U.D. 12 TRANSFORMACIONES ECONÓMICAS Y SOCIALES EN ESPAÑA EN EL SIGLO XIX
A) TRANSFORMACIONES ECONÓMICAS. 1. La agricultura. 2. La industria. 3. Las finanzas.
B) TRANSFORMACIONES SOCIALES. 1. Evolución demográfica. 2. La sociedad de clases en España. 3. El nacimiento del movimiento obrero en España.
C) TRANSFORMACIONES CULTURALES.
INTRODUCCIÓN. Paralelamente al discurrir político a lo largo del siglo XIX se produce la sustitución de la economía feudal y de la sociedad estamental, propias del Antiguo Régimen, por un sistema económico capitalista y una sociedad de clases. La nueva sociedad liberal se define por la propiedad, en torno a ella se agruparán la alta burguesía y la vieja aristocracia, para formar una nueva clase capitalista moderna. Esta discriminación explica la toma de conciencia de los trabajadores y el surgimiento y expansión del movimiento obrero. España, al terminar el siglo XIX, se encontraba detrás de los países más avanzados (G.B., Alemania, Francia), pero dentro del nivel de crecimiento de los países de su entorno mediterráneo (Portugal, Italia, Grecia). En consecuencia, el balance a principios del siglo XX es de relativo retraso y moderado crecimiento dándose signos de progreso y dinamismo económico. Como ejemplos, decir que el producto per cápita había crecido en la segunda mitad del siglo XIX dos tercios y que el número de sociedades mercantiles había crecido considerablemente y la ampliación del sistema financiero era un hecho. Además, a finales del siglo XIX la red ferroviaria básica estaba prácticamente construida y se fue extendiendo el uso del telégrafo y, poco a poco, el teléfono se fue incorporando. En cuanto a la estructura industrial, por un lado hubo un arranque tardío y destacaron el peso de ramas tradicionales relacionadas con la alimentación y el textil pero, por otro lado, hubo indicios de una incipiente diversificación en siderurgia, construcción, materiales eléctricos, abonos y explosivos… y la introducción de nuevos sectores y nuevas técnicas aplicadas a las elaboraciones tradicionales como las conservas de vegetales y pescados, el calzado, el papel o el aceite, el vino y la harina. Destacaron los siguientes centros de desarrollo: Barcelona (primera con diferencia) seguida de Vizcaya, las cuencas mineras asturianas y finalmente Madrid y Valencia. En el resto del país los casos son muy concretos y el volumen de producción muchas veces era muy bajo en comparación con lo que ocurría en nuestro entorno europeo. La agricultura del siglo XIX no dejó de crecer, pero las transformaciones que eran necesarias y fundamentales como el uso intensivo de fertilizantes minerales y químicos, la renovación tecnológica y la intervención del Estado para llevar a cabo las tan necesarias obras hidráulicas son procesos del siglo XX.
A) TRANSFORMACIONES ECONÓMICAS EN LA ESPAÑA DEL SIGLO XIX. 1. La agricultura en el siglo XIX. 1.1. Los cambios agrarios durante la revolución industrial. La llegada del estado liberal a España en el primer tercio del siglo XIX supuso la necesidad de introducir la agricultura dentro del sistema capitalista. Es por ello, que se hacían indispensables una serie de reformas si esto se quería llevar a cabo. a) Fin del régimen señorial: suponía poner fin a las estructuras feudales y de la economía señorial, propias del Antiguo Régimen, tan contrarias a las ideas liberales-capitalistas. El fin del régimen señorial se llevó a cabo a través de medidas durante el primer tercio del siglo XIX y supuso la incursión de la propiedad de la tierra en el sistema capitalista. La nobleza no perdió sus derechos patrimoniales así, mientras que sí hubo cambios desde el punto de vista jurídico, no los hubo desde el punto de vista económico, lo que se tradujo en el mantenimiento de su poder económico sobre la tierra y las consecuencias sociales que ello suponía. En definitiva, la abolición del régimen jurisdiccional transformó los señoríos en propiedades privadas y convirtió a los antiguos aristócratas en propietarios capitalistas y a los vasallos en trabajadores libres. b) Abolición de la Mesta: organización ganadera que contaba con grandes privilegios desde la Edad Media y centrada en la ganadería trashumante ovina. Los primeros intentos de acabar con ella nacen con los Borbones que la acusaban de decadente e improductiva. Su abolición se produjo en 1836, si bien ya por entonces era una institución vacía de funciones. c) Abolición del Diezmo: suponía una carga para la agricultura y, por tanto, representaba un obstáculo para conseguir una actividad más productiva. Se suprimió definitivamente en 1841, entregando desde entonces el Estado una subvención anual a la Iglesia para su mantenimiento ( Dotación de Culto y Clero ).
