Subjetividad, capital y poder Una aproximación al análisis de dis-posiciones neoliberales
Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades Área Académica Académica de Sociología y Demografía
Este texto fue impreso con recursos del Programa de Fortalecimiento de la Calidad en Instituciones Educativas. Subjetividad, capital y poder
Subjetividad, capital y poder Una aproximación al análisis de dis-posiciones neoliberales
Edgar Noé Blancas Martínez Compilador
Pachuca de Soto, Hidalgo, México 2017
Universidad Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo
Adolfo Pontigo Loyola Rector Saúl Agustín Sosa Castelán Secretario General Jorge Augusto del Castillo Tovar Coordinador de la División de Extensión Edmundo Hernández Hernández Director del Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades Fondo Editorial Alexandro Vizuet Ballesteros Director de Ediciones y Publicaciones Juan Marcial Guerrero Rosado Subdirector de Ediciones y Publicaciones
Primera edición: 2017 © UNIVERSIDAD UNIVER SIDAD AUTÓNOMA DEL ESTADO ESTADO DE HIDALGO Abasolo 600, Col. Centro, Pachuca de Soto, Hidalgo, México, CP. 42000 Dirección electrónica:
[email protected] Prohibida la reproducción parcial o total de esta obra sin consentimiento escrito de la UAEH. ISBN: 978-607-482-512-1 Hecho en México/Printed in Mexico
Contenido
Introducción
1. El neoliberalismo y las razones de la centralidad del trabajo en México. Una aproximación a su relación a partir del análisis de la Encuesta Mundial de Valores
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Carlos Mejía Reyes y José Aurelio Granados Alcantar
2. Subjetividades neoliberales del trabajo. Nuevos enclasamientos en la Encuesta Nacional de Valores en Juventud y la Encuesta Nacional de Micronegocios 2012
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Edgar Noé Blancas Martínez y Leonardo Ortiz Ortega
3. El régimen de gobierno neoliberal en México Benito León Corona
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4. Neoliberalismo, conictividad socioambiental y luchas por lo común en México
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Mina Lorena Navarro
5. El Estado neoliberal-procedimental en América Latina y su crisis contemporánea
121
Octavio Humberto Moreno Velador
6. El Estado mínimo y el Estado jacobino, una propuesta de análisis para América Latina
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Ricardo Gaytán Cortés
7. El endeble tránsito del neoliberalismo: las consecuencias inesperadas de gobiernos anodinos Adrián Galindo Castro
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8. Lo neoliberal: entre la subjetividad, el capital y el poder. Conclusiones generales
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Edgar Noé Blancas Martínez
Los autores
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Introducción En 2013 publiqué el libro Dis-posiciones neoliberales. Los juegos de la municipalización en Teacalco y Tonanitla donde me propuse, siguiendo el pensamiento de Pierre Bourdieu y algunas ideas del proyecto regulacionista, analizar los procesos de lucha de comunidades en México por la obtención del estatuto municipal. En aquel entonces, y como sucede ahora, diversas comunidades del país exigían hacerse de un gobierno propio, es decir, obtener un ayuntamiento como régimen local. La base de interpretación partía de considerar que estas comunidades habían subjetivado el discurso neoliberal que les llevaba a la creencia de que al tener un gobierno propio lograrían el desarrollo, pues la descentralización hacía suponer amplias transferencias de recursos públicos, de tal forma que el malestar de sus espacios sería resuelto con esta conquista donde se pasaría de malos gobiernos, que los excluyen, a una situación garantizada de obtención y ejercicio de bienes. Sin embargo, el resultado del análisis mostró que el proceso de lucha solo servía como una forma de gestión de su condición precaria, pues aun obteniendo el estatuto no lograban el desarrollo. La descentralización instrumentada era tanto una farsa como una tragedia, pues los recursos y competencias transferidos distaban por mucho de lo que se planteaba discursivamente. Esto implica que bajo el inujo de un discurso subjetivado y la práctica neoliberal se lograba, a pesar de los efectos adversos de las reformas, una autogestión del mismo con tintes de emancipación y autonomía. El culpable de los males ahora era la misma comunidad ya con gobierno propio, pero sin posibilidades de desarrollo. Lo que resultó en sí fue una transferencia de la impopularidad del régimen neoliberal del centro (gobierno federal, estatal o municipal) a las comunidades a través de su propio gobierno. Si bien la lectura que se hizo fue de Bourdieu, la contribución en el estudio de los procesos de municipalización radicó en evitar cualquier
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separación o posibilidad de ruptura entre el campo y el habitus, así como particularizar el estructural constructivismo para una sociedad histórica. Se propuso la noción de dis-posiciones neoliberales en el entendido de que no pueden realizarse estudios e interpretaciones del campo bourdiano sin hacer lo propio con el habitus o a la inversa, tal como en ocasiones suelen encontrarse algunos estudios. No pueden observarse las subjetividades sin atender las relaciones de poder en función de las posiciones de los participantes en un juego, ni mucho menos puede contemplarse el capital en la sociedad moderna sin relación con las subjetividades y el poder. De igual manera, el estudio permitió observar en ese entramado de posiciones y disposiciones que lo neoliberal se escabullía y adentraba en todas y cada una de las esferas de la vida, pues sin pretender dar una respuesta a los procesos de lucha municipal (no vinculados a privatizaciones, desregulaciones o exibilización laboral) estos eran genuinamente neoliberales. Lo neoliberal estaba en las posiciones de las comunidades que determinaban el capital y las relaciones de poder, así como en las disposiciones que dictaban los procesos de subjetivación y en relación con intereses del capital y formas de ejercicio de poder. Debido a lo anterior es pertinente preguntar, dado que la noción de disposiciones neoliberales es una invitación a ello, ¿qué otros procesos de la cotidianidad están inscritos en lo neoliberal? Entiéndase por cotidianidad aquello que se aleja de la eventualidad y que por ello siempre guarda algo de naturalización, de objetivación. Si las dis-posiciones neoliberales como noción y herramienta de análisis remiten al entramado de homologías temporales de a) posiciones objetivas que guardan en la estructura social las comunidades, grupos o agentes; y de b) esquemas de percepción y apreciación que de acuerdo con las posibilidades objetivas invitan a la acción, ¿cuál es la especicidad del ejercicio de un gobierno neoliberal?, ¿cuáles son los trabajos propiamente neoliberales?, ¿cuándo la práctica de un docente en el aula adquiere carácter neoliberal? Para responder a estas preguntas habría que internarse en el estudio de la subjetividad, el poder y el capital; habría que profundizar en la subjetividad del docente, de los estudiantes y de las poblaciones gobernadas, así como en las relaciones de poder docente-estudiante o gobernante-gobernado y en los intereses del capital inscritos. Lo neoliberal tradicionalmente ha sido referido a partir de las políticas económicas instrumentadas en los años ochenta y profundizadas más
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tarde. Privatización de empresas públicas, apertura al comercio exterior, desregulación económica o contención salarial son solo algunas de ellas. No obstante, estas políticas son únicamente de ajuste, acotadas al hacer de un actor gubernamental en la esfera económica, independientemente de su reproducción social. La propuesta de dis-posiciones neoliberales, por el contrario, es una invitación a observar de manera abierta el conjunto de condiciones previas o producidas, objetivas o subjetivas, en todos los ámbitos de la vida que llevan a revertir la crisis del capital, donde lo neoliberal se dene no solo por las condiciones mismas, sino por la gestión o gobierno en términos foucaultianos producidos por estas en poblaciones con arreglo a dicho n. Por ejemplo, la gestión de la precariedad del trabajo, del desempleo o de la pobreza a través del ser emprendedor o la cultura del emprendimiento es resultado de una producción neoliberal. Bajo este supuesto, en 2015 el Cuerpo Académico Problemas Sociales de la Modernidad, perteneciente a la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo (UAEH), realizó el seminario Subjetividades, Racionalidades y Prácticas Neoliberales. El objetivo del mismo radicó en reexionar en torno a la presencia y producción de lo neoliberal en la cotidianidad; más allá de pensarlo como políticas con efectos en lo económico; se buscó en los cuerpos, la familia, la escuela, el trabajo u otros ámbitos. En las sesiones del seminario se expusieron variados enfoques teóricos y metodológicos con presencia de ponentes de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP), así como de las áreas académicas de Ciencias Políticas y de Sociología y Demografía de la UAEH. Este libro es un producto de dicho seminario. El objetivo de esta obra es contribuir a un estudio abierto de lo neoliberal donde sea observado y pensado más allá de la esfera de la acción económica gubernamental, pues ante todo se produce y reproduce en las acciones cotidianas de las poblaciones, ya que la estructura social organizada que guarda nuestras posiciones y disposiciones tiene este ingrediente. No se trata de presentar un estudio que profundice sobre el enfoque de las disposiciones, sino que únicamente se busca una aproximación a estas según los ejes que intervienen, ya sea en forma conjunta o particularizada y de acuerdo con las posibilidades que cada perspectiva epistemológica, teórica o metodológica le permiten a los autores participantes. Son tres los ejes en torno a los cuales gira la aproximación al análisis de
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las dis-posiciones neoliberales. Primero, la subjetividad como disposiciones, formas de nombrar, percibir y apreciar el mundo que se acotan, para este caso, en el estudio del trabajo; segundo, el capital como interés primario en la estructuración de un espacio social conictivo, trátese del orden estatal, del trabajo o sencillamente de bienes naturales; y tercero, el poder como relación social en esa estructura. De tal manera, cada uno de los capítulos contribuye en mayor o menor medida en la discusión de alguno de los ejes, sin que ello pierda relación en el conjunto del entramado de dis-posiciones. No es pretensión de este texto abordar en cada capítulo los tres ejes de análisis con igual profundidad, ni fue ese el objetivo que se impuso en el seminario del cual es producto. Y aunque ningún eje está escindido de una particularidad neoliberal concreta, siempre sobresale alguno según su abordaje. Inclusive el título del libro solo resalta la subjetividad, el capital y el poder como principales ejes articuladores, es decir, que la adjetivación de procesos que aquí se hace, en tanto forma analítica centrada en lo neoliberal, prescinde del estudio de otros juegos de campos autónomos que en ellos se inscriben, con excepción del séptimo capítulo donde sí se advierte del sobredimensionamiento de este tipo de enfoque. Por lo tanto, el lector no debe buscar la presencia sobresaliente o ampliamente visibilizada de la subjetividad, el capital y el poder de manera simultánea en cada uno de los capítulos, pues no los encontrará. Se podría decir que los títulos reejan el contenido en sí, tal como el nombre de esta obra: Subjetividad, capital y poder. Una aproximación al análisis de dis-posiciones neoliberales, la cual no es una compilación a manera de hacer caber en una canasta amorfa textos sueltos, sino un conjunto que discute lo neoliberal de manera abierta desde diferentes aristas, e inclusive desde varios estilos de redacción, pero siempre con la preocupación de trascender las interpretaciones comunes. Es por ello que los diferentes capítulos pudieran resultar, por sentido común, distantes. Trascienden en sí la normalidad de la comprensión de lo neoliberal al ser el andamiaje trasgresor la propuesta de dis-posiciones; desde ahí es donde debe leerse cada una de las partes. Los capítulos primero y segundo se adentran en el campo del trabajo, principalmente, pero no de manera exclusiva, desde la subjetividad. En 1995 Rifkin anunció el n del trabajo, pues el incesante aumento del número de personas infraempleadas y desempleadas hacía perder la esperanza en una sociedad donde este fuera el medio de obtener ingresos y repartir el
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poder. No obstante, en el capítulo El
neoliberalismo y las razones de la
centralidad del trabajo en México. Una aproximación a su relación a partir del análisis de la Encuesta Mundial de Valores , Carlos Mejía Reyes y José
Aurelio Granados Alcantar matizan la evaluación de Rifkin demostrando que el trabajo aún guarda una fuerte centralidad absoluta y relativa en las sociedades occidentales; al menos en México tiene una segunda posición en importancia solo después de la familia. Para lograr su objetivo Mejía y Granados reexionan primero desde la sociología, en una forma general, sobre el papel que ha jugado el trabajo en la conformación de la sociedad moderna, donde se convirtió en una actividad normativa de los sujetos a quienes habría que atribuirles esperanzas públicas y hasta expectativas utópicas. Y luego, distinguir la especicidad de esa centralidad en la sociedad neoliberal actual a partir del análisis de tres dimensiones: el trabajo como medio generador de riqueza, como vínculo social y como forma de autorrealización. Los autores dan cuenta, a partir del análisis de la Encuesta Mundial de Valores, de que en correspondencia con el neoliberalismo, en su condición subjetiva, el trabajo guarda en su forma instrumental una centralidad, rasgo que prioriza el bienestar material a largo y mediano plazos. Señalan que se verica “el cálculo instrumental, la individualidad y la actividad como medio para un n, no el aprecio a la actividad por sí misma como suponían las teorías clásicas de los estudios del trabajo, ni tampoco la capacidad de generación de solidaridad colectiva a través de él”. En el capítulo S ubjetividades neoliberales del trabajo. Nuevos enclasamientos en la Encuesta Nacional de Valores en Juventud y la Encuesta Nacional de Micronegocios 2012 , Edgar Noé Blancas Martínez
y Leonardo Ortiz Ortega ponen a discusión algunas categorías de Bourdieu para evaluar qué tanto se conservan las formas tradicionales del trabajo y se preguntan si en efecto se producen y reproducen nuevas , es decir, que se enclasa como postulan ciertos análisis. La reorganización productiva y del trabajo que la crisis del capital requirió a partir de los setenta, y que lleva en sí formas de exibilización laboral e incremento de la informalidad, haría suponer que estas se han subjetivado, de manera tal que se suplanta en la cotidianidad la clase tradicional de empleado asalariado por la de empleado empresario y la de emprendedor. Sin embargo, los resultados de ambas encuestas analizadas muestran que el proceso está en ciernes, pues solo pequeños sectores de trabajadores llevan consigo, de lo que se
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deriva a partir de sus apreciaciones frente al trabajo, rasgos de un espíritu emprendedor o de compromiso con los objetivos de la empresa. En la mayoría de los trabajadores alberga una preferencia por los empleos seguros y estables. Como el pensar y hacer el mundo se actualizan con la experiencia, los autores evalúan si por el contrario las condiciones objetivas actuales de precariedad laboral conducen a hacer la clase del precariado, una clase no propuesta por otros sino subjetivada y practicada por sus integrantes (en otros espacios, como en España, se han visibilizado grupos de desempleados y trabajadores en condiciones precarias que asumen y maniestan su posición), pero el capítulo concluye en que estos elementos no son sucientes para que ello haga suponer la realización de una clase como grupo subjetivamente hermanado con propósitos políticos. La categoría de enclasamiento está limitada a observar posibles clases a partir de las posiciones objetivamente observadas en la estructura del trabajo. En el tercer capítulo titulado El régimen de gobierno neoliberal en México, Benito León Corona adopta el enfoque de la gubernamentalidad de Michel Foucault para dar cuenta del gobierno de los pobres, este como estrategia en el nuevo régimen de cuidado de sí mismo que comienza en los setenta. Aquí el autor se propone mostrar que la atención en términos del saber y quehacer traducido en políticas públicas no pretende acabar con la pobreza, sino administrarla. Para ello, primero profundiza en el enfoque foucaultiano adoptado, colocando especial atención en la relación de poder-saber y posteriormente se centra en la discusión de los programas de combate a la pobreza como dispositivos para estructurar un campo de acciones posible. En una sociedad de gobierno de cuidado de sí mismo, como la nuestra, los pobres están siendo condicionados para autogobernarse, es decir, autorresponsabilizarse de los efectos adversos de su participación en el mercado. Señala León Corona que el objetivo de su capítulo es responder a la pregunta ¿qué es el gobierno y cómo se ejerce para congurar esto que llamamos neoliberalismo?, pues tratándose el mercado como locus de las relaciones sociales y políticas actuales es necesario dar cuenta del viraje sustantivo del nuevo régimen. Para el autor el neoliberalismo ha implicado una modicación de la posición gubernamental, pues se sustituye la otrora intervención directa en la gestión de las necesidades a una modalidad de cuidado de sí mismo, donde la labor del gobierno es producir y gobernar
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ciudadanos libres, capaces de gestionar sus necesidades. Mina Lorena Navarro, en el capítulo Neoliberalismo, conictividad socioambiental y luchas por lo común en México , analiza y nos pone en alerta acerca de la nueva mercantilización de los bienes naturales. Si bien Karl Marx en el apartado La llamada acumulación originaria de su obra El Capital ya había mostrado la contribución de este proceso para la reproducción de bienes, la autora ahora se propone actualizarlo frente a la crisis de los setenta, que encuentra en la explotación de estos recursos un espacio para la acumulación. De ello trata el neoliberalismo y en él encuentran su explicación los recientes conictos socioambientales. Es así como la autora primero presenta en el capítulo algunas claves teóricas y analíticas para comprender e interpretar los conictos; posteriormente analiza políticas neoliberales de despojo de los bienes naturales y la resistencia de las comunidades indígenas y campesinas. En el estudio de los procesos de despojo y explotación de bienes representa un aporte el que Navarro acentúe la lucha por lo común, pues contrario a los estudios descriptivos que hacen recaer en las prácticas neoliberales determinismos que limitan el actuar de las poblaciones, ella visibiliza las posibilidades de acción para construir espacios de autonomía y emancipación. La lucha por lo común implica “la reapropiación de las capacidades y condiciones para garantizar de manera autónoma la reproducción simbólica y material de la vida”, es decir, representa la continuidad de la existencia misma. El Estado neoliberal-procedimental en América Latina y su crisis contemporánea
es el título del quinto capítulo que propone Octavio Humberto Moreno Velador para visibilizar la dimensión política estatal del neoliberalismo. A manera de conclusión el autor coloca frente a frente al capital transnacional y al poder político local; en tanto uno exige menor estado e intervención en el mercado, el otro encuentra en complicidad con este, a través del estado procedimental neoliberal, oportunidades de reproducción a costa de los efectos adversos en el ciudadano común. Esto lo explica el autor al recuperar las ideas de democracia en Schumpeter: “Renunciar al gobierno por el pueblo y sustituirlo con el gobierno con la aprobación del pueblo”, de tal manera que instaurar este tipo de democracia procedimental facilita las transformaciones en el ámbito económico bajo la necesidad de decisiones urgentes. El autor, para lograr su cometido, primero hace una discusión de la
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signicación de la democracia procedimental; presenta en un segundo momento elementos para el análisis de las políticas económicas neoliberales y luego discute su carácter de orden hegemónico. No obstante, da un paso más allá de la descripción del arribo del estado procedimental para visibilizar su condición actual de crisis ante el aumento de la desigualdad entre pobres y ricos que contradicen las presunciones neoliberales. Con una preocupación similar a la de Moreno se presenta el capítulo de Ricardo Gaytán Cortés con el título El Estado mínimo y el Estado jacobino, una propuesta de análisis para América Latina, donde se propone construir un modelo que permita observar a los estados latinoamericanos más allá de las clásicas visiones autoritarias o democráticas, populistas o neopopulistas, progresistas o estractivistas, estatistas o capitalistas. Para ello el autor hace hincapié en la autonomía de una élite estatal en relación con la sociedad civil y, en especial, con la clase capitalista, pero también con sus bases sociales. Recurre a la clasicación dual del poder estatal impulsada por Michael Mann que le permite materializar su propuesta entre un Estado mínimo y un Estado jacobino. Para Ricardo Gaytán esta propuesta le permite observar en América Latina la existencia de varios estados mínimos como México: con bajo poder despótico y alto poder de coordinación infraestructural, tradicionalmente reconocidos como neoliberales. Sin embargo, frente a ellos encuentra en los últimos veinte años un ascenso de Estados jacobinos como Venezuela, Bolivia o Ecuador que, con esta perspectiva, si bien no superan el modelo capitalista de organización, sí reivindican una autonomía estatal frente a la clase más incluyente, que es la capitalista, lo que supone un alto poder despótico. El séptimo capítulo es una dura crítica a las posiciones que encuentran en la ideología y las políticas neoliberales la causa de todos los males: ineciencia económica, corrupción, delincuencia organizada, deterioro ambiental, violencia, etcétera. Adrián Galindo Castro, en El endeble tránsito del neoliberalismo: las consecuencias inesperadas de gobiernos anodinos,
apuesta por revisar aspectos más circunstanciales que llevan a los gobernantes a establecer ciertas reformas y no otras. Su hipótesis plantea que el neoliberalismo solo tiene una correspondencia parcial con el ejercicio del poder y del comportamiento económico. La etapa neoliberal más bien corresponde a una “mezcolanza de imposiciones nancieras de organismos internacionales, mentalidades inconsistentes,
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proyectos frustrados, gobiernos corruptos e inecaces, políticas fallidas y embarazosos errores de cálculo por parte de los gobiernos en turno”; no se trata de un periodo bien planeado donde los gobernantes siguieran ciegamente un credo. Para mostrar este matiz el autor realiza una revisión a variados eventos y decisiones de los gobernantes en turno durante los últimos seis periodos presidenciales, mostrando la multiplicidad de circunstancias que se entrecruzan con lo genuinamente neoliberal. Con ello se percata de que estos gobiernos no se dedicaron sencillamente a administrar un régimen neoliberal, sino que su preocupación estuvo centrada en la permanencia de un grupo en el poder y en sus propios intereses económicos. Como se dará cuenta el lector, este libro no habla del neoliberalismo en forma cerrada, es decir, de las políticas de ajuste que tradicionalmente le signican, mismas que impiden visibilizar lo cotidianamente neoliberal, sino que trata de las dis-posiciones que nos expresan o no como sujetos neoliberales en el mundo del trabajo, en la administración de la pobreza, en la resistencia de conictos socioambientales o en el ejercicio del gobierno. Esta obra cierra con un apartado de conclusiones generales que recupera supuestos de cada capítulo y los pone en juego directo con la propuesta introductoria de dis-posiciones neoliberales. Se trata de visibilizar por parte del compilador la base analítica que permea las diferentes aportaciones; esto es, de asumir una perspectiva abierta de lo neoliberal. Se pasa así de una lectura cerrada y reduccionista centrada en la acción económica gubernamental, vulgarmente denominado neoliberalismo, a una que apuesta por mostrar la estructuración social, así como las posiciones y disposiciones con este carácter en lo cotidiano. Para nalizar esta introducción, no se puede dejar de lado una serie de agradecimientos a personas que intervinieron en la realización del texto. En primer lugar se agradece al doctor Tomás Serrano Avilés, coordinador del Área Académica de Sociología y Demografía, y a la doctora Karina Pizarro Hernández, líder del Cuerpo Académico Problemas Sociales de la Modernidad, ambos de la UAEH, por las facilidades para llevar a cabo el seminario referido del neoliberalismo, así como la programación de recursos para la publicación del libro. El seminario y el texto no hubieran sido posibles sin la valiosa participación de investigadores, profesores y estudiantes, principalmente de los integrantes del cuerpo académico ya citado. Se agradece en particular la intervención en el seminario, el texto
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o ambos, de Mina Lorena Navarro Trujillo, Octavio Humberto Moreno Velador, Adrián Galindo Castro, Benito León Corona, Ricardo Gaytán Cortés, Carlos Mejía Reyes, José Aurelio Granados Alcantar, Leonardo Ortiz Ortega y Zeus Salvador Hernández Veleros. Mención aparte merecen Leonardo Ortiz Ortega y Joshua Arturo Llanos Cruz por su contribución técnica en la integración y revisión de este texto, así como a los dictaminadores externos, que con sus comentarios y observaciones contribuyeron a mejorar la obra. Edgar Noé Blancas Martínez
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1 El neoliberalismo y las razones de la centralidad del trabajo en México. Una aproximación a su relación a partir del análisis de la Encuesta Mundial de Valores Carlos Mejía Reyes1 José Aurelio Granados Alcantar2
Introducción
El neoliberalismo se ha convertido en la ideología dominante del globo desde la década de los ochenta y se ha implantado como modelo único viable para ampliar su espectro a diversas esferas que tocan los fundamentos de la organización social completa (Harvey, 2005). Un rasgo de la vida 1 Profesor investigador del Área Académica de Sociología y Demografía de la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo. Maestro en Sociología por la Universidad Autónoma Metropolitana y doctorante en la Universidad Autónoma de Barcelona. Integrante del Cuerpo Académico Problemas Sociales de la Modernidad. 2 Profesor investigador del Área Académica de Sociología y Demografía de la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo. Doctor en Planicación Territorial y Desarrollo Regional por la Universidad Autónoma de Barcelona y maestro en Demografía por El Colegio de la Frontera Norte. Integrante del Cuerpo Académico Problemas Sociales de la Modernidad.
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cotidiana en que el neoliberalismo trastoca la experiencia colectiva es el trabajo, ya que las orientaciones de sentido de los actores sociales, en la situación particular de trabajar, obedecen a los marcos que esta ideología supone; tesis principal de la presente reexión. La manera en que fue instaurado este esquema de organización, principalmente económico, ha tenido distintas formas dependiendo el contexto histórico, cultural y político de cada país o región. Sin embargo, el n teleológico trazado apunta a un común denominador: el interés del capital. De forma puntual e incuestionable el contexto contemporáneo posee una serie de instancias internacionales que apuestan, promulgan y constriñen a seguir las estrategias neoliberales para denir el rumbo económico de las naciones. Los epicentros de esta nueva manera de dirigir política y económicamente las sociedades fueron: China, Inglaterra y Estados Unidos; aunque previamente se tuvo a Chile como experimento (Harvey, 2007: 14). Así, posteriormente, países como Argentina, Brasil, Perú y México, por señalar algunos de Latinoamérica, han asumido el patrón. El caso mexicano tiene su instauración a partir de las etapas presidenciales de la década de los ochenta, cuyos antecedentes de debate para implantar o no la lógica solicitada por los organismos internacionales se hizo más que evidente en las cúpulas (Codera y Tello, 2010). Sin embargo, a partir del sexenio presidencial de Miguel de la Madrid y de Carlos Salinas de Gortari se impulsó de manera categórica al mercado como mecanismo de dirección del crecimiento económico (Ornelas, 1995: 3). Tal implementación no solo implicó un cambio de ordenación estructural-económico, sino también una transformación en la doxa que orienta las acciones colectivas. Dimensiones económicas del neoliberalismo
El neoliberalismo se dene mínimamente como la “forma moderna de liberalismo que permite una intervención limitada del Estado en los terrenos jurídicos y económicos” (Hernández, 2006:58). Esta denición implica revisar una serie de dimensiones que dan cuenta de los procesos amplios que permean en su ejecución. Una de estas dimensiones es la ideológica o doctrinaria (Valenzuela, 1997) basada en los intereses económicos de la clase dirigente. No
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se sustenta en la losofía clásica como en el primer liberalismo, más bien encuentra sus bases en axiomas dispersos que abonan a un cuerpo ideológico soportado por el mainstream académico y político. Así el carácter doctrinal de esta postura supone la irrefutabilidad de los supuestos por considerarse no solo una ciencia descriptiva, sino normativa. De tal manera que inicialmente considera los deseos de los individuos hacia los bienes, conformándose estos como el objeto de estudio central. También parte de nociones del funcionamiento del capitalismo basado en el pleno empleo de recursos, tanto de medios de producción, fuerza de trabajo y su uso eciente que generan crecimiento, así como de la distribución de ingresos a partir de esa contribución a la riqueza social (lo cual no supone explotación laboral, pero sí congruencia de intereses y cooperación). Además, se entiende que la intervención estatal en esta relación entorpece la eciencia o estabilidad natural producto de la libertad del movimiento de capitales. La dimensión política supone la menor intervención estatal para incentivar al “mercado espontáneo” y la libre competencia. Y esto debe aplicarse en mayor medida cuando las carencias sean visibles o se encuentre poco desarrollado el territorio donde se emplee el esquema. Por otro lado, se desactiva la protección al salario dejando que uctúe conforme la regulación mercantil, de tal forma que el Estado coacciona a la organización obrera para evitar hacer contrapeso y les resta capacidad organizativa. En cuanto política exterior supone un pliegue de subordinación ante economías más fuertes, colocándose en un estatus de dependiente, además de una clara apertura de fronteras al mercado internacional que suponen la preferencia por capital nanciero con nes de préstamo, ya que al abrirse al mercado externo las importaciones arriban masivamente, generando problemas en la balanza comercial que son necesarios subsanar mediante empréstitos, desarrollando así una dependencia ante las economías fuertes. La dimensión de acumulación implica un excesivo y puntual ejercicio de explotación laboral con generaciones de plusvalor a niveles inusitados mediante la extensión de la jornada de trabajo, bajos salarios y la alta productividad de los bienes de la canasta básica. Otra dimensión de corte económica es la de clase, la cual involucra beneciarios concretos denominados capitales nancieros y bancarios, además de los monopolios locales y extranjeros (Valenzuela, 1997).
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La noción de sociedad desde el neoliberalismo
Los teóricos neoliberales conjeturan de forma concierta una serie de rasgos que explican a la sociedad para justicar la existencia de la doctrina neoliberal. Un elemento pilar es la descripción de la sociedad no como totalidad, sino como resultado de la interacción entre individuos que se orientan por intereses nominales; así que los grupos no poseen atributos en colectivo, sino que se caracterizan analíticamente a partir de los miembros que lo componen (Vargas, 2000: 11). Teóricos como Hayek, Popper, Wicksel y Menger aseveraron posturas semejantes (Valenzuela, 1997; Samour, 1998) a las que incluso la teoría sociológica clásica buscaba refutar en sus construcciones teóricas (Alexander, 1997). Para algunos otros este tipo de sociedad, denominada abierta, se conforma por un conglomerado de individuos guiados por la división de trabajo, intercambio y competencia continua. De manera que su revisión cientíca debe partir desde la mirada que el individualismo metodológico aporta y no desde categorías amplias, difusas y totalizantes como el de estructura, cultura, moral, etcétera (Popper, 2006). En general, para este paradigma “la realidad social” es la suma de conductas individuales, cuyas consecuencias pautadas de resolución de conictos pragmáticos se comparten a tal grado que la repetición las convierte en normas, valores y órdenes sociales generales 3 (Hayek, 1978: 33; Vargas, 2000: 13). De tal forma que la generación de ordenamientos colectivos es el resultado de generalidades prácticas que devienen espontáneamente de las prácticas individuales. O sea, que el conjunto de ordenamientos jurídicos de conducta, así como aquellos de corte moral, son consecuencias de la experiencia de los individuos en la historia de su existencia a partir de 3 “Some of these will also be merely temporary adaptations to the conditions of the moment, while others will be improvements that increase the versatility of the existing tools and usages and will therefore be retained. These latter will constitute a better adaptation not merely to the particular circumstances of time and place but to some permanent feature of our environment. In such spontaneous «formations» is embodied a perception of the general laws that govern nature. With this cumulative embodiment of experience in tools and forms of action will emerge a growth of explicit knowledge, of formulated generic rules that can be communicated by language from person to person” (Hayek, 1978:33).
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su hacer y que se registran subjetivamente como generalizaciones de la práctica; la permanencia o evolución de algunas reglas se explica por la “posibilidad que tienen de encauzar conductas” sobreviviendo solo aquellas que lo permiten en la práctica misma de su hacer (Vargas, (Vargas, 2000: 14). Los individuos al conocer las reglas y tradiciones inmediatas, y no las existentes en la totalidad universal, aceptan con resignación aquellas cercanas, familiares y útiles a su contexto. Dada la forma en que hasta ahora las reglas y tradiciones han “evolucionado”, sociedades capitalistas actuales llegaron a lo que se entiende como el estadio superior de desarrollo colectivo. Por lo tanto, es en esta etapa en que la sociedad debe concentrar los esfuerzos por mantener las condiciones existentes para evitar caer en modelos políticos y económicos que no permitieron el adecuado desenvolvimiento de la humanidad como el socialismo, el liberalismo clásico, etcétera (Popper, 2006). La noción de sujeto 4 y su acción
Para este paradigma el sujeto y la acción conforman las raíces de la sociedad, s ociedad, pero estos poseen una serie de presupuestos ontológicos. En primer lugar la acción es comprendida como la voluntad que pretende alcanzar nes y objetivos, los cuales no responden a reacciones orgánicas o psicológicas que de forma inesperada resulten en acto, sino que le interesa centrar su atención en la acción empírica deliberada (Von Mises, 1986:35). Los requisitos para su análisis económico radican en considerarla como un acto que busca evadir un estado de inconformidad por lo tanto, se orienta a la consecución de satisfacciones personales (Von Mises, 1986: 39). Las conductas individuales en constante búsqueda de bienestar personal son las relevantes, es decir, que representan una moral moderna individualista descubierta por la lógica propia del desarrollo colectivo. A esto se le denominó catalaxia y se entiende como un orden natural, espontáneo y de alta complejidad que solo s olo pudo realizarse en esta etapa de la sociedad y que es coincidente con las condiciones actuales económicas 4 En este apartado se usa el término sujeto solo para visibilizar el peso que esta perspectiva le otorga a la voluntad individual. Se preere a lo largo del capítulo el uso de individuo para resaltar las coerciones sociales del mismo. No se pretende proponer una intercambialidad entre ambos términos.
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y políticas de intercambio de mercancías (Millones, 2013: 58). Además, es un período que supera la dinámica comunitaria de obligación para compartir conocimientos, métodos y siempre bajo la tutela estatal. Por tanto, la asociación de individuos con intenciones de actuar mutuamente, o sea, solo con voluntades y acciones, dan origen a la sociedad. Ahí radica la libertad. La noción de sujeto implica considerarlo como egoísta, consumista y calculador inmerso en un Estado encargado solamente de salvaguardad esa libertad, propiedad y convivencia pacíca. Así Así los sujetos son considerados bajo prácticas instrumentales: “Poseer, intercambiar, intercambiar, acumular y consumir” (Millones, 2013: 59). Por lo tanto, la posesión de sí, de sus capacidades y bienes conforman la conexión fundamental a los otros, ya que mediante el mercado es que se puede encauzar el egoísmo en benecio propio y del colectivo (Smith, 2010). La centralidad del trabajo en sociedades contemporáneas
El destino de las sociedades modernas ahora se denomina progreso progreso como una confrontación a las incertidumbres que la naturaleza tiene sobre la historia del sujeto. Es una diferencia que postula el ahora y el futuro de la historia a partir de las capacidades constructoras de los individuos racionales; causa como consecuencia de la generación de una mayor seguridad del individuo en el mundo. Con ello se rearma la gura de la razón para dominar el devenir, razón unívoca o universal, al igual que el imperativo categórico de voluntad de que cada miembro actué no solo en términos nominales, sino también colectivos. Es un espíritu cívico de bases ontológicas comunes indisolubles. (Blumemberg, 2007). Y el trabajo es la fuente de este devenir. Justamente este ejercicio es lo que alimentó losócamente las energías utópicas del capitalismo burgués como meta, a causa de la prominencia del trabajo industrial regido por estatutos del mercado, “sometido a leyes de valor de capital y organizado según criterios empresariales” (Habermas, 2002:117). Así la edad moderna gloricó y transformó a la sociedad occidental en una sociedad del trabajo (Arendt, 2014: 32). De igual forma diversas ideologías políticas estipularon como base de su organización pragmática al trabajo como el germen de la organización
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social y vértebra del proyecto de sociedad que concluiría en una vida comunitaria, pacíca y con nes de control absoluto de las necesidades básicas (Andreassi, 2004). De esto que la modernidad concibiera un “vínculo romántico con el progreso como camino por el cual transitar y dirigirlos esfuerzos para alcanzar estados de control de la contingencia y arribar a niveles de vida mucho más satisfactorios. La viabilidad del progreso solo se conseguiría mediante el esfuerzo colectivo por la labor ética de los sujetos que componen el colectivo” (Bauman, 2004: 145). Mediante este esfuerzo conjunto las instituciones políticas, instancias económicas, la generación tecnológica como cientíca y el funcionariado público izaron la bandera de la modernidad para establecer las líneas históricas. Gracias a esa habilidad, el trabajo se ha ganado con justicia, una función clave, incluso decisiva, en la moderna aspiración a subordinar, doblegar y colonizar el futuro para reemplazar el caos por el orden, y la contingencia por una secuencia predecible (y por lo tanto controlable) de acontecimientos (Bauman, 2004:146).
Por lo tanto, el Estado asumió como máxima la defensa del trabajo para garantizar condiciones adecuadas del proyecto moderno, sostenido por la promesa de convertirse en uno de los motores de generación de riqueza, cohesión e identidad colectiva. De forma coyuntural, de posguerra, los motivos de intervención estatal se explican por la necesidad de regulación económica en la etapa capitalista cada vez más libre y por la agudización de los conictos entre las clases sociales (Köhler y Martín Artiles: 2010:518). El principio guía era una expectativa de que las clases trabajadoras, una vez ya educadas, tuvieran un ejercicio de conformidad y conanza a las instituciones del Estado para intermediar con el capital las condiciones de su relación, que a su vez resultaran no perjudiciales para los empresarios y la rentabilidad (Marshall y Botomore, 2007:48). En suma, el trabajo conformó el eje estructurador de la sociedad moderna al cual habría que atribuirle esperanzas públicas, así como expectativas utópicas en diversos niveles de organización social. Tanto en los imaginarios colectivos, como en los propios procesos analíticos de
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investigación cientíca, conformó la categoría clave desde la cual explicar holísticamente los aconteceres pasados, presentes y futuros. Estructuración de la importancia del trabajo en la vida cotidiana
Es de manera fundamental señalar a una discusión sociológica clásica que alude a la relación entre las condiciones macroestructurales y objetivas de la vida social con las microsubjetivas (Ritzer, (Ritzer, 1997:609; Archer, Archer, 2009). La correspondencia entre ambas posturas ha sido recuperada con la nalidad de poner n a las inclinaciones que se le otorgaron en una primera instancia a lo macro para denir lo subjetivo y la posterior restitución de las teorías que propusieron la contraparte. Sin embargo, contemporáneamente se han elaborado ambiciosas propuestas que suponen la conjugación de ambos niveles analíticos para un ejercicio integrado de la explicación de lo social s ocial en un esquema de interpretación holística. Con lo anterior se s e pretende dejar claro que la lógica macroargumentativa del relato de la modernidad, respecto al trabajo, acarrea necesariamente una interacción directa sobre las condiciones micro (acción-subjetividad), que se traducen en particulares concepciones de la realidad mediadas por valores, aspiraciones y acciones sociales concretas. Así el trabajo en las sociedades industriales, entendido como trabajo asalariado o empleo, se ha internalizado en las “conciencias” tras las constantes medidas de presión, directa e indirecta, para lograr la institucionalización del capitalismo burgués, haciéndolo predominante como sustento de las relaciones sociales de producción, o sea, la estructura económica-racional y denitoria de la organización social. Con esto no pretendemos soslayar el total de resistencias a este proceso. Sin embargo, es importante referir que al nal tal lógica fue implantada al grado de convertirse en la actividad normativa de los sujetos (Gorz, 1981:34; Rodríguez, 2006:14) en la etapa incipiente de la racionalización económica, económica, que subvirtió las formas precapitalistas del trabajo, ciñéndolas al cálculo de la ganancia mediante coacciones operativas y provocando giros súbitos de valores, modos de vida, modos de referirse u orientarse en la acción. En suma, de hacer del trabajo su vida, o sea, caer en la alienación (Gorz, 1995:37, Meda, 1998:86-87). Las distintas formas en que el trabajo se ha permeado en las
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subjetividades se anidaron en la ética (Weber, 1999), la identidad (De la Garza, 2003:763; 2010:76), representaciones o signicados (Sennet, 2005, 2013; Ochoa, 2012:38; Blanch, 2003:164; MOW-International Research Team, 1987), así como de la personalidad y valores (Schwartz, 1994, 1999; Bilsky y Schwartz, 1994). Es decir, que se ha considerado como una categoría medular en la vida de los sujetos modernos (Antunes, 2005:151). De tal manera que el papel del trabajo en la subjetividad de los individuos conforma el contenido que alimenta la orientación, valoración y expectativas de acción en los procesos sociales ante situaciones concretas, particularmente referidas a la actividad de trabajar y sus derivaciones. Por lo tanto, el signicado del trabajo es entendido como el conjunto de creencias, deniciones y el valor que individuos y grupos atribuyen a este (MOW, 1987:13; Noguera, 2002:147). Especícamente se comprende entonces al trabajo como central, ya que alude al grado de importancia que esta actividad posee en la vida. Esta centralidad es comprendida de forma absoluta, es decir, a la importancia general otorgada al trabajo ordinario por parte de los individuos; y de forma relativa, entendida como la importancia respecto a otras esferas de la vida cotidiana en la situación concreta de encontrarse en un empleo (MOW, 1987:17; García y Berrios, 1999:359; Kanungo, 1983). La centralidad absoluta y relativa del trabajo en México desde la Encuesta Mundial de Valores 5 1990–2014
La importancia del trabajo en México en el periodo de 1990 a 2014 es completamente signicativa, ya que es el indicador fundamental de la centralidad. Así podemos apreciar que para el país (gráca 1) las categorías “muy importante” y “bastante importante” en todas las encuestas se localizan en valores superiores a los ochenta puntos porcentuales, lo cual 5 La World Values Survey o Encuesta Mundial de Valores se levanta cada cuatro años en diversos países y con continuidad de variables a analizar. La técnica de recogida de datos se realiza mediante trabajo de campo cara a cara con el o la entrevistada y los tipos de muestra son nacionales, estraticada en varias etapas. El procedimiento de ponderación es por sexo y edad (mayores de edad). La cantidad de informantes encuestados en 1990-1994 fue de 1,520; en 1995-1998 de 1,510; 2000-2004 de 1,535; 2005-2008 de 1,560 y 2010-2014 de 2,000; datos obtenidos en México.
