuirtiico. En el primero, ellas desaparecen, inhibidas por la “poderosa conliiiu/.a en sí mismo que confiere la salud”,98 es decir por la fuerza que re presentan los proyectos y las esperas del yo.99 En el neurótico (status nrrvosus en general), están por el contrario muy expandidas debido a "ln presencia primaria de una tendencia a la depresión y a la disminución ilc la confianza en sí, tal como se las encuentra muy altamente desarro lladas y en estado aislado en la melancolía”.100 Un poco más adelante l'reud formula un comentario acerca de ese debilitamiento mental selec tivo, puesto que no concierne a las ideas antitéticas sino a “esos ele mentos del sistema nervioso que forman la base material de las ideas aNocíadas con la conciencia primaria, (es decir) con la cadena de asociacionrs del yo normal”.101 En una tal situación de agotamiento, las ideas antitéticas son entonces la fuente, por ejemplo, del pesimismo y de las fobias (ámbito de las esperas), así como de la locura de la duda (ámbito tic las intenciones) de los neurasténicos.102 Pero una diferencia imporImilc se abre paso justamente en el efecto producido, según sea que se aborde una histeria o una “neurastenia”; en la primera, como consecuen cia ilc la disociación psíquica y de la tendencia a las conversiones, la idea antitética no es consciente, pero “puede objetivarse por la inervación corporal (y) se establece, por así decir, como contravoluntad, en tanto que el paciente advierte con sorpresa que tiene una voluntad resuelta pero Impotente. (...) Aquí, en contraste con la debilidad de la voluntad de la neurastenia, tenemos una perversión de la voluntad”.103 El conjunto de estas consideraciones tanto clínicas como analíticas o doctrinarias se adecúa perfectamente en su espíritu a las ideas de Janet, que en ese mismo momento escribía cosas muy comparables.104 Es im portante observar la proximidad en esa etapa de dos grandes corrientes pulcopatológicas provenientes de las investigaciones de Charcot: ya he mos tenido la oportunidad de hacerlo, pero éste fue el punto de máxima cercanía, después del cual se produjo un distanciamiento creciente. Por lo demás, Freud no se priva de deslizar una observación en el sentido de •un preocupaciones más personales y que invierte totalmente la perspec tiva: en efecto, después de haber señalado que el mecanismo de la contra 295
voluntad "ofrece una explicación, no simplemente para algunas manifes taciones histéricas aisladas, sino de la mayor parte de la sintomatología de la histeria”,105 subraya que fson los grupos de ideas laboriosamente reprimidas las que obran en ese caso (...) cuando el sujeto se ha conver tido en víctima del agotamiento histérico. Quizás incluso la relación sea más íntima, pues el estado histérico es tal vez producido por esa labo riosa represión”.106 Por otra parte, Freud se apresura a añadir que por el momento sólo le interesa el mecanismo del síntoma y no la fisiopatología de la enfermedad. Esa breve observación, con todo, indica el modo en que entiende volver del revés el análisis de Janet, al invertir el orden de causas y efectos, siguiendo la línea de las críticas de Breuer pero sobre todo su propia teoría de la defensa. En la misma oportunidad lo vemos hacer pie en un campo vecino al de la histeria, el de los fenómenos fóbico-obsesivos, por el cual en adelante no cesará de interesarse. Al término de este primer período de la investigación freudiana, he mos visto constituirse la originalidad de una perspectiva que todavía está fundamentalmente inscripta en la posteridad de Charcot, codo a codo con Janet. Ambas corrientes, en ese momento tan próximas, se encuentran separadas por matices, pero ellos, en tanto centran el trabajo de Freud en tomo del síntoma y en consecuencia de la catarsis, bastan para orientar lo en una dirección en la que va a encontrar el primer objeto verdadera mente propio: la represión. Ya hemos visto dibujarse su concepto, toda vía sumergido en el de la constitución de la “reserva” inconsciente; la etapa siguiente estará por completo dedicada a producir su teoría. Pero es absolutamente necesario retener el lazo genético entre la concepción pri mera de los síntomas histéricos en Freud y la posibilidad que se le ofrece de concebir y encontrar la represión: en tal sentido, la confrontación con Janet fue indispensable.
Contrapunto: neuropsicología de la afasia. Jackson con Helmholtz En el período que estudiamos, los trabajos que Freud dedicó a la psicopatología representan sólo algunas decenas de páginas; en el mismo lap so sus escritos neurológicos alcanzaron un volumen mucho más impor tante. Para situar el interés respectivo con que lo atrajeron ambos cam pos, es por otra parte muy interesante comparar su producción en esos dos dominios durante toda la fase que correspondió a la maduración de la obra psicoanalítica: en el conjunto de los años 1890-1900, su importan cia fue aproximadamente igual, y sólo después de 1900 Freud dejó com pletamente de interesarse en la neurología para pasar a ser exclusivamen te psicoanalista. En su producción neurológica muy diversificada, un 296
temo ilcbe detener muy particularmente nuestra atención: el que publicó p i i I H 9 1 , por lo tanto en medio de la fase de la que nos estamos ocupan do, con el título Sur une conception de l'aphasie. Etude critique.107 Se Huta en efecto de un trabajo que concierne a una actividad superior del vlntcmu nervioso, es decir una función mental, y allí vamos a encontrar completadas las concepciones psicológicas generales extraídas a través ilrl comentario de los textos psicopatológicos contemporáneos. I,» teoría clásica de las localizaciones cerebrales prevalecía entonces pii gran medida; los centros cerebrales del lenguaje aparecen representa do* en ella como “lugares de almacenamiento” (Wemicke) de impresio nes sensoriales, conectados entre sí por vías de asociaciones. Así, se in s íp id a la clínica de las afasias como resultado de la destrucción lesional de los centros de imágenes sensoriales o motrices, o bien de las cone xiones asociativas interrumpidas (afasias llamadas “de conducción”); en Hinlxts casos, pero con modalidades particulares según sea la localización tlr la lesión, el “reflejo cerebral” que constituye el lenguaje está pertur bado o totalmente inhibido en su funcionamiento. De modo que esta teni la materializa el análisis asociaciqnista al identificar pura y simple mente huella perceptiva y célula nerviosa, asociación de ideas y fibra de conexión;108 según sea su localización la lesión destruye entonces las imrtuenes mnémicas constituyentes de la palabra (sonoras, kinestésicas de articulación, visuales-gráficas, kinestésicas-gráficas), que quedan indis ponibles para la comprensión o la emisión de un mensaje, o bien las conexiones asociativas que vinculan entre sí a los diversos componentes unisonales de los elementos de lenguaje o que unen estos últimos al rPNlo del psiquismo, es decir de la corteza (provisión de huellas sensoria les constitutivas del pensamiento en el análisis asociacionista); en estos dos últimos casos, las imágenes verbales están intactas pero se han vuelto impracticables modalidades importantes de su utilización funcio nal (es decir de su poder para despertar asociaciones o ser despertadas por ellas). Sobre bases puramente anátomo-clínicas, Freud se entrega a una muy notable crítica de esta doctrina clásica; como le escribe a Fliess, "Me he mostrado muy audaz al cruzar espadas con tu amigo Wemicke. (...) He llegado a rasguñar al sacrosanto pontífice Meynert.”109 Para ello M apoya en la argumentación crítica y en las consideraciones clínicas de Jackson110 y de su discípulo Bastián, lo que es muy clarividente para la dpoca —como ya lo he indicado, la neurología sólo integrará verdadera mente la enseñanza profética de Jackson una buena veintena de años más larde— . Por lo demás, la monografía de Freud, a pesar de sus cualidades, llamó poco la atención y sigue siendo ignorada o mal comprendida en redeñas históricas incluso recientes. Contra la teoría localizadora, Freud idujo que no se podía confundir el registro anátomo-fisiológico con el 297
registro psicológico; un elemento psíquico, por simple que fuera, no podía en consecuencia estar localizado en un punto del cerebro. De modo que lo que se localizaban eran funciones, o más bien su soporte mate rial, sin que existiera ninguna posibilidad segura de captar el vínculo entre unas y otro. Percepción, asociación, memoria, aparecen entonces como aspectos diferentes de un mismo proceso funcional psicofisiológi co siendo imposible poner de manifiesto el correlato anatómico de cada uno de los elementos de su descomposición psicológica. Así Freud re chaza la idea de Meynert de intervalos no funcionales entre los centros primarios de imágenes verbales, dispuestos al almacenamiento de nuevas huellas (lenguas extranjeras, imágenes complementarias, etcétera). Una disociación tal no se encuentra nunca en la clínica: la función reacciona como un todo y se descompone como lo postula “la doctrina de Hughlings Jackson (...): todos esos modos de reacción (patológicos) represen tan etapas de regresión funcional (desinvolución) de un aparato altamente organizado, y en consecuencia corresponden a estadios anteriores de su desarrollo funcional^ / 11 No retomaremos aquí los argumentos clínicos de Jackson;112 más bien examinaremos la tesis explicativa que Freud propondrá a continuación y que por muchas razones tiene motivos para scaprender después de tales consideraciones. En el plano anátomo-clínico, Freud propone considerar todas las afasias como resultado de interrupciones de conexiones asociativas; con cibe la “zona del lenguaje”113 como un área funcional unitaria: “La zona asociativa del lenguaje, en el cual entran elementos visuales, auditivos y motores (o kinestésicos), se extiende por esta razón incluso entre las áreas corticales de los nervios sensoriales y las regiones motrices a las que atañe la palabra. Si imaginamos ahora una lesión de tamaño cons tante, móvil en el interior de esta zona, sus efectos serán mayores cuan do se aproxime a uno de esos campos corticales, es decir cuanto más pe riféricamente se ubique en el interior de la zona del lenguaje. Si ella bor dea inmediatamente uno de esos campos corticales, separará la zona aso ciativa de una de sus aferencias, es decir que el mecanismo del lenguaje quedará privado del elemento visual, auditivo o de otro tipo puesto que cada asociación de esta naturaleza proviene habitualmente de ese campo cortical particular. Si la lesión se desplaza hacia el interior de la zona asociativa, sus efectos serán más indefinidos.114 (...) Así las partes de la zona del lenguaje que bordean los campos corticales de los nervios cra neanos óptico, auditivo y motor han ganado la significación demostrada por la anatomía patológica que las ha establecido como centros del len guaje. No obstante, esta significación sólo se refiere a la patología, y no a la anatomía del aparato del lenguaje.”115 De modo, por lo tanto, que si bien Freud mantiene en su interpreta ción fisiopatológica los reconocimientos del análisis de Jackson, lo hace 298
CAC: centro auditivo común. CAM: centro de la memoria auditiva de las palabras, cuya lesión determina la sordera verbal. CVC: centro visual común. CVM: centro de la memoria visual de las palabras, cuya lesión determina la ceguera verbal. IC: centros intelectuales en los que se aso cian las diversas imágenes. CLA: centro de la memoria motriz de articula ción cuya lesión determina la afasia motriz (tipo Broca). CLE: centro de la memoria motriz gráfica, cuya lesión determiní "la agrafia.
Esquema d? la campana de J.-M. Charcot ((!. Ballet: Le langage intérieur et les diverses formes de iaphasie, 1886.)
Esquema psicológico del concepto de palabra (S. Freud: On Aphasia, a Critical Study, 1891.)
a través de una muy diferente concepción de las cosas: no solamente su esquema explicativo sigue siendo asociacionista, sino que incluso lo que presenta es un modelo hiperconexionista. “Esta teoría se desprende direc tamente de nuestra negativa a separar el proceso de la idea (concepto) del de la asociación, y a localizar a uno y otro en lugares separados.”116 Si bien rechaza la noción de los centros de imágenes, no se trata en conse cuencia de que como Jackson la reemplace por una crítica del asociacionismo y por la noción de las funciones mentales como procesos senso rio-motores de nivel muy elevado; antes bien, le parece posible resolver asociativamente incluso las sensaciones más elementales. En este punto volvemos a encontrar a Helmholtz (y, detrás de él, a Leibniz): incluso las sensaciones más simples serían yá complejos elaborados de elemen tos físico-fisiológicos y por lo tanto resultan de conexiones múltiples. Vamos a encontrar la prueba en el nivel de su análisis psicológico del lenguaje. “Desde el punto de visía psicológico, la ‘palabra’ es la unidad fun cional del lenguaje: es un concepto complejo constituido por elementos auditivos, visuales y kinestésicos.”117 Estamos aquí muy lejos de Jack son, para quien, como se recordará, la unidad funcional del lenguaje era la proposición. Vamos a ver desplegarse un análisis asociacionista muy clásico de la palabra, completamente acorde con el de Charcot:118 “La palabra es por lo tanto un concepto complicado construido a partir de impresiones diversas, es decir que corresponde a un proceso complejo de asociación en el que entran elementos de origen visual, acústico y kinestésico. No obstante, la palabra adquiere su significación a través de su asociación con ‘la idea (concepto) del objeto’, por lo menos si limita mos nuestras consideraciones a los nombres.119 La idea o concepto del objeto es en sí misma otro complejo de asociaciones compuesto por las impresiones más variadas, visual, auditiva, kinestésica y de otro tipo. Según la enseñanza de los filósofos, la idea del objeto no contiene nada distinto de esto.”120 No nos sorprenderá hallar, dos líneas más adelante, la referencia filosófica mencionada: se trata exactamente de Stuart Mili, y de ese modo nos enteramos de que Freud leyó sus dos obras filosóficas principales (la Lógica y el Examen de la filosofía de Hamilton). Un “esquema psicológico del concepto verbal” (que reproducimos aquí), acerca del cual es preciso subrayar la semejanza con el “esquema de la campana” de Charcot, sostiene este análisis con el interesante comentario'siguiente: “El concepto de palabra aparece como un complejo de imágenes cerrado, el concepto de objeto como un complejo abierto.121 Este concepto de palabra está ligado al concepto de objeto a través de la imagen sonora solamente. Entre las asociaciones de objeto, las asocia ciones visuales desempeñan una función similar a la jugada por la ima300
gru sonora entre las asociaciones de la palabra.”122 Freud podrá entonces | h i i |>
I) “la afasia verbal, en la cual están perturbadas las asociaciones eni lii* los elementos singulares del concepto de palabra”; i “la afasia simbólica, en la cual está perturbada la asociación entre i
NOTAS 1, 1.11 escuela de Helmholtz se estableció en tomo al juramento (1845) de demostrar que las leyes biológicas se reducen sin dejar resto a las leyes fisico químicas comunes (cf. supra, capítulo 8). 2, Cf. supra, cap. 4. J, S. Freud: “Préface et noLes á la traduction de J.-M. Charcot, Legons du mardi á la Salpétriére 1887-1888” (1892), S. E., I, págs. 134135 (la traducción es mía).
Capítulo XIII
EN BUSCA DE UNA TEO RIA DE LA REPRESION: 1894-1896
Clínica de las neuropsicosis de defensa y teoría sexual: 1894-1895 A. La teoría de la defensa: comprensión y mecanismo La evolución de Freud a lo largo de los años 1892-1896, a través de sus artículos y relatos de casos, es extremadamente sorprendente: habiendo partido de la concepción muy mecanicista que continúa sosteniendo su teoría, se lo ve evolucionar hacia una aprehensión cada vez más fina de los fenómenos psicológicos, una intuición cada vez más segura de los móviles de síntomas y comportamientos de sus enfermos. En el mismo lapso, su técnica se depura: abandona al principio la sugestión, y des pués la hipnosis; reduce sus maniobras a algunos procedimientos de in fluencia cuya naturaleza de ningún modo desconoce; correlativamente, insiste cada vez más en la calidad de la relación entre el terapeuta y pa ciente. Así, en el primer caso en que utilizó el método catártico (Emmy von N.), su técnica seguía siendo todavía análoga a la de Janet: las re presentaciones patógenas, una vez hechas conscientes bajo hipnosis, eran eliminadas mediante una sugestión autoritaria (acción de borrar). Freud parece entonces concebir su acción siguiendo el modelo de la pur ga o de la “limpieza de chimenea” que estructura todo el caso de Anna O. (y ocupa allí el lugar de la sexualidad ausente”: “Mi terapéutica (...) bus ca disipar día tras día y liquidar todo lo que la jornada llevó a la superfi cie, hasta que la reserva accesible de recuerdos mórbidos parezca agota d a ”! Progresivamente, él mismo verifica quq sus “observaciones de enfer mos pueden leerse como novelas que carecen, por así decir, de ese sello 308
de seriedad propio de los escritos de los científicos”.2 En adelante se vint illa cada vez más con la dimensión de lo que Politzer llamará “el drama humano”: es esto lo que nutre de vida concreta sus observaciones. Para lelamente el énfasis pasa de los procedimientos seudoobjetivos como la , hipnosis a “el interés que se testimonia (al enfermo), la comprensión i|iic se le hace presentir, la esperanza de curación que se le hace brillar nnlc sus ojos”;3 “es casi inevitable que las relaciones personales con su médico4 adquieran, por lo menos durante cierto tiempo, una importancia i iipital. Parece incluso que esa influencia ejercida por el médico es la condición misma de la solución del problema”.5 También verificará que "mando las relaciones del enfermo con su médico están perturbadas (...) el último se encuentra ante el más grande de los obstáculos por ven cer".6 En efecto, “junto a factores intelectuales a los cuales se puede apclar para vencer la resistencia, un factor afectivo (...) tiene su función. Deseo hablar de la personalidad del médico y, en numerosos casos, es jkMo ella la que será capaz de suprimir la resistencia”.7 Este tema pasará t uda vez más al primer término en la teoría de la técnica (transferencia positiva). La evolución del pensamiento freudiano parece adquirir en adelante un sentido unívoco: la inyección de una proporción cada vez más impor tante de significación psicológica, de sentido “dramático", en el modelo Ksico-fisiológico del psiquismo que estructuró dicha evolución desde su origen y que fue la base de la mirada muy particular con la que Freud, como hemos visto, consideró desde el principio la clínica del histeroliipnotismo. Pero también es necesario invertir la perspectiva: si bien el enriquecimiento continuo de la clínica freudiana hizo incesantemente más complejo el marco en que ella se inscribía, forzando a retroceder al mismo tiempo los bordes materializantes que marcaban su límite, el re curso a una conceptualización objetivante, de estilo psicobiológico, per mitió a lo largo del proceso pensar el enigma de los fenómenos exami nados, el secreto de su causalidad y su funcionamiento, en tanto que, en lodos esos aspectos, ellos no son fundamentalmente susceptibles de una comprensión simple.8 Desde el inicio, Freud captó en la causación de los síntomas histéri cos el aspecto esencial que hallará a todo lo largo de su búsqueda y que |»nsará a través de diferentes modelos: allí se despliega un proceso con . todas las apariencias de una causalidad material, en la medida en que su dignificación psicológica no agota ni su lógica ni su funcionamiento. Por cierto, se trata de hechos mentales, pero no de hechos conscientes, ni incluso de hechos de sentido, hasta el punto en que tendrían ese as pecto para otro (cf. las concepciones de Dupré acerca de la histeria). El mecanismo, el proceso, la organización que se considera (para utilizar tres de los modelos sucesivos de Freud) deben ser descriptos y no com 309
prendidos;9 es preciso buscar sus leyes, sus regularidades de funciona miento, incluso aunque cada engranaje esté henchido de sentido; de esto proviene la necesidad de modelos figurados del tipo aparato o máquina. Está allí el objeto paradójico10 que Freud ha encontrado y cuya raciona lidad en adelante va a esforzarse por construir, más o menos hábilmente, pero sin soltar jamás la presa. Los modelos que utilizaba proporcionaron al mismo tiempo un marco a su pensamiento, orientaciones a sus inte rrogantes, un método a sus investigaciones hasta que los resultados ob tenidos lo obligaron a una reestructuración. En el período que nos ocupa, los dos grandes temas de interés de Freud ilustran los dos aspectos de su trayecto: teoría y clínica denlas neurosis de defensa por una parte, y por la otra la sexualidad y las neuro sis que pronto llamará actuales, señalan dos mezclas en proporciones casi opuestas de los factores comprensión y conceptualización objetiva. Desde la época de la “Comunicación preliminar” se esbozó una di vergencia entre la teoría hipnoide de Breuer y "el concepto freudiano de defensa. Este último corresponde a un pasaje al modelo herbartiano del psiquismo,11 pero sobre todo (nos lo indica Freud) a la experiencia de .la resistencia al tratamiento: “Tenía que vencer en el enfermo una fuerza psíquica que se oponía a la toma de conciencia, a la rememoración de las representaciones patógenas.”12 El abandono de la hipnosis permitió en tonces un progreso esencial: apareció un fenómeno comprensible en el lugar en que se sostenía un concepto de tipo fisiológico (disociación “hipnoide”). En 189413 Freud admitía aún la existencia de tres tipos de histeria, que ratificaban su compromiso con las ideas de Breuer. En 1895, era visible que ya no creía en ellas: “jamás me enfrenté personal mente a una histeria hipnoide verdadera (...). No puedo dejar de sospe char que las histerias hipnoides y de defensa tienen en alguna parte una raíz común y que lo primario es la defensa”14 (un poco más adelante ob serva que probablemente “en lo más recóndito de la histeria de retención yace un elemento de defensa”). “El clivaje del contenido de la conciencia es la consecuencia de un acto de voluntad del enfermo, es decir que es introducido por un esfuer zo de voluntad del cual se puede indicar el motivo.”15 El enunciado de esta tesis ilustra nuestro propósito del mejor modo posible. La segunda parte del proceso se desarrolla fuera de la conciencia y desemboca en fe nómenos objetivos; en consecuencia resulta apropiado otro vocabulario: “El yo que se defiende se propone tratar como non arrivée [‘no ocurri da’, en francés en el texto alemán] la representación inconciliable, pero esta tarea es insoluble de manera directa; tanto la huella mnémica como el afecto ligado a la representación persisten para siempre y ya no pue den borrarse. Pero se tiene el equivalente de una solución aproximada si se llega a transformar esta representación fuerte en representación débil, 310
n separarle el afecto, la suma de excitación de la que está cargada. La re presentación débil, por así decir, abandonará la pretensión de participar imi el trabajo asociativo [esto es, en el pensamiento], pero la suma de excitación separada de ella debe ser conducida a otra utilización.”16 kcspecto de la histeria, conocemos ya esta nueva utilización que es la víu de constitución de los síntomas: es la conversión. Pero Freud intentará interpretar a la luz de este modelo otras condi ciones patológicas:
Cuadro recapitulativo de las neuropsicosis de defensa
Manuscrito H (24 de enero de 1895) (S. Freud: La naissance de la psychanalyse, pág. 102.)
Afecto
Contenido en represen taciones
Liquidado por conversión-
Ausente de la conciencia-
Obsesiones
Mantenido+
Ausente de la conciencia y reemplazado
Confusión alucinatoria
Ausente-
-Ausente
Agradables para el yo y la defensa
Defensa permanente. Ganancia brillante
Paranoia
Mantenido+
+M antenido. Proyectado hacia afuera
Hostiles al yo. Favorarables a la defensa
Defensa permanente sin ganancia
Psicosis histéricas
Domina la conciencia+
Domina la conciencia+
Hostiles al yo y a la defensa
Fracaso de la defensa
Histeria
311
Alucinaciones
—
v
Resultado
Defensa inestable con ganan cia en satis facción Defensa permanente sin ganancia
— Se trata en primer lugar de las obsesiones y de ciertas fobias (ob sesiones ansiosas de forma fóbica y no fobias propiamente dichas, que Freud todavía vincula a la neurosis de angustia). Los enfermos no pre sentan disposición a la conversión, el afecto sufre en este caso una transposición, ligándose a “otras representaciones en s í mismas no in conciliables que, en virtud de esta ‘conexión fa lsa ', se transforman en representaciones obsesionantes”.17 , —En el mismo artículo Freud examina un caso que diagnostica co mo “confusión alucinatoria”18 y en el que encuentra sin dificultad el proceso de defensa: “el yo rechaza la representación insoportable”,19 y la reemplaza por el delirio. “Se ha defendido (...) mediante la fuga a la psi cosis ”.20 —Un manuscrito contemporáneo dirigido a Fliess (Manuscrito H, de enero del895) prolonga el artículo de 1984 y recapitula sus resulta dos21 en un cuadro (que reproducimos aquí). Analiza en esa oportunidad un caso de paranoia22 cuyos síntomas delirantes (ideas de referencia, de observación, comentarios peyorativos) aparecen como el sustituto de un reproche interior inconsciente concerniente a un recuerdo erótico repri mido. “Se trata de un mal uso del mecanismo de proyección utilizado como defensa”; sólo queda consciente “el término del silogismo que de semboca en el exterior”.23 Freud observa por otra parte que el mismo tipo de análisis puede aplicarse a otras fórmulas delirantes de matiz pe noso, como a la megalomanía, “que quizás logre aun mejor eliminar del yo la idea penosa” 24
B. El modelo psicofisiológico, apertura y obstáculo Esta breve recordación nos permitirá subrayar en qué punto de esos aftos 1894-1895 la comprensión del sentido de los síntomas resulta nota ble en Freud, lo que ya lo aparta por completo de su contexto histórico, iniciando la estructuración del psicoanálisis como disciplina inédita, campo original. El descubrimiento de la represión abrirá inmediatamente un campo clínico de una extensión sorprendente. Subsiste el hecho de que el modelo psicofisiológico es también omnipresente: impregna has ta el estilo de la intuición significativa, y al mismo tiempo en parte la justifica. Sobre todo, permite nombrar, situar, interrogar la causalidad inconsciente. Sigue siendo cierto que el modelo utilizado es antiguo, in cluso común y que por lo tanto existe un conflicto entre los dos pla nos, conflicto que, vamos a.verlo, va a determinar toda la evolución ul terior del pensamiento freudiano. Pues el valor heurístico de los modelos teóricos freudianos no debe enmascaramos su carácter eventual de “obs táculo epistemológico” (Bachelard). 312
De entrada, el lugar de la teoría está muy claramente indicado en el tcxio de 1894: “Entre el esfuerzo de voluntad del paciente, que llega a rei luizar la representación sexual inaceptable, y la emergencia de la repreNcntación obsesionante que, en sí misma poco intensa, está aquí dotada tile un afecto cuya fuerza es incomprensible, se abre la brecha que la pre sente teoría quiere llenar. La separación de la representación sexual respedo de su afecto y la conexión de éste con otra representación que le ionviene pero que no es inconciliable, son procesos que se producen sin conciencia; sólo se puede suponer su existencia, pero ningún análisis clínico-psicológico es capaz de demostrarla«Quizás sería más exacto de cir que no son en absoluto procesos de naturaleza psíquica, sino proce ros psíquicos cuya consecuencia psíquica se presenta de tal manera que pnrccería justificar, para explicar lo que ha ocurrido, expresiones como "separación de la representación respecto de su afecto y falsa conexión de este último.”25 En consecuencia, está muy claro que el proceso mismo os comprendido al modo de la intuición corriente de las situaciones psi cológicas (cf. la referencia a las “novelas” con respecto a las observacio nes). Freud se explica con nitidez: “En el dominio de la neurosis, las asociaciones siguen siendo lógicas. Sucede que en un neurótico (...) las cadenas de asociación dan la impresión de estar dislocadas (...) Conoce mos la razón de esta apariencia: es la existencia de motivos ocultos, in conscientes. Nos vemos llevados a sospechar la presencia de análogos motivos secretos en todas partes donde descubrimos lagunas semejantes en las asociaciones.”26 No insistiré en esta clave básica del trayecto psicoanalítico, sino en su contraparte: se trata de explicar el carácter inconsciente y los efectos deformados de esta significación que explica la conducta y la sintomato logía del enfermo. Allí se hace cargo de la cuestión la teoría, en sus dos aspectos esenciales. —La concepción asociacionista del pensamiento y del psiquismo, con su ambivalencia psiconeurológica 27 Esta opción le parece tan natu ral a Freud que, como en los pasajes citados, la sustitución de la termi nología es constante y espontánea. Pero como lo hemos verificado am pliamente en la segunda parte de esta obra, en la época se trataba de un hecho corriente, incluso la regla. —La hipótesis particular que traduce el aspecto alemán del “fisiologismo” freudiano: “Es preciso distinguir, en las funciones psíquicas, al go (quantum de afecto, suma de excitación) que tiene todas las caracterís ticas de una cantidad — aunque no tengamos ningún medio para medir la— , algo que es capaz de aumento, de disminución, de desplazamiento y de descarga, y que se extiende sobre las huellas mnémicas de las repre sentaciones un poco como una carga eléctrica sobre la superficie de los 313
cuerpos. Se puede utilizar esta hipótesis (...) en el mismo sentido en que los físicos postulan la existencia de una corriente de fluido eléctrico.”2* (Se habrá advertido el parentesco de las imágenes utilizadas aquí con las de Breuer.) Naturalmente, la cantidad indica el lugar en el que el cuerpo se inserta en un funcionamiento del psiquismo concebido en términos muy “mentales” y logicistas (“dinamismo de las representaciones”: cf. Herbart). Desde ahora podemos advertir los primeros efectos del extremo es quematismo de este modelo y del carácter de obstáculo epistemológico que comenzó a tomar después de haber agotado su valor heurístico un poco paradójico. En tres puntos esenciales, enturbió una visitón que sin embargo ya estaba clara en Freud e hizo que abandonara una conquista fructífera: 1) La cuestión de la “inteligencia inconsciente”: “Todos los resulta dos de este procedimiento (el análisis) dan la impresión engañosa de que existe, fuera de la conciencia de los sujetos, una inteligencia superior que está en posesión y agrupa con un fin determinado importantes ma teriales psíquicos. Esa inteligencia parece haber encontrado un ingenioso arreglo para el retomo a la conciencia de dichos materiales. Pero supon go que esta segunda inteligencia inconsciente es sólo una apariencia.”29 Varias veces,30 Freud choca con la evidencia de “una inteligencia no ne cesariamente inferior al yo normal”, pero de esta “apariencia de una per sonalidad segunda” tiene la impresión de que es “de las más engaño sas”.31 ¿Por qué? Porque concibe la actividad psíquica inconsciente co mo un juego asociativo mecánico. Si fuera hasta el límite de su pensa miento, diría lo mismo del “yo consciente”, pero esto se lo impide el vigor de su penetración psicológica: puede así permanecer en el vocabu lario subjetivo y evitar las trivialidades contemporáneas. 2) Los resortes del tratamiento: ya he indicado que Freud demarcó en la relación del paciente con el terapeuta el motor esencial del tratamien to. Pero continúa considerando la abreacción como el resorte de su efica cia y a esta última la piensa naturalmente en términos neurofisiológicos: “Conviene (...) reforzar las posibilidades de resistencia del sistema nervioso. (...) la supresión de las producciones patológicas (tiene) cada vez una acción curativa al proteger el yo del sujeto”;32 así, aconseja, tratándose de histéricos, una “limpieza de chimenea” regular.33 La con secuencia es importante: la encontraremos en la conceptualización de la cura analítica. Lo percibido como esencial es concebido como accesorio, incluso como hecho artificial impuro: “Aquí como en todas partes en el ámbito de la medicina (...) es imposible renunciar totalmente a la acción de ese factor personal.”34 Asimismo, los fenómenos de transferencia, en 314
el sentido técnico, son considerados como “falsa conexión”, “asociación desacertada”, efecto de una “compulsión asociativa”35 que vincula el ret iirulo inconsciente con el ambiente circunstancial del tratamiento, es ilcar con la persona del terapeuta. Durante mucho tiempo todavía, mienli ns en su pensamiento prevalezca ese modelo del psiquismo, Freud desi tndará el valor y la función de la transferencia en el tratamiento (cf. el mso Dora) y tenderá a considerarla el producto artificial de la toma de conciencia. 3) El problema nosológico de las psicosis: hasta este punto, como lo lie subrayado, el conjunto de los resultados así como de las consideranones clínicas de Freud se inscriben en el registro de la causa, origen, ■lignificación y mecanismo del síntoma. Forma parte de las condiciones mismas que determinaron la “penetración” freudiana que su trayectoria lo Orientara hacia la investigación de los síntomas más bien que de la enlermedad. En lo que respecta a la forma particular de los primeros (ob sesión, trastorno histérico, delirio, etcétera) algo se esboza del lado del modo específico de la defensa, si bien en última instancia siempre so mos remitidos a las particularidades de la predisposición constitucional; l'rcud insiste simplemente en distinguirla de toda degeneración en el sentido de tara caracterial permanente (de allí su crítica a las concepcio nes de Janet). Sin embargo, uno por lo menos de los materiales de que disponía estaba ya en condiciones de orientar su investigación: es evi dente que la representación traumática considerada en el caso de “confu sión alucinatoria” examinado antes, no es de naturaleza idéntica a la de los otros casos; no se trata de un impulso sexual sino de una realidad penosa que el yo rechaza, reemplazándola por una negación delirante. No obstante habrá de esperar más de quince años para que Freud saque parti do de ese tipo de observación:36 para ello será al principio necesario de finir los registros del funcionamiento subjetivo y de la actividad del yo (teoría del narcisismo, y después segunda tópica) es decir revisar consi derablemente el modelo primitivo del psiquismo. En efecto, nada permi te, en un marco conceptual asociacionista, la diferenciación del status de dos representaciones 37 C.Teoría de la sexualidad y neurosis sexual La preocupación esencial de Freud en ese estadio de su investigación era la conceptualización “objetiva”38 de los mecanismos que pudo definir en las neurosis de defensa. A tal_fin, utilizó dos ejes conceptuales, como ya lo hemos visto: el juego asociativo, por una parte, con su ambivalencia psiconeurológica; por otro lado, la noción de cantidad. Esta última abar caba hasta ese punto al conjunto de la vida afectiva, pero la continuación de su investigación concentró progresivamente su atención en un sector 315
particular de dicha vida afectiva muy especialmente apto para provocar los conflictos en los que se inscriben los procedimientos de defensa. En 1894 le confió a Fliess que “en todas partes está la excitación sexual que parece subtender esas alteraciones”;39 en los escritos publicados en el mismo momento, con más prudencia considera a aquélla como el factor etiológico más frecuente. En consecuencia, Freud va a verse llevado a interesarse en la sexualidad y a tratar de hacerse de ella un modelo fisio lógico, mientras presta atención a sus disfunciones y a sus efectos pato lógicos. En ese marco se inscribe su interés por la neurastenia, la otra “gran neurosis” (además de la histeria) de ese período, y el intento de desmembramiento que realizó con ella en 1895.40 La historia de la noción de neurastenia41 nos ha preparado para el trabajo de disociación nosológica al que se entrega Freud: separa, en efecto, de una neurastenia de concepción restringida, tal como ella aparece en la enseñanza de Charcot, el síndrome de eretismo neurovegetativo que centraba la antigua noción de nerviosismo y que él rebautizó neurosis de angustia, reduciendo el conjunto de síntomas a manifestaciones de ansiedad directas o enmascaradas. Intentará su interpretación fisiopatológica sobre la base de verificaciones concernientes a las perturbaciones particulares que encuentra en la vida sexual de esos pacientes. El síndro me de excitabilidad general le parece constante, idéntico al concepto mismo de la enfermedad; ahora bien, “el aumento de la excitabilidad in dica siempre una acumulación de excitación o una incapacidad para so portar una acumulación, por lo tanto una acumulación de excitación ab soluta o relativa” 42 que se manifiesta por la presencia de “un quantum de angustia libremente flotante”.43 Ese excedente de excitación proviene entonces de la vida sexual de los enfermos a través de diversas configura ciones que desembocan en una situación idéntica: una insuficiencia de la sexualidad psíquica y por lo tanto de la satisfacción sexual con relación a la excitación sexual somática. “El mecanismo de la neurosis de angustia debe buscarse en la derivación de la excitación sexual a distancia del psi quismo y en una utilización anormal de esta excitación, que es su conse cuencia”,44 es decir su descarga en forma de angustia, afecto cuyas ma nifestaciones están tan próximas como puede ser posible a las del orgas mo. La comprensión de esta teoría requiere que se exponga la concepción que entonces tenía Freud del “proceso sexual”; la resumió en un esquema (reproducido aquí) que figura en uno de los manuscritos de la correspon dencia con Fliess (Manuscrito G, de enero de 1895). Imagina una exci tación sexual somática que emana directamente de los órganos sexuales y estimula el sistema nervioso de abajo hacia arriba, desde el centro es pinal hasta el “grupo sexual psíquico” (conjunto de las representaciones mentales que tienen que ver con la sexualidad). Por ejemplo en el hom-
hrc, para “fijar las ideas”, piensa en “una presión ejercida sobre las ter minaciones nerviosas de la pared de las vesículas seminales”45 que crece en función de la acumulación continua del líquido espermático produci do. “Esta excitación visceral aumentará por cierto de manera continua, pero sólo a partir de cierto nivel umbral será capaz de vencer la resisten cia opuesta por los conductos nerviosos hasta la corteza cerebral, y de manifestarse como excitación psíquica”,46 lo que explica el carácter cí clico e intermitente de esta última. De modo que, cuando el grupo se xual psíquico se encuentra bajo tensión, “se produce un estado psíquico de tensión libidinal, acompañado del pensamiento tendiente a suprimir esta tensión, (lo que) sólo es posible por la vía que yo designaría como ncción específica o adecuada”.47 Se trata de conducir “el objeto sexual (...) a tomar una posición favorable”,48 lo cual permite “el acto reflejo espinal” y por lo tanto la caída de la tensión sexual somática; las “sen saciones voluptuosas” son la manifestación psíquica de la supresión de la “excitación visceral”. Precisemos que el conjunto del proceso puede ser puesto en movimiento en sentido inverso cuando la percepción del objeto sexual estimula el grupo sexual psíquico y el órgano sexual ter minal en sí (véase la línea punteada del esquema). A partir de ese modelo general, Freud puede formular una interpreta ción fisiopatológica de un cierto número de síndromes neuróticos^puyos síntomas no tienen en consecuencia ninguna significación psicológi ca;49 1. La neurosis de angustia sobreviene cuando entran en juego “fac tores que impiden la elaboración psíquica de la excitación sexual somáti ca”50 y conducen así a una descarga sustitutiva “subcortical” experimen tada como angustia. Esos factores son de cuatro tipos: desarrollo insufi ciente del grupo sexual psíquico (adolescentes vírgenes), abstinencia vo luntaria (por represión y defensa) o involuntaria (excitación frustrada de los novios, mariábs impotentes, etcétera), prácticas defectuosas (coito interrumpido, empleo de preservativos) que favorecen la constitución de una separación permanente entre sexualidad psíquica y física, y final mente decadencia fisiológica (predisposición particular, senescencia, me nopausia: en estos casos la excitación física supera de alguna manera los medios del sujeto). 2. La neurastenia tiene “una etiología por completo diferente e in cluso en el fondo inversa”51 puesto que se trata del caso en que “la des carga (la acción) adecuada eSTeemplazada por una menos adecuada (...) por una masturbación o una polución espontánea. (...) la excitación so mática es disipada por cortocircuito”.52 De modo que los síntomas neu rasténicos corresponden a un “empobrecimiento en excitación”53 opues to a la acumulación ansiosa. 317
Límite del yo
Esquemas del Manuscrito G (7 de enero de 1895) (S. Freud: La naissance de la psychañalyse, págs. 94 y 97.)