d) Desvinculación de los mayorazgos: institución que otorgaba al hijo mayor la herencia de títulos y propiedades con el fin de perpetuar la propiedad familiar de ciertos bienes, generalmente los rurales. La Ilustración española la criticaba por improductiva por sus negativas consecuencias sociales y económicas, ya que mantenía a una clase minoritaria en una posición privilegiada que no necesitaba poner en producción las grandes extensiones de terreno que tenían. Su disolución se produjo en 1820 (Ley de Desvinculación). e) Las desamortizaciones. Quizás fueron las medidas liberales más destacadas, tanto por sus consecuencias como por su estudio. Destacamos dos: la de Mendizábal (1834) sobre los bienes de la Iglesia y la de Madoz (1854) sobre bienes eclesiásticos y públicos. La desamortización era la venta en pública subasta de tierras a particulares con el objetivo de sanear la hacienda pública. Fue la enorme deuda pública la que llevó a la Corona, por fin, a recurrir a la desamortización la cual se hizo ineludible en 1833 ante el inicio de la Guerra carlista, que obligó a buscar recursos con urgencia. Los objetivos de las desamortizaciones eran:
- Poner en producción una gran cantidad de tierras en manos de la Iglesia y los ayuntamientos. - Abrir la posibilidad de dar tierras a los campesinos que no las tenían y hacerlas, por tanto, productivas. - Que hubiese un mejor repartimiento de las mismas. Las consecuencias no fueron las esperadas ya que:
- Las tierras acabaron en manos de nobles, que ampliaron lo que ya tenían, y burgueses urbanos enriquecidos - No acabaron en manos de los campesinos, que siguieron sin poseer nada, quedando a merced del sistema capitalista del momento. - No solucionó los problemas de la Hacienda, ya que mucho del dinero fue a pagar las deudas de las guerras carlistas. En conclusión, las desamortizaciones no sirvieron para reducir las desigualdades sociales ni para realizar la tan deseada y necesaria revolución agraria, como paso previo de la revolución industrial, y además mantuvo a unas élites económicas apáticas que disponían ahora de más tierras y mano de obra barata sin necesidad de preocuparse por las innovaciones técnicas y tecnológicas tan necesarias en el campo español. No obstante, sí se consiguió la introducción de la agricultura en la economía capitalista del siglo XIX sacándola, definitivamente, de la economía del Antiguo Régimen.
1.2. La evolución de la agricultura en el siglo XIX y comienzos del siglo XX. La eliminación de los señoríos y la desamortización no se tradujeron en innovaciones agrícolas, ya que los nuevos propietarios prefirieron mantener sistemas de cultivo en vez de invertir en mejoras. Por eso, el atraso técnico hizo que el rendimiento de la tierra no aumentara, y sólo se incrementó la producción debido a la puesta en cultivo de más tierras después de la desamortización. Hubo una clara decadencia ganadera. La desamortización y el cercamiento de tierras permitieron la puesta en cultivo de tierras antes reservadas a la Mesta. Por otro lado, las telas de algodón desplazaron a la industria lanera. Respecto al campesinado, su situación se mantuvo, en casi todo el país, en el límite de la subsistencia y en permanente amenaza de hambre. A lo largo del siglo XIX se sucedieron periódicas crisis agrarias, derivadas de las malas cosechas o de las fluctuaciones del mercado mundial, que derrumbaban o disparaban los precios del grano. En las primeras décadas de la Restauración, la producción aumentó, especialmente en sectores como el vitivinícola, el olivar y el de cítricos, que se beneficiaron de la prosperidad internacional y del crecimiento del consumo urbano. Pero la sobreproducción perjudicó a los campesinos al hundir los precios y, con ellos, los jornales. En la última década del siglo XIX la crisis internacional y la consecuente política proteccionista paralizaron las exportaciones, golpeando de nuevo a la economía campesina, ahora afectada por la subida de los precios. Al iniciarse el siglo XX, la agricultura española estaba estancada. Se caracterizaba por una injusta distribución de la propiedad, la ausencia de inversiones y de desarrollo técnico, la miseria del campesinado y una conflictividad creciente que enfrentaba a una oligarquía cada vez más rígida e intransigente y los jornaleros, que iban tomando una conciencia de su situación. La situación era especialmente grave en el campo andaluz y extremeño. La llamada cuestión agraria se convertiría en uno de los problemas cruciales de la España de la primera mitad del siglo XX.