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deja ver que la actividad cuenta con alta calicación. Si se analiza desde la categoría “muy importante”, únicamente vemos que su comportamiento longitudinal tiende a la alza, ya que en la oleada de 1990-1994 el 66.9% de los y las informantes lo señaló, para 1995-1998 lo hizo el 61%, pero a partir del año 2000 la proporción aumentó considerable y gradualmente porque en la etapa 2000-2004 el 86.1% lo rerió, para 2005-2008 fue el 84.9%, y en la última encuesta resultó en su nivel más alto con un histórico 87%. Al mismo tiempo se reeja que las categorías que señalan poca o nula importancia al trabajo nunca sobrepasan de diez puntos porcentuales, lo cual indica abiertamente que para México el valor del trabajo va en aumento a pesar de las condiciones adversas como la precariedad y exibilidad laboral. Por lo tanto, los señalamientos puntuales que han diagnosticado el “n del trabajo” en América Latina y particularmente en México, en el sentido de restar importancia a la actividad, resultan equivocados (De la Garza, 2003 y 2010; Castel, 2010; Linhart, 2013).
En cuanto a la centralidad relativa del trabajo, de forma generalizada conforma un rasgo central en la vida de los países americanos, ya que durante la última oleada de la WVS 2010–2014 se conforma como el segundo valor más importante, tan solo debajo de la familia; excepto en Estados Unidos, donde representa la cuarta prioridad. Comparativamente al promedio mundial, la anidad es alta considerándola como segundo
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rasgo de alto valor frente a otros campos de la vida. Cuantitativamente es importante señalar que la media en el nivel de valoración (3.57) se localiza por arriba de la media mundial (3.47); por lo tanto, la muestra de América considera más importante al trabajo que el promedio global (véase cuadro1).
En América el país que reeja mayor valoración al trabajo es Ecuador con 3.83, seguido por México con 3.81, en tercer lugar Colombia con 3.74 y en cuarto Perú con 3.66. El que lo prioriza en menor medida es Estados Unidos con 3.05, valor por debajo de la media del conjunto de estos países y del promedio mundial. Lo cual lleva a señalar que México, particularmente, se ubica con una valoración sumamente alta con respecto a los promedios globales a causa de ser la segunda prioridad con altos niveles de estimación. Analizando más a detalle el comportamiento de la centralidad del trabajo, pero de forma longitudinal 6, podremos apreciar datos interesantes (véase cuadro 2). Por ejemplo, en la comparación de submuestras 6 Aunque formalmente no pueda realizarse un estudio longitudinal, ya que la encuesta utilizada no realizó muestreo de panel, hacerlo de esta manera resulta sumamente ilustrativo para captar tendencias tal como se ha realizado en otros estudios. Véase Meda Dominique y Davoine Lucie (2008), y Meda Dominique y Patricia Vendramin (2013).
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continentales vemos que el trabajo en América posee una constante de ser ubicado en segunda prioridad, siempre por debajo de la familia. El caso europeo se mantiene en el mismo nivel hasta el año 2000, que pasa a tercera prioridad por debajo de la familia y las amistades, lo que representa un desfase importante con las tendencias globales.
Una mirada particular permite analizar que México ha mantenido la postura constante en marcar el trabajo como la segunda prioridad, siempre por debajo de la familia, además de que reeja prioridades acordes a las tendencias mundiales y continentales; mientras que en Europa, especícamente, a partir del inicio del milenio tienden a restarle jerarquía. Una de las razones de esta valoración diferenciada entre países la otorga la propuesta denominada índice de postmaterialidad, el cual supone que las sociedades altamente industrializadas que han alcanzado a satisfacer las necesidades materiales inmediatas priorizan como valores principales a la democracia, la libertad de expresión, calidad de vida, respeto a los derechos humanos y de animales, etcétera; mientras que sociedades de niveles inferiores de industrialización y que aún no alcanzan a proveer de las condiciones sucientes de subsistencia a sus ciudadanos, le otorgan prioridad a valores referentes a la vida material inmediata como el trabajo, la búsqueda de seguridad personal y colectiva (como la lucha contra la delincuencia), el mantenimiento estable de la economía, etcétera. México según este estudio se ubica entre las naciones con altos índices de marginalidad, desigualdad y poco desarrollo material, por lo tanto, es común ubicarlo en los estratos de sociedades materiales (Inglehart, 1991; Inglehart, 1998, Inglehart y Baker, 2000; Inglehart y Abramson, 1994).
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La centralidad del trabajo y la subjetividad neoliberal inherente
La centralidad del trabajo también es comprendida a partir de su división en tres dimensiones pragmáticas: 1) con nes de creación de bienes materiales, de uso, riqueza y comodidades en la actividad laboral, prestigio y jerarquía; 2) con orientación hacia la actividad del trabajo con nes de atender una responsabilidad, correspondencia colectiva y vínculo social, es decir, alude a la conformación de la identidad; y 3) con referencia al carácter de autorrealización personal o autoexpresión, entendida como actividad que permite aprender, crecer y potencializar capacidades, o sea, la esencia del sujeto (Noguera, 2002:145; Meda, 1998:17; Meda, 2007:18; Ochoa, 2012:40). La primera es concebida como valor extrínseco y el resto como valores intrínsecos o expresivos del trabajo (Harpaz, 2003:7; Schwartz, 1999; 44). Detallemos cada uno: a) Centralidad a causa de generar riqueza o valores de uso
Es la organización del trabajo y la cantidad de personas las que le inyectan valor a los productos que generan riqueza. Así es la manera en que un profundo tratado de economía política dene enfáticamente al trabajo como: “La fuerza humana o mecánica que permite crear valor” (Meda: 1998: 51). Para Adam Smith los materiales en sí no poseen valor, así sean materiales preciosos como los metales altamente valorados, sino que el valor de los bienes depende de la cantidad de horas-trabajo que demanda su producción. Así el valor del trabajo no solo es la cantidad de actividad que requiera para producir el bien, sino la cantidad de trabajo que de un bien dado pueda apropiarse (Smith, 2010; Valenzuela, 1977: 48). En suma, es el trabajo y su organización lo que genera prosperidad, opulencia y bienestar a un colectivo conforme las leyes de la naturaleza. Reside en la unidad substancial que permite el intercambio de bienes materiales a partir de la cantidad de unidades-trabajo-tiempo que pueda tener intrínsecamente el bien u objeto; por lo tanto, la “fuerza productiva de la nación” se calcula a partir de la cantidad de unidades de trabajo potenciales, así como las existentes reejadas en los bienes. Esta homogeneización de las unidades de medida de la riqueza permitió que
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la disciplina económica se ciñera a criterios unívocos de análisis, pero lo mismo sucedió con los criterios en las tomas de decisión a amplios niveles. Los economistas herederos de la tradición de pensamiento de Smith recogieron y utilizaron esta categoría para darle cuerpo a sus propuestas analíticas, pero centrándose especícamente en el trabajo como creador de riqueza. Los prominentes estudios de Thomas Malthus, Jean Bastiste Say y hasta Karl Marx retomaron con esa propiedad generadora de valor en espacios territoriales especícos, haciendo de la categoría escueta una compleja y especíca en la que el trabajo productivo pueda medirse positivamente (Meda, 1998:56). A nivel subjetivo el trabajo fue entendido conforme los lineamientos generales de las sociedades occidentales. Es decir, el instrumentalismo, cuya lógica de medios-nes impera en el total de las pautas, así como referentes de sentido, ya que en el contexto del homo faber “todo” es un instrumento para adquirir algo más (Arendt, 2014:179). Tal dinámica inserta en un contexto de consumismo, en la etapa fordista de incorporación de las lógicas organizacionales de la vida colectiva, sentó las bases de coacción para que el sector trabajador asumiera como natural la alienación al trabajo, ya que mediante esta actividad es que se pueden satisfacer las crecientes necesidades, placeres y complacencias monetizadas. Por lo tanto, la necesidad de dinero exponencialmente exacerbado incita a capas poblacionales a la búsqueda de empleo con nes de satisfacer necesidades de consumo. De forma que el cambio cultural comenzó a gestarse y los individuos “[…] no desean ya los bienes y servicios comerciales en tanto que compensaciones al trabajo funcional, se desea obtener el trabajo funcional para poder pagarse los consumos comerciales” (Gorz, 1991:68). Esto se explica como herencia de la modernidad, entendiéndose que en el proyecto losóco-político y de las sociedades industrializadas de corte capitalista la racionalidad medios-nes se instituye como estructura de conciencia colectiva que sustituye la mirada compleja y multidimensional de los procesos sociales a uno de tipo técnico, positivo o pragmático. Es un traslado del cálculo de medios y procedimientos de la empresa capitalista a una esfera amplia de aplicaciones como en la administración pública, el Estado, la ética profesional, etcétera. Todo esto controlado por la ciencia, técnica, tecnología, derecho y dinero como bases de las relaciones sociales
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amplias que permiten la realización individual así como colectiva (Weber (Weber,, 1999 y 2002). Por lo tanto, la diferencia entre racionalidad formal denida como la gestión económica técnica y racionalidad material entendida como el abastecimiento de bienes de un grupo orientada por postulados de valor (Weber, 2002:64), son las líneas de acción prevalecientes de la etapa industrial de occidente. De forma que la experimentación con miras de consecución a objetivos determinados es ahora el modo fundamental de organización institucional y colectiva, es decir, en la ideología de época en la que la ética capitalista es el modo de vida común. Consecuentemente, la noción de razón entre los miembros del colectivo insertos en contextos industriales-modernos se comprende y gestiona como un cálculo de medios-nes. A esto se le ha llamado razón subjetiva, es decir a“la capacidad de calcular probabilidades y adecuar los medios correctos a un n dado” (Horkheimer. 2007:17). En la misma tesitura se ha señalado que a la pragmaticidad de la acción racional orientada a nalidades concretas basadas en el conocimiento y adaptada a contextos especícos se le conoce como cognitivo instrumental (Habermas, 1999: 27 y Habermas, 1992:432). En suma esta característica del trabajo, como generador de riqueza y como medio para obtener un n, se ha asentado en las subjetividades de los agentes sociales y se denomina analíticamente como cognitivo-instrumental (Noguera, 2002:145). b) Construcción de la centralidad del trabajo por ser la esencia del sujeto
Ante estas condiciones modernas el trabajo adquiere para esta sociedad e imaginarios una connotación de centralidad pragmática, individual, colectiva y de tintes utópicos. Una primera generación moderna de marcos de sentido normativo del trabajo fue considerarlo como una actividad que da esencia al sujeto que lo realiza. Como un rasgo de inherencia sin el cual la virtud humana no tendría representación. Este cambio de estrategia valorativa también obtuvo sustento por los legisladores facultados de dictar normativamente los relatos de las sociedades occidentales, asociándolo con bienestar, como capacidad creadora y potencialmente emancipadora del sujeto. El principal exponente y cimentador de esta tesis es la losofía de
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Hegel, porque a partir de la explicación trascendental de la idea de Dios dotado de historicidad que cobra expresión a partir de sus creaciones, se demuestra la potencialidad del Espíritu, es decir, la capacidad de lo que es en sí a través de su obra o exterioridad. De esta forma las labores, progresos y actos de los humanos y sus instituciones son las formas tomadas por el Espíritu para conocerse a sí mismo profundamente, lo que Hegel denomina como el Saber Absoluto. Así el conocer lo externo al sujeto cognoscente le permite considerar sus propias capacidades de creación. Luego entonces, conocer es una labor que debe realizarse para ejercitar el discernimiento de sí y abonar al desarrollo nominal. A este proceso se le denomina trabajo, o sea, “el acto mediante que el Espíritu se conoce a sí mismo es un trabajo que realiza sobre sí mismo” (Meda, 1998:78). De esta forma el trabajo es la actividad que el sujeto se explica, conoce y crea a sí mismo. Es progresivo, ejercitable, transformante y creador de sí; por lo tanto le es inherente. Esta actividad provoca que los sujetos entren en relación porque la humanidad no es nominal, sino colectiva. Creando o trabajando en conjunto se generan dependencias inefables que le permiten satisfacerse espiritual y materialmente. Por lo tanto, el trabajo es una actividad creadora y de expresión de sí (Sayers, 2003:109). Tesis que de forma abierta fue retomada por la escuela materialista histórica y particularmente por Karl Marx, quien si bien justicó sus aportes partiendo de la crítica a Hegel, también retomó como columna de su discurso la noción de que el trabajo de los sujetos, ya no del Espíritu, es el referente que explica el curso de la historia; el trabajo entendido como condición concreta de realización de las situaciones de sobrevivencia, esto es, la transformación de la naturaleza para benecio humano establece el rasgo denitorio e identitario de su noción de “hombre” cuya esencia es el trabajo (Meda, 1998:82; Marx, 1984:190). Justamente es esta actividad lo que permite denir al humano, con las capacidades inherentes de especie racional, para dar cuenta de que la historia de la humanidad es la realizada por ella misma: El trabajo es el factor que constituye la mediación entre el hombre y la naturaleza; el trabajo es el esfuerzo del hombre por regular su metabolismo con la naturaleza. El trabajo es la expresión de la vida humana y a través del trabajo se modica
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la relación del hombre con la naturaleza: de ahí que, mediante el trabajo, el hombre se modique a sí mismo (Fromm, 1970:28).
Bajo estos criterios incluso fue el trabajo el que generó la transformación del mono en hombre como un proceso evolutivo en el que la materialidad de satisfacción de necesidades, a partir de la creación de herramientas, propició el cambio de especie (Engels, 2006). De esta manera trabajo y “hombre” están en una relación intrínseca, ya que trabajando descubre su ser, expresa su personalidad y lo reeja en su creación; cuyo disfrute personal, así como social, supone la absoluta relación con el resto del grupo de forma cohesionada e interdependiente. Por lo tanto, la realización creadora mediante el trabajo es la expresión de la plenitud nominal, al igual que es la base de la sociabilidad humana. No obstante, existe una clara distinción con respecto a la actividad en la etapa capitalista. Para esta tesis el trabajo propicia la libertad solo cuando está fuera de los marcos asalariados que el capitalismo burgués impone, es decir, fuera de la alienación. Pero en términos generales la gloricación del trabajo inscribiéndolo en el sujeto, como agente social, se exacerbó independientemente de la doctrina particular que lo haya creado. En los albores de la Revolución Francesa es que los discursos acerca del trabajo como actividad ennoblecedora, proveedora de bienestar, bienestar, talento y virtud, comienzan a difundirse a nivel organizacional de los stados como en los discursos cientícos. Saint Simon enarboló al trabajo como la energía requerida para llevar al colectivo hacia las ansiadas tierras del progreso, pero también lo señaló con respecto a la actividad nominal como aquella que proporciona dicha personal y colectiva. Por lo tanto, se convierte en la pauta de correlación entre sujetos atomizados hacia la consecución de metas comunes. Lo mismo se dio con pensadores como Proudhon, Fourier u otros, pero sin prescindir que se trata de un rasgo tácito del sujeto que le permite autorrealizarse. Independientemente Independientemente de la postura política o de las escuelas de pensamiento se consideró a esta actividad como el bastión de la autorrealización de la persona, de expresión nominal (Meda, 1998:96). Esta noción convertida en uno de los tótems de las sociedades occidentales, y posteriormente trasladada a las sociedades occidentalizadas, remite a categorizarla analíticamente como el rasgo o dimensión estéticoexpresiva (Noguera, 2002:146).
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c) Centralidad del trabajo por ser fundamento de vínculo social
En consonancia con lo inmediatamente anterior expuesto, de lo cual pueden anticiparse algunas conjeturas, el trabajo en las sociedades occidentales y posteriormente en las occidentalizadas fue signicado como el fundamento del vínculo social, no solo de corte laboral institucional, sino que referido al vínculo social holístico cotidiano. Lo implícito en esta idea normativa es que el trabajo permite el aprendizaje de lo social, entendido como las obligaciones y funcionamiento del colectivo y, por lo tanto, es la fuente de la identidad colectiva. También se conforma como el referente de intercambio social entre sujetos, ya que con la generación de riqueza que el trabajo supone permite intercambiar y colaborar al bienestar colectivo. A su vez se entiende como la acción que contribuye a la reproducción del sistema para su subsistencia y se conforma como una situación que posibilita ejercicios de cooperación estructuradamente semejantes a los realizados en los ambientes domésticos o familiares (Meda, 1998:135). Para distintas vertientes del pensamiento social resulta indudable la inuencia del trabajo sobre el resto de la vida colectiva que de fondo y forma y sintéticamente lo han denominado “ecacia simbólica del trabajo”, que en términos generales supone los efectos culturales y signicados de la actividad laboral, y que de modo directo son trasladados hacia los mundos de la vida (Reygadas, 2002:109). Las bases de tales señalizaciones enarboladas en las sociedades modernas fueron las tesis que Adam Smith propuso en La riqueza de las naciones, cuyos contenidos suponen que a partir de las condiciones estrictamente económicas y de satisfacción de necesidades que los sujetos deben atender es que se requiere del trabajo (como mercancía) y sus frutos en el consuetudinario intercambio que posibilita la subsistencia ampliada a todo el colectivo. Así la relación entre sujetos que intercambian bienes para promover pragmáticamente su desenvolvimiento como grupo es la base de la vida colectiva. Por ello, sin el trabajo la interacción social y la latencia colectiva serían imposibles (Smith, 2010; Meda, 1998:156; Valenzuela, 1976). Para Smith “una sociedad de contratos es el fermento apropiado para la moral y, por tanto, si la libre competencia y contratación es la condición de posibilidad del sistema s istema de mercado, la libertad moral lo es de la sociedad liberal” (Pena y Sánchez, 2007:100). De tal manera que el
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trabajo como creador de valor y como mercancía es la fuente instrumental de las relaciones sociales, de la cohesión colectiva e incluso de la moral. Sin duda esta idea instrumental quedó impregnada en el pensamiento de Karl Marx, ya que es a través del trabajo y las formas de adquirir los bienes de subsistencia que se puede comprender cabalmente el desarrollo de las fases de producción material. La forma de transformar la naturaleza para el uso de los sujetos da cuenta de los tipos de organización del trabajo y, por lo tanto, del tipo de organización estrictamente económica que guía a las sociedades en la losofía de la historia de la que parte. Así, las grandes categorías sociales se denen por las relaciones de producción que ligan y contraponen a la clase trabajadora con la clase o estrato mejor posicionado. La clase social, consiguientemente, es entendida por la estructura social denida por la posición en el proceso productivo y los niveles de vida compartidos. Es decir que la clase explica las estructuras de las relaciones sociales totales, desde lo estrictamente económico hasta lo político y cultural (Marx, 1973). De esta manera la clase social se entienden como comunidades, culturas, identidades, pertenencias, una manera de ser y vivir que se distinguen entre los antagónicos. Proletarios y burgueses, por lo tanto, poseen culturas e identidades distintas, ya que consumen de forma particular, no ven al mundo de la misma forma, no se relacionen entre sí de la misma manera, no aprecian por igual los valores que pudieran compartir de tipo religiosos o político y el uso del tiempo productivo es diferente al igual que en el ocio. Así estas particulares formas de relacionarse intragrupalmente en contraposición a los extragrupos antagónicos permite comprender sus elecciones como actitudes, “puesto que sus componentes son la cooperación y la explotación, la solidaridad y la dominación, la relación laboral es el ámbito donde se forma la estructura social, donde se desarrolla un vínculo con la sociedad que desborda esa misma relación” (Dubet, 2013:58). Por otra parte, pensadores posteriores de la sociología, cuya inuencia resulta incuestionable, asumieron en la misma medida el papel cohesionador y cooperativo del trabajo como sustento de las relaciones sociales extensas. La sociología francesa, particularmente Durkheim (1994), consideró la moral como la vértebra de la organización social de cualquier grupo y todos aquellos hechos sociales que lo reproduzcan son catalogados analíticamente como morales. Así el trabajo, entendido como la actividad cooperativa que reproduce la cohesión social, es el fundamento
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de la organización de las sociedades modernas y, por lo tanto, adquiere el carácter moral. La particular forma de analizar los indicadores de cooperación mediante el trabajo para este autor, o sea, las leyes (porque son estas las que reejan y norman los tipos de relaciones sociales que existen), dejan al descubierto que lo verdaderamente importante de dicha labor es en sí la solidaridad social que produce, no precisamente el benecio material explícito. De tal manera que la división del trabajo permite regular y distribuir las actividades inherentes de cooperación mediadas por el Estado a través de contratos para posibilitar la integración social. Por lo tanto, Durkheim posiciona al trabajo en su etapa dividida, propio de las sociedades de solidaridad orgánica, como la actividad de integración social del individuo porque lo sitúa en relación con toda la colectividad. Así el individuo conrma y rearma a cada instante su pertenencia al colectivo. De igual manera los productos de su labor atienden a los sujetos mismos que la componen. Justamente del trabajo adquiere la conciencia de su papel en la reproducción sistémica, así como de su estado de dependencia frente a la sociedad, ya sea por la retribución de satisfactores que de ello obtiene o por el reconocimiento de su contribución por parte de los miembros del grupo en su misma condición (Linhart, 2013, Offe, 1992: 20). El trabajo, y su particular organización en las sociedades contemporáneas, no se explica sin las inherencias de solidaridad y cohesión que de él emergen para posibilitar la persistencia del colectivo en condiciones dispersas propias de las etapas industriales. El sujeto mientras tome conciencia de que su actividad forma parte de un proceso mucho más complejo, lo orienta a sentirse como parte de un grupo, perteneciente a una sociedad amplia que lo cobija y a la cual él contribuye sistemáticamente. Este rasgo del trabajo se denomina como la dimensión práctico-moral (Noguera, 2002:146). En síntesis, para las sociedades occidentales el trabajo es la base del vínculo social elemental. Sin importar la doctrina política que se profese o la postura losóca de la que surja, el trabajo es entendido como fundamento relacional del total de la vida colectiva.
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Lo prioritario en la centralidad del trabajo en México. Aproximación cuantitativa
La World Values Survey realizó la recolección de información con una variable que fue destinada a medir el carácter de la centralidad del trabajo: intrínseco o extrínseco. Esto lo realizó desde 1990, pero solo hasta la penúltima encuesta. Sin embargo, los resultados disponibles permiten hacer revisiones concretas. Así la variable se traduce en ítem de indagación y versa de la siguiente manera: Le voy a leer algunos aspectos que usted en lo personal podría considerar como importantes en el caso de que estuviera buscando un trabajo. Esta lista tiene algunos aspectos que las personas toman en cuenta con relación a su trabajo. Independientemente de si está buscando un trabajo o no, dígame ¿Cuál sería la más importante para usted? (World Values Survey).
Las categorías o respuestas de la variable son cuatro y se clasican en función del tipo de centralidad al trabajo:
De tal forma que las categorías “un buen ingreso” y “trabajo estable” responden a valores extrínsecos, particularmente a los cognitivo instrumentales. Es decir, a aquellos de corte material, instrumental, que ven al trabajo solo como un medio para un n, de corte individualista y con nes materiales. Mientras que el valor intrínseco, práctico-moral, es la categoría “trabajar con gente agradable”, lo que supone la orientación de la acción con nes de crear vínculos sociales más estrechos, es decir, generar
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colectividad. Y por último, el valor intrínseco estético-expresivo con la categoría “hacer un trabajo importante” reere al trabajo como actividad de realización personal (Vieira, 1998 y 2004; MOW, 1987).
Así, en términos generales, según los resultados de la encuesta realizada entre 2005 y 2009, la prioridad se centró en valorar los aspectos extrínsecos del trabajo, muy por arriba de los intrínsecos. Ya que el 19.2% de los informantes rerió como primera opción para elegir empleo al salario; el 37.9% lo hizo aludiendo a un trabajo estable y sin riesgos. Mientras que las categorías intrínsecas, como la práctico-moral fue señalada por el 29.7%, lo que deja ver que la muestra no descarta del todo el carácter expresivo y como realización personal. Sin embargo, el rasgo de socialización, intrínseco, de responsabilidad social, solo fue mencionado por el 10.6% (gráca 2). Es de señalar que el ámbito instrumental, racional del valor del trabajo, en conjunto suma 57.1%, es decir, más de la mitad de los informantes lo rerieron. En segundo plano la postura estético-expresiva o autorrealización personal a través de la actividad supera al buen ingreso como prioridad. También es importante observar que las categorías con mayor elección responden a intereses instrumentales e individuales, dejando en último lugar al de carácter colectivo. Lo anterior corrobora que, por lo menos en la última oleada, se presentan rasgos inherentes de importancia y centralidad
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del trabajo, pero cuyos contenidos responden a elementos que no coinciden con lo planteado en la utopía moderna del trabajo, sino que responden a las aspiraciones neoliberales que subjetivamente se adoptan.
De forma reiterada en la encuesta previa, de 2000 a 2004 se encontraron resultados no muy disímiles que permiten aseverar alguna tendencia, ya que el 40.1% de los y las informantes rerieron que la primera elección es el trabajo “estable y sin riesgos”; enseguida el valor intrínseco de “hacer un trabajo importante”. Sin mucha distancia porcentual el “buen ingreso” con el 25.3% y de nuevo la categoría colectiva de trabajar con personas agradables con niveles bajos de 5.6% (gráca 3). En la oleada de 1995 a 1999 nuevamente las categorías de corte instrumental que aluden a seguridades materiales y estabilidad laboral fueron señaladas con el 33.8% y 33.7%, respectivamente. Mientras que aquellas de corte intrínseca como el “trabajar con gente agradable” y el de carácter estético expresivo fueron enunciados con el 15.3% y 15.2%, en ese orden (gráca 4). Con estos datos podemos hacer una revisión de la tendencia estable de preponderar al trabajo en su forma instrumental, principalmente como un rasgo que prioriza el bienestar material a largo o mediano plazo, además de la contribución económica. Haciendo ver así que la dinámica material y de interés por rasgos materiales coincide con el neoliberalismo en su
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condición subjetiva.
Si bien esta encuesta de valores carece de una versión última y que responda a los años recientes a causas de razones operativas, otras han corroborado esta tendencia hacia la predilección de criterios instrumentales, extrínsecos para valorar al trabajo como importante. La Encuesta Nacional de Valores en Juventud 2012 realizó un levantamiento estadístico en el que se atendió también al ámbito laboral. Se realizó una pregunta cuya respuesta induce a priorizar lo que resulta más importante en un trabajo. De tal forma que nuevamente se verica la tendencia hacia la prioridad de categorías referentes a criterios subjetivos que el neoliberalismo consideró como claves: el cálculo instrumental, la individualidad y la actividad como medio para un n. No el aprecio a la actividad por sí misma, como suponían las teorías clásicas de los estudios del trabajo, ni tampoco la capacidad de generación de solidaridad colectiva a través de él (gráca 5).
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Conclusiones
Si bien el debate del “n del trabajo” ha sido superado porque es verdad que este no ha dejado de existir ,pese a que su funcionamiento ha tenido modicaciones substanciales, fue apresurado vaticinar su extinción en las subjetividades de los agentes (De la Garza, 2010). La centralidad del trabajo continúa, pero ahora no por las razones que supone la utopía del materialismo histórico, ni la propuesta hecha por el discurso losóco de la modernidad, sino que en el caso mexicano, como revisamos, el motivante se explica por las dinámicas que el capitalismo, en su etapa neoliberal, permean en las subjetividades. Sus motivantes son una serie de criterios que, alimentados por las condiciones estructurales de precariedad/ exibilidad laboral (Standing, 2013) lo orientan a razones aspiracionales de seguridad y estabilidad. Y en el caso de la prioridad por los salarios contemplan al trabajo como un medio para un n estrictamente material. Esto ya había sido desarrollado a detalle desde la razón deductiva de los teóricos sociológicos, así como algunos estudios empíricos que rerieron que a causa de las reestructuraciones productivas y la exibilidad a la que son sometidos los y las trabajadoras en los tiempos contemporáneos, desquebrajan el contacto sistemático y produce la centrifugación de solidaridades. La identidad, los signicados comunes, aspiraciones
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en conjunto y sentimiento de comunidad son suprimidas por la lógica individualista que las nuevas formas de organización del trabajo suponen (Linhart, 2013:75, Sennet, 2005:123). También la falta de homogeneidad de los trabajadores(as), en cuanto sus condiciones precisas como salario, prestaciones, contrato y seguridad en el mismo, hace que se considere poco posible una signicación uniforme de los intereses comunes para su organización política, así como conformación identitaria (Offe, 1992:28, Touraine, 1969:39-40, Sennet, 2005:123). La biografía laboral fordista imperante en la etapa del Estado del bienestar y ampliamente persuadida como modelo ideal en los imaginarios que implicaba un ciclo vida compuesta por la formación escolar, trabajo y la jubilación, se encuentra casi totalmente descontinuada (Alonso, 2004:24). Lo cual incentiva estrategias de adaptación con propensiones hacia la individualización y la alta competencia entre los trabajadores, promoviendo la inmediatez nominal, la satisfacción personal de recursos para hacerse de bienes y servicios necesarios para la subsistencia. Es el tono ético del “aquí y ahora” lo que impera (Bauman, 2004: 172). O sea, una ética e imaginario coincidente con lo que el neoliberalismo estipuló como idóneo o factible para su funcionamiento.
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2 Subjetividades neoliberales del trabajo. Nuevos enclasamientos en la Encuesta Nacional de Valores en Juventud y la Encuesta Nacional de Micronegocios 2012 Edgar Noé Blancas Martínez7 Leonardo Ortiz Ortega8
Introducción
El mundo del trabajo se está reorganizando desde hace tres décadas; la creciente exibilización y la precarización de sus condiciones son algunas de sus características. Pero también si esta base objetiva se transforma se puede especular que lo hacen de igual manera sus formas de pensarse y comprenderse, de ahí que pudieran estarse disolviendo a la par subjetividades tradicionales y produciéndose otras. El capítulo, en este último sentido, discute dos posibilidades que pueden resultar contradictorias o complementarias: a) la condición de clase obrera 7 Profesor investigador de tiempo completo en el Área Académica de Sociología y Demografía de la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo. Doctor en Sociología y maestro en Análisis Regional. Integrante del Cuerpo Académico Problemas Sociales de la Modernidad. Miembro nivel C del Sistema Nacional de Investigadores. 8 Licenciado en Sociología por la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo.
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se sustituye por un nuevo enclasamiento: el del empleado empresario que se visualiza, por ejemplo, en la dinámica toyotista de comprometer a los trabajadores con los objetivos productivos de la empresa, o bien, de llevar al desempleado o subempleado a la creencia del emprendimiento; y b) la precarización laboral y el desempleo están conformando una nueva clase social: la del precariado, pues los que están fuera de la dinámica productiva de forma directa con el capital quedan mayormente expuestos a sus condiciones, lo que conlleva su subjetivación y la conformación desde esta nueva clase social. A partir las experiencias recientes se puede cuestionar: ¿cuáles son los elementos presentes de cada sistema?, ¿se observa alguna tendencia? O contrario a la propuesta: ¿está vigente como forma subjetivada la clase obrera? El capítulo, para el caso de México, trata de dar respuesta a estas inquietudes a partir de un análisis de datos de la Encuesta Nacional de Valores en Juventud (ENVAJ) y de la Encuesta Nacional de Micronegocios (ENAMIN), ambas de 2012. Asimismo coloca una breve reexión donde señala los límites a la categoría de enclasamiento, pues los autores si bien encuentran para el caso del precariado elementos de movilización en Europa, este no parece ser un mecanismo suciente en México para observarle como comunidad de voluntades hermanadas políticamente. Espacio social, campo y capital
La noción de clase que se retoma en este capítulo deriva del estructural construccionismo de Pierre Bourdieu; proviene en sí de sus reexiones sobre las luchas simbólicas, las cuales, mediante el nombramiento de grupos y según las posiciones objetivas de sus integrantes, llevan a la producción y reproducción de determinadas prácticas. Son principalmente La distinción. Criterio y bases sociales del gusto (2002) y El espacio social y la génesis de las clases (1989) los textos donde se encuentra con mayor profundidad el desarrollo de esta categoría. Para comprender a qué se reere Bourdieu con enclasamiento, merezca tal vez hacer primero una breve introducción de su teoría de los campos, a efecto de no caer en versiones aisladas o esencialistas, pues si bien enclasar se reere a agrupar a través del nombramiento, no se trata solo de una mirada del observador, sino de una relación social y de poder dentro de
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este espacio Para Bourdieu un campo es un espacio social en el cual se disputa entre sus participantes un capital, siendo este cualquier elemento de interés. Si un individuo se interesa por algo participa ya en ese campo y en su participación instituye a este. El campo no es algo constituido, sino es aquello que se forma por el propio proceso de lucha del capital entre varios participantes. Unos lucharán por obtener aquello de lo cual carecen o por aumentar su posesión, otros pelearán por retener lo poseído, mismo que objetivamente los coloca en una posición dentro de ese espacio. El espacio social, por tanto, se constituye de toda una conguración de campos desiguales formados por los diferentes procesos de lucha. En este los individuos participan siendo unos u otros según los intereses tomados y ocupan posiciones diversas acorde a la posesión diferencial de los capitales. En cada campo ocupan una posición y en el espacio social una lugar global. Los campos y capitales genéricos que identica el autor, así como determinadas posiciones, son el económico, social, cultural, simbólico y político, pero hay tantos campos como capitales en disputa, como procesos de lucha social. Pero lo que preocupa a Bourdieu, para el caso de este capítulo, son el campo simbólico y de poder, pues a través de ellos se constituye el interés y la práctica de la lucha. En el campo simbólico lo que se disputa es la visión del mundo, la constitución del habitus entendido como los esquemas de percepción, apreciación y acción incorporados en los agentes que permiten tomar o no el interés por algo (Bourdieu y Wacquant, 2008:167). De manera que, según los procesos de lucha en este campo y la conguración posicional de los agentes, se determinan los otros procesos sociales, o sea, se establece el espacio social. En este se permite o no el reconocimiento objetivo de las posiciones (armación y apreciación de grupos o clases). Por su parte, en el campo de poder lo que se disputa son las posibilidades de codicación, de hacer una visión del mundo legal o ilegal. En este no se separa entre lo normal y lo anormal, pues ello se hace en el campo simbólico, pero sí se generan las posibilidades de realización mediante un poder normativo, uno coercitivo que obliga. A esto Bourdieu le llama metacapital, pues se trata de un capital que lleva a la denición de las reglas del juego de los otros campos. Quien se alza en el campo de poder codica a los otros y con ello asegura su posición global en el espacio social, no sin antes asegurar en el campo simbólico la visión del mundo
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a codicar. Señala el autor que el metacapital tiene el “poder de mandar por medio de la legislación, regulaciones, medidas administrativas […], en suma, todo lo que normalmente ponemos bajo el rubro de las políticas de Estado” (Bourdieu y Wacquant, 2008:150). Es por ello que existe una amplia complicidad que se puede encontrar entre intelectuales y poder. Por lo anterior, tratar el tema de enclasamiento obliga a tener presente que se habla de un proceso de lucha en el campo simbólico, en primer orden , y en el campo del poder en segundo. En estos se denen clases y el mismo espacio social por la toma de interés y prácticas producidas según las posiciones objetivas constituidas. Se invita al lector a hacer estas consideraciones en el seguimiento del capítulo, a efecto de evitar una lectura asilada del pensamiento bourdiano. ¿Qué es un enclasamiento?
Las clases o grupos sociales se determinan, a primera vista, por las prácticas cotidianas de los individuos y, a segunda vista, por las prácticas que les distinguen (las cuales no están escindidas de condiciones objetivas y subjetivas). Por ello, si bien las clases o grupos están siendo en la cotidianidad, también pueden establecerse a través de luchas simbólicas y políticas, grupos sociales con probabilidad de clase a partir de determinados atributos observables o representación de ellos. Se puede nombrar y representar una clase sobre el papel sin que esta necesariamente esté siendo una, o que por ese nombramiento obligadamente se le considere como tal. Como lo arma Pierre Bourdieu (1989) cuando reconoce que en el proceso analítico de desarrollo de clase esta se presenta solo como un cúmulo de agentes con posiciones similares dignos de ser agrupados: Podemos recortar clases en el sentido lógico del término, es decir, conjuntos de agentes que ocupan posiciones semejantes y que, situados en condiciones semejantes y sometidas a condicionamientos semejantes, tienen todas las probabilidades de tener disposiciones e intereses semejantes y de producir, por lo tanto, prácticas y tomas de posición semejantes. Esta clase “en el papel” tiene la existencia teórica propia de las teorías (Bourdieu, 1989: 208).
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Hasta aquí el problema de la clase radica en el nombramiento, en la posibilidad de subjetivación de la misma y las condiciones objetivas de reproducción. Quien nombra pudiera hacerlo solo para sí y que esta se quedara en papel. Sin embargo, también podría intentar prescribir prácticas enclasantes como forma de llevar a la impresión del se es en el papel a la posibilidad del estar siendo; de la representación a la conguración representada, a la distinción social. Esto depende del interés del agrupamiento en el campo simbólico con relación a los intereses y posiciones de los agentes en los otros campos, que son quienes nombran por sí o por otros participantes. En una investigación académica un estudiante puede representar nuevas clases sobre el papel, cuyo único interés es anunciar estas a un selecto grupo de docentes o compañeros. En este caso no se congura un nuevo enclasamiento, pues la construcción no trasciende al plano social, a la distinción. Para que el enclasamiento suceda el agrupamiento y nombramiento debe ser percibido y reproducido por quienes son enclasados, es decir, incorporado a su habitus. Para que se produzcan un nuevo enclasamiento debe habitar un interés superior al de un agrupamiento intrascendente que conlleva generar un impacto en la producción y reproducción de la estructura social. Se trata de nombrar y modicar los grados de percepción de las diferencias inscritas en la estructura misma con nes a su reconguración, pues como señala Bourdieu (1989:37) la distinción es la clase siendo, “es la diferencia [ya] inscrita en la estructura misma del espacio social [pero…] percibida a través de categorías adaptadas a esa estructura”. Desde diversos campos de lucha puede surgir, en una relación de poder, el interés de un grupo de modicar su posición social, que le lleve desde el plano simbólico a elaborar como estrategia nuevas representaciones de sí o de sus adversarios. De lograr su cometido en los otros, desde la lucha simbólica, se habrá realizado con éxito un nuevo enclasamiento. Los nuevos enclasamientos no están establecidos de forma contundente en la estructura social o esquema general de posiciones, sino que se encuentran en construcción mediante luchas simbólicas de producción de una visión del mundo (Bourdieu, 1989: 211), la cual encuentra legitimidad según se consolide tal visión en los sujetos mediante un acto de percepción de los nuevos posicionamientos. Es de resaltar que este proceso de reconguración no incluye un proceso consciente para los individuos,
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ya que “lo esencial de la experiencia del mundo social y del trabajo de construcción que esta experiencia implica se opera en la práctica, sin alcanzar el nivel de la representación explícita ni de la expresión verbal” (Bourdieu, 1989: 211). El individuo reconoce la existencia mediante la experiencia de un nuevo ordenamiento del mundo social, lo cual se consolida en los hechos a pesar de la percepción de la realidad, es decir, a través de la actualización del habitus incorporado. De esta forma es el poder simbólico el que permite esta constitución, el “de hacer ver y de hacer creer, de conrmar o de transformar la visión del mundo y, por ello, la acción sobre el mundo” (Bourdieu, 2007:71). Un poder que no reside en el propio sistema simbólico, sino en la relación de clases que participan en la estructura social y en las posibilidades de legitimación del enclasamiento. Se enclasa porque las categorías de enclasamiento permiten la producción de un mundo favorable para quien enclasa, y porque la relación de clases se garantiza pese a la reconguración de la estructura social. Desde esta perspectiva la dinámica en el conicto termina por crear una estructura lo sucientemente rígida como para ser reproducida continuamente por ambos grupos en la relación social. Entonces el proceso de enclasamiento para ser consolidado y cumplir con los requerimientos de sentido ha de pasar por las estructuras interiorizadas de los sujetos (habitus) en disputa, cerrando el ciclo iniciado en los cambios objetivos efectuados (ya sea en el papel o no) en la relación de poder y la dinámica cambiante en las prácticas de los grupos. Como se observa, las estructuras mentales interiorizadas poseen un rol fundamental en el desarrollo del enclasamiento; los procesos de socialización someten a los agentes a asumir las nuevas peculiaridades, propias del entorno cambiante. En este sentido puede proponerse que en el contexto del agotamiento de una forma de producción objetiva del mundo se producen nuevas subjetividades, nuevos enclasamientos que dentro de las posibilidades de reproducción objetiva de las clases permiten la constitución de un nuevo mundo que conserva iguales o similares relaciones de poder entre las clases.