3. La melancolía, por su parte, correspondería a un verdadero agota miento de la excitación sexual somática,54 lo que quedaría ilustrado por Nti vínculo constante en la experiencia de Freud con la frigidez. La pérdi da de excitación sufrida por el grupo sexual psíquico acarrearía “una as piración (...) un efecto de llamado a la cantidad de excitación presente en el psiquismo”;55 de allí la inhibición psíquica, el empobrecimiento, el Nutrimiento que Freud compara con una “hemorragia interna56 (...) que se manifiesta en el seno de los otros instintos y de las otras funcio nes”.57 4. La manía constituiría “el caso inverso (...) en el que una excita ción desbordante se comunica a todas las neuronas asociadas”.58 Precisemos algunos puntos conceptualnjente decisivos: —Es interesante ubicar la metodología clínica aquí utilizada por h'rcud, en particular en la disociación de la neurastenia. Precisa que “las * neurosis triviales, la mayoría de las veces, deben ser consideradas neu rosis mixtas”.59 Por lo tanto, las entidades nosológicas combinadas pueden ser distinguidas conceptualmente apoyándose por una parte en al gunos casos puros, escasos pero teóricamente decisivos, y desenredando por la otra los conjuntos clínicamente homogéneos (cf. los caracteres opuestos, excitativos o asténicos, de las sintomatologías de la neurosis de ungustia y la neurastenia) y de etiopatología específica. Encontramos en esto un caracter constante del trayecto clínico, según lo he comentado detalladamente en otra parte.60 —Es preciso observar que el carácter “mixto” abarca el conjunto de las neurosis, sean ellas “defensivas” o no.61 Es esto lo que explica cier tas fluctuaciones e incertidumbres en el desglose de las entidades que Freud distingue de ese modo: si bien, por ejemplo, incluye la hipocon dría en la neurosis de angustia, reencontrando la antigua noción, consi dera también que las fobias y ciertos síntomas compulsivos (locura de la duda, rumiación) del^n unirse a ella; se sabe que su opinión habrá de evolucionar pronto acerca del conjunto de estos puntos. —Las consideraciones etiopatogénicas de Freud son aquí (es necesa rio precisarlo) altamente especulativas: no reposan en argumentos causa les decisivos como en el caso de las neurosis de defensa, sino en la ob servación más bien exterior de concomitancias en series estadísticas (coito interrumpido y síntomas ansiosos, masturbación y neurastenia, frigidez y melancolía, etcétera). Por lo demás, el conjunto total sólo ad quiere sentido en el interior de uña doctrina muy particular que ya hemos examinado. Las reflexiones acerca de la melancolía lo ilustran bien; eran lo suficientemente dudosas como para que nunca fueran publicadas (lo mismo vale respecto de las concernientes a-la manía): Freud se las reser va a Fliess, mencionándolas brevemente y de un modo apenas reconoci319
ote en el artículo acerca de la neurosis de angustia. Por lo demás, seis meses antes (Manuscrito E de junio de 1894) defendió una posición ca si inversa, considerando a la melancolía como “pareja de la neurosis de angustia”62 y refiriéndose la acumulación a la tensión sexual psíquica, en lugar de la física. Este último punto nos conduce al carácter ambiguo del modelo teóri co del psiquismo que encuadra la trayectoria freudiana y que la teoría de la sexualidad ya examinada objetiva del modo más claro posible. Se ha brá observado su carácter sumario: en todo punto homóloga a las con cepciones de Cabanis, dicha teoría considera que el conjunto del compor tamiento sexual y amoroso es un efecto de alguna manera feflejo de una excitación visceral local. El esquema mecánico tensión-descarga que ex plica la fisiología de las visceras da sustento al corte cuerpo-espíritu y a la idea de una “representación psíquica” (en el sentido de un mandatario) de los procesos somáticos: no obstante, su funcionamiento mental, que en un primer momento es distinguido conforme a un modelo de tipo cartesiano, a continuación es reducido a una especie de rodeo más com plejo pero homólogo: encontramos allí (en la prolongación de Cabanis) a Griesinger, Meynert y el conjunto de las “reflexologías”. Ese esquema permite después considerar como un conjunto coherente las dos teorías de los grupos de “neurosis sexuales”: neurosis somáticas y neuropsicosis de defensa. Finalmente no se trata más que de la disfun ción nerviosa de un aparato somático visceral, y por lo tanto de una neurosis... en el sentido de Pinel. De allí el curioso término de “neurop sicosis” (que todos los traductores, a continuación de un artículo de Freud redactado en 1896 directamente en francés,63 han traducido como “psiconeurosis”, lo que altera el sentido): es éste un concepto clásico y un término proveniente de Krafft-Ebing. Una neurosis, trastorno fun cional somático, puede tener manifestaciones nerviosas reflejas en todos los niveles del sistema nervioso, incluso en el nivel superior, psíquico: engendra entonces trastornos mentales, psicosis. Cuando éstos, aún es trechamente vinculados a la neurosis, no constituyen una transforma ción de esa neurosis en el sentido de Morel, se los denomina neuropsi cosis, psicosis de la neurosis (y no psiconeurosis: neurosis psíquica, lo que sería una enfermedad mental funcional). Así, Freud puede considerar un amplio espectro de perturbaciones sexuales, fuente de neurosis diver sas cuya forma varía según el mecanismo. El 21 de mayo de 1894, por ejemplo, le escribió a Fliess: “Tengo ahora una opinión de conjunto y una concepción general. Conozco tres mecanismos: 1) el de la conver sión de los afectos (histeria de conversión), 2) el del desplazamiento del afecto (obsesiones), y 3) el de la transformación del afecto (neurosis de angustia, melancolía). Se trata en todos los casos de la excitación sexual 320
que purcce haberse modificado...”64 La identificación de los dos grupos mi pluntea ningún problema: la nivelación parece realizarse por lp bajo. Allí está, por otra parte (es necesario subrayarlo),^! verdadero sentiiln ilc la relación de Freud con Fliess: que la fisiología sexual de este úl timo haya sido delirante no constituye más que un aspecto del problema (el nspecto transferencial, por cierto esencial). Subsiste el hecho de que I'retid estaba persuadido, y seguiría estándolo, de que estudiaba las ma nifestaciones de una disfunción orgánica y que alguien, en un futuro, ilencubriríá la realidad material de la cual las neurosis no eran más que el fenómeno exterior. De allí el interés que prestó (al punto de creer en su valor) a las elucubraciones de Fliess, a cuya “organología” consideraba t iipuz de explicar algún día la psicofisiología de las neurosis. De allí litmbién ese proyecto obsesivo de una obra escrita en común sobre la se«nulidad y su patología. Mucho después de que hubiera dejado de creer en l'licss, Freud continuó profetizando el advenimiento ineluctable de una rclntcrpretación endocrinológica del psicoanálisis, que redujera esa “sépa nte ión imaginaria” (la separación órgano-clínica habría dicho H. Ey) en lit que prosperaban esa ciencia y esa terapéutica “provisionales”.65 ( Así, al término de esa tercera etapa, vemos a Freud atrapado en la irmnpa de su modelo doctrinario: sus descubrimientos acerca de la signi ficación psicológica de los síntomas tienden a diluirse en una fisiología de la sexualidad. Pero subsiste un problema esencial y va a ser el motor del trayecto ulterior: el de las razones últimas de la defensa patógena y al mismo tiempo de su forma particular (“elección” de la neurosis). Con respecto a las neurosis que muy pronto Freud llamará actuales (neurosis
lln cuento navideño: la teoría de la seducción. 1895-1896 A. La seducción y el ciclo neurótico El Io de enero de 1896 Freud envió a Fliess el manuscrito acerca de las neurosis de defensa, titulado “Cuento navideño” y que contenía lo esen cial de lo que era su avanzada clínica en esa fase breve pero esencial del desarrollo del psicoanálisis (en adelante esta palabra saldrá de modo co rriente de su pluma). Hacía ya algunos meses, desde el otoño de 1895, 321
que Freud tenía sus materiales en la mano; los publicó en 1896 en artículos.67 Pero la correspondencia con Fliess nos revela la parte s mergida del témpano: un formidable esfuerzo de especulación teórica cu* yos límites son el Esquisse de une psycologie scientifique (setiem bre octubre de 1895) y la carta 52 (6 de diciembre de 1896). Es importante estudiar por separado esas dos facetas del esfuerzo de Freud, incluso aun que su ligazón sea evidente y su interacción constante. Por lo demás, se pararlas no es tan artificial, puesto que sólo tenemos conocimiento de¡l; segundo panel de ese díptico gracias a una serie de azares casi milagro^ sos. v. Desde luego, el progreso clínico tuvo lugar exclusivamente en el campo de las neuropsicosis de defensa: la concepción de las necrosis ac tuales no sufrirá en adelante ninguna evolución notable en la obra de Freud (salvo el problema de la hipocondría).68 Su pensamiento se nutri rá, en efecto, del psicoanálisis y de los materiales que recoge de él. En lo que concierne a la fase que nos interesa, tales materiales son de dos cate- * gorías: por una parte, suponen una profundización en el plano de la in vestigación de los contenidos psíquicos reprimidos, lo que aparentemen te tiene que ver sobre todo con la histeria; por otro lado, consisten en un muy notable análisis de los mecanismos psicológicos de la neurosis ob sesiva que durante cierto tiempo se anroga la función de modelo clínico. El recurso al concepto de predisposición apuntaba en el curso de la fase precedente a llenar una laguna de la cadena causal: “Remontarse des de un síntoma histérico hasta una escena traumática nó aporta nada a nuestra comprensión a menos que esa escena satisfaga dos condiciones: que posea la capacidad determinante que corresponde al síntoma y que se le pueda reconocer la fuerza traumática necesaria.”69 En esta evaluación que, observémoslo al pasar, es esencialmente una cuestión de intuición, de olfato en la comprensión, resulta incuestionable que los casos sobre los que hasta ese punto informaron Breuer y Freud parecían marcar una desproporción entre causas y efectos. La misma verificación condujo a Janet a una conclusión idéntica: no se debía confundir determinación del síntoma con etiología de la enfermedad, y esta última iba más allá de una psicogénesis, remitiendo por lo tanto a la predisposición, degenerati va (Janet) o no (Breuer y Freud). Ahora bien, la técnica de Freud tiende cada vez más a buscar elementos suficientemente determinantes detrás de aquellos que parecen demasiado anodinos: “La reacción de los histéricos es sólo aparentemente exagerada; si ella se nos aparece necesariamente así, es porque no conocemos más que una pequeña parte de los motivos de ¡os cuales resulta."10 En esta vía cree por fin captar una verdadera determinación: los histé ricos sufren de reminiscencias, pero reminiscencias que presentan “dos caracteres de suma importancia. El acontecimiento del cual el sujeto ha
i «Mist-i viulo el recuerdo inconsciente es una experiencia precoz de relat hmfs sexuales con irritación verdadera de las partes genitales, seguida ilf abuso sexual practicado por otra persona, y el período de la vida que im i i I i j i ese acontecimiento funesto es la primera juventud, la época que vm Imsta la edad de ocho a diez años, antes de que el niño haya llegado a 1 Immadurez sexual. Experiencia de pasividad sexual antes de la pubertad. MI es | X ) r lo tanto la etiología específica de la histeria”.71 Con la teoílit de la seducción, Freud cree haber alcanzado por fin el plano de la deU'iiniiiación etiológica de la enfermedad. Citando su primer artículo acer ca de la neuropsicosis de defensa, observa que “la histeria no podía por lo lauto ser completamente explicada por la acción del traumatismo; se debe reconocer que la capacidad para la reacción histérica ya estaba preM'iile antes del trauma. (...) Es esto lo que quedó sin explicar en mi pri mera comunicación... Esta disposición histérica indeterminada puede alima ser reemplazada (...) por la acción postuma del traumatismo sexual lllllllllil”.72 I .a defensa tal como la había descripto hasta allí, esfuerzo voluntario |una rechazar un pensamiento penoso, no podía explicar por sí sola la represión73 y la neurosis proveniente de ella. Por el contrario, la idea de un traumatismo sexual en una época infantil presexual, que en conse cuencia dejaba un recuerdo no integrado en tanto que tal, parecía poseer lu "fuerza traumática” necesaria. “Gracias al cambio debido a la pubertad, el recuerdo desplegará una potencia que falta por completo en el aconte cimiento mismo; el recuerdo actuará como si fuera un acontecimiento m m al. Hay, por así decir, acción postuma de un traumatismo sexual. (lis ésa) la única eventualidad psicológica para que la acción inmediata de mi recuerdo supere la del acontecimiento actual. Pero estamos en pre sencia de una constelación anormal, que afecta a un lado débil del meca nismo psíquico y produce necesariamente un efecto psíquico patológico. Creo comprender que esta relación inversa entre el efecto psíquico del rtcuerdo y el acontecimiento contiene la razón por la cual el recuerdo tiixue siendo inconsciente,”74 Si en las neurosis de defensa el “mal uso de un mecanismo normal” produce la enfermedad, ocurre que hay allí una disposición adquirida, persistente, bajo la forma de un recuerdo no integrado cuya acción pos tuma crea el núcleo inconsciente cuya fuente buscaba Breuer en la “hipnoidía” y que proporciona el punto de llamada necesario para las repre siones ulteriores: “La defensa alcanza su objetivo, que es el de rechazar fuera de la conciencia la representación inconciliable, cuando se encuen tran en el sujeto de que se trata (...) escenas, sexuales infantiles en es tado de recuerdos inconscientes.”75 Finalmente, Freud no publicó nun ca el estudio psicológico completo que preparaba, pero el Esquisse nos proporciona una buena idea de la manera en que se representaba el con323
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junto de ese proceso: lo estudiaremos más adelante. Es preciso indicar algunos elementos que completan esta nueva concepción y amplían su alcance: —Es el esfuerzo actual de defensa lo que desencadena el proceso de la defensa patológica: de allí la importancia de la estructura del yo adulto y, por ejemplo, el hecho de que “la histeria sea bastante más rara en el bajo pueblo de lo que debería permitirlo su etiología específica (...) El esfuerzo de defensa del yo depende (en efecto) de todo el desarrollo moral e intelectual de la persona”.76 Por la misma razón, las neurosis mixtas que mezclan factores actuales y factores de defensa son la regla: la éstasis sexual actual despierta y reanima el recuerdo infantil. —“La neurosis obsesiva es signo de una causa específica muy análo ga a la de la histeria”,77 pero en este caso se trata de una experiencia se xual infantil en la cual el sujeto participó activamente, con frecuencia como seductor de otro niño, y de la que obtuvo goce. Este hecho (del cual Freud extrae igualmente una explicación del predominio respectivo de la histeria en el sexo femenino, y de la neurosis obsesiva en el varón) suscita la sospecha de una seducción pasiva anterior, lo que el análisis verifica, explicando así “la complicación regular del marco sintomático con un cierto número de síntomas simplemente histéricos”.78 Las ideas obsesivas aparecen en el análisis como sustituto deformado “de repro ches que el sujeto se dirige a causa de este goce sexual anticipado”.79 El otro gran avance clínico de ese período estuvo constituido precisa mente por el análisis de los mecanismos de la neurosis obsesiva. Ese análisis proporcionó un modelo más complejo del despliegue de las fases de la formación de una neurosis de defensa: —Primer período, de la “inmoralidad infantil”, en el que se producen los acontecimientos que a posteriori y retrospectivamente se convertirán en traumáticos y permitirán la represión. — Segundo período: aparición de la maduración sexual, investición sexual de las escenas infantiles y represión. En la neurosis obsesiva, es un reproche ligado al recuerdo de escenas de seducción activa lo que apa rece y va a ser reprimido en virtud de “la relación con la experiencia ini cial de pasividad”:80 ésta es la razón por la cual la neurosis obsesiva se construye de alguna manera sobre el mecanismo histérico de base. —En el lugar de lo reprimido aparece un síntoma primario de defen sa — en este caso escrupulosidad, vergüenza, desconfianza en sí mis mo— que signa el tercer período de “salud aparente”. — Cuarto período, el de la enfermedad propiamente dicha, en el que se produce el retomo de lo reprimido y por lo tanto el fracaso de la de324
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I p i i n i i , sin duda por la acción de perturbaciones sexuales actuales. No iiMiintc, el reproche sólo reaparece bajo una forma deformada, desplaza da ii pensamientos actuales no sexuales, sea en forma de representaciones iM'iiiras obsesivas o con la forma de un afecto penoso obsesivo. En ese pulmlio, se entabla una lucha entre esas formaciones de transacción y el yo que Ies ppone una defensa secundaria (rumiación, locura de la duda, i rifinoriiales y fobias diversas, compulsiones) rápidamente infiltrada en «I misma por lo reprimido; de allí su carácter compulsivo. A veces el yo (trotado es derrotado por los síntomas que se apoderan de la creencia, lo i|ur da lugar a episodios de delirio melancólico (síntomas de dominación del yo).
lil análisis de un caso de paranoia crónica permitirá a Freud una comparación con la estructura de los síntomas obsesivos y desprender una estratificación del mismo tipo: operándose la represión por la vía de tu proyección, el síntoma primario de defensa es la desconfianza respecto dr. los otros; las formaciones de transacción consisten en alucinaciones visuales y auditivas, voces, impresiones delirantes de observación, etcéicru; en el lugar de la defensa secundaria (que no podría tener lugar pues to que a las formaciones de transacción no se las ve oponer un rechazo a la creencia) aparece una alteración del yo (cf. Griesinger) como forma ción delirante que integra los síntomas de retomo de lo reprimido en un Nisicma combinatorio (delirio de persecución) u opone allí un “delirio de protección” megalomaníaco. Es preciso señalar que esta muy completa descripción va a seguir (tiendo el modelo fundamental del despliegue de una neurosis para el conjunto de la obra freudiana. Hay tres puntos que merecen comentarse: —La integración de las particularidades caracteriales de la personali dad neurótica (escrupulosidad obsesiva, desconfianza paranoica) en la se cuencia de la formación del síntoma a título de “síntoma primario de defensa”. Los Etudes sur l'hystérie ya nos habían familiarizado con esta concepción, punto capital de debilidad (y de fuerza) de la óptica doctrina rla freudiana, por lo menos en sus orígenes. —Esa es sin duda la razón por la cual Freud experimenta una cierta molestia en aplicar ese modelo de análisis clínico a la histeria, cuyas particularidades caracteriales por otra parte rechazó. —Finalmente y sobre todo hay que subrayar el desafasaje introducido entre el momento de la represión y el retomo de lo reprimido, que va a engendrar la desaparición del concepto de defensa. Lo que Freud subsumfa en él (sustitución sincrónica de lo reprimido por el síntoma, con peculiaridades propias de cada forma sintomática) en lo esencial va a ser girado a la cuenta del tiempo del retomo de lo reprimido. Así, la repre 325
sión se convierte en el modo único, primordial, de la defensa, que corre lativamente desapareció durante treinta años del vocabulario freudiano. La teoría de las neurosis tendrá por mucho tiempo una sola entrada, y la explicará un tronco común, del cual el Esquisse fue el primer intento. B. La “máquina mental” del Esquisse Con la teoría de la seducción, Freud cree en consecuencia haber aferrado una “revelación importante, algo como el descubrimiento de un caput Nili de la neuropatología”.81 Ellenberger ha señalado qve la explora ción de las fuentes del Nilo representó el acierto capital de la geografía del siglo XIX: esto equivale a reconocer toda la importancia que Freud atribuyó a ese punto que, hay que decirlo, no fue nada menos que su-pri mer encuentro con la sexualidad infantil. Sigue siendo cierto que si bien según su intuición acababa por fin de descubrir un factor etiológico con “fuerza determinante” suficiente, todavía faltaban los eslabones de una patogénesis completa. Se trataba de “un problema puramente psicológi co sólo susceptible de solución cuando se hayan establecido las hipóte sis adecuadas para explicar los procesos psíquicos normales y la función de la conciencia en tales procesos”.82 Precisamente en este punto hace pie el enorme esfuerzo especulativo que realiza Freud durante ese período y cuyos resultados fundamentales estructuraron su pensamiento en el resto de su obra. En una carta del 25 de mayo de 1895, le expuso a Fliess su progra ma: “Dos ambiciones me devoran: descubrir qué forma asume la teoría del funcionamiento mental cuando se introduce en ella la noción de can tidad, una especie de economía de las fuerzas nerviosas, y, en segundo lugar, extraer de la psicopatología algún logro para la psicología nor mal.”83 Así se anuncia la doble filiación de Freud (respecto de la escuela psicopatológica francesa y la tradición cientificista alemana), al mismo tiempo que el reconocimiento de su proyecto de siempre: “En mis años de juventud no he aspirado más que a los conocimientos filosóficos, y ahora estoy a punto de realizar ese deseo pasando de la medicina a la psi cología. Yo me convertí en terapeuta contra mi gusto.”84 Durante todo ese período Freud osciló entre la euforia cuando creía alcanzar sus fines y el desaliento cuando lo asaltaban las dudas. Un leitmotiv escande los re veses de su marcha: “la explicación clínica (...) quedará sin duda en pie”;85 “quizás finalmente tendría que contentarme con una explicación clínica de las neurosis”.86 Se trataba de llegar a cualquier costo “a una explicación mecánica”.87 Durante el otoño de 1895, mientras redactaba el Esquisse, Freud creyó por fin haberla alcanzado:“Todo se encontraba en su lugar, los engranajes concordaban, uno tenía la impresión de en contrarse realmente ante una máquina que no tardaría en funcionar por
misma.”88 Un mes más tarde ya no lo creía mucho, pero el proyecto aferrándolo todavía mucho tiempo: “Ya no llego a comprender el rutado de espíritu en el que me encontraba cuando concebí la psico logía."89 Examinemos en consecuencia ese primer bosquejo de una psicología '■para neurólogos”.90 La introducción incluso nos explícita el objetivo: "I Icmos tratado de hacer entrar la-psicología en el marco de las ciencias nal urales, es decir de representar los procesos psíquicos como estados nuintitativamente determinados de partículas materiales distinguibles 1115].” Se trataba de producir un modelo físico del psiquismo, una máquina cuyo funcionamiento explicaría psicología normal y psicopal«(logia, y que sería esclarecido por ellas. De’modo que Freud se entregó cu gran medida a un trabajo de traducción, “con la ayuda de hipótesis complicadas y verdaderamente poco evidentes en sí [330]”. Ya conocemos bien la primera de esas hipótesis: la cantidad psíquica. I .a segunda viste con un ropaje material el asociacionismo, como hemos visto que intentaron hacerlo Meynert o Charcot: es la idea del “sistema ne.urónico”, red de neuronas conectadas por una parte entre sí, y por la oirii con la periferia del cuerpo, es decir con el mundo exterior, y final mente con el interior del organismo (sistemas musculares y viscerales). I,» cantidad, exógena o endógena,91 circula en el interior de esas neuro nas y de los axones que las vinculan; entre las neuronas se interponen barreras de contacto, que no dejan pasar las cantidades a menos que exce dan cierto umbral: entonces se constituye un sendero que a continuación facilita el pasaje por la misma vía (traducción material de la ley de aso ciación, es decir de la memoria). Esto lleva a Freud a distinguir neuronas constantemente permeables a la cantidad (sistema fi, soporte de la per cepción que supone una siempre fresca disponibilidad y excluye por lo tanto la memoria, es decir la constitución de vías o facilitaciones) y neuronas relativamente impermeables y pasibles de constituir facilita ciones (sistema psi, soporte de las funciones psíquicas, es decir de base asociativa). La circulación de la cantidad está regulada por un principio que repreKcnta una innovación en el pensamiento freudiano con relación al “prin cipio de constancia” que había utilizado hasta allí: el principio de la inercia de las neuronas, según el cual estas últimas tendían a desembara zarse totalmente de la cantidad^, Esto parece vinculado con otro descubri miento de Freud, reciente en esa época, del que todavía no hemos habla do: el del método de interpretación de los sueños, cuya estructura habría comprendido el 24 de julio de 189592 y que le parecía tener “la mayor ncmejanza” con los “mecanismos patológicos (...) de las psiconeurosis |352]”. A mi juicio, Freud extrajo de las particularidades del pensamien to onírico su principio de inercia que regulaba la función primaria del ni
N ig u ió
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sistema neurónico. Sin embargo, el principio de constancia no era aban donado: se va a encontrar que es la ley del funcionamiento del yo (fun ción secundaria del sistema). Así, por oposición al modelo de los Etudes sur l'hystérie, el descenso de la energía tónica no obstaculiza la circulación de la cantidad, sino que al contrario permite su total fluidez, fluidez ésta que el yo, “ligándola”, habitualmente traba. Ocurre que el modelo que aquí utiliza Freud es el del reflejo: la cantidad excitante de origen sensorial queda totalmente liquidada en la reacción motriz. Así se va a ver llevado a la idea de un funcionamiento psíquico de dos regíme nes, cuya fuente conocemos bien, desde los espiritualistas h asd Griesinger y Meynert (teoría del automatismo). Hasta este punto, la “máquina psíquica” funciona sin conciencia; pa ra introducir a esta última y al problema de la “calidad de los fenómenos mentales”, Freud postula un tercer sistema neuronal (sistema omega, soporte de la conciencia) cuyo funcionamiento respondería a una hipóte sis bastante oscura: él recibiría no cantidades sino solamente “el perío do” (dimensión temporal que el conjunto de los psicólogos de la época consideraban propio de la conciencia; correlativamente, la esfera incons ciente era atemporal, lo que concordaba con su esencia de automatismo reflejo) del movftniento neurónico proveniente de fi. El sistema omega estaba por otra parte en conexión con el sistema psi y experimentaba la elevación de la cantidad como displacer, y su disminución como placer: por lo tanto se establece una relación directa entre el principio de inercia y el principio de placer-displacer, también denominado principio de uti lidad. Así se realiza por primera vez el ideal de Fechner y Helmholtz: la reducción de los datos conscientes, esencialmente cualitativos, a relacio nes cuantitativas y a movimentos materiales. Precisemos por otro lado que cada una de las “hipótesis ad hoc [322]” que Freud se ve llevado a superponer a sus dos principios fundamentales está justificada por la in troducción del “punto de vista biológico”, es decir por la consideración de la utilidad para la supervivencia del organismo de la constitución de un sistema de ese tipo o de una regla como ésa (referencia darwinista). De ese modo puede traducir paso a paso su psicología a una fisiología imaginaria. Por lo tanto, la función del sistema neurónico consiste esencialmen te en desembarazarse de la cantidad; las cantidades exógenas atraviesan fi, dejan una facilitación en psi y se descargan por intermedio de las neuro nas motrices. Pero psi está también directamente unido con el interior del cuerpo, desde donde afluyen constantemente las cantidades endógenas que representan lo esencial de la “fuerza motriz de las manifestaciones psíquicas [334]”, es decir “la voluntad, derivada de los instintos [336]”. La teoría sexual nos ha familiarizado con ese esquema del “representante psíquico” que lleva a pensar a Freud que originalmente el cerebro “no se 328
ría ni más ni menos que un ganglio del simpático [323]”, una excrecen cia funcional del sistema nervioso visceral. Así, en psi puede diferenciar dos partes: las neuronas nucleares (núcleos grises centrales), por donde «Huyen las cantidades endógenas, y las neuronas de la corteza cerebral, i|tic reciben las cantidades fi y por lo tanto las informaciones percepti vas, Tales son en consecuencia los engranajes fundamentales de la máqui na (desde luego, esquema simplificado: las hipótesis y discusiones sub«Idiarias de Freud son innumerables a todo lo largo del Esquisse). Aho ra, vcámosla funcionar. Cuando se acumula una tensión endógena im|>ortunte, sólo puede ser liquidada por la vía de la “acción específica”. En rl niño de pecho que es incapaz de provocar sus condiciones por sí mis ino, la descarga no específica (gritos, gesticulación, llanto) atrae la in tervención del objeto y crea “la experiencia de la satisfacción”. Freud no r* plora más allá esa vía que le parece conducir por la “comprensión nniina (a) la fuente primera de todos los motivos morales [336]”. La expi'iiencia de la satisfacción, en todo caso, deja detrás de sí una huella: se mlJihlece una facilitación (una asociación) entre la investición o carga de una neurona de la corteza correspondiente a la percepción del objeto, la Invcstición de otros puntos de la corteza que reciben la señal de la des curta refleja que ha suprimido la tensión penosa en omega, y finalmente Immneuronas nucleares cargadas con la tensión endógena. Se trata allí de ln traducción “nemónica” del tipo de mecanismo que autores como Bain 0 Prcyer ubican en la base de la génesis del movimiento voluntario (véNitr tumbién la “reacción circular” de Baldwin). Veamos por otra parte la contrapartida: la experiencia del sufrimiento; en ese caso cantidades excelIvttN penetran en el aparato neurónico por una brecha en el dispositivo que protege fi (en 1920 Freud lo llamará “para-excitaciones”) filtrando l n enormes cantidades del mundo exterior. Esta vez se establece una huella entre la imagen-causa del dolor y la tendencia a la descarga que reMlltA de la elevación en psi de la cantidad y por lo tanto del dolor experi mentado en omega (reflejo de fuga). La reproducción de esas dos experiencias primordiales tendrá las conUcucncias más considerables. La acumulación de una nueva cantidad en dógena inviste automáticamente el recuerdo del objeto que satisface (esUulo de deseo) hasta la alucinación y el desencadenamiento de un proceso d i descarga intempestiva que en realidad conduce al displacer. Asimismo | | recuerdo de la experiencia penosa reproduce el dolor por intermedio de "nouronas-claves” (neuronas secretoras de cantidad según el modelo de Im neuronas sexuales)93 y desencadena un reflejo de fuga: la defensa primaria o represión (modelo: reflejos nociceptivos), mediante la cual M evita la investición de la imagen mnémica hostil. Esos dos aspectos * 1 proceso primario representan un grave peligro para el organismo; de 329 f
allí la constitución de un órgano de control que inhibe su despliegue. El yo se origina así, por “necesidad biológica”, a partir de esas neuronas nucleares que el aflujo constante de las cantidades endógenas constituye en “un grupo de neuronas cargadas de manera permanente y que de tal modo se convierten en vehículo de las reservas de cantidad que exige la función secundaria [341]”. El principio del funcionamiento del yo encuentra su fuente en un as pecto del análisis de dos experiencias primordiales (satisfacción, sufri miento). La asociación por simultaneidad que constituye la clave de las huellas que dejan en psi esas experiencias (facilitación) conduce a Freud a proponer una hipótesis subsidiaria: “Una cantidad pasa más fácilmente desde una cierta neurona a una neurona cargada que a una neurona no car gada (...) la carga demuestra ser equivalente a la facilitación, con rela ción al pasaje de la cantidad [337].” En otros términos, hay una facili tación del pasaje de la cantidad cuando la neurona siguiente del circuito está en sí misma cargada, lo que actúa a la manera de una huella trazada: ésa es la traducción “neurónica” del factor frecuencia de la ley de asocia ción (simultaneidad) de los asociacionistas. El yo va a utilizar esta pro piedad del sistema para controlar el flujo de la cantidad: desplazando sus propias cantidades provenientes de la masa de energía constante que lo inviste, puede mediante una investición “lateral” desviar la corriente de~ cantidad y orientarla en el sentido querido (como se ve, la motivación, la mirada teleológica se introduce a pesar de todo en la máquina, bajo cu bierta de necesidad biológica: la traducción mecánica tiene sus límites), incluso no dejar pasar más que una fracción de ella y evitar así una des carga masiva “primaria”. De ese modo puede sujetar la energía en circu lación en el sistema, controlar su curso (se trata de la atención) y no permitir que se desarrolle una descarga más que cuando las condiciones externas se prestan a ello. Por otra parte continúa disponiendo de todos los circuitos, incluso de aquéllos ligados a experiencias de displacer, lo que está lejos de resultar inútil, puesto que “el displacer sigue siendo la única medida educativa [381]”. Así el yo podrá regular el funcionamiento de todo el aparato de acuerdo con los “indicios de la realidad” que recibe de omega y que le cer tifican la autenticidad de una percepción externa. En efecto, omega es siempre excitado por fi (percepción sensible) pero puede también serlo si una cantidad masiva inviste regresivamente el recuerdo de una percepción en psi (alucinación): al inhibir sistemáticamente la circulación de las cantidades, el yo permite que las descargas (indicios de la realidad) sólo se produzcan en virtud de una percepción verdadera y por lo tanto pro porciona un criterio eficaz de realidad “que permite establecer una distin ción entre una percepción y un recuerdo [344]”. La función secundaria domina así el proceso primario, autorizando las descargas sólo si el ob330
¡rio (satisfactorio o perjudicial) está realmente presente. Para ello el yo hit «prendido “por experiencia biológica” a dirigir sistemáticamente invcvsticiones de su cantidad propia hacia toda percepción acompañada de un indicio de cualidad: es la atención que lo hace vigilante respecto del inundo exterior y le permitirá conocerlo suficientemente como para no |wrmitir las descargas (“acciones específicas” o defensas) más que en t undiciones adecuadas y controladas. En adelante ya no puede producirse fisiológicamente un proceso pri mario sino durante el sueño, que corresponde a “una disminución de la carga endógena en el núcleo psi [353]” (volvemos a encontrar el análisis ilc Rreuer), y por lo tanto a una desinvestición del yo. Por otra parte, la parálisis motriz periférica y el estrechamiento de la percepción (es decir ife las investiciones de atención) hacen inofensivo el despliegue de pro fesos primarios, es decir de sueños. Las características psicológicas del • pensamiento onírico (desplazamiento, condensación) se deben al despla zamiento fácil de la cantidad [358]” en la circulación primaria: cuando la carga pasa de una neurona a otra, es decir de una representación a otra, lo hace de una manera total (ausencia de “conexión” secundaria) y los esla bones intermedios del pensamiento no dejarán huella alguna. En cuanto a las descargas, ya no pueden producirse más que regresivamente, desde psi hacia fi (alucinación); el acceso a las neuronas motrices desinvesíidas ya no es posible durante el sueño. Quedan los estados patológicos, que se explican igualmente por el despliegue de procesos primarios no obstaculizados. Aquí va a poder im legrarse la teoría de la seducción. El yo, como lo hemos visto, trata de Inhibir y controlar toda descarga importante de cantidad (afecto) que denorganice su funcionamiento y despilfarre la energía necesaria para la obtención de las condiciones de una descarga adecuada. Cuando no ha logrudo totalmente impedir un proceso tal (acontecimientos penosos trau máticos), traba progresivamente su reproducción mnémica reforzando en coda recorrido las “investiciones laterales” que procuró oponer en la oportunidad en que sobrevino por primera vez la experiencia de la que se trata (atención constante a las percepciones); así termina por producirse t i desgaste del recuerdo intensamente afectivo.94 Pero las condiciones de las neurosis de defensa son diferentes: la invasión de grandes cantida des endógenas (afecto) no proviene de una percepción nueva, sino del re cuerdo de un acontecimiento que, en la época en que se produjo, no delencadenó reacciones notables. La aparición ulterior de la pubertad lo Carga brutalmente con una investición muy importante: al tener lugar un despertar asociativo, el yo se encuentra entonces dado vuelta, tomado del revés, desbordado por un lado en el que no se lo esperaba, y al que en Consecuencia no pudo dirigir investiciones de atención que le habrían 331
procurado la indispensable “señal de displacer” necesaria para la puesta en obra de la ligazón. Entonces es demasiado tarde: un proceso primario “póstumo” se de sarrolla hasta la alucinación, el displacer y la defensa primaria que resul ta de él automáticamente (represión); se trata del proton pseudos95 his térico. En adelante, la representación del acontecimiento sexual infantil, convertido en trauma ulterior y retrospectivamente, ya no es accesible al yo; el reflejo de evitación se desencadena en cuanto una invéstición la contacta. La huella mnémica conserva por el contrario su lazo con la in vestición sexual endógena: una cantidad importante en adelante queda fuera del alcance del yo, carga una representación convertida en patógena y producirá diversos procesos de descarga primaria (síntomas). Ese es “el estado neurónico de una representación reprimida [362]”: él no resulta de una intensidad particular de la cantidad de que se trata, sino de la natura leza sexual de ésta, es decir de su lugar topográfico en el aparato psíqui co. Tal es en consecuencia el despliegue de un proceso psicopatológico (siempre básicamente histérico); sin embargo, paralelamente, Freud in tentará la descripción de los “procesos psíquicos normales”.96 La situa ción más simple es la coincidencia, en un estado de deseo, del objeto re al y la imagen mnémica del objeto satisfaciente (objeto de deseo). Toda la actividad del pensamiento práctico apunta a esa identidad que permite el acto específico y una descarga adecuada. Cuando las dos representacio nes no coinciden, se desarrolla una actividad asociativa que procura unir las a través de asociaciones intermediarias que consisten sobre todo en imágenes en movimiento. El complejo perceptivo está en primer lugar escindido en una parte conocida o cognoscible por identificación (recuer dos de los actos del sujeto mismo) y una parte desconocida, no reductible: es el juicio que separa la cosa y su atributo (evidentemente, para esta descripción a Freud le sirve de modelo un objeto humano: toda ex periencia primordial remite aquí al lactante y su madre, como ya ocurría en Meynert). Una corriente de cantidad explora entonces todas las cone xiones posibles entre la imagen del “núcleo constante” (cosa) del objeto y la imagen mnémica del objeto de deseo (que guía el proceso permane ciendo investida). Cuando así una cadena de representaciones intermedia rias puede vincular las dos neuronas de que se trata (pensamiento repro ductivo: reconocimiento del objeto), se obtiene la identidad de pensa miento (creencia), es decir el equivalente secundario de la identidad de percepción primaria (cuando las dos imágenes coinciden de entrada), y por lo tanto se puede liberar la descarga. De modo que el pensamiento funciona como “una repetición del fe nómeno original de excitación en Y, pero en un nivel menos elevado y con menores cantidades [351]”. En efecto, es la ligazón, la inhibición 332
tlcl yo lo que ha permitido esta actividad asociativa al tanteo; el proceso primario la habría hecho imposible al barrer brutalmente el circuito asoi lutivo, y desperdiciar la energía necesaria para poner al objeto en la po rción adecuada a los fines del acto específico. Las leyes del pensamiento provienen así de las leyes de la realidad, bajo pena de fracaso y displacer •m i caso de no hacerlo. Con respecto al pensamiento cognitivo conscien te, cuya teoría vamos a examinar en seguida, y que proviene directamen te del pensamiento práctico, Freud puede en consecuencia afirmar que los "trrores de lógica (...) consisten en una negligencia con relación a las leyes biológicas que gobiernan las series de pensamientos. (...) El dis placer intelectual de una contradicción (...) no es otra cosa que el displa cer acumulado con vistas a una defensa de las leyes biológicas y deseni «(leñado por un proceso cogitativo erróneo. La existencia de esas leyes biológicas se demuestra, de hecho, por la sensación de displacer que suscitan los errores lógicos [395]”. De modo que en el análisis del pensamiento práctico encontramos unu versión “biologizada” de las tesis principales del asociacionismo (cf. los Mili). Respecto del pensamiento cognitivo, observante y consciente, l-'rcud se dirigirá más bien a Taine y Romanes. El pensamiento cogniti vo es idéntico en su estructura al pensamiento práctico, salvo en cuanto está desprovisto de objetivo inmediato; apunta a un conocimiento generul del mundo exterior que permitirá a continuación, en un estado de demco, una acción rápida y eficaz.97 El proceso del pensamiento sería de masiado prolongado si el yo sólo lo iniciara en situación de necesidad: la "necesidad biológica” le ha enseñado a permanecer permanentemente atcnio a las percepciones y a poner en funcionamiento los procesos de pensamiento ante todo objeto o situación nuevos. Pero, por otra parte, el pensamiento cognitivo tiene necesidad de conocer los eslabones de la corriente asociativa , de obtener una conciencia, un conocimiento, de lus propias modalidades de funcionamiento, con el objeto de controlarlas mejor:98 es el pensamiento observante el que debe hallar un equivalente de los “indicios de realidad” a fin de llegar al estado consciente, es decir a desencadenar una descarga oiriega (indicios de pensamiento) y en coniccucncia recibir la atención de psi. "Esto es lo que las asociaciones verbales permiten realizar. Ellas consisten en un enlace de las neurones psi con las neuronas que sirven a Ins imágenes auditivas y están en sí mismas estrechamente asociadas a lai imágenes verbales motrices. (...) Si en consecuencia las imágenes mnémicas están constituidas de tal manera que una corriente derivada deicmboca en las imágenes auditivas y verbales motrices, entonces la in vestición de las imágenes mnémicas se acompaña de anuncios de descar ga que son indicios de cualidad al mismo tiempo que indicios de recuerdo consciente [375}:” Así puede funcionar el pensamiento cogitativo: los 333
indicios verbales (o indicios de pensamiento) permiten atraer la atención de psi hacia una corriente asociativa (que por otra parte funciona con fuertes investiciones constantes, y débiles cantidades circulantes —liga zón máxima—), y de ese modo hacer consciente y observar el pensa miento en sí mismo originalmente inconsciente, incluso objetivar sus leyes (leyes lógicas).99 Precisemos un punto notable: para la supervivencia del organismo es esencial evitar los procesos primarios; esto es cierto respecto 5ie los es tados de deseo que tenderían a la alucinación, pero también lo es en lo que concierne a experiencias penosas, de las cuales el aparato psíquico debe poder utilizar las huellas mnémicas. La conexión reduce los desa rrollos de displacer ligados al recuerdo (por la intervención de las “neuro nas-claves”) 100 y así puede volver utilizables esas vías asociativas mar cadas por simples “señales de displacer”. El pensamiento práctico se des vía, convirtiéndose en conocimiento de causa, y no ya por una reacción de evitación incoercible (defensa primaria). Con mayor razón, el pensa miento cognitivo debe idealmente emanciparse tanto de los afectos de placer como de dolor: el conocimiento tiene que poder explorar todos los aspectos de la realidad, sean cuales fueren. Así, cuanto más se eleva uno en la jerarquía de los actos de pensamiento, más aumenta la ligazón, las cantidades reales desplazadas se convierten en débiles101 y los afectos se reducen a simples señales. Todas estas reflexiones traducen así en térmi nos neurónicos una concepción entonces muy clásica de la estructura del pensamiento y de la jerarquía de lo concreto a lo abstracto. ¿Cómo comprender en su conjunto ese imponente edificio y los la boriosos esfuerzos con los que fue construido? A primera vista, parece tratarse (como dice el mismo Freud) de una construcción ad hoc, y se diría que de ella no brota más luz que de los materiales de partida, es de cir, por una parte, de los descubrimientos clínicos de los que entonces Freud disponía, y por otro lado de las tesis psicológicas tomada^de las diversas corrientes asociacionistas contemporáneas. Se podría pensar que si no perteneciera a Freud y no esclareciera un momento esencial del na cimiento del psicoanálisis, ese texto habría caído en el olvido que en vuelve hv>y a tantas otras tentativas comparables, especialmente la “mi tología cerebral” de fines de siglo. Pero ello equivaldría a dejar de lado el hecho esencial al que nos re mite la verificación siguiente: la mayor parte de las tesis del Esquisse se encuentran en los escritos freudianos ulteriores, simplemente “desneuronizadas”. En efecto, Freud intentó allí por primera vez resolver el problema que lo atenaceó durante toda su vida: producir un modelo del psiquismo que estuviera de acuerdo con los descubrimientos psicoanalíticos, permitiendo su integración y explicación. Una vez más es necesa rio subrayar que la adquisición de una “penetración psicológica” inédita y 334
Iluctuosa no podía colmar el ideal científico freudiano, que era, como lo liemos visto, la construcción de una ciencia del espíritu concordante en principio con el conjunto de los intentos contemporáneos,102 y de la cual la clínica sólo podía proveer los materiales. Ello en tanto que el i nmicrialismo militante de Freud le vedaba todo proyecto que pudiera pre sentarse como puramente espiritualista. En adelante encontramos por lo tanto el esfuerzo freudiano compro metido en la construcción de un modelo psicoanalítico del psiquismo (|iie pronto denominará “metapsicología”. El Esquisse fue en efecto su último intento de neuropsicología. Es preciso subrayar por otra parte t|iic los principios que la guiaron constituyen indudablemente una regre sión con respecto al semijacksonismo de su estudio sobre la afasia: cerntno aquí a Helmholtz, Brüke y Meynert, Freud procura ferozmente una leducción mecánico-física de los procesos psíquicos.103 Como lo he mos visto fracasó en gran medida, reintroduciendo sin cesar (por ejem plo, con el funcionamiento del yo) subjetividad y teleología. En ese punto intervienen los recursos al registro “biológico“que lo arrastra en la tlltima parte del texto: “En adelante no trataré de encontrar la explica ción mecánica de esas leyes biológicas y me declararé satisfecho si lle no a dar una descripción clara y fiel de ese desarrollo [381; las bastardi llas son mías].” Así se orienta progresivamente hacia un modelo un po co menos “eléctrico” que el que estructura el Esquisse: con la carta 52 veremos prevalecer el evolucionismo. A él remitían ya numerosas tesis: Identificación de lo primario (nivel de funcionamiento), lo primitivo (nivel de desarrollo filogenético) y lo precoz (nivel de desarrollo ontoge nético); análisis de los grados de complejidad creciente del pensamiento entre el puro impulso, el pensamiento práctico, el pensamiento cogniti vo, el pensamiento verbal, consciente y desinteresado, etcétera. No es menos cierto que, por marcado históricamente que esté el Esi)uix.se en la estructura de sus hipótesis fundamentales, la obra se prenenta como un primer modelo psicoanalítico y no psicológico del psitjuismo. Lo atestigua esencialmente lo que constituye su núcleo: la teo ría del proceso primario y el principio de inercia, que dan status teórico al funcionamiento inconsciente y representan el punto de clivaje radical con respecto al modelo de los Etudes sur l'hystérie. En cuanto a la teoríti de la represión que explica al mismo tiempo su especificidad sexual, Miiu irá siendo, durante mucho tiempo un ideal nostálgico en la búsqueda freudiana. Así el Esquisse, primera síntesis, primer esfuerzo por dotar a la Joven ciencia de un modelo teórico adecuado, permaneció como base (le la visión metapsicológica. A través de ese tipo de mirada el psicoanáH h ín interrogará durante mucho tiempo a su real, considerándolo desde el Angulo de un determinismo funcional estrecho, idealmente sustancial y cuantificable. 335
C. Evolucionismo y metapsicología: la carta 52 Muy rápidamente, Freud se va a ver llevado a corregir su esquema del Esquisse; lo modificó durante todo el año 1896; por otra parte, nada se oponía a ello: su carácter casi puramente especulativo justificaba todas las revisiones ad hoc, así como la distancia entre la simplicidad del mo delo y la complejidad de la clínica permitía todavía un amplio margen de maniobra.104 Fue por primera vez en la carta 39 (1° de enero de Í896) donde Freud decidió intercalar omega entre fi y psi, lo que hace más simple el proceso de la regresión alucinatoria (regresión de psi a omega y no a fi) y regula el problema del devenir y el valor de las cantidades exógenas fi; omega sólo recibe de fi cantidades y no transmite a psi más que indicios que poseen una acción excitante; por otra parte, una percep ción conserva sus caracteres cualitativos sea cual fuere su intensidad. Es ta nueva disposición del órgano de la conciencia aparecerá en adelante re producida sin cambios en las teorías freudianas ulteriores (sistema per cepción-conciencia). Pero se preparaba una mutación mucho más fundamental: un primer bosquejo apareció en la carta 46 (20 de mayo de 1896) y la exposición completa se encuentra en la carta 52 (6 de diciembre de 1896).105 “Parto de la hipótesis de que nuestro mecanismo psíquico se ha establecido por un proceso de estratificación: los materiales presentes bajo la forma de huellas mnémicas se hallan de tanto en tanto reordenados de acuerdo con las nuevas circunstancias. Lo que hay de esencialmente nuevo en mi teoría es la idea de que la memoria está presente no una sola vez sino varias veces, y de que está compuesta por diversos tipos de ‘signos’ [153-154].” De modo que Freud propondrá el esquema de una serie de re gistros sucesivos de recuerdos perceptivos que se establecen a partir del sistema percepción-conciencia:
\ —Un primer sistema de registro es “totalmente incapaz de conver tirse en consciente y está dispuesto según las asociaciones simultáneas [155]”. Son los “signos de percepción”,106 huellas primitivas cuya or ganización es distinta de la que tenían en las circunstancias mismas de su aparición (simultaneidad). —El segundo sistema, el inconsciente, está “dispuesto según las otras asociaciones —quizás siguiendo relaciones de causalidad— [155]”, es decir relaciones de sucesión temporal en el análisis asociacionista (cf. Stuart Mili), en el cual probablemente pensaba Freud. Se trata por lo tanto de una primera organización, muy práctica, de los recuerdos (domi nio de la inferencia, dina S. Mili). —El tercer sistema, el preconsciente, es una “transcripción ligada a las representaciones verbales y que corresponde a nuestro yo oficial 336
| l*i^ Puede acceder a la conciencia vía “la reactivación alucinatoria de It is representaciones verbales [155]” (es la “conciencia cogitativa secunilnria”: cf. el Esquisse). Por ello lo sigue en el esquema un segundo sis tema “consciente”, que no es más que una repetición del sistema percepclrtii, alcanzado en este caso en virtud de la mediación de las huellas verhules: “Las neuronas del estado consciente serían también en él neuronas (le percepción [155].” Los sistemas sucesivos de registro corresponden a “la producción psíquica de épocas sucesivas de la vida. La traducción de los materiales psíquicos debe realizarse en el límite de dos épocas. (...) Todo nuevo relllutro inhibe el registro precedente y canaliza su proceso de excitación. SI no se produce ningún registro nuevo, la excitación fluye siguiendo la* leyes psicológicas que gobernaban en la época psíquica precedente y por las vías entonces accesibles. Nos encontramos así en presencia de un anacronismo (...) de sobrevivencias. En la clínica, a la falta de traduc ción la llamamos represión. Él motivo es siempre la producción de dis placer que resulta de una traducción; todo ocurre como si ese displacer iwrturbara el pensamiento obstaculizando el proceso de la traducción 1155-156]”.107 De modo que estamos en presencia de una nueva teoría de la represión, aunque ella incorpora numerosos elementos de la prece dente: la noción de una defensa normal contra los recuerdos desagrada bles, en tanto que la defensa patológica (represión) se ejerce “contra las huellas mnémicas aún no traducidas y pertenecientes a una fase anterior 1156]”, con “la condición determinante” del carácter sexual precoz del acontecimiento (vigencia ulterior, aprés-coup) que impide el éxito de una defensa normal (teoría de la seducción). Freud aprovecha para realizar un nuevo intento de resolver el problema de la “elección de la neurosis” , considerando la fase evolutiva, la edad en que se produjo la escena trau mática, y por lo tanto al mismo tiempo el estrato psicológico en el que W inscribe sin posibilidad de transcripción ulterior.108 Pero sobre todo tenemos que detenemos en el muy importante desli zamiento del modelo, al cual asistamos: la referencia a las neuronas subyncentes a los sistemas psicológicos por cierto subsisten, pero con un carácter de alguna manera indicativo. Freud construyó allí, y sólo erigirá en adelante, aparatos mentales. Tampoco nos sorprenderá hallar desde las primeras frases de la carta 52 una referencia a la afasia, es decir a Jackson: “En mi estudio acerca de la afasia, ya he sostenido la idea de unu disposición análoga de las vías provenientes de la periferia [154]” (se trata de la teoría jacksoniana de las representaciones jerárquicas y esca lonadas de las funciones corporales en el sistema nervioso). De modo que lo que Freud propone en ese punto es un modelo muy claramente evolucionista, y ya no “una psicología para neurólogos”. Por otra parte 337
1 se explica abiertamente: “Si llegara a formular una exposición completa de los caracteres psicológicos de la percepción y de los tres registros, ha-i bría enunciado una nueva psicología [155].” s Esa nueva psicología, que en adelante reemplazará en el esfuerzo de Freud a la neurofisiología imaginaria que hasta entonces se había encar-, nizado en construir, es la metapsicología: la palabra aparece en la carta 41 del 13 de febrero de 1896, en la que Freud confía a Fliess todo el in terés que suscita en él la lectura de Taine,109 al que entonces estaba con ceptualmente muy próximo:110 su evolucionismo arcaico es homólogo al del pensador francés, todavía muy asociacionista y fisiologista, muy, libre de la “mitología cerebral”; lo atestiguan el imagocentrismo que ca-. racterizó durante mucho tiempo el pensamiento freudiano (pregnancia de las representaciones en el aparato psíquico) y la oposición tajante de los sistemas inconsciente y consciente111 (el evolucionismo prefiere conce bir grados de conciencia a lo largo de un espectro escalonado) o el aspec to reflexológico del funcionamiento mental. Subsiste el hecho de que se ha dado el viraje decisivo: en adelante no dejará de acentuarse hasta la formulación de la teoría de la libido. Lo acreditan informaciones como la siguiente, con respecto al sueño: “Me parece que la explicación por la realización de deseo proporciona una solución psicológica, pero ninguna solución biológica o más bien metapsicológica.”112 Encontramos allí la estructura misma del pensamiento freudiano tal como he tratado de de marcarlo desde sus orígenes, en ocasión del encuentro con Charcot: la solución “psicológica”, la comprensión de las significaciones113 (nivel clínico) había sido adquirida, pero no tenía status científico y no podía contentar a Freud. La explicación neurofisiológica (nivel biológico) era la única que lo satisfacía, pero estaba más allá de su alcance. Por lo me nos construirá de ella un calco superficial y provisional:114 la metapsi cología. “Estoy lejos de pensar que la psicología flote en el aire y carez ca de fundamentos orgánicos. No obstante, convencido de la existencia de esos fundamentos, pero sin saber más (...) me veo obligado a com portarme como si sólo tuviera que vérmelas con factores psicológi cos.” 115 Por lo demás, es preciso comprender la necesidad de un razonamiento de ese tipo: los caracteres particulares (inconsciencia, deformación, rela ciones de fuerza) de la mayor parte de las “significaciones”, de las “solu ciones psicológicas”, hacían necesario un abordaje objetivante, una ex plicación materialista, bajo pena de recaer en trivialidades al modo de Bemheim. Pues lo que encontramos aquí es la filiación respecto de Charcot, la homología con Janet: en la época no había muchos otros conceptos disponibles para pensar la objetividad del inconsciente que no fueran una referencia más o menos velada y sin mediación a la actividad cerebral. 338
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I)c modo que por el momento Freud comenzó a manejar un nuevo im «lelo teórico, evidentemente más rico y flexible y que pronto se expiindirá en un sistema amplio; mientras tanto, su pluma multiplicó las Interpretaciones genético-históricas. Al mismo tiempo la clínica conti nuó progresando, y no antes de mucho cuestionó los elementos en los i miles Freud se había apoyado en 1896, haciendo más lugar a la signifiwu ión. Durante todo el año 1897, de la correspondencia con Fliess surge nn doble movimiento: por un lado, las referencias a la importancia de lus fantasmas, de las pulsiones, de las zonas erógenas (Freud las meni ioiió por primera vez en la carta 52 a Fliess) no cesan de enriquecerse; Imir otra parte, Freud se queja de no poder llegar a concluir totalmente un Untamiento, es decir a confirmar su hipótesis de la seducción; al mismo tiempo, sus dudas se hacen cada vez más acuciantes. Por fin, el 21 de setiembre de 1897, confía a Fliess “el gran secreto que, en el curso de estos últimos meses, se ha ido revelando lentamente. Ya no creo en mi neurótica”,116 es decir en la teoría de la seducción. Durante cierto tiem po, la decepción es terrible: “Una celebridad eterna, la fortuna asegurada, ln independencia total, los viajes, la certidumbre de evitar a los hijos toilns las graves preocupaciones que abrumaron mi juventud: ésa era mi esperanza. Todo dependía del éxito o el fracaso de la histeria. Ahora me veo obligado a quedarme tranquilo, a permanecer en la mediocridad, a ha1er economías, a sentirme acosado por las preocupaciones.” 117 Aún a principios de 1900 apenas había superado la crisis: “Me he visto obliga do a demoler todos mis castillos en el aire y solamente ahora estoy recu perando un poco de coraje para reconstruirlos.”118 Cuando se recuerda la euforia que signó hacia fines de 1895 la for mulación de la hipótesis de la seducción y la redacción del Esquisse (cf. lu correspondencia con Fliess), se comprende la importancia y la profun didad del compromiso de Freud y la función probablemente esencial que esa desilusión desempeñó en la descompensación neurótica que lo afectó Justamente a partir de 1897. Lentamente volverá a erguirse, pues no se había tratado Oejos de ello) de una pura pérdida: desorientado por un mo mento, Freud pensará por qierto “que el factor de una predisposición he reditaria parece volver a ganar terreno, siendo que yo siempre me esforcé por rechazarlo, en beneficio de una explicación de las neurosis”;119 de a¡lí su “tendencia a considerar incurable la histeria”.120 No obstante, al mismo tiempo, su comprensión de la sexualidad infantil se profundizó hasta el descubrimiento del Edipo (carta 71 del 15 de octubre de 1897) y de las componentes parciales no genitales, orales y anales (carta 75 del 14 de noviembre de 1897). Es cierto que en adelante dispuso de una nuevu fuente de materiales: “Mi autoanálisis es por el momento lo más eNcncial, y promete tener para mí la mayor importancia.”121 Así se ela boró progresivamente en él la etapa siguiente de su pensamiento, la que 339
todavía hoy constituye el cimiento de la teoría psicoanalítica. Veremot qué lazos la vinculan con la fase que se cumple: el ideal de una determi^ nación de la causa de la represión patógena y la elección de la neurosis quedará siempre en un segundo plano de las investigaciones de Freud, eijí tanto que las grandes hipótesis del Esquisse y de la carta 52 (áparato mental, futuros puntos de vista tópico, dinámico, económico, etcétera) seguirán siendo los ejes de la estructuración de su doctrina.