2. La industrialización en España durante el siglo XIX. 2.1. Concepto de Revolución industrial y su aplicación a España. Proceso de transformaciones económicas y sociales iniciados en G.B. a fines del siglo XVIII y continuado por Europa a lo largo de la primera mitad del siglo XIX que supone una serie de transformaciones económicas, sociales y políticas: paso de una economía mercantilista a otra capitalista, fin de la sociedad estamental y el inicio de la sociedad de clases dominada por la burguesía, así como el comienzo del liberalismo político. Estos cambios se produjeron en España de manera tardía e incompleta, como veremos a lo largo del tema, lo que ha suscitado un debate dentro de la historiografía española, el cual oscila entre el fracaso ( Jordi Nadal, José
Acosta…) y el atraso ( Ángel Bahamonde, G. Tortella, Leandro Prados de la Escosura…) de la industrialización.
2.2. Causas del atraso en la incorporación a la revolución industrial. a) b) c) d)
e)
f)
La geografía del país dificultaba las comunicaciones, encarecía el transporte y hacía difícil el desarrollo de un mercado nacional articulado. La escasez de materias primas y de fuentes de energía, así como su dispersión geográfica: no coincidían en el espacio minerales, fuentes de energía y puertos. El lento crecimiento demográfico fue otro factor. Provocó falta de mano de obra industrial, la carencia de un excedente de productos agrícolas y de un mercado interior capaz de absorber la producción de la industria. La falta de capitales. Sólo en el norte y en Cataluña había un sector emprendedor de la burguesía que invertía en la industria. Resultado de ello fue la dependencia de los capitales extranjeros, que financiaron la construcción ferroviaria. El Estado desempeñó también un papel negativo, con la continua emisión de deuda, que atraía a los capitales, y con una política proteccionista que favoreció el inmovilismo y la falta de cambios tecnológicos en el campo y en las fábricas. La pérdida de las colonias americanas restó mercados privilegiados y materias primas a la industria española, como pudo comprobarse en el caso de la industria textil catalana.
2.3. Evolución de la industria española a lo largo del siglo XIX. La industria hasta mediados del siglo XIX. En la primera mitad del siglo XIX el sector textil de Barcelona había iniciado su industrialización, sin embargo en los mercados europeos la industria iba muy por delante de la catalana. La producción siderúrgica se mantuvo débil, sobre todo porque el carbón español era costoso y de baja calidad y el hierro resultaba caro comparado con el de otros países. Hasta 1860 la producción de hierro se concentró en Andalucía (Málaga). Luego, entre 1860 y 1880, el predominio pasó a Asturias, gracias al carbón de las minas locales. En cuanto a la minería, estuvo en su mayor parte en manos de capitales extranjeros, a cambio de préstamos a la Hacienda. El boom ferroviario. Hasta 1855 sólo había tres líneas en funcionamiento en España: Barcelona-Mataró (la primera: 1848), MadridAranjuez y Gijón-Langreo. Fue en 1855 cuando se aprobó la Ley General de Ferrocarriles. En esta época destacó el capital francés y la previsión de una red radial en torno a Madrid. Entre 1855 y 1865 se produjo un auténtico boom ferroviario alcanzándose los 4.750 km de tendido. Se construyó una buena parte de las líneas principales, aún hoy en funcionamiento. La crisis financiera internacional de 1866 prácticamente paralizó la construcción: se había invertido mucho dinero en líneas que no siempre eran rentables, lo que las acciones se desplomaron. Sólo a partir de 1876 se reanudó la construcción, al tiempo que aumentaba el volumen de mercancías y el número de viajeros. El ferrocarril cambió considerablemente el coste y la velocidad de transporte de personas y mercancías, y a largo plazo tuvo una repercusión económica positiva, a pesar de las dificultades con las que contó: el tradicional despoblamiento interior que muchas veces hacía injustificado o muy costoso y la geomorfología de la Península Ibérica. A fines de la centuria la red básica ferroviaria estaba concluida, lo que permitió el acercamiento y el crecimiento en las comunicaciones.