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De la desmercantilización a la mercantilización del trabajo
Desde los cuarenta y hasta entrada la década de los ochenta se produjo y reprodujo un mundo basado en una organización de la producción y del trabajo de carácter fordista con una tendencia a la desmercantilización de este, lo cual permitió durante el periodo una creciente generación de riqueza, empleo ascendente y mejores condiciones de vida principalmente en el medio urbano. México fue uno de los países de mayor crecimiento, con tasas a nales de los cincuenta cercanas al 7% anual del Producto Interno Bruto, pero las propias contradicciones de la organización llevaron en los setenta a la imposibilidad de su reproducción objetiva, o sea, a una crisis estructural. De acuerdo con Enrique Alonso (1999) durante el periodo de posguerra y hasta la década de los setenta la reproducción del capitalismo fue posible por un proceso de desmercantilización del trabajo, apoyado en una producción en masa para su consumo generalizado. Se le ha conocido a este periodo como “Estado benefactor” porque en ese entonces el Estado sustituyó condiciones de mercado por derechos, proceso inverso a la tendencia de largo plazo de reproducción del capital que mercantiliza todas las cosas. La gran depresión de los treinta, que fue una crisis de sobreproducción, había mostrado la necesidad de intervenir en el mercado para revertir el proceso elevando el salario relativo, de esa forma se garantizaría una demanda efectiva. Por ello, en los cuarenta se inició un periodo de desmercantilización apoyado en la creciente productividad de la organización de tipo fordista. En ese periodo la clase obrera o trabajadora industrial que se constituyó, es decir, la que fue enclasada, tuvo condiciones diferenciadas de la clase anterior, pues esta contrariamente se reprodujo en condiciones de desmercantilización, de ascenso del salario relativo y mejora de las condiciones de vida. De forma opuesta a las circunstancias clásicas del capitalismo, la nueva clase obrera recibió benecios por parte del Estado que le constituyeron y distinguieron de su predecesora y otras clases trabajadoras; se reprodujo con la percepción de ser el medio para alcanzar el anhelado estilo de vida americano. En este tenor el trabajo de la clase obrera se identicó con condiciones de salarios ascendentes, movilidad laboral en aumento, capacitación, acceso a servicios de salud, nanciamiento para vivienda, derecho a
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la jubilación, vacaciones y aguinaldo, entre otros. Recibió por parte del Estado satisfactores públicos derivado de su socialización como creación de infraestructura en el medio urbano. Así que se trató no solo de una categorización o nombramiento a manera de representar una clase sobre el papel, sino que propiamente se trató de una por las posibilidades objetivas de su reproducción. En el caso de México, por ejemplo, derivado de las políticas de industrialización sustitutiva de las importaciones, la población ocupada (PO) en el sector secundario se incrementó de 1940 a 1970 en un 76%, con un resultado ascendente en el salario relativo de 1950 a 1970 de 25 a 35%. Es decir, la clase estuvo siendo. Tan solo en la Ciudad de México la PO asalariada llegó a ser del 78%. Lejos de la industria no se hizo esta clase, pues en el medio rural el acceso a la seguridad social alcanzó a penas el 7% y en el medio urbano el 42 (Ornelas, 1993:30; Meza, 2005:146; Pacheco, 1994:271). En su toma de protesta como presidente de México en 1964, Gustavo Díaz Ordaz rerió algunas de las condiciones de esta clase: certidumbre en el trabajo, salarios adecuados, seguridad social, participación en las utilidades (Biblioteca Garay). Desde luego la producción de esta clase no representaba en el momento un elemento de crisis para el capital. Contrariamente el pacto entre el capital y el trabajo se avizoró como condición necesaria para la reproducción, por eso se produjo esa clase. La desmercantilización fue el costo transitorio para relanzar la acumulación del capital que la profunda mercantilización anterior había llevado a la crisis de los años treinta. Pero para los setenta la organización encontró su crisis estructural. La productividad estaba en descenso y pese a ello la tendencia creciente del salario relativo se mantuvo. Por ejemplo, según datos de Harvey (2007:22) de 1967 a 1976 la tasa media de crecimiento de remuneraciones por hora en Estados Unidos de América fue de 7.61%, pero la de productividad apenas alcanzó 2.38, comportamiento insostenible, pues restringe las posibilidades de inversión y generación de empleo. Para el mismo periodo, pero para otros países industrializados, Fajnzylber (en Millán, 1998:42) proporciona las siguientes tasas de crecimiento: en Reino Unido de 10.2 % en remuneraciones y de 2.57 en productividad, en Francia de 13.74 y 4.88, en Italia de 14.45 y 4.91, en Japón de 20.4 y 8.27, y en Alemania Occidental de 17.7 y 5.53%, respectivamente.
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En este contexto la remercantilización del trabajo y una nueva organización de la producción resultó necesaria para arreglar la tendencia de largo plazo de acumulación del capital. En México para 1976 el salario relativo ya se había elevado al 40%, lo que representó un cese en la inversión privada, cuya sustitución por el aparato público para prolongar el modelo de crecimiento profundizó la crisis estructural con una crisis de liquidez pública en los ochenta. La cuestión fue cómo hacer un nuevo mundo del trabajo caracterizado por la pérdida de los derechos y de los benecios del antes proceso de desmercantilización. Ante ello el neoliberalismo aportó un propicio andamiaje conceptual para generar nuevos enclasamientos. Los resultados del hacer mundo desde la reorganización de la producción y del trabajo posfordista, incidida por los nuevos enclasamientos, puede sintetizarse en la reducción del salario relativo al 27% para 2012. Esto es, de 1976 a 2012 una reducción de la participación de la clase trabajadora en la riqueza del país generada en un año del 32.5%. Las estrategias fueron: contención inicial en el aumento de salario nominal frente a elevados índices de inación e indexación posterior a este, privatización de empresas públicas que derivó en masivos despidos de los trabajadores y ataque frontal a la institución sindical. Las nuevas formas de enclasamiento
Para operar la reorganización del trabajo y de la producción a nales del siglo XX en un contexto de reducción del salario relativo, el liberalismo planteó al menos de entrada dos nuevas clases de trabajadores como sustitutas de la clase tradicional obrera: el empleado empresario y el emprendedor. Cada una de ellas para ajustar a partir de la subjetivación de distintos contenidos las prácticas de trabajo acordes con los requerimientos objetivos especícos para la reproducción del capital. Dos eran las necesidades del capital respecto al trabajo: reducir los salarios en un esquema de ascendente productividad laboral y traducir el pronto y creciente desempleo y subocupación estructural en una actividad deseada. De esa forma se garantizaría un proceso legítimo de transformación y remercantilización.
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Para la primer clase se propuso el argumento toyotista o de producción exible. Durante el fordismo la estabilidad y seguridad en el empleo fue posible por los propios requerimientos de producción en masa a largo plazo. La sociedad se modernizaba. Un trabajador aseguraba su vida laboral dentro de una empresa, realizando rutinariamente una actividad especializada. Este modelo procuró de inicio una amplia productividad, pero el aseguramiento de los satisfactores de esa modernización por los diferentes sectores sociales, que requiere una ascendente reestilización para mantener un consumo sustituyente de bienes, exigió exibilizar la organización del trabajo. Se necesitó no solo de un justo a tiempo y la cantidad necesaria de los insumos y productos, sino también del trabajo. Un trabajador para el tiempo mínimo indispensable y con la capacidad de procurar diversas actividades según las necesidades. El toyotismo, en este sentido, dispara un discurso en el campo simbólico que permite la adhesión de los trabajadores a estas necesidades. No se trata de una argumentación, sino que es en sí una forma de organizar el trabajo, pero con elementos culturales y políticos que intervienen en la organización. Para Álvarez Newman (2012) el toyotismo procura una cultura de colaboración a través del uso de dispositivos de trabajo en equipo, mejora continua y remuneraciones en base a la productividad. Mediante la cultura del trabajo en equipo se hace del trabajador un corresponsable de los logros de la empresa; si le va bien a la empresa le va bien al trabajador en su salario. Con ello se facilita la sustitución de un salario rígido por un salario proporcional a la productividad y la calidad, donde un mínimo de la composición de este es estable. Situación similar se asume cuando la empresa atraviesa por un periodo de crisis, ahí el trabajador como
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corresponsable debe participar de las pérdidas sea reduciendo su jornada, su salario o su despido. Desde esta óptica la precarización como reducción salarial, pérdida de la estabilidad y seguridad laboral se asume de carácter natural a los vaivenes de la economía, no como producto de un antagonismo de clase. Naturalizar las visiones del mundo es la clave de los resultados de las luchas simbólicas. Algunos elementos que pueden suponer la subjetivación de esta nueva clase son: a) satisfacción de un trabajo exible en oposición a uno rígido donde se otorga preferencia a las posibilidades de ascenso como producto individual, o en equipo a la calidad y productividad por encima de la estabilidad en el trabajo; b) conformismo de un salario uctuante como producto del esfuerzo propio donde se antepone la aspiración por alcanzar un puntaje determinado más que por la seguridad de un ingreso estable; y c) deseo de un horario o jornada exible de trabajo, contratación por tiempo parcial o temporal por la libertad que ofrece para realizar otras actividades. Se apuesta por un buen trabajo temporal que un mal trabajo permanente. Según cifras del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), en el último trimestre de 2014 se encontraba ocupado en México el 95.6 % de la población económicamente activa (PEA), esto es apenas un 4.4% de desocupación. De la PO el 67.9% son trabajadores remunerados o subordinados, el 22.4 trabajan por cuenta propia sin emplear personal pagado, el 5.5 no reciben remuneración y el 4.2 son propietarios de los medios de producción con trabajadores a su cargo. De los trabajadores remunerados solo el 81.6% laboró todo el año, el 61.6 tiene prestaciones laborales, apenas el 23.8 recibe más de tres salarios mínimos (SM), el 5% dispone de un trabajo secundario, 17.5 trabaja menos de 34 horas semanales y el 8% está en condición de subocupación.
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El otro nombramiento es el de la clase del emprendedor. Desde los años ochenta hasta la actualidad la población ocupada no asalariada es la que más creció, pero la denominación inicial dada de “trabajador informal” en contraposición a la de “formal” no resultaba sostenible a las necesidades de gestión de la nueva organización del trabajo en un esquema de desmercantilización. Así que el término del emprendedor es más propio para legitimar prácticas estructuralmente determinadas por las necesidades de reproducción del capital. El emprendedor es en sí un trabajador por cuenta propia de quien se invisibiliza su condición objetiva para visibilizar su iniciativa propia, su deseo y voluntad de seleccionar su actividad fuera de la formalidad. El nombramiento del emprendedor o dígase de enclasamiento del empresario moderno inicialmente fue realizado por Joseph Schumpeter en su teoría del desenvolvimiento económico en la primera mitad del siglo pasado. Para Schumpeter el emprendedor es el fundador de una empresa, un innovador que rompe con lo tradicional, con las rutinas. Tres son los tipos de elementos que denen su actividad. El primero relacionado a la introducción de un bien o proceso, la apertura de un nuevo mercado o un descubrimiento; esta es la actividad de la innovación que le caracteriza. El segundo reere las motivaciones: el deseo de fundar algo privado, de ganar, de conquistar, así como el disfrute de la innovación. Y el tercero remite a los factores subjetivos que inhiben la actividad como el rechazo a lo desconocido (Carrasco y Castaño, 2008:122-123). Como se puede inferir, el emprendedor original schumpeteriano, desde las condiciones objetivas que le posibilitan, requiere capitales para traducir el espíritu emprendedor en innovaciones competitivas. No obstante, en las últimas décadas la nominación se vulgarizó para captar el amplio y creciente número de trabajadores en condición de precariedad y desempleo. De tal manera que al subjetivar estos grupos transformen sus prácticas de trabajo precarias hacia una actividad independiente o por cuenta propia. Tal es la vulgarización que actualmente en México el Instituto Nacional del Emprendedor considera como semillero de emprendedores a toda la población dentro del rango de edad de 20 a 49 años. A este sector de población dirige capacitaciones y simulación de negocios para generar una cultura o espíritu emprendedor. Del 2007 a 2012 el Programa Nacional de Emprendedores de reporta como resultados la formación de 276 millares. Pero se reere apenas
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una cantidad otorgada de 2,164 millones de pesos por concepto de nanciamiento, esto es, un promedio de 7,840 pesos por participante. Sin duda la categoría vulgarizada trata de un enclasamiento para cooptar parte de la vieja clase del fordismo, pero sin posibilidad objetiva de reproducción. Esta forma de ver el mundo se ha subjetivado al grado que no es excepcional leer en las redes sociales, blogs o prensa digital comentarios tales como: “la crisis también es oportunidad” o “no encuentra trabajo quien no lo busca”.
De acuerdo con información del Inegi en el cuarto trimestre de 2014 el 22.4% de la PO realizó actividades como trabajador por cuenta propia, sin emplear personal pagado. De esta población el 36.2% tiene cinco años o menos realizando esta actividad, apenas el 14% obtiene un ingreso superior a tres salarios mínimos, el 34.5 se dedica al comercio, 5.7 realiza de forma ambulante en la calle su actividad y el 21.8 la ejerce en el lugar de la empresa. Una de las críticas al uso de la categoría del salario relativo como indicador de la distribución de la riqueza ha radicado en dejar al margen a este último grupo de trabajadores por cuenta propia, bajo el supuesto de haberse constituido como un receptor importante del ingreso. Sin embargo, como se puede observar comparativamente con el grupo de trabajadores subordinados, recibe en menor proporción que estos un salario superior. Neira (2010) en efecto encontró, en un ejercicio para América Latina integrando a este grupo, que el valor del trabajo se vuelve así más precario. Para el caso de México, por ejemplo, de 1982 a 1990 el salario relativo cayó abruptamente del 65 al 45% . Es decir, los trabajadores por cuenta propia, los denominados emprendedores, llevan en sí condiciones más precarias que quienes aún conservan su condición como asalariados.
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La confguración de las clases representadas
El objetivo central de este capítulo es evidenciar si los nuevos enclasamientos conguran clases. O sea , si el nombramiento efectuado en las luchas simbólicas permite observar clases siendo. Para este efecto se recurre a los resultados de la Encuesta Nacional de Valores en Juventud 2012 (ENVAJ) y a un análisis de datos de la Encuesta Nacional de Micronegocios 2012 (ENAMIN). Se pretende obtener de ellas una medida del contenido subjetivado, esto es de la incorporación en el habitus de los nuevos enclasamientos.
a)Encuesta Nacional de Valores en Juventud 2012
La Encuesta Nacional de Valores en Juventud es un trabajo coordinado entre el Instituto Mexicano de la Juventud y la Universidad Nacional Autónoma de México. El objetivo es conocer las actitudes, opiniones y valores de la población de doce a veintinueve años, así como los patrones culturales que inciden en sus prácticas en relación a doce temas. Dos de estos son relevantes para el conocimiento de su subjetividad en lo que compete a este texto: trabajo y satisfacción y retos para el futuro. En la revisión de los resultados de la encuesta se partió del supuesto de que en la población de menor edad existe mayor posibilidad de encontrar los nuevos enclasamientos. Sin embargo, los siguientes datos pudieran ser opuestos a lo esperado. Para el análisis de algunos reactivos de la encuesta los jóvenes fueron agrupados según su condición laboral o de estudio. Como se puede observar en el cuadro 4 el 40.8% de ellos trabaja y el 48.4 estudia; el 18.4 no estudia ni trabaja. De los jóvenes que trabajan el 28.6% lo hace como empleado y el 12.2 tiene un negocio por cuenta propia. Debe de referirse que del total de jóvenes trabajadores el 57.6% se ocupa como comerciante, empleado de comercio, agente de ventas o vendedor ambulante.
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Por su parte, de los jóvenes que no trabajan y que representan el 59.2 %, su condición se origina por su calidad de estudiante (31.3%), de edad (6.6%), de enfermedad (0.3%) o porque no busca o desea trabajar (10.3%). El 10.7% restante se encuentra en condición de desempleo por su insuciente preparación, inexperiencia, apariencia o situación económica del país. Es interesante, para efecto de comprensión del cambio de subjetividad, que ambos grupos de jóvenes (estudiantes y trabajadores) establecen una relación intensa entre trabajo y estudio. En relación al ingreso y las condiciones de trabajo el 72.6% percibe un monto igual o menor a tres salarios mínimos; solo el 27.5 cuenta con un contrato, y de estos el 61.6 recibe aguinaldo, el 56.2 goza de vacaciones con sueldo pagado y el 40.7 recibe reparto de utilidades. La forma de pago que mayormente predomina es por salarios o sueldos (49.2 %), seguida de las ganancias de negocios propios (16.1%), honorarios (15.5%), por comisión (12.9%) y a destajo (10.8%).
Una evaluación general, respecto a las condiciones del trabajo, se puede apreciar a partir de las respuestas dadas a la pregunta de la encuesta sobre las posibilidades que ofrece el ingreso. Para el 55.9% este les permitió cubrir a escala familiar todos los gastos (34.7%) e incluso ahorrar (21.2% ); no obstante, para el resto apenas les alcanzó (33.4%), les fue necesario sacar de los ahorros (3.0% ) o tuvo la necesidad de pedir prestado (7.7%). Por otra parte, del total de jóvenes apenas el 14.5% indicó que intentó comenzar un negocio propio; de ellos, apenas el 39.2 lo concretó de forma total y el 10.2 en forma parcial. Los elementos principales por los cuales el negocio no funcionó fueron: la falta de dinero (30.8%), la mala idea (25.3%), carencia de permisos (16.3%), falta de tiempo (10.2%) o por necesidad de ayuda (10.1%). El 7.3 mencionó algún otro problema.
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Sobre la forma en cómo se percibe y valora el trabajo llama la atención que este, como en décadas anteriores, tiene una fuerte centralidad, colocándose solo por debajo de la familia en un contexto de ocho temas propuestos. En grado de mucha importancia y en una selección de tres menciones las cifras son: familia 91.0%, trabajo 70.7, pareja 68.7, dinero 66.4, escuela 64.8, amigos 47.6, religión 31.1 y política 15.6. Aunque se notan distinciones entre grupos de jóvenes. Por ejemplo, los que solo estudian le seleccionan apenas en un 63.0%, en contraste con los que únicamente trabajan quienes le mencionan en un 80% . Dentro de este último grupo son los que reciben un pago por honorarios quienes le colocan con mayor importancia alcanzando el 85.2%.Probablemente la relación de seguridad o inseguridad en un puesto incida en la manera de valorarle, pues para quienes reciben un pago por salario o sueldo disminuyen su apreciación a 78.7 puntos porcentuales.
En el cuadro 6 se muestra que en relación a la pregunta de la encuesta sobre la preferencia entre un trabajo estable, pero sin posibilidades de progresar, y un trabajo con muchas posibilidades de progresar, pero inestable, son los más cercanos a un empleo exible quienes muestran una mayor preferencia por este último. Pero debe observarse también que puede tratarse en parte de un sector que pese a la tendencia a la precarización está obteniendo en términos de ingreso mayores benecios que los otros. Esta situación se puede corroborar, por ejemplo, en el cuadro 7, cuando en
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relación a la satisfacción con el trabajo son quienes reciben un pago por honorarios los que la muestran en mayor grado.
Una situación que puede apoyar la comprensión de la subjetivación de los nuevos enclasamientos, pero que entra en juego con las condiciones objetivas, es el enfrentamiento que hacen los jóvenes de esta cuando ingresan al trabajo. Para quienes estudian las oportunidades para encontrar un nuevo empleo son mayores que para aquellos quienes ya trabajan (cuadro 8). Así como también se aprecia que la educación se antepone para los que solo estudian sobre otros cinco elementos como el de mayor importancia para conseguir trabajo (cuadro 9). Para quienes trabajan el elemento educación pierde importancia colocándose de forma muy cercana la experiencia laboral. Otros resultados generales del análisis de la encuesta son: • •
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El 97.3% estudió alguna vez y quienes dejaron los estudios fue principalmente por falta de dinero o necesidad de trabajar (42.5%). Los jóvenes consideran que el mayor problema para sus familias es la falta de recursos económicos (32%) o la falta de trabajo en algún miembro (26.1%). Se expresa que el segundo problema más grave del país es el desempleo (47.4%), después de la pobreza (57%). Lo más importante de un trabajo es que paguen bien (84.6%), sea estable (42.6%) y tenga prestaciones (40.4%). El 68.4% considera que con relación al tema del trabajo piensan igual que sus padres. El 89.3% se interesa poco o nada en la política y el 92.6% no
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participa en alguna organización, asociación, grupo o movimiento. Solo el 14.8% considera que se debe participar en política cuando hay que protestar por alguna injusticia. En resumen, se puede interpretar que los jóvenes, a partir de las experiencias familiares de precariedad, no han subjetivado los nuevos enclasamientos liberales. Pensar igual que sus padres en una alta proporción referente al tema del trabajo indica que los procesos de transformación del pensar y hacer un mundo tienen un alcance transgeneracional. Se mantiene la aspiración fordista del trabajo estable y seguro. Solo para un pequeño grupo el espíritu emprendedor está presente, sin embargo, la reproducción de esta clase se ve imposibilitada por las condiciones objetivas. Resulta relevante el desinterés por la participación política en los jóvenes pese al reconocimiento de la situación económica adversa.
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b) Encuesta Nacional de Micronegocios 2012
La Encuesta Nacional de Micronegocios se aplica desde 1992, de forma bianual, a través del Inegi y la Secretaría del Trabajo. En 1988, como antecedente de esta, se levantó la Encuesta Nacional de Economía Informal. En este primer ejercicio la unidad de observación fue cualquiera que estuviera involucrada en la producción de bienes o prestación de servicios en la vivienda o fuera de ella; al sector se le había concebido como la parte de la economía lícita no agrícola destinada al mercado a través de empresas no incorporadas perteneciente a los hogares y con una contabilidad no convencional (Cervantes, et. al., 2008:34). Actualmente la encuesta determina la unidad de análisis a partir de la identicación de las personas que trabajan por cuenta propia o son dueños de negocios. Solo se consideran las unidades en el sector no manufacturero de hasta once empleados, y en el manufacturero de hasta dieciséis (ENAMIN, 2012). El micronegocio se dene, en este sentido, por su escala, con lo cual pierde la relación estructural que dio origen a su medición.
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De acuerdo con la motivación principal para iniciar la actividad económica o negocio, como variable de la encuesta de 2012, las unidades pueden agruparse en cuatro categorías: por motivación, por tradición, por necesidad y otros (cuadro 10). La primera pudiera propiamente referir a aquellos con un espíritu emprendedor, pues incluye a quienes tomaron la decisión de formar el micronegocio por: a) tener dinero y encontrar una buena oportunidad, b) requerir un horario exible, c) para ejercer su ocio, carrera o profesión; y d) para mejorar el ingreso. La tercera categoría, por necesidad, contrariamente pudiera referir a aquellos desplazados propiamente del sector formal, pero aún sin la subjetivación neoliberal, esta incluye a quienes: a) buscan completar el ingreso familiar, b) esta actividad fue la única manera para obtener un ingreso, c) los empleos encontrados estaban mal pagados y d) no había oportunidad de empleo. La primera categoría representa el 31.06% de los trabajadores por cuenta propia, en tanto la tercera el 38.8. Un análisis de los datos de la ENAMIN 2012 reeja diferencias importantes entre la categoría “por motivación” y la categoría “por necesidad”, algunas de las cuales pueden permitir las siguientes inferencias: En el cuadro 11 se aprecia que la mayoría de quienes no trabajaban tres meses antes de la aplicación de la encuesta iniciaron el negocio por necesidad (24.2%), pero quienes lo hicieron por motivación mayoritariamente tenían de forma previa una condición de trabajadores asalariados (22.3%). Asimismo se observa que quienes eran asalariados terminaron de forma voluntaria su relación laboral la mitad de quienes iniciaron el negocio por motivación (50.0%). Mayoritariamente aquellos que lo iniciaron por necesidad tomaron la decisión a causa de despido, recorte de personal, cierre de la empresa o terminación del contrato (cuadro 12). Respecto a las expectativas de mantener la condición de trabajadores por cuenta propia, los datos de la encuesta muestran que existe una mayor disposición para dejar la actividad e incorporase como asalariados por parte de quienes iniciaron el negocio por necesidad, esto si el ingreso es en promedio superior a 7,415 pesos y se accede al IMSS y pensión. En menor proporción existe la disposición de quienes iniciaron la actividad por motivación con un ingreso condicional medio de 11, 550 pesos.
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Existen diferencias sustanciales dentro de cada categoría con relación al ingreso condicional para dejar el negocio e incorporarse como trabajadores asalariados. En los extremos se encuentra quienes lo hicieron para completar el ingreso (6,923 pesos) y quienes tenían dinero y encontraron una oportunidad (14,165 pesos). También se aprecia que es relevante la condición de género en la cantidad de ingreso considerada como umbral para abandonar el negocio, ya que, en general, las mujeres sitúan un ingreso medio de 8,299.00 pesos, mientras que el de los hombres es de 11,257.22. De manera que según la distribución en las motivaciones de las mujeres y los hombres se afecta el umbral de ingreso para cada una de ellas. Un análisis por género de las motivaciones para iniciar el negocio, solo considerando a aquellos dispuestos a abandonarlo según un umbral de ingreso como asalariado, muestra que por necesidad las mujeres están presionando una expectativa de salario menor. Un análisis por sector de actividad de inserción del negocio permite mostrar que quienes iniciaron la actividad por motivación en su mayoría ofrecen servicios; y que quienes lo hicieron por necesidad es el comercio. En general es el sector servicios el que proporciona mayor ingreso medio mensual (7,375 pesos). En contraposición es el sector comercio el que permite el menor ingreso medio (5,092 pesos).
Finalmente se puede mencionar que el monto medio de dinero obtenido por concepto de nanciamiento por parte de quienes iniciaron a causa de la motivación duplica el monto de quienes lo hicieron por necesidad., y que para la mitad de quienes iniciaron el negocio por necesidad, el ingreso de este no permite realizar inversiones, ahorrar o cubrir los gastos del hogar.
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En resumen, desde la Encuesta Nacional de Micronegocios 2012 se puede indicar que sí existe propiamente la reproducción de la clase del emprendedor, no obstante, el tamaño de esta es menor de quienes no han subjetivado este nuevo espíritu capitalista. El nuevo enclasamiento del emprendedor reproduce de forma discursiva las argumentaciones liberales para justicar sus prácticas, y estas se reproducen porque encuentran sustento. Se trata del grupo inserto en actividades probablemente más productivas y, por ende, con mayor contenido de innovación; ello lo sugiere el nivel de ingreso medio. Pero existe un grupo mayor al cual se evitó enclasar, según lo muestra la reconceptualización de la unidad de análisis de la encuesta de micronegocios, aquel que es consciente en mayor medida de su condición precaria. Se trata en parte de nuevos trabajadores, muchos de ellos mujeres, quienes tuvieron que buscar un ingreso complementario del hogar, o extrabajadores asalariados que por una situación de desempleo o falta de uno bien remunerado fueron forzados a iniciar un negocio propio. Los datos sugieren que estos se insertan en el sector menos productivo, en el comercio informal, con un ingreso menor a dos salarios mínimos, situación por la cual muestran disposición para reinsertarse como asalariados. El precariado, ¿subjetivación alterna?
Bourdieu (2002) considera que pese a la violencia simbólica existente para ver y hacer un mundo, este no puede reproducirse sin las posibilidades objetivas para ello porque la experiencia en sí es la que permite la actualización de ese pensar, de ese habitus. ¿Hasta qué grado los individuos pueden escindirse de sus condiciones objetivas para no darse cuenta de ellas? Los datos anteriores muestran para el caso de los jóvenes que ese
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mundo precario no está separado de su conciencia. Se conocen y reconocen las condiciones laborales adversas. De quienes iniciaron un negocio se observa que son más los forzados a hacerlo que aquellos con el llamado espíritu emprendedor. En este sentido se puede señalar que perdura la clase tradicional a la par que se produce con baja intensidad los nuevos enclasamientos. Sin embargo, lo que más pareciera crecer es un grupo precario, por ahora una nueva clase sobre el papel, individuos que no tienen cabida en la reproducción obrera anterior, pero tampoco en la del empleado empresario o en la del emprendedor. En relación a la pregunta acerca de darse cuenta de sus condiciones, pudiera responderse que tal vez el proceso esté mediado por la velocidad o ritmo de las transformaciones de la estructura social o de la difusión de los nuevos enclasamientos para que se lleve un desacoplamiento tal que irrumpa la estabilidad de la reproducción. En México los cambios objetivos en el mundo del trabajo que representa la exibilización de las condiciones y la producción de este de forma informal tienen ya una data de tres décadas. Esto es una duración igual a la realización de los nuevos nombramientos. Los cambios han sido largos y parejos, graduales, con excepción de los grandes momentos de crisis de los ochenta y de 1995. Pero aún en los ochenta la desmercantilización del trabajo tuvo un moderado proceso inverso como para marcar en el largo plazo casi una tendencia lineal descendente del salario relativo, sin saltos abruptos. Para 1993 el salario relativo había repuntado al 35%, por lo cual el descenso desde 1976 solo se reejaba en un 5%. No obstante, en otros espacios la clase sobre el papel parece estar siendo clase por lo abrupto o desacoplamiento de las transformaciones. En Europa las recientes y profundas medidas de austeridad, por la crisis de 2009 que despliega la desmercantilización geográcamente cada vez más cerca del centro del poder, visibilizaron al nombrado precariado. Probablemente no se haya formado aun la conciencia de esta nueva clase, pero se está conformando una identicación de las condiciones objetivas de miles de trabajadores y desempleados que marchan en España, por ejemplo, en cada oportunidad para protestar por esta situación desde 2011 hasta la fecha. Para Guy Standing (2014:8), uno de los primeros en usar el término precariado como clase, dene esta por la precarización, por “la adaptación de las expectativas vitales a un empleo inestable”. Una clase que a diferencia del viejo proletariado tiene un nivel educativo y de formación
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por encima del nivel que exige su trabajo, el cual frustra sus expectativas. Para el caso de México, como se rerió con la Encuesta Nacional de Valores en Juventud 2012 , la educación es aún tomada como el primer elemento para obtener un buen trabajo. En este sentido se puede preguntar si el ritmo ascendente de la matriculación en educación superior llevará en un futuro mediato a la conguración de esta clase. Conclusiones
Como conclusión se pueden establecer algunos límites o posibilidades de la categoría de enclasamiento que lleven a una mejor comprensión de los resultados de análisis como el de este escrito. En primer término se puede proponer que la orientación teórica o práctica de la categoría de clase social no puede asumirse en términos políticos por sí, pues un enclasamiento no necesariamente representa una agrupación vinculada coherentemente, se trata más bien de un cúmulo de individuos que comparten posiciones (saberes, prácticas, pensamientos y gustos) semejantes, lo cual no signica que estos mismos individuos funcionen en la realidad concreta como comunidad. Esto Bourdieu (1989:208) lo explica cuando arma que “no es en realidad una clase, una clase actual, en el sentido de grupo y de grupo movilizado para la lucha; [se podría] hablar de clase probable, en tanto conjunto de agentes que opondrá menos obstáculos objetivos a las empresas de movilización que cualquier otro conjunto de agentes”. La existencia de grupos enclasados no se puede representar en términos tradicionales, pues la consistencia de estos se ubica a partir del espacio de relaciones que comparten dichos conglomerados con otros agentes y con las instituciones socialmente estructuradas. Además, la aplicabilidad de la clase social como posibilidad de identicación, pertenencia, interés común y movilización se detiene al no reconocer con claridad a los otros individuos en posiciones similares y a quienes fungen como voceros o portavoces políticos, y por lo tanto, la clase no se puede entender como una comunidad de voluntades hermanadas políticamente. Las nuevas clases aquí tratadas por nada se perciben como grupos con nes de movilización, aunque sí desde el observador como una forma de orientación del mundo compartida. Es decir, los nuevos enclasamientos lo son, aunque no a la manera tradicional con una homogeneidad política;
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se establece solo una visión del mundo estructurada de semejante manera que es lo que les constituye. Asumir la realidad tal cual es, implica un tratamiento distinguible de los propios individuos en el mundo social (lo que se puede o no permitir en palabras de Pierre Bourdieu). Por lo tanto, identicar las condiciones cambiantes de la realidad y con ello las nuevas posibilidades que demanda el sistema se convierte en parte del procedimiento de reconguración de los modelos de identicación social de los agentes. Como se puede observar, los grupos identicados (emprendedor y empleado empresario) no muestran aún signos sólidos de nuevas formas de percepción, es verdad que la estructura objetiva referida a las relaciones de clase si se encuentra en una etapa avanzada de reorientación, dado que las formas de percepción y de conciencia del mundo se maniestan en un primer momento en el plano objetivo. Por ello, no es de extrañar que la consagración de los requerimientos de la interiorización de los valores cambiantes de clasicación se encuentre en una fase menos consolidada de reconguración, con lo cual el enclasamiento y sus formas enunciadas que vinculan ambos planos no puede encontrarse aanzada en su totalidad. Dado lo anterior, la representación del mundo prerreexiva necesaria se asume en grado paulatino, pero bajo ninguna circunstancia debe negarse rotundamente, pues la irrefutabilidad de la reconguración objetiva se torna evidente, no solamente en el campo de las relaciones laborales, sino también en otros campos sociales vinculados estructuralmente. La realidad objetiva ha mutado, por lo tanto las representaciones subjetivas lo harán más tarde que temprano. El enclasamiento, entonces, puede asumirse como una mera categoría teórico-explicativa que sirve como herramienta de comprensión de los nuevos modelos presentados en la realidad, pero para que esta explicación sea contrastante y trascendente, el enclasamiento deberá contener no solo pautas objetivas evidentes, sino que también ha de incluir un cambio profundo en los estilos de vida propios y distintos a otros, engendrando (mediante los procesos de lucha simbólica) un sentido común arraigado particular de este periodo histórico. En conclusión, el enclasamiento pudiera proponerse como un proceso totalizador de la realidad social, que implicaría una universalidad de la reconguración de las estructuras sociales (incorporadas y no incorporadas); o un enclasamiento con características muy puntuales que no implique
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necesariamente una regeneración holística de los diversos campos de relaciones. Si este último fuese el caso habría que identicar teórica y objetivamente aquellas modicaciones así como denir el porqué del cambio de esas particularidades y no otras. Un proceso de enclasamiento que genere nuevas estructuras de manera holística resulta poco probable, ya que las luchas simbólicas anteriores también juegan un rol importante en los procesos de representación del mundo, con lo cual pierde estabilidad un cambio tajante de las estructuras mentales y objetivas. Cualquiera que fuese el caso, su identicación y estudio se generarán de acuerdo con la periodicidad histórica y el contraste con la realidad.
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3 El régimen de gobierno neoliberal en México Benito León Corona9 “…con su lenguaje de mentiras infnitas, convencen hasta las ores de que no son bonitas.” J. M. Serrat y Calle 13 “A diferencia de la solidaridad, que es horizontal y se ejerce de igual a igual, la caridad se practica de arriba-abajo, humilla a quien la recibe y jamás altera ni un poquito las relaciones de poder.” Eduardo Galeano
Introducción
Los regímenes de gobierno adquieren carta de naturalización de acuerdo con la profundidad que alcanzan. Hoy nos encontramos en uno que inicia a nes de los años setenta del siglo pasado y marca un viraje sustantivo en 9 Profesor de tiempo completo, doctor en Estudios Políticos y Sociales, miembro del Sistema Nacional de Investigadores Nivel I. Área Académica de Ciencias Políticas y Sociales del Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades de la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo.
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la concepción del quehacer de gobierno. El viraje muestra la recuperación de una visión que coloca a las actividades de mercado como el locus de las relaciones sociales y políticas, por lo que la economía se convierte en el ámbito de regulación de las sociedades a través de la acción gubernamental. En el caso mexicano se evidencia el incremento del interés sobre su estudio, pero cabe resaltar que también lo hace la población en esa condición debido a diversos factores internos (la política económica, la distribución de la riqueza y la producción de factores que favorecen la desigualdad) y externos (la oferta y demanda de otros países, la globalización) que permean en la vida económica y social de México. Sin embargo, poco se ve y atiende la dimensión del poder, aquella que hace funcionar de determinada forma a las instituciones a través de decisiones que provocan efectos y generan respuestas producidas, a su vez, por formas organizacionales especícas; aspectos sin duda relevantes y de necesaria atención ordenada. Diversas modalidades analíticas han producido énfasis especícos, maniestos en las formas de nominar y denir el tema; por ejemplo, en el ayer, es decir, en el momento de eclosión del tema en México, en el sexenio de 1988 a 1994. Este giro en el régimen hizo suponer que ciertas cuestiones serían resueltas como el despliegue estratégico para atender la pobreza, a la cual que se le declaraba la guerra como un combate para acabarla. Sin embargo, el transcurso de los sexenios nos ha mostrado que es una estrategia con otros nes como “el combate a la pobreza”, táctica para recongurar la subjetividad de la población pobre, no la eliminación que se prometían–y promete hasta hoy– de la misma. Nuestro interés se localiza precisamente en la revisión del giro en las prácticas de gobierno que hoy se conocen como las prácticas del neoliberalismo. Una de las cuestiones cruciales en este terreno es preguntar: ¿cuál es la magia?, ¿cuáles son los trucos de que se vale el poder gubernamental para postular hacer más lo que se ha propuesto hacer menos? Muchos pobres, pocos, muy pocos ricos. Esto no solo ocurre en nuestro contexto mexicano. Thomas Pogge nos ofrece un amplio panorama sobre la situación de los más desfavorecidos y vulnerables en el mundo, en un momento donde muchas formas de opresión y abuso hacia los más débiles y vulnerables son consideradas perniciosas, lo que representa, dice Pogge, “un enorme progreso moral” (Pogge, 2005:14). La pregunta que se hace es acerca de la situación que guarda la distribución mundial de la riqueza. Los datos para principios del siglo XXI son alarmantes:
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Alrededor de 2800 millones de personas, esto es, el 46% de la humanidad, vive por debajo de la línea de pobreza que el Banco Mundial ja en menos de dos dólares diarios –con más precisión: viven en hogares cuyos ingresos diarios por persona tiene menos poder adquisitivo que el que tenían 2.15 dólares en Estados Unidos en 1993–. La renta media de las personas que viven por debajo esa línea es un 44.4% inferior. Cerca de 1,200 millones viven con menos de la mitad, lo que signica por debajo de un dólar/día, la línea de pobreza más conocida del Banco Mundial. Una pobreza tan inconcebible vuelve a estas personas especialmente vulnerables ante cambios insignicantes de las condiciones naturales y sociales, y también las expone a muchas formas de explotación y abuso. Cada año unos 18 millones mueren prematuramente por causas relacionadas con la pobreza. Esto constituye un tercio de todas las muertes humanas –50,000 diarias que incluyen las de 34,000 niños menores de cinco años– (Pogge, 2005:14).
Abundar en la presentación de datos es factible, de hecho, pero nos quedamos con lo expuesto. Para principios de 2014 (enero) la Organización OXFAM nos informa en el documento Gobernar para las élites. Secuestro democrático y desigualdad económica sobre los mismos aspectos que Pogge, y muestra que hemos llegado a una situación donde las élites se han colocado por encima de las instituciones gubernamentales, las controlan como amantes que se compran. De las consecuencias destaca la hiperconcentración del ingreso en pocas manos y el empobrecimiento 10 de la gran mayoría, documentado en la riqueza acumulada por las élites apenas el 1% de la población que concentra “110 billones de dólares, una cifra 65 veces mayor que el total de la riqueza que posee la mitad más pobre de la población”, mas aún nos informa OXFAM que: “El 1% más rico de la población ha visto cómo se incrementa su participación en la renta entre 1980 y 2012 en 24 de los 26 países de los que tenemos datos” (OXFAM, 2014:2-3). El 10 Cabe precisar que para esta organización el tema relevante no es la pobreza, sino la desigualdad generada por las enormes diferencias de acceso a recursos económicos.
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supuesto central del informe argumenta que el origen de tan brutal sesgo se encuentra en los dispositivos gubernamentales que han sido ajustados para benecio de los ricos, armación sostenida en sondeos que la propia organización ha realizado en varios países, y la tendencia “reeja que la mayoría de la población cree que las leyes y normativas actuales están concebidas para beneciar a los ricos” (OXFAM, 2014:3). Contundente el informe11 propone a los ricos y poderosos del mundo abandonar esta lógica depredadora para hacer más manejable la conictividad social, aspecto avalado por miembros de las propias élites que sostienen que “la segunda mayor amenaza mundial” es la desigualdad de ingresos , la cual “está afectando a la estabilidad social en el seno de los países y supone una amenaza para la seguridad en el ámbito mundial” (OXFAM, 2014:2). ¿Cómo se ha logrado llegar a esta situación a la que podríamos sumar algunas más que caracterizan esta época de hegemonía de prácticas de gobierno neoliberal? Como ejemplo Sennett (1998) y Bauman (2001) destacan las características de la personalidad de hoy, cuyos valores son volátiles, exibilizados (líquidos diría Bauman) ajenos a los valores autoritarios prevalecientes hasta los setenta. Más allá de esto lo que me interesa enfatizar es el sesgo en favor de las élites en el análisis de Pogge y OXFAM que muestran que el riesgo, la conictividad social en sentido amplio encuentran su origen en la época actual, en donde se debe trabajar para eliminarla o disminuirla. En las instituciones gubernamentales es la retícula del poder la que ha generado tales efectos. Son las instituciones del gobierno las que han favorecido este sesgo monumental. Las preguntas que surgen son ¿cómo lo han logrado?, ¿cuáles son los recursos discursivos y prácticos puestos en operación para conseguir tales efectos? El objetivo de este trabajo es mostrar desde la perspectiva foucaultiana ¿qué es el gobierno y cómo se ejerce para congurar esto que hoy llamamos neoliberalismo? Y ¿cómo desde regímenes de gobierno especícos se consigue la prevalencia, el dominio de este régimen? Para lograr lo anterior 11 Al inicio del informe de OXFAM se cita la propia consideración de la élite económica de mundo que al inicio de cada año se reúne en la ciudad Suiza de Davos para analizar la situación económica mundial, además de recibir a los líderes políticos de muchos países que asisten para presentar y promover sus propias economías. La postura de OXFAM encuentra sustento en el informe del propio Foro Económico Mundial de 2013, denominado Perspectivas de la Agenda Mundial 2014, que sitúa la creciente desigualdad mundial en el ingreso como un enorme factor de inestabilidad.