NOTAS
1. 2. 3. 4.
S. Freud: “Mme Emmy von N...”, en Etudes..., pág. 70. S. Freud: “Mademoisselle Elisabeth von R..., en Etudes...", pág. 127. Ibíd., pág. 109. Desde 1890, en su artículo “Traitement psychique”, S. Freud comenzó a sospechar cuáles eran los resortes reales de la cura hipnótica: re cordó su parentesco con el apego del niño a los padres, o el estado amoroso (S. E., VII, pág. 296). 5. S. Freud: “Psychothérapie...”, en Etudes..., pág. 214. 6. Ibíd., pág. 244. 7. Ibíd., pág. 229. 8. He indicado en otro lugar el origen de la lectura fenomenológica de Freud, es decir de la corriente de pensamiento que demarcó muy rá pidamente en el trayecto freudiano una extensión del registro de la com prensión psicológica, la intuición significativa, y la opuso a la conceptualización objetivante, mecánico-biológica, de los sis temas metapsicológicos. laspers inició el movimiento en 1913, antes de que Binswanger en Alemania y Politzer en Fraqcia exten dieran su alcance y popularizaran sus términos. (Cf. P. Bercherie: Les fondements..., pág. 233.) 9. Problema que no aborda ninguna lectura simplemente fenomenológica de Freud, a pesar de su interés inicial. A medida que se desarrolle el conocimiento de los “mecanismos” mentales, una lectura tal em pobrecerá cada vez más el saber analítico. 10. En ese punto se inserta la especificidad del psicoanálisis, exigencia que Freud mantuvo a lo largo de toda su obra: lo mismo que las otras ciencias naturales, el psicoanálisis tiene que ver con un objeto inaccesible en términos directos, con una “cosa en sí”. Cf. respec to de este tema los trabajos de P.-L. Assoun. 11. Cf. supra, cap. 8. 12. S. Freud: “Psychothérapie...”, en Etudes..., pág. 216 (cita cuya tra ducción rectifico). 13. Cf. S. Freud: “Les psychonévroses de défense”, 1894, en N évrose, psychose et perversión, pág. 3. Una vez hecha la mención de las
340
M IV 11\ 17 IH
19. ;i). 21.
22.
23. 24. 25. 26. 27. 28. 29. 30. 31. 32. 33. 34. 35.
tres formas, por otra parte, Freud sólo se ocupa de la histeria de defensa. S. Freud: “Psychothérapie...”, en Etudes..., pág. 231. S. Freud: “Les psychonévroses...”, en Névrose..., pág. 2 (bastardi llas del autor). Ibíd., pág. 4 (bastardillas del autor). Ibíd., pág. 6 (bastardillas del autor). A decir verdad, la nosología de esa época no dejaba muchas otras po sibilidades que la de asimilar ese tipo de síndrome a un estado oní rico y por lo tanto al grupo de la confusión mental (amencia de Meynert). Se trata en realidad de un delirio de ensueño como los que la escuela de Claude denominará esquizomanía (en este caso la forma imaginativa); en él el sujeto se confina en una realización autística imaginaria de deseos y proyectos a los cuales la realidad no ha aportado ninguna satisfacción, o incluso ha frustrado brutal mente (pérdida de objeto en particular, como en el caso de Freud). El grado de objetivación de las tramas imaginativas de esos suje tos es difícil de verificar, pero probablemente no alcanza a la rea lización alucinatoria del onirismo. Acerca de la esquizomanía, véa se P. Bercherie: Les fondements..., cap. 17, apartado C. S. Freud: “Les psychonévroses...”, en Névrose..., pág. 12. Ibíd., pág. 13. En el Manuscrito H, Freud también menciona las psicosis histéricas, es decir accesos y estados segundos en los que el núcleo disociado “hipnoide” se adueña de la conciencia (cf. supra, cap. 12), lo que corresponde por el contrario al fracaso de la defensa: “El yo (...) sucumbe a la psicosis.” (S. Freud: “Psychothérapie”, en Etudes..., pág. 212.) En el sentido de Krafft-Ebing: se trata de una forma de delirio de rela ción de los sensitivos de evolución intermitente por accesos agu dos. S. Freud: Manuscrito H, del 24 de enero de 1895, en La naissance..., pág. 100. Ibíd., pág. 101. S. Freud: “Les psychonévroses...”, en Névrose..., pág. 7 (las bastar dillas son mías). S. Freud: "Psychothérapie...” en Etudes..., págs. 237-238 (bastardi llas del autor). Cf. supra, el capítulo precedente. S. Freud: “Les psychonévroses...”, en Névrose..., pág. 14. S. Freud: “Psychothérapie...”, en Etudes..., pág. 219. Cf. también ibíd., págs. 222 y 240. Ibíd., pág. 232. Ibíd., pág. 212. Cf. también ibíd., pág. 213. Ibíd., pág. 229. Ibíd., pág. 245.
341
112. 113. 114. 115. 116. 117. 118. 119. 120. 121.
ción en el campo de la sublimación, problema de alguna ma inverso al precedente. S. Freud: Lettres á W. Fliess, nB 84, 10 de marzo de 1898, en L naissance..., pág. 218. * Es la de los poetas, de los novelistas, de los dramaturgos, cuya el. rividencia a Freud le gustaba alabar con frecuencia. Es el “rodeo imaginario” del que habla P.-L. Assoun: Introduction l’épistémologie freudienne. S. Freud: Lettres á W. Fliess, na 96, 22 de setiembre de 1898, e La naissance..., 235. S. Freud: Lettres á W. Fliess, ns 69, 21 de setiembre de 1897, La naissance..., pág. 190. Ibíd., págs. 192-193. Id., carta 131 del 23 de marzo de 1900, en loe. cit., pág. 279. Id., carta 69 del 21 de setiembre de 1897, en loe. cit., pág. 192. Id., carta 70 del 3 de octubre de 1897, en loe. cit., pág. 195. Id., carta 71 del 15 de octubre de 1897, en loe. cit., pág. 196.
346
r Capítulo XIV
LOS FUNDAMENTOS PRIM EROS DE LA M ETAPSICOLOGIA: 1897-1909
Sobre las huellas de su renuncia a la teoría de la seducción, Freud empluzó por lo tanto los conceptos teóricos que darían forma a la base de mu nueva concepción del psiquismo normal y patológico, así como de la terapéutica psicoanalítica. Veremos lo que esas tesis contienen de nove doso y también lo que retienen de investigaciones anteriores. Ellas si guieron estructurando el pensamiento freudiano, incluso en la etapa si guiente, que se inicia en tomo de 1910.
El aparato psíquico A. Descripción L'interprétation des reves1 apareció en 1900; después del primer capítu lo, histórico, el cuerpo de ese libro inmortal está constituido por los cinco capítulos que siguen presentando lo esencial del conocimiento psi coanalítico de la actividad onírica. Es lo que en su carta 84 a Fliess, del 10 de marzo de 1898, Freud denominó la “solución psicológica” del pro blema del sueño; pero restaba lo que, como hemos visto, siempre le pa reció lo esencial: la naturaleza del suefio, o sea la “solución biológica” o, mientras tanto, metapsicológica. Ese era el objeto del famoso capítu lo 7 de la Traumdeutung, que contiene una nueva teoría del aparato mental, de la que vamos a ver todo lo que ella debe al Esquisse y a la carta 52. A partir del carácter alucinatorio del suefio, se introduce “la idea (...) 347
de un lugar psíquico [455]”. Freud rechaza pronto “la noción de locali zación anatómica”, con el fin de no salir de “un terreno psicológico”; no se trata de retomar las ambiciones localizadoras del Esquisse sino de producir el modelo analógico de una topografía mental. Así pasa de las metáforas eléctricas a la imagen de un aparato óptico cuyos lugares son “virtuales”: “No creo que nadie haya nunca intentado aún reconstruir de este modo el aparato psíquico. Con este ensayo no se corren riesgos. Quiero decir que podemos dar libre curso a nuestras hipótesis con tal que reservemos nuestro juicio crítico y que no tomemos el andamiaje por la construcción misma. Sólo necesitamos representaciones auxiliares para acercamos a un hecho desconocido... [445-456].” En adelante, las cons trucciones mentales freudianas conservarán su status explícito de ima gen, sin perder su valor de orientación para el pensamiento de su autor. De modo que se trata de un aparato compuesto por varios sistemas ¡ (“sistema psi”) y cuya estructura se orienta desde un extremo percepti-: vo hasta un extremo motor: “El reflejo sigue siendo el modelo de toda producción psíquica [456].” Respecto del extremo perceptivo, “supone mos que un sistema externo (superficial) del aparato recibe los estímulos perceptivos, pero no retiene nada de ellos, carece por lo tanto de memo ria, y que detrás de ese sistema se encuentra otro, que transforma la exci tación momentánea del primero en huellas perdurables [457]”. Encontra mos allí la distinción de la percepción (P) y la memoria (huellas mnémicas S), que reposa naturalmente en asociaciones cuyo mecanismo “consistiría en lo siguiente: como consecuencia de las disminuciones de resistencia y de la facilitación de uno de los elementos S, la excitación se transmite a un segundo elemento S antes bien que a un tercero [458; las bastardillas son mías]”. Detrás de la metáfora óptica que protegía de una concepción localizadora, reaparecen los esquemas neuro-eléctricos del Esquisse, como lo veremos a lo largo de nuestro estudio. Desde luego, Freud se ve llevado (cf. la carta 52) a admitir “varios de esos sistemas S en los cuales la misma excitación, transmitida por los elementos P, se encuentra fijada de maneras diferentes. El primero de esos sistemas S fijará la asociación por simultaneidad; en los sistemas más alejados, ese mismo material de excitación será clasificado según modos diferentes de encuentro, de manera que, por ejemplo, esos siste mas ulteriores representan relaciones de semejanza, u otras [458]”. El funcionamiento de un sistema tal reposaría en “los grados de resistencia conductiva que presentaría al pasaje de la excitación a partir de los ele mentos perceptivos” [458, traducción corregida; cf. S. E., V, pág. 539]. La oposición y la exclusión recíprocas de la conciencia (percep ción) y la memoria, por otra parte, le parecen a Freud la fuente de “ideas grávidas de promesas acerca de las condiciones de la excitación de las neuronas [458]”. 348
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"Llamaremos preconsciente al último de los sistemas del extremo motor, para indicar que desde allí los fenómenos de excitación pueden licuar a la conciencia sin demora [459]”, si se les presta atención. El preconsciente controla por otra parte la motricidad voluntaria. El incons ciente es “el sistema ubicado más atrás: no podría acceder a la conciencia i,v/ no lo hace pasando por el preconsciente, y durante ese pasaje el pro ceso de excitación tendrá que plegarse a ciertas modificaciones [460]”. A los procesos psíquicos en sí les falta en efecto cualidad psíquica, con la excepción del placer y el displacer que responden a las variaciones de la enntidad de excitación presente en el sistema y de la cual son portadores (cf. el Esquisse). Para adquirir cualidades propias capaces de atraer la conciencia, el sistema preconsciente une por lo tanto “sus procesos al Nistcma de recuerdos de los signos del lenguaje (...) provisto de cualida des. Gracias a las cualidades de ese sistema, la conciencia (...) se con vierte también en el órgano sensorial de una parte de nuestros procesos de pensamiento (que tienen) desde entonces de alguna manera dos super ficies sensoriales, una vuelta hacia la percepción, la otra hacia los proce ros de pensamientos preconscientes [488]”. De modo que es necesario precisar que el esquema lineal de los sistemas psi sólo es utilizable si se llene en cuenta “que el sistema que sucede al preconsciente es aquel al que debemos atribuir la conciencia [460, nota 1]”, es decir P, alcanzado |K>r el lazo del sistema del lenguaje (también en este punto, cf. el E s quisse y la carta 52). De modo que tal es el aparato psíquico del hombre adulto, pero “este uparato sólo ha podido alcanzar su perfección actual al fin de un prolonjjndo desarrollo. Tratemos de hacerlo volver a un estadio anterior (...) su primera estructura fue la de un aparato reflejo; así podía derivar de inmeilluto hacia la vía motriz toda excitación sensorial que lo alcanzaba. Pero la vida trastorna esa función simple; de ella proviene el impulso que conduce a una estructura más compleja. De entrada aparecen las grandes necesidades del cuerpo [480-481V)”. La excitación interna sólo puede descurgarse a través de la experiencia de la satisfacción (el ejemplo elegido Hlgue siendo el del niño que tiene hambre) que inscribe la imagen mné mica del objeto satisfaciente asociada con la de la excitación de la nece sidad. “En cuanto la necesidad esté re-presentada habrá, gracias a la rela ción (así) establecida, desencadenamiento de un impulso (Regung) psí quico que investirá de nuevo la imagen mnémica de esta percepción en la memoria [481]”, es decir alucinación (identidad de percepción) del obje to del deseo; es la actividad psíquica primaria que subsiste en el sueño y l#8 psicosis. “Una dura experiencia vital debe haberla transformado en unu actividad mejor adaptada, secundaria [481].” La regresión alucinatoria, en efecto, sólo acaba en la insatisfacción y en el displacer. “Para obtener un empleo más adecuado de la fuerza psí 349
quica, es necesario detener la regresión en su marcha, de manera que ella no supere la imagen-recuerdo, y a partir de allí pueda buscar otras vía* que permitan establecer desde el exterior la identidad anhelada. Esta inh‘ bición, y la desviación de la excitación que sigue, es la obra de un seq gundo sistema que controla la motricidad voluntaria... [482].” Así se* constituye la prueba de realidad y el proceso secundario “que tantea* fluctúa, realiza investiciones en todos los sentidos y después las retira»; [509]” y, para alcanzar sus fines, debe “reservar la mayor parte de sus in-f vesticiones de energía y (...) sólo emplear poco en vista del desplaza-miento [510]”.2 Es por lo tanto la acción de ligadura, de inhibición del;! proceso secundario, lo que caracteriza el régimen del flujo de la excita-*} ción en el sistema preconsciente al cual está vinculado así como el sis-, tema inconsciente lo está al flujo energético libre del proceso primario.. Sólo cuando “el segundo sistema ha logrado su trabajo exploratorio re laja las inhibiciones, abre los diques y deja que las excitaciones fluyan hacia la motilidad [510]”. Pero para realizar su tarea y actuar de modo útil sobre el mundo exte rior, la actividad secundaria tiene que disponer de todo el material mnémico acumulado por las experiencias vividas. Allí interviene la conside ración de la “experiencia externa de terror”, cuando una percepción se ha visto acompañada de dolor. “El aparato primario conservará una tenden cia a abandonar esta imagen mnémica (de la fuente de dolor), penosa, ca da vez y cuando sea suscitada, porque el exceso de su excitación respecto de la percepción provocaría displacer (o más exactamente porque co mienza ya a provocarlo) [510].” Ese derrame “nos presenta el modelo y el primer ejemplo de la represión psíquica [511]”, que es por lo tanto el otro rostro del proceso primario (el primer rostro, ligado a la satisfac ción, es la alucinación). El sistema secundario sólo puede entonces uti lizar el recuerdo (esencial para la adaptación de su actividad) de las expe riencias de dolores porque es capaz de inhibir (ligadura) el desarrollo del displacer; desde luego, inhibe su desarrollo completo: un “inicio de dis placer” es en efecto necesario como señal para la utilización de esas ex periencias (cf. el Esquisse). Así puede reemplazar la identidad de percep ción primaria por la identidad de pensamiento que llega finalmente al mismo fin, es decir a la reproducción de la experiencia de satisfacción. Para ello la liberación relativa respecto del principio de placer-displacer representa un elemento esencial, lo mismo que la libre disposición de las representaciones y de las conexiones que las vinculan; de allí provie ne la inhibición del proceso primario en el pensamiento, y por lo tanto de las actividades de desplazamiento y de condensación que se producen en aquel proceso, como lo ponen de manifiesto el sueño y otras forma ciones del inconsciente. La conciencia desempeña un papel fundamental en el funcionamiento 350
del proceso secundario: hemos visto que, a través de su enlace con el sistema del lenguaje, el preconsciente podía atraer una conciencia perivptiva hacia la actividad de pensamiento. La conciencia aparece de enlitula como “un órgano de los sentidos que permite percibir las cualidades psíquicas [522]”. Del mismo modo que “la percepción por nuestros ór ganos de los sentidos tiene como consecuencia dirigir una investición de mención hacia las vías en las que se propaga la excitación sensorial que llega (asimismo, la conciencia), por la percepción del placer y del dis placer influye en el curso de las investiciones en el interior del aparato psíquico [523]”. Superpone por lo tanto “un segundo reglaje más fino | Y23]” al funcionamiento primario automático del principio placer-displncer: “la sobreinvestición producida por la influencia reguladora del rtinano de los sentidos de la conciencia [524; las bastardillas son mías]” permite en primer lugar una modulación de la actividad psíquica. De allí ln importancia de su regulación por el preconsciente (atención), y en i onsccuencia de la ligazón con el lenguaje que permite atraer hacia los procesos de pensamiento (y por lo tanto controlarlos) la sobreinvestii ion consciente. II. Represión, regresión y evolución de la libido I >o modo que nos encontramos en presencia de una versión de alguna mullera “laicizada” — vaciada en el plano formal— de la mitología neulónica del Esquisse. No por ello en su conjunto la concepción del psi(|iiismo deja de ser idéntica, e incluso la hemos visto varias veces apunliir a las hipótesis más características del texto de 1895. Sigue siendo cierto que Freud realizó un visible esfuerzo por caracterizar su teoría co mo un simple modelo, una “metáfora [518]” una “representación auxillnr [517]” de la realidad descpnocida. La función del modelo óptico con niik lugares virtuales es recordar que se está ante una “ficción [508]”. Así el pasaje de un sistema tópico al otro abarca a su juicio más bien dos re gímenes de flujo de la excitación: “No es la formación psíquica lo que nos parece que cambia, sino su inervación [518]”. Además, “las repre sentaciones, los pensamientos, las formaciones psíquicas en general no podrían ser localizados en elementos orgánicos del sistema nervioso, si no de alguna manera entre ellos, allí donde se encuentran resistencias o vfns abiertas que les corresponden [518]”. Ocurre que un neto matiz evolucionista ha hecho derivar el conjunto de las concepciones del Esquisse. Así, Freud precisa que “al llamar ‘primario’ a uno de los procesos psíquicos no pensaba solamente en su lu gar y su eficacia, sino en las relaciones en el tiempo. (...) De hecho, los procesos primarios están dados desde el principio, mientras que los pro cesos secundarios se forman poco a poco en el curso de la vida, traban
los procesos primarios, los recubren y quizás no logran establecer sobdl ellos todo su dominio hasta nuestra madurez [513]”. En este sentido,9 sueño provee el modelo del devenir de la excitación cuando queda libra
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infestación de un nivel primitivo (de regulación débil) del funcionamien to asociativo; es el proceso primario, cercano al reflejo impulsivo que parece regular el comportamiento infantil y cuya marca encontrará l 'rcud en las fases primordiales del desarrollo cultural de la especie (cf., , por ejemplo, el artículo de 1908; “Des sens opposés dans les mots prittiilifs”).4 De esta manera hay que comprender la comparación del sueflo ion jeroglíficos o con un acertijo gráfico [241-242], aunque en ella hoy puede leerse que el material preconsciente de los pensamientos del sueño su Iré una transfiguración que constituye una regresión formal', sintaxis, lógica, articulación, se encuentran desestructuradas siguiendo las reglas ilc un pensamiento arcaico en el que gobiernan las leyes primitivas de la imagen. Sobre esta base, Freud, que cita entonces al propio Jackson [484, nota 2], podrá señalar la identidad de estructura del sueño y los síntomas tic las neurosis; “Todos deben ser considerados realizaciones de deseos inconscientes [484].” En efecto, tienen su fuente en el mismo proceso evolutivo, en ese retraso de la “secundarización” que explica la perma nencia y la potencia de los deseos infantiles del sistema inconsciente, así como la relación conflictiva de los dos grandes sistemas psíquicos. “In cluso en pleno equilibrio mental, (la) dominación del preconsciente so bre el inconsciente no es absoluta. Se puede decir que el grado de la re presión es al mismo tiempo el de nuestra salud psíquica [493-494].” Por otra parte, a la inversión de esta jerarquía, cuando “las excitaciones in conscientes someten a su poder al preconsciente, dominan por él nues tras palabras y actos o se adueñan de la regresión alucinatoria (...) la lla mamos psicosis [48^]” (es el modelo del estado segundo histérico).5 De modo que allí volverífos a encontrar el problema que había creído resolver la teoría de la seducción; ¿a qué se debe “que el fondo mismo de nuestro ser, constituido por impulsos de deseos del inconsciente, perma nezca al abrigo de los alcances e inhibiciones del preconsciente, (...) que una parte de nuestro material mnémico permanezca inaccesible a la invcstición preconsciente [513]”? Freud tratará de solucionarlo mediante una tesifque nos recuerda el proton pseudos, apuntando hacia una teoría de la evolución del instinto sexual:11 La realización de esos deseos (de origen infantil, que no se pueden destruir ni inhibir) provocaría un senti miento no de placer sino de displacer, y precisamente esta transforma ción de afectos es la esencia de lo que hemos denominado ‘represión’ (...) esta transformación afectiva se produce en el curso del desarrollo (piénsese en la aparición del asco, que primitivamente no existe en el niño) (...). Los recuerdos a partir de los cuales el deseo inconsciente pro duce ese desencadenamiento de los afectos nunca han sido accesibles al preconsciente, que, por tal razón, no puede utilizar ese desencadenamien to. (Esos pensamientos) quedan librados a sí mismos, ‘reprimidos’, y de 353
tal modo la existencia de un fondo de recuerdos infantiles, sustraído® desde el principio a la vigilancia del preconsciente, es la primera condil ción de la represión [513-514].” (1 Ese tema de la represión originaria, condición indispensable de lafl represiones ulteriores, será en adelante una constante del pensamiento] freudiano: por el Esquisse conocemos su origen conceptual, pero de allfl en más la explicación deberá provenir de la teoría de la libido. Al mismo! tiempo, deja de señalar un fenómeno patológico: “lo que está reprimida) también consiste y subsiste en el hombre normal y sigue siendo capa®¡ de rendimiento psíquico [516]”; por otra parte, el sueño no es un fenó*J meno de psicología normal, lo mismo que toda esa “psicopatología de fai vida cotidiana” sobre la cual al año siguiente (1901) Freud publicará el tratado. El chiste y lo cómico son otros de sus aspectos, y demuestran“qué aumento de trabajo exige la inhibición de los modos primarios al señalar que obtenemos (...) un excedente que se descarga en risa, cuando; los dejamos penetrar en la conciencia [515]” (véase Le mot d'esprit et ses rapports avec l'inconscient, 1905). Los procesos psíquicos que es tán en la base de la patología aparecen así como de la misma naturaleza que los qije estructuran la vida mental del hombre llamado normal: tal fue el sentido de ese gran viraje del pensamiento freudiano que sucedió al derrumbe de la neurótica y que signan las grandes obras de los años 1900-1905. En adelante el desencadenamiento de la neurosis dependía de una ruptura del equilibrio: “Cuando el deseo inconsciente reprimido es refor zado orgánicamente y presta esta fuerza nueva a sus pensamientos de transferencia (sustitutivos), de manera que ellos pueden intentar penetrar por la fuerza (en el preconsciente), hay entonces refuerzo de la oposición del preconsciente a los pensamientos reprimidos (contrainvestición), y después transacción, pasaje de los pensamientos de transferencia (carga dos de deseos inconscientes) bajo una forma intermediaria y creación del síntoma [514].” De modo que por segunda vez se nos remite a la teoría sexual, a través del interrogante del porqué de ese “refuerzo orgánico”. Antes de examinar dicha teoría sexual en detalle, señalemos lo que permitió el “pasaje” evolucionista que marca la carta 52: el modelo teó rico freudiano es en adelante tan significativo para la psicología normal como para la psicología de las neurosis. Mejor aun, permite conceptualizar la identidad fundamental de ambas, una de las adquisiciones funda mentales del psicoanálisis. Los tres registros metapsicológicos se han diferenciado ya suficientemente de sus modelos originarios como para representar las grandes dimensiones fenomenológicas de la clínica analí tica: el conflicto psíquico (punto de vista dinámico), la existencia del in consciente, sus leyes y su relación con la conciencia (punto de vista tó pico), la gravitación de las relaciones de equilibrio y de importancia rela354
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Uva de los móviles psicológicos en juego en el conflicto, así como su indestructibilidad y la equivalencia de sus manifestaciones directas o de formadas (punto de vista económico). El psicoanálisis se plantea enton tes como verdadera ciencia del deterninismo psicológico.
Evolución y disolución de la libido A. Teoría sexual en los Trois essais I .os Trois essais sur la théorie de la sexualité6 aparecieron en 1905, completando el edificio teórico del que la Traumdeutung constituyó el primer pilar. Lo que en este caso se emplaza es una teoría acerca del ori nen y la evolución del instinto sexual, desde la infancia hasta la edad adulta. La sexualidad infantil, respecto de la cual esta obra es el primer manifiesto, constituía en esa época una novedad relativa, pero en cambio un comienzo absoluto por la manera con que es concebida en su relación i on la sexualidad del adulto (fuente y no prefiguración).7 Lo que caracteriza la sexualidad del niño es que ella proviene “de pul siones parciales y de zonas erógenas que, independientemente unas de oIras, procuran como único objetivo de la sexualidad un cierto placer 1111]”; de modo que se trata de un conjunto compuesto y no de una organización como la sexualidad adulta.8 Se llama pulsión al “representante psíquico de una fuente continua ilc excitación proveniente del interior del organismo... (Ella) es por lo imito en el límite la excitación de un órgano, y su finalidad próxima es el apaciguamiento de una tal excitación orgánica. (...) Designaremos (...) al órgano correspondiente como la zona erógena de la cual proviene la pulsión sexual parcial [56-57].” Allí está la formulación que enlaza la teoría de la “sexualidad ampliada” que está proponiendo Freud con sus mitiguas concepciones (“órgano terminal”).9 Pero más adelante precisa "que, en el organismo, se encuentran dispositivos que hacen que la exciüición sexual en tanto que efecto sobreañadido en un gran número de procesos internos, en cuanto la intensidad de éstos supera cierto umbral cuantitativo. (...) Es posible que nada importante ocurra en el organismo üln contribuir por su parte a la excitación de la pulsión sexual [105]”. Las zonas erógenas aparecen entonces como casos privilegiados (debido H la importancia funcional de tales zonas y por lo tanto de las intensas excitaciones que las estimulan forzosamente) de un proceso más general que afecta toda la actividad del organismo (incluso las actividades mus cular o intelectual, los estados afectivos y también los traumatismos) y se traduce en la teoría de la anaclisis: “La actividad sexual de entrada se 355
apoya en una función que sirve para conservar la vida, y sólo más tarde se hace independiente de ella [74].” Así se pueden tomar en cuenta pul siones parciales sin zona erógena, tales como el sadomasoquismo o el exhibicionismo. El segundo carácter esencial de la sexualidad infantil “consiste en que no está dirigida hacia otra persona. El niño se satisface con su propio cuerpo; su actitud es autoerótica [74]”. Esa actividad autoerótica en cuentra su modelo en la masturbación, que ilustra claramente su carácter local (circuito tensión-descarga): “El estado de necesidad, que exige el re tomo de la satisfacción, se revela (...) por un sentimiento particular de tensión (...) un prurito... [78, las bastardillas son mías]” que la mani pulación autoerótica alivia. Un tercer carácter es la ambivalencia del niño en el plano de la acti vidad o de la pasividad sexual, su disposición bisexual fundamental. La evolución hacia la sexualidad adulta consistirá entonces en un pa saje desde esa anarquía autoerótica (“disposición perversa polimorfa [86]”) hasta la elección de un objeto (hétero) sexual y un “fin sexual nuevo (...) en cuya realización cooperarán todas las pulsiones parciales, en tanto que las zonas erógenas se subordinan a la primacía de la zona genital [111]”, todo ello “en razón de modificaciones orgánicas y de in hibiciones psíquicas que sobrevienen en el curso del desarrollo [146]”. En efecto, “la pulsión sexual de los adultos se forma por la integración de los múltiples movimientos e impulsos de la vida infantil, de manera que se forme una unidad, una tendencia dirigida hacia un solo y único fin [146-147]”. Se debe precisar que los órganos genitales constituyen desde la infancia una zona erógena intensamente activa, sin que por ello se es tablezca una jerarquía entre ella y sus homólogas (lo que una vez más es cierto en ese estadio del pensamiento freudiano). Por otra parte, una pri mera elección de objeto se bosqueja desde la infancia, “caracterizada por la naturaleza infantil de los fines sexuales [98]”, y por objetos familiares o parentales; algunas pulsiones parciales, como las parejas voyeurismoexhibicionismo o sadismo-masoquismo, son objetales por naturaleza. La clave de esta evolución bifásica está constituida por el período de latencia sexual, que se extiende desde aproximadamente el quinto año de la vida infantil hasta el despertar sexual de la pubertad. “Durante el perí odo de latencia (...) se constituyen las fuerzas psíquicas que, más tarde, obstaculizarán las pulsiones sexuales y, como diques, limitarán y cerra rán su curso. (...) Ante el niño que ha nacido en una sociedad civilizada se tiene la sensación de que esos diques son obra de la educación, y por cierto la educación contribuye a erigirlos. En realidad, esta evolución condicionada por el organismo y fijada por la herencia puede a veces producirse sin ninguna intervención de la educación. Esta, para permane cer dentro de sus alcances, deberá limitarse a reconocer las huellas de lo 356
<|uc está orgánicamente preformado, a profundizarlo y depurarlo [69-70; las bastardillas son mías].” Esa represión orgánica es responsable de la amnesia infantil y da cuenta de la capacidad para las represiones ulterio res que “solamente se explican por el hecho de que el individuo posee un t conjunto de vestigios dejados por el recuerdo, de los que la conciencia no puede disponer y que por un proceso de asociación se convierten en ceñ iros de atracción para los elementos que fuerzas provenientes de la aso ciación rechazan y reprimen [68]”. Segúñ lo dice Freud en un artículo exactamente contemporáneo,10 su evolución en el plano teórico lo condujo en consecuencia a pen sar que la “defensa en el sentido puramente psicológico ha sido reempla zada por la represión sexual orgánica”.11 De modo que ésta consiste en la aparición de esos diques psíquicos12 que canalizan y cierran el curso de la excitación sexual: pudor, asco, vergüenza, compasión, dolor, aspi raciones morales y estéticas, horror al incesto. “Verosímilmente, ellos se constituyen a expensas de las tendencias sexuales del niño (asi") des viadas de su uso propio y aplicadas a otros fines [70].” Esos diques son los “depósitos históricos de las inhibiciones exteriores impuestas a la pulsión sexual en la filogénesis de la humanidad [174, nota 29]”. Ese proceso es en efecto la fuente de las sublimaciones y del desarrollo mo ral y cultural de la humanidad, por lo menos en lo que concierne a las pulsiones cuya integración en lasexualidad adulta13 es imposible (sadomasoquismo, tendencias incestuosas y homosexuales, analidad, etcétera). III resto se subordina a la primacía genital y a la elección de objeto hete rosexual, procurando los “placeres preliminares” que sirVen de introduc ción en el desarrollo del acto sexual. En cuanto a la elección de objeto Infantil (incestuoso), “los fines sexuales así formados han sufrido una especie de suavización y se presentan en este período como constitu yendo una corriente de ternura en la vida sexual [98]”.