El desarrollo industrial durante la Restauración. Desde 1870 se inició un periodo de crecimiento, favorecido por la prosperidad de la economía mundial. La siderurgia y la minería experimentaron una importante expansión, debida tanto a las inversiones extranjeras como a las nacionales. El crecimiento fue especialmente importante en el País Vasco, donde los altos hornos fueron financiados por la banca vizcaína. También creció la industria catalana. A la pujanza del sector textil algodonero se sumaron allí otros sectores, como el lanar o el papelero. El fin de siglo trajo también una mejora en las comunicaciones: la mejora de la red de carreteras, la extensión del servicio de correos y los tendidos del telégrafo y del teléfono. La energía eléctrica inició su expansión y en 1882 había ya iluminación de este tipo en Madrid y Barcelona. La industria española se vio afectada por la crisis económica internacional de la década de 1890. No obstante, al comenzar el siglo XX los sectores punteros reanudaban el crecimiento y, en términos generales, asimilaban las novedades procedentes del exterior, si bien el retraso con respecto a las grandes potencias europeas era aún muy acusado. Las primeras décadas del siglo XX contemplaron la aparición y rápido crecimiento de nuevas industrias: eléctrica, cementera, química…, en su mayoría impulsadas por capital extranjero.
3. El sector financiero y el comercio. El sector financiero adoleció de la misma debilidad que el resto de la economía española. Además, el país se hallaba sumido en un caos monetario y, por último, estaba el problema de la deuda pública. En 1856 las Cortes del Bienio Progresista (ver punto 2.1. U.D. 11) aprobaron dos importantes leyes. La primera reguló la emisión de moneda, creó el Banco de España y le otorgó funciones oficiales. La segunda, la Ley de Sociedades Bancarias y Crediticias, reguló la fundación de sociedades: en un clima de expansión económica, entre 1857 y 1866, se multiplicaron las sociedades financieras, las más importantes fueron las ferroviarias. La mejora de la situación fiscal también permitió a los gobiernos invertir en grandes obras públicas, como el Canal de Isabel II o la financiación de los ferrocarriles. Pero cuando estalló la crisis de 1864, la primera gran crisis capitalista de la historia española, el Estado se encontró de nuevo endeudado y sin capacidad de respuesta. Esta crisis contribuyó a agravar la crisis y a dinamitar el trono de Isabel II. Durante la Restauración hay que destacar en 1870 la reforma monetaria del ministro Figuerola, que introdujo la peseta como moneda oficial y reforzó las competencias del Banco en España como único banco emisor. Las clases medias comenzaron a invertir en valores y las Bolsas de Madrid y Barcelona experimentaron un auge espectacular. Paralelamente, en el País Vasco surgió una poderosa banca ligada a la industria del hierro. Esta situación de prosperidad se truncó en la década de 1890, a causa de la crisis internacional, primero, y de la guerra de Cuba más tarde. No obstante, fue a comienzos del siglo XX cuando se fundaron algunos de los bancos más poderosos del país, como los de Santander, Bilbao o Vizcaya, que empezaron a captar el ahorro de las clases medias.