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es conveniente destacar su relevancia como ámbito para las prácticas de poder gubernamental porque permite resaltar las formas de conducción de un sector de la población. En este contexto el propósito del presente trabajo es revisar y destacar el trabajo de Michel Foucault como alternativa que permita abordar de forma diferente el estudio del gobierno y sus prácticas en la conguración de un régimen especíco. 12 Una de ellas es la que nos permite analizar los mecanismos del poder gubernamental para la reproducción del régimen de gobierno y que posibilita o imposibilita romper dicha condición, sea por ejemplo la de población pobre al producir dispositivos para los nes que sean denidos para ellos; sean de conducción hacia una nueva forma de subjetividad; o bien, sean preventivos y correctivos para mantener y ajustar el régimen de gobierno. Desde esta perspectiva la pobreza es un territorio de gobierno denido de acuerdo a la orientación a través de la que se le precisa y se le elige. A partir de esta perspectiva es posible describir un aspecto sustantivo que expreso como preguntas: ¿qué se espera lograr con las poblaciones especícas?, ¿hacia dónde se les conduce?, ¿qué tipo de sujetos se espera formar? Las respuestas a estas interrogantes no se encuentran en la investigación existente, pues el marco cognitivo de las disciplinas se despliega en otros ejes. Para nosotros una forma alternativa de estudiar el gobierno y las prácticas de poder se encuentra en el conjunto analítico desarrollado por Michel Foucault con su propuesta de análisis del poder y la 12 La orientación analítica que hemos elegido no tiene precedentes en nuestro entorno y, si fuera el caso contrario, sería relevante el tener conocimiento de la existencia de trabajos en esta línea, lo cual sería también altamente agradecible. La mayor parte de los trabajos siguen orientaciones de análisis de políticas o bien, estudian la pobreza desde diversos ángulos, siempre distintos al que aquí se alude. No ha sido el caso estudiar algún ámbito especíco sino destacar la forma de gobierno desde el llamado neoliberalismo, de ahí la carencia de empíricos analizados de forma sistemática. En este sentido remito a trabajos que he realizado al respecto y se aluden en la bibliografía (León, 2011, 2013, 2014). En el contexto académico mexicano es relevante destacar los trabajos de Roberto González Villarreal (2012) y de Eduardo Ibarra (2000, 2001) en coautoría con Norma Rondero (2001), estos últimos orientados al análisis del ámbito educativo y no más. Tal vez, podemos especular, la carencia de “historias del presente” se deba al desconocimiento de la obra Foucault, los anglofoucaultianos o por rechazo a la obra misma debido a la hegemonía de perspectivas que colocan el acento en la llamada gobernanza.
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gubernamentalidad.13Un ejemplo, desde los orígenes de su trabajo, se encuentra en Historia de la locura en la época clásica donde muestra cómo se transforma el interés gubernamental por una población especíca –los pobres ‒ , para recongurarlos como sujetos de gobierno de la siguiente forma: […] al tomar a su cargo a toda esta población de pobres e incapaces el Estado y la ciudad preparan una forma nueva de sensibilizar la miseria. Va a nacer una experiencia de lo político que no hablará ya de una gloricación del dolor, ni de una salvación común a la pobreza y a la caridad, que no hablará al hombre más que de sus deberes para con la sociedad y que mostrará en el miserable a la vez un efecto del desorden y un obstáculo al orden. Así pues ya no puede tratarse de exaltar la miseria en el gusto que la alivia sino, sencillamente el suprimirla. (Foucault, 1998:93-94).
Hoy el despliegue táctico es amplio e intenso, resultado de las dimensiones que ha alcanzado esta población. A partir de una recuperación básica de la herencia de Foucault sobre la gubernamentalidad y los desarrollos posteriores llevados a cabo por los llamados anglofoucaultianos buscamos estudiar al poder gubernamental con su diversidad de “historias del presente” (si bien nos concentramos en el primero), donde el poder se ejerce en forma especíca. Los enfoques de gubernamentalidad resultan la mejor opción para describir la posición que guarda esta y el análisis del poder en la obra de Foucault, lo que permite destacar que la acción de gobierno sea a través de cualesquiera de sus instrumentos (políticas sociales, sea vía el método del marco lógico), que encuentran su matriz en saberes vinculados al poder para el gobierno de la sociedad. Pero no es la pretensión en este trabajo. Procedemos en tres momentos: en el primero se revisa la aportación especíca de Foucault respecto al poder y el gobierno, la relación saberpoder y la gubernamentalidad bajo la consideración de que el conjunto de su obra no es fragmentado como se ha supuesto y lo que él mismo 13 Gubernamentalidad signica gobierno de las mentalidades, es un neologismo elaborado por Foucault para referir la forma en que desde el gobierno se construyen subjetividades.
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aclara en dos textos (1988, 1999); en segundo lugar revisamos algunos elementos de los aportes de los anglofoucaultianos a través de los enfoques de la gubernamentalidad como complemento del trabajo de Foucault para mostrar cómo nos expone la reconguración de las modalidades neoliberales de gobierno y sus énfasis especícos; y, nalmente, realizamos algunos comentarios a manera de conclusión. Foucault: el poder y el gobierno de poblaciones. ¿Qué es el gobierno?
Gobernar es una tarea ardua para quienes detentan el poder. La necesidad de adecuar sus dispositivos es permanente, estos se despliegan para transferir conductas de la población y los gobiernos recurren a la diversidad de instrumentos a su disposición para llevar a cabo sus propósitos. Los dispositivos también posibilitan conseguir legitimidad a los gobernantes, además de generar relaciones para lograr dirigir poblaciones (poder). Un dispositivo es un complejo recurso de poder, heterogéneo y que a manera de malla se localiza en todo el espectro de referencia ‒ sea la seguridad, la hacienda pública o el bienestar social ‒ como elemento discursivo y elementos prácticos-concretos. Es el dispositivo, entonces, un medio complejo, diverso y central para el ejercicio del poder, pues se requieren tareas estratégicas en cada sector. Aunque el poder no es algo tangible, Jorge Ibarra (2008) establece las coordenadas analíticas sobre la forma en que Foucault concibe el poder al proponer que: El poder no puede ser localizado en una institución o en el Estado; por lo tanto, la “toma de poder” planteada por el marxismo no sería posible. El poder no es considerado como un objeto que el individuo cede al soberano (concepción contractual jurídicopolítica), sino que es una relación de fuerzas, una situación estratégica en una sociedad en un momento determinado. Por lo tanto, el poder, al ser resultado de relaciones de poder, está en todas partes. El sujeto está atravesado por relaciones de poder, no puede ser considerado independientemente de ellas. El poder, para Foucault, no solo reprime, sino que también produce: produce efectos de verdad, produce saber, en el sentido de conocimiento (Ibarra, 2008:11).
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Este es un primer acercamiento a la relación entre el poder de soberanía y las disciplinas. La cuestión es ¿de dónde surgen?, ¿cuál es el origen de las diversas formas que el poder adquiere? La respuesta no se encuentra en las alturas, en los decisores y en la voluntad que les anima, se encuentra en el entramado de relaciones que se producen en la base, en los ámbitos de interacción marcados por la cotidianeidad, por el día a día; territorios singularizados por luchas especícas, particulares. Sin embargo, precisar lo anterior supone desmarcar el estudio del poder desde esta óptica de las formas más convencionales reconocidas de hacerlo. Sin duda el poder está atravesado por la economía como muestra el contractualismo y el marxismo. Este punto en común Foucault lo denomina como economicismo en la teoría del poder.14 La cuestión a destacar es el matiz, la diferencia, que se localiza en los espacios pequeños, no en el gran territorio del poder; la cuestión es que: Para hacer un análisis del poder que no sea económico, ¿de qué disponemos actualmente? Creo que de muy poco. Disponemos en primer lugar de la armación de que la apropiación y el poder no se dan, no se cambian ni se retoman sino que se ejercitan, no existen más que en acto. Disponemos además de esta otra armación, que el poder no es principalmente mantenimiento ni reproducción de las relaciones económicas sino ante todo una relación de fuerza (Foucault, 1979, 135).
Para Mario Stopino, por ejemplo, el poder remite a la capacidad o posibilidad de obrar, de producir efectos y puede ser referida tanto a individuos o grupos humanos como objetivos o fenómenos naturales (Stopino, 2002). Aquí encontramos la “capacidad o posibilidad de obrar” no ubicada en ningún centro, pero si en individuos o grupos, en tanto que para Foucault se trata de localizar los ámbitos de “ejercicio” de poder y 14 El economicismo en la teoría del poder establece que este es considerado como un derecho por la teoría jurídica clásica. De este derecho sería poseedor como de un bien que, en consecuencia, puede transferirse o alienarse, total o parcialmente, mediante un acto jurídico o un acto fundador de derecho que sería del orden de la cesión o contrato social. En este último caso el poder sería el poder concreto que todo individuo detenta y que cede, parcial o totalmente, para contribuir a la constitución de un poder político, esto es, de una soberanía (Foucault, 1979:135).
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de las “relaciones de fuerza” que se maniestan y de forma especíca se despliegan y actúan. El poder se concibe como una capacidad generada por recursos que distinguen a una persona sobre otra, pero que no la colocan en posición de irrestricta superioridad, y los benecios del poder no solo son inmediatos, se pueden visualizar en un futuro próximo. Si miramos el territorio de ejercicio de poder gubernamental por excelencia, la administración pública, debemos preguntarnos: ¿dónde se desenvuelve el poder que ejerce la administración pública? La respuesta suele ser compleja, sin embargo, en Theodore Lowi localizamos una respuesta en sus estudios sobre la teoría del poder en los que plantea un esquema analítico basado en tres premisas: a) El tipo de relaciones entre la gente está determinado por sus expectativas, por lo que cada actor espera obtener en la relación con los demás. b) En política (politics) las expectativas están determinadas por los productos gubernamentales o políticas (policies). c) En consecuencia, la relación política está determinada por el tipo de política en juego, de manera que para cada tipo de política es posible encontrar un tipo especíco de relación política. Si el poder se dene como la posibilidad de participar en la elaboración de una política o asignación con autoridad, la relación política en cuestión es una relación de poder y, con el tiempo, una estructura de poder” (Lowi, 1992:99). El poder es denido relacionalmente, localizado en ámbitos especícos. Son arenas con la tendencia al desarrollo de una estructura política propia, con su proceso político, sus élites y sus relaciones de grupo. Lo anterior conduce al autor a proponer la existencia de tres arenas de política donde se desarrollan las prácticas de poder a través de tres tipos de políticas: distributivas, redistributivas y regulatorias. Finalmente, en estas los actores juegan papeles estratégicos y desarrollan interacciones de poder. Así las arenas de poder son los espacios donde se desenvuelve este, visible a través de sus dispositivos, por ejemplo, los mecanismos de comunicación entre los actores, su forma de operar y el estado físico y mental en el que se plantean la toma de decisiones entre los diferentes grupos. Las relaciones de poder pueden ser de diversa índole, pero están
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sometidas a las condiciones del espacio-tiempo donde los actores y las circunstancias condicionan los resultados de estas. En este tenor la pretensión es describir la forma de integración (acoplamiento, diría Foucault) de saberes, por un lado, los producidos por expertos y, por otro, los que se generan en los ámbitos de interacción denidos como “memorias locales”. En conjunto ambas formas constituyen genealogías “que permiten la constitución de un saber histórico de la lucha y la utilización de ese saber en las tácticas actuales” (Foucault, 1979:130). Este gran proyecto se dirige a dotar de relevancia a aquello considerado intrascendente frente al gran discurso totalizador que se coloca por encima de cualquier otra forma de relación. En este punto es donde lo pequeño de la cotidianeidad alcanza la relevancia negada en las alturas, 15 esta forma de mirar el mundo, la genealogía, la cual “debe dirigir la lucha contra los efectos de poder de un discurso considerado cientíco” (Foucault, 1979:130). La tarea es eliminar el ocultamiento de la realidad practicado por los poderes a través de los dispositivos producto de los saberes.
Conocimiento y poder para el gobierno de la sociedad.
Se ha reconocido que el pensamiento de Foucault no se dirigió a legitimar el conocimiento actual, por el contrario, lo que trataba era producir un giro en las formas de saber; se trataba de “pensar de otra manera”. La propuesta 15 La cotidianeidad alcanza en Foucault una gran relevancia, sin duda este interés tal vez sea motivo de muchos malentendidos, equívocos y descalicaciones sobre su obra, pero lo que busca es asignar relevancia a los espacios ignorados por sus críticos, y en las genealogías encuentra su propio camino y lo expresa de la siguiente forma: “En esta actividad, que puede llamarse pues genealógica, veis que no se trata en realidad de oponer a la unidad abstracta de la teoría la multiplicidad concreta de los hechos. Tampoco se trata de descalicar ahora el elemento especulativo para oponerlo, bajo la forma de un cientismo banal, al rigor del conocimiento estabilizado. No es por consiguiente un empirismo lo que atraviesa el proyecto genealógico, ni tampoco un positivismo en el sentido vulgar del término. En realidad se trata de hacer entrar en juego los saberes locales, discontinuos, descalicados, no legitimados, contra la instancia teórica unitaria que pretende ltrarlos, jerarquizarlos, ordenarlos en nombre del conocimiento verdadero y de los derechos de una ciencia que está detentada por unos pocos” (Foucault, 1979:130). Recordemos que el “discurso único”, se ha convertido en “una pecera” que nos impide ver más allá de los límites que nos ha jado.
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presenta un grado de complejidad y, de acuerdo con lo manifestado por el propio Foucault, su trabajo se movió en tres ejes fundamentales dirigidos a comprender la constitución de los seres humanos en sujetos. 16 La segunda etapa concentra a Foucault en conocer la transformación del poder al aplicar técnicas de intervención en el cuerpo humano sea a nivel físico o psíquico. Destacan en este objetivo cuatro reglas básicas.
Un ejemplo reciente en México lo representa el análisis de políticas y la llamada nueva gestión pública, ambas nacen como saberes para apoyar el ejercicio de poder de gobierno. Se trata de establecer relaciones fructíferas entre distintos tipos de saberes para dotar al poder de capacidades para la acción gubernamental, es decir, de medios para atender la creciente complejidad social. No se trata de avalar las “formas” cientícas estatuidas, sino que su propuesta es ubicar cada situación en su respectiva circunstancia, el ejercicio totalizador de la razón cientíca y de la historia se topa con las peculiaridades de cada situación. Al respecto apunta Foucault, a partir de Georges Dumézil, que: “Dada la homogenización de discurso y práctica social (se debe tratar al primero) como una práctica social que tiene su 16 El primero se reere a la forman en que se constituyen los saberes a través de las reglas internas de las formaciones discursivas. El segundo atiende la visión genealógica en donde la intención es comprender las tácticas y estrategias que utiliza el poder. Finalmente, trabaja lo relativo a la autoconstitución del sujeto (Foucault, 1988).
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ecacia, sus resultados, que produce algo en la sociedad destinado a tener un efecto y que, por consiguiente, obedece a una estrategia” (Foucault, 2001, 160). El halo sea de maldad o bondad debe dimensionarse de tal forma que se desmitique la condición en la que se le situé a priori para dar paso a aquello que es producto de sus propias condiciones de existencia, es decir, los resultados que produce en el marco de un aparato que se mueve estratégicamente. Pensemos en la Cruzada contra el Hambre, hipotéticamente podemos establecer que su existencia obedece solamente a una estrategia dirigida a ocultar la imagen de los programas previos, Oportunidades y Vivir mejor, y preparar el programa del retorno del priismo al poder17 para actuar en el terreno de la gobernación de los pobres. Igualmente podemos suponer que más allá del membrete del programa han logrado resultados en la reconguración de la subjetividad de los pobres y, por tanto, en la gubernamentalidad, aspecto ignorado y de gran relevancia para la acción de gobierno.
La gubernamentalidad y el cambio de régimen de gobierno
Actualmente la conguración práctica de la acción de gobierno es referida, de forma general, como “políticas públicas”, “gestión pública” y “gobernanza”, es decir, se gobierna con base en el análisis que proveen expertos para que los decisores denan el rumbo que resulta más conveniente seguir, formas prácticas para ajustar las actividades rebasadas e inecientes y con el involucramiento de la población de referencia, o sea, con participación (Cejudo, 2011; Aguilar, 2006). Esta forma de concebir la relación saber-poder puede parecer simple, pero produce la institucionalización de la relación ciencia-política y la reducción a una especie de acompañante funcional del poder. Meny y Thoenig (1992:44) plantean que: “Los expertos contribuían a la mejora del funcionamiento del sistema, no a su cuestionamiento ni a un conocimiento que fuera «práctico» a corto plazo”. Posición que acotó la mirada sobre la realidad al situarla solo como acompañante y complemento de los ocupantes de las posiciones de 17 Vale la pena destacar que el 5 de septiembre de 2014 se publicó el decreto de creación en el Diario Ocial de la Federación, de la Coordinación Nacional de PROSPERA Programa de Inclusión Social.
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poder, es decir, como una visión vertical de gobernabilidad. Sin embargo, la complejidad social condujo a incorporar dimensiones segregadas del análisis de políticas, como ocurría con la recuperación de las posiciones de los actores y su comportamiento, así la pretensión de practicidad es superada y se asume que toda forma de acción supone el vínculo con formas valórales especícas. No se trata entonces de una ciencia libre de valores. La relevancia de tradiciones losócas para el análisis de políticas es notable, como lo muestra Wayne Parsons (2007) y, nuevamente, Meny y Thoenig precisan este aspecto al establecer que “ todo análisis de política se funda, implícitamente o no, en una losofía política y se vincula, en consecuencia, a las teorías disponibles en el mercado del pensamiento. Es decir, las teorías de las políticas públicas no son fundamentalmente innovadoras” (Meny y Thoenig, 1992:45). En este punto la acción pública y de gobierno nos traslada a la misma Edad Media, en el desarrollo de diversas formas de intervención gubernamental, en campos que se hicieron cada vez más especializados y que con el desarrollo de la estadística los estados tuvieron capacidad para establecer lo que es normal y lo que no lo es. Dice Ian Hacking: Detrás de este fenómeno estaban las nuevas técnicas de clasicar y de enumerar y estaban las nuevas burocracias con la autoridad y continuidad necesarias para instrumentar la tecnología. En cierto sentido muchos de los hechos contemplados por las burocracias ni siquiera existían en el tiempo futuro. Hubo que inventar categorías para que la gente entrara convenientemente en ellas y pudiera ser contada y clasicada. La recolección sistemática de datos sobre las personas afectó no solo la manera en que concebimos a la sociedad, sino también la manera en que describimos a nuestros semejantes (Hacking, 1995:19-20).
Hacia el siglo XVII el avance de estas formas de intervención produjo las ciencias de la policía y el cameralismo. La producción de tecnologías y escuelas de pensamiento permiten el avance de modalidades de comprensión de lo social para intervenir y modicar su realidad. En este punto se destaca, de acuerdo a Lascoumes y Le Galés, que Michel Foucault: “Analizó las múltiples prácticas de estatización de la sociedad, es decir, el desarrollo de diversos aspectos de la sociedad por una autoridad política (la
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«gubernamentalidad» y el desarrollo paralelo de doctrinas sobre el arte del buen gobierno (las ciencias camerales)” (Lascoumes y Le Galés, 2014:13). El desarrollo de la obra de Foucault llega al puerto de las prácticas de gobierno y avanza a través de las transformaciones del concepto de poder, y mira más allá de los límites jados por el contractualismo y la estructura de clases. Para él el poder atraviesa todo el cuerpo social como forma de relación. 18 Su pensamiento avanza hasta el análisis de los espacios marginales y subnormales que también son objeto del discurso y la acción del poder al armar que: En las sociedades modernas, desde el siglo XIX hasta nuestros días, tenemos por una parte una legislación, un discurso, una organización del derecho público articulado en torno al principio del cuerpo social y de la delegación por parte de cada uno; y por la otra, una cuadriculación compacta de coacciones disciplinarias que aseguran en la práctica la cohesión de ese mismo cuerpo social […] Un derecho de soberanía y una mecánica de la disciplina: entre esos dos límites, creo, se juega el ejercicio del poder. (Foucault, 1976:150).
En la década de los setenta el trabajo de Foucault atiende el tema del poder y en este contexto se produce la cuestión sobe el mismo y el concepto de gubernamentalidad. Las condiciones que empujan a la revisión y a la reformulación de su trabajo son tanto teóricas como metodológicas, pero también políticas, de tal suerte que el concepto de poder es reformulado por las condiciones en que se realiza su ejercicio. Pablo de Marinis ubica el trasfondo de este proceso de revisión al proponer que: Como elemento fundamental de estas modicaciones destaca la introducción del concepto de gobierno. En efecto, luego de la publicación del primer tomo de la Historia de la sexualidad 18 Una coincidencia en extremo fructífera en torno a la concepción del poder como relación se encuentra en Norbert Elias, para él el poder no es “algo” que se posea o que sea tangible, sino que es producto de formas especícas de relaciones sociales y en estas se maniesta la intervención de formas de conocimiento. Puntualmente Elias plantea que “lo que llamamos poder” es un aspecto de una relación, de cada una de las relaciones humanas” (Elias, 1994:53).
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(conocido como La voluntad de saber y publicado en 1976, luego de la que quizás es su obra más conocida: Vigilar y castigar), Foucault se propuso la revisión de su categoría de poder, puesto que le parecía que aún quedaba demasiado atada a una imagen meramente “represiva” del mismo. Sus desarrollos alrededor de la noción de gobierno vendrían a realizar esta necesaria corrección (De Marinis, 1999:3).
Todo el trabajo contenido en esta reorientación mueve la categoría de poder de esa dimensión que impide ver los desplazamientos en sus prácticas hacia la microfísica, las disciplinas, los dispositivos y los efectos productivos. No se pretende mostrar solo lo negativo, por el contrario, estos análisis buscan mostrar los rendimientos objetivos del poder situado en los límites alcanzados por los Estados de bienestar y expresados en documentos como el Informe de la Trilateral sobre la Democracia que muestra la tendencia a la modicación del orden, del régimen, imperante hasta los setenta. El mismo Foucault da cuenta de esto en dos ocasiones: la primera en una breve intervención en la Universidad de Vincennes, donde destaca la necesidad de ver las diferencias entre una forma de orden y otra; puntualmente arma: Sin embargo, creo que es muy importante para nuestra vida, para nuestra existencia, y para nuestra individualidad –en función de lo que queramos hacer–, saber en qué aspectos este orden que vemos instalarse actualmente es realmente un orden nuevo, cuáles son sus especicidades y qué lo diferencia de lo que podía ser el orden en los regímenes precedentes (Foucault, 1991:163-164).
Este conduce a Foucault a proponer que la tendencia de la acción de gobierno es el arribo a los límites de la capacidad de gestión del todo social, y el movimiento es un retraimiento de esa forma de Estado y lo denomina desinversión (cursivas en el original). Esta tendencia implica la reducción de la presencia del Estado a través del desinterés: De un cierto número de cosas, de problemas y de pequeños detalles hacia los cuales había hasta ahora considerado necesario
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dedicar la atención particular. Dicho en otras palabras: creo que actualmente el Estado se halla en una situación tal que no puede ya permitirse ni económica ni socialmente, el lujo de ejercer un poder omnipresente, puntilloso y costoso. Está obligado a economizar su propio ejercicio del poder. Y esta economía va a traducirse, justamente en ese cambio de estilo y de forma del orden interior” (Foucault, 1991:165).
La riqueza de este pequeño texto se encuentra en las cuatro orientaciones sustantivas de esta nueva forma de orden que de manera puntual especíca: “El primer aspecto de esta nueva economía es la localización de un cierto número de zonas que podemos llamar `zonas vulnerables”, de grande interés gubernamental en las que la tarea es mantenerlas indemnes y ajenas a cualquier riesgo. En segundo lugar –ciertamente interrelacionado con el primero. –es una especie de tolerancia: la puntillosidad policíaca, los controles cotidianos –bastante torpes–, van a relajarse puesto que, nalmente, es mucho más fácil dejar en la sociedad un cierto porcentaje de delincuencia, de ilegalidad, de irregularidad: estos márgenes de tolerancia adquieren un carácter regulador (Foucault, 1991:165).
Esta orientación hoy ha desbordado ese “cierto margen de tolerancia”, para convertirse en una terrible pesadilla en nuestro contexto y muchos otros, donde reina el terror y el horror cotidiano producido por la desatención fomentada gubernamentalmente de esas actividades antes consideradas desviadas. Así la tercera orientación postulada por Foucault: […] nuevo orden interior –y que es la condición para que pueda funcionar en esas zonas vulnerables de forma precisa e intensa, y pudiendo controlar desde lejos dichos márgenes– es un sistema de información general […] Es necesario un sistema de información que no tenga fundamentalmente como objetivo la vigilancia de cada individuo, sino, más bien, la posibilidad de intervenir en cualquier momento allí donde allá creación o constitución de un peligro, allí donde aparezca algo
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absolutamente intolerable para el Estado. Esto conduce a la necesidad de extender a toda la sociedad, y a través de ella misma un sistema de información que, en cierta forma, es virtual, […] una especie de movilización permanente de los conocimientos del Estado sobre los individuos (Foucault, 1991:165).
El movimiento de ajuste de las formas de información requerirá, a su vez, reajustar el vínculo saber-poder, ya no se tratara de ver el todo y sus partes (mirada propia de las disciplinas), ahora lo que se busca es abarcar pero escrutando los grandes movimientos, las tendencias. Así se logra economizar en las intervenciones y con la certeza de ubicar aquello en lo que haya menester de intervenir, tal y como ocurre con la población pobre. Por último, la cuarta dimensión necesaria para el buen funcionamiento del nuevo orden interior: Es la constitución de un consenso que pasa, evidentemente, por toda una serie de controles, coerciones, incitaciones que se realizan a través de la mass media y que, en cierta forma, y sin que el poder tenga que intervenir por sí mismo, sin que tenga que pagar el costo muy elevado a veces de un ejercicio del poder, va a signicar una cierta regulación espontánea que va a hacer que el orden social se autoengendre, se perpetúe, se autocontrole, a través de sus propios agentes de forma tal que el poder, ante una situación autoregularizada por sí misma, tendrá la posibilidad de intervenir lo menos posible y de la forma más discreta (Foucault 1991:165-166).
La reconguración del “orden interno” supone la capacidad del propio poder de ajustarse, esto se puede observar desde las formas de análisis institucional que destacan esta capacidad (March y Olsen, 1997), aunque la cuestión a destacar es una creación de formas de orden producidas por las propias poblaciones sujetas a intervención. No se trata ya de la omnipresencia, se trata de conducir a las poblaciones a su autogobernación, tal como se postula, por ejemplo, desde los dispositivos de empoderamiento, donde la participación de los implicados es un elemento central para convertirse en sujetos de autoconducción. El gobierno, la conducción de conductas, debe actualizarse abriéndose a sí mismo y abriendo los diversos
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territorios que conforman la vida social para lograr su propia subsistencia. Liberar será la consigna para liberarse a sí mismo y lograr trasmutar las prácticas de gobierno. Justo las modalidades de actuación del poder a través de los dispositivos gubernamentales y las modalidades de estos es lo que Foucault considera objeto de estudio, es decir, las maneras especícas de gobernar. Este es el momento de aparición de la gubernamentalidad, el último desplazamiento del concepto de poder del que surge el neologismo “gubernamentalidad”. La cuestión que surge es ¿qué es lo relevante de estos desplazamientos? El tránsito de formas de gobierno basadas en la disciplina a otra que se denominara como “sociedades de seguridad”. Para Pablo de Marinis esto supone la formulación de dos tesis: Una tesis es política: […] Foucault verica una pérdida de peso de las prácticas de disciplinamiento social para la existencia de las sociedades liberal-capitalistas de su época. En tanto a comienzos de los años setenta todavía advertía acerca de una generalización y expansión de las disciplinas, ya a nales de los años setenta y en los ochenta, […] va a hablar cada vez más (y casi exclusivamente) de “sociedades de seguridad”. La otra tesis es histórica: más que de la abolición denitiva de viejas técnicas de poder, o de una mera incorporación de nuevos mecanismos de poder, se trata de una modicación, que por una parte atañe a los mecanismos mismos, pero que también se reere a la relación que ellos mantienen entre sí (De Marinis con base en Lemke, 1999).
¿Esta reconguración hacia dónde conduce? A colocar al gobierno como tema de gran relevancia. La gubernamentalidad permitirá abordar el análisis de los límites a los que llegó y el rumbo seguido por las nuevas modalidades de gobierno. De forma especíca la gubernamentalidad estudia las prácticas de gobierno dirigidas a “diseñar un conjunto de acciones para estructurar el campo de acciones posibles de individuos o grupos libres para alcanzar objetivos determinados” (González, 2010:26). Las acciones de gobierno para la población, de forma destacada los clasicados como pobres, se sitúan en esta forma de actuación y, especícamente, las reglas de operación cumplen la tarea de marco regulador formal y el diseño se construye con una metodología propia. Por ejemplo, el marco lógico,
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instrumento usado ampliamente por organismos internacionales. 19 Para usar, como recomienda Foucault, analíticamente los instrumentos que nos provee (en este caso para el análisis gubernamental), debemos tomar como orientación un objetivo que nos propone de la siguiente forma: Sin duda el objetivo principal en estos días no es descubrir lo que somos, sino rechazar lo que somos. Tendríamos que imaginar y construir lo que podríamos ser para librarnos de ese tipo de “doble atadura” política, que consiste en la simultanea individualización y totalización de las estructuras de poder moderno. Podría decirse, como conclusión, que el problema político, ético, social y losóco de nuestros días no consiste en tratar de liberar al individuo del Estado, y de las instituciones del Estado, sino liberarnos del Estado y del tipo de individualización vinculada con él. Debemos fomentar nuevas formas de subjetivación mediante el rechazo del tipo de individualidad que se nos ha impuesto durante varios siglos (Foucault, 1988:234-235).
¿Hacia qué lugar nos conduce este objetivo? Sin duda a conocer cómo funciona la analítica del gobierno para la conducción de las poblaciones. “La presencia del gobierno se extiende al espacio del sujeto como gobierno de sí mismo, como conducción de su conducta” (Rondero, 2000:31). Por tanto, el poder aparece como una realidad que es necesario estudiar: En sus procedimientos, sus técnicas utilizadas en diferentes contextos institucionales cuya intencionalidad es actuar sobre el comportamiento de los individuos, aislados o en grupo, para formar, dirigir o modicar su manera de conducirse, para imponer nes a su actividad o para inscribirla en estrategias de conjunto; múltiples, por tanto, en su forma y su lugar de 19 En las páginas electrónicas de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) y la Comisión Europea se encuentran disponibles, por ejemplo, manuales sobre la metodología de proyectos del marco lógico. Más especícamente el Instituto Latinoamericano y del Caribe de Planicación Económica y Social (ILPES) en octubre de 2004 preparó un boletín que muestra el origen y desarrollo de esta sistemática.
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ejercicio; diversos igualmente en los procedimientos y técnicas que despliegan (Florence, 1999:367).
Esta parte de Michel Foucault es de absoluta relevancia porque es la que se desarrolla, con amplitud, enfatizado cómo las relaciones de poder establecen el carácter, procedimiento, en que los hombres son “gobernados” unos por otros. En nuestro caso hemos trabajado ampliamente a los pobres para quienes se han destinado múltiples estrategias gubernamentales y cuyo resultado no ha impactado de manera sobresaliente, excepto que son sujetos sobre los que hay que actuar para dirigir sus conductas a través de pericias gubernamentales.
La analítica de gobierno
Foucault desarrolló un análisis crítico del poder en las sociedades acompañado de dispositivos que permiten el control de los seres humanos. La pregunta que nos genera es ¿cómo se ejerce?Y esto deja de lado la cuestión de la materialización en alguien o algo del mismo poder. Aunado a las ideas anteriores, el poder es la acción de unos sobre otros, no en términos de derecho negativo, más bien “en términos de tecnología, táctica y estrategia” (Foucault, MF, 154) dirigidos a conseguir efectos positivos. En este proceso cada momento en la historia presenta sus propias particularidades y con ello el poder debe ajustar sus medios, a la vez que sus objetivos, para encontrar el n deseado. La analítica de gobierno propuesta por Foucault nos permite el estudio del gobierno más allá de la centralidad del poder. La cuestión aquí es ¿cómo se actúa sobre las acciones de otros en ámbitos institucionales bien localizados, no cerrados? Porque si se atiende solo el ámbito interno se corre el riesgo de descifrar únicamente el carácter reproductivo de la institución de que se trate y explicar el poder por el poder mismo, sea enfatizando las reglas o el aparato que le dé sentido. Veamos cómo se ejerce la acción de gobierno para constituir, por ejemplo, a los sujetos pobres desde su analítica a partir de cinco puntos para el estudio de las relaciones de poder prescritos por Foucault: 1. Los sistemas de diferenciaciones producidos para actuar sobre la acción de los otros.
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2. El tipo de objetivos establecidos por aquellos que buscan estructurar los campos de acción posibles de los otros. 3. Los recursos instrumentales construidos y usados para actuar sobre los otros, desde la fuerza hasta la seducción. 4. Las formas de institucionalización ocupan diversidad de dispositivos, desde tradiciones hasta formas institucionales y organizacionales especícas creadas exprofeso. 5. Los grados de racionalización se denen a partir de las condiciones de realización de los objetivos denidos con cierto grado de laxitud. Recordemos que el avance de la gubernamentalidad ocurre de forma paulatina desde el siglo XVIII, y lo que estos cinco puntos contienen son una serie de prescripciones para analizar las estrategias que han permitido el desarrollo de las prácticas de poder y la trasformación de los regímenes de gobierno. Gubernamentalidad y pobreza
Gobernar es entonces la práctica o las prácticas que permiten estructurar el o los ámbitos de acción de quienes son objeto de los mensajes emitidos por el poder, y se maniesta en la capacidad de unos individuos de “gobernar y dirigir las conductas” de otros. El poder opera como mecanismo de registro y organización de los individuos para lograr un excelente rendimiento en la actividad económica. En este proceso se desarrolla un arte de gobierno vinculado al conocimiento sobre los procesos que se reeren a la población, cuyo objetivo es garantizar la dirección de la sociedad con el conocimiento de las problemáticas, controlando sus probabilidades y para compensar sus repercusiones; esto es posible con la construcción de fórmulas, programas y denición de metas gubernamentales para lograr efectos en muy diversos grupos de referencia, consiguiendo que se desempeñen de acuerdo a las necesidades existentes, así como economías en la reproducción de la población (en la pobreza, la educación, la seguridad social) y mostrar, nalmente, la capacidad productiva (ecacia en la agregación del poder). En este marco conjunto de constitución de los sujetos opera la gubernamentalidad. Para Foucault, propone Michel Dean:
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La gubernamentalidad implica la relación de uno consigo mismo, lo que signica exactamente que apuntó el conjunto de prácticas mediante las cuales se pueden constituir, denir, organizar e instrumentalizar las estrategias que los individuos, en su libertad, pueden tener los unos respecto a los otros. La expresión más clara de un Estado gubernamentalizado se encuentra en la presencia de una compleja red de agencias de gobierno de diversa índole y que cumplen con las tareas de vigilancia, regulación y conducción de conductas ‒ escuela, policía, cuerpos diplomáticos, prisiones, hospitales ‒ (Dean, 1999).
Para atacar cualquier ámbito y espacio poblacional los gobiernos se apoyan de los programas. El gobierno mexicano funciona mediante estos y son tan numerosos que resulta difícil cuanticarlos; la Secretaria de Desarrollo Social es prominente en este plano. 20 Con las formulaciones de Foucault podemos ver los programas de gobierno liberales que dependen cada vez más de los medios para entender y llevar a cabo las actividades para producir y gobernar un Estado de ciudadanos libres. En el planteamiento de Rose se establece que: Estos mecanismos y dispositivos que operan siguiendo una lógica disciplinaria, desde la escuela, hasta la prisión, pretenden crear las condiciones subjetivas, las formas de autodominio, de autorregulación y autocontrol necesarias para gobernar una nación ahora concebida como una entidad formada por ciudadanos libres y civilizados. (Rose, 1997, 29).
Para este ejercicio básico de gobierno se requiere contar con el soporte de un conocimiento de lo que tiene que ser gobernado –pobreza, educación, economía– para lograr conseguir los objetivos deseables, siempre en un ambiente de respeto a la autonomía individual. Las disciplinas que permiten este vínculo se encuentran agrupadas en lo que se denomina políticas y gestión pública, cuyo propósito es lograr “la calidad en formulación y gestión de las políticas”. En la relación saber-poder, 20 Una mirada rápida a la página web nos muestra que existen 19 programas.
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conocimiento-gobierno, el vínculo se produce vía sapiencias positivas sobre la conducta desarrollada por las ciencias humanas. La nalidad del “saber cómo” pretende conducir ámbitos ingobernables a la posibilidad de hacerlos gobernables para que el régimen sea posible. Hoy en México contamos con notables ejemplos, ya que con el gobierno de la pobreza y los pobres se crea el Consejo Nacional para la Evaluación de la Política Social (Coneval), cuya labor es tener bajo escrutinio permanente este territorio para mantener un permanente ejercicio crítico del trabajo de gobierno, es decir, es necesario revisar críticamente las actividades de los gobernantes por aquellos que se especializan en ello e igualmente por las propias autoridades. La autoevaluación es imprescindible para el ejercicio del poder gubernamental. El trabajo de Foucault sobre la construcción del sujeto en las dimensiones señaladas, la formulación que realiza en torno a la existencia de un poder gubernamentalizado y el desarrollo posterior del análisis gubernamental realizados por investigadores como Rose, Hunter, Dean y Miller, entre otros, nos permite atender el estudio de ámbitos de gobierno. En nuestro interés se encuentra el de la pobreza –y más ampliamente el bienestar social ‒ como un tema donde es posible el análisis gubernamental en la medida en que la población pobre cada vez es más numerosa; se trata de jar a los individuos pobres en un espacio colectivo como nos muestra toda la red de instituciones que existen a su alrededor y que se han venido creando en los últimos tiempos. La pobreza, cabe decir, no solo responde a cuestiones económicas, sino también incluyen aspectos socioculturales y gubernamentales donde los gobernantes tienen que evaluar su factibilidad aplicando su conocimiento sobre el tema. Por lo anterior armamos que los regímenes de gobierno construyen dispositivos ad hoc para llevar a cabo los procesos de gobierno, y la atención a la pobreza es un ámbito en el que se debe actuar sin riesgo de perder capacidad de conducción y control en la población. En México es posible establecer la correspondencia entre la estructura de poder y la evolución de la misma a través de los dispositivos elaborados desde el ejecutivo. En ellos se incorpora tanto la visión de los gobernantes como las condiciones del momento. La institución presidencial y su titular marcan el rumbo de la acción de gobierno al denir las estrategias gubernamentales. La base de inicio es la constitución de saberes que nos indiquen qué es lo que ocurre al respecto. Es a través de discursos que se
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lleva a cabo la operación de valoración y discriminación de lo que debe y no debe ocurrir respecto al tratamiento de la cuestión que se atenderá. Conclusiones
Una sociedad normalizada por el gobierno debe potenciar las capacidades de sus integrantes cuando se detectan limitaciones en segmentos poblacionales amplios; es menester intervenir para desarrollar las posibilidades de autorrealización de esos cuerpos limitados. Coartados por estar imposibilitados paras acceder, desde la estrategia actual neoliberal, por sí mismos a los medios necesarios para formar parte de los contingentes que cumplen con las condiciones de normalidad exigidas en el momento actual. Toda aquella persona alejada de la norma debe ser orientada a tomar el rumbo jado; se debe actuar sobre individuos libres, pero agrupados por categorías (pobres, jóvenes, ancianos, madres solteras, etcétera), esto supone relaciones de saber y poder que trabajan para producir resultados como los que se pretende obtener con la población de los municipios inscritos en la Cruzada Nacional contra el Hambre. Sin embargo, nos encontramos frecuentemente ante modelaciones abstractas que omiten las circunstancias históricas que han generado las condiciones actuales de producción de estas poblaciones y, por tanto, aparecen como cciones que pierden de vista qué tipo de sociedad es la mexicana, que pese a poseer un enorme armazón de estructuras institucionales que en sus orígenes asumieron como uno de los grandes problemas y retos nacionales la pobreza y la desigualdad, y a pesar del esfuerzo desplegado durante décadas para matizarlas, ahora se recurre a estas modelaciones que se ejecutan más como una estrategia de imagen política para posicionar al gobierno que recién accede al poder y, por sentado, de un entramado estratégico de largo plazo. Lo que tratamos de mostrar, con referencias someras a la pobreza, es que el análisis de la gubernamentalidad va más allá de los estudios convencionales, el cual permite ubicar cómo se ejerce el poder desde el gobierno con un despliegue estratégico especíco que le caracteriza y que hoy llamamos neoliberalismo. En este se establece que el poder necesita un espacio en donde pueda desarrollarse, como lo son las arenas de poder de Lowi o campos de fuerzas de Foucault, con actores interactuando entre sí y donde se establezcan relaciones de subordinación (relaciones de poder) acompañada de un estado mental (gubernamentalidad) que nos
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permita tratar un asunto en especíco. La conveniencia de la existencia y la eciencia de muchas de nuestras instituciones radican en su capacidad de producir en relación con el ámbito de su competencia. En nuestro contexto la gubernamentalización de la pobreza se ha creado para hacer productiva a esta población y ampliar su libertad para poder actuar sobre ella. En suma tenemos un cambio profundo de rumbo en la acción gubernamental, sus estrategias y orientación, como bien señala Foucault, en las cuatro orientaciones referidas para atender los problemas sociales. Al parecer el círculo se ha cerrado y no nos percatamos que los esfuerzos, cada vez más articulados institucional y orgánicamente, han logrado la transformación de autorresponsabilizar a la población para gobernarla a distancia. Así, los argumentos utilizados están dirigidos a mostrar que los problemas sociales son más de índole individual que social. Esto nos muestra la modicación sustantiva de la posición gubernamental. De acuerdo con Foucault podemos destacar cómo se modica el ejercicio del poder al pasar de la intervención directa en la gestión de las necesidades sociales a otra modalidad donde lo que prevalece es el “cuidado de sí mismo”, es decir, se considera que la labor de gobierno debe ser producir y gobernar ciudadanos libres, capaces de atender todas sus necesidades como base en el autodominio, la autorregulación y el autocontrol, características propias de ciudadanos libres y civilizados.
