ROMERO-CONCIENCIA DE UNA POSGUERRA
“LA CONCIENCIA DE UNA POSGUERRA” POSGUERRA” 1.
CONSECUENCIAS SOCIALES Y POLÍTICAS DE LA PRIMERA GUERRA.
El rasgo característico del tiempo era su dependencia de la tragedia pasada. El imperativo moral parecía ser el de enmendar todos los errores cometidos durante la guerra (recomponer todo lo que se había descompuesto). La aspiración unánime era alcanzar la paz perpetua, arcádica, de amor. Pero apenas se trabajaba por una paz académica, académica, casi administrativa que solo podía parecer paz para los Estados mayores que dejaron de dirigir la guerra, para el resto continuaba bajo distintas apariencias. Toda la estructura social estaba en crisis y nadie sabía cual era su lugar. Si hay algo característico de este tiempo es la conciencia de vivir una un a “posguerra (desconcierto). “posguerra (desconcierto). 1918 república de Weimar, a los pocos días se firma armisticio y comienza el lento despertar de la pesadilla (la posguerra). Durante los cuatro años de guerra han ocurrido tantas cosas y se han modificado tantas situaciones que introducir un poco de orden constituye una tarea muy difícil y peligrosa. Por otra parte, mientras se cumple esa labor la guerra continúa en cierta medida, y a veces con una crueldad mucho más refinada que la que pone de manifiesto el que mata a su semejante con un fusil provisto por el Estado. Antes habían luchado las burguesías capitalistas entre sí, agrupadas a favor o en contra de Alemania, ahora volvían a luchar entre sí sentadas alrededor de la mesa de la paz . ¿No había propiamente ni vencedores ni vencidos, sino que todos habían sido vencidos en mayor o menor medida por fatum (destino) de la conciencia burguesa? El orden capitalista y burgués de Francia, GB y Alemania y sus aliados habían recibido un golpe terrible. Las pérdidas y ganancias dejaban un saldo desfavorable para todos menos para EEUU quien había ascendido a la categoría de primera potencia mundial. El mapa de Europa estaba lamentablemente desgarrado y parecía necesario zurcirlo lo mejor que se pudiera sin entrar en excesivas averiguaciones sobre cuál era la realidad realidad que el mapa representaba y cuáles las fuerzas que habían producido los desgarrones. desgarr ones. Sin embargo, esos problemas eran ya un poco anacrónicos, como se comprobó poco después, y exigían ser planteados de acuerdo con nuevas circunstancias que casi nadie tomó en cuenta porque se temía y recordaba el peligro ruso. Alemania debía pagar las deudas de guerra, y la consecuencia fue que q ue la república de Weimar, que constituía una promesa de paz, debió cargar con las culpas del Imperio de los Hohenzollern. Las ideas de castigo y de predominio se sobreponían a la idea de justicia. Dos formas de justicia parecían esperar satisfacción suficiente, una política y otra social. De las dos, la primera mereció alguna atención; pero, en cambio, la segunda no cruzó por la imaginación de los estadistas solo se reconocieron los principios de las nacionalidades y la libre determinación de los pueblos, no se atendió a las inquietudes que manifestaban ya a gritos las masa convulsionadas por las consecuencias de la posguerra. Pareció suficiente una paz democrática cuando en rigor se necesitaba una paz que canalizara las
inquietudes económico-sociales de las masas a fin de que los nuevos Estados pudieran alcanzar un equilibrio interno (no podía depender tan sólo de que estuvieran correctamente delineadas sus fronteras y gobernados sus ciudadanos por propia determinación. Todo a lo que pudo llegarse fue a organizar una sociedad de naciones que impusiera por sobre los estados autónomos y soberanos cierto régimen internacional que asegurara la seguridad colectiva y el cumplimiento estricto de los convenios. Esto podía servir para neutralizar en alguna medida los males a los que podía conducir otra vez la ceguera del orden burgués obstinado en resistir al empuje de las fuerzas que él mismo había desatado. Podía servir, pero no sirvió, porque uno de los síntomas más característicos de los primeros tiempos de la posguerra ha sido un generalizado anhelo de paz a cualquier precio. 2. LAS FORMAS DEL PACIFISMO. EL REVANCHISMO.
Pacifismo: movimiento filantrópico de varia inspiración y notoria ineficacia práctica que representó una de las tendencias sobresalientes de la conciencia de posguerra. Hubo sectores en los que se perpetuó la psicosis de guerra y llegó a extremarse hasta alcanzar ribetes de peligrosa exaltación (Mussolini). Por su parte, las minorías políticas dominantes en los Estados victoriosos, en general demócratas, pero inevitablemente atadas a las exigencias del capitalismo, se enfrentaron con el pacifismo considerándolo también como una psicosis de guerra con la que había que contar para evitar contrastes electorales, pero que era necesario no tomar con demasiada seriedad. En el fondo, las minorías políticas dominantes no dirigieron su conducta sino de acuerdo con sus tradicionales aspiraciones a la hegemonía sin preocuparse por las consecuencias. El verdadero pacifismo casi belicoso, estaba sostenido por sectores independientes de la opinión pública que, en general, defendían la necesidad de racionalizar los impulsos elementales que frecuentemente dirigen la conducta política, y ordenarlos de acuerdo con un sistema de principios universales y no circunstanciales. Pacifismo utópico: movimiento que se organizó contando con la fraternidad universal de los hombres de buena voluntad, para difundir metódicamente sus ideas sobre las ventajas de la paz Pacifismo científico: si la guerra imperialista es inevitable mientras subsistan los regímenes. capitalistas, solo es legítimo pensar en la paz admitiendo primeramente una etapa revolucionaria 3.