IV Perversión y teoría de las neurosis De modo que Freud intenta entonces responder mediante una amplia teode la pulsión sexual a la cuestión que la teoría de la deducción había procurado resolver con la más elegante de las soluciones psicológicas, la de la causa de la represión de los impulsos libidinales. Desde luego, como ya lo hemos visto, esa tesis fuertemente evolucio nóla apelaba en gran medida a la ley biogenética de Haeckel, es decir a I» determinación filogenética del desarrollo individual: “La filogénesis ha podido fijar el orden en el cual las diferentes pulsiones entran en activi dad y determinar el momento de su manifestación antes de que desaparez can bajo la influencia de una pulsión nueva, o como consecuencia de una represión caracterizada [160].” Así es que en ese punto la mutación
rfu de la evolución
que transforma en causas de displacer antiguas fuentes de placer y explica» la represión inicial (ausencia de transcripción) es asignada a una determi- ■ nación biológica, fijada por la historia de la especie y la herencia. Del 1 Esquisse subsiste la idea de una temporalidad en dos momentos y la dq s un efecto demorado (la pulsión primitiva continúa actuando en el i n - 1 consciente) pero traspuesta al plano de la historia de la especie: “La a instauración bifásica del desarrollo sexual, en otras palabras la interrup- 9 ción de ese desarrollo por el período de latencia, nos ha parecido (...) una 1 de las condiciones que permiten al hombre el desarrollo hacia una civili- i zación más elevada (y) también la explicación de las predisposiciones a i las neurosis. En los animales emparentados con el hombre no conoce- i mos nada análogo. Para encontrar los orígenes de esta particularidad en i el desarrollo humano habría que remontarse a la prehistoria [150].” 1 De modo que es allí donde se inscribe la interpretación de las mani- 1 festaciones psicopatológicas. Va a tratarse esencialmente de una explica- 1 ción de las represiones exteriores (secundarias) de la pubertad y de sus e- j fectos. Su punto de partida es una predisposición que conocemos desde 1 cierto tiempo: “La energía de la pulsión sexual (...) es la fuente de ener- 1 gía más importante de la neurosis y la única constante. De manera que I la vida sexual de los enfermos se manifiesta exclusivamente, o en gran i medida, o parcialmente, a través de esos síntomas. Estos no son (...) 1 más que la actividad sexual del enfermo [50-51].” Pero a esta tesis ya 1 clásica del pensamiento freudiano se añade en adelante una corrección e- I sencial: “Los síntomas mórbidos no se desarrollan a expensas de la pul- I sión sexual normal (por lo menos no exclusivamente ni de una manera i preponderante), pero representan una conversión de pulsiones sexuales ] (...) perversas (...). Por así decirlo, la neurosis es el negativo de la | perversión [53-54].”14 Para ello hay una razón esencial, además de los 1 factores de fijación que examinaremos más adelante: “una represión se- 1 xual que supera la medida normal (...) una intensificación del desarrollo i de las fuerzas que se oponen a la pulsión sexual [52]”, lo que entraña que 1 “la libido sea detenida en su curso, como un río es desviado de su lecho 1 principal, y que se dirija hacia vías colaterales que hasta allí carecían de i empleo [59]”. i En este punto entran en juego tres factores: —La intercambiabilidad relativa de las satisfacciones pulsionales: la libido funciona en cierta manera como un todo, cosa queexpresan las metáforas del río o de los vasos comunicantes. — La relativa contingencia del objeto sexual apunta en el mismo sentido: “Hemos ahora advertido el error (...) cometido al establecer lazos demasiado íntimos entre la pulsión sexual y el objeto sexual. (...) Es lícito creer que la pulsión sexual existe de entrada independientemente
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de su objeto, y que su aparición no está determinada por excitaciones provenientes del objeto [31].” Freud subraya así la fragilidad de la sol dadura entre pulsión y objeto en el caso de la sexualidad si se la compa ra por ejemplo con el hambre (cf. [32]). —El factor “actual” de represión cultural, cuyo papel Freud no cesará de subrayar, y que obra como embalse en el “lecho principal” de la co rriente libidinal.15 De todo ello resulta al fin de cuentas que “los neuróticos permanecen en el estado infantil de la sexualidad o vuelven a caer en ese estado [62]”, es decir que su sexualidad tiene la misma morfología que la de los per versos sexuales. De modo que uno se ve remitido hacia la determinación de las perversiones sexuales, respecto de las cuales las neurosis no son más que el reverso. “La pulsión sexual en sí se nos (aparecía) como un conjunto que, en el caso de las perversiones, se disocia [146]”; “todos los trastornos mór bidos de la vida sexual pueden ser considerados con todo derecho resul tantes de inhibiciones en el curso del desarrollo [112]”. También aquí la teoría evolucionista del desarrollo de la sexualidad explicará los trastor nos patológicos de ese desarrollo: “cada etapa de esta prolongada evolu ción puede convertirse en un punto de fijación; cada ensambladura de es ta combinación complicada puede dar lugar a una disociación de la pul sión sexual [152].” Desde la infancia a la pubertad y la edad adulta, las pulsiones sexuales se originan de modo aislado, funcionan anárquica mente, y después se organizan en un todo jerárquico y orientado; esta or ganización puede ser perturbada: entonces se constituye la fijación pa tógena que la disocia. Una o varias pulsiones parciales continúan diri giendo por sí mismas su actividad, puntos de cristalización de una per versión, puntos de llamada para la constitución futura de una neurosis en el momento de un bloqueo ulterior de la satisfacción sexual (reflujo co lateral después de represión secundaria), a menos que una sublimación rica pueda drenar las energías sin consecuencia patológica notable. Una serie de factores pueden ser objeto de discusión en ese trastorno evoluti vo y, como regla, colaboran para constituirlo: —Antes que nada, la constitución sexual innata, que consiste “en una preponderancia de tal o cual fuente de excitación sexual [153]”. Es preciso considerar en gran medida “las represiones y sublimaciones co mo una parte de las disposiciones constitucionales del individuo, como sus manifestaciones mismas [157-158]”. —Entre los factores constitucionales, es preciso apartar tres elemen tos que se refieren no a la relación de las pulsiones parciales, sino a la temporalidad. Se trata en primer lugar de la “precocidad sexual espontá 359
nea, que se encuentra invariablemente en la etiología de las neurosis (y) se manifiesta por una interrupción, una abreviación o una supresión del período de latencia. Su efecto será hacer más difícil el dominio deseable de la pulsión sexual por las instancias psíquicas superiores [159]”; a continuación, el orden de aparición y la duración de la actividad de las pulsiones parciales; en efecto: “No es indiferente que una corriente surja antes o después de la corriente contraria, pues el efecto de una represión no puede ser anulado [160]”;16 por fin, la tenacidad, “capacidad de fijación de las impresiones de la vida sexual [161]”, factor que Freud denominará más tarde viscosidad de la libido y que explica que “las mismas manifestaciones sexuales precoces no ejerzan en otros sujetos una in fluencia lo bastante profunda como para forzarlos a la repetición [161]”. —Finalmente, las “causas ocasionales”, es decir las experiencias par ticulares, accidentales de la primera infancia, factores de la historia personal y de las influencias experimentadas.
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Freud subraya que “no es fácil evaluar la importancia de los factores constitucionales y accidentales. Desde el punto de vista teórico, uno se verá siempre llevado a sobrestimar los primeros, en tanto que en la prác tica terapéutica prevalecerá la importancia de los segundos. (...) En lá mayoría de los casos, se puede imaginar una serie complementaria en la que las intensidades decrecientes de uno de los factores son compensadas por las intensidades crecientes del otro, lo que, no obstante, no puede servir para negar la existencia de casos extremos [158]”. Así, propone designar “degeneraciones hereditarias [153]” los casos puramente consti tucionales en los que la debilidad innata de la pulsión genital es la verda- i dera fuente del desarrollo patológico (esto es a su juicio lo que ocurre en 1 el fetichismo: [39]). - < Por lo tanto, en adelante Freud relaciona los descubrimientos psicoanalíticos con una teoría muy biologizante. En ella hemos encontrado profundamente inscripta la huella de las concepciones del Esquisse, reinterpretadas en un marco evolucionista en el que la filogénesis del ; instinto sexual y del aparato psíquico explica sus estructuras y su deve nir. La sexualidad sigue debiendo su poder patógeno a su aparición en dos fases, pero ahora son los acontecimientos de la historia supuesta de la especie los que determinan su efecto. En el nivel de la patogénesis individual, “las influencias accidentales provenientes de la experiencia (han) retrocedido a un segundo plano, de modo que los factores de la constitución y de la herencia necesariamente recuperaron una vez más la parte preponderante”.16bis Más que nunca se subraya “la semejanza de las neurosis con los fe nómenos de intoxicación y de abstinencia.(...) Resulta apenas posible e> 360
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vi lar representarse esos procesos como siendo en última instancia de naluraleza química, de manera que en lo que se llama neurosis actuales po demos reconocer los efectos somáticos de los trastornos del metabolis mo sexual y en las neuropsicosis los efectos psíquicos de esos mismos trastornos”.17 También Freud en la conclusión del caso “Dora” les dice a quienes en su doctrina sólo ven una pura psicogénesis, que “la teoría no omite en absoluto indicar el fundamento orgánico de las neurosis (...) al reemplazar provisionalmente las modificaciones químicas, por cierto probables, pero actualmente inaprehensibles, por la de la función orgá nica. (...) Sólo la técnica terapéutica (psicoanálisis) es puramente psico lógica”.18 Sabemos en qué la objetividad de los fenómenos inconscien tes parece necesitar, para el espíritu de Freud, el recurso a una materia lidad, en el momento mismo en que relata el primero de los grandes psicoanálisis. Examinemos cómo se inserta allí la teoría de un trata miento “puramente psicológico”.
Teoría de la técnica
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Durante toda esta fase del pensamiento freudiano, la concepción genética del tratamiento psicoanalítico siguió estando muy impregnada por el modelo catártico y la “ecuación fundamental” recuerdo-síntoma.19 “El iratamiento debe tender a suprimir las amnesias. Cuando todas las lagunus de la memoria han quedado colmadas, todas las misteriosas reaccio nes del psiquismo explicadas, tanto la continuación como la recidiva de una neurosis pasan a ser imposibles.”20 Ello tiene que ver con las dife rencias de los modos de funcionamiento del sistema inconsciente y el sistema preconsciente-consciente: “La traducción de ese inconsciente en conciencia en el psiquismo del paciente debe llevar a este último a lo normal y a suprimir la coacción a la que está sometida su vida psíquica. I'n efecto, la voluntad consciente se extiende a todos los lugares en los que se producen procesos psíquicos conscientes y toda coacción tiene su fuente en el inconsciente. (...) Sólo empleando nuestras energías psíqui cas más elevadas, siempre ligadas al estado de conciencia, podemos do minar nuestras pulsiones.”21 De modo que el tratamiento tiene por finalidad asegurar un mejor do minio del sistema ligado a la conciencia (yo o preconsciente) sobre el conjunto de la vida psíquica y en particular sobre el material patógeno Inconsciente;22 allí reside al mismo tiempo el resorte de su efecto tera péutico. A esta concepción están vinculados dos temas esenciales: —En primer lugar, el aspecto pedagógico del tratamiento: “La apari ción del inconsciente se asocia a un sentimiento de ‘displacer’; de allí la 361
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oposición por parte del analizado... Si se lleva al paciente a aceptar, en virtud de una mejor comprensión, lo que hasta allí había rechazado (re-t primido) como consecuencia de una regulación automática del displacer, se habrá realizado una buena parte del trabajo educativo.”23 —En segundo término, las cualidades personales que tienen que pret sentar los pacientes para poder beneficiarse con el tratamiento. Además de la necesidad de un mínimo de inteligencia,24 “hay que rechazar a los enfermos que no poseen un grado suficiente de educación y cuyo carácter no es lo bastante seguro. (...) La enfermedad de un paciente no debe disi mulamos el verdadero valor de este último. (...) Nos resulta grato verifi car que el psicoanálisis está en condiciones de ayudar con mayor eficacia justamente a las personas de mayor valor, a las personalidades más evo lucionadas”.25 En efecto, “es partiendo del estado normal como se llega a controlar el estado patológico. (...) La psicoterapia analítica no es un método de tratamiento de la degeneración neuropática; por el contrario, en ese punto se ve detenida”.26 Así la concepción general biologizante del psiquismo, de su evolu ción y su patología, tal como Freud la presenta en esta fase, encuentra su contrapartida en una teoría intelectualista, a la vez cognitiva y peda gógica del tratamiento. Volvemos a encontrar allí la ligazón interna en tre asociacionismo y psicologismo:27 el último oblitera las lagunas psicológicas del primero. De modo que no hay que sorprenderse de hallar la noción de “degeneraciones psíquicas” en la encrucijada de lo que está más allá, per una parte, de una comprensión clínica que todavía no su pera en mucho el aspecto “dramático”28 y, por otro lado, de una terapéu tica cuyas indicaciones siguen limitándose a los pacientes más “norma les” de una cierta clase social.29 La personalidad, cuyos trastornos pro fundos están totalmente fuera del alcance del tratamiento psicoanalítico, tanto como lo está su estructura psicológica a la teoría, sigue siendo más que nunca el punto ciego del pensamiento freudiano. Fue por lo tanto una muy profunda mutación interna la que operó la renovación clí nica y conceptual que marca los primeros pasos del psicoanálisis en ese terreno: vamos a tratar de delimitar su origen y su desarrollo.
NOTAS 1. S. Freud: L'Interprétation des reves, 1899; cit. infra, en este capítu lo, con el número de página de la edición francesa entre corchetes, sin llamada; salvo mención en contrario, las bastardillas son de Freud. 2. Freud precisa que ignora “lo que puede ser el mecanismo de ese proce-
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so; si alguien se interesara en él, tendría que recurrir a analogías físicas y tratar de representarse los procesos motores que acompa ñan la excitación de las neuronas [510]”. Pasaje que sería sin duda enigmático si no contáramos con el Esquisse. ' S. Freud: Le mot d'esprit et ses rapports avec Vinconscient, 1905, 1 págs. 282-283. ■I S. Freud: “Des sens opposés dans les mots primitifs”, 1908, en Essais de psychanalyse appliquée, págs. 59-67. ^ Cf. R Bercherie: “La constítution du concept freudien de psychose”, que aparecerá en Ornicar? U Infra, las citas aparecen con el número de página de la edición france sa (S. Freud: Trois essais sur la théorie de la sexualité) entre corchetes hasta el final de este capítulo, sin llamadas; salvo mención en contrario, las bastardillas son de Freud. / Cf. supra , cap. 13. H Freud sólo reconocerá la existencia de “organizaciones sexuales infan tiles” en la etapa siguiente de la evolución de su pensamiento (cf. infra, cap. 15). Cf. supra, cap. 10. 10. S. Freud: “Mes opinions sur le role de la sexualité dans l'étiologie des névroses”, 1905, S. E., VII, págs. 269-279. I I. Ibíd., pág. 278. 11. Más exactamente, el primer tiempo consiste en que las pulsiones in fantiles, debido “al desarrollo ulterior del individuo, (ya no podrí an) producir más que sensaciones de displacer. Esas excitaciones sexuales provocadas harían así entrar en juego contrafuerzas, o re acciones que, para poder reprimir eficazmente esas sensaciones de sagradables, establecerían diques psíquicos [71]”. 1 Integración de todas maneras parcial: un contingente importante de las pulsiones parciales integradas con primacía genital todavía ali menta el proceso de sublimación. 14. Desde la carta 52 que, en muchos aspectos, representa el punto de ar ticulación entre el Esquisse y la fase que estamos examinando, Freud consideraba que “en la histeria se trata, de hecho, antes bien del rechazo de una perversión que de una negación de la sexuali dad” (S. Freud: Lettres á W. Fliess, n5 52, 6 de diciembre de 1896, en La naissance... pág. 159). 15. Cf. supra, cap. 13, y S: Freud: “La morale sexuelle ‘civilisée’ et la maladie nerveuse des temps modemes”, 1908, en La vie sexuelle, págs. 28-46. I(>. Freud cita en particular el caso de los homosexuales que han conocido un breve y fugaz período heterosexual en el comienzo de la puber tad. lfibis. S. Freud: “Mes opinions...”, S. E., VII, pág. 275. 17. Ibíd., págs. 278-279; es necesario recordar que se trata de la única teoría de la angustia (transformación directa, de aspecto tóxico, de la libido reprimida) en esta etapa del pensamiento freudiano.
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18. S. Freud: Fragment d'une analyse d'hystérie (Dora), 1901, pub. en 1905, en Cinq psychanalyses, pág. 84. 19. Cf. D. Widlocher: Freud et le probléme du changement, primera par te. 20. S. Freud: “La méthode psychanalytique de Freud”, 1904, en La tech* ñique psychanalytique, págs. 5-6. 21. S. Freud: “De la psychothérapie”, 1904, en La technique..., pág. 20. 22. Proceso terapéutico que Freud formuló con frecuencia como reemplazo de la represión por el juicio consciente, eventualmente de condena. Condena ya clara en el Esquisse, por otra parte, y que aparece en observaciones tales como la siguiente: “La represión puede ser considerada intermediaria entre el reflejo de defensa y la condena.” (S. Freud: Le mot d'esprit..., págs. 290-291.) La terapia apunta a reforzar el empleo de los mecanismos psíquicos más “recientes” y evolucionados. 23. S. Freud: “De la psycothérapie", en La technique..., pág. 20 (las bastardillas son mías). 24. Lo mismo que, por otra parte, de la ausencia de una verdadera enfer medad mental: psicosis, estados confusionales y melancólicos (cf. S. Freud: “De la psychothérapie”, en La technique..., pág. 7). 25. S. Freud: “De la psychothérapie”, en La technique..., págs. 17-18. 26. S. Freud: “De la psychothérapie”, en La technique..., pág. 17 (las bastardillas son mías). 27. Lazo esencialmente cartesiano: la división de sustancias materiales (cuerpo) y espirituales (psiquismo) constituye su fondo. 28. Cf. supra, cap. 13. 29. En tal sentido, el caso Dora, de publicación exactamente contemporá nea, constituye el modelo del pensamiento freudiano de la década de 1900.
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Capítulo XV LA M UTACION DE LOS CONCEPTOS FREUDIANOS: NARCISISM O Y PERSONALIDAD (1909-1919)
Las fuentes: Janet y la escuela de Zurich Alrededor del año 1909, una muy profunda mutación interna trabajaba el pensamiento freudiano: pronto se difundirá en los textos de los afíos 1911-1917, que culminaron en un gran intento de síntesis, con la Métapsychologie y las lecciones de Introduction á la psychanalyse. La primera huella de la nueva orientación se encuentra %n la quinta de las conferencias pronunciadas por Freud en setiembre de 1909 en la Clark University, en oportunidad de su viaje a Estados Unidos de América, acompañado por Jung. Freud observa que “los hombres caen enfermos cuando, como consecuencia de obstáculos exteriores o de una adaptación insuficiente, la satisfacción de sus necesidades eróticas les es negada en la realidad. Vemos entonces que se refugian en la enfermedad, a fin de poder obtener, gracias a ella, los placeres que la vida les niega”.1 Ocurre en efecto que “mantenemos dentro de nosotros toda una vida de fantasía que, al realizar nuestros deseos, compensa las insuficiencias de la exis tencia verdadera. El hombre enérgico y que tiene éxito es aquel que llega a transmutar en realidades las fantasías del deseo. Cuando esa transmuta ción fracasa por falta de circunstancias exteriores y por la debilidad del individuo, éste se aparta de lo real; se retira al universo más feliz de su sueño; en caso de enfermedad transforma su contenido en síntomas”.2 A ese tema nuevo (el de la polaridad entre una adaptación a lo real concebida como una tensión en la acción — más tarde Freud la llamará "aloplastia”— y un refugio patógeno en el mundo interior de ensueños lantasmáticos omnipotentes —“autoplastia”—) vamos a encontrarlo ín timamente ligado a la introducción de la noción de narcisismo y a un 365
nuevo análisis de la estructura y el funcionamiento del aparato mental. No se trata de que el problema del fantasma sea en Freud una novedad; lejos de ello: desde el abandono de la teoría de la seducción, el fantasma avanzó cada vez más al primer plano de la exploración psicoanalítica3 como encamación privilegiada (representante psíquico) de la pulsión y matriz del síntoma. Pero hasta entonces el fantasma había sido concebi do como una especie de eslabón intermedio entre la tensión somática pulsional y la descarga en la acción adecuada; proyecto de acción, recuer do de experiencia satisfactoria pasada, también podía por cierto represen tar una especie de satisfacción sustitutiva de la pulsión cuando a ella se le negaba una salida más adecuada (papel del “sueño diurno”, al que Freud considera una de las matrices del fantasma). Pero en ningún caso hasta entonces el fantasma había sido concebido como una de las ver tientes de la actividad psíquica en su mediación entre la pulsión y la rea lidad Esa nueva orientación de la mirada freudiana tiene su fuente en los contactos que en 1909, desde poco más de dos años, Freud mantenía cori la escuela de Zurich, es decir esencialmente con Jung y accesoriamente también con Bleuler y Abraham. A lo largo de toda la rica corresponden cia que Freud sostuvo con Jung (la única en la que se halla el mismo aliento y el mismo nivel que caracterizaron el intercambio con Fliess) parecería que la mutación se forjó en un terreno principal de discusión: el problema de las psicosis. El debate se refiere primero a la autonomía nosográfica de la demencia precoz (esquizofrenia) con relación a la para noia. La posición de Freud está de entrada extremadamente construida: en lo esencial ya corresponde poco más o menos al análisis que desarrollará con respecto al presidente Schreber. Su idea básica es que se trata fundamentalmente de una sola entidad de un solo proceso patológico, cuya versión completa, canónica, es la paranoia (en el sentido prekraepeliniano): “La paranoia sigue siendo el concepto teórico; demencia precoz parece ser en efecto una expresión esencialmente clínica.”4 Freud expone el modo en que se representa el conjunto de ese proce so complejo, en una carta del 21 de abril de 1907,5 que acompaña un manuscrito acerca de ese tema redactado en el mismo momento,6 y en la carta siguiente del 23 de mayo.7 En ese manuscrito de abril de 1907 Freud estableció que en la paranoia, a continuación del conflicto, “la li bido le es retirada al objeto. (...) La hostilidad hacia el objeto que se ma nifiesta en la paranoia (...) es la manifestación endógena de la desinvestición libidinal.8 (...) La investición retirada al objeto es vuelta hacia el yo, es decir que se convierte en autoerótica. Así, el yo paranoide está sobreinvestido —egoísta, megalómano— ”.9 Tal es el primer tiempo, el de la represión:10 “La libido abandona la representación de objeto, la cual, > 366
de ese modo precisamente despojada de la investición que la designaba como interior, puede ser tratada como una percepción y proyectada hacia el exterior (donde) puede ser acogida fríamente durante un momento”.11 Desde ese punto de partida común “es posible entonces construir Ircs casos: ” 1) la represión... tiene un éxito definitivo; entonces hay (...) de mencia precoz. (...) Quizás la representación de objeto proyectada apa rezca sólo pasajeramente en la ‘idea delirante’; la libido se agota definiti vamente en autoerotismo, la psique se empobrece (...); ”2) o bien, en el momento del retomo de la libido (fracaso de la pro yección) solamente una parte es dirigida hacia el autoerotismo; otra bus ca de nuevo el objeto, que debe entonces ser hallado en el extremo per ceptivo, y que es tratado como una percepción. Entonces la idea delirante se hace más acuciante, la contradicción contra ella cada vez más violen ta, y todo el combate de defensa se libra de nuevo, como rechazo de la realidad (...) hasta que finalmente la libido recién llegada sea sin embar go arrojada al autoerotismo, o que una parte de ella quede perdurable mente fijada en el delirio. (...) Se trata de la demencia precoz en el paranoide, el caso por cierto más impuro y más frecuente; ”3) o bien la represión fracasa por completo. (...) La libido recién llegada gana al objeto en adelante convertido en percepción, produce ide as delirantes extremadamente fuertes, la libido se cambia en creencia, se desencadena la transformación secundaria dél yo; esto da la paranoia pu ra”.12 En esta última forma volvemos a encontrar los primeros análisis de Freud,13 pero en adelante, respecto de la paranoia, “el mecanismo sólo se vuelve (...) explicable por medio de esa serie que va hasta la demencia precoz completa”, 14 es decir a través del concepto de desprendimiento de la libido y por lo tanto de la referencia a una regresión autoerótica. Hay allí, por otra parte (es necesario precisarlo) una idea ya antigua de Freud,15 que le habla de ella a Fliess en su carta del 9 de diciembre de 1899: “Me he visto llevado a considerar la paranoia como el acceso de uha corriente autoerótica.”16 De modo que en 1907 comunicó ese análi sis a Jung, al mismo tiempo que a Abraham,17 quien lo adoptará y, en lo que concierne a la demencia precoz, publicará en tal sentido, en 1908, su artículo “Les différences psychosexuelles entre l'hystérie et la démencc précoce”.18 En cuanto a Jung, opuso un cierto número de argumentos que ponían de manifiesto una posición bastante distinta sobre el conjun to del problema, traduciendo por cierto lo que Freud entendió inmediata mente sin duda y a justo título como la influencia rival de su “jefe” Bleuler, pero también probablemente la gravitación de un material clíni co específico, el de las grandes psicosis asilares. Bleuler, en efecto, estaba completamente de acuerdo con Kraepelin en 367
distinguir del grupo de la demencia precoz-esquizofrenia, una paranoia restringida, que subsumía las psicosis delirantes crónicas no alucinatorias cuyo desarrollo, no disociativo, se desplegaba “con conservación completa de la claridad y del orden en el pensamiento, la voluntad y la acción”.19 En su obra de 1906 Bleuler entiende la paranoia como la sis tematización de una reacción afectiva de ciertos predispuestos a situacio nes vitales que defraudan sus esperanzas, los humillan, y a las cuales el delirio aporta una desmentida directa (delirio de grandezas) o indirecta, re lacionando el fracaso del sujeto con la mala voluntad del ambiente (deli rio de*persecución). En resumen, una reacción de afirmación de sí que manifiesta la protesta de un yo vigoroso e hipersensible; de allí las afirmaciones de Bleuler según las cuales los complejos sexuales sólo de sempeñarían un papel débil en la patogenia de la paranoia verdadera, mientras que al “complejo del yo” (o complejo personal) le correspondía el lugar principal. De entrada, Freud acogerá mal ese tipo de análisis: “No sé qué hacer con la ‘personalidad’, ni tampoco con el ‘yo’ bleuleriano. (...) Pienso que son conceptos de psicología de superficie.”20 Asi mismo, le escribió a Abraham poco después: “ ‘Personalidad’, de la misma manera que el concepto del yo de vuestro jefe (Bleuler), es una expresión poco determinada, que pertenece a la psicología de superficie y que, para la comprensión de los procesos reales, y por lo tanto para la metapsicología, no aporta nada en particular.”21 En cuanto a la demencia precoz, en el centro de las preocupaciones de Jung (cuya posición se elaboró lentamente bajo los ojos del propio Freud)22 estaba la noción que un poco más tarde -Bleuler denominará autismo. Desde el principio recibió la noción de autoerotismo otorgán doles una significación muy particular: “Cuando usted dice que la libido se retira del objeto, quiere sin duda decir que se retira del objeto real por razones normales de represión (obstáculos, imposibilidad evidente de re alización, etcétera) y que se vuelve hacia una burla fantasmática del con trol de lo real, con lo cual inicia su juego autoerótico clásico.”23 De modo que Jung trata de ubicar el concepto freudiano en una polaridad entre la realidad y el fantasma: “El autoerotismo, como sobrecompensación de los conflictos de realidad es en gran medida teleológico. (...) Las psicosis (...) deben sin duda comprenderse como aislamientos pro tectores que han fracasado, o más bien que se han desarrollado desmesu radamente. (...) Los enfermos no se esfuerzan (...) por intentar ajustes a la realidad, por el salto de relaciones nuevas adecuadas. (...) La paranoia busca soluciones interiores (al conflicto).”24 De allí proviene el análisis que propone del mecanismo patógeno: “El desprendimiento y la retroformación de la libido en formas autoeróticas tienen probablemente una muy buena razón en la afirmación de sí, en la autoconservación psicoló gica del individuo.”25 Se trata de la idea de la “fuga a la enfermedad”26 y 368
se puede ver a Jung extender el análisis bleuleriano al conjunto de las dos grandes psicosis. Por ello no tiene inconvenientes en aceptar la sínlesis freudiana. Por lo demás, la concepción que elabora parece tener un nlcance más general, puesto que con diversos resultados se aplica finalunente al conjunto de los procesos neuróticos. No obstante, “la histeria, junto con la represión, realiza siempre nuevos intentos de ajustes a la realidad, relaciones nuevas adecuadas”.27 De modo que Jung se verá lle vado a oponer las “neurosis de transferencia” a las “neurosis de introver sión” (psicosis) de acuerdo con lo que considera el desenlace ulterior de la enfermedad. Es interesante ubicar el origen de las concepciones de Jung. Cada vez que evoca el déficit mental que acompaña a la fuga autoerótica a la enfer medad (a la cual pronto denominará introversión de la libido) emplea en francés la expresión “descenso del nivel mental” 28 tomada de la teoría de la psicastenia de Pierre Janet. Por lo demás, el mismo explicita clara mente la filiación conceptual: “psicastenia = introversión de la libido = demencia precoz”.29 Como ya lo hemos visto respecto de la histeria,30 Janet consideraba las neurosis como efecto de un descenso de la tensión psicológica que hacía al sujeto incapaz de ejercer la función de lo real, la actividad psicológica que exigía el máximo de tensión mental (acción voluntaria adaptada), y lo dejaba librado al reino del los automatismos -los ensueños de autosatisfacción constituían uno de los aspectos, lo mismo que los síntomas de las neurosis— . La escuela de Zurich conocía bien a Janet: Bleuler tomó de él el marco conceptual de su teoría de la esquizofrenia, Jung asistió a sus cursos en París durante el invierno de 1902-1903. Además terminará por alinearse con el francés en posiciones homólogas, “considerando como fundamento constitucional de las neu rosis la mala relación entre libido (...) y afirmación de sí” ,31 traducción "adlerizante” de la teoría de Janet, puesto que las neurosis eran casos “de sobreinvestición de sí, o sea de debilidad en la adaptación, yendo ambas cosas siempre juntas” 32 Así, le afirmará finalmente a Freud que “la su presión de la función de realidad en la demencia precoz no se deja reducir a la represión de la libido”,33 puesto que esta última, por el contrario, sería su efecto. De entrada, Freud reaccionó negativamente a las ideas que Jung le comunicaba: la libido “no es autoerotismo mientras tiene un objeto, se trate de un objeto real o de un objeto fantasmático”,34 le respondió. Pe ro de modo progresivo irá manifestando por la concepción junguiana un interés creciente: “sus observaciones (...) han encontrado resonancia en mí”;35 “sus puntos de vista (...) son ciertamente justos pero no para la paranoia solamente. Conciernen sin duda a todas las neurosis y psico sis”.36 Al mismo tiempo, seguía suscribiendo la mayor parte de su pro pio análisis y se inquietaba por la evolución de Jung: “La psicología de 369
Adler nunca ve más que lo que reprime y describe en consecuencia la ac titud del yo con respecto a la libido como la condición fundamental de la neurosis. Encuentro que en el presente está usted en el mismo camino, casi con la misma palabra. Es decir que también usted, a causa del yo, que no he estudiado suficientemente, corre el riesgo de perjudicar a la li bido a la cual he rendido homenaje.”37 En adelante, Freud tratará de cu brir esa “insuficiencia” duplicando la psicología profunda, que hasta en tonces había sido esencialmente el psicoanálisis, con una psicología del yo a la que consagrará por sobre todo sus esfuerzos. El primer texto ca pital en ese sentido, Formulations sur les deux principes du fonctionnement mental, apareció en 1911; lo anunció a Jung con las siguientes palabras: “No se sorprenda ahora si encuentra una parte de las exposicio nes de sus escritos en un ensayo mío (...) y no me llame plagiario por ello, aunque tenga la tentación de hacerlo.”38 De modo que, a través del “plagio” (integración sería una palabra más precisa) de una concepción de Janet vía Jung, Freud emprende la re visión del modelo atomístico y “maquinístico” del psiquismo que hasta entonces había estructurado su pensamiento. Así se verá llevado a llenar esa laguna inicial de su mirada respecto de la cual he insistido varias ve ces: la ausencia de una percepción del aspecto de la personalidad en la es tructura subjetiva.
Incidencias en la teoría de las neurosis y del tratamiento A. Los dos regímenes del funcionamiento mental (
Desde las primeras líneas de las Formulations (el artículo apareció en 1911) Freud ubica el nuevo tema y su filiación: “Hemos observado des de hace mucho tiempo que toda neurosis tiene como consecuencia, y también verosímilmente por tendencia, rechazar al enfermo hacia afuera de la vida real, de hacerlo extraño a la realidad. Tal estado de cosas no podía haber escapado a la atención de Pierre Janet: él habla de una pérdi da de ‘la función de lo real’ como de un carácter particular de las neuro sis, pero sin descubrir la relación de ese trastorno con las condiciones fundamentales de la enfermedad. La introducción del proceso de repre sión en la génesis de la neurosis nos ha permitido tomar conocimiento de esa relación. El neurótico se aparta de la realidad porque —en todo o en parte— la encuentra insoportable. (...)39 De ello resulta para_noso-' tros la tarea de realizar investigaciones acerca del desarrollo de la relación del neurótico y del hombre en general con la realidad, y la de incluir así 370
la significación psicológica del-mundo exterior real en el ensamblaje de nuestra doctrina.”40 Como se ve, Freud integró completamente el punto de vista junguiano: en adelante experimentó algo así como una urgencia por cons truir la teoría de ese modo de ver. Trató de hacerlo a partir de los mate riales de los cuales ya disponía, retomando la oposición genética entre los sistemas inconscientes (proceso primario, principio del placer) y preconsciente-consciente (proceso secundario, principio de realidad). Pero en lo que concierne a la descarga motriz aparece un matiz importante, cuando ella pasa bajo el régimen del principio de realidad: “Durante la dominación del principio del placer, la descarga motriz había servido pa ra aliviar el aparato psíquico de los aumentos de excitación, conformán dose a esa tarea mediante inervaciones enviadas al interior del cuerpo (mímica, manifestaciones de los afectos); en ese momento recibe una nueva función, al servir para la transformación adecuada de la realidad. Se convierte en acción.”41 En el modelo reflexológico utilizado por Freud hasta allí, el proceso primario se traducía en una alucinación del objeto (satisfaciente o nocivo) seguida de la acción específica, inadecua da en ese caso en virtud de la no-presencia real de su objeto. De modo que aquí se describe un proceso muy diferente: el funcionamiento prima rio se consume en descargas energéticas internas, lo que durante cierto tiempo es posible en el lactante desde que “sólo se le añaden los cuida dos de la madre”.42 En consecuencia, dos regímenes de funcionamiento se suceden en adelante en la óptica freudiana: el primero, autístico (Freud remite aquí al término de Bleuler), no tiene en cuenta la realidad y vive en una autar quía que no se comprende a menos que se tome en consideración el am biente (modelo del lactante, del huevo de ave); en el segundo, se realiza penosamente el aprendizaje de la acción, en tanto que ella apunta a una transformación apropiada de la realidad. De modo que ya no consiste en un montaje reflejo (“acción específica”) del cual el sistema secundario controlaría el disparador, sino en una actividad inventiva, que necesita de un conocimiento correcto de la realidad y una tensión mental costosa. Se comprende entonces la nostalgia del funcionamiento primario: “una tendencia general de nuestro aparato psíquico (...) parece expresarse en la tenacidad con la cual el hombre permanece apegado a las fuentes de pla cer que están a su disposición, y en su dificultad para renunciar a ellas. Con la instalación del principio de realidad, una cierta especie de activi dad del pensamiento fue escindida del resto; conservando su libertad con respecto a la prueba de la realidad, seguía sólo sometida al principio del placer. Se trata de la actividad fantasmática, que empieza a manifestarse ya en los juegos de los niños y que más tarde, continuada como ensue ño diurno, renuncia a apoyarse en objetos reales.”43 371
En ese punto resulta esencial captar el deslizamiento: ya no estamos ante dos regímenes de funcionamiento de un aparato que una prolongada evolución biológica ha adaptado a su función, sino ante dos modos je rarquizados de la actividad vital de un ser, a la vez organismo y sujeto, que realiza el duro aprendizaje de la adaptación a lo real, conservando la nostalgia de la autosuficiencia ilusoria de su vida “prehistórica”.44 Por cierto, el vocabulario sigue siendo globalmente el mismo, pero el mo delo ha sufrido una corrección tan esencial que en adelante ya no podrá cumplir con la misma función y, entre retoques y complementos, tendrá necesariamente que evolucionar hacia una refundición completa. Esa vez Freud integra totalmente el pensamiento evolucionista y avanza rápida mente hacia una conceptualización de tipo globalista. Las dos grandes etapas del desarrollo mental así establecidas arrojan una luz particular sobre el despliegue de los procesos patológicos. Casi desde la misma época, Freud opuso en sus análisis dos grupos pulsionales: “Las oposiciones entre las representaciones son sólo la expresión de los combates entre las diferentes pulsiones. La innegable oposición en tre las pulsiones que sirven a la sexualidad, a la obtención de placer se xual, y las otras cuya finalidad es la autoconservación del individuo, las pulsiones del yo, tiene una importancia muy particular en nuestro inten to de explicación.”45 Ahora bien, “el relevo del principio del placer por el principio de realidad (...) no se realiza de golpe, ni al mismo tiempo en toda la línea. En efecto, mientras que ese desarrollo progresa en las pulsiones del yo, las pulsiones sexuales se separan de él de una manera muy importante. Las pulsiones sexuales se comportan de entrada de mo do autoerótico (...) y por lo tanto no caen en la situación de frustración que ha obligado a la institución del principio de realidad. Más tarde, cuando comienza para ellas el proceso de hallazgo del objeto, este últi mo encuentra pronto una prolongada interrupción debida al período de latencia (...). Esos dos momentos (autoerotismo y período de latencia) tienen como consecuencia que la pulsión sexual se vea suspendida en su desarrollo psíquico y permanezca durante mucho más tiempo bajo el do minio del principio del placer (...). Como consecuencia de esas circuns tancias se constituye una relación estrecha entre la pulsión sexual y la actividad fantasmática, por una parte, y por la otra entre las pulsiones del yo y las actividades de conciencia. (...) Una parte esencial de la dis posición psíquica (que favorece) a la neurosis está así constituida por la educación retardada de la pulsión sexual para la consideración de la reali dad (...)” 46 De modo que siguen siendo las particularidades del desarrollo psicosexual las que explican la psicopatología, pero lo hacen a través de un análisis que privilegia la tendencia autística y desadaptada de la pulsión sexual, su afinidad con la satisfacción autoerótica y fantasmática, su pa 372
rentesco con el sistema inconsciente y sus depender »as. “Esa relación nos impresiona por su carácter muy íntimo (...) incluso aunque estas consideraciones extraídas de la psicología genética permitan reconocerla como secundaria.”47 Freud vuelve a encontrar algo de la síntesis del Esquisse, del lazo entre inconsciente y sexualidad: “La represión sigue siendo omnipotente en el dominio de la actividad fantasmática (...). Ese es el primer punto débil de nuestra organización psíquica, y puede ser utilizado para poner bajo el dominio del principio del placer procesos de pensamientos que ya se han adecuado a la razón.”48 Pero en adelante el proceso de regresión funcional puede apuntar tan to a la libido como a las pulsiones del yo: el yo que ha “efectuado su transformación de un yo-placer en un yo-realidaü!”49 volvería a encon trar así un modo de funcionamiento de tipo primario (cf. el caso de amencia de “Psychonévroses de défense”, modelo extremo de ese proce so). Verificaremos la utilidad de ese punto de vista para el conjunto del problema de las neurosis y, en particular, para la patología narcisista. Por otra parte, Freud extrajo de ese modo de ver las dos secuencias evo lutivas paralelas del yo y la sexualidad una nueva hipótesis acerca del problema de la elección de la neurosis: cada etapa de ese proceso, cada desfasaje en la sincronización de las dos series proporciona el germen (fi jación) de una disposición neurótica cuya forma depende del momento del impacto patógeno.50 B. Tipos de entrada en la neurosis En 1912 Freud comenzó a inferir de su nueva óptica ideas fecundas acer ca de la patología y la terapéutica de las neurosis. Así, en un pequeño artículo, “Sur les types d'entrée dans la névrose”, presta atención de nue vo a las modalidades del conflicto patógeno, distinguiendo cuatro tipos (por otra parte siempre presentes en alguna medida en cada caso concre to): —Para el primero, que corresponde a sus concepciones anteriores, “la posibilidad de volverse enfermo sólo comienza con la abstinencia. (...) La frustración51 tiene un efecto patógeno en cuanto embalsa la libido. (...) No existen (entonces) más que dos posibilidades para conservar la buena salud (...) la primera consiste en convertir la tensión psíquica en energía activa52 que queda dirigida hacia el mundo exterior y finalmente lo fuerza a acordar una satisfacción real de la libido; la segunda es (...) sublimar la libido embalsada”.53 Si las vías son impracticables o insu ficientes, “se tropieza con el peligro de que la libido se convierta en in trovertida. Ella se aparta de la realidad que ha perdido su valor en virtud del rechazo que opone al individuo, y se vuelve hacia la vida fantasmáti ca” 54 En ese sendero reúne el material infantil, desencadenando “un 373
conflicto (...) inevitable (con) la otra parte de la personalidad que perma nece relacionada con la realidad. (...) Conflicto resuelto mediante forma ciones sintomáticas y (...) una enfermedad manifiesta”.55 —En el segundo tipo, “el individuo (...) cae enfermo en su intento (...) por satisfacer la exigencia de la realidad. (...) De entrada está el conflicto presente entre el esfuerzo por seguir siendo como se es y el es fuerzo por modificarse en función (...) de las nuevas exigencias de la rea lidad”.56 En este tipo de caso, por lo tanto, domina la disposición por fijación y hace que “la modificación a la que apuntan los enfermos (y que) por lo común tiene el valor de un progreso en el sentido de la vida real (...) sólo puede ser realizada (por ellos) imperfectamente, o incluso no puede ser realizada en absoluto”.57 —El tercer tipo es una exageración del segundo; se trata de la “inhi bición del desarrollo (...). La libido no ha abandonado nunca las fijacio nes infantiles, la exigencia de la realidad no se le presenta bruscamente, de un solo golpe, a un individuo total o parcialmente maduro, (sino que) proviene del hecho simple del envejecimiento, puesto que va de suyo que se modifica continuamente con la edad del individuo. Aquí el con flicto se borra ante la insuficiencia”58 (cf. Janet), aunque de hecho esté presente un factor gradual, alimentando el conflicto. —El cuarto tipo corresponde al factor puramente cuantitativo; el in dividuo cae enfermo sin que nada haya cambiado en el mundo exterior. Un acrecentamiento endógeno (pubertad, menopausia, por ejemplo) de la producción libidinal, de alguna manera ha “desestabilizado” su equilibrio interno, actuando como una frustración (en este caso relativa) del primer tipo. Observemos que la nueva concepción permitió una integración ar moniosa de la antigua, presentando al mismo tiempo una ventaja nota-, ble: el segundo y sobre todo el tercer tipo corresponden, como patología de “la personalidad”, a lo que Freud llamaba anteriormente “degeneración neuropática”. Ese tipo de problema, si bien permanece esencialmente concebido en términos de disposición constitucional interna,59 no por e11o escapa más a la luz de una verdadera comprensión psicoanalítica. El cambio de óptica permite así localizar conceptualmente el elemento fun damental de la patología, en un nivel que la teoría del desarrollo de la li bido (en el sentido restringido de Trois essais) no permitía alcanzar y que la referencia al narcisismo60 por fin esclarece. C. Resistencia y transferencia en el tratamiento analítico Es muy evidente que la nueva óptica modifica por igual el abordaje teó rico y la concepción concreta del tratamiento y de su desarrollo. En ade 374
r lante el acento cae en la resistencia al proceso analítico y en la función de la transferencia: “Desde hace Inucho tiempo hemos dejado de creer (...) que el enfermo sufría de una especie de ignorancia y que si uno la disipa (...) su curación era segura.61 Ahora bien, esa ignorancia tiene su fundamento en las resistencias interiores que empezaron por provocarla y que continúan manteniéndola. (...) Al revelar a los enfermos su in consciente, siempre se provoca en ellos una recrudescencia de sus con flictos y un agravamiento de sus síntomas. (...) El psicoanálisis (...) prescribe no realizar (esas revelaciones) a menos que se cumplan dos condiciones: 1) gracias a un trabajo preparatorio, los materiales reprimi dos tienen que encontrarse muy próximos a los pensamientos del j>aciente; 2) el apego del paciente al médico (transferencia) debe ser lo bas tante fuerte como para que ese lazo sentimental le vede una nueva fu ga.”62 De modo que en ese punto Freud va a volverse hacia la teoría de la , transferencia, en adelante, eje esencial del tratamiento. Así, dividirá las manifestaciones transferenciales en dos grupos: “Todo individuo al cual la realidad no le aporta la satisfacción completa de su necesidad de amor se vuelve inevitablemente, con una cierta esperanza libidinal, hacia todo nuevo personaje que entra en su vida, y es entonces más que probable que las dos partes de su libido, la que es capaz de acceder a la conciencia y la que permanece inconsciente, desempeñen su función en esta acti tud.”63 Desde luego, es la segunda parte la que constituye todo el pro blema de la transferencia en el tratamiento. Por “lo que Jung, de manera excelente, denominó introversión de la libido (...). La libido se com promete (...) en la vía de la regresión y reactiva las imaginaciones infan tiles. El tratamiento sigue a la libido en ese camino y trata de hacerla de nuevo accesible a la conciencia para ponerla finalmente al servicio de la realidad”.64 Pero esta marcha choca con la resistencia del conjunto de las fuerzas que han provocado la regresión: no solamente las fuerzas repre soras, sino también la libido introvertida para la cual “la atracción de la realidad se ha vuelto menor”.65 “Aquí surge la transferencia (que) se ma nifiesta bajo la forma de una resistencia, de una interrupción de las aso ciaciones,por ejemplo. (...) La idea de transferencia, con preferencia a todas las otras asociaciones posibles, ha llegado a deslizarse hasta la conciencia justamente porque ella satisface la resistencia."66 En efecto, “desde que el analizado es presa de una intensa resistencia de transferencia, se ve rechazado de la realidad en lo que concierne a sus relaciones con el médico y se arroga el derecho de transgredir la regla fundamental”.67 “Las reacciones provocadas iluminan ciertos caracteres de los procesos inconscientes (...). Las emociones inconscientes tienden a escapar a la rememoración deseada por el tratamiento, pero buscan re producirse con el desprecio del tiempo y la facultad de alucinación pro 375
/ pias del inconsciente (poseyendo) un carácter de actualidad y de realidad (y) sin tener en cuenta la situación real”.68 Los elementos transferenciales de que se trata, que emanan de los complejos reprimidos, son de dos tipos: “una transferencia negativa o una transferencia positiva compuesta por elementos eróticos reprimidoseCuando ‘liquidamos’ la transferencia al hacerla consciente, apartamos simplemente de la persona del médico esas dos componentes de la relación afectiva; el elemento inatacable, ca paz de convertirse en consciente, para el psicoanálisis sigue siendo y de viene lo que es para todos los otros métodos terapéuticos: el factor de éxito” 69 De ese modo se dibuja una imagen muy diferente del tratamiento, ad quiriendo el relieve del viejo modelo catártico: la relación terapéutica por fin ocupa en ella el papel central. Si, por otra parte, la resistencia y la repetición en adelante desempeñan una función principal, ello se debe a la nueva concepción de la neurosis: la fuga hacia fuera de la realidad y hacia la enfermedad representa una actitud que el paciente no podrá supe rar más que en condiciones particulares y después de muchos esfuerzos. La transferencia es el lugar mismo de ese proceso, puesto que “el auto matismo de repetición (...) ha reemplazado el recuerdo por la compul sión”70 en la vida entera del enfermo; la transferencia representa sólo una de las formas particulares, ligada a las condiciones del tratamiento y a la resistencia. “En el manejo de la transferencia se encuentra el principal medio para detener el automatismo de repetición y transformar lo en una razón para recordar. Convertimos a esta compulsión en anodi na, incluso en útil, al limitar sus derechos, al no dejarla subsistir más que en un dominio circunscripto. Le permitimos el acceso a la transfe rencia, esa especie de arena donde le estará permitido manifestarse con una libertad casi total. (...) De ese modo la transferencia crea un dominio intermedio entre la enfermedad y la vida real, dominio a través del cual se efectúa el pasaje de la una a la otra.”71 Así la neurosis de transferencia, reemplazando a los síntomas, per mite ponerle “a las pulsiones salvajes las riendas de la transferencia”72 j conducir progresivamente a la conciencia y a la realidad las resistencias, y después el material reprimido, a través de una paciente “perlaboración”. El apego transferencial es a la vez la mejor herramienta del ana lista, la palanca mediante la cual arrastra al paciente hacia fuera d e ia neurosis, y el lugar donde se ponen en acto y se iluminan las fuerzas que han estado en juego en el proceso patológico. y‘El nombre de psicoanáli sis sólo se aplica a los procedimientos en los que la intensidad de la transferencia se utiliza contra las resistencias. Solamente entonces el es tado mórbido ya no puede existir, ni siquiera cuando la transferencia que da liquidada, como por lo demás su función lo exig De manera-que el psicoanálisis utiliza el mismo medio que los otros procedimientos te376
r rapéuticos, la sugestión — es decir, la potencia de la transferencia (posi tiva)— pero con una finalidad por completo distinta: en ello reside su eficacia. “Con el psicoanálisis, trabajamos sobre la transferencia misma, apartamos todo lo que se opone a ella, dirigimos hacia nosotros el insi trumento con cuya ayuda queremos actuar. Alcanzamos así la posibilidad de extraer un beneficio totalmente distinto de la fuerza de la sugestión que se vuelve dócil en nuestras manos.”74 En tal carácter, Freud puede insistir como antes en la “influencia educativa”75 del análisis: “El médico acude en ayuda (del enfermo) recu rriendo a la sugestión que obra en el sentido de su educación. Así se ha dicho con razón que el tratamiento psicoanalítico es una especie de pos educación,,”76 Si, en efecto, la nueva edición del conflicto patógeno que procura la transferencia tiene una posibilidad de desembocar en un desenlace más favorable que en el pasado, lo hace “a favor de la modifi cación del yo que se consuma bajo la influencia de la sugestión médica. - Gracias al trabajo de interpretación que transforma el inconsciente en conciencia, el yo se amplía a expensas de aquél; bajo la influencia de los consejos que recibe, se vuelve más conciliador con respecto a la libi do” 77 En contraste aparecen las causas posibles de falta de éxito parcial o total: “insuficiente movilidad de la libido que no se deja desprender fá cilmente de los objetos en los cuales está fijada (...) rigidez del narcisis mo que sólo admite la transferencia desde un objeto a otro dentro de cier tos límites” 78 Aquí se manifiesta el mismo factor negativo que encuen tra su punto focal en el narcisismo y en la fuerza de atracción de la in troversión; Freud se verá así llevado a retomar la oposición junguiana de neurosis de transferencia y neurosis narcisistas (prefiere esta denomina ción a la otra, demasiado general, de neurosis de introversión); las neu rosis narcisistas, debido a su estructura, constituyen el límite de las po sibilidades del tratamiento psicoanalítico (transferencia ausente o inutili za re ). De modo que es en este punto donde nos encontramos con el te ma del narcisismo, cuya teoría Freud elaboraba al mismo tiempo.