Respecto al comercio, el interior comenzó a crecer a partir de 1840, gracias al fin de la guerra y a la desamortización. También influyó la reparación y ampliación de la red de carreteras. Menos positiva fue la evolución del comercio exterior, a causa del proteccionismo. Los gobiernos españoles apostaron por el proteccionismo para proteger la producción nacional elevando los aranceles sobre los productos extranjeros. Los grupos económicos que reclamaron una política proteccionista fueron los industriales catalanes del textil del algodón, los cerealistas castellanos y los siderúrgicos vascos.
B) TRANSFORMACIONES SOCIALES. 4. La evolución demográfica. La población española creció a lo largo del siglo XIX. Pasó de unos 11 millones de habitantes, según el censo de Godoy de 1797, a unos 18,6 en 1900. Fue, sin embargo, un crecimiento lento, inferior al de otros países europeos. Las causas hay que buscarlas en las características de la mortalidad y la natalidad españolas, más propias del Antiguo Régimen que de un país moderno. En particular la tasa de mortalidad era muy elevada: al finalizar el siglo aún rondaba el 28% y la esperanza de vida en torno a los 35 años. Son varios los motivos:
- La continuada serie de guerras: guerra de Independencia, guerras carlistas, guerras coloniales. - Las enfermedades infecciosas, afectaban de forma repetida a unas clases populares subalimentadas y muy expuestas al contagio, en parte por la falta de medidas públicas de higiene y en parte por la deficiente atención sanitaria. Aunque desaparecieron enfermedades antiguamente muy dañinas, como la peste o la viruela, el cólera y la tuberculosis tomaron el relevo a través de epidemias que se sucedían cíclicamente cada pocos años. - Sucesivas crisis de subsistencias causadas por las malas cosechas. Una mala cosecha disparaba los precios y provocaba el hambre entre campesinos y trabajadores urbanos. Además, las malas comunicaciones sólo permitían abastecer con trigo importado a las ciudades costeras. La puesta en funcionamiento de las líneas ferroviarias ayudó a atenuar las consecuencias. La mortalidad era contrarrestada con una elevada tasa de natalidad, lo que explica el crecimiento demográfico. Otro factor a tener en cuenta fue la prohibición, vigente hasta 1853, de emigrar al exterior. La estructura demográfica por sectores económicos era arcaica y desequilibrada, con un importante predominio del sector primario (70%) frente al secundario (14%). Se incrementó el éxodo rural debido a dos motivos: el estancamiento del mundo agrario y las expectativas laborales que ofrecían las ciudades. Este movimiento de población tuvo como consecuencia el crecimiento urbano, con mayor densidad en Madrid, Barcelona y Bilbao, ciudades que estaban en pleno crecimiento industrial. El aumento de la población urbana supuso el desarrollo espacial de las ciudades: por un lado, surgieron suburbios periféricos de barrios obreros, d esordenados, sin servicios ni infraestructuras; por otro, se crearon áreas burguesas de urbanismo planificado, los llamados ensanches, cuyo ejemplo más claro está en el “Eixample” de Barcelona de Ildefonso Cerdá.
5. La estructura social: la sociedad de clases. Durante el siglo XIX en España se desarrolló la sociedad de clases, que sustituyó a la sociedad estamental del Antiguo Régimen. Los fundamentos de esta nueva sociedad eran la libertad de todos los individuos y la igualdad ante la ley. En este tipo de sociedad era posible la movilidad social de clase según el mérito de cada persona. La clase alta. Era el nuevo bloque social dominante. Aunque minoritario en número, acumuló grandes propiedades y controló el poder político. Estaba formado por:
-
-
La antigua aristocracia terrateniente. La nueva burguesía de los negocios (industriales, financieros, banqueros). Muchos burgueses invirtieron en la compra de fincas (desamortizaciones) y se convirtieron en rentistas, abandonando las inversiones industriales. Altos cargos del Estado y mandos militares. La Iglesia, que aunque tuvo grandes pérdidas económicas tras las desamortizaciones, mantuvo su influencia.