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4 Neoliberalismo, conictividad socioambiental y luchas por lo común en México21 Mina Lorena Navarro22
Introducción
En los últimos quince años ha sido notable el crecimiento exponencial de los conictos socioambientales en todo el territorio mexicano por la disputa en torno al acceso, control y gestión de los bienes comunes naturales, pero también por las consecuencias de la extracción, producción, circulación, consumo y desecho de la riqueza social convertida en mercancía en el marco de la acumulación del capital. Si bien las políticas de despojo de los bienes comunes naturales no son nuevas en la historia de nuestro país, ni mucho menos de América 21 Este capítulo presenta una discusión principalmente de carácter conceptual de las luchas socioambientales en México. Para un análisis de mayor profundidad con referentes empíricos o de caso puede consultarse la reciente obra de la autora: Luchas por lo común. Antagonismo social contra el despojo capitalista de los bienes naturales en México, publicado en 2015 con el sello de ICSyH BUAP y Bajo Tierra Ediciones. 22 Profesora-investigadora del Posgrado en Sociología del Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades “Alfonso Vélez Pliego” de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Activista e integrante de Jóvenes en Resistencia Alternativa (JRA).
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Latina, resulta pertinente distinguir las actualizaciones que estas han tenido en los tiempos más recientes. En este sentido, presento y recupero un conjunto de claves teóricas y analíticas para comprender e interpretar los orígenes y fundamentos de los llamados conictos socioambientales. Posteriormente, analizo el conjunto de políticas neoliberales de despojo de los bienes comunes naturales y la resistencia de las comunidades indígenas y campesinas, así como de amplios segmentos de la población urbana en México. Despojo capitalista y cercamiento de los bienes comunes naturales: continuidades y novedades23
El capitalismo es un sistema global que responde a una dinámica de expansión y apropiación constante del trabajo vivo y de la naturaleza para garantizar su propia reproducción. Para ello, necesita separar a los hombres y mujeres de sus medios de producción a n de convertirlos en fuerza de trabajo libre y desposeída para su explotación; también requiere transformar a la naturaleza en objeto de dominio de las ciencias y en materia prima del proceso productivo; y subsumir a la lógica del mercado a todas aquellas relaciones sociales no plenamente capitalistas. Como ya señalara Marx en el capítulo XXIV de El Capital, la “acumulación originaria” se valió de métodos depredadores tales como la conquista de América, los masivos cercamientos de tierras comunales, el colonialismo y el tráco de esclavos, para la creación de una nueva legalidad fundada en la propiedad privada, el mercado y la producción de plusvalía (Marx: 2004). Aquí la violencia y el despojo aparecen como los pilares fundacionales del andamiaje capitalista, lo que no quiere decir que puedan reducirse a un conjunto de acontecimientos explicativos del pasado, ya que claramente se han mantenido de manera continua y persistente en la historia de la acumulación de capital hasta nuestros días. Es en este mismo sentido que el imperialismo de nes del siglo XIX y principios del XX, y su avance destructivo sobre las economías naturales, fue descrito por Rosa Luxemburgo (2007) como la continuidad de la violencia y el despojo en tanto métodos constantes y aspectos esenciales 23 Este apartado es producto del trabajo y profundo dialogo con Claudia Composto de la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ). Una versión más extensa y pormenorizada de este análisis se puede encontrar en: (Composto y Navarro, 2014).
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del proceso de acumulación de capital. Y es hacia nales del siglo XX que la expresión más acabada de estos procesos radicará en las masivas privatizaciones de bienes y servicios públicos realizadas por gobiernos neoliberales en todo el mundo. Y, particularmente, desde los inicios del nuevo siglo XXIserán los saberes ancestrales de los pueblos originarios y comunidades campesinas, así como los bienes de la naturaleza y la biodiversidad en general, aquellos que cobren particular preeminencia como objeto de la violencia y del despojo capitalista (Composto/ Navarro, 2012:59). En denitiva los procesos de desposesión son constitutivos e intrínsecos a la lógica de la acumulación del capital o, en otras palabras, representan la contracara necesaria de la reproducción ampliada. Si esta última se presenta como un proceso principalmente económico, que cobra preeminencia durante los períodos de estabilidad y crecimiento sostenido, el despojo se expresa generalmente en procesos extraeconómicos de tipo predatorio y toma las riendas en momentos de crisis, a modo de “solución espaciotemporal” o “huída hacia adelante”. Esto signica que la producción de excedentes puja sobre las fronteras –internas y externas del sistema–, para la incorporación permanente de nuevos territorios, ámbitos, relaciones sociales y/o mercados futuros que permitan su realización rentable. En este sentido ambas lógicas se encuentran “orgánicamente entrelazadas”, esto es, se retroalimentan mutuamente como parte de un proceso dual y cíclico que es indisociable (Harvey, 2004). Durante la década de los setenta, especícamente, la crisis de sobreacumulación surgida en el seno del modelo bienestarista de posguerra –como expresión de la oleada de luchas sociales y políticas que se extendieron a escala mundial desde mediados de los años sesenta–, produce la ruptura fordista del frágil equilibrio entre capital y trabajo, inaugurando una nueva etapa de expansión del primero caracterizada por la reactualización y profundización de la “acumulación por despojo” (Harvey, 2004). Como respuesta a una brusca caída de la tasa de ganancia a nivel mundial, y cobrando preeminencia sobre la reproducción ampliada, esta estrategia privatizadora permitió la creación de nuevos circuitos de valorización a partir de la mercantilización de bienes comunes y relaciones sociales previamente ajenos –o no integrados totalmente– a la lógica del capital. La conguración inicial de este “nuevo imperialismo” (Harvey,
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2004), sostenido por los pilares de la privatización, la liberalización del mercado y la reconversión del rol del Estado que promovía la doctrina neoliberal en pleno auge, supuso el disciplinamiento, reujo o directa eliminación de aquellas formas de resistencia que, al convertirse en un obstáculo determinante para la acumulación del capital, habían marcado el n de un modo de reserva basado en el consumo del mercado interno y la intervención social del Estado, así como la huída del capital hacia nuevas formas de producción y gobierno. La ola de “nuevos cercamientos” (De Angelis, 2001) que tuvo lugar durante la década del ochenta en varios países constituyó la primera avanzada de estas transformaciones neoliberales que, años más tarde, se consolidaba en todo el mundo con el establecimiento del Consenso de Washington. Desde entonces su objetivo radicará en la recuperación de aquellos ámbitos donde el capital tuvo que ceder terreno producto de la lucha de clases, además de lograr su extensión hacia esferas de la vida antes impensadas –como, por ejemplo, el material genético, el plasma de semillas, y la biodiversidad en general– a través de novedosos dispositivos de dominación y tecnologías de producción. A partir de esta búsqueda por la apertura de nuevos espacios de explotación, los Estados están compitiendo por la radicación del capital global en sus territorios, desmantelando conquistas sociales que después de intensos periodos de lucha se habían conseguido, a n de convertirlas en oportunidades de inversión. Por su parte, las empresas transnacionales se están transformando en los principales agentes y beneciarios de este reeditado orden global, explotando en condiciones monopólicas la biodiversidad, agua, tierra, minerales e hidrocarburos que abundan en los países de la región, dejando enormes pasivos sociales y ambientales en las comunidades aledañas, y asegurando la producción a bajo costo y el consumo sostenido de las economías centrales (Composto/ Navarro, 2012:62). No obstante, las políticas de reestructuración neoliberal han tenido como contracara un álgido ciclo de luchas sociales que han emprendido variados procesos de resistencia, defensa y reapropiación de la riqueza social. Nos referimos a un amplio abanico de conictos provocados por la generalización de condiciones de precariedad y exibilización laboral; por el desmantelamiento, privatización y mercantilización de servicios y bienes que previamente habían sido gestionados por el Estado; así como por el
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despojo territorial, apropiación de bienes comunes naturales y destrucción y contaminación de comunidades de seres vivos humanos y no humanos. Lo que hoy presenciamos es una batalla por la lógica desenfrenada e insaciable del capital que busca avanzar no sin antes encontrar procesos de resistencia social a su paso. En este sentido ubicamos que el nuevo ciclo de conictividad socioambiental en México es producto de la disputa entre el Estado, el capital y las comunidades en torno al acceso, uso, control y gestión de los bienes comunes naturales. Ciertamente las causas de estos conictos están relacionadas predominantemente con algunas novedades en las formas de acumulación del capital y de la explotación y apropiación de la naturaleza y del trabajo vivo, que podemos resumir en los siguientes aspectos (Composto y Navarro, 2012): 1) La vertiginosa vertiginosa aproximación aproximación hacia el umbral de agotamiento agotamiento planetario de bienes naturales no renovables fundamentales para la acumulación de capital y la reproducción de las sociedades modernas –tales como el petróleo, el gas y los minerales tradicionales–. 2) El salto cualitativo cualitativo en el desarrollo de técnicas técnicas de exploración exploración y explotación –más agresivas y peligrosas para el medio ambiente– que está permitiendo el descubrimiento y la extracción de hidrocarburos no convencionales y minerales raros, disputados mundialmente por su formidable valor estratégico en los planos económicos y geopolíticos de largo plazo. 3) La progresiva transformación de los bienes naturales renovables básicos para la reproducción de la vida –tales como el agua dulce, la fertilidad del suelo, los bosques y selvas, etcétera– en bienes naturales potencialmente no renovables y cada vez más escasos, dado que se han constituido en los nuevos objetos privilegiados del (neo)extractivismo o en sus insumos fundamentales (Acosta, 2011). 4) La conversión de los bienes naturales –tanto renovables como no renovables– en commodities. 5) El aumento aumento de de la extracción y el uso de los más más de 90 elementos elementos de la tabla periódica para la producción de nuevos materiales, lo que sin lugar a dudas no solo ha generado mayores presiones sobre
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los ecosistemas, sino que ha dicultado el reciclado de los objetos desechados, introduciendo una toxicidad sin precedentes en los hábitats humanos y naturales (Gardner y Sampat, 1999:92). De modo que una buena parte de los conictos están relacionados con la intensicación de una forma de apropiación intensiva y extensiva de la naturaleza, que se ha venido conceptualizando desde la noción de extractivismo. Desde la perspectiva del uruguayo Eduardo Gudynas esto abarca –ya no solo en el sentido clásico de la palabra– la extracción de recursos no renovables como los minerales, petróleo y gas; también los renovables como la industria forestal, los agronegocios, los biocombustibles, las pesquerías, las camaroneras y algunas formas de piscicultura para ser exportados como commodities al mercado internacional. 24 Asimismo se incluye el turismo de masas o el conjunto de desarrollos de infraestructura que hace posible la circulación de esas mercancías extraídas o mínimamente procesadas (Gudynas, 2013). Cabe señalar que a diferencia de otros modos de apropiación de la naturaleza el extractivismo se distingue por los impactos que genera en el medio a partir de los grandes volúmenes o altas intensidades en la extracción de recursos, esencialmente para ser exportados como materias primas (Gudynas, 2013:3). De modo que la demanda de recursos naturales de otras regiones se impone sobre las necesidades locales, reiterando una profunda relación de subordinación y dependencia con los mercados internacionales. Además de la participación de actores privados, la mayoría de veces de capital trasnacional y en el caso de México, actores ligados al crimen organizado que participan en la gestión y usufructo de los bienes naturales. Así, siguiendo a Gudynas, el extractivismo está relacionado con el desarrollo de un modelo de “economía de enclave”, una suerte de “isla, con escasas relaciones y vinculaciones con el resto de la economía nacional. Esto se debe a que buena parte de sus tecnologías e insumos son importados, una proporción signicativa de su personal técnico también es 24 Los commodities son un tipo de activos nancieros que conforman una esfera de inversión y especulación extraordinaria por el elevado y rápido nivel de lucro que movilizan “mercados futuros”, en tanto responsables directos del aumento cticio de los precios de los alimentos y de las materias primas registrado en el mercado internacional (Bruckmann, 2011).
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extranjero, y a su vez, no nutren cadenas industriales nacionales, sino que las exportan. Esto hace que las contribuciones a las economías locales o regionales sean muy limitadas, y el grueso de sus ganancias quedan en sus casas matrices” (Gudynas, 2013:6). Con lo anterior es claro que el extractivismo compite, se contrapone y suele abatir otros modos de apropiación de la naturaleza, principalmente aquellos en los que los volúmenes e intensidades son menores y que están destinados principalmente a producir valores de uso, es decir, a satisfacer las necesidades de subsistencia a nivel local o regional. Además de la destrucción socioambiental inherente a su lógica de funcionamiento, se suma el deterioro de la salud de los habitantes y trabajadores y la presencia de casos de explotación laboral sin límites, incluido el trabajo infantil. Vale la pena advertir que los contenidos que Eduardo Gudynas ha precisado para pensar las novedades del extractivismo en los últimos tiempos, se relacionan con las experiencias de los países de América América Latina con “gobiernos progresistas”. No obstante, consideramos que este conjunto de claves son pertinentes como base para reconocer las particularidades de otros modelos sociopolíticos latinoamericanos, como es el caso de los gobiernos neoliberales y especícamente el de México, que a decir de este mismo autor, se han caracterizado por una tendencia creciente a la transnacionalización de los sectores extractivos, en comparación con otros países que combinan diferentes esquemas de control de los recursos como el estatal, cooperativo o mixto (Gudynas, 2009:203, 219). Neoliberalismo y conictividad socioambiental en México
En México a partir de la década de los ochenta comenzó a erosionarse de manera contundente el pacto social posrevolucionario partiendo de una serie de políticas que no solo han permitido la participación de particulares en la gestión y usufructo de la riqueza social, sino que además han propiciado una concentración creciente de su poder y la institucionalización de sus derechos en ese ámbito. Estas transformaciones fueron posibles gracias a un conjunto de reformas neoliberales de ajuste estructural y a los tratados de libre comercio que, en conjunto, se han empecinado en abrir nuevos espacios de inversión trasnacional para la acumulación del capital. En este rubro destaca en sobremanera la rma del Tratado de Libre Comercio de Norteamérica a
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partir del cual se generaron profundas reestructuraciones de la vida social de nuestro país, más allá del plano estrictamente comercial. En suma, hablamos de una renovada estrategia de despojo y expropiación de lo común bajo un nuevo control y gestión corporativa-estatal, en el marco de la incesante voracidad del capital por subsumir cualquier ámbito que favorezca la producción de valor. Bajo esta lógica la industria extractiva ‒ de haber estado regulada y gestionada predominantemente por el Estado ‒ , ha pasado a enfrentar crecientes procesos de privatización, en tanto se ha ampliado la intervención de capitales privados en la administración y disposición de los recursos. Este conjunto de políticas de despojo capitalista de los bienes comunes naturales y cercamiento de lo común, impulsado contra las comunidades indígenas,campesinas y amplios segmentos de la población urbana, puede ser analizado a la luz de los siguientes procesos: 1) El impulso de un nuevo sistema industrial agroalimentario en manos de grandes transnacionales a costa de la exclusión masiva de los pequeños productores rurales y la desarticulación de las economías campesinas. 2) Un nuevo énfasis en las políticas extractivas para el control, extracción, explotación y mercantilización de bienes comunes naturales renovables y no renovables, de la mano del desarrollo de megaproyectos turísticos e infraestructura carretera, ferroviaria, portuaria y aeroportuaria. 3) El reordenamiento de territorios, desarrollo de infraestructura y expansión de procesos de urbanización, desarticulando el tejido social y avanzando sobre zonas de cultivo y de conservación (Navarro, 2015). Dicha reconguración ha sido impulsada por el capital nacional y trasnacional junto con los gobiernos en sus diferentes ámbitos y niveles, en profundo contubernio con el crimen organizado a través de un amplio abanico de estrategias jurídicas, de cooptación, disciplinamiento y división de las comunidades, represión, criminalización, militarización y hasta contrainsurgencia para garantizar a cualquier costo la apertura de nuevos
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espacios de explotación y mercantilización.25 Desde esta lógica podemos comprender el brutal aumento de detenciones y, en general, de la violencia estatal y paraestatal contra las y los integrantes de las luchas socioambientales, o como decimos en este trabajo, luchas por lo común. De acuerdo con los registros del Centro Mexicano de Derecho Ambiental (CEMDA), entre 2005 y el primer semestre de 2013 se registraron 44 homicidios de defensores, en el mismo periodo hubieron 53 amenazas, 64 detenciones ilegales, dieciséis casos de criminalización y catorce de uso indebido de la fuerza pública (Sin Embargo, 2013). Pese a estas duras condiciones se han expandido decenas de resistencias en todo el territorio protagonizadas principalmente por comunidades indígenas y campesinas, y la más reciente autorganización de habitantes o afectados ambientales en las ciudades y otro tipo de asentamientos urbanos. Ante esto la investigadora María Fernanda Paz (2014) ha registrado entre 2009 y 2013 162 conictos socioambientales en 26 estados. Este ascendente ciclo de conictividad socioambiental se expresa en la lucha de decenas de comunidades rurales que están emprendiendo todo tipo de estrategias para exigir la cancelación de represas hidroeléctricas que no solo les forzarán a emigrar, sino que, además, amenazan con destruir sus medios de existencia. Un caso emblemático es la lucha del Consejo de Ejidos y Comunidades Opositores a la Presa la Parota (CECOP) en Guerrero que a lo largo de 12 años de resistencia han logrado bloquear el desarrollo de dicho emprendimiento. O bien, el del Consejo de Pueblos en Defensa del Río Verde (Copudever) en Oaxaca que desde el 2007 se han organizado para defender su territorio y detener la construcción de la presa denominada Aprovechamiento Hidráulico de Usos Múltiples Paso de la Reina, impulsada por la Comisión Federal de Electricidad –empresa paraestatal generadora y distribuidora de la energía eléctrica en México–, con la que se afectaría directamente a 17, 000 personas e indirectamente a otras 97, 000. Hasta el momento en que se escribe este texto han logrado exitosamente detener cualquier avance del proyecto. A esto hay que añadir unas 24,000 concesiones otorgadas por el gobierno mexicano en los últimos quince años para el emprendimiento de proyectos de minería a cielo abierto, así como contra el proceso de fractura hidráulica 25 En otro trabajo hemos desarrollado una propuesta analítica para rastrear lo que denominamos “estrategias expropiatorias del extractivismo”. Para mayor detalle se recomienda revisar: Composto y Navarro(2014:57).
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(fracking) para la extracción de gas shale que se proyecta desarrollar en México. En los últimos años un conjunto de comunidades, entre ellas el Consejo Regional de Autoridades Agrarias en Defensa del Territorio de la Montaña de Guerrero, ha declarado bajo una resolución popular que su territorio está libre de cualquier proyecto de minería a cielo abierto. Por otra parte, ante el avance e introducción de los Organismos Genéticamente Modicados (OGM), hay una pelea en la que destaca la resistencia de las comunidades indígenas y campesinas y de otros sectores de la sociedad civil que interpusieron en 2013 una acción colectiva presentada por expertos en el tema, personalidades y 20 organizaciones de productores, indígenas, apicultores, de derechos humanos, ambientalistas y consumidores, que han logrado congelar los permisos otorgados por Felipe Calderón para la siembra de maíz transgénico en fase experimental y piloto, además de las 79 nuevas solicitudes en trámite (San Vicente, 2013). Hay otro conjunto de experiencias que luchan contra proyectos de infraestructura carretera, ferroviaria, portuaria y aeroportuaria para la reducción de costos y tiempos para la circulación de materias primas extraídas o producidas. Es de resaltar la resistencia del Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra de Atenco que una vez más –como en 2001– enfrenta el relanzamiento del proyecto Nuevo Aeropuerto de la ciudad de México. En las costas y en otras zonas reconocidas por su gran biodiversidad, los megaproyectos turísticos están generando enormes presiones sobre comunidades de campesinos y pescadores que deenden sus tierras y todo tipo de ecosistemas terrestres y acuáticos. Una experiencia que ha llamado la atención es la pelea de la comunidad de Cabo Pulmo y las organizaciones anes que hasta el momento han logrado detener el devastador megaproyecto turístico Cabo Cortés, el cual amenaza uno de los arrecifes coralinos más importantes del planeta. En las ciudades, como es el caso del Distrito Federal o Puebla, existen decenas de movimientos en los barrios y pueblos originarios que luchan para impedir los procesos de urbanización y desarrollo de infraestructura para la movilidad urbana sobre tierras de cultivo y de conservación. O muchas otras comunidades, colonias o barrios, que ya sufren algún tipo de afectación ambiental relacionada con su contigüidad a rellenos sanitarios, basureros a cielo abierto, connamientos de residuos tóxicos, descargas industriales y residuales a ríos y otros cuerpos de agua. Uno de los casos más alarmantes es el que sufren los habitantes de los municipios de El Salto
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y Juanacatlán en la zona metropolitana de Guadalajara por su cercanía al río Santiago, uno de los auentes más contaminados de todo el país. Y qué decir de las catástrofes derivadas de los derrames de sustancias tóxicas utilizadas en los emprendimientos de minería a cielo abierto, como es la contaminación producida por los 40 millones de litros de lixiviado de cobre acidulado sobre el río Sonora, al norte del país, afectando a 23,000 habitantes de los municipios circundantes que hoy se encuentran organizados en el Frente Unido contra Grupo México. O en este mismo sentido, las explosiones de ductos de Petróleos Mexicanos (Pemex) o los derrames sobre las comunidades y ecosistemas aledaños a los campos de exploración, perforación y extracción. 26 Si bien, no todos los procesos de resistencia registrados han logrado la plena defensa de sus territorios o resolución de sus demandas, lo cierto es que muchos de ellos han sido capaces de retrasar o paralizar temporalmente la implementación de los megaproyectos. Esto se ha logrado a partir de la conformación de inéditos procesos de autorganización social o en otro casos, de la actualización de prácticas sociales preexistentes de producción de comunes y ampliación de la gestión comunitaria hacia ámbitos que anteriormente no estaban regulados de esa manera. Respecto a esto un referente muy importante es el de las comunidades indígenas de Cherán en Michoacán, quienes a través de un férreo proceso de organización han conseguido detener la destrucción de sus bosques y defenderse de los talamontes y del crimen organizado a través del fortalecimiento y actualización de una densa trama comunitaria que hoy nuevamente vuelve a regirse por usos y costumbres. Sin lugar a dudas lo más importante de este amplio abanico de experiencias es que han logrado alumbrar aspectos cruciales de la crítica al desarrollo capitalista y de las alternativas posibles para garantizar la reproducción de la vida humana y no humana. En este sentido la lucha por lo común aparece como un horizonte político de autonomía y emancipación. Desde mi perspectiva por lo menos incluye dos dimensiones que se van congurando desde la experiencia 26 Para mayor información sobre la situación actual de conictividad socioambiental, se recomienda revisar la “Audiencia general introductoria de la devastación ambiental y los derechos de los pueblos”, presentada en el Capítulo de México del Tribunal Permanente de los Pueblos (TPP), disponible en: www. afectadosambientales.org.
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de lucha: la reapropiación de lo político como capacidad de darle forma a nuestra propia sociabilidad (Echeverría, 2012: 77); y la reapropiación de las capacidades y condiciones para garantizar de manera autónoma la reproducción simbólica y material de la vida. En suma, la regeneración y protección de los bienes comunes constituye una condición primordial para la continuidad de la vida, la cual puede seguir y potencialmente estar a cargo de sujetos comunitarios a partir de formas de autorregulación social que incorporen entre sus principios normas de acceso y uso de aquello que se comparte. Una cuestión que en denitiva es central frente a la crisis civilizatoria que el mundo vivo enfrenta.
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Referencias
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5 El Estado neoliberal-procedimental en América Latina y su crisis contemporánea Octavio Humberto Moreno Velador 27
Introducción
Es a partir de la primera mitad de los años ochenta (aunque con antecedentes directos desde los años setenta) en un contexto dominado en América Latina por dictaduras militares o gobiernos autoritarios, cuando grupos de intereses económicos y políticos, tanto nacionales como transnacionales, propugnaron porque se llevaran a cabo transformaciones en la organización del sistema económico hacia el neoliberalismo. Junto con ello se estableció la necesidad de replantear la forma de organización política de acuerdo a los cánones de la democracia procedimental. A esta conjunción entre ambas tendencias lo consideramos un tipo especíco de régimen en la historia de los Estados latinoamericanos que se inició en los años ochenta y que todavía se encuentra presente. Sin embargo, este es un tipo de régimen que a partir de los años noventa ha mostrado señales de debilidad y que en la actualidad en diversos países se encuentra en un abierto proceso de degradación y marcada crisis hegemónica. 27 Profesor en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla y de la Universidad Iberoamericana, campus Puebla. Maestro y doctor en Sociología.
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En contra de los proyectos aplicados en numerosos Estados latinoamericanos entre los años cuarenta y sesenta de fomento a la industrialización mediante la sustitución de importaciones y el proteccionismo económico, durante los años ochenta y noventa se impulsó al neoliberalismo. Si bien el modelo desarrollista experimento su agotamiento para nales de los años setenta, durante su periodo de auge se experimentaron tasas de crecimiento importantes además de una importante mejora en las condiciones generales de desarrollo en aquellas naciones en donde tuvo mayor inuencia (cuadro 1).
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En contraparte del desarrollismo se impulsó el modelo neoliberal que considera como aspectos fundamentales: •
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El n del Estado regulador de la economía a través de terminar con todas las reglamentaciones y regulaciones que pudieran afectar la acumulación de recursos y el laissez-faire. El remate de todo activo económico que poseyera el Estado en forma de empresas paraestatales u organismos gubernamentales en favor de la iniciativa privada. Un drástico recorte de los fondos asignados a los servicios sociales como salud, vivienda y educación (Klein, 2007:88-89).
En términos generales esta serie de reformas en la política económica signicaron, entre otras cosas, la pérdida de buena parte del terreno ganado por grupos populares y trabajadores organizados durante el predominio de los modelos desarrollistas latinoamericanos. El tipo de Estado que estaba siendo impulsando desde el interior por algunos grupos políticos y económicos, y desde el exterior mediante organismos internacionales y presiones políticas de gobiernos externos (FMI, BM, OCDE), tendía a intentar reducir el Estado a su mínima expresión administrativa para dejar la dinámica político-económica en una correlación de fuerzas favorable para los grandes capitales privados. Para las políticas neoliberales el objetivo siempre fue terminar con el Estado interventor y regulador tanto de la política como de la economía, un proyecto de Estado que mantenía como principio la aspiración a la soberanía nacional y la independencia económica. Por otro lado, ante la existencia de fuertes tendencias políticas corporativas se impulsó el canon de la democracia de tipo procedimental. Los cambios tanto en el sistema político como en el económico se plantearon a través de las llamadas “reformas estructurales” al impulsar la creación de un conjunto de instituciones que posibilitaran transiciones políticas hacia una democracia de tipo procedimental y cambios en el ámbito económico que dejaran atrás los modelos intervencionistas de Estado y acercaran a las economías de la zona al capitalismo de tipo neoliberal.
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La democracia procedimental
En primera instancia, los cambios en los regímenes políticos latinoamericanos a través de las llamadas “transiciones a la democracia” lograron impulsar pactos políticos con los que durante los años ochenta y parte de los noventa se pudo desplazar a las dictaduras militares o civiles y a los autoritarismos. Dichos procesos de transición, si bien cumplían con impulsar la conformación de gobiernos civiles, se mantuvieron siempre en el margen de ser “transiciones negociadas” en las que los nuevos gobiernos electos pertenecían a élites políticas muchas veces cercanas a los grupos dominantes, lo cual favorecía para que se mantuvieran los marcos institucionales necesarios para permitir su continuación (Petras y Veltmeyer, 2006:82). Este tipo de democracia con un marcado acento sobre el aspecto procedimental de su organización, se inspiró en la propuesta teórica de J. A. Schumpeter quien denía a la democracia como un método político. Esto es un arreglo institucional, un procedimiento para llegar a decisiones políticas –legislativas y administrativas– conriendo a ciertos individuos el poder de decidir en todos los asuntos públicos. De acuerdo con las ideas de este autor la vida democrática se expresa principalmente como la lucha entre líderes políticos rivales organizados en partidos, por el mandato para gobernar; alejándose de los ideales históricos de igualdad asociados con la democracia. El rol del ciudadano en su idea de democracia se concentra únicamente en el derecho periódico a escoger y autorizar un gobierno para que actúe en su nombre: “Renunciar al gobierno por el pueblo y sustituirlo con el gobierno con la aprobación del pueblo” (Schumpeter, 1968:316). Para este autor su descripción de la democracia estaba lejos de ser frívola o cínica, y más bien cumplía con reconocer que la política siempre servirá al conjunto de intereses que ocupan realmente al poder. Por esta razón su modelo de democracia se dene como “elitismo competitivo”, sistema en el que: Los partidos y las maquinarias políticas son simplemente la respuesta al hecho de que la masa electoral solo es capaz de actuar de forma precipitada y unánime, y constituyen un intento de regular la competencia política de forma exactamente igual
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a las prácticas correspondientes a una asociación de comercio. (Schumpeter, 1968:316).
Los “amantes de la democracia” debían desterrar la idea de que el pueblo podría tener opiniones concluyentes y racionales sobre todas las cuestiones políticas; más bien, estas solo podrían realizarse a través de la representación política. El pueblo únicamente podía ser “productor de los gobiernos”, parte de un mecanismo para seleccionar “los hombres capaces de tomar las decisiones” (Schumpeter, 1968:317). Bajo la inuencia de las ideas de la democracia procedimental y el canon de las reformas económicas neoliberales se reformaron los regímenes políticos y económicos en América Latina. En este nuevo régimen de Estado que aquí denominamos neoliberal-procedimental, se generó también una concepción ideológica sobre el trabajo de gobierno y la administración pública. Este nuevo sentido se basa en la idea de que un buen gobierno debe preocuparse en primer lugar por mantener una “estabilidad macroeconómica” y para ello se requeriría del aprendizaje por parte de los cuerpos burocráticos especializados de todo un nuevo conocimiento “técnico” para ver, entender y llevar a cabo la política económica propia del neoliberalismo. De esta forma la llamada “tecnocracia” (entendido como corpus de conocimiento y como grupo de funcionarios públicos) se convirtió en una tendencia dominante en los Estados latinoamericanos durante los años noventa e incluso hasta la actualidad. Por otro lado, la organización de la participación política se planteó como responsabilidad de los partidos políticos, quienes ejercen una función representativa estraticada entre “dirigentes y seguidores”, salvaguardándose de la abierta inuencia popular, ya que “las instituciones representativas están integradas, por denición, por personas individuales, no por las masas” (Luxemburgo citado en Przeworski, 1995:19). En consecuencia, el rol del ciudadano queda relegado a un mero emisor del voto, donde “los individuos no actúan directamente en defensa de sus intereses, sino que la delegan” a través de este, y la participación social de los agregados sociales queda reducida a meros evaluadores de políticos y programas de gobierno, ya que “el modo de organización colectiva en el seno de la instituciones democráticas así lo exige” (Przeworski, 1995:17). La implantación de esta perspectiva sobre la democracia y la política en los países latinoamericanos aspiraba a enterrar el pasado de
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organización de grupos populares y los pactos de desarrollo nacionalistas con participación de diversas clases sociales. El argumento más común empleado para justicar las nuevas implantaciones fue un supuesto pasado latinoamericano que únicamente había servido de provecho para los líderes populistas, corruptos y demagogos. Las reformas estructurales se justicaron también como una plataforma que permitiría alejar a los países latinoamericanos de un pasado lleno de ignorancia y corrupción, de malos manejos administrativos y perversión política (Borón, 2003:21). Más allá de los intentos de justicación ideológica el binomio de reformas neoliberales y procedimentales aspiraban a enterrar la inuencia de las organizaciones populares con inujo en los regímenes estatales y la política proteccionista y desarrollista, en pos de construir un nueva hegemonía de Estado basada en el individualismo político. Las reformas neoliberales
La implementación de las reformas democráticas procedimentales abrieron el camino para impulsar transformaciones en el ámbito económico, ya que bajo el argumento de la necesidad de decisiones políticas urgentes (por encima del consenso mayoritario), se consideró innecesario consultar a las mayorías poblacionales de los países en los que se impulsó la nueva forma de dirigir la política económica nacional. Las reformas económicas se plantearon como objetivo “organizar una economía que asigne racionalmente los recursos y que haga posible la solvencia nanciera del Estado” mediante “reformas orientadas hacia el mercado”. Como pasos principales en el logro de estos objetivos se planteó “organizar nuevos mercados, desregular los precios, moderar las actuaciones monopolistas y reducir las barreras protectoras” a través de una reducción en el gasto público y la venta de activos públicos mediante la privatización. La liberalización del mercado y el adelgazamiento del Estado social, según los principios del programa neoliberal, provocarían una inmediata “reducción transitoria en el consumo agregado”, impactos con “un importante coste social” y evidentes costos políticos altos (Przeworski, 1995:236). La justicación de esta implantación era que nalmente el conjunto de reformas a largo plazo podría “crear motivación, generar condiciones de equilibrio, con la igualación de la oferta y la demanda en los mercados y satisfacer las exigencias de justicia social” (Baka citado en Przeworski,
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1995:236). El planteamiento de las reformas consideraba la existencia de un inevitable impacto económico importante para amplios grupos sociales, además de la oposición de signicativas fuerzas políticas con el riesgo de que dicho modelo democrático se podría ver socavado o abandonado, terreno óptimo para el surgimiento de “peligrosos nacionalismos o liderazgos populistas” (Przeworski, 1995:240). Cronológicamente se puede considerar la existencia de dos períodos de desarrollo en los países de América Latina del proyecto neoliberal bajo el régimen de las democracias procedimentales (con la excepción del caso chileno en el que desde 1973, tras el golpe de Augusto Pinochet, se impulsó el proyecto neoliberal). Un primer periodo se ubica entre principios de la década de los ochenta cuando se implantó en Perú con Fernando Belaúnde y Alán García, con Raúl Alfonsín en Argentina, Miguel de la Madrid en México, Julio Sanguinetti en Uruguay y José Sarney en Brasil. A algunos de estos primeros casos de implantación los acompañó la euforia por la “redemocratización” de los regímenes políticos y levantaron buenas expectativas en numerosos grupos de sus respectivas sociedades (Petras y Morley, 2009:163). Un segundo periodo de implantaciones o continuidades fueron protagonizados por presidentes como Carlos Andrés Pérez en Venezuela, Carlos Menem en Argentina, Fernando Collor en Brasil, Alberto Fujimori en Perú, Jaime Paz Zamora en Bolivia, Luis Lacalle en Uruguay y Carlos Salinas en México. Como ejemplo, en Venezuela en 1989 se negoció un paquete económico con el Fondo Monetario Internacional de 4,600 millones de dólares con la intención de tomar como medida prioritaria el pago de la deuda exterior. Acompañando a esta medida se impusieron alzas en los costos de la gasolina, el transporte y los alimentos de primera necesidad, provocando una serie de disturbios con saldo de 200 muertes y más de 1,000 heridos (Petras y Morley, 2009:166). Si bien las reformas procedimentales abrieron paso a las transiciones políticas, posibilitando la democratización formal en los regímenes políticos en toda la zona, la situación que predominó en la mayoría de los Estados latinoamericanos fue el arribo o mantenimiento de élites políticas y económicas que en el poder de Estado optaron mayoritariamente por apoyar el neoliberalismo. Muestra de ello es que desde nales de los años setenta América Latina fue la zona que más recibió inversión extranjera directa de bancos comerciales internacionales, provocando una fuerte deuda que los llevó a crisis cuando la Reserva Federal de los Estados
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Unidos elevó las tasas de interés a niveles sin precedentes. De esta manera las multinacionales lograron percibir por inversiones nuevas y acumuladas de alrededor de 30,000 millones de dólares. Durante los primeros años de la década de los ochenta las multinacionales obtuvieron 15,000 millones de dólares de sus operaciones en la zona (Petras y Veltmeyer, 2006:87). De tal manera que en los nuevos regímenes democratizados se procedió inmediatamente al saqueo de la economía mediante la privatización y venta de paraestatales, mientras que las empresas multinacionales se dedicaban a adquirir bancos, fábricas locales, terrenos y bienes raíces: […]de acuerdo con un análisis realizado en Brasil en 1989, los bancos extranjeros eran propietarios del 9.6% del capital social bancario; sin embargo, para el año 2000, controlaban el 33%. En 2001 el capital nanciero extranjero controlaba el 33%. En 2001 el capital nanciero extranjero tenía el control de 12 de los 20 bancos más importantes en Brasil. En México este proceso fue incluso más eciente cuando todos los bancos sucumbieron a los distintos consorcios controlados por bancos de propiedad de extranjeros. En toda la región más del 50% de la totalidad de los activos bancarios se privatizó y desnacionalizó (Petras y Veltmeyer, 2006:83).
Según datos de la Economic Comission for Latin America and the Caribbean (ECLAC) el rendimiento de operaciones con capital estadounidense en América Latina fue cercano a los 60,000 millones de dólares anuales en los años noventa. Tan solo en esta década se transrieron 585 millones de dólares en utilidades e intereses pagados a las principales ocinas de los Estados Unidos (Petras y Veltmeyer, 2006:84). Se estima que durante el año 2000 la transferencia de recursos nancieros, de América Latina hacia el exterior, se acercaba a los 100,000 millones de dólares, y si se multiplicara esta cantidad por los diez años que para el 2000 el proyecto neoliberal tenía en la zona, nos acercaríamos a la friolera cantidad de más de un billón de dólares (Saxe y Nuñez, 2001). De esta forma queda claro que los ujos de capital hacia las empresas multinacionales y los países capitalistas centrales servían y sirve para extraer grandes cantidades de capital acumulado y potencial, una estrategia de acumulación que ha sido favorecida por la desregulación y que ha terminado por generar una mayor
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desigualdad. Visto de esta forma, el neoliberalismo bien se puede entender como un proyecto hegemónico formado por tres partes: 1) Una primera que considera el conjunto de reformas favorables al capital transnacional y basado en la forma de acumulación exible de capital. 2) Una segunda parte que incluyó para el caso de los países latinoamericanos las democratizaciones de los regímenes políticos, y el impulso del canon de la democracia procedimental. 3) Finalmente, una tercera parte de índole ideológica con pretensiones hegemónicas que se resume en las presunciones hechas por Francis Fukuyama al declarar al libre mercado y la democracia como los puertos de arribo nales de la historia humana (Fukuyama, 1992; Chomsky y Ramonet, 1996:59). En conjunto estas tres partes forman la esencia del proyecto neoliberal que llegó a ser hegemónico en América Latina durante buena parte de las décadas de los años ochenta y noventa. Ideológicamente este intentó justicarse a ojos de la ciudadanía de los diferentes países bajo la promesa de que a través de sus políticas sería posible realizar el largamente anhelado sueño de desarrollo económico, dejando en el pasado las inercias populistas y demagógicas y sus herencias de corrupción y clientelismo. El neoliberalismo permitiría curar el mal endémico que implicaba tener un Estado interventor y rector de la vida económica, un Estado que resultaba costoso y con muy baja productividad. Un lastre que sería sustituido por un tipo de Estado mínimo, pero muy ecaz en la administración de la producción y los recursos. En conjunto estos elementos y su traducción en políticas pueden entenderse como el fundamento del proyecto hegemónico neoliberal. El Estado neoliberal-procedimental y su orden hegemónico
A partir de los años ochenta se impulsó en América Latina una serie de reformas políticas y económicas que conguraron un régimen de Estado que hemos denominado neoliberal-procedimental. Las reformas económicas
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implantadas acabaron en buena medida con los rasgos que algunos tuvieron de Estado de bienestar y de economías nacionales protegidas parcialmente ante el libre mercado local e internacional. También se presentó el desgaste de los mecanismos estatales de inclusión popular que se construyeron en la segunda mitad del siglo XX. 28 Acompañado de estas reformas, tras la deslegitimación y la presión internacional a las dictaduras, se dio paso a los procesos de transición política inspirados en los modelos de democracia “procedimental” (Morlino, 2005). Una forma de Estado que se implantó exitosamente, pero que comenzó a presentar rasgos de su declive y deslegitimación a partir de los últimos años de la década de los ochenta, en algunos casos, o bien, durante los años noventa ante el auge de los movimientos sociales y las transformaciones que se presentaron en numerosos Estados latinoamericanos. Ya fuera en presencia de dictaduras militares, Estados burocrático autoritarios, o en Estados en los que ya había avanzado la agenda de las transiciones a la democracia, se impuso el modelo neoliberal. Este estaba en buena medida orientado a fortalecer la inuencia política y económica de los poderes transnacionales en asociación con los locales. Posibilitado por la desregulación económica que alentó la apertura de los mercados comerciales latinoamericanos a favor de capitales foráneos, se presentó una transferencia masiva de capitales del sector productivo al especulativo. Los Estados perdieron capacidad reguladora ante el mercado y redujeron buena parte del gasto público en políticas sociales. Además de que se generalizó el endeudamiento frente a instituciones como el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM), ante lo cual se asumió como una solución la privatización de empresas de capital estatal bajo el falso argumento de que con su venta podría solventarse la deuda adquirida. Se partía del supuesto de que en una economía sana era indispensable eliminar al máximo los gastos que implicaba mantener un Estado con una institucionalidad fuerte y de alcance universal para su población. Así, la implantación del modelo se vendió como una serie de “reformas”29 indispensables para “solucionar el problema de la inación y 28 Un acercamiento interesante en lo relativo al tipo y las formas de Estado de bienestar que se presentaron históricamente en América Latina, además de su paulatina desaparición en la zona a partir de los años ochenta, lo podemos encontrar en Del Valle (2010). 29 Es importante señalar el cambio en el sentido semántico del concepto “reforma”
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de las cuentas públicas” (Sader, 2009:67). Este modelo intentó justicarse mediante un ataque sistemático de características doctrinarias al Estado, deniéndolo como “una instancia insanablemente corrupta, ineciente en lo económico y plagada de propensiones populistas y demagógicas que era necesario erradicar” (Borón, 2003:21). El bloque de actores económicos y políticos interesados en llevar adelante las “reformas” gozaron del apoyo de instituciones internacionales como el FMI y el BM, además del apoyo de los medios de comunicación del ámbito privado y aquellas fuentes de información estatales que controlaban (Petras y Veltmeyer, 2006). 30 Y justamente a través de estos medios se celebró premeditadamente el gran logro que signicaría la implantación del nuevo modelo en aspectos como: estabilidad nanciera, saneamiento de las nanzas públicas y el inicio de un supuesto nuevo ciclo de modernización y expansión de la economía (Sader, 2009:68). En términos de correlación de fuerzas políticas, estas medidas fueron diseñadas premeditadamente para favorecer a actores económicos y políticos muy concretos, ya que permitieron una gran transferencia de capital público al capital privado nacional o internacional, alentando la formación de monopolios en diversos sectores. 31 Es debido a estos aspectos que un autor como David Harvey ha sugerido que el neoliberalismo se debe entender abiertamente como una política de dominación de clase (Harvey, 2007). El régimen neoliberal-procedimental se construyó como un modelo general de organización política, económica y social en los Estados de América Latina, acompañado de toda una justicación de índole ideológica que buscó legitimar a ojos de las sociedades latinoamericanas la pertinencia de adoptar dicho modelo. En este sentido bien se puede en el contexto del neoliberalismo. En el que, a diferencia de lo que signica en la teoría política tradicional (cambios graduales en una dirección tendiente hacia una mayor igualdad, bienestar social, y libertad para el conjunto de la población), el neoliberalismo pasó a tener un signicado totalmente contrario (Borón, 2003:19). 30 Un análisis interesante de la relación entre reformas neoliberales, intereses políticos y su relación con los medios de comunicación electrónicos, para el caso mexicano, lo podemos encontrar en Villafranco y Delgado (2010). 31 Respecto a esto Petras y Veltmeyer (2006) ofrecen un análisis muy detallado del fortalecimiento de los capitales transnacionales en América Latina. Para estos autores dicho fenómeno debe ser entendido como un nuevo episodio en la historia del imperialismo norteamericano en América Latina.
