La filosof í í a del lenguaje se preocupa en general de la relaci ón de las palabras con el mundo, de cual es su funcionamiento y cuales son las consecuencias que esto puede tener. Searle parte de la concepci ón de que el lenguaje es participar en una forma de conducta fobernada por reglas. El fragmento propuesto se enmarca dentro de la teorí a de los nombres propios y el problema fundamental que aborda es la referencia de los nombres propios, pues estos son los que mantienen una relaci ón más estrecha con el mundo ya que constituyen el modo m ás espe especi cifi fico co de habla hablarr de su porta portado dor. r. Sino Sino exist existier ieran an unas unas regl reglas as cons consen ensua suada dass del del comportamiento lingüí stico stico la comunicación serí a imposible luego, ¿cu áles son las reglas que gobiernan la relaci ón entre un nombre propio y su portador?. En primer lugar expone que sus palabras anteriores son un punto de encuentro entre la teor í a de Mill, que consideraba que los nombres propios no poseen implí citamente citamente una explicación detallada (definición) del portador; y la postura de Frege cuando sostiene que cualquier término singular (signo que se refiere a un objeto) señalan manifiestamente manifiestamente un objeto por medio de un indicador o sentido que el signo posee (modo de presentación). Para Searle fue un error considerar que una descripción identificadora o aquello que nos permite establecer un criterio de selecci ón del referente del que se habla, es su definici ón.
Los Los nomb nombre ress prop propio ios, s, tal tal y como como afir afirma maba ba Mill Mill no tien tienen en conn connot otac aciión unicame unicamente nte denotación. Esto quiere decir que la relaci ón entre la cosa del mundo y el lenguaje no tiene ningún sentido y que la palabra opera unicamente como significante, sin representar ni indicar algo sobre él, refiere directamente al objeto por lo que no está mediada por ningún sentido. Por un lado, no da cuenta adecuadamente de los enunciados existenciales. Si el significado de un nomb nombre re prop propio io es el obje objeto to deno denota tado do,, el obje objeto to en cues cuesti tión debe deberrí a existi existirr necesa necesaria riamen mente, te, porque porque una etiquet etiquetaa sin conten contenido ido conceptu conceptual al o descri descriptiv ptivo o no podrí a utilizarse significativamente sin que dicho objeto existiera de un modo imprescindible e independiente, es decir para que esto fuera cierto todo deber í a ser inmortal, inmortal, estático, lo que constituye un claro prejuicio de la metaf í ísica s ica tradicional. Frege por su parte defiende la tesis de que los nombres propios tienen sentido, pero que su referencia referencia es contingente.E contingente.Este ste indicador o sentido o modo de presentaci presentación que media entre el nombre propio y el objeto implica que el lenguaje guí a en una direcci ón concreta y
directa hacia el objeto, el sentido nombra la relación entre el nombre propio y el objeto en cuestión. Este sentido tiene la posibilidad de ser esclarecido mediante definiciones que permiten identificar aquello a lo que refieren los nombres propios, es decir, los nombres propios poseen una descripción a través de la cual podemos saber cual es el referente, de modo que la referencia de un nombre propio es el objeto que cumple con la descripci ón dada. Suponemos entonces que la descripción manifiesta, evidencia, o denota exactamente el objeto. Sin embargo parece que no es posible que el sentido sea id éntico a la descripción que singulariza el objeto al que se refiere, porque los nombres propios deberí a n ser equivalentes a las descripciones definidas. En este caso, porque los hechos y propiedades relativos al portador del nombre no podr í an ser contingentes, sucede lo mismo que ocurr í a antes pero ahora la est ática no es la referencia sino la descripci ón. Decir “Sandra la chica que planta acelgas” implica que tanto “Sandra” como “la chica que planta acelgas” refieren al mismo objeto, su significado es el mismo, luego decir “Sandra” ser í a lo mismo que “la chica que planta acelgas”. Si estamos de acuerdo con esto, el sentido de Sandra ser í a plantar acelgas. Esto genera contradicciones porque decir cabe la posibilidad de que Sandra no plante acelgas serí a una contradicción y no se entenderí a el significado. Es un error pensar que la expresión que describe al portador y sirve para identificarlo es su definición, porque “planta acelgas” no nos permite identificar a la portadora del nombre en todo momento porque Sandra no se pasa el d í a plantando acelgas, puede que Sandra haga otras cosas con su vida. A través de esta menciones a Mill y Frege en el texto Searle pretende desarrollar un punto de encuentro entre ambas teor í as salvando sus deficiencias. Para el fil ósofo los nombres propios identifican a la referencia con independencia del momento en el que se desarrollen pues existe un criterio de identidad que no constituye de manera uní voca un sentido pero que nos permite designar el objeto, en el enunciado “Sandra es una mujer” la palabra “mujer” no nos da una descripción identificadora, por lo que Searle afirma que si queremos acceder al portador del nombre propio debemos utilizar distintas descripciones que establezcan principios de identidad entre el hecho o la propiedad del portador, de modo que la identidad es consecuencia de un conjunto de descripciones definidas las cuales en su conjunto constituyen una descripción identificadora, se trata pues de criterios y no de un criterio pues la contingencia y el cambio exigen pluralidad.y flexibilidad, porque los
nombres propios no tienen un
único
modo de presentación. Estas descripciones nos
permiten enseñar y usar el nombre propio, si decimos “Sandra la mujer que planta acelgas, que fue ayer al concierto con nosotras y que te presto el libro de Austin” en su totalidad si podemos identificarlas porque los sentidos de las definiciones señalan al mismo referente en el momento que se afirman