Clínica y teoría del narcisismo A. Narcisismo y psicosis En el momento mismo que publicó las Formulations (1911), Freud se esforzó por refinar su teoría de las psicosis, aprovechando el análisis del caso Schreber (que también apareció en 1911), caso respecto del cual Jung había llamado su atención. Introdujo allí el término y la noción del narcisismo:79 “Investigaciones recientes han atraído nuestra atención ha377
/ cia un estadio por el que pasa la libido en el curso de su evolución desde el autoerotismo hasta el amor objetal. Se lo ha denominado estadio del narcisismo. (...) Ese estadio consiste en lo siguiente: el individuo que está desarrollándose reúne en una unidad sus pulsiones sexuales que, hasta allí, actuaban de modo autoerótico, con el fin de conquistar un ob jeto de amor, y primero se toma a sí mismo, toma a su propio cuerpo como objeto de amor, antes de pasar a la elección objetal de otra perso na. (...) La etapa siguiente conduce (...) a la elección homosexual del objeto, y después, desde allí, a la heterosexualidad.”80 El vínculo percibido entre la homosexualidad (elección de objeto narcisista) y la paranoia permite a Freud diferenciar sus concepciones: el ca so Schreber proporciona una ilustración patente, lo mismo que el análi sis de las diversas fórmulas delirantes. Así puede aproximarse a las ideas de Bleuler: “La etiología sexual no es en absoluto evidente en la para noia; por el contrario, los rasgos salientes de su causa son las humilla ciones, los desaires sociales, muy particularmente en el hombre. Pero (...) el factor verdaderamente activo en esas heridas sociales responde al papel desempeñado por los componentes homosexuales de la vida afecti va.”81 En efecto, “una vez alcanzado el estadio de elección heterosexual de objeto, las aspiraciones homosexuales (...) se combinan (...) con ciertos elementos de las pulsiones del yo, a fin de constituir juntas, en carácter de componentes ‘anaclíticos’, las pulsiones sociales”.82 La re gresión paranoica resulta entonces “medida por el camino que la libido debe recorrer para volver de la homosexualidad sublimada al narcisis mo”.83 Por el contrario, en lo que concierne a la demencia precoz, “la regre sión no se contenta con alcanzar el estadio del narcisismo (...), va hasta (...) el retomo al autoerotismo infantil. Como consecuencia, la fijación predisponente debe encontrarse más atrás. Además, no es en absoluto probable que los impulsos homosexuales desempeñen un papel de igual importancia en la etiología de la demencia precoz”.84 Así, si bien el mecanismo inicial de las dos afecciones sigue siendo idéntico (retirada de la libido objetal), la continuación de los procesos difiere considerable mente, tal como lo atestiguan las diferencias en el estadio en el que tiene lugar la regresión libidinal y (las diferencias) en las formas de los proce sos de restitución (proyección paranoica, alucinación “histérica” esquizo frénica). Subsiste el hecho de que se trata de un mismo grupo, según se advierte en la frecuencia de las formas intermedias, como se ve en el propio caso Schreber. En tal sentido puede observarse que la concepción freudiana de la psicosis85 integra en adelante en una unidad psicopatológica los diferentes mecanismos sacados a luz en 1894-1895: rechazo autístico de la realidad, proyección, subyugación del yo, constituyen entonces las fases de un proceso unitario.86 378
Con la introducción del concepto de narcisismo, se trata de algo que es muy distinto de descomponer “en dos la primera fase (del desarrollo sexual), la del autoerotismo”.87 Por cierto, el antiguo concepto de regre sión autoerótica incluía la noción de un yo sobreinvestido, pero sería mucho más preciso decir que por esa vía conceptual el pensamiento freudiano integró en sí los fenómenos narcisistas, asimilándolos a un grado particular del desarrollo de la libido. Lo que no ocurrió sin que se plantearan muchos problemas: la unificación de las pulsiones parciales no explicaba bien el amor de sí. Lo atestigua la ambigüedad del con cepto del yo como objeto pulsional, perceptible en el deslizamiento de “él mismo” a “su propio cuerpo” en la definición que ya hemos citado. La segunda expresión lleva más bien a pensar, en efecto, en el autoero tismo propiamente dicho, y tiende a desembocar en una definición como la de Introduction á la psychanalyse: “El autoerotismo fue la actividad sexual de la fase narcisista de la fijación de la libido”88 —lo que precisa mente, al hacer que se interpenetren las dos fases, determina que aparezca bien la naturaleza distinta del narcisismo”. Se podría por cierto sostener que esto último corresponde propiamente a una “sobrestimación sexual del yo (...) que podemos considerar paralela a la sobrestimación del ob jeto de amor, que ya nos es familiar”89 —y por lo tanto no hace más que acompañar al autoerotismo, lo que remite una vez más, por otra par te, a su alteridad— . En efecto, ¿con qué vincular ese fenómeno particular que acompaña a la investición pulsional (en el sentido sexual) sin ser reductible a ella? También en ese caso, en su artículo “Pour introduire le narcissisme” (1914), Freud invirtió la perspectiva: “El pleno amor de objeto (...) presenta la sobrestimación sexual sorprendente que tiene su origen en el narcisismo originario del niño y por lo tanto responde a una transferencia de ese narcisismo hacia el objeto sexual.”90 De modo que si bien el narcisismo es demarcado a través del esquema teórico de la evolución de la libido, el narcisismo lo desborda lo sufi ciente como para solicitar incesantemente una conceptualización más amplia. Por otra parte, el yo, estrictamente hablando, no es todavía más que una noción empírica en esa etapa de la conceptualización freudiana en la que el concepto de “pulsiones del yo” tiene la misión de explicar la verdadera esencia del fenómeno (cf. las apreciaciones acerca de la noción del yo en Bleuler). Así, el narcisismo aparece finalmente como el “com plemento libidinal” (anaclítico) de las pulsiones egoístas, lo que oscure ce aün un poco más el status del yo como objeto: ¿de qué modo subsumir en una teoría de ese tipo el aspecto clínico de las cosas, tal como surge por ejemplo en la descripción siguiente: “la persona se comporta como si estuviera enamorada de sí misma”?91 Por otra parte, Freud se esfuerza por distinguir entonces el narcisismo y el “interés” como mani festación de las pulsiones del yo, por ejemplo en su devenir respectivo 379
/ en el curso de las psicosis.92 Piensa por un instante en “hacer coincidir lo que llamamos investición libidinal (...) con el interés a secas”,93 pero no se decide94 a abandonar el dualismo pulsional, clave del conflicto. No podrá consentir a ello hasta después de haber logrado dotar a la metapsicología de un concepto del yo como instancia —lo que justifica mejor su cualidad de objeto de amor— y de una nueva dualidad de las pulsiones, es decir después de 1920. Mientras tanto, la decisión de reconocer la existencia tan precoz (ori ginaria en la versión de la Introduction á la psychanalyse, que considera al narcisismo la primera fase del desarrollo libidinal) de una elección de objeto infantil abre la vía a una revisión de la teoría del desarrollo libidi nal. Los materiales mucho más" importantes de los que Freud disponía en esa época (en particular el análisis de Juanito publicado en 1909) per miten captar otras dos “organizaciones sexuales infantiles” (y las fijacio nes patógenas correspondientes): —El estadio sádico-anal: “reconocemos la necesidad de admitir un es tadio (...) en el cual las pulsiones parciales están ya concentradas en una elección de objeto, y el objeto ya aparece confrontado con la propia per sona como con una persona extraña, pero en el que la primacía de las zonas genitales no está instaurada; las pulsiones parciales que gobier nan esta organización pregenital de la vida sexual son antes bien las pulsiones erótico-anales y sádicas”.95 —En el mismo artículo, Freud bosqueja, respecto de la disposición histérica, la descripción de un estadio fálico96 cuya teoría sólo desarro llará diez años más tarde.97 Pero desde ese período el complejo de Edipo aparece como el complejo nuclear de las neurosis: ahora bien, él repre senta la última fase del desarrollo libidinal infantil, y su actividad sexual privilegiada es la masturbación fálica (peneana y clitoridiana). Esas “organizaciones sexuales” infantiles presentan los mismos ca racteres que el narcisismo (pronto más bien identificado por Freud con la organización oral del desarrollo libidinal): si bien son integradas a la metapsicología como fase del desarrollo de la libido, clínicamente tam bién abarcan algo mucho más global, que resume el conjunto de la vida psíquica del niño en un estadio dado —actividad sexual y elección de ob jeto por cierto, pero asimismo modo de lo vivido existencial, de la orga nización del yo tanto como de la relación objetal— . De allí proviene quizás el pasaje a la noción más amplia de estadio en la terminología ulterior. Su diferenciación corresponde en todo caso sin duda alguna a un paso m ás en la orientación del pensamiento freudiano hacia una direc ción globalista. Pero, de todas maneras, lo que Abraham denominará “la historia def 380
desarrollo de la libido” (cf. el artículo de 1924 de K. Abraham, “Esquisse d'une histoire du développement de la libido basée sur la psychanalyse des troubles mentaux”, en Oeuvres completes, tomo II, págs. 255-313) ya no coincide en adelante con la organización de una jerarquía funcional a partir de un estado de anarquía polimorfa —concepción jacksoniana de la edición de 1905 de los Trois essais— . En su lugar aparece propia mente una historia, sucesión de etapas cada una de las cuales tiene su coherencia propia, sucesión de estratos vivenciales cuyo modelo Freud encontrará pronto en las etapas filogenéticas del desarrollo de la especie (cf. la extensión de esta idea en el Thalassa de S. Ferenczi). En resu men, como para Tótem et tabou, que ahora vamos a analizar, la refe rencia darwinista es el primer soporte teórico de la nueva óptica. B. Narcisismo y omnipotencia Desde el informe sobre el caso del “Hombre de las ratas” (1909), Freud había notado el fenómeno de la omnipotencia del pensamiento y obser vado “que, en esta creencia, se revela una buena parte de la megalomanía infantil”,98 sin volver al tema más detalladamente. Se va a ver conduci do a desarrollarlo en la tercera parte de Tótem et tabou (1912-1913), justamente cuando el concepto de narcisismo permite ubicarlo con co rrección. Él conjunto de la obra, que se apoya en las observaciones y concepciones de los antropólogos evolucionistas, reposa sobre la analo gía de la vida psíquica del primitivo, del niño y de los neuróticos (los que “han nacido con una constitución arcaica, que representa un resto atávico”).99 Freud subraya en efecto "el predominio de las tendencias se xuales sobre las tendencias sociales (que) constituye el rasgo caracte rístico de la neurosis. (...) La naturaleza asocial de la neurosis deriva de su tendencia original a huir de la realidad que no ofrece satisfacciones, para refugiarse en un mundo imaginario, lleno de promesas seducto ras”.100 De acuerdo con las concepciones de las Formulations, la pre ponderancia del factor sexual significa la preponderancia del fantasma y de los aspectos más arcaicos del funcionamiento mental: el psicoanálisis puede así integrar los trabajos de la antropología evolucionista. Consecuentemente, Freud retomará el concepto de animismo que habían definido Tylor y Spencer,101 al mismo tiempo que la teoría comteana (modificada) de los tres estados: “En el curso del tiempo, la humanidad habría conocido sucesivamente tres (...) sistemas intelectua les, tres grandes concepciones del mundo: la concepción animista (mito lógica), la concepción religiosa y la concepción científica.”102 “Nos re sultará fácil seguir (...) la evolución de la ‘omnipotencia de las ideas’ a través de esas fases. En la fase animista, el hombre se atribuye la omni potencia a sí mismo; en la fase religiosa, la ha cedido a los dioses, aun 381
/ que sin renunciar a ella seriamente, pues se reserva el poder de influir en los dioses para hacerlos actuar de acuerdo con los deseos humanos. En la concepción científica del mundo, ya no queda lugar para la omnipotencia del hombre, que ha reconocido su pequeñez y se ha resignado a la muer te.”103 Por otra parte, en adelante Freud inscribirá el lugar del psicoaná lisis en el interior de esta escatología del discurso científico, desarrollan do varias veces el tema del traumatismo narcisista representado por el descubrimiento del inconsciente, así como el de la fuerte resistencia al psicoanálisis que en aquel trauma encontraba su fuente:104 “Hasta cierto punto, el hombre sigue siendo narcisista.”105 Perp sobre todo la teoría del animismo (y su parte técnica: la magia) permite interesantes ideas globales acerca de la psicopatología: “La om- J nipotencia de las ideas, el predominio otorgado a los procesos psíquicos sobre los hechos de la vida real, ponen de manifiesto una eficacia ilimi tada en la vida afectiva de los neuróticos. (...) A través de esa actitud y de las supersticiones que dominan su vida, él (el neurótico) muestra cuán próximo está del primitivo que imagina poder transformar el mundo ex terior por la sola acción de sus ideas.”106 Ahora bien, “nada parece (...) más natural que vincular con el narcisismo (...) el hecho que hemos des cubierto concerniente (...) al valor exagerado (...) que el primitivo y el neurótico atribuyen a las acciones psíquicas. Diremos que en el primiti vo el pensamiento todavía está muy fuertemente sexualizado. (...) Por una parte, en la naturaleza misma del neurótico encontramos una buena parte de esa actitud primitiva, y, por otro lado, verificamos que la regre sión sexual que se ha producido en él determina una nueva sexualización de sus procesos intelectuales.” 107 —*=■ La nueva concepción alcanza así su momento de síntesis: hay identi dad entre lo que Freud denomina en adelante introversión de la libido, es decir el apartamiento patógeno respecto de la realidad, hacia el mundo interior de fantasmas, y el carácter particular de la pulsión sexual que constituye su vínculo conservado con el narcisismo. “Los efectos psí quicos (de) la transformación libidinal del pensamiento (...) consisten en el narcisismo intelectual y en la omnipotencia de las ideas.”108 Neurosis de transferencia y neurosis narcisistas aparecen al mismo tiempo como dos escalones sucesivos, dos grados de profundidad del mismo proceso patógeno —el apartamiento respecto de la realidad hacia el mundo inte rior (narcisista)— que centra la nueva psicopatología freudiana, poniendo de manifiesto el sello del encuentro con Jung. De modo que una nueva racionalidad reemplaza a las concepciones mecanicistas anteriores, recu perando la unidad conceptual del Esquisse, es decir la esencia patógena , de la sexualidad. Subsiste la dificultad conceptual que ya señalamos: concebir el devenir personal, en su movimiento vital (realidad o pensa miento), en términos de evolución y disolución de las pulsiones, entraña 382
muchas ambigüedades y vacilaciones. Veremos que después del fracaso en su esfuerzo por reconstruir una metapsicología, Freud tendrá final mente que intentar la refundición completa de su sistema. C. La ambivalencia, la imagen y la acción En su cuarto capítulo, el más celebre, en el cual Freud introduce la tesis de la horda primitiva (idea tomada por otra parte de Darwin) y del asesi nato del padre originario, Tótem y tabou encierra la presentación de una concepción del funcionamiento psíquico bastante distinta.de la que aca bamos de inferir resulta esencial analizar sus grandes lincamientos. Ella se desprende de la segunda línea de fuerza (aparte del tema del animismo) que estructura-el conjunto de la obra: el problema de la ambivalencia, es decir la tercera de las grandes polaridades psíquicas (bisexualidad, narci sismo - relación objetal, ambivalencia) cuya síntesis Freud intentará sin cesar en adelante. La atención que Freud presta de allí en más a la teoría y la clínica de la ambivalencia (en lo esencial bajo la forma del comple jo paterno) deriva del pasaje al primer plano de la clínica del complejo de Edipo como “complejo nuclear” de las neurosis, y de los avances logra dos a través del caso del “Hombre de las ratas” (1909) en la comprensión de la neurosis obsesiva (el tema de la omnipotencia del pensamiento, como lo hemos visto, también encuentra allí su origen). Así, a lo largo de toda la obra Freud se apoya en la idea de que “en la vida psíquica del primitivo la ambivalencia desempeña un papel infinita mente más grande que en la del hombre civilizado de nuestros días” 109 —lo que se desprende con evidencia del análisis del fenómeno del tabú— y en la verificación correlativa de que los neuróticos “han nacido con una constitución arcaica, que representa un resto atávico”,110 circunstancia que explica la intensidad de los fenómenos de ambivalencia en su psico logía. Ahora bien, el análisis de la neurosis obsesiva pareció demostrar que “la conciencia moral probablemente nació (...) en el terreno de la ambivalencia afectiva”,111 a través del sentimiento de culpabilidad que traduce el choque de las tendencias opuestas a la conservación afectuosa del objeto y a su destrucción rencorosa. De modo que Freud se ve llevado a situar el origen de la cultura en la umbivalencia respecto del padre y de su integración, en la filogénesis (duelo por el padre originario) y en la ontogénesis (complejo de Edipo), tesis que bosqueja la futura teoría del superyó y en la que se inspirará para el análisis del fenómeno melancólico. “En el complejo de Edipo se encuentran a la vez los comienzos de la religión, de la moral, de la so ciedad y del arte, y ello en plena conformidad con los datos del psicoaná lisis, que ve en ese complejo el núcleo de todas las neurosis.”112 Pero de ese modo Freud introduce un modelo totalmente distinto de 383
la evolución psíquica, el mismo que evoca la última conclusión de Totem et tabou: “En el comienzo era la acción.”113 Pues si la represión de las tendencias hostiles primitivas engendra el proceso de la civiliza ción, debe considerarse que un dominio de las tendencias fundamentales primarias a la acción es la esencia de ese fenómeno. Así, verifica con respecto a los obsesivos que “hay en sus tentaciones y pulsiones una buena parte de realidad histórica; en su infancia, esos hombres sólo han conocido pulsiones malas y, en la medida en que se lo permitieron sus recursos infantiles, más de una vez tradujeron esas pulsiones en ac tos”.114 De manera que tanto en el primitivo como en el neurótico, “la realidad psíquica (...) ha coincidido por igual en el inicio con la realidad concreta”.115 Según Freud le escribió a Abraham el 5 de julio de 1907, “La diferencia entre conciencia e inconsciente no está todavía constituida en la primera parte de la infancia. El niño reacciona como por compul sión a los impulsos sexuales”.116 Se puede observar que el primer modelo metapsicológico freudiano, el de Esquisse y de la Traumdeutung, presentaba con respecto al modo de funcionamiento psíquico primitivo (proceso primario) una especie de doble valencia. Su resultado era a la vez la alucinación y una descarga motriz impulsiva. En esta nueva fase asistimos a una bipartición del modelo primitivo: un primer modelo, que prevaleció desde 1910 hasta 1920, se centraba en la noción de autismo y el concepto de narcisismo; en él el proceso primario se consumía en modificaciones puramente in teriores (alucinaciones, descargas viscerales), autoplásticas. El segundo modelo, que acabamos de examinar y que en este período permanece junto al primero, en un segundo plano, se volverá dominante en la etapa si guiente, sobre todo a partir de 1926; en él el proceso primario significa la acción, el impulso ciego e irreflexivo.117 Así surge uno de los grandes dilemas del pensamiento freudiano: al narcisismo primario se opone una objetalidad primaria que subtiende la acción, al autismo primordial una impulsividad originaria más conforme con la conceptualización evo lucionista en psicología.118 ¿Es la imagen o es la acción (asociacionismo o evolucionismo) la que marca los orígenes del espíritu?119 En todo caso, observemos al pasar la estructura conceptual del razonamiento freudiano en Tótem y tabú: al retomar el tema de la identidad del primitivo (filogénesis) y el precoz (ontogénesis), Freud se limitá a reiterar el razonamiento evolucionista ya presente en la Traumdeutung. Pues aquí no se trata tanto de un nivel inferior de funcionamiento del aparato mental (proceso primario) — y en consecuencia de la identidad de lo elemental en el nivel de las primeras fases de la evolución de la es pecie y del individuo (evolucionismo tipo Spencer-Jackson)— como de una identidad fundamental de lo originario en tanto dimensión vital j s pecífica, ligada a las particularidades de la especie (darwinismo). Así, la
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\ prevalencia del narcisismo sexual y de la omnipotencia del pensamiento, la identidad del drama originario vivido por el hombre primitivo (asesi nato del padre de la horda) y el niño (Edipo), la común estructuración de la moral y la sociedad en uno y otro, dependen más de la especificidad de una historia que de la lógica de una organización. El único empleo que Freud todavía le da a este hecho consiste en una confirmación recíproca de la racionalidad aplicable a los campos respectivos examinados. Pero allí aparece un modelo que va a infiltrar progresivamente toda la teoría freudiana por el rodeo de una nueva concepción de la evolución pulsio nal: como lo hemos visto, la sucesión de los estadios libidinales no co rresponde ya al término del período que examinamos, a la integración de piezas elementales, sino a la repetición de secuencias protohistóricas. No obstante, este tipo de razonamiento se convertirá en el gran recurso de la conceptualización freudiana a partir de 1920. D. Teoría del narcisismo En ese punto Freud podrá intentar una presentación de conjunto de los materiales recientemente adquiridos: lo fue “Pour introduire le narcissisme”, que publicó en 1914. Allí el concepto de narcisismo es al princi pio presentado siguiendo el modelo de Trois essais sur la théorie de la sexualité, como una componente libidinal parcial con sus manifesta ciones perversas (narcisismo, homosexualidad), neuróticas (megaloma nía de las psicosis) y originarias (omnipotencia del pensamiento de los niños y de los primitivos). Bien diferenciado del autoerotismo, el narci sismo aparece por lo tanto de entrada claramente como una elección de objeto, formando la libido objetal y la libido del yo un par de investi ciones contrabalanceadas, inversamente proporcionales entre sí. En cuanto a la distinción teórica entre libido (narcisista) e intereses del yo, originalmente confundidos en el narcisismo primario,120 Freud la sos tiene contra Jung basándose en consideraciones que, según lo confiesa, “reposan en uná pequeña parte sobre un fundamento psicológico y esen cialmente se apoyan en la biología”,121 es decir en la oposición de la 1 conservación de sí y la reproducción de la especie. Respecto de esto con tinúa invocando la existencia de un quimismo particular de la pulsión sexual.122 En cambio, en el nivel de un estudio de las manifestaciones clínicas del narcisismo encontramos la ambigüedad constitutiva de ese concepto: los tres primeros ejemplos que Freud propone, es decir el comporta miento del hombre presa del dolor o la enfermedad, el dormir y la hipo condría (como tercera neurosis actual y endopercepción dolorosa de la es tasis de la libido narcisista, según el modelo de la neurosis de angustia) 385
/ llevan menos a pensar en “el amor de sí” que en un repliegue en uno mismo tendiente a una especie de estado anobjetal. Esta última concep ción del narcisismo primario permite concebir el autoerotismo como la forma correspondiente, “narcisista”, de la actividad sexual;123 por otra parte, el pensamiento freudiano tenderá cada vez más hacia esa concep ción del término. Toda la ambigüedad reposa finalmente en la idea del yo como reservorio y fuente original de la libido de objeto: ¿hay que enten der que una definición de ese tipo designa una primera elección objetal, o que es la simple verificación de que en el punto de partida, no teniendo el mundo exterior existencia psicológica, toda la libido está encerrada en el individuo?124 En pocas palabras, ¿se debe entender al yo como ins tancia o simplemente al sí mismo como lugar? A partir de 1923, Freud suprimirá la ambigüedad al designar al ello como “el gran reservorio de la libido”.125 Pero veremos que su consecuencia será una obliteración de la noción de narcisismo, que en adelante se entenderá como esencialmen te “secundario” y cuyo papel teórico declina correlativamente: la ambi güedad era necesaria para el funcionamiento heurístico del término, en el interior de un cuadro teórico de ese tipo-, los dos aspectos que éste abarca señalan hechos cuyo parentesco no es mejor integrable en tal con texto conceptual. Freud examina a continuación el problema de la elección amorosa, inviniendo en este caso su concepción de la sobrestimación sexual,126 lo que introduce el tema propio de la tercera parte del artículo: allí inicia la teoría de las idealizaciones. Así, define el yo ideal (o ideal del yo),127 origen de las represiones pulsionales y “sustituto del narcisismo perdido de la infancia”, momento en que el sujeto “era él mismo su propio ide al”.128 La “instancia de censura” (futuro superyó) compara continua mente al yo con su modelo ideal, velando por su adecuación y por la sa tisfacción narcisista que dispensa entonces el ideal del yo; ella se eman cipa en el delirio de observación paranoico (automatismo mental). La génesis del yo ideal aparece a través de la transferencia a los padres, y después a sus sustitutos, del “sentimientó primitivo de omnipoten cia”;129 el yo puede así, si satisface a su instancia ideal, volver a encon trar en la autoestima un poco de su omnipotencia primitiva. “El desaíro^ lio del yo consiste en alejarse del narcisismo y engendra una aspiración intensa a recobrar ese narcisismo. (...) Una parte del sentimiento de au toestima es primaria, es el resto del narcisismo infantil; una parte tiene su origen en lo que la experiencia confirma acerca de nuestra omnipoten cia (realización del ideal del yo); una tercera parte proviene de la satisfac ción de la libido de objeto”,130 a través del retomo de la “sobrestima ción sexual”, parte narcisista de la investición libidinal de objeto. A la inversa, la insatisfacción del ideal libera una libido narcisista no saciada que se transforma en una forma particular de angustia, la culpabilidad. 386
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A través de esos desarrollos se dibuja progresivamente una presenta ción bastante distinta de las cosas: —Aparece que el carácter narcisista es intrínseco de ciertos tipos de investición: la elección de objeto no basta para definirlo, puesto que, in cluso desplazada sobre objetos externos, la libido narcisista conserva sus atributos, engendrando ese estilo particular de relación que es la idealiza ción. La integración de los fenómenos narcisistas en el desarrollo de la libido parece plantear cada vez más problemas. —Paralelamente, el yo acentúa sus atributos de instancia subjetiva con su carácter, su estrategia, sus aptitudes 0a capacidad de sublimación, por ejemplo, que es independiente de las exigencias del ideal, con fre cuencia patógenas por ello), sus relaciones y sus estados de dependencia. La dificultad proviene de que sigue siendo pensado al mismo tiempo co mo una instancia funcional (cf. el Esquisse) o como el simple repre sentante psíquico de un grupo pulsional (pulsiones egoístas). De modo que se plantea como verdaderamente urgente, en esa etapa del desarrollo del pensamiento freudiano, una revisión del modelo metapsicológico. Desde el año siguiente Freud intentará una modificación suficiente de su modelo, sin llegar en realidad a ella, como vamos a ver lo. Hacia una síntesis: la Métapsychologie Así es que en algunos años una verdadera mutación penetró en el con junto de los aspectos de la clínica y la teoría freudianas, imprimiendo un nuevo rostro al psicoanálisis. La Métapsychologie de 1915 representa un esfuerzo de síntesis que pone de manifiesto la importancia de lo que está en juego: las hipótesis fundamentales que habían estructurado hasta allí el pensamiento freudiano, ¿eran capaces de incorporar e integrar esa sangre nueva? Es sabido que el proyecto abortó en gran medida: los cin co ensayos que sobrevivieron de los doce previstos al principio (Freud destruyó siete de ellos) no serán en consecuencia más que un preludio a la gran refundición de la década de 1920. Con la M étapsychologie, por lo tanto, Freud se propuso producir un trabajo “del mismo tipo y del mismo nivel que los de la séptima sec ción de L'Interprétation des reves",™ trabajo que en consecuencia ocu paría el lugar de la gran obra teórica de la década de 1900. De modo que vamos a encarar uno de esos grandes esfuerzos doctrinarios que puntúan cada una de las grandes etapas del pensamiento freudiano y apuntan a producir un modelo psicológico coherente con los conocimientos psicoanalíticos entonces disponibles. Pero es preciso decir de entrada que en la 387
/ mayor parte de esos cinco artículos pronto volvemos a encontramos en un terreno conocido: exceptuado, en efecto, el quinto, el dedicado a la melancolía, y salvo sobre todo la segunda parte del primero, el ensayo acerca de las pulsiones, se puede considerar al resto, es decir al grueso de la obra, como una repetición, mejorada por cierto en los detalles, del sistema presentado en la década de 1900. De modo que allí se encuentran los dos grandes sistemas tópicos, los dos regímenes del proceso psíquico y sus principios directivos, la con ciencia como órgano sensorial mental con su sobreinvestición y su cen sura propia, la ligazón del sistema secundario con las representaciones verbales (lo que justifica algunas observaciones acerca del lenguaje es quizofrénico como otra forma de los procesos restitutivos de las psico sis), el sistema primario Ies como enclave evolutivo siempre enriqueci do por la percepción, las nociones de regresiones funcional, histórica y tópica, la teoría de los representantes psíquicos de las pulsiones, la con cepción de la pulsión como duplicado interno del reflejo externo, la evo lución de la libido de las pulsiones parciales hacia la organización y el hallazgo del objeto, la represión y sus dos momentos, originaria y se cundaria, la transformación en angustia flotante y después en síntomas de la cantidad pulsional reprimida, etcétera. Allí se señala todo lo posi ble la integración de la nueva concepción de la relación entre el sistema inconsciente y la motricidad: “La descarga del sistema Ies en la inerva ción somática procurará el desarrollo de afecto. (...) Por sí solo, el sis tema Ies no podría llevar a buen término en condiciones normales nin guna acción muscular apropiada (...).”132 Se destaca por otra parte un rasgo característico del pensamiento freudiano de esa época: una prudencia mucho mayor con respecto a la biología, actitud que parece resultar de la lección del fracaso del E s quisse. “Todos los intentos tendientes a adivinar (...) una localización de los procesos psíquicos, todos los esfuerzos tendientes a pensar las re presentaciones como almacenadas en las células nerviosas y a hacer via jar las excitaciones por las fibras nerviosas, han fracasado radicalmente. El mismo destino tendría una teoría que encarara reconocer el lugar ana tómico del sistema Cs, de la actividad psíquica consciente, en la corte- r za, y ubicar los procesos inconscientes en las partes subcorticales del ce rebro. Hay allí una laguna manifiesta, que actualmente no es posible lle nar y que, además, no depende del trabajo de la psicología.” 133 No se trata por lo tanto de “subordinar el material psicológico a puntos de vis ta biológicos; esta dependencia debe rechazarse tanto como la dependen cia filosófica, fisiológica o de la anatomía del cerebro”.134 Así el psico análisis conquista un espacio epistemológico propio, un lugar original entre la psicología a la cual conciernen la mayoría de sus materiales y la biología que le sirve de basamento (cf. la posición límite del concepto 388
de pulsión). Freud puede entonces insistir en “la importante mediación que erige el psicoanálisis entre la biología y la psicología”,135 mientras conserva la autonomía, provisional pero a largo plazo, del campo cientí fico que ha creado. Veamos ahora el modo en que se integra a la Métapsychologie la temática del narcisismo. Nos encontramos ante dos hileras de alguna manera paralelas: —La primera analiza las fases del proceso psicótico — concebido de manera homóloga al análisis del caso Schreber (desinvestición objetal y después restitución)— siguiendo el .modelo del desarrollo del ciclo neu rótico tal como Freud lo estableció en 1896136 y cuyos grandes linca mientos retomó en los artículos acerca de la represión, el inconsciente o el sueño, sin que pareciera utilizar las nuevas concepciones adquiridas desde las Form ulations. En esa perspectiva, la M étapsychologie se presenta como una relativa regresión en relación con los trabajos de los años 1911-1914. Así, puede tomar cierto trabajo encontrar la especifici dad del narcisismo en la “desinvestición de las representaciones de cosas inconscientes” que inicia las psicosis. —La segunda hilera constituye la parte verdaderamente nueva de la Métapsychologie y allí se encuentra la prolongación del esfuerzo de re flexión de Freud acerca del status del narcisismo. Analizaremos sus pro posiciones detalladamente. Freud retoma de entrada el problema delicado acerca del cual ya había insistido varias veces y cuyo punto decisivo se traduce en la distinción narcisismo/autoerotismo. “Hemos adquirido la costumbre de llamar narcisismo a esa fase del inicio del desarrollo del yo durante la cual sus pulsiones sexuales encuentran una satisfacción autoerótica.”137 A través de esa nueva definición que se apoya en el examen del destino de las pul siones voyeurista y sádica (las mismas de las cuales Freud subrayó la objetalidad intrínseca)138 comienza el deslizamiento que va a desembocar en las concepciones de la década de 1920. Era entonces lógico llegar a una representación del amor como “simple pulsión parcial de la sexuali dad, al mismo título que las otras”;139 su estadio autoerótico se enun ciaba como “amarse a sí mismo, lo que para nosotros es la caracterís tica esencial del narcisismo”.140 Pero Freud se rehúsa a ello, prefiriendo "ver en el amor la expresión de la tendencia sexual total”.141 De modo que es a través del examen de las diferentes oposiciones que dominan la vida psíquica (sujeto/objeto, placer/displacer, activo/pasivo) como va antes bien a tratar de situar el concepto, en la pareja contrastada que constituye con el odio. Así, señalémoslo, el problema del narcisismo 389
/ introduce en el examen de un fenómeno a la vez íntimamente ligado a la sexualidad y difícil de reducir a la concepción reflexológica que el con cepto de pulsión todavía lleva consigo. Por otra parte, Freud podrá de esa manera intentar una primera síntesis de las dos líneas de fuerza que estructuran Tótem et tabou: narcisismo y ambivalencia. De hecho, Freud emprenderá aquí la descripción del desarrollo gené tico del yo, en el curso de lo que no era más que un artículo acerca de las pulsiones y sus destinos diversos. “Originariamente, en el inicio de la vida psíquica, el yo se encuentra investido por las pulsiones y en parte capaz de satisfacer sus pulsiones en sí mismo. A ese estado lo lla mamos narcisismo y calificamos de autoerótica esa posibilidad de satis facción. (...) En esa época, el yo-sujeto coincide con lo que es placiente, el mundo exterior con lo que es indiferente (eventualmente con lo que, como fuente de excitación, es displaciente).”142 De modo que el narci sismo primario designa en adelante un estado anobjetal en el que “yo” significa globalmente “sujeto” con relación al “mundo exterior”, habien do así el autoerotismo retomado la prevalencia conceptual en el interior de esa noción. Desde luego, Freud se refiere al “período de indefensión y de cuidados”143 de la crianza, que es el único que permite el manteni miento de estados de ese tipo, así como el empuje hacia el objeto de las pulsiones del yo y de una parte de las pulsiones sexuales que de ese mo do revelan ser el motor del desarrollo. “La oposición yo/no-yo (exterior), sujeto/objeto, le es impuesta muy pronto al ser individual (...) por la experiencia que hace de poder si lenciar, con su acción muscular, las excitaciones externas, en tanto que está sin defensa contra las excitaciones pulsionales.” 144 Así, “el yo-realidad del inicio (...) ha distinguido interior y exterior con la ayuda de un buen criterio objetivo”.!!5 Pero la experiencia que realiza el yo-sujeto con el mundo ambiente y que le hacen conocer objetos fuentes de satis facción, lo mismo que las sensaciones displacientes provocadas por las pulsiones internas insatisfechas, modificarán esa situación primitiva y la buena delimitación yo/no-yo que resultaba de ella. “Bajo el dominio del principio del placer, se consuma pn nuevo desarrollo en el yo. Toma en sí, en la medida en que son fuentes de placer, a los objetos que se pre sentan, los introyecta (...) y, por otro lado, expulsa fuera de él lo que, en el interior de sí mismo, le provoca displacer.”146 Así se constituye e? yo-placer purificado, coincidiendo en adelante el mundo exterior con el displacer “No Se puede poner en duda que el sentido originario del odio designa también la relación con el mundo exterior extraño. (...) Lo exte rior, el objeto, lo odiado serían, en el principio, idénticos.”147 El amór y el odio y sus traducciones afectivo-motrices, la atracción y la repul sión, aparecen así en una relación biunívoca con el placer y el displacer., tal como son experimentadas por el yo-sujeto. 390
Pero, en ese estadio, Freud debe verificar que ciclos psicológicos tan complejos como el amor y fel odio no pueden decididamente integrarse en la teoría de las pulsiones: “Los términos amor y odio no deben utili zarse para las relaciones de las pulsiones con sus objetos, sino ser reser vados para las relaciones,del yo total con los objetos.”148 Así, puede proponer un análisis genético: “En el origen, el amor es narcisista, y después se extiende a los objetos que han sido incorporados al yo am pliado, y expresa la tendencia motriz del yo hacia esos objetos en tanto que ellos son fuentes de placer. Se vincula íntimamente con la actividad de las pulsiones sexuales ulteriores y, una vez consumada su síntesis, coincide con la tendencia sexual en su totalidad.”149 “El odio, en tanto que relación de objeto, es más antiguo que el amor; proviene del rechazo originario que el yo narcisista opone al mundo exterior, que prodiga las excitaciones. En tanto que manifestación de la reacción de displacer sus citada por objetos, sigue estando siempre en relación con las pulsiones de conservación del yo, de manera que las pulsiones del yo y las pulsio nes sexuales pueden finalmente llegar a una oposición que refleja la del odio y el amor.” 150 El amor y el odio aparecen por lo tanto como reacciones globales de la subjetividad ligadas a la estructuración de sus relaciones con el mundo exterior y objetal: emanan del yo como fuente de una “energía” propia, distinta del devenir de la libjdo, aunque ligada a él. La investición narci sista tiende así a invertir su definición, apareciendo más como “el com plemento egoísta” de la sexualidad que lo contrario. El odio emana más directamente de los intereses egoístas y de la aspiración a la autosufi ciencia y omnipotencia del yo. En ese punto, Freud debería lógicamente verse llevado a trocar su modelo espacial-funcional del psiquismo por una concepción globalista y genética, si no subsistiera la necesidad de no perder nada de los desarrollos anteriores del psicoanálisis, que fundaron la concepción precedente. Veremos de qué manera se resolverá esa dificultad en la última fase del desarrollo del pensamiento freudiano; era en todo caso necesario subrayar el punto en que se implanta la línea de pensa miento que preside la construcción de la segunda tópica. Sobre las mismas bases se dibuja correlativamente una historia del desarrollo de la relación de objeto, es decir “de los estadios preliminares del amor”. “La primera finalidad que reconocemos es incorporar o de vorar, un tipo de amor que es compatible con la supresión de la exis tencia del objeto en su individualidad y que por lo tanto puede ser califi cado de ambivalente. En el estadio superior que es la organización pregenital sádico-anal, la tendencia hacia el objeto aparece bajo la forma de un empujg al dominio, para la cual el hecho de que se dafíe o destruya el objeto no es algo que se tenga en cuenta. Esa forma, ese estadio preli391
minar del amor, apenas puede distinguirse del odio en su comportamien to ante el objeto. Sólo con el establecimiento de la organización genital el amor se convierte en lo opuesto del odio.”151 La relación objetal evoluciona de ese modo hacia una desintrincación del amor y el odio que está estrechamente ligada al devenir del narcisis mo: “Cuando las pulsiones del yo dominan la función sexual, como es el caso en el estadio de la organización sádico-anal, ellas otorgan a la fi nalidad pulsional misma las características del odio. La historia del amor (...) nos hace comprender por qué con tanta frecuencia se presenta como ambivalente. (...) El odio mezclado con el amor proviene en parte de los estadios preliminares del amor, incompletamente superados, y, en parte, se funda en las reacciones de rechazo (actuales) por parte de las pulsiones del yo. (...) En ambos casos, también ese elemento de odio encuentra sus fuentes en las pulsiones de conservación del yo.”152 Todo ese desarrollo atestigua una profunda modificación de las posi ciones freudianas: se habrá observado que las pulsiones del yo han llega do a estar más o menos identificadas con el narcisismo. Si se recuerda el modo en que Freud, en los escritos de los años 1911-1912 (cf. las For mulations o Tótem et tabou), insistió en asociar narcisismo, sexuali dad y principio del placer, parece que en adelante desemboca en un mode lo muy diferente del psiquismo que, aquí todavía limitado, se ampliará pronto en la revisión de la década de 1920. Las pulsiones sexuales que tienden hacia el objeto y en tal carácter constituyen uno de los motores del desarrollo, allí se oponen a las pulsiones del yo en tanto pulsiones narcisistas, que apuntan al mantenimiento de una autosuficiencia omni potente (yo-placer purificado), destructora para el objeto (satisfaciente o no). El viejo esquema del desarrollo de la libido enmarca ahora la géne sis del yo y de la relación objetal (de allí la subsuñción del autoerotismo en el narcisismo), a través de los estadios preliminares ambivalentes hasta el pleno amor de objeto. Es este mismo punto de vista el que guiará a Abraham en sus últimos trabajos, en particular su gran escrito de 1925, el “Esquisse d'une histoire du développement de la libido”.153 Habiendo partido de una psicología elementalista que analizaba el yo en sus componentes representativos y sólo encontraba cohesión en las r investiciones somáticas que los subtendían, Freud arriba por lo tanto a una psicología personal en la que la génesis del ser se integra en el jue go estratégico de sus móviles y determina su estructuración subjetiva. En efecto, en este punto se imbrican los últimos desarrollos del artículo de 1914 acerca del narcisismo: la génesis de las instancias ideales se in tegra en el devenir del narcisismo y conserva su estructura originaria, en particular la ambivalencia que Freud va a convertir en una de las claves del proceso melancólico. La otra es la identificación, “estadio prelimi nar de elección de objeto y (...) primera manera, ambivalente en su ex392
presión, según la cual el jto elige un objeto”.154 Así la identificación, mecanismo narcisista, relación objetal primitiva y ambivalente (caniba lismo), aparece como el instrumento de la estructuración y de la diferen ciación del yo. Pues es preciso tomar nota: correlativamente a la aprehensión del psiquismo como subjetividad, el objeto (por cierto desde el punto de vista teórico) deja de no ser más que el soporte de la “acción específica” en la descarga pulsional; correlativamente emerge la “relación del yo to tal con los objetos”155, es decir, la relación interpersonal. El correlato subjetivo es inmediatamente perceptible en el concepto de identificación y en el hecho de tomar en cuenta relaciones intrasubjetivas que conduci rán a la segunda tópica (el ideal del yo156 fue su primer ladrillo). El campo clínico de la melancolía y de los mecanismos del duelo es el te rreno de emergencia privilegiado de esos fenómenos: recordemos que en la última parte de Tótem et tabou Freud formuló por primera vez la te mática (duelo por el padre originario e institución de las leyes morales mediante la interiorización del deseo de aquél). La teoría libidinal abarca rá en adelante cada vez más el campo de la relación de objeto (tanto ex terno como interno) antes bien que la dialéctica pulsional de los Trois essais. También se puede observar que Freud llega aquí a una síntesis de dos de las tres grandes polaridades psíquicas: ambivalencia y narcisismo son correlativos y se integran en el desarrollo del yo, así como de la relación objetal. Por otra parte, el yo-placer es a la vez una fase narcisista y una modalidad particular de relación con el mundo de los objetos: el difícil problema teórico de la prioridad en el tiempo (y ^estructura) del narci sismo o de la relación se encuentra por lo tanto resuelto sin contradic ción.157 Veremos que esta interesante solución se pierde más o menos en la fase ulterior — cuando con el problema del complejo de castración, la tercera polaridad (la bisexualidad) pasa al primer plano de las preocu paciones teóricas de Freud—. De todas maneras, se pueden advertir todos lo jalones que Freud em plaza allí para sus reflexiones futuras. El encuentro a través de Jung con el campo narcisista se revela como un momento esencial de la trayecto ria freudiana: el psicoanálisis conserva todavía las huellas de la difícil mutación iniciada en ese punto. Por lo demás, esas pocas páginas con trastan con la mayor parte de la Métapsychologie', se dina que en esa elapa hubiera sido tan difícil dejar de lado un progreso de ese tipo como integrar sus materiales en una verdadera síntesis. Contra lo que esperaba, Freud sobrevivirá a la Gran Guerra y podrá entonces abordar la última fase de su obra, totalmente consagrada a reducir la tensión interna entre los dos rostros yuxtapuestos del gran trabajo de 1915. 393