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decir que el neoliberalismo no fue únicamente un conjunto de políticas económicas sino “una concepción del mundo que abarca una visión del estado, de la política, de la economía, de la globalización, del consumo, de la ética, y hasta del éxito o fracaso personal” (Figueroa, 2010:21). Este modelo se presentó como un proyecto ideológico con alcances hegemónicos, una forma estatal que impuso “un modo particular de compromiso entre gobernantes y gobernados”, y que iba más allá de ser una mera forma de acumulación económica, sino más bien una forma entera de comprender al mundo a través de “formas especícas con que la mediación entre economía, política (y sociedad) es constituida” (Portantiero, 1981:47). Empleamos los postulados teóricos acerca de la hegemonía, en tanto creemos que el análisis de las correlaciones de fuerzas políticas debe ir más allá de la mera consideración de los diversos actores políticos y su relación con la institucionalidad estatal o internacional como elementos autónomos. Desde nuestra óptica de análisis el conjunto de circunstancias económicas y sociales son aspectos fundamentales para comprender un determinado momento histórico en un determinado contexto, siempre partiendo de que política, economía y sociedad son partes de un todo social que se encuentra íntimamente interrelacionado y en el que no se encuentra propiamente una por encima de la otra. A través del concepto de hegemonía se puede comprender cómo los actores concretos y la organización del mundo político, económico y social, en general, poseen bases ideológicas que le dan sentido a su actividad. Siguiendo el postulado marxista acerca de que “las ideas dominantes son las ideas de las clases dominantes” consideramos que estas “son dominantes porque corresponden a un sistema de producción y de reproducción de las condiciones materiales de existencia, de las que esas ideas son el correspondiente en el plano de la subjetividad” (Sader, 2008:215). Basta recordar que después de 1990 el pensamiento neoliberal intentó erigirse como único; la ideología del neoliberalismo se propagó promoviendo un tipo de utopía en la que se exaltan las virtudes abstractas de los mercados, de los premios a los más aptos, de la competitividad, de la eciencia y de las ganancias, de los derechos de propiedad, de la libertad de contratación. En esta se critica la intervención estatal y política, y se coloca en la cima de la organización social al mercado como eciente asignador de recursos, carente de sesgos, eciente y capaz de fomentar un sistema social óptimo.
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Esta ideología se divulgó a través de los saberes técnicos y cientícos enseñados en los centros de educación técnicos profesionales y universitarios, incluyendo aquellas áreas en las que se imparten conocimientos asociados a las tareas de gobierno y administración pública que asumen la actividad política estatal como un terreno puramente técnico, necesariamente lejano de “ideologías” de cualquier índole y más cercano al pensamiento empresarial. Propuesto como “única alternativa posible de superación del deterioro social, opción racional y no populista para asegurar en tránsito a sociedades modernas” (Sosa, 2011:328). Finalmente difundido en los grandes agregados sociales a través de los mass media, fomentando identidades y valores “vinculados a la competitividad, el desempeño y los resultados individuales para cuyo cumplimiento siempre hay un estímulo económico” (Ornelas, 2011:348). En resumen, un tipo de ideología que persigue: [La] mercantilización sin límites de la vida social […] que busca destacar los elementos de “libertad, de “iniciativa individual”, de destino diferenciado de cada uno, de ecacia. Se parte de la idea de que los recursos, las posibilidades, los empleos, los espacios en el mercado son ilimitados, y de esa forma le compete a cada uno buscar su lugar, sus medios de sobrevivencia, que por denición se obtienen a costa de los otros (Sader, 2008:223).
Todas estas son expresiones de una ideología que llegó a erigirse como sentido común de índole hegemónico en buena parte de las sociedades en las que ha estado presente. La crisis neoliberal en América Latina
Algunos analistas han señalado la necesidad de criticar al neoliberalismo de acuerdo a las propias premisas con las que buscó legitimarse como proyecto hegemónico (Figueroa, 2010:21). En este sentido sería necesario señalar que ante la promesa de bonanza económica el PIB promedio en América Latina apenas ha estado cercano en sus mejores momentos a tasas del 4% de crecimiento anual, en contraposición a las tasas de crecimiento
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que se presentaron en la década de los sesenta y setenta, periodo en el que países como México, Brasil y Argentina alcanzaron tasas de crecimiento de hasta 7% anual. El neoliberalismo también presumió la idea de que posibilitando la libre entrada de capitales particulares, ya fuera a través de la privatización de empresas del sector público, o bien, por su participación en áreas estratégicas de desarrollo económico, sería cuestión de tiempo para que las ganancias que lograran obtener estos capitales terminaran por irradiarse al conjunto de la sociedad. Sin embargo, los datos de crecimiento totales del número de pobres y el aumento de la desigualdad entre los más ricos y los más necesitados en los últimos veinte años han contradicho estas presunciones del proyecto neoliberal (Figueroa, 2010:21). Si bien se podría intentar juzgar los argumentos y datos anteriores en el sentido de que han sido elaborados desde perspectivas críticas y francamente apáticas al neoliberalismo, el deterioro de dicho proyecto hegemónico se ha mostrado a tal grado que los propios cuerpos de asesores de las reformas y pensadores asociados a su impulso y justicación no pueden dejar de reconocer la tragedia que ha signicado el neoliberalismo en la zona. En un reporte del 2001 el Carneige Endowment for International Peace and Inter-American Dialogue reconocía: Real GDP growth in the region was low in the 1990s: a modest 3 percent a year for the decade (just 1.5 percent per capita). That was barely better than the 2 percent (0 per capita) rate in the crisis-laden “lost decade” of the 1980s, and well below the rates of 5 percent or more in the 1960s and 1970s. Unemployment rose. And poverty remained widespread. Latin America entered the third millennium with nearly 180 million of its people – more than a third of the population ‒ living in poverty (with incomes less than $2 a day). Nearly 80 million people suffer extreme poverty, with incomes less than $1 a day. Social development indicators were only slightly better. Rates of infant mortality, literacy, and primary school enrollment all improved in the 1990s. But access to safe drinking water remained very low in rural areas and the equality of public schooling poor. Meanwhile a sharp rise in crime and violence undermined the quality of life everywhere in the region. […]. At the end of the decade Latin America still displayed the most
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unequal distribution of income and assets (including land) of any region in the world. And in the same surveys Latin Americans inconsistently expressed a sense that the region`s societies were fundamentally unjust –probably reecting underlying inequity in opportunities for schooling, jobs, and political participation ‒ (Birdsall y De la Torre, 2001).
El conjunto de fracasos y contradicciones del neoliberalismo han alcanzado un punto de tensión máxima en algunos de los Estados latinoamericanos, faltando a una de las promesas fundamentales del proyecto hegemónico neoliberal: la estabilidad política. Hasta el año 2005 se sucedió la caída de dieciséis presidentes en América Latina debido al surgimiento de rebeliones populares producto de las consecuencias generadas por las políticas económicas neoliberales y la consecuente pérdida de legitimidad de los gobiernos instaurados (Figueroa, 2005). Si consideramos en conjunto los problemas que ha generado el proyecto hegemónico neoliberal es posible concluir que este es un modelo en franca crisis. Una crisis formada en aspectos como: 1. Crisis económicas y el consecuente desgaste de las condiciones de bienestar material (tanto en lo relativo al trabajo asalariado como la protección social del Estado) para los grandes agregados populares. 2. Una acentuada situación de desprotección social a los grupos más vulnerables por parte del Estado provocado por el desgaste de la institucionalidad asociada a servicios públicos como lo son: la salud, la educación, la alimentación, el trabajo regulado, etcétera. 3. Prolongada crisis de deslegitimación e insatisfacción en numerosos países de América Latina hacia las élites políticas ubicadas tanto en partidos políticos como en la institucionalidad estatal 4. Un alto nivel de desgaste de las estructuras “clásicas” estatales de mediación entre capital y trabajo como el Estado, los sindicatos y partidos políticos; bien fuera por su incorporación al aparato estatal. 5. Y nalmente, ante el desgaste de estas estructuras, la emergencia de movilizaciones populares protagonizadas por grupos de campesinos, indígenas y trabajadores.
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Conclusiones
El éxito hegemónico del neoliberalismo resultó temporalmente muy limitado. Si bien durante su reinado pretendió no tener rival y se atrevió a proyectarse hacia el futuro como una larga etapa de prosperidad, orden y crecimiento, numerosos acontecimientos históricos a partir de la década de los noventa y en la primera década del siglo XXI han mostrado que históricamente este no pasará de ser un muy breve lapso en la historia de las formas estatales y civilizaciones humanas. Como proyecto económico el neoliberalismo prometió que bajo su reinado el crecimiento de las economías sería constante, este fue un punto primordial en su justicación, en vistas de la existencia de crisis económica en los Estados de bienestar (o con parcial proteccionismo económico) y crisis económica internacional de los años ochenta. Dicha crisis había sumido a numerosas economías Latinoamericanas en la inación y el bajo crecimiento. Sin embargo, el incremento económico se mostró como mediocre en más de quince años de su funcionamiento, al punto de que la tasa promedio no sobrepasó el 4% (Figueroa, 2010). Aunado a este bajo rendimiento las sucesivas crisis nancieras, la más reciente y potente en 2008, redujeron fuertemente las expectativas de estabilidad económica bajo la nanciarización de la economía a nivel nacional e internacional (Glyn, 2010). El crecimiento per cápita mundial entre 1975 y 2003 cayó en promedio a más de la mitad, a diferencia de la tasa que se presentó entre 1950 y 1975. Sumado a esto, la brecha del atraso entre países primermunditas y del tercer mundo se ensanchó dado que mientras los de la OCDE crecieron a un ritmo promedio anual del 2%, en América Latina se llegó apenas al 0.6%, y los países africanos del Subsahara a -0.7% (Madisson, 2003). La precarización del empleo y la contracción de los salarios se volvieron endémicas. Al cabo de veinte años de dominio de políticas “de desarrollo” neoliberales, tanto en términos de crecimiento como de bienestar social, los resultados han sido negativos, con un crecimiento muy débil, una pobreza que se ha extendido poderosamente, una creciente desigualdad y una muy marcada vulnerabilidad para buena parte de las poblaciones nacionales. Según cifras de la CEPAL (2004a), entre 1950 y 1980 el PIB de América Latina, en su conjunto, creció un 5.2% en promedio, mientras que entre 1980 y 2003 solo lo hizo en un 2.2%; de igual manera, en términos de
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crecimiento per cápita, en el primer periodo fue de 2.6%, mientras que en el segundo fue de 0.3. Una expresión más de esta situación son las cifras de desempleo en la zona, las cuales se elevaron a dos dígitos a partir de 2003 con un aumento del sector informal que llegó al 47% según la CEPAL (2004b). De igual manera, en 2003 había en América Latina 220 millones de pobres, de los cuales 100 millones vivían en pobreza extrema y 57 millones subsistían solo con un dólar diario; la distribución del ingreso se deterioró también de manera generalizada, incluidos aquellos países que se tomaron como supuestas muestras del éxito neoliberal, tal es el caso de Chile (Pizarro 2005:127-128). Si bien los gobiernos latinoamericanos entre 1997 y 2002 elevaron los gastos sociales en un 58% per cápita, en este periodo más de 20 millones de personas cayeron en la pobreza. Asimismo, la deuda pública se incrementó del 37% en 1997 al 51% en 2002 (Dupas, 2005:94). América Latina se convirtió en la región del planeta con peores indicadores, incluso cuando en todos los países en los que se implantó el neoliberalismo se generaron deudas semejantes. La década de los noventa puede ser considerada como otra “década perdida” para la economía latinoamericana. Los magros resultados y la endeble estabilidad económica le han signicado a este proyecto la pérdida de credibilidad y legitimidad ante buena parte de la sociedad en diferentes Estados-nación latinoamericanos. Las condiciones de vida de las sociedades sufrieron desde un comienzo los fuertes embates de los ajustes estructurales, los efectos de la precarización laboral, la pérdida de servicios sociales y la inestabilidad económica provocada por las crisis nancieras. Así, consideramos que el conjunto de promesas incumplidas por el neoliberalismo, aunado a los menudos resultados de sus políticas, han resultado en una ya prolongada crisis de la hegemonía del neoliberalismo en América Latina.
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6 El Estado mínimo y el Estado jacobino, una propuesta de análisis para América Latina Ricardo Gaytán Cortés32
Introducción
El estudio del Estado envuelve una serie de problemas conceptuales que implican cuestiones teóricas y metodológicas importantes, en gran parte por su carácter elusivo y a veces por el uso ideológico que se le da, pero también por la fetichización que ha sufrido por parte de algunas teorías. Las explicaciones cambian no solo respecto a su origen como institución y organización, sino también a sus esferas o dimensiones, e incluso a sus funciones. Lo mismo ocurre con el neoliberalismo, considerado por algunos analistas como el producto de todos los males en regiones como América Latina (escenario privilegiado de la implantación del modelo). 33 Impuesto 32 Profesor en el Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades de la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo. Maestro y doctorante en Ciencias Sociales. 33 Aquí cabe hacer una acotación, en sí mismo el neoliberalismo es un modelo económico, sin embargo, sus ramicaciones pronto escaparon del poder económico y se extendieron a otras áreas con énfasis en el poder ideológico y político. Ávila (2006; 14-15) menciona que “el neoliberalismo se conceptúa como un conjunto de ideas y prácticas que hizo suyas la élite gobernante para gestionar la crisis e implantar un nuevo orden económico”, imponiéndose como pensamiento dominante
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por economías hegemónicas en dicha región a través de instituciones transnacionales diseñadas para conrmar su dominación política y económica en el sistema de Estados, especícamente el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM), que plantearon en su momento una política de ajustes estructurales de los cuales Chile y Bolivia son dos de los primeros y principales casos de aplicación, pero que ha permeado en toda la región y que ha tenido alumnos aventajados en algunos países: el caso de Chile, ya mencionado, pero también México; y que a su vez ha motivado reacciones contrapuesta: Venezuela, Bolivia, Ecuador, Brasil y Argentina, naciones que no han abandonado el capitalismo, pero que si han buscado evitar los efectos más perniciosos con que se ha identicado al neoliberalismo. El fenómeno ha sido tratado de diferentes maneras: un enfrentamiento entre capitalismo y estatismo, entre democracias y autoritarismos, un regreso de los viejos populismos o de un neopopulismo, e incluso hay quien habla ya de economías posneoliberales (Sader, 2009) en América Latina, en especíco aquellas identicadas con los llamados gobiernos progresistas de la región. Sin embargo, podemos tratar de ir simplicando esta complejidad mencionando que existen Estados que se han rebelado contra las disposiciones neoliberales, no contra el capitalismo, y hay otros que las han acatado en gran medida. Precisamente una de las condiciones del neoliberalismo es el debilitamiento del Estado, el famoso Estado mínimo, que corresponde principalmente a la tradición liberal y al modelo anglosajón y se opone al modelo francés-alemán 34 materializado en el Estado jacobino, también sumergido en la tradición liberal, pero con un tratamiento diferente, aunque dicho debilitamiento se debe matizar, pues se encuentra referido a la intervención del Estado en cuestiones económicas. A n de profundizar en las transformaciones del Estado, bajo el modelo a partir de la gestión de Ronald Reagan y Margaret Thatcher como presidente y primer ministro de Estados Unidos e Inglaterra, respectivamente. Inuyendo en su triunfo acontecimientos decisivos: la crisis del Estado de bienestar, el derrumbe del socialismo real y la globalización económica. En Latinoamérica el modelo económico neoliberal se materializó en los años ochenta en una serie de ajustes estructurales producto de una crisis de deuda crónica (Aranda, 2005) más tarde listados en el consenso de Washington. 34 Más adelante describiré ambos modelos.
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neoliberal se hará un repaso de varias teorías que muestran diferentes perspectivas y explicaciones sobre este, centrándonos en un inicio en las diversas escuelas que hablan sobre la construcción europea de dicha institución, describiendo más tarde las transformaciones que han sufrido los Estados nacionales y aterrizando en el caso de América Latina. Para ello, además de las tradiciones de la sociología política y el marxismo, se recurrirá a la teoría de las fuentes del poder social de Michael Mann, la cual forma parte de la sociología histórica y representa una tercera tradición de explicación del Estado y sus transformaciones; esta combina a las dos anteriores. El Estado moderno, teorías y perspectivas
Tenemos grandes labores sintéticas que buscan explicar el surgimiento del Estado nacional europeo 35 que corresponde a la gura actual del Estado moderno. La pregunta de cómo surge puede encontrarse en cuando menos cuatro grandes escuelas tradicionales de acuerdo con Charles Tilly (1992, 25-33), las cuales dieren en su respuesta en dos puntos: el primero es respecto hasta qué grado dependió la formación del Estado del cambio económico; el segundo reere a cuál es la inuencia de ciertos factores externos a los Estados en su formación. Con base en lo anterior Tilly diseña una cartografía en cuatro dimensiones donde las respuestas van desde el punto de vista del cambio económico local o internacional, o bien desde los factores políticos externos o internos. Resultando en los análisis del modo de producción, del sistema mundial, estatistas o geopolíticos que a su vez admiten múltiples combinaciones. Sin embargo, estos análisis y sus combinaciones presentan, de acuerdo 35 Por ejemplo, la realizada por Norbert Elias (1994: 344-345) quien hace mención de los procesos de consolidación del Estado a través de la monopolización de los medios de la violencia y los medios nancieros, cuya administración requiere de la creación de un “aparato administrativo permanente y especializado” en la gestión de dichos monopolios. A su vez, por medio de la creación de un aparato administrativo especializado dicho sistema de poder político alcanza su carácter monopolista en torno a la organización de recursos militares y nancieros. Con lo que, y a partir de ese momento, las luchas sociales no buscan ya destruir el monopolio de dominación, sino “la determinación de quienes dispondrán del aparato monopólico, donde habrán de reclutarse y cómo habrá de repartirse las cargas y benecios”. Las propuestas de Tilly y de Mann se detallarán más adelante.
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con Tilly (1992), en su gran mayoría fallas o inexactitudes; tanto las perspectivas estatistas como las del modo de producción se desentienden de la interacción entre Estados, asumiendo la individualidad de los mismos en lugar de situarlos como parte de un sistema naciente, ignorando la viabilidad de distintos tipos de Estado 36 asumiendo implícitamente la existencia de un esfuerzo deliberado y direccionado en su creación. Mientras que las teorías geopolíticas y del sistema mundial no captan especialmente el impacto de la guerra, entre otros factores, en la creación de los Estados. Por ello, Tilly (1992) recurre a otra explicación. Habla de la acumulación y concentración de capital y de coerción en una síntesis que explica la trayectoria clásica de los Estados modernos (Inglaterra, Francia y Brandenburgo-Prusia) no como un producto deliberado, sino como una serie de transformaciones históricas, y al hacerlo introduce una discusión indispensable respecto al Estado: la historicidad del mismo, no es que las otras teorías no lo hagan, pero al dotarlo de una funcionalidad que todavía no tenía en su creación, o bien señalarlo como un tipo ideal universal, pierden la capacidad de verlo como una organización adaptable. Es en torno a esta historicidad del Estado, es decir, que tanto estos Estados nacionales son organizaciones que se conguran a partir de siglos recientes que implican una ruptura y una empresa de invención (Badie y Birnbaum, 1994) y que se encuentran en constante renovación producto precisamente de dicha historicidad (Hibou, 2013), que girara parte de nuestro argumento, pues permite sacudirnos lo que consideramos una camisa de fuerza respecto a las explicaciones estatales estáticas, no solo las 36 Tilly (1992) menciona a las ciudades-estado, las federaciones y las organizaciones religiosas como tipos alternativos de Estado que existían también en Europa, los cuales perdieron importancia conforme se iban acumulando y concentrando la coerción y el capital, lo cual desembocó en la creación de los Estados nacionales en detrimento de las otras formas de organización. Como ejemplo más minucioso tenemos el caso del Ducado de Borgoña el cual en su momento constituyó una alternativa no territorial al Estado, descrita por Michael Mann (1991: 618-622). Básicamente el poder borgoñés del siglo XV no se encontraba concentrado territorialmente, sino que se encontraba disperso a lo largo de un territorio en que se hablaban tres idiomas y que no contaba con un punto territorial jo, a diferencia de sus rivales, lo cual jugó en su contra y precipitó su desaparición. Aquí hay que hacer una acotación, como veremos más adelante para Mann la territorialidad y la centralidad son condiciones inherentes al Estado moderno y fue precisamente la falta de estas condiciones la que propició la desaparición del Ducado como ejemplo paradigmático entre otros muchos.
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monocausales, sino las que ven al Estado de mediados y nales del siglo XX como la culminación natural del poder. La inuencia e importancia de esta organización y cualquier situación posterior que altere ese status quo es vista como una anomalía. Pero no nos adelantemos, por lo que además de situar en un plano diferentes análisis de explicación del Estado e introducir la sociología histórica de la mano de la explicación de Tilly y de Mann, tradición o escuela en la cual abundaremos más adelante, nos remitiremos a diferentes teorías que entienden al Estado bajo lógicas distintas y que por lo tanto disienten sobre su interpretación; ya sea el marxismo o neomarxismo, las teorías democráticas pluralistas o las teorías estructurales funcionalistas (Skocpol, 1995; Mann, 2007; Abrams, 2015; Miliband, 1991; Boron, 2003). Las teorías democráticas pluralistas a las que Skocpol (1995) y Boron (2003) añaden las estructural funcionalistas ‒ predominantes en el mundo anglosajón en los años cincuenta y sesenta del siglo pasado y que por cuestiones prácticas englobaremos como sociología política, tal y como hace Philip Abrams (2015) ‒ tendieron a abandonar al Estado y lo remplazaron con conceptos como sistema político (Abrams, 2015; Mitchell, 2015; Boron, 2003), sobre todo huyendo del “sesgo ideológico” marxista que contemplaba a su parecer el concepto de Estado. 37 Centraron su análisis en el poder de la comunidad local más que en las clases o élites dirigentes (Miliband, 1991: 141), reduciendo la complejidad del Estado moderno al gobierno, convirtiéndolos en sinónimos y presuponiendo que el poder político se encuentra disperso en una multitud de grupos, asociaciones e instituciones, y que estas compiten incesantemente por la imposición de ciertas políticas desde el gobierno (Boron, 2013) ignorando la desigualdad de la competencia (Miliband, 1992, 141). Si bien el mundo anglosajón contempló el regreso del Estado desde los años setenta, y se materializó esta vuelta en los ochenta, principalmente desde una perspectiva institucionalista que hacía hincapié en la autonomía 37 De acuerdo con Mitchell (2015:149) el abandono del Estado en la década de los cincuenta obedece menos al señalamiento de la debilidad conceptual del término que a un cambio en las relaciones entre ciencia política y poder político en los Estados Unidos de la postguerra. Para una discusión más detallada sobre el abandono y regreso del Estado en la ciencia social norteamericana se puede recurrir a Mitchell (2015) y Abrams (2015).
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y en sus capacidades de intervención en la vida social (Mitchell, 2003; Boron, 2013), el concepto nunca desapareció de todo el panorama académico norteamericano, pues se empleaba en estudios aislados aunque bastante inuyentes dentro en los límites de la tradición de la sociología política. Además de esta tradición se encuentra la escuela del marxismo y su explicación del Estado; probablemente las teorías marxistas o neomarxistas sean las que más nos interese desglosar para objetos del presente, no solo porque muchos autores latinoamericanos se auxilian o escriben desde esa perspectiva que también alude el título de este texto cuya explicación nal versará sobre América Latina, sino porque es la corriente teórica que más se ha preocupado por el fenómeno. Laclau (1982) describe las formas en que el marxismo contempla al Estado mencionando que puede ser visto como un epifenómeno o superestructura del modo de producción capitalista, como instrumento de la dominación de clase y, nalmente, nos dice que puede considerársele como elemento de cohesión de una formación social. En el mismo sentido Skocpol (1995: 6) describe las explicaciones que realizan los neomarxistas, quienes hablan del Estado como un instrumento de dominación de clase, un garante objetivo de las relaciones de producción de la acumulación económica o un terreno en el que se libran las luchas políticas de clases. Mientras que Boron realiza una síntesis bastante interesante y menciona que el Estado es simultáneamente: Un “pacto de dominación” mediante el cual una determinada alianza de clases construye un sistema hegemónico susceptible de generar un bloque histórico; una institución dotada de sus correspondientes aparatos burocráticos y susceptible de transformarse, bajo determinadas circunstancias, en un “actor corporativo”; un escenario de la lucha por el poder social, un terreno en el cual se dirimen los conictos entre distintos proyectos sociales que denen un patrón de organización económica y social; y el representante de los “intereses universales” de la sociedad, y en cuanto tal, la expresión orgánica de la comunidad nacional(Boron 2013:274).
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Esta jación del marxismo con el Estado explica a su vez propuestas que buscan abandonarlo como epicentro del cambio social; el trabajo de John Holloway (2002) es un buen ejemplo al negar la autonomía estatal y considerar que solamente es un nodo de relaciones sociales. Debemos aclarar que existen análisis que imprimen al Estado y a sus instituciones el papel de agentes, ya sea de un conjunto de reglas constitucionales o un instrumento en manos de la clase dominante, y que, por lo tanto, le quitan a sus componentes la posibilidad de ser actores, de tener autonomía y poder propios para cambiar la realidad, pero esto nos remite a una perspectiva muy acotada de lo que pueden hacer y hacen las burocracias y los gobiernos como corazón de los Estados contemporáneos. 38 Dentro de los problemas que las mencionadas teorías tienen al abordar al Estado se encuentra el de su autonomía, la cual no puede ser planteada adecuadamente al interior de la tradición democrático-liberal por la ausencia de premisas fundamentales que permitan establecer una relación entre economía y política (Boron, 2013). Mientras que al interior del marxismo hay dos visiones. Una de ellas contempla al Estado desde una perspectiva meramente instrumentalista en la cual no es más que una herramienta de clase y en la que los gobiernos no tienden a cuestionar el contexto capitalista en el cual están inmersos (Miliband, 1991), 39 o bien en que el Estado puede estar en manos del proletariado convirtiéndose a su vez en un instrumento del mismo (Boron, 2013); mientras que la otra perspectiva a lo más que ha llegado es a concederle al Estado un estatus de autonomía relativa, es decir, que “en última instancia sirve a la acumulación de capital y la regulación de clase” (Mann, 1997: 71). 40 38 El trabajo de Gisela Zaremberg (2012: 8-10) parte de un proyecto comparativo más amplio, es un ejemplo de ello. Contrasta lo que denomina como “circuitos de representación” y agrega al técnico-burocrático, contemplando a los técnicos y coordinadores de políticas como tomadores de decisiones sobre asuntos cruciales, aun cuando no se encuentre especicado ese papel en las reglas formales de las instituciones a las que pertenecen. 39 Miliband contempla al Estado en términos instrumentalistas, pero no lo hace con base en una burda función irracional, pues menciona que los gobiernos “no son inconscientes instrumentos de la propiedad y de los círculos de negocios”, sino que los apoyan porque equiparan los intereses de esos grupos al interés nacional y tienden a creer que “la racionalidad económica es sinónimo de racionalidad en sí” (Miliband, 1991: 73, 162). 40 Algunos de los autores mencionados, Boron, Laclau y Scokpol en especíco,
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Sin embargo, hay otra escuela de pensamiento, materializada en la sociología histórica, promovida por autores tan diversos como Mann, Skocpol o Tilly, pero también por Perry Anderson, Barrington Moore Jr., Immanuel Wallerstein, Reinhard Bendix, Norbert Elias, entre otros autores que, de acuerdo con Ramón Ramos (1993), forman parte de dicha escuela, aun cuando no se adscriban explícitamente a la misma. Si bien los intereses de la sociología histórica en recientes fechas se han vuelto multiparadigmáticos, nos concentraremos en los referentes al Estado, en primer lugar a su historicidad, en segundo a su defensa de la autonomía, ya sea potencial (Skocpol, 1984), o bien en diferentes grados (Mann, 2006) combinando el pensamiento de Marx y de Weber en lo que Mann (2006: 3) denomina un weberianismo marxistizado, autonomía que ya no es relativa como en el marxismo, sino una cuestión relacionada con la élite estatal y el abanico de acciones que puede ejercer. En tercer lugar se debe advertir que la sociología histórica, o integrantes de ella, parte de una concepción del Estado como estructura. Para Tilly (1992: 20-21) los Estados “son organizaciones con poder coercitivo, que son diferentes a los grupos de familia o parentesco y que en ciertas cuestiones ejercen una clara prioridad sobre cualquier otra organización dentro de un territorio de dimensiones considerables”, y que en la actualidad adoptan la forma predominante de Estados nacionales. La denición de Tilly es en un inicio amplia con el n de incluir distintas organizaciones políticas, algunas de ellas ya mencionadas con anterioridad, que han existido a lo largo de la historia de la humanidad y que desembocan en un Estado que “gobierna regiones múltiples y contiguas, así como sus ciudades por medio de estructuras diferenciadas y autónomas”. Mientras que Sckocpol (1984:37, 61) menciona que los Estados son sintetizan las principales características del Estado de acuerdo con el marxismo en general. Dichas características pueden verse reejadas en los diversos textos marxistas que hablan del Estado, pero depende también de la concepción que tenga cada autor. Por ejemplo, Miliband habla de un sistema estatal con una serie de instituciones muy puntuales que lo componen; mientras que Poulantzas, en un enfoque marxista más doctrinario, menciona que el Estado es la superestructura jurídica-política que engloba lo gubernativo y cuya funcionalidad radica en “constituir el factor de cohesión de los niveles de una formación social” (Poulantzas, 2000:43). Hay que recalcar que no tocamos más que cuestiones generales, pues dejamos de lado la discusión entre poder y aparato estatal, y aparatos ideológicos del Estado, la política y lo político, entre otras.
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“un conjunto de organizaciones administrativas, políticas y militares encabezadas y más o menos bien coordinadas por una autoridad ejecutiva”; por lo tanto, los estados son básicamente “organizaciones administrativas y coactivas, potencialmente autónomas”. Finalmente Mann (2006:4) considera que el problema de la denición del Estado contiene dos niveles: el funcional y el institucional, y por lo tanto pueden ser denidos con base en lo que parecen, o bien lo que hacen, por lo que los principales elementos del Estado son “un conjunto diferenciado de instituciones y personal” con una “ centralización en el sentido de que las relaciones políticas irradian del centro a la supercie, un área territorialmente demarcada sobre la que actúan y un monopolio de dominación coactiva autoritaria”. Precisamente es Mann quien nos proporciona las herramientas para ver al Estado como una organización que puede alcanzar diferentes grados de autonomía. De acuerdo con este autor “es el organizador de los recursos políticos de la sociedad mediante redes de interacción que lo vinculan con las élites y con la sociedad civil” (Loaeza, 2010:27), lo cual permite explicar la transición del Estado como un problema institucional y al mismo tiempo como un proceso de reorganización de las relaciones entre este y la sociedad. A su vez Mann es quien mejor resuelve el problema de la autonomía del Estado al analizar dos dimensiones del poder estatal: un poder despótico y un poder infraestructural. El primero es entendido como “el abanico de acciones que la élite tiene facultad de emprender sin negociación rutinaria, institucional, con grupos de la sociedad civil” (Mann, 2007: 5), aquí hay que hacer una acotación ya que la palabra despótico puede prestarse a malos entendidos debido a toda la carga negativa que tiene, por lo que hay que aclarar que no la entendemos en el sentido de tiránico, sino más bien como una categoría descriptiva que hace hincapié en la autonomía de las élites estatales frente a la sociedad civil como ya se mencionó; mientras que por poder infraestructural se entiende “la capacidad del Estado para penetrar realmente en la sociedad civil y poner en ejecución logísticamente las decisiones políticas por todo el país” (Mann, 2007:6). 41 Por lo que un 41 Cabe hacer una breve introducción a la teoría de las fuentes del poder social de Michael Mann. En las líneas anteriores mencionamos las dos dimensiones del poder estatal que propone dicho autor y que, a nuestro juicio, plantean una explicación más completa que la división entre Estados fuertes y débiles que se
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Estado debe ser contemplado en las dos dimensiones. Las democracias occidentales capitalistas contemporáneas son, en un sentido, débiles, y, en verá más adelante. Mann realiza un ambicioso proyecto que busca “elaborar una historia y una teoría de las relaciones de poder en las sociedades humanas” (Mann, 1991:13). Para ello se basa en varios pilares. Inicia formulando una tipología del poder basada en un primer momento en la organización y en la capacidad de los seres humanos de alcanzar objetivos a través de ella, por lo que dene no solo el poder distributivo, que es la acepción más común que tenemos de dicho fenómeno, sino que agrega también el poder colectivo y otras formas de poder: el intensivo y extensivo, el autoritario y difuso. Partiendo de su sentido más general “el poder es la capacidad para perseguir y alcanzar objetivos mediante el dominio del medio en el que habita uno” (Mann, 1991:21), a su vez el poder distributivo implica el poder de A sobre B en un “juego de suma cero”; mientras que el aspecto colectivo del poder implica la cooperación de varias personas que de esa forma pueden aumentar su poder conjunto, ya sea sobre terceros o sobre la naturaleza. De esta forma enlaza dos aspectos del poder presente en casi todas las relaciones sociales, el distributivo y el colectivo, explotador y funcional, cuya relación es dialéctica, pues nos dice que: “En la persecución de sus objetivos, los seres humanos establecen relaciones cooperativas y colectivas entre sí. Pero en la persecución de objetivos colectivos se establece una organización social y una división del trabajo. La organización y la división de funciones comporten una tendencia inherente en el poder distributivo derivado de la supervisión y la coordinación” (Mann: 1991, 21). A lo cual agrega el poder extensivo e intensivo, en sus palabras: “El poder extensivo signica la capacidad para organizar a grandes cantidades de personas en territorios muy distantes a n de actuar en cooperación con un mínimo de estabilidad. Por su parte, el poder intensivo signica “la capacidad para organizar bien y obtener un alto grado de cooperación o de compromiso de los participantes, tanto si la supercie o la cantidad de personas son grandes como sí son pequeñas” (Mann: 1991, 22-23). Sin embargo, el hablar del poder como organización podría dar una idea errónea, nos comenta el autor, por lo que agrega también el poder autoritario y difuso: “El poder autoritario es al que aspiran efectivamente grupos e instituciones. Comprende unas órdenes denidas y una obediencia constante. Sin embargo, el poder difuso se extiende de forma más espontanea, inconsciente, descentralizada, por toda una población, lo cual tiene por resultado unas prácticas sociales similares que incorporan relaciones de poder, pero no órdenes explícitas”. Enseguida contempla a los seres humanos como sociales y no como societales, y por lo tanto estos “no crean sociedades unitarias, sino una diversidad de redes de interacción social que se interceptan entre sí”. Con base en estos supuestos crea el modelo IEMP de fuentes del poder social, especícamente el poder ideológico, económico, militar y político, el cual a su vez sirve para explicar las diversas relaciones al interior de las redes de interacción social. A lo largo de este texto se harán referencias a las diversas fuentes del poder social sin profundizar en ellas.
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el otro, tienen un poder infraestructural fuerte, 42 pero despóticamente son endebles; mientras que un Estado autoritario tiene un poder despótico alto y un poder infraestructural también alto. El cuadro 1 plasma precisamente estas dimensiones. Y es que Mann (2004: 180) habla del poder estatal con dos signicados: el primero ejerce el poder sobre su sociedad y el segundo a través de su sociedad (subrayados en el original).
Lo cual no remite a otra explicación posible sobre la fortaleza y la debilidad de los Estados contemporáneos basada en los modelos francés e inglés (Badie y Birnbaum, 1994), más bien diríamos que corresponde al francés-alemán 43 y anglosajón, respectivamente. En la introducción hablamos de dos concepciones del Estado: un Estado mínimo y un Estado jacobino, división que va un poco en el sentido de Estados fuertes y Estados débiles, sin embargo, dicha división se puede prestar a interpretaciones erróneas. Badie y Birnbaum (1994) hablan de esa dicotomía donde el Estado “fuerte” evoca la descripción tocqueviliana, hegeliana o weberiana, bien sea de pretensiones absolutistas o que pretende imponer su orden o valores 42 Mann (2004, 179) arma que “solo los estados con infraestructuras ecientes pueden convertirse en democracias plenas”. En un artículo sobre Latinoamérica hace hincapié en la necesidad de crear Estados con naciones homogéneas como condición indispensable. Habría que discutir dicha propuesta sobre todo tomando en cuenta la pluralidad social en los Estados que conforman la región. 43 Añado el modelo alemán; puede ser que haya polémica por ello, pues Badie y Birnbaum (1994) y Badie y Hermet (1993), en cuyas reexiones me baso, solo hablan del modelo francés; sin embargo, Mann (2006: 2) recuerda la tradición militarista de la teoría del Estado a principios del siglo pasado, obra de escritores de habla germánica, teoría cuya inuencia se dejaría sentir más tarde de la mano de otros autores alemanes, entre los que se encuentra Weber, cuya denición del Estado habría de tener una repercusión importante.