La clase media urbana. Fue escasa en número (5%). Estaba i ntegrada por pequeños comerciantes, funcionarios, profesionales liberales, propietarios rurales acomodados, artesanos y pequeños fabricantes. Sus ingresos dependían de la bonanza económica, de los precios de las cosechas o, en el caso de los empleados públicos, de la situación de la Hacienda. Apegados a una vida insegura, su ideología tendía ser muy conservadora, recelosa ante los cambios y temerosa de caer en la proletarización, en la pérdida de estatus que hubiera supuesto su empobrecimiento. Eso les llevaba a apoyar cualquier gobierno fuerte. Se identificaban con la vida burguesa. Sólo una pequeña minoría, formada por estudiantes, profesores universitarios, periodistas o profesionales, se distinguió por su actitud política activa, crítica y reivindicativa. Fueron los que impulsaron el movimiento republicano y quienes protagonizaron la lucha por la democracia durante el Sexenio democrático. Las clases populares. La inmensa mayoría de los españoles constituían esta clase, dividida en: a) Campesinos: era el grupo más numeroso, con dos tercios de la población total. No se beneficiaron de la desamortización, ya que no pudieron comprar tierras por falta de recursos y perdieron los comunales. Muchos emigraron y otros se convirtieron en jornaleros, sobre todo en el centro y sur peninsular. Sus condiciones de vida eran muy precarias debido a los bajos salarios, la mala alimentación y el paro estacional. b) Población urbana: era menos numerosa, pero muy importante. En ella se integraban los criados, los trabajadores de los talleres artesanales, los mendigos, etc. El proletariado industrial era aún escaso y se concentraba en Bilbao, Barcelona y Asturias. Vivían en condiciones infrahumanas, en barrios de chabolas, degradados e insalubres, con largas jornadas laborales y salarios ínfimos. Obreros y jornaleros tenían una situación de pobreza similar, pero mientras que los obreros industriales mejoraron sustancialmente sus condiciones gracias a la presión sindical (CNT y UGT) y a la política reformista de algunos gobiernos de la Restauración, los jornaleros apenas se beneficiaron de los cambios.
6. Nacimiento y evolución del movimiento obrero en España. 6.1. Condiciones de vida de la clase obrera. Uno de los cambios más significativos de la sociedad española en el siglo XIX fue la aparición de la clase obrera industrial, aunque en proporción era pequeña, sólo significativa en Barcelona, Madrid y Bilbao, principalmente. El desarrollo de la industria hizo afluir a las ciudades a miles de trabajadores agrícolas. El resultado fue el crecimiento de los barrios obreros , formados por barracas y chabolas sin saneamientos, alumbrado ni limpieza. Carentes de todo tipo de asistencia pública o privada, eran focos seguros de enfermedades infecciosas. El trabajo en las fábricas implicaba jornadas de 12 a 14 horas, con ruidos, el polvo del algodón o las partículas de metal o ceniza que hacían el aire irrespirable, sin ninguna seguridad y sin otro descanso que los domingos. Trabajaban por igual hombres, mujeres y niños. Los salarios eran muy bajos y apenas permitían una alimentación digna. A las enfermedades infecciosas había que añadir las sociales: el alcoholismo y el hacinamiento de familias enteras en habitaciones compartidas, por último, el analfabetismo era general. Cuando se producía una crisis entonces los despidos se multiplicaban. El paro llevaba inexorablemente al hambre y a la enfermedad. A menudo la delincuencia era la única opción.
6.2. Evolución del movimiento obrero en España. El movimiento obrero en época de Isabel II. Al principio los trabajadores no comprendían bien qué estaba pasando, no percibían los cambios que se estaban produciendo en la sociedad con la industrialización. Por otro lado, ni el luddismo ni el socialismo utópico tampoco tuvieron mucha repercusión . Todo lo anterior se traducía en la falta de una conciencia social por parte de las clases populares. Durante el gobierno de la Unión Liberal (ver punto 2.2. U.D. 11) el movimiento obrero permaneció aletargado, en parte por la prosperidad económica, pero también por la dura represión gubernamental. A partir de 1863 volvieron las movilizaciones de la clase obrera, ahora abiertamente politizadas.