NOTAS 1. S. Freud: Cinq legons sur la psychanalyse, 1909, pág. 58 (bastardillas del autor). 2. Ibíd., págs. 59-60. 3. Cf. por ejemplo, las primeras páginas del artículo “Les fantasmes hystériques et leur relation k la bisejcualité”, 1908, en S. Freud: Névrose, psychose et perversión, págs. 149 y sigs. 4. S. Freud (a) C. G. Jung: Correspondence, tomo I, 1906-1909, 23 de mayo de 1907, pág. 97. Freud formula en otra parte de manera dis tinta la oposición que plantea entre esos dos términos: “Escribo paranoia y no demencia precoz, pues tengo a la primera por un buen tipo clínico, y a la segunda por un mal término nosográfico” (ibíd., 17 de febrero de 1908, pág. 182). “Reconozco en la para noia un tipo psicológico-clínico, y no siempre puede representar me algo preciso bajo la demencia precoz” (ibíd., 21 de junio de 1908, pág. 224). 5. Id., ibíd., 21 de abril de 1907, págs. 89-91. 6. Id., ibíd., “Quelques opinions théoriques sur la paranoia”, 14-21 (?) de abril de 1907, págs. 86-88. 7. Id., ibíd., 23 de mayo de 1907, págs. 95-97. 8. Freud formulará después de manera un poco diferente ese problema difí cil de la inversión afectiva amor/odio en el delirio de persecución. En la Introduction á la psychanalyse. 1917, la atribuye a la re presión que, transformando la libido en angustia, convierte en fuente de displacer al antiguo objeto de amor. Prolongando las re flexiones del caso Schreber, en Le Moi et le Qa, 1923 (en S. Freud: Essais de psychanalyse) piensa más bien en una actividad defensiva del yo (formación reactiva) que utiliza la energía propia, desexualizada, de esa instancia. 9. S. Freud (a) C. G. Jung: Correspondence, tomo I, manuscrito del 1421 (?) de abril de 1907, pág. 87. 10. Recordamos que desde el Esquisse (en S. Freud: La naissance...).la represión es el primer tiempo de todo proceso neurótico y por lo tanto el tronco común de la psicopatología. Son las modalidades del retomo de lo reprimido (y por lo tanto de la fijación) las que a continuación establecen la diferencia (problema de la elección de la neurosis). Freud modificará esta formulación después de 1920, con el retomo a la teoría de las defensas. 11. S. Freud (a) C. G. Jung: Correspondence, tomo I, 23 de mayo de 1907, pág. 95. 12. Id., ib íd , págs. 95-96. 13. Cf. supra, cap. 13. 14. S. Freud (a) C. G. Jung: Correspondence, tomo I, 23 de mayo de 1907, pág. 96. 15. Véase ya el siguiente pasaje del Manuscrito H (24 de enero de 1895) donde Freud afirma, respecto de los paranoicos: “Esos enfermos a394
man a su delirio como se aman a sí mismos. Ese es todo el secre to.” (S. Freud: Lettrka á W. Fliess, en La naissance..., pág. 101.) Cf. P. Bercherie: “Constitución del concepto freudiano de psicosis”, ob. cit. 16. S. Freud: Lettres á W. Fliess, nfi 125, 9 de diciembre de 1899, en La naissance..., pág. 270. 17. Cf. la carta del 23 de julio de 1908, en la que Freud le escribe a Abraham: “A los dos les he formulado en su momento la misma suge rencia.” S. Freud (a) K. Abraham: Correspondence 1907-1926, pág. 53. 18. Cf. K. Abraham: “Les différences psychosexuelles entre ITiystérie et la démence précoce”, 1908, en (Euvres completes, tomo I, págs. 36 a 47. 19. E. Kraepelin, cit. en P. Bercherie: Les fondements..., vol. I, pág. 147. Acerca de esta cuestión, cf. ibíd., caps. 12 y 15. 20. S. Freud (a) C. G. Jung: Correspondence, tomo I, 27 de agosto de 1907, pág. 133. 21. S. Freud (a) K. Abraham: Correspondence 1907-1926, 21 de octubre de 1907, pág. 20. No obstante, en la época del Manuscrito H (enero de 1895), Freud presentaba análisis en todos sus puntos idén ticos al de Bleuler: “El paranoico reivindicador no puede tolerar la idea de haber obrado injustamente o de tener que compartir sus bie nes. En consecuencia, considera que la sentencia no tiene ninguna validez legal. (...) Una gran nación no puede soportar la idea de haber sido derrotada. Ergo, no ha sido vencida; la victoria no cuenta. He aquí un ejemplo de paranoia colectiva en la que se crea un delirio de traición. (...) Un funcionario que no figura en la lista de ascensos tiene necesidad de creer que sus perseguidores han fo mentado un complot contra él y que se lo espía en el dormitorio. Si no, debería creer en su propio naufragio. (...) La megalomanía logra quizás mejor aun eliminar del yo la idea penosa. Pensemos, por ejemplo, en esa cocinera cuyos encantos ha marchitado la edad y que tiene que acostumbrarse a la idea de que la felicidad de ser amada no se ha hecho para ella. Ha llegado el momento de descubrir que el patrón demuestra claramente su deseo de desposarla, y se lo hace entender, con una notable timidez, pero con todo de manera indiscutible.” (S. Freud: Lettres á W. Fliess, en La naissance..., págs. 100-101.) Cf. también P. Bercherie: “Constitution du concept freudien de psychose”, op. cit. 22. Desde su libro Psychologie de la démence précoce de 1906, C. G. Jung observó lo que le parecía el carácter patognomónico de la es quizofrenia: la fijeza de los síntomas, y por lo tanto de las inves ticiones de complejos en esos enfermos, y la “separación respecto de la realidad” que resultaba de ella. Opone la movilidad de la sin tomatología y de las investiciones histéricas. Cf. P. Bercherie: Les fondements..., págs. 200 y sigs. [Versión castellana del libro
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de C. G. Jung: Psicología de la demencia precoz , Buenos Aires, Paidós, 1987.] 23. C. G. Jung (a) S. Freud: C orrespondence, tomo I, 13 de mayo de 1907, pág. 93. 24. Id. ibíd., 20 de febrero de 1908, pág. 185. 25. Ibíd. 26. Id., ibíd., 19 de junio de 1908, pág. 223. 27. Id., ibíd., 20 de febrero de 1908, pág. 186. 28. Cf., por ejemplo, id., ibíd., 17 de abril de 1907, pág. 83, y 22 de abril de 1908, pág. 207, nota 4. 29. Id., ibíd., 21 de junio de 1909, pág. 316. P. Janet llegará por otra parte a las mismas conclusiones puesto que a partir de M édications psychologiques , 1919, considera que la demencia precoz es una psiconeurosis, una “demencia asténica”. 30. Cf. supra, cap. 5. 31. C. G. Jung (a) S. Freud: Correspondence, tomo I, 14 de diciembre de 1909, pág. 358. 32. Ibíd., pág. 359. 33. Id., ibíd., tomo II, 1910-1914, 11 de diciembre de 1911, pág. 232. 34. S. Freud (a) C. G. Jung, ibíd., tomo I, 23 de mayo de 1907, pág. 95. 35. Id., ibíd., 25 de febrero de 1908, pág. 189. 36. Id., ibíd., 3 de marzo de 1908, pág. 192. 37. Id., ibíd., 19 de diciembre de 1909, pág. 362; esa carta responde a la de Jung del 14 de diciembre de 1909, citada supra. 38. Id., ibíd., tomo II, 13 de junio de 1910, pág. 68. 39. Sigue una referencia a la confusión alucinatoria, es decir al caso de 1894, forma extrema de ese proceso. 40. S. Freud: Formulations sur les deux principes de l'activité psychique, 1911, S. E., XII, pág. 218 (la traducción al francés pertenece a C. Conté). 41. Ibíd., pág. 221. 42. Ibíd., pág. 220. 43. Ibíd., pág. 222. 44. Correlativamente, el concepto freudiano de regresión empezó a coin cidir cada vez más con una actitud personal, subjetiva, y ya no con las modalidades de la disolución de una organización funcional (pasaje del jacksonismo a una concepción globalista que se apoya rá en gran medida en el darwinismo). 45. S. Freud: “Le trouble psychogene de la visión dans la conception psychanalytique”, 1910, en Névrose, psychose et perversión, pág. 170. 46. S. Freud: Form ulations..., S. E., XII, págs. 222-223. Respecto del término “frustración”, que C. Conté traduce al francés como “re fu s " (rechazo), cf. infra, nota 51. 47. Ibíd., pág. 223. Las pulsiones de autoconservación son simplemente coacciones, por su esencia misma, a tener en cuenta la realidad. 48. Ibíd. 396
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-49. Ibíd., pág. 224. 50. Así, dos años más tarde, Freud propondrá la idea de que “en la neuro sis obsesiva cabe registrar el hecho de que el desarrollo del yo su pera en el tiempo al de la libido. (...) De ello resultaría una fija ción en el estadio pregenital del orden sexual”. (S. Freud: “La disposition á la névrose obsessionnelle”, 1913, en Névrose, psychose et perversión, págs. 196-197.) 51. Versagung, término que C. Conté traduce al francés como "refus" (rechazo)? El sentido alemán es por cierto intraducibie, y me pare ce que sólo corresponde a “no-satisfacción”. 52. Aquí, como a todo lo largo de este artículo, se advertirá el estilo ter minológico muy próximo al de Janet. 53. S. Freud: “Sur les types d'entrée dans la névrose”, 1912, en Névrose, psychose et perversión, pág. 176. 54. Ibíd. Como lo hace cada vez que emplea la palabra introversión, Freud en nota remite aquí a Jung. 55. Ibíd. 56. Ibíd., pág. 177. Freud precisa que es segundo tipo sólo pudo ser des. cubierto gracias a las investigaciones de la escuela de Zurich y re mite en nota a un trabajo de Jung. 57. Ibíd. pág. 178. 58. Ibíd., pág. 179 (las bastardillas de insuficiencia son mías) 59. Cf. ibíd., pág. 182. Se trata asimismo de “razones que deciden la elección de la neurosis (y que) pertenecen sin excepción (a las) cau sas constitucionales que el ser humano trae consigo al nacer”. (S. Freud: “La disposition á la névrose obsessionelle”, 1913, en Névrose, psychose et perversión, pág. 189.) 60. Cf. infra, los apartados “Clínica y teoría del narcisismo” y “Hacia una síntesis: la Métapsychologie". 61. Se comparará esta afirmación con las tesis de los años 1904-1905 examinadas supra, en el capítulo anterior, apartado C. 62. S. Freud: “A propos de la psychanalyse dite ‘sauvage’ ", 1910, en La technique..., pág. 40-41. 63. S. Freud: “La dynamique du transfert”, 1912, en La technique..., pág. 51. 64. Ibíd., págs. 53-54. 65. Ibíd. 66. Ibíd., pág. 55. 67. Ibíd., pág. 59. 68. Ibíd., pág. 60. 69. Ibíd., pág. 57; ese “elemento inatacable” designa los elementos de ternura o amistad en la transferencia positiva. 70. S. Freud: “Remémoration, répétition et élaboration”, 1914, en La technique..., pág. 109; en adelante, el concepto de automatismo de repetición aparece con frecuencia en la pluma de Freud, pero sin sef todavía más que una manifestación del principio del placer. 71. Ibíd., págs. 113-114. 397
72. Ibíd., pág. 113. 73. S. Freud: “Le début du traitement”, 1913, en La technique..., pág. 103. \ 74. S. Freud: Introduction á la psychanalyse, 1916, pág. 429. 75. S. Freud: “Observations sur l'amour de transferí”, 1915, en La tech nique... pág. 122. 76. S. Freud: Introduction á la psychanalyse, pág. 429. 77. Ibíd., pág. 433. 78. Ibíd. 79. Freud ya había realizado dos referencias breves al narcisismo en 1910, con respecto a la génesis de la homosexualidad: en una nota de la segunda edición de los Trois essais y en el estudio acerca de Leonardo da Vinci. 80. S. Freud: Remarques psychanalytiques sur l'autobiographie d'un cas de paranoia (Dementia paranoides) (Le Président Schreber), 1911 (cit. infra: Le Président Schreber), en Cinq psychanalyses, pág. 305. 81. Ibíd., pág. 305. 82. Ibíd., págs. 306-307. 83. Ibíd., pág. 316. 84. Ibíd., pág. 320. 85. Durante cierto tiempo, Freud intentará imponer el término “parafrenia” para abarcar en primer lugar la demencia precoz-esquizofrenia (parafrenia “propiamente dicha”) y después el conjunto de las neu rosis narcisistas. Se sabe que Kraepelin retomó esa palabra casi al mismo tiempo; fue su definición la que prevaleció (cf. P. Berche rie: Les fondem ents..., vol I, cap. 16) junto con el concepto bleuleriano. 86. Acerca de esos diferentes puntos, cf. P. Bercherie, “Constitución del concepto freudiano de psicosis”, ob. cit. 87. S. Freud: Tótem et Tabou, 1912-1913, pág. 104. 88. S. Freud: Introduction á la psychanalyse, pág. 393. 89. S. Freud: Le Président Schreber, en ob. cit., pág. 310. 90. S. Freud: “Pour introduire le narcissisme", 1914, en La vie sexuelle, pág. 94. 91. S. Freud: Tótem et Tabou, pág. 104. 92. Cf. la confusa discusión de este problema en S. Freud: Le Président Schreber, en ob. cit., págs. 317-318. 93. Ibíd., pág. 317. 94. Freud considera justamente que el estadio del narcisismo representa una fase de falta de distinción de los dos grupos pulsionales, lo que recubre la teoría de la anaclisis. 95. S. Freud: “La disposition á la névrose obsessionnelle”, en Névrose, psychose et perversión, pág. 193 (bastardillas del autor). 96. Ibíd., pág. 197. 97. Cf. S. Freud: “L'organisation génitale infantile”, 1923, en La vie sexuelle, págs. 113-116.
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-98. S. Freud: Remarques sur un cas de névrose obsessionnelle (L'homme aux rats), 1909 (cit. infra: L'homme aux rats), en Cinq psychanalyses, pág. 251. 99. S. Freud: Tótem et Tabou, pág. 80. 100. Ibíd., págs. 87-88 (bastardillas del autor). 101. Cf. supra, cap. 9. 102. S. Freud: lotelh et Tabou, pág. 92. 103. Ibíd., págs. 103-104. 104. Cf. la famosa secuencia Copémico-Darwin-Freud de S. Freud: “Une difficulté de la psychanalyse”, 1917, en Essais de psychanalyse apliquée, págs. 137-147; véanse también las interesantes consi deraciones de P.-L. Assoun en la conclusión de Introduction á l'épistemologie freudienne. 105. S. Freud: Tótem et Tabou, pág. 105. 106. Ibíd., págs. 102-103. 107. Ibíd., pág. 105. 108. Ibíd. 109. Ibíd., pág. 80. 110. Ibíd. 111. Ibíd., págs. 82-83. 112. Ibíd., pág. 179. 113. Ibíd., pág. 185. 114. Ibíd., pág. 184. 115. Ibíd. 116. S. Freud (a) K. Abraham: Correspondence ( 1907-1926), 5 de julio de 1907, págs. 11-12. Durante ese primer período (el de los Trois essais) al que pertenece esta carta, Freud ignoró en gran medida la importancia de la vida fantasmática del niño. Así, consideraba que “el histérico (que) más tarde se aparta considerablemente del autoe rotismo infantil (...) ubica de manera fantasmática en la infancia su necesidad de objeto y recubre la infancia autoerótica con fantas mas de amor y seducción” (ibíd., pág. 10). El análisis del pequeño Hans (Juanito), casi en el mismo momento, con el descubrimiento de las “teorías sexuales infantiles” (artículo de 1908, en S. Freud: La vie sexuelle, págs. 14-27), es una de las fuentes de la nueva óptica que sitúa el fantasma en los orígenes de la vida mental. 117. Según una hipótesis que expondré en el capítulo siguiente y que in tenta correlacionar los sucesivos modelos freudianos del psiquismo con el campo clínico dominante que les corresponde, se podrá ob servar que la doble valencia del modelo inicial corresponde bien a las dos vertientes de la sintomatología histérica (síntoma de con versión y “psicosis” histéricas) en tanto que su bipartición acom paña el pasaje al primer plano de la psicosis por una parte (mode lo narcisista-autístico), y por la otra de la neurosis obsesiva (mo delo impulsivo). 118. Obsérvemos que hay allí dos concepciones muy diferentes de la ac ción: el modelo narcisista toma de Janet el concepto de una ten
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sión, de un esfuerzo adaptativo (aloplastia), en tanto que e} modelo impulsivo vuelve a la imagen de la descarga refleja primitiva, ali vio de la tensión y no realización costosa. Simultáneamente, Freud intenta una conciliación de las dos tesis, afirmando que “esta diferencia, que algunos podrían considerar capi tal, no se refiere al aspecto esencial del tema” (S. Freud: Tótem et Tabou, pág. 184). Así cerrará también la prolongada discusión acerca de la realidad de la escena primitiva en “El Hombre de los lo bos”, pero con la reserva de una realidad filogenética (fantasma originario). Este último concepto indica la prevalencia en su pensa miento de la tendencia al modelo evolucionista; la imagen no po dría representar un mundo que tenga coherencia per se : una reali dad, por lo menos heredada genéticamente, debe lastrar su impacto. Freud cita el complejo de castración —que por otra parte no conside ra en absoluto omnipresentes en las neurosis, a la inversa de Adler (cf. S. Freud: “Pour introduire le narcissisme”, en La vie sexuelle, pág. 97)— como ejemplo de coyuntura en la que “los dos tipos de pulsiones obran todavía al unísono y se presentan como intereses narcisistas en una mezcla indisociable” (ibíd., pág. 97; las bas tardillas son mías). Ibíd., pág. 86. Freud gusta también de esta hipótesis “quimista” en el plano tera péutico: “Supongamos ahora que estamos en condiciones de inter venir mediante procedimientos químicos en esta estructura, de au mentar o reducir la cantidad de libido existente en un momento da do, de reforzar una pulsión a expensas de otra: tendríamos allí una terapéutica causal en el sentido propio de la palabra, una terapéuti ca en cuyo beneficio nuestro análisis ha realizado el trabajo de re conocimiento preliminar e indispensable.” (S. Freud: Introduction á la psychanalyse, pág. 413.) Es el “rodeo imaginario” del que habla P.-L. Assoun —cf. supra, cap. 13, apartado A— . Cf. la definición del autoerotismo citada supra: “El autoerotismo fue la actividad sexual de la fase narcisista de la fijación de la libido.” (S. Freud: Introduction á la psychanalyse, pág. 393.) Freud considera por otra parte que “la coacción de salir del narcisis mo y ubicar la libido en los objetos (...) podría (...) aparecer cuando la investición del yo en libido ha superado una cierta medi da”; la salida del estado anobjetal, por lo tanto, no depende más que de factores puramente cuantitativos (estasis libidinal de la cual la hipocondría es el modelo). (S. Freud: “Pour introduire le narci ssisme, en La vie sexuelle, pág. 91.) S. Freud: Le Moi et le Qa, 1923, en Essais de psychanalyse, pág. 242, nota 5. Cf. supra, nota 123, pág. 327. Las dos expresiones, en efecto, son rigurosamente intercambiables en los textos freudianos: en alemán, por otra parte, la diferencia sólo reposa en la posición de las palabras Ich e Ideal. Si Freud
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136. 137. 138. 139. 140. 141. 142. 143. 144. 145.
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hubiera querido asignarles acepciones contrastantes, desde luego se habría explidkdo! Sólo ulteriormente (H. Nunberg, 1932) habrá de constituirse sobre esta base una verdadera oposición conceptual, cuyo interés precisará J. Lacan. S. Freud: “Poüt introduire le narcissisme”, en La vie sexuelle, pág. 98. Ibíd., pág. 102. Ibíd., pág. 104. S. Freud (a) K. Abraham: Correspondence (1907-1926), 4 de mayo de 1915, pág. 225. S. Freud: M étapsychologie, 1915, pág. 98. Ibíd., págs. 78-79. S. Freud (a) C. G. Jung: Correspondence, tomo II, 30 de noviembre de 1911, pág. 230. S. Freud: L'intérét de la psychanalyse, 1913, pág. 82. Cf. por otra parte el conjunto de ese importante manifiesto epistemológico, que aclaran el “Prefacio” y el “Comentario” detallado de P.-L. Assoun en la edición francesa. Cf. supra, cap. 13. S. Freud: M étapsychologie, pág. 32 (las bastardillas de sus son mías) Cf. supra, cap. 14, apartado B. S. Freud: Métapsychologie, pág. 34. Ibíd., pág. 35. Ibíd. Ibíd., pág. 37. Ibíd., nota 1. Ibíd., págs. 35-36. Ibíd., pág. 38. Se habrá observado la inversión de la secuencia (o más bien de la terminología) del desarrollo del yo entre las F or m ulations de 1911 y el presente texto de 1915. En efecto, en adelante es menos la realización alucinatoria del deseo que la omni potencia mágica lo que centra el concepto del yo-placer; ahora bien, las técnicas de proyección e introyección subtienden la dis tinción dentro/fuera. Así, Freud continúa alejándose del modelo onírico del Esquisse para esbozar la historia del desarrollo de un ser en interacción constante con su ambiente. Ibíd. Una nota remite aquí al artículo perdido acerca de la proyec ción. Se la puede completar con el pasaje siguiente del artículo de dicado a la represión: “La experiencia psicoanalítica (...) nos fuerza (...) a concluir que la represión no es un mecanismo de de fensa presente en el origen, que no puede instituirse antes de que se haya producido una separación marcada entre las actividades psíquicas consciente e inconsciente. (...) Antes de que la organiza ción psíquica haya alcanzado ese estadio, son los otros destinos pulsionales, como la transformación en lo contrario, la vuelta ha cia la propia persona, los que llevan a cabo la tarea de defensa.”
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147. 148. 149. 150. 151.
152. 153. 154. 155. 156.
157.
(Ibíd., págs. 47-48.) Así, correlativamente a la elaboración!de una teoría del yo, reaparece el concepto de defensa como género que subsume la represión en tanto que especie (cf. también ibíd., pág. 25), concepción que se desarrollará con Inhibition, symptóme et angoisse. En ese marco, introyección y rechazo-proyección apa recen como otras tantas modalidades defensivas primitivas. Ibíd., pág. 39. Ibíd., pág. 40. Ibíd., pág. 42. Ibíd., págs. 42-43. Ibíd., pág. 42. Ese mismo año de 1915 Freud introdujo en la tercera edición de los Trois essais la noción de una primera organización oral de la libido que coincide en consecuencia con el narcisismo primario (yo-placer), La idea aparece con respecto al proceso identificatorio en la fuente de las instancias ideales y en el marco de li na discusión con Abraham acerca de la melancolía (cf. la carta de K. Abraham del 31 de marzo de 1915, en Correspondence (19071926), págs. 221-222, y la respuesta de S. Freud, ibíd., 26 de abril de 1915, pág. 224) donde se objetiva claramente el proceso de incorporación ambivalente (canibalismo). Ibíd., pág. 43. Cf. K. Abraham: “Esquisse d'une histoire du développement de la li bido”, en (Euvres completes, tomo H, págs. 255-313. S. Freud: Métapsychologie, pág. 159. Cf. supra, nota 148. De modo que el concepto de superyó se erige en la intersección de tres grandes registros teóricos: el de la ambivalencia, el del narci sismo y el de Edipo. La etapa que acabamos de examinar se basa más bien en los dos primeros (ideal del yo: modelo melancólico), y la siguiente en los dos últimos (superyó: modelo obsesivo). En “Pour introduire le narcissisme” Freud ya había intentado una pri mera síntesis al presentar como paralelas y alternativas las dos modalidades de la elección de objeto primordial: narcisista y anaclítica.
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Capítulo XVI
LA REFUNDICION DE LA METAPSICOLOGIA: PULSION DE MUERTE Y SEGUNDA TOPICA (1920-1938)
Vida y muerte: El nuevo dualismo pulsional A. El retomo de la pareja amor/odio En 1920, Freud publicó la obra en la que había trabajado desde el año anterior: Au-delá du principe de plaisirL De entrada el título enuncia el programa, es decir el interrogante que constituye su eje. Freud plantea 1 sus términos desde la primera línea: “En la teoría psicoanalítica, admiti4 mos sin vacilar que el principio del placer regula automáticamente el flujo de los procesos psíquicos [43].” Es ése precisamente el postulado fundamental (con sus traducciones económicas: constancia, inercia) que le parece cuestionado por el examen de todo un material clínico, puesto que no se podría reducirlo a los límites que la realidad, por una parte, y ^ el conflicto y la represión por la otra, imponen a dicho principio. Así, ' Freud observa respecto de las repeticiones transferenciales que “La com pulsión de repetición hace volver también experiencias del pasado que no traen consigo ninguna posibilidad de placer y que incluso en su momen to no pudieron aportar satisfacción, ni siquiera a las mociones pulsionai les ulteriormente reprimidas [60J. ” Lo que conduce al enunciado de una conclusión sorprendente, puesto que rompe el hilo de pensamiento que había estado guiando a Freud desde veinticinco años antes: “tales obser vaciones, extraídas del comportamiento eñ la transferencia y del destino de los hombres, nos alientan a admitir que existe efectivamente en la vi da psíquica una compulsión de repetición que se ubica por encima del principio del placer. Por esto nos inclinamos a relacionar con esta com pulsión los sueños de la neurosis de accidente y el impulso a jugar en el niño [63].” 403
En este punto resulta esencial captar bien lo que está en juego en el razonamiento de Freud, puesto que al fin de cuentas una gran parte del movimiento psicoanalítico siempre rechazó los resultados de ello. Los fenómenos de repetición que verifica la clínica (transferencia, destino, neurosis traumática) sólo parcialmente se dejan reducir al empuje de mo ciones inconscientes que tienden al placer, y por lo tanto ponen de ma nifiesto una tendencia bruta al “eterno retomo de lo mismo [62]”, más allá de la ley psíquica del placer-displacer. Desde luego, hay que precisar que esa verificación se impone teniendo en cuenta los conocimientos psicoanalíticos de entonces ,2 es decir el espectro de los móviles incons cientes de los que disponía Freud. El resultado es por lo tanto que el aulom atism o de repetición se presenta como una ley del funcionamiento psíquico más profunda que el principio del placer, como un fenómeno pulsional aun más primordial, que Freud tratará de aprehender a través de lo que él mismo presenta como “especulación, una especulación que con frecuencia se remonta muy lejos (...), un intento de explotar una idea de manera consecuente, con la curiosidad de ver adónde nos llevará [65]”. Así se ve conducido a modificar considerablemente su concepción de la esencia de la pulsión y de los principios del funcionamiento mental. Basándose en diversos hechos de etología animal (migración de los peces o las aves a antiguos hábitats de la especie) y asimismo en la ley biogenética fundamental de Haeckel, Freud propone que “una pulsión sería un empuje intrínseco del organismo vivo en la dirección del restablecimien to de un estado anterior que ese ser vivo tuvo que abandonar bajo la in fluencia perturbadora de fuerzas exteriores (...), la expresión de la inercia en la vida orgánica [80]”. El automatismo de repetición ya no aparece en adelante como la expresión de la vida pulsional, sino como su fuente, la matriz de las pulsiones. Por otra parte, el origen de la evolución no po día ubicarse en la vida orgánica en sí misma, consagrada a la inercia y la repetición: “Tenemos entonces que atribuir los resultados efectivos del desarrollo orgánico a influencias exteriores que lo perturban y lo desvían de su fin, [82].” Freud mismo observa que “ese modo de desarrollo sólo podía expli carse muy parcialmente por factores mecánicos, y la explicación histó rica es imprescindible [81; la bastardilla es mía]”. Si se recuerda ahora la firmeza de la adhesión freudiana a los principios de la escuela de Helmholtz, se advierte cuán profunda es la evolución que en este punto ha sufrido su pensamiento. En adelante, el registro biológico se ha con vertido para Freud en un orden propio, irreductible al campo físico-químico, y ese orden está caracterizado por la dimensión de la historia. De modo que Freud tomó distancia respecto de la cpncepción físico-fisiologista de la pulsión, que identificaba con la posición de Cabanis,3 me diante un pasaje decidido al darwinismo. La teleología puede entonces 404 í
* •* ' penetrar el mundo pulsional, de modo que las pulsiones se definirán en adelante más por su finalidad que por su cantidad (ciclo tensión-descar ga). De la estructuración fundamentalmente “mecanicista” del pensa miento freudiano subsiste la idea de una inercia esencial del ser vivo, que sólo avanza porque el camino de retomo está cerrado para él. Al pasar del registro psíquico al registro pan-biológico, esta convicción acerca de la no creatividad adquiere por otra parte una profunda significación que ma terializará el concepto de pulsión de muerte. Pero la concepción misma del funcionamiento psíquico se encuentra subvertida por la mutación de la idea de pülsión. Freud sigue consideran do que “sería (...) la tarea de las capas superiores del aparato psíquico su jetar la excitación pulsional cuando ella llega bajo la forma de proceso primario [78]”, pero ese proceso (secundario) se despliega en adelante “sin duda no en oposición con el principio del placer, sino independien temente de él y en parte sin tenerlo en cuenta [78]”. En efecto, “la suje ción de la moción pulsional sería una función preparatoria que debe po ner la excitación en estado de ser finalmente liquidada en el principio de descarga [113]”. De modo que aquí se emplaza una imagen muy diferente del proceso mental: por sí misma, la dinámica pulsional, únicamente dominada por la repetición, sólo tendería a reproducir el pasado, fuera cual fuere su contenido, es decir, que haya sido fuente de placer o de do lor. De modo que en adelante la sujeción apunta no ya a instaurar el control del principio de realidad sobre el empuje ciego del deseo (como búsqueda de placer), sino a impedir la repetición, peligro mortal para el organismo-sujeto, y a canalizar las energías pulsionales en un funciona miento sometido a la escala biológica del placer-displacer. “Sólo una vez que esta sujeción se ha consumado el principio del placer (y el principio de realidad que es su forma modificada)4 podría establecer su dominación sin obstáculos [78]”; en caso contrario, la repetición bruta continuará su ciclo (cf. los ejemplos de partida) al mismo tiempo que el aparato psí quico se esforzará por realizar la sujeción. De modo que es en ese marco donde Freud sitúa en adelante el pro blema del traumatismo y de su repetición (transferencia, sueño de las neurosis traumáticas, juego del niño). “Llamamos traumáticas a las ex citaciones externas lo bastante fuertes como para fracturar los para-excitaciones.5 (...) En primer lugar, el principio del placer es puesto fuera de acción. Ya no se trata de impedir que el aparato psíquico quede sumergi do en grandes sumas de excitaciones; la tarea que aparece es más bien otra: dominar la excitación, ligar psíquicamente las sumas de excitación que han penetrado por fractura para llevarlas luego a la liquidación. (...) Se apela a la energía de investición, que viene de todas partes, para crear en la vecindad del punto de fractura investiciones energéticas de una in tensidad correspondiente [71-72].” Conocemos ya esta teoría de la con405
trainvestición y de la sujeción o ligadura de las cantidades^ traumáticas (cf. el Esquisse). En adelante, Freud habla de la angustia en ese marco como “preparación (para el peligro traumático) por la angustia, prepara ción que implica la sobreinvestición de los sistemas que reciben princi palmente la excitación [74]”. Los sueños de la neurosis traumática tie nen así “por finalidad el dominio retroactivo de la excitación con desa rrollo de angustia, esa angustia cuya omisión ha sido la causa de la neu rosis traumática [74-75]”. Freud no continúa con esas reflexiones, cuyo hilo retomará en 1926 al reformular por completo la teoría de la angustia y de la neurosis. Mientras tanto,1la idea de un retomo a los estados originarios como ten dencia pulsional primordial orienta al mismo tiempo hacia la conclusión de que “el fin último hacia el que tiende todo lo que es orgánico (...) de be (...) ser un estado antiguo, un estado inicial que el ser viviente aban donó antaño y al cual tiende a volver a través de todos los rodeos del de sarrollo. (...) La meta de toda vida es la muerte [82]”. Así se constituye la noción de una pulsión de muerte, a la cual se opone correlativamente la pulsión sexual, en tanto que ella apunta a conservar la vida, a evitar la destrucción de la materia orgánica al prolongar la existencia del indivi duo en la reproducción de la especie. De modo que si la libido aparece como la pulsión de vida, es en su antagonista psicoanalítico natural, las pulsiones del yo, donde se diría que resulta lógico buscar el representante psíquico de la pulsión de muerte. Siendo una parte de las pulsiones mis mas del yo de naturaleza libidinal (libido narcisista), es en la otra ver tiente de su actividad donde desde luego hay que situar la pulsión de des trucción: de modo que el odio es su representante natural. Correlativa mente, el concepto de libido sexual se amplía, convirtiéndose en Eros, “que conserva todas las cosas [100]”, “que procura provocar y conservar la cohesión de las partes de la sustancia viviente [110, nota 16]”, identi ficándose así con el Amor del mito platónico. En este punto tenemos que volver del revés la exposición freudiana y comprender que es, a la inversa, la intuición del carácter primordial e irreductible de la pareja amor/odio la que funda la creación del nuevo dua lismo pulsional. Volvemos a encontrar aquí7 el hilo del pensamiento r interrumpido desde la última parte del artículo metapsicológico “Les pulsions et leurs destins”.8 “Partimos de la gran oposición de pulsiones d e jd d a - pulsiones de muerte. El amor de objeto en sí mismo nos muestra una segunda polaridad de ese tipo, la del amor (ternura) y el odio (agresividad). ¡Si pudiéramos llegar a relacionar esas dos polaridades, re ducir la una a la otra! Desde siempre hemos reconocido la existencia de una componente sádica de la pulsión sexual. (...) ¿Pero cómo deducir del Eros, que conserva la vida, la pulsión sádica que tiene por fin hacer daño al objeto? ¿No se nos invita a suponer que ese sadismo es en sentido es-^ 406
tricto una pulsión de muerte que ha sido rechazada del yo por la influen cia de la libido narcisista, de manera que sólo se vuelve manifiesta rela cionándose con el objeto [101-102]?” Freud retoma entonces la secuen cia del desarrollo de la relación objetal a través de las diferentes organiza ciones infantiles, poniendo de relieve el papel del sadismo, de la incor poración destructora inicial, en la influencia dominadora del objeto que todavía acompaña a la realización del deseo genital. De modo que a la, ambivalencia y el sadomasoquismo en la nueva dialéctica pulsional se les otorga el lugar primordial, relegándose por el momento al segundo plano los antagonismos de los sistemas tópicos. Correlativamente, el masoquismo cambia de significación, puesto que era una vuelta hacia sí mismo del sadismo, y en el nuevo sistema ocupa un lugar esencial como tendencia primaria y manifestación más pura de la pulsión de destrucción. El dualismo pulsional trasciende por otra parte todas las distinciones metapsicológicas, confiriendo sentido a los princi pios más mecanicistas y funcionales. Así, el principio de placer-inercia, en tanto que apunta a la nivelación de la tensión energética del aparato mental, aparece como uno de los instrumentos al servicio de la pulsión de muerte en su esfuerzo por desembarazarse de las excitaciones vitales de la libido. B. Origen y filiación del nuevo modelo freudiano Tenemos ahora que interrogamos acerca del sentido exacto de ese extra ordinario viraje del pensamiento freudiano. Trataría de situar su aparición en tres niveles fundamentales: el de los materiales clínicos, fácticos, que pudieron modificar el modo de ver de Freud, el de lo que está teórica mente en juego en su esfuerzo, y finalmente el del manejo conceptual y la exigencia de modelización cuyas huellas acabamos de seguir desde los orígenes de la trayectoria freudiana. Por lo tanto, en el nivel de los he chos que provocaron lo que es justo considerar como una poderosa co rriente de pesimismo en el pensamiento freudiano (ello sin tener en cuenta el valor y la pertinencia de los argumentos presentados), me ha parecido incuestionable que la experiencia vivida de la masacre de 19141918 inició su proceso. Lo ilustra la lectura de la correspondencia de Freud de ese período, lo mismo que un texto circunstancial, publicado en 1915, las “Considérations actuelles sur la guerre et sur la mort”.9 Allí Freud bosqueja las condiciones de lo que eufemísticamente cali fica de desilusión: “Uno se atrevió a esperar alguna otra cosa. De las grandes naciones de raza blanca que reinan en el mundo, a las cuales in cumbe la dirección del género humano, que se sabía aplicadas a defender ciertos intereses comunes al mundo entero, y cuya obra abarca tanto los progresos técnicos en el dominio de la naturaleza como los valores artís 407
ticos y científicos de la civilización, de esos pueblos, decía, Uno había esperado que fuesen capaces de resolver a través de otras vías las disen siones y los conflictos de intereses.”10 Por lo menos, se podía contar con el nivel de civilización alcanzado para que una guerra de ese tipo fuera lo más posible limitada, prudente respecto de los hombres y los valores, moderada en sus objetivos. Ahora bien, la guerra moderna reve ló ser “no solamente, en razón del pujante perfeccionamiento de las ar mas ofensivas y defensivas, más sangrienta y asesina que cualquiera de las guerras anteriores, sino (...) por lo menos tan cruel, encarnizada, des piadada, como todas las que la precedieron. (...) Presa de una rabia ciega, derriba todo lo que le obstruye el camino, como si después de ella los hombres no debieran tener ni futuro ni paz.”11 Así, ante el horrorizado “ciudadano europeo” de la Europa de preguerra furgen dos fenómenos que concentran su decepción: “La débil moralidad, en sus relaciones exterio res, de los Estados que se comportaban en lo interior como guardianes de las normas morales y, en los individuos, una brutalidad de comporta miento de la que, en tanto participaban de la más alta civilización huma na, no se habría creído que fuesen capaces.”12 Para explicar las causas verdaderas de tales acontecimientos, Freud presenta un cierto número de razones que objetivan las ilusiones que se podían haber albergado acerca del nivel real de la civilización: carácter en gran medida egoísta (miedo, hipocresía: sentimientos ego-altruistas de Spencer) de los móviles del renunciamiento pulsional social, predomi nio de los efectos educativos siempre regresivamente reversibles sobre la parte de lo innato (hereditariamente adquirido) en la cultura, plasticidad psicológica de los individuos que los arrastra por debajo de su nivel real en la acción, arcaísmo moral de los pueblos en tanto “grandes indivi duos”. Subsiste una parte difícil de integrar en la comprensión de tal problema: “El porqué, a decir verdad, los individuos-pueblos se despre cian, se odian, se aborrecen unos a otros, incluso en tiempo de paz (...) por cierto es un enigma.”13 “Él carácter insistente del mandamiento ‘No matarás’ nos proporciona la certidumbre de que descendemos de una casta infinitamente larga de asesinos que tenían en la sangre el deseo de ma tar, igual quizás que nosotros mismos todavía.”14 A Freud le parece incontestable que la marejada de violencia y muerte que sacude a Europa ante sus ojos difícilmente podía encontrar una mo tivación suficiente en las concepciones de las que el psicoanálisis dispo nía hasta entonces. Por cierto, “nuestro inconsciente mata incluso por cosas insignificantes; lo mismo que la antigua legislación ateniense de Dracón, no conoce para los delitos ningún castigo que no sea la muerte, lo cual no carece de consecuencias, pues todo perjuicio ocasionado a nuestro yo omnipotente y soberano es en el fondo un crimen laesae majestatis”.15 Pero un frenesí destructor (o autodestructor) de tal am408
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plitud, una pasión por la muerte tan encarnizada, permite sospechar la intervención de un factor que encuentra satisfacción en tales acciones en sí mismas,16 fuera de toda motivación narcisista. Ya se cuenta con el sadomasoquismo para una explicación pero, en un plano puramente cuantitativo, en adelante tiende por ello mismo a ocupar un lugar en la teoría de las pulsiones que esté a la altura de la fuerza de sus efectos. Freud lo dice en su conclusión: “¿No sería mejor otorgar a la muerte, en la realidad y en nuestros pensamientos, el lugar que le corresponde?”17 Contra el fondo de una experiencia tal18 y de la fuerza de convicción que se desprende de ella, adquieren sentido todos esos materiales clínicos que desbordan el marco precedente de la teoría freudiana e insisten en fa vor de un verdadero reconocimiento conceptual de lo que puede llamarse la negatividad en la dinámica psicológica. Inercia, repetición, maso quismo “moral” (neurosis de fracaso), reacción terapéutica negativa, vis cosidad de las investiciones neuróticas, todos esos factores del fracaso del tratamiento y la impotencia del analista se unen a la ambivalencia y el sadomasoquismo en un concepto metapsicológico que por primera vez toma en cuenta el “carácter demoníaco [78]” del psiquismo humano. Pe ro, desde luego, un esfuerzo tal de teorización se basa por otra parte en ciertas necesidades internas de la dinámica conceptual. No olvidemos, en efecto que, desde la introducción del concepto de narcisismo, Freud se encontró siempre confrontado con “la cuestión siguiente: si las pulsio nes de autoconservación son también de naturaleza libidinal, quizás no haya en absoluto más pulsiones que las libidinales [100]”. ¿Cómo resis tir a la crítica junguiana, con todo tan parcialmente fundada, y mantener la conflictualidad fundamental del psiquismo, incluso reforzada en la in tuición freudiana por la conciencia de su carácter “demoníaco”? En este punto es preciso recordar la otra gran disidencia, la de Adler, y sus materiales con frecuencia pertinentes, acumulados para justificar la ubicación en primer plano de una pulsión de agresión, por cierto esen cialmente egótica. No puede dejarse de pensar que, con la introducción de la pulsión de muerte, Freud liquidaba cuanto podía quedar de las discu siones suscitadas por los dos tránsfugas y de una vez por todas saldaba una vieja deuda. Aceptaba la objeción junguiana, la unidad de la libido, anulando su alcance en virtud de la introducción de una versión personal de la idea de Adler. El psicoanálisis fagocitaba así a sus propios desviacionistas, privándolos definitivamente del terreno en el que todavía podían polemizar. Sigue siendo cierto, por una parte, que la pulsión de muerte no es la agresión adleriana,19 y por la otra que el estilo mismo de la conceptualización freudiana es digno de examen, puesto que ella es tá lejos de desprenderse simplemente de los materiales concretos y de las dificultades teóricas que integra. En efecto, nunca antes Freud había construido sus concepciones teó409
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ricas más fundamentales reservando tal lugar a la “especulación [65]”, empleando una “concepción (que) está muy lejos de caer de su peso y da la impresión de ser francamente mística [102]”, sirviéndose de una idea que “no era posible seguir (...) sin combinar varias veces lo que pertene ce al orden de los hechos con lo que es el puro producto del pensamien to, y consecuentemente sin alejamos mucho de la observación [108109]”. Al término del razonamiento, debe reconocer sus dificultades: “Yo mismo no sé en qué medida creo en esto [108].” ¿Qué es entonces lo que ocurrió que pueda explicar un cambio tal de actitud? Hasta ese momento, cuando Freud confiaba a la especulación20 la construcción de ciertas partes de sus modelos, recurría a metáforas mecánico-físicas, a materiales que por lo menos le parecían de cariz científico, y he aquí que en ese momento estaba tomando en sus manos lo que el propio Pla tón consideraba un mito. Es preciso que captemos lo que se trataba de teorizar en esa etapa del trayecto freudiano: el acceso a los "fenómenos narcisistas” —para designar con esa expresión global lo que hemos exa minado en el capítulo precedente— lo llevó a aprehender ese aspecto global, personal, de la sujetividad, que hasta entonces se le había escapa do. Recordemos: “Los términos amor y odio no deben ser utilizados para las relaciones de las pulsiones con su objeto sino reservados para las re laciones del yo-total con los objetos.”21 Esa es precisamente la cues tión que trata de resolver el nuevo dualismo pulsional. El problema que se le plantea a Freud es crucial: ¿cómo integrar el aspecto cualitativo, teleológico del psiquismo, el universo de la motiva ción finalista, a un sistema que sigue siendo fundamentalmente causalista, que organiza sus análisis en tomo de un encadenamiento causal de ti po mecanicista, pues incluso el modelo evolucionista de la Traumdeu tung es todavía el de una máquina, biológica por cierto, pero no sub jetiva (evolucionismo tipo Spencer-Jackson)? Asimismo, ¿cómo no perder nada de las adquisiciones metapsicológicas: teoría de las pulsio nes, aparato mental, principios del funcionamiento psíquico? Hacer tabla rasa y reconstruir de novo un modelo totalmente inédito era una tarea sobrehumana. De modo que otra vía iba a abrirse a la teorización de Freud: La utilización del evolucionismo darwinista, haciéndole jugar hasta el límite la dialéctica de lo originario, la dimensión arqueohistórica. Tótem et tabou ya lo había empleado, pero apuntaba más bien a la iluminación de una homología estructural (cf. la tríada niño-primitivoneurótico). En la Introduction á la psychanalyse, obra en muchos as pectos de inflexión, Freud presentó la noción de fantasma originario como “patrimonio filogenético”, lo que modificaba considerablemente el alcance de sus investigaciones antropológicas: “En mi opinión, es posi ble que todo lo que se nos cuenta en el curso del análisis con carácter de fantasmas, es decir la seducción de niños, la excitación sexual, a la vista 410