LA CRISIS DE LA ELITE. LA MOVILIZACIÓN DE LAS MASAS, SUS DIRIGENTES.
La crisis profunda había entrado en las élites, parecían haber perdido fuerza y validez. El clima era de confusión general. Los tratados de 1919 parecían haber organizado un cosmos, pero en verdad sólo construyeron un orden jurídico para disimular el caos.
Se asiste a una profunda crisis de las elites: su capacidad de conducción política de la sociedad comienza a ser cuestionada. Frente al desconcierto y el descrédito de las tradicionales clases dirigentes, asomó un nuevo tipo de vínculo cesarista entre las masas y los líderes autocráticos. Las elites comenzaron a declinar su misión pensando que sería inutil y se retrajeron al aislamiento. En este contexto se da una verdadera y categórica insurrección del coro de la tragedia europea que, en la desesperación, se lanza a la búsqueda de su corifeo, en la forma más elemental de vínculo político entre un grupo y un líder. El fenómeno más curioso de la posguerra es la pérdida de rumbo de las masas y su renuncia a mantener una dirección autonómica: la guerra produjo un dislocamiento histórico-social muy superior a la capacidad de intelección de las masas, haciendo que éstas se decidieran intuitivamente por el camino más seguro para el logro de sus aspiraciones inmediatas, dejándose arrastrar hacia objetivos que, en última instancia, no eran los suyos propios. En efecto, hubo una rebelión de las masas pero no constituía sino un paso más en el proceso desencadenado por la revolución industrial y surgido a la luz de 1848. Hitler y Mussolini fueron los mejores corifeos, pero por mucho no fueron los únicos: todos al menos por un tiempo parecieron profetas de una nueva e ignorada verdad. Sin embargo, no hay que confundir la artera destreza de los corifeos con la vaga, pero auténtica conciencia revolucionaria que latía en la entraña del coro. 4. LA CRISIS DE VALORES DE LA CONCIENCIA BURGUESA.
Otro rasgo de la conciencia de posguerra fue la idea de que no había nada por lo que valiera la pena morir. A excepción de quienes aún se aferraban a la fe revolucionaria, el resto se encontraba en un mundo carente de sentido y sumido en el escepticismo. Los dioses del imaginario burgués por los cuales se peleó y murió (civilización, patria, libertad) ahora parecían indignos de los sacrificios que habían exigido a los 25 millones de hombres de carne y hueso que dieron la vida en su nombre. En consecuencia, para quienes no estaban resueltos a defender una conciencia revolucionaria, la posguerra se manifestó como una profunda crisis existencial. Caducaron los antiguos ideales de colectividad: no hay nada fuera del individuo que sea digno de veneración y que le permita trascender. Es en este escenario que surge el existencialismo, Proust, Freud, Kafka, etc. Retórica de la fuerza El desconcierto reinante en algunos obró en sentido contrario. Frente a quienes se desesperaban por no saber por qué valía la pena morir, comenzaron a aparecer quienes buscaban escapar de sus propias incertidumbres muriendo, pero también matando, por cualquier cosa. Goethe y Nietszche inspiraron en Spengler y a otros, una doctrina de la sangre y del poder de la energía vital capaz de sobreponerse a la desesperanza (vitalismo). Está doctrina alimentó a los alemanes derrotados a través de la obra de Spengler, quien descubría un
sentido regenerador en el prusianismo. El vigor germánico debía sacar a toda Europa de su letargo. Los ex-soldados y los nacional-socialistas tomaron estas banderas para aglutinar diversos elementos heterogéneos entre sí. Para los que estaban dispuestos a matar y morir, no parecía licito ni tolerable el mundo de cavilaciones e introspección de la decadente sociedad burguesa y su democracia corrompida por el dinero. Solo había acción, “vivir peligrosamente” como decía Mussolini. Así había un vasto plan para aglutinar voluntades y poner en movimiento los impulsos vitales para defender los enmascarados ideales caducos que la conciencia revolucionaria pretendía amenazar. Su retórica permitió compaibilizar a la revolución social con un poco de catolicismo; la emancipación del proletariado, de la mujer y del adolescente con el capitalismo de Estado; el nacionalismo con el aniquilamiento de la burguesía. Este plan dio fuerza a un estado de ánimo que dio fuerza al fascismo. Los comunistas también poseían voluntad y optimismo, también poseían un dogma, aunque más coherente y sincero que el de los nazifascistas. Muchísimas cosas los ubicaban en las antípodas pero coincidían en la actitud antiliberal, en el tono vital, en la vocación hacia la fuerza y el realismo. Unos y otros no hacían sino expresar, de distinta manera, la crisis que suscitaba el ascenso de las clases. Solo que los socialistas buscaban representar sus aspiraciones mientras que los fascistas se limitaban a utilizarlas para defender ideales que les eran ajenos.