El movimiento obrero en el Sexenio: la Internacional. La revolución de 1868 (ver punto 3. U.D. 11) despertó las esperanzas de obreros y campesinos, que creyeron que, con ella, comenzaría el proceso de reformas sociales largamente esperado. En octubre de 1868 llegó a España Giuseppe Fanelli , un miembro de la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT), enviado por Mijail Bakunin con el objetivo de organizar la sección española de la Internacional sobre las bases de las tesis anarquistas. Dos secciones fueron establecidas: Madrid y Barcelona. En junio de 1870 se celebró en Barcelona el I Congreso de la sección española de la Internacional . En diciembre de 1871 había llegado a la capital el dirigente de la Internacional Paul Lafargue , partidario de la corriente marxista. Entró en contacto con el núcleo madrileño. En conjunto, el Sexenio significó una etapa de clara toma de conciencia política y organizativa, de asimilación de las principales corrientes ideológicas que existían en el mundo obrero europeo: marxismo y anarquismo . El movimiento obrero durante la Restauración. El anarquismo. Las condiciones de vida de la clase obrera no habían cambiado sustancialmente en los inicios de la Restauración. La situación en el campo, en los barrios obreros y en las fábricas era brutal. No hubo reformas concretas ante la oposición de terratenientes y dueños de fábricas, bien representados en las cámaras. Tras la Restauración, el movimiento obrero pasó a la clandestinidad. La prohibición de asociaciones sindicales y la censura de prensa mantuvieron la acción sindical reducida al mínimo. Por otro lado, el movimiento obrero estaba ya claramente escindido en dos corrientes diferentes, socialista y anarquista. Las divisiones internas y la represión policial hicieron que una minoría de radicales optase por la acción directa, es decir, la huelga violenta o el atentado. La última década del siglo XIX y la primera del siglo siguiente se caracterizaron por una oleada de atentados contra reyes, presidentes y jefes de gobierno por toda Europa. La respuesta contundente de las autoridades no hizo sino alimentar una dinámica de acción-represión continua. Sirvió a las clases dirigentes para etiquetar de violento a todo el anarquismo y justificar una represión indiscriminada, que afectó a todo el movimiento libertario. A pesar de ello, los sindicatos anarquistas continuaron creciendo, al tiempo que una oleada de huelgas, en las regiones industriales y en el campo andaluz y extremeño, resueltas con éxito, potenciaron la implantación de los sindicatos libertarios. El movimiento obrero durante la Restauración. El socialismo. En mayo de 1879 se fundó el Partido Socialista Obrero Español (PSOE). Pablo Iglesias se convirtió pronto en su principal líder. Entre los objetivos del PSOE se encontraban políticas laborales que mejorasen las condiciones de vida de los obreros. A lo largo de la siguiente década el partido fue creciendo e implantándose por todo el país. En 1888 se fundó en Barcelona la Unión General de Trabajadores (UGT), un sindicato de inspiración socialista. En 1890 se celebró, por primera vez en España, el 1º de mayo, siguiendo las consignas de la II Internacional , dando lugar a numerosas manifestaciones. También intentarían organizarse a finales del siglo XIX movimientos obreros de inspiración católica. La encíclica Rerum Novarum del papa León XIII denunció el socialismo y el sistema capitalista y animó a encauzar la mejorar de la vida de la clase obrera desde la óptica cristiana. Las organizaciones católicas apenas arraigaron porque a finales de siglo era ya muy difícil que los trabajadores relacionaran al cristianismo con las reformas sociales.
C) TRANSFORMACIONES CULTURALES. Transformaciones culturales. Durante la primera mitad del siglo XIX llegaron a España las corrientes artísticas denominadas Neoclasicismo y Romanticismo y, durante la segunda mitad el Realismo y Naturalismo. El régimen liberal permitió a los intelectuales y artistas acercarse a las corrientes europeas y desarrollar actividades propias del nuevo estilo burgués. El despertar de la cultura española coincidió con la crisis de finales del siglo XIX. La generación del 98 criticó los efectos del sistema político de la Restauración – decadencia nacional y oligarquía en el poder – pero no hicieron propuestas políticas alternativas coherentes. Frente al pesimismo de sus maestros del 98, la generación del 14 quiso encontrar soluciones a los problemas de España. Su propuesta era hacer una nueva política con el objetivo de modernizar y europeizar España.