‘k * ' de las relaciones sexuales de los padres (...) la castración (...) antafio, en las fases primitivas de la familia humana, fueron realidades, y (es posi ble) que al dar libre curso a su imaginación el niño solamente llene, con ayuda de la verdad prehistórica, las lagunas de la verdad individual."22 También en ese caso lo que está en juego es de carácter clínico: se trata de señalar en los núcleos fantasmáticos inconscientes una realidad tan grávida de efectos, tan resistente a la descomposición analítica como lo real histórico del sujeto. Lo mismo que cada vez que tropieza con lo que le parece indescomponible, irreductible a las circunstancias de la historia “dramática” del sujeto, Freud recurre a referencias biologizantes — de lo cual proviene el atractivo del darwinismo, en el que se conjugan historia y biología— . Pero al extraer del darwinismo todo lo que puede traducir en tal senti do, al utilizar a fondo al lamarckismo darwinista, Freud crea aquí una di^ mensión teórica propia 23 Precisamente va a hacer uso de ella al intro, > ducir, con Au-delá du principe de plaisir, una verdadera teleología pul sional.24 De modo que en primer lugar es la teoría de las pulsiones la que integra la especificidad subjetiva, a través de un desfasaje completo respecto de su concepto primero: la tensión somática, que sólo encontra ba su objeto en virtud del azar de la experiencia, y que no era más que empuje hacia la descarga, se convierte en una entelequia sustancializada, dibujo tenaz en el seno mismo del ser del otro lado de los juegos del conflicto psíquico, fuerzas abismales se entregan a un combate mítico, 1 eterno y encarnizado, desplegando tesoros de astucia e ingenio para al♦ canzar sus fines, es decir reencontrar su origen anulando el rodeo de la historia. Ocurre que otra tradición ha infiltrado profundamente el pensamiento freudiano. La reacción globalista, allí donde la vimos, se reconcilió con las corrientes filosóficas contra las cuales el positivismo cientificista de ^ fines del siglo XIX había construido su psicología sin alma. Para cons' truir la nueva psicología se tomaban conceptos e intuiciones de los es piritualistas franceses, del kantismo, de Aristóteles, del vitalismo 25 Freud no fue la excepción a la regla: él se abreva en su propia prehisto ria de fisiólogo helmholtziano, en esa filosofía de la Naturaleza que lo i había impulsado hacia la medicina después de escuchar la lectura del ma nifiesto de Goethe,26 en esa metafísica romántica de la que Brücke lo había apartado a favor de concepciones más sobrias y “prosaicas”. De modo que Freud reencontró la tradición de esa concepción pan-psiquista que consideraba a la Naturaleza un ser subjetivo y todopoderoso, y la panteizaba como fuente de vida, acordando sentido y espiritualidad a cada uno de sus elementos, a cada una de sus leyes y al movimiento univer sal;27 al hacerlo, el creador del psicoanálisis invocó a lo largo de su re corrido a aquellos que recogieron la herencia de Schelling y los románti411
eos: Fcchner (el Fechner “nocturno”, místico28), que ya aparece en la segunda página de Au-delá du principe de plaisir, y de Schopenhauer, con cuyas huellas le sorprende cruzarse respecto de la pulsión de muer te,29 y al que parece haberle tomado la utilización del mito platónico.30 Un indicio notable de la oscilación filosófica de Freud, en ese perío do preciso, confirma ese tipo de análisis y al mismo tiempo demuestra la profundidad de su compromiso “místico”. En 1921, un año después de la publicación de Au-delá du principe de plaisir, presentó a los miem bros del Comité el primero de los escritos que consagraría a los fenóme nos ocultos: “Psychanalyse et télépathie”. Mientras asegura que su acti tud personal respecto del tema sigue siendo “no entusiasta y ambivalen te” 31 afirma: “Quedan pocas dudas de que si uno se interesa con aten ción en los fenómenos ocultos, el resultado será muy pronto que la existencia de un gran número de ellos quedará confirmada.”32 Por otra parte, sin querer pronunciarse claramente, Freud sugirió varias veces la existencia verdadera de la telepatía y la transmisión del pensamiento. Así, en la lección que dedica al ocultismo en las Nouvelles conférences (1932) confía que “Quizás haya en mí una secreta inclinación hacia lo maravilloso, inclinación que me incita a acoger con favor la producción de fenómenos ocultos”.33 Si se piensa en la firmeza con la que Freud re chazó, unos veinte años antes, los esfuerzos de Jung por interesarlo en ese mismo dominio, se convendrá en que su concepción de lo real y de la ciencia cambió notablemente en el intervalo.34 Con este esclarecimiento deben comprenderse las referencias “biologizantes” de Freud en Au-delá du principe de plaisir, y su introducción de una teleología subjetiva en el corazón mismo del ser vivo. Si “la biología es verdaderamente un dominio de posibilidades ilimitadas (del cual) tenemos que preparamos a recibir (...) las luces más sorprendentes [110]”, sucede que se trata por excelencia de la ciencia de la naturaleza, en lo que esta última tiene de más de misterioso y sobrenatural: la vida. Ocurre también que ya no se trata de esa sucursal particular del dominio físico-químico que procuraba promover la escuela de Helmholtz, sino, del otro lado del lamarekismo de Darwin, de la naturaleza antropomórfica de Goethe y Schelling.35
La segunda tópica A. Descripción La vía estaba libre para una refundición de la metapsicología: con la teo ría de las dos grandes pulsiones, Freud integró a su concepción la teleo412
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* logia psíquica. Pero ello en un nivel basal, del otro lado de todas las distinciones tópicas y funcionales, cada uno de los elementos metapsicológicos podrá adquirir su sentido, revelar sus opciones en la gran ba talla que se libra en las profundidades, atravesando todos los niveles del organismo y de la psique.36 En Au-delá du principe de plaisir Freud propuso una modificación crucial de su concepción del conflicto psíqui co: “La experiencia nos ha enseñado que los motivos de las resistencias, y las resistencias mismas, son en primer lugar inconscientes. (...) Nos salvaremos de la oscuridad al oponer, no la conciencia y el inconsciente, sino el yo, con su cohesión, y lo reprimido. Es cierto que una gran parte del yo es ella misma inconsciente [59].” La primera tópica, la tó pica de los sistemas funcionales, debe en consecuencia ceder su lugar a una tópica de las instancias, en la que los caracteres distintivos concier nen a la personalidad propia de las entidades de que se trata, a su tipo de organización estratégica más que a su situación en relación con la con ciencia. Ese es el programa que Freud se asigna en Le Moi et le Qa (1923).37 Con anterioridad había abordado en detalle el problema de la identificación, en sus dos aspectos fundamentales (identificación ideal vía ideal del yo, identificación del yo con el semejante), en oportunidad del análisis de las multitudes humanas, en Psychologie des foules et analyse du moi (1921). Al pasar, una vez más pudo hacer uso del modelo arqueohistórico, puesto que la multitud y la hipnosis aparecieron “como una reviviscencia de la horda originaria”.38 Desde las primeras líneas de Le Moi et le Qa, Freud anuncia que “lo que se discutirá aquí continúa líneas de pensamiento que empecé a for mular en Au-delá du principe de plaisir (...) pero sin tomar ningún ele mento nuevo de la biología [221]”. De modo que se trata de retomar las mismas ideas para confrontarlas con “diversos hechos resultantes de la observación analítica [221]”. Au-delá du principe de plaisir, en efecto, propuso un nuevo modelo del aparato mental, de inspiración biológica, y de un carácter globalista evidente. “Representémonos al organismo vi vo con la forma más simplificada posible, como una vesícula indiferenciada de sustancia excitable. Su superficie vuelta hacia el mundo exterior se diferenciará por su situación y servirá de órgano receptor de excitacio nes. (...) El impacto incesante de las excitaciones externas sobre la su perficie de la vesícula modifica perdurablemente su sustancia hasta una cierta profundidad.”39 La corteza así formada dará origen a la conciencia, con su órgano protector inerte (para-excitaciones), y a partir de la con ciencia, de conformidad con su concepción de siempre, Freud encarará la estructuración del yo. Observemos al pasar que el modelo de la “vesícula protoplásmica”, además de representar una acentuación del vitalismo en detrimento del físico-mecanicismo en el pensamiento freudiano, hace re caer todo el énfasis en el problema del límite entre interior (organismo, 413
aparato psíquico) y exterior (realidad) en la aprehensión de la estructura ción psíquica, resumiendo así en otra forma los interrogantes del período precedente (polaridad fantasma/realidad, segundo modelo “impulsivo” de Tótem et tabou). De modo que Freud retomará el hilo de sus reflexiones en Le Moi et le Qa a partir de ese modelo fundamental globalista del psiquismo — puesto que el énfasis en la envoltura y el modelo de un organismo vivo indiferenciado acentúa su unidad vital— . El punto de partida del ensayo se encuentra en la consideración de los atributos del yo: “Nos hemos formado la representación de una organización coherente de los procesos del alma en una persona, y la denominamos el yo de esa persona. A ese yo se vincula la conciencia: él gobierna los accesos a la motilidad [227].” A esas proposiciones ya clásicas, Freud agrega el examen de la parte inconsciente del yo (resistencia): “Debemos admitir que la caracte rística de ser (...) inconsciente pierde para nosotros su importancia [229].” Esto lleva a reemplazar el antiguo sistema Ies por el concepto del ello, del cual el yo no es más que una parte superficial, diferenciada en virtud de su contacto (perceptivo) con la realidad; sus partes profundas se confunden con el resto del ello, salvo los elementos reprimidos. Así, el yo es al ello lo que la percepción es a la pulsión, lo que el principio de realidad es al principio del placer, lo que la razón es a la pasión* lo que la ontogénesis es a la herencia filogenética. Pero por otra parte el yo. es sólo un fragmento del ello, su superficie, representante del cuerpo y de la piel como límite entre sujeto y mundo exterior; en tal carácter, no puede luchar mucho contra la fuerza del ello; su estructura organizada sólo le permite reducir ciertos elementos de éste. De allí la célebre metá fora de la cabalgadura y el jinete, al que con frecuencia “sólo le queda conducir (su caballo) a donde él (el caballo) quiere ir [237]”. Sobre esta base, Freud retomará el análisis de la estructura del yo, a partir del concepto de introyección-identificacíón. Todo objeto perdido por el ello es reconstruido en el yo,40 “lo que permite concebir que el carácter del yo resulta de la sedimentación de las investiciones de objeto abandonadas, que él contiene la historia- de esas elecciones de objetos [241]”. A través de esa vía, el yo se atrae los favores del ello, apropián- r dose de las energías de investición en juego en las elecciones de objetos pulsionales. “La transposición de la libido de objeto en libido narcisista, que se produce aquí, supone manifiestamente un abandono de las finali dades sexuales, una desexualización, y por lo tanto una especie de subli mación [242],”41 Pero una presentación tal de las cosas obliga a “apor tar ahora a la teoría del narcisismo un desarrollo importante [260]”. El ello, en efecto, aparece aquí como “el gran reservorio de la libido, en el sentido de ‘Pour introduire le narcissisme’ [242, nota 5]”. Correlativa mente, es preciso considerar que “el narcisismo del yo es por lo tanto un ^
narcisismo secundario, retirado de los objetos [260; las bastardillas son mías]”. Así se desdibuja 1i significación primitiva del concepto de narci sismo que, correlativamente, sufrirá un cierte eclipse en la teoría.42 Como contrapartida, el ello hereda características de la etapa primitiva del desarrollo personal, tal como Freud las definió en las Formulations de 1912: omnipotente, asocial, rechaza la realidad, sólo reconoce la bús queda del placer, retoma para sí los principales aspectos del narcisismo primario y del yo-placer (cf. la nueva teoría de la psicosis en la que el yo se somete al ello renunciando a la realidad). La más importante e interesante de las identificaciones del yo reside en la génesis de la instancia ideal cuya descripción Freud retoma en este punto dándole el nombre de superyó. Todavía menciona la identificación primaria, anterior a la elección de objeto, afirmando que echa las prime ras bases del ideal del yo. No obstante, el superyó es antes que nada el resultado de la identificación secundaria, por otra parte muy ambivalente, que lo hace heredero del complejo de Edipo así como de la filogénesis de la familia humana (cf. Tótem et tabou). También aquí vemos desdibu jarse la significación narcisista primitiva de la idealización, detrás de la introyección de los objetos de amor del período edípico; correlativamente con esa ocultación del carácter narcisista del superyó (en beneficio de su relación con el ello), se pierde también la verdadera razón del aspecto ha lógeno de esa identificación con relación al resto del yo, es decir de la autonomía del superyó como instancia. “El ideal del yo es por lo tanto el heredero del complejo de Edipo y, como consecuencia, la expresión de los impulsos más poderosos y de los más importantes destinos de la libido del ello. Mediante su edifica ción, el yo ha asegurado su influencia en el complejo de Edipo [249].” Como contrapartida, el superyó “es el monumento conmemorativo de la debilidad y la dependencia que fueron antafío las del yo, y perpetúa su dominio, incluso sobre el yo maduro. Así como el niño sufría la coac ción de obedecer a sus padres, del mismo modo el yo se somete al impe rativo categórico de su superyó [263]”. Por otra parte, el supéryó extrae su poder de la “vasta comunicación entre ese ideal (del yo) y sus impul sos pulsionales ics (edípicos) [252]”, a lo cual se debe su participación en las regresiones libidinales del ello (neurosis obsesiva); siendo en gran parte inconsciente él mismo (sentimiento inconsciente de culpabilidad), el superyó se abreva directamente en el material inconsciente, mostrán dose totalmente enterado de los impulsos reprimidos (reproches “incom prensibles” de la neurosis obsesiva). Así está constituida la segunda tópica (de la cual reproducimos los esquemas), con todas las características que la diferencian fuertemente de la primera: las instancias que la componen tienen su personalidad, sus móviles y su estrategia; los conflictos que las enfrentan, las transaccio 415
nes y las alianzas que se anudan entre ellas hacen pensar más en la co media humana que en las heterogeneidades funcionales de los aparatos mentales de Freud desde el Esquisse. Fiel a su genio propio, el psicoa nálisis produjo una psicología globalista muy particular: plurales, con flictivas, inconexas, las instancias antropomórficas que constituyen esta personología reconducen sus experiencias fundamentales. La dialéctica de las relaciones intrasubjetivas se juegan en consecuencia en dos niveles:
El aparato psíquico (1923) (S. Freud: Le Moi et le Qa, en Essays de psychanalyse, pág. 236.)
Percepción
VJU
El aparato psíquico (1932) 1 (S. Freud: “Les diverses instances de la personnalité psychique” en Nouvelles confércnces sur la psychanalyse, pág. 107.)
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» 1) Las “relaciones de dependencia del yo”: canalizando las energías del ello, desviando una parte en beneficio propio (con la ayuda del super yó), el yo opera una incesante mediación entre su mundo interior (el e11o)y el mundo exterior del cual es el representante mental (cf. su rela ción constituyente con la percepción). “Por otro lado, sin embargo, ve mos a ese mismo yo como una pobre criatura, que debe servir a tres amos y que en consecuencia padece la amenaza de tres peligros, prove nientes del mundo exterior, de la libido y de la severidad del superyó. A esos tres peligros corresponden tres tipos de angustia, pues la angustia es la expresión de una retirada ante el peligro [271].” En esa vía, Freud pronto operará una revisión completa de su teoría de la angustia. 2) Las pulsiones fundamentales: en lo que concierne al ello, “en él combaten Eros y pulsión de muerte [274]”; en ese lucha, él parece estar al servicio de esta última y utiliza el principio del placer para evacuar las tensiones libidinales. El yo, por su actividad de desexualización, parece servir al mismo amo: “Por su trabajo de identificación y de sublima ción, presta asistencia a las pulsiones de muerte en el ello para el domi nio de la libido, pero así corre el riesgo de convertirse en objeto de las pulsiones de muerte y de perecer él mismo. A los fines de esta acción de asistencia, él mismo ha tenido que llenarse de libido, se convierte en re presentante de Eros y en consecuencia quiere vivir y ser amado [272].” El propio superyó es el producto de una identificación del yo; ahora bien, “la componente erótica, después de la sublimación, ya no tiene fuerza para ligar la totalidad de la destrucción que a ella se añadía, y ésta se vuelve libre, como tendencia a la agresión y a la destrucción. De esta desunión extraería el ideal en general sus características de dureza y crueldad, de deber imperativo [270]”. Así se explica que “ el yo sufra o incluso sucumba ante la agresión del superyó [272]”, en esas circunstan cias de las que Freud propone un amplio espectro: sentimiento de culpa bilidad consciente, necesidad de punición inconsciente, reacción terapéu tica negativa, hasta el “puro cultivo de la pulsión de muerte [268]” del superyó melancólico. B. Las correcciones de 1925 De modo que, en todos los aspectos, la descripción fragmentada del psi quismo en Le Moi et le Qa parece prolongar el presimismo de Au-delá du principe de plaisir. Freud no tardará en reaccionar, negándose a dejar que una “visión del mundo” (Weltanschauung) catastrófica se funda mente en la consideración de la “dependencia del yo respecto del ello así como respecto del superyó, su impotencia y su propensión a la angustia frente a uno y otro”.43 Cuando en 1925 termina de redactar Inhibition, 417
symptóme el angoisse, Freud se propone por el contrario establecer un amplio cuadro de la actividad estratégica, de la política del yo, a través de su desarrollo genético. Así, empieza por corregir i lo que presenta como una unilateralidad de su primera presentación, debida a que “tomamos abstracciones de manera demasiado rígida y a que de un estado de^osas complejo recalcamos a veces un aspecto, y a veces otro. (...) El yo es idéntico al ello, del que no es más que una parte especialmente diferencia da. (...) Si el yo permanece ligado al ello y es imposible distinguirlo de éste, se pone de manifiesto su fuerza. Las relaciones del yo con el super yó son idénticas: en muchas situaciones, vemos que el yo y el superyó siguen ambos un solo y mismo curso, y con la mayor frecuencia no po demos distinguirlos más que cuando entre ellos se instaura una tensión, un conflicto [13]”. Aquí aparece una imagen bastante diferente del psiquismo: su divi sión y la debilidad correlativa del yo son sólo una consecuencia del con flicto. N orm alm ente, el sistema psíquico funciona como un todo del cual el yo es la instancia ejecutiva: “El yo es precisamente la parte orga nizada del ello [13].” Es asimismo el órgano federador del psiquismo: “Él yo es una organización, se funda en la libre circulación y la posibi lidad de una influencia recíproca entre todas las partes que lo componen; su energía desexualizada todavía revela su origen en la aspiración a la li gazón y la unificación, y esta compulsión a la síntesis aumenta a me dida que el yo se desarrolla y se vuelve más fuerte [14].” Esas proposi ciones que dan sentido44 al proceso secundario (síntesis en lugar de li gazón) esclarecen desde luego el objetivo y los medios de la terapia 45 Pero ellas también permitirán emplazar la actividad del yo en el con flicto. El eje de la obra está constituido por la discusión de una nueva teoría de la angustia. El punto de partida es la verificación de que “el yo es re almente el lugar de la angustia [9]”, lo que guarda conformidad con la concepción del afecto que Freud desarrolla desde la Métapsychologie: no existe afecto inconsciente, solamente cantidades potenciales que no se convierten en afectos propiamente dichos más que al alcanzar la concien cia, es decir la descarga. La angustia es por lo tanto un acontecimiento cuyo teatro es el yo; la cuestión que se plantea pronto es la de su fun ción, su utilidad para el yo. Freud continúa creyendo que “la angustia tiene por fundamento una elevación del nivel de excitación que por una parte crea el carácter de displacer y por otro lado desemboca en descargas (viscerales) que alivian la excitación [56]”. Además, el estado de angus tia es la reproducción de una “experiencia prototipo” que explica la espe cificidad de las respectivas “acciones de descarga”:46 se trata del trauma tismo del nacimiento. Pero en adelante la explicación económica y la referencia prehistórica 418
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no basta para satisfacer a Freud: “La angustia debe llenar una función biológicamente indispensable de reacción ante el estado de peligro [57]”; su fuente genérica particular sólo esclarece uno de sus aspectos. La cues tión es entonces: “¿Cuál es su función? ¿En qué oportunidad se presenta de nuevo? La respuesta parece (...) imponerse. La angustia apareció en el origen como reacción ante un estado de peligro', ahora surge regular mente de nuevo cuando se presenta uno de tales estados [58].” De mane ra que en adelante el modelo globalista impone que la función subjetiva (funcionalismo)47 de un elemento psíquico regule sola su status48 Co mo todo afecto, la angustia es un proceso automático de descarga que re produce una reacción fisiológica ante una cierta situación onto o filogenética, como tal inadaptada casi siempre al nuevo contexto: las descargas cardio-respiratorias tenían un sentido en la situación biológica del naci miento, y después ya no tienen ninguno. Pero “el yo se apodera de ese afecto y él mismo lo reproduce, sirviéndose de él como de una puesta en guardia contra el peligro, y como un medio para provocar la interven ción del mecanismo placer-displacer [90-91]”. “El yo, que ha vivido pa sivamente el traumatismo, repite ahora de manera activa una reproduc ción atenuada, con la esperanza de poder dirigir su curso a voluntad [96].” En consecuencia, la concepción freudiana de la angustia acaba de su frir una profunda mutación; la teoría que todavía formulaba en 1917 en la Introduction á la psychanalyse (bosquejando algunos de los puntos de vista de 1925), la transformación de la estasis libidinal en angustia, ya no abarcaba más que la situación originaria49 de la angustia, su matriz traumática (nacimiento, neurosis actuales, traumas psíquicos). Para la mayor parte de los fenómenos clínicos de angustia, “la idea de que es la investición retirada durante la represión la que se ve utilizada como des carga de angustia (...) me parece de poco interés [64]”. Por lo tanto el \ punto de vista económico es reemplazado por el aspecto funcional-subjetivo: la angustia es una seflal que el yo utiliza cuando prevé que so brevendrá una de las situaciones específicas de peligro que signan su de sarrollo y que corresponden justamente al riesgo traumático (económi co). “El peligro de indefensión psíquica corresponde a la época de inma durez del yo, y asimismo el peligro de la pérdida del objeto corresponde a la dependencia de los primeros años de la infancia, el peligro de castra ción a la fase fálica y la angustia ante el superyó al período de latencia |66|." En cada etapa, la señal de alarma suena cada vez que se presenta un peligro (real) que se corre el riesgo de que sumerja de nuevo al orga nismo-sujeto en la indefensión económica. Correlativamente, “los pro gresos del desarrollo del yo contribuyen a desvalorizar la situación de pe ligro precedente y a eliminarla [66]”. A la nueva teoría de la angustia le corresponde una concepción bas 419
tante distinta del proceso neurótico, que, también ella, llevará al primer plano la actividad defensiva del yo antes bien que el devenir de la libido. Según esta tesis, “en todos los casos la formación del síntoma sólo se emprendería con el fin de escapar a la angustia (...) Los síntomas son creados para sustraer el yo a la situación de peligro [69]”. La angustia aparece entonces como “el fenómeno fundamental y el problema capital de la neurosis [69]”. En efecto, gracias a la angustia el yo llega a actuar sobre el ello, a inhibir el desarrollo del impulso pulsional que se corre el riesgo de que coloque al sujeto en situación de peligro; esto, “gracias a la ayuda de la instancia prácticamente todopoderosa del principio del pla cer [8]”. “Si el yo no despertara, mediante el desarrollo de la angustia, la instancia placer/displacer no tendría fuerza para detener el proceso peli groso y amenazante que se ha preparado en el ello [70].” La descripción del proceso neurótico ha sufrido así una verdadera in versión, como se advierte al recordar la concepción que prevalecía en el pensamiento freudiano desde el Esquisse. Ya no es la represión origina ria (cuyo concepto Freud por otra parte conserva, pero esfumando nota blemente su diferencia con las represiones ulteriores) la que gobierna el proceso regresivo patógeno, ni la suerte de la libido reprimida la que de termina el síntoma. La neurosis, de un extremo al otro, es la consecuen cia de la actividad del yo en su función de instancia adaptativa,50 de re presentante psíquico de la realidad exterior, de amortiguador entre esta última y las fuerzas ciegas del ello. A partir de allí, así como la angustia invierte su papel y su función, convirtiéndose en la causa y no la conse cuencia de la represión, el conjunto del proceso de formación del sínto ma aparece bajo la dependencia del yo: de allí que se vuelva a encontrar el viejo concepto de defensa que correspondía a una teoría homóloga,51 y que en adelante subsume la represión como especie. “Conviene distin guir la tendencia más general a la ‘defensa’ por una parte, y por la otra la ‘represión’, que no es más que uno de los mecanismos de los cuales hace uso la defensa [35].” Así, la intervención del yo puede desembocar pura y simplemente en la destrucción de la moción pulsional de que se trata: “La moción pul sional, de todas maneras, ha sido inhibida por la represión y desviada de su meta: pero su esbozo, ¿se ha mantenido en el inconsciente (...)? En otras palabras, los viejos deseos (...) ¿persisten? (...) un antiguo deseo, ¿no obra en adelante más que por intermedio de sus brotes, a los que ha transferido toda su energía? ¿O bien él mismo se ha mantenido, fuera de ello [67, nota l]? ”51 bis En un artículo contemporáneo, “La disparition du complexe d'OEdipe” (1923), Freud, que por otra parte remite al texto que hemos estado considerando, responde claramente a esos interrogan tes: el proceso defensivo que pone fin al Edipo “es más que una repre sión; equivale, si las cosas se cumplen de manera ideal, a una destruc
ción y a una supresión del complejo. (...) Si verdaderamente el yo no ha llegado a mucho más que a una represión del complejo, entonces éste subsiste, inconsciente en el ello, y más tarde manifiesta su efecto pató geno”.52 El yo dispone por lo tanto de medios de acción muy eficaces contra las pulsiones del ello (y éventualmente contra ciertos impulsos del su peryó): Freud observa respecto de esto la relatividad y el carácter muy parcial de la asimilación de la represión a una huida. Por otra parte, ése sería más bien el mecanismo de la inhibición, “expresión de una limi tación funcional del yo [4]” para evitar un conflicto con otra instancia (ello, superyó) o para economizar sus energías (duelo, conflicto inten so). Pero, sobre todo, “la represión no es el único medio (de defensa) que el yo tiene a su disposición. (...) Si bien él induce a la pulsión a una re gresión, le aporta un alcance en el fondo más enérgico [24]”. Freud bus ca la “explicación metapsicológica” de la regresión en una “desintrinca ción de las pulsiones”, es decir “en el hecho de que las componentes eró ticas, añadidas con el inicio de la fase genital a las investiciones destruc tivas de la fase sádica, se vean separadas [34-35]”. Se trata de uno de los mecanismos defensivos específicos de la neurosis obsesiva53 y su con dición estructural fundamental. Pero se pueden describir otras formas de defensa: anulación retroactiva, aislamiento (que aparecen como técnicas mágicas ligadas a las modificaciones particulares del pensamiento obse sivo —omnipotencia, erotización—), formación reactiva. Asimismo, la fobia histérica parece poner en juego una sustitución (desplazamiento) por un peligro externo de una situación de peligro que podría ser provo cada por la pulsión (castración); allí se produce una serie de inhibiciones de la actividad del yo. Freud extrae de esta nueva concepción la solución del problema de la elección de la neurosis: “Una profundización de nues tros estudios podría revelar la existencia de una correspondencia íntima entre determinadas formas de defensa y determinadas afecciones, por ejcmplo entre la represión y la histeria [93].” Además las formas defensi vas de que se trata podrían aparecer en un orden genético determinado (en particular la represión con el estadio fálico, por ejemplo). Bs preciso subrayar que con ese nuevo modelo Freud rompe el hilo de pensamiento que lo guiaba desde la década de 1910: en adelante, la pe ligróla inadaptación del ello era la consecuencia de su impulsividad furioM C'en ei comienzo era la acción”)54 y no de su propensión al autis mo (realización alucinatoria de deseo). Correlativamente con el eclipse del concepto de narcisismo, el conflicto ha tomado un cariz más pura mente funcionalista (de allí el énfasis en la adaptación), perdiendo una parte de la originalidad de los materiales clínicos del psicoanálisis. Así, “el estudio de las condiciones que determinan la angustia nos ha obliga do a realzar, a transfigurar, por así decir, la racionalidad del comporta421
/ miento del yo en la defensa. Toda situación de peligro corresponde a una cierta época de la vida o a una fase de desarrollo del aparato psíquico, y parece justificarse en relación con ella [72]”. La “racionalidad” de los móviles del yo es la contrapartida de la impulsividad del ello y de la ob jetividad de los peligros a los que se ha estado expuesto (fracturas trau máticas de la primera edad, y después pérdida del amor, castración, por fin angustia moral y social ante el superyó). Pero, subrepticiamente, la concepción del sistema inconsciente ha sufrido una refundición profunda: el ello, lejos de ser incapaz de organizar la menor acción compleja y de no consumir sus energías más que en descargas internas,55 a cada ins tante hace correr el riesgo de que arrastre al organismo-sujeto a peligro sos pasajes al acto; la heterogeneidad de los dos puntos de vista resulta aquí evidente. Entonces los neuróticos serían aquellos que “se comportan como si las antiguas situaciones de peligro continuaran existiendo; se en g a n ch a^ en todas las condiciones que antes determinaron la angustia [73]”, como , • si “el curso de la maduración” no los hubiera afectado. Para esclarecer este problema que, “después de décadas de esfuerzos (...) se yergue ante nosotros, los psicoanalistas, tan íntegro como en el punto de partida [75]”, Freud propone el examen de tres factores que en última instancia constituyen uno solo y que explican la propensión a las neurosis en la especie humana: 1) El factor biológico “es el estado de indefensión y dependencia muy 1 prolongado del cachorro de hombre. (...) La influencia del mundo exte rior real se encuentra reforzada, la diferenciación del yo y ello se experi menta precozmente, los peligros del mundo exterior asumen una impor tancia mayor, y el valor del objeto (...) aumenta enormemente [82]”. B e modo que este factor, que es la base de los otros dos, apunta al estado de debilidad y de dependencia originarias del yo y a su tendencia a permane-1*’ ^ cer bajo la influencia de situaciones de angustia y dependencia anacróni cas (cf. Le Moi et le Qa). 2) El factor filogenético: se trata del desarrollo en dos fases de la pul- „ sión sexual (cf. Trois essais). “La significación patógena de este factor se debe a que la mayor parte de las exigencias pulsionales de la sexuali dad infantil son tratadas por el yo como peligros de los cuales se defien de, de manera que los impulsos sexuales ulteriores de la pubertad (...) corren el riesgo de sucumbir a la atracción que ejercen sus prototipos in fantiles y de seguirlos en la vía de la represión [83]”, sobre todo si la s a - ' ^ tisfacción les es negada en la realidad (factor actual). Ahora conocemos bien esta tesis, columna vertebral de la teoría primitiva de la técnica, que el desarrollo iniciado en 1909 había parecido revisar. 3) El factor psicológico “se encuentra en una imperfección de nuestro 422
rr aparato psíquico, que corresponde exactamente a la diferenciación en su seno de un yo y un ello y que, en consecuencia, también se relaciona, en último análisis, con la influencia del mundo exterior. En vista de los peligros de la realidad, el yo se ve obligado a ponerse en posición defen siva ante ciertas mociones pulsionales del ello, y a tratarlas como peli gros [83]”. Ahora bien, “vinculado él mismo íntimamente al ello, no puede defenderse del peligro pulsional más que restringiendo su propia organización y tolerando la formación del síntoma [84]”. En efecto, al reprimir una moción pulsional, el yo “inhibe y afecta a esa parte del e11o, pero al mismo tiempo le confiere una cierta independencia (...). Lo reprimido es entonces puesto fuera de la ley, excluido de la gran organi zación del yo, y ya no está sometido más que a las leyes que rigen en el dominio del inconsciente [81]”, es decir en primer lugar al automatismo de repetición. Pensando en este último factor, Freud, en una reseña general de los fenómenos de resistencia al tratamiento, añade a las resistencias del yo (resistencias de represión y de transferencia, beneficios de la enfermedad) y del superyó (necesidad de castigo), la resistencia del ello, que corres ponde a la compulsión de repetición y al factor de perlaboración en la cura. Incluso aunque las otras resistencias sean levantadas, ésta se mani fiesta como un obstáculo al abandono de las antiguas formas de satisfac ción. Eso es lo que hasta ese momento Freud llamaba la “viscosidad” de la libido. Así, forma la contrapartida de los otros factores patógenos, los que conciernen a las consecuencias prolongadas de la prematuración, es decir del contacto demasiado precoz que el aparato psíquico se ve lle vado a tomar con la realidad, por una parte, y a las exigencias pulsiona les por la otra. El psicoanálisis como técnica terapéutica encuentra allí su lugar de “posteducación”: permite un nuevo reparto de cartas, una re visión de todas las antiguas soluciones del conflicto, con los medios de un aparato psíquico adulto, apto para “dominar la excitación en un grado elevado, (para) satisfacer (...) la mayor parte de (sus) necesidades [73]”. Freud remata de ese modo el último modelo psicológico de su pro longada búsqueda. A pesar del camino recorrido, en él se encuentran des da luego sus concepciones de siempre, puesto que la pareja prematuraclón-tnacronismo todavía estructura su psicopatología, con el factor “actuil" de represión sociocultural56 como elemento coadyuvante (y al mlimo tiempo como efecto secundario). No obstante, una posición de ese tipo parece retroceder hacia las reflexiones que sostenían el pensa miento freudiano entre 1909 y 1923: significativamente, las dos referen cias principales del narcisismo y de la pulsión de muerte desaparecen ca si por completo del texto de Inhibition, symptóme et angoisse.51 La “desecación de Zuyderzce”58 que Freud propone en adelante como tarea 423
para el psicoanálisis, ¿no parece reconducir parcialmente al racionalis mo de la teoría de las neurosis y el tratamiento de la década de 1920? Pronto examinaremos las dificultades y ambigüedades de la concepción del tratamiento en un contexto de ese tipo. C. El modelo paralelo de las psicosis Pero antes debemos seguir la huella (en adelante paralela y en claro re troceso respecto del modelo dominante, el que acabamos de examinar) de los temas que tanto preocuparon a Freud en la etapa precedente. La pul sión de muerte sigue siendo una referencia discreta, siempre invocada tratándose de la agresión y del sadomasoquismo, que de ese modo explica a veces la permanencia y la fatalidad de los conflictos intrapsíquicos.59 No obstante, la dimensión narcisista, en el sentido clínico, se vuelve a encontrar en una prole de textos breves pero esenciales. Desde luego, pa ra explicar las psicosis y en particular en la óptica de definir sus modali dades defensivas peculiares, Freud se ve llevado a retomar, con algunas adecuaciones, su modelo precedente. Así, sacará partido de su vieja ob servación de 1894 (“Les psychonévroses de défense”), el caso rotulado “confusión alucinatoria” o amencia, para describir en el artículo “Névro se et psychose” (1924) el comportamiento del yo en la psicosis. Si "la neurosis (es) el resultado de un conflicto entre el yo y el ello, la psico sis (es) el resultado análogo de un trastorno equivalente en las relacio nes entre el yo y el mundo exterior”.60 En la psicosis, de la que Freud subraya una vez más su parentesco con el suefio, el yo, por lo tanto, ha tenido que abandonar su sumisión a la realidad como instancia (la nece sidad). “El yo se crea automáticamente un nuevo mundo, exterior e inte rior a la vez; de dos hechos no cabe duda alguna: ese nuevo mundo está construido siguiendo los deseos del ello, y el motivo de esa ruptura con el mundo exterior consiste en que la realidad se ha negado al deseo de una manera grave, ha aparecido intolerable.”61 En ese texto ligeramente anterior a Inhibition, symptóme et angoisse Freud intenta por lo tanto inscribir las grandes dimensiones psicopatológicas en el interior de los “estados de dependencia del yo” y de los conflictos que pueden oponerlo62 al ello (neurosis), al superyó (me lancolía, para la cual Freud se propone reservar la denominación de psi coneurosis narcisista)63 y a la realidad (psicosis). Pero sobre todo es preciso observar a qué punto lo lleva una excesiva sumisión al ello: no a actos peligrosos e irreflexivos, sino a la alucinación, a la creación en dógena, autoplástica, de un mundo irreal pero conforme al deseo. De allí la referencia al sueño y a las esquizofrenias, de las cuales “se sabe que tienden a desembocar en el embotamiento afectivo, es decir en la pérdida de todo comercio con el mundo exterior”.64 De modo que Freud retoma 424 V.
aquí su modelo precedente, habiéndose el ello hecho cargo de las caracte rísticas autísticas e irreales del narcisismo, conforme a las nuevas defini ciones (cf. Le Moi et le Qa). Al capitular ante él, el yo no corre un peligro real, sino que se arriesga a una retirada mortífera de la lucha vi tal (pues pulsión de muerte y narcisismo apuntan siempre a realidades afines). Asimismo en un artículo que apareció el mismo año como comple mento al primero, “La perte de réalité dans la névrose et dans la psycho se” (1924), Freud reiterará las tesis de las Formulations, aproximando entre sí neurosis y psicosis, a las que de entrada había opuesto. Pues “toda neurosis trastorna de una manera u otra la relación del enfermo con la realidad (...) es para él un medio de retirarse de ella y, en sus formas graves, significa directamente una huida hacia fuera de la vida real”.65 En resumidas cuentas, “neurosis y psicosis son en consecuencia tanto una como la otra expresiones de la rebelión del ello contra el mundo exte rior (...), de su incapacidad para adaptarse a la necesidad real”.66 Sólo di fiere el mecanismo inicial: represión de la moción pulsional en la pri mera, de la realidad así renegada (Verleugnung) en la segunda; pero, a continuación, “en la psicosis la fuga inicial es seguida por una fase acti va, la de reconstrucción; en la neurosis, la obediencia inicial es seguida más tarde por un intento de fuga. (...) Llamamos normal o “sano” a un comportamiento que (...) lleva evidentemente a efectuar un trabajo exte rior sobre el mundo exterior y no se contenta como en la psicosis con producir modificaciones interiores; ya no es autoplástico, sino aloplástico”.67 \ Por cierto el narcisismo inicial de lia neurosis no tiene un carácter ra dicalmente patológico como el de la psicosis; es después cuando en sen tido estricto se despliega el proceso mórbido. “Por regla general, la neu rosis se contenta con evitar el fragmento de la realidad de que se trata y con cuidarse de un encuentro con él. La diferencia tajante que separa la neurosis de la psicosis se desdibuja no obstante en cuanto en la neurosis también hay un intento de reemplazar la realidad indeseable por una rea lidad más acorde con el deseo.'La posibilidad de ello está dada por la existencia de un mundo fantasmático, de un dominio que antaño, en el momento de la instauración del principio de realidad, fue separado del mundo exterior real, desde que, a la manera de una ‘reserva’, se lo dejó libre en relación con las exigencias de las necesidades de la vida.”68 De modo que volvemos a encontrar aquí el conjunto del marco conceptual de la década de 1910, en particular con la oposición realidad fantasmática interna/necesidad real externa, que coincide con la oposición de compor tamiento sano y comportamiento mórbido —pues es una característica de este modelo que implique una definición cualitativa, y no simple mente cuantitativa, de lo normal— . 425
Esa comente conceptual se mantendrá en sordina hasta el Abrégé de psychanalyse,69 junto a la corriente principal. Pero sobre todo propor cionará a Freud una vía para captar la génesis de las perversiones sexua les en tomo del paradigma fetichista. Ya en “Névrose et psychose” men cionó modalidades defensivas menos tajantemente separadas que la psi cosis: “Al yo le resultará posible evitar la ruptura de tal o cual flanco deformándose él mismo, aceptando renunciar a su unidad, eventualmente incluso agrietándose o fragmentándose. De tal modo se pondrían las in consecuencias, las extravagancias y las locuras de los hombres bajo la misma luz que sus perversiones sexuales, cuya adopción les evita mu chas represiones.”70 En su artículo “Le fétichisme”, de 1927, Freud des cribirá detalladamente el mecanismo del clivaje del yo, con motivo de la negación de la castración femenina que a su juicio está en la base del fetichismo: “coexistían dos posiciones, la fundada en el deseo y la fun dada en la realidad”71 en esos sujetos que así podían utilizar a la vez un mecanismo psicótico y evitar la psicosis.72 Volviendo a ese problema en 1938, en “Le clivage du moi dans le processus de défense”, Freud ob serva que “los dos lados en litigio han recibido su parte, (pero) se alcan zó el éxito al costD de un desgarramiento en el yo. (...) Las dos reaccio nes al conflicto, reacciones opuestas, se mantienen como núcleo de un clivaje del yo. El conjunto de este proceso sólo nos parece tan extraño porque consideramos que la síntesis del yo va de suyo. (...) Esta función sintética del yo, de una importancia tan grande, tiene sus condiciones peculiares y se encuentra sometida a toda una serie de perturbaciones”.73 D. Fuentes clínicas de los modelos metapsicológicos En toda una esfera clínica esencial, el antiguo modelo “narcisista” ape nas revisado sigue siendo en consecuencia indispensable; veremos resur gir sus piezas con respecto al tratamiento, entre los elementos que se re sisten a la “desecación de Zuyderzee”.74 Pero la concepción del clivaje del yo sugiere por analogía un comentario acerca de esa coexistencia ter minal en Freud de varios modelos heterogéneos. Este estado de cosas corresponde evidentemente a la imposibilidad de producir un modelo que permita la integración sintética de retazos heterogéneos de la clínica. Tal vez a causa de ello, Freud, a pesar de seguir siendo tan genialmente crea tivo, en adelante ya no tuvo aliento para elaborar algo global, y de he cho sólo escribió ensayos breves y parciales. Asimismo es indudable que los materiales tanto clínicos como teóricos de los que disponía no hacía posible una síntesis tal; ¿acaso no es todavía rehusada, cuarenta años después de su muerte? Pero lo que podría aclaramos una situación tal sería ubicar exacta mente el campo fáctico abarcado por los modelos metapsicológicos freuI 426
díanos sucesivos, es decir los territorios clínicos que subtienden la elahoim ión de esos modelos a partir de los materiales conceptuales dispo nible». ,s y cuya captación esoá modelos hacen posible al mismo tiem|H», |K>r la luz que su plantilla de lectura de los fenómenos arroja sobre un cumpo concreto de ese tipo. De modo que me ha parecido que una tal dcmurcución es perfectamente viable y produce en la teorización freudiatw uít esclarecimiento sorprendente: FI primer modelo, cuya trama comienza a tejerse con los primeros pasos de la búsqueda freudiana, que toma forma con el Esquisse y la curia 52 y cuyo texto de referencia es la Traumdeutung, está evidente mente construido sobre la clínica de la histeria. Los conceptos claves non el inconsciente, el proceso primario y la teoría sexual. -El segundo modelo, que se elabora en los años 1909-1915 a través del encuentro con Jung, y que estructura la oposición entre autismo y acción adaptada, resulta, como hemos visto, de la clínica de las psicosis (esquizofrenia-paranoia). De su última versión acabamos de seguir las huellas, en el nivel de la segunda tópica, a lo largo de los textos acerca de lu psicosis y el fetichismo. —Un tercer modelo comienza a emerger en la última parte de Tó tem et tabou, donde no queda duda alguna acerca de su origen: empieza u estructurarse sobre la base clínica de la neurosis obsesiva y en tomo del concepto de ambivalencia y del problema teórico de la génesis de la instancia moral. A partir de allí, esclarece la metapsicología de la me lancolía76 y con ello sufre una desviación que lleva a su estallido en dos modelos heterogéneos: el tercer modelo, constituido en tomo de los con ceptos de repetición, de pulsión de muerte y de objeto extemo introyectudo, se estructura así sobre la melancolía77 y encuentra en Le Moi et le Ca su texto de referencia. Por otro lado, es comprensible que ese mo mento de pesimismo freudiano haya podido hallar en la melancolía su , punto de articulación clínica. — El cuarto y último modelo, el de Inhibition, symptóme et angotsse, presenta la actividad adaptativa y sintética del yo en su media ción entre los impulsos ciegos del ello y su dependencia respecto del mundo extemo (a continuación interiorizado) de los objetos (“realidad”). Su campo clínico de referencia es muy explícitamente la neurosis obse-
•Iva.7* — Finalmente, es preciso observar que el primer modelo constituye l l primera tópica, en tanto que los modelos segundo, tercero y cuarto, Munidos, representan la segunda tópica, respecto de la cual Freud preClM «lempre que ella no anula el valor de la primera.