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racionales a la sociedad; concepción que se lleva mal con la democracia pluralista, limitando la distinción entre el ámbito público y el privado, supeditando el segundo al primero y encerrando a los actores en una serie de funciones cuidadosamente delimitadas. Mientras que la expresión de los intereses privados encuentra mejor manifestación en los Estados débiles, los cuales limitan las facultades de los aparatos burocráticos sin las pretensiones de universalidad que tienen el otro tipo de Estados; son más propicios a la democracia participativa y a la intervención de grupos particulares. En muchas ocasiones ambos tipos se combinan. Los Estados fuertes son incapaces de imponer su autoridad en todos los sectores de la sociedad y los actores se resisten a cumplir únicamente sus funciones determinadas, invadiendo la esfera estatal de pretensión “universalista” con sus intereses particulares o de grupo; entretanto que en los Estados débiles hay “islotes de Estado fuerte”, capaces de resistir presiones de la sociedad civil e imponer políticas exteriores propias. Como se ve, el modelo explicativo basado en Estados fuertes y Estados débiles tiene menos potencial que las dimensiones de poder despótico e infraestructural de Mann. Decir que los países del modelo anglosajón tienen un Estado débil que sucumbe a grupos de interés y que es incapaz de imponer sus propios razonamientos en diversas áreas de la política (aun cuando sea relativamente autónomo en política exterior) y que el modelo francés-alemán impone sus pretensiones de universalidad (incluso en contra de sus propias sociedades civiles), se puede prestar a ciertas inexactitudes, pues ambos tipos de Estados son burocráticos racionales y democráticos. No podemos cerrar esta sección sin comentar la importancia que tiene el aparente declive del Estado nacional, producto de la globalización con sus redes transnacionales que superan las fronteras territoriales y hacen cada vez más difícil que el Estado conserve sus atributos de territorialidad y centralidad. Por lo tanto, las posibilidades desde el Estado parecieran ser cada vez más estrechas en medio de un mundo globalizado; sus márgenes de autonomía se han ido acortando paulatinamente. Es decir, se ha reducido su ejercicio de soberanía al exterior y compite con otros actores al interior. A su vez, varias tendencias han ocupado el horizonte, una es la construcción de bloques regionales que aglutinan a diversos Estados y que en algunos casos ceden soberanía en ciertos temas, principalmente económicos; y la otra es la multiplicación de unidades, más bien reclamos de poblaciones enclavadas en territorios diminutos que buscan la construcción de su
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propio Estado, la mayoría pequeños y económicamente inviables (Tilly, 1992:22-23). Por lo que en los últimos años el Estado se ha convertido en una institución que da la sensación de perder poder, aunque no inuencia (Castells, 2004: 267-268). Si bien en algún momento pareció ser vital en la conguración de la sociedad, pues era capaz de encauzar ciertas actitudes que permitían triunfar o estancarse de acuerdo al proceso histórico en el que se veían envueltos, en los últimos años su poder ha menguado a n de dar paso a la “racionalidad” impuesta por los mercados. Tenemos cierta reserva respecto a esta supuesta declinación. En efecto los Estados modernos han abandonado algunas funciones que tuvieron con anterioridad, principalmente en relación con aquellas que puede realizar la iniciativa privada; privatizaron empresas y sectores industriales enteros que estaban en sus manos, un triunfo del paradigma del Estado mínimo. Sin embargo, las funciones que han abandonado se han centrado, al menos en los Estados europeos, en la cuestión social y han mermado la red de protección que extendió el Estado de bienestar sobre su población, dejando en su lugar un Estado penal, coercitivo con aquellas personas indeseadas (los “inadaptados” que no han podido encontrar su lugar en las sociedades modernas), en especial los pobres; es decir, la desaparición del Estado providencia y el ascenso del Estado penal (Wacquant, 2000). Por otra parte el desarrollo del capitalismo en China y en algunos países del Sudeste Asiático, fomentado, dirigido y tutelado por el Estado a pesar de que poco a poco deja más actividades en manos de la iniciativa privada en dicho país, pone en entredicho la retirada del mismo, al menos en una región que concentra una sexta parte de la población mundial. La sociología histórica del Estado aquí demuestra su valía, pues, como ya mencionamos, hace hincapié en su historicidad. Beatrice Hibou (2013) cuando explica los procesos de privatización de actividades de antaño realizadas en diversos países de África respecto a cuestiones que parecen vitales como la tributación y la administración de la violencia ‒ las cuales, por ejemplo, en la visión de Elías, y de la mayoría de los autores que se han preocupado por el origen de los Estados son fundamentales en su formación ‒ , nos recuerda otras formas estatales como el Antiguo Régimen francés, cuya tributación también tenía un alto componente privado, y el Imperio Otomano que, en su momento, privatizó la violencia y también una parte de la tributación. Hibou además se auxilia de Weber quien estudió no
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solo el Estado legal-racional burocrático, sino otros tipos similares a los descritos haciendo énfasis en la “delegación”. Esto nos lleva a uno de los principales escollos que encontramos al estudiar al Estado: su doble carácter, uno como idea, otro como fuerza material. Joel S. Migdal (2011) atribuye en parte dicha situación a Weber y a la gran inuencia que ha mediado una mala lectura de su denición de Estado44 en la concepción que tenemos actualmente del mismo, alterando, hasta cierto punto, la percepción de dicha entidad, idealizándola en su imagen y segregándola en sus prácticas. Aunque, como vimos, Weber nos da pistas de otros Estados y, por lo tanto, otras funciones y estructuras que puede tener y que ha tenido a lo largo del tiempo. Diferentes autores han buscado superar esa contradicción, Migdal (2011), por ejemplo, establece la necesaria diferenciación entre la concepción ideal del Estado como entidad todopoderosa capaz de imponerse dentro de determinado territorio y las prácticas reales que lleva a cabo. En el mismo sentido actúa Michael Mann (2004: 179) al hablar de la necesidad de ocuparse de lo que los Estados hacen en realidad y no tratar únicamente constituciones, partidos políticos y sistemas electorales. Mientras que Philip Abrams (2015) habla de este como una entidad con una doble existencia como fuerza material y como constructo ideológico; es decir, tanto real como ilusorio (Mitchell: 2015). En parte esta separación nos lleva al poder infraestructural, o sea, a la capacidad del Estado de ejecutar sus decisiones en todo su territorio, el cual da por sentado, cuando es fuerte, que no habrá otras instituciones u organizaciones que disputen dicho poder; y al contrario, cuando es débil, que compite con otros actores al interior de su territorio. El problema es 44 Max Weber, nos dice Migdal (2011: 31-34), escribió en primer lugar que “el Estado moderno es una asociación obligatoria que organiza la dominación”, por lo que “El Estado […] es una relación de dominio de hombres sobre hombres basada en el medio de la coacción legitima (es decir: considerada legitima)”, a su vez “El Estado es aquella comunidad humana que en interior de determinado territorio reclama para sí (con éxito) el monopolio de la coacción física legítima”. Migdal realiza su crítica precisamente en el sentido que se le ha dado a esta categorización, Weber coloca entre paréntesis prudentemente “con éxito”, pero las ciencias sociales tomaron dicha denición como condición de la existencia exitosa del Estado eliminando el paréntesis, lo cual deja poco margen de referencia para aquellos Estados que no cumplen con esta condición en la realidad, independientemente de la discusión si la denición weberiana engloba únicamente un tipo ideal.
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que la centralidad y la territorialidad referentes al Estado nación son cada vez más obsoletas en un mundo con ujos transnacionales de mercancías y capitales legales e ilegales. Por no hablar de otras formas de globalización y centrarnos únicamente en la económica, es indudable que los Estados burocráticos avanzados han logrado conservar un gran margen de acción al interior de sus territorios para imponer sus decisiones, pero fuera de estos los demás conviven diariamente con organizaciones con las que compiten en poder e inuencia ( locales y globales, legales e ilegales). Aun así el poder infraestructural tiende a hacerse fuerte, los retos cada vez dejan más de lado el desafío directo al Estado como las guerrillas marxistas lenistas del siglo pasado, excepto en casos como el colombiano, y se aprovechan de sus intersecciones para medrar en sus límites y a su sombra, en especial en la región que nos interesa. El modelo del Estado jacobino como alternativa a los procesos de cambio en el poder estatal
Derivado de la discusión planteada en el apartado anterior aventuramos una clasicación que esperamos sea más precisa respecto a los Estado débiles y los Estados fuertes: el poder despótico y el poder infraestructural. En la introducción hablamos de un Estado mínimo, referido a la tradición anglosajona, y de un Estado jacobino el cual se reere a la tradición francesaalemana. Retomamos el concepto de Estado jacobino de Soledad Loaeza (2010; 39), que a su vez se basa en Pierre Rosanvallon. Loaeza aclara que no se reere a la tradición anticlerical con la que suele asociarse usualmente el término, sino a la centralización del poder y al intervencionismo en la economía; el Estado jacobino es similar al Estado autoritario de Mann, pero esperamos sin las connotaciones teóricas negativas del autoritarismo, en especial porque el Estado jacobino juega en las reglas de la democracia. Es decir el Estado jacobino es un Estado con pretensiones despóticas, mientras que el Estado mínimo, que sería su contraparte, carece de dichas pretensiones. Ambos tienen un poder infraestructural alto y forman parte del Estado burocrático de Mann; es decir, son una subclasicación. Aquí la diferencia radica en la autonomía de las élites estatales, autonomía que se reere al capital, cuestión que más tarde se especicará. Esta división se puede observar en el cuadro 2, el cual servirá para proponer una explicación sobre los fenómenos ocurridos en regiones como América Latina respecto
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a los cambios y los tipos de Estado. Aquí es necesario realizar una acotación relacionada con la autonomía estatal, ya que con anterioridad hacía referencia a dos modelos de Estados fuertes-débiles: el francés-alemán y el anglosajón, para Mann ambos entran en la categoría de Estados burocráticos, poder despótico bajo y coordinación infraestructural alta, sin embargo, los modelos francésalemán y anglosajón dieren en su tratamiento en la relación Estadomercado, respecto al cual el poder despótico se maniesta principalmente en forma de autonomía sobre el capital, así que surge la necesidad de una diferenciación, no necesariamente respecto a la Europa continental y a los países anglosajones, pero si respecto a otras regiones de mundo, en especíco América Latina.
Pondremos en un primer momento un ejemplo general basándonos nuevamente en los Estados capitalistas avanzados. Ludolfo Paramio (2009) hace una revisión sobre la manera en que los Estados europeos se relacionan con la economía y en especial con el mercado laboral, y menciona dos modelos de capitalismo de los cuales se empezó a hablar en los años noventa del siglo pasado: el renano en Alemania y Europa continental, y el anglosajón en Gran Bretaña y Estados Unidos (Albert en Paramio, 2009), o bien su replanteamiento como economías de mercado coordinadas y no coordinadas (Hall y Soskice en Paramio, 2009). El capitalismo anglosajón o de economías no coordinadas ha demostrado ser más creativo e incluso se ha visto el paso del capitalismo de Estado más o menos administrado al capitalismo regulado, ello no implica que los Estados del capitalismo renano, como el caso francés con sus resistencias actuales ante el mercado, hayan abandonado sus pretensiones de independencia frente al capital, por lo que mantienen sus pretensiones despóticas, aunque cada vez aproximándose más al Estado mínimo propuesto por el neoliberalismo. Igualmente hago una acotación referida nuevamente a la autonomía, ya que el enfoque liberal, como vimos, ni siquiera la contempla de forma
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teórica pues una élite estatal autónoma corresponde a una dictadura, aquí abundaré en el porqué de dicha insistencia. Mann al hablar del poder despótico reere a las posibilidades que tiene la élite estatal de emprender acciones sin tomar en cuenta a grupos de la sociedad civil, de ahí que un Estado con un poder despótico alto sea autoritario o imperial en función a su poder infraestructural, es decir, con una autonomía elevada; el problema consiste en denir a esa sociedad civil en su conjunto. Badie y Hermet(1994) describen el nacimiento de los Estados europeos y dentro de los procesos que les dan origen mencionan la autonomía respecto a la Iglesia, el mayor poder temporal de la época que podía disputarle a las nacientes organizaciones estatales el control temporal. Haciendo hasta cierto punto una equiparación de esta situación podemos decir que en este momento el mayor poder temporal que condiciona la actuación de los Estados es el capital, no el capitalismo en cuanto a modelo económico, sino en cuanto a los dueños de este, ya sea nanciero o industrial, global o local. Las decisiones del Estado muchas veces son consensuadas con la sociedad civil, no en su conjunto, sino con la clase capitalista. Nuevamente vale la pena la mención a Ralph Miliband sobre la desigualdad de la competencia; tal vez la perspectiva de la sociología política no se encuentre equivocada en cuanto al conicto al interior del Estado entre diferentes grupos de interés, pero sí en cuanto a la equidad de la competencia. El universo del trabajo, de la producción, es el mejor ejemplo de ello; los desequilibrios estructurales entre el capital y los trabajadores no han hecho más que aumentar a lo largo de las últimas décadas por todo el mundo. A pesar de la proliferación de organizaciones de la sociedad civil adentro de los Estados y de organizaciones no gubernamentales en el sistema interestatal que han compuesto en ocasiones burocracias con agendas propias y con capacidad de inuir en la opinión pública, la clase capitalista sigue siendo determinante en la actuación de los Estados, ya sea al interior de los mismos o al exterior, en su papel de formadores de la opinión pública nacional e internacional, de inversores locales o trasnacionales. Por ello hago hincapié en la autonomía de los Estados no en relación a toda la sociedad civil, sino al poder que representa la clase capitalista local y global.
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El Estado mínimo y el Estado jacobino una propuesta para estudiar los cambios políticos en América Latina
Aquí cabe hacer una aclaración, ya que tanto las teorías sobre el origen de los Estados como las de su poder descritas con anterioridad se reeren a los Estados europeos; no podemos ignorar las particularidades regionales y los contextos históricos bajo los cuales se han construido en otras partes del globo. En la introducción hice hincapié en el neoliberalismo en América Latina y la reconguración que exigió a los Estados donde fue implementado. Dicha reconguración se encuentra en gran medida basada en un proyecto económico, político e ideológico: el Estado mínimo y el triunfo del mercado. Como especiqué con anterioridad, América Latina fue un escenario privilegiado en su implementación. Badie y Hermet (1990) hablan sobre la homogenización que en los dos últimos siglos han sufrido los ámbitos políticos, en especíco mencionan estrategias de importación tanto en su variable micro (decisión de viajar de tal o cual persona a Europa o Estados Unidos, o bien de importar una tecnología occidental, entre otras muchas, con un efecto acumulativo importante) como en su variable macro donde se les concibe como “estrategias importadoras, desplegadas en el centro con la perspectiva de inventar o reinventar el poder” (Badie y Hermet, 1990:184). A su vez esta última desemboca en dos situaciones ideales: la creación de un nuevo sistema político, lo cual implica una ruptura, consagrando nuevas formas de legitimación y limitando las posibilidades de los constructores del naciente Estado de apoyarse en la tradición del pasado; y la modernización conservadora “en la cual el préstamo de modelos extranjeros es más selectivo y cumple la función de reforzar las capacidades políticas decientes y sustituir las estructuras tradicionales que se han tornado inecaces” (Badie y Hermet, 1990:184). Un ejemplo del segundo tipo es el proceso de modernización llevado a cabo en México, donde un grupo de funcionarios conocidos como tecnócratas, egresados en gran medida de instituciones educativas norteamericanas, aplicó un proyecto de modernización política y económica (Rousseau, 2001), principalmente en la década de los ochenta y noventa del siglo pasado, aprovechando entre otras cosas el agotamiento del modelo económico dominante, el modelo de industrialización por sustitución de importaciones, a la que se unió el descrédito del modelo ideológico del
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nacionalismo revolucionario (Loaeza, 2010). Así como la sensación de que no existía un modelo alternativo derivado de la caída del bloque de países que pugnaban por socialismo real, y la fuerza de la democracia liberal en el plano político y del capitalismo en su versión neoliberal en el plano económico, situación que se repetía en todo el continente. Los setenta y ochenta fueron la época de las dictaduras militares, los noventa, en cambio, acorde a Jorge Castañeda (en Rodríguez y Barret, 2005) correspondían a la descripción propuesta: La guerra fría ha terminado y el bloque socialista se derrumbó. Los Estados Unidos y el capitalismo triunfaron. Y quizás en ninguna parte ese triunfo se antoja tan claro y contundente como en América Latina. Nunca antes la democracia representativa, la economía de libre mercado y las efusiones oportunistas o sinceras de sentimiento pronorteamericano habían poblado con tal persistencia el paisaje de [la] región… Hoy los países de esa misma región los gobiernan tecnócratas o empresarios conservadores y fanáticos de Estados Unidos, casi todos llevados al poder –hecho insólito en el continente– por vía del voto.
Veintidós años después podemos hablar en efecto de un triunfo en ese momento de un modelo económico que tuvo repercusiones importantes no solo en su materia, sino también sobre el poder político, el adelgazamiento del Estado, que se reejaba en la venta de activos y en especial en su renuncia a intervenir en la economía, dejando a la iniciativa privada y al mercado la rectoría de la misma; incrementando, por lo tanto, el poder económico de la clase capitalista, local y global, y afectando por igual al poder ideológico. Se abandonan perspectivas nacionalistas y populistas en pos de la nueva ideología neoliberal, triunfa el discurso de la responsabilidad individual, del Estado mínimo cuyas únicas atribuciones deben girar en torno a la promoción del funcionamiento del mercado sin descuidar la opción represiva de la que hablamos con anterioridad: menos Estado y más individuo tal y como resume Blancas (2013) apoyándose en Bourdieu. En síntesis podemos hablar del neoliberalismo como un poder ideológico con características de moral inmanente, es decir, “que intensica la cohesión, la conanza y, en consecuencia, el poder de un grupo social ya establecido”
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(Mann, 1991, 45) que inuyó exitosamente en la conformación de una élite gobernante con un sentido de identidad y de deber compartido, particularmente en los años noventa, y un neoliberalismo con un poder ideológico con pretensiones inmanentes, o sea, que busca “trascender las instituciones existentes de poder ideológico, económico, político y militar y generar una forma sagrada de autoridad” (Mann, 1991:44) materializada en el culto al mercado. Sin embargo, en los últimos años hemos venido observando el ascenso de nuevos gobiernos en algunos Estados de América Latina, catalogados como de nueva izquierda, populistas, gobiernos posneoliberales, progresistas, entre otros apelativos; los cuales abogan por superar el modelo neoliberal, del Estado mínimo, y del culto al mercado, o bien paliar sus consecuencias más perniciosas, no solo mediante una revaloración de la economía neoliberal, sino también del poder político que descansa en los Estados que gobiernan, los cuales desde la perspectiva descrita son Estados jacobinos, Estados con un poder infraestructura alto, con las limitaciones marcadas con anterioridad para Estados como los que componen la región, y con pretensiones de poder despótico altas en relación con la clase que en este momento conforma el grupo más inuyente de la sociedad civil: la clase capitalista, aunque hay que agregar que también en relación a sus bases sociales, en especial los movimientos que los apoyaron en su ascenso (Petras, 2013:17). Si listáramos los gobiernos progresistas de la región incluiríamos a Bolivia, Ecuador, Argentina, Brasil, Uruguay, Perú y Venezuela en cuanto a gobiernos de izquierda con alguna tendencia progresista, aunque Perú, Uruguay y Brasil no se catalogarían como Estados jacobinos pues no reivindican, o tratan de construir, la autonomía de sus élites estatales ante el capital. Hay que analizar el tipo de conictos y dinámicas que poseen con la clase capitalista con la cual han tenido sus enfrentamientos más espectaculares. Jame Petras lo ejemplica muy bien cuando menciona que los conictos más discutidos se han dado entre élites económicas ortodoxas, apoyadas por Estados Unidos y Europa y los Estados jacobinos: El 12 de abril de 2001 y entre los meses de diciembre de 2002 y febrero de 2003 la clase capitalista venezolana, apoyada por Estados Unidos y España, organizó un golpe de Estado que fue contenido y un cierre patronal en el sector petrolero, el cual fue
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derrotado. En el año 2011 un levantamiento encabezado por la policía de Ecuador y un golpe de Estado abortado en Bolivia fueron desbaratados con éxito antes de que adquirieran empuje. En el año 2008 una protesta agraria empresarial a gran escala en Argentina paralizó el sector de exportaciones agrarias que se movilizaba contra una tasa impuesta a la exportación a acabó con concesiones del gobierno (Petras, 2013:19).
Al nal Petras habla de una simulación al no existir una alternativa real al capitalismo en los países que se autodenominan progresistas, sin embargo no niega una autonomía estatal que permite un reordenamiento del modelo neoliberal. Por otra parte algunos críticos han tildado a estos Estados de autoritarios, sobre todo desde la tradición liberal. No me extenderé en autores en este aspecto, pero pueden leerse periódicos que no simpatizan con ellos y en donde los tachan de autoritarios con gran frecuencia, llegando a capas importantes de la opinión pública de esos países y a la internacional, con lo cual el concepto de Estados jacobinos saldría sobrando, pero dejan de lado que estos han refrendado su gobierno y su proyecto político en las urnas, es decir, que no han abandonado las formas democráticas, la tentación mayoritaria siempre ha estado presente, pero ha sido materializada en la forma de una autonomía estatal que tiende a ordenar a los integrantes del Estado de acuerdo con la lógica de un proyecto político propio y no de acuerdo a la lógica del capital y de la clase capitalista. Conclusiones
La nalidad de este texto es plantear una polémica y una propuesta, una nueva forma de ver a los Estados latinoamericanos y en especial las recientes transformaciones que ocurren en su seno, más allá de las clásicas visiones autoritarias o democráticas, populistas o neopopulistas, promovidas por la tradición liberal y por su criatura más reciente: el neoliberalismo, o bien progresistas o estractivistas, estatistas o capitalistas, promovidas por divergencias en cuanto al papel de la economía, determinismo ligado al marxismo en muchas ocasiones. Veremos si en un futuro podemos cristalizar la proposición y también si el enfoque es adecuado. La propuesta está ahí, una visión centrada en el Estado que pretende
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revalorizarlo haciendo hincapié en la autonomía de una élite estatal en relación con la sociedad civil y en especial con la clase capitalista, pero también con sus bases sociales y que a su vez juega según las reglas de la democracia. Aprovechamos la clasicación dual del poder estatal impulsada por Michael Mann y agregamos una nueva perspectiva, la cual es materializada en un Estado jacobino con pretensiones de un poder despótico alto, jugando en un tablero democrático, además de un poder infraestructural igualmente elevado. Veremos si cristaliza, si permite obtener respuestas. Los ejemplos empíricos fueron mencionados muy supercialmente, hay que abundar en ellos, contrastarlos, compararlos, revisar si estamos en verdad ante una revaloración de la soberanía estatal. Faltan preguntas por contestar, faltan preguntas por formular, hay que ver en qué consiste una élite estatal, cómo se conforma, quiénes la conforman, las preguntas sobran, plantémoslas y busquemos respuestas.
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7 El endeble tránsito del neoliberalismo: las consecuencias inesperadas de gobiernos anodinos Adrián Galindo Castro45 Introducción
El presente trabajo tiene el propósito de presentar una versión divergente de los análisis sobre el neoliberalismo que realizan sus críticos. En contraste con ellos diero de la visión holística que le atribuyen a la etapa neoliberal y, por el contrario, me adscribo a la perspectiva de la sociología histórica. En términos metodológicos esta tradición evita caer en análisis puramente estructurales como los que se derivan de enfoques marxistas y, en cambio, atribuye un papel destacado a la agencia. Perspectivas como las de Charles Tilly (2010) y Michael Mann (1991) resultan mucho más fructíferas al complementar un planteamiento de las interrelaciones entre el poder político y las formas de reproducción social –redes de poder en el caso de Mann, redes de conanza en el de Tilly- con un riguroso análisis de los hechos. Para el caso de América Latina, en particular de México, he preferido centrarme en los problemas de legitimidad y promesas incumplidas para 45 Profesor investigador de tiempo completo del Área Académica de Sociología y Demografía en la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo. Maestro y doctorante en Sociología por la Universidad Autónoma Metropolitana. Integrante del Cuerpo Académico Problemas Sociales de la Modernidad.
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entender los sonoros fracasos de gobiernos a los que se les imputa un status neoliberal. La apelación al neoliberalismo como la gran derrota histórica, como el enemigo fundamental, como la fuente de todos los males de las clases trabajadoras, la educación popular, el medio ambiente o los grupos originarios, se ha convertido en un lugar común entre los seguidores del pensamiento crítico. Pocos se han detenido a reexionar sobre la inefectividad del modelo económico y su efectividad como estrategia política al convertirse el supuesto modelo en un medio para que los grupos que detentan el poder continúen gobernando. El texto está dividido en dos partes: en la primera hago una revisión de los elementos básicos para entender el neoliberalismo; en la segunda realizo un recuento de los periodos presidenciales considerados neoliberales; nalmente extraigo algunas conclusiones generales del trabajo. El neoliberalismo, cómo dicen que es y cuándo entra en escena
Frecuentemente se menciona entre los análisis críticos del fenómeno la apelación a un modelo neoliberal compacto y homogéneo que ha derivado en la catástrofe económica y social de los pueblos latinoamericanos (Montalvo, 2013; Tudela, 2014; Calgano, 2015); sin embargo, existen lagunas respecto a la intencionalidad, planeación y consistencia del mismo. Entre otros aspectos de mayor importancia estaría conocer si este supuesto modelo consiste únicamente en fórmulas establecidas por el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM) abaladas por el gobierno de los Estados Unidos con el célebre Consenso de Washington (Casilda, 2004) y si estas medidas de política macroeconómica han sido implantadas de manera sistemática, unilateral e idéntica (como recetario de cocina) en, digamos, toda la región latinoamericana aun cuando los análisis mencionados se han venido ampliando hasta hacer referencia también a España y Grecia (Ramonet, 2015). El concepto y las propuestas neoliberales fueron elaboradas desde los años treinta del siglo XX, especícamente el término fue empleado por vez primera por el economista ruso Alexander Rüstow en el coloquio de Walter Lippman, reunión donde Ludwing von Mises y Friedrich von Hayek (considerados los teóricos clásicos del neoliberalismo) hicieron una rme defensa de la economía de mercado (Stenger, 2011; Laval y Dardot, 2013).
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Los gobiernos propiamente neoliberales hicieron su aparición en 1979 cuando Margaret Thatcher en Gran Bretaña y Ronald Reagan en los Estados Unidos ascendieron al poder, ello como una reacción del conservadurismo dentro de esos países ante el fracaso de las políticas keynesianas (Harvey, 2007). Más que apegarse a principios plenamente neoliberales la estrategia para superar el estancamiento económico, en especial en las administraciones de Reagan, consistió en un aumento en el gasto armamentístico. A pesar de la retórica antiestatista y la reducción de impuestos, el gobierno estadounidense incrementó el décit de manera exorbitante y tanto Thatcher como Reagan fueron ferozmente nacionalistas, tales gobiernos nunca abandonaron las políticas keynesianas y nunca hubo una política neoliberal única y especíca (Hobsbawm, 1998). La irrupción del neoliberalismo en América Latina se sitúa de manera germinal en Chile, en 1975, cuando Augusto Pinochet, después de perpetrar el golpe de Estado en contra del gobierno constitucional de Salvador Allende (Roitman, 2013), adopta el modelo monetarista bajo la asesoría del premio Nobel de economía Milton Friedman y sus Chicago Boys (Williamson, 2013). La expansión de este tipo de política económica en América Latina ocurre una década después cuando los décits gubernamentales de las principales economías de la región (Brasil y México principalmente) se vuelven insostenibles ante el aumento de las tasas de interés de la banca internacional, dando paso a la llamada década perdida (Marichal, 2014). En el plano losóco y económico el llamado neoliberalismo puede identicarse menos con el monetarismo (al que los economistas no consideran una teoría en sí misma y cuyo término debería limitarse a las enseñanzas de Milton Friedman) que con el libertarismo; en este sentido, esta corriente sí cuenta con principios formalizados (Nozick, 1988; Rothbard, 2014) y sus propagandistas más obstinados calican como una entelequia el que se dena como “neo” y no simplemente liberalismo a la corriente que promueve el Estado mínimo, el individualismo extremo y el libre mercado sin restricciones (Vargas, 1999). En América Latina pocos son los políticos y economistas -salvo algunos intelectuales verdaderamente convencidos como Vargas Llosa- que conocen y comulgan con esta losofía y que abrazan sin reservas esos principios. En este sentido cabría preguntarse si el neoliberalismo puede considerarse en la práctica de los gobiernos latinoamericanos y en el funcionamiento de las economías de la región una forma consolidada
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dominante en todos los aspectos de la vida social. Atendiendo a la forma en cómo se presentó la irrupción del neoliberalismo en la región, observamos que fue una época de grandes turbulencias nancieras y que, agobiados por la crisis de la deuda, en los gobiernos había más urgencia en cumplir con los compromisos internacionales que en fraguar una alternativa integral a décadas de políticas desarrollistas. Si los gobiernos se vieron obligados a seguir los dictados de los organismos nancieros internacionales fue más el sometimiento a las políticas del FMI que la decisión de transitar a formas ajenas al pensamiento económico y político de la región, lo que dio paso a las políticas neoliberales en el subcontinente americano debido a que, como en México, solo una reducida cantidad de funcionarios –los llamados tecnócratas ‒ habían realizado estudios de posgrado en universidades estadounidenses y se habían familiarizado con el pensamiento monetarista (Basáñez, 2002; Dabb, 2003; Ibarra, 2006). El contraste entre la etapa nacionalista-desarrollista y el periodo neoliberal ha sido notoria. De los años treinta a los sesenta del siglo XX la política de industrialización por sustitución de importaciones fue muy exitosa y logró trasformar las sociedades latinoamericanas, transitando estas de un predominio de la agricultura y la minería al de la industria y los servicios, alcanzando metas históricas notables en salud, educación e infraestructura urbana (Urquidi, 2005; Cárdenas, 2006). Por el contrario, la experiencia de la etapa neoliberal se caracteriza por ser un periodo cargado de tribulaciones y crisis recurrentes: crisis de la deuda y amenazas de moratoria en los años ochenta, colapsos nancieros en los años noventa y principios del siglo XXI; efecto tequila en México (1994), efecto samba en Brasil (1999), efecto tango en Argentina (2001). En ese contexto de crisis los gobiernos abrumados por problemas nancieros y de legitimidad se han distinguido por brindar resultados desalentadores a los grandes sectores sociales de la población: planes fracasados, previsiones fallidas, incapacidad para responder con acierto a los desafíos, improvisaciones y salidas emergentes hasta desmontar las relaciones históricamente construidas entre las clases sociales y los grupos políticos que detentan el poder estatal, de tal forma que estos últimos persiguiendo perpetuarse en el poder se convierten en administradores de la crisis y mediadores de los intereses del capitalismo global ante las sociedades locales, y las primeras experimentan una recomposición drástica en sus condiciones de vida y en sus derechos sociales.
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Si varias de las consecuencias del supuesto modelo fueron claramente previsibles, como lo son la concentración de la riqueza y un mayor grado de desigualdad tal como lo documentan informes de organismos internacionales como OXFAM (Esquivel, 2015), otras no lo fueron en absoluto. Cabría aclarar si las secuelas adyacentes no incluidas en los dogmas neoliberales como la ineciencia e incertidumbre económica, la fuerte corrupción en las altas esferas gubernamentales, la delincuencia organizada que gira en torno al tráco de drogas, la violencia, el aumento de la inseguridad en las ciudades y el deterioro ambiental dependieron de la imposición del neoliberalismo o esos fenómenos responden a aspectos más circunstanciales como: quiénes eran los gobernantes en ese periodo, qué tanto conocimiento tenían de la realidad nacional y de la conducción de la administración, con cuánta legitimidad contaban y con cuánto margen de acción se condujeron para impulsar esas reformas; en todo caso, si los gobernantes estaban conscientes de los efectos adversos que acarrearían las reformas y políticas implementadas en las últimas tres décadas, habría que buscar explicaciones de por qué no buscaron alternativas dentro de su propio marco de referencia. Mi hipótesis es que, por lo menos para la experiencia histórica de México, el llamado modelo neoliberal como eje de estructuración del capitalismo mundial (Ramos, 2004) solo tiene una correspondencia parcial y sesgada con el ejercicio del poder público y del comportamiento general de la economía. Por lo mismo, eso que de manera un poco confusa damos por supuesto -asegurar que estamos completamente inmersos en un contexto neoliberal en que los gobernantes son simples operadores, incapaces de evitar los efectos perversos o secuelas nocivas- es una simplicación intelectual cuyos principios, funcionamiento y resultados (anhelados por sus promotores y que objetados por sus detractores) son tipicaciones que mantienen una distancia considerable de la forma como se fueron presentando los cambios económicos y políticos en las últimas décadas. Lo que propongo es que la llamada etapa neoliberal en México ha sido, hasta ahora, una mezcolanza de imposiciones nancieras de organismos internacionales, mentalidades inconsistentes, proyectos frustrados, gobiernos corruptos e inecaces, políticas fallidas y embarazosos errores de cálculo por parte de los gobiernos en turno, y no una maquinación bien planeada por ideólogos de corte monetarista con una élite bien adiestrada
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en la ideología libertarista para ejecutar esas políticas. Con esto no quiero aseverar que el neoliberalismo sea un mito o que los actores políticos no estén plenamente conscientes de las decisiones que toman y de las metas que persiguen, lo que planteo es que el neoliberalismo como idea y como práctica se circunscribe a límites precisos (Escalante, 2015), los cuales en muchos estudios son rebasados hasta convertir al neoliberalismo en una fuerza avasalladora que se rige a sí misma. Los políticos no gobiernan obedeciendo ciegamente los designios del credo neoliberal del mismo modo que, tras varias décadas de impulsar privatizaciones y desregulaciones, en México la economía de libre mercado solo funciona con grandes dicultades. Así como los partidarios del neoliberalismo tienden a sobrevalorar la capacidad del mercado para hacer más ecientes los aspectos de la producción y la distribución de la riqueza social, y no reconocen que debe haber una fuerte intervención gubernamental para que la economía y los mínimos de bienestar funcionen; así los críticos al neoliberalismo tienden a sobrevalorar el poder del capital sobre las decisiones políticas y restan responsabilidad a los gobiernos por los efectos nocivos en ámbitos que van más allá del manejo de las nanzas públicas, la política económica o la regulación del comercio exterior. Los críticos del neoliberalismo enfocan sus baterías en subrayar el fracaso del modelo y poco se detienen en examinar las estrategias equivocadas de los gobernantes, no es que los dogmas no hayan impregnado el vocabulario con que se conduce la política, pero esto dista de ser la lógica dominante durante los periodos de gobierno. En el siguiente apartado desarrollaré un breve análisis sobre los rasgos básicos de los periodos presidenciales durante el curso neoliberal; no pretende ser una reconstrucción histórica del neoliberalismo en México (ya existen muchos textos sobre el tema) solo intento mostrar que los sucesivos gobiernos no se dedicaron sencillamente a administrar el régimen neoliberal, ni siquiera a inventar su propia versión durante el periodo que les tocó gobernar. Si cada mandatario contribuyó a conformar eso que llamamos neoliberalismo en México, esto se fue dando en un marco donde los presidentes y sus gabinetes, al nal de sus administraciones, solo buscaron salir del paso ‒ gobiernos sin brújula ‒ gobernantes que, independientemente del partido que los postuló, comparten las promesas incumplidas, los virajes estrepitosos en política y en economía, el recurso
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a medidas populistas y el rme propósito de dar continuidad a su grupo político. El neoliberalismo a través de las administraciones federales
A. De la Madrid: la catástrofe y la transición
Miguel de la Madrid fue electo presidente en la más aguda crisis de conanza de los empresarios con los representantes del poder político. La nacionalización de la banca decretada por José López Portillo dos meses antes de que De la Madrid asumiera el cargo propició la ruptura del acuerdo tácito entre empresarios y gobiernos para que los primeros no participaran en política. Tras la nacionalización el sector más conservador del Consejo Coordinador Empresarial decidió dar impulso al Partido Acción Nacional (PAN) y mantenerse a la expectativa cuando De la Madrid trasrió la rentabilidad del sector nanciero a la Bolsa Mexicana de Valores. Debido al aumento de las tasas de interés de la banca internacional y la caída de los precios internacionales del petróleo, la principal preocupación del nuevo gobierno fue cumplir con sus compromisos internacionales. En cantidades globales México pagó por concepto de deuda 28,000 millones de dólares, no obstante esta aumentó de 9,400 millones en 1983 a 1,185 mil millones al concluir el periodo presidencial. En la administración de Miguel de la Madrid se llevó a cabo la transferencia del poder dentro del propio partido hegemónico, tanto el mandatario como los principales miembros de su gabinete se caracterizaron por tener estudios en el extranjero; el presidente estudio en Harvard una maestría en Administración Pública, sus titulares de Hacienda Jesús Silva Herzog y Gustavo Petriccioli estudiaron en Yale, y sus titulares de la Secretaría de Programación y Presupuesto, Carlos Salinas de Gortari y Pedro Aspe en Harvard y el MIT de Massachusetts, respectivamente (Granados, 2012). En la misma dirección, las secretarías de la presidencia que adquirieron mayor importancia, junto con el Banco de México, fueron las antes mencionadas en detrimento de la otrora poderosa: la Secretaría de Gobernación. En esa administración el viraje de la política económica parecía obedecer más a la necesidad de evitar la moratoria y a cumplir con las exigencias del FMI que a un plan a largo plazo; sin embargo, las políticas
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de reconversión industrial, elevación de las tarifas de bienes y servicios proporcionados por el Estado (la inación creció 4033%), reducción del personal que laboraba en el servicio público (las paraestatales se redujeron de 1155 a 413), eliminación de subsidios, “otación” en realidad desplome de la moneda (la devaluación fue del 3,100%), reducción del presupuesto a la educación pública y otras medidas igualmente perniciosas, aanzaron un programa de gobiernos direccionado a cambiar de forma denitiva, por un lado, la correlación de fuerzas entre el Estado mexicano y el capital trasnacional, y, por otro, a enfrentar la oposición de metas e intereses entre el Estado y el bienestar de las clases trabajadoras. En el mismo tenor las relaciones entre el poder político y las organizaciones corporativas, que brindaron las bases sociales de la etapa desarrollista, sufrieron un fuerte deterioro: el pacto de dominación (Brachet, 2004) llegó a su n. En su lugar la alternativa fue dar nacimiento al Pacto de Solidaridad Económica, una política nada neoliberal que tuvo la pretensión de estabilizar para garantizar el aumento de precios y la pérdida del poder adquisitivo de los salarios. El incondicional apoyo de los instrumentos gubernamentales a los intermediarios nancieros permitieron que los inversionistas privados recuperaran la conanza en el sistema al presentarse la euforia bursátil; sin embargo, esta se vino al traste cuando en el primer trimestre de 1987 se desplomó el índice de precios de las acciones (Basáñez, 1990). Otro de los factores que inuyó a desprestigiar el gobierno de De la Madrid fue la irrupción del primer caso de vinculación de autoridades con capos del tráco de drogas en el asesinato del agente de la DEA Enrique Camarena en 1985. Finalmente su apuesta por la renovación moral, lema de su campaña, quedó archivada prematuramente. B. Salinas de Gortari: del fraude electoral a la fallida incorporación al primer mundo
El primer gobierno con ideología neoliberal había fracasado rotundamente en su propósito formal de encausar la economía hacia un modelo exportador al incorporarse en 1986 al Acuerdo General de Aranceles y Comercio (GATT) y promover las inversiones masivas vía la BMV. El descontento social por las enormes devaluaciones y el intenso proceso inacionario se mostró a través de las luchas electorales. Al interior de la burocracia política la corriente nacionalista, encabezada por Cuauhtémoc
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Cárdenas y Porrio Muñoz Ledo, sería expulsada del PRI y presentaría una candidatura independiente; por su lado, el neopanismo presentaría su propia candidatura con el empresario sinaloense Manuel Clouthier. La salida del grupo en el poder fue recurrir al fraude electoral. El gobierno de Carlos Salinas de Gortari, al igual que su antecesor, inició con una fuerte crisis de legitimidad, esta vez de carácter políticoelectoral. El nuevo gobierno buscó superar la crisis al experimentar cambios importantes en varios frentes. En el campo político Salinas de Gortari ensayó una apertura en la distribución del poder y pactó un acuerdo con Acción Nacional para reconocer los triunfos electorales de este partido en varios estados de la república, esto a cambio de que los dirigentes blanquiazules legitimaran al primer mandatario. En el terreno de la política económica el gobierno de Salinas de Gortari impulsó un conjunto de acciones de corte eminentemente neoliberal. Después de renegociar la deuda para contar con mayor margen de acción, el presidente emprendió una serie de reformas bastante profundas: dio término a la propiedad ejidal reformando el Artículo 27 constitucional, inició una serie de privatizaciones entre ellas la de Telmex y Mexicana de Aviación y la devolución de los bancos a los capitales privados, modicó el sistema de pensiones dando origen al Sistema de Ahorro para el Retiro (SAR), realizó un ajuste de la monetario al retirar tres ceros al peso y, su gran apuesta, rmó el Tratado de Libre Comercio para América del Norte (TLCAN) con los gobiernos de Estados Unidos y Canadá. Si en el plano económico el grupo compacto de tecnócratas en el poder se mostraba muy fortalecido, en el plano social, el mandatario edicó un mecanismo de legitimidad y adhesión electoral que desplazó en buena medida el apoyo que recibieron los sucesivos ejecutivos de los sectores corporativos de su partido. El giro de las políticas universalistas a la implementación de políticas focalistas instrumentalizadas en torno a la localización de poblaciones vulnerables en pobreza extrema marcó el rumbo de la política social y ganó un fuerte apoyo para el gobierno en turno. El Programa Nacional Solidaridad instrumentado por la recién creada Secretaría de Desarrollo Social se convirtió en el programa más exitoso de la administración de Salinas y de los siguientes gobiernos quienes siguieron manejándolo bajo diferentes denominaciones. A través de acciones espectaculares el gobierno de Salinas parecía generar un proyecto a largo plazo. El éxito en todos los frentes y las
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alianzas con amplios sectores empresariales y otros aliados, como la jerarquía católica a quien reconoció su personalidad jurídica incluyendo la representación diplomática con el Vaticano, auguraban un buen futuro a la combinación de políticas neoliberales y política social focalizada. En el punto culminante de su poder Salinas propuso una nueva ideología para su partido: el liberalismo social, nombre adjudicado a una corriente de pensamiento europea de nales del siglo XIX y que Carlos Salinas impulsó como una nueva retórica para sepultar la ideología de la revolución, la cual el partido ocial había monopolizado. Ese cambio cosmético evidenció la escasa inuencia del PRI en las decisiones del gobierno; en el círculo hermético de los tecnócratas sobresalía la presencia del economista de origen francés José Córdova Montoya jefe de la Ocina de la Presidencia quien tuvo un papel determinante en las decisiones que te tomaron en ese sexenio. La tensión entre los posibles sucesores de Carlos Salinas aunado al momento anticlimático del 1 de enero de 1994, cuando un grupo de indígenas en Chiapas se levantó en armas en contra del neoliberalismo y sus representantes gubernamentales justo el día en que entró en vigor el TLCAN, eclipsó el sexenio de Carlos Salinas y pronosticó el derrumbe económico que se consumaría en los primeros días del gobierno siguiente. C. Zedillo: la ruptura de la tecnocracia y el rescate fnanciero
El ascenso de Ernesto Zedillo a la presidencia de la república estuvo marcado por una situación explosiva en los asuntos políticos y nancieros. La fractura del grupo tecnocrático por disputas internas llevó a la confrontación entre Luis Donaldo Colosio y Manuel Camacho, los secretarios del gabinete con mayores posibilidades para suceder a Salinas. Una vez decidida la suerte en favor de Colosio hubo dicultades para que su campaña alcanzara los niveles de triunfalismo que caracterizaron a la de sus antecesores; la aspiración de Colosio a ocupar la presidencia terminó en tragedia cuando fue asesinado en marzo de 1994. El único funcionario del círculo cercano a Salinas que cumplía el requisito de haber renunciado a su cargo para participar en la elección era Ernesto Zedillo, quien en esos momentos fungía como jefe de campaña del propio Colosio. El triunfo electoral de Zedillo se debió en parte al sentimentalismo por el asesinato de Luis Donaldo y en mucho a las ventajas
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que contaba el PRI en cuanto a presencia en medios y recursos nancieros. Ya como presidente Zedillo impulsó una nueva reforma electoral que daba apertura a la izquierda para lograr triunfos en las cámaras y en las entidades de la misma forma nivelaba los recursos de los principales partidos. La ruptura entre el grupo tecnocrático que detentaba el poder se presentó en el primer año del mandato de Zedillo. En septiembre de 1994 fue asesinado el diputado electo Francisco Ruiz Massieu quien además era secretario general de PRI y cuñado de Carlos Salinas, este crimen fue la causa del enfrentamiento entre el nuevo mandatario y el expresidente. Ernesto Zedillo nombró al panista Antonio Lozano Gracia como procurador general de la república y responsable de investigar los asesinatos de Colosio, Ruiz Massieu y el cardenal Jesús Posadas Ocampo. A su vez, Lozano encargó el caso a Pablo Chapa Bezanilla para que resolviera el caso de Ruiz Massieu. El abogado encargado del caso acusó a Raúl Salinas, hermano del expresidente, como el autor intelectual del asesinato de su cuñado en contubernio con el diputado Manuel Muñoz Rocha. En otro frente la confrontación entre Zedillo y Salinas se dio tras la devaluación del peso en diciembre de 1994. En el último año del gobierno salinista accionistas realizaron una venta masiva de tesobonos vaciando las reservas federales, el Banco de México pretendió cubrir el enorme décit adquiriendo deuda mexicana para mantener la base monetaria y evitar que las tasas de interés se incrementaran, medida que acrecentó la fuga de divisas. A cuatro días de asumir el cargo Ernesto Zedillo comunicó a inversionistas su decisión de ampliar la banda de cambio del peso, su plan era que la moneda nacional se desplazara de 3.4 pesos por dólar a 4 pesos. El anuncio provocó que muchos extranjeros retiraran sus inversiones impidiendo que el gobierno controlara la caía. En enero de 1995, cuando la nueva administración estableció el sistema de libre otación, el dólar pasó a costar 7.20 pesos, en menos de una semana la moneda nacional perdió la mitad de su valor. Las consecuencias de lo que Carlos Salinas, intentando exculparse, llamó el “error de diciembre” fueron incalculables. Había promovido entre empresarios medianos y pequeños la necesidad de modernizar su planta productiva ante la apertura de la economía con el TLCAN, estos propietarios habían contraído créditos en dólares y, tras la devaluación, se vieron imposibilitados a cumplir con sus compromisos. Lo mismo sucedió con miles de personas que habían adquirido préstamos a tasas de interés
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variable para comprar casas o automóviles. Tras el “error de diciembre” el Barzón, una organización de productores agrícolas, comerciantes y pequeños industriales que venía trabajando en Chihuahua y Sonora, adquirió dimensiones nacionales con el rme propósito de evitar los embargos, remates, adjudicaciones y desalojos al generalizarse el problema de carteras vencidas. La salida a la grave situación nanciera vino del exterior. William Clinton presidente de los Estados Unidos solicitó al congreso de su país 20, 000 millones de dólares que puso a disposición del gobierno mexicano a n de aliviar su crisis de divisas. El sexenio de Zedillo se caracterizó por corregir los desastres provocados por la operaciones nancieras de corte neoliberal del salinismo, el coso de ello fue muy alto en términos económicos para el conjunto de los sectores sociales. El rescate bancario tuvo como objetivos absorber la deuda de los bancos, capitalizar el sistema nanciero y garantiza el dinero de los ahorradores. El Fondo Bancario de Protección al Ahorro (FOBAPROA) se convierte en deuda pública, los pasivos ascendieron a 552, 000 millones de pesos cerca del 40% del PIB de 1997; en 1998 este organismo se convirtió en el Instituto para la Protección del Ahorro (IPAB). Una de las mayores pruebas de que el esquema neoliberal, tal como lo incentivó el grupo de tecnócratas, estaba plagado de corrupción e ineciencia los constituyó el rescate carretero. Las autopistas concesionadas a particulares resultaron ser un fracasado negocio que el gobierno federal tuvo que absorber. Los créditos de 23 de las 52 autopistas adjudicadas a constructoras particulares tuvieron que pasar a formar parte de la deuda pública. El erario federal bajo la administración de Ernesto Zedillo tuvo que pagar a la banca privada entre 157 y 161,000 millones de pesos. D. Fox: el desencanto de la alternancia
Con el inicio del siglo XXI aconteció en México un cambio que parecía imposible 12 años antes. En las elecciones presidenciales del año 2000 un candidato de un partido distinto al PRI ganó los comicios y el primero en reconocerlo fue el, todavía presidente, Ernesto Zedillo. Las lecturas de la derrota del PRI en 2000 son varias y los factores que intervinieron son de diversa índole. La versión dominante construida por los especialistas fue que este proceso constituía una transición a la democracia.