Evolución de las mentalidades. Durante el siglo XIX chocaron tradicionalismo e innovación. a) b)
El tradicionalismo estaba basado en los valores propios del absolutismo del Antiguo Régimen y del liberalismo más conservador: tradición, jerarquía, orden y moral. Identificaban España con catolicismo. Respecto a los innovadores, defendían una cultura abierta a las novedades del pensamiento europeo (darwinismo, racionalismo, positivismo), para superar el atraso cultural y científico. Esta nueva corriente surgió en las ciudades y expresaba una nueva mentalidad moderna y laica, revolucionaria y anticlerical.
A pesar de los cambios producidos, permanecieron vigentes muchos valores y costumbres heredados de épocas anteriores como el sentido del honor, la infravaloración del trabajo, la picaresca, la petulancia, el trato despectivo a los considerados inferiores, etc. La educación. El modelo educativo español quedó fijado en 1857 por la Ley Moyano, que dividía la enseñanza en tres niveles: primaria, secundaria y universitaria. La Ley Moyano declaró obligatoria la enseñanza primaria y encargó su financiación a los ayuntamientos. Mientras que en Europa prácticamente había desaparecido el analfabetismo, en España, a principios del siglo XX aún superaba el 60% de la población. La Ley Moyano estableció el derecho a la creación de centros privados, garantizando la influencia de la Iglesia en la enseñanza mediante los privilegios recogidos en el Concordato de 1851 (ver punto 2.2. U.D. 11): obligatoriedad de la asignatura de religión y adaptación a la doctrina católica de los libros y de las explicaciones de los profesores. A principios del siglo XX la Iglesia impartía el 33% de la enseñanza primaria y casi el 80% de la secundaria. Frente al conservadurismo de la enseñanza oficial y religiosa, Francisco Giner de los Ríos fundó en 1876 la Institución Libre de Enseñanza (ILE), siguiendo un concepto de renovación educativa. La ILE era un centro privado, laico y alternativo a la cultura oficial, que rechazaba la afiliación política y religiosa de profesores y alumnos y tenía como objetivo la formación de personas libres, fomentando la tolerancia y el espíritu crítico. Por su parte, el movimiento obrero fomentó la enseñanza popular a través de las escuelas de alfabetización de los ateneos obreros. La prensa. La prensa tomo un marcado carácter político desde principios del siglo XIX. Su papel fue decisivo en la difusión de las ideas liberales, aunque tuvo que luchar contra las prohibiciones que impusieron el absolutismo de Fernando VII y los gobiernos conservadores isabelinos. El pleno desarrollo de la prensa tuvo lugar a partir de la Ley de libertad de imprenta de Sagasta, tras la Revolución de 1868. Nació una prensa informativa independiente con periódicos como el Imparcial, La Vanguardia, que contenían secciones de pasatiempos, anécdotas, humor y sobre todo los folletines (novelas por capítulos con muy buena acogida entre los lectores). Los nuevos formatos de periódicos aumentaron la tirada, pero sin sobrepasar los 15.000 ejemplares, pues la mayoría de la población era analfabeta y de escaso poder adquisitivo. Se hicieron frecuentes las lecturas colectivas, las lecturas en cafés, ateneos y tertulias, pasando por muchas manos un único ejemplar. Paralelamente surgió la prensa obrera, que difundía los proyectos políticos de socialistas ( El Socialista) o anarquistas (Tierra y Libertad ) y revistas ilustradas satíricas ( La Flaca, el Motín ).
BIBLIOGRAFÍA
BAHAMONDE, Ángel y MARTÍNEZ, J.A.: Historia de España. Siglo XIX.
CARR, Raymond: España: 1808-1975.
NADAL, Jordi: El fracaso de la revolución industrial en España. 1814-1913.
PRADOS DE LA ESCOSURA, Leandro: De Imperio a Nación. Crecimiento y atraso económico en España (1870-1930).
TORTELLA, Gabriel: El desarrollo de la España contemporánea. Historia económica de los siglos XIX y XX.
TUSSELL, Javier: Historia de España contemporánea.