Una multitud de declaraciones de Freud apuntalarían esta tesis general 427
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que desde luego sólo pretende ser recordatoria: en cada etapa, los otros campos clínicos son igualmente cubiertos y aportan su ladrillo al edifi cio; no hay más que un predominio difuso. No obstante, un texto breve confirma la idea general; se trata de “Des types libidinaux” (1931), donde Freud define los tipos erótico, obsesivo y narcisista “según el lugar que ocupa la libido en las provincias del aparato psíquico”;79 en el primero dominan “las reivindicaciones pulsionales del ello”, el segundo está ca racterizado por “la preponderancia del superyó”, y en el tercero “el interés principal se orienta hacia la autoconservación” y el yo. Ahora bien, cuando se examina la relación entre esos tipos caracterológicos y la pa tología, surge que “los tipos eróticos, en caso de enfermedad, evolucio nan hacia la histeria (...) los tipos obsesivos hacia la neurosis obsesiva y los tipos narcisistas (...) tienen una predisposición particular a la psi cosis”.80 Ese breve artículo parece ilustrar bien el vínculo particular que unía la teoría de la libido y del sistema Ies con la histeria, el concepto del narcisismo con las psicosis, y la formulación de la segunda tópica con la neurosis obsesiva.81
El tratamiento: lo biológico como último recurso A. El programa terapéutico y sus puntos de apoyo En el sexto capítulo del Abrégé de psychanalyse (1938) Freud presenta un cuadro completo del tratamiento psicoanalítico visto desde el ángulo de la nueva tópica. Lo que está en juego y la estrategia aparecen de en trada: “El yo se encuentra debilitado por (un) conflicto interno y convie ne prestarle ayuda. (...) El médico analista y el yo debilitado del enfer mo, apoyándose en el mundo real, tienen que aliarse contra los enemi gos: las exigencias pulsionales del ello y las exigencias morales del su peryó. (...) Ese pacto constituye toda la situación analítica.”82 En el inicio, en efecto, el yo neurótico es “incapaz de asumir las tareas que le impone el mundo exterior, incluida en él la sociedad humana.(...) Su ac tividad está inhibida por las severas interdicciones del superyó, su ener gía se agota en vanos intentos de defensa ante las exigencias del ello. (...) incapaz (como consecuencia) de realizar una síntesis conveniente, (está) desgarrado por tendencias contradictorias, por conflictos no liqui dados”.83 Así, cuando “las otras dos instancias se vuelven demasiado poderosas, logran relajar y modificar la organización del yo, de tal mane ra que su relación correcta con la realidad se encuentra perturbada, inclu so abolida. (...) cuando el yo se aparta del mundo exterior, se desliza, bajo la influencia del mundo interior, en la psicosis”.84 Allí se encuen428
un lu nueva concepción de las psicosis (victoria del ello que aparta al yo ili' lu realidad) al mismo tiempo que la primera condición del tratamien to ”1'ara que en el curso del trabajo en común el yo sea un aliado pre» I o m », es necesario que (...)-tjaya conservado una cierta dosis de coheren cia, alguna comprensión de las exigencias de la realidad. Ahora bien, es liiNiamentc eso lo que el yo del psicótico ya no es capaz de proporcio nal no*’’83 I )csdc luego, la transferencia provee “la fuerza motriz de la participarlrtn del paciente en el trabajo analítico; bajo esa influencia, el yo débil se refuerza”,86 en virtud de la dialéctica que Freud había expuesto en sus arlfculos de la década de 1910. Pero la situación transferencial también ion llore al analista “el poder que el superyó (del paciente) ejerce sobre el yo, pues sus padres fueron justamente (...) el origen de ese superyó. El nuevo superyó tiene por lo tanto la posibilidad de proceder a una posteducac.ión del neurótico y puede rectificar ciertos errores de los que fue ron responsables los padres en la educación que ellos proveyeron”.87 A ese primer modo de acción sobre el superyó se añaden las interpretacio nes que apuntan a hacer consciente y a levantar la resistencia del superyó (necesidad de punición), una de las fuentes importantes de dificultades en el tratamiento (reacción terapéutica negativa); se trata de “destruir pro gresivamente al superyó hostil”.88 Si bien Freud insiste por otra parte en el peligro que habría que ponderar de la influencia “educativa” del ana lista, recomendando vivamente evitar “la dirección de conciencia”, reco noce que “ciertos neuróticos siguen siendo a tal punto infantiles que ni siquiera en el análisis pueden ser tratados más que como niños”.89 De todas maneras, “el yo se asusta de los intentos (de levantar las represio nes) que le parecen peligrosos. (...) Con el fin de evitar que flaquee, es preciso alentarlo y tranquilizarlo continuamente”.90 En el fondo, “al convertimos en un sustituto de sus padres, en un muestro y un educador, asumimos diversas funciones útiles para el pa ciente. Lo mejor que podemos hacer por él, en nuestro papel de analisUin, consiste en conducir a un nivel normal los procesos psíquicos de su yo, en transformar en preconsciente lo que se había convertido en in consciente, lo que había sido reprimido, para restituirlo al yo ”.91 Así es que lu actividad “pedagógica” del analista, persigue, por el rodeo del do minio de la transferencia, la finalidad de siempre del análisis: la amplia ción del yo, la extensión del proceso secundario a la mayor parte posible del uparato psíquico, la reabsorción de las zonas de funcionamiento menUll primario, de los restos arcaicos del psiquismo. Es esto mismo lo que Froud propuso en un famoso pasaje de las Nouvelles conférences: “Los onfuerzos terapéuticos del psicoanálisis se aplican (a) fortificar el yo, (a) hacerlo más independiente ante el superyó, (a) ampliar su campo de percepclón y (a) transformar su organización con el fin de que pueda apro 429
piarse de nuevos fragmentos del ello.92 Adonde estaba el ello, debe lle gar el yo. Esa es una tarea que incumbe a toda la civilización, como la desecación del Zuydersee.”93 Con el fin de explicar las dificultades y fracasos de ese ambicioso programa, y para tratar de hacer su teoría, Freud escribió L'analyse finie et l’Analyse infinie (1937). El interrogante que se plantea, más allá del problema de la finalización del análisis, es el siguiente: “¿Cuáles son los obstáculos que se interponen en la vía de la curación analítica?”94 La respuesta pasa por el examen “de los tres factores que hemos recono cido como determinantes para las posibilidades de la terapia analítica: la influencia de los traumatismos, la fuerza constitucional de la pulsión, la alteración del yo”.95 Los éxitos francos de la terapéutica tienen una con dición esencial: “El yo del paciente no estaba sensiblemente alterado y la etiología de los trastornos era esencialmente traumática”;96 es decir que los éxitos dependían esencialmente del primero de los tres factores enu merados antes. Desdichadamente, “La etiología de todos los trastornos neuróticos es mixta”97 y el resultado del tratamiento se juega finalmente en el nivel de las relaciones cuantitativas 98 Observemos al pasar que lo que es psicógeno, y por lo tanto curable, sigue identificándose para Freud con lo traumático,99 a pesar de lo que se pueda pensar de su prác tica real en lo tocante a ese punto. El tercer factor, el de la “alteración del yo”, representa uno de los ele mentos capitales de la terapia; en primer lugar, porque “el yo con el que podemos concertar tal pacto (la alianza terapéutica) debe ser un yo nor mal”,100 o más bien acercarse en todo lo posible a ese estado utópico; en segundo término, porque la eficacia del análisis pasa esencialmente por un saneamiento y una ampliación del yo. Ahora bien, la estructura (forma de las defensas) y el grado de modificación del yo dependen tam bién ellos de una serie complementaria innato (constitucional)/adquirido (traumático). “Cada yo, desde el principio, está provisto de predisposi ciones y tendencias individuales. (...) Ello no significa (...) ninguna so brestimación mística de la herencia que vaya más allá de estimar proba ble lo siguiente: incluso antes de que inicie su existencia, ya está deter minado para el yo, en qué direcciones de desarrollo, qué tendencias y qué reacciones se manifestará.”101 Los tres factores de los cuales depende el resultado del tratamiento se reducen, de hecho, a dos, uno de pronóstico positivo (los traumatismos) y el otro que constituye a la vez una incóg nita para la teoría (psicológica) y un obstáculo insuperable para la tera pia: la constitución innata, en el doble aspecto de la fuerza de las pulsio nes y de la elección particular de las defensas del yo. A esos dos primeros aspectos del factor constitucional, aquellos que se desprenden de su última concepción metapsicológica (cf. Inhibition, 430
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,vymplfime et angoisse) Freud añadirá no obstante otros tres factores que desbordan ampliamente el marco de aquéllos: -E n primer lugar, la viscosidad de la libido, por otro nombre resis tencia del ello, cuya contrapartida es su excesiva “fluidez”, que quita toda estabilidad a los resultados inicialmente rápidos del análisis. ¥ —En segundo término, la acción de la pulsión de muerte, “que está absolutamente determinada a aferrarse a la enfermedad y el sufrimien to"102 y se manifiesta como necesidad de punición, necesidad de sufrir y reacción terapéutica negativa. Otra emanación de aquella pulsión podría ser “esa tendencia al conflicto (...) atribuible (...) a la intervención de un elemento de agresividad libre”,103 punto en el que la represión cultural de la agresión tendría por efecto desencadenar la interiorización del con flicto. —Finalmente, la influencia inatacable del complejo de castración: “Con frecuencia se tiene la impresión, con la envidia del pene y la pro testa viril, de que se ha penetrado a través de todas las estratificaciones psicológicas para alcanzar ‘la roca’ y de que con ello se llega al*fin de nuestra tarea. Seguramente es así, pues para el psiquismo la biología de sempeña verdaderamente el papel de la roca que se encuentra por debajo de todos los estratos.”104 Más adelante comentaremos esta muy precisa situación de lo bioló gico en los conceptos freudianos. Detengámonos más bien en el proble ma del complejo de castración, que merece algunas observaciones. Es preciso de entrada señalar que Freud termina por rendirse a los argumen tos de Adler, para quien siempre ese factor había sido el punto capital de Ins neurosis, es cierto que en un marco teórico muy diferente. Pero Freud se lo confesó muy claramente a Abraham: “No me resulta fácil entrar en las líneas de pensamiento de los otros; en general tengo que es perar que se opere la confluencia con ellos siguiendo los meandros de mi propia vía.”105 En efecto, Freud se vio llevado a la “confluencia” con Adler porque el complejo de castración se impuso como nudo de la ma yoría de sus exposiciones clínicas realizadas desde treinta años antes. En ene momento Freud intenta aprehender el alcance de tal concepto clave, crucial en la estructuración psíquica, a través de dos encuadres principa-
ion: —En primer lugar, el narcisismo, puesto que, en el varón, la castra ción se presentaría como un peligro real al que está expuesto el pene, "contra lo cual se eriza ese trozo de narcisismo106 con el que la naturale za previsora ha dotado justamente a ese órgano”.107 Para explicar la cre431
cncia poco verosímil con la que se topa una idea tal, Freud apela á la noción de los fantasmas originarios: “Es posible que el extraordinario terror que provoca esta amenaza se deba en parte a una huella mnémica filogenética, recuerdo de la época prehistórica.”108 (/*v —En segundo término, la bisexualidad constitucional de los seres humanos, concepto fundamental a todo lo largo de la obra freudiana (fre cuentemente con referencia a W. Fliess) y que por lo común explica el “complejo de virilidad” en la mujer como consecuencia de la componen te masculina constitucional.109 Simultáneamente, Freud precisa siempre que la oposición virilidad/feminidad no parece abarcar otra significación psicológica que el contraste actividad/pasividad, y que las manifestacio nes del complejo de castración en el hombre se avienen perfectamente con una actitud pasiva respecto de su compañera.110 Por cierto, también puntualiza que “la agresión y la actividad corren parejas con el narcisis mo”;111 del mismo modo concuerdan pasividad, masoquismo y femini dad. Ahora bien, el complejo de castración se resuelve en “el rechazo de la feminidad, (lo cual) no puede ser más que un hecho biológico, una parte del gran misterio de la sexualidad”.112 B. El continente negro del pensamiento freudiano y sus postulados fundamentales De modo que en el nivel tanto de los puntos de apoyo de la teoría como de la práctica freudiana encontramos los mismos elementos fundamenta les: narcisismo y “modificación del yo”, sadomasoquismo y pulsión de muerte, compulsión de repetición y potencia constitucional de las pul siones, parecen dibujar en hueco el contorno del “continente negro” del pensamiento freudiano. En ese punto interviene la referencia a lo bioló gico que, en consecuencia, de un extremo al otro de la obra de Freud, constituirá el recurso de última instancia de la teoría y la demarcación que establece los límites de la penetración analítica. No se trata de que la idea de cantidades psicológicas innatas sea absurda en sí (lejos de ello) sino de que es esencial situar la función en Freud del punto de referencia biológico. Marco teórico de su pensamiento, constituye de alguna ma nera la base donde se inscribe la delgada capa de los fenómenos psicoló gicos propiamente dichos, “la roca que se encuentra por debajo de todos los estratos” psíquicos. De allí la constante referencia a las realidades sustanciales con las que aquellos estratos coinciden provisionalmente: “Es posible que el futuro nos enseñe a actuar directamente, con la ayuda de ciertas sustancias químicas, sobre las cantidades de energía y su repar tición en el aparato psíquico. (...) Sin embargo, por el momento no dis ponemos más que de la técnica psicoanalítica; por ello, a pesar de todas sus limitaciones es conveniente no menospreciarla.”113 Cuarenta años 432
más tarde, allí encontramos lo que estructuraba la relación de Freud con Fliess. Ahora bien, la referencia biológica desempeña en Freud una función particular, epistemológicamente esencial: se considera que es ella la que en última instancia esclarecerá la significación de los fenómenos obser vados^ tendrá que aportar su clave científica. En ese punto volvemos a encontrar intacto el reduccionismo de la escuela de Helmholtz: el orden psicológico se resuelve en fisiológico, el fisiológico en físico-químico, hasta que de un extremo al otro del mundo real no quedan más que fuerza y materia. Pues — observémoslo al pasar— el registro biológico en Freud sigue siendo fundamentalmente fisiológico; de allí la permanente referencia “fliessiana” a un quimismo desconocido que esclarecería todo el juego de las fuerzas mentales. Con esta última etapa la referencia bio lógica se carga por cierto con toda una dimensión mítica arqueohistórica, pero siempre en el nivel de las pulsiones, es decir de las fuerzas presen tes. Aquí Freud parece ignorar que la biología se define cada vez más en términos de organización, de equilibrio, de estructura autorregulada en evolución y complejización constantes. En este punto se puede señalar la escasa integración, no de las ideas sino de los principios epistemoló gicos del evolucionismo, en el pensamiento freudiano. Este sigue siendo fundamentalmente reduccionista e ignora la jerarquía de los registros de lo real.114 Uno recuerda que el pensamiento evolucionista reposaba en la seguridad de que un orden fenoménico nunca puede reducirse al peldaño que lo precede en la pirámide de los registros de lo concreto. Lo biológi co es un orden propio, autónomo e irreductible a lo físico-químico: to ma de este último los elementos básicos, los ladrillos que constituyen su carácter fenoménico propio, pero escapa al juego simple de las fuer zas elementales del mundo físico. Justamente en tal sentido necesita una denominación científica y una metodología particular. Desde luego, lo mismo ocurre en psicología: por-cierto los materiales biológicos (por otró lado infinitamente más complejos que los elementos fisiológicos «Imples en los que piensa Freud) constituyen su trama, pero sólo ad quieren sentido en el peldaño jerárquicamente superior donde se integran en subjetividad. Cuando la explicación se muestra esquiva, ocurre que los conocimientos son insuficientes y no que sólo quede la alternativa de sumergirse en la etapa anterior para hallar la solución. Esto es por otra parte lo que nos enseña toda la progresión del pensamiento de Freud. Del mismo modo, no es difícil sacar a luz la gravitación del pensa miento asociacionista de un extremo al otro de la obra freudiana. Por cierto, en ella se integran lentamente parámetros de origen diferente que hacen estallar su marco; ése es justamente, como lo hemos visto, todo •t lecreto de la evolución teórica de Freud ante la acumulación de mate riales clínicos cada vez más complejos. Subsiste el hecho de que hasta el
fin los “estigmas” asociacionistas siguieron prevaleciendo en su pensa miento: i —En el imagocentrismo que caracteriza permanentemente su análisis del psiquismo; en dicho análisis, la teoría de la representación nunca es cuestionada, ni ubicada en relación con formas de pensamiento que no estructuren la imagen y el lenguaje. De allí el corte entre la pulsión, simple fuerza, empuje ciego, y sus representaciones mentales. —En la nitidez de la separación entre las cualidades conscientes e in conscientes, retomada tal cual de los modelos wundtiano o psicofisioló gico (teoría del automatismo). En todos los casos Freud parece confundir en tal sentido la necesidad de defender la existencia del inconsciente co mo reprimido y el juicio a formular acerca de la idea de un espectro de actividades mentales que se extienden desde la conciencia clara a una conciencia oscura y hasta los automatismos, idea para la cual erige la prueba toda la evolución de la psicología contemporánea. El carácter di fuso e indeciso de la teoría del afecto (y por otra parte de una formula ción tal de los fenómenos motivacionales) es una de las consecuencias directas de una posición de ese tipo. —En la constancia de las referencias empiristas, cuyo alcance, por otra parte, Freud amplía considerablemente, puesto que en gran parte de su lamarckismo abarca una extensión de la búsqueda de las experiencias primeras de la historia de la especie, vía la herencia de los caracteres (es decir del saber) adquiridos (cf. la noción de fantasma originario). Lo ates tiguan también teorías como la de la prueba de la realidad, que prolonga la eterna tendencia del empirismo a reconstruir la génesis de cada ele mento psicológico en la escala de la historia individual del sujeto. Es así como uno de los últimos fragmentos de las notas de Freud, pocos días antes de su muerte, recoge esta observación sorprendente: “La espacialidad podría ser la proyección del aparato psíquico.”115 ¿No volvemos a encontrar aquí el cariz mismo del pensamiento de un Condillac o un Mili? —En el individualismo fundamental de una concepción del psiquis mo que siempre se centra en el organismo-sujeto como una mónada, al principio virtualmente autosuficiente y que después descubre el mundo y se adecúa a él más o menos bien (empirismo). Así, la dimensión social (y desde luego el lenguaje) siempre le parecerá a Freud reductible a las coordenadas fundamentales de la experiencia individual ontogenética, que corre el riesgo de prolongar la de los antepasados, transmitida filogenéticamente. No hay “instinto social” ni efecto directo de los hechos socioculturales en el individuo freudiano, cuya misma inscripción intersubje tiva es segunda, mediata, tardía también en la teoría. i
NOTAS 1. S. Freud: Au-delá du principe de plaisir, 1920, en Essais de psycha nalyse, París, Petite Bibliothéque Payot, 1981, nueva traducción, págs. 42-115 (citado infra con el número de página de esta edi ción entre corchetes, sin llamada, hasta el final de este apartado acerca del dualismo pulsional; salvo mención en contrario, las bas tardillas son de Freud). 2. Se puede entonces observar que el examen del problema de la neurosis traumática no tiene en cuenta la estructura psicopatológica pree xistente de los enfermos de que se trata. Freud olvida hasta la vin culación de aquella neurosis con la histeria, que es justamente el origen de sus descubrimientos. 3. Cf. supra, cap. 13. 4. Se habrá observado la correlativa desaparición del conflicto hasta allí fundamental entre principio del placer y principio de realidad. El conflicto primario/secundario subsiste, pero toma en adelante otro sentido (repetición/ligadura). .V Se trata de la capa anorgánica superficial de la bola protoplásmica pri mitiva, “que mantiene la excitación aparte: las energías del mundo exterior no pueden así transmitir más que un fragmento de su in tensidad a las capas vecinas que siguen estando vivas [69]”. Desde el Esquisse (protecciones al sistema fi) conocemos esta hipótesis que Freud traslada de la estructura histológica de los órganos sen soriales a la del aparato psíquico. 6. Anteriormente, Freud se sirvió de ese modelo en el análisis del proceso melancólico: “El complejo melancólico se comporta como una he rida abierta que desde todas partes atrae hacia él energías de inves tición (...) y vacía el yo hasta empobrecerlo completamente.” (S. Freud: Deuil et Mélancolie, 1915, en M étapsychologie, pág. 164.) 7. Cf. supra, cap. 15. H. Lo atestigua el célebre pequeño artículo “La Dénégation”, 1925, que re toma textualmente las consideraciones del trabajo de 1915 acerca del yo-placer purificado (introyección de lo placiente, rechazo de lo desagradable) al referir directamente los movimientos de atrac ción y repulsión primordiales a la pareja Eros/pulsión de muerte. 9. S. Freud: “Considérations actuelles sur la guerre et sur la mort”, 1915, en Essais de psychanalyse. 10. Ibíd., pág. 10.
11. Ibíd., pág. 13. 12. Ibíd., págs. 15-16. 13. Ibíd., pág. 25. 14. Ibíd., pág. 35 (las bastardillas son mías). 13. Ibíd., pág. 37. IA, Cf. el siguiente pasaje: "Es innegable que en ese comportamiento de lo* hombres se manifiesta una aptitud para el odio, una agresividad
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cuyo origen es desconocido y a la cual uno se sentiría tentado a atribuir un carácter elemental.” (S. Freud: Psychologie des foules et Analyse du moi, 1921, en Essais de psychanalyse, pág. 164.) S. Freud: “Considérations actuelles..., en Essais de psychanalyse, pág. 17. Todavía se encuentran muy presentes las huellas de esta experiencia en la carta acerca de la guerra que Freud dirige a Einstein en 1932, respondiendo a los interrogantes del último. Véase S. Fréud (a) A. Einstein, setiembre de 1932, en Pourquoi la guerrel, S. £., XXII, pág. 195. En particular, el hecho de que las grandes pulsiones no se presenten nunca en estado de pureza, sino siempre en aleaciones permite continuar sosteniendo lo que Freud afirmó en 1909 en Le petit Hans: “Me parece que Adler ha caracterizado erróneamente como hipóstasis de una pulsión especial lo que es un atributo universal e indispensable de todas las pulsiones, justamente su carácter ‘pulsional’, impulsivo, lo que podemos describir como la capacidad para activar la motricidad.” (S. Freud: Analyse d'une phobie chez un petit gargon de cinq ans (Le petit Hans), 1909, citado infra: Le petit Hans, en Cinq psychanalyses, pág. 193.) Freud también precisa, en una nota de 1923, que su “desaprobación del punto de vista de Adler (...) no es modificada” por su nueva doctrina (ibíd., nota 1). Un poco antes, Freud precisaba: “No ignoro que, al dar ese tercer paso en la teoría de las pulsiones, no podría pretender la misma certi dumbre que respecto de los dos precedentes —ampliación del con cepto de sexualidad y después instauración del narcisismo— . Hay allí innovaciones que traducen directamente la observación a teoría [108].” Jl S. Freud: Métapsychologie, pág. 40 (las bastardillas son mías). S. Freud: Introduction á la psychanalyse, pág. 350. ¿Freud no parece deplorar, en Au-delá du pincipe de plaisir, “la pers pectiva totalmente positiva (respecto de las pulsiones) de Darwin [105]”? O. Ranken Le traumatisme de la naissance (1923), pero sobre t S. Ferenczi, con su Thalassa, también utilizaron, cada uno a su manera ese modelo de teorización. [Versión castellana de la obra de Rank: El trauma del nacimiento, Barcelona, Paidós, 1985.] Cf. supra, cap. 11. Cf. S. Freud: Ma vie et ¡a psychanalyse, pág. 14 Cf. los siguientes fragmentos de Goethe, de La Nature (diados en E. Haeckel: Histoire de la création universelle, págs. v-vi): “ ¡La na turaleza! Ella nos cerca, nos estrecha desde todas partes (...). Nos arrastra en su ronda etema. (...) Siempre crea formas nuevas; lo que existe no existía; lo que era ya no volverá a ser nunca; todo es nuevo sin dejar de ser antiguo. Parece tener todo dispuesto para la individualidad y no se preocupa en absoluto por los individuos. 436
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Construye siempre, destruye sin cesar. (...) Tiene en sí una vidn, un devenir, un movimiento eterno y sin embargo no avanza. Ince santemente se metamorfosea, no conoce el reposo (...) le tiene horror. Es inquebrantable: su paso es mesurado, sus excepciones raras, sus leyes inmutables. (...) Uno obedece a sus leyes incluso cuando se resiste a ellas; la ayuda, incluso al contrariarla (...).” Gf. supra, cap. 8. "Hay otra cosa que no podemos disimulamos: hemos entrado, sin prestar atención, per la puerta de la filosofía de Schopenhauer [97].” Cf. con respecto de este tema, la segunda parte del insoslayable tra bajo de P.-L. Assoun: Freud, la philosophie et les philosophes, 1976. Es preciso señalar la homología de las concepciones de los presocráticos y la Naturphilosophie: en ese período Freud se sirve de los textos de los orígenes de la filosofía, todavía más próximos al mito y las cosmologías que a los grandes metafísicos. [Versión castellana de P.-L. Assoun: Freud. La filosofía y los filósofos, Barcelona, Paidós, 1982.] S. Freud: “Psychanalyse et télépathie”, 1921, S. E., pág. 181. Ibíd., pág. 179. S. Freud: “Reve et occultisme”, 1932, en Nouvelles Conférences sur la psychanalyse, pág. 73. Desde luego, la Naturphilosophie tiene una afinidad electiva con el vitalismo, lo mismo que con todos los fenómenos y teorías que manifiestan el pan-psiquismo en la naturaleza (magnetismo ani mal, ocultismo, etcétera). También del naturalismo antropomórfico de Groddeck, de quien Freud tomará pronto el término “ello” para designar el sistema pulsional inconsciente. Cf. la interpretación del principio del placer en Au-delá du principe
de plaisir. 37. S. Freud: Le Moi et le Qa, 1923, en Essais de psychanalyse, nueva traducción, págs. 219-275 (citado infra con el número de página entre corchetes, sin llamada, hasta el final de este apartado acerca de la descripción de la segunda tópica; salvo mención en contra rio, las bastardillas son del autor). 38. S. Freud: Psychologie des foules el Analyse du moi, 1921, en Essais de psychanalyse, nueva traducción, pág. 191. 3V. S. Freud: Au-delá du principe de plaisir, en ob. cit., pág. 67. 40. En este punto Freud precisa bien que “la modificación del yo que es necesario describir (se despliega) ¡o mismo que en la melancolía ¡241; las bastardillas son mías]”. Un poco más adelante indico lo que puede deducirse de ese tipo de observaciones. 41. Incidentalmente, Freud se pregunta si no acaba de poner el dedo en el misterioso mecanismo de la sublimación en general. 42. No obstante, Freud volverá a su primera formulación en las Nouve lles Conférences de 1932 (cf. pág. 135) y el Abrégé de psycha-
nalyse de 1938 (cf. pág, 10), lo que atestigua la incertidumbre- y la vacilación en que se encontraba respecto de ese punto. En efec to, allí se trata evidentemente de un problema insoluble en tales términos. Cf. también el tercer modelo que desprendemos más ade lante de los textos acerca de la psicosis y el fetichismo, y que prolonga la temática narcisista. 43. S. Freud: Inhibition, symíóme et angoisse, 1925 (citado infra con el número de página entre corchetes, sin llamada, hasta el final de este apartado acerca de las correcciones de 1925; salvo mención en contrario, las bastardillas son del autor), pág. 12. 44. Cf. supra, el inicio del punto precedente, “Descripción”. 45. Cf. supra, el apartado que sigue, acerca de "El tratamiento”. 43. S. Freud: Inhibition, symptóme et angoisse, 1925 (citado infra con el número de página entre corchetes, sin llamada, hasta el final de winista, histórico, tiene que enlazar sólidamente entre sí los ele mentos del afecto. En este punto la experiencia analítica (síntomas “conmemorativos” histéricos) se unen al modelo biológico. 47. Cf. supra, cap. 11. 48. Advirtamos que allí está la esencia misma de la crítica freudiana a la teoría que expone Rank respecto del trauma del naciníiento: una explicación biogenética de un fenómeno funcional fundamental del psiquismo es por esencia insuficiente. 49. Se trata también de las condiciones de las represiones originarias (el plural da fe de su nuevo status de defensa): “Es muy verosímil que factores cuantitativos tales como la fuerza excesiva de la excita ción y la fractura del para-excitación sean las condiciones inme diatas de las represiones originarias [10].” De ese nipdo Freud con serva algo de sus intuiciones primeras (cf. el Esquisse) puesto que esas situaciones traumáticas primordiales siguen siendo la matriz de los procesos patógenos ulteriores (cf. infra los tres factores de la predisposición neurótica de la especie humana). 50. Lo que desde luego no implica que esta meta adaptativa sea siempre realista. 51. Cf. supra, cap. 13. 51 bis. Freud precisa que subsiste una tercera posibilidad, la de que el de seo reprimido “sea reanimado por regresión en el curso de la neu rosis [67, nota 1]”. 52. S. Freud: “La disparition du complexe d’ÍEdipe", 1923, en La vie se xuelle, pág. 120. El primer modelo metapsicológico freudiano re posaba por el contrario sobre el postulado de la indestructibilidad de los deseos infantiles inconscientes (correlato del carácter in temporal del sistema Ies) que aparece así como una consecuencia del modelo mecanicista del psiquismo (además de su interés clíni co). Una perspectiva funcionalista introduce aquí un modo de ver totalmente distinto. 53. Se habrá observado que la regresión sádico-anal ya no es solamente
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un fenómeno engendrado por la estasis de la libido, sino el resul tado Se una maniobra estratégica del yo, Recordamos que Tótem et Tabou bosquejaba en efecto unas concep ción de ese tipo, lado a lado con el narcisismo. Cf. supra, cap. 15. Es la concepción general que inspirará pronto los dos ensayos geme los de la psicosociología: S. Freud: L¡avenir d'une ¡Ilusión, 1927, y Malaise dans la civilisation, 1929. Es cierto que “las pulsiones de muerte son en lo esencial mudas y que todo el ruido de la vida proviene más que nada del Eros" (S. Freud: Le Moi et le Qa, en ob. cit., pág. 203). Cf. Freud: Nouvelles Conférences..., pág. 107. Cf. infra, respecto del tratamiento, y también las últimas páginas de Malaise dans la civilisation. S. Freud: “Névrose et psychose”, 1924, en Névrose, psychose et perversión, pág. 283 (bastardillas de Freud). Ibíd., págs. 284-285. En realidad se trata más bien del atenazamiento del yo entre las tres instancias que lo dominan: él cede a la más poderosa. El superyó recupera así su dimensión narcisista constitutiva (cf. la génesis teórica del ideal del yo; supra, cap. 15) como cada vez que su modelo clínico de referencia pasa de la neurosis obsesiva a la melancolía. S. Freud: “Névrose et psychose”, en Névrose, psychose et perver sión, pág. 285. S. Freud: “La perte de la réalité dans la névrose et dans la psychose”. 1924, en Névrose, psychose et perversión, pág. 299. Ibíd., pág. 301. Ibíd. Ibíd., págs. 302-303. “Al estudiar el sueño, hemos podido verificar que cuando el yo se aparta de la realidad del mundo exterior, se desliza, bajo la influen cia del mundo interior, en la psicosis.” (S. Freud: Abregé de psychanalyse, 1938, pág. 40.) S. Freud: “Névrose et psychose”, en Névrose, psychose et perver sión, pág. 286. S. Freud: “Le fétichisme”, 1927, en La vie sexuelle, pág. 137. Recordemos que esta noción, todavía no claramente conceptualizada, era ya la clave en el caso del “Hombre de los lobos” (cf. S. Freud: L'homme aux loups, en ob. cit., pág. 389, acerca de las tres co mentes psíquicas coexistentes que conciernen a la castración). S. Freud: “Le clivage du moi dans le processus de défense”, 1938, en Nouvelle Revue de psychanalyse, 1970, n9 2, pág. 26. Cf. infra, el apartado acerca de “El programa terapéutico y sus ci mientos”. Cf. supra. segunda parte. Cf. S. Freud: “Deuil et mélancolie”, el último artículo de la
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Métapsychologie de 1915, escrito siguiendo las huellas de K. A- _ braham en su artículo de 1912, “Préliminaires á l'investigation et au traitement psychanalytique de la folie maniaco-dépressive et des états voisins”, en CEuvres completes, tomo I, págs. 99-113. 77. S. Freud precisa en Le Moi et le Qa que el superyó melancólico ma nifiesta, “por así decir, un puro cultivo de la pulsión de la muerte” (en ob. cit., pág. 268). De modo que ésa es (no se lo ha subrayado lo bastante) la única manifestación patente de esta pulsión siem pre silenciosa. 78. Cf. en Inhibition, simptóme et angoisse la observación siguiente: “La neurosis obsesiva es a no dudarlo, el objeto más interesante y más fecundo de la investigación analítica” (pág. 33). En lo que concierne a los otros modelos, cf. la reducción de todas las psico neurosis al modelo histérico y al primer tiempo de la represión en la época del Esquisse, con la desaparición correlativa del concep to de defensa. Durante la década de 1910, Freud no cesa por otra parte de afirmar que las psicosis “nos proporcionarán el acceso a la inteligencia de la psicología del yo” (S. Freud: “Pour introduire le narcissisme”, en La vie sexuelle, pág. 88. 79. S. Freud: “Des types libidinaux”, 1931, en La vie sexuelle, pág. 157. 80. Ibíd., págs. 158-159. 81. También se podría señalar el enlace que une cada una de las tres gran des polaridades psíquicas en las cuales finalmente se fundará la te oría freudiana (cf. supra, cap. 15, e infra el apartado siguiente) con esos tres campos clínicos: la bisexualidad con la histeria, la ambivalencia con la neurosis obsesiva, la polaridad narcisismo-re lación de objeto con las psicosis. La melancolía abarca por otra parte las dos últimas polaridades en una mezcla específica. 82. S. Freud: Abrégé de psychanalyse, pág. 40. 83. Ibíd., pág. 50. 84. Ibíd., pág. 40. 85. Ibíd., págs. 40-41. < y 86. Ibíd., pág. 43. 87. Ibíd. 88. Ibíd., pág. 49. 89. Ibíd., pág. 43. 90. Ibíd., pág. 47. 91. Ibíd., pág. 50. 92. Como se ve, se trata finalmente de desdibujar, incluso de invertir “los estados de dependencia del yo”, anacronismo heredero de la prematuración. 93. S. Freud: “Les diverses instances de la personnalité psychique”, 1932, en Nouvelles Conférences sur la psychanalyse, págs. 106-10*? (traducción corregida). 94. S. Freud: L ’A nalyse finie et l'Analyse infinie, 1937, en Revue frangaise de psychanalyse, 1939, XI, pág. 8 (la traducción al
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francés de esta cita, así como la de las siguientes, ha sido eitablecida por M.-L. Lauth-Wagner, S. Feitel y B. Simonnet). 95. Ibíd., pág 11. 96. Ibíd., pág. 7. 97. Ibíd. 98. Desde luego, no se ha tenido en cuenta un elemento que Freud no des conocía: “No solamente la constitución del yo del paciente, sino también el carácter particular del analista deben tenerse en cuenta entre los factores que influyen en las perspectivas del tratamiento analítico y crean dificultades según la forma de las resistencias” (ibíd., pág. 33; las bastardillas son mías). 99. Cf. las líneas siguientes de S. Freud, tomadas de Psychologie des foules et Analyse du moi, con respecto a las psicosis maníaco-depresivas: “También se ha tomado la costumbre de juzgar esos ca sos como no psicógenos. Se tratará más tarde de otros casos de trastornos clínicos del humor por completo semejantes, pero que se explican fácilmente por traumatismos psíquicos.” (Ob. cit., pág. 202.) 100. S. Freud: L'Analyse finie et l'Analyse infinie, pág. 21. 101. Ibíd., pág. 26. 102. Ibíd., pág. 28. 103. Ibíd., pág. 30. Freud formula esta tesis que explica el exclusivismo “monosexual” corriente, con motivo de la bisexualidad manifiesta de ciertos sujetos. 104. Ibíd., pág. 37. 105. S. Freud (a) K. Abraham: Correspondence (1907-1926), 15 de fe brero de 1924, p ág. 351. 106. Con respecto al proceso que inicia la neurosis infantil del “Hombre de los lobos”, Freud afirma que “la promotora de esa represión pa rece ser la masculinidad narcisista del miembro viril, que entra en un conflicto (...) con la pasividad del objetivo homosexual” (S. Freud: L'homme aux loups, en ob. cit., pág. 410). 107. S. Freud: “Le fétichisme”, en La vie sexuelle, pág. 134. 108./S. Freud: Abrégé..., pág. 61, nota 1. ¡09. Cf. S. Freud: “Sur la psychogenése d'un cas d'homosexualité féminine”, 1920, en Névrose, psychose et perversión, pág. 245, y el conjunto de los textos de los años 1925-1932 acerca de la sexuali dad femenina: “Quelques conséquences psychiques de la différence anatomique entre les sexes”, 1925, en La vie sexuelle, págs. 123-132; “Sur la sexualité féminine”, 1931, en ibíd., págs. 139155; “La féminité”, 1932, en Nouvelles Conférences sur la psychanalyse, págs. 147-178. 110. Cf. S. Freud: L'Analyse finie et l'Analyse infinie, en ob. cit., pág. 37, nota 2. 111. S. Freud: “Des types libidinaux”, 1931, en La vie sexuelle, pág. 158. 112. S. Freud: L'Analyse finie et l'Analyse infinie, pág. 37.
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