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Independientemente de considerar que simplemente con la alternancia el poder político adquiriere un cariz democrático, está el problema de evaluar qué tan diferente puede conducirse, en el marco de las políticas neoliberales, un gobierno integrado por especialistas con altos niveles de escolaridad y con una sólida carrera burocrática en el área nanciera (como lo fueron los tecnócratas) y un gobierno federal cuyo titular con los más altos índices de popularidad se distinguía por una mentalidad netamente empresarial y provinciana, ello a pesar de haber sido diputado y gobernador de su estado. Las altas expectativas originadas por ver cómo funcionaba un “gobierno democrático” pronto se vieron defraudadas para los millones de votantes que creyeron ver en Fox el líder del cambio. La promesa inicial de llamar a los mejores para integrar su administración pronto se evaporó al conocerse los nombres de su gabinetazo. Lo mismo sucedió con sus promesas de campaña para encerrar en la cárcel a todas las “víboras tepocatas” de la política, pronto llegó a un acuerdo con el PRI para desistir de la acción penal por el nanciamiento ilícito que realizó Petróleos Mexicanos a la campaña del candidato priista perdedor Francisco Labastida Ochoa (el Pemexgate) a cambio de no consignar a su excolaborador el empresario tamaulipeco Lino Korrodi, principal artíce de Los amigos de Fox (plataforma que le sirvió para alcanzar la presidencia) acusado de lo mismo: nanciamiento ilegal. Además de las trivialidades y torpezas cometidas por el ejecutivo, la forma arbitraria, poco trasparente y corrupta de administrar los recursos públicos, no fue muy distinta de la de sus similares del PRI. En 2003 se acusó a la Lotería Nacional de desviar fondo a favor de la organización Vamos México presidida por Martha Sahagún, esposa del presidente; también se imputó el tráco de inuencias y enriquecimiento ilícito de los hermanos Bibriesca, hijos de Martha Sahagún. La distancia (solo mercadotécnica como se comprobó después) que separaba a los políticos panistas de los priistas desde los años ochenta, era que los panistas habían vendido su imagen como la de ciudadanos honrados que estaban dispuestos a limpiar de prácticas deshonestas al gobierno, una vez que llegaran al poder vía elecciones limpias. Por lo demás, comulgaban plenamente con todos los dogmas y mitos de la ideología neoliberal, tal como fue difundida por los tecnócratas y sus voceros. El arribo de Acción Nacional a la presidencia solo corroboró que, en ejercicio del poder, el foxismo era una versión más provinciana, machista y mediocre
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que el PRI. Un ejemplo fue la salida que dio al problema del empleo al proponer el changarro como solución ante la carencia de oportunidades (una versión más corriente del autoempleo propuesto por De la Madrid aunque despilfarrando fuertes sumas del presupuesto cuyos resultados fueron nulos). La administración de Vicente Fox aprovechó el régimen de austeridad y disciplina scal que impuso Ernesto Zedillo y se beneció del alza en los precios de petróleo manteniendo un índice de inación del 3.4%. El único priista en el gabinete de Fox fue Francisco Gil Díaz en la Secretaría de Hacienda, funcionario que promovió la reforma scal para gravar con IVA alimentos, medicinas, libros y colegiaturas; un PRI en retaguardia y una izquierda fortalecida impidieron en el Congreso que la iniciativa fuera aprobada. El gobierno de Vicente Fox se caracterizó por la falta de tacto para concretar sus proyectos, la construcción de un nuevo aeropuerto en la zona de Atenco en el Estado de México provocó una reacción virulenta de la población dando cause a un movimiento social fuertemente reprimido por orden del entonces gobernador de la entidad Enrique Peña Nieto. El espíritu empresarial de Fox se vio proyectado al arremeter en contra del sindicato de trabajadores del Seguro Social y cambiar su régimen de pensiones, pero la mayor ignominia de Vicente Fox fue de carácter político-electoral al promover el desafuero del jefe de gobierno del Distrito Federal y futuro candidato presidencial Andrés Manuel López Obrador.
E. Calderón: militarización y represión
Si el “arribo” de la democracia en el 2000 colocó a México en el grupo de países democráticos, las elecciones de 2006 pusieron en entredicho dicho status. En contraste con su antecesor, Felipe Calderón llegó a la presidencia con una fuerte impugnación por parte de los partidos de izquierda; el desafuero a López Obrador, la campaña negativa, la intervención abierta del presidente en el proceso electoral y el apoyo descarado de las organizaciones empresariales a su candidatura, hicieron que Calderón careciera de la legitimidad suciente inclusive para tomar posesión de manera pacíca. Las promesas de campaña, presentarse como el “presidente del empleo” por ejemplo, fueron descartadas poco tiempo después y a unos días de asumir el gobierno. Calderón inició, sin
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estrategia previa, una feroz “guerra contra el narco” que sería el signo de su administración. La obsesiva, inútil y cruel militarización de la política de seguridad, prolongada por una abyecta sumisión a los dictados de la política del gobierno estadounidense, causaron la muerte de más de 60 mil personas. En el plano económico el gobierno de Calderón mantuvo muchas similitudes con el gobierno de su antecesor panista. Con una mayor preparación que Fox y una idea más clara de las políticas neoliberales, en 2008 la administración de Calderón intentó llevar a cabo una reforma energética para privatizar la industria petrolera; al igual que la experiencia del proyecto del nuevo aeropuerto, la resistencia popular esta vez por vía de las “adelitas” evitó que la iniciativa prosperara. Por el contrario, el gobierno de Calderón llevó con éxito la extinción de la Comisión Federal de Electricidad por medio de un decreto en 2009. Un tratamiento similar recibió la aerolínea Mexicana de Aviación. El gobierno de “las manos limpias” recibió algunos reconocimientos internacionales por promover políticas para simplicar los trámites y realizar negocios, pero también fue impugnado por casos de negligencia (guardería ABC donde murieron 49 niños), corrupción y tráco de inuencias (los contratos de Pemex a la compañía de Hildebrando Zavala, hermano de su esposa). Más arrogante y pendenciero que Fox, Calderón minimizó los efectos negativos de la recesión mundial de 2008, sin embargo, su sexenio se caracterizó por el poco crecimiento económico, el aumento de la pobreza a pesar de destinar una parte sustantiva del presupuesto a la política social bajo el programa Oportunidades y por haber duplicado el monto de la deuda pública. En la postrimería de su mandato Calderón concretó uno de las aspiraciones más anheladas por los partidarios del neoliberalismo: la reforma laboral. Este desmantelamiento de las conquistas de los trabajadores se inscribe en las reformas estructurales “de gran calado” y fue posible por el reconocimiento de los panistas del agotamiento de su gestión gubernamental. A lo largo de dos sexenios la competencia entre priistas y panistas por hacerse del control del Estad había impedido que se coordinaran para alcanzar objetivos que ambos pretendían como el aumento y generalización del IVA, la privatización de la industria petrolera o el mismo desmantelamiento de los derechos laborales. Esta debilidad del panismo por presentarse como una alternativa al proyecto tecnocrático
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fracasó y con él su aspiración a permanecer como fracción gobernante. F. Enrique Peña: los sobrevivientes retoman el poder
El regreso del PRI a los Pinos no estuvo exento de controversias, su reencuentro con el poder presidencial contó con el respaldo del duopolio televisivo y del sector empresarial; en contraste, sus oponentes se vieron debilitados después de los comicios, resignándose a ser minorías legislativas. Es importante subrayar que no fue la fracción de los tecnócratas la que retomó el poder en 2012, sino el fortalecido grupo del Estado de México quien tuvo la capacidad de aglutinar la fuerza de los gobernadores y exgobernadores priistas, claves para lograr mayoría en las dos Cámaras. El gobierno de Peña Nieto aprovechó su ventaja en el Congreso y su habilidad para negociar con los líderes partidistas por medio del “Pacto por México” para llevar a cabo once reformas estructurales en rubros tan importantes como el educativo, el energético o el de comunicaciones que constituyen la última frontera de las reformas neoliberales. El brillo de las primeras acciones del gobierno de Peña parecía augurar un retorno al presidencialismo y una eternización del PRI en el poder; sin embargo, una racha de acontecimientos desafortunados ha opacado al actual gobierno y nada garantiza que la presidencia de Peña Nieto no se convierta en otro periodo de promesas incumplidas, resultados desastrosos e infames saqueos a la riqueza nacional. El fuerte desprestigio por el caso Ayotzinapa, la caída de los precios del petróleo ‒ factor clave para entender la estabilidad de la economía de las últimas administraciones ‒ ,el insignicante resultado de las reformas y la devaluación del peso así parecen conrmarlo. Conclusiones
No se es el a la doctrina del neoliberalismo como se es al nacionalismo y si este último puede servir solo de pretexto para pillerías y estupideces de los gobernantes, como lo han demostrado numerosos casos en la experiencia latinoamericana y gustan de vociferarlo los partidarios del neoliberalismo ‒ algunos cultos como lo fue Octavio Paz o lo es Mario Vargas Llosa, otros necios e ignorantes como Vicente Fox ‒ ; por su propia naturaleza, el neoliberalismo resulta un campo más propicio para que los gobernantes aprovechen el desmantelamiento del Estado y hagan negocios
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particulares con las riquezas nacionales. En América Latina gobiernos que se presentaron como alternativas al neoliberalismo también se han visto expuestos a casos crónicos de corrupción: en Argentina los gobiernos de Néstor Kirchner y su esposa Cristina Fernández; en Brasil los gobiernos emanados del Partido del Trabajo de Luiz Inácio Lula da Silva y el de Dilma Rousseff. En todo caso, los políticos neoliberales que se presentan como una diferencia de orden moral y eciencia económica resultan ser una apuesta mucho más corrupta porque la misma lógica de las privatizaciones y desincorporaciones les abre más oportunidades de enriquecimiento ilícito. De igual forma la imposición de políticas neoliberales no es ajena al interés de los grupos gobernantes por mantenerse en el poder, si tutelan en favor de los intereses del sistema nanciero internacional o de sectores de la oligarquía local, eso no les impide perseguir sus propios intereses como es el de acaparar los altos cargos de la administración y de manera deshonesta, hacer negocios a costa del erario. Por lo mismo, como analizamos en el caso de México, las crisis y los problemas nancieros resultan consecuencias no deseadas y contraproducentes para los mismos gobiernos, en este sentido no son fallas del sistema, sino desconocimiento de los gobernantes al momento de tomar decisiones; en todo caso, como lo mostró la revisión histórica, antes de preocuparse por implementar un modelo neoliberal la preocupación de los gobiernos estuvo centrada en establecer las condiciones de permanencia y continuidad del grupo en el poder. Al nal en la discusión sobre la alternativa a la etapa neoliberal la diferencia es de orden moral y no simplemente de modelo económico.
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8 Lo neoliberal: entre la subjetividad, el capital y el poder. Conclusiones generales Edgar Noé Blancas Martínez
Las privatizaciones de los activos públicos, la desregulación económica o la exibilización laboral no son en sí los elementos denitorios de lo neoliberal. Esta es una visión o postura cerrada para comprender el neoliberalismo realmente existente más allá de los postulados detrás de él. Subjetividad, capital y poder. Una aproximación al análisis de las disposiciones neoliberales se propuso presentar en este sentido una visión abierta para observar lo neoliberal donde se trasciendan las acciones gubernamentales típicas que le denen para ahondar en las condiciones estructurales, objetivas y subjetivas que le determinan, sin pasar de largo que lo neoliberal en sí se constituye y ejerce en lo cotidiano por los agentes en un formato de relaciones de poder resistencia. Tres son los ejes de análisis sobresalientes que articulan el texto, no únicos ni exclusivos, pero que al visibilizarlos se puede dar cuenta de la propuesta de observar lo neoliberal de forma abierta. Primero la subjetividad como elemento estructural por el que se produce lo neoliberal, pues se parte de la postura que ello no es producto agregado de individuos, sino una conguración marcada por una visión del mundo. Se trata aquí del primer componente de las dis-posiciones en los términos tratados en la introducción de este libro. Segundo, el poder, pues se considerara que esa visión del mundo por la que se estructura lo neoliberal se presenta en
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relación a procesos de lucha simbólica entre los agentes participantes. Una visión con pretensiones hegemónicas, pero siempre sujeta a resistencias. Y el capital como base central de análisis, pues la crisis de este, que se puede datar en los setentas del siglo XX, orienta o actúa como motor en la reformulación de su reproducción, aquella que atienden las luchas simbólicas y políticas. Se trata aquí del segundo componente de las disposiciones. Debe observarse que la postura que aquí se toma se aleja de las simples formulaciones doctrinarias para dar paso a lo neoliberal realmente existente, es decir, al juego de los agentes en el espacio social. Si bien cada uno de los capítulos es atravesado en mayor o menor medida por los tres ejes de análisis propuestos, este apartado nal de conclusiones busca rescatar con cierta homogeneidad las aportaciones elaboradas por los autores a partir de las respuestas respecto a ciertas interrogantes guía. Debe considerarse que ellos, desde el margen que les proponen sus perspectivas epistemológicas, teóricas y metodológicas, buscaron observar lo neoliberal de forma abierta, pero por ello mismo el resultado se sesga hacia uno u otro de los ejes.
Subjetividad
¿Está presente la subjetividad en todas las aportaciones? ¿Por qué? ¿Cómo se articula en los procesos explicativos de lo neoliberal? ¿Cuál es su contenido o reformulaciones? ¿Quién dicta las signicaciones? ¿Cómo se instruye su incorporación en los sujetos? ¿Existen resistencias? La subjetividad está presenta en todas las aportaciones de este libro, aunque en magnitudes distintas, tanto tratada propiamente como centro de análisis, tales son los casos de las aportaciones de Mejía y Granados; de Blancas y Ortiz; de León y de Navarro, como a nivel de supuesto implícito que no requiere mayor desarrollo como los trabajos de Moreno y Gaytán. Estos últimos quienes preeren inferir incluso nuevas formulaciones y procesos de subjetivación en torno a la crisis de los gobiernos neoliberales. En tanto el primero reere el n del estado neoliberal procedimental, el segundo anota la presencia de los estados progresistas o jacobinos latinoamericanos como él observa. Pues si se parte del marco de interpretación dis-posicional, el tránsito hacia nuevas prácticas de gobierno lleva en ciernes nuevas formas de pensar y ver el mundo.
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En el caso de Mejía y Granados la subjetividad está puesta en las valoraciones que se recogen sobre el trabajo en la Encuesta Mundial de Valores de 1990 a 2014. Se observa a partir de ellas que el trabajo mantiene un lugar central en el pensar de la sociedad mexicana y, en general, de las sociedades latinoamericanas; una situación distinta a la europea donde este es desplazado a un tercer lugar después de la familia y los amigos. Pero resalta en el estudio que, a pesar de la centralidad que se mantiene, esta está permeada por las formas especícas de lo neoliberal, por la instrumentalidad y pragmatismo versus formas anteriores donde la cuestión social a manera de Castel, o dígase del vínculo social, pudiera haber imperado. Aquí el contenido de lo neoliberal radica en esa subjetivación que hace del trabajo un medio de generación de riqueza por encima de cuestiones de autorrealización o responsabilidad social. En síntesis, lo que el autor observa es una percepción y apreciación del trabajo donde se exalta el carácter individual del mismo. Lo neoliberal de esta manera se hace patente, con independencia a las acciones típicas que le identican, en el triunfo de un individualismo. Desde un punto de vista más hegemónico, aunque no ausente en Mejía y Granados, se colocan Blancas, Ortiz y León quienes recuperan las formulaciones doctrinarias del liberalismo que apuesta por anteponer al individuo mediante su actuar en el mercado a los intereses o proyecto de una colectividad. No es que se apueste por la ausencia de otras formulaciones, pero en el centro de análisis radica una relación de poder-resistencia. En el caso de Blancas y Ortiz se plantean procesos de enclasamiento a manera de nombramientos con poder para constituir prácticas necesarias del capitalismo actual. Se marca la constitución de dos nuevas clases sociales como formulación neoliberal: la del empleado empresario y la del emprendedor. Para corroborar el planteamiento se busca observar, a partir de la Encuesta Nacional de Valores en Juventud 2012 y la Encuesta Nacional de Micronegocios 2012, la tendencia en el trabajo respecto de tal enclasamiento, pues la exibilización laboral y la precarización de las condiciones supondrían estos cambios. De la primera encuesta se observa que los jóvenes no han subjetivado los nuevos enclasamientos. Se indica para estos que pensar igual que sus padres en una alta proporción en el tema del trabajo es síntoma de que los procesos de transformación del pensar y hacer un mundo tienen un alcance transgeneracional. Se mantiene la aspiración fordista del trabajo estable y seguro. Solo para un pequeño grupo
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el espíritu emprendedor está presente. No obstante, la segunda encuesta marca la existencia de la reproducción de la clase del emprendedor, pues al menos una tercera parte de los microempresarios fueron impulsados bajo la creencia de una oportunidad de negocio, aunque dadas las condiciones objetivas del campo económico tienen una alta disposición a incorporarse como trabajadores asalariados. Por su parte, en el campo de la pobreza aunque en el mismo sentido de la individualización, León resalta la labor de un régimen de gobierno en producir subjetividades de cuidado de sí mismo. Lo que concluye León para los pobres es que se ha ejercido una gubernamentalidad de la pobreza que ha logrado la transformación de autorresponsabilizar a la población de ello. Se busca en sí, antes que resolver el problema de este grupo, una gestión del mismo. Se arma que con ello se acepta que los problemas sociales son más de índole individual que social. Tratándose de una aportación elaborada desde Foucault, el gobierno se logra mediante dispositivos de índole discursiva que atañe a la subjetividad como a través de la instrumentación de programas tipo la Cruzada contra el Hambre. Los trabajos de Navarro y Galindo toman a la subjetividad en otro sentido. Lo que ellos resaltan son la contraparte a las pretensiones hegemónicas, con lo cual lo neoliberal se constituye no como un cuerpo monolítico de pensar, sino con particularidades que le visibilizan. Resulta esperanzador que pese a los disciplinamientos, enclasamientos o generación de nuevos sentidos, las poblaciones por sus condiciones objetivas y otras subjetividades, no necesariamente centradas en el individualismo e instrumentalidad, generen prácticas de resistencia. Este es el caso de las luchas socioambientales en México que describe Navarro y que reere tan solo de 2009 a 2013 una suma de 162 conictos. La autora enfatiza la importancia de formas alternativas de reproducción de la vida humana y no humana, dígase como otras formas subjetivas al capitalismo, lo que ha permitido todo un cúmulo de experiencias y luchas en defensa de lo común que, en este sentido, parece colocarse como una visión del mundo alternativa, como horizonte político ‒ señala la autora ‒ de autonomía y emancipación. En el mismo sentido de una signicación de autonomía esta la aportación de Gaytán, quien se centra no en la resistencia de comunidades despojadas de sus recursos naturales, sino en unas elites estatales que en la conformación de Estados jacobinos de alto poder despótico ganan autonomía respecto a las elites capitalistas nacionales o extranjeras. Se
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trata de las signicaciones implícitas, bajo un juego de democracia, de la constitución de los estados progresistas de Ecuador, Venezuela, Bolivia, Brasil o Argentina. Con una orientación distinta se encuentra Galindo, para quien la doctrina del neoliberalismo y sus críticas han servido más bien para que los gobernantes aprovechen el desmantelamiento del Estado y hagan negocios particulares. Es decir, el discurso de lo neoliberal cerrado se subjetiva a sí mismo como discurso de segundo grado. Este capítulo se adentra en el campo de la lucha simbólica, donde el autor juega del lado de la crítica de los trabajos que ven en lo neoliberal la fuente de todos los males. Así que en ese juego apuesta por resaltar otros factores como la ineciencia y corrupción de los propios gobernantes. Como se puede evaluar son diversas las formas en cómo la subjetividad es tomada por los autores para abordar lo neoliberal, pero resalta como común denominador a ellas la existencia de un enfoque relacional, pues no se parte de un dogma que se impone sin límites a todos los individuos, agentes, poblaciones o sujetos. Siempre está presente la formulación de visiones del mundo, doctrinas o ideologías en contextos de lucha simbólica en donde participan actores diversos, algunos con pretensiones hegemónicas y otros en respuesta a ese actuar en el cual se proponen alternativas y se resiste. Capital
¿Está presente siempre una lectura del capital en las aportaciones? ¿Por qué? ¿Existen matices de abordaje? ¿Qué lugar toma el capital y sus procesos de reproducción en el estudio de los objetos-sujetos particulares de lo neoliberal? ¿Está atada la gura del capital a la noción de clase? Entender la reproducción del capital es entender que esta es la base de los procesos y construcción de sujetos neoliberales. No se puede suponer lo neoliberal sin comprender que esta es la expresión, el gobierno especíco, la manifestación del traslado de la crisis del capital a la crisis del trabajo. En este sentido todos los capítulos toman como punto de partida la crisis y transformaciones económicas de las décadas de los setenta y ochenta, así como también en el caso de Moreno y Gaytán se toman los resultados de fracaso de esas transformaciones para marcar lo posneoliberal. No obstante,
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queda visibilizado que lo neoliberal no se reduce ni se determina en la base económica, porque como Gramsci y los regulacionistas lo asumen, la explicación adecuada del capitalismo debe sustentarse en sus dos caras: la acumulación y la regulación, dígase en este sentido los procesos de subjetivación y constitución de instituciones inherentes. Blancas, Ortiz y Navarro son quienes con mayor profundidad se adentran en el eje del capital para mostrar estas transformaciones. En tanto los primeros se inclinan por la parte de reproducción del capitalismo que alude a la separación de los hombres de los medios de producción que quedan sujetados a una relación de explotación, el segundo autor se centra en la transformación de la naturaleza en materia prima del proceso productivo. Blancas y Ortiz, desde el regulacionismo, explican cómo la necesidad de largo plazo de reproducción del capital fue la que determinó la transformación en el mundo del trabajo. Se indica que al suponerse una necesidad el descenso del salario relativo con la crisis del capital de los años setenta y ochenta, se debieron formular nuevas visiones del mundo que garantizaran la reorganización del trabajo y la producción, o dígase la reproducción del capitalismo de largo plazo. Estos autores apuestan por observar las condiciones de precariedad del trabajo, el desempleo y la subocupación como normales frente a la forma de empleo de la sociedad salarial anterior. La aportación de Navarro, por otra parte y sin olvidar el primer proceso, se centra en el análisis del ejercicio violento y de despojo de los recursos naturales en México a las comunidades. Se destacan los intereses de las empresas transnacionales que en condiciones monopólicas convierten en mercancía la biodiversidad, el agua, la tierra, los minerales y los hidrocarburos. Se trata de un estudio que recuerda los procesos de acumulación originaria relatados por Marx en El capital y que Harvey recupera bajo la noción de acumulación por desposesión, pero que se amplía a la noción de extractivismo al considerar la destrucción socioambiental, el deterioro de la salud y la presencia de casos de explotación laboral sin límites, incluido el trabajo infantil. En el mismo sentido de resaltar las posiciones de los agentes en el espacio capitalista, León coloca las prácticas de gobierno atravesadas por los intereses de los más ricos, quienes a través de dispositivos gubernamentales obtienen benecios. Señala, citando a OXFAM, como el 1% más rico del mundo ha mantenido la concentración de una cuarta parte
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de la riqueza, pese a un incremento del número de pobres, y se pregunta cómo es posible que se haya llegado a esta situación. La respuesta la encuentra en la gubernamentalidad de los más necesitados, en la práctica de gobierno hacia aquella población especíca a quien se dirige un conjunto de operaciones para estructurar su campo de acciones. Moreno, por su parte, parece apostar por considerar la función del mercado en la gestión de la crisis del trabajo, pero a través de la esfera política, pues a la par de las transformaciones económicas visualiza el ascenso de las democracias procedimentales. Es decir, lo que plantea el autor es cómo ante la necesidad de los grandes capitales, principalmente extranjeros y que tienen efectos perversos para la población, se requiere de un régimen no corporativo y de consenso, donde los actores a manera de agentes individuales en un mercado político se limitan a la selección de sus autoridades. Una observación parecida a la de León en términos de cómo el gobierno se legitima al autorresponsabilizar de sus males a los individuos, aunque en este caso Moreno advierte de la crisis de este régimen al que denomina neoliberal procedimental. A diferencia del resto de los autores Galindo cuestiona la sobrevaloración que se hace del capital, restando responsabilidad a los gobiernos. Señala, para el caso de México, que los gobernantes no se dedicaron sencillamente a administrar el régimen neoliberal, ni siquiera a inventar su propia versión. Es oportuno señalar que no en todas las aportaciones aparece la noción de clase en su concepción clásica como en Navarro, Blancas y Ortiz; no obstante, en los trabajos de Moreno, León y Gaytán se apela a distintos grupos de interés que en unos casos más que otros aparecen relacionados a la categoría de capital. En el caso de Moreno las élites políticas estatales surgen íntimamente vinculadas a los intereses de los capitales extranjeros; con León el gobierno de los pobres lleva en ciernes una relación de poderresistencia que a decir del autor se patentiza en la desigualdad de la riqueza; con Gaytán frente a las élites nacionales se construye una élite estatal que, sin escindirse de los intereses de reproducción del capital, apela a un proyecto propio no neoliberal. Poder
¿Es un enfoque relacional del poder el que priva en las aportaciones de los actores? ¿Quiénes participan en los procesos de lucha, dominación
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o resistencia? ¿Cuáles son los medios o mecanismos a través de los que se establece la relación de poder? ¿Cuáles son las posiciones y recursos que determinan las participaciones de los actores? ¿Lo neoliberal siempre implica el triunfo del capital? Como se puede retomar de los párrafos anteriores, en particular del eje del capital, el enfoque relacional de poder es el que priva en las aportaciones de este libro. No toma una forma de sustancia el poder, por el contrario se expresa en el juego mismo de agentes o actores con resultados de subalternidad, antagonismo o resistencia. De manera que lo neoliberal no se puede presentar tampoco como sustancia, como listado de características que permitieran reconocer espacios o sujetos neoliberales. Navarro, al tomar como punto de partida la concepción marxista del capitalismo, es quien visibiliza más ampliamente la relación de poder por el antagonismo de clase entre las empresas extractivistas y las comunidades explotadas. Es el capitalista quien en su necesidad de reproducir el capital actúa con violencia sobre la naturaleza y sus poseedores. Se determina en este sentido que los procesos de desposesión son constitutivos e intrínsecos a la lógica de acumulación del capital. Pero, pese a ello, Navarro demuestra que no siempre son los intereses del capital los que se imponen, pues el juego se da en una relación de poder- resistencia, de ahí que el centro de su estudio sea el conicto. Para Blancas y Ortiz resultan fundamentales en la construcción de subjetividades los procesos de lucha en los campos simbólico y político, ahí se denen las formas de ver y hacer el mundo, en este caso, el mundo del trabajo. En este sentido, en la reestructuración del trabajo han permeado nuevas signicaciones que, con el poder del estado que representa la codicación de una visión, se han impuesto regulaciones o desregulaciones que exibilizan las condiciones del mismo. Esto supondría condiciones objetivas distintas a la etapa de la modernidad anterior que otorga nuevas experiencias y re-signicaciones en el habitus de los trabajadores. Se insiste que si bien las clases o grupos parten de homologías de posiciones, también son agentes participantes en los campos quienes bajo un ejercicio de violencia simbólica enclasan y, con ello, generan reconocimientos y prácticas enclasantes. Las clases no se determinan o crean naturalmente, sino que son producto de luchas entre agentes. Para León la cuestión del poder remite a distintas formas de violencia, que aunque no lo expresa así se lleva implícito en la noción de dispositivo,
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la cual resulta fundamental en la perspectiva foucaultiana que retoma. El autor hace referencia a discursos y prácticas de gobierno que se ejercen sobre las poblaciones pobres no con el objetivo de eliminar la pobreza, sino de disminuir o eliminar la conictividad social inherente a su condición y que deriva de la concentración de la riqueza a nivel mundial. En esta vertiente de saber-poder León ve una intervención sobre los grupos denominados “anormales”. Resulta relevante que, frente al ejercicio del poder en relación a la reproducción del capital, Navarro avizore –como ya ha sido señalado ‒ formas alternativas de pensar y hacer el mundo. Menciona los casos de comunidades que en defensa de lo común se reapropian de lo político y, con ello, de sus capacidades de reproducción simbólica y material. Moreno, en similar orientación a la de Navarro, no asume como todo un hegemónico el poder que viene del capital, pues plantea el régimen especíco de Estado que se constituyó en América Latina. Por otra parte, en tanto Navarro se reere a respuestas locales y Moreno a degradación del Estado neoliberal, Gaytán presenta como respuesta a lo neoliberal la conguración de otros estados que sin salir de la forma capitalista presentan una alternativa al neoliberalismo, y que en algunos casos son presentados como estatistas, neopopulistas, progresistas o posneoliberales. Para Gaytán estos estados son una respuesta a la clase más inuyente que es la capitalista, quienes se constituyen con poder despótico frente a esta clase. Son Estados jacobinos cuyo proyecto político es propio y no de acuerdo con la clase capitalista. Finalmente Galindo, a diferencia de Blancas, Ortiz, León, Navarro y Moreno, y más cercanamente a Gaytán, asume una posición desde la cual no observa un antagonismo entre dos clases. Al suponer que el “llamado neoliberalismo” es más una mezcolanza de proyectos, gobiernos corruptos e inecientes, embarazosos errores de cálculo y mentalidades inconscientes, ve que los grupos gobernantes siguen sus propios intereses. El neoliberalismo no es una maquinación de ideólogos con una élite bien adiestrada para ejecutar esa política. Se puede señalar, por tanto, que el poder no se ejerce como una sustancia de un individuo o grupo a otro, sino que se expresa como relación visibilizada en el uso de dispositivos, o propiamente en una violencia de carácter simbólico como en la propuesta de enclasamiento en Blancas y Ortiz, o de carácter físico como el despojo de bienes naturales en Navarro.
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Cierre
Como se puede concluir, lo neoliberal articula muchos elementos y procesos más allá de los comúnmente visibilizados; aquí solo se ha rescatado a nivel de ejes articuladores de la obra la subjetividad, el capital y el poder. La siguiente situación puede servir como cierre para entender la diferencia entre observar lo neoliberal de forma cerrada o abierta (pretensión de este libro a partir de la noción de dis-posiciones): no son las acciones de venta de activos públicos por sí –dígase las comúnmente denominadas privatizaciones ‒ lo que representa lo neoliberal, sino “las prácticas sociales resultado de relaciones de poder vinculadas a la reproducción del capital (donde se pueden ubicar las privatizaciones, pero no necesariamente) y que, en tanto esta reproducción conlleva una crisis del trabajo, aquellas devienen de procesos de subjetivación por las cuales el malestar es traducido en responsabilidad y cuidado de sí”. Así lo neoliberal se congura siempre en una cotidianidad atravesada por procesos de lucha simbólica; no hay neoliberalismo sin procesos de subjetivación inherentes. Mayo de 2016
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Los autores Edgar Noé Blancas Martínez. Profesor
investigador de tiempo completo en el Área Académica de Sociología y Demografía de la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo (UAEH). Doctor en Sociología y maestro en Análisis Regional. Integrante del Cuerpo Académico Problemas Sociales de la Modernidad. Miembro nivel C del Sistema Nacional de Investigadores. Sus últimos libros publicados son: Dis-posiciones neoliberales. Los juegos de la municipalización en Teacalco y Tonanitla (2013) y Municipalización en América Latina. Perspectivas de análisis y experiencias (2011). Carlos Mejía Reyes.
Profesor investigador del Área Académica de Sociología y Demografía de la UAEH. Maestro en Sociología por la Universidad Autónoma Metropolitana y doctorante en la Universidad Autónoma de Barcelona. Integrante del Cuerpo Académico Problemas Sociales de la Modernidad. Autor de “Imaginarios y reclusión. Las mujeres en el connamiento penal”, en La perspectiva de género en la construcción de saberes. Homenaje a Viki Ferrara-Bardile; y coordinador del libro Cambios sociales y precariedad en el empleo. José Aurelio Granados Alcantar. Profesor investigador del Área Académica
de Sociología y Demografía de la UAEH. Doctor en Planicación Territorial y Desarrollo Regional por la Universidad de Barcelona y maestro en Demografía por El Colegio de la Frontera Norte. Integrante del Cuerpo Académico Problemas Sociales de la Modernidad. Sus libros más recientes son: Historias laborales de Pachuca (2015) y Dinámicas demográfcas en el estado de Hidalgo (2014). Leonardo Ortiz Ortega.
Egresado de la Licenciatura en Sociología de la UAEH. Integrante del seminario Racionalidades, subjetividades y prácticas neoliberales del Cuerpo Académico Problemas Sociales de la Modernidad.
Benito León Corona. Profesor de
tiempo completo del Área Académica de Ciencias Políticas de la UAEH. Doctor en Estudios Políticos y Sociales, maestro en Sociología Política. Entre la redención y la conducción. El combate a la pobreza en México de 1970-2012, La respuesta organizacional
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en busca de una sociedad incluyente.
Nuevos Avatares y Hacia la
perspectiva organizacional en la política pública. Recortes y orientaciones iniciales son sus publicaciones más recientes. Mina Lorena Navarro. Socióloga
y profesora del Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades Alfonso Vélez Pliego de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP). Ganó el Premio Cátedra Jorge Alonso a la Mejor Tesis en Ciencias Sociales 2013, CIESAS-Universidad de Guadalajara. Es autora de una veintena de artículos sobre despojo capitalista, conictividad socioambiental, la política del común y luchas socioambientales. Su más reciente publicación es Luchas por lo común.
Antagonismo social contra el despojo capitalista de los bienes naturales en México. Es activista e integrante de
Jóvenes en Resistencia Alternativa.
Octavio Humberto Moreno Velador.
Profesor en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla y de la Universidad Iberoamericana, Campus Puebla. Maestro y doctor en Sociología. Cuenta con diversas publicaciones a nivel nacional e internacional, una de las más recientes es su libro Los senderos Tortuosos de América Latina: estado, violencia y rebelión . Estudia el populismo, gobiernos nacional-populares, procesos políticos y movimientos sociales en México y América Latina. Ricardo Gaytán Cortés. Profesor
en el Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades de la UAEH. Maestro y doctorante en Ciencias Sociales en la misma casa de estudios. Integrante del seminario Racionalidades, subjetividades y prácticas neoliberales del Cuerpo Académico Problemas Sociales de la Modernidad. Actualmente desarrolla como proyecto de investigación doctoral: Bases sociales y autonomía estatal. Posibilidades y límites desde la perspectiva del estado. Los casos de Venezuela y Bolivia.
Adrián Galindo Castro. Profesor investigador de tiempo completo del Área
Académica de Sociología y Demografía de la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo. Es doctor y maestro en Sociología por la Universidad Autónoma Metropolitana y la Universidad Nacional Autónoma de México, respectivamente. Actualmente es coordinador de la licenciatura en
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Sociología de la UAEH. Es integrante del Cuerpo Académico Problemas Sociales de la Modernidad. Destacan entre sus últimas publicaciones los libros: Trabajo y modernidad en Pachuca, en el estado de Hidalgo, México; y El PRI en la oposición (2000-2